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University of Illinois Library at
Urbana-Champaign
MASTER NEGATIVE STORAGE NUMBER
92-1365
AUTHOR: Garmendia, José
Ignacio TITLE: La cartera de un
soldado PLACE: Buenos Aires
DATE: 1 889
UIUC Master Negative 92-1365
University of Illinois at Urbana-Champaign
University Library
Urbana, Illinois 61801
HUMANITIES PRESERVATION PROJECT CATALOG RECORD TARGET
Garmendia, José Ignacio, 1843-1925.
La cartera de un soldado : bocetos sobre la marcha / José I. Garmendia.
1. ed.
Buenos Aires : J. Peuser, 1889.
vii, 407 p., [6] leaves of plates : ports. ; 23 cm.
"... artículos literarios y bocetos militares que andaban dispersos en diarios y revistas y otras composiciones inéditas que por indicación de amigos suyos ha escrito"~Introd.
Paraguayan War, 1865-1870 Personal narratives. Paraguayan War, 1865-1870 Biography. Paraguayan War, 1865-1870 Literary coUections.
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
(BOCETOS SOBRE LA MARCHA)
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El Coronel Juan Bautista Charlone
los cuadros de un inválido — El Coronel Miguel Martinez de Hoz
El Fogón — El Teniente Coronel Alejandro Diaz
El soldado — El Coronel Manuel Rosetti
Los mártires de Acayuazá — El Coronel D. Luis Maria Campos
El Juego del Pato
El hombre de á caballo — El General Paunero
Un combate memorable — -jLeyenda.
PRIMERA EDICIÓN
CASA EDITORA
IMPRENTA, LITOGRAFÍA Y ENCUADERNACIÓN DE J. PEUSER
BUENOS AIRES : San Martio oúms. 160 — 158
LA PLATA Boulevard Independ., esq 53
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INTRODUCCION
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A literatura del género que cultiva el coro- nel Gfarmendia y con la que ha obtenido hasta hoy felices triunfos, es entre nosotros una verdadera novedad: ya sea que escriba episodios de la guerra del Paraguay en la que fué actor, ya sea que dibuje los caracteres del soldado argen- tino ó esboce costumbres nacionales, siempre es- tará su prosa, fácil y descuidada, llena de senti- miento patriótico y amor á la bandera que le ha dado sombra en los combates.
Si le pidiéramos escritos académicos, atildados y eximios, de esos que hacen la delicia de los re- tóricos, quizás veríamos enmudecer su clara y vivaz intehgencia; pero silo dejamos enteramente libre para expresarse al compás de las pulsacio- nes de su corazón, será siempre dueño de los lec- tores que sepan encontrar la fibra poderosa, la desbordante arteria de su alegría cuando describe la victoria ó su amarga emoción de soldado cuan-
VI INTRODUCCIÓN
do narra un desastre 6 pinta la agonía de esos mártires del deber que caen bajo el plomo de las batallas, como las espigas maduras azotadas por el viento.
Hay algo de épico en la entonación de sus fra- ses nerviosas y ardientes; parecen estrofas mal formadas que están esperando el cincel del artis- ta para transformarse en el canto inmortal de la patria.
Todo lo que es bueno, todo lo que es noble, todo lo que es grande, lo avasalla, y dejándose do- minar por impresiones generosas escribe, y sin acertar alguna vez con fa forma estética, impone á sus ideas elevadas y á su juicio práctico, el colo- rido vigoroso que no está en la exterioridad si no en el fondo de sus pensamientos.
Tal es el coronel Garmendia como escritor que ha sabido hacerse leer y aplaudir por los di- versos libros que ha publicado.
Hoy lanza á la circulación este nuevo volumen compuesto de algunos artículos literarios y boce- tos mihtares que andaban dispersos en diarios y
V
INTROnuCCION VII
revistas y otras composiciones inéditas que por indicación de amigos suyos lia escrito.
Sensible habría sido que aquellas simpáticas producciones quedaran olvidadas. La forma en que hoy aparecen las salva de ese riesgo, siendo para su autor un timbre mas y para sus amigos y lectores un motivo para apreciar en sus páginas, las brillantes cualidades que lo distinguen.
M. A. Pelliza.
Abril de 1889.
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EL CORONEL
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( Muerto á consecuencia de las heridas recibidas en Curupaytí )
Coronel Juan Bautista Charlone
I.
Plustot mourir honestment Que fuir vilainement. (1)
ERTENEciA el Coronel Charlone á la egregia ^■^falange de los que cayeron^ distinguiéndose con gloria, en los combates legendarios de la guer- ra del Paraguay.
Era^ puede decirse, el bello tipo de aquellos que se elevan por sus propios méritos, el favoritismo es impotente en esta clase de hombres que nada deben á la inconstante fortuna.
Son antepasados, sin tenerlos; el brillo de sus hechos enaltece su cuna, porque no hay mas noble sangre que la que se derrama por una causa santa; y cuando estos hijos del trabajo remontan la esca- la de los ascensos y de los honores, ejecutan la
(1) Francés anticuado; equivalente en español, á «Mas vale morir valiente, que huir cobarde." ,
LA CARTERA DE UN SOLDADO
ascención penosamente; paso á paso; abrumante camino que se recorre entre las vicisitudes de una existencia encrespada por el sobresalto; braveando los peligros; devorando alguna vez crueles amar- guras y solo conquistando el prestigio con afama- das acciones.
Todo es tardío en ellos, menos la bala mortífera que exabrupto detiene una carrera difícil, radiante de gloria que costara tanto sudor de sangre.
Fué Charlone un rudo soldado de áspera corte- za; franco, leal, intrépido y perspicaz, como para servir de hermoso ejemplo en la ínclita carrera que habia adoptado.
Vasallo del deber, constituía un hombre de guerra á toda prueba, modelado por el instinto, y por la larga esperiencia de su guerrera y azarosa vida; porque los libros de los grandes maestros donde no sabia estudiar, no le enseñaron nada. Muy difícilmente hubiera sido un general en el verdadero sentido de la palabra, en cambio era uno de esos grandiosos elementos sin los cuales un general no podría ganar una batalla.
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Prudente y avezado á los peligros, y de un va- lor extraordinario, podía confiársele con la espe- ranza tranquila del buen éxito, una operación
EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE ^
militar ó una maniobra audaz en el campo de ba- talla, que estuviera en relación con sus aptitudes, que de seguro la llevaría á cabo, poniendo en su desempeño la mas sincera manifestación de sus nobles esfuerzos.
■ Siempre antes de una de esas honrosas comi- siones, manisfestaba objeciones, discutía con perti- nacia, presentaba el lado vulnerable de la-operacion siíi eludir responsabilidades, pero si apesar de sus observaciones, se le ordenaba el movimiento, lan- zábase resuelto, sin mirar atrás, á cumplir con ver- dadero entusiasmo su difícil faena.
Todo lo ignoraba, menos el arte del sacrificio: ño era otra cosa, sino un soldado con sus grande- zas y debilidades: marino ó de tierra, se manisfes- taba el mismo lobo bravio, y concéntricas sus disposiciones naturales á su noble profesión, lo hicieron jugar siempre un rol distinguido en los diversos combates en que actuó representando di- ferentes gerarquías.
Una constitución vigorosa se repartía en su esta- tura mediana: miembros musculosos y bien propor- cionados nos hacian ver al hombre del pueblo. Su semblante enérgico, quebrantado por la fatiga, estaba adornado por una espesa y ruda pera suava que le daba un aspecto guerrero y vulgar, abrillan-^
LA CARTERA DE UN SOLDADO
tando esas facciones dos pequeños ojos que agitán- dose siempre inquietos, parecian querer ocultar al enemigo los designios de su alma. Su cabeza calva y bien desarrollada, nos recordaba las grandes cabezas italianas que desde César hasta Napoleón y Garibaldi se aproximan con semblanza suma.
Poseía bellas condiciones de carácter, aunque alguna vez fué injusto en la apreciación del mérito de sus subalternos, y pagó tributo al favoritismo; mas apesar de eso_, fué generalmente respetado y querido entre sus camaradas, y amado hasta la idolatría por sus soldados.
Dominando su figura en el campo de batalla, justicia se hizo siempre á sus relevantes dispcfeicio- nes militares, y fiel á los antecedentes de su vida, y á la enérgica consigna de su espíritu, al fin cayó postrado aquel perseverante campeón de las liber- tades argentinas, dando un ejemplo heroico.
11.
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HARLONE nació en Piamonte (Asti) en 1826: el modesto origen de su cuna dá mayor realce á su ilustre elevación: así también, el primer noble fué mas noble que sus descendientes; porque lo fué por sí mismo.
En el año de 1839 emprendió viage á Montevi- deo acompañado de su padre y de su hermano.
Mas tarde sus inclinaciones impulsadas por un espíritu ardiente lo arrojaron á las filas: tomó ser- vicio en clase de soldado en una compañía de mu- chachos que estaba agregada á la Legión Italiana, que se encontraba en esa época á las órdenes del Comandante Ramela; y asistió á casi todos los com- bates en que se empeño aqliel bizarro cuerpo,, hasta la conclusión del sitio.
En 1845 hizo con Garibaldi la campaña del Sal- to; y fué actor en el asalto de la Colonia, en la sor-
1
8 LA CARTERA DE UN SOLDADO
presa de Martin García, en la de Gualeguaychú, en la del Salto, en los combates del Hervidero, en la sorpresa de Itapeví, y en el inmortal combate de San Antonio, donde fué herido en la cabeza y ascendido á sargento cuando apenas contaba diez y nueve años de edad.
Por sus relevantes servicios se elevó hasta capí- tan, conquistando cada empleo con una acción dis- tinguida, y ganó allí entre tanto valeroso soldado una bella reputación de hombre audaz y temerario: aun no había adquirido la prudencia y la experien- cia que acude lentamente con los años.
Concluido el asedio de Montevideo, vino á Caseros: en seguida asistió á una parte del sitio de Buenos Aires en el empleo de Capitán del 2° de línea, pasando después como teniente de marina á un buque de la escuadra de Buenos. Aires que esta- ba á las órdenes del Comandante Graso.
Se grangeó tanto la simpatía del Coronel Mura- tere, que éste mas tarde lo elevó á 2° gefe del vapor General Pinto, entonces á las órdenes del Coman- dante Susini ^^^
(I) Primo del Coronel del mismo nombre, fué fusilado por López en el Paraguay. ^ .
EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 9
Encimes de Noviembre de 1857, el Teniente Coronel Don Antonio Susini tomó el mando de la Legión Militar, y llevó como 2° gefe al Capitán Char- lone, que como hemos ya mencionado, se encontra- ba sirviendo en la escuadra.
Posteriormente en el año 1859 Susini abandonó este cuerpo, por haber sido nombrado gefe de la armada de Buenos Aires, y en su reemplazo quedó el 2° Comandante con el mando interino.
En este mismo año se encontraba la Legfion o-uar- neciendo á Bahía Blanca, cuando el 19 de Marzo una numerosa invasión de indios errumpió sobre ese pueblo; pero el Mayor Charlone y el Capitán Rodino, al mando de dos compañias de aquel cuer- po, infligieron un sangriento rechazo al audaz salvage.
Algunos meses después, en Setiembre, Charlo- ne con esta unidad de fuerza y alguna tropa de caballería, ejecutó un avance con espléndido resul- tado sobre Salinas Grandes. F'ueron sorprendidos los indios abandonando haciendas y caballadas; y por algún tiempo quedaron sobrecojidos por tan temerario golpe.
Rotas las hostilidades con la Confederación, la Legión bajó á Buenos Aires en Julio de 1 861 y
10 LA CARTERA DE UN SOLDADO
formó parte del ejército que mas tarde debia luchar en Pavón. Cuando se procedió á su organización, la Leo^ion formó con él 6" de línea la 5^ Briofada mandada por el Teniente Coronel Arredondo.
En la jornada fratricida, la comportacion de Charlone fué como siempre distinguida, manifestó allí el esfuerzo personal que á menudo le caracte-
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rizaba.
Aquí bien puede aplicarse aquella frase: Talgefe, tal cuerpo. La Legión, con merecida justicia, compar- tió con su digno Comandante los elogios prodiga- sop á su gallarda comportacion en esta acción.
En recompensa íué ascendido el Mayor Charlone á Teniente Coronel, y sus compatriotas le obse - quiaron con una rica espada de honor con inscrip- ciones alusivas á este hecho de armas.
En seguida de la batalla de Pavón asistió al combate de la Cañada de Gómez.
Concluida ésta campaña, permaneció la Legión de guarnición en el Rosario, hasta principios del año 1865, en cuyo tiempo resolvió el Gobierno Nacional que bajase á Buenos Aires.
III.
NiciADAla campaña del Parag-uay á consecuencia ídel acto pirático de López, y de la escursion vandálica del ejército de Robles á la provincia de Corrientes, la República Argentina se encontró en bien críticas circunstancias en los primeros . mo- mentos para afrontar esa situación tremenda: de un lado, un ejército de sesenta mil paraguayos movilizados, prontos á caer como una avalancha sobre nuestros territorios; por otra parte, una nación desarmada, sin escuadra, ejército, ni dinero, oponiendo únicamente en aquel instante supremo, una esplosion de indignación al cobarde atentado del soberbio dictador. -<.
La Legión Militar á las órdenes del Comandante Charlone, fué de las primeras tropas, que entre otras, formaron el núcleo del primer cuerpo de ejército argentino, que á las órdenes del bravp- General Paü- nero, marcharon á la provincia de Corrientes, á dar nervio al levantamiento en masa, que era la primera muralla nacional que se oponia al invasor.
12 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Este grupo de fuerzas, organizado con algunos de nuestros cuerpos de línea, después de algunos movimientos, estableció por algunos dias su campo en Rincón de Soto. ^^^La fuerza concentrada en ese punto alcanzó á mil doscientos hombres de infantería, seis piezas, y cinco mil correntinos mi- licianos de caballería.
El General Paunero, siempre atento á los mo- vimientos del ejército de Robles, supo que éste se movia hacia Bella Vista y que la ciudad de Cor- rientes quedaba únicamente guarnecida por mil seiscientos paraguayos de infantería, repartidos en los batallones 9 y 24, tres piezas de artillería y alguna fuerza de caballería, el todo al mando del Mayor Martínez ^^' y resolvió entonces dar un gol- pe de mano sobre aquel punto, de manera que templara la moral de sus tropas que hasta ese momento habian esquivado la aproximación del numeroso ejército enemigo^ y al mismo tiempo demostrar al pueblo argentino la superioridad de nuestras armas.
Resuelta la operación, fueron embarcadas estas fuerzas, con escepcion de las milicias correntinas
(1) Provincia de Corrientes.
[2) Mas tarde este oficial fué fusilado por el dictador López.
X
EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONÉ 13
que quedaron en observación de los movimientos del enemigo.
El sol del 25 de Mayo de 1865, iba á iluminar el primero y tal vez uno de los mas brillantes he- chos de armas de la guerra del Paraguay.
Alas tres de la tarde se procedió al desembar- que de las fuerzas que debían atacar á la ciudad de Corrientes.
La primera unidad de combate que tocó tierra, sufriendo una granizada de balas, fué la sesta com- pañía de la Legión mandada por el Capitán Va- lerga'ycon Charlone ala cabeza.
Apercibiéndose de antemano los paraguayos de las intenciones de los argentinos, abandonaron la ciudad, y avanzaron en la dirección del punto ocu- pado por nuestras fuerzas con el propósito de rechazarlas y se prepararon al mismo tiempo á una enérgica resistencia, ocupando un cuartel situado al norte de la ciudad, frente al lugar del desem- barque, y un puente de piedra que está mas al sud, entre la orilla del pueblo y la Plazuela de la Batería.
Tanto el cuartel, como el puente que determina- ba la línea de retirada del adversario y sus adya- cencias, presentaba una formidable posición para
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14 LA CARTERA DE UN SOLDADO
cubrirse contra un ataque de infantería, ejecutado por una pequeña fuerza que con tanta audacia procedía al desembarco.
Una vez que Charlone tomó posición á la orilla del rio, desplegó sus bravos legionarios en orden abierto y rompió el fuego sobre el enemigo que, desplegado también se oponía enérgicamente al avance.
Con una mirada rápida abarcó Charlone su si- tuación, y trató de ganar tiempo con el designio de dar el necesario á que las otras compañías del batallón desembarcaran, y las de los demás cuer- pos que casi simultáneamente llegaban á tierra.
Mas, impaciente, por las pérdidas sufridas en este primer momento, arremetió con la sesta com- pañía al cuartel, en circunstancia que un batallón enemigo, salvando el puente venía en protección de sus parciales.
Los paraguayos viendo la escasa tropa que avanzaba sobre ellos, porque recien en ese instante el Mayor Sagari ^^^ se movia con la reserva, como
(I) 2° Gefe de la Legión, Mayor Sagari mandaba la reserva al principio, que constituia tres compañías de su cuerpo; fué muerto en este combate.
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EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 15
también las otras fuerzas desembarcadas, redobla- ron la crepitación de la mosquetería y se prepara- ron á recibirlo con igual denuedo.
Charlone se lanzó sobre la puerta del cuartel con la firme resolución de penetrar en lo interior del campo enemigo. Fué entonces que se empeñó una lucha al arma blanca en la que la sesta com- pañía quedó en una situación difícil.
En este momento Charlone fué herido por un oficial paraguayo que le descargó un sablazo en la cabeza, hubiera sido muerto, á no haber acudido en su defensa el sargento Boisnard, que salvando á su gefe, hundía en el pecho del oficial enemig(5 su machete. El sargento Torres que también venía en su auxilio recibía un balazo en un brazo. El cabo Borsini caía con once bayonetazos y el sol- dado del 1° de línea Miguel Torres con cinco. Cárcano el querido tambor, el trompa Irigoyen, y otros bravos soldados que formaban ese pelotón heroico, como un muro de abnegación abroquela- ban á su intrépido gefe, que bañado en sangre vociferaba juramentos como un condenado.
Por fortuna acudieron las tres compañías de la reserva *^^ que quedaron á retaguardia; granade-
(I) líajarondeá bordo incompletas.
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16 LA CARTERA DE UN SOLDADO *
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ros, tercera y quinta mandadas por los Capitanes Soldán, Casas y Morales y avanzando rápidas en " protección de la fuerza comprometida, cambiaron de un golpe la crítica situación de su temerario Comandante.
Rivas con el 3*^ de Línea, Roseti con dos com- pañías del 1° y el Capitán Saenz con dos del 2° sostuvieron igualmente el movimiento, siendo im- . posible determinar con precisión el grado de esfuer- zo de cada uno; pero bien puede decirse que todos ^¡^jf^^ participaron de igual gloria.
Los paraguayos viéndose atacados por' nuevas fuerzas y bombardeados por algunos buques de la escuadra, que arrojaron un reducido número de proyectiles sobre el cuartel, huyeron de este punto por una brecha que existia en el muro de reta- guardia; y lanzándose por las ventanas que por ese mismo lugar daban escape, se dispersó una parte ejecutando fuegos en retirada y la otra pre- cipitóse hacia el puente donde tomó firme posición con el ánimo de defenderlo con mas ahinco.
Entonces con rudo encarnizamiento se hizo el combate general, en el que nuestras tropas se ba- tían con desventaja á pecho descubierto^ desplega- das en un corto espacio, mientras que el enemigo
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EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 17
en mayor número, '^^ parapetado y esparcido detrájS de los accidentes del terreno, nos infligía sensibles bajas.
La llave de la posición era el puente, y sobre ese punto se arrojaron nuestras tropas, llevando á la cabeza á sus distinguidos gefes y oficiales.
Forzada esta posición á la bayoneta, por el 3*^ de Linea, el espléndido triunfo quedó asegurado, aunque el enemigo siempre persistente, continuó disperso un combate desordenado que duró hasta el anochecer, concluyendo por la toma de la ciudad de Corrientes. Esta primera sangrienta y gloriosa jornada costó bien cara y demostró que los para- guayos eran bravos y tenaces, y que aunque com- batían en desorden, manifestaban una constancia en el fuego á toda prueba.
Los brasileros cooperaron en esta acción con algunas granadas de la escuadra, arrojadas sobre las posiciones del enemigo, con una parte del ba- tallón 9 de infantería que contuvo unas guerrillas que aparecieron sobre la izquierda, demostrando el intento de flanquear á las tropas argentinas comprometidas en la lucha contra el puente y el
(I) Las fuerzas argentinas que tomaron parte en este combate ascendían próximamente á 900 hombres.
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18 LA CARTERA DE UN SOLDADO
cuartel, y con dos obuses de campaña que presta- ron buenos servicios^ antes del ataque á la bayoneta ejecutado por nuestras fuerzas.
Después de este combate, el Sub-teniente Fran- cisco Paz escribía á su hermano, refiriéndose al valor de su gefe: " En fin hermano, pocos (y no " me importa su nacionalidad, hago justicia al mé- "^ rito) pocos dicro, se igualarán á ese hombre. Yo " por mi parte no abandonaré sus filas. "
Nunca el Coronel Charlone desmintió tan hon- rosa fama.
; Qué coincidencia tan lúgubre ! Paunero, Rivas, Charlone, Rosetti, Borges, Pagóla, Aldecoa, Basa- vilbaso, Echegaray, Alegre, Valerga,Sagari,Saenz, Pórtela, Paz y otros actores distinguidos de ese memorable hecho de armas, todos han sucumbido, la mayor parte en la guerra del Paraguay, otros en las luchas civiles, algunos en el mas negro olvido.
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OSTERIORMENTE, el primer cuerpo del ejército, i^'^siempre á las órdenes del General Paunero, hizo la osada marcha estratéjica, cruzando la pro- vincia de Corrientes al frente del ejército enemigo, lo que dio por resultado la reunión con las fuerzas del General Flores, para batir en detalle la derecha de Estigarribia en los campos de Yatay, el 1 7 de Agosto de 1865, y mas tarde el 18 de Setiembre, provocar la rendición de la Uruguayana.
'*■-"■ La Legión con su gefe asistió á esos episodios,
y tenemos á este, entonces, con el empleo de coman- dante de la 2^ Brigada de la I"" División del I" Cuerpo del Ejército Argentino.
Después de estos sucesos, el ejército aliado reconcentró sus fuerzas y avanzó sobre el Paso de la Patria, con el propósito de poder dar alcance al ejército de Rezquin, que á marchas forzadas se retiraba al Paraguay.
^
20 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Resuelta la invasión al territorio paraguayo, fué- le encomendada al General Osorio la arriesgada empresa.
La primera columna de desembarque constaba de diez mil hombres, entre los que formaban el primer cuerpo del ejército argentino á las órde- nes del General Paunero.
Primeramente desembarcaron los brasileros, y solo á ellos cupo la gloria de los combates del 16 y 17 de Abril de 1866.
Mas tarde, el 2 de Mayo del mismo año, cuando tuvo lugar la gran sorpresa á nuestra vanguardia, algunas guerrillas de la Legión y otros cuerpos acudieron al campo de batalla, limitándose á un corto tiroteo que dio por resultado varios heridos, ocasionados por las lejanas balas de los paragua- yos, que ya se retiraban despedazados por las fuer- zas brasileras y orientales que eran las que ha- b^n, conjuntamente con el P de caballería de lí- nea argentino, sufrido y rechazado el inesperado ataque.
En este combate se cubrió de gloria el 1° de linea mandado por el bizarro coronel Segovia. Sorprendido este cuerpo, reaccionó en una situa- ción difícil, y lanzándose sobre el enemigo que le
EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 21
era superior, en numero, lo rechazó y le tomó una bandera. ^^^
En los primeros momentos la batalla del 24 de Mayo, cuando la intrépida caballería paraguaya invadió nuestro campo con una erupción de lanzas, avanzó la Legión con otros cuerpos á tomar su puesto de combate y á apoyar al 4 y 6 de línea que á vanguardia se habían visto obligados á formar cuadro para rechazar las furiosas cargas del ene- migo, que dem/íslír^ba el intento de romper la iz- quierda del ejército argentino.
Charlone se vio detenido á medio camino y obli- gado á ejecutar igual maniobra; apenas tuvo el tiempo necesario para formar cuadro y rechazar al adversario. '"' Su presencia de eápíritu y la clase de soldados que mandaba, triunfaron de los arranques desesperados de tan bárbaros ginetes.
En esta batalla como en todas, Charlone fué el mismo hombre de guerra, reuniendo siempre á
(1) Después del combate vi muerto al abanderado paraguayo; era un hombre rubio de buena presencia; vestía camiseta punzó, pantalón azul; por la camiseta entre abierta se le veía la camisa bordada á mano, sin kepi y descalzo estaba estendido al lado de tres muertos, uno de) I** de linea (degollado) y dos paraguayos.
(2) El Subteniente Francisco Paz en una carta á su padre, dice que la Legión formó cuadro cuatro veces: esto lo ignoraba, mas
respetando la versión del malogrado amigo la consignamos aquí como un dato histórico.
/
22
LA CARTERA DE UN SOLDADO
mano para prodigar en el momento preciso, el ar- dor, la serenidad, y la firmeza de carácter, que lo distinguia cuando olía pólvora. |
Fué á la I^ y 2^ división del primer cuerpo, á quien cupo en el ejército argentino, en este bri- llante dia, el mayor caudal de gloria.
Sus despachos de Coronel graduado tueron es- tendidos á consecuencia de esta inmortal jornada.
\.
I N seg-uida en Julio 10 y II de 1866, López provoca nuevos combates en Yataytí-Corá.
Al caer la tempestuosa noche del dia II, Char- lone recibe la orden de ocupar con su brigada la isleta de Yataytí-Corá. En el primer momentov opone observaciones á este movimiento, porque siempre antes de decidirse hacía campear ante todo la prudencia, que alg^una vez, aunque era caso raro, la olvidaba personalmente en el trascurso del combate. Se le reitera la orden; entonces marcha decidido y ocupa vahentemente el objetivo, des- plega su fuerza tácticamente, y emprende la lucha con los paraguayos, que habían tomado posición del otro lado de un estero que separaba las avan- zadas de ambos beligerantes. El fuego se man- tuvo recio hasta que acude Fraga con su brigada y, relevando á nuestras tropas empeñadas, conti- núa el combate hasta que se retiran los para- guayos. ■
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
Cuando Luis María Campos ' ' se aproximó, encontró al coronel Charlone, en medio de un fuego intenso y sin descanso, con la mayor sangre fría apoyado sobre un árbol, comiendo tranquilamente una naranja. Aquí puede muy bien decirse que su estómago era á prueba de bomba.
(I) El comandante Campos mandaba el 6 de línea que con el 4 formaba la 3;i brig-ada del I^r cuerpo; unidad de fuerza que estuvo á las órdenes de Fraga.
''^~
YI.
ESUELTA mas tarde la operación sobre Curu- paytí, movíase el Ejército Argentino del cam- po de Tuyutí, y ejecutó sin ser sentido una marcha nocturna de flanco sobre nuestra izquierda, á tiro de cañón de las posiciones del enemigo; remontó el rio Paraguay, desembarcó en Curuzú, y sentó su real allí hasta algunos dias después del asalto.
Amaneció el 22 de Setiembre de 1866. ¡Solem- ne despertar ! Las armonías del himno patrio con- movía tantos corazones que pronto dejarían de latir. Un bello sol de primavera apareció perezoso detrás de las selvas del oriente, esparciendo sus brillantes tintes sobre el silencioso campamento que esperaba impasible la orden de ponerse en marcha. Algún tiempo después, la vibración de la artillería de la escuadra atronaba la atmósfera y se senda bien distintamente el ruido espantoso de las granadas que se lanzaban al campo enemigo.
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26 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Una escena bien distinta tenia lugar en este mo- mento en la carpa del Dr. Molina. Saboreando un banquete de soldado, cuyo manjar mas esquisito era un raquítico sábalo comprado á precio romano, se encontraban reunidos, Fraga, Charlone, Rosetti, Alejandro Diaz y Luis María Campos.
Aquella mesa nos traia á la memoria una comida después, de un entierro: una atmósfera silenciosa se mezclaba á la sobriedad del almuerzo: los chis- tes forzados se sucedían con grandes intervalos: hipócritas manifestaciones del corazón: estaban tristes y no sabían porqué: es que el amargo pre- sentimiento que allí batia sus almas y que los im- •■ pulsaba al solemne vaticinio, era la misma fatalidad que mas tarde revestiría una forma tangible.
De repente Fraga, con aquella arrogancia en el porte y en el hablar que le era característica, hizo un jesto de visible contrariedad, y esclamó con triste sonrisa.
¡Hoy me van á matar! recibiré un balazo en el vientre, pero tendré el honor de morir con el kepí que Vd. me ha regalado; y dirigiéndose á Luis María Campos, lo saludó con gallardía. *^^
(I) El kepí que llevaba Fraga era un regalo de Luis María Cam- pos y á eso aludía el infortunado profeta de su desgracia.
EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 27
En ese instante se escuchó la voz clara de Rose- tti que decia:
jYo también voy á morir! y es tan cierto mi pre- sentimiento que he arreglado mis asuntos ...
No concluyó porque fué interrumpido por Ale- jandro Diaz, que con voz grave y acentuada mur- muró esta única frase:
¡Yo también v^oy á morir!
Charloñe que hasta ese momento habia guarda- do silencio, al oir estas palabras; se irguió, y ejecu- tando un ademan brusco, exclamó con nervioso acento:
Del mismo modo quedaré allí de un metrallazo; pero caeré en mis cabales, porque hasta ahora en el ejército argentino, en esa patria que tanto amo, nadie ha ido mas lejos que yo, y es por eso que quiero darle mis glorias y mi sangre.
Al concluir esta frase temblaba la palabra en los labios del bravo veterano, es que hablaba con el alma, sintiendo prematuro el entusiasmo del últi- mo sacrificio.
28 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Sucedió uh momento de silencio que fué inter- rumpido por Rosetti, quien dirigiéndose á Luis Maria Campos, dijo:
¡ El General Petit ^^^ también ha de morir ! — No ! gritó Fraga; saldrá herido solamente para que cuente el cuento.
En este instante se presentó á la puerta de la carpa un ayudante á traer una orden, aunque su nombre lo hemos olvidado, recordamos que era rubio y de una talla gigantesca.
— Y áeste? — balbuceó uno de los circunstantes.
— Como es tan grande, será el primero que muera, replicó secamente Charlone.
En seguida todos guardaron el mas profundo silencio.
Con escepcion del lugar de la herida de Luis M. Campos, la profecía salió fatalmente cierta. ^^*
(1) Nombre cariñoso que daban á Luis Maria Campos.
(2) Relación del g-eneral D. Luis Maria Campos, único testigo que sobrevive á sus infortunados compañeros.
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LAS nueve de la mañana, el ejército se movdó sobre la formidable línea de Curupaytí; hizo alto á cierta distancia: tomó sus posiciones de com- bate, y esperó en silencio los resultados del famoso bombardeo de la escuadra.
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En esta circunstancia, fué que vimos pasar á las cabezas de columna destinadas al asalto. Char- lone iba cabizbajo: aquel hombre intrépido, enca- denado á un sentimiento estraño á su carácter im- petuoso, se hacía notable; y ávidas las miradas que errumpian con un efluvio del alma, se clavaron en él, en Fraga, en Roseti, en Alejandro Diaz, en Salvadores, y en tantos otros gefes y oficiales dis- tinguidos que marchaban en silencio al frente de las soberbias columnas argentinas.
El primer ataque fué encomendado á la 4^ Divi- sión del primer Cuerpo de Ejército, mandado por el Coronel Susini, y á la léalas órdenes del Co-
30 LA CARTERA DE UN SOLDADO
ronel Rivas. En la primera formaba la brigada del \ Coronel Charlone. ;
Estas dos columnas cargaron en orden paralelo, salvando con inauditos esfuerzos los accidentes del terreno, y una línea de fosos que servían de obras avanzadas á la línea principal.
Llegaron á los abatís sufriendo un fuego conver- gente de mosquetería y metralla, y en el mas es- pantoso desorden se detuvieron ante ese obstáculo insuperable. : :
Charlone entonces demostró un coraje temera- rio: se siníió su iracundo acento que atronaba: gritaba sin cesar: ¡Es necesario entrar!, y con vio- lentos esfuerzos trataba él mismo de entreabrir las entretegidas ramas que impedían el asalto.
Ocupado en esta arriesgada faena, fué derribado por un golpe de metralla que lo atravesó de un lado al otro del pecho. Mortalmente herido, aun sus labios se entreabrieron para murmurar: / Vwa
la Patria! una bocanada de sangre ahogó el
gemido heroico, y cayó envuelto en los pliegues del sagrado estandarte de su patria adoptiva, en esa hermosa bandera de los argentinos que él tantas veces había conducido á la victoria; y hubiera que- dado allí á no ser la noble abnegación del sargento
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EL CORONEL JUAN BAUTISTA CHARLONE 31
Etchart que lo tomó en brazos, lo atravesó sobre el caballo y se alejó rápido de aquel campo deso- lado ¡Preciosa carga, conducida por la fidelidad! para que al menos, si la muerte le sorprendía, reposara en tierra argentina, en esa tierra que él tanto amaba, y por la que acababa de derramar su última gota de sangre. '^'^
Mas tarde sucumbía el férreo veterano, delirando rumores de batalla; estremecimientos nerviosos del heroísmo que pugnaba con la muerte, con esa in- justa muerte, que caprichosa detenia la gloriosa fortuna de un soldado . . .moría al fin ese hombre de los combates, admirando su postrera entereza á los médicos que lo asistían, y sus sangrientos des- pojos eran enviados á Buenos Aires, donde un pue- blo entristecido le prodigaba las mas honrosas exequias. '
Sobre su tumba olvidada, ha debido grabarse el lema antiguo:
Pliisíot niotíriF hoiiestemení Que fitir vilaiuement.
(I) Al narrar este pt queño boceto, hemos tenido á la vista las re- laciones de los generales Vedia, Campos, de los coroneles Susini, Be- lisle. Pico, y del Sr. Gra&so antiguo compañero de armas del coronel Charlone en el sitio de Montevideo; y otros documentos referentes á este bravo gefe.
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LOS CUADROS DE UN INVÁLIDO
(EPISODIOS DE LA GUERRA DEL PARAGUAY)
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I.
No debe haber mayor timbre de honor para un ciudadano, que por la gloria de su patria, abandona la tranquila vida del hogar, expo- niendo á su familia á las mayores privaciones, que dejar un miembro de su cuerpo en el campo de ba- talla.
I L arte de la pintura que reproduce tácitamente las variadas escenas de la vida, los grandes acontecimientos del pasado, que revela en una pincelada mecánica, lo que talvez un talento litera- rio no haría en un libro, ya demostrando los arran- ques violentos de la desesperación, los dolores supremos de la adversidad, el fanatismo de una idea, la serenidad del espíritu, ó los sentimientos y pasiones de un pueblo en sus diversas faces, ó el conjunto de grandezas que impulsan en una época propicia á crear un gran acontecimiento; ese arte que se paga tan caro cuando los productos son escepcionales, y honra y adorna al mismo tiempo á las naciones civilizadas, tiene para mi el culto mas
36 LA CARTERA DE UN SOLDADO
constante porque veo en él el mas noble auxiliar de la historia, y uno de los medios de conmemorar sus ofrandes hechos.
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Hoy, aunque modestamente, se inicia esa tarea en mi país, y con agrado distingo por primera vez que un pintor argentino, formado por su propio esfuerzo, ha salvado del olvido episodios de una época que será siempre un timbre de honor en los anales de la patria.
Los cuadros de este artista ignorado hasta hoy, son 29, están pintados al óleo y representan diver- sos episodios de la guerra del Paraguay: su autor es el capitán de inválidos D. Cándido López, oficial que fué en aquella época, del Batallón San Nicolás, cuerpo que hizo la campaña desde el principio Jiasta el fin, concurriendo á todas sus grandes jornadas.
El autor por si solo realza el mérito de sus telas. Actor distinguido que deja un brazo en un campo de batalla memorable, es el único testigo presen- cial que al través de veinte años de distancia, hace surgir con animado colorido una parte del panora- ma histórico, donde el ejercite argentino hizo pe- nosa escuela, y adquirió un renombre merecido.
II.
L capitán López formó entre los primeros que al iniciarse la contienda, marcharon entusiastas á engrosar las filas de la juv-entud argentina, queT ardiente respondió al llamado del patriotismo. Asis- tió á casi todas las acciones de guerra que tuvieron lugar hasta el 22 de Setiembre de 1866, en cuya sangrienta jornada, perdió el brazo derecho, batién- dose como un bravo al frente de sus soldados.
Durante el período de su permanencia en el ejército, empleó el tiempo que le dejaban sus obli- gaciones militares en hacer un gran acopio de material artístico, ya tomando del natural paisajes de los puntos mas importantes, ó esbozando bata« lias en las que habia sido combatiente ó inteligente observador.
Esos dibujos y acuarelas copiados del Vero con- tenían en si un gran valor histórico; de manera que, sin pensarlo el modesto miliciano servia á su patria
38 LA CARTERA DE UN SOLDADO '
con doble impulso; y afanoso y persistente trasla- daba al lienzo la verdad, que se pierde al fin, ó se desfigura por completo en la tradición oral, y sin cuyo auxilio los ilustres pintores del futuro no po- drían animar sus grandes telas^ como lo han hecho David. H. Vernet, Pradilla, Mesonniér, Neuville, Detaille, y otros.
Los lienzos del manco de Curupaytí llevan el sello indeleble de su propia sangre: son el testimonio ine- ludible del testigo ocular de aquellas gloriosas escenas: tenaz investigador, con un propósito hon- roso y de sano criterio, que sacrificando todo á la exactitud del detalle nos ha conservado asi un precioso documento para la historia.
III.
I nuestra gloriosa epopeya de !a independen- ''cia hubiese legado al presente las impresiones reales de un cronista de pincel, ¡cuántas escenas ignoradas hoy, y paisajes suprimidos, habrían enri- quecido las producciones de los historiadores! Mu- chas veces el simple bosquejo de un lugar célebre ó de un episodio, ejecutado por un testigo presencial, es un libro abierto, donde el investigador se dá cuenta al través del tiempo del suceso y de la ac- ción del hecho comprendiéndolo mejor en su esce- nario propio. Tan es así que hemos presenciado en estos tiempos, una interesante discusión históri- ca entre dos eminencias literarias^ sobre el ataque de los ingleses á Santo Domingo: discusión que se hubiera evitado con el estudio de un miserable croquis, que pudo muy bien haber sido hecho por un sargento.
En este sentido dando á la pintura su verdadero valor histórico y teniendo en cuenta, el servicio que presta el Capitán López á su país y á sus com-
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40 LA CARTERA DE UN SOLDADO
pañeros de armas, merece la consideración de sus conciudadanos, y el reconocimiento del Gobierno á cuyo frente está un militar que ha sido actor tam- bién de esos sucesos; y tanto mas deberá ser ese reconocimiento, cuanto que el artista es un soldado quebrantado_, combatido há largos años por su mala estrella que se encuentra hoy con una nume- rosa familia en condiciones estrechas, siendo á la vez el pintor y el inválido de las glorias argen- tinas.
¡Cuántos años de paciencia y de labor habrá ne- cesitado para completar su obra! pintando con una mano rebelde al arte, á la que tuvo que adiestrar con improbo trabajo. Yo lo he conocido en el duro yunque de su tarea, preocupado y asaltado sin des- canso por la cruel adversidad, sintiendo que la mi- seria encarnizada golpeaba injustamente su puerta de hombre honrado, cavilando dolores inmensos en las largas noches del insomnio febriciente, y llevan- do alguna vez á sus cuadros, las negras nubes de su doliente espíritu.
Todo lo venció al fin su inalterable patriotismo, y la gloria de los argentinos que como un astro propicio vino á iluminar su mente atormentada, le dio fuerza y perseverancia para soportar su angus- tia de soldado. Sus nobles recuerdos convulsio- nando su alma con emociones santas, apiñados, en
LOS CUADROS DE UN INÁVLIDO
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tropel animaron la tela del futuro con los sangrien- tos colores del pasado.
Pintó entonces, con constante anhelo, encarnizados combates de una contienda inmortal, donde la cre- pitación errante de la batalla recorre veloz el es- pacio con retumbos continuados que anuncian la horrible matanza, despiadada, fría, m.atemática en diversas figuras geométricas, y resultados previstos: el ángulo, el cuadrado, las paralelas, la curva, como las figuras de un inmenso y movible armazón piro- técnico, dibuja diversas espesas líneas de humo que se mueven, se rompen, se enlazan, avanzan, retro- ceden, se desordenan, se confunden, se estienden de nuevo cambiando de forma acada momento con una regularidad pasmosa, todo al son desafinado de estallidos horrorosos, de músicas descalabradas, y roncos tambores. Esa escena grandiosa, sin em- bargo, de ser commovida por esos grandes ruidos que aturden, está recojida en un silencio humano terrible; mas cruel aún que todo eso. Ese silencio se llama, la disciplina: mágico poder despótico que posee un hombre débil, raquítico, de un aspecto físico despreciable, sobre una masa de sus semejan- tes que son todos seres robustos y armados hasta los dientes. Ese poder misterioso que hace que el soldado con una calma estoica mate ó muera por algo que se llama en lenguaje de la virtud, el cum- plimiento del deber, y se destaque como una ame-
42 LA CARTERA DE UN SOLDADO
naza ó una salvaguardia de la libertad de las nacio- nes; aquel ser único en la existencia humana, que es movido por resortes tan sólidos y fascinadores que avasallan su espíritu de conservación: producto de un sistema necesario y absoluto, sin igual, cuyos grandiosos efectos forman del hombre libre el héroe esclavo, electrizado por la nerviosa chispa del amor á la patria; sistema duro, implacable, cruel alguna vez; pero que es la única llave con que se abre el templo de la victoria. . •
Bosquejó con ánimo reverente, columnas solem- nes, silenciosas, recojidas en un sentimiento religio- so, rodeando con sus armas relucientes á un fraile soldado, rindiéndolas con dignidad ante el supremo creador; frentes altivas de guerreros endurecidos en la lidia sin descanso, elevando su espíritu en alas de un pensamiento íntimo, incomensurable.
Dio vida y animación á los alegres campamentos donde entre las crueles privaciones, y la resigna- ción á la dura tiranía de la disciplina, se hace la vida de hermanos, y se preparan por un solemne juramento á morir por la patria.
Animó paisajes históricos lujuriantes de vejeta- cion tropical, irradiados por esa luz sublime que esparce en el ambiente perfumado la vida y el calor.
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LOS CUADROS DE UN INVALIDO
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Prestó las sombras de sus amargas noches al oscurecido bosque desierto, salvaje, enmarañado, entretejido desordenadamente de corpulentos ár- boles, cuya nudosa y rugosa piel, demuestra siglos de muda existencia, como el testimonio de la fuerza colosal del suelo americano, ostentando monstruo- sos ingertos que á la penumbra del crepúsculo de la tarde semejan híbridos abortos de infernal misterio, dejando balancear pausadamente gruesas lianas que parecen las rotas cuerdas ennudadas de un arpa eólica, inmensa; en la que aun gime un viento de fuego los entrecortados lamentos de un pueblo es- clavo. Selva infinita, donde la imaginación aturdida divaga incierta, y el corazón frente á esa soledad de árboles, pavorosa, se siente oprimido por un pá- nico horrible que hiela la sangre que lo impulsa, y solo lo arranca de ese estupor cobarde uno que otro graznido de alguna ave de rapiña, que anuncia con la algazara del festín la ansiada presa del dia, ó el rugido déla vagamunda fiera que previene que ese es su dominio, y que solo espera la hora tene- brosa del acecho para saciar su hambre en la incau- ta víctima.
Arrojó la luna pálidamente fúlgida balanceándose inquieta, como agitada de temor, en el turbio lago ensangrentado, derramando un barniz color de cera sobre la lívida faz de un cadáver flotante, que pa- rece que se mece á su atracción, en las silenciosas
44 LA CARTERA DE UN SOLDADO
aguas del estero, impulsado por la brisa de los muertos, que allá, en las ramas de los árboles de la orilla murmura un acento desconocido.
Destacó de un suelo arenoso, inhospitalario al- guna esbelta palmera, dando sombra escasa á una tumba anónima, por fin, consagró los momentos mas íntimos de su vida á una obra noble y patiiótica, obra que recien se sabrá apreciar, cuando algún eminente pintor argentino inmortalice nuestros grandes hechos, recogiendo en esta preciosa fuente la base fundamental de sus cuadros; y hoy conso- lado el braveo inválido esperimenta la satisfacción de merecer la estimación de sus compatriotas que acu- den solícitos á contemplar su obra.
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IV.
US telas en cuanto al sentimiento artístico de- "ben calificarse como las de un buen aficionado, representan todas animados episodios de la guerra del Paraguay. Son cuadros históricos que llevan en este sentido su mayor mérito, disimulando este realce sus defectos: siendo también de notar el colo- rido del paisaje, los planos bastante bien graduados- aunque no bien equilibrados: la perspectiva aérea alguna vez es digna de elogio, lo mismo que la composición bastante bien ordenada, repartida en una multitud de grupos que se mueven en veinti- nueve telas de ochenta centímetros por treinta.
En esta sección la pintura militar es la mas difi'cil. La animación de multitud de figuras en diferentes posiciones y el conjunto general de esos grupos es ardua. Salvator Rosa, refiriéndose á la Divina Co- media, encomiando el talento del Dante, decia: ''Es el primer pintor del mundo porque ha pintado seis mil figuras en diferentes posiciones." Esa es la razón porque son escepcionales los pintores de batallas.
46 LA CARTERA DE UN SOLDADO > :-
López tiene combates que los ha tratado bastan- te bien y están ejecutados con el sello criollo que es tan necesario á los cuadros del país.
La batalla del 2 de Mayo es uno de estos: son dos lienzos que reflejan instinto del arte y conoci- miento de la táctica de las armas según se bosque- jan sus movimientos en la imaginación guardando la acción del campo de la lucha.
El primer cuadro representa el ataque de los paraguayos á los orientales, que tuvo lugar el 2 de Mayo de 1866. La escena se vé á lo lejos, y no podrá negar el que haya visto aquel combate á cierta distancia, que no puede ser mayor la verdad histórica llevada al lienzo al través del tiempo. Ese entrevero confuso de la infantería paraguaya con las fuerzas aliadas de la vanguardia, se anima por grados. Pallejas, haciendo prodigios de valor_, re- trocede palmo á palmo, hecho pedazos: sus orien- tales sucumben sin descanso. Imposible poder con- tener aquella irrupción de bayonetas que se le viene ^encima, dispersa como un ataque de indios; y al contemplar ese desorden en retroceso, nos trae á la memoria los esfuerzos de nuestros va- lerosos compañeros de peligros, los orientales y brasileros. Es aquella como una nube de san- gre que gira en lontananza: en ciertos momen- tos, semeja un volcan de llamas que rueda sin
LOS CUADROS DE UN INVALIDO
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rumbo entre horrorosos estruendos y borbotones de humo. ,
En el segundo se distingue el choque del 1° de caballería de línea con un regimiento paraguayo uno de los episodios mas gloriosos para los argen- tinos; es el primer tanteo de las dos bravas caballe- rías. Esta tela es de mas mérito; hay multitud de caballos en diferentes posiciones que se animan gradualmente y galopan en un paisaje paraguayo, donde no faltan esbeltas palmeras y sombríos esteros.
Colorido, composición y perspectiva, todo es bastante bueno en él; solo en algunas partes falla el dibujo, pero mirado el cuadro á distancia, no se nota tanto ese defecto.
Yatay y Uruguayana^ esas dos grandes victorias estratégicas del generalísimo de la triple alianza, están ejecutados con verdad y solo se nota el defec- to de perspectiva y dibujo, como también algún amontonamiento en las tropas.
En este campo de batalla los claros son menos espaciosos que los que marca la ordenanza y por consecuencia mucho menos que los que se observan en el campo de batalla; los espacios en los cuerpos han debido calcularse por la estatura de las figuras,
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48 LA CARTERA DE UN SOLDADO
dando siempre mayor claridad que la que la real- mente deben tener. ■ i '/ "-"-'^^hj'
De este mismo defecto adolece la batalla del 24 de Mayo, y una misa al aire libre, sin embargo, que aquí se me puede decir que no hay regla fijaporque alguna vez se estrecha, según convengan, el espa- cio circulante con el propósito de reducir las dis- tancias; pero reputo de mayor efecto mas separa- ción en las masas. -k- \
Las tropas que se agrupan demasiado, producen mal punto de vista por su misma regularidad geo- métrica.
Los defectos de la composición y el colorido son pasables, cuando en el cuadro resalta la perspec- tiva y el dibujo que son la base esencial de una buena tela. Esto no se adquiere sino después de un constante trabajo.
Hay otros cuadros como el número XIII, que re- presenta un campamento paraguayo incendiado; el XVI, un campamento en el ¡Empedrado; XIX, y XXII, Itapirú; el XXIII, canipo en el Paso de la Patria que incuestionablemente tienen su mérito artístico, sobresaliendo en todos el vigoroso colo- rido del paisaje del teatro déla guerra.
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LOS CUADROS DE UN INVALIDO
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Al felicitar á nuestro antiguo compañepo de armas, le rogamos que continúe su tarea, buscando al mismo tiempo en el constante estudio ur nuevo impulso al arte que profesa, y le garantimos que si doblega sus facultades artísticas á estudiar el dibujo y la perspectiva, será con el tiempo, nuestro pintor de batallas, que unirá á la verdad histórica y la exactitud técnica, las cualidades que animan las -masas, imprimiéndolas el movimiento de la vida.
Cuando á la sangre prodigada por un deber sagrado, se agregan los servicios patrióticos de la inteligencia, la posteridad_, aunque modestamente, no podrá menos que señalar un puesto en su tea- tro sin límites, al inválido artista. ^^''
Buenos Aires 1886.
(I) Este artículo publicado en otro tiempo, lo presentamos hoy ■completamente trasformado
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EL CORONEL
MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ
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Coronel
Martínez de Hoz
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I.
Velar se Hebe la vida de tal suerte Que viva quede en la muerte.
^^. ONTiNUAMOs la gralería fúnebre de los que que- daron en la guerra del Paraguay.
Hoy le toca el turno á un héroe de la guardia nacional.
Miguel Martínez de Hoz, era alto, esbelto, de arrogante continente militar; largo cabello y negra barba daba realce á su fisonomía pálida, correcta y vigorasa, impregnada alguna vez de tristeza que es- parcía una profunda melancolía en ese semblante de músculos de acero: dos grandes ojos negros lo iluminaban con una mirada, que aunque altiva, hacía sospechar una alma sin doblez y revelaba al mismo tiempo su temple de fierro.
Afable, excelente amigo; admirador constante de las bellas acciones; tenaz y honrado en sus procede- res; de pasiones vehementes; y violento en ciertas
54 LA CARTERA DE UN SOLDADO
circunstancias, el rencor era una mancha oscura en esa alma de plata: en cambio le adornaba con sim- páticos tintes un culto caballeresco por las damas; nada le mortificaba mas que la maledicencia que hería la reputación de una señora.
Bravo por temperamento, se arrojaba á los peligros con entusiasmo y jamás se jactó de una hazaña. Su generosidad y bellas condiciones de carácter eran proverbiales: nadie golpeó su puerta en vano: la desgracia tenía allí un amparo desinte- resado, guardado con latente empeño en el corazón de un león.
Nunca fué un militar consumado, le faltaba los conocimientos superiores, no por carencia de apti- tudes, sino por la ausencia de la experiencia que en- carna la larga práctica de la guerra; de ésta no conocía sino el combate: un lidiador de oficio: nacido para la lucha, había endurecido su cuerpo en la vida azarosa del gaucho; y en la política se manifestaba siempre un caudillo prestigioso que atraía á las ma- sas, siendo en la campaña donde sentara su real, amado y temido al mismo tiempo.
Soberbio ginete, sobre su corcel chileno, negro como la noche, parecía un caballero de la edad heroica en medio de las armaduras.
EL CORONEL MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ
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Su noble corazón rindió culto al amor con férreo vasallaje: en esto mismo demostró un carácter, sacudiendo en la hora del deber el yugo violento; sus amargos secretos no se vislumbraron nunca en su vida de soldado, y cualquiera hubiera dicho que el profundo respeto que á toda hora manifestaba por la mujer, era una vanidad pueril.
Imponía aquel hombre, que tenía algo de mas atrayente que los demás: la guerra para él era un placer; y sin temor de equivocarnos diremos que en la carrera que había emprendido, en oportunidad, pudo haber alcanzado la reputación de un Lavalle.
Cautivaba con su exquisita urbanidad: sus viajes al viejo mundo le dieron ilustración y esperiencia; el trabajo, perseverancia: el contacto de los hom- bres, desconfianza; y así tomó la vida tal cual es, sin que una vana ilusión lo avasallara.
Prestaba á sus grandes momentos toda la solem- nidad necesaria; se transformaba ese duro carácter, y con impulso misterioso daba nervio á los que le rodeaban, y como consecuencia de la lógica fatal de su vida tuvo la muerte del héroe: la prefirió á entregar las armas.
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.- il-piv^, T-^.-*. ..• 7.-- ^.T-r^v.rtvv
11.
IGUEL Martínez de Hoz nació en Buenos Aires ^^^el 14 de Marzo de 1832 y pertenecía por su prosapia á una de nuestras mas distinguidas fa- milias.
Hizo sus primeras armas en la batalla de San Gregorio (sobre el Salado) y en este arroyo hubo de ahogarse, á no ser la abnegación de un paisano que lo salvó.
Vino á Buenos Aires después de esa derrota, en momentos que se establecía el cerco de esta ciudad por las tropas del General Urquiza en el año de 1852. Primero sirvió en un escuadrón de caballería de guardias nacionales, mas al poco tiempo, pasó al I ° de infantería de línea en la clase de subteniente.
Desde el primer momento se distinguió entre sus compañeros de armas por su carácter brioso, tenaz, y desinteresado: el mayor Folgueras solía decir: " Este muchacho tiene el corazón de un león."
EL CORONEL MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ 57
Un dia le fué encomendada una exploración; le acompañaban algunos tiradores de su compañía: el General Hornos iba á su lado: de pronto se detiene todo nervioso y señalando hacia un cerco que in- terceptaba el camino, esclama:
General: allí detrás hay infantería enemiga.
Este le replica con malicia: " Si no tiene miedo cargúela."
Yo no tengo miedo . . . ! gritó el subteniente fuera desí; yarremetió al cerco al frente de sus soldados: el enemigo hizo algunos disparos y huyó.
En la salida del 1 1 de Julio.de 1853^ nuestro protagonista mandaba una guerrilla de soldados de su compañía. Comprometida la lucha seriamente, acudió en protección del segundo jefe del 1° de línea, el mayor Folgueras, que se encontraba acosado por fuerzas superiores. Un momento después caía muerto ese bravo oficial, y por dis- putarse su cadáver se empeñaba un rudo combate.
La pelea fué violenta por ambas partes: desde el primer momento, Martínez fué herido y así, continuó hasta que fué rechazado el enemigo, y rescatado el cadáver del infortunado Folgueras.
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
Por este hecho y otros fué ascendido á capitán, y la briliante reputación del joven oficial quedó sólidamente sentada.
Concluido el sitio pidió su baja para atender á sus intereses abandonados hacía tiempo.
Cuando la invasión, que concluyó con la batalla del Tala, Martinez marchó á campaña; pero llegó poco después de esta acción.
Le vemos enseguida en el año 59 de comandante militar de la Lobería. La fuerza de este partido se sublevó al tener conocimiento de la jornada de Cepeda. En este hecho es donde demostró el mas grande coraje y serenidad de espíritu. Un gaucho con el intento de asesinarlo le disparó un trabucazo sobre la cara rompiéndole dos dientes; y el regimien- to se dispersó; pero Martinez, apesar de su herida pudo reunir algunos milicianos y perseguir á los sublevados: tomó á los principales cabecillas y ejecutó en ellos un ejemplar castigo.
Mas tarde le encontramos durante la campaña de Pavón como jefe de frontera, en cuyo carácter tuvo algunos encuentros con los indios.
IIL
L iniciarse la campaña del Paragfuay fué de los «primeros que rodearon al General Mitre, de quien era amigo, y marchó con él al campamento de Concordia donde entonces se organizaba el ejército aliado. En esta época ascendió á coronel de milicias.
Asistió á las operaciones que tuvieron lugar hasta el arribo del ejército al Paso de la Patria. Enseguida le vemos mandando en el combate del 31 de Enero de 1866 á la 3^ Brigada de la 2^ Di- visión Buenos Aires, organizada con los batallones 2° y 3° de Guardia Nacional de campaña.
En este combate, en que solo se ostenta con magnificencia la bravura del soldado y la mala dirección de la operación; la comportacion de Martínez fué brillante bajo el punto de vista del valor y de la abnegación.
3
Una imprudencia malogró desde el principio el brillante éxito de la jornada; y dio lugar á que el
-" J.
58 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Por este hecho y otros fué ascendido á capitán, y la briliante reputación del joven oficial quedó sólidamente sentada.
Concluido el sitio pidió su baja para atender á sus intereses abandonados hacía tiempo.
Cuando la invasión, que concluyó con la batalla del Tala, Martinez marchó á campaña; pero llegó poco después de esta acción.
Le vemos enseguida en el año 59 de comandante militar de la Lobería. La fuerza de este partido se sublevó al tener conocimiento de la jornada de Cepeda. En este hecho es donde demostró el mas grande coraje y serenidad de espíritu. Un gaucho con el intento de asesinarlo le disparó un trabucazo sobre la cara rompiéndole dos dientes; y el regimien- to se dispersó; pero Martinez, apesar de su herida pudo reunir algunos milicianos y perseguir á los sublevados: tomó á los principales cabecillas y ejecutó en ellos un ejemplar castigo.
Mas tarde le encontramos durante la campaña de Pavón como jefe de frontera, en cuyo carácter tuvo algunos encuentros con los indios.
«^
III.
L iniciarse la campaña del Paraguay fué de los ^,,_^ primeros que rodearon al General Mitre, de quien era amigo, y marchó con él al campamento de Concordia donde entonces se organizaba el ejército aliado. En esta época ascendió á coronel de milicias.
Asistió á las operaciones que tuvieron lugar hasta el arribo del ejército al Paso de la Patria. Enseguida le vemos mandando en el combate del 31 de Enero de 1866 á la 3^ Brigada de la 2^ Di- visión Buenos Aires, organizada con los batallones 2° y 3° de Guardia Nacional de campaña.
En este combate, en que solo se ostenta con magnificencia la bravura del soldado y la mala dirección de la operación; la comportacion de Martínez fué brillante bajo el punto de vista del valor y de la abnegación. .
Una imprudencia malogró desde el principio el brillante éxito de la jornada; y dio lugar á que el
60 LA CARTERA DE UN SOLDADO
enemigo burlara la trampa que se le extendía, y se retirase rápidamente en orden esquivando el ataque de los argentinos; causándoles al mismo tiempo sentidas bajas.
En este ataque los bravos guardias nacionales se encontraron con mil dificultades que salvar; la mas sensible fué el profundo arroyo Pehuajó que tuvieron que pasar bajo el fuego enemigo. Allí Martínez, combatiendo al frente de su brigada recibió el primer balazo en un hombro^ y continuó alentando á sus soldados, ostentando gala de su gallarda presencia de ánimo.
Pasado el arroyo Pehuajó, y organizados los preparativos del asalto final, recibió orden de de- salojar á la bayoneta á una fuerza paraguaya parapetada detras de un corral, clavado próximo á la costa del rio Paraná. Vivando á la Patria y chorreando sangre de su herida, se puso á la cabeza de sus valientes gauchos con aquel do- naire que le distinguía siempre en el campo de batalla.
Los paraguayos no pudieron resistir y fueron arrollados hasta la costa del rio. Un grupo que allí estaba levantó las culatas de los fusiles en señal de rendición, con el propósito de evitar el fuego, de los argentinos. Martínez dominado por
EL CORONEL MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ 61
la compasión hace cesar la mosquetería, y en recompensa de tan bella acción recibe una des- carga del falaz enemigo: una bala le perfora el pecho; cae mortalmante herido sobre su caballo; . este segundo golpe lo postra físicamente, pero su entereza inquebrantable se manifiesta con mas vigor; el dolor de la herida mortal no le avasalla^ quiere quedar allí en ese estado lamentable; pero sus compañeros de armas lo salvan.
A consecuencia de esta herida que presentaba los mas siniestros síntomas, fué remitido á Corrientes el brioso coronel, donde soportó impaciente y fastidiado una penosa curación. Su robustez y su energía lo salvaron.
Fué esta la causa que le impidió asistir á los com- bates y operaciones que tuvieron lugar antes del 20 de Mayo de 1866. '
No bien restablecido aun de sus heridas se incorporó de nuevo al ejército y fué actor en la marcha ofensiva sobre Tuyutí^ ejecutada en la fecha arriba citada.
A continuación le vemos tomar parte con distin- ción marcada en la batalla de 24 de Mayo del mismo ^ año, y aquí también su espíritu humanitario hubo de costarle bien caro. Entre un palmar distinguió
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un soldado enemigo que se retiraba con sus armas, corrió á él neg-ligentemente con el ánimo de to- marlo: el paraguayo se detuvo sin demostrar inten- ciones hostiles; dejó tranquilamente aproximar al descuidado coronel, y cuando lo tuvo próximo, le apuntó con la carabina; Martinez lo acometió vio- lentamente con el caballo desviando el arma, des- cargándole al mismo tiempo un rudo golpe de plano con el sable toledano que usaba: éste saltó en dos pedazos. Entonces el paraguayo viéndole desarmado, desenvainó el sable y le arremetió vio- lento; en momentos que pugnaba por sacar su re- vólver.
Esta escena, desde el principio había sido vista por el mayor Levalle, ^^^ de manera que cuando el paraguayo se lanzaba sobre Martinez, arribaba aquel oportunamente con un sargento y un soldado y daban muerte al audaz adversario.
Ante esta acción que cualquiera otro la hubiera agradecido, se presentó colérico el coronel Martí- nez, y con acento duro increpó á Levalle así:
" Le ruego que no me ande con lástimas porque le voy á perder el cariño que le profeso."
(I) Hoy gfeneral de división y gefe de E. M. G., una de las figuras mas espectables del ejército argentino, de él tomamos este dato.
EL CORONEL MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ 63
He ahí al hombre retratado: confía todo al es- fuerzo de su brazo, no necesita auxilio de nadie; prefiere sucumbir antes de compartir la hazaña: se basta él solo. Este noble tipo no había nacido para estos tiempos.
Indomable el sufrimiento que lo acosaba, le obli- gó otra vez á abandonar el campamento y es por esta causa que no le vemos figurar en el combate del 16 de JuHo de 1866, donde tomó parte su bri- gada, ni mas tarde por esta misma causa en el asalto de Curupaytí.
Apenas reponiéndonos de tan rudo contraste, que una rebeHon interior nos presenta ante nuestros aliados como un pueblo sin patriotismo, levantando una bandera impudente. El 9 de Noviembre de 1866 estalla una revolución en Mendoza que asume grandes proporciones. Para sofocarla se hace ne- cesario distraer fuerzas del Paraguay, y entre éstas, marcha la brigada de Martínez. En el viaje revienta una caldera del vapor "Marqués de Caxías," donde venia embarcado el 2" de la 3^ brigada y ocasiona treinta y tantos heridos y muertos, Martínez que idolatraba á sus soldados nunca pudo conformarse con esta pérdida.
Hizo la campaña hasta Mendoza y no asistió á la jornada de San Ignacio por haberse anticipado el General Arredondo á dar esta batalla.
64 LA CARTERA DE UN SOL[)ADO
En esta campaña tuvo el mando superior de una división; y la memoria de su comportacion caballe- resca y humana quedó como un recuerdo grato en los pueblos donde sentó su real.
Aplastada la rebelión por las tropas nacionales, volvieron éstas en seguida al campo de Tuyutí.
Mientras tanto, aquí había sucedido una larga inacción que concluyó con el movimiento envolven- te sobre la izquierda de la línea paraguaya.
IV.
«STRECHADO el ccrco de Humaytá por el aban- ^j^ — dono que hizo el enemigo de sus dos primeras lineas, fué necesario cerrar el bloqueo ocupando un punto en el Chaco frente á este campo atrinche- rado, que era la única línea de retirada de la guarnición sitiada.
Con este objeto se embarcó en Curupaytí, el 30 -de Abril de 1868, á las 9 de la noche, un cuerpo de tropas argentinas á las órdenes del General Rivas, llevando por jefe del estado Mayor al Coro- nel Martinez que ya había recibido sus despachos •de coronel de la Nación, y el nombramiento de jefe •del batallón S'' de línea.
La columna del General Rivas desembarcó en el Chaco algo mas al norte del Riacho de oro, el P de Mayo á las cuatro de la mañana; y en combi- nación con las fuerzas brasileras que habían ejecu- tado igual operación el mismo día en un punto intermedio entre el Timbó y Humaitá; estableció
66 LA CARTERA DE UN SOLDADO
SU comunicación, formando mas tarde un campa- mento aliado en un paraje denominado Anday.
Mientras que esto sucedía, el enemigo para sostener la retirada de la guarnición de Humaytá construia un gran reducto en el Timbó y otros sobre el arroyo Guaycurú; cuya custodia estaba á las órdenes del General Caballero, y mas al sud de esta posición t;n la orilla del rio Paraguay, donde habían desembarcado los brasileros, enviaba una fuerza con el intento de utilizar las fortificaciones que nuestros aliados levantaron provisoriamente en el momento del desembarque, y queabandonaron en seguida al ejecutar su junción conlos argentinos.
Desde el primer momento el general Rivas com- prendió la importancia de una batería enemiga en ese lugar, que combinando sus fuegos con los de Humaytá nos causaría horrible daño. Entonces fué que ordenó al coronel Mardnez que el 8 de Mayo, después de la descubierta atacase y destru- yese las obras que con insolencia inaudita cons- truia allí el adversario. '
Al efecto, marchó con los batallones i" de línea argentino, 7'' brasilero, y dos compañías del 14 del mismo ejército.
Mientras que esta fuerza avanzaba abriendo una picada por la costa del rio, el 1 6 brasilero se esta-
EL CORONEL M'GUEL MARTÍNEZ DE HOZ 67
bleció de observación sobre la izquierda en un punto intermedio entre la fortificación y el campa- mento de Anday. A las ocho de la mañana caía por sorpresa aquella fuerza sobre el adversario, y avanzándolo á la bayoneta le infligía una com- pleta derrota, y conquistaba sin gran esfuerzo la posición con algún armamento, instrumentos de zapa, y prisioneros.
Estando nuestras tropas ocupadas en la demoli- ción de los parapetos, arremetieron los paraguayos, á su vez: rechazados; volvieron con mas tenacidad sin conseguir su objeto, abandonando en su retira- da armas, muertos, y heridos.
Brillante fué la comportacion de Martínez en este combate, donde demostró serenidad en el man- do y apropiadas disposiciones en la ejecución déla operación, siendo al mismo tiempo secundado gallardamente por las fuerzas brasileras que tuvie- ron la mayor faena.
Algún tiempo después, algo mas al norte de este paraje, frente á la isla de Guaycurú, el General Caballero hizo construir un reducto arti- llado por dos piezas de calibre que denominó Reducto Cora.
El 18 de Julio de 1868 ordenó el General Rivas al coronel Martínez, que ejecutase un reconocí-
68 LA CARTERA DE UN SOLDADO
miento sobre ese lugar, debiendo ocupar el grueso de su fuerza un punto sobre la costa, paralelo á uno de los puentes que están situados á la izquierda sobre el riacho ó estero de Acaguazú, y solo avanzar la guerrilla algún espacio mas en el reconocimiento que se dirigía hacia el Reducto.
Martinez llevaba el batallón Rioja y el 3" y 8' brasilero y una guerrilla de 40 hombres compuesta de soldados de varios cuerpos. Esta fuerza iba organizada en dos columnas paralelas: los argen- tinos por el camino de la costa del rio, y los bra- sileros por la izquierda en lo interior del monte. Los argentinos llegaron á la altura del puente y arrollaron al enemigo que allí se encontraba, cau- sándole una dispersión total, y enardecidos por esta fácil victoria que no era otra cosa sino una trampa disimulada, continuaron la persecución. Mientras tanto Martinez y Campos^ al ruido de las detonaciones avanzaron hasta la guerrilla, que era la que habia tomado parte en esa escaramuza. El Rioja quedó á inmediaciones del puente sin jefe; los batallones brasileros muv á retagfuardia sobre el flanco izquierdo; el todo sin dirección. '
En este avance desordenado por un estrecho camino llegaron á cierta distancia del reducto, sin preocuparse de guardar la encrucijada del camino
EL CORONEL MIGUEL MARTÍNEZ DE HOZ 69
que seofLiian, que quedaba á retaguardia. Parece que Martínez descubrió á su frente numerosas fuer- zas, y envió hacia el General Rivas á su ayudante F'ábrega, montado en su propio caballo, haciéndole ver su situación y pidiéndole refuerzos, ordenando á Campos al mismo tiempo, que hiciese avanzarla com- pañía de granaderos del Rioja: Ya era tarde. Repentinamente cuando menos lo esperaba, fué arremetida la guerrilla por la retaguardia, flancos y el trente. Ante este ataque no previsto, el pánico cundió en las filas con tal ímpetu que nuestras tropas fueron convulsionadas completamente, y el infortuna- do coronel cortado en un grupo. Campos vino hacia su cuerpo, tomó la bandera, y la arrojó al agua, regresando en seguida á encontrar al enemigo.
Martínez entretanto, desmontado y herido trató de vender cara su vida. El General Caballero empleó todos los esfuerzos imagmables para que se rindiera: deseaba tomarlo vivo porque aquella alma heroica había despertado en él una secreta simpatía: la misteriosa atracción de los bravos. Todo fué en vano; vencer ó la muerte era la divisa del Bayardo Argentino: cayó al fin exánime á los multiplicados golpes, ese carácter: '^^ no podía mo-
(I) Relación del General Caballero. Declaración de dos soldados prisioneres argentinos, rescatados por el Comandante Coronado en bicuí el año 1869.
70 LA CARTERA DK UN SOLDADO
rir de otra manera ese hombre sin miedo, que hacía gala del mayor desprecio por la vida ¡El ! á quien todo le sonreia, fortuna, brillante posición social, carrera distinguida y un cariño entrañable y puro .... ¡Ah! mas aquella abnegación grandiosa, aquel patriotismo rudo y ardiente domeñó su espí- ritu, y lo impulsó violento al sangriento desenlace.
Gaspar Campos fué aherrojado cuando voUia á compartir la suerte de Martínez: sus tormentos los hemos narrado en otro lugar: sucumbió sin humi- llarse para honor de sus compañeros de armas '^' El uno tuvo el valor del león para caer en esplen- dente escena: el otro la resignación del mártir, para vivir en la horrible tortura sin desmayan Eran dos grandes amigos: dos corazones intrépidos y abneg-ados; ellos solos saharon la honra de la der- rota en esa sombría jornada, y es por eso que su noble sacrificio será inolvidable, eterno, en los bri- llantes fastos de nuestra historia.
(I) Por orden de López fué varias vrces puesto en cepo colombia- no, por negarse á declarar cosas que afectábanla dignidad del ejército.
EL FOSOM
(Escena de la vida de campamento)
a«
I.
Las penitas que se cantan Son Ins pesares mas grandes Porque se cantan llorando Y las lág^rimas no salen.
Fx mismo modo que el metal en fusión al en- friarse toma las formas del caprichoso molde, muchas veces el sentimiento adaptándose á las circunstancias, se espande ó se agita violento á im- pulsos de un soplo estraño. La época en que se vive es el reflejo de las diversas situaciones; su influencia magnética domina al fin, toma variadas formas, según las vicisitudes que nos sorprende en la azarosa existencia; entonces tal vez rodeado por la melancolía del campo de batalla, se identifica con aquel silencio de cementerio que deja oir bien dis- tintamente el golpear repetido de un corazón conmovido. ¡Triste reloj de los presentimientos! que espuesto á los vaivenes de la vida, vá marcando lentamente las malas horas, como la víctima espiato- ria que cuenta minuto por minuto el tiempo que le falta para el sacrificio.
74
LA CARTERA DE UN SOLDADO
A pesar de la alegría atolondrada y bullanguera del soldado, que se trasluce esteriormente en ciertos momentos, late suspirando en su rudo pecho la nostalgia íntima del hogar; esa enfermedad tan triste del alma que paraliza una á una las fibras mas robustas: Recóndita á toda mirada profana, á impulso del sufrimiento, cuando en lejanas rierras vive entre la miseria y la esclavitud^ se identifica, con su situación, la que apenas alguna \ez se vis- lumbra entre el bullicio del vivac, y el aturdimiento que pugna por extinguir aquel pesar tranquilo, irradiando en su espíritu como una visión vaporosa^ los santos recuerdos de la patria.
De la patria se aman hasta las torturas del al- ma Ah! si, se bendicen muchas veces los
amarofos desencantos.
El esfuerzo supremo del carácter militar que apa- o"a los destellos de ese sentimiento continuo; de ese sentimiento producido por las penurias de una vida miserable y la cadena de la obediencia pasiva, dá al soldado esa dureza insensible que hace mirar como un rasgo de debilidad la conmiseración, la piedad, las lágrimas que se derraman, aun, por una muerte heroica. Es necesario estar firme, tieso, inexorable, como petrificado ante las supremas angustias. Ha caído un camarada: que otro lo reemplace; nada más: lacónica y amarga es la oración fúnebre: es lo bastan-
EL FOGÓN 75
te; no hay que perder tiempo en lamentaciones inútiles.
En aquella frase breve, dura, helada, y con- cisa, está la virtud ignorada; tras de esa afecta- ción repugnante, el corazón sangra: la sensibilidad esquisita que vé en la desgracia agena, su propia desventura, se desarrolla sorda^ íntima, oculta á la mirada, cual si temiera á luz del dia robar al valor, y á la entereza un destello de su aureola. Sinembar- go aquella barbarie impacible es una máscara; el soldado tiene el corazón de un niño, sensible, compasivo, generoso y abnegado, todo lo sacrifica á todo, todo lo sufre: héroe ignorado casi siempre, cuando mas aspira, busca el reconocimiento de sus conciudadanos, ó el aplauso de la fama; sabiendo de antemano, que la negra ingratitud será el único ga- lardón de sus proezas; única recompensa para una vida de felicidad sacrificada en el" infortunio á la patria, quenohabrá reconocimiento por mas grande que sea, que pueda devolver sanos y vigorosos sus miembros mutilados, esos miembros carcomidos que le dan un aspecto que rechaza, que hacen que se arrastre como un leproso infectando con el hedor de las viejas heridas abiertas; inspirando horror y asco los destrozos de su cuerpo que alejan la com- pasión por la repugnancia que inspiran: él; aquel bizarro soldado en la batalla; aquel joven hermoso
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
de esbeltas y robustas formas á quien sonreía un porvenir dichoso en su tranquilo hogar.
Tiene razón Alfredo de Vigny cuando dice:
" No conozco nada mas grande que el corazón del soldado. "
II.
^^ ENERAi. MENTE despues de la retreta, los sol- M^'dados rodean los foQrones, especie de club
T
donde rinden homenaje á las necesidades de su mísera existencia. Aquel grupo de negras sombras de cuvo centro, como un fueg-o fatuo irradia un resplandor raquítico, es el remedo sarcástico de la confortable chimerea, en cuyo abrigo no se piensa en el penar supremo.
Entretenidos en una conversación animada y si- lenciosa, pasan allí el tiempo de respiro que les deja la ley militar: fuman muy conformes su mal cigarro: cuando la fortuna les sonríe, empinan la limeta^ haciendo gorgoritos en sus gargantas de salamandra: -^ jarro de lata inscrustado de oscu- ras abolladuras con su torcida bombilla del mis- mo metal, repleto de una yerba antagónica al paladar, vá y viene sin cesar, incansable, sempiterno; especie de tonel de Danao que no es un tormento mitológico, sino una necesidad rural.
*
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
Aquel mate que se absorbe inconsciente embe- bido uno en los espirales de la llama macilenta del fog-on, es algo misterioso, que como el humo del cigarro hace filosofía interna.
&"
El mate corre de mano en mano: la conversación continúa^ ya sostenida por un pueblero, especie de rapsoda de mamarrachos, que con una locuacidad de charlatán sempiterno, narra un cuento de un rey que tenia siete hijas y de un encantador fantástico que transformó á un gigante en potrillo, ó por uno de esos paisanos carne de metralla, que refiere en hablar mesurado y altivo sus antiguas aventuras, que surgen pavorosas del desierto y de la sombra.
En ese caso es un poema heroico; pero sin brillo que de cuando en cuando hace oir el rugido del tigre en el pajonal.
Aquellos rasgos de valor estupendo en que se juega la vida con el mas pródigo desprecio, son narrados en ese estilo monótono y perspicaz, que es peculiar al hombre de nuestros campos: esa serenidad admira; porque es sincera, é interesa el es- tilo original de la narración, salpicado con hipérbo-. les de la vida práctica de los campos.
Lo que ellos llaman una desgracia, por lo general, estienden su velo sombrío sobre ese percance: el
EL FOGÓN 79
homicidio legal ha sido ejecutado con mano maes- tra, no á vil traición: en un duelo de bravios no matan los cobardes: enseguida, en el primer momen- to la partida fué burlada, y si el parejero se aplastó al fin el pobrecito, el brazo hercúleo dirigido por un corazón esforzado dio cuenta de ella. En ese dra- ma alguna vez, suele figurar una mujer, prota- ofonista de absoluta necesidad, con sus encantos, con sus tristezas, con su abnegación tenaz; abarca, absorbe, ilumina aquella aventura númida: si fué desleal, hay un charco de sangre de por medio, si consecuente personifica una feHcidad lejana, un recuerdo santo persistente que se vislumbra átoda hora entre el humo del cañón.
Mientras que el narrador habla, todos escuchan con atención marcada. El sonido de la ofuitarra que se afina, viene á interrumpir de cuando en cuando ese silencio de secretos que se recuerdan, ese silencio panorámico del alma, que dá vida y color á las imácrenes distantes.
El instrumento del bardo argfentino ha tañido en melancóhco tono; á su presión eléctrica cuando es. agitado por los cantos de la pampa, se sienten conmovidos estos oruerreros. Esos hombres de fierro que han desafiado la muerte en los comba- tes ó en sus peligrosas aventuras, se estremecen como la espadaña de la cañada al sentir el soplo
80
LA CARTERA DE UN SOLDADO
de la patria: tienen razón; aquellos ecos naciona- les son mas tristes que el bronce de los muertos: lejos del hogar, es el ay! íntimo de una amargura que largo tiempo comprimida, se desborda voraz, y como el torrente, rompe la valla qne la oprime y todo lo inunda: si, lo inunda con la pena.
III.
EAMOS mas de cerca, el hogar del soldado.
Algunos trozos de leña sudando resina, chisporrotean sobre una capa espesa de ceniza, arrojando una llama pálida que oscilante lame á intervalos una pava ennegrecida por el largo tiem- po de servicio; está resongando sola, suspendida en el cubo de una vieja bayoneta paraguaya, torcida, probablemente por un balazo.
Algunos soldados rodean el fogón en actitud de momias peruanas, inclinados hacia adelante, fija la mirada entristecida y soñolienta en la inquie- ta llama que refleja un rojo vacilante en esos rostros viriles, de un vigor tan pronunciado, que hacen sospechar á Marte enardecido.
La tertulia está completa; diversos tipos abrillan- tan aquella hermosa escena; uno medio vejancón, de mirada encapotada, nariz aguileña sableada de arriba á abajo, bigote punzante, especie de lobo de tierra, está sentado sobre un tronco de palma, y
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perezosamente arma un cigarro con la distracción de un hombre que piensa en otra cosa; á otro algo grueso, de tipo bonachón con aires estrafala- rios de estanciero rico, le sirve de lujoso asiento una cabeza de vaca, é inclinado hacia el suelo, ma- quinalmente dibuja con el dedo grasiento la marca de los animaHtos que tuvo. ¡Pobre! Se le murieron en la epidemia de la ausencia: otro revestido de fuertes nervios con una mirada serena y penetrante, calmoso y grave en el hablar, está acomodado so- bre un proyectil enemigo, y con el énfasis de un lenguaraz indio, narra un razgo de su vida, un episodio de puñaladas, y al hacer la pintura del lance, se echa el kepí á la nuca; quiebra el cuerpo, se encoje cargando el abdomen sobre la pierna, derecha, se hace culebra, revuelve la mano hacia abajo^ amaga con astucia, lanzando la mirada al punto donde no vá á herir, y derrepente estiende rápido y feroz el brazo hercúleo contraído por el esfuerzo, dirigido con ese impulso muscular que atraviesa las entrañas, y ejecuta el movimiento ho- micida con la destreza del hombre acostumbrado á esos lances.
A medida que habla se anima, y en esa elocuencia sin arte y sencilla, se siente el cora- je, se siente la herida, la sangre que chorrea de ese duelo sin piedad, y por fin la muerte de los bravos, con el brazo airado hasta el último suspiro.
EL FOGÓN 83
En esos duelos argentinos nadie retrocede; pié á pié se sacuden de lo lindo.
Esa esgrima sin saltos, sin piruetas, sin actas, sin fanfarronada, sin el chantage de la cobardía, es positiva, es mortal, salvaje y heroica al mismo tiempo: es la lucha de dos leones embravecidos que se despedazan con furor, para morir sin sentir la vida, sin degradar la magestad del valor que Dios lo puso en el corazón del hombre como una pira que alimenta las mas grandes acciones.
El que ceba el mate tiene cara de recluta; por- que las situaciones militares dan aspectos altivos ó humildes, según la gerarquía, según el hombre; jo- ven macizo, de cara candida, mofletuda, y sin lavar, salpicada de ceniza por las sopladas del fuego: des- tacando de relieve en su rojiza tez dos grandes ojos negros , medios cubiertos de sueño, el bozo apenas naciente está ribeteado de sudor, la nariz encorvada hacia arriba le dá un aspecto in- fantil de muchacho grande inocente^, está en cuclillas; los calzoncillos se traslucen por el pantalón agurea- do en las rodillas, que aprisiona con crueldad unas piernas de atleta; su camisa entreabierta deja ver un escapulario ennegrecido con el frote de su pe- cho ciclópeo: amuleto sagrado que su anciana ma- dre puso en su cuello al abrazarlo llorando en la triste despedida. Atento, con una mirada de pensa-
84 LA CARTERA DE UN SOLDADO
mientos lejanos espía el murmullo de la pava, con el mate en una mano y una galleta ataraceada en la otra.
El guitarrero es un moceton taimado, de kepí ■sobre 'os ojos_, aro en la oreja y barbijo cribado en ia nuca; orgulloso con su ciencia deja vagar un tinte de vanidad sobre su enérgica faz; su bello con- tinente hace sospechar que allá en su pago fuera trampa de mujeres: en su vestir se trasluce cierta coquetería que aun en los campamentos se en- cuentra: su chaquetilla entreabierta deja ver una vieja camisa bordada, donde campea un corazón traspasado por una flecha, una ancla y un cupido sin nariz: no todas las bordadoras saben dibujar: la fina voluntad vale el obsequio. Está cruzado de piernas sobre un poncho pampa: tiene la guitarra en actitud de espera, las clavijas se confunden en una cabellera de cintas de todos colores; descolori- das como los desencantos: son recuerdos de amor:... ( A que recordar, .... esa prenda que era hembra entre las hembras: su faz rolliza sonrosada por la luz amortiguada de un sol naci ente de una mañanita de estío, tomaba el aspecto de ligero enojo: arre- mangada la pollera desataba renegando los terne- ros del palenque del tambo. A qué recordar, aquellas entrevistas hipócritas que en la tarde desfalleciente, tenían lugar por el fondo del potrero de la quinta, cuando ella iba á recojer los choclos
EL FOGÓN 85
para el puchero de la cena y después la pobre- cita que bien hacía su papel de santa. ¡Quien la viera! volver á las casas con el aire de inocente que le había prestado el diablo. Pensar en ella dá g-anas de desertar ) solo que le pidan canta; él no canta sin pedido; no es barratillo de nadie y su fama no la ha conquistado en Periíigwidines.
El cebador de mate atiza de cuando en cuando el fuego, y lo alimenta con charamusca que tiene á la mano, continuando impasible en la tarea que vo- luntariamente se ha impuesto, de alargar, pasar, y recibir el mate, cuiclando al mismo tiempo que no se haga agua. Entretanto el guitarrero parece que medita: su atezada tez vá tomando un tinte de melancolía muy pronunciada, y la chispeante luz de sus ojos brilla en un relámpago escapado de su al- ma: la elucubración de sus recuerdos se agita en su profundo recogimiento. Al verlo en esta actitud interesante, uno de los soldados que hasta ese mo- mento ha pasado desapercibido, porque está echa- do de bruces y solo asoma con sorna, como un sátiro picaresco^ su cerduda cabeza en esa rueda de piernas que circunda la llama bienhechora: tipo indiano muy pronunciado, de pómulos salientes, acribillado de viruela, especie de bañao en tiempo de seca: vividor de buena ley: haragán ya por demás: como hombre de campo, rumbiador de dia: como domador, solo monta redomones galopaos\
86 LA CARTERA DE UN SOLDADO
fandanguero sin descanso de chotis con soltada: ^^^ pegador logrero: astuto, sarcástico y siempre dis- puesto al chupe y al orejeo: aprovechador de los entusiasmos ágenos para abarajarse los cimarro- nes, é imantar los cigarros de los camaradas, este milico, decia, al fin esclama con aire zumbón, sacan- do la daga para escarbarse los dientes:
Cania silguero que auri'ia tío más tocan al duerme
Las cuerdas vibran, y una armonía ingenua se exhala de las entrañas de la guitarra, nueva arpa eólica que la brisa del pesar le arranca un lamento, gemido salvaje^ vibrante de una emoción descono- cida. La actitud del cantor y el tono de su instru- mento se identifican; un ay! prolongado se despren- de de su garganta y se pierde lentamente en el espacio; especie de grito de desesperación suavi- zado por la armonía: en ese canto no hay arte; pero hay angustia, es el eco de la desventura que por la primera vez conmovió las selvas con su clamor, es salvaje y tierno al mismo tiempo; ata las fibras del corazón en las cuerdas de la guitarra, y lo sa- cude sin compasión, y allí preso en la armonía pal- pita á compás; canta un amor desgraciado en su desdicha infinita, el recuerdo punzante de la mujer querida se agiganta en su imaginación de fiaego, y
(I) Baile híbrido del campo, un compuesto de Schottisch y Jota.
EL FOGÓN 87
á medida que pasan ante sus ojos las ilusiones per- didas, su inspiración aumenta y su mímica exterior se perfecciona movida por el calor de su alma. La luz de su mirada altiva ha languidecido, irradia una espresion de pena que vaga en su tostada faz medio
cobriza por la luz del fogón.
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El silencio imponente que absorbe su canto le dá alientos; ni un vago rumor; todo ha enmudecido en su contorno; y cuando vá á cantar la endecha que mas le duele, que encierra con mas sentimien- to su eterno afán, un sonido importuno interrumpe su armónica meditación; la corneta en un alarido prolongado anuncia el silencio: Aquel toque acom- pañado por los aullidos de los perros del campa- mento es mas conmovedor que el silencio lúgubre de los muertos. Apenas concluida la última nota, una voz brusca, ronca, voz de batalla, voz de sar- gento, grita con imperio:
¡Apaguen ese fogón!
Como por encanto se oye un murmullo seco y una nube de humo se eleva del hogar; cráter del sentimiento extinguido por la ley militar.
Ese miserable fogón, apagado con los restos del agua de la pava, hace un momento era un volcan donde errumpian las pasiones mas profundas: don-
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Í88 LA CARTERA DE UN SOLDADO
de se movían con un sacudimiento convulso san- tos recuerdos tan lejanos, y agitarse sentían como un sueño de hadas las delicias del hogar, la vida vagamunda de los campos, sin cadenas, sin señor, libre, sin ley magestuosa.
Todos se levantan en silencio; aquellas sombras se deslizan como fantasmas, en la negra noche de su infortunio. Se sienten esclavos, aguijoneados entonces por el deseo de desertar.
El cantor destempla la guitarra sin decir una pa- labra, sin refunfuñar un arranque, sin prorumpir en una maldición contra quien le quita la libertad de sus pesares, se dirige á su duro lecho siempre taimado, sin derramar una lágrima sobre la tumba de sus recuerdos, talvez á ahogar su muda deses- peración en el alcohol.
Y aun después del canto, aquellos que le han es- cuchado sienten la repercusión del último eco en el abismo de su pecho, entonces es que se creen des- graciados! infelices! han oido cantar la patria. . .
¡Ah, la patria está distante!
ly.
L arte puede interpretar á medias los senti- mientos y las pasiones tempestuosas déla vida^ pero ese quejido que errumpe del corazón bajo el peso de una inmensa aflicción, verdadero acento de una pasión infausta, aunque sea rudo y agreste como el canto de ciertos pájaros en el desierto^ no tiene parangón en nuestra sociedad civilizada; por- que ésta vive libre,, y no arrastra el hierro maldito del gaucho de nuestros campos.
Este es el canto de la pampa, su origen es indí- gena, nació de un pueblo esclavo que lloraba su cadena en una noche de amor; el gitano andaluz le prestó la guitarra y aquella combinación sentimen- tal ha sido trasmitida de generación en generación, hasta el hogar del soldado.
Estos lamentos del desierto son completamente originales, no han sido robados á ninguna comarca de la tierra, son patrimonio del gaucho amante, tierno homenaje que rinde á la mujer querida en su
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
delirio salvaje, á la libertad de su patria, ó á una cruz escondida en el pajonal de la llanura, y solo conocemos su grandeza y su patriotismo cuando en tierra extranjera escuchamos su tono lastimero.
V.
QUEL grupo oscuro é ignorado que absorbe toda mi atención me ha conmovido.
Representa al pueblo heroico, á esos bravos soldados tan bizarros: á ellos que se les debe la grandeza de la nación argentina! Infelices! Lo igno- ran, no saben sino soportar con constancia los punzantes momentos de la vida, y entregar su exis- tencia á la abnegación y al sacrificio: para qué más?
A ellos que nos han dado independencia y un renombre histórico proclamado en la alta cima de los Andes, como para que el mundo lo oiga bien, glorias en guerras estrangeras donde hicieron fla- mear ileso el pabellón confiado á su custodia. A ellos que han demarcado fi-onteras, fundando todos las pueblos argentinos en el sangriento y cruel avance hacia el desierto, que han garantido la paz del progreso sosteniendo un futuro de gran- deza desconocida en Sud América, que han vivido eternamente condenados á una muerte segura, ya
92 LA CARTERA DE UN SOLDADO
en los hielos de la montaña ó en las fiebres de los trópicos; y sinembargo estos hombres que son i todo, nunca han pedido nada ala nación y ésta
nada les ha dado ni aun una columna de piedra
que muestre al mundo su propia gloria. ''^
En sus rostros tostados por el sol de las batallas y miserias hay algo que infunde respeto; en esa mirada altiva y noble se vé brillar el fuego sagrado del valor militar que no cede la derecha á nadie y no reconoce mas cadena que el juramento á la bandera, ni mas poder que el de Dios á quien solo rinden sus armas. ' -
Aun no se ha escrito la historia íntima del solda- do argentino, porque nunca nos hemos elevado á su grandeza. Somos tan pequeños y tan vanos que descuidamos esa página brillante que ha de dar estímulo á las a^eneraciones venideras.
El bullicio del campamento hace olvidar las priva- ciones: el cansancio de la marcha convida al sueño; elentusiasmo de la batallaborrala sangre derramada: pero cuando se contempla con pavor que el cólera
(I) Al contrario, alg-unos años después de escrito este articulo, se ha demolido el arco de triunfo del antiguo fuerte, especie de horca caudina por donde pasó cabizbajo y abatido el bravo general inglés de la conquista, y ese regimiento afamado que hasta hoy no tiene bandera: está prisionera entre las glorias argentinas.
EL FOGÓN 93
despedaza un ejército en el corto radio de un terre- no insalubre, al rayo de un sol canicular, sin los auxilios de la ciencia, que se apercibe caer las víctimas como fulminadas por un poder invisible, que no bien se apaga el último gemido de la muer- te que ya dá comienzo al primero de una nueva agonía; cuando se contempla con horror que se entierran los muertos sin descanso, de un dia, dos dias, de semanas, meses, y que los que sobreviven pugnan valientes en esta batalla de la tumba, sin desmayar un solo momento, ostentando las mas grandes virtudes militares, y sangrando al mismo tiempo gota á gota el dolor de sus tristezas; enton- ces yo digo, yo que he visto todo eso, que he soportado aquellos momentos indescriptibles al lado de mis compañeros de armas.
¡ No conozco nada mas grande que el corazón del soldado!
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VI.
^uÁNTAS veces en una de esas noches de invier- 'no del año pasado, después de un día de fati- gosa marcha por entre esteros de deletéreas mias- mas, sentía el chucho del alma y el del cuerpo, y aterido de frío me refugiaba al calor bienhechor del hogar del soldado, cuya llama iluminaba mi cora- zón con la luz del recuerdo; todo allí tenia su len- guaje mudo y la naturaleza animada por la imagi- nación, vivia en una atmósfera triste, y fija la pupila en los volubles espirales de la llama, veia brotai" como una hermosa visión de primavera mis buenos tiempos, ó cual una negra tempestad del alma mi angustia escondida; y por inspiración divina en ese círculo de fuego se revelaba la patria: revivía inopi- nadamente en la fantasía mas bizarra de mí imagi- nación calenturienta; vislumbraba en formas correc- tas su hermoso panorama, el sol, el bosque, la llanura, el río, teniendo por fondo artístico el azul de su bandera; oía el tierno trino de los pajarillos en la vecina arboleda, y mis ojos traspasando la bruma de la distancia devoraban ansiosos el campanario
RL FOGÓN 95-
de la aldea: el ángelus de la tarde, melancólico sus- piro de ios que han muerto, golpeaba las puertas de mi alma entristecida, y dominando este torbellino de recuerdos tan tenaces, como algo mas grande que todo, se elevaba rozando la lumbre del solda- do la sombra querida, consoladora, evocada por mi tedio.
Entonces me sentía maniatado por ese lazo po- deroso que encadena el hombre al suelo de su cuna, se me oprimía con crueldad el corazón, en ese mo- mento empezaba á reflexionar sobre mí abrumante situación, sentíame cansado de una campaña intermi- nable, sin resultados prácticos para mi porvenir; las glorias y los honores otros se los llevaban,, sospecha ba con amargura que no habría recompensas por grandes que fueran los sacrificios, y el olvido y la ingratitud se me presentaban con su repugnante faz: después me encaraba conmigo mismo, y me decía con aire epicúreo, con qué necesidad soportaba tanta penuria, y tanto fastidio; en ese momento el detestable esplín llegaba á su colmo: deseaba aban- donar el ejército: olvidaba insensato que estábamos en una situación difícil^ separados del ejército brasile- ro, esperando de un momento á otro un ataque del enemigo, olvidaba todo, porque los recuerdos len- tamente me desesperaban; y cuando empezaba á horadar esa punta mi cerebro, veía el honor, la dignidad militar ultrajada, que con una cara
'96 LA CARTERA DE UN SOLDADO
adusta, me señalaba los desertores de la guerra del Paraguay, y á las amarguras que me habían
-arrojado á la vida abrumante de soldado, y cuan- to absorto vivia en esas reflexiones, sentia á la distancia el gemido metálico de la guitarra que
.lloraba un triste: entonces recrudecía la realidad de mi aburrida existencia, y compartía con el lamento lejano los ensueños de la tierra querida.
En esa lucha iba y venia el pensamiento, atacaba, flanqueaba, envolvía, y al fin en la contienda miste- riosa del ser y no ser los sentidos perdiendo iban la noción de la vida; todo en revuelta confusión poco .á poco cedía á la fatiga, y mi mirada vaga v soño- lienta, solo distinguía unos negros tizones que des- pedían una llama espirante que reflejando en la dura cara de mi asistente sus tintes caprichosos, le daban una espresion de bandido. Este picaba tabaco, mirando de cuando en cuando un churrasco que como una serpiente se retorcía en la ceniza... y lentamente invadía el sopor del cansancio mi anár- quica meditación: un dulce, casi imperceptible estre- mecimiento recorría mi organismo, el velo del caos gradualmente descendía su nada sobre mí espíritu, haciendo desaparecer á intervalos aquella visión ín- tima que yo solo la sufría, y en seguida, todo, como un rumor que se aleja, iba desvaneciéndose en las tranquilas sombras del sueño; de cuando en cuando .cual una oscilación de un pesar reprimido, abría los
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EL FOGÓN
97
pesados ojos, volvía á cerrarlos, y al fin envuelto en mi poncho, y abrigado por el fuego del fogón me quedaba dormido.
¡Bendito sea el sueño del soldado!
Paso Pocú, 1868.
Í--
EL CORONEL
D0M MMWUEL B0S1TI
(Muerto en Curupaytí el 22 de Setiembre de
A MI DISTINGUIDO AMIGO EL Dr. Don CARLOS ROSETL
-r^ m <^»
CORON EL
Manuel RossETi
^
I.
No existe mayor satisfacción, ni mas grande realce en la dura vida errante del hombre de guerra, que el cumplimiento del deber. La alti- vez del soldado está fundada en una base sólida: el sacrificio: es por eso que se mendigan con tanto afán y descaro los honores militares, que únicamente son patrimonio de gran- des y constantes servicios á la na- ción.
A gloria de la guerra del Paraguay, ha sido adquirida á precio exhorbitante. La Nación Argentina tendrá siempre que resentirse de las pérdidas de aquella prolongada lucha, en que su- cumbió la flor de su ejército, y quedaron extendi- dos en el campo de batalla, cayendo como buenos, nuestros jefes de mas nombradía, que eran, puede decirse, los fundadores del ejército argentino de estos dias.
A este noble grupo pertenecía Manuel Roseti, espíritu caballeresco, que inspiraba la confianza á sus subordinados dando el ejemplo en el peligro,
102 LA CARTERA DE UN SOLDADO
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y atraía la estimación por sus relevantes dotes per- sonales^ formando el todo una brillante figura mi- litar. Robusto, de arrogante porte, activo, culto, in- teligente, abnegado, leal amigo, con un carácter recto y honrado que lo distinguió con brillo, co- ronando estos justos conceptos una ilustración que le colocaba entre los militares mas distinguidos del ejército de aquellos tiempos, fué el gefe del 1° de línea, una escuela práctica para formar buenos ofi- ciales, dejando en nuestra historia militar una pá- gina resaltante.
Es justo, pues, que bosquejemos á grandes ras- gos la foja de servicios de tan distinguido jefe.
Oriundo de una distinguida familia, abrazó la carrera militar por vocación, contra la voluntad de sus padres. La existencia gloriosa del sol- dado tenia para él todas las aspiraciones de su noble carácter. " Todo por la patria '" era su lema de oro; y sosteniendo ese voto sagrado con la austeridad de su vida, supo cumplirlo con la he- roicidad de su muerte.
El comienzo de su carrera militar fué en el sitio de Buenos Aires el año de 1852 en las filas de la Guardia Nacional, ingresando algún tiempo des- pués como subteniente al Batallón I*^ de línea que á la sazón lo mandaba el coronel Conesa: en este
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EL CORONEL DON MANUEL ROSETI 103
cuerpo sirvió durante todo el asedio. Su carácter grave y estudioso le captó la estimación de sus gefes, y sus compañeros desde ese momento tuvie- ron en él un estímulo que les impulsó al estudio de las materias militares, y al cumplimiento estricto del deber.
Durante este periodo, asistió á todos los encar- nizados combates que tuvieron lugar, en ese sitio memorable. Amigo y compañero de batallón del sub-teniente Miguel Martínez de Hoz, se encontra- ron siempre unidos en el peligro, y estrecharon con vínculos de acero, una vida laboriosa y constante en la lucha, que también debería ser casi al mismo tiempo cortada por la espada.
Dos años después, en Agosto de 1854, ascen- dió á teniente 2^'; á teniente I'' el 16 de Febrero de 1855 y ayudante mayor el 12 de Febrero de 1856. En este intervalo de tres años se encontró en varias espediciones que se hicieron al interior de la Provincia de Buenos Aires á causa de las in- vasiones que hacían á ésta, las fuerzas de la Con- federación.
A fines del año 1856, marchó á la frontera con su cuerpo para hacer la espedicion al desierto, en- contrándose en los combates que tuvieron lugar con los indios en el mes de Diciembre del 57, y
104 LA CARTERA DE UN SOLDADO
posteriormente en aquellos que se dieron en el Sol de Mayo en los días 16 y ]7 de Febrero de 1858 en el arroyo de Pigüe.
Regresó con su batallón á Buenos Aires el año 59 cuyo cuerpo fué en seguida destacado de guar- nición á Martin Garcia, donde permaneció hasta principios de Octubre del mismo año. En seguida fué incorporado el 1° de línea al ejército de Buenos Aires, que se organizaba entonces para repeler la invasión que nos traia el general Urquiza.
La batalla de Cepeda fué el desenlace de este período de guerra civil, y nuestro capitán se cu- brió de gloria á las órdenes del inmortal Conesa, recibiendo un balazo en un hombro; asistió, apesar de estar herido, á la famosa retirada sobre San Nicolás, y mas tarde al regresar el ejército á Bue- nos Aires, al combate naval frente á San Nicolás, y al corto sitio que en seguida se le impuso á aquella ciudad.
En Enero de 1860 ascendió á sargento mayor graduado y en Junio del mismo año obtuvo la efec- tividad.
ÍV." •
11.
NiciADA la campaña del 61, su cuerpo marchó* á Rojas que era el punto céntrico de la movi- lización del ejército; y asistió mandando el bata- llón I*^ de línea, á la batalla de Pavón dada el 17 de Setiembre cuya comportacion distinguida. tué elogiada en el parte del Comandante en Gefe.
Hizo en seguida la campaña del interior, obte- niendo en el mes de Diciembre del mismo año el grado de teniente coronel graduado.
En seguida del regreso de la expedición al in- terior marchó á la frontera del Oeste de Buenos Ai- res á las órdenes del coronel Vedia y fundó el pueblo del 9 de Julio.
En Febrero 28 de 1863 ascendió á teniente: coronel efectivo.
III.
ROVOCADA la guerra del Paraguay, fué mo- vilizado en primer término el ejército de línea, marchando el general Paunero con un cuerpo de tropas al litoral del Paraná. El 25 de Mayo des- embarcaba este general en Corrientes. En este combate memorable el arrogante Roseti tomaba parte con dos compañias del 1° de línea, manda- das por los capitanes Etchegaray y Fuentes; y su gallarda comportacion desmentía gloriosamente las invenciones grotescas de la envidia; de esa pasión innoble que por desgracia abunda alguna vez en los ejércitos.
La bravura y serenidad de Roseti en ese dia, fué digna de elogio: con un puñados de soldados se lanzó sobre los batallones paraguayos y los re- chazó, imponiendo su denuedo, alimentado en -aquella hermosa figura de soldado.
En seguida, siempre formando en el primer cuer- po de ejército argentino á las órdenes del gene-
EL CORONEL DON MANUEL ROSETI 107
ral Paunero, hizo la peligrosa travesía de la Pro- vincia de Corrientes para dar luego al ejército paraguayo la batalla de Yatay, en Agosto del 65.
En esta batalla el comandante Roseti se dis- tinguió con su cuerpo.
Inmediatamente viene la rendición de la Urugua- yana que complementó la victoria estratégica del ilustre general Mitre, á cuyo acto asistió también el 1° de línea.
Posteriormente asiste á las siguientes operacio- nes y batallas de esta memorable guerra:
Marcha ofensiva contra el ejército de Resquin ■que se retira á marchas forzadas después del des- calabro de Yatay y Uruguayana. Paso del rio Pa- raná el 16 de Abril del 66. Combate del 2 de Mayo, escaramuza del 20 del mismo mes, varios recono- cimientos sobre el campo enemigo en Tuyutí. Gran batalla de 24 de Mayo donde figura de jefe de brigada, mandando el I" de línea y el San Ni- colás. En esta batalla demostró, su pericia y buen golpe de ojo, y fué el sosten oportuno de los cuerpos que se habían comprometido impru- dentemente en la vanguardia y distinguióse el I*^ de línea por una carga á la bayoneta dada á una fuerza paraguaya.
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108 LA CARTERA DE UN SOLDADO
En Yataytí-Corá demostró un temple de fierro^ y combatió con su batallón durante mucho tiempo contra fuerzas numerosas del enemigo, perdien- do once oficiales, entre ellos el inmortal mayor Etchegaray y 60 soldados. Como premio á tanto servicio fué ascendido á coronel graduado el 21 de Agosto de 1866.
Viene en seguida la operación sobre la derecha paraguaya y como final de aquel sangriento drama, el asalto de Curupaytí.
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lY.
Kíi N amargo presentimiento invade aquel dia el " corazón de Roseti: sabe que vá á morir, y se pone valientemente á la cabeza de su brigada ha- ciendo vibrar su palabra ardiente y destacando su enérgica figura entre sus soldados.
En el trascurso del ataque es herido y sus ofi- ciales lo rodean y le piden que se retire: no es nada, les dice, y levantando la espada, grita: adelante; y mas enardecido aun, marcha desafian- do aquel granizo horrible de plomo y metralla: es que una fuerza misteriosa lo impele á cumplir el glorioso compromiso de su muerte: una segunda vez es herido y cae desfallecido. El teniente Saint- Paul y algunos soldados intentan salvarlo, pero es necesario que se cumpla su cruel destino: algunos de esos fieles servidores sucumben también al plo- mo mortífero! Entonces desamparado y entregado á la furia salvaje del enemigo queda en aquel cam-. po de muerte el heroico gefe del I ° de línea.
V.
u agonía debió ser horrible. Abandonado en medio de la derrota, vio con angustia alejarse las banderas despedazadas de los argentinos para no verlas mas. Entre montones de cadáveres ami- gos, solo sintió en el supremo momento, los víto- res del vencedor, solo vio como un velo de sangre horrible, el trapo colorado de su uniforme, y el aspecto sarcástico, ensoberbecido de esos rostros guaraníes, oscuros y feroces, donde irradiaba la luz siniestra de esos ojos que dirigían con tanto acierto las miras de sus fusiles, y presenció tal vez como el último tormento indescriptible, el degüello sin piedad de nuestros infortunados heridos. Entonces cuando ya había apurado toda la amargura de una vida abnegada de soldado, sucumbió.... lejos de
la patria, del hogar que lo vio nacer y las aves
de rapiña que cernían su vuelo sobre su helada frente de moribundo, descendieron rápidas á dis- putarse los sagrados despojos de uno de los jefes mas espectables del ejército argentino.
EL SOLDADO
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I.
Ah! piensa que el señor no puso en vano Un rayo de piedad dentro del alma, Y sobre el humo de la tierra triste El sempiterno hogfar de la esperanza.
R. GuriERKFz.
La corona que circunda La cabeza del soldado Es de punzantes espinis, La punta que mas le hiere Es la obediencia pasiva.
ALFKrno DE ViGxv.
H ! cuando en la hora del descanso reclines tu cabeza en el maternal regazo, y sientas que su filial ternura lentamente te aletarga en un sueño sin fantasmas. . . . acuérdate del soldado que triste vaga errante, consumido por el insomnio febril de una marcha sin aliento, sin que una madre tierna vele su intranquilo reposo... ¡Ah! velando él, siempre, á toda hora, el sueño de la patria.
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II.
UANDO en la noche de lozana primavera, ilu- minada por el pálido rayo de la luna, discur- ras á orillas del lago que refleja en forma de hada la sombra misteriosa de la mujer que amas, y ates con el nudo de tus brazos su esbelto talle, sintien- do que en sus labios palpita silenciosa una sonrisa, perfumada por un destello del amor de su alma, y que su seno albo como la espuma del mar, se eleva cual el vaivén de la ola; tempestuoso, solo por tí, y que tu espíritu se exhala en el éxtasis del primer beso de amor . . . acuérdate del soldado, que lejos de lo que ama, lamenta en silencio sus pesares; aquella nostalgia bendita, sin cesar golpea su corazón; no olvides que ese peregrino de la desventura fué arrancado de un paraíso igual al tuyo por la mano implacable del deber.
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III.
UANDO en la noche quejumbrosa los genios de las tempestades atruenen el espacio, y la luz tétrica del rayo quiebre aquella oscuridad de caos, azotando el helado cierzo con su chasquido seco la puerta de tu hogar, y tu á su lumbre benéfica en el recinto de la dicha inefable de tu familia, goces las bulliciosas caricias de tus pequeños hijos que distraen tu pensamiento; . . . acuérdate del soldado que solitario y triste, ateridos sus miembros por el frió, siente desplomarse sin piedad sobre él la pe- rezosa lluvia. Allí clavado está en aquella picota heroica: su consigna, es el sufrimiento; su gloria, la constancia. En esa centinela lanzada al acaso en las negras sombras de la tempestuosa noche, re- posa tal vez el porvenir de una nación. ¡ Ah ! él vela siempre, pensando en sus tiernos vastagos, que quizá á esa hora en la lejana comarca de la patria, mendigan un pedazo de pan.
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IV.
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UANDO en el opíparo banquete, tu alma se di- late al son armónico de las ':opas que se cho- can en loor de una alegria, ó para rendir homenaje á una gloria, y tu cabeza caliente, fermentando en- tusiasmo, impulse á tus labios frases de fuego, que se pierden en la ardiente algazara del festin . , . acuérdate del soldado que hambriento y haraposo siente desfallecido su cuerpo, no olvides que aquel héroe ignorado del sufrimiento marcha devorado por la sed, sin detener un instante su paso vaci- lante: es el judio errante de la patria: vá impasible á conquistar hazañas para que celebres en tus fes- tines.
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Y.
UANDO vagando libre como las auras del mar, suav^emente se deslice tu barquilla por la man- sa corriente del gracioso arroyuelo, que serpen- teando en forma de arabesco, besa el pié de tu hu- milde cabana solitaria; y entones una canción de libertad que el eco lejano repite lentamente, como gozándose en el misterio de esta palabra . . acuér- date del soldado que prisionero de un bárbaro enemigo, arrastra impaciente el lento sufrir de un martirio sin ejemplo; y entre los horrores de una vida triturada, estiende el ojo enjuto y ardiente hacia el horizonte, como buscando con una ansia de agonía la patria que vislumbra en su sueño tem- pestuoso .... ¡Ah! solo el rumor de su cadena res- ponde á ese ¡ay! del alma!
YI.
'üANDO vuelvas fatigado de tu trabajo en la tranquila tarde, ansioso de descanso, y sientas los rápidos pasos de tus pequeños hijos que pre- vienen tu llegada; presurosos se arrojan á tus bra- zos con zelos de tus cariños, y con inefable algazara devoran tus caricias . , . , acuérdate del soldado, que joven retorna á la patria, envejecido en los gloriosos episodios de un poema de sacrificio .... ¡Inválido infeliz! en vano es que apresures tu paso difícil!, ., .encontrarás el hogar desierto, aquella tierna despedida que vibró en esos lugares tan que- ridos de tu alma, ¡fué eterna! y todo lo que sonrió en un tiempo mas feliz está encerrado en una tumba.
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'uANDO en la hora de la ventura, sientas que el beso de la esposa corona la obra de tu amor, y tus lágrimas de ternura abrillanten su guir- nalda de azahares, y el misterio de una sombra voluptuosa vele al mundo los secretos de tu dicha inefable .... acuérdate del soldado, que en la san- grienta liza de una victoria inmortal se arrastra moribundo: en la última oscilación de sus vidriosos ojos vislumbra la imagen querida, y lívido el labio, tembloroso, invoca en su postrer delirio, el divino amor de su alma, y muere revolcándose en su san- gre, en esa sangre noble y generosa que consolida la paz de tu felicidad nupcial.
VIII.
Í.UANDO triste dobles las rodillas ante un sepul- cro amado, y sientas que tu penase exhala fugitiva por las gotas de tu alma, al compás del blando arrullo que murmura el ciprés que le dá sombra, de esa arpa eólica cuyas cuerdas mueve el misterio de los muertos . . . acuérdate del soldado, cuyos huesos aún blanquean confundidos en el sue- lo de la batalla, en la tierra inhospitalaria del odio: sus hijos buscarán en vano la tumba del héroe ol- vidado; su esposa desolada no tendrá ni el montón de tierra con la cruz de ramas de los pobres, donde dejar la huella de su pena inconsolable.
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h! no olvides que la humanidad gime, que el dolor sube al reino eterno como una plegaria divina, que son bienaventurados los que han muer- to por una causa santa, los que han sentido la pun- zante pena de una agonía infinita, los que han com- padecido la miseria humana en su dolor inmortal pide un destello de piedad átu alma, que en cambio las puertas del paraíso te serán abiertas; y estiende tu mirada compasiva hacia ese ser tan combatido por el infortunio, cuya alma es grande como la pira que lo alimenta; templada está en el fuego de la gloria! ¡Ah! no olvides que su sangre es el bál- samo con que se cierran las heridas de la patria!
Tuyucué, 1868.
EL TENIENTE CORONEL
101 ILEJllilJ WÍM
(MUERTO EN EL ASALTO DE CURUPAYTÍ)
-M-
T^-^ Coronel
Alejanro Díaz
I.
Y aquel discípulo de Saint Cyr, probó á muchos, que la ciencia no había reñido con la bravura, fué necesario que se hiciera matar, pa- ra probar este aserto.
O le vi estendidO;, amarillo, color de cera, ^ petrificado por la muerte prematura, sobre un improvisado ataúd, no teniendo mas mortaja que su g-lorioso uniforme ensangrentado. Velé su pri- mera noche de eternidad, y acompañé en el sincero dolor reprimido á su hermano, que era el mayor de mi cuerpo. La aflicción de aquellas tristes ho- ras, como un inmenso pesar que oprime el corazón
ha quedado relevada ^^ en mi espíritu, y es por eso que voy á pagar el tributo que debo á la memoria de uno de los mas ilustres jefes de la guerra del Paraguay.
(I) Repujada ó rempujada equivale al vocablo francés repoussé que indica el relieve hecho á martillo.
126 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Los dolores de la muerte son de tal reflexión, que avivan constantemente los recuerdos, los in- crustan, los hacen indelebles: su pálido sudario se mueve con la vida eterna, y ni el mas pequeño detalle desaparece de la distanciada escena que- jumbrosa, que siempre se presenta á la imaginación con su sombrío colorido, allá, en un lejano vapo- roso como el ambiente del mundo de los fantasmas.
Es por eso que aquella negra noche sin gemidos ha inspirado la resurrección de una vida de honor, templada en las vicisitudes de una carrera ingrata y una muerte de soldado.
11.
LEjANDRO Díaz era muy digno de honrar las armas argentinas. Bajo todos los mas honro- sos conceptos podia calificársele de oficial distingui- do. Austero en la disciplina, metódico y organizador en los deberes, laborioso y constante en el trabajo, como verdadero oficial de la escuela antigua, va- liente sin jactancia, reservado en sus disposiciones, caballero y respetuoso en sus maneras, afable en el trato habitual lejos del servicio, y con una vasta ilustración militar adquirida con la fuerza de carác- ter que era de su dominio propio, indudablemente, hubiera sido impulsado por tan nobles aptitudes, á los mandos superiores que son el patrimonio de las grandes calidades militares.
Su mejor retrato será el reflejo lacónico de su vida militar, esculpida en diez y nueve años de acciones meritorias, abarcando la mayor parte de una existencia que alcanzaba en el momento de su fatal deceso, al mayor esplendor de su juventud.
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'^^^í^mííífíJíí^^xSííT^ifcí^^
Til.
P\ ESCENDIENT?: (le lina clistinouida familia, Ale- Janeiro Díaz nació en 1835; en la Guardia de Lujan, (hoy Anilla de Mercedes,) siendo su padre Juez de Paz de aquel punto.
''5áí';>-.
Mas tarde, nublado el sol de la libertad y esta- blecido por sistema el terror de la tiranía, la familia de Diaz tuvo cjue abandonar el año 40 la tierra arg^entina y refugiarse en el baluarte esparta- no que con razón llamó el general Pacheco y Obes, "La Nueva Troya." '^\
El niño, que ya revelaba la impulsión de su vocación, fué subiendo la escala de la edad, em- briaofado continuamente con el rumor de los com- bates, alucinado con el brillante espectáculo de las
(I) Este general escribió una hermosa novela que se tituló La Nueva Troya que hacia la historia del memorable sitio: pero como carecía de reputación literaria, pidió á Alejandro Dumas padre, que be la firmara, lo que aquel hizo complacido, y voló el libro por el mundo.
Este obsequió entonces a! general Pacheco y Obes con una pre- ciosa arma que hoy se encuentra en mi colección.
~.:^-
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ 129
formaciones guerreras, y conmovido por los epi- sodios heroicos, que eran, puede decirse, la exis- tencia diaria de aquel memorable asedio.
Con impaciencia esperaba que la edad le diera fuerza, para esgrimir una arma y poder presentar su pecho al peligro.
Un dia no pudo soportar mas, y corrió á alistarse l)ajo la bandera de un bravo batallón.
El 26 de Julio de 1847, á los doce años, entra- ba en clase de distinguido en el 2" de cazadores, que mandaba el ilustre coronel don Juan A. Lezica.
En esta escuela rígida dio comienzo á su carre- ra: brillante escuela, digna de formar distinguidos discípulos, no solo por el valor de su jefe, como por la experiencia que encarnaba el rudo asedio.
En 1 848 asistió á la campaña de Maldonado con su batallón, y en seguida á todos los episodios en ■que aquel fué actor.
Su contracción y aptitudes, bien pronto fueron recompensadas. Trocaba el 7 de Enero de 1850 su uniforme raido de cadete, por el de subtenien- te, y recibía manifestaciones de aprecio de su gefe el coronel Lezica y de su capitán don Felipe Al- decoa, que fueron, puede decirse, los severos con- sejeros en su infancia militar.
130 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Roto el cerco de Montev-ideo por la osada ope- ración del general Urquiza, el jó\'en sub-teniente obtuvo su baja, y se incorporó en 1 85 1 como te- niente 2" a las filas del batallón Urquiza, que for- maba parte del ej.Tcito que mas tarde debía iniciar / la campaña contra Rosas. Allí permaneció hasta el mes de Enero de 1852 que pasó con el mismo empleo al batallón San Martin, bajo las órdenes entonces del coronel Echenaofucia.
&
En este batallón asistió á la batalla de Monte Ca- seros, mandando la 2^ mitad de la 3^ compañía. Mas tarde un ascenso recompensaba la gloria de estedia, y el sub-teniente del sitio de Montevideo, pudo ostentar con orgullo las insignias de teniente I", sahumadas con la póh-ora de la gran batalla de la libertad.
En este mismo empleo sirvió á principios del sitia de Buenos Aires (1853), obteniendo en seguida el de ayudante mayor, y después el de capitán de la 3^ compañía.
Durante esta nueva faz de la guerra, consolidó mas su temple de soldado, y fué constante actor en los diversos combates que tuvieron por teatro el sector de la línea que defendía el San Martin, distin- guiéndose con gallardía en el encarnizado encuentra que tuvo lugar en el Potrero Langdon, entre aquel cuerpo y superiores fuerzas del adversario.
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ 131
De mas valer que mi incorrecta narración, será la palabra del venerable coronel Echenagucia, quien, refiriéndose á la brillante comportacion del joven capitán, decía en un documento oficial.
"La conducta del capitán Díaz en este dia, en que con unos cuantos hombres llegó hasta la bate- ría enemiga de la Convalescencia, al pié de la cual recibió dos heridas, una de sable en la cabeza, y otra de lanza en el pecho, mereció una recomenda- ción especial, que se halla consignada en el parte que pasé al general en jefe de la línea, dando cuenta de ese g-lorioso hecho de armas."
En otro lugar del mismo documento prosigue el bravo coronel.
"Como se vé, señor Inspector, la vida militar del mayor Diaz ^^) ha sido laboriosa, y con verdadero placer puedo asegurar á V. S._, que durante el tiem- po que sirvió á mis órdenes, su conducta ha sido siempre la de un oficial lleno de amor á la carrera, sirviendo con inteligencia, y con valor digno de elogio, en la batalla de Caseros^ en la acción del Potrero Langdon y en todos los combates parciales en que le cupo parte al batallón á mi mando."
(I) En la época en que se produjo este, ya era mayor nuestro protagonista.
132 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Esta sencilla pero sincera esposicion del anciano veterano, predispone en favor del joven oficial, que puede decirse, eran los primeros pasos que hacía en su brillante carrera.
Concluido el sitio, marchó el capitán Diaz con su compañía, á la frontera Sud, acompañando al coro- nel don Julián Martinez; estuvo allí ocho meses, y regresó en seguida á Buenos Aires.
Como las obligaciones del servicio le impedían entregarse en absoluto al estudio, que era su per- severante empeño, solicitó en 1854 su pase á la Plana Mayor, para poder llenar tan laudable pro- pósito.
Mas tarde fué agregado al 2" de línea y en este cuerpo asistió á la batalla del Tala.
Después de este suceso, se formó un cuerpo de observación en Ramallo, del que formaba parte el regimiento de milicias de San Fernando, mandado por el coronel Sanabria; como 2° gefe fué nombrado el capitán Diaz; pero permaneció poco tiempo á causa de haber sido disueltas estas fuerzas.
Al regresar á Buenos Aires, obtuvo el coronel Sanabria el mando del Regimiento Escolta, y como este jefe sabía apreciar debidamente los méritos
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ 133
del joven capitán, le ofreció el mando de una com- pañía. Aceptada la propuesta, se incorporó á esta unidad de fuerza, y se dedicó con empeño al estudio de una arma que no era la suya.
En 1855 marchó el regimiento al Tandil y desde allí se dirio-ió á San Cala, de cuyo punto operó con el propósito de cortar la retirada á los indios de Catriel, que debían ser batidos en Tapalqué por fuerzas combinadas á las órdenes del coronel Mitre.
Arriesgada fué la jornada rastreando la reta- guardia de Calfucurá, consiguiendo con felicidad reunirse á las fuerzas del comandante Otamendi, y á la del coronel D. Laureano Diaz, que atacado por las fuerzas de aquel cacique en cerco estrecho, es- taba encerrado.
Después de estos sucesos se estableció un cam- pamento de las tres armas en Tapalqué, á las órde- nes del oreneral Hornos.
&
El 29 de Octubre de 1855 los indios sorprendie- ron las guardias avanzadas, y atacaron con increí- ble audacia el campo del general Hornos. Mas no fué de tal magnitud el avance, que no diera tiempo á la división para formar en batalla.
134 LA CARTERA DK UN SOLDADO
En este combate se le ordenó al capitán Díaz que cargase con su escuadrón á los indios. No tre- pidó un momento el valiente oficial, y poniéndose al frente de sus bravos soldados, se lanzó rápidamen- te sobre el audaz salvaje. El choque fué violento, como el contacto estentóreo de dos fuerzas hercú- leas encontradas. Terrible el entrevero, le contó entre sus mas bizarras íig-uras, y se le vio caer pe- leando heroicamente con cuatro heridas de lanza recibidas de frente. Como él era un ejemplo de atrayente realce, rodaban por tierra también á su lado, combatiendo como bravos, para no levantarse mas, los subtenientes Veton y Cabral y numerosos soldados.
El coronel vSanabria en su parte prodiga mereci- dos elogios á la gallarda comportacion del capitán Diaz, y deja traslucir con amargura, que hubo quien no cumplió con su deber.
Mas tarde, á fines del año de 1857, pasó al re- gimiento de Dragones y obtuvo el mando del 3° escuadrón. En este regimiento asistió al memorable combate de la Cañada de los Leones, que tuvo lu- gar en Diciembre de 1857 entre los indios y nues- tras fuerzas, bajo las órdenes del coronel Emilio Mitre.
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ 135
La campaña contra los ranqueles, ejecutada á principios de 1858, lo contó entre sus actores re- saltantes, y cuando al retorno de aquella operación se instituyó el juri para premiar los servicios de treinta jefes y oficiales, el capitán Diaz obtuvo el grado de Mayor, con el unánime aplauso de sus ca- maradas.
En la campaña de Cepeda mandó el batallón Norte de milicias de Buenos Aires.
Concluida esta, volvió á Buenos Aires, y devora- do por una sed insaciable de saber, solicitó del Go- bierno el permiso de trasladarse á Francia, con el fin de dedicarse á los estudios militares.
Concedida la licencia, abandonaba en 1860 las playas argentinas, y en la soledad del destierro vo- luntario que se había impuesto se encerraba en una humilde habitación, donde con una voluntad supe- rior, vencía los estudios preparatorios que eran ne- cesarios para ser admitido como alumno en la escue- la Militar de Saint-Cyr.
Inclinado ' obre los libros, no llegaba á él el ru- mor bullanguero de sus jóvenes compañeros; aquel espíritu grave, preocupado por la noble consigna que se había impuesto, se destacaba con marcada distinción entre sus juveniles camaradas de estudio,
136 LA CARTERA DE UN SOLDADO
á quienes dominaba con la simpática atracción de su carácter benévolo.
No tardaron sus afanes en ser recompensados, mereciendo de sus profesores las mas altas clasifi- caciones por su notable aplicación, y los mas hon- rosos elog-ios por su conducta como soldado, honor que recaía indirectamente sobre el ejército argenti- no, donde se había formado.
De reereso el año 1865 á Buenos x\lres, m.archó á la campaña del Paraguay, donde obtuvo el mando de un improvisado batallón de Zapadores, cuya distinguida oficialidad era compuesta en su mayor parte de jóvenes agrimensores.
Este cuerpo prestó excelentes servicios en los pasos de ríos que tuvieron lugar en la campaña de Corrientes, hasta el arribo del ejército argentino al Paso déla Patria.
Disuelto mas tarde este batallón, pasó el mayor Diaz como 2" jefe al 5*^ de línea y asistió en esta unidad de fuerza á la batalla del 24 de Mayo de 18.86.
En el momento del conflicto que ocurrió entre al- gunas compañías de este cuerpo el mayor Diaz se distinguió por su serenidad y valor: tuvo un Cdballo muerto y fué contuso por una bala de fusil, mere-
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ
137
ciendo en esta ocasión numerosas felicitaciones por su brillante conducta, tanto de su jefe como de sus amigos.
En Agosto del año 1886 obtuvo con merecida justicia el empleo de Teniente Coronel graduado y el mando del batallón 3 de línea.
Y.
RRiBAMOs por fin al injusto desenlace de tan «^^=-noble vida. Curupaytí es una de las mas her- mosas trag-edias para la g-loria nacional. Necesitá- bamos un combate de tal magnitud en el supremo sacrificio, para valorar verdaderamente al soldado argentino. En ese sentido no podrá nunca ser con- siderado como una derrota: fué un rechazo san- g^riento y nada mas. El enemigo recien se consideró seguro cuando vio alejarse los terribles asaltantes, y juzgó con razón que aquellas valientes columnas despedazadas eran invencibles en campo raso.
Nuestras tropas llevaron el mismo derrotero san- griento que he descrito en otro lugar. El 3" de lí- nea formaba con la Legrion Militar la 2^ Brigfada de la l^ División del P' cuerpo del ejército argentino, y arremetió ésta al baluarte paraguayo en forma- ción paralela con la 4^ División.
El 3 de línea llegó hecho pedazos á las enmara- ñadas ramas que servían de defensas accesorias á la línea principal. Desde el primer momento Diaz
EL TENIENTE CORONEL DON ALEJANDRO DÍAZ 139
liié desmontado: una bala de cañón, al dar muerte á su caballo le había recordado el vaticinio del al- muerzo: el instante fatal se aproximaba. '^^
Intrépido, altivo, mirando de frente las bocanadas de metralla que á corta distancia vomitaba el feroz adversario, al llegar á las primeras ramas del Ada- lis, subió airoso sobre un tronco de árbol, como para sobresalir sobre los demás en aquel momento de solemne espectativa; y dirigiéndose al abanderado Belisle, exclamó con la voz serena que domina el pe- ligro y alienta las grandes acciones:
¡Suba abanderado, que la bandera del 3 de línea sea la primera que flamee! '■^'
En ese momento uno de los lanceros paraguayos oculto en lo interior del foso que resguardaba el abatis, le tiró un feroz lanzazo que alcanzó á herirlo mortalmente, al mismo tiempo que envuelto en el humo de una descarga, una bala hacía el octavo agujero en ese cuerpo endurecido en la batalla. -^^
Rodó casi exánime.... habia sido elegido por su figura espectante: era tan próxima la distancia
(n Ver los breves apuntes sobre Charlone. (2) Relación del Comandante Belisle.
3) En el trascurso de su vida militar era la octava herida que recibía.
140 LA CARTERA DE UN SOLDADO
que el enemioro escogía á mansalva sus víctimas mas simpáticas.
El abanderado Belisle vino en su auxilio é hizo esfuerzo para llevarlo hasta el pió del abatís. Díaz, que aun mantenía su temple intacto, reaccionó, y con un poder supremo dominó las fibras desfalleci- das. Ostentando el último empeño de la agonía, trató de dar algunos pasos, pero al fin se desplomó en los brazos del fiel abanderado... Sintiendo que se apro- ximaba la muerte y que todo había concluido para él, pidió que lo estendieran sobre una manta ensan- grentada, encontrada al acaso entre los despojos de aquel horrible campo, allí apresuróse la agonía, y el joven guerrero, arrullado por el estruendo de un glorioso combate, exhaló el espíritu: vigoroso suspiro! que Dios en la eternidad de los tiempos le prestara un instante. ^^'
Con mejor suerte que el infortunado RosedV, los cuervos de aquella comarca inhospitalaria, no devo- raron sus sagrados despojos.
Reposan en el seno de la patria amada.
(I) Su cadáver fué salvado i)or los tcnientts Pistón y Avala, ul abanderado Belisle, y su asistente Soria, t« dos heridos en ese dia memorable.
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3S.
LOS MÍRTIRES OE MMÉ
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I.
ABÉIS acaso lo que es la vida del prisionero ar- gentino en poder de 2^Q^^fanáiico del crimen? ¡Escuchad! os voy á conmover.
Siento que he de arrancar lágrimas, removiendo tumbas queridas; que he de avivar con supremo dolor santos recuerdos; mas la gloria de los márti- res debe iluminar en todo momento el escabroso camino por donde se sube penosamente á los gran- des hechos.
No hay gloria sin trabajo: la posteridad con fallo justiciero no discierne esa corona, sino á aquellos que conquistaron el derecho de ser grandes; ya en la humilde condición del ciudadano, como en el ex- pléndido solio del augusto magnate.
Escuchad mi palabra páHda y sin aliento, será animada con el noble acento de un soldado prisio- nero que ha sobrevivido á sus infortunados compa- ñeros, y vá á narrar los humillantes tormentos de una vida indescriptible.
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L sargento Dionisio Ibañez fué tomado al mis- mo tiempo que el comandante Gaspar Cam- pos^ varios oficiales y treinta y tres soldados, el 18 de Julio 1868, en la fatal sorpresa de Acayuazá.
En aquella infausta jornada, Miguel Martinez, he- rido gravemente con dos balazos, sin perder su en- tereza siguió peleando, negándose tenazmente á entregar las armas hasta que moribundo rodó por tierra.
Entonces le exigieron que caminara. Ya casi sin vida, cubierto de sangre, inmóvil por la muerte próxima, solo exhalaba el estertor de la agonía, apresuráronla sus crueles verdugos descargando sobre aquella cabeza tan hermosa multiplicados golpes con las culatas de los fusiles y los palos de las lanzas.
Así murió el distinguido y bravo caballero cuyo recuerdo vivirá eternamente en el corazón de sus amigos, como luctuoso cuadro animado por doloro- sos tintes.
LOS MÁRTIRES DE ACAYÜAZÁ 145
Gaspar Campos y sus infelices compañeros fue- ron desarmados y maniatados con un rigor inaudito, y se les condujo inmediatamente al reducto Cora que se encontraba próximo al lugar de la catás- trofe.
La guarnición del reducto los esperaba forma- dos en dos filas abiertas con doble distancia. Una alegría feroz iluminó los rostros de aquellos hom- bres sin alma, todos armados con gruesos troncos de enredaderas.
Antes de llegar al centro del espacio que dejaban las dos filas, formaron á los prisioneros en una sola hilera y los hicieron pasar por entre aquellas bár- baras horcas caudinas. Apenas penetraron al des- filadero humano, se levantaron multitud de brazos que esgrimía cada uno una gruesa vara flexible, descargando innumerables golpes sobre las desar- inadas víctimas. Estos se agrupaban formando un montón de miembros humanos, se revolvían entre sí para esquivar el castigo, todo fué en vano; estro- peados, chorreando sangre, se detuvieron al fin atontados por los golpes, como una majada de ovejas acorralada por los lobos. Al fin esperaron resignados que satisfecho aquel desahogo de furor cesaría tan humillante tortura. Esa crueldad no tenia límites; mas el esfuerzo físico agotado en ese acto inhumano detuvo por último tan terrible escena.
10
146 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Al fin respiraron, creyendo concluido su tormen- to; vana ilusión: inmediatamente fueron conducidos al Timbó, donde les esperaba mayor encarniza- miento en la venganza.
Allí se repitió con mas lujo de crueldad el misma acto; el impulso brutal y cobarde no tuvo valla en aquel momento; las mujeres tomaron parte en esta fiesta de caníbales prestando al cuadro un colorido infernal y grotesco, algo de furia de bacantes.
Perdida la noción de la piedad, se transformaban en las bronceadas fieras de la tiranía, refinamiento de feroces pasiones alimentadas por bárbaras creencias, embrutecimientos atroces, y ejemplos de sangre! Insensatos, destrozaban su misma libertad, vociferaban innobles imprecaciones, insultos bur- lescos, los mas humanos los abofeteaban y aquellos bravos sufrían en silencio, insensibles ya, puede decirse, todas las angustias y las afrentas, salpica- das con horribles carcajadas, que prorrumpían sal- vajes al ver correr la sangre de las maceradas car- nes; y cuando caía alguno al esfuerzo de los palos, el pié inmundo de aquella chusma vil hería agolpes repetidos una faz que altiva había ennegrecido el sol de los combates.
III.
L conocer López la sorpresa de Acayuazá, or- >denó por telég-rafo al general Caballero que inmediatamente enviara los prisioneros á San Fer- nando.
El con\'oy de desgraciados se puso en marcha por el camino del Chaco, g-uardado por una dura escolta^ las escenas anteriores se repitieron aumen- tando el hambre, la sed, la falta de sueño, y otros sufrimientos inventados por sus verdugos en aque- lla triste situación. El trayecto se hacía cada vez mas penoso por entre los pantanos del Chaco, y cuando después de haber marchado todo el dia maniatados^ sin probar alimento, devorados por una sed horrible, y quemados por un sol ardiente, ha- cían alto para pasar la noche en algún terreno em- papado en agua, eran puestos en un tirante cepo de lazo que oprimía fuertemente sus macerados miem- bros.
148 LA CARTERA DE UN SOLDADO
En esta marcha de amargura no hubo una mira- da compasiva para estos infelices; injurias, burlas sangrientas, todo se desplomaba incesante sobre -ellos. La soldadesca en coro con los niños y las mujeres vociferaban insultos, amenazas anunciándo- les la muerte, y solo el silencio elocuente de las víctimas respondía á ese ruido bárbaro.
La crueldad subiendo de tono llegó hasta negar- les el agua que se encontraba en todas partes; y en medio de una ardiente sed hubo quien bebió su misma secreacion.
Casi desnudos y descalzos, á tanta angustia su- prema agregaron el sufrimiento del frió en la no- che, y algunos que no pudieron soportar tales ri- gores sucumbieron antes de llegar á San Fernando.
lY.
RRiBARON á este campamento en el mas lamen- y^-table estado y fueron paseados como trofeos que atestiguaban el abultado triunfo^ festejado con grande regocijo dias anteriores.
Generalmente la victoria suaviza la dureza del vencedor inspirándole ideas magnánimas: la com- pasión reviste formas grandiosas dulcificando las amargas horas del prisionero; mas el bárbaro dicta- dor endurecido por las crueldades de la tiranía no respiraba sino odios sistemados que han escrito con horrorosos caracteres su negra página.
Asi, aquellos pobres prisioneros á quienes alen- taba una esperanza, pensaban que tal vez aliviaría sus males el que tenia todo el poder; sufrieron el mas amargo desencanto: ni un instante de reposo fué dado á sus fatigas.
Al otro día eran desuñados á los trabajos mas rudos y viles. Azotados continuamente, la queja era un crimen^ bastaba una súpHca dolorosa para
i^^ífe-
150 LA CARTERA DE UN SOLDADO
que al momento fuese fusilado; y aun sin motivo al- guno diariamente marchaban á la muerte nuestros desgraciados compatHotas, particularmente ofi- ciales.
Todos los dias se oían las detonaciones del patí- bulo y unos esperaban temblando, ó con regocijo su última hora. ¡Esa última hora, con tanta ansie- dad deseada!
Uno de esos héroes del dolor será siempre el bravo teniente Morillo, joven de hermosa presencia y carácter simpático, fué fusilado por haber dicho que en el ejército argentino los oficiales prisioneros no trabajaban como peones. Cuando le notificaron que iba á morir, dijo, ¡Gracias á Dios! y en el mo- mento que le hacían fuego, les gritó: ¡Tiren canallas!
No hay nada comparable con aquella terrible existencia en la que era necesario ocultar hasta las lásfrímas.
*&
Permanecieron un mes en San Fernando hasta que aproximándose los aliados, emprendió la mar- cha el ejército paraguayo hacia la posición de An-
orostura.
Este trayecto se hizo en ocho dias; treinta leguas por caminos difíciles y entre pantanos.
LOS MÁRTIRES DE ACAYUAZÁ 151
Atados iban los prisioneros y arriados á punta de lanza, aquei que por desgracia llegaba á desfa- llecer y caía cansado no se levantaba mas, era in- mediatamente lanceado sin piedad^ así asesinaron un gran número de aquellos infelices que sin fuerza no podían ya caminar.
Las marchas nocturnas eran las mas penosas en- tre los esteros; no se oia sino los golpes de los sa- bles que maltrataban, los gritos de los moribundos, las súplicas angustiosas mezcladas á los insultos de los verdugos.
Y.
L fin llegaron á la Villeta: sobrevivian única- ^^mente los mas robustos; se hizo el recuento^ quedaban muy pocos. ¿Quién hubiera entonces co- nocido á aquellos hercúleos soldados de otro tiem- po? parecía un grupo escuálido y repugnante salido de un hospital de locos.
En Villeta dividiéronlo en dos fracciones; la mas numerosa dirigióse á la Angostura. En ese punto fueron presentados al General Resquin: ese tonel de crímenes: '•^^ alma mas negra que el remordi- miento, y nada por mas malo que sea será compa- rable á ese cruel esbirro del tirano López.
Las víctimas comparecieron á su presencia y to- mando él un tono enfático llamó al sargento Ibañez y le hizo estas preguntas: "^Cuál era el motivo porque venían á pelear contra la República del Paraguay, si eran enganchados de Pedro II ó comprados del General Mitre."
(I) Era obeso.
í^is;^
LOS MÁRTIRES DE ACAYUAZÁ 155
Todos contestaban neg-ativamente, entonces re- vistiendo un aire de soberbia plebeya, esclamó: "Como á Vdes. yo también tengo atado á Pedro II y en cuanto lleguen á donde está el Mariscal, ya verán lo que les vá á suceder: y dirigiéndose al oficial que custodiaba los prisioneros, le dijo:
"Decime che están bien atados esos Cambáis!''
El oficial contestó afirmativamente; pero no con- tento aquel hombre tan perverso, ultrajando su misma dignidad, vino él en persona y con sus pro- pias manos los desató y volvió á atarlos^ y con tanta fiíerza que prorumpieron en lamentos los in- felices prisioneros. Otro que no fuera ese hombre, se hubiera conmovido ante ese bárbaro espectácu- lo; pero el palo ahogó el dolor, y fueron fusilados dos por //¿?r<?;2<?j, sentencia que pronunció sonriendo, festejando el chiste sangriento.
Libres de la presencia del famoso esbirro, sin- tieron algún alivio traducido por el carácter menos cruel de los gefes de la Angostura; sin embargo fueron destinados á los forzados trabajos de aque- llas imponentes fortificaciones.
El dia Domingo era el único que les daban un instante de alivio, pero eso mismo era una amarga humillación.
154 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Existia en este punto un pequeño mercado, for- mado por una fila de mujeres de soldados que vendían mandiocas, naranjas, y otras cosas: los pri- sioneros bien custodiados eran conducidos á la pre- sencia de estas abigarradas vendedoras: la custo- dia se retiraba un espacio, y los dejaban fi-ente á ^Uas: entonces estas dirigiéndose á los pobres cau- tivos les ofrecían una naranja, mandioca ó un chipá con tal que les hicieran una gracia de su agrado.
Devorados por el hambre y degradados por «1 sufrimiento que les había hecho perder toda no- ción de moral, los prisioneros se prestaban á aquella burla, ya andando en cuatro pies, y ladrando como perro, ya cantando como gallo, brincando como cabra, y sí estas grotescas contorciones no eran del gusto de las vendedoras se las hacían repetir hasta el cansancio: y esos soldados de la libertad, envi- lecidos en un papel tan humillante, servían de mofa y diversión á esa multitud inconciente, que cuando no hería con el arma, degradaba con la acción ó la palabra.
Así pasaron algún tiempo hasta que los pocos que quedaban fueron enviados á la fundición del Ibicuí donde soportaron los mas horribles trabajos sobreviviendo únicamente tres, el sargento Ibañez y dos soldados.
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YI.
ESPUES del arribo del ejército paraguayo al Pikiciry, en el primer momento se reconcen- traron los prisioneros del ejército aliado en la Ville- ta, pero en seguida divididos en grupos los enviaron á los distintos puntos del campamento donde se ejecutaban trabajos de zapa.
Gaspar Campos, el Mayor Arana, y otros infor- tunados oficiales, fiíeron enviados á Ytaivaté que era el cuartel general de López.
Gaspar Campos era un espectro: liabia enflaque- cido horriblemente; sus órbitas escondian dos ojos apagados y sin brillo: entristecido por el dolor, su tez enegrecida y marchita por el sol canicular habia transformado su placentera fisonomía en una másca- ra de cobre. El gallardo joven de otro tiempo, ago- biado y vacilante, con dificultad caminaba; no tenia mas sombrero que un pañuelo mugriento atado en la cabeza para resguardo del sol, ni mas vestidos que los harapos de sus ropas interiores; trapos in- mundos que los hubiera despreciado el mas mísero mendigo: sus miembros tumefactos acusaban las
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156 LA CARTERA DE UN SOLDADO
torturas, que sufria y su palabra fácil y jovial de no lejana época habia enmudecido. Enfermo y sin aliento avanzaba al final alivio de sus penas.
Un dia fué llamado á declarar algo que afectaba la dignidad del ejército aliado^ á la primera amones- tación guardó silencio; fué amenazado con el cepo colombiano. ¡Torturadme les dijo! pero yo no pue- do declarar una infamia! No pudo soportar el tormento, y quedó casi exánime: cuando medio des- pertó á la vida, se encontró en el cepo de lazo con un centinela de vista que espiaba sus movimientos para castigarlos sin piedad. Vivia condenado á no hablar, á no moverse, y era un crimen, suspirar por la patria amada, por la que él soportaba tanto martirio.
A causa del mal trato que recibía, acrecentaba velozmente su enfermedad, que despiadada no- acudia rápida como la deseaba en su auxilio. Aque- lla vida miserable no era comparable á ningún tormento humano; esa crueldad incesante, tenaz, abrumadora, arrancando impasible la vida, minuto por minuto, era un lujo de barbarie no conocido ni en las tribus mas recónditas del desierto: descalzo el infeliz prisionero, con los pies hinchados, no po- día dar un paso, devorado por un hambre atroz, todo lo habia cambiado por alimento, y un dia tro» caba la franja de oro de su pantalón por una ma-
M'
LOS MÁRTIRES DE ACAYUAZÁ 157
zorca de maiz tostado, la parte de sus piernas don- de ajustaba el cepo de lazo, repugnaba con una profunda úlcera, mas apesar de sufrir este infierno inventado solo para los prisioneros del ejército aliado^ nunca se abrieron sus labios para prorrum- pir en una queja.
Habia tal vigor en aquel espíritu resignado, que daba aliento á sus compañeros, y templaba mas de un desfallecimiento.
La crueldad del vencedor aumentaba con los sufrimientos del joven prisionero: la vigilancia ince- sante del verdugo era abrumadora, todo era un pretesto para atormentarlo, alguna vez reanimaban
esa mísera vida para que sintiese con mas dolor las espinas.
Moría lentamente. Desesperado al fin, invocaba con ansiedad el dulce alivio del postrer suspiro. Cuando llegó ese momento, y sintió que habia cum- plido su misión sobre la tierra se encontraba en cepo de lazo; la noche había estendido su negro manto para no contemplar la triste escena y unas nubes sombrías borroneaban el cielo, como grandes manchas oscuras. Atormentándole la última sed, pidió agua para mojar sus labios secos y sin color: le ordenaron que guardara silencio; y solo encon- tró como un relámpago del infierno la mirada cen-
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158 LA CARTERA DE UN SOLDADO
tellante de la centinela que indiferente espiaba sus últimos instantes.
Los compañeros sintiendo el estertor de su ago- nía, se estremecieron ahogando los suspiros; la compasión hubiese sido castigada al instante
Movió su cabeza sobre la húmeda arena, ¡Mi ma- dre! dijo, y entregó el espíritu á Dios; arrullado por los ronquidos de la soldadesca; especie de rugido de fiera, que dormían tranquilos sin sobresalto, y el alerta del vigilante soldado que anunciaba nue- vas víctimas.
Al otro día su cadáver era arrastrado en un cue- ro y confundido en la fosa común de los mártires.
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OLO conozco una persona que haya sufrida mas que Gaspar Campos.
Es la digna matrona que le dio el ser: yo he te- nido la culpa que me perdone, sino he podida
ocultar á la historia tanta amargura. ^^'
Asunción, 1869.
(I) Este artículo tiene por base la declaración del sargento Dionisio Ibañez, prisionero de los paragfuayos en el combate de Acayuazá, que con dos soldados fué rescatado por el Comandante Coronado en la fundición del Ibicuí en 1869.
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I.
En medio del frenesí de las vio- lentas cargos de la caballería para- guaya á los cuadros del 6 y 4 de Línea en la batalla de Tuyutí, al Coronel F"raga se aproximó al Comandante D. Luis Maria Campos á felicitarlo por su brillante com- portacion. Campos mirándole fije- mente le dijo:
— Quisiera tener un espejo para mirarme la cara en este instante.
Fraga se erguió: lo miró con altivez, y estrechándole fuertemente la mano replicó:
— Vea Vd. mi cara y verá la suya ¡Que mejor espejo!
{Campaña de Humayiá.')
^^^L Coronel D. Luis M. Campos es ya una figura í^espectable en los modernos anales de nuestra
historia, en la viva epopeya de heroicos hechos, encarnada en la existencia de un joven de treinta años ^^^ que encontró en la espada del noble solda- do, un nombre que brilla con honor, al lado del de nuestros esclarecidos guerreros.
(I) Este artículo fué escrito, como se verá al fin, en 1869, y perte- nece á una colección de bocetos de guerreros de la guerra del Para- guay que serán publicados mas tarde.
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164 LA CARTERA DE UN SOLDADO
La República francesa con la ansiedad de la aspiración al porvenir, vislumbró un destello de genio en Napoleón, Hoche, y otros jóvenes milita- res, y sin averií^uar su antig-üedad en el servicio les dio ejércitos á mandar, encomendándoles en circunstancias difíciles, la salvación de la patria; y aquellos flamantes guerreros no comprendidos en el momento por el pueblo francés, y menos aún por los militares del antiguo sistema, estremecieron mas tarde los enemigos de la Francia con el rayo delgé- nio que iluminaba sus victorias, con lainspiracion de un nuevo método de donde surgía la verdadera épo- ca de la bayoneta, que dio por tierra elórden táctico dé Federico II, llenando de admiración á su misma patria, que sorprendida vio en ellos cuanto se pue- de esperar de la verdadera vocación de las armas; pritáneo oculto, que en el corazón del hombre, nace, tal vez para no mostrarse nunca, ó no tener mas honor en la historia, que el nombre de un jefe salvaje, y que cuando se trasluce en el menor destello de su esplendor^ es preciso robarlo como aquel fuego divino que el Titán del Cáucaso audaz robara al cielo, para formar los héroes que dan honor á la tierra en que han nacido y salvan las Sfrandes situaciones.
Si Luis María Campos hubiera sido soldado en tiempo de Marseau no habría cumplido sus treinta años sin ser General, porque las épocas extraer-
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diñarías en la vida de los pueblos adivinan y for- man sus héroes, y la de nuestro país abrumada bajo el peso de una atmósfera de indiferencia gla- cial para nuestros penosos sacrificios, no ha pre- visto, ni aún se ha detenido un instante á examinar lo que se puede esperar de aquellos que abrazaron la carrera militar impulsados por la vocación, y no como un antro de refugio á una vida sin rumbo.
En mi humilde opinión, creo que Campos puede ser ya un General, y si me respondéis con la. arrogancia de los viejos! ¡Es muy joven! os echaré al rostro aquel apostrofe de Bonaparte cuando^ estúpidamente le increpaban su juventud: ''Muy pronto se envejece en el campo de batalla ^^''
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f^OR SU distinguida familia el Coronel Campos ^^ pertenece á ima raza, donde el valor y el patriotismo, eran hereditarios; nobles ciudadanos que consag-raron todos los' momentos de su exis- tencia al bien de su país; ya en los campos de batalla, ó en la vida miserable del proscripto; y como soldado á la rígida escuela del ejército ar- gentino que se salvó en el memorable sitio de Montevideo bajo la dirección del ilustre General Paz, renaciendo mas tarde después de Caseros, cuando la juventud liberal acudió á las filas del nuevo núcleo para formar ese periodo tan brillante que alcanza hasta nosotros.
Esa escuela, y la larga práctica de las repetidas luchas han elaborado, permítaseme la palabra, el distinguido oficial á que me refiero, á quien ador- nan preciosos dotes que solo el instinto y la voca- ción de la guerra los dan. \^alor, entereza, activi- dad, altivez, (aunque alguna vez un poco exagerada) organización, tenacidad, rigidez estrema cuando el caso lo requiere, contrabalanceando con el cariño
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paternal hacia el soldado: esas son las nobles dis- posiciones del bravo del 24 de Mayo, de San Ig- nacio y de Peribegui, á eso hay que agregar un ca- rácter recto muy grande, que por una aberración de las cosas humanas, se encuentra oculto en una figura muy pequeña que justifica el proverbio la- tino:
Alexander níagnus erat paj^vttltis
Táctico prolijo: en el campo de batalla maneja sus tropas con la calma del bravo y la habilidad de la experiencia, su serenidad estimula y derrama la confianza entre los que están á sus órdenes, y mas de una vez ha trasformado una situación difícil en una expléndida victoria. No existe un campo de batalla donde no se haya distinguido esa figurita de hombre grande.
Posee algunos defectos de carácter que sus amigos se los perdonamos; porque en la pesada ba- lanza de sus buenas cualidades son un grano de arena, sobre todo tiene derecho á tener defectos este noble ciudadano á quien su país le debe tan relevantes servicios, y cuyas acciones afamadas es- tán incólumes en la memoria del ejército.
En todos los puestos que ha desempeñado ha demostrado contracción constante, y una equidad á toda prueba.
168 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Como escritor nadie lo conoce y habrá tal vez quien sonría al leer esta frase, pues bien, poseo en mi modesto archivo páginas preciosas, no solo por los importantes datos históricos que contienen, sino por su estilo conciso, claro y lacónico que desen- vuelve con interés los sucesos que narra.
Luis Maria Campos puede reasumirse en un gru- po de cosas buenas. Celoso ciudadano: intrépido soldado: distinguido general: rígido superior: ene- migo del desorden: esclavo del deber, leal amigo. Es esto pues lo que constituye uno de los mejores elementos del ejército argentino.
Con él la disciplina es un culto, y el deber una gloría.
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III.
HORA voy á hacer una breve reseña de los ^servicios del coronel Campos, escrita al correr de la pluma, y como no he consultado sino mi mala memoria es equitativo que se disculpen los errores que pueda cometer en el trascurso de este relato.
Era el año de 1859. Luis Maria Campos era es- tudiante y entre los problemas de la ciencia se des- lizaba su vida agitada, ya por el sueño de los com- bates.
La vocación de las armas encarnada estaba en su espíritu como la única aspiración de su existen- cia, y agitado sin cesar por sus sueños de gloria, su vida era impaciente como la del prisionero indómi- to que sacude sin cesar los pesados hierros que le abruman. Aquiles esperaba la espada del merca- der Itasense.
Al primer anuncio de la guerra civil, de aquella lucha de hermanos sin razón, que á pesar de nues- tras buenas intenciones, debíamos sostener por los
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principios, Luis Maria Campos se creyó libre; el es- tudiante se hizo soldado, haciendo su primer apren- dizaje en una compañia de guardias nacionales del batallón del comandante Castro, que á las órdenes del capitán don Hécior Várela marchó de guarni- ción á Martin Garcia.
Después de algún tiempo de estación en la Isla ascendió á Sub-teniente con Q-ran contento de sus amigos, que ya comprendian la supremacía de su carácter y la rectitud de su corazón.
La compañía del capitán D. Héctor I-'. \^arela, fué embarcada en lo que llamábamos en ese tiem- po nuestra escuadra, que jugaba el tira y afloje con los buques de la Confederación.
Luis María Campos subió á bordo del vapor Caaguazú, como jef^del piquete de guardias na- cionales que guarnecían este buque, y por conse- cuencia llegó hasta Montevideo donde refugiados los buques enemigos^ eludieron el combate, sin du- da por no encontrarse en condiciones ventajosas, lo que dio lugar al regreso de nuestra escuadra, dirigiéndose á San Nicolás de los Arroyos, que es donde estaba el Comandante Castro con su Bata- llón, al que se incorporó la compañía del capitán D. Héctor F. Várela.
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El batallón del Comandante Castro estaba pron- to para marchar á Cepeda cuando tuvo lugar esta jornada y así pudo solo protejer en parte la retira- da de nuestro ejército, sin haber podido^ por la fa- talidad de los sucesos, encontrarse en esta batalla tan gloriosa para la infantería de Buenos Aires.
La retirada de Cepeda, es una de las más bellas páginas de la vida militar del General Mitre.
¿La batalla de Cepeda seria acaso el reverso de la medalla?
La historia imparcial decidirá; y aunque á la sim- ple vista, la crítica del arte de la guerra no discul- pa una sorpresa á las doce del dia, sin embargo, el estudio detenido de nuestros actos militares, oca- sionados muchas veces por el poco respeto con que se obedecen las resoluciones superiores, levantaría de muchos cargos á nuestros generales, no olvidan- do por consiguiente, al mismo tiempo aquel dicho de Marmont. El mejor general es el que comete menos errores.
Nuestros ejércitos son improvisados bajo la base de una división de línea, compuestos de elementos hetereogéneos y generalmente pequeños en nú- mero, lo que hace que la disciplina contemporice en vista de estas razones, y cuando la disciplina no está afianzada en el sólido pedestal de la obedien-
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
cia pasiva, imposible será que no se encuentre al- guna circunstancia atenuante en el conflicto sufrido por el general.
Después de la jornada de Cepeda, el ejercito se retiró á Buenos Aires, previo el combate naval del 27 de Octubre.
En el corto sitio que tuvo que sostener aquella ciudad, el Sub-teniente Campos ascendió á teniente 2°, dejando al poco tiempo las armas por haberse cerrado el templo de Jano.
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IIl.
L iniciarse la campaña de Pavón, en el año 1861, el teniente I" de Guardias Nacionales que ya lo era Luis M. Campos, fué reconocido en su grado, de línea^ y marchó con otros distingui- dos oficiales á San Nicolás de los Arroyos, á for- mar el 6^ de línea, á las órdenes del entonces co- mandante Arredondo.
Este cuerpo se incorporó á nuestro ejército y to- mó parte en la batalla de Pavón, en la que el te- niente Campos, presentó al general en jefe la ban- dera tomada al batallón San Luis, traida por Saá.
El general en jefe recompensó la acción con un fuerte abrazo, demostración mímica que presagiaba su hermoso porvenir.
En el combate de la Cañada de Gómez; especie de reacción del valor ultrajado, en que nuestra ca- ballería vindicaba por un golpe audaz sus anterio- res derrotas, el 6° de línea tomó parte siendo en todo la influencia moral de ese hecho. El teniente
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I^ Luis M. Campos ascendió á Ayudante Mayor, teniendo sus despachos la fecha de ese dia.
Entonces el batallón 6° de línea marchó á las Provincias dirigiéndose á Catamarca, de donde fué enviado el ayudante Campos á Tucuman, á discipli- nar un contingente de cien plazas que enviaba aquella provincia al ejército. Lo único que llevaba eran diez guardias nacionales y cuatro cabos ins- tructores, lo que dio lugar á creer en Tucuman_, que el contingente se sublevaría, y pagaría cara su osa- día el ayudante Campos.
Así sucedió, porque en Santiago del Estero, en el Pueblito de Choya, se declaró un motin en los re- clutas, bandidos todos de profesión, y solo la ener- gía y decisión del ayudante Campos y su valiente escolta, pudieron contener la sublevación, teniendo que dar muerte á uno y herir á varios otros.
De allí marchó precipitadamente á Córdoba, ha- ciendo las 255 leguas que hay de Tucuman á este pueblo, en veinticinco dias, eon noventa y siete pla- zas. En esta época ascendió á Capitán, marchando á San Juan en circunstancias que el Chacho llamaba á los héroes de la anarquía á su roja bandera, pi- soteando nuestras instituciones. ¡Que anomalía! él^ el proscrito y el bravo luchador, en otro tiempo, por las libertades argentinas!
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La provincia de San Juan se puso sobre las ar- mas, y el capitán Campos fué nombrado instructor y comandante de la guardia nacional; pero pronto tuvo que volver á su Batallón, por tener éste que marchar á la campaña de la Rioja.
La campaña de la Rioja duró un año, y el capitán Campos habiendo seguido todas las peripecias de este penoso período, tuvo la gloria de encontrarse en algunos pequeños combates, que me veo obliga- do á pasar por alto por no dar mayor estension á estos ligerísimos apuntes, y solo agregaré que en esta época sirvió también como secretario del en- tonces comandante Arredondo.
Al concluir la campaña de la Rioja, fué nombra- do el capitán Campos, Sargento Mayor graduado de la Mayoría del Batallón 6° de línea.
IV.
IsTANDO este Batallón en la Provincia de San Luis, en el fuerte Diamante, recibió orden pa- ra marchar á la campaña del Paraguay, saliendo del pié de Los Andes el 29 de Abril de 1865 en- contrándose el I 7 de Agosto del mismo año en la Batalla del Yatay.
En esta horrible carnicería, el Mayor Campos hu- bo de perder la vida luchando cuerpo á cuerpo contra dos paraguayos, casi sin armas, por habér- sele roto la espada al dar un hachazo á uno de los enemigos que me hubiera quitado el trabajo de es- cribir estas líneas, á no haber sido socorrido por sus soldados que cambiaron el rol del episodio.
También asistió ala rendición de la Uruguayana, siendo acreedor, por consecuencia, á las dos me- dallas decretadas, por los gobiernos Oriental y Brasilero.
El ejército hizo campamento en las Ensenaditas, descansando de las fatigas de la penosa campaña de Corrientes, haciendo los preparativos para
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-efectuar el pasage al territorio enemigo, al mismo tiempo que los cuerpos completaban su instrucción militar.
Como cuerpo maniobrero y preciso en sus mo- vimientos, el 6 de línea llevó la palma en esa época, y un día el general D. Bartolomé Mitre viéndole maniobrar, esclamó lleno de entusiasmo.
"Si este Batallón estuviera en un campamento francés, al mas lucido de sus cuerpos no tendría nada que envidiar," ese dia el santo del ejército fué — vSe lució el 6 de línea.
El 16 de Abril de 1865, parte de nuestras tro- pas pisaron la tierra enemiga, siendo el 6 de línea el primer batallón que desembarcó.
Después del paso aparece el combate del 2 de Mayo, batalla que habría sido perdida por nuestra parte, si el ejército enemigo hubiera sido mandado por un hábil general, capaz de abarcar con su vis- ta de águila^ nuestra crítica situación al principio del combate, apoyando, se entiende, á ese movi- miento con fuerzas considerables.
El batallón del Mayor Campos no tomó parte activa en esta jornada como todo el ejército ar- gentino, á escepcion del bravo 1° de Línea, que á
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178 LA CARTERA DE UN SOLDADO
las Órdenes del coronel Segovia se coronó de gloria.
Pasaré por alto el combate del Estero Bellaco, 20 de Mayo, que es insignificante considerándole relativo al resultado material de las pérdidas de esa jornada, y me detendré en la batalla de Tuyutí, 24 de Mayo de 1866. ♦
La batalla de Tuyutí era defensiva para el ejér- cito aliado que fué atacado inopinadamente en sus posiciones: la izquierda del enemigo avanzó en or- den paralelo, rebasando su valiente caballería nues- tra derecha. La del ejército paraguayo en su mayor parte la formaba su infantería, que hizo un movimiento perpendicular que por el monte del Sauce, ocultaba estratégicamente su intención de envolver la extrema izquierda del ejército brasi- lero.
En un momento la batalla fué empeñada en casi toda la línea, y referiremos solo las peripecias que tienen relación con este relato.
A vanguardia de nuestra izquierda íueron des- tacados el 4 y el 6 de línea; esta maniobra audaz no respondía á ningún principio táctico, porque esos batallones aislados por algún tiempo y sin apoyo relativo para la batalla, que para nosotros era defensiva, en mi modo de ver era un error, y ■■ solo la intrepidez de esa brigada mandada por el
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valeroso Arredondo, por Fraga y Campos, y otros afamados oficiales, pudo detener el torrente de la caballería paraguaya.
Aquella vorágine humana se precipitó sobre los dos pequeños montones de soldados argentinos.
Eran ochocientos ginetes paraguayos! Pintores- co espectáculo presentaban aquellos bravos enemi- gos! Hombres de inmensa talla con la tez cobriza y la mirada altiva, el pesado morrión de cuero ha- cia atrás sujeto en el barbijo; el brazo musculoso, levantado, blandiendo el filoso sable, aquel sable que nos recordaba los hachazos de Waterloo; las piernas nervudas, desnudas, oprimiendo el flanco de los potros recien domados que desbocados se arro- jaban sobre nuestros soldados: no se oía sino la voz animosa de sus oficiales, gritando que no desmaya- sen, y el repiqueteo de aquellas inmensas espuelas que sangraban los hijares de sus torpes redomones. Avanzaban rápidos levantando una nube de agua délos esteros que pasaban en espantoso desorden: la metralla abria claros inmensos en sus escuadro- nes; pero una disciplina sobrehumana cerraba aque- llos claros con una rapidez digna de encomio. Ve- loces como el rayo se lanzaron sobre los cuadros, haciendo flamear sus banderas sobre las cabezas de nuestros soldados; pero allí había otra disciplina, otro heroísmo, y otro deber; era el de los hombres
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libres que rechazaban el furor de aquellos centau- ros mas dignos de la epopeya de la libertad, que del poema sombrío de la tiranía. Sufriendo grandes pérdidas se corrieron á nuestra derecha, y alli sa- blearon un cuerpo que encontraron en mala si- tuación.
En esta batalla el mayor Campos y sus bravos compañeros demostraron el temple de su alma: nunca habían visto el efecto terrible de una carga de caballería, que carga á fondo con ímpetu, y solo retrocede cuando es diezmada y vé entre raudales de sangre su impotencia.
Con la fecha de esta batalla son los despachos de teniente coronel graduado, del que es hoy coro- nel Campos.
Ahora permítaseme una digresión.
Si López hubiera tenido un general de caballe- ría, no como Montbrun, Lasalle, Blucher ó Lavalle sino algo mas mediocre, y guardado hubiese algu- nas reservas, quien sabe lo que hubiera sucedido.
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V.
ESPURs de la gran batalla de Tuyutí, las ope- U^ raciones se paralizaron, y solo llamaba la atención del ejército, los pequeños combates que tenían lugar en el montecito del Yataí-tí-Corá, en alguno de los cuales escaramuceó el 6*^ de línea.
El 10 de Julio, en ese mismo punto, se inició un combate, en mas grandes proporciones que los que hasta entonces habían tenido lugar: la noche separó á los combatientes para volverlos á reunir el día 1 1 en una reñida batalla, en la que el I " de línea con el bravo Roseti á la cabeza, se cubrió de san- gre y gloria, rechazando con el batallón "vSan Ni- colás" y '^El Correntino" el rápido desborde de la infantería paraguaya, mucho mayor en número que aquellas fuerzas.
En este combate como en otros se podia probar los errores escritos con la sangre de nuestros soldados; porque es notorio que si en alguna par- te el proverbio aquel, "La letra con sangre entra" fué una verdad, es en la Guerra del Paraguay donde se pagó bien caro la experiencia adquirida.
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182 LA CARTERA DE UN SOLDADO
La batalla del 1 1 concluyó á las ocho de la no- che, por la retirada de los parag-uayos abrumados por el fueg"0 de los arg-entinos.
En este último momento el comandante Campos recibió la orden del General Rivas de relevar á la Legión y al 3 de línea que primeros habian ocupa- do el montecito y tenian casi agotadas sus muni- ciones: la orden fué cumpHda al pié de la letra; tan- to por el Comandante Campos^ como por los otros valientes jefes, á quienes se les encomendó el ho- nor de esta carga, produciendo en seguida la re- tirada de los paraguayos, que hasta ese momento habian permanecido combatiendo, del otro lado del Estero.
El 16 y el 18 de Julio el Batallón 6 de línea no tuvo parte activa en esos combates, y solo se limi- tó á protejer la retirada de nuestras tropas, recha- zadas en las memorables jornadas del Boquerón; marchando el último dia á prestar igual servicio al Batallón Í2 de línea, que mandado por el intrépido Avala y nuestro vaHente amigo Mansilla repelía enérgicamente la caballería paraguaya por nues- tra derecha.
Después de los combates del vSauce (16, 17 y 18 de Julio de 1866) aparece Curupaytí chorreando sangre; en aquel combate tenaz y heroico, sublime
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sacrificio del soldado que pelea sin la esperanza de la victoria, que se bate para morir, ni aun por la vida como César en Munda, sin ver caer un solo de sus enemigos que en su sarcasmo horrendo, para- petados en su invencible posición, abrumaban nues- tro ejército bajo el peso de una catástrofe terrible; allí en esa egregia epopeya del sacrificio, allí donde se probó el temple del soldado argentino, porque jamás en nuestras guerras hubo nada parecido á Curupaytí, el Comandante Luis María Campos au- mentó el número de los héroes de ese dia, su bata- llón fiié hecho pedazos^ y él, herido de un balazo en un brazo, no cedió el terreno hasta no haber re- cibido la orden superior.
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VI.
CONSECUENCIA de la herida recibida en Curu- paití, el Comandante Campos regresó á Bue- nos Aires y no estando restablecido aún, se incor- poró á su Batallón que se encontraba en el "Fraile Muerto" con las tropas que debian operar contra los insurrectos de Mendoza, que proclamaban la anarquía, y desgraciadamente probaban nuestra debilidad en el exterior, en los momentos en que la República estaba empeñada en una guerra ex- trangera.
¡Qué pensaría el Brasil en ese tiempo de noso- tros!
Al siguiente dia de llegar el Comandante Cam- pos al "Fraile Muerto," recibió orden del General Arredondo, para marchar con su cuerpo, el Bata- llón San Juan, y dos piezas de montaña en protec- ción del general que operaba una retirada sobre el Rio Cuarto perseguido por el enemigo con un ejér- cito mucho mas numeroso que el suyo. El coman- dante Campos tuvo que hacer con sus tropas una marcha de treinta y seis leguas en diez y siete horas, y la junción á las fuerzas del General Paunero dio
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EL CORONEL DON LUIS MARL\ CAMPOS 185
por resultado el retroceso del enernig-o hasta San Luis. Organizado en el Rio Cuarto el ejército del Interior, obtuvo el Comandante Campos el mando de las fuerzas con que se habia incorporado.
En estas circunstancias el ejército enemigo, fuer- te de 5,000 hombres, se encontraba en la provincia de San Luis y Mendoza, y habiendo concentrado en la primera de estas provincias^, toda su fuerza, marchó sobre el ejército del General Paunero que solo contaba con 3,400 hombres^, que por una coincidencia tomaba la ofensiva al mismo tiempo que el adversario .
Cuando el ejército del General Paunero llegó á San José del Morro, fué fraccionado en dos colum- nas, tomando el mando de una de ellas el entonces Coronel Arredondo, que evolucianaría sobre la villa de Mercedes, á fin de batir al Coronel Videla que se encontraba allí con mil hombres.
El Comandante Campos que marchaba en esta división, llegó á la Villa de Mercedes, ya abando- nada por las fuerzas del Coronel Videla y 500 in- dios de la Pampa, sus auxiliares, las que se hablan dirigido á San Luis á incorporarse al grueso del ejército insurrecto.
El Coronel Arredondo, viendo frustrada su inten- tona, avanzó sobre San Luis operando en combi-
186 LA CARTERA DE UN SOLDADO
nación con el General Paunero un movimiento, de avance, y designando por punto de reunión el Rio Quinto. El Coronel Arredondo llesfó á ese Rio_, pero no encontreS al General Paunero, porque éste estaba á dos leguas mas abajo de la reunión indicada.
Apenas hablan trascurrido seis horas que des- cansaba la tropa de las fatigas de tantas marchas rápidas, cuando el jefe de la vanguardia anunció que el enemigo se aproximaba, inmediatamente se formaron las fuerzas en disposición de combate, y los 1.700 veteranos de la campaña del Paraguay, á las órdenes del Coronel Arredondo, esperaron con la calma del viejo guerreador el ataque de los insurgentes, cuyas fuerzas de las distintas armas al- canzaban á 5,000 hombres. Este ejército confiado en su número, avanzaba con imprudente audacia y una resolución manifiesta de llevarse todo por delante.
Un instante la batalla fué defensiva paralas fuer- zas del Coronel Arredondo, en vista de la numerosa caballería del enemigo, quien conociendo su supe- rioridad numérica, desplegó cinco batallones y diez piezas de artillería con la intención de apagar los fuegos de la división de Arredondo; al mismo tiem- po que amenazaba con numerosos escuadrones.
El Comandante Ivanowski y el Coronel Segovia sostenían con bizarría la derecha, en el centro esta-
EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS 187
ba el Comandante Campos, y en la izquierda creo que el Mayor del 6, siendo auxiliado por un cuer- po de caballería.
El fuego del ejército rebelde era vivo y tenaz y aumentaba gradualmente; nuestra izquierda se ha- bía visto obliofada á retroceder á consecuencia de una carga de caballería, que audaz lanzó el enemi- go, á pesar de haber sido protegida por el batallón San Juan.
Las circunstancias eran críticas; momentos de hesitación muy grande: la izquierda' había ce- dido el terreno y el fuego nutrido del enemigo incendiaba la pequeña división de Arredondo. Entonces el Comandante Campos, comprendiendo que solo por un golpe de audacia podría ganarse una victoria ya comprometida, le dijo al Coronel Arredondo:
Coronel, ¿quiere que cargue á la bayoneta? y éste le contestó con su calma jamás desmentida, mi- rando atento el progreso de la batalla, con aquella mirada penetrante que centelleaba en sus dos pequeños ojos:
¡Cargue Comandante!
♦
El Comandante Campos se puso al frente de su
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batallón, hizo tocar el himno del General Lavalle, y arremetió á la bayoneta con su valor proverbial.
El enemigo no cede el terreno, al ver el reducido número del batallón 6 de línea que con 257 plazas quiere arrebatarles la victoria, á ellos, que son 1,200 hombres de infantería, al contrario conocien- do la influencia de la ofensiva arremete á su vez y las bayonetas se cruzan, y lo que no se ha visto en la campaña del Paraguay, y solo una vez en la guer- ra de la Independencia en la batalla de Ayacucho, y tres veces en las guerras de la Revolución fran- cesa y del Imperio, aquí se repite con encarniza- miento.
El Comandante Campos avanzó al frente del 6'^ de línea y cuando apenas veinte metros separaban á los combatientes, ambos se detenían como admi- rados de su misma audacia. Aquel es el momento supremo que dá el triunfó ó la derrota; en ese ins- tante un átomo de audacia dá la victoria, aunque la fuerza numérica del contendor lleve la ventaja. Así fué, el Comandante Campos conociendo la situa- ción, se arrojó el primero sobre el enemigo: el aban- derado de uno de sus batallones es muerto por un balazo descargado por él y le arrebata, le quita la ensangrentada bandera que flameaba para nues- tro descrédito en poder de argentinos. Esta es la señal del combate, los soldados enemigos se lan-
EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS 189
zan sobre Campos, le arrojan del caballo al suelo y amontonados sobre él, todos quieren herirle, todos intentan darle muerte, y esto fué sin duda lo que salvó aquella vida destinada á otras hazañas; esa confusión de tig-res para herir á su presa dio lugar á que llegara el 6" de línea y pusiera en completa dis- persión á la infantería enemiga.
Al rededor de donde había caido el Comandan- te Campos quedaron 54 muertos.
Esta es la batalla de San Ignacio, y por su bri- llante comportacion en esta jornada, Luis María Campos fué ascendido á Teniente Coronel efec- tivo.
Este episodio es uno de los hechos mas brillan- tes de la vida miHtar del Comandante Campos.
La campaña del Interior concluyó con la batalla de San Ignacio, después de la cual regresó el 6 de línea, al ejército del Paraguay.
YTL
N ese tiempo nuestro ejercito sitiaba á Hu- ^maytá, ocupando la segunda línea del cua-
drilátero.
El 16 de Julio de I86cS tuvo lug;ar el ataque lle- vado por el General Osorio, por nuestra derecha á ese campo atrincherado.
En esta jornada, el ejército argentino se concre- tó á hacer una demostración por el centro, y el ba- tallón 6 de línea con los dos Batallones del Coman- dante Obligado, ocuparon la vanguardia, sin que tuviéramos que lamentar- en ese dia mas pérdida que un soldado herido, de los cuerpos de la se- gunda división Buenos Aires.
A consecuencia del contraste que sufrimos el 18 de Julio del mismo año en el Chaco, el 6 de línea fué agregado á las tropas que allí mandaba el Ge- neral Rivas, á cuyo cuidado estaba esa posición tan formidable, que en honor de sus constructores, fué hecha con todas las perfecciones del arte. '
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EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS 191
La laguna Ibera frente á la posición ocupadapor la desesperada guarnición de Humaytá, fué el tea- tro violento de marítimos combates donde entre las tinieblas de la noche fueron despedazadas las fuerzas paraguayas que intentaban retirarse.
Habiéndose ausentado el General Rivas á la parte opuesta de la Península donde se encontraba el Coronel Ivanowski, el Comandante Campos que- dó interinamente al mando del reducto.
Anteriormente habia rechazado el enemigo dos parlamentarios á balazos, mas tuvo la buena suerte de ser admitido el que le envió el Comandante Campos, con el padre Esmeralda.
En el primer momento le hicieron fuego, mas el bravo sacerdote sin inmutarse levantó una cruz que llevaba y doblando la rodilla en tierra les gritó, pidiendo que lo escuchasen un instante.
Martínez tuvo una larga conferencia con él, re- sistiéndose siempre á entregar las armas, pero al fin convencido de su completa impotencia se rindió el 5 de Agosto con los demacrados restos de la guarnición de Humaytá que se componía de ocho- cientos hombres.
192 LA CARTERA DE UN SOLDADO
La lid continua y encarnizada que tuvo por tea- tro ese pequeño y pintoresco espacio, es digna de todo encomio, esa lucha encarnizada de doce dias será siempre una corona de gloria para ambos com- batientes. Los paraguayos hicieron todo Lo que pres- criben las leyes del honor y el ejemplo de los bravos. ¡Hicieron mas! muchos murieron de hambre antes de rendirse, y otros se suicidaron.
Después de esta época recibió el grado de Co- ronel graduado el Comandante Campos, y habien- do seguido las operaciones de nuestro ejército so- bre la línea del Pikicirí, se encontró en el asalto y batalla Itaivaté, el 27 de Diciembre de 1868 y de- bido ásus buenas disposiciones tácticas y á su sere- nidad se debió el triunfo de una difícil situación.
En esta jornada el Coronel Campos era jefe de la 2^ División, compuesta de los batallones 4^, 5^ y 6^ de línea y el Rioja y Catamarca.
El Coronel Campos ocupaba la estrema izquier- da de nuestra línea, y habiendo salvado la fortifi- cación enemiga, avanzó en escalones sobre la in- fantería paraguaya que retrocedía velozmente. La vanguardia de éste ataque la llevaba el 4^ de línea con su coronel á la cabeza, el malogrado Floren- cio Romero, que agitado siempre por su indomable valor, jamás obedecía las leyes de la prudencia, y
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-en pos de ese ardor que le sería fatal en este dia, avanzaba llevando el batallón desplegado; desor- ganizado por los accidentes del terreno y la clase de tropa que componía el 4." de línea: eran Ja ma- yor parte reclutas.
El Coronel Campos abarcó en un instante esta •situación, y sobre el particular amonestó varías ve- ces al Coronel Romero, quien llegó hasta exaspe- rarse, por una insinuación amistosa.
^, El Coronel Romero resbalaba en la pendiente de •su fatal destino, entusiasta y enardecido por el as- pecto de su aparente victoria y el estruendo áe\* combate^ no sospechaba que sería la primera víc- tima escojida por su misma bravura.
Rápidos cien ginetes de la escolta de López, co- mo el rayo de la desesperación, cargan á fondo so- bre una fracción del batallón del Coronel Romero: él es la primera víctima que sucumbe al esfuerzo del brazo de un soldado paraguayo: un hachazo le hiende el cráneo, una bala le horada el vientre, y un torrente de sangre inunda aquella faz tan noble y tan hermosa. Turbado por el golpe mortal cae del caballo, reacciona, se levanta, vaga la mirada, busca algo con ansiedad, algo que reanime la iner- cia de la agonía. Campos corre á él, á su amigo, á aquel pedazo de su existencia.
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194 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Romero arrancó un esfuerzo supremo á la vida^ y una mirada de águila se escapó rápida de sus grandes ojos ya vidriosos. . . y un momento des- pués muere.
Una parte del batallón 4." de línea es convulsio- nado completamente á pesar de los esfuerzos de- sesperados del bravo Bernal y sus dignos oficiales: el pánico con sus negras sombras cunde en el 5.° de línea, pero el arrogante Le valle contiene á ba- lazos el estupor fatal; el 6.° de línea se estremece^ pero alli está Campos, Arias y otros oficiales que reaniman la moral No hay nada que se sobreponga mas al peligro que el ejemplo de los bravos: el espíritu militar reacciona, y merced á los esfuerzos de todos los jefes de la división, renace el fuego- sagrado, y lo que debia ser una derrota, se trans- forma en una espléndida victoria.
La división del Coronel Campos arranca á bayo- netazos á los paraguayos el triunfo que en ese mo- mento fué general en toda la línea.
En este combate el Coronel Campos sintió todo< el peso de la responsabilidad de un contraste, que para un jefe superior es peor que arrojarse en los; brazos de la muerte.
Esta victoria fué debida á la serenidad y dispo- siciones tácticas de Campos. Convulsionados sus.
EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS 195
dos escalones de vanguardia, restableció el com- bate y arrancó la victoria con los de retaguardia.
Poco tiempo después déla batalla de las Lomas, fué ascendido á Coronel efectivo.
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Yin.
HORA, al hablar de los sucesos de la campa- .^_ña de Azcurra (1869) que recientemente han tenido lugar y que todo el mundo conoce, me limi- taré á aumentar simplemente el número de los episodios en que se ha encontrado el Coronel Campos, con la dirección superior de las fuerzas ar- gentinas que operaron con el ejército del Con- tie d'Eu. -
Al apresurar el príncipe la marcha de flanco, de 1 6 leguas, que debia tomar la retaguardia de Ló- pez^ encontró en Sapucay, el primer obstáculo, combate insignificante que allanó el camino hasta Peribebuy, donde el Coronel Campos fué condeco- rado por el conde de Eu, por su brillante compor- tacion y la de las valientes tropas argentinas (12 do Agosto de 1869), Peribebuy trajo la batalla de Barreiro Chico, el 16 del mismo mes, y el 18 el combate de la picada de Caragüatay, últimos com- bates, en los que ha sido actor nuestro querido amigo.
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EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS
197
Hasta la fecha, estos son los servicios del Coro- nel Campos.
Esta es la historia militar del 6 de línea, y tam- bién es la página gloriosa de algunos de los gefes del ejército, cuya carrera brillante ha seguido casi el mismo derrotero que la del Coronel Campos.
Asunción 1869.
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IX.
ASTA aquí lo que se escribió en otro tiempo para el coronel. Ahora en dos palabras arri- baremos hasta nosotros; es decir alcanzaremos al General.
En el presente como en el pasado es el mismo hombre vigoroso, adornado además con la larga experiencia de su vida militar.
A los servicios ya mencionados agregaremos nuevo realce, asistió á la primera campaña de En- tre Ríos en 1870, con el batallón 6.® de línea sien- do jefe de brigada y fué actor en la batalla de Santa Rosa, y á la segunda en 1872, en que man- dó'én jefe el ejército del Uruguay.
En la revolución del año de 1874 tuvo el mismo carácter en el ejército del Oeste, y contribuyó po- derosamente, como su hermano el bravo Coronel D. Julio Campos, al desenlace de Junin.
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EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS -é^ 199 ^ffi.,.
Después de aquella época fué nombrado Co- mandante General de Armas, siendo Ministro Inte- rino cuando Roca marchó á la espedicion de Rio Negro, algún tiempo después fué ascendido á ge- neral.
Hoy manda una división, y vive tranquilo en su hogar virtuoso, como un patriarca, la felicidad le sonríe y la satifaccion de haber cumplido su deber.
Soy su amigo desde la infancia: hemos llevado alegres la ruda vida de soldado raso; juntos lim- piábamos nuestro fusil fulminante y arreglábamos nuestra pesada mochila: le he visto rápido en su carrera ilustre dejarme atrás, y al conocer las razo- nes poderosas de sus ascensos, se ha derramado siempre el contento en mi corazón de amigo. En los altos puestos que ha ocupado nunca le he pe- dido, ni nunca me ha dado nada, mas, por eso mismo debia en holocausto á un noble sentimiento escaso en estos tiempos, presentarle hoy que no espero nada de él^ este empañado espejo para que vea su retrato. No será resaltante el colori- do, mas si sincero, retrato hecho por un hombre que siempre rindió un culto constante á la lealtad.
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V
X.
ECUERDO que un dia me dijo, su digna y dis- ^^tinguida compañera esta frase:
— La referencia que Vd. hace de Luis María, en la retirada de Curupayti, me ha arrancado lá- grimas.
Ahora á mi vez esclamo:
¡He aquí el reverso de la medalla! Los hijos del héroe podrán decir mas tarde
— Mi padre fué un antepasado: mi madre la hija de un libertador de pueblos oprimidos, que borró los errores del pasado elevando con patriotismo un pueblo esclavo y proscrito al rango de una nación libre y constituida.
Eso dirán sus hijos; mientras que el surco lumi- noso que deja el progenitor en la historia de los
EL CORONEL DON LUIS MARÍA CAMPOS 201
bravos muestre al soldado venidero el derrotero del patriotismo y del honor, en el campo de batalla.
Mi deuda de justicia y de cariño está cum- plida.
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EL H0ÍÍBB1 SI A €ABMLh9
(ESCENA DE LA VIDA CAMPESTRE)
I.
'ON cuanto sentimiento veo desaparecer el 'gaucho: ese tipo tan bravo en los combates,
tan constante en el sufrimiento y tan patriota en
las grandes emociones del ciudadano.
¿Era acaso un contraste con la civilización y el progreso que se guardase incólume esa enérgica personalidad argentina? ese héroe de las llanuras que ha regado con su sangre benéfica los mas grandes hechos de la historia nacional,, esa manifes- tación genuina de un suelo vigoroso, donde corren en silencio, sin afectación inmensas columnas de agua, y se hierguen altivos, enormes peñascos de puntas de plata, como un monumento de gloria que se arroja al cielo.
¿Acaso la Rusia no posee el cosaco, el Austria, el madgiar, la Inglaterra el highlander^ la Francia, el spahis, los Estados Unidos, el traper; y así otras naciones?
206 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Es que los pueblos necesitan como una fuerza constante esos elementos vigorosos; porque á ellos está vinculado con férreos lazos, el patriotismo y el amor á la independencia, que desde Sagunto á Za- ragoza y el Paraguay nos dan ejemplo de lo que es capaz un país viril.
Napoleón aludiendo á la resistencia vigorosa de la España, decia: "Al único general que yo temo, es al general español No me imporfay
Tenia razón; ni las derrotas, ni las matanzas en masa arredró á ese pueblo enérgico que enseñó á la vencida Europa, á vencer con paisanos las águilas de la victoria. -
Nosotros los argentinos, en momentos en que las colonias estrangeras reviven poéticamente en sus alegres romerías los santos recuerdos de la pa- tria, dando vida nacional á sus venerandas tradicio- nes, borramos en el presente, de la belleza del pa- sado, el traje nacional, cambiando su elegancia y los pliegues armónicos de látela que lo forma ^ por un vestido ridículo^ que compuesto dedos ele- mentos antagónicos en estética, se despide como un bufón, de una tradición que ha podido conser- varse como un dulce canto de la cuna entre el sil- vido progresista déla humeante locomotora.
EL HOMBRE DE Á CABALLO 207
¡Ah el traje nos lleva el gaucho para no volver mas! ¿Lo echaremos alguna vez de menos? ¡Quien sabe!
Ahogad las gloriosas tradiciones de un pueblo, y estoy seguro que cuando golpee el invasor con las culatas de sus fusiles la puerta de la frontera, no encontrareis á ese pueblo firme en el campo de batalla.
Y ya que se enseña tanto saber en las escuelas; porque no se levanta con la prédica incesante, un altar constante en el inocente corazón del niño, á la memoria de los grandes hechos para que sepa que todo lo debe dar por ese deber sagrado que se llama el patriotismo, y que ha de identificar- se con estas dos grandezas: las dos glorias de la humanidad.
El trabajo para el ciudadano, el sacrificio para el soldado.
' "SÍ
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II.
OY á bosquejar aunque imcompleto un peque- ño cuadro de nuestras costumbres nacionales.
Esta vez elegiré el domador, tipo rudo y vale- roso, que asombra al europeo^ porque en ninguna parte del mundo, el hombre lucha tan sin resguar- do contra el bruto embravecido.
Solo en las reoriones del Plata se ven esos sober- bios jinetes que ejecutan sobre el potro indómito verdaderas hazañas de fuerza y de equilibrio.
Alofuna vez no me atrevo á narrar las orinetea- das que he presenciado en mis largas correrías; por que me parece que la sonrisa de la duda pasea sarcástica en los labios del que me escucha.
Montar un potro en pelo con espuelas, dejándose caer el jinete al pasar la tranquera del corral so- bre su arqueado lomo: saltar sobre un novillo y sostenerse en medio de los ridículos y pesados mo-
EL HOMBRE DE Á CABALI^O 209
\ámientos del animal al que se le mueve la piel co- mo si estuviese despegado del cuerpo^ ir á toda furia, pegarle un fuerte golpe entre las orejas al no- ble bruto que monta y caer parado con las rien- das en la mano como si se tratara de la cosa mas natural del mundo, estas y muchas otras pruebas de destreza y sangre fría encontraría en el espeso acopio que guarda en silencio la azarosa existencia rural.
Por hoy presentaré al domador conchavado; es decir, el hombre del oficio que por un miserable sa- lario juega su vida á cada instante, y que después de arrastrar una existencia entre golpes y sacudo- nes, al fin lo mata un potro.
14
III.
Estamos en la estancia. Próximo á las casas el gran corral de palo á pique con su tranquera al frente. Mas allá el palenque de los caballos donde hay algunos atados. Entre el palenque y el corral un fogón rodeado por media docena de paisanos en cuclillas tomando mate.
La mañana está deliciosa: el sol derrama su luz^ templada sobre la silenciosa pradera que se estien- de sin límites en circulante íorma.
Un silencio solemne domina la escena; interrum- pido de cuando en cuando por la conversación de los pfauchos del foofon.
Próximo á ellos se encuentra un joven de as- pecto varonil y nervudo: su edad no pasará de veinte y cinco años: veinte y cinco años bien tra- bajados: está arreglando un rollo en la cabezada de un apero de domador: su sobrio traje especial y liviano consiste en muy pocas pilchas. La vincha,.
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El. HOMBRE DE Á CABALLO 2TI
para que no le incomode el pelo, le sirve de som- brero: en mangas de camisa, se las ha arremangado hasta la extremidad del antebrazo: con una peque- ña jerga bajera raida y ligera se ha improvisado un chiripá corto, ajustado como pantalón, y sujeto á la cintura por la faja: el calzoncillo envuelto hasta arriba de las rodillas deja ver unas piernas de músculos de acero, delgadas y de correctas formas aunque ligeramente encorvadas hacia adentro: la bota de potro arrollada en el tobillo forma un ribete de relieve: la espuela grande nazarena de fierro ba- tido, aguzada las púas como espolón de gallo de reñidero, está ajustada al talón, acortada la alzapri- ma, de manera que quede firme y no se mueva al asegurarse en el filo de la corona: no está destalo- nada; porque eso solo se usa en el paseo como una coquetería del hombre de la campaña.
Este moceton tan sereno que tranquilamente prepara todos los elementos para asegurar lo me- jor que pueda su vida, y demostrar su destreza: es un domador.
Su juventud le predispone al peligro: cualquiera creería que no es suficiente hombre para arrostrar los furores salvajes del bruto; pero hay que tener en cuenta que en la campaña á esa edad uno es fuerte y vigoroso, y estamos seguros que nuestro héroe hará todo lo posible por salir airoso del lan-
212 LA CARTERA DE VN SOLDADO
ce: vá á demostrar un corage en el peligro, digno de un poema, y cuando se diga que hubo un pueblo en que todos sus hijos eran de esta estirpe se comprenderá entonces por que esa nación nunca fué vencida.
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lY.
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L domador recien ha sido conchavado el dia anterior, junto con su padre que es un viejo de setenta años, al cual ocuparán en trabajos menos fuertes. Silencioso el anciano se encuentra entre los ofauchos del foofon sorviendo el cimarrón.
El capataz de la estancia va á probar al doma- dor. Es necesario ver lo que dá ese mocito que tie- ne laya de altanero. La probada vá á ser en regla: se le hará ensillar el bagual mas bravo de la mana- da: un potro que parece hijo de Zebra.
— Creo que no va d agiLantar la juria del bagual: es malaso^ y de im aguante qne da tniedo esclama el mayordomo dirigiéndose al padre del domador.
El viejo en ese instante abandona la bombilla del mate que toma, y replica con aire herido:
— No lo ha di volteaj^; mí hijo es nn hombre de juerza y resolvencia^ y d corajudo no reculad naides la pisada de un chimango.
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214 LA CARTERA DE UN SOLDADO
El domador que ha escuchado este cambio de frases, se endereza, con la altivez de un hombre libre, toma una actitud impaciente, y dirijiéndose á su padre le dice:
— •/ Y si me atraca ííh golpe 7n{ padre ^ pa qite dijo la pariera varón !
Otro de los paisanos que tiene traza de com- padre, al ver el aire del mozo replica con maHcia.
— Layas no corren á naides. ^^'
Siente el domador la indirecta: el puaso estimu- la su amor propio herido: la ira le asalta en el momento: reflexiona: se serena: enseguida sin per- der su calma habitual exclama sonriendo con or- gullo:
— A sigitn y conforme, pero le ahierto que dende que ando en trabajos soy laya que he corrido á 7nuchos carneros.
Una risotada general interrumpió el diálogo, y la alegría más completa fué el preludio de una escena propiamente originaria de las praderas argentinas.
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(I) Calidad de una persona se dice muchas veces: aquel que tiene buena laya: buen continente. En este caso se aplica á los fanfarrones.
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V.
^N estremecimiento lejano como el de un true- no continuado anuncia la marcha en tropel de muchos caballos reunidos.
Se aproxima la manada entre los relinchos y los gritos de los conductores, asediada por bocanadas de polvo, parecen reventazones de minas intermi- nables.
El hermoso sol de la mañana dá vigor á los co- lores de los animales, que reviven al son de una ar- monía artística, en uno de esos momentos en que el pintor inspirado por la realidad de la naturaleza ejecuta una obra maestra.
Entre aquella multitud confundida, de grandes, pequeños y hermosos brutos, sobresale con gar- bo un potro oscuro, crinudo, grande, de cabeza le- vantada, altanero, ojos rápidos; parecen relám- pagos inyectados de sangre_, que anuncian el furor á la simple aproximación del hombre: piernas del-
216 LA CARTERA DE UN SOLDADO
g^adas y musculosas: encuentro férreo, resaltante^ como si su g-ran corazón lo empujara afuera: vien- tre esbelto estendido: jarretes de acero: anca re- donda: cola espesa, porruda llena de abrojos; y corre airoso con
"La crin tendida vaoforosa al viento."
El tropel ya está próximo al corral. Se levantan entonces los gauchos del fogón: uno de ellos toma el lazo y lo arma con arm'ada g^rande, otro un bozal al cual asegura bien el maniador y colocándose so- bre un flanco por donde debe pasar la manada esperan el momento oportuno para enlazar al po- tro oscuro y asegurarlo.
En el instante en que se pone á tiro, uno de ellos^ con la rapidez que dá la destreza inveterada, levan- ta el brazo y hace girar sobre su cabeza el círculo incorrecto, con cierta vaquía que impide que se cierre.
Silva el lazo, y formando trayectoria en serpen- teo, el aro concéntrico y corredizo cerrándose rápi- damente, cae sobre el pescuezo del potro oscuro^ como un dogal que se oprime velozmente.
Apenas el bagual siente el roce de la cuerda de cuero, pega un brinco como tocado por una chispa eléctrica, que le hiciera sentir el dolor mas horrible que se pueda imaginar.
EL HOMBRE DE Á CABALLO 217
Entonces, dá principio á una lucha desesperada y brutal por arrancar el lazo de las manos del ro- busto gaucho que lo aguanta con firmeza, haciendo centro de gravedad en sus nervudas piernas, ar- queadas por el hábito del caballo desde la infancia, y dobladas como una guardia de esgrima, apoyan- do fuertemente la extremidad del lazo en las só- lidas caderas. En esta segura posición queda firme como una estaca.
Solo el hábito y el ejercicio continuado pueden dar ese vigor, y esa firmeza para resistir y vencer la tuerza enorme del bruto; aguantando como una columna de bronce los tirones desesperados del animal enardecido.
El potro furioso, tan pronto salta á un lado como á otro y de repente corre violento en dirección al paisano: en ese momento queda flojo el dogal maldito, y sintiendo ese pequeño alivio, creyéndose ya libre, se lanza con mayor ímpetu á la carrera, mas llega el último estremo de la cuerda y un tirón, horrible casi lo asfixia y lo dá contra el suelo.
Jadeante, medio ahorcado, respirando fatigosa- mente con una expresión formidable de furor se debate en el suelo, donde ya el otro paisano le ha enredado las patas y las manos, mientras que otro le pisa el pescuezo, le ata la oreja le corta las cri-
■V'-
218 LA CARTERA DE UN SOLDADO
nes para que no incomode al domador, le aseguran el bozal, le acomodan las fuertes riendas, atadas con guascas sobadas en el maxilar inferior, lo gri- tan, lo palmean, se burlan de él, y al fin después de algunas sacudidas y mordiscos se queda quieto. La paz reina en Varsovia.
Entonces uno de los paisanos tomando fuerte- mente del cabrestro del bozal lo hace levantar. El potro se pone de pié bufando, tembloroso^ inquie- to, feroz, el ojo centelleante de rabia, parece la mirada de un loco sugeto en sus cuatro esl.remida- des, y al fin se resigna astuto y se deja atar por el • cabrestro al palenque: los dos apadrinadores mon- tan á caballo para presentarle un ejemplo de man- sedumbre, de esclavo domado.
Bien sujeto de manos y patas se aproxima el domador con su sobria montura y empieza á ensi- llarlo á su gusto, demostrando un cuidado prolijo en que todas las cosas han de estar en su lugar. En cuanto siente el animal la cincha vuelve á in- quietarse cimbrando el lomo; pero está impotente y sus esfuerzos son vanos.
Ya todo pronto le desenredan las patas, desatan el animal del palenque y lijero monta el domador mientras sus compañeros se lo tienen por la oreja del lado de montar tapándole el ojo de ese cos-
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EL HOMBRE DE Á CABALLO 219
tado. El ginete entonces toma una actitud espe- cial en la que estriba el honor de la jornada, agar- ra las riendas tirantes, hecha el cuerpo duro hacia atrás, encoje un poco las desnudas piernas, calza el corto estribo de palo entre los dedos mayores del pié que se pegan al borde de la carona, afirma las espuelas, y oprimiendo fuertemente sus rodi- llas los flancos de la cabezada, grita con coraje:
¡Larguen esa maula!
■ - ,, ii*
VI.
Jesucristo! que bagual: ¿Si tendrá el diablo en '^el cuerpo.
Primero pega un brinco con una agilidad de tigre enfurecido, y convulso se sacude en el aire flameando como una bandera al furor de una tempestad: enseguida cae violento metiendo la cabeza entre las piernas, y levantando casi verti- cal el anca, vuelve á alzarse rápido, ya por un es- tremo como por el otro^ y forma con su espinazo, del cogote á la cola un arco peligroso para el equi- librio, de manera que el ginete en ciertos momen- tos se mantiene apenas sentado en un punto de la montura, solo prendido por una fuerza muscular que parece que no tuviera punto de apoyo, y un equilibrio milagroso. Los furiosos saltos y los trai- cioneros corcobos se repiten en distintas formas, y aunque se le vea moverse de un lado á otro al ca- ballero samarreándolo como una vibración tre- menda, firme, sigue sosteniendo su posición que
EL HOMBRE DE Á CABALLO 221
tiene por base la rigidez del cuerpo y la fuerza de sus piernas.
La situación mas difícil para él, es cuando en el aire se sacude y se le vé inseguro y vacilante al parecer, como un borracho que aun no ha perdi- dido del todo el sentido, ó si una mano poderosa lo estremeciera sin poderlo arrancar de la montu- ra; y sin embargo él solo reacciona, en tan apre- miante momento, por mas difícil que sea su situa- tuacion no charquea; porque eso sííría una deshonra: sus manos tienen firme las riendas y el rebenque que levanta de cuando en cuando, para caer con el plano de la lonja con un ruido seco sobre los sudados hijares de la indómita bestia.
De repente el potro se amaca acompasado, y cuando el ginete cree que ya no vá á bellaquear, rompe exabrupto en los corcobos mas estrafalarios, gritando como un condenado, mordiendo, espu- mante como un rabioso, con toda la furia de su desesperación: tiene razón el noble bruto, lucha por la libertad, por esa sagrada riqueza que solo se compra con el sacrificio, y el juicio maduro de saberla conservar.
El ginete impasible y precavido no pierde un instante su calma, prendido fuertemente de las riendas mantiene el equilibrio á duras penas: ya
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222 LA CARTERA DE UN SOLDADO
dos veces lo ha desacomodado bastante fiero; pero ha vuelto otra vez por instinto á su lugar, como por la misteriosa atracción del peligro pre- venido.
Sigue incansable el bagual furioso bellaqueando con una agilidad asombrosa, y un aguante formi- dable.
Al sentir las espuelas su frenesí monta al colmo, y prorrumpe desesperado en una carrera de bo- tes violentos: de repente sudoroso, cubierto de es- puma, resollando como un degollado á medias: pega un remesón capaz de sacar por las orejas al mas pintado, se detiene: toma alientos con mala in- tención: se empaca y queda ahí exhalando resoplidos continuados con las narices desmensuradamente abiertas, como para que salga el furor de su pecho. Entonces se le aproxima uno de los apadrinadores y poniéndose á un costado, trata de volverlo al lado del palenque, pues ya es tiempo que concluya la domada.
La actitud del animal en ese momento parece tranquila: aprovecha entonces el domador el ins- tante oportuno y lo llama á las riendas tironeán- dolo fuertemente á los lados hasta que la boca toca el encuentro, cuidando al mismo tiempo de no quebrarlela boca, en esta operación se desacomoda
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EL HOMBRE DE Á CABALLO 223
un poco por el esfuerzo violento que hace hacia atrás, porque emplea todo su vigor en este movi- miento. Mas de repente se alza el animal salvaje, pega un bote, y vuelve á bellaquear; pero ahora es otro sistema que un soplo infernal lo inspira: empieza á bellaquear á gueltas: pega el corcobo y antes de caer en tierra gira á un costado volvien- do la cabeza como para moder el estribo. En esta situación difícil el ginete ya un poco cansado se encomienda á la Virgen y echa mano de las últimas fuerzas que le quedan: el potro no desmaya: sus saltos y corcobos circulantes son para revolver las entrañas á un hombre de bronce: el traqueo con- vulso, horrible es algo indescriptible: se sacude, se cimbra: culebrea en el aire como una chispa eléc- trica, y se entremece como un peñasco que va á ser lanzado lejos por un temblor de tierra, como una masa oscura, vibrante en el espacio; pero al fin dominado por la fatiga cede á su pesar y aleccio- nado por el ejemplo del caballo tranquilo del apa- drinador vuelve, amacándose ó con un trotón bru- tal al punto de partida.
Todos creen que ha concluido la valiente faena; pero de súbito como para sacrificar en aras de la libertad el último esfuerzo de la vida salvaje, se alza rápido con los ojos saltones de una rabia trai- cionera, se para en dos manos con una velocidad inaudita é instintiva, y echándose de lomo se der-
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224 LA CARTERA DE UN SOLDADO
rumba con estrépito, con ánimo de matarse, con tal de matar al ginete; éste sin perder su admirable sangre fría, con la agilidad de un gato montes, pega un salto á un costado y sale haciendo tararear las espuelas sonadoras, con el cabestro en una mano y en la otra el rebenque; y dirigiéndose al paisano de la compadrada, le dice en tono de pifia.
¡Amigo, que le parece mi laya!
El interrogado avanza hacia él, estirándole la mano, y con cierta admiración reprimida, exclama:
— ¡Qué el mocoso había sido hombre de á caballo!
La Verde. 1876.
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(CUADRO DE OTROS TIEMPOS)
A mi querido tio Don Nicolás Lastra
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15
*. TOEG© BEL FMTQ \
I.
Si queréis conocer la virilidad de de un pueblo, estudiad sus costum- bres, y encontrareis que existe una inmensa distancia entre Esparta y Sibaris
Es un error muy grande creer que la civilización está en el traje: Esta vestida de cualquier modo nace en el trabajo y en los hábi- tos humanitarios y filantrópicos: el uno nos conduce al progreso, y el otro á las instituciones.
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L juego del Pato que en otro tiempo fué uno de los entretenimientos de la gente de la campaña, constituía una escena que solo podia ser representada por valientes actores, endurecidos en esa existencia aventurada y pintoresca, que se llama la vida del gaucho, espuesta á cada momento á un peligro, á los vaivenes de la miseria, y alar- mada continuamente por el dominio del Señor feudal.
II.
i^STAMOs en la pulpería. Un espacioso rancho blanqueado, con una ramada en la puerta de comercio, se levanta en un terreno que forma un rectángulo, circundado por una línea de álamos que pudiera muy bien calificarse de palizada natural, especie de resg-uardo para un momento dado, que asume mas este carácter por estar rodeado por un fozo roto en el frente de la casa, donde está clava- da una tranquera de palos corredizos; única entra- da al reducto mercantil que representa muy modes- tamente el puente levadizo del antiguo castillo, que allá en lejanos tiempos, se destacaba sombrío con sus negros torreones, como una amenaza encubier- ta, para ser guarida de algún salteador de caminos.
En uno de los costados del rancho está el pa- lenque de los caballos, y al otro el cerco del Tambo con las duras guascas peludas, para atar vacas y terneros.
EL JUEGO DEL PATO 229
Un miserable galpón donde se guardan menuden- cias que sirve al mismo tiempo de gallinero, se muestra como un saparrastroso haragán allá en el fondo.
Detrás de la casa se ven desparramados en un corto espacio los árboles de la quinta. Se puede muy bien estudiar en esa raquitica arboleda la haraganería rural, que vive á espensas de la carne que se dá de balde.
Todo este conjuntóse destacaenuna inmensa lla- nura verde, salpicada á la distancia por muy raros puntos blancos, que dibujando poblaciones sobre- salen en el horizonte, y el ganado que pace en dis- tintas posiciones diseminado en el llano, revistiendo contusas formas y colores variados, abigarrados, á causa del espegismo de la distancia.
Las graciosas y ligeras ondulaciones de la pra- dera en algunos puntos, diseñan con la sombra la húmeda cañada, donde se cimbra la espadaña in- quieta al beso de la brisa de la tarde; y acecha en silencio alguna que otra cigüeña el reptil codiciado para su sustento: se la vé allí inmóvil, como un centinela; parece que medita; ó un casal de chajahs que allá mas lejos, con su tranco teatral, pasean sobre el borde de la laguna, dando ejemplo de buen sentido conyugal.
230 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Esta es la pampa civilizada ó á medio civilizar, como se la quiera denominar: magestuosa, porque es solemne, recogida en sí con su silencio de mis- terio, con su silencio de omnipotencia divina. ¿Aquel mar inmenso de los últimos tiempos de la forma- ción del mundo, qué secretos no guardará? Qué revoluciones incógnitas y repetidas no habrán dado la razón talvez á la teoría de Boitard, ocultando en sus entrañas tantos grandiosos cataclismos? y el hombre con vanidad pueril todo lo quiere saber y reducir á problemas matemáticos sus teorías y afirmaciones científicas, olvidando ese miserable átomo imperceptible de los grandes mundos, que no alcanzando su débil inteligencia á comprender á Dios, su saber es bien limitado, porque esa gran- deza infinita es todo, desde el infusorio al que no alcanza el microscopio, hasta el globo inconmensu- rable que gira en el espacio suspendido por leyes eternas é inalterables.
III.
ERMOSA es la tarde de otoño; el paisaje no tie- ne bosques, montañas ni ríos: una alfombra de esmeralda y un cielo diáfano espléndido, será el fondo mas adecuado para el cuadro donde es necesario pintar doscientos ginetes argentinos en las posturas más arrogantes y vigorosas, divididos en grupos pintorescos, con resaltantes colores y briosos movimientos de una poesía épica home- riana.
Los paisanos están desmontados, arreglando unos sus monturas, otros en actitud de espera, te- niendo todos de las riendas á sus caballos, se han convidado á jugar el Juego del Pato y esperan la señal de la lucha divididos en dos bandos; los azules y colorados van á ser actores en una fiesta de la fuerza bruta, de la destreza, y del valor,, que al fin produce lamentables incidentes y un baile, como parodiando los contrastes de los cuadros de la vida con el mas resonante colorido.
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232 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Vamos pues á presenciar este juego de antaño en que nuestros padres echaban el resto: esos nuestros padres que siendo tan poquitos, hicieron cosas tan grandes; pigmeos legendarios de una epopeya de gigantes, que lanzaron con audacia á la posteridad esta estrofa:
Si la grandeza militar se estima Por lo que de ella al porvenir le toca Cabe bien Austerlitz dentro la boca De algún cañón de Ayacucho ó Lima.
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IV.
E vé que es un día de fiesta por el tropel de gente amontonada en bulliciosa algazara al frente de la Pulpería, que ha estrenado banderita nueva. ¡Ya lo creo que vale la pena! es dia de ganga para el pulpero, y va á sacar el vientre de mal año.
El lujo del dia santo es resaltante; pingos y ginetes están ataviados con las mejores pilchas que salen á relucir en el dia dominguero: el plate- río es ruidoso y espléndidamente relumbrante^ á dejarlo á uno ciego, aquello mirado á cierta dis- tancia bañado por el sol, parece un relampagueo continuo en multitud de piezas de armadura.
Pretales de maya riograndense, con corazones, medias lunas, estrellas, iniciales y que se yo cuan- tas cosas mas: cabezadas articuladas con piezas sólidas, bordadas, llevando el lema del dueño: es- puelas de sesenta y cinco onzas, especie de grillos lujosos, centelleantes: riendas con virolas labradas y trenzados esquisitos, boleadoras de marfil enea-
234 LA CARTERA DE UN SOLDADO
denadas en los estremos: con pasadores de oro re- lucientes: rebenques con cabos cincelados llenos de flores desconocidas: testeras de plumas coloradas ó azules seorun el bando, con cintas colofantes á los estremos: sobrepuestos bordados por cariñosas manos con dibujos primitivos, acomodados debajo de una sobrecincha del mismo sistema y sobre un cojinillo tucumano crinudo: caronas y cinchas rio- grandenses ó floreadas por la talabartería argenti- na, adornadas de charol y tafilete colorado: estri- bos macizos de formación antigua, metidas las correas en tubos con relieves floreados; en fin, aquello es un lujo desmedido que hace contraste alguna vez con el apero cantor que lleva un joven pobre, que solo manifiesta su pobreza en su mon- tura; porque él es rico en fuerza, valor, y her- mosura.
¿Y que diremos de los ginetes? que indudable- mente tienen que estar en relación con los bellos arreos y sus fogosos pingos: son hombres casi to- dos robustos: la tez bronceada por el sol de la fa- tiga, altos de estatura, esbeltos, elegantes, con la mirada del águila: el pelo largo cayendo á los cos- tados de la cara: fisonomía correcta en su tipo ori- ginal: anchas espaldas cubiertas por la chaqueta de paño azul de botones dorados ó de ormilla, ó la camiseta de elegantes pHegues ajustada á la delgada cintura por la ancha faja pampa que dá mil vueltasá
EL JUEGO DEL PATO 235
SU alrededor, cubierta por el ancho tirador de cuero primorosamente bordado de seda con figuras in- correctas, matizado en ciertos claros con un enjam- bre de monedas de oro y de plata, que semejan las escamas de una antigua cota de malla, cerrado por delante con las grandes placas de artisti- cos gustos distintos, de donde arrancan los eslabo- nes unidos á las monedas que enganchan á los ojales: estos medallones forman alguna vez una figura alegórica, bien grotcísca; el sombrero negro bajo y de ala corta, ó de paja, cubre con donaire la cabeza adornada por la espesa cabellera inculta: el chiripá suelto, de paño azul, punzó, de espumilla bordado, ó de vicuña, ostentando sus graciosos y caprichosos pliegues, dejando por las aberturas \ er el calzoncillo azulado y primorosamente cribado con el fleco que cae sobre la bien sobada bota de potro con delantal ó fuerte^ de pequeña forma: las dagas, los puñales y los facones relucen cruzados oblicuamente en la parte de atrás de los esbeltos talles que se arquean de cuando en cuando con esa elasticidad de músculos flexibles.
Este es el traje nacional, nacido y creado en la tierra argentina: mas pintoresco que el árabe y el húngaro; este es el traje nacional que debemos conserv^ar, como todas las naciones civilizadas de la Europa conservan el suyo, y lo conservarán, mientras se eleve en el hogar de un pueblo el pri-
236 LA CARTERA DE UN SOLDADO
táneo del amor á la tierra en que nacieron; y tan se comprende esta necesidad en los altos poderes, que vemos á los príncipes y los reyes, abandonar el cetro en ciertas épocas y revestir el uniforme del pueblo para halagar su sentimiento nacional é iden- tificarse en la acción con la gran masa popular.
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V.
I^N ese tumulto de paisanos paquetones se re- ^parten en mil gustos variados las diferentes piezas del vestido, tomando cada uno los colores más bizarros y resaltantes: sucediendo lo mismo con los arreos.
Los jugadores ya han montado á caballo: los va- lientes brutos de crin cortada y músculos de fierro, avezados al trabajo y á la fatiga, piafan impacien- tes: se agitan nerviosos, castigando con la espesa y bien peinada cola los importunos insectos: relin- chan lanzando continuados resoplidos, husmeando con alegría la tropilla: escarban impacientes el suelo, haciendo sonar la coscoja del freno de grandes co- pas de plata; y un borbotón de espuma inunda su boca: su impaciencia es notoria^ su sangre ardiente, los impulsa al combate: parece que hubieran reci- bido de sus amos ese fuego que solo arde en los grandes pueblos, y que en un secreto idioma se comunica inconsciente.
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238 LA CARTERA DE UN SOLDADO '
Los grupos se dividen por una estrecha calle; el pulpero sale entonces, avanza hasta la cabeza de las dos fracciones, y á los cuatro robustos gauchos elegidos por los dos bandos para cinchar el pato, les entrega el palmípedo guardado perfectamente en un retobo de cuero con cuatro largas manijas, '^^ que son tomadas al momento por los campeones designados.
En este momento un profundo silencio envuelve la escena: ese actor obligado, que impera con un dominio solemne, al principio de todo acto en que el hombre tiene que presentar una situación ex- traordinaria.
(I) También los había de dos manijas.
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VI.
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os cuatro paisanos han tomado fuertemente con ,;^-sus callosas manos las manijas del pato, y las aseguran bien, de manera que sufra lo menos posible la mano: enseguida colocan los enseñados pingos de modo de tirar en sentido contrario al adversa- rio; suspendiendo en el aire el pato por los cuatro radios que forman las agarraderas. Los dos jugado- res que están á la derecha cargan el cuerpo sobre el estribo de este costado, soslayando un poco en la misma dirección sus caballos; haciendo otro tanto en sentido opuesto los del otro bando.
En este momento, los grupos de ambos conten- dientes se aproximan á los que tienen el pato, co- mo una reserva poderosa que acudirá en el mo- mento del desaliento, á restablecer la energía de la acción.
Ya todo listo se oye la señal, y una gritería in- fernal anuncia que comienza la salvaje cinchada, no á pié firme, sino á la carrera, amacándose ner-
240 LA CARTERA DE UN SOLDADO
viosos los soberbios corceles, y sacudiendo alguna vez al dueño que siempre puja en sentido contra- rio. Los g-inetes que quieren unir la maña á la fuerza acortan de repente la distancia y enseguida arrancan el tirón de golpe con astutos y bárbaros esfuerzos. Así van luchando cual si se tratara de un combate real y verdadero, en el que con un en- carnizamiento indescriptible se pugnara por arran- car al enemisto un trofeo.
Terrible es la lucha en este instante; porque los caballos en confuso tropel, se juntan, se separan^, dando tirones hercúleos y pechadas bestiales, que muchas veces hacen perder el equilibrio á su dueño; pero nada; vuelven á recuperar su posición perdida; mas al fin llega el término del esfuerzo: uno no puede sostener mas su actitud de fuerza: suelta la manija y queda envuelto en el torbellino de los gritos y las burlas. Dos de los contrarios aprovechan entonces la oportunidad, y por un movimiento violento y unánime, tratan de arrancar el trofeo poniendo en juego con presteza su doble esfuerzo; pero rápido otro ginete toma la suelta manija, y vuelve á resta- blecer la tirante situación. Un grupo contrario, acu- de y entrando á toda furia en el centro de los que
luchan arranca uno el pato cogoteando *^' al que
(I) Cogotear, es un acto de la lucha de dos fuertes ginetes que consiste en pasar el brazo sobre la parte anterior del cuello, arran- carlo de la montura y arrojarlo al suelo.
EL JUEGO DEL PATO 241
lo lleva, y sacándolo como pajarito de la montura, lo arroja al suelo, medio parado, entre una sarraci- na infernal, y se lanza en una carrera vertiginosa llevando en alto el pato, como si fuera una enseña romana conquistada por un parto, perseguido rudamente por la bárbara multitud, seguida por un vocerío desafinado.
El triunfo lo estimula, y aprovecha el buen caba- llo que lo lanza adelante haciendo sangrar sus hi- jares con las aceradas espuelas.
Enarbolada en el musculoso brazo, conduce la codiciada presa entre los alaridos de la victoria; mas cambia muy pronto la escena: el triun- fo es efímero: guardar la presa es imposible: el grupo contrario está ya sobre él: arremeten como locos con toda la fuerza de sus caballos: esa masa que se le viene encima semeja algo como un pólipo monstruoso rodando con vértigos: un huracán de bárbaros: Principia en ese momento una lucha tan confusa, envuelta en una masa de polvo y el rumor del suelo pisoteado, que es imposible describirla. Al vencedor acuden sus parciales para dar tiempo á que se escape, estorbando la acción de los con- trarios: lo rodean, lo amparan y se vuelve el juego en ese momento un entrevero espantoso en el que
luchando desesperadamente siguen todos impúlsa- le
242 LA CARTERA DE UN SOLDADO
dos por un soplo ardiente: el soplo del corazón argentino.
Se apeñuscan, se revuelven entre si, se estienden, se encojen, saltan, se arrastran, tropiezan, se levan- tan, caen otra vez siempre asidos de las ropas los ginetes, entre alaridos espléndidos: los encontrones son terribles, las rodadas espantosas, las dan con todo el impulso del caballo que doblando el pescuezo dá una vuelta completa, no cae uno, sino diez, veinte, magullados con los miembros rotos: allí no se puede salir parado; porque al caer se estorban unos á los otros: aquello parece un ciclón humano que corre eléctrico arrasando todo lo que se le pone por delante, y conmoviendo el espacio con sus ecos salvajes: quien vé aquella inmensa masa oscura tomar proporciones gigantescas al aproximarse, como un inmenso pánico, no puede menos que estremecerse al contacto del peligro, aumentado por la imaginación que vertiginosa sigue la avalancha de ginetes desesperados. Los que quedan en pié siguen adelante, pasando sobre los que han caido, oprimidos, agarrados unos á los otros, rompiéndose el vestido, gineteando como bárbaros, lanzándose sarcasmos oportunos, que matizan la escena con un tinte original.
Y así vá el juego cada vez mas lindo. Tres gauchos montados en buenos caballos han alcanza- do ya al vencedor, este inclinado hacia adelante
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EL JUEGO DEL PATO 243
castiga rápidamente á su caballo: en vano; está perdido: ya están sobre él: no hay escapatoria: entonces dirigiendo la vista á un costado grita á un compañero que corre por ese lado:
Che agarra el Pato,, y se lo arroja con presteza.
El otro lo abaraja en el aire y trata de escapar á lo que dá el pingo, mientras sus parciales siguen defendiéndolo con el mismo empeño heroico del principio. Pero desgraciadamente el vencedor rueda y se rompe la crisma, y sobre él caen varios formando una bola como las que hacen las víboras en la época del celo.
Aprovecha este momento un paisano del partido contrario: con una destreza admirable se toma de la crin de su corcel á la carrera, y apoyando la pierna izquierda sobre el recado se inclina al suelo como algo que de súbito cae: recoje el trofeo: se endereza con gimnástico vigor, y sale airoso ade- lante, dejando el borbotón hirviendo de los juga- dores que empiezan ya á sentir un poco fatigados sus caballos; pero también nuestro héroe del mo- mento es alcanzado, le toma un contrario el pato de una manija, y empieza á la carrera con los caballos jadeantes, sudorosos, temblando^ desfalle- cidos, con los hijares hundidos^ casi aplastados, la lucha del principio. La tenacidad y el vigor de la
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244 LA CARTERA DE UN SOLDADO
batalla se mantiene aún en el confuso grupo enar- decido que aún queda de los dos bandos; fragmento que subsiste de aquellos hermosos escuadrones del principio, que sin desmayar combatirá hasta el ultimo aliento de sus caballos.
En este momento el que tomó el pato del suelo, que es un paisano fuerte como Anteo, hace un esfuer- zo supremo y dando un tirón sobrehumano que casi disloca el brazo al contendor, arranca el trofeo prendiendo espuelas al caballo; y afirmando el rebenque en la verija, se lanza á todo lo que dá el noble animal á la próxima estancia que risueña se vé elevarse allí, adornado el patio de la casa con numeroso auditorio, de rollizas damas campe- sinas, platudos estancieros de las cercanías que admiran con ansiedad el espléndido desenlace.
Se aproxima el vencedor á la tranquera con el caballo jadeante, aplastado, sin fuerzas, entre los ladridos de los perros, que se avalanzan torean- do como condenados, y tira el pato gritando al mismo tiempo con toda la fuerza de sus pulmones:
¡Ahí tienen el Pato! ¡Venga el baile! y el caballo reventado por el último esfuerzo, se detiene tem- blando, dobla las piernas, mira con ansiedad la pradera y cae muerto de fatiga, como debió su- cumbir el chasque de Maratón, después de haber cumplido su heroico propósito.
EL JUEGO DEL PATO 245
Un momento después arriban los compañeros del juego en procesión prolongada, á la desban- dada, como dispersos de una derrota, mohinos y y desechos, los pobres corceles con los híjares ensangrentados ¡Qué poquitos quedan! apenas la mitad, los demás han quedado en el campo del honor, unos á pié, algunos con piernas y brazos dislocados, y talvez un muerto que haga llorar á la que le bordó el tirador ó el sobrepuesto, en vida, y lo despidió tan alegre algunas horas antes poniéndole en el ojal de la chaqueta la cinta de su bando.
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fUANDO el brioso general de caballería de Federico 11: el inmortal Seidlitz, anunciaba maniobrar militares, las madres, las esposas y las amantes ponían á cada santo una vela, previendo los destrozos de tan peligrosos ejercicios; pero es preciso recordar que de esa escuela en que se fracturaban uno que otro brazo, nació la renom brada caballería prusiana que asombró al mundo con sus victorias.
El can-can ha hecho mas mal á la Francia que los mismos alemanes.
Buenos Aires, 1885.
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A mi distinguido amigo el Dr. D. Mariano Paunero
General Paunero
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I.
La muerte evapora el impercep- tible átomo humano como para que ni sombra quede de la vil materia en la inmensa vida de la inmorta- lidad; que solo pertenece á la ideai que ha vivido aumentada p:>r el pritáneo inextinguible que Dios derramó piadosamente en el univer- so como la base sólida y misteriosa de su obra divina.
OMO argentino me inclino con respeto ante es-
ta figura venerable.
Fué, puede muy bien decirse, un hombre del pa- sado y del presente, que ha de destacarse en el futuro con el brillo mágico de las virtudes derra- madas sin descanso en una vida entera consagrada al servicio de su país.
El general Paunero pertenecía por su prosapia, á la escuela clásica del ejército argentino, de ese ejército que surgió vivificado por el sol de los hombres libres, que después de escalar las ándicas masas de granito, bajó desfallecido y hambriento á la llanura de la victoria, llevando por lábaro triun-
^50 LA CARTERA DE UN SOLDADO
fante una enseña desconocida en las multitudes de la opresión, y mas tarde cuando había afianzado las libertades de un pueblo, y dádole un nombre que no tenía entre las naciones civilizadas, hacía es- tremecer un pendón estrangero en un campo renom- brado, y cuando la noche tenebrosa de la tiranía •ocultaba entre los horrores de la guerra civil las pasadas glorias, se le veía aun, roto, despedazado, l^atirse con sin igual constancia, por esas mismas li- iDertades^ y morir degollado en esos campos de ba- talla de la barbarie, donde los verdugos han adqui- rido un renombre imperecedero, asesinando uno ¿ uno los héroes de la independencia.
A esa escuela pertenecía, el general Paunero. Proscripto y batallando se educó aquella alma bon- dadosa, batido siempre por los rigores de la adver- sidad, y cuando el sol de Caseros devolvió á los argentinos su patria errante, pudo el perseverante «obrero de una causa santa, volver al suelo querido para completar con mas ahinco y constancia el no- h\e propósito que sin cesar lo impulsaba.
II.
'L general Paunero estaba alimentado por una íalma noble: en su pecho robusto y resal- tante palpitaba un corazón abierto á las grandezas de la vida. Bravo sin afectación, modesto sin hipo- cresía, humano no por sistema, prudente por espe- riencia, probo por instinto, severo por necesidad, era un hombre íntimo porque nunca proclamó sus virtudes á gritos. Adornado por una clara inteligen- cia, nutrida en cuanto era posible en esos tiempos, por una ilustración bastante estensa, aquel espíritu íuerte remachado en las visicitudes de la vida del destierro, se destacará siempre mas como hombre de guerra que con otro realce.
Sus condiciones morales eran resaltantes: bajo el punto de vista militar, fué un general de escuela, no diré que un gran general, pero sí distinguido por su fortuna y prudencia: la práctica de la guerra había formado en él una segunda naturaleza^ com- pleta en las relaciones de su organismo, adaptable á la mas difícil y peligrosa situación que se presen- tara, transformando entonces á ese hombre tan
V ! ;
252 LA CARTERA UE UN SOLDADO
bondadoso en el soldado enérgico y tenaz que se proponía vencer constante las grandes dificultades del momento, alcanzando con el éxito previsto la solución de ese problema de humo y pólvora que solo es dado dominarlo á los espíritus serenos que resisten impasibles los grandes contrastes de la guerra.
Bien se podría decir, que no era ungeneral de los que necesita que el ministro de la Guerra, les mar- que con detalles las operaciones, quitándoles toda libertad de acción, muy al contrario, siempre le fue- ron confiadas algunas bien difíciles, que llevó á ca- bo con un espléndido éxito, sobresaliendo entre ellas la campaña estratégica de Corrientes donde con un puñado de argentinos burló al Ejército pa- raguayo, y después de una marcha enorme acudió exacto á la hora de la victoria al campo de batalla de Yatay donde mandando la división argentina bajo las órdenes del general Flores se cubrió de glorias, empleo esta palabra; porque no la hay mas Inmensa para un general que cuando sin pérdidas, por medio de una hábil maniobra contribuye pode-^ rosamente á destruir un ejército en un campo de batalla, y en seguida provoca la rendición de otro.
Nunca se desmintió la confíanza que se tenía en este bravo general porque se sabía que el cumpli-^ miento del deber en él era un culto, abarcando coa
EL GENERAL PAUNERO 253
el patriotismo mas sincero la gravedad de las se- rias responsabilidades que asumía.
En las campañas del interior actuó siempre con mandos superiores: el éxito coronó sus esfuerzos, fué el pacificador de aquellas luchas fratricidas pro- digando la moderación y el consejo, y si alguna vez fué necesario un proceder severo, no fué él el que lo indicó y lo hizo cumplir.
Mas, lo que sobre todo hay que notar en esta personalidad simpática que poseía tan alta y pres- tigiosa posición en ese teatro, es que nunca se ma- reó su espíritu con vanos vértigos, ni trató de sacar partido en provecho propio de su situación.
Sus dotes personales eran atrayentes: fué uno de esos tipos que imponen á las masas. Por su mo- destia conquistan la estimación, por su gravedad infunden el respeto, dominando con la entereza. Rindió culto á la lealtad y haciendo una escepcion notable elevó un altar constante en su corazón á ese noble sentimiento, y pudo decir que para él:
" Un amigo no es un hombre que engaña más polí- ticamente á otroT
El general Mitre podrá decir si es exacto lo que decimos respecto á uno de sus más leales amigos.
254 LA CARTERA DE UN SOLDADO
En el ejército existía una estimación muy marca- da por el general Paunero, y no se podía menos que sentirse uno dominado por aquella atracción simpática que poseía su noble faz, adornada por aquella larga barba de nieve que le daba el aspec- to de uno de esos viejos guerreros, que revistiendo la cota de malla en épocas lejendarias, nos presenta el romance con heroicos tintes.
Su dulce fisonomía no demostraba la energía de la que siempre hizo uso moderado en los momen- tos necesarios, su complexión de fierro completa- ba la descripción de su figura.
Defectos tuvo él que no podía ser perfecto por las razones de la humana confirmación; pero esos mismos puntos antagónicos con las generalidades de su carácter, provenían de la disposición de su bondadoso corazón, para no poder resistir alguna vez la influencia del cariño de la amistad. Errores militares cometió pero fueron disculpables en su prolongada y brillante foja de servicios.
Su hermosa vida puede reasumirse en dos pala- bras. De Ituzaingó á la guerra del Paraguay, pasó rápido como el judío errante de las batallas.
Bravo soldado en el combate, general de disposi- ciones relevantes.
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EL GENERAL PAUNERO 255
Ministro de ia Guerra activo y administrador.
Diplomático prudente, y todo esto fué impulsado por un soplo divino que en él fué un culto constante^
El amor á la patria.
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III.
OY á presentar en breves apuntes, los servd- cios de un disting-uklo General que necesita- ría un espeso volumen para anotarlos, y un nar- rador mejor inspirado en las descripciones de los cuadros variados que nos vá á presentar una vida constante de soldado.
Pero siempre es algo, aun cuando incorrecta- mente, exhumar del olvido á los patrióticos ejem- plos de una pasada época de tan provechoso estí- mulo para el ejército actual.
En 1805 nació el General Paunero en la Colonia, siendo sus padres D. Juan Paunero y D^ Juana Del- gado, distinguidos vecinos de esa localidad.
Algunos años después, era enviado á Buenos Ai- res al lado de su tío D. Francisco Delgado comer- ciante de esta plaza.
Pasó los años de su adolescencia encaminándose <en la carrera del comercio, hasta que impulsado por sus nobles aptitudes penetró al templo de Marte
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EL GENERAL PAUNERO ^ 257
por un campo de batalla renombrado: comienzo fué de una carrera que incorregible en sus nobles aspi- ?%*: raciones, concluiría después de cuarenta y cinco años, habiendo encerrado en ese largo espacio de importantes servicios, una de las mas dura sépocas de nuestra historia, en la que se formaron los maes- tros del ejército actual.
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Dio coníienzo á su vida militar en 1825 condu- ciendo un contingente de correntinos para el regi- miento de caballería núm. 2, que mandaba el coronel D. José María Paz que debía incorporarse al ejérci- to que se formaba para la campaña del Brasil.
Esta emergencia vino de improviso á darle un rol distinguido entre los oficiales subalternos de ese tiempo.
Asistió á la batalla de Ituzaingó al lado del co- ronel D. José María Paz; y siendo enviado por éste en comisión algún tiempo después á la Colonia, fué tomado prisionero por tropas imperiales que sa- lieron á alguna distancia de la plaza á ejecutar una correría.
Mientras sucedía esto, aparecía por casualidad el Coronel Pringles con su regimiento que buscaba la incorporación del ejército patriota y atacaba la fuerza que había tomado prisionero á Paunero.
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258 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Los adversarios se retiraron apresuradamente» y en el tiroteo que en consecuencia sucedió, una bala de las fuerzas de Pring-les vino á herir en un muslo áPaunero.
Rápidamente retrogradando el enemigo, penetró en la plaza con el prisionero, dejando burlados á los que lo perseguían.
De la Colonia fué enviado el Teniente Paunero á Rio Janeiro donde tuvo que soportar por algún tiempo el cautiverio, hasta que fué cangeado por otro oficial, regresando entonces á incorporarse á su regimiento.
Concluida la campaña del Brasil arribaba á Bue- nos Aires el 1° de Enero de 1829 el General D. José María Paz con la segunda división del ejército, y poniéndose de acuerdo con el General Lavalle, combinaban un movimiento sobre las provincias del Interior para derrocar los gobiernos feudales que la anarquía había implantado en esa vasta comarca argentina.
El 13 de Enero de 1829 ascendía el Teniente Paunero á Capitán, recibiendo las calurosas felici- taciones de sus compañeros de regimiento.
Fué entonces, que el General Paz_, con la fuerza
EL GENERAL PAUNERO 259
que él había traído del Brasil, otros nuevos ele- mentos, inició la campaña de Córdoba.
Campaña fué esta que le dio la reputación del General mas hábil de esa época, demostrando apti- tudes relevantes que hubieran decidido de la suerte de la República, á no haberse interpuesto fatal- mente el descuido de un recluta.
Esas fatales boleadoras que enredaron prisione- ro las patas del caballo del General mas grande ar- gentino, después del Libertador de Chile y del Perú^ tuvieron una participación tan infausta en los su- cesos, como la mal aconsejada é injusta descarga que postró á Dorrego. ¿Quién sabe si el uno y el otro no marchaban á un mismo fin?
En aquel hecho nadie es responsable sino el Ge- neral Paz; porque á toda hora la primera entidad del ejército debe pensaren que su persona ha de ser allí la mas guardada y menos propensa al asalto del enemigo, para evitar como en el caso presente, que su desaparición traiga graves consecuencias.
Ha sido en esta campaña en la que el Capitán Paunero ha merecido ardientes elogios del General Paz: pues lo juzga como uno de los Oficiales su- balternos mas distinofuidos de su tiemoo.
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Estejuicio del metódico General argentino, cuyo
260 LA CARTERA DE UN SOLUADO
espíritu de crítica era implacable y mordaz, habla bien alto en favor del Oficial á quien lo dirige, y es exacto eljuicio; porque quien haya conocido al Ge- neral Paunero, viejo, encontrará las condiciones que Paz dáal Capitán de Ituzaingó. Valor, prudencia y bondad.
"Z' Asistió al combate de San Roque y batallas de *" Tablada y Oncativo en el rejimiento núm. 2 de Ca- ballería del Coronel Pedernera, siendo elevado á Mayor por su digna comportacion en estos sucesos, y mas tarde, fué elejido por su circunspección y va- lentía razonada, para sofocar la insurrección del Tío y refiriéndose el General Paz á este suceso, dice: "Que era un oficial hábil y valiente que no solo supo vencer, sino atraer á los vencidos, quedando generalmente estimado."
La frase del ilustre general vale una biografía, en dos palabras condensa un retrato no desmen- tido nunca.
En esta expedición demostró el Mayor Paunero condiciones superiores á su edad: fué una pequeña campaña laboriosa donde batió bizarramente á los caudillos Molina y Luque, consiguiendo en seguida la pacificación del distrito, por medios conciliadores que solo son calidades de la edad provecta.
feí% Mas tarde tuvo una misión diplomática acerca
EL GENERAL PAUMERO 261
del general Quiroga. La elección de tan joven oficial, para una comisión tan delicada, resalta la importancia que daba el ilustre general al mayor Paunero.
Prisionero el General Paz en 1831^ asumió el mando del ejército el General Lamadrid, quien reti- rándose á Tucuman fué vencido por el General Quiroga que vengó con usura las derrotas que le infligiera el vencedor de Oncativo.
La disparidad eragrande entre los dos generales: Paz era la idea modelada con anticipación, y arro- jada á un campo de batalla previsto con el racio- cinio del valor y la prudencia: Lamadrid un héroe encerrado en una chispa eléctrica que se lanza como el rayo en el vacio, en una sola dirección.
Paunero se retiró á Bolivia donde prestó algunos servicios al General Ballivian, siendo mas tarde nombrado por el Gobierno oriental encargado de negocios de esa República.
Habiendo mejorado su situación en el destierro, trató de hacer todo el bien posible á sus compatrio- tas, los argentinos proscriptos, y enconar al Go- bierno boliviano contra Rosas hasta el punto de instigaren 1838 una expedición á las provincias del Norte para insurreccionarlos en favor de la li- bertad de los pueblos argentinos.
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IV.
OR fin iba á sonar con el estruendo de la bata- ^ Ha la hora de las grandes aspiraciones del pueblo argentino, de ese pueblo aherreojado du- rante veinte años en la mas san^rrienta esclavitud.
El pronunciamiento del General Urquiza contra Rosas, anunciaba á los proscriptos que allí estaba la enseña de la libertad, y que era necesario rodearla con todos sus esfuerzos para alcanzar el triunfo de- finitivo délos principios.
Paunero fué de los primeros con Mitre y Sar- miento en acudir al llamado del libertador. Al re- montar el Paraná en uno de los buques de la es- cuadra brasilera con el propósito de dirigirse á Co- ronda, recibieron el primer fuego de las fuerzas de Rosas en el Paso de Obligado, donde existía una batería mandada por el Coronel D. Ramón Ro- dríguez.
Los buques pasaron rápidos sin grandes averías, y mas tarde los pechos de los tres amigos osten-
EL GENERAL PAUNERO 263
taban como premio á la serenidad demostrada en ese combate, la condecoración de la orden de La Rosa dada por el Emperador del Brasil.
Mandando una división de Caballería, asistió el Coronel Paunero á la batalla memorable de Case- ros, y pudo al fin el constante pioner de la libertad, ver en el ocaso de un dia de fueg-o ponerse el sol ensangrentado de la tiranía, para iluminar mas tarde, con la luz déla civilización y del progreso, á un pue blo que hoy como una brillante expresión de la raza española vá á admirar al mundo por su actividad y sus disposiciones al adelanto, como lo han hecho ya en la América del Norte los fogosos descen- dientes de la raza inglesa.
La gloria de Caseros es un suceso tan grande y culminante, como el grandioso porvenir de un pue- blo, que hoy camina firme en el derrotero luminoso que solo marca la historia á las naciones que sobre- salen por la perfección constante que en ellas se elabora.
Hay hechos de tan magna trascendencia; que enaltecen de tal modo al que los ejecuta, que eclip- san ante la severa justicia de la historia los errores del pasado.
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
Némesis deslumbrada por la aureola del liber- tador de Caseros, desarmará la implacable espada; y ese sol de los hombres libres^ ha de borrar los puntos sombríos de la escultura del vencedor de Rosas. w
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y.
ESDE Caseros hasta el año de 1855 vemos ale- jado al Coronel Paunero de la vida militar en la República Argentina; en este año vuelve y toma nuevamente servicio formando el regimiento de Coraceros (hoy 2 de Caballería de línea) que tendrá una fuerte faena en la guerra con los indios.
Estando en la frontera asiste el 3 1 de Octubre de 1 8 5 7 con Granada y Conesa al combate que tuvo lugar en el Sol de Mayo contra las hordas manda- das por Cafulcurá, y un día después en el Cristiano Muerto, á un segundo combate contra los mismos enemiofos.
En estos tiempos en que por el descuido de la frontera, á causa de los exiguos medios de defensa, los indios habían tomado hasta cierto punto una supremacía insolente sobre nuestras débiles milicias, la guerra del desierto asumía entonces un carác- ter serio; y como el remington no había aun entrado en acción, los combates presentaban una actitud de encarnizamiento tal, que llegaba la audacia del sal-
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vaje hasta echar pié á tierra, y avanzar en esa organización sobre nuestras tropas. La soberbia y el valor del indio se ostentaba entonces en su ma- yor auge, impulsando este engreimiento, verda- deras y reñidas batallas con las uumerosas hordas de Calíucurá que duraban dias enteros, como su- cedió en el hecho de armas que acabo de citar.
Era aquello una guerra interminable y fastidiosa, como para quebrar al soldado mas constante: el descanso era efímero: no habia sueño: siempre, alerta con el caballo ensillado: la alarma continuada sorprendía, burlando á cada momento; y cuando se marchaba apresuradamente en procura de la invasión anunciada, á una inmensa distancia se le veía evaporarse como por encanto; y si se combatía eran con grandes ventajas para el indio que no tenia otro propósito que dar tiempo á que el robo y la devastación cumplieran su obra impugnemente.
Vencidos hoy los indios, mañana se presentaban mas audaces en un extremo opuesto de la línea, y cuando se creía alcanzarlos después de una marcha forzada en que habían quedado fatigados casi to- dos los caballos, el sarcástico númida se reti- raba tranquilamente á nuestra vista, sin importable quien no lo podía perseguir, dejándonos en la mas horrible ansiedad, preocupados de las amargas
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é injustas críticas que implacables caerían sobre el irresponsable jefe de frontera.
Aquella no era vida para un militar, donde solo había trabajos y sangrientos sacrificios, pero ningu- na gloria que recompensara tan grandes servicios.
Vivido hé algún tiempo en la frontera y en los toldos de los indios: conozco perfectamente la vida abnegada que han llevado mis compañeros de ar- mas, y puedo decir sin temor de caer en una exaje- racion, que esos actores de los dramas del desierto bien pudieran llevar en su pecho con orgullo una medalla cuya inscripción dijera:
"A la mas grande constancia del soldado igno- rado."
Sí, porque en esos tiempos se necesitaba espíritu para soportar esa vida de bárbaros y de sobresalto.
Y á proposito recordaré la falta de equilibrio con que alguna vez se destribuyen recompensas. Pre- sentaré un ejemplo. La guerra del Paraguay ha durado cinco años, pues bien, tenemos que el que ha asistido á un año, de campaña, ostenta cinco condecoraciones y aquel que fué después de Curu- paytí y estuvo hasta el final, es decir, cuatro años de lo mas crudo de la guerra, no posee sino una
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medalla. Parece esto inexplicable, pues es bien cierto. Algo parecido sucede ahora con las campa- ñas al desierto; se han olvidado las anteriores al remington, que es el arma material y moral que ha influido en gran parte en la victoria sobre el indio.
Entre otros combates asistió el Coronel Paunero auxiliado también por Granada y Conesa al del Pi- g"ué, el 15 de Febrero de 1858.
Concéntricas en este punto las fuerzas de los tres jefes de frontera trataron de poner una muralla de hierro al mas grande General de las hordas de la pampa: especie de Aníbal bárbaro por su valor, sagacidad y constancia.
El combate fué encarnizado. Cafulcurá consti- tuia un genio, tenia la intuición de la guerra: bata- llaba siempre con sucesión de esfuerzos, y cono- ciendo el espíritu supersticioso de sus vasallos los alentaba con supercherías de indio, ostentando con actitudes grotescas un ídolo de piedra que nunca le abandonaba; *^^ amuleto hereditario , decía él,
(I) Cuando la invasión de San Carlos (I87I) marché con el batallón Provincial al partido del 25 de Mayo que en ese momento era asolado por Cafulcurá; allí tuve ocasión de conocer por un prisio- nero escapado de las fuerzas de aquel cacique, que lo hizo comparecer ásu presencia, el retrato de este indio suspicaz, donde no faltaba el ídolo de piedra, la esgrima de espada que hacía él solo por la ma- ñana como un ejercicio gimnástico, la bandera colorada y otras cosas mas que harian más largo este relato. En mi opinión ha sido el mas grande genio de la pampa.
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EL GENERAL PAUNERO 269
que sonreía á la victoria, y una bandera colorada que servía como el penacho blanco de Enrique IV para reunir sus dispersos: con ese acto premeditado buscaba alcanzar dos propósitos: el predominio ab- soluto sobre su horda, y la constante resistencia á las fuerzas de la frontera concentradas hábilmente por él en un punto fijo, mientras el gran negocio tenia lugar, es decir los innumerables arreos en- vueltos en verdaderas tempestades de polvos se alejaban rápidos á punta de chuza y de ponchos enarbolados, semejantes á grandes pájaros que se ajitaban como puntos sombríos en los intervalos que dejaban aquellas prolongadas polvaredas.
Aquí también en este combate la horda fué re- chazada dejando un sangriento rastro en la fuga; pero á imitación del astuto zorro, por nada dejaba la presa que conducía en la boca.
La escesiva estension de nuestra frontera daba este resultado casi siempre: no estando en relación con la fuerza que la guarnecían, eran inútiles todos los esfuerzos para dominar completamente á un enemigo que impunemente podía penetrar por don- de se le antojaba.
Los servicios prestados por el Coronel Paunero en la frontera fueron de grande importancia, por- que en él existia, notablemente desarrollado ideas
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de orden yorg-anizacion, y el servicio se hizo enton- ces con una reg^ularidad g-eométrica, precaviendo en lo posible el avance del salvaje.
Así pasó el tiempo hasta la campaña de Cepe- da, en que fué llamado á desempeñar el delicado puesto de Jefe de Estado Mayor General del ejér- cito de Buenos Aires, recayendo en él esta elección en momentos en que brillaban otras personalidades militares. Era necesario pues hacerse conocer en un puesto de tanta importancia, por haber sido ele- gido en las mas críticas circunstancias.
Sin trepidar asumió la responsabilidad que se le discernía y se hizo conocer bien pronto por la rá- pida formación del improvisado ejército y su estric- ta organización.
En la campaña de Pavón ascendió á general y asumió el mismo carácter, y pudo verse un ejér- cito en condiciones de organización y movilidad, tan bien dispuesto como el del Paraguay, y de- mostró que incógnito en el difícil rol de Jefe de Estado Mayor^ se guardaba un futuro General, cuya buena estrella no lo abandonaría nunca.
Una palabra mas autorizada que la mia, la de mi distinguido amigo el General D. Luis María Cam- pos, abriendo opinión sobre el General Paunero,
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me dice en un precioso escrito que tengo en mi po- der: "Como militar fué para mi el Jefe mas organi- zador de aquella época, y no temo decir que el ejército de Buenos Aires en la campaña de Pavón se encontraba bajo un régimen verdaderamente estricto y justo, donde se sentia la dirección activa inteligente del Jefe del Estado Mayor."
Este lijero retrato ejecutado por un pincel conci- so y verdadero, perteneciente á un soldado inteli- gente, es algo que nos presajia que encontraremos mas tarde á un General que se hará notable.
Concluida la campaña de Pavón el General Pau- nero, al frente de una división marcha al interior para asegurar los resultados de la batalla.
La insurrección de Peñalosa tuvo lugar entonces y sin pérdida de tiempo desplegó al Coronel Rivas con alguna fuerza sobre la Rioja para ahogar en la cuna la montonera.
Concluida esta emerjencia con el sometimiento de Peñalosa, se creía ya tranquila la República cuando el año siguiente se levantó de nuevo este caudillo, siendo esta vez su perseguidor el General Arredondo; pero escapándose á la actividad sagaz de éste, cayó repentinamente sobre la Provincia de Córdoba, y marchando sobre la capital la tomó por
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sorpresa sin grande esfuerzo, y sacando algunos elementos se preparó á una lucha mas resistente.
Mientras tanto el General Paunero al tener co- nocimiento de este hecho tan audaz, reúne apresu- radamente su división á la que agrega la del Gene- ral Sandes, marcha sobre Peñalosa, y dá la batalla délas Playas donde el valiente caudillo es derrota- do, retirándose desastrosamente con los restos de sus fuerzas á la Rioja.
En esta campaña siempre se admirará la opor- tunidad de las rápidas disposiciones del General Paunero^ que concentrando fuerzas separadas, dá una batalla á un ejército compuesto de buenas tro- pas y los vence con habilidad.
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A guerra del Paraguay nos vá á presentar á un General bravo y prudente, á quien los años han fortalecido con una experiencia aprovechada, cuyos consejos en un níomento dado alcanzaran un éxito brillante. Discípulo del General Paz, sus lecciones fueron con el tiempo perfeccionadas con la práctica de largas campañas que aguzaron su es- píritu militar, formando uno de los elementos mas organizadores de estos tiempos.
A la noticia del acto vandálico ejecutado por or- den de López en la provincia de Corrientes, el Ge- neralísimo de la triple alianza, recordó, que á nadie mejor podía elegir para mandar y organizar el pri- mer núcleo de resistencia que contrarestase la in- vasión paraguaya, que al General Paunero: su pres- tigio, su prudencia, circunspección, y el conocimiento exacto que tenia de la responsabilidad que asumía, presajiaban de antemano en momentos tan angus- tiosos, que se encontraría el rumbo de la victoria: habia confianza en él: era algo como un inmenso consuelo en tan solemnes momentos: entonces el
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viejo soldado de Ituzaingó, marchó con la tranqui- lidad del que está acostumbrado á vencer, á cumplir tan arriesgada misión, y el lector, vá á presenciar la formación de un ejército á las barbas de todo el poder del déspota paraguayo.
En el primer momento, recoje todas las tropas que encuentra á mano, y dirigiéndose á la provincia de Corrientes establece provisoriamente su campa- mento en el Rincón de Soto; levantando allí la pri- mera bandera argentina que ha de concentrará los dispersos correntinos, que retroceden por la fuerza de la debilidad ante el pérfido avance del enemigo..
Los momentos son apremiantes: Robles avanza ensoberbecido en la confianza del número, con veinte mil hombres y un núcleo de traidores que hace mas fácil su pasaje por las praderas correnti- nas. Resistir aquel ímpetu de bárbaros, es im- posible: abandonar á la heroica Corrientes, á la provinciadel sacrificio constante, ¡jamás!: es necesa- rio entonces maniobrar, demostrando la sutileza y la habilidad de un General precavido, para poder aprovechar en una emergencia oportuna los errores que pueda cometer el enemigo; mientras tanto, hay que contemporizar, hacer la guerra de recursos hasta que las fuerzas argentinas aumentadas pue- dan jugar su verdadero rol.
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Entonces dá comienzo á la época mas gloriosa de la vida del General Paunero, donde demuestra disposiciones superiores, desconocidas en ese tiem- po; porque es necesario que desaparezcan los hom- bres de la escena de la vida para poder valorar su mérito en el escenario propio donde actuaron, y estoy seg-uro que la historia mas tarde dirá de él, que fué uno de los brazos estratégicos que dieron Yatay y Uruguayana, como Dessaix en Marengo y el príncipe heredero de Prusia en Sadova.
Conociendo el General Robles la debilidad de las huestes nacionales, inició con presteza un mo- vimiento de avance hacia el Sud en la esperanza de obtener una estruendosa sorpresa que concluyese de un golpe de mano con la resistencia de la pro- vincia de Corrientes. Dominado con ese propósito, ocupa la capital; y dejándola guardada por dos ba- tallones, prosigue adelante á marchas forzadas con la intención de batir á Paunero, y continuar sin tropiezo su camino triunfal á Entre- Rios.
Por otra parte, Estigarribia, que era la izquierda disparatada de la red estratégica de la invasión paraguaya, ocupará provisoriamente, de paso, el litoral del Uruguay en la provincia de Rio Grande: su planta de vándalo, sembrando el terror y la de- vastación avanzará á buscar aliados en un partido político en el Estado Oriental; es decir á tantear el
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terreno, creyendo tal vez encontrar adhesiones como las que han surgido en Corrientes.
Todo esto son operaciones improvisadas, por sorpresa, sin declaración de guerra: es necesario fulminar como el rayo: matar el espíritu con aplas- tamientos rápidos: de súbito, veloz, con hordas compactas rodeadas por una caballería valiente y audaz como debió ser la de Yugurta:la situación no puede ser mas crítica para los argentinos: el cam- pamento del Paraguay se levanta en son de guerra como una pieza: está pronto y organizado, y rueda sobre nuestras indefensas y tranquilas praderas con rumores sah^ajes^ y el pueblo argentino conoce entonces, aunque tarde, los inconvenientes de un progreso sin resguardo; y apresurado por la indig- nación; y la proximidad de un peligro que no á sabi- do prevenir, ni puestose en condiciones de recha- zarlo, trata de organizar á toda prisa el primer núcleo de resistencia.
Ese es Paunero, viejo guerrero, que aprendió con Paz á vencer á los caudillos con figtiras de con- tradanza y ahora vá á enseñar á burlar á la astucia mas refinada con una maniobra digna del mayor elogio.
Robles avanza en busca de Paunero, la débil cor- tina que oponen los correntinos no puede detener
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las masas compactas de un numeroso ejército regu- lar, regido por una disciplina que todo lo castiga con la muerte.
El General Paunero conoce esta marcha: su áni- mo se serena ante una responsabilidad tan grande: todas las miradas están con ansiedad sobre él, los ánimos inquietos, y dispuestos á ser inflexibles si sufre un descalabro; porque jamás ha sido perdo- nado un General desgraciado; el juicio lo hacen casi siempre los ignorantes, y la ignorancia como la brutalidad es impasible, no reflexiona, es ciega, hiere al acaso, sin ton ni son, sin ver la sangre que mana de la ancha herida hecha á una reputación.
Esta operación del caudillo enemigo la había previsto el General argentino, era de suponer que esa gran mole de fuerza no se estaña quieta, y en consecuencia rriedita un golpe de mano que burlan- do el grueso del ejército de Robles, caiga de improviso sobre la ciudad de Corrientes y la arran- que al audaz enemigo.
Operación fué esta criticada entonces sin alcan- zar su resultado: tenia por base ima combinación moral de fuerza: el pequeño núcleo no podia entre- garse á la inercia; eso hubiera sido su muerte: era necesario llamar la atención del enemigo sobre su retaguardia para alcanzar con mas facilidad el obje-
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tivo deseado, y al mismo tiempo sacar provecho del coraje argentino que no se le debe nunca mantener en inacción, para evitar la desmoralización que so- breviene siempre á causa de las continuadas fatigas y el desaliento en las marchas inútiles repetidas, ó retiradas forzadas, que hacen bajar la moral de un ejército á una situación peligrosa.
Necesario era pues pelear, sacando provechoso recurso del ardiente espíritu de nuestros soldados que son un fogonazo en el combate, y muy á pro- pósito para las empresas mas aventuradas: ejecutar una operación audaz, de trascendencia, que levantara la moral que necesita un ejército para alcanzar un difícil objetivo estratégico; mas cuando ese ejercito se encuentra frente á otro que le es superior en número, y le amenaza constante.
La sangre que se prodiga por las necesidades morales de la Qruerra. es la mas útil sano-re derra- mada; porque de cada gota renace con ventaja el vigor y la constancia.
De manera que el combate del 25 de Ma- yo de 1865 fué un golpe de temeridad razonada, oportuna, que demostró la superioridad de nuestra infantería sobre la paraguaya que fué desalojada de sus fuertes posesiones, y sembró en el ánimo vaci- lante de Robles el sobresalto,, ocupando en su reta-
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guardia su línea de retirada y le hizo ver clara- mente que podia ser interceptado por no tener el dominio del rio Paraná.
Si "'■ Sü-pétGsn para bel¿u?n'' hubiera sido una rea- lidad, Robles habría acompañado á Estigarribia en la triste vida del cautiverio.
No volveré sobre este combate por haberlo ya narrado, aunque ligeramente, en el pequeño bos- quejo que figura en las primeras páginas de los servicios del Coronel Charlone.
Una vez obtenido ese objetivo, vertiendo la des- confianza en el ejército paraguayo, Paunero se retira apresuradamente, y fuera del alcance del enemigo establece su campamento en la Esquina, donde se ocupa en dar una organización sólida á sus tropas que se aumentan con nuevos refiíerzos, y preparar todo lo necesario para la gran jornada histórica: entonces ejecuta una marcha simulada en dirección Goya y de repente se escabulle hacia el Este, y dá comienzo enseguida á una operación que solo á un bravo y prudente General podia serle encomendada.
Es necesario ejecutar una marcha estratégica que atravesase toda la provincia de Corrientes de Oeste á Este, burlando al ejército enemigo, para
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ejecutar su junción con la división oriental, y caer como una avalancha sobre Estigarribia que impru- dentemente había dividido su ejército.
Esta delicada operación á la que aún no se le ha dado el mérito que tiene, fué ejecutada con grandes dificultades, y es por eso que la habilidad de la maniobra tiene mayor realce; es verdad que esos tres mil argentinos eran de granito. La noticia de la sublevación de Basualdo fué recibida en camino, pero nada conmovió esa bizarra división, y al fin después de una de las marchas mas atrevidas que pudo ser honrada con la pluma de Jenofonte ó Tu- cidides, alcanzó su objetivo, obteniendo el resultado previsto; es decir, una de las mas nobles manifesta- ciones estratégicas de la guerra del Paraguay.
La división de Estiofarribia fué destrozada en detalle en la carnicería Yatay, y el caudillo inso- lente asolador de pueblos indefensos tuvo que pasar por la horca caudina de la Uruguayana con su abatido ejercito. El total destruido y prisionero de esa columna enemiga alcanzó á diez mil hombres.
Se comprende bien que si alguno fué el gran factor en el suceso, y acreedor en buena parte á esta victoria decisiva y consecuencias de esta cam- paña, es el General argentino, que interpretan- do con pericia el plan del generalísimo, y ma-
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niobrando hábilmente, primero puso indeciso á Robles, y burlando mas tarde á Resquin, cooperó extratégicamente á uno de los mas completos resultados, como fué el abandono inmediato del territorio argentino y Rio Grande, impedimento de coadyuvar á la insurrección de un partido po- lítico en la República Oriental, y el retiro apresura- do de Resquin al Paraguay. *^'
Entonces todo el ejército aliado en tres grandes columnas, tomó sus líneas estratégicas concéntricas hacia el Paso de la Patria, creyendo aun poder dar alcance al ejército paraguayo; pero, toda fatiga y apresuramiento fué en vano. El ejército paraguayo ejecutó el pasaje á su territorio sin que una escua- dra que estaba anclada en el Rio Paraná, y que era dueña de las aguas que surcaba, hubiera enviado un buque á estorbarlo. Entre las razones que se han dado, se menciona la bajante del rio: es un punto histórico que deberá aclararse. Pasaje fué este que duró varios dias: lo ejecutó en el Paso de la Patria llevando consigo multitud de ganados y un inmenso botin.
Resuelto el pasaje del rio Paraná por el General Mitre, contra la opinión de algunos generales, fué
(I) Uno de los cargos que hacía López al general Robles, es no haber batido á Paunero, dejándose burlar como un tonto.
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encomendada esta delicada operación al bravo general Osorio quien obtuvo esa gloria impe- recedera, i
. Las primeras tropas argentinas que pasaron el territorio paraguayo fueron el I " cuerpo mandado por el general Paunero que hasta el 24 de Mayo no hizo nada dig-no de notar.
En esta batalla memorable fué á esta fracción del ejército argentino á quien le cupo la mayor faena, alli vio á su bravo viejo general dirijiendo los movimientos del combate, en medio del fuego, chorreando sangre por una herida, sobresaliendo aquella noble faz adornada por la blanca barba de la edad de la experiencia entre el ardor de una juventud entusiasta.
En Yataytí-Corá como en otros combates parcia- les siempre se encontró su persona en el fuego, y en el consejo sus reflexiones impulsadas por la prudencia.
En Curupaití mandaba el ¡"cuerpo de ejército y fué también á este núcleo de fuerza, á quien como en la batalla del 24 de Mayo cupo la mayor faena.
El General Paunero aquí no tuvo otro rol que ^el de un bravo. Sufrió sereno los estragos de la ^ metralla; no había otras disposiciones que dar que alentar los ánimos con su ejemplo bizarro.
EL GENERAL PAUNERO
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Después de este combate el cañón guardó silencio por algún tiempo, es que estaba cansado de matar.
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'uRUPAiTÍ sangraba aun, cuando en Noviembre de 1866 estalla una revolución en Mendoza, en los críticos momentos en que empeñada la Repú- blica Argentina en una guerra estranjera, necesi- taba mas el apoyo y la unión de sus hijos para vengar el honor nacional tan cruelmente ultrajado.
Nesesario era pues en esta grave emergencia encontrar al hombre bravo y prudente á quien confiar la delicada empresa de ahogar en su cuna la potente insurrección.
El elejido es el general Paunero: se le improvisa un ejército arrancando una división del ejército del Paraguay. Inmediatamente marcha esta, acom- pañada de la sorpresa de los brasileros que no podian comprender, que en una guerra extranjera se levantaran en armas argentinos contra argen- tinos, para neutraHzar la acción de la gloria nacional.
Rio IV es la primera base de operaciones que elige el general Paunero para concentrar alli el
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primer núcleo de sus fuerzas. Organiza dos divisio- nes y se dirige rápido sobre el enemigo que manio- bra en San Luis y dá el combate de Los Loros y el de Portezuelo: desprende al general Arredondo: el enemigo se interpone, y este general acepta con esa calma y esa audacia escepcional que le distin- gue, la memorable batalla de San Ignacio, con- quistando la victoria por un rasgo de temerario arrojo; y decidida lacampaña por este hecho de armas, fácilmente son pacificadas las provincias de Mendoza y San Luis.
En esta campaña es en la única que ha sido vituperada la conducta del General Paunero.
Se le ha hecho el cargo de haber vacilado alguna vez en sus disposiciones, y no concurrido oportunamente al campo de batalla de San Ignacio con el grueso de sus fuerzas, como pudo hacerlo, al tener conocimiento de la crítica situación de las fuerzas del general Arredondo; que contrariando instrucciones recibidas (según se ha dicho) Hbraba una batalla desesperada contra las fuerzas insur- rectas.
Como algún error debe cometer el hombre que se dedica á una carrera tan azarosa como es la militar, no he creido omitir un cargo fundado en un documento de alta importancia que conservo en mi poder, donde se prodigan los mayores elogios
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al general Paunero, al que se denomina el general mas organizador de nuestra época y bravo por excelencia, porque el juicio imparcial debe alcanzar tanto los errores, como los actos culminantes, sino, ¿que valor tendría un boceto preñado de elogios? sería un panegírico que se prestaría á la duda y á la crítica.
Debemos antes que todo considerar, que cuando un hombre ha pasado mas de cuarenta años de su vida en un batallar continuo, gastando su cuerpo en las míseras vicisitudes de la vida militar, y la inteligencia en esa lucha terrible de las responsa- bilidades, llega un momento en que el abrumante peso de los años ejerce la influencia de la inercia en sus actos, y se le vé entonces indeciso y vaci- lante, sin el vigor de la edad provecta, en que no se teme tanto la responsabilidades.
Mas si los compañeros de armas del General Paunero hacen pesar sobre él ese cargo Justo fuera que el General Arredondo no saliera ileso de la crítica por no haber buscado la incorporación de aquel, cuando supo que un ejército superior venia á atacarlo, salvo el caso que justificase ante la historia su actitud.
Sobre este episodio se ha guardado cierta re- serva histórica, de manera que los juicios omitidos
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han sido privados y muy ligeramente tocados en publicaciones al respecto. Pero poniendo la cues- tión bajo su verdadero punto de vista de la crítica, se saca en consecuencia lo siguiente:
Si el General Arredondo dio la batalla contra- riando instrucciones, en circunstancias en que pudo buscar la incorporación con el grueso del ejército que operaba bajo las inmediatas ordenes del Gene- ral Paunero, próximo á él; movimiento que venía ejecutando después de haber cumplido la comisión que le fué encomendada, cometió un error; mas, si fué sorprendido y tuvo que aceptar la batalla á su pesar, en un terreno favorable para sus tropas, la falta no le pertenece; pero si al General Paunero que oyendo el cañón debió acudir presuroso en cualquier circunstancia, al lugar donde se efectua- ba el combate; que según las disposiciones antes tomadas de común acuerdo por los dos Generales, al iniciar las operaciones, deberían reunirse en el transcurso de la marcha que se operaba como ya
lo he expuesto en el boceto del General Campos.
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Asi, á primera vista se ve la imprudencia de la separación de un ejercito, que se espone á ser batido en detalle, y era tan segura la marcha de avance de Saa, que dicen, que al iniciar la batalla de San Ignacio, esclamó:
Ahora voy á almorzar á Arredondo, y luego me comeré á Paunero.
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Mi juicio en este caso vacila^ porque necesitaría oir la palabra del venerable veterano, que hoy está muy lejos para que pueda exponer su opinión, y formar entonces mi dictamen fijo sobre este punto histórico, conociendo ademas por experiencia pro- pia, lo difícil que es lanzar en ciertos momentos toda la responsabilidad sobre un General á causa de errores que le son atribuidos, que alguna vez son efecto de la mala ejecución de sus disposiciones.
Razón tiene el General Marmont, cuando dice: "Que el mejor General es el que comete menos errores." Pero supongo que los errores que dan la victoria son errores de otro género, que superan ventajosamente á las grandes disposiciones tácticas ó estratéjicas que nos dan la derrota, pues alguna vez es necesario aceptar desesperadamente el re- frán criollo que dice: "Barbaridades son triunfos."
Nunca aconsejaríamos semejante axioma en las condiciones en que se encontraba el General Arre- dondo antes de la batalla, si es que tenía la posibi- lidad de incorporarse al general Paunero; pero estoy cansado de leer espesos volúmenes en que se hace la crítica mas implacable sobre operaciones y movimientos que han dado la victoria, es verdad que ese proceder puramente literarios tiene lugar después que han pasado los sucesos, y se conoce la situación de ambos beligerantes, ignorada por
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«ellos mismos cuando estaba el uno frente al otro.
El éxito coronó con una victoria inesperada, un momento de ansiedad en que pudo comprometerse la campaña iniciada bajo una hábil dirección: es que la buena estrella del General Paunero iluminó con su luz habitual el camino de la victoria que alcanzó el intrépido Arredondo, quien aplicar pudo muy bien «en este combate la frase aquella de Souvorow.
''''Que cuando la victoria fio se entrega volunta- riainente^ es necesario violarlar
Por lo demás, sabemos por el capitán del siglo •que la casualidad entra por tres cuartas partes en «1 éxito de las batallas; como también que los par- tes arreglan después simétricamente los grandes desórdenes del fuego, dejándoles verdad, en el fondo lo sucedido.
Pacificado el interior regresaron algunas de las tropas al Paraguay, y el General Paunero bajó á Buenos Aires donde se le entregó la cartera del Ministerio de la Guerra.
En este puesto demostró aún su actividad é inteligencia que ya habia puesto de realce en los ejércitos que se le habian dado á organizar.
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Importantes fueron sus servicios llenando, debi- damente todas las necesidades administrativas del ejército del Paraguay.
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EPRESENTANDO dignamente á la República Ar- gentina le vemos mas tarde en la corte de San Cristóbal, donde manifiesta con una prudencia dig- na de elogio dotes especiales, desempeñando co- misiones delicadas, y cuando al fin de la jornada la divina Providencia detuvo su carrera tan brillante y azarosa en la vida de un soldado, quedó dormido en el sueño del justo, y su corazón tan bueno de- tuvo el latido sin sobresalto, motor halóla sido de una vida de virtud y sin descanso. \
Asi fué tranquila esa muerte: apagándose en la última doliente despedida el fuego que alimentaba ese pecho, que nunca fué caverna de un remordi- miento, y solo volcan de nobles aspiraciones al porvenir.
Guarden sus hijos esa sagrada memoria: es un escudo de armas indeleble: colgado está en el pan- teón de las glorias argentinas.
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I.
Asalto de Schipka ^^' — Descripción de este lugar — Demostra- ción de Suleyman-Pachá sobre la estrema izquierda del ejército ruso.
L Paso de Schipka inmortalizado repentina- mente por un glorioso hecho de armas, no es propiamente hablando un paso, pues no presenta ni garganta ni desfiladero, ni un punto adecuado
(^I) Kste episodio ha sido traducido libremente del Francés: consii- tuye un fragmento de la obra anónima titulada "La Guerra de Oriente."
Aunque estos cuadros por sí solos se recomiendan, el traductor se ha permitido hacer alg'unas ag^regaciones que dan talvez mejor vigor literario al relato.
En dos palabras vamos á esplicar la relación que tiene este comba- te con el comienzo de las operaciones del ejército ruso al invadir en 1887 el territorio otomano.
En este período los errores estratégicos de los turcos fueron aún mayores que los de los rusos, siendo el principal error de aquellos, dejar la parte central de la Bulgaria abierta á la invasión, por cuyo claro penetró audazmente el General Gourko, hasta Tirnova salvó ios Balkanes y posesionándose de sus cuatro pasos, entre los cuales es- taba Schipka, avanzó algo mas al Sud, para tener que retroceder en seguida ante las fuerzas superiores de Suleyman-Pachá, quien dirigién- dose mas tarde sobre el paso de Schipka la atacó sin éxito como se verá por la relación de este episodio.
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en que trescientos hombres puedan renovar las; hazañas de las Termopilas. No está defendido por profundas trincheras como las que existen en el" Paso Kiper donde un ejército podría ser aniquilado- antes de llegar á las manos con los defensores de la posición. Su denominación es sin duda á causa: del camino que atraviesa una sección de los Bal- kanes, menos alta que la altura general de estas; montañas, cuya superficie desde el valle de la Yan- tra al Norte, hasta el valle Toandja al Sud, aunque tenga un contorno estremadamente accidentado, es bastante continuado para dar lugar á un camino» accesible.
Del lado de la aldea de Schipka, la montaña es es casi tallada á pico y se necesita mas de una hora, de marcha para llegar á la cima del paso donde el punto mas elevado alcanza á 4.749 pies sobre el nivel del mar^ y tiene por nombre Montaña San Ni- colás.
Una vez. salvado este punto, el declive dismi- nuye lijeramente para formar en seguida un estre- cho valle cuya longitud alcanza á 8.000 metros, remorta después sobre Tc/ierven¿-Breg (montaña, roja) y vuelve á bajar en seguida en una pendien- te bastante suave sobre el flanco derecho del barranco de la Koseritsa hasta dos kilómetros de- Gabroga. Por esta parte el camino había sido-
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fortificado por los paisanos búlgaros bajo la inte- ligente dirección de los ingenieros rusos, que lo habian transformado en una vía escarpada, aunque ancha, y perfectamente transitable para los roda- dos; de modo que se presentaba en magníficas, condiciones para la defensa.
Cuando los rusos se apoderaron de esta posi- ción, carecía de importancia defensiva á causa de las escasas fortificaciones que la defendían, que únicamente consistían en lijeros espaldones y trin- cheras de tierra artilladas con un reducido número» de cañones Krupp de acero, y de una pequeña, pieza de montaña que los turcos habian abando- nado intactos con sus avantrenes y numerosos- armones repletos de granadas.
Mas tarde, conociendo los rusos la gran impor- tancia de este lugar, completaron las imperfectas- fortificaciones, constituyendo siete sólidos reductos armados de potente artillería.
Constituía la llave de la posición á causa de su; dominante altura y escarpados flancos, la Montaña- San Nicolás^ coronada por una batería que alcan- zaba con sus fuegos á todos lados, y las dos ba- terías llamadas turcas, á causa de haber sido es- tablecidas sobre las trincheras bosquejadas á la. lijera por los soldados otomanos, cuando el gene- ral Gourko atacó por el sud esas posiciones.
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La batería que se encontraba mas próxima á la Monlaña Sari Nicolás fué designada en los partes rusos bajo el nombre de Batería de Acero por estar armada con los Krupps tomados á los turcos.
Al Este se encontraba la Batería Circular: al Norte la Luneta Turca igualmente establecida so- una antigua fortificación enemiga: al Oeste el re- ducto del Monte Bedek-ko y la Batería Verde. Mas tarde en la jornada del 24 de Agosto se constru- yó á la lijera una octava fortificación al Norte de las que se acaban de mencionar, próxima al parque de municiones, con el propósito de con- tener el movimiento envolvente intentado por Su- leyman-Pachá.
La línea que formaban estas obras, circunda- ba el pequeño valle, del cual hemos hablado an- teriormente, formando un campo atrincherado: su guarnición campaba bajo vastas y sóHdas tiendas turcas de forma cónica, que fueron tomadas por los rusos en el mismo lugar cuando se posesiona- ron de Schipka. Un Karaula (cuerpo de guardia), y un Han (posada), situados á lo largo del cam.i- no se transformaron provisoriamente, el primero en depósito de municiones, y el segundo en un hospital. ; '
La posición bajo el punto de vista militar de Schipka carece de la gran potencia defensiva que
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se le ha atribuido hasta el presente^ dos puntos vulnerables hacen desmerecer su importancia y la debilitan enormemente.
El primero, consiste en que las alturas que la separan á derecha é izquierda y forman profun- dos barrancos, la dominan por completo pudiendo muy bien haber sucedido que siendo la guarnición exigua para ocupar esas ^s alturas, nada hubie- ra mas fácil á los turcc^ que hacer subir algunas piezas sobre la Mof^aña^'^rdek al Este y sobre la de Aikirdijebel al \)e4|e, y contrabatir la artille- ría con la gran ventaja que daba esta posición. El segundo reside en los accidentes del terreno por los cuales hay que llegar á la posición, los que á primera vista parecen constituir una ventaja.
La fuerza de una posición no depende entera- mente de las dificultades que presenta su acceso á un ataque directo, pero si, de la estension del ter- reno descubierto que su fuego puede barrer, y de su capacidad para concentrar ese mismo fuego sobre los puntos de mas importancia crítica. En vista de estas observaciones se distingue, á prime- ra vista en la posición de Schipka, la dificultad de dominar con su potencia mortífera el laberinto con- fuso de valles laterales, y de alturas que la rodean; de manera que una brigada de infantería podría aglomerar sus reservas en un barranco de esos, á
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una distancia de cien metros de la primera posi- ción rusa, sin esponerse al fuego de su artillería.
Insistimos en estos inconv^enientes para hacer resaltar debidamente todo el mérito de la bizarra defensa que hicieron en los primeros dias un pu- ñado de rusos; defensa memorable que quedará en la historia como un ejemplo de valor y de abne- gación. * ^
Si Suleyman conocía estos puntos débiles, se esplica demasiado bien la persistencia de sus pri- meros ataques; pero lo que parece incomprensible, es que, después de haber sido rechazado^ por una guarnición que apenas se componía de tres mil hombres, se haya obstinado en continuar los asal- tos, con insensatez inaudita, en circunstancias en que el número de los rusos habia sido duplicado, y en el momento en que el general turco perdia toda probabilidad de éxito.
Muy bien podria suponerse que Suleyman-Pachá jugaba una de esas partidas desesperadas, en la que en vista del objetivo que se propone alcanzar, no se tiene en cuenta el sacrificio de vidas que se hace. Sin embargo, debió comprender que este ataque desesperado de ningún modo garantía al país de una invasión mas allá de los Balkanes, y no ignorar que los rusos hablan desistido de su pri-
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mer objetivo que era la marcha sobre Adrinópo- lis^ y que si mas tarde volvían á tomar la ofensiva de este lado, bastaria con hacer guardar la entrada del paso con una brigada en una posición debida- mente fortificada, para contener al enemigo, hasta la llegada de los refuerzos oportunos. Aunque supongamos que el general turco hubiera tenido la certidumbre de no ser sostenido por sus cole- gas, siempre habria podido bajar por cualquier paso situado mas al Este, y haciendo sus marchas del lado del Norte, hacer insostenible la posición del general Radetsky. Si escojido hubiera para este movimiento el paso de Demir-Kapour podría también haber llegado sobre el camino de Tirnova con todas sus fuerzas, sin perder un solo hombre.
Presumimos con razón, que Suleyman, que se preocupaba mas, en su mayor empeño, de con- servar su posición personal, y acrecentar las simpa- tías que tenia en el gobierno, que en coadyuvar al éxito definitivo de una campaña cuyo honor hubie- ra recaído sobre la reputación de su rival Mehe- met-Alí; sabia además que intentando volver á posesionarse de Schípka lisonjeaba el orgullo na- cional profundamente humillado por la pérdida de esta posición. También se ha dicho que á conse- cuencia del pavor que inspiraban los rusos, como por la ignorancia militar de los turcos, pensaban •en Constantinopla que á todo trance debia tomar-
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se esa posición que suponian era una condición in- dispensable á la seguridad de la capital. En estas condiciones la opinión general estimulaba la em- presa de Suleyman-Pachi, y así fué que, después del fracaso hicieron recaer la responsabilidad, no sobre él, á cuya temeridad era debida aquella ca- tástrofe^ pero sí, sobre el prudente generalísimo que habia rehusado secundar la operación.
El 1 6 de Agosto, la 9^ división de infantería rusa á la que estaba encomendada la guardia de los Balkanes, se encontraba distribuida en los pasos del modo siguiente:
Los pasos de Elena y de Brebova fueron guarda- dos por el 34^^ regimiento de infantería de Sievsk, la 5^ batería de la 14^ brigada de artillería, y el 1 3" regimiento de dragones de la orden militar con dos piezas de la 20^ batería á caballo á las órdenes del ofeneral Boreicha.
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Los de Hankeüi, por el 33" regimiento de infan- tería de Eletz, la 6^ batería de la 9^ brigada de artillería, la I^ batería de montaña y 2 sotnias de cosacos.
Los de Schipka, por el 36" regimiento de infan- tería de Orel; la 2^ y 5^ batería de la 9^ brigada de artillería, 6 piezas de la 2* batería de montaña»
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5 batallones de la legión búlgara y 5 sotnias de cosacos, á las órdenes del general Stoletow.
El resto de la división, es decir, el 35° regi- miento de Briansk estaba en Silvi con el cuartel general del príncipe Sviatopolk-Mirsky.
En este dia dio principio á sus operaciones Su- leyman-Pachá. Hacia ya algunos dias que los diarios ingleses, adictos á los turcos, venían anun- ciando que el ejército de Adrinópolis iba á reunirse con el de Mehemet-Ali^ y los espías señalaban en efecto á los rusos, fuertes concentraciones de tro- pas del lado de Slivvno.
Para engañar con mayor sagacidad al enemigo, el general turco resolvió hacer una demostración sobre estremo izquierdo ruso, como si realmente hubiera tenido la intención de pasar los Balkanes por este lado, con el intento de maniobrar en la Bulgaria Danubiana. El 10, 6 batallones de infan- tería y una multitud de tcherkesses atacaron brus- camente al regimiento de Eletz á la entrada del desfiladero de Hainkeui: después de un tiroteo de algunas horas se retiraron y no se presen- taron mas.
Al mismo tiempo un destacamento mas conside- rable salvaba el paso de Demir-Kapou y alcanzaba
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-ttn vStare-Reko la vang-uardia del general Boreicha, ia rechazaba hasta Brebova apesar de los refuer- zos que le fueron enviados sucesivamente, y de íiiuevo la batió el I 7 delante de Brebova, arroján- dola de esta ciudad que fué medio destruida por mn incendio producido por los bachi-bouzouks, y persiguiéndola en seguida hasta Elena. El gene- ral Radetski apremiado por el general Boreicha sobre el envío de refuerzos cayó en el lazo que le ^endia Suleyman-Pachá, y creyó que todo el ejér- cito turco iba á envolver su izquierda.
De Brebova, dos caminos se ofrecian al enemigo ^ara marchar sobre Tirnova: el del Sud, por Elena y Prissova, y el del Norte por Slatariska. En vista de esta circunstancia inmediatamente envió 4a 2^ brigada de la 14^ división y 2 batallones á -Slatariska para cubrir la segunda y tomando la 4^ de cazadores con dos piezas de montaña se diri- gió en persona á Elena. Al llegar á esta ciudad reconoció su error, pues no era con el ejército de -Suleyman-Pachá con quien el general Boreicha tenia que habérselas, sino con un fuerte reconoci- TTiiento compuesto de algunas tropas regulares y de un gran número de bachi-bousouks. Instiga- dos por estos últimos la población musulmana de Elena, que allí estaba en mayoría, se sublevó y la :g-uarnicion rusa tuvo que retirarse sobre alg^unas posiciones que se encontraban próxima ala ciudad.
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Las tropas turcas se retiraron á su turno al arribo de los cazadores.
Después de haber dejado sus instrucciones al ■general Boreicha y enviado á la 2^ brigada de la 4^ división la orden de evacuar á Slatariska y de reunirse en Tirnova, el general Radetski condujo el 29 la 4^ brigada de cazadores á Prissova, donde se encontró con un parte de los generales Stole- tow y Derojinsky que le hizo conocer los propósi- tos de Suleyman y el verdadero punto de ataque vque habia escogido.
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Ataque de la garganta de Schipka. Un ruso contra diez turcos
p^L 18 de Agosto á las diez de la mañana ^4a guardia de Schipka observó un movi- miento extraordinario de tropas del lado de Ke- zanlyk. una columna fuerte de 6 batallones apa- reció sobre las alturas que están delante de la ciudad y espesas nubes de polvo anunciaban que esas tropas eran seguidas por otras. Después del medio dia la caballería enemiga ocupó las aldeas de Senovo y Yanina. No sospechando toda la estension del peligro que le amenazaba, el general Stoletow previno al general Radetski de la presen- sencia de fuerzas enemigas en Kezanlyk. Ya se ha visto anteriormente que el general Radetski engañado por Suleyman se creia seriamente ataca- do por su izquierda. Sin embargo, tuvo la previ- sión antes de partir para Elena de enviar al regi- miento Briansk la orden de abandonar á Pelvi" y de reforzar la guarnición de la posición de; Schipka.
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El 19, los rusos vieron salir de los bosques, sombrías y profundas columnas, centelleando á los reflejos de un sol de oriente sus miles de bayone- tas; una nube de tropas irregulares rodeaban estas oscuras masas. La vanguardia se instaló en Seno- va mientras que el grueso de las fuerzas se replegó á retaguardia apoyando un flanco en Kenzanlyk. El 20 se tuvo la evidencia de que todo el ejército de Suleyman-Pachá estaba sobre Schipka dispo- niéndose seriamente á tomar esta posición y no á efectuar una demostración, como hasta entonces se habia supuesto. Como á las 4 de la tarde ese ejército se desplegó y entonces se pudo distinta- mente contar en la llanura al Sud-este de la aldea de Schipka, una línea de 40 batallones cuya de- recha se apoyaba en la aldea de Yanina.
Algunas pequeñas columnas de caballería y de infantería turca, avanzaron sobre la aldea de Schipka.
La guarnición hizo algunos disparos sobre estas tropas con las piezas de á 9 para poder graduar el tiro desde la Motdaüa San Nicolás. Un ins- tante después se vio la mosquetería empeñarse al pié de la montaña, entre la vanguardia turca y algunas compañías de búlgaros encargados de defender la aldea. Al cabo de algunas horas de defensa los búlgaros se retiraron sobre la montaña,
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después de haber hecho sufrir grandes pérdidas al enemig-o, á consecuencia de los muros y cerca- dos que abundan en esta aldea.
Los turcos anunciaron inmediatamente la toma de este villorrio por un incendio voraz que des- truyó todo en un instante.
La espesa humareda que se elevaba remoli- neando hacia la cima de las alturas, dio á conocer á los rusos la destrucción de esta encantadora y pintoresca localidad. Los turcos establecieron su campo á retaguardia de la aldea dando la espalda á tres gigantescos túmulos de tierra que afectaban la forma de tres inmensas topineras, en el mismo lugar en que las tropas del general Gourko tuvie- su campamento un mes antes.
Todo hacía presagiar para el dia siguiente un ataque que los rusos esperaban con resolución y vigilancia, con ese valor frió que los ha hecho res- petar entre los mejores soldados del mundo.
Las intenciones de Suleyman-Pachá se hicieron cada vez mas evidentes. El 4" batallón búlgaro que estaba de gran guardia entre la garganta y la aldea, estuvo espuesto durante toda la noche á un fuego continuo de mosquetería y se replegó sobre el paso antes del alba.
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UN COMBATE MEMORABLE 309
Apenas lució el día dio comienzo uno de esos combates legendarios, en el que los combatientes con encarnizado brio demuestran hasta donde pue- de llegar el odio de dos eternos enemigos: es im- posible consignar algo mas conmovedor que esta lucha de bravos en que por una parte se desplega una tenacidad salvaje, y por la otra una cons- tancia homérica.
El general Stoletow dispuso sus tropas, y re- partió el mando sobre la línea de defensa del modo siguiente:
El 3" batallón del regimiento de Orel, y la 2^ batería de la 9^ brigada de artillería ocupaba la Montaña San Nicolás y ¿a Batería de Acero: esta última estaba artillada con 7 cañones turcos de los cuales uno era de montaña.
El P' batallón de Orel, ocupaba algunas trin- cheras sobre la derecha y formaba el sosten de la Batería verde y de la Batería circidar^ que tenian cada una 4 piezas de la 5^ batería de la 9^ brigada de artillería: la Batería circular tenia además 2 piezas de la 10^ batería de á caballo. Dos com- pañías del 2° batallón del regimiento de Orel ocu- paban además las alturas del Redek-Ko delante del flanco derecho. El flanco izquierdo que estaba frente á las montañas del Berdek se hallaba cu-
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bierto por trincheras y guardado por el 2", 3*' y 5° batallones de la leofion búlofara.
Tres compañías del regimiento Orel, el I" y 4" batallones búlgaros y 4 piezas de la 2^ batería de montaña, formaban la reserva. Esta fué colocada sobre el lugar llamado el Istmo, que se encuentra situado entre las tiendas que están mas cercanas á la Monfaña San Nicolás y pié de esta.
El mando de este punto, que formaba la posi- ción avanzada, fué confiado al Coronel Conde Tolstoi ayudante de campo del emperador; y el de las trincheras de la izquierda al Coronel Prín- cipe Viaseuiki, también ayudante de campo del emperador; el del flanco derecho y el de la base á la que se denominó posición principal, al Coronel Depradovich, quien al arribo del regimiento Briansk^ entregó el mando al Coronel de ese re- gimiento Lipinsky.
Desde las siete de la mañana se vieron aparecer los gorros colorados á la izquierda de la Mojifafia Bej^dek. Un calor prematuro anunciaba que el dia sería sofocante, el sol iluminaba un cielo diáfano, y un aire embalsamado subía de los bosques que rodean la posición, el agua murmurante caía sobre ¡as hojas de los árboles en las fuentes naturales que allí existen, y el cantar de las aves, que aun no
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habían sido atemorizadas por el ruido de la bata- lla, se escuchaba entre un silencio solemne. La muerte que pronto iba á segar tantas existencias en este lugar sangriento, perdia su horrible aá^ pecto en medio de esta naturaleza festiva, y los 3.000 bravos rusos encerrados en Schipka, igno- rando si los refuerzos pedidos llegarían en el mo- mento oportuno, se prepararon á ese duelo sin igual y formidable, en el que un puñado de hom- bres se batirían con el valor de la desesperación, contra un ejército de 50.000 hombres tan brar^s como las armas y tan salvajes como su fanatismo.
Los turcos dieron comienzo á la construcción de una batería frente á la Baff^ría de Aceito sobre el Bej^dek. Los rusos rompieron inmediatamente el fuego contra los trabajadores; pero todo fué inú- til: á las diez de la mañana el enemigo había colo- cado cuatro piezas en posición.
Apenas despuntó el alba, fué encargado el te- niente Romanof, del 7° batallón del cuerpo de ingenieros, de colocar minas instantáneas sobre el gran camino que va de la aldea á la garganta de Schipk. Hacía un instante que habia quedado con- cluido este trabajo, cuando los 40 batallones de Suleyman-Pachá, se formaron en columna de ata- que y avanzaron con la mas grande bravura mar- chando sobre el camino que nace á la salida de la
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aldea. Los primeros tercios de la subida la salva- ron fácilmente. Protejidos por la pendiente escar- pada de la montaña se encontraban á cubierto del fuego de artillería y hacian retroceder á los tirado- res rusos. Mas, apenas hubieron llegado sobre la pequeña meseta donde se encuentra una posada en construcción, sus columnas se vieron obligadas á avanzar sobre un terreno desnudo y descubierto.
Tres reductos y numerosas trincheras domina- ban ese punto, la mayor parte de los cañones que defendian esas obras eran las piezas que hablan sido abandonadas por los turcos en ese mismo lugar, y como por escarnio de la fatalidad, con sus mismos proyectiles se les dio la bien venida.
Los osmanlis avanzaban siempre con el mismo coraje; sus primeras filas cayeron literalmente se. gadas bajo esta lluvia de fierro, al mismo tiempo que se escuchaba el pavoroso estruendo de horri- bles esplosiones en todo el largo del camino. Eran las minas instantáneas que estallaban por medio de la electricidad; y aunque la esplosion fué á des- tiempo, ocasionó grandes pérdidas á los turcos y trastornó de tal modo el camino que se hizo im- practicable durante el resto del dia.
" A las diez, los cuatro cañones instalados sobre el Berdek rompieron el fuego y la infantería turca
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desplegándose sobre todo el frente Sud de la po- sición rusa vomitó un fuego terrible de mosquete- ría, lanzando inútilmente una granizada de balas contra los atrincheramientos.
Los rusos, bien resguardados, aprovecharon de- bidamente su tiempo; economizaban sus municiones y tiraban á golpe seguro. Al mismo tiempo una fuerte columna turca daba el asalto á la pequeña batería rusa del Sud-Oeste^ que era defendida por la 3^ compañía de tiradores del regimiento Orel; llegó hasta el pié del reducto, pero á pesar de su tenacidad no pudo ir mas iéjos. Reforzada sin cesar por tropas frescas atacó dos veces con el mismo furor y dos veces fué rechazada por los bravos defensores, apoyados por una compañía búlo^ara destacada de la reserva.
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Los turcos después de una sangrienta persis- tencia retrocedieron al fin, dejando centenares de muertos sobre la pendiente, que en vano habían intentado subir con tanto brío.
El plan de Suleyman-Pachá era muy simple: consistía, sin preocuparse de la pérdida de solda- dos, en tantear por asaltos sucesivos todos los puntos de la posición, hasta que encontrando el mas débil, lanzar sus mejores regimientos y forzar de ese modo el fuerte baluarte moscovita.
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Rechazado de la batería del Sudeste, hizo enton- ces una tentativa sobre el otro estremo del frente de la pendiente occidental de la Montaña San Ni- colás. Apesar de las horrorosas pérdidas que sufrian, los intrépidos turcos que habian sido trai- dos del Montenegro, se lanzaron en una columna profunda y cerrada sobre la que, las granadas tira- das á corta distancia abrían grandes claros, pero aquel coraje salvaje no pudo realizar lo imposible: barridos por un fuego violento, incomodados en sus movimientos por los muertos y heridos que á cada instante rompían las filas y embarazaban el camino con sus sangrientos despojos, tuvieron aun esta vez que abandonar el campo regado con tanta sangre heroica.
En este momento (once y media de la mañana) la guarnición de Schipka prorrumpió en alegres hurras viendo llegar al regimiento Briansk que fué establecido de reserva á retaguardia de la Batería circular; este regimiento había hecho una jornada de 4'2 kilómetros sin descansar.
Sin desanimarse y prosiguiendo su plan funesto en el que el sacrificio de hombres reemplazaba á las disposiciones tácticas usadas en semejantes ataques, Suleyman buscó otro punto de asalto. Hizo colocar sobre todo á su frente^ espesas filas de tiradores que hacían caer una lluvia de balas du-
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rante todo el resto del dia, no solamente sobre las trincheras, sino también sobre el pequeño valle situado á ret^uardia, donde las balas perdidas ocasionaron grandes bajas á la reserva, menos abrigadas que las tropas colocadas en los atrin- cheramientos. En seo^uida oro-anizó una columna de asalto, é hizo atacar la Batería de Acero^ sobre el flanco izquierdo de la Montaña San Nicolás. El primer asalto tuvo lugar al medio dia.
Con gran angustia vieron los rusos aquellas grandes y profundas masas de infantería enemiga que descendían, formadas en tres líneas, de los bos- ques vecinos al valle que se estiende al pié de la altura en que se eleva Ik batería. Con an coraje indomable los turcos atravesaron el espacio des- cubierto á la carrera y treparon las pendientes de las montañas al son de sus tambores que tocaban á la carga, y á los estruendosos gritos repetidos de ¡Allah! il ¡jAllahü pero apesar de la energía y te- nacidad estraordinaria con que fueron conducidos al asalto, el fuego mortífero de los sitiados los re- chazó con grandes pérdidas.
Diez veces reorganizaron sus columnas, y diez veces con el mismo empeño iracundo y con la mis- ma intrepidez salvaje renovaron este ataque insen- sato. Suleyman enviaba tropas frescas sobre tropas frescas, y volvía á hacer empezar la batalla.
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Los valerosos soldados otomanos trepaban con g"ran dificultad la áspera pendiente; y cada metro ganado costaba raudales de sangre: filas enteras caían sin descanso y las compañías de retaguardia pasaban pisando montones de cadáveres; y cuando creian alcanzar la cima, no queda'oa de aquella es- pesa columna sino un puñado de bravos; entonces los que habían sobrevivido, desanimados por la grandeza del esfuerzo que aun quedaba que cum- plir, retrocedían apesar del empeño y las exhorta- ciones de sus bizarros oficiales en llevarlos al combate. ¡ Cuánta sangre corrió sobre esa fatal pendiente de la montaña, y cuánta sangre ha cor- rido y correrá en los campos de batalla, á causa de la ineptitud brutal de un hombre de guerra !
Las avaluaciones mas moderadas de las pérdidas de los turcos en este ataque insensato, alcanzan á mas de 3.000 hombres.
Hasta el anochecer, los rusos y los búlgarOvS, que en razón de su pequeño número combatían sin descanso, oyeron tocar á la carga y los gritos horrorosos de los asaltantes.
Al caer la noche habían ya colocado los turcos, seis piezas en batería, al mismo tiempo que ocupa- do las alturas de Aikiridjebel, á pesar de los fuegos de la Batería verde que mandaba el capitán
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Policarpof, colocando en este punto dos cañones. A las ocho de la noche creyendo Suleyman-Pachá que la guarnición de Schipka, agotada por esta horrorosa lucha de diez horas, estuviera entregada al descanso intentó un nuevo asalto.
Silenciosamente avanzó una espesa colunma sobre las fortificaciones rusas^ ya los primeros asaltantes estaban al pié del parapeto del reducto para escalarlo; cuando los centinelas pudieron apercibirlos por la luz de la luna, y dando la alar- ma, una viva mosquetería respondió barriendo instantáneamente los aproches de la posición.
Esta primera jornada solo costó á la heroica guarnición de Schipka 200 hombres. Es el dato oficial que tenemos, y cualquiera que sea la desi- gualdad que presenta con la pérdida de los turcos, no se encontrará inverosímil, porque es preciso no olvidar que durante todo el dia no hubo combate cuerpo á cuerpo, sino simplemente se limitó á una lucha de artillería y mosquetería, en la cual los rusos estaban resguardados por sus atrincheramientos y tiraban sobre masas profijndas donde no se perdía una bala.
Este combate pertinaz y continuo, había abruma- do de cansancio á las tropas del general Stoletow que solo pudieron tomar un reposo incompleto
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perturbado amargamente por los clamores des- garradores de los heridos turcos, que pedían socorro á pocos pasos de los atrincheramientos donde habían caído. La fusilería no cesó en toda la noche en razón de que los turcos construían una nueva batería y trabajaban trincheras, dos de las cuales distaban solo 200 pasos de las posiciones rusas.
Aunque tuviese la idea el Jefe de Schipka de ejecutar una salida para dispersar á los trabajado- res enemigos, se veía imposibilitado de llevar á cabo esta operación á causa del pequeño número de fuerza con que contaba.
Asi limitó sus disposiciones bajo la protección de las reservas, á reparar las baterías y las trin- cheras, y á aumentar su fuerza defensiva, sobre todo, la de la batería denominada de Acero cuyas piezas y soldados habian estado al descubierto todo el dia, sufriendo por esta razón grandes pérdidas.
La jornada del 22 fué menos fatigosa que la precedente. Sin duda Suleyman-Pachá en la no- che había reflexionado maduramente sobre sus asaltos, resignándose á no enviar sus soldados á estrellarse inútilmente contra las rocas y los mu- ros, y preparar con mas calma el nuevo asalto que
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UN COMBATE MEMORABLE 319
meditaba. A las seis de la mañana con 8 piezas de á 4 y de á 6, y dos de montaña que tenían en posición, hizo romper el fuego que no cesó duran- te todo el dia.
La artillería rusa no pudo contestar con un fue- go tan nutrido porque apenas le quedaban ochenta tiros por pieza (las tomadas á los turcos) y las mu- niciones de repuesto no llegarían hasta el 24. Sin embargo, desmontó varios cañones del enemigo y le hizo volar dos armones.
Con el intento de abrumar de cansancio á la pequeña guarnición, Suleyman ordenó se continua- se la mosquetería sin interrupción, no solamente sobre el frente Sud, sino también sobre los flancos, íil mismo tiempo que simulaban ataques, obligando por este medio á los rusos á tenerse constantemen- te sobre las armas.
Al mismo tiempo, el general turco llamaba de Kezanlik y de las aldeas vecinas todas las tropas que estaban por alli diseminadas, y reuniendo su ejército todo entero en la aldea de Schipka, que constaba de mas de 50.000 hombres, (como ochenta batallones) preparó el ataque para el dia siguiente.
Durante la noche, los rusos concluyeron los tra- bajos emprendidos en la anterior: se repararon
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las baterías y las trincheras, se establecieron trave- ses y dos nuevos atrincheramientos: trabajos que fueron ejecutados bajo el fuego persistente del enemio^o.
Mas tarde, las compañias del rejimiento de Orel, establecidas en la Batería de Acero, fueron releva- das por una compañía del 9'^ batallón del rejimiento Briansk á las inmediatas órdenes del capitán Sko- rodinsky comandante de ese batallón. Los infeli- ces búlg"aros á quienes los rusos d'ísde el principio de la campaña, habían tenido constantemente en los puestos mas peligrosos, y soportado ellos solos, la casi totahdad de las pérdidas de la prime- ra jornada, continuaron estoicamente en sus pues- tos de peligro.
Los turcos no cesaron durante toda la noche el fuego infernal, con el intento de mantener en con- tinua alarma, como si estuvieran prontos á dar un nuevo asalto. Excelente estratagema que impidió á la guarnición de Schipka de avasallarse al sueño aunque hacían cuarenta y ocho horas que no iiabían cerrado los ojos.
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III.
La jornada del 23 — Los turcos intentan envolver la posición de Schipka.
PERCIBIÉNDOSE Suleyman-Pachá, que el fueg^o -de los rusos disminuía, comprendió que sus municiones escaseaban, y además sabía que aun no le habían llegado refuerzos, así, en vez de prodi- gar su ejército en ataques sucesivos, resolvió por esta vez envolver toda la posición en el ataque ge- neral que meditaba: acometer á los rusos por todas partes á la vez, y ahogar de algún modo la peque- ña guarnición rusa, bajo el peso enorme de sus 50.000 hombres. El éxito parecía infalible, y se creía como cosa imposible, que la línea rusa opri- mida de este modo por todas partes, no se rompie- ra en algún punto: efectivamente, si la llegada de los refuerzos traídos por el general Radtski hubie- ran tardado una media hora, Schipka habría sido tomada.
21
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322 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Detengámonos un momento para examinar la situación de este puñado de bravos que iban á ostentar hasta que grado de heroismo puede alcanzar el valor humano. Hacía tres dias que no> dormian y apenas habian comido a la lijera; la fusi- lería les privaba de estas necesidades, su sed era ardiente, porque los turcos desde el primer dia habían desviado el curso de las fuentes; y comba- tían con un calor que alcanzaba á los 45° á la sombra. ;
La reverberación de los rayos del sol sobre las rocas cegaba á los combatientes, los árboles te- nían su follaje casi seco, y en esta sofocante atmós- fera los turcos dejaban podrir sus muertos muy próximos de las posiciones rusas, sirviéndose de ellos algunas veces como resguardo contra aque- lla granizada de plomo. Aquel hedor insoportable hacía flaquear el corazón de esos hombres que ni el cansancio abrumador, ni el peligro habían po- dido, abatir por un momento su enérgica resolución..
El general mayor Kossinsky, inspector general de los hospitales del ejército, que se encontraba con Stoletow, compara en una carta dirijida á la "Gaceta de Moscow," Schipka á Sebastopol: "He " visto, dice, un segundo Sebastopol, la renova- " cion de aquel cañoneo terrible, de aquel fuego " infernal que durante once meses había bramado.
UN COMBATE MEMORABLE 323
" al rededor de la desg^-aciada ciudad. He
" asistido á los mismos actos de abneofacion heroica
" y de menosprecio de la vida. No exagero afir-
" mando que los seis dias de Schipka (del 21 al
" 26 de Agosto) fueron mas terribles aun, que la
" jornada de vSebastopol: allí á lo menos sabiamos
" que por tal ó cual trinchera se podría ganar el
" bastión con una segundad relativa, conocíamos
" la dirección de los proyectiles enemigos, y deter-
" minábamos con mas ó menos reofularidad los
" lugares en que caían, sabíamos también cuando
" el cañoneo se dilataba, y el momento en que
" tomaba una nueva intensidad; pero en la posi-
" cion de Schipka ha sido un fuego cruzado sobre
" todos los puntos é incesante, no interrumpido
" durante un instante, ni de dia ni de noche."
La bizarra comportacion de las tropas que han resistido un ataque semejante se impone á la admi- ración del mundo.
Antes del alba, el cañoneo que no había cesado en toda la noche, estalló con una furiosa violencia
A este tiempo ya tenían los turcos en posición diez cañones sobre el Berdek y 4 sobre Aikirid- jebel; á medio dia tenían 4 mas sobre este punto. Al mismo tiempo el ejército otomano se abrió como la sierra de un cangrejo para oprimir las posiciones rusas.
324 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Una columna desfiló á lo largo de la montaña Berdek para envolv^er la izquierda, un destaca- mento tomó posición sobre el fi-ente Sud, y el resto del ejército se dirig-ió sobre la pequeña aldea de Senobo, de allí tomando un pequeño sendero ape- nas bosquejado, por el cual anteriormente habia huido la antigua guarnición de Schipka, se internó esta columna en las montañas arboladas que están frente al flanco derecho de los rusos, á fin de en- volver igualmente la posición de este lado y de reunirse á retaguardia con las fuerzas que viniesen del Berdek, cortando asi la comunicación de los reductos con Gabrova.
La izquierda de la guarnición rusa fué atacada á eso de las siete de la mañana por las tropas que subieron por las dos pendientes de la aldea Etter. El 2", 3" y 5*^ batallones turcos, que estaban esta- blecidos trente de sus barrancos y que por orden del Coronel Conde Tolstoi habian sido reforzados con dos compañías del I*' y 4" batallón búlgaro, enviados de la Batería de Acero bajo el mando del Coronel príncipe Viazenski, recibieron á los asal- tantes con un fuego nutrido que les causó grandes pérdidas.
Durante el dia, 6 batallones con una tenacidad admirable, llevaron varios ataques á las trincheras ocupadas por los batallones búlgaros; pero siem-
-'%*?;:
UM COMBATE MEMORABLE 325
pre fueron rechazados. Cuando en la noche se relevó de su puesto de combate á aquellos bravos soldados enrolados por la libertad de su patria, que ya habian perdido la mitad de su efectivo en Esk-Zaghra, las tres cuartas partes de su fuerza estaba fuera de combate.
Sobre el frente intentaron los turcos cuatro ve- ces el asalto á la Batería de Acero; pero siempre fueron rechazados con grandes pérdidas. Los rusos, por su parte, en este lugar sufrieron muchas bajas porque eran fusilados por el flanco y reta- guardia y se vieron en la necesidad de construir á toda prisa varias líneas de trincheras para res- guardarse. Tres de las piezas de acero fueron desmontadas en el dia. Las otras á causa de la penuria de municiones, no respondían al íuego de los turcos y solo tiraban en los casos estremos, cuando las columnas de ataque se aproximaban. Pero el ataque á las trincheras llevado á cabo por los turcos en el frente Sud eran bien poca cosa en comparación de los asaltos repetidos que fueron lanzados sobre los flancos.
Estas posiciones habian sido puestas bajo el mando del Coronel Lipinsky que las ocupaba del modo sÍ2"uiente:
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Las trincheras alrededor de la Batería circular estaban defendidas por compañías del 2° batallón
326 LA CARTERA UE üN SOLDADO
<lel regimiento de Briansk con la 5^ y 6^ compañía de reserva. Una parte del 3^' batallón, la 10*^ y 12^ compañía, y la mitad de la 3^ compañía de ti- radores, ocupaba la Montaña Redek-Ko y las otras compañías se hallaban en las trincheras del flanco derecho de la posición cerca de la Batería verde. Las trincheras avanzadas de este lado fue- ron guardadas por la 11^ compañía, y el istmo cerca de la ambulancia, por tres compañías del re- gimiento de Orel, colocadas igualmente como las compañías vecinas del regimiento de Briansk, á las órdenes del teniente coronel Lindstron del reofi- miento de Orel. Las otras cuatro compañías del regimiento de Orel, que formaban la reserva ge- neral se encontraban entre la Batería círciílar y la Batería verde.
El objetivo de los turcos sobre el flanco dere- cho fué la Montaña Redek-Ko donde se encarni- zaron con una persistencia desesperada.
Desde las cinco de la mañana^ el Teniente Co- ronel Schwabe que mandaba ese puesto, vio avan- zar cuatro fuertes columnas enemigas sobre la posición: pidió refuerzos; solo se le pudo enviar compañía y media en razón de ser muy escasa ya la reserva.
A las seis, los turcos cargaron con furor con sus acostumbrados alaridos salvajes; Schwabe que
ÜN COMBATE MEMORABLE
327
Tiabía comprometido hasta su último soldado, pidió una seg^unda vez refuerzos; el Coronel Lipinsky le envió dos compañías del regimiento de Orel. A las 7 y media reforzados los turcos con nuevas tropas, dieron un nuevo y terrible asalto^ haciendo sufrir á los rusos pérdidas enormes. Los turcos tiraban al acaso, decia uno de ellos, y éramos heridos por las balas perdidas; era tal el granizo de plomo que las filas se aclaraban con asombrosa rapidez. El Teniente Coronel Schwabe pidió una tercera vez refuerzos: se le envió todavía un desta- <:amento de reserva.
Al mismo tiempo que esto sucedía el general Stoletow enviaba una mitad de la 6^ compañía del rejimiento de Briansk y otra de la 2^ compañía de los tiradores del rejimiento de Orel con 4 piezas á ocupar la Luneta turca con el designio de sostener la guarnición de Bedek-ko y de flanquear con sus fuegos las columnas que atacaran esta última po- sición.
Sin embargo, las pinzas del cangrejo iban cer- rándose. De repente las columnas que habían desfilado sobre el flanco izquierdo á lo largo del Berdek, desembocaron de los bosques que están á retaguardia de la Batería ciradar y se lanzaron sobre el camino para tomar de revés la montaña Bedek-ko.
328 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Si este brusco movimiento hubiera tenido éxito, Schipka habria sido envuelta y por consecuencia- perdida la posición para los rusos. Ante este ata- que tan rápido la 5'"^ compañía y una mitad de la 6^ que se encontraba de reserva en la Baíe/ía cir- cular^ apenas tuvieron tiempo de desplegarse: asal- tadas á cien pasos por un fuego violento; no tuvie- ron mas salvación que arrojarse desesperadamente á la bayoneta sobre los turcos sin hacer un disparo, rechazándolos con un coraje digno de ese crítico ■ momento. A este encuentro sucedió una intensa fusilería, que continuó así por algún tiempo.
Los asaltantes reforzados por nuevas tropas,, volvieron á tomar varias veces la ofensiva, pero- siempre fueron repelidos por el fuego de los rusos..
El monte Redek-ko continuaba devorando los esfuerzos sucesivos que se le enviaban, las balas turcas no dejaban un defensor en pié. A las diez, nuevo pedido de refuerzos del Teniente Coronel Schwabe; se le envió la última compañía disponible con la orden de sostenerse hasta perder el último hombre.
Se habia recibido la noticia de la marcha del ge- neral Radetski de Gabrova, con una brigada, cuya llegada se esperaba como la única salvación en aquella lucha desigual. El valiente general Stoletow
UN COMBATE MEMORABLE 329
resolvió hacer el mas grande y supremo esfuerzo para dar al general Radetski ocasión de llegar á tiempo.
Durante cuatro horas el combate continuó con increíble furia, bien se podría decir que los bosques que circunvalan la posición, vomitaban turcos á millares: las columnas se sucedian á las columnas, pero los rusos impasibles bajo un fuego espantoso^ no perdían una pulgada de terreno; héroes mecá- nicos por la fuerza de las circunstancias, que son por lo general el origen de los grandes hechos.
Los partes de esta jornada, abundan en rasgos de valor admirable, y episodios heroicos; hubieron muchas compañías que quedaron sin un solo oficial y continuaron sin embargo batiéndose bizcfrramente, rechazando con su propia iniciativa, los ataques del enemigo: gran número de heridos volvían á las filas después de la primera curación, y cuando sus oficiales les indicaban que se retirasen al hospi- tal de Gabrova, respondían casi siempre. "Aun " tenemos tiempo, los hospitales son para los que " están heridos gravemente, nuestras heridas son " leves, y bien ó mal, aun podemos servirnos de " nuestros fusiles. . , .es necesario hacer todos los " esfuerzos posibles. ... no es el momento de pen- " sar en curaciones, y sobre todo, no se muere mas " que una vez." Y aquellos bravos entre bravos morían como héroes.
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330 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Oficiales y soldados rivalizaban en bizarría y constancia, y supieron morir sin ostentación y con estoicismo. Hambrientos, transidos de fatiga, en- fermos, solo deseaban batirse y como siempre, los oficiales estaban en primera línea.
En muchos casos los soldados que tenían sus fusiles deteriorados guardaban sus puestos en las filas, firmes, impasibles, con aquel valor sereno au- tomático que admiraba á Napoleón.
Que hacéis ahí? — les preguntaban los oficiales — si ya no podéis tirar?
— Es verdad, respondían los soldados, pero nos reuniremos en compañía especial para trabajar á la bayoneta. Pero no por reconocer el heroísmo de los rusos, debemos olvidar de rendir el home- nage debido á los valientes milicianos búlgaros, de- masiado olvidados en los partes rusos; fueron los que de esta manera trabajaron mejor.
Recorriendo las trincheras el general Derojinski, apercibió diez y siete soldados tendidos detrás de un atrincheramiento, y un oficial en pié, con una pierna herida y el rostro cubierto de sangre. El oficial hizo el saludo militar.
— ¿Duermen vuestros soldados? preguntó el general, indicando con el dedo los dormilones.
UN COMBATE MEMORABLE 331
— ¡Si, general! duermen, pero duermen el sue- ño de los bravos; no se despertarán mas, ahí han muerto.
— ¿Y Vd. que hace en este lugar?
— Espero mi turno, es todo lo que queda de mi compañía: replicó el oficial conmovido.
Hay tal semejanza en los actos de la guerra que parecen unos copiados de otros. El mayor Ma- yo rga, argentino, once años antes de esta guerra, dio una casi igual contestación al general E. Mitre en el combate del Boquerón en el Paraguay.
No hubo ardid que no emplearanl os turcos para — engañar á sus enemigos. Un capitán de tiradores^ colocado en una avanzada con- su compañía hacía dirijir sus fuegos sobre una barricada que estaba próxima, cuando una voz partiendo de detrás de es- te abrigo, llamándole por su nombre le gritó, " Haced cesar el fuego que tiráis sobre noso- tros"— Quien ha dado esta orden? "El comandante del cuerpo," respondieron. — Pero de que cuerpo: con mil diablos, preguntó el vigilante Oficial. Esta vez viendo descubierta su astucia los turcos, res- pondieron con una descarga.
A las dos de la tarde^ un oficial enviado por el teniente coronel Schwabe, vino á anunciar, que en
332 LA CARTERA DE UN SOLDADO
presencia del gran número de heridos y de las fuerzas constantemente crecientes de los turcos, no habia ya la posibillidad de mantenerse en la Montaña Bedek-ko^ si no se enviaban nuevos y numerosos refuerzos. Por toda reserva no que- daban ya, sino una mitad con las banderas de los distintos cuerpos. Entonces se le dio la orden al destacamento, de mantenerse firme á todo trance, y en caso de necesidad estrema, de replegarse evitando las minas instantáneas colocadas á reta- guardia de Bedek-ko y ocupar las trincheras. El Subteniente Romanof del 7" batallón de ino^enieros recibió al mismo tiempo, la orden de tener pronta la batería galvánica, á fin de hacer volar á los tur- cos, en casode verse en la necesidad de abandonar la posición.
Aquel fué uno de los momentos mas críticos de la jornada. Una fusilería terrible continuaba chis- porroteando al rededor de la Batería Circular^ los tcherkesses asaltaban la Luneta turcas y la Batería Bedelz-íio pronto iba á ser abandonada. Las reservas estaban casi agotadas, todos los sol- dados habían entrado en combate; pero felizmente habían disminuido notablemente los esfuerzos del enemigo sobre el frente Sud, y el conde Tolsto'i pudo enviar una compañía al Coronel Lipínsky. Hacia las tres ó las cuatro de la tarde, — notándose que el enemigo dirijía su principal ataque, contra
UN COMBATE MEMORABLE 333
el destacamento del flanco derecho, le envió todavia una compañía y destacó su última reserva, es decir 2 compañías del I" batallón y una del cuerpo de la lejion búlgara, con el designio de defender la base del paso que va á la Luneta tiwca. Como á las cinco de la tarde el Coronel TolstoV se dirijió en persona sobre el flanco derecho, donde estaba el coronel Lipinsky, confiando temporalmente el mando al mayor Redkine, comandante del 4° ba- tallón búloraro.
o
Apesar, de tQ|)|S|^estos refuerzos, la situación era amenazadora sobre la derecha. Los turcos contenidos en los bosques por las descargas de los rusos, se desplegaban sobre el borde y tiraban sin cesar. Grandes grupos de heridos se dirijian de Bedek-ko al hospital de sangre provisorio, situado allí.
El puñado de rusos que quedaba sobre la mon- taña, luchando desde el alba, con un enemigo in- mensamente superior, tuvo al fin que abandonar la posición, y á las 5 de la tarde empezó á reple- garse en pequeños grupos, conduciendo sus últimos heridos. Los oficiales de este destacamento casi todos fueron muertos ó heridos; de las com- pañías una sola no quedó en pié; horriblemente diezmadas solo presentaban pequeños grupos de soldados de diversas procedencias.
334 LA CARTERA DE UN SOLDADO
En las trincheras y las reservas, las pérdidas eran enormes, ocasionadas por el fuego cruzado de los turcos, al cual había estado espuesta la posición hacía doce horas.
Irremediablemente parecía la partida perdida para los rusos. La lejion búlgara tenía tres cuar- tas partes de su efectivo, fuera de combate, los rejimientos de Briansk y de Orel estaban reducidos á la mitad de su efectivo, y los que sobrevivían desmoralizados por esta horrorosa carnicería ya no reaccionaban, pero lo tjue mas afectaba el espíritu de aquellos valientes soldados, era que empezaban á faltar las municiones. Después de tres dias de un fuego violento, el parque estaba casi exhausto, y mientras que los turcos renovaban sin cesar sus ataques, los rusos tenían que econo- mizar sus municiones y tirar lo menos posible. En cuanto á refuerzos, no los habían recibido de nin- guna parte y solo Dios sabía cuando llegarían. Los turcos habían concluido por obtener grandes ventajas, oprimiendo á sus adversarios por todos lados, y posesionándose cada vez mas de puntos ventajosos.
Sintiendo que los rusos debilitaban sus fuegos, reforzaron sus ataques: Suleyman creyó alcanzar la victoria. A las cinco de la tarde, el parque de artillería rusa no tenía sino armones vacíos, y no
UN COMBATE MEMORABLE 335
les quedaba masque la bayoneta para concluir vic- toriosamente ese dia. Las baterías cesaron el fuego y los rusos se lanzaron al arma blanca; como una avalancha, se precipitaron sobre los turcos, que no pudiendo resist'r tal impulso de coraje deses- perado; retrocedieron aun una vez; pero guardando silencio las baterías rusas, adivinaron sus adversa- rios la causa de ese silencio y dieron un nuevo y terrible asalto.
Las tropas rusas, agotadas por tres dias de combates continuos sin aliento, sin reposo, y sin cartuchos, no pudieron resistir esta vez aquel es- fuerzo terrible, y empezaron á retrogadar abando- nando las posiciones regadas con su sangre.
En la Luneta turca, las municiones también fal- taban, asi fué que el fuego tuvo que cesar. Los turcos, enardecidos por este silencio, se lanzaron con la mas orande audacia al asalto. Ya alean- zaban la cima cuando los rusos sahendo de su atrincheramiento, hicieron llover sobre ellos una granizada de grandes piedras, troncos de árboles, que los hizo rodar al bajo del barranco de donde habían salido; algunos que habían tenido la audacia de escalar la meseta, fueron bayoneteados y otros huyeron á reunirse con sus camaradas.
Durante una hora, los rusos se defendieron con estos estraños proyectiles, y habiendo llegado el
1%.
336 LA CARTERA DE UN SOLDADO
momento crítico, en que faltaban las grandes pie- dras, arrojaban sobre los turcos, fusiles rotos, terrones de tierra, sus cartucheras repletas de guijarros y todo lo que encontraban á mano.
Sin embargo, los turcos excitados por sus oficia- les, que demostraban gran valor continuaban con empeño su empresa. Un oficial gravemente he- rido se habia tomado de un tronco de árbol en la mitad del camino de la pendiente de la meseta, y desde aUí llamaba á sus soldados que retrocedían apostrofándolos con mil epítetos denigrantes; un nuevo esfuerzo los iba á hacer dueños de la posi- ción^ cuando un inmenso hurrah señaló la van- guardia de los tiradores del general Radetski.
¡Schipka habia sido salvada! r
lY.
Arribo de los refuerzos rusos
EMos dejado al general Radetski, el 20 de 'Agosto, en Slataritza, á cuyo punto le liabia conducido la finta de Suleyman-Pachá, por el lado de Brebrova; allí le alcanzó un despacho de Stoletow y Derojinski, anunciándoles que iban á ser atacados por todo el ejército turco. Comprendiendo in- mediatamente la estratagema de su adversario, acudió á Tirnova, donde llegó el 21; allí recibió un nuevo despacho anunciándole que desde las siete de la mañana, el paso de Schipka habia sido ata- <:ado. A la mano no tenía sino tropas fatigadas por tres dias de marchas inútiles, pero apremiando el peligro, no habia tiempo que perder. El 22 al amanecer hizo partir de Tirnova en dirección á Gabrova la 4^ brigada de cazadores con dos pie- zas de montaña, y de Scherémet la 2^ brigada de la 14.^ división de infantería, con la 2^ y 3^ batería de la 14^ brigada de artillería, destacando de esta brigada un batallón del regimiento de Podolía
22
338 LA CARTERA DE UN SOLDADO
que dejó en Tirnova para proteger los equipajes, el hospital, la ciudad, y las baterías que se habían, construido: además ordenó á la 2^ división de in- fantería del general Imeretinsky que acababa de ITegar de Muradbey, de dirigir su marcha sobre Selví, y a su arribo á este lugar, enviar inmediata- mente sobre Gabrova. la I'^ brioada de la 14^ división con la 4''^ batería de la 14^ brigada de ar- tillería.
El o-eneral Radetski lleoró en la noche á Gabrova. y después de haber dado algunas horas de des- canso á sus cazadores volvió á ponerse en marcha.
-''- Los defensores de Schipka ignorando comple- tamente el tiempo que la alarma de Bebrova, habia. hecho perder al comandante del 8° cuerpo, em- pezaban á creerse abandonados, desesperando hacer una mas prolongada resistencia. Los gene- rales Stoletow y Derojinski, esperaban por mo- mentos ser rodeados; habían enviado un último despacho donde manifestaban sus temores, espo- niendo los esfuerzos que habían hecho para con- jurar la catástrofe, y asegurando que con la ayuda, de Dios resistirían hasta perder su último hombre. "En todo caso, decían, derramaremos hasta nues- tra última gota de sangre, antes de rendirnos. "
Eran las seis; en este momento se sintió una
UN COMBATE MEMORABLE 339
ligera disminución en los fuegos de los turcos, la que los rusos no pudieron aprovechar á causa de que todas sus reservas estaban comprometidas. Las tropas quemadas sin cesar por un sol ardiente, habian alcanzado el colmo de las fatigas y del hambre. Hacía tres dias que no se había hecho el rancho, faltaba el agua, y una sed espantosa ani- quilaba gradualmente esos hombres. Jadeantes, estaban tendidos envueltos en un silencio tétrico sobre las desnudas colinas, indiferentes ya por el sufrimiento, á la lluvia de balas que sobre ellos caían: otros combatían con ferocidad sobre las caldeadas rocas; obligados á retroceder, lo hacían defendiéndose como tigres; y el eco como tomando parte en este estruendo salvaje, repercutía el grito de triunfo, de los turcos, ¡ Allah il Allah !
Los dos generales rusos se encontraban en la Montaña de Bedek-Ko^ inquietos trataban de des- cubrir con sus anteojos^ el camino que conduce al valle de la Jantra, sembrado de bosquecillos y sombrías rocas, cuando de repente Stoletow, im- presionado por una emoción violenta que no fué dueño de dominar, lanzó un grito, y tomando fuer- temente el brazo de su hermano de armas, esten- dió la mano en dirección al fondo del desfiladero. Un instante después se vio aparecer la cabeza de una prolongada columna, serpenteando á lo largo del camino.
340 LA CARTERA DE UN SOLDADO
"¡Que Dios sea alabado!" esclamó Stoletow. Los dos generales se descubrieron con respeto, y las tropas puestas de pié, elevaron el pensamiento ai Dios de los ejércitos, y conmovidas estendie- ron la vista ansiosa hacia los refuerzos que Ue- ofaban.
«3
Un rayo de sol caía á plomo sobre los bosque- cilios de la entrada del desfiladero, haciendo á lo lejos centellear las bayonetas. Entonces los rusos prorumpieron en un grito de alegría, inmenso, de una emoción tan grande, que es indescriptible, que hizo temblar la cima de las colinas: los alaridos de los turcos se perdieron en este estruendoso hur- rah, saludo con que la desesperación daba la bien venida á los salvadores. Algún tiempo transcur- rió así; gradualmente fué acercándose la cabeza de la columna al Han y apareció sobre la pequeña me- seta delante del parque.
Mas lo que se vé es caballería. ¿Se encontrará acaso de tal modo comprometido el general Ra- detski, que no ha podido enviar sino esta arma para combatir la infantería turca en los precipi- cios de los Balkanes ?
De cualquier modo que sea, este refuerzo es de grande utilidad.
UN COMBATE MEMORABLE 341
A la derecha del campo, repentinamente se vé aparecer un cañón de campaña dirigido contra la artillería turca, instalada sobre la montuosa co- lina cuya posesión habia dado á los turcos la ven- taja de envolver la derecha de los rusos. En un abrir y cerrar de ojos desaparecieron los ginetes de sus caballos. Las tropas descienden la colina; una columna de infantería rusa aparece al alcance de la fusilería turca; se dispersa, y emboscándose de- trás de las rocas_, los matorrales, y los árboles, vo- mita bocanadas de humo blanco. ¡No son gine- tes, es la vanguardia de los cazadores!
Habia sucedido lo siguiente. En el momento en que el general Radetsky saliendo de " Gabrova iba á penetrar por la entrada de la montaña, encon- tró un ayudante del general Stoletow que bajaba la pendiente á toda brida, sobre un caballo blanco de espuma. "Pronto mi general, gritó emocionado, apercibiendo al general Radetsky, no nos podemos ya sostener, los turcos van á cortarnos la retirada." No habia un momento que perder; pero el general >:,;*:^^í Radetsky no es hombre que se turba. Inmediata- mente hace sacar las mochilas á su vanguardia, la monta sobre los caballos de alafunas sotnias de cosacos que acampados estaban en ese lugar y cuyos ginetes se encontraban ya en el paso, y mar- chan guiados por los cosacos que habían quedado para guardar las monturas. Esta vanguardia sube
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342 LA CARTERA DE UN SOLDADO
las pendientes al galope: cuanto mas avanza va encontrando convoyes de heridos que marchan hacia Gabrova. '^h A lo lejos atruena un cañoneo formidable repitiendo el eco sus rugidos y en algu- nos momentos, cuando guarda silencio la artillería, se oye chisporrotear la mosquetería endiablada, y se vé ondular de lo alto de la montaña, vastos penachos de humo blanquizco.
Parece que los caballos comprendieron su mi- sión, y con nuevos bríos siguen su carrera: el ardor de los ginetes se les comunican y cada vez apuran mas su marcha. Por fin llegan al campo de bata- lla. Los cazadores alcanzan apeniis á 205; pero en estas críticas circunstancias_, bien valían un ejército. Indescriptible es el efecto moral que produce su llegada; los defensores de Schipka queman, entonces con prodigalidad los últimos cartuchos que habían economizado hasta ese ins- tante; y entonces creyendo los turcos en el arribo de fuerzas considerables, sienten que la jornada se les escapa, y flaquean ante este efecto moral.
El general Radetsky que en persona conducía á los cazadores, y de quien^ muy bien se puede decir, fué el salvador de la jornada, avanza á la cabeza de su estado mayor, despreciando el fuego de los
(I) En este dia se enviaron 538 á este punto.
UN COMBATE MEMORABLE 343
tiradores turcos, y se reúne á los otros dos gene- rales sobre la colina cerca de la batería en la pri- mera posición. Por su antigüedad y superioridad de grado, toma el mando inmediato de la posición, y releva al general Stoletow después de haberle ifelicitado enérgicamente por sus buenas disposi- 'ciones estratégicas y por la energía de su bizarra defensa.
Por la izquierda, la guarnición de Schipka habia conseguido rechazar los ataques del ejército de Suleyman-Pachá, mas sobre la derecha, la si- tuación estaba muy comprometida. El enemi- go tenía grandes masas reconcentradas en las montañas que se encontraban al frente, y como á 800 metros de Redek-Ko, de cuyo punto está se- parada por un profundo y difícil barranco, de don- de amenazaban constantemente la retaguardia de la posición rusa.
Aquella posición era necesario atacarla para completar la libertad del paso. Comprendiendo inme- diatamente el general Radetsky esta difícil situación dirigió hacia la montaña tres compañías del 16° batallón de cazadores que acababa de llegar.
El fuego de las trincheras duró todavía media •hora, hasta el momento en que estas subieron á la
344 LA CARTERA DE UN SOLDADO i
montaña y se arrojaron sobre el flanco del ene- migo.
Puestos en desorden por la carga intrépida de los cazadores^ los turcos retrocedieron rápida- mente, siendo imposible entonces contener e^* arrastramiento general dc las tropas que se lanza- ban furiosas en pos de ellos; los soldados que estaban en las trincheras avanzadas, arremetian al grito de hurrah, y con gran trabajo se les pudo contener en esta primera montaña, por no tener utilidad ninguna su arrojo, á causa de la aproxi- mación de la noche, y de la retirada del enemigo- sobre una secunda altura.
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Hacia las ocho de la noche, todo entró en una calma completa, por primera vez, después de tres dias de tanto estruendo : la fusilería y el cañoneo^ callaron del todo: ya era tiempo que durmieraa tranquilos los muertos de la jornada.
Este sangriento combate fué desastroso para el ejército de Suleyman-Pachá : sus pérdidas alcan- zaron de 7 á 8.000 hombres, las pendientes del Bedek-Kó estaban sembradas de cadáveres; los rusos por su parte, habian perdido próximamente la mitad de su efectivo. De todas las tropas envia- das sucesivamente á la defensa de Bedek-Kó, no quedaban sino 150 hombres ilesos. Imposible es
UN COMBATE MEMORABLE 345-
concebir un mas rudo encarnizamiento. Los solda- dos de los dos ejércitos habian demostrado una igual bravura, y la bizarra firmeza rusa en la de- fensa, solo habia tenido competidor en la bárbara tenacidad turca en el ataque.
Un tal coraje, observa juiciosamente un corres- ponsal del "Daily News," podría ser previsto ea cuanto á los turcos, que siempre ha sido uñ pue- blo guerrero. Pero respecto al soldado ruso, cam- bio de especie, sale del seno de una población que ama la paz y es capaz de aprovechar de ella;„ cuando es necesario combate por su soberano y su país, pero ningún instinto belicoso le atrae á los campos de batalla.
Una vez mas se ha probado que el patriotismo- es capaz de convertir en valientes soldados, á la. raza menos guerrera y sostener su valor, en medio- de las mas terribles privaciones.
Los rusos que han defendido el paso de Schipka durante los tres primeros dias de la lucha, batién- dose sin tregua, con un adversario inconmensura- blemente superior en número, han peleado sin des- canso y sin tomar alimento, y en el momento en que el general Radetsky llegaba á su socorro iban á ceder, es cierto, pero á causa de una fatiga física, insoportable; y por la falta de municiones.
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V.
Los tres últimos días de la batalla
Sq a brigada de cazadores, arribó en la noche, y el dia después muy de mañana, dio comienzo
al abastecimiento de municiones y víveres, conti- nuando después sin interrupción.
De Tirnova á Gabrova, el país presentaba el aspecto de un campo devastado, y el camino em- barazado por una procesión no interrumpida de familias huyendo de Kesanlyk y de las aldeas del Sud de los Balkanes, donde habian vuelto á em- pezar los degüellos. Los búlgaros de Gabrova, ayudados por algunos de esos pobres refugiados, prestaron valientemente los mas grandes servicios á los soldados rusos , ya conduciendo los con- voyes, ya trabajando en el entretenimiento del ca- mino, despreciando el fuego de los turcos que hizo muchas víctimas entre ellos, ó llevando agua á los soldados rusos en las filas, en momentos
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en que volvió á principiar el combate, el 24 de Agosto. .
En este dia parecia apaciguado un tanto el furor de la batalla, apenas algunas escaramuzas de poca importancia se renovaron de nuevo sobre la iz- quierda y el frente Sud.
Como al medio dia, Suleyman-Pachá tomó la ofensiva, frente á la Monona de Sa/i Nicolás^ con fuerzas insuficientes y '^ffjk hacer apoyar debida- mente el asalto : escojip para este ataque, las ro- cas de la pequeña batería. El conde Tolstoí envió immediatamente á las trincheras situadas á lo laro^o del camino, la 4^ compañia del regimiento Briansk, y sobre las rocas la 4^ compañia del regimiento de Orel, sirviéndoles de inmediato sosten dos com- pañías.
Un batallón enemigo apoyado por otros dos se lanzó al asalto, y sufriendo un fuego violento llegó valerosamente hasta la cima, donde fué recibido á bayonetazos y destruido en su mayor parte, ha- ciendo sus restos, bajo un fuego violento, una desas- trosa retirada. Al mismo tiempo, el 13° batallón de cazadores, atacaba los atrincheramientos de la de- recha desde cuyo punto inquietaban tenazmente la izquierda de la posición rusa, y arrojando á los
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turcos á viva fuerza se posesionaba de ese lugar tan importante.
Asi fué, que todo el interés de la jornada quedó sobre la derecha.
Por esta parte los turcos ocupaban las tres altu- ras de Adkiríjebel y oprimían vivamente el flanco ruso. Una de esas alturas situadas frente de Bedek- Kó, era una amenaza perpetua para la línea de co- municación con Gabrova; un destacamento com- puesto del 16" batallón de cazadores, de la II compañía del regimiento de Briansk y de 2 com- pañías del 14^ batallón de cazadores, tuvo por en- cargo el desalojo del enemigo en ese punto.
Se empeñó entonces muy de mañana el combate en los bosques que rodean la posición. Como á las nueve, el general Dragomirof llegó con el regi- miento Jitomir, pues hacía dos dias marchaba sin descanso. El regimiento de Podolia, de la misma brigada, arribó un poco mas tarde. Dragomirof dejó un destacamento de reserva cerca del Han y avan- zó sobre la Luneta turca.
El camino en esta parte se encontraba barrido por las balas turcas y el regimiento de Jitomir su- frió pérdidas sensibles, y no encontrando abrigo sobre las alturas, tuvo que acostarse en las trinche-
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ras de la luneta, esperando el momento en que íuera necesaria su cooperación.
Encontrábase en ese momento el general Rade- tski con su Estado Mayor sobre la vertiente de la colina, observando las peripecias de la batalla, se le reunió el general Dragomirof, se pusieron en- tonces de acuerdo los dos generales en cuanto á las disposiciones que se debian tomar, y como los turcos parecían numerosos y se sostenían con fir- meza contra el destacamento que los atacaba, se envió inmediatamente al 2° batallón del regimiento Jitomir para sostener el ataque.
Algunos notaron que el general Dragomirof estaba preocupado y pensativo contra su costum- bre. Tal vez presentía lo que le iba á suceder. Cuando volvía de reconocer la posición, habién- dose bajado del caballo, alguien le propuso un momento de descanso y le proporcionaron una silla de tijera que se encontraba allí. En este mo- mento el general se inclinó y esclamó " Ya está. " Se creyó que se había sentado y nadie paró la atención en el doloroso gemido que^prorumpió el capitán Moltsof que había caído al lado del ge- neral. ^
Creo que me han herido esclamó Dragomirof. Efectivamente, una bala le había atravesado el mus-
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lo arriba de la rodilla, felizmente sin tocar la arte- ria; pero labrando los músculos; la misma bala ha- bia herido al capitán Maltsof que estaba á su lado. Ya pueden imaginarse que turbación produciría este accidente en la comitiva del general. Era reputado por su intrepidez y por el imperio que ejercia sobre sus soldados como un elemento indispensable para esas críticas circunstancias: en la situación gfrave en que los defensores de Schipka se encontraban, constituía una doble pérdida que á primera vista se sentía. El reofimiento de lítomír desfilaba en el momento en que subían al general sobre una an- garilla, este con voz firme y sonriendo les dijo:
— Adelante mis bravos : á cada uno le llega su dia, y á f é mía os digo que si me mandan al otro mundo, el mal no es muy grande
Los soldados quisieron precipitarse sobre su jefe pero él los contuvo con un gesto:
— Continuad vuestro camino, agregó, y solo os pide vuestro general que á pesar de mi ausencia, os batáis como valientes soldados rusos que sois.
Entonces, se oyó un grito que estalló unánime en las filas de aquellos soldados de fierro.
— ¡Os vengaremos!
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UN COMBATE MEMORABLE 351
La primera frase que pronunció el general en cuanto llegó á la ambulancia fué preguntar cuando podria subir á caballo.
— No temáis nada general, respondió el médica- después de haberle reconocido la herida; pronto estaréis restablecido.
— ¡ Voto al diablo I esclamó con violencia aquel hombre enérgico, eréis por ventura que hablo de miedo de esta insignificancia? Quiero saber si muy pronto estaré en estado de volver á tomar el mando.
Los médicos se miraron en silencio, pero uno de ellos se atrevió á decir: " Antes de seis semanas no estaréis restablecido."
El nombramiento de Teniente General vino á calmar la amargura que este bravo oficial sentia por no poder continuar la campaña.
El batallón de Jitomir se lanzó sobre el bosque al paso de carga, los turcos^retrocedieron : su arti- llería abandonó la primera altura y los copos de humo blanco que marcaban la línea de batalla so- bre los árboles retrogradaron visiblemente. El ge- neral Radetski se puso en persona á la cabeza de tres compañías de la reserva y la altura fué tomada.
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después de un terrible combate á la bayoneta ! Los turcos volvieron con su tenacidad acostumbrada á jj^uerer retomar la posición; pero todos sus esfuer- zos fueron envano. Al fin concluyó la jornada por un ataque infructuoso del regimiento dePodolia contra las otras posiciones que los turcos ocupaban so- bre Aikiridjebel.
:: En la noche que sucedió á este combate llega- ron á su turno los regimientos de Minsky y de Volhyia lo que hizo subir el efectivo de la guarni- •>cion de Schipka á 20.000 hombres. Los restos de la legión búlgara que se habian mantenido en el fue- go hacian cinco dias, fueron remitidos á Gabrova para dar á esas tropas, que habian sufrido tantas privaciones y fatigas, un poco de descanso.
Aunque la necesidad mas apremiante se había llenado, salvando felizmente una situación que se manifestó en un momento tan crítico ; sin embargo el paso estaba aun comprometido. Durante los pri- meros dias de esta lucha, habia estado la guarni- ción demasiado ocupada en defenderse en sus po- siciones y era muy poco numerosa para pensar en incomodar los movimientos del enemigo, fuera del radio inmediato de sus fuegos.
Los turcos habian aprovechado esta emergen- •cia para desbordar la derecha rusa, descendiendo
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UN COMBATE MEMORABLE 353
la vertiente de los Balkanes del lado de Gabrova para restablecer á la derecha del camino, sobre una altura que los partes rusos han denominado Monta- ña aybolada^ en el punto en que esta deja el valle de la Jantra y principia á trepar el desfiladero, tres series de trincheras apoyadas por una batería.
Figuraos un profundo barranco: sobre la pen- diente de la izquierda, el camino corre serpentean- do; en el declive de la derecha á 1.400 ó 1.500 metros, término medio, se destacan las fortifica- ciones turcas que enfilan el camino en algunos puntos, haciéndolo por consecuencia excesivamente peligroso.
- La inferioridad numérica de los rusos habia crea- do esta situación tan crítica. Siempre que esas •obras no fuesen destruidas, el abastecimiento de Schipka y el movimiento de las tropas se tendría que hacer bajo el fuego del enemigo y exponién- dose así á pérdidas sensibles.
Esto mismo se observó en la mañana del 25, las balas se achataban contra las rocas de que es talla- do el camino, algunos soldados del convoy caían heridos, sin que se oyese la lejana detonación del .arma que habia lanzado el proyectil ; el bravo ge- neral Derojinski recibió un balazo en el corazón y rodó por tierra como herido por un rayo.
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LA CARTERA DE UN SOLDADO
El general Radetski comprendió inmediatamente la situación del paso Schipka por esta parte, y por consecuencia la urgente necesidad de arrojar á los turcos de la montaña. Desde el 24 tomó sus dispo- siciones de combate: se envió al batallón Jitomir para envolver la izquierda del enemigo : descendió hacia Gabrova, volvió á subir la montaña por una rampa apenas practicable, y llegó el 25 de mañana cerca de los atrincheramientos de los turcos. Un momento después un fuego terrible de mosque- tería anunció que el combate se habia empeñado.
Durante horas enteras el eco de las montañas repercutió la crepitación de la fusilería y el trueno de los cañones.
Los rusos avanzaron á la manera de los indios, cubiertos por los árboles; pero insuficientemente; porque el humo traicionaba su presencia. En muy poco tiempo llegaron á 50 metros de la primera trinchera; pero se estrellaron en ese lugar contra obstáculos insuperables por el momento.
Los turcos habían construido al rededor del re- ducto abatidas de árboles casi imposible de salvar. Los rusos se agruparon detrás de los árboles, y desde allí se lanzaron repentinamente sobre los abatís ; pero fueron rechazados con pérdidas enor- mes: los soldados no podían dar un paso embara-
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UN COMBATE MEMORABLE 355
zados por las ramas; mientras que los turcos tira- ban sobre ellos á quema ropa haciéndoles una gran mortandad.
Muy pocos soldados volvieron de este primer asalto del reducto, y hubo una compañia que fué enteramente destruida.
Comprendiendo esta crítica situación, el general Radetski ordenó al general Lipinsky que atacase la fortificación con tropas de la vanguardia, refor- zadas por el I" batallón del rejimiento de Podolia y tres compañías del de Briansk.
El general Lipinsky dio á estas tropas las ins- trucciones siguientes: á 2 compañías del 14^ bata- llón de cazadores, la orden de avanzar en línea recta por el camino, deteniéndose en los abatís para hacer descargas sucesivas sobre el enemigo á fin de atraer sobre ellas el fuego de las columnas que habían atacado á la derecha y á la izquierda: al batallón del rejimiento Jitomír la orden de avan- zar á la derecha de los cazadores, y al batallón del rejimiento de Podolia, la orden de avanzar á su izquierda.
Estos batallones desplegaron una espesa línea de tiradores, á retaguardia de la que marchaba^ teniendo en la primera línea dos compañías y en la
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segunda las otras dos. Los tiradores debian cum- plir la orden de avanzar sin hacer un disparo.
El comandante en jefe subió á caballo y se dirijió sobre el teatro del combate, seguido de una parte de su estado mayor, su jefe el general Dmitrieusky, á pié con la cabeza desnuda, el rostro descom- puesto por el sufrimiento, y sostenido por dos sol- dados se puso á la cabeza de un batallón para lle- varlo al asalto. Una bala de cañón vino á herir el suelo detrás de él, lo cubrió de tierra y cayó por ierra sin conocimiento.
Trascurrida una hora, las tropas habian alcan- zado hasta el pié de la Montaña arbolada^ y se de- detuvieron como habia sido convenido para des- cansar un instante ; en ese momento la cadena de los tiradores de los batallones, trepaba ya las pen- dientes de la montaña ; después de algunos instan- tes de reposo las tres columnas empeñaron simul- táneamente el ataque.
La brigada Veissel-Pachá que defendía la posi- ción dirijió primeramente sus fuegos redoblados, esclusivamente sobre la columna del centro, que seguía el camino; pero cuando se apercibió de que avanzaban los tiradores á derecha y á izquierda desplegó sus tropas, haciendo fuego en todas direcciones, y debilitándolos un poco en el centro
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del lado del camino. La columna rusa del centro se precipitó entonces á la carrera hasta el pié de las trincheras.
Los turcos viendo el pequeño número de los asaltantes de la primera línea se lanzaron sobre ellos con una audacia increíble pero vigorosamente cargados á la bayoneta de frente por la columna del centro, y á la derecha é izquierda por dos bata- llones de los rejimientos Jitomir y Podolia, empren- dieron la fuga abandonando un gran número de muertos sobre el teatro del combate.
El empuje de los rusos fué tan impetuoso que la reserva de los turcos, no tuvo tiempo para defen- der la segunda trinchera situada á retaguardia de la primera y se retiró precipitadamente, disparando sus fusiles sobre el hombro á la casualidad. '^*
Arrastrados por el buen éxito del combate, los rusos en vez de detenerse y reorganizar sus filas se lanzaron imprudentemente á la persecución del enemigo, y llegaron hasta la tercera línea de los atrincheramientos, establecidos por los otomanos sobre la Montaña arbolada^ allí se encontraron en
(I) Nota del Traductor — Esta clase de fuego, es especial en el ejército turco, colocan el fusil bajo el brazo izquierdo, ó sobre el hombro, con el cañón hacia atrás, y hacen fuego sin tomarse el tra- bajo de volver la cara para ver si han apuntado bien ; este proceder se emplea generalmente en las retiradas.
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presencia de tropas de refresco, y obligados á de- tenerse empeñaron una viva fusilería, No teniendo los medios de continuar el movimiento de avance para tomar la última altura, el general Radetsky, se vio en la necesidad de enviar el 2^ batallón del regimiento Volhynia como refuerzo de los comba- tientes, y al mismo tiempo la orden del coronel Lipinsky de replegar las tropas á retaguardia: or- denó también la inmediata ocupación del primer atrincheramiento tomado á los turcos por el 3° ba- tallón del regimiento Volhynia á las órdenes del coronel conde Adlerberg, ayudante de campo del emperador, las demás tropas permanecieron en sus posiciones.
Los turcos dejaron que los rusos efectuasen tranquilamente su retirada, pero habiendo recibido mas tarde refuerzos considerables^, empeñaron un combate tenaz para volver á tomar los atrinchera- mientos que habian perdido. El tercer batallón del regimiento Volhymia reforzado por dos compa- ñías del rejimiento de Briansk, rechazó durante toda la noche sus ataques; pero el coronel Conde Adler- berg desesperó con la fuerza que contaba de poder conservar por mas tiempo la Montaña arbolada, y urgentemente pidió refuerzos.
El general Radetski supuso que era imposible reforzar el descatamento del flanco pues por toda
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reserva no quedaba mas que el regimiento de Minsk, y se hacia necesario relevar con nuevas tro- pas algunos de los batallones comprometidos que hacia tres dias que no hacian el rancho; y estaban casi sin agua. Ordenó pues al coronel Conde de Adlerberg de replegarse, lo que ejecutó en la ma- ñana del 26 después de haber rechazado dos asal- tos mas del tenaz adversario. Este prosiguió en su propósito, y apesar de las pérdidas enormes que habia sufrido se contentó con volver á tomar pose- cion de todas las obras de la Montaña arbolada.
YI.
La lucha cesa. Pérdida de los adversarlos. Servicio sanitario..
»N violento cañoneo sucedió á los combates an- teriores durante todo el dia 17: pero el 28 un prolongado convoy escoltado por fuertes columnas se dirigió en dirección áKezanlik. El temerario ge- neral turco agobiado por sus inmensas pérdidas renunciaba á la lucha y procedia á la retirada de su hermoso y valiente ejército. ^^^
Como guarnición de las posiciones que habia conquistado á fuerza de tanta sangre dejó algunas tropas árabes.
En el cuartel general ruso la inquietud era muy grande: decian; que el general Nepokoitchisky jefe de estado mayor del gran duque Nicolás habia sido
(I) N. DEL T. Tengase en vista que siendo inexpugnable la po- sición de los rusos, compensaba su potencia defensiva su inferioridad numérica.
UN COMBATE MEMORABLE 361
enviado para examinar la situación y que habia lle- gado felizmente en momentos en que los turcos se retiraban, regresando por consiguiente con tan ha- lagüeña nueva. Los dos adversarios guardaron sus respectivas posiciones y los ingenieros turcos forti- ficaron el Berdek^ AikiridjebelyXdL Montaña arbolada.
Los rusos contrarestaron las dificultades que les causaba esta última posición, construyendo caminos desviados que les permitían evátar el fuego de dia pues durante la noche no existia el menor peligro.
Cuando se apercibió el general Radetski de que flaqueaba Suleyman, envió á su primer destino los refuerzos supérfluos que llegaban para disputar el camino desde Schipka á Tirnova á los turcos, en caso que el paso hubiera sido forzado. Fueron en- viadas también la 2^ división de infantería y un destacamento de la 11^; conservando la 14^ divi- sión una brigada de la 9^, los tiradores, los búl- garos y un destacamento de cosacos á pié con un fuerte contingente de artillería para guardar el paso contra todo evento. "La posición no es muy agradable, expone un corresponsal del Daily News, que visitó el paso en ese momento. Toda el agua tiene que traerse de una fuente que está al pié de la montaña. A consecuencia de la penuria de leña la mayor parte de los alimentos cocidos tienen que conducirse desde la Jantra en grandes calderos. Las
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emanaciones de los cadáveres insepultos vicia la frescura del ambiente puro de las montañas."
'* Las tropas campan al raso : el domicilio del ge- neral Radetski es el ramal de una trinchera, dice que los turcos han dado mas de cien asaltos suce- sivos ; y esclama el intrépido y viejo general con firmeza:" He de sostener este punto hasta que sea relevado, apesar del turco y del diablo."
El mas grande inconveniente era la Montaña arbolada^ amenaza perpetua sobre la retaguardia de la posición ; pero á causa de las pérdidas que hablan sufrido en el ataque del 25, prefirieron los rusos vivir con este peligro, antes que esponerse á causa de las pérdidas que hablan sufrido en el ataque del 25, á un nuevo y sangriento fracaso.
En resumidas cuentas — ¿cuáles fueron los re- sultados que habia obtenido Suleyman con este ataque, emprendido contra las órdenes mas termi- nantes, y continuado con una loca obstinación? Ninguno. Los rusos eran dueños del paso, y si debilitaron momentáneamente sus alas fué para mandar refuerzos á Radetski no aprovechando Osman-Pachá, ni Mehemet-Ali esta circunstancia, porque no atacaron por su parte sino algunos diae después, cuando los refuerzos mandados en ayuda de Schipka estaban de vuelta. Y para tales resul-
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tados el g-eneral turco habia sacrificado 20.000 hombres talvez mas ?
Un corresponsal escribía de Adrinópolis el 5 de de Setiembre á la Correspondencia Política de Viena: " Todos los dias llegan á este punto un nú- mero enorme de heridos que vienen de Filipópolis."
" Puedo atestiguar que de cuatro dias á esta parte, han arribado seis mil heridos, los que en su mayor parte han sido evacuados para Constantino- pla para dar lugar á otros que llegan sucesivamente; también sé que existen en Filipópolis cinco mil, y si se cuentan los cinco mil que hay en Kezanlik alcan- za á la cifra estupenda de 1 6.000 heridos. " Tenia tantos, que el bárbaro Suleyman pensó en un mo- mento atroz recurrir á un medio salvaje para de- sembarazarse de ellos.
El Doctor Moore médico enviado por el Co- mité de Stafford-House, en un informe publicado por el Birminghan Post le atribuye esta frase: " Sin el socorro de los médicos de Stafford-House, hubiera fusilado mis heridos."
Los médicos ingleses desgraciadamente eran insuficientes y muchas veces impotentes. Cuan- do por desgracia llegaba el caso de ser he- rido en el ejército turco, podia el paciente con
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certidumbre, esperar una muerte cierta por fal- ta de los auxilios necesarios.
Un médico austríaco al servicio del ejército otomano, escribía á la Prensa de Viena el 6 de Setiembre: " El médico que estime el dolce far niente ó el Kief como se dice en turco, puede venir á tomar servicio en Turquia, y estará plenamente satisfecho. Nadie tendrá necesidad de él, ni reclamarán sus servicios, y su presencia, solamente se revelará en casa del Comisario pa- gador, suponiendo que la falta de pago de habe- res no se haya hecho una regla invariable. '"
Se recluta á los médicos militares entre los elementos mas disparatados imajinables. Fácil- mente se encontrará entre ellos miembros de una sociedad misantrópica de Filadelfia que jamás han manejado otro instrumento cortante que su cuchillo para degollar carneros; también hallareis en el cuerpo médico turco, carniceros antiguos, enfermeros é indijenas que han hecho su estudio en las escuelas de Brusa.
En proporción el mal que hacen estos sin- gulares practicantes no es muy grande; porque el turco sino desea mejor morir al aire libre sobre el campo de batalla, á ningún precio toma los medicamentos del hospital.
UN COMBATE MEMORABLE 365
Un medicamento preparado por un giaur, se vuelve impuro por el simple contacto de ese perro cristiano, que podría comprometer la fe- licidad eterna del creyente. Allah ayuda á los que quiere ayudar y si Allah no los socorre en sus trances peligrosos, se encontrará mejor en el paraiso, que sus camaradas estendidos en el hospital sobre el lecho del dolor. Está es el gran principio de medicina que asiste 'á los musulmanes, principio que los despacha ge- neralmente al otro mundo, resignados y hasta con- tentos.
El pequeño número de médicos turcos que han recibido una educación científica vienen en su mayor parte de Austria y de Francia, y los únicos clientes que poseen son los numerosos renegados que se encuentran en el cuadro de oficiales turcos. Estos acuden á ellos comun- mente ó los hacen llamar para sus familias cuando los necesitan.
Es imposible indicar el número exacto de las víctimas de la ignorancia, y de las faltas de medidas higiénicas; pero no hay mas que ver la carencia de cumpHmiento de prescripciones sanitarias, las mas simples y primitivas, para po- der afirmar que el número de esas víctimas es considerable. Sucumben por millares á
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causa de la disentería, del tifus j de otras clases de fiebre. Las pérdidas de los turcos sobre el campo de batalla son aun mucho mas numerosas á causa de la insuficiencia absoluta del servicio sanitario.
" Los turcos no poseen cuerpos de camilleros para transportar los heridos, ni enfermeros pa- ra reanimarlos, y ni aun tampoco medio algu- no para operar la trasladacion de los heridos y de los enfermos hacia las localidades en que^ podrían ser mejor curados. Además el herido turco no se deja amputar porque teme habi- tar el paraiso con una mala figura. "
" Tampoco poseen los turcos ni el material, ni los instrumentos suficientes para operacio- nes quirúrjicas, y todos los objetos que poseen de curación es de su propiedad esclusiva, y bastan apenas para el servicio de sus protecto- res que se encuentran entre los oficiales.
La mayor parte de los soldados turcos heridos sucumben á una supuración superabundante que los agota rápidamente. Además toda herída que afecta la menor arteria se hace mortal á causa de la hemorragia; porque las heridas de este género privadas del socorro médico no cesan de sangrar. Esta última categoría de heridos es la mas dicho-
V-.*-
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sa; pues los mas desgraciados son aquellos que mueren lentamente de inanición sin tener nadie que ampare su desgracia. "
" No temo engañarme estimando que 80 á 90 por 100 de los heridos turcos sucumban á causa de sus heridas. En tales circunstancias no se espli- ca la bravura y sangre fria del soldado turco so- bre el campo de batalla, sino recordando el poder absoluto del fanatismo oriental y las voluptuosida- des prometidas en el paraíso. "
Si á los 16.000 heridos que hemos citado ante- riormente, se añaden 5.000 muertos que yacen so- bre las pendientes de las montañas de Schipka alcanza al horroroso total de 21.000 hombres tuera de combate sin provecho alguno. Solo sobre el flanco de Arhiridjebel, los búlgaros que hicieron el oficio de sepultureros por cuenta de los rusos, enterraron un millar de cadáveres.
Suleyman-Pachá pidió con urgencia 20.000 hom- bres de refuerzos. Algunos batallones del Asia proporcionaron la mayor parte, y para completar el número el gobierno turco tuvo que pedir á los cuerpos de Policía y militares de Stamboul todos los individuos que no fueran absolutamente indis- pensables, y con esos reclutas se formaron cuatro batallones. Por la primera vez se enrolaron los ne-
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gros eunucos^ aquellos feroces guardianes del Ha- rén, y todas las gentes ricas entregaron algunos al ejército. El sultán solamente guardó los suyos porque no eran suficiente, para custodiar las ochen- ta y tantas damas que tienen el honor de ser las esposas mas ó menos lejítimas del soberano oto- mano.
Las pérdidas de los rusos una vez que fueron verificadas se encontraron mucho mas inferiores á lo que se había supuesto en razón del encarniza- miento de la lucha, y para creer la exactitud de los datos oficiales es necesario notar el débil efectivo que soportó el ataque de Suleyman-Pachá. El nú- mero de heridos se remontó á 98 oficiales y 2633 individuos de tropa y como un millar de muertos^ término medio.
La pérdida en oficiales como se vé es enorme y sobre todo sensibles en las jornadas del 24 al 25. Siendo muy diestros los tiradores turcos, y ocu- pando posiciones en que dominaban las tropas ru- sas, podian escojer en las filas los oficiales á los que reconocian por la blancura de su uniforme.
De este modo la brigada de cazadores perdió 24, el 2^ y 3° batallones del rejimiento de Jitomir casi todos ; el rejimiento de Volhynia, el de Podo- lia y el de Briansk todos los jefes. Se notó con indig-
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nación entre las víctimas de esta jornada un número de heridas ocasionadas por balas esplosivas; pero á los turcos poco se les importa infringir las con- venciones humanitarias que observan las potencias europeas. " La bala esplosiva, dice un correspon- sal ruso, hace un pequeño agujero al penetrar y muy grande á la salida cuando no produce varios, ó esplota en el interior del cuerpo destruyendo todo el organismo. En los primeros asaltos las tro- pas regulares no hicieron uso de estos proyectiles y solo los tcherkesse y bachibouzoks las emplea- ban; pero en seguida los rediís y los nizams siguie- «íí ron su ejemplo. Como en los combates anteriores, los turcos se hablan señalado por actos de crueldad inaudita ; en uno de sus ataques repetidos viéndose dos oficiales rusos rodeados, se volaron la tapa de los sesos previendo la suerte que les esperaba; mas tarde se les encontró mutilados, con los pies y las manos cortadas.
Por parte de los rusos el servicio sanitario estuvo á la altura de su misión. " Durante los combates de Schipka, escribe el general Kosicki, los médicos se han hecho admirar por su coraje y desprendimiento; imposible es exijir una fidelidad y una abnegación mas grande en el cumplimien- to del deber. En el teatro de la acción se ha- blan instalado dos locales á propósito para cura- ciones, una ambulancia á retaguardia de nuestras
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posiciones y un hospital en Gabrova. " Sigue demostrando el peligro en que se encontraban^ espuestos los médicos y heridos que á conse- cuencia de esa lluvia inmensa de balas, muchas veces eran muertos por una segunda herida recibida en el momento de la curación.
Desde el 26 al 13 de Setiembre, los turcos^ como ya lo hemos dicho antes, no manifesta- ron ninguna intención de volver á tomar la ofensiva.
Los rusos quedaron tranquilos poseedores de los cuatro pasos de los Balkanes que antes te- man en su poder (Schipka^ Tirnova, Hainkein y Elena) que hacía un mes el general Gourko habia tomado posesión de ellos. ^^■
(I) Aquí concluye la narración de este hecho de armas que puede muy bien dar un ejemplo demostrando hasta donde puede llegar en el soldado disciplinado, sus virtudes militares. Es bueno que se sepa que esta descripción no es de origen Ruso, sino de diversos corres- ponsales de diarlos europeos que asistían como testigos presenciales de esos sucesos, y que muchos no eran afectos á los rusos.
EL CLAMOR
(LEYENDA PARAGUAYA)
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■3)
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^^5}?í]í5}?5¡?5¡¥55t5¡^5¡í?Jí55wfííl|?55í5f©^
I.
A Última escena del combate del Boquerón tiene lugar.
Horrible el callejón está cubierto con una espesa nube color de plomo que asfixia.
El bunn, bunn, del cañón no cesa un solo instante: y el suelo antes de llegar á la medio derruida trinchera de los paraguayos, se en- cuentra salpicado de cuerpos humanos en- sangrentados, repugnantes, en diferentes posi- ciones, cuyos brazos como los tentáculos de un inmenso monstruo marino herido, se mueven dolor osamente, algunos tronchados, despedaza- dos otros, por . la saña despiadada de la guerra.
Los Argentinos rechazados abandonan el terreno: sombríos como una nube de tempestad van en silencio amenazando con el rayo.
'^.
374
LA CARTERA DE UN SOLDADO
Se vé la imponente figura de Mateo Mar- tínez retirarse el último.
Su voz atronadora insultando á los paraguayos conmueve el eco.
Y el eco repite iracundo en los intervalos que deja el trueno de la artillería, las blasfemias del hé- roe argentino.
Lentamente van desapareciendo los últimos res- tos del naufragio del asalto entre un silencio so- lemne.
11.
s
A nube plomiza se mantiene aún sobre el teatro de la lucha; parece que en ella ocultos se mo- vieran los ángeles que conducen las almas de los héroes á la altura.
Debajo, entre aquel amontonamiento de horro- res humanos, se vé un joven oficial argentino, he- rido de un balazo en el pecho; ha caído recostando la cabeza sobre el cadáver del valiente coronel Argüero: semeja estar aletargado bajo una horri- ble pesadilla: su respiración fatigada hace levantar su pecho como una ola de sangre: sube y baja, y á borbotones se escapa el licor generoso de la vida por un agujero repugnante.
Este oficial se llamaba Raúl; su historia es tan triste como un gemido de agonía. Al infortunio del prisionero enlazó el martirio del amor.
i |
^S^^S^^^Stíí^B^^^^jS^^^'^^^^^S^ |
||||
^^ |
\
III.
j os paraguayos prorrumpen en un alarido de ^^triunfo al ver alejarse á los bravos soldados ar-
gentinos.
Un silencio feroz sucede un instante á. esta lidia inhumana.
Saltan el parapeto y se produce una escena salvaje.
Dá comienzo el asesinato al arma blanca, y una que otra detonación viene á interrumpir el mete y saca de la bayoneta, y alguna voz que agonizante grita:
— ¡No me mate, por piedad, no me mate!
Raúl siente que su última hora ha llegado: atur- dido, sin casi conocimiento de su existencia real, sin una noción impresionable de lo que abarca su
EL CLAMOR 2>77
vaga mirada, espera indiferente el fatal momento, su corazón sin esas profundas afecciones que hacen del hombre un cobarde cuando le abandona la vida, insensible siente aproximarse el remedio fatal.
Un paraguayo se le aproxima calando el arma, mientras que otro muerde el cartucho y ceba el fu- sil de chispa: un viejo jefe cierra el círculo y les grita en guaraní:
— -Desnúdenlo primero, la ropa es buena.
Los soldados dejan los fusiles recostados en los cadáveres próximos, y empiezan con pullas de cuar- tel el merodeo de la victoria.
Aquella agonía prolongada hace entreabrir los ojos á Raúl y dirijiéndose al feroz viejo, le dice:
— Me vá Vd. á quitar la vida?
—Si, contestó el paraguayo, te voy á despenar Añaraiu. *^^
En el momento en que el soldado del fusil de chispa, lo armaba y se preparaba á apuntar, una voz de mujer intervino pidiendo gracia.
(I) Hijo del diablo.
378 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Aquel acento suplicante, conmovedor eco de la desventura, temblando nervioso, en los labios de una joven paraguaya era un protesta generosa arrancado á la piedad por el azar infausto: vibró esa chispa de conmiseración entre las detonaciones del asesinato; y como un sonido agudo, penetrante como una daga de hielo, que reprochase aquella crueldad tremenda, AÍno á azotar la conciencia de los verdugos.
Ese grito de angustia detuvo un crimen; el dis- paro no partió y Raúl pudo contemplar una escena conmovedora, estraña al campo de batalla, é incom- prensible para él.
Una esbelta joven oprimía fuertemente al viejo jefe.
Este con ceño feroz le decia:
— Tú has salvado á ese opresor de tu patria, de esta tu patria que ya es el pasto de los buitres, y dándole un punta pié al casi cadáver de Raúl, esclamó con desprecio:
— Anda tal vez para ser un ingrato,
para mi negra desdicha.
^"^^10
lY.
ARTE era una mujer de fuego, sus encantos ra- ' diantes de simpatía inspiraban el amor por la gracia y la hermosura, y su belleza tropical poseia en si toda la atracción repentina que de un golpe puede producir esa embriaguez moral que en el lenguaje de los suspiros se denomina una pasión violenta. Su encantadora filiación no se podrá borrar nunca de la mente que la inspira; porque está grabada en la leyenda, como los caracteres me- lancólicos de un sepulcro. Ah, nunca.... Unía aquel tipo exhuberante de amor á sus atractivos físicos, el talento, la bondad y una alma de ángel. Todo en combustión por la pira de su sangre para- guaya.
Estatura mediana, con un talle voluptuoso, y un seno de nieve ideal en sus perfectos contornos, que con mágica armonía se enlazaba por medio de un cuello bien torneado con su faz iluminada por dos grandes ojos negros.
380 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Negra diadema relumbrosa formaba su espesa cabellera, adornada siempre con una blanca dia- mela.
Su cutis terso y pálido resaltaba con vigor ante los negros diamantes de sus ojos, tan negros como el tormento, tan lánguidos como el amor, tan elo- cuentes como un suspiro del alma, vivos, ardientes, terribles, poseían en sí todo, según los latidos de su corazón: esas diversas variantes del alma de la muger que vagan al acaso de sus latidos. De manera que escondida en la selva de sus cabellos é iluminada por la luz divina de sus ojos, consti- tuía lo mas próximo á la perfección humana; ma- jistral modelo para una tela que aun Chaplain no ha ideado ; tanta belleza, tanto amor, tanto do- naire, solo en ella resaltaba: diamante perdido entre los guijarros de granito de una playa salvaje.
Vestía siempre de luto y al andar contoneaba el cuerpo con una gracia andaluza arrebatadora.
Esta joven pertenecía á una familia de la Asunción, y habiendo muerto su madre y que- dado sin apoyo, se vio en la necesidad de acudir al lado de su anciano padre, que era un jefe caracteri- zado del ejército paraguayo.
Se esplíca asi la salvación de Raúl.
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V.
AUL que se encontraba débil por la pérdida de l^sangre y el principio de la fiebre; no pudo so- portar tanta emoción y desvanecido dejó de sentir-
Cuando despertó se encontró solo, en un lugar desconocido.
Una miserable choza cobijaba al herido: es- tendido, sobre un mal lecho de juncos, se sentia devorado por una sed ardiente.
Aquella soledad era abrumante : la débil claridad crepuscular señalaba con ñínebre melancolía el Án- gelus de la tarde : la mas profunda tristeza pene- traba con aquella luz de almas que sufren: los re- cuerdos de la patria confusos en tropel se agolpa- ron sin piedad á su cabeza : ese silencio de muertos lo aterró; tumefactos y doloridos sus ardientes párpados se cerraron para no ver su implacable destino de prisionero de López, y sus labios secos^
382 LA CARTERA DE UN SOLDADO
exhautos de sangre, y febricientes de sed, quisieron llamar á la piedad de alguno.
¡ Ah ! el infeliz cautivo estaba solo : inclinó la ca- beza dolorida á un lado y murmuró un nombre :
— ¡Patria mia! dijo, y quedó aletargado bajo el peso de su desgracia.
VI.
^scuREciDa la tarde por las tinieblas de la pia- dosa noche, se sentía el mugido de un viento tempestuoso que á intervalos hacía crujir la débil cabana.
Vislumbrábase á la distancia el vago fulgor del campamento, y se oía como un murmullo lejano que á momentos sube y se apaga, el ronco rumor de la soldadesca.
Una sombra se aproximó al rancho del enfermo con pequeños pasos y penetró rápida.
Mujer era sin duda la silueta misteriosa ; las for- mas y el andar traicionaban su sexo. Se veía clara- mente que trataba de ocultarse á las miradas im. portunas.
Se aproximo al lecho; tanteó su cabecera; se inclinó rápida y sus labios rozaron la frente ar- diente del cautivo.
384 LA CARTERA DE UN SOLDADO
- . J - ~
Ese tierno beso, libado al amor y á la piedad despertó al prisionero.
Y sin darse cuenta de su felicidad balbuceó an- sioso.
-¡Dadme agua!
— ¡ Imposible ! — esclamó la sombra; el agua te mataría, y yo quiero que tu vivas para mi, enemigo maldito de mi patria. Solo la conmiseración puede hacerme traicionar mis nobles. sentimientos ; el terri- ble abandono en que te encuentras entre tus ene- migos ha herido mi compasión : privado de tu liber- tad, arrastrando los hierros de la esclavitud , suspi- rando por esa tu infame nación, has de sentir entre tus grandes tormentos, el consuelo que hasta hoy nadie alcanzó.... No conoces mi voz? No te acuer- das de mi ?.... Soy Marta
— Marta, murmuró, Raúl, haciendo un esfuerzo de reminiscencia ; queriendo avivar esa sombra sin dolor, oculta en las tinieblas de la noche como un sueño de oro.
— Soy Marta, hace años que en la Asunción nos vimos .... entonces yo era algo para tí ... . Ahora
solo soy una compasiva enfermera Te he
salvado la vida por acaso, sin conocerte. Me sos-
^.
EL CLAMOR 385
pechas ahora? No recuerdas nuestra última despe- dida? Dios en su voluntad divina te trae maniatado
á mis pies como un esclavo Tu olvido
lo pago sacrificándome por tí
Aquel acento conmovió ese cuerpo casi inerte, pidió á la vida un esfuerzo, y balbuceó casi apenas, el infeliz cautivo.
— Solo el corazón de la mujer tiene esa gran- deza tú, Marta .....
Ella prosigió:
— Si, yo ¡entiendes! y bendigo la bala que
te ha herido, y que te trae á mi lado para enseñarte que la mujer paraguaya ama del mismo modo que sus compatriotas, saben combatir y morir por una causa .... mi raza es bárbara porque no es cor- rompida, y heroica porque la domina el fanatismo de la patria.
— ¡Marta! Ah! te he adivinado. . . .solo tú serías
capaz agua por Dios tengo frió, me
abrasa la fiebre te pido no te separes de mí
hasta que no haya muerto . . .me lo prometes?
— ¡Te lo juro! esclamó la joven, y tomando con sus manos la cabeza del herido, la bañó en sus lá- grimas.
386 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Aquella escena imperceptible, entre las tinieblas, de una noche tempestuosa robada á la luz del Sol, tenía la grandiosa filosofía del amor escondido en las sombras del espíritu.
En estos momentos se sintió el paso acompasado de la ronda y á lo lejos se distinguía la luz siniestra^ del farol del cabo.
— ..'\dios, le dijo la joven Viene gente, — -
y desapareció rápida.
VIL
L enfermo fué mejorando y al fin convaleció, g^racias á los cuidados del Doctor Stuard.
En este tiempo los prisioneros eran tratados en el campo paraguayo con alguna consideración, sobre todo los que estaban próximos á López en Paso Pucú.
Aun este hombre estraordinario no había reve- lado en todo su lujo, su perversa índole.
Raúl por su simpática juventud había atraído hacia si, cierta estimación aparejada con alguna li- bertad que le permitía pasear un radio limitado.
Aprovechando aquellos momentos^ en que, fati- gada se descuidaba la vigilancia, pudo alguna vez verse con Marta á solas.
Esas entrevistas entre los dos amantes, rodeados por la soledad y el misterio de la perfumada noche,
388 LA CARTERA DE UN SOLDADO
debieron ser sublimes; voluptuosos instantes que el secreto de la selva ocultaba con ahinco, y la brisa murmurante enardecia con sus besos de fuego: éxtasis insondable robado á la crueldad del vence- dor: inmenso afán aguijoneado por esa misma con- trariedad, que como un rayo suspendido sobre sus cabezas los hacía temblar en medio de su dicha in- cierta: empujados por una fuerza desconocida, ins- tintiva, divina, incomensurable, sonrió la esperanza, un porvenir radiante de ventura, y unia sus almas en un solo pensamiento para no separarse mas.
Ah! este nuevo lazo gordiano también estaba destinado á ser roto en la tierra por la espada.
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VIIÍ.
AUL ya no se acordaba que gemia en la escla- ^¿^^ vitud, ni echaba de menos su hermoso pa- sado. Aquellos ojos negros valían mas que una fortuna.
Esa entereza y gran carácter de muger, domina- do había completamente al infeliz prisionero.
Raúl amaba con ese amor sin sombras, cuya sin- ceridad y pertinacia tiene su principal origen en la gratitud, y en las condiciones desfavorables en que se encuentra el que está enfermo de este sentimien- to. Para ser felices era necesario vencer al in- fortunio.
Esa mujer que arrostraba el peligro, la muerte, y la deshonrra, que estaba pronta á todo sacrificio por un prisionero que en el campo de sus parciales constituía el ser mas despreciable, era el amor mis- mo: y ante esa manifestación de su espíritu^ tan per- sistente y heroica al mismo tiempo, el infeliz cautivo^
390 LA CARTERA DE UN SOLDADO
comprendiendo aquella enérgica abnegación,, había doblado la cerviz con amoroso vasallaje, y un agradecimiento eterno.
Las manifestaciones de ese sentimiento se reve- laban por la contemplación perenne á la heroina» por la constante y sublime veneración rendida en todo instante con ardiente anhelo á la virgen per- fumada, revelada en una noche de amor, por una inspiración del cielo, vaporosa, aérea como imagen de un dulce ensueño.
Parecía imposible que aquel ángel pudiera mo- rar en esta miserable cueva de hipócritas.
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IX.
os reveses despertaron al fin la crueldad del hombre de San Fernando y asi fué que ahog-ó
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en sangre la rabia de sus derrotas.
Un momento no se abatió aquella crueldad in- corregible, y respondió á las victorias de sus ene- migos <:on el furor taciturno de su negra alma : era un sistema^ meditado y taciturno, como un furor implacable.
Obligado á abandonar las líneas de Humaitá, se refujió transitoriamente en San Fernando.
Calvario fué este de un pueblo que sucumbió en el tormento ; aquellos martirios solo pudieran igua- larse con los del infierno.
Allí fué conducido Raúl con los demás prisio- neros : desde aquel momento le fué completamente privada la libertad. En el dia vivía encerrado en un
392 LA CARTERA DE UN SOLDADO
estrecho círculo con los demás prisioneros ; en la noche dormía enlazado al cepo de lazo cubierto por la inmensa bóveda de las estrellas.
La miseria, el hambre, y una tristeza profunda,, estenuaron al desventurado joven, y su ansiedad mortificante era cada día mas aterradora.
Un día vio á Marta á lo lejos; rápido se puso de pié, quiso lanzarse hacia ella, exhaló un grito; pero mas lijero que todo esto el centinela le descargó un feroz golpe con el fusil, que lo hizo rodar por tierra.
— ¡ Bárbaro ! gritó la infeliz amante. Y desapa- reció para no avivar sospechas que hicieran mas desventurado al que tanto amaba.
La joven comprendía que su pérdida y la del prisionero era segura si se llegaba á vislumbrar su afecto ; mas no se puede vivir en este mundo sin un noble corazón que sea el eco de sus secretos. Aquella alma generosa y leal, era una antigua es- clava llamada Angela; que idolatraba á Marta.
Ella, con el pretesto de vender mandioca, naran- jas y otras cosas se aproximaba á los prisioneros y se comunicaba imperceptiblemente con Raúl.
^S>>^fe<Si^
X.
,NA mañana después de este suceso, se oían 'continuas descargas : El centinela de los pri- sioneros preguntó al sargento :
— Han caido los cambas ?
— No, están fusilando presos, respondió seca- mente el interrogado. i
Ese mismo dia al anochecer se aproximó An- gela y le tiró un chipá al joven prisionero, guiñán- dole el ojo, al mismo tiempo que le decía con des- precio.
— <■ Toma, añaraiu.
Raúl comprendió que algún misterio habia, tomó el pan guaraní con av idez ; y al partirlo encontró en su interior un pequeño papel escrito y un pe- dazo de lápiz.
394 LA CARTERA DE UN SOLDADO
Ansioso clavó allí su mirada que incierta se des- prendia de dos hundidas órbitas.
" ! Ten valor ! en caso que muera la esperanza, yo moriré contigo. "
Eso decia el papel.
Raúl guardó aquella fúnebre promesa, y en uno de los momentos que pudo robar á la vigilancia del centinela escribió con lápiz.
¡ Ah ! para siempre adiós : la infausta suerte
Qué el lazo rompe, que las almas junta,
Y vá á arrancar tu corazón del mió,
Tan solo ahora una esperanza endulza, ^
Yo te hallaré donde perpetuas dichas.
Las almas de los ángeles disfrutan.
El cautivo en su dolor profundo inspirándose en un numen inmortal presentía su triste fin.
Cuando estas líneas llegaron á manos de Marta estaban casi borradas y el papel húmedo.
xr.
AS descargas contmuaban como el reloj de la muerte, aproximando el desenlace fatal.
Al otro día se hizo comparecer á Raúl ante la 5^ comisión militar de San Fernando. Se le exigió que declarase una vileza; respondió con una mirada de desprecio.
Amenazado con el cepo colombiano permaneció inmutable, selló sus labios con el fanatismo del ho- nor, y resignado, se preparó á soportar la bárbara tortura.
Sufrió impasible en el primer momento ese supli- cio atroz. Atado con fuerza las manos á la espalda; doblegada la cerviz con violencia por el peso de los fusiles, azotado cruelmente cuando sus yertos miembros no obedecian rápidos á la marceracion del tormento, guardó silencio: ese silencio de an- gustia que ahoga, que sofoca como una mordaza
■*í^
396 LA CARTERA DE UN SOLDADO
de fuego; hizo un esfuerzo sobrehumano para man- tener la dignidad de hombre: aturdido, conjestiona- da la débil cabeza, dominó al fin el mareo del dolor. Avasallada la materia, flaquearon las fuerzas físicas: su bello rostro se puso hVido al principio, deslizan- do un sudor glacial sobre las abultadas venas, in- yectadas de sangre como si quisieran estallar; en seguida se presentó amorotado, descompuesto, convulso, tomó un aspecto horrible; sus ojos preña- dos de sangre se cerraron para no saltar de sus órbitas; las estremidades aletargadas parecían iner- tes; estaba aun paso de la agonia lanzó en- tonces un ¡ay! ronco: parecía un gemido último, así como el estertor de una muerte desesperada, que hubiera estremecido el corazón que no fuera el de un verdugo, y desvanecido entre las sombras del sufrimiento, desapareció para ella imájende la vida.
Cuando despertó de aquel sueño consolador, estenuado y dolorido, entumecidos los miembros, sin movimiento, devorado por una ola de fuego que quemaba su cabeza, sintió que una pesada ba- rra de grillos aprisionaba sus piernas y un feroz centinela atento vigilaba su actitud con una cara de demonio y una indiferencia glacial. Aquella crueldad era preciso inventarla; crearla; nacer con ella era imposible. Su bárbaro autor ha sobrepasa- do á todos los atormentadores de la humanidad.
XII.
AS descarg-as continuaban y en sus intervalos de ansia eterna se oían los gritos de las víc- timas del azote, ó los ayes del cepo colombiano; y cuando un completo silencio reinaba en ese patí- bulo sin descanso, es que sé supliciaba á lanza y bayoneta: así, lo mas ilustre de la Asunción moria miserablemente en el cadalso sin que una protesta condenara esa demencia del crimen, sin que una mano vengadora librase á ese desgraciado pueblo de tanta afrenta, á esa nación viril, cuyos hijos en el campo de batalla tenían tanto desprecio por la vida.
La sed de sangre de López era un delirio: neu- rosis hija del orgullo herido: epiléptico de la ven- granza, cuya crueldad sin rumbo, destruía la base principal de su poder. Ese corazón era incomovible, porque allí la maldición de Dios había estinguido *il sagrado amor á la patria.
i^il^í^í^^í^í^ileíí^ífeíkiííikiííiií^^íiiííkiií^íi!*^
XIII.
ARTA vivía sin sombra, su desesperación in- ?í^*saciable había transformado su belleza, pare- cía el áng-el del sepulcro cerniendo su vuelo sobre una tumba. Pálida y marchita rondaba por los al- rededores de la prisión amada, y sus ojos de tanto llorar estaban secos; ardiente la pupila,, sin brillo vagaba atónita. Devorada por el insomnio y la fiebre de su angustia, parecía una insensata lan- zada al acaso entre una selva.
Entre los tormentos de su alma existia una afe- nidad eléctrica, sublime que consuela con angustia todos los malos momentos de la vida de dos seres que se aman. Eran los tormentos del amor.
Ah! solo tenía la esperanza de encontrarlo allá
donde perpetuas dichas "
las almas de los ángeles disfrutan.
XIV.
^'^' N dia que dormía Raúl al calor desfalleciente del sol de la tarde, lo despertaron bruscamen- te: abrió los ojos con pereza y vio algo que no se dio cuenta en el primer momento. Un oficial para- guayo y nueve caras cobrizas estaban frente á él. Los rayos visuales de aquella fila satánica conver- gían á su pecho como una descarga de odios.
Los soldados terciaban los fusiles, vestían cami- seta punzó, y chiripá abigarrado, estaban inmóviles, envueltos en un tétrico silencio.
El que mandaba la fuerza se aproximó al prisio- nero y le dijo:
— Vos te llamas Raúl?
— S\, contestó el interrogado, poniéndose dolo- rosamente de pié.
— Dos pasos al frente y marche.
400 LA CARTERA DE UN SOLDADO
— Dónde me llevan? esclamó con sorpresa el infeliz joven.
A cambiar de temperamento.
— Me van á fusilar ?
— Si: contestó, secamente el empedernido ofi- cial.
Entonces en aquel momento supremo en que el corazón mas duro se parte en pedazos; sorprendido traidoramente por el egoísmo de la conservación, recien Raúl pensó en la vida : sintió la patria pal- pitante con su g-randeza infinita; recordó las divinas delicias de su oculto amor, las esperanzas halaga- doras de una dicha inefable ; de repente, como un volcan que abraza todo, una oleada de su espíritu cambió bruscamente el amargo núcleo de sus ideas, y se despertaron en él con esa crueldad de fibras que se retuercen, los últimos celos de ese ajitado instante, terribles surgieron, al considerar que sobre su lápida funeraria aquella, mágica mujer podría amar á otro ; mil tormentos punzaron ese corazón agonizante; esa ansiedad sin límites: de- sesperación última que hacía de ese infeliz joven un mártir antes que el plomo homicida horadase su cuerpo: al fin tristemente doblegó la cabeza al dolor; reacionó enseguida: recordó que tenía un nombre, buscó fuerza en la razón y el orgullo; lia-
EL CLAMOR 401
mó en su auxilio al altivo valor del soldado ; en- tonces sereno y resignado dijo al oficial: — Estoy pronto.
La tropa hizo por cuatro á la derecha y entre la primera y segunda fila colocaron al prisionero.
Se movió la escolta con paso lento: los hierros del condenado á muerte sonaban como el compás de una marcha funeral.
Cuan largo ftié aquel camino, sin un consuelo, sin una mirada compasiva.
¡Ah! solo el silencio de la muerte . . . . La tarde declinando al ocaso, estaba triste; fi*ia; melancólica como la tarde en que se va á enterrar un ser que- rido.
La brisa entre los árboles murmuraba un gemi- do; y un fondo oscuro iba á hacer resaltar con el arte de la desolación el cuadro mas conmovedor que se pueda imaginar.
El silencio de la selva solo lo interrumpía el arru- llo de la tórtola: ese canto de agonía primitivo que siempre tiene un eco tan triste en los corazo- nes que sufren: la luz crepuscular empezaba con desmayo, y las tinieblas de la noche pronto se iban á confundir con las de la otra vida.
26
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402 LA CARTERA DE LN SOLDADO
¡Que gemido, que lamento, que grito de angus- tia!, podrá espresar aquel momento, reflejado en un cielo sin luz, como una som.bra doliente: parecía ocultar á la civilización ese horror sin nombre.
Un paisaje tan desesperante, podía únicamente ser contemplado sin amargo sobresalto por ojos que no tuvieran alma. ¡Ah! es verdad que tam- bién hay almas negras de granito.
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XY.
A escolta se ha detenido á pocos pasos de un timbó.
Un sacerdote anciano espera allí á el condenado á muerte.
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Raúl sale de las filas con la lentitud de un cami- nar con grillos y se aproxima á él.
Le habla en secreto; á lo que le dice, el sacerdo- te hace un movimiento afirmativo con la cabeza: aquel hombre acostumbrado á vivir entre los tor- mentos y ver morir á las víctimas del Nerón para- guayo, está conmovido.
Se aproxima entonces el oficial y le dice:
— Amigo, vamos á concluir de una vez.
Raúl lo mira fijamente con una mirada atónita, en
-W--
404 LA CARTERA DE UN SOLDADO
seguida la hunde anhelante en el horizonte como buscando una tierna despedida, un adiós solemne, una última imagen que borre en su postrer mo- mento la de sus verduofos.
La escolta permanece en silencio, muda, tétrica, sombría, parecia petrificada.
Los soldados han palidecido, porque cuando un hombre vá á arrancar cobardemente la vida á otro hombre, la sangre huye agitada con remordimiento y vergüenza del rostro, y se refujia temblando en el corazón.
— Incate pues, exclamó el oficial con cierta du- reza, y haciendo una corta pausa prosiguió:
— Si no tenes pañuelo cerra los ojos; así no ve- rás el miedo.
Aquella ft-ase enrojeció el pálido rostro del condenado y esclamó con entereza.
— Ni doblo la rodilla, ni cerraré los ojos: un oficial arof entino está acostumbrado á arrostrar la muerte de pié firme^ con faz serena y el corazón caliente.
El oficial hizo un ademan y avanzó la primera
EL CLAMOR 405
fila con las armas terciadas á dos pasos del infor- tunado Raúl.
Sucedió rápidamente enseguida otra señal y Se oyó el tic-tac de las armas que se preparaban.
El condenado á muerte había palidecido horri- blemente, contraste singular que resaltaba con la serenidad de su mirada que parecía indiferente á todo lo que le rodeaba. Cualquiera hubiera dicho que la muerte para él era algo tan insignificante, que no le llamaba la atención.
¡Conmovedora era la escena! Aquella esbelta figura de pié con las manos atadas hacia la es- palda: la entreabierta camisa dejando ver un no- ble pecho que pronto vá á ser destrozado por la descarga de un suplicio injusto, corazón de sol- dado, donde no se siente el latido del sobresalto. Parecía aquello un canto de la Polonia que narra con angustia la muerte del héroe.
En este momento apareció á lo lejos Marta que venía apresurada, su razón parecía extraviada por una resolución terrible.
Raúl la vio y tomando su fisonomía una anima - cion de dolor indescriptible, le gritó con ese sa - cudimiento supremo del adiós eterno: con esa emo-
r :-
406 LA CARTERA DE UN SOLDADO
cion que solo la conoce el que ha visto morir á un hombre.
¡Adiós!. . r. . . .allá no pudo concluir: un
frió nervioso embargó la palabra, tembló entonces» como si fuera un cobarde: él tan valeroso en la ba- talla y tan inquebrantable en el sufrimiento.
Se oyó lá ultima palabra del sacerdote.
Vibró la última señal del oficial.
Los fusiles bajaron lentamente sus negras bocas y apuntaron, al mismo tiempo que la desolada Mar- ta, loca de sí, en el colmo de una espantosa deses- peración, con una voz que hizo temblar las armas gritó:
— ¡Muere como héroe, que yo voy á morir
como hombre! i
¡I *
Una bocanada cónica de humo envolvió á RauL
i , -. ■
Se oyó un ¡ ay ! doloroso, como un suspiro ex- tremo: un áspero ronquido siguió en seguida y se desplomó inerte el infortunado joven, como fulmi- nado por un rayo , anegado en su noble sangre y envuelto en los pliegues del martirio.
Casi simultáneamente, Marta caía herida por su propia mano : hizo un esfuerzo supremo : irguió dé-
EL CLAMOR
407
bilmente su hermosa cabeza, fosforescente por la belleza mortal de la agom'a: vagorosa la mirada del último momento ; oscilando entre la vida y la muer- te, lanzóla ya casi marchita hacia el cadáver de su amante: entreabrió sus labios, y balbuceó apenas:
— ¡Raúl!... y reclinando la frente sin doror sobre el césped concluyó sus penas.
Todo' quedó en silencio. Ese silencio sepulcral del Ángelus de la tarde que vivifica las sombras de los cementerios, haciendo agonizar por se- gunda vez los seres queridos.
De cuando en cuando se sentía, como una ráfaga, el ruido del paso desordenado de los soldados al alejarse, y como vagas sombras se distinguían á la distancia. i'
XVI.
ICEN, que cuando la noche tiende su velo 1^ fúnebre sobre aquel lugar, donde se ha ver-
tido tanta sangre inocente, se oye un clamor.
j Ah ! sí. Es el clamor eterno de la historia !
Ese clamor implacable, especie de lamento des- garrador de víctimas, que avanza de siglo en siglo á la eternidad de los tiempos ; como el infierno de la memoria de los tiranos.
Buenos Aires, 1885.
'."•^M'
Tí ■A ' -tí |
^ |
)5v^^xvl |
|||
FÉ DE ERRATAS
Páginas |
Líneas |
dice |
debe decir |
200 |
ÍI |
del pasado |
de su época |
205 |
6 |
incólume |
incolumne |
232 |
10 |
Ayacucho |
Chr.cabuco |
288 |
25 |
literarios. |
literario |
295 |
II |
mejor |
mayor |
ÍNDICE
Imtroducciom Páginas
El Coronel Juan Bautista Charlone. (Muerto á consecuen-
cuencia de las heridas recibidas en Curupaytí) I
Los cuadros de un inválido. (Episodios de la Guerra del
Paraguay) 33
El Coronel Miguel Martínez df. Hoz 51
El fogón. (Escena de la vida de campamento.) 71
El Coronel don Manuel Roseti. (Muerto en Curupaytí el
22 de Setiembre de 1866) 99
El soldado. (Salmo) III
El Teniente Coronel Don Alejandro Díaz. (Muerto en el
asalto de Curupaytí) 123
Les Mártires de Acayuazá " " ■ 141
El Coronel Don Luis Maria Campos 161
El hombre de á caballo. (Escena de la vida campestre).. . . 203
El juego del Pato. (Cuadro de otros tiempos) 225
El General Paunero 247
Un combate memorable 293
El Clamor (Leyenda Paraguaya) 371
Fé de erratas 409
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END
TIT
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