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Aura Ibis

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r del fango, mística. Rosas ide ^a tarde. Salomé. t2/sj¿aíj Alba roja. La simiente. Delia (Lirio blanco). Eleonora (Lirio rojo). Germania (Lirio negro). El camino del triunfo. La conquista de Bizancio. María Magdalena. La demencia de Job. El minotauro. Los discípulos de Emaüs. Los parias. Las viñas muertas. Los estetas de Teópolis. El final de un sueño. La ubre de la loba. Cachorro de león.

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)E VARGAS VILA

LITERATURA

De sus lises y de sus rosas. Libre estética. Sombras de águilas. Horario reflexivo. Archipiélago sonoro. Rubén Darío.

FILOSOFÍA

El ritmo de la vida.

Huerto agnóstico.

La voz de las horas.

Del rosal pensante.

De los viñedos de la eternidad.

HISTORIA

Ve

Los Césares de la decadencia. Los divinos y los humanos. La muerte del cóndor.

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THE LIBRARY OF THE

UNIVERSITY OF

NORTH CAROLINA

ENDOWED BY THE

DIALECTIC AND PHILANTHROPIC

SOCIETIES

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UNIVERSITY OF N.C. AT CHAPEL HILL

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Obras completas de J. M. Vargas Vila

DERECHOS DE AUTOR

Todo ejemplar que circule sin estampilla será conside- rado ilegal.

ALBA ROJA

EDICIÓN DEFINITIVA

DEBIDAMENTE REVISADA Y CORREGIDA

POR EL AUTOR

ijisiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiíiiiiiiiiiiiiiiiiiniiiiiin^

1 :: Obras completas de Vargas Vila ::

IZI

= NOVELAS

= Aura 0 las Violetas.

Alaría Magdalena.

"~"

= Flor del Fango.

La Demoricia de Job.

~—

Rosa Míütíea.

El Mínotauro.

=

= Ibis.

Los Discípulos de

=

= Rosas (le la Tarde.

Eniaüs.

=

= Alba Roja.

Lo'í Parlas.

=

= La Slinienlc.

Sobre las Viñas Muer-

2m

= Dcíia (Lirio blanco).

tas.

=

= Eleonora (Lirio Rojo).

Los Estetas de Teópolis.

=

= GiTiiiaiiia (Lirio n^gro).

El Final de un Sueño.

=

= El CaiiiHio del Triunfo.

La Ubre de la Loba.

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= La Conquista de Bizan-

Salome.

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2.

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Cachorro de León.

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= LITERATURA

= Prosas-Laudes.

= A rs- Verba.

= De sus Lises y de sus

= Rosas.

Sombras de Águilas, llorarlo Reflexivo. Archipiélago Sonoro.

=

= Libre Eslélíea.

Rubén Darío.

=

= FILOSOFLV

IIISTORLV

= El Rllmo do la Vida.

La República Romana.

= Huerto Agnóstico. = La Voz de las lloras. ~ De! Rosal Pensante. = De los Viñedos de la = Eternidad.

Los Césares de ia De- cadencia.

Los Divinos y los Hu- manos.

La Muerte del Cóndor.

Pretéritas.

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Obras completas de J. M. VARGAS VILA

ALBA ROJA

EDICIÓN DEFINITIVA

...comme ellea sont douces ees cendre!... EUes coulent entre les doigt», comine le sable de la mer...

BARCELONA EAMON SOPEÑA, Editor

PROVENZA, 93 A 97

Derechos reservados.

Eamóu Sopeña, impresor y editor; Provensa, 93 a 97.— Barcelona

PREFACIO

PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA

Los parajes se hacen tristes;

se hace gris el horizonte, de un gris plúmbeo, cuasi negro : cinerario ;

va la sombra devorando los contornos de las co- sas, lentamente , lentamente , cual las lineas de un miraje que se esfuma ;

es la hora del poniente, hora triste en la real magnificencia de su calma hipnotizante, una cal- ma de palude que la sombra de la Noche ya cer- cana hace violácea, reflejando en sus aguas torna- soles la blancura letal de los nenúfares y el vuelo de cantáridas salvajes;

no lejano está el arco del pórtico de la Vejez, más allá del cual se extienden los jardines apaci- bles de los años postrimeros ; en la vaga incerti- dumbre de una paz triste y precaria;

las tranquilas avenidas, las silentes soledades, ar- boledas ya sin hojas, cuyas ramas desnudadas por los vientos, no sustentan ya los nidos armoniosos; cornucopias de cantares;

VIII PREFACIO

los rosales macilentos, en la gloria de esa Tárele^ tan cercana de la Noche, so7i carentes de perju- 7nes...

y, sus rosas, unas rosas enfermizas, ya 'no acen- dran ningún néctar;

las abejas con sus alas de oro 7nate, no cortejan en sus vuelos sitibundos, sin rumores, las corolas de esas flores ya exánimes ;

sol oblicuo ilumina esos paisajes, de una acromia abrumadora ;

cerca a fuentes estancadas, donde cisnes siyí can- dores interrogan con sus cuellos el azul evanescente de las olas mientras abren surcos tenues con los remos de sus alas, hay arbustos melancólicos que parecen como heridos de ataraxia...

en sus hojas de un argento pálido, donde ha es- crito sus leyendas un perpetuo novilunio, hay ex- traíías transparencias de cristal;

los ramajes funerarios de cipreses no lejanos, li- mitando el horizonte dan aspecto de Necrópolis a ese campo, en cuyo término se ve izado el velamen de la barca de Carón ;

blancas, tristes, funerarias, unas flores necróge- nas van bordando los dos lados del sendero, que en declive va a la playa de Aqueronte.

¡Oh! jardines encantados de la edad triste y do- liente...

pronto huésped seré de ellos, y, mis pasos fati- gados sonarán sobre la arena de sus grandes ave- nidas ;

PEEFACIO IX

bajo el oro de crepúsculos triunfantes, a esa edad reminiscente me aproximo;

veo ya cerca sus linderos ;

me detengo;

y rememoro ;

vuelvo el rostro hacia los campos ya lejanos de mi edad adolescente, de mi estoica juventud;

¡olí! la heroica primavera de mi vida, tan épica, tan remota, bajo el sol efervescente de los cielos tropicales...

yo, di mi adolescencia a los combates, y, mi vida apareció como si hubiese nacido del corazón rotun- do de una estrofa desprendida del más ardiente canto de la Iliada;

viví el Heroísmo mucho antes de escribirlo, y, cuando me tocó hacer esto último, ya no hice sino rememorar , mirando en el fondo de mi vida y de mi corazón;

sacrifiqué mi juventud a la Libertad, como luego le sacrifiqué toda mi Vida;

en la edad en que otros adolescentes , se reclinan sobre el seno de sus madres, para libar en sus di- vinos labios el néctar del Consuelo, yo, me incliné sobre el seno trepidante de las batallas, cual si qui- siese arrancar a la boca roja de los cañones, el se- creto de sus grandes veredictos ;

a los quince años, fui recogido exánime al pie de una trinchera * ;

el primer amor que sorprendió mi Vida, fué el

(*) En la batalla de Garrapata ( Colombia),

X PREFACIO

amor de la Libertad; él se apoderó de mi corazón, y, lio lo soltó ya de sus manos itnplacables ;

el primer beso que desfloró mi frente, fué el beso de las batallas ;

la voz de los combates dijo a mi corazón los se- cretos que las voces de las mujeres dicen a otros corazones de adolescentes ;

yo, hice en los altares de Belona, el homenaje de mi virginidad, antes de hacerlo en los altares de Afrodita;

fué Marte, y, no Eros, la divinidad que guió mis primeros pasos sobre la Tierra;

por eso mi vida fué tan miserablemente estéril, porque fué tan candidamente heroica...

no he podido y, no he querido ver en la Vida, sino un combate por la Libertad;

y, lo he lidiado;

ésa ha sido la ilusión y, ésa la desgracia de mi vida...

y, si alguna grandeza hubo en mi Vida, ésa su grandeza fué;

a los veinte años, cambió el horizonte de mis lu- chas, mas no su esencia;

los combates de la pluma sucedieron a los com- bates de Id espada ;

y, como mi divisa era la Justicia, fui vencido con la Justicia, en una tierra que había renunciado al culto de esa Divinidad;

a esa edad en la cual casi nadie tiene un nombra público, yo lo tuve, consagrado por todas las voci- fer aciones del Odio ;

la tormenta que me arrojó, cat.i adolescente y

PKEFACIO XI

desarmado, en el seno tumultuoso de la Celebri- dad, me arrojó con el mismo gesto en los brazos de la Calumnia y del Escándalo;

ellos me recibieron en su seno, \j, me ofrecie- ron al Mundo coronado por las ígneas saetas lumi- nosas con que ellos nimban la frente de sus ele- gidos ;

yo, clavé mis garras de aguilucho recién nacido , sobre la frente del Odio y la Calumnia, y, los hice casi cegar con la sangre de sus heridas ;

la Tiranía, aparecía entonces, con su perfil de Hidra insaciable sobre mis tierras vernáculas ;

y, yo, fui al encuentro de la Bestia que venía a devorar 7ni Patria, y la afronté y, la acometí con el heroico y candido propósito de vencerla...

y, cai, atropellado por la Bestia Vencedora...

combatí por la Libertad...

y, fui vencido con la Libertad...

y, cuando la Libertad, fué expulsada de la tierra, en que nací, yo, fui expulsado con ella;

y, ya no tuve Patria.

...La historia de ese primer encuentro mío con el Despotismo, es este libro;

ha llegado el tiempo de decir y, digo, que este libro más que una novela, es una pcigina de His- toria ;

verídica y cruel como el momento histórico que relata ;

son páginas de una veracidad histórica, que na- die será osado a desmentir;

ellas relatan el génesis de ese oprobioso Despo-

XII PREFACIO

iismo, que pronto liará odio lustros impera sobre Colombia, arraigando tan profundamente en ella, que Jia absorbido toda la savia de su alma y, de su corazón...

la Ciudad Capitolina que alU describo, ya a me- dias, ganada por la gangrena clerical, que luego liabia de convertirla en una pústula viviente de- vorada por los gusanos, es Santa Fe de Bogotá, momentos antes de convertirse en tribu apostólica, allá por el año de 1884, en él alborear de ese pa- taleo de sátrapas epilépticos , bajo el cual ha vi- vido, si vida puede llamarse una ignominia que du- ra cuarenta años...

el César, que aquí exhibo bajo las facciones de Heredes, fué Rafael Núfiez, el Juliano lírico, el Apóstata siniestro, cuya lira tuvo la histórica cur- vatura de una carraca de asno, el escéptico tarta- viudo que ensayó decir, para deshonrarlas , por la hoca de Judas, las palabras de Montaigne ;

esa hembra a la cual doy el nombre de Herodia- da, para ocultar con él, sus facciones de tigre hir- cana, fué la concubina provecta y fatal, con la cual casó el Déspota, después del parricidio ejecutado en su primera mujer ; ella fué la inspiradora de to- dos sus crímenes y la explotadora avara de ellos, después de que una pócima fatal, selló para sian- pre los labios de aquel que habia deshoyirado con ellos todas las palabras;

no escribo estas lineas para los hombres de ayer ni para los de hoy, en Colombia, envejecidos los unos bajo el arnés, y, los otros prontos a dejarse

PBEFACIO XIII

enjaezar con él, para llevar sobre sus lomos el carro de los ídolos que adoran;

escribo para los hombres que preveo, para los hombres de mañana, para los hombres libres que han de nacer en esa tierra de servidumbre, estrj- tificada en el más vil de los despotismos ;

7nis ojos no lo verán, pero, generaciones de hom- bres en pie, sucederán a las generaciones de creti- nos genuflexos, que no lian sabido sino arrastrarse de rodillas, por el surco que dejó en el jango el desfile vergonzoso de sus antecesores ;

es a esas generaciones, que lian de surgir maña- na en la tierra en c[ue yo nací, a las que ofrezco este libro, y, es para ellas que hago la exégesis de estas páginas exaltadas y tumultuosas, que han de ser leídas y dichas en alta voz por voces juveniles, cuando ya duerma bajo la Tierra aquel que las es- cribió ;

esas generaciones serán ya dignas de recibir en el rostro el vaho de Vida Heroica que se escapa de este libro ; conocer el Heroísmo es ya tina razón de amarlo ; y, ellos conocerán en estas páginas un Heroísmo pretérito, muy remoto de los días en que se envile- ció la Admiración, fatigándola ante esclavos ven- cedores, que hacían una corona del hierro de sus cadenas, para ofrecerla a un Amo que tenía por único título de su Victoria la bajeza de aquellos que lo adoraban;

lo primero que se impone a un Pueblo que ha perdido su libertad, es el Olvido de aquellos que

XIV PREFACIO

murieron en su defensa, o emigraron con ella, cuando ella fué proscrila ;

al exilio de los grandes hombres, sigue el exilio de los grandes nombres, i/, ese decreto contra el Honor Exule, se mantiene en vigor mientras el servilismo de los códigos impera sobre el servilismo de los hombres, que se encargan de hacer una vir- tud de este vicio infame, de esa epizootia ancestral, que les viene directamente de los rebaños de Ti- berio ;

pero, lo primero que recobra un Pueblo, al re- cobrar su Libertad, es el recuerdo de los hombres libres... a Colombia le llegará esa hora... es para entonces que yo le ofrezco este libro.., de sus páginas verá destacarse grandes figuras históricas, y grandes hechos heroicos^ como bajos relieves de un templo antiguo piadosamente des- enterrado de una montaña de ruinas ;

y, con la serenidad radiosa, de estatuas clásicas salvadas de un cataclismo, verá surgir ante ella la personalidad verdadera de los hombres de este li- bro;

sagitario formidable, cuyas flechas perturbaron a Herodiada en su guarida... Juan de Urbina, en la Gloria de su nombre verdadero; Juan de Dios Uribe, se alzará ;

arrojando el sudario de tierra que lo cubre, se mostrará en su alta talla de Hércules de la Prensa, puesto el pie desnudo sobre el cuello de la Hidra que nacía; y, será como una columna de fuego, como una llama reminiscente brotada del corazón

PREFACIO XV

de la tumba, en busca de los vientos que la comba- tieron, para abrasarlos, para devorarlos, para hacer de ellos los elementos del terrible incendio con que soñó destruir la Tiranía... ; esa Tiranía que lo aven- tó lejos, a morir al pie de un volcán menos ardiente que su corazón, a la sombra del escudo de la Li- bertad, que sostenía en sus manos lioméridas Eloy Alfaro, aquel guerrero-apóstol, el aycixida de la Democracia, cuyo gesto de sembrador se había de inmovilizar en la belleza inmutable de la Muerte, después del festival de chacales que arrojó sus res- tos en las hogueras del Egido, que anunciaron al mundo los funerales de Aquiles, celebrados a las faldas del Pichincha, dn el esplendor radioso de una lontananza de siglos ;

como un río inmenso de Elocuencia y de armo- nía, Diomedes Arce, bajo su verdadero nombre de Diógenes Arrieta, aparecerá en esas páginas can- tante y sonoro, arrastrando las olas de su lirismo sublime, a la sombra de los laureles inmortales...

culpable de haber amado la Tiranía, que otros combatimos, fué a morir en playas extranjeras, virtualmente destarado por ella, después de ha- berla servido ;

me tocó cerrarle los ojos en Caracas (1897) ; y decir cerca a su fosa abierta, las palabras de (terna despedida ;

séame permitido conservar el antifaz, sobre el rostro uraño y grave de Antonio Reina;

él, vive aún...

lia sobrevivido al naufragio de la Libertad, y, a

XVI PREFACIO

la muerte de tanta cosa hcUa, que creó y cantó su, Genio de Poeta...

vive refugiado en el Silencio, como si Jiuhicse se- pultado su Elocuencia viaravillosa, en la misma tumba en que cayó la Libertad Jierida por la Trai- ción;

no tocaré tampoco el bello rostro de Lclia Serra- no, que el velo de la Muerte, hace aún más sa- grado... ;

ella murió en los llanos insalubres de Casanare, a donde fué confinada por la Tiranía, en vergonzosa promiscuidad con las más viles meretrices, después de haber sido cortado su rubio cabello, y, azotadas sus candidas espaldas, por manos de los verdugos oficiales ;

desapareció en la inmensidad del desierto, como el candor de una estrella tras el 7nira¡e de un lago;

murió, bajo los grandes cielos encantados, de rosa y oro...

y duerme bajo el malva opalescente de la llanu- ra ilimitada...

coronada de azul...

callaré el Jioinbre verdadero de Claudio Marín Sierra, y, los otros turiferarios del Despotismo...

ellos han dejado una progenie que yo siento pena en deshonrar...

en nombre de esos vivos inocentes, hago gracia a aquellos muertos culpables, y, dejo sobre sus fa- ces el velo del seudónimo ;

hace muclio que son un puñado de cenizas...;

PREFACIO XVII

ellos que en vida no fueron sino un puñado de lodo ;

por ser todo verdad, en mi libro, lo es el pivot, de ese Idilio trágico, que forma: Rojo y Azul;

enormemente idealizado y embellecido, pero ver- dadero ;

la tumba del poeta suicida, yace fuera del Campo Santo, de una aldea vecina a la Capital, y sus ver- sos fueron los primeros que mis labios de adoles- cente, repitieron con fervor...

conservo el nombre de Ruth, a la protagonista de ese Idilio, a pesar de haber dado luego el mismo nombre a una de las de otra novela mía: Cachorro de León, escrita en 1918, como dejo el titulo de La Ruta de Bizancio, al folleto de Luciano Miral, a pesar de haber puesto el titulo de La Conquista de Bizancio, a una novela mia publicada en 1910 ; porque creo que eso no perjudica en nada la unidad y la claridad de mi serie de novelas, y antes bien, cualquiera innovación, podría arrojar en perpleji- dad, más que a mis futuros lectores, a los futuros comentadores de mi Obra;

no quiero que los exegetas de ynis libros, caigan en error por estas mutaciones tardías ; prefiero, de- jar en pie esas similitudes que en nada afectan a la pureza estética del conjunto;

explicar el alma de mis libros, su alma dolor osa y complicada, y, relatar la génesis de ellos, la hora en que fueron concebidos, y, aquella en que fueron dados a la publicidad, es el objeto de estos prólogos, que escribo ahora, para cada uno de los volúmenes de mis Obras Completas ;

ALBA. 2

XVIII PEEFACIO

y, cumplir ese designio, con respecto a Alba Roja, hame tocado;

de su veracidad histórica, dije ya;

cómo y cuándo fué escrita tócame decir;

vencido como el siglo que moria, triste de mis combates inútiles, había yo abandonado a New- York, y, venido a Europa, para instalarme defini- tivamente en ella, al principiar el afio de 1899;

promediaba el de 1901 y, veraneaba yo, muy en- fermo, en playas de Sorrento, cuando en un arre- glo de papeles tropezaron mis manos, con las Notas conmovidas y dolorosos, palpitantes de Vida y de Verdad, que había escrito yo, muchos años atrás, cuando al salir apenas de la adolescencia, me en- contré frente a frente con la Tiranía, y, su cortejo de turbas ululantes ;

esa Tiranía había llegado entonces a su cénit, en el cual se inmovilizó, como por el conjuro fatí- dico de un nuevo Josué ;

los hombres que figuraban en mis notas, casi todos actuaban en la política; los unos desde el Poder, los otros desde el Destierro;

las pasiones de esa política, estaban vivas en mí, y, mis últimos combates de prensa, no habían he- cho sino exacerbarlas ;

al tropezar con estas notas, hechas para un libro de Historia, sentí Un vehemente deseo de darlas a la publicidad, y, como el suceso clamoroso de las dos novelas que acababa de publicar entonces : Ibis y Rosas de la Tarde, me halagaba, resolví hacer con ellas una novela;

y, así lo hice;

PEEFACIO XIX

U, Alba Roja, 'nació de esa resolución;

fui poco tiempo después a Madrid, y la publiqué allí en la imprenta de Fe (1902) ;

compróme esa edición, la Casa Bouret, de París, que la reeditó luego, incluyéndola en los veintiocho volúmenes de Obras mías editados por ella;

y, ahora la reveo, la pulo y la corrijo, haciéndola preceder de este Prólogo, para incluirla en la Edi- ción Definitiva de mis Obras Completas, que ha emprendido la Casa Editorial Sopeña, de Barce- lona;

no me toca desear éxito a este libro mió, que ya lo tuvo, con exceso en toda América, durante los largos años de su circulación, en diversas edicio- nes ;

sólo me resta, como un voto romántico de mi co- razón, desear, que estas páginas de Historia co- lombiana, puedan ser leídas un día en Colombia, por hombres libres, capaces de comprenderlas y de amarlas;

los de hoy, no son culpables de no amarlas: no las conocen;

el exilio que pesa sobre todos mis libros en aque- llas latitudes devastadas por un fanatismo irracio- nal, no les ha permitido leer esta historia vivida, de una época ya lejana, pero viva aún por el pres- tigio de sus tradiciones y, la omnipotencia no in- terrumpida de los últimos herederos de aquel cesa- rismo forestal;

el mundo, ha sufrido y está próximo a sufrir grandes transformaciones, y, nada escapará al ve- redicto de los hombres Ubres, dispuestos a hacer

XX PREFACIO

de su Victoria, el reinado de la Libertad sobre la Tierra...

aquel lejano cenobio, enclavado en el corazón de los Andes, sufrirá de esa transformación, y se sal- vará con ella;

entrado en la coyniinión de los pueblos libres, ese pueblo volverá a entrar en la Civilización, de la cual lia permanecido violentamente separado;

entonces niis libros, que los pueblos libres de América han sancionado con su aplauso, empeza- rán a ser leídos por los ojos de ese pueblo, recién abiertos a la luz;

y, las páginas de esta Novela, tendrán entonces su verdadera significación histórica;

puros han de ser los ojos que las lean; puros los corazones que las amen;

puros de toda pasión cobarde;

exentos de toda esclavitud;

¡ época feliz I

que mis ojos no verán..,

y, hoy apenas entrevén, con los párpados semi- entornados, sobre las fronteras ya cercanas de la Eternidad.

Vargas Vila.

Abril, de 1919,

I

ROJO Y AZUL

ALBA ROJA

Luciano Miral convalecía de una larga enfer- medad, entre los naranjos en flor, las huertas lu- juriantes, las vides pampanosas, y los rosales in- agotables de una divina playa semigriega, besada por las olas del Tirreno ;

allí miraba el mar y el sol, y el horizonte ; y miraba también su vida ;

era un rebelde, no un vencido ;

¡ indomado, indomable como el mar !

la derrota lo ensoberbecía, no lo abatía ; bajo su cielo lívido de claridades crepusculares, se abría más poderosa la floración inmensa de sus sueños...

y, porque la Esperanza era una rosa inmortal que se abría en su corazón, llenándolo de un mágico perfume ;

y, porque la Ilusión extendía ante él, en mirajes pertinaces, el prisma policromo de sus encantos, en ondas de reflejos rosa y azul, bajo la indefinible ternura de un cielo de ópalo, estremecido a la su- prema caricia de esa luz interminable ;

4 VARGAS VILA

y, porque la Gloria, en espejismos tentaculares y misteriosos, atraía aún los cisnes blancos de sus sueños, hacia edénicos lagos inviolados, a cuyas ribas glaucas, misteriosas, las flores del Triunfo se inclinan reverentes al paso de los grandes Ele- gidos ;

y, porque el fuerte sonador leonino, se apoyaba en la gloria de su nombre, como en el plinto de un mármol coronado de rosas... y, soñaba a la sombra de su escudo, como bajo un sol soñador, calentu- riento ;

por todo eso, gozaba en recordar su vida, a la luz poniente de soles que morían, en esa hora de su existencia, en que su juventud agonizaba como un faleno ígneo, en una lenta vibración de alas que 66 cierran en el silencio inmenso, tras de las selvas somnolientas, sobre horizontes extintos...

y, así rememoraba su pasado, su gran pasado luminoso y trágico, en el silencio tenebroso de los densos crepúsculos invernales, cuando sobre la tie- [rra caía la noche, y sobre los obscuros mares pen- sativos, la gran satiresa blonda, esparpillaba el polvo de oro de sus pasos, y bajo la caricia de sus pies, brotaban las estrellas como rosas...

*

Como el eco de nna música lejana, muy lejana, muy triste, muy amada, venían a él, en ondas rumorosas las lentas vibraciones del recuerdo ;

ajados por el tiempo, como los bordados de una

^ALBA ROJA 5

vieja sedería, olvidada en un antiguo cofre, asi se desplegaban ante él, las remembranzas de las co- sas primeras de su vida, con un triste color de marfil viejo, una opacidad doliente de mármoles sepultos, una invencible melancolía de rosas pol- vorientas...

y, se desprendía de ellas un extraño perfume, que acariciaba, tristemente, suavemente, como una mano de mujer, su alma nostálgica y bravia ;

y, como en peregrinación romántica, por el par- que de un castillo abandonado, en noche de do- liente plenilunio, ibase asi su alma hosca y taci- turna, por esas vaguedades del recuerdo.

Allá, la llanura silente en su paz de égloga, con sus tapices de oro y de esmeralda, sobre cuyo ho- rizonte malva, las montañas lejanas dibujan ex- traños arabescos, y el cono de un nevado, alzándose por sobre los montes abruptos, semeja un cirio gigantesco, extinto ante un catafalco de dioses ;

y, en la decoración bucólica, la casa paterna, ro- deada de sauces y de fuentes, como una rara flor de piedra en la verdura monótona y pasiva ;

y, en los grandos llanos idílicos, con horizontes de acuarela, las vacadas domésticas, los caballos semisalvajes, interrumpiendo a trechos la calma taciturna del paisaje ;

y, más lejos, la ciudad monacal, alzando sus

6 VARGAS VILA

campanarios rudos, al pie del cen'o agreste, en su soledad hostil, bajo un cielo desapacible, de tona- lidades borrosas ;

y, los altos muros del convento, en donde des- pertó a la vida del alma, en la humillante disciplina del colegio ;

siluetas austeras y frías, de profesores huraños, rostros angélicos, de campesinos intonsos, perfiles atrevidos, de adolescentes heroicos, fatalmente fes- tinados a las batallas y a la muerte, rostros precoz- mente graves, de los grandes predestinados a la celebridad ; y entre todos ellos, melancólico y tier- no, sensitivo y grave, aquel hermano de su alma, su primero, por no decir su único amigo, en su vida de niño huraño, y de adolescente, desdeñoso y aislado ;

blondo y triste, con un altivo perfil de César es- lavo, irradiando en la palidez alba de su cutis, la fosforescencia taciturna de sus grandes ojos azu- les ; diseñando las líneas ovales del rostro, la sinuo- sidad de los labios sensuales y rojos, la nariz recta, la frente comba bajo el esplendor de la cabellera rubia, que semejaba el halo de un arcángel ; así surgía en su memoria, aquel extraño niño, como una flor de tristeza, de tragedia y de amor, en esos limbos blancos de su vida ;

había sido en una mañana invernal, rígida y pluviosa, al abrirse las tareas escolares, húmeda todavía su boca por el último beso de su madre, estremecida aún su alma por el ¡ adiós ! postrero de su hogar ; que había visto entrar, al patio del colegio, al lado de una mujer triste y humilde,

ALBA BOJA 7

aquel ser de pasión, que había de marcar tan hon- dos recuerdos en su ahna ;

una hora después, lo había visto, ensangrentada la faz nubil, pálido de coraje, resistir, acosado por una turba de condiscípulos, y había ido en su ayu- da, y se había puesto ante él, como un escudo, y en un arrebato, ya augural de su vida redentora y heroica, había combatido por él, y en esa victoria pueril, lo había puesto bajo el patrocinio de su brazo, y sobre su corazón bravio ;

y, fué su amigo ;

no lo había visto nunca ;

los separaban, la distancia material, y los pre- juicios de una sociedad aldeana y pueril, que ju- gaba en la soledad de esas llanuras andinas, come- dias de aristocracia rústica, dramas de señoría medioeval, de una candidez agresiva, de un cómico doloroso y cruel ;

él, era el hijo de una antigua familia de nobles arruinados, que ocultaba su miseria entre los mu- ros derruidos de la vieja casa campestre, fortaleza de su orgullo, asilo de su vanidad lugareña, de sus sueños desvanecidos de señoriales grandezas ;

y, el otro, era el hijo de una sirvienta dolorosa y triste, la cual, la influencia de una familia pode- rosa, asombrada de aquel talento precoz, enviaba a ese colegio, donde hervía el pululamiento elegan- te de los nobles de provincia ;

y, él, lo consoló en aquel primer día triste ; él le enjugó la sangre de aquel combate infantil ; él se acercó a su alma, en aquella hora desesperante de soledad y de abandono ;

8 VARGAS VILA

y, sus corazones, se unieron para siempre, en esa primavera de la vida.

¿Cómo te llamas tú? preguntó el niño he- rido.

Luciano Miral, ¿y tú?

^Luis Saavedra ;

y, no se dijeron más ;

se estrecharon las manos, y pasearon pensati- vos y solemnes, en su gravedad precoz, de niños extraños, bajo los grandes pórticos, cerca a los muros fríos, y por los patios húmedos de aquella gran prisión intelectual.

Y fueron inseparables ;

temperamentos completamente opuestos, se com- pletaron y se unieron, fundiendo en una deliciosa y casta intimidad, sus dos almas soñadoras ;

eran dos ames en avance, como ha llamado un psicólogo, esas almas de niños precozmente sensi- bles a la llamada de los dolores íntimos, con los ojos prematuramente abiertos sobre las cosas del espíritu, sobre el misterio ondeante y tenebroso de la Vida ;

la extraña precocidad de sus almas serias, el prematuro desenvolvimiento de su sensibilidad, los aislaban de todos, y los atraían irresistiblemente el uno hacia el otro, en la hostilidad muda, o la indiferencia altanera que los rodeaba.

Luciano Miral, era odiado y temido ;

flor vigorosa y rara de una raza guerrera y sober- bia, perseguida por un hálito de tragedia, como los héroes de una creación sofóclea, acosada por dolo- rosos atavismos, por obscuras, insondables neuras- tenias, se esbozaba ya, en la hosquedad imperiosa de su carácter, como el rebelde indomable, que ha- bía de fatigar luego la fama y el dolor ;

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en esa edad en que no se es nada, él era ya al- guien ; toda su personalidad moral aparecía ya, sin vértebras, rebelde a las genuflexiones y a la adora- ción, a toda forma de servilismo y de bajeza ;

la disciplina escolar, untuosa y férrea, deforma- dora de las almas, y envilecedora de los caracteres, no pudo nada sobre él ; permaneció intacto y recto, en esa atmósfera de adulación que lo rodeaba ;

su carácter despótico, de un despotismo heroico, se diseñaba ya, y se acentuaba fuertemente bajo los rasgos de su fisonomía insoportablemente seria, tenazmente altanera ;

displicente, frío, poco abordable, empezaba a gozar ya del glorioso distintivo de las almas supe- riores : era odiado ;

sus profesores no lo amaban ; sentían por él esa ruda, instintiva aversión, que la pedagogía mez- quina siente por los grandes caracteres que se es- bozan ;

de la crisis de misticismo que había tan ruda- mente agitado su primera infancia ; de los moti- vos de su piedad desvanecida, empezaban a con- tarse ya extrañas cosas, y la leyenda comenzaba a rodearlo, y la calumnia como una mariposa ne- gra empezaba ya a aletear sobre él, antes de con- vertirse en aquel como buitre heráldico, que había de hacerle con sus alas negras, uno como penacho de guerrero, un hmbo, donde fulguraba aún más su frente trágica y gloriosa ;

como en una leyenda de milagro, todos los estig- matas de su destino, se marcaban ya en él ;

el orgullo, como una piel nemea, comenzaba a

ALBA ROJA 11

hacer invulnerable su corazón de Hércules adoles- cente ;

principiaba a ser ya el terrible cenobita de su propio culto, el solitario absorto en su propia con- t-emplación, y sentía ya los síntomas de aquella autoadoración, que le haría doblar lentamente las rodillas ante su propia gi^andeza ; su alma se hacía ya la capilla austera de su Yo ;

y, soñador olímpico, sentía crecer en él, el or- gullo d^ un dios ;

y, como una fanfarria desesperada, el alma de los siglos heroicos gritaba en su corazón ;

era la forma roja del Ensueño.

Luis Saavedra, era la forma azul ;

era un alma triste, hecha de crepúsculos y bru- mas ;

sensitivo extraordinario, soñador pertinaz de cosas bellas, el alma misma del dolor parecía des- fallecer en su corazón ;

la pasividad atávica de su raza, encorvada bajo el hábito de una larga domesticidad, no se mos- traba en él por la vileza de las almas deformadas bajo el yugo, sino que se disolvía en una tristeza resignada, en una apacibilidad adorable, que se fundían en extrañas irradiaciones de candor ;

era un meditativo, indolente y vagamente sen- sual, ante el cual la vida se abría como un jardín de sueños, en cuyas frondas, la mujer dormida, espera el beso redentor que la despierte ; era una alma de Amor ; un prematuro desenvolvimiento de su sensibili-

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dad, y acaso gérmenes mórbidos de su sangre, lo llevaban violentamente hacia la pasión fatal ;

a través de su carne nubil, sentía el murmario de las grandes olas de la voluptuosidad, que envol- vían todo su ser ;

su alma de niño triste, pedía el adormecimiento de los besos, y en la vaguedad de sus sueños adul- tos, llamaba a la mujer, consolatriz de la eterna inquietud de los poetas ;

y, balbuceaba ya la lengua divina de los grandes ritmos, y en sus cuadernos de estudio, cantaban ya rimas muy graves, muy tristes, muy blancas, como coro de vírgenes místicas, atormentadas por la visión terrible del Amor ;

el uno tenía sueños de águila, de combates in- terminables, sobre las cumbres sangrientas ;

el otro tenía sueños de ruiseñor, sobre las ramas de un árbol, a la luz de un alba pálida ;

el uno, ensayaba ya rugidos de león ; el otro, cantos tímidos de alondra ;

mientras Luciano Miral soñaba con el encanto atronador de los tumultos, con las tempestades de la plaza pública, con el rumor oceánico de multitu- des en delirio, con las luchas despiadadas, con l:is muertes heroicas ; Luis Saavedra, soñaba con ar- monías desconocidas, con músicas divinas, escu- chadas en jardines misteriosos, a la luz de cre- púsculos ideales, con vuelos de mariposas enamo- radas, sobre corolas de rosas moribundas de amor, y con formas de vírgenes ardientes, que venían a él ciñéndole sus brazos, como un collar de lirios,

ALBA ROJA 13

y prendiéndose a su boca en un beso intermina- ble...

el uno soñaba con la Gloria ;

el otro con el Ainor ;

y, sus dos almas inquietas, se buscaban para consolarse en esa pavorosa intemperie de sus espe- ranzas ;

huían el tumulto asordador de los demás ;

a Luciano, lo aislaba su propio orgullo ;

a Luis, lo aislaba el orgullo de los otros ;

y, se buscaban, y erraban juntos en las horas de recreo, por los lugares solitarios, gustando en conjunto el misterio del silencio, en esas horas en que la emoción sagrada de la vida interior, quita el deseo de hablar, y el himno mudo de los senti- mientos renuncia a la palabra ;

y, siguiendo las obscuras evoluciones de sus pen- samientos, el vuelo estremecido de sus almas hacia el Ideal, se sentían envueltos en una sublimidad radiosa, ante el misterio omnipresente de la Vida ; y la pasión gritaba en ellos con una insistencia aterradora ;

y, parecían llamar algo que se ocultaba en las tinieblas, en las ondas densas del silencio, que pe- saba sobre ellos ;

y, sus almas, como dos flores muy tristes, se abrían a las confidencias dolorosas.

Luciano Miral no tenía secretos ; soñaba alto, y sus sueños tormentosos, dialogaban entre sí, con un extraño frotamiento de alas, como de buitres que se querellan ;

todo en él iba hacia afuera ;

^BA. 3

14 VARGAS VILA

hacía conferencias, no confidencias.

Luis Saavedra tenía secretos, y ellos buscaron el calor del seno amigo ;

y, en el jardín del colegio, en una tarde autum- nal, la confidencia se escapó del pecho...

Luis amaba.

Miral, no comprendía esa palabra ;

el misterio mortal, la fatalidad de esa pasión si- niestra, que llega tarde, o no llega nunca a las almas excepcionalmente grandes, no había tocado la suya, que tenía la fría y poderosa virginidad del acero en las entrañas de la mina ;

el alma de Luis, era de una virginidad de cera, y el Amor había impreso en ella, la temible huella de su dedo candente ;

amaba ;

y, era en la misma casa donde había corrido su infancia desvalida, que su corazón se había abierto como una flor de sacrificio, al rayo de la pasión abrasadora ;

y, era allí, en aquella casa donde servía su ma- dre, y donde él había crecido en dulce intimidad con la hija de sus patrones, que había sentido des- pertar su corazón, enamorado de ella ;

y, contó a su amigo las indescifrables turbacio- nes de su amor, las primeras promesas, las prime- ras caricias, el primer beso, dado a la sombra del rosal en flor ;

y, Luciano tembló por su amigo ;

su ojo de águila joven, vio las escarpaduras del precipicio, a cuya orilla crecía aquella campánula silvestre.

ALBA HOJA 15

¿Y tu madre, lo sabe?

—No.

¿Y tu padre?

Luis enrojeció confuso ; no sabía quién era su padre ;

y, por primera vez, sintió en su alma la soledad de ese anonimato social que lo rodeaba ;

no sabía nada de su historia, nada de su pasa- do, y por primera vez sintió la Vida, alzarse ante él, como una amenazante noche ;

y, pensamientos extraños, surgieron en su ce- rebro, como navios enormes de una flota fantas- mal, en una mar obscura, inexorable ;

el Amor, que como una alba rosa en un cielo gris, se alzaba triunfal en aquel adolescente triste, y se incendiaba con las coloraciones resplandecien- tes de una virilidad próxima, gimió en su corazón ajusticiado, como las vibraciones estremecidas de una campana lúgubre en el mutismo religioso de la llanura dormida ;

y, la tristeza, como un estremecimiento de on- das lunares, invadió lentamente su pobre corazón asesinado ;

y, Luciano escuchó en silencio aquellas confe- siones, que brotaban sinceras, en un deseo de in- timidad candido, engrandecidas por la imaginación extraordinaria del poeta, aisladas en pleno éter, como visiones de sueños, como domos de nubes, como caprichosos palacios de luz, alzados en aque- lla cabeza apolínea, inclinada inexorablemente ha- cia los sueños, como el ramaje de un sauce sobre las aguas de un río ;

16 VARGAS VILA

e inclinó sobre su amigo su frente, marcada ya con las fatalidades obscuras del pensamiento, llena de un aquilón de clamores y de ideas ; y sintiendo penetrar aquel extraño dolor en su alma, tuvo, en esa visitación del sentimiento, la clara visión del porvenir, y quedó lúgubre y triste, a las riberas de esa alma ; ¡ siniestro sonador ante las olas !

Y las sombras del crepúsculo, prolongándose en sus almas, las hacían vertiginosas, y sentían la atracción pérfida y misteriosa de la muerte, en el mutismo inquietante de la sombra, en el terror aéreo, que envolvía la condensación taciturna de las cosas ;

y, una gran melancolía, de vencidos prematuros, cayj5 sobre ellos ; el silencio, posesor de sus almas ya maduras para el Dolor, estranguló las palabras en sus gargantas, no fuertes todavía para el grito trágico ; un vértigo mortal los invadió, y se abra- zaron, mudos, en la azulidad luminosa de la hora.

El campo estaba en floración ;

las rosas, los claveles, los geranios, abrían sus cálices abrasados, en la tristeza negra de las hojas dormidas ;

sombra de arbustos cariñosos cubrían las rosas blancas, que soñaban a la orilla de los estanques verdinegros, y sobre la onda estremecida de estos misteriosos visionarios, dibujaban extraños arabes- cos, los cisnes, las nubes y las ñores ;

en el silencio, inmenso y somnoliento, el sol, como un sello rojo, vertía sus cascadas de luz, desde los cielos laminados de oro ;

y, el lago lejano, ostentaba el fulgor metálico de sus ondas irisadas, como el dorso de un monstruo, bajo el frotamiento acariciador de aquellos besos de luz ;

florecían los mirtos en los huertos, y las frutas maduras reventaban, abriéndose como bocas de pe- cadoras insaciables, bajo la irradiación tórrida del cielo ;

a lo lejos, la curva enorme y desproporcionada de los cerros, cortaba el horizonte en dibujos poli-

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formes, en arquitecturas inverosímiles, de una con- fusión majestuosa de sueños ;

los techos empurpurados de la aldea vecina, bri- llaban como incendiados, bajo el esplendor ardoroso del mediodía ;

las chozas de los campesinos, semejaban bloques de mármol rojo, bajo el rayo ocre de aquella luz cegadora, de granate ;

en el horizonte de fuego, la torre blanca del po- blado, semejaba una columna de humo en el es- plendor de una fragua ;

los ánades inmóviles, como flores de crepúsculo, sobre el agua trágica, doblaban sus cuellos orgullo- sos, como pistilos devorados por la llama ;

y, había incertidumbres de miraje, en esa cla- ridad verde-roja, de aguas, de trigales, de follajes, que con una inmovilidad de lago bituminoso, re- verberaba, bajo el firmamental incendio de los cielos ;

la quinta El Milagro, se alzaba en mitad de la llanura, como un oasis, como un macizo de verdu- ra, como perdida en el espejismo de sus sauces y eucaliptos ;

en lo más apartado del jardín, en un kiosco um- brío, donde había frescuras de gruta, y la luz se tamizaba en un turquí tiernísimo, vestida de blan- co, indolente y soñadora, estaba una niña, en la plena eflorescencia de la vida, acusando la rica mo- vilidad de sus quince años ;

la cabeza, pequeña, nimbada de cabellos ne- gros, que le hacían un halo metálico y sombrío ; la frente estrecha, inmaculada ; frente helénica ; la

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boca sensual, roja y carnuda, como una gran flor de beso ; los ojos de un negro intenso y luminoso, cuya mirada producía impresión de quemadura, te- nían la humedad aterciopelada de una flor acuáti- ca, y flotaba en ellos una bruma de voluptuosidad, algo de un trágico inasible ; la nariz recta, prima- ticia, como hecha por el pincel de aquel maestro bolones ; el seno fuerte, escultural, de un desarro- llo prematuro ; la garganta amplia, de faunesa ; la piel maravillosa, rosa y blanca, en una colora- ción de nautilio, toda ella sugestiva, llena de una atracción abismal, inquietante y tentadora;

leía, y en su gravedad sibihna, el pliegue de su frente contraída, acusaba una atención profunda, que envolvía en un vapor de gTavedad, la suntuo- sidad lujuriante de sus formas ;

la impresión de la lectura, aceleraba la circula- ción de su sangre, y hacía ondulaciones en su seno opulento, y ennegrecía el abismo de sus ojos, cam- biantes y profundos ;

aquella virgen, tenebrosamente bella, tenía un nombre de tentación sagrada, de idilio lujurioso y bíbhco, se llamaba Euth ;

era la hija de don Carlos Solís, comerciante acau- dalado, opulento morador de aquella casa ;

era allí donde servía la madre de Luis Saavo- dra ;

su domesticidad, era hereditaria, inmemorial ; Candelaria, su abuela, había nacido, de una sirvienta, en casa de los padres de la señora de Solís ; con ella se había criado y había crecido, con ella había venido a su nueva casa el día de su ma-

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trimonio, y con ella había vivido hasta su muerte ; y, cuando ésta acaeció, Justina, su madre, quedó representando aquella dinastía de siervos, y allí había nacido él, sin saber de qué padre, como ha- bía nacido su madre, de su abuela ya vieja, víctima también de oculta aunque no plebeya seducción ;

y, allí había crecido el niño, entre los mandados y la escuela, hasta que don Carlos, noblemente im- presionado por su talento, lo había colocado en aquel colegio ; donde hervía el pululamiento orgu- lloso de los nobles de provincia.

Don Carlos, que en su matrimonio no había te- nido hijo varón, mostraba un cariño especial por este niño, y así lo había dejado crecer en una inti- midad fraternal con su hija ;

y, la gran ternura de estos dos niños, se desvió hacia el Amor, un amor idílico, incomprendido de ellos mismos : ¡ Amor de dos niños ignorantes y miedosos, inconscientes, ante la aparición de la pasión devastadora 1

fué ya a los catorce años, cuando la pubertad habló en él, que conocieron el misterio del beso casto, en la ebriedad de sus sentidos despiertos ;

y, hacía dos años, que este idilio nubil y encan- tador, se abría como un lirio mortal, bajo las alas del misterio de la Vida ;

ella, dominante, imperativa ; él, dulce y silen- cioso, se hundieron en las languideces mórbidas del Ensueño ; entraron en los laberintos florecidos, y resbalaron por las pendientes encantadoras del Amor ;

y, era bajo los grandes árboles del jardín, testi-

ALBA KOJA 21

gos pensativos y mudos ; ante las rosas pálidas en espera de tardas violaciones ; cerca a los estanques limosos, donde cisnes pensativos los seguían con pupilas soñadoras; en los grandes silencios noc- turnales, que se buscaban para bablarse y se be- saban conmovidos y graves...

cuando el idilio fué bruscamente interrumpido, por la entrada de Luis al colegio, la tristeza n for- midable visitación cayó sobre sus almas ;

y, se sintieron como ahogados en la soledad in- conmensurable que los rodeó...

Luis habría enfermado de tristeza, si la amistad salvadora de Luciano Miral, no hubiera venido sobre él, como un escudo y un amparo en su dolor ;

cuando depositó su bagaje de sueños y dolores en aquel corazón amigo, sintió las alas cariñosas del consuelo descender sobre él, y bajo la égida de aquel adolescente, hosco y fuerte, se sintió capaz de soportar la inconmensurable tristeza de las au- sencias sombrías, las lentas, interminables horas de abandono y soledad ;

bebió la Fuerza en la palabra del fuerte, y la Inspiración que ya aleteaba en su cerebro, abrió sus alas de incendio, y vino en un Pentecostés glo- rioso sobre su corazón ;

y, habló la lengua de los grandes elegidos : fué poeta ;

y, juntó versos de un lirismo adorable, a las car- tas apasionadas y tiernas que escribía a su amada ;

y, eran esas cartas y esos versos del poeta ado- lescente, los que leía la niña pensativa, en el si- lencio del kiosco, en ese mediodía canicular ;

22 VARGAS VILA

y, entornó los párpados lentamente, como péta- los de una flor que se cierra, sobre una cantárida luciente ;

y, roja, más roja que las rosas, los besaba, tem- blando de emoción ;

y, 8u alma vibraba como un salterio, tocada por las alas de esas rimas ;

y, repetía las líricas estrofas, que cantaban en coro en su cerebro.

j Diosa enamorada de su culto, del himno do sus íntimas liturgias !

y, su corazón temblaba, como si sintiese cerca a él, aquel pecho adolescente, que tantas veces lo había oprimido ;

y, tendía su frente a la caricia, y sus labios al fantasma del beso, mientras la luz la envolvía en magnificencias diáfanas, y vibraba en las copas de los árboles, coronándolos de flores de topacio...

y, del campo lujuriante, de los rosales candidos, se alzaba en una locura de átomos y de ritmos, en la sensualidad de la hora, un himno atronador a la Vida, al Amor, a la Fecundidad.

En el gran salón rectoral estallaba el fragor de los aplausos...

Luciano Miral, de pie, en la tribuna, donde aca- baba de pronunciar el Discurso de orden, de aque- lla repartición de premios, que cerraba el año es- colar, respiraba feliz aquella atmósfera de admi- ración que lo circuía, y cuyos rumores le parecían como el preludio de la gran sinfonía de gloria, que había de arrullar su vida ;

alta y agresiva, alzada en habitual gesto trágico, su cabeza ambarada y luminosa, la boca elocuente y amarga, su mirada fulgurante, dominadora, caía sobre la multitud con una extraña sensación de dominio, de superioridad y de orgullo ;

una esencia indefinible de grandeza moral, pare- cía desprenderse de toda su persona, y rodearlo como un fluido ;

el magnetismo de sus palabras lo envolvía, y un halo de fuego parecía circuir ya su cabeza pá- lida y seria de Apóstol prematuro ;

el discm'so que acababa de pronunciar, no era suyo, pero él había comunicado el soplo álgido de

24 VARGAS VILA

BU alma, a los períodos pesados y clásicos del viejo canónigo que lo había hecho ; había dado modula- ciones extrañas a aquellas frases áridas y triviales, y había hecho cantar y estallar en armonías in- esperadas, la rigidez geométrica de la vieja prosa escolar ; su genio había comunicado el fuego a aquella paja seca, como la presencia del Dios del Génesis, a las zarzas de la Biblia ;

y aspú'ó larga, apasionada, voluptuosamente, aquel ambiente de aplausos, como las primeras rá- fagas, como el soplo fuerte y vivificante de un gran mar misterioso, que se preparaba a atrave- sar. . .

y, alzaba la cabeza, como buscando en una at- mósfera tórrida, el beso de algo divino, que espe- raba : el gran beso sonoro y sangriento de la Glo- ria ;

y, en ese nimbo de luz artificial del gran bul'Sn, BU silueta se esbozaba,, como había de diseñarse después sobre la vida dolorosa de su época : couio un gran gesto heroico, como la curvatura de una grande ala trágica, conio la proyección de¿niebu- r-ada de un gran sueño en el largo marasmo de ía Historia.

Luis Saavedra, cargado de medallas, de libros, de coronas, de premios merecidos y valiosos, se embriagaba con el triunfo de su amigo, y buscaba en vano unos ojos que lo miraran cariñosos, un semblante que se alegrara con sus triunfos, unos brazos que se tendieran hacia él, unos labios que buscaran su frente... y, su grande alma, triste y soñadora, tiritaba de frío en esa soledad moral,

ALBA ROJA 25

soñando en vano con el gran beso rumoroso, que era el sueño de su vida : el beso del Amor ;

cuando todo terminó, Miral fué hacia su madre, puso en sus manos los premios recibidos, se arrojó a sus brazos, y sintió en su cuello el calor de las lágrimas de aquella gran mártir silenciosa y au- gusta, que era su madre ;

y, L/uis Saavedra se sentó solo, doloroso, incon- solable, en lo más obscuro del salón ; ocultó la cabeza entre las manos, y lloró largamente... sus premios rodaron por el suelo, como signos de una vida en derrota, de una alma vencida, de un Des- tino glorioso, roto como un pájaro de cristal, con- tra la brutalidad inexorable de la Vida.

Luciano Miral fué a buscarlo, lo trajo consigo, y lo presentó a su madre ; la noble señora lo abrazó con cariño, y lo besó en la frente, como a un hijo, con un beso largo, piadoso y conmovido...

y, se abrazaron para separarse en las vacantes, aquellos dos adolescentes extraños, enfermos ya de esa enfermedad siniestra la tristeza intelectual dolorosamente exasperadas sus almas, en las an- gustias de esa adolescencia, tan rudamente violen- tada por la vida ;

y, se separaron conmovidos, esas dos formas del ensueño: la una roja y bravia, ruido de águilas torvas en una nube de púrpura ; la otra blanca y triste, proyección de alas de cisnes en una intensa palidez de nácar...

Cuando Luis Saavedra pasó el umbral de la casa hospitalaria en que había crecido, la realidad de su vida se le apareció, desnuda, sin velos, como una loca muda y sombría, llorosa y de pie, a la orilla de un sendero extraño ;

la acogida protectora y fría de sus patrones : el tú, dado en señal de servidumbre, la distancia puesta sin tacto y con premura, todo fué una reve- lación desgarradora, la ruptura de un velo, y de las fibras más delicadas de su corazón ;

y, la vida apareció ante él, desierta y desolada, como si una mano traidora lo hubiese colocado de súbito en la frontera del Sahara ;

y, se sintió como prisionero de su Destino, en las manos inexorables de lo Desconocido...

y, al sentirse así, aplastado por la verdad de su vida, como un insecto bajo el pie de un paqui- dermo, su pobre alma soñadora, como un niño que despierta, abrió los ojos, preguntándose ;

il perché delle cose del tácito infinito andar del tempo ;

28 VARGAS VILA

y, en la desgarradura de su horizonte moral, el mundo se le apareció como una interrogación for- midable ;

y, quedó cuasi vencido ante ella ;

y, la Esfinge lo amedrentaba...

no que él fuese el hombre inapto a la Vida, el ser débil de esta civilización, aquel a quien Max Nor- dau llama weltinud, ese tipo de hombre moderno, enfermo de la enfermedad del siglo : la inaptabili- dad a la existencia ;

no, pero no era un fuerte ;

era un inquieto, indefinible e inapaciguable ;

sentía el vértigo, ante el vacío de la vida que nos rodea ;

y, el valor de la lucha le faltaba...

ese terror doloroso a las cosas de la Vida, es un estado o aptitud psíquica particular a ciertas almas delicadas de poeta : el mal de Leopardi ;

en su espíritu cantaban todas las armonías, y bri- llaban todos los ideales, como en una selva po- blada de pájaros y coronada de estrellas, y la vul- garidad ambiente de la vida, caía como una tor- menta de nieve haciendo enmudecer todos los can- tos, interceptando la luz de todos los astros ;

y, moroso, y lúgubre, su espíritu se abría ante esta perspectiva siniestra ;

la vida moderna con todas sus mentiras, con sus falsas conquistas, con la inanidad de sus progre- sos, con su engañosa civilización, con su libertad pérfida, su pérfida igualdad, su pérfida fraterni- dad, abría así, de súbito, ante sus ojos, como un

ALBA ROJA - 29

seno cancerado, su espectáculo de vergüenzas y de oprobio...

el país en el cual había nacido, una de esas re- públicas amorfas, una de esas democracias heteró- ditas, ofrecía el espectáculo miserable de una gran mentira, universalmente tolerada ;

ni aquel amas de analfabetos trogloditas y letra- dos arcaicos, era una República, ni su pueblo natal, paraíso de cretinos privilegiados, de tenderos he- chos augustos, y de hacendados hechos señores, era una democracia ; allí nada era legítimo ;

todo era una mentira burda y convencional ; la hbertad era libertinaje ; la democracia, una canalla dorada ; la religión un bandolerismo agre- sivo ; todo allí era hostil a la verdad y al mérito ; se vivía en una atmósfera de mentira, sentida, consentida y amada ;

el poder político era de los más audaces ; el po- der social de los más viles ; el poder religioso los más malos ;

un jacobino, sin escrúpulos, gobernaba el país en nombre de la libertad ;

plebeyos sin fe de bautismo, con abolengos si- miescos, predicaban la aristocracia en nombre de la sociedad ;

apóstoles sin fe, predicaban el dogma desde las alturas de su ignorancia alambicada, y fulmina- ban el vicio, desde las cimas de la más desenfre- nada licencia ;

ALBA.— 4

30 VABGAS VILA

y, fué este rudo bastión de necedad, el que obs- cureció el horizonte del poeta y se alzó ante él ;

la idea de las castas, la distancia que separa las clases, he ahí el foso que se abrió delante de sus pies ;

y, el gran muro social, con sus asperezas indo- mables, con sus hostilidades asesinas, le cerraba el paso ;

la sociedad, como una hidra formidable, le ve- daba el camino, amenazando devorarlo, si no lleva- ba consigo la palabra del enigma : el oro ;

la aristocracia de su pueblo, torva y sañuda, po- nía la mano sobre el hombro del soñador para de- cirle : no entrarás ;

las aristocracias de su pueblo son crueles, por- que son antiguos esclavos que se vengan.

Luis, fué interrogado fría y formulariamente so- bre sus estudios, por el señor Solís, quien lo feli- citó por sus triunfos y lo exhortó, con las triviali- dades de uso, a continuar así ;

y, luego, fué licenciado entre la servidumbre...

el beso de su madre, fué como temeroso y frío ; la pobre mujer no se atrevía cuasi a besar aquel grande y bello joven, tan fino, tan delicado, tan elegante ;

sus ¡antiguos compañeros, ilos gañanes de la Quinta, y los mozos de servicio, se sentían como intimidados, y vacilaban en acercarse a él, o lo hacían con una frialdad cuasi agresiva.

ALBA EOJA 31

Felipe, el viejo criado regañón, lo recibió refun- fuñando, y diciendo que venía hecho un señorito ;

toda la ignorancia ; la de arriba, y la de abajo, se despertó hostil a su llegada ;

a la hora de la comida, no quiso sentarse a la mesa del servicio, y esperó para comer más tarde, solo, con su madre ;

esto hizo crecer la naciente predisposición con- tra él ;

huyendo de aquella atmósfera de vulgaridad agresiva, que comenzaba a circundarlo, oprimién- dole el corazón, salió al campo a la caída de la tarde, llena el alma de angustias, repleto el pecho de sollozos, los ojos bañados de lágrimas... y, lloró, solo, mudo, ante la impasible serenidad de las cosas, la emanación pacífica de la soledad, el si- lencio augusto del crepúsculo ; .

nada había cambiado en aquellos parajes, sólo su alma era distinta ;

de la belleza beatífica del paisaje, todo oro y azul, se desprendía una dulzura infinita que no alcanzaba a llegar hasta su corazón ;

y, acostado a lo largo, sobre la grama del po- trero, triste ante la revelación de su destino, asom- brado, temeroso ante las perspectivas obscuras de su vida, lloraba, y sus lágrimas cristalizaban el paisaje ambareado, que se esfumaba a lo lejos, en claridades verdes de aguas y de follajes, y se borraba en la azulidad confusa y negra del cre- púsculo ;

y sintió alguien que llegaba ;

alzó a mirar ;

32 VARGAS VILA

era Ruth ;

en la vaguedad solemne de la hora, en ese hori- zonte diáfano, de palideces tiernísimas, bajo aquel cielo cambiante, de malaquita y malva, sobre la in- movilidad de la llanura dormida, la silueta fina y blanca de la joven se destacaba en una opacidad radiosa, en uno como nimbo ideal, como envuelta en un manto de nubes en derrota, coronada por todas las rosas de oro del crepúsculo ;

la mujer tiene la intuición profunda de los gran- des dolores ;

como si comprendiera que en la obscura fatali- dad de su destino, es ella quien los inspira más fuertes en la Vida, lleva consigo el bálsamo de las consolaciones interminables, y en sus labios el ámbar de las resurrecciones definitivas : son ellos quienes dan la Vida y traen la Muerte ;

de la mujer nacemos, y es para ella que vivi- mos ; de su vientre extraemos el Dolor y el Amor ;

ella nos crea, y ella nos mata ;

¡oh, Maga omnipotente del Destino!

Ruth adivinó en aquellos ojos dolorosos, en el gesto de aquella boca triste, en aquel sem.blante huraño, toda la desolación de un venciujiento pre- maturo, y se inclinó sobre su amigo, y lo l::imó con una inquietud sobresaltada y tierna ;

y, ese nombre salió de sus labios como una má- gica rosa de consuelo ;

Luis se puso de pie.

Ah, ¿sois vos?

¿No me esperabais?

No, como no habíamos hablado nada.

ALBA ROJA 33

Era imposible.

Es verdad ;

y, en esta frase de una tan ¿olorosa resignación, había todos los dolores y las renuncias de la lucha ;

y, ambos callaron, como si un soplo de dolor en- volviera su vida de niños desgraciados ;

y, se miraron largamente, intensamente, y se estrecharon las manos en la gravedad solemne de la hora, en el silencio inmenso de la tarde, ante los campos mudos de tristeza, bajo los cielos es- plendorosos en una apoteosis de topacio ;

y, se encaminaron hacia la fuente cercana, y a su orilla se sentaron sobre el tronco de un árbol cortado, donde las ramas de una enredadera les ha- cían dosel, mientras las clavellinas se abrían a sus pies, rojas y pequeñas, como bocas de niños, y florecía en torno suyo, el poema de los mirtos, am- parando la amorosa elegía de las palomas ;

y, como un tenor que preludiara la introducción a una gran sinfonía orquestral, un ruiseñor rompió en una fuga de notas, que se propagaron sobre el paisaje pacífico y blanco, como una salutación a la gran Noche que venía, recogiendo los velos iner- tes de la tarde...

y, allí hablaron de su amor ;

en Ruth, había una como presciencia de su desr tino, una precoz y audaz aceptación de él ;

y, al contacto con aquel ser débil y soñador, algo de maternal se había desarrollado en su corazón, y un orgullo radioso, una combatividad inflexible, se revelaban ya en ella ;

el imposible, que como un gran muro amenaza-

34 VARGAS VILA

ba alzarse entre los dos, se diseñaba ya, claro y preciso ;

ella lo desafiaba, él lo temía ;

y, con voz grave, velada, de una firmeza triste, ella dijo :

¿Me has encontrado seria esta mañana? así debía ser ; después de tu partida, las circunstan- cias han cambiado mucho... ¿mi tristeza me ha^ delatado? ¿se han apercibido de algo? yo no lo sé, pero cuando hace pocos días, se dijo que volverías, papá, con mucha premura, me lo hizo saber y me hizo advertencias que casi eran un programa ; tú, no tendrás con él, la misma inti- midad de antes me dijo , ese muchacho es ya casi un hombre, y eres ya una mujer ; es ne- cesario poner entre los dos la distancia que el de- coro y la sociedad exigen ; toda confianza y cama- radería entre los dos, debe cesar ; cada uno debe ocupar su puesto, como la hija nuestra, él como el hijo de Justina ; es necesario que él comprenda eso desde el primer día que venga ;

y anoche volvió a repetirme : No olvides lo que te he dicho ; mucha seriedad : ahí tienes por qué esta mañana estuve tan seria contigo ; ya comprendí que te desgarraba el corazón, pero yo sufrí más, mucho más, te lo aseguro ;

y, callaron, como invadidos por una sensación letal de anonadamiento, y sus dos almas ateridas se ibuscaban y se amparaban, como dos niños aban- donados, ante la siniestra noche que aparece ;

y, como una flor fatal, flor de muerte, el pre- sentimiento se abría en sus corazones ;

ALBA EOJA 35

y como puñales de oro, las palabras que ha- bían salido de los labios amados, se habían clavado en el corazón adolescente ; pero la dulce Maga bienhechora, estancaba la sangre de la herida, y ponía sobre ella sus beatíficas manos de consuelo ;

ella obedecería ostensiblemente esa orden, pero no lo amaría sino a él, no sería sino de él, no vivi- ría sino para él ; siempre se buscarían, siempre se verían, siempre se amarían...

j Es tarde ! continuó ella, grave y profun- damente conmovida : es tarde para detenernos ; no se mata el corazón ; el Amor es como un río, se seca o se precipita, pero no retrocede ; y, este amor está en mí, en mi ser, en mi sangre, en mi alma ; es mi vida ; y, esa vida la has tomado ; yo siento que no puedo vivir sino para esta pri- sión ; sin ella, mi vida no tendría objeto ; si hu- bieras visto qué tristeza tan honda se apoderó de mi ánimo el día de tu partida ¡ qué soledad ! en- tonces comprendí que el mundo no vive para uno fuera del ser amado, y que la condensación de la vida universal es el Amor ; \ cómo se enlutecieron estos campos, cómo se entenebrecieron estos si- tios ! i huérfanos de tu presencia, ya no tenían en- cantos para ! los recorría como una somnámbula, recogiendo recuerdos como flores, y flores como re- cuerdo... ¡ ay, las flores que amabas, y que yo ponía sobre mi corazón para sentirlas morir sobre él, y enviártelas luego entre mis cartas !

i oh, los sitios amados por nosotros, santificados por nuestro amor! ¿recuerdas el vallado aquel, sentados en el cual, viendo morir un crepúsculo

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de Julio, poseídos de una tristeza sin nombre, comprendimos los dos que nos amábamos? más que nuestros labios se lo dijeron i ay ! nuestras dos al- mas!... allí he sembrado rosas, que hago cuidar, y que florecen, no por qué, tristes y enfer- mas ;

y, la Vuelta del Cristo, ¿no recuerdas aquel tosco madero del camino, aquella negra cruz, a cuya sombra nos sentábamos, y permanecíamos tanto tiempo sin decirnos nada, mirando morir la tarde en la llanura? yo he enguirnaldado de flores esa cruz y todos los domingos he ido sola y triste, a confiar al Cristo mis dolores, y a esperar tu vuel- ta, mirando ennubecerse el horizonte.

i ay, cuánto has tardado !

en ciertas horas de un enojo mortal, me parecía que no habías de volver jamás, y en la palidez de esos largos crepúsculos yo dejaba caer mi llanto sin medida ;

y, se calló pudorosa, triste, como el cielo opale- cido en un color de duelo a aquella hora ;

y, sus manos sensitivas y pálidas, acariciaron su cabellera tenebrosa, mientras en los carbunclos de sus ojos, el sol dejaba un resplandor fosforescente, que brillaba como venazones áureas en gemas sub- terráneas ;

y, él la miraba estremecerse grave y soñadora, como recogida en el misterio religioso de sus pala- bras, temblorosa en la llama de la emoción casta que la envolvía... y, le estrechaba en silencio la mano, que ponía sobre su corazón, y por la facul- tad aislatriz del Amor, envueltos en esa atmósfera

ALBA EOJA 37

de adoración, vagaban sus almas en limbos, tris- temente luminosos, cuasi fuera de la vida real ;

y, sufrían con el recuerdo de la felicidad pasada, que se empeñaban en evocar, con el ahinco con que se aspira el perfume de un pomo que se ha roto, y cuya esencia nos era amada ;

y, temblaban el uno y el otro, como asaltados del mismo horror, cual si viesen las olas de una mar muy negra venir hacia ellos, desamparados en una duna aislada.

Habíame, habíame, le decía él ; tus palabras son crisálidas divinas, de ellas nace la mariposa blanca del ensueño ; las exaltaciones misteriosas de que llenas mi ánimo, me confortan como hi- dromel de dioses: ¡oh! tú, la Hebe milagrosa, no retires la copa de la vida ; habla ;

y, ella siguió evocando las visiones adorables de su pasado ingenuo, y esparcía la ternura en sus palabras, con la lentitud cariñosa de un bálsamo sobre una herida, y la pasión armoniosa, coloreaba las sílabas de sus frases, y engrandecía las imáge- nes en la transfiguración luminosa de las reminis- cencias.

¿Recuerdas allá abajo, a la orilla del río, el sauce aquel a cuya sombra devorábamos sollozan- tes, las páginas de Pablo y Virginia?

¿y, las ruinas de La Venta, donde nos refugia- mos aquella tarde borrascosa?

y, aquí la voz de la joven se hizo como temerosa, grave, y sus párpados se bajaron sobre sus pupilas, como una cortina de pudor, y calló... ¡ silencio de- lator del primer beso !.,.

38 VARGAS VILA

un hálito de paz venía de lo alto de los cielos ; islas malvas, con reflejos lila, como grandes esme- raldas cercadas de ópalos languidecientes, seme- 'jaban los bosques cercanos, y las rosas del poniente se desfloraban en el río ;

la luz moría ya allá en el confín de la llanui*a, que semejaba un estuario, del cual se ha retirado la marea ; y, en el heliotropo del crepúsculo, todo •moría, como anonadado de la calma infinita de la tarde, llena de efluvios campestres y rumores mis- teriosos ;

y, ellos se absorbían en la vaguedad triste de la hora, como si sintiesen descender el crepúsculo dentro de sus almas, y se sentían poseídos de una tristeza igualmente dolorosa, en el torbellino de la pasión que doblegaba sus vidas adolescentes ;

y, la campana de la aldea tocó el Ángelus, y su clamor místico vibró, se propagó, se extendió en ondas de un rumor sagrado, sobre la llanura inerte, que con sus montículos sombríos, semejaba un pantano desecado, lleno de madréporas ;

y, un silencio mortal los envolvía.

Ruth, los ojos entrecerrados, juntas las manos, oraba, y las plegarias como palomas de oro, vola- ban de sus labios, enrojecidos por la emoción sú- bita de la fe ;

y, él la miraba orar, y acaso oraba interiormente, porque su alma de poeta, guardaba intacto el es- plendor radioso de todas las formas de la fe : la fe en Dios, la fe en la Vida, la fe inagotable en el Ideal.

ÁJiién, dijo la niña, al volver en sí, de

ALBA ROJA 39

su absorción momentánea, hecha más pálida y pen- sativa, después de ese coloquio con su Dios.

Amén, respondió él ;

y, sus ahnas quedaron como oprimidas por aquel silencio rehgioso, poblado de plegarias, lleno de un perfume místico, como si en él se hubiesen desho- jado mil capullos de azucenas ;

y, la última vibración de las campanas se perdió en el espacio, uniéndose al primer resplandor de Jas estrellas

y, como después de la plegaria, Ruth se había sentado sobre un tronco a la sombra de un sauce, reclinando contra él su cuerpo todo, como una ha- madriada, brotando del árbol, del cual es alma, él se acercó a ella, le tomó las manos en las suyas, y cuasi de rodillas le decía :

Me has embriagado de delicias, oh alma mía !, rosa mágica, rosa de esperanza es tu palabra, y la has deshojado sobre mi corazón ; su cáliz es cáliz de ventura, en él la beberé ; ánfora son tus labios adorables, ánfora en que me brindas lenitivos ; li- rios calmados, tus grandes voces me hablan de la dicha ; por el ritmo de tus labios armoniosos y divinos vivo yo ;

lleno de dolores y de sueños vine a ocultarme en la calma de estos bosques ; había anochecido en mi alma, y has venido hasta mí, con la floración divina de todos los consuelos ; tus palabras tienen el peso y el perfume de los aceites aromáticos, ellas ungen y ellas salvan ; deja florecer las flores en mi jardín de Ilusión ; sin el miraje, la Vida sería into-

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lerable ; déjame soñar ; el sueño es la única parte noble de la Vida ; déjame vivir así, a la sombra de tus ojos, como un pájaro a la sombra de las alas maternas ; en el largo silencio de tus ojos vivo yo ; y, vivo en tu alma inmensa ; vive vida de amor, mi alma pacificada por el milagro de tus palabras ; ellas han disipado las terribles visiones ; yo sentía subir en mi corazón un hálito malo, de Rencor y de Odio ; mis lágrimas caían sobre mi corazón, co- íno un licor corrosivo sobre cálices fúnebres ;

y, como misteriosos iris negros, malos pensa- mientos, rosas de perversidad, se alzaban en las tinieblas de mi alma ; ¡ rudas flores de angustia, germinadas en un jardín de duelos ! la palabra como una hostia de paz, se alzó del ciborio cince- lado de tus labios, la calma bajó a mi corazón, y una ala misericordiosa de perdón se extendió so- bre mi vida... tu voz ha sido salvación; habla, habla, ¡ oh, la Redentora ! ¡ oh, mi amor des- consolado, eterno ! también mi corazón fué un re- licario, y esos dulces recuerdos que evocaste, en él han vivido, alimentados como polluelos de un pe- lícano, con la sangre del propio corazón despeda- zado ;

y, las flores, las flores tienen alma, y ellas can- taron en la mía, la divina canción de los amores, en mis dolientes horas de nostalgia ;

y, sus pétalos fueron como estrellas, fueron como las pálidas auroras que nacen sobre cielos miste- riosos, dieron luz a mi espíritu en esas horas tris- tes de mi vida ; iluminaron con sus cálices fúlgidos el seno asolador de mis tinieblas...

ALBA KOJA 41

y, mi corazón abrió sus alas armoniosas y de mis adoraciones, la candida liturgia, hizo un poe- ma triste de esas flores, un poema de pétalos mar- chitos, y canté la hora triunfal de esos recuerdos...

y, abrió la cartera, en cuyas hojas, los pétalos de las flores marchitas, estaban rodeados por líneas líricas luminosas, como exergos de oro, en torno a las medallas de los santos ;

y, su voz como brumosa y lejana, empezó a evo- car los recuerdos en las flores ;

tristemente, suavemente, tenuemente, como el ruido de una flauta que sonara en la clásica calma del paisaje, cariñosa, rumorosa, dolorosa, su voz iba poco a poco, repasando aquellas hojas, y nom- brando aquellas flores, y leyendo aquellos dísti- cos, que ñngían como heráldicas coronas, sobre el pálido cadáver de las flores allí ajadas, allí muer- tas, pero vivas, con la vida intensa y rara del re- cuerdo...

lánguidas, místicas, candidas, las rosas allí esta- ban, y las violas y las azaleas, en la actitud de vírgenes difuntas, sobre el blanco ataúd de aquellas hojas ;

líricos, fúlgidos, rítmicos, los dísticos sobre ellas semejaban flores de un blasón, nimbos de márti- res, reflejos de un pálido halo lunar ;

amortecida, palidecida, desvanecida en sus co- lores, una violeta mostraba el último tinte de su índigo ya muerto, que hacía un reflejo lácteo y azul, de ópalo tierno, en la blancura amarillenta de la página...

Flor de violeta, flor de dolores!...

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la violeta es la flor de los amores, de los amores tristes que se ocultan, que no pueden cantar al sol la gloria de sus himnos triunfales ;

y, volviendo los ojos a su amada, él le decía mos- trando la flor muerta :

¿Lo recuerdas? una tarde triste y blanca, en que el viento murmuraba extrañas cosas a los páli- dos rosales, y el sol como el ojo de un cíclope can- sado, se cerraba, acariciando con la última luz de su pupila moribunda, la blonda majestad de los trigales... había átomos de luz sobre los lirios, de una luz espectral, luz de crepúsculo que fingía en la blancura inmaculada una vaga caricia de suda- rio ; en el llano pacífico y rendido, los extraños rumores de la tarde pasaban como voces de fantas- mas, rumoreando cosas tristes como un coro de salmodias monacales ;

había atmósfera de ensueños en los cielos, y en los campos, y en las almas...

¿tú recuerdas? ¡bien amada! solitarios los dos, por la llanura tornábamos a casa, tristes como la tarde que moría ; del imposible amor ya nuestras almas bebido habían el filtro venenoso, y sentían la nostalgia de la dicha, en la desolación de una tristeza desmesurada como los cielos, como los mares, como las pampas... te incHnaste a la orilla de la zanja, y tomaste esa pálida violeta ; yo con los ojos te pedí la flor, y tú, la flor besaste y me la diste ;

¡oh, mi amada, lo recuerdas bien?

y, ella inclinó su cabeza de lirio sobre la flor y

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la besó, con un beso apasionado ; besaba una her- mana de su alma ;

con blancuras de un cielo de invierno, como el ala de un pájaro enfermo, una hoja de azalea, mar- chitada, se mostraba en la siguiente página ;

y él, mirando la adorada, en el topacio obscuro de sus ojos, continuó :

¿Recuerdas esta flor? i oh. Bien- Amada ! bajo un cielo estrellado, como el manto de una Virgen, la noche asesina nos rodeaba, como una mar si- niestra ; la sombra tenía rumores misteriosos, ru- mores que venían del río vecino, de los flancos lejanos de las montañas pobladas de visiones, y del llano hostil a aquella hora, del llano huraño, palpitante de amenazas... era nuestra primera cita en la sombra ; temblabas a mi lado, como una golondrina prisionera ; temblábamos los dos, pá- lida estabas tú, angelizada por la bruma del paisa- je, radiaba tu palidez en las blancuras de un euca- rístico floreal ; bajo el domo albo que te formaban los jazmines, haciendo un halo de astros a tu ca- beza pensativa... yo, no tocaba ni la orla de tu vestido, no nos decíamos nada ; el silencio hablaba por nosotros ; nos mirábamos, tiernamente, inten- samente, profundamente, absortos en la delicia de la hora, bajo la comphcidad atenta de los cisnes, que nos miraban desde el río ; ¿cuánto duró ese diálogo sin palabras, ese triunfal idilio del Silen- cio?... cuando nos separamos, cayó al suelo esta flor que llevabas en el pecho ; la recogí, la puse sobre mis labios, sobre mi corazón y en este libro ;

con un ritmo triste de orquídea, ella inclinó su

U VARGAS VILA

frente de flor pensativa sobre el hombro de su amigo, y miró melancólicamente el pétalo mar- chito ;

cual una mariposa de esmaltes, su mano desnuda de joyas, tocó la página blanca, como acariciando la hoja muerta, con sus dedos Uliales, que fingían en la sombra pistilos de una flor astral, inclinán- dose sobre una hermana muerta ;

y, volvió la página del Ubro ;

muy alba, muy grave, muy tenue, muy suave, cual pluma de una ave, de una ave muy blanca, un pétalo enfermo, de un lis, ostentaba su mustia blancura, en la otra página... y, él leyó :

Los lirios S071 los cisnes de las flores...

Los Uses son muy, blancos, los Uses son muy puros.

Hay cisnes muy obscuros.

Hay cisnes que son negros, con ojos de granates y pico de coral;

el cielo se había hecho negro, y él calló ;

la gama de su voz se extendió en la llanura mis- teriosa, con la última vibración de la luz, que mo- ría en pleno cielo ;

y, alzó los ojos hacia la Amada, que lo escucha- .ba en silencio, estremecida, como una lira ; en los ojos toda la tristeza de la tarde, y el deseo del beso en el lánguido gesto de la boca ;

y, unieron sus labios en una ardiente comunión de amores, en una roja Eucaristía de sus almas...

ALBA ROJA 45

El crepúsculo como un sudario, había envuelto el llano en pliegues desmayados de penumbra ;

el último rayo de luz cintillaba en el horizonte, como el lento aleteo de una mariposa policroma muriente ;

un azul cuasi negro, fijaba la llanura en inmovi- lidades de lago ; las nubes se desvanecían en ji- rones opalinos y blancos, y otras, iluminadas por el reflejo de la última luz, se hacían de un rojo intenso y fugitivo, como trajes de bailarinas pere- ciendo en un incendio ;

en la universal degradación de los tintes, todo se fundía en las formas invisibles del Silencio y la Tiniebla ;

y, en la inmovilidad engañosa del paisaje, en el duelo mudo de las cosas desaparecidas, estremeci- dos y radiosos, se pusieron de pie, y vueltos hacia el Ocaso, silenciosos e inmóviles, llenos de pensa- mientos indecibles, sintieron montar la plenitud de sus tristezas a las cimas blancas de sus almas ;

y, por senderos distintos, se encaminaron hacia la casa, y se perdieron en la intensidad de la som- bra, en los grandes abismos azules de la Noche.

ALEA. 5

El campo no apaciguaba la grande alma insu- rrecta de Luciano Miral ;

su espíritu ardiente, insaciable, obsesionado por grandes inexplorados gérmenes de ensueño, exalta- ba su potencialidad, en la lectura de libros bien- hechores, donde el hálito de la Libertad se exhalaba en grandes músicas sonoras, en maravillosas proce- siones de héroes y de mártires ;

la humilde serenidad de las cosas no lo tocaba, y necesitaba las grandes exaltaciones de su alma para vivir ;

y, vivía así, en contacto con las sombras ilus- tres de la Leyenda y de la Historia, en un largo in- terminable sueño de heroísmo y de grandeza ;

era el terrible alucinado de la Gloria ; lleno de su visión, pasaba días de una agitación sin tregua ;

sus ojos inapaciguados y voraces, se fatigaban sobre los libros, retirándose de ellos, presa de una exaltación quimérica, o herido de una desilusión sin fronteras ;

una alucinación febril, cuasi pro f ética, sobreco- gía su espíritu, perdido en los esplendores visio- narios de un extraño Apocalipsis.

48 VARGAS VILA

un numen sagrado trabajaba en secreto la gran- de emancipación de su espíritu ;

un dios era el orfebre solitario, que laboraba el prodigio de aquella alma ;

y, al aleteo vertiginoso, al arrebato febril de ese numen misterioso, su cerebro se estremecía, como la selva, en espera de floraciones sombrías ;

la fuerza de un deseo inextinguible, era su fuer- za, y avanzaba como un somnámbulo, y tendía sus brazos a la extraña quimera, indescifrable como el rostro de una medalla antigua ;

semejante al hálito que precede a las grandes tormentas, aquel hálito incendiado, en que las pro- celarias llegan a la playa, mensajeras aladas de la grande ala de rayos, que agita tras de ellas, la formidable tempestad bravia, él sentía pasar por su alma el estremecimiento de las grandes cóleras libertatrices, el ritmo todo de una gran lira venga- dora ;

y, triste, inquieto, insomne, se sentía enfermo ; su salud desaparecía, consumida por esta fiebre interior, devoradora ;

el campo, con sus bellezas, no existía ante sus ojos, y hacía de su glorioso espectáculo, de su ma- jestad calmada, los confidentes dolorosos de sus tristezas, que se exhalaban en monólogos de un fuego inquietante, reveladores ya, de aquella alta y prof ética elocuencia, que había de ser el asombro y el encanto de su época, conquistada por la magia de su palabra, rendida bajo el dominio sugestivo su gran gesto trágico ;

y, como absorbido por el numen sagrado que lo

ALBA EOJA 49

poseía, cual si estuviese en religioso diálogo con el dios interior, modelador de su alma, se le veía en el encanto de las tardes plácidas, vagar ensimismado, por los grandes llanos solitarios, detenerse a la sombra de los árboles, absorto en lecturas intermi- nables, permanecer meditativo, sombrío, ajeno a cuanto le rodeaba, tal como la estatua del Silen- cio, como el genio de la IMeditación, calmado y grave, envuelto en las ondas inquietantes del Mis- terio ; en las grandes armonías de la Naturaleza ; en los rayos discretos y acariciadores del crepúscu- lo muriente ;

la poesía idílica de los campos, el espectáculo eglógico, que lo circuía, no cautivaban sus miradas, perdidas en el horizonte lejano de sus visiones, donde la esfinge polifásea, la gran Bestia Muche- dumbre, lo atraía con la indescifrable fasciuEición de sus pupilas de abismo, con el altanero y agresivo prestigio de su alma ondeante, inasible...

la voz serena y grave de la Naturaleza, no decía nada a sus oídos, que permanecían atentos a ex- traños ruidos, como de cataratas lejanas, de marea en tormenta, de cataclismos siniestros, de volca- nes en fusión... era la voz de la gran tentadora, la Muchedumbre, sonando en Agoras lejanos, en un ruido de olas contra la costa, el tumulto asor- dador de las plazas públicas, la voz pavorosa de la grande alma de Misterio y de Tinieblas : el alma de las masas populares ;

su sentimentalidad dormida, no había hablado a su corazón, nada, absolutamente nada, de los se-

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creto3 inquietantes del Amor ; la pasión infausta no había tocado aún su alma ignescente ;

la sensualidad, la terrible sensualidad, que había de ocupar tan grande espacio en su vida dolorosa, no hablaba aún nada a sus sentidos aletargados por el esplendor de su gran sueño luminoso ;

el Amor, la debiHdad asesina de los sueños ge- nerosos, presintiendo su derrota, no osaba acer- carse a aquel corazón incombustible ;

la voluptuosidad, la divina fiebre torturadora, no asaltaba aún aquel cuerpo adolescente, que se había de debatir después, bajo su garra, contorsionado en tan dolorosas crispaduras, en tan largo marti- rio, con furores de Leviatán encadenado, y saltos de león tocado por el fuego...

su boca no había respirado aún el perfume de los besos, y la brisa tocaba sus labios, puros al igual de las rosas frescas, recién abiertas en los senderos floridos ;

y, su alma lloraba triste, en una intensa pesa- dumbre, en la llanura odorante, llena de flores y de sol ;

y, se agitaba impaciente de salir al encuentro de su Vida, de disipar la sombra que lo envolvía, de romper el estrecho horizonte que lo circundaba, y aparecer como un astro nuevo, sobre los cielos enlutecidos, tendiendo el esplendor de sus frases prodigiosas y redentrices, en arco luminoso, sobro el dolor inmenso del globo gemidor ;

la sombra de un heroísmo ancestral, se extendía sobre él, como un ala de cóndor, negra y roja ;

sollozaban en su alma todos los ideales moribun-

ALBA KOJA 61

dos, de aquellas generaciones que desaparecían en un crepúsculo de vencimiento irremediable, ce- iTando un ciclo patibulario y heroico, ciclo tempes- tuoso, en que a la luz del más puro idealismo, ger- minaron las teorías triunfales de pensadores auste- ros, abonadas por la sangre generosa de héroes in- maculados ; ciclo de sueños estériles y esfuerzos infecundos : ciclo rojo, que brillaría como un rubí en la corona de la Historia ;

¡ oh, las nobles generaciones semi-bárbaras, de visionarios pensativos, enamorados de los más altos ideales, y que vegetaron y sufrieron en luchas obs- curas, y desaparecieron vencidos, dejando por he- rencia la derrota !

y, él, se sentía extraño, en esta edad en que el heroísmo ha perdido su gTandeza, y en que una tristeza endémica y cobarde llena el alma de estas generaciones, agobiadas bajo el peso de heredita- rios desastres, de incurables neurastenias ;

el polvo ancestral, de un redentorismo irresisti- ble y estéril, se levantaba en lo más obscuro de su alma, y lo obsesionaba, con las visiones de una vida heroica y libertatriz y una muerte gloriosa y fecunda, sobre un rico sudario de púrpura, traba- jado por él mismo ;

como en un jardín eterno de antiguos desterra- dos, le parecía que sombras augustas, de anteceso- res desconocidos, lo llamaban, con voces exultatri- ces e imperiosas, a extrañas luchas, a trágicos combates ;

y, altanero, doloroso, fatigado, triste, con la tris- t'Oza de nn Eclesiastés, fijívba su mirada en el retra-

52 VARGAS VIL A

to de su padre, gloriosamente muerto en plena juventud, al pie de su bandera, y le decía :

Oh, supiste vivir y morir, mi glorioso geni- tor ; tu vida se condensa en una palabra infecunda pero noble : el Deber ; tu muerte se sintetiza en un vocablo, en una virtud estéril pero grande : el Sa- crificio ; tu vida fué rápida y luminosa como un relámpago de tormenta, sonora y triunfal, como la estrofa de un himno bélico ; tu grandeza fué exó- tica, en tu patria y en tu época, obscuras y pe- queñas ; tu alma de héroe pagano, que pedía a gritos los cantos de la Iliada, y las estrofas de la Farsalia, pasó dolorosa y bravia, por entre guerras primitivas y héroes silvestres, a una inmolación fulgurante, por dos vagas y sangrientas quimeras : tu Patria y tu Partido; ¿qué hicieron ellos de tu vida y de tu nombre?

los devoraron como a tantos otros con su espan- tosa serenidad de ídolos bárbaros, con su salvaje inconsciencia de minotauros insaciables... y, las dos sangrientas entelcqiiias, arrojan sobre tu nom- bre, su gran sombra de paquidermos estupefactos : el Olvido ;

y, en las vaguedades de un poniente lívido, sobre la tristeza de un cielo desierto, el recuerdo de tu nombre y de tu muerte, se hundió como en la desolación fatídica de un naufragio... tu partido y tu patria te olvidaron ; el uno, deja vegetar tus hijos en el dolor y en la miseria ; y la otra, el cora- zón me dice que los enviará mañana, a las gemo- nías, al destierro o a la muerte...

los héroes son materia de abono, en este tiempo

ALBA ROJA 63

de miserias ; hoy los cerdos vencedores, hozan en manada, buscando extraer la bellota dorada del Presupuesto, allí donde abonada por tu sangre, se abrió roja y fulgente, la milagrosa flor de la Victo- ria ;

de la sangre de tu corazón despedazado, del oro de tus arcas, se hartaron esos endriagos, y se nu- trieron esos pájaros cretinos, que hoy están en las cimas del Poder, y con su fiemo de aves pútridas, empestan la atmósfera, envenenan la Patria, y en- gendran el desastre ;

el hacha de los bárbaros, el fuego de los cielos, tardan en caer sobre ellos ; ¡ dame, oh mi noble y heroico genitor, dame la fuerza de tu espada, ya que siento en todo el heroísmo de tu corazón, y yo asaltaré la muralla, yo derruiré los templos de la Ciudad Maldita, yo quemaré el nido de ví- boras, yo daré cuenta de esa nueva Bizancio, de sus gramáticos eunucos, de sus cortesanas piadosas, de sus retóricos venales, y de sus poetas neronia- nos ! . . .

y, pensaba con amargura en la suerte de su país, agotado por un culto estéril a todas las formas de la opresión, embrutecido por el fanatismo, envenena- do por la esclavitud ;

y, con el noble candor do un artista primitivo, soñaba en ser el Redentor de esa patria desvalida : y en su alma fulgente y pura de Angélico en éx- tasis, el deseo, prendía visiones de luchas heroi- cas, de combates inmortales, para acabar con aquel pancrásico duelo, con aquel espectáculo trágico, donde entre todos los ritmos del horror, morían los

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pueblos en los sobresaltos de una epilepsia san- grienta...

y, como un cóndor en espera de la presa, plegaba las alas de su espíritu, en la cima inaccesible de sus sueños...

poco a poco la serenidad venía a su alma, se aclaraba el horizonte, todo lo rojo se fundía en un amarillo de palidez insondable : un cielo de catás- trofe, sobre una región en ruinas ;

su entusiasmo, se fundía lentamente en una tristeza hosca, sus sueños quebrantados palidecían, se borraban, como un fresco antiguo en un claustro abandonado... y, la figura de su padre muerto, desaparecía en un cortejo de púrpura y de sol ;

¡ decoración clásica para el descenso de un hé- roe 1

y, renunciaba entonces a ser el Héroe, el hom- bre armado, cuya mano cuasi siempre brutal es- trangula la Libertad, al salvarla «n el combate ;

su cabeza, más alta que el laurel de las batallas, no se inclinaría hasta el arbusto para tocarlo con su frente ;

no, él no mendigaría coronas ; él las haría in- mortales, para los héroes y para los grandes ; no imploraría la Justicia, él la haría ; su sacrificio, no sería la instantánea y sangrienta desaparición del soldado en la muralla ; sería la lenta, vibrante y diaria transfiguración de una alma en el martirio ; no sería el Héroe, sería el Apóstol ;

las espadas de todos los héroes muertos de su raza, se fundirían en su pluma, y sería el castigo y la venganza, la tempestad y la gloria de su época ;

ALBA BOJA 65

él haría beber al mundo el filtro de su palabra, austera y viril, y embriagándolo de su prosa épica, lo baria soñar con los esplendores de su sueño apocalíptico y triunfal ;

él encendería las antorchas en las tinieblas pro- fundas, que parecían mortales ; orientaría su época hacia la Libertad, y haría el milagro de la trans- figm-ación del alma esclava de las masas, por el solo poder de su energía ;

y, por la sola virtud de esa energía, hermanada con su genio, comunicaría a los otros la vitalidad de su sueño : arrastraría toda su época en el tor- bellino de su indignación ; su elocuencia fecun- datriz como el viento del desierto, sembraría la rebelión en la esterihdad dolorosa de las almas ; su ideahdad luminosa y sagrada, desafiaría los hura- canes enemigos, como aquellas llamas que los jó- venes helenos llevaban en carrera vertiginosa hacia el altar, en la noche de las lampadoforias grie-

a sus evocaciones prodigiosas, a la fascinación irresistible de su verbo, mil resurrecciones se efec- tuarían en las conciencias aletargadas, y haciendo una sola, de todas las almas oprimidas, él las sal- varía del incendio, con el poder de su mano in- combustible...

sí, aparecería de súbito, como sobre una nube ígnea, mostrando a los pueblos la Ciudad Santa, hundida tras las brumas lejanas... y, al revelarse así en la milagrosa aparición de su genio, asegura- ría su victoria infalible, sobre la hostilidad de los hombres y la inercia de las cosas... él fundaría su

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gloria, partiendo como un rayo de las entrañas del Escándalo...

y, como si sintiese en los hombros la caricia de alas nacientes, le pareció que su espíritu transfigu- rado, tendía el vuelo en cielos ígneos ; sintió la fortaleza de un Jacob invencible crecer en su co- razón ; entre los rayos de un Sinaí inaccesible, las águilas de Patmos bajaron a posarse silenciosas sobre sus hombros ; las almas de los grandes pro- fetas le entregaron el secreto de su acre y asorda- dora elocuencia ; y en el silencio de la divina y te- rrible continencia del Apóstol, sintió abrirse en su corazón la flor de todas las humanas cóleras, y brotar por sus labios como lavas luminosas, las pro- féticas sentencias, los anatemas fulgentes de los grandes panfletarios ;

y, lo fué ;

y, escribió su primer panfleto en períodos armo- niosos y vibrantes, de un estilo vivaz y musculado, con un relieve broncíneo ; períodos poderosos, ap- tos al vuelo del vértigo, como inmensas alas Je águila.

La Ruta de Bizancio... se titulaba aquella ex- traña prosa rítmica, cuyas frases lapidarias y gue- rreras parecían como arrancadas a los ístmicos de Píndaro ; y, sobre esa alta cima de elocuencia, la más alta hasta entonces alcanzada, asomaba, como por entre una zarza ardiendo, aquel extraño ado- lescente su perfil de Cristo sonador ;

había el fervor apasionado de un extraño gesto místico, en el esplendor de esta cólera profana, sobre cuyo resplandor apocalíptico de oro y de

ALBA EOJA 57

aureolas, la poesía tendía su manto, como el ala eucarística de un cisne, abierta en forma de lii'a sobre las llamas de un incendio...

y, fué a su madre, a esa altiva y noble mujer, que tenía bajo su belleza pálida de mái'tir, el alma soberbia y fuerte de Cornelia, a quien leyó aquel primer rugido de león, aquel panfleto, en el cual estaba escrito su destino como en una hoja sibili- na, y cuyas cláusulas de la más alta prosa bélica, eran la anunciación radiosa de su genio ;

era una noche de novilunio, el cielo de un azul violeta, envolvía el paisaje en una calma profunda, argentada y luminosa ;

la paz de la noche caía de los cielos y las cimas ; el llano suspiraba como un niño dormido ; la selva moribunda vertía a distancia el apaciguamiento de su sombra sagrada ; en las manchas negruzcas de los estanques, la luna naciente vertía claridades verdes de algas marinas ; un jirón del eterno mis- terio pesaba sobre el llano atento, y, en la paz re- hgiosa de la hora, la sabana parecía recogida como para el engendramiento de un milagro, y el campo todo, pacífico y grave como si esperase el paso de un Profeta ;

en el pequeño salón, en torno a la mesa cen- tral, la madre dulcemente inquieta, esperaba la lectura, nerviosa, pendiente de los labios del Re- velador, en los cuales iba a abrirse la rosa roja del verbo, la más soberana flor de elocuencia, que había de brotar por boca de su siglo, en las mon- tañas andinas ;

68 VARGAS VILA

por las ventanas abiertas, entraban oleadas de perfumes, un aliento enervante de azucenas y de rosas ;

en el alféizar de la ventana coronada de corim- bos, un ruiseñor galante enamoraba la luna en tri- nante serenata, y en la baranda del balcón, en grandes jarros de loza, jazmines melancólicos, in- clinaban sus cálices en actitud de homenaje...

en la tristeza cuasi humana de la noche, se escucharon sonar los primeros períodos de aquella prosa bélica, como ruido de escudos en una estrofa homéric-a, como toques de clarín en un campo de batalla ;

la voz adolescente, mal segura por la emoción, adquirió bien pronto tonalidades épicas, y estalló en la clamorosa elocuencia de aquel gran grito tri- bunicio que había de vibrar en las tempestades públicas, más alto, mucho más alto, que los dolo- res y las angustias del alma tormentosa de su si- glo;

el dios magnífico que modelaba su pensamiento, soplaba en su exaltación lírica, y pasaba como una lengua de fuego por las líneas de sus frases ; por BUS alegorías y sus dilemas, inrompibles como ma- llas incendiadas, por sus dicterios mortales como una flecha envenenada, por sus reticencias, ten- didas como un arco, por la vertiginosa coloración de sus apostrofes, que estallaban como bólidos, en la sombra triunfalment© gloriosa ;

como en un himno órfico, un reflejo de incen- dio coronaba sus pensamientos, y se extendía so-

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bre BUS períodos, como penachos guerreros sobre la frente de héroes adolescentes ;

la melodía de todos los antiguos amores patrios, vibraba en su prosa augusta, con sonoridades he- roicas, de un amplio ritmo lírico, y la ola armo- niosa de esos períodos musicales se extendía por el campo pacífico, como el rumor de una fanfarria guerrera, como un ruido de escudos y de lanzas, como un himno cantado en el combate, como un

inmenso grito de legiones

t «

'Cuando calló, la madre pálida, temblaba, con los labios contraídos, en un gesto trágico, como si to- das las cóleras de su hijo pasaran por su corazón... i < t

sobre la llanura negra, hasta perderse vista, la sombra hacía olas inquietantes, como en una mar lejana, y a trechos, las rosas de los jardines, las azucenas del río, los ánades y los cisnes, hacían claros de blancura astral, en su inmaculadez prís- tina, de flores virginales y pájaros nevados ;

la selva adusta, bañada por los rayos de la luna, semejaba un escarabajo de esmaltes, prisionero en una red de oro ;

el ruiseñor había callado, y los jazmines de los vasos, languidecían, bajo la sombra que en el al- féizar de la ventana, les tendían las hojas crepuscu- lares...

la madre, conmovida, se puso de pie ; tendió los brazos a su hijo, y lo besó en la frente ;

y, lloró, inclinada sobre su cabeza ; lloró, sobre aquella gloria que nacía ;

60 VARGAS VILA

y, él, puesto de rodillas recibió la bendición ma- terna ;

y, así, en esta vela del dolor, fué armado caba- llero, para las grandes luchas del Derecho, este extraño soñador adolescente.

Luis Saavedra, escribía a su amigo largas cartas, que formaban una especie de diario íntimo, anota- ciones ligeras de su vida, en un estilo fraternal, de una sencillez conmovedora ;

he aquí el epistolario del poeta :

Todos sentimos en la entraña, la picadura de nuestro buitre...

y, el escarlata de nuestra sangre, y el sollozante grito de nuestro pecho, es todo el drama de la Vida...

mi sueño era muy bello, ¿por qué he despertado de él?

la aridez de la cima fatal, me espanta ;

el gran silencio, que como una mar sin olas, se •extiende en torno mío, asombra mi corazón des- venturado ;

un aquilón de dolores moi^les, destroza mi alma ;

la ruina de mi ilusión se cumple, y un gran so- plo de Mal, pasa sobre mi vida...

imágenes obscuras de Kencor, que yo no cono-

ALBA. 6

62 VAEGAS VILA

cía, bajan de las cimas candidas, de donde antes descendían mis sueños, puros, trazando con sus grandes alas blancas, curvas desmesuradas de Amor y de Piedad ;

mi vida interior se disuelve en una tristeza acre, y mi boca amarga, cansada de morder los lirios de mis sueños, siente la náusea de quien hubiese de- vorado las cenizas cálidas de un crematorio ;

mi Visión falsa del mundo, se ha desvanecido ;

la Realidad me asombra ;

la barrera que el espíritu del siglo, el espantoso espíritu del siglo, alza ante mí, cubre con la ne- grura de su mole el esplendor de mis antiguos horizontes ;

la vida hostil y brutal, como el matador de cis- nes de Barbey dWurevilly, ha tronchado uno por uno el cuello clásico de mis grandes pájaros can- tores : mis ideales ;

uno solo, escapado del desastre, se ha refugiado en las frondazones negras, donde rosas melancóli- cas se desfloran silenciosas en el agua...

y, mira al cielo, donde una gran mano diáfana escribe entre las estrellas consolatrices la palabra redentora : Esperanza.

Todo es hostil, de una hostilidad siniestra contra ;

los amos y los siervos, se han dado una con- signa igual : hostilizarme ;

los de arriba me rechazan ; los de abajo tam- bién ;

ALBA ROJA 63

yo, que de niño recorría libremente todas las ha- bitaciones de la casa, no puedo hoy entrar al salón ; me está prohibido ;

amo el baño, la caza, la pesca, y tengo que ha- cerlo solo ; ningún mozo de mis antiguos camara- das quiere acompañarme ; se muestran respecto a de una frialdad agresiva ;

las mozas, que hace apenas dos años se tomaban conmigo licencias deliciosas, y me llevaban de compañero a la fuente y a las eras lejanas, hoy no me hablan siquiera, y me persiguen con sus sar- casmos, de una acritud silvestre y brutal ;

la ignorancia es naturalmente servil, y así como una agua muerta, refleja los colores del cielo, la servidumbre refleja los odios o los amores de sus amos... ellos saben que los patrones no me aman, y se gozan en imitarlos ;

rechazado por los de arriba, repudiado por los de abajo, he quedado en el vacío, como los duendes de las antiguas leyendas ;

el vacío que este odio me hace, me es salvador y benéñco, porque me libra de los contactos vulga- res, y da amplio campo a mis meditaciones y a mis sueños ;

el amor de mi madre se ha despertado, ha creci- do, se ha exacerbado ante esta persecución injusta, y aquella dulce y apacible mujer, toda resignación y respeto, se ha alzado fuerte y terrible, con cóleras de loba, desde que le tocan a su hijo ; a los amos les habla de marcharse ; a los criados les habla en su lenguaje, más violento y más recio todavía ; su odio es implacable contra los que me odian ;

64 VAKGAS VILA

y, la casa se ha convertido en un campo de Agra- mante ;

ante esta actitud de mi madre, el señor Solís se ha replegado un poco, ya no me ultraja ; se con- forma con ignorarme ; los criados se limitan en sus burlas, temerosos del insulto y aun de las uñas de la niña Justina, como ellos la llaman ;

y, ¡ cómo ha crecido la energía y la abnegación de esta noble y santa mujer ! ella me ha preparado una pieza clara y limpia, llena de aire y de sol, y con sus pequeños ahorros, ha hecho de aquella bu- hardilla un nido delicioso para su hijo ; a la inti- mación del señor Solís, de que yo debía comer con el servicio, respondió ella con una rehusa formal y agresiva.

No, señor dijo . Mi hijo no es un criado aquí ; yo he servido en esta casa veinte años, sin recibir estipendio, que he dejado en poder de usted como los salarios de mi madre ; ese dinero es de mi hijo, y con él puede vivir ; de hoy en adelante, él no comerá aquí, pero vivirá conmigo, y si él estorba en la casa, me voy con él ahora mismo ;

ante esta resolución formal de mi madre, el se- ñor Solís tuvo que ceder, porque mi madre es todo en la casa ; la señora, inútil desde su único parto, inmóvil en un sillón, no puede atender la casa, y ha sido siempre mi madre quien se ha entendido en el manejo de todo, y quien cuida la pobre en- ferma, que sin ella no podría habituarse ya, pues ha sido la compañera de toda su vida ;

además, el arreglo de las cuentas no debe ser una cosa agradable para el señor Solís, porque tendría

ALBA ROJA 65

que pagar los salarios de mi abuela, los de mi ma- dre, y un legado que una hermana de la señora nos dejó en su testamento, y que está en poder de él ; así ha resuelto zanjar la cuestión refugiándose en una indiferencia insultante, y en un silencio agre- sivo contra ;

eso me dejaría indiferente, si su aversión no fue- ra a herir lo que yo más amo en la vida : a Ruth ; ese odio se ha hecho la pesadilla de mi Amor, y lo amenaza.

Ruth, es encerrada, vigilada, espiada por todas partes, y, el espionaje y la delación, son cultivados por este padre odioso, como las más preciadas plan- tas de su predio moral ;

felizmente, hay algo más alto que la brutalidad paterna : la energía indomable de la hija ;

una energía sin rebeliones sonoras, sin gritos, sin escenas, la energía muda de una roca ;

regaño sobre regaño, insulto sobre insulto, cas- tigo sobre castigo, caen sobre ella como la lluvia sobre una estatua, sin moverla y sin conmover- la... el mismo día, a la misma hora, en el mismo sitio, nos encontramos siempre : ella más grave, más triste, sus divinos y grandes ojos martirizados por el llanto, pero siempre viniendo a con una palabra genitora de fuerza, trayéndome la vida en el cáliz de sus labios, en la flor delicada y triste de su belleza nubil ;

¡ qué energía de alma !

yo bebo la fuerza en sus ojos y en sus labios y en su palabra de Amor ;

66 VARGAS VILA

anoche, después de una escena tormentosa con su padre, me decía :

Oh, mi Luis, yo no creí que en la vida pudiera sufrirse tanto ; ¿ qué mal les hace nuestra ventu- ra? ¿por qué les ofende nuestra felicidad?

pero todo sera en vano : Dios ha hecho este amor fatal que te profeso ;

él, lo semhró en mi corazón de niña ; él, lo ha dejado crecer puro y libre, como una flor del cam- po ; él lo conserva en mi corazón ; él, lo hará triunfar ; la energía doma la victoria ; yo me siento capaz de todas las luchas, y todos los sacrificios, por mi amor ; hay una extraña voluptuosidad en sufrir por su pasión ; yo no había comprendido esta dulzura del Dolor ; hoy la ; ser encerrada, insultada, castigada, por causa tuya, me da una extraña alegría ; me parece que atrayendo los pe- ligros sobre mí, te los evito, y que soy una especie de pararrayo, que goza en apartar la centella que iba a caer sobre tu cabeza... yo comprendo ahora el sacrificio y el martirio ; me parece que yo penetro en las almas de los mártires, de los ascéticos, de los místicos, y les robo el secreto de su fuerza en el Dolor, de su inefable serenidad ; ellos aman, aman a Dios, y es por él que sufren, por él que mue- ren; ¿qué felicidad mayor que morir por el ser amado? el Amor, es el olvido de mismo, el sa- crificio, la inmolación voluntaria del yo, o no es nada ; más allá de las fronteras de esa abnegación, ya no es el país del Amor ; un pie que vacila antes de lanzarse a la hoguera que ha de consumirlo por

ALBA EOJA 67

el ser amado, no es digno de hollar los senderos en- cantados de ese país de los divinos ensueños ; a veces creo que esta miseria de nuestra vida, es una compensación ; ¿sería lo mismo nuestro amor, viviría lo mismo, ardería lo mismo sin estas contra- dicciones?... yo por mí, bendigo mi dolor, y lo abrazo, y lo beso, como si besara algo tuyo ; y si nuestro amor, no pudiera vivir sino de lágrimas, yo llamaría a gritos el dolor ; sí, yo siento que iré serena a todos los sacrificios, a todas las inmola- ciones, y no me detendré ante nada, ni ante la IMuerte ;

y, su voz se hizo grave, con trémolos de mortal melancolía, como si todo nuestro pasado llorara en sus frases, con todo nuestro dolor y todos nuestros besos ;

y, desfalleciente de una insondable tristeza, do- bló su cabeza dolorosa sobre mi corazón, sus ojos, que tenían del milagro de una transfiguración, se cerraron, y la miré languidecer entre los capullos en ñor, como una pasionaria enferma ;

y, ante su abandono conmovedor, amparando en mi seno su castidad confiada, besé los iris negros de sus ojos, sobre los cuales caía la noche negra, aun más profunda, y su frente que la sombra coro- naba de un halo de orquídeas astrales, y su boca de ánfora, donde dormía el alma de todas las flores pensativas que se abrían en torno nuestro, y el perfume embriagador de las selvas nocturna- les...

y, le dije al oído extrañas cosas, toda la sinfonía de la pasión ;

68 VARGAS VILA

y, la arrullé con los cantos de mi Amor, como se arrulla un niño que se duerme.

El sol descendía al horizonte pacífico, calmado, tiñendo el paisaje de un vapor violeta rojo, estriado de fulgurantes pajillas de oro ;

sobre la monotonía de la llanura, manchas aza- franadas, verdi-negras, se extendían hasta perderse en las montañas septentrionales, teñidas de un h- la páUdo, coronadas de pinos negros, sobre los cua- les ponía el sol una llama roja ;

una paz infinita venía del cielo y de la tierra, y se reñejaba en el lago, que era como un extraño es- pejo de sueños y en las pupilas de las vacas som- nolientas, que dormían con el paisaje, en el enorme silencio de la tarde ;

ante mí, el camino blanco y desierto, iluminado por esa luz difusa, que lo hacía casi infinito, pro- longándolo en una lontananza de vibraciones aé- reas ;

y, yo estaba triste, triste hasta morir, me poseía una tristeza violenta, un deseo loco de llorar, de gemir, de desesperarme en la adorable campiña, bajo ese cielo divino, en la calma hostil de esa naturaleza muerta ;

una pena infinita invadía mi corazón y caía co- mo un manto de plomo sobre mi alma, mi pobre alma romancesca y visionaria, llena de quimeras, que la inquietan mortalmente...

el apaciguamiento de los campos no se comuni- caba a mi cerebro ; mi alma no estaba en comu-

ALBA ROJA 69

Ilion con la Naturaleza, con ese cuadro de placidez inefable, que se ofrecía a mi vista, como un desafío a la paz de mi corazón atormentado ;

un presentimiento fatal inquietaba mi espí- ritu ;

alguien me había dicho que Ruth había pasado sola, en coche, hacia el pueblo vecino, y dos horas hacía, que yo estaba celoso, desesperado, inquieto, en espera de su regreso ;

¿a dónde había ido? ¿por qué no me había dicho nada la noche anterior? ¿qué misterio era ese...?

y, mi pensamiento, corría desolado, tras de ese coche, rodeá-ndolo de mil peligros absurdos, de mil presentimientos quiméricos ;

sufría horriblemente, una angustia inmensa me oprimía el corazón, y una tristeza inconmensura- ble, me hacía prorrumpir en sollozos, que mi so- berbia se "empeñaba en ahogar ;

sentado a la orilla del camino, veía la gran No- che avanzar en las perspectivas desiertas, sobre las vegetaciones vírgenes, desmesuradas, sobre los estanques trágicos, donde las estrellas hundían sus nimbos pálidos y los nenúfares se abrían como flo- res de sombra, cerca a las alas candidas de pájaros acuáticos, inmóviles ;

una luna en creciente, argentada, como el disco de un cuadro de Murillo, ponía su pálido encanto en la tristeza glauca de la tarde moribunda ;

de súbito, en el paisaje silencioso, se escuchó el ruido de un coche y un murmurio de voces ;

no tuve sino el tiempo de ponerme en pie ;

el coche pasó a gran trote de los caballos, en-

70 VARGAS VIL A

vuelto en una nube de polvo ; era el coche de la casa, y en él iba Iviith, con una señora y un jo- ven ;

los reconocí al momento : eran Manuel Loreto y su madre ;

¿recuerdas a Manuel Loreto, aquel primo Her- mano de Ruth, que me hostilizaba tanto en el co- legio, y con quien tantas veces tuve que pelear a pescozones, a pesar de ser mucho más grande que yo?

era él, mi odiado enemigo, que llegaba.

Ruth, me saludó cariñosamente con la mano, y comprendiendo toda la inmensidad de mi dolor, no apartó de sus ojos consoladores, sino cuando un recodo del camino la robó a mi vista ;

cuando el carruaje desapareció, me precipité en su seguimiento, corrí tras de él, como un loco, con un deseo vehemente de alcanzarlo, de llamar a Ruth, apoderarme de ella, quitársela a mis ene- migos ;

el ruido del coche se apagó en la noche maravi- llosa, una noche lamartiniana, con un cielo como labrado por un orfebre ;

con el corazón estrangulado de dolor y de cólera, el cerebro lleno de horiibles tempestades, corrí, co- rrí mucho, bajo los árboles negros, llamando a Ruth, con gritos desesperados, hasta caer rendido sobre la tierra húmeda, en el esplendor mudo de la noche, implacablemente serena y bella...

La lluvia caía, una lluvia pequeña, fina, que

ALBA EOJA 71

ahogaba en una bruma tenue, las cosas de la tie- rra y ías del cielo ;

la noche parecía agitarse friolenta, bajo ese man- to gris que la cubría ;

los árboles se inclinaban rumorosos, bajo un viento fuerte, que venía del Norte, y un estreme- cimiento invernal pasaba por sobre los rosales dor- midos en el misterio del jardín, profanando el sa- grado candor de los jazmines, de los iris blancos, de los tulipanes, estremecidos en su blancura triste de sudario ;

la famiha se había reunido en el salón después de la comida, y yo, tras la baranda del corredor, protegido por la enredadera y por las sombras, veía a Ruth, desde el puesto que habíamos conve- nido para mirarnos sin ser vistos ;

vestía de blanco como una ninfa, como una es- tatua, como un jazmín ; dos rosas blancas, más blancas que las telas del vestido, pálidas como su rostro pensativo, adornaban su pecho, y en esas blancuras de batistas, de encajes y de pétalos, pa- recía láctea, luminosa, astral ;

las tinieblas de su cabellera, hacían un halo trá- gico a su semblante grave, a sus ojos, color de aguas sombrías, en los cuales dormía mi amor, co- mo un tesoro, en el fondo del mar ;

apoyado el rostro en una de sus manos, parecía mirar afuera el campo frío, las colinas llenas de sombra, donde se habían extinguido los vapores rojizos del sol ya muerto, los últimos fulgores de la alegría evaporada de la tarde ;

72 VARGAS VILA

y, sin embargo, no miraba sino a rní, a solo, con sus divinos ojos de abismo y de flor, bañándo- me en los efluvios tristes de su ahna dolorosa, que lloraba en la noche tropical de sus pupilas ;

y, parecía repetirme lo que me había dicho antes, reñriéndome la contrariedad que había tenido la tarde anterior, al recibir el telegrama de su padre, anunciándole la hora en que su tía y su primo debían llegar, y dándole la orden de ir al pueblo a encontrarlos ; su dolor por no haber tenido tiem- po de avisarme esta circunstancia imprevista, su tristeza por esta nueva barrera, por la llegada de estos dos nuevos seres a mezclarse en nuestra vida, a obstaculizar nuestro amor, ya de tan persegui- do ; y, su mirada parecía implorarme perdón en aquel momento ;

¡ oh, la Bien-Amada !

despertó en sobresalto, cuando Manuel vino a suplicarle que tocara ;

se negó al principio ; pero, temerosa de disgustar aún mas a su padre, accedió al fin ;

hizo un largo rodeo, con el pretexto de tomar la música de una étagére cercana, para evitar así que Manuel le ofreciera el brazo, y se sentó al piano ;

fué al principio una fuga de Bach, cuyos prelu- dios lentos empezaron a brotar bajo el impulso de sus dedos maravillosos, llenando el espacio de notas tristes, ora azules y melancólicas, como un cielo de estrellas, ora rojas y fragorosas como una tarde de borrasca, siempre de un ritmo alto y decidor, en la magia sonora de esa música eminentemente ideológica ;

ALBA EOJA 73

y, luego fueron Schubert, con su serenata clasi- cíi ; Schumann, con sus liedrs, Haydn con sus sin- fonías, y Mozart y Beethoven y Mendelssohn... los infaltables héroes de conciertos de salón...

Basta de extranjeros dijo don Carlos, que era loco por los valses y danzas y músicas naciona- les ;

y, fué entonces el turno de las polcas alegres, de los valses sentimentales, de toda esa onda de me- lodía llorosa, en que el alma indolente de esos pue- blos, expresa sus nostalgias, unidas al ritmo can- tante de las jotas españolas, y a la lasciva y bárba- ra armonía de las danzas africanas ; música en que se juntan las tristezas del yaraví índico, a los dul- zores de la gaita gallega, y al ruido del tamboril salvaje de las selvas hotentotas ; música triste, enamorada y feroz como el alma de la raza ;

la melodía cruel de esas músicas, inficionaba el ambiente, enervaba los espíritus, en una volup- tuosidad acre, en una tristeza rencorosa, un soplo de pasión ardiente y selvática.

Ahora, canta algo volvió a decir don Carlos, como para librarse del dolor de aquella música, que desgarraba el alma, acariciándola.

Euth abrió sobre el piano La Góndola Ñera, la balada de Rotoli, ese idilio trágico y rimado, que tiene la misteriosa, intensa melancolía, de la no- che, de las olas y del mar ;

y, como si el alma de los amantes muertos so- plara entre sus labios, su voz, como volatihzada, dolorosa, pasando como un rumor de besos des-

74 VARGAS VILA

esperados, coros de almas enamoradas, marchando hacia la muerte, cantaba la lúgubre balada :

Volava, volata la góndola ñera peí mare silente leggera, Itggera...

Leggiadro era il dame, la cara domella pareva un bel fior ; néppur una volta dicevansi t'amo; ma il cor, ma gli sguardi tremavan d'amor.

y, afuera, las flores y los campos, y las músicas del valle, parecían decir te amo... y, el corazón y las miradas también, temblaban de amor...

y, la balada continuaba :

Al chiaro di luna commossi dal vento mandavano i flutti balcni d'argento.

E un suono di baci ira il tonfo del remo si udiva talor, ed erano ebbrezze febbrili, jugad, parevan singulti d'ardente dolor.

y, la voz dolorosa, sonando en la noche, tam- bién semejaba sollozos de ardiente dolor... y, la voz continuaba :

71 mare era azzurro, la térra spariva, la góndola ñera juggiva, juggival...

E presso á l'aurora due morti fra l'onde scopri un pescator: le maiii convulse stringevansi ancora, ma muto era il labro, ma gélido il cor:

y, calló, como ahogada también en la onda de melancolía que se escapaba de los versos, de la música, del fondo amargo y doloroso de las almas ;

volvió su rostro hacia la puerta, me miró fija- mente, como indicándome que iba a cantar para mí, que esa era nuestra serenata de amor, y prin- cipió el O Light oj Hope, de Donizetti.

o luce di guext'anima delizia amor e vita; la nostra sorte unita in torra in ciel sari...

ALBA ROJA 75

o vitni á mtl riposati tu guesto cor che tama che ti sospira e brama che per te sol vivrd.

O luce di guest'anima delizia amor e vita; la nostra sorte unita in térra «n ciel sard...

y, la virgen repetía, apasionada y soñadora, en diálogo con su amor, como si repitiese un jura- mento :

la nostra sorte unita in térra in ciel sard...

in tena... in ciel... sará...

y, con el último acorde de la música, su voz pasó como una caricia de amor por la llanura dormida, por sobre el nácar de las flores meditabundas, y tocando los ramajes tristes, despertó a los pájaros del jardín, que extendieron fuera del nido los cue- llos delicados, ensayando cantar, como si fuesen milagrosas flores líricas, abiertas en la Noche ;

nadie aplaudió.

Cántanos algo en español dijo doña Estefa- nía, porque yo no entiendo esas óperas.

Ni yo dijo don Carlos.

Canta algo sentimental dijo Manuel...

Voy a cantarles algo muy nacional, y muy bello dijo Ruth ;

y, empezó a preludiar y cantó luego una especie de recitado, una melodía extraña, que un extraño poeta había hecho para ella...

cuando acabó, un aplauso fragoroso resonó en la sala.

i Admirable ! dijo don Carlos.

76 VARGAS VILA

Qué música y qué versos tan bellos dijo Ma- nuel— ; ¿ de quién son ?

ella volvió de lleno su rostro hacia la luz, secó una lágrima que aun humedecía las gemas negras de sus ojos, y dijo :

¿Le gustan los versos? son bellísimos, ¿no es verdad ?

i Bellísimos !

Y son de un gran poeta, de un amigo suyo.

¿Quién es?

Luis Saavedra... y añadió : y la música es mía ;

todos callaron, como si una ráfaga del aire helado que soplaba afuera, hubiera penetrado en el sa- lón, dejándolos mudos.

¡ Qué calor tan sofocante hace ! dijo ella ; parece que va a llover ; y como si fuese a obser- var el tiempo que hacía, salió al corredor ;

yo me avancé a su encuentro ;

me tendió las manos y los labios, y arrancando de su pecho las rosas que lo adornaban, me las dio :

Toma, poeta mío, haz otra canción para ellas ;

y, con un nuevo beso furtivo, volvió al salón.

Pocos momentos después, todos se retiraron ; las luces del salón se apagaron, y yo abandoné el jardín ;

la ventana del cuarto de Ruth se abrió, y ella apareció, blanca, radiosa, como confundida en el rayo de la luna, que asomaba entre las bruma3 rotas, allá sobre las cumbres lejanas ;

nos contemplamos unos instantes así, a distan-

ALBA ÉOJA 77

cia... después, ella agitó su mano, diciéndome ¡ adiós ! y esa mano diáfana, trazó en la sombra un gesto argentado, como un ala de gaviota... ¡ y des- apareció I

la casa entró en la sombra, tras los jardines, co- mo un nido en las frondas crepusculares ; se dur- mieron los silfos en los jazmines, besados por ex- trañas ondas lunares...

sobre el mar silente de la llanura, la luna vertía niveas ondas de plata, y llenando de notas la no- che obscura, en los aires vibraba la serenata...

Nimbada de claridades, como una Madonna, abandonando la sombra del bosque, donde los ár- boles le formaban con sus hojas abiertas bajo el cielo luminoso un baldaquino de satín azul, lleno de lotus heráldicos, Euth vino hacia mí, blanca y triste, como aureolada de recogimiento religioso, en la majestad sacerdotal de esa hora en que la naturaleza se hace grave, pasa por la tierra un viento de adoración, y los árboles de las montañas y los órganos de las iglesias, cantan solos...

y, al verla venir, yo arrojé ante ella besos y salu- dos como flores, y le tendía mi alma como un lapiz para que pusiera sobre ella sus plantas adorables ;

y, llegó a temblorosa, precipitada, como si alguien la persiguiese y me abrazó con efusión, y se refugió en mi pecho como si quisiese ampararse en él de un peligro, olvidar, anonadarse, desapare- cer en mi corazón...

7— i Oh Luis mío, Luis mío ! me decía con un acento extraño ;

ALEA. 7

78 VARGAS VIL A

y, temblaba en mis brazos, y se estrechaba con- tra mi pecho, donde había plegado las alas ame- drentadas de su alma virgen.

i Amor mío ! ¿qué te pasa? dime ¿qué tienes? le murmuraba yo ;

permanecimos unos minutos así ; después, alzó su divina cabeza, donde una serenidad efímera se extendía, y caminó silenciosa al lado mío ;

un apaciguamiento momentáneo descendía a su alma, como si la bondad que caía del cielo, y venía de las montañas, penetrara en su corazón ;

y, anduvimos largo trecho así ; yo le ceñía el talle con mi brazo, y ella me estrechaba en silen- cio la mano... su mirada se alzaba al cielo como una plegaria, y movía su cabeza con un ritmo de flor;

y, entramos bajo la espesa cúpula del follaje, que tantas veces había amparado las horas virgi- nales de nuestro idilio ;

el aire era allí luminoso y dulce, mientras afuera se extendía un cuadro de desolación, adecuado al estado doloroso de nuestras almas ;

luego que ella se hubo sentado ; yo, puesto de rodillas, tomando en las mías sus manos angélicas, oprimido por una angustia formidable, por un pre- sentimiento siniestro, le decía :

Ruth, Bien- Amada mía, dime ¿qué tienes?

Nada, Amor mío, nada...

y, cuando hablaba así, pasaba por su rostro y por su voz, un estremecimiento de pena y de llanto.

¡ Oh, mi Adorada ! ; habla para que mi cora- zón pueda vivir ; dime qué nuevo dolor nos hiere,

ALBA ROJA 79

qué nuevo peligro amenaza nuestro amor, nuestro pobre amor, crecido entre las lágrimas y el duelo ; no temas decirme lo que te angustia ; mi corazón es tu corazón, y un mismo dolor nos hiere a am- bos ; y, ese mi corazón sangriento, y mi alma rota, y mi vida asesinada, tuyos son, y tuyos mis sueños y mis alegrías, mis esperanzas y mis dolores ; no temas hablar ;

nuestro amor puede ser amenazado, no puede ser destruido ; nada en el cielo ni en la tierra hay que pueda contra él ; nuestras promesas son eternas, exentas de fragilidad, y sólo un viento podrá arre- batarlas y dispersarlas : aquel que viene de muy lejos, de las cimas heladas de lo desconocido : el viento de la IMuerte ; mientras él no sople y la extinga, la llama de nuestro Amor vivirá y arderá, consumiendo nuestras almas, y siendo el alma de nuestras vidas ;

nuestro amor es inmortal, porque vive fuera de nuestros cuerpos mortales, vive en lo que en nos- otros hay de eterno y de divino ; vive en nues- tras almas ; tal vez nos hemos amado antes de la Vida, y nos amaremos después de ella ; yo siento que has sido, eres, y serás mi vida ;

me haces el aire respirable, y el cielo acce- sible, por ti espero, y vivo, y creo ; sin ti soy un miserable, un animal de dolor, triste y sin fuer- za, que muere de inanición, sollozando en un de- sierto, en una noche sin luz ;

nuestro amor sagrado, florece en el dolor, como un rosal bendito ; sus flores milagrosas se han abierto con el rocío de nuestras lágrimas, sus pé-

80 VARGAS VIL A

talos son hechos de sangre de nuestro corazón, sus raíces tienen la profundidad de nuestras almas ; arrancarlas sería imposible, se arrancaría el cora- zón con ellas ;

yo veo el mundo a través de tus pupilas, y sin el fulgor de tus ojos moriría ; yo siento que sin ti no podría vivir ; la soledad de esas grandes ci- mas de la Desolación me mataría ; ámame, áma- me, siempre. Vida mía ; ámame, partiremos nues- tros dolores y nuestra ventura ; si nos hostilizan, iremos de aquí lejos, muy lejos, y si nos per- siguen en el mundo, iremos fuera de él, fuera de la vida...

siento en torno de mí, algo que me da miedo, siento que van a separarnos, que vas a abandonar- me... que voy a morir en la soledad... lejos de ti... i oh Ruth, oh Ruth mía !

habla, disipa estas tinieblas en que agonizo ; I conforta mi corazón desfallecido ! tus palabras son vinos de encantamiento, vertidos en copa de Sortí- lega ; ¡ habla !

si tu voz ha de salvarme ¡ bendita sea tu voz ! si por ella he de morir ¡ bendita sea tu voz !... i ha- bla, habla !... no temas por ; a través de los si- glos y de los espacios, a través de los misterios y el sepulcro, yo he de amarte : Tuyo por la Vida; tuyo por la Muerte; tuyo siempre: Esa es mi di- visa ;

volvió hacia su rostro pálido, con palideces trágicas, sus ojos visionarios, cuyas pupilas brilla- ban con extraño fulgor de mineral, y con voz la- mentable y triste, murmuró :

ALBA EOJA 81

j Oh mi Amor ! ¡ oh mi amigo ! i oh mi ven- tura !... DO hables de olvido ;

¿es que se puede dejar su corazón? ¿se puede asesinar su propia alma sin morir? ¡ no se renuncia a su pasado, se muere con él, llena de polvo y ce- niza, la boca amarga ; no hables de abandono, Luis mío! tuya soy, y tuya moriré; ¿te alarma mi tristeza? ¿quieres que hable? óyeme, pues;

y, la cantante melodía de su voz, se hizo grave, sin gemidos ; su faz entristecida se hizo altiva, cuasi colérica, brillaron sus pupilas soberbias, an- tes nubladas por la nostalgia de nuestra vida per- dida ; y dijo :

No había querido decirte antes para evitarte un disgusto, que casi desde el día de su llegada, Manuel me ha hablado de Amor : creí que su dig- nidad, le haría retroceder ante mi negativa, ro- tunda y brusca.

¿Amas a otro? me preguntó encolerizado.

Ese es asunto mío ; lo único que te interesa saber, es que si amo a alguien, ese alguien no eres tú.

Ya sé, ya dijo sombrío, pero no dándose por vencido ;

desde aquel día no me deja un momento de re- poso ; a toda hora, en todo momento, quiere ha- blarme de su S^mor ; me sigue, me espía, me vigila por todas partes ; yo echo sobre él, desprecio sobre desprecio, sarcasmo sobre sarcasmo, burla sobre burla, insulto sobre insulto, y todo en balde ; aquel hombre no se da por vencido, nada lo desconcier- ta, nada lo ofende, nada lo hace retroceder.

8-2 VARGAS VILA

terminarás por casarte conmigo, cuando veas que es imposible lo que sueñas... me dice.

Jamás, jamás, primero moriría...

él sonríe, se calla, y espera nueva ocasión para continuar sus protestas de amor ; si eso hubiera continuado así, sin complicaciones, sería incómo- do pero no grave ; enfadoso, pero no peligroso para nosotros, pero los acontecimientos se han precipi- tado, se han complicado, se han hecho amenazan- tes y espantosos ;

esta mañana mi padre me hizo llamar a su ha- bitación ; estaba torvo, pensativo, taciturno, como no lo he visto nunca ; sin embargo, me habló con amabilidad, una amabihdad muy triste, que ocul- taba algún dolor muy profundo.

Hija mía me dijo , sabes que nosotros no tenemos otro objeto en la vida que tu ventura ; no te tenemos sino a ti, y verte fehz es nuestro único sueño ; yo tengo el deber de pensar en tu porvenir ; puedes quedar de un momento a otro sola en la vida, tu madre es una sombra, es más una muerta que una viva, yo principio a hacerme viejo ; si yo llegara a morir, ¿qué sería de ti? ; fe- lizmente. Dios viene en auxilio nuestro, y tengo que comunicarte un acontecimiento muy grato ; mi hermana Estefanía ha pedido tu mano para Manuel, que te ama con delirio, y yo he aceptado. ¿Qué dices tú?

Yo, padre mío, no tengo sino que agradecerte la inquietud que sientes por mi porvenir, y el noble deseo de asegurar mi felicidad, pero permíteme decirte que, si por el camino de ese matrimonio

ALBA EOJA 83

crees hacerme feliz, te engañas, ese matrimonio me haría desgraciada hasta morir, yo no amo a Manuel como para esposo, y preferiría todas las desgracias de la vida, a la de casarme con él ;

mi padre preocupado, absorto, poseído por algún extraño pensamiento quedó en silencio ;

después ensayó, convencerme por todos los m.e- dios, y en algunos instantes, yo vi que las lágrimas asomaban a sus ojos ;

ante mi rehusa obstinada, comenzó a impacien- tarse.

Pues bien me dijo, ya visiblemente contraria- do— , mi resolución es irrevocable, te casarás con Manuel.

Jamás, padre mío, jamás.

i Cómo !

Yo no amo a Manuel, yo no lo amo.

¿ Amas a otro ? i Infeliz ! ¿ amas a otro ? díme- lo, ¿a quién amas?

yo callaba.

Dime, dime, ¿a quién amas?

ante mi silencio obstinado, que era casi una con- fesión, exaltado, fuera de sí, me gritaba :

¿ A quién amas ? ;

yo lo miré en los ojos larga y, tenazmente.

Dime que no amas a nadie.

No puedo.

i Ah miserable ! rugió ;

y, cosa horrible, mi padre me abofeteó enton- ces.

i Mátame, mátame le grité , podrás matar- me, pero no venderme ! ;

84 VARGAS VILA

fuera de sí, me tomó por los cabellos y me arras- tró por el suelo ;

a mis gritos, respondieron otros gritos que casi no eran humanos, era mi madre, que se había bo- tado de su sillón y acudía a ; se presentó a la puerta del aposento, esqueletosa, trágica, cuasi des- nuda, descubiertos sus miembros muertos, cente- lleante su único ojo vivo, y arrastrándose como un insecto, en pos de mi padre, le gritaba con aquel balbuceo que sólo nosotros sabemos entender :

Carlos, Carlos, no me la mates ;

ante esta visión horrorosa, mi padre retrocedió, dejándome libre ;

yo fui a mi madre, la tomé como un niño, y la llevé de nuevo a su sillón ;

se desmayó en mis brazos ;

entre tu madre y yo la volvimos a la vida, ¡ ay, como si fuera vida para ella esta vegetación en el dolor !

mi padre partió inmediatamente para la capital, sin despedirse de nosotras, sin decirnos nada ;

yo esperé que mi madre se tranquilizara, y aho- ra que duerme he venido en busca tuya ;

¡ ay, Luis mío ! ; qué desgraciados somos !... dijo, y prorrumpió a llorar, con una desesperación que yo no había visto jamás en ella ;

la tomé en mis brazos, besé los lises blancos de sus mejillas, y enloquecido, fuera de mí, con una fuerza de que no me creía capaz, la levanté gri- tándole :

Ven, ven conmigo, huyamos de aquí.

ALBA KOJA 85

Luis, ¿qué haces? Luis, ¡ por Dios ! ^me gri- taba debatiéndose entre mis brazos.

- Sí, vamos a huir o a morir, vamos a la libertad o a la muerte.

Cálmate, cálmate, Luis me decía ya libre, tendiéndome los brazos y los labios ; esperemos y luchemos ; tengo seguridad de vencer ; lo has dicho : nuestro amor es eterno, entonces ¿por qué temer? tuya dondequiera, tuya de cualquiera ma- nera, tuya siempre ; ésa es mi divisa ;

y, en un frenesí de pasión y de lágrimas, volvió a hundir en mi pecho su cabeza, ahogada en el es- plendor de su cabellera negra.

Amémonos, amémonos le dije yo ; no se evita el Destino ; se le afronta ; no tratemos de ex- tinguir la hoguera divina en que morimos, se que- marían nuestras manos sin salvar nuestros corazo- nes ; con nuestras almas incendiadas, cantemos sobre ella el cántico de la Esperanza, el himno del eternal Amor...

alzó hacia sus ojos de perdón, llenos del res- plandor extático de los mártires cristianos.

Las horas del Dolor son fecundas ; amemos nuestro Dolor murmuró ;

se puso en pie, me tomó por el brazo, y abando- namos el bosque, cuyos árboles, como esclavos orientales, agitaban sobre nosotros sus abanicos de hojas, y dejamos las frondazones, dormidas en el estremecimiento de los rosales y de los sauces ;

la noche era maravillosa ;

le ciel triste et beau covime un grand reposoir...

86 VARGAS VILA

vertía una luz de encantamiento sobre el paisaje, que se extendía ante nosotros, en una calma beatí- fica, envuelto en un azul verdoso, un azul de ola, como el de las marinas de Baudry ;

la luna como un broche de ágata, prendido en los velos de la sombra, dominaba el horizonte ;

el rumor del campo invadía la noche, como un salmo de paz, como una canción divina que venía de los follajes ; fragancias desconocidas llenaban el ambiente ; flores efímeras abrían sus cálices de ala- bastro, y la brisa murmuraba de hoja en hoja, un secreto a la floresta estremecida en la gestación de sus floraciones próximas, y todo era calma, y paz y amor, bajo el luminoso azul firmamental ;

nos detuvimos ;

de pie en la soledad, sentíamos crecer nuestro dolor, y engrandecerse nuestra angustia, ante la Vida que comenzaba a herirnos con su violencia brutal ;

besé a mi amada en los labios y. en la frente, y nos dijimos adiós, lúgubres e inquietos, agobiados por nuestro amor, nuestro pobre y fatal amor de adolescentes.

o pays de l'amour, miserable et splendide.

i Miserable y espléndido ! i Lleno de sol y de Muerte ! . . .

En el fondo del cielo, rosado, de un rosa pálido, como de geranios muertos, la capilla baja y blanca

ALBA EOJA 87

se alzaba en la aridez de la sabana, en la deliciosa belleza de la hora matinal, envuelta en gasas de una niebla tenue, que la evaporizaban, en un pa- norama diáfano de magnificencias irreales, cual si flotase sobre el suelo, en una nube de milagro, en una irradiación sobrenatural de sueño y de miraje ;

una atmósfera de paz eternal, de gloria mística, de quietud sagrada, la nimbaba como de una cris- talización radiosa, y en la inmovilidad conmove- dora del paisaje, en la ondulación de la llanura, de un color malva intenso, su blancura diáfana seme- jaba un cisne dormido en la quietud de un lago misterioso ;

jirones de la niebla se alzaban de los bosques, como senderos de almas, en nubes procesionales hacia el cielo ;

la luz temblaba como la caricia de una mano in- experta, sobre la lividez del llano, la negrura de las aguas somnoHentas, las corolas meditativas, los ár- boles erectos, y las colinas violáceas, coronadas de nubes ;

yo esperaba a Euth, cerca de la rústica capilla, y recordaba con cuánta ternura me había suplicado venir a esta extraña cita matinal.

Oraremos juntos me había dicho ; haremos nuestros votos, consagraremos nuestro amor, y des- posaremos nuestras almas ante Dios, único que puede disponer de nuestra vida ;

y, yo, esperaba allí ;

sabes que yo creo, mi fe, que ha sido herida, pero no traspasada por tus dardos, vive, pura y candida, como cuando vivía con la tuya, esa her-

88 VARGAS VILA

mana muerta de la mía ; mi fe, es mía fe de niño, tiene la frescura de un lirio y el fuego de una lla- ma, ninguna duda la turba, ninguna sombra la obscurece ; su virginidad inmaculada llena de un extraño perfume mi alma ; ella es mi novia mís- tica, mi blanca desposada en las nupcias del Ideal ; ella es mi Musa, por ella soy Poeta.

Fe es Poesía ;

yo no de la ola turbia de las metafísicas ra- cionalistas, ni he abierto mis ojos sobre el océano de las filosofías negadoras, ni he prestado mis oídos a la voz devastadora, a los encantos tenebrosos de la Duda ;

yo creo al igual de mi madre, al igual del más ferviente aldeano de estos campos ;

mi fe tiene el sublime candor de todas las igno- rancias, y, en su terrible fortaleza de virgen rús- tica, ella es la inspiradora de todas mis energías ;

yo adoro, y oro ;

yo adorar y orar, esas dos grandes magnifi- cencias del espíritu, esas dos fuentes reveladoras de las cosas puras y santas, que ennoblecen la vida ;

una purificación cuotidiana es la oración ; ella unge como una mirra, los labios que la pronun- cian ;

yo creo ;

mi Dios fué asesinado en una coUna de Judea, y mi fe sangra con él ;

mi dogma vive aprisionado en una colina del Lacio, y mi fe canta con él, canta en el gran tem- plo marmóreo, bajo la cúpula sibílica, donde una corona de Profetas y Evangelistas, sostiene con de-

ALBA EOJA 89

dos invisibles, la tiara milagrosa, que como otra cúpula de zafiro cubre los mundos ;

y, oro ante ese Dios, y creo en ese Papa, con la misma piedad tierna y sencilla, con que un cam- pesino nuestro, cuando la campana llena el paisaje con la vibración religiosa del Ángelus, que pasa co- mo un beso de paz sobre los campos silentes, y se extiende como un bálsamo de consuelo sobre la tie- rra dolorida, se descubre y ora, y su alma se alza como un astro, de sus labios rudos, mientras su tosca silueta se diseña en el crepúsculo, sobre el surco negro abierto por sus manos, y el cielo lumi- noso abierto ante sus ojos...

ya te miro reír de mis exaltaciones místicas, que has calificado de neurosis servil, y que, con tu verbo aristócrata, implacable aun para aquellos que amas, la llamarás : fe de lacayo ; pero yo he te- nido el raro valor de confesar siempre esa fe, en presencia tuya, y, así me has amado como un her- mano ; tu soberbio y alto espíritu no ama las ab- dicaciones ; has dicho : Una convicción es siem- pre sagrada, au7i crecida en el corazón de un mons- truo... El Sacrificio es flor de Gloria, aun sufrido sobre el ara del Error;

en mi corona de poeta, falta una piedra inmortal, que brilla en la tuya como un sol : el Genio ; y en la tuya falta un sol, que podría hacerte inmortal : la Fe. ¡ Conformémonos con las deficiencias de nues- tro Destino y amémonos así !

Kuth, sabe que yo tengo esta fe, ardiente y sen- cilla, y por eso me ha dado esta cita ;

90 VARGAS VILA

y, yo la esperaba, con una emoción religiosa y grave ;

la niebla se había evaporado a los rayos del sol matinal, y el camino, polvoroso y blanco, se alzaba ante mí, desierto hasta perderse de vista ;

en la llanm-a, de un verde glauco de océano, los rebaños pastaban y triscaban, y el vellón de las ove- jas, fingía blancuras de pétalos, sobre el verde tier- no de las gramíneas húmedas ;

del río, se alzaba la niebla, como un incienso pá- lido, y de las chozas de los aldeanos, se alzaban tenues columnas de humo, que el aire dispersaba en la placidez calmada de aquel gran cielo flamenco ;

la campana sonó, clara, ligera, cristalina, como un grito de niño, y sus notas se extendieron en ondas vibratorias sobre el llano, trinando como una bandada de pájaros sagrados, y en la dilatación del paisaje, fueron haciéndose graves, preludiando him- nos vastos, en el alba ligera, murmurando salmo- dias de extraños órganos florecidos...

de súbito, allá lejos, de entre el florestal obscu- ro, como una flor milagrosamente surgida de la bruma, flor nevada y luminosa, llena de claridades lunares, apareció Ruth, toda vestida de blanco, co- mo envuelta en cendales de nube, cual si viniese traída por la brisa en el cáliz de un lirio, proyec- tando en la llanura su forma blanca, como una ala de ánade, en una agua Hmosa y densa ;

corrí a su encuentro, y al hallarnos, le tomé las manos, y se las besé con un respeto enternecido y religioso ;

¡la pobre mártir de nuestro amor fatal!...

ALBA ROJA 91

su pálida faz de alabastro, se iluminó toda por un rayo de ventura, y se tiñeron sus mejillas de un carmín tenue, como el que coloreaba el horizonte en aquella hora, y se hizo mas intensa su blancura bajo las sombras crepusculares y las ondulaciones estatuarias de su cabellera portentosa.

¡ Gracias, Amado mío ! gracias, por haber ve- nido— me dijo ; hoy es un día definitivo para nuestras almas ; hoy serán nuestros desposorios es- pirituales ; ¿ no me ves vestida de blanco ? es mi traje de novia ; pero ¿estás resuelto? ¿me amas bastante para desafiarlo todo ? ¿ nada te hará retro- ceder? ; aun es tiempo de decirlo.

i Amor mío ! no me hagas esa ofensa ; tuyo soy hasta la muerte ; tuyo he vivido y tuyo moriré.

Bien ; aquí están estos dos anillos ; hoy, du- rante la misa que vamos a oír, en el momento en que el sacerdote alce el cáliz, en el instante de la Elevación, haremos ante Dios, que desciende, el juramento de amarnos siempre, y el voto de con- siderarnos como casados, indisolublemente unidos, y cambiaremos estos anillos, arras de nuestras nup- cias espirituales, ¿quieres?

¡ Con el alma. Amada mía !

tomé de sus manos el anillo que contenía su nom- bre amado, y caminamos en silencio, como des- lumhrados por la mágica coloración de nuestro sueño ;

y, el campo estaba engalanado de blancuras flo- réales, como si quisiese hacer homenaje a nues- tras almas, que marchaban hacia el irreparable desposorio ;

92 VARGAS VILA

la campana seguía sonando en la soledad, y na- die acudía a aquella ermita nivea, enclavada en la llanura como una gema blanca, rodeada de esme- raldas ;

era una capilla de la hacienda, a donde se ofi- ciaba rara vez ;.la misa de ese día, la hacía celebrar Ruth, como acción de gracias por la salud de su madre escapada de la última crisis ;

el interior de la capilla, era blanco y perfumado, como el cáliz de una rosa recién abierta ; la luz en- traba a torrentes por las ventanas, a través de vi- drios sencillos, blancos, ligeramente empañados por las lluvias y por el polvo ;

sobre el altar, entre cirios propiciatorios, y azu- cenas de holocausto, en su divina quietud de flor misericordiosa, una Virgen de Lourdes emergía de sus vestiduras, adheridas a la roca fantástica, co- mo un cisne prisionero de sus alas, las manos jun- tas, los ojos extáticos de Perdón, nimbada de blan- curas engrandecientes, argentada de reflejos glorio- samente nupciales...

en el muro, un Cristo exangüe y tosco, mostraba los estigmatas de su cuerpo doloroso, y la mirada de sus ojos ahogados de amargura, pugnaba con la inefable serenidad augusta de apoteosis, extraño gesto visionario de Salvador triunfal ;

sobre las losas toscas, la luz bordaba movibles arabescos de hojas y de alas, reflejados en los cris- tales, y proyección de nubes vagabundas, que se esfumaban en el aire como un vuelo silencioso de gaviotas ;

un rayo de oro y de púrpura se puso en el altar,

ALBA EOJA 93

cuando el cura apareció en él, acompañado de su oficiante ;

al salir de la sacristía, aquel viejo pastor, para el cual no había secretos en nuestras almas, pues las había visto abrirse, como flores de su huerto, bajo sus ojos paternales, nos había mirado cariñosamen- te, con la mirada turbia de sus ojos glaucos ya casi ciegos por la edad ;

en el momento del ofertorio, cuando la campa- nilla sonó lenta y vibradora, y entre los cirios, que ardían prolongando la versatilidad azulosa de las llamas, y de entre las blancuras tristes de los pé- talos palidecidos en lenta inmolación, y del cáliz áureo, sobre la patena fulgente como un disco de sol, se elevó la hostia, como una flor incolora, cuasi irreal, aprovechando la absorción del Sacerdote, in- clinado ante el Misterio Divino ; Ruth me extendió su mano, y yo puse en su dedo el anillo nupcial, a tiempo que ella colocaba el suyo en el mío.

Tuya ante Dios, dijo ella.

Tuyo ante Dios, le respondí.

Por la Vida y por la Muerte.

En la Vida y más allá ;

y, nos tomamos las manos, y doblamos la cabeza haciendo el voto de pertenecemos eternamente, to- mando por testigo a Dios, que descendía a la tierra en aquel momento, en aquella hora suprema del desposorio de nuestras almas ;

y, la bendición del Sacerdote que terminaba la misa, cayó sobre nuestras frentes inclinadas y nues- tras manos unidas, santificando así la unión ideal de nuestros corazones,

- ALBA. 8

94 VARGAS VILA

Oh mi Esposa, Bien Amada le dije yo, cuan- do fuera del Templo, mirábamos el Sol, que es- plendía luminoso sobre nosotros.

Oh Esposo Mío me dijo ella, con el místico ardor de una novicia, besando el disto votivo ;

la acompañé poco trecho, y nos separamos des- pués, tranquilos, serenos, como impregnados de aquel hálito de Fuerza y de Vida, que se alzaba de la campiña inmensa, henchida de gérmenes vita- les, opulenta, bajo el rayo fecundador de aquel cielo inmortal.

El odio latente entre Manuel Loreto y yo, ese odio manifestado en el colegio por la agresión, y fuera del colegio, por la insultante indiferencia, no había hecho sino engrandecer, acre y rojo, en nuestras almas ;

el abismo, se ha abierto, negro, incolmable, en- tre nosotros ;

desde el día en que Ruth, me refirió las declara- ciones de él, y la petición formal de su madre, yo no he hecho sino buscar una ocasión para ofender- lo, sangrienta, cruel, ignominiosamente ;

y, tengo para mí, que él deseaba lo mismo ;

¿fué casualidad o fatalidad?

no lo sé, pero, ayer se presentó ese instante tan deseado por los dos ;

él sabía la hora y lugar de nuestras citas o no, yo no podría decirlo ; pero es el hecho que ayer, en el momento en que Ruth venía hacia mí, por el sendero oculto que áUele recorrer, para no ser

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vista desde los balcones de la casa, y en el instante de salir al punto en que yo estaba esperándola, Manuel Loreto saltó de entre un foso, sobre el camino ;

¿venía de cazar, como él dijo, o estaba allí es- condido ? no lo ;

todos tres quedamos como torrificados, inmóvi- les en el paisaje silencioso ;

fué Kuth la primera en hablar.

¡ Qué susto me has dado ! dijo, dirigiéndose a su primo, visiblemente disgustada, y retrocediendo para aproximarse a mí.

¿Dónde ibas? gimió lamentablemente Ma- nuel.

Vengo de la quebrada, y voy a casa, y no per- damos tiempo, porque va a llover ;

y, en efecto, el mal tiempo se anunciaba en un cielo plomizo, del cual descendía un extraño mal- estar, una atmósfera insoportable de borrasca y de dolor ;

en la sombra húmeda de la tarde, la llanura se entenebrecía en penumbras misteriosas que la te- ñían de un verde negro, de ciprés, y descoloraba en jirones de noche, la decoración invernal de la pradera.

Vamos dijo Kuth, apoyándose en mi brazo y comenzó a andar con ese gesto rimado, que hacía de su marcha una armonía y una estrofa ;

sus ojos tristes, se habían hecho aún más ne- gros, con una negrura de abismo, y su frente lumi- nosa de arcángel de Gozzoli, se fruncía, bajo la tempestad interior de una cólera manifiesta, y apo-

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yaba su brazo en mí, con decisión agresiva, osten- tando a mi lado, como un desafío a todos, Li flor violenta de su belleza ardiente y noble.

Manuel no osaba hablar, y nos seguía en si- lencio ;

yo sentía que en su alma como en la mía, rugían la cólera y los celos, y ambos teníamos sed de ofen- sas y de sangre ;

cuando llegamos a la casa, era ya casi de noche ;

nos detuvimos un momento en el corredor ;

yo veía a Manuel violento, por el anhelo de es- tar solo con Ruth, y el deseo de desesperarlo me hacía prolongar mi permanencia allí, aun a riesgo de ser visto por don Carlos, que debía haber llega- do, o no tardaría en llegar de la ciudad.

Ruth comprendió mi obstinación y mi peligro y resolvió solucionar la situación de una manera des- agradable para Manuel.

i Qué dolor de cabeza tan violento tengo 1 di- jo— ; me voy a acostar ; buenas noches, señores ;

y, ya en la puerta de la sala, se volvió hacia mí, y desprendiendo de su corpino un ramo de trinita- rias que lo adornaban, con ojos provocadores y voz perversa me lo alargó diciéndome :

Toma, y hasta mañana.

Manuel se arrojó sobre las flores, se las arrancó de la mano, antes de yo tomarlas, y las botó al suelo, gritándole :

¡ Coqueta, coqueta !

no lo dejé concluir, fuera de mí, ciego de coraje me abalancé sobre él, dándole de bofetones en el rostro y agarrándolo por el cuello le gritaba :

ALBA EOJA 97

Te voy a matar. ¡ Miserable 1

Y yo a ti ^rugía él, volviéndome golpe por golpe.

i No la tendrás jamás !

—Ni tú.

Luis, Luis, deja a ese imbécil me gritaba Euth ;

habíamos rodado por el suelo, y al ruido de la lucha salieron todos los de la casa.

Don Carlos, que acababa de llegar, se abalanzó furioso sobre mí, y ayudando a herirme, me gri- taba :

¡ Ah, insolente, ingrato, vagabundo! ¿vienes a pegarle a mi sobrino en mi propia casa?

¡ Ah, bandido ! gritaba mi madre, avanzando sobre mi adversario, con una raja de leña en la mano ;

mientras unos de los mozos del servicio, nos se- paraban a nosotros, desgarrados los vestidos y san- grientos los rostros, Euth contenía a su padre para que no continuara en herirme, y los otros criados aferrados a mi madre, para que no descargara más palos sobre Manuel.

¡ Vete de aquí, infame ! i vete de aquí, mise- rable ! me gritaba don Carlos furioso , ¡ no vuel- vas nunca a poner los pies en esta casa ! ¡ nunca ! ¿lo oyes? yo te hecho de aquí como a un perro, vete, vete...

Si él sale, salgo yo gritó Euth, plantándose ante su padre, presa de un coraje horrible.

i Y yo también ! gritó mi madre.

¿Tú lo amas? ¿tú lo amas? ¡infeliz! clamó

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don Carlos, mirando a su hija como un hebetado...

Sí, le he dado mi corazón, mi vida y mi pa- labra, y he de ser su esposa gritó Kuth, con la voz estrangulada por los sollozos ;

yo creí que su padre iba a matarla ;

lívido, siniestro como un demente, con los ojos fijos en el suelo, como si viese abrirse a sus pies un abismo negro, don Carlos retrocedía espantado, con las manos en la cabeza, murmurando bajo, muy bajo, como si temiese ser oído de los vientos y de la noche :

i Lo ama ! i lo ama ! | lo ama !

y, así, retrocediendo ante esas palabras, como ante un espectro, entró en el salón obscurecido, y lo sentimos desplomarse en el suelo con un gemido de fiera degollada...

i Es la sombra ; es la muerte en las campiñas va- gas, vestidas de duelo... es la muerte en mi cora- zón !

i es la hora fatal, la hora que llora, la que ha caído sobre mi alma !

i he aquí cuatro días, que lucho como un náu- frago contra las olas negras de una inquietud cre- ciente !

i Euth está enferma ! ¡ mi Amada ! ; i la ventura de mi vida está amenazada por la Muerte !

una fiebre cerebral la devora ; el accidente le llegó como un rayo, el mismo día de aquella es- cena violenta, al fin de la cual fui expulsado de su casa por su padre.

ALBA KOJA 99

¡ Oh, los días espantosos que he vivido !

¡ fué mi madre ! i la pobre madre mía ! quien vino a pie hasta la Venta, aquella misma noche, para decirme :

i La niña se muere ! i La niña se muere !

¡ Kuth se moría ! ¡ se moría lejos de ! ¡ moría por ! ¡ moría sin ! . . .

me lancé al campo corriendo, gritando, sollozan- do en la noche negra ;

frente a la Quinta, comprendí todo el horror de mi impotencia ;

terrificado, absorto, estuve allí, inmóvil, en el pavor trágico del momento, viendo las luces que pasaban y repasaban, las gentes inquietas que iban y venían en esa casa, donde solamente yo no tenía el derecho de entrar ;

y, allí me sorprendió la mañana, como hebetado, con los ojos fijos sobre la casa blanca, que se alzaba como una tumba morisca, entre los arbustos flore- cidos y los macizos obscuros, suavemente envuel- ta en las gasas áureas del sol naciente.

Y, he aquí cuatro noches, que voy como un perro huérfano a rondar en altas horas, cerca a la casa hostil, a sollozar mi angustia en el bosque amigo, a sollozar cerca a los muros blancos, contra las ven- tanas cerradas, detrás de las cuales yo siento ago- nizar mi Alma Adorada, y me parece en la noche calmada, escuchar su voz débil, que me llama, que sueña conmigo, en las alucinaciones de su de- lirio, ¡ y, creo ver que algo blanco nota encima

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de mí, en el azul sideral, y creo ver su alma, que me llama y me consuela ! su alma, inclinada sobre la mía, diciéndome el misterio blanco del amor supra-terrestre.

Mi madre me ha dicho hoy, que Ruth, en su delirio, me nombra y me llama ;

i oh, pobre Alma Mía ! ¡ mi querida Alma ! ¡ acaso sueña en las horas ya muertas de nuestro Amor, en esos crepúsculos rojos, en que marchábamos unidos, soñadores solitarios, en la llanura calma- da, hablando de tantas cosas tiernas, pensando en tantas cosas altas!... o sueña con nuestros paseos en las noches estrelladas, cuando la tarde había esparcido sus últimas caricias, la luna se alzaba en ©1 horizonte como una rosa muerta, y la som- bra de los grandes montes ahogaba la llanura...

Mi alma se ha hecho un país violento, de tris- teza y de sombra ; odio la luz como los pájaros malditos, y mi dolor se abre en la noche, como una rosa negra, envenenada por llanto ; todas las cosas lloran en torno mío, un llanto de muerte ; soy más miserable que mi Dolor, e inferior a mi Esperanza ;

envuelto en los profundos duelos de mi alma, sólo salgo cuando la angustia inmensa de la tarde desfallece, y la Noche se alza vencedora sobre el cielo ensangrentado ; entonces, vago por la campi- ña solitaria, sin saber a dónde estoy, ni qué quiero, ni a dónde me encamino, y hablo, y gimo, y lloro,

ALBA KOJA 101

desesperado en la hora desolada, en la quietud desesperante de las cosas, en la calma mortal de la impasible noche ; la angustia desciende a mi cora- zón, el odio de la vida me asalta, me dan ganas de huir, como el poeta :

Any veré out of the world...

no importa dónde, fuera del mundo ;

cuando todos se han retirado, vuelvo en torno a la casa donde agoniza mi amor, y vago por el jar- dín estremecido, donde las hojas muertas, me si- guen sollozando, en los senderos desiertos impreg- nados con el perfume del alma de las plantas, y sobre la verdura intensa, bajo las azulosidades pro- fundas del cielo, se alza la luna, blanco cisne cobi- jado por la noche, y pájaros noctivagos murmuran en la sombra salmos agoreros ;

y, desesperado, soñador en la penumbra, insom- ne, inconsolable, me sorprenden los himnos de blanco y oro, de las mañanas candidas.

Ha sido mi madre, mi madre amada, quien me ha dado el triste consuelo de ver a Kuth, en su lecho de enferma ;

anoche, mi madre debía velar en turno, don Carlos había partido para la ciudad, la señora duer- me toda la noche l)ajo la acción de la morfina ; yo supliqué, gemí, lloré a mi madre, y ella no supo resistirme, no pudo negar tal consolación a su hijo desgraciado ;

todo dormía en la casa, cuando yo saltando las

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barandas del corredor, entré por una ventana al salón, y de ahí al cuarto donde mi madre velaba la enferma.

Ruth reposaba en las blancuras del lecho, con los ojos desmesurados, abiertos como sobre mundos lejanos...

en los pliegues de su camisa blanca, en la deli- cada transparencia de los encajes, que le cubrían el seno, como un collar de pétalos, en esa tonalidad inmaculada de cristal, parecía nivea y diáfana, de una inmaterialidad radiosa ; sobre el marfil de su rostro exangüe, su cabellera caía como un gonfa- lón negro sobre un mármol heroico, y su cuerpo virginal y supliciado, se ocultaba en las sinuosi- dades del cobertor, como un pájaro friolento, ab- sorbiendo estas blancuras hospitalarias, bajo las cuales se diseñaban apenas sus formas, como un tallo de flor frágil, fina, cuaá inmaterial ;

las bujías crepitaban sobre la mesa de un altar, como prontas a extinguirse, y su rayo amarillen- to difundiéndose en la penumbra, lanzaba sobre el lecho, livideces intermitentes de sudario ;

caminando en puntillas, llegué hasta el lecho, me arrodillé cerca de él, como ante un altar donde agonizara lo que me quedaba de vida sobre la tie- rra, tomé una de las manos de la enferma, que pendían sobre la colcha, y la cubrí de besos y de lágrimas ;

mi madre se había retirado al cuarto inmediato ;

y, yo acercando mi rostro al rostro de Ruth, lloré sobre su hombro, y empapé de llanto su cabellera, hecha tenebrosa, con opacidades de sombra eterna ;

ALBA EOJA 103

y, así, de rodillas al lado de ella, su mano entre las mías, mi alma le dijo mi dolor, y le contó las horas desventuradas de mi angustia ;

como si su espíritu, errante en las brumas del aposento me hubiese oído, la enferma empezó a de- hrar en alta voz ;

sus ojos, hechos enormes, llenos de una vida en- loquecida, se abrían sobre su paUdez cadavérica como lagos de sombra en un campo de nieve ;

frases truncas, palabras sueltas, cercadas de gran- des silencios, formaban ese delirio.

/ Luis mió... bien Amado !... te adoro... por ti vivo, por ti muero... nuestro amor eternal... nues- tras almas... más allá de la tumba, en el camino blanco que va hacia Dios... la vida... se cierra co- mo una flor sobre mi corazón... mi corazón...

y, se llevaba las manos al pecho, como si la oprimiera un peso enorme.

El anillo... mi anillo... no podrá romperlo na- die... ¿dónde está mi anillo?...

y, con su mano febricitante, buscaba la otra ma- no suya, prisionera entre las mías ;

un rayo de ventura iluminó su belleza extática, cuando decía :

Nuestros desposorios... él es mi esposo... mi esposo...

y, transfigurada, sonriente, con esa extraña luci- dez que hace cantar a los cloroformizados, indife- rentes al escalpelo que les desgarra las carnes, em- pezó a tararear, y cantó luego, con voz de magia, una voz pálida como si viniese de muy lejos, de muy lejos... de zonas extraterrestres, fragmentos

lOá VARGAS VILA

de su música preferida, aquella romanza en que cantaba su alma.

o luce di quest' anima, dtitiria amor e vita; la noítra $ortt untta m torra in ciel tstd.

y, nuestra vida unida en cielo y tierra está...

la voz se hizo angustiosa, como la de un ahogado que desaparece bajo las olas, y calló en una crisis de lágrimas ;

besé de nuevo su cabeza horriblemente pálida, y lleno de un terror y de un dolor infinito, me puse a sollozar al lado suyo ;

las bujías oscilaban azulosas, cuasi extintas ;

las blancuras del paisaje interior se veían afuera, como la prolongación de una tumba de virgen ;

a través del cristal de la ventana, un pai'^aje como de porcelana, extendía el esplendor de sus alburas infinitas ;

sobre el cielo acribillado de estrellas, con'o un antiguo escudo de guerra cubierto de flechas, una luna de mayólica, se alzaba como un hihelot frágil, sobre un paisaje fresco y desmesurado, q':3e se ex- tendía silente, bajo la luz clorótica de ese astro taciturno...

en la campiña desolada, sobre los caminos de- siertos, árboles esqueléticos y troncos fantasmales, fingían senderos dantescos en esa claridad límbica, como venida de regiones supra-astrales ;

en ese gran silencio estremecido, mi madre me tocó en el hombro :

Ya es hora, hijo mío, ya es la hora ^me dijo.

ALBA BOJA 105

Es verdad murmuró yo, lleno de angustia, pensando que había llegado la hora de dejar allí mi corazón, la hora de los amantes de Verona, y deseaba decir con uno de ellos :

Non, n'iit pa$ le jour, n'e$t pa$ Valouettt, C'tit It doux TOi$ignol, mtttagtr d*» mmour$l

fué necesario resignarme ; me puse de pie, besó sobre la frente a la Adorada, cuyo cuerpo de flor nivea se estremecía en grandes espasmos doloro- sos... y, abandoné aquel recinto triste, donde que- daba sollozando mi alma ;

era ya tiempo ;

en el encanto bizantino del paisaje, un rayo rojo ponía tonalidades de vida ; descendiendo del gran cielo calmado, el día se extendía en el aire como un perfume.

I Cuántos días de silencio he guardado I

la dolorosa inquietud en que se ha debatido mi pobre alma, no me dejaba escribir.

¿Qué pondría en estas páginas, que no fuera un grit-o de angustia?

i al fin, hoy, puedo cantar el cántico de gracias I

i Kuth se ha salvado !

mi corazón quejumbroso, mi corazón solitario, co- mienza a apaciguarse, y mi espíritu atormentado se serena ;

¡oh, mi pobre Alma, de regreso del angustiado peregrinaje al país de la Inquietud y de la Plega- ria !

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i gracias, Dios mío !

i yo, be quedado siempre el Alma maravillada, que cree y espera en ti, fanática del milagro, y cubro de speranzas tu trono, como el niño de coro, que siembra de corolas el altar !

mi labio que sabe orar, no supo nunca maldecir ;

entre las nubes de incienso y mirra que te quema mi alma agradecida, se desboja moribunda la flor anémica de mi angustia ;

i gracias, Dios mío !

i Salvada ! i salvada ! todas las campanas de la alegría, tocan en mi corazón. ¡Hosanna!...

en su lenta convalecencia, vuelve a la vida, aquella que es la vida mía ;

y, fué para mí, el primer pensamiento de su alma resucitada ;

mi madre me trajo los primeros balbuceos de su ternura.

Hoy me ba escrito unas líneas, unas pocas lí- neas en que palpita su corazón, salvado de la muer- te, y dice :

Vuelvo del País del Misterio, y te escribo para decirte: ¡te amo!... ¡oh mi Luis, mi Amado! Na- da podrá destruir nuestro amor, el sueño ideal, que va hacia arriba... hacia el cielo... hacia Dios... por los senderos florecidos de la eternal pureza... ¡oh mi Amor!

ALBA EOJA 107

Ella, vive, y mi vida, como el loto, que sigue la corriente del río, va en pos de ella, no importa cómo ; no importa cuándo ; no importa dónde.

i Hoy la he visto, a distancia, después de tanto tiempo !

mi madre me hizo saber a qué hora abriría las ventanas, para ventilar el aposento, y que yo podría de lejos, ver a la Adorada, sin ser visto por ella, porque la emoción le sería fatal ;

y, desde las frondas lejanas y tupidas del jardín, espié el momento ; y las ventanas se abrieron y la vi... en su chaise longue, envuelta en un chai azul, que fingía nubes de cielo sobre su falda clara ; ella, blanca, con blancuras de sepulcro, cuasi irrea- les, con blancuras inmortales, con blancuras de jazmines, de azucenas y de lirios, con blancuras de las rosas que se mueren entre cirios, y las rosas que se mueren en las noches invernales...

y, al verla así, tan pálida, como resucitada, mi alma le dijo con el Poeta :

Salut á toi corolle blanche VáU filie de l'avalanche.

y mi numen dijo en silencio :

^i Oh rosa blanca, flor de alabastro, blancura de hostia, blancura de astro, blancura de alba, nie- ve polar ! i salve a ti, nivea paloma blanca ! \ he- rido cisne que el ala arranca, de la tiniebla cre- puscular !...

así le dijo mi corazón ;

108 VAEGAS VILA

ella alcanzó a verme, una irradiación de felicidad iluminó la palidez mortal de su semblante, una dul- ce sonrisa vagó en sus labios exangües, y haciendo un esfuerzo, en su fragilidad de lis astral, alzó su mano mística, color de hostia y de luna, para en- viarme un beso en que aleteaba su alma ;

no pudo más ;

cayeron sus manos diáfanas, se cerraron sus pár- pados divinos, y entró en un síncope...

mi madre presurosa cerró las ventanas ;

I y, todo se borró ante mis ojos ! ¡ se evaporó como una visión mi querido amor fantasmal !

i oh mi gardenia enferma I

I oh Amor mío 1

i mi rosa moribunda flotando sobre el río !

i Se la llevan!... ¿a dónde está mi Bien? ¿por qué estoy ciego?

¡ oh mi lánguido cirio agonizante ! ¿ dónde lle- van tu luz ? ¡ eres mi sol !

I se la han llevado, la han sacado en la noche negra, en el silencio profundo ! i se han robado mi tesoro! se la han llevado así, enferma, moribunda para que muera lejos de mí.

/ Ven, me dice ella, ven; me apartan moribunda de tu lado, me llevan a morir lejos de ti; ven, Luis mió, Luis mió, no me abandones, tuya soy, y en tus brazos quiero morir!.,.

\ voy, voy en pos de ti, mi Bien- Amada !

Y el poeta partió.

*

Quine© días después, Luciano Miral, entraba también a la Capital, en pos de su sueño glorioso ;

¡ alas de águila y alas de libélula, alas de sueños gemelos, en viaje hacia distintas hogueras asesi- nas ! ¡ las unas y las otras, arderían, pereciendo en las llamas de sus sueños : las unas, en el amor la Gloria ; las otras, en la gloria del Amor !

j Sueño rojo !

¡ Sueño azul !

¡Oh, la Gloria !

¡ Oh, el Amor !

ÁIBA.— 9

II

ROJO Y NEGRO

Era la tiniebla insondable ;

era la noche moral sobre un pueblo en plegaria ;

las bocas pavorosas del abismo, soplaban olea- das de sombra, sobre la turba inerte, encadenada sin lucha, vencida sin combates ;

de los cuatro puntos del horizonte la tenebrosa marejada avanzaba, impetuosa y lívida ;

en la cerrazón pavorosa del momento, el alma de ese pueblo se moría, como una estrella agoni- zante, herida por las flechas de sagitarios invisi- bles ;

era un pueblo en catalepsia, un pueblo en pleno éxtasis de sombra ;

no era un mar, era un pantano ;

la tempestad no azotaba aquellas ondas dormi- das, en cuyo fondo, el Leviatán triunfal, el Despo- tismo, se desperezaba, siniestro y feliz, con la cal- ma bestial de un dios lacustre ;

en el tornasol infame de las aguas dormidas, una vegetación espontánea de cálices venenosos, abrían al sol la vergüenza insolente de su fecundidad parasitaria, y un polulamiento reptílico de mons- truos, allá en el fondo obscuro, en la crápula del

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fango, ostentaba en sus orgías sagradas, a los pies del ídolo informe, el oro de sus escamas de víboras, o las redondeces argentadas de sus vientres de ba- tracios ponzoñosos ;

y, en las frondas cercanas, bonzos libertarios, salmodiaban plegarias a deidades fugitivas, faki- res engañadores, ñngían orar en los propíleos de- siertos, bajo los frisos de los templos arruinados por su duplicidad, y por su incuria, monjes bi- sexuales o trígamos, llamaban las multitudes a la oración, y con voz de eunucos azotados, se golpea- ban el pedio, amenazando a las turbas con los fu- rores del Cristo, mientras sicofantas venales, can- taban las glorias del César, retóricos asustados dog- matizaban ea ágoras sin pueblo, o augures pontifi- cales, profetizaban la suerte de ese rebaño vil, que habían vendido ;

un viento de adoración pasaba por sobre la tie- rra, haciendo inclinar todas las frentes y doblegarse todas las almas ;

la muchedumbre se postraba extática, reverente, en muda adoración ante los dioses y los hombres ;

sobre las baldosas de los templos, al pie de los altares, las turbas delirantes se golpeaban el pecho, llamando los dioses impasibles, gritándoles con gri- tos de desolación y de espanto : Venite et adore- mus ; Venite et adoremus ;

sobre las murallas de las ciudades serviles, mu- chedumbres desarrapadas, tendían los brazos al horizonte cárdeno, contorsionadas de angustia, gri- tando a guerreros invisibles : Venite et adoremus ; Venite et adoremus;

ALBA ROJA 115

en las plazas públicas, bajo el cielo obscurecido, por grandes nubes siniestras, sacerdotes del Error y de la Muerte, aterraban las almas, invocando deidades vengadoras, y con el gran soplo de terror que salía de todos los pechos, formaban la tremen- da suplicación terrificada : Venite et adoremus ; Venite et adoremus ;

en el silencio de los campos, bajo los lívidos cielos interminables, sombríos pensadores, hundían sus miradas más allá de las fronteras de la Patria, y como dialogando con extraños vengadores, pare- cían lanzar el grito formidable : Venite et adore- mus ; Venite et adoremus;

y, un gran silencio pesaba sobre esa tierra, ago- tada de oraciones ;

y, del Oriente al Poniente, en la tristeza del Sol, siniestramente desaparecido, un hálito de an- gustia soplaba la tierra toda, y envolvía en un es- tremecimiento de pavor los hombres, y los árbo- les, y los altos campanarios, sobre los templos si- aiiestros ;

y, de los inmensos campos taciturnos, de la ciu- dad palpitante de terror, al pie de los santuarios, del Capitolio y de las catedrales, de los órganos •solemnes, y de los pechos temerosos, de todos los lugares, de todas las bocas, de todas las cosas, sa- lía el inmenso clamor de Adoración : Venite et adoremus; Venite et adoremus;

y, la voz pálida, imperceptible, subiendo en el espacio, se hacía un trueno formidable, e iba a perderse allá, en la sombra ciega, bajo un cielo amenazante, de púrpura sangrienta...

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era la llamada desesperada, a los dioses y a los ümos, a la conquista y al milagro ;

era el grito de un pueblo en desastre ;

en vano, como un soplo de vida viniendo de lo alto, la voz de los filósofos había pasado sobre ese pueblo, gritándole como los vientos córsicos a los marineros de Sicilia : ¡ Pan, ha muerto ! ¡ Pan, ha muerto !...

las muchedumbres hebetadas, alzaban la faz llo- rosa, miraban los ídolos inmóviles en el altar, y volvían a dejar caer los brazos y la frente contra el suelo, clamando: ¡Adoremos ! ¡Adoremos!

y, en vano, sonora, imperativa como una admo- nición, la voz de grandes tribunos había pasado •sobre la turba vil, gritándole : i de pie ! sois hom- bres, sois libres; ¡alzaos!

los pueblos idiotizados alzaban la faz doliente, miraban el Déspota, inmóvil bajo el Solio, y vol- vían a caer de rodillas gritando : ¡Adoramos ! ¡ Ado- ramos ¡

el estremecimiento de un gran dolor agitaba la tierra desolada, y tocaba esas almas enloquecidas, que temblaban como hojas muertas en el gran viento de sumisión que las llevaba hacia el extremo horizonte, donde crecía la impenetrable noche.

Y era que todo había mentido a aquel pueblo en derrota ;

el apostolado del Engaño, había lacerado su co- razón, y matado su Esperanza ;

alimentado de mentiras, moría de consunción moral, los ojos fijos en el horizonte lejano, donde

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se desvanecían una a una las quimeras de sus sue- ños ;

todos habían engañado su Fe y burlado su Espe- ranza ;

los apóstoles del Orden y los de la Libertad, to- dos le habían faltado ;

los que predicaban en la calma austera de los templos, y los que declamaban en el tumulto de la plaza pública, augures y sofistas, sacerdotes y retó- ricos, todos habían pasado hipócritas y violentos, falsos y terribles, asordando con el eco de sus disputas, con la sonoridad de sus declamaciones, sembrando la confusión en los espíritus, llenando la tierra de cadáveres, y el aire de mentiras ;

los apóstoles de un Dios de pureza, de manse- dumbre, de miseria, habían pasado asombrando al pueblo con sus vicios, con sus cóleras, con su opu- lencia, sembrando en las almas el escándalo con isu vida, el odio con sus predicaciones, el asombro con sus faustos, traicionando la doctrina del Maes- tro con sus lujurias pentapólicas, sus venganzas asirías, sus muelles voluptuosidades sibaritas...

los apóstoles de la Democracia, salidos del vientre agreste de la muchedumbre, la habían desconocido, y como el Cristo a su madre, cada uno le había 'dicho : ¿Qué haij de común entre y yo?, y sa- tisfechos, enriquecidos, soberbios, se dieron a es- tablecer clases sociales, a organizar aristocracias risibles e intransigentes, a adorar la riqueza y el •blasón, a despreciar con orgullo de arrivistas, al pueblo que les había dado vid^, y con alma carta- ginesa, ellos, que se decían herederos de la virtud

118 VARGAS VILA

de los últimos romanos, desaparecían, dejando fun- dadas en la Nación, la plutocracia, la burocracia, y la autocracia ;

i la vida de todos esos hombres había sido unii mascarada cruel, trágica y sangrienta !

tras de su vida estéril, de una esterilidad desola- dora, sólo quedaban de pie : la Duda y el Es- panto ;

los hombres del principio de Autoridad, que de- cían representar la causa de Dios, sentados a las puertas de los templos, sobre los cuales alzaba la cruz su membratura hosca, habían establecido allí un mercado de impudencias, una feria vil, un garito de almas, y allí habían jugado su conciencia de centuriones sobre la túnica inconsútil del Maes- tro ; habían comerciado con todos los dogmas, vio- lado todas las verdades, habían hecho de las sa- gradas ideas un Bazar, y las habían vendido como esclavas, al mejor postor, habían comerciado con todas las cosas de la tierra y las del cielo, habían vendido a Dios en todas las formas, y explotado al pueblo de todas las maneras, y dominando des- de esos templos profanados, habían puesto su ci- nismo de centinela a las puertas, con una lanza enclavada en el madero de la cruz, convertida en alabarda ;

y, los apóstoles de la Libertad, con raras excep- ciones, habían jugado también una comedia delic- tuosa y triste ;

ellos, jefes de un partido anticatólico, eran mís- ticos ; ortodoxos hasta la medula de los huesos,

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explotaban un partido en que la heterodoxia, era 'base y necesidad vital de sq existencia ;

con la boca pastosa todavía, por el sabor de las hostias devoradas, iban a las cátedras públicas, he- chas laicas por ellos, a enseñar una Filosofía ra- cionalista que analizaba con la ciencia, la harina ■de ese pan ácimo, que ellos habían comido como el cuerpo de un Dios ;

y, de los templos donde habían estado de rodi- llas, ante ídolos de madera, iban a las cátedras públicas, a doctrinar esas generaciones iconoclas- tas, cuyo más bello ideal, cuya misión sagrada era arrasar esos templos y quemar esos dioses ;

adorando el cordero, y alimentando los lobato- nes que habían de devorarlo, inclinándose ante los altares de la Eazón y los de la Fe, sacrific^indo en el misterio ante los dioses que lapidaban en púbh- Co, ofrendando al mismo tiempo a dioses rivales ios 'buitres negros de su hipocresía, esos pontífices de la secta, se habían consumido en sohtaria y lenta traición a los dioses y a los hombres ; ^ y, con el último gesto confesaban la última men- tira ;

cuando el trance supremo les llegaba, casi todos apostataban de su falsa rebeldía, se abrazaban a la cruz, tumbada por sus discípulos, ultrajada por sus leyes ; llamaba los sacerdotes abofeteados por sus manos, proscriptos por sus sicarios ; imploraban a gritos el Dios que habían borrado de las leyes y de las conciencias; pedían sobre sus tumbas las bendiciones de una Iglesia, de cuyas manos habían arrancado los cementerios; y con la mueca del

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miedo infame en el rostro, huérfano ya de la más- cara filosófica, terminaban en el espanto la come- dia de una vida miserable y mentirosa ;

en esa incertidumbre general de los espíritus, en esa pavorosa confusión de las ideas, en ese ol- vido capital de los principios, en ese abajamiento de los caracteres, en ese endiosamiento de la me- diocridad, en ese triunfo ostentoso del crimen, todos los hombres, todas las sectas habían puesto algo de su parte ;

todos habían traicionado la Verdad ;

el alma nacional llegaba a esa mueca horrible deformada por la mano de todos los partidos ;

los conservadores que habían hecho en sus dis- cursos y en sus programas el monopolio de Dios, de la Religión, de la floral, que se decían los de- fensores de la virtud y del hogar, habían ido a buscar en las bajas capas del liberalismo un jefe ateo, un traidor, un adúltero, un cínico, lo habían encontrado temblando de miedo en la sentina, y do habían aclamado como los pretorianos a Claudio, gritándole como ellos: ¡Ten piedad! ¡Sé nuestro 'Augusto!, lo coronaron de rosas, y lo levantaron sobre sus escudos, enmohecidos por veinte años de derrotas, gritándole como las legiones a Juliano : ¡Salve a ti, divino César! ¡Salve, Augusto!

y, se prosternaron de rodillas, ante el monstruo coronado por su infamia ;

y, ellos, que se decían los protectores de la mo- ral social, ellos que se habían opuesto a las leyes del Divorcio, por creerlas contrarias a los lazos indisolubles del matrimonio, y a la santidad de la

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familia, fueron hasta el lecho concupiscente del César, despertaron la vieja cortesana, la Adúltera que se revolcaba en él, y alzándola sobre ese lecho, como sobre un pavés, la mostraron desnuda al Pue- hlo, y la aclamaron Augusta y Divina Empera- triz...

y, montaron guardia de honor, a las puertas del serrallo, y se hicieron centuriones y eunucos, ala- barderos de la favorita triunfal, hecha sagrada por la inmundicia "de su vida, y por el oro que arro- jaba como un mendrugo, a los torpes cortesanos de su nueva mancebía ;

y, la piara religiosa, entró sumisa y feliz en el Capitolio y el Prostíbulo ;

y, los conductores hberales, habían hecho con 'la mentira de su vida, con su espantosa falta de ■sinceridad, esa revolución de la desesperanza, ese desastre moral en que todo se hundía, ese mar de desilusión en que naufragaban las conciencias y las almas ;

sí, porque ellos, que habían proscripto la reli- gión católica de las escuelas oficiales, mandaban sus hijos a colegios de sacerdotes católicos, a apren- der esa misma rehgión ; y mientras arrojaban la in- creduhdad a las masas hambrientas de saber, apar- taban sus hijos para que la ola de esa incredulidad no los tocara ; y cuando las escuelas laicas se lle- naban de los hijos del pueblo, los colegios ultra- montanos, estaban pletóricos de los vastagos de las más grandes familias radicales ;

y, los apóstoles de ese círculo, que se dedicaban a la pedagogía fructuosa, llenaban de profesores

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eclesiásticos sus colegios, enseñaban en ellos una religión contraria a la doctrina liberal, y extrema- ban las prácticas de la más abyecta piedad, con una estolidez, con un fervor, que babían de bacer la admiración de los jesuítas tonsurados, que ha- bían de llegar después a dominar esas generaciones ya educadas para el yugo, ya modeladas para el servilismo, por manos de pedagogos radicales ;

y, rectores de Universidades, hechas laicas por la ley, mandaban sus hijos a colegios religiosos, a abrevar en las fuentes envenenadas del clericalismo y de la intolerancia ;

así habían surgido esas generaciones tristes o indiferentes, golpeadas por las olas de todas las contradicciones, desorientadas en ese vendaval de mentiras, derrotadas por esos enigmas arteros, no sabiendo qué creer ; si lo que sus padres predica- ban en público, o lo que practicaban en privado ; no sabiendo qué corriente seguir ; si la del Apos- tolado paterno, o la del profesorado adverso ; no sabiendo en qué filas enrolarse, si en aquellas que sus genitores enviaban a las grandes batallas de la libertad, o en aquellas que sus maestros organi- zaban para ir a la conquista de un obscuro despo- tismo ; y vacilantes en el umbral de la vida, in- ciertos, temerosos, no sabiendo explicarse esta ex- traña dualidad de las almas paternas, esta educa- ción, que hacía su vida anémica y miserable, sin rumbos fijos, sin valor, sin ideales ; permanecían absortos ante esos enigmas vivos, ante esos dioses prolifáceos, con el corazón lleno de angustia, no sabiendo qué besar, si la boca mentirosa de sus

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padres, o la máscara que llevaban sobre el rostro ;

y, así los había sorprendido el despotismo, ca- yendo sobre ellos, como un buitre sobre un nido de polluelos indefensos ;

el despotismo no era el crimen de un hombre, era el castigo de un pueblo ; era el pecado nacio- nal, hecho carne, el gusano nacido en aquella llaga cancerosa, irresponsable y pútrido, el monstruo producido por el fango de aquel pantano, donde se pudría con el alma nacional, el detritus de todas las ideas, de todos los principios, de todos los par- tidos, en estado de descomposición, pavoroso y fé- tido... y, de ese fango nació el monstruo, y fué el Leviatán triunfal de la Mentira ;

y, de esa corrupción nació el déspota, como una mosca infecta, que despliega el ala en un montón de inmundicias en fermento ;

los tiranos no se hacen, los hace la vileza de los pueblos ;

y, de aquel pueblo en descomposición surgió un César, se alzó de aquel pantano de almas, como un insecto lívido, que trae la muerte en las alas...

y, plantó su bandera sobre el estercolero...

y, reinó sobre la corrupción inmensa de los hom- bres.

I Salve, César !

Y el César era augusto y miserable, radioso y vil;

con su cuerpo de bestia, hundido en el fango, su cabeza de Esfinge, resplandecía con luz extraña ;

antes de que los sacerdotes y los pretorianos, lo hubiesen hecho augusto, y coronádolo con esa co- rona de hierro, bajo cuyo peso se hundía su cabeza entre los hombros, ya él era augusto en un imperio de almas soñadoras ;

y, Pontífice Máximo, en una religión sin augu- res y sin amos, había sido aclamado, y coronado de laureles, porque este monstruo ambiguo, había sido un peregrino del Ideal, y pertenecido a una raza cuasi divina : a la Estirpe Inmortal de los Poetas ;

antes de sentarse en el trono, y revolcarse con •iMesalina en su lecho de Claudio, ese hombre ha- bía cantado con las elegancias lascivas de Petronio, las tenebrosidades profundas de Lucrecio y las li- bertades sacrilegas de Luciano ;

antes de ser el protector de los dioses, había sido su enemigo ;

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126 VAEGAS VILA

era un Juliano sin fe, restaurando los altares de dioses que despreciaba ;

como Constantino, había quemado sus antiguos ídolos, y había buscado en los altares de un nuevo •Dios, refugio para el espanto de sus crímenes ;

él, como aquel asesino de los Flavios, protector del cristianismo, había también acumulado crimen sobre crimen, cadáver sobre cadáver, perjurio so- bre perjurio ; había moralmente asesinado a su es- posa y a sus hijos, sacrificado héroes jóvenes, rebel- des a la caricia senil de la vieja cortesana que dividía con él el lecho adúltero, y aterrado por ^^us crímenes, y por la inexorabilidad de sus conmilito- nes, quedó aislado como un leproso ;

habiendo hallado un cortesano mitrado, que lo prometió el perdón de sus culpas, en cambio de nuevos crímenes, se prosternó al pie de los altares, abjuró de su filosofía escéptica, de su musa atea, y alzó también el lábaro del Cristo bordado de pe- drerías, por sobre un montón de cadáveres y rui- nas, sobre la silueta lúgubre de los cadalsos san- grientos...

y, de una capa pluvial, que ostentaba en áureas sederías, el monograma del Cristo y las armas de San Pedro, hizo la colcha de su lecho imperial, y bajo ella amparó la vergüenza de sus noches adul- terinas, la cólera viciosa de su impotencia senil ;

y, fué deforme y terrible, en su crápula san- grienta ;

y, ostentaba así, sobre el más alto friso del Ca- pitolio, en el asta de la bandera nacional, su lú-

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giibre perfil de cuervo hambriento, devorador de las águilas vencidas ;

hosco, taciturno, brumoso, Herodes, reinaba, omnipotente, entre el rencor y el terror, la crápula y el silencio...

y, este poeta apóstata, era uno como Robespien-o, impuro y sin palabra ; como el sombrío tribuno terrorista, venía también de las entrañas sagradas de la Revolución ; como él había servido y des- honrado la Libertad, pero no había sabido como él morir por ella al pie de su estatua profanada ;

era una escama del dragón jacobino, que por diez años había dominado aquel país, con su doc- trina impracticable y pura, sus utopías platónicas infecundas, sus virtudes inclementes, su austeridad agresiva, su ciencia estéril, su grave y severa nuli- dad, sus cóleras sangrientas, sus escrúpulos pue- riles, y su candida, violenta intransigencia...

de ese cenáculo de apóstoles, de ese colegio de Vestales, había surgido ese Judas lírico y cínico, esa llama de depravación y de escándalo, ese sá- tiro filósofo, que empestaba la atmósfera con la náusea de sus sofismas, y el hálito de sus vicios ;

nacido, crecido, alimentado en el radicalismo doctrinario, osó un día discutir la obra de ese par- tido, llevar la mano al Sancta sanctorum, donde dormía el viejo Código, petrificado y fatal, y ana- tematizado fué por los viejos augures, y excomul- gado, y expulsado del santuario...

superior a todos los hombres que lo rodeaban, a los que lo arrojaban del templo, y a los que lo acla- maban desde el atrio, el poeta soberbio botó su

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tirso y su corona, se mezcló a la multitud, hizo lla- mada a las masas corrompidas, se rodeó de preto- rianos, de retóricos, de sacerdotes, de juglares y de prostitutas, invadió el templo, con el foete en la mano, arrojó de él, los venerables augures, los bierofantes espantados, tumbó los ídolos y los alta- res, y con su propia mano sacrilega prendió fuego al templo consagrado ;

y, se alzó entre las llamas, sobre un montón de ruinas, odioso y terrible ;

y, escaló el Capitolio, con la cruz y con la lira, y cantó como Nerón el incendio prendido por sus manos...

y, reinó en nombre de su cólera y de su Dios ;

y, tuvo por inspiradoras de sus crímenes, dos extrañas y lúgubres musas ; su concubina y su ven- ganza ;

como un monarca bárbaro, se adornaba de esas dos serpientes, se coronaba con ellas, las enros- caba a su cuello, inclinaba hacia ellas el oído, p-ira oír su silbido fatal, y las ponía luego a dormir so- bre su corazón...

y, así, el mismo día de su triunfo, apareció al lado suyo, bajo el solio, la hembra fatal, Ha odia- da, con su perfil de medalla cruel, alterado por los años, con el resplandor siniestro de sus ojos gri- ses, que tenían el fulgor acerado y frío '.leí haolia y las opacidades siniestras de una copa de veneno.

Herodiada, no era bella y no era joven ;

su madurez carnosa y lívida, de fruta putrefac- ta, no tenía ese encanto melancólico, osa miste- riosa vesperal belleza, esa pompa de selva autum-

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nal, esa poesía de rosa de crepúsculo, que acom- paña a las mujeres hermosas en la declinación de su existencia, como un último homenaje que les rinde la vida, que han embellecido con su encanto y perfumado con su paso ;

sus carnes fláocidas y ajadas, su rostro duro y exangüe, castigado por la edad, la mirada de sus ojos que hacían pensar en los grandes fehnos de la selva, aunque los velara a veces con esa manse- dumbre tenebrosa de las cortesanas de Iglesia, las grandes bestias místicas de la Historia, todo la hacía repulsiva y fatal ;

era soberbia y torpe, implacable y cruel, insig- nificante y terrible ;

era el vicio coronado por la Iglesia ; era la Santa meretriz, evocada por los profetas : Betsabé, y Ju- dit : la Lujuria y la Muerte en el lecho del Ti- rano ;

venía de muy lejos, loba hambrienta, sobre la presa deseada ;

la enviaban allí, sacerdotes y pontífices, para restaurar sobre el tálamo inmundo, el ara de los altares derruidos ;

su adulterio era místico, vicio era sagrado ; ocupaba el lecho, como la Maintenón, para reinar, mientras llegaba la hora de ocuparlo como Judit, para matar ;

ofrecía al César sus labios llenos de mentiras, mientras podía ofrecerle la copa llena de veneno ; entregaba otros hombres a la Muerte, mientras podía entregarle el César.

Domínalo le decían los sacerdotes, y lo do-

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minaba, esperando la hora de que le dijeran : i Mátalo ! para matarlo ;

lo entregaba a la deshonra, antes de entregarlo al sepulcro ;

se conformaba con ser fatal, antes de ser mor- tal...

y, reinó omnipotente y temida ; y, cumplió su misión de sangre y de muerte... entregó la Libertad a la reacción, el pueblo al fanatismo, el derecho a los pretorianos, el tesoro a los cortesanos, la Patria a la deshonra...

ella envió al destierro a los grandes patricios do la Nación, encarceló los pensadores, encadenó los diaristas, llevó a los patíbulos los grandes héroes de la República, humilló y encarceló las nobles fa- milias, rebeldes a reconocer su concupiscencia triunfal ;

de sus manos pendía la vida y la muerte de los hombres... y, no caía sino la Muerte ; fué implacable ;

más de veinte mil hombres asesinados se ofre- cieron como un banquete a sus venganzas, a su ambición, a su fanatismo irracional, de hiena do- mesticada por la Iglesia ;

fué insaciable en prodigar la IMuerte y el Amor ; de sus labios no caían sino besos y delaciones : ambos mortales ;

todo tembló ante la mirada feroz de sus ojos voluptuosos y terribles ;

todo osciló bajo su garra de loba coronada ;

todo se inclinó ante ella ;

I salve ! le dijeron los Sacerdotes, desde el altar,

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levantando las cruces y las manos, para saludarla como a una redentora, tapizando de flores su sen- dero ;

¡salve! le dijo el Pontífice Máximo, trazando desde una colina del Lacio, el gesto lento de su bendición apostólica, sobre el lecho adúltero, altar de mancebía ;

¡ salve ! le dijeron los retóricos hambreados, los poetastros místicos, los turiferarios togados, los grafómanos serviles, los escribidores sicofantas, al- zando detrás de ella sus plumas como antorchas, y abaniqueando su cabeza con sus frases venales de hsonja ;

i salve ! le gritaron los pretorianos en un tumulto obsceno, harapientos, medio desnudos, ofrecién- dole su cuerpo de gladiadores para el Amor, y su lanza de genízaros para el asesinato ;

¡ salve ! le dijeron las meretrices de suburbio, al ver en ella la imagen triunfal de su vicio, coronado en el Capitolio ;

¡ salve ! le dijeron todas las adúlteras de la tierra, al verla caer como un pájaro de presa sobre el lecho de la esposa abandonada, y extender sus alas de vicio sobre el tálamo nupcial ;

i salve ! le dijo la turba estóHda, a quien los sa- cerdotes hacían ver en la concubina sagrada, algo como un símbolo de Redención, surgiendo albo de pureza del fondo de un ciborio de marfil ; y, fué Augusta y Divina, como el César ; y', se alzó en los altares, en manos episcopales, como la hostia sintética de aquella extraña Rege- neración social ;

132 VARGAS VILA

y, se elevó serena, entre el clamor de los merce- narios, el doloroso grito de veinte mil prisioneros y proscriptos, ofrecidos en holocausto a su vengan- za, y el espantoso clamor de la Justicia asesinada, que llenaba el espacio implacable ;

y, todos cayeron de hinojos ante ella, y las losas de los templos y los del Capitolio, se vieron cuasi rotas con el choque de las rodillas y de las frentes, que caían prosternadas, con golpe más fuerte que el de las alabardas y los sables de los genízaros galoneados, que rodeaban el trono

Fué en ese momento de oprobio y de dolor, que Luciano Miral, apareció en las alturas de la prensa ;

su gran gesto de Profeta altanero, impenetra- ble, se diseñó en el horizonte, cómo una aparición consoladora, en las tristezas de ese crepúsculo mo- ral ;

y, su palabra cayó como un rayo, sobre las mu- rallas de la nueva Bizancio ;

y, la ciudad gozosa del crimen, se estremeció, en un gesto cansado, de cortesana sorprendida por la luz ;

y, en los largos silencios serviles, su voz venga- dora pasó como una ala de tempestad, por sobre el colosal dolor de la multitud vencida, provocando un interminable aullido, semejante al de las fieras hambrientas del desierto ;

vuelta la frente hacia la tempestad, diseñando su gran gesto apostólico en el horizonte lívido, es- cribió la palabra del desastre en el muro sangrien- to : apparuértmt digiti;

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y, su voz solitaria y dominatriz, pasó por sobre la cabeza del César, como una maldición ; tocó la frente bestial de la adúltera, como un castigo ; so- nó como una diana, anunciatriz de las victorias, en ese ejército dislocado de pensadores en derrota, y cayó como una lluvia de Esperanza sobre el co- losal dolor de aquella muchedumbre en desastre ;

y, en la desolación pavorosa del momento, su genio se diseñó como un gran león alado, teniendo en sus garras crispadas la Victoria.

La Ruta de B izando, el panfleto de Luciano Mi- ral, fué una revelación y una revolución ;

era la voz del vencimiento, llamando a la recons- trucción ;

era el grito del desastre bélico, sonando en la claustración letal de las ideas ;

i voz de Profeta y de Sibila !

nacida del seno de la angustia, auguradora del castigo y de la muerte, era grave y obscura, tierna y terrible ;

en las nubes trágicas de aquella prosa revolucio- naria, pasaban las ideas vengadoras, como pájaros desmesurados, arrastrados por un hálito de tor- menta ;

y, las frases apostólicas, predicando la destruc- ción de los dioses y de los amos, hacían germinar la muerte ;

y, el Profeta inexorable, esparcía sus frases mor- tales con el gesto tranquilo de un sembrador de históricas venganzas y de sangrientas reivindica- ciones ;

había en esas frases libertatrices y clamorosas, uno como vértigo de belleza brutal y primitiva, de

136 VARGAS VILA

elocuencias inconmensurables y radiosas, bastantes a deslumbrar y a despertar un pueblo que no su- friera la mutilación voluntaria de Orígenes, la tris- te y completa abdicación de su vida y de su his- toria ;

en ese estado de anemia moral, en que un largo período de mentira convencional había sumido la sociedad ; en la antinomia latente entre los espí- ritus y las ideas ; en la decadencia prematura, in- explicable de la raza ; en la degeneración absoluta de los principios ; en la mentira evidente y triun- fal ; en la solidaridad poderosa del engaño ; en toda esa liga formidable, de las desgracias y las bajezas, que parahzaban todo esfuerzo noble, rom- pían todas las voluntades y anonadaban todas las fuerzas, sólo una alma extraña, de poder y de energía, de pureza y de desdén, podía lanzar el grito despertador de la conciencia pública, conmo- ver la indiferencia servil, y la servilidad alerta, sacudir la letargía de esa sociedad decrépita y ab- yecta, y agitar la masa enorme y estancada de la muchedumbre analfabeta : y, Luciano Miral fué esa alma y esa voz ;

a la aparición del panfleto formidable, todos vol- vieron a mirar hacia el punto del horizonte, de donde venía aquel rugido de león ;

los de arriba y los de abajo, todos escucharon asombrados el grito agitador ;

del César al último lacayo, un estremecimiento de cólera pasó por el alma de los áulicos ;

el pueblo alzó la faz estupefacta, y miró asom- brado aquel extraño gladiador d^ sus dereclios ;

ALBA ROJA 137

la prensa era un campo de envidia pavorosa, no de lidia gloriosa ; prensa mediana y pueril, vacua y sonora, pedante y dogmática ; era un gran pa- quidermo ciego, nulo y solemne ; una divinidad inmensa y bestial, como los elefantes sagrados del Egipto; una gran momia empajada, grave y ridi- cula, pero que se empeñaba en ser mirada como augusta ; una trípode callejera, desde la cual de- cían oráculos solemnes, augures impenetrables, mientras el espíritu joven hacía muecas a sus pies, como un mono domesticado por esos músicos am- bulantes, decidores de la buena ventura, en las ferias tumultuosas de la política nacional ;

esa prensa, prensa vanidosa y no generosa, pren- sa venal y no fraternal, que se vendía y no se daba, fácil a la conquista del oro, rebelde a la con- quista del genio, fué toda, o casi toda, hostil a Lu- ciano Miral ;

en su mediocridad pomposa, los pastores de ese rebaño intelectual, que se indignaban en su so- berbia contra todo lo nuevo y todo lo altivo, con- tra toda protesta que ellos no ordenaran y toda rebeldía que ellos no sancionaran, palidecieron de cólera pedagógica ante la aparición altanera y la actitud severa de aquel hombre que ellos no ha- bían educado para la lacha, ni armado para aquel combate, que no había recibido sus lecciones, ni sus inspiraciones, cuyo espíritu no habían mode- lado ellos, y cuyas vértebras no habían domado para la genuflexión perpetua, que no los admiraba y no los adoraba, y que sin su venia, sin su per- miso, surgía, sí, erguido y soberbio, indignado y

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terrible, llena el alma de coraje, y la boca de ver- dades ;

y, cerraron sus almas y sus diarios, a aquel soplo de huracán, y sus ojos a aquel sol de gloria, que ellos no habían hecho ni profetizado, y volvieron la espalda rencorosos y mudos, a aquella Alba roja, que empurpuraba el horizonte ;

y, como Luciano Miral, no pertenecía a ninguna coterie literaria ni política, su esfuerzo aislado tu- vo que lidiar contra todas las tempestades ;

y, como su voz, que tenía las sonoridades pro- f éticas de la visión, y las magnificencias vastas de la Historia, surgió anunciando la muerte de los dioses y de los amos, y su prosa terrible y viril, como su alma sohtaria y prof ética, tenían audacias inusitadas, y rompía todos los moldes de las viejas formas académicas, atrajo sobre las cóleras de todas las almas de religión extáticas bajo los ábsi- des, de las almas de dominación, furiosas bajo los solios, y las de sumisión temblorosas ante el Amo, y las almas de tradición inmóviles ante la sagrada inviolabilidad de las palabras ;

y, los místicos, los retóricos, los clásicos, se aliaron contra él ;

y, condenado fué en nombre de los dioses que negaba, de los déspotas que ultrajaba, de la lengua inmutable que violaba ;

y, como no venía del fondo de ningún partido, ni figuraba en el escalafón de ninguno de ellos, ni aparecía prisionero en las cadenas de la tradición, y surgía agresivo y libre, como un gato montes, ais- lado y no en manada, sin collar y sin amos ; el

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alma voraz y destructora de los partidos despedazó violenta los jirones de aquel verbo magnífico, que no venía a servir de incienso a sus ídolos, de esca- bel a sus mediocridades, de sanción a sus críme- nes, y se mostró adversa a la extraña alma inde- pendiente de aquel hombre, que llegaba así, desli- gado de todos, hablando un lenguaje nuevo, y lleno de una convicción altanera, indefectible ;

y, Luciano Miral, conoció entonces la sentencia dogmática de los fósiles, el apostrofe virulento de los batracios, el epigrama mordaz de los satiristas callejeros, el gracejo insulso de los bufones de sa- lón, el odio de los ebrios profesionales, la estupidez altanera de los pohticos en alza, las leyendas im- placables del fanatismo en cólera, las prédicas ve- nenosas de la clerecía viperina y sórdida, y todo ciianto de ruin y miserable, reúne la vida en las almas bajas de los hombres ; todo fué dicho y escrito contra él ;

se le dijo loco, disoluto, ambicioso, inmoral, impío, blasfemo... todos esos vocablos fofos, gui- jarros de la inepcia, con que la mediocridad lapida la grandeza ;

su elocuencia, elegante y seria, prof ética y cau- tivadora, la armonía extraña de sus períodos, el brillo cegador de sus metáforas, toda su prosa do- lorosa, iluminada, de Apóstol y Vidente, fueron anatematizadas, excomulgadas, burladas, por los pontífices y los eunucos, del lenguaje y de la prensa...

y, por su prosa, y por su carácter, y por su alma, por todas las alturas inaccesibles, por todas

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las cosas indomables que había en él, destinado fué desde su aparición a la gloria imponente y fa- tal de los grandes domadores y los grandes rebel- des de la Historia...

fué un aislado formidable e inexorable ;

el aislamiento, es el primer deber de una alma superior ;

el genio auténtico es solo.

Luciano Miral, en su soberbia divina, de reprobo glorioso, de condenado inmortal, despreciando la conquista del suceso como el más vil de los triun- fos, desplegó su gonfalón de guerra, en las alturas de un diario, lapidado como él, como él soberbio, única cima en aquel desierto de almas, donde po- día plegar las alas ensangrentadas de su genio perseguido ;

el tumulto anónimo no lo intimidó ; se volvió hacia el tumulto, y lo escupió en la faz ;

y, siguió su rumbo hacia los cielos serenos del Ideal, únicos que quedaban abiertos al vuelo tem- pestuoso de sus sueños ;

su alma dolorosa, indomable, purificada por su orgullo, se regocijó ante esa coalición brutal de todos los instintos viles, de la animalidad enco- nada y agresiva ;

la amargura altaneía de su vanidad, despreciaba esa insurrección de serrallo, y se preparó a casti- garla, a ir contra ella, contra sus ídolos, contra sus pontífices, contra sus déspotas, dispuesto a sem- brar de ruinas de templos, de altares y de solios, las tierras vírgenes de su patria, y la historia de su época, turbada y miserable, tumultuosa y vil...

ALBA PvOJA 141

pero en ese huracán, que lo elevaba de súbito a las cimas más altas de la celebridad local, Luciano Miral ,.no estuvo solo ;

el alma valerosa y noble de la élite intelectual, la juventud no contaminada de servilismo, la ado- lescencia intacta, todo lo alto, lo fuerte, lo indo- mado, vino a rodearlo, y se agrupó en torno del gonfalón rojo, que flotaba en sus manos apostóli- cas y puras ;

y, el alma atormentada y triste del pueblo, tam- bién vino hacia él ;

y, como en su más bello sueño de profeta, vio llegar las multitudes hambrientas de verdad, en- fermas de pena, atraídas por la magia indecible de su estilo, por el encanto irresistible de su verbo ;

y, así, entre ese rumor oceánico de insultos y de aplausos, en la nube roja del escándalo, que le formaba un halo de sol, se alzó la figura de ese nuevo Cristo, doctrinante y violento como su si- glo, no apacible y triste como aquel otro, que aso- mó su faz pálida nimbada de oro y azul, como un sol de mansedumbre, allá en el confín remoto de las leyendas hebreas ;

y, los luchadores, y la muchedumbre, tendieron hacia él los brazos y los corazones, con gritos cla- morosos ;

y, el Apóstol, se diseñó así, bajo el horizonte bermejo, sobre los grandes senderos taciturnos de la Historia, lapidado, invencible, teniendo por pe- destal los guijarros del insulto, y coronado con to- das las rosas blancas del Aplauso.

ALBA. 11

La casa de Luciano jNIiral, se hizo el cenáculo de la Idea, el jardín intelectual en que iban a re- posarse los espíritus tristes o rebeldes, los desde- ñosos y los soberbios, todos los que marchaban por ese surco de ensueño y rebeldía, abierto por él, en la campiña asolada, bajo el sol mortal ;

allí concurrían todas las grandes almas de su época, todas aquellas que fraternizaban con la gran- deza austera de su ánimo, con la gravedad trágica de su carácter, con el valor heroico de sus denun- ciaciones, con la implacabilidad prof ética, de sus dicterios, con su alma hosca y bravia de águila salvaje, con su figura de apóstol lapidado, austera y taciturna, aislada en ese horizonte de todas las tempestades y todas las desolaciones que se alzaba detrás de su cabeza ;

y, la amistad en una eflorescencia férvida, creció y se abrió, como una floración de gloria, perfu- mando la soledad de esa Argólida sedienta, que el despotismo y el fanatismo, habían querido hacer en torno de su enemigo formidable ;

y, en el cenobitismo cuasi claustral en que vivía este revolucionario extraño, que había de hacer del aislamiento un dogma de su vida, se vio rodeado de un grupo de espíritus excelsos, de un núcleo de pensadores, los más fuertes y más nobles, que vi- vían en aquella época de insondable tristeza mo-

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ral, de espantosa atrofia del intelecto y de la acción, que precedía como una aurora de hielo, al desapa- recimiento del alma nacional, al hundimiento fi- nal de su país en el oprohio ;

y, su pequeño salón, fué un cená<íulo que él pre- sidía con su majestad insólita y grave, su cortesía delicada y seria, su tenida irreprochable, el perfil imperioso de su cabeza leonina, sus ojos inquisi- dores, abismales, su boca violenta y sensual, su silencio acariciador y cortés, en el cual parecía es- culpir los períodos flameantes de su monólogo in- terior, y la tristeza incurable de su alma de donde brotaba la fuerza trágica de su pensamiento ;

era allí el centro de la propaganda, y de la agi- tación alta y fecunda ;

¡oh, el divino núcleo de almas jóvenes, enamo- radas de los grandes ideales, dolorosos e inasibles !

¡ oh, los generosos novadores, casi todos marca- dos por un destino fatal a desaparecer violenta- mente, antes que el triunfo de su Ideal iluminara el horizonte I

sus diálogos, su polémicas íntimas, ese derroche oriental de riquezas interiores, ese florilegio pom- poso de pensamientos inmensos, ese vino sagrado vertido en las ánforas ya rotas, y hecho para em- briagar con una embriaguez de dioses, los pueblos todos de la tierra, ¿quién los recordará?

arpas prof éticas ya rotas, águilas apocalípticas ya mudas, fuego de volcanes ya extintos, alas de huracanes ya vencidos, todo se extinguió, todo pa- só, todo duerme sin ruido, en un campo de ruinas, bajo el ala inviolable de la Muerte ;

ALBA EOJA 145

allí el perfil blondo y sanguíneo, los ojos atigra- dos y movibles, la inquietud felina y heroica, el verbo rojo y fulgente del inmortal sagitario, de Juan de Urbina, se elevaban y vibraban por sobre todo, como las alas de un pájaro de fuego, como la llama de un Etna, como el foco de un sol ;

pequeño, sanguíneo, cuasi rubio, los ojos de un color metálico cambiante, un poco obeso, pero li- gero, inquieto, infatigable, este revolucionario so- cial, adorador de Jules Valles y de Loms Blanqm, que llevaba por lema en su escudo de combate, el exergo tremendo: ni Dios ni Amo; éste, terroris- ta teórico, con rugidos de fiera y alma de paloma, Be había tomado de una amistad tierna y apasio- nada, de una admiración sincera y leal, por Lu- ciano Miral ; su diario : La Hora, había sido el pri- mero en reproducir los fragm-entos más atrevidos de La Ruta de Bizancio, y desde entonces se había hecho la tribuna y el escudo del joven panfletario ; hijo de padres nobihsimos, cuasi millonario, na- cido para los ocios de la riqueza y las elegancias del placer, mimado y adorado de los suyos, había abandonado su hogar a los diez y seis años, su madre, una santa matrona, por la cual tenía este luchador implacable la misma fanática adoración que Luciano Miral por la suya, y había dado su vida toda a la lucha, por el Bien, por la Libertad, por la Justicia ;

su vida había sido la más heroica Odisea, que un hombre inmaculado y fuerte pueda vivir ;

en guerra con Dios y con los hombres, hiriendo con su pluma todos los fanatismos y todos los des-

146 VARGAS VILA

potismos, exponiendo su gran corazón, sin cota y sin escudo a la lanza del contrario, no cejó un mo- mento, no vaciló nunca, no se rindió jamás ;

fué invencible e incorruptible ;

sordo a la lisonja y a la amenaza, ni se rindió al halago, ni retrocedió ante el insulto ;

escupió al Olimpo y al Solio, sacudió con sus ta- lones el mito polvoriento de los dioses, abofeteó con sus dos manos el monstruo calamitoso del des- potismo, el templo y el Capitolio temblaron a los golpes de su maza, y, era en la prensa, el vence- dor de monstruos, el estrangulador de mitos, el Puro, el Fuerte, Parsifal bajo su negra armadura, Hércules bajo su piel de león ;

con el rostro juvenil y radioso, los labios llenos de protestas, los ojos luminosos de ensueños, con la fuerza y la gracia cuasi divinas de un dios mi- tológico, con su fiero gesto de rehusa ante el ha- lago, la virtud sugestiva de su gran desprendi- miento, su inapaciguable sed de Justicia, su pasión palpitante y sonora, su vida prodigiosa, animada por un deseo heroico, inextinguible, por la más noble exaltación, por una sed de sacrificio tumul- tuosa y voraz, que lo impulsaba, lo purificaba, lo consumía, en una fiebre divina, incalmable y sa- grada, este noble asesino de quimeras ponzoñosas, con todas sus idealidades, todas sus vitalidades y todas sus grandezas, era la figura* ideal del Héroe^ en el cual la Gloria acumuló todos sus fulgores, to- dos sus misterios, y todos sus emblemas ;

¡ en su país, ningún destino de escritor fué más grande, más glorioso, y más triste que el suyo I

ALBA BOJA 147

tuvo todos los resplandecimientos de una aurora, y todas las tristezas de un crepúsculo ;

la virtud y la grandeza de todos los creadores de su Patria y su Partido, eran pálidas ante las de ese apóstol fulgurante y terrible, que se iluminaba como una gran flor de fuego, en un campo de sombra, y cuya vida en perenne tempestad, hacía pensar, en esa águila que soñó Dante, incombus- tible encima de las llamas ;

si alguna vez su pueblo quisiera ungir el már- mol, la gran figura heroica de ese vencido, se alza- ría en el camino de los siglos interminables, cir- culado de llamas, con el oriflama de su pluma, so- bre un pedestal de dioses vencidos, y con una guir- nalda de pueblos libertados ;

fué el primer talento, el primer carácter y la primera virtud, de su siglo y de su partido en su patria ;

ni antes de él, ni con él, ni después de él, hubo nada semejante ;

su doria fué la del Sol : ser Único.

Primero faltaba la luz a la mañana, que Juan de Urbina, en la casa de Luciano Miral ;

allí, su verbo dantoniano, tronaba y rugía, o se exaltaba en frases crudas, de un verdor envidiable, contra la traición senil de Herodes, la impudicia sangrienta de Herodiada, las claudicaciones ver- gonzosas de la dique parlamentaria, o las avide- ces monstruosas de la turba oficial ;

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lapidaba hombres y hembras, con un fervor ilu- minado y brutal.

Diomedes Arce, su más cariñoso amigo, lo acom- pañaba casi siempre ;

elocuente, diserto, lírico, era un Domador de mul- titudes, un encantador de las almas y de las cosas ;

discreta y pomposa flor de ateísmo, dialéctico el más brillante, clásico el más amable de los que hablaron su lengua, nunca el sofisma revistió más pomposos atavíos, ni se ornó de más ricas pedre- rías, que cuando brotaba de los labios, o lucía como una custodia bizantina, levantada en las manos de- licadas y exangües de aquel artista incomparable ;

ecléctico, de un eclecticismo voluptuoso y sono- ro, no era un rebelde, como Juan de Urbina y Luciano Miral ;

la violencia repugnaba a su estética de líneas suaves y curvas delicadas, a su espíritu reacio a las soluciones violentas, a los grandes gestos trá- gicos, a los gritos desacordes y tumultuosos de las almas en cólera ;

rebelde sólo contra Dios, como del siglo pasado, dijo Helio, no llevaba a las luchas de los hombres, igual acrimonia, ni intransigencia ; su espíritu dúctil, profesaba como Cavour, la doctrina de que La política es la ciencia de las transacciones ; y, pactaba con los hombres, nunca con las ideas con- trarias...

era insensible a los halagos del Templo, pero era débil a la frase llamadora que venía del Capitolio ;

era tierno a la caricia del poder, que ejercía so- bre él una fascinación de sortilegio ;

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(le clin la esterilidad dolorosa de su vida y de su obra ;

nacido en el mismo pueblo que el Dictador, uni- do a él por nexos de parroquia, por sus aficiones de poetas, por tradiciones de su antigua política liberal, era cortejado, adulado, solicitado por He- redes y por Herodiada, que sabían bien el valor de aquel escritor de grande estilo, de aquel tribuno de vuelo inconmensurable ; atraído y halagado por ellos, su espíritu, ondeante y dócil, no hecho para las resistencias encarnizadas, ni para las luchas a oiitrance, se detenía, vacilaba entre las dos co- rrientes ; de la Oposición y la del Poder ;

era de la Oposición por el cerebro, del Poder por el corazón ;

su diario : La Palabra, escrito en un estilo clá- sico moderno de un envidiable aticismo, se esfor- zaba con pasión en hermanar aquel monstruoso despotismo, con los principios de una tradición ya renegada por el Poder ;

sin ser verdaderamente un diarista, pues, excep- ción hecha de Juan de Urbina, no los había en aquel país, Diomedes Arce era un escritor insupe- rable en la prensa, un polemista fluido y temible, y su eclecticismo brillante, de un extraño encanto para las almas inexpertas, comenzaba a hacer un proselitismo no despreciable en las filas de la ju- ventud ;

eso indignaba hasta la desesperación a Juan de Urbina ;

y, así, cuando los dos se encontraban en ese te- rreno, y eso era casi a diario, el encuentro asumía

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las proporciones formidables de un duelo oratorio.

ürbina, no era un orador ;

su frase, que escrita, semejaba superándola, la clásica de Montalvo, no tenía dicha, la misma ele- gancia, ni belleza ; era ruda y fuerte, como una maza homérica, como la clava de un bárbaro ; no se plegaba al esgrima del combate, y hería como una catapulta ; tenía el trágico desgreño de una cabeza de Medusa ; no fingía el duelo, iba a fondo al corazón, como la lanza de un cimbrio.

Arce era un orador prodigioso ;

la elocuencia era el estado natural de su alma, sus palabras eran musicales de por sí, como lo son el gorjeo de los pájaros y el ruido de los grandes pinares de la selva ;

la euritmia brotaba de sus vocablos y de sus la- bios con la dulzura de un panal hibleo, y la rique- za prodigiosa de una vid de la Provenza ; su pa- labra milagrosa, vestía siempre de gala como un patricio ; sus frases eran : arhiter elegantice, per- fumadas y paramentadas como un Petronio en fies- ta ; su apostrofe era una flecha de Circe ; su dia- léctica un florete abotonado.

Urbina tenía en la discusión, libertades y cru- dezas de la plaza pública, fingía el dialecto de las masas, revelaba su aliento y sus cóleras, sus voca- blos tenían a veces el verdor malsano de la grose- ría popular ; el tropel de sus invectivas semejaban los dicterios y los guijarros de una plebe amoti- nada, la lapidación de los malvados por una mu- chedumbre en cólera ;

la frase diáfana, aterciopelada de Arce, volaba

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como un pájaro de luz, por los campos de la His- toria, picoteaba los pámpanos jugosos de extrañas doctrinas, gozaba en abrir sus alas sobre la ola turbia de viejas metafísicas, evocaba nombres so- noros y gloriosos, dejaba caer sentencias como plu- mas de sus alas, y en escapadas de un lirismo ad- mirable, se elevaba, hasta perderse en las cimas luminosas de la Poesía : era su Patria ;

y, el tremendo Sagitario le disparaba entonces alguna invectiva ruda, que iba como una flecha a empurpurar el seno y romper las alas del pájaro divino ;

en esas discusiones, el favor del pequeño círculo estaba siempre del lado de Urbina.

Arce, empezaba ya a perder mucho de la popu- laridad, que años atrás, le habían conquistado su elocuencia prodigiosa, y el avance de sus ideas ;

sus vacilaciones del momento sembraban la des- confianza, y sus veleidades empezaban a hacerle el vacío, ¡ ay ! i ese vacío tan hondo y tan injusto, que lo había de aislar para siempre años después !...

i y, sin embargo, esos dos prodigiosos arietes del pensamiento, tan grandes y tan distintos, habían de tener un fin igual, un mismo melancólico destino !...

i separados por la distancia, por las brutalidades de la vida, por las inconsecuencias miserables de la suerte, habían de morir ambos, en playas extran- jeras, ante el fracaso de todos sus ideales, el des- vanecimiento de su sueño infinito, dolorosos y ven- cidos, dignos y tristes, perseguidos por la misma mano, envueltos en la misma sombra, esperando la luz de la misma alba !...

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Diomedes ^Vrc-e, profesaba también una grande y cariñosa deferencia a Luciano Miral, y si las opacidades de La Palabra, no daban campo a las extrañas fulguraciones del joven panfletario, uno que otro elogio, elegante y discreto, y la cariñosa frecuentación del diarista ecléctico, revelaban bien una simpatía sincera, aunque contenida por las do- lorosas necesidades del momento ;

con su perfil de pájaro huraño, pensativo, y bur- lón, Antonio Eeina, entraba de vez en cuando en la polémica, para desflorar con algún epigrama acerbo, aquella florescencia de luz, ya picoteando Bobre la selva incendiada de los dicterios de Ur- bina, ya en las corolas abiertas del prado prima- veral, del poeta polemista ;

poeta él también, poeta bélico de alto vuelo, era antes que todo, aristofanesco y terrible ;

sus sonetos, cincelados como un puñal florenti- no, m cauda venenum, llevaban la flecha estinfálica en el último renglón, ¡ flecha mortal 1 ; sus déci- mas eran escorpiones luminosos, que tenían en sus colas de fuego más veneno que todas las sierpes aladas de Trezene ; sus epigramas eran pomos mor- tales, una sola gota de su gracia implacable, basta- ba para hacer morir la víctima, en la más espan- tosa epilepsia de ridículo ;

su musa, de una voluptuosidad felina, aun en sus desperezos de amor, conservaba no se qué de agresivo y mortal ; no besaba, mordía como una leona enamorada, y sus besos, aun sobre campos de rosas, daban la muerte ;

y, este espantoso arquero de la rima, con el arco

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siempre tendido, como el dios mitológico, dispa- raba con un ensañamiento feroz, sus flechas en- venenadas, contra la púrpura nauseabunda de He- rodes y el seno impúdico de la vieja cortesana ; y, la pareja imperial se crispaba bajo el aluvión de esas rimas desesperantes, dolorosamente ponzoño- sas como el aguijón de las abejas sagradas de Te- salia...

Herodiada, huía ante ellas, enloquecida, como la hija de lo, ante el tábano divino ; las torres de los templos y las cabezas de los ídolos, acribillados por aquellas flechas, se veían como luminosos ; y el Cristo mismo palidecía, entre el nimbo de burlas y blasfemias, que le hacían los sonetos formida- bles, disparados contra él ;

los epigramas contra Herodes y Herodiada, dis- gustaban hasta la indignación a Diomedes Arce, pero, él, que desañaba, seguro de la incombustibi- dad de sus alas, las llamas de incendio de Juan de Urbina, esquivaba hasta donde le era posible, atraer sobre las cantáridas zumbonas, radiosas y envenenadas del terrible rimador.

Antonio Eeina era tribuno, tribuno excelso ;

era tan terrible cuando soltaba las águilas tre- mendas de su apostrofe, como cuando echaba a volar las avispas mortales del epigrama ;

ese hombre tenía en su dialéctica formidable, todos los áspides del boscaje y todos los leones de la selva ;

multiforme, inasible, sereno, asombraba a sus contrarios por lo infinito de sus recursos ; el protai- cismo fabuloso de sus argumentaciones ; la varié-

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dad y riqueza de sus conocimientos ; la solidez de su ciencia, y la libertad de su conciencia ; sus blas- femias, que hacían temblar las cámaras ; sus au- dacias inusitadas, que desconcertaban toda tácti- ca ; sus cinismos, olímpicos y augustos, como la desnudez de las estatuas ; sus protestas, sonoras como las notas de un clarín, y su lógica fuerte, mortal, como la clava de un dios ;

era del cenáculo, ya porque le importaban gran- demente las cosas de la política, ya porque amaba el tumulto ilustrado de la polémica diaria, y por- que siendo un rebelde, amaba aquel foco de rebel- día, y porque su corazón esquivo se sabía amado allí, y gozaba en el comercio intelectual de aquellas almas, altas y fraternales, todas admiradoras de su musa ateniense, de su talento poderoso y múltiple ;

los ojos entrecerrados, somnolientos, la cabellera desgreñada, hirsuta, abotagado, descuidado, pere- zoso, apacible y temible como un oso domesticado, Laureano Escobedo, el caricaturista eximio, asis- tía a esas reuniones, a veces serio, a veces reilón, con su alma de niño burlón y vicioso, trabajado y deformado por el alcohol ; mendigo luminoso y da- divoso, bohemio sublime y venal ; hiriendo con la inconsciencia de un foete, según la mano en que la necesidad lo colocara ; teniendo amistades y no ideas, afectos y no opiniones ; dando con sus di- bujos geniales, razón a los buenos y a los malos ; sirviendo con desvergüenzas de lacayo al odio de todos los partidos ; vendiendo al detall y al centa- veo, la mina inagotable de su ingenio ; admirable sin autoridad ; grande sin seriedad ; sublime y

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vil ; útil o fatal, según la causa que lo pagara ; es- timable o despreciable, según la idea a cuyo servi- cio pusiera la magia envidiable de su lápiz ; ese artista indescifrable, ondeante, peligroso, incons- ciente, no tenía sino una adoración, un ídolo, un dios : Juan de Urbina ;

era él, a su autoridad, a su influencia, que de- bía todas sus obras buenas, lo poco estimable y puro que había hecho en su vida ; las escasas concepcio- nes altas y sanas de su espíritu ; las raras cosas nobles y aun subhmes, que había pintado su lápiz prodigioso ;

y, siguiendo a Juan de Urbina, como un mono domesticado, iba a aquellas reuniones, y se entre- tenía en oír las polémicas, dibujando infantil y perverso la figura dantoniana de Urbina, la silueta fina y delicada de Arce, el perfil agorero de Eeina, o la gravedad imberbe de Luciano Miral... y, se hastiaba mucho allí, porque este último ponía en- tre él y la vulgaridad, una distancia enorme ;

en efecto, Luciano Miral odiaba una vulgaridad más que un crimen ; un atentado contra la cultura social, le repugnaba más que un atentado contra la seguridad social ; una infracción del código de las buenas maneras, le parecía más odiosa, que todas las infracciones posibles, a todos los demás códigos del mundo; para él, la vulgaridad era el delito irredimible, y, no ocultaba su displicencia agresiva para con ella ; con su frialdad glacial, ha- cía cuasi irrespirable el aire a ciertos metros de circunferencia a todos los seres vulgares que se acercaban a él ;

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y, esta cualidad dominatriz de aislamiento, lo acompañó toda su vida, y lo salvó de familiaridades deshonrosas con la multitud, que doctrinaba y de- fendía siempre, pero a la cual no se mezcló jamás ;

su boca divulgatriz, se abría sobre esa muche- dumbre, como una ánfora de verdades, pero no acercó nunca sus labios al rostro poliforme ;

este gusto exquisito do la elegancia, este amor de la tenida y las maneras señoriales, hacían decir años después a Juan de Urbina, hablando de su amigo : En tiempos de la Revolución francesa, los reyes lo habrían guillotinado por sus ideas, y el pueblo por sus maneras; tanta es la distancia que existe, en este Brumel revolucionario, entre la de- mocracia de sus libros, y la aristocracia de sus há- bitos ;

y, por eso, Laureano Escobedo no amaba a Lu- ciano Miral ; y, gran parte de las caricaturas que en esos días habían circulado de este último, eran debidas a dibujos del artista venal ;

el panfletario orgulloso, despreciaba profunda- mente a aquel proxeneta del lápiz, y cuando éste ensayaba disculparse, negando ser el autor de esos dibujos, Miral no se dignaba responderle, y se en- volvía en un silencio altanero y despectivo ;

y, así fingiendo ignorar las bajezas de aquel his- trión pictórico, se conformaba con no ponerlo a las puertas de su casa, pero no dejándolo entrar en el santuario de su amistad ; lo toleraba desprecián- dolo, y lo abrumaba con su desdén ;

durante esas tempestades de política, en un án- gulo del salón, con el ruido de cisnes que se que-

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relian, dos o tres poetas del cenáculo discutían so^ bre las formas y la esencia de la Poesía, y recitaban rimas y traducciones de un modernismo extraño ;

eran los únicos que en esa lejana ciudad andina, ignorante de lenguas y literaturas extrañas, ena- morada del pasado, académica e iletrada, sabían del parnasianismo y del decadentismo, de los sim- bolistas y los realistas, de Zola y de Villiers de L'Isle-Adam ; de Flaubert y los Goncourt, de Tbéopbile Gautier y Gérard de Nerval, de Huys- mans y Bourget, de Barres y de Hennequin, de Marcel Scbwob y Elemir Bourges, y recitaban de Las Flores del Mal, de Baudelaire, de las Oclas Funambulescas , de Tbéodore de Banville ; de los Poemas Bárbaros, de Leconte de Lisie ; el Aprés- midi d'un Faiine, y Herodiade de Stépbane Ha- llarme, y sabían versos de Copee y Léon Dierx, de Heredia y de Catulle Mendés, de los Poénies saturniens, y las Fe tes galantes, de Verlaine, y tra- ducían de Regnier y de Sully Prudbomme, Maeter- linck y Rodenbach, y de ese mismo Lelian, que vagaba entonces de la prisión al Hospital, arras- trando como una cadena sus neurosis y su genio ;

y, mientras ellos no ignoraban ni a Heine, ni a Potousky, ni a Swinburne, ni a Meredith, a Tennyson, ni a Browning ; los grandes pontífices de la literatura nacional, lo ignoraban todo, no co- nociendo nada fuera de los modelos clásicos de la poesía castellana, y así vegetaban, solemnes y nu- los, abofeteando las m.usas indefensas, viajando al Parnaso en el asno de su ingenio romo, con un bagaje de estrofas miserables y lamentables, y pro-

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clamándose entre sí, grandes poetas, esas coto- rras bucólicas, avutardas calentadoras de los hue- vos ya podridos del viejo Parnaso Español;

el núcleo de esos poetas jóvenes, que no alcan- zaban a formar una pentarquía, comenzaban a re- accionar ya, contra ese academicismo arcaico, y rompiendo los viejos moldes, ponían ideas nuevas en formas nuevas, y sacudían las alas de sus mu- sas iconoclastas y racionalistas, sobre las cabezas vetustas de los viejos bonzos místicos estupefactos ;

en la decadencia oprobiosa de los propios y de los vivos, la obsesión de los extraños y de los muer- tos, trabajaban los espíritus, y se buscaban en li- teraturas e historias de países lejanos, el sortilegio de grandes vidas y de grandes almas, que vinieran a iluminar y sacudir ese marasmo ;

vientos de rebelión y de renovación, agitaban el Cenáculo ;

con generosa y candida fe, aquellas almas, que se negaban a ver la ruina definitiva del Ideal, en aquella tierra esterilizada por todos los fanatismos, hablaban de reconstrucción la víspera de la ruina definitiva, inexorable ; hacían esfuerzos de orien- .tación hacia la Vida, en el umbral mismo de la Muerte ; y profetizaban el Edén cercano, de pie en las fronteras del desierto inclemente, sobre cuya mudez mortal y silenciosa, un crepúsculo lívido proyectaba las siluetas deformes de grandes mo- mias pensativas...

En su gravedad de Esfinge ; con sus grandes ojos sombríos, de pecado y de abismo, Lelia Se- rrano, era un Enigma, a cuyo cuerpo de Faunesa todos llegaban, pero cuya alma, cerrada como una flor rebelde a las caricias de la vida, se aislaba en extrañas clausuras, con el seno lleno de misterio y de virginidades incógnitas ;

hija bastarda de un lirófilo cínico, especie de bardo callejero, romántico y amargo, guardaba de su padre, el caudal de histerias que desarrolló en el comercio prematuro de su cuerpo, y llevaba en su alma una gota del ensueño, que hizo tan grande a aquel misántropo doliente ;

la palidez, que en ondas ambaradas se extendía por su cuerpo de diosa ; la coloración sombría, cer- cana de los ojos, que amplificaba la tenebrosa fos- forescencia de sus pupilas indefinibles, brillando como dos zafiros grises bajo la faja de sus cejas de sedas crepusculares ; su cabellera de oro mate, que caía en rizos sobre su frente cargada de vér- tigo, como si besase la mar silente de sus ojos ; la tristeza amarga de su boca fina y desdeñosa ; su rostro todo, firmemente modelado en claridades de

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marfil, daban a esa extraña y bella figura im en- canto donisiaco, el perfume de una flor mortal, el encanto brutal y misterioso de una Friné, des- nuda ante sus jueces, de una Aspasia escuchando ante Pericles, el poema del último rapsoda ;

nacida en el arroyo, había vivido en el vicio, atravesando por él, con un extraño candor triunfal, de ese que tienen las alas de los cisnes, y las hojas del nenúfar, que se abren sobre el limo del pantano sin mancharse ;

un raro orgullo la mantenía erecta, como el junco de las madréix)ras hundiendo sus hojas en el fango, y alzando al cielo el oro de su flor maravi- llosa ;

ella misma no sabía cuándo había dejado de ser casta, pero una serenidad talmente pura, reinaba en su mirada, que la envolvía en la gloria suprema de las carnes virginales ;

era una soñadora tristemente ávida de goces, cuya animalidad sentimental, le había hecho guar- dar bajo el pecho voluptuoso ofrecido al beso tran- seúnte, el corazón intacto, como un tabernáculo, cerrado al culto del placer, y en espera de la lle- gada misteriosa del Amor, para adorarlo ;

era una cocotte romántica, que tenía bastante talento para no hacerse empalagosa : rara avis ;

era letrada, sin ser pedante, amaba la litera- tura y los poetas ; y juraba por ios grandes dioses, que ella no era has blcu, y no lo era, porque como todos sus amigos lo sabían, calzaba unas de seda de colores tiernos, bordadas de flores, que hacían semejar sus piernas esculturales, a dos columnas

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de un sagrario, trabajado en mosaico por artistas

pompeyanos ; ,,...•

este bello animal de amor, tema la histeria no- ble y el alma melancólica, inapaciguada ;

tenia el vicio triste, como decía Juan do Urbma, cuando quería enfadarla ;

pródiga de su dinero y de su cuerpo, avara de su corazón, fatigada de las uniones inmediatas, bus- caba en amistades desinteresadas, alimento para el vacío desolador de su vida ;

y tenía un gran circulo de amigos, que olvida- ban las debilidades de su cuerpo, para mirar el prisma radioso del cristal de su alma ;

su hospitalidad, era opulenta como su cuerpo y generosa como su alma ; . i j

y como esta extraña criatura, se interesaba de manera febril, en cuanto a la política y a la lite- ratura se refería, sus amigos, casi todos poetas, escritores y políticos, se reunían diariamente en casa de eUa, para hablar de estas materias, ba]0 el encanto arrebatador de su talento y de su co- razón, tan nobles ; .

era una Hada benéfica y complaciente, ba]0 cuya amplia mirada azul, germinaban en los hombres los sueños y los deseos, y florecían al igual las grandes ideas y los grandes besos ;

casi ninguno de aquellos amigos la había poseído nunca y muchos de ellos habían dormido en su casa largos meses, cuando la crueldad de una pa- troná de hotel, o las persecuciones de un gobierno, los habían hecho emigrar de la suya ;

cuando se había entrado en el número de sus

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amigos, ya no se aspiraba a ser del número de sus amantes.

Poseerla me parecería un incesto decía muy seriamente uno de ellos, a quien le preguntaban si alguna vez había sido suya ;

aquella extraña mujer, generosa hasta la prodi- galidad, no amaba el dinero ;

se daba por placer, por capricho, acaso por do- lorosas y tristes exigencias de su temperamento, nunca por combinaciones mercantiles, por la vil explotación de su pobre carne perdida, que pesaba sobre su corazón como una piedra ;

se sabía de hombres riquísimos, enamorados de ella, hasta la locura, y a los cuales no había admi- tido nunca ;

todas sus pasiones habían sido arrebatos román- ticos, hijos de la piedad o de la admiración ; los amantes que se le atribuían, o que habían sido realmente suyos, eran héroes jóvenes, niños des- graciados, o poetas célebres ;

deshonrada a los catorce años por un anciano millonario, al cual su madre la había vendido, vi- vió de él desde entonces, en un lujo discreto y confortable ;

el anciano, llegado a su decrepitud, tenía por ella una ternura paternal ; y Lelia lo respetaba ; conservando la seriedad de su casa y de su per- sona, aun en los más tristes extravíos de su vida ;

las dos noches por semana, en que su protector iba a verla, su puerta estaba cerrada para todos, hasta las once, hora en que él se retiraba ; éstas las llamaba Juan de Urbina : las noches de David,

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aludiendo al papel de la Sulamita, cerca del viejo rey ;

en aquellos días de excitación política, la casa de Lelia eran un gran centro de agitación ;

naturalmente, a la aparición de la Ruta de Bi- zancio, el folleto formidable fué leído allí, una no- che de reunión, por la voz poderosa y extraña de Juan de Urbina ;

una emoción se elevaba de las almas, como la trepidación de una llama, ante las armonías sal- vajes y desconocidas, el incendio luminoso, la glo- ria estridente y deslumbradora de aquel Poema vengador, que parecía salir de las profundidades terribles, de la conciencia del Pueblo y de la His- toria, en una fusión pavorosa de quejas sobreagu- das, de dolores infinitos, de fm*ores desesperados, de gemidos y de anatemas, la más alucinante vi- sión, la más prodigiosa sinfonía de apostrofes y de lamentos, de ayes y de imprecaciones, que el verbo milagroso de un Profeta pudo desencadenar como los gritos de la mar estrellándose en una playa polar, como el fragor de una tempestad sobre la soledad aterradora del desierto...

una salva de aplausos acogió el final, y un si- lencio sugestivo envolvió las almas y las cosas.

¡ Bah ! pura declamación, eso es horrible y ridículo, dijo Paco Silvestre, un corchete perfu- mado, mono equilibrista de la prensa, cronista in- termitente de diarios ultramontanos, paniaguado de Herodes, cortesano de los hombres, y hombre de las cortesanas, muy en gracia entonces en la corte de Her odiada, y que por su cinismo de gace-

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tillero leproso, dejaba deslizar en esas reuniones su persona equívoca de mundano crapuloso, oliente a incienso y a boudoir, grafómano estulto, el más despreciable de los bípedos escribidores.

Lelia, que había escuchado la lectura, estreme- cida de emoción, con los ojos entrecerrados, como una tigre somnolienta, alzó su cabeza imperiosa y sensual, sobre la cual temblaron los jazmines que la adornaban como una diadema de Emperatriz, irguió su busto altanero, sacudió sus bucles dora- dos, y en la semidesnudez soberbia de su belleza irritante de Musa tentatriz, dijo con su voz can- tante y profunda de trágica :

Ese no es manjar para ti, Paco Silvestre ; ese hombre tiene algo que no comprendes, y que falta a los hombres de tu generación, en tu par- tido : tiene dignidad ;

¿quién de vosotros escribiría como él? ¿quiénes sois vosotros, doctores místicos del sensualismo, afeminados y pueriles, que vais a la Escuela de Cristo, a mancillar vuestros cuerpos en prácticas vergonzosas, bajo el beso socrático de vuestros confesores, y salís de allí con la misma impudicia a mancillar la reputación inmaculada de los hom- bres que os denuncian?

conocemos bastante vuestra simplicidad agresi- va ; vuestra necedad dorada ; vuestra falta de ca- rácter ; vuestra pequenez de alma ; vuestro feti- quismo del triunfo ; vuestra adoración de lo pue- ril ; vuestra cobardía endémica ;

vosotros sois la representación más real y más característica de esta época turbada y vil, y de ese

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núcleo social que se distingue por la ausencia ab- soluta de carácter, por su pequenez y por su inep- cia ;

en el prado de ortigas en que vivís, vosotros os habéis dado el nombre que os define bien ; sois : Flor de la Crcme ; sí, la crema de esta sociedad de arrieros cosmopolitas, de mineros endomingados, de ganaderos con guantes, de tenderos pretencio- sos, de políticos averiados, todos místicos, todos aristocráticos, todos apócrifos ;

sociedad fanática, histérica y cínica, donde todo es falso : los nombres, las virtudes y las creen- cias...

¡ vuestra religiosidad ! . . . vosotros sois los corde- ros mejores de ese rebaño, y el mismo día que co- mulgáis en los cálices de las iglesias, vais a co- mulgar en los labios de vuestras queridas, viejas viciosas que compran vuestros besos ; no creéis en nada, pero el miedo detiene la negación en vues- tros labios...

¡ vuestra Eeligión ! ¿ de dónde sacó Herodes el Obispo, que absolvió a su concubina, contra todas las leyes de la Iglesia, que prohibe absolver a los que viven amancebados?

¡vuestras costumbres!... ¿de dónde ha sacado Herodiada sus amigas, sus confidentes, sus ínti- mas?

j vuestras opiniones !... ¿de dónde ha sacado He- rodes todos sus lacayos?

¡ turba de cretinos, florilegio de imbéciles! ¿cuál de vosotros podrá compararse a Urbina, a Reina, a Miral? : ninguno...

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y, agotados, enervados, miserables, no pudien- do igualarlos los calumniáis... por eso os parece insufrible Luciano ]\Iiral ; ésa es la opinión de los amos, que repiten los lacayos ; cotorras epilépti- cas, que aprendéis a infamar los grandes nom- bres, en las cocinas del César, y salís a repetir el insulto, con vuestra inconsciencia impúdica de lo- ros de mancebía ;

a la violenta invectiva de la gran mujer irritada, sucedió un ¡burra!... formidable.

Paco Silvestre no tuvo la audacia de responder, y se alejó, diciendo que él no discutía con mujeres, que se le babía insultado, ¡ como si él mismo no se bastase para este oficio 1 y se fué a llevar a Pa- lacio sus delaciones de esbirro, y a la cloaca de sus diarios, su bilis de gacetillero pornográfico y fe- roz ;

un silencio abrumador y miradas bostiles, lo acompañaron en su fuga ;

después, se habló de Luciano Miral, se contó su infancia atormentada y solitaria, la gloria de su padre, la virtud de su madre, la soberbia indo- mable de su raza ; se refirió que era un niño ex- traño, orgulloso y serio, valeroso y tenaz, con una terrible fe de iluminado.

Un niño ^dijo uno , i diez y ocho años ape- nas !

¡ Una criatura !

Un carácter.

Un Genio dijo Juan de Urbina, con entona- ción de voz, tierna y sincera, y quedó pensativo.,.

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después, se habló de traerlo a la próxima re- unión, y presentarlo a Lelia ;

ésta oía en un silencio lleno de deseos, que pal- pitaban bajo sus flancos nevados y en la turgencia altanera de sus senos ; a tiempo que su mirada abarcaba el paisaje, i^or la ventana abierta, y pa- saba como una caricia por sobre la inmovilidad de las cosas y la sombra azulosa del jardín, que se ex- tendía ante ella en gradación lenta, e iba a per- derse en claridades zafirinas, allá abajo, en el río, donde las estrellas titilaban como rosas del cielo, prisioneras en las ondas ;

pasaba por su cuerpo el largo estremecimiento de los jardines dormidos, y se entenebrecían el oro crepuscular de sus cabellos y las violetas densas de sus ojos...

los deseos pasaban por su cuerpo, como noctícu- los sobre un agua dormida ; su sensualidad inge- nua, ponía un vuelo de éxtasis en sus pupilas, y vagaba en la sonrisa enigmática que se extendía como una ola sobre su palidez de lirio astral ;

cuando volvió en sí, en aquella atmósfera como saturada del perfume de mil ritos sagrados, es- taba sola ;

entonces pronunció, como una invocación, el nombre del adolescente extraño, del prosador épi- co, que despertaba su alma ; llevó las manos al pecho, como si por primera vez sintiese removerse algo en él > y lloró de felicidad^ como la madre que, sintiendo el movimiento del primer hijo en sus entrañas, grita de encanto, al sentir su amor hecho carne y florecido ;

168 VARGAS VILA

el deseo subía por todo su cuerpo, como la llama que lame el condenado a la hoguera ;

se dobló como una orquídea voluptuosa, y quedó palpitante, tendida en el sofá, caída sobre el brazo ebúrneo, la cabeza coronada de jazmines...

Para Luciano Miral, la vida era una cosa grave y santa, un misterio sagrado, en el cual no había lugar sino para un culto : el del Deber.

Vivir para cumplir lui deher, y subordinarlo todo a él; eso era la vida a sus ojos de pensador, alta- nero y huraño ;

las grandes visiones generales de la vida, se des- arrollaban a sus ojos, como un inmenso campo do batalla...

luchar, era el deber imperativo ;

abstención, es deserción ;

la lucha, es la magnificación de la vida real ;

la poesía del esfuerzo, es superior a cualquiera otra : ella talla sus poemas en carne, y hace los héroes ;

la exaltación de su alma, ante el dolor univer- sal, no era sino la reacción lógica de su espíritu, ante el espectáculo triste de la universal injus- ticia ;

y, el silencio, ante ese espectáculo vergonzoso de la vida, le parecía un crimen ; y, él se empe- ñaba en romper ese silencio con la energía de su

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protesta, con el ruido de sus luchas, con su clamor y sus dolores ;

su idealidad en una elevación constante, se al- zaba purificada por el incendio en que se quemaba su corazón ;

los cielos silenciosos en que resplandecía su Ideal, se extendían en un infinito de blancuras, que no alcanzaban a manchar las pasiones de los hom- bres ;

en su hábito de mirar frente a frente las grandes y tristes cosas de la vida, nada lo entristecía ni lo amedrentaba ;

su insensibihdad ante las cosas inmutables, que ven nacer y morir al hombre, venía de que su al- ma, inaccesible al espanto, había como el soldado del Serapeum, herido el rostro de los dioses limí- trofes de la vida, y había sentido bajo su mano temblar la momia, y había visto el vacío, la esteri- Hdad, la nada, de esas miserables divinidades, que turban el sueño de los hombres ;

la vista de su época, indiferente y banal, no turbaba la serenidad de su convicción, como el desconocimiento y el insulto, no podían nublar la belleza deslumbradora de sus visiones interiores ;

y, en la decadencia irremediable de esa época, el sacrificio le parecía la forma más imperiosa del deber ;

la Lucha y el Martirio, eran a sus ojos las úni- cas cosas grandes y dignas de la Vida, las únicas que se salvan de la Decrepitud, del Ohddo y de la Muerte ;

por eso despreciaba más que odiaba, las almas

ALBA ROJA 171

pusilánimes, de ascetas y místicos, que en nom- bre de Dios se retiran de las sagradas luchas de la Vida ;

descuidar deberes humanos para cumplir debe- res divinos, es la disculpa del egoísmo, de la pere- za, de la ineptitud ;

los deberes santos van como la luz del sol, a lo bajo, hacia la rñiseria, hacia el dolor, hacia la multitud desesperada y hambrienta ;

los falsos deberes, los deberes ideológicos de los egoístas y de los cobardes, son esos que van hacia el cielo, hacia el vacío, hacia la nada ;

hay deberes para con los hombres ; no hay de- beres j)ara con Dios ;

y, si hubiera alguno, el único deber para con Dios, sería cumplir cada uno con su deber...

a esta austeridad apostólica de doctrinas, aco- modaba Luciano Miral, la austeridad de su propia vida ;

y, esa gravedad dolorosa hacia la pureza extraña de ella ;

ignoraba elAmor ;

conocía ese abismo infinito : la Vida ;

ignoraba ese otro abismo : la Mujer ;

la sabiduría de su vida, lo hacía premunirse contra el Amor ;

él, entregaría su cuerpo al placer, pero cerraría su alma al Amor ;

él, sabía bien que la Gloria y el Amor, son riva- les ;

la ventura está en la soledad : las almas de cobardía temen su entrada a ese desierto ;

172 VAEGAS VILA

el Apóstol debe ser solo ;

su vida ha de ser un Patmos inaccesible, a don- de sólo se oiga el ruido de sus pensamientos, con una cadencia astral, y, sobre su cabeza en vuelo silencioso, sus águilas triunfales : sus Ideas ;

sólo el deber, león domesticado, debe velar la augusta soledad de su Destino ;

así, cuando sus amigos le hablaron de presentar- lo a Lelia Serrano, vaciló un memento como te- meroso, ante la inexorabilidad del gran misterio de la carne, que se abría ante él ;

después, avanzó resuelto, como Hércules en la cueva donde dormía el monstruo, bajo el acanto sangriento, y los laureles rosas de Delfos ;

i oh ! , la bella Quimera que venía al encuentro de su vida, con sus ojos de minerales impolutos, sus flancos palpitantes de deseos, y su melena fri- sada, como la de los grandes leones babilónicos ;

él, conocía de nombre a Lelia, ¿quién no la conocía ?

la había visto una tarde, cuando en fila como reclutas, regresaba con sus otros condiscípulos del paseo, bajo sus uniformes de colegiales, y las mi- radas implacables del Eector, por la ancha y pol- vorienta alameda de San Didimo ;

ella, avanzaba ondulante en el sendero monó- tono, con un ritmo de onda, con una gracia de flor en su belleza exasperante, a causa de su encan- to lujurioso ; las curvas de su seno y sus caderas modeladas bajo la seda del traje, con una preci- sión que era casi una desnudez, la sonrisa triunfal sobre su faz grave de medalla, un rayo orgiástico y

ALBA PtOJA in

triste en sus ojos de ónix, dejando la atmósfera impregnada con el perfume violento de su hermo- sura cortesana, que iluminaba con su fulgor las sombras taciturnas de la alameda crepuscular...

¡oh !, la querida visión, que pasó, entre las mi- radas hipócritamente serias de los profesores, ante los ojos lascivos y los susurros impúdicos de aque- llos adolescentes, ya prematuramente impuros ;

no la habían visto más, pero conservaba viva, como una obsesión exasperante, la visión de aque- lla alta y bella figura, y la impresión de aquel per- fume, de aquella esencia capciosa y turbadora, que parecía emanar del encanto de su carne rica y bulbosa ;

¡ y, cuántas noches el esplendor de aquella ima- gen, turbó la sagrada serenidad de sus visiones !

todas las veces que la Lujuria pasó por su men- te, fué con los cabellos de oro, los ojos soñadores, la boca en flor, las caderas ondulosas y los senos agresivos de Lelia Serrano ;

y, puesto que la visión venía hacia él, él fué hacia la visión ;

y, aceptó la invitación ;

un deseo brutal y cruel se despertó en él, for- mado por todas las rebeldías inmediatas de fU sexo ;

el horrible vértigo sacudió todo su cuerpo, pero halló la razón, centinela inalterable a las puertas de su cerebro ;

y, Luciano Miral, marchó hacia la pasión, dis- puesto a dar su cuerpo al Amor, pero no su alma ;

no entregaría su cerebro al beso profanador ; su

ALBA. 13

174 VARGAS VILA

espíritu permanecería ajeno a la caricia ; defen- dería su corazón como un tesoro ; sólo lo más vil de su carne, caería bajo la garra de la fiera ;

su Intelectualidad, y su Sensibilidad, serían sa- gradas ; el Amor no llegaría a ellos ;

sólo su Sensualidad daría a la hembra ;

ni su cerebro ni su corazón daría al Amor ;

no le daría sino su sexo :

Usque ad Mortem.

Modelada en su traje color de beliotropo, estti ar- pado de grandes lotus de plata, con espumantes encajes, que hacían aparecer aún más pálida su blancura nevada, entre las severidades de la tela sabiamente armónica, las flores heráldicas que se- mejaban alas de grandes garzas, muriendo en un crepúsculo violeta, y los candores quiméricos de las blondas ; Lelia Serrano recibió la presentación de Luciano Miral ;

éste, se desconcertó un momento, en su gracia altanera, por ese efluvio misterioso, ese algo des- conocido, que emana de la mujer, la circuye, y la subtiliza como los pliegues de un velo.

Lelia lo envolvió en el fulgor de sus ojos metá- licos, cambiantes, como el estremecimiento de aguas azulosas y obscuras ;

y, Luciano sintió la mirada devoradora, pasarle por toda la carne de su cuerpo, con la caricia ar- diente de una lengua humana ;

y, miró la gran criatura blanca, con blancuras de nácar y de flor, los brazos desnudos, como alas inmóviles, el seno de una dureza cruel y sugestiva, la garganta escultural, sosteniendo el rostro volun- tarioso y fino, con sus ojos de acero, brillantes y enigmáticos bajo el oro pálido de la cabellera ; y la halló bella, así como una flor hostil, surgiendo de las tinieblas del traje, con alburas de hostia en

176 VARGAS VILA

la penumbra del sagrario, con los tonos argentados de un cisne prisionero en la sombra ;

su mirada voraz la poseyó toda, en una fiebre de deseo sofocador ;

hablaron poco, envolviéndose en un silencio lleno de promesas, en el cual los pensamientos de Amor, pasaban como mariposas rojas, en espera de la hora venturosa del deseo saciado ;

la fiebre de su edad adolescente quemaba los ner- vios y la sangre de Luciano iNIiral, y el acre e impu- ro hálito del vicio, le subía a los labios y a los ojos ;

su deseo, era hecho de vanidad, de crueldad, de su orgullo de macho en celo, de todos los obscuros fermentos de su virilidad exuberante ;

cuando partió con sus amigos, tendió su mano a liclia.

Hasta mañana le dijo ésta, diciéndole con Icp ojos y la mano, que lo esperaba el día siguiente.

Hasta mañana ^le dijo él, sellando e^ pacto con las manos y los ojos.

Y volvió...

y, fué el amante de Lelia Serrano ;

y, rasgó el velo del enigma, y apuró el beso irre- mediable, y devoró el fruto de la ciencia : conoció el Amor ;

atraído por los brazos de Lelia, dobló la cabeza en su seno, blanco como un plumón de ánade, y se extendió sobre él, como un rosal sobre las aguas de un pantano, y la besó en los labios, como si besase la inmensa noche, y deshojó sobre ella todas las rosas blancas de su virginidad rebelde ;

ALBA EOJA 177

y, grave y triste, leyó el grande enigma de la carne : la INIíijer ;

y, conoció el misterio de todas las voluptuosida- des, el secreto de todas las caricias, los éxtasis su- premos, la embriaguez sagrada de los besos ;

y, Lelia se agitó con un raro pudor doloroso, como si a través de sus carnes mancilladas, fuera su alma, la que besaba en ese beso que moría sobre sus labios martirizados ;

y, en ese abrazo en que Luciano conoció el pla- cer, Lelia conoció el Amor ;

y, cosas que hasta entonces no habían podido ser dichas, temblaron en su corazón ;

y, amó ;

amó a aquel niño triste y altivo, que no había temblado ante el beso revelador, que en el abrazo inicial, más había parecido violar que ser violado, y que la había poseído con una intensidad de fuerza, sólo comparable a la grave indiferencia con que se había alzado del lecho, hecho hombre por el Amor, pero sereno, imperturbable, ante la des- garradura de su virtud, y el obscurecimiento defi- nitivo de todas sus blancuras ; desdeñoso, insen- sible, en esa inevitable prostitución de sus carnes ;

y, se reveló lo que había de ser toda su vida : hombre de placer, no de Amor ;

y, Lelia lo amó así ;

el Amor, en ella, era definitivo, irresistible, im- petuoso ; iba hacia el ser amado como una llama a derritir el hielo, a besar el témpano, a helarse o a fundirse ;

pero, en el admirable hombre de placer que halló

178 VARGAS VILA

en Luciano, no halló el alma de amor que ella bus- caba.

Luciano, no quiso ver ante sus ojos, sino la car- ne atractiva y poderosa, no el alma delicada que se ocultaba allí, prisionera como una perla en las vis- cosidades del molusco ; bajo el vigor del mármol que besaba, no quiso ver la llama de la vida ;

insaciable en la voluptuosidad, adivinador tau- maturgo en el arte divino de los besos, no era el iniciador romántico, el blondo profeta, que la pe- cadora aguardaba, para los consuelos de su alma desolada ;

y él, no bailó en el abrazo definitivo, el encanto que soñaba ; sus virginidades pensativas, habían soñado encantos desconocidos en el beso fatal...

y, era nada : una convulsión, un espasmo, un segundo de epilepsia ;

pero, todas sus morbosidades despiertas lo llama- ban al placer, con voces desesperadas, y fué el amante insaciable, el flagelo de fuego que quema las carnes divinas en torturas sub tiles, e imprime en la mujer vencida, garra de león hambriento de caricias ;

y, Lelia le dio su amor como si quisiese con su corazón hacerle una cima para posar el vuelo ;

y, se adhirió a su destino, como una nube pren- dida en los rayos de aquella aurora ; una estrella atraída en la órbita de aquel sol ;

y, fué la Magdalena dolorosa de ese Cristo, en- vuelta en el polvo luminoso que levantaban a su paso sus plantas de Profeta.

En el ritualismo abyecto de todas las sectas, que defomiaban el alma nacional, faltaba a la cele- bridad de Luciano Miral, una consagración : la de los Jefes ;

allí no se podía ser grande sin permiso ;

la gloria se discernía, no se adquiría ;

se decretaba el talento ;

y, los Jefes de las sectas, estaban encargados de circuncidar las inteligencias que nacían ;

a Luciano Miral, faltaba este bautismo absurdo ;

él, había encadenado el alma hosca y voluble de las masas : la Multitud era su Sierva ;

había seducido con el esplendor de su sinceridad, los espíritus independientes ;

su gloria, era hecha de todas las insurrecciones y todas las purezas, que flotaban entonces en la conciencia pública ;

el plebiscito de todas las rebeliones, lo había aclamado grande ;

pero le faltaba una consagración : la del Pontí- fice ;

y, se habló de presentarlo al Jefe de su apartido;

180 VARGAS VILA

esa frase, bastaba para insurreccionar la con- ciencia de Luciano ]\Iiral ;

la idea de tener un Jeje, lo exasperaba ;

no había nacido para las servidumbres, y de to- das ellas, la servidumbre voluntaria le parecía la más vil ;

esa frase, mi Jefe, no habían de decirla nunca sus labios, ni había de escribirla jamás su pluma ;

él, no era alma de rebaño ; un animal domésti- co, hecho como la mayoría de los hombres a agru- parse bajo el estandarte de la disciplina, guiados por el cayado de un pastor ;

no había nacido para las familiaridades y las domesticidades de la piara ;

su espíritu iba solo, como los leones, como las águilas... no sabía andar en manada ;

había nacido para mandar, no para obedecer ;

tenía talla de pastor, no de oveja, y rehusaba ponerse en cuatro pies, para entrar en la servi- dumbre del aprisco ;

tenía el horror de la recua ;

no sabía marchar, pensar, ni obrar colectiva- mente ;

él, tenía sus ideas personales, sus amores per- sonales, sus odios personales ;

ni sentía, ni reflejaba pasiones colectivas ;

daba sus ideas a los partidos, no recibía las de ninguno ;

era el foco que da la luz, no el cristal que la re- fleja ;

despreciaba la gloria colectiva, como gloria anó- nima ; no amaba sino su propia gloria ;

ALBA ROJA 181

el orgullo de los triunfos colectivos, le parecía necio : sólo el triunfo del propio esfuerzo, discierne honor ;

el VcB soli, del proverbio, no lo amedrentaba ;

soledad es Libertad ;

el aislamiento, es la primera condición de la in- dependencia ; y él, defendía como una fiera, la in- dependencia de su aislamiento, y el aislamiento de su independencia ;

él, era liberal, en la m¿s fuerte y pm'a acepción de ese vocablo ;

su padre había militado y muerto al pie de la bandera liberal, pero él ignoraba o despreciaba los hombres de ese partido, que sobre la tumba del héroe, habían vuelto la espalda a la viuda y a los huérfanos menesterosos ;

amaba las ideas hberales, no los hombres que ejercían la dictadura moral de ese partido ;

una sorda hostilidad trabajaba su ánimo, contra los que se decían conductores de él, y a los cuales acaba>ba de arrojar Herodes por los balcones del Palacio Nacional, envueltos en su bandera, como una nidada de ratones, entre una vieja cortina pol- vorienta : i oligarquía jacobina, la más virtuosa y más mediocre, la más pura y más inepta, la más austera, pero la más estrecha, más egoísta y má-s inhábil, de cuantas hayan gobernado un país ! ;

y, él culpaba a ese círculo funesto, de muchas de las desgracias de la patria ;

culpaba la pequenez rencorosa de sus pasiones, sus odios de retóricos, su amor del. sofisma, su política pedagógica, su estrechez de criterio, su

182 VAEGAS VILA

cortedad de miras, su violenta inhabilidad guber- nativa, su religiosidad equívoca, su imprevisión vergonzosa, su vanidad silenciosa y terrible, su honorable y fatal ineptitud, de ser las causantes de la catástrofe del Partido, del advenimiento del cesarismo bochornoso en que agonizaba la Nación ;

de su seno había nacido Herodes ; ellos lo habían engendrado ;

no habían sabido ni prever ni evitar el despo- tismo, y huían ante él, pavorosos y desconcerta- dos, como bonzos sorprendidos, que escapan al in- cendio de su templo ;

ellos, pedagogos ambiguos, maestros de catoli- cismo y de liberalismo al mismo tiempo, profeso- res de negación y de fe, eran a sus ojos los princi- pales culpables de ese rebajamiento del carácter nacional, de esa perturbación de las ideas, de esa atrofia de la energía y esa hipertrofia del miedo, que caracterizaba la época, de ese crecimiento fe- nomenal del fanatismo reUgioso, de esa orientación de las multitudes hacia el Templo, de esa absoluta desorientación de las ideas, de esa incertidumbre pavorosa en que se agitaba la juventud, sin fuer- zas para creer y sin valor para negar, educada en esa escuela de jesuitismo laico, de duplicidad mo- ral, de engaño perpetuo, que la llevaba reverente a doblar la rodilla ante los dioses, inclinando la cabeza indiferente al advenimiento de los Césa- res ;

y, la síntesis más pura de ese partido, con todas sus virtudes y sus errores, con todas sus austerida- des y todas sus responsabilidades, era ese Jefe,

ALBA KOJA 83

ese hombre eminente al cual Luciano Mii'al iba a ser presentado ;

accedió a esa presentación, por una curiosidad cruel de ver de cerca al grande hombre, por una necesidad profanadora de medir y analizar al Pon- tífice Máximo de la secta virginal y bravia, que acababa de ser arrojada del poder, como una co- munidad de monjas viejas expulsadas de su con- vento por la violencia de una soldadesca soez ;

todo lo que se refería a aquel personaje austero y devoto, terror de escolares insumisos y de polí- ticos rurales, revestía una especie de solemnidad religiosa, de misteria conventual, de ritualismo eclesiástico, estrecho y pueril ;

un gran aposento severo y amplio, lleno de silen- cios, interrumpidos a veces por el eco de lejanas algaradas escolares ; la biblioteca obscura, con una simetría de Farmacia o de Museo, conteniendo co- mo frascos vacíos todos los libros de ciencia, devo- rados por aquel hombre insaciable de saber ; sobre una mesa central, limpia y escueta, el tintero y la pluma, como el nido y la garra de aquella águila triunfal del diarismo y la cátedra ; y, el Maestro al lado.

pequeño, rigurosamente vestido de negro, cuasi blanca la barba que contornaba su rostro indígena, los párpados bajos, como los de un novicio pudo- roso, el aire abacial, las manos canónicas ; su ca- beza ornada de un gorro negro, hacía pensar en los Popes del rito griego ;

todo en este hombre, tenía gravedades austeras de sacerdocio ; parecía que despidiese de sí, un olor

184 VARGAS YILA

de incienso y cera, que llevaba el alma a pensar en las cosas del culto, y las magnificencias y jerar- quías estoladas de la Iglesia ;

cerca de él, se pensaba en el altar, y se abrían desmesuradamente los ojos, con el anhelo de ver la mitra que debía ceñir la frente de aquel abad laico, sabio como Santo Tomás y soberbio como San Bernardo ;

era un destino trunco ;

aquel hombre, era nacido para las austeridades y las soledades del claustro, para la contemplación grandiosa de las cosas eternas, para abrir las alas y los ojos de su alma sobre los limbos vertiginosos del Misterio, para los grandes silencios de la ora- ción, para las luchas sagradas de la Teología, para las afirmaciones rotundas del Dogma, para hablar con Dios y de Dios, para iluminar, fulgurar y ful- minar desde las cúpulas sagradas, perdidas en los cielos luminosos de la Fe ;

grandiosa y opulenta flor monástica, arrancada a los jardines santos de la contemplación, y arro- jada en plena plaza pública, por los vientos bruta- les de la Vida ; este hombre era un extraño, un desconcertado, un exótico en los tumultos de su época revolucionaria y atea ;

i doloroso y cruel destino el suyo ! ¡ católico fer- viente, y jefe de gobiernos y de partidos ateos!... i ortodoxo, de una ortodoxia medioeval, y debiendo su elevación y su grandeza, a hombres y partidos heterodoxos, de una heterodoxia radical!...

la tristeza soberbia de su rostro, acusaba las an- gustias de este conflicto tremendo ;

ALBA ROJA 185

por su soberbia desmedida, por sus vehemencias, por su ciencia, por sus ardores; si aquel hombre hubiera optado por la rebehón, habría sido un re- formador formidable ; era un Lutero al revés ;

por sus castidades, por sus implacabihdades, por el fuego de sus luchas, por la albura de su fe, era una figura grandiosa, de religiosidad épica, algo así como el fantasma del último templario...

la cabeza inchnada de lado, que era su gesto ha- bitual, las pupilas tigrosas, emboscadas tras los párpados cetrinos ; sus miradas, como un lento vue- lo de buitres, trataban de Uegar hasta el alma de Luciano IMiral ;

y, habló cosas sencillas, no triviales, porque la profundidad estaba siempre en el alma, en las fra- ses y en los pensamientos de aquel hombre ;

su palabra tenía unción y autoridad, la fuerza y la caricia de una palabra de sacerdote ; tenía las modulaciones breves, convincentes e imperativas de la cátedra ;

su largo magisterio escolar, había modelado en él la^gTave y terrible estatua de la Pedagogía Be- nemérita ;

en sus manos pálidas de Prior, huérfanas del amatista luminoso del anillo pastoral, bajo los am- plios pliegues de su levita, que semejaba un sayal, parecían asomarse y desaparecer, el extremo de la palmeta y los cordeles de la disciphna ;

era un hombre hecho para inspirar la considera- ción, no la admiración ; era imposible in'espetarlo, pero era natural, cuasi lógico no admirarlo

ISfi Vx\EGAS VILA

tal fué el sentimiento que inspiró a Luciano Mi- ral ;

el Jefe lo comprendió así, y reinó entre ambos una frialdad glacial, que era casi una agresión.

Luciano Miral salió de allí, desilusionado y pre- parado para nuevas luchas, seguro de la hostilidad de todo el pasado, culpable y vengativo, represen- tado en aquel hombre ilustre ;

desde aquel día, la animadversión del Jefe, por Luciano IMiral, no se ocultó nunca, y su lengua cáustica le disparó las mejores flechas de su carcax, empapadas en el más puro curare indio ;

y, éste prefirió esa aversión, a las anquilosis ri- tuales, ante los viejos ídolos togados.

La bruma pluviosa de un crepúsculo invernal en- volvía la estancia en opacidades siniestras ;

los cortinajes rojos, las molduras doradas, los es- pejos inmensos, los grandes floreros donde se mo- rían rosas lívidas, todo se hundía en penumbras desoladas ;

sentado en un gran sillón ; envuelto en inmen- sos abrigos ; las manos, de histórica fealdad, ma- nos tentaculares, de pulpo, hechas para oprimir las carnes y los pueblos, caídas sobre las piernas flacas y angulosas ; los párpados entrecerrados so- bre las grandes pupilas azules, única cosa bella que se conservaba en aquella ruina humana, como dos ventanas góticas donde cantara el sol, en el muro de un templo derruido ; la barba blanca, asquero- sa, inculta, cubierta por extraños pedículos, esca- pados a su piel sarnosa, apoyada sobre él pecho hundido y cavernoso ; la horrible boca descomu- nal, contraído en un gesto de inñnita laxitud y de tristeza, Her ocles meditaba ;

i era el sueño de Satán !

¡ sueño de Judas !

i era el rebelde vencedor, roto por su victoria ;

188 VABGAS VILA

el traidor, expirando bajo el peso de su traición ! ¡ Tarpeya muriendo ahogada, bajo los escudos de los bárbaros ! . . .

aquella alma tiritaba, desnuda ante su propia conciencia, más leprosa que Job, más miserable, en el estercolero de sus sueños ;

i ay, gemía la pérdida de las alas y de la luz !

una ráfaga de poesía se agitaba aún en esa alma, como la agonía de un noctículo, prisionero en el cáliz de una rosa ;

y, a esa luz vaga y crepuscular, el déspota so- ñaba...

vueltos los ojos del alma, hacia su pasado de grandeza moral, de gloria, de juventud y de amor, su alma se abría al recuerdo, como el cáliz de una flor nocturna llena de insectos luminosos ;

¡ y, recordaba su juventud, su renombre, sus sue- ños ! i oh, sus sueños ! ¡ aquel gran Poeta había soñado tanto !

i oh, el despliegue torturador y cruel de las vi- siones ! . . .

allá, entre horizontes luminosos de mares mag- níficos, mirajes de palmas y de rosas, y bajo guir- naldas de laureles y jazmines, que hacían pensar a un mismo tiempo en los canales obscuros de Ve- necia, y en las riberas asoleadas del Bosforo, se alzaban murallas legendarias de gloria, reflejándo- se en el azul sereno de las ondas, bajo los rayos de un sol tórrido, en el esplendor de una visión lacustre ; era la ciudad natal, la divina ciudad anadiomena ;

ALBA ROJA 189

y, se veía en ella blondo adolescente, amable decidor de rimas suaves, enamorado y feliz ;

i y, ella, la tentación venenosa, la opulenta flor del ]\Ial, carnalmente imperiosa, tendiéndole por primera vez sus labios ponzoñosos, y enseñándole en ellos el Amor, el ritmo, el inmortal secreto de los besos !

¡ella, Herodiada, ardiente y nubil, irremediable- mente fatal, apoderándose de su alma, con el filtro engañoso de sus besos!...

el veneno sutil, había circulado por sus venas, y lo había enloquecido... y, bajo la locura del fil- tro había conocido el crimen ;

¡ por ella, había abandonado su casa paterna, atrayéndose el enojo de su madre, que no lo per- donó jamás !

por ella, por la sugestión de sus terribles cóleras, de tigre impoluta, había asaltado las murallas de su ciudad nativa, en un día de revuelta, pidiendo la cabeza de su padre que la defendía y que lo maldijo, sin perdonarlo nunca ;

por ella, fué parricida ;

i oh, la traidora !...

él, la había sorprendido después en brazos de su mejor amigo, dándole el tesoro de sus carnes opulentas, y el vino de sus besos insaciables...

y, había huido de ella, herido en el corazón, con el dardo clavado en la entraña como jabalí sal- vaje ;

y, había ido a refugiarse muy lejos, en monta- ñas remotas, a la orilla de mares muy distantes,

ALBA.— 14

190 VAKGAS VILA

sediento de paz, de olvido, de consuelo, para su alma tormentosa de poeta ;

y, se había refugiado en un hogar patriarcal y puro ; y, avaro de belleza y de oro, había sorpren- dido la candidez de una virgen, millonaria y agres- te, y se había unido en matrimonio a ella, ante Dios y ante los hombres ;

y, luego el hastío, la honda pena, los desperezos del ala hacia la Libertad...

y, el viaje traidor, el naufragio intentado para ahogar su mujer y su hijo en la laguna sombría ; la salvación milagrosa de las víctimas, y la huida de él, con todas las joyas, todo el dinero, todo el codiciado patrimonio matrimonial ;

y, luego, la vida en París, una vida de vicios, de despilfarro, de crápula ;

y, la ruina total, la miseria horrible en la ciudad espléndida y hostil, la idea del suicidio...

y, el encuentro casual con Katty, la cocotte in- glesa, excéntrica y fastuosa, que lo despertó aque- lla noche, que dormía sobre un banco des Champs Elysées, y lo llevó a su casa, y lo hizo su amante, enamorada acaso de su fealdad heroica, como Jos- siana de las deformidades de Gw^nplaine ;

¡ oh 1 , cómo se había iluminado su miserable bu- hardilla de la Rué de Scvres, con las raras apari- ciones que hacía en olla la rubia visión ;

i qué confort, en esos meses, en que vivió de la prostitución patentada de su amante !

¡oh, el dulce bienestar del souteneiir !

y, qué pesar, qué humillación, en la ruptura definitiva, cuando fué puesto a la puerta como un

ALBA EOJA 191

lacayo, y quedó en la calle, temblando de frío y de celos ; y tétrico, inmóvil, en la acera opuesta, veía a través de las persianas, la sombra del amante feliz, y adivinaba los besos, en los gestos suplicato- rios, que diseñaba la luz de la lámpara cómplice ;

i oh, la noche interminable bajo la nieve mor- tal ! ¡ y, la aurora lívida, sorprendiendo a París bajo un sudario, cubierto por todas Tas rosas de la Muer- te!...

¡ y, el hambre y la miseria, asomando de nuevo, bajo el invierno implacable ! . . .

y, el triste regreso a la patria, miserable y solo...

y, el noble hogar del noble extranjero, que le recogió hambriento, y lo sentó a su mesa ;

y, la seducción intencionada y pérfida sobre la esposa del protector generoso, el robo de las alha- jas y el dinero, y la huida con ese botín y con la esposa infiel a playas lejanas...

y, otra vez la aventura, y la prostitución lucra- tiva, y el proxenitismo infame... y, después, el nuevo rival, la ruptura y la miseria negra ;

y, de nuevo la vuelta a la patria, que le abrió los brazos olvidadiza y confiada, sin ver el puñal que acariciaba esa mano que había de estrangu- larla luego ;

y, el nuevo encuentro con Herodiada;

y, su amancebamiento tardío y definitivo con ella ;

I con qué terror, con qué angustia, pensaba en aquel calvario doloroso !

esa mujer, le había hecho quemar sus antiguos ídolos, apostatar de sus antiguas ideas, traicionar

192 VAEGAS VILA

sus antiguas creencias, vender sus antiguos ami- gos;

ella, como el sacerdote al sicambro, le había puesto en el cuello su garra de loba vieja, y le ha- bía dicho : Quema lo que lias adorado, y adora lo que has perseguido ;

y, lo hizo así ;

ella lo hacía parricida de su Patria, después de haberlo hecho de sus padres ;

lo hacía Traidor y lo traicionaba ;

lo hacía Infame y lo infamaba ;

I cuánta infamia cometida, cuánta sangre derra- mada, cuánta ruina, cuánta muerte, acumuladas por el querer de esta nueva Teodora, de esta Fre- degunda insaciable ! . . .

ella, como Métela, hacía las listas de proscrip- ción, y él, como Sila, las firmaba ;

ella, como Mesalina a Claudio, le imponía sus amores y sus odios ;

ella, como Fulvia, era voraz y terrible, y sem- braba en torno suyo, el oro, las leyendas y la muerte ;

ella vaciaba las arcas públicas, y enriquecía sus amigos, sus favoritos, sus lacayos ;

ella, la cortesana, sin honor, hacía llover los ho- nores, como lluvia de estrellas y de oro, sobre sus genízaros, sacerdotes y sicarios ;

ella, hacía a su capricho, Generales, Obispos y Verdugos ; los combates librados a sus pies, hacían florecer charreteras sobre los hombros, mitras so- bre las cabezas, alfanjes y puñales en las manos asesinas ;

ALBA ROJA 193

i y qué crímenes íntimos le había hecho come- ter!

por ella, había hecho envenenar a un noble gue- rrero, que le había dado la victoria y el Poder ; y a un héroe bravio, terror de los suyos, allá en ana comarca lejana, que bañan las ondas de un mar pacífico ; y a un anciano octogenario, terco en su dignidad, rebelde a morir, y a desaparecer del pues- to que su perfidia asesina le había dado ;

y, ¡ el fin tan miserable de Gastón Obarrio, el jo- ven héroe, envenenado en su prisión, por un ren- cor de leona vengativa ! . . .

y, ¡las tres tentativas de envenenamiento sobre BU pobre esposa que no quería reinar, sino vivir, que no disputaba a Herodiada, ni el lecho ni el tro- no, y que al fin debía morir del tósigo fatal !...

a la visión de esa pobre mujer, huyendo por to- das partes de la copa envenenada, un terror in- menso lo asaltó, creyó ver la figura de Herodiada, que a él también lo perseguía con la muerte en las manos, y como si tuviese el presentimiento de su fin, la visión de la copa envenenada, que esa mis- ma mano había de llevar años después a su labio febricitante, ordenándole morir, el monstruo tuvo una angustia inmensa y como si apartase de la muerte que lo perseguía, extendió los brazos, gri- tando :

No, no, todavía no

Despiértate, álzate, vamos, el pueblo te es- pera, el pueblo te aclama le decía Herodiada, que

19^ VAEGAS VILA

había venido a despertarlo, de su horrible pesa- dilla ;

y, lo puso de pie ;

afuera, el pueblo clamaba ansioso de ver al Cé- sar.

Herodes, inconsciente, taciturno, se dirigió al balcón, y asomó su faz lúgubre de buho, y saludó a la multitud ;

un i hurra ! formidable lo acogió ;

se inclinó de nuevo, frío y lúgubre, y un rayo de crepúsculo, el último de la tarde, se recogió en sus pupilas azules, y besó su gran frente, su cabeza blanca de Poeta Maldito ;

y, se retiró ;

el pueblo aclamó a Herodiada ;

ella se asomó al balcón, e hizo contorsiones de reina aclamada, la vieja cortesana, rústica y triun- fal;

y, el crepúsculo murió sobre los cielos, un cre- púsculo purpúreo color de la sangre y la vergüenza ;

y, la sombra pacífica cayó sobre la gloria esplen- dorosa de los cielos, y la infamia infinita de los hombres.

Una decoración de río, movimentada, y sin em- bargo monótona, había sido en esos meses la vida de Luis Saavedra ;

¡ va el río turbulento o tranquilo, pero siempre entre las dos riberas inmóviles, bajo el mismo pa- lio de sombra, viendo los mismos jirones de cielo por entre los desgarramientos habituales de la selva ! . . .

así había sido su vida ;

las mismas riberas impenetrables de angustia, estrechándolo por doquiera, los mismos claros de cielo, donde cantaba el Amor a través de la selva hostil de los dolores, y la Esperanza abriendo su flor de oro, al final del paisaje, sobre las claridades azuladas de un cielo amplio, interminable ;

el enojo, la inquietud, los días sin belleza y sin sueño, se habían partido su vida, prisionera de la fatahdad, inmóvil, sorprendida entre las grandes cosas irrevocables del Destino ;

desde el día en que le habían raptado su amada, su vida había sido un calvario interminable, que le hacía desear la inexorabilidad de la crucifixión ;

a pie, por las llanuras desoladas, bajo soles in-

196 VARGAS VILA

clementes, tras de las huellas de aquel fantasma de virgen moribunda, había ganado la Capital, don- de había hallado, no ya una familia, sino una so- ciedad, alzada entre su sueño y él ;

la separación se hizo más que completa : abso- luta ;

por su madre, sabía Luis algo de Ruth, y era por medio de ella que se cruzaban raros billetes amorosos ;

la virgen languidecía en aquella tortura, mien- tras el poeta se enfiebraba indómito, contra tantas crueldades de la suerte ;

y, los acontecimientos como un cerco de liierro, como las aguas de una irmndación, los estrecha- ban cada día más...

el matrimonio de Ruth con Manuel Loreto, era una cosa resuelta ; su padre no tomaba para nada en cuenta las rebeldías ardientes de la joven, y, a fin de que acabara de restablecerse, para que se ofreciera sana y robusta a las caricias de su esposo, don Carlos resolvió trasladarse, no ya a su Hacienda, sino a una población cercana de ésta, donde poseía una casa y tenía vastos negocios ;

y, partieron.

Luis Saavedra, a quien sus versos delicados y nuevos, habían dado ya una reputación, consiguió ser empleado como Secretario del Prefecto de aque- lla ciudad ;

y, partió también ;

el drama se precipitaba ; los acontecimientos se sucedían con una rapidez vertiginosa, con una vio- lencia de huracán ;

ALBx\ KOJA 197

así, rápida y brutal como un alud, bajaba la tormenta de la vida sobre aquel campo de amor ; ¡ oh, los" lirios que arrastra la corriente ! ¡ oh, las rosas que troncha el huracán !

•.

y, el Poeta escribía a su amigo, y le decía :

Salgo brutalmente de mis sueños y entro en plena vida...

el balanceo rítmico de mis canciones, tiene ecos de borrascas dentro de mi corazón ;

siento el drama que avanza pavoroso, tronchando todas las ro^s blancas del Idiho ;

¡oh, lo Inexorable !

He llegado aquí en una mañana brumosa, que ponía tintes de muerte, sobre los pantanos insa- lubres, sobre los campos desiertos, la soledad de los inmensos llanos ;

una impaciencia enfermiza de ver a Kuth, de estrecharla contra mi corazón, me asalta y me en- loquece ;

j tantos meses de separación !

¡oh Dios mío! ¿cuándo contentarás mi cora- zón?

Como un prisionero detrás de los barrotes de su celda, he contemplado, durante toda la noche, des- de mi ventana, la casa de Euth, blanca y lúgubre, bajo los cielos esphnéticos, cerca al gran molino, cuyas astas, inmóviles semejaban las alas de un vampiro espectral, y más allá, el paisaje de árbo-

198 VAEGAS VILA

les fantasmales, inmóviles en el horizonte deso- lado. . .

así, como un inmenso sendero hacia la muerte ;

¿por qué hace días que mis pensamientos se ha- .cen tristes y van hacia la idea de la tumba, como una barca impulsada por ondas invisibles hacia las playas definitivas?

todo me habla de la iMuerte, todo susurra a mi corazón , voces de tumba... todo, en las horas leta- les de mi angustia, en las ondas muertas de mi enojo, tiene palabras de sepulcro, y extiende ante mi vista, las grandes calmas nocturnales, los in- móviles paisajes, las pompas siderales, y los silen- cios inviolables de ultratumba ;

la casa misma de Euth, vista desde aquí, me pa- rece un sepulcro, un ataúd de niño, donde muy blanca, muy tenue, durmiera ella el gran sueño triunfal, en brazos de la INIuerte, en la apoteosis de su virginidad, bajo los grandes símbolos inma- culados, de gasas y de flores, sepultándola en un manto nupcial de blancuras y perfumes ; y la cruz sobre su pecho... Dios, el único amante que recli- naría sobre ella su cuerpo macerado.

Con el esplendor de un crepúsculo asiático, sur- gen en los recuerdos luminosos de nuestros días lejanos de \'Bntura ;

j oh, las mañanas divinas, en que sin ser visto la veía en el resplandor lácteo de sus amplias batas, de las cuales, sólo salían, como pétalos de una flor de ámbar, su garganta y sus manos esculturales, y el ritmo de su marcha de sacerdotisa, cuando pa-

ALBA EOJA 199

Beaba así, cou su majestad hierática, en las auró- rales cadencias, por entre la palidez mortal de las rosas, y el prado de tuberosas entreabiertas ;

y, la sombra de las capillas, que ella iluminaba con su blancura astral ;

y, el encanto de su actitud suplicatoria, cuando inclinándose a besar el suelo, parecía en su inmo- vilidad, sobre las losas grises, un pétalo de flor en las hojas amarillas de un viejo Antifonario ;

y, aquellas tardes de mansedumbre ideal, en que en la gravedad sacerdotal del bosque silencioso, bajo las cúpulas umbrías de los convólvulos flori- dos, en los atrios de palmeras murmuradoras, en el silencio impresionante de la noche imprecisa, con- movidos e inquietos, las manos en las manos, dejá- bamos errar nuestros sueños hacia lo desconocido, aislados en nuestra tristeza, en la gloria cantante y la belleza enternecida de las horas crepuscula- res ;

i oh, los tintes pálidos y malva, las profundida- des azules, los cielos inolvidables de aquellas gran- des noches cómplices, en que silenciosos, por no birbar la paz conventual de la noche, nuestros co- razones unidos, cargados de deseos infinitos, nues- tras almas martirizadas volando a extrañas ideali- dades, todas nuestras tristezas y todos nuestros do- lores, florecían en nuestros labios,, hipnotizándonos en la embriaguez sagrada de los besos castos !

¡OTi, les couUurs! ¡oh, la musique! ¡oh! les parfums dans les ames les plus tristes, les plus fermées, ressuscitent par eux les beaux réves défunts ct l'espoir glorieux d'aimer ct d'itre aiméesl

200 VAEGAS VILA

i Hoy la he visto por primera vez, después de tanto tiempo !

el templo esplendía como un joyel, y perfumaba como un búcaro ; azules, rojas, blancas, las luces de los cirios, remedaban los colores del éxtasis del alma ; las flores languidecían en gesto de ovación y con el acre olor de las plantas de montaña im- pregnaban la atmósfera de enervantes emanacio- nes ; el Sagrario, resplandecía en una nube de in- cendio y sobre él, la paloma mística parecía agitar las alas, como temerosa de las llamas, que titila- ban debajo de ella, como árboles de un bosque en fuego ;

la Madojína, sonreía en un nimbo de rosas ; el Cristo ostentaba las desnudeces divinas de su cuer- po desgarrado, entre una floración de campánu- las, que subían a él como plegarias, y se enredaban a la cruz, y besaban el rostro exangüe, y lo coro- naban, haciéndole un halo azul, entre la corona mortal, el esplendor de las potencias, y el terrífico nimbo de pena que envuelve la cabeza del Dios agonizante ;

el aire era cuasi irrespirable, y el incienso lo hacía denso fcomo una nube.

Euth, llegó de las últimas cuando el templo rebo- saba de gente ; penosamente fué abriéndose paso por entre la multitud compacta ;

yo me hice al frente de la fila, por donde ella debía atravesar ;

severa en los anchos pliegues de su vestido blan- co, sobre el cual resaltaba la palidez láctea de su rostro, que parecía mortal, bajo la tiniebla trágica

ALBA KOJA 201

de la cabellera, los ojos sombríos, desmesurados y tristes, como ocultos y velados en el cerco violáceo de las ojeras profundas ; las manos ducales, como una cruz de lirios, ten- . didas sobre el abrigo negro para cubrir el pecho, avanzaba como una gran flor fúnebre, como una orquídea mortal, enflaquecida, inconoscible, pero con una belleza más intensa, menos carnal, pero más sugestiva, en esa idealización de toda su cria- tura triturada por el dolor ; la niña era una mujer ;

en tan pocos meses, el dolor había roto la crisá- lida, y la gran mariposa enferma, tendía sus alas violetas a cielos crepusculares ;

al verme, estuvo a punto de desfallecer... pero súbitamente se reanimó, un leve carmín le coló- reo la faz, como el fulgor de la Uama de un cirio en el rostro de una estatua ; una sonrisa destendió el gesto triste de sus labios pálidos, y un mundo de mirajes aurórales irradió en sus pupilas felices ; pasó bien cerca de mí, y me estrechó la mano con pasión ;

yo la seguí, y me prosterné muy cerca de ella, desde donde pudiera verla y admirarla ;

y, me absorbí en la contemplación indagadora de su^ belleza, en la gracia seductriz que s'e des- prendía de toda ella como un perfume ;

y, sentíamos lentamente descender la dulzura en nuestras almas, en esa atmósfera de beatitud infi- nita ;

y, nos contamos sin hablarnos, todo el dolor de nuestras horas de ausencia, nuestros meses de

202 VAEGAS VILA

martirio, la crucifixión de nuestras almas, la sole- dad inmensa de nuestras horas pasadas ;

viendo nuestros rostros palidecidos, la gravedad dolorosa de nuestros semblantes, comprendíamos bien cj^ue :

Les deux enfanta sont Ijin que nou» avon» iti:

en la pureza encantadora, de ese cuadro, nuestras almas se serenaron, y bajo la mirada del Dios que implorábamos, sentimos lentamente, subir a nues- tras almas las ondas silenciosas del consuelo...

al volver a aproximarme a ella, entre la multi- tud, puso su mano en la mía y deslizó algo : era un papel ;

y, se alejó grave y triste, volviendo a mi varias veces el insondable esplendor de sus ojos de ti- niebla ;

y, las líneas que había escrito sobre una hoja de su devocionario decían :

Te esperaba; ahora que estás aquí, soy fuerte; mi matrimonio está anunciado para la quincena próxima... Nunca, nunca seré de él; primero muer- ta;

¡la Muerte! siempre la Muerte... saliendo do sus labios, de mis pensamientos, de sus ojos... ¿por qué el vocablo terrible? ¿por qué la terrible aparición? ¿pájaros en tempestad, nuestras dos al- mas no hallarán nunca donde posar el vuelo en las grandes praderas de la vida? ¿no podremos jamás construir nuestra ventura?

¿Era una flor, un ave, un sueño? todo eso pa-

ALBA EOJA 203

recia, cuando avanzó a mí, ayer en el llano silen- cioso, bajo los cielos grises de la tarde otoñal ;

me tendió sus dos manos y su frente, y volvimos a andar, uno al lado del otro, como en aquellas tardes ; i ay, de nuestra felicidad, huida para siem- pre !

en la paz augural del momento, temíam.os ha- blar, como si la ventura de vernos fuese a desapa- recer en la tristeza de lo que temamos que de- cirnos :

j Oh mi Amado I i oh mi Bien Amado ! dijo, con una voz solemne, que parecía una evocación a algo desaparecido ; te veo a mi lado y lo dudo aún ; ¡ cuánto he sufrido en estos meses de aban- dono y de tortura ! al fin te encuentro, amigo mío ; no tengo sino dos minutos que darte ; mi padre llega a las cinco y es preciso que me encuentre en casa ; los momentos no son para la queja inútil ; son para amarnos y defendernos ; 3^0 te he amado por sobre todas las cosas de la Vida ; mi Amor ha sido un largo peregrinaje por el país del Dolor y de la desesperación ; hoy siento espanto de la Vida, es necesario defendernos de ella : nos es hostil ; mi padre llegará hoy con I\Ianuel, el sábado se dará un baile en casa para anunciar el matrimo- nio, que según ellos debe efectuarse el sábado de la semana siguiente ; no podremos vernos antes ; I ve al pie de la última ventana de la alcoba, la no- che del baile y espera allí !

y, luego mirándome, con una mirada fulguran- te, casi terrible, me dijo :

¿Estás dispuesto a todo?

201 V AEG AS VIL A

A todo.

Tuya hasta la muerte me dijo tendiéndome BU mano fría y sus labios, corales helados, con el amargo sabor de las lágrimas ;

su voz y su gesto trágico me turbaron.

^Hasta la muerte le respondí yo, como si hu- biésemos sellado un pacto en el fondo del sepul- cro ;

y, la miré alejarse en la gravedad abacial de la tarde, en la austeridad de las cosas mudas, el vago olor de las praderas dormidas, y los rumores del río, que como un órgano sagrado, parecía modular salmodias de eterna paz, a los cisnes meditativos y, a los lirios fúnebres que bordaban su ribera ;

y, la saludé, como a mi vida que se iba...

Los grandes lampadarios de la sala arrojaban por las ventanas abiertas la cintilación de sus luces de un amarillo rojo, sobre las baldosas de la plaza, como los fuegos de un navio incendiado, sobre las aguas obscuras ;

adentro las mujeres llenas de joyas, y de flores, hacían oleaje de una mar del trópico, multicolor y centelleante ; deslumbradoras, quiméricas, enflore- cidas, hacían en el salón rutilante, el efecto de un prado en primavera, de un esmalte bizantino, de la extraña pedrería de un manto de dogaresa en día de gala ; efluvios embriagantes de piel y de aliento de mujer enfiebraban la atmósfera ;

deslizándome en la penmnbra, embozado en mi abrigo pasé lejos de las ventanas, donde se aglome- raba la multitud, ansiosa de ver el gran baile, al

ALBA ROJA 205

cual habían venido familias de la Capital y de los pueblos cercanos ;

yo me situé en la calle vecina, cerca a la última ventana de la alcoba ;

la música llegaba a en un desgranamiento pausado de notas dolorosas, que iban a perderse en el zafir profundo de los cielos y la esmeralda sombría de la llanura, que se extendía como un mosaico asirlo, bajo la cúpula firmamental ornada de arquitecturas mágicas ;

refugié en lo más espeso de la sombra.

Afin qu'aucun regará moqucur A'e puf voir et poursuivre, Et savoir que des fieun de givre Pleurent aux vitrea de mon cceur!..

un leve ruido en la ventana, como el de un pá- jaro que se posa en una rama, me anunció su apa- rición ;

con la esbeltez y el candor de una planta acuá- tica, Ruth apareció a mis ojos, en su traje verde pálido ; la blancura deslumbrante de sus hombros y de sus brazos desnudos, y la diadema de esme- raldas que ceñía sus cabellos, gemelas de las que se enlazaban a su cuello y a sus brazos, como algas húmedas, prendidas al cuerpo de una náyade que emerge de las ondas ;

un suave olor de jazmín se exhalaba de toda ella ; y una fluidez de nácar se extendía por los matices exquisitos de su carne, bañándola en las tonalidades de una onda del lago, acariciada por la luna en las sombras de un manglar ;

me dio a besar sus manos y sus labios por entre

ALRA. 15

20G VARGAS VIL A

las rejas de la ventana, me entregó algo envuelto en su pañuelo, perfumado de violetas, y desapare- ció diciéndome febricitante :

Hasta mañana, hasta mañana ;

lejos de allí abrí el pañuelo ; contenía : un pe- queño billete, escrito por su mano, un bombón, to- cado por sus labios, su carnet de baile, y una llave...

Con ella, me decía, abrirás la puerta del jar- dín, mañana a las doce de la noche; te espero.

El cielo era delicioso, un cielo de paraíso ;

la noche se recogía en una apoteosis de gloria diademada de estrellas, en la emoción conmove- dora de una capilla de lapislázuU, alumbrada de cirios infinitos ;

cuando penetré al jardín, una sombra blanca avanzó hacia ; era ella ;

la tomé en mis brazos, y nos sentamos en un banco cercano ;

la emoción nos hacía silenciosos ;

ella fué la primera en hablar :

El día está fijado, dentro de cuatro días, el sá- bado, debe celebrarse el matrimonio; ¿qué hace mos?

BU formidable interrogación sonó en mi alma, como el sonido de una campana, marcando la hora de mi destino.

^Huir le respondí huir inmediatamente.

¿Quieres llevarme? ¿Quieres que sea tuya? í sea ! i tuya o del sepulcro, de IManuel jamás ! dijo con tal acento de horror, que me liizo estre- mecer.

ALBA EOJA 207

La Vida es triste, la Vida es una cosa mala, \'i- virla es una cobardía dijo luego.

¿Y, el Amor? murmuré yo, como siguiendo la estela de su sueño.

Todas las flores del Amor, son flores mortales ; ¿no ves cómo han envenenado nuestra vida?

¡ Oh, no, el Amor es santo ! vivámoslo.

Sí, vivámoslo ; es tiempo de vivirlo ;

un estremecimiento recorrió los ramajes ;

nos levantamos asustados.

No es nada, es el aire ; va a llover ;

la noche se había hecho negra.

Bien me dijo entonces , mañana a esta ho- ra, ven por ; partiré contigo ; al fin seré tuya... viviremos o moriremos juntos ; veremos si nos per- siguen, si van a recoger de tu lecho, mi virtud o mi cadáver.

Cállate le dije, sellando con un beso el horror de su palabra agorera ;

un trueno retumbó en el espacio, enormes nu- bes negras cruzaron el horizonte como grandes grifos hiperbóreos, y pesadas gotas de agua co- menzaron a caer... el viento mugía en los follajes.

Vete, vete me dijo temblando y con su ex- traña voz trágica, augural de cosas indecibles ;

nos besamos con pasión fúnebre.

Mañana.

Mañana ;

nos abrazamos en la tempestad desencadenada ; ella temblaba ; me volví para besarla por última vez ;

estaba tan pálida que me dio horror ;

208 VARGAS VILA

la besé en la boca, y me miré en sus ojos;

y, hm' espantado ;

me parecía que había besado la ]\Iuerte.

Cuando Luciano Miral, recibió esta última carta de su amigo, tuvo una visión clara de la situa- ción ;

aquel rapto era el escándalo, la explosión de la cólera, el peligro inminent-e para Luis ;

y, resolvió partir para aconsejarlo, para acom- pañarlo, para estar a su lado en la hora del pe- ligro ;

tomó la primera diligencia que salía de la Capi- tal, y fué a buscar aquel hermano de su alma.

Luis, prevenido por un telegrama, lo esperaba en la Estación ;

al verse, los dos amigos se abrazaron.

Luciano comprendió que había llegado tarde ;

el semblante fatigado de Luis, sus ojeras yjro- fundas, la íntima satisfacción de su rostro, su in- dolente laxitud, todo acusaba el glorioso venci- miento de una noche nupcial.

¿Y, ella? preguntó.

En casa.

¿Es, pues, lo Irremediable?

Irremediable y fatal dijo, y extendió a su amigo una carta.

¿De don Carlos?

Sí, lee ;

ALBA ROJA 209

leyéndola, Luciano palidecía por grados, y cre- cía en sus ojos el horror de la catástrofe.

¡ Tu padre !... ¿él es tu padre?

-Sí;

la trágica revelación, heló las palabras en lo3 labios de los dos jóvenes, y se miraron estupe- factos.

i Es tarde ! murmuró Luciano sombríamente.

i Tarde ! repitió Luis, como un eco de muerte.

¿Y, ella lo sabe?

¡ Oh, no !

Que ignore siempre la terrible verdad ;

una atmósfera de tragedia los rodeaba, y abru- mados por la revelación tremenda, perseguidos por sus pensamientos, como por un tropel de Eu- ménides implacables, los dos amigos se dirigieron hacia el hotel ;

al atravesar la plaza, vieron cruzar a Manuel Loreto a caballo.

Luciano miró a Luis.

No temas dijo éste , estoy armado ;

y, le mostró su revólver ;

el coche de don Carlos, se detenía en este mo- mento frente a la puerta de su casa, se veía bien que venía de su hacienda.

Luis sonrió, con una sonrisa cruel ;

entraron al hotel.

Luis quedó en el billar, y Luciano subió a su cuarto a cambiarse de ropa ;

a la entrada de Luis Saavedra, hubo un cuchi- cheo del cual él no se apercibió ;

210 VARGAS VILA

tomó un taco y entró en una partida que se ju- gaba ;

habría transcurrido un cuarto de hora a lo más, cuando don Carlos, pálido como un muerto, entró en el billar ;

entre los del público, unos se escaparon, otros permanecieron allí, en espera de un lance fatal ;

el anciano avanzó sobre Luis Saavedra, que lo esperó sereno, cruzando sus brazos sobre el puño del taco.

¿Dónde está mi hija? La tengo yo.

Ah, miserable rugió el padre, escupiendo al rostro del seductor, y abofeteándolo con las dos manos.

Luis dejó caer con furia el taco sobre la cabeza de su agresor ;

éste, ya herido, se abalanzó con un puñal, gi'i- tándole :

Muere, canalla ;

y, le lanzó una tremenda cuchillada.

Luis, dio dos pasos atrás, sacó su revólver, y dis- paró sobre su enemigo :

Don Carlos, se llevó las manos al pecho, y cayó para no levantarse más...

Luis Saavedra lo contempló un momento ;

después volvió el cañón de su revólver, lo apoyó en su sien derecha, y disparó ;

y, cayó como una masa, sin proferir un i ay !

todo eso, había sido de una celeridad asombrosa ;

la estupefacción y el miedo, habían helado los ánimos ;

ALBA ROJA 211

nadie se liabía movido para evitar los dos asesi- natos ;

y, mudos, hebetados, estaban frente a los dos cadáveres ;

cuando Luciano Miral oyó las dos detonaciones, bajó súbito al billar, y pudo apenas tomar entre sus brazos el cuerpo, aun caliente de su amigo, y llamarlo por dos veces al oído ;

i ni abrió los ojos, ni movió los labios !

la ceguera eterna, y la eterna sordera, habían caído sobre él ;

la Muerte había sellado para siempre los labios y los ojos del Poeta ;

I oh, lo inexorable !

Con la vaga cadencia de un ritmo, moría la tarde,

una tarde ideal, de un encanto sutil y doliente, cuando Luciano Miral y otros jóvenes llegaron al cementerio, para enterrar al hermano de su alma ;

ni una palabra fué dicha ;

afuera sonaban todavía los gritos de la turba, que azuzada por los fanáticos, había insultado al panfletario vivo y al Poeta muerto ;

revólver al puño, había tenido que defender aquel núcleo de jóvenes, el cadáver del suicida ;

y, todos descubiertos, la frente cargada de pen- samientos graves, el grupo adolescente vio descen- der al hueco insondable, el cadáver del noble so- ñador ;

páhdo, tétrico, como torturado por sus grandes

212 VARGAS VILA

dolores silenciosos, Luciano Miral sentía caer la tierra sobre aquel féretro, como si la arrojasen so- bre su alma, y miraba la mitad de su destino caer en la tumba ;

i aquel de los dos, que había partido hacia la gloria del Amor ya estaba ahí vencido y muerto !...

él, que continuaba su vuelo, hacia el amor de la Gloria ¿cuándo caería?

allá lejos, vibraban las llamas de la hoguera que había de quemar sus alas ;

y, afuera, rugía el pueblo que había de dispu- tarse las cenizas de su sueño...

y, regresó a la Capital, habiendo cumplido la primera etapa de su destino trágico : ¡ enterrar a pedazos su propio corazón !

El sol oblicuo, atravesaba los follajes del jardín, lleno de una sombra violácea, y del perfume sutil de las enredaderas y los geranios, y envuelto a esa hora, en uno como soplo de recogimiento y de Amor ;

la tarde, parecía detenerse un momento antes de morir, encantada de ese silencio, llena de la emoción sagrada del crepúsculo ;

envuelta en su traje vaporoso, negro, que le fin- gía un peplus, y la hacía asemejarse a un cáliz de convólvulo, con sus ojos de pedrerías, grises y pris- máticos, los bucles dorados de su cabellera, ha- ciendo un halo de astro a sus carnes pálidas, toda ella deseable y triste, llena de un encanto plástico, que la exhibía como una estatua en un silencio de selva, envuelta en uno como polvo luminoso, que venía del cielo zafirino, recién poblado de astros. Lefia Serrano, con una gravedad, dolorosa y sin- cera, había oído de Luciano Miral la narración te- rrible de la tragedia en que había desaparecido su primero, y su único amigo ;

con voz conmovida, de matices graves, murmu- ró ncariciando las manos de Miral :

214 VARGAS VILA

¡ Pobre amigo mío ! ¡ cuánto ha debido sufrir tu corazón ! has enterrado toda una edad de tu vida : tu adolescencia ; lo que ha desaparecido en ese se- pulcro, no se alzará ya más ante tus pasos : un verdadero amigo... tu gloria te inhabilita para te- nerlos... y, andarás solo, como gusta a tu genio hosco : i oh, tú, el enamorado salvaje de la sole- dad!... y, ¿vivirás siempre así, en tu soledad al- tanera, en tu roca huraña, a donde suben como espumas furiosas, las cóleras y los insultos de tu época? i solo, siempre solo !...

Solo he nacido, y solo moriré ; yo soy una alma solitaria, que vive de sueños inconciliables con las emociones pueriles del Amor : yo he cerrado detrás de mí, las puertas del templo de la Ternura, y lo he vuelto la espalda, internándome silencioso en el bosque sagrado, donde moran las grandes visio- nes consoladoras, corren las fuentes inagotables de las cosas divinas, y florecen las rosas inmortales de los pensamientos eternos... la grandeza extra- ordinaria de las alm.as heroicas es una enfermedad triste; se le lleva en como el cáncer... aisla, como la lepra ; se nace fatalmente así ; el mérito está en vivir esa vida con nobleza, y morir glori- ficándola : joh, es inexorable la esclavitud de los sueños generosos !

Pero, todos los grandes hombres han amado, y entre sus gi-andes sueños, el Amor ha sido uno de ellos, dijo gravemente Lelia.

Han amado las mujeres, no una mujer ; han amado el placer, no el Amor ; han sido los pródigos de su sexo, pero los avaros de su corazón ; cuando

ALBA EOJA 215

una mujer entra en la vida de un hombre, la fata- lidad y la esclavitud entran con ella ; lleva en su beso el placer, con el dolor y la muerte ; envenena la vida para siempre ; cuando esta gran matadora de ideales, entra en el jardín de una vida, \ ay de los sueños heroicos, y las visiones divinas!, todo lo destruirá con los dientes y las garras, devorará los lirios inmortales y ahitará de sueños su vien- tre, sólo fecundo para la Muerte y el Amor ;

el odio de lo grande, está en el alma de la mu- jer ;

el mundo de los sueños, se rompe bajo sus pa- sos ;

el misterio de la vida interior, no puede ser re- velado a ella ;

sólo hay un momento en que el hombre cae vencido ante el Amor... aquel en que sus sueños no tienen ya el poder de alimentarlo...

Lelia, lo oía con el corazón transido de dolor ;

ella lo am.aba, y la sequedad de aquel espíritu era el castigo de su pobre alma soñadora, prisionera en su cusrpo de pecado ;

la cortesana de cabellos de oro y ojos de cielo, S8 había hecho la sierva espiritual de aquel man- cebo imperativo y taciturno, con la mente llena de impalpables quimeras, y el corazón sangrando de incurables rebeldías ;

un viento de sumisión y de purificación, había pasado por su alma y por su cuerpo, con el encan- to maravilloso de aquel amor, y transfigurada y so- metida, se inclinaba como Kundry, la terrible hem- bra de amor, ante el gesto heroico de Parsifal, que

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vierte sobre su cabeza salvaje, todas las aguas del Perdón ; y, murmuraba como ella, la canción del alma sometida : servir, servir, servir... ¡el milagro de Betania ! i el idilio de Magdalo !

y, como si de su pasión subiese un viento de inocencia primitiva, un sueño de pubertad blanca y lejana, se puso a amar con ternuras de niña, con esperanzas virginales, con timideces de insecto que despliega el ala ;

y, cerró la puerta a todos sus amantes de oca- sión, y rechazó el comercio vil de su belleza, y hu- milde y ardiente, con fe de Magdalena dolorosa, se consagró al culto de aquel extraño Salvador, que no tenía \ ay ! como el amable blondo de Ju- dea, la facultad ingenua del Amor.

Luciano Miral, no se puede decir que aceptaba ese sacrificio, porque no se apercibía de él ;

en el organismo extraordinario de ese hombre, el cerebro había absorbido el corazón ;

el pensamiento atrofiaba el sentimiento ;

sus pasiones eran todas intelectuales ;

su lujuria misma, con ser tan refinada, era un arte, un razonamiento frío, de la necesidad física del amor ;

el fondo de su alma, eran el Orgullo y el Des- dén, llevados a un grado cuasi extrahumano ;

su soberbia era tan intensa, que por un fenó- meno inexplicable, petrificaba su sensibilidad ha- ciéndolo indiferente a los ataques ;

no sólo provocaba el insulto, sino que lo nece- sitaba, como una ducha vigorizadora, y, lo pedía, como un homenaje a su mérito ;

ALBA ROJA 217

sentía una insondable voluptuosidad, en ser di- famado por los viles ;

concedía a los necios, no sólo el derecho, sino el deber, de ser sus enemigos ; y, si por casualidad, uno de ellos escapaba al rebaño hostil, y le fingía admiración, se sentía indignado y profanado ;

compadecía a los que negaban su grandeza, como se compadece a los ciegos y a los locos ;

cultivaba el jardín venenoso de sus enemigos, con la solicitud diligente con que conserva la Igle- sia los castrados de San Pedro : para que fueran los cantores de su gloria ;

su alma era inaccesible al Amor y al Temor, las dos fuentes perversas de la debilidad ;

no tenía alma sino para contemplar el vuelo si- lencioso de sus visiones hacia las cumbres idea- les ;

no tenía corazón sino para amar su gran Qui- mera : la Gloria ;

no tenía vida, sino para ofrecerla en holocausto a su sueño redentor : la Libertad...

Lelia, temblaba en el crepúsculo estremecido de luz y de perfumes, temblaba ante esas ideas desoladoras que ajaban su corazón de sacrificio, su vida de flor amante, descolorada a la sombra de esta encina vengadora, y recogiendo su valor, como quien recoge los pedazos de una espada rota, mur- muró :

i Solo I

Solo, y contigo, j vida mía ! ^dijo Luciano, en- sayando con una caricia brutal, endulzar el sabor acre de sus frases anteriores ;

218 VARGAS VILA

el fondo de su alma no era malo, y, sufría de ver sufrir los otros por su Amor.

El Amor, la Belleza, la Muerte, todo es mira- je y quimera en el océano movible, en el fenómeno veloz y cambiante de la Vida ;

la debilidad del hombre, es darles demasiado lu- gar en su existencia dolorosa y efímera ; de abi la esterilidad inexplicable de ciertas existencias ;

el hombre superior. Héroe, Apóstol o Mártir, debe ser solo ;

la esterilidad, la decadencia fatal, están en el fondo del Amor ;

amor es servidumbre ; un esclavo no conquista ;

el alma de la mujer es flor letal ; Héroe que la respira muere ; sólo el lirio de su cuerpo, le es dado tocar al hombre que aspira a gozar y dar la Li- bertad ;

el placer carnal, no es ala, es aguijón, es un es- tímulo al heroísmo varonil : el macho saciado es más apto a la ferocidad de la conquista ;

el hombre fuerte es tranquilo ; insensible ante la Mujer y ante la Muert>e, los dos polos, los dos abismos, que rodean la Vida...

darse a la lucha generosa de cosas inmortales, sumar en el alma prodigiosa de las criaturas dohentes, ser un Hombre Idea, una voz terrible y tumultuosa, un símbolo de Justicia y de Piedad, el gonfalón glorioso de algo inmortal, el paladín de los heroísmos obscuros y tempestuosos de una Causa, el águila triste y gloriosa, el Apóstol soli- tario y bravio, la cima donde retumba el rayo de las liberaciones infinitas en el único sueño dig-

ALBxV HOJA 219

no, la única aspiración posible para las almas que no se inclinan silenciosas, prontas a desaparecer en la ola apacible de la piara ;

los hombres son un rebaño de amor, bajo el ca- yado de la mujer ;

el Amor es Capua : en él se enervan y fracasan los héroes candorosos, las legiones destinadas a la Conquista del Ideal ;

sólo hay una manera de vivir más allá de la Vi- da, más allá de todo límite humano, y es : vivir solo ;

en el océano glauco de la Muerte, bajo el sol de la Inmortalidad, no se proyectan, augustas y triun- fales, sino las almas de los grandes solitarios ; las águilas vencedoras, que llevaron el triunfo entre sus garras sangrientas ; los peregrinos formidables del Ideal ; los Hombres Símbolos, que condensa- ron en el alma salvaje y violenta de la Multi- tud ; los grandes Profetas, los terroríficos videntes que llevaron escrito sobre su pecho traspasado de dardos, descifrada, la tremenda palabra del Enig- ma : i No AMARÁS !...

y, como si la ola enorme y furiosa de su pensa- miento le apagase la voz, el anatema de Luciano expiró en un vago grito doloroso ;

los astros centelleaban en el cielo, los árboles se esfumaban en la vaguedad adamantina del hori- zonte, y en la calma de la hora, la voz triste y cal- mada de la mujer sometida y amante, sonó com.o una melodía de gloria, como una ola, del grande, del infinito océano del Amor...

y, dijo :

2-20 VABGAS VILA

La Vida es corta ; el único rayo de eternidad que la atraviesa es el Amor ;

la vida es fea y vulgar, la única Belleza, la única Nobleza que hay en ella, la da el Amor ;

la vida es brutal, la única caricia de ala que la toca suavemente, es el Amor ;

la vida es un desierto, el único oasis, en esa tra- vesía dolorosa, es el Amor ;

fuera del Amor, la vida puede ser a veces gran- diosa, pero es siempre monstruosa ; puede ser un sueño glorioso, pero es un sueño odioso ;

más allá del Amor, fuera de él, se extiende un país miserable y maldito, país de esterilidad y de tristeza, donde mueren los cenobitas del orgullo, bajo la inclemencia de un cielo sin caricias ;

fuera del Amor, se puede ser grande, pero no se es nunca bueno ;

sin el Amor puede hallarse la Gloria, nunca la ventura ;

en ese sueño peligroso, se corre el riesgo de ha- cerse un Monstruo, con la pretensión de haeerse un dios ;

un Apóstol, que no tenga como el Cristo, la au- reola del Amor, podrá ser admirado, pero no será nunca amado de las multitudes que adoctrina.

i El amor de las multitudes !... eso es algo más despreciable todavía que el Amor, yo no amo a las multitudes ; son crueles y pérfidas ;

la mujer se da, la multitud, no ;

la mujer es susceptible de Amor, se rinde a la caricia ; la multitud no es susceptible sino de te- rror y no se rinde sino a la cadena ;

ALBA EOJA 2-21

la mujer puede ser dorniDada por un hombre superior ; la multitud no es dirigible sino por los asesinos y por los histriones ;

la mujer se llega a poseer ; la multitud, jamás ;

el alma de la mujer se cautiva, la de la multitud se doma ;

hay algo más ingrato, más voluble, más pérfido que la mujer : la multitud, y yo la desprecio.

Y, sin embargo, te sacrificas a ella, a las ma- sas oprimidas, a los partidos vencidos, a las ideas en derrota.

Esa es mi grandeza ; me sacrifico a ídolos hos- tiles, porque el sacrificio es en una tensión, no una profesión ; no me inmolo por amor, sino por deber ; doy mi vida a quimeras inasibles ; muero por el amor de cosas muertas ; ése es mi heroísmo.

Y ese heroísmo, pasa por ambición ante tus más íntimos amigos, y esa grandeza, pasa por lo- cura ante aquellos mismos que ella protege.

j Mis amigos ! : la amistad es un Amor esté- ril, un Edén sin ñores, una debilidad más indis- culpable que el x\mor, porque no tiene para excu- sarse, el miserable encanto del placer ; al final del Amor, florece el beso, y, al final de la Amistad también... pero el de Judas;

un hombre superior, cuasi no tiene amigos ; no tiene sino émulos sometidos, y rivales más o menos domesticados ; los rebeldes contra su genio, se di- viden en dos clases : los que se crispan bajo sus garras, como una sierpe aprisionada por un águila, y los que se acogen bajo sus alas, para picotearlo como el cernícalo.

ALBA. 16

222 VARGAS VILA

Y, tu Patria y tu Partido, por los cuales te sacrificas, ¿cre€s que te aman?

No, ni me cuido de ello ; esos son símbolos, entidades ideológicas, exigentes, insaciables y crue- les ; son dos formas abstractas, no dos hecbos, para un hombre que no tiene el alma colectiva y domes- ticada de los animales de rebaño ;

para un espíritu superior, la Patria es una casua- lidad geográfica, un punto de partida, como la roca en que nace un cóndor ; la patria del cóndor es el espacio ;

la Patria, es una agrupación hostil, cuyo cariño al talento, está en razón directa de su mediocri- dad y de su sumisión ; ella ama y da la celebridad, pero ni ama, ni da la gloria ; el majores pennas nido, de Horacio, es el decreto de proscripción tá- cito, con que nace un hombre grande en un país pequeño ;

la Patria, no perdona los hombres más grandes que ella ; estirando en el bosque profundo sus tris- tes alas de libélula, no perdona las inmensas alas del genio que se extiende encima de ella : Ser glo- rioso juera de mi Patria, para mi Patria: he ahí mi sueño ;

el cóndor no debe ser el prisionero del nido, ni el sol ha de ser el cautivo de la selva ; ellos bajan hasta esos sitios, pero vuelan o irradian, lejos, muy lejos... yo no amo las grandes quimeras consagradas.

Yo no comprendo la desolación de ese heroís- mo ; el fondo de esa grandeza espanta ; ¡ luchar, cuando se ama algo, es explicable, pero, si no se ama nada, eso es terrible ! ;

ALBA ROJA 223

combatir por las multitudes amiüidolas, es no- ble abnegación ; sacrificarse a ellas despreciándolas, es santidad o demencia ;

si eso es abnegación, es sublime ; si eso es or- gullo, es horrible ;

ese gesto trágico sobre esa cruz de desesperanzas, en la cima de esas desolaciones, es el tormento de Luzbel cuando no es el suplicio de Jesús.

O el martirio de un Genio.

No comprendo, no comprendo...

Ni hay para qué, ¡ vida mía !

las flores de esas grandes cosas trágicas no de- ben nacer bajo el rubio trigal de tu cabellera de oro, ni de las clavellinas de tus labios, deben brotar sentencias sabias, sino besos, unos besos locos, que enloquezcan ;

y, abrazándola brutalmente, hundió sus manos en la selva blonda de los cabellos, que semejaban una troje de heno en estío, y asesinó a besos furio- sos, la garganta pomposa y la dureza agresiva de los senos mórbidos ;

ella, lo dejaba hacer, humillada y triste, pero amante, sintiendo pasar los estremecimientos de la carne, por entre las ondas crepusculares de su tris- teza dolorosa ;

la tarde había m^uerto en un resplandor azafra- nado de oro pálido, la noche inmensa se alzaba en los abismos azules, y las nubes y los follajes pare- cían levantarse en plegaria, hacia el disco argen- tado de la hostia lunar, que se alzaba con livideces de muerte, sobre un horizonte de cenizas ;

la dulzura deliciosa de la tarde, había desapare-

2-21 VARGAS VILA

cido, en el gran silencio frío, donde pasaban estre- mecimientos de borrasca...

y, los dos insatisfechos de la vida, sedientos de ideales imposibles, se unieron ardorosa y bestial- mente, se embriagaron de besos, sobre el banco del jardín, como sobre un lecho amplio de Voluptuosi- dad y de ]\ fuerte.

Lelia abría los ojos somnolientos, y se despere- zaba con el gesto encantador y felino de una gata enamorada, cuando Mercedes Pérez, hizo irrupción en su habitación, sin que la camarera hubiese te- nido tiempo de anunciar su llegada ;

era ésta una deliciosa criatura, amiga muy que- rida de Lelia, la más leal, más caprichosa, y más temible de las que en los altos rangos de la legión citerea militaban entonces ;

pequeña, nerviosa, mignonnc, el más bello hijou de pecado, el más fino hihelot de la Lujuria, con sus ojos verdes de ondina, su boca diminuta impe- rativa, sus cabellos negros tumultuosos, el más de- licado Tanagra, ofrecido a los ojos del Arte y los del Vicio ; florecida, perfumada, enguantada, entró como una tempestad basta el lecho de Lelia.

^1 Ay ! i querida mía ! ¡ qué desgracia ! no pude venir ayer ; acaso hubiéramos evitado algo, j eso es horrible !

Lelia, aterrada, palideció.

Pero, ¿qué es? ¿de qué se trata?

¡ Cómo ! ¿no sabes?

—No.

226 VARGAS VILA

Pues anoche, un motín ha atacado la casa do Luciano Miral ; eso ha sido feroz ; a tiros y a pe- dradas, rompieron las ventanas, y como estaban abiertas, hicieron pedazos los muebles de la sala, los eíípejos, las lámparas, los retratos...

yo he pasado ahora por allí ; es un destrozo, las paredes, las puertas, todo lleva las huellas del ata- que ; frente a la casa, hay una verdadera muralla de piedras, ¡ qué barbaridad !

Y, él, él gritó Lelia, llorando.

A él, no le sucedió nada ; dicen que comía en ese momento con su madre y sus hermanas, y, que se asomó a una ventana, escapando por milagro a un tiro, hecho por Angelito Liona, aquel mucha- cho tan rezandero, que llaman : la Dama de las Camelias ; un tipo de fanático, estilo pachuli ;

la que refieren que estuvo verdaderamente su- blime, fué la madre, al lado de su hijo, cubriéndolo con su cuerpo, afrontó el tumulto, y fué ella quien cerró las ventanas, bajo los tiros y las piedras de la turba : ¡ pobre señora !

Lelia sollozaba.

No llores ; a él no le ha pasado nada ; ahora mismo entraba en las oficinas de La Hora, según me dijo un mozo muy entusiasta por él, y que me encontré casualmente, cerca de aquí ; todos dicen que su editorial de hoy será furioso ; el último de- safío a sus enemigos.

¡ Ah, Luciano, Luciano ! suspiraba Lelia.

Cálmate, y, óyeme ; lo de ayer ha pasado, pero el peligro no ; es necesario advertirle, es necesario decirle lo que se trama contra él.

ALBA KOJA 227

—¿Qué?

Matarlo ; nada menos que matarlo ; eso era lo que venía a decirte ayer, y eso es lo que vengo a decirte hoy ; es necesario verlo, o hablarle o escri- birle antes de mañana, que tendrá lugar el mitin monstruo, que los fanáticos organizan contra La Hora ; es necesario que sepa todo el complot ; que sepa quién es el asesino pagado para matarlo.

¡ Dios mío ! ^gimió Lelia.

continuó IMercedes , todo lo he sabido por una casualidad ; sabes que el general ]\Iatías, el Ministro de la Guerra, está chiflado por y no me deja ni a sol ni a sombra ; yo, para hacerlo ha- blar, me finjo celosa de Her odiada, y él, para pro- barme lo contrario, me revela todo lo que sabe de intrigas palaciegas, y, así fué como me contó, que las fuerzas del Gobierno no tornearían parte en el mitin de mañana ; todas vestidas de obreros como quería Herodiada, que se lo había prometido así al Padre Ferrán y a los fanáticos ;

esa negativa, ha enfurecido a la vieja, que ha apelado entonces a Aristipo Hernández, el Jefe de Policía, que ha prometido mandar mañana todos los agentes disfrazados al mitin, y, con ellos va el asesino pagado para matar a Luciano ; es un tal Juan, que ha sido criado de su casa, y es ahora Sacristán de la capilla del Sacramento ; trescientos pesos le dan, y le prometen la im^punidad y el cielo ;

las últimas cosas me las ha contado Balbina Fuentes, que es querida de Aristipo Hernández, pero que odia mucho a Herodiada y es muy parti- daria de Luciano ^liral ; elh me lo dijo para quo

i>28 VARGAS VILA

te lo dijera ; vamos, pues, a pensar en escribirle, o en hacerle saber de cualquiera manera, el peli- gro que corre.

Lfclia se había levantado, y envuelta en su pei- nacíor azul, miraba a su amiga perpleja, y llorosa.

Vamos, vamos, escríbele o mándalo llamar inmediatamente.

Sí, yo le escribiié dijo Lelia ;

y, pasaron al salón ;

la actitud dolorosa de Lelia, conmovía a Mer- cedes, que, como casi todas las mujeres de su clase, ocultaba un gran corazón, bajo su aire altanero y descocado.

j Pobre amiga mía ! : ¿lo amas mucho? haces bien ; un amor verdadero, es lo único que puede embellecer nuestra vida tan miserable; y, él, ¿te ama ?

dicen que es un raro, un soberbio... lo único que yo es que tiene mucho talento... ¡oh, es colo- sal!... a mí, me enferma de emoción, cuando lo leo ; me de memoria toda la Ruta de Bizancio, y casi todos sus artículos de La Hora;

pero, te estoy quitando el tiempo y tienes que escribirle ; ¡ adiós, adiós I dijo ; besó a Lelia, y sa- lió con la misma rapidez vertiginosa con que había entrado ;

la querida de Luciano Miral quedó pensativa... ¿qué debía hacer? ¿escribir a Luciano? ; pero, ¿si le llegaba tarde, o no le llegaba su esquela? bus- carlo ; pero, ¿dónde? ¿en su casa? ¡ imposible ! ése sería un irrespeto a su madre, que él no perdonaría jamáa ; ¿en la redacción de La Hora ? ; sería lo me-

ALBA EÜJA 229

jor, pero, ¿como saber el momento en que se en- contrara allí? ; de seguro iría después de mediodía ; le escribiría para que la esperara allí, e iría a bus- carlo ;

así lo hizo ;

ansiosa vio correr las horas, y a las cinco, se puso un abrigo negro y fué a esperar a Luciano ;

paseando de uno a otro extremo de la calle, de- teniéndose en todos los portones, pasó momentos de mortal ansiedad ;

y, su terror se aumentaba, viendo sobre los mu- ros de las oficinas de La Hora, los letreros porno- gráficos, los insultos más soeces, las amenazas de muerte escritas allí, por mano de las turbas faná- ticas ;

tembló de espanto al ver, en lo alto del muro, en grandes caracteres rojos, la Invitación al gran mi- tin de Desagravio, en que se convocaba al pueblo, para asistir al día siguiente a protestar con su pre- sencia, contra los ahominahles enemigos del Orden y de la Moral, del Presidente y de la Iglesia, contra la inmunda hoja liberticida La Hora.

Luciano salía en ese momento acompañado de un amigo ;

ella le siguió a distancia ;

cuando quedó solo, se le acercó ;

él, le estrechó las manos con cariño, y se diri- gieron a un lugar solitario, hacia la alameda, que va a la plaza lejana de San Dídimo ;

en el horizonte anaranjado, los árboles de la ala- meda semejaban mástiles inmóviles de una flota encallada en una rada tenebrosa ; grandes sauces

230 VABGAS VILA

proyectaban sus sombras oblicuas, sobre el sendero polvoriento, reflejándose en el agua estancada de las dos zanjas paralelas, que como sierpes torna- soladas se extendían a los dos lados del camino ; macetas de rosas blancas, estremecidas en la cla- ridad mate del crepúsculo, mezclaban sus perfu- mes delicados al olor mefítico de aquellas aguas muertas ;

el silencio infinito subía con la nocbe pavorosa, y en la palidez lunar, aun indecisa, las flechas de los campanarios alzaban sus agujas atrevidas, co- mo mudas invocaciones a extrañas misericordias ;

la ciudad había quedado lejos, raros paseadores recorrían la alameda, a esa hora tarda y fría ;

los dos amantes estaban cuasi solos. ' Lelia apoyada en el brazo de su amigo, le refirió cuanto sabía, le contó todos los planes contra él, todos los peligros...

y, conmovida ante sus propios terrores, se abrazó al cuello de Luciano dicióndole : ¡ amior mío ! ¡ amor mío !

su puro rostro palidecido por la angustia, se idea- lizaba en el dolor, y entre las orlas de su mantilla negra, sus ojos llorosos fulguraban tristemente, como si hubiesen absorbido todos los reflejos y el azul del oro y las violetas del poniente.

Luciano la acarició, como a un niño enfermo, di- ciéndole :

No temas nada, ¡ vida mía I, no me matarán.

No, no te matarán, o al menos impunemen- te... ya sabes todo, ya conoces el asesino... yo no te pido que te ocultes ni retrocedo-s : yo que t^

ALBA ROJA 2^.1

no lo harás ; y, te amo mucho, amo mucho tu glo- ria para pedírtelo jamás ; yo no te pido sino un favor...

—¿Cuál?

Que me dejes velar por ti, y me dejes morir a tu lado.

No, déjame solo cumplir la tragedia de mi Destino ; solo he vivido y solo moriré, si he de mo- rir ; i oh alma mía ! eres joven y eres bella, vive tu vida y feliz ; es necesario que tu amor, como tu cuerpo, no se extienda para más allá del lecho ; no proyectes tu amable sombra en otra esfera de mi vida ; te aborrecería ; has sido la flor del placer que ha perfumado mi adolescencia ; guarda ese privilegio ; así me habrás embellecido el camino hostil sin estorbaraie, pero cuida de no mezclarte en las cosas dolorosas de mi vida ; ha- bíame del Amor, no me hables de la Muerte, yo no quiero ver tus labios, sino en el gesto del beso ; habla de velarme en tu lecho, y de dormir a mi lado, pero, no hables de velar por mí, y de morir al lado mío : lo primero sería inútil ; lo segundo imposible.

¿Por qué?

Porque yo no moriré.

Luciano, Luciano gritó Lelia loca de te- rror— ; no digas eso, no provoques a Dios, no desafíes la muerte con tus bravatas ; no digas eso, no digas eso, que morirás de tu soberbia.

Yo no reto ni a Dios ni a la Muerte, pero te digo que no te acerques a mi abismo, huye del vórtice, apártate de la tromba que lleva al fondo la

232 VxVRGAS VILA

nave de mi vida... para almas torturadas por mi dolor, basta una ; basta esa grande y noble INIártir, esa mujer heroica que anoche desafió Tas furias de la chusma vil, ¡oh, sí, basta con mi madre! ; no quiero más, no quiero más ; yo no soy un devorador de almas, un triturador de corazones ; no entres en la selva incendiada de mi vida, no te enredes en la cauda de un cometa ; ve hacia el Amor : es tu destino ; déjame a mí, hosco y solo, marchar hacia el tumulto : ése es el mío ; ni me detengas, ni me sigas.

No dijo Lelia, con voz decidida y triste ; lo que yo te pido, podrás negármelo, no podrás impe- dírmelo ; a despecho de tu orgullo, de tu ingrati- tud, de tu odio mismo, yo velaré ]X)y ti, mientras vivas, y trataré de morir a tu lado si es que mue- res ; yo te probaré que la mujer es algo más que la bestia de placer que has soñado ; y, yo hu- millaré tu orgullo, probándote que hay algo más grande que tu Soberbia y es mi Amor ;

y, prorrumpió a llorar ;

desarmado por este dolor tan sincero, Luciano Miral le tomó las manos con cariño.

; Pobre alma mía ! no llores ; no hay nada en el mundo que valga las lagrimes de tus ojos, no temas nada ; todo esto pasará y seremos muy fe- lices ;

un viento extraño sopló en ese momento, estre- meciendo la cabellera lúgubre de los sauces, y el agua verde de los pantanos, donde las ranas pare- cían cantar una extraña canción agorera ;

y, él trajo a la Amada sobre el pecho, y la-abrazó

ALBA ROJA 233

con efusión, y la besó en la cabellera opulenta, so- bre los labios de guinda, y en los candidos ojos de miosotis ;

y, ella se prendía, con sed de febricitante, a la boca del Amado, con una desesperación nerviosa, y lloraba, lloraba casi a gritos, como si ésos fueran los últimos besos de su vida

Sorprendidos por la noche, regresaron a la ciu- dad, por entre los arbustos extenuados, las aguas inmóviles, dormidas en el crepúsculo, y la llanura triste, de donde mezclado al aroma violento de las flores, se desprendía un hálito misterioso de Dolor y de Muerte...

Aquel día el sol reverberaba centellante, como un día de canícula ;

el cielo ordinariamente pálido, de una palidez perlácea, en aquellas altas regiones andinas, era azul, de un azul tiernísimo de primavera y de vio- leta, y la ciudad conventual lucía bajo él, blanca y grave, como una antigua abadesa en día de fiesta patronal ;

había en la atmósfera no qué viento trágico, como ese que precede a las grandes tormentas de hombres, uno de esos rumores siniestros, que cir- culan en los pueblos, en días de tumulto, como las brisas que hacen sollozar los pinares de la costa, antes que la borrasca llegue a ella... una nube de crimen, parecía posarse sobre la ciudad creyente y cesárea ;

las campanas, llamando a los ñeles a los templos, sonaban como clarines, en la atmósfera enfiebra- da ; figuras misteriosas o insolentes, cruzaban por las calles, husmeadoras y agresivas, mensajeras del Odio y de la I\Iuerte ;

las murallas vomitaban el dicterio, en llamadas impúdicas al asesinato, y cartelcnes enormes con-

236 VARGAS VIL A

vocaban, en tropos rimbombantes al Gran milinj que el honor de la ciudad, ultrajada en su amor al César y a los dioses, debía celebrar, contra los rebeldes, que se atrevían a escupir al Capitolio y al Olimpo ;

los cortesanos tenían ese aspecto de fiesta, que transfiguraba la plebe romana, corriendo al Anfi- teatro Flavio, a un sacrificio de vencidos, bajo el ojo taciturno de Nerón ; y, los piadosos de la bur- guesía fanática, disimulaban mal el oculto conten- to de sus almas, semejante al de sus antecesores medioevales, el día de un auto de fe, hecho para celebrar la gloria de alguno de sus amos ;

desde las primeras horas, toda la gente de faldas, beatas y curas, empezó a agitarse para la Fiesta del Desagravio, que debía tener lugar después del me- diodía ;

se cuchicheaba en las misas y en los atrios, se consultaba en las sacristías, se entraba y se salía al Capitolio y al Palacio de Herodes, se rumoreaban } se engrandecían las palabras alentadoras de Hero- diada;

comisiones recorrían los barrios lejanos, alen- tando vecinos reacios ; agentes oficiales batían los campos, reclutando los campesinos para liacer bul- to; la policía a las órdenes de Aristipo Hernández, recorría la ciudad, haciendo cerrar las cantinas y las tiendas, y arrastrando a la cárcel pobres indus- triales indefensos, que objetaban la orden ;

las cofradías organizadoras del Gran mitin, eran La Escuela de Cristo, una asociación do idiotas perfumados, de efebos afeminados, flores de deca-

ALBA HOJA 237

dencia y cretinismo ; Los Hijos de San Ignacio, te- mibles frutos de horca, escapados del rico verjel de los presidios nacionales ; Hermanos de San Vicen- te, círculo de imbéciles, hasta entonces muy apaci- bles y tomados de súbito por el furor demente que asalta a los carneros ;

y, con este ramo de imbecilidades agresivas en la mano, iba al frente, campeón dignísimo, alma y jefe del motín, Torquemada, un escribidor de ar- tículos mastodónticos, mascuUador de latín, ca- quéctico funambulesco, el más bajo y el más vil, de los que por aquel entonces deshonraban la ba- jeza y avergonzaban la vileza a los pies del César ; era redactor de un periódico : El Posta, hoja sopo- rífera y venenosa, como el opio, incensario de He- rodes, pebetero de Her odiada, estercolero místico en el cual el insulto crecía con una lozanía de plan- ta rastrera, y que había sido el abanderado en la campaña de calumnias contra La Hora, y en es- pecial contra Luciano Miral ;

alto,- torvo, sombrío, este idiota patagón y lívi- do, enorme y patanesco, tenía palideces de cadáver y de epiléptico, la vergonzosa palidez de Onán ; la de todos los apasionados solitarios, que naeieron de la semilla del levita, en la vecindad del Taber- náculo ;

se llamaba : Claudio INIarín Sierra ;

oriundo de un pueblo de provincia remota, fruto de una violación, hijo de un sacerdote, esta espan- tosa orquídea eclesiástica, anónima flor de presbi- terio, había sido arrancado a las miserias del orfe- linato por una noble matrona, y un abogado locuaz

ALBA. 17

238 VAKGAS VILA

y venal, que lo adoptaron ; él no ignoraba el triste anonimato de su cuna, pero cubría con el brillo de nobles apellidos, la friolenta desnudez de su triste bastardía ;

bastaba ver aquella faz patibularia, donde el mie- do y la crueldad, habían impreso sus huellas ama- rillas y verdosas, para comprender que aquel hom- bre era nacido para el cadalso ; en el reinado de la Ley, para víctima ; en el reinado del Terror, para verdugo ;

pedagogo fanático, Rector de un colegio, célebre por la extraña floración de vicios innombrables que allí pululaban, practicados y protegidos por él, que los escudaba con su gravedad de inquisidor, o los defendía con su palabra tartamuda y viscosa, obs- cura y pestilente, como el limo de un pantano, con- curría con sus alumnos a esa fiesta de exterminio organizada por él ;

a las diez, empezaron a llegar a la plaza y al atrio de San Calixto, que eran el punto indicado, los es- tandartes y las turbas de las parroquias lejanas, conducidas por los más temibles bandidos de arra- bal ; después llegaron las de las parroquias centra- les ;

era toda esa turba, gente del pueblo, ignorante del significado y fines verdaderos de la fiesta, mu- chedumbres harapientas y mal olientes, que des- pedían un hedor de caballerizas de circo, y de co- rral de vacas, y cuya atmósfera nauseabunda la atravesaba a veces una ráfaga de polvos de arroz, o de esencia de violetas, que llevaba sobre su am- bigua y elegante persona, algún discípulo de La

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Escuela de Cristo o algún presbítero urbano, pinta- do y perfumado con todo el cliic de una cocotte jane ;

con el pretexto de reconfortar la multitud, que empezaba a licuarse bajo el sol, pero, con el fin verdadero de despertar en ella sus bestiales ins- tintos de asesinato, se repartieron licores fuertes, amados por el populacho ; se embriagó a los niños, y a los viejos, y el alcohol, llenó el sagrado vacío de la Fe, ausente de las almas ;

pasado mediodía, la muchedumbre, ya ebria y rumorosa, se puso en orden, y empezó a desfilar ;

primero, una comisión del Ejército, con la ban- dera de la Nación, y un Nazareno azotado y la- crimoso, en el lugar que ocupaba antes el escudo nacional, con las alas de sus águilas abiertas ;

luego, venía una comisión, llamada del Comer- cio: tenderos de los suburbios, cómicamente ata- viados, y asnalmente serios ; en su estandarte, lu- cía una Santa Bárbara, desmelenada y roja, como una heroína de barricada internacional ;

en seguida, los gomosos de la Escuela de Cristo, blancos y olorosos, como un ramo de azucenas, to- dos en frac, con ñores en los ojales, y paso de co- tillón, con grandes bandas de seda azul, anudadas atrás, donde en grandes letras de oro decía : ¡De- tente, Jesús está conmigo! su estandarte era de i'a- so blanco, bordado en seda y oro, ostentando una grande imagen de Jesús, con el corazón afuera, sangrando, todo relumbrante en pedrerías falsas, como la fe que llevaba al motín, al dulce y candido

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eseniano, cuya doctrina había dicho : Amaos los unos a los otros ;

después, comisiones de escuelas y colegios, en que niños displicent-es, o prematuramente apasio- nados, se intoxicaban ya, de la intolerancia mor- tal que asesina las almas, del virus corrosivo de los odios religiosos, que gangrena y corrompe los corazones ;

a continuación, las parroquias con sus bande- ras respectivas ;

la de Santiago, con el santo, cabalgando en un di'agón que parecía un lagarto, y blandiendo la lanza, como un guerrillero entusiasmado ;

la de San Antonio, con su imagen gorda y ro- lliza, llevando el niño en los brazos, semejante a una nodriza a quien hubieran arrancado la manta y los cabellos al retorno de una fiesta extramuros.

San Roque, con las enaguas alzadas, para mos- trar su llaga, y con un perro, gi'ande como un ra- tón, al lado suyo ;

luego la inmensa multitud desarrapada y cu- riosa...

la procesión pasó por el Palacio del César ^ vito- reando al Restaurador de las buenas costumbres, de la Moral ^ y de la Religión.

Herodes, displicente y enfermo, se negó a mos- trarse a la chusma vil, pero, como símbolo de las buenas costumbres restauradas, Her odiada, cubier- ta la cabeza por un largo velo negro, salió al bal- cón ;

la multitud la aclamó ;

ella, se puso de rodillas, para hacer homenaje a

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los santos que pasaban bordados en las banderas ;

y, en esa actitud, hacía pencar en la Du Barry, arrodillada, implorando gracia del verdugo ; i la conciencia es el verdugo invisible de las almas!...

el sol resplandecía sobre aquella muchedumbre en marcha, como sobre las ondas obscuras de un río acrecido por la lluvia ;

los estandartes brillaban, fulguraban, bajo los rayos solares, en una gama montante de colores, y sus orlas de oro, hacían irradiaciones prodigiosas en la luz ;

el corazón abierto del Cristo, cerca al cual, el extendía sus manos blancas, como las alas de un pelícano santo, se hacía de un rojo intenso, avi- vado por la palidez hlial del rostro y nimbo ful- gente de los cabellos dorados ;

en el vaivén que lo arrebataba, movía su cabeza áurea, como rebelándose a marchar contra los hom^ bres, aquel suave soñador de la fraternidad, aquel dulce Profeta del consuelo, aquel verbo blanco de la Paz y del Perdón.

Santa Bárbara, en su túnica roja, parecía incen- diada, como una Juana de Arco entre la hoguera, y en la ondulación serpentina de la tela, parecía que- rer irse, diciendo a sus devotos :

Hijos míos, la bárbara no soy yo ;

el casco de Santiago relumbraba, nimbando al santo de un resplandor extraño de desesperación, de un fulgente halo medusario ;

y, sobre aquellas ondas humanas, esas reverbe- raciones de oro y de sangre, parecían los reflejos fosforescentes de un crepúsculo rojo sobre el mar,

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cuando el sol se sepulta y sobre las ondas encen- didas caen los blancos candores de las estrellas fi- lantes...

después de detenerse en varias plazas, donde ora- dores diversos arengaron la multitud, ésta, ya ex- citada y ebria, se dirigió rumorosa y amenazante a la redacción de La Hora, que era el objeto prin- cipal de la fiesta del Desagravio.

¡ A La Hora ! \ a La Hora ! gritaban los azu- zadores.

¡ A La Hora ! repetía la chusma.

¡ A Muerte !

¡ A Muerte !

y, como un río salido de madre, corrió sobre las oficinas del periódico odiado, circuyéndolas, estre- chándolas, con gritos de amenazas y de muert-e.

En la redacción de La Hora, estaban Juan de Urbina y Luciano Í^Iiral, rodeados de un círculo de amigos, todos jóvenes, todos convencidos, todos heroicos, venidos allí, espontáneamente, dispuestos a defender con su vida, aquel diario, que era el estandarte de sus ideas.

Juan de Urbina, engrandecía en el peligro, vi- braba como un clarín, recorría los talleres dando órdenes, ansioso de la acción y del combate, indi- ferente al peligro y a la muerte.

Luciano Miral, severo, calmado, al parecer indi- ferente, conversaba con esa solemnidad desdeñosa que le era habitual, mientras sus amigos impa-

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cientes, parecían olfatear el peligro, con la incal- mable ansiedad de una bandada de pájaros de presa ;

se discutía allí, como entre los girondinos, en la clásica noche que precedió a la lúgubre aurora de su muerte, con el mismo culto al Ideal, el mismo amor a la Libertad, el mismo estoico desprecio dfj la Vida ;

y, se levantaban por manos inexpertas, procla- mas vengadoras, tremendos desafíos al César...

y, se llenaban los muros de dísticos sublimes ;

alzando su nobleza por sobre el egoísmo infame de su época, de la cual se levantaba tan triste. olor de decadencia ; aislados en el inmenso Impe- rio de la Incomprensión que los rodeaba ; en ese Elemento triste de la desbandada de todas las con- ciencias bajo el ojo lúgubre de César y el debilita- miento orgánico del pueblo, ese núcleo de jóvenes, agrupados allí, menos para sostener un edificio que caía, que para dar un ejemplo de solidaridad he- roica ante el obscurantismo que subía, eran la más alta expresión del alma nacional ya encadenada ; la suprema eflorescencia de la Idea, antes del total hundimiento de la Patria ;

I últimos anunciadores, últimos profetas, ence- rrados en esa última cindadela del honor nacional ; ya vencido en todas partes, volvían la espalda a la vida, y se encerraban allí, dispuestos a desaparecer en manos de una plebe enfurecida, a la c.ial ha- bían querido limar las cadenas y romper los dio- ses ; eran el sol de ocaso, pronto a ocultarse ?obre la decadencia final de un pueblo I...

2U VAEGAS VILA

¡ los últimos soñadores, caídos en el fracaso de sus sueños, estrechando sobre su corazón las alas ensangrentadas y rotas de su Quimera formidable, ya vencida !

eran, el último grito de las últimas águilas, so- bre la última cima desamparada, donde tocaba la ola castigadora del diluvio...

eran la voz de los tiempos desaparecidos...

la Libertad moría con ellos...

C/ESAR ImPERATOR.

; Salve 1

¡ Oh formidable grito de la época !

El roznido de la gran bestia se escuchó a dis- tancia...

era algo así como el ruido de una selva entera de jaguares ;

aquel clamor de mar llenó las oficinas de Li Hora ;

los diaristas y sus amigos, se aproximaron a las vidrieras de los balcones, para ver la inmensa tur- ba hostil que con rumores oceánicos los sitiaba ;

la cabeza de la sierpe poliforme, desembocaba en la plaza cercana, mientras sus vértebras y su cola se perdían aún en las calles adyacentes ;

y, su aliento obscurecía la atmósfera, con una pesantez de letargía y de muerte ;

y, avanzaba, con el fragor inarticulado y sordo de una inundación ;

ALBA EOJA 245

la presencia de las multitudes, como la de los grandes ríos, se presiente a distancia, por entre los silencios formidables de las ciudades y de las sel- vas;

gritos agudos y salvajes, como de pájaros acuá- ticos, traía el viento, y luego, un rumor sordo, co- mo de mar en cólera... i Viva! i Vivaaal... i Muera! ¡ Mueraaa!... j Abajooo ! . . .

y, el crescendo grave de uno como coro de chan- tres, repetía el grito ligero, i Eimbombo de olas, tras el grito de un alción !.. frente a las oficinas de La Hora, la multitud se detuvo, se arremolinó, se apretó,' se hizo compac- ta como una masa, se erizó como un dragón vis- cosa y movible, como el cuerpo de un molusco in- menso, ondeante y rumorosa... i Viva Herodes !... \ Vivaaa !... ¡ Viva Herodiadal.., j Vivaaa !... ¡ Viva la Religión !... i Vivaaa !.., i Viva la Moral!... ¡ Viva el Orden ! . . . ¡ Viva el Gobierno!... i Vivaaa ! . . .

y un i vivaaa!... formidable repercutía como el tumbo de las olas en una cueva de estalactitas ; j Abajo la oposición ! ¡ Abajooo I...

246 VARGAS VILA

¡ Abajo La Hora!...

¡Abajooo!...

i Muera Urbina !...

i Mueraaa !...

j Muera Miral !...

¡ Mueraaa !...

A este nombre, la multitud enfurecida, lanzó gritos amenazantes ; las manos se agitaron, y los puños se mostraron cerrados en los brazos rígidos, que se alzaban bacia los balcones, mostrando lan- zas y puñales que relucían al sol ;

los balcones de La Hora se abrieron entonces, y el grupo de los escritores apareció en ellos.

Juan de Urbina, rojo de cólera, fulgurante, ame- nazador, extendió sus puños colosales a la viscosa multitud, como queriendo estrangularla, y la apos- trofó brutalmente ; era un domador ante las fie- ras.

Luciano Miral, delgado, imberbe, apoyado de codos en la baranda, miraba al pueblo con sus ojos dominadores de niño agresivo, con un desprecio soberano y real ;

i era el espectá€ulo entrevisto en sus mejores sue- ños, la gran visión terrible, realizada, el tumulto, al fin el tumulto rugidor, en asalto contra su nom- bre y contra su vida, la Gran Bestia salvaje, con- torsionándose a sus pies, como una pantera he- rida ! . . .

radioso, triunfal, como un San Jorge sobre el dragón, sus pupilas se abrían sobre el inmenso monstruo desafiándolo ; sus narices se dilataban convulsas, como las de un león a la vista de un

ALBA ROJA 247

rebaño, su boca cruel se abría con un rictus de desdén insultante, pareciendo decir a la turba en- conada y vil :

Ya te tengo ; ya eres mía ; tu cólera es tu homenaje a mi grandeza : ¡ al fin has rugido mi nombre ! ¡ ruge ! yo río de tus rugidos y tus zarpas ; era feliz ;

la multitud estupefacta, calló ante la audacia de aquella aparición ;

todos los ojos se abrieron desmesurados, los oídos se aguzaron, las faces congestionadas se hicieron serias, los cuellos se tendieron como para escu- char ;

¿qué iba a pasar? ¿qué iban a decir? el tumulto hecho mudo, aguardaba. Luciano Miral vio a Juan de ürbina, que le ha- cía señas de hablar.

Habla, habla, le decían todos ; era acaso el momento psicológico de obrar sobre aquella multitud en espera de palabras ;

echando hacia atrás la cabeza, en su habitual gesto tribunicio, mirando de alto abajo al pue- blo, como para comunicarle el hipnotismo de sus ojos, Luciano Miral, como un encantador de ser- pientes, empezó a modular la música maravillosa de sus frases : «¿Quién sois? ¿a dónde vais? ¿qué queréis? sois el Atentado, vais contra el Derecho, queréis la Muerte ; sois la fuerza ciega, inconsciente, sali- da de la sombra, la legión tumultuosa del Abismo ; ¿quién os desencadena, viento enorme y fatal? ¿a quiénes obedecéis? os mandan : Herodes, que es

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el crimen; Herodiada, el vicio; la clerecía, que es la tinicbla ; sois los lebreles locos de Nemrod ; el dogo formidable del antro ;

en la sombra os afoetean y os azuzan sobre nos- otros, vuestros dos amos, los dos gemelos mons- truos : el Despotismo y el Fanatismo ;

sois la más humillante de las protestas contra la Libertad : la de los esclavos ; i el mordisco de la cadena, a la lima que la rompe ! la protesta del pe- destal contra el rayo que hiere la frente de la esta- tua que lo oprime con su peso ; vuestra cólera es artificial y anónima, la cólera de un rebaño intoxi- cado de virus rábico ;

vosotros sois la ola asesina y torpe que el viento de las alturas oficiales, impulsa contra nosotros ;

sumáis la cólera de ese Imperio de vencidos ; con un César sin victorias ; pontífices sin vii'tud, ma- gistrados sin conciencia, hembras sin pudor, mili- tares sin gloria, políticos sin Historia, la cólera pa- laciega de los héroes del pillaje, los domésticos de harén, los erotomanos oficiales, los escatólogos de pluma, los estratégicos del robo, de esa legión pu- rulenta y audaz ;

los bárbaros del arrivismo, que invaden el Capi- tolio, llenan el Foro con el hálito de sus vicios, y profanan el templo, donde a presencia del Dios, virgen de Judea, se postran ante el símbolo asirlo, la piedra negra de Heliogábalo, el dios Fallus, ante el cual están de rodillas Herodcs, con una turba de eunucos, y Herodiada, con una corte de Bacan- tes...

ALBA KOJA 249

de las filas letradas de la multitud salió un ver- verdadero rugido de cólera.

No, no, abajo el orador, que se calle, que se calle, insulta al pueblo ;

la masa ignara de la plebe, que no comprendía el simbolismo de aquel discurso y estaba como se- ducida, encadenada por la armonía de aquella voz, y el encanto de aquel gesto rítmico, sugestionado- res como la visión de un milagro, no secundó la protesta, y gritaba :

Déjenlo, déjenlo acabar. Miral aprovechó de ese hipnotismo del monstruo para hundkle más la daga en la entraña.

¿ El Pueblo ? vosotros no sois el pueblo ; ¡ tur- ba de retóricos cosmopolitas, de hbertos paniagua- dos, de pretorianos y de genízaros, ésa es la plebe de Nerón, pero no el pueblo de los Gracos ! ; bajo el despotismo de un César, el pueblo digno se llama Bruto, los esclavos dignos se llaman Espar- taco, las multitudes dignas se llaman Baudin, y mueren sobre una barricada, descubierto el pecho sangriento, ofrecido su corazón al pico insaciable de las águilas cesáreas...

¡ Abajo ! j a muerte ! ¡ predica la sublevación y el asesinato ! ¡ abajo !

¡ Mentira ! César es inocente ; ¡ los déspotas tie- nen la horrible irresponsabihdad de los flagelos I son la muerte producida por los miasmas ; nacen de la corrupción de un pueblo, como nace el gusa- no de la carne podrida, en la llaga cancerosa...

¿qué culpa tiene en nacer la larva venenosa, si la fermentación del estiércol la produce? nace 'en

250 VARGAS VILA

el estercolero y reina en él ; así el déspota ; alima- ñas salidas de las selvas, fieras extenuadas, perse- guidas por el hambre, saltan sobre el rebaño huma- no, lo devoran y se sientan bajo el solio, arrojando sobre sus hombros de tigres la púrpura escarlata...

¡ Abajo ! i abajo ! ¡ insulta a Herodes !

i Mentira ! ¡ no deshonréis la Historia !

vuestro amo no es César, es Claudio ;

vosotros no estáis de rodillas ante un trono, sino ante un lecho ; vuestras pupilas enormes, no si- guen la galera áurea de Cleopatra remontando el Nilo, sino el candil vergonzante de MesaUna en los suburbios de Roma ;

vuestro amo no vale la sandalia de un César ;

sólo hay una rival temible de la Libertad y es : la Gloria ; vosotros no sabéis el punto del cielo en que despunta ese astro...

ante su esplendor los pueblos vacilan ; es un sol que ciega, un filtro que enloquece, y, vuestro Im- perio no tiene Gloria ;

un tirano sin victorias, es un tigre sin garras, un Emperador sin águilas, un dios sin aureola...

cuando un hombre se llama Julio César, y ha emulado a Marco Tulio Cicerón, en la tribuna de los rostros, y ha vencido los bárbaros de Vercin- getórix, en las llanuras de Galia y ha pasado el Rubicón, desafiando sacrilego la furia de los dioses, ese hombre puede arrebatar a un pueblo su libertad y sorprenderlo y encadenarlo, atronado por el es- truendo de Farsalia, lloroso ante el fantasma de Pompeyo que huye... ¡pero, aun así, pasa la Glo- ria, que es efímera, triunfa la Libertad, que es

ALBA ROJA 251

eterna, y se cae siempre al pie de la estatua del vencido, rota la púrpura, ofreciendo al desagrivio de la Historia, la honda desgarradura de la entraña imperial ! . . . »

aquí los semi-letrados de la turba, gruñeron de nuevo, y Claudio Marín Sierra, que había perora- do más de ocho veces en el día, ante esa misma turba, en una atmósfera de frialdad glacial, se in- dignaba contra ese triunfo inesperado del Panfleta- rio órfico, que había encantado así aquellas sierpes y apostrofando la multitud hipnotizada le gritaba :

Oíd, cómo os insulta, cómo insulta a Herodcs, cómo nos llama esbirros y ladrones ;

otros oradores, hicieron igual tumulto ahogando la voz de Luciano Miral ;

éste, con los brazos cruzados, quedó inmóvil, viendo la cólera de aquel mar humano que volvía a encresparse a sus pies ;

en efecto, la plebe, en la cual se había roto ya el sortilegio de la palabra, se puso a rugir de nuevo, ensoberbeciéndose con el eco de sus propios gritos.

Juan de Urbina que la insultaba desde un bal- cón, acabó de exasperarla ;

el delirio del furor poseyó de nuevo la masa bru- tal, y un rugido formidable salió de su garganta ; tendió los puños al espacio, en una contracción desesperada de odio.

i A muerte ! j a muerte ! . . . rugía ;

su grito la embriagaba, pero no le bastaba ; y, saltó del grito al hecho, con la rapidez vertiginosa de un felino enorme, y lanzó una verdadera nube de piedras, contra los balcones ;

252 VABGAS VILA

el día se obscureció como bajo una bandada de pájaros negros, abatiéndose sobre la casa ;

los cristales saltaron en pedazos, las maderas se desastillaron, fragmentos del muro volaron por el aire.

i A muerte ! ¡ a muerte ! . . . repetía la turba frenética ;

de súbito, un tiro salió de entre la multitud y pasó rozando la frente de Juan de Urbina, y, como si hubiese sido una señal convenida, millares de re- vólveres lucieron al sol sus cañones niquelados ;

los policías disfrazados, sacaron las carabinas de bajo los abrigos, y dispararon sobre los balcones ;

un ruido formidable de detonaciones asordó el espacio, y un humo denso obscureció la atmós- fera...

el grupo de escritores, haciendo uso de sus re- vólveres, disparo sobre la chusma ;

entonces, hubo abajo un momento de estupefac- ción y de fuga ;

una larga fila de rostros desencajados, de pechovS blanquísimos, de faldas de frac, agitadas por el viento, algo semejante a una bandada de gansos fugitivos, se vio huir del tumulto... eran los go- mosos de la Escuela de Cristo, que escapaban des- pavoridos ;

los rectores de colegios se habían retirado con sus alumnos, desde que Luciano Miral había co- menzado a hablar ;

sólo quedaban el populacho enfurecido, los legu- leyos azuzadores, y los policías disfrazados que con- tinuaron el combate ;

ALBA KOJA 253

dos operarios y un estudiante, cayeron heridos dentro de las oficinas de La Hora ;

vaciados ya sus revólveres, el grupo heroico no tenía con qué sostener el fuego, y se retiró ce- rrando los balcones ;

el ataque se enardeció fuera ;

las puertas del piso bajo fueron rotas a balazos, y la multitud entró a tiros en los talleres de la imprenta ;

los operarios se habían refugiado arriba, con los escritores, cerrando una puerta de hierro que daba al patio ;

entonces comenzó el saqueo ;

la turba sacrilega rompió las prensas ; botó por las ventanas los tipos ; despedazó el depósito de papeles y de tintas ; hizo añicos las más poderosas máquinas ; y todo lo arrojaba a la calle, con una furia salvaje de siervos insurrectos que roban el castillo de un amo cruel ;

los más audaces hacían fuego hacia el patio, tra- tando de forzar lass barras de hierro de la puerta, para ganar el piso alto, y ultimar los escritores...

ya casi vencían, cuando un piquete de fuerza pú- blica enviada por el gobernador, ocupó el local, y arrojó la turba enfurecida a la calle ;

ésta se retiraba rugiendo ante las bayonetas, cuando dos niños-, repartidores de La Hoja, que habían salido en la mañana, y regresaban ignorán- dolo todo, llegaron voceando el periódico con su clara voz infantil :

I La Hora!... número de hoy... contiene el ar- tículo de Luciano Miral...

ALBA.— 18

254 VAHGAS \'ILA

no pudieron clecir más; la chusma, creyéndose provocada, se lanzó sobre ellos, gritando :

¡ A muerte ! ¡ a muerte !

uno pudo escapar ;

el otro, sorprendido entre el tumulto, no tuvo tiempo de huir, fué arrojado al suelo a pescozones y a puntapiés, arrastrado por las piernas en la ca- lle ; su pobre cabecita rubia sonaba contra el em- pedrado y lloraba con ojos espantados.

No me maten, no me maten decía , yo creí que era una procesión : ¡ Virgen santa ! j ay mi madre!... y, no dijo más;

la turba lo estrelló contra una muralla, lo arras- tró ya desnudo, y lo arrojó por un puente vecino ; desde allí acribillaron su pobre cnerpecito a bala- zos ;

la fuerza armada llegó tarde para salvar al pobre niño, y se conformó con dispersar de nuevo la par- tida de hienas ;

el grito feroz se fué alejando poco a poco, se de- bilitó, se extinguió, murió ahogado en el crepúscu- lo, como a la luz del alba, cesa el roznido de los chacales, en el creciente silencio de la selva.

Era ya casi de noche, cuando Luciano Miral sa- lió de la Redacción de La Hora ;

iba solo, ansioso de abrazar a su madre, de tran- quilizarla con su presencia, porque suponía que hubieran llegado a ella noticias del tumulto ;

atravesó varias calles, protegido por la semiobs- curidad de la hora, y por su aspecto demasiado joven, que no revelaba en él, al vehemente pole- mista ;

su miopia excesiva, lo lanzó contra un grupo que en la puerta de una venta de licores se embriaga- ba, con los restos del dinero repartido en el motín ;

alguien lo reconoció.

¡ INIiral ! i Luciano Miral ! ¡ el asesino del pue* blo ! ¡ a muerte ! \ a muerte !

él estaba desarmado, su revólver no tenía cáp- sulas... correr era una cobardía; no había donde refugiarse ; todo estaba cerrado ; continuó bu mar- cha ;

256 VARGAS VILA

el grupo asesino le siguió, con insultos de muer- te, crecido por grupos diversos que se le juntaron, en un trayecto de pocos metros.

¡ A muerte !... rugió la plebe, lanzando sobre él una nube de guijarros ;

cuando sintió la primera piedra, que cayó en sus espaldas haciéndole tambalear, comprendió que su hora de morir había llegado ; volvió la cara, porque no quería caer dando la espalda al enemigo, se cru- zó de brazos ante el tumulto, y lo miró fijamente ;

una lluvia de piedras cayó sobre él... una lo hirió en la sien ; vaciló y cayó, doblando una rodilla, apoyado al muro...

un jefe de sicarios se acercó a él, y desenvainan- do el machete, le hirió la cabeza a machetazos...

la turba aplaudió...

Luciano Miral cayó al suelo como una masa, bañado en sangre, con los ojos abiertos, los puños cerrados, como amenazando la multitud ;

entonces, el asesino oficial avanzó sobre él, para hundirle el sable en el pecho, pero escuchó a sus oídos un grito que lo ensordeció, se sintió arrollado hasta el suelo, y que el arma se escapaba de sus manos ;

al ponerse en pie, vio cerca de una mujer fu- riosa que lo planeaba con su propia arma, era Le- lia Serrano que con un grupo de amigos, iban en busca de Luciano Miral, para protegerlo, y que por desgracia habían llegado tarde ;

los dos grupos se midieron un instante, silencio- sos, teniendo el cuerpo de Luciano Miral de por medio ; ya se preparaban a atacarse, cuando un

ALBA ROJA 257

nuevo piquete de fuerza armada llegó a disolver el motín...

los amigos de Miral lo cargaron ha^ta una far- macia vecina, protegidos por la escolta, seguidos por la chusma, que continuaba en arrojar piedras, sobre el cuerpo inerme del vencido...

y, allí estuvieron largas horas, oyendo afuera rugir la turba hostil, hasta que ya muy tarde la fiera fatigada se retiró, y la noche se extendió co- mo un sudario, sobre el silencio de la ciudad lapi- da dora...

y, entonces, fueron silenciosos a llevar su lúgu- bre fardo a la madre desolada...

cuando pasaron por el puente de Cajamarca, es- cucharon unos lamentos desgarradores sonar abajo, a la orilla del río ;

se inclinaron para ver ;

era la madre del repartidor de La Hora, del po- bre niño asesinado que abrazada a él lo llamaba y gemía :

^i Juanito ! ¡ mi Juanito, mi hijo, me lo han matado, hijo !... ¡ hijo mío !...

y, besaba la cabecita rubia, y estrechaba el cuer- po desnudo, y le hablaba y le decía cosas tiernas, ante la noche, triste, implacable y sorda...

i oh noche ! ¡ trágica noche ! ¡ noche mortal al corazón desventurado de las madres!...

Luciano IMiral volvía lentamente a la vida ;

en su cuarto blanco y claro, por cuyas ventanas abiertas, se veían el cielo espléndido, y la llanura luminosa, entraban efluvios primaverales, hasta el lecho blanco y pacífico, donde reposaban sus carnes martirizadas ;

había ido hacia la muerte, sin miedo, y volvía hacia la vida sin pesar ;

morir por sus ideas es una forma del Deber, vivir para sus ideas es otra forma, cumplirlas ambas, es todo el Deber ;

la presencia constante de su madre, llenaba su aposento y su espíritu de una calma consoladora, y daba más calor a su vida, que el rayo de sol blondo y amable que jugueteando en las blancuras del le- cho, venía a besar sus tristes manos exangües ;

¡ la pobre madre mártir I

¡cómo se había ajado su dulce belleza, cómo se habían aglomerado sobre su frente las sombras len- tas de un envejecimiento precoz !

eu bteíJcurft deslumbrante se descoloraba ?inaari-

260 VABGAS VILA

liándose ; en la comisura de sus labios siempre tris- tes, hondos surcos los hacían de una amargura in- consolable ; sus ojos fatigados de llantos silencio- sos, se enlutecían de un cerco negro que los am- pliaba en su expresión dolorosa ; su cabellera de un negro lúcido, se matizaba de hilos blancos, muy tenues, y su perfil delicado y puro, tenía la inma- terialidad radiosa de una beatificación.

Luciano ]\Iiral veía con una angustia desgarra- dora, los destrozos que sus últimos dolores habían hecho en aquella alma de mártir, y el estremeci- miento de un dolor convulsivo le ahogaba el cora- zón, y tomando en las manos suyas las delicadas y aristocráticas de su madre, le decía muy bajo :

Mamá querida, ¿estás enferma? ¿sufres? ¡ ah, yo lo bien, estas cosas te matan ! ¡ perdóname I ¡ perdona mi destino ! y, la atraía con frenesí con- tra su corazón y la cubría de besos delirantes ;

ella calmaba su inquietud con sus besos suaves, como unciones de milagro, y como alas de bendi- ción, sus manos acariciando la cabellera del hijo, calmaban las olas turbulentas de sus pensamientos dolorosos...

lejos de la Vida, sentado a la orilla del sepulcro, del cual acababa de salir como un Lázaro resu- rrecto, Luciano Miral supo sin estupor la desapa- rición absoluta de la Libertad, los triunfos del cesa- rismo sobre la sangre empobrecida de sus contem- poráneos, sobre la maldición de una raza anemiada por el fanatismo, que se dejaba encadenar gozosa, ante el altar de sus últimos ídolos enflorados por ms manos, y, supo, cómo los últimos soñadores,

ALBA KOJA 261

como cisnes enloquecidos habían volado hacia la hoguera ; iban hacia la guerra, dispuestos a hundir sus almas extenuadas en las ondas siniestras de la sangre...

Herodes reinaba, como una sombra absoluta y poderosa.

Her odiada era omnipotente ; monjes y genízaros, hetairas y párvulos, se agitaban en torno de ella,' como un serrallo de larvas maléficas ;

el Espanto y la jMuerte se dividían el imperio las almas ;

la guerra se había prendido en los confines de la Nación, donde un puñado de héroes, rebeldes al vencimiento, se esforzaban en acariciar la Gloria, antes de ser inmolados a la Muerte ;

las prisiones infectas rebosaban ; cuanto de puro y noble había en el país, se pudría aUí, donde las epidemias hacían labor de odio, y eran los verdu- gos patentados de la Iglesia y del Estado ; ancianos, jóvenes, niños, morían en aquel estercolero, entre las descargas, que en los patios vecinos fusilaban a sus amigos, y el grito desesperado de las esposas, las hijas, las madres, que gritaban en los rastri- llos, atropelladas por la soldadesca brutal ;

por los caminos, caravanas interminables de proscriptos, marchaban amarrados, bajo las in- clemencias del sol y las del azote, a morir de ham- bre, sobre pontones destartalados, consumidos por las fiebres en regiones mortíferas, o echados a aho- gar, como un rebaño leproso entre las ondas de un mar remoto, que guardaba impasible los cadá- veres y el secreto ;

262 VAEGAS VILA

en prisiones lejanas, el veneno ultimaba los hé- roes, que el plomo había respetado en las bata- Uas...

en la Capital, las famiUas temblorosas, esquiva- ban la luz, temiendo la delación de los sicarios o la violación de los esbirros ;

en el Palacio del César, en fiestas, que eclipsaban las Floréales de Mesalina ante Claudio, Herodiada y su círculo 'de meretrices oficiales, cuasi desnu- das, ostentaban, su pecho ofrecido a todas las ca- ricias, las joyas patricias, arrancadas a los cofres de las familias vencidas, que así robadas, morían de hambre abrazadas a su virtud, mientras sus pa- dres expiraban en los cadalsos, o sobre lechos nau- seabundos, en las prisiones y el destierro...

y, vírgenes de la turba palaciega, coronadas de flores, como las ciervas blancas del sacrificio, pa- seaban por los salones sus desnudeces angélicas, esperando el beso del César caduco, que después de babear como un gusano las rosas nubiles, las regalaba como gaje a cualquier Exactor de provin- cia, a cualquier Pretor lejano, a cualquier Tetrar- ca avaro, mezcla de Poncio y de Arpagón, con una pensión vitalicia pagadera del Tesoro nacional ya por las cajas del Ejército, ya radicada en un pues- to de Diplomacia inamovible...

en esa onda de vicio y sangre había desaparecido todo ;

de los amigos de Miral, Juan de Urbina había marchado a la guerra, escapando al puñal del ase- sino ; Diómedes Arce, por desgracia para su glo- ria, se había dejado vencer por los halagos del

ALBA EOJA 263

César, y había partido al extranjero en un puesto diplomático ; Antonio Eeina, como un nuevo Vi- riato, asordaba con su grito de rebelión las selvas enmarañadas de su provincia nativa, y al frente de sus pastores heroicos, ponía pavor en las legio- nes mercenarias del cesarismo.

Lelia Serrano, al día siguiente del motín, había sido aprehendida, encarcelada en un calabozo in- fecto, azotada desnuda ante la soldadesca soez, y cortada la cabellera de oro, según una disposición recientemente dictada contra las mujeres públicas ; se le había aplicado la pena de confinamiento, en unas llanuras remotas y mortíferas, donde el cli- ma, la fiebre, las plagas, hacían festín de una vida, que la muerte piadosa se apresuraba a devorar... y a pleno mediodía, bajo un sol de fuego, rasada, semidesnuda, miserable, amarrada por los puños, con una meretriz de la más abyecta condición, en un convoy, como aquellos que describe el aba.te Prevost, entre veinte mujeres infelices, desharra- padas, fué sacada de la Capital, y enviada a su destino a morir entre las inclemencias del cielo, bajo el abrazo forzado de los bárbaros ;

así fué a romperse en manos de salvajes, esle bello cáliz de amor, este lirio de sueño, este mito de belleza astral, el más bello cuerpo modelado para el placer, y en el cual la más noble alma de soñadora se ocultaba triste, como una luciérnaí^a, prisionera en un vaso de alabastro...

y, Luciano Miral, se vio rodeado de desolación y de muerte ; su vida misma ora una agonía y una asechanza ;

2G4 VARGAS VILA

su madre lo había sacado moribundo de la Capi- tal, para librarlo de los tumultos nocturnos, de lis visitas diarias de la policía, de la guardia perma- nente a las puertas de la casa ;

y, en el campo, estos peligros habían acrecido con el furor del odio aldeano ;

la aldea vecina, ignorante, semisalvaje, como todas las que rodeaban la Capital y formaban el país, dominada por un cura fanático y cruel, fué hostil, de una hostilidad asesina, para Luciano Miral y su familia ;

el párroco, en pláticas incendiarias, en que pre- dicaba la muerte del escritor, amenazó con pena de excomunión, a los que se acercaban a la casa maldita, o proveyeran medios de subsistencia al diarista agonizante, al cual, según su evangélica expresión, ya que no habia valor para matarlo, de- hia haber el pudor de dejarlo morir como un perro envenenado ;

a este conjuro del pastor, la grey respondió con aullidos de lobatones en hambre ;

la asonada se hizo oficio glorioso, y todas las noches, turbas a caballo, haciendo disparos y lan- zando gritos de muerte, rodeaban la casa soHtaria en la llanura, y asombraban la calma de la noche, con el salvaje rumor de la algarada ;

la madre y las hermanas temblorosas, rodeaban el lecho del herido, devorado por la fiebre, y, con la oración en los labios, esperaban el alba, que disi- para la noche y el tumulto ;

y, así pasaban meses de una expectativa sinies* tra ;

ALBA ROJA 265

una tarde en que Luciano Miral, ya entrado en convalecencia, apoyado en el brazo de una de sus hermanas, paseaba por el jardín, se escuchó un dis- paro, y un proyectil pasó por entre los dos, con el ruido de un ala de insecto ;

la virgen no tembló siquiera, volvió su rostro de Walkiria indignada, hacia el lugar de donde había partido la detonación, y se puso entre el muro y su hermano, queriendo interponer, entre la muerte y él, su pecho virginal, como un escudo ;

después, se acercaron ambos al lugar del disparo, y alzándose sobre la tapia pudieron ver dos hom- bres que huían hacia el río, protegidos por los ma- torrales y llevando sus rifles en balanza ;

vueltos al interior del jardín, la hermana se in- clinó para recoger el proyectil, que había entrado en tierra, bajo una matas, lo tomó en su mano delicada y señorial, cogiéndolo entre los dedos, co- mo un insecto mortal, lo contempló con una cólera sorda y lo arrojó después lejos, con un desprecio imperial.

i Ah, los asesinos!... murmuró con una voz extraña, en que parecía vibrar toda el alma de su raza vengativa, implacable.

No digas nada a mamá dijo él.

Imposible clamó ella, con un sobresalto cre- ciente— ; ¡ la pobre está tan enferma !...

y, se callaron, en un silencio angustioso y mor- tal...

y, volvieron a la casa, y entraron al gran salón familiar, donde la madre con la menor de las her- manas, terminaba sus oraciones habituales ;

266 VAEGAS VILA

y, la sombra que invadía el salón, envolvió en sus pliegues los rostros y las almas.

La vida se hizo insoportable ;

obligado a no salir de su cuarto, temiendo a cada momento por su vida, y la de esas tres criaturas amadas, que compartían su peligro, Luciano Mira! resolvió partir para la guerra, y así lo consultó con su madre ;

en aquella casa, donde el Deber era un culto, na- dia lo disuadió del cumplimiento de su deber... y los corazones lloraron en silencio, desgarrados por el dolor, pero heroicos y mudos.

Y, el día triste llegó ;

no clareaba aún el alba, cuando Luciano Miral llegó al sillón donde su madre reposaba, para de- cirle : I adiós !

llorando como un niño, se prosternó a sus pies, tomó sus manos augustas, y las cubrió de besos.

¡ Adiós, mamá ! ¡ adiós ! gimió con la voz es- trangulada por los sollozos ;

la madre lo abrazó temblando y pálida.

i Adiós, hijo mío ! \ adiós, hijo de mi alma !

y, lo trajo contra su corazón, y lo tuvo abrazado largo tiempo, cubriéndolo de besos... Luciano so- llozaba así, en el regazo de su m^adre, como un pequeñuelo inerme y sin valor...

vinieron a llamarlo para partir ;

entonces se botó de nuevo sobre su madre, como

ALBA ROJA 267

enloquecido, y la besó frenéticamente, en las ma- nos, en los labios, sobre los ojos, en la frente au- gusta, gimiendo :

¡ Mamá, mamá adorada !

¡ Valor ! j hijo mío ! ; valor ! le dijo ella, y lo abrazó de nuevo, y lo bendijo ;

él, sollozaba alto, a grito herido...

Mamá, mamá...

I Adiós ! . . .

¡ Adiós ! . . .

¡ y, partió en la bruma fría, por la llanm'a incle- mente, vencido, desgarrada el alma, en carrera ver- tiginosa hacia la Muerte ! . . .

i La revolución había sido vencida !

el Destino, coronaba a César, por manos de la Vicforia ;

los ejércitos libertadores traicionados por la for- tuna, abandonados de Dios y de los hombres, iner- mes, desarmados, rotos por el desaÜento y por la muerte, habían sucumbido ante las bandas de mer- cenarios que Herodes armaba, y que misioneros de las matanzas levantaban en nombre de Dios para sembrar el espanto y la desolación sobre la tierra ;

una capitulación había puesto el sello al desas- tre ; el asesinato de las grandes masas había con- cluido.

Luciano Miral, rebelde ante la derrota, como ha- bía de serlo siempre ante la adversidad, no quiso entrar en la capitulación, y odiado y solo empren- dió el camino de su hogar ;

la visión de su madre lo guiaba en el regreso do- loroso, como lo había acompañado en las fatigas de la campaña, y cuando el ala roja de la muerte ha- bía pasado sobre su cabeza, en el ronco estridor de las batallas...

ALBA. 19

270 VARGAS VILA

era el amor santo de su madre el que lo impul- saba, una necesidad invencible de ir a ella, de ver- la, de abrazarla, de cubrirla de besos y reclinar en su seno su frente vencida por el huracán de todos los infortunios; verla, y después morir... ¿para qué su vida rota, de vencido indominable?

en el camino, el Horror le salió con la boca llena de verdades, y sus ojos, que parecían curados ya para el espanto, vieron lo que no habían ni soñado los más lúgubres visionarios de la muerte ;

los cesaristas rompían la capitulación con las puntas de sus lanzas, y no habían prometido ga- rantías al enemigo sino para poder asesinarlo des- armado ;

las bandas de vencidos macilentos que recorrían los caminos, eran asesinados por piquetes de fuer- za, mandados expresamente para cazarlos como ciervos ;

en cuestas rispidas, sobre las cimas más visibles se balanceaban en las horcas, cuerpos tumefactos de ahorcados, acribillados a balazos, y otros en los árboles, despedazados, mostraban las más obscenas posturas ;

a los lados de los caminos, senderos de cruces, con cuerpos torturados, arrancados los ojos y va- ciadas las entrañas...

en chozas incendiadas, hacinados y ardidos, en montón informe, cuerpos de vencidos, amparados allí para dormir y cuyo sueño había sido eterno ; a las orillas de los ríos, en las veredas de las montañas, por todas partes, troncos de cuerpos, cabezas cortadas, miembros en putrefacción... y

ALBA HOJA 271

un olor pestilencial de muerte alzándose de los va- lles y los montes ;

un amigo salió a detenerlo, una noche, poco an- tes de atravesar un pueblo hostil, donde clavadas en picas, las cabezas de tres jóvenes vencidos, san- graban aún bajo el pico implacable de los cuervos...

Se sabe tu salida del campamento, y se te busca para asesinarte ; no sigas, ven a casa ; si avanzas te matarán.

No importa ;

y, siguió como un somnámbulo hacia su destino trágico ;

andando de noche, rotos los vestidos, lacerados los pies, llegó al fin a la alta colina que domina el valle natal ;

el sol iluminaba la colina, dejando el llano en la sombra ;

temiendo ser visto y asesinado, antes de abrazar a su madre, se detuvo a esperar que la noche ca- yera sobre el valle maldecido ;

sentado sobre una piedra, vio hundirse lenta- mente en las tinieblas, la ciudad capitolina, la al- dea hostil, y el grupo de árboles que 'ocultaba la casa paterna ;

dos campesinos pasaron entonces, no tuvo tiem- po de huir, lo miraron y no lo reconocieron ; tema el aspecto de un mendigo, con sus vestidos hara- pientos, los cabellos incultos, la primera barba som- breando su rostro demacrado y grave ; nada queda- ba en él de aquel niño imberbe y elegante, que es- taban habituados a ver cruzar por los senderos, altanero y taciturno ;

272 VARGAS VILA'

temiendo otro encuentro, se internó por una ve- reda de cazadores, que él conocía, y descendió por ella ;

era ya completamente de noche, cuando después de remontar el cauce del río, penetró, saltando un muro, al jardín de su casa.

Tom, el viejo perro, vino a él gruñendo, lo re- conoció y le lamió tristemente las manos ;

todo estaba desierto, todo negro, todo triste...

ni una luz, ni un rumor...

las flores se morían resignadas sobre aquel jar- dín en desolación ;

la casa hundida en la tiniebla, parecía un se- pulcro ;

subió la escalinata Hmosa, a cuyos lados, vasos rotos ostentaban el cadáver de los últimos jazmi- nes ;

atravesó los corredores desiertos y entró al salón ;

dos sombras se alzaron ante él, y avanzaron co- mo dos iris negros, coronados por un rayo de luna...

los dos fantasmas enlutecidos, se le prendieron al cuello sollozando :

j Luciano !^ ; Luciano ! \ pobre hermano !

y le aprisionaron en sus brazos, y lo bañaron de llanto.

Y, mamá, mamá, ¿dónde está mamá? pre- guntó él, con la muerte en el alma ;

las dos vírgenes inclinaron el rostro, mudas y aterradas.

¿Dónde está mamá? ¿dónde está mamá? se- guía gimiendo él ;

y, entonces, cubriéndose los ojos con las manos,

ALBA ROJA 273

sus dos hermanas le mostraron la gran puerta de la alcoba abierta...

y, se lanzó a ella ;

un cirio, prendido ante una imagen, daba livide- ces de tumba al aposento ;

y, ante el sillón, el sillón maternal vacío, el le- cho sin ropas, sin cortinas, el silencio pavoroso ;

I lo comprendió todo !

I Madre mia ! ; madre mía ! gritó ante la re- velación tremenda, y se botó sobre el lecho y besó las almohadas desnudas, y hundió en ellas la cabe- za y gimió como un niño castigado...

y, lloró la sangre de su corazón.

Tom ladró desesperadamente afuera.

una descarga se escuchó en el corredor, y sus hermanas enloquecidas se precipitaron en la al- coba.

—i Sálvate ! \ sálvate ! te buscan, te han denun- ciado, j sálvate o te matan !

Que me maten dijo él, dispuesto a ser asesi- nado sobre el lecho de su madre muerta.

Hazlo por nosotras dijeron las dos niñas de- soladas, poniéndose de rodillas ;

el deber de vivir, se alzaba imperioso ante él ; viviría ;

la turba armada invadió el salón.

Tom, que ladraba con furia, fué ultimado por el oficial de la escolta, que disparó sobre él su revól- ver, y el noble animal vino a morir, aullando tris-

274 VAEGAS VILA

teniente al pie del lecho vacío, donde sollozaba ]Mi- ral;

el salón se llenaba del humo de la fusilería.

¡ Sálvate ! i sálvate ! volvieron a decir las her- manas ;

entonces, Luciano las besó en la frente, y saltó al jardín, por la ventana que una de ellas le abría, mientras la otra, poniéndose con los brazos abier- tos ante la puerta, ensayaba contener la turba ;

los soldados, que habían visto la huida de Miral, invadieron la alcoba, y desde la misma ventana por donde había escapadoy hicieron una descarga nu- trida sobre el jardín...

i un desgajamiento de árboles, una lluvia de pé- talos y de hojas... y las carreras de la turba bus- cando al fugitivo ! ;

éste, que conocía bien el terreno, entró por un pequeño riachuelo que corría al pie de la casa, y formaba un remanso obscuro de aguas muertas, antes de extenderse en los potreros que regaba ; penetró en las aguas limosas del pantano, hasta donde daba fondo, y con el agua a la garganta, se detuvo allí ocultando la cabeza en los grandes jun- cos acuáticos ;

las balas de la fusilería, atravesando el jardín, venían a morir sobre el agua, produciendo al en- friarse en ella, un chasquido de foete ; Luciano sentía el paso de sus perseguidores y sus voces de muerte, a menos de un metro de su cabeza, cuando pasaban por la orilla del pantano ;

un sirviente de la casa, que logró huir en un caballo, despistó a los enemigos, quienes creyendo

ALBA ROJA 275

que era Luciano, abandonaron la cacería en el jar- dín y fueron en el mayor número a su persecu- ción ;

la angustia de Miral por sus hermanas, subía de punto, cuando por un puente cercano, tendido sobre el arroyo, vio cruzar dos sombras negras, se- guidas de una tercera, en carrera precipitada hacia una casa vecina ;

las reconoció ; eran las dos huérfanas, que esca- paban, seguidas de una sirvienta, hacia la casa de una famiUa amiga ;

viéndolas salvadas, Luciano respiró ;

en tanto, los que de la turba y de la tropa habían quedado en la casa, hacían en ella un rumor de fieras, y se oía un ruido de golpes, como el que hacen las hachas en la tala de un bosque ; era el ruido de los bárbaros, que rompían a machete todos los muebles de la casa ;

después, se hizo un silencio momentáneo y luego se escuchó el tropel de las fuerzas, que se retira- ban, y oyó claramente la voz del cura, que decía :

El pájaro ha volado, pero ya no tiene nido ; no volverá; ¡raza maldita!...

y, los grupos se perdieron en las sinuosidades del camino cercano.

Luciano Miral intentaba estirar sus miembros, paralizados por el agua, casi helada en aquellas alturas, cuando un espectáculo de espanto inespe- rado se presentó ante sus ojos ;

de la casa, cuasi silenciosa, se levantó una co- lumna blanca, tenue, que se elevaba en el azul de la noche, y el viento inclinaba, como una caricia,

276 VARGAS VILA

sobre los árboles descarnados y los arbustos sin flo- res ;

pronto ese humo se hizo negro, luego rojo, y es- talló en una llamarada salvaje...

un formidable ruido de fragua llenó el espacio, saltaron los cristales de las ventanas, lenguas de fuego saheron, lamiendo las balaustradas de ma- dera y prendiéndose a las enredaderas de los corre- dores, como sierpes luminosas ;

¡ era el incendio !

a su luz siniestra, se iluminaron los campos, y un resplandor de horror corrió por sobre el llano terrificado ;

el fuego comunicado al jardín, ardía los árboles y venía por los maderos secos de una empalizada hasta las orillas del pantano, donde las aguas ver- des se iluminaban con un extraño color de crótalos en celo ;

las grandes llamas de los árboles, se proyectaban sobre las aguas muertas, y al reflejarse en ellas parecían amenazar a Luciano Miral, cuyo rostro páJido, que a flor de agua parecía la cabeza del Bautista ofrecida a Herodes, se retrataba como una rosa de muerte, sobre esas aguas extrañamente lu- minosas ;

la casa se hizo una grande hoguera, y su luz roja empurpuró el azul calmado de la noche, y se extendió como una nube escalando el cielo, pronta a caer como un diluvio de sangre sobre los llanos malditos y el horror de la ciudad capitolina.

ALBA EOJA 277

Luciano jNIiral presenció impasible el incendio de su casa paterna ; todo su pasado ardía con ella ; ¡ ya no tenía madre ! i ya no tenía hogar !

Cuando el ruido formidable de los muros al des- plomarse, apagó casi las llamas del incendio, Lu- ciano Miral salió del agua, y solitario, bajo los grandes árboles, caminó en la sombra ;

pronto salió al llano silente, que volvían a ilu- minar de nuevo las llamas del incendio renacido ;

y, anduvo, ante los vastos horizontes luminosos llenos de silencios ;

las blancuras lúgubres y candidas del cementerio de la aldea se alzaban ante él ;

saltó el muro, y andando con piedad entre las tumbas rústicas, buscó en un terreno de familia, la tumba de su madre ;

se postró ante ella, se inclinó sobre la tierra húmeda, la cubrió de besos, y lloró silenciosa y largamente ;

la noche fría, de un frío intenso, coagulaba la helada, como una sábana de cristal, y sobre esa limpidez radiosa, las cruces negras y los rosales blancos, fingían un miraje acuático, de lontanan- zas aéreas.

Luciano IMiral se acostó sobre la tumba mater- na, cavó con las manos la tierra, en el sitio donde creyó que estaban los oídos de su madre, hundió allí el rostro, y en un diálogo extraño, le murmuró las cosas íntimas y santas, brotadas de su cora- zón...

278 VARGAS VILA

y, escuchaba, en la tiniebla densa, como si la muerta amada, le respondiese en los grandes silen- cios de la noche ;

y, sus gemidos se perdían en la inmensa decora- ción desolada, donde parecían lamentarse todos los dolores irremediables ;

en la lívida luz difusa que daban las estrellas, se calló en su diálogo fúnebre, miró el paisaje ar- gentado, que se extendía en torno suyo, y quedó inmóvil, silencioso, viendo crecer el alba, y oyendo gemir el viento en un triste desplegamiento de alas, sobre los rosales fúnebres ;

volvió a inchnarse sobre la tierra, en el lugar donde creía hallar el rostro de la muerta, y besó con amor loco y desesperado el lodo y la nieve, tras de los cuales creía sentir el calor de los labios amados, y allí, en una plegaria muda, sepultó la última rosa de amor caída de su corazón ;

y, como si de aquella tumba hubiesen salido con- sejos formidables de fuerza y de coraje, se alzó de allí, calmado, lúgubre, hecho ya el Peregrino Im- placable, del Dolor...

y, abandonó la tumba sagrada, donde yacía su madre, bajo el sudario uniforme y lívido que cu- bría las fosas todas... y atravesó el Campo Santo, que parecía un grande estanque, dormido bajo la nieve.

¡ Adiós, madre mía ! murmuró ya sobre el muro, volviéndose por última vez, su rostro bañado en llanto, hacia la tumba humilde, sobre la cual la nieve rota fingía una extraña eflorescencia de rosas de cristal.

ALBA ROJA 279

Una hora después, era ya el día ;

de pie sobre la cumbre que limita el valle, Lu- ciano JNIiral veía hundirse para siempre en las bru- mas del horizonte el valle somnohento, las ruinas humeantes de su hogar, el cementerio campestre, y la tumba de su madre coronada por todos los li- rios de la Aurora...

se puso de rodillas sobre la tierra húmeda, tendió los brazos al espacio desolado, y sollozó el más hon- do grito de su alma y de su vida :

] Madre mía ! ¡ Madre mía ! . . .

Después, se puso de pie y descendió la vertiente opuesta de la colina, y tomó el camino del Ostra- cismo, que por entre sendas luminosas de laureles, había de conducirlo hacia la Vida, hacia la Liber- tad, y hacia la Gloria.

En Sorrento en el Estío de 1901.

En Madrid en el Invierno de 1902.

FIN

LlCTOB :

Si este libro te agrada, no lo pre8ft«8. Porqu* restándome compradoreg, agra- decerías el deleite que nao debes, detol- víendo mal por bien.

Si este libro no te agrada, no lo prei- to8. Porque obra insensatamente quien propaga lo malo.

Prestar un libre es un gran perjulcle para el autor que cobra derechos per ejemplar vendido.

-I

Obras de VARGAS VILA

Publicadas POR LA CASA EDITORIAL SOPEÑA

O

Vuelo de Cisnes.

De los Viñedos de la

Eternidad. Libre Estética. María Magdalena. Sombras de Águilas. El Final de un Sueño. Salomé. La Ubre de la Loba.

Ibis. (Edición definitiva.)

Las Rosas de la Tarde...

(Edición definitiva.)

Flor del Fango. (Edición

definitiva.)

Cachorro de León.

La Simiente. (Edición de- finitiva.)

Sobre las viñas muertas.

(Edición definitiva.)

O

OBRAS COAPLET

NOVELAS

Aura.E«KS^ Flor del fango- Ibis, tsissswi Rosa mística. Rosas de la tarde. Salomé. Qí3«5^ Alba roja. La simiente. Delia (Lirio blanco). Eleonora (Lirio rojo). Germania (Lirio negro). El camino del triunfo. La conquista de Bizancio. María Magdalena. La demencia de Job. El minotauro. Los discípulos de Emaüs. Los parias. Las viñas muertas. Los estetas de Teópolis. El final de un sueño. La ubre de la loba. Cachorro de león.

)E VARGAS VILA

rat]

tm

LITERATURA

De sus lises y de sus rosas. Libre estética. Sombras de águilas. Horario reflexivo. Archipiélago sonoro. Rubén Darío.

FILOSOFÍA

El ritmo de la vida.

Huerto agnóstico.

La voz de las horas.

Del rosal pensante.

De los viñedos de la eternidad.

HISTORIA

Los Césares de la decadencia. Los divinos y los humanos. La muerte del cóndor.