Ameghino pan E "2 | D A “DO Y (o) Le ] lan) la «A do: es) [a] | G669£800 19/1 € 4101 OINOBOL 30 ALISHIAINNA yr E Ñ va B. ZUBIAUR Y AMEGHINO su VIDA Y su OBRA : EnNOS AIRES - 1912 prenta de JUAN DERROTTI -— (Moreno 1724. a J. B. ZUBIAUR | : E. TE A Jn AMEGHINO : SU VIDA y SU OBRA : BUENOS AIRES 1912 Moreno A mis ex alumnas del Liceo Nacional de Señoritas de la Capital Federal = Ampliando la que dí en el Liceo Nacional de Seño- ritas, leí esta conferencia en la Biblioteca Popular del Paraná, el 18 de Setiembre del año ppdo.; y la publico en el primer aniversario del fallecimiento del ilustre sabio argentino, como modesto tributo á su memoria y á nues- tro credo educacional, dedicándosela á las que tan gratos momentos me proporcionaron, con pruebas reveladoras de inteligencia, bondad y eultura. JOB: Zubtaar: Buenos Aires, Agosto 6 de 1912. y Mm 20m np eS A! 3 a > ER "kl e A l JINTESIS introducción -—- Rasgos biográficos — El sonámbulo, maestro y precur- sor — La ciencia fué su guía, la verdad su norte, la acción su ambiente — Patagonia, cuna del género humano — Ameghino es el más grande, el más genial de nuestros investigadores, el único sabio argentino en la primera centuria de la patria libre — Extracto y análisis de su Credo-— Importancia de la edu- cación: si la herencia es el factor conservador, el ambiente es el tactor transtormador y la educación el impulsor, cuya meta es el progreso y el bien — Con la fraternidad que, entre otros sabios, preconizó Jesús, alcanzaremos el régimen de justicia en que él soñó y en que soñamos. Señoras, Señores: Excluídos sentimientos personales, tan variados como in- ienmsos:—he nacido en esta ciudad; en ella reside mi reli- guia más apreciada, mi anciana madre; pasé aquí los días felices de la infancia y de la adolescencia; recibí los rudi- mentos del saber teniendo por maestros: á mi padre que me enseñó, sentándome en sus rodillas y obsequiándome con besos y masas, las primeras letras del alfabeto ¡ay! sólo las primeras, pues, lo perdí cuando no tenía aún seis años de ed «dad; á una robusta morena “Na Rafaela”? que manejaba, con 1gual maestría, el rebenque y la caña de tacuara; á aquel hombre enérgico, de palmeta en mano, don Felipe Méndez, de la lancasteriana “escuela de la patria”? que dirigía el venerable viejecito don Lúcas Fernández, y, por fin, estu- diante secundario ya, á aquellos profesores competentes y “ariñosos, Frankemberg » Parodié, que fundaron, en 1868, 8 el “Colegio Entre-Ríos””, y á mi honorable patrón don Justo Comas, á quien, con el respeto por el trabajo, debo imborra- bles lecciones de honestidad en la vida privada y en la pú- blica,—y excluído, también, el honor que me ha discernido mi distinguido condiscípulo y amigo el doctor Antonio Me- dina, presidente y alma de esta hermosa y potente institu- ción, la Biblioteca Popular del Paraná, la más importante de su género en todo el país y á cuya sombra se desarrolla obra tan amplia como educativa, propia de la clásica capital del normalismo argentino, no superado por nineuno en nuestra América—dos motivos hubieran decidido la elección del te- ma que voy á tratar sucintamente: cumplirse hoy un nuevo aniversario del nacimiento del ilustre sabio á quien está des- tinada esta conferencia, y estar vinculado á su obra el nom- bre de esta ciudad y el de un distineuido ex profesor de su Escuela Normal, que fué colaborador suyo en el terreno de las exploraciones prácticas y de las comprobaciones elentí- ficas, y, como él, un precursor escolar. El tema se imponía, además, no sólo porque no ha deserip- to aún su extensa curva la onda formada en el alma nacional v humana por el eolpe inesperado, que, hiriendo la super- ficie social, penetró hasta la profundidad donde se incuban el sentimiento y la admiración, sino porque están á él vin- culados la educación, la patria y la ciencia, á todo lo que se rinde tributo en este templo. Con Florentino Ameghino, en efecto, se apaga la luz inte- lectual más poderosa, desaparece la más potente manifesta- ción de la voluntad en el campo de la labor científica y pier- de la Areentina su eran sabio, naturalista y filósofo. Breve es su biografía y llena de enseñanza su vida. Nació en Luján el 18 de Setiembre de 1854; fué, durante siete años, alumno de la escuela elemental que existíasen la villa natal y ayudante de la misma apenas terminados sus estudios primarios; alumno, por dos años, de la escuela nor- mal de profesores de la Capital Federal y maestro y direc- tor de la escuela municipal de Mercedes, en la misma pro- vincia de Buenos Aires, desde 1871 hasta 1877. Desde el año siguiente hasta 1882 estuvo en Europa y, á su vuelta ocupó O una cátedra en la Universidad de Córdoba, y otra, años des- pués, en la de La Plata; ha sido subdirector del Museo de esta última ciudad y, por fin, desde el fallecimiento del doe- tor Carlos Berg, sucesor de Burmeister, director del Museo Nacional de Historia Natural. Humildes obreros fueron sus padres; y era tal la pobreza del hogar en que crecía que, desde niño, sus servicios fueron requeridos para contribuir al mísero sustento diario. Pero, en el humilde niño bullía la sed de lo grande y es por eso «que, con la consiguiente extrañeza de los suyos, en vez de eumplir con el recado urgente ó dedicarse á los juegos y dis- traceiones propias de la edad, veíasele, como un sonámbulo á orillas del río cercano ó trepando ó escarbando en sus ba- rranas y llegar, fatigado, al hogar, cargado de piedras y de huesos originadores de severas reprimendas, pero jalones se- guros de una predisposición que había de traducirse en obra erandiosa é imperecedera. Maestro de escuela, para subvenir á sus necesidades mate- riales, como fué más tarde, antes y después de ir á Europa y ocupar las cátedras á que lo elevó su saber, librero al por menor en condiciones tales que más de una de sus «páginas— y éstas no son menos de 20.000, según Mercante, uno de sus bióerafos y eminentes continuadores en su dupla tarea de labor asidua é investigación científica—ha sido escrita, como él lo ha dicho, entre la venta de cinco centavos de plumas v otros tantos de papel... su únicá vocación fué la ciencia, su sola aspiración descubrir ó comprobar verdades mediante el estudio de la tierra y de la naturaleza. El sonámbulo que recogía piedras, huesos y cacharros; el maestro primario que, consciente de su misión accidental y seeuro de que el saber positivo proviene de la observación directa y el esfuerzo constante, iba en desordenada caravana con sus alumnos á escarbar la tierra y escudriñar los secre- tos del río y de sus barrancas, estaban incubando al sabio que, con la extrañeza y el desdén de la ciencia del día y la indiferencia ó la mofa de los que más directamente lo obser- vaban, había de convertirse en una notabilidad mundial. El ideal lo absorbe de tal modo que, así como se despre- o ocupaba cuando niño de los juegos infantiles, apartóse. cuando hombre, de todas las distracciones sociales que pu- dieran quitarle el tiempo que necesitaba para dedicarse á sus investigaciones, al arreglo del ingente capital científico que aglomeraba recogiéndolo de todos los ámbitos del país y á la producción escrita á que aunadamente lo inducían aquel y las voces sólo para él inteligibles que éste producía, para abrir nuevos rumbos y rectificar errores evidentes. Por eso y por su pobreza, su nombre no figura en los centros so- ciales, ni en los políticos, por eso y por su honradez; y qui- zás hubiera vivido más ignorado aun de lo que realmente lo fuera entre nosotros, si la ciencia europea no nos lo hubiese impuesto á la propia consideración. Esa iniciación que comienza en la niñez se convierte en pasión avasalladora y excluyente, pues, á los veinte años, y á ella vincula la acelón carimosa de su hermano Carlos, ge- melo en la voluntad y en el trabajo, ya que no en la coneep- ción genial, y dos años más tarde, recogido entonces un nu- trido arsenal de los elementos que desde la niñez solicitaran su atención, empleza su producción escrita, que es abundante, novedosa y fundada de modo tal que si el comprobante ma- terial no está á la vista del que dude ó niegue, está la fuerza de la inducción en que se basa el razonamiento. Va á Europa en busca de comprobaciones á sus atrevidas concepciones? Esecudriña allí museos y terrenos y se relacio- na con los más eminentes cultivadores de las ciencias natu- rales, cuyas oposiciones y dudas le sirven de poderoso y es- timulante acicate. Empieza, entonces, en realidad, la ascen- ción. Ella trae aparejada la lucha, que ha de coronar el triunfo. Y la lucha es tenaz y es áspera de modo tal que si aquel aparentemente débil cuerpo no fuese solo estuche de una esencia poderosa de la voluntad, el desfallecimiento que em- barga el ánimo de los mejores cuando, á la oposición, se une la necesidad material impostergable, lo hubiese postrado. Pero, ahí está su voluntad, esta noble aptitud que la Pedago- eía no utiliza, no estimula aun lo suficiente, subalternizada E a como está esta ciencia al arte del decir, en vez de vigorizarse con el rumiar del pensar y la persistencia del hacer. A este respecto, el incipiente y accidental maestro prima- rio, se nos presenta, en este período de su iniciación y en el resto de su vida, como un precursor, porque, sin más bagaje que el muy reducido de la escuela primaria de entonces, sin eursar estudios secundarios ni superiores—formando, así, con Sarmiento y con Mitre, una trinidad que, con el honor de la patria exaltan el poder de la voluntad — llega á la eima mediante el solo ejercicio de ésta. Puede asegurarse que sin ella, la natural predisposición innegable en Ameghino, hu- hiera quedado sin manifestarse, es decir, en la condición del brillante escondido, del sol sin brillo, ó euando más en la del espasmo, que simula virilidades Ó es antifaz de cobardías. En esta la enseñanza más fecunda de esta vida de solitario dedicado al solo cultivo de su ideal, la verdad, con tanto más motivo euanto que alborea el día en que la voluntad y la inteligencia han de sobreponerse á la imagniación y la memoria, que parecen ser los fundamentos de nuestra edu- cación actual. Cuando hubo que rasgar forzosamente el espeso velo de iencrancia con que el absolutismo y la intolerancia habían eubierto el cerebro humano, y á la humillación y á la ora- ción. sucedió el libro, cuyo contenido y aleance multiplicó la escuela primaria, los representantes de estos principios, tan reñidos con la naturaleza humana como con las conquistas de la ciencia. encauzaron la educación en la vía del senti- miento y de la imaginación por medio de la memoria, y la devoción que impusieran la fuerza y el temor de antes, ador- nada con los conquistadores atavíos de estos elementos men- tales, apartó á la humanidad de la senda de la acción que se fundamenta en la ciencia. Fué el triunfo del arte del de- eir que produce esclavos ““perinde ad cadaver?”, parásitos, repetidores, pero no hombres de ciencia ni de acción; hue- nos poetas y literatos quizás, pero malos seludadanos, malos políticos, y mujeres que sólo sirven para la ¡elesia, para el salón y pave Jo más rudimentario del hogar, en vez de ser copartícipes del hombre en la múltiple esfera de acción en que ambos deben desarrollar su actividad ego-altruista. La instrueción superior en nuestras repúblicas latinoame- ricanas, dice Alberdi, que es de la misma talla física, moral, mental y profética de Ameghino, no fué menos estéril é in- adecuada á nuestras necesidades que la enseñanza de la reli- glón católica, cuyo único justificativo no está tanto en que ella era la que profesaba la mayoría, cuanto en el absolutismo é intolerancia de quien la impuso, España “que no ha pecado nunca por impía pero no le ha bastado eso para escapar á la ed pobreza, la corrupción y el despotismo ””. ¿Qué han sido nuestros institutos. y universidades, agrega, sino Fábricas de charlatanismo, de ociosidad, de demagogía y de presunción titulada? Y es indudable, y de ello tenemos prueba evidente ahora mismo en Córdoba, de antigua y ve- tusta universidad y paupérrima escuela primaria, que si ésta y la secundaria hubieran estado dirieidas por el elemento re- trógado ó doctoral, se hubiese perpetuado el régimen de su- misión á lo desconocido en religión y de cacicazgo en política. Felizmente, la catapulta de la escuela primaria, amplia (y amplia porque, más que dar conocimientos, se propone des- arrollar aptitudes y hábitos, y porque no mezcla ningún pre- Juicio religioso en su plan educativo) que. ¡impuso Sarmiento con el maestro norteamericano y su sucesor el buen maestro argentino, hará imposible toda reacción hacia lo que tienda á rebajar la personalidad humana. La ciencia será su guía, la verdad su norte, la acción su ambiente. Pero, de esta amplitud ha quedado privada, en parte, la ins- trueción secundaria, casi limitada á preparatoria de la supe- rior y que carece aun, con el profesor especialmente prepara- do para servirla, de varios de los elementos que la harán práctica, experimental y útil, como á la universitaria, que empieza á salir recién del limbo de la teología y de la esco- lástica, es decir de lo absurdo y de lo superficial. ““Los esfuerzos del hombre deben encaminarse siempre ha- cia el conocimiento de la verdad, cuyo culto será la religión del porvenir?”, dijo Ameghino en su notable credo de hombre de ciencia que no comulea con nada sobrenatural justifican- 0 do á aquellos iluminados que entre el fragor de la revolución francesa proclamaban único Dios á la razón y á los que he- mos dicho y sostenemos que la escuela es el templo de la hmu- manidad redimida por la educación y el trabajo. Saquemos esta lección, pues, de la vida y de la acción de Ameghino: hagamos de la verdad un culto y pongamos para ello en constante ejercicio nuestra inteligencia y nuestra vo- luntad; propendamos á que en la educación se acentúe cada día más la tendencia práctica, científica, nacional y humana que debe caracterizarla para formar hombres y mujeres li- bres de prejuielos y que sean elementos sanos y eficientes de la sociabilidad en que actuen y d la humanidad á que per- Tenecen: La patria en que nació el humilde niño que debía eulmi- nar en el cenit de la labor científica alcanzado apenas el pri- mer centenario de vida independiente de aquella y que, con la audacia y la persistencia del genio, había de arrancar del seno de la ienota y prodigiosa Pataeonia más de un secreto destinado á descorrer el velo respecto de verdades que, en Europa, habían inmortalizado, entre otros, los nombres de Cuvier, Lamark y Darwin, imponía, también este tema. La patria, con la ciencia son las directas herederas de la obra de Ameghino, que es eloria argentina y de la humanidad y tanto más pura cuanto que ella emana de la inteligencia y de la vcluntad y no se ha amasado con e lbarro de la lidia diaria, ni ha hecho derramar una sola gota de sangre. A este respecto, Ameghino comparte sólo con otro pensador areentino este lote inmaculado, que coloca á ambos sobre el solio de la santidad laica y hará de los humildes locales en que nacieron, santuarios de peregrinación en que irán á bus- car inspiraciones alumnos y educadores y á rendir tributo de admiración conciudadanos y hombres de ciencia. Me refiero á Juan Bautista Alberdi, cuyo centenario hemos conmemorado recientemente y quien si bien eserimió en su defensa, el látigo despiadado de la erítica, no gozó de los ho- E 1 aores que le correspondían por su talento y dedicación cons- tante al servicio de la patria por medio de la propaganda es- erita, y sufrió, en cambio, persecuciones y vilipendio de que no fué víctima el primero. Estos héroes del trabajo mental han de ocupar en breve el puesto que hasta ahora sólo se ha discernido á los hombres de gnerra ó de acción política, con quienes comparten el honor del servicio público y deben com- partir la justicia de la eloria póstuma. Carezeo de condiciones para estudiar á Ameghino como hom- bre de ciencia y recomendando para un conocimiento más pro- fundo la síntesis de sus trabajos hecha por otro de sus más eminentes continuadores, el profesor Rodolfo Senet, que ha dedicado una nutrida conferencia al hombre cuya vida y obra conoce minuciosamente, voy á extraetaros lo que otro compatriota que tiene honda y fecundamente marcada su huella de eseritor, poeta, educador, eludadano y cultor de las ciencias naturales, mi distinguido amigo don Francisco Po- destá, ex director de la escuela popular de Curuzú-Cuatiá, en Corrientes, y profesor actual de la escuela normal de Rosario de Santa Fe, dijo en la conferencia que pronunció en home- naje del eminente extinto, respecto de la afirmación de éste: ubicar una de las cunas del eénero humano, sino la única, en aquella que el mencionado Darwin llamara tierra de mal. dición y de bendición la profética voz de nuestro Alberdi. ¿Cuál? diréis. Asombraos: la Patagonia, patria del homun- culus, incubador del bípedo implume del filósofo cínico, del hombre y de la mujer de ayer y de hoy, que se debaten aún entre las escabrosidades de los espesos bosques, las áridas Manuras y las abruptas montañas en que sureleran sus pro- senitores y entre las no menos dolorosas que ha ereado su ¡enoranela, su fantasía, su pasión y su interés: dioses, reli- elones, amor, eloria, que engendran guerras y dolores y con- ducen por medio de una lucha incesante al progreso, que es fruto de la ciencia, única fuente de verdad. Ameghino,—dice Podestá,—había vislumbrado al precur- sor del hombre, en la Patagonia, esa Patagonia austral, cuna de los mamíferos, como el mismo sabio lo ha comprobado. Sus estudios y descubrimientos posteriores le dieron la razón de su atrevida profecía: 20 años antes había visto al través de la noche de los tiempos. Darwin dijo que el hombre había descendido de un mono superior del viejo mundo. Era la ley del transformismo de Lamark ó selección de Dar- win aplicada al origen del hombre. Ameghino, transformista como aquél, y evolucionista como éste, avanzó gran trecho sobre el resultado de los dos grandes Maestros. Así pudo afirmar nuestro sabio; el hombre no ha sido mo- no; el mono es un hombre bestializado. Los homunculideos, vetustos pobladores de la Patagonia, son los que reunen mayor suma de caracteres comunes con el hombre, y los que más se aproximan al tronco primitivo de donde se separaron los monos americanos (platininos), los *“antropomorfos'” (monos europeos) y los homonideos. El “piteculites*”, que dió origen al “homunquideos”” es del “coceno””, como éste. En Patagonia, luego, es mucho más antigua la existencia del homunculus que en otras secciones de la tierra. En Norte América no hay fósiles simios en los períodos terciarios. En Europa y Asia los fósiles simios se encontraron recién en el mioceno, formación más moderna que el eoceno. Y esos mismos fósiles no tienen representantes ancestrales en los terrenos más antiguos de las mismas regiones. Es decir, que aquellos fósiles miocenos no han podido descender de otros antecesores eocenos que no existen. ; Luego, entonces, el problema no es dudoso: en el viejo mundo no está el precursor del hombre; en América del Nor- te tampoco. ¿Dónde encontrarlo? Ameghino respondió con atrevimiento de iluminado: la Patagonia es la cuna del gé- nero humano. | Pero, ¿cómo 'ha sucedido esto? Parece un absurdo que Amé- rica resulte pobladora del mundo, cuando fué descubierta por Cristóbal Colón... Pero la ciencia lo explica todo con satisfacción para la hu- manidad. 16 Por evolución salió del “homunculitos”” la línea más avan- zada del “hominideos””. El “hominideo”” siguló sua marcha. La América del Sud y Africa estaban unidas entonces por +] Arquelenssis (continente desaparecido). Una rama de los hominideos pasó por Arguelenssis y llegó al Africa á fines «del eoceno. Allí encontró selvas cuajadas de frutas y tuvo que subir á los árboles para darse la subsistencia: se hizo cuadru- mano y se bestializó, dando origen á los monos del viejo mun- do, de los cuales se encuentran los fósiles del ““pithiecantro- pus erectus”? del cuaternario inferior de Java y pseudohomo Heldelbere, de Alemania y los actuales gorilas, chimpancés v orangutanes. La otra rama de los hominideos tuvo que vivir de otro mo- do, luchando por la vida, con las fieras, cazando para nutrirse vw mirando lejos los horizontes de la llanura; su vida fué de mayor actividad intelectual. Fué así en progreso orgánica- mente hasta evolucionar en *“tetraprotomo”” (cuarto antece- sor del hombre) cuyos restos se encontraron en el Monte Her- moso. Su talla era la de un hombre de aleo más de un metro. El “tetraprotomo”” evoluciona hacia el *““diprotomo””, cu- vos restos se han encontrado en las capas pampeanas de la misma ciudad de Buenos Aires. Este hominideo, invadiendo América, encontró los últimos vestigios del puente que aún unía la América con el Africa, tal vez á principios del plioceno, formación más moderna que +l mioceno. . En su continua evolución constituye el tipo del “homo ater'* que ha dado origen á los hotentotes, bosquímanos, akas, negritos y demás neeroides y australoides. A este grupo del “homo-ater””, Ameghino lo denomina É “erupo austral””, inferior al “grupo septentrional””, del que se originaron los cáucaso-mogoles, más evolucionados. La parte de los hominideos **Diprotomo'”” que siguió avan- zando por las regiones de América, evolucionó hacia el Homo pámpaens, y una vez unidas por el itsmo de Panamá ambas Américas, pasó á la del Norte, en el plioceno, contsituyendo las distintas razas americanas. E Pero no debía pasar de allí, este ser destinado á perfeccio- narse y triunfar que, sobrevivió á toda la fauna pampeana de megaterios, milodones, toxodones, eliptodones que lo acompañara en este enorme y colosal éxodo y que se extin- euió en el futuro escenario de los yanquis prodigiosos. Este hombre nacido en las pampas argentinas, avanzó en dos grupos. Uno hacia el Noroeste, derramándose como una aurora deseonocida por el continente asiático diversificándo- se en este nuevo ambiente para constituir la raza mongólica tan parecida antropológicamente con el hombre americano. El _ otro grupo avanzó al Noroeste, atravesando el puente postplioceno ó neocuaternario que por entonces unía el Ca- nadá con Europa, y ahí constituyó la raza *“Galley Hi1””. Una parte de ese grupo se alsló, bestializándose, en *“Ho- mo primigentus””, Neanderthal, de Syq, extinguiéndose Kra- pina. La ctra parte del grupo, más feliz, más plástica á la evolución se dilató por toda la Europa, anunciando al mundo el génesis de una elvilización que fincaría, su erandeza, su potencialidad dominadora en el protoplasma nervioso del ce- rebro, capaz de producir, en honor de Psiquis, el fuego in- mortal de las ideas, y como dice el eran espíritu del sabio que lloramos, “fundó la raza blanca, la más perfecta y á la que estaba reservado el dominio completo de nuestro elobo””. Basándonos en esta síntesis podemos afirmar, con el joven sabio Senet, que la remota antiguedad del hombre en el con- tinente americano queda definitivamente comprobada y que. de acuerdo también con el mismo autor “no habiendo alcan- zado un resultado superior á lo mediocre en el antiguo conti- nente, las investigaciones realizadas para comprobar la an- tiguedad del hombre por no ultrapasar éstas la del período cuaternario inferior, corresponde á Ameehino la gloria de su descubrimiento en el período tereiario y en la porción aus- tral de nuestra patria ”?. Cuarenta años de labor constante en 57 de edad, que contó siempre con la poderosa ayuda de su hermano Carlos, verda- dero Pílades de este Orestes de la ciencia, ofrendan, con esa atrevida y novedosa concepción, arrancada tanto á la natu- ralza muerta que surge al contacto de la chispa intelectual, E cuanto al poder de ésta que, fundándose en aquella y en los hechos constatados, reconstruye procesos y llega, por el razo- namiento /í deducciones precisas, ofrendan, digo, además, una copiosa producción eserita en los pocos trillados caminos de la paleontología, antropología y geología, haciendo de Ameghino el más grande, el más genial de nuestros investi- gadores, el único sabio argentino en la primera centuria de la patria libre. La producción escrita de Ameghino se inicia en 1875, á los 21 años de edad, con una serie de artículos sobre los res- tos del hombre y de su industria y sobre la formación pam- peana, culmina con sus magistrales obras “La antigiiedad del hombre en el Plata” (1880), “Filogenia”” (1884), ““Contri- hución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la Repú- blica Argentina”” (1889) y “Su Credo”” (1906), que extracta- remos y analizaremos brevemente, y termina, con una intro- ducción, aun inédita, para la reproducción en francés, de la seeunda obra mencionada. Dos de sus folletos y un libro publicados, respectivamente en 1883y 188», tienen particular interés para esta ciudad por tratarse en ellos de estudios de mamiferos fósiles encontrados en sus barrancas y de nombre tan estrechamente vinculado á la justa fama de su escuela normal y al cariño y el respeto de los alumnos que la frecuentaron en las dos décadas si- guientes al año 1870: don Pedro Scalabrini, el distinguido profesor que enseñó á la juventud el positivismo comtista como Frankembere nos había iniciado en el liberalismo cien- tífico, la llevó, como hacía éste, al terreno de la investigación práctica, y como éste también, más que enseñarle fechas y nombres y hacerle repetir prineipios y teorías, le dió la fa- cultad de dominar el conjunto y de guiarse por su propio criterio, independizándola de la enseñanza nemónica y meta- física predominante entonces en el país, y siendo, en conse- cuencia uno de los precursores de la nueva era educacional y eficaz colabcrador de Ameghino. O Estudiada la vida del hombre, del precursor, del naturalis- ta, engolfémonos en las profundidades de sa pensamiento de filósofo. Ese pensamiento está contenido en **Su Credo””. Era imposible que Ameehino escapase á la atracción del abismo insondable de lo incognoscible, único objeto de la metafísica, la que, sintiéndose impotente, degeneró en mera teodisea que parte de un prineipio indiscutible y de una pro- videncia actuante é inutiliza, así, con el razonamiento, toda investigación científica. Correspondiendo á la justificada distinción que le había hecho la Sociedad Científica Argentina, Ameghino leyó su Credo ó sea una exposición sintética de lo que es el Universo, tal cual él lo concebía. Y empieza así: “No se debe destruir por simple placer, sino en vista de una reconstrucción más perfecta. “Los esfuerzos del hombre (cito de nuevo este profundo pensamiento, que es la síntesis de su teoría y de su vida) de- ben encaminarse siempre hacia el conocimiento de la verdad, cuyo culto será la religión del porvenir. ““Concibo el Universo tangible, la materia; y tres infinitos inmateriales: espacio, tiempo y movimiento. “Materia y espacio tienen la relación de contenido y conti- nente. El espacio existe, es una realidad, puesto que el Uni- verso es lo único inmóvil, perenne, inmutable, sirviendo de receptáculo á la materia. “Concebir aleo que sea menos que el espacio Ó que se en- cuentre fuera de él, es un imposible. ““La materia es la substancia palpable que llena el Univer- so y no podemos figurárnosla sino ocupando espacio. La ma- teria no tuvo principio ni tendrá fin. Que es indestructible es evidente puesto que no es concebible la posibilidad de sacar- la fuera del espacio. ““Como inseparable del espacio tenemos el intangible infi- nito tiempo, que podemos definir como la sucesión infinita de la nada corriendo paralelamente á las sucesivas fases de la eterna transformación de la materia. ““Como inseparable de la materia tenemos el infinito movi- miento, que aunque inmaterial, á diferencia del infinito tiem- po, es sensible y tangible. Edo A “*Defino, pues, el Cosmos, como el conjunto de cuatro in- finitos: el inmutable “infinito espacio””, ocupado por el **in- finito materia”? el “infinito movimiento””, en la sucesión del ““infinito tiempo””. Tal es el eje central de su razonamiento. En la precisión del estilo, hay la firmeza de la convicción. Rechazado todo lo sobrenatural, la verdad fluye llana y convincente, de modo tal que hasta la paradoja que supera el optimismo de Mentcehikoff se coloca en el plano de lo que ya no se discute. Así, la constitución espontánea de la materia en estado viviente ó sea la generación espontánea, es un fenó- meno que se ha efectuado una sola vez y que no puede volver á producirse y la muerte que se cree debe llegar fatalmente en determinada época de la vida podrá ser retardada por el hombre poco menos que indefinidamente. ““El término de la duración de la vida, dice, no es un pagaré con vencimiento á plazo fijo, sino una cuenta corriente abier- ta que debemos tratar de cerrar cuanto más tarde nos sea posible, pues no creo que la muerte deba ser siempre una consecuencia inevitable y fatal de la vida””. E Consolémonos, pues, si la ciencia nos quita la esperanza de una vida futura, que nineuna religión ha execluído como con- secuencia obligada de la limitada y miserable que nos hemos forjado con nuestra ignorancia, nos dá, más que la esperanza, la posibilidad ya de aumentar el término de la que poseemos, como nos ha dado la probabilidad de mejorarla en beneficio propio y de los demás. ed Insisto en esto: ““de los demás””, porque el altruismo no es una palabra de convención: es una realidad que mana del concepto científico de la vida y de los deberes que ella impo- ne. La vida es una santidad, ha dicho Ferri. Es decir, es lo respetable por excelencia, porque diseregado el conjunto de las moléculas que la forman éstas se incorporan, transformán- dose, al movimiento general que almacena todo cuanto existe y existirá indefinidamente. Pero, perdida la forma ella no vuelve, y ¿cómo suprimir lo que no puede crearse ó rehacerse integramente? Y respetar la vida es un precepto tanto más obligatorio cuanto que á medida que se avanza en el tiempo, dE o: se adquiere la certidumbre de que en respetarla y encaminar- la debe consistir toda la verdad moral que emerge de la ver- dad científica Ó corre paralelamente á esta. Respetemos la vida y eduquémonos de modo tal que ella sea la más larga, la más amplia, la más perfecta posible. Así la ciencia se con- vierte en la religión futura, porque, como Ameghino lo ha dicho, el conocimiento de la verdad será la religión del por- venir, cuyo templo, hemos agregado, es la escuela. También, con su enseñanza, sentimos corroborada otra ver- dad en que hemos insistido constantemente: la importancia primordial del factor educación, que no debe ser considerado como un mero elemento del ambiente, sino formar con éste y la herencia los tres en que se ineuban el hombre y la es- pecie. Si la herencia es el elemento conservador, el ambiente será el transformador y el impulsor la educación. Sí: educar es impulsar, despertar, estimular, porque, tan luego como la inteligencia se pone en movimiento, se excita el sentimiento ó la pasión y ambos empujan la voluntad. ¿Hacia adónde? Hacia adelante, hacia el bien, porque si nada de lo que existe dejará de existir aunque se transforme y es ser perfectible, especialmente, el hombre, habría un contrasentido en creer Ó asegurar que la tendencia fuese á retroceder ó 4 desmejo- rar. El individuo que quiebra la regla sentada es como el ae- cidente pasajero que apenas deja huella sensible de su paso ó estallido. Esa regla, que es la verdad, es otra y por eso Ame- ghino ha podido decir que “el hombre eon su saber podría encaminar la evolución, darle dirección y colocarse resuelta- mente en el camino de la inmortalidad”” así como que “á nuestros lejanos descendientes dotados de una longevidad de miles de años, con el saber innato de sus antecesores he- redado bajo la forma del instinto, con órganos de los sentidos mucho más perfectos que los del hombre actual; con una ma- teria pensante infinitamente superior, les será posible resol- ver los grandes problemas del Universo que se nos presentan todavía en forma de lejanas nebulosas. El Credo de Ameghino debe ser nuestro mandato impera- tivo, ahora más que nunca, en que una racha de oscurantismo pretende desconocer conquistas constitucionales y legales que DOE forman el orgullo de la nueva sociabilidad argentina, hija del encielopedismo del sielo diez y ocho, de la revolución francesa y del espíritu práctico anglosajón: y cuya mirada, como la de sus ilustres hijos Rivadavia, Sarmiento, Alberdi y Ameghino, y la de esos distineuidos profesores menciona- dos, Scalabrini y Frankembere, penetra profundamente en el pasado para sacar de él las enseñanzas que la conduzcan á un porvenir mejor. Ese porvenir será hijo de la voluntad, que conduce á la lucha y forma el carácter, porque la verdad será su norte, la ciencia su guía, la acción su ambiente y cuando en él estemos habráse realizado la sublime aspiración de Jesús, quien, entre otros sabios, declaró hermanos á todos los hombres, lo que sucederá el día en que vivamos bajo el régimen de justicia, en que él soñó y en que soñamos. Zubiaur, José Benjamin BioMed PLEASE DO NOT REMOVE CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET Poo — UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY