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ANALES

DEL

REINO DE NAVARRA.

ANALES

DEL

REINO DE NÁYAMA

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CO MPUESTOS

POR EL

DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS Natural de Pamplona y Cronista del mismo Reino.

Ccn aprobación de la Autoridad Eclesiástica.

TOMO SÉPTIMO.

TOLOSA

Establecimiento tipográfico 3' Casa editorial de Ensebio López. Solana 8 y Correo 7 18 9 1

StacV Annex

ANALES DEL Í^EÍIN[0

NAVARRA.

CAPITULO I.

I. Pactos del Ketcok la princesa, su hija, para

ENTREGARLA EL GOBIERNO. II. FlN DE LA GUERRA DE CA- TALUÑA. III. Vistas de la Princesa Gobernadora cox EL Conde de Lebin y sorpresa de Pamplona. [V. Muer- te Y elogio DEL principe D. GaSTÓN. V. CORTES EN OLITE.

In Navarra sucedió lo que pru- jdentemente se temía en conse- cuencia del insulto cometidoy no casti. -gAdo. Las cosas se revol- vieron tanto, que fué preci- H^^^^^^^^ 50 acudir al rey D. Juan con '' nuevas instancias de parte del príncipe D. Gastón y de la princesa Doña Leonor para que pusiese algún remedio y diese la última mano al tratado, en quej estaban convenidos, y se tenía por muy necesario para el sosiego del Reino; porque, faltos de autoridad

Ano 1471

10 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. 1.

los Príncipes, mal podían refrenar las insolencias. Dejando, pues, el Rey encomendado á su hijo D. Alfonso de Aragón la «guerra de Ca- taluña, que solo se reducía á la expugnación de Barcelona, vino á Ülite, donde le esperaba la princesa Doña Leonor, su hija; y jun- tándose allí por el mes de Mayo del año de 147 1, estando ausente en Francia el Príncipe Conde de Fox, pactaron los artículos siguien- tes:

I. Que todos los pueblos, villas, comunidades, nobles y plebeyos de Navarra reconociesen por rey y obedeciesen sin contradicción al rey D. Juan por todo el tiempo de su vida.

II. Que así el Rey como el conde D. Gastón y la Princesa, su mu- jer, mantuviesen los privilegios, derechos y libertades del Reino co- mo hasta entonces se había observado.

III. Que los tres Estados del Reino juntados en cortes generales hiciesen cuanto antes el juramento de fiielidad y homenaje á los Príncipes, marido y mujer, prometiendo reconocerlos pjr sus reyes naturales después de la muerte del rey 1). Juan y anulando cuales- quiera otros juramentos, protestas y homenajes que en contrario se hubiesen hecho.

IV. Que los Príncipes fuesen gobernadores perpetuos del Reino durante la vida del Rey sin poder ser revocados, excepto solamente el tiempo en que la persona del Rey se hallase dentro del Reino, que entonces debía cesar su gobierno.

V. Que el Rey hiciese juramento de no enajenar el reino de Na- varra ni parte alguna de él: y que lo mismo jurasen los Príncipes.

VI. Que los tres Estados del Reino de común conformidad jura- sen que estarían siempre Unidos en orden á hacer que el Rey y los Príncipes cumpliesen y observasen todo lo sobredicho: y que se opon- drían con todo esfuerzo á cualquiera que lo contrario intentase.

Vil. Que el Rey y los Príncipes jurasen que así lo observarían inviolablemente: y que para la entera pacificación del Reino todas las ofensas serían perdonadas generalmente á todos y abolidos todos los crímenes por más enormes que fuesen y hubiesen sido cometidos hasta esta presente venida del Rey al Reino: y que cada pueblo ó per- sona pudiese sacar este perdón auténtico para mayor satisfacción su- ya, restableciendo el Rey de plenitud de potestad y autoridad Real á cada uno en sus honores, buena fama y bienes, y anulando tidas las sentencias dadas y procedimientos hechos en contrario.

Vi II. Que todas las villas, castillos y torres y otras cualesquiera tenencias, haciendas y oficios, así eclesiásticos como seculares que desde que se tomó el castillo de Morillo hasta esta jornada del Rey habían tomado y ocupado los unos á los otros, fuesen dentro de siete meses restituidos á sus primeross poseedores, menos los frutos y bienes muebles gastados: 3' que cualesquiera donaciones que el Rey, los Príncipes ú otros hubiesen hecho fuesen tenidas por nulas y de ningún valor. Pero que en esto no se comprendían las diferen- cias del Conde de Lerín, i^. Juan de Beaumont, y Carlos de Artieda con el condestable Mossén Pierres de Peralta y el mariscal D. Pe-

REY D. JUAN II Y DOÑA LEONOR GOSKR.VADOR A. II

dro de Navarra, quienes quedaban citados para que dentro de doce días desde la publicación de estos capítulos viniesen á someterse á la obediencia del Rey á fin de que sus diferencias se terminasen por vía de justicia, pena de que, haciendo lo contrario, fuesen decla- rados y tenidos por contumaces y se procediese contra ellos como perturbadores de la paz y bien público del Reino y como rebeldes á la Corona Real.

IX Que todos los que indebidamente habían .sido hechos prisio- neros en las revoluciones pasadas, después del sobreseimiento hecho entre el Arzobispo de Zaragoza, hijo del Rey, en nombre de Su xMa- jestad y los Príncipes fuesen puestos en libertad pagando las costas y gastos hechos.

X. Que las treguas acordadas por ellos y por sus capitanes fue- sen observadas así á los naturales como á los extranjeros en sus perso- nas y bienes.

XÍ. Que lo que déla una y de la otra parte se hubiese prendado y reprendado contra el dicho seguro fuese restituido libremente á sus dueños y los presos fuesen sueltos sin rescate, pagando la costa de su gasto.

XII. Que los naturales que en razón de esto hubiesen hecho en- tre sí cualesquiera obligaciones y otras escrituras ó fianzas ó pro- mesas de palabra después del sobreseimiento dicho, no las cum- pliesen, sino que, antes bien, quedasen por nulas y de ningún valor: y que fuesen amonestados los ordinarios eclesiásticos para que los ab- solviesen de todos los juramentos y promesas hechas á este fin con la obligación de librar de la prisión dentro de quince días á los que tuviesen presos, y de no contravenir á este presente tratado, pena de incurrir en hecho malo y de pagar dos mil reales de oro para los cofres del Rey.

XUI. Que, considerando que el castillo de Leguín, que era del Prior de Roncesvalles, había sido tomado algunos días antes con muchos bienes suyos y de su monasterio y de otras personas, todo ello fuese restiuído á sus dueños, ó su valor si los bienes no subsistie- sen, en atención á que el j^rior había estado siempre en servicio del Rey y de los Príncipes. Últimamente: que el Rey y los Príncipes ju- rasen solemnemente que pondrían todo su conato en hacer ejecutar todos los artículos de esta capitulación de modo que tuviesen el efecto deseado

2 Acordadas así estas cosas, se publicaron por el Rey y la Prin- cesa en el salón del Palacio de Olite, Jueves 30 de Mayo del año de 147 1, leyéndolas en alta voz Juan de Sanctjordi, Secretario del Rey, y fueron inmediatamente juradas por ellosen manos de D. Gar- cía, Obispo de Olerón. * Después se obHgó la Princesa, estando en Tafalla,á hacer que dentro de doce días aprobaseyjurase tambiénlos mismosartículos el Príncipe D. Gastón, su marido, y á enviar copia

* El no haberse hecho este juramento en manos del Ob'spo de Pamplona es argumento cierto de ser muerto D. Nicolás de Chávarri.

12 LIBRO XXXIIÍ DE L0$ ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

auténtica de estoal Rey, su padre, firmada por él y sellada con su se- llo. A estos actos se hallaron presentes D. García, Obispo de Ole- ren; D. Pedro, Señor de Ros, Embajador del Príncipe, y D. Fray Ber- nart ílugo de Rocaberti, Castellán de Amposta; Mossén Rodrigo de Rebolledo, Ü. Gómez Suares de Figueroa y Mossén Juan Pagés, Vicecanciller del Rey. Algunos días después la Princesa, habiendo vuelto á Ohte con poder que tuvo en toda forma del Príncipe, suma- ndo, dado en los baños de aguas Caldas en el valle de Ofán ante Ra- món Goterer, su secretario, juró en su nombre en manos del mismo Obispo de Olerón guardar y cumplir todo lo arriba dicho en presen- cia del Gastellán de Amposta y Mossén Juan Píigés, hallándose tam- bién con ellos D. Fernando de Baquedano, Vicario General de la Iglesia de Pamplona. Pero después de todo esto el mal de los ban- dos y turbulencias de Navarra eran tan grandes y habían tomado tan- ta fuerza los odios, que fué en vano usar de lenitivos cuando eran necesarios remedios más fuertes para curarle: y estos no podían ser otros que los del hierro que le cortase. Y así, quedaron las cosas aún en peor situación que antes; porque la espada de la vindicta pú- blica quedaba en la mano flaca de una mujer. Y cuando viniese al Reino el príncipe D. Gastón, no podía ser con tanto poder como el que á este fin podía poner el rey D. Juan. El cual volvió sin detenerse a Cataluña luego que en Olite se publicó la capitulación.

§. 11.

-*^n llegando allá dio gran calor á su hijo D. Alfonso ¡para el feliz éxito de aquella guerra. antes de ahora tfhabía arrimado I). Alfonso sus tropas á Barcelona, teniendo en su compañía al Conde Pradés; y habiendo puesto su cuartel sobre el río Besón, que corre cerca de aquella ciudad, la in- comodaba mucho, llegando con sus correrías hasta las puertas de ella y talando su huerta y los campos del contorno. Poco antes que el Rey llegase comenzó D. Alfonso á batir un castillo cercano. Salió de la ciudad al opósito su gobernador y cabo comandante Jaiise Galioto con mucha caballería y cuatro mil infantes, seguido de mu- chas personas de cuenta, entre las cuales se nombran como más se- ñaladas: Dionís de Portugal'y Gracián de Aguirre. Presentó Galioto la batalla á 1). Alfonso, quien no la rehusó, sino antes bien encomen- dando á Gil de lleredia, Martín de Lanuza y otros oaballeros el ordenar sus gentes, se dispuso para ella con alegre semblante. Y habiéndose venido á las manos con grande resolución y coraje de una parte y de otra, no tardó la victoria á declararse por los realistas, quedando destrozada la mayor parte de la caballería y de la infante- ría enemiga y muy mal heridos y prisioneros su cabo principal Jai- me Galioto y Dionís de Portugal, con otra mucha gente. La res- tante se salvó con fuga precipitada, parte á la ciudad, y parte á las sierras vecinas. Este golpe postró en gran manera los ánimos hasta

REY D, JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 13

entonces siempre engreídos de los barceloneses, y levantó los de los vencedores á una segura esperanza de concluir felizmente y muy en breve aquella larga y costosa guerra; mayormente con la presencia del Rey, que muy oportunamente sobrevino á esta victoria, trayendo con sigo un refuerzo muy considerable de tropas descansadas.

4 Aumentando con ellas el ejército, se apoderó fácilmente del arrabal de Valdoncellas y sitió en forma la ciudad por tierra y por mar, donde tenía una armada de veinte galeras y diez y seis navios bien pertrechados de gente y municiones de guerra y de boca. Los miserables vecinos que vieron batir en brecha la ciudad por mu- chas partes y que de ninguna les podía venir socorro, acudieron al único remedio que les quedaba, y era: la clemencia del Rey, á quien pidieron treguas de tres días para conseguir algunos partidos tolerables. Concedióselos benignamente el Rey, y luego salieron á hablarle los diputados que nombró la ciudad, siendo el principal de ellos Luís Setente, de nación florentín, persona muy hábil y elo- cuente, como bien se conoció en el razonamiento que hizo al Rey á fin de ganarle el corazón en extremo irritado, y con mucha razón contra aquella Ciudad. La oración se redujo á confesarle sencillamente y con muy sentidas expresiones de dolor las muchas y gravísimas cul- pas de ella, nacidas de su ceguedad, y esta del amor á su malogrado príncipe ü. Carlos. Pero que, habiendo abierto por gran beneficio del cielo los ojos para conocer sus desaciertos y la Real clemencia de Su Majestad, muy lejos de pedir partidos favorables, no querían otros sino los que ellas tuviese por bien de concederles. La clausula que cerró el discurso fué bañársele el rostro en lágrimas é hincan- do la rodilla poner las llaves de la ciudad en la mano del Rey, quien las recibió con gran ternura y se la dio á besar con igual be- nignidad á los diputados contra la opinión de muchos, que querían y esperaban todo lo contrario. Y aún se alargó á más la gallardía de su noble corazón. Porque no solo perdonó á la ciudad y á sus confederados las culpas pasadas, sino que también les hizo merced de sus bienes, privilegios y fueros en la forma que antes de esta guerra los gozaban.

5 La ciudad en extremo agradecida disponía arcos y carro triunfal donde el Rey hiciese su entrada en ella. Pero él rehusó esta pompa queriendo que en todo triunfase su moderación deánimo:y así, entró el día siguiente en la ciudad por la puerta de San Antón en un caba- llo blanco. Dio providencia para que la abundancia detodo género de vituallas sucediese incesantemente ala extrema penuria que en Bar- celona se padecía. Así tuvo fin la guerra de Cataluña en el año de 1471, según la opinión más común, habiendo durado diez años y cuatro meses aún con mayor daño de Navarra que de la misrna Cataluña. Porque, divertido y ocupado el Rey en ella, su ausencia casi continua de este reino enflaqueció en él de tal modo la auto- ridad Real, que crecieron hasta lo sumo los atrevimientos de los fac- ciosos y echaron tan profundas raíces los odios, que después de ha- ber sido causa de innumerables y atrocísimos males, continuarlo-

Í4 LIBRO XXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

hasta el si^lo siguiente de la unión con Castilla nunca pudieron arran- carse sin llevarse consigo la tierra en que estaban arraigados.

Y

^. in.

'olviendo á las cosas de Navarra, bien podemos decir que la princesa Doña Leonor después de los pactos dichos quedó por Gobernadora con mayor auto- ridad que hasta entonces lo había sido; pero no con mayor res- peto. Pues, estando turbada la república, el respeto no tanto se trae de la solemnidad de los pactos y juramentos cuanto del vi- gor de las armas, como muy presto se conoció. Aplicóse luego la Princesa á la ejecución de lo pactado y, sobre todo, á ponerlos me- dios conducentes para que las cabezas de los bandos opuestos se su- jetasen á la autoridad Real; porque de esto dependía principalmente la concordia de todos y la pública tranquilidad. Hallándose, pues, en Sangüesa, fueron á verla D. Luís de Beaumont, Conde de Lerín, Carlos de Artieda y otros caballeros de su parcialidad. Las vistas fueron allí cerca, junto á Rocafort, y en ellos les propuso la Princesa lo que el Re}', su padre, la había dejado muy encargado: que así á él como á ella y ásus sucesores diesen entera obediencia. Ellos pi- dieron tiempo para deliberar sobre este punto y se volvieron áLum- bier á 21 de Enero del año 1471. A la verdad, tenían motivo para pensarlo primero muy despacio; porque sabían que la Prmcesa, que debiera estar neutral, estaba por inducción del Rey, su padre, muy adherida á los agramonteses: y no podía el Conde de Lerín po- nerse sinceramente á la obediencia del Rey y de la Princesa sin despojarse del dominio de la ciudad de Pamplona y de otras plazas, lo cual fuera exponerse con todos los de su bando á la última perdi- ción.

7 Esto avivó más los deseos que algunos de facción agramontesa, vecinos de Pamplona, tenían de entregar esta ciudad á la Princesa. Eran los más principales: Juan de Atondo, Oidor de la Cámara de Cómputos, y Miguel de Ollacarizqueta, los cuales mantenían secretas inteligencias con ella y dispusieron franquearle una de las puertas de la ciudad, que llamaban de la Zapatería, y estaba guarnecida de su torre, que se decía la Torre de la Puerta Real. El concierto fué: que un día antes de amanecer abriesen ellos esta puerta rompiendo su cerradura y que la misma Princesa bien acompañada de gente entrase por ella y al mismo tiempo el mariscal D. Pedro de Navarra con los caballeros de su séquito se apoderase de dos torres que ha- bía en las casas cercanas de la ciudad. La sorpresa era temeraria; por exponerse á evidente riesgo la persona de la Princesa, y demasia- do precipitada, por no haberse tomado bien las medidas para el buen éxito; y así, salió mal. La Princesa después de haber andado toda la noche con mucha diligencia, estuvo puntual para la hora señalada, que era antes del día, en la puerta de la Zapatería, la cual halló abier-

REY D. JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. I5

ta, 3' entró por ella en la ciudad acompañada de'prelados, consejeros y caballeros y también de alí^unas tropas de gente de guerra, llevan- do el Mariscal de vanguardia con setenta escuderos, con los cuales se apoderó luego de las dos torres. No pudo dejar de sentirse en la ciudad muy presto el tumulto y conocérselo que podía ser. Porque los agramonteses, sacándoles naturalmente el alborozo las voces que debiera reprimir el recato, comenzaron á gritar por las calles veci- nas: ¡¡Viva la Princesa..'!

8 Con estas apresuradas aclamaciones hicieron que los beaumon- teses, en quienes la sorpresa causó turbación, pero no desmayo, co- rriesen de todas partes á las armas antes que entrasen en lo más in- terior de la ciudad y ocupasen formadas, como debía ser, los prin- cipales puestos de ella las tropas que seguían á la Princesa; y muy al contrario, se detuvo con ellas á la puerta el Capitán Comandante que las conducía. Por lo cual los beaumonteses, que eran señores de la ciudad y hacían grande exceso en el número, pudieron muy bien no solo ponerse en defensa sino compeler también á la Princesa á salir de la ciudad. El conde de Lerín y sus parciales que se hallaban dentro pasaron luego á sitiar las dos torres donde el Mariscal y su gente habían quedado. Y no fué bastante para detener sus iras un recado que la Princesa les envió, deciéndoles y requiriéndoles que no hiciesen mal ninguno al Mariscal y á su gente, pues por manda- do suyo ocupaban aquellas torres: y juntamente les requirió que le diesen á ella libre entrada en la ciudad. Pero todo fué en vano. Por- que la respuesta fué que se alejase ella de donde estaba por conve- nir así á su servicio y al bien del Reino. Y luego comenzaron á ba- tir las torres con gran fuerza de artillería. Al mismo tiempo notifica- ron al Mariscal que se rindiese, ofreciéndole razonables partidos. Y viendo él que no tenía fuerzas bastantes para defenderse ni podía ser socorrido de la Princesa, convino en la capitulación, que se re- dujo á que el Mariscal y sus soldados, dejando las torres, saliesen de la ciudad libres y con sus armas sin que daño ninguno se les hicie- se ni fuesen injuriados de palabra. En cumplimiento de lo capitulado bajó el Mariscal y su gente de las torres para salir de la ciudad, y los beaumonteses que, ó no tenían ánimo de cumplirlo, ó si le tenían, los dementó la cólera, al verlos delante de sí, cogiéndolos incautos, se echaron furiosamente sobre ellos y presos los llevaron á la casa y torre Real de la ciudad, donde atrozmente los mataron. Y aún se re- fiere que el mariscal D. Pedro de Navarra fué muerto á puñaladas por mano de D. Felipe de Beaumont, hermano del Conde de Lerín,

9 Esta es en substancia la narración de Garibay sobre este caso. Pero por lo que se debe á la verdad y legalidad de la Historia, lo con- taremos también mu}- de otra manera, según lo refieren otros que á nuestro parecer estaban mejor instruidos de las memorias y papeles de aquel tiempo. El Conde de Lerín y los de su séquito quedaron muy descontentos de los pactos hechos en Olite entre el Rey y la Princesa, su hija: y más de las conferencias particulares que entre habían tenido y sabían ser muy favorables á los agramonteses, sus

16 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

enemigos. Vuelto, pues, el Rey á Cataluña, y después de tenida la conferencia yk dicha de Rocafort sin efecto alguno, le pareció á la Princesa ir á Pamplona desde Tafalla, donde estaba, para efectuar lo que antes había tratado con su padre, y él la había encargado mu- cho. En este viaje quiso que la acompañase 1). Pedro de Navarra, Ma- riscal segundo en la casa de Cortes. Pero antes de moverse envió sus mensajeros á la ciudad y al Conde de Lerín, que la dominaba, para hacerles saber su voluntad. El Conde, aunque desobligado de la in- gratitud de la Princesa, que tan declaradamente se había ladeado á los agramonteses sin atender á lo mucho que él y los suyos habían hecho después de la muerte de su hermana la princesa Doña Blanca por asegurar en ella y en sus herederos legítimos la Corona de Na- varra, la respondió que viniese en hora buena; (y la misma respuesta dio la ciudad) pero con condición que la habían de recibir como á Reina, y no como á Gobernadora de su padre, que no tenía que ver en este reino: y que así lo habían determinado como leales subditos y fidelísimos servidores de la Corona Real de Navarra. Y la suplica- ban que no trajese consigo al Mariscal; porque era su enemigo, y en su entrada habría alteraciones en la ciudad. No gustó nada la Prin- cesa de esta respuesta, aunque honorífica á su persona: y así, se si- guieron réplicas de una parte y otra, en las cuales no queriendo in- tervenir el Conde, se fué á Lerín dejando en Pamplona á su herma- no D. Felipe en su lugar con intento de volver luego á ella.

JO Vista la oportunidad de la ausencia del Conde, se apercibió el Mariscal con los suyos secretamente y volvió con más vigor á los tratos ocultos que tenía con los agramonteses de Pamplona, y fué: de concierto con la Princesa, que estaba muy sentida de la respuesta del Conde y de la ciudad. Era aquel año regidor cabo de la pobla- ción de S. Nicolás un tal Ugarra, que debía de ir á una con Atondo. Este ofreció al Mariscal abrirle una noche la puerta que llamaban de la Zapatería, y estaba al remate de la calle por donde derechamente se sale hoy á la Ciudadela; porque solos los tres regidores cabos de las tres poblaciones solían tener en aquel tiempo las llaves de las puertas de la ciudad, cada cual de la suya. El Mariscal salió con ej mayor secreto que pudo de Tafalla, dejando allí á la Princesa, para entrar al tiempo concertado en Pamplona con la gente armada que consigo llevaba, y agregándosele los agramonteses de adentro, eje- cutar su intento, que era matar á todos los beaumonteses cogidos de sorpresa. Llegó, pues, á media noche á la iglesia de S. Antón, que es la que hoy se ve renovada dentro de la Ciudadela. Allí puso su gente en orden y pasó luego á la puerta de la Zapatería, donde esperó al- gún tanto á que viniese á abrírsela el regidor Ugarra. Pero, impacien- tes los suyos de la tardanza, comenzaron á desenclavarla y quererla romper por la parte de afuera.

II Sucedió que á este mismo tiempo llegase cerca de allí un mo- zo de un hornero, * el cual, espantado del ruido tan á deshora (era

De los que aiadaban á aquellas horas previniendo por sus turnos á los vecinos que lleva geaá cocer el pan, como hoy también se usa.

Rey D. JUAN II Y DO.XA LEONOR GOBERNADORA, 17

después demedia noche,) }' mucho más de la gente que recono- ció desde la ronda, fué corriendo á avisar á su amo de lo que pasa- ba. El amo, asustado, saltó de la cama 3', vistiéndose y armándose, fué á la misma puerta; y certificado del caso, corrió á la casa de D.Felipe de Beaumont y le dio cuenta de todo. D. Felipeseapercibió luego y al mismo punto proveyó que se tocase al arma, repicándose la campana de S. Cérnin. para entonces había ido el dicho regi- dor y abiértole la puerta al Mariscal, que con toda su gente entró en la ciudad por la calle de la Zapatería. Los más principales venían á caballo 3' llegaron hasta el pozo de la Salinería. Allí les salió D. Fe- lipe al encuentro con losqueacudieronal apellido, gritando: Traición, traición, mueran los traidores. Y arremetió á ellos con tanto ímpe- tu, que, perdiendo animólos enemigos, se fueron retirando, vista la multitud de gente que contra ellos había salido, aunque peleando siempre en buen orden. En algunas de las memorias antiguas se re- fiere que al punto que esto sucedió se apareció (según los viejos de aquellos tiempos decían) el glorioso S. Fermín, hijo y protector de esta ciudad, vestido de blanco y rodeado de hachas encendidas, cu}'a vista causó tanto pavor, que atajó muchísimas muertes, que sin du- da hubieran sido más de las que sucedieron.

12 E!ntre tanto fué tanta la gente que cargó déla ciudad en favor de su caudillo D. Felipe, que el Mariscal con la suya trató de ponerse en salvo. Pero no siéndole posible dar la vuelta al portal por donde había entrado por tener cogida la calle multitud grande de los con- trarios, torció hacia la Cámara de Cómputos 3' oficina de los mone- deros, que entonces estaban donde es ahora la capilla mayor y sa- cristía del convento de S. F"rancisco, y lo indican los gruesos paredo- nes que hoy se ven muy cercanos. Allí fué para guarecerse como en lugar fuerte. Pero apenas entró en el patio, cuando D. Felipe, que le seguía, entró tras de él con parte de su gente 3^ mataron ai Mariscal y á los que le acompañaban, haciendo con ellos lo que el Mariscal y los suyos tenían intento de hacer con él y con los beaumonteses que pudiesen haber alas manos. Toda la otra gente del desgraciado Ma- riscal tuvo mejor fortuna. Porque, habiendo echado hacia S. Nicolás mientras esto pasaba con su jefe, pudo escaparse, 3" con ella muchos de los agramonteses de Pamplona que se le juntaron en su entrada, como Atondo, Ollacarizqueta y otros.

13 Con que D. Felipe y los suyos, viendo que 3'a no habían que- dado enemigos de fuera en la ciudad, se volvieron contra los agra- monteses que había en ella, que con demasiada algazara se habían declarado antes de tiempo. Hízose justicia de muchos que, sacados de escondrijos, acabaron con el cordel y el cuchillo: 3^ uno de ellos buscado con mayor diligencia fué el regidor que abrió la puerta, ha- biéndole hallado detrás de una cuba en la bodega de su casa. Des- pués le pusieron pintado en la iglesia de S. Lorenzo junto á la capi- lla de S. Fermín sobre un tonel con un letrero en que estaba su nom- bre como también el martillo y tenazas con que los agramonteses quisieron abrir la puerta antes que el regidor acudiese con la llave.

Tomo vii. 2

iS LIBRO XXJiriI DE L03 ANALES DE NAVARRA, CAP. lí.

Y los que esto escriben aseguran como testigos de vista que este es- pectáculo duraba en su tiempo; y que se puso allí en memoria de la aparición de S. Fermín y de la protección suya, muy singular en esta ocasión, por la cual evitó mayores males y la ruina total de la ciudad.

14 Por este caso se dio á aquella puerta el nombre de la Puerta de la traición, que le duró por muchos años, hasta que se derruyó luego que se fabricó la cindadela. Y uno de los escritores que escri- bió poco después que Garibay dio á luz su Historia de Navarra, dice bien que este nombre no se le dio por decreto de la Princesa, como él quiere, sino por la voz del pueblo, á quien, y no á ella, se había he- cho la traición y el agravio. Y dice más: que el Mariscal no se apo- deró de las dos torres vecinas por no ser dable en tan breve tiempo estando bien guarnecidas y toda la ciudad en movimiento contra él; y más siendo tan fuertes, que D. Felipe deBeaumont hubo menester batirlas con artillería para obligar al Mariscal á que capitulase y se pusiese en sus manos, como falsamente reiiere Garibay, á quien con- vence de estos y otros errores con evidencia. *

15 Como quiera que ello fuese, la Princesa sintió tanto el hecho, que, procediendo por vía de justicia contra el Conde de Lerín y con- tra D. Felipe y los demás hermanos suyos y también contra D. Juan, Señor de Lusa, Carlos de Artieda y sus hijos, y Arnaldo de Ozta, y contra el alcalde y jurados de Pamplona, con todos los demás de su confederación, los declaró por sentencia pública autorizada por el Rey, su padre, que pronunció el Real Consejo, por reos de lesa ma- jestad, y como tales fueron condenados á muerte y á privación de honores y confiscación de sus bienes. Mas el Conde y los suyos en desquite de esto publicaron varios manifiestos contra los agramonte- ses, haciéndoles cargo de sus atentados y con especial ponderación de haber abierto la puerta.

16 Estos arrojos y otros repetidos en la guerra que se siguió die- ron motivo á que el rey D. Juan algunos años después publicase un rescripto donde se quejaba con muy sentidas y graves palabras del Conde de Lerín y de sus aliados. Decía en él que por asegurarse más ellos de la ciudad habían expelido de ella á los buenos vasallos y fie- les servidores déla Corona Real. Añadía: que tenían inteligencias con los enemigos de la Corona; pues con su favor y ayuda los gui- puzcoanos habían batido y derruido con artillería y otras máquinas de guerra las fortalezas de Larraún, Lecumberri, Leiza y Gorriti: y que, habiendo sido llamados diversas veces á cortes generales del Reino por la princesa Doña Leonor, nunca la habían querido obede- cer. Y que era tal su obstinación, que el príncipe D. Gastón, dese- ando por medios blandos reducirlos á la razón y á la obediencia, les había enviado á los infantes D.Juan y D. Pedro, hijos suyos y de la Princesa, para rogarles y persuadirles que se sujetasen al Rey; mas que ellos, menospreciando tan amigable y soberana representación,

Zurita lib. 19. cap. 15. fol. 223. refiere este caso muy climiuuto y trabucado.

REY D, JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. I9

nunca lo habían querido hacer. Sino que muy al contrario, después de haber despedido desairados á los infantes, para mayor injuria del Rey habían tomado muchas fortalezas que estaban en su servicio. Y que últimamente; habiendo tomado la mano el papa Paulo II para que viniesen á la razón, ellos para atropellar no solo los respetos hu- manos sino también los divinos, tampoco habían querido obedecer á sus mandatos ni á sus censuras. '^

ij El que más bien librado salió en esta ocasión fué Atondo, á quien el Rey, teniendo por g-ran servicio la malograda entrada que en Pamplona había procurado á las tropas de la Princesa, le hizo una insigne merced, cual fué: el que pudiese poner las armas Reales en el primer cuartel de su escudo para que juntas con las demás de su Ca- sa fuesen perpetua recordación de su lealtad y documento de que el amor grande á los Reyes es un nuevo modo de emparentar con ellos, A este honor añadió otras mercedes, que también á Ollacarizqueta hizo, de rentas perpetuas para ellos y sus legítimos herederos en sa- tisfacción de los daños que á sus haciendas habían resultado de su fidelidad.

§. IV.

ste mal suceso de Pamplona pasó afines del año 147 1 I y obligó á que la Princesa llamase al príncipe D. Gas-

¡tón, su marido, rogándole que cuanto antes diese la vuelta á Navarra, donde era muy necesaria su persona; no bastando la mano débil de una mujer para regir el timón de nave tan fracasada en un mar sumamente tormentoso. Eran menester grandes fuerzas para vencer las rápidas corrientes que había tomado la licencia y la desmesura délos vasallos; y así, juntó el Príncipe las que pudo de gente de guerra en sus Estados de[Francia para que estuviesen pron- tas á seguirle cuando las llamase. El se puso en camino por Junio del año siguiente de 1472, y llegando á Roncesvalles, le asaltó la enfer- medad, de la cual allí murió el mes siguiente de Julio, siendo de edad robusta y madura y la más proporcionada para remediar los males del reino de Navarra ,pues no pasaba de los cincuenta años; pero Dios, cuando por sus inescrutables juicios no quiere la prosecución de una obra, desaparece los instrumentos. Su'cuerpo fué llevado á ílortés, en Bearne, y se le dio digna sepultura en la iglesia de los Padres Do- minicos de aquella villa entre los de los señores de Bearne, sus ante- pasados.

19 Fué el conde D. Gastón uno de los príncipes más cabales de su tiempo en todas las calidades que hacen recomendables y dignos de imperar á los soberanos, como son: la hermosura del rostro, la

* De este tenor eran también otras muchas quejas del Eey contenidas en el mismo i"es« Cvipto expedido por él eu Zaragoza íi 18 de Diciembre del año de 1475.

20 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NA VARRA, CAP. IL

gentileza del cuerpo, la fortaleza del ánimo y la ciencia de la guerra. En todo lo cual no fué nada inferior al famoso D. Gastón Febo, Con- de también de Fox y marido de otra Infanta de Navarra. Entró en la sucesión del condado de Fox 3^ del señorío de Bearne por muerte del conde 1). Juan, su padre, siendo de catorce años aún no cumpli- dos, y gobernó estos Estados y los dependientes de ellos por treinta y seis años con mucha alabanza y gloria, que se extendió á los reinos vecinos de España y Francia. De las cosas que obró en España ha dado alguna luz nuestra Historia. De las obradas en Francia la díín copiosamente los historiadores franceses: y con mucha razón con- fiesan haberse debido en gran parte á su valor y buena conducta la expulsión última de los ingleses de la Gascuña y de la Guiena. Y en reconocimiento de las conquistas que el Conde había hecho de Tartas, San Severín y Dax, y para que acabase de domar el orgullo y potencia de los ingleses, le dio el rey Carlos Vil el gobierno abso- luto de la Gascuña. Él lo ejecutó felizmente después de haber dado repetidas muestras de su valor y desu prudencia, hallándose últimamen- te conelConde de Dunois en el sitiode Bayona, cu3^a conquista fué el último empellón que arrojó de Francia á los ingleses para nunca más volver á poner los pies en ella. En atención atan relevantes servicios 3^ á la soberana calidad de la Casa de Fox, le honró el mismo Rey con la alta dignidtad de Par de Francia, una de las doce primeras, y la misma de que gozaban los Condes de Tolosa antes que este conda- do se incorporase con la Corona Real, y con calidad de que quedase anexionada esta patria á la Casa de Fox y en juro de heredad para los sucesores del conde D. Gastón. También celebran mucho los mismos historiadores su destreza en jugar todo género de armas y en montar á caballo. Por lo cual se llevó siempre la palma en los tor- neos y juntas, en que se ejercitó mucho desde su juventud, y fueron preludios de sus combates y victorias en la guerra verdadera. Por su muerte y la sucedida antes de su primogénito D. Gastón entró en la sucesión de Fox y de los demás Estados adherentes su nieto D. Fran- cisco Febo, siendo de solos cinco años de edad: y quedó por tutora de este Príncipe y de la infanta Doña Catalina y por Gobernadora de dichos Estados en Francia la princesa Doña Magdalena, su madre.

§• V.

E''*^n medio de tantas penas no cayó de ánimo la Prince- sa Gobernadora; porque juntó cortes generales en Olite ^para el rcmcdio de tantos males. En ellas se trató prin- cipalmente de la recuperación de los lugares y castillos que tiránica- mente tenían ocupados los inobedientes. En las memorias que de es- to se hallaban se especifica que estaban apoderados de la fortalezas de Santacara, Caparroso y Milagro. A este fin se dispuso en estas Af^o Cortes levantar, y con efecto se levantó cierta gente de infantería y M7a caballería el año de 1472, y fué con condición y pacto expresado de

REY D. JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 21

que, recobradas dichas fortalezas, no pudiesen ser jamás enajenadas de la Corona Real. Lo cual juró la princesa Doña Leonor por y por sus sucesores sobre los evangelios, que la dio á adorar D. Nicolás de Dicastillo, Arcediano de la Valdonsella y Vicario General en sede vacante del obispado de Pamplona. Según parece, logró la Princesa la providencia tomada en estas Cortes, recuperando varios lugares. Uno de ellos fué la villa de Milagro, como consta por el privilegio que la misma Princesa le concedió á fines de este año, de que jamás pudiese ser enajenada de la Corona: y que si alguno quisiese con cualquiera pretexto enseñorearse de ella, se le pudiese resistir con armas: y celebra su grande fidelidad dando bien á entender que en esta ocasión ayudaron mucho sus vecinos á la expulsión de los re- beldes.*

2 1 No se descuidaba de su parte por este tiempo el Conde de Lerín, arrestado á todo. Luego que supo que venía con tropas á Nava- rra el príncipe D. Gastón, entró en gran cuidado; aunque esperaba componerse con él, como otras veces lo había hecho, informándole bien que los agramonteses eran los verdaderos enemigos de la Coro- na de Navarra, que querían pasase á manos extrañas quitándosela á él y á sus legítimos sucesores; y que por esto seguían tan ciegamen- te la voluntad del Rey, su suegro, cuyas máximas tenía bastantemen- te caladas el mismo Príncipe: y que á este fin traían tan miserable- mente engañada á la Princesa, su mujer. Pero después de sabida su muerte y cuan favorables habían sido á la Princesa viuda las cortes de Olite, aún fué mucho mayor el cuidado del Conde y de todos sus parciales.

CAPITULO IL

I. Guerra i>el Rey con el de Francia y sitio de Perpiñán. II. muerte del Rey de Castilla, segundo sitio de Perpiñán y paz con Francia. HI. Hazañas de varios navarros en

LA GUERRA CON FRA^NCA. IV. PRETENSIÓN DEL CONDE DE MeDINa'CELI AL REINO DE NAVARRA.

V. Varias memorias y refutación de Garibay. VI. Sínodo en Estella y pleito con el Obispo

DK Huesca. VII. Vistas sn Vitoria de los Reyes de Aragón y Castilla y efectos de ellas.

VIlí. Otras vistas en Tudela. IX. Renovación de los bandos de Navarra. X. Ideas del bey

D. Juan, muerte, elogio y sucesión.

§. L

"ientras que en Navarra estábala princesa Doña Leo- ^^^ ñor ocupada en hacer guerra álosBeaumonteses pa- ^*''* ,ra sacar de su poder las plazas que tenían usurpadas á la Corona, el re}' D.Juan, su padre, se halló metido en otra nueva

* Hiíllase este privilegio en el archivo de la misma villa, y es dado en Olite por la princesa Doña Leonor á 5 de Noviembre de 1472 , y está confirmado por los reyes D, Juan de Labrit y Doña Catalina, año 1497 y por el emperador Carlos V, año 1520.

22 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

guerra en Cataluña, y fué con el Rey de Francia en el condado de Rosellón. Sobre la causa y justicia de esta guerra andan muy encon- trados los historiadores franceses y españoles, justificando unos y otros su parte y cargando la contraria. Lo que todos confiesan es que, estando el Rosellón en poder del Re}' de Francia en empeño por los trescientos mil escudos que prestó al de Aragón para la recuperación de Cataluña, los franceses, dueños del Rosellón, trataban con tanta dureza y altivez á los paisanos, que se hicieron del todo insoporta- bles y que ellos acudieron al rey D. Juan pidiéndole que como á va- sallos suyos naturales les protegiese y sacase de tan pesado dominio. Pero, diciendo los nuestros que el rey L). Juan les exhortó á la pacien- cia y ala obediencia de los franceses por algún breve tiempo mien- tras él daba al Rey de Francia satisfacción de su deuda, ellos afirman que secretamente los instaba y animaba á la rebelión por parecería ser este el tiempo más oportuno para sacudir el yugo francés. Por- que el rey Luís XI se hallaba entonces muy embarazado y tenía di- vertidas sus fuerzas en la guerra con el Conde de Armeñac, con quien á este fin tenía el Rey de Aragón sus inteligencias, como también con el Duque de Borgoña, Carlos el Bravo, otro enemigo aún más cruel y más poderoso de la Francia. Con efecto: los de Perpiñán, villa ca- pital de aquel condado, dieron muestras de sublevarse contra los franceses, los cuales para asegurarse de todo insulto, desamparando la villa, se retiraron al castillo, y Juan Daillón Señor de Lau, su Go- bernador, despachó luego un expreso al rey Luís avisándole de esta novedad.

2 El Rey, que aún no había concluido la guerra con el Conde de Armeñac, usando de su sagacidad acostumbrada, envió dos embaja- dores al de Aragón para decirle que por el bien de la paz le proponía, ó que le pagase los trescientos mil escudos que le había prestado, ó que le diese en propiedad el condado de Rosellón: y cuando no le pluguiese venir en alguna de estas dos cosas, le diese fiadores en Francia para la paga eii plazos competentes. A los embajadores res- pondió el rey I). Juan que de presente no le era posible pagar á su Rey la cantidad que confesaba deberle y que mucho menos podía enajenar lo que pertenecía á la Corona Real de Aragón, Y por último, que no veía ser necesario darle fiadores en Francia cuando tenía acá tantos pueblos en prendas de aquel débito. A que añadió: que con vi- vas diligencias procuraría juntar cuanto antes todo el dinero para de- jarle cumplidamente satisfecho. Los embajadores franceses 'no vol- vieron nada contentos con esta, respuesta, aunque su Rey no espera- ba otra. Loque él esperaba era acabar con el Conde de Armeñac para ejecutar después lo que ya debía de tener bien pensado.

3 Estos negociados y dilaciones aumentaron la im{)aciencia de los vecinos de Perpiñán y encendieron más su odio contra los franceses; pero fué mu}^ á contratiempo. Porque el Rey de Francia acababa de debelar al Conde de Armeñac, despojándole de sus Estados y aún de la vida á él y á su hijo en esta guerra. Lo cual atribuyen muchos á castigo del cielo, bien merecido de este Conde, entre cuyas malda-

REY D. JUAN II Y DOÍÍA LEONOR GOBERNADORA. 23

des cuentan con horror la de haberse casado con una hermana suya; y lo que peor fué, sacando engañosamente dispensación del Papa para contraer este matrimonio: y no contento con esto, agravó el cri- men con la contumacia, no queriendo obedecer á las censuras del Papa, que luego que supo el caso le mandó salir del incesto. Pero Dios, que al cabo no sufre la impiedad de los desalmados confiados en su poder y en sus astucias, le privó de todo, queriendo que mu- riesen ahora desastradamente él y el hijo nacido del sacrilego matri- monio. Desembarazado, pues, de esta guerra el rey Luís XI, mandó al punto al Cardenal de Albi, General del ejército, contra el Conde de Armeñac, que sin dilación pásese con él desde la Gascuña al Rose- llón.

4 Los de Perpiñan, que lo entendieron, no solo por la fama sino también por el ánimo y coraje ma^'or de los franceses sitiados en el castillo, que al mismo punto comenzaron á batir con más vigor la vi- lla, acudieron al rey D. Juan, que á la sazón se hallaba en Barcelona, y le pidieron socorro, representándole el inminente peligro y cómo estaban con firme resolución de perder las vidas antes que sujetarse á los franceses. El Rey, que tenía mucha razón para estimar vasallos tan fieles, juntó la gente que pudo de infantería y caballería }'■ mar- chó con ella á Perpiñan, aunque en edad tan avanzada, que pasaba de los setenta y seis años. El amor á tan buenos vasallos hizo su ofi- cio, encendiendo sus helados miembros y cegando su entendimiento para no ver el evidente riesgo á que se exponía con cerrarse en una plaza que con poderoso ejército iba á ser sitiada, y en pártelo estaba ya con un fuerte castillo sobre sí. Luego que entró en Perpiñan pro- curó sosegar con buenas razones á los vecinos y persuadirles que se sujetasen al Rey de Francia, asegurándoles que muy en breve los sa- caría de su dominio por la vía jurídica, sin que fuese menester llegar á la violencia de las armas. Pero todo fué deshacer con una mano lo que con la otra hacía. Porque la presencia del Rey y el gran socorro que consigo había introducido en la villa les persuadía lo contrario y les hacía persistir con más firmeza en su empeño. De hecho comen- zaron á batir con más coraje el castillo y los franceses á defenderse y á tirar sobre ellos con el mismo ardimiento.

5 Llegó el año de 1474 y pareció sobre Perpiñan el ejército fran- año cés, que era muy numeroso. Aletió en el castillo un buen socorro de gente y de víveres, y luego tomó los puestos; de forma que quedó ro- deada de todas partes la villa, y estuvo estrechamente sitiada por es- pacio de cuatro meses, siendo memorables las hazañas que á compe- tencia obraron las tropas del Rey y los vecinos de la villa sin excep- tuarse de esta gloria hasta las mujeres y los muchachos que se ocu- paban con increíble fervor en cuanto se ofrecía, animándolos á to- dos el ejemplo del Rey, quien personalmente acudía á todo. Tuvo noticias de lo que pasaba su hijo el príncipe D. Fernando, Rey de Sicilia, que con la reina Doña Isabel, su esposa, residía entonces en Castilla, y al mismo punto juntó allí toda la gente de guerra que pudo, según el rebato del tiempo, y marchó con toda celeridad á Aragón,

147á

24 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

en donde y en Cataluña se le agregó mucha más: y aún de Navarra le envió un buen trozo de infantería bien ejercitada en las guerras pasadas, la princesa Doña Leonor, su hermana, siendo común la obli- gación y el empeño de sacar al rey D. Juan, su padre, del aprieto grande en que se hallaba. Con estos refuerzos pudo formar el Rey de Sicilia un ejército mayor en la reputación que en el número; aunque á la verdad no fué éste tan corto ni tan crecido el de los franceses, como algunos de nuestros historiadores lo hacen. Habiendo parado poco_ en Gerona, al marchar desde allí á Perpiñán llegó á los france- ses sitiadores su fama tan crecida y vigorosa, como suele después de largo viaje. Ellos creyeron que toda Castilla, Aragón y Navarra venía á combatirlos y levantaron el sitio aquella misma noche, y el día si- guiente yá pisaban el suelo vecino de Francia; aunque el castillo quedó siempre por ellos y bien guarnecido de gente y pertrechado de todo género de municiones.

6 Los vecinos de Perpiñán celebraron la retirada como victoria que les había dado el miedo de los enemigos. Mas el rey D. Juan con más prudencia al primer movimiento del ejército enemigo sospechó que marchaba al encuentro de su hijo el Rey de Sicüia para darle ba- talla, y al punto le despachó correos para que estuviese bien preveni- do. Pero luego que supo con certeza que era fuga, salió dos leguas de Perpiñán á recibir á su hijo, quien, adelantándose con los ginetes, corrió á arrojarse á los brazos de su padre: y después de un breve ra- to dado á las expresiones de su amoc. recíproco y á las de la gratitud y del respeto, fueron juntos á Perpiñán. El rey D. Juan volvió á ex- hortar y aún á mandar á los vecinos que volviesen á la obediencia del Rey de Francia, pero en vano. Porque respondieron con toda re- solución que primero se dejarían matar: y que de otra suerte les die- se otras tierras donde vivir ó hcencia para desnaturalizarse de la Co- rona de Aragón para ir á regiones extrañas. Vista su resistencia, les dejó por capitán general á D. Luís de Requesens: y con el rev 1). Fernando, su hijo, dio la vuelta á Barcelona, de donde despachó por embajadores al Rey de Francia al Conde de Cardona y de Pra- désy al Castellán de Amposta á fin de componer amigablemente ne- gocio tan enmarañado, quedando primero establecida una tregua de seis meses.

7 La embajada y la tregua fueron de muy poco efecto. Porque todo se pasó en demandas que los embajadores hicieron á los minis- tros del Rey, ausente de París, señalados por él para oírlos, y en res- puestas que estos les dieron, y muy poco extenso refiere Zurita. * Co- hgiéndolo de los mismos hechos, algunos qui.^ieron decir que todo fué dar largas y buscar artificios los dos lleyespara engañarse el uno al otro. Que la intención del Rey de Francia fuese ésta' lo manifiesta una carta suya escrita por este tiempo á Juan, Señor de Lau, Gober- nador de la guarnición francesa del ca.stillo de Perpiñán, en respues-

Zurita Anal, de Arag. lib. 19. cap. 2. fol. 20G y cu los siguientes.

REYD.JUAXIIY DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 2$

ta de otra que le había escrito, tachando la poca sinceridad del Rey de Aragón y de sus consejeros. Esta carta la pone á la larga Pedro Mathei en la Historia de Luís XI. Contentarémonos con referir pocas líneas, pero las bastantes para que se haga concepto del modo que corrían las cosas. Es menester, le dice, qtte Yo haga el papel de maestro Luis y que Vos hagáis el de maestro Juan: y pites que ellos nos tiran á engañar, demos bien á entender que nuestra habilidad es mayor que la suya. Por lo que á toca, Yo los entretendré has- ta la primera semana de Mayo y entretanto podréis partir. El su- ceso correspondió á esta máxima. Porque con algún pretexto hizo el rey Luís detener en León á los embajadores de Aragón, atrope- llando el derecho de las gentes, y espirada la tregua antes de entrar en la negociación, dio ordenes muy apretados para que su ejército, que había quedado acuartelado en el territorio de Xarbona, después de bien reclutado y aumentado de nuevas tropas volviese á sitiar á Perpiñán con mandato expreso á capitanes y soldados de no volver el pie atrás hasta rendir la plaza, sopeña de perder las vidas, para que la constancia presente borrase la infamia de la pasada ligereza.

§. n.

ucho pudiera desconsolar esta noticia al rey D. Juan si las penas no se ahogaran en los gozos. Hallábase .en la dulce compañía de su hijo y valiente libertador D. Fernando, Rey de Sicilia, y al mismo tiempo tuvo el gusto más de- seado con la nueva de haber heredado los reinos de Castilla por la muerte de su cuñado el rey 1). Enrique, que acabó sus días llenos de trabajos y de ignominias en la villa de Madrid por Diciembre de este año. En el cual murió también el Maestre de Santiago, Marqués de Villena, algunos meses antes. Al mismo punto que él espiró despachó la princesa Doña Isabel, Reina propietaria de Castilla, un gentil-hombre al rey D. Fernando, su marido, que aún se detenía en Aragón, llamándole á toda prisa al consorcio de la Corona hereda- da. Y así lo ejecuto él sin perder tiempo, partiendo por la posta á Segovia, donde fué alzado por Rey de Castilla y de León y dejándo- le al rey D. Juan, su padre, sobrado consuelo de su ausencia en la misma causa de ella. Mas como esta vida es una serie sucesiva de gustos y de pesares, como el tiempo con quien ella se mide lo es de días y de noches, muy presto sucedieron los cuidados.

9 Entró el año de 1475 y el ejército francés puso segundo sitio á año Perpiñán, habiéndose apoderado primero de la villa de F^lna, y coji- ^^^^ do todas las avenidas para que de ninguna parte le pudiese entrar spcorro. El Rey no estaba en disposición de dárselo, y tampoco lo podía esperar del nuevo Rey de Castilla, su hijo, que nesecitaba de todas sus fuerzas y aún había menester de reserva las de Aragpn para asegurarse en el trono, desde luego combatido por los parciales de Doña juana, hija legítima del difunto rey D. Enrique, como ellos

20 LIBRO XXXIII DÉLOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

mantenían, y él lo había declarado. Por lo cual el rey D. Juan se vio precisado á dejar á los de Perpiñán encomendados á su propia fidelidad y valor y apoyados solo en él, aún cuando el amor bien debido que les tenía y su mismo punto por las dobleces del Rey de Francia le obli»-aban más á defenderlos. Por esto los franceses, no queriendo medir las armas con el odio y desesperación de los sitia- dos; y conociendo que estaban destituidos de todo socorro, resolvie- ron contra su cólera natural hacer el sitio con gran flema. El duró ocho meses sin que ni de una ni otra parte hubiese hechos sobresalien- tes de guerra. Solo valió por muchas hazañas la paciencia y constancia de los sitiados peleando casi por todo este tiempo contra el hambre, que muy presto vino á ser tan extrema, que comieron los animales, que solo ella puede dejar de mirar sin asco, y sin horror llegaron á ser r;osa de regalo los cuerpos de los franceses que en algunos reen- cuentros mataban, y aún los de los españoles que por ellos eran muertos ó se morían de enfermedad: y lo que es más, se refiere hubo madres que se comieron sus propios hijos. Últimamente: reducidos á la mayor miseria ó á la que no se vio igual en el mundo, y avisados repetidas veces de su Rey que no tenían que esperar socorro de él y que en todo caso se rindiesen, lo hubieron de hacer así, entregán- dose á discreción; aunque temerosos de que la ira de los enemigos acabase en sus vidas lo poco que les faltaba qué hacer á su ham- bre. Pero hallaron todo lo contrario. Por que los franceses, estima- dores siempre del valor, donde quiera que él se halle, los recibieron con generosa benignidad, perdonando á los vecinos los excesos pasados de su odio y manteniéndolos en sus privilegios y conce- diendo á los soldados presidiarios el honor militar de salir libres con sus armas.

10 Luego se trató de la paz entre los dos Reyes. Y el de Francia llamó á París á los embajadores de Aragón, detenidos en León para la conclusión del tratado que firmaron también en nombre de su Rey y fueron magníficamente recibidos y muy festejados por el de Fran- cia, que era muy cumplido después de hacer su negocio. Dióles dos tazas de oro estimadas en tres mil y docientos escudos; y para hacer ostentación de su potencia, quiso que delante délos embajadores se hiciese una muestra en que solo entrasen vecinos de París. Contá- ronse en ella ciento y cuatro mil hombres bien armados y vestidos de nuevo, todos de una misma librea, que era de casacas rojas con cruces blancas al pecho. El rey Luís logró su intento. Porque los embajadores de Aragón formaron alto concepto de la potencia de Francia, viendo que en sola una ciudad había tan inmensa copia de gente capaz de tomar armas: y quizás la relación que ellos hicieron al Rey ,su amo, fué causa de irse con más tiento en hacer guerra al francés, aunque no le faltaron motivos para volver á romper con él.

DEL REY D. JUAN 11 Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 27

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Hémonos propasado algo en el tiempo por dejar con- cluida la guerra de Rosellón. En la primera parte de ella se señalaron mucho algunos navarros, como el condestable Mossén Fierres de Peralta, de quien se celebra mucho peraita. la fineza de haber ido desde Navarra á Perpiñán á toda diligencia, con ser muy viejo, al punto que supo estar el Rey sitiado de los franceses en aquella plaza y en tan conocido peligro de caer en sus manos. Kra grande el amor que al Rey tenía, y sabía bien cuan bien se lo pagaba. Con que no le permitió el corazón dejarle de acompa- ñar y asistir en su mayor trabajo. Mas habiendo llegado cerca, halló impenetrables los pasos para meterse en la plaza por estar entera- mente cogidos por el ejército enemigo. Era tan sagaz como valiente é intrépido, y discurrió una raza bien rara; que fué vestirse de Re- ligioso de S. Francisco: y como muy práctico en la lengua y cos- tumbres francesas, tomó el camino por la parte de Francia. Y fin- giendo que venía de allá, se metió en el ejército francés. Allí estu- vo esperando alguna buena ocasión para lograr su intento. No tardó en venírsele á las manos. Porque, habiendo hecho una salida los nues- tros, hubo un reencuentro en que cayó de su caballo un francés mal herido, y él corrió como para asistirle y confesarle; mas, dejando la confesión, que no le tocaba, se metió entre mucha caballería, y con ella dentro de la plaza. Fué extremo el consuelo que el Rey tuvo de verle y grande el alivio de su compañía, habiendo llegado oportu- nísimamentemuy á los principios del asedio: y así, pudo serle de mu- cho servicio, especialmente para negociar los socorros que á todas partes se pedían. Y es muy verosímil que á su solicitud se debió principalmente el que envió de doscientos caballos escogidos el Ar- zobispo de Toledo con D. Troilo Carrillo, su hijo y yerno de Mossén Pierres.

12 También se distinguieron en esta guerra los dos caballeros hermanos, Beltrán y Juan de Armendáriz, obrando con extremado esfuerzo y valor en diversos reencuentros que tuvieron con los ene- migos: y siendo su buena conducta muy importante para detener el furor de los enemigos por mucho tiempo con las frecuentes salidas que hacían con sus compañías de caballería. En una de ellas quedó prisionero Juan de Armendáriz y fué muerto luego bárbaramente contra las leyes de la buena guerra. El Rey sintió tanto este desmán, que castigó rigurosamente á algunos franceses de distinción que tenía prisioneros, mandando que fuesen degollados públicamente. Los ca- bos franceses se excusaron cortésmente con él, enviándole á decir que el caballero Armendáriz haLía tenido la desgracia de caer en manos de una vil canalla, que en eso únicamente había consistido la villana crueldad de matarle, y le suplicaban humildemente no pa- sase adelante el rigor. Con esto se satisfizo el Rey y la guerra prosi- guió con mas cortesía y regularidad de ambas partes.

28 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DK NAVARRA, CAP. 11.

e Liando de ella volvía tan aplaudido y exaltado el Rey cilia para serlo de Castilla, como dejamos dicho, se detuvo dos días en Almazán á causa de las di- zurita. sensiones de Castilla, donde los señores estaban muy divididos, que- riendo unos por reina á Doña Isabel y otros á Doña Juana. Todos querían aprovecharse de la ocasión y sacar sus ventajas, haciendo opinión probable de la fidelidad. Con este fin le envió á requerir allí el Conde de Medina-Celi con una cosa, no de las comunes como los otros grandes, para que le hiciese merced de una ciudad ó villa; sino para que le diese favor en orden á proseguir su derecho ala sucesión del reino de Navarra, que decía pertenecer legítimamente á la con- desa Doña Ana de Navarra, su mujer, hija del príncipe D. Carlos }'• de Doña María de Armendáriz, Señora de Fíerbinzana. antes ha- bía puesto el Conde demanda al reino de Navarra por este derecho de su mujer, alegando ser ella legítima sucesora de su padre el Prín- cipe de Viana: y lo fundaba en una cédula que decía haber dado el príncipe á Doña x^Iaría de Armendáriz, de recibirla por mujer si tu- viese alguna criatura de ella: y también exhibía un testamento escri- to de mano del Príncipe, en el que dejaba por heredera del reino de Navarra, hija suya y de Doña María de Armendáriz. Juntamente con esto mostraba cierto proceso de un juez apostólico sobre la legitima- ción de la condesa Doña Ana; para lo cual había sido citada la infan- ta Doña Leonor, Princesa ahora y Gobernadora del Reino: y por sen- tencia que se dio se declaraba por legítima y heredera la condesa Aijon- Doña Ana. El que ahora hizo este requerimiento al Rey de parte del de Pía- Conde fué Francisco de Balbastro, Secretario del de Aragón, su padre, cencía. ^ ^^^ antes lo había sido del príncipe D. Carlos: y se interesaba mu- cho en esto i)or haber casado después de su muerte con Doña Ma- ría de Armendáriz. Paramas estrecharlo se valió de las amenazas, di- ciendo: que no se maravillase el Rey si viese seguir al Conde otros caminos, no dándole ningún favor en lo tocante al derecho de su matrimonio, cuando debía ser preferido á los de la Casa de Fox, sien- do ellos franceses y él de la Casa Real de Castilla. Como cada uno se vale de lo que más á cuento le está para hacer su negocio, no se acordaba el Conde (como pudiera con mucho honor) de que también era descendiente, y por varonía, de la gran Casa de Fox y de Bearne, sup 1 y ^^^^ proponía serlo de la de Castilla, de la cual descendía legítima- 3. cap. 9 mente y de la Real de Francia por hembra, como dijimos. Y este era un fuerte torcedor en la presente situación de cosas, pudiendo muy bien sacar la cara á la pretensión de los reinos de Castilla.

14 Después de eso, el rey D. Fernando no hizo mucho aprecio de este requerimiento del Conde por saber que este era pleito venci- do por la princesa Doña Leonor, su hermana, habiendo ella alegada entre otras cosas que el príncipe D. Carlos había hecho después otro

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testamento y en él había revocado todos los demás y dejado por he- redera y sucesora en el reino de Navarra y en todos sus derechos á la princesa Doña Blanca, su hermana mayor, á quien ella como in- mediata debía suceder: y así estaba determinado. A esto se añadía que el Rey daba poco crédito á los papeles presentados por Balbastro, á quien muchos tachaban de poco fiel. Pero lo cierto es que el Rey de Aragón luego que se informó del caso, como hombre maduro, entró en cuidado: y procuró con su hijo el de Castilla que no tuviese descontento al Conde y que la favoreciese todo lo posible en otras cosas por lo menos, que en ésta no podía ser por lo mu- cho que importaba su casa.

§• V.

lueron notables los sustos que el rey D. Fernando I tuvo para asegurarse en el trono de Castilla, no solamen- te después de heredado, sino también antes; pero todo lo venció su grande capacidad é industria, valiéndose del consejo del rey D. Juan, su padre. Y no debemos pasar en silencio por la cone- xión que tiene con nuestra Historia, el que una y otra vez tuvo algu- nos años antes. Habíase desposado la Princesa de Castilla, Uoña Jua- na, con Carlos, Duque de Guiena, hermano del Rey de Francia y de la princesa Doña iMagdalena, madre de nuestro rey D. Francés Febo. Este desposorio fué celebrado con grande solemnidad en el valle de Lozoya, entre Buitrago y Segovia, asistiendo el Cardenal de Albi, F^mbajador de Francia, con otros grandes señores franceses y el rey D. Enrique y la Reina con el Maestre de Santiago y otros muchos señores castellanos. Los Reyes juraron ser hija suya la princesa Doña Juana y los grandes la juraron consiguientemente por princesa y heredera de aquellos reinos, como también los procuradores de al- gunas ciudades: habiéndose declarado primero que la princesa Doña Isabel, casada con el Rey de Sicilia y jurada antes por heredera, de- bía, según las leyes del R.eino, quedar privada del derecho que po- día tener en virtud de su jura; por haber jurado también ella no casar- se ni ordenar cosa en este punto contra la voluntad y mantenimien- to del Rey, su hermano, y no haberlo cumplido. Pero después de tantas solemnidades y precauciones no tuvo efecto este matrimonio; porque el desposado Duque de Guiena cuidaba poco de su cumpli- miento, siendo su pretensión casar con la hija heredera de Carlos, Duque de Borgoña, con quien estaba convenido sobre este punto y estrechamente aliado contra el Reyde Francia, su hermano, entran- do con ellos en la alianza el Duque de Bretaña. Esta fué una de las mayores tempestades que jamás tuvo sobre el re}' Luís XI. Pero como tan sabio en conjuros políticos, la desvaneció muy á prisa; porqué el Duque, cuando más empeñado y rabioso estaba contra el Rey, su hermano, vino á morir de veneno que él le hizo dar.*

Comúnmente dáu por autor de este veuono al Rey Luís; y Moiisiur de Varillas con bien no- tables circunstancias en su Hist. lib. i.

30 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

1 6 Con esto acabó de salir el rey D. Fernando del cuidado en que este desposorio le había puesto. Pero no tardó mucho á entrar en otro, y fué: el haber entendido que el Maestre de Síintiago, D. Juan Pacheco, deshecha del todo esta boda, trataba de casar á la prince- sa Doña Juana con el infante D . Enrique de Aragón, su primo, á quien llamaron el Infante Fortuna. Al punto dio aviso ¿i su padre para que pusiese remedio por hallarse el Infante en Aragón con su madre la infanta Doña Beatriz Pimentel. El rey D.Juan no lo creyó, teniéndolo por una de las quimeras del maestre D. Juan Pacheco, y respondió á su hijo que de ninguna manera se podía persuadirá que fuese verdadera. Y para aquietarle y desengañarle, entre otras razo- nes que le escribió, dice Zurita. Llegó á confesar el Rey qite se acor- daba que la prisión del Principe de Viana^ su liermano. la liizo con- tra su vohintad y la difirió por muchos días hasta que el Almiran- te de Castilla^ abuelo del principe D. Hernando^ su hijo^ le había enviado á decir con iin hijo de Juan Carrillo^ que sin duda nijigu- na el Principe de Viana tenia su trato de casamiento con la prin- cesa Doña habel^ qiie ahora era su mujer, y que luego se liabia de ir para Castilla y con el favor del rey D. Enrique encender en des- poseerle de los reinos. Mas no queriendo él dar crédito á ninguna cosa de estas, la Reina, su madre le fué casi llorando sobre ello; porque no quería dar féá lo que el Almirante.^ su padre., le afirma- ba., y que supo el Rey después que no era verdad., y por aquel respe- to mandó prender al Príncipe: y cuántas y qué tales cosas se signie-

zuxi. ron de aquel principio lo podia considerar. Esto dice Zurita^ y ^2 f^j¿'¿ nos ha parecido no omitirlo por ser en tanto abono y desagravio de la inocencia del desgraciado Príncipe de Viana. Mas en este otro ca- so después se vio que el rey D. Fernando no estaba tan engañado como le parecía á su padre; porque el Infante Fortuna partió de allí á un año á Castilla acompañado de su madre para la conclusión de esta boda, á que estaba muy inclinado el rey D. Enrique; pero se ha- lló muy burlado por las marañas del Maestre de Santiago, que fué quien le llamó, y al cabo deshizo lo que nunca tuvo intención verda- dera que se hiciese, con grande agravio y escarnio del Infante, que muy lejos de ganar nada en Castilla estuvo á pique de perder todo lo que en Aragón tenía, habiéndole confiscado de hecho todos sus Es- tados.

17 En el tiempo de la guerra de Rosellón, en que tan embaraza- do estuvo el rey D.Juan, no se halló menos envuelta en las discor- dias civiles de Navarra su hija la Princesa Gobernadora: cuyo cuida- do y ansia grande era sujetar al Conde de Lerín y sacar de su poder á Pamplona y los demás lugares del Reino, que siempre ocupaba. A este fin se valió de los agramontesesy de su caudillo, Mossén Pie- rres de Peralta, que ya había vuelto de Cataluña, y sin duda bien re- comendado del Rey. Así esto como la necesidad presente de su per- sona la hacía olvidar el agravio pasado recibido en la muerte del obispo Chávarri. Pero lo erró mucho; pues fué para irritar más al Conde de Lerín cuando él estaba tan poderoso, que no solo podía

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estarse en la defensiva, sino invadir también las plazas que se man- tenían en la obediencia del Rey y de la Princesa. Y así, puso sitio el año de J474 á Mendigorría, que era una de ellas. En el archivo de la misma villa se halla un instrumento original que hace manifiesto el grande valor y suma fidehdad desús vecinos en esta ocasión. Porque en él se refiere que por más de dos meses tuvo sitiada á Men- digorría D. Luís de Beaumont, Conde de Lerín, con todos sus herma- nos y adheridos: y que les había derribado como noventa ó cien ca- sas del arrabal y dos arcos de la puente para estrechar más el sitio: y durante él, juntándose por mstigación del dicho Conde las villas de la Puente, Larraga, Artajona, Mañeru, Ovanos, Aniz y Cirauqui, que eran de su séquito, les habían talado los campos y hecho como trece mil florines de daño; hasta que la misma Princesa en persona vino acompañada de Mossén Pierres de Peralta con todos los demás parientes suyos y los otros de la obediencia del Rey y suya á descer- car la dicha villa. Y por cuanto los vecinos de ella habían sido siem- pre fidelísimos, y especialmente en la presente ocasión, les concede muchísimos términos de las villas nombradas y les el goce, pose- sión y propiedad de ellos á perpetuo, ó por lo menos hasta que se sa- tisfagan de toda la suma dicha de los daños. Y promete que no hará paz ni capitulación de concordia hasta que Mendigorría quede satis- fecha.

18 El año siguiente de 1475 creció el río Ega tan desmesurada- mente, que la inundación destruyó casi la mitad y mejor parte deE^s- tella. Y la Princesa, que á la sazón se hallaba en Tudela, atendiendo á la grande diminución de pueblo tan considerable, relevó á sus ve- cinos de la mitad de los cuarteles por diez años, de cualquiera mane- ra que los concediesen los Estados del Reino: añadiendo á eso que de las ciento y sesenta libras y diez sueldos carlines que cada año pagaban no pagasen por los diez siguientes más de ochenta libras y cinco sueldos carlines. Y en la carta de esta equidad, dada en Tudela á 22 de Diciembre de 1475, manda á Juan Sainz de Berozpe, teso- rero general del Reino, y á Juan de Beárin, recibidor déla merin- dad de Estella, que no los constriñan á pagar más: y á los oidores de cómputos, que les rebatan á los dichos la dicha suma. De esta suerte mezclaba la Princesa las atenciones políticas con las militares, dando providencia á todo con muy particular solicitud; aunque con poco efecto, por estar siempre viva la guerra y más vivos cada día los odios de los que la hacían.

19 Así corrían las cosas en Navarra cuando llegó á Vitoria el nue- vo Rey de Castilla, D. Eernando, para oponerse personalmente al ejército que este año por el mes de Abril había enviado el Rey de Francia contra Fuenterrabía, conducido por Amaneo de Albret, ó La- brit (como acá pronunciamos) cuyo hijo vino á reinar poco después en Navarra. Esta diversión de armas quiso hacer el rey Luís XI de Francia en favor del rey D. Alfonso de Portugal, que estaba muy em- peñado en mantener el derecho pretendido á los reinos de Castilla de su sobrina la princesa Doña Juana, con quien estaba ya desposa*

ASo

1475

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do, y ocupaba buena parte de ellos y hacía cruda guerra á los reyes D. Fernando y Doña Isabel. Entró fácilmente en esto el Rey de Fran- cia por el odio grande que con ocasión de lo pasado en Perpiñán ha- bía concebido contra los aragoneses. Y de aquí nació el acabarse de romper del todo las alianzas que entre Francia y Castilla habían du- rado desde tiempo inmemorial hasta entonces. Los franceses hicieron flojamente la guerra en Guipúzcoa como desusados á mover las ar- mas contra cosa tocante á Castilla. Y aunque por dos veces sitiaron á Fuenterrabía, ambas á dos levantaron el sitio con poca causa y me- nos reputación, contentándose el beñor de Labrit con dejar en los incendios de la iglesia parroquial y muchas casas del valle de Oyar- zun y de casi toda la villa de Rentería algunas tristes señales de haber pisado con ejército poderoso el suelo de España. Habiendo, pues, venido con esta ocasión el re}^ D. Fernando á Vitoria, el Conde de Lerín le envió unos caballeros de su séquito para darle la bien- venida.

20 Este acto de pura cortesía, y debido especialmente del Conde por estar casado con su hermSna, lo refiere y lo interpreta siniestra- mente el historiador Garibay, quien se deja decir: que fué para im- plorar su protección^ entregándole cuanto en Navarra tenía usur- pado á la Corona Real, como eran Pamplona y otras muchas pla- zas: que el Rey estimó la oferta y buena voluntad del Conde; pero que respondió sabiamente que él no pretendía lo ajeno: que el reino de Navarra pertenecía de derecho á la princesa Doña Leonor^ su hermana] y después de ella á su nieto de ella D. Francisco Febo^ Conde de Fox y Señor de Bearne. Y que su deseo solo era de com- poner los bandos y enemistades sangrientas que en este reino Jiabia. Últimamente concluye con decir: Con tan santos deseos de justo y católico Principe, que lo ajeno no pretendía, recibió D. Fernando, Rey de Castilla, á los caballeros de Navarra. Lo cual es grande argumento y evidencia de lo futuro, que cuando conquistó á Nava- rra en el tiempo que adelante se señalarci,fué con legítimas ocasio- nes que para ello tuvo; pues aliora queriéndole darla ciudad de Pamplona con otras villas y fortalezas del Reino, no quiso recibir nada,

21 Alabáramos en Garibay la prevención de fidelidad á su Rey sino fuera afectada, y lo que peor es, contra toda verdad; porque, como escribe Zurita con su exacción y sinceridad acostumbrada, pasó todo lo contrario, Y fué así: que el Rey de Castilla durante el sitio de Fuenterrabía tenía deliberado irse á poner sobre Pamplona porque esta ciudad no parase en poder del Rey de Francia y por ase- gurarse también de las otras villas y fortalezas que tenía el Conde de Lerín. Aunque no lo ejecutó; porque tuvo modo para que el Conde fuese á él á Vitoria. Y con esto se aquietó y se aseguró de que el Rey de Francia no tendría parte ninguna en el reino de Navarra, de lo cual se tuvo harto temor. Y ¿qué tiene que ver esto con la grande templanza que Garibay pondera del rey D. Fernando? Y cómo se compone con la oferta que (como él dice) le hizo el Conde de Lerín

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de Pamplona y las demás villas usurpadas? Si al mismo tiempo tuvo el Rey resolución de quitárselas por fuerza por el temor de que el Conde admitiese en ellas al francés. De lo cual estaba muy lejos, como él aseguró al Rey, y le dejó enteramente satisfecho, manifes- tando siempre que su ánimo era de que estas plazas no viniesen á manos de príncipe extraño sino que parasen en las del heredero le- gítimo del Reino.

22 Por este mismo tiempo intentó el rey D. Fernando dar al Conde de Medina-Celi la villa de Losarcos y alguna otra en Navarra, de lo cual le mostró gran sentimiento el rey 1). Juan, su padre, porser en agravio de la princesa Doña Leonor. Y esto no tanto por la pre- tensión del Conde al reino de Navarra, que ya estaba desvanecida, sino porque así quisiese desmembrarlo, como si fuera dueño de él: y era insuficiente la respuesta que á esta queja del Rey, su padre, dio el de Castilla, diciendo: que lo hacía por traer á su partido al Conde como él se lo había encargado; pues se debía entender que fuese la remuneración en cosas de Castilla. Y así, no pasó adelante en este tratado. Pero en él mostró demasiado que no era tan templado su ánimo ni tanta la justicia que, según Garibay, quiso hacer á la prin- cesa Doña Leonor, su hermana. El Conde de Lerín estaba á la sazón en tanta pujanza, que antes el Rey de Castilla le había menester con- tra el de Francia, como se ha visto: y cuando estaba para venir á Vi- toria, le fué á buscar á Salamanca el condestable Mossén Pierres de Peralta para pedirle favor contra los beaumonteses. Que es señal ma- nifiesta de no estar sus fuerzas tan postradas como este autor su- pone.

23 Pero aún no es esto en lo que más claramente se aparta de la verdad. Porque dice que el año siguiente de 1477 envió el rey D. Juan un capitán suyo al Conde de Lerín con grandes firmezas y seguridades para que pasase á Zaragoza. A donde dice que fué muy prevenido, dejando los pueblos y fortalezas de su parcialidad á gran recado y con mucha gente de guerra: y que, habiendo llegado d aquella ciudad, le salió el Rey á recibir y le dio paz: y que después trató el Rey con el Conde de los medios de la paz y tranquilidad de Navarra: y siendo perdonados todos los casos pasados, para mayor firmeza de todo dio el Rey al Conde por mujer á su hija Doña Leo- nor de Aragón y se concluyó la paz. Esta paz no se concluyó en Za- ragoza sino en Tudela, á donde vino el Rey: y el casamiento fué siete años antes, como queda dicho. Llanos parecido dejar advertido esto

por andar muy viciada nuestra Historia en estaparte, especialmente 9. cap.'?! por este autor, á quien de muy buena gana seguimos cuando hace- P'^"* mos juicio que no se aparta del camino derecho. *

24 Lo que debemos confesar es que después de todo esto el rey D. Fernando hizo sus buenos oficios para poner paz entre beaumon-

* Eu esto seguimos á Zurita, Mariana y otros, fuera de muchas memorias fidedignas qué tenemos.

Tomo yii. 3

34 LIBRO XXXni DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

teses y agramonteses. A este fin llamó á Vitoria á los caudillos de los dos bandos. El Conde de Lerín y Mossén Fierres se vieron con esto obligados á ir allá, no solo por la atención debida al Rey, sino tam- bién por dar satisfacción al pueblo, que de otra manera les cargaría la culpa de las calamidades públicas por ver que se resistían al re- medio de ellas. Mas no lo pudo conseguir del todo aquel Rey, y en nada se conoció tanto lo daííado de sus corazones como en no haber podido curarlos un tan sabio médico. Aunque para no quedar infa- mada tan soberana medicina, ya que no pudo reducirlos á una paz sincera, les hizo venir en una tregua, durante la cual se abstuviesen de toda hostilidad: y juntamente compuso algunas de las diferencias que entre tenían. Lo cual vino á ser una importante disposición pa- ra la paz que después se siguió.

25 La tregua á que el rey D. Fernando redujo á los beaumonte- ses y agramonteses no tuvo el efecto deseado; porque se quebrantó una y otra vez después de haberse renovado. No es fácil de averiguar cuál de las partes tuviese la culpa. Y solo es cierto que la una se la achacaba á la otra. Y no sería juicio temerario el decir que no care- cieron de ella los dos Reyes, padre é hijo; porque el de Aragón esta- ba inclinado á los agramonteses y el de Castilla á los beaumonteses: y esto les daba avilantez para sus desmanes. Causaría admiración que, estando tan unidos, se opusiesen en cosa de tanta importancia si no se supiera lo que puede la pasión. El padre era, y siempre había sido, excesivamente apasionado de Mossén Fierres: y el hijo tenía aversión á este sujeto por ser consuegro y amigo muy íntimo del Arzobispo de Toledo, quien entonces era su mayor enemigo y más principal fautor del Rey de Portugal, su competidor á la corona de Castilla. Des- pués de eso fueron tales los clamores de la princesa Doña Leonor y de muchos navarros celosos, que determinaron los dos Reyes juntar- se en Vitoria para poner remedio á tantos m.ales. Mientras llegan, bien será, que digamos el estado que tenían en tiempos tan revueltos las cosas eclesiásticas en Navarra.

I a sede va seis años ^'

§. VI.

cacante de la Iglesia de Pamplona duró más de I seis años desde la muerte cruel del obispo D. Nicolás de 1478 f\ ^É'^hr'irri hasta este de 1476 en que, según el

cómputo más cierto, eíitró á ser obispo D. Alfonso Carrillo, sobrino del Arzobispo de Toledo y hermano del Conde de Buendía; y no hijo del Arzobispo como algunos quieren decir. * Como quiera que fuese, él dio desde los principios muestras de ser un gran prelado por su grande capacidad y mucho celo; como se vio en el sínodo que el año siguiente á 17 de Noviembre congregó en Estella, en que se ordena- ron muchas cosas conducentes al buen gobierno del obispado, ladis-

Sandóbal le hae« hijo; pero Zurita y Mariana, ¡sobriao, con más acierto á nuestro parecer,

REY D.JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 35

ciplina eclesiástica y á las buenas costumbres, estando todo muy es- tragado con la licencia de las guerras civiles y falto de reparo por la débil autoridad de tan larg-a sede-vacante.

27 Pero cuando más empeñado estaba en el cumphmiento de su cargo embarazó sus operaciones un pleito que luego se atravesó de grande consecuencia. Y fué: que el Obispo de Huesca, D. Antonio Espés, y su cabildo contra toda justicia se apoderaron del arcipres- tazgo de la Valdonsella, sito en el reino de Aragón, pero pertenecien- te al obispado de Pamplona con toda certeza desde la restauración de España. Como consta por los privilegios de nuestros primeros Reyes, que desde las montañas de Jaca comenzaron á recuperar la tierra, lanzando de ella los moros. Y no es inverosímil la conjetura de que los obispos de Pamplona estuvieron en esta posesión desde sando» que se hizo la primera partición de la diócesis en el concilio Niceno. ^"* Los de Huesca sin más razón que la voluntaria y aparente de estar la Valdonsella fuera del territorio de Navarra, tomaron este negocio con tanto empeño y fervor, que obligaron al obispo D. Alfonso á ir á Roma, donde estaba pendiente el pleito. El duró por muchos años. Y el Obispo, juzgando ser allí necesaria su persona para el buen su- ceso, aunque hacía suma falta en su diócesis, se detuvo largo tiempo en Roma, donde el año de 1491 murió con el desconsuelo de no de- jar fenecida la causa después de tan larga ausencia. En ella gobernó el obispado como vicario general suyo Pedro de Araburz, Bachiller en Decretos, Abad de Garde. Los tres obispos que se siguieron, Bor- ja, Antonioto y Gaccio, que también estuvieron ausentes, aunque no con motivo tan justo, solo trataron de percibir los frutos del obispa- do sin querer cultivar la tierra que los daba: y así, abandonaron la prosecución de esta causa, que quedó suspensa hasta que algunos años después sucedió en la silla de Pamplona Amaneo de Labrit, her- mano del rey D.Juan Hf, á cuyo buen celo se debió la feliz conclu- sión de ella.

§. VIL

Partieron, pues, los dos Reyes á Vitoria, el padre desde Barcelona y el hijo desde la Andalucía, á donde había ido á componer grandes negocios á tiempo que su ejército tenía sitiada en Castilla la villa de Castro-Nuño. Supo el Rey anciano que su hijo, como joven, traía una corte muy lucida, compuesta por la mayor parte de los señores y caballeros mozos de Castilla, que á competencia se había esmerado en galas y todo géne- ro de bizarría para llevarse los aplausos; y así, ordenó discretamente que su comitiva, ya que no podía ser tan brillante, fuese más respe- table y decorosa y correspondiente á la ancianidad de su persona. Para esto quiso que le acompañasen trescientos entre señores y ca- balleros escogidos de la primera nobleza de sus reinos de la corona de Aragón, y del de Navarra, que fuesen ancianos, y por la mayor

36 LIBRO XXIIIDE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

parte de más de sesenta años: todos en hábito rico, pero modesto y conveniente á su edad y distinto cada uno en aderezos y divisas. Con este acompañamiento, que justamente causaba admiración é in- fundía respeto, hizo su entrada en Vitoria. Salióle á recibir fuera de la ciudad el Re}' de Castilla, su hijo. Este encuentro fué de sumo consuelo para los dos, especialmente para el padre, que no tuvo día tan alegre en toda su vida. Parecíale que esta era la satisfacción más colmada de sus deseos por ver á su hijo Rey de Castilla, de donde él había sido echado con afrenta y despojo de todos sus bienes. Ba- ñado su venerable rostro en lágrimas de gozo, dio gracias á Dios por tan singular beneficio con grande ternura; y con la misma abrazó á su hijo y le dio paz sin consentir que él le besase la mano por más que la cortesía y el respeto insistieron en tan justa como discreta por- fía. Consiguientemente le dio la mano derecha en el acompañamien- to, llevándolo siemj)re á ella hasta su posada. I^stuvo presente á tan alegre espectáculo la princesa Doña Leonor, asistida de la nobleza de Navarra, que, renovadas las treguas, acudió á estas vistas, en las que muy principalmente se había de tratar de una paz estable.

2p En todo el tiempo que los Reyes estuvieron en Vitoria, siem- pre el padre prosiguió en dar el primer lugar al hijo en el orden de en- tradas, asientos, firmas y todos los demás actos en que la cortesía es nivel de la graduación. Esto dio mucho qué decir y qué disputar en ambas cortes. Los caballeros castellanos fácilmente lo aprobaban por la razón que el rey D. Juan había dado de^ser su hijo en la cualidad de Rey de Castilla pariente mayor de la Casa de donde él descendía. Mas no pocos de los mismos castellanos lo redargüían con la incose- cuencia de no haber usado del mism.o ceremonial con los reyes D. Juan el I[ y D. Enrique IV, que eran parientes mayores y (con ventaja á D. Fernando) Reyes propietarios de (Rastilla. De los nava- rros y aragoneses los que no querían hacer aire á su rey lo impug- naban diciendo: que al huésped se debía dar la preferencia en todo aquello en que no se atravesase la jurisdicción: que el reino de Na- varra y los de la corona de Aragón eran totalmente independientes del de Castilla y su Rey no debía hacer cosa que revocase á duda esta independencia, no teniendo arbitrio en lo que tocaba á la re- presentación de Rey, que era correlativa con el honor de los reinos, el cual sin grave injuria de ellos vo se podía ni debía abandonar; aunque de la cualidad de padre arbitrase según su fantasía.

_ 30 Mientras que los cortesanos se entretenían en esta controver- sia, los dos Reyes estaban muy ocupados en cosas mas serias. La más principal fué: reglar la futura sucesión del reino de Na- varra, como si esto no estuviera claro y por pactos solemnes asenta- do que pertenecía á la princesa Doña Leonor y después de ella al Conde de Fox, D. Francisco Febo, su nieto. Pero ahora les querían dar como de gracia lo que de justicia se les debía, y eso muy cerce- nado. Porque aunque, los Reyes no publicaban otra cosa sino que en este congreso solo miraban á la paz y quietud permanente de Nava- rra y al mayor bien de este reino, no parece sino que fueron á formar

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el proyecto de acabar con él, como sucedió al cabo. Los Reyes, muy sabios enmtereses de Estado, tienen la vista muy larga. Traían bien estudiados los derechos que Castilla podía tener á tierras de Nava- rra sinomitir los muy antiguos, como eran Fitero y el castillo de Tude- jen. Mas, constando que todo este territorio había vuelto á Navarra en tiempo del rey D. Carlos * por sentencia del cardenal Guido de Bolonia, legado del Papa en España, en quien dicho Rey y D. Enri- que 1 de Castilla habían comprometido sus diferencias, no pasaron adelante en este punto y otros semejantes de cosas anticuadas; y vi- nieron á^ otras más recientes, aunque no menos absurdos.

31 Concertaron, pues, que por los gastos hechos por Castilla áfa- yor(como ellos decían) de Navarra cuando el rey D. Fernando había ido al socorro del rey D.Juan, su padre, sitiado en Perpiñán y en la entrada que hizo el príncipe D. Enrique de Castilla con el Almirante y sus trepasen Navarra, se ledieseahoraá D. Fernando como á Rey de Castilla en empeño la merindad de Estella con condición que ninguno de los lugares de ella quedase enajenado de la corona Real de Nava- rra y sus vecinos hubiesen de ser juzgados según sus leyes y fueros. De hecho se le dieron ahora al Rey de Castilla algunas "villas, como fueron: Bernedo, Larraga y Miranda de Arga; y luego puso el rey D. Fernando en ellas gobernadores castellanos removiendo á los na- varros. Y lo mismo hubiera hecho en Estella si el condestable Mos- sén Fierres de Peralta no hubiera sacado la cara á resistirlo con todo empeño por el grande agravio y manifiesta injusticia que el rey D.Juan por^sus propios intereses, cuales eran los de su hijo, hacía al reino de Navarra.

32 » Cuando muy al contrario, declan los celosos, él le debía pa- ngar de los efectos de su reino de Aragón sumas crecidísimas á Na- »varra por los ga'stos que ésta había hecho sin obligación alguna ^ayudándole á la conquista de Cataluña; sin contar los de la guerra »de Ñapóles, á donde fué en auxilio de su hermano el rey D. Alfonso »y por los que hizo en Castilla en muchas y diversas guerras em- »prendidas y seguidas por su capricho y por sus propios é imagina- M-ios intereses sin utilidad alguna, sino antes con daño grande del »reino de Navarra. Aunque con el presupuesto, si no era pretex- »to, de que aquellas tierras de su patrimonio en Castilla después de «recuperadas habían de ser para el heredero de Navarra, según con- »dición expresa de síis contratos matrimoniales con la reina Do- »ña Blanca, su primera mujer. A que se añadía: que meter en la cuen- »ta los gastos de la entrada que en Navarra habían hecho el Prínci- » pe de Castilla y el Almirante era suscitar odiosamente la sentencia »arbitraria dada en Bayona por el Rey de Francia. Y habiéndola te-

' En el archivo del Keal monasterio de Fitero, cajón 3, fajo 3, nnm. 34. se halla la carta de' rey D. Carlos II, dada en Olite í; -28 de Abril del año de García 137-1: en que hace relación de la sen- tencia dada ñor el cardenal Guido y cómo la aceptó el Rev de Castilla, D. Enrique, y de las letras que (^ste despachó al Abad de Fitero y al Aloaido de l'udején para que se entre'gasen á Nava- rra. En virtud de lo cual díi el rey D. Carlos sus poderes al Señor de Lusa, á D. Pedro Alvarez de liada y ú D. J.ian lienalt para que tomen la posesión recibieude el juramento y homenaje.

38 LIBBO XXXIII DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. U.

»nido por injusta cuando se pronunció y opuéstose entonces en »cuanto pudoá su cumplimiento, quería hacerla valer ahora solo »porque su hijo de segundo ¡natrÍ!;ionio era Rey de Castilla. Estas quejas anduvieron muy válidas. Y fué cosa bien notable y lo que más acreditó la mucha razón del común sentimiento que el Conde de Le- rín se puso de parte del Condestable en este punto, con ser su ene- migo jurado. Y aún se cuenta que él con los suyos fué el que más agriamente lo tomó y se opuso más de recio. A estose atribuye el no haber tenido efecto por entonces la entrega de Estella y otros pueblos de su merindad y el haber dilatado los Reyes la conclusión á otras vistas que concertaron tener en Tudela, por haberles dado cuidado la conmoción presente, y sobre todo, la unión de beaumonteses y agramonteses á fin de oponerse en esta parte á sus designios.

jrimero partió el rey D. Juan y algunos días después,

33 j--^casi á los últimos de Septiembre, partió el rey D. Fer- nando á Tudela, donde le esperaba el Rey, su padre,

que se adelantó para allanar algunos tropiezos. El efecto fué que á dos de Octubre de este año en los montes de nuestra Señora de Mimanos, en el valle que en ellos hay entre Tudela, Corella y Al- faro, se juntaron las partes opuestas, cuyas cabezas eran: D. Luís de Beaumont, Conde de Lerín, de los beaumonteses, y Fierres de Peralta, Conde de San Esteban, de los agramonteses. Estando allí presentes los dos Reyes, dejaron unos y otros en sus ma- nos todas las diferencias que tenían y habían tenido desde el año de 1466. Para esto otorgó el Conde de Lerín poder en toda forma por y por los lugares de su séquito, que eran: Pamplona con su merindad, Viana, Puente de la Reina,, IIuarte-Araquil, Lumbier Torralba, Estúñiga, Artajona. Larraga, Lerín, Mendavia, Andosilla y otros comarcanos. Pierres de Peralta, Conde de San Esteban (este solo título y no el de condestable le daban los contrarios) á quien seguían Tudela, Estella, Sangüesa, Olite, Tafalla y otras villas 3' lu- gares de sus merindades y distritos, por y por ellos le otorgó tam- bién, y juntamente por D. FeHpe de Navarra, hijo del mariscal D. Pedro, como curador y tutor suyo. Fueron tantas las demandas de una parte y otra, y tantas y tan escabrosas las diferencias, que, pa- ra determinarlas, se pusieron treguas de ocho meses.

34 Pero quedó acordado que el mariscal D. Felipe de Navarra, que desde la muerte de su padre en la sorpresa de Pamplona estaba en poder del Conde de Lerín, fuese por él entregado al Rey de Cas- tilla y en nombre de éste á Rodrigo de Mendoza hasta que las forta- lezas de Murillo del Fruto y de Milagro y todas las otras que D. Juan de Beaumont tenía al tiempo de la paz se entregasen al Conde: y sino se le restituyesen, volviese el Mariscal á su poder. Con efecto: se puso el Mariscal en poder de Rodrigo de Mendoza. Mas porque

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esto era lo mismo que quedar en poder del Conde, se acordó de lle- varlo al castillo de Burgos. También se deliberó que la ciudad de Pamplona y otras villas que seguían al Conde de Lerín se pusiesen en poder del Rey de Castilla en tercería. Él envió luego para guar- dia de esta ciudad al corregidor de Loo^roño con alguna gente de guerra, y se nombró por conservador de la tregua de los ocho me- ses Ortega de Ballejo con un trozo de caballería. También proveyó el Re}' de Castilla que las torres de Pamplona se tuviesen por Pe- dro Lázaro, capitán aragonés, y que Milagro y Murillo, que se te- nían por Hernando Días de Aux, se entregasen á Dionís Coscón, que era un caballero aragonés de la Casa de la princesa Doña Leonor, Firmaron el compromiso Tudela y las demás villas de la parciliadad agramontesa como también las del otro bando.

35 Un escrúpulo, y muy punzante, les quedaba á los dos Reyes; y era de parte de la Princesa de Viana, Doña Magdalena de Fran- cia, que con sus hijos estaba en Paú; porque de la Princesa Gober- nadora hacían ellos lo que queríaR. Temían, pues, que llevase mal estos tratados y se entendiese con su hermano el Rey de Francia para que éste volviese con más pujanza contra Aragón y Castilla y á Navarra la tuviese á su disposición, como ellos lo recelaban. Para asegurarse esto, envió el rey D. Juan á Berenguer de Sos, Deán de Barcelona, á Pau á la princesa Doña Magdalena. El hizo muy bien su oficio. Hizo la relación de los medios que se seguían á fin de reducir á concordia las dos parcialidades y dar una paz estable al Reino. A que añadió con ponderación las grandes fatigas del Rey en este asunto y la voluntad que siempre había tenido, y tenía, de ayu- dar poderosamente á la Princesa Gobernadora, su hija y suegra de ella, hasta echar enteramente del reino de Navarra á los inobedien- tes, que le tenían reducido á una extrema desolación. Pero que no había podido hacer lo que tanto deseaba por las guerras que en las otras partes de sus reinos había tenido: y también por el presupues- de que con las fuerzas de Fox y de Bearne, tan considerables y cer- canas, hubiese ella favorecido á la Princesa de Navarra, su suegra, como fuera razón siendo sus hijos herederos de este reino.

36 Por más que el enviado esforzó su elocuencia según la ins- trucción del Rey, la Princesa de Viana no quedó nada satisfecha y menos sus consejeros, teniendo todos bien observadas las cosas pa- sadas y las que ahora se hacían por la curación del reino de Nava- rra. Sino que quedaron muy descontentos y más confirmados en la sospecha 3' concepto que tenían hecho del grande peligro que había en ponerse el enfermo en manos de médicos que le deseaban here- dar. Y así, la Princesa respondió con cortesía y no más. Y á la que- ja que se le dio de que se inclinaba más al Rey de Francia, su herma- no, que no al de Aragón y á su hijo el de Castilla, dijo: que ella siem- pre había estado neutral sin poder hacer otra cosa por el evidente riesgo de perder todos los Estados de sus hijos en Francia si se mo- vía en favor de su suegra la princesa Doña Leonor, como el Rey, su hermano, se lo tenía prevenido, y que en adelante observaría exac- tamente la misnta neutralidad.

40 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

§. IX.

Di

ispuestas en la forma dicha las dependencias de Nava- ;^-Q 37 I Irra, los dos Reyes se volvieron á sus reinos. La Prin- ^^''^ JL>/cesa Gobernadora recupero en virtud de este compro-

miso y tregúalas plazas de que estaba apoderado el Conde de Le- rín, menos Cáseda, que tuvo la audacia de resistirse por el capricho del capitán de su guarnición, y fué menester tomarla por fuerza. En su expugnación murió con gran valor el famoso agramontés Sancho de Erbili, el que quiso le nombrasen el Porfiado: y muriendo tan honradamente en su principal porfía de servir á su R.ey, bien pudo hacer gloria de la ridiculez y discreción de la necesidad. Así pudo gobernar la Princesa con mayor quietud por algún tiempo. Pero des- pués se revolvieron las cosas con mayor violencia. No parecía sino que los vientos se habían enterrado no para sepultarse sino para sem- brarse y brotar luego en más deshechas borrascas.

38 Fueron tales las que se siguieron entre los dos bandos, y lo mucho que prevaleció el de los beaumonteses, favorecidos del Rey de Castilla, que los tres Estados de la parcialidad agramontesa, que decían estar á la obediencia del Rey de Aragón, enviaron á Barcelo- á Martín del Pueyo, su secretario, para darle cuenta del estado en que se habían puesto las cosas desde que últimamente estuvo en Tu- dela con el Rey, su hijo, y representarle la mala traza que había de remediarse su fortuna adversa si los dos no volvían cuanto antes á Navarra á darla sentencia definitiva so^.c d compromiso que estaba hecho: y más cuando solo faltaban tres meses para fenecer el térmi- no de la tregua prorogada por otros ocho. Suplicábanle que consi- derase los grandes servicios que le habían hecho como fieles subdi- tos de la corona de Navarra. De esto se jactaban; y cuando nombra- ban álos beaumonteses, siempre los llamaban rebeldes á ella. Con- cluían con pedir un eficaz 3^ pronto remedio de sus males, que eran extremos: y á no tenerle, decían que ellos le buscarían por la seguri- dad de sus vidas y de sus bienes, aunque con gran dolor suyo. En lo cual daban á entender que se valdrían del Rey de Francia, A estas representaciones respondió el rey D. Juan escusándose con la gue- rra de Cataluña, reconociendo los grandes servicios de los agramon- teses y haciéndoles grandes ofertas que no les cumplió.

39 No era menor el desconsuelo y ahogo en que al mismo tiem- po se hallaba la Princesa Gobernadora por haberse ladeado á los agramonteses: y eso por dar gusto á su padre, de quien por este ob- sequio esperaba grandes asistencias. Luego que se rompieron las pri- meras treguas le tomó el Conde de Lerín la villa de Estúfiiga. Y el Merino de Estella se le alzó con aquella ciudad y su fortaleza. Y acu- diendo luego allá con la gente que pudo juntar y alguna que la en- vió el Rey de Castilla, su hermano, la recuperó prendiendo al Meri- no, á quien presto dio libertad. Hallábase, pues, en extremo añigida

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con estas y otras cosas aún de mayor pesadumbre. Una de ellas era la suma pobreza. En el Reino todo estaba exhausto, hasta la fuente misma de las rentas reales, que apenas manaba: y lo poco que mana- ba no corría, detenido de la guerra civil. Y lo que más la dolía era no quererla pagar su nuera la princesa Doña. Magdalena lo que estaba establecido se le pagase como á Condesa viuda de Fox. Andaban las dos muy mal avenidas por este tiempo. Fuéla preciso recurrir al Rey, su padre, por el remedio con grandes lamentos y expresiones, no so- lo de sus imponderables trabajos, sino también de la favorable oca- sión que repetidas veces había tenido de salir de ellos, y era: el au- xilio que con grandes instancias la había ofrecido el rey Luís de Fran- cia de gente y de dinero, y ella lo había desechado constantemente por el respeto á su padre, que tan mal se lo pagaba, y por la atención á su hermano el Hey de Castilla, de quien aún no sabía cómo al cabo se^ lo había de pagar. Pero después de esto no consiguió el menor ahvio. Dios quería que padeciese (dicen aquí comúnmente los auto- zurita res) para castigo de sus enormes culpas cometidas contra el Prínci- ^^,,^ji"'y pe y Princesa de Viana, sus hermanos mayores, con el fin de privar- otros, los de la corona de Navarra.

E'^^staba por este tiempo el rey D.Juan en Barcelona dando vado á grandes negocios de Estado, como fué el año ^^matrimonio de la infanta Doña Juana, su hija, con el Rey de Ñapóles 1). Fernando, su sobrino, que allí se celebró, y se hi- zo la entrega al Duque de Calabria, que vino por ella, todo con gran- de ostentación. También tenía el Rey sus divertimientos. Uno de ellos fué mu}^ escusado, pues vino á ser el haber dado en edad decré- pita en una lozanía de mozo. El rubor nos prohibiera referirlo si la legalidad de la historia no nos obligara á tocarlo brevemente, Fmamo- róse neciamente de Francina Rosa, doncella muy hermosa: y no paró el amor en la línea de lo platónico; porque pasó á lo indecoroso, aun- que por la extrema senectud del Rey no llegó á los últimos estragos del honor de la doncella.

41 Como su espíritu era grande y bullicioso, no cesaba de formar nuevas ideas sin darse por entendido de los prenuncios de la muerte cercana, cuales eran: su edad de más de ochenta años y su achaque habitual de la gota, que ahora con la entrada del invierno le afltna extraordinariamente: y aún cuentan que le volvió la ceguera anti- gua. Había quedado muy amargado del Rey de Francia por lo de Rosellón, y deseaba despicarse acometiéndole él por Cataluña y su hijo el Rey de Castilla por Guipúzcoa. Pero, habiendo muerto el Duque de Borgoña, Carlos el Bravo, en la batalla de Nanci, y ha- biendo quedado más pujante el francés, trataron de paces con él. En- tre otras cosas revolvía sus pensamientos sobre la situación de las de Navarra, que no habían quedado á su satisfacción, Y para todo esto

1178

42 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

concertó con su hijo el rey D. Fernando tener segundas vistas en Da- roca. En ellas se había de tratar el casamiento, que antes tenían comunicado, de la princesa Doña Leonor con el Conde de Medina- Celi, que había enviudado de Doña Ana de Navarra, con dos fi- nes: (nunca ellos tenían uno solo) el de ganar para y asegurar del todo á este Conde y el de poner con su sombra algún remedio á los males de Navarra, que cada día eran ma3^ores.

42 Cuando el rey D.Juan más engolfado estaba en estas ideas y más olvidado de la muerte, le asaltó ella tan á cara descubierta, que no pudo dejar de conocerla claramente, siendo singular beneficio del cielo no haber menester que otro le avisase de su cercanía y certe- za; porque podía peligrar el negocio de más importancia en el silen- cio, nunca más traidor, de los lisonjeros. Al punto se dispuso para morir, recibiendo los Sacramentos y haciendo su testamento. En él dejó por su universal heredero á su hijo D. Fernando, Rey de Cas- tilla y de Sicilia, primogénito de Aragón. Y ordenó que tuviese el rei- no de Navarra, como heredera propietaria de él, su hija la princesa Doña Leonor. Ordenó también otras muchas cosas. Entre ellas, que se fundasen dos monasterios de la Orden de S. Jerónimo, el de San- ta Engracia de Zaragoza y el de Santa M AR.IA de Belpuche, en Ca- taluña, que hoy son muy célebres por el grande estudio que el rey D. Fernando, ejecutor de su testamento, puso en la amplificación de estas dos fundaciones. Dejó mandado que heredasen el reino de x\ra- gón los nietos del rey D. Fernando, ^u hijo, aunque fuesen de parte de hija en caso de faltarle hijo varón: y que dichos nietos fuesen pre- feridos á las hijas del mismo rey D. Juan. Esta disposición se tuvo por arbitraria é injusta. En los reyes el amor y el odio suelen ser los intérpretes de la ley.

43 Después al quinto día de su efermedad escribió al Rey, su hi- jo, una carta de grandes desengaños, en que se despedía de él y de la Reina, su esposa, como quien estaba de partida para la eterni- dad. Y entre otras cosas les ponderaba el menosprecio que se debe hacer de las grandezas del mundo y cómo quisiera haber sido un hombre ordinario de sus reinos, más que no Rey, para no tener tanta cuenta que dar á Dios. Finalmente: llegando al artículo de la muerte, recibió muy en la Extrema-Unción, y con grandes suspiros mani- festó á los circunstantes su dolor de haber conocido tan tarde el mundo. Entre ellos se hallaban tres navarros, nietos suyos, es á sa- ber: el infante D. Jaime, hijo de la princesa Doña Leonor, y D. Feli- pe y D. Juan de Navarra, hijos del príncipe D. Carlos. Encomendóse en las oraciones de todos y se abrazó con un crucifijo mientras le de- cían Misa. Y al consumir el Sacerdote, espiró. Así murió en Barcelo-

Año na, día Martes, 19 de Enero del año' 1479. Fué enterrado en Róble- te, observándose con él la pompa y honores acostumbrados con los reyes de Aragón. Aunque para esto fué menester vender todo el oro y plata de su recámara por no tener dinero ninguno. Y para socorrer á los oficiales y criados de su casa, que estaban en extrema necesidad, se empeñaron las joyas en diez mil florines.

1479

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44 Reinó en Navarra cincuenta y tres años, cuatro meses y dos días: en Aragón veinte y seis años y nueve días. Por lo que á Nava- rra toca, juntó perfectamente los extremos de quererla como propia y tratarla como ajena: en especial por su profusión en dar á sus favo- recidos muchos lugares y rentas del Real patrimonio, y no con el se- lecto debido. Porque á muchos de los que con más fineza le sirvieron , como á D. Sancho de Londoño y sus parientes, y generalmente á los agramonteses, correspondió tan mal, que al cabo los dejó perdidos. De esta su prodigalidad nació en Navarra el proverbio que para de- sengaño de los ambiciosos decía: se murió el rey D. Juan: sien- do forzoso que después de su muerte hubiese más moderación en hacer mal á propósito desemejantes mercedes. En Aragón anduvo más detenido, quizás por tener allí más atadas las manos. '•' Después de sus defectos, de que más ó menos ningún hombre carece, él fué digno de compararse con los reyes más celebrados del mundo por el valor y vigor grande de ánimo hasta los últimos días de su larga vi- da: de donde nacía su fortaleza y constancia inimitable en las empre- sas, peligros y trabajos, que fueron sin número, brillando siempre el diamante de su corazón en luces bien extraordinarias de clemencia, agrado y mansedumbre.

45 De su primer matrimonio con Doña Blanca, Reina propietaria de Navarra, tuvo al Príncipe de Viana, D. Carlos, y á las princesas Doña Blanca y Doña Leonor. Del segundo con Doña Juana Enrí- quez, al católico rey D. Fernando, á i3oña Juana, Reina de Ñapóles, y á la infanta Doña Marina, que no llegó á tomar estado. Fuera de matrimonio tuvo otros hijos, de quienes ya queda hecha mención. Hoy se puede celebrar por muy singular gloria del rey D. Juan el ser duplicadamente descendiente su^-o por estos dos matrimonios el Rey, nuestro Señor, F'ilipe V de Castilla y Vil de Navarra: viniendo á ser Su Majestad (que Dios guarde y prospere) octavo nieto de la Reina de Navarra, Doña Leonor, y repetidamente séptimo nieto de su her- mano D. Fernando el Católico, Rey de Castilla y de Aragón.

* Siendo esto así, es bien notable la sentencia que se deja caer un bi.toriador del reyD. Jnan diciendo: que á Navarra siempre la miró como cárcel- Eu ninguna parte anduvo él tan libre y suel- to; y el pleito fué sobre no quererla dejar.

44 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

CAPITULO líl.

I. Keinado de la princesa Doña Leonob t florida sucesión suya. II. Su enfermedad,

TESTAMENTO, MUERTE Y LUGAR DE SEPULTURA.

oña Leonor, primera y única de este nombre entre las ^-o I I Ireinas propietarias de Navarra, sucedió al rey D. Juan?

su padre, el año de 1479, nueve años después que que- dó viuda del conde D. Gastón de Fox, su marido, como hija de la reina Doña Blanca, propietaria también del reino de Navarra y como nieta del excelente rey ü. Carlos el Noble. Residía en la ciudad de Tudela cuando murió el Rey, su padre. Y luego que llegó la noticia de su muerte se convocaron en la misma ciudad las corles generales del Reino, y en ellas fué jurada y coronada por reina á 28 de Enero día Jueves, y el noveno después del fallecimiento de su padre, juran- do también ella la observancia de los fueros y sus mejoras conforme á la costumbre de los re3^esy reinas que la precedieron. Ella fué poco dichosa en la duración del reinado. Porque entre todos los reyes 3^ reinas de Navarra fué la que menos reinó, siendo quizás la que más lo deseó. Así suele suceder; que los gozos que nacen de la vehemen- cia de los deseos ordinariamente son enfermizos y de poca vida. Pe- ro fué felicísima en la dilatada sucesión que dejó; aunque fué muy corta la parte que de esta felicidad le alcanzó á Navarra. Tuvo de su marido D. Gastón, Príncipe de Viana y Conde de Fox, cuatro hijos y cinco hijas, que por sus elevadas cualidades y grandes empleos que todos tuvieron son justos acreedores de la memoria que sucin- tamente vamos á hacer de ellos, prinoi- 2 El primogénito fué el Príncipe D. Gastón, del mismo nombre Gastú'u. Que su padre y de la misma intitulación de Viana. Aunque según Beltrán Helias y Garibay, que lo tomó de él, no fué la de Navarra sino la de Francia, habiéndosela dado en dote con título de conde el rey Luís XI de Francia cuando casó con él á su hermana Madama Magdalena. Al año de 1469 hablamos de este Príncipe, refiriendo su temprana y desgraciada muerte, sus elevadas prendas y la sucesión que dejó, infan- 3 ^^ seguudo hijo fué el infante D.Juan, Señor de Xarbona. Com- *°^^^^o° prole su padre este Estado y le heredó en él; pero la mejor herencia fué la buena crianza que desde niño le dio en la corte del rey Luís XI de Francia, el cual, atraído de sus aventajadas prendas de enten- dimiento, valor y pericia militar, le casó con su prima Madama Ma- ría de Francia, hermana de Luís, Duque de Orliens, que después vino á ser Rey de Francia, XII de este nombre. Dióle también los Gobier- nos de la Cjuiena y del Delfinado y la divisa del Orden de S. Migujl que el mismo Rey había fundado. Muerto Luís XI, Carlos VIH, su

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hijo hizo de ella misma estimación y lo llevó consigo á la guerra de Italia, liando de su buena conducta lo más principal de ella. Y no sa- lió vana su esperanza. Porque el infante de Navarra, Señor de Nar- bona, hizo en esta y otras jornadas cosas muy hazañosas, las cuales se ven esparcidas en las Historias. Hasta que vino á morir en Estam- pes, donde estaba en compañía del rey Luís XIÍ, su cuñado: y fué allí enterrado con la pompa correspondiente al mérito de su persona. Tuvo de Madama María, su esposa, un hijo y una hija, muy célebres ambos. El hijo fué el valiente D. Gastón de Fox, Duque de Nemurs y capitán general del ejército de Francia en Lombardía, que murió muy mozo en la famosa batalla de Ravena, después de haberla gana- do, quedando por despojo de su misma victoria. La hija fué Madama Germana, Reina de Aragón, por haber casado con ella en segundas nupcias su tío el rey D. Fernando el Católico.

4 El tercer hijo de la reina Doña Leonor fué el infante D. Pedro, ^^^^^^f que nació en Pau el año de 1449 y se educó dignamente en Tolosa dro. en casa del cardenal D. Pedro de Fox, su tío, hasta la edad de quince años. Después pasó á Italia con ocasión de ir acompañando á su her- mana la infanta Doña María, casada con Guillermo, Marqués de Monserrato, y se quedó allá para proseguir sus estudios, comenza- dos en la Universidad de Tolosa. Fres años cursó en la de Pavía en el estudio de ambos derechos, civil y canónico, en que salió muy aven- tajado. Y queriendo perfecionarse más, pasó á la de Ferrara, llevado de la fama de Felino Sandeo, Doctor celebérrimo, que regentaba la primera cátedra en aquella Universidad; y nuestro Infante, sobre el de seo de su mayor aprovechamiento, hizo vanidad de ser discípulo de va- rón tan insigne. Mayor lahizo el Duque de Ferrara de tener en su Uni- versidad un cursante de tan alta gerarquía. Y para muestra de su gran satisfacción, después de haberle hecho todos los agasajos yhon- ras posibles, mandó en la ciudad y en todos los lugares de sus Esta- dos que el Infante gozase de todos los privilegios y exenciones que la propia persona del Duque. Pasados allí dos años, quiso graduarse de doctor en ambos derechos, precediendo todos los actos literarios, aprobaciones y ceremonias acostumbradas: y en esta forma recibió la borla de mano del doctor Felino, después de haberse hecho admi- rar en los preludios y repeticiones para ella. No contento con esto, se dio al estudio de la Sagrada Teología, en que hizo también gran- des progresos, y nunca dejó de mezclar con estos estudios más serios el de las letras humanas, cuya amenidad y buena gracia les el buen punto que el movimiento airoso á los cuerpos que son robustos con demasía.

5 Así lució mucho en diversas ocasiones: y muy especialmente en la que se le ofreció delante del Papa y del Sacro Colegio de los Cardenales. Fué de Ferrara á Roma con el deseo de besar el pié á Su Santidad, ver las grandezas y venerar las religiosas memorias de aquella ciudad. El Papa le hizo el honor de recibir su visita en públi- co consistorio, 5' él hizo en muy elegante latín un discurso tan sabio y elocuente, que admiró á todos el ver en un príncipe de tan pocos

46 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVAREA. CAP. lU.

años, que no pasaban de veinte y uno, tan extensas y tan profundas noticias en las ciencias divinas y humanas. La admiración se extendió por toda Italia; y en algunos Príncipes de e¡;;¡, atraídos de tan ilus- tre ejemplo, pasó á ser imitación, como en el famoso Juan Pico, Prín- cipe Miníndula, que dignamente mereció llamarse fénix de los inge- nios. Habiendo recibido del Sumo Pontífice muchos dones y gracias, volvió íi Ferrara, donde se detuvo largo tiempo: hasta que, per- turbado el ocio dulce de sus estudios y profundamente herido su co- razón con la noticia de la desgraciada muerte del príncipe D. Gas- tón, su hermano mayor, le fué forzoso dar la vuelta á la patria para consolar á sus padres.

6 Habiendo cumplido cabalmente con los oficios de la piedad y reverencia filial, pasó á París á visitar al Rey, de quien fué recibido y tratado con muy singular amor. De París torció á Bretaña para ver al duque Francisco, su cuñado, y á la duquesa Margarita, su herma- na,-que explicaron el gozo de tenerle en su compañía con hacerle Obispo de Nanes y también Adurense con otras abadías y rentas eclesiásticas muy copiosas en Bretaña. A estas dignidades se aumen- tó después la púrpura sagrada, haciéndole cardenal del título de San Cosme y San Damián el papa Sexto I\' que así dió cumplimien- to á lo que su predecesor el papa Paulo II tenía determinado. F\iele traí- do el capelo á Lesear, ciudad de Bearne, donde le recibió con toda solemnidad, asistiendo su cuñada la princesa Doña Magdalena y sus sobrinos el príncipe D. Francisco Febo y la infanta Doña Catalina, acompañados de los prelados 3' mucha nobleza de Bearne y de Fox y no poca de Navarra. Después empleó el infante cardenal D. Pedro su dignidad y su prudencia en muchos gravísimos negocios, como en parte diremos en el progreso de la Historia. Infante 7 El cuarto y último hijo varón de la reina Doña Leonor fué el D.^ jíi- infante D. Jaime, que de todos los hermanos él solo nació en Nava- rra: y se crió en ella en compañía de la princesa, su madre, siendo su ayo el noble caballero Martín Fernández de Asiaín, á quien la Princesa encomendó su educación. Y él dió tan buena cuenta en do- ce años que tuvo este cargo, que el Infante salió perfectamente bien formado en las costumbres y en las buenas inclinaciones: y porque la más sobresaliente en él era á las armas, desde su tierna edad le instruyó su ayo en el manejo de ellas con grandes primores. Pasando después á Fox, se ejercitó y perfeccionó más en la escuela de su pa- dre, gran maestro en el arte militar. Divulgóse la fama de su valor y destreza, y movido de ella el rey Luís XII, escribió á su padre pidien- do que se le enviase para darle los empleos condignos á su calidad y prendas. Luego que llegó le honró con la insignia y collar del Or- den de S. Miguel y poco después le hizo comandante de cien hom- bres de armas. Con ellos fué á Lombardía acompañando al Rey. Y en las guerras que allí y en otras partes se ofrecieron obró cosas muy hazañosas en servicio suyo, con que se grangeó los créditos de vale- rosísimo y prudentísimo capitán; y ellos le pusieron en posesión de los peligros honrosos, siendo casi siempre el primero en atacar á lo^

Infanta

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enemigos. Pero en el mayor fervor de estas glorias y esperanza de otras mayores vino á morir sin llegar á cumplir treinta años de edad y sin haberse casado.

8 Resta que hablemos de las hijas. Fué la primera la infanta Do-.manu ña María, que casó con Guillermo, Marqués de Monserrato, Prínci- ^°"* pe de soberanas prendas. Esta señora fué conducida á su marido el ^^"'" año 1466, como dijimos, por el infante D. Pedro, su hermano. De

este matrimonio no nacieron hijos varones sino dos hijas solamente. De las cuales la primera casó con Luís, Marqués de Saluces, sin he- redar el marquesado de Monserrato, que con agravio suyo vino á re- caer en un hermano del Marqués difunto.

9 La segunda hija fué la infanta Doña Juana. Casó con el Conde infahta de Armeñac, procreado del primer matrimonio legítimo de aquel Con- j°aim de, que dijnnos haber sido muerto por el Rey de Francia, Luís Xl. Este Rey persiguió al hijo en odio del padre con tan insaciable ven- ganza, que^ le fué forzoso por salvar la vida buscar su refugio en la Corte de Castilla, donde fué muy bien recibido del rey D. ^Enrique

IV, que le puso casa y renta muy competente y condigna. Así residía en Madrid con algún consuelo de su persecución, cuando el Carde- nal de Albi. Embajador de Francia, que era gran intérprete del es- píritu del Rey, su amo, y estaba perfectamente imbuido de aquella su máxima política deque no sabe reinar el que no sabe disimular^ se estrechó mucho con el desgraciado Conde cuando vino España á los desposorios, que dijimos, de la princesa Doña Juana de Castilla con el Duque de Guiena. Y fingiendo benevolencia y oficios de buen amigo, le persuadió la vuelta á"" Francia, asegurándole toda indemni- dad y aún mercedes de parte de su Rey: con la circunstancia de ha- ber partido el Cardenal la Sacrosanta Hostia, y consumiendo él la mitad, haber comulg-ado con la otra mitad al temeroso Conde, que con esto le dio crédito. Mas apenas llegó allá, cuando fué muerto atrozmente á puñaladas y á traición. ¡NÍaldad execrable, á la cual se atribuyó el fin horroroso del Cardenal de Albi, que por justo castio-o de Dios fué herido con fuego salvaje incurable y de tanta mordaci- dad, que murió desesperado, como muchos refieren ! Por esta caúsala infanta Doña Juana, habiendo quedado viuda y sin^hijos, volvió á Bear- ne, donde vino á morir en Pau, y fué enterrada en Lesear.

10 La hija tercera se llamó Margarita, y fué de extremada her- mosura y de tan ventajosas prendas de alma y cuerpo, que, atraído ^"¿o, de su fama Francisco, último Duque de Bretaña, la pidió por mujer ^^""^ con repetidas embajadas. Y habiéndolo conseguido, fué llevada la ^'''' Infanta con grande acompañamiento á Bretaña, donde se celebraron las bodas con la majestad y magnificencia merecida de tan o-randes Príncipes. De este matrimonio nacieron solas dos hijas, Ana é Isa- bela: la segunda murió antes de tomar estado, y la primera heredó pacíficamente el ducado de Bretaña después de la muerte de su pa- dre, que fué el año de 148S, á 9 de Setiembre. La recomendación de su hermosura, que se celebraba por la primera de aquel tiempo, y mucho más la de su riquísima herencia, hicieron muy deseada su bo-

Infanta Doña Marga- rita.

48 LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

da. Al fin se casó sucesivamente con dos Reyes de Francia, que fue- ron: Carlos Vílly Luís XII.

11 Del primero no tuvo sucesión; del secundo solas dos hijas, Claudia y Renata. Esta casó con Hércules de liste, Duque de Ferra- ra; y Claudia, la hermana mayor, casó con Francisco de Valóis, Du- que de Angulema y Delfín de Francia, que por muerte de su suegro Luís XII, como primer príncipe de la sangre vino á ser Rey de Fran- cia, primero de su nombre; y por su mujer Madama Claudia obtuvo el ducado de Bretaña. El cual por este camino se incorporó con la corona Real de Francia para no separarse más, aunque reclamase el derecho de las hembras. De este matrimonio nació Lnrique II, Rey de Francia, y de él se procreó la tan copiosa como desgraciada suce-

Fran-sión de los tres Reyes de Francia, * todos hermanos, y cuartos nie-

ciscoir. ^Qg de la reina Doña Leonor. En los cuales y en el Duque de Alen-

IX. son, su hermano menor, que no llego a remar, lenecio la Imea de

^mf" Valóis y entró á reinar en Francia la de Borbón, siendo su primer

rey Enrique IV el Grande, cuarto nieto también déla misma Reina,

con la preferencia de venir de su hijo primogénito el príncipe Don

Gastón.

12 La cuarta hija fué la infanta Doña Catalina; que casó con el Conde de Cándala, cuyo origen era también de la Casa de Fox, como ya dijimos. Tuvo dos hijos y una hija. El mayor de los hijos sucedió

^"rTo'na á su padre en el condado (ducado después) y el segundo fué Arzo- cataii- bispo dc Burdcos. La hija se llamó Ana y fué reina de Hungría y de Boemia; por haber casado con Ladislao, hijo de Casimiro, Rey de Polonia, á quien los húngaros y boemios eligieron por su rey. De Supraeste matrimonio nació Luís, sucesor de su padre Ladislao en los rei- capl 6.' nos de Boemia y de Hungría, y la princesa Ana, del mismo nombre pag. c2t jg g^ niadre, con la cual se casó el Infante de Castilla, D. Fernando, hermano del emperador Carlos V, á quien después sucedió en el im- perio; y antes por el derecho de su mujer en los reinos de Boemia y de Hungría al rey Luís, su cuñado, que sin dejar hijos murió infeliz- mente en la batalla que, mal aconsejado, dio al turco. De este matri- monio de Ana con el emperador Ferdinando I nacieron Maximiliano, también emperador, y otros muchos hijos. Y así, vienen á descender de la Reina de Navarra, Doña Leonor, todos los emperadores que desde entonces ha habido hasta Leopoldo I, que hoy reina: y todos los príncipes y princesas de la augustísima Casa de Austria, que por los engaces de tantos matrimonios han comunicado esta misma des- cendencia á tantas otras Casas Reales y soberanas de Europa.

13 La quinta y última de las hijas fué la infanta Doña Leonor, Infanta que murió doncella después de estar desposada con el Duque de Leonor. Medina-Celi. Esta Infanta nació y se crió en Navarra como su her- mano el infante D. Jaime por constar de instrumento auténtico que fué su aya Doña Leonor de Funes, mujer de Martín Fernández de Asiaín, el que dijimos haber sido ayo del infante D. Jaime, como también que Juan de Asiaín, hijo y heredero de ambos, tuvo empleo en el Palacio de la reina Doña Leonor y que su hermana Doña Ma-

REY D, JUAN II Y DOÑA LEONOR GOBERNADORA. 49

ria Fernández de Asiaín fué. dama de la misma Reina. La cual en este intrumento se hace cargo de sus grandes servicios, 'y princi- palmente de lo bien que Martín Fernández de Asiaín y Doña Leonor de Funes, su mujer, correspondieron á la honorífica confianza que de ellos hizo en la educación de los dichos Infante é Infanta. Y tam- bién confiesa que para darles satisfacción no tenía de presente dis- posición ni podía con digna retribución dársela según los servicios que ellos la habían hecho. * Esta fué la sucesión de la reina Doña Leonor. De que resultó lo que con admiración notan algunos: haberse visto aun mismo tiempo en la cristiandad cuatro reinas, todas pri- mas hermanas y nietas suyas, es á saber: Doña Catalina, Reina de Navarra, Doña (germana de Aragón, Ana, repetidamente de Francia, y otra Ana de Boemia y de Hungría. ¡Cosa bien singular y pocas ve- ces vista en el mundo; y sin duda de grande honor y gloria de Na- varra.!

§• V.

Iuego que la princesa Doña Leonor entró á gobernar como reina, con absoluto dominio comenzó á intitularse /?£;/«« rij^de Navarra, Infanta de Aragón y de Sicilia,

Duquesa de Nemurs, de Gandía, de Momblac y de Peñafiél, Conde- sa de Fox y Señora de Bearne, Condesa de Begorra y de Ribagov za y Señora de Balagner. Dando á entender que no quería soltar el derecho á los Estados en que pretendió suceder al príncipe 1). Car- los, su hermano, por razón déla capitulación y concordia matrimonial déla reina Doña Blanca, su madre, con su padre el rey D. Juan, y que, debiendo subsistir este derecho á favor de los hijos herederos de este primer matrimonio, no pudo el Rey, supadre, disponer justara en- te de dichos Estados, dejándoselos á su hermano de segundo matrimo- nio el rey D. Fernando de Aragón y de Castilla. Pero este era pleito con él; y por ser con él, era mal pleito y totalmente desesperado. Mas, habiendo entrado á mandar con todo este brío, apenas gustó de las dulzuras del gobierno absoluto, que aún son más sabrosas al pa- ladar de las mujeres de espíritu, cuando sintió el acíbar de la muer- te en una muy recia enfermedad que la cogió improvisamente en Tudela, donde moraba en las casas del Deán. Para pudrírsele la san- gre bastaba en su espíritu vivo, en que era muy parecida al Rey, su padre, ver el pésimo estado del Reino: y más si hacía justa reflexión sobre el grande desatino por él y ella cometido cuatro meses antes,

* Laque les dio fué muy corta, (jue os señal de la suma pobreza eu que entonces so halla ba la Princesa, como reflere Zurita. Porque solo les dio las cincuenta libras do carliues prietos y Jos seis más de pecha que debían cada año al Key los judíos y Aljama do Tafalla, y esto no más que hasta que les diese satisfacción do lo que, según cuenta, ajustado habían puesto ellos de su ca- sa para el gasto de los infantes que se criaban en ella. El Ecy. su abuelo, que se llevaba la mayor parte de las rentas del Komo, solo les tenía consignada sobre las tablas de él la cortedad de treinta libras de carlines cada año. Todo esto consta del instrumento dicho y privilegio dado por la Princesa, su madre, en Tafalla á 27 de Enero de 1475 y confirmado después por la princesa Doña ^la^daleua y por la reina Doña Catalina.

Tomo yii. 4

6o LIBRO XXXIII DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

despojando por sentencia pública al Conde de Lerín de todos sus Es- tados y bienes. "" Lo cual solo sirvió de enajenar totalmente al Conde y hacerlo enemigo irreconciliable cuando más lo había menester. Porque él entonces siempre persistía, con ser muy favorecido del Rey de Castilla, en su noble dictamen de conservar la corona de Nava- rra para los herederos legítimos de ella.

15 Cargóla, pues, la enfermedad con tanto rigor, que luego' co- noció su peligro, recibió los Sacramentos y dispuso su testamento. En el cual declaró por su sucesor y heredero universal del reino de Navarra y de todos los otros señoríos, ducados y condados, en que aún no estaba heredado, á D. Francisco Febo, su nieto, hijo legítimo de D. Gastón de Fox, su hijo, Príncipe de Viana, con la expresión de que esto se entendiese quedando obligado á seguir la defensa y au- mento de la corona y reino de Navarra, como era su obligación. Ordenó más: que en caso de ser necesario para este fin auxilio foras- tero, fuese obligado á pedírsele al cristianísimo Rey de Francia an- tes que á otro alguno. Y asimismo encargó y exhortó con mucho en- carecimiento 3^ aún mandó á todos los subditos de su reino que siem- pre siguiesen y procurasen lo que ella hasta entonces había hecho y procurado en defensa de su corona y reino de Navarra, pero to- mando otro rumbo. Porque si sucedía que alguno quisiese hacerles daño en esta parte, y era menester valerse de algún recurso, les man- daba acudirá la Casa y favor del Rey de Francia: estando cierta que no les faltaría y que por la confianza que de él tenía y por el deseo grande del pacífico estado, defensa y acrecentamiento de su reino lo dejaba encomendado á su protección y amparo.

16 En todo su testamento no hizo mención del rey D. Fernando de Castilla y Aragón, su hermano, con ser monarca tan poderoso y tener tan llana la entrada en su reino para defenderle en siendo ne- cesario. En esto dio bien á entender que temía todo lo contrario y que aún no se había arrancado de su corazón la punzante espina del favor que contra ella había dado el Rey, su hermano, á los beaumon- teses en todas las ocasiones que se habían ofrecido. Pero esta pre- caución más fué daño que de provecho. Porque los beaumonte«es, que no pudieron dejar de penetrar la intención de la Reina, se en- tregaron más desde entonces á la voluntad del rey D. Fernando, que, siendo Rey de Aragón, podía obrar con mayor poder y más libertad que antes, quitado el estorbo del rey D. Juan, su padre^ cuya inclinación era á los agramonteses.

17 También ordenó la Reina que su cuerpo fuese sepultado en la iglesia del convento de S. Francisco, extramuros de la villa de Ta-

* donata de instrumculo original del arcb;vo de Ujué, por el cual la princesa Doña Leonor ab- Buelve á sus vecinos de la pecha (dice) que se debiese no solamente al Rey; sino también de la que debían á Luis de Beaumont, por tiempo Conde de Lerin, la cnal por sus deméritos, mediante legitimo pJo- ceso, é sentencia por el dictio Señor Rey, é per Aos pronunciada, con todos sus bienes está confiscada, é incorporada á la Corona Real, etc. Fecha cu Falces ú i2 do üctubro do lü¡8.

REY D. JUAN II Y DONA LEONOR GOBERNADORA. ^t

falla, que mandaba edificar * con la advocación de Santa MARÍA de la Misericordia: y que el de la reina Doña Blanca, su madre, que estaba depositado en la del convento de Santo Domingo de Santa MA- RÍA de Nieva, en Castilla, se trajese á Navarra y se le diese digna sepultura en el mismo lugar. Mas esta piedad de querer acompañar después de muerta á su madre no llegó á tener efecto por los acci- dentes que luego se siguieron. Acordóse en su testamento del infante D. Jaime por el especial cariño que le había cobrado orlándolo con- sigo en Navarra: y le dejó treinta mil florines de oro sobre los Esta- dos que á ella le pertenecían en los reinos de Castilla, Aragón, Va- lencia y principado de Cataluña. Pero, estando ellos en poder del rev D. Fernando, más fué dej^arle una pendencia muy dificultosa de reñir. No era tan malo lo que á eso añadió en Navarra, que fué el condado de Cortes, como en aquella sazón lo tenía el duque D. Al- fonso de Aragón, su hermano; y también la villa y castillo de Miran- da. Nombró testamentarios á D. Juan de Egüés, Prior de Roncesva- Iles; á D. Juan de Gurpide, Canciller de Navarra y á Dionís Coscón, Capitán General de este reino, á quien el Rey, su padre, había he- cho merced de los lugares de Cascante y de Corella en tiempo de los bandos pasados, cuando se los quitaron á D. Juan de Beaumont, Gran Prior de Navarra, á quien el mismo Rey mandó después que se le restituyesen. Señaló también la Reina por ejecutores de su tes- tamento en compañía de los tres á Hernando de Olóriz, Alcaide y Capitán de Tafalla, y á Juan Pérez de Barayz, Juez de Finanzas y Mayordomo su^^o.

1 8 Ordenadas en esta forma las cosas pertenecientes al bien de su reino, murió cristianamente dentro de dos días (tan ejecutiva fué su enliermedad) el Viernes 12 de Febrero de 1479, habiendo reinado solos quince días desde el día de su coronación y veinte y cuatro desde que sucedió en el Reino al rey D. Juan, su padre. Mirando á la utilidad pública del Reino, se debe reputar por desgracia la suma brevedad de su reinado. Pero si se mira al bien particular de la Rei- na, creemos que fué un gran favor que Dios la hizo. Porque, según el aparato de la tempestad que se iba fraguando en los ánimos de sus vasallos con vapores recibidos del mismo infierno, parecía forzo- so quedar oprimida, aunque su autoridad, su prudencia y el mucho séquito, que iba ganando sin duda, hubieran hecho que no descar- gase con tanto daño y ruina total de su reino. Su cuerpo fué llevado con la po-mpa debida al convento de S. Francisco de Tafalla, donde fué enterrado, aunque no en el sepulcro que ella había ordenado. Y allí yace dando pocas señas de lo que fué; aunque]sí muy provecho- sos documentos de lo que son los reyes, á quienes la muerte envuel- ve en las mismas sombras que á los vasallos más humildes.

* Estaurlo acabada esta nueva fábrica, A muy cerca de eso, se dorrib/) cleí?pu6s entre laa Otras fortalezas del Keii'.o por ser n.uy fuerte, y dominar á la villa, seg6u Zurita refiere,

LIBRO XXXIV

]JE LOS ANALES DEL REINO

NAVARRA.

CAPÍTULO I.

I. Sucesión del eey D. Francisco Febo en el beino de

NAVAEPA, OBIGEN DE SUS PROGENITOEES Y ESTADO DEL REINO.

II. Bandos de Navaiíea más sangbientos y nacimiento de la Infanta de Castilla, Doña Juana. III. Mediación del bey D. Fernando para la paz y muertes del mariscal de Nava- rra Y DEL condestable MOSSÍN FIERRES DE PERALTA. IV. SE- GUNDA MEDIACIÓN DEL BEY D. FEENANDO PABA LA PAZ Y CORTES

EN Tafalla. V. Muerte del Arzobispo de Toledo. D. Alfonso Carrillo.

or muerte de la reina Doña Leonor se devolvió lemtimamente la sucesión

del reino de Navarra á su nieto el Príncipe de Viana, D. Francisco Febo, que ya desde la muerte del príncipe D. Gastón, su abuelo, su- cedida el ai^o de láyi, estaba heredado en el condado de Fox y en el señorío de Bearne con los demás estados que la Casa de Fox en Francia poseía. Fué único de su nombre en Navarra: y los gascones

Año 1479

(') Con este libro xxxiv comienza el 5." tomo de los Anales de Navarra, en la edición infolio del año mdcc.lxvl Dicho 5."* tomo lleva á su cabeza los siguientes documentos:— A los tres Estados del Ihistrisimo reino de Navarra. Ilustrisimo Señor.^Si el acierto correspondiera puntualmente al deseo y al trabajo^ muy confiado pudiera yo llegar por la cuarta vez á los pies de V. S. I. con este quinto volitmen de sus Anales. Pero es forzoso que desmaye la es- peranza cuando el objeto á que en gran parte se tira no es ni se puede decir blanco^ sino muy negro., y tan confuso., que ha sido ine- vitable la turbación del pulso para la buena puntería. Lo queprin-

54 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

le añadieron el sobrenombre de Febo como al famoso conde D. Gas- tón por el mismo motivo, que fué: ser de extremada hermosura, es- pecialmente por la cabellera rubia y dorada, como los poetas le figu- ran al Sol. Correspondían en este Príncipe muy cabalmente las pren- das del alma á las del cuerpo: siendo de ingenio muy hábil con gran- de docilidad, de inclinaciones todas nobles y piadosas, y sobre todo, de un garbo muy singular que llaman bello espíritu^ y viene á ser una segunda alma que informa y accidenta á la misma alma de cier- tas hermosas cualidades que hacen lucir maravillosamente sus fon- dos. Era de solos doce años aún no cumplidos cuando heredó este reino, al cual se agregaron por él los Estados ya dichos que poseía en Francia. Y porque se entienda bien que, ganando mucho Navarra en la extensión de su dominio no perdió nada del honor primitivo de su reyes por la varonía de Fox, que ahora entró á reinar, nos parece á pfropósito poner aquí el origen de esta antiquísima y muy esclare- cida Casa.

2 Dejaremos las imaginaciones poéticas, ajenas mucho de la sin- ceridad de la Historia, con que Beltrán Elias, jurisconsulto Pamiers en Fox, deduce el primer origen de los condes de Fox de Hércules y de Caletea, hija de un re}' de los celtas; porque después de haber referido alegremente las tristes aventuras qae á este primer caballero andante del mundo le sucedieron con Pirene, hija de Bebricio, señor poderoso, en una buena porción de aquellas montañas, que tomaron de ella (como él quiere) el nombre de Pirmeos, prosigue diciendo:

cipahnente en él se contiene es la tempestad más deshecha y larga que jamás padeció V. S, I. en que, según parece, se conjuró el cielo con la tierra contra la misma inocencia, cual fué la de nuestros desgraciados reyes D. Juan de Labrit Albrei) y Doña Catalina, Reina propietaria, á quienes y á sus más fieles subditos hati preten- dido imputar la más sensible infamia. No me atreviera á proferir- la si primero no la viera totalmente desvanecida por una sabia plu- ma, la más oportuna y la más sin excepción para el asunto; por ser del historiador de más alta graduación y aventajada erudición en todo género de letras: (*) y, lo que más hace al propósito, el más moderno de todos, que con grande estudio averiguó los funda- mentos de la opinión contraria; sobre todo, el más apasionado á sus Reyes de Aragón y más que á todos ellos al rey D. Fernando el Católico, Rey también, y con sumo honor, de V. S. I. Siendo todo esto asi, su natural ingemiidad le obligó á explicar su sentir por estas palabras: volvamos al Rey de Navarra, principal personaje de las tragedias, que sin haber sido en la verdad fautor de cismáticos.

(*) El P. Dtor. Pedro Abarca ele la Compañía de Jesús, del gremio do la Universidad de Sala- manca y catedrático de Prima, jubilado de ella y Prefecto do los estudios del R'jal Colegio de la Compañía. Tomo, 2. ds sus Anal, de Aragón, lib. 30, cap. 21.

REY D. FRANCISCO FEBO. 55

que dejó en aquella i'egión á stc sobrino Fuxeo con parte de la gen- te que trajo de Grecia para que la poblase\ como lo hizo^ dándole sti nombre^ y que c7, costeando con la restante lo largo de los mismos montes^ bajó á las llanuras de la Galia céltica (hoy Lenguadoc)^ donde casó con Galaica: y que Galates, hijo que de ella tuvo, y sus descendientes reinaron allí por muchos siglos, hasta que su cetro, nombre y hechos se sepultaron an las ruinas de las armas victorio- sas de las naciones que después dominaron aquella tierra, como fue- ron: romanos^, godos, vándalos y otros. Pero que con el tiempo re- vivió la clara estirpe de Hércules en Arnaldo, primer Conde de Car- casona, en quien tuvo sn principio la Casa de Fox. Desde este Ar- naldo * seguiremos sin escrúpulo á Beltrán Elias como á hombre que ya habla de veras. Pero habrá de ser en cuanto no discrepare del presidente Pedro de Marca, de Arnaldo Oihenarto y de otros es- critores que después de grande estudio y examen de archivos y pa- peles antiguos dieron con más maduro juicio á luz la sucesión de los Condes de Fox y la de los Moneadas, señores de Bearne, que vinie- ron á juntarse. Aunque por dejar corriente ahora la narración histó- rica, pondremos ambas genealogías al fin de este reinado, donde sin ser de embarazo, puedan dar no poca luz á la misma Historia con las noticias tocantes á Navarra que en ellas se contienen, y son bien singulares.

3 Tres años y ocho meses se detuvo el rey D. Francisco Febo en Francia antes de venir á Navarra; pero no fué tiempo perdido. Por-

se vio necesitado á parecerlo y á pagarlo. Consiguientemente pasa este sabio escritor á justificar la conquista de Su Majestad Católica con otras razones y derechos más antiguos: de lo cual debemos los naiiarros darle muchas gracias por la especial razón que tenemos para gloriarnos de que este excelso Rey más fué natural de Nava- rra que de ningún otro reino de España. Porque, sobre ser hijo de uno de los reyes más célebres de V. S. 1. en Navarra, á donde antes de animado el feto vino la Reina, su madre, en cinta, se le infundió aquella su grande alma en Navarra, en la villa de Sangüesa, don- de estaba la Corte, se debe decir que nació; sin que pueda derogar nada á la verdad naturaleza una breve digresión política, cual fué', haber llevado á la reina Doña Juana, su madre, estando con los do- Tomo lores del parto, á la villa cercana de Sos para que allí le diese á ^d*tT luz y no quedase contenciosa su naturaleza en cuanto á los reinos ]^^^^^ de Aragón: y por último, volviendo sin dilación á Sangüesa, en Na- varra, manió la primera lechs de mujer natural y noble (*) y tuvo toda su educación hasta muy avanzada su adolescencia.

" Doaeo ad id tenipus venlum sst, q.e Arncldus Carcasonae Oomos Herculis sera posteritas mter mortuum pené Fusensium nomen su€citavit. Beltr. Htá. Hist. Fuxensjum Comitum. lib. 1. (*■) Be la Casa de Leoz como coHí<ta de los Indi«es"de la Cámara de COTüq.itos.

LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

que le logró con grandes ventajas criándole muy cuidadosamente en la villa de Macieres, del condado de Fox, debajo de la mano de su madre y tutriz la princesa Doña Magdalena: y contribuyendo en o-rande manera á su educación la sabia dirección del Infante Carde- nal de Fox, su tío D. Pedro, quien deseaba fuese perfectamente ins- truido en las buenas letras y en el manejo de las armas conducentes á la formación de un gran re}', como quien bien sabía que el arte de reinar es como todas las demás, que si no se estudia dificultosamen- te se consigue, y que los reyes mal formados son como las estatuas deformes, expuestas más á los desprecios que á las adoraciones. La causa de esta tan larga detención del nuevo rey fué la guerra civil que, muerta la reina Doña Leonor, se volvió á encender y á levantar aún mayores llamas que antes; con tal extremo, que nunca se tomó mayor licencia la codicia para las usurpaciones ni el odio para las venganzas. A cualquiera (fuese natural ó extranjero) le era forzoso tomar escolta y marchar en orden de guerra paro ir dentro de Na- varra de un lugar á otro.

4 En medio de tanto desorden solo era tenido por rey legítimo de Navarra D, Francisco Febo, á quien todos confesaban pertenecer el Reino; pero pocos le obedecían sinceramente. D. Luís de Beaumont, Conde de Lerín, estaba apoderado de la ciudad de Pamplona y bien fortificado en ella: y seguían su voz (que la del Rey era poco atendi- da) muchas tierras de las montañas del Reino y casi toda la merin- dad ó provincia de Pamplona con otros pueblos de la tierra más 11a-

AJiora, pites^ como ministro y siervo fiel, á quien V, S. I. tiene dado el cargo de mirar por el honor de sus Reyes inseparable del suyo propio, paso á darle cuenta de lo que he trabajado en este quinto tomo de su Historia. Lo primero fué buscar (también en rei- nos extraños) diversos papeles manuscritos y muchos libros exqui- sitos y modernos de diferentes naciones y lenguas á toda diligencia y costa, y recoger de todos ellos con todo estudio y examen las 7ioti- cias necesarias: y bien puedo asegurar que al usar de ellas siempre procuro hacer sinceramente el oficio de relator, dejando el de juez al lector desapasionado y de sana vista, á quien la luz alumbre y no ofenda. También puedo decir que mi profesión, en cuanto escribo asi de reyes como de vasallos, es de historiador solo y no de pane- girista. Aunque es mayor el gusto y la soltura con que corre la pluma al referir sus hechos dignos de alabanza y al vindicar sus injurias, que no al notar, como es preciso á veces, sus defectos y de- masías.

Todas estas fatigas diera yo por bien empleadas el suceso co- rrespondiese al deseo particularmente en el asunto forzoso de vol- ver por la honra de nuestros reyes injustamente agraviados. Pero ¿quién podrá poner modo en los afectos nacionales? Solo Dios, Su- premo Juez y arbitro de reyes y de reinos, pudiera hacerlo: y bien se puede decir que lo ha hecho pronunciando en este tan reñido plei-

REY D. FRANCISCO FEBO. 57

na. Al condestable Mossén Fierres de Peralta ó al mariscal D. Felipe de Navarra que, según lo más verosímil, por ausencia del otro era en este tiempo el jefe único 3^ principal de la facción agramontesa, se- guían la merindad de Estella, las de Sangüesa y Olite 3' gran parte de la de Tudela 3' otros muchos lugares del Reino. La de S. Juan del Pie del Puerto, como sita de puertos allá y confinante de Bearne, es- taba enteramente adherida al Rey. Verdad es que todos decían tener por el Rey y á disposición suya los lugares de que estaban apodera- dos; y así lo mostraron. Porque luego que murió la reina Doña Leo- nor vino á Navarra la princesa Doña Magdalena en nombre del nue- vo Rey, su hijo, acompañándola con el cargo de virrey su cuñado el infante cardenal D. Pedro de Fox y Navarra para tomar posesión del Reino y dejar allanadas las cosas de forma que cuanto antes pudiese venir á coronarse. Y fueron muy bien recibidos y cortejados en Pam- plona y otras partes donde estuvieron, como consta de varios privile- gios (AJ que dieron. Mas no pudieron lograr su intento principal, que era componerlas discordias, por más que ayudaron á esto mu- A chas personas de grande autoridad enviadas por el rey Luís XI de Francia, tío del re3'- D. Francisco y muchos prelados, caballeros v religiosos que vinieron de Castilla y Aragón á este mismo fin; 3- por más que clamaban las leyes atropelladas contra los transgresores. Porque hay desórdenes en la república que son más fuertes que las le3'es; como enfermedades en los cuerpos, que son más fuertes que las medicinas.

to la úlihua sentencia^ crdeiiada sin duda por su alta providencia á la mayor concordia y perfecta unión de todos los reinos de Espa- ña^ en los diales vemos con universal gozo de toda ella reina paci- ficamente á iinestro Ínclito rey D. Felipe Vil y V de Castilla^ como descendiente^ sucesor y licredero legítimo de todos ellos. Y quien mucho se puede gozar y gloriar es V. S\ 1. por la firmeza incontra- table con que se mantuvo en la conmoción general que desf>ués se si- guió al tomar Su Majestad posesión de su monarquía. Aunque esto no puede hacer novedad en V. S. I., que solo ha ejecutado lo que siempre^ desde que es reino, que es: no faltar janu'is á la obediencia de los que una vez juró debidamente por reyes suyos. De todo lo cual le doy con sumo alborozo la enliorabuena y también las gra- cias. Porque, sobre el aparato de materiales que tengo prevenidos, y en mucha parte labrado para el sexto y último tomo de sus Ana- les, me V. S. 1. en estos sus illt irnos hedías la más noble materia para el complemento, lustre y corona de toda la obra. Dios guarde á V. S. 1. y mantenga en todo ]iO)ior y felicidad por muy dilatados siglos. limo. Señor., B. L. M. de V. S. I. su más humilde siervo y capellán, ^JHS. Francisco de Alesón.

58 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, C^P. I.

§. II.

P*^ I '^an hondas eran las raíces que los odios habían echa- 5 I do en los corazones, que no hubo modo de arrancar-

Alos. Antes brotaron con más pujanza, y no solamente traían inquietas las manos, sino también las lenguas. Eran muchos los males que los unos divulgaban de los otros. Como los agramon- teses veían al Conde de Lerín apoderado de la ciudad de Pamplona y casado con hermana del Rey de Castilla y Aragón, D. Fernando, sospechaban, y aún daban por cierto, que trataba de levantarse con el Reino; y así lo pubHcaron para hacerle más odioso. Pero presto se vio ser impostura, siendo ellos los que más delinquieron ahora en el punto de tener inteligencias con Castilla. Como decimos, des- pués de dejar advertido que el tiempo de estas inquietudes de Na- varra se gozaba allá de toda quietud y se celebraba con grandes re- gocijos el nacimiento de la infanta Doña Juana, á quien su madre la reina Doña Isabel dio á luz en Toledo á 6 de Noviembre de este año : y hacemos esta memoria por la mucha parte que la recién nacida vendrá á tener en Navarra, de donde vino á ser Reina.

6 Sucedió, pues, que el mariscal D. Felipe de Navarra, que siempre tenía atravesada en su corazón la punzante espina de la muerte atroz dada por los beaumonteses en Pamplona á su padre el mariscal D. Pe-

Licenci;i del Padre Provincial. José Antonio Beaumoiit, de la Compa- ñía de Jesús y Provincial de Castilln, jjor parlicular comisión (jiie para ello tengo del M.'l\do. P. Miguel AngelTaiüi)iirini^ nuestro Prepósito General^ doy liceucia pai'a (lue se imprima el lomo (|ui'itü de los Anales de Navarra y se- gundo de su segunda [)arte, compuesto poi- el P. Francisco do Alesóu, de la misma (Compañía: el cual ha sido exauíinado y aprobado por personas doct:is y graves de nuestra Compañía. En testimonio de lo cual di esta lirmada de mi nomljre y de mi Secrelari •, y sellada con ol sello de mi oíicio.' Valladolid y xMarzo veinte y nueve de mil setecientos y doce. jhs.— Joí^é Anto.mo ue Beaumont.— Jiis.— Fr.ANCisGo Paulo Mazauío, Secretario;

Aprobación del doctor Ü. Matías de Izcue, Vicario de la iglesia i)arro(|nial de S". Nicídás de Pamplona. Por urden del ilustre Señor Gobernador y Uncial principal de este obispado he examinado este libro intitulado tomo (¡uinío de los Anales de Navai'ra y segundo de su seL;unda parte, compuesto por el IMo. P. M. Francisco de Alesón^de la Compañía de Jesús y cronista de este reino: y habiéndole lei lo con toda ateución^ no b3 hallado en él cosa que se oponga a la pureza de nuestra santa le y buenas costumbres. Antes bien; juz- go (|ue la admirable discreción con que el autor alaba las loaljjes acciones ijue retiei'e y repi-ende las dignas de vituperio^ puede contribuii' mucho a la públi- ca enseñanza como también al hoaor de este reino.

Nunca en él faltó fecundo minei'.d de hombres insignes en armas y letras quienes pudiesm dignamente colocar en el templo de la fama las estatuar de- nueslros soberanos; [)ero, conociendo sus nobles vasallos (jue la más grat^i li- sonja ({ue po.lífin h;^er á sus augustos principes era el no [)artir con ellos el

REY D. FRANCISCO FEBO. 59

dro, con el deseo de la venganza y hacer todo el mal posible al Con- de de Lerín, se apoderó de la villa de Viana, ganándola por sorpresa. Esta villa con su castillo estaba por el Conde, y era su teniente en ella un caballero de la Casa de Góngora (algunos lo hacen de la de Beaumont). Y según refieren las memorias manuscritas, (B) el Ma- B riscal, deseoso de desposeer al Conde de esta plaza, que por fronte- riza y contigua á Castilla era de mucho momento, tuvo inteligencias con algunos de sus vecinos: en que le ayudaron mucho Mossén Lope de Dicastillo y otros caballeros agramonteses. La ocasión era favora- ble; porque los vecinos de Viana estaban muy descontentos del Con- de por considerarle mal afecto al Rey y por las muchas pechas de que cargaba á los labradores. Y así, después de tener bien preveni- das las cosas, se encaminó por el valle de Aguilar con su gente y dio súbitamente sobre la villa; aunque no la pudo entrar por entonces por ser sentido y rechazado de la guarnición beaumontesa. Los veci- nos, que estaban de acuerdo con el xMariscal, en vez de desmayar se animaron. Üiéronle bastimentos para su gente, pidiéndole que no se alejase: y dispusieran de modo las cosas, que, siendo llamado la no- che siguiente, pudo entrar fácilmente en la villa y apoderarse de ella y de sus iglesias, que eran muy fuertes. Mas no siendo fácil tomar el castillo á donde la guarnición déla villa se había tirado y no pu- diendo mantenerse en ella, tomó, para que esta no volviese á poder del Conde de Lerín, una resolución muy perniciosa para él, que fué: entregarla á los castellanos como en depósito. Para esto se vio con

incienso (|iie deseabí su heroica iiicdid^ ss ofreciese solamente al supremo auior de sus felicidades, neniaron á sus reyes esle obsequio, quehabja de ofen- der su niodesiia. Pero estamparon al mismo tiempo en las preciosas telas de su corazón la memoria de sus proezas para (|ue esle amoroso recuerdo abi-iüa- Síí en sus generosos pechos la lidelidad constante que han piof'sado en todos tiempos á sus monarcas.

Atrevióse la inconsiderada malicia de algunos escritores á negn-nos ó dis- ]iular os nuestras nicas gloriosas prorrogativas creyendo (¡ue la misma distan- cia del tiempo las hibia sepultado en el olvido. Pero los mismos tiempos en (pie consagraron á Dios nuesti'os Meyes los laureles de sus victorias son lide- lisimn.s testigos de sus heroicas proezas; haliiéndose conservado en sus archi- vos pura y sincera la memoria de la generosa gratiliid con ipie ofrecieron al Rey de los reyes los fruUis de todas sus conquistas. Obligado, pues^ del pre- ciso empeño de volver poi* la boni-a de sus monarcas, encomendó este reino á la infatigable vigilancia de nuesiro exactísimo cronista el P. José de Mo- ret la grande empresa de recoger eslos preciosos monumeníos (pie estaban esparciilos en todas a<|ijellas provincias ipie pisó li vic'oriosa planta de nues- ti-os príncipes. I 'ero no les arrebató el fnror de la parca poco después de haber empezado su admirable industria poner en el debido ordena estos miembros que se hallaban tan di?^locados.

Hubiera sido irreparable esta desgracia si la consumada erudición en todo gén'U'O de letras de nuestro HPi. P. M. Francisco de .Mesón no nos hubiera asegurado el cabal desempeño de tan noble asunto. Ya ha sitisfecho el cielo nuestros deseos; pues vmnos expuesto en el teatro del mundo á los ojos de lo-

6o LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

D. Juan de Ribera, Gobernador de las fronteras de Castilla por el rey D, Fernando, con el capitán Mudarra y otros en los confines de am- bos reinos, y puso en sus manos la villa para que la tuviesen en nom- bre de su Key, como lo hicieron entrando en ella con buena guar- nición.

7 El conde de Lerín quedó en extremo amargado de este hecho; y no tanto por haberle tomado á él la villa de Viana, cuanto por ha- berla entregado el xViariscal á los castellanos. Juntó luego sus gentes y encendido en cólera salió á campaña, y no solo recobró de los castellanos á Viana, sino lo mismo de la misma villa de Larraga, que desde los años pasados estaba en poder de ellos. También recuperó la de Miranda de Arga, y debió de ser entrándola espada en mano. Porque cuentan que después de tomada mandó echar en el río á los cabos de la guarnición castellana. Su ánimo era tan explayado, que deseó ahora hacer lo mismo de Losarcos, Laguardia y b. Vicente y de cuanto los castellanos tenían en Navarra. Con efecto: trabajó en ello cuanto pudo, especialmente por la recuperación de esta últi- ma plaza como las más importantes por estar más metida en Castilla y ser la más apropósito para hacer de ella barrera. A este fin tuvo tratos con Juan de Olloqui, su Alcaide, puesto por el Conde de Ureña. Pero no tuvo efecto por haber descubierto la trama un navarro, que debía de ser de la parcialidada contraria: como tampoco pudo lograr el Conde lo demás que tenía ideado por traer ocupadas sus fuerzas con los agramonteses. Todos los escritores y memorias de aquel

dos este liermoso teatro de Navarra, en cuya delincación tiró los primeros rasgos la sabia pluma del P. Josó de Moret. Pero la exquisita literatura do nuestro presente cronista le lia vestido ccn tan vivos y alayüfños colore?, (|ue si el ai-gumenio poi- su grandeza es digno de la estimación de lodos los doctos, {)or la singular destreza con que esta manejado ai-rebatará sin duda la atención de lodos sus lectores.

P^n las anlei'iores obras de nuestro doctísimo escritor brilla aípiella pure- za, lierinosura de estilo, :jue le ha merecido juslauíente los mayores a[)lausos cnire todos los ei'uditos; pero en la presente obi-a resplandece con raio pri- mor a(|uella suma desLi'eza con que maneja el asunto njás dilicil que se pue- de ofrecer en nuestía Historia. Pori|ue, lia!jiendo detei'niinado (¡1 Soberano ar!)iíi-o de la tierra conducir este reino por medio de una luriosa borrasca al seguro puerto en que lia gozado por dos siglos aquella serenidad constante que tanto han envidiado las demás pri)vincía3 de Europa, trata con tan suave delicadeza su prudente mano nuestras más sensibles heridas, que apenas po- demos pei-cibir el dolor de ellas. Ni la lisonja maltratada con sus mordaces ti- ros al vencido ni la cmulai ion obscurece con sus tristes sombi-as la gloria del vencedor: y asi, descubre con pi'odigiosa sinceridad su docta pluma los inslni- inenlos de (|uese valió la Üivina Pi'ovidencia [tara la i'eliz unión de estos rei- nos cuando determinó fundar la monar(|iiia es[)añola en la pei'sona de nues- tro nunca baslanteuienle celebrado iiéroe ü. FeraanJo id Católico. Por todo lo cual juzgo ser esta obra dignísima d.; la licencia ipie pide su autor. Así lo sien- to, ecl. Kn Pamplona á 5 de Septitmibre de 171:2,— Du. ü. Matías Jeuónimo Dii Izcui:.

REY D. FRANCISCO FEBO. 6l

tiempo convienen en que si ellas fueran iguales á su valor, pericia y buena conducta en la guerra, no solamente hubiera recuperado to- do lo que antiguamente fué de Navarra, sino también que era capaz de conquistar nuevos reinos. Y después de todo esto ¿quién dijera qué él había de ser la causa principal de la perdición de éste.' Y quién (según los sucesos siguientes) pudiera convencer á los que ahora publicaban que trabajaba para y no para sus legítimos Reyes?.

§. III.

euando en Navarra continuaba la guerra civil con ;ste ardor y empeño entre beaumonteses y agramon- teses, vino á Aragón el rey D, Fernando: y al punto que lo supo la princesa Doña Magdalena, resolvió partir á Zaragoza para hablar personalmente á Su Majestad Católica y pedirle su in- terposición para ocurrir á tantas lástimas y daños. (C). El Rey envió C luego algunos criados de su casa á Tudela para verse con el mariscal D. Felipe y tratar con él de los medios conducentes á pacificarle con el Conde de Lerín y acabar de una vez con los bandos sangrientos de Navarra. Quien más trabajó en esto fué un predicador del rey eu su D. Femado, llamado el maestro Abarca, natural déla ciudad de Jaca Hi^s-^^de El secretario del rey Enrique IV de Francia dice que era Religioso

Licencia del ordinario. Nos el Hcouciado D. Junn Frincisco de Azcona y Ecliari'en, Golternador y Oticial principal de este obispado poi- el mny ilustre cabildo de dicha Santa Iglesia^ sede episcopal v,5canle por mtieríc del Ilustri- sinio Sr. D. Juan Iñíguez de Arnedo, Obispo que fué de dicbo obispado, ect.

Por las presentes y su tenor damos licencia y facultad, por lo fjue á Nos to- ca, al Rdo. P. M. Francisco de Alesón, de la Compañía de Jesús en su colegio de esta ciudad ó historiador de este reino de Navarra, para que pueda sin in- cui'rir eu pona ni censura alguua imprimir y dar á la estampa un liJ)i'o íutilu- lado tomo quinto de los Anales de Nainura y segundo de su segunda parle: ateu- to ha sido aprobado en virtud de remisiva nuestra por el Di*. D. Matías, Jei-ó- nimo do Izcue, Vicario de la sr.nta iglesia parroquial de S. NícoKás de esta di- cha ciudad, y no contiene cosa coaira nuestra santa y buenas coslumbi'es. Dada en Pamplona á cinco de Septiembre de mil setecientos y doce. Lie. D. .lüAN Francisco DE Azcona Y Egiiarren. Por mandado de su merced. D. Mautln de Artajo y Hurtado.— Secretario,

\pr )bación del Doctor D. Baltasar do Lezaun y Andía, provisor y vicario general que fué del obis|)ado de Calah >rra y la Calzada.^ De comisión del señor doctor D. Peili'o de Oñale y Murillas, Canónigo do la Sania Iglesia de Calahorra, Pi-ovisor y Gobernador de este obispado de Calahorra y la Cal- zada, seile vacante, he visto y reconocido el timo quinto de los anales de Navarra y segando de su segunda parto, compuesto por el Rdo. P. M. Fi'an- cisco de Alesón, de la Compañía de Jesús, cronista del mismo reino: y habien- do dado mi censura y aprobacióu de este tomo ea el mes de Octubre del año

02 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

Dominico: y según parece, obró con orden de su Re}'' movido de los ruegos que no cesaba de repetirle la princesa Doña Magdalena, para que con su soberana autoridad pusiese la m mo y el remedio en los perniciosos males de este reino. Kl celoso vaio.i habló con eficacia al Mariscal y al Conde y á los principales del séquito de ambos y vino á conseguir lo que deseaba por el medio que les propuso de ca- sarse el Mariscal con la hija del Conde. Lo cual de uno y otro fué bien admitido: y de hecho hicieron treguas hasta la conclusión de este matrimonio y de los demás medios convenientes á una paz fir- me y segura. Pero como nunca faltan malsines, y su cosecha es ma- 3'or en tiempo de bandos, en que la cizaña ahoga la buena semilla, algunos agramonteses le dijeron al Mariscal tales cosas, que él para grande daño suyo no solóse volvió atrás de su concertado matrimo- nio, sino que pasó mu}' adelante en las injurias del Conde deLerín. 9 Sintiólo mortalmente el Conde. Quien, sabiendo que el Maris- Aj5o cal pasaba de Sangüesa á Villafranca para verse con D. Juan de Ri- 1480 bera y otros capitanes de las fronteras de Castilla, sospechó que es- tas vistas eran para daño suyo y de sus beaumonteses y para grande mal de todo el Reino. ¿Quién podrá entender estas cosas? El rey D. Fernando trataba al parecer con sinceridad y recta intención de Faviu, pacificar los bandos de Navarra y al mismo tiempo sus capitanes ha- y oti-os, ^^gj^ ^^^^y opuestos oficios. Alguuos escritores franceses quieren de-

1712 por comisión del Consejo Reiil y Supremo ile este reino, se me (luplic;i el gusto con l;i revista de obra lan insigne, y en \ei de censurarla, debía dar las gracias poi' esta segnmia remisión: y siendo yo lan apasionado del autor, piin. (ijo-o con Cayo Plinio á sii Aiignrino: laudalns A te landare empero, vereor ne Epis'. 8."^" ^ni}i proferre indicíiiin nienni, qiiaiii referre qraliam videar; sed licetvidcar, omnia sciipla tua pnlcliernma existimo. Y así^ me ratilico en que este libro es digno de imprimirse por no contener cosa alguna opui-sta á nuestra sagrada religión y buenas costumbres, sino supeiiores motivos de gloi-ia para los na- cionales y erudición sacra y profana para los m<ás críticos censoi'es. Así lo siento^ salvo etc. En la ciudad ile Yiana á treinta de Enero de mil setecien- tos y quince. Di\. D. Baltasar ue Lezaun y Andía.

Licencia del oi'dinario del obispado de Calahorra y la Calzada, sede vacan- te — Nos el Dn. U. Pedro de Uñate y MurillaS;, canónigo de la Santa Iglesia de Calahorra^ provisor y vicario general de este obispado de Calaborra y la Cal- zada^ por la Sania Madre iglesia, sede vacanic, ele

Por las presentes y por lo que á Nos toca damus licencia al R. P.M. Francis- co de Alesón, de la Compañía de Jesús, cronista del reino de Navarra, para <|ue pueda imprimir el lomo quint') de los Anales de Navarra y segundo de su se- gunda parle, atento que por la censura dada de comisión nuestra por el señor doctor ü. Baltasar de Lezaun y Andia, Abogado de los Reah's Consejos y Pro- visoí- que lia sido de este obispado, nos ha constado no contiene cosa alguna opuesta nuestra sagrada religión y buenas costumbres, lo cual se ^entienda con que intervengan las demás licexicias necesarias. Dada en la visita personal de la villa de Salvatiei-ra á veiute y dos del mes de Fe!n-ero de mil setecien- tos y quince.— Dr. D. Pedro deOñate y íMurillas.— Por mandado dol Sr. Pro- Visor Gobernador.— D. Miguel Marín Zug.\sti, Secretario.

REY D. FRANCISCO FEBO. 63

cir que el Rey no andaba tan liso como parecía. Pero ^^o, que abo- rrezco hacer con reflexiones maliciosas plausible la Historia, me arri- mo á uno de ellos, que culpa únicamente á los capitanes, diciendo: que es propiedad suya pasarse á o/icios superfluos para mostrarse ya^b- grandes servidores sus Reyes; aunque sea metiéndolos muchas ve- cret. de ees en querellas inicuas, ajenas de su voluntad. El efecto fué que el iv. Conde de Lerín salió disimuladamente con gente armada al encuen- tro del Mariscal, á quien dio alcance cerca de M elida, junto al mo- nasterio de la Oliva. El Mariscal, que iba con poca gente por fiarse de las treguas, viéndose cortado 3' desigual en fuerzas, dio de espues- las á su caballo para escaparse; pero con la desgracia de haberle fal- tado en la carrera y verse obligado á desmontar; lo cual hizo con tal despecho de verse expuesto á una muerte cierta, que, volviéndose contra él, lo mató á puñaladas, diciendo: /Vb matarás á otro. Lo peor fué que luego tuvo sobre al Conde, á quién saludó sin turbarse, diciendo: ¡ali! señor printo^ á Dios. Y el Conde le respondió: y á vos y á Viana, mal caballero: y le mató á lanzadas. Todos convienen en la muerte: aunque las relaciones de los agramonteses culpan al Con- de por haberse muerto tan cruelmente en tiempo de treguas, y las de los beaumonteses al Mariscal, por haberlas él roto con retroceder del matrimonio acordado. De los pocos que le seguían quedaron tam- bién muertos los más, que es señal de no haber faltado á su deber en defenderle. Así murió i3. Felipe de Navarra, tercer mariscal de esta Casa, á quien en ella y en el cargo sucedió su hermano D. Pedro, de quien se ofrecerá hacer larga mención en adelante.

del Coüsejí) lieal y Supr.Miio (le este reino he leíilo con especial rellexión y^' mayor giislo el tomo quinto de bs Anales de Navarra y segundo de sn segunda e

Aprobación del mismo Dr. D. Baltnsnr de Lezaun y Andia.— Por comisión Maria- na His- tor. de Esp. lib

parle compuesto por el Kd. P. Jl. Francisco de Alesón, de la (Compañía des.eap.i.

, . . 1 1 I I 1 . 1 ,1 1 Abarca

Jesu>:, cronista del mismo i'eiiio.- y siendo qu-, Irjhiendose aceptado con el Reyes mayor aplauso el tomo cuarto de los Amles f|iift compuso el mismo autor y «í? Ara- las notas y escolios que al segnndo y tercero del P José Moret añadió, creo f,°'en°ei que este tomo (|uinto merecerá los mayores elogios, dejando tan llenamente Ante- pei"i'ecta la Historia del i-eino de Xavari'a, qu3 quede no solo fortalecida sinOnum.°2. vindicada de la fea nula que la severa y acre censura del P. Juan de Mariana negum injustamente le dio; y de la queconmás modestia pero no con menor perjuicio 17; ^^fd explicó con Garibay el P. M. Pedro Abarca, diciendo: que las bistorias de Na- val ra estaban llenas de confusiones y dudas: pues con las lucidísimas antor- cbas lie eslos dos grandes analistas (|nedan no solo claras sino refulgentes en el teatro de los sabios. Siendo estos cinco tomos como aq lellas cinco limpidí- simas piedras de David, elegidas para dar en tierra con el gigante í/í? las confu- siones y dudas que asombraban á nuestras histoiúas.

Comprende este (juinto tomo a(juello^ iníelicísimos años en que se abrasó esle reino en las discoidias civiles y sangrientos bandos de beaumonteses y agrá uonteses, (|ue arruinaron la Coi'ona más antigua dt> España, d<'spojandb de su cetro á los reyes más dignos de ocuparle;sin (jue ni el inocente candor del rey D. Francisco Febo ni las virludc's llenamente Reales de los señores D. Juan de Labrit v Doña Catalina pudiesen superar las fatales constelaciones

64 LIBRO XXXÍV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. L

10 Una muerte tan atroz y la memoria que con ella se renovó de la otra muy semejante dada en Pamplona á su padre por los mismos beaumonteses, irritó sobre manera á los agra'n.nteses, no haciendo fuerza los escarmientos donde prevalecen lo;s odios. Esta memoria, renovada ahora, de la muerte del mariscal D. Pedro de Navarra dio sin duda motivo al desconcierto con que algunos refieren estas cosas faltando ala serie del tiempo, que debe ser guía de la Historia. Por- que juntan ambas muertes refiriendo: que cuando fué muerto el pa- dre en el patio de la casa de la moneda de Pamplona, se halló tam- bién allí su hijo D. Felipe, y lo dejaron por muerto los beaumonte- ses con otros que nombran, y son: D. Pedro Velaz de Medrano, Mo- ssén Jaime, su hijo, y D. Tristán de Mauleón, los cuales, habiendo quedado ocultos por algunos días, tuvieron ocasión de escaparse á uña de caballo. Pero que, siendo sentidos al salir de los portales de Pamplona, salieron contra ellos y tuvieron necesidad de pelear para defenderse, y lo hicieron con tanto valor, que se libraron. Mas, pro- siguiendo su viaje, salieron en su seguimiento el Barón de Guirin- d¿íin y Machín de Góngora, Señor de Ciordia, con cincuenta de á ca- ballo: y siendo ellos tan pocos, no tuvieron otro remedio que el apre- tar las espuelas á sus caballos á toda furia camino de Tafalla: y que al llegar cerca de Barasoáin, por darles alcance se adelantó y apartó tanto Machín de Góngora de los suyos, que, llegando á la vista del nuevo mariscal D. Felipe, comenzó á decirle con desprecio en altas voces: Esperad^ esperad^ D. MncJiacho: mas que el Mariscal le vol-

que predoiiunaroii á su ruino; porque como predijo Jesucristo en su Evange- lio Omno RcJiíum in se ipstia divistiiu desolábitur. Y el V. Mesón, descubrieiulu con nan ación sincera los suce¿üs de ambos i'einados coa sus principios y cau ^í'fTi •'''^^ ^^1^^*^ ^^ ^^^^^ ^^ ^^'^^^ ^^ '^ Historia) corre como el Sol por la linea eclíptica 'T.'i7." de la verdad sin declinar á una ni otra parcialidad, elogiando lo bueno y re- probando lo malo de ambas, (an libre de pasión y afecto como aplicado dejar á la posteridad el documento pulilico de (jue la paz, unión y courormidad'de los vasallos con sus reyes son los ejes que hacen felices y gloi'iosos á unos y otros.

Lo mas apreciablo de esla obi'a es la ci-udición profunda, juiciosa y prudente con que discurre el UR. Alesón sobre el despojo que el rey católico Ü. Fer- nando bizo en el año de loi¿ á los tan buenos como infelices reyes Ü. Juan de Labrit y Doña Catalina, punto critico en que tanto baii batallado los autores españoles y franceses, aprobando atjuellos loque lauto reprueban éstos.- y sin querer hacerse juez en esta causa, reserva á los discretos lectores la sen- tencia; pero vindicando con solidez á nuestros reyes de la fea nota con que al- gunos autores lian ofendido su memorii. Como si no les bastase su desgracia de habei- perdido el Ueino de sus mayores sin añadir ese obscuro borrón a los reyes más beneméritos de la Sede Apostólica y á quienes solo su insepa- rable dependencia de la Casa de Francia nos pudo aliar con su rey Luís Xil pai'a su natural defensa, sin perjuiciu de su piedad y religión, en (jue sin duda fueron esclarecidos. No faltan motivos legilimos de la ocupación y retención de Navarra por los Keyes de Castilla sin recurrir calos que tienen mas de disputa que de realidad. Lo cierto es que en la unión con caslilla logró este

REY D. FRANCISCO FEBO. 65

vio la cara con gentil denuedo, y, arremetiendo á él, lo mató. Con que pudo escaparse de su furor más libremente con los su3^os, deján- dole tendido en el camino para horroroso tropiezo de los que le se- cruían.

1 1 Ahora, pues, los agramonteses se dispusieron á la venganza de ambas muertes y á la prosecución de su causa con mayor rabia y te- són, pero con pocas apariencias de salir con su intento. La c^usa principal era hacerles mucha falta una buena cabeza, siendo muy mo- zo y poco experto el nuevo mariscal D. Pedro y muy viejo el con- destable Mossén Fierres de Peralta, que además de eso estaba (según parece) ausente del Reino tiempo había. Por lo cual no se pudo ha- llar en los hechos que acabamos de contar. Lo más creíble es que él había curado en falso la llaga de la excomunión fulminada contra él por la muerte que con la sacrilega atrocidad dio diez años antes al Obispo de Pamplona, D. Nicolás de Chávarri. Y ahora últimamente, porque los apasionados del Obispo, después de haber muerto el re}' D. Juan 3' su hija la reina Doña Leonor, de quienes era muy favore- cido Mossén Pierres, sin haberse atrevido viviendo ellos, reproduje- ron la causa. Él mismo, herido gravemente de este escrúpulo, recu-

iviiio su iiKiycr feüciilad y el P. Alesóa en este tomo quiulo lince las mas no- iiles exe(|iiia's á los i-eyes úllimos despojados de Navarra, de cuyas cenizas re- nació como nuevo teaix para llenarle de glorias su sexto nieto y nuestro ama- do rey D. Felipe Yll enlazando lises y cadenas, como descendiente legítimo do los reyes de Casulla y Navarra^ debajo de cuyos Reales auspicios debe es- ijerar este reino su mayor prosperidad.

También es digno de oi)sei'var y aún de admirar el siugufir primor con que enlaza el P. Aleson la Historia de NdVarra con la de Francia, que como l)or más de dos siglos corrieren tan unidas en sangre^ intereses y alianzas, nunca pudiera comprenderse bien la Historia de Navarra si no se ilustrase con la de Francia, de donde el autor, como buen j irdinero, trasplantó las más cultas llores para aconiod irlas.en td ameno jardíu de sus Anales. Por lo cual y otros muchos i'espetos podré yo, libre de la pasión de amigo, decir del lido. P. Alesón lo (|ue el elocuente Casiodoro: qne Ecclesiastici grnviUite com- casío- positns, per ricissitndhies rcrum, miitaljilitates que Regnorun, lácteo qiiidem, sed dorus cnutinsum nitore decurril. \ landjiéu podré vaticinar á esta obra la per[)etuí- ^^g'^ec- dad con lloraiio. «oi^i-

bus.cap 17. cte

Exerfit monumeníum oere perennius, Histori-

íicgntique sita pyramidum al tías: tianis.'^" Quod )ioii iinher edax, non Aquilo impoteiis

Possit diruere, aut iniíiimerabilis Hora-

Aniionim series, etc. fuga teuiporum. tiu» 3o.

Pero para no exceder de censor en panegerista digo: que, no conleQiendü este libro la más mínima improporción ni oposición a las regalías, es justo aci'eedor de que el Consejo le conceda la licencia que pide pai-a imprimirlo. Esto rué |)arece, salea mcüuri censara. En Estella á veinte y cuatro de Septiem- bre de mil setecientos y doce. Lie. D. Baltasar de Lezaun y A.ndía.

Tomo vn ^

AÑO

66 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

rrió para quietud de su conciencia á Roma y alcanzó después de grandes diñcultades la absolución del papa Sixto VI, y porsu man- dato hizo (como es notorio) penitencia pública en la iglesia mayor de Valencia. Andando, pues, ausente del Reino por esta causa, vino á morir sin que se sepa con certeza en dónde ni en qué día. ¡En tan- ta obscuridad suelen sepultarles los que más se hicieron por lucir.! Sucedióle en su Casa y Estados su hija heredera Doña Juana de Peral- ta, casada con D. Troilo Carrillo de Acuna, hijo de D. Alfonso (ba- rrillo de Acuña, Arzobispo de Toledo, de quien en diversas partes queda hecha mención, y presto la volveremos á hacer hablando de su muerte.

§. IV.

Sabidas en Pau, donde residía el rey D. Francisco, todas estas cosas y la mala dispostción de ánimos que en Na- varra había para la quietud necesaria en orden á venir á Pamplona á coronarse, quedó resueko en su consejo que viniesen sus tíos el Infante Cardenal, (que ya se había retirado á Francia con la Princesa, su cuñada) y el infante D. Jaime, á tratar de pacificar primero los bandos. Ellos vinieron con poderes amplios del Rey, y fueron bien recibidos; pero, aunque trabajaron mucho, sacaron poco fruto. Refieren algunos que con efecto los dos Inñmtes hicieron ami- gos al nuevo mariscal D. Pedro y al Conde de Lerín en Tafalla, don- de á la sazón se celebraban las cortes del Reino, y que para asegu rar más su amistad los hicieron comulgar el Jueves Santo con la cir- Garibay cunstancia de que por orden del Cardenal y del Infante, su hermano, recibieron la sagrada Comunión en una misma Hostia partida por D medio. (D) Pero que el dia siguiente. Viernes, consagrado especial- mente al perdón de los enemigos, el Mariscal, teniéndose por seguro después de tan solemne reconciliación, partió de Tafalla para Estella, y el Conde de Lerín, que lo supo, le salteó debajo de Añorbe. 2vlas el Mariscal con ayuda y favor de Mossén Arnau de Ozta, Señor de la Casa de Olcoz y Alcaide de Unzue, se libró de sus míanos á carre- ra abierta con los demás que le acompañaban, (entre ellos cuenta Ga- ribay á D. Troilo Carrillo;) aunque siguiéndolos el Conde con sus tropas, dio alcance á algunos y mataron al Arcipreste de Mendigo- rría y á D. León de Garro, el Bastardo, y dejaron por muerto á Don Jaime Velez de Medrano, hijo de Jaime Velez. Así escapó el Maris- cal de las iras del Conde, de quien, por ser tan sagaz en esta mala guerra, se decía vulgarmente que hombre que comía con él no sabia dónde había de cenar. Añaden también que por este mismo tiempo acaeció el encuentro de los Artiedas contra sus primos carnales los de Ayanz, Señores de Guindulaín, á quienes mataron á traición en una caza de cetrería. Y por haber acogido el Conde de Lerín en su casa á los facinerosos, todos los del linaje de Ayanz, que eran mu- chos y muy valerosos, se pasaron al bando del Mariscal. Lo cual fué causa de que fuesen en más aumento las enemistades y los males de

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laaflio;ida Navarra. Siestapestífera calentura deshojase con unagrande sangría hecha en una batalla, dada de poder á poder por las partes encontradas, no fuera tanto el daño. Pero todo se reducía á estos pe- queños reencuentros de tan poca honra, con que para mayor calami- dad se afilaban los odios y no se embotaban las fuerzas.

13 Viendo, pues, los dos Infantes el mal estado de las cosas y las pocas esperanzas de sosegarlas, tomaron la prudente resolución de ir á buscar el remedio en su fuente; en el poder y autoridad del rey 1). Fernando el Católico, su tío, hermano de su madre. Halláronle en Zaragoza disponiendo que su hijo el príncipe D. Juan fuese jurado en la cuna por heredero del reino de Aragón: y siendo recibidos con grandes muestras de amor y de respeto, tuvieron una larga audien- cia de S. M. En ella le hizo el Infante Cardenal un razonamiento muy sabio y eficaz, en que le representó vivamente las calamidades extre- mas de Navarra, diciéndole con toda expresión: que los sediciosos estaban totalmente apoderados de las ciudades y pueblos, los beau- monteses de Pamplona y otras villas, los agramonteses de Estella, Sangüesa}' Olite: que unos y otros dábanla ley según su antojo y tiranía, sin dejarle al verdadero Rey más que el nombre vacío de to- da realidad, usurpándose ellos la autoridad y las fuerzas, sin las cua- les mal podía este Príncipe mozo refrenar tan grandes insolencias. Para moverle á más compasión, alegaban los Infantes el deudo muy estrecho que el inocente Rey tenía con S. M. Católica sus ele- vadas prendas dignas de imperio, su flaqueza y disolación extrema. Qiiejáronse especialmente de D. Luís, Conde de Lerín, que como bullicioso y sumamente atrevido no cesaba de hacer m.uertes, talas y robos en sus contrarios: y que aún estaba corriendo sangre la muer- te que acababa de dar con engaño al Mariscal de Navarra, D. Feli- pe, sobre la que antes había hecho dar al mariscal, D. Pedro, su padre, que por la muerte de MossénPierres de Peralta, Condestable de Na- varra, se había apoderado por fuerza de este preeminente cargo, y con él ejecutaba mayores violencias. Concluyeron pidiéndole enca- recidamente que acudiese al remedio de este agonizante reino, que tanto había servido al rey D. Juan, su padre, y en que él mismo había recibido el primer ser y criádose en sus primeros años.

14 El rey D. Fernando quedó muy enternecido y aún convenci- do con el razonamiento de sus sobrinos, los Infantes de Navarra, y al punto ordenó que volviesen á Navarra acompañados de personas de autoridad y muy hábiles de su Corte para que de su parte avisasen á los sediciosos que se templasen y prestasen el vasallaje debido á su Rey. El efecto fué juntarse cortes en Tafalla, ordenándolo así los In- fantes con la autoridad que para ello tenían. En ellas representaron á los tres Estados del Reino, que presentes estaban, lo que de parte su Rey traían encargado. Exhibieron carta su3^a para el Reino y tam- bién otra de su madre y tutriz la princesa Doña Magdalena y de su tío el rey Luís XI de Francia, que todas se enderezaban al mismo fin de que se diese lugar ¿i que sin más dilación viniese el rey D. Francisco á ser jurado y coronado por Rey en Pamplona. Respondieron los na-

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varros, juntados en cortes, que si el Rey no había tenido libre entrada en el Reino, no era culpa de todos sino de algunos pocos que lo albo- rotaban: que si él viniese, no faltarían á cosa ninguna de las que deben hacer los buenos vasallos. Esta respuesta satisfizo enteramente á los Infantes, que luego la noticiaron al rey 1). Fernando. Y él fué de pa- recer que el rey O. Francisco viniese cuanto antes á Pamplona; pe- ro armado y en tal postura, que fuese respetad.^ la majestad sin ser como hasta entonces menospreciada la poca edad.

§. V.

Dejando, pues, los dos Infantes bien dispuestos los áni- mos de los navarros, dieron la vuelta á Francia: y ha- biendo llegado á Pau, informaron al rey D. Francisco y á la princesa Doña Magdalena más cumplidamente del buen éxito de su buena embajada después de tantos tropiezos. Al punto se trató de prevenir las cosas necesarias para que el Rey viniese á coronarse con la seguridad y ostentación de majestad que convenía según el dictamen y consejo del Rey de Aragón, su tío.

i6 Mientras que ellas se previenen, no excusamos el decir cómo por este mismo tiempo á primero de Julio de este año falleció D. Al- fonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, en edad muy anciana, de la cual empleó la mayor parte en ejercicios poco dignos de su estado y dig- nidad, como en parte queda visto en nuestra Historia. Era hombre muy espirituoso y muy hábil, tan capaz para el gobierno político co- mo el militar. Retiróse de todo en los últimos años, resentido de la poca estimación que se hacía de él, no dándole tanto lugar en el manejo de los negocios. El motivo no fué bueno: el efecto no se pudo mejorar. Porque esta desazón vino á ser una purga amarga, pero muy saludable para el bien de su alma. Ocupó el resto de su vida, que pasó en Alcalá de Flenares, en obras de piedad y ejercicios cris- tianos,en que le cogió la muerte. Sepultáronle en la capilla mayor de la iglesia de S. Francisco como á fundador suyo, habiéndola él edi- cafido juntamente con el convento á sus expensas. También erigió en colegiata la iglesia de Sant-Juste, parroquial de aquella ciudad, con siete dignidades, doce canónigos y siete racioneros. Algunos años después murió D. Troilo Carrillo, su hijo. Conde ahora de San- tisteban, en Navarra: y fué enterrado á la mano izquierda de su pa- dre en otro sepulcro magnífico labrado en la pared al lado de la epístola. Mas el cardenal D. Fr. Francisco Jiménez hizo que se qui- tase de allí, y roídas las inscripciones por la mala alusión que tenían, se pasase á la sala capitular de frailes: pareciéndole grande diso- nancia que en el lugar tan público, como era la capilla mayor de la iglesia, se quisiese eternizar la memoria fea de un escándalo.

REY D. FRANCISCO FEBO. 69

ANOTACIONES,

._ I "'«-'neraos en nuestro poJeruu despacho, que parece original

X <lel Cardenal Infanta?, dado en esia sazón yes elsiguiente. D.Pe- A i)C:>rdenal Infante, é Yisorrey de Navarra,' por el Serenísimo Principe D. Fran- »ces Febus, poi" la gracia de Dios Rey de Navarra^ ¡3uc de Nemox é de Gan- »dia, de Momblanc, é de Peñaíiel, Comle de Fox Señor de Bearne, Conde de «Begorra^ éde KibagorzaSsñor de la Cuidat de Bala'gaer, é Par de Fraílela »nuestro muy caro b'eñor é Soliiino. A cuantos las presentes vei'áü é oirán «aiut, Facemos saber que asi la S'ñora Pi-iucesa de Yiana nuestra muy »c;ir;i Hei'mana como Nos al tiempo que (Iciemos cierto aputamiento é capi- Dtulado en la Villa (K; Aoiz cou el espectable e.iíregioD, Luís de Beaumont jiConde de Leiin nuestro muy caroé bien amado Primo entre otras cosas «llrmamos é t'ecicmos gracia en el dicho Capitulado propter bonunpacis de el Alcaldió Mayor del Mercado de la Ciu ad de Pamplona al magnilico^ é bien »amado nuestro Giiillaumes de Beaumont S^ñor de Montagudo é siguiente ))|or honor é conlemplación del dicho Conde le ficiemos gracia é merced do Noria del dicho Mercado de la dicha Ciudat dada c-n la Ciudat de P.implona »á 24. «leí mes de Octubre^ el año iKd Nacimiento de Nuestro Señor JESU- »CIUST0 do M.cccc.lxxix.Por el Cardenal Infatué Yisorrey. Pedro de Esparzi'. iS De la Princesa de Yiana Doña Magdalena, se halla en el archivo deSan- giiesa un privilegio, que es original con su propia ürma y selh». Y por él des- pués de referir los muchos servicios de Sangüesa les concede puedan te- ner mercado franco de quince en (juince dias el que la villa escogiere. Fo- caba en Pamplona á 17 de Diciembre, año de 1479.

19 Fulos Imlices de la Cámara de Cómputos, cajón de Eslella^ euvolt. 1. Í0I. 94. núm. 120. hay olro privilegio de la misma Princesa, que es de remi- sión de cuarteles á Hernando de Zurita, escudero, vecino de Zul'ia. Dado en Pamplona año de 1479.

20 Del año siguiente de 1480 se halla en los mismos Índices, num. 142 la merced de Almirante de Aoiz hecha por el cardenal Yisorrey á Pedro de Balanza, escudero, y coníirmada después por los reyes D. Juan y Doña Catali- na el año de 1489.

21 Los lances que pasa-ron enire el Mariscal y el Conde do Lerin en esta B expedición de Yiana refiere sin duila con más exactitud y acierto tjue otros el autor de las memorias manuscrilas que alioia citamos, y citaremos después no pocas veces. Y según buenas conjeluras, es el licenciado Beta, varónerudi- tisimo. Abogado del Heal Consejo de Na^arl•a, y que (como él mi.«mo dice) acabó su obia el año de I08O y la escribió provocado de la hiél y poco tiento con que á veces retiere las cosas de Navarra Garibay, quien poco antes había dado á luz la suya tocante á este reino.

5-2 De esta jornada de la' Princesa á Zaragoza Jiallamos memoria cierta en C el archivo de Ulite. donde se dice en acuerdo de 8 de Agosto de 1479. Por cuanto In Señora Princesa de Viana. madre y tutora del Bey, estaba en Zaragoza á verse con el Rey de Castilla para las ¡¡aecs y quería volver por lúdela y Úlite, se decreta que se corran toros para feitejarla etc.

23 Lo de la Comunión del Mariscal y el Conde en una misma Hostia par- ¡3 tida poi" medio lo d;i por apócrifo el autor de las memorias manuscritas te- niéndolo por cuento que Cíuiía, y á (jiw3 dio asenso Garibay con nimia credu- lidad y lo pi'ocura convencer con buenas razones.

70 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

CAPITULO II.

I. Venida del Rey á Navabbá t su coronaciAn en Pamplona. II. Visita que hizo del Reino

T TAUIAS MEr.C'EDES. III. TBATADOS DE CASAMIENTO Y VIAJE DEL REY Á BeARNE Y ^- ÜCEbO DEL

Condestable. IV. Müeete del bey Fbancisco Febo.

ispuestas, pues, dignamente las cosas para el viaje, J partió de Bearne el Rey acompañado de su madre la ^482 ^a_>^princesa Doña Magdalena, de sus dos tíos, el Infante

Cardenal y el infante D. Jaime, y de gran número de caballeros de Francia, fuera de los que venían comandando mil y quinientos caba- llos y mucha más infantería que traía de escolta. Al mismo tiempo se arrimaron á la raya de Navarra muchas tropas de Castilla, sacadas de las guarniciones y conducidas por D. Juan de Ribera, Goberna- dor de aquellas fronteras, según lo concertado por elre}^ D. Fernan- do con sus sobrinos los Infantes de Navarra: todo ello á fin déla segu- ridad de la persona del nuevo Rey. Él fué recibido en los confines con grande agrado y alegría de los diputados del Reino, y general- mente de la nobleza 3' del pueblo, y con el mismo regocijo conduci- do á Pamplona. el Conde de Lerín había hecho la entrega de es- ta ciudad }'• todo estaba llano para su coronamiento en ella.

2 Garibay se deja decir aquí que el Conde mostró pesar de la .venida del Éey^ aunque no pudo dejar de, darle la obediencia^ asi por venir con mucha gente de guerra^ como por ver que el rey D, Fernando. por una parte como tío suyo ^ y el Rey de Francia^ por otra como tío aún más cercano^ le favorecían. Si la obedien- cia del Conde fué forzada y á más no poder, como quiere este autor, no se lo queremos disputar. Lo que no podemos perdonarle es que diga que mosteó pesar de su venida. Porque estamos muy cier- tos de que dio las muestras contrarias; y aún más ciertos de que, aun- que tuviese ese pesar, no le mostraría, siendo el Conde tan cortesano, tan sagaz y buen político como se sabe.

3 Entro el Rey en Pamplona á 3 de Noviembre de 1482; y estan- do allí los tres Estados del Reino juntados en cortes, y prevenido to- do lo demás para la coronación 3^ sacra Unción, el Miércoles si- guiente 6 del mismo mes fué llevado á la iglesia mayor con acompa- ñamiento lucidísimo y verdaderamente regio, por hallarse en él los dos Infantes de Navarra, el Cardenal seguido de muchos prelados, D. Jaime de muchos señores y caballeros, y también los embajadores del rey D. Fernando de Aragón y de Castilla y del rey Luís XI de Francia y los de otros príncipes. En este día fué ungido, coronado 3^ alzado en el escudo por Rey de Navarra sin omitirse ninguna de las ceremonias acostumbradas en actos semejantes. Asistieron con el infante D. Jaime el Mariscal, el Conde de Lerín y el de Sant Este-

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ban, f^.4j y gran número de caballeros de Navarra, Aragón, Castilla A y Francia, especialmente de Bearne y Fox. Lo que más autorizó la función fué la presencia de la princesa Doña Magdalena, que á la diestra del Rey, su hijo, estuvo acompañada de muchas grandes se- ñoras; como el infante cardenal D. Pedro á la siniestra, acompañado de muchos obispos (B) y prelados. La celebridad fué délas mayores B que jamás se vieron, y aún fué más cumplida la alegría de todos, que se manifestó bien en las grandes fiestas que se siguieron de todo género, principalmente de juntas Reales y torneos, seña- lándose mucho los caballeros franceses que habían venido con- el Ko-y. no parecía sino que los bandos de Navarra y los grandes males que de ellos resultaban estaban del todo extinguidos; y después de tan borrascosos tiempos se esperaba la serenidad como efecto de la feliz venida del Rey, diciendo muchos con alusión á su nombre: Post núbila Plicebiis.

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"W ^ste buen concepto se confirmó grandemente con el Si, 4 l-^ buen acierto del Rey en los principios de su gobierno.

.S!.__.^ Porque, pasadas las fiestas de su coronación, y estan- do las cosas del Reino bastantemente sosegadas, quiso hacer por mismo la visita de las ciudades 3' de las principales villas y fortale- zas con el fin de informarse ocularmente del modo con que eran go- bernadasy-proveer de remedio alo que estaba estragado por la mala administración de la justicia: como también desondear los ánimos de los vasallos si estaban firmes en su servicio, y de tomar á los pueblos y alcaides personalmente el homenaje. Todo lo halló en mejor estado que se pensaba. Porque la peste de los ánimos (al contrario de lo que sucede en la de los cuerpos) solo había cundido en los magnates y sus secuaces, quedando libres de ella los pueblos con el preservativo de su innata fidelidad. Pero todo lo mejoró el Rey con su presencia. Y para asegurar más la quietud de la república, mirando á lo futuro, hizo pregonar en su Corte y en todo el Reino que ninguno, pena de la vida, fuese osado apellidar iVgramont ni Beaumont.

5 Luego pasó á hacer mercedes. Al Conde de Lerín, cuya Casa estaba despojada más de treinta años del supremo cargo de con- destable, restituyó la condestablía, y para tenerle más obligado y benévolo, le hizo merced de la villa de Larraga y de los demás luga- res que el Conde había recuperado del poder 'de los castellanos; me- nos la villa deViana, que reservó por ser patrimonio délos primojé- nkas para los príncipes herederos del Reino, pero dándole su casti- llo en tenencia perpetua. La misma magnificencia y liberalidad obser- vó con otros caballeros, pueblos 3- i)ersonas particulares, haciéndoles también grandes mercedes, según los méritos de cada uno; y tuvo particular atención á las iglesias, monasterios y lugares píos en la distribuci^ón de sus gracias y favores, que generalmente hizo á todos,

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manifestando bien el deseo de tenerlos contentos, aunque sin faltar á la equidad y á la discreción: lo cual contenta más á los amantes del bien público y no de sus intereses particulares. Para todo esto se va- lía del consejo de la Princesa, su madre, y del Cardenal, su tío, y también de otras personas sabias y experimentadas que consii^o lle- vaba, haciendo siempre buen juicio en escoger lo mejor, lo que era maravilla en tan pocos años.

§• ni.

euando el rey D. Francisco daba mayores muestras grande capacidad para el Gobierno y todo el Reino estaba con suma satisfacción y esperanzas de su más cumplida felicidad, sucedió una cosa favorable á la verdad y muy á propósito para asegurarla con grande honor; pero tuvo muy contra- rio efecto. El rey l3. Fernando el Católico, su tío, bien informado y casi testigo de vista de sus soberanas prendas, puso los ojos en él para desposarle con su segunda hija la infanta Doña Juana, la que después casó con el archiduque D. Felipe de Austria y vino á ser Reina de Castilla y Aragón, y por extraños accidentes también de Navarra, Había desposado á su hermana mayor la infanta Doña Isabel con el Príncipe de Portugal para que por este medio tuviese fin la larga guerra que Portugal traía con Castilla á causa del dere- cho de la princesa Doña Juana, competidora antigua de la reina Doña Isabel, madre de las Infantas. Los Reyes Católicos deseaban mucho este matrimonio de su hija segunda con nuestro Rey. Pero la prince- sa Doña Magdalena, su madre, lo desvió con poca razón, aunque con algún pretexto, cual era la desigualdad de edad, no teniendo aún tres años la Infanta de Castilla y acercándose á los quince el Rey de Navarra. Aunque el principal motivo de haberlo rehusado la Prince- sa fué porque estaba adherida á su hermano el Rey de Francia, Luís XI, y éste, que siempre (aún en tiempo de paz) era enemigo mortal del Rey Católico, trataba al mismo tiempo secretamente de casar al rey D. Francisco con la dicha princesa Doña Juana, pretensa Reina de Castilla, con hija de D. Enrique IV, con ser así que le sobraba la edad que á la otra le faltaba, y ya para entonces, cansada del mundo y de sus largos infortunios en cortos años, había entrado Religiosa en el convento de Santa Clara de Coimbray había hecho la profesión. Pero la Teología de los reyes era muy ancha por aquellos tiem})os y fácilmente sosegaban ellos sus escrúpulos con el recurso al Papa después de hecho su negocio.

7 A este fin envió el de Francia sus embajadores al de Portugal, D. Alfonso V. Parecíale que con las fuerzas que tenía juntadas y con las de Portugal, que se le agregarían por mantener aquel Rey el de- recho tan pleiteado por las armas de su sobrina Doña Juana, podría, si este matrimonio se efectuaba, desposeer á los reyes D. Fernando y Doña Isabel de los reinos de Castilla y de León y asegurarse en la

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posesión de Rosellón: y otras cosas así, que se le pusieron en la ca- beza cuando más flaca la tenía y cuando más se acercaba á dar cuenta á Dios de sus devaneos. Pero todo lo desbarató la Divina Pro- videncia, quizás por dejar desembarazados á los Reyes Católicos pa- ra la conquista de Granada, cu3^a guerra comenzaban ahora, provo- cados por el rey moro Alboacén, que por sorpresa les tomó la villa de Zahara porque murió este año el rey D. Alfonso de Portugal, cuyo hijo y sucesor el rey D. Juan no quiso dar oídos á semejantes pláticas. Murió á los principios del siguiente el rey D. Francisco de Navarra y poco después su tío el Rey de Francia, primer móvil de todas estas máquinas.

8 La princesa Doña Magdalena, que en todo s@ movía por el dictamen del Rey, su hermano, por excusar los embarazos que de estas dos bodas encontradas podían resultar, estando el Rey, su hijo, en Navarra, quiso mal á propósito sacarle de ella y volverle á Bearne, y no tardó en ejecutarlo con universal dolor de los navarros y repug- nancia del mismo Rey y de su tío el Cardenal Infante. Algunos es- criben que el Rey, queriendo dar muestras de su genio militar, como las había dado del político, entró poco antes de partir en los térmi- nos de Castilla para tomir satisfacción de los daños que antes habían hecho los castelCanos entrando en los de Navarra, y que puso sitio á Alfaro; y no pudiéndola tomar por el valor grande con que sus ve- cinos (hasta las mujeres) se defendieron, pasó á la villa de Ocón,sita entre Calahorra y Logroño, j'' se apoderó de ella: y luego volvió á Navarra para disponer su viaje de Francia, en que mucho insistía la princesa, su madre y tutriz. Pero que entre tanto el Duque de Nájera, cuyo era Ocón, ganó en Navarra á Ujenevilla y Cabredoy otros pue- blos.

9 Garibay refuta con mucha razón esta fábula en cuanto al sitio de Alfaro, diciendo que fué una pura equivocación con el que puso

su abuelo el príncipe D. Gastón, reinando el rey D. Juan, en el año iy°^^¿ de 1466. Y nosotros la refutamos también en todo lo demás que aña- u-iestr. de porque no se halla en los archivos memoria ninguna que pueda pag. 595 dar fundamento á esta narración. Y de los escritores solo tiene por autor á Piciña, que generalmente es tan poco fidedigno, como varias veces lo habemos notado; por lo cual nunca le seguimos sino que sea apoyándole otros. Y ahora en lo subsiguiente á esta su narración nos puede desengañar enteramente de la poca que merece; por- rioiñ, que dice que este mal gozado Rey quien él nombra D. Febus) cíIim. imtrió en Pamplona el año de 148^ y medio. Lo cual es falsísimo, co- mo presto se verá. Fuera de que no cabe em la imaginación de nin- gún hombre, que esté despierto ó no sea loco, que el Rey, cu3'a pru- ' dencia en sus pocos años celebran todos, se quisiese meter á hacer guerra en Castilla é irritar gravísimamente al Rey Católico, su tío; y más en el tiempo que más le había menester, y tan favorecido se ha- llaba de él, que no solo le asistía con sus tropas para entrar á reinar, sino que le buscaba para yerno. Memo-

10 Por eso no damos pleno ascenso á otra noticia bien particular "^-^ ma-

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que traen las memorias de aquel tiempo manuscritas, que á veces ci- tamos por fidedignas; no obstante la pondremos aquí por lo que pue- de servir á la enseñanza. Dicen, pues, que el ver al Condestable tan favorecido del Rey y del Cardenal causó mucha envidia á sus con- trarios: y como esta, juntándose al rencor, engendra monstruos, ellos con grande artificio le pusieron tan mal con él, que una noche, es- tando el Rey á puerta cerrada á solas con el Cardenal, su tío, le dijo: que convenía á la perfecta pacificación y seguridad del Reino hacer matar al Condestable; porque sabía de cierto que en volviéndose á Bearne, como era forzoso^ se le había de alzar con Pamplona y otros lugares. El Cardenal hizo lo posible por quitárselo de la fantasía; pero el engañado Rey joven estaba tan impresionado, que, no aquie- tándose, hizo llamar á un caballero muy valido suyo, de la Casa de Ayanz, valiente y resuelto sobre manera, como lo eran todos los Ayances^ y le dijo con el mismo secreto: A me conviene que mue- ra el Condestable: es menester que vos le matéis en Roncesvalles cuando vaya acompañándome á B¿arne, que Yo os daré seguridad. Y si allí no hubiere sazón, será en Bearne, á donde le llevaré con- migo. Respondió el caballero Ayanz: Señor, cosa fuerte me manda V. A., pero si tal conviene á su servicio, hacerse há.

II El Condestable estaba prevenido para ir acompañando Rey, que así se lo había mandado. Mas el Cardenal, que estaba á la mira de todo, disimulando con el Rey, avisó secretamente al Condestable del peligro que corría su vida si iba en compañía del Rey hasta Bear- ne, como S. A. se lo tenía ordenado, y él estaba resuelto á seguirle con grande comitiva: y le rogó que buscase algún pretexto para ex- cusarlo. Con efecto: partió el Rey y el Condestable con él. Hizo aquella y otra noche en la villa de Aoiz tomando este camino y pau- sa por el especial amor que á este lugar tenía. El día de la partida montó el Condestable en un caballo muy brioso: y estando fuera de las puertas de Aoiz, como quien quería festejar al Rey, le manejó con grande destreza, y después de varios primores, lo más primoroso fué una carrera que dio á lo último, llevándola bien estudiada. En el ma- yor fervor de ella tiró la rienda con toda fuerza para que el caballo se sacudiese: y él, que lo tenía prevenido, cayó como quiso; pero de manera que no recibió mal ninguno: fingió que se le había des- concertado una costilla. Con este achaque se volvió á Aoiz, echóse en cama diciendo que luego iría en seguimiento de S. A, Aplicóse remedios fingidos, ordenando al mismo tiempo que su recámara pasase á Burguete y allí le esperase. Pero al punto que supo cómo el Rey había repasado los montes, la hizo volver y la trajo consigo á Pamplona, donde luego se apoderó de las torres fuertes de S. Cernin, S. Nicolás y S. Lorenzo. Esto último fué cier- to. A lo antecedente no damos tanto crédito por la buena conciencia del Rey, por su templanza, por su prudencia y por su rendimiento á los consejos del Cardenal, su tío, todo admirable en sus pocos años. Si ello fué fingido por los beaumonteses para disculpar este mal hecho del Condestable, lo dejamos á la censura del lector.

REY D. FRANCISCO FEBO. 75

§• IV.

f"^^! Rey lleo-ó a Bearne muy ajeno, seíjún toda aparien- año cia, de estos cuidados. Allí vivía muy contento y muy _^cortejado de los caballeros, así de los de aquel país co- mo de los navarros que le habían seguido. Era muy diestro en todo género de habilidades, y sobre todo en la música, que sabía perfec- tamente 3' tocaba con primor todo género de instrumentos. De estas gracias nació la mayor desgracia. Poco tiempo después de su llega- da á Pau un día, que fué-jueves treinta de Enero de 1483, acabando de comer tomó una flauta para divertirse: y apenas la hubo llegado á la boca, cuando se sintió mortalmente herido de un veneno tan vio- lento, que todo el socorro de su doliente madre y los demás, que prontamente acudieron, no le pudieron guarecer ni librarle de la muerte, que lo arrebató dentro de dos horas. Entre la inutilidad de los re- medios penosos logró con grande serenidad de ánimo la mayor felici- dad, disponiéndose para la muerte con todos los actos de cristiana piedad, propios de aquella hora. Así lo indican estas últimas palabras tomadas de diversos lugares del Evangelio, que, poco antes de espi- rar, pronunció con toda expresión para consolar á su madre y á ios ''^*"^- demás circunstantes: Rccruiim meiiin non este de hoc inundo. Non etc' i¿ tiivbeiur cor vestriiw^ ñeque forniidet. Si dUigeretis me, ganderetis ítíiqíie] qui'a vadoad Patrein. Mi Reino no es de este mundo. No se turbe vuestro corazón ni se amedrente. Si me tuvieseis verdadero amor, antes bien os debíais alegrar, porque voy al Padre. En estas admirables palabras se conoce cuan asistido estaba de la gracia de Dios. Elias enternecieron los corazones de los oyentes para hacerlos más sensibles al dolor de tan grande pérdida. Así murió el rey D. Eran- oagui. cisco Eebo en la flor de su edad y en la esperanza mayor de frutos ^^^itr. muy copiosos al acabar de cumplir diez y seis años. Su cuerpo fué vi. Ga- llevado desde Pau á la Iglesia Catedral de Santa MARÍA de Lescar^^''- para ser en ella depositado: 3' fué el séptimo l\.e3' de Navarra que se sepultó en Francia.

13 Comúnmente los escritores atribu3'en á veneno esta tan arre- batada muerte. Eos franceses, como Favín y otros, hacen con dema- siada malignidad autor de él al rey D. Fernando el Católico, que ];or este medio quiso cortar la trama que el Rey de Francia tenía urdida contra él por medio del casamiento dicho del rey D. Francisco con la pretensa Princesa de Castilla, sobrina del de Portugal. De lo cual p^yj^^ tuvo noticia, aunque tarde (por haberse tratado con todo secreto) por medio de un tal Montesinos de Salamanca, que anduvo en ello, y le zur 1. hizo prender el rey i). Fernando por esta causa*, como refiere Zurita. ^24 *^de' Otros de acá hacen autor al Condestable, Conde de Lerín, que se^sAna valió para esto de alguno de sus parciales que con el Re3'' habían pa- sado á Pau. Pero estos son discursos. El hecho fué que desde este tiempo se olvidó mucho este gran caballero de su noble empresa, de

76 LIBRO XXXIV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

procurar con todas fuerzas que el reino de Navarra no viniese á ma- nos extrañas porque se adhirió con empeño á su cuñado el Rey de Castilla, abandonando casi del todo álos herederos legítimos de Na- varra. ¡Tan malas consecuencias fórmala ambición más sutil.

ANOTACIÓN.

A 1 Tj^l Obispo Sandoval en su Catálogo de los Obispos de Pamplona, JLifol. 117 dice: que no asislieron á esle acto el ¡Mariscal, el Conde de LerÍQ y el do Sanl-Estebaii: y para eslo cita el Libro de las Ordenanzas de Tafalla. Otros escritores dicen comiinnienle qile asistieron. Todo se puedo componer diciendo que verdadoramoiUe asistieron; pero no en público ni en v\\ mismo puesto. Lo que es muy verosimil; porque el Conde de Leriu, ijue, estando despojado del cargo de Coudeslablo, preleudí t siempr.) Iratamionlo de tal, no querría sentarse después del Mariscal. En lo que sin duda padece vei'ro Sandoval es en dar uu año autes el tiempo d>! esta coron icióu: y en de- cir (pie asistió á ella el Obispo de Pamplona, ü. Alfonso Cu-i-illo, i|uc cierta- mente est.d»a en Roma muclio lí-nnpo babí i, y como é! mismo dice, murió allí

^ el año de 1491 sin babor vuelto á Pamplona.

■" lo Los Obispos (|ue aliora asistieron en osla coi'onacióii fueron los (|ue él también cuenta: el de Bayona, do Cofcranz, Cominge, Pamiers y el de Ule- ro n.

GENEALOGÍA lllSTÓRÍCA

DE LOS CONDES DE FOX Y VIZCONDES DE BEARNE,

ASCENDIENTES DEL REY D. FRANCISCO FeEO.

,ejando propias imaginaciones, de que á veces se d;jan llevar^

inducidos de la pasión ó el interés, los escritores de genealogías comenzaremos (como ofrecimos) la presente d?sde Arnaldo, Conde de Cai'ca- sona. Es cosa averiguada que esle tuvo por mujer á Arsenda, y de ella un lii- jo llamado Uogerio^ el cual fué Conde segundo de Carcasona, liabiendo liei-e- dado de su padre esle condailo y otras mucbas tierras vecinas á él; y iiom- bradamentn la de Fox poco despuésdelaño del)74, á que nosobrevi^ió mucbo tiempo el corule Arnald-, según el cómputo más cierto.

17 Uügerio casó con Adeláis, bija de la muy ilustre y aiiliipiísima Casa de Pons, en Santoña, y liermana deliddovino Sire de Pons. De esle matrimonio nacieron tres liijos varones, Raimundo, 13ci-nardo y Fedi'O^ y una bija llain:ula Ei-mesenda. Esla casó con Hamón Borrel, Conde de Berceloaa^ como consta Diago.de un acto del año 1018 que rcliere Diago en su libro de los Condes de Bar- celona. Por la partición ipie el ^onde Uogerio bizo en su lestamenlo de lo- dos sus Estados y bienes, Raimundo, su bijo mayoi', le sucedió en el condado de (Carcasona y en ti condado de Races, Pedro, el último de los bermanos, fué eclesiástico y gozó de copiosas rentas y diversas abadías. A Bernardo, su bijo segundo, dejó el conde Uogerio el condado de Coserans, la mitad del de Bol-

77 vestre y el cnstillo y tierra de Fox; y vino á ser el primer Conde de Fox; aun- que ;í los principios no se liluló conde sino solo señor de Fox. Hasta (|ue, siendo ya de cuácenla años de edad, y Iiabiendo liecli;) cosas inay hazañosas en la guerra, lomó esle título coa grande solemnidad por aclamación y acuer do universól de los señores de la Galia naríjonesa; sieiulo el principal de los (|ue asi le honraron Haimumh), II de este nomhre. Conde de Tolosa.

18 Errnardo, pues^ Conde primero de Fox, casó con una spñori nobiii- ^on- sima, llamada Bealiiz.de la Casa Biferrense ódeBosiers (como traduce M jrca]: de pri- y tuvo de ella dos hijos llamados ambos Rogerios, y también una bija llamada po"''^g^ Estelania. Esta, cuya grande hermosura, piedad y discreción celebran muciio nardo, los escritores, casó con D. Garcia Sánchez, Hey (le Navarra, llamado el de Ná-

jera, y fundó juntamente con el Rey, su marido, el insigne monasterio de Marca. monjes Benitos de Nuesíra Señora de N.íjera^ como consta por papeles muy aniiguos que se conservan en su archivo: y ciertamente la hacen hija del Conde de Fox, que t^n antiguo fué en la Casa de Fox emparentar con la Real de Navarra. Verdad es que Garibay lo contradice aún después de confesar que se halla así en las memorias de Santa MARÍA de Nájera, haciéndole más fuer- Garibay za lo (|ue comúnmente alirman Iíjs historiadores f¡"anceses de que por arpiel tiempo aún no había Condes de Fox. Pero el presidente Marca^ que lo apuró exactamente, corrige su yerto y asegui'a (jue las memorias de NájiU'a, que no pueden engañar, pues hal)lan del nacimiento de una Reina fundadora suya, se Marca, ajustan muy bien al tiempo de Bernardií, primer Conde tleFox y padre de la reina Duna Estefanía. Fué el conde Bernardo varón muy esclarecido en la guerra sacra, habiendo pasailo á la Siria con numerosas y valientes tropas de sus Estados^ cor.io otros gra-\des principes ci'istianos, en com[)añia del f imo- ¿0 Godofre de Bullón, caudillo de aquella celebérrima expedición en que se ganó la Tierra Santa. Poco después que deella volvió, vino morir de una re- cia enfermedad á los ochenta y cuatro años de su edad y cuatro de su con- dado.

19 Sucedióle en él su hijo mayor Rogerio, según lo Conde de Fox^ que le jj heredó también en la piedad y en el valor; porque, movido de su ejemplo, Rogerio pasó á la Siria y ayudó mucho por su persona y las gentes de su conducta á !a rendición de Antioquía y á la de Jei-usa!én: y aún hay iiiiien diga que él y el Conde de Tolosa furícon los primeros ipie asaltaron esta ciudad cuando se tu- rnó, teniendo sus cuarteles en el mon'e Sión, á la parte meridional de ella.

Casó el conde Rogerio con Arsenda, y de ella tuvo un hijo de su mismo nom- hre.

20 Rogerio, 11 do este nombre y tercer C nide dr3 Fox, sucedió á su padre [jj

el año de lUlG. siendo de poca edad; y por eso estuvo algún tiempo debajo de «ogerio la tutela de su lío. hei mano de su padre. Este tuvo por mujer á Estefanía, y de ella un hijo llamado también Rogerio. Y notóse aijuí el yerro común de los hisloiiadoics de Fox, corregido poi- iMarca y Uihenai-to, de no contar entre Marca, los Condes de Fo\, á este Rogei'io, por decir (sin averiguarlo bien) que Uoge- yg^^j.''^^' lio el padre ni) tuvo sucesión ninguna de la condesa Estefanía, su mujer, sino de t tra, con quien se casó en segundas nupcias, llamada Eximena.

21 El que casó con Eximena no fué el padre sino Rogerio el hijo, omitido iv. por dichos historiadores, (pie fué III de este nombre y cuarto comle de Fox.^°°^^'^<' Tuvo Eximena á Rogerio Bernardo y murió antes del año de 1249.

22 Rogerio Bci'uardii fué el quinto Conde de Fox. Casóse dos veces, y su v. primer;! mujer fué Cecilia Ferrana, hiji de D. Ramón Berenguel, Conde de Rogerio J3arceloxia. De este mali-imonio nació Raimundo Rogerio, (pie le heredo y su- do.'^"^''" cedió en el condailo. La segunda fué otra did mismo nomÍ)re, Cecilia, hija de Rüimundo Trineavel, Vizconde de Bisiers y Conde de Carcasona: y de esta tu- yo un hijo por nombre Rogerio y algunas hijas. Es muy digno de alabanza y

78 fie ser imilj'lo d ; los prínciiies soberiiuos lo (¡ue del coiule Uogci-io Berna'"uo

so rcliere, (|uc es: liahor loni<lo siempre iiiiiy siiigiiiai' cuidjdu do loda piz en- tre sus vasallos. A csle fin uiinca píM'inilió que a ninguno se hiciese agi'avio; y si alguno se le hacia, lo vengaba como lieclio a su propia persona. Tampoco daba lugar á (jue nadie se hiciese rico con daño de olro, observando suma jus- ticia y equidad coa todos. Si enlre ellos nacían (juerellas y discordias, al pun- to las componia; y siendo por causa de inti^'és, no pocas veces él mismo daba dinero para acabaí- con e las. s,i después de lodo es!o no lo podía conseguir, usaba del rigoi' ile las armas y perseguía como á enemigos públicos d; la pa- tria á los dis^oivles sin ci'SH" liasla reducirlos una perfecta concordia. Así nipreció el amor y respelo de todos y el nombre do Principe Diieito. VI 23 Uaimundo llogei'io sucedió en el cond ido do Fox á su pidro e:i el año Baimun ¿lo 1188. ('asó cou Fihpa, lie quien tuvo Irt-s hijos y dos hija^: los hijos fueron: gerio^^*^ Rogerio Bernardo^ su primogénito, que le heredó, Aimerico y Lope; las hijas S.'larmon la, (|ue casó con Bornarilo Alión, Señor do Dones iu, y (,'ecilia, ipie fué mujer de IJernardo, cuai'lo conde de v>ominge. Murió el conile Haimuulo Kogerio el año de 12áá en el sitio de Mirapéx, después do haber vuello de la guerra ultramarina de la Sii-ia donde obió maravillas. Yii. 24 Rogerio Bernardo, II de este nombi'e, complicado, tuvo por muje'' pri- Kogoi-io niei a á. Ermesenda, hija y hei'edera de Arnaldo, S.'ñor de Castelbo, y por hijo Bernar ^j^ ^jj ^ .■ i{„gj>|.i()^ ,|^m sucedió á padre y madre en sus Estados: y por hija a Sclarmonda, i|ue fué casada c-n el Vizconde de Cai'dona. Por segunda mujer tuvo á Ermengarda, bija do Aimerico, Vizconde de Narbona: y de esle mairi- monio nació (como juzga Oibenaiio) Cecilia, (]ue casó con el Vizconde de Urgel. 2o Rogerio, IV de este nombre y octato donde deFox, casó con Brunison- Uog^fj'oda, hija de D. Rauíon Foleb, Vizconde Cardona. Fueron hijos de este ma- trimonio Rogerio Uernardo el heredero y Pedro, (pie (según lo más cierto) mui'ió antes (|ue su padre. Las hijas fueron: Sibila, mujer de Aimerico, sexto Vizconde de Nai'bona: Inés, mujer de Es(|uibato, Conde de Begorra: Filipa, mujer de Arinldo de España, Vizconde de Coserans, y Sclarmonda, mujer de D. Jaime, Roy do Mallorca. Los historiadores de Fox dicen ([ue pasó el conde Marca' Bogerio á la guerra ultramarina de la Siria en compañía del i-ey S. Luís de Francia; pero Marca ios convence maniliestanicnle de yerro. El tuvo hartas guerras acá é hizo en ellas muchas proezas; aunque siguió malpartido, cual fué el de! conde de Tolosa, pi-oleclor de 1 s albigenses. Pero al íin, bien purgado de esle exceso, murió muy jiiadosa y católicamente el año de i2i'ú. IX. 2() Rogerio Bernardo, .su hijo y sucesor, casó con Margarita, Vizcondesi ^ogenode Bearne, por (piien entro en la Casa Fox este señoi'ío. Fueron hijos de esto ao.^"^^'ma!rimonio Gas!ón, el primogénito y heredero; Costanza, mujer de Juan de Levis, Señor de .Mirapéx; Margarita, mujiír de Bernardo Jordán,Señor de Isla; Matha, mujer de Bernardo, Conde de Astarac; y Brunisenda, mujer de Elias Talairán, Conde de Perigord. Murió el conde Rogerio Bernardo el año de 1303, á princi[)ios de Diciembre.

REGRESO DE LA GENEALOGÍA DE LA

CASA DE BEARNE.

27 7\ ^^^^^ ''"^ pasar adelante con la .serie de los Condes de Fox, liare- XJLmos lo mismo que los geógrafos cuando un rio de nombre en- tra en otro, que buscan su fuente y describen su curso hasta su conllucnte-

na- etc. I.

ir. III.

79 Ilabieniln, pnes, entrado la auLiijuisima muy esclarecida Casa de los Vizcon- des de Beanie ((|iie así se liliilabaii al principio) cu la de los Condes de Fox, debemos inquirir su origen y deducir su linca hasta Margarita, niadi'e de Gas- tón de Fox, 1 de este nombre, (lue ¡¡or haberla hercdjdo^ vino á sei- Vizconde de Beatne y Conde de Fox jumamente. Marca

28 La Casa deBoarne tnvo oriacn, como Marca y otros refieren con gran- conde de fnndaaiCiifo, de les antigurs y muy celebrados Duques de Gascuña el año de osu- de 820 en nno de los liijos del duípie Lope Centuüo, cuyo nombre y los de su hijo y nieto se ignoi'aii jior la oliscui-idaij de tiempos tan remolos, aunque liay srñas claras en !as-memoi'ias an'iguas de que hubo estos tres señores de

BeaiMie desde el año de 820 basta el do 905 en que se lialla, y se llama cuarto "

Vizconde de Boarne CentuUo, 1 de este nombre. Este Pi'ínci[ie, deseoso de ser- iv- vir al aumento y exaltación do nuestra Santa Fé^ vino en persona a Navarra conde' con muy lucidas y bien agueri'idas tropas levantadas en su tierra para auxi-aeBear liar en sus generosas empi'osas al rey D. Sancho Abarca: (juien^ ''.yií'l''"í'lo "^uo*^"" mucho para recobrar de los moros la ciudad de Pamplona y aún extender los de este limites de su Reino hasta los montes de Oca. nombre

29 A Centuüo I sucedió su hijo Gastón-'entullo, II de este nombre y quiíi- v. lo VÍ7Conde, cerca del año 940. Llámase así tomando el patronímico de su pa- ceutu" di'e á la moda griega, muy recibida y proí licada por aquellos tiempos en lasuo. regiones sitas en aml)as vertientes de los Pirineos de España y de Francia, de donde .'•e fue difundiendo á otras más distantes. Desuerte que Gastón Centullo,

y se^ún'otra terminación, en ez comúmnente y á veces en oius, vale lo mismo que Gastón bijo de Cmtuüo. Después con el tiempo los ])atronímicos de este genero vinieron {\ quedar por apellidos estables de las familias como hoy lo vemos generalmentí' en España en los Fernández, Murline: y otros asi.

30 A Gastón Centuüo se siguió su bijo Centuüo Gastón nombrado con bo- vi. ñor en muchos antigaos instiümentos, (¡ue produce Marca, por los cuales cons-no'^Qas- ta que fué concurrente del Du()ue de Gascuña, Guillermo Sánclu^z. Entró, se- ton. gún pai-ece, en el señorío de lu ame cerca del año de 984 siendo ya de edad

muy avanzada, (¡ue prolongó después por muchos años, y así, le dieron el so- ])renombre de Ccnlullo v\ Viejo. Ceiituüns vcfulus. Pero lo más loable en él es haber llenado de obras de grande piedad tan dilatados espacios de vida.

31 'Gastón Centulo, II de esti' nombre, conforme a los deseos y piadosos vii. respetos de los bijos bien nacidos, sucedió muy tarde á su pailre Centuüo el Sí" Viejo; pues fué por cerca del año de 1004, y en lo que más se distinguió su "«• piedad y respeto tilial fué en perfeccionar y adelantar los designios de su pa- dre, especialmente en lo locante á las donaciones y fundaciones de iglesias y tasas consagradas á Dios.

32 Centuüo Gastón, llamado el Joven, sucedió á su padre Gastón 11. Y nota viii. bien el pre^identc Mai'ca que los primeros señores de Bearne tomaban alter- ^no"' nadannnte los mismos nomlires como los primeros reyes de Cirene, de los Gastón, cuales el preu'ecesor se llamaba Bato y el sucesor Eum-^ipo, y al conlraiio des- pués; y ipie á es'e Ceutullo Gastón le añrdieronel sobrenombi'e (\eJonen para distinguirle de su abuelo CenluHo-Guslón el Viejo. El siguió con firmeza tas pisadas de sus antepasados, combatiendo contra los enemií^os de la en Es- paña: y se señaló mucho debajo de los auspicios defUey de Navarra, D. San- cho el Mhvoí-, á quien los gascones ayudaron poderosamente para sus glorio- sas y afortunadas conipii.stas contra los sarracenos. En gi-atilicación de estos servicios dio el rey D. Sancho el Mayor á Centuüo la soberanía de Bearne, habiendo sido hasta entonces este señorío dependiente de los Duijues de Gas- cuña y siendo á este tiempo el rey D. Sancho soberano de toda Gascuña. Vino

á moi-ir^ segíiu el calculo más cierto de los tiempos^ el año lOüO, ó muy cerca

8o de él. Tuvo dos liijo.s, quo lueron: Gnslón yCentullo, y una liijaü.imada Amila. IX. 33 Gaslón, su piiinogénUo, 111 de osle nombre, casó con Adidais, liermaiia fiaston ^Q\ conde Bernardo Tuniapaler^ y según parece, minió antes (|uo su padre. De- jó de esle mulrimoiiio un hijo, (jue fue. jj 3i Genlulo IV. Estr' suceilió a su abuelo Cenlnlio ij.islón, y lué como el_, ceñtu- Vizconde de Hcarne ypl<-rón. Tuvo dos nialrimonio.-i: el primero con Gisla, y no. IV. (jg gij.j ^|q5 iiijos^ Oaslon y liaimiiudo: el segundo con J3eatri7, Condesa de I3i- gorra, por cuyo derecho i)oseyó esle condado; aun(|ntj después se separó en los hijos (jue de eüa Invo, (|ue fueron i5ernardo y Centuilo. El fué señor do- tado de todas las buenas y ioai)les cualidades capaces de ad(|uirir grande te- pulación á un príncipe cristiano, siendo proleclor de los pobres, amante de la justicia y procurador de la paz en sus tierras y en la de sus vecinos: y jnn- lamente muy valeroso en la guerra. Pero tan amables prendas, dignas de muy lai-ga vida^ las sepultó antes de tiempo l.i alevosía por todas sus circunstancias execrables de un vasallo. Llamaba á (lentullo el Rey de Aragón y de Navarra, D. Sancho Ramírez, para que le asistiese en h guerra que hacía ádos moros. Encaminando él por otra vi.i sus tropas auxiliares, tomó el camino de España por el valle de Tena, en el Pirineo de Aragón, que era tierra suya, auntjue feudal y dependieule de dicho Uey. Allí se alojó en casa de García^ hijo de Azuar Athon, (pie por obligación de vasallaje debía recibirle y adjergarle. J\las esle brutal hombre^ usau'lo de una perfidia viliana y traición insoportable, mató a(|uella noche al conde (.lenlullo estando durmiendo. Lo mismo hizo con los caballeros y gente de su séi(uito^ y se pasó á ios moros temieniU) la indig- nación y castigo del rey D. Sancho, (jue, no pudiendo haber á las manos al pérlldo García, mandó que su casa (|uedase desierta é infame para siempre. Sucedió es'a maldad después del año de 1077, y según la cuenta más vero.sí- mil, el de ln88. xr. 35 Gastón iV sucedió á su padre Centuilo el año de 1088. Esle Príncipe Gastón. f^¿ y.^jj jg ]^^^ ijriás ilustres ornamentos de la Casa de Bearne^ habiendo por sus rai'os y gloriosos hechos de guerra, llevado su reputación hasta la Palestina y clavado el terror de su nombre y de sus armas en los corazones de los sa- rracenos de Oriente y Occidente. Fué su mujer Atalesa, hija de ü. Sancho, Conde de Ai bar, (|ue era hijo natural del rey D. Piamiro de Aragón. Sus hijos de este matrimonio fueron Centidlo y Guiscarda. iMurió en España el año eje 113Ü en una emboscada que los moros le armaron por el grande odio (|ue le tenían^ como á su más cruel y pernicioso enemigo. El lugar de su muerte se ignora. El de su sepultura se sabe (jue fué en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar de Zara,r,oza. xtY, 3(] Centuilo Y, y último de esle nombre,, enli-ó en la herencia de sus pa- centu-dres Gastón y Atalesa el año de 11;]1. Fué muerto el año de U34peleando co-n lio v. „-p,,j^ y.,|Qp contra los moros en la batalla de Fraga^ la última y única (jue per- dió el famo.so Rey de Aragón y de Navarra^ D. Alfonso el Bata^llador.

XIII. 37 Por no haber dejado hijos ningunos el vizconde Centuilo, le sucedió ^"^^^sa-r- en el señoiío de Bearne y en lodos los demás Estados su hermana Guiscarda,

siendo ya viuda de Pedro, Vizconde de Gabarrel, y teniendo de él un hijo lla- mado Pedro comí) su padre.

XIV. 38 A Guiscarda sucedió en el gobierno'y señorío de Boarne su hijo Pedro Pedro, cediéndoselo ella luego que luvo la edad competente, y se intituló Vizconde

de Bearne y de Gabarrel. El nombre de su mujer se ignora, aun(|ue consta que fué parienta muy cercana del rey D. Alfonso de Aragón. Pasó á España á la guerra conti'a los moros, imitando á sus antepasados. Hallóse en el sitio y ex- pugnación de Léi'ida y de Fraga, V murió el año de liuO dejando dos hijos, Gastón y María, niños de muy poca edad, eaíton. '^'^ Casto n, quo le suceció, casó cou Doña Saacha de Navarra^ hija del rey

$1

D. García Hamírez y de la reina Doña Urraca, Infanla de Castilla^ cuyo padre íué el rey D. Alfonso, inlilulado Emperador de Castilla, murió muy joven, sin dejar sucesión, y le heredó su hermana la princesa María.

40 La cual, habiéndose encomendado á la protección y disposición del xvi. rey D. Allouso II de Aragón, su tío. éste la casó de su mano con D. Guillen ^*'^'** de Moneada, hijo piimogénilo de 1), Ramón Dapifer, por gratificar con igual recompensa los servicios que el Dapifer había hecho a la Corona, procurando el casamiento de Doña Petronila^ Heina de Aragón, con el principeD. Ramón, Coiíde de Barcelona, su padre.

CÓMO ENTRÓ LA GRAN CASA DE MONCADA

EN EL SEÑORÍO DE BeARNE, Y ORIGEN DE ELLA.

41

Así entró en el Señorío de Bearne y en los demás Estados agre- gados a él en Gascuña y en Aragón la gran Casa de Moneada, que se deriva del más principal de los nueve barones ó grandes señores que vinieron de Francia á Cataluña con el príncipe Oger Golant, catalán. Gober- nador de Aquitania, para sacarla de la esclavitud de los sarracenos. Y habiendo muerto el príncipe O.ger, fué elegido el Dapifer por general del ejército de común consentimiento de todos los jefes. Lo cierto es que Arnaldo, hijo ma- yor del Dapifer y su ninjiíi- Ermesenda, fué muy estimado después y atendido del rey Ludovico Pío, que sucedió á Cario Magno, y que por los señalados ser- vicios suyos y de su padre le dio en feudo la tierra de Moneada. Por esta causa sus sucesores tomaron indiferentemente el apellido de Moneada y de Dapifer, como se halla en muchos actos públicos muy antiguos cercanos al año de 1000. El de Dapifer traía su origen del cargo preeminente en la Casa Impenal y Real de Francia que Cario Magno contlrió al primero de esta estirpe, y se nombraba anliguaüíente en Francia Dapiferato y Senescalía: lo cual venía á comprender la intendencia y mando sobre todos los ministros y oticiales de la Casa Real. En lo más antiguo fueron los Moneadas condes palatinos en Fran- cia * desde (jue vinieron los francos á la conquista de las Galias.

42 Habiendo, pues, casado D. Guillen de Moneada con la princesa María, los bearneses llevaron muy mal, no el matrimonio, sino el que ella hubiese hecho homenaje por lo de Bearne al rey D. Alfonso de Aragón por parecer- íes que así quedaba vulnerada la soberanía de su país, que siempre había sido independiente de todo dominio extraño desde que obtuvo del Rey de Nava- rra, D. Sancho el Mayor, esta preeminencia. Este sentimiento les arrebató de manera que no solo negaron la obediencia á su natural y legítima señora, sino que pasaron á elegir en su lugar por señor de Bearne á un caballero de Bego- rra, en quien hallaron lo que merecían; porque les salió tirano tan insufrible, que á un año de gobierno le vinieron á matar por infractor de fueros y cos- tumbres. Después de él eligieron á otro caballero de Auvernia, llamado Ceu- tuUo, muy estimable por su mérito, que tuvo el gobierno por dos años. Mas les salió tan malo como el primero, permitiéndolo así Dios para castigo de su deslealtad; v también se deshicieron de él, matándole con la misma feroci- dad.

"' El er ditisimo Señor Marqués de Mondejar y de Agropoli o'ro origen á esta gran Casa en un largo tratado, que dejo manuscr.to de su g3neralogia. Pero después de venerar sus noticias esquisitas no parece mejor ir por el camino más trilla lo, siguiendo las buenas gulas que habernos ttoogido.

Tomo vii G

82

k'A Desde el principio (le estas turbaciones se retiraron los señores pro- pios de Bearne, la princesa María y su marido D. Guillen de Moneada, á sus tierras de Aragón y de Catalufia, y por este tiempo trataban de recuperar su señorío con el favor y grandes socorros del i-ey D. Alfonso de Aragón. Los bearneses, bien escarmentados de lo pasado y temerosos del despojo entero de sus fueros, si eran conquistados de sus señores legítimos^ vinieron a com- ponerse con ellos y lo consiguieron con grandes ventajas; por(|ue se les con- cedió (|ue eligiesen por señor á uno de sus dos iiijos^ elqueijuisiesen^ priván- dose volunlariamente los padres del gobiei-no de'a'juel Estado. Esta nimia in- dulgencia nació, según parece, de Is atención que tuvieron estos Príncipes, no solo á la (¡uieiud de tan bonrados vasallos, si no también al mayor lustre de su posteridad; porgue si ellos volvían al goljierno de Be.irne, serían forzaJos por el Rey de Aragón á continuar en el vasallaje que ambos le tenían ofreci- do: y de esta ofrasuertesus descendientes se podrían mantenei' mejor sin ese embarazo, como de liecbo se mantuvieron en su antiguasoberaníaen cuanto á lo de Bearne. Eti fin; los beai'ueses enviai'ou sus diputados á Cataluña: y (según se cuenta) visitando á los dos niños, que se dice ei-an gemelos, y aún lio tenían tres años, los bailaron acostados y dormidos al uno con el puño ce- rrado, al otro con la mano abiei'ta; y eiios eligiei'on al de la mano abierta, te- niéndolo por presagio de liberalidad, y se lo trajeron á Bearne, XVII. 44 Este fué D. Gastón de Moneada, cognomiuado el Bueno , (|ue en virtud ?6n^de**^® esta elección sucedió á su madre la princesa María el año de 1173 * y tuvo Monea- por tutor y gobernador de Beai ne en su minoi'idad á D. Peiegrín de Gaslella- ^^- zuelo, Ricobombre de Aragón, Señor de Barliastro y pariente suyo muy cer- cano. Casó con Petronila, Condesa de Begorra, y murió sin dejar bijos de ella cerca del año de 1210. xviii. 45 Sucedióle D. Guillen Ramón, su bermano gemelo, en el señorío de S¿„^¿'^: Bearne, y también en las demás liei-ras que él tenía en Gascuña, Aragón y Ca- món, taluña. Fué su mujer Guillelir.a, Señora de Castelviell, y tuvo de ella á ü. "Gui- llen de Moneada. No debemos omitir a(|uí que además de estos dos bijos ge- melos, D. Gastón y D. Gillén Ramón, Vizcondes sucesivamente de Bearne, tuvieron después los principes D. Guillen y Doña María otro liijo llamado D. Pedro de Moneada, á quien dejaron beredado en Cataluña: y de este tuvo su origen la familia de los Moneadas, |;in esclarecida en Cataluña y en Sicilia, sin que ni en una ni en o!ra parle baya fallado basta el día de boy \\ varonía. ^j^ 46 D. Guillen de Moneada se siguió á D. Guillen Ramón, su" padre. Fué D. 'Gui- Príncipe muy bazañoso y de tanta reputación de poder y generosidad, que "én. nuestro rey D. Teobaldo I antes de entrar á reinar, viendo que el rey D. San- ebo el Fuerte, su tío, no tenía hijos,y (|ue por su muelia edad v salud^del todo postrada no parecía posible tenerlos ni se bailaba en disposición de recupe- rar, como babía deseado, las provincias de Guipúzcoa y Álava y otras tierras que el Rey de Castilla injustamente le babía usurpado, traló de ganar algunos príncipes que le pudiesen ayudar á esta empresa de asegurarse en la sucesión de Navarra después de la muerte de su lío: y el más principal fué D. Guillen de Moneada, ^.eño^ de Bearne, para este efecto bizo con él una liga el Jueves ivianía antes de Pascua del año 1224. El instrumento auténtico de ella se baila en el cab.'ai. cartulario de Cbampaña, donde se ve que D Gastón reconoce baher prometi- do y jurado á su muy amado amigo Teobaldo, Conde Palatino de Champaña y de Bría, ayudarle contra todos los nacidos y por nacer, especialmente por la defensa de Navarra en caso que Teobaldo la viniese á poseer después de U mj.erte del rey D. Sancho, su tío: como también recíprocamente el Conde de

A«i lo dice Marca, aunque Oihenarte señala el de \W.

83 Champaña, prometió socorrer al Señor de Beanie, contra lodos excepto el Rey de Francia, (éralo S. Luis) D. Sancho, Rey de N:ivarra, su lío, á quien es- tas pláticas secretas del sobrino con iMoncada y con al.i-unos señores de Nava- rra disgustaron en extremo, tomó aipiella extraña resolución de hacer traspa- ^ so de su reino en el rey D. Jaime de Aragón [)or medio de la recíiiroca adop- En ei ción que se refirió en su lugar, 'annijue no tuvo eleclo. Tan mal ll.wan h'sj^'^^^^ reyes de espíritu el que se trate de iionorles coadjutor aún cuando más le ^^Ámr han menester por su edad y por sus achacjues. cap. 8.

47 Ultiniauíenle, vino á" morir D. Guillen de Moneada el año 1228 en la guerra y compiisía de Mallorca, á donde pasó con muv buenas tropas suyas * acompañando al rey U. Jaime y él acompañado de ocho caballeros de su casa de Moneada, ,que le seguían como á cabeza de la familia. Dióle el Rey el cargo déla vanguai-diu, y peleando valerosísimamente con los moros, que eran muy superiores en número y el comiíate en terreno áspero v muy ventajoso para ellos, murió ü. Guillen y con él los ocho caballero?, sus parientes. Su muerte allanó el camino á la victoria; porque, aculiendo luego el rev D. Jai- me con el resto de su ejércifo y hallando quebrantados á los enemigos con los esfuerzos útiles, aunque desgraciados de la vanguardia, los pudo vencer fácilmente y ganar después por asalto la ciudad de Mallorca, Aquella noche visitaron el Rey y los señores los cuerpos del Vizconde y de sus parientes los Moneadas, manifestamlo bien su amargura y exfreniu dolor en sus lágrimas y soUosüs; y el día siguiente, habiéndose juntado los obispos y los ricos iiombres en la tienda d d Rey, se hicieron las bonr.is fúnebres á estos generosos y es- clarecidos soñares con grande, aunque lúgubre y triste magnihcencia; pero sin darles sepultara, habiéndose determinado dársela muv honoriíica en suelo propio. Así se ejecutó trasportándolos después de concluida la guerra á Cata- luña al monasterio de SintasCrucesdela Orden del Cistel, junto áTarragona.

48 Aqui sucedió una bien singular maravilla: queriendo los monjes hacer el olicio de difuntos por las almas de los que iban á enterrar, no pudieron ha- llar en sus breviarios otro oikio que el de mártires. De suer'e que, interpre- tando por misterioso este suceso y por señal de la voluntad de Dios, que que- ría mostrar (]ue los que mu :ren peleando contra los infieles por solo el lin de la propagacióivde la cristiana vienen á ganar la corona del martirio, cele- braron el olicio de los mártires.

49 El vizconde D. Guillen estuvo casado con Garsenda, hija de la Gasa de Forcalquier, (pie en primeras nupcias había casado con Alfonso, Conde de Provenza, hijo de D. Alfonso II, Rey de Aragón, y esta pudo ser la causa de ha- berse nombi-ado siempre condesa y no solamente vizcondesa de Bearne. Tu- vo de ella un hijo llamado D. Gastón, (¡ue fué su heredero, y una hija, que se llamó Constanza y casó con D. Diego López de llaro. Señor de Vizcaya,

50 D. Gastón fué principe muy señalado por su valor v pei-icia militar: y muy digno de una historia muy larga por los muchos v varios sucesos de su vida, especialmente en la guerra contra los ingleses, (|ue dominaban la Guie- iia, y le eran tan malos vecinos, como los ríos grandes y rápidos, que, no sir- viendo para el riego, solo van á devorar las tierras ajenas por donde pasan. Cuando murió su padre era niño de muy poca edad, y se hallaba en Cataluña con su madre la condesa Garsenda, que gobernaba los grandes Estados (pie allí poseían. No tardaron en venir á Bearne. Ella quedó por regente de su per- sona y de sus bienes en el tiempo de su minoridad.- y el rey D. Jaime señaló

por cui-adores suyos á D. Ramón Atamán y D. Ramón Berenguer, Vizconde de Z""*» Ager, especialmente para asistir como tales á la partición de tierras de la isla

* Zurita lib, 3. cap. 7. El Vizconde ele Bearne llevaba muy escogida y lucicla gente.

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fie Mallorca recierilemenle conqiiislada. Fué muy cousidfiraMc la parte ([ue le locó á L). Gas!óu por lo mucho (|ue su padre hizo en aijuella coiKpiisln.

51 El año de 1234, habiendo sucedido nuestro rey I), Teohaldo 1 eu el reino de Navarra por muerte de su lío el rey D. ¡cancho el Fuerte, renovó D. Gastón la ahanza que su padre D. Guillen de Moneada había contraído con él: y después el de 1241 salió por liador con su madre la condesa Doña Gar- senda del homenaje (pie D. Forlaner de Lascún hizo al Rey por la villa y cas- tillo de ^'álaha, como se i-e(iere en núes! ros Anales El presidente Marca pone

Tom. este homenaje el año tie 1234, y a nuestro jiarecer con menos acierto, por el ^ca^' 4^' instrumento (¡ue produce el iKidi-e Morel. A (|uien no damos tanto asenso en

''*^' * lo rpie dice, (pie la condesa Garsenda l'ué hija de Alfonso, Conde de Provenza, por hacernos más tuerza el presidente Marca, (|ue dice fué su mujer en lU'i- iiieras nupcias de ella. Y para desvanecerse li conjetura del P. Moret, tomada, (le (pie en este acto llama ella al i-ey Ü. Teohaldo Coi-mano_, (pie vale i»i-imo^ bastaba que lo fuese su primer marido el (.onde de Provenza; pues en lodos

Marca, tiempos lia dado la urbanidad esos ensanches al parentesco. El mismo Marca añade que el vizcomle D. Gastón siguió al Key de N tvarra en su vi;ije de Ul- tramar el año 1238, lo C4ial omiten lodos los (b-más historiadores. Si asi fué, bien pudo i^loriarse el rey D, Teohaldo de iiaber sacado un tan insií^ne discí- pulo en la escuela militar, siendo en ella este el primer aprendizaje del Viz- conde.

52 No debemos omitir una noticia muy particular, que da bien á conocer la alta calidad de los Moneadas, Vizcondes de Bearne. Cuando el rey D. Alfon- so el Sabio de Casulla ccdebró en i]ui',!,n)s las bodas de su hermana la infanta Doña Leonor el año de 12oo con el piíncipe Eduardo, hijo heredero del rey Enriíjue de Inglaterra^ fué lucidísimo el aclo: principalmente por los gi-andes príncipes que de varias parles del mundo concurrieron á é!. Al novio y a los otros de mayor dislinción hizo el rey D. Alfonso el honor de amarlos caballe- ros de su mano: y uno de ellos fué el \izconde de Bearne, D. Gastón do Mon- eada. Gaufr¡do(vulgarmenle J(d're), Arcediano de Toledo, (pie continuó la His- toria deUirzobis|)o IJ. Rodrigo, y vivía esto por orden, es á ?,i[\)ev: Eduardo Príncipe de Inglaleira recien cariado con lu Hermana del Rey Philipo Hijo delEtn-

G&^fr.perador de ConsUtntinopla, AOandilla, líeij de Granada, los Infantes ü. Phelipe, D. Manuel, Ü. Fernando, y D. Luis ller manos del Rey D. Alonso, los Infanles D. Fernando, y D. Sancho sus Hijos, Alfonso, y Juan Hijis de Juan ¡ley de Accon, Juan Marqués de Monserrato, el Poderoso Barón D. Gastón de Bearne. Polens Baro Domnus Gaslónus de Eearue (asi habla.) y el Conde Rodolfo, que fue después Rey Alemania, y es la Cabeza de la Casa de Austria. Por este or- den propone el autor sobredicho los nombres de los príncipes condecorados por el rey D. Alfonso, en (|ue se la grande estimación y precédeme mérito de D. Gastón de liearne, antepuesto en aclo tan solemne á Rodolfo, Conde de llapsburg.

53 Últimamente: vino á morir el conde D. Gastón á 26 de Abril del año 12U0, eu Bearne^ en su Palacio de Salvatierra. Su testamento,'cuyo contenido

Marca, refiere Marca, indica la gi'ande piedad con (jue se dispuso para la muerte. En- terróse, como él lo ordenó, en la iglesia de los bailes Dominicanos de Ortés y su corazón en la de los Franciscanos de Morías. Dejó de su primer matrimo- nio con Matha ó Amata,, bija de Petronila, Condesa propielaria de Bigorra, y de su marido Bosio Mastrnsio, cuatro hijas solamente. La mayor fué Constan- za, (jue primero casó en el año de 12(i0 con el infante D. Alfonso, hijo primo- génito del rey D. Jaime I de Aragón, jurado heredero de los reinos de Ara- gón y Valencia por los Estados del Reino: y ' iiabiendo muerto muy presto el Infante sin dejar sucesión, estuvo tratada de casar el año 12G5 con el infante P. Enrique de Navarra, hermano y heredero del rey D. Teohaldo 11. Mas no

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leiiieudo efecto esle tratado por los desvíos del Infante^ que tanto desazona- ron al Rey, su liermano, se casó en segundas nupcias el año de 12GG con Eu- 1 iquc, hijo mayor de Ricardo^ Conde de Curnovallia en Inglaterra y Key de Alemania^ en competencia del i'ey D. Alfonso el Sabio de Castilla Pero tampo- co tuvo hijo nin:^-uno de este matrimonio, dejándole su marido, príncipe per- fectísimo, solo penas (pié llorar toda su vida-por la muerte alevosa (|ue le dio Guido de Monfort en la ciudad de Yiterbo estando oyendo Misa en la iglesia de S. Lorenzo luego que allí llegó con el rey Filipo de Francia, hijo deS. Luís^ de vuelta de la jornada de Túnez. La segunda hija del vizconde D. Gas- tón fué iMargariLa, que habiendo casado con Hogerio Bernardo, Condede Fox, vino a ser la heredera de su padre en lo de Bearne. La leixera fué Matha, que c;"só con Gerard \, Conde de Armeñac; y algunos quisieron que fuese ma- yor en edad que Margarita, y ipie por haberla despojado su padre de la heren- cia de Bearne y de los otros Estados (jue por derecho de nacimiento la loca- ban preüriendo á M:'rgarita, fueron los odios irreconciliables y guerras obsti- nadas (pie tanto tiempo diirai'on entre las dos Casas de Armeñac y de Fox. Pe- ro padecieron yerro maniliesto, de que los convence con irrefragables testi- monios el presidente Marca. Marca,

5i La cuarta y última hija fue Doña Guillelrna, que estuvo concertada de casar con el infante D. Sancho^ hijo del rey D. Alfonso de Castilla, que le vino á suceder en el Reino: y ann(|ue así el Rey como el vizconde I). Gastón y su sobrino ü. Lope Diaz de llaro, Señor de Vizcaya^ lo desearon y promovieron mucho, no se efectuó por liaberse inclinado el Infante á otra boda caprichosa- mente, á que se siguieron grandes turbulencias y guerras en Castilla por esta causa. De olio matrimonio de esta Señora se trató primero, y fué con D. Al- fonso, hijo del infante U. Manuel y hermano del mismo Rey de Castilla^ ca- sando juntamente su hermana mayor Doña Constanza, viuda ya del Infante heredero de Aragón, con el mismo IJ. Manuel, su padre, que también estaba viudo de Gira Doñ:t Constanza, infania de Aragón^ hermana del difunto Don Alfonso; y por no liaberse podido conseguir del Papa la dispensa de este pa- rentesco, no se pasó adelante en ambos matrimonios. Casóse tinalmente con el infante Ü. Pe Iro de Aragón, hei'inano del rey D. .Jaime 11. Pero, habiendo vivido [)oco tiempo el marido^ y inuL-rto sin dejar sucesión, se (|uedó en Ara- gón la infanta Doña Guillelina gozando del señoiuo de Moneada^ Castelviell y los otros Estados pingües de Cataluña, Aragón y Mallorca, en (¡ue su padi'e la había hei'edado; y con la condición de gozar también mientras viviese los que su mai-ido trajo ni mairimonio, pactó con el Rey, su cuñado, que después de sus días (piedasen lodos incorporados á la Real Corona de Aragón, como vino á suceder con grande y jnsta (p'i'ja, annque inútil^ de sus sobi'inos los Monea- das de Bearne y de Catahiña, que fueron despojados en gran parle de la pri- mitiva y glories i herencia de sus mayores por el capricho de una mujer, que por la codicia délo (lue no había menester se olvidó tan desairadamenle de lo (lue más debía tener en li memoria. El presidente Marca en su Historia de Bearne dice: que Guillelma despiics en su lestamento dejó sus tierras de Cataluña á su sobrino (Hastón de Armeñac, hijo segundo de su hermana Matha, y que por pleilos que hubo sobre esto con el Conde de Fox, hijo de Margarita, resultaron las interminables guerras que se siguieron entre los de Armeñac // de Fox: pero que por sentencia arbitraria de Filipo (el Noble), Reg de Navarra, pronunciada el año de IS2¡}, el Cjií'le de For fué mantenido en la posesión de la<. baronías de Moneada y Castetriell.

rio El vizconde D. Gaslón, liabiiunlo muerto Matha, su prima mujer, deseo- so de tener hijo varón (|ne heredase, casó en segundas nupcias elaño de ií233 con Beatriz, viuda de! Delfín de Viena, Señor de Fosiñi é hija de Pedro, Conde de Sab >ya. Mas no hubo sucesión ninguna de ella: (jueriéndolo quizás así Dios

Marca.

86

por los muchos hijos varones habidos ilícitamente fuera de matrimonio. De- esta suerte entró el señorío de Bearne y la sangre primogénita de los Monea das en la Casa do Fox para pasar á la de Navarra y de ella á la de Borbón en Enrique lY el Gnnde, de (|uien derivada se halla hoy en las venas del Rey, Nuestro Señor, Filipo Vil el Animoso, con una muy feliz y gloriosa circula- ción para Navarra.

PO GFEGPrSO DE I A GI^'EA1 CGJA LE LOS Condes de Fox.

Rogerio Bernardo, que fué noveno Conde de Fox y el primero

A

Gast. J^ Xque poseyó juntas las Casas y dominios de Fox y de Bearne, su-

Coude I cedió su hijo Gastón I, Conde de Fox^ y en propiedad Yizcnmde de Bearne, "^y d^' después de su maí^re la princesa Margarita. Tomó sin duda el nombre de Gas- líeanie tóu, desusado aules en \'\ Casa de Fox y muy usado en la de Beai-ne, por aten- umdos. pj^j^ .-^ ^^^ abuelo materno, (^asó con Juana cíe Arlois, hija del famoso Roberto de Artoís, y tuvo de ella tres hijos, (pie fueron: Gaslón el heredero, Uogerio Bernardo, Vizcojide de Caslelvó, y Hogerio, Señor de Donesán, Obispo (|ue vino á ser de Yaurres: y también tres hijas, Margarita, Blanca, mujer de Juan Grallo. Cabdal ó Señor "de Buch^ y Juana, (jue el año de 1330 casó con el in- fante D. Pedro^ Conde de Ainpurias, hijo de D. Jaime If, Rey de Aiagón. Tuvo algunos hijos naturales, y fueron: Ramón, Arnaido, Lul)ato' y Bearnesa, ([ue casó con Arnaido, hijo de Ramón Arnaido, Señor de Gerserest. Murió el conde Gastón I el año de J3Io.

II. 57 Sucedióle suhijo Gastón lien elcondado deFoxyvizcondadode Bearne Gastón y gjj i^g demás Ei'tados. Casó con Leonoi-, hija de Bernardo V, Conde de Co-

minge y de l.ora de Monforl, sn mujer. De este matrimonio tuvo un solo hijo, que valió por muchos, y fué el famoso Gaslón Febo: hijos naturales Arnaido, Guillen y Pedro, (jue fué marido de Doña Florentina, Señora de Yizcaya, be- arnesa, mujer en primeras nupcias de Ainaldo Ramón, Yizconde de Áort, y en segundas de Ramón Ai-naldo, Señor de Caslelvó, y ¡Margarita. Murió en Sevilla el año 1343 por el mes de Septiembre, habiendo ido cuando el Rey de Navarra, D. Felipe el Noble, con muy lucidas tropas a auxiliar al rey D. Alfon- so de Castilla XI en la guerra de Algecira: y no fué de muerte violenta (pie le neit. diesen los moros sobre esta plaza, como escribió Belfrán Elius, sino de enftr- "'^'" medad, en Sevilla, estando para volverse con su gente sin acabar la campaña.

III. 58 Gaslón, III de este nüml)re, llamado Febo por su grande berinosui'a y Gastón gentileza de cuerpo, sucedió á su padi-e Gastón II. De él y de sus sucesores

dejamos muchas memorias eiUel precedente volumen de nuestros Anales, por la mayor inclusión que desde este tiempo tuvieron los Condes de Fox, Señores de Bearne, con la Real Casa de Navarra. Casó D. Gastón Febo con la infanta Doña Inés, hija de nuestros reyes D. Felipe el Noble y Doña Juana; de ipiien tuvo solo un li'jo, que fué el desgraciado principe D. Gas!(Jn, casado ya con Beatriz, hija del Conde de Armeñac, aunque no llegó á consumar el matrimo- nio, y murió antes que su padre. Tuvo también tres hijos natuiales:;') Bernardo, (pie vino a ser Conde de iMedina-Celi, Jobbanio y Gracián. Murió el coi'de Gaslón III el año de 1399, á primero de Agosto, habiéndose continuado h.isla él de padre en hijo la sucesión de los Condes de Fox por 328 años desde Ber- nardo I.

IV. o9 Por su muerte sin hijos legítimos heredó los señoríos de Fox y de Matheo Bearne como parientes mas cercanos por línea masculina, Mateo de Fox, Yiz-

VI Juan

87

conde de Caslelljó, hijo de Rogerio Bernardo II v de Giralda de Noalles, nieto de Rogei'io Eernnrdü \, Vizconde de Caslelbó y biznieto de Gastón I de Fox, Vizconde de Bearne, y de su mujer iM^dama Jiíana de Artois. Tuvo por mujer el conde Mateo a hi infant;' Doña Juau.i, hija del rey D.Juan de Aragón y Ma- la de Armefiac. Mo tuvo hijos de ella. Con (|ue, habiendo muerto el Conde Ma- teo el año 1399, recayó la hei'encia en su hermana Madama Isabela de Fox.

()0 Estaba Isabela casada con Archemlialdo. Grallo^ Captal ó Señor Capital v. de Buch, hijo de Pedro, nieto de Pedro y biznieto de Juan el Captal de Buch, Isabela, que casó con madama Blanca, hija de D. Gastón I, Conde de Fox y Vizconde de B'jai'ne. Fueron hijos deesle matrimonio Juan el heredero y Gastón, Señor de Buch y Vizconde de Benauge y Castellón^ Archembaldo, Barón de Noalles, Pedro Cardenal y Mateo, Conde de Cominge. 3Iurieron los padres cerca del año de 140;}.

ül í'or muerte de la madre entró á ser Conde de Fox y Vizconde de Bear- ne Juan el hijo mayor, ijue en primeras nupcias casó con la infanta Doña Jua- na, hija de D. Carlos IIl^ Rey de Navarra y de D )ña Leonor, Infanta de Casti- lla, su mujer. Casó en segundas nupcias, no habiendo tenitlo sucesión de la In- fanta de Navarra, conlJuana^ hijade Carlos I, Señor de Labrit y de María de Su- llij y de este matrimonio tuvo dos hijos, á Gastón el heredero y á Pedro, Viz- conde de Laulrec, de t|uien tuvo origen esta nobilísima familia tan nombrada en el mundo por los insignes capitanes que de ella salieron. Tercera vez casó el conde Juana con Doña Juana de Aragón^ hija del Conde (le Urgel, de la cual no tuvü sucesión alguna. Dejó un h'jo natura!^ que fué Bernardo, Señor de Cerderest: y niui'ió el año de 1436.

02 Sucedióle su hijo primogénito D. Gastón IV, marido de la Infanta (Rei- na después) de Navarra, Doña Leonor, hija del rey D. Juan de Aragón y de Doña Blanca, Reina pro[3ietaria de Navarra. Tuvo de ella cuatro hijos y cinco hijas, de quienes dejamos hecha cumplida mención, y aún nos resta mucha ^o^i^'^^ qué hacer como de infantes, y muy hazañosos, que fueron de Navarra. El ma- yor de todos fué el principe D. Gastón, en ([uien según las señas esclarecidas (|ue dio en su corta vida, se malogró uno de los mayores leyes (jue j »más hu- biera tenido Navarra. Los demás fueron: 2. El infante D. Juan, Señor de Nar- bona: 3. El ifdante Cardenal D. Pedro: 4. Y el infante D. Jaime. Las o hijas fue- i'on todas muy célebi'es; porque de ellas descienden casi todos los reyes y príncipes cristianos del mundo. El primogénito D. Gastón casó con Madama Magdalena de Francia, y tuvo do ella un hijo y una hija, (|ue ambos vinierori á reinar en Navarra, y fueron: D. Francisco Felio, que ahora heredó el Reino, y Fran- su hermana Doña Catalina poco después por habei 14ü9, dos años y medio antes que su abuelo.

VII.

Gastón IV. de

este

r muerto su padre el año de ^í^'^^-,.

' Cotali"

~^'^Sb.>^

Vvt

LIBRO XXXV. ( í

DE LOS

DE

NAVARRA.

CAPITULO I.

I S5LCF';ii')\ DE LA REINA DOÑA CATALI^fA EK EL REIN-Q DE NAVARRA Y CORTES

I N yi E n I Ji RADA. II. Pretensión al Reino del infante D. Juan de Fox.

III C\'-AMII MO INTENTADO DEL PRÍNCIPE DE CASTILLA CON LA REINA DOXA CA- TALINA I\ Mi erte, enterjiedad y varias cualidades del Rey de Fran- cia V Venida del rey D. Fernando á Tarazona y embajada que le hizo

LA CII'DAD DE TUDELA.

|0r la muerte inopinada del rey D. Fran- cisco Febo heredó legítimamente la co- ,na de Navarrra y todos los Estados á ella unidos la princesa Doña Catalina, su única hermana, que fué la quin- ta reina propietaria de este reino y trigésima sexta en la serie de sus reyes. Solos tenía trece años cuando entró á reinar. Por lo cual prosiguió en su tutela y volvió al Gobierno la princesa Doña Magda- lena, su madre. Y lo primero á que acudió fué prevenir que no resu- citasen las parcialidades de Navarra, que con su ausencia y mala disposición de ánimos, de que había no pocas señas, se temía que volviesen á prorrumpir con mayor fuerza si con toda brevedad no se

Año 1483

90 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. L

daba alguna buena providencia. Y así, sin perder tiempo, entre las amarguras y lástimas de la muerte del Rey, su hijo, ella y el carde- nal Infante, su cuñado, acordaron que el mismo cardenal y el infante D. Jaime volviesen luego á Navarra para convocar las cortes del Reino y tomar en ellas los juramentos y homenajes por la nueva rei- na. La disposición fué muy prudente y acertada, y así, tuvo el efecto deseado. Los Estados se juntaron en Pamplona y enviaron sus dipu- tados á Pau para dar el pésame á la Reina y á la Princesa, su madre, de la muerte de su muy amado Rey, cuyo dolor hacía más tierno el amor que siempre le tenían: y le aumentaba haciendo que se exten- diese á la hermana como á única imagen suya. Y por esta considera- ción ofrecieron servirla con la más fina lealtad. Esta expresión de condolencia y amor fué bien correspondida con las del agradecimien- to y satisfacción muy cumplida de parte de ambas Princesas. Vuel- tos á Pamplona los diputados, los tres Estados concedieron con to- da voluntad cuanto se les pedía; y aún añadieron cosas que podían tener gran dificultad si no las venciera todas el amor. Juraron con toda solemnidad por reina á la princesa Doña Catalina en estas cor- tes, y el cardenal Infante, que las presidió, se detuvo algún tiempo en Navarra para dar providencia en algunas cosas: y dio la vuelta á Francia dejando por virrey al infante D. Jaime, su hermano. Luego que allá volvió recibió las bulas de obispo de Bayona. (A) Y por el recelo que tenía de no ser admitido en algunos lugares de las mon- tañas de Navarra, que entonces eran de su diócesis, se valió del se- ñor de Zavaleta para que allanase las dificultades que se podían ofre- cer.

2 El condestable D. Luís de Beaumont, era quien más cuidado daba al nuevo virrey por saber cuan descontento había quedado de lo que en las próximas cortes se había resuelto y cuan pujante esta- ba en Pamplona y en otras muchas villas y fortalezas del Reino (aun- que no por esto dejaban de seguir la voz de la Reina) y cuan adheri- do á la voluntad del rey D. Fernando de Castilla, de donde se podían temer grandes embarazos: y más cuando no se ignoraba que al pun- to que espiró el rey D. Francisco había enviado el Condestable sus mensajeros á la villa de Madrid, donde los Reyes Católicos estaban: y como de sus avisos había resultado el consultar S.S. M.M. este ne- gocio con D. Pedro Gonzáles de Mendoza, Cardenal de España y Arzobispo de Toledo, y con otros de su consejo, y de común consen- timiento se había acordado tratar con todas veras del matrimonio de la reina Doña Catalina con el príncipe D. Juan, primogénito de Gas- tilla y Aragón, deseando unir con este casamiento á Navarra con aquellos reinos. Y que además de esto se había deliberado enviar á las fronteras de Navarra gentes de guerra para apoderarse de las plazas que cómodamente pudiesen á fin de prevenir al Rey de Fran- cia, en caso que éste se quisiese hacer dueño de este reino, con el pretexto de favorecer á la reina Doña Catalina su sobrina.

REINA DOÑA CATALINA. Ql

§. n.

tra cosa, que sucedió á este mismo tiempo, pudo dar ino poco cuidado en Navarra; pero como cosa de sueño, se desvaneció muy presto por misma. El infante D. Juan de Fox, Señor de Narbona, tío mayor de la reina, sacó la cara á la pretensión del Reino luego que murió el rey D. Francisco, su sobrino, teniéndose por legítimo sucesor y tomando como tal títu- lo de Rey de Navarra. No tenía para esto razón ninguna, sino la ima- ginaria de querer que en Navarra se observase la ley sálica , que excluye á las hembras de la herencia del Reino en Francia. Pero debía advertir que á esta ley se le habían cerrado con candados eter- nos las puertas del Pirineo desde la tiranía que usaron con la reina Doña Juana II sus dos tíos, D. Felipe el Luengo y D. Carlos el Cal- vo. Con todo eso, persistió el Infante en su empeño con la esperanza del favor que tenía seguro en el duque Luís de Orleans, Rey que después vino á ser de Francia, XII de este nombre, con cuya hermana estaba casado; y en el Duque de Bretaña, Francisco, cuñado también suyo, por estar casada con él (como dijimos) su hermana la infan- ta Doña Margarita de Navarra y sobre el parentesco ambos eran muy amigos suyos. Zurita dice que se apoyaba también su esperan- zm-ita za en la autoridad de su hermano el infante cardenal D. Pedro, deüt). 20. cuya templanza lo dudamos mucho, y más estando actualmente tan empleado en la protección y establecimiento de la Reina, su sobrina. Estábalo también su tío materno de la Reina, el rey Luís XII de Francia: y así, hizo mal semblante á intento tan desvariado. Mas no por eso cesó de su pretensión el infante D. Juan. Y pareciéndole quizás que por el mismo caso de ser repelido de este rey sería bien admitido del de Castilla y Aragón, hermano de su madre la reina Doña Leonor, le envió sus embajadores á 12 de Marzo de este año desde Turs, donde entonces se hallaba. Por ellos le decía que el reino de Navarra le pertenecía de justicia y los grandes y poderosos amigos que tenían para hacerla valer á pesar de la contradicción del Rey de Francia y cómo ellos le inducían á seguirla, y á ese fin le ofrecían ayu- dar con todas sus fuerzas. Mas el rey D. Fernando, que no era ami- go de meter ruido en la casa ajena cuando no podía ser de provecho para la suya propia, desengañó á los embajadores y ellos al Infante, su amo. Y esto bastó para caer toda esta máquina.

.^. IlL

E-^1 interés de los Reyes Católicos, bien considerado por gllos, era el que queda d icho; de la unión de Navarra con .^^sus reinos [de Castilla y Aragón, y se venía á conse- guir casando el príncipe D. Juan, suhijo, con la reina "Doña Catalina;

92 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. L

porque de esta suerte quedaban asegurados con el antemural de los Pirineos de las invasiones de Francia. Y así, enviaron luego á Bearne al Dr. Rodrigo Maldonado de Talavera, y también (según Zurita re- fiere) á Alfonso de Ouintanilla i)ara tratar de ello con la princesa Doña Magdalena. Ellos después de haber dado á ella y á su hija el pésame de la muerte del rey D. Francisco y el parabién de la sucesión de la nueva reina y procurado consolarlas, pasaron á lo principal de su embajada, que era: tratar con la princesa Doña Magdalena del casa- miento propuesto. Representáronla, pues, las muchas y eficaces razo- nes que había todas muy favorables á Navarra, para que con toda vo- luntad se aceptase. Y se reducían á que por este medio se aseguraba la felicidad de este reino; pues era consiguiente que totalmente se ex- tinguiesen los bandos que por tantos años le habían hecho y aún le hacían en extremo infeliz; porque después de esta alianza ¿quién en Navarra se podía atrever á chistar contra la grande potencia de los reinos de Castilla y Aragón? Y quién no se había de sujetar sincera- mente á la obediencia de su legítima Reina.' La cual sobre esta tan patente y suma utilidad vendría ¿i gozar el honor de ser la mayor y más respetable Reina de la cristiandad; pu2s el príncipe D. Juan, primogénito y heredero de los reinos de Castilla y zVragón y de Sici- lia y otros muchos, daría todo este aumento y explendor á la majes- tad. La princesa Doña Magdalena quedó convencida de las razones de los embajadores y con entero conocimiento de las grandes conve- niencias y honores que traía este matrimonio á la Reina, su hija, y á todo el Reino. Así, les respondió con mucho agrado diciendo: que lo aceptaba con toda voluntad y muy grande gozo suyo: y que de su parte haría todo lo posible para que cuanto antes tuviese efecto. Pero que primero era forzoso, según ley de buena política, consultarlo con el Rey de Francia, su hermano, y que en teniendo respues- ta suya, que esperaba favorablemente, avisaría al punto de la última resolución.

5 Entre tanto que llegaba la respuesta del Re}^ de Francia, los Reyes Católicos, que tenían razón para creer que por ser suya no sería tan favorable como ala Princesa le parecía, enviaron á í). Juan de Ribera con mucha gente para que se juntase cnn el Condestable y ambos defendiesen la ciudad de Pamplona y los otros pueblos de la parcialidad beaumontesa. Y la misma reina católica Doña Isabel, acompañándola el Cardenal de España á 1). Pedro González de Men- doza, vino de Madrid á la ciudad de Santo Dommgo de la Calzada y de allí pasó á la de Vitoria para dar más calora este matrimonio. Tal era el empeño con que lo tomaban. Pero el Rey de Francia le impidió poniendo espanto á su hermana la Princesa si tal hacía. Y así, ella después de haberlo consultado con sus consejeros, respondió al Embajador de Castilla que su deseo había sido de que se efectuase este matrimonio en que tanto interés y honor se le acrecía á su hija pero que, bien mirado, no podía resolverse á losexponsales por la de- sigualdad grande de la edad de la Reina, su hija, que tenía trece años, y la del príncipe D, Juan, que aún estaba en la cuna. Y que

REINA DOÑA CATALITA. 93

haber de esperar tantos años á la conclusión, desde luec^o podía causar grandes incovenientes y peligros en el reino de Navarra y mayores en los Estados de Fox y de Bearne, que estaban amena- zados del infante D. Juan, Señor de Xarbona. Después de todo, la Reina de Castilla, Doña Isabel, no desesperando de que se había de efectuar el m.atrimonio, se detuvo mucho tiempo en Vitoria. Es co- sa muy natural que la alentase la muerte, que no podía tardar, del Rey de Francia, quien tenía pervertida á la Princesa, su herma- na, con sus persuaciones y consejos, que siempre fueron contrarios á Castilla y ahora sumamente perniciosos á Navarra.

6 Y es muy digno de advertir que el incoveniente de la desi- gualdad de edad que él inspiró á su hermana la princesa Doña Magdalena, el mismo Rey de Francia lo abrazaba para y lo esta- ba practicando á este mismo tiempo. Porque por estos días desposó á su hijo heredero Carlos, que poco después le sucedió, con la princesa Margarita, hija del archiduque Maximiliano de Austria, siendo ella de tres años solos y el Delfín de trece cumplidos. Para lo cual se entendió con los flamencos, que tenían en su poder á esta Princesa desde que murió su madre, Madama María, señora propie- taria de todos los Estados de Flandes. Y esto porque los flamencos le dieron en dote con ella la provincia de Artóis y el condado de Borgoña franco condado) con otras muchas tierras, que eran de grande aumento para la Francia; todo ello sin sabiduría al principio y después con grande sentimiento del Archiduque, viudo, á quien aquellos vasallos tenían poquísimo respeto. De estas inconsecuencias tenía muchas el rey Luís XI. Pero siempre de ellas, como si fuese consecuencias legítimas, sacaba refinadamente la conclusión de su interés. De esto, que fué mucho y malo en él, tocaremos algo en el párrafo siguiente, donde hablaremos de su muerte.

§• VI.

Gon efecto: vino á morir el rey Luís XII de Francia; ás que porfió en alargar la vida. Murió en Plesis de Turs á 3 de de Agosto de este año, á los sesenta cumplidos y más de un mes de su edad, habiendo nacido el 1423 á 4 de Julio. Lo cual referimos con toda esta individualidad para desva- necer una falsa noticia, que con demasiada ligereza se caló en la Llis- toria de Francia: y muchos por ella han hecho la vana observación de que ninguno de los reyes de la última estirpe de Hugón Capeto llegó á tener sesenta años cabales. Esto le falsifica ciertamente, se- gún lo dicho, en Luís XI, y mucho más en Luís XIV, que hoy vive y reina, y aún se puede decir que triunfa, después délos mayores contratiempos que jamás padeció la Francia, teniendo Su Majestad cristianísima cuando esto se trata de dar á luz setenta y cuatro años bien cumplidos. Algunos quisieron alargar esta observación á la lí- nea anterior, llevándola hasta Cario Magno: y también se engañaron

94 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. I.

Porque su hijo Ludovico Pió murió ciertamente de edad de setenta y cuatro años.

8 Mas había de dos que Luís .Yí tenía continuamente la muerte á los ojos por sus gravísimos achaques y moría Jes accidentes; pero nunca se persuadía á que había de llegar. Temíala en extremo y con extremos que le hacían ridículo. Parecíale que sus exquisitas dihgencias y trazas para prolongar la vida la habían de espantar y detener su golpe. Era^crimen de lesa majestad hablarle de que se podía morir, y para cerrar la puerta á esto tenía músicos y truhanes y todo género de divertimientos cerca de sí. Lo cual hacía también para persuadir á los pueblos que aún estaba para vivir y hacerse temer y respetar. A este mismo fin daba desde la cama órdenes ri- gurosas: y cuando sus males daban treguas, dejando su retiro de Plesis, donde en campo cerrado mantenía un ejército numeroso y muy florido, hizo algunas salidas para dejársele ver y admirar, mar- chando ostentosamente con las tropas más escogidas por varias par- tes del Reino. Al mismo tiempo no cesaba de implorar el auxilio divmo para el perfecto recobro de su salud por votos, romerías, procesiones, rogativas y dones á los santuarios y lugares píos, de donde hacía traer las reliquias más insignes y rodear de ellas su cama Ahora fué cuando dio diez mil escudos de'oro al glorioso apóstol Gari- Santiago de Galicia para que con ellos se fabricasen en su santa ¡?.7l3 ^^^^'^^^.^^^ ^^"^Panas, las mayores y más hermosas que hubiese en todo el mundo, y una fuerte torre donde se colocasen: y demás de es- te dinero envió mucho metal y maestros para labrarla.

g Pero aún fué más sonada su diligencia á este fin haciendo ve- nir á Francia á S. Francisco de Paula con la imaginación de que por su medio había de recuperar milagrosamente la salud. Este santo va- ron florecía con grande fama de santidad y milagros en la provincia de CaLabria, donde vivía en continua contemplación, sustentándose solamente de hierbas y algunas frutas que la piedad de aquellos pai- sanos le ofrecía. No había estudiado letras ningunas; pero era muy sabio en las divinas y muy prudente y discreto en las cosas del mundo, aunque totalmente había estado apartado de él. Gomo el Rey Luís entendió la fama de su santidad y milagros, puso en él todas sus es- peranzas y le envió á buscar por medio de D. Alfonso, Príncipe de Otranto, hijo de D. Fernando, Rey de Ñapóles, y pidió al Papa y á este Rey, cuyo vasallo era el Santo, que le mandasen venir á Fran- cia; por saber que no habían de bastar los ruegos para obligarle á dejar su retiro. Así lo hicieron ellos: y después de exquisitas honras que en todo su viaje le hicieron, tratándole como á legado del Papa con grande mortificación y para mayor humillación suya, arribó final- mente a Plesis. El Rey le recibió con la misma reverencia que si fue- ra el 1 apa mismo. Quiso tomar de él la bendición, postrándose á sus pies; mas no le pidió otra cosa sino que por su intercesión alcanzase de Uios le prolongase la vida.

^^! ^^"*° ^^ respondió sabiamente: que miestros días son con- tados delante de Dios, sin que á ellos se pueda añadir un solo mí-

REINA DOXA CATALINA. 95

ñuto: que de ninguna manera conviene cuidar con demasiade alar- gar el curso de esta vida, ¡a cual no es otra cosa que una jornada y peregrinación para ir á la verdadera vida, eternamente bien aventurada para los que en este mundo han vivido en temor de Dios y en la observancia desús mandamientos con una entera: que ante todas tosas era necesario purificar su conciencia y poner su alma en buen estado, y después de esto sujetarse absolutamente á la voluntad de Dios para todas las demás cosas: que no debemos pedir que nos deje en este mundo sino en cuanto en él somos útiles para su gloria: que con estas condiciones la apresuración de la muerte es más para desear que la prolongación de la vida. Nunca pudo el Rey sacar otra cosa del santo varón. Pero después de eso le detuvo consigo por algún tiempo con la vana esperanza de conse- guir de él lo que únicamente deseaba. A este fin le hizo muchas ca- ricias y favores: como fué fundar en Plesis un convento de su Orden de los Mínimos para cuya institución le había dado el Papa facultad poco antes, y al pasar por Roma por tres veces tuvo largas pláticas, y todas asólas con él, tratándole siempre Su Santidad con suma ve- neración y respeto. ¡¡Tanto puede la virtud.!! De aquí se propagó este santo instituto muy singularmente en Francia. Y porque aquel Rey llamaba ordinariamente á su santo fundador el buen hombre de Ca- labria, hoy en día se llaman sus hijos buenos hombres en Francia, donde florecen con grande ejemplo y veneración de los pueblos.

1 1 Últimamente; se hizo juicio que el Rey no podía vivir muchos días: y era á tiempo que él estaba con más esperanzas de vivir; porque siempre las tenía grandes en su médico y en el buen liombre de Ca- labria. Al cual continuamente importunaba diciéndole que si él que- ría le podía prolongarla vida. A que se añadía el haber salido del susto de morir antes de cumplir los sesenta años de vida por la ima- ginación ya dicha, habiéndolos acabado de cumplir realmente y ha- llarse ahora con la cabeza más despejada que la había tenido desde el principio de su larga enfermedad. Esto nacía de un gran beneficio del vientre, que era causa de que los humos del estómago no subie- sen al celebro. Mas esto mismo le debilitólas fuerzas en tanto grado, que lo redujo al último extremo. Todos lo conocían y nadie se lo atrevía á decir, hasta que un día, hallándose en la antecámara con los demás señores que asistían al Rey, un prudente y sabio teólogo les dijo que en conciencia era menester desengañarle y decirle clara- mente que ya era tiempo de dejar el cuidado de los negocios de este mundo para pensar en su conciencia y en la salud de su alma. Todos convinieron en esto; pero ninguno salía á decírselo. Entonces Olive- rio Daín, su cirujano, á quien el Rey tenía siempre cerca de y le estimaba muy singularmente, quizás porque (como hombre de buen humor) era el que más le divertía de pensamientos melancólicos, tomó á su cargo el decírmelo; y así lo hizo con gentil despejo, sin reparar en que se exponía á perder toda su fortuna. El Rey, pues, aunque espantado del horror de la cosa más terrible para los mortales, espe- cialmente para él, y más viniendo de la boca del que siempre le en-

96 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP.L

tretenía con lisonjas contrarias á este desengaño, no se indignó, sino que antes lo tomó á buena parte y al punto se dispuso para la muerte con un valor heroico, recibiendo con grande piedad los Sacramentos y ordenando con toda prudencia todo lo demás propio de aquella hora. Así acabó dichosa y cristianamente sus días, contra todo lo que se podía temer. Algunos de sus historiadores creen con mucho fun- damento que la grande devoción que siempre tuvo á la Santísima Virgen, Madre de Dios, á la cual llamaba su buena madre, le impetró esta gracia. Y así, quiso enterrarse en la iglesia colegial de Nuestra Señora de Cleri, que él mismo había fundado, prefiriéndola á los se- pulcros magníficos de sus antepasados en la iglesia de S. Dionís, cer- ca de París.

12 El fué la real quimera de su siglo y un compuesto de buenas y malas cualidades, así naturales como adquiridas, con tanta mezcla de bien y de mal en ellas, que ninguna tenía buena en perfección ni mala en extremo. Porque, según le pintan comunmente los escrito- res de su vida, nunca en materias de importancia hacía algunas ac- ciones loables en que no hubiese qué reprender, ni malas en que no tuviese alguna parte la alabanza. Sus votos y rogativas públicas á Dios y álos santos y sus peregrinaciones á los santuarios eran por loables; mas el fin poco recto destruía su mérito. Su magnificencia con los príncipes extranjeros, su liberalidad y cortesía con sus embaja- dores, no tirando más que á engañarlos, aunque por el bien de su Estado, podía, según diversos respetos, ser loable y reprensible. La misma consideración se puede hacer en todas las más ilustres accio- nes de su vida: de las cuales las mejores eran fundadas en aparien- cias de piedad, de justicia y magnificencia Real: y bien miradas, no eran más que supertición, venganza, vanidad ó engaño; y las peo- res, como eran la perfidia y el perjurio, andaban cubiertas de la ra- zón de Estado y de la prudencia humana, que (según el mundo) per- mite prevenir la malicia de los enemigos por sus mismos artificios para tener siempre sobre ellos la ventaja y asegurar el interés propio. Había estudiado las buenas letras y se servía diestramente de su eru- dición, y singularmente de su elocuencia.

13 Después de eso, no quiso que ni poco ni mucho las aprendie- se su hijo y heredero Carlos VIII, que ahora le sucedió en edad de trece años. Algunos historiadores le tachan mncho de esto; y aún se pasan á decir que él también fué ignorante y enemigo de las musas. En lo cual se engañan mucho y le hacen manifiesto agravio por ig- norarlo ellos ó no quererse hacer cargo del justo motivo que para es- to tuvo. Y fué: la poca salud y muy débil complexión del hijo, que era único varón, por haber muerto los otros que había tenido de sus matrimonios; y reconociéndolo así, temía con razón que el estu- dio de las letras, que es una lima sorda que gasta insensiblemente la salud, le había de extenuar tanto, que le volviese hético. Por esta con- sideración solía él decir que se contentaba con que su hijo supiese solas estas cinco palabras de latin: qtii ncscit dissimulare^ nescit reg- fiare: quien no sabe dissimular ^ no sabe reinar, lección que el mis-

REINA DOÑA CATALINA. 97

mo sabía practicar muy bien, siéndole natural la disimulación, y ad- quirida también por el continuo ejercicio de ella. A la verdad: un rey cargado de tantos negocios no puede muchas veces dejar de repre- sentar diferentes personas. Pero es menester que sea con indemnidad de la conciencia y de la honra: siendo entero en sus palabras, fiel en sus promesas, religioso en sus juramentos, franco y liso en todas sus acciones. En esto faltó mucho el rey Luís XI de Francia, y no poco respecto de Navarra, que le puede contar entre sus malhechores in- signes por haberle sido su amistad muy perjudicial en muchas oca- siones, y particularmente en esta última del casamiento de la reina Doña Catalina, que él embarazó, prevaleciendo en su pecho el odio que tenía al Rey de Castilla al amor que debía tener á la Reina, su sobrina.

.^. V.

14

N

yada mejoraron las cosas de Navarra con el nuevo

Gobierno de Francia, como se podía esperar: pero Año entre las dudas de alg^una bonanza no solo se detuvo

en Vitoria la reina Doña Isabel para proseguir su pretensión del ca- samiento del Príncipe, su hijo, con la reina Doña Catalina, sino que el Rey Católico, su marido, vino al mismo fin á Tarazona concluidos los grandes negocios que sobrevinieron, y le obligaron á partir arre- batadamente á Galicia con ocasión de la guerra civil que allí se sus- citó por la herencia del condado de Lemus, pleiteada con las armas por el Conde de Benavente y D. Rodrigo Enríquez Osorio. para este tiempo la Reina Católica tenía de su parte bien prevenidas las cosas. Porque luego que conoció que el matrimonio de la reina Doña Catalina con el príncipe D. Juan, su hijo, llevaba mala traza de concluirse por las largas y escusas que siempre iba dando la prin- cesa Doña Magdalena, recientemente inspirada de los ministros del nuevo Rey de Francia, Carlos VIH, su sobrino, metió dentro de Na- varra y puso en sus fronteras algunas tropas comandadas por D. Juan de Ribera, su capitán general, con el pretexto de resistir á los fran- ceses en caso de moverse para hacer alguna entrada en Castilla. Pa- ra más asegurarlo, hizo sus ligas con algunos caballeros navarros y muchos hombres principales y pueblos del mismo Reino: y en espe- cial puso más gente en el castillo de Tudela, que estaba por los castellanos. Lo mismo se hizo en otros lugares de Navarra, donde D. Juan de Ribera había tomado la villa de Viana y el castillo de S. Jerónimo y el de Irurita y otras tierras del Reino. El Condestable Conde de Lerín era el primer móvil y quien más fomentaba es- tas sediciones, viviendo muy olvidado de sus nobles pensa- mientos de no permitir dominio de extranjero en Navarra y es- tando ahora muy unido con D. Juan de Ribera y sus gentes, cuya ex- pulsión había sido su principal empeño.

15 Habiendo, pues, llegado á Tarazona el Rey Católico, se apli- có á concluir lo que la Reina, su mujer, tenía no poco adelantado. Y Tumo vii, 7

98 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. L

zmita ahora fué cuando la ciudad de Tudela hizo á Su Majestad Católica íoSail; la embajada que Zurita refiere, siéndolos embajadores el alcalde y '7- cuatro jurados y otros de los principales (B) que con poder de toda la ciudad se presentaron ante el Rey á 14 de Mayo de B 1484 en las casas del Obispo de Tarazona, donde estaba apo- sentado. Certificáronle como procuradores de la ciudad de Tude- la y de todo el pueblo en ííeneral. » Que al punto que entendie- »ron cómo se trataba el matrimonio del príncipe D. Juan con »la reina Doña Catalina de Navarra, considerando y conociendo bien »lo mucho que importaba para la paz y sosie^^o universal del Reino, »]os tres Estados de él suplicaron á la princesa Doña Magdalena, ma- »drey tutriz de la Reina, que lo concluyese: y que elía respondió >que le placía de ello; mas que después se entendió que tenía otras »miras. Y que además de esto también tenía entendido Su Majestad » Católica estaba determinado á proseguir con todo su poder en la »recuperación de cualquiera derecho que tuviese al reino de Nava- »rra ó á alguna parte de él: de lo cual se seguía gran perjuicio á la »ciudad de Tudela y á toda su merindad como las más expuestas á »los primeros y más recios golpes de la guerra. Por lo cual en caso »de efectuar la Princesa Gobernadora cualquiera matrimonio que no »fuese con el Principe de Castilla sin sabiduría y expreso consenti- »miento de los tres Estados del Reino, le suplicaban fuese servido de »mandar á sus capitanes y gente de guerra que entre tanto que venía »la respuesta positiva de la Princesa sobre este punto no les hiciesen »daño alguno. Porque le ofrecían que en todo evento ellos, usando >de su derecho, eligirían por marido de la reina Doña Catalina al »príncipe D.Juan, su hijo, y alzarían pendones por él y obedecerían »á los mandamientos del Rey y Reina de Castilla como de legítimos ^administradores del Príncipe, su hijo, en su menor edad; precedien- »do, empero, los juramentos recíprocos de una y otra parte: de la su- »ya, de fidelidad, y de la de los Reyes, de observación de sus fueros »y costumbres.

16 A esta representación de los embajadores de Tudela respondió el rey D. Fernando: »Oue en cuanto al casamiento del Príncipe, su »h¡jo, con la reina Doña Catalina de Navarra, así ellos como los de- >más naturales del Reino sabían bien los medios que se habían pues- »to y cuánto se había procurado por concluirlo, y que el principal »finy respeto era por la paz y sosiego del Reino. Y que también sa- »bían la forma que en esto hasta allí se había tenido y cómo por cau- »sa de ello habían dejado de entender en este matrimonio; y estaba «determinado juntamente con la Reina, su esposa, de atender á lo que >viese, que más cumplía para cobrar cualquiera derecho que le per- »teneciese. Y que estimaba por servicio lo que la ciudad de Tudela »había hecho y ofrecía hacer. Y que viesen lo que podía hacer por >ellos y lo que les convenía parala guarda y cumplida observancia >de sus privilegios, la cual les prometía mantener aún más entera y »exactaque ninguno de los reyes de Navarra lo hubiese practicado abasta entonces,

REINA DOÑA CATALINA. 99

17 Aún más ofrecieron al Rey los embajadores, y fué: que, llega- do el caso del matrimonio del Príncipe con la lleina, la ciudad de Tudela y los pueblos que se le juntasen quedarían unidos con el rei- no de Aragón. Pero también pidieron que de allí adelante la ciudad había de proponer tres sujetos al Rey para la tenencia 3^ gobierno de su castillo; y uno de ellos, el que S. M, eligiese, había de ser su alcaide: y que este orden se guardase perpetuamente. Estas y otras cosas que omitimos se concertaron entre el rey D. Fernando y los enviados de Tudela, y se juraron de una y otra parte, hallándose presentes: Rodrigo de Ulloa, contador mayor de Castilla, y D. Juan de Ribra, Capitán General de las fronteras de Navarra, por los Reyes Católicos, y el vice-canciller Alfonso de la Caballería y Pedro Arnal- do de Garro: y todo lo aprobó y ratificó el que á la sazón era caudi- llo de los agramonteses, que quieren haber sido Mossén Pierres de Peralta; pero esto no cabe por haber muerto antes ó estar ausente de Navarra este trágico caballero, como queda dicho. ¡¡Tan de antemano se fraguaba la tempestad que al cabo descargó horrorosamente, aun- que interponiéndose á tiempos algunos celajes de serenidad sobre el Reino con el despojo y exterminio total de su Reina propietaria y legítima!!.

ANOTACIONES.

Consta del obispado de Bayona, dado al Cardenal Infante, y de lo consignienle que queda diclio por una carta que él mismo es- A criliió al Señor (h Z ivaleta desile Nantes, donde fué lut^go (jue se retiró de Navarra por visitara la Duquesa de Brel:Mia, la infanta Doña Mai-garila, su her- mana. Hállase origiu'il en los papeles la Casule Zavaleui, y escomo se sigue: »MagiHlko, y nuestro especial amigo. Poiíjué por la caria, qiu! al Concejo de «las cinco villas esci'ihimos, ser.^is largamente informados de lodo, no cuida- «remos por esta dec'i- otra cosa, sino rogaros fagáis como de vos liamos en lo »(|ue locare á nuestros negocios, acerca de ser obedecidos nuestros Oliciales »en esHS cinco villas; pues sabéis somos proveído del Obispado de Bayona, por «Bulas de nuestro muy Santo padre: y ts cierto, somos verdadero Obispo del «dicbo Obispado, y no' bay ningún otro, (|ue derecbo pueda tener, en él. Y así »mismo os rogamos, si algunos oficiales hubiere por licción en las cinco vi- »llas, ti-abajeis, (jue no sean admisos, ni obedecidos en cosa alguna, que no fa- ).cen, sino abusar de las cosas de la Iglesia, sin tener ningún poder p ir-a ello: »y de los frutos y diezmos, que á nos pertenecen, como á Obisp') de Bayona, »r<ced, que acudan á D. Juan de Vergara, olicial nuestro y juntaos con él, y »lrabajad en lodo, como de vos confiamos, que no farán esas villas, sin ) lo que «aconsejareis vos, y el dicho D. Juan de Yergara. Y no queremos más enco- «mendaros esto; porque somos cierto, lo aréis con l;t voluntad, que de vos «siempre habemos conocido. Y si alguna cosa de nos quei-eis escribirnos, que «con muy buena voluntad sera fecho. De nanles á ocho días de Junio de 1483. »A vuesli-o honor. El Cardenal de Fox, Infante de Navarra. El sobrescrito dice. Al mmiiiflco y nuestro especial amigo, el Sr. de Zavaleta.

19 Zurilanombra á los diputados de Tudela^ diciendo: Que el Alcalde era g

toó LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

Pero García; los Jurados, Juan de Miranda, (iuillcn de Corles, Pascual de Maqa- llúii ij Jiineno lie Villafranctr. n los procuradores del pueblo y del común, (¡arci Pérez de Varai:, Mallieo de Miranda, Pedro de Magullón, Jaime Díaz, Mif/uel de Eguarús, Martin de Mar, Martín de Eij'úi's ij Rodrigo Gaida, vecinos de la mis- ma ciudad.

CAPITULO II.

I. Estado dei^ Riuno y providencias de la R-íiva, II. Acto de RETniBUCióN del rey D. Fernando con D. Felipe de Natarra. III. Guerra de la Beina con el infante D. Juan

EN EL condado DE FoX Y DISENSIONES EN NAVARRA. IV. DISCORDIAS CIVILES DE FRANCIA. V. CA- SAMIENTO DE LA REINA DOÑA CATALINA CON EL SeÑOR DS LABRIT,

.^. V.

I a reina Doña Catalina, que á veces despachaba en su nombre, aunque asistida siempre de la Princesa de Via- i^nn. su madre, y de sus consejeros, nunca se vio en mayor congoja. Sobre sus pocos años, esto solo la faltaba para que correspondiese el principio al fin de su reinado. Hallábase sitia- da de dos guerras, en Francia y en España: la una movida del infan- te D. Juan en su condado de Fox, la otra del Conde de Lerín en su reino de Navarra. Lo que acá pasaba refiere puntualmente la misma Reina en carta que escribió á su Gobernador de las cinco villas, el Señor de Zavaleta, dándole las órdenes convenientes en la presente urgencia. Y es la que se sigue, traducida fielmente del idioma gas- cón al castellano.

2 ^Magnífico y bien amado nuestro: Tenemos por cierto que es- »táis bien informado cómo el Conde de Lerín con grande número de »gente extranjera de á pié y de á caballo y con otros sus adherentes »se esfuerza á Nos ocupar villas, fortalezas, tierras y montañas realen- »gas. sacando por fuerza vituallas 3' dineros de nuestros subditos pa- »ra llevar adelante su empresa. La cual siguen con gran cautela de- »bajo de nuestro nombre y voz y socolor de nuestro carísimo y bien »amado tío el Cardenal, á quien él y sus adherentes llaman nuestro »visorrey en ese nuestro reino para engañar á nuestros subditos, »poniendo color que lo que hacen es á nuestro favor. Mas con todo »eso, las obras muestran ser de subditos que se alzan contra su reina »y natural señora, que Nos somos; porque eso que se hace en parte »con gente extranjera ocupa lo nuestro, impone subsidios y carga á »nuestros subditos, cosa ninguna Nos consulta, ni á Nos ni á nuestro » Lugarteniente obedece, y se atreve á poner consejo Real donde no »lo hay: y generalmente no se ve ni oye de él otra cosa de subdito

REINA DONA CATALINA. lOl

ssino el humo de solo el nombre. De todo lo cual vos y todos los »nuestros buenos subditos de por allá os debéis doler, esforzar y jun- »tar con los que siguen y defienden nuestro honor y servicio; porque »él ha juntado un gran número de gente, y si vosotros no os juntáis, ^fácilmente seréis oprimidos y sojuzgados poco á poco los unos tras »los otros. Por lo cual os rogamos y estrechamente os encargamos »que, apartada toda disimulación, tanto por servicio mío como por » vuestra utilidad y beneficio, os esforcéis los unos y los otros cada *uno de su parte á resistir esa inicua empresa y juntaros con nuestras »gentes que por allá le irán luego al punto al ilustre infante D.Jaime, »nuestro carísimo y amado tío y visorrey. Y si diéramos cabo á las »molestias que el Vizconde de Narbona nos en nuestro condado »de Fox, como lo esperamos en breve con el favor de Dios, Nuestro »Señor, enviaremos por allá tan gran número de gente, que á los »unossea castigo y á los otros ejemplo de no rebelarse contra Nos. »Y enviando luego á Aragón y Castilla un embajador á los Reyes, »los desengañaremos para que por falsas sugestiones no nos sea por » ellos hecha la guerra. Si entretanto, en caso que vosotros por disi- »mular no os juntarais con nuestro dicho virre}^ é infante D. Jaime, »estad cierto que no lo tendremos por menor culpa que la de los otros »y que seréis castigados en su tiempo y lugar con la misma pena: asiendo cosa sabida que quien no es con Nos, es contra Nos. Otra >vez os decimos hagáis lo que se ordena; y que no os engañéis á vo- »sotros mismos ni temáis al dicho Conde; porque cuando fuereis »juntos todos, poca cosa será su negocio ó su poder. Por lo que á él »toca, siempre será de nuestro agrado tenerlo en nuestro servicio y » tratarle favorablements como quien él es; pero cuando otra cosa »hiciere encontrarlo en este particular, no entendemos disimularlo »más, y tenedlo por entendido. Dios sea con vos. Dada en Pau á 8 de »Octubrede 1484. (A)

3 Luego pasó el infante visorrey D. Jaime al otro lado de las ^ montañas, que estaban amenazadas por el Conde de Lerín, quien tra- taba de apoderarse de ellas con el fin de impedir todo socorro de Francia: y haciendo el Infante su plaza de armas en la villa de Isava, puso toda diligencia en juntar allí toda la gente posible de á pié y de á caballo. Y consiguientemente escribió otra carta {B) al mismo Se- B ñor de Zavaleta en conformidad de la que poco antes le había escrito la Reina. En ella le ordenaba que partiese al punto á las villas y lu- gares de su jurisdicción, que va nombrando: y sacase de ellos á repi- que de campana cuatrocientos hombres y se los enviase con sus ar- mas y aderezos á la guerra necesarios. Tanto era el aprieto y tales las providencias que sedaban para la defensa. El Sr. de Zavaleta cum- plió exactamente la orden. El infante juntó las fuerzas bastantes para la resistencia, y se serenó el nublado. Aunque más se puede atribuir la serenidad al haberse mitigado el enojo del rey D. Fernando con la emijajada que en esta ocasión le hizo su inocente sobrina la reina Doña Catalina.

102 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

§• II-

S'

u Majestad Católica ejecutó consiguientemente un acto ,de retribución muy debida con su sobrino D. Felipe de .Navarra y Aragón, hijo natural del mal afortunado D. Carlos, Príncipe de Viana, que por haber sido en este tiempo le ponemos aquí con las demás memorias, á que es acreedor en nuestra Historia. Habíale condecorado su padre con el título de Conde de Beaufort, que por ser en los Estados ususpados á la corona de Nava- rra en Francia, no era más que nombre: y por eso le había dejado también una muy considerable porción de los bienes libres que le pertenecían al Príncipe de la herencia de su madre la reina Doña Blanca. Pero como todos ellos vinieron á quedar en poder del rey D. Juan, su padre, y últimamente pararon en el del rey D. Fernando, su hermano, había mala traza de llegar á manos del Conde de Beau- fort, á quien de justicia se debían. el rey 1). Juan quiso satisfacer de alguna manera al nieto, dándole el arzobispado de Palermo. Y de hecho consiguió del papa Sixto IV la dispensación para que le entrase á gozar con el título de administrador por no tener entonces el Con- de la edad competente para esta dignidad. Y juntamente con el arzo- bispado le dio en propiedad el cargo de Gran Canciller de Sicilia: y poco después el de Capitán General de las fronteras de Gerona y provincia del Ampurdán, como refiere Zurita, para dar providencia á los inconvenientes que podían resultar de las disensiones y allDoro- tos que allí hubo. Tanta era la confianza que el abuelo hacía del Con- de, bien merecida de sus nobles procedimientos. Ahora, pues, cuando él se acercaba á los veinte y siete años, que era la edad precisa se- ñalada por el Papa para consagrarse de obispo y ordenarse, el rey D. Fernando, su tío, acordó hacerle Maestre de la (3rden de Monte- sa en el Reino de Valencia: y á 8 de Abril de este año lo consiguió del mismo papa Sixto IV, quitándosela á D. Felipe Boíl, quien año y medio antes había sido electo conventualmente y estaba en posesión del Maestrazgo. Así vino á ser D. Felipe de Navarra y Aragón déci- mo Maestre de la Orden de Montesa, renunciando para esto el arzo- bispado de Palermo y dejando también el cargo de canciller de Si- cilia. Con que le vino á dar mucho menos de lo que dejaba. Pero él se hubo de acomodar á la voluntad del Rey, su tío, ó por el respeto que le tenía ó por su inclinación; que más era á las armas, como bien lo mostró después señalándose mucho en ellas.

5 Lo cierto es que el rey D. Fernando debía al sobrino esto y mucho más. (iaribay refiere en general que ahora ejecutó esto movi do de muchos respetos: y no será fuera de propósito que nosotros di gamos, ya que ello calla, el principal respeto que le debía mover. Es te fué el acto heroico que el príncipe D. Carlos, su medio hermano hizo en sumo beneficio suyo cuando en su última enfermedad, causa da de veneno, le persuadieron con grandes instancias lo que bien le

REINA DOÑA CATALINA. IO3

amaban que se casase con Doña Brianda Vaca, madre de D. Felipe, su hijo natural, para que este quedase heredero legítimo no solo de la corona de Navarra sino también de la de Aragón y de las unidas á ella, y el Príncipe constantemente lo repelió, venciéndose en el amor de padre para con un hijo muy querido 3' de grandes esperan- zas; y lo que más es, en la venganza, que por modo lícito se le venía á las manos, de una madrastra que después de otras injurias actual- mente le estaba dando la muerte. El nuevo maestre de Montesa, 1). Felipe, pasó luego á la guerra de Granada, que entonces comen- zaba: y en ella hizo cosas memorables en diversos reencuentros y combates con los moros, hasta que pocos años después fué muerto por ellos de un escopetazo en una escaramuza cerca de la ciudad de Baza. Su cuerpo fué llevado al convento de Montesa, donde yace: y sucargo de maestre se volvió á dar al mismo D. Felipe Boíl por la elección que en él renovaron los caballeros de su Orden.

A'

§. iii.

callada la guerra de esta parte, nos llama el es- truendo de ella á la otra parte de los Pirineos. El in- .fante D.Juan, que por muerte del rey D. Francisco Febo, su sobrino, había sacado tan de recio la cara á la pretensión del reino de Navarra y la había retirado por el mal semblante que le hi;^o el rey D. Fernando, su tío, insistió en que por lo menos le pertene- cían los estados de Fox y de Bearney los otros á ellos adherentes. Decía: que siendo tierras dentro de los limites de Francia^ donde las hembras no heredan, la reina DoñaCatalina, sn sobrina, era inca- paz de poseer aquellos Estados; y que así, ella se debía contentar con lo de Navarra y dejarle á él estos señoríos como A varón más propincuo. Mas esto era hablar como bien le estaba. Sobre esta dife- rencia se movió una grande guerra, que cargó en Fox porque los bearneses se conservaron perfectamente fieles en la obediencia de su legítima Señora. Vióse bien que en este género de guerras más estrago causan las deslealtades que las espadas. Porque siguieron el partido del infante Gaspar de Villemur, Senescal de Fox, el Señor de Caulmont, Juan de Castelverdún, con otros muchos, y llevando buen número de gente de infantería 3' caballería tomaron el año de 1484 la villa de Masieres por traición de un vecino llamado Romengaso. Después se apoderaron de Monteaut.

7 Y finalmente: fueron á sitiar á Pamiers, donde los vecinos ve- nían de buena gana en recibir al Infante como fuese acompañado de algunos pocos de su séquito para hacerle toda honra y reverencia como á hijo que conocían ser de la Casa de Fox. Pero de ninguna manera quisieron admitir sus gentes de guerra ni á él como á Conde de Fox y Señor déla villa por estar firmes en la obediencia de la reina Doña Catalina, su legítima Señora, á quien habían prestado ju-ggjt^¿y ramento de fidelidad. En esta conformidad hizo una representación «eiias.

104 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

respetuosa, aun(|ue con grande energía y libertad, Beltrán de Rabo- nit, Supremo Juez de aquel país, acompañado de otros nobles. Ofen- dido de esto el Infante, partió al burgo cercano de S. Antonio, donde está la Iglesia Catedral: y después de alguna resistencia, echó de ella al obispo Pascual de Furn, que estaba en posesión del obispado, y puso en su lugar á Mateo Artigalup, su competidor, que traía litigio con él. Consiguientemente hizo cuanto pudo por entrar en la villa; pero sus vecinos persistieron tan arrestadamente en su primer empe- ño, inspirado de su lealtad, que el Infante con mucho desaire é indig- nación hubo de dejar aquella empresa }' volverse con sus tropas á Masieres, que ya estaba por él. Desde esta plaza hacía todos los da- ños posibles á los de Pamiers, llegando con sus correrías hasta las puertas de su villa; pero ellos hacían otro tanto, tomando muy cum- plida satisfacción su venganza. Así se pasó el tiempo que restaba de este año con poco crédito de unas y otras armas y mucha ruina del país.

8 Mientras que esto pasaba en Fra ncia, no faltaban disensiones y alborotos en Navarra sobre los que dej amos apaciguados, no pudien- do ser constante la serenidad cuando los malos vapores predominan. Hallamos en las memorias del archivo de Olite que el Cardenal Infan- te, como gobernador y virrey que era en propiedad, (ejercitando en ausencia suya este cargo el infante D. Jaime, su hermano) volvió de Bearne á este reino, donde fué generalmente bien recibido. Mas al llegar á Olite tuvo una bien sensible mortificación. Porque los del gobierno de esta villa porfiaron en que antes de entrar en ella debía hacer el juramento de visorrey á los tres Estados del Reino. Decían que esto era de mayor servicio de la Reina y para mayor bien de su Reino; y que así conseguirían que viniese luego á el, como deseaban con ansia. Creemos de su fidelidad, siempre constante, que su celo era bueno: si fué igualmente discreto en tal tiempo, se puede dudar. Sobre esto hubo muchas demandas y respuestas, que referirlas fuera prolijidad. Solo diremos que el Cardenal entre otras amenazas que les hizo, una fué la de sacar de allí ala Infanta. Esta era Doña Leo- cie*oiitenor, su hermana menor, que ahora vivía en el Palacio de Olite y mu- j,°g°j^^' rió poco después estando concertada de casarse con el Duque de Medina-Celi. Año 9 El año siguiente de 1485 procedió la guerra más regularmente. "®^ La princesa Doña Magdalena, madre y tutriz de la Reina, para la de- fensa de las tierras de Fox envió á Juan de Lautrec con grande núme- ro de gente de guerra levantada en Bearne y en el condado de Bego- rra, ordenándole que cuanto antes recobrase lo que el Infante había BeitrAn usurpado. Marchando, pues, con toda diligencia el Señor de Lautrec para ejecutar lo ordenado, le salió al encuentro el Señor de Rodel, Ra- món de Lordat, quien de parte de los vecinos de Savardún, que pocos días antes se habían entregado al Infante, le rogó que los perdonase, disculpando el hecho con las pocas fuerzas que tenían para defender- se y el temor prudente de las iras del enemigo, que sin duda los hu- biera desolado enteramente á la menor resistencia que le hubiesen

REINA DOÑA CATALINA. lOO

hecho; pero que estaban tan arrepentidos, que querían morir an- tes que obedecerle por más tiempo. Aseguróle que su voluntad siempre había sido buena para la Reina, su legítima Señora, y que al presente lo era. Y para que esto constase por las obras, concluían con decir encarecidamente que con -toda brevedad fuese á aquella villa, donde sin dificultad y con todo agrado sería bien recibido. Lautrec estimo mucho la oferta y caminó allá átoda prisa.

10 McS sucedió que el infanteD.Juan, teniendo aviso délo quepa- saba, aceleró su marcha y entró en el pueblo por la parte de la puen- te á la misma hora que Lautrec entraba por la puerta de Ulmet. Ambos quedaron susper sis, la suspensión fué tregua de las iras, y trataron luego de conciertos. El convenio fue: que el Infante se quedase con Masieres, Savardún, Montaut, la iglesia de San Antonio, el castillo de Hermén, iMontagudo, Sant Eparcio, que era uno de los mejores pue- blos del condado de Fox, y otr^s villas y fortalezas: con que el Infan- te vino á ganar mucho. Pero, teniéndose por injusto este tratado, no tuvo cumplimiento. Y así, poco tiempo después Audeto Dandín, Se- nescal de Carcasona, recobró á Montaut y á S. Antonio y los redujo al poder de la reina Doila Catalina. Monsiur de Lautrec hizo otro tanto y aún debiera hacer más por la culpa que tuvo en el concierto pasado. Recuperó á Montagudo y Sant Eparcio y el castillo de Her- mén, que fué luego arrasado por ser muy fuerte y no dar lugar á que en algún tiempo sirviese de guarida á los enemigos.

11 Entró el año de 148Ó y el infante Ü. Juan, Señor de Narbona, Año para desquitarse de las pérdidas que había hecho, tomó ái4 de Julio "^^ por sorpresa la villa de Pamiers. Tenía inteligencia con algunos

de sus vecinos y envió con gran número de gente á Juan de Lave- llanet, persona de alta calidad, que seguía su partido. Al punto que él llegó le abrieron las puertas los traidores, y aún portillaron la mu- ralla para que más á prisa entrasen en la villa con todas sus tropas de noche y con todo el secreto posible, como lo hizo apoderándose en un instante de la parte de la villa que por el castillo y puesto emi- nente era la más fuerte. Desde allí miraba con desprecio á los ve- cinos leales, que por más que se resistiesen con sumo valor é hicie- sen grande estrago en los enemigos, eran al cabo vencidos por el mayor número de ellos, siendo muy inferior el de los vecinos, redu- cidos á la mitad délo que solían por la peste que algunos años an- tes los había consumido. Es increíble la barbaridad conque fueron tratados en esta ocasión los fidelísimos ciudadanos de Pamiers. Por- que fueron echados de sus casas, despojados de todos sus bienes, apaleados y llevados las manos atadas atrás por los lugares circun- vecinos con suma ignominia á destierro perpetuo, siendo tenidos por los más facinerosos los más leales. Y así padeció más que otros Bel- trán de Rabonito, el que en la primera ocasión habló al infante D.Juan de parte de todos y ahora se señaló más en la constancia. Estas monstruosidades trae la guerra civil, en que se van á saciar los odios particulares. Favin

12 La más execrable de todas fué la que refiere Favín en su His-pag.'eoé

Í06 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. IL

toria de Navarra, á la cual, por ser tan ajena de la persona á quien se imputa, apenas nos atrevemos á dar crédito, Dice éste autor que el Vizconde de Narbona fuera de las armas y la fuerza recurrió á los venenos: que para esto ganó á Roguer de Granmont y este á Juan de Bearné, Señor de Guerdest, el cual prometió dar veneno á la rei- na Doña Catalina y á su madre la princesa Doña Magdalena que entonces vivían en Pau. Gerderest trató de ejecutarlo por medio de Emerico de [*ullod, iVLayordomo, y de Tomás Brunel, de cocinero de las Princesas. Con efecto les llevó el veneno un criado Gerderest llamado Pedro de Ballefoye. Mas este anduvo con tan poca cautela, que por sospechas que dio, fué puesto en cuestión de tormento. De que resultó haber sido condenados á muerte y ejecutados después en Pau el año de 1488 todos los cómplice?, menos Roger de Gra- mont, que alcanzó perdón en reconocimiento de los grandes servi- cios recibidos de sus antepasados.

13 Pero no tardó el cielo en dará tan bárbaras insolencias el castigo merecido. Porque, sabiendo la princesa Doña Magdalena y la Reina, su hija, I0 que pasaba, enviaron á Pedro Busfer, Capitán famoso, con buenas tropas, cuya mayor parte era de Albret y de Fox. Llegó con ellas de noche á la ciudad, habiendo marchado con toda diligencia y celeridad. Al punto hizo que se repartiesen en las huer- tas cercanas que allí estuviesen ocultas y en gran silencio. Entre- tanto, un vecino cerrajero, que de propósito tenía hecha la llave á este fin, abre secretamente la puerta llamada de Colerans y en- trada en la ciudad á los soldados estando de acuerdo con él otros muchos vecinos. Dormían á susño suelto los enemigos sin haberles venido á la imaginación que tal cosa les podía suceder; y aún por esto no se habían descuidado en lo más preciso, de poner centinelas en aquella puerta. Vanse con grande gritería los soldados de Busfer repartidos por él con buen orden y rompiendo las puertas de las ca- sas, entran en ellas, pasan á cuchillo á los desleales de cu3'os bienes, que no eran pocos por lo mucho que habían robado, se apoderan. Lavellanet al primer ruido despertó, y mal vestido, se puso en defen- sa; y aunque la hizo muy gallarda, no le valió; porque quedó muerto entre los demás para escarmiento de la tiranía. No por esto cesó esta guerra infame; sino que antes irritó más el infante D. Juan y la con- tinuó con mayor coraje suyo y daño de su sobrina la reina i3oña Ca- talina.

§. IV.

jara poner algún remedio en tantos males, determinó la 14 5— ^princesa Doña Magdalena con acuerdo desús conseje- ros, así de Bearne como de Navarra, casar á la Reina, su hija, con persona que prontamente la pudiese traer el alivió de- seado. Para el efecto que esto tuvo importa decir primero el estado revuelto de las cosas de Francia después de la muerte del rey

P

REINA DOÑA CATALINA. I07

Luís XI, hermano de la Princesa, y á los principios del reinado de Carlos VIII, su sobrino, de quien por estas revoluciones ni ella ni la Reina, hija, tuvieron la asistencia que por el estrecho parentesco podían esperar. El mayor tesoro y el arsenal mejor proveído que un sabio rey puede dejar á su hijo heredero son los corazones de sus vasallos en los cuales el amores inseparable del respeto. Pero en esto faltó mucho Luís XI, porque con sus modos extravagantes los dejó enajenados y adversos. Conocióse bien esto luego que él murió. Porque muy presto comenzaron las discordias civiles, queriendo ca- da uno de los grandes señores tener parte en el Gobierno que Pedro de Borbón, Sr. de Beaujeu, y su mujer, hermana del nuevo Rey, querían manejar por solos estando apoderados de la persona del Key, de quien eran ayos. Así corrió por algún tiempo: y esto fué cau- sa de dilatarse hasta el año siguiente la celebridad de la unión y con- sagración del Rey, que, según la antigua costumbre; debía ser el pri- mero. Estase vino á ejecutar en Rems por el mes de Julio del año siguiente de 1484 después de haber entrado el Rey en los quince años de su edad, con la solemnidad y magnificencia acostumbrada, asis- tiendo los grandes señores del Reino. Y entre ellos ellos el Infante de Navarra, D. Juan, Señor de Narbona, cor el título y representación de Conde de í'ox por los \ugareí=, que en este condado acababa de to- mar por fuerza 3' con agravio de la Reina de Navarra, su sobrina. Así se canoniza por justicia la tiranía.

15 El origen de las discordias fué la ambición de los Duques de Borbón y de Orleans, pretendiendo cada uno de ellos la Regencia del Reino por la poca edad del Rey, que solos tenía catorce años cumplidos. Pero, aunque estos eran los bastantes según la ordenanza del rey Carlos V el Sabio, lo querían dar por incapaz, alegando que era enfermizo, débil de cuerpo é inhábil para los negocios por la mala crianza que había tenido y tanta falta de instrucción, que aún no sabía leer, fal es el desprecio con que trata á los reyes la ambi- ción de los vasallos: y ahora con menos razón. Porque ePjoven Rey, que por la debilidad de su cuerpo se había criado con el cuidado so- lo de su salud y con nimia negligencia en lo demás, desde que he- scipio redó se había aplicado mucho al conocimiento de las primeras letras ^"^^^'^ con buenas muestras de aprovechamiento en la lengua latina. El Du- que de Orleans decía: que él era el primer Principe de la sangre y ninguno podía aspirar á la Regencia en perjucio suyo. Y el Duque

de Borbón alegaba: que su competidor era muy mozo para gober- nar el Reino, no teniendo más que veinte y cuatro años y estando todavía debajo de la curadería de su madre.

16 Su diferencia engendró tantas querellas y disensiones, que fué menester que se remitiese á la asamblea de los Estados generales, tastos se convocaron en la villa de Turs, y quedó establecido: que de ninguna manera hubiese Regente en Francia; que Madama Ana de Francia^ hermana del Rey y mujer de Pedro de Borbón., ^eñor de Beaujeu, fuese aya de Su Majestad por Jiaber sido esta la volun- tad del rey Luis A'/, su padre: que el consejo de Estado., compuesto

I08 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. H.

de doce personas señaladas por su noblezi^ virtud y suficiencia y nombradas por los mismos Estados^ lo gobernase todo deb.ijo del nombre y autoridad del Rey. El duque de Orleans sintió en extremo esta disposición y más viendo que el de Borbón había salido ahora con la ventaja de ser electo Condestable de Fx"ancia. Su despecho 3'- los malos consejos de su pariente el Conde de Dunois le impelie- ron hasta el precipicio. Fuese el Duque con el Rey desde Turs á Pa- rís. Aquí comenzó á delinear la sedición, atrayendo á los grandes con bellas promesas, á los populares con corteses -alagos. Madama de Beaujeu, que velaba sobre sus acciones y con el gobierno de la persona del Rey usurpaVja insensiblemente la administración del Reino, descubrió las prácticas secretas del Duque; y teniendo de ellas testimonies ciertos, hizo que el Consejo Supremo lo mandase prender. Esta resolución no pudo ejecutarse tan prontamente como era menester, y aunque muy secreta,vino á noticia suya: con que al punto montó á caballo y se puso en lugar seguro para obrar con más libertad.

17 Aquí, pues,nopudiendo digerir éste que éltuvoporgrandeagra- vio, volvió más declaradamente á sus prácticas y formo una liga de muchos grandes señores, y entre ellos el de AÍbret, ó como noso- tros decimos, el de Labrit, que tendrá mucha parte en nuestra Histo- ria por haber casado su hijo heredero con nuestra ~Reina. A todo persuadió el de Orleans fácilmente la importancia de esta conspira- ción por estar también ellos muy descontentos del sumo poder de Madama de Beaujeu, teniendo por afrenta, no solamente suya sino de toda la Francia, que una mujer lo quisiese mandar todo. El antojo de mandar si en los hombres es malo, en las mujeres es pésimo: por ser en ellas más vehemente y destemplada esta pasión y de consecuen- cias más funestas páralos reinos. Así sucedió ahora, porque toda esta mina reventó en una guerra civil. Los coligados juntaron sus fuerzas. Y estando unos y otros para venir á las manos, algunos buenos franceses trabajaron con tanto celo en la reconciliación del Duque de Orleans con el Rey, que ella se concluyó felizmente con la condi- ción de que el Conde de Dunois, á quien por su espíritu inquieto, acer- baban la culpa de todas estas revoluciones, saliese fuera del reino á la villa de Aste, pertenecientes al Duque de Orleans, en el Piamonte, como se ejecutó, c[uedando el de Orleans con ganancia en el con- cierto por las crecidas rentas que le dieron para contentarle. Los de- más de su coligación quedaron tan descontentos y ofendidos, que les fué forzoso retirarse á Bretaña á la protección de aquel Duque. Quien de buena gana los admitió creyendo que su reposo dependía de las divisiones y turbaciones de la Francia, que con su poder excesivo lo podía aniquilar, como no tardó mucho en suceder. Ahora el Rey, que estaba muy irritado contra los señores refugiados en Bretaña, trató de ir contra ellos y contra el Duque, quien los amparaba. Pe- ro el Señor de Gie, Mariscal de Francia, y el Señor de Grauille, manejando primero diestramente el espíritu de la aya, le templaron representándole las desdichas que acompañan las guerras civiles.

REINA DOÑA CATALINA. ÍÓ9

en que siempre viene á perder el Monarca por más que salga victo-

rioso,

I y.

.or este medio obtuvieron los príncipes coligados la gra-

18 I ^cia de su Rey, aunque no duró mucho: y el Señor de Labrit se puso en estado de atender mejor á los nego- cios particulares de su Casa. él había socorrido antes con parte de stjs tropas á la Reina de Navarra en la guerra de Fox: y ahora era cuando ella se hallaba en el mayor conñicto por tratar el Infante, su tío, de proseguirla con más vigor animado del estrecho parentesco que poco antes había contraído con el Duque de Orleans, casando con Madama María, su hermana. Esto obligó á la Princesa de Viana á tratar con más eficacia del casamiento de la Reina, su hija, á fin de tener hombre en casa que con mayores fuerzas se opusiese al ene- migo. Los de su Consejo nunca se inclinaron al propuesto de Casti- lla, así por la causa dicha de la suma desigualdad de edad de aquel príncipe, que apenas había salido de la infancia, como por otras má- ximas. Parecíales que convenía casar luego á la Reinó dentro de Francia y con príncipe confinante y poderoso que trajese grandes Estados, con que de tal manera se aumentase y corroborase el reino de Navarra, que en todo tiempo pudiese subsistir por mismo sin hundirse en otro más poderoso. En esto seguían las ideas de los re- 3'es pasados, que siempre procuraron lo mismo por medio de seme- jantes alianzas.

19 A este fin, no se ofrecía casamiento de tantas conveniencias como el de D. Juan de Labrit, hijo heredero de Aman de Labrit, Se- ñor el más poderoso de la Guiena, confinante de Navarra, que tam- bién poseía otros muchos Estados en lo más interior de Francia. Las prendas personales de este Príncipe eran su ma\'or recomendación. Con la hermosura y gentileza de cuerpo juntaba ser de buena ín- dole y suavidad de costumbres, y ser muy erudito en las letras hu- manas, especialmente en la Historia, luciendo maravillosamente en él al buena educación que había tenido. Así quedó brevemente concer- tada la boda á grande satisfacción de ambas partes y no tardó en efectuarse, celebrándose con grande solemnidad en la Iglesia Cate- dral de Lesear. Siguiéronse grandes regocijos y fiestas. Pero se faltó á un requisito muy esencial, que fué; convocar cortes en Navarra pa- ra obtener el consentimiento y aprobación del Reino. Aunque, según parece, esta omisión fué de acuerdo de los mismos navarros, desa- venidos entre sí; porque muchos de ellos estaban preocupados y con- jurados en estorbar cualquiera otro casamiento que no fuese el de Castilla; y señaladamente la ciudad de Tudela con todasu merindad tenía (como se dijo) hecho juramento de esto al rey D. Fernando. De las cortes, si ahora se juntasen, se temían grandes embarazos y disturbios, y no había otra evasión para atajarlos. Los agramonteses.

i 10 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. \l.

mal afectos á Castilla por lo mucho que sus Reyes favorecían á los beaumonteses, manifiestamente se entendían para esto con la Corte de Bearne; y aún muchos de los beaumonteses no arrostraban al ca- samiento del Príncipe de Castilla, sino solo en la apariencia; en la realidad lo estorbaban, como dice Garibay, movidos de no verse de- bajo del dominio de rey muy poderoso. Porque sabían que si Nava- rra se juntase con Castilla, no se les disimularían y sufrirían los exce- sos y desórdenes que cada día cometían, y después cometieron en menosprecio de sus naturales príncipes por no estimar tanto sus fuerzas. Por lo que toca á la alta calidad del novio, no excusamos po- ner aquí su genealocría para ir consiguientes en el estilo de referir las de los reyes de diferente estirpe cuando entran á reinar en Navarra.

ANOTACIÓN,

orj "tr''^ entonces Señor del Palacio de Zavaleta Mossén Felipe^ (klelí- JLjsimo á sus reyes herederos legítimos de Navarra, imitando en esto á sus antepasados. Entre los cuales se señaló mucho Oohoa López de Za- valeta, á (|uien el Príncipe de Viam escribió una carta muy amorosa y de grande contianza para conlirniarle en su servicio y tenerle de su parte én la guerra, más '|ue civib que luego proriimpió. Poco después le dio el mismo príncipe D. Carlos la capitanía y tenencia de la fortaleza de Coizueta con el gobierno de las cinco villas y su tieri'a en cédula suya de 22 de Septiembre de 1431. Y consiguientemente por sus servicios continuados y por los gastos cre- cidos de su piopia hacienda para la subsistencia de las tropas que conducía le dio la exención de cuartel y lezta en sus herrerías, ¡sucedió á Oclioa López su hijo Mossén Felipe de Zavaleta, á quien ahora escribió la Reina la carta que (puída dicha, cuyo sobí'escrilo dic'-: M Magnifico y bien amado nuestro Mossén Felipe, Señor de Zavaleta.. Y después de casada, le hizo grandes mercedes en .satisfacción de otros muchos servicios, como lué: hacerle mayordoma de su Real Casa con gajes señalados y otras (jue se dirán á .su tiempo.

21 Estas cai'tas esci'iías al Señor de Zavaleta nos dan luz en lastinieblas en que ñus dejaron los historiadoies de las cosas de Navarra^ nunca tan confusos, tan diminutos y tan errados como en las(|U(; ahora pasaban. Porque, siguien- do á Garibay, (licen que el Señor de Abones era en este tiempo vii'rey de Navari'a. Lo cual se convence de yei-ro aún más claramente por la carta orden del viri-ey verdadero, ()ue es la siguiente, i). J(/¿m<? Infante, etc. Visor rey de Navarra por la muy Excelente Señora Doña Catalina, por la gracia de Dios Rey- na de Navarra, Duquesa de Lemoux, de Gandía, de Mom-blanc, de Peñafiel Con- desa de Fox, Señora de Bearne, Condesa de Begorra, de Ribagorza, Señora de la Ciudad de Balaguér. Al Magnifico, etc. bien amado nuestro Mossén Plielipe Señor de Zavaleta salud. Facemos vos saber que Nos volendo poner reposo en aqueste, Reyno, visto los alborotos, ruydos, y novedades, que han sucedido de pocos días acá en grande deservicio de la Reyna mi Señora, c grande daño de este su Rey- no, ¡lavemos deliberado de subir para estas Montañas, visto, que el Condede Lerln con sus Secuaces lia intentado de ocuparlas, y por estar ellas escandalizadas, y en peligro de perdición: mandamos llegar cuanta Gente pudimos, así de á caballo,

ÍIEÍNA ÓOÑA CATALINA. II I

como de á pie. Por tanto vos inaiidniíios^ que visitas las presentes, etc. En la Villa de haea á veinte y cuutro días del inrs de Octubre del año de Nacimiento de N. Señor JESU-CHRISIO de 1484. Jaymes. Por el Señor luíanle, y Viso-Rey, Juan de Aurli: Secretario.

genealogía

DE LA CASA DE LABBIT.

2¿) Ta Casa de Labrit, que ahora entró á reinar en Navarra,, lomó el

X ^nombre tle un pueblo llamado antiguamenle Lebrel, que

nosotros pronanciamos Lahrit con alguna corrupción y los franceses Albret, oí^^ena. aún más coiTuptamente; en latín con toda pi'opiedad se nombra Leporetum, por la infinidad de liebres (|ue bullen sus campos. Estaba sito cerca de aque- lla región arenosa de las Laudas de Burdeos que desde el vizcondado de Mar- zan se extiende basta el mar Océano. El origen de los señores de esta Casa le ^-^^ ^^ toma Renato Cliopín de un lujo segundo de cierto rey de Aíjuilania, aún más ^*"' antiguo que Cario Magno. Oíros le toman de un bijo de D. Sandio Sánchez, Duque de Gascuña. El que anduvo menos acertado fué Favín en su Historia . de Navarra, como bien advieite Oihenarto; porque lo tomó de los vizcondes deTarlax ó Condes de Begor^a. El mismo Uihenarlo, fundándose en el nom- bi-e de Amanevo, que es el propio y gentilicio de esta familia, descubre señas claras de ella en uno de los pi'incipes de Gascuña, que mucho ayudaron á Vai- sai'io, Duque de Giiiena, contra el rey Pipino, que le bacía guerra; porque en- tre ellos nombra el historiador Fi'edegario á Amineu, Conde de Poiliers, el año de 7(52. Como quiera que sea, nadie duda que la familia de los señores de Labrit es antiquísima: y es cosa constante que desde Amanea de Labrit, que vivía por los años de lÓoO, bnsta nuestro rey D. Juan se propagó esta nohihsi- ma Casa con perpetua serie de varón en varón y sin ilegitimidad ninguna.

23 Poi- abi'eviar comenzcti-emos de Arnaldo Amanen de Labi'il, el más co- nocido de los ascendientes. 8u padre Bernardet Amanen de Labrit vino á ser uno de los señores más podei'osos de la Gascuña y de la Guiena por haber re- caítlo en él toda la sucesión del vizcondado de Tai'tax, de Daca y de Burén, y por su mujer, hija y heredera de Ai'ualdo de Escusán y Langoirán, cerca de Burdeos, otras muchas tierras y señoríos. Todo lo heredó Ai'ualdo Amaneu, el cual casó con Mai'garila de Borbón, hija de Pedro, I de este nombre. Duque de Borlión, y de Madama Isabel de Valois, sexta hijj de Monsiur Charles de Francia, Conde de Yalois [hijo, hermano, lío y padre de reyes de Francia sin haber sido rey.) Pedro de Borbó i tuvo un hijo, que fué Luís, II de este nom- bre, llamado el buen Duque) y siete bijas, que fueron: Juana, mujer de Carlos Y el Sabio, Rey de Francia; Í31anca la Desgraciada, mujer del Rey de Castilla, D. Pedro el Cruel; Bona, mujer Amadeo, Conde desaboya; Catalina, mujer de Juan, Conde de Arcur, otra Catalina casada con Godoh-e, hijo del Duque de Brabante; Margaiila, casada en segundas nupcias con nuestro Arnaldo Ama- neu, de Labrit, y Maiía de Borbón, que fué Religiosa en el convenio de Poisi.

24 Por(|ue mejor se sepa el gran poder del Señor de Labrit, poco anles de

este matrimonio, no debemos omitir lo que refiere Fi-oisart. El Príncipe depioisarli Gales cuando se resolvió á marchar con ejército poderoso á restablecer en el

112 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. L

trono (le (\nsiilla al rey D. l'eilro Cruel estaba con tolo ciiiilado de juntar buenas tropas: y c^mo un dia le preguntase á nuestro Amaneu de Labrij. con cuántas lanzas le podía servir^ él le respondió que (-o-i mil lanzas, después de dejar bipin guardadas sus tierras. Por mi vida, Sire ilj Albrét, le dijo el Pi'inci- pti, qm es muy bueno: Yo las acepto de muij buena gana. Y volviéndose a sus coi'tesanos les dijo en inglés: Por nd guí se debe amar bien la tierra donde hay un tal varón gue puede servir á su Soberano con mil lanzas,. ' Al punió hi- zo el Principe que se diese la comisión al Señor de Labrit para levantar mil lanzas. Mas, habiendo lieclio después rellexión sobie que un señor con tan- las fuerzas propias seria demasiatlo poderoso en su ejercito y le podía dar al- gún recelo, le mandó que no llevase mis de doscientas, sin hacer cuenta ni Iralar de satisfacerle los grandes ;^aslos (juo ya tenia hecbos levantando las mil. El Señor de Lahrit, que era de natural altivo, se <|uejó reciamente: y si el Comiede Armñac, su tío, no lo sosegara, hubiera rompido con el Principe de Gales y hecho ahora con mal acuerdo lo (|ue después de acabida la guerra de Castilla, en (fue sirvió belmente al Príncipe, hizo con más prudencia, de- jando el partido de Inglaterra y lomando el de Francia. Por esla vía logró el casarse (como dijimos á su liempo) con Madama Margarita de Borbón, cuñ.i- da del rey Carlos Y.

2o De ella tuvo dos bijos^ Carlos y Guillelmode Labrít. Este último murió sin dejar hijos. Cai-los el primero casó con la heredera de Enri(|uej Señor de Graón y dt- Suilli, y se tituló Con le de Dreux, Señor de Graóii y de Suilli. Fué condestable de'Francia en tiempo del rey Carlos YI y fué muei'to en la batal a de Acincur el año de 14I5, á 25 de Dicieinhre. Fué padre de Carlos, II de este nombr»', Señor de Lahrit, Conde de Tariax, el cual después de la mut-rle de su padre secasó con \na, hija de Juan, II de este nombre. Conde de Arnieñac, llamado el Gordo: y deesle malrimonio naciei"o:i Juan de Lahiít, Ar- naldo, Soñor de Orval, Luís, (pie fué Cardenal^ y Carlos, Señor de Santa I3a- ceilla, en tierra de liurdeos.

21) Juan de Labrít fué mariscal de Francia en tiempo del rey Carlos YIl, en que no había más dedos mariscales, é hizo cosas muy hazañosas contra los ingleses en Guiena.

27 Del mariscal Juan de Lahrit nacieron Alan de Labrít, el Señor de Abe- nes, y también otros hijos. Alan de Labrít, el mayor de todos, casó con Fran- cisca de Ponlieore, hija mayor de Guillermo de Bretaña, CondedePóntieure y de Perigot, Yizconde de Limogés y Señor di Abenes, en Brabante, Irayóndo- le todos estos Estados su mujer^ la cual tuvo por madre á la hija del Conde de Bulogna.

28 De este matrimonio fué el hijo mayor nuestro rey D. Juan de Labrít, y de él nacie'on también Amaneu, que fué Cardenal. Pedro^ Conde de Pei'igort, y Gabriel, Señor de Abenes. Pero, habiendo muerto los dos úUimos sin hijos, toda la sucesión pervino al rey D.Juan, quien tuvo también muchas herma- nas, y una de ellas, llamada Carlota, fué la que casó con el Duijue de Yalenll- nois, César Borja, coai > á su tiempo diremos.

29 Ahora daremos una compendiosa noticia de los hijos que el rey Don Juan tuvo de la reina Doña Catalina, que fueron muchos, auuíjue en granpar- te malogrados. Los varones fueron; Juan, Andrés Feho, Martín Febo, Bonaven- tura, que murieron niños, y Eari(|ue, (|ue tomó el título de Key de Navarra después de la muerte de sus padres, y el de Príncipe de Bearne y Duque pri-

* Mil Lanzas en aquel tiempo venían á »&r tanto como tres mil Caballas en este. Tomo 4. de núes tros Anales lib, 30. cap. 11. núm. 2,

REYES D. fUAN ÍII. Y DOÑA CATALINA. 113

mero de Labrit. Casóse con Margarita, hermana del rey Francisco I deFrancia. El último de los hijos fae Carlos, que sin haber tomado estado murió en el sitio de Ñapóles el año de lo28. Las hijas fueron; Ana, (]ue casó con el Conde de Cándala y murió el año de irjiii; Isabela, casada con Kenato, Vizconde de Hoan; Catalina, que casó con el Duiíue de Brunfvic; (Juiteria y Magdalena, que fueron monjas. Fuera de eslos le Arnaldo Oihenart al rey D. Juan un hijo natural habido antes de su matrimonio, (|ue por liaber sido iiomlu-e de gran provecho mei't ce bien ijue 'e pongamos a(|uí. Esle fué Pedro de Labrit, Obispo de Convenas, el cual el año dt; 1561 fue por embajador á Roma al papa Pío IV de parte de los Principes de Bearne, Antonio de Borbón y Doña Juana de Navarra. Hallóse lambjéii en el Concilio de Trenlo. De él reliere Fr. Anto- nio de Yepes que primero fué monje pi'ofeso en el monasterio delrache, y que allí se llamó Beremundo, y le alaba de muy singular ingenio.

CAPÍTULO IIL

I GOBIERMO DE LOS REYES. I[. JoRSADA Á ITALIA DEL CARDENAL INPAKTE DE NAVARRA.

IIL Guerra de Bretaña. IV. Muerte de D. Juan de Beaumont, Gran Prior de Navarra, y

FUNDACIÓN SUYA DEL CRUCIFIJO UN LA PUENTE DE LA REINA. V. JOJiNADA DEL SkÑOR DE LABRIT Á

Valencia á los Reyes Católicos y efectos de ella. VI. Batalla de Sant Aubin y efectos de

ELLA hasta el FIN DE LA GUERRA DE BRETAÑA. VII. ESTADO DE LAS COSAS DE FoX. VIH. EsTADO

DE LAS DE Navarra. IX. Cesión que del Rosellón hace el Rey de Francia al de Aragón.

1486

"'^1 primer cuidado de los nuevos Reyes, según la di- ¡reccióny consejo de su padre el Señor de Labrit, fué Año

((^reducir á su obediencia y amor al Conde de Lerín y á toda su Casa de Beaumont, sin lo cual mal podían reinar pacífica- mente en Navarra. Esto se negoció de suerte que el Conde ofreció dar todo favor á la entrada de los reyes D. Juan y Doña Catalina en Navarra para que fuesen recibidos como reyes legítimos con toda paz y respeto. Concertáronse todas sus diferencias en la villa de Pau á 8 de Febrero de este año, muy á satisfacción, no solo del Conde y de sus hermanos y deudos, sino también de la ciudad de Pamplona y de todos sus parciales. Mas no pudo ser sin desdoro de la majes- tad 3' sin malas consecuencias. Porque el Rey y la Reina, que les iban á hacer todo el halago posible, convinieron en que se restituyesen al Conde todos los honores, que llaman de la rico-hombría, con los oficios que su padre y abuelo solían tener en este reino con la digni- dad de condestable y de sus derechos y preeminencias. Restitu- yéronsele también los lugares de Curten y Guisen en la baja Navarra con sus fortalezas, de la misma suerte que las tuvieron su padre y abuelos: y acá le quedaban las tenencias de Viana y de los castillos

En Andrés Djcheie, historlaljr francés mjy consumado, se hallara aún mas exacta y cumplida esta genealogía.

Tomo vii. 8

Ít4 LIBRO XXXV DE LOS ANALEí« DE NAVARRA, CAP. III.

de Garaino, Rulegui y Peña de Bullona. También fueron contentos los Reyes en que el Conde en sus villas y lugaresy en las fortalezas que eran propias de su patrimonio no fuese obligado á admitir contra su voluntad gente ninguna poderosa: y esto por seguridad de su vida y Estado, según lo tenía asentado antes de ahora con la princesa Doña Magdalena y con el cardenal infante D. Pedro. Confirmáronle la mer- ced que tenía del castillo de Monjardín con el valle de San Esteban y la villa y fortaleza de Larraga, que se le habían otorgado por la Princesa y por el mismo Cardenal: también se le habían de restituir la villa y fortaleza de S. Martín como su padre y abuelo las tuvieron: y no restituyéndosele dentro de cuatro meses, se le había de dar en propiedad la villa de Artajona. También se le mandaban restituir la villa y fortaleza de Eslava y los lugares de Ujué y Sada como su abuelo y padre ías poseían. Y le hicieron merced de que pudiese go- zar de ías aleábalas y cuarteles de sus villas y lugares por su vida y la de su hijo heredero como las había llevado en vida del rey D. Fran- cisco Febo y de los otros reyes. Declaróse que no fuese obligado á ir á llamamiento ninguno que se le hiciese por estos príncipes ni por lugarteniente suyo, ni por los de su consejo personalmente contra su voluntad si antes fuese excusado por su procurador. Cuando se hicie- sen algunas capitanías de lanzas, le habían de ser pagadas, según su calidad, como á los otros del Reino: y á D. Carlos de Beaumont, su hermano, se le había de guardar la merced que tenía de la villa de Caparroso y confirmársele cuando la presentase; como también que la tenencia del castillo de Irurita la había de tener García de Arbizu. No fueron menores las mercedes hechas á la ciudad de Pamplona y álos otros, sus parciales, que por no cargar más de lo justo la narra- B ción las remitimos á su lugar. (A) Todo lo refiere Zurita, de quien fielmente lo copiamos, por lo que importa tenerlo advertido para lo que después sucedió, correspondiéndose muy mal á esta, que pasó de benignidad y llegó á ser prodigalidad en los rej^es, muy perjudi- cial para ellos y para todo el Reino.

2 Bien .se conoció ser esto así por los efectos: pues no solo sirvió de retardarse su venida, que debía ser pronta (y ese era su fin prin- cipal,) sino de aumentarse las discordias. Como si el medio que aho- ra se tomó para arrancar la cizaña hubiera sido para multiplicarla. Porque los agramonteses quedaron sumamente irritados de las exce- sivas mercedes hechas á los beaumoníeses: y estos, después de haber hecho su negocio, no quisieron dejar sus mañas. Con efecto: se mo- vieron de Pau los Reyes para venir á su reino, y el mal semblante de las cosas los debió de obligar á no pasar de la villa de S. Juan del ' Pie del Puerto, capital de la sexta merindad en Navarra la baja. Desde allí dieron algunas providencias, y la principal fué nombrar por go- bernador absoluto y virrey de Navarra al Señor de Labrit, su padre, y por lugarteniente en sus ausencias, que no podían dejar de ser for- zosas y largas, al Señor de Abenes, su tío. Este nombramiento, que se halla original en la Cámara de Cómputos de Pamplona, le hicie- ron los Reyes en dicha villa de S. Juan á 24 de Septiembre de 1486,

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 11$

y no tardaron mucho en volver á Pau. Luego inmediatamente pasó el Señor de Labrit á Pamplona á tomar la posesión de su cargo: y se ve que le ejercía ya á 14 de Noviembre de este mismo año por instru- mento auténtico, en que después de los títulos de sus Estados se nombra. Gobernador del Reino de Navarra por nuestros muy ama- dos hijos D. Juan y Doña Catalina. * También consta lo mismo por un mandamiento suyo, de que compareciesen ante él y el Consejo los que tenían títulos de oidores de computos por exceder del número señalado por la ordenanza. "^ Ya este se había cercenado antes una y otra vez. Pero los abusos, en que se utiliza el dueño, son como los árboles que se podan, Al de Labrit veremos presto en la Corte del re}' D. Fernando quedando en su lugar por virrey de Navarra el Se- ñor de Abenes, su hermano, de quien debemos decir que bien fué menester hombre como él en este reino según corrieron las cosas. Era de alta calidad para el respeto y muy prudente para el acierto: y lo que más importaba, muy templado y sufrido sin mengua del honor. Y así, gobernó por muchos años el Reino en paz y sosiego, evitando como sabio piloto escollos y borrascas y lompiendo á veces erizadas olas y rápidas corrientes.

§• n.

uien mejor podía componer las diferencias que se si- Iguieron era el Cardenal Infante de Navarra por su gran- Beitr '3e autoridad y prudencia. Pero cuando más nece- saria era acá sJ persona, lo llamó con toda precisión á Italia el papa Inocencio Vill. Hallábase Su Santidad muy embarazado con la gue- rra que á este tiempo había entre el Rey de Ñapóles, 1). Fernando, y muchos señores de su reino y la Santa Sede. Parecióle que para la paz ninguno entre todos los prelados de la Iglesia podía ser tan á propósito como el Cardenal de Fox por su gran sabiduría y experien- cia en los más importantes y arduos negocios de Estado, sobre la sin- gular distinción de su alta nobleza, siendo pariente muy cercano de todos los re3'es y mayores príncipes de la cristiandad, lo cual le con- cillaba sumo respeto. Llamóle, pues para hacerle su legado ci látere. mandándole que sin dilación partiese de Bearne.

4 Él obedeció con toda resignación, y por Aviñón se encaminó á Roma llevando en su compañía á los obispos de Carpentrás y de Tarba, el primero de la noble familia de los Marqueses de Saluzo y el segundo de la de Aura: con los cuales y con noventa caballos llegó á aquella ciudad, donde hizo su entrada á principios de Enero de 1487 con recibimento de grande honor y magnificencia. Aposen- año tarónle en Santa MARÍA del Pópulo, en el convento de los religio

■un Helias.

1487

Hállase en el Archivo del Convento del Crucifijo de la Puente. Cam. de Compt. de Pamplona, númoi'o A- envolt. 3.

lió LIBRO XXXV DE LOS AÑALES DW NAVARRA, CAP. IIL

SOS de San Agustín: y aquella misma noche fué visitado de los go- bernadores de la ciudad, de muchos prelados y délos señores princi- pales de la familia Ursina. Hl día siguiente queriendo ir al sacro Pa- lacio á visitar al Papa, vinieron á su posada para acompañarle diez y siete cardenales y para más honrarle le envió Su Santidad su guardia, concurriendo también áestafunción los otrosobispos y arzo- bispos y los embajadores de los reyes y potentados en la Corte ro- mana y muchos caballeros de las dos parcialidades colonesa y ursina. iZon toda esta pompa y grandeza fué el Cardenal Infante á Palacio donde le esperaba el Papa, quien le salió á recibir hasta la puerta de la sala del consistorio y lo tomó la mano con grandes muestras de amor. Después que trataron de negocios, despidiéndose de Su Santi- dad, fué en compañía de muchos cardenales y caballeros al palacio délos ursinos: y algunos días después se partió de allí con acuerdo del Sacro Colegio á Ñapóles ll<ívando la plena potestad de legado á látere para tratar de los medios conducentes á la paz entre la sede Apostólica y el Rey de Ñapóles. Sobre esto hizo dos viajes de Ro- ma á Ñapóles, hasta llegar después de grandes dificultades á la conclusión de la paz deseada, cosa que otros muchos legados antecedentemente no habían podido efectuar. Y no volvió más á Na- varra por haber estado ocupado en Italia hasta su muerte, de que hablaremos á su tiempo.

euando en Italia pasaban estas cosas, en Navarra conti- ,n las discordias y en Fox la guerra entre los nue- vos Reyes de Navarra y el Infante, su tío. Esta lle- vaba la peor parte por haber enviado el Señor de Labrit considera- bles tropas á favor de su rey D. Juan, xMas presto cesó este alivio siéndole forzoso rovocarlas para emplearlas en la cruda guerra que con mayor furia se renovó dentro de Francia en la Bretaña. La causa fué que el Conde de Dunois, impaciente de la quietud, quebrantó el destierro de Ats y sin licencia del Rey volvió á Francia, donde se hizo fuerte en su castillo de Parteni, en Poetú. Desde allí tenía sus inteligencias con su pariente el Duque de Orleans, con el de Breta- ña y otros muchos señores. Madama de Beaujeu, tía y aya del Rey, que en todas partes tenía espías secretas, llegó á entender la conspi- ración que se iba fraguando, y al punto hizo que el Rey despachase orden al Duque de Orleans, que estaba en la villa capital de su du- cado, mandándole venir á buscar á Su xHajestad á París, creyendo que si le separaba desús compañeros la liga sería un tronco sin mo- vimiento, no de otra manera que un cuerpo sin cabeza. El Duque, después de varias respuestas artificiosas para disculpar su detención, apretado últimamente por el Mariscal de Gie, que fué de parte del Rey á darle prisa, le respondió que estaría en la Corte tan presto como él.

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6 Pero en vez de tomar el camino de París para seguirle, se ale- jó más, bajando hacia Blois: y de allí, haciendo semblante de ir á ca- za de cetrería, se escapó á Nantes de Bretaña, donde fué bien recibi- do de su Duque. Allí concurrieron los otros señores coligados y lue- go fué concluida y jurada una liga de las más fuertes y peligrosas que jamás se vio en Francia: así los que la firmaron hubiesen contri- buido proporcionadamente con sus fuerzas. Eran los Duques de Or- leans, de Bretaña y de Lorena: el Conde de Angulema, padre del rey Francisco I y el de Dunois: Maximiliano, rey de romanos, Felipe, Archiduque de Austria y Conde deFIandes; su hijo, Juan de Cha- lón, Príncipe de Orange; Juan de Rieus, Mariscal de Bretaña, y con ellos Aman de Labrit, padre de nuestro Rey, que por este motivo llamó de Fox las tropas que allí tenía ocupadas á su favor contra el infante D. Juan, Señor de Narbona: y no solo envió á Bretaña estas tropas, que eran tres mil hombres escogidos; sino que se señaló más que todos, solicitando también otros socorros, como fueron los del rey D. Fernando el Católico. A este fin vino á buscarle á España, traído y llevado en las alas del amor interesado, que son las que más hacen levantar el vuelo de los pensamientos.

7 Tenía el duque Francisco de Bretaña dos hijas solas habidas en la Infanta de Navarra, Doña Margarita, hija de la reina Doña Leonor, y el Señor de Labrit tenía esperanzas de casarse con la heredera. Hallábase el bretón amenazado del francés, que, valiéndose de las dis- cordias que en Bretaña había entre el Duque y muchos de sus varo- nes, no desemejantes alas de Navarra, meditaba la invasión de aquel poderoso Estado para unirle á su monarquía. Con que ahora estimó el bretón la buena ocasión de esta liga como el más interesado en ella para asegurarse, quebrantando, como pensaba, el orgullo de su antiguo y porfiadísimo enemigo: y fácilmente acallaba los escrúpu- los de la honra, si es que los hay en las conciencias políticas; por parecerle que en fomentar la sedición de los franceses pagaba en la misma moneda á su Re}^ de ellos, que por sus fines tiránicos no ce- saba de fomentar al mismo tiempo la de los bretones. El precio, pues, de estos socorros era Ana, hija mayor del Bretón, la cual él prome- tía en matrimonio, ya al Rey de romanos, ya al Señor de Labrit, viudos ambos y de edad desproporcionada; pues cualquiera de ellos tenía cuarenta y cinco años bien cumplidos y la Princesa de Bretaña solos doce. A que se añadía: que su padre la tenía acordada en se- creto al Duque de Orleans, con tener éste otra excepción aún mayor, cual era estar casado con Madama Juana de Francia, hija última del rey Luís XI, con la cual decía haberse desposado por fuerza. Mas todas eran palabras del bretón y enredos cómicos del Conde de Du- nois para tener firmes en la liga á estos Príncipes con la esperanza de esta tan alta boda. Y el Duque de Bretaña consentía en ello, hacien- do de una hija sola muchos yernos por el grande aprieto en que se hallaba estando el francés con resolución fija de invadirle sus Esta- dos. Esto obligó á que el Señor de Labrit viniese á España á solicitar socorros del Rey de Castilla y Aragón en favor de la liga. Pasó por

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Pamplona, donde se detuvo algunos días, y se informó del virrey, su hermano, y de otras personas celosas acerca del estado de las cosas de Navarra para negociar juntamente con su Majestad Católica el re- medio de ellas.

jor este tiempo vino á morir el célebre caballero don 8 ¡--^Juan de Beaumont, Gran Prior de Navarra, hijo de don Carlos de Beaumont, Alférez Mayor de este reino y her- mano segundo de D. Luís, primer Conde de Lerín, nietos ambos del infante D. Luís. De él dejamos dichas muchas cosas insignes, dignas de su valor, prudencia, finísima lealtad, que lució en él, no solamente en los tiempos pasados, sino también en los presentes, en que su so- brino el Conde de Lerín andaba tan inquieto. Mas él, que ahora era Presidente Supremo del Consejo, se mantuvo firme en la obediencia é intereses de sus legítimos reyes. Ahora, pues, hablaremos de las que pertenecen á su muerte. Sucedió ésta el año de 1487, á 27 de Marzo, después de haber hecho pocos días antes á 15 de este mismo mes su testamento de los bienes que le habían quedado dados por los Reyes, y especialmente por el Príncipe de Viana, D. Carlos, en cuyo servicio se señaló más que todos, siendo su lugarteniente ge- neral y gobernador absoluto de este reino y su canciller mayor. Es- tos bienes, que se pudieron reputar por castrenses, fueron muchos. Porque fué señor de las villas de Santacara, Murillo, Cascante, Cin- truénigo, Corella, Castejón, Castillo de Tiebas y otros pueblos y grandes heredamientos. De los que le habían quedado, y ahora poseía después de su varia fortuna, dejó por herederos á sus dos hijos natu- rales, de quienes traen su origen algunas de las más ilustres Casas de Navarra.

9 Ya muchos años antes había dispuesto el Gran Prior de otra porción de sus bienes en una obra muy pía, que fué la fundación del convento y hospital de los frailes comendadores de su Orden de San Juan de la villa de la Puente de la Reina. Esta fundación se hizo con toda solemnidad en Olite á 12 de Mayodei469 estando allí juntado el capítulo ó asamblea provincial de la Orden de S. Juan, en que presi- dió el comisario nombrado por el Gran Maestre de la misma Orden. Y porque el instrumento, en que todo se contiene, sobre ser auténtico es muy cumplido, lo exhibiremos luego en su lugar. [B) En la iglesia de este convento se mandó enterrar su fundador, aunque esto no tu- vo efecto por muchos años á causa de no haberse concluido la obra. Entretanto estuvo su cuerpo depositado en otra iglesia cercana, lla- mada el Portal déla Magdalena, de donde noventa añosdespués, el de 15775 se trasladó al sepulcro magnífico, donde hoy yace al lado del Evangelio del altar mayor, todo él labrado primorosamente de alabas- tro con su estatua también de alabastro sobrepuesta y su epígrafe en versos castellanos: aunque estos desdicen mucho de la elegancia de

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lo demás de la obra; quizás porque los escultores primorosos se bus- can con dinero y los poetas ellos se ofrecen debalde. Antes que el gran prior D. Juan de Beaumont fundase, como se ha dicho, este convento, había allí un hospital para los peregrinos que pasaban á Santiago de Galicia y á otros lugares pios: y estaba diruído totalmen- te por las guerras, mortandades y otras calamidades de los tiempos pasados. x-\plicóse, pues^ su piedad á reedificarle como perteneciente á su dignidad de gran prior, y para condecorarlo con mayores ven- tajas pidió al papa Eugenio IV muchas gracias é indulgencias y tam- bién la facultad de instituir una celebérrima cofradía en que hubiese trescientos cofrades que con sus limosnas concurriesen á promover la pía obra de la hospitalidad. Todo se efectuó como se deseaba. Esta cofradía se nombró del crucifijo como el Papa lo ordenó, (C) y flo- reció mucho entrando en ella muchas de las primeras personas del Reino, y lo que más fué, el mismo rey D.Juan y el Príncipe de Via- na, D. Carlos, su hijo, como lo hallamos en las memorias de aquel tiempo.

§• V.

Después de haber tenido el Sr. de Labrit en Navarra al- gunas conferencias con D. Juan de Ribera, Capitán aso General de los Reyes Católicos en estas fronteras, pa- saron ambos á toda prisa á Valencia, donde á la sazón estaban SS. MM. De ellos fué recibido el Señor de Labrit con muy singu- lares muestras de amor y de honra. Su intención era hacer de la ne- cesidad obsequio, poniendo en la protección de los Reyes de Castilla la persona, el Reino y los demás Estados del rey D. Juan, su hijo. En la audiencia pública que tuvo hizo á este fin un razonamiento muy eficaz á Sus Magestades Católicas, asistiendo el cardenal D. Pedro González de Mendoza y otros grandes señores de Castilla. Después del exordio cortesano, en que les representó lo mucho que sentía molestarles antes de haber comenzado á servirles, dijo: que por estar injustamente despojado de sus tierras por el Rey de Francia sin más causa que haber favorecido al rey D. Juan, su hijo, á quien él quería desposeer de los Estados de Fox y de Bearne para dárselos al Señor de Narbona, y también por haberse puesto con otros muchos señores de Francia y fuera de ella de parte del Duque Francisco de Bretaña, marido de la Infanta de Navarra, Doña Margarita, sobrina del Rey Católico, á quien el de Francia quería aniquilar, se veía obligado á buscar su asilo en tierras extrañas: y que, habiendo tenido la bue- na elección y mejor fortuna de hallarse en las de SS. MM. Ca- tólicas, les suplicaba le recibiesen en su amparo juntamente con el rey D. Juan, su hijo, y también al Duque de Bretaña, al de Orleans y los demás señores de la liga, de los cuales traía orden para implo- rar su auxilio con la oferta segura de que todos ellos ayudarían con todo empeño á S. A. á recuperar el condado de Rosellón, que es- taba en poder de la Francia, y el presente Rey no trataba de resti-

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tuirlo, aunque su padre se lo había mandado expresamente en su tes- tamento. Esta proposición fue muy eficaz para inclinar el ánimo del Re}' Católico, quien vino á conceder al Señor de Labrit cuanto pedía. Porque mandó á D. Juan de Ribera que volviese al Rey de Navarra la villa de Viana y todo lo demás que de este reino había tomado hasta este día, como se cumplió con efecto. Y ordenó también que en la provincia de Guipúzcoa y señorío de Vizcaya se aparejase pronta- mente una buena armada para pasar á Bretaña en favor de aquel Du- zur. en que y de los señores, sus coligados, contra el Rey de Francia. Anal. II Para mayor solemnidad y más segura observancia de estos lib. Renegociados dio el Señor de Labrit á los Reyes Católicos dos escritu- ''■ '*' ras, que trae Zurita, y son muy dignas de ponerse en el lugar que D les pertenece, (ú) Por lo que toca á Navarra, esta alianza fué de mu- cha importancia para que sus reyes tuviesen por algún tiempo más quietud y mayor autoridad en el gobierno del Reino. Mas por lo que tocaá la liga no surtió el mismo efecto, aunque llegó á tener mu- chas fuerzas, no habiendo en ella socorro más pronto, más oportuno y de tan buena calidad. Pero no hay juego tan aventurado y tan lleno de azares como la guerra.

12 para este tiempo el Rey de Francia había enviado su ejér- cito á Bretaña y por su general á Luís de la Trimulla, quien puso- si- tio á Nantes. Mas no le salió bien esta empresa; porque, sobre ser bien fuerte la villa, el número de los franceses no era bastante para ce- rrarla de todas partes. Y así, se vieron forzados á levantarle, después de dos meses que estuvieron sobre ella, sin haber podido impedir que entrase en la plaza una grande cantidad de municiones y de ví- veres. Fueron, pues, á ponerse sobre Chato Briante, que no les hizo grande resistencia, y sobre otras plazas de menor importancia, de que se apoderaron. Entre tanto, había de parte del Duque de Breta- ña y sus aliados embajadas al Rey en orden á la paz y reconciliación. Mas los de su consejo juzgaron que más eran medios para detener el progreso de sus armas que voluntad sincera de la paz. Y así, su ejército pasó adelante y batió tan furiosamente á San Aubín de Cor- mier, que la rindió por composición.

13 No tenían en este aprieto los coligados otro recurso que el délas tropas que solicitaban y esperaban del Rey de Inglaterra, del archiduque Maximiliano y del Rey de Castilla y Aragón, D. Fernan- do. Estas últimas se juntaron con tanta brevedad en Guipúzcoa, que, habiéndolas negociado en Valencia el Señor de Labrit á mediado Marzo, estaban en Bretaña para 3 de Mayo de este mismo año de 148S. Embarcóse con ellas en el Puerto de S. Sebastian el Señor de Labrit, quien por esta urgencia no pudo detenerse en Navarra al volver de Valencia sino por muy poco tiempo. Pero en él dejó adver- tido á su hermano el virrey Señor de Abenes, de muchas cosas im- portantes para la perfecta pacificación de este reino. Era general de esta armada un caballero catalán, llamado O. Miguel Juan de Gralla, Mayordomo del Rey. El número de la gente de desembarco pasaba de mil hombres de muy buena calidad. Casi al mismo tiempo llegó á

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Bretaña el socorro de Inglaterra de ochocientos ingleses y el de Flan- des de mil y quinientos alemanes, según el cómputo más verosímil. Conque todo se disponía á una facción muy sangrienta y decretoria.

§. VI.

Reforzado así el ejército de la liga, se resolvió buscar al enemigo y venir con él á las manos. Fué arrojo de los Duques de Orleans y de Bretaña, que no bastó á reprimir la prudencia del Señor de íiieux, Mariscal de Bretaña, Ca- pitán muy experimentado, que fué de contrario parecer; y así, fué in- felicísimo el suceso. La batalla se dio el Lunes 28 de Julio de este año cerca de la villa de San Aubín, que poco antes habían tomado los franceses. Estos cargaron de flanco con un escuadrón de hombres de armas al cuerpo de los bretones y al mismo tiempo le embistieron por frente los otros capitanes del Rey. Conque no tardaron en rom- por la infantería bretona. Rota esta con gran estado y puesta en fuga, no pudo subsistir su caballería, que hizo lo mismo. El combate se volvió contra los auxiliares, siendo la mayor rabia de los franceses contra los ingleses por el odio antiguo entre las dos naciones. Estos por su corto número fueron casi todos pasados á cuchillo, aunque vendiendo bien caras las vidas. A los alemanes se les hizo buen par- tido, no queriendo los franceses ensangrentarse en ellos. Murieron de los bretones seis mil; ellos no cuentan más que cuatro mil; de los franceses mil y doscientos. Monsieur de Rieux, Mariscal de Bretaña y el Señor de Labrit se salvaron de los primeros, viendo perdida la ba- talla. ¥A Conde de Escales 3' Claudio de Monfort quedaron muertos en el campo con sus ingleses 3' buen número de bretones que se les agregaron. El Duque de Orleans quedó prisionero, como también el Príncipe de Orange y -D. Miguel Juan de Gralla, Comandante de los castellanos. Esta victoria facilitó á los franceses la conquista de las villas de Dinán, San Malo y otras muchas plazas que se fueron rin- diendo al vencedor.

1 5 Después de la batalla Luís, Duque de Orleans, fué enviado pre- so á la fuerte torre de Bourges, donde estuvo dos años con buena custodia, 3'' el Prínciqe de Orange al ca.stilloJdel Pont de Seé. El Duque de Bretaña intentó componerse con el Re3' de Francia, pero sin efec- to. El que se siguió fué lastimoso para él. Porqne la pérdida de esta batalla le aflgió en tanto grado, que murió de pena el Martes g de Septiembre de este mismo año. De la infant.a Doña Margarita de Navarra dejó solas dos hijas, Ana, heredera de aquel ducado, é Isa- bel, que murió poco después que su padre. El Mariscal de Rieux, el Conde de Dunois 3' el Señor de Labrit trataban de restablecer las co- sas de Bretaña, que estaban en sumo decaimiento. Para esto envia- ron á pedir nuevos socorros al rey D. Fernando el Católico, al rey Enrique VII de Inglaterra 3' al Re3' de romanos, Maximiliano. Estos socorros fueron prontos; mas se remedió poco con ellos. El rey

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D. Fernando envió otra segunda armada aprestada con gran diligen- cia en los mismos puertos de Guipúzcoa y Vizcaya y por general de ella á D. Diego Pérez Sarmiento, Conde de Salinas, y á Pedro Carri- llo de Albornoz y otros muchos caballeros y capitanes con mil hom- bres de armas y mucha infantería de ballesteros y lanceros y algu- nos escopeteros que entonces llamaban espingarderos. El Rey de In- glaterra envió hasta seis mil hombres de guerra. Mas este mayor nú- mero fué lo que más dañó; porque su ánimo no era sincero. Temía que sus vasallos le quitasen la corona para dársela á otro, que la pretendía con mejor derecho que el suyo en opinión de muchos: y quiso contentarlos dando esta satisfacción al odio que los ingleses tenían al francés, con quien él tenía inteligencias secretas por lo que podía suceder. Por esto dio también sus instrucciones á los cabos, que todos eran de su facción, para que hiciesen la guerra de cumpli- miento. No hay cosa tan perniciosa como los socorros extranjeros cuando no obran de buena fé. Esto animó más al rey Carlos VIII de Francia, y fué en persona á proseguir la guerra de Bretaña. De ella podemos decir con toda verdad que fué una tragi-comedia verdade- ra por los lances que se siguieron hasta su con clusión, más propios de los teatros que de las campañas.

i6 La princesa Ana, nueva Duquesa de Bretaña, cumplió por este tiempo los doce años de su edad. Ella estaba en la custodia y tutela del Señor Rieux, Mariscal de Bretaña, y de la Señora de Laval, cuña- da del Señor de Labrit, y ambos desealDan que se casase con él. Pro- pusiéronla este casamiento, representado que el Señor de Labrit era el primero á quien el difunto Duque, su padre, la tenía ofrecida, y las grandes finezas que él á este fin había hecho. Mas la Duquesa respondió con desdén: f/z^e ;zo era de su a<rrado este matritiionio por la desigualdad de la edad^ acabando ella de cumplir doce años y pasando el Señor de'Lahrit de los cu irenta. Fué en extremo sensible para el de Labrit esta respuesta, incompartiblemente más lo que á ella se siguió; de ver preferido á sus ojos al Key de romanos, viudo también 3^ de tanta edad y no de tantos servicios como él había hecho por la defensa de Bretaña; pues, fuera de las tropas que con tanto afán y diligencia había solicitado y llevado de España, eran más de tres mil hombres propios suyos los que continuamente había man- tenido á sus expensa en esta guerra. Después de todo quedó burlado. Porque Felipe de Montalván, Canciller de Bretaña, y otros del Conse- jo, que tenían otras miras propusieron á la Princesa el matrimonio con el Rey de romanos, Maximiliano de Austria, pintándoselo con tan brillantes matices, que ella lo abrazó sin resistencia. Y lo apresu- raron de manera que, Eduardo Conde de Nasau, otros de parte del ar- chiduque Maximiliano vinieron á Bretaña y la desposaron con él por poderes á fines de este año. Año 17 Aquí fué donde Alan de Labrit acabó de perder los estribos porque quedó tan picado y mal contento de la Duquesa, y con tan rabiosos celos del competidor, que trató de vengarse, aún más en él que no en ella. No podía ser mejor la ocasión- El Duque de Or-

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eans y el Príncipe de Orange estaban á punto de salir de su larga prisión y reconciliarse con el Rey, y trataban de lo mismo el Conde de Dunois y los otros señores Je la liga. Conque el Señor de Labrit quiso ser de los primeros, 3' lo consiguió fácilmente per medio de Pedro, Duque de Borbón, marido de Madama Ana de Francia, her- mana del Rey, quien por esta reconciliación se puede decir que vi- no á ser dueño de toda la Bretaña. Porque, estando el Señor de La- brit apoderado de la ciudad capital de Nantes y de su castillo, dio entrada en ella á las gentes del Rey. Y marchando después el mismo Rey ala testa de un poderoso ejército, se puso últimamente sobre Renes con intento de apoderarse de la persona de la Duquesa. Este fué el lance más apretado.

18 Para sacará esta Princesa de tan extrema aflcción se discu- rrió luego por los de su consejo y por los señores bretones, y tam- bién por los franceses, qué, habiendo estado de su parte, habían vuel- to yá á la obediencia del Rey, que no había otro medio que casarla con él. El de Labrit era el que más en esto insistió para que quedase frustado el archiduque Maximiliano, su competidor. Así se lo per- suadieron á la duquesa Ana; aunque ella al principio hizo mucha resistenciapor el odio á la Francia, en que la habían criado. Pero, representándola lo poco que tenía que esperar de Maximiliano, quien solo podía asistirla con gente de Alemania, tarda y pesada siempre en sus marchas, estando la de Flandes fuera de su obediencia y con adversión á su dominio, y que por este matrimonio venía á quedar pacíficamente Duquesa de Bretaña, ascendiendo juntamente al tro- no supremo de F'rancia, en fin, vino á conformarse y quedó ajusta- do este tratado con sumo regocijo del Rey y de todo el reino de F"rancia por ver unido este poderoso Estado á su Corona con las blandas coyundas de himeneo, que eran las menos costosas y más apreciables. Consiguientemente se trató de la dispensación, que era menester doble, por estar desposada por poderes la Duquesa con el Rey de romanos, Maximiliano, y también por estar desposado mu- cho antes el re}^ Carlos VIII con Margarita de Austria, hija del mis- mo Maximiliano: y esto con la circustancia de tenerla el francés en su poder y en su casa, á donde había sido traída para criarse de muy tierna de edad; y por ser todavía niña, nunca el Rey había cohabi- tado con ella. Ambas dispensaciones, aunque tan difíciles y extra- ñas, las consiguió del Papa el poder del Rey de Francia. La prin- cesa Margarita fué restituida á su padre Maximiliano con tal desaire, que pudo llamarse afrenta. Y para que fuese duplicado el agravio, se casó el rey Carlos VÍII con la Duquesa de Bretaña, siendo él en- tonces de veinte años de edad y ella de quince. Celebraron -e las bo- das con grande ostentación v regocigos en Langueís de Turena á 16, de Diciembre del año siguiente de 1491, asistiendo á ellas Luís, Duque de Orleans, Pedro, Duque de Borbón, y todos los grandes señores de Francia, especialmente los reconciliados de la liga, que en vez de ser castigados fueron premiados; y el de Labrit con ventaja, dándosele cien mil escudos más que á los otros. Así se acabó esta guerra y se unió

1490

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con el reino de Francia el ducado de Bretaña, casando con el rey Carlos VUI Ana, hija de la Infanta de Navarra, Doña Margarita.

§• VIL

E"*^l éxito de la guerra de Bretaña no fué tan favorable á Navarra como se podía esperar si el Señor de Labrit hu- „.urfbiera vuelto con sus tropas á concluir la de Fox. Pe- ro yá eran otros sus cuidados, como también los del infante D. Juan, nuestro enemigo. La causa fué: que uno y otro estaban empeñados en seguir al rey Carlos VIH á la conquista de Ñapóles, que, conclui- da, tan felizmente la de Bretaña, se le había puesto en la cabeza como si no pudiera ser tragedia lo que acababa de ser comedia. No solo el Rey sino también los señores de su séquit o, entre los cuales se contaba el de Labrit, tenían harto qué hacer en disponerse pa- ra una empresa de tanta expectación; así se llevó flojamente esta otra pequeña guerra. No excusamos decir los demás acaecimientos de Fox por estos tiempos.

20 Luego que el infante D. Juan se apoderó de los lugares que dijimos de este condado, puso su casa en la villa de Masieres, y re- sidiendo Madama Margarita de Orleans, su mujer, en ella, dio á luz un hijo, que fué el celebérrimo D. Gastón de Fox, á quien dieron es- te nombre en memoria de su abuelo paterno D. Ciastón de Fox, Prín- cipe de Viana. También tuvo una hija llamada Germana, que vino á casar con el rey D. Fernando el Católico, su tío, después de la muer- te de la reina Doña Isabel. Estos Infantes se criaron en su más tier- na edad en el alcázar de la misma villa con muy singular cuidado de sus padres, siendo servidos de los vecinos de aquel lugar con su- ma veneración y amor. De sus acaecimientos cuando ma3^ores ha- blaremos en su lugar, especialmente de los del príncipe D. Gastón, que por sus hazañas vino á ser el capitán general más celebrado de su siglo. Ahora juntaremos aquí loque pertenece ásu niñez, aunque sucedió en diversos años, tomándonos la licencia que nos el Prín- cipe de los Analistas, Tácito.*

21 Murió la Infanta, su madre, en la misma villa de Masieres el año de 1492, aún no cumplidos los tres después del nacimiento del hijo. Fué sepultada en la iglesia parroquial de dicha villa con mucha veneración del pueblo y dolor de su marido el mfante D. Juan. Fué también sensible en extremo esta muerte al Duque de Orleans, su hermano, que seis años después vino á reinaren Franciaymiró siem- pre con cariño de padre á los sobrinos, hasta llevarlos después de la muerte de su padre á su Real Palacio de París, donde les puso casa como si fueran hijos propios. Criándose, pues, ahora en el alcázar de

* Hsec quainquam á duobus Ostorio,Didioque Propréttoribus i>lin*os per aunos gesta couiunxi ne divisa baud pesiudo ad memoriam sui valereut. Nunc ad temi)orum ordinem redeo. Tacit Lib. 12. Anna|.

REYES D. JUAN III Y DOxA CATALINA. I25

Masieres, Fábrica muy fuerte y hermosa, sucedió una desgracia tal, que el infante D.Juan estuvo á pique de perder los hijos como había perdido la mujer. Un año después que ella murió una moza inconsi- derada, pasando una noche con lumbre por las puertas del alcázar, se dejó caer por descuido cerca de ellas algunas ascuas, que, pren- diendo en alguna paja ó palos que allí pudo haber amontonado el viento, se levantó tal incendio, que, penetrado por las puertas, pos- tigos y escaleras, se vieron los dos niños hermanos en tan extremo y manifiesto peligro de perder las vidas, que sin duda hubiesen pereci- do quemados si con toda prontitud y diligencia no los hubieran sa- cado ronipiendo la pared próxima de su habitación. Así los guardó Dios, que los tenía destinados para grandes cosas, gloriosas sí, pero infelices al cabo.

22 Este fué el destino de la Casa de Fox como también se vio en la muerte del cardenal D. Pedro, Infante de Navarra, que sucedió dos años antes de la de su cuñada Madama xVIaría de Orleas. Había ido á Roma, llamado del papa Inocencio VIII, como dejamosdicho, y obrado en el remo de Ñapóles cosas mu}' importantes en servicio de la Iglesia y bien del Estado. Ahora, pues, en este año de 1490 falleció en Roma en el Palacio de los Ursinos, siendo de solos cuarenta y un años de edad, la cual aún en su juventud fué madura. El papa Ino- cencio asistió personalmente á su entierro acompañado del Sacro Colegio de los cardenales y de la curia y pueblo romano, en la igle- sia del convento de los Religiosos Agustinos. Su pérdida fué una de las mayores que tuvo la Iglesia por los grandes servicios que después de los ^ichos la podía hacer según las relevantes prendas, así naturales como adquiridas de que Dios le había dotado. Quien más perdió con su muerte fue Navarra y sus reyes, que bien pudie- ron contarla por anuncio de las m.uchas desdichas que padecieron, y suelen ser ciertas cuado fatalmente desaparecen los remedios de los males inminentes.

A' < <

Año 1481

hora se gozaba acá de alguna quietud y de toda paz 23 / ^ con Castilla desde que el Señor de Labrit la ajustó .con los Reyes Católicos, de quienes consiguió también la restitución de todas las plazas que después de la muerte del rey D. Francisco Febo habían tomado los castellanos. Pero esto que de buena razón debía contener al Condestable, parece que le hacía más osado. No solo estaba apoderado de muchos pueblos y fortalezas del Reino, que con las revoluciones civiles había tomado los años pasa- dos, sino que ahora en el de 149 1 y aún más adelante prosiguió en las mismas usurpaciones. Lo peor era que en Pamplona tenía casi la voz del Rey, siendo tanto su dominio en esta ciudad, capital del Reino, que (si hemos de dar crédito á Garibay) los públicos pregones Garibaj de cosas, así civiles como criminales, hablaban por el Condestable,

1492

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como suelen hablar en nombre y voz del Rey. Y todo nacía de ser tan bien quisto y amado de los beaumonteses de esta ciudad, (eran- lo los más de sus vecinos) que no se hacía en ella cosa ninguna que en todo no fuese conforme á su voluntad y aún á su antojo, sin repa- rar muchas veces en que fuese contra sus privilegios y libertades. Esta es la fortuna de los pequeños tiranos: que todo lo que ellos quie- ren y mandan, aunque sea injusto y pesado, lo ejecutan los pueblos con agrado, y lo que manda el Rey legítimo, lo interpretan siniestra- mente por injusto y obstinadamente se resisten á su ejecución. Lo maravilloso es que el virrey, Sefíor de Abenes, y sus afectos los agrá - monteses se lo estuviesen mirando no faltándoles fuerzas para reme- diarlo. Pero si así fué, lo debemos atribuir á prudencia y no á cobar- día. Hay remedios que son peores que la enfermedad; pues solo sirven de agravarla y hacerla mortal; como ahora hubiera sucedido sin duda alguna: porque á cualquiera movimiento del virrey y de los agram enteses se hubiera renovado la guerra civil: y esto era quizás lo que el Condestable deseaba. Año 24 El remedio vino de donde más convenía. Nuestros reyes D.Juan y Doña Catalina y los de su consejo ansiosamente lo desea- ban, encendiéndose más sus ansias con el aire de las instancias que el virrey y los agramonteses incesantemente les hacían para que cuanto antes viniesen á Navarra á coronarse y visitar y regir su rei- no. Mas, no pudiendo volver las espaldas á la guerra que en Fox les hacía siempre su tío el infante D. Juan, fué forzoso dilatarlo hasta que ahora el mismo tiempo trajo la ocasión. Ibase acercando el de la jor- nada del Rey de Francia á Italia, y el Infante y el Señor de Labrit, que estaban en acompañarle, quisieron allanar este embarazo inter- poniéndose también muchos señores de Francia, amigos de uno y otro, hasta el mismo rey Carlos VIII á quien su tía la Princesa de Viana no cesaba de escribirle desde Bearne. En efecto: se ajustó es- ta paz con el convenio de que las villas de Savardún, Masieres, Montauty Gibel, que el Infante había tomado, quedasen para él y to- do lo demás de Fox y de Bearne fuese déla reina DoñaCatalinacomo de señora legítima de aquellos Estados.

§. IX.

~W' ^^inalmente: partió el Rey de Francia á Italia á 23 de ,'*i«Q "^5 |-^ Agosto de 1493, encaminándose por el delfinado á la vi-

JL lia de Ast, en el Milanés, perteneciente al Duque de Or- leans, quien también pasó allá por general la armada naval, y con el Rey, entre otros muchos señores, el Infante de Navarra, D. Juan. El Señor de Labrit, que estaba para partir, parece que lo dejó, y que esto fué por orden del mismo Rey para acabar de concluir lo ofreci- do al Rey Católico en Valencia sobre la restitución de los condados de Rosellón y Cerdeña. Él había hecho lo posible en este punto. Pe- ro sin efecto por la grande resistencia que hubo de parte de los con-

1493

REYES D. JUAN Y DOÑA CATALINA. 127

sejeros del Re}' de Francia, quien ahora al tiempo de su partida vi- no en ello por las instancias del Señor de Labrit. Algunos lo quieren atribuir á escrúpulo de conciencia por habérselo mandado así su pa- dre el rey Luís XI en su testamento; pero los más lo atribuyen á bue- na política. Porque, ausentándose de su reino con todas sus fuerzas, importaba dejarlo cubierto y no expuesto á la invasión de su confi- nante el rey D. Fernando, diestrísimo en observar las ocasiones y va- lerse de ellas para adelantar su partido: y así, le pareció que lo me- jor era contentarle. Volvióle, pues, dichos Estados graciosamente, perdonándole los trescientos mil escudos en que su padre el rey D. Juan de Aragón y de Navarra los había empeñado á la Francia. Los historiadores franceses dicen que fué con pacto expreso jurado Eupieix solemnemente en Barcelona por el Rey Católico sobre la cruz y los^*^**^"^' santos evangelios de no dar ayuda ni favor alguno á los Reyes de Ñapóles y de Sicilia, sus primos, contra los cuales iba el Rey de Fran- cia: y claman destempladamente sobre que al mismo tiempo que se vio el Rey Católico en la posesión pacífica del Rosellón y la Cerda- ña hizo todo lo contrario, y no con el fin de ayudar á sus primos, si no de conquistar para aquellos reinos, como vino á suceder des- pués de las largas y sangrientas guerras que se siguieron.

ANOTACINÜES.

9(\ l^oiivííiose lambiéQ en que así á la ciudad de Pamplona como á los

V_,Ale su parcialidad se les conlirmasen sus privilegios: señalada- D mente a Juan Pérez de Douamaria la Clavería de Asiain y á Juan de R>;din el olicio de consejero Heal y oidor de cómputos como los tuvo por el rey D. Fran-,j^""o* cisco Febo en lugar de Martín de Liélena. Y no contestándose con esto, se cap. 63- declaró que el lugarteniente ó goberuailor que se pusiese en este reino fuese ^^^^^^ nential y acepto al condestable. I^a guardia de las ii;lesias de S. Lorenzo y de S. Nicolcás de Pamplona, fuertes por sus torres, quedaba al gobierno y disposi- ción de los regidores de esta ciudad en cualquier tiempo que se hubiese de guardar, l'or el odio y i'encor que tenían los parientes del Mariscal de Nava- rra contra los vecinos de Pamplona y contra los de su bando por la muerte del Mariscal, el P>ey y Reina los recibían para siempre debajo desu prolección, amparo y salvaguaidia. Y por la voluntad que la ciudad de Pamplona mostró de su nueva enfraila^ (esta ni aliora ni en muchos años después tuvo efecto) les otorgaría la jurisdicción suprema para castigar los delincuentes ijue hubie- sen delinquido denti'o de ella. Confirmáronse;) Beltrcán de Armendáriz sus privilegios y alzóse el destíeiro a los que estaban fuera de la villa de Lumbier: y a Ü. Juan de Beaumont, hermano del Condestable, se conlirmaron las gra- cias que tenía de la villa de Estúñiga, Yalde Lana, Castillonuevo y Piedrami- Uera: y á Carlos de Arlieda el olicio del Justiciado de la ciudad de Pamplona, y los que llaman almi radíos del Yal de Sarasaz, Lumhier y Val de Longira: y a Arnaldo de Ozla Guillen de Beaumont, Señor de Montagudo, seleconfirmó la alcaidía mayor del mercado de la ciudad de Pamplona y otras mercedes Lo maravilloso es (¡ue, siendo estas tales y sacadas por extorsión, se hiciese glp"

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ria (le ellns y se alegasen y siempre se aleguen por servicio para sacar otras semejantes.

27 El instrumento locante a la fundación del convenio del Crucilljo co- mienza así. »7/¿ Dei nomine Amen. Sea m-tnillesto á u l„s los que las presentes

B «verán, é oyrán. como en el Capitulólo Samblóa Provincial, (pie ha sido fecho, »é celebrado en la Villa de Olite en el doceno dia de Mayo del ayno do mil )'(|nalrocientos fixanla y nueve, on rpie asi-licron los muy Reverendos, Vene- «rahles, e Honestos Religiosos Fray Johan de Mur Comendador de C.isiellót, »etc. ( omisai-jo, Visitadoi-, etc. Ret'oi-mador en el dicho Pi-iorado de Navarra ))por el Reverendísimct Fi-ay Baplisla Ursino Maestre de la Orden, é Milicia »de Rhodas, D Fray Johan de IJeaumont Prioi- de la Orden de San Johan de »jei'usalen en el dicho Reyno, Fray Menautde Rutina Comendador de Irisarri, «Fray Pedro de Espinal (Comendador de Tudela, é Induriain, Fray i'edro de ^'Arangúreii Commendador de Villafranca, é de Sangués, Fray Pierres de Sol- rehaga Commendador de Irachela, o San'a Catalina, é Fray Martin de la Lana , »Commendai!or de Apalea, é Lamiíaiz, en pleno Capítulo según unánimes, é ^concordes ha fevdo ordenado, articulado, é apuntado á honor,é reverencia de »Nuestro Salvador JESU-CHRISTO,, é de la Bienaventurada Santa MARÍA su ".Madre, á c;uisa de la Oi'den, é Hospital, que el dicho Señor Prior hace fundar «en el Crucilixo de la Villa de la Puente déla Rein;', por{|ue la Sania Fe Chris- «tiana sea exaltada, e la dicha Iglesia sea decorada, y ennoblecida ¿ servicio »de Nuestro Señor JESU-C HRISTO, y los Pobres, (pie en aquel vernán, sean í mejor recibidos, é sostenidos, é aumentar la devoción de los Fieles Calhóli- »cos Christianos, mirado para obi-a Santa, pui'a é meratoria, quanto digna, é «justamenie ha parecido á los dichos Séniores Visitador, o Reformador, Prior, »y Freyles ha sido ordenado, é concluido en el dicho Capítol en la manera (lue «se sigue, etc.

28 Los artículos que se ordenaron son eu resumen: i. Que en dicho con- vento hayan do ser seis Frayles Capellanes, de los ([uales uno sea puesto por prior y cabeza de los demás para gobernar la Iglesia y Convento, y (lue esbi será elegido de presente por el dicho Señor D. Juan como por Prior Mayor, é Fundador de la dicha Oi'den durante su vida; mas ipie después de sus días la elección de Prioi- la harán los dicho¿ Frayles, é Capítulo de la dicha Iglesia, aunque con la condición de contli-marla el Prior Mayor, que al tiempo fuere de la dicha orden de San Juan en Navarra. 2. Se señala la congrua, de que cada uno de dichos seis Religiosos debe gozar para sus alimentos, y vestuario. 3. Se ordena también, que haya un mozo Saci-istan, (pie cuide de lo tocante á la Iglesia con su salario, y renta competente. 4. Se ordena la pensión de tres llorinei', que dicho Convento debía ])agar por cada año al común Tesoro de la Orden de Khodas. Y dichos Señoi-es Visitador, Gran Prior, y Comendadores apropriaron, y unieron al nuevo Convento el Lugar de Bargota con todas sus reutas, derechos y pertenencias, para que lo gozase perpetuamente; pero con la condición de decir, ó hacer decir dos, ó li-es Misas cada semana en la igle- sia de Bargóla, para que no se perdiese su devoción, (este lugar cercano a la Puente, que hoy está diruído, y pei'uia necia entonces, en lo antiguo fué de los Templarios, (]\ig allí tenían Convento: y por su extinción había recaído en la Orden de S. Juan.) Para el mismo efecto el Señor Gran Prior D. Juande Beau- mont, como Fundador suyo, dio, annexó, é incorporó al dicho Convento del Crucilixo ciertas casas, y heredades, que Doña Juana de Beaumont Señora de Gurréa su Tia la dejó, asi en la Villa de Olit(^ como en la Villa de Falces, etc. Et yo Rodrigo Marlinez de Espavm Secretario debí Señora Princesa nuestra na- tural Señora (Ei'a Doña Leonor) etc. Notario publico jurado por Autoridad Real en la Corte Mayor, etc. todo el Reino de Naoarra,que en dicho Capilol, al ordenar dichas cosaíí, presente fui con los testigos sobredichos, ¡ice el presente instrumento

REYES D. JUAN III. Y DOÑA CATALINA. 1¿9

é carta publica á rogaría, é riquisicion del dicho Visitador, Prior, Frei/les, é Ca- pítol sobredichos, etc.

29 Consta de la bula original del papa Eugfínio IV, que se conserva en el G archivo del convenio del Crucifijo, y es expedida el año de la Encarnación 1446 á 1:2 de Knero, el IG de su ponli Picado.

30 Las escrituras que el Señor de Labrit hizo á los Reyes Católicos son las D siguientes: "Alan de Labrít Conde de Dreux, de Gaura, de Pontiebre, y de «Peyregoi-, Vizconde (le Limogés, etc. de Tartas, é Captal de Buch, é Señor xde Ahenes en Heiiau. Por cuanto la Ilustre Señora Doña Magdalena Princesa *de Viana, é los muy Ilustres Señores Don Juan, é Doña Catalina P»ey, é Rey- una de Navaria sus ílijos, acatando el Deudo, que tienen con Vos los muy al- »tos, é poderosos Principes los Señores Rey Don Fernando, é Reyna Doña Isa- íbcl, Rey, é Reyna de Castilla, y Aragón, porque vuestras Altezas los han re- «cibido por vuestros amigos. Aliados, é Confederad s, vos han dado su escri- »tura lirmada de sus nombre-í, é sellada con su sello. Por la cual entre otras »cosas vos prometieron, que del dicho Reyno de Navarra, nin de su Señorío »deBearne non sercá tedia guerra, mal, lundaño, nin otro desaguisado algu- »no en vuestros Rey nos, é Tierras, é Señoríos, nin en vuestros Vasallos, Sud- )'dilos, é Naturales, nin en sus bienes: antes serán todos bien tratados, é vivi- »ran en toda pjz, é sosiego, y asimismo no consentirán, que Gente alguna i-Estrangera, (|ue non sean sus .subditos, entren en el dicho Reyno de Nava- j>varra, á Señorío deBearne: nin desde allí, nin por alli sea techa guerra, mal, »nin daño alguno á vuestros Reynos, é Señoríos: é qui sialguna Gente Estran- »jera quisiere entrar en el dicho Reyno de Navarra, é Señorío de Bearne, lo »(letenderán con todo su poder: é si menester fuere para la defensa de ello, se «juntarán con vuestras Gentes, é Capitanes: poreade porque vuestras Altezas »sean ciertas, é seguras, (jue los dichos Señores, Princesa, é Rey, é Reyna de >>de Navarra ternán, e guardarán todo lo que asi prometieron, y se obligaron, «por la presente aseguro, é prometo á vuestras Altezas como Caballero, que »yo procuraré, trabijaré, é faré, que los dichos Señores Priucesi, Rey, y Rey- »na de Navarra tengan, é guarden, é cumplan lo que asi prometieron á vues- »tras Altezas, realmente, é con efecto. E si, lo que Dios non :|uiera, contra j>ello, ó contra alguna cosí, ó parle de ello fueren, é pisaren, é por parte de «vuestras Altezas, fuere reípierido, me juntaré con vuestras Altezas, é con »vuestras Gentes, é Capitanes: yo con mis Gentes contra ellos, é contra las ta- lles Gentes Eslrangeras, que en el dicho Reino de Navarra, é Señorío de Bear- »ne estuvieren, é non me apartaré de vos servir é ayudar en ello: fasta que «ellos hayan cumplido todo lo que asi se obligaron, como dicho es: lo cual «todo prometo, é aseguro en la ciuddad de Valencia, á veinte y un dias del mes .de Marzo del anno de MCCCCLXXXVill.

32 Yo Alant ^eñor de Labrit, etc. Acatando el amor, é buena voluntad, con »que plugo á los muy Altos, é muy Poderosos Principes los Señures Rey Don «Fernando, é Reina Doña Isabel, Rey, y Reyna de Castilla, y Aragón, de me "lomar, é recibir por su amigo, é servidor,' é me ayudaron, é favorecieron en »las cosas, que les supliqué, é que á mi suplicación les plugo asimismo to- »mar, y recibir por sus Amigos, é Aliados á la Ilustre Señora la Princesa de ^-Viauii, y á los Ilustres Señoies D. Juan, é Doña Catalina Rey, y Reyna de Na- »varra, é les mandaron restituir, é tornar todo lo que, después que reynaron, «les liavia seydo toma. lo, por lo cual yo soy en gran obligación de servir á sus ^Altezas, allende de la voluntad, y deseo, que yo tenia á su servicio. Y porque «quiero, (|ue sus Altezas sean desello muy ciertos, por la presente aseguro, y «prometo y doy mi como Caballero, de servir, é ayudar á sus Altezas, bien, »y verdaderauíenle con todas mis Fuerzas, y poder. Tierras, y Señoríos, que ?>ahora tengo, y toviere de aijui eu adelanle, en todas las co^as, (jue de sa ser-

TOMO VII. 9

Í30 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

»vici() sean, v conli-a (oda.s, é cualesqiiier personas de cualquier Dignidad (|a^ >/st\Tii, cxcepio li IVi-soua del Señor Rey de Fi-aneia; contra el cual y non se'* «obligado de ayudará sus AUezas. ^^ero en el caso de los fondados de Uose- »llou, vo Irahiij iré con mis fuerzas, ó poder, como hay electo, é si^. compla lo «(pioel Uoy LÍiis dispuso al tiempo de su Un cerca de la reslilución, (|ue a sus «AltfZMS li-ivia de facer de los diclms >;Conil;idos: lo cual lodo tare, é cum- wpiiré á buena le, sin mal engaño, sin fraude, nin cautela alguna. Por ¿eguri- j>dad de la cual di á sus Altezas esta escritura lirmada de mi nombre, é sellada ocon el sello de mis Armas. Feclia á veinte y un dias de Mai-zo del año de «MCCCCLXXXYIIJ.

CAPITULO IV.

I. Venida de los Kr.rEs a Navarra y su coronación en Pamplona. II. Muerte de la

Princesa de Viana, Doña Magdalena, y vistas de la Reina con los Reyes de Castilla kn Alfa-

Ro. II (. Rompimiento del Rey con el Condestable y convenio entre los dos. IV. Estado del

Reino y expulsión de los judÍos.

ispuestas así la.s cosa.s, pudieron venir á Navarra nues- tros Reyes acompañados de la princesa Doña Magda- lena y de mucha nobleza de Bearne 5' de los principa- les agramonteses de Navarra, que fueron á recibirlos y acompañar- los con grande amor y gozo. Vinieron armados de muy buenas y muy lucidas tropas de Fox y de Bearne: y todo fué menester para lo que sucedió. Habiendo llegado á las puertas de Pamplona, Sábado 21 de Ganbay j)i^.j[ei-,-|bj-g f]g ^stc año, las hallaron cerradas por haberlo ordenado así el Conde de Lerín, á c|uien obedecieron ciegamente sus beaumon- teses, de los cuales se componía la mayor parte de la ciudad. Los Re3'es con buen consejo no quisieron persistir en la entrada; aunque sintieron, como era razón, la desobediencia. Fuéronse á alojar al lu- gar cercano de Lgüés, donde pasaron las Pascuas, y estuvieron hasta principios del año próximo de 1494. En este tiempo se ajustaron las diferencias con el Condestable, el cual sacó á su modo las ventajas que pudo: y viniendo á la obediencia debida, entregó á los Reyes su ciudad de Pamplona. ^^^ 2 Estando ya pacíficos en ella, lo primero á que se atendió fué á su coronación. Convocáronse para esto con toda brevedad los tres Estados del Reino, que nunca acudieron en número tan crecido. También se hallaron presentes los embajadores de algunos príncipes, especialmente de los Reyes de Castilla 3' de F'rancia, con la princesa Doña Magdalena y otras personas de la Casa Real y muchos obis- pos y prelados, menos el de Pamplona, D. Alfonso Carrillo, que es- taba ausente en Roma, donde murió este mismo año por el mes de Septiembre, y su obispado se dio luego por el papa Alejandro VI al cardenal César Borja, su hijo, que á principios del año siguiente, á

REYES D. JUAN III Y DONA CATALINA. I3Í

12 de Marzo, día de S. Greg-orio, tomó mediante procurador la pose- sión de administrador perpetuo de esta Iglesia; aunque nunca se con- sagró porhaber mudado de profesión. Este fué el célebre Duque de Valentinois, de quien nos queda mucho y malo que decir en esta His- toria. Celebróse, pues, la coronación en la iglesia mayor de Pamplo- na el Domingo diez de Enero del año 1494 con la mayor pompa y solemnidad que jamás se vio. Juraron primero los Reyes la observan- cia de los fueros y privilegios del Reino, según la costumbre antigua délos Reyes antepasados, en manos del Prior de Roncesvalles, Don Juan de Egüés, que á falta del Obispo de Pamplona hizo este oficio. Correspondió luego el juramento que el Reino juntado en sus tres bra- zos hizo en manos de D. Juan de Jaso, * Alcalde primero de la Corte Mayor en ausencia del Canciller, á quien incumbía recibir este jura- mento. Siguiéronse la unción y las demás ceremonias eclesiásticas que hizo D. Juan de Barrería, Obispo de Bayona, á falta también del de Pamplona. Y después fué la coronación y el paseo, en que la Reina por estar en cinta fué llevada en andas.

3 El concurso de todo género de gentes de diversos reinos fué innumerable. La extrañeza de una función tan retardada, y aún de- sesperada de muchos, fué el mayor atractivo. En ella hubo cosas muy notables, que la hacían digna de ponerse por extenso. Pero seguire- mos á Garibay, que remite al lector que quisiere ver más copiosa esta Garibay coronación á las ordenanzas de leyes y pragmáticas de este reino,

que recopilaron y dieron á luz los licenciados Balanza y Pasquier, del Consejo Real del mismo Reino, donde hallará cumplida relación. Solo diremos que en ninguna de las pasadas hubo tantas particulari- dades, ordenadas sin duda así de parte los Reyes como del Reino á restablecer la obediencia debida á la majestad y asegurar la suce- sión de la corona en sus legítimos descendientes. Pero ¿qué aprove- chan las precauciones más sabias de los hombres cuando los decre- tos de Dios son diferentes.?

4 A la coronación siguieron grandes fiestas y regocijos. Y se cuenta que en una de las comedias que se representaron hubo en sus intervalos varios chistes con alusiones que más eran para agrazar los ánimos que para endulzarlos, como fuera razón. * Después de to- do, parece que el Condestable no estaba contento délas fiestas; pues antes que se acabasen se fué á Lerín, donde estuvo mucho tiempo: pero no dejaba de venir algunas veces á Pamplona á visitar á los

* D. Juan de Jaso, Alcalde primero de la Corte Mayor, qje es lo mismo que Oidor rras antiguo del Real Consejo, fué padre del gran Apóstol de las Indias, S. Francisco Javier.

En uno de estos interludios ó Entremeses se cantó esta copla en vascuence, según refiere el Autor de las memorias manuscritas.

Labrit, eti'i Erroguc, Labrit Padre, y Rey Hijo,

Aytá, Sem¿ diráele, Si queréis acertarlo,

Condestable Jauna Al Señor Condestable

Arbizatc Auáie. Tomadle i)or Hermano.

1 j2 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

Reyes, con ser así que siempre vivía recatado de ellos: si esto era por acusación de su propia conciencia ó por disfavor positivo del Rey, no se sabe de cierto. Aunque, mostrándose el Rey igual con todos, como era justo, esto sobraba para el desabrimiento, sin que bastase para suavizarle lo que algunos escriben: que la Reina siempre que- ría bien al C.ondestable por el deudo que con él tenía y por el servi- cio que le había hecho en haber procurado que fuese Reina de Cas- tilla y Aragón, casándola con el príncipe D. Juan: y que por esto siempre ella le avisó de lo que podía ser en perjuicio suyo y le ayudó cuanto pudo. Estas y otras cosas á este modo se hallan en papeles an- tiguos manuscritos, á que no damos crédito por verlos muy viciados de las pasiones de aquel tiempo. Lo cierto es que la Reina, aunque su edad ahora solo era de veinte y cuatro años, tenía mucha madu- rez, gran valor, prudencia y magnanimidad, y que con suma fideli- dad empleó siempre estas Reales prendas en ayudar al Rey, su ma- rido, en el Gobierno, que corría por cuenta de ambos. Así feneció el largo vireinato del Señor de Abenes, á quien ellos quedaron muy obligados por el sumo cuidado y acierto con que ejerció su cargo: y lo que más es, por su admirable 3^ ejemplar desinterés. De que es buena prueba que con ser aquel tiempo el más abundante de cuen- tos y de sátiras, que jamás se vio en Navarra, no se halla que perso- na alguna desplegase la boca ni soltase la pluma contra este ilustre caballero.

^. II.

euando nuestros Reyes estaban viendo con grande suyo superados tantos monstruos que les impedían la entrada de su reino: cuando le gobernaban pre- sentes con grande paz y honor, como los pesares son de ordinario ecos tristes de los gustos, tuvieron una pena en extremo amarga y sensible. Esta nació de la muerte impensada de la Princesa de Viana, Doña Magdalena, su madre. Al tiempo que ella estaba más contenta por haber logrado lo que con tantos afanes había procurado, quiso Dios sacarla de este mundo, que para ella tan trabajoso había sido desde la muerte lastimosa de su esposo el príncipe D. ( iastón, á quien entre sus mayores glorias y aplausos se lo arrebatóla mala suerte en el torneo de las fiestas de Liburna. Murió, pues, la princesa Doña Magdalena en Pamplona á 24 de este mismo mes de Enero, día Sábado de este año. Convirtiéronse súbitamente en lutos las ma- yores galas, y con la pompa debida á su alta calidad, siendo lo más sobresaliente el universal quebranto de los corazones, la enterraron en la iglesia mayor de la misma ciudad en medio de la capilla mayor, donde estuvo su tumba por mucho tiempo; y érala única, según re- Garibayfiere Garibay, que allí había en el suyo. Ella fué la mujer fuerte de los proverbios de Salomón, que rara vez se ve en el mundo: y con grandes ventajas por las penosas tareas en que se ejercitó con sumc^

Año

REYES D. fUAN ÍII Y DOÑA CATALINA. 133

constancia en veinte y cinco años de viudez. El amor de su único marido, que con su muerte se le arraigó más en el corazón, y el de sus hijos los reyes D. Francisco Febo y la reiaa Doñi Catalina cau- só en ella no solamente olvido, sino también horror de segundas nupcias, en que podía lograr sumo honor y descanso.

6 Poco tiempo después del fallecimiento de esta Real Matrona sucedió que los Reyes Católicos, D. Fernando y Doña Isabel, hubie- sen de venir desde la ciudad de Burg-os á Aracrón v Cataluña. Con esta ocasión concertó la reina Doña Catalina vistas con los Reyes, sus tíos, para la villa de Alfaro, por donde habían de pasar. En ellas fué acariciada y favorecida con singulares expresiones de honor y amor la Reina de Navarra. No se sabe que en estas vistas tratasen de otras cosas que de las personales y tocantes á la congratulación y amor recíproco, como parientes tan estrechos. Y así le convenía á nuestra Reina; porque á meterse en negocios de Estado, el juego era muy desigual para ella.

§• in.

"^ntró el año de 1496. Y no de otra suerte que cuando I el mar está en bonanzas sobreviene de repente una borro- Irosa tempestad, que todo lo alborota, se revolvieron h^g las cosas en Navarra de tal manera, que nunca se vieron en peor es- tado. Pero aún es más la revolución de la Historia de este tiempo, nacida de los vientos encontrados de los escritores. Unos dicen que el rey, D. Juan de Labritse la tenía guardaba al condestable D. Luís deBeaumont, sabiendo bien que en los tiempos del rey D. Juan de Aragón y de su hija la reina Doña Leonor y del rey D. Francisco Febo se había portado tan mal, como queda dicho: y mucho más, habiendo experimentado los Reyes presentes en sus mismas perso- nas tan repetidos agravios, siendo el más sensible haberles cerrado las puertas de Pamplona cuando venían á coronarse después de ha- Garibay ber comprado á tanta costa de mercedes su cortesía y respeto. Por ¿^'^^^^'J.^^^ lo cual refieren que fué tan aborrecido y perseguido del Rey, y mu- cho más de la Reina, que determinaron no solo revocarle las mer- cedes excesivas, que por contentarle le habían hecho; sino quitarle también lo mucho que él en las turbaciones pasadas se había toma- do, y aún despojarle de sus propios Estados; sirviéndole para esto no solo de los agramontcses, sino de las tropas francesas que consigo habían traído, y aún las tenían. Y añaden: que los agramontese los instigaron y con sus representaciones los obligaron á tomar este mal consejo y venir al último rompimiento.

8 En otras memorias hallamos muy diversa esta relación. Dicen ^^^^^ que, pasados algunos días después de la coronación y asentadas en riasma alguna manera las cosas del Reino, ofreciéndosele al Rey algunas ""j^"** necesidades, intentó remediarlas con ciertas imposiciones ó tallas ^1^^ aqiiei quiso echar en el Reino al modo de Francia, de donde venía mal

Í34 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

acostumbrado, y el Condestable se lo defendió. Con que, refrescán- dose la memoria de las cosas pasadas, el Rey se indignó y encendió de tal manera contra él, que, estando un día concertado de matarle en el campo de la Taconera, y saliendo el Condestable juntamente con el Mariscal para cortejar á los Reyes en el paseo, la Reina, que lo sabía, avisó al Condestable de la trama que entre el Mariscal y el Rey estaba urdida contra su vida, y él al punto, cuando llegaban al fin de aquel campo, dio la vuelta y tomó el camino de Asiaín, dos le- guas distante, donde tenía una casa fuerte, y en ella se aseguró es- capándose á uña de caballo; y desde este punto nunca tuvo paz ente- ra con el rey D. Juan. Sino que, muy al contrario; se fueron enconan- do más los ánimos, de tal manera, que, habiendo ido los Reyes á Puente la Reina, el Rey envió secretamente á prender al Condesta- ble en Lerín, distante cuatro leguas. Mas, dándole la Reina aviso de lo que pasaba con secreto, él se puso á buen recaudo, quedando bur- lados los que fueron á prenderle. Y que, prosiguiendo la Reina en sus buenos oficios por el Condestable, tomó á cara descubierta la mano para concordarle con el Rey. Y á este fin salió de Puente la Reina con muy lucido acompañamiento á Mendigorría, villa distante una sola legua, donde en medio de su puente había de ser la confe- rencia con el Condestable, habiéndose hecho allí un hermoso cubier- to de ramos contra los rayos del So! para el coloquio. Que llegó pri- mero la Reina y poco después el Condestable con el seguro que ella le había dado de su palabra, pero llevó consigo doscientos hombres de á caballo para mayor seguridad. Túvose el coloquio, y en él, por más que hizo la Reina, no hubo forma de reducir y concordar con el Rey al Condestable; y así, ella se volvió bien mortificada á Puente la Reina y él á Lerín muy ufano.

9 Esta última relación, que hallamos en las memorias dichas, es- critas sin duda por pluma beaumontesa, es á nuestro juicio peor que la primera, sin conseguir su fin, que es disculpar al Condestable. Pues, como fácilmente se puede inferir de este último hecho suyo con la Reina, antes le culpa más, haciéndole infinitamente ingrato y des- conocido á los excesivos favores que supone haber recibido de la Reina. Pero lo que nosotros no podemos sufrir es la injusticia mani- fiesta que unos y otros hacen al rey D. Juan de Labrit, á quien pin- tan hombre de reservas, de dolos, de reflexiones políticas y de ven- ganzas mortales, siendo lo cierto que no tuvo nada de esto; y que por folta de ello, en lo que la buena política y la vindicta pública pedían (principalmente cuando los Reyes y príncipes de su tiempo no juga- ban á otro juego) se perdió miserablemente á y á su reino. Tam- poco se debe tolerar lo que imputan á la Reina, de descubrir al Con- destable secretos tan importantes, tan contra su dignidad, honor é intereses, que eran inseparables de los del Rey, su marido, á quien ella mucho amaba y estimaba. Con que lo más seguro es creer que no hubo tales secretos revelados ni motivo'para ellos. Esto quede dicho por cumplir con nuestro oficio de relator, sin querernos pasar al de juez, que toca al lector.

REYES DONJUÁN III Y DOÑA JUANA 135

10 El efecto fué más cierto que la causa; porque de hecho se rompió la guerra entre el Rey y el Condestable. A este se le toma- ron algunos pueblos y fortalezas, y él de su parte procuraba otro tan- to: y ahora quieren decir que le tomó al Rey la villa de Olite, aun- que lo más verosímil es que esto fué en las revoluciones pasadas, cuando estaba apoderado de Pamplona y en su mayor pujanza. Sus cosas en esta ocasión llegaron al mayor decaimiento. Y hubiera vis- to su total ruina por hallarse el Rey muy superior en fuerzas con sus tropas de Francia, si el rey D. Fernando de Castilla no se hubiera interpuesto con el de Navarra, con quien ajustó que el Condestable saliese de este reino, se fuese á Castilla por cierto tiempo de treguas y que las tierras pertenecientes al Estado del Condestable quedasen en poder y tercería del mismo Rey de Castilla. En todo vino el de Navarra, á quien en este convenio algunos le notan de demasiada sinceridad.

1 1 Habiendo pasado á Castilla el Condestable, se portó liberalí- simamente con él el rey D. Fernando; porque le dio en el reino de Granada, conquistado poco antes, rentas muy crecidas. Hízole Mar- qués de Huesear, que es uno de los buenos pueblos de aquel reino, y otras muchas mercedes. Con la salida del Condestable se serenó la tempestad de Navarra, calmando el viento de los beaumonteses y permaneciendo los agramonteses con mayor serenidad en servicio de sus Reyes. FA Condestable residió en Castilla algunos años ysir- vió á aquellos Reyes con su persona é industria, política y militar, grande de todas maneras en las guerras que allí tuvieron después de la conquista de la ciudad capital de Granada y de todo ac[uel reino, y que resultaron en diversos tiempos por las rebeliones de muchos pueblos.

12 Para mayor seguridad de estos pactos del re}' D. Juan con el rey D. Fernando fué entregada en rehenes á los Reyes de Castilla la infanta Doña Magdalena, hija mayor de los de Navarra, aunque con el pretexto especioso de educarse en el Palacio y Corte de la reina Doña Isabel, y á su cuidado y dirección como sobrina muy querida. Y juntamente fué entregada á SS. MM, Católicas la villa de Sangüe- sa. Como todo consta de instrumento auténtico que en su archivo se halla, y por contener cosas bien particulares y curiosas lo ponemos fielmente en su lugar. (A)

13 Pero no podemos dejar de poner donde todos lo lean lo mu- choque padeció esta fidelísima y nobilísima ciudad en los cinco años que estuvo en poder de los castellanos. Fueron muchas sus fatigas y trabajos, y grandes y excesivos sus gastos; por cuanto sus vecinos ha- cían continuamente la guardia de la villa (éralo entonces) de velas, ron- das, puertas, atalayas, espías y otras cosas. El castillo en todo e.ste tiempo estaba cargado de gente de á caballo y de á pié castellana y hacía espaldas á los aragoneses para que saciasen sus antiguos odios y tomasen libremente satisfacción en el pleito que siempre habían te- nido con los de Sangüesa sobre los términos. Valiéndose, pues, de tan favorable ocasión el Vizconde de Biota, Antón de Alvarado, y el

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Señor de Sigues, cargaron al segundo año con muchas gentes de á pié y de á caballo é hicieron plaza de armas de la villa fronteriza de Sos. De allí hacían frecuentes salidas, corrían el campo y todo lo lle- naban de robos, talas, incendios y muertes cruelísimas. Llegó el mal á tal extremo, que los sangosinos por ver que no hacían caso ningu- no de sus quejas el alcaide del castillo ni los otros jefes castellan^os, se vieron obligados al recurso de la defensa natural. Pidieron soco- rro al mariscal D. Pedro de Navarra, quien acudió prontamente con muy buenas tropas: y hallándolos armados, se puso con ellos en cam- paña á vista de Sos. Allí estuvieron esperando á los aragoneses por muchos días. Mas el Vizconde de Biota y sus gentes no osaron salir de la villa; sino que estuvieron encerrados de los muros, con ser muy superiores en número. Bien pudieron contarlo por victoria los de Sangüesa. Porque, sobre la gloria de ser dueños del campo por tan- tos días, lograron coger sin el menor daño los panes y frutos de to- dos sus términos y obligaron á sus contrarios á contenerse en los der debido respeto.

§. IV.

6on la ausencia del Condestable quedó en quietud Na- y sus Reyes pudieron respirar, sacada una tan pun- zante espina: y lo que más satisfacción les daba, pro- siguieron en paz y grande amor con los Reyes de Castilla, así el año de 1497 como en otros muchos que se siguieron. Aunque tuvieron bien que hacer justicia, castigando á los focinerososos, que eran mu- chos; porque , mal avezados con la licencia de los tiempos pasados, ub'^^l cometían muchos insultos. Pero causa admiración lo que se refiere c- 18. por tradición de aquel tiempo; y lo tuviéramos por increíble si de las cosas posibles, por m¿ás imposibles que parezcan, algunas de ellas no sucedieran de cuándo en cuándo. Dícese_, pues, quelos reyes D.Juan y Doña Catalina en vez de hacer la justicia debida fueron la causa principal para que no se hiciese. Porque contra lo que á su autoridad y ministerio Real y al descargo de su oficio convenía, vinieron á ha- cerse parciales, mostrándose ahora, contra lo que primero habían practicado, el Rey fautor de los beaumonteses y la Reina de los agra- monteses: con que creció el atrevimiento de unos y otros y fueron mayores y más frecuentes las insolencias. Año 15 En una cosa muy justa convinieron ambos, que fué la expul- "^*^ sión de los judíos. Conociendo los Reyes los gravísimos daños que de su pestilencial secta se podían seguir á los cristianos, trataron de Agrá- expelerlos del Reino. Y lo pusieron en ejecución de este año de 1498 "^n"? y el siguiente, mandando que sin dilación saliesen fuera de él todos ^ÍnI- ^°^ ^^^ .*^ hiciesen cristianos. No fueron muchos los que salieron; vana, porque casi todos se convirtieron á nuestra Santa Fé: y parece que muy de veras, según la constancia con que después en ella se mantu- vieron. Fueron muy raros, y aún se puede decir que ninguno de

REYES DON JUAN III Y DOÑA CATALINA. 137

ellos los que prevaricaron. Y se ha observado que los que después han sido castigados por el Santo Oficio de la Inquisición de Nava- rra fueron advenedizos de otras partes. El odio que los navarros siempre les tuvieron fué excesivo, como muchos pueblos lo mostra- ron, tomándose sus vecinos la licencia de pasarlos á cuchillo sin más autoridad ni razón que la de su malevolencia. Por lo cual los Reyes castigaron á los agresores con tallas perpetuas, que hoy en día pa- gan con vanidad algunas villas. Aún después de convertidos duró el odio y desprecio de ellos en tanto grado, que no los querían admitir consigo ni á cofradías, ni á procesiones, ni á otros ejercicios espiri- tuales. Por lo cual los nuevamente convertidos se querellaron jurídi- camente, alegando ser agravio manifiesto el que en estose les hacía. Y lo probaban con textos de la Sagrada Escritura y del Evangelio acerca de la acepción de personas y comunión de los fieles en lo to- cante á los bienes espirituales, aunque sin aspirar á los políticos y honoríficos de la república. Traían también sus razones; y la prin- cipal en que ponían más fuerza para que se les tuviese particular aten- ción era, como dejamos advertido, que ninguno hasta entonces de todos los judíos originarios de Navarra después de una vez conver- tido había sido tornadizo.

ANOTACIONES.

1(5 I a relacióu del archivo de Sangü -sa, que dejimos citada, es como 1 ^^»se sigiK;. )>P.n el Uciiipo de los muy Excelentes PríiicipesA »D. .luán, é IJoña ('aíaluia, por 1 1 r,ricia de Dios Reyes de Nivara. Coudes de »Fo\, Siñores de IJe.iruo. eu el año l49o, á siete días del mes de Marzo, sieii- »do Merino de la Villa, Meriiidad, é Alcayde del CisliUo déla dicha Villa Ke- »inoii de Meml)ielle, .'^'eñor deliastánes por sus Alfoz is, fu ' outi-e^ada la In- »riiila Doña Magdalena su Hiji en poder de I). Fernando, é Doña Isabel heves »de <J;is!illa, y Aragón: y el (líislillo de Sangíiesa con otras muchas Fortalezas »del dicho íieyno á ü. .luán de Ribera >^eño\' de Montemayor en el nombre de

»(■""■■ ■" ' " ' ' "" '■ ' '" ' " ':■'■•■• " "- 'V.,.:n-

»Ua, (pie a la sazón es!aJ>an en liuerra ahierla con el ney üe rrancia: e lue- »i-on durante los sobredichos cinco años Alcaydes de el dicho Castillo de San- »gücsa^ puestos pur dicho D. Juan de Ribera, ó por U. Juan de Silva su Fijo^ »el primero Rodrigo de Guzman, el segundo, Juan .Sarmiento Vecino de la »Cindad di? Victoria^ el lercei'O Rodrigo de Unjas, el cuarto Rodrigo de Albeiír, »el cinipicno Uodrigo de Suidoval. Fu el cual tiempo de los sobredichos cin- »co años pasó la Villa de Sangüesa muchas fatigas, e lral)ajos, etc. E pasados «los sobredichos cinco años_, el Rey ü. Juan de Navarra fue h los dichos Reyes »de Castilla á la Ciudad de bevilla, (|ue a la sazón se hallaron ende, é nego- "ciandü con ellos sus negocios por lo que iba, tornó en el dicho su Reyno de «Navari'a, y entre otras restituciones,, y costas, (jue se hicieon e i este su Rey-

138 LIBRO XXXV D2 LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

»no poi' causa de la ida de su Alteza, fue reslituido el dicho Gaslillu d3 Sai^üe- »sa por niaudaiiiiento de los diclio.s' Reyes de Castilla poi' D. Juan de Hibera »á los dichos Keyes de Navan-a eu poder del dicho Uemou Meuibrelle Meriuo, »é Alcayde de dicho Castillo en el día de la Triiiitat á 14. Jias ilel mes de Ju- »riio^ año loUO, en el cual diciio año de 31)0, era Alcalde de la dicha Villa de «Sangüesa D. Martin de Añués, é Jurados Pedro Oi1iz, Martin de Olleta, Juan »de Sarasa, ÍMiguel Fernandez de Sada Notario, Podro de Domeño, Juan Xi- «menoz, I.ope de Eslaha menor de dias, lancho de Aragoytij Blasco de »Ayanz, Martin de Galipienzo menor, y Mai'lin de Calipionzo mayor, de dias^ »é Notario Uchoa de Beruete.

El P. Moi'el (lió de su mano el testimonio que se sigue; y lo ten.Miios todo entre sus papeles.

Cerli/lco; que csla memoria de verbo ad verbum so halla cu el Archiro de la Ciu- dad de Saiif/aesa, fol. ^0. en lapag. ¿. y le hice sacaí' lielmeide, y te conjer't á 22 de Agosto de IÜ06.

JoSEPn DE MoilET.

CAPITULO V.

I. Jornada del Rey ds Francia á Ñapóles y sucesos en sd conquista. III. Vuelta' del

Key á Francia, sucesos de su vida hasta su muerte, y sucesión de Luís XII en el reino de

Francia. III. Memorias del Papa Alejandro VI y^ su casa.

§■ I.

abeindo quedado de esta suerte en bastante quietud ^98 I I I las cosas de este reino, razón es que digamos lo que

.en este tiempo sucedió al rey Carlos VIH de Francia Guk-o. en su jornada de Nápbles, que dejamos comenzada. De ella escriben itaíia. largamente los historiadores italianos 3^ franceses, unos y otros se- j^s"^' de gún su efecto nacional. De todos ellos tomaremos compsndiosam3n- Franc. te lo más cicrto, sin omitir lo principal por lo que conduce á los sus Histor. cesos de Navarra. Esta jornada, que fué celebérrima, dei rey Carlos var. lib. ^ la ida, más fué un paseo triunfante que no marcha militar. Conti- 11 y nuando su camino desde Ast, donde le dejamos, fué recibido "etc"'' con magnificencia en todas las grandes ciudades de Italia. Lle- gó á Roma, donde hizo su entrada como emperador é hijo primo- génito, que se nombraba, de la Iglesia el último día de Diciembre del año 1494. Todo ejército iba ordenado en batalla: y la artillería cargada y asestada contra la ciudad, quedó en torno del Palacio de San Marcos, donde el Rey se alojó. El papa Alejandro VI, que en- tonces gobernaba la Iglesia y era fautor y parcial de los Reyes de Ñapóles, quedó aturdido de tan súbita entrada y se encerró en el castillo de Sant Ángel para hacerse fuerte en él, Mas, cayendo desu-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 139

yo, y como por milagro en tierra un lienzo de muralla de dicho cas- tillo, trató de hacerse amigo del rey Carlos, y lo consiguió por me- dio de algunos señores del séquito de S. M. de los cuales fué el principal y el que más le valió el Infante de Navarra, D. Juan, Se- ñor de Narbona.

2 Pacificados así estos dos Príncipes, y después d¿ haber dado el Rey como príncipe católico su obediencia filial al Papa, se ejecu- tó el día 20 de Enero el acto más célebre que jamás se vio. Y fué con la circustancia de celebrarse en el teatro mayor de la cristiandad, en la grande iglesia de San Pedro de Roma. Allí fué el rey Carlos coronado y proclamado emperador del Oriente y de Constantinopla por el papa Alejandro asististido de veinte y cinco cardenales, trein- ta arzobispo y un número más crecido de prelados. Detúvose el Rey en Roma veinte y ocho días y en ellos ejercitó la potestad de señor soberano de aquella ciudad hasta hacer levantar cadalsos y horcas en las plazas públicas, en que fueron degollados y ahorca- dos muchos malhechores: y otros fueron ajusticiados con otro géne- ro de suplicios, según la calidad de sus delitos. Pero también mezcló (y con exceso) la benignidad con el rigor haciendo muchas y gran- des mercedes á los romanos, cuyo odio al Papa más, que no su poder, le facilitó la entrada y el triunfo que tuvo en aquella ciudad. Esta conducta bien pudo importar al Rey para pasar adelante y con- quistar sin dificultad el reino de Ñapóles; pero le dañó mucho- para dar la vuelta á Francia, como presto se verá.

3 A 17 de Noviembre entró el Pv.ey en Florencia armado de todas armas y sus tropas en batalla. Los florentinos, unos de grado y otros de fuerza, trataron con él una confederación, que se publicó por to- das las ciudades de Italia, siendo su contenido que el Rey solo había venido para echar de ella los tiranos y llevar desde allí sus armas contra el turco, enemigo capital de la cristiandad; y á la verdad, este era su intento. El mismo día que él entró murió en Florencia aquel prodigio en todo género de ciencias, el príncipe Pico de la Mirándu- la, á quien dignamente dieron el renombre de fénix de los ingenios: y á la honra misma que salió, la ciudad de Pisa sacudió el yugo de ios florentinos. El pueblo derribó las armas de Florencia y erigió en su lugar la estatua del Rey. Pero poco después la quitó. Porque el Papa, irritado en extremo contra los franceses por la burla pasada, hizo secretamente contra su rey una liga de los venecianos, de los florentinos y písanos, del Duque de Milán y otros potentados de Ita- lia, entrando también en ella el emperador iM.aximiliano y el Rey de Castilla y Aragón, D. Fernando; aunque estps no pudieron por la mucha distancia enviar ahora sus tropas. Ella cuajó fácilmente por el espanto y temor en que toda la Italia había entrado de ser subyuga- da de los franceses: y hubo bastante tiempo para disponerse el que o-astó el rey Carlos en hacerse dueño de Ñapóles, con ser bien corto. Allí entre su mayor prosperidad le sucedió un azar que le desbarató una de¿las ideas más gloriosas y más dignas de príncipe cristiano que jamás había concebido.

140 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. IV,

4 En la paz y concordia que poco antes había hecho en Roma con el Papa, una de las condiciones fué: que éste le había de entregar la persona de Zizimo, hermano del gran turco Bayazeto II. Este desgraciado Príncipe, que era el mayor, había sido despojado del Imperio Otomano por Ba3^azeto: y después de dos batallas, en que fué vencido, se había puesto en salvo en Rodas. Mas el (irán Maes- tre de S.Juan le había enviado á Francia al rey Luís XI, taniendo que Bayazeto no le hiciese guerra. Y quizás los franceses por la misma causa de no irritará este tirano, que entonces estaba muy pujante en el mundo, lo habían remitido á Roma, donde estaba en poder del pa- pa Alejandro Vi, á quién pagaba Bayazeto cuarenta mil ducados al año porque no le pusiese en libertad. Temía prudentemente este ti- rano que los cristianos, llevando consigo á Zizimo, le hiciesen gue- rra la más cruel y adversa para el por el amor grande que general mente le tenían los turcos, que sin duda se habían de sublevar á su fa- vor si le volvían á ver presente. El Rey, pues, llevó á Ñapóles consi- go á Zizimo y le trataba con grande honor y regalo por el fin que te- nía de hacer la guerra á Bayazeto con buen suceso, llevando consigo á Zizimo para verificar los títulos que en su coronación de Roma el Papa le había dado de Emperador del Oriente y de Constantinopla. Pero todo se desvaneció con la muerte de Zizimo, que presto sucedió en Ñapóles de veneno que se le dio. Y escriben comúnmente haber sido por orden del Papa y de los venecianos; y que noticiaron tam- bién á Bayazeto por medio de un genovés de los designios del Rey de Francia.

5 Finalmente; habiendo partido de Ñapóles, Martes 20 de Mayo, el rey Carlos, volvió por Aversa á Roma, de donde el Papa había salido y asegurado su persona en el Estado de Venecia. Aunque ha- bía recibido de los venecianos y del Duque de Milán un refuerzo de dos mil caballos y quinientos infantes, que bastantemente le asegu- raban su estancia en Roma: y aunque el Rey mismo le había avisado cortésmente de su ida^y del deseo que tenía de tratar negocios de

¿P'^^j^' importancia con Su Santidad, 110 teniendo otra intención (dice Comi- mines, ncs) qiie de hacerle todo honor y servicio. Üesde Roma después de mucho trabajo vino el Rey á alojarse en Fornova, lugar sito al pié de los montes Alpes. La causa de ser tan trabajoso este último trozo de su jornada fué la liga que en muy breve tiempo se había amasado contra él: y sus partidas le iban picando en las marchas. Porque para cuando él llegó á este lugar estaba muy cerca de allí acam- pado el ejército de los coligados con ánimo de darle batalla. El Mar- qués de Mantua era capitán general de los venecianos. El Conde de ( iayazze era lugarteniente general del Duque de Milán, cuyo partido había tomado poco antes dejando el de Francia. Su ejército constaba de más de cuarenta mil hombres, todos en buen equipaje: el de Fran- cia no pasaba de diez mil, habiendo quedado muy disminuido por la mucha gente que había sido forzoso dejar en Ñapóles para guarni- ción de aquella ciudad y sus castillos y la de otras muchas plazas de aquel reino, y por otros malos accidentes, que son la carcoma que más que otra cesa gasta los ejércitos.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. I4Í

6 Determinado, pues, el Rey á pasar adelante y llegar á Ast, el día Lunes 6 de Julio de 1495 ordenó su pequeño ejército en batalla: siendo forzoso caminar á vista del enemigo por un valle que apenas tenía un cuarto de legua de ancho. Por él corre el Tarro, pequeño río por todas partes vadeable, á cuya diestra estaba esperando el ejército enemigo en una cuesta muy cercana para dar de golpe sobre el de Francia cuando llegase emparejar. El Mariscal de Gié, Trivulcio, conducía la vanguardia, en la cual el Rey tenía puesta toda su es- peranza por ser la más fuerte y numerosa. Después de la vanguardia iba la artillería á cargo de Juan de la Granche, General de ella. El Rey marchaba en el cuerpo de batalla con los príncipes y sus pensio- narios. La retaguardia era conducida por el Infante de Navarra, Don Juan, y por el Señor de la Trimulla. El bagaje de todo el ejército, en que había más de seis mil caballos y otras bestias de carga, con los criados de los señores y capitanes fué puesto por mayor seguridad á la mano izquierda del ejército del Rey, estando el de los enemigos á la derecha. Mas los conductores, no habiendo guardado este orden, se mudaron por su capricho y se pusieron detrás de la retaguardia: con que ellos mismos fueron causa de su perdición y de la salud de todo el ejército. Así dispone Dios las cosas por caminos que parecen torcidos. Porque al emparejar el Rey en su marcha con el ejército de los enemigos, después del disparo de la artillería de una y otra parte, ellos salieron de su puesto, y pasando casi á pié enjuto el Tarro, el Marqués de Mantua acometió, no á la vanguardia, como era lo más creíble, sino al bagaje que iba después de la retaguardia algo sepa- rado de ella, pareciéndole que, cogido éste, lo tenía todo hecho por dejar sin víveres ningunos al Rey y quedarles las manos levantadas contra él: y no lo pensaba mal. Pero sucedió que, habiéndose apode- rado fácilmente del bagaje, la codicia de los soldados, especialmente los stradiotes, que eran caballos ligeros de Grecia traídos por los ve- necianos, se entregó á pillarle.

7 Este desmán dio bastante tiempo al Rey para juntar su cuerpo de batalla con la retaguardia y volver la cara al enemigo en muy buen orden. Peleóse de ambas partes con gran coraje. El Rey se señalo más que todos, haciendo maravillas de su persona y exponiéndose intrépidamente á los mayores peligros para animar á los suyos, que tomaron bien su ejemplo. La victoria fué suya de justicia: y no sola- mente en la retaguardia, donde él peleó, sino también en la vanguar- dia, que al mismo tiempo fué atacada por el Conde de Gayazze, ge- neral del Duque de Milán y otros capitanes famosos. Pero como la vanguardia francesa, gobernada por el Mariscal de Gié, se compo- nía de las más fuertes y más numerosas tropas de su pequeño ejérci- to, recibió tan intrépidamente á los enemigos, que, habiendo caído en tierra los primeros, todo el resto se puso luego en fuga vergonzosa. Al valor acompañó la prudencia en el ejército del Rey, habiéndose dado orden al entrar en el combate de que no se siguiesen los fugiti- vos sino á poca distancia y los soldados no se divirtiesen al pillaje. Lo cual importó mucho por haber quedado enteros en su campo al-

14^ L13B0 XXXV DE LOS ANALES DE NADARRA, CAP. V.

gunos cuerpos del ejército enemigo, que podían con ventaja renovar la batalla, siendo aún en mayor número que los franceses. Estos eje- cutaron tan exactamente esta orden, que gritaban los unos á los otros durante la pelea: Acordaos de Gnij^nenuLe: para traer á la me- moria la pérdida que tuvieron en la jornada de Guiguenate en Picar- día en el r einado antecedente, por haberse echado con demasiada codicia sobre el bagaje de los enemigos, lo que fue causa de que aho- ra no hiciesen lo mismo ni aún tocasen á los despojos de los que fue- ron muertos en el campo de batalla hasta que todos los enemigos des- aparecieron huyendo unos y retirándose otros á su campo á la otra parte del Tarro. Para señal de la victoria que Dios le había dado contra toda humana esperanza, se quedó el Rey en el campo de ba- talla, donde durmió aquella noche 3' se detuvo allí hasta el día si- guiente por la tarde, que pasó á pesar de los enemigos á Ast, Y sa- biendo que los milaneses tenían sitiado y muy apretado al Duque de Orleans en Novara, fué á socorrerle: lo cual consiguió obligándolos á levantar el sitio. En esta última fiícción se señaló mucho, haciendo cosas memorables el Infante de Navarra, D. Juan, por sacar ásu cuña- do el de Orleans del extremo peligro en que se hallaba, aunque no lo merecía. Porque se empeñó locamente en esta empresa por ser Novara de su patrimonio, deteniendo para ello diez mil hombres que de Francia le venían al Rey cuando más los había menester para vol- ver de Ñapóles. Siguiéronse los tratados de paz que los mismos ene- migos ofrecieron al Rey estando en Verceli, de donde sin las moles- tias pasadas y con mucha gloria pudo dar la vuelta á Francia.

§. II.

rribó finalmente el Rey á la ciudad de León á 7 de No- viembre de 1497. Allí se detuvo todo el invierno en .compañía de la reina Ana, su esposa; pero tan olvida- do de los gravísimos negocios que dejaba pendientes en Italia, que el olvido pasó á ser demencia. Todo era darse á pasatiempos y fies- tas de justas y torneos y también á galanteos de damas, que son las más perniciosas aguas del leteo. Por gozar de sus placeres dejo en- teramente el Gobierno al Cardenal de S. Malo, á quien algunos his- toriadores notan de hombre de poca cabeza, presumido y avaro. En este lastimoso estado vino á p'arar el rey Carlos VIII, que tan des- vanecido estaba con sus victorias; sin considerar que la mayor de las victorias es el deleite vencido, según el verso que se esculpió por epitafio en el sepulcro del Gran Scipión Africano. * Esto fue causa de que las cosas de Ñapóles, que habían quedado en muy mal estado y necesidad de un pronto remedio, se encaminasen al último preci- picio. Cada día llegaban á la Corte nuevas tristísimas y súplicas tan

Máxima cuuctárum victoria vicia voluntas.

REYES D. JUAN III Y DONA CATALINA. 143

eficaces como doloridas de los franceses que allá habían quedado, 3' se hallaban en extrema aflicción y peligro que, siendo bastantes para enternecer las peñas, no lo fueron para despertar al Rey de su letar- go. En lo que más se conoció su insensibilidad fué en que á este mis- mo tiempo tuvo la nueva de la muerte del Delfín, su hijo único, niño de tres años: pero de muchas esperanzas por las muestras que en tan tierna edad daba de ser uno de los mayores re3'es que jamás hu- biese tenido la Francia: y él hizo muy poco caso y ningún duelo de esta desventura común á su Casa Real y á toda la Francia. De lo que ahora estaba sucediendo en Ñapóles él se tenía toda la culpa.

9 Como es costumbre de los mortales estimar en poco lo que no les cuesta mucho y apreciar las cosas por el trabajo y riesgo que se tiene en adquirirlas, así, el re}' Carlos puso poco cuidado en la con- servación de sus conquistas por causa de la facilidad de sus victo- rias. Llegó á tanto su imprudencia, que todos los puestos de honor y de provecho los dio á franceses, muchos de los cuales eran hom- bres de baja esfera y de ningún mérito personal: y lo que peor era, todo ello con grave ofensa y grande agravio de los señores napolita- nos, á quienes, después de haberle servido bien, quitó no solo los cargos, sino también los Estados propios para darlos á sus franceses. Él expuso al pueblo á la avaricia de ellos. Dio los almacenes de los víveres y las municiones de las fortalezas á los primeros que con in- finita desvergüenza llegaban á pedírselos para venderlos y hacer ga- nancia de ellos cuando aún delDÍera abastecer otras muchas plazas del Reino, que estaban desprovistas: y todo esto por la vanidad de parecer liberal y magnífico. Y ¿con quién sino con las sanguijuelas públicas, que estuvieran mejor en sus charcos?. Dejó el gobierno de su nuevo reino á un príncipe de la sangre, que fué Gilberto de Bor- bón, Duque de Mompensier, hombre á la verdad generoso y magná- nimo, pero poco entendido y menos advertido (como testifica Felipe de Comines:) siendo así que la buena cabeza es el primer requisito comi- en un Gobernador de Reino, y más si es recientemente conquistado. ^^^' Puso gobernadores particulares en las provincias y en las plazas; mas como en su elección había preferido el favor á la virtud y al mérito, así, fué muy mal servido en la ocasión, rindiéndolas algunos de ellos á los enemigos por cobardía y otros por traición y manifiestas perfi- dias. Verdad es que deben ser exceptuados de esta infamia algunos pocos, * que, siendo elevados por su mérito, cumplieron grandemen- te con sus obligaciones. Entre ellos debe ser nombrado en primer lu- gar Everardo Stuard, Señor de Aubiñi, escocés de origen, á quien hizo condestable de Ñapóles y gobernador de Calabria: y después de él Julián, Señor lorenés, que fué proveído del ducado de Sant An- gelo: Jorge de Sulli, Gobernador de Taranto y Gracián de Guerra caballero o^ascón, Gobernador del Albruzzo.

* Panci quos fequus amavit Júpiter aut ardens erexit ad setfaera vii'tus.

l44 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

10 Todo esto fué disposición para lo que muy presto vino á su- ceder. Apenas el rey Carlos había salido del reino de Ñapóles, cuan- do el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de ' órdoba, llegó á Regio con su armada, en que se contaban ochociencos caballos, cinco mil infantes y buena cantidad de artillería, toda gente de excelente cali- dad, acostumijrada á vencer en las guerras contra los moros de (jra- nada, en las cuales y en la conquista de aquel reino tanto se habían señalado. Este socorro le envió el rey L). Kernímdo de Castilla á su sobrino D. Fernando el de Ñapóles. Y no pudo llegar á mejor tiempo; porque éste se hallaba en grande aprieto á causa de haber sido poco antes vencido y derrotado por el ¡Señor de Aubiñi en la batalla de

Duip. Seminara, donde fué pasada á cuchillo toda su infantería, su caballe- ría puesta en derrota y él se vio en gran riesgo de ser preso. Ahora, pues, cobró aliento, y juntándose con el Gran Capitán, recuperó mu- chas plazas. Y marchando á Ñapóles, halló los vecinos de aquel gran pueblo tan adversos álos franceses y tan irritados por sus insolencias y violencias insoportables, que luego le recibieron y reconocieron como rey legítimo: y tomando las armas á su favor, no tardaron en echar á los enemigos de los castillos de la ciudad y de todo aquel reino, que vinieron á perder los franceses con la misma brevedad que lo conquistado, con haber sido tan grande. Lo. cual sucedió, no solo por haber dejado su rey en tan lastimoso estado á los suyos, si- no mucho más por no haber querido socorrerlos ahora en el mayor aprieto por más instancias que le hicieron el virey Duque de Mom- pensier y los otros gobernadores leales: siendo cierto que con un mediano socorro que les hubiera enviado en esta su mayor urgen- cia los sacaba de todo peligro. Pero estaba, como dijimos, dementado con las delicias mientras que se detuvo en León, y de la misma suer- te prosiguió en Amboesa, á donde de allí partió. Porque con el mis- mo olvido de lo más principal se dio á hacer grandes fábricas para aumento y adorno de su Palacio, á quien tenía grande cariño por haberse^ criado en él desde su tierna edad.

1 1 Últimamente: por una muy singular misericordia de Dios abrió los ojos y volvió á ser otro hombre, ó el mismo que había sido antes de pasar á Italia. Tomó la resolución de repasar allá con muy pode- roso ejército después de tomadas mejor sus medidas, detestando los errores pasados, nacidos de su mala conducta, y ésta en lo más por culpa de sus malos consejeros. La ocasión era favorable; porque le llamaban muchos príncipes de Italia, desavenidos entre sí, de los que antes se unieron contra él por estar muy desengañados de los venecianos, viendo que solos ellos, según suelen, habían salido con ganancia délas divisiones de Italia. Hasta el mismo papa Alejandro le hizo sobre esto su embajada. Y refiere el Señor de Argenten que él mismo introdujo al embajador pontificio á la audiencia del Rey ocho días antes que éste muriese. Pero en lo que más resplandeció el auxilio divino fué en la mudanza de vida del Rey. Quien mostró bie.q estar verdaderamente arrepentido de sus excesos pasados, ha- ciendo yá una vida devota y estando firmemente resuelto á reformar

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. Í45

todos los desórdenes de su reino y aliviar de cargas á su pueblo; so- bre todo, se empleaba en hacer muchas y muy extraordinarias li- mosnas.

12 En esta disposición se hallaba cuando á 7 de Abril de este año de 1498, víspera de Pascua, después de comer quiso divertirse un poco viendo jugar á la pelota en el foso alcázar, y al pasar por una galería poco limpia, por ser paso común, entrando el primero, topó con la frente en el dintel de la puerta. El golpe no fué grande ni le impidió proseguir hablando con los que le acompañaban ni el ver por un rato jugará la pelota. Notan los historiadores que dos veces se había confesado aquella semana; la una por la loable cos- tumbre que tenía, la otra por prepararse para tocar el día siguiente á los enfermos de lamparones, y añaden, que en este puesto, volvién- dose á los circustantes, hizo públicamente una admirable protesta, la más digna de un cristiano que aspira á la perfección, diciendo: que él esperaba de allí adelantereglar siivida tan ajustadamente al nivel de los Mandamientos de Dios, que, mediante su gracia, no ofendiese jamás á su Divina Majestad por pecado mortal ni tampoco por ve- nial advertido: y que al mismo tiempo que acabó de pronunciar estas palabras cayó desmayado en tierra. Pusiéronle en el mismo lugar recos- tado sobre un montón de paja que por ventura se halló allí cerca; y así se estuvo el buen Rey hasta las once de la noche. Causa admira- ción que no le pasasen prontamente áotro lugar más decente de Pala- cio ó que no le trajesen un colchón á donde estaba. Pero los historia- dores, que se admiran de esto, lo atribuyen ai temor de que su mal no empeorase si le movían por poco que fuese; y también al pasmo en que se hallaban los circustantes, que eran muchos y los mayores señores de la Corte, y no menos de cuatro médicos de cámara. Lo más seguro es atribuirlo á disposición divina para desprecio de la soberbia humana y desengaño de que solo merecen la verdadera es- timación los bienes eternos, á que por este medio condujo Dios al rey Carlos VÍII cuya pasión dominante, raíz de sus desórdenes, había sido la altivez y la ostentación de majestad en todas sus cosas, quizás para cubrir con esta afectación de ánimo bizarro las deformi- dades de su cuerpo, que era pequeño, feo y débil sobre manera. Es- tando, pues, en tan lastimoso estado, tres veces le volvió el habla, y todas tres pronunció estas palabras: mi Dios y la gloriosa Virgen, el Señor San Claudio y el Señor San Blas sean en mi ayuda: y á la última rindió su alma á Dios á los veinte y siete años de su edad, habiendo reinado catorce años, siete meses y ocho días.

13 Entre otros ejemplos que los autores traen de la divina gra- penv.u, cia para una buena muerte, como sin duda fué la suya, es muy dig- y «tros, no de escribirse este que cuenta Ferrón. Habiéndose entrado por asalto la pequeña villa de Toscanela por haber tenido la osadía de cerrar las puertas al Rey y á todo su ejército, al volver de Ñapóles una doncella honrada de extremada hermosura, desposada con un mo- zo del mismo lugar, tuvo la dicha de escaparse de la violencia que la quería hacer un soldado impúdico; y corriendo se arrojó á los pies Tomo vu 1Q

I4Ó LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

del Rey para poner en salvo su honor. Mas el Rey, que era mozo ardiente, al ver tanta hermosura quedó tan arrebatado de ella, que retuvo á la doncella p.ira quitarle lo que ella esperaba conser- var por su favor, y estando para ejecutar su apetito desenfre- nado, ella se le vuelve á poner de rodillas y le conjura por la purísima Virgen que con su Hijo en los brazos estaba delante en un cuadro, y le ruega que modere su pasión y la vuelva intacta á su esposo. El Rey, habiendo levantado los ojos á la imajen de la Ma- dre de Dios inmaculada, volvió al punto en sí, y refrenando su pa- sión arrebatada, entregó luego la prisionera á su desposado, á quien puso en libertad dándole quinientos escudos de oro por dote de la doncella, y dio también libertad sin rescate ninguno á todos sus pa- rientes y paniaguados que estaban prisioneros. Sirva este hecho de epitafio á su sepulcro, pues ninguna otra inscripción puede pin- tar con más propiedad la tela de su vida, mezclada de acciones malas y buenas, prevaleciendo al cabo lo mejor.

14 Por muerte del rey Carlos entró á reinar en Francia Luís, Duque de Ürleans, su cuñado y primer Príncipe de la sangre, no ha- biendo dejado el rey difunto hijo ninguno: porque de tres que tuvo de su mujer la reina Madama Ana de Bretaña, y todos varones, nin- guno le sobrevivió. El Delfín, que era el mayor, falleció de solos tres años, los otros dos apenas nacieron cuando murieroni Por lo cual la Reina viuda, viéndose en tanta desolación y no querendo te- ner á su vista tristes obj etos que fuesen continuos recuerdos de su desgracia, se retiró luego á su ducado de Bretaña. Allí la siguieron los impacientes deseos del nuevo Rey. Había tenido pensamientos de casarse con ella y padecido este fin los grandes trabajos que di- jimos, ayudando al duque Francisco, su padre, en la guerra de Bre- taña contra el rey Carlos hasta quedar prisionero suyo en la batalla de Sant Aubín y padecido dos años de estrecha cárcel, de que le libró la intercesión de su mujer Madama Juana de Francia, hermana del Rey, á la cual ahora trataba de repudiar. Y lo hubiera hecho entonces teniéndolo comunicado con el Duque, que le prefería á los demás pretendientes; mas era muy peligroso el sacar antes la cara y el con- seguirlo cosa desesperada por la oposición que el rey Carlos había de hacer teniendo por doble injuria su atrevimiento. Pero, siendo Rey, no dudó de poner en ejecución su antiguo deseo, pareciéndole que todo lo allanaría el poder. Las dificultades parecían insuperables por ser forzoso probar nulidad de un matrimonio de muchos años. No faltaban letrados, como nunca faltan en casos semejantes, que, consultándoseles favorecían con su parecer, creyendo sin duda que serían muy bien pagados: y sus consejeros de Estado se lo persua- dían, movidos del interés grande que á la Francia se seguía deque el ducado de Bretaña, recientemente separado, se volviese á unir con ella. Pero quien últimamente había de decidir el pleito era el Papa, y según el estado de las cosas, no podía dejar de ser favorable la sen- tencia.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 147

§. III.

jara su mayor comprensión y la de otros puntos tocan.

15 |— ^tes á nuestra Historia importa saber que Alejandro VI, .ll.que ahora era Pontífice, había sido Nepote del Papa Ca- lixto ÍII y por este medio se había elevado á la suprema dignidad de la Iglesia, Era natural del reino de Valencia, en España, é hijo de la ilus rísima Casa de benzol. Llamábase D. Rodrigo, y no había hecho cosa memorable en su país hasta la exaltación de su tío al pontificado; que apenas la supo, cuando mudó de apellido tomando el del Papa, su tío, que era Borja: y se partió á Roma, donde le ganó la voluntad en tanto grado, que obtuvo de él los mejores beneficios que en pocos años vacaron, y fueron muchos y muy ricos. Sobre ellos le dio Su San- tidad el capelo y se sirvió de su ministerio para los negocios más importantes de la Iglesia. Mas echóle á perder á fuerza de hacerle tanto bien. El nuevo Cardenal se había enamorado de una noble doncella romana, llamada Vanosia, y tenido de ella cuatro hijos, que fueron: Pedro Luís, César, Juan y Godofre, y una hija lamas hermo- sa hembra de su tiempo, llamada Lucrecia. A todos 'los crió en su Palacio con el mismo cuidado y grandeza que si fueran legítimos.

Apenas cumplió Pedro Luís los quince años, cuando el Car- denal pensó en hacerle gran señor: y para esto puso los ojos en el ducado de Gandía. Era este el feudo más considerable de los reinos de Aragón en el de Valencia. Siempre le habían tenido los hijos de los reyes, como últimamente el Príncipe de Viana, D. Carlos; y aho- ra se intitulaban duques de Gandía sus herederos los reyes de Na- varra, y pretendían su posesión, aunque en vano. Porque el rey Don Fernando lo tenía incorporado á la corona y estaba muy lejos de se- pararlo. Una de las condiciones de su institución era: que no pudiese ser vendido ni enajenado de la Casa Real ó de los hijos de ella y sus legítimos herederos. Pero ¿qué no podrá el dinero, y más, ofrecido á buen tiempo? Hallábase S. M. Católica en grande penuria. Ofre- cióle el cardenal Borja cantidad muy crecida, que él recibió con mucho gusto y Pedro Luís la investidura del ducado de Gandía. Mas el Cardenal, su padre, no se olvidó de hacer insertar en ella que el ducado había de recaer en él en caso que Pedro Luís muriese antes sin dejar hijos. El suceso dijo que la presencia había sido necesaria. Pedro Luís murió pocos meses después de estar en posesión del du- cado, y el papa Inocencio VIH no le sobrevivió sino pocos días.

17 Estos dos accidentes tan cercanos el uno al otro pusieron al cardenal Borja en un grande embarazo, de que no era fácil la salida, haciéndole suma falta el dinero que acababa de desembolsar por el ducado de Gandía. Él aspiraba al sumo pontificado, y era llegado el tiempo de competirle forzándole la necesidad, aún más que la ambi- ción, por el sumo peligro que corría. toda su fortuna hecha y por ha- cer si se lo llevaba el Cardenal de San Pedro Ad-Víncula, Julián de

148 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

la Rovere, que tenía la voz de futuro pontífice. Era este su mayor enemií^o y estaba firme, no solo en desbaratar todas sus ideas, sino también en casti,(>-ar sus excesos si llegaba á ser papa. Era Nepote de Sixto IV como Borja lo era de Calixto III; y por otra parte no era menos rico y poderoso. Por lo cual se daba por cierto que sería ele- vado á la Santa Sede si el cardenal Borja no echaba el resto de su po- der 3^ de sus ardides. El hizo á este fin extrañas diligencias, que sur- tieron el efecto deseado, dejando burlado y bien mortificado á su competidor. Llamó.sc Alejandro VI en su asunción, y luego que se s^íntó en la suprema silla atendió con su grande comprensión á los negocios públicos y más importantes de la Iglesia Universal; pero sin olvidarse de los particulares de su (^asa. Impórtanos decir algo de ellos por la connexión que tienen con nuestra Historia.

18 Por muerte de Pedro Luís venía á ser César Borja el mayor de los hijos. Pero por ser é.ste de más espíritu que los otros, juzgó Alejandro que le sería más útil dentro del Sacro Colegio que en la vida secular; y así, resolvió darle el capelo que le había vacado por su exaltación. xMásno había ejemplar de que ilegítimos hubiesen sido elevados á esta dignidad: y sería muy mal parecido señalar su entra- da en el pontificado por esta tan extraña irregularidad. El Papa, con ser tan osado, no se atrevió á emprenderlos; mas no faltaron juris- consultos que, corrompidos del interés que esperaban, le sugirieron bien presto el expediente que deseaba. Dijéronle que no había más que buscar en Roma una honrada familia española que confesase por hijo suyo legítimo á César Borja y como á tal hacerle cardenal. Un 2¡ur' pobre aragonés, que Zurita dice se llamaba Domingo de Ariñano, y lib. 3 su mujer hicieron de buena gana su papel en esta farsa y César Bor- ja fué introducido en el Sacro Colegio con el título de Cardenal de Santa Práxede. Todo ello fué á mucho pesar su\-o; porque tenía otros pensamientos. Y su padre, que lo sabía, le forzó por esta causa á to- mar las órdenes de subdiácono y de diácono y á aceptar el obispado de Valencia, y el de Pamplona * para aumentarle las rentas 3' tenerle más contento y firme en el estado clerical. La autoridad délos padres "rara vez surte bien cuando para darles estado emprende forzar la in- clinación de los hijos.

19 Desembarazado el Papa de tan arduo negocio, dio el ducado de (iandía á D.Juan de Borja, su hijo tercero, y le casó con DoñaMa- ría de Aragón, hija natural de 1). Alfonso, Rey de Ñapóles. De este matrimonio nació un hijo llamado tamljién D. Juan como su padre. Este casó con nieta del rey D. Fernando el Católico: y fué hijo suyo S. Francisco de Borja, cuarto duque de Gandía y tercer general de la Compañía de Jesús, quien en el siglo y en la Religión hizo rigu- rosísima penitencia, capaz de borrar los excesos de sus antepasados y un vida heroica propia de establecer la virtud en sus descendientes. Godofre, último hijo del Papa, casó con otra hija natural del mismo

Usábase entonces te ucr dos obispados vin mismo ujeto.

REYES D. JUAN Y DOÑA CATALINA. 149

Rey de Ñapóles, llamada Doña Sancha de Ara,^ón, que le trajo de dote el principado de Squilache. Doña Lucrecia de Borja casó prime- ramente con un caballero catalán sin título lustroso que se sepa. Después la dio su padre á Juan Sforcia, Príncipe de Pesaro, que no hizo vida con ella por largo tiempo. Con que tuvo ocasión de casar- la con D. Luís de Aragón, Duque de Víselo, hijo natural del Rey de Ñapóles. Este la guardó muy bien; pero para su grande daño. Su her- mano el cardenal Borja se enamoró perdidamente de ella y no ocul- tó su pasión con el recato que era menester para que no lo entendie- se el cuñado, el cual puso todas las precauciones necesarias para con- servar su honor. Mas César, que ya no hacía escrúpulo de cometer las mayores maldades, por poco que ellas sirviesen-á la satisfacción de sus antojos, sobornó alesinos que mataron al Duque de Víselo.

20 Aún pasó á más arrojo su temeridad. Porque apenas se vio li- María bre de este embarazo, deshaciéndose del cuñado cuando trató de li- ^oi^o^ brarsede otro aún más enojoso para él, matando á su propio herma- Histor. no el Duque de Gandía. Estaba muy irritado de que éste le hubiese tor de llevado la primogenitura, y (según parece) muy inclinado á vengar )fgj ^^^ en él, aunque inocente, estaque él contaíja por injuria. Pero los que do celos, aunque mal fundados, avivaron su sentimiento de suerte qucnois ci- una noche, habiendo encontrado al Duque en casa de su hermana y^^íJu'gg Doña Lucrecia, hizo que le esperasen sobre el puente de Tíbreo dos ó

tres asesinos, que le mataron y echaron al río. El Pápalo supo al das- pertar por la mañana, y no duJó del fratricidio por tener sobradas noticias del ánimo dañado de su hijo. Quiso hacer un castigo ejemplar, pero la consideración de que el Duque no dejaba más de un hijo de diez y ocho meses, que por su poca edad no estaba en estado de man- tener el esplendor déla gran Casa de Borja y que su último hijo, el Príncipe de Squilache, era de un genio mediocre, incapaz de grandes empresas por su pereza, le hizo mudar de parecer. Por lo cual, no que- dando más que César, tan malvado como era, el Papa quiso más per- donarle que renunciar con dejarle perdido á los grandes designios que tenía formados de hacer su Casa la más poderosa de Italia; y así, se contentó con corregirle en secreto.

21 Prometióle hacer que volviese á ceñir la espada. Y para tener ocasión de esto, procuró revestirle de los despojos de los Colonas y de los Ursinos, que eran las familias primeras del estado eclesiástico, y poseían grandes Estados y riquezas. Pero no le salió bien esta tra- za; porque ellos, que eran entre enemigos y había cuatro siglos que se hacían una guerra casi continua, conociendo el fin que el Papa te- nía en fomentar sus discordias, se unieron: y la unión los aseguró de sus máquinas. Fué menester pensaren otras Mas entre tanto que se ofrecía ocasión favorable no quiso estar ocioso y trató de acomodar á su hija Doña Lucrecia de Boija en cuartas nupciasdespués de haber dado ella tan mala cuenta de las tres primeras. Para esto puso los ojos en Alfonso, hijo primogénito de Hércules de Este, Duque de Ferrara, tan estimado por su propia virtud como por la de su hijo. Este se había perfeccionado en todas las ciencias y en todas lasartes,

I50 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

muy lejos de darse ala vida deliciosa como sus iguales. Jamás le vie- ron ocioso y nunca le oyeron quejarse de su trabajo. Los vasallos de su padre no menos le admiraban que le amaban. Había sido general de la caballería en dos solas ocasiones militares que se ofrecie- ron en su tiempo: y siempre con grandes créditos de valor y de pru- dencia. Aún soñaban los aplausos de sus hazañas cuando de parte del Papa le dijeron al oído como también al Duque, su padre, que S. San- tidad hacía de ellos tanta estimación, que deseaba mucho ser su pa- riente. Espantólos sobre manera esta proposición. No les iba menos que su interés y su honra en escoger mujeres de alta calidad sin la menor tacha; porque de otra suerte los meno'spreciarían sus vasallos y sus iguales les torcerían el rostro. Y para esto bastaba el ser tan sa- bidos los desahogos de la novia propue'^ta. Mas el Duque y el Prín- cipe de Ferrara no estaban libres para rehusarla. Era su Estado feudo déla Iglesia, y los papas pasados habían dado á sus ascendientes, los Marqueses de Ferrara, las investiduras tan defectuosas por la mayor parte, que era mu}^ fácil ponérselas á pleito: y si Alejandro VI em- prendía retirar el feudo de Ferrara por dárselo á César Borja, era muy cierto que no la faltaría pretexto. Los emisarios del Duque de Ferrara en la Corte de Roma le avisaban que si cuanto antes no da- ba gusto á S. Santidad, se perdería sin remedio. Así, la necesidad le obligó á olvidarse del dictamen de la prudencia: y el Príncipe de Fe- rrara se casó con Doña Lucrecia, con la cual fué más dichoso de lo que pensaba. Ella se trocó en otra mujer, quizás porque era otro el marido. H izóle padre de un grande número de bellísimos hijos de ambos sexos, y por cúmulo de admiración vino áser un perfecto mo- delo de honestidad, decoro y de todas las virtudes propias de su es- tado.

22 Solo le faltaba al papa Alejandro dar estado á César Borja, se- cularizándole, como se lo tenía ofrecido. El Rey de Ñapóles, que á este tiempo era D. Fadrique de Aragón, no tenía más que un hijo y una hija. Fn e.sta puso la mira y juntamente en el principado de Ta- ranto por dote. Hizo que el Duque de Milán le echase esta proposi- ción al rey 1 ). Fadrique. Éste, que era de grande entendimiento y mucha experiencia, cerró los oídos á ella, por más que el Duque la esforzó con razones especiosas, fundadas en la esperanza de asegurar el reino si daba contento al Papa, y el temor de perderle si le enojaba; por ser tan feudo de la Iglesia como lo era el ducado de Ferrara. Mas el Rey de Ñapóles tenía bien conocido á César Borja, y juzgaba que si él venía á ser su yerno, el Príncipe de Ñapóles no duraría mucho, pereciendo inevitablemente por la vía del asesinato. Presuponía también que en este caso su propia vida no estaría más segura que la de su hijo único. Estas reflexiones le hicieron tanta fuerza, que respondió resueltamente rehusando el matrimonio pro- puesto. Pero no hay desengaño que baste para quien vive muy enga- ñado. Estábalo Su Santidad en esta pretensión y no cejó de ella por la repulsa. Parecióle que echando por otro rumbo había de llegar infaliblemente al puerto deseado.

REYES D.JUAN III. Y DOÑA JUANA. I5I

23 La Princesa de Ñapóles estaba en la Corte de Francia, donde había nacido y se había criado: y dependía principalmente de aquel rey el que tomase estado. Al mismo tiempo el Rey había menester al Papa parala sentencia favorable en el pleito del repudio de la Rei- na, su mujer, que había comenzado después de haber nombrado el Papa jueces de la satisfacción del Rey. Éste alegaba que se había casado contra su voluntad con Juana de Francia, gibosa y contrahe- cha, y según las apariencias, incapaz de tener hijos, por obedecer al rey Luís XI, padre de ella, que era hombre terrible y convenía no enojarle. Que además de esto tenía parentesco espiritual con ella, en que no se había dispen.sado, y procedía de que dicho Rey había sido padrino suyo en el Bautismo. Por lo cual Él había vivido siempre con ella, no como marido, sino como hermano, apartando lecho. En fin; la sentencia salió á favor del Rey. Pero le faltaba la dispensación en el parentesco con la reina viuda Ana de Bretaña, para casarse con ella, lo cual era el fin principal del Rey y todo su anhelo.

24 Valiéndose, pues, Su Santidad de esta oportunidad, trató de secularizar luego á César Borja para enviarle á la Corte de Francia. Juntó Consistorio, y en él pareció César vestido de Cardenal. En es- te traje hizo á sus colegas una arenga con m£Ís fiereza que elocuen- cia. Representóles que el Papa le había hecho tomar por fuerza la púrpura y también las Ordenes Sagradas y los obispados de Valen- cia y de Pamplona. Y en todo ello convino Su Santidad. Pasó luego á pedir la permisión de volver á la vida secular. Y la obtuvo fácilmen- te; aunque con admiración de los circunstantes, que se acordaban cómo el cardenal Eustaquio de la Porta, Obispo de Aleria, había pe- dido al papa Inocencio VIH pocos años antes licencia para dejar la púrpura y meterse fraile y se la había negado.

25 Así dejó César Borja el. obispado de Pamplona y el de Valen- cia con la púrpura después de haber gozado sus rentas por .seis años bien cumplidos. Habíaselo dado Alejandro VI luego que fué exalta- do á la silla de S. Pedro el año de 1492, hallándolo vacante por muer- te de D. Alfonso Carrillo, que falleció en Roma el de 1491, como se dijo. Puso el nuevo obispo por gobernador y vicario general de este obispado á D. Martín Zapata, Protonotario Apostólico y Tesore- ro de la iglesia de Toledo. A él se si^ruió en este carofo Pedro Arra- yoz, bachiller en decretos hasta este año de 1498 en que el Cardenal Obispo trocó las ínsulas por la espada. Sucedióle el cardenal Anto- nioto, italiano de nación y obispo de otra Iglesia, á quien el Papa dio esta de Pamplona por la dejación de César Borja con nombre de Administrador perpetuo. Antonioto envió luego sus bulas y poderes á Pedro Monterde, Canónigo Tesorero de la Iglesia de Zaragoza, para que tomase la posesión y como vicario general gobernase el obispado. A este se siguieron otros dos gobernadores. García de Urroz, Rector de las iglesias de Turrillas é Iriberri, y Juan de Mon- terde, bachiller en decretos. Arcipreste de la Valdonsella, que por mandado del cardenal Antonioto celebró sínodo en la Catedral á de Abril de Í499, según refiere el obispo Sandóval, á quien seguimos

152 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

en esto. Aunque en muchas de las cosas de César Borja nos aparta- mos de él por conocer que no puso en su averiguación el estudio que era menester. (A) ^^ 26 César Borja, vuelto enteramente al siglo, partió sin dilación á Civitavequia, donde le esperaban las galeras de Francia, que le traje- ron dichosamente á Marsella. Antes de partir le dio el Papa la dis- pensación para el casamiento del Rey con la Reina viuda; pero en- cargándole mucho que la tuviese muy secreta hasta tener bien ase- gurado el suyo con la Princesa de Ñapóles: y que para más obligar al Rey á venir en esto, fingiese que no la llevaba y aún echase voz de que sería muy dificultoso el conseguirla. Llegando César Borja á la Corte de Francia, hizo admirablemente su papel. FlRey lehizogran- des honras y mercedes. Dióle el ducado de Valentinois en Francia, y éste fué el nombre que ahora tomó 3' le conservó todo el resto de su vida * Dióle más: una compañía de hombres de armas sustentados en paz y en guerra, una pensión de veinte mil libras y seguridad de los mejores feudos del ducado de Milán después de conquistarle como era su intento. Pero él no quedó satisfecho. Todo lo que no era la Prin - cesa de Ñapóles le parecía poco. Y así se lo dio á entender muy cla- ramente á Jorge de Amboesa, primer Ministro del Rey, á quien trajo con este fin un capelo y le dijo de parte del í^apa razones que el traía bien estudiadas, y le hicieron mucha fuerza al nuevo Cardenal. To- do lo puso éste en noticia del Rey, el cual se halló sumamente em- barazado. Amaba ardientemente á la Reina viuda de Francia y sus- piraba por la dispensación. Por otra parte, era grande su bondad y su punto 3^ tenía horror á violar el derecho de las gentes, sacrifican- do á su amor y al interés de su reino una ínclita princesa, á quien la Corte de Francia servía de asilo. No se hallaba forma de satisfacer al Duque de Valentinois, pero tampoco convenía irritarle. El expe- diente que se ofreció fué, remitirle á la Princesa para que ella expli- case su voluntad. La Princesa tenía bastante entendimiento y estaba informada de los terribles genios del Papa y del Duque de Valenti- nois, y muy persuadida á que la ma3^or desdicha que en este mundo le podía suceder era ser nuera del primero y mujer del segundo. Respondió, pues, resueltamente que aún vivía el Rey, su padre, y que no podía ella sin contravenir á todas las leyes divinas y huma- nas casarse sin su consentimiento.

27 El Duque de Valentinois quedó convencido de la respuesta; pero tan despechado, que se hubiera vuelto luego á Roma sin con- cluir nada délos negocios que traía si un caso inopinado no le hu- biera detenido. Fiábase mucho del Obispo de Septa, y consultaba con él sus cosas. Para una de ellas no pudo menos de revelarle el secreto de la dispensación que había traído para el casamiento del Rey, y

* Así le iiombrareiiios ele aquí adelanto, imitando á Zurita, que constantemente le este nombre desde este punto: y no el de Duque Valentín como otros, que so engañaron pensando que le venia de ser valentino ó velcnciano de nación.

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 153

aún pasó á mostrársela. El Obispo la leyó con atención y tomó casi de memoria todas sus clausulas: y no se sabe porqué motivo se rindió á la tentación de informar al Rey de lo que pasaba, añadiendo que la malicia del Duque de Valentinois era lo que únicamente le impedía el casarse luego. Ei Rey se aprovechó de este aviso y al mismo pun- to ordenó que se notificase al depositario de la dispensación en toda forma para que la entregase, como lo hizo. Y el mismo día fueron celebradas las bodas de Luís XII con Ana de Bretaña, estando ya ella en París y todas las demás cosas dispuestas. El Duque de Valen- tinois, según refiere su historiador, sospechó que el Obispo de Septa le había sido infiel y le hizo dar pocos días después el veneno, de que murió.

28 no pensó más en la Princesa de Ñapóles, ó por el poco aprecio que ella había hecho de su persona, ó porque no espera- ba conseguirla. Y así, se puso en manos de SS. MM. cristianísimas diciéndoles con mucha galantería cuando fué á darles la enhorabue- na de su casamiento que le diesen una mujer que no fuese tan me- lindrosa como la que poco antes había pretendido. No fué difícil el contentarle. De diez hermanas que tenía el Rey de Navarra, dos ó tres estaban con la Reina, qué se había encargado de criarlas como á parientes mu}' cercanas. La más hermosa de ellas era Carlota * de Labrit, á quien la Reina propuso el casamiento con el Duque de Va- lentinois: y por más que otros la dijeron por disuadírselo, ella le pre- firió al perpetuo celibato, de que estaba amenazada. Las bodas se celebraron con grandísima ostentación por haber ido el novio muy prevenido para ellas, aunque con diferente sujeto. El rey D. Juan de Navarra se alegró mucho de una y otra boda y envió sus embajado- res á París, como tan interesado en ellas, á felicitar á los Reyes y tam- bién á su hermana y cuñado.

29 Casado de esta suerte el Duque de Valentinois, entró mucho en la gracia del Rey de Francia y pudo mejor tratar con él los im- portantes negocios que faltaban de concluir. Estos consistían princi- palmente en la liga con el Papa, ordenada primero á la conquista de Milán y después á la de Ñapóles de parte del Rey; y de parte del Pa- pa, á la de los Estados que en Italia estaban enajenados de la Santa Sede: y en esta había de entender el Duque de Valentinois como ca- pitán general de la Iglesia, ayudándole con socorros de gente y dine- ro el Re}' de Francia. AI mismo punto se previno lo necesario para estas empresas y no tardaron las operaciones. El Duque metió mu- cho ruido y causó grande espanto en Italia, donde hizo cosas heroi- cas, dignas de su elevado espíritu. Dejémosle ocupado en ellas por algunos años hasta que se nos aparezca cuanto menos se piense en Navarra.

30 En este último trozo de nuestra narración nos falta de decir el fin de la persona en quien cargó todo lo trágico de ella. Fué la Reina

Apodera la nombra Garibay lib. 29. cap. 19. pero imclece yerro.

154 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. V.

repudiada Madama Juana de Francia, hermana de Carlos VIH. Ella llevó este trabajo con rara paciencia y cordura. Porque consintió sin la menor queja en la sentencia que contra ella se dio de la nulidad de su matrimonio sin querer replicar á cosa ninouna, aunque mujer de mucho punto, y que sabía estar agraviada. Dióla el Rey el duca- do de Berri y otras tierras para sus alimentos. La Princesa, dejando con la corónalas vanidades del mundo, para abrazar la humildad cristiana, se consagró enteramente á la piedad y devoción: y eligiendo el partido mejor, vacaba continuamente á la meditación para tener su conversación con Dios. Así vivió santísimamente, hasta que vino á morir á 5 de Febrero del año 1504 en opinión de santa, habiéndose confirmado Su Santidad con milagros. Y fué enterrada en Burgués, en la iglesia de la Anunciada, fundada y dotada por ella misma.

ANOTACIÓN,

„. I Tiia (le ellas es decir S.iiulóv.il (|ue lomó por arr();.;aiicia el inm- i_j hre (le César después de Sf.'Ciilariz ido y de hibersí hoclio céle- bre por- sus hazañas y señor de casi tola Italia. Lo cual es niaiiiliestaineule fals'j eii cii.uilo al noinhi'edeCésai; por(iue dtjs le el B lutismo liivo cierlaineii- te esle nombre. Y sino, (h^L-auo-i c('tino le hornos de; llamar poripie larde ó nunca llegará el licmpo de Uaniaide Ua(|ae de Valentín como él siem[)re le llama.

CAPITULO VI.

I. Embajada dk los Reyes de Navabra á los de Castilla. lE. Nacimiento del Empe- EADOB Caulos V Y viají; del Rey de Navaeba á la Corte de Castilla. III. Estado del reino DE Navarra. IV. Guerra de Italia entre españoles y franceses y otras memorias de Nava- rra V. Muerte del papa Alejandro VI y elección de PÍo III y Julio II.

§. I.

Año m ^^^^ ^-^te tiempo nuestros reyes D. Juan y Doña Catali-

1499 fr"^^^^ s^ hallaban en Bearne; adonde luego que murió el

JL rey Carlos VIH habían ido á dar providencia en no po- cas cosas que por la guerra pasada de Fox lo necesitaban y por el temor de alguna alteración con el nuevo gobierno de Francia, Allí estaban aplicados no solamente al bien de sus Estados de Francia, sino también al del reino de Navarra, y aún tuvieron ánimo de recuperar por medios amigables las tierras que realmente eran de

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 155

Navarra y estaban en poder de los Reyes de Castilla por los acciden- tes que á su tiempo se dijeron. En ellas se contenían las villas de Laguardia, Losarcos, S. Vicente y Bernedo y los castillos de Toro y Herrera y otros lugares de la Sonsierra. Fuera de esto pretendían el infantazgo de Castilla y ducado de Peñafiel y señorío de Lara y otros muchos pueblos délos reinos de Castilla y Aragón, que decían pertenecer á la corona de Navarra: y así, se titulaban señores de ellos en los despachos públicos, teniendo ciertamente este derecho por el contrato matrimonial del rey D. Juan y de la reina Doña Blan- ca, sus bisabuelos: y además de todo esto, la restitución de la dote de cuatrocientos y veinte mil ciento y doce ñorines del cuño de Aragón y seis sueldos y ocho dineros que elrey D.Juan había recibido cuando casó con ella.

2 A este fin enviaron los Reyes por mensajeros suyos á Castilla desde Pau á 5 de Mayo de este año con sus instrucciones y cartas de ^" ^^ creencia á dos Religiosos de la Orden de S. Francisco, personas sa- bias y de mucha prudencia y autoridad, que eran: Fr. Juan de Va- deto, Guardián del convento de Ortes, en Bearne, * y Fr. Juan Ro, Guardián de Tafalla, para que informasen bien de su derecho al rey D. Fernando. Ellos cumplieron exactamente con su encargo, pero aprovecharon poco: sucediendo. ahora lo mismo que otras veces, en que nuestros Reyes acudieron con la misma demanda á los de Casti- lla y estos los entretuvieron con buenas palabras y alegres esperan- zas, pero sin ningún efecto. Antes parece que esta embajada solo sirvió de despertar más á quien no dormía. Porque se refiere que el rey D. Fernando ofreció ahora al Condestable, su cuñado, grandes mercedes si le quería renunciar la acción y derecho que tenía al con- dado de Eerín y á las demás tierras suyas del reino de Navarra con promesa de recompensas tan ventajosas, que venían á importar tres veces más de lo que dejaría en Navarra. Mas el Condestable nunca quiso venir en ello por más instancias que se le hicieron; así por la afición que tenía á su patria, como por el debido y natural celo con que aborrecía el menoscabo de Navarra: y quizás por su mismo pun- donor, queriendo más ser cabeza en su patria que miembro inferior en los reinos de Castilla, donde había muchos señores que le querrían exceder en poder y en estimación. Luego que los Reyes de Navarra entendieron estas pláticas entraron en gran cuidado y volvieron al punto á Navarra. Donde ambos determinaron que el rey D. Juan fue- se personalmente á la Corte de Castilla para atajar estas negociacio- nes y revalidar la paz y amor que con aquellos Reyes mantenían.

* Garibay dice que era Guai-díau del do Cortes ó Cascante eu Navarra; pero ni entonce^ había convento de S Francisco, ni aboia le hay eu estos lugares.

156 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VL

§. II.

"ientras el Rey disponía su viaje entró el año de 1500, célebre por el jubileo centenario de Roma y por el .nacimiento del infante D. Carlos de Austria, que vino á ser Emperador de Alemania, V de este nombre y también Rey de Castilla y de Navarra. Nació en Flandes en la villa de Gante á 24. de Febrero día Martes consagrado á la festividad del Apóstol S. Matías, siendo sus ¡madres el archiduque D. Felipe, Señor de los Estados de Flandes, hijo del emperador Maximiliano y de Doña Juana, Infanta de Castilla, hija de los Reyes Católicos, á quien primero desearon casarla con nuestro rey D. Francisco Febo y lo estorbaron (como se dijo) las marañas políticas del rey Luís XI de Francia, su tío. Mas el efecto mostró que estas eran telas de araña que ¡)ios 'rompe con sol- tar una sola avispa. Porque la infanta Doña Juana vino á ser Reina de Navarra antes que el hijo que ahora la nació.

4 Con efecto: partió á Castilla el rey D. Juan y que gobernan- do sola la reina Doña Catalina asistida de Fr. Pedro de Eraso, Abad del monasterio de la Oliva. Acompañaron al Rey muchos caballeros navarros y franceses en su viije, que era largo por estar los Reyes catóhcos en Fa ciudad de Sevilla. En ella entró el Rey con grande re- cibimiento, á que después se siguieron grandes y Reales fiestas que los Reyes de Castilla y los grandes de su Corte y aquella insigne ciudad le hicieron: y por más agasajo y caricia fué hospedado en el alcázar donde posaban los mismos Reyes. Ellos advirtieron al Con- destable de Navarra que no entrase en Palacio por excusar que die- se algún enojo á su Rey y porque este retiro fuese muestra de mayor respeto. Cuéntase que un día de estos preguntó el Duque de Alba al Condestable qué le parecía de la venida de su Rey á la Corte de Cas- tilla? Y que él le respondió: que si él fitera sii Rey, iiiuica tal hu- biera hecho: pareciéndole demasiada llaneza hacerse el Rey de Na- varra embajador de mismo. Los de Castilla no solo le hicieron grandes caricias y ostentosas fiestas, sino que también le presentaron magníficos y Reales aparadores de plata, ricas tapicerías, jo3^as, ca- ballos y otros muchos dones gran precio, de que abundaban por los recientes despojos de los moros vencidos de (jranada.

5 Acariciado de esta suerte el Rey de Navarra, entraron en con- ciertos con él los de Castilla. Pusiéronle que por los pueblos que al Condestable pertenecían en Navarra le darían una muy crecida su- ma ele dinero porque quedasen para Castilla. No le sonó bien al rey D.Juan esta proposición: y olvidado de los desabrimientos pasados, envió á pedir al Condestable su sentir en este punto, á que él respon- dió: que no debía trocar almenas por plata. Mostrando bien en esta respuesta como tan gran caballero, su mucho punto y su entrañable amor á la patria, cuyos menoscabos sentía en el alma. Con esta res- puesta del condestable y otras cosas que pasaron, no tuvo efecto el

REYKS D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. I57

fin más deseado de los Rej^es de Castilla. El de Navarra revalidó con ellos sus paces y concluyó los demás negocios, siendo el principal recibir al Condestable en su gracia y servicio, perdonándole todo lo pasado. Con esto después de haberse detenido en Sevilla cerca de veinte días, salió, el Sábado 16 de Mayo por la mañana para Navarra y llegó á 9 de Junio á Olite, donde quiso descansar algunos días déla fatiga del camino, que fué mu}^ molesto por los excesivos calores de aquel año. (.4) El Condestable siguió poco después, y el Rey para A manifestarle su benevolencia y sinceridad de ánimo le envió algunos caballos y otras cosas de regalo. Así se vivió en paz por algún tiem- po, hasta que se volvieron á perturbar las cosas aún con mayor rom- pimiento que antes. Este astro de tiempo revuelto era el que más do- minaba en Navarra.

§• ^11-

unca los reyes D.Juan y Doña Catalina fueron tan re- yes como por este tiempo. Gozaban de toda quietud. Ano Eran generalmente respetados de sus vasallos y bien ^^°^ estimados de los príncipes extranjeros. Hasta el condestable D. Luís, Conde de Lerín, que solía ser la piedra de escándalo, estaba muy llano y corría sin tropiezo con el K.ey, que hacía toda confianza de él, como lo indica una memoria del archivo de Olite, en que se refie- re que el Señor Condestable^ Fray Pedro de Eraso^ Abad de la Olí- Libro z'a, el Doctor D. Juan de Jaso^ Juan de Gurpide^ y Charles de Ac^uer- Esuarcis estaban en aquella villa á la reformación del patrimonio ^°S l^^-

o _ ' I 178 Año

Real. Así se aplicaba el Rey al gobierno de su reino, siendo su prin- 1501. cipal cuidado el recobro de la Real hacienda damnificada. Por esto podía portarse con todo lustre y magnificencia en su Casa y Corte, que era frecuentada de mucha nobleza, tanto de España y Francia como de otras naciones no menos que las de los mayores monarcas. Su afición y divertimiento era diverso. Porque amaba las letras y buenos libros, de que juntó una librería bien copiosa. Buscaba curio- samente las genealogías de las casas nobles y quería saber las armas y blasones que le pertenecían; aunque á veces no usaba bien de esta ciencia. Porque elevaba á algunos de baja esfera y poco mérito, es- caseando la luz á otros que por la pobreza estaban obscurecidos. La facultad genealógica es la más expuesta á semejantes injusticias por el predominio que en ella tiene la pasión. Aún era más insoportable su inconsecuencia en el decoro de su Real persona; porque gastaba tanta llaneza, que desdecía mucho la autoridad, conversando con sus vasallos y con otros extraños familiarmente como si no fuera rey sino un caballero particular, tanto, que no reparaba en ir á los festines vulgares y su regocijo era danzar con las damas y las doncellas y á veces en las calles á la moda del país. Iba también privadamente á comer y cenar á las casas de sus vasallos de mediana esfera, con- vidándose él mismo. Esto en unos infundía amor, en otros irjenospre- Garibay

l58 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VI.

cío. y á la verdad: desagradaban mucho á los hombres cuerdos y de punto estos aires de Francia, donde sus reyes solían familiarizarse de- masiado con los vasallos. Mas lo peor era el i-lvido de su primera obligación, descargando el peso del gobierno en hombros ajenos. Y esto no solo lo acarreaba desprecio, smo también malevolencia. Por- que por este medio, contra los juramentos y promesas hechas en su coronación, muchos extranjeros eran admitidos á oficios y beneficios en este reino. Sobre esto le fueron hechas muchas representaciones y protestas en las cortes que hubo por estos tiempos, pero con poco efecto. Porque á él le parecía que podía ol^rar despóticamente, cre- yendo desde su jornada á Sevilla que tenía segura la amistad y pro- tección de los Reyes de Castilla, en lo cual se engañaba mucho.

§. IV.

Por este tiempo ardía la Italia en guerras entre españoles y franceses: y las cosas parecían estar muy inclinadas al partido de Francia. Pero la mala conducta de sus capitanes en comparación de la buena y sagaz del Gran Capitán lo trabucó todo. En poco tiempo fueron echados los españoles de la Ca- pitanata, de la Pulla y de la Calabria: y Gonzalo Fernández se vio em- Mazsr. bestido CU la Barleta sin víveres y sin pólvora. La guerra estaba aca- bada si los vecinos no le hubiesen socorrido prontamente ó si hubie- ra sido creído Monsieur de Aubiñi, Teniente-General del Duque de Nemurs. Aubiñi quería que se empleasen todas las tropas en forzar esta plaza. Mas Nemurs las separó mal á propósito en diversos cuer- pos para sitiar las otras villas: y entre tanto, el Cran Capitánpudono solo defenderse sino restablecer sabiamente las cosas. Por otra parte; el Duque de Valentinois, después de haber recuperado muchas pla- zas del patrimonio de la Iglesia, estaba tan insolente, que tenía deses- perados con bUS tiranías á todos los pequeños príncipes de Italia sin perdonar á los aliados de Francia. Por lo cual muchos de ellos se quejaron al Rey de las violentas interpresas y de las enormes perfi- dias de este hombre. Con todo eso, como él era tan .sagaz como mal- vado, supo aplacar la cólera francesa. Constriñó por sus amenazas á Vitellozzi á que entregase á los franceses las plazas de losflorentines. Y por este medio y con presentes que envió halló tanta protección en la Corte de Francia, que el Rey, creyéndole muy necesario para sus negocios, renovó con él la alianza. Y esto trajo al francés el odio de toda Italia y quizás la maldición de Dios, con la cual no es posi- ble estar bien cuando se está en la sociedad de los malos.

8 Ahora fué cuando Ladislao, Rey de Hungría y Bohemia, hizo una embajada al Rey de Francia pidiendo que le diese por mujer alguna princesa de su Real sangre. Así deseaba estrecharse más con él y corroborar las alianzas contra el turco, que por aquella parte cargaba con muchas fuerzas. El rey Luís, que á la sazón se hallaba en la ciudad de León, condescendió de buena gana á petición tan justa;

kEYES D. JUAN III. YDOÑA CATALINA. Í59

y consultándolo con la Reina y con sus consejeros, señaló á instan- cia de la misma Reina para este matrimonio á Madama Ana, hija del Conde de Cándala, descendiente de la Casa de Fox, y de su mujer Doña Catalina, Infanta de Navarra, tía de nuestra Reina. De donde resultó lo que dijimos; de haber concurrido á un mismo tiempo en la cristiandad cuatro reinas, todas ellas de la Casa Real de Navarra. *

9 Parecía que esta bendición de Dios no había de acabarse en Año nuestros reyes D. Juan y Doña Catalina, que tuvieron más hijos é ^^°^ hijas que ninguno otro de los reyes pasados, y después de eso en ellos fué donde menos se logró. Dios reparte sus bendiciones y dis- pone de ellas como quiere. Ahora se les murió en Sangüesa á 17 de Abril, día Lunes de este año, el príncipe D. Andrés Febo, siendo de edad de solo un año, seis meses y tres días, y fué sepultado en el mo- nasterio Real de S. Salvador de Leire. Fué grande el dolor de sus padres por esta pérdida; por estar ya jurado por Príncipe de Viana y heredero del Reino á falta del príncipe D. Juan, su hijo primero, que también lo estaba y murió poco antes. Pero los consoló Dios muy presto con el nacimiento del infante D. Enrique, que nació en la mis- ma villa tres días después de la muerte de su hermano el príncipe D.Andrés, como unos quieren: y como otros afirman, ocho días des- ^3^^..^^^^ pues. Fué bautizado al tercero día de su nacimiento con una bien no- table circunstancia, y fué; haberse hallado casualmente en Sangüesa de tránsito para Santiago de Galicia dos peregrinos alemanes. Lla- mábase el uno Enrique y el otro Adán. Parecían hombres santos, y los Reyes por mayor devoción los eligieron por padrinos de su hijo en el Bautismo. Ellos le dieron el nombre de Enrique. Esto lo tuvie- ron algunos por presagio de las tristes aventuras y peregrinaciones de este Príncipe; pero el pronóstico se hizo como muchas veces sue- le, después de haber ellas sucedido.

§• V.

Este mismo año se mudaron notablemente las cosas, 50I0 en Italia sino en todo el orbe cristiano con la muerte del papa Alejandro VI, que sucedió á 17 de Agosto álos setenta y dos años de su edad. Refiérenla muy diferen- tementente los autores contemporáneos. El diario de la ca.sa de Bor- ja cuenta que Alejandro murió como mueren los más que son de una complexión en extremo vigorosa: y que una fiebre ardiente le consumió dentro de pocos días con tal porfía, que los remedios que se le aplicaron la aumentaron en vez de curarla: que él mismo se condenó á la muerte desde el mismo punto que se sintió enfermo, aunque no lo había estado en su vida: que pidió los Sacramentos y

* Fueron: Doña Catalina, Reina ¿lo Navarra, Ana repetidamente de Francia: esta otra Ana de Hungría y Bohemia: y Doña Germana de Fox, que algo después casA con el rey D. Fernando de Aragón, viudo de la reina Doña Isabel.

l60 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VL

los recibió con una devoción ejemplar y que murió en espíritu de pe- nitencia.

11 Las relaciones italianas, como también 1 is más de las otras naciones de Europa, convienen en que A.cjandro Vi pretendía deshacerse del Cardenal Adrién de Corneno y de otros dos ó tres del Sacro Colegio, que se creía tenían amontonados muchos tesoros, y era á tiempo que el Duque Valentinois tenía necesidad de aumen- tar sus tropas y sabía bien que los franceses ó los españoles lo comprarían é. proporción de su poder por ser para unos y otros ne- cesario. Tanta era la fama que por su valor y buena conducta se ha- bía adquirido en la conquista de la Romana ó provincia Flaminia y de otras plazas que por la tiranía de algunos príncipes de Italia estaban enajenados del patrimonio de la Iglesia. Mas para sus nue- vos designios era menester dinero, y el tesoro del castillo de Sant Ángel estaba exausto: y faltando el crédito, era menester buscarlo por vías extrordinarias. Los papas estaban por entonces en po- sesión de heredar á los cardenales: y cuando esto no fuera el de Corneto, que era el más rico, no tenía parientes que pudiesen salir á pleitear su herencia. Por tanto, el Duque de Valentinois resolvió darle veneno á él y á sus tres compañeros; y porque ellos desconfiarían de él si los convidase á comer, persuadió á su padre que el convite fuese suyo en la viña del mismo Cardenal del Corneto, muy cercana al Vaticano.

12 Preparóse, pues, por orden del Papa un magnífico con- vite en la casa de Campo: y el Duque de Valentinois tuvo el cuidado de echar veneno á uno de los frascos de vino para que solo se diese á los Cardenales convidados. VA sumiller que estaba muy instruido y encargado de darles de aquel frasco á ellos y de otro muy diferente al papa y á su hijo, se trabucó y sirvió del emponzoñado álos dos y los cuatro cardenales del sano. El veneno hizo luego su efecto. El Papa, que no bebía el vino tan aguado, sintió al instante un cólico atroz, que degeneró en convulsión; el Duque con beberle muy agua- do, tuvo los mismos accidentes, aunque menos violentos . Fácilmen- te conocieron la causa. Recurrieron á los remedios, que fueron inúti- les para el Papa. El Duque de Valentinois, después de haber tomado toda la triaca que pudo beber, se hiso meter en el vientre de una mu- la acabada de abrir y salvó su vida; de resulta estuvo enfermo por sus diez meses. Los dolores que sintió durante este tanto largo tiem- po fueron horribles. Cayóseletodo el pelo y se levantó la cutis en

Epistoi. todas las partes de su cuerpo. Pedro Mártir de Angleria, Embajador ^''^ de la Santa Sede en la corte de los Reyes Católicos, re fiere esto muy de otra manera. Porque dice que el papa Alejandro no fué cómplice en este crimen, y que todo él fué tramado por el Duque, su hijo; por- que al llegar á la viña llamó Su Santidad al sumiller, que estaba en- cargado de dar á los Cardenales del vino empozoñado, y lo envió á otra parte á cierta diligencia: y el Duque sin atreverse á detenerle por no descubrirse, instruyó á otro en lo mismo. Y éste, que no se hizo bien capaz, lo erró como queda dicho.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. l6l

13 De cualquiera manera que ello fuese, llevaron al Papa difunto al Vaticano, y los que lo miraron se admiraron mucho de verle tan desfigurado. La nueva de su muerte causó tal espanto en Roma, que si el ejército francés hubiera estado tan cerca como su Rey lo había ordenado, él hubiera oblio-ado al Cónclave á la elección del Carde- nal de Amboesa, que era ansia toda de los franceses, ¡sobre esta elección hubo muchas negociaciones y marañas, últimamente preva- leció la política del Cardenal de San Pedro Ad-Víncula, Julián de la Rovere, natural de Saona, en el Ginovesado, el cual era enton- ces tan amigo de los franceses como después fué el cruel enemigo. Éste no quería irritarlos sacando la cara contra el de Ambosea. Pero como deseaba ardientemente para el. pontificado, dispuso que se pusiese como en depósito en el cardenal Picolomini que, según el pronóstico de los médicos, solo podía tener un mes de vida. Así se hizo. Picolomini fué electo Papa y tomó el nombre de Pió III para renovar de todas maneras la memoria de Pío II, su tío. Desde el punto de su elección no pudo disimular el nuevo Papa su aversión á fran- ceses. Envióles orden que saliesen luego del Estado eclesiástico y hu- biera pasado á mayores demostraciones si á los seis días después de ser Papa no se hubiera sentido extraordinariamente agravado de sus achaques.

14 Pero quien más aborrecido y más amenazado estaba del nue- vo Pontífice era el Duque de Valentinois. Y así él inmediatamente después de la elección dispuso que, enfermo como estaba, lo sacasen de R.oma en unas andas y llevasen á la Romana, conquistada y saca- da por él. del poder de los Ursinos, donde tenía sus tropas fidelísi- mas siempre, aún en medio de su más adversa fox"tuna. No lo pudo conseguir; porque los Ursinos le estaban esperando con fuerzas muy superiores cerca de Roma. Y de hecho se arrojaron sobre las tropas del Duque y las pusieron en desorden á la tercera carga con una horrible matanza. Llevaba también de escolta el Duque cien france- van- ses que había pedido al Cardenal de Amboesa, de los que se habían ^^''¿l^g^ quedado en Roma, no obstante la orden que habían recibido de salir, fiistor. Era pequeño número, pero su valor lo suplía todo. Casi todos eran ca- xu. balleros de mucha calidad, y era sujefejaquez de.Silli, Bailio de Caen, lugarteniente general de Monsieur de la Trimulla y pariente cercano del Cardenal, de Amboesa. Siendo, pu«s, forzoso volver á la ciudad, el Bailío hizo una admirable retirada. Puso al Duque en me- dio.de su pequeña tropa con las andas en que. lo llevaban, y aunque combatiendo siempre con los enemigos, una sola vez se vio forzado á volver del todo la cara cqntra ellos: y fué en una calle estrecha de R,9ma, donde los Ursinos hicieron el últi^io esfuerzo. Pero fueron rebatidos cpji-sumo valor por más, que la plebe de Roma. les 'a3^udaba cuanto podía. tirando á los franceses tejas y piedras délos tejados y desde las ventanas. tpdasjas, cosas capaces de hacerles daño. Libre después' de tanto peligro, el Duque de Valentinois pidió al Bailío que le condujese al castillo de Sant Ángel, donde había un gobernador puesto de su mano qu.e el nuevo Papa aún no había^ -depuesto. Así

T0.MO YU H

í62 LIBRO XXJCV LOS ANALES DE NAVAftRA, CAP. VL

lo ejecutó el Bailío, terminando noblemente su acción heroica. Los dolores horribles que padecía el Duque no le impidieron tomar una precaución que le importó mucho. Y fué, hacer jurar al Gobernador antes de ponerse en sus manos que le dejaría salir siempre que pu- diese, y que no había de obedecer al Papa en caso de mandarle lo contrario. Pocos días después murió S. Santidad, no habiendo goza- do del sumo pontificado sino solos los veinte y seis días.

15 El Cardenal de S. Pedro Ad- Vincula, que lo tenía previsto, no se descuidó en hacer al tiempo de su enfermedad las diligencias para sucederle, y ahora después de su muerte y antes del próximo Cóncla- ve las hizo muy extrañas y usó de raros artificios. El último de ellos, después de haber estado con el cardenal Ascanasio Sforcia y con el cardenal Carbajal, cabezas aquél del partido de los italianos y éste del de los españoles, fué ir al castillo de San Ángel á hablar al Du- que de Valentinois, que era su enemigo irreconciliable. Lo más mara- villoso es que el Duque estuviese para estos coloquios por ser á tiem- po que más le afligían sus males con dolores horribles y continuos en todo su cuerpo, después de un accidente tal, que casi tres días es- tuvo como muerto. Pero su espíritu era superior á todos los males y nunca le tuvo tan presente como en esta ocasión. Fué notable la ani- mosidad del Cardenal. Mas él creyó que el negocio valía bien el tra- bajo de atropellar formalidades y al peligro de padecer algún desai- re pesado. Hizo pedir al Duque una audiencia secreta. Obtúvola y le representó: que él había sido hasta entonces el objeto de su rencor; mas que se debía imputar la causa á los intereses contrarios de las casas de Borja y la Rovere: que las últimas revoluciones sucedidas en Roma habían mudado estos intereses y que se ofrecía un medio infa- lible no solamente de reconciliar estas dos Casas, sino también de unirlas por un lazo indisoluble: que el Duque no tenía más de una hi- ja, * y la Casa de Rovere estaba reducida á solo un hijo, que debía suceder también en el ducado de Urbino por la muerte de su tío ma- terno: que si el Duque le quería dar la hija para su sobrino y favore- cerle á él en la elección próxima de Pontífice, procurándole los votos de las creaturas de Alejandro VI, le prometía el restablecer las cosas en el estado que tenían al tiempo de la muerte de este Papa, ayudan- do al Duque á recobrar los Estados que había perdido y continuarle con efecto la prefectura de Roma y generalato supremo de las armas de la Iglesia, y favorecer la ejecución de sus proyectos sobre las re- públicas de Florencia, de Pisa, de Sena y de Luca. El Duque de Va- lentinois no pudo creer que el Cardenal de S. Pedro Ad- Vincula le hablase de veras: y cuando lo hubiera creído, no le proponía seguri- dad alguna de las promesas que le hacía. Pero estando bien informa- do por los amigos secretos que tenía en el Sacro Colegio que por más que hiciese era imposible impedir la elección del Cardenal de S. Pedro Ad- Vincula, por quien la facción de España y la del Carde -

^u^9la en Carlotfa Labrit hermuí^. del Bey de Navarra»

REYES D. JUAN III Y DOÑ.\ CATALINA . IÓ3

nal Ascanio Sforcia estaban declaradas, resolvió conceder lo que cortésmente se le pedía: y haciendo déla necesidad galantería, á mu- cho pesar suyo prometió los votos de sus amigos al Cardenal de S. Pedro Ad-Víncula.

16 Estas negociaciones no tuvieron fin hasta 30 de Octubre de 1503. A la mañana del día siguiente, último del mes, los Cardenales entraron en el Cónclave. Ellos procedieron á la elección al anochecer del mismo día: y el Cardenal de S. Pedro Ad-Víncula, Julián de la Rovere, fué electo papa como por adoración, teniendo todos los vo- tos sin faltarle el del Cardenal de Amboesa, su competidor, que que- dó muy burlado en esta ocasión. Y aún hacen mucha burla de él al- gunos escritores franceses por haber dado su voto á quien así le ha- bía traído engañado. Mas debieran considerar que fuera hacerse to- talmente ridículo empleando de otra manera su voto, cuando no era dable anular con él la elección, que era inevitable. Quien peor quedó fué el Duque de Valentinois; porque el nuevo Papa que en su asun- ción tomó el nombre de Julio II, muy lejos de cumplirle algo de lo ofrecido, se declaró luego contra él y le persiguió extrañadamente. Dejemos al Duque en el castillo de San Ángel hasta que después de varias tormentas senos aparezca de repente en Navarra, á donde vi- no al refugio del rey D.Juan, su cuñado.

ANOTACIÓN.

|-j fj^ii el archivo de Olite, cq el libro de los Ayuíitainieiitos de aque- \ XjJIla ciudad, ful. 17:2, año 1500, á 9 de Junio sj halla notado el tiem- po cierto en (|ue el rey D. Juan parlió á S3V¡lla y volvió de ella, por estas pa- labras. Por quanto aqiiol día (9. de Juuio) entraba en la Villa el Se/'ior Reij, que volvía de Sevilla de verse coa los B'^/es de Caslilla, á donde había partido de esta Villa Viernes á S del mes de Abril último pasado, y venia fatigado del camino^ se inunda salgan al recibimiento todos los Ballesteros con la Bandera, y los demás, que se pueda de la Villa á caballo, y que se haga presente en el aposento, y se co- rran toros: y aqud dia se le colación.

104 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VIL

CAPITULO VIL

I. GUEEKA ENTRi; PUANCESES Y ESPAÑOLES EN LA GUIENA Y EN EL EOSELLÓN, Y CAUSAS

DE ELLA. II. Sucesos de Ñapóles, muerte de la im'anta Doña Magdalena y emuajada de los KEYES de Navarra k los de Castilla. III. Muerte del Eey de Ñapóles, D. Fadrique, y de la Reina de Castilla, Doña Isabel, y sus resultas. IV. Casamiento tel rey D. Fí;rnando "con Doña Germana de Fox y paz entre D. Fernando y el Eey de Francia. V. Embajada de los Efa'es de Navarra al de Aragón.

f'^^ste mismo año se suscitaron dos guerras, además de la de Ñapóles, entre españoles y franceses, que conti- ^^nuaba con todo empeño sin haber aprovechado los buenos oficios del archiduque D. Felipe, á quien los Reyes Católicos, sus suegros, hicieron su plenipotenciario para la paz y de hecho la trató con el Rey de Francia en León; pero sin efecto por las marañas políticas que intervinieron. La trabazón que tuvieron con las cosas de Navarra, aunque pacíficas por este tiempo, nos obliga á dar algu- na noticia de ellas. Fl rey Luís XII de Francia las emprendió con el fin de dar qué hacer en su Casa á los Reyes Católicos y embarazar que enviasen socorros al Gran Capitán D. Gonzalo Fernández de Córdoba, que por su gran valor y mayor prudencia tenía muy avan- zada la conquista del reino de Ñapóles. Dispuso, pues, en primer lu- gar que Alan de Labrit, padre de nuestro Rey, entrase por la provin- cia de Guipúzcoa con bastante ejército para apoderarse de Fuente- rrabía. Ayudó mucho á que se le diese el cargo de este ejército el crédito que tenía de juntar prontamente de diez á doce mil hombres de sus Estados y de los vecinos. Mas esto no quitó que el Consejo de Francia no fué blasfemado por esta elección. Porque no podía ig- norar que el de Labrit tenía muc ha alianza con la Corte de España, habiendo sido muy favorecido de los Reyes Católicos cuando pasó á ella: y que después había sido competidor de Luís XII en la preten- sión de la heredera de Bretaña. Mas se suponía que el sentimiento de las antiguas injurias cedería á la nueva confianza que S M. Cristianísima le testificaba: y que cuando esto no fuese, se daba bastante providencia con darle por lugarteniente general al Mariscal de Cié, fidelísimo al Rey, que balanzaría en el ejército la autoridad de general. Mas los remedios en buena política son siempre peores que la enfermedad, cuando ellos no son bastantemente eficaces ni para curarla ni para reprimirla.

2 Verdad era que el de Labrit se había consolado de su malogra- da pretensión de casarse con la heredera de Bretaña cuando vio que es.ta princesa, dejando también burlado al Rej' de romanos, Maximi- liano, se había casado con el rey Carlos VIII de Francia. Pero muer- to éste sin sucesión, revivió su amor y su esperanza, como también la,

REYES D. JUAN 111 Y DOÑA CATALINA. I65

del nuevo rey Luís XII, v como cada uno se lisonjea en lo que con demasiada pasión desea, él creyó que su competidor le haríajusticia. El Duque de Bretaña había prometido por escrito al Sire de Labrit darle su hija, y Luís no lo ignoraba. Labrit le había pedido con todo aprieto que le diese satisfacción y Luís había hecho poco caso de su súplica; porque quería para á la princesa Ana, aunque estaba casado con otra, y parecía imposible conseguir la disolución de su matrimonio, que con efecto consiguió y dejó muy agraviado y senti- do al Señor de Labrit. Más creíble es esto que lo que otros cuentan: que el encono fué por celos de otra dama. Después de eso quería el Rey que le fuese fiel como en el cargo que ahora le dio. Mas era mu- cho pedir, y así lo juzgaron los políticos de aquel tiempo.

3 A estas cosas atribuyen algunos historiadores franceses la mala vari- cuenta que el Sr.de Labrit dio de su ejército. El efecto fué que loj^^'^jjfs" condujo al puesto más estéril de las fronteras de Guipúzcoa contra tor-^^e el parecer del Mariscal de Gié: y se obstinó en estarse allí casi tres ub. a. semanas con el pretexto de esperar (como él decía) un refuerzo de infantería d^ Navarra que el Rey, su hijo, le había de enviar: y no llegó ni hubo apariencia de eso por estar entonces el Rey muy unido

y en toda paz y amistad con los Ke3'es Católicos, Y del mismo Señor de Labrit, que les estaba muy obligado, se dice que tenía sus inteli- gencias con ellos. A que añaden que impidió debajo de mano que se trajesen al campo de los franceses las provisiones destinadas á su subsistencia, y los constriñó así á disiparle. Las tropas que él había levantado por su cuenta se volvieron á su país. Mas las que Gié ha- bía conducido de la Bretaña y de las otras provincias del Reino, situa- das á esta parte del río Loire, padecieron la pena de la mala, inteli- gencia de su jefe con el general. La mayor parte de los soldados y de los oficiales fueron muertos al atravesar la Guiena, y los demás fueron tan mal tratados, que no quedaron de provecho para servir en otra parte en lo restante de aquella campaña. Después de todo, el de Labrit se quedó riendo porque el Consejo de Francia, mu}^ lejos de hacerle la causa y castigarle, le halagó más de allí adelante por el temor de que introdujese en sus tierras á los españoles. Si él come- tió esta culpa por asegurar la amistad del Rey Católico para y pa- ra su hijo, bien lo vino á pagar después por mano del mismo á quien él quería paladear ahora como detrimento de su fama y de su con- ciencia.

4 No debemos omitir lo que Zurita añade á esta venida del Se- ^^^^ ñor de Labrit á Bayona. Según él dice, el Rey y Reina de Navarra este año mandaron, por c.lgunas sospechas que tuvieron, poner en buena cus- ^apl^'^o! todia las villas y fortalezas de su reino: y los franceses amenazaban

que el de Labrit pasaría á Navarra. Y también se temió entrasen por este reino otras tropas de Francia por causa del Condestable Conde de Lerín, que todavía persistía en las diferencias antiguas que tenia con nuestros Reyes. Sobre esto fué enviado á Navarra Mizer Gaspar Manente, y después de él el embajador Pedro de Hontañón y Fran- cisco Muñoz Contino, de la Casa del Rey, por cuyo medio se trató

í66 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARR A, CAP. VIL

de dar seguridad á los Reyes en las cosas de condestable. Y estando el Rey y la Reina de Navarra en Sangüesa por el mes de Julio de es- te año, enviaron á Salvador de Berrio, su Maestre de Ostal, á Barce- lona para informar al Rey Católico de cuan poca causa tenía el Con- destable de publicar los temores que decía tener de ellos. Y afirma- ban que les placía de olvidar todos los enojos pasados por su respe- to. Y que, pues su voluntad no era de entender en cosa que fuese en daño sU3'o, no era necesario que personas nombradas por el Rey Ca- tólico ni ellos se ocupasen en sanear sus descontentamientos y el te- mor del Condestable; pues semejante pláctica no era de subditos para con sus señores soberanos, que tenían muy aparejada voluntad para olvidar los enojos recibidos y desvanecer los recelos y temores que de ellos se tenían. Y así, decían que el rey D. Fernando manda- se al Condestable que les fuese buen subdito y cumpliese sus man- datos y viviese según las leyes y fueros del Reino, como lo hacían todos los demás, grandes y pequeños: y con esto le tratarían muy bien y nunca le darían motivo para estar quejoso.

5 La conclusión fué enviar el Rey Católico á Navarra al secreta- rio Coloma para que tratase de conservar á nuestros Reyes en la an- tigua amistad que hasta allí habían tenido. Todo nacía de los recelos que el Rey Católico había concebido de que se declarasen por el Rey de Francia: y sobre esto hubo notables quimeras en orden á apartar- lo de este pensamiento, siendo la principal hacerles saber que el ma- yor deseo qua el Rey de Francia tenía era de quitarles el Reino y ha-

. cer Rey de Navarra á su sobrino D. Gastón de Fox, hijo del infante al año D. Juan, Señor de Narbona, y otras cosas á este modo, que Zurita cuenta por menudo, y tiraban á meter cizaña entre los Reyes de Fran- cia y de Navarra. Esto era cuando el Señor de Lusa, principal aliado del Conde de Lerín, trataba de entrar con buen número de gente fran- cesa por Navarra la baja y por Valde-Roncal para hacer guerra en el reino de Aragón. Por esta novedad Coloma de parte del rey D. Fer- nando requirió al rey D. Juan (creyendo falsamente ser con permisión su3'a) sobre que observase enteramente lo que estaba acordado y jura- do. A esto respondieron nuestros Reyes que guardarían cabalmente lo que con el Rey, su tío, tenían asentado: y así lo cumplieron. Porque, queriendo después el Señor de Lusa entraren Aragón por Valde-Ron- cal, ellos ordenaron á los roncaleses le defendiesen la entrada, y los roncaleses ejecutaron prontamente esta orden, resistiéndole con grande valor y fidelidad. En lo demás tocante á este punto nos remitimos á Zurita en el lugar citado, donde se verá bien el lastimo- so estado en que se hallaban los Reyes de Navarra, así de parte de Francia como de Castilla. De ellos se puede bien decir que eran co- mo la oveja que, bebiendo en la corriente del río mucho más abajo que el lobo, éste se querellaba de que le enturbiase el agua para lo que después hizo con ella.

6 Dispuso también el rey Luís que otro ejército invadiese al Ro- sellón. Nombró por su general á su cuñado el infante de Navarra, D. Juan de rox, Vizconde de Narbona. El juntó las fuerzas prepara-

1503 lib. 5. c. 40

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. I67

das en Languedoc para esta conquista y puso sitio á Salses. Parecía- le que se había de llevar esta plaza en ocho días; mas no considera- ba ni el valor de los que la defendían ni el cuidado que se había puesto en fortificarla y abastecerla: y mucho menos en que las había con el rey D, Fernando el Católico, su tío, que estaba en persona den- tro de Perpiñán, distante de Salses solas tres leguas, con veinte y cinco mil hombres ejercitados en las guerras de Granada: y aún esperaba otros quince mil que la reina Doña Isabel, su mujer, le enviaba, siendo general de todas estas tropas el famoso D. Fadrique, Duque de Al- ba. El Rey había metido en Salses lo más selecto de su infantería y caballería con orden de llevar el sitio á la larga, de fatigar todo lo posible á los sitiadores y de avisarle cuando se hallasen en el último aprieto. Habíales asegurado de enviarles un pronto socorro en este caso. Y estas precauciones bastaron para arruinar el ejército francés. Salses fué atacada con todo el vigor imaginable: y los más bravos de los sitiadores perecieron en los diversos asaltos que se le dieron. Co- mo en aquel tiempo aún no se sabía bien formar circunvalaciones ni contravalaciones regulares, los sitiados recibían casi cada día refuer- zos sin que el Infante lo pudiese remediar. De donde nacía que sus gentes eran siempre repelidas con gran destrozo. El calor del estío, insoportable en el Rosellón, llenó su campo de enfermos y aumentó el número de los desertores, y redujo al Infante á levantar el sitio á los cuarenta días que lo había puesto, con tanta diminución de sus tropas, que loque restaba de ellas se disipó inmediatamente des- pués. Según parece, fué luego el Infante á buscar al rey Luís, su cu- ñado, á quien halló en Estampes; y allí vino á morir, habiéndole so- brevenido una grave enfermedad, aún más que de las fatigas del ase- dio, de la pena de suceso tan desgraciado. Dejó un hijo, que fué el fa- moso D. Gastón de Fox, y una hija, que fué Doña Germana de Fox, de quienes tenemos hecha memoria y la volveremos á hacer aún más cumplida cuando lo pida el tiempo. Ambos los llevó el rey Luís, su tío, á su corte y palacio, y les dio condigno estado, mirándolos como hijos propios.

7 De esta suerte quedaron el Languedoc y la Guiena expuestas á la discreción del rey D. Fernando. Confiesan los mismos franceses que si él hubiera sido tan grande hombre de guerra como de gabine- te, había tenido ahora una ocasión singular de penetrar luego y sin riesgo hasta el centro de la monarquía francesa y de acabar cuanto Maier," antes la guerra de Ñapóles, de donde era forzoso que su Rey llamase y o*»""» todas sus tropas para abrigar el corazón, dejando las extremidades.

Mas las cualidades de los más excelentes hombres son limitadas y sus resoluciones no siempre son favorables. No se atrevió el Rey Católi- á empeñarse en esta empresa sin el consentimiento de la reina Doña Isabel, su mujer. Despachó, pues,á esta Princesa correos para consul- tar con ella lo que había de hacer. Y con esto dio tiempo á los fran- ceses para volver en del asombro en que la duplicada desgracia del Señor de Labrit y del Infante de Navarra los había puesto.

8 El Mariscal de Rieux estaba en la Corte, dispensado de las

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funciones militares por su extrema vejez. Mas, convidándole con la ocasión de hacer antes de morir un servicio tan señalado á su patria, como era defender las dos provincias del reino, la Languedoc y la Guiena, que eran las que más á cuento les estaban á los Reyes de Castilla, aceptó la peligrosa comisión que le ofrecían. Excitó al par- tir de la Corte la mayor parte de los que en ella se hallaban á seguir- le, particularmente á los caballeros mozos, diciéndoles que fuesen á hacer su aprendizaje en la guerra debajo de la mano del capitán más viejo de la Europa, Corrió con una diligencia de hombre joven la Guiena y el Languedoc, donde trajo á sus banderas un buen nú- mero de los que había servido en los precedentes ejércitos: y dudan- do de que su gente pudiese resistir al enemigo si luego iba á buscar- le, tomó el más saludable consejo, que fué acamparse debajo del ca- ñón de la ciudad de Narbona. Allí se fortificó todo lo que la situa- ción del lugar le pudo permitir y se contentó con ejercitar á su gen- te é irla infundiendo insensiblemente el valor, enviándola por sus turnos en partidas á la pequeña guerra: en la cual tuvieron muy bue- nos sucesos, volviendo de ordinario cargados de despojos. Y esta buena fortuna fué su principal maestro.

9 El rey D. Fernando recibió á este tiempo la respuesta de la Reina, su mujer, quien después de haberlo consultado con dem.asiada madurez en su Consejo de Castilla, le daba su consentimiento para entrar en Francia. La detención fué causa de que se perdiese la co- yuntura. El tenía á la verdad cuarenta mil buenos soldados y el cam- po de los franceses atrincherados debajo del cañón Narbona no pasaba de diez y ocho mil hombres. Mas tratábase de entrar en país enemigo; y no podía ser sino en el de Languedoc. Porque el Se- ñor de Labrit, temeroso de que los españoles robasen slis tierras, ha- bía escrito al rey D. Fernando que si entraba en la Guiena, saldría él luego á campaña y haría que el Rey de Navarra, su hijo, le decla- rase la guerra. Así quiso curar la llaga que poco antes había hecho á su honor. No le restalla, pues, sino de Languedoc, pero no estaba accesible. Porque el rey Luís había ordenado que en todo él se hi- ciese el devaste, y con efecto se hacía. Y si los españoles querían sub- sistir en aquella provincia, era forzoso que trajesen los víveres de fuera. Cataluña y la Vizcaya no los podían dar para cuarenta mil hombres, y cuando pudieran, el Mariscal de Rieus podía fácilmente impedir su transporte.

10 Estas razones examinadas en el Consejo de Castilla hicieron abandonar al rey D. Fernando el mejor proyecto que jamás formó. Y S. M. Católica, que cuando no le salía bien un designio, formaba otro que le pudiese ser de mayor fruto, trató de hacer una tregua con el Rey de Francia para todos los Estados de ambas coronas, excepto los de Italia. Para esto se valió de D. Fadrique de Aragón, Rey de Ñapóles, despojado, que vivía en Francia retirado eii la provincia de Anjoú haciéndole grandes promesas. Con efecto: Ta cor s'guió D. Fá-' drique del rey Luís; aunque al cabo quedó descalabrado, como, suele suceder á los que se meten en componer pendencias ajenas. El arti-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 1 69

ficio del rey ü. Fernando consistía en que el Gran Capitán no tenía bastantes tropas en comparación de los franceses y con gran aprieto pedía socorro de gente. El Rey, su amo, tenía cuarenta mil hombres que la prudencia del Mariscal de Rieux había hecho inútiles para la guerra de Francia: y no era posible que parte de ellos pasase á Italia sino con el favor de una suspensión de armas; por ser entonces las fuerzas marítimas, de Francia muy superiores á las de España. Así se desvanecieron las dos guerras de Languedoc y ( iuiena, que por ser tan cercanas no podían dejar de ser muy perjudiciales á Na- varra.

§. II.

^ogróse con grandes ventajas el designio del rey D. Fer- 1 1 I nando el Católico. El Gran Capitán hizo cosas memora- ñ ^£h]r" Apoderóse enteramente del reino de Ñapóles

habiéndose apoderado antes de la ciudad capital. La acción decreto- ria para conquistarla fué la célebre batalla de la Cirinola, que ganó por su maravillosa conducta, quedando enteramente derrotado el ejército francés y muerto á los primeros avances su general, Duque de Nemurs, y último Conde de Armeñac. Dióse esta batalla á 28 de Abril de 1503. Luego que el rey Luís supo la muerte del Duque de Nemurs, dio este ducado á su sobrino D. Gastón de Fox, hijo del Infante de Navarra, D. Juan de Fox, y el vizcondado que él poseía de Narbona lo incorporó á la corona Real.

12 En Navarra habían corrido con toda prosperidad las cosas los Año años antecedentes, que tan turbulentos y calamitosos fueron en otras partes. Hasta en la abundancia de los frutos habían sido en este reino felices. Pero el año de 1504 fué grande la penuria que hubo

de pan. Aumentóse esta desdicha pública con la particular de la casa Real por la nueva que tuvieron los Reyes de haber fallecido la infanta Doña Magdalena, su hija, por el mes de Mayo en Medina del Campo, donde á la sazón estaba la Corte de Castilla. Allí la té- zur. nían los Reyes Católicos en su Palacio como en prendas de mayor\^'^^^'' seguridad, dice Zurita. El pretexto era de educarla como á sobrina suya muy querida. Pero la realidad, mu}^ diversa, teniéndola en rehe- nes de los pactos que dijimos haber hecho con sus padres el año de 1496 con el hn de asegurarse de que el Rey de Francia no pudiese entrar por Navarra á hacer guerra á Castilla, pactándose también que la villa de Sangüesa con muchos pueblos de su merindad estu- viese por cinco años en poder de los Reyes de Castilla, como se eje- cutó con grandes daños y menoscabo de dichav,illa.

13 Después que murió la Infanta de Navarra Doña Magdalena, no tardó en adolecer la reina Doña Isabel de la larga enfermedad de que al cabo vino á morir. Luego que nuestros Reyes tuvieron noticia de su dolencia enviaron á D. Martin de Rada, de su Consejo y Al- calde de la Corte Mayor, dándole el carácter de embajador, con car-

l7o LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VlL

tas de crencía y su instrucción. Lo primero era dar á la Reina el pé- same de su indisposición. Y habiendo cumplido el embajador con es- te encargo, pasó luego á representar á los Reyes de Castilla de parte de sus amos los de Navarra que por cuanto ellos querían pasar luego á las tierras de Fox y Bearne, donde era necesaria su presencia, les suplicaban que mirasen por su reino: y que en conformidad de lo que antes en diversas ocasiones les habían pedido, y últimamente cuan- do enviaron por su embajador al Prior de Roncesvalles, les restituye- sen las villas y lugares desmembrados del principado de Viana con todo lo demás, así en tierras como en dinero, que de parte de Casti- lla y Aragón á la corona de Navara se estaba debiendo. Pero esto era mucho pedir para quien tenía poca gana de dar. También les roga- ron que se abstuviesen de dar favor al condestable D. Luís de Beau- mont en las cosas que contra ellos volvía á intentar, y tampoco per- mitiesen que ninguno de sus subditos se pusiese de su parte; pues SS. MM. Católicas estaban nombrados por jueces arbitros de las di- ferencias que entre el Condestable y sus Reyes había, según los pro- cesos debían dar la sentencia. Últimamente: les rogaban que por cuanto aquel año se padecía en Navarra grande carestía de pan, die- sen el permiso para sacar cantidad de trigo del reino de Aragón: y juntamente que de los navios que los naturales del reino de Navarra trajesen á los puertos de Guipúzcoa, libremente pudiesen conducir y meter su carga de trigo en este reino. Estas cosas y otras, que por su prolijidad se omiten, contenía la embajada. Mostráronse benignos los Reyes de Castilla, concediendo gratamente no pocas de ellas; pe- ro en las principales tocantes á la restitución de tierras y dineros la benignidad no pasó de las palabras, dando bien á entender que pen- saban en otra cosa.

/'^uien I leí Re

§. in.

ahora quedó más burlado en sus esperanzas fué

14 |_ |el Rey de Ñapóles, D. Fadrique. Este malaventurado

I Rey, después de haber mediado en la paz de los

Reyes Católicos con el de Francia para todos sus dominios menos la Italia, por la promesa que se le hizo de restituirle su reino, esperaba siempre con ánimo sincero el cumplimiento de ella. Pero, viendo al cabo que le traían engañado, fué tan sensible su pesar y quebranto de ánimo, que adoleció de cuartanas en Bles, á donde fué desde Tours, lugar de su residencia, para avocarse con el rey Luís, quien le informó bien délos embarazos que ponía el rey D. Fernando. Vuel- to á Tours, sintió agravársele más cada día su mal. Pero en medí d de su melancolía siempre se halagaba con la esperanza de que el rey D. Fer- nando nole había de desamparar: y así le hizo una embajada con dos ca- balleros de su casa. El efecto fué su último desengaño y la disposición próxima de su muerte. Porque se le agravóen extremo la enfermedad con el sentimiento de su adversa é irremediable fortuna, y con uno

REYES DON JUAN III Y DOÑA CATALINA. I7I

de los azares que ella trae á sus perseguidos. Este fué: encenderse fuego en la casa donde moraba con tanta vehemencia y tan de repen- te, que por gran maravilla se pudieron escapar del incendio él y la Reina y sus hijos todos desnudos. Desde este punto solo pensó en morir. Escribió á su hijo mayor y heredero de sus desdichas, D. Fer- nando. Duque de Calabria, que residía en España en la Corte de los Reyes Católicos, la carta que por muy notable y de admirable ense- ñanza para testas coronadas pone Zurita en sus Anales: y falleció en zurit» la villa de Tours á 9 de Noviembre de este año. este ano

15 La Reina, su mujer, con sus cuatro hijos menores quedó en la última desolación y tuvo por mejor partido acojerse á la piedad de su pariente el Duque de Ferrara para vivir de limosna, que no á la pro- tección de los Reyes Católicos, como el hijo mayor que estaba con ellos lo procuraba. Los vasallos fieles y los cortesanos de alta calidad que seguían al rey D. Fadrique se vieron en la misma aflicción, burladas sus esperanzas. Uno de ellos fué el célebre poeta Sanazaro, noble caballero napolitano, que escribió el famoso poema De Partu Virginis y otras muchas obras, así en latín como en toscano, que dignamente se celebran. Causa gran lástima el ver en tan triste esta- do de un total exterminio la posteridad del famoso rey D. Alfonso el Magnánimo, cuyo nombre es su más cumplido elogio: siendo así que él la procuró dejar bien apoyada en la sucesión del reino de Ñapóles con muy singulares y justas providencias. Pero la de Dios, que es so- bre todas, permite no pocas veces que se destruyan estas fábricas por los mismos que más obligados estaban á mantenerlas.

16 A la muerte del rey D. Fadrique se siguió pocos días después la de la Reina Católica Doña Isabel. Comúnmente los historiadores extranjeros la atribuyen con injusticia á los justos juicios de Dios por la parte que tuvo en las desventuras y fin lastimoso del rey D. Fadri- que y de toda su Casa. Procedió su muerte de cierta enfermedad fea, prolija é incurable, como dice Mariana: y otros lo explican más, di- ciendo que fué un cáncer contraído de los muchos y largos ratos que anduvo montada á caballo en los diez años que duró el sitio de Granada. Ella fué sin duda la más heroica y valerosa princesa que tuvo el mundo, no solo en sus tiempos, sino también en los pasados: y así, en todo él es dignamente celebrada: especialmente en España, que le debe muy principalmente la vasta extensión de su monarquía por las conquistas de Granada, de Ñapóles de las Canarias y del Nue- vo Mundo. Porque, aunque es verdad que el rey D. Fernando tuvo gran parte, ella era una como alma de su marido; pues le animaba y le daba alientos superiores para las grandes empresas; y aún le puri- ficaba de algunos defectos de que fué notado. En todos los reinos de Castilla fué extremo el sentimiento de esta gran pérdida, que en los

de Aragón se tuvo por ganancia. Porque aunque las honras de sus zurita exequias se ordenaron^ dice Zurita, con el aparato y pompa que se pudieran celebrar si fuera Reina y Señora natural de ellos y les tuviera tanto amor y afición como á los suyos ^ era con una alegría y contento muy universal de los pueblos por la esperanza de que al

172 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. VIL

cabo de tan largo tiempo gozarían de la residencia de su Príncipe en su propio reino y que estimaría en más reinar en él después de tantas fatigas y trabajos. Así lo discurrían los arag'oneses. Pero eran muy diferentes los pensamientos del rey D. Fernando, como muy presto se vio.

17 La Reina antes de hacer su testamento había llamado al ar- chiduque D. Felipe y á la princesa Doña Juana, su mujer, que esta- ban en sus Fstados de Flandes. Pero el Archiduque se escusó con la guerra que traía con el Duque de Gueldrés y con la que temía de Inglaterra. Al fin le vino á hacer poco antes de morir. Y fué tal, que dividió su familia en vez de unirla más estrechamente, como ella ha- bía pretendido. Tanta verdad es que esta suerte de disposiciones aún en las personas más hábiles es casi siempre inperfecta en el tiempo en que los grandes dolores y congojas enflaquecen los órga- nos que sirven á las principales funciones del espíritu. La reina Doña Isabel era sin duda prudentísima y jamás se le notó la menor cosa en contrario hasta este punto, el más importante, de dejar bien reglada su sucesión. La princesa Doña juana erasu hija mayor; y así, la declaró por su única heredera en los reinos de Castilla y los incor- porados á ella. La honestidad pública pedía también que el marido no la estuviese sujeto, y Doña Isabel quiso que reinase en Castilla con su hija y que los actos públicos fuesen con los nombres del uno y de la otra. Mas la Archiduquesa había nacido con alguna lesión de cerebro, y un accidente impensado la había casi privado del juicio que tenía. El caso fué que, estando el Archiduque enamorado de una dama flamenca de incomparable hermosura, la Archiduquesa tuvo celos tan rabiosos, que del todo perdió la razón. Hizo meter por fuerza á esta dama en su retrete. Atáronla por su orden de pies y manos, y ella con una navaja la desfiguró el rostro y otras partes de su cuerpo. El furor de la Archiduquesa después de esta venganza se sosegó enteramente. Mas al furor se siguióla extravagancia. La Reina su madre, sabía bien esta falta de juicio, y como amaba mucho á los castellanos, por no sujetarlos al dominio de una loca ingirió en su testamento que en el caso de no sanar su hija ó aumentársele el mal, el Rey Católico D. Fernando tuviese la administración de los reinos de Castilla hasta que su nieto D. Carlos de Austria (Í3uque entonces

ubi su- de Luxemburg) tuviese la edad de veinte años cumplidos. Pero algu- ^^^' nos afirman, como Zurita dice, que antes de venir la Reina en esto recibió juramento del Rey de que no se casaría, y que así lo pro- metió.

18 Esta disposición tocó en lo más vivo de la honra al Archidu- que por verse tratado de una manera que no era soportable á Prínci- pe de su calidad. Las leyes que le habían dado á la Archiduquesa por mujer mandaban juntamente que él fuese su tutor en caso que ella se hallase incapaz da reinar. No sintiero.i menos que él los Grandes de Castilla la injuria que se le hacía, y coaviniero.i en enviarle á decir por D. Juan Manuil, su secretario, que no hi- ciese caso det testamento de la reina Dona Isabel y qu3 tratase de

REYES D, JUAN III Y DOÑA CATALINA. 173

venir cuanto antes á España. Así lo ejecutó él, 3' éste fué el origen de las grandes discordias y turbaciones que después se siguieron en Castilla. Ahora en Navarra por esta misma causa empeoraron mucho las cosas. Y lo peor fué que los enemigos domésticos, aunque hubo paz por todo el año siguiente de 1505, previnieron en este tiempo de revoluciones en Castilla las armas para la guerra que al cabo se si- guió en Navarra.

§. IV.

Mientras que se acicalan los odios y las espadas en Na- varra, bien será que digamos lo que sucedió pertene- ^-^ cíente á ella este año de 1505. Lo más principal fué ^^"^ el matrimonio impensado de Doña Germana de Fox, hija del Infan- te de Navarra, D.Juan, Vizconde de Narbona, la cual después déla muerte de su padre se había educado juntamente con su hermano D. Gastón en el Palacio de su tío el rey Luís XII de Francia. La oca- sión de esta boda fué bien rara. El rey D. Fernando luego que supo que el Archiduque, su yerno, disponía su viaje á España aparejando una gruesa armada en los puertos de Flandes, entró en gran cuidado. Para salir de él trató de hacer la paz y aún pasar á la alianza con su mayor enemigo el Rey de Francia. El tenía previsto por una parte que los castellanos al punto que viesen al Archiduque lo habían de reco- nocer por su Rey. Por otra parte sentía de muerte volverse á Aragón después de haber sido tan largo tiempo soberano en Castilla. Tampo- co sentía tan altamente de que se tuviese por capaz de poder con- servar con solas las fuerzas de sus reinos hereditarios la corona de Ñapóles contra franceses,

20 Para salir de estos cuidados, envió por embajador á Francia á Fr. Juan de Enguerra, déla Orden de S.Bernardo, Inquisidor de Cata- luña, con el pretexto de dar cuenta al Re3^delamuertede la reina Doña Isabel. Este embajador fué mejor recibido de lo que seesperaba: y fué la causa que Luís XII, atento á sus intereses, no miraba con bue- nos ojos al Archiduque. Habíale querido mucho en tanto que no ha- bía sido señor más que de las diez y siete provincias de los Países Ba- jos. Pero luego que llegó áser Rey de Castilla y además de eso here- dero presuntivo de Aragón y de las diez provincias hereditarias de la Casa de Austria, ultra de la elección al Imperio, que según todas las apariencias no le podía faltar, S. M. cristianísima mUdó de inclinación. Temióle primero y después le aborreció. En consecuencia de esto se arrepintió del tratado que tenía concluido con él, y era: de casar con el Duque de Luxemburg, hijo heredero del Archiduque, á Claudia, su hija mayor, heredera en propiedad del ducado de Bretaña, dándo- le también de dote el ducado de Milán. Porque consideraba que si el iJuque de Luxemburg, D. Carlos de Austria, llegaba á tener los ducados de Bretaña y de Milán, la monarquía francesa no estaría en estado de poder resistir á tan ventrosa potencia. De donde nacía no

Í74 LIBRO XXJÍV DE LOS ANALES DE NAVAHRA, CAP. VIL

haber otro medio de prevenir tantos inconvenientes que el de acomo- darse con el Rey Católico.

21 Éste hacía también sus cuentas, siendo muy diestro en ellas. Hallábase á su parecer en edad proporcionada para casarse, y su in- clinación no era de pasar el resto de su viuda en viudez, por más que así se lo hubiese prometido con juramento á la reina Doña Isabel an- tes de su muerte. Dolíase que su Casa de Aragón se acabase en él. No tenía más de tres hijas. Y si volvía á casarse, podía tener hijos que heredasen los reinos de Aragón. Sucediendo esto así, la Francia vendría á conseguir todo cuanto en la coyuntura presente podía de- sear. Porque la monarquía de España quedaría dividida y la Corona de Aragón, hallándose unida á la de Ñapóles juntamente con Sicilia, Cerdeña y Mallorca, vendría á ser poco menos poderosa que la de Castilla. Como al contrario, si el Archiduque heredaba todos los rei- nos, exceptos los de Navarra y Portugal, si llegaba á ser dueño de Ña- póles, si sucedía en el Imperio, si Claudia de Francia le llevaba en dote los ducados de Milán y de Bretaña, y si acababa de encerrar á la Francia por las diez y siete provincias de los Países Bajos, él la vendría á reducir en poco tiempo á su obediencia, y la cristiandad no tendría más que un señor. El Rey Católico no estaba menos atormen- tado de pensamientos sobre este punto. Desesperaba de conservar la Castilla y no se tenía por muy seguro en sus reinos hereditarios. Su yerno en su primera venida á ellos había hecho más amigos que él. Y podía fácilmente hacer que todos se le revolviesen. Cuando no se llegase á esta extremidad, era muy de temer que el Archiduque pre- tendiese lo de Ñapóles por la misma razón que él se había apoderado de aquel reino. Esta consistía en que el rey D. Alfonso el Magnáni- mo no había podido disponer en favor de su hijo bastardo y en per- juicio de su hermano legítimo, padre del Católico, de una Corona conquistada á expensas del dinero y de la sangre de los aragoneses. Mas de este razonamiento podía el Archiduque hacer fácilmente re- torsión contra él; pues era constante que la segunda conquista de Ña- póles se había hecho casi enteramente por las tropas y dinero de Castilla.

22 Estas consideraciones obligaron así al Rey Cristianísimo co- mo al Católico á hacer la paz y alianza entre sí. Y para más estre- charla, pidió el Católico por mujer á Doña Germana de Fox, sobri- na, hija de hermana del Cristianísimo, y también suya por ser nuera de su hermana la Reina de Navarra, Doña Leonor. Era Doña Germa- na princesa de extremada hermosura y de gallardas prendas. Y para conseguirla más fácilmente, ofreció el rey D. Fernando dejar á la Francia el reino de Ñapóles en caso de no tener hijos de ella: y tam- bién si él moría antes que su mujer. La proposición era ventajosa al rey Luís; porque Doña Germana tenía solos diez y ocho años y D. Fernando tenía cincuenta y cuatro bien cumplidos: y por otra parte, le parecía que el desorden de su vida pasada le había hecho incapaz de tener más hijos. Así, el Consejo de Francia le tomó la pa- labra y se convino en darle á Germana y dejarle el reino ds Ñapóles

REYES D. JUAN III Y DONA CATALINA. lj?5

con esta condición. Otra se capituló también, según refiere * el Se- cretario del rey Enrique IV en su Historia de Navarra. Y fué: que el rey Luís le ayudaría á conquistar el reino de Navarra para dárselo á D. Gastón de Fox, Duque de Nemurs, su sobrino y hermano de la novia. Tan engañado vivía nuestro buen rey D.Juan en la esperan- za que en ambos Reyes tenía, especialmente en el Católico, que des- pués lo conquistó para sí, como á su tiempo se dirá. El matrimonio se efectuó, dispensando fácilmente en el vínculo de consanguinidad el papa Julio II, que ahora era tan amigo como enemigo después del rey Luís de Francia. Este envió con el acompañamiento correspon- diente á su alta calidad á Castilla á su sobrina Madama Germana, y á 1 8 de Marzo del año siguiente de 1506 se celebró la boda en la villa de Dueñas, donde la esperaba el Rey Católico, su esposo y tío.

Ai

§. V.

ntes que llegase la nueva reina Doña Germana, el

23 ¡ \ Rey Católico había tomado la posesión del gobierno .de los Reinos de Castilla, según lo decretado en las

cortes de Toro que él hizo juntar. Aunque fué con mucho desagrado de todos los grandes, que deseaban y llamaban con instancia al ar- chiduque D. Felipe, menos el Duque de Alba, D. Fadrique de Tole- do, que se adhirió firmemente al Rey y permaneció constante siem- pre en su servicio. Ahora, pues, enviaron nuestros Reyes á Castilla por embajador á Ladrón de Mauleón para tratar de que se renovasen las alianzas que tenían concertadas y se confirmasen por el matrimo- nio del Príncipe de Viana, D. Enrique, con hija del Rey Archiduque. Pidió también con instancia la libertad del Duque de Valentinois, cu- ñado del rey D. Juan, que estaba preso en la Mota de Medina. Por último; insistió en las pretensiones antiguas de los Reyes, sus amos, sobre la restitución de las muchas tierras que en Castilla v Aragón les tenían usurpadas y juntamente de las grandes sumas de dinero que en una y en otra parte se les debían, como queda dicho,* 0^^°^?^

24 El rey D. Fernando respondió á esto último con buenas pala- antece- bras y muestras de buenos deseos, como otras veces; aunque el efec- ^°*^' to fué muy contrario. Porque vino á suceder lo que suele con los acre- dores molestos, á quienes los más poderosos suelen quitarles lo que tienen en vez de pagarles lo que les deben. En lo de las alianzas con Navarra vino con gusto en que se renovasen y corroborasen con el casamiento del Príncipe de Viana, D. Eniique, y una de las hijas del Rey Archiduque. Mas en cuanto á la soltura del Duque de Valenti- nois, preso en la Mota de Medina, que procuraban asimismo muchos cardenales, como hechuras que eran del papa Alejandro VI, respon- dió que por entonces no había lugar. Aunque, según Mariana y otros

E9t« fieisado de D. Juao de Labrit. fol. 592.

176 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA^ CAP. IV.

el Rey Católico vacilaba mucho sobre este punto á causa de la des- confianza que tenía concebida del (irán Capitán: y pensaba algunas veces en servirse del Duque para las cosas de Italia en lugar del otro, de quien tenía vehementes sospechas y solo quería asegurarse de que el de Valentinois le serviría con fineza. Esta pláctica secreta pasó tan adelante, que el Duque de Ferrara, Alfonso de Este, su cuñado, se ofrecía á la seguridad. Pero todo cesó por los lances extraños que después acaecieron á su tiempo.

CAPÍTULO VIH. AÑO CIERTO DEL NACIMIENTO DE S. FRANCISCO JAVIER

C0.\ OTRAS MEMOrUAS DEL SaXTO Y SU GaSA.

Hbule

il año de 1506 en que entramos fué uno de los mástur- ^gpg I |-^bulentos y anublados de aquel siglo por los \'apores que

|en él se fueron cuajando, exhalados (hablando con verdad, aunque poéticamente) de las lagunas estigias con el fin de destruir la Iglesia de Dios y el estado político de los Reinos, especial- mente el de Navarra. Pero como la Divina Providencia dispone á ve- ces que en tiempo semejante amanezca un sol muy claro para con- suelo de los hombres y para feliz anuncio de otras mayores dichas, dispuso que naciese ahora el Apóstol de las Indias, San EVancisco Javier, sol clarísimo del Oriente, que tanto ilustró y aumentó la uni- versal Iglesia y tanto honor dio á su patria, Navarra. Su nacimiento fué ciertamente á 7 de Abril, día Martes de este año de 1506. Hubo mucha diversidad y contienda entre los escritores de la vida de este Grande Apóstol sobre este punto; porque los primeros que la escri- bieron * señalaron el año de 1497, pero sin toda seguridad y cer- teza.

2 Añadíanse á éste otras dificultades y dudas bien fundadas, que obligaron á que se inquiriese más de raíz la controversia, paralo cual se dio la comisión por orden del R. P. Juan Paulo Oliva, General de la Compañía, á mi predecesor el P. José de Moret, quien consiguió fehzmente cuanto se deseaba por haber cogido el agua de la misma fuente, esto es, en el archivo del Conde de Javier, D. Juan Antonio de Garro y Javier, quien, como dueño de esta Casa, le franqueó los pa- peles y memorias que sobre este punto tenía recogidos y observados como caballero muy erudito y celoso del honor de su nobilísima fa- milia. De ellos sacó el P. Moret lo conducente para el testimonio au-

* Fué el priucipal el Padve Horacio Turselino, que en el lib.l. cap. 1. de su vida dice: Ñas cMur anno post Christum natum circiter. M.CCCC.XCVII.

REVES donjuán III Y DOÑA CATALINA I77

téntico que envió á Roma el año de 1675; y le trae á la letra el P. Pe- dro Possino, varón muy sabio, de la Compañía de Jesús, en su diserta- ción de Atino Natali Sanctí Fraucisci Xaverij, que dio á luz el de 1677. Y con este apoyo, que es el principal de su discurso, se dio fin á tan larga y tan reñida controversia, quedando firmemente estable- cido, y ya por indubitable, que el nacimiento de este Grande Apóstol fué este año que corremos de 1506. Y si alguno ha escrito después la vida del Santo siguiendo la opinión antigua, es cierto que no vio la disertación moderna.

3 Pero el P. Moret no se contentó solamente con tomar de los pa- peles que le participó el Conde de Javier, necesarios para el informe que de Roma se le pidió; smo que copió enteramente el más princi- pal y lo dejó escrito de su letra y firmado de su mano en uno de sus cuadernos que pararon en nuestro poder: y por ser de mucho honor de S. Francisco Javier y para grande lustre de muchas nobles fami- lias emparentadas con él, le pondremos en el lugar que le toca. (A) A Mas no debemos poner en olvido una noticia cierta que en dicho pa- pel se omite. Y es: que Javier fué canónigo electo de Pamplona, ha- biéndole nombrado de común acuerdo el capítulo de esta Santa Igle- sia cuando estudiaba en París y estaba ya graduado de Maestro en Artes en aquella insigne Universidad. Pero él renunció á esta y á otras muchas conveniencias y esperanzas por alistarse en la Compa- ñía de Jesús debajo de la conducta de su capitán Ignacio. (B) B

4 Lo que también se debe notar en estas memorias de la Casa de Javier es la escasa noticia que en ellas se de las casas paternas del Santo, la de Jaso y la de Atondo, con ser muy ilustres en Navarra, pues no hace más que tocarse: y merece bien que se retoque con las muchas luces que hay para esto, y nos las dan algunos papeles autén- ticos y otras memorias fidedignas que con particular diligencia ha- bemos recogido. La causa de ser tan concisa esta noticia es sin duda no haber heredado la Casa de Jaso los hijos y descendientes de Don Juan de Jaso sino las de Azpilcueta y Javier, pertenecientes á su ma- dre. Y así, pusieron más cuidado en axornar la línea materna, de la cual juntamente con la herencia tomó D. Miguel de Javier el mayor de ellos el apellido: el segundo, que fué D. Juan, tomó el de Azpil- cueta: y solo el tercero, que fué nuestro Santo, se llamó siempre Don Francisco de Jaso y Javier hasta que fué compañero de S. Ignacio. Los escritores de su vida andan también muy escasos en esta noticia, pero con agravio del sujeto; porque los lectores incautos lo pueden atribuir á cosa de menos lustre de las familias de Jaso y de Atondo. Por lo cual será conveniente poner en su lugar un breve extracto de los papeles y memorias que habernos apuntado. (C) C

Tomo vh. 12

I78 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VIL

ANOTACIONES.

A •' T-^' l^'''!'^^ ^!"^ copió (ielmenteel P. Moret y tlejó esci'ilo y lirmaclo X^ile su mano es como se sigue: »Entre los papeles de la Casa de í'Jávier se ha hallado uno, que parece se escrihió cerca de nóvenla años hcá, »lilulado: Relación de la Besceiulrncia del P. Francisco Xavier ' el cual está so- «hrepueslo á veces, margenado y añadido de letra diferente, pero también «antigua, como también lo os el estilo: dice asi.

O '>El Padre Fi'aneisco Xavierr fue lliJD de D. Juan de Jaso Señor de Xa- »vierr, Azpilcueta, y Idocion, y de Doña Maria de Azpilcueta su Muger. Sus »Abuelos de parte de Padrí; fueron Arnal Pérez de Jaso, Hijo del Palacio de ))Jaso, y Doña Guillerma de Atondo, Hija del Palacio de Atondo. Sus Abuelos ))de parte de Madre fnei-on Martin de Azpilcueta^ Señor do Azpilcueta, y Doña »Juaiia de Aznaies Señora de Xavier, (a()ui á la margen: uasdó en Xavier.) »Los Señores (ie Xavierr llevaban el renombre de Aznares antiguamente, y »consta por escrituras antiguas, y entre otras por una merced^ (|ue el Rey "tí. Tibaut Rey de Navarra hizo D. Martin de Aznares, y á Doña Maria Pérez »su Muger Antepassados del Padre Fi'ancisco Xavierr. I.a merced fue darles la «Villa, y Castillo de Xavierr con todos los derechos, que el Rey tenía en dicha «Villa en true(|uj de un Lugar llamado Ordoiz, (jue ei-a de los dichos DonMar- »tin de Aznares, y Doña xMaria Peiez: y encarecia mucllo el Rey en esta raer- »ced los servicios, que el dicho Don Martin de Aznares, y sus Antepassados le »liavian hecho. La data de esta merced es en la Villa de Olil octavo dia de la »Epiphanii añil do i^ryi. FA Rey Don Juan coníirmó esta merced á Don Rodri- )>go Aznares, í^eñor de Xavi.-rr, Biznieto del dicho D. Martin tle Aznares; y odice el Rey ser .su Pariente el dicho ^eñor de Xavierr y lo hizo su Camarero, »y de su Consejo: y mandó se le diessen sesenta libras Sanchetes de Mesnada. )>t>0!.lirmó esta merced en la Villa de Sangüesa á 22 días del mes de Octubre, »año de loÜ2 y le concedió muchos privilegios: y entre otros, que al dicho »Don Rodrigo Aznai'es, ni á sus Sucessores puedan prendei' sin provisión lir- »mada del Rey, ó de los d(d Consi^jo, ó de los Alcaldes do Corte: y en caso, que •sin estos recados viniessen á prender á los Señores de Xavier rse puedan de- ofender, sin incurrir en pena alguna.

7 »E1 P. Francisco Xavierr tuvo dos Hermanos, y tres Hermanas. El Her- »mano mayor fue D. Miguel de Xavierr, y el segundo D. Juan de Azpilcueta, y «Xavierr, que fue Capitán. La una Hermana se llamaba Doña Magdalena de «Xaviei'r: fue Abadesa en Gandía en el Reyno de Valencia, y fue muy hierva «de Dios, y hay muy particular Relación de su mucha virtud. La otra Herma- »na se llamaba Doña Violante de Xavierr, que aunijue no fue Religiosa, ni ca- »sada, vivió con muy grande exempio, y recogimiento en compañía del Señor «de Xavierr su Hermano. La tercera Hermana se llamaba Doña Ana de Xavierr «y casó con el Señor del Palacio de Veyre. Y el Padre Gerónimo de Xavierr, »que ahora vive en las Indias, es su Nieto, y D,jn León su Hermano, que al »preáente es Señor del Palacio de Veyre. Fue el Pddre Francisco Xavier el «menor de sus Hermanos. El Señor de Xavierr Don Miguel de Xavierr casó »cou Doña Isabel de Goñi, Hija del Señor de Tírcápu, y ele los Palacios de Go-

En este papel está Xavier con dos rr, por escribirse así entonces.

REYES D.JUAN JII Y DOÑA CATALINA^ 1/9

»ñi, y Salinas (le Oro. Tuvieron lili Hijo llamado Dan Miguel ele Xavierr, y «una Hija llaniaüa Doña Ana de XavieiT. El Hija murió sin casarse, y la Hija »casó con Don Oeronimo de Gari'o Vizconde de Zolin.i, y liivieron livs H'jos, »y Irt'S Hijas. El Hijo mayor se Hamo D. León de Garro, y Xavierr: el cual ca- ))S0 con Don i Inés Golómi, y Luna, Hija de Don Pedro Colóm.a Señor de Ma- xlón, y de Doña iMaria de Luní llírmaní del Gonde de Morala. Tienen Ires »llijas, y un hijo II im ido Don Mi^-uél Gerónimo. La Hija mayor se llama »Daña Mariana: la segunda Daña Leonor Gei'onima: y la tercera Doña Maria oMaodaleu'. El Hijo segundo del Vizconde se llama L). Miguel de Xavierr. y »Gar!'o. El Hifo lercer.o se llamava D. Garlos de Garro, y Xavierr, y murió muy »niñü. La Hija mayor se llama Doña Leonor de Garro, y Xavierr: c?só con el »Señor de Guendulain, (|ue se llama D. Francisco de Ayanz, y tienen un Hijo; »(iue se llama Don .Joseph de Ayanz, y olio llamado Don Gerónimo de Ayanz, ))y murió ya su Madie, La lei-cer.i se damó Doñi Magdalena de Gai-ro, y Xa- oviiM'r, y murió muy niña.

8 En el Palacio de Javier liiy un devolisimo crucifico que liá tantos años f|iie está allí, que no hay memoria ni claridad de cuándo vino allí. Tiénese por cosa muy verdadera (|ue le vieron sudar todos los viernes del año (|ue murió el P. Francisco Javier: y comenzó á hacer este mila"ro un Viernes á las nueve de la noche: y de personas muy principales y veruaderas se sahe esto Hay otra capilla dentro del mismo Palacio de Javi3r de la advocación de San Miguel, donde se dice Misa todos los días muy de mañana.

O Después de es! o hay un apartado de letra diferente, en que, li ibiendo di- cho no se sabia de cierto el año en que nació el P. Francisco Javier, y que se entendía había nacido el año de 1496 y que lo podría saber mejor el Doc- tor Navarro, (]ue estaba en Koma, por(|ue trató al P. Francisco Javier desde su niñez y que de las cosas de a(|iiel tiempo |)odi ia dar mejor razón que nin- guno de los quf. entonces había por acá, está borrado el ignorarse cuando nació y tairjbién el año de 147Ci y sobrepuesto á él mil quinienlus y seis: y á la m-Mgeiii\\ie covv\'e&[\onúe esia ú 7 de Abril de loOt) años: como cosa que se bailó después, Y más abajo hay otro apartado en que se dice: Hallóse la razón del tiempo que li Santo P. Francisco Javier nació en lui libro manual de su hermano el capitán D. Juan de Azpilcueta, la cual sacó de un libro de su padre D. Juan de Jaso.

10 De suerte (|ue, según esta memoria tan busca la, como se ve del conte- nimiento, y en fin, hallada en libro manual del capitán, su hermano, y sacada del libro de su padi'e de ambos, San Francisco Javier, Apóstol de las Indias na- ció á siete de Abril, año del Nacimiento de Cristo mil quinientos y seis. Y por- (jue en Roma se busca con ansia, sa(|ué la razón trasladando las líneas como están para volver el papel al Conde de Javier, que á instancias mías le buscó y halló entre los de su Gasa. Y por si acaso el papel por ser suelto se pierde, pu- se esta memoria en este cuaderno. En Pamplona octavo día de la Epifanía, Do- mingo á li) de 1G75.

Joseph de Moret.

i I .Ádicción. Prosigue la misma memoria, diciendo: Que D. Juan de Azpil- cnda, y Xavier, Hermano del Santo, Señor del Pozuelo, casó con Doña Luisa de Affuirre, y turo un Hijo llamado D. Francisco de Azpicueca, y Xavierr; que viina al tiempo, y U-nla un Hijo, y una Hija. Y también advierte (¡ue un hijo del Viz- conde de Zolina y Señor ile Javier, llamado D. Miguel de Javier y Garro, era persona de valor y estaba sirviendo en Flandes.

12 En la Santa "iglesia de Pam|)Iona hay memoria cierta de que S. Francisco Javier fué canónigo electo de ella y en esta suposición pretendió sumuy ilustre

B

l8o LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NA VARRA, CAP. VIll.

cabildo (|iio el Reino celeliiMsfi su fiesl;! en dicha Iglesia 1iioíí;o (|ue el Santo des|)ties de i;randes debates lii(> declarado juntamente con S. Feíinín [)or Pa- trón de Navarra, Como consta por el memorial (jue presentó al Ueino y se ha- lla en sil archivo. Dice asi.

ILUSTRÍSIMO SEÑOR.

13 T7^/ '^''^''j // Cm/jUiiu de la Santa Iglesia de Pamplona representad JL^ V^ S. líudrisuna, (pie para pue se celebre la Fiesta de S. Francisco

Xavier, dir/ito Hijo, // Patrón de este Reiino, con toda la autoridad, que se le debe, para evitar alcfanús inconvenientes^ que miran á la decencia de esta Santa Iglesia, tan Hija de V. S. Jlustrisiim, como el Santo, primero Canónigo Electo de ella, que Religioso de la (jompahia de JESÚS, parece, que conviene, se sirva V. S. llustrí- sima de disponer, que se celebre su üioriosa memoria á donde tuvo la primera obligación, y á donde tiene V. S, llustrisinia su mayor empeño por defensor de es- ta Santa Iglesia, para favorecerla en todas ocasiones por suya, como lo esperamos en esta, y se lo suplicamos á V. S. ¡lustrisima, etc.

14 Los papeles auténticos (jue dijimos tener para dar más cumplida noti- cia de las Casas de Jaso y Atondo son del testamento de Doña Guillerma de Atondo, madre de D. Juan d»; Jaso, y el de las pruebas de hidalguía y nobleza (juc á S. Francisco Javier se le hicieron en Navarra á petición «uya, cuando ts'udiaba en la Universidad de París, y era Maestro de Artes en ella el año de 1531, Estas pruebas se hicieron con toda exacción y rigor, y el primero ijue dt'pone en ellas es D. iMiguel de Javier, su hermano mayor, reconociéndole por t;d. Eia muerto á este tiempo D. Juan de Jaso, su padre. Consta, pues, por ellas que Arnal Pérez de 'aso, su abuelo paterno, era hermano legítimo y heredei'O inmediato de Pedro Pérez de Jaso, Señor del Palacio de Jaso, quien como (hieño de él poseyó el peaje de S. Pelay; y dicho Arnal Pérez de Jaso co- mo hermano y próximo heredero de Pedro Pérez de Jaso era de la primera calidad de la tiei ra de Cisa. Todo ello consta por cédula que se presenta des- pachada por D. Juan de Gurpide, Vicecanciller, el año 1472 de orden de la Princesa piimogénita y lugarteniente general, la reina Doña Leonor. Arnal Pénz de Jaso casó en Pamplona con Doña Guillerma de Atondo, hija herede- ra de Juan de Atondo, Señor de Idocin y Oidor de Complos y Finanzas, el que más se señaló en el gran servicio hecho al i-ey D. Juan y á la princesa Do- fia Leonor, su hija, y su lugaiieniente ^n Navarra cuando abrió á sus tropas una de las puertas de Pamplona, (lue poi' este bocho llamaron los desobedien- tes la puerta de la traición. De estas traiciones se bagan muchas. Por este tan señalado servicio iiizo el misino i'ey D. Juan al Oidor Atondo entre otras mu- chas aquella insigne merced, de que pudiese poner las armas Reales en el pri- mer cuailel de las suyas para que, unidas á las demás de su casa fuesen per- petua recordación de su lealtad y documento de que el amor lino á los reyes es el modo más noble de emparentar con ellos.

lo Arnal Pérez de Jaso fué también como el suegro Oidor de Cómputos, y tuvo de Doña Guillerma, su mujer, dos hijos y cuatro hijas. Los hijos fueron: D. Juan de Jaso y Pedro de Jaso: las hijas, María, Catalina, Juan y Alargarita de Jaso. D. Juan de Jaso el primogénito casó con Doña María de Azpilcueta y Javier, y tuvo los hijos y nietos que <|uedau dichos enlas memorias de la Casa de Javier. Fué Oidor, y al cabo Presidente del Consejo Realde Navarra. De él dejamos dichas algunas cosas dignas y nos restan que decir otras aún más glo- riosas en nuestra Historia, que debe no pocas luces á su pluma por el compen- dio que dejó manuscrito de las cosas de Navarra.

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16 El testamento de Doña GiiíUerma de Atondo, aí)uela de San Francisco Javier, está también copiado auténticamente de su original. Rizóle en Pamplo- na á 10 de Noviembre de 1490 con poder (¡ne antes de morir la dejó Arnal Pérez de Jaso, su marido^ para que dispusiese de lo^ bienes de ambos en con- formidad de lo que con ella tenía comunicado. Omitiendo m:ich;is cosas, :^ue ni son tan de nuestro propósito, consta por él: que Arnal Péi'ez de Jaso vino á heredará su hermano mayor PcMlro Pérez de Jiso en el Palacio y bienes de baja Navarra por haber muerto éste sin hijo de legitimo mairimonio. Y que en esta suposición después de muchas mandas y legados píos fundó üona Gui- llerma dos mayorazgos. El primero en su hijo mayorD. Juan de Jaso,á quien, dejándole en la posesión del Palacio y bienes á él vinculados de Jaso, (|ue ya había heredado por muerte de su padre, le dejapornuevomayorazgodelacasa y Palacio de Idocin con todo lo perteneciente á él, como ei'a (entre otras co- sas) la [)echa del mismo lugai'; y también le deja el lugar desolado dj Sansoain Andurra y Garrués con todas sus heredades y pecha de pan, cebada dinero y otras servitudes, jurisdicción y cuanto le pertenece. Dentro de Pamplona le deja casas y otras haciendas (|ue nombrando. Y más le deja; los palacios de Esparza coii todos sus bienes y hunores y también los palacios de Zariquegui, quetueron de D. Sancho Ruíz de Esparza y Dona Juana Zariíjuegui, sus abiie- \o^ etc.

17 El segundo mayorazgo le fundó en su hijo segundo Pe 1ro de Jaso; y por él le d 'ja los palacios de Sagúes en Valde Échauri coi lodos sus bienes, piezas, prados, honores y prerrogativas y vecindades de Muru, Asterain, Un- diano, Paternaín. Ítem le deja unas casas en San Juan del Pie del Puerto, sitas en la plaza del Mercado, (|ne afrontan con las del Key, Hospital de Santa MA- RÍA y el rio grande. Jlein allí mismo otra casa que se m inda con pasadizo so- hre el chapitel de! Key, con la casa |)rincipal de la phizadel Mere ido y los man- zanales, piezas y hej-edades (|ue leiiíi en dicha villa. Y también le líeja todas las demás haciendas ó bienes (pie se hallaren pertenecerle á ella y á su marido en tierra de vascos, de muñera (pie no entre D Juan de Jaso á la parte de ellos. Déjale también el peaje de San Peí ly en tierra de Mij i, el cual y la déci- made Arberoa Ullra-Puertos fueron de Pedi'o Pérez de Jaso, Baile de Sm Juan del Pie del Puei'to, hermano de Arnal Pérez de Jaso.

18 Últimamente: ordena (|uc el dicho Pedro de Jiso y sus d>3S"enlientes hayan de acabar perpetuamente al dicho D. Juan y á sus h 'rederos como á pariente mayoi; y éste y los de su Cas3 tratar como á hijo á Pedro de Jaso y á los hei'ederos de su Gasa. Y pone expresamente por Condición que si á falta de varón heredare hembra, los hijos dj ella lleven el apellido í/í' ./aso, y no llevándole, no hereden.

19 Hace memoria de sus hijas: do Maria la mayor, que dice haber casado con D. Martin de lluarle, Gonsejoro del Key y de la Reina: (b; G;il!ilina, la se- gunda, casada con Juan de Espinal, vecino de Pamplona, la cual, (pieilando sin hijos de este matrimonio, casó luego en segundas nupcias en l^^stella nobilísi- maraente con D. Nicolás de Eguíi, y luvo de este matrimonio la sucesión co- piosísima de hijos ípie tan sabida es en el mundo, y entre ellos, á D. Esteban y D. Diego de Eguia, quienes, fundada ya la Compañía, fueroná buscir á Roma á San Francisco Javier, su primo, y fuei'on admitidos por el Santo Patriarca con recíproco gozo en ella. Por último hace mención de Juana, la tercera, (jue aun estaba por casar, y de M irg.irda, 1 1 cuarta, rasada ya con (d Señor de Olloípii, (piien después se portó con el valor que diremos en servicio de nues- tros Keyes. A todas las hace sus mandas y señala efectos parala entera paga de sus dotes.

áO Gomo D. Juan Jaso eia la cabeza de esta ilustre familia por ser Seiior de su Palacio de Jaso, cuidó mientras vivió v dieron lugar las guerras ((ue des-

l82 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VIH.

pues se siguieron, de su conservación en el lustre y lionor primitivo. Y aún siendo ya Presidente del Real Consejo de Navarra fué algunas veces á visitar- le y residir en él los tiempos (|ue I e vacaban por su ministerio. Con esta oca- sión llevaba consigo á su liijo Francisco, y aún le dejaba por más tiempo para que se criase en su casa nativa. Después en tiempo déla reina Doña Juana entre muclias iglesias y casas principales quemaron este Palacio con especi.il l'uror los liei ejes de Bearne, pretendiendo introducir sus errores en baja Na- varra^ de donde fueron rechazados con indecible valor y constancia. Hoy está reedilicado sobre sus murallas antiguas y grandes pei-sonajes, como los Seño- res Obispos de Dacx y liayona y otros Sf'ñalados varones se lian visto cauíiiiar algunas leguas á reverenciar a(|uellas paredes por traei* de este Palacio su ori- gen paterno y haber estado en él á tiempos San Fi-anciscü Javiei'. A cuyos mé- ritos parece que ha atendido Dios también en la conservación de osle ilustre solar por medio de una nieta de Pedro Pérez de .laso, hermano de D. .luán JasOj ó (lo (|ue es más cierto) de una hija del Vizconde deZolina, D. Jerónimo Garro y Doña Ana de .Javier, (¡ue, llevando con la Casa el apellido deJaso^cou- forme á la obligación de sus dueños, casó con Irjo segundo del Palacio de Suescun. Al presente se mantiene en los descendientes de esta Señora con el hon )r de Palacio, Cabo de Armería con voto en cortes, que ahora tiene* e,n las de baja Navarra como antes le tenia en las de todo el Reino, con buen nú- mero de vasallos y otras prerrogativas.

21 A que se juntan sus nobles parentescos, que muestran la grande esti- mación con (|ue siempre ha estado. Los antiguos, (|ue enlazan la Cisa de .laso con lo más lu troso de Navarra la alta, se coligen del papel ([uo ürribii pusi- mos sacado del archivo déla Casa de .Javier, No son menores los mo lernos; ponpie fuera de hat>er renovado su alianza con los varones de Garro, de cuya gran Casa descendía el Vizconde de Zolina, D. Jerónimo Garro, rasado con Doña Aui de Javier, los Señores de J;isó es'án muy em[)arenl,aiios con los de Lizarazu, Urdox, Lalana, Irumbcrri y otros muchos de antiipiisima y muy co- nocida nobleza. En el de Urdoz 1) eslán también con la Casa de Jaureche, (jue fué una de las quemadas por los hei-ejes de JJiarne, déla cual era descendiente D. Lupercio de Jaureche y Arbizu^ caballero del Orden de Malta y Embajador por ella en la Corte i'omana y bailio de Caspe en el reino de Aiagón. Nombra á este caballero el agradecimiento por haber sido el pi'imer fundador del cole- gio de la Compañía de Jesús de Manresa, donde eslá la célebre cueba que fué como cuna déla misma Compañía, y haber hecho a su colegio de Zai'agoza grandes donaciones además de haber fundado ea su ii^lesia una hermosa ca- pilla.

22 No son poco lustrosas por este lado las alianzas de Jaso, pues de las dos lineas de Jaureche, descendientes de dos hermanos, la (]ue |):isó á Aragón en el |)adi-e de D. Lupercio se enlazó con la ilustrísima Casa de Palafox, casando sobiina suya con hijo segundo de los Mai(|ueses dellariza, de cuyo matrimo- nio descienden los Marqueses de Alazán. La que quedó en bají Navarra, inclu- yendo en ella otra (jue á poco se separó y vino á la alia, habiéndose juntado primero alapellido de Inui'reaólnurrea del anlieruo y noble solardeeste nom- l)re, ylheredado después el nobilísimo Palacio de Urdoz. se hallaesirechamenle enlazada conmuchos délo más elevadodedeaqiiel país. Como son: el Maripiés de Lons, Conde deSansón prímo-heimanodel Duijue de Agramonl: y por oiro lado del Du(|ue de Albrel ó Labi-il: de ambos por lineas legiiimas el Marípiés de Es(|uila, Presidente her^Mlitario en el Parlamenlo de Paú y otros. Mas de cerca tocan á la casa de Jaso los nuevos enlace>: ([neaboiM ha hecho, casan- do el heredero de este Pala Jo con heredera del de Soraburu, (jiie es de los más notables de baja Navarra, y sus señores muy emparentados con loá Viz- condes de Velzunce, los Barones de Olzo y otros de esta clase.

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 1 83

2.3 Pero se debe advertir que la Cisa de Jas > sn llaini ya v.ilg irin'"ínle en vascuence Lascorría, y quitado el moLlo vascongado, en castellano y francés Lascor. El Ldscotrea parece nianiliesla corrupc:ón de Jascoerrea 6 Jasocoerrca, que siguifica Casa de .Luo quemada, poi- haberlo siilo en lo antiguo dos veces, y la segunda pur los herejes de Beai'ne, como ya dijimos. I'oi' eso h:d)rán juz- gado sus dueños, que, llamándose Lascor se cumple con la obligación de Ua- maise Jaso, que estf contenido en Lascorrea ó Jassoco-errea. Lo (jue no se puede dudar es que aún en el tiempo de S. Francisco Javier algunos Uamab.m Lascor á este Palacio de Jaso; porque asi se nombra en la lisia de los Palacios de baja Navarra, que se pi'os<Miló en las cortes ijue tuvo en Burgos el rey Don Fernando el Católico, año de lol.'), y st? guarda en el Real archivo de Simancas. Pero en aquel tiempo y mucho después seria poco usado, y D. Fernando de Ara- gón^ nieto del mismo Rey ca'ólico y Arzobispo de Zaragoza, no le llama Las- cor sino Jaso en un dibujo del escudo de armas de esta Casa que dt^jó de su propia mano con oíros muchos de los palacios de baja Navarra

24 Hemos hablado de la Casa de Jíviei- por ser este el apellido con (jue lo- dos conocen á S. Fi'ancisco Javier^ y UU de Jaso por ser la paterna del Santo y estar no poco olvidada de los escritoras de su vida. Quizá la división (¡ue so- brevino de las dos NavaiTas desayudó tanto ádas noticias cuanto confi'ibuj'ó á que este mayorazgo se separase muy presto del de Javier, enviando quién lo gozase en la baj 1 como por sem"jante motivo pasó mucho después á lieri-a de Labüi-l una hija de los Condes de Abülas. Oirás ilustrisimas Casas se glorían justamente del par-entesco del Gran Apóstol de las Indias y Patión de Nava- rra, á (|uien l.uitas gentes de esplendor buscan por parienie, (pieriendo Dios premiar aún en este mundo el despego grande (|ue profesó de sus p u-ientes y aún de su misma madredesde (jue se hizo compañero de S Ignaciu. Pues alp¿i- sar por muy ceixa del castillo de Javier rehusó el verla, aumjue lo amiba tier- namente, por más instancias que lo hizo el Embajador de Portugal, que le traía consigo desde Roma cuando el Santo pasó á la misión de la India.

CAPITULO IX.

I. SucESDo DEL Du^uE Ds Valextivois, C.';?\r B )rja, e\ Italia. II. Su prisióíj en la Mota

D3 Medisa del Campo. III. Sucesos suyos ex la guerra civil de Navarra hasta su muerte. IV.

Su sepulcro y reflexión sobre sus hechos y aventuras.

Di

§• I-

ijimos la mucha y mala disposición de ánimos que en JNavarra se traslucía de volver á la guerra. Ella reben- este año de 1506 con grande estallido, no de otra suerte que una mina oculta y muy reforzada de* pólvora. Hablan con mucha variedad los escritores sobre quién fué el que la puso fuego. Lo más común es echarle la culpa al Duque de Valentinois, D. César Borja, que muy á los fines de este año pareció en Navarra; como mu- chas veces se le echa al diablo sin tenerla él tanto como las pasiones mal reprimidas de los hombres. Porque lo más cierto es c[ue cuando él llegó á este reino la guerra había comenzado. Fué 1). César

Maze-

184 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. IX.

Borja uno de los sujetos de más historia que tuvo su siglo. En la de Navarra tiene mucha parte por Obispo de Pamplona y por cuñado de nuestro Rey. Por eso hemos dicho no poco de él desde su nacimien- to; y diremos compendiosamente lo que resta hasta su muerte, que por justos juicios de Dios hubo de ser en Navarra.

2 Dejámosle en el castillo de Sant Ángel de Roma el año de 1503, en que á último de Octubre fué electo Sumo Pontífice el Car- denal de S. Pedro Ad- Vine II I a, que tomó el nombre de Julio II. Su exaltación acabó de arruinar el crédito del Duque de Valentinois. Tan persuadido estaba el mundo á que comenzaría su pontificado

,ay. por el despojo del hijo de su predecesor. Pero no sucedió esto tan presto como muchos pensaban y querían. Porque los venecianos, amigos de pescar en río revuelto, tuvieron maña de tomar con cebo de oro como diestros pescadores la ciudad de Faenza, una de las de la Romana que el Duque había conquistado enteramente, y siempre era dueño de esta provincia., S. Santidad pretendía que toda se la en- tregase, y para esto se valía del apremio de la prisión en que le tenía. Mas esta novedad de la presa de Faenza le irritó contra los venecia- nos y suspendió sus iras contra el Duque: de manera que, viendo no bastaban embajadas y razones para que ellos no pasasen adelante en su atentado, y temiendo que las otras ciudades de la Romana se rin- diesen también á su maña y á su dinero, tomó el Papa una bien extra- ña resolución. Esta fué: animar al Duque de Valentinois, preso y en- fermo como estaba, á recobrar á Faenza. No se sabe si la larga en- fermedad le había quitado al Duque la esperanza de conservar las otras plazas de la Romana. Lo más cierto es que él la tenía tan perdi- da, que había ofrecido á S. Santidad ponerlas todas en sus manos. El Papa no le tomó la palabra por parecerle, como algunos dicen, que recuperada una vez Faenza, le sería más fácil sacarlas todas del po- der del Duque que no del poder de los venecianos. Y así, solo insis- tió con él en la recuperación de Faenza: y le volvió á exhortar y ani- mar para que tomase por su cuenta esta empresa, mandándole juntar todas las tropas que allí le habían quedado: 3' le prometió enviarle por Ostia á la Romana con el cargo que antes tenía, de general de la Iglesia, al mismo punto que hubiese recobrado las fuerzas bastantes para sufrir la agitación del mar. ¡Cosa maravillosa! Esta oferta fué bastante para que el Duque de Valentinois cobrase la salud y fuerzas de que necesitaba: y habiéndoselo advertido y asegurado sus médi- cos al Papa, le hizo partir luego á Ostia.

3 Mas apenas salió el Duque de Roma, cuando S. Santidad se arrepintió de no haber aceptado sus plazas y de haberle dado el cargo de general. Y así, ordenó á los Cardenales de Volterra y de Sutri que al punto fuesen en su seguimiento y le prendiesen en cualquiera lu- gar que le hallasen, y que tuviesen gran cuidado en que no se les es- capase y lo volviesen á Roma. El Duque de Valentinois, que tenía bien prevista la inconstancia del Papa, se había dado toda la prisa posible y no se había detenido más que media hora en Ostia; de suer- te que los dos Cardenales le hallaron embarazado. Mas por su

REYES D. JUAN m Y DOÑA JUANA. I85

desgracia aún no había salido del puerto y los oficiales de la galera en que acababa de entrar, siendo adictos al Papa, lo entregaron á los Cardenales, quiea^s lo vjlvÍ3roi á Ro:ni atado da pies y minos. Viéndole en esta postura el pueblo romano, creyó que luego se ha- bía de ejecutar en él algún castigo afrentoso. Jamás se vio en Roma regocijo tan universal desde la entrada del emperador Constantino Magno; y el Papa recibió de todas partes bendiciones y a])lausos, que, á la verdad, no merecía por haber mudado de intento. Y la causa fué haberle venido al pensamiento que, si por su orden se le hacía el proceso al Duque de Valentinois ó lo maltratasen de cual- quiera manera que fuese, los gobernadores de las plazas que le res- taban en la Romana querrían más hacer sus tratos con los venecia- nos que entregarlas al perseguidor de su muy amado dueño. Y esto le bastó á Julio para frustrar la esperanza que se había concebido. No solo se contentó de ordenar que se le concediese al Duque todo lo que pidiese, (menos la libertad) sino que él mismo se humilló hasta ir á visitar á su prisionero: á quien acarició y le prometió protegerle contra todo el mundo con tal que le diese sus plazas en depósito. El Duque de Valentinois no se determinó tan presto y sus tropas lo vi- nieron á padecer por hallarse en este tiempo muy faltas de asistencia y perseguidas muy de cerca de los Ursinos y de los otros enemigos, sin topar á quién arrimarse, aunque lo procuraban; pero sin arros- trar á rendirse al Papa, al cual tenían particular aversión por la rabia con que per'^eguía á su jefe.

4 En este punto hicieron algunos capitanes del Duque grandes desatinos, que algunos celebran por actos heroicos de fidelidad y va- lor. Uno de ellos fué el de D. Pedro de Oviedo, Gobernador de Ce- sena. E.1 Papa, fiado en la promesa que el Duque le había hecho de hacerle rendir esta plaza si le daba libertad, hizo partir con toda di- ligencia á Cesena al más diestro de sus emisaiios. Mas Oviedo con exceso de fidelidad preguntó al enviado del Papa si el Duque estaba libre: y el enviado apenas le hubo respondido que todavía no lo estaba, mas que presto lo estaría, cuando entró en una especie de fu- ror. Acusó al enviado de ser el más ruin de los hombres. Reprobóle de haber venido á sobornarlo, condenóle á ser ahorcado allí luego; y así lo hizo ejecutar. La nueva de un hecho tan temerario llevada á Roma causó al Papa la más sensible mortificación que jamás tuvo después del cónclave en que Alejandro VI fué elevado al sumo pon- tificado con exclusión suva. Después de eso, con ser de su natural el más impaciente de los hombres, prevaleció en su ánimo el temor de que todo se barajase si lo quería llevar por rigor y de que al cabo se quedase sin Cesena ni las demás plazas de la Romana; y así,, se contentó con quejarse en el retiro de su cámara, donde estuvo ence- rrado veinte y cuatro horas sin permitir que nadie le viese. Y la re- solución que tomó fué de ocultar el suplicio de su enviado y dar al Duque todas las seguridades necesarias para su soltura después de haber entregado la Romana á la Santa Sede.

5 En conformidad de esto se le dio á escoger al Duque de Valen-

l86 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IX.

tinois la persona que él quisiese del Sacro Colegio para ser puesto en sus manos hasta la conclusión de este tratado. Y él puso los ojos en el cardenal Carvajal, no tanto porque siempre había sido su ami- go, como por conocerlo por más firme en la ejecución de sus prome- sas que ninguno de los otros. Carvajal entró de mala gana en una comisión tan delicada; por estar persuadido á que el Papa aborrecía tanto al Duque, que no dejaría de castigarle después de haberle aca- bado de despojar. Pero al fin vino en ello, y se encargó de condu- cirle á Ostia después de haberse puesto esta fortaleza en su poder y haber recibido juramento del Papa de que al punto que S. Santidad tuviese aviso de la restitución de la Romana á la Santa Sede él ha- bía de poner al Duque en libertad, aunque el Papa le enviase or- den expresa de retenerle y no obstante que le amenazase con todos los rayos de censuras eclesiásticas en caso de desobediencia. El Du- que escribió á los gobernadores de las plazas ordenándoles que luego las entregasen, y fué conducido á. Ostia por el Cardenal. Mas los go- bernadores, aunque conocieron que el mandato de su jefe era since- ro, hicieron punto de no entregarlas hasta que con efecto estuviese puesto en libertad, imaginando que no había de la otra parte la lisu- ra debida; 3' así, trataron de acomodarse con los venecianos, aunque sin efecto. Y no sabiendo qué partido tomar, dilataban cuanto podían el rendirlas al Papa con la esperanza de alguna mudanza. El carde- nal Carvajal tenía esta misma desconfianza del Papa, juzgando que. no obstante la palabra dada con juramento, no había de soltar Duque aunque las plazas fuesen evacuadas. Y así, consintió que el Duque despachase un expreso al Gran Capitán Gonzalo Fernán- dez para suplicarle que cuanto antes le enviase galeras en que se pudiese embarcar y refugiarse en Ñapóles al mismo punto que con- siguiese la libertad. Gonzalo, que en todo caso quería tener al Du- que en su poder, hizo partir al instante tres galeras para Ostia; y Car- vajal, que supo á este mismo tiempo cómo los gobernadores habían informado al Duque de la evacuación de las plazas, le permitió em- barcarse.

6 Mas, salvándose de esta suerte, no hizo otra cosa que mudar de prisión. Gonzalo le recibió en Ñapóles con ostentosa magnificencia: salió seis leguas de aquella ciudad á recibirle: alojóle en el más so- berbio Palacio de toda ella: dióle un tren de Re}', visitábale regular- mente todos los días. El Duque de Valentinois, persuadido por tantas caricias á que la España se quería servir de él para acabar la con- quista de Italia, le propuso sobre este modelo un plan ajustado al ge- nio de los Reyes Católicos: de adquirir mucho á poca costa. Definióle los genios de los príncipes y repúblicas de Italia y sus intereses, co- mo quien los tenía bien penetrados. Descubrióle las inteligen- cias secretas qu^. con algunos de ellos tenia, y todo se lo pintó de suerte que al Gran (Japitán le hizo mucha fuerza. Pero no se deter- minó este tan á prisa, queriéndose informar primero con todo secreto de las cosas que el Duque la había dicho: y hallando ser ciertas, vi- no en asistirle para ellas. Aprobó su designio. Permitióle que levan-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 187

tase tropas, para lo cual le dio algún dinero. Y le aseguró que nada le faltaría para el cumplimiento de su proyecto. Mas como rara vez se Y¿ concordia sincera entre dos personas que adolecen del mismo de- fecto, y el Gran Capitán y el Duque de Valentinois eran en extre- mo suspicaces y astutos, su tratado tuvo mal efecto. Porque por este mismo tiempo escribió el Gran Capitán á los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel que el Duque era una bestia feroz y era menester enjaularla: que él le había recibido en el reino de Ñapó- les con el fin de impedir que la Francia se aprovechase de sns arti- ficios. Mus que era de parecer que se prendiese , que fuese llegado prontamente á España y que fuese recluido en el más fuerte de los castillos situados en el centro de esta monarquía. Los Reyes Cató- licos estimaron la proposición de Gonzalo Fernández, y le despacha- ron a este efecto una galera, cuya diligencia fué extrema. El mismo día que ella entró en el puerto de Ñapóles le dijo el Gran Capitán al Duque que bien podía embarcar sus nuevas levas en las otras gale- ras que allí estaban prevenidas para ir con ellas á los puertos de Tos- cana, donde le esperaban sus tropas: y le redobló las caricias que después de seis semanas le hacía. Mas habiendo ido el Duque á Cas- telnovo á despedirse de él, al salir de su cuarto fué preso y puesto con buena guardia en una de las galeras que venían á España y lo trasportaron á uno de los puertos de Valencia: de donde después fué llevado á xMedina del Campo y encerrado en el castillo déla Mo- ta. Y quién después de todo estose persuadiría á que dentro de po- co tiempo había de hacer el rey D. Fernando más caso del Duque de Valentinois que no del Gran Capitán? Así son las cocas de este mundo.

§. 11.

E"*^! Duque de Valentinois llegó á Medina al tiempo mis- mo que la reina Doña Isabel estaba muy enferma, y con ^^^^ .^.^^an pocas esperanzas de vida, que vino á morir pocos "^lai-^c"' días después. Aq-uí estuvo cerca de dos años en muy e;trecha cárcel el^üvdeja que no cabía en todo el mundo sin novedad alguna hasta que el archidu- cUm. que D. Felipe vino á España y fué reconocido y jurado por el Rey de Casulla después de las sensibles mortificaciones que padeció el rey D. Fernando, susuegro, y las disensiones que se sigueron y largamen- te se refieren en las tlistorias de Castilla. Una de ellas fué sobre el Duque de Valentinois, que estaba preso en la Mota de Medina. Porque al mismo tiempo que el suegro salió de Castilla para retirarse á sus rei- nos de Aragón y pasar desde allí á Ñapóles, envió á requerir al yer- no que mandase entregar al Duque, que era su prisionero, para en- viarle al castillo de Ejerica en el reino de Valencia, ó llevárselo con- sigo á Ñapóles. El rey D. Felipe estuvo muy mclinado á dar este gusto al rey D. Fernando, especialmente porque éste le aseguraba que más quería al Duque para hacerle bien que mal. * Pero se retra-

Lo mas creíble es que qucria hacerle su General, depouieudoal Gran Capitíiu.

l88 LIBRO XXXV DÉLOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IX.

jo por haberle persuadido los de su Consejo, que no se debía permi- tir que le sacasen del castillo hasta que se averiguase cuyo prisione- ro era. Sobre esto hubo muchas demandas y respuestas. Pero todos los de su Consejo unánimemente volvieron á representar al rey D. Feli- pe que no lo debía hacer, fundando su parecer en que el Duque vino prisionero del rey D. Fernando y de la reina Doña Isabel, enviado por el Gran Capitán; y que, hallándose ahora en sus reinos preso, le debía primero oir en justicia como el mismo Duque y el Rey y Reina de Navarra jurídicamente se lo pedían, alegando que su prisión ha- bía sido injusta, dolosa y en todo contraria á la pública y al de- reclio de las frentes. Esto obligó al rey D. Felipe á dilatar la resolu- ción por más instancias que le hizo el Rey, su suegro. El cual tomó con tanto empeño este negocio, que mandó requerir también á D. Bernardino de Cárdenas, adelantado de Granada, á cuyo cargo estaba el Duque en la Mota de Medina, para que le entregase: y aun- que él dio muestras de quererlo cumplir, puso también en ello dila- ción, pidiendo que primero se le alzase el embargo que el rey D. Fe- lipe le había puesto para no entregarle.

8 Estos negocios duraron hasta la muerte del rey I). Felipe, que sucedió en Burgos un Viernes á25 de Septiembre de este año de 1506, poco después de haber llegado con su Corte á esta ciudad: y fué muy arrebatada, resultando de una fiebre pestilencial que le acabó en bre- ves días, no sin sospecha de veneno; aunque, bien averiguado, se-ha- lló no tener fundamento. Causó gran lástima á todos por haber muer- to en la fior de su juventud en edad de veinte y ocho años, y por ser de su condición de una muy Real y extraña nobleza y de un ánimo muy generoso y liberal, en lo cual excedió á todos los príncipes de su tiempo. Por esta razón perdió mucho en-él Navarra, que podía es- perar tanto de su vondad, como temer de las máquinas de los Reyes de Aragón y de Francia, que ahora estaban muy unidos: y el de Ara- gón yá en Italia, á donde había pasado con la reina Doña Germana y se hallaba mny acariciado de los franceses en Genova y otros pue- blos de que en esta sazón era dueño el Rey de Francia. El que por estos accidentes negoció bien fué el Duque de Valentinois, que des- pués de la muerte del rey D. Felipe estaba desesperado de su liber-

Tom. 6tad en la Mota de Medina. El caso pasó así, como lo refiere el exacto cap! 23. cronista Zurita.

9 Uno de los señores de Castilla más declarado por el rey D. Fer- nando era D. Bernardino de Cárdenas, á quien por esta causa había encargado el rey D. Fernando la custodia del Duque: y aunque había rehusado de entregarlo por temor del rey 1). Felipe, al punto que su- po su muerte ofreció á Luís Ferrer, Embajador del rey 1). Fernando, que lo entregaría para que fuese llevado al Reino de Aragón como su rey lo tenía mandado. Pero Ferrer con el recelo de que se lo qui- tasen en el camino, quiso más que se estuviese en la Mota hasta tener respuesta del Rey sobre el modo que se había de tener en llevarle. En este tiempo el Duque, entendiéndolo que pasaba, procuró su li- bertad y la logró por industria de un capellán suyo, que se llamaba

riEYEá D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 1 89

Mossén de S. Martín. Este sobornó á un criado del alcaide Gabriel de Tapia, que se decía García de Mayona, quien llevó al Duque cier- tos corJ3les:y al tie;npo que hacían la vela, tocando una bocina se llegaron un tal D. Jaime, el Capellán y un Mayordomo del Duque como estaba tratado, al foso para recibirle cuando se descolgase Así lo ejecutó desde una almena, pero con el azar de ser sentido de haber llegado Tapia á cortar la cuerda por donde se descolgaba el Duque: de que resultó caer á la media carrera en el foso. Mas, aun- que quedó muy quebrantado del golpe, tuvieron tiempo los que le es- peraban para ponerle á caballo, y montando todos en los que tenían prevenidos, lo llevaron poco á poco á Pozáldez, de donde pasaron adelante hasta ponerlo en salvo en las tierras del Conde de Benaven- te, que le favorecía tanto, que estuvo determinado á sacarle de la Mota en caso de no poderse escapar á hurto yendo con gente arma- da para este efecto.

10 El escape del Duque sucedió á 25 de Octubre de este año, y causó grande amargura al rey D. Fernando, Pero mayor al papa Ju- lio, que por este caso entró en mucho cuidado, temiendo que el Du- que volviese á Italia, donde era grandemente amado, no solo de la gente de guerra; pero de muchos pueblos de la Toscana y de las tie- rras de la Iglesia, y muy capaz de poner nuevos ruidos por vengarse de sus enemigos. De Benavente, donde estuvo algunos días para re- cobrarse de su caída, vino con toda cautela á Navarra por el rodeo de la provincia de Ciuipúzcoa, y fué muy bien recibido del rey D. Juan, su cuñado, por ser cuando más necesitaba de su persona. Hacíase tanto aprecio de ella, que, estando ahora con el Conde de Benavente, se trató por medio del Duque de Xájera y del Marqués de Villena, que, viniendo luego á Navarra con gente y compañía del Conde de Benavente, se partiese cuanto antes á Flandes y de allí pa- sase á buscar al Emperador, que querían viniese á gobernar los rei- nos de Castilla, tra3-éndose consigo al príncipe D. Carlos, su nieto: y les parecía que el Duque era muy conveniente para servirle, especial- mente en Italia. Y los embajadores que acá estaban del Emperador,- el de Veré y Andrea del Burgo, dieron sus papeles sellados al Du- que, en que se obligaban á que en caso de concertarse el Empera- dor y el rey 1). Fernando, el Emperador no le entregaría al Rey sino que le dejaría ir libremente á donde quisiese.

§. III.-

I legó, pues, el Duque de Valentinois á Navarra cuando co- menzaba la guerra en este reino entre el rey D. Juan y ^ D. Luís de Beaumont, su Condestable. Esto pa- rece lo más cierto. Como también que para entonces había suce- dido el lance pesado que algunos refieren. Y fué: que, enviando un día los Reyes un oficial Real suyo á notificar cierto mandato al Con- destable, éste se desmandó tanto, que, no contentándose con no obe-

190 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IX.

decerle, tuvo la osadía da hacer dar de palos al oficial y meterle lue- g-o en el Castillo de Larraga, donde por algunos días le tuvo preso. GaribayEl Rey, justamente indignado de este feo de ;ai\;to, que le trajo á la y otros j^2,-^-,Qj.ia todas las desobediencias y faltas de respeto pasadas del Condestable, que pasaban á desprecios, trató de darle el castigo merecido. Y para esto quiso proceder por vía de justicia. Mandóle varias veces que compareciese, y él siempre estuvo contumaz. Dice que tuvo gran parte en su contumacia D. Alfonso Carrillo de Peral- ta, Conde de San Esteban, en Navarra, que, con ser del bando con- trario, era su amigo, y le amonestaba en secreto que no comparecie- se; por ser cierto que si venía á la Corte corría peligro su vida. Vien- do el Rey que no quería obedecer, usó del rigor de las leyes. Mandó que se le hiciese el proceso. Por él fué condenado en rebeldía como reo de lesa majestad á perdimiento de vida y privación de honores de oficios y confiscación de todos sus bienes. Y es muy para notar que el Rey, ignorante de lo que había pasado, dio poco después al Conde de San Esteban la condestablía de que ahora despojó al de Lerín, y él la aceptó sin escrúpulo ninguno. El interés siempre fué muy poco escrupuloso.

12 Rota la guerra, nombró el Rey por su capitán general al Du- que de Valentinois. La primera empresa fué sitiar la villa de Larra- ga, que fué emljestida á 1 1 de Febrero del año de 1507. Pero aun- que se le dieron recios combates y asaltos, hizo tan vigorosa resisten- cia el Gobernador de la Plaza, 'Oger de Berástegui, puesto en ella con buena guarnición por el Conde de Lerín, que al Rey y al Du- que les pareció levantar el sitio sin detenerse. La impaciencia del Duque no sufría dilaciones, siendo su ánimo acabar presto esta gue- rra por ejecutar cuanto antes su jornada á Flande^. Con este fin mar- chó á buscar al Conde, que estaba con sus tropas en la cercanía de Mendavia aplicado al aumento de ellas y á la defensa de sus plazas vecinas. La villa de Viana estaba por el Rey; mas el castillo por el Conde. Por quitar este padrastro volvieron el Rey y el Duque á Viana y también p or la comodidad de recibir allí como en frontera la más cercana las tropas auxiliares que esperaban de algunos señores de Castilla, mal avenidos con el rey D. Fernando después de haber jurado por rey á su yerno el Archiduque. En este paso de nuestra Historia andan muy varios los historiadores, como nota Garibay. Di- remos lo que jusgamos por más verosímil después de haberlo exami- nado con todo cuidado. Año 13 El castillo de Viana fué brevemente puesto en el último aprie- 1507 to, y más por la falta de víveres que no por los combates. Con que el Conde de Lerín, que andaba sumamente solícito por estar dentro por Comandante su hijo primogénito, resolvió socorrerle á todo trance. Vino á Mendavia con doscientos caballos escogidos y alguna gente de á pie para espiar la ocasión de ejecutar su intento. No pudo ser más favorable la que se ofreció aquella misma noche. Levantóse una horrorosa tempestad y borrasca deshecha de vientos y grandes agua- ceros: lo que hizo pe nsar al Duque de Valentinois que los enemigos

REYES D. JUAN III Y DOXA CATALINA. I9I

no saldrían al campo y no querrían arriesgarse á socorrer á los sitia- dos. Por lo cual retiró á cubierto los guardias y centinelas que solia tener avanzados á las venidas del castillo. En que se engañó mucho, aunque sabio guerrero y experimentado capitán. Porque al favor del estruendo de los vientos y gruesas lluvias partieron sesenta caballos de Mendavia, cada uno con un saco de harina á la grupa, y fuera de esto cantidad ác pan cocido: y estas provisiones metieron una y otra vez sin ser sentidos en el castillo por una puerta falsa que mira al Mediodía. Venida la mañana, queriendo volverse esta gente de á ca- ballo, reconoció en el camino de Logroño alguna caballería é hizo juicio que era un socorro de trescientos caballos castellanos que el Duque de Nájera había prometido enviar al Conde de Lerín: y así, comenzó á gritar: Beaumont^ Beaumont. Lo cual dió grande alarma á la villa.

14 El Duque de Valentinois sintió en extremo la burla y su sen- timiento prorrumpió en furor. ílízole al punto armar de ricas armas por un criado suyo llamado 7/mn/co/, que en otro tiempo había ser- vido al Conde de Lerín. Salió fuera de la villa por el portal que lla- man de la Solana, montado en un bravo cat)allo rució que tenía las narices hendidas, acompañado de mil caballos y mucha infantería. Oímos contar siendo de pocos años á personas de más de ochenta y de distinción, que lo supieron de otras muy ancianas de aquel mis- mo tiempo, que lo vieron cómo al salir por dicho portal al caballo del Duque por su grande ferocidad y rigor con que lo manejaba en sue- lo resvaladizo se le fueron las manos hasta dar de cabeza; pero él, echándole una horrible maldición y tirando prontamente de las rien- das, lo levantó sin hacer la menor aprensión de lo que pudiera tener por mal pronóstico. Así prosiguió la marcha con el mismo furor to- mando el camino de Mendavia, y diciendo dónde está^ dónde está este Condecillo? Que juro á Dios, Jioy es el día en que lo tengo de matar ó prender, y no he de parar hasta que enteramente quede destruido sin perdonar la -vida á ninguno de los suyos hasta los ga- tos y perros.

15 El Conde, que había salido de Mendavia y avanzádose con al- o-una gente para dar favor y recoger á sus sesenta caballos que habían metido el socorro en el castillo de Viana, vio que un caballero solo montado en un caballo brioso con una larga y gruesa lanza de dos hie- rros losiba siguiendo á toda furia, diciendo: esperad., esperad caballe- ros. Era el Duque, que á todo correr se había adelantado de los suyos, y nadie le conocía por estar cubierto de todas armas. Los sesenta caba- llos, viendo que parecían, aunque algo de lejos, muchas gentes, no osa- ron parar hasta donde estaba el Conde. El cual, volviéndose á todos los suyos les dijo: ¿e.-i posible que no ha de haber algunos de los míos que salgan al encuentro á ese caballero? Oyendo esto tres hidalgos desús o-uardias, el uno de ellos llamado (jarees, natural de Agreda, y el otro Pedro, de Alio (al tercero no le nombran) le salieron al camino y le esperaron en un barranco algo hondo, donde el Duque mal se pudiera revolver y valerse de su grande ánimo y destreza. Allí se

192 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP, íx.

combatió f italmeiite para el Duque; porque al levantar el brazo para herir con la lanza á uno de los contrarios, Garcés, que estaba al otro lado, le dio tal lanzada por debajo del brazo L yantado, que, falseán- dole el arnés, le pasó todo el cuerpo de costado costado. Así cayó muerto el famoso 1). César Borja un Viernes 12 de Marzo por la ma- ñana, fiesta de S. Gregorio Papa, de este año de 1507. Hn las circuns- tancias del día y del terreno, como cosas muy notables, hacen gran- de misterio algunos escritores por haber sido el día mismo en que algunos años antes (el de 1492) tomó 1). César Borja la posesión del obispado de Pamplona: y el terreno dentro de los términos de Menda- via, que pertenece á esta Diócesi, y están contiguos á los de Viana, pertenecientes á la de Calahorra. De suerte que apenas entró en el territorio del obispado de Pamplona, cuando luego le mataron: mani- festándose la mano justiciera de Dios contra los que por intereses del mundo entran en el estado eclesiástico y después retroceden con es- cándalo. Los matadores le desnudaron luego de sus ricas armas y vestidos y le dejaron en carnes tendido en el suelo sin pasar su hu- manidad á otra atención que la de cubrirle con una piedra las partes vergonzosas. ¡¡En tan mísero estado le hallaron después los suyos.!!

10 El Condestable, que se iba retirando cuando vio el caballo y los demás ricos despojos que los tres hidalgos de sus guardias le presentaron, no pudo caer en cuenta de quién podía ser el muerto. Solo hacía juicio de que era algún capitán de mucha importancia: y en esta ignorancia hubiera permanecido por más tiempo si no fuera por una casualidad. Cuando el Duque se adelantó délos suyos, le se- guía algo atrás su criado Juanicot, el que aquella mañana le había vestido y armado: y tomando diferente camino, por habérsele desa- parecido el amo, cayó en manos de alguna gente del Condestable que corría el campo y fué llevado preso á su presencia. El le preguntó si conocería á un caballero á quien poco antes habían muerto los suyos cuyos despojos y caballo eran aquellos que le mostraba. Juanicot le respondió que el Duque, su señor, habían muerto , porque aquella ma- ñana él mismo le había vestido y armado de aquellos mismos vesti- dos y armas. El Condestable mostró mucha pena; porque másloqui- siera prisionero que muerto, y dio libertad á Juanicot para que luego fuese á contar al rey D. Juan y á su gente todo el suceso. El Rey, que iba marchando hacia Mendavia á la retaguardia de su ejército, quedó atónito de caso tan impensado y suspendió la marcha.

§. IV.

Iff' 1 punto mandó qu e recogiesen el cuerpo del Duque; 17 L\ lo cual se hizo luego, envolviéndole en un capote de Á. JL-grana. Así lo llevaron á Viana, y noá Pamplona como algunos sin fundamento alguno quisieron decir: y lo depositaron en la iglesia parroquial de Santa MARÍA, donde se le labró en la capi- lla mayor el sepulcro, en que fué colocado, muy propio por el ornato

REYES D. JUAX III Y DOÑA CATALINA I93

de las piedras que rodeaban la urna, estando en ellas labrados de me- dia talla algunos reyes de la Sagrada Escritura con semblante de la- mentar semejantes desgracias: y celebérrimo por el epitafio que en él se esculpió. Viole el año de 1523 el muy discreto y erudito Obispo de Mondoñedo, D. Antonio de Guevara, pasando por Viana de vuel- ta de Francia, y le pareció muy digno deponerle entre los demás epi- tafios notables que trae en una de sus epístolas familiares. Decía así:

¡Oh! que vas á buscar Aquí yace en poca tierra Dignas cosas de loar.

El que toda le temía: Si tu loas lo más digno,

El que la paz y la guerra Aquí para tu camino:

En su mano la tenia. No cures de más andar. *

18 Este sepulcro y epitafio duró algunos años, hasta que se reedi- ficó y amplificó dicha iglesia con el explendor y magnificencia que hoy se ve, y crece cada día. Mas todo lo tocante á César Borja quedó tan derruido por esta causa, que no quedó rastro de ello si no es que sean las tristes señas de solas dos piedras de las que rodeaban la urna, y en nuestro tiempo se acomodaron en el pedestal del altar mayor. Todo desapareció. Plasta de la hija única que dejó, sobrina de nuestro Rey, no hay memoria ninguna, con haber estado destina- da para voda de príncipes soberanos. De esta suerte aniquiló Dios todas las que pudieran ser estables de este hombre tan desmedida- mente ambicioso, que tuvo en poco el hacer casa de gran príncipe ni aún de rey; sino que aspiró á ser en los hechos, como lo era en el nombre, otro Julio César y poseer el imperio del mundo. Asi lo ma- nifestó en la empresa que tomó, cuyo mote era: Aut Ccesar, aut nihil: y le gravó en sus armas y en las monedas públicas que muchas ve- ces hizo batir como señor soberano: y de ellas hemos visto algunas. El poeta Sannazaro le pronosticó la aniquilación cuando el Duque divulgó este mote soberbio en el epigrama siguiente que se ve en sus obras.

Aut nihil, aut Ccesar vult dici Borgia ¡qiiidni! Cum simúlete. Ccesar possit, etc. esse nihil. *

* El Secretario de Enrique IV de Francia eu su Historia de Navarra lo traduce así en francés.

Ci gist en peu de ierre Passant, qui vas cherecher

Un qui on ha redtité: Quelque chose louable,

Qui par tout lia porté Poiir chose plus notable

Et la paix, etc. la guerre Pltts loín ne dais marches.

* /Oh! César, ó nada quiere Si César y nada puede

Llamarse Borja, qué mucho? Venir á ser todo junto.

Tojio vu. 13

Í94 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. IX.

19 Lo m^iravilloso es que el obispo Sandóval diga en su catálogo que este epigrama latino de Sannazaro fué el que se puso por epitaño al Duque en su sepulcro de Viana, siéndole tan fácil de averiguar y saber la verdad, que tenía delante de los ojos. Pues ¿quéjuicio hemos de hacer de otros escritores cuando refieren noticias sacadas de los mares profundos y obscuros de la antigüedad, donde la imaginación y la conjetura son los buzos? Después compuso el mismo Sannazaro al Duque en las decadencias de su fortuna este otro epigrama con- siguiente al primero,

Omnia viiicebas, sperahas omnia Ccesar: Oninia deficiunt: incipis esse niliil. *

Y no cesa de insultarle con la misma hiél en otras muchas par- tes de sus obras.

20 Después de todo, se debe confesar que César Borja fué muy capaz de lograr las altas ideas que había concebido por sus elevadas y muy singulares prendas, así naturales como adquiridas, cuales fue- ron: su ingenio vivísimo, su sagacidad y penetración grande en todas cosas, su estudio y erudición extremadas en todas las artes y letras humanas, de que mucho se ayudó para la prudencia y buena conduc- ta que tuvo en la formación y gobierno de sus tropas. Observaba puntualmente en este punto lo que había leído en los historiadores griegos y latinos. Cuidaba de que no se alistasen en ellas sino los muy hábiles para la milicia, que á porfíase le ofrecían y tenía en qué escoger. Porque era muy puntual en las pagas y sobre todo justo y atento en sus ascensos: de suerte que regularmente eran preferidos los más antiguos, cualesquiera que fuesen, si los más modernos no se hubiesen señalado en alguna célebre ocasión, que en este caso era antepuesto el valor sin moverse de intercesiones para hacer gracias perjudiciales á la buena economía militar. En esto mostraba bien es- tar instruido de la causa de haberse quebrantado y debilitado el es- fuerzo de las legiones romanas; que * no fué otra que el Jiaber ocu- pado la ambición los premios debidos al valor ^ y ser promovidos por gracia los soldados que en lo aiitiguo solo se promovían por el tra- bajo. De aquí nació la suma felicidad, valor y destreza de sus solda- dos y los sucesos que tuvo felicísimos, conquistando en breve tiempo muchas ciudades de Italia y toda la Romana. De la cual se nombró duque por la investidura del pai)a Alejandro VI, dada con consenti- miento y aprobación del Sacro Colegio de los Cardenales, quedando él obligado á pagar feudo á la Santa Sede, que por este medio reco-

* Todo lo vencías^ César^ Mas todo te va faltando:

Y así^ todo lo esperabas, Ycí comienzas á ser nada.

" Legionjm robur infraclum est, cum virtulis praemia occuparet ambitio: etc. por gratiam promoven- tur milites, qui consueverant per laborem. Vegetius de Ke Militaii, 1, 2. cap. 3. Este autor fuC criS' tiauo, y floreció cu tiempo del emperador Valentiiiiauo I, ú quien dedicó su obra.

REYES D. JUAN III Y DOÑA JUANA. ÍQS

bró con pleno dominio este gran Estado, y después de él otros mu- chos; porque, aumentada ella de fuerzas, pudo sacarlos del poder de los tiranos, que de muy antiguo los tenían usurpados. De suerteque se puede decir que el Duque de Valentinois (aunque su intención no fuese esa) reintegró á la Iglesia en su antiguo patrimonio. Llegó á tanto el crédito de sus armas y de su conducta, que muchos príncipes, hasta los Reyes de España y de Francia, solicitaron su alianza. Pero ¡qué le pudo importar todo esto si al mismo tiempo era enemigo de- clarado de Dios, á cuyo honor anteponía siempre su propio interés, y no cesaba de ofenderle con sus costumbres estragadas, especial- mente con sus perfidias, sin guardar palabra ni juramento cuando no le estaba bien, lo cual quería él honestar con la política y razón de Estado!. En esta facultad salió gran maestro su discípulo Macavelo, que la aprendió de él siendo su secretario y escribió su Historia, cuando el Duque estaba en su mayor pujanza, proponiéndole por ejemplar de héroes. Pero más fué la estatua de Nabucodonosor, que muy presto derribó Dios y lo volvió en nada para castigo suj'o y escarmiento de los que le imitan. *

CAPITULO X.

I. Continuación de la. guerka del Rey con el Conde de Lerín k intercesión del Bey Católico t otros por el Conde. II. Entredicho en Navarra. III. Embajada del misbío Rey al de Navarra. IV. Mderte y sucesión del Conde de Lerín. V. Protección del rey D. Fernando con el rey Juan en favor del nuevo Conde de Lerín. VI. Regencia de Castilla en el Bey Católico y carta que le escribe el Emperador en favor de los Beyes de Na- varra. VIL Coligación del Papa y otros príncipes contra venecianos, y otra liga secreta

DEL MISMO.

1507

§. I.

uerto el Duque, continuó el Rey la guerra contra el Conde de Lerín Qon gran tesón y extraño ardimiento, aüo dándole la indignación el coraje que le negaba su na- tural. Lo primero fué aumentar su ejército con las tropas que le envió el Condestable de Castilla, que fueron de cien lanzas y dos mi infan- tes, los ciento y cincuenta escopeteros comandando esta gente junta- mente con las suyas los Condes de Aguilar y de Nieva, que ambos fueron siempre muy amigos de nuestro Rey. Fué muy necesaria esta prevención; porque el Duque deNájera se había acercado á la raya con mucha gente para ir á socorrer al Conde de Lerín, que era su consuegro, por estar casado su hijo heredero Luís de Beaumont con hija suya. A que se añadía: que el Arzobispo de Zaragoza, hijo del rey D. Fernando, enviaba mucha gente en su ayuda para obrar en conformidad contra el rey D. Juan, á quien por último se hubo de

Ad nihilum redigit inimicos suos. Et flruilia passim iu Sacra Pagina.

1 96 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, GAP. IX.

rendir el castillo de Viana después de una vio;orosa resistencia que hizo la guarnición, puesta y aumentada por el Conde de Lerín; con no tener más que en tenencia aquella plaza. Así quería apropiarse lo que era del patrimonio Real.

2 De allí pasó á Larraga el ejército, que era de seiscientas lan- zas y ocho mil infantes sin los que trajeron el Conde de Aguilar y el de Nieva. Larraga con su castillo y la fortaleza que llamaban el cortijo fueron embestidas á 22 de Marzo de este año de 1507. Era al- caide de esta villa y su castillo Martín de Montoya y capitán del cortijo Miguel de Góngora. Los cuales y todos los demás que den- tro se hallaban fueron requeridos al mismo punto para que entrega- sen la villa con su castillo y también el cortijo, con amenaza de ser pasados á cuchillo si no obedecían prontamente. Ellos en este con- flicto, no esperando socorro del Condestable, trataron de rendirse por capitulación. Y para ser admitidos á ella, se valieron de la interce- sión del caballero de Labrit, de Juan Diez de Guinea, de Beltrán de Lescún, del Señor de Góngora, coperos y continos del Rey, y de Juan de Góngora, hermano del Señor de Góngora, ambos parientes del capitán del cortijo, Miguel de Góngora, vecino de Viana. El Rey condescendió benignamente á su súplica, que fué eficaz. Aun- que le hizo más fuerza la necesidad de no detenerse en el sitio de es- ta plaza, que se rindió luego con pactos muy decentes: y el Rey pa- só á sitiar la de Lerín.

3 A este tiempo se les ofreció á los Reyes un no pequeño emba- razo, que fué: una embajada que se les hizo de parte de la nueva Rei- na de Castilla, Doña Juana, dirigida por los de su consejo por estar ella incapaz para el (Jobierno y el Rey, su padre, ausente en Italia. Fué el enviado el secretario Lope de Conchillos con orden de reque- rirles que no se procediese por vía de fuerza contra el Conde de Le- rín. Procuró el Secretario con buenos medios que se contentasen con lo hecho, ayudándole á esto algunos de los castellanos de las tropas auxiliares, como el Conde de Nieva y el Alcaide de Briviesca: y tam- bién de los navarros, entre los cuales se cuenta el Mariscal de Nava- rra, en quien se debe contar por acto heroico esta mediación, siendo enemigo capital del Conde de Lerín. Todos instaban en que se so- breseyese de la guerra por tiempo de tres meses. Pero nuestros Re- yes dilataban la respuesta, extrañando mucho esta embajada y pre- tendiendo que muy al contrario por la capitulación que se asentó en Sevilla, el Rey Católico y los remos de Castilla tenían obligación de ayudarles y no dar favor al Conde. Lo que ellos querían era que és- te fuese primero á pedirles perdón de las desobediencias y yerros pa- sados y que después se saliese del Reino 3^ les entregase á Lerín y sus hijas fuesen á residir en la Corte. Pero esto era mucho pedir pa- ra la altivez del Conde, que siempre insistía en que el Rey Católico fuese el arbitro de sus diferencias: y en cuanto á sus hijos, afirmaba que no los dejaría con tales Reyes, estándoles mejor ir á servir á quien más obligación tenían y mejor merecía.

4 Conchillos, que se había retirado á la villa de Losarcos, no se

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. I97

quiso partir de Navarra hasta ver la última positiva respuesta que nuestros Reyes daban á su embajada. Ellos respondieron en sustan- cia: que no estaban olvidados de las cosas pasadas ni de los asientos de paz y de alianzas hechas con el Rey y la reina D. Isabel: y que también era muy notorio lo que ellos de su parte habían hecho por SS. AA. con toda verdad y amor, poniendo en peligro sus Estados al tiempo délas guerras que tuvieron con Francia: y que estaban fir- mes en guardar aquella misma amistad con la reina Doña Juana y con los reinos de Castilla. Y que no era razón que por lo que enton- ces se emprendía contra el Conde de Lerín por sus deméritos y cul- pas, se hablase en cosa de tanta importancia, como era lo que tocaba á la confederación y amistad que había entre sus reinos; y más cuan- do buenamente no se podía disimular lo que obraba el Conde y tra- tos que tenía contra su servicio: y cuando era necesario entender en el castigo por pacificar su reino, que él quería poner en toda turba- ción y guerra, como siempre lo había hecho de cincuenta años atrás hasta aquella hora continuadamente: que les parecía cosa nueva que algún rey ó persona á cuyo cargo está el gobierno de cualquier rei- no procurare favorecer al que, desobedeciendo ásus reyes, alborotaba su reino con peligro de que se encendiese la guerra en los comar- canos; cuando lo natural era darles favor para el castigo de seme- jantes excesos, como ellos lo pensaban hacer exponiendo todo su Es- tado contra cualquiera que en los reinos de Castilla tuviese atrevi- miento de rebelarse contra la Reina tanto desacato como el Conde de Lerín lo había ejecutado; que si el Conde, reconociendo su obli- gación, volviese sinceramente á su obediencia como subdito, serían contentos de recibirle y tratarle con clemencia por contemplación de la Reina y del Rey, su padre, con quien tenían tan estrecha alianza y parentesco. Pero que, estando él muy lejos de esto, se conocía bien cuan protervo estaba y rebelde: que en lo que tocaba á Ü, Luís, su hijo, de quien tanta cuenta se hacía, serían contentos (yendo él co- mo debía) de recogerle en su casa y servicio, como tenían propues- to, hacerle honra y merced, no mirando los yerros y culpas de su pa- dre y suyas.

5 Esta fué la respuesta de los reyes D. Juan y Doña Catalina. A que se siguieron muchas réplicas y varios negociados en favor del Conde, interponiéndose también el Arzobispo de Zaragoza, Lugarte- niente de Aragón, que tenía juntadas hasta trescientas lanzas en Ta- razona. Pero no quiso dar lugar á que se juntase mayor número de gente para que entrase en Navarra hasta saber la votuntad de su Rey. Y hubo tanta dilación en esto, que el Conde fué desposeído de todos los lugares de su Estado, menos Lerín. Después de haber llegado las cosas á este trance, vio el Arzobispo que el Rey respondía tibiamen- te en lo que tocaba al Conde de Lerín, remitiéndolo para su vuelta á Castilla: y no quiso permitir que la gente enviada á 1 arazona se jun- tase con la del Duque de Nájera, ni que entrase en Navarra, princi- palmente porque esto podía atrasar mucho que los señores de Casti- lla, que ya habían comenzado, entrasen en la obediencia del Rey Ca-

198 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. X.

tólico; pues los más estaban mal con el Duque, el cual era uno de los más adversos á S. M.: y lo que ahora hacía no era por agradarle sino por asistir á su consuegro el Conde de Lerín, En este medio salió és- te de la fortaleza de Lerín y volvió con alguna gente de Aragón para su defensa. Pero, disponiéndose el ejército del Rey á apretar el sitio, se atravesaron ahora también las negociaciones de los fautores del Conde. Conchillos, entendiéndose con el Arzobispo de Zaragoza y con otros, hacía mucha instancia en que las cosas de hecho cesasen, y ofrecían al rey D. Juan que D. Luís de Beaumont, sin curar de su padre ni del Duque de Nájera, su suegro, iría á su Corte y se reduci- ría á su obediencia; porque diese lugar á que la gente aragonesa que estaba en Lerín saliese indemne y sin que se llegase á las armas en- tre navarros y aragoneses. Mas, teniendo el Conde noticia de esto, de ninguna manera quiso permitir que su hijo se fuese á poner en ma- nos del Re}'. ¡¡Tal era su pertinacia!! Lo más que de él se pudo sacar fué que Lerín se pusiese en manos del Arzobispo para que él hiciese lo que le pareciese de aquella plaza. Pero el Arzobispo y sus parcia- les juzgaron que no convenía el servicio de su rey al recibirla; y por esta causa no se aceptó la oferta.

6 Conociendo el rey D. Juan que no había que esperar del Conde de Lerín partido ninguno decente á la dignidad Real, trató de apre- tar más el sitio de Lerín. Dio orden para que fuesen destruidos los molinos de la villa. Esto se ejecutó por los soldados del Rey con mu- cho vigor, aunque con algún daño que recibieron de los sitiados, ha- biendo salido estos á impedirlo. Luego pasaron varias partidas con ánimo vengativo á talar los campos. Y esta ejecución fué muy riguro- sa y general en todo el territorio de Lerín y de otros lugares de su jurisdicción. El Conde, que ya había salido de Lerín algunos días antes con sus hijos, dejando encomendada su defensa á Salvador de Bérrio, se fué á Ocón á juntarse con el Duque de Nájera y volver á so- correrla. Pero no halló en él el Duque el aparejo que esperaba: como ni tampoco en el Arzobispo de Zaragoza, á quien solicitó el Duque, mas en vano, por no haber este procedido con lisura en la oferta que le había hecho de reconocer al Rey Católico por regente de los reinos de Castilla. Por lo cual 3^ porque el Conde no tenía socorro ninguno de Francia, como lo había pretendido, apretó el rey D. Juan el sitio; de manera que no tardó en tomar á Lerín y juntamente se apoderó antes y¡después de todos los lugares y tierras pertenecientes al Conde, como Andosilla, Sesma, Carear, Miranda de Arga y otros: de suerte que no le quedó ni una sola almena eu Navarra. En el cerco, que fué duro, de esta última plaza le mataron al Rey el paje de lanza que es- taba á su lado. Y por el atrevimiento de tirar á la persona Real fué después que se tomó el castillo ahorcado el Alcaide con un hermano suyo.

7 Desposeído el Conde de Lerín de cuanto en Navarra tenía, se citaiaV fué á Castilla, de donde después pasó á Aragón. Algunos quieren

decir que al salir de Navarra derramaba copiosas lágrmias; y procu- rándolo consolar sus criados y escuderos que con él iban, les dijo:

REYES D. JUAN III Y DOXA CATALINA. IQQ

110 creáis que yo ¡loro la salida de mi casa; que ¿i ella liemos de vol- ver^ si yo no^ mis liijos. Mas lloro la perdición de este reino, que lo han de poseer y mandar extraños] que es lo que siempre he defen- dido y por loque hz llevado tan largos trabajos. Si fué vaticinio, discurra el lector por quiénes lo pudo decir.

.^. II.

^ ^on la expulsión del Conde de Lerín, á quien acompa-

8 H ñaron sus hijos y otros caballeros de su séquito, quedó Na-

^^h^^^varra en toda paz. Pero como no puede haber felici- dad cumplida en este mundo, á la guerra se siguieron las otras pla- gas de hambre y peste. El hambre fué universal en toda España; pero ia peste no cundió tanto acá. Lo que más pudo afligir á este reino fué el entredicho que hubo en él por más de un año. La causa fué esta. Murió en Roma á 20 de Septiembre de este año el cardenal Antonio- to. Obispo de Pamplona. Habíale dado Alejandro VI por la dejación de su hijo D. César Borja este obispado con nombre de administra- dor perpetuo. Y ahora, teniendo noticias de su muerte, que llegó muy en breve, 20 de Octubre) el Prior y Canónigos de esta Santa sau- Iglesia declararon á la misma hora la sede vacante y nombraron por^°^¿^^° gobernador y vicario general al prior D. Miguel Garcés. Estaban logo de con mucho dolor de las malas y repentinas provisiones que en los ^o^ ¿íe años pasados se habían hecho de este obispado, perniciosas en gran j^*™" manera; porque los provistos como extranjeros y ausentes, que no conocían á sus ovejas ni ellas á ellos, cuidaban más de recoger sus rentas, que no de mantener la disciplina eclesiástica y los derechos de la dignidad. Este desconsuelo obligó al cabildo á usar de su anti- guo derecho y proceder ala elección de nuevo obispo para propo- nerle á S. Santidad y pedirle su confirmación. El propuesto fué Don Amaneo de Labrit, Cardenal del Título de S. Nicolás in Carcere Tu- liiano, hermano del re}^ I). Juan: y sobre esta recomendación, varón de muchas letras y virtud.

9 Pero el Papa, que tenía nombrado al cardenal Faccio, no quiso venir en lo que el cabildo le pedía. Y este cardenal por no dar lu- gar á nuevas demandas envió sin detención por su procurador y vicario general á Antonio Roncionio, Canónigo de Pisa y Doctor en Derechos, para que no tomase la posesión. No se la quiso dar ni recibirle el cabildo de la catedral: y él se fué al arcipresíazgo de la Valdonsella, donde le recibieron y obedecieron sin contradicción. El Papa llevó ásperamente esta resistencia 3' 'envió su monitorio des- pachado en Roma á 26 de Enero del año subsiguiense de 150S. Mas Año el rey D. Juan no le obedeció prontamente, queriendo suplicar de él •'^'^^ á S. Santidad. Por lo cual el Papa le declaró por excomulgado y puso entredicho general en todo su reino. Duró éste cerca de año y medio con notable rigor sin celebrarse los oficios en parte alguna ni dar sepultura sagrada á los difuntos. Hasta que, viendo el Rey que

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no valían medios ningunos para doblar al Papa á reducirle á oír sus razones y las del cabildo sobre el agravio que se hacía á la regalía y á la Iglesia de Pamplona, privándolas del derecho que tenían de nombrar y proponer á S. Santidad los obispos como inconcusamen- te se acostumbraba en lo antiguo: y oyendo: también el Rey con grande quebranto de su corazón los clamores y llantos de todo su pueblo de Navarra, naturalmente piadoso, obediente y muy católico, determinó con maduro consejo posponer á la piedad los in- tereses políticos por obedecer á las letras apostólicas. Y así, dio or- den para que tomase pacíficamente la posesión del obispado el nombrado Vicario del cardenal Faccio: como se ejecutó con todas las ceremonias y requisitos acostumbrados. Y luego inmediatamente el Arzobispo de Zaragoza, D, Alfonso de Aragón, á quien S. Santi- dad tenía nombrado por comisario y ejecutor de sus letras, absolvió de las censuras y levantó el entredicho á 3 de Septiembre de 1609, Así quedó el Cardenal de Santa Sabina, Faccio, en posesión de este obispado, del cual gozó muy poco tiempo, viniendo á morir en Ro- ma á 24 de Marzo de 1510. Y le sucedió con grande agrado del Pa- pa el Cardenal de Labrit, quien fué tan gran prelado, que monstró bien con sus hechos la poca razón con que ahora lo habían des- echado.

§. III.

Poco después que el Conde de Lerín salió de Navarra llegó el Rey Católico, su cuñado, á España de vuelta de Italia. Desembarcó su armada en el reino de Va- lencia. Y dejando allí con el cargo de lugarteniente general á su mujer la reina Doña Germana, toan ó el camino de Castilla para encontrarse cuanto antes con su hija la reina Doña Juana. Saliéron- le al camino para congraciarse con él después de la enemistad pasa- da y reconocerle por regente de los reinos de Castilla todos los señores de ella, menos el Duque de Nájera y D. Juan Manuel, que siempre estaban firmes en no admitirle: y el Duque, con tal tesón, que todavía traía su inteligencia con el Emperador para pasar á Flandes con armada que de allí le enviasen y traerse consigo al Zurita, príncipe D. Carlos para que acá se criase siendo su tutor el Empe- rador, su abuelo: que era tocarle en lo más vivo de su punto y de su interés al rey D. Fernando. Y así, éste, luego que llegó á Castilla, entendiendo la porfía del P2mperador, su consuegro en este punto, determinó resueltamente ante todas cosas mantenerse en su derecho, pretendiendo sfer suya la tutoría de la persona del Príncipe y por la misma razón la regencia de todos los Estados en que éste había de suceder si la Reina por su achaque no ios pudiese gobernar. Fué mu- cho lo que en esto trabajó por vía de negociación como también en otras muchas cosas tocantes al buen gobierno de Castilla después de quitado este óbice.

REYES D. JUAN III Y DOSA CATALINA. 201

11 Pero en medio de tan inmensos negocios no se olvidó de lo que tenía por agravio hecho por nuestros Reyes al Conde de Lerín. Harto cuidadosos estaban ellos de esto: y más sabiendo que había sido bien fundada la sospecha que se tuvo, de que D. Gastón de Fox tomaba la empresa de Navarra con ayuda del Rey de Francia y del Rey Católico desde las vista y conferencias que ambos Reyes tuvie- ron poco antes en Saona. Y se confirmaba con que el rey Luís en todas las confederaciones y ligas que después había hecho con el Rey de Inglaterra y con otros príncipes, excluía al Rey de Navarra y no le comprendía en ellas por decir que era su vasallo. En lo cual se engaíiaba mucho: porque no lo podía decir con verdad por lo de Navarra, que jamás reconoció superioridad de otro rey: ni tampoco por lo de Bearne, aunque fuese otra cosa de los otros Esta- dos que los reyes D. Juan y Doña Catalina poseían en Francia.

12 Declaróse, en fin, el rey D. Fernando con enviar al comenda- dor Diego Pérez de San Esteban para que de su parte procurase con ellos que proveyesen en el remedio del grande agravio que decía haberse hecho al Conde de Lerín par evitar que se siguiesen mayo- res males en su reino: mayormente que el Conde tenía muy adelan- tado el volver á Navarra y hacer en ella la guerra con mayores fuer- zas, asistido de sus amigos, deudos y valedores: sin la oposición del Condestable de Castilla, que, aunque en los principios favoreció las cosas del Rey contra el Conde, se había retirado de este empeño por justos respetos, siendo uno de ellos el no desagradar al rey D.Fer- nando. Mas que el Duque de Ncijera por su parte proseguía con zin-ita. tanto esfuerzo en favorecer las cosas del Conde, que se podía temer mucho de él. Es cosa muy notable que S. Majestad Católica se acor- dase para esto del Duque de Nájera cuando ahora era su mayor enemigo, y tenía harto qué hacer con él. A esto añadió otras muchas razones el Embajador en justificación del Conde y en abono de la sana intención de su Rey, que deseaba su bien por la obligación del parentesco y otras que le tenía: como también deseaba el de los Re- yes de Navarra, sus sobrinos, por lo mucho que los amaba. Y conclu- yó rogándoles que quisiesen restituir sus Estados al Conde para que después de vuelto á su posesión se determinase aquella causa por términos de justicia ó por vía de concordia se concertasen: de suerte

que por aquella contienda no se siguiesen los escándalos y males gra- ves que amenazaban.

13 Ü3'endo la embajada el Rey y Reina de Navarra, entendieron que no se les hacía esta instancia departe del Rey Católico por solos estos fines ni por hacer merced al Conde; sino por tenerle de su ma- no dentro de este reino y valerse de él para ios intereses de los rei- nos de Castilla y de Aragón. Y así, respondieron estimando muchoel santo celo de S. Majestad Católica y el amor que les tenía; pero acriminando los excesos intolerables del Conde de Lerín, de quien no se podía esperar enmienda por su terrible natural. Traíanle á la memoria lo que el rey D. Juan de Aragón y de Navarra, su padre, había padecido con el Conde aún después de haberse casado con

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SU hija Doña Leonor de Aragón; sin haber bastado esta aUanza para tener paz cumpHda con él. Y que si por este parentesco atendía tanto al Conde, más atendidos debían ser ellos, que eran parientes por me- jor línea, cual era la de la reina Doña Leonor, hija legítima del mis- mo rey D. Juan y hermana suya, muy digna de preferirse. Y no de- jaron de representarle lo mucho que extrañaban el que mostrase sen- timiento de lo mismo que S. Majestad Católica había hecho siempre y actualmente estaba haciendo en los reinos que gobernaba, y era dar el castigo merecido á los vasallos delincuentes y especialmente á los sediciosos y rebeldes sin acepción de personas; por cuanto su im- punidad sería perniciosísima á los reinos y de grande escándalo á todos los reyes del mundo. Estas y otras razones, que Zurita trae más largamente, representaron los Reyes de Navarra al Embajador para escusarse de ejecutar lo que el Rey Católico les pedía.

14 Tampoco aprovecharon las nuevas instancias que el Embaja- dor les hizo, diciéndoles; que si tenían por inconveniente que el Con- de fuese restituido por entonces á sus Estados, alo menos lo pusie- sen en tercería en poder del Rey Católico entre tanto que aquellas diferencias se determinaban por justicia, señalándose jueces paratís- to. Y para más torcedor, les ofreció de parte de S. Majestad que él in- tercedería con el Rey de Francia para que no pasase adelante en el intento de despojarlos del Reino 3' de los otros Estados que en Fran- cia tenían y de meter en ellos á D. Gastón de F'ox, su sobrino y cu- ñado del rey D. Fernando. Pero con ser esto lo que más alterados y espinados tenía á nuestros Reyes, perseveraron constantemente en lo resuelto. Lo cual se atribu3''e á que no tenían por firme la residencia del Rey Católico en Castilla, creyendo que no tardaría en venir el príncipe D. Carlos á ella y se tomaría otra forma de goi)ierno en aquellos reinos.

§. I-

Poco después de esta embajada el Condestable Conde de Lerín, que se había recogido á Aragón en las tie- rras del Conde de x\randa, murió á 6 del mes de No- viembre de este año en Aranda de Jarque. Aunque era muy viejo, la mayor causa de su muerte fué (según Zurita) el sentimiento grande que tuvo del Rey Católico; porque, dejándose de embajadas á los Reyes de Navarra, no le había dado el favor que él tenía por cierto para cobrar sus Estados por las armas. Porque, siendo de un ánimo excelso y valeroso, bastábale el corazón con mediano socorro que el Rey le diese y con el que esperaba de Francia 'para ganarlos por la lanza en bres días. Su cuerpo estuvo depositado en el monasterio de Veruela, de la Orden del Cister, algunos años, hasta que el condes- table D. Luís, su hijo, restituido á todos sus Estados, lo trajo á Na- varra y lo colocó en la iglesia parroquial de su villa de Lerín, en el sepulcro magnífico de alabastro que hoy se ve. Fué de estatura muy

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pequeña; pero de un espíritu inmenso, con sumo valor y audacia: lo cual le hizo entrar en los ardaos empeños que quedan vistos en mu- chas partes de nuestra Historia des ie los tiempos del Príncipe de Viana hasta los presentes.

i6 De su mujer Doña Leonor de Aragón solo sabemos que mu- rió después en la ciudad de Tortosa, en Cataluña. Tuvo de ella cua- tro hijos legítimos, dos varones y dos hembras. Los varones fueron el primero D. Luís, que le sucedió en todos sus Estados con muchos aumentos, como el de Canciller Mayor después de la conquista de Navarra por su tío el rey D. Fernando el Católico. El segundo D. Fer- nando de Beaumont, cuya sucesión se acabó presto. La hija primera fué Doña Catalina, qu? casó con D. Jaime de Fox, Infante de Nava- rra, hijo cuarto de la reina Doña Leonor, hermana del Rey Católico. Algunos creen que no llegó á tener efecto este matrimonio, aunque se trajo la dispensación. Lo cierto es que no quedaron hijos ningu- nos de él. La segunda hija fué Doña Ana de Beaumont, que casó con D. Juan de Mendoza, hermano del Marqués de Cénete. Fuera de estos hijos legítimos tuvo el Condestable otro hijo habido fuera de matrimonio, llamado D. Juan de Beaumont, que sirvió mucho á su padre y le acompañó fidelísimamente en sus trabajos. *

17 No debemos omitir lo que Garibay refiere, por haberlo tam- bién visto nosotros en algunos manuscritos que tenemos de estos tiempos, y deben de ser de los que él cita. Dice, pues, que el Condes- table muerto, viéndose perseguido de nuestros Reyes, había tenido en Francia con el rey Luís grandes tratos para que viniese á con- quistar el reino de Navarra para su sobrino D. Gastón de Fox, Du- que de Nemurs: dándole á entender que esta era una empresa con que fácilmente podía salir, porque él haría que toda la parcialidad beau- montesa le ayudase. A que añade este autor: que después de su muerte su hijo heredero D. Luís de Beaumont trató lo mismo con el Rey de Francia, pasando allá en persona á solicitarlo acompañado de D. Francés de Beaumont, de D. Pedro Menaut de Beaumont y otros caballeros de la misma parcialidad. Pero el Rey de Francia, que á la sazón estaba muy ocupado en la guerra de Genova, por habér- sele rebelado poco antes los genoveses, se escusó de esta empresa, aunque de él muy deseada. Con que D. Luís y D. Pedro Menaut de Beaumont sin hacer nada se volvieron á Aragón, dejando á D. Fran- cés en servicio de Luís, Rey de Francia. Allí se detuvo este caballero algún tiempo, hasta que su padre D. Juan de Beaumont lo llamó pa- ra que combatiese por él con Amador de Lazcano, á quien había de- safiado, y por su vejez no podía salir en persona al desafío. Con efec- to vino D. Francés, y llegado el día y la hora del combate, salieron

* Da est3 cibxUero hace msucióu Zurita al año de 1500, lib 4. caí». -2. y también Garibay, como ucgo diremos. Y por memorias que habamos visto, creemos que lo hubo el Condestable, su pa- dre, eu una noble doncella, hij i dal licenciado Viana, vecino de la villa do este nombre, y de ilus- tre familia, una de los doce escuderos do ella. Él vino 11 ser Consejero ilo Navarra, y por su gran- de capacidal y mirito le emplearon los Reyes eu grandes uegociü« y embajadas.

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al campo aplazado; mas por la diferencia de cierta arma que Amador alegaba traer D. Francés sobrada, y D. Francés que no, se pasó el día en demandas y respuestas y todo paró en voces.*

.^. V.

Andando, pues, D. Luís de Beaumont desterrado de Na- varra, no cesaba de hacer diligencias para volver á ella, siendo restituido en los Estados que perdió su pa- 150W dre. Las más eficaces eran con el rey D. Fernando, su tío, que, com- padecido de sus trabajos, hizo los mismos buenos oficios que por su padre. Como fué: ordenar á Pedro de llontañón, su embajador en zurit. ^^X^^^^' ^"^ ^^ su parte pidiese al Rey y á la Reina que mandasen ¿MHb ^^^^^^^"^ ^^ Condestable, su sobrino, todo lo que habían tomado á su 8. cap.- padre; porque de ello el Rey les quedaría muy obligado y él les sería *-^- muy fiel y verdadero subdito y servidor. A esta proposición respon- dieron ellos lo mismo que á la pasada, estándose firmes en no querer venir en la restitución. Los que van prevenidamente á disculpar y ho- nestar lo que después hizo con ellos el Rey Católico, atríbuyen este tesón á mala voluntad y falta de respeto. Lo cierto es que los Reyes de Navarra estaban muy persuadidos á que S. Majestad Católica no insistía tanto en este asunto por el bien de los Condes de Lerín como por tener en este reino persona de tanta autoridad y totalmente adic- ta á para lo que á él se le ofreciese. Este temor, y también la espe- ranza de que el Emperador había de prevalecer en la competencia, que aún no estaba ajustada, sobre el gobierno de Castilla, les dio la animosidad de persistir en la resolución primera.

19 El embajador llontañón mostró mucho sentimiento ó expli- có el que su Rey tendría, con expresiones de mucha amargura, y aún de amenaza, pasándose á reprobarles sus ingratitudes con hacerles cargo de muchas cosas en que habían faltado á su obligación: y se- ñaladamente de cierta entrada que los de Sangüesa de mano armada hicieron por las fronteras de Aragón á causa del derecho que preten- dían tener en las villas de Ul y Fiíera. Aunque al cabo de ellos fueron los que recibieron mayor deño en la tala que los aragoneses hicieron en sus campos. Refiriendo estas cosas, Zurita dice que entonces se comenzó á formar nuevo odio y enemistad entre los navarros y ara- goneses. Pero no aprovechando los ruegos é intercesiones del rey D. Fernando para que el Condestable fuese restituido á sus Estados, mandó a D.Juan de Silva, capitán general de estas fronteras, que le diese todo favor y ayuda, y lo mismo ordenó á los consejos de las pro-

Garibay añarlc tjue D. Juan de Beaumont, hijo natural del Condestable, tuvo además do D. Francés otro hijo llamado D. Juan, que pocos días después de este fantástico desafío obtuvo para 61 la dignidad del Arcedianato de la Tabla en la Iglesia de Pamplona. Y se^ún noticias fide- dignas, podemos añadir otro hijo legítimo que casA en la liioja. Del hijo mayor D. Francés, que después fué caballerizo del emperador Carlos V, se ofrecerá hablar en el progreso de nuestra Historia.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 20^

vincias de Guipúzcoa y Álava y á los del señorío de Vizcaya, para tomar los lugares que pudiesen en Navarra. El Condestable intentó con esta gente cobrar algunas fortalezas por vía de trato y á hurto. Y como esto no tuviese efecto, deliberó romper de guerra por fuerza abierta. Pero estando bien prevenidos los lugares de Navarra por la sospecha que de esta invasión se tuvo, mandó el rey D. Fernando que se sobreseyese del rompimiento hasta que se ofreciese mejor disposición.

20 En lo que más mostró sus designios el rey D. Fernando fué zurita en procurar por este tiempo concertar al Mariscal de Navarra con el Condestable por medio de D. Juan de Silva 3' asentar entre ellos pa- rentesco * para que se acabasen todas sus diferencias y fuese con es- ta alianza más firme su amistad, A este fin se vio D. Juan con el Ma- riscal en una fortaleza suya, junto á Losarcos: y fué á tiempo que el Mariscal estaba descontento de su Rey por ser desfavorecido de él públicamente. Aprovechándose de esta conyuntura, le habló D.Juan de Silva, ofreciéndole ventajosos partidos. Pero él, prefiriendo su honra á sus sentimientos é intereses, repelió cortesanamente la propo- sición. Hacíala el re}- D. Fernando (según dice Zurita) porque tenía por cierto que teniendo aquellas dos Casas de su parte, no se liaría otra cosa en Navarra de lo que á él bien le estuviese. Y porque es- peraba que esto lo podría componer mejor en otra ocasión, no quiso zunta dar lugar á que se rompiese ahora la guerra contra el Reino de Na- varra por las fronteras de Aragón ni por razón de la restitución de la dota de la Condesa de Lería, su hermana, que aún vivía, y del Es- tado del Condestable, su sobrino, ni por los daños que los de Sangüe- sa hicieron en su reino. Y se contentó con que se procediese por vía de justicia contra el rey D. Juan, habiendo de ser la justicia como él quisiese. Así sucedió, quitándole dentro del principado de Cataluña el vizcondado de Castelbó y la baronía de Castellón de Farfaña, cu- yas rentas fueron secuestradas y adjudicadas al Condestable en re- compensa de su patrimonio hasta que se le volviese lo de Navarra.

§. VI.

N'o podían dejar de sentir mucho los Re3'es de Navarra estos procedimientos del rey D. Fernando, particular- mente por ser en un tiempo que totalmente le queda- ban las manos sueltas para hacer de ellos lo que quisiese. Acabando S. Majestad Católica de componerse sobre la regencia de Castilla con su consuegro el emperador Maximiliano, de cuya sinceridad y bondad esperaban mucho nuestros Reyes, creyendo que él sería el regente. Pero después de largos debates compuso esta tan reñida

* Zurita que refiere todo esto, uo explica, cual fuese, este Parentesco pretendido por el liey Cotólico,

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diferencia el rey Luís de Francia por medio del Cardenal de Amboe- sa su valido. Y fué cogiendo al Emperador por la parte más ílaca, la del dinero, de que siempre adolecía, haciendo que el rey D. Fernan- variiias ^^ j^ dicse dc contado cincuenta mil escudos y cuarenta mil de renta de Luis situados en los efectos más corrientes de las rentas Reales de Casti- XII. hb. jj^ ^^^ pacto de que estos los había de recibir el Emperador y el nieto había de enviar todos los años las quitanzas al Rey. Este ajuste tenía por fin quitar el mayor embarazo para la coligación concertada en el tratado de Cambray entre el Papa, el Emperador, el Rey de Es- paña y el de Francia, contra los venecianos, que á todos cuatro te- nían usurpadas muchas tierras en diversas partes de Italia sin más razón que la de Estado, entendida por ellos ásu modo ordinario. Es- ta fué la última y más difícil negociación del Cardenal de Amboesa, que por el trabajo que tuvo en salir con ella acabó de arruinar su sa- lud y contrajo la larga enfermedad, de que murió. Dichoso de él, ex- Yariiias clama un escritor francés, si después de haber servido al Rey, su amo, todo cuanto su moderada capacidad para los negocios de Estado pu- do alargarse, no hubiera empleado sin saber lo que se hacía, su calor naturafen reconciliarlos dos más poderosos enemigos * de S. Ma- jestad Cristianísima, que, á quedar en su discordia, jamás hubieran conspirado á quitarle el ducado de Milán, como después lo hicieron. 22 Viendo, pues, los Reyes de Navarra frustrada la esperanza que tenían puesta en el Emperador, acudieron no obstante á él como á intercesor, ya que no habían logrado la ocasión de tenerle por arbitro. Representáronle por medio de mensajeros de autoridad el agravio que de parte de Castilla se les hacía en que las villas y fortalezas perte- necientes al principado de Viana y otras muchas estuviesen en su po- der, debiendo ser restituidas á Navarra. Y le pidieron que sobre esto interpusiese con el rey D. Fernando su autoridad. El Emperador, que los miraba con grande cariño, escribió al Rey Católico una carta en lengua latina, su fecha de 6 de Mayo de 1510, en que con todo empe- ño le recomendaba dicha restitución. Pero ni estas ni otras recomen daciones de príncipes fueron^^de provecho.

§• VIL

para este tiempo andaba muy encendida la guerra de 23 \/ los aliados contra Venecia, y aún se puede decir que casi estaba concluida, habiendo sacado todos ellos en gran parte lo que pretendían. Sobre lo cual hubo varios lances, que omitimos por ser ajenos de nuestra Historia, contentándonos solo con ingerir lo que puede hacer á nuestro propósito. La república de Venecia se vio en el último aprieto. Porque sobre los rayos del Vati- cano, que primeramente fulminó el Papa contra ella, excomulgándola

Y

* El Emperadoi-, y el Key Católico.

REYES D. JUAN 111 Y DOÑA CATALINA. 20)

en toda forma, él y los demás confederados de la liga de Cambray en- traron con poderosos ejércitos por diversas partes de sus dominios; y por más que Venecia hizo en su defensa, hubiera perecido total- mente si S. Santidad después de haber hecho su negocio no se hubie- ra compuesto con ella. El tratado fué con sumo secreto de una parte y otra. Pero al cabo lo descubrieron los otros confederados de S. San- tidad, sin que se supiese con certeza por cuál vía. Creyóse que el Du- que de Ferrara adquirió la primera noticia. Era también de la confe- deración y gastaba en espías más que todos los demás enemigos de los venecianos, con ser el menos rico. Importábale más que á los otros por estar su pequeño Estado rodeado casi de las tierras de Ve- necia y ser mayor su peligro si los venecianos mejoraban de fortuna. De hecho el Papa imaginó fuertemente que él lo había descubierto. Y á esto atribuyen muchos el rigor y enojo grande con que después le persiguió sin hacerse cargo de lo bien que ahora le servía tenien- do agregadas sus tropas al ejército de S. Santidad, y siendo uno de sus generales muy superior á los otros en el valor y buena conducta.

24 Los embajadores del Emperador y del Rey de Francia luego que supieron un secreto tan importante fueron juntos al Palacio del Papa. Mostráronle el artículo de la liga de Cambra}^ que en términos expresos contenía que ninguno de los confederados había de contra- venir á cosa ninguna de ella hasta que cada uno de ellos hubiese re- cobrado enteramente lo que pretendía tenerle usurpado los venecia- nos: y estar además de eso en posesión de la parte del Estado de tie- rra firme, que le debía pertenececer según el repartimiento que entre tenían hecho. A que añadieron: que el Emperador aún no era due- ño de Padua ni de Treviso. Y presuponiendo que el papa Julio no tenía qué responder, se pasaron á decirle algunos desengaños, que, aunque dichos con el respeto debido á su dignidad, pudieran ser que- mazones si Julio, con ser el hombre más iracundo del mundo, no su- piera templarse cuando lo había menester. Respondió, pues, confe- sando el hecho y escusándose con decir que lo había hecho como padre común, cuya obligación era tener siempre un oído reservado para atender á los llantos de los miserables en las ocasiones mis- mas en que eran indignos de toda gracia. Y porque no se pensase de él otra cosa, prometió de observar puntualmente el tratado de Cam- bray: y dio sus órdenes á las tropas eclesiásticas para que se junta- sen con el ejército imperial en la Lombardía al mismo punto que allí entrase.

25 El Embajador de España no se halló con los otros dos en esta ocasión; sino que para escu-sarse fingió una indisposición, que le obligaba á estar en la cama. Mas se atribuyó á que el Rey Católico le tenía mandado asistir debajo de mano con todo su poder á los ve- necianos en la negociación con el Papa, y que él lo había ejecutado con mucha destreza. Con efecto: estaba mucho tiempo había con- cluido el tratado. El agente principal de los venecianos fué el carde- nal Ascanio Sforcia, hermano del Duque de Milán, despojado por el Rey de Francia y recluido en estrecha cárcel de su reino: donde el

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Cardenal estuvo también prisionero y el Rey le había dado libertad con mal consejo para emplearle en negocios del interés de la Fran- cia. Y ahora le pagó de esta suerte la confir.nTi que de él había he- cho. Por estas cosas se dijo de los franceses üc aquel tiempo que pre- sumían mucho y lo erraban todo. A los venecianos puso el Papa las condiciones que quiso, aunque muy agrias y sensibles para su deli- cadeza. La necesidad lo allana todo. Ordenó que la república de Ve- necia desistiese de la apelación que tenía interpuesta al futuro Conci- lio: que renunciase el nombramiento de todos los beneficios eclesiás- ticos de sus dominios: que admitiese indiferentemente para ellos to- das las personas en quien el Papa los quisiese proveer; sin que de allí adelante le obligasen á elegir á los naturales de su país: que con la mayor humildad pidiese á S. Santidady recibiese la absolución de la excomunión fulminada contra ella: que renunciase á todas sus pre- tensiones sobre el estado eclesiástico de cualquiera naturaleza que fuesen: que no había de dar refugio ninguno en sus tierras á vasallo ninguno de los papas, cualquiera que fuese, sin su permisión. Y que sien los tratados que ella tenía hechos con los predecesores de Julio ellos la habían concedido alguna gracia perjudicial ala cámara apos- tólica, quedase por nulo, sin que fuese menester una más expresa de- claración. En todo esto vino la república de Venecia. Y recibió su absolución. Varillas ^^ ^^ ^^^ '^^^ ^'^^ ^^ Papa y venecianos se coligaron por este tra- tado secreto, el primero fué el rey D. Fernando el Católico. El cual, después de haber sacado muy cumplidamente su porción en la liga Mazer pasada de Cambray, recobrando en el reino de Ñapóles las villas de Manfredonia, Trani, Manópoli, Brindis y Otranto, que tenían usur- padas los venecianos, ahora consiguió del Papa la investidura de to- do aquel reino por una hacanea blanca, sin pagar los cuarenta mil ducados como sus predecesores lo habían acostumbrado. Pero el mayor precio, y ofrecido con más gusto del Papa, fué la esperanza de echar de toda Italia á los franceses, de quienes poco había sido el mayor amigo }' ahora era su más mortal enemigo. El deseo de Julio se extendía á la expulsión de todos los extranjeros: y si al presente exceptuaba al rey D. Fernando, era por valerse de un clavo para sa- car otro. No lo ignoraba S. Majestad Católica. Mas consideraba que la conservación de Ñapóles dependía de la expulsión presente de los franceses.

27 Los Esguízaros fueron los segundos que entraron en esta liga. Era muy dificultoso el reducirlos; por ser muy amigos é interesados en la amistad con la FVancia y haber cuarenta años que ella les paga- ga cada año -una considerable pensión para más estrecharlos consigo. Pero se ofreció á vencer esta dificultad el Obispo de Sión, Mateo Scheiner, á muy poca costa del Papa. Era hombre muy hábil, y sien- do caballero de capa y espada, tuvo maña para trocarla por la mitra, y ahora pretendía la púrpura. Él había ganado la amistad de los más poderosos de los trece cantones con el trato familiar que le ocasiona- ba la vecindad de su diócesi, pegada á ellos. Y con la vehemencia

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 2O9

grande de sus razonamientos matizados de las causas imacrinarias, que á su parecer la Francia les había dado para apartarse de ella, pu- do mover aquellos pueblos como el viento hace con las olas. Con efec- to: se consagraron al Papa, que les dio el glorioso título de Defenso- res de la Santa Sede y mil florines de pensión anual á cada cantón, cuando cada uno llevaba cinco mil del Rey Cristianísimo; y al Obis- po de Sión le dio por su buena diligencia el capelo que le había pro- metido. No le costó más á S. Santidad un tan importante negocio. ^¿^ 28 El tercer soberano, en quien puso los ojos para oponerse al Rey de Francia, fué el de Inglaterra, Enrique VIH; quien aún no había un año que reinaba por muerte de su padre Enrique VIL Era joven brioso y deseaba mucho señalar su nombre en su entrada á la Coro- na por alguna empresa gloriosa. Y ninguna otra se le podía ofrecer tan célebre como esta; á que le inducía también su suegro el rey Don Fernando. Pero topaba Enrique con un estorbo considerable, cual era: el apretarle la Francia, sobre que confirmase la alianza concluida con Enrique VII, su padre, el cual se la había encargado mucho á la hora de su muerte, siendo las últimas palabras con que se despidió del hijo: que reinaría d¿cho>¡aniente en tanto que estuviese bien con los fran- ceses. Mas que al punto que él se embrollase con eJlos^ verla muy á costa suya volver á comenzar grandes revoluciones y seguirse muclias desventuras en su reino. El hijo prometió ejecutar fielmente esta última voluntad de su padre; pero no lo cumplió. Porque, de- jando álos franceses, se coligó después con el Papa y con el re}' Don F'ernando, su suegro: pudiendo más con él las persuaciones de Vol- seo, su privado, que por este medio obtuvo de S. Santidad el capelo que le tenía ofrecido.

29 Algunos quieren atribuir á esta desobediencia del rey Enrique Vlll con su padre la que después ejecutó con el Sumo Pontífice, se- parándose con el mayor escándalo que jamás se vio del gremio de la ¡Santa Iglesia Católica. Como también atribuyen á la condescenden- cia con el suegro contraía voluntad de su padre el repudio de la reina Doña Catalina, su mujer, tan doloroso y afrentoso para el Rey y todos los reinos de España: siendo la principal causa de tanta infa- mia la mayor autoridad del cardenal Volseo, c¡ue ahora recibió el ca- pelo. Pero esto es querer escudriñar los secretos juicios de Dios, que son inescrutables: pudiéndose solamente decir en general que Dios confunde las trazas de los hombres, aunque se encaminen á buenos fines, cuando en ellas intervienen injusticias.

30 Lo que nosotros podemos decir con toda certeza es que de esta liga, quejada de varios y densos vapores en tierras extrañas, se formó la nube que al cabo descargó en Navarra para su total ruina sin que este reino alentase de su parte las pestilentes exhalaciones que le achacan para hacerle digno de tanto mal. Para mayor prueba de esta verdad, c[ue tan confusa anda en las Historias, especialmente en las de España, referiremos exactamente lo que en esto hubo desde el principio del cisma escandaloso que se suscitó en la Iglesia y la gue- rra atroz que se siguió, tomándolo de los historiadores más fidedig-

ToMO VII. 14

ilÓ LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. X.

nos de todas naciones. Bien podemos decir aquí lo mismoque el poe- ta al entrar en la narración déla guerra de Italia entre Turno y Eneas: que nos nace una serie mayor de cosas, y que son de más obra los sucesos que vamos á referir, *

Virgilio lur j.

lib. 7. Maiiis opiis moveo.

^aeid.

Maior reruní milii nascitiii' ordo: noveo.

ANOTACIÓN.

•jj ¥3j''a niás luz y raejor comprensión del íiii de esta nuestra llisto- JL ría, ha sido muy conveniente rcl'erir con aii^una exacción estasco- S1S, (jue tienen mucha conexión con las (|ue después sncediei'on en|esle reino, y fuei'on tan lastimosas, como se dirá, (^omo tainbién el habernos detenido algo en las (ju.; inmedialamenle antes dejunos diclias, ó por mejor decir, tras- ladadas en compendio del gran historiador aragonés,Zurita,quo muestran bien el designio (jue ya el Rey Católico tenía formado de conquistar á N.ivarra.

CAPITULO XI.

I' Principio DEL CISMA QUE hubo en l.\ [glesia.. U. Excomunión del Papa contra varios

Príncipes y resultas de ella. III. El Papa sale personalmente á campaña y sucesos de

ELLA. IV. Embajada de los Reyes de Navarra al Rey Católico, v. continuación de la guerra

DEL Papa y otros sucesos de sd pontificado.

Alio

§. I.

Ipapa Julio después de haber concertado su liga, co- mo queda dicho, solo esperaba la ocasión de ponerse en 1510 ^__^campaña:y como fácilmente la halla el que tiene gana

de reñir y tiene la ventaja, se valió de una ala, á la verdad muy ligera; pero que sabía bien había de envolver en ella al Re}' de Francia, contra quien venía á ser su conato principal. Alfonso, Duque de Fe- rrara, tenía las salinas de Comachio, y el Papa, que poseía las de Cervia, solía vender su sal en la Lombardía. Mas Alfonso había he- cho con el rey Luís, Señor entonces de aquel Estado, el contrato de dársela mucho más barata. Agustín Ghisi, arrendador de las sa- linas del Papa, se quejó de esto á S. Santidad, quien al punto man- dó al Duque romper los pactos hechos con el Rey. El Duque le respondió que él no impedía que los tratantes fuesen libremente por sal á Cervia, pero que si iban á Comachio por ser la mejor, no era ra- zón que él los echase: porque de esta suerte sería enemigo de sus propios bienes: que él no había introducido esta costumbre que así

bEYES D.JUAN III Y DOÑA JUANA. 21 í

la había hallado cuando entró á ser d^que: y que, habiéndola recibido de su padre, creía estar obligado á conservarla indem- ne á su posteridad. Sobre esto hubo muchas demandasy respues- tas de una parte y otra; hasta que el papa Julio le declaró la guerra, y, juntando su ejército con el de los venecianos, entró en sus listados. El Duque recurrió al Rey de Francia, en cuya protección se había puesto. Y no pudiendo el Rey abandonarle por la especial alianza que con él tenia, se interpuso con el Papa primero con re- presentaciones suaves, después con ruegos humildes, para que se apaciguase con el Duque.

2 Mas, viendo que no había traza de endulzar su ánimo amargo, resolvió que pasase á Italia el Señor de Chaumont, Carlos de Ambo- esa, sobrino del Cardenal de este nombre, con ejército competente, el cual se juntase con el del emperador Maximiliano, que al mismo tiempo lo envió á cargo del Príncipe de Anhalt, su general, y tam- bién con las tropas del Duque de Ferrara. El Emperador y el Rey estaban de acuerdo que todas estas fuerzas unidas fuesen contra los venecianos, así para acabar de sacar de su poder las plazas que le toca- banal Emperador, como para ponerse al ejército de Venecia, que, uni- do con el de S. Santidad, marchaba contra Ferrara y también con- tra Genova, de la cual era dueño el francés; y los ven ecianos querían despojarle de ella, sitiándola por mar y por tierra. Esta empresa se les hacía fácil á los venecianos por las inteligencias que dentro tenían, cebándolas los bandidos de Genova, que Con puestos preeiminentes seguían su ejército. Pero les sahó vana. Porque, habiéndose éste acercado por dos veces á Genova ,no pudo hacer nada por haberse metido dentro un gran refuerzo y haber cerrado Chaumont de tal manera los pasos á los suizos, que, habiendo tentado pasar por diversas partes al Milanés, se volvieron sin hacer nada á sus casas.

3 Por este tiempo á 25 de Mayo murió en León Jorge de Am- Mazer. boesa. que por tantos años fué primer ministro del rey Luís XIL Un elegante escritor hace en pocas palabras su elogio, llamándole sabio piloto de la Francia, ministro sin avaricia y sin variedad. Cardenal con

un solo beneficio, que, no teniendo puesta la mira en otra riqueza que la del bien público, juntó un tesoro de bendiciones por toia la posteridad.

4 Desvanecidos, como se ha dicho, los primeros esfuerzos de la nueva liga, lo natural era que el Papa se templase viendo las pocas apariencias que había de sahr con su empresa y que viniese, aunque mal de su grado, en los medios de concordia que siempre le propo- nían. Pero muy al contrario; se irritó de manera que determinó pro- seguir con mayor furia la guerra. El Emperador y el rey Luís, que no querían tenerla con S. Santidad, se valieron|del rey D. Fernando, que aún no se había declarado, como ni tampoco el rey Enrique de Inglaterra, por el Papa, para que lo redujese á la paz templando su ira, lay tom pero fué sin efecto. Aunque no podemos creer lo que dice aquí un l^lirací historiador, que hoy tiene los primeros créditos en Francia. Y es;queto-

212 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XL

el rey D. Fernando, haciendo el papel de medianero entre los unos y los otros, fingía apacii^uar al Papa para animarle más contra ellos, y sacaba los secretos del Rey y del Emperador y los traía entreteni- dos con diversas proposiciones á fin de disponer mejor sus cosas y entrar con la pujanza que después entró en la liga.

§. II.

egado, pues, el papa Julio á toda proposición de paz, para hacerse más formidable arrimó la espada de San Pablo, y empuñando las llaves de San Pedro, exco- mulgó á Alfonso de Este, Duque de Ferrara; á Carlos de Amboe- esa, General del ejército de Francia; consiguientemente á su Rey y al Emperador y á cuantos seguían el partido de ambos en Italia, que eran solos los florentines y los bentivollos desposeídos de Bo- lonia. Conociendo el rey Luís que por más que le pesase no era posible escusar la guerra con Julio 11, convocó á fines de Sep- tiembre de este año una asamblea de la Iglesia galicana en la ciudad de Tours para saber lo c[ue en esta perplegidad le permtía la conciencia. En esta asamblea, en que se hallaron los arzobispos, obispos, abades, doctores en teología y ambos derechos, con todos los grandes personajes de su reino y otras tierras de su obediencia, se determinaron y revolvieron ocho cuestiones propuestas por el Rey y su Consejo,

6 La primera: Si era lícito al Papa hacer guerra á los príncipes temporales en las tierras que no son del dominio de la Iglesia, seña- ladamente á los príncipes que en cosa ninguna han ofendido á la Igle- sia: y si podía excomulgar á los dichos príncipes, que le hacían la guerra por la defensa de sus Estados, sin ponerse en cuestiones so- bre la y los derechos eclesiásticos? La asamblea respondió: que el Papa no lo debía ni podía hacer.

7 La segunda: Si era permitido y lícito al Príncipe perseguido por el Papa repeler con las armas la tal violencia con el fin de defender su Estado, su persona y sus vasallos y echarse sobre las tierras de la Iglesia y apoderarse, de ellas, no para retenerlas, sino para quitarle al Papa los medios y la comodidad para ofender al Príncipe: el cual prometía restituir las dichas tierras á la Iglesia, y con efecto las res- tituiría al punto que el Papa se redujese á su deber? La asamblea re- solvió: que el Príncipe lo podía hacer con la carga y condición de la restitución.

8 La tercera: Si por agresión del Papa le era lícito al Príncipe ofendido distraerse de su obediencia cuando el Papa incitaba á los otros príncipes cristianos á que invadiesen las tierras del dicho Prín- cipe y se echasen sobre sus vasallos? Respondió: qtte lo podía hacer.^ substrayéndose de la dicha obediencia.^ no íiniversalmente, sino so- lo en lo tocante á la defensa de stis tierras y vasallos.

9 La cuarta: En caso de suceder esta substracción, cómo se de-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 213

bían portar el Príncipe y sus vasallos; particularmente los prelados y eclesiásticos en las cosas que necesitan de recurso á la Silla Apostó - lica? A esto respondió: que era menester gobernarse según el anti- guo Derecho Común y La Pragmática Sanction decret ida en el Sa- grado Concilio de Basilea.

10 La quinta: Si el Príncipe cristiano podía con seguridad de con- ciencia por vía de hecho defenderá otro príncipe con él confedera- do, cuya protección había tomado legítimamente por su cuenta, y mantener su listado, sus vasallos y su persona con los bienes por él justamente poseídos de tiempo inmemorial, aunque fuese contra el Papa? Resolvieron: que lo podía hacer.

11 La sexta: Si un feudatario de la Santa Sede podía ser excomul- gado por una diferencia puramente temporal que él tenía con la Cor- te de Roma sobre una materia tan problemática de una parte y otra, que los pareceres délos más célebres jurisconsultos estaban divididos en este punto: y si este feudatario estaría obligado á comparecer en Roma en caso que el Papa le hiciese citar para responder delante de los comisarios por él nombrados? A que respondió la asamblea: que la excomunión no seria válida y qne el/endafario no estaba obliga- do á comparecer si no se le daba primero la canción necesaria pa- ra la seguridad de su persona.

12 La séptima: Si el dicho feudatario, después de habérsele nega- do el que se pusiese en jueces arbitros de una parte y otra como él pretendía, la decisión de este pleito, era condenado por los comisa- rios del Papa sm haber sido oído ni por ni por sus diputados, esta- ba obligado á obedecer á esta sentencia y juicio en que el Papa era juez en su propia causa? La asamblea resolvió: que el feudatario no estaba obligado á obedecer á tal sentencia. Todo esto miraba al Du- que de Ferrara feudatario del Papa y confederado del Rey de Fran- cia y del Emperador.

13 La octava: Cuando el Papa injustamente contra la orden del derecho y con mano armada procede por censuras y anatemas con- tra los dichos príncipes, que le resisten, y contra sus vasallos y alia- dos; si en este caso están ellos obligados á obedecer? La resolución de la asamblea fué: que estas censuras son nulas y de ninguna ma- nera pueden ligar, dañar ni perjudicar á los príncipes cristianos, á sus vasallos, Estados y aliados.

14 Después de haberse juzgado y aprobado todo lo dicho en la asamblea, se ordenó que el Rey enviase al papa Julio sus embajado- res para convidarle con la paz y pedirle que se reconciliase con él y, con el Emperador y con los otros príncipes, sus aliados, 3^ que en ca- so de rehusarlo, se le avisase de parte de todos' ellos que se pasaría á juntar un Concilio general conforme á lo decretado en el Concilio de Basilea. El Papa no quisodar salvoconductonioírálosembajadores; sino que muy al contrario, excomulgó de nuevo al rey Luís de Fran- cia, al emperador Maxiniiiiano y otros príncipes y algunos cardena- les, arzobispos, obispos y prelados: privando á los eclesiásticos desús beneficios y dignidades, y á los reyes y príncipes seculares de sus

214 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XL

reinos y señoríos, que adjudicó y expuso á la conquista del primero que quisiese y pudiese ocuparlos. Mas de esta sentencia unos y otros apelaron al futuro Concilio.

15 Lo que más enconó al Papa contra todos ellos fué el haber sa- bido que el Emperador había dado orden para que lo mismo que se había resuelto en la asamblea de Tours fuese aprobado por los obis- pos y prelados de Alemania, juntándose para este efecto en la ciudad de Constancia, donde lo más del tiempo solía residir S, Majestad Ce- sárea, y que la última resolución y conclusión de la asamblea de Tours decía en términos expresos: que todos los franceses eclesiásticos, ar- zobispos, obispos y prelados, y otros que tenían cargo de almas, has- ta los mismos cardenales y domésticos del Papa, luciesen residencia actual en sus beneficios y saliesen de Italia al punto que les fuesen notificadas las actas de la asamblea: y que en falta de obedecer^ se procedería á la consfiscación de sus rentas para emplearlas en los reparos de las iglesias y otras obras pías.

16 En la excomunión que ahora fulminó el Papa contra los prín- cipes ya dichos pone Favín expresamente después del emperador

de^Na- Maximiliano al Rey de Navarra, por ser parcial del Rey de Francia: var. lib. y dcbemos advertir que ningún otro escritor lo por excomulgado tan á prisa, sino mucho después. El en su concepto ningún agravio hace á nuestro Rey; antes le pareció que le hacía lisonja, dando por asentado que la excomunión fué nula: y que los reyes y príncipes in- clusos en ella estaban inocentes y padecían por la justicia, en que se explica demasiado. Nosotros le perdonamos la buena intención. Pero en la realidad hace grande agravio al Rey de Navarra y ma37or á la Historia, á quien hiere en el alma, siendo la verdad alma de ella; par- ticularmente en la causa que da de ser comprendido ahora el rey Don Juan en las censuras pontificias, diciendo que fué porser parcial del Rey de Francia, lo cual es manifiestamente falso. El rey Luís XII de Francia era por este tiempo el mayor enemigo del Rey de Navarra: porque había tratado, y siempre trataba, de quitarle el Reino para dárselo á D. Gastón de Fox, su sobrino. Y esto tenía tan receloso y tan adverso á nuestro Rey, que, muy al contrario de ser parcial del de Francia, estaba negado á todo comercio con él. Y para su resguardo no procuraba otra cosa que el mantenerse en la buena gracia y amis- tad de su tío el rey D. Fernando el Católico, de quien sabía que ya corría muy mal con el de Francia. Y es cierto que el Cristianísimo hu- biera enviado ahora con ejército competente á su sobrino 1). Gastón á la conquista de Navarra si no lo hubiera embarazado la nueva gue- rra contra el Papa y venecianos y si no hubiera echado mano de él para la de Italia, en que pasaron varios y notables lances, de que ire- mos dando brevemente noticia, como también del tiempo cierto en que se pretende haber sido excomulgado el Rey de Navarra.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 21$

C^^ obre estar implacable el papa Julio, era tal el ardor de su

17 ^^^ira ó su celo, que él fué quien primero salió á campaña k^.^sin querer esperar á los venecianos ni á los suizos, que

eran entonces sus únicos aliados; por no haberse declarado todavía por él ni el Rey Católico ni el de Inglaterra. No reparaba en su mu- cha edad, que ya llegaba á los sesenta años, ni en su poca salud, que con tantos cuidados estaba muy quebrantada, ni en el rigor del invier- no, que á principios de Noviembre entraba tan herizado, que hacía imposible todo campamento. Después de todo esto declaró que su vo- luntad era que lo llevase delante de Ferrara para ponerla sitio. No hizo caso de las representaciones de sus médicos, queje dijeron cla- ramente que si tal hacía que se moriría en el camino. El les respon- dió que JESU-CRISTO, por cuya Iglesia trabajaba, tendría cuida- do de su vida, y que en todo caso no la podía perder en otra más glo- riosa ocasión. Con efecto, se hizo llevar por el camino mas derecho á Ferrara y su ejército le siguió; aunque no hubo oficial ni soldado que no le obedeciese á miás no poder.

18 La república de Venecia le había ofrecido enviar sus tropas de tierra firme para reforzar las de la Iglesia, pero lo andaba empe- rezando. Porque rara vez se cumple de buena gana lo que se pro- mete á la importunidad ajena, no interviniendo la conveniencia pro- pia. Esta república, antes de consentir á la proposición de Julio sobre asistirle en esta empresa, había procurado escusarse de todas mane- ras y se había fundado en razones convincentes; aunque, según su costumbre, le había ocultado la más principal. Ella consistía en que el Papa, según todas las apariencias, estaba en manifiesto peligro de morirse luego. Porque cuando su temperamento resistiese á la enfer- medad que padecía, era forzoso ceder al aire nocivo y á las otras in- comodidades de los campamentos. Y si venía á morir durante el sitio de Ferrara, su ejército en vez de proseguir sus designios se volvería contra los venecianos, que le ayudaban á ejecutarlos: quedando es- tos enteramente deshechos si las tropas eclesiásticas se juntaban, como era lo más verosímil en este caso, al ejército que ya juntaba el Duque de Ferrara. El expediente de los venecianos para quitarse de cuidados fué enviar al sitio de Ferrara la mitad de sus fuerzas con el pretesto de que era lo selecto de su ejército y que el resto estaba tan fatigado, que necesitaba de algún tiempo de descanso para restable- cerse. Por general de esta mitad fué el Marqués de Mantua, y llenó con ella los dos tercios de la circunvalación. Pero él no servía de buena gana al papa Julio ni álos venecianos, de quienes por cosas pasadas estaba quejoso y al presente receloso por la sospecha de que, tomada Ferrara, habían de intentar algo contra Mantua. Y así, ade- lantó poco la rendición de esta plaza: antes ayudó con su parecer á que se levantase el sitio luego que se vio la resistencia grande de los sitiados.

2l6 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. XL

19 El Papa, frustrado también en esta ocasión, se aplicó con el te- són acostumbrado á otras empresas menores, á que daba lugar la Mezet. templanza con que tomaba esta guerra el Rey de Francia. Quien ha- bía prohibido á su general Chaumont atacar las tierras de la Iglesia con el fin de no irritar más á S. Santidad, sino antes reducirle á la paz que deseaba. Pero le salió mal; porque de esta suerte perdió casi dos años de tiempo y muchas ocasiones de conseguir el fin deseado con mucha ventaja su3^a. Una de ellas fué: que pudo muy bien Chau- mont apoderarse de la misma persona del Papa en Bolonia, donde temerariamente se había metido: y por estas contemplaciones en lu- gar de apretar con vigor el sitio de esta ciudad, se dejó engañar con proposiciones de ajuste; y entre tanto, llegaron tropas de venecianos, que sacaron á Julio del peligro. ,.Q 20 El efecto fué que después de haber tomado algunas plazas de 1515 menos importancia, pasó el ejército del Papa á poner sitio á Mir¿ín- . dula, que le importaba mucho para volver sobre Ferrara con mejor suceso. Según es más verosímil, primero se apoderó de Concordia, plaza menor perteneciente al mismo Estado. El cual no era feudo de la Iglesia sino del Imperio; y sus príncipes en nada la habían ofendi- do sino que siempre se habían mantenido en singular respeto con ella, y aún merecido en muchas ocasiones la confianza de los pontífices. Uno de ellos fué el príncipe Francisco Pico, persona mu}^ sabia y prudente, que al mismo papa Julio II acababa de servir con satisfac- ción en una embajada de suma importancia tocante á la paz con el francés: y era tío, hermano de padre, del Príncipe que ahora poseía aquel listado, niño de muy tierna edad, que estaba en la tutela de su madre; hija del general Trivulcio y consiguientemente debajo de la protección de Francia, por lo cual parecía estar seguro, Pero como no hay seguridad que valga á los príncipes pequeños donde se atra- viesa el interés de los más poderosos, el sitio se puso. Y después de comenzado, se hizo llevar el Papa á él, queriéndose hallar en perso- na por parecerle que no caminaba con la presteza bastante según su fantasía y saber, que el general Chaumont prevenía á toda diligen- cia el socorro. El mismo á pesar de las nieves y los hielos y sin mirar á su quebrada salud ni á su edad daba prisa á los trabajos, ordenaba las baterías, impelía á los soldados, unas veces por amenazas, otras por caricias. Todo esto sirviera de poco si el general Chaumont hu- biera acudido á tiempo con el socorro como el Rey, su amo, se lo mandaba. Pero el estar impracticables los caminos en el corazón del más riguroso invierno, que jamás se vio, con otros embarazos, fué causa de que la plaza, estando en el último peligro, se rindiese por capitulación un día antes que el socorro llegase. El Papa entró dentro como en triunfo, haciéndose meter por la brecha. Así quiso premiar él mismo su trabajo, que fué excesivo en este sitio, y respi- rar también de dos grandes sustos que yendo á él y estando en él ha- bía padecido.

21 El primero fué: que siendo llevado por los términos cercanos á las plazas de Rubiera, de Carpí, de Guastala y de Corregió, las

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 2l7

guarniciones francesas que en ellas había hacían continuas correrías: y el célebre caballero Ballard, uno de los primeros jefes que tuvo no- ticia de su marcha, resolvió prender al Papa y conducirle á Milán, donde Chaumont le detuviese hasta la conclusión de la paz, que se deseaba. Todo se previno con tanto secreto, que el papa Julio hubiera caído infahblemente en el lazo si se hubiera puesto en camino. Mas el mal tiempo le fué favorable. Todo aquel día nevó tan copiosamen- te, que no le fué posible salir del lugar donde había pasado la noche. Y la interpresa de Ballard se frustró por esta sola causa. El segundo susto fué en el mayor fervor del sitio. Los sitiados derribaron á tiros de cañón la tienda del Papa con peligro de su vida. Y él, por mons- trar ánimo, cre^'ó que lo remediaría mudando de tienda con el Car- denal de Senigalla. Mas, ó fuese que ellos lo hubiesen advertido ó que tiraren igualmente á todas partes, el mismo inconveniente y pe- ligro le sucedió segunda vez. Y sus domésticos obtuvieron después con lágrimas que se fuese á alojar más lejos, á donde no alcanzase la artillería de los enemigos.

22 Viendo el Rey de Francia lo poco que aprovechaba su mode- ración respetuosa, v que su reputación estaba abatida en Italia por la presa de la Mirándula, envió nuevas tropas y órdenes á su general Chaumont para que no perdonase más al Papa. El lo ejecutó pun- tualmente y cargó sobre él con tal vigor, que le constriñó á retirarse á Bolonia y de allí á Ravena. Aesto se añadió el saber que estaba convocado para primero de Septiembre de este año el Concilio gene- ral con que le tenían amenazado. Convocóse por los cardenales y prelados que estaban mal contentos del Papa, señalándose para te- nerle la ciudad de Pisa, no sin muchas altercaciones. Porque el Em- perador había pretendido ser de la majestad del Imperio que el Con- cilio fuese convocado en una de sus ciudades, y proponía la de Cons- tancia, donde cien años antes se había tenido el que dio fin dichoso al largo cisma que por cuarenta años había padecido la Iglesia. Mas los obispos de Italiano querían salir de su país, no osando fiarse de la palabra de Maximiliano. Pero, no siendo decente dar esta escusa, la que dieron fué: que si el Concilio se tenía en Francia ó Alemania el })apa julio, por cuya causa principalmente se había convocado, tendría justa razón para no hallarse en él, alegando que Maximilia- no y Luís eran sus partes contrarias: y que la primera de todas las leyes naturales, que era la de su propia conservación, le prohibía po- nerse en manos de sus capitales enemigos. Esta consideración impi- dió al rey Luís proponer la ciudad de León, aunque así lo tenía re- suelto: y propuso la de Turín, que era del Duque de baboya. Mas esta ciudad aún no estaba entonces fortificada y los Cardenales te- mían que Julio los podía coger en ella. Y así, de necesidad se pusie- ron los ojos en Pisa, y todos convinieron en su elección. Era fuerte por su situación; y los florentinos, después de haberla recobrado, ha- bían añadido nuevas fortificaciones. Esta ciudad no era suspecta á Maximiliano, siendo feudo del Imperio; ni á Luís, que vivía en buena inteligencia con los florentines; ni al papa Julio, que convenia en que

2r8 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP, XL

^eera la más cómoda de Italia después de las del Estado eclesiástico. Los florentines la concedieron de buena gana, aunque después les pesó.

23 La citación hecha al Papa de comparecer en ella el día seña- lado estaba expresada en términos en que el respeto no dismmuía la fuerza. No se supo el autor. Unos lo atribuyen al cardenal Carvajal, otros al Cardenal de Corneto. Ella comenzaba por el presupuesto de que todos los pueblos cristianos, que tanto se interesan en la elección de los pontífices soberanos, la habían transferido al Sacro Colegio, y que consiguientemente los papas habían consentido en que el mis- mo Sacro Colegio fuese juez con derecho de pronunciar si dicha elección había sido canónica: y de deponerlos en caso que ellos se hubiesen hecho indignos de la Santa Sede por la enormidad de sus delitos. A que se añadía: que había pruebas incontestables de que Ju- lián de la Rovere, Cardenal del título de 5. Pedro Ad-Vinciila^ haljía venido á ser papa por simonía: que además de eso, de notoriedad pú- blica había merecido su deposición por un grande número de accio- nes escandalosas. Y que para convencerle de esto, bastaba decir que había declarado la guerra sin causa ninguna al Emperador, al Re}^ de Francia y al Duque de Ferrara, 3^ que actualmente tenía las armas en la mano contra ellos. Aunque jESU-CHRISTO, en cuyo lugar presumía estar, hubiese declarado á sus apóstoles en su último razo- namiento que les hizo antes de su muerte que su conducta debía ser contraria en todo á la de los soberanos de la tierra, principalmente en lo que tocaba al espíritu de dominación: que los concilios de Cons- tancia y de Basilea habían decretado que se tuviese concilios gene- rales á lo menos de diez en diez años: que el Cardenal de S. Fedro Ad-Víticiila no debía teñera mal el sujetarse á esta constitución. Pe- ro que, muy al contrario, sola la proposición de Concilio le había ins- pirado horror; porque, eludiéndola, se mantenía en la impunidad de sus delitos: que con todo eso, los cardenales juntados en Pisa no le citaban por sola su autoridad propia; aunque aprobada por él mismo antes y después de su elección; sino que todos los obispos de Alema- nia y de Francia y la mayor parte de los de Italia les habían apretado sobre esto: y que el desorden que se siguió era tal, que no ^e po- día sufrir: que si el Cardenal de S. Pedro Ad-Víncula estaba inocen- te, podía con toda seguridad venir á Pisa y defender allí su causa. Y cuando la tuviese mala, no tenía qué temer cosa peor que lo que les había sucedido á los tres papas que el Concilio de Constancia ha- bía depuesto, dejándoles cuanto antes de su exaltación al pontifica- do poseían.

24 Los teólogos del Papa publicaron luego una respuesta á esta citación, fundados en que en un solo caso era lícito deponer á los so- beranos pontífices, que era el de la herejía: y que Julio estaba tan le- jos de ser convencido de este crimen, que jamás se había visto en él ni el más leve indicio detener sentimientos particulares sobre la Re- ligión. También dieron por asentado que la convocación de los con- cilios generales dependía tan absolutamente del Papa, que esto éralo

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que solamente los distinguía de conciliábulos; y así, ponían en este último orden al de Pisa. Y lo probaron por la enumeración de las asambleas cristianas tenidas con beneplácito de los papas: y por la extraña desdicha á que se vería reducido el cristianismo si fuese per- mitido á algunos cardenales ambiciosos y á obispos malcontentos tur- bar su tranquilidad con el pretexto de dar nueva cabeza á la Iglesia. Pero no les fué tan fácil responder á una cosa l)ien particular que contenía la citación, y era; que en el cónclave del presente papa Julio II, se había renovado y aún aumentado el formulario observado en algunas otras elecciones. Es de saber: que para esta se juntaron trein- ta y ocho cardenales, entre los cuales Julián de la Rovere tenía el se- gundo lugar por la antigüedad de su promoción al capelo. Y el car- denal I). Bernardino de Carvajal, cuya autoridad era la primera, tu- vo valor y poder para hacer que se restableciese dicho formulario. La razón principal 3^ eficacísima con que redujo á sus compañeíos fué la de poner remedio á los grandes males y escándalos que se podían seguir en la Iglesia de Dios, semejantes á los del pontificado antece- dente de Alejandro VI, en cuya elección se había suprimido ese co- rrectivo.

25 Convencidos, pues, de su importancia, todos ellos firmaron y juraron en el dicho cónclave con juramentos muy solemnes: que el Papa queiban á elegir no había de declarar la guerra ni hacerla á 7iingi'in Príncipe cristiano^ si no fuese feudatario de la Santa Se- de: y en cualquier evento^ había de ser con la participación y tam- bién con el consentimiento del Sacro Colegio^ obtenido en toda bue- naforma: que dicho papa nuevamente electo habla de restablecer á los cardenales^ sus hermanos^ en todos sus antiguos privilegios y sobre todo, en el del conocimiento de las causas que el Derecho Ca- nónico llamaba mayores: que había de reducir el Sacro Colegio á veinte cardenales. Y que había de convocar un Concilio general dentro de los dos años, pasados y contados desde el día de su exal- tación. Y que si él contravenía en alguna manera, como quiera que fuese, á estos tres artículos, desde luego consentía en que el Sacro Colegio le depusiese, le hiciese su proceso y le diese el castigo mere- cido. Lo que más contra tenía el papa Julio era: que él mismo no solo firmó y juró esto en el cónclave, como todos los demás carde- nales, sino que lo confirmó después de su elección. Dábase, pues, por muy cierto, que había contravenido á ello. Y apenas se hicieron im- primir y distribuir, después de convocado el Concilio de Pisa, algu- nas copias del formulario de Carvajal, cuando S. Santidad se tuvo por perdido: y entró en tanto cuidado, que envió una orden secreta al Cardenal de Xantes para concluir á cualquier precio que fuese la paz con Trivulcio, que por muerte de Chaumont era 3'á general del ejército de Francia. Dejémosle en' este embarazo tan congojoso mientras que referimos lo que sucedió al mismo tiempo, y se acerca más á nuestro propósito.

220 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XL

§• IV.

T" a de todas partes marchaban á Pisa los convocados \ para el futuro Concilio. De Castilla nadie se movía,

Y

aunque fué solicitado el rey D. Fernando por el Em- perador y por el Rey de Francia, y mucho menos de Navarra. Por- que sus Re3'es tenían otros cuidados y no se querían meter en lan- ces tan pesados y tan á contratiempo cuando estaban muy mal con el Rey de Francia, que les quería quitar el Reino para dárselo á D. Gastón de Fox, su sobrino; y consiguientemente necesitados á no apartarse un punto del dictamen y voluntad del rey D. Fernando, quien solo les podía valer en este conflicto. Por esta razón fueron ahora á visitar sus Estados de Francia, que nesecitaban mucho de su presencia. El principal cuidado que los llevó fué el de prevenirlos para la guerra que tenían de parte del rey Luís y asegurarse bien de los ánimos de aquellos vasallos, que vacilaban en gran parte por las in- jestiones que él les influía. Pero les pareció que para todo evento los más importante era asegurar y estrechar más la alianza con su tío el rey D. Fernando, y así; luego que á Bearne llegaron, hallán- dose en su Palacio de Pau, trataron de hacerle una embajada. Y con efecto: á 6 de Febrero . de este año despacharon por su emba- jador á D. Juan de Jaso, Señor de Javier, Presidente del Real Consejo, y con él á Ladrón de Mauleón y Martín de jaureguízar, consejeros también de Navarra. antes había ido á Castilla el mismo Ladrón de Mauleón con este cargo y vuelto con alguna satis- facción del buen animo del Rey. Los embajadores, según las instruccio- nes que llevaban, le representaron que el ánimo desús Reyes no era otro que el permanecer siempre en su amistad, y que en esta suposición le pedían quesi entre S. Majestad Católica y el Rey de Francia se tomase algún nuevo asiento de paz, procurase que en las condi- ciones de ella quedase el reino de Navarra y los demás Estados su- yos de Francia en toda seguridad y reposo, de suerte que daño ni demasía no se les hiciese: que las villas de S. Vicente, Losarcos, Laguardia y las demás tierras de la Sonsierra pertenecientes á Nava- rra les fuesen restituidas; pues así lo había prometido antes S. Ma- jestad y lo mismo había mandado la reina católica Doña Isabel, su mujer, estando vecina á la muerte. También incluyeron como otras veces la restitución de todo lo demás; que siempre se pedía y nunca se concedía,

27 El rey D. Fernando respondió á todas estas peticiones como solía, dando buenas esperanzas y con buenas palabras; aunque aho- ra se dejó caer algunas que indicaban ser muy diverso su ánimo. Porque en ellas renovó su pretensión de que D. Luís de Beaumont, su sobrino, Condestable que llamaba de Navarra, y otros que con él andaban fuera del Reino fuesen restituidos en sus Estados y ofi- cios. Lo que no podían oír de buena gana los Reyes de Navarra.

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Las máximas que hacen halago alas pasiones particulares de los sobe- ranos siempre son perniciosas al Estado. Ellos querían mal al Con- destable y su máxima era que no les podía hacer tanto mal fuera de su reino como dentro. Pero no querían hacerse cargo de que la pa- sión dominante del Condestable era el amor á su patria, y que, resta- blecido en ella con todo honor y halagado con las caricias y favores, que vencen las más duras esquiveces, podían tener en él un muy fino servidor; y más cuando su natural no era atroz y protervo como el de su padre. Vueltos, pues á Bearne los embajadores, no tardaron los Reyes en volver á Navarra. Su mayor cuidado era el suceso de la guerra de Italia, no dudando que si el Rey de Francia prevalecía contra el Papa y venecianos, volvería contra Navarra las armas vic- toriosas por el designio que tenía formado de hacer rey de Navarra á D. Gastón de Eox. Y así, debemos proseguir suscintamente los va- rios acaecimientos de esta gruerra.

§. V.

eada día crecían más las desazones y penas del papa I. Habíase retirado S. Santidad á Ravena desde Bo- lonia, que dejó bien guarnecido por ser la ciudad más principal de los Estados de la Iglesia después de Roma y que tanto le había costado sacarla del poder de los Bentivollos. Pero, tramando estos una secreta conspiración dentro de ella, fueron con el ejército de Francia, que ahora mandaba el gene- ral Trivulcio, y fácilmente la recuperaron á vista de los ejércitos del Papa y de los venecianos, en quienes fué tal el espanto, la fuga y la deserción, que quedaron enteramente disipados y deshechos.

29 Estando el Papa en Ravena, sucedió casi á su vista la muerte atroz que el Duque de Urbino, su sobrino, dio al Cardenal de Pavía, favorecido suyo, con tanta demasía, que fué motivo de atroces mur- muraciones. A los dos había fiado el gobierno del ejército: al Carde- nal como á jefe principal, al Duque como á su teniente general y co- mo pupilo por ser joven ardiente que necesitaba de freno. Mas no era fácil que el Cardenal llevase la rienda con la destreza que era menester; y así, anduvieron siempre mal avenidos, echándose el uno al otro la culpa de los malos sucesos y quitándose la alabanza de los buenos. El Cardenal se hallaba ahora en el mayor caimiento de áni- mo, conociendo que por la mala cuenta que había dado de la defensa de Bolonia tenía ofendido al Papa en lo más sensible; y no se atre- vía á parecer en su presencia. Pero salió de su consternación con una carta muy cariñosa que recibió de S. Santidad, toda de su pro- pia mano: con que, m^uy confiado, partió luego á Ravena. La confianza creció por el agrado con que el Papa le recibió 3^ por el honor de convidarle á comer consigo. Mas yendo él muy alborozado al convi- te, le salió al encuentro el Duque de Urbino, y en la calle cercana á Palacio le dio de puñaladas con tanta inhumanidad, que diversas ve-

222 LIBRO XXXV DE LOS ANA LES DE NAVARRA, CAP. XL

ees se echo sobre él y aún le dio muchas heridas después de muerto.

30 La mayor parte de los autores impresos y manuscritos preten- den que esta muerte fué solamente efecto de la querella pasada entre el Cardenal y el Duque. Pero no faltan escritores que sospechan ha- ber sido el mismo Julio el autor, ó por lo menos el cómplice de esta muerte,* alucinados sin duda con las circunstancias que intervinie- ron y con la consideración del genio del Papa, que era implacable; y que como de nada se gloriaba tanto como de haber conquistado á Bo- lonia, nada podía tenerle tan irritado como el haberla perdido por la mala conducta del Cardenal de Pavía. Bien pudiera desvanecer estas sospechas el extremo dolor que mostró S. Santidad de una muerte tan alevosa. Al punto que la supo levantó las manos al cielo y le pi- dió justicia de un crimen tan sacrílejio v horroroso: declaro con grandes execraciones por excomulgado al Duque, su sobrmo. Con que dio bien á entender que era incapaz de tener parte en tan exe- crable sacrilegio. No quiso parar un punto en Ravena y se partió á Roma.

31 Mas en el camino se aumentó incomparablemente su pena. Porque al entrar en la ciudad de Rímini y otras por donde pasaba veía afijados en sus puertas los carteles de la convocación del Con- cilio general en Pisa para primero de Septiembre. Era su data de 16 de Mayo, y era hecha á petición de los procuradores del Rey de Francia y del emperador en ejecución del decreto del Concilio de Constancia y en nombre de nueve cardenales, délos cuales la habían firmado los tres, es á saber: D, Bernardino de Carvajal, Obispo de Sigüenza; D. Francisco de Borja, Obispo de Cosenza; y Brissonet, Arzobispo de Narbona, que entonces se hallaban en Milán. Los seis que por hallarse en otras partes no la firmaron, fueron: Luís de Lu- xemburg. Obispo de Mans; Fifipo de Prie, Obispo de Bayeux; Adrián de Corneto, Finar, San Severín y Ceste. Julio procuró hacerlos vol- ver á Roma; y no pudiéndolo conseguir, los excomulgó y los privó de la púrpura si no obedecían dentro de sesenta y cinco días. Pero todo esto era enconar la llaga y hacer más difícil su curación.

32 Viendo el cardenal Sansovino que el Papa lo precipitaba to- do con su demasiada cólera, le dio un consejo muy sano, en que mos- tró bien su gratitud y reconocimiento por haberle hecho cardenal en- tre los ocho de la última creación dirigida al aumento de su partido en el Sacro Colegio: y por haberle dado además de eso en rentas muy copiosas los medios de mantener el esplendor de la púrpura. Dí- jole, pues, Sansovino en una audiencia secreta: que no le importaba tanto ocupar el pensamiento en castigar á los cardenales rebeldes como en romper de todas maneras la asamblea de Pisa. Y que para eso no era menester más que convocar él otro Concilio en Roma; porque así perdería del todo su autoridad la dicha asamblea: por cnanto las conciencias escrtipulosas, cuyo número siempre es el

M.iriaua al üil del primer cap.'talo clol Libro trigisimo ele su Historia Latina.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA 223

mayDi% antes se acomodarían al Concilio de Roma que al conciliá- bulo de Pisa.

33 El papa Julio II abrazó el consejo del Cardenal Sansovino: y de su parte añadió algo á su modo con la mira de facilitar la ejecu- ción. Como los florentines eran dueños del Concilio de Pisa á causa de la guarnición que tenían en la ciudadela de esta ciudad, resolvió ganarlos á fuerza de beneficios. Y á este ñn introdujo una negocia- ción secreta con ellos. Al mismo tiempo trataba de composición con el rey Luís y el emperador Maximiliano. Pero con pocas veras al pa- recer; pues nunca asentía á las proposiciones que de parte de ellos se le hacían por sus ministros. En el mayor fervor de estos tratados volvió á caer enfermo, y con tanto rigor, que los médicos desespera- ron luego de su vida: y al cuarto día le sobrevino una especie de sín- cope, que hizo creer que era muerto: y así corrió la voz por todas partes. Los cardenales que habían llegado á Pisa para la abertura de su Concilio tuvieron el aviso por las espías que tenían en Roma; y al punto montaron á caballo para el cónclave que tenían por cierto. Pero muy presto se desengañaron y se volvieron tan aprisa como habían partido.

34 Vuelto el Papa de su síncope, lo primero que hizo fué absol- ver al Duque de Urbino, su sobrino, de las censuras contraídas por el homicidio del Cardenal de Pavía; y engrandecerle, añadiendo al du- cado de Urbino, de que le renovó la investidura, las ciudades de Pesa-

ro y Senigalla, como pesándole de no haberlo hecho antes. Su pensa- varillas miento había sido de darle Romana. Pero fuera de que esto sería caer ' en el mismo defecto que tanto se blasfemaba en Alejandro VI res- pecto del Duque de Valentinois, le retrajeron otras dificultades insu- perables que ahora se ofrecieron. No se sabe si la complacencia que tuvo de esta su última acción ó si la robustez de su temperamento prevaleció también ahora su mal. Mas es constante que en medio de tantos cuidados y arduos negocios, él convaleció mucho antes de lo que se esperaba.

35 Lo que más cuidado le daba era el poner remedio á una sedi- ción excitada dentro de Roma por dos caballeros mozos de las pri- meras familias de aquella ciudad, Pompeyo Colona y Antonio Saveli. Colona, como hijo segundo de su Casa, se había visto obligado á se- guir la profesión eclesiástica, aunque amaba más la guerra, que por falta de medios no fué á estudiarla en los ejércitos; mas la aprendía por en todos los libros que trataban de ella. La inclinación de Sa- veli era diferente; mas lo suplía su ambición, que era capaz de todo lo que podía elevarle al mando. Eran ambos muy amigos: y apenas supieron la síncope en que Julio había caído, cuando al mismo punto juntaron todos sus amigos, corrieron con ellos por las calles, excita- ron á sedición á los vecinos y los llevaron á casa del consistorio de la ciudad. Colona, que era el más elocuente, pronunció una aréngala más satírica que jamás se vio contra la nimia dominación de los papas en general y la de Julio en particular. En ella descendió á referir por menor la conducta de los últimos papas, y sobre esto se le escaparon cosas muy escandalosas. {A) A

2Í4 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, GAP. VÍ.

36 Los romanos gastaron mucho tiempo en resolver si volverían á tomar su antigua libertad; y razonando sobre la arenga de Colona, hallaron por su cuenta que en la imposibilidad en que se veían de persistir republicanos por largo tiempo, les cataba mejor tener due- ños que se mudasen muchas veces, como sucedía en los papas, que no sujetarse á una familia permanente. Mas estos discarsos duraron poco; porque fué breve la convalecencia de Julio. Quien estuvo muy mclinado á castigar las cabezas de la sedición, y no era dificultoso; porque aunque Colona y Saveli se habían escapado de Roma, no se atrevían á salir de los Estados de la iglesia, donde había entonces bastantes tropas para sitiarlos y cogerlos en cualquiera plaza á que se retirasen. Pero no era posible castigarlos con el último suplicio sin ofender irremisiblemente á sus parientes, que por otra parte no eran culpables, no habiendo seguido ni favorecido en su revolución. Y la buena política no permitía á S. Santidad hacer nuevos enemigos en Roma en un tiempo en que el ejército francés amenazaba venir á ella. Así el delito, que ni podía ser castigado ni perdonado, quedó ente- rrado. Y el papa julio quiso más fingir que no sabía nada, que dar á conocer lo poco que podía. La falta que en esto cometió se manifestó bien, y la lloró Roma diez y seis años después, cuando el mismo Pom- peyo Colona, siendo ya Cardenal, fué una de las principales causas del atroz saqueo de aquella ciudad siendo Emperador y Rey de Es- paña, Carlos V.

ANOTACIÓN.

A _ í^ uicciardino escribió esta arenga, habiéndola tomado de las me- ^Jmoriasmauuscrilas de algunos f|iie(como eidice) la habían oído. Mas después de impresa se arrancó del cuerpo de su llisloi'ia con muclia ra- zón por ser lan injuriosa á los sumos pontíllces. Después de eso se halla (como refiere Varillas) impresa apaile en italiano. Y v\ traductor francés de Guicci- ardino la volvió á poner con poca conciencia en el mismo lugar de donde jus- tamente se quitó.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 220

CAPITULO XII.

I. Asignación del concilio latekanense en Roma y traslación del de Pisa á Milán. II. Liga del Papa con españoles, venecianos y suizos, y principios del c^onde Pedro Na- varro. III. Elección de los cabos del eji:rcito de la liga. IV. Sucesos de ella. V. Dos ca_

PITANES navarros GOBERNANDO EJÉRCITOS CONTRARIOS Y SUCESOS EN EL SITIO DE BOLONIA. VI. RE- BELIÓN DE BRESA CONTRA FRANCESES. VIL VUELVE Á TOMARLA D. GASTÓN CON VARIAS PRODIGIO- SAS HAZAÑAS.

v;

§• I.

'iéndose el Papa en esta congoja, se aplicó con toda la vivacidad de su espíritu á procurar el remedio. Insis. ^^^ tió en traer á su partido á los florentines; aunque esto ^^^^ fué más á la larga de lo que él pensaba: y sobre todo, en hacer que cuanto antes se declarase por el Rey Católico, á quien no dejaría de seguir el de Inglaterra, su yerno, como estaba concertado. Al mismo tiempo traía entretenido ton la esperanza de algún buen ajuste al Rey de Francia. Mas luego que supo que el francés, fatigado de los escrúpulos y ruegos importunos de la Reina, su mujer, había mandado ásu general Trivulcio que de ninguna manera hiciese hos- Mezer tilidad alguna en tierras de la Iglesia, se mostró más duro y más im- placable que jamás. Y así, por sus bulas de 17 de Julio asignó el (Concilio Lateranense en Roma para 19 de Abril del siguiente año de- clarando por nula la convocación del de Pisa, y citó á los tres carde- nales que en él había á comparecer en su presencia; á falta de lo cual serían degradados de sus dignidades y privados de todos sus bene- ficios. Ellos tuvieron poco respeto á la bula que ahora expidió Su Santidad, teniendo la audacia de declarar por nula: y en cuanto á la citación de comparecer en Roma, inventaron una plausible respuesta. Sabían que Julio en caso semejante había respondido á Alejandro VI que S. Santidad no le podía dar caución suficiente para la seguridad de su vida: y volvieron diestramente la escusa del Cardenal de San Pedro Ad'Víncula contra e\ mismo Cardenal, que ahora era Papa. Y la esforzaban con la razón del mayor peligro que en el caso pre- sente, obedeciendo ellos, corrían sus vidas. Pero lo que más ánimo daba al Papa era la negligencia del Rey de Francia y las quiméricas irresoluciones del Emperador. Porque éste por no haber desde los principios tomado con fervor el negocio, no tuvo después la autori- dad qne debiera para enviar sus prelados á Pisa, y el Rey, tratando ligeramente una cosa tan seria, no hizo que fuesen más de diez y seis obispos de Francia y del Milanés con algunos abades, doctores y pro- curadores de las universidades. El Cardenal de Labrit, hermano del Rey de Navarra, dio un ejemplo muy loable en esta ocasión, no que- riendo ir á Pisa ni hallarse en tal asamblea por más órdenes que tuvo del Rey de Francia, quien por esta caúsale mandó prender en Milán, ^g^e año como refiere Zurita. ío'i «53.

TüMO Yll. 15

^20 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. XIL

2 Por estas causas y también por la dificultad que hubo en obte- ner la permisión de los ñorentines, que eran dueños de Pisa, no se abrió el pretenso concilio hasta el día 29 de Octubre. El Cardenal de Santa Cruz, Carbajal, era su presidente; el Señor de Lautrech, que ahora era mu}' mozo y después vino á ser tan afamado general, era el capitán de la guardia, que solo se reducía al número de cien lan- zas francesas, por haber rehusado los ñorentines que fuesen trecien- tas como el Rey quería: y Felipe Decio, excelente jurisconsulto mila- nés, era su orador ó abogado. Los písanos tuvieron tan poco respeto á esta asamblea, que, yendo para dar principio á las sesiones los Pa- dres en procesión á la Iglesia Catedral á cantar la Misa del Espíritu Santo, los canónig-os v clero de ella rehusaron recibirlos en el coro y darles los ornamentos necesarios para el Sacrificio.

3 Lo peor fué que pueblo de Pisa movía frecuentes cuestiones y pendencias entre los soldados de la guarnición florentina y los de la guardia francesa. Unos dicen que por mismo, y otros que por instigación de algunos emisarios. Una de ellas llegó á ser muy gene- ral, habiendo comenzado por poco y creciendo el tumulto á propor- ción délos soldados de la guarnición y de la guardia, que llegaban al socorro de sus compañeros: y la querella hubiera pasado á una carnicería recíproca si los oficiales de una parte y otra no hubiesen empleado su autoridad en hacer que cesase. Lautrech y Chatillón, su lugarteniente, estaban desarmados cuando tuvieron el primer avi- so de que sus soldados habían venido á las manos con los déla guar- nición: y la impaciencia y la necesidad de su presencia los obligó á ir como estaba con toda apresuración al lugar de la pelea, y ambos quedaron heridos, bien que ligeramente. Sucedió este desorden y ruido en una encrucijada de calles, muy cercana á la Iglesia donde actualmente se estaba teniendo la tercera sesión por los convocados. Y fué tal el espanto que les causó, que al punto sin faltar voto decre- taron en la misma sesión su traslación á Milán.

4 En aquella ciudad fueron benignamente y con grandes mues- tras de honor recibidos del Gobernador francés y de todas las gen- tes; pero no con igual agrado de los milaneses, que no querían dentro de su casa más ruidos de los que ya se tenían con las armas france- sas. En este tiempo estaba el Rey de Navarra con grande susto por el manifiesto peligro de perder muy brevemente no solo los Estados de Francia, unidos con la Corona de este reino desde el tiempo del rey D. Francisco Febo, su cuñado, sino también el mismo "reino. Por- que sabía bien que Luís, Rey de Francia, tenía determinado enviar con poderoso ejército á su sobrino D. Gastón á esta conquista, que había de quedar para él por los pretensos derechos de su padre el infante D. Juan de Navarra y Fox: y solo esperaba para esto compo- nerse con S. Santidad, lo cual estaba á suparecer muy adelantado: y á ese fin le había hecho la guerra con la liojedad que se ha dicho. Pero no tardó en salir del susto el rey D. Juan; porque esta negocia- ción no tuvo efecto y le tuvo la que al mismo tiempo traía el Papa con los venecianos y con el Rey Católico. A esta se aplicó con más veras

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 227

Su Santidad por el odio mayor que á los franceses tenía y por el em- peño que había tomado de echarlos de Italia como á los más perni- ciosos de todos los extranjeros.

^. II.

E"^ n la liga que ahora concluyó S, Santidad tuvo que vencer grandes dificultades, y para allanarlas intervinie- ^^ron muchas embajadas secretas de que hablan co- múnmente y con toda distinción los historiadores, en especial los italianos y franceses. Bástanos decir que en ella solo entraron el rey D. Fernando, la república de Venecia y la de los suizos; por no ha- ber podido conseguir S. Santidad que los florentines se declarasen á su favor ni traer á su partido al emperador Maximiliano por más dili- gencias que hizo. Aunque S. Majestad Imperial no le podía incomo- dar mucho, siendo por sus irresoluciones de poca ayuda al Rey de Francia, que era todo el objeto desús iras. Esta liga ó confederación se concluyó, como Zurita refiere, á 4 de Octubre de este año, y tomó con toda solemnidad el título de Santísima. Mientras ella se neo-o- ciaba, para dar más calor á su conclusión hizo el rey D. Fernando que el conde Pedro Navarro pasase á Ñapóles con la armada y gente de guerra que á cargo de este famoso capitán tenía gloriosamente ocupada en la conquista de África. En Italia hizo Navarro las cosas memorables que iremos refiriendo. Y será bien que digamos antes algo de las que ya tenía hechas, comenzando de su origen, que fué en Navarra, * y de los principios de su fortuna.

6 Pedro de Bereterra (que este era su nombre propio) fué natu- ral de la villa de Garde, en el valle de Roncal, que en todos tiempos fué fidelísimo á sus Reyes, como lo indican ciertamente los grandes }'• especialísimos privilegios que por sus señalados servicios obtuvieron de ellos los roncaleses. Siendo Bereterra joven de altos i>ensamientos, comenzó á tener tedio del empleo en que se hallaba, y era el mismo de losotros hidalgos de su valle, el de labrar sus propias heredades y conducir sus ganados; y así, solo buscaba la ocasión de dar más en- sanche á sus deseos. Esta se le vino á las manos muy á su satisfac- ción. Porque, estando un día en el puente de Sangüesa, entraron por ella unos genoveses, hombres de negocios, que volvían á su patria: y preguntándole por la posada, él los guió á ella y con su cortesía y buen modo los obligó de manera que consiguió de ellos que le lleva- sen consigo á Genova. En aquel puerto asentó plaza de soldado de la mar en el ejercicio del corso. Algunos dicen que se hizo merca- der. Todo cabe; porque los corsistas de algún caudal, como Berete- rra lo vino á ser, ordinariamente negocian con las presas que hacen. Las que él hacía por la mayor parte eran de moros, como en aquel tiempo se practicaba.

Consta todo de pápelos y memorias ciertas que cou toda diligeuc-ia habernos recogido.

228 LTBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIL

7 Con ocasión de la guerra que los florentines hacían á los pisa- nos fué Bcreterra entre la gente que la república de (iénova envió de socorro á la de Florencia, y se halló en el sitio de Pisa, donde se dio á conocer á todo el mundo y comenzó á ser célebre su nombre, que era el de navarro, propio de su patria y no de su linaje; por habérsele puesto en Genova la gente con quien trataba para mejor entenderse. La acción que le hizo tan señalado en el sitio de Pisa fué: que, comenzando entonces el uso de las minas, el ingeniero que las dirigía, como poco diestro, hizo volar una con muy mal efecto: y Na- varro, que lo observaba todo con sumo cuidado, reparó en muchos defectos del ingeniero y se ofreció á hacer él otra que surtiese mejor. Y así, lo cumplió en muy breve tiem])o con admiración grande de to- dos y extraordinarios aplausos cuando vieron la brecha que su mina había abierto, tan capaz, que ella sola obligó á la ciudad á rendirse luego sin esperar al asalto. Extendióse por toda Europa la fama de Navarro por este hecho, y como entonces de nada se necesitaba en la guerra tanto como de ingenieros diestros para el uso de la artillería y de las minas, muchos príncipes solicitaron traer á Navarro ásu ser- vicio con muy ventajosos partidos. Él eligió el del rey D. Fernando el Católico, con quien sabía que corría en toda buena amistad el Rey de Navarra, su natural señor: y fué á servirle en la guerra de Ñapóles, donde tenía el gobierno de las armas el Gran Capitán. En tan buena escuela se adelantó en breve tiempo tanto, que se hizo in- signe no solo por su pericia para las minas, tan rara, que debajo del agua las abría y volaba rocas y castillos sitos sobre el mar; sino tam- biéndo por su maravillosa comprensión de todo el arte militar, que, juntado con su extremado valor y sabia conducta, leadquirióloscrédi- tos de uno de los mejores soldados y capitanes de su tiempo.

8 La prueba convincente de todo esto fué haberle honrado por sus hazañas el rey D. Fernando con el condado de Oliveto, en el rei- no de Ñapóles, y haberle llamado de Italia para hacerle su capitán ge- neral en África, donde se apoderó de Mazalquivir y Oran, concu- rriendo con su presencia y gastos de guerra tan santa el Santo Car- denal y Arzobispo de Toledo, D. Fr. Francisco Jiménez deCisneros. Verdad es que Navarro dio por su recio natural algunas pesadum- bres á este gran Prelado, Pero le dio también con sus heroicas ha- zañas y sabia conducta tantos lauros, que pudo bien olvidar las de- sazones y formar tan alto concepto de la importancia de su persona, que, vuelto á España, exhortó muy de veras al Uey que le dejase en África con el mando supremo de su armada para el progreso de las victorias y conquistas. Así lo hizo S. Majestad, y Navarro embistió por mar y por tierra á Bugía, capital del reino de este nombre y ciu- dad muy populosa y opulenta, y la tomó después de haber derrotado á su Rey, que intentó socorrerla. El año siguiente volvió el mismo Rey con ejército muy superior para recuperarla, y Navarro le destro- zó y consiguió una de las más señaladas victorias. Luego partió á las costas de Trípoli, atacó esta célebre ciudad y se hizo dueño de ella.

9 Tantas y tan continuadas victorias le hicieron el terror de la

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morisma. Pero todo este raudal de felicidades se represó, como es propio de las cosas humanas, con uno de los sucesos más adversos y lastimosos que jamás padeció España, y fué: la derrota de su ejército en la isla de los Gelbes. Causáronla, no el valor, no el número exce- sivo de los moros, sino otros accidentes que Navarro no pudo evitar, aunque lo procuró, siendo uno de ellos el nimio arrojo de los solda- dos; como se vio en el famoso D. García de Toledo, hijo mayor del Duque de Alba, D. Fadrique, joven gallardo, que fué uno de los mu- chos que murieron en la batalla, siendo su grande ardimiento la cau- sa de quedar sepultado en sus cenizas. Navarro, dándole más cora- je la desgracia, recogió diestramente las tristes reliquias de su ejér- cito y se retiró á Trípoli. Allí atendía al reparo de su armada cuando el rey D. Fernando, estimándole más vencido que vencedor por las mayores muestras que en su desgracia dio de gran capitán, le envió orden de pasar luego á Ñapóles, como dejamos dicho.

lo Sabiendo esto el Rey de Francia, quedó desengañado de que la liga pontificia era cierta y que no tenía que esperar ajuste ninguno con el Papa. Y así, ordenó luego que también pasase á Italia su so- brino D. Gastón con las mayores fuerzas que pudo juntar; pero con la reserva de que si tenía alíalos buenos sucesos que esperaba con- tra la liga pontificia, volviese sin falta ala conquista de Fox, Bearne y Navarra. Deseábala en extremo; y la tenía por cierta por haberle ofrecido algunos malos vasallos de nuestro Rey, que pasaron á Fran- cia á solicitarla, que al instante que D. Gastón pareciese con ejército competente se sublevaría á su favor la mayor parte del Reino y lo de- clararían por Rey. Por lo cual, si el rey D. Juan salía de un susto, luego entraba en otro. Su mayor cuidado era tener grato al Rey Ca- tólico, su tío, de quien algo esperaba; sin atender tanto al de Fran- cia, de quien todo lo temía. ¡Tan lejos vivía de ser parcial del conci- hábulo de Pisa y de hacerse digno de las iras y excomuniones del Papa, de que ciegamente le cargan algunos historiadores con pre- vención maligna! Pero volvamos aljhilo de nuestra narración, que ella desatará á su tiempo el nudo con que desde ahora lo van á enredar.

§. III.

E-*^n la elección de los cabos de la liga, particularmen- te del principal, que como generalísimo mandase abso" .^^lutamente á los demás, hubo grandes debates. Pero obtuvo la primacía el Rey Católico, de quien muchos pensaban que nombraría al Gran Capitán D. Gonzalo Fernández de Córdoba, á quien en ocasión tan importante le restituiría la dignidad y el honor que con poca razón en concepto de muchos le haliía quitado, llamán- dole de Italia con promesa de volverle. Pero tenía muy olvidado á este insigne varón, y quizás su olvido le valió para acordarse él muy de veras de Dios. Porque en Valladolid, donde lo tenían arrimado, su ejercicio continuo era visitar las iglesias y entregarse enteramente á

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Otros ejercicios de piedad. Otros, que conocían bien esto, discurrían que el Rey daría el supremo cargo de las armas al conde Pedro Na- varro, que había ido con la armada á Ñapóles, y era. tenido por el ma- yor hombre de guerra después del Gran Capitán. Y hay quien diga que el Rey estuvo muy inclinado á él y que solo le dañó el poco es- plendor de su nacimiento. Porque, aunque le parecía que los españo- les le obedecerían mandándolo S. Majestad, como lo habían hecho poco antes en África, dudaba mucho que fuese bastante su autoridad Real para hacer que le obedeciesen los cabos primeros de la Santa Sede y de la república de Venecia. Declaróse, pues, en favor de D. Ra- món de Cardona, Virrey de Ñapóles, que á la verdad, no era soldado ni capitán; mas tenía otras prendas que no eran para el Rey de me- nos estimación que las militares. Sobre su alta calidad era grande cortesano, y obedecía las órdenes que recibía con tan ciega resigna- ción, que le impedía examinar si eran justas ó injustas. Esto era su- mamente agradable al rey D. Fernando: y le pareció que suplía lo de- más con darle por compañeros los mejores oficiales y cabos de España.

12 Púsole, pues á la testa de un ejército de mil lanzas y ocho- cientos caballos ligeros y de ocho mil infantes. Próspero Colona, Condestable hereditario de Ñapóles y cabeza de esta Casa, se excu-

zurit.só de ir á esta jornada con prudentes razones, como dice Zurita, por 158." *°^"no obedecer al Virre}' fuera del reino de Ñapóles. Y fué en su lugar su hermano segundo Fabricio Colona por general de la caballería reforzada de un muy grande número de jóvenes voluntarios que olje- decían al joven Marqués de Pescara, ó por ser yerno de Frabricio ó por ser el Señor de las más bellas esperanzas del ejército; aunque todavía no tenía veinte años cumplidos. Y así se vieron logradas, viniendo á ser después el mejor capitán de su tiempo. El conde Pe- dro Navarro era el Maese de campo general de la infantería: y entre los oficiales subalternos se contaban treinta y siete muy afamados que habían servido debajo de la mano del Gran Capitán en las conquistas de los reinos de Granada y de Ñapóles: y toda la infante ría, como instruida y bien experimentada en la misma escuela, era la mejor que tuvo jamás España.

13 El- Papa nombró por general de su ejército al Duque de Ther- •mens, que murió luego: y por su muerte al Cardenal de Médicis con

el título de Legado de la Santa Sede. Su intento fué dar el generala- to á su sobrino el Duque de Urbino, y mostró extrema pasión de ello. Mas el Duque lo rehusó constantemente por la vanidad de no obe- decer á Cardona, que no era más que vasallo cuando él era príncipe soberano, aunque el más nuevo y pequeño de Italia. Pero no debía de desayudar esto á su vanidad; por ser propio de los que por fortu- na han llegado á la soberanía ser más celosos de conservar sus pri- vilegios que los que la heredadaron por la larga sucesión de sus abuelos. E^ste rehusamiento hizo la elevación grande, no solo del Cardenal de Médicis, sino también de su Casa, que ahora estaba des- terrada de Florencia. Porque la autoridad que él consiguió ahora y la fortuna que después tuvo fué causa de que ella se restituyese á su

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patria con i"na3'or honor y potencia. Para suplir su incapacidad en el arte militar le dio S. Santidad por lugartenientes cuatro famosos ofi- ciales generales, que fueron: Marco Antonio Colona, Juan Viteli, Ma- latesta Bailón y Rafael Pacci, con un ejército de ochocientas lanzas 3" otros tantos caballos lijaros y ocho mil hombres de á pie, levanta- dos en los países más guerreros de Italia.

14 El ejército de la república de Venecia era igual en número al español, pero inferior mucho en valor y en destreza Juan Paulo Ba- ilón era su general. Mas como los venecianos le conocían por menos fiel á causa dehaber desertado délas banderas de Francia por pasarse á las suyas, no le dejaban más que las apariencias del generalato, y su proveedor Andrea (jritti lo ejercía en efecto; pues él solo recibía el secreto del Senado y Bailón no osaba emprender cosa considera- ble sin él.

15 El papa Julio, que se prometía espantar á los franceses con un número tan grande de tropas juntadas, además de los suizos, que estaban encargados de cerrarles el paso del milanés, solicitaba á los venecianos para que al punto enviasen su ejército á juntarse con los otros dos confederados en el territorio de Bolonia, por cuyo sitio es- taba determinado comenzar la guerra. Mas ellos se escusaron con buenas razones diciendo que no podían alejarse de las villas de tie- rra firme sin manifiesto peligro de perderlas si los franceses las em- bestían durante el sitio de Bolonia: y también que tenían inteligencia en la de Bresa que debía ejecutarse en lo más ferviente de dicho si- tio: y que en todo evento ellos quedaban á la mira y prontos para acudir puntualmente á donde más importase para la causa común. No les importaba menos á los confederados el recuperar á Bresa que á Bolonia: con que fácilmente consintieron el papa Julio y Cardona en que el ejército veneciano se quedase por un mes separado de los suyos, que inmediatamente se pusieron en campaña en lo más recio del invierno á 29 de Diciembre de 1511 y marcharon á la Romana, donde estaba señalada la muestra general.

16 A este mismo tiempo, cuando Cardona marchaba al sitio de Bolonia, los franceses para mayor defensa de las plazas más fuertes de las fronteras de los venecianos pusieron en las más importantes gobernadores navarros, en Crema á Armendáriz y en Bressa á Urue- ta, tío de Menaut de Beaumont: y sin duda eran de los que pasaron á Francia á traer á D. Gastón de Fox para hacerle Rey de Navarra. Y habiéndose suspendido esto por s_^u jornada de Italia, le siguieron y obtuvieron de él estos empleos, muy propios de su gratitud y de la esperanza que en ellos tenía.

,^- IV.

Prevenidas así las cosas, marcharon los ejércitos. Y el español en su marcha se apodero de todas las villas que el Duque de Ferrara tenía á la otra parte del Pó) menos la Bastida. Parecióle á Navarro, su conductor, que el espanto?

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fecunda semilla de victorias al principio de las empresas, no sería cumplido si no tomaba también esta plaza principal. Detúvose en ella sumamente irritado, de que Vestitelo, su Gobernador, al notifi- carle la entrega respondió con fiereza y aún con palabras poco res- petuosas al Rey Católico. Púsole sitio en forma; venciendo grandes dificultades, abrió brecha capaz, en ella se peleó de una y otra parte con gran coraje. Vestitelo peleando fué muerto con la mayor parte de su guarnición. Y los españoles, á quienes la victoria costaba muy cara, la entraron sin lástima ninguna de edad ni de sexo. Pero no tu- vieron paciencia para esperar á que las trincheras abiertas se allana- sen ni á que se reparase la brecha. Y partieron el día siguiente á la Romana, suponiendo quela fuerte guarnición que dejaban en la Bastida supliría estos defectos.

1 8 Mas el Duque de Ferrara era muy interesado en recobrar la Bastida; porque sabía que si ahora la volvía á su poder las otras villas que los españoles le habían quitado en su marcha sin haber dejado suficientes guarniciones en ellas, se revolverían contra ellos. Por lo cual sin dilatarlo un punto salió con todas sus fuerzas y grande mul- titud de artillería, que en pocas horas fué puesta en batería. Ella acabó de arruinar las murallas de la plaza que habían quedado en pie, y no se detuvo en requerir á los españoles. Atacólos por todas partes, llevólos fácilmente por el número excesivo de los suyos y á todos los pasó á cuchillo. Navarro supo la desgracia del mismo día que sucedió. Acusáronle de haber expuesto tan bravas gentes á la matanza; pero él se mataba poco por lo que de él se decía.

19 Los confederados se juntaron en Forli y embistieron á Bolo- Í5Í2 nia á 17 de Enero de 1512. El estado en que los Bentivollos tenían

esta ciudad no era para que durase muchos días el sitio. Cuando el papa, Julio la tomó, no cuidó tanto de los ataques que podía tener de la parte de afuera como de la seguridad de adentro. Y así, se con- tentó con fabricar una cindadela, que por el temor contuviese á los vecinos en su deber; sin atender á fortalecer la muralla antigua con algunos baluartes y otras fortificaciones exteriores. Los Bentivollos harto hicieron estando faltos de dinero en reparar las brechas y con- servar los muros y torres antiguas sin meterse en más obras. Bien quisieran haber conservado la cindadela; mas no se atrevieron á ne- gar al pueblo la permisión de arrasarla, como se lo pedían con ins- tancia, después de haberlos llamado y restituido al señorío de esta ciudad. Así, Bolonia quedó en el mismo estado que tenía antes que el Papa la ganase. Su guarnición se reducía á alguna infantería que los Bentivollos, temiendo el sitio, habían levantado, y á dos mil infantes alemanes y doscientas lanzas francesas, comandadas por Lautrech y por Ivés de Alegre. A que se añadían no pocos caballeros jóvenes de Francia, que, con el ardimiento de señalarse en los sitios de repu- tación no menos que en las batallas, habían acudido en calidad voluntarios. La burguesía de Bolonia estaba muy resuelta á defen- derse, y se había ofrecido á los Bentivollos con tantas veras, que les pidió que la incorporase en sus tropas regaladas: y para esto renun-

Año

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ció á SUS privilegios y les rogó que no la dispensasen de ninguna de las fatigas militares.

20 Pero después de todo esto, los confederados estaban muy persuadidos á que Bolonia caería dentro de muy pocos días. Porque se hacían la cuenta de que L). Gastón de Fox por más ardiente que fuese no la podía socorrer no teniendo entonces más que seicientas lanzas y siete mil infantes cuando más, que con tan pocas tropas no se arriesgaría aponerse delante de Bolonia: y cuando lo hiciesen, los confederados eran sobrado fuertes para dejar sus líneas guarne- cidas y salirle al encuentro, combatirle con grande ventaja y hacer le piezas. Después de lo cual Bolonia se rindiría sin esperar á más si no estuviese tomada antes que él se acercase. Y á la verdad: todo lo que D. Gastón pudo hacer en ocasión de tanto aprieto fué marchar derecho al final y esperar con impaciencia los refuerzos que le venían de Francia, sacar de las plazas del milanés, cuya con servación no le era absolutamente necesaria, las guarniciones, 3' es- tar bastantemente fuerte para el ataque de las lineas enemigas.

21 Los confederados tuvieron el día décimo del sitio un consejo de guerra, en que quedó resuelto que Fabricio Colona con algo más de la tercera parte de las fuerzas confederadas fuese á la parte por donde los franceses podían venir para cortarles el paso, y que el resto trabájese únicamente en el sitio. Así se ejecutó; pero el dia siguiente 11 hubo otro consejo en que los mismos oficiales, que fueron de opi- nión de destacar á Colona, se retractaron y fueron de parecer que volviese á su primer puesto, como lo hizo. Navarro, cuyo parecer era ordinariamente preferido al de los otros oficiales generales, pro- puso en particular á Cardona: qm no dejase más que un pequeño cuerpo en el campo de los sitiadores á fin de asegurar los víveres que de la R )-niña veníin al ejército: que llevase el resto de su crente á ocupar el puesto que Colona acababa de dejar: que solo cuidase de luK.er conducir á él todas las municiones de guerra y las bas- tantes de boca para cinco días. Y que descuidase de lo demás. Por- que él tomaba por su cuenta el buen suceso, cardona, que creyó á Navarro, volvió á juntar Consejo el día siguiente, é hizo un largo dis- curso para acreditar la proposición de Navarro. Mas perdió el tiem- po; porque los demás jefes la hallaron sujeta á los mismos inconve- nientes, que obligaron á llamar á Colona y á otros mayores que to- da la prudencia humana no sería capaz de evitar. Ponderáronlos con grande energía, estribando muy particularmente en la suma au- dacia actividad y buena maña de D. Gastón, cuyos modos extraor- dinarios de obra eran inapelables De suerte que ni Cardona ni Na- varro se atrevieron á replicar. Y la conclusión fué que el campo se quedase todo entero sobre Bolonia.

22 El tiempo se gastaba así en consejos y los consejos en dispu- tas; hallando cada oficial por más fácil refutar el parecer de otros, que apoyar con buenas razones el propio. Cuando una espía del Carde- nal de Médicis trajo que á D. Gastón de Fox le venía de PVancia un poderoso refuerzo. Con efecto: este refuerzo atravesaba el duca-

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do de Milán. Y los confederados se volvieron á juntar para delibe" rar si irían á buscar al enemigo. Muchos oficiales querían que al punto se marchase. Mas los otros creían que no era posible hacerlo sin perder la artillería, que no podía sacarse cómodamente de los puestos donde estaba asestada sin que lo percibiesen los sitiados, que sin duda harían una surtida í^eneral en sabiéndolo de cierto, y en este caso se apoderarían de ella: y los confederados vendrían á quedar sin artillería cuando les era totalmente necesaria así para el si- tio como para salir al encuentro de los franceses. Cardona fué del primer parecer; mas el Cardenal de Médicis apoyó el segundo. Y so- bre esto se encendieron tanto en la disputa, que el Cardenal se dejó decir: que aunque tenía malos ojos, tenía bastante vista para des- cubrir los ardides de los españoles-, que Cardona y Navarro, que se utilizaban en la guerra siendo ella ruinosa á los otros confedera- dos, no pensaban en otra cosa que en hacerla durar: y eso con la mi- ra de que la Santa Sede y los venecianos, agotados de fuerzas y de dinero, se verían costreñidos á ponerse en las manos del Rey Cató- lico. Y cuando no lo hiciesen, la España podría bien partir sus Es- tados de Ñápales con el francés, como lo había hecho antes, yapode- derarse en la primera ocasión de todo lo que los otros tenían en Ita- lia: que los confederados se hablan puesto en campaña para tomar á Bolonia: que Cardona había dado de ello palabra y Navarro se había jactado de hacerlo en veinte y cuatro horas: que el papa Ju- lio despachaba todos los días correos al campo para saber si el ne- gocio estaba concluido: que liasta entonces le habían traído engaña- do con escusas estudiadas, y que S. Santidad no era de humor de contentarse con ellas.

23 Cardona quedó muy escocido. Y como era herido en lo más vivo de su punto, respondió con libertad: que no se trataba tanto de contentar al Papaya la república de Venecia como de asegurar la Religión Católica, que corría riesgo de perderse si el ejército de los confederados perecía delante de Bolonia de cualquiera manera que fuese: y que este negocio era tan delicado, <¡ue no se podía manejar con bastante prudencia: que tenían sobre una nación totalmente irregular en su conducta, y además de eso traía por jefe al más arrebatado de los hombres: que para tomar medidas justas contra él no bastaba mirar lo que emprendería conforme al uso antiguo y moderno de la guerra; sino que era menester prevenirse contra todos los ataques extraordinarios que la temeridad lince tantas ve- ces dicliosos á los capitanes: que esto era precisamente lo que había alargado el sitio de Bolonia, y que el mudar de método acabaría de hacerlo todo inútil: que con no ser de su profesión, ninguno habla- ba más libremente de la guerra y tanto la facilitaban como los ecle- siásticos. Mas que apenas ella estaba comenzada, cuando luego se arrepentían y querían verla acabada: que el papa Julio había bus- cado al Rey Católico y le había metido en una guerra cuyo suceso era muy dudoso. V que así, dejase á los españoles obrar á su modo ó que no tuviese ti mal que ellos pensasen en librar al reino de Ná-

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poles de ¡a ieuipestad que estaba para descargar sobre loda la Ita- lia. Los otros oficiales tuvieron no poco que hacer en terminar la di- ferencia del legado y de Cardona, hasta que Navarro para juntar los dos pareceres encontrados abrió camino á otro tercero que los abra- zaba. Y consistía; en poner dentro de tres días el ejército de los con- federados en estado de combatir en caso de presentarse D. Gastón en postura de dar batalla, y entre tanto apretar el sitio con el último esfuerzo.

24 El dictamen de Navarro fué seguido con un ardor extraordina- rio de todos los confederados, que á porfía trabajaban en acercar la artillería alas murallas, en afirmarla sobre fundamentos sMidos, en tener los bueyes y los caballos en estado de transportarla prontamen- te en caso de necesidad y en allanar los caminos por donde (jastón podía venir: de suerte que en poco tiempo se llevase contra él. Car- dona tomó por mismo el cuidado de la batería del costado de la Romana y Navarro el de hacer minar el lienzo opuesto. La presencia de Cardona y sus continuas instancias animaron tanto á los artilleros, que en veinte y cuatro horas hubo una brecha de más de ciento y cincuenta pies. Ella era más que suficiente para el asalto, y los fran- ceses que había entonces dentro de Bolonia confesaron después que si él se hubiera dado la plaza hubiera sido tomada. Pero se cometen tan grandes faltas por exceso de precaución como por falta de ella. Los oficiales de los confederados juzgaron que para asegurar el buen suceso era menester esperar á que la mina estuviese hecha para ata- car la ciudad por dos partes á un mismo tiempo. Todos fueron de es- te parecer, y Navarro quedó encargado de meter tantos minadores, que los hornillos estuviesen prontos dentro de dos días á más tardar. Así lo cumplió. Y los Bentivollos, que lo advirtieron, dividieron la guarnición para acudir á las dos partes, á la brecha abierta por la ar- tillería y á la que había de abrir la mina. Púsola fuego el mismo Na- varro por su mano y lo largó de la muralla que ella voló no fué me- nor que el de la otra brecha.

25 Mas sucedió una cosa bien particular, 3' fué: que todo aquel gran trozo de muralla voló igualmente, y tan alto, que los sitiados 3' los sitiadores tuvieron tiempo de verse los unos á los otros, de reco- nocerse y de notar poco más ó menos su número y su ordenanza: y después de todo esto, volvió á caer sobre sus cimientos tan á plomo, y pegándose otra vez á ellos de* tal suerte, que parecía no haberse arrancado. Muchos lo tuvieron por milagro; por estar arrimada á la muralla volada una capilla de Nuestra Señora, que sin duda hubiera quedado sepultada si ella no cayera á plomo. Cetros lo atribu3'eron á que los hornillos se cabaron precisamente debajo del grueso de la muralla sin extenderse á más terreno. Navarro fué de este sentir, y le pareció temeridad dar por allí el asalto por no estar prevenido de escalas, que eran necesarias, 3' por haber visto por el dicho claro á los enemigos en postura de bien recibirle. El informó á Cardona, quien, persistiendo en su opinión, de que corría gran riesgo atacar la i)laza por una sola parte, se volvió á su campo y dilató el asalto

I3Ó LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XII.

hasta que en otra diversa parte se hiciese una nueva mina. Y Nava- rro volvió á comenzar su trabajo. Mas la burguesía de Bolonia tuvo más miedo por el peligro que había corrido, que valor por el milagro que había creído. Interpretábalo á que Dios lo había hecho por li- brarla del peligro. Y así, se fué á los BentivoUos para que en todo ca- pitulasen ó apresurasen el socorro de D. Gastón de Fox. Ellos, no atreviéndose á descontentarlos en un tiempo en que su fortuna de- pendía de la fidelidad de los vecinos, avisaron de lo que pasaba á D. Gastón, y le exajeraron el riesgo diciéndole expresamente que si dentro de tres días no lo socorría no tenía que hacer cuenta de Bolonia.

26 Cuando Gastón tuvo esta noticia, acababa de tener aviso cier- to, aunque dado solo en términos generales, de que los venecianos tenían formada una inteligencia dentro de la ciudad de Bressa; y que cuando Jaques de Daillón, Conde de Luda, Gobernador del Rey de Francia en aquella plaza, la descubriese, no era bastantemente pode- roso para desconcertarla por ser excesivo el número de los vecinos que entraban en ella. Era Bressa más fuerte sin comparación que Bo- lonia, y no parecía menor la importancia de conservar la una que la otra, (jastón, que así lo creía, suponía también que no le sería impo- sible salvar ambas á dos, avanzándose con el grueso de su ejército á Bressa; y enviando un socorro considerable á Bolonia, donde apenas sería introducido cuando los sitiadores, que no se podían dejar de saberlo, incomodados por otra parte del rigor extraordinario del in- vierno, levantarían el sitio. Destacó, pues, mil de sus mejores 'infantes y una brigada de su más lucida caballería á cargo de Persí, hermano de Monsieur de Alegre, quien los condujo por caminos desusados tan dichosamente, que entró con ellos en Bolonia sin haber perdido un solo hombre. Mas los es]jañoles, que supieron su arribo, bien lejos de desmayar, no descontinuaron sus trabajos: y la burguesía de Bolonia no hizo más aprecio del refuerzo que acababa de recibir que si no le hubiera recibido. Y así, testificó públicamente: que no era esto lo que D. Gastón Jiabia prometido: que él había dado palabra de venir en persona^ y que era menester que la cumpliese^ ó que la ciudad pen- sase en lo que podía hacer para no llegar á la extremidad. La am.e- naza de entregarse, solapada en estas últimas palabras, aumentó el espanto de los BentivoUos y los obligó á pedir con el último aprieto á D. Gastón que fuese cuanto antes en persona; porque ya sola su presencia podía salvarlos.

§• V.

a llegado el tiempo de ver combatir como en un púl)li- 27 I I co duelo gobernando ejércitos contrarios á dos capi- . tañes navarros en toda la Europa celebérrimos: á Pe- dro de Bereterra, hidalgo roncales, llamado comunmente Navarro. Conde ya de Oliveto, en el reino de Ñapóles: y á D. Gastón de Fox,

H

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 237

Duque de Neraurs, hijo del infante de Navarra, D. Juan, y sobrino del re_v Luís XII de Francia con cuyo auxilio pretendía ser rey de Navarra, despojando á los reyes ü, Juan y Doña Catalina. El conde Pedro Navarro mandaba el ejército de los confederados debajo de la mano de su generalísimo D. Ramón de Cardona; pero era mano que él movía. D. Gastón mandaba como general supremo el ejército de Francia. Navarro comenzaba ya á encanecer en el ejército de las ar- mas después de muchos trabajos y hazañas. D. Gastón de Fox aún estaba en la cuna de la milicia; pero era cuna Hércules, en que des- pedazaba serpientes y superaba monstruos, como bien se vio ahora.

28 Compadecido, pues, D. Gastón del extremo peligro de la ciu- dad de Bolonia y congoja extrema de los Bentivollos, señores de ella, resolvió marchar incesantemente á su socorro; aunque el tiempo era tan riguroso, que en memoria de hombres no se había visto seme- jante. La nieve inmensa que caía era impelida por un viento impetuo- so, que, dando con ella en los ojos á hombres y caballos, les quitaba casi del todo el uso de la vista. El frió era tan grande, que los de á caballo estaban ateridos y los de á pié resbalaban á cada paso por helarse la nieve como iba cayendo. El ejército francés se componía de mil y trecientas lanzas y hombres de armas que venían á ser en aquel tiempo tres mil y novecientos hombres de á caballo. Estos iban distribuidos desigualmente en los tres cuerpos; porque la vanguardia, que había de dar el primer choque y por consiguiente hacer camino á los otros dos, Gastón la había compuesto de setecientas lanzas. Y por reparar de algún modo el defecto del cuerpo de batalla y de la retaguardia, que no podían tener más de trecientas lanzas cada una, puso en ellas doce mil infantes, no dejando más de dos mil en la van- guardia. Todas las personas experimentadas en el arte militar admi- raron su marcha. Ella se hizo de día claro: y aunque no cesó el mal tiempo, Gastón, que marchaba al frente de su ejército y lo animaba más con su ejemplo que con sus palabras, lo condujo por tantos des- víos y rodeos, que, sin ser sentido, se caló con él en Bolonia la noche del segundo día de Febrero de 1512. Algunos condenan á Cardona y á Navarro por la poca providencia que en esta ocasión tuvieron no poniendo guardias avanzadas en diversos parajes por donde los fran- ceses podían venir. Otros los disculpan con buenas razones, funda- das en la temeridad no imaginable-de D. Gastón y en el extremo ri- gor del tiempo, que no permitía salir de sus barracas á los soldados ni poderse mover á los caballos. Era de suerte que las nieblas se hela- ban en el aire y parecía acabarse el mundo.

29 D. Gastón dio la noche á los suyos para el reposo. Mas el día siguiente antes de amanecer juntó sus principales oficiales y les pro- puso que su resolución era ir al punto al enemigo y atacar uno tras otro los tres cuarteles en que estaba repartido su ejército. Las razones con que lo intentó persuadir fueron estas: »que él tenía más gente en to- adas sus tropas que los enemigos en cada uno de sus tres cuarteles: que » ellos estaban totalmente ignorantes de su venida y los tomaría de »sorpresa: que la nieve le era favorable para esto; porque, habiendo

23S LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIL

»llenado mucha aprte délos fosos de las trincheras enemigas, y ha- »biéndola bastante en los bordes de ellas para igualar la otra parte, »como la fuesen traspalando, el frío la haría s Vida; y así la caballería afrancesa pasaría fácilmente por encima: que no estaba montada la »delos enemigos: y cuando lo estuviese, él estaba seguro de que la «desharía: que el combate no sería largo; porque los confederados te- »nían muchas plazas vecinas á dónde poder retirarse para disputar » desde ellas por largo tiempo el terreno; y que, cuando una vez fuesen «disipados, ni el Papa, ni el Rey Católico no tenían dinero bastante »para volverlos á juntar: que después de esta derrota el resto de Italia no >quedaría menos abierto á los vencedores que lo había estado á Car- »los VIH el año de 1495. Y que los franceses, no habiendo sido echa- »dos entonces sino por muchas faltas que cometieron, siendo la prin- »cipal el no haberse asegurado del ducado de Milán, no tenían que »temer ahora cosa semejante; pues erandueños absolutos de este du- »cado. Así razonó D. Gastón.

30 Mas Ivés de Alegre fué de sentir contrario; aunque presto le pesó. Dijo pues: »que para ejecutar aquel proyecto era menester un «esfuerzo extraordinario, y que ellos no estaban en ese estado: y cuan- »do lo estuviesen, no podrían en tres días servirse de sus caballos, »qu8 estaban sumamente fatigados: que en Bolonia, que estaba sitia- »da, no se hallaba el forraje necesario para restablecerlos tan pron- »tamente: y siendo la caballería el nervio principal para la facción »propuesta, tenía por cierto que no les podía salir bien: que Gastón »no había venido á pelear con los enemigos, sino en caso de necesi- »dad; porque su venida había sido solamente por salvar á Bolonia: y «esto lo tenía conseguido. Pues los enemigos apenas sabrían su centrada en la plaza, cuando se desalojarían y retirarían sin ruido: »que le debía bastar el haber burlado en su poca edad la experiencia í>de los más viejos y más famosos capitanes de Europa y haberse ca- »lado por medio de ellos con tanta gente y sin ser sentido en la pla- »za: y que si emprendía otra cosa sobre el hecho, sería tentar á Dios: »que era constante en la guerra, que, cuando tropas coligadas erra- »ban el primer golpe, ellas de suyo se desunían poco después: y que »este suceso sería más infalible en la presente coyuntura por saberse «que Cardona y el Cardenal de Médicis estaban mal avenidos y bus- «caban la ocasión de separarse sin que se les pudiese imputar la falta.

31 La mayor parte de los oficiales franceses se arrimó al parecer de Alegre: y Gastón, aunque podía muy bien hacer lo que le parecía contra la pluralidad de los votos, no lo juzgó á propósito, ó por ha- berse persuadido de que las razones de Alegre no eran menos fuer- tes que las suyas ó por no querer estragar la hazaña ilustre que aca- baba de hacer por una tentativa, de cuyo suceso no estaba bien segu- ro. Dio, pues, ásu ejército tres días de descanso. Y al tercero cono- ció Alegre lo mal que había hecho en oponerse á la intención de su general. Porque los sitiadores no solamente no supieron nada déla entrada de D. Gastón en Bolonia el segundo día de Febrero, sino que se estuvieron en esta ignorancia el tercero enteramente, y aún la

REYES D. JUAN 111 Y DOXA CATALINA. 239

mayor parte del cuarto. ¡Tan ajenos estaban de que tal cosa pudie- ra haber sucedido: y al cabo no supieron sino por un acaso lo que más le importaba saber!

32 Un Albanés caballo ligero, que, desertando del ejército de Ve- necia había tomado partido en el de Francia, tuvo gana de acercarse solo al campo de Cardona para reconocerlo. Mas le hicieron prisio- nero los españoles y lo llevaron ásu general, que preguntó nuevas de los sitiados. Él respondió que no sabía nada; porque no había más dedos días que había entrado en la plaza. Apretóle más, preguntán- dole cómo y con quién había entrado? El respondió que acompañan- do á D. Gastón. Cardona tuvo por tan poco verosímil lo que el Al- banés respondía, que le amenazó con que le haría colgar. El Albanés persistió en lo dicho y trajo tantas circunstancias para mostrar que no mentía, que Cardona destacó los mejores montados de su ca- ballería ligera para que se acercasen lo más que pudiesen á las puer- tas y murallas de la ciudad. Y dio también orden para que al mismo tiempo subiesen algunos al campanario de monasterio, sito fuera de los muros, en una eminencia: y de allí se descubrieron las calles y las plazas de Bolonia hirviendo de franceses. Juntóse al punto conse- jo de guerra. Y en él se resolvió que se retirase luego la artillería con el favor de una niebla espesísima que hacía: y que á primera no- che la siguiese todo el ejército. El conde Pedro Navarro fué quien más promovió este parecer, encargándose él mismo de su ejecución. Y así lo cumplió con toda puntualidad tan prontamente y con un si- lencio tan extraordinario, que los franceses lo vinieron á saber después de hecho. Al punto corrieron tras de la retaguardia; mas la hicieron muy poco daño, no volviendo sino con treinta carros y doscientos prisioneros. Tal fué la dihgencia que Navarro puso en esta retirada.

§. VI.

E"*^l gran despecho que D. Gastón tuvo de esta esca- pada se aumentó no solo por la memoria fresca de no ha- _ti4i ber invadido á los enemigos en sus cuarteles como él quería y podía con gran ventaja; sino también por el aviso cierto que recibió aquella misma noche de que los venecianos habían to- mado á Bressa el día antes que el entrase en Bolonia, que fué á pri- mero de Eebrero. Vimos que la guarnición de esta importante plaza no bastaba para guardarla y había sido el principal motivo de haber resuelto D. Gastón acercarse á ella, cuando los Bentivollos le llama- ron con tanta precisión á Bolonia. El Conde de Luda, Gobernador de Bressa, sobre las sospechas que tenía del mal ánimo de los vecinos, afectos con ciega pasión á los venecianos, descubrió patentemente la rebelión que tenían tramada. Era el motor principal de ella el conde Luis Avógaro, hombre de la primera autoridad en aquella ciudad por su poder y grandes riquezas, señor de tantos lugares en todo aquel contorno, que en menos de dos horas podía juntar tres mil

2zjO LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIL

hombres de solas sus tierras, teniendo en sus casas fuertes de cam- paña provisión bastante para armarlos. Porque la precaución de los franceses, que habían obligado á los vecinos de Bressa á traer sus armas á la casa de la ciudad para quemarlas, no se había alargado á inquirir si había algunas en las casas de campaña. Convínose, pues, Avógaro con el general Andrea Gritti después de estar de acuerdo con los venecianos, quienes (como algunos dicen) le buscaron y le incitaron primero y al cabo le ganaron con la promesa de los prime- ros honores de su república para sus hijos. El convenio que ahora hi- zo con C}ritli fué: que la mitad de las tropas de su ejército pasaría los dos ríos Adice y Mincio y se acercaría el día señalado á Bressa. Grit- ti, que comandaba el ejército con su poder casi absoluto por hacer los venecianos más confianza de él que de Bailón, su compañero, previo que la sorpresa de esta plaza decidiría el pleito entre los con- federados y franceses si la balanza se inclinaba á los primeros. Como esta acción era de tan suma importancia, que el mismo Gritti quiso encargarse de ella conduciendo personalmente sus tropas, fué in- creíble su diligencia. Atravesó los dos ríos antes que la caballería francesa destinada á guardarlos lo advirtiese. Y no paró hasta llegar á Castañeto, que solo dista legua y media de Bressa. A la entrada de la noche partió de allí y se halló al punto fijo en la puerta donde los vecinos le esperaban. Avógaro no anduvo menos diligente. Más el uno y el otro quedaron burlados; porque la conjuración fué des- cubierta por la vía que menos recelaban sus autores.

34 El caso fué que Avógaro, después de viudo y de edad provecta con hijos grandes de su primer matrimonio, había tenido el antojo de volverse á casar con mujer moza y hermosa. A esta reveló néciamete el secreto del concierto que tenía hecho con los vecinos de Bressa y los venecianos. Ella, ó por el horror que tuvo á perfidia ó porque te- nía á los franceses más voluntad que su marido pensaba, y no quería verlos perecer á sus ojos, avisó secretamente al Conde de Luda las prmcipales circunstancias del peligro que les amenazaba. Luda sin mmutarse ni darse por entendido, aunque tenía muy pocos soldados, cargó aquella noche tan de recio, como quien iba de rodonda, á los vecinos que se iban acercando á las dos puertas para abrirlas á Grit- ti y á Avógaro, que la mayor parte de los conjurados no se atrevió á declararse: y así, no se dio la señal que estaba concertada para su entrada. Los dos jefes, que no pudieron dudar que la conjuración es- taba descubierta, se retiraron al punto, temiendo que los 'franceses y alemanes de Verona les cortarían el paso si tardaban. Siguiólos alguna poca caballería de Luda sin más efecto que coger á algunos, y entre ellos al hijo mayor de Avógaro, que iba en lo último de su tropa, y llevarlo prisionero á Bressa. Bien pudieran con esto quedar escar- mentados los conjurados. Mas, viendo que Luda estaba destituido del socorro de gente, de que en extremo necesitaba, cobraron ánimo y volvieron á llamar á Gritti y Avógaro. Uno y otro volvieron con mu- chas más tropas que antes, y fueron introducidos en Bressa á primero de I^ebrero de 1512.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 24 Í

35 Algunos escriben que Luda conservó las dos cindadelas. Otros, que perdió la que estaba en medio de la ciudad y que tuvo harto trabajo en escaparse en camisa para refugiarse en la mejor de las dos, que era la que estaba fuera de los muros, habiéndose lleva- do á viva fuerza los conjurados la menor que estaba dentro. Con esto se revelaron también Bérgamo y la mayor parte de las ciudades conquistadas por los franceses en el Estado de Tierra FirnieY Í3. Gas- tón, habiendo tenido la nueva á 5 de Febrero, y no antes por el cui- dado de los confederados en hacer que la supiese tarde, juzgó que todo estaba perdido para los franceses en Italia, si no recobraba á Bressa: y que sería imposible su recobro si se daba tiempo á los ve- necianos de meter dentro toda su gente, de tomar la cindadela y lla- mar los ejércitos de la Santa Sede y de España para que, quitado este estorbo, entrasen libremente en el ducado de Milán. Solo la extrema diligencia era capaz de poner remedio á tantos males inminentes. Y fué tal la de D. Gastón, que excede toda admiración: y á no ser constantes y ciertos sus hechos por los autores todos de todas nacio- nes, que en ello convienen, fueran increíbles; y solo pudieran tener lugar en los libros de caballerías.

36 No debemos omitir aquí loque refiere un escritor alemán; Michaei porque disculpa mucho el extraño rigor con que presto fué tratada ^Tbia- esta rebelde ciudad. No pudiendo, por estar achacoso, un caballero sensis. francés retirarse con los demás á la cindadela, se metió en la casa de Beius un vecino am.igq suyo. Ofrecióle quinientos ducados de oro porque ^^^^'"^■ le*tliese escape. Él los recibió, dándole palabra de hacerlo así. Mas lo

que hizo fué disfrazarle en hábito de labrador y entregarle luego á un gran número de rústicos, que debía de tener prevenidos, descu- briéndoles quién era. Ellos lo cogieron y le pasearon por los calles con grande mofa y algazara de todo el pueblo. Al cabo los rústicos con un cuchillo le abrieron el vientre y le arrancaron el corazón, que, dividido en trozos mu}^ menudos, los repartieron entre como reli- quias de su odio. Y tomando después la grosura del vientre, se la me- tieron en la boca al miserable francés, diciéndole: tu te artaste de no- sotros y engordaste; pues cómete ahora esa tu grosura. Aún fué cosa más torpe y escandalosa laque ejecutaron con una mujer francesa. Matáronla con la misma crueldad, dividieron su cuerpo en menudos trozos, y, poniendo en una hasta el que más se debía cubrir, lo traje- ron por toda la ciudad (¡maldad execrable!) con la misma algazara y oprobio. Así mataban y afrentaban los de Bre=sa á cuantos franceses podían haber alas manos, buscándolos con rabiosa diligencia. Y los venecianos se reían mirándolo todo muy contentos y engreídos de haberse apoderado de esta ciudad. Pero á unos y á otros les alcanzó presto el castigo merecido.

Tomo vil. 16

¿42 LIBRO XXXV DE LOS ANALES NAVARRA, CAP. XIL

§. VIL

Dejando D. Gastón bien dispuestas las cosas en Bolonia para su seguridad, marchó con tanta celeridad, aunque sin cesar en todo el viaje las nieblas y las heladas, que llegó aquel mismo día á la Stelata. Allí destacó de su ejército ciento y cincuenta lanzas y trecientos infantes para Ferrara, con el fin de impedir á los confederados alguna interpresa, alejándose el de esta pla- za. Y hecho esto, se avanzó hasta Puente-Molendino. Érale forzoso atravezar el marquesado de Mantua, y para esto pedir al Marqués la li- cencia, que sabía no le había de dar, no por mala voluntad, sino por el temor de que, si la daba, irritaría sin duda á los confederados, que se echarían sobre él y le asolarían todo su país. De este embarazo salió D. Gastón con grande garbo y cortesanía. Envió á pedir la licencia, y marchó con tanta prontitud, que se hallaba y.í en medió del país de Mantua cuando su enviado tuvo la audiencia del Mar- qués. El extruendo de la marcha délos franceses había precedido al enviado. Y el xMarques, que sabía mejor que él dónde estaba D. Gas- tón, no le dejó hablar. Interrumpióle diciéndole muchas injurias y y amenazándole con el último suplicio. Mas el enviado, que no tenía en él el derecho de las gentes en Mantua mientras que los france- ses fuesen los más fuertes en el mantuno, oyó con grande fiema al Marqués, llevando con mucha paciencia los baldones que le decía y los retos que le echaba: y se tuvo por muy dichoso en que se le permitiese la vuelta. El Marqués mandó luego que se hiciesen lar- gos procesos verbales de la marcha de D. Gastón, y despacho ma- nifiestos á todos los príncipes soberanos de Europa para quejarse de la afrenta que á todos ello se acababa de hacer en su persona Mas D. Gastón, bien lejos de monstrar sentimiento de esto, hizo observar á sus tropas una muy exacta disciplina en el mantuano como importaba para desenojar al Marqués, dándosele muy poco de lo más, después de haber hecho con toda galantería su negocio.

38 Salió del marquesado de Mantua por la parte de Mugarolo, donde supo que Bailón, uno de los generales del ejército veneciano, después de haber conducido y dejado en Bresa una fuerte guarni- ción y un gran convoy de artillería y de municiones, volvía á jun- tarse con Griti, su compañero, llevando cuatrocientas lanzas, mil y quinientos caballo3 lijeros y mil docientos infantes que había reser- vado para su escolta. D. Gastón trató de dar sobre él: y la ocasión era buena. Porque, no teniendo Bailón noticia alguna de la cercanía de los franceses, se veía alojado en la isla de laScala. D. Gastón, aunque retardado siempre de las injurias del tiempo, marchó la mayor parte de la noche y se halló al amanecer delante de esta isla. Pero fué en vano su trabajo por haber partido de allí dos horas antes el general Bailón muy apresuradamente para juntarse al grueso del ejército veneciano. Tenía puesta buena guardia en la puente de Albero

RfeYÉS D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 243

para pasar el río Adice. Mas el capitán de ella, aunque hombre de valor y de toda su satisfación, por la noticia, según parece, de que se acercaba D. Gastón, la había abandonado; y hallándola sin guar- dia, se apoderó de ella una partida de franceses y alemanes de la guarnición de Verona. Así Bailón, no teniendo bastante infante ría para recobrarla, tomó el expediente de volver á Bressa.

39 Estaba ya cerca de la torre que llamaban del Magnánimo cuando percibió de lejos un cuerpo de caballería sin poder recono- cer bastantemente sus insignias. Era D. Gastón, aunque con poca gente; porque su ejército estaba tan fatigado cuando llegó á la Scala, que no había sido posible traerlo más adelante. Y todo lo que pudo hacer fué obligar á trecientos hombres de armas y á setecientos arqueros á venir con él en seguimiento de Bailón. Este los esperaba en la torre del Ma^nániuio^ aunque no sabía de cierto quiénes eran. Porque como la caballería de Gastón no llegaba á la mitad de la que estaba de guarnición en la plaza cercana de Verona, Bailón se imaginó que ésta era parte de ella y no la temió. El era mucho más fuerte que los franceses en número de gente, y se prometía des- hacerlos fácilmente, }• quizás sorprender consiguientemente á Vero- na. Pero tan presto quedó vencido como desengañado. Los franceses combatieron con su acostumbrada furia. Y Bailón, que no los cono cía, estaba tan persuadido á que los batiría, que no perdió la espe- ranza con haber sido roto cinco veces. A la sexta volvió á la car- ga; y entonces fué solamente cuando conoció su error 3' supo'con quién las había, oyendo pronunciar Gastón^ Gastón^ nombre de que los franceses usaban para animarse en los combates. Vióse repeli- do con tanto rigor, que, habiendo sido muertos ó mal heridos los mas bravos de sus tropas y los otros puestos en fuga hacia el Adice, se vio forzado á seguirlos. El conde Rangoni y Balta- sar Ursino por no haber pensado tan á tiempo como él en asegurar las vidas, quedaron prisioneros. Y la infantería veneciana, viéndose sin caballería que la cubriese, juzgó que era temeridad pleitear más tiempo la victoria. Bajó las armas y pidió cuartel de rodillas. Gas- tón se lo concedió, y fué en seguimiento de los fugitivos hasta la orilla del Adice. Los que imploraban su clemencia fueron más dichosos que los que quisieron pasar el río á nado. Porque de estos perecieron todos menos Bailón, á quien le valió el vigor del caballo escogido que Rebaba para poder llegar á la otra orilla.

40 Gastón, victorioso, se volvió á juntar con su ejército. Y halló el día siguiente una nueva ocasión en que señalarse. Parecía que la fortuna enamorada de su valor tenía gusto de favorecerle extraordi- nariamente haciendo fuertes en él sin querer que en los nueve días que tuvo de marcha desde Bolonia á Bressa ninguno de ellos se le pasase sin combate. Acababa de poner el pié en el Estado de Tierra Firme, y según su costumbre, iba á la testa de un cuerpo de caballería, para reconocer el país. El hacía oficio de corredor de campaña, de espía y de soldado particular, para cumplir así más perfectamente el de capitán general, que todo lo abraza. Vio, pues, venir hacia en

¿44 LIBRO XXXV DE LOS ANALES NAVARRA, CAP. XIÍ.

derechur¿i un campo volante de venecianos, comandado por el fa- moso capitán Meleaí^ro de Forli, á cuyo cargo corría tener la campa- ña para seguridad de las plazas venecianas de aquel país. Gastón, aunque mucho más ñaco de gente, atacó á Meleagro con tal furia, que se llevó de calle á los más osados y valientes de la caballería veneciana; y los otros huyeron sin que fuese posible detenerlos por más que hizo Meleagro. Y fué tal el despecho noble que él tuvo de la cobardía de los suyos, que le sacó de y se arrojó en medio de un escuadrón francés, donde no halló mtís que la prisión en vez de la muerte que buscaba. Algunos notan de demasiado temerario á J). Gastón esta vez, diciendo que el coraje le arrebató hasta pasar la raya de la prudencia, que solo podía atraer con una retirada y aún fu- ga fingida á los enemigos para acercarlos al grueso del ejército de Francia. Pero esta era la que él nunca supo fingir con ser tan diestro y sagaz capitán. Los franceses hicieron tantos prisioneros, que el nú- mero les era de embarazo: y esto retardó su marcha por algunas horas.

41 Al cabo prosiguieron su camino, y al anochecer del día 13 de Febrero llegaron á vista de Bressa. Estaba toda su gente tan cansa- da, que solo pensaba en dormir. Mas D. Gastón, que percibió el con- vento de Triano, situado entre él y la ciudad, receló que los enemigos podían meter dentro aquella noche fuerzas bastantes para detenerle, y no quiso reposar hasta apoderarse de él. Y á la verdad: si lo hubie- ra dejado para la mañana, hubiera hallado mucho mayor resistencia. Muy bien conocido tenían los venecianos lo mucho que les importa- ba tener bien guarnecido este puesto. Pero les pareció que paralo que podía suceder aquella noche bastaban los tres mil vasallos del conde Avógaro, que allí estaban alojados después de haberles ayu- dado á sorprender á Bressa. Gastón tuvo mucho qué hacer en per- suadir á los franceses que le siguiesen á al convento, y solo pudo re- cabar que fuesen con él solos quinientos soldados, de los cuales los Varillas ^'^^ eran de Gascuña. En todo este tiempo llovía muchísimo. Y este Mazer accidente en lugar de dañarle le importó para conseguir la primera ventaja, que fué causa de las otras. Las tropas de Avógaro no se ha- bían prevenido para tirará cubierto, 3^ cayendo mucha lluvia sobre sus arcabuces, se les humedeció tanto la pólvora, que no pudo pren- der fuego. D. Gastón se acercó de esta suerte sin perder un hombre. Los gascones que le acompañaban no tenían armas ningunas defen- sivas, y las ofensivas que traían solo eran picas y espadas. Ellos se sirvieron desús picasjpara trepar á la eminencia donde estaba situado el convento: donde, luego que subieron, el combate dnró poco. Por- que los vasallo de Avógaro se amedrentaron viendo matar á veinte y cinco ó treinta de los suyos, y hu3'eron despavoridos por más que sus cabos les decían que eran seis contra uno. Atropellábanse y caían los unos sobre los otros; y así, se hicieron mis mal que el que hubieran recibido de los franceses. Muchos se salvaron, y los otros se dejaron desarmar y encerrar como ovejas en los establos del con- vento. Los vencedores se solazaron muy bien cenando alegremente

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. ^45

de los regalos que para sus primeros huéspedes los Religiosos tenían prevenidos. Y en toda la noche no hubo quién les interrumpiese el sueño por no haber sabido hasta la mañana los de la ciudad que es- taba perdido aquel tan importante puesto.

42 El día siguiente 14 D. Gastón envió á Roca-Laure, caballero de Gascuña, á proponer á los bressanos una amnistía general si este mismo día volviesen al dominio de Francia. Roca- Laure halló á los de Bressa en mejor postura de defenderse de la que Gastón se ima- ginaba. Había dentro de la ciudad el más florido ejército que en mu- chos años habían tenido los venecianos. Era de quinientas lanzas, de ochocientos caballos ligeros y de ocho mil infantes, todos soldados viejos. La burguesía había levantado ásu costa además de estos otros, seis mil escogidos, y los más propios para las armas, y los había dis- tribuido debajo de diversas insignias y oficiales experimentados. La vista de tantas y tan bellas tropas espantó á Roca-Laure; pero no tanto que le impidiese el estar muy sobre y hablar con todo des- pejo. Fuese lo primero á Gritti, quien, sin quererle oír, lo remitió á los vecinos. Estos le 03^eron con impaciente soberbia: y fué mucho que le dejasen acabar su razonamiento. No se contentaron con respon- derle muchas injuriosas quemazones entono de chanza; sino que pa- saron también á hacerle ridículo, diciéndole todo lo que la antipatía de los italianos había inventado para hacer menosprecio de la na- ción francesa. Y por remate de la sátira pronunciaron palabras so- bre manera insolentes contra su rey.

43 De todo hizo Roca-Laure relación exacta á D. Gastón, quien entró en gran cólera. Pero la disimuló con prudente moderación y se contentó con pasar aquel día su campo del cuartel de la Longa-Torre al cuartel opuesto, en frente de la puerta deS. Juan, y á distancia de Bressa de tal manera proporcionada, que la ciudadela venía á estar justamente en medio de los franceses y la ciudad, y los guarecía así de todo insulto. Dio reposo á su ejército desde las cuatro de la tarde hasta las siete de la mañana del día quince. Y no hallándole todavía en estado de obrar todo junto, escogió ochocientos de sus caballeros y les propuso que habían de pelear en compañía suya á pié: y se los persuadió fácilmente monstrándoles los zapatos ligeros que para más agilidad se había calzado. Tomó luego tres mil de los alemanes y otros tantos de sus gascones y los llevó derechos á la ciudad. Allí les comunicó el designio que había formado de asaltará Bressa en aque- lla misma hora; y en pocas palabras les hizo tres dircursos, A los ca- balleros les ponderó cuan grande honor y gloria era para los nobles el pelear desmontados. A los gascones representó que la victoria que esperaba decidiría por sus puños la cuestión de si la infantería vieja francesa valía más que la italiana. Y á los alemanes prometió tantas riquezas eael saqueo de aqueha opulenta ciudad, que con sus picas podrían medir los terciopelos y las telas de plata y oro que hallarían. Dicho esto, salió con gran denuedo de la ciudadela al frente de to- dos á la primera aclamación de unos y otros. Y halló á los enemigos mucho más cerca de lo que él pensaba.

246 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIL

44 El f^eneral Gritti, que no andaba menos diligente, escogió de sus tropas ocho mil de los mejores soldados y los puso delante del palacio de Vesprin-Genturión, situado justamente entre la cindadela y la ciudad, en lugar bien ceñido, por donde forzosamente había de pa- sar D. Gastón. Ordenó que allí se formasen en batalla como fuesen llegando, y dióles por comandante á Malatesta Bailón. El mismo Gritti tomó por su cuenta con el resto de sus tropas defender las mu- rallas, las plazas y calles deBressa. Y puso tan buen orden en todo, que cuando los franceses consiguiesen derrotar á xVIalatesta y forzar las murallas, les restaban tantos combates como plazas y calles tenían que atravesar. Así, D. Gastón se vio reducido á combatir lo primero delante del palacio de Centurión: y fué cosa de ver á la nobleza fran- cesa á pié en las primeras líneas. Ella estaba armada de pies á cabe- za, como si estuviera á caballo, y con todo eso, no dejaba de parecer tan ágil como los otros infantes que no tenían más que el morí ion y el coselete. Distinguíanse en el primer orden 1). Gastón, Lautrech, la Paliza, los dos Alegres, Roca-Laure, Chatillón, la Faylleta, Espinay, Chabet y Santa Maura. En el ejército de Malatesta no había perso- nas de tanta distinción; pero se componía generalmente de soldados veteranos y valientes. Y así, el combate fué largo y sangriento; y tan porfiado, que vino á parar casi en tantos duelos como había soldados, no queriendo cesar los que habían acometido al enemigo hasta de- jarle vencido. Todos convienen en que D. Gastón hizo ahora cosas que exceden á todo valor humano. No se contentó de obrar como pu- ro soldado al modo de los otros ni con derribar en tierra á cuantos se le ponían delante; mas el ardor de la refriega en nada le hizo olvidar de que era general. Dio las órdenes en las cinco horas que duró la batalla con la misma frescura que si estuviera en su gabinete, sin ol- vidar ardid alguno de los que podían abreviar ó facilitar la victoria. Sus enemigos no aflojaron un punto: y murieron casi todos cada uno en el lugar que ocupaba peleando. No convienen la relaciones en el número de los franceses que murieron en esta ocasión. Lo más cier- to es que fueron muchos. Y lo singular fué que esta desgracia cayó sobre los simples soldados; con ser así que los más principales se ex- pusieron cuando menos á tantos peligros como ellos.

45 Según leyes de buena prudencia, D. Gastón debía parar des- pués de esta grande acción por dos razones: la una, á fin de que sus gentes tomasen aliento: la otra, para enviar á su campo á pedir un buen refuerzo; aunque no fuese sino para reclutar las plazas de los muertos y délos heridos. Mas su providencia se extendió á más de lo que las leyes ordinarias de la guerra le permitían. Él juzgó lo que le faltaba qué hacer por lo que había hecho. Y considerando el sumo trabajo que había tenido en vencer á los que le defendían el pa- so delante del palacio de Centurión, creyó que le tendría sin duda dos veces mayor en forzar á-Bressa si daba á (jritti lugar de mirar por sí. Y no dudó que la consternación entraría en la ciudad al mis- mo punto que en ella se supiese el suceso del combate que acabamos de decir. Por aprovecharse, pues, délo que ella podía ayudar al ven-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA 247

cedor, dividió á la hora misma su gente en dos cuerpos. El marchó coa el uno derechamente á Bressa por el camino más corto: y envió el otro á las órdenes de la Paliza á hacer un largo rodeo, para poner- se en el lugar opuesto donde estaba situada la más pequeña parte de la ciudad, que por esto la llamaban Civitela. Reconoció que Gritti se defendería con menos vigor siendo atacado por los dos costados; y de ninguna manera se engañó. Los dos asaltos fueron igualmente recios, aunque no comenzaron á un mismo tiempo. Los de Bressa des- pués de una larga resistencia hecha en las murallas y baluarte, fueron totalmente vencidos. La precaución de Gastón no le fué menos útil que su coraje. Mabía mandado que matasen luego á cualquiera de sus soldados que saliese de su fila, y la muerte de tres ó cuatro que por pillarse desmandaron detuvo á los demás francesesen su deber. Después de haberse apoderado de las murallas, se siguió el comba- te en cada calle. Y los venecianos y los bressanos, igualmente persua- didos á que no obtendrían ningún cuartel, no lo pidieron.

46 Gritti, Avógaro y su hijo segundo fueron presos, (el primero ya lo estaba) y la ciudad fué abandonada al pillaje por siete días en- teros. Era la más rica de la Lorabardía después de la de Milán; y así, fué tanto el botín, que los vencedores le partieron con sus compañe- ros que habían quedado en el campo. Gritti fué tratado como pri- sionero de guerra. A .Avógaro y á sus dos hijos les fueron cortadas las cabezas después de habérseles hecho el proceso en toda forma. No salvó el honor más que alas Religiosas. ¡Rigor excesivo, que no tiene disculpa! si no que le valga á D. Gastón la escusa que algu- nos le dan: de que, si en alguna ocasión se pudo permitir tanta seve- ridad, fué en ésta. Porque los franceses tenían sobre á todos los ita- lianos, y no pudiendo al mismo tiempo guarnecer suficientemente sus plazas y parecer en campaña tan fuertes como ellos, les era absoluta- mente necesario tener á raya á los burgueses de ellas por el miedo de ser tratados con el mismo rigor que los de Bressa si cometían la misma culpa. El número de los muertos fué grande de parte de los venecianos y bressanos. Los franceses lo suben á veinte y dos mil. Los italianos á ocho mil cuando m¿íb: discurriendo unos y otros como mejor les está.

47 Como los hechos de armas que acabamos de contar fueron tan raros, adquirieron á D. Gastón de Fox una reputación tan prodi- giosa, que después de César y Alejandro ningún general fué tan uni- versalmente estimado como él ahora. Todos se admiraban de que en quince días hubiese dado casi otras tantas batallas, burládose de la experiencia de los más grandes capitanes, salvado á Bolonia, descon- certado al Marqués de Mantua, superado las injurias del tiempo, lle- vándose de envión los campos volantes de los venecianos, disipado sus tropas, vencido su ejército en batalla y preso á su general dentro déla mejor plaza de Tierra Firme. Imaginábasepor toda Europa, y más en la Corte de Francia, que no era posible que tan felices prin- cipios tuviesen fin desgraciado: y que sería cosa de juego paraD. Gas- tón destrozar del todo á los confederados después de haberlos priva-

2^8 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIL

libro es do de las fuerzas de los venecianos. A esto añadían según su antojo ef ?u«- n^'-ichas otras cosas quiméricas y le aplicaban profecías, como era Ja tula del contenida en un libro atribuido á S. Agustín: * De que lui /ranees Cristo, había de arniinar el imperio de los Turcos.

CAPITULO XIII.

I. Cuidados de los reyes de Navarra, cortes del reino en Tudela y mercedes álos

DE Viana y Miranda.

Año 1512

E"^^! rey Luís XII, que siempre tuvo un amor tiernísimo á D.Gastón de Fox, su sobrino, quedó ahora tan arreba- ..^tado de sus proezas, que le confirmó la promesa que tenía hecha del reino de Ñapóles con tal que echase de él á los espa- ñoles: y también la que primero le había hecho de establecerle en la Corona de Navarra y en los demás Estados dependientes de ella, así en lo antiguo como en lo moderno; que no venía á ser menos que desde los montes de Oca hasta muy cerca de Tolosa de Francia Y para esto, sobre las inteligencias que en Fox y Bearne y dentro de Navarra mantenía con algunos vasallos de los reyes D. Juan y Doña Catalina, renovó ahora más vivamente su designio de darle un buen ejército para esta conquista al punto que se desembarazase de la^gue- rra de Italia, que pensaba sería muy presto. No podían ignorar esto los Reyes de Navarra, y jamás tuvieron sobresalto igual. Pero tam- bién le tenían de parte del rey D. Fernando, en quien tantas señales habían reconocido de querer para este reino, y más ahora, que el de Francia, su enemigo, estaba tan empeñado enconquistarlo para su sobrino D. Gastón. En lance tan apretado les pareció mejor cultivar más y más la gracia del Rey Católico. Pero esto fue guiar la nabe por entre escollos encubiertos para evitar el que ya estaba manifiesto. Con efecto: se aplicaron con sumo cuidado á tener grato al Rey Ca- tólico y asegurar su protección: y por la misma causa miraban con horror al conciliábulo de Pisa y con todo respeto al papa Julio. De todo lo cual es pruel)a real haber enviado la gente que pudieron á Italia en servicio de la iglesia y del rey 1). E'ernando: donde presto la veremos obrar debajo de la mano del conde Pedro Navarro en la fa- mosa batalla de Ravena.

2 Los reyes D. Juan y Doña Catalina no tenían otro recurso^ á su parecer tan seguro en caso de suceder lo que temían, como el de S. Majestad Católica. Así se engañan los hombres. Mas lo primero era ver lo que tenían dentro de casa antes de acudir á la ajena. Para esto se juntaron los tres Estados del Reino á cortes en la ciudad de Tude- la. E^n todos ellos hallaron aún más de lo que podían desear. Porque todos los convocados con ejemplo de fidelidad pocas veces visto en otras cortes sin faltar voto les ofrecieron no solo donativos y servicios muy crecidos de los pueblos, sino también sus haciendas, personas y vidas para sacarlos del peligro que les amenazaba. Los Reyes que-

REYES D. JUAN III Y D055A CATALINA. 249

daron muy animados con esto y mostraron su agradecimiento en al- gunas mercedes que hicieron. Una de ellas, digna de memoria por se- ñalar ciertamente el tiempo en que esto pasaba, y tan trabucado anda en nuestros historiadores, fué el acotamiento dado á los doce escu- deros de Viana á 8 de Marzo de este año, muy á los principios de es- tas cortes. (A) Ellos eran ya de su guardia de Corps, y no se aparta- A ban de su lado. Juzgaron pues los Reyes que por ser Viana la plaza más vecina á las fronteras de Castilla y ellos de mucho séquito en ella, importaba tenerlos contentos. Y más los podía mover el haberlos experimentado siem^pre muy fieles y muy opuestos á los vecinos, que por la mayor parte eran afectos al Conde de Lerín, no ignorando que dicho Conde, refugiado en Castilla, mantenía siempre sus inteligen- cias con los amigos que había dejado en Navarra.

3 Con este mismo fin, según parece, y principalmente por remu- nerar, como era muy justo, los grandes y muy señalados servicios que la villa de Miranda de Arga había hecho á la Corona de Navarra de muy antiguo, y recientemente á los reyes D.Juan y Doña Catalina, ellos, que ahora se hallaban en el castillo de Tudela, reconociendo su obligación, la honraron con el gran privilegio que tiene en su archivo. En él refieren sus hazañas ejecutadas ágran costa de sus vidas y ha- ciendas. La hacen buena villa con todos los honores correspondien- tes á esta cualidad. La conceden que como tal sea llamada á las cor- tes del Reino, que tenga una feria franca de ocho días cada año. Y se- ñalan á la villa y personas singulares de ella (además de las que ya se tenían) armas que sean índices de la hazaña memorable de haber echado de la fortaleza á los castellanos. De todas estas cosas y otras dignas de memoria sacó un extracto el P. Moret cuando fué á regis- trar aquel archivo. (B) B

4 xAcabadaslas cortes de Tudela, partió elRey á visitar sin dila- ción las fronteras: y le hallamos ya en Viana á 6 de Mayo, según el instrumento de cierta capellanía que hizo fundar D. Beltrán de Les- cún, que como copero suyo le acompañaba. (C) Después de todo, más G lo hubiera acertado en p^oner buenas guarniciones en las plazas, como todo el Reino quería, dándole lo necesario para ello: y más cuando ellas estaban tan desguarnecidas, que no había en los castillos más que los alcaides y algunos pocos soldados: y las villas y ciudades mu- radas estaban solo encomendadas á la custodia de los vecinos, con muchos de los cuales tenía el Conde de Lerín las inteligencias que quedan dichas. Pero al Rey le debió de parecer que el fortificar ex- traordinariamente las plazas fronterizas á Castilla y Aragón solo ser- viría de inquietar al rey D. Fernando, de quien al presente no temía tanto: y que por lo que tocaba al Conde de Lerín bastaba estar á la mira. Otros añaden otra razón para la tibieza con que en esta ocasión se portó el Rey de Navarra. Y la fundan en su demasiada bondad; por la cual no quiso aprovecharse luego de los subsidios que el Reino con tan fina voluntad le ofrecía; sino esperar á mayor necesidad para no cargar anticipadamente á los pueblos. Como si no fuera mayor la carga, y (lo que peor es) de ningún provecho cuando las prevencio-

200 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. XllL

nes para la guerra se hacen cuando ella está ya dentro de casa. Así le sucedió á este buen Re}^ que aún no sabía por dónde y cuándo había de venir la tempestad que dentro de tres meses descargó sobre él y su reino.

ANOTACIONES.

A f. TT^l irislruineulo de la merced (juc los reyes D. Juan de Labril y JL^Doña Calalioa hicieron á los doce escuderos de Yiana eslá auléQ- licaineiüe .s;ic;idü del archivo de aquella ciudad y es como sigue »D. Juan por »la Gracia de Dios, Rey de Navarra, Dii(|ue de Nenuirs^ de Gandía, de Momhlac »de Peñalieb Conde de Fox_, Señor de Eeai'ne, Conde de Begorra, de Uibagor- "za, Par dtí Francia, y Señor de la Ciudad de lialagucr: El Doña Ci lalina por »la misniíi Gracia, Keyna proprietaria de! dicho Heyno, Duijuesa de los dichos «Ducados, Condesa, é Señora délos dichos (fondados, é Señoi'i')s,al Magnífico, «fiel Consejero, é hien amado nuestro, D. Juan de Bosquéf, Tesorero do Na- «varra, salud. Mandamosvos expi'csamente, que hayáis de da)\ ó asign;)r a los »doce Escudei'os de Viana^ (jue son Juan de Echevarri, Juan Fernandez de »Moreda, Bobadilla, Pedro de Ilúihide, Juan de Yiana, Juan Hós, Pedro Fer- »nandez de Bargóla, Pedro de Orihe, liodrigo de Olmos, Domingo de Santes- íteban, Francisco de Alesón, é Juan de Pieróla, lodos Vecinos tie uueslra Villa »de Yiana, la suma de cuatrocientas tarjas Carlinas, que les ordenamos en esla «presente por Acostaiuienlo, y aciuellas les pagareis, y asignareis á los dichos «Escuderos en el mes de Diciemlire primero viniente. Carvos dando, ó asig- ))nandü a(|uellas á los dichos Escuderos de Yiana con la présenle, y su conoci- íUiiento, (|ueremos, é os damos por (juilo, é descargo.

G "l'or las misma presentes mandamos á los líeles Consejeros, y bien ama- »dos nuestro Regente, é oidores de nuestros Comptos Reales, que las dichas "quatrocienlas taijas Carlinas vos las tomen, riciban, y pasen en cuenta, y «rebatan de vuestras receptas poi" testimonio tie las presentes, ó copia de tdlas, «fecha en debida lorma con conocimiento de los iliolios Escuderos tie Yiana. «Dada en iiuesli'o Castillo de Tudela, so el sello de nuestra Carta á ocho dias »tle Marzo, año de mil quinientos y doce. Juan. Catalina. Por mandado del «Rey, y de la Reyna. Juan de Bonelas.

7 »Yo 31iguél iiuíz de Vicuña Escribano Real por su Magostad en tod .este «su Reyno de Navarra, y de la Audiencia de esta (Ciudad de Yiana, doy le, (|ue »esle traslado concuerda con la cédula original, que está en poder mió, sacada »del Archivo de esla Ciudad. V así lo llrmo en Viana á 12 de Mayo de 1G70.

Miguel Bni: de Vicuña.

B 8 El P. Moret dice asi: »En la villa de Miranda de Arga hay un privilegio, «en (]ue los reyes Don Juan, y Doña Calalina, reconociendo por m^yorlos «muchos servicios (pie los vecinos de ella hablan hecho a la Ci roña con mn- »cho gasto de sus haciendas y i'iesgo de sus vidas; en especial porque estando «la fortaleza de la dicha villa ocupada por los castellanos, los cuales hacian »desde ella salidas á ella y correrías por las comarcas con grandes daños, los ^vecinos de Miranda lomai'on las aiinas, acomelicron á los castellanos, y les «ganaron la foi'laleza y la pusieron á la obediencia de los Reyes. (No cspcci-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 25 T

i>fica el tiempo de este hecho.) Y por cuanto por los muchos g.is'os que en estos »lrabajos y restauración liabian tenido viniendo á gran dt^spohlación,f|uerien- »dolos remunerar á perpetuo^ desean i^ue se aumente la población: y (|ue sea »lal, que baste á su misma conservación; y sea amparo y defensión de loda su «comarca: y atendiendo a que para eso 1 1 principal cosa que se reijuiere e*s !a »libertad, la cual todos los hombres desean y procuran, l;i lucen buena villa, »con lodos los honores y derechos de tal.

y i- Y por cuanto en lo antiguo solian pagar de pecha cuatro mil y dos- «cientos sueldos blancos, los cuales reducidos á libi'ascarlinis montan doscien- »las sesenta y dos abras y dos sueldos; y (|ue por i-emisiones hechas á parti- «culares y rebate eslaba i-educido el montamienlo á ciento y sesenta y siete «libras, diez y siete surldos y seis cimeros cada año, en recompensa de los «cuales la villa da á los Reyes un campo de tierra blanca en ol i'egadío llama- nlo el Orillo del agua^ y los Reyes se lo dan al Concejo á censo perpetuo de «otra tanta cantidad, como era la pecha, y con calidad ([ue si el Concejo de »Miranda en tiempos venideros diese a los Reyes eu ntra parte del Reino otra ».satisfacción igual, los Reyes y sus sucesores ies hayan de dejar libre el di- >Hdio campo: y con esto borren á perpetuo la pecha que debia. Y ([uieren que xsus moradores á perpetuo sean tenidos y reputados por inmune.'., iufanzo- »nes, manes, francos, liberos/mgénuos, exontos, y gocen todos lo? Iiono- »res de tales com ) los demás vecinos de las buenas villas: y que la de LViiran- ))da sea llamada á lodos los coronamientos de reyes, cortes y actos públicos «del Reino y tenga en ellos el asiento ([uele tocare.

10 » Conceden ([ue no pueda Jamás enagenarst; del patrimonio Real: y á »(jue tongan cada año ocho dias do feria, comenzando desde Í3 de Abril, dia »(le San Joriíe: y ([ue en ellos sean guardas el Alcalde, Preboste y Jurados. ))(jue el baile de hasta en'onces se llame y S'M preboste, Y en consideración »de la hazaña de haber ganado la fortaleza á los castellanos, les dan poi" ar- »mas á la villa y singulares personas de ella un Castillo de oro en campo de '■íiules. Dada en nuesli'o castillo de Tudela á 25 dias del mes de Febrero año «del Nacimiento de Nuestro Señor JE5U-GRISTO de Kii2. Juan Catalina. «Jaime de Yergara, Secrelai'io.

11 ^Xy'íc'AT: (jue el año de I0I2 á á.j de Junio, estando los tres Estado? «celebrando Cortes en la librería vieja de la Santa Madre Iglesia de Pamplo- «na, parecieron Pedro de Yergai-a, Alcalde, y Juan Fernández, Jurado, mensa- «geros de la villi de ¡Miranda, y pres'^ntando este privilegio pidieron se ad- »mitiese la villa en la Junta, y "se los señalase lugar. Y los Estados reconocien- »do el privilegio por justo y legítimamente dado, la admitieron y señalaron «asiento junio á la villa de "Sant-Estel)an de Lerin. Y se reportó por auto.

Matheo Alegre Notario.

1:2 ^>Sai(\üé\Q {remata el Padre Moret)áG [i'í\í,h(\o fehaciente, (|ue poi' man- »dado del Alcalde Ordinario de Mir-nda sacó Joseph de Escai'ay, Esci'ibano «Real y del Ayuntamiento de la villa del original que está en su arcliivo, á «3 de Abril de 1077.

13 El instrumento del poiler (|ue en Yiana dio D. Beltrán de Lescün para la fundación de la Capellanía, dice asi en resumen: «Yo Don Beltrán de »Lescñn Coi)éro de la Alteza del Rey Nuestro Señor, Capitán de la Yilla de »Yiana, y del Castillo de Tielias, ([ueriendo cumplir lo (pie soy en cargo, etc «por loiicr el carij;o de sus Altezas, no pudiendo entender en el asiento de. «una Capellaníapor el Anima del Magnilico Simón López de liarasoainmi i>Suegro; por ende atendiendo á ello doy, concedo, y atribuyo mi Poder á »Doña Catalina d(! Barasoain, para que haga la Fundación. Y nombra por tes- »tigos á Fedro de Untla, y Dominco de Sant Esteban.) En Yiana á O de Mayo -íde 15112. Ante Mai'tin de Arl.is Secretario.

1512

252 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIV.

CAPÍTULO XIV.

I. Nuevos cuidados del Bey de Fran'cia en la guekra de Italia. II. Continuación de

LA GUERRA. III. SlTIO DE KAVENA. IV. BATALLA DE RAVENA. V. RETIRADA DEL CONDE TeDRO NAVA

Rito. Vi. Consecuencias ds la batalla. VII. Avertura del Concilio Lateranense y nuev

PROVIDENCIAS DE LA LIOA CONTRA FRANCESES.

'uncaen tan breve tiempo hubo tantas negociaciones ^"° ^ i\ como ahora. Apretaba la enfermedad, y apresuraban.

se los remedios. Las ideas lozanas del rey Lufs XII de Francia, fundadas en los hechos afamados de 1). Gastón, su sobrino, se marchitaron muy á prisa. El papa Julio, que (como dijimos) había procurado traer á su confederación al rey Enrique VIH de Inglaterra, no lo pudo acabar hasta ahora, que, apretado de la necesidad, se va- lió de un medio eficaz; y con efecto lo vino á conseguir. El Obispo de Moray, hijo de una de las más nobles Casas de Inglaterra, estaba en- cargado de hacer este servicio á S. Santidad. Animábale la esperan- za de conseguir el capelo de cardenal para distinguirse de los de- más prelados de aquel reino: y ahora se le ofreció la mejor ocasión. Hallábase en el parlamento de Inglaterra, juntado en Londres sobre continuar la guerra contra los escoceses, que pedían la paz; y el Par- lamento por la mayor parte estaba inclinado á concedérsela por las presentaciones que algunos le hacían de lo mucho que importaría pa- ra que en tan buena coyuntura volviese Inglaterra las armas contra Francia para recobrar la Normandía y la Guiena, que antiguamente fueron suyas.

2 El Obispo de Moray trabajaba actualmente en esto por nuevas instancias del Papa, cuando entró en el puerto de Londres una gale- ra cargada de buenos vinos y de todo género de regalos de los más exquisitos de Italia que S. Santidad enviaba á Enrique VIH. En me- moria de hombres no se había visto en Inglaterra navio de Italia con las armas del Papa. Todo el mundo acudió á ver la galera. Y ape- nas la descargaron, cuando el rey Enrique hizo un gran convite á los principales del Parlamento, regalándolos de lo que había traído la ga- lera. E.sto bastó '(según algunos historiadores) para volver á encen- der el odio contra la Francia, que muchos años había estaba apaga- vai^Tias do. El Obispo se valió de la ocasión, y el día siguiente arengó en la Cámara alta con grande viveza, diciendo: que el rey Luís era el más peligroso cismático que jamás se había declarado contra la Iglesia; porque los que le habían precedido en los cismas habían obrado con- tra ella por enemistades particulares ó por conservar en Italia la au- toridad del Imperio de Occidente, cuando Luís, no habiendo podido recobrar el reino de Ñapóles ni reducir el resto de la Italia á j^rovin- cia de la monarquía francesa, se valía al presente de sus artificios y

Mazer.

REYES D. JUAN III Y DONA CATALINA. 253

fingía querer reformar la Iglesia á fin de deponer con tan infame pretexto al Papa, á quien tenía por su mayor enemigo. Añadía á es- to: que sería una eterna infamia de la nación inglesa el vivir en paz con los perseguidores de la Santa Sede. Y pidió que el Parla- mento nombrase al punto diputados que fuesen al rey Enrique á ro- garle que rompiese con los franceses y que despidiese á su embaja- dor. Enrique lo concedió todo fácilmente; por estar convenido con los confederados y no haber esperado á otra cosa sino á que fuese con agrado del Parlamento. Lo que en este lance más sintió el rey Luís no fué el ultraje de haber echado así á su embajador, de que quedó irritado ¿n extremo; sino el embarazo de levantar nuevas tro- pas para la seguridad de las costas de Picardía y Normandía. Con to- do eso, dio providencia á esto con una extrema diligencia, yendo él mismo á la ciudad de Ruán.

3 Aquí estaba bien ocupado en este designio, cuando se aumen- tó su inquietud con la vuelta de Andrés del Burgo, á quien había en- viado á la Corte Imperial para formar una alianza más estrecha en- tre franceses y alemanes. El emperador Maximiliano se había conte- nido en los términos de la moderación en tanto que había visto á la Corte de Roma más flaca. Pero después que ella halló el secreto de empeñar en sus intereses la España, la Inglaterra y la mayor parte de la Italia, creyó que la Francia no podía separarse de él sin quedar en el último riesgo de perderse. Y así, tuvo la animosidad de querer- la sujetar á condiciones tan duras, que no lo podían ser más, aunque la hubiese destrozado en muchas batallas. Pedía lo primero: que la Francia conquistase á expensas propias la parte que restaba del Es- tado de Tierra Firme y se reuniese luego al Imperio: que Luís casase su segunda hija Renata de Francia con el infante O. Fernando, her- mano segando del archiduque Carlos, dándola en dote el ducado de Borgoña y enviándolaá la Corte Imperial para que allí se criase has- ta tener la edad competente de consumar el matrimonio: que Maximi- liano fuese el arbitro y pronunciase soberanamente sobre los tres puntos del pleito entre la Francia y la Santa Sede, que eran: la reu- nión de Ferrara, el recobro de Bolonia y la legitimidad del Concilio de Pisa. Y que Luís se había de sujetar á la sentencia que él diese. Últimamente pedía que D. Gastón de Fox no atacase plaza alguna ni emprendiese cosa considerable si no fuese con el consentimiento de un señor alemán, que se había de dar para tener el primer lugar en su consejo: y que, en fin, todas las conquistas que los franceses hicie- sen en Italia no habían de ser para ellos ni se habían de engrandecer más sino contentarse como lo que tenían en el ducado de Milán y en el Estado de Tierra Firme. Era fácil de juzgar por la exorbitancia de estas condiciones que Maximiliano quería separarse de la liga de Enrancia, y que para eso buscaba algún pretexto. Y así, se le dilató la respuesta hasta que se supiese el suceso de una nueva negociación de la Francia con los suizos. Y entretanto, por el temor de darle el pretexto que buscaba, se le enviaron cincuenta mil escudos y se for- zaron con doscientas lanzas y tres mil infantes las guarniciones de las

254 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVAllRA, CAP. XIV.

plazas que todavía el Emperador poseía en el Estado de Tierra Firme.

4 Aún le salió peor al rey Luís la negociación con los Esguízaros. Envió para ella al Señor de Morviller," Bailío de Amiens,' hombre igualmente hábil y experimentado en las campañas y en el gabinete, pióle un poder tan amplio, que á ningún embajador se había dado igual, y una instrucción de este contenido: que la Francia estaba muy arrepentida de haber roto con los trece cantones por un exceso de cortedad. Y que ahora pretendía preparar la falta á cualquier precio que fuese: que el Bailío no escasease en nada, sino que solo atendie- se á templar sus ofertas con la prudencia; de suerte que los suizos no echasen de ver que se hacía demasiado caso de su amistad y la ven- diesen muy cara. El Bailío pareció con buenas letras de cambio en Bade, donde actualmente tenían su asamblea general los trece can- tones: y fué admirablemte bien recibido y ayudado de muchos de la asamblea, que habían recibido pensiones secretas de la Francia. Mas el Cardenal de Sión, que en ella asistía, no se contentó con oponerse por sus ordinarios modos, como hasta entonces lo había hecho; sino que subió al pulpito todos los días de fiesta y predicó con ardiente celo contra los cismáticos y amenazó tan fuertemente con la condena- ción eterna á sus compatriotas si no ayudaban á la Santa Sede á cas- tigar al rey Luís de Francia, que al fin obtuvo que el Bailío se vol- viese sin hacer nada: y también que los suizos reforzarían de seis mil hombres el ejército de los confederados. Así lo determinó la asamblea; pero los que habían sido pensionarios de Francia eludie- ron por algún tiempo la ejecución de esta sentencia: y en esto la hi- cieron un servicio muy señalado. Porque los seis mil suizos no se juntaron á los ejércitos de la Santa Sede y de España hasta después de la batalla de Ravena.

5 A este tiempo continuaban en Roma los Cardenales de Nantes y de Estrigonia su negociación con el Papa para reconciliarse -con el Bey de Francia. Y ahora con más aprieto; por parecerles que los progresos de D. Gastón de Fox, la defensa de Bolonia y el recobro de Bressa habían de ablandar su ánimo. Pero nunca S. Santidad se mostró más inflexible, ó ya fuese por haber sabido lo que le había sucedido al Rey con el Emperador y con los suizos, ó ya por algún presentimiento de lo que había de suceder. Y así, no quiso que le hablasen de ajuste ninguno con el Rey de Francia, á menos que és- te lo pusiese primero en posesión del ducado de Ferrara y de la ciu- dad de Bolonia y no renunciase á la protección del conciliábulo de Pisa y iio pusiese luego en sus manos los prelados que en él habían asistido para usar con ellos de todo rigor.

6 _ Faltaba á S. Santidad traer efectivamente á su partido á los flo- rentines, á quienes solicitaba tiempo había: y ellos, aunque siempre le daban buenas esperanzas, no se acababan de resolver. Volvió, pues, ahora con más eficacia á esta empresa. Comenzó por la absolu- ción de las excomuniones que contra ellos como cismáticos había fulminado. Y les envió luego un nuncio extraordinario para darles gracias de lo que habían contribuido al bien de la Santa Sede, cons-

REYES D. JUAN III Y DÜÑA CATALINA. ¿55

triñendo á fuerza de malos tratamientos al conciliábulo á pasarse de Pisa á Millán. El nuncio fué acompañado de un secretario del Virrey de Ñapóles, Cardona: y los primeros oficios de ambos se emplearon en solicitar que la alianza entre franceses y florentines, que estaba pa- ra fenecer dentro de algunos meses, no se prolongase. Esto era muy del gusto de los florentines. Mas el pleito pendiente entre los dos par- tidos de Francia y confederados estaba á punto de decidirse por una batalla cuyo suceso era muy dudoso; por cuanto de una parte el va- lor de D. Gastón, la opinión que de sus tropas habían concebido de no poder ser vencidas debajo de su mano y la ventaja que había de obedecer todos los soldados aun solo general, parecía que le prome- tían la victoria. Por otra parte la dignidad de la Santa Sede, el valor y ciencia militar de los españoles y la antipatía de los italianos á la nación francesa suplía lo que les faltaba á los confederados. Así, lo más refinado de la prudencia, en opinión de los florentines, consistía en quedarse como estaban hasta ver el suceso de la guerra. Y esto fué lo que ejecutaron.

§• 11-

iSte era el estado de las cosas cuando el rey Luís en- á su sobrino D. Gastón orden de ir á buscar al ene- imigo para darle la batalla. Parecía temeridad y fué prudencia. Sabía que, si les daba tiempo para aumentarse de tropas y de fuerzas con las que esperaban de los suizos y de otras partes y con la diversión de los ingleses, quedaba muy inferior el ejército de Francia al de los confederados. Y esto preponderó en su dictamen y en el de su Consejo á la necesidad de ciar algún reposo á su gente para tomar aliento y recobrarse de las fatigas pasadas. Jamás tuvo D. Gastón nueva más alegre ni recibió orden más á su gusto. Sobre su natural fogosidad le picaba en extremo la retirada del ejército de los confederados sobre Bolonia sin haberla él percibido por la buena ma- ña del conde Pedro Navarro. Partió, pues, aquel mismo día del cuar- tel de invierno, ó por mejor decir, de algún descanso que había to- mado después de la recuperación de Bressa. Entró con su ejéicito en la Romana á primeros de Abril de 15 12 y halló á los confederados atrincherados debajo del cañón de Forli, que era la plaza fuerte: y además de eso, su campo había guarnecido de reductos á ciertas dis- tancias, de suerte que fuera temeridad el atacarle. Los franceses no osaron emprenderlo y se entretuvieron en atacar otras plazas de me- nos cuenta, que fueron: las villas de S. Jorge y de Cotiñola y la forta- leza de Granariolo, y las tomaron fácilmente por no haber salido al opósito los enemigos. Cuya máxima era dejar á D. Gastón gastarse por la multitud de los sitios que sería obligado á hacer, y no comba- tirle hasta después que él mismo se hubiese enflaquecido; de suerte que sin correr riesgo lo pudiesen vencer. Este dictamen, que sin du-

25Ó LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIV.

da era el más prudente, se confirmó luego por el aviso y órdenes que el general Cardona tuvo del Rey Católico.

8 Envióle S. Majestad el navio miís velero que tenía para infor- marle que el Rey de Inglaterra, su yerno, y él habían de entrar muy presto en el Lenguadoc y en la Guicna, y hacer aUí una diversión que obligase al Rey de Francia á llamar la mitad de los soldados que D. Gastón tenía. Mandábale juntamente que de ninguna manera die- se ni admitiese batalla hasta haber tenido nuevas ciertas de la irrup- ción de los españoles y de los ingleses en Francia: y también que tra- jese entretenido con buenas palabras y promesas al Cardenal de Me- diéis cuando éste le solicitase sobre impedir que los franceses roba- sen libremente la más fértil provincia del Estado eclesiástico, que era la Romana.

9 En este breve tiempo, no solo hubo las negociaciones que que- dan dichas, sino también otras. El Duque de Ürbino, mal contento del Rey Católico por no haberle querido dar la autoridad suprema sóbrelos ejércitos de los confederados, y mucho más del Papa, su tío, porque lo había querido sujetar sin hacer caso, de que era Príncipe soberano á recibir las órdenes de virrey de Ñapóles, no solamente difería de día en día ponerse á la testa del ejército eclesiíístico; sino que había enviado un agente secreto á Francia para tratar con el rey Luís: y acababa de llamar de adelante de Forli su compañía de hom- bres de armas, que era la mejor de la caballería de los confederados, con el pretexto de que era poco decoro que el Duque de Urbino que- dase expuesto al insulto de D. Gastón en caso que éste continuase sus victorias. Por otra parte: el Papa y el rey D. Fernando, igualmente persuadidos á que para apartar con efecto al emperador Maximilia- no de los intereses del rey Luís convenía en todo caso reconciliarle con los venecianos, y que para eso era menester comenzar por una tregua, apretaban extraordinariamente al Senado sobre que conclu- yese con S. Majestad Imperial una suspensión de armas por un año. Esta se efectuó, aunque por solos diez meses, como afirma el carde- nal Bembo, á quien se debe creer más que á otros, que solo ponen ocho, por haber visto el original, de cual no se distribuyeron copias. A los venecianos les costó su dinero la tregua por haberle adelantado cincuenta mil florines al Emperador porque á su tiempo los pusiese en posesión de Vincencia.

10 Entonces conoció el rey Luís lo mal que había hecho en no haber tomado el consejo de Esteban Poncher, Obispo de París; quien al tiempo que el papa Julio comenzaba á sublevar contra la Francia todas las potencias cristianas le había propuesto muy encarecidamen- te que prefiriese la alianza de la república de Venecia á la del Empe- rador, fundándolo en que la amistad de los venecianos solo le podía costar cuando más una parte de las plazas que la Francia les había tomado en el Estado de Tierra Firme; y que con eso la otra parte no le costaría nada de conservar por el cuidado que ellos pondrían en esto, como tan interesados en su conservación. Cuando al contrario, perpetuamente sería menester estar echando mano á la bolsa para

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ganar á Maximiliano ó detener su inconstancia: yeso con el riesgo de perderlo todo si los confederados alargaban más la mano. Pesaroso, pues, el rey Luís de no haber hecho más aprecio del consejo del Obispo, no tuvo más remedio que enviar segunda orden más apre- tada que la primera á D. Gastón: de dar batalla á Cardona y á Nava- rro antes que los confederados pudiesen aprovecharse de la mala disposición del Emperador.

11 Solo en esta ocasión fué dañosa la diligencia apresurada de D. Gastón. Porque si él lo hubiera dilatad o solos ocho días por la ra- zón, que era genuína, de dar algún reposo más á su ejército, hubieran sucedido en Italia tres grandes revoluciones en grande ventaja de los franceses. La primera por parte del Duque de Urbino, quien, es- tando, como dijimos, mal satisfecho del Papa, su tío, y del Rey Ca- tólico, comenzó á tener sus tratos con el de Francia, 3' ahora los con- cluyó con i). Gastón. Los principales artículos de este tratado eran: que se pondría debajo de la protección de Francia: y que con el di- nero, que se le contó el mismo día que él dio la ratificación, levanta- ría trescientos hombres de armas y cuatro mil infantes: y con ellos y otras tropas, que ya tenía, había de entrar á mediado Abril á más tar- dar en el patrimonio de la Iglesia ó en el reino de Ñapóles según la orden que recibiesen del rey Luís. Y en caso que S. Majestad Cris- tianísima recobrase este reino, le había de dar al Duque y á sus des- cendientes varones una parte de la Romana, y se la aseguraría. Esto era lo que el más deseaba, y le tenía más indignado contra el tio por- que no se la había dado, queriéndole contentar con cosas menores, cuando alejandro Vi, su predecesor, le había dado la Romana toda entera á César Borja.

12 Vimos ya que Pompeyo Colona era el enemigo más peligroso del papa Julio. Habíase desmandado en hablar contra S. Santidad tan libremente, que no creía ser perdonado jamás sinceramente. Y aunque sus dos primos-hermanos, Próspero y Fabricio, que por él habían intervenido, le tenían escrito que podía vivir con seguridad en Roma, él se había retirado á la campaña, donde había buscado lugar segu- ro muy cerca de la plaza de Monfortino. Y tenía tan ganada la guar- nición, que estaba muy cierto de hacer cuanto quisiese de ella. En esta suposición despachó á D. Gastón el criado más diestro de su casa para implorar su socorro en caso que sus primos, adictos á España, se echasen sobre él: y para ofrecerle, excitar una gue- rra civil en el Estado eclesiástico con condición que se le diesen veinte mil escudos para repartir entre los conjurados. D. Gastón le tomó la palabra, y Pompeyo formó un gran partido de los ene- migos de Julio, que debían atacarle hasta dentro de Roma al pri- mer aviso que D. Gastón les diese. Finalmente: Roberto Ursino había conservado la antigua inclinación, que siempre tuvo su Ca- sa á la Francia. Sus inteligencias en la Calabria eran de calidad que toda la vigilancia de Cardona y de Navarro no le hubieran impedido apoderarse de la ciudad y puerto de regio por estar con- certado el entregársele al punto que el ejército francés se pusiese

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en marcha para Ñapóles, llevándose tras muclia parte de aque- lla provincia.

E-^^ra, pues, forzoso que 1). Gastón antes de dar batalla á los confederados en el puesto donde ahora estaban .wii esperase al suceso de estos tres tratados. Mas las órdenes de su Rey eran tan precisas, que no admitían interpretación.

Y así, juntó luego sus oficiales y les propuso que para sacar á los ene- migos á la batalla era necesario atacar alguna plaza que les impor- tase conservar; de suerte que, si no lo hacían, perdiesen la reputación Los oficiales todos convinieron en que esta plaza fuese la de Ravena.

Y porque los confederados estaban tan cerca de ella como los fran- ceses, y si ellos llegasen los primeros, la pondrían en estado de no temer nada. Gastón hizo una marcha extraordinariamente apresurada y se acampó tan ventajosamente entre Cotiñola y Granariolo mien- tras le venía la artillería de Ferrara, que era imposible que los con- federados fuesen á Ravena sin pasarle por encima. El Duque de Fe- rrara no se contentó con traer él mismo los cañones de batir que le habían pedido; si noque, previendo que habría batalla, de que depen- día su fortuna, quiso tener su parte en ella con la gente de guerra que pudo sacar de sus plazas sin dejarlas demasiado desguarne- cidas.

14 Su arribo al campo entre Cotiñola y Granariolo con la artille- ría gruesa que trajo dio á entender claramente el designio de D. Gastón. Y así, juntándose los jefes de los confederados, su resolu- ción fué: que se enviase luego un campo volante á Ravena para de- tener á los franceses hasta que las incomodidades del sitio los en- flaqueciese, de modo que fácilmente los pudiesen vencer. Pero no re- paraban, con ser tan sabios en el arte militar, que el campo volante co- iría más riesgo de ser derrotado en el camino por D. Gastón, que no todo su ejército si le fuese á combatir. Después de eso, el campo volante se les escapó á los franceses por un accidente que ellos no pudieron prevenir }• fué; qnelas guías que llevaban erraron el camino y tomó un rodeo tal, que los franceses no le encontraron: y entró en Ravena antes que ellos la envistiesen. Componíase de lo más selecto de las tropas confederadas. Y lo comandaba Marco Antonio Colo- na por atención que se tuvo al Papa poniendo á un romano á la testa de este campo volante 3^ denjándole escojer para la caballería entre los soldados nobles de la Santa Sede los que él más estimaba. Mas también se dispuso que su infantería fuese toda de los más bravos españoles y que obedeciesen á los capitanes Salazar y Pa- redes.

15 Era Colona el oficial general más prudente de su tiempo y jun- tamente de grande valor y resolución, de que dio muestras en varias ocasiones. Mas, viendo ahora cuan aventurado iba ala empresa que le

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encarg-aban, aunque tuviese la fortan-^i da entrar en Ravena, por lo que D, Gastón acababa de hacer en Bressa, protestó claramente que no iría á ella sino con condición de que Cardona, Fabricio, Colona, Navarro, el Marqués de Pescara, Carvajal y los otros oficiales gene- rales de los dos ejércitos jurasen sobre la Hostia Consagrada que ellos se pondrían en camino con todo el ejército para socorrerle al punto que supiesen su entrada en Ravena, y que los franceses co- menzaban á batirla. No quiso fiarse de simples promesas, y el jura- mento se hizo en la forma que deseaba,

16 Entró, pues en Ravena á 8 de Abril; y D. Gastón sitió esta plaza dos horas después. Él dispuso sus cuarteles de manera que la mayor parte de su ejército ocupaba todo el terreno que había en- tre los dos ríos Vito * y Montón: y el resto había pasado sobre un Koa puente de bateles el Montón á fin de formar dos ataques al mismo ''°^^' tiempo. Toda su artillería se partió en dos baterías, arrimándola lo otros, más cerca que se pudo á las murallas de Ravena para más operación Marco Antonio Colona apenas lo percibió, cuando envió aviso á los confederados para que á toda prisa viniesen como estaba con tanta solemnidad jurado. Aunque el cañón de los sitiadores no descontmuó

en veinte y cuatro horas tirando sin cesar, solo hizo una brecha de veinte brazas, y ésta en lo alto de la muralla, quedando firme lo bajo en altura de quince pies. Gastón la reconoció por mismo y juzgó que no era posible montar á ella sin escalas. P^recía temeridad dar el asalto; mas no les era libre á los franceses el dilatarlo por lo que se verá bien presto. Y así, habiendo vuelto Gastón á su cuartel, hizo desmontar en cada compañía diez hombres de armas y escogió mil infantes de cada una de las tres naciones francesa, alemana é italiana, de que se componía su ejército, para que la emulación aumentase el coraje; y él mismo los condujo á la brecha. Jamás se vio dar asalto de día claro con tanta furia y buen orden, como fué éste. Como no había más que una sola brecha, la guarnición ordina- ria de Ravena, el campo volante de Marco Antonio Colona y lo más selecto de la burguesía habían acudido á ella y no cuidaban de ocul- tar á los sitiadores su número y su postura pretendiendo atemorizar- los. Mas los hombres de armas desmontados que hacían la primera punta no pusieron con menos prontitud sus escalas y no hicieron menores esfuerzos por alojar sobre la brecha.

17 El ataque duró tres horas enteras sin aflojar de una parte y otra. El lugar de los muertos y de los heridos inhabilitados á pro- seguir no que daba vacío sino por un instante solo por la prontitud que había en llenarle de otros que venían de nuevo, Mas, en fin, los franceses, aunque alojados en la brecha, hubieron de ceder por un incoveniente que no habían prevenido. La brecha estaba cerca de un baluarte sobre el cual Marco Antonio Colona había puesto asesta- das á la brecha todas las culebrinas que halló en la ciudad. Ellas batieron á los franceses por el costado derecho y sus golpes eran duplicadamente insoportables; porque fuera de las personas que de- rribaban, hacían también pedazos las escalas. Con que Gastón, des-

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pues que ellas le faltaron, se vio forzado á mandar que se tocase la retirada. Lo que ejecutó con <i;-rande dolor por haber perdido sin fru- to alí^uno sus más valientes soldados, entre ios cuales se contaron Chatillón y Espinay, General de la artillería.

l8 Ali^unos tachan aquí á I), (jastón de haber arriesgado muy fuera de propósito los más escogidos oficiales y soldados, que le hu- biera servido dos días después de vencer más fácilmente, y consi- guientemente de salvarse su vida. Otros le escusan con buenas razones. Lo cierto es que el asalto no fué absolutamente inútil. Por- que los sitiados de tal manera quedaron espantados del valor de los sitiadores, que perdieron la esperanza de rechazarlos si daban se- gundo asalto. Y sabiendo las violencias ejecutadas en el saqueo de Bressa, el temor de otras semejantes les hizo tomar la resolución de capitular, y no solo á los burgueses, sino también á la gente de guerra, porque en nombre de todos hablaron á D. Gastón los dipu- tados que le enviaron. Y á no ser así, parece cierto que ( lastón no los hubiera escuchado. Ellos pidieron las condiciones más ventajosas Y él las quiso tasar en la suma de cien mil escudos para distribuirlos en su ejército y consolarle de la pérdida recibida en el asalto, y dar- le también algún desquite del pillaje que había esperado. Con efecto se junto la ciudad para deliberar sobre esta condición que D. Gas- tón la proponía. Mas todo cesó con la noticia de que estaba muy cerca el ejército de los confederados.

s:

.^- IV.

abida por los sitiados la cercanía de su ejército, se pre- 1 9 ^*^^ vinieron para una salida por el costado por donde pen- saban que Cardona había de atacar á los franceses. D. Gastón, extraordinariamente gozoso de haber obligado á sus ene- migos á parecer en campaña, retiró su artillería de dos lugares donde estaba asestada y envió gente para allanar el camino por donde ha- bía de ir á buscarlos para que ella corriese con mayor velocidad. Hi- zo que los soldados se banqueteasen y tomasen reposo mientras que consultaba con sus cabos si pasaría el río para impedir que los con- federados entrasen en Ravena ó si sería mejor dejarlos entrar y des- pués de haber entrado cortarles los víveres y acabarlos por hambre. Ambas opiniones eran tan plausibles, que dividieron el Consejo de Guerra. La primera se conformaba al genio délos franceses, y sobre todo, al humor de D. Gastón. La disputa de una parte y otra hubiera sido más larga si los confederados no la hubierají atajado con acer- carse más.

29 Habían 'llegado al bosque de Pineto, que se extiende des- de Ravena hasta el mar: y no tenían que andar más que una le- gua de camino para ejecutar su designio. D. Gastón al primer rumor de su cercanía había juntado todas sus fuerzas en un solo campo: y como no había dejado soldado ninguno en el lado donde parecían

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los enemigos, ellos hubieran entrado sin estorbo en Ravena. Mas no hicieron mucho aprecio de esta ventaja, que de suyo se les ofrecía. No pusieron la gente que era menester en campaña para reconocer el movimiento de los franceses. Se apoyaron demasiado sobre la má- xima del arte militar, que prohibía á D. Gastón dar segundo asalto á Ravena á vista de los enemigos. Y se acordaron tarde la orden del Rey Católico, que les mandaba no dar batalla por haberse puesto en paraje que ella era inevitable. A este se siguió otra cosa que les dañó mucho, y fué: atrincherarse y fortificarse muy de propósito, em- pleando en esto mucha gente casi todo el día lo de Abril y toda aque- lla noche, como si hubiera una extrema desproporción entre ellos y los franceses. Cabaron un foso ancho y profundo en el circuito de un terreno bastantemente espacioso para encerrar todo su ejército y te- nerlo dentro ordenado en batalla; sin dejar más que una abertura de veinte pies para enviar partidas de caballería á saber nuevas del ene- migo. En esto se fatigaron mal á propósito, cuando les era de suma importancia el descansar. D. Gastón, muy lejos de imitarlos, apenas publicó su orden de dar batalla el día siguiente, cuando se acostó y durmió profundamente aquella noche. No nos detengamos en contar la visión que dicen haber tenido en este sueño; por parecemos me- nos digna de la gravedad de la Historia. Los curiosos podrán verla en los historiadores particulares de la Casa de Fox. El se levantó muy temprano á los ii de Abril de 1512, primer día de Pascua, y halló que todas sus tropas estaban desde el amanecer formadas por el cui- dado del Señor de Paliza en la ordenanza que se sigue.

21 Todo el ejército francés estaba en forma de una media luna. Su caballería formaba las puntas y la infantería el cuerpo. Luís de Brecé, Senescal de Normandía, y el Duque de Ferrara comandaban la derecha, extendida hasta la orilla del río. En ella se veía toda la artillería francesa y seis mil alemanes destinados para guardarla. Sos- teníanlos setecientas lanzas seguidas dedos mil y quinientos hom- bres de infantería italiana á cargo de Fabricio de Bossolo, cadete de la Casa de Mantua. La izquierda se componía de ocho mil hombres de á pié franceses. Y porque solo este costado era por donde los po- dían penetrar, estaba cubierto por otras setecientas lanzas que cerra- ban dos mil y (juinientos italianos debajo del mariscal Trivulcio. En medio de estos dos cuerpos parecía el Cardenal de S. Severino, Lega- do del conciliábulo de Pisa, en contraposición del Cardenal de Me- diéis, que lo era de la Santa Sede. Y bien se puede decir que S. Seve- rino solo era legado de apariencia; porque era de tan alta estatura, que se hacía distinguir entre todos los de á caballo, descollándose so- bre los míís espigados enteramente su cabeza. Estaba vestido de ar- mas exquisitamente labradas, y tan lucidas, que cegaban á los que fijamente le miraban. Hubo su trabajo en hallar caballo que lo pudie- se llevar: y fué menester traerlo de Alemania. Por ser posible que los de Ravena saliesen al tiempo más crudo de la pelea y diesen por las espaldas sobre el ejército francés, dispuso la Paliza dejar un cuer- po de reserva de cuatrocientas lanzas á cargo de Monsiur de Ale-

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gre. Y porque podía suceder que tuviese necesidad de infantería pa- ra rechazar á los de Ravena, puso en su aia izquierda al capitán Pa- rís con mil infantes; de suerte que le fuese fácil destacarse con esta gente de su grueso y juntarse á Alegre en llegando el caso.

22 Tenía el ejército francés este día, como otros refieren, veinte y cuatro mil infantes de todas naciones y dos mil hombres de armas y más de dos mil caballos ligeros y cincuenta piezas de artillería: que no discrepa mucho de lo que queda dicho. El ejército de la liga era, según la opinión común, de diez y ocho mil infantes; pero no lle- gaba á ellos, especialmente en el número que daban á la infantería española. Su gente de armas eran setecientos españoles y quinientos italianos y mil caballos ligeros españoles y otros tantos italianos. Y su artillería era de veinte y cuatro piezas gruesas. La variedad de opiniones que hay entre los autores de diversas naciones, así en este punto como en otros de esta narración, nace del afecto nacional, queriendo cada una de ellas aumentar la gloria de la victoria ó dis- minuir el desaire de la desgracia. Lo cierto es que la batalla se dio de una y otra parte por ios hombres más valientes, diestros y resuel- tos que jamás hubo: añadiéndose á esto los odios recíprocos, que pa- saron mucho de raya. D. Gastón de Fox, que estaba incierto del lu- gar déla batalla, se puso en disposición de acudir con suma ligereza á todas partes donde su presencia fuese necesaria. Y para esto esco- gió por compañeros treinta nobles caballeros, entre los cuales se ha- llaba Lautrech, su primo-hermano. Algunos le notan de imprudente por lo que al cabo le sucedió. Gomo si los sucesos fueran siempre la vara de medir de la prudencia. Él estaba armado de todas piezas: y solo tenía descubierta la cara, en que se admiraba una hermosura va- ronil. Los ojos, los más vivos que hubo jamás, y su tez blanca aún sobresalía más por no obscurecerla pelo ninguno de barba.

23 Subió, pues, al lugar más alto de la orilla del río para aren- * Mar. g^r á sus tropas. Y aunque algunos historiadores * le hacen hablar

y otr os. cuanto ellos quieren, lo cierto es que su pláctica se ciñó á muy po- cas palabras. Ni él tenía ahora tiempo ni nunca tuvo flema para ha- blar mucho. Animólos con un tono y gesto capaz de inspirar coraje á los más cobardes. Dijoles: que observasen cómo Dios había quita- do el juicio á los enemigos el día precedente, y que esto era señal indubitable de quererlos perder: que solo en ellos había consistido el entrar en Ravena: y que si así lo hubieran ejecutado continuando su marcha, como muy bien podían, él hubiera recibido el mismo daño y afrenta que les había hecho forzándolos á levantar el sitio de Bolo- nia: que ahora estaban acampados entre la mar y dos ríos, en un lu- gar tan incómodo, que ninguno de ellos se salvaría si los franceses se acordasen que el foso que el enemigo había abierto aquella no- che no podía compararse á las fortificaciones de Bressa que ellos ha- bían forzado, con ser entonces muy inferiores en número. Las acla- maciones de sus soldados fueron tales, que le prometieron la victoria. Y viéndolos tan animosos, mandó al punto pasar su artillería, su ba- gaje y la infantería alemana sobre un puente de barcas que se echó

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sobre el río Vito: y que el resto de su ejército pasase á vado.

24 El tiempo que en esto se gastó dio lugar á los confederados para resolver si le esperarían á pié firme ó si saldrían de su campo cerrado á encontrarle. Fabricio Colona fué de este último parecer, y le apoyó con buenas razones. La principal era: que no era dificulto- so derrotar á un ejército, aunque fuese algo superior en número de gente, al pasar un río: y que sería grande imprudencia perder la oca- sión, que se venía á las manos: que si el ejército de los confederados pareciese á la orilla opuesta del río, no tendría I). Gastón ánimo de pasarle, y se vería reducido á volverse sin haber hecho nada; no ha- biendo apariencia de que osase dar segundo asalto á Ravena cuando tenía que resistir á los confederados por las espaldas y forzar á los sitiados por la frente. Y que, si no obstante, se aventuraba á pasar el río, se exponía á su discreción; pues estaría en su poder el ir desha- ciendo las compañías francesas de caballería y de infantería como fuesen pasando 3^ llegando á la orilla. Mas Cardona, que estimaba al conde Pedro Navarro por el mejor capitán de su ejército, seguía siempre su parecer; y por eso quería que hablase el último, como ahora lo hizo.

25 Navarro, pues, fué del primer parecer, y sustentó contra Fa- biicio que les confederados no oblarían piudentemente si dejaban un bien cierto por una esperanza que quizás saldría vara: que sus soldados, así españoles comiO italianos, habiendo trabajadola mitad del día precedente y toda su noche en atrincherarse, estaban muy fatigados; pero que en recompensa de su trabajo estaban tan venta- josamente acampados, que no era posible ser forzados: que sería re- nunciar á la victoria el ir á buscar á los enemigos. Y que si D. Gas- tón era tan diligente como hasta entonces lo había sido, habría pasa- do yáel río con todo su ejército para cuando ellos llegasen: y siendo él más numeroso que el de los confederados, y estáñelo menos fati- gado, se podía temer que los batiese y acabase con ellos. No es pon- derable lo que sobre este parecer cargan comúnmente á Navarro los historiadores españoles, tratándole cíe terco, cabezudo, soberbio y amigo de salir siempre con la suya, sin cantar respeto á nadie. * No negamos que tuvo mucho de esto; pero también debemos decir que nunca, y menos en esta ocasión, su parecer pecó de cobarde. Porque luego se señaló su valor, aunque á mucha costa suya, sobre todos los jefes de ejército. El virrey Cardona abrazó este sentir con todo agra- do, particularmente por ser más conforme al orden que tenía del Rey Católico, de no dar batalla. Y por lo menos en una cosa acertó Navarro. Porque D. Gastón se dio tanta maña, que pasó el río antes que pudieran estorbárseles los confederados, por más apresuración que en su marcha hubieran tenido.

26 Navarro, pues, tomó el cuidado de ordenar los confederados

* Zurita, Mariana, y otros. Y es de muy de notar, cjue, haviendo sido ciertamente ebtos los pareceres, el P. Abarca los trueca, atribuyendo á Navarro el de Colona.

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en batalla dentó de su campo, cerrado lo más cerca que pudo del río, con el fin de que no fuesen cargados por allí. Fabricio Golona gober- naba la vanguardia, donde había ochocientas lanzas y seis mil hom- bres de á pié. Precedíanla treinta carros de la imitación de los anti- guos, armados de hoces y delante de cada uno una especie de dardo de desmesurada grandeza. Ellos estaban cargados de falconetos y de piezas de campaña. Y Navarro, que se preciaba de ser el inventor, había imaginado que ellos bastarían para abrir la vanguardia de los enemigos y dar por ella entrada á la de los confederados. Cardona estaba á la testa del cuerpo de batalla, en que solo había seiscientas lanzas y cuatro mil infantes. El Cardenal de Médicis le acompañaba y hacía traer delante de la cruz de legado como se había acostum- brado en las batallas contra los infieles y los herejes: y había dado su bendición y una indulgencia plenaria á los soldados de su partido para más animarlos. La retaguardia no era de más de cuatro mil hom- bres de á pié 3^ cuatrocientas 'lanzas; pero también tenía menos qué temer. Ella obedecía á Carvajal, porque Navarro había querido que- dar libre para acudir á todas partes más que comandarla. Para esto había escogido quinientos arcabuceros, los más de ellos navarros *, y de ellos había formado un batallón que tenía lugar de cuerpo de re- serva: y los había dispuesto de suerte que con agilidad pudiesen ir con ellos adonde quiera que su presencia fuese necesaria, ordenan- do para esto que no llevasen más armas que las que absolutamente eran necesarias.

27 Al cabo llegó D. Gastón á la vista del enemigo: y apenas le hubo observado de cerca y considerado bien la ordenanza en que es- taba, cuando mudó algo de la suya. Porque reparó que el río cubría á los enemigos ala derecha y que ala izquierda Navarro había pues- to otros tres mil caballos ligeros comandados por el Marqués de Pes- cara, y que no sería fácil el romperlos si no se ayudaba de la artille- ría. El número de los combatientes, que tan diverso anda entre los autores, se puede colegir mejor por el orden que dejamos dicho de los dos ejércitos formados en batalla. Por él se ve que la caballería de una parte y otra era casi igual: y que había unos cinco mil infantes más en las banderas de D. Gastón. Pero es cierto de consentimiento de todo el mundo, y aún de los mismos franceses, que la infantería de los confederados, en especial la española, era mucho mejor que la su- ya. No será fuera de propósito advertir aquí que la batalla de Rave- na está mejor escrita por Guicardino. Porque un caballero, amigo su- Vari-yO) que se halló en ella, y fué prisionero de los franceses, estando en "^®- el castillo de Milán, á donde fué llevado, tuvo lugar de traer á la me- moria todas las circunstancias que había notado y hacer una relación de todo, que él mismo rogó á Guicardino la ingiriese en su Historia, como lo hizo. Y así, él será quien más luz nos dé.

* Estos navarros erau de los que el rey D. Jiiau había enviado, como dijimos, en obsequio de la Santa Sedo y del Rey Católico, aunque con disimulo por no irritar mis al Rov de Francia, quien podía invadirle luego sus Kstados de Fox y de Bearno.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 265

28 Llegó D. Gastón con su ejército formado en el orden di- cho hasta las trincheras de los confederados, y teniendo por insupe- rable la dificultad de pasar sin riesgo los fosos para venir á las ma- nos dentro de su campo, tomó el partido más seguro; de valerse de la artillería para incomodarlos de modo que los forzase á salir de él. El consejo fué prudente.* Porque de hecho á la primera descarga las filas de la caballería ligera del Marqués de Pescara y de los hombres de armas de Fabricio Colona clarearon de suerte que uno y otro en- viaron á pedir al virre}' Cardona la permisión de salir á los enemigos, diciendole claramente que si los tenía más tiempo cerrados en sus trincheras, la artillería francesa los destrozaría sin remedio. No obs- tante, persistió Navarro en su parecer y obligó á Cardona ano alte- rar en nada. Mas la sea^unda descaro-a de la artillería de D. Gastón, no habiendo hecho menos efecto que la primera y no teniendo que ver con el daño que la de los confederados hacía en la caballería de Brecé, los mismos í^escara y Colona enviaron segando recado al Vi- rrey para que les dejase salir de su campamento. Cardona estuvo in- flexible. Mas la tercera descarga con que sus escuadrones fueron también abiertos los enfureció tanto, que, á pesar suyo, salieron de sus trincheras, y con su obediencia le obligaron á imitarlos solo ])or no dejarlos perder. Así, toda la precaución que el Rey Católico habia tomado de impedir que sus soldados viejos peleasen esta vez en cam- po abierto fué inútil. Su cuñado D. Ciastón, aunque tan mozo, pudo enseñar á este prudente y experimentado monarca que no es posi- ble evitar la batalla en los lances en que los enemigos con iguales y aún mayores fuerzas la desean y saben aprovecharse de las ocasiones favorpbles. Después que D. Gastón hubo reducido á los confederados á lo que de ellos deseaba, los dejó tomar todo el terreno que quisie- ron. Algunos le culpan en esto. Porque con más ventaja hubiera po- dido atacar á Fabricio Colona" y á Pescara solos sin dar lugar á que los otros saliesen. Otros le alaban diciendo que, aunque hubiera des- hecho la caballería ligera y la vanguardia de los enemigos, si los otros dos cuerpos hubieran quedado en su campo cerrado, á pesar suyo lo hubieran defendido.

29 El choque comenzó según todas las formalidades de la gue- rra: y tuvo de singular que se peleó de una parte y otra con valor igual, aunque eran bien diferentes los motivos. La gloria tuvo en él la menor parte y el odio de las naciones la mayor. El deseo del botín tuvo su efecto ordinario en las almas bajas; y la necesidad á que mu- chos se vieron reducidos de matar para no ser muertos los hizo aún más bravos de lo que hasta entonces habían sido. Los carros falcatos de Navarro, aunque admirablemente dispuestos y bien conducidos contra la vanguardia francesa, comenzaron á hacer en ella gran des- trozo, pero cesó presto porque algunos arqueros de los más hábiles de los hombres de armas desmontaron de sus caballos y, calándose

Los It.ilianos escriben, que el Dufiuo de Ferrara le dio este consejo.

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intrépidamente de dos en dos hasta los costados de los caballos que los tiraban, los fueron desjarretando. Y así, se desvaneció toda aque- lla máquina de tiros extraordinarios. Los hombres de armas de las dos vanf^uardias combatieron largo tiempo con valor igual. Mas la infantería española fué repelida al primer choque por los alemanesa causa de ser las picas de estos más largas que las suyas. Con todo eso, ella no cejó más que veinte pasos, y presto se libró de este daño por la industria de Navarro, que tenía adargas prevenidas para el re- medio. Ordenó, pues, que, dejando las picas, embrazasen prontamen- te las adargas para recibir los golpes de los contrarios, y que con espada en mano volviesen al segundo choque: y que, calándose por debajo de las picas de los alemanes, hiciesen su deber.

30 Con esta precaución volvieron los españoles al segundo cho- que. CalárOxise con toda destreza por debajo de las picas enemigas, que los alemanes no podían retirar tan prontamente por tenerlas avanzadas más allá de las adargas: y pegándose á ellos, los fueron matando á estocadas en gran número. Y por más que los alemanes, sin caer de ánimo, hacían cuanto podían, hubieran perecido todos por haber penetrado ya con poca pérdida los españoles hasta el me- dio de su cuerpo si la providencia de D. Gastón de Fox no lo hubie- ra remediado. Cuando él se acercó al ejército enemigo dejó cerca de Ravena á Monsieur de Alegre con los mil infantes del capitán Pa- rís y con sus cuatrocientas lanzas para detener á Marco Antonio Co- lona por si este salía contra la retaguardia francesa en lo más trabado de la batalla. Mas, sabiendo que Marco Antonio no trataba de salir, envió orden á Alegre para que con su gente acudiese con toda pres- teza al socorro de los alemanes. Alegre, enfadado de estarse mirando dar la batalla sin hacer él nada, obedeció con suma prontitud. Atacó el batallón cuadrado de los españoles por el costado más cercano. Abrióle luego, y dio entrada en él á los- infantes de París, que le mal- trataron más, por cuanto estaba extraordinariamente cerrado y no perdían tiro. Alegre le penetró de cabo á cabo, de suerte que los ale- manes acabaron fácilmente de deshacerle.

31 Al principio de este choque de la infantería española con la alemana fué cuando un capitán alemán, llamado Jai.obo Empser^ que iba en la primera fila, se adelantó y con gran resolución desafió al capitán Zamudio, que también iba en su fila primera. Y exclamó al verle: ¡Oh Rey!^ y qué caras que nos cuestan las mercedes que nos haces: y cuan bien se merecen en semejantes jornadas/ Dicho esto, terció su pica el valiente vizcaíno, arremetió al tudesco y lo derribó muerto. Luego volvió Alegre la cara contra las lanzas de la vanguar- dia enemiga, y, tomándola de flanco, mientras que Brece y el Duque de Ferrara la apretaban por frente, la penetró de la misma suerte que á la infantería española. Fabricio Colona, * que estaba en medio, fué

' Mariana pouo esto desiJUi's on el combate del cuerpo Je batalla; mas paroao que uo U acierta; porque Fabricio mandaba la vanguardia.

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preso, y Alegre tuvo harto qué hacer en salvarle la vida; porque los soldados franceses le querían matar, muy rabiosos y vengativos, acor- dándose de las crueldades que con ellos había usado en la guerra de Ñapóles. Los tres cuerpos de la caballería francesa, de que hablamos poco há, acometieron luego por la testa y por los dos ñancos á los tres mil caballos ligeros de los confederados, y hallaron más resistencia de la que pensaban.

32 El Marqués de Pescara, que no tenía más de veinte años, dio buenas muestras de lo que había de ser algún día. Porque, asistido de los caballeros mozos de Ñapóles que debajo de su mano servían como voluntarios, siendo conducidos por los Marqueses del Vasto, de Bitonto y de Trani, hizo maravillas en esta ocasión. Y sin ejem- plar de que caballos ligeros, como eran los suyos, pusiesen en cui- dado, y aún en aprieto á los hombres de armas, dio tanto qué hacer á los franceses, que fué bien menester todo el valor y buena conducta de D. Gastón para que saliesen bien de este choque, como al cabo salieron con mucho estrago de los contrarios. El ardor de que Don Gastón estaba transportado no le quitó la advertencia para ejecutar una acción de buen francés. Hizo que reconociesen entre los ene- migos á los caballeros- napolitanos, descendientes de las familias afec- tas á la Casa de Anjou, (aunque ahora no lo mostraban) y que con disimulo se les diese lugar para escaparse. Los demás quedaron pri- sioneros, y los enviaron á Milán, y con ellos al Marqués de Pescara, que también fué preso, habiéndole muerto el caballo y á su lado á Pedro de Paz, capitán español muy señalado.

33 A este mismo tiempo se peleaba en el cuerpo de batalla con gran ventaja de los españole.'^. El generalísimo Cardona y Navarro las habían con el general Pahza, cuya infantería llevaba lo peor. Porque los gascones, que eran su nervio principal, aflojaron mucho, no obrando con el vigor que habían mostrado en Bressa. Mas no hay que admirar; pues las habían ahora con otra gente. Monsiur de Ale- gre fué á socorrerlos. -Mas llegó tarde, porque los llevaban muy de vencida. Después de eso, acometió á los españoles con grande de- nuedo, pero fué á mucha costa suya. Porque Viveros, su hijo mayor, cayó luego á sus pies muerto de un arcabuzazo: y él, que le amaba tiernamente, tuvo tanto dolor de su pérdida, que, saliendo de sí, tomó la resolución de no sobrevivirle. Arrojóse en medio de los enemigos y recibió tantas heridas, que apenas lo pudieron conocer cuando des- pués buscaron su cuerpo para darle digna sepultura. El Barón de Molard, su cabo inmediato, vio ahora en sus gascones otro semblan- te. La muerte de Alegre hizo revivir á su coraje. Pidiéronle que los llevase contra el batallón, donde había perecido su amado jefe. Y Molard, que había sido siempre su mayor amigo, los condujo al punto. Y á la verdad, le rompieron, mas solo fué para quedar el muerto á diez pasos del lugar donde Alegre acababa de caer y para nuevo des- trozo de los gascones. Por lo cual el cuerpo de batalla de los fran- ceses se hallaban en el último exterminio y el virrey Cardona tenía razón para estar seguro de la victoria, viendo las cosas en tan fehz

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estado por el valor de los españoles y por la buena conducta de su Maesse de campo general, el conde Pedro Navarro, que con una ex- trema vigilancia acudía á todas partes.

34 Pero al punto más crudo llegó D. Gastón de Fox á socorrer á los suyos con la mayor parte de la caballería, que volvió del segui- miento de los fugitivos de la vanguardia y dio sobre el cuerpo de batalla tan honrosamente, que Cardona quedó aturdido. Un caso tan inopinado le sacó de sí, 3% lo que peor fué, del puesto que ocu- paba. Púsose precipitadamente en salvo. Y su retirada, que otros lla- man fuga, á rienda suelta fué tal, que no paró hasta la marca de Ancona. Siguióle Antonio de Ley va, que solo mandaba entonces una compañía de caballos y después vino á ser tan famoso capitán; pero se quedó mas cerca, sin pasar de Viterbo. Murieron muchas perso- nas señaladas en este choque, y entre ellas el coronel Zamudio. Pa- dilla fué preso peleando con gran valor; como también otros muchos, que perfectamente hicieron su deber. El encuentro de los dos lega- dos, el Cardenal de Médicis y el de San Severino, fué bien notable. El primero, que lo era del Papa, no tenia armas ningunas, y se vio expuesto á la discreción del segundo. Éste, que era legado del con- ciliábulo, le recibió con todo fausto como si él-fuera el legado verda- dero. Pero finalmente, atendiendo á la antigua alianza de los Médi- cis con la Francia, se contentó con despojarle solemnemente, quitán- dole la cruz y las otras insignias de legado y con enviarle prisionero á Milán.

.^- V.

E-*^l conde Pedro Navarro, que jamás supo qué cosa era- huir, viendo el extrago y desbarato irremedialjle del cuer .^^po de batalla, acudió prontamente al remedio de la retaguardia, adonde le llamaba su honra 3^ su obligación. Hallóla en- tera por no haber peleado hasta entonces: pero lastimosamente de- samparada. Gobernábala en su ausencia Carvajal, capitán de sumo crédito y valor. Pero como en temblor universal de tierra las to- rres más altas y firmes se estremecen, y como son tan poderosos los malos ejemplos de los superiores, este famoso capitán se olvidó tanto de su retaguardia en esta fatal hora, que la dejó abandonada aún más feamente por ser antes de verla cara al enemigo. Así la halló el Con- de cuando llegó con la gente de su batallón que pudo salvarse del estrago pasado. Pero consolóse de verla tan entera de ánimo como de número. En esto tuvo mucha parte el valor y firmeza del Comandan- te, á cuyo cargo había quedado. Era éste el lugarteniente Samaniego, oriundo también de Navarra. Ambos navarros trataron de volver por la honra de la nación española, haciendo juntamente al Rey Católico el servicio más señalado y agradable que era posible. La presteza era necesaria en extremo; porque conoció el Conde que porpoco que se detuviesen tendrían sobre todas las fuerzas victoriosas de los

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franceses. Dispuso, pues, consuma brevedad una de aquellas retira- das que sin mengua del valor son el mayor realce de la prudencia y aún del mismo valor. No le importaba menos á S. Majestad Católica que la conservación de cuatrocientas lanzas y cuatro mil infantes es- cogidos cuando más los había menester. El camino que eligió para la marcha por más seguro fué uno, que á un lado tenía la mar y al otro grandes y continuos pantanos. Por él se salía á la Romana, país fértilísimo, donde la retaguardia podía bien refrescarse. El orden en que para marchar la puso fué yendo Samaniego el primero y él con su batallón el último, escogiendo para este lugar como el más im- portante y arriesgado.

36 Así marchaba la retaguardia española con todo sosiego y buen orden, cuando dio sobre sus postreras filas un trozo de caballería de Monsieur de la Paliza, pero sin daño considerable. Porque Navarro con los suyos revolvió contra el enemigo con tanto denuedo y destre- za, que le detuvo largo rato y dio lugar á que Samaniego se avanza- se gran trecho. Esta importante acción le salió muy cara al Conde. Porque, apartándose más délo justo de sus compañeros, se metió de- masiado entre los franceses, y uno de ellos le dio con el cabo de un arcabuz un golpe tan recio, que, quedando sin sentido, cayó como muerto de su caballo, y en este estado fué reconocido y preso. Algu- nos historiadores hacen e.-jte primer choque de la retaguardia aún más sangriento y porfiado. Y uno de ellos dice del Conde: aquí el bravo v Ah&r- Pedro Navarro, más deseoso de matar y de morir que de vivir ^ ^^ i"^- se arrojó en lo más espeso de los escuadrones franceses y quedó pri- sionero, más de su propia fortuna, que perseguía su valor, que de

la diligencia de los enemigos. La gente que le acompañaba sin per- der ánimo en lance tan pesado se recobró 3^ volvió constante á su marcha.

37 A este tiempo le llegó á D. Gastón de Fox la noticia de la re- tirada de los españoles. Y fué cuando los más de los franceses anda- ban en seguimiento de los fugitivos de la vanguardia y cuerpo de batalla de los confederados que se escapaban por caminos muy dife- rentes del que seguía su retaguardia. La confusión era tan grande, que, por más que procuró D. Gastón juntar sus tropas desmandadas en el pillaje, solo pudo conseguir que prontamente le siguiesen cin- cuenta caballeros. Con ellos marchó arrebatadamente, aunque bien conocía que número tan pequeño no bastaba para detener la marcha de Samaniego, y mucho menor para derrotarle en ella. Mas juzgó por una parte que su gloria recibiría una mancha indeleble si permitía á la retaguardia de los vencidos retirarse libremente á su vista: y por otra parte, que los franceses, viéndole empeñado en este nuevo cho- que, correrían á su socorro como fuesen volviendo del alcance del enemigo. Arrebatado, pues, de su punto y de su coraje, sin poderle, detener Monsiur déla Paliza, que le decía se contentase con lo hecho, dio sobre las últimas filas de la retaguardia que conducía Sama- niego.

38 Este vigilante capitán, que estaba muy atento á todo, habiendo

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percibido de lejos cuanto pasaba, tenía dada orden á los últimos de su infantería de que, en siendo nuevamente acometidos, peleasen flojamente al principio 3^ que fuesen abrien !o insensiblemente sus filas para dar entrada á los franceses basta cogerlos bien en medio. Así lo ejecutaron ellos con toda destreza: 3' volviéndose luego á ce- rrar, comenzaron á herir 3- matar á los cincuenta caballeros. D. Gas- tón se defendió hasta que su caballo, furioso por la multitud de golpes que recibía, se puso en dos pies, y andando así con grande furia, cayó muerto sobre su dueño. Un español, á quien I). Gastón acababa de herir, viéndole en esta postura 3' reparando que descubría el costado derecho, le metió por él su pica y le mató. Otros dicen que D. Gas- tón entró con más gente en este combate: 3^ que no le valió decir que era cuñado de su Rey al soldado español que le mató. Mas no hacen memoria de Samaniego, con haber sido tan digno de ella. Nosotros, habiendo leído con todo cuidado los historiadores españoles y extran- vaii-jeros, especialmente á los modernos, que han escrito con más dili-

^^zev^y' S^^^^^^ y examen, tenemos por más cierto lo que dejamos referido.

otres. Lautrech, que siempre seguía á D. Gastón, su primo, cayó mu3' cer- ca de él y lo dejaron por muerto después de haberle dado veinte he- ridas penetrantes. Los que después le hallaron en este lastimoso es- tado apenas pudieron percibir que tenía vida. Lleváronle sobre picas tendidas á su campo. La agitación hizo que le volviesen los espíritus: y la fuerza de su temperamento prevaleció al juicio de los cirujanos, c|ue al principio desesperaban de su cura. Su enfermedad duró largo tiempo. Mas al cabo sanó tan perfectamente, que solo le quedaron las señales honrosamente secas en la cara, extraordinariamente desfigu- rada con las cicatrices.

39 Así en este combate como en los pasados fueron heridos, muer- tos y prisioneros muchos cabos de importancia de todas naciones, que se pueden ver en los escritores de esta memorable batalla. Los espa- ñoles de la retaguardia después de tanta matanza prosiguieron sere- namente su camino. Y al pasar por el Estado eclesiástico, le maltra- taron mucho; no por falta de disciplina militar, sino por la opinión que concibieron de que los franceses les quitarían dentro de pocos días á sus vecinos lo que ellos les dejasen. No se detuvieron hasta en- trar en el reino de Ñapóles. Y no juzgándose por de bastante número para defender la frontera, se repartieron en tres tropas. La mayor de ellas se metió en la ciudad capital y las otras dos en las de Gaeta y Taranto, donde no había suficientes guarniciones. El campo de bata- lla, la artillería de los confederados y mucho de sus banderas y de su bagaje quedó todo á los franceses. No convienen los historiadores en el número de los muertos de una parte y otra en todos los choques. Las relaciones que más le bajan cuentan diez mil. Las que más le suben ponen veinte mil. Parece que se acercarían más á la verdad si dijesen que fuesen quince mil, la mitad con poca diferencia de los confederados y la otra mitad de los franceses. Al Rey Católico le es- cribieron sus capitanes, que por los alardes se hallaba, que solo fal- taban de su campo mil y quinientos hombres entre la gente de á ca-

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bailo y de á pié. Y así lo publicó S. Magestad en las cartas circulares que escribió. Aunque parece que no lo creía. Porque sin embargo trató de enviar al Gran Capitán á Italia, juzgando que solamente su presencia podía soldar tanta quiebra. Lo cual es prueba evidente del cuidado grande en que entró; pues por sus celos políticos tenía de- terminado no valerse de él sino en caso de extrema necesidad. Y de hecho despachó luego para Ñapóles al comendador Solís con dos mil soldados españoles. Esto inismo se acredita con lo que sucedió después de esta memorable batalla. En la cual fueron los más desgra- f.^^^°^ ciados los dos más célebres capitanes navarros, entre opuestos, con de fox, haber sido los que más se señalaron en ella. Así persigue al valor ^Nava^-° muchas veces la fortuna. "■°-

§. Vi.

a muerte de D. Gastón de Fox fué sentida en extremo de 40 I unos y recibida de otros con alborozo. Su tío el Rey de Francia fué quien más pentrado quedó del dolor; pues al darle la nueva de ella y de la victoria, se explicó bien suspi- rando y exclamando: tales victorias de Diosa mis enemigos. Los confederados se alegraron generalmente. Y nuestro Rey sobre la sa- tisfacción de que sus navarros se hubiesen portado tan bien en los úl- timos choques, tuvo motivo para consolarse; por haberse librado del grande escollo que le amenazaba. Pero no reparaba en que tenía que pasar otro más peligroso por más escondido. Pero él, aunque hom- bre capaz y erudito en las buenas letras, era corto piloto para los mares en, que se navegaba, y no llegaba tanto su carta de marear. El Rey Católico entre los cuidados de la victoria perdida tenía su razón para no afligirse por la muerte del vencedor, cuñado suyo, á quien presumía heredar por los derechos de su mujer la reina Doña Ger- mana; de los cuales era el más estimable el de la herencia del reino de Navarra. Y este pretenso derecho, que tan mal le había parecido siempre y tanto le había resistido antes de casarse con ella, no le pa- recía tan mal ahora. Los franceses todos acompañaron fielmente ásu Rey en la pena; mas explicaban su sentimiento de diferente manera. Unos decían que D. Gastón había tenido la muerte más dichosa que se podía desear; pues la venía á tener precisamente en el tiempo que acababa de adquirir una alta reputación, que se igualaba con la de Alejandro y de César. Otros la lloraban como la más desgraciada de todas las que se refieren en las historias. Porque si D. Gastón hu- biera sobrevivido á la gran batalla de Ravena, se encaminaba dere- chamente á Roma, como tenía resuelto; y compuestas allí brevemen- te las diferencias con el Papa y llevando el terror de las armas fran- cesas al reino de Ñapóles con toda presteza para recoger el fruto de la consternación que en él había caucado su victoria, lo hubiera con- quistado todo con la misma facilidad que había tenido en recuperar á Bressa. Mas esto era discurrir alesfrem inte en medio de su tristeza.

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Lo cierto, y en que todo el mundo convino, es que él era capaz de todo eso si la fortuna no le hubiera vuelto las espaldas tan á contra- tiempo: y que nunca ella dio ni quizá dará jamás señal tan evidente de su inconstancia.

41 El cuerpo de D. Gastón fué llevado á Milán, y entró en aque- lla ciudad como en triunfo. Las banderas ganadas á los enemigos ha- cían el primer ornato de su pompa, llevándolas arrastrando por tie- rra delante del féretro en que iba colgada la espada de infinito precio que el Papa había dado á Cardona para echar á los franceses de Ita- lia, y cogida ahora, ellos hacían triunfo de ella. El segundo era de los prisioneros de consecuencia, que iban descubiertas las cabezas. Los

Bus- curiosos observaron que el Cardenal de Médicis iba muy triste por riíías^.^' temer que los cardenales del conciliábulo de Pisa, trasladado á Milán, que eran sus enemigos particulares, no atentasen sobre su vida. Al contrario el conde Pedro Navarro; iba muy alegre por suponer que los confederados, no pudiendo pasar sin él, le rescatarían muy pres- to: y que así, su prisión solo serviría de dar á conocer lo mucho que valía su persona. Mas el uno y el otro se engañaron igualmente. Por- que los cardenales del conciliábulo se imagmaron que no les sería im- posible ganar al Cardenal de Médicis: y le trataron tan benignamen- te, que después, cuando vino á ser Papa, no tuvo ánimo para portar- se rígidamente con ellos. Y el Rey Católico quedó tan adverso á Na- varro por lo que contra él le escribieron los que por disculparse le echaban toda la culpa, que S. Majestad no hizo más caso de él ni tra- tó de sacarle de las manos de los franceses más que si no estuviera vivo. Porque le escribieron notables cuentos que todos se reducían á que él había sido la causa de haberse dado y perdido la batalla; sien- do así que él fué quien más la procuró escusar: y después de dada por culpa de otros el que más honra y valor se portó en élLa. De los demás prisioneros notan algunos que Padilla marchaba á pié con la misma gravedad que si fuera suyo el triunfo: que Bitonto iba mesurado y apesado, no tanto por el papel triste que representa, como por consi- derarse ausente para mucho tiempo de su mujer, á quien tiernamen- te amaba: que especialmente los españoles caminaban con grande se- renidad de rostro y de ánimo; pero que el Marqués de Pescara se hi- zo admirar por su gallardía modesta, tan ajena de abatimiento como de la altivez afectada.

42 Los franceses, después de haber ganado la batalla, se volvieron á juntar de todas partes en su campo: y aunque reconocieron la mu- cha gente que habían perdido, nada les hizo tanta fuerza como la muerte de su general. Quisieran más haber sido vencidos que haberle perdido. La Paliza, que quedó con el mando, no sabía qué hacerse por no haber recibido orden ninguna de Francia de lo que debía obrar en caso tan impensado. Fuéronse á él los principales de su ejército, y con grande aprieto le conjuraron en que los llevase contra Ravena para vengar la muerte de su general. Ellos estaban tan fati- gados, que las leyes de la guerra pedían que se dilatase dar segundo asalto á esta plaza hasta el día siguiente. Mas obtuvieron á fuerza de

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instancias lo que en toda otra ocasión seles negara. Marcharon, pues, con demasiada precipitación, aunque en buena ordenanza, y se pre- sentaron delante de la brecha, de donde el día antecedente habían sido rechazados. Halláronla en el mismo estado en que la habían dejado: y según parece, no tanto por negligencia de Marco Antonio Colona cuanto por haber él discurrido que sería cosa inútil reparar la brecha mientras se daba la batalla. Porque, si los confederados vencían, Ra- venano tenía qué temer: y si eran vencidos, no dejaría ella de rendir- se por más que se restableciesen sus murallas, lo cual mal podía ser en tan poco tiempo.

43 Como quiera que ello fuese, Colona cayó de ánimo al acercar- se la Paliza y le envió diputados para capitular. No le pidió más que las condiciones ordinarias, es á saber: que se le permitiese á la guar- nición y al campo volante que él mandaba retirarse con sus banderas, sus armas, sus caballos, su bagaje y una pieza de artillería. La Paliza convino en todo esto. Mas añadió que la guarnición y el campo vo- lante no había de tomar en tres meses las armas contra la Francia. Este artículo les pareció tan duro á los diputados de Colona, que no se atrevieron á aceptarle sin conferirlo primero con él. Mientras tan- to que sobre este punto se deliberaba, Jaquín, capitán gascón, va- liente, pero malvado, reconoció que los que guardaban la brecha es- taban descuidados con el sobresalto de una pendencia entre la bur- guesía y la gente de guerra, sobre que la burguesía, no teniendo in- terés en la modificación de la Paliza, quería también que fuese acep- tada y la guarnición y el campo volante creían que era contra su honra el quedar atadas las manos los tres meses mejores que resta- ban de campaña. Jaquín tomó de aquí la ocasión para persuadir á los de su nación que era llegar la hora de asaltar la ciudad por la bre- cha, que aún estaba abierta, y enriquecerse con su pillaje. Los alema- nes siguieron á los gascones, 3% todos unidos, dieron improvisadamen- te un asalto, que cuando más no duró media hora. En tan poco tiem- po lograron su intento. Y esta ciudad, que tantas veces había sido antiguamente saqueada por los bárbaros, lo fué ahora de un modo aún más atroz por los cristianos.

44 La venganza de la muerte de D. Gastón les sirvió de pretexto para no atender al derecho de las gentes ni á leyes ningunas, divinas ni humanas. ¡Malos sufragios por su alma! No tuvieron respeto nin- guno á las cosas sagradas, que profanaron con temeridad execrable: y después de haber muerto, violado y pillado sin hacer diferencia de estado, sexo, ni edad, comenzaron á poner fuego á la ciudad. Mas la Paliza se hizo obedecer sin haberlos podido contener hasta entonces. Él salvó la vida á los de la burguesía, de la guarnición y del campo volante, que pudieron librarse de la primera furia: y él mismo por sus manos prendió á Jaquín. Y como su crimen era evidente, al punto le hizo colgar en medio de la plaza más pública. Cogió también á los que más culpa habían tenido en el motín. Castigó algunos y prometió hacer en todos ellos dentro de pocos días una justicia ejemplar. Mas su severidad no sati sfizo del todo á los de Ravena, que deseaban de

Tomo vii. 18

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el más de lo que les p odia conceder; porque la multitud de los culpados no permitía castigarlos á todos. La ciudadela, adonde Marco Antonio Colona se había retirado, fué embestida, y se rindió dos días después con las mismas condiciones que poco antes había rehusado. El terror obligó á rendirse á Citradi-Castello, plaza fuerte, cerca de Ravena. Y siguieron su ejemplo todas las demás ciudades de la Romana.

45 La victoria délos franceses no tuvo los progresos que 'se po- dían esperar, porque ellos mismos opusieron diques á la corriente de su prosperidad. Habíase descubierto en Roma antes que se diese la batalla que el Duque de Urbino estaba de acuerdo con la Frartcia y que tenía intento de juntar sus doscientas lanzas y sus cuatro mil hombres de á pié á la gente que Pompeyo Colona 3'^ Roberto Ursino, Antonio Sabeli, Pedro Margano y Lorenzo Mancini habían levantado para aquella Corte en diversos lugares del Estado eclesi¿ístico: y que todas estas tropas juntas se presentarían á las puertas de Roma, que sus amigos les habían prometido abrir: y así, se apoderarían de la persona del papa julio, á quien tendrían en buena custodia hasta que el conciliábulo ordenase lo que de él se había de hacer. Mas esto, aunque algunos así lo cuentan, no parece creíble. Lo cierto es que co- rrió esta voz en Roma y que el Duque de Urbino y los otros que aca- bamos de nombrar teman bastantes fuerzas para ejecutar lo que se les imputa haber intentado. La burguesía de Roma así amenazada del pillaje no se turbó menos que si los franceses estuviesen á sus puertas. Y sobreviniendo á esto Octaviano Fregoso con la nueva de que los confederados habían perdido la batalla, creció en extremo la turbación de los romanos. Los Cardenales corrieron al Palacio del Papa. Echáronse á sus pies y le pidieron que tuviese lástima de mismo y de su Sacro Colegio. Y le dijeron: que ellos ponían después de Dios su confianza en la bondad natural del Rey Cristianísimo, que no querría aprovecharse de la victoria, como pudiera. Que el cielo, que acababa de declararse por él, daba bastantemente á enten- der que no aprobaba esta guerra, y que convenía venir á una buena paz como el mismo Rey de Francia siempre lo había deseado.

46 El papa Julio estaba á punto de ceder á los ruegos del Sacro Colegio. Mas los embajadores de España y Venecia, que aún estaban dudosos del suceso, llegaron á este tiempo para hacer que se estuvie- se firme en su primer sentir: y disminuyeron todo lo posible las parti- cularidades que, como testigo de vista, contaba Fregoso. Aunque no se atrevieron á contradecirle directamente, contentándose con decir en términos generales: que el mal no era tan grande, que no se pudiese remediar á poca costa: que la mayor parte de la caballería confederada se había escapado con Cardona y Carvajal: y que la in- fantería española, en que consistía la principal fuerza de la liga, se había retirado más como victoriosa que como vencida: que el ejército francés había quedado mu}' destrozado y disminuido y como un cuerpo sin alma por la muerte de su general: que los suizos estaban en mar- cha y con solos ellos se podía llenar el vacío de los confederados que habían sido muertos en la batalla. Con estas y otras razones procura-

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ron animar al Papa. Pero solo consiguieron que no se acomodase enteramente al parecer délos Cardenales, que absolutamente querían luego la paz. El temperamento que halló para irlo dilatando fué pedir á la república de Florencia que lo reconciliase con los franceses. Y porque este camino parecía demasiado largo, creyó acortarle con enviar las galeras de la Iglesia á Civitavequia para dar á ententer que tenía ánimo de entrarse en ellas y obligar con esta desmostra ción á sus aliados á que cuanto antes fuesen á socorrerle, y á los franceses á que se ajustasen con él si antes no fuese socorrido.

47 En este semblante permaneció S. Santidad hasta que la_ buena política del Cardenal de Médicis, que estaba en Milán prisionero, le abrió el camino para volver libremente á su genio. Este Cardenal se había insinuado tanto en el afecto del concihábulo, que ellos por una imprudencia mayor de Marca le descubrieron el decaimiento délas cosas de Francia. Parecióle admirable esta noticia para ganar del todo la voluntad de S. Santidad, informándole exactamente de lo que pasaba. Para esto tenía consigo al hombre de su mayor confianza y al más hábil para poderle enviar á Roma. Este era el Comendador de Médicis, su primo-hermano, de la Orden de San Juan, que después vino á ser papa con el nombre de Cle- mente Vil. El Cardenal de Médicis para lograr su intento pidió con todo aprieto al Cardenal de San Severino le permitiese enviar al Co- mendador de M édicis á Roma á solicitar con S. Santidad y con sus ami- gos la paga de su rescate. Y lo consiguió, haciéndole creer que al punto que recobrase su libertad él acomodaría á la Francia con la Santa Sede de suerte que todos quedasen bien.

48 El Comendador partió de Milán, y poniendo una extrema diligencia, llegó á Roma antes de lo que se había creído. Tuvo una audiencia secreta deJuHo, en que le monstró un rolde muy exacto de la gente que los franceses habían perdido en la batalla de Ravena, especialmente de la caballería, que subía mucho. A esto añadió entre otras particularidades: que no había traza de enviar nuevo general en lugar de D. Gastón de Fox. Y que Monsieur de la Paliza y el Cardenal de San Severino, que eran los más respetados en el ejército, sobre no atreverse á ejercer toda la autoridad necesaria, no corrían bien entre sí, y más pensaban en suplantarse el uno al otro que en mirar á los intereses de su dueño: que San Severino no hacía función alguna de legado y únicamente se aplicaba á la del general, y la Pa- liza pretendía al contrario, que San Severino se contentase con su le- gacía y le dejase á él cuidado de mandar el ejército: qne de los sol- dados franceses casi lodos desertaban viéndose ricos con el pillaje de Ravena: que los suizos comenzaban á parecer en la frontera del ducado de Milán y la Paliza no tenía fuerzas para oponérseles y acu- dir al mismo tiempo á otras partes.

49 Estas y otras cosas que el Comendador dijo al Papa, le dieron tanto placer, que se las hizo repetir varias veces: y una de ellas fué delante del Sacro Colegio, que á este fin hizo juntar. Mas no habló en público con tanta energía y elocuencia como en particular: y los

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Mezer. más de los cardenales no creyeron la mitad da lo que decía. Porque Varillas (>¡^gi todos ellos estaban muy benévolos al Rey de Francia por los de- seos que había manifestado de la paz poco antes de la batalla, ha biendo enviado expresamente á Roma á Federico Correto, hermano del Cardenal de Final, con el título de agente extraordinario para ofrecer á su S. Santidad condiciones tan ventajosas, que no pare- cía poderlas rehusar sin ser enemigo delbien de la Iglesia y de su re- poso propio. Dábase una entera satisfación sobre los tres princi- pales artículos litigados entre el Papa y el Rey. Ofrecíale que los Bentivollos le restituirían á Bolonia y que el Duque de Ferrara renunciaría al comercio de la sal de Comaquio, quedando á cuen- ta del Rey darles á todos satisfacción cumplida con la equivalencia de lo que perdían: y que el concilio de Pisa, trasladado á xMilán, ven- dría á deshacerse y aún iría á Roma como su S. Santidad quisiese para umentar el de Letrán, que estaba para abrirse. En desquite de esto solo se le pedía que fuesen alzadas las excomuniones y que los cardenales fuesen restablecidos en sus beneficicios.

50 Este temperamente había parecido tan conforme á la equidad natural, que se creyó no poderse escusar sin irritar á todos los bue- nos. Pero buscóse la evasión, tachando de poco sincero el ánimo del rey Luís en las proposiciones que hacía: y diciendo que era forzoso asegurarse bien primero. Para esto envió el Papa á París al Carde- nal de Final y al Obispo de TívoH, que con efecto partieron: y reci- biendo en León la nueva de que los franceses habían ganado la bata- lla de Ravena, estuvieron para volverse por parecerles que con este suceso.no persistiría el Rey en la oferta que había hecho. No obstan- te esto, se animaron y prosiguieron su viaje. En la Corte fueron mejor recibidos de lo que pensaban y hallaron al Rey tan moderado des- pués de la victoria como lo había estado antes de ella. S. Majestad Cristianísima negoció en toda buena forma con estos dos ministros de S. Santidad. Pidióles que presentasen el poder que traían: mas no pudieron mostrar ninguno que fuese competente. Con todo eso, el Rey, que tenía derecho para despedirlos, no dejó de darles cumphda satisfacción. Porque firmó en su presencia los tres artículos de que se trataba: y toda la precaución que tomó fué insertar en cada uno de ellos la condición debajo de la cual los concedía.

51 No le quedaba al papa Julio más que hacer para desvanecer el ajuste, y el Consistorio le hubiera obligado á venir en él sino se hu- bieran ofrecido algunas cosas que le dieron avilantez. La principal fué la mala conducta del General de Normandía, á quien el rey Luís había confiado la administración de las finanzas del ducado de Mi- lán: y él, que entendía poco de la guerra y se preciaba mucho de ma- nejar fielmente la Real Hacienda, pecó de demasiado bueno en esta ocasión. Suponía que nada aborrecía tanto su Rey como el desperdi- cio de ella: y que el mayor placer que S. Majestad podía tener sería ver disminuir de un golpe la tercera parte de sus gastos en Italia. Por lo cual, apenas llegó á Milán la nueva de que los franceses habían ga- nado la batalla de Ravena, cuando el General de Normandía sin dar

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parte al Cardenal de S. Severino ni á Monsiur de la Paliza, despidió todas las tropas extranjeras levantadas para la guarda del ducado de Milán, por parecerle que este ducado yáno había menester mas gen- te de guerra.

52 La Paliza no lo creyó al primer aviso que tuvo: y esperó la confirmación antes de determinarse. Desengañado yá, á mucho pe- sar suyo resolvió que el Cardenal de S. Severino quedase en la Ro- mana con trescientas lanzas, seis mil infantes y la mitad de la artille- ría para la conservación de las plazas de aquel gran Estado, que to- das se habían entregado á los franceses después de su victoria: y él tomó á grandes jornadas con lo restante del ejército el camino de Parma. Así, le pareció que se iba á arriesgar menos la reputación de los vencedores. Pero no logró su intento; porque los italianos, á quie- nes la reputación de D. Gastón habia traído á sus banderas por sus propios intereses, viendo ahora la mala traza que llevaban los fran- ceses de aprovecharse de su victoria, creyeron que podían faltar im- punemente á la dada. El Duque de Urbino se reconcilió con su tío, el Papa, y le llevó sus doscientas lanzas y cuatro mil infantes; aun- que los había levantado con el dinero que el Rey de Erancia le ha- bía dado. Pompe3'0 Colona y RoVjerto Ursino le imitaron en la poca fidelidad y en ia inconstancia: y recibieron por recompensa, el prime- ro un capelo de cardenal y el segundo el arzobispado de Regio. Pe- dro Morgaño, que estaba conspirado con ellos por la Erancia, tuvo horror de su crimen y quedó en las banderas de la Paliza mientras vi- vió el rey Luís. Después de su muerte tomó partido contra los fran- ceses; y siendo prisionero de ellos, halló en su humanidad y memo- ria de lo que ahora había ejecutado mejor tratamiento que espera- ba. Los extranjeros que el General de Ñormandía había despedido pasaron todos alas tropas del Papa y acabaron de hacerse tan pujan- tes, que el ejército solo de la Iglesia fué más numeroso que los dos cuerpos juntos del Cardenal de S. Severino y Monsiur de la Paliza.

§■ VIL

De aquí nació que el Papa para divertir las oportunida- des del Sacro Colegio, que siempre clamaba por la paz, dio principio al Concilio Lateranense á los 3 de Mayo de este año de 1512. La ceremonia de su apertura fué solemnísima: y Fr. Gil de Viterbo, Religioso Agustino, la terminó con un sermón muy largo. Cuyo último 3^ mayor trozo fué un panegírico del papa Julio, en que ponderó mucho que S. Santidad no se había dejado en- gañar como sus predecesores, que solo se valieron de las llaves de S. Pedro, sino que hal)ía empuñado la espada de S. Pablo con tanta felicidad, que su potencia había llegado á ser el terror de los reyes y de los emperadores, lín la segunda sesión el Rey Cristianísimo fué exhortado á abandonar á los cardenales prelados cismáticos: y el Sa- cro Colegio tuvo harto qué hacer en templar las iras de S. Santidad

278 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIV.

contra el rey Luís. Dos de los cardenales le avivaron más el espíritu- El de Yorck con la nueva de que estaban en la mar dos armadas de Inglaterra, la una para robar las costas de Picardía y Norraandía y la otra para juntarse á los españoles y repartir con ellos la con- quista de la Guiena. El de Cardenal deEvora, portugués, peroentera- mente adherido á los intereses del Rey Católico, le animó más con otras noticias que le dio muy de su gusto: siendo la más principal, que S. Majestad Católica, venciéndose en las más dominante de sus pasiones, que érala de celos déla alta reputación del Gran Capitán, á quien tenía arrinconado, había resuelto volverle á enviar á Ñapóles por virrey y capitán general en lugar de Cardona: y que de los solda- dos españoles, que, arrebatados de la gloria de servir, debajo de su mano, le acompañaban, era calidad y el número mucho mayor que jamás había pasado á Italia.

54 Con esto tomó tanta avilantez y se encendió tanto contra el Re}^ de Francia, qué quiso pasar á un extremo que hubiera tenido extra- ñas consecuencias si el Sacro Colegio no .se le hubiera opuesto ábuen tiempo. S. Santidad hizo formar una bula en que mandaba al Re}' po- ner en libertad al Cardenal de Médicis, y en caso de contravención, lo sujetaba á las censuras eclesiásticas más severas con expresiones extraordinarias. Esta bula fué examinada en pleno consistorio. Y los cardenales, espantados de su contenido, se echaron á sus pies y le rogaron que dilatase su publicación hasta que ellos hubiesen emplea- do todo su crédito con el hijo primogénito de la Iglesia para obtener la libertad de su compañero. Y fué menester persistir por mucho ra- to en esta humilde postura para conseguir lo que pedían. Mucho tu- vo que agradecer el rey I aiís á la fineza de los cardenales, ^ que le evitaron este nuevo golpe en el tiempo de su mayor ahogo. El había pensado que los ingleses, á quienes procuraba detener con repetidas diligencias, no le habían de hacer tan de veras la guerra: y así, no te- nía prevenidas las costas de su reino tanto como era menester. Mas, viendo ahora que las dos armadas de esta nación estaban prontas para echarse sobre él, se vio obligado á llamar de Italia los doscientos gentilhombres de sus guardias y dos mil y quinientos de sus mejo- res infantes. Con esto quedó la Paliza tan fiaco, que se víó forzado á pedir al Cardenal de San Severino que viniese á juntársele. El Car- denal estaba entonces en el mis elevado punto de su gloria. Todas las ciudades de la Romana le habían traído sus llaves. La aversión al papa Julio, á causa de verle tan inclinado ¿i la guerra con grande da- ño suyo, daba lugar á creer que no sería necesario para conservarlas. Los soldados franceses, muy confiados en esto, apretaban al Carde- nal sobre que los llevase á Roma. Y él, que tenía allá sus inteligen- cias, no dudaba de entrar en ella sin llegar á combatir y disponer consiguientemente á su voluntad de la Corte de Roma, que por la mayor parte estaba mal con el Papa. Después de esto, la necesidüd en que vio á la Paliza le movió de suerte que renunció á tan alegres esperanzas por salvar el ducado de Milán. Y contentándose con po- ner solamente guarnición en la ciudadela de Ravena, dejó todas las

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plazas de la Romana encomendadas á la buena de sus vecinos.

55 Esta retirada del Cardenal de San Severino dio lugar á Marco Antonio Colona, que acechaba las ocasiones de ponerse en campaña, Juntando algunas otras gentes á la guarnición, con que había salido de Ravena. Informados de esto los venecianos de esta ciudad, le lla- maron y le ayudaron á embestir la cindadela hasta constreñir á los franceses á capitular. Era muy justo y conforme á la buena política de la guerra que les concediese las mismas condiciones que poco antes le había concedido á él la Paliza, como los sitiados le proponían y no se atrevió á negárselas. Pero solo fué para cometer una cruel- dad, de que los cristianos creían no ser capaces los turcos. Firmó la capitulación en la misma forma. Mas en vez de cumplirla, hizo ro- dear la guarnición francesa, que estaba desarmada, al punto que ella salió de la plaza. Los soldados todos fueron pasados por las armas. Sus jefes fueron enterrados vivos hastas la cabeza, y en esta lastimo- sa postura los dejaron morir de hambre, expuestos á los insultos y afrentas del pueblo, que se vengo en ellos de todos los excesos del saqueo pasado con la mayor inhumanidad que es imaginable cual fué: hacer pagar á justos por pecadores, siendo cierto que ninguno de éstos se halló en dicho saqueo. Pero bastaba ser franceses para no ser ellos hombres.

56 Esta barbarie hizo temer á los florentines que no les sucediese lo mismo si la Francia decaía del todo, por haber estado ellos siempre adictos á sus intereses. Y así, renovaron ahora su alianza y le dieron tropas para llenar en parte el vacío de las que el General de Normandía había licenciado. Mas este socorro era muy escaso para la necesidad que tenían los franceses. Con este empellón se fueron precipitando sus cosas, y cayendo más y más en Italia sin parar has- ta lo más profundo de la miseria. Siguiéronse muchas negociaciones del Papa, del Rey Católico y de los venecianos con el fin de atraer á su partido al Emperador y á los florentines.. Con ellos trabajó mucho el Obispo de Gurce como emljajador: y el Obispo de Sion, Cardenal yá, se ingenió extramadamente con los suizos que él mismo trajo y capitaneó en el Estado de Milán. Todos lo tomaban con gran fervor, animándose con el título de Los de la Liga Santísima^ por emplear- se en servicio de la Santa Sede, en que tenían mucha razón. Pero es cosa maravillosa que en medio de todo esto prevalecía en los más el fin de sus intereses temporales en la adquisición de nuevas plazas y dominios jjara sin ahorrarse con el Santo Padre, que en este punto tuvo mucho qué sufrir.

28o LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

CAPITULO XV.

I. Embajada del Rey de Francia á los Retes de Navahra y pactos en que convinie- BON. II. Prevenciones del rey D. Fernando para hacerse dueño de Kavarra. £11. Protec- ción suya por el Duque de Ferrara para con el Papa. IV. Entrada del Duque deAluaen Navarra con ejírcito. V. Entrega y capitulación de Pamplona al Duque y retirada de los Reyes á Francia. VI. Cómo quedó dueño de Navarra el Rey Católico. Vil. Prevenciones del Rey de Francia para restablecer en su reino a los Reyes de Navarra. VIII. Suceso trágico del Príncipe de Taranto.

Afio 'W' a conclusión que se siguió de todas estas premisas fué

^^^^ I I perniciosísima á Navarra. El rey Luís Xlt de Francia en

fl ,^ el tiempo de su prosperidad trató á los reyes Don

Juan y Üoña Catalina de Navarra tan indignamente, como se ha visto, hasta quererlos despojar de su reino y de todos los Estados que po- seían en Francia. Mas ah ora en el de su adversa fortuna los buscó por amigos sin reparar en intereses de dinero ni de Estado: y lo que más es, en el punto del honor. ¡A tanto obliga la necesidad! A este fin, luego que sus tropas fueron echadas de Italia y vio que la Guie- na estaba amenazada por los españoles y por los ingleses, envió por su embajador á Navarra al Vizconde de Orbal, pariente mu}' cercano é íntimo amigo de Aman de Labrit, padre del rey D. Juan. El Viz- conde llegó á este reino á fines de Mayo de este año, si ya no fué entrado Junio. Comenzó con el Rey su negociación, en que halló más dificultad de la que pensaba. Porque el de Navarra conoció que le habían menester y se hacía de rogar: y más cuando tenía por su ma- yor enemigo al Rey de Francia, no solo por las cosas que quedan di- chas; si no aún más sensiblemente por una injuria reciente.

2 Esta fué la sentencia que contra él había dado el parlamento de Tolosa, declarando por orden de su Pv.ey que el señorío de Bearne era feudo de la monarquía francesa, y que así, debían los Reyes de Navarra prestar homenaje por él ala Francia. Lo cual era tan falso y tan injusto, como queda notado en algunos lugares de estos nuestros Anales. Y se convence bastantemente la injusticia por actos positivos Chosi ^^^ sobre esto hubo en lo más antiguo. Y no es de olvidar lo que en su refiere Choisi de D. Gastón Febo, cuñado de nuestro rey Carlos II. deMRey Este Príucipc, sícudo de solos veinte y cinco años, fué á París por la j-^J^g^^^J primera vez el de 1354, y el rey Juan de Francia le ordenó que le les de hiciese el homenaje que debía por el condado de Fox y por el seño- río de Bearne. Mas él lo rehusó constantemente, protestando que el señorío de Bearne solo pendía de Dios y de su espada. El Rev, pica- do de su audacia, le hizo prender y peñeren el Chatelet, donde lo tuvo seis meses. Hasta que, viendo su fiímtza, y bien informado de su justicia, le dio la libertad con tanto honor, que le envió á defender

REYES D. JUAN III Y DOXA CATALINA. 281

SU país y también el de Leng-uadoc contra el Príncipe de Gales, que acababa de hacer allí una irrupción y amenazaba otras. Llegó el con- de de Fox á Bearne con este cargo, y el Príncipe le envió luego á rogar que pasase á Burdeos para tratar de un negocio de mucha Importan- cia. Ejecutólo el Conde después de haber asegurado con buenos rehenes su persona. El Príncipe solo quería el traerle á su partido. Para esto le alegó principalmente que lo debía hacer como feudata- rio suyo por el señorío de Bearne. incluso la Guiena. La entrevista no fué larga. En ella se sacudió Gastón Febo con grande resulución de tan injusta demanda. Y al punto que volvió á Ortés envió al Príncipe una carta, en la cual hizo pintar tres higas para darle á entender el desprecio y burla que de su proposición hacía.

3 Respondió, pues, ahora el Rey de Navarra al Vizconde de Or- bal exajerándole la necesidad en que se hallaba de vivir en paz y bue- na amistad con el Rey Católico. Y después de haberle pintado la si- tuación de Navarra, concluyó con decir que si de una parte los Piri- neos la defendían sobradamente de los insultos de los franceses, de la otra estaba llana y mu}' expuesta á la fácil invasión de los castella- nos y aragoneses: y que así, debía conservar su amistad para mante- ner en buena paz su reino. El Vizconde trabajó cuanto pudo por ha- cerle mudar de dictamen; pero no pudo conseguirlo. Después de to- do, le replicó que por lo menos no podía escusar de poner sus intere- ses en manos de Aman de Labrít, su padre; aunque solo fuese por .sa- car á paz y á salvo su soberanía de Bearne: y le encareció lo mucho que importaba enviarle luego ala Corte de Francia para que allí me- jor se terminasen por su medio las diferencias de que se trataba. ¥A Rey vino en esto; aunque con la condición de no haberse de meter en hacer guerra que positivamente fuese contra el Papa ni contra el Rey Católico: y con esto fué Aman de Labrit á buscar á Luís XIL Nues- tro Rey pecó de buen hijo en esta ocasión, como Aman pecó siempre de mal padre. Porque si algo hizo por su hijo, fué (como ahora se vio) poniendo la mira principalmente en sus propias conveniencias, que, debiendo ser inseparables de las de su hijo, muchas veces fueron mu}^ contrarias. Y bastaba por prueba de que se debía acordar ahora el rey D. Juan en la ocasión más importante lo que su padre hizo cuando vino á Valencia á buscar al rey D. Fernando para sacar de él el socorro que llevó á Bretaña con el fin de casarse (aunque no lo logró) con la heredera de aquel Estado, parienta suya, siendo ya viudo y de edad tan avanzada, que se acercaba á los cincuenta años, y teniendo de su primer matrimonio tres hijos, de los cuales era el mayor nuestro Rey, y no menos que nueve hijas.

4 Habiendo, pues, llegado Amán^de Labrit á París, fué recibido del rey Luís con más regocijo que pompa. No se habían visto desde la guerra de Bretaña, donde fueron amigos, aunque pretendientes de la misma novia, ha.sta que á ambos los suplantó el rey Carlos VIH. Es verdad que después de la mala cuenta que había dado del ejército de Guiena le podía tener quejoso: y que últimamente la consideración del joven O. Gastón de Fox había resfriado su amistad. Mas

282 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP, XV.

D. Gastón no vivía, y su muerte había trocado enteramente las co- sas. Su hermana Doña Germana de Fox era su heredera en el concep- to de Luís: y si ella venía á ser Princesa de Bearne y tener hijos del Rey Católico, los españoles se establecerían en Francia. Lo cual con- venia impedir de todas maneras. Y cuando no los tuviese, y viniese á morir antes que el Rey, su marido, podía ella hacer un testamento en que le dejase el principado de Bearne }'■ dejar así una materia eterna de pleitos y guerras entre la dos naciones, francesa y española. Por lo cual era mejor para Francia que el señorío de Bearne quedase reu- vaiiiia. nido á Navarra: y por buena dicha para Luís, el mal que había hecho el parlamento de Tolosa se podía remediar sin contravenir á las for- malidades de la justicia. D. Gastón de Fox había muerto antes de to- mar la posesión del principado de Bearne, retardándole la ansia del reino de Ñapóles, que el Rey, su tío le había prometido, y él le pensa- ba conquistar primero. Así, podía fácilmente el Consejo supremo de Francia juzgar en revista el proceso, anular la sentencia del parlamen- to de Tolosa 3^ pronunciarla en favor déla Reina de Navarra. Y esta fué la primera condición, y como preliminar, que sacó Amiin de La- brit para el ajuste del Rey, su hijo, con el de Francia. Las demás con- diciones fueron tan ventajosas y de tan excesivo interés y honor pa- ra él, que pudieran cegarle y no ver el peligro grande á que se expo- nía. I3espués de eso, lo cierto es que el rey D. Juan no íirmó ahora estos pactos, deteniéndole el ver que en ellos no se salvaba bastante- mente á su parecer la condición que él había puesto de no ir contra el Papa ni el rey D. Fernando.

5 Por la fidelidad debida á la Historia los pondremos aquí según los hallamos en algunos manuscritos de aquel tiempo, y en substan- cia son los siguientes: que el Príncipe de Viana, D, Ejirique, hijo de los Reyes de Navarra, se había de casar con la hija menor del Rey de Francia: que entre dichos Re3'es quedase asentada una hga perpetua de amigos de amigos y enemigos de enemigos: que los Reyes de Na- varra a3mdasen con todas sus fuerzas y Estados al de Francia contra los ingleses y españoles y contra todos los otros que se les juntasen: que el Rey de Francia había de a3mdar á los de Navarra á la con- quista de ciertas tierras de Castilla y Aragón, que ellos decían perte- necer á su reino. (Estas eran las que en varias partes dejamos dichas:) que el Rey y la Reina de Navarra habían de enviar al Príncipe de Viana, su hijo, para que estuviese en poder del Rey de Francia por seguridad el tiempo contenido en la capitulación: que el Rey tom.iibde Francia daría al Rey y á la Reina de Navarra el ducado de Ne- 3^y g^p- murs con promesa de darles después el condado de Armeñac: que les había de dar veinte y cuatro mil francos de pensión: y más trescien- tas lanzas pagadas, ciento para el Rey de Navarra, ciento para el Príncipe y ciento para Monsiur de Labrit: y demás de esto, cuatro mil infantes pagados por todo el tiempo que durase la guerra. ítem: que les había de dar cien mil escudos de oro por una vez, pagados en ciertas pagas, para que hiciesen gente y ayudasen con ella al Rey de Francia. LTltimamente: que había de restituir á Monsiur de Labrit las

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tenencias y oficios _y pensiones que solía tener y se las había quitado. Esto último indica "bien que el Señor de Labrit tiró en estos pactos á hacer su negocio propio aún más que el del Rey, su hijo, á quien contra su voluntad deji..ba en un estado muy peligroso.

6 Así refieren algunos estos pactos. Pero otros siguen á Üienar- to, escritor digno de toda fé, que en la mayor parte los da por supues- tos y falsos. Y aún dice que su contenido es muj^ contrario al tenor del verdadero concierto y tratado de estos dos Rej-es, el cual se ve en el tesoro de cartas del archivo Real de Pau y también en el de París. Porque en dicho tratado no hay cosa ninguna que pueda ofender al rey D. Fernando ni al Papa, antes por lo que toca á este Rey hizo expresa excepción, alegando el parentesco que con él tenía como también en cuanto al Papa. Porque solo le obligó á ayudar al rey Luís en defensa de su reino contra sus enemigos de la parte acá de los Alpes, excluyendo por este lado en favor del Papa á toda Italia.

7 Como quiera que ello fuese, lo cierto es que lo que de una y otra parte quedó asentado, y se observó inviolablemente, fué el secre- to. Por lo cual no pudo llegar este tratado (cualquiera que fuese) tan presto, como algunos quieren, á noticia del rey O. Fernando. Al ca- bo llegó por un raro accidente que refiere en sus epítomes Pedro Mártir, su consejero y asistente en la Corte de Castilla por estos tiem- pos. Dice, pues, hablando de los sucesos del mes de Junio de este año: que corría rumor de habérsele hallado tina copla de carta en la fal- triquera al Secretario del Rey de Navarra^ ci quien mataron en ca- sa de su dama: y que contenía el tratado que habían lieclro su Rey y el de Francia. En el cual se pactaba entre otras cosas que el Na- varro declararía la guerra al rey D. Fernando^ y entraría con ma- no armada en Castilla con las tropas auxiliares de Francia cuan- do quisiese el rey Luís XII, y que esta copia de carta llegó liiego á manos de un sacerdote de Pamplona, llamado Miguel, y él hizo que pasase á las de /V. Majestad Católica con el fin de ganar su gracia.

% II.

E"^^ n todo este tiempo no se descuidaba el rey D. Fer- nando ni D. Luís de Beaumont, que siempre se llamaba ^^ Conde de Lerín: y así él como los caballeros deudos suyos y los de su parcialidad, que con él andaban desnaturalizados del Reino, solicitaban al Rey de Aragón á la conquista de Navarra, cuando poco antes solicitaban al de Francia para la misma. ¡Tan po- co reparo hace el interés propio en las más feas inconsecuencias. !Xo sabemos si bastaba para justificarlos que al de Francia buscaban en favor de O. Gastón de Fox y al de Aragón y Castilla en favor de la reina Doña Germana, su hermana, en quien después de su muerte había recaído su derecho. A ese fin traían muchos tratos y mantenían inteligencias secretas en Navarra; aunque con poco suceso hasta aho- ra. VA Rey Católico iba juntando su ejército para la conquista de

284 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, GAP. XV.

Guiena(esta era la voz que se echaba) en compañía del inglés, cuya armada se esperaba en breve sobre Bayona. Mas cuando estas cosas pasaban en España, se le ofreció á S. Majestad Católica en Italia un embarazo con el Papa, que sin duda le atrasó mucho para conseguir de S. Santidad la bula en que pensaba contra los Keyes de Navarra. Fuera de que ellos de su parte aún no se habían declarado manifies- tamente por el Re}^ de Francia. Hl caso, que omiten nuestros escri- tores y lo refieren comúnmente los extraños, pasó de esta suerte.

í;. 111.

-^ ■'^l Duque de Ferrara, contra quien el Pafja tenía su 9 i|-^ primera y mayor enemiga, viéndose ahora perdido por

^__^lamala fortuna de los franceses y totalmente imposi- bilitado á defender sus Estados, trató de componerse con S. Santidad. Así se lo aconsejaba el Marqués de Mantua, su íntimo y antiguo ami- go, que expresamente había ido para esto á Roma: y también el Em- bajador de España en aquella Corte por orden del Key Católico, su Señor, que había entrado en celos del acrecentamiento nimio de la potencia del Papa en Italia. Uno y otro se ofrecieron por interceso- res del Duque, y empeñaron para lo mismo á los otros embajadores de los príncipes confederados. Habiendo pedido audiencia, entró de- lante de todos el Embajador de España é hizo á S. Santidad un razona- miento muy eficaz, dividido en tres puntos. En el primero habló por los intereses que el Rey, su Señor, tenía comunes en sus compañe- ros. En el segundo por los que tenía en particular en el negocio á que eran venidos. Aquí le representó que Alfonso de Este, Duque de Fe- rrara, era pariente de S. Majestad Católica en segundo ó tercer gra- do á causa de Doña Leonor de v\ragón, su madre, hija de 1). Fernan- do el Viejo, Rey de Ñapóles: y que sería cosa inaudita que en una li- ga uno de los confederados, como lo era S. Santidad, llegase á los úl- timos extremos contra una persona que le tocaba tan de cerca á otro confederado; principalmente cuando á el se le debían por la mayor parte todos los buenos sucesos: y que era más claro que el día que los franceses nunca hubieran decaído sino por la muerte de D. Gas- tón de Fox, á quien la infantería española había muerto. El Embaja- dor de España pasó más adelante en este tercer punto. Porque aña- dió sus amenazas indirectas á las súplicas y á lo mucho que su Rey había hecho por la causa común: y no disimuló que si Julio no proce- día con mucho tiento en consideración de sus aliados, podría separar- los de él y dejarle solo expuesto á los sentimientos del rey Luís.

lo No pudo haber pildora tan amarga como esta para el Pap:i. Pero él tenía buen estómago para digerir pesadumbres cuando le im- portaba, en medio de ser delicadísimo de su natural, como se vio aho- ra; que oyó con mucha paciencia y sin interrumpirle al Embajador de España, venciéndose en lo más vivo por la aprensión de que su prontitud no desconcertase sus ideas. Res|X)ndió, dándose solamente

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 285

por entendido de lo favorable que contenía la arenga y no de las que- mazones que iban mezcladas de ella. Mostró mucho agrado de que tantos príncipes se interpusiesen en la reconciliación de Alfonso de Este con la Santa Sede. Y dio esperanza de que si él venía personal- mente á Roma á cooperar con su sumisión á tan buenos oficios, po- dría volver muy contento á su casa. El Embajador de España y sus colegas replicaron que, pues S. Santidad se hallaba en disposición tan favorable, no rehusaría conceder un salvo conducto en la mejor for- ma para el Duque. Y Julio, que no cuidaba nada de la manera de ve- nir el Duque de Ferrara á Roma, como él viniese con efecto, hizo despachar el salvo conducto sin mudar nada del modelo que le dio el Embajador de España. Enviósele por un expreso al Duque.

11 Mas este Príncipe, que alcanzaba más que todos juntos los que á su favor manejaban este negocio, así por su aventajada capa- cidad, como por lo que siempre afina y realza el discurso el interés propio, respondió á sus amigos que el papa Julio no podía tener á mal que se le reconviniese con lo mismo que él había hecho con su predecesor Alejandro Ví, quien, para comparecer en Roma, le había ofrecido un salvoconducto de que el Emperador, los Reyes de Espa- ña y de Francia y los Príncipes de Italia serían garantes; y él se había burlado de esto por la razón de que se iba á Roma y Alejandro le quita- ba la vida, todos los que aseguraban conservársela de ninguna mane- ra le resucitarían. De donde se seguía que no se debía extrañar ni im- putarse á imprudencia que Alfonso de Este, que corría el mismo peligro, fuese del mismo sentir. Los amigos del Duque no tuvieron qué replicar á esto; mas le hicieron una dulce violencia, ala cual se rindió. El había hecho prisionero, como dijimos, á Fabricio Colona en la batalla de Ravena, y le había tratado tan honrosamente en su prisión, tenién- dole hospedado con grande magnificencia y regalo, que Fabricio se te- nía por dichoso en su desdicha por haber caído en tales manos. Pero lo que él más estimaba, y con mucha razón, fué que no le quiso en- tregar al Rey de Francia por más instancias que éste le hacía. Porque el Duque tenía previsto que si Fabricio pasaba los Alpes, le corta- rían la cabeza en la primera villa de Francia á causa de que él había comenzado por su deserción á arruinarlas cosas de Carlos VIH en el reino de Ñapóles. Y esta era una falta irremisible en el tribunal de la política. Y de hecho el Duque de Ferrara sin negar directamente al re}^ Luís lo que con todo aprieto le ordenaba, le representó tales ra- zones en favor de Fabricio y aún de la misma Francia, diciendo lo mucho que un hombre como él la podía importar si ahora quedaba obligado de la clemencia que con él se usase, que el Rey condescen- dió con los ruegos del Duque: lo que no hiciera si su fortuna no fue- ra ya tan adversa. Respondióle últimamente que hiciese de Fabricio lo que quisiese. Y lo que hizo fué darle al punto libertad sin querer rescate ninguno; sino antes bien, hacerle muchos dones y todo el gas- to hasta ponerlo en su Casa de Roma.

12 Una generosidad tan señalada del Duque de Ferrara dejó tan oblioado á Fabricio y á todos los Colonas, que con ansia buscaban la

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ocasión de reconocerla. Ella se ofreció de misma: y por no perder- la, fueron al instante al Embajador de España y le dijeron que el Duque de Eerrara podía venir seguramente á Koma si el Papa los recibía á ellos por garantes del salvaconduct j. El Embajador los lle- vó á S. Santidad, que no puso diíicultad ninguna en ello; ó porque nada temía, ó porque no los juzgaba tan audaces, como lo fueron en la ocasión. Consiguientemente los Colonas aseguraron en toda forma la fianza, y escrilíieron al Duque con todo aprieto que sin dilación fuese á Roma. Y el les obedeció, aunque de mala gana. Salieron á recibir y le llevaron con mucho cortejo á su principal Palacio, donde le regalaron mucho. Y se notó que jamás salió de casa sin llevarle en medio, yendo Fabricio ásu mano derecha y xM.arco Antonio á la izquierda. Julio recibió al Duque con tan alegre semblante como si estuviera sinceramente olvidado de todo lo pasado. Dióle seis carde- nales por comisarios para ajustar con él las condiciones debajo de las cuales había de volver á su gracia: y mandó que el negocio se despachase cuanto antes. Mas los comisarios, despuí^s de habar pro- longado la negociación hasta que la Santa Sede se hubiese apoderado de Kegio, con no ser esta ciudad feudo suyo sino del Imperio, decla- raron sin rebozo alguno: que el Duque de Ferrara había incurrido en el crimen de traición por haber llevado las armas contra su Señor so- berano: que su ducado de Ferrara estaba reunido al Estado eclesiásti- co; y que aunque Julio hubiese querido, no le había podido desmem- brar; pero que por cuanto tantas potencias intercedían por él, S. San- tidad quería darle de pura compasión el Condado de Ast, que los confederados acababan de quitar á los franceses.

13 Esta proposición pareció tan poco razonable al Embajador de España y á los Colonas, que acompañaban al Duque de Ferrara, que solo por el bien parecer pidieron licencia de retirarse á una casa vecina y conferir con él la respuesta que debía dar. Apenas entraron en ella, cuando tuvieron de buena parte el aviso de cómo luego que el Duque había partido á Roma el ejército del Papa se había acerca- do á Regio: que la había notificado la entrega y se le había rendido por flaqueza de la burguesía, espantada de las amenazas del Papa; sin que la guarnición, que era muy corta, le pudiese contener ni lo pudiese remediar el Cardenal de F^ste, que había quedado en Ferrara por lugarteniente del Duque, su hermano. Con esto acabaron de co- nocer el Embajador de España y los Colonas ser muy cierto lo que siempre había temido el Duque de Ferrara: y que el salvoconducto para suida á Roma, concedido con tanto agrado por el Papa, solo había servido de lazo para cogerle. Con todo eso, para enterarse más, enviaron luego á pedir al papa Julio que por lo menos consintiese en que el Duque pudiese volver á su casa. Mas Julio, que ya no había menester andar con rebozos, descubrió abiertamente su pecho, di- ciendo: que el Duque era su prisionero y que de ninguna manera le permitiría volver hasta después que se le hiciese el proceso en toda forma y él se justificase de su rebelión.

1 4 Entonces los Colonas y el Duque de Ferrara le pidieron al

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Embajador que se fuese de allí; y metiendo todos tres la mano á la espada, se hicieron dueños de la puerta de la casa donde habían en- trado para su conferencia. Hallaron á dos pasos de allí armas, caba- llos, y sobre todo, doce valientes hombres, de quienes estaban segu- ros en caso de necesidad Con ellos se avanzaron prontísimamente hacia la puerta de Latrán, que hallaron extraordinariamente guarda- da por dos compañías de infantería que Julio aquel mismo día desde el amanecer había hecho poner en ella. El Duque de Ferrara y los Colonas las cargaron de súbito: y como los más eran de nuevas le- vas, á los tres ó cuatro primeros que fueron muertos, les faltó á los demás el ánimo de defenderse. Ellos se abrieron para dar paso á los quince caballeros, que no les pedían otra cosa: y á toda brida fueron corriendo hasta la Marina. Allí hallaron un navio, que estaba á punto de hacerse á la vela y jusgaron por más seguro embarcarse en él que atravesar el Estado eclesiástico. Tuvieron el viento favorable y llegaron en poco tiempo á Ferrara, donde el pueblo recibió á su Du- que como si se hubiera escapado de Roma por milagro.

15 Julio llegó á saber tarde la aventura de su prisionero; porque no hubo persona que se atreviese á darle nueva de tanto disgusto. Y hay quien diga que solo la supo oyendo hablar de ella en la calle desde una ventana, á que se asomó. Pero como quiera que fuese, él entró en tanta cólera, que más parecía furor, é hizo raros extremos de sentimiento. Amenazó los suplicios más horribles al Duque de Fe- rrara y á los Colonas si volvía á cogerlos. Y no hallando quién le die- se satisfacción, acusó á la naturaleza de inicua por haber dado á los malos más medios de hacer mal que á los buenos de vengarse de los malos. Entre tanto el Duque estaba muy seguro en su casa disponien- do con buena providencia lo necesario para la defensa de Ferrara. No se atrevió el Papa á enviar su ejército sobre ella; así por esto co- mo por ver muy poco inclinados á los otros confederados á asistirle en esta empresa. Y así, toda su cólera descargó sobre los florentines, irritado de las cuatrocientas lanzas que estos habían enviado última- mente al Estado de Milán conducidas por Lucas Saveli para algún socorro de los franceses en su mayor necesidad. Y no paró hasta res- tituir á los Médicis á aquella ciudad, que era la mayor venganza que podía tomar de la parcialidad de ella dominante: aunque fué empre- sa larga, y en que no concordaban los otros confederados, especial- mente el Rey Católico. Por esto y por los buenos oficios que S. Ma- jestad había hecho á favor del Duque de Ferrara; y sobretodo, por- que los Colonas, que eran sus más mortales enemigos desde este último hecho, se habían salvado y asegurado en sus tierras del reino de Ñapóles con beneplácito del Rey, no estaba muy corriente con él S. Santidad, aunque lo disimulaba, por haberlo menester para otras cosas. Y S. Majestad Católica, que todo lo sabía, no parece que que- rría pedirle á contratiempo la bula contra los Reyes de Navarra; y más cuando no lo había menester para la conquista de este reino, pre- tendiendo tener por otras razones derecho á ella. Como quiera que ello fuese, sus tropas estaban con este fin en movimiento.

288 LIBRO XXXV UE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

§• IV.

Aprestábanse más y más los lances, y andaba tan omiso el Rey de Navarra como diligente el rey D. Fernan- do. Hay quien atribuya la omisión del Navarro á te- mor prudente de no dar al castellano el pretexto de oprimirle que és- te deseaba. Lo cierto es que él en todo tiempo no recurrió al Rey de Francia por socorro alguno ni hizo memoria de los pactos que con él tenía concertados por medio de Aman de Labrit, su padre, aunque no firmados. Y el rey D. Fernando yápor ahora tenía juntado su ejér- cito y nombrado por su general á D. Fadrique de Toledo, Duque de Alba. Componíase de mil hombres de armas, mil y quinientos gine- tes y seis mil infantes. Iban por coroneles de la infantería Rengiso y Villalba. Por capitán de la artillería, que solo se reducía á veinte piezas, iba Diego de Vera. Para mayor aumento de tropas había man- dado el Re}' juntar cortes de la Corona de Aragón en Monzón, y que presidiese á ellas la reina Doña Germana y procurase hacer alistar toda la más gente que fuese posible de aquellos Estados para ayu- darle en aquella guerra, á que decía quería ir en persona. En estas cortes se resolvió servir ásu Rey por espacio de djs años y ocho meses con doscientos hombres de armas y trescientos ginetes. La voz era de pasar á Ba3'ona para conquistar la Guiena á una con los ingleses; pero las señas eran muy contrarias. Porque el Rey Católico continuaba en requerir al de Navarra le asegurase bastantemente que por esta parte no le haría perjuicio ninguno mientras su ejército se empleaba en la empresa de Guiena. Para esto le pedía que pusiese en sus manos á su hijo el Príncipe de Viana, D. Enrique. Y no viniendo en esto el de Navarra, decir, que se contentaría con que pusiese las fortalezas de su reino en poner alcaides naturales del mismo reino, pero que fuesen á su contento. El Rey de Navarra siempre ofrecía que se daría seguridad de que en este reino no se haría ofensa á la causa de la Iglesia. Mas no venía en asegurar que por los demás Es- tados que tenía en Francia se haría lo mismo. Ni lo podía hacer sin perderlos luego; porque se los tomaría fácilmente el Rey de Francia, quien se puede decir los tenía en su mano: y eran feudos de su Co- rona menos el de Bearne, sobre que era el pleito. Así se hallaba el de Navarra entre dos escollos fatales, de los cuales no podía evitar el uno sin topar con el otro. El que más temía era el del rey D. Fernan- do por los muchos recelos de que después de la muerte de D. Gas- tón de Fox S. Majestad Católica pretendería apoderarse de su reino por la reina Doña Germana como heredera de su hermano y de sus acciones y derechos. No podía ser mayor su peligro.

17 Ya el Duque de Alba estaba en Vitoria y tenía su gente acuar- telada en las tierras de Álava y la Rioja. Estaba con él D. Luís de Beaumont, y desde allí proseguía con todo calor sus diligencias para la sublevación de Navarra, cuando á los 8 de Junio de este año llegó

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á Pasages, puerto de Guipúzcoa, el Marqués de Orset con la armada de Inglaterra, en que venían más de cinco mil infantes de desembar- co, arqueros la mayor parte. Fué á verse con él D. Fadrique de Portugal, Obispo de Sigüenza, que de orden del Rey le esperaba en San Sebastian para proveer á los ingleses de todo lo necesario. Ahora fué cuando el rey D. Fernando se descubrió más, dando orden de que su ejército pasase por Navarra para ir á Bayona: y pidiendo paso por este reino, cuando le tenía mucho más llano 3' cómodo por Álava y Guipúzcoa. Para seguridad del tránsito quería que se le entrega- sen algunas fortalezas y los víveres necesarios por su dinero. El Rey de Navarra, vista la tempestad que le amenazaba, envió á su maris- cal D. Pedro de Navarra al Rey Católico para dar algún buen corte: y venía en que se entregasen algunas fortalezas suyas, como no fue- sen la de F!stella y S. Juan del Pie del Puerto. Pero, según refiere el P. Mariana, todo esto era dar el Rey Católico con la entretenida al de Navarra. Porque luego acordó que su gente ante todas cosas fue- se sobre Pamplona, y aún pidió al Marqués de Orset hiciese lo mismo con la suya de Inglaterra; pretextándolo con que importaba no dejar á las espaldas aquel padrastro para la conquista de Guiena. Mas Orset n^^^'** se escusó con que no tenía comisión de su re}' para hacer la guerra en Navarra. Antes formaba queja contra el rey D. Fernando porque no tenía ya en Guipúzcoa la de Castilla y Aragón á punto, como es- taba acordado para romper por la Guiena. Y decía que si acudieran, luego se apoderarían sin dificultad de Bayona por hallarse de presen- te desapercebida: y que con la dilación habían dado lugar á que acu- diese gente y se pusiese esta plaza en estadado de defensa, que con gran dificultad se podría ya ganar.

18 El hecho fué que el Duque de Alba entró con su ejército en Navarra, llevando consigo á D. Luís de Beaumont y otros desterra- dos con la gente que pudieron atraer de Navarra, el rey D. Juan, viéndose perdido, se despidió de los jurados y otros vecinos principa- les de Pamplona, que bien sabían que el ejército castellano venía derecho á esta ciudad. Ellos le pidieron con lágrimas en los ojos que no los desamparase: y que en caso de dejarlos solos, les dijesen lo que debían hacer. El les respondió: que se defendiesen lo mejor que pudiesen: y cuando sus fuerzas no fuesen bastantes, se rindiesen con los mejores partidos que fuese posible: asegurándoles que volvería presto cen mayor ejército que el que traían los castellanos. Y era así que en este último desengaño y conflicto había enviado á pedir soco- rro de gente al rey Luís de Francia, lo cual debiera en buena políti- ca haber hecho antes. Pero él había esperado componerse amigable- mente con el rey D. Fernando, y siempre había creído que su ejér- cito pasaría en derechura desde Vitoria á Guipúzcoa, Y sin duda este fué el primer recurso que él tuvo al Rey de Francia sin haber queri- do valerse antes de los negros pactos que con él tenía hechos. Y esta fué la primera vez que pudo dar motivo para la bula, que se dice haberse expedido contra él: si ya no le escusaba el derecho natural de la defensa de su reino en el último peligro.

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igo LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

19 Despidiéndose así de la ciudad de Pamplona, salió ds ella con frrande ternura el día Jueves, 22 de Julio, fiesta de la Magdalena, y se fué con la Reina y sus hijos á la villa de Lumbier, y no inmediata- Garibay mente Francia, como algunos quieren con yerro manifiesto. En y otros. L,myji3igj.^ doudc se le juntó con suma fidelidad mucha parte de la no- bleza del Reino, trataba de levantar tropas y formar un cuerpo de ejército, viendo la buena disposición de ánimos de todas las villas para juntarse con el que esperaba de Francia y oponerse con bastan- tes fuerzas al castellano, que ya se iba acercando á Pamplona. Pero todo lo desbarató su mala fortuna. El Rey de Francia había enviado casi todas sus fuerzas á la Guiena debajo de la conducta de Fran- vari- cisco de Orlcaus, II de este nombre. Duque de Longavilla: y al mis- ^^' mo punto que recibió el aviso del Rey de Navarra, mandó á Longa- villa dividir sus tropas y dar la mitad de ellas á Monsiur de la Paliza, su lugarteniente general, que las condujese á Navarra por el camino más derecho con toda la brevedad posible. Mas Longavilla se propa- só de prudente y se dispensó de ejecutar la orden del Rey, su amo. El se había informado de la gente que traía la armada inglesa, y hacía cuenta que si dividía su ejército podría mal con la mitad de él impe- dir el desembarco. Y así, hizo en esta ocasión lo que creyó que haría su rey si comandase su ejército en persona. Retuvo la gente que de- bía destacar y se preparó solamente para oponer todas sus fuerzas al desembarco de los ingleses, Pero se engañó muy á costa del Rey de Navarra. Porque ni los ingleses eran tantos como á él le habían di- cho, ni ellos llegaron á hacer el desembarco por ver con grande sen- timiento suyo que el Rey Católico los dejaba solos, faltando á la pa- labra que les tenía dada.

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.^. V.

lOco después que el Rey salió de Pamplona llegó el 20 5— ^ejército de Castilla á dos leguas de esta ciudad, donde hizo alto. Esto causó grande espanto á sus vecinos, que, viéndose sin rey y sin guarnición ni esperanza de socorro, enviaron al Duque sus mensajeros á tratar de honestos partidos: que se redu- cían á pedirle que les diese algunos días de término para ver si su rey les enviaba socorro y no faltar al juramento de fidelidad, que le tenían hecho, ni á su última palabra. Pero esta proposición, no sien- do á gusto del Duque, él les respondió con una altivez, que más pa- recía cólera: que los vencedores solían dar leyes á los vencidos y no los vencidos á los vencedores; y que asi^ tratasen de rendirse á dis- creción si no querían experimentar las muertes y daños de las ciu- dades entradas ci saqueo. Con esta dura respuesta volvieron los men- sajeros, y al mismo punto movió el Duque su ejército para ponerse sobre Pamplona. Llegó con él al campo que hoy llaman la Tacone- ra, contiguo á las murallas. Venía en la vanguardia D. Luís de Beau- mont, que se llamaba condestable: y todos parecieron con grande

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ostentación y lucimiento de vestidos y de armas, afectado y compues- to para el terror de los vecinos.

21 Pero lo que más atemorizó sus ánimos, naturalmente piadosos, éralo que con grande estudio se publicaba: que si no dejaban á su rey, estaban excomulgados y eran cismáticos y herejes como él, por una bula del Papa, que los comprendía á todos por ser el rey D. Juan fautor de los franceses cismáticos. Y sobre esto divulgaban los cas- tellanos muchas cosas falsas, de que venían bien imbuidos y aún crédulos los simples soldados. Como era decir: que el Rey de Nava- rra tenía concertado con el de Francia ayudarle á deponer al Papa varillas y hacerle morir con toda su Corte de Roma con condición de que lue- go habían de partir entre el Estado eclesiástico: y que el rey Luís XII había de recompensarle los gastos de esta guerra al de Navarra dándole en la Guiena otras tantas tierras como en Italia le tocaban por su derecho de conquista: que el Papa por evitar la deposición y la muerte que le amenazaban se haljía puesto en las manos del Rey Católico: y por la recompensa de los gastos inmensos que haría, le ha- bía dado el reino de Navarra por una bula auténtica.

22 Estas voces causaron el espanto, que se deja entender, en los vecinos de Pamplona. Pero debemos hacerles justicia, diciendo: que ninguno de ellos se adelantó á aclamar al rey D. Fernando ni hacer demostración alguna de alegría ni aplauso por ver triunfante al Con- destable, como algunos les achacan. Todos se contuvieron en el sem- blante propio de la fidelidad á su rey natural. Mas, viéndose sin es- peranza ninguna de socorro y próximos al último peligro, después de haber tenido su junta para la deliberación, acordaron entregarse al Duque con la condición de que fuesen mantenidos en los fueros y privilegios que siemjjre les guardaron los Reyes pasados de Navarra. A este fin salieron los diputados de la ciudad y ajustaron con el Du- que las capitulaciones de la entrega, que por evitar prolijidad pon- dremos en resumen en el lugar que les toca. (A) Ellas se hicieron á ^ 24 de Julio, día Sábado: y los diputados, mirando por el decoro de la ciudad, según la orden que tenían, sin querer deslucirlo con la apre- suración de la entrega, pidieron alguna tregua. Y alcanzaron del Du- que no entrase en ella hasta otra día, representándole que la pla- za estaba segura por no tener esperanza ninguna de socorro ni de su rey ni de Francia. Pero D. Luís de Beaumontse adelantó contra esta orden y entró en Pamplona aquel mismo día. Si fué con connivencia del Duque para asegurar más los tratados, se duda. El Duque entró el día siguiente 25 de Julio, habiendo salido los regidores y jurados en cuerpo de la ciudad para hacer la entrega en toda forma y acom- pañarle. Esta es la primera y única vez que desde la antiquísima ins- Gaví- titución del reino de Navarra se sepa haberse entregado esta nobilí-*^^y sima ciudad á ningún rey extraño en tantas guerras como en diver- sos tiempos tuvo con los de Aragón y Castilla.

23 El rey D.Juan, que estaba en Lumbier, sabidas estas cosas y que por falta del Duque de Longavilla no tenía que esperar socorro de Francia, hizo un mensaje al Duque de Alba con el bachiller de Sa-

Íg2 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

rría, su consejero, D. Pedro de Navaz, su alcalde de Corte, y el proto- not.irio Martín de Jaureguizar. Fallos presentaron el poder que traían. Y quedó ajustado en la conferencia: que la causa y empresa que el Duque proseguía contra los Reyes de Navarra y su reino fuese en- teramente remitida á la voluntad del Católiio Rey de Aragón^ Re- gente de Castilla^ para que S. Alteza ordenase lo que mejor le pa- reciese: y que aqíiello se cnmplirla por los reyes D. Juan y Doña Cutalina. Quienes para mayor seguridad Jiabian de entregar al Duque en rehenes los castillos de S. Juan del Pie del Puerto y de Maya. Y aún para más seguro cumplimiento harían que quedasen por fiadores el mariscal D. Pedro de Navarra y D. Alfonso de Pe- ralta^ Conde de S. Esteban. Y que por los inconvenientes que de lo contrario se podrían seguir., el Rey de Navarra hubiese de salir del Reino dando principio á su viaje el día postrero de Julio. Y con es- to el Duque hasta consultar sobre lo dicho á su rey y tener respues- ta suya debía sobreseer de lo comenzado y no pasar adelante en to- mar ni ocupar cosa alguna de los Reyes de Navarra. Y así lo pro- metió, dando y palabra de ello como caballero. Como ellos se obli- garon también á despedir luego toda la gente que tenían allegada en Lumbier y su comirca y á no proseguir en levantar más para resistir á la gente del Duque: de suerte que entretanto de una y otra pártese cesase de tod jacto d¿ hostilidad. De este convenio, que tenemos en ciertas memorias auténticas sacadas del archivo de Si- mancas, fueron testigos Mosséa Pedro de Ontañón, Embajador del Rey de Aragón, y D. Pedro de Tarazona, Canciller del obispado de Pamplona. Y lo firmaron á 29 de julio el Duque y los enviados de los Reyes de Navarra.

24 El desventurado rey D. Juan se vio obligado á salir del Reino, así por no faltar de su parte á lo prometido comp por la poca ó nin- guna esperanza de que la respuesta del Rey de Aragón pudiese ser favorable: y sobre todo, por una noticia asegurada de buena parte de que el Conde de Lerín trataba de apoderarse de su persona y en- viarle con la mayor indignidad preso, atadas manos y pies, á Casti- lla, de donde nunca saldría. Así lo dice Favín. Y añade: que entonces baí^^y' dijo el Rey loque otros también refieren: que más quería vivir en otros- montes y sierras que ser preso en sus tierras. Púsose efecto en camino el día aplazado, llevando consigo á la Reina y á sus hijos, el Príncipe de Viana, D. Enrique, y las tres Infantas. Y enderezándose por el fidelísimo valle de Baztán, llegó á Maya, y de allí pasó á sus Estados de Francia. Siguiéronle el mariscal D. Pedro, el condestable D. Alfonso de Peralta y otros muchos caballeros y consejeros de los Reyes, entre ellos D. Juan de Jaso, Presidente del Consejo, Señor de Javier y padre de San Francisco Javier; y no por ser agramonteses, que muchos de ellos no lo eran; sino por no faltar á su honra y al ju- ramento de fidelidad que á sus Reyes tenían hecho. Y al cabo no les pesó; porque fueron más estimados de los mismos vencedores, que no los beaumanteses, que ahora los introdujeron en Navarra. Así fueron despojados los reyes D.Juan y Dona Catalina de su reino ds

REYES D. JUAN III Y DOx\A CATALINA. 2g^

Navarra después de haberle poseído juntos diez y ocho años y medio: y la Reina sola cerca de diez después de la muerte de su hermano el rey D. Francisco Febo: y esto en lugar de volverles los Reyes de Castilla las villas, plazas y dineros que les detenían en Aragón y Cas- tilla, y ellos con justicia pretendían, sobre que les hicieron tantas embajadas como queda dicho: andando tan diligentes en cobrarlo que estaba en poder ajeno, como negligentes ahora en conservarlo que estaba en el suyo.

25 No es ponderable la variedad, desorden y confusión de nues- tros historiadores en la relación de estos lances. De quien más nos admiramos es de Garibay, quien, con ser de los más exactos, 3'e- rra ciertamente en decir que el Rey se fué derecho á Francia el día de la Magdalena, 22 de Julio, dejando en Pamplona ala rema Doña Ca- talina, su mujer. Lo cual se convence de falso por el testimonio au- téntico que acabamos de proferir sacado del archivo de Simancas. Por el cual consta que no fué sino á Lumbier, y con ánimo de levantar gente, como comenzó con buen suceso: y hubiera proseguido si no fuera por el desengaño de que no le vendría la que había pedido de Francia. También añade el cuento viejo, oído referir de personas antiguas, de que, alcanzando la Reina en el camino al Re}', su marido, le dijo con angustioso coraje: i?é'y D.Jiian, Rey D. Juan; Juan de Lahrit fuisteis y Juan de Labrit seréis] porque Vos ni vuestros suce'iores nunca mcis gozarán de el reino de Navarra. Que si Vos fuérades Reina y Yo Rey., nunca se perdiera Navarra. A la ver- dad: la Reina era muy discreta y buena cristiana para decir tales vitu - perios y en tal lance á su marido: y Garibay lo hubiera sido en no creer á los viejos que se lo contaron. Fuera de que la Reina era la propietaria de todos sus dominios y podía mandar en todos ellos con toda autoridad, como otras veces lo hizo, imitando ala Reina Cató- lica Doña Isabel, que, con tener rey marido de otra muy diferente condición, se portó como se sabe en sus reinos de Castilla. Pues qué diremos déla que muchos tenían, y aún deben de tener algunos, por profecía, canonizando para esto á nuestra reina Doña Catalina por lo que juntamente piensan habsr dicho al Rey: que ni él ni sus des- cendientes gozarían más dsl reino de Navarra, cuando vemos ya gozar de este reino con sumo gozo nuestro á un legítimo descen- diente suyo, que es el Rey, Nuestro Señor, Felipe VII de Navarra y V. de Castilla,' Bien podemos asegurar que no lo ha de perder por la tal profecía. Al rey D. Juan de Labrit tratan mal los historiadores, y en muchas cosas con injusticia, atribuyendo sus omisiones á cobardía; con ser cierto que mostró valor en muchas ocasiones, aunque su de- masiada bondad todo lo estragaba. Al toro de.sjarretado y moribun- do en la plaza todos se le atreven.

294 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

§. VI.

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|Or la retirada del rey D.Juan y abandono de las villas . 26 l—'^y plazas de su reino todas ellas se fueron rindiendo á la imitación de la capital, 'viéndose desguarnecidas y fuera de topo estado de defensa, como Lum1)ier, Sangüesa, Monreal, Tafalla, Olite y Tudela. Aunque el Castillo de esta ciudad se tuvo firme por el valor de su comandante el bravo capitán Dionisio De- za; como también el castillo de Estella y los del valle del Roncal y los de Amescoa, fieles á sus Reyes, no obstante todas las bellas prome- sas del Duque de Alba. El rey D. Fernando, que aún estaba en Bur- gos, luego que supo el feliz suceso 'de su interpresa envió al Duque un tan copioso refuerzo de gente, que algunos llaman segundo ejérci- to, para poner guarniciones castellanas en las plazas rendidas y ase- gurarlas bien en su obediencia y proseguir mejor la conquista de las otras. Su fin principal era hacerse dueño délo que tocaba á loa mon- tes Pirineos, y consiguientemente no solo de Navarra la baja, sino tam- bién de Bearne y cuando los Reyes despojados poseían en la Guiena. A este fin con el título especioso de embajador les envió una persona de autoridad, que se creyó ser espía que iba para descubrir los pen- samientos que tenían, sus inteligencias y prevenciones que hacían en Francia para restituirse á su reino. La instrucción que llevaba era de halagarlos y darles palabra de parte de su rey que los volvería todo lo conquistado de su reino si querían repasar á Navarra, renunciando la alianza y amistad del Rey de Francia. Este embajador fué D. An- tonio de Acqña, Obispo de Zamora, el que después fué una de las principales cabezas de los Comuneros contra Carlos V. Y si ahora pecó encargándose de esta comisión, bien le hizo pagar el famoso alcalde Ronquillo este y los muchos delitos que ciertamente cometió entonces. Él no llegó á donde los Reyes de Navarra estaban; porque al entrar en Bearne, los bearneses, que estaban advertidos de su venida y de su encargo, le trataron como á espía y no como á emba- jador, y lo detuvieron preso en la villa de Salvatierra hasta que se rescató por dinero.

27 Por esta causa el Duque de Alba estaba apunto de pasar á Bearne para vengar la injuria que él decía haberse hecho á su rey En su en la persona de su embajador. No considerando^ dice aquí el Secre- Jg'^*°^¿ tario de Enrique IV, que la injuria liecJia por el Rey^ su amo, á los vana. Reyes de Navarra despojándolos de su reino, era mucho''mayor y más digna de vengarse. Mas, sabiendo que las plazas de Tudela, Olite, Tafalla y Estella comenzaban á inquietarse con el rumor que corría de la venida del rey D. Juan con ejército poderoso de Francia, se detuvo. Y para prevenir el daño que amenazaba, le pare- ció más importante que cuanto antes los navarros prestasen jura- mento de fidelidad al rey D. Fernando. Así lo ejecutó. Y para esto ordenó que se juntasen los vecinos principales de Pamplona en el

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convento de San Francisco, donde, estando juntos, les hizo un largo razonamiento en orden á justificar y honestar la conquista del reino de Navarra. Y luego les requirió que le prestasen el juramento como vasallos del Re}^ de Castilla. Ellos pidieron tres días de término para bien pensarlo. Concedióselos, y vueltos á juntar, dijeron al Duque que harían el juramento como subditos pero no como vasallos. El les preguntó qué diferencia había entre vasallos y subditos A que respondieron: que vasallo se entiende aquel á quien el Señor podía tratar bien ó mal como á el le pareciese; pero que el subdito debe ser bien tratado de él. Entonces el Duque les dio á entender con grandes expresiones de benevolencia que tuviesen por cierto que el Rey Católico los trataría con todo amor y les haría muy sin- gular favor, alegándoles muchas razones para esto. Así los indujo á prestar el juramento y faltar á la prometida á sus reyes legíti- mos El mismo juramento fueron dando otras villas y ciudades de Navarra; mas la de lúdela lo rehusó, esperando la vuelta de su rey y fué necesario que el Arzobispo de Zaragoza la forzase por un sitio formal mi entras que el Duque de Alba forzaba á otros lugares por la parle de la montaña. Allanando todo en esta forma, no pudo tener el rey D. Fernando noticia más de su gusto. Al punto salió de Bur- gos y vino á Logroño, donde se detuvo lo restante de este año y parte del siguiente para atender de cerca á la última perfección de su conquista.

28 En estas cosas estaba ocupado en Logroño S. Majestad Cató- lica con grande satisfacción suya por la prontitud con que acababa de conquistar una corona tan deseada: y todo su cuidado era de conservarla. A este fin confirmó todos sus privilegios á los navarros, queriéndolos tener gratos: y enriqueció la facción beaumontesa, dándole los bienes de su enemígala agramontesa. Trató con tanta dulzura á los pueblos nuevamente conquistados, que casi no dicernían la mudanza de dueño. Y porque ellos monstraba adversión á los ara- goneses, les dio esperanza de unirlos á la monarquía de Castilla. Con esto no se acordó más del tratado que había hecho con los in- gleses más que si nunca lo hubiera firmado. Dejó andar notando lar- go tiempo su armada en las costas de Guiena sin darle nuevas de sí. Ella impaciente de tanto silencio, le envió un mensajero, hombre de calidad, para quejarse de él. Mas el Rey Católico le escuchó sin in- quietarse. Y con gran fiema le respondió: qtie ya no había que ha- cer nada en la Giiiena por la campaña de mil q^iinientós y doce á caxisa de que la caballería francesa, qiie\habia repasado los Alpes, iba llegando á aquellos países. El enviado de Inglaterra se dio jtoda prisa en volver con esta tan fría respuesta á su armada. Y ella se en- cendió en tanta cólera al oírla, que al instante sin esperar las órde- nes de Enrique VIII, su rey, dió la vuelta. De lo cual el rey D. Fer- nando, que tenía bien conocido el humor de los ingleses, tuvo razón para quedar muy contento; porque podía temer que ellos por ven- garse de burla tan pesada le robasen á Guipúzcoa y á Vizcaya, ó tratasen de re.stal)lecer en su trono al Rey de Navarra. De quien se

296 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

refiere que ahora fué cuando partió á Blois, donde estaba el Rey (' Francia, y firmó los pactos estipulados en el congreso del Señor de Orbal; aunque con las expecciones y reservas que dijimos á fin de justificar su causa.

10 más cierto es que el desgraciado rey D.Juan, habiéndo- se retirado á su principado de Bearne, envió á decir al -^^Sr. de Labrit, su padre, que volviese á la Corte

de Francia. Solo para hacer recados era ya bueno Aman de Labrit, cuando antes solio juntar hasta diez mil hombres de solos sus Estados para cosas de menor importancia. F^.l partió luego y obtuvo todo lo que deseaba. Las desdichas que al mismo tiempo padeció el re}' Luís le hicieron aún más compasión de lo que sus intereses propios le per- mitían. De esto dio buenas muestras en no haber querido escuchar á un enviado que para impedir todo socorro fué de parte del Rey Ca- tólico, quien le ofrecía ayudarle ala recuperación del ducado de Mi- lán con tal que los franceses no se metiesen en el negocio de Nava- rra. S. Majestad Cristianísima confesó al Sr. de Labrit que el Rey. su hijo, se había perdido por haber entrado en la alianza de los france- Variiiasses: y prometió de hacer el último esfuerzo por restituirle á su trono. El efecto se siguió á la promesa. Y aunque el tiempo estaba muy avanzado, y más era de salir de campaña que de entrar en ella, por asomar con extraordinario rigor el invierno, la Guiena y las otras provincias de esta parte de Loire se vieron brevemente llenas de más soldados que jamás hubo dentro de Francia después de la guerra que llamaron del bien público.

30 La causa de juntarse tantas tropas, y todas muy escogidas, fué el haberse agregado poco antes al ejército francés en el Estado de Milán hasta unos veinte mil hombres alemanes y suizos de los más bravos de ambas naciones, sin haberlo podido remediar las prohibi- ciones expresas del Emperador y de los trece cantones y esto sin más diligencia de los franceses que haberles aumentado el sueldo. La infantería era tan numerosa, que no se cuenta. En la caballería se contaban ochocientas lanzas, sin las que habían quedado á la otra par- te del río Loire para guardar el país, y las que habían repasado los Alpes de.spués de fenecida la guerra desgraciadamente para los fran- ceses en el milanés y en el genovesado. Los de la facción agramon- tesa, que habían podido sahr de Navarra y venir á juntarse con su rey, le habían traído siete mil hombres muy esforzados. Los volun- tarios franceses no se cuentan en las relaciones de entonces. Mas lo que consta es que toda esta gente se dividió en tres cuerpos. El pri- mero obedecía á Francisco de Valóis, Duquede Angulema, heredero, presuntivo de la Corona de Enrancia: y el segundo á Carlos de Borbón Duque de Montpensier, que tan célebre vino á ser en el reinado si- guiente con el nombre í-^e/ Condestable Borbón. El Duque de Angu-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 297

lema era solo de diez y ocho años y Montpensier de veinte y uno. El tercer cuerpo se dio al Rey de Navarra para que con él recobrase su reino mientras que ellos conquistaban á Guipúzcoa, quedando tam- bién con tropas suficientes el Duque de Longavilla en la Guiena. Tantas fuerzas parecían más que suficientes para restablecer al rey D.Juan de Labrit: y con todo eso, para asegurarse más del suceso es- taba aparejada una diversión en el reino de Ñapóles, que no podía dejar de llevar y entretener por largo tiempo la guerra en aquel rei- no: y se ordenaba al restablecimiento en su trono de otro príncipe despojado.

,!^ Viil.

Por la conexión que este suceso tiene, no solo con los designios de este grande ejército, sino también con la fortuna del desgraciado rey D. Juan, lo pondremos aquí mientras se va formando todo este aparato por haber sucedido á este mismo tiempo. El Príncipe de Taranto, á quien, como también á su padre el rey D. Fadrique, había despojado del reino de Ñapóles su tío el Rey de Aragón y de Castilla, D. Fernando, se hallaba ahora en Logroño en la Corte de S. Majestad Católica, y tan desengañado y apartado del mundo en ella, como lo pudiera estar en el desierto. Mas el Duque de Ferrara fué el espíritu tentador que le perdió con sus sugestiones, aunque encaminadas al bien de entrambos. Temía este Duque perecer sin remedio al principio de la campaña siguiente, vién- dose destruido de la protección de los franceses, echados ya de Italia y totalmente expuesto á las iras de S. Santidad, que no esperaba á otra cosa. No hay ingenio tan perspicaz como el de la necesidad ex- trema. El discurrió en excitaren el reino de Ñapóles una conspiración Y para ella tomó por instrumento á un Religioso grave, que había si- do confesor del mismo Príncipe de Taranto, y lo era cuando el Gran Capitán contra el juramento hecho le envió presto á España. Este Religioso era muy propio para renovar en el espíritu de este Príncipe los pensamientos de la soberanía, de que estaba ya muy olvidado: y el Duque de Ferrara, después de haberle ganado tan absolutamente, que lo tenía pronto á exponer su vida por él, le envió á la Corte de Flspaña. F^l Príncipe de Taranto hacía en ella después de once años una vida tan ajustada, que no se podía hallar nada reprensible en sus acciones. Tenía grande penetración, prudencia y agrado. Hasta las espías mismas que le tenían puestas estaban admiradas y se dejaban arrebatar de la suavidad de sus costumbres Habíalas ajustado á su fortuna presente de tal manera, que no parecía sino que estaba total- mente olvidado de ser heredero legítimo de una Corona.

32 Habiendo, pues, llegado el Religioso á Logroño, donde estaba la Corte, tomó todas las precauciones necesarias para hablar asó- las con él sin dar la menor sospecha. Y después de bien reinsinuado en su primera confianza, le dijo: que el cielo, cansado de afligirle,

I98 LIBRO XX XV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. XV.

le ofrecía para recobrar el reino de sus antepasados una ocasión que solo por falta suya se podía malograr: que el afecto que los napolita- nos le tenían era tan ardiente, que once años enteros de ausencia no habían sido capaces de entibiarle: y que no revolvían ellos en su me- moria cosa nini^una con tanta execración cDmD la superchería horri- ble y la impiedad que los españoles con él habían usado: que compa- rando los de Ñapóles la dominación suave de su padre con la délos virreyes que después ios habían gobernado, hallaban ser esta tan du- ra, que no esperaban más que un buen jefe para levantarse: que si su legítimo príncipe, que era él, se ponía á su frente, ó por lo menos los solicitaba á reconocerle, no les quedaría en todo el reino de Ña- póles á los españoles más que las plazas en que las guarniciones fuesen bastantemente fuertes para dar la ley á los vecinos: que él po- día fácilmente escaparse de la Corte de España, que le servía de pri- sión, y tenía poco qué caminar para llegar al ejército francés, que es- tHba pronto para recobrar á Navarra: que el rey Luís Xlí le aco- gería y hospedaría como á rey y le daría medios para volver á su país con equipaje digno de la majestad: c{ue los Príncipes de Italia le recibirían con los brazos abiertos; y más que todos S. Santidad, que después de haber quitado á los franceses ei ducado de Milán, nada deseaba tanto como echar del reino de Ñapóles á los españoles.

33 No se cegó el Príncipe de Taranto con tanto halagüeño res- plandor como brillaba en el discurso del Religioso. Y así, le respon- dió muy en sí: que, aunque él sentía mucho su propia desdicha no de- jaba de considerar que si tomaba este consejo, venía á ponerse en es- tado más miserable que el que al presente tenía; pues senecesitaban á pedir limosna mendigando el pan de todos los príncipes cristianos y pa- sar la vida haciendo el papel trágico de re}' despojado: que no le fal- taba ambición ni ánimo, mas que quería ver qué apariencia tenía el recobrar el trono de su padre antes de empeñarse en eso: que el Rey de España jamás había estado tan poderoso ni había sido tan dicho- so como lo era entonces: y que los Príncipes de Italia tenían más por qué temerle á él, que no él á ellos: que todos juntos tenían de presen- te tal dependencia de él, que les embarazaba empeñarse en otros in- tereses que los suyos propios. Pero que después de eso, pues que el reino de Ñapóles merecía bien que él se arriesgase por el amor que le tenía, no rehusaba de pensar en ello con dos condiciones. La una: que la nobleza del país prometiese declararse en su favor luego que él pareciese en sus fronteras. La otra, que la Francia le diese la armada que actualmente tenía en la mar, guarnecida de ocho ó diez mil sol- dados, prontos á desembarcar en el puerto á donde ellos condujese. El Religioso quiso persuadir al Príncipe que omitiese estas condicio- nes, ó por lómenos que las moderase. Mas él se estuvo firme en ellas. Y así, volvió triste al Duque de Ferrara y le dio cuenta puntual de su negociación.

34 Fl de Ferrara, convencido de que el Príncipe de Taranto tenía razón y no pedía sino lo que era muy debido, traljajó al mismo tiem- po por darle satisfacción so})re ambas. El rey Luís consintió muy fá-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 299

Gilmente en que su armida llevase á las costas de Ñapóles al prínci- pe con la escolta que él pedía. Mas hubo mucha dificultad en dispo- ner la nobleza de Ñapóles á la sublevación. No se saben las vías se- cretas por las cuales ellas se trataron. Y todo lo que en este puntóse halla es haber andado en este negocio Felipe Copólo, cu3'as relevan- tes prendas merecían mejor suceso del que tuvo. Era persona de la primera calidad, de una esfera sin igual para los negocios políticos: y aunque tenía reputación de grande estadista, los que más le cono- cían estaban persuadidos á que era menos propio para la guerra que para el gabinete. De él se valió el Duque de Ferrara. Y después de haberse empeñado en negocio tan arduo y tan delicado, tomó las me- didas tan justas, que ganó la mayor parte de los caballeros de Ñapó- les sin que ninguno, aún de ellos mismos, lo descubriese del todo. El previo prudentemente que el resto déla nobleza seguiría al mis- mo punto el ejemplo dclos caballeros y de los señores que se decla- rasen por el Príncipe de Taranto, y no quiso meterse en solicitarlos á contratiempo. Contentóse con informar al Duque de Ferrara de lo que había negociado. Y desconfiando éste de que el Príncipe creye- se lo que tan dichosamente se había trabajado á su favor si no lo oía de boca del mismo Copólo, le persuadió que volviese á la Corte de España, donde antes había estado y tratado allí al Príncipe con admi- ración de sus prendas dignas del Imperio: y aún esto le tenía arreba- tado y le había movido en gran parte á entrar en tan difícil empeño. Dio el Duque á Copólo un pretesto plausible para su jornada, y con él llegó á Logroño. Allí pudo hablar despacio al Príncipe de Taran- to y ajustar con él que ambos juntos saliesen de aquella Corte y, atra- vesando los montes Pirineos, fuesen á juntarse con el ejército de Fran- cia. No ha}' relación que diga cómo se descubrió este tratado al mis- mo punto de ejecutarse. Lo que consta es que el Príncipe de Taran- to y Copólo fueron presos yendo á montar á caballo, después de ha- ber enviado delante los más fieles de sus domésticos para que les sir- viesen de escolta. El Príncipe de Taranto fué condenado por el Con- sejo de Castilla á prisión perpetua en el castillo dejativa, á donde al mismo punto fué llevado. A Copólo se le hizo el proceso en toda for- ma. Y murió deg-ollado, mostrando una constancia maravillosa hasta el último aliento de su vida. Así se desvaneció la mina que se traza- ba para volar también de Navarra á los castellanos.

300 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

ANOTACIÓN.

LOS CAPÍTULOS QUE EL DUQUE DE ALBA OTORGÓ A

LA CIUDAD DE PAMPLONA EX XOMRRE DEI. ReV CaTÓI.IGÜ, COl'LVDOS EX RESr.MEX DE PAPEL AETEXTJCO, sOX LOS SIGUIEXTES:

^ 35 TDüi'ciiniilnla víspera del Aposlol Santingo, Sábado üia 24 de Ju- X »lio d^i 1512 el muy Iliisire Señor DiKjue de Alba, rapiuiii (íe- »iieral de b^^paiia, con Exércilo de liasla (|uiiiceá diez y seis mil Comhali. "il- utes llegó y asentó su Ueal sohce la Ciudad de Paini)l()ua, v envió á re(iuerii-la »porsus carias. Uey de Armas, y Alguaciles por mu¿:has veces, q\m sin dila- »ción alguna se le dies í, y entregase la dicha Ciudad, como á Capitán Cameral »de sus Alteza^^, apercibiéndola, (|ue, si luego no se daba, procedería contra «ella, y sus Vecinos, como contra Cismáticos, y Uebeldes á la Iglesia, ponien- -dola sin i)iedad á luego, y sangre. E como (juiera, (|ue por los Alcaldes Re- «gidores, Ciudadanos, é Universidad de dicha Ciudad, alendiendo, que no le- onian aparejo conveniente, para defenderse, fuese rcspondi.lo por una dos y tres veces á las dichas propuestas: Que por lo (jue tocaba al descargo de sií »ridelidad, pedían tiempo competente, para dar noticia de las cos:.s sobre di- »chas á los Reyes de Navarra sus naturales Sjñores, y consultarlas, v platicar- »las con sus Magestades: el dicho S3il)r Uuípie de \!ba, no quiso daV lu^'ar á »ello;sino(iue tornando otra vez, á reiiiierir á la diclii Ciudad. di\o: 0,ie si «luego no se entregaba, pondría en ejecución lo ([ue les liavia enviado a decir «^ los dichos Alcaldes, .Jurados, Regidores, é Universidad viéndose asi an- »gnsliados, é requeridos sin remedio ninguno de defensión, con dolor y lás- «lirna de sus corazones, forzados dieron, v entregaron la dicha Gimla'lde Pam- »plona al dicho Senor Du(|ue en voz, v en nombre de los Señores Reyes de »Caslilla con las condiciones, limitaciones, pactos, capílulns infrascritos

36 I. ^l'riineramente la Ciudad platicó con el Dui|ue, y le pidió (íiic la «Jurisdicción Temporal, y Rentas Reales, ordinarias, y exlraoi-dinarias se In- ))vian de coger y administrar en voz, y en nombre de los Reyes ilichos de Ni- »varra sus Señores naturales, següfi hasta entonces se havia hecho Y asimis- »mo, que sien aLún tiempo los dicho Señorea Reyes con próspera fortuna «tues-n poderosos, y Señores del Campo, pudiese la Ciudad entregarse á ellos »ó a sus legítimos Sucesores sin cargo alguno; no obstante ciialqiuera cosa eií contrario. A que respondió el Duíjue: «Que para lo co-.tenido en este cipitu- »lo no tema Poder, ni comisión, por cuya causa no lo otorgaba. Y suplicándo- le ({ue lo remitiese á los Señores Reyes D. Fernán lo, y Doña Juana, dixo- í)ue »lenii por bien, (|ue este capitulo se pusiese aipii como iilática; penique la de- terminación de él fuese de sus Altezas. Y de ello fue contenta la Ciudad

II. Ítem. ..Habiendo pedido a su Ilustre Señoria, que tres piezas grandes Míe Arlilleria, que estaban en la Casa Real de los iíeves de Navarra sís Seüo- «res dentro de la Ciudad, se guardasen para ellos. Respondió el Duque- »Oue »mandaria se pagase el valor de ellas á Miguel do Espinal Procurador FisT-il «mostrándose, para recibir la dicha estimación, con Poder suliciente. ' '

III. Y porcuantolaGiuladnosábíalo<pie los Suioreí Reyes Católicos acerca de dichos cai)itulos determinariao, pidieron al Duiíue: «Oue en los ca- '>sos honrosos, y provechosos, .lue la Ciudad ¡.¡diese a leíante ;i los Revé Ga-

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA 301

»lolicos D. Fernamlo, y Doña Juana, les ayuJase el Duque, siendo bueu ter- »ci^i'o: Y 61 asi se lo promelió.

lY. A este modo íiieroii pidieuilo otras cosas, que también el Duque les concedió, cuales fueron las siguiente: «Que á los que quedasen por Yasallos, y «servidores de los Reyes Católicos, se les guardasen su privilegios, y Ollcios, »y gozasen de cualesquiera rentas, y juros, salarios, y mercedes, (|ue délos «Reyes pasados tuviesen.

Y.' «Que á los que lo contrai'io habían hecho, tan solamente se les pagase, »lo que corriese basta la entrega de la Ciudad.

Yl. »Que en lo tocante los Cuarteles, Alcabalas, y otras Rentas Realrs, )>las cobrasen los mismos Receptores de antes, con que en li Ciudad de Pam- »plona i-esidiesen,

Yll. Que se pagasen sus salarios á los del Consejo, y Alcaldes de Corte Ma- »yor, y Oidores de Com¡ tos, y otros Oficiales, y Minislros de !os Royes D Juan í-y Doña Catalina, conque también residiesen eu la l^iudad.

Ylil. '>Qüe á los Yecinos, y Moradores de la Ciudad quedasen libres sus »bienes, raíces, y muebles, con (|ue fuesen fit.des servidores de los Reyes Cató- » lieos y lo mismo se entemliese de los (jue andaban en servicio de los Reyes »D. .luán y Doña Catalina, si dentro d^ treinta dias de la publicación de estos »capítulo.? venían al servicio de sus Magestades.

IX. i»Que los vecinos, Moradores de la Ciudad no fuesen obligado^ de dar j>posada á ninguno, sin pagar, según lo bícían en las Ciudades de Zaragoza, »Yalencia, y Barcelona.

X. «Que cualesquier Genlileshombies, Hijosdalgo, que dentro de treinta j)días acudiesen al servicio de los Reyes Calólicos, fuesen bien tratados en sus «personas, y haciendas, perdiendo todo enojo de cualesquitu- crimines, (|ue »en los tiempos pasados liuviesen cometido á causa de las Parcialidades de j'Agramoiite, y Beaumonle.

XI. Que en lo que tocaba al s;dir por sus personas á la Guerra, se lesguar- »dase cualesquier privilegio, usos, y costumbres, que tuviesen de los Reyes * paliad os.

XII. «Que cuaiesquieía deudas de baslimentoS; y cosas de jtaños^ sedas, «dineros, y otras cosas, que los Reyes Don Juan, y Doña Catalina deiiiesen á iYecinos de la Cifidad, que fuesen sei-vidoi'»s de los Reyes Católicos, se les »pag;isen, mosli'ando dentro de ocho días suficientes recados.

XIII. «Como también cuales¡iuiera talas, y otros daños, que la Gente de «Guerra buviese hecho en los campos, huertos, y viñas de la dicha Ciudad, á «estimación de personas, que porauíbas partes para ello se nombrasen.

XIY. -"Que si algo de estos capítulos íuesen en perjuicio de tercera perso- •»na, quedase la determinación de ello á los Reyes Católicos D. Fernando, y «Doña Juana su hija,

XY. «Ítem: Fue platicado, é tomado por asiento, que en voz, y en nom- »bi'e de los dichos Católicos Reyes jurase, como de fecho juró sobre la Cruz, »é Santos cuatro Evangelios por su Ilustre Señoría maf.ualmento tocados, é «adorados, de tener guardar, observar, cumplir, é facer valer, todas las cosas «en los sobredichos Capítulos, y en cada uno de eHos especiticadc s según por »la forma, é con las Umitaciones, que están asentadas, é escritas en ellos, y en «cada uno de ellos, sin ninguna conlradición, é que farcá traer el presente Ca- «pilulado, loado, é raiilicado, é conlirmado de sus Altezas, é firmado, é sella- »do con debida forma dentro de veinte dias de la facha del presente Capitula- »do, y así, conlirmado, y aprobad > diese aquel cargo á los dichos Alcaldes, Rc- «gidores. Ciudadanos, é Universidad de dicha Ciudad.

37 >'Todo lo cual (juedó asentado, y capitulado con la dicha Ciudad por el

3Ó2 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XV.

»Diique de Alba (lapilan General de España, en nombre do los muy Altos^ y "imiy Poderosos Señores el Rey D. Fernando^ y 1;> Reyíia Doña Juana. Y el »diclio Señor duque dixo: Que lo olorgaba. Y oC rpó Iodo lo que á cada capi- »tulo perlenece^ con tal que cosa alguna de ello no liavia de ser, ni sea en '-perjuicio de tercero. V que si de alguna cosa, ó parte de lo a(iui contenido «alguna persona, ó pei'sonas se luviesen por agraviadas^ ó peijiidicadas por »algiinas causas, ó rcspelos, que la determinación de la tal^ quedase en manos *del Rey nuestro Señor; para que, oidns las pai'les^ su Alteza mandase deter- *mindr en ello, como mas fuese .•^ervido.

38 «Fue Tedia, é otorgada esta escritura en el Real sobre la diclia Ciudad »de Pamplona, día, mes, y año susodiclios, de (|ue i'uei'on testigos el muy mag- «njíico Señor D. Luis de Í3eaumonl, Coudestable de Navarra, y D. Antonio de » \cuña Obispo de Zamora, y Pedro López de Padilla, y Hernando Alvarez de íToledo, y otros mucbos Caballeros. Yo D. Juan de Bozmediano lo tice escri- »bir por mandado de su muy Ilustre Señoría.

39 »En el Real, cei'ca de Pamplona Jueves veinte y nueve de Julio de mil »quinientos y doce años el muy Ilustre Señor Duque de Alba Capitán General »de España, en piesencia délos Alcaldes, Jurados, y muchos Ciudadanos de »la dicha Ciutlad, ([ue á ello fueron presentes, dixo, (¡ue ya sabían, como en »lu Capitulación, y asiento, que con la C iudad se lomó al tiempo, que se entrc- )>gó, é vino el Secretario de sus Altezas, está un cajiitulo, en qui^. se contiene, ))(jue la dicha Ciudad suplicó: Que la Jurisdicción Temporal, y Rentas Reales, »ordinarias, y extraordinarias, se huviesen de exercilar, cojer, y administrar »en voz, y en nombi-o de los Reyes de Navarra, (|ue á la sazón eran, según »que hasta aquí se havia hecho, con otras limitaciones en el dicho capitulo «contenidas. Al cual dicho capitulo para la dicha Capitulación. Parece (|ue fué «respondido por el dicho ^ eñor Du(|ue: (Jue no tenía comisión, ni poder, para »poder otorgar cosa de aquello, por cuya causa no lo otorgaba. Y la ciudad le «suplicó lo remitiese al Rey, y Reyna nuestros Señores, y el dicho Señor Du- «que lo huvo por bien: é que ahora su Señoría les decía, y hacia saber: Que el »havia consultado con el Rey, y Reyna nuestros Señores el capítulo de lo su- «sodicho, y que sus Altezas no havíau, ni huvieron por bien, que la Justicia se »adminislrase en voz, y en nombre de otros Reyes, salvo de sus Altezas como »Reyes, y Señores de la dicha Ciadad.

ItEYESD. JITAN III Y DOÑA CATALINA. 303

CAPITULO XVI. I. El rey D. Juan de Labkit entra en Navarra con ejkrcito, toma el Hurguete,

VARIOS SUCESOS SUYOS EN EL REINO Y FIDELIDAD DE LOS NAVARROS. II. SlTIO DE PAMPLONA Y RE- TIRADA DKL REY D. Juan á Francia con su ejiírcito. III Venida del Rey Católico á Pamplo- na Y negociados suyos para mantener su conquista. IV. Muerte del papa Julio II y efec- tos de ella. V. Elección del Cardenal de Mkdicis León X y extinción del Cisma. VI. Mal

ESTADO DEL REY D. JUAN DE liABRIT Y DE SU HERMANO CARDENAL Y OBISPO DE PAMPLONA.

VII. Juramento del reino de Navarra al Rey Católico y providencias con que se asegura

EN EL Reino.

"a empresa de lo.s franceses en Navarra para el restable- cimiento del rey D. Juan no fué más dichosa que la eva- ^^^^ Isión del Príncipe de Taranto, por la cual debía

comenzar para salir bien. El Rey de Navarra, que sabía muy bien las sendas de los Pirineos, no se quiso detener en dar sobre los atrinche- ramientos del Duque de Alba, que se había avanzado hasta S. Juan del Pie del Puerto y fortificádose allí de una manera tan ventajosa, que no era posible desalojarle para pasar adelante. Contentóse con dejar al opósito algunas tropas con sola la mira de tenerle con cuida- do, y marchó á Navarra, que era toda su ansia, con lo restante de su ejército. Este se componía de dos mil alemanes, cuatro mil gascones y mil hombres de armas, que hacían tres mil caballos de la mejor ca- lidad, fuera de los navarros que le habían ido á buscar^ y eran siete mil bien cumplidos. Este ejército, que á la verdad era corto para em- presa tan grande y ya para dificultosa por lo avanzado del tiempo, dieron al rey í). Juan y por su teniente general áMonsiur de la Paliza Condújole entre el valle de Aezcoa y el valle del Roncal porcaminos tan ásperos, que no había apariencia de haber pasado jamás ejército ninguno por ellos. Atravesó los Pirineos por el puesto que parecía menos accesible: y bajó sin ser sentido al Burguete. Esta plaza con- tra toda apariencia se halló bien proveída. Porque el rey D. Fernando por un presentimiento, deque ignoraba la causa, había puesto en ella al capitán Valdés, que lo era de sus guardias, con toda la gente ne- cesaria para poder defenderla por mucho tiempo. Mas esta precaución le vino á ser de más daño que provecho. La Paliza, Capitán Gene- ral del rey D.Juan, dio vuelta á la plaza, y reconociendo por sus ojos el número crecido de los defensores, hizo juicio que duraría largo tiempo elsitio si la atacaba en toda forma. Y así, no hizo más que una batería de todos los cañones, que con suma dificultad pudo traer: y abierta que hubo una bien pequeña brecha, hizo desmontar á su ca- ballería. xMezclóla con la infantería francesa y navarra. Repartió to- das sus tropas en diversos cuerpos destinados á montar sobre la bre- cha los unos después de los otros, según la suerte lo ordenase, á fin de que los sitiados no tuviesen tregua ninguna para el descanso. En

304 LIBRO XXXV DÉLOS ANALES Uíí. NAVARRA, CAP. XVL

este orden hizo d¿ir el asalto, que fué tan furioso como el de Bressa, en que los más de los sitiadores se habían hallado, Valdés se defen- dió por más de ocho horas con grande valor v mató hasta mil de los enemigos. Mas como no había tenido la providencia de hacer que descansase la mitad de la guarnición mientras que la otra mitad de refresco peleaba, (quizás por no tener bastantes soldados para esto) el Hurguete fué tomado por fuerza y la guarnición pasada á filo de espada: y la Paliza tuvo harto qué hacer en salvarla vida al capitán Valdés.

2 Si el rey D. Juan después de una acción tan vigorosa hubiera ido derecho á la embocadura de Roncesvalles, que tan cerca tenía, tan famosa por la derrota de la retaguardir de Cario Magno, hubiera sin duda recobrado su reino sin derramar sangre. El Duque de Alba no tenía víveres ningunos en su campo de S. Juan del Pié del Puerto, Su almacén estaba en Pamplona, de donde cada día le venían en bestias de carga, que necesariamente pasaban por el desfiladero de Roncesvalles y camino estrecho de Valcarlos. Si el rey D. Juan se hubiera apoderado luego de estos puestos, como fácilmente podía, el ejército castellano no recibiendo más sus convoyes acostuml)rados, no pudiera detenerse más tiempo en S. Juan del Pie del Puerto: sien- do temeridad entrar más adento en Francia por tener delante de al duque de Longavilla y detrás al rey D.Juan, y hallándose reduci- do á la imposibilidad de escapar, era cosa de rendirse á discreción en menos de veinte y cuatro horas. Pero él supo prontamente lo que pasaba por dos ó tres soldados de la guarnición, escapados del de- güello, y que el rey D. Juan había quedado con su ejército cerca del Burguete para observarle; aunque sin imaginar que él podía dar vuel- ta tan presto. Y era así: que el Rey quiso sin atender á otra cosa que su ejército descansase todo aquel día y toda la noche siguiente. Con que el Duque descampó á la hora misma, dejíindo su artillería y su bagaje y sin tomar otra precaución que la necesaria para encubrir su marcha y apresurarla. Él la ejecutó tan felizmente, pasando sin ser sentido por Roncesvalles, queyá estaba ceica de Pamplona cuan- do el rey D. Juan lo llegó á entender. Luego que el Duque entró en esta ciudad conoció que su presencia era absolutamente necesaria. Los vecinos, que solo se le habían rendido por espanto, se arrepintie- ron muy presto. Y para volver á la gracia de su rey legítimo, le ha- bían enviado á decir que se declararían por él al punto que le viesen á la testa de un buen ejército. Kran muchos los cómplices para el se- creto. Y el Duque, admirado que fuese tan general la conspiración, que apenas había vecino que no entrase en ella, juzgó que lo más acertado en la coyuntura presente era guardar á Pamplona. Y así, hizo llamar las tropas que había dejado para guardar los pasos de las montañas y alojó todas sus fuerzas juntadas 'debajo del cañón de es- ta ciudad.

3 Pero el mayor mal le vino al rey D.Juan de la mala providencia de los franceses, á quienes ni faltaban las fuerzas ni la voluntad para restablecerse en su Corona de Navarra; pero les faltó lo más princi-

HEVES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA 30$

pal, que fué: el buen consejo, del cual más que de otra cosa alguna dependen los aciertos y los buenos sucesos de la guerra. Diéronle un ejército, corto á la verdad, para entrar con él en Navarra y recuperar- la, siendo este el asunto único de tanto aparato. Debióles de parecer que al verle los navarros la testa de su pequeño ejército se levanta- rían por él y se le juntarían casi todos. Mas no echaban de ver que, aunque ese era generalmente su ánimo, y muchos así lo ejecutaron á la primera noticia de que volvía su rey legítimo, los más se habían de tener al ver por sus ojos la poquedad de su ejército, como de he- cho sucedió. Parecióles también á los franceses que las tropas que negaban al Rey de Navarra le serían más útiles para su fin, empleán- dolas ellos en la conquista de Guipúzcoa, y llamando allá con esta diversión mucha parte de las fuerzas que el Rey Católico tenía en Na- varra. Pero se engañaron mucho. Porque S. Majestad Católica sin querer sacar un hombre solo de Navarra, encargó la defensa de su país á los mismos guipuzcoanos, no solo por la satisfacción que tenía de su fidelidad y valor; sino por saber bien que los franceses no po- dían hacer cosa de monta en Guipúzcoa. Y la razón era: que, aunque su ejército era bien numeroso y los soldados que le componían eran de los más bravos y aguerridos que jamás tuvo la Francia, los jefes principales eran muy mozos y poco experimentados: y junto con es- to, lo peor era ser grandes señores en quienes la bizarría pasaba á altivez y presunción, que les dificultaba oír y seguir el consejo de los más ancianos. Fran, como dijimos, el Duque de Angulema y el de Montpensier. Cada uno de ellos pensaba no ser menos que su coetáneo el famoso D. Gastón de Fox. Pero éste había comenzado ocho años antes el aprendizaje de la guerra en toda forma y estaba muy provecto cuando empuñó el bastón supremo. Era valiente en- extremo y tan sin rastro de vanidad, que oía con docilidad los conse- jos desús oficiales mayores, y casi siempre los seguía, aunque el su- yo no pocas veces fuese el mejor. Mucho de esto les faltaba á los dos príncipes nombrados para la conquista de Guipúzcoa, que después fueron grandes capitanes; pero ahora no se podía esperar mucho de su conducta. Y así sucedió.

4 El Duque de Angulema, que, como heredero presuntivo déla monarquía francesa, era el supremo comandante del ejército, hizo en- trar con él en Guipúzcoa al Duque de Borbón y al Señor de Lautrec. Los cuales destruyeron á Irún, Oyarzun, Rentería y Hernani: y sitia- ron á San Sebastian sin querer tocar á Fuenterrabía, que quedaba detrás por parecerles que, tomada San Sebastian, que no era tan fuer- te, Fuenterrabía quedaba cortada y caería de suyo. El sitio de San Sebastian encargó el Duque de Angulema al Señor de Lautrec: y él lo apretó por todas las formas que entonces se usaban. Masía resis- tencia que halló fué invencible. La nobleza toda de Guipúzcoa y de Vizcaya con buen número de paisanos se había echado dentro vo- luntariamente: y el Rey Católico para aumentar su coraje había con- sentido en que ellos mismos escogiesen por comandante al que mejor les pareciese. La confianza los obligó á louscar el acierto, y para él Tomo vii. 20

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pusieron los ojos en Ayala viejo, oficial que tomó el trabajo de ejer- citarlos é industriarlos por mismo. Con que en pocos días los puso en tal estado, que excedían á los soldados más veteranos, como bien se vio por el efecto; porque con el mismo valor y destreza repelieron el octavo asalto que Lautrec dio á la plaza como el primero. Y el ejército francés vino á perder por tan gallarda resistencia tanta gente, que le fué forzoso levantar el sitio.

5 Al tiempo de esta inútil diversión, cuando el rey D.Juan cami- de^^Efn-naba al sitio de Pamplona, sus fieles servidores hicieron sacudir el riqueiVyugQ castellano á muchas plazas: comoD. Juan Ramírez de Vaque- Histor. daño. Señor de S. Martín, á la de Estella, de cuyo castillo era Alcai- ^varra* de: D. Ladrón de Mauleón, á la de Miranda; D. Martín de Goñi, á la de Tafalla; D. Pedro de Rada, á la de Murillo; D. Jaime Vélez de Me- drano, á Santacara, y otros á otras. Lo mismo hubiera sido de Pam- plona. Pero la vigilancia grande del Duque de Alba no dio lugar á ello. Antes bien; para atajar estas sublevaciones envió con bastante gente algunos beaumonteses, como á D. Francés de Beaumont, pri- mo del Condestable, quien asaltó á Estella y tomó la ciudad, pero no el castillo, y recuperó el de Bernedo: á D. Pedro de Beaumont, her- mano del mismo Condestable, que recobró el de Monjardín. Y para que el de Estella no se resistiese mucho tiempo, envió con un gran refuerzo de gente escogida á D. Diego Hernández de Córdoba, Por lo cual D. Juan Ramírez de Vaquedano, hallándose en el último aprie- to y sin esperanza ninguna de socorro, fué forzado á rendirle con ca- pitulaciones muy honradas, como fueron: salir con suguarnición pues- ta en armas, banderas desplegadas y todos los demás honores que se ' conceden á los valientes. Pero lo que él tuvo por más honor fué el ha- ber sacudido con suma constancia las grandes ofertas que el re}' D. Fernando le hacía si quería quedar en su servicio. Así llegó este buen caballero al campo del Rey de Navarra, quien se iba acercando á Pamplona. El Rey tomó de paso por fuerza el castillo de Tiebas, donde estaba la Señora de Guerendiain, hija de la Casa de Artieda, á quien el Rey hizo toda honra, bien merecida por la fidelidad de su marido, que, con ser beaumontés y primo del Condestable, seguía el partido de su señor legítimo sin querer faltar al juramento de fideli- dad que le tenía hecho. La villa de Larraga, defendida por un capi- tán francés, se había rendido poco antes á los castellanos. Así an- daban las cosas en Navarra cuando el Duque de Angulema trató de enviar al Señor de Lautrec á Navarra con la gente que tenía sobre San Sebastian, lo que también debió de ayudar á levantar aquel sitio Pero esto fué tan tarde, que casi vmo á ser socorro después de la guerra.

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.^. 11.

"Itimamente: Lautrec, por estar sus tropas muy fatiga- das, no vino á juntarse con el rey D. Juan, quien llegó á Pamplona después de algunas escaramuzas que tuvo con la gente que le salió al encuentro. El quedó atónito con el nú- mero grande que vio sobre las murallas de esta ciudad, y aumenta- ron el espanto dos prisioneros que había hecho de una partida des- tacada para reconocer su marcha. Estos respondieron conformes en todo á lo que separadamente les preguntaron: que había poco menos soldados dentro de Pamplona que en el campo del Rey de Navarra. Lo peor fué que los vecinos eran espiados con tanta vigilancia y ri- gor, que no seles permitía hablar unos con otros sin testigos ni jun- tarse sin ser luego disipados. Y así, no pudieron cumplir la palabra que habían dado á su rey ni hacer la señal en que estaban conveni- dos. De aquí nació que la Paliza, no sabiendo bien lo que podía ha- cer y teniendo por causa de menos valer el volverse sin hacer nada, persuadió al Rey sitiar á Pamplona; y que fuese solo por el lado de la puerta de San Nicolás, por donde se sale á Castilla; pues por la po- ca gente no lo podía hacer por todas partes, pareciéndole que los si- tiados no recibiendo víveres del lado de Castilla y no siendo bastan- tes para su subsistencia los que podían tener del de las montañas, se verían obligados á capitular. Mas no echaba de ver la Paliza que vendría él á caer antes que los enemigos en el inconveniente que les deseaba, como de hecho sucedió. Porque los víveres que él había traído y los que los navarros traían á escondidas á su campo no bas- taron para que su ejército no padeciese hambre á los tres días que se puso sobre Pamplona. Después de eso apretó el sitio con un extremo vigor y su batería hizo una brecha razonable. Dióse el asalto el Sába- do 27 de Noviembre de este año. Los navarros y los franceses mon- taron á él. Unos y otros dieron señales de un extraordinario valor. Mas fueron rechazados con gran pérdida, que, junta con el hambre y- el rumor de la mucha gente que venía á socorrer la plaza, los forzó á levantar el sitio.

7 No es ponderable el fervor y vigilancia con que el rey D. Fer- nando tomaba esta su conquista de Navarra. Luego que supo que el rey D. Juan se movía para venir á la recuperación de su reino, envió órdenes á diversas partes para prevenir el daño. D. Alfonso de Ara- gón, Arzobispo de Zaragoza, su hijo, entró con gente en Navarra: hi- zo venir seiscientos hombres de Teruel, Daroca y Albarracín para que entrasen en Pamplona. Mas al pasar estos á media legua de San Martín de Uns, fueron deshechos por solos noventa roncaleses de á pié y cinco de á caballo, que los despojaron hasta dejarlos á todos encamisa; y perdonándoles las vidas, les hicieron volver atrás. Su co- ronel fué á Olite á pedir socorro al Arzobispo: y faltó poco para que no lo hiciese ahorcar. Pero lo que S. Majestad Católica puso más cui-

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dado fué en convocar las fuerzas de Álava, Vizcaya y la Rioja (las de Guipúzcoa tenían harto qué hacer en su casa); y de ellas juntó hasta quince mil combatientes. Señalóles la muestra íreneral en Puen- te la Reina, á donde envió á i). Pedro Manrique, Duque de Nájera por capitán o^eneral de este ejército: que, estando pronto, se mo- vió de allí y lleg^ó á la cuesta de Renieo;a, distante solas dos leguas de la ciudad, á primero de Diciembre, un día después de haberse le- vantado el sino de Pamplona, á que no avudó poco la noticia que de esto tuvo el Señor de la Paliza. Conque el Duque de Nájera, no tenien- do ya qué hacer, no quiso pasar más adelante. Aunque los franceses le enviaron á presentar la batalla por un rey de armas y él la rehusó prudentemente después de estar hecho el negocio.

8 La retirada del rey D.Juan con su ejército á Francia era difícil enextremo, habiendo crecido la diticultad en el poco tiempo que se detu- vo en su malogrado'sitio de Pamplona: y fuera imposible poderla hacer sm la entera pérdida de sus tropas si los castellanos hubieran ido en su seguimiento. Era mediado Diciembre, y los montes Pirineos estaban tan cubiertos de nieve como lo suelen estar á últimos de Ene- ro Los precipicios eran grandes, las hoyadas estaban llenas, y de tal manera aplanadas, que no se distinguía lo alto de lo hondo: con que parecía inevitable el no hundirse. Era menester limpiar los cami- nos estrechos para abrirse paso al través. Y si los franceses más nombrados por su valor que hubo jamás fueron allí deshechos sete- cientos añonantes por solos los paisanos á mediados de Agosto, no ha- bía apariencia de que sus descendientes resistiesen ahora al Duque de Alba, que tenía á su favor del más riguroso de los tiempos.

9 No nos toca examinar si el Duque de Alba hizo bien ó mal en no seguirlos. Basta decir que se trató muy de propósito de ello en su Consejo de Guerra, y que en él por la pluralidad de los votos se re- solvió que los enemigos navarros y franceses se retirasen en paz. Las razones para esto fueron: que la España había conseguido cuanto pretendía, y no podía esperar más de la fortuna: que los franceses habían hecho un tan grande esfuerzo por restablecer á D. Juan de Labrit, que no era posible en muchos años volver á tratar de ello según la disposición en que su rey se hallaba. Y que entre tanto el Key Católico se fortificaría de suerte en su nueva conquista, que no sena posible arrancársela de las manos: que paraseo-uir el alcan- ce de los franceses era forzoso salir de Pamplona y por'^consio-uiente ponerse en campaña rasa. Y si los franceses lo percibían, nada les embarazaba el volver á su paso y dar la batalla en terreno igual: y mas cuando tenían la ventaja en el número y su caballería'' era capaz de romper al primer choque á la castellana, que no era de tan- to vigor ni destreza. Y sobre todo, si el Señor de Lautrech; de quien se .sabia que, levantando el sitio de San Sebastian, venía con sus tropas al socorro de sus franceses, llegaba á juntarse con ellos, como era muy posible. El Duque de Alba convino con el sentir de sus consejeros, no dudando de que éste sería el más agradable al rey U. Fernando. Y así, determinó dejar volver en paz á los enemigos.

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10 Mas el rey D. Juan, que estaba negado á ella por su fortuna, siempre adversa, tuvo bien que padecer aún después de todo esto. Encaminó su marcha por el parage de su mayor satisfacción y segu- ridad, que era el del valle de Baztán. Monsieur de la Paliza dispuso esta retirada con toda buena providencia y en la mejor forma que fué posible, pero le valió poco. Porque después de haber llegado el ejército en muy buen orden á los desfiladeros y barrancos de Veíate yElizondo,y haberlos pasado con toda quietud su vanguardia y cuerpo de batalla, al mismo punto que la retaguardia entró en ellos tuvo esta sobre muchas partidas de guipuzcoanos y montañeses que de todas partes la asaltaron súbitamente. Componíase de los alema- nes, que iban en custodia de la artillería, y no pudiéndose valer ni ser socorridos en tanto estrecho, muchos de ellos fueron muertos mi- serablemente: y de estos los más pillados y despojados con todo ri- gor. No hicieron poco en salvar la mayor parte de la artillería; aun- que la más gruesa se perdió. Esta fué de doce piezas, que Eavín dice se trajeron con grande fiesta, y como en triunfo á Pamplona: y que ^^^ ^" eran las mismas que en su tiempo se veían en el castillo, famosas Nava- por este suceso 3^ muy estimadas por su buena calidad y gran tama- íio. A que añade: que el rey D. Fernando les concedió por esta ha- zaña á los guipuzcoanos el traer por armas doce piezas de artillería de oro en campo de azul, como hasta el día de hoy lo retienen y usan con grande honor suyo. Esta .sorpresa de los guipuzcoanos so- bre la retaguardia del rey i). Juan de Labrit en su última retirada sucedió el día de Santa Lucía de este año. Y si es verdad lo que aquí refiere este mismo autor, que el Señor de_ Góngora fué el capitán principal de los que en esta famosa facción se hallaron conduciendo á los montañeses de Navarra, bien se puede presumir que el Duque de Alba andaba en esto, y que no fué muy sincera la caridad y corte- sía que al rey D. Juan hizo al despedirle de e.ste reino.

"W *^1 Rey Católico, que hasta ahora se había detenido en II |-^ Logroño, partió al punto á Pamplona para dar las órde-

^__^nes necesarias, así para lo poco que faltaba de su conquista, que todo se reducía á la villa de Maya, en Baztán, y algu- nos lugares fragosos délas montañas del valle del Roncal; como tam- bién para ir tomando la obediencia y juramento de fidelidad á los lugares que faltaban déla tierra llana. Para esto último se valió de su sobrino y servidor el Condestable, quien obró con la fineza acos- tumbrada. Pero su mayor cuidado era el déla conservación de lo conquistado. En esto hallalia grandes dificultados. (>onio era la de poner en pie la campaña siguiente un ejército tan fuerte como el (jue en esta había mantenido: y si los franceses determinaban, loque era muy posible, repasar otra vez los Pirineos, no se hallaba con fuerzas bastantes paia la resistencia. Era, pues, necesario á su pare-

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cer conservar la conquista por la misma vía del artificio con que se había hecho: y más cuando estaba cierto de que los castellanos no le habían acudir con servicio algún extraordinario de gente ni de dinero; por haberse explicado claramente aquellos pueblos sobre este punto y haberse declarado en las cortes últimas que tuvieron que, si no se concertaba con lo que sus reyes precedentes habían sacado de ellos, le quitarían la administración y regencia de los reinos de Castilla y le obligarían á retirarse á los suyos propios de Aragón.

12 Y á la verdad: muchos buenos castellanos estaban mal con la conquista de Navarra por entender que el intento del rey D. Fernan- do era unir este reino (como también el de Ñapóles) á la Corona de Aragón: sobre lo cual S. Majestad Católica se había explicado dema- siado, y siempre se explicaba con la ansia y diligencias exquisitas de tener hijos de la reina I). Germana de Fox, su mujer, que fué lo que al cabo le mató y libró á los castellanos de esta pesadumbre. Fuera de esto tenía dentro del mismo reino de Navarra un fuerte motivo, recientemente observado, para su recelo. Y era: que la facción beau- montesa, que tanto le había ayudado á.la conquista, comenzaba á arrepentirse de lo hecho y á inquietarse. Porque no se hacía tanto caso de ella desde que los franceses habían sido echados de Nava- rra: y aún la maltrataban y acechaban de la misma suerte que á la agramontesa. Y sobre esto se dejaban caer algunos beaumonteses de autoridad con demasiada imprudencia y libertad muchas palabras preñadas y misteriosas, que, llegando á los oídos del Rey, le pusieron en notable cuidado. Y así, trató muy de veras de atajar éste y los de más inconvenientes, tomando á buen tiempo sus medidas políticas y precauciones propias de su prudencia y genio.

13 El cuartel de invierno en todas partes se pasó en varios nego- ciados según los intereses de cada príncipe. El que más á pechos to- maba el rey D. Fernando era el de la conservación de su conquista de Navarra. A este fin se valió de diversos medios. El primero fué acudir al Papa por tenerle siempre grato. Y para hacer de un cami- no dos mandatos, ofreció ayudarle con todas sus tropas de Italia al sitio de Ferrara, que S. Santidad tenía ánimo de hacer á principios de la primavera siguiente: y el mismo rey D. Fernando deseaba tanto como el Papa el exterminio total de su pariente el Duque de Fe- rrara, á quien poco antes había favorecido con sentimiento grande de S. Santidad. Y esto era por castigarle en venganza del agravio que el Duque le acababa de hacer por medio de Copólo, su emisario, en el mayor empeño y favor de su reciente conquista de Nrvarra, que es- tuvo para dar al través cuando más segura la tenía, como también la de Ñapóles con la evasión del Príncipe de Taranto.

14 El segundo negociado del rey D. Fernando fué con el empe- rador Maximiliano, su consuegro, y con su yerno el Rey de Inglate- rra, solicitándolos á que se coligasen contra el Rey de Francia y unidos embistiesen con poderosas fuerzas á la Francia por las fronte- ras de Flandes. Así lo ejecutaron á principios de la campaña siguien-

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te, desembarcando el rey D. Enrique VIII con su ejército en Gales, y juntándosele con el suyo el Emperador. Eran tan numerosos ambos, que de ellos se componía un grueso de ocho mil caballos y de cua- renta y cinco mil infantes con un número indecible de artillería. Y obraron con tanto vigor por todo el resto de la campaña, que nunca la Francia se vio en mayor conflicto, siendo el fin del rey D. Fernan- do alejar de Navarra las asistencias que el Rey de Francia pudiera dar al despojado Rey y conservar mejor su conquista. Para esto bas- taba fuerza menor, pero aún no se contentó con ello S. Majestad Ca- tólica. Y así, pasó más adelante su grande comprensión.

15 El tercer negociado, que después de este segundo parecía muy escusado, fué con el mismo Rey de Francia, que estaba mu}^ igno- rante de los dos- precedentes. Para él se valió de dos Religiosos hom- bres muy capaces. Diólesel carácter de embajadores con un podertan amplio, que nunca S. Majestad dio otro semejante. Ellos llegaron á la Corte de Francia, donde se extrañó mucho la embajada y dio no poco qué decir y aún reír la forma de ella por los sujetos que la ha- cían. Atribuyéronlo los cortesanos al poco dinero que en los cofres del Rey de Aragón, había para los gastos de las embajadas que se usaban: y también áque, habiendo peligro de no ser admitida, según corrían las cosas entre los dos Reyes, mejor caía el desaire en dos frailes que en un grande 'de España. Después de eso, el rey Luís es- cuchó á los dos Religiosos embajadores más favorablemente de lo que se esperaba por haberle deslumhrado la proposición que de parte del Re}^ Católico le hacían, y era: de una tregua por tiempo de un año entre los dos Reyes, la cual diese lugar á que S. Majestad Cristianísima pudiese emplear todas sus fuerzas en la recuperación del Estado de Milán. Esto era lo que el rey Luís más deseaba; porque ninguna de sus pérdidas le tenía tan atravesado el corazón como la del ducado de Milán. Era del humor de aquellos que no conocen per- fectamente el precio de las cosas que poseen hasta después de haber- las perdido. No había hecho mucho aprecio de este grande Estado en los catorce años que le había tenido. Y luego que le perdió se le oyó decir: que no estimaba en nada el reino de Francia en com¡)a' ración del ducado de Milán. Y de hecho trataba de recuperarle por medio de una liga con los venecianos.

16 Vino, pues, con grande gusto en la tregua propuesta y en la condición de ella, que miraba directamente (aunque sin darlo á en- tender) á lo de Navarra. Y fué: que en esta suspensión de armas entre las dos Coronas de F'rancia y de España todos los estados y sujetos de una parte y otra quedasen comprendidos en cualquiera parte del mundo donde se hallasen, y sobre todo en Francia, en España y en Italia. Esto á la verdad venía á ser quedar atado de pies y manos el rey D. Juan de Labrit, de quien se temía que él por levantase tro- pas en el principado de Bearne y en los demás Estados suyos de Francia y las sacase de las principales casas deC^ascuña, sus aliadas: y que, ayudado no solo de los agramonteses sino también de muchos beaumonteses arrepentidos, viniese á ser capaz de restablecerse en

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SU reino sin que el Rey de Francia se metiese en nada. Todo lo cual se atajaba con la condición que esta tregua se ponía.

yon

§. IV.

hlste último negociado del rey D. Fernando se conclu- yó muy á su satisfacción, aunque no tan presto. Porque

|no esperó á que muriese antes el papa Julio, á quien con todo el estudio posible lo procuro ocultar, y con mucha razón, por ser muy contrarios los pensamientos de S. Santidad. Llegó el día 8 de Febrero del año de 15 13, y en él se sintió el Papa enfermo de mucho cuidado cuando menos lo esperaba. Algunos historiadores (especialmente los italianos) conjeturan que su enfermedad se originó de las máquinas y raras ideas que con grande fatiga de los espíritus vitales había revuelto, y aún revolvía en su cerebro por todo este in- vierno. Seis eran los designios que estos escritores cuentan que le tenían tan ocupado.

18 El primero era el sitio de Ferrara: y en este tenía trabajado mucho; sin que le impidiese el rigor del tiempo hacer todas las pre- venciones necesarias. El decía que quería irá él en persona. Y aunque no se podía mover sino sostenido en su muleta, se jactaba de haberse de hallaren las ocasiones que se ofreciesen armado de todas armas: y tenía ya dadas sus órdenes para que, según lo ofrecido por el Rey Católico, sin falta se juntase el ejército español con el suyo á 15 de Marzo de este año: 3^ á fin de que el Virrey de Ñapóles, Cardona, no tuviese pretexto de diferir el ponerse en campaña y ponerse luego en marcha, S, Santidad le había enviado ya muchas provisiones para ella. El segundo era: engrandecer más á su sobrino el Duque de Ur- bino, estando muy pesaroso de no haberlo hecho antes: y su pensa- miento era darle el ducado de Ferrara en quitándoselo al que ahora le poseía. Y cuando esto no tuviese efecto, conquistar para él la re- pública de Sena, en la Toscana. El tercero: disponer á su modo de la república de Florencia para que los Médicis, restituidos á ella, no tu- viesen más autoridad y poder de lo que convenía al interés de los otros príncipes y Estados de Italia, líl cuarto: hacer lo mismo de la república de Genova para que nunca volviese á poder de los france- ses. El quinto: dar su merecido al Cardenal de Sión. Este cardenal había caído en desgracia de S. Santidad por haberse enriquecido exor- bitantemente con los puestos que le había dado, y eran: el de legado de la Santa Sede y el generalato del ejército de los trece cantones en el Estado de Milán. No se podía tolerar el exoeso con que se había aprovechado de la guerra y lo que había acaudalado con los despo- jos de los caballeros milaneses, que habían seguido al partido de Francia confiscándoles sus bienes y apropiándoselos. Todo lo cual, juntándose al dinero de contado que había sacado del pueblo, le ha- cía tan rico y poderoso, que era de temer no dispusiese de los solda- dos suizos á su arbitrio: y si le daba gana de deponer á Maximiliano

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Sforcia, á quien acababa de establecer en aquel ducado, no lo hicie- se por poner en su lugar otro príncipe que le diese más. El temor, que de algo de esto tuvo el Papa, le obligó á mandar al Cardenal de Sion que viniese á Roma. Y de hecho el Cardenal, sin poderse resistir por no hallar abrigo para ello en los suizos, se había puesto en camino. El sexto designio aún era más notable. S. Santidad tenía previsto que los españoles le serían inútiles después del sitio de Ferrara; y como no se había servido de ellos más que para echar de Italia á los fran- ceses, lo que ahora pretendía no era otra cosa sino hacer lo mismo con ellos. Mas, considerando que los príncipes de Italia, juntando sus fuerzas con las de la Santa Sede, no eran bastantes ni á propósito para tan grande empresa, tenían puestos los ojos en los suizos y tomadas sus medidas para hacer que pasasen hasta treinta mil de ellos al reino de Ñapóles.

19 En todas estas ideas estaba ocupada la imaginación del papa Julio II cuando le dio la enfermedad con tal violencia, que él mismo se condenó á morir, y con este conocimiento empleó los tres días que le quedaron de vida en reglar los negocios que juzgó ser más urgentes. En tan breve tiempo hizo una constitución contra los abusos que se habían introducido en las elecciones de los papas, y sobre todo, con- tra la simonía. Perdonó á los cardenales y á los otros prelados del conciliábulo de Pisa, de donde se había pasado á Milán, y por último había parado en León. Y pidió á Dios que le tratase con la misma cle- mencia que él usaba con ellos. Llamó al Sacro Colegio y sacó de él promesa de no inquietar al Duque de Urbino por el dominio de Pe- zaro. Por último; trató con mucho despego á una señora de grande calidad y muy parienta suya, que, estando muy al cabo, llegó á pe- dirle un capelo de cardenal para un hermano, y él la respondió con grande entereza: que 110 era digno el sujeto. Dicho esto, volvió las espaldas, y, negándose á todas las cosas del mundo, solo trató délas eternas, que tería presentes; y vino á morir en aquella misma hora el día 25 de Febrero de 1513. No hubo nadie que mostrase sentimiento de su muerte ni de los que él había obligado con favores y benefi- cios grandes, como capelos y obisjíados. Lo cual se atribuyó al modo poco grato con que los hacía. ¡Desengaño notable!.

20 Con la muerte del Papa pudo concluir el rey D. Fernando la tregua tratada con el Rey de Francia: y más, habiendo vuelto pocos días después los dos embajadores con los despachos necesarios de la Corte de París. Llallaron al Rey en Madrid, á donde acababa de lle- gar de Pamplona después de haber dejado compuestas algunas otras cosas en Navarra y por su virrey al Duque de Alba. Con efecto: no solo ratificó S. Majestad esta tregua tan perjudicial para el rey Don luán, sino que después la prorrogó por otro año. En todo convenía el Rey de Francia por el sumo a})rieto en que se hallaba. Ya estaban en campaña contra él por la parte de Flandes con superiores fuerzas el emperador Maximiliano y el Rey de Inglaterra. Y en el Estado de Milán padeció su ejército por este mismo tiempo la derrota memora- ble de Novara, en que fué deshecho por mucho menor número de

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suizos, siendo general el Mariscal de la Triraulla. Los que se ven apre- tados fácilmente creen y admiten todo lo que tiene algún viso de re- medio. Así se engañó miserablemente el rey Luís, quien debiera con- siderar que esta tregua no solo era dañosa para el Rey de Navarra, sino también para él mismo y para todo su reino. Porque si el rey D. Fernando le facilitaba con ella la recuperación de Milán, era para que, empeñado en esta guerra, no pudiese resistir á la que al mismo tiempo ingleses y alemanes le hacían en las fronteras de su reino, y el Rey Católico deseaba tanto como ellos su victoria. Ser esto así cons- ta por carta del mismo Rey, escrita á D. Luís Garroz, su embajador de Inglaterra, que seguía ai rey Enrique VíIIen la campaña. En ella después de otras instrucciones le dice: H3 sabido por letras de mi Einhaxador de Roma la derrota grande que los suizos han dado al Exercito del Rey de h rancia^ llevo Mos de la Trimulla á Italia. Decidle, pues, al Rey que Yo le ruego y aconsejo que mire bien que los Ingleses, teniendo en poco á los Prancesss por esta grande derro- ta, no se desordenen, sino que antes agora fagan con ntiyjr tiento, y orden loque hubieren de facer y lixbran victoria.

uerto el papa julio II, como queda dicho, el Sacro ^^ ^/i Colegioentró luego en cónclave ennúmerode veinte 3'

.cuatro cardenales. Suponíase que la elección sería di- fícil y larga. El Cardenal de Médicis fué el que entró con menos es- peranzas de ser pontífice que otro alguno. Habíase escapado dicho- samente de las manos délos franceses cuando, teniéndole prisionero, lo pasaban desde Milán á lo más interior de Francia para tenerlo más seguro. Pero como Dios quiso que se venciese este embarazo, dispuso también que se allanasen otras muchas dificultades que ahora había para que llegase al sumo pontificado. De estas hablan mucho los his- toriadores políticos y conclavistas. Bástenos decir que él vivía en Roma retirado de estos cuidados y del comercio de sus colegas, quienes le podían hacer papa; aunque con grande esplendor en todas sus funciones. Todo se entregaba al estudio de las buenas letras y al patrocinio de sus profesores. Mas los otros cardenales no se mataban mucho en aquel tiempo para la buena literatura; y muchos se reían del Cardenal de Médicis por no haber día en que no tuviese por con- vidados á su mesa cinco ó seis buenos ingenios: y aún decían por chanza que si él venía á ser papa, los poetas y los humanistas ten- drían buen juego en las dignidades y beneficios de más importancia. Después de eso, cesaron todas estas contradicciones por un accidente impensado y jamás visto en otros cónclaves.

22 Los cardenales viejos estaban en posesión de hacerse preferir á los mozos. Estos ahora cayeron en cuenta y formaron una facción aparte, trayendo á su partido á sus compañeros de mediana edad. Y teniendo ya seguros más votos de su parte, protestaron que, ó no

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había de haber elección, ó se había de hacer en un cardenal que no fuese viejo, alegando para ello muchas razones. Sobre esto hubo sus controversias, hasta tratar los viejos de sediciosos á los mozos y decir que estaban excomulgados por la bula que poco antes había fulmi- nado Julio el día antes de su muerte. Mas al cabo prevalecieron los mozos: y el Cardenal de Médicis de una común voz fué electo al sép- timo día del cónclave, que fué 12 de Marzo de 1513. Otros refieren por más cierto que no fué esto lo que más ayudó á su elección; sino un achaque oculto que el Cardenal de Médicis padecía, por lo cual no podía vivir muchos días. Y sabiéndolo mozos y viejos, todos le eligieron por la esperanza de otro cónclave en breve más á favor de cada uno.

23 Tomó el nombre de León X. Y le pareció que por su edad, que aún no llegaba á treinta y siete años cumplidos, estaba dispensa- do de seguir la costumbre de sus predecesores, que se habían hecho llevar en silla en su primera entrada en Roma. El quiso ir á caballo: y nada olvidó de lo que podía hacer más plausible esta función. Por

10 cual no dio más que treinta días de término para las prevenciones. Y señaló para ella el día 11 de Abril, que era el mismo en que el año precedente había sido hecho prisionero en la batalla de Ravena. Avi- só al Duque de Ferrara que se previniese para venir á hallarse en ella como feudatario de la Santa Sede. ¿Quién se lo dijera un mes antes al Duque cuando estaban para descargar sobre él todas las iras juntas del papa Julio y del re}' D. Fernando? El mismo aviso dio al Duque de Urbino como á feudatario y prefecto de Roma. Lo más singular que hubo en esta entrada fué ir montado León en el mismo caballo que le había traído en la batalla de Ravena, y él ahora le ha- bía preferido á otros mucho mejores solo porque con esta memoria se admirase más el exceso de su felicidad.

24 Después de haberse ejecutado con la mayor magnificencia es- te acto, se aplicó S. Santidad con suma vigilancia al gobierno de la Iglesia: y lo primero fué extinguir de todo punto el cisma que en tan deporable estado la tenía. Mostróse muy benigno con todos los que en este hecho habían delinquido. El Duque de Ferrara, que había sido la piedra primera del escándalo, fué llamado, como acabamos de de- cir, por el nuevo Papa sin pretensión suya al ejercicio de sus hono- res y quedó reintegrado en el dominio de sus Estados. El emperador Maximiliano, no solo fué llamado, sino también soHcitado. El Rey de Francia, Luís XII, que hizo el primer papel en esta grande tragedia contra la Santa Sede, fué admitido con grande benignidad á la recon- ciliación deS. Santidad. Y lo que más es: los cardenales del conciliá- bulo de Pisa gozaron de la misma indulgencia. La Reina de Francia y el mismo Papa trabajaron de concierto en procurarlo. Y ellos mis- mos se a3^udaron cuanto pudieron para conseguirlo. Porque luego que supieron la exaltación de León X, escribieron á S. Santidad una carta en la cual aprobaban tácitamente todos los rigores que el papa Julio

11 había usado con ellos. No tomaljan en boca el título de cardenales ni se servían de privilegio ninguno propio de esta dignidad. Ellos re-

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vocaban todo lo que habían hecho en las asambleas de Pisa, de Mi- lán y de León, las cuales trataban de conciliábulos. Al contrario: aprobaban los actos del Concilio de Letrán; aunque no se los hulñe- sen comunicado y en ellos hubiesen sido tan mal tratados como en las bulas del difunto Papa.

25 Esta carta fué leída en pleno consistorio, asistiendo á él S. San- tidad con todos los cardenales, entre los cuales se hallaba ciertamen- te el Cardenal de Labrit, Obispo de Pamplona y hermano del rey D.Juan: y la m lyor part2 de ellos S3 inclinabm á la clemencia. Solos dos (el de Yorck y el de Sión) se opusieron, alegando sus razones; y la principal era: que sería denigrar enteramente la reputación de Ju- lio si tan presto se revocaba el ejemplo mayor de severidad que él ha- bía dado durante su pontificado. León hubiera podido despreciar la oposición de estos dos prelados y resolver el negocio por la plurali- dad de los votos. Pero, arreglándose á las leyes de la prudencia y del decoro, que le dictaban no partir de carrera al principio de su gobier- no, dilató por algunos días la resolución hasta que, reducidos á la ra- zón los dos cardenales y tomadas nuevas medidas con la Reina de Francia, hizo que viniesen á Roma los cardenales del conciliábulo; pero tan de secreto, que nadie supiese nada de su viaje ni de su arri- bo. Ellos parecieron en la Corte de Roma en traje de solos clérigos la mañana del día en que se debía juntar el consistorio para su negocio. Y siendo á él introducidos en el mismo traje, confirmaron de viva voz lo que en su carta habían escrito: y puestos de rodillas, pidieron perdón y lo obtuvieron. Con que luego les dieron las púrpuras. Pero no tan presto volvieron á entrar en los beneficios que fuera de Fran- cia habían poseído, á causa de que Julio los había dado á personas muy poderosas: y León, temiendo chocar con ellas, dilató esta satis- facción para otro tiempo.

.^. VI.

Solólos Reyes de Navarra quedaron excluidos del indul- to de la fortuna en tan universal mudanza de cosas. Fn los verdaderamente desdichados las mudanzas sirven de dar firmeza á los males. Y lo más notable es haber sucedido esto cuando en el Sacro Colegio tenía por al Cardenal de Labrit, su hermano, con los méritos que se sabe, por haber seguido con tan he- roica constancia el partido de la Santa Sede: y fuera, de eso, tenían á su favor á la Reina de Francia, Duquesa propietaria de Bretaña, su prima-hermana y afectísima á su reino como hija de una Infanta de Navarra, y sobre todo, tan estrechamente unida con el Papa, como se ha visto en la reconciliación de los cardenales cismáticos; 3^ así, dcliía mirar más por los Reyes de Navarra. Pero el caso estuvo en (|ue ellos no debían de adolecer de ese achaque ni el pleito que traían pertenecía al tribunal eclesiástico, ni ellos querían que perteneciese; sino que estaba puesto en otro muy secular y político, en que la par-

REY¿S D.JUAN III YDONA CATALINA. 317

te contraria era el juez. De todo lo cual concluyen muchos: que, si no se halla ni se ve acto ninguno ni memoria de haber vuelto los reyes D. Juan y Doña Catalina como todos los demás al gremio de la Iglesia, siendo tan buenos cristianos y católicos, (que en esto ningu- no les puso tacha) es señal cierta de que realmente nunca ellos se habían apartado de ella; así, no necesitaban de reconciliación ningu- na. Y el Secretario de Enrique IV en su Historia de Navarra dice ex- presamente al tocar este punto: este mismo año el Rey de Francia^ Año Luis XII, que liabia hecho la guerra en Italia^ se reconcilió con el ^^^l^ Papa y se sometió al Concilio de Letrán, enviando para prestarla 63?. obediencia por si y por el clero de Francia, seis prelados de los que habían asistido en el conciliábulo de Pisa, Por tanto, el Rey y ellos obtuvieron plenaria remisión y absolución de todo lo pasado, como también todos sus parciales. Por lo cual el Rey de Castilla, que con el pretexto de la pretendida sentencia dada por el Papa contra los Reyes de Navarra por ser parciales del de Francia había usurpa- do sureino, se lo debía volver y restituir en conciencia.

27 Siempre anduvieron muy conformes el rey D.Juan y el Car- denal Obispo de Pamplona, su hermano; y sin dudase comunicaron el uno al otro sus consejos en este tan calamitoso tiempo. A este Car- denal quiso, como dijimos, obligar el rey Luís de Francia á que si- guiese su parcialidad y asistiese al conciliábulo de Pisa con el Carde- nal y Obispo de Sigüenza, Carvajal, y los otros prelados cismáticos. Mas él, mirando por su honor y por el de su Iglesia de Pamplona, se resistió con heroico valor y constancia á sus órdenes y repetidas ins- tancias, y lo que más es, á sus amenazas de extrañarle de su reino y de todos sus dominios. Aún pasó más adelante el empeño atroz del rey Luís; pues por esta causa llegó á tener preso en Milán al Carde- nal de Labrií, como refiere Zurita. Mas él firme siempre en su santo cap. 39. propósito, después de haber sufrido cárcel y destierro, se encaminó ^°|a^-^^' para mayor crédito de su inocencia á la Corte de Roma, donde, abs- 1511. trayéndose de otros negocios, se ocupó únicamente en el que mucho importaba á su Iglesia de Pamplona, de la cual le tenía por sus máxi- mas políticas desterrado también el rey D. Fernando.

28 Era el del pleito pendiente del arcedianato de la Valdonsella, que es una de las dignidades más principales de dicha Iglesia: y los (Jl3Íspos de Huesca y de Jaca se la habían querido apropiar sin más derecho que el de estar la Valdonsella sita dentro del reino de Ara- gón. Como si en reinos extraños no pudieran tener jurisdicción y ren- tas las iglesias. Con efecto: pusieron pleito, y ganaron estos prelados la primera sentencia con el apoyo y favor del rey D. Juan de Ara- gón, que también lo era de Navarra por su mujer la reina Doña Blan- ca, el cual siempre miró á este reino como ajeno y lo disfruto como propio. A la prosecución de pleito tan porfiado fué personalmente á Roma el Obispo de Pamplona, D. Alfonso Carrillo: y por su muerte, allí sucedida el año de M91, quedó indeciso y aún arrimado por la ne- gligencia de los tres obispos comandatariosque se siguieron: D. Cé- sar Borja, Antonioto y Faccio. Hasta que, entrando á ser Obispo de

3l8 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. XV.

Pamplona, }% hallándose ahora en aquella Corte el Cardenal de La- En su brit, le suscitó y prosiguió con las veras que refiere el Obispo Sandó- do*ios val hasta fenecerle, ganando la última sentencia dada por el papaju- de pam- ^^° ^^' *^^^ ^^ mismo Saudóval trae á la letra. Por ella y por todos los piona, demás actos del proceso por él referidos consta claramente que este Cardenal estuvo por todo el tiempo del cisma en Roma y muyen gra- cia de S. Santidad.

29 Pero es admirable la inconsecuencia de este escritor, que de- biera mirar con más respeto al Cardenal de Labrit por predecesor su- 3'0 en la silla de Pamplona y por bienhechor tan insigne de ella, como él confiesa, alabándole mucho por este hecho; y aún pudiera en'nu- merarle á los prelados antiguos desterrados y encarcelados por el celo de la Iglesia. Mas él se contradice manifiestamente con grande agravio del mismo Cardenal en lo que después añade, y lo pondre- mos aquí á la letra. Dice, pues: que Julio 11 no llevaba en paciencia el concilio ó conciliábulo pisano^ que otros llaman Mediolanense, que con favor del emperador Maximiliano y de Lnis Xll^ Rey de Francia, habían heclio algunos cardenales. Por lo cual el Papa los beclaro por rebeldes y privó dellionoró cardenalato., y como á miem- bros podridos los echó de la Iglesia. Fué entre ellos (según se en- tiende) el cardenal Amadeo. Por lo cual le quitó esta Iglesiay nom- bró por administrador perpetuo de ella al Arzobispo de Cosencia, en cuyo nombre, como Vicario General y Gobernador., la adminis- tró Juan Pablo Oliverio desde el año de 1^12 hasta el de iSiJi ^'^ el cual año el papa León .Y, que sucedió á Julio., restituyó al carde- nal Amadeo en su antiguo estado y profesión de esta Iglesia con la restitución de los frutos desde que Julio le había privado. Y era el Cardenal de tan apacible condición y ánimo generoso., que cotisin- tió que Juan Pablo., Administrador y Vicario de su contrario., que- dase en el mismo oficio por algún tiempo. De suerte que cuenta en- tre los miembros podridos al Cardenal de Labrit, aunque con la cor- tapisa de según se entiende.

30 Esto es totalmente contrario á lo que antes dice este autor. Y si se dejó engañar por lo que con verdad refiere de haber nombrado el papa Julio por administrador de la Iglesia de Pamplona al Arzobis- po de Consencia, debiera entender, si yé. no lo tenía bien entendido, que esto fué por condescender S. Santidad con el rey D. Fernando, á quien le importaba mucho tener lejos de Navarra y como atados de pies y manos al cardenal Amadeo de Labrit para que no pudiese ayudar en nada al despojado Rey, su hermano. Y á la verdad: lo que más abonaba y acreditaba la integridad de este gran Cardenal 3' Obis- po no era solamente el haberse apartado del cisma y padecido por esta causa tantas vejaciones, como quedan dichas, de parte del Rey de Francia; sino el haberse retirado voluntariamente á Roma como á sagrado para vivir allí, como vivió por todo este tiempo, libre de toda sospecha y muy en gracia del papa Julio II, aunque por la con- templación dicha le había quitado el gobierno y asistencia de su Igle- sia. Y no podía dejar de estar muy obligado el Papa, habiendo ido el Cardenal á besar la mano misma que le azotaba.

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA, 3I9

31 Después de tan insignes méritos en servicio de la Iglesia, el Cardenal de Labrit vino á quedar en el estado lamentable que se deja entender; sin poder servir de alivio alguno al Rey, su hermano, á quien mucho amaba. Pero aún fué más lastimoso el extremo á que llegó el Rey. Algunos le cuentan desde este punto por muerto civil- mente, con la circunstancia de haber sido sus agonizantes los dos Religiosos embajadores que tan diestramente le ayudaron á morir con la tregua por ellos ajustada entre el Rey de Francia y el de Ara- gón. Por lo que toca á la vida natural, que solo le quedó al rey D.Juan, ella fué más durable que las de los dos Reyes, que civilmente le ma- taron. Ambos fueron primero á dar cuenta á Dios después de muchas desazones y penas que él estaba mirando desde su retiro ó sepultura de Bearne.

32 El Rey de Francia dejó abandonada del todo á Navarra y en- vió su ejército á Milán con el Duque de la Trimulla por general para la recuperación de aquel ducado como el rey D. F'ernando se lo había propuesto. Y lo que Trimulla hizo fué volver con descalabro y afren- ta, sin qne le valiese estar unido á los venecianos, con quienes su rey había hecho liga por medio del famoso Andrés Gritti, que era prisionero de Francia desde la expugnación de Bressa, y ahora por este fin se le había dado libertad sin rescate ninguno. Y no fué esta la mayor desgracia del rey Luís por este tiempo, sino la que el mis- mo rey D. Fernando le había procurado, solicitando primero al Em- perador y al Rey de Inglaterra á que le invadiesen su reino por la frontera de Flandes. Nunca la Francia estuvo en mayor riesgo de perderse, como presto se verá.

33 No solamente miraba el rey D. Juan todas estas de.sgracias del rey Luís y su muerte desconsolada, sino también las que le fueron sucediendo al rey D. Fernando. Quien no tardó mucho en caer enfer- mo de una larga dolencia, originada de los remedios mortíferos que hizo por tener en su anciana edad sucesión de su mujer la reina Do- ña Germana de Fox y asegurar asi su conquista de Navarra por de- recho más legítimo. Pero no le valió. Porque, sin lograr su designio, después de una serie continuada de disgustos y penas vino á morir: y la Corona de Navarra no quedó nnida á los reinos de Aragón, como S, Majestad Católica quería, sino á los de Castilla, como sm duda les convenía más á los navarros, y era más importante para el bien uni- versal de toda España.

§• VIL

IOS Reyes de Navarra quedaron en el miserable estado que acabamos de decir, atados de pies y manos, no de otra _^_^^ suerte que las víctimas destinadas al sacrificio, sin poder hacer nada en orden ala recuperación de su reino. Así pudo ejecutar el rey D. Fernando cuanto quiso y su grande prudencia le dictaba. Ayudábale mucho el que no solamente los navarros que ha-

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bían quedado en el Reino; sino también otros muchos, que con noble ejemplo de fidelidad habían seguido á sus Reyes, pasando con ellos á la otra parte de los montes, iban volviendo con su beneplácito á Na- varra y dando la obediencia á S. Majestad Cutólica. Quien los reci- bía benignamente y los restablecía en sus casas, bienes y cargos; y si estos habían pasado á otros, los recompensaba con justas equivalen- cias. Muchas de estas cosas dejó ordenadas el re}' D. Fernando antes de su vuelta á Castilla y otras después el Duque de Alba, quien quedó en su lugar con el cargo de virrey. Una de ellas fué tomar el jura- mento que el Reino juntado en cortes hizo al Rey Católico á 23 de Marzo de este año. Y por las noticias que dá, lo ponemos en su lu- A gar. (A) Hecho esto, luego partió el Duque en busca de S. Majestad, que nombró por segundo virrey á D. Diego Fernández de Clórdoba, Alcaide délos Donceles, quien presto vino á ser primer Marqués de Gomares: y en su tiempo adelantó mucho las cosas de este reino en servicio de S. Majestad Católica. Año 35 Mas tuvo presto un cuidado muy considerable. Y fué: que el 1514 j-gy j)_ Juan de Labrit pudo tomar algún aliento por haber espirado el año de la tregua asentada entre el rey Luís y el rey 1). Fernando: y parecía hallarse en estado de poder hacer algo. Luego se siguió en Navarra un rumor grande de guerra. Porque el Marqués de Comares llegó á entender que el re}^ D. Juan tenía trato con algunos soldados de S. Juan del Pie del Puerto. Y aún se decía que tenía cinco mil hombres prontos para obrar de concierto con Monsieur de Lautrec, Gobernador de Guiena; quien juntaba mucha gente de guerra sobre la que ya tenía puesta en orden en Bayona y fundía artillería con in- tento de dar improvisadamente sobre aquella plaza, que no era fuerte, y después de ganado aquel paso, entrar dentro de Navarra. Estos ru- mores bastaron para que el Marqués de Comares enviase al valle del Roncal algunas personas para asegurarse de los roncaleses, que anda- ban muy recatados: y por las muestras que siempre dieron de fideli- dad á sus reyes naturales, se temía que diesen paso por sus tierras al campo francés. También previno el Virrey la gente de á pié 3' á caballo que pedía Diego de Vera, Gobernador de S. Juan del Pié del Puerto, para su defensa. Pero todo este rumor se desvaneció como el humo que nace de llama ligera. Y Comares volvió á su paso ordi- nario.

36 Pero apresuróle su rey, aunque ausente de Navarra, siendo muchas las diligencias que hizo y los medios que tomó para el res- zurita. guardo. Conocíase cada día más que el Señor Lusa tenía grande afi- ción al rey D.Juan, con haber sido del bando beaumontés ó luseta- no. La conmiseración le debió de abrir los ojos no solo para el co- nocimiento, sino también para las lágrimas. Entendióse que el rey D. Juan le había dado dinero para que juntase gente y abasteciese sus castillos. Y el Conde de Lerín buscaba medios para atraer al de Lusa á la obediencia del rey D. Fernando, y le ofrecía de su parte, así á él como á los de su séquito, pagarles ciertas asignaciones que tenían del rey D. Juan. También trataba el Rey CatóHco de reducir

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 32 í

á SU servicio á Beltrán de Armendáriz y otros caballeros de la tierra de vascos por medio de grandes ofertas que les hizo. Y lo fino á con- seguir. Porque después vinieron á Pamplona á hacer pleito homena- je al Rey en manos del Marqués de Gomares. Ninguna cosa tomaba más á pecho que la conservación de este reino, por considerarle tan importante á su Corona. Y para este fin nada le parecía tan conve- niente como el apaciguar las pasiones y componer las discordias que había entre los dos bandos y parcialidades.

37 El Condestable Conde de Lerín no dejaba de darle cuidado. Porque, aunque en la realidad siempre permanecía fino en su servi- cio, yá comenzaba á andar melancólico. Atormentábanle varios pen- samientos: y el principal era el de hallarse burlado. Porque pensó que, conquistado este reino, como había sido tanta parte para ello, lo había de gobernar todo y había de ser mucho más gratificado en los bienes confiscados á los del bando contrario, 3- todo le salía muy al revés. No pudo dejar de conocerlo el Rey. Y le pareció que convenía ocuparle en otra parte ó buscar medios para entretenerle. El Con- destable llegó á entender estos fines y máximas del Re}'. Y él mismo movió la plática de trocar con él sus Estados de Navarra por otros que le diese en Castilla ó en Aragón. Si nació de despecho, no se sa- be; aunque lo arguye el descontento que de aquí adelante tuvo este gran caballero, y le mostró demasiado en varias ocasiones, como se dirá á su tiempo. A la verdad: se juzgaba comúnmente que si esto se hubiera efectuado ahora, quedaría con su ausencia y la del Mariscal, que siempre seguía á su rey, en toda quietud el Reino. Mas esto no tuvo hechura, como ni otras algunas cosas que prudentemente dis- ponía el Rey, 3' Zurita cuenta más largamente.

38 Lo que mejor le surtió fué la prorrogación de la tregua que concla3'ó por este tiempo con el Re3' de Francia. Para ella envió por su plenipotenciario á D. Jaime de Conchillos, Obispo de Catanea, 3' á la sazón electo de Lérida. Pasó este prelado de Fuenterrabía á Ba- 3'ona á verse con el Señor de Lautrec, Gobernador de Guiena, que tenía pleno poder de su re3'; mas no se conformaron en estas prime- ras vistas, juntáronse segunda vez en el Palacio de ürtubia, á dos le- guas de Fuenterrabía. Y allí concertaron á primero de Abril que la tregua entre el rey D. Fernando y sus confederados el Rey de Ingla- terra y el archiduque D. Carlos, y el francés con el Rey de Escocia 3' Duque de Gueldres durase por espacio de otro año á contar des- de este día: y que en este tiempo hubiese comercio de un reino á otro desde los Alpes acá, por donde se sobreseía de las armas, así como en la primera tregua. El rey D. Juan de Navarra, que era el blanco principal á que siempre tiraba el rey D. Fernando, volvió á quedar en tan mal estado, si peor no, que antes. Porque, como Mariana dice

^ por estas formales palabras, quedó excluido de este concierto^ que ^^^. era como entregarle á su enemigo para que con sus agudas tolas ^í^- 30- Jiiciese en él presa. Y así, bien le podemos volver á su sepulcro, de*^^^'* ^^' donde prosiga en ver y meditar lo que les va sucediendo á los dos reyes, sus mortales enemigos.

Tü.Mo VII. 21

322 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XVL

ANOTACIÓN,

JUUAMEMO DE LOS ESTADOS DEL a5;0 J6I'2, HECHO AL

Rey Católico.

A "ÍQ 1\T*^* ^^"^ E^t-^"^'*^^' P''ebdu.s^ Clerecía, Coii'les, Ricos hombre;;^ No- LjÍ *bles, y Barones, Yizxoiidi's, Caballeros, Hijos dalgo, Infanzones, »Procura(lores de lodo el Pueblo, y Universidad de esle Reyno de Navarla, »que eslamos juntos en Corles Generales por mandado, y Uamamienlo de la íGalólica Magestad, y Alteza del Uey nuestro Señor en e.«la su Ciudad de » Pamplona.

»Es á saber por el Brazo de la Clerecía é Prelados Fray Belenguér Sanz de ).Verrozpe Prior de S. Juan de Jei'usalén en esle diclio Reyno: Fray .\lonso de í>Navarra Abad de la Oliva: é Fray Miguel de Leacli Abad de ^'. Salvador de »Leyre por sí, é como Procuradores del Abad de Iranzu: e Joannes Paulus »01iverius Vicario General del Obispado de Pamplona E por el Brazo Milüai- »U. Luis de Beaumonl Condestable del dicbo Keyno de Navarra, Maniucs de »lluéscar^ Conde deLeríiuD. Juan deBeaumonf, cuyo es el Palacio de Arazúri, »é D. Juan de Beaumonl, cuyo es el Lugar de Moniagudo: é D. Juan deBeau- »monl_, cuyo es Mendiniiela: é D. J; yuie Diez de Aimendáriz^ cuyo es el Lu- »gar de Cadreita: e Cbarles de Góngora, cuyo os el Lugar de Góngora, é Ciór- »dia: é D. Gracicán de Kipalija, cuyo es de presente el Pilacio de üiéta: é Juan "de Anduéza, cuyo es el Palacio de Anduéza: v Juan Bellrán, cuyo es el Palacio í>de Arbizu: é Ramón de Esparza, cuyo es el Palalacio de Espaiza: é Pedro de »Ecbaydej cuyo es v\ Palacio de Ecbayde: é Juan iMarlin^ cuyo es el Palacio de xAguirre: é Guillen Arnaul de Garále Alcalde de Uv Tierra de Mixa, cuyo es »el Palacio de Gaiate. E por el Brazo de las Universidades, por la Ciudad de «Pamplona Micér Mii'uél de Ulzurrún Doctor in utróí]; lure, e Alcalde de la »ciudad de Pamplona: é Martin de Lizarázu liacbillér in utró<|; lure, é del -i>Consejo de su Alteza: é Julián de Ozcáriz Bacbillér, y Abogado Real, é Fiscal »de su Magestad.- é Pedro de (^apai roso Oidor de los Complos Reales Jurados, "Cap de Bancos de la dicba Ciudad. K por la Ciudad de Eslella Juan de Egiiía «Alcalde de la diclia Ciudad: d Garcia de Ocn. E por la Ciudad de Tudela Pedro )>(le Mur Alcalde de la dicba Ciudad: é Garcia Pérez de Vierlas Jurado de la »dicba Ciudad. E por la Villa de Sangüesa Pedro Ortiz Escudero. E por la Vi- »lla de la Puente cié la Rey na Martin de Enériz Bacbillér Abogado de la Corle «Mayor. E por la Villa de Via na Gonzalo de Confieres Alcalde de la dicba Vi- xlla. E por la Villa de Monreál Miguel Ximénez Alcalde de la dicba Villa. E »por la Villa de Tafalla Juan Diez Corbaián Alcalde de la dicba Villa. E por la » Villa de Villaf'ranca Martin Garcia Alcalde, é Juan López de Falces. E por la «Villa de Huarle de Valde Araipiíl Pedro de Iluarfe Notario. E por la Villa de »Corella Juan Serrano, 6 Juan Eslorc. E por la Villa de Mendigorría Juan 31ar- »liní'Z mayor de dias. E por la Villa de Cáseda Martin de Asiain. E por la Villa «de Urróz'Juan Martinez de Oriano, cuyo es el Palacio de Torreblanca: é Juan »de Lasa Alcalde de la dicba Villa. E ]»or la Villa de Aoiz Juan de Monreal Al- »calde de la dicba Villa. E por la Villa de Miranda Juan López de Cabues, y- «Garcia Garceiz. E poi' la Villa de S. Juan del PiedelPuertoBernardal de Meu- «dicoaga, é Juan Bimbasl Jurados de" la dicba Villa, rjue estamos sentados en »el Banco del Brazo Eclesiástico, é Miguel de Lumbier Secretario, é Juan de »t,iédena Almirante de la Villa de Luinbiér, Mensageros, é'^i'ocnradores de la

REYES D. JUAN III YDOÑA CATALINA. 323

«lucha Villa de Lumbiér, que oslamos sentados en el Banco del Brazo Mílilai% »por las (lileroiicias, que li ly sobre los dichos asientos, todos Procuradores de »las dichas Ciudades^ é Vi las, por virtud de los dich -s Poderes cumplidos, y "bastantes, é aquellos dados, y eulregados en poiler del Pi'ocurador Fiscal d(3 «su Alteza^ todos i'epreseutanles por nos, é por todos los otros de el Keyno au- «sentes, como si fuesen pi-esi'nles, y en vez, y nombre de todos los Prelados, ))i>lerecíi, íloiides, Ricoshombres, Noí)les, Barones, Caballeros, Fijosdalgo, »lutanzoi;es, y por lodo el Pueblo, y Universidad de todo este Reyno de Na- »varra, juramos al muy Alto, é muy Poderoso, é Católico Rey nuestro Señor »D. Fernando, por la graci:i de Dios Rey de Aragón, y de Navari-a, ausente, »como si fuese pres inte, sobre es!a señal de la Cruz 7, é Santos cuatro Evan- »ge'.ios, por caila uno de nos manualmente tocados, y roverencialmente adora- «dos; que rescibimos, y tomamos por Rey nuestro, é natural Señor de todo oeste dicho Reyno de Navarra al dicho Rey D. Fernando nuestro Rey, é Señor ^natural, ausente, como si fuese presente: é prometemos de serle heles, é «buenos Subditos, é Ncturales, é de le obedecer, y servir, y guardar su per- »sona; Honoi-, y Estado bien, y lealmente, é le ayudai-emos mantener, guar- «dar y deten ier el Reyno, é los Fueros, Leyes, y Ordenanzas, é desfacer las »luerzas, según que buenos, é heles Subditos, y Naturales son tenidos de fa- »cer, como los Fuei'os, y Ordenanzas del Reyno disponen. Todo lo sobredicho jfue fecho en la manera sidjredicha en la Ciudad de Pampljna á veinte y tres »dias del mes de Marzo, año del Nacimiento de Nuestro SeñerJESU-CRISTO ))de mil y quinientos y trece: siendo á ello presentes por testigos, llamados, y »rogados, é qui por tales se otorgaron uomttradamente D. Miguel de Aoiz Li- «cenciado in utroi|; luie. Alcalde de la Corte Mayor, Juan de Redín, é Juan »(le Gurpide Oidores de los Comptos Reales, é dtl Consejo de su Alteza.

»Por mi .luán de Dicastillo, Secretario de los tres Estados de Navarra poi' su j-Mageslad, lia sido comprobado el presente traslado bien, y tielmenle con el «Libro del Reyno, donde está asentado el original ;i ocho hojas de él. En la ^Ciudad de Pamplona á treinta dias del mes de Enero del año mil quinientos «y cincuenta y tres. En de lo qual lo colacioné, y íirmé de mi nombre á pe- «dimento de Simón Fiancés Alcalde, y Procurado)' de la Villa de Sangüesa.

Juan de Dicastillo, Secretario.

El P. Moret, que registró el Libro del Reino, dejó al pié de éste trasladó una memoria y advertencia digna de ponerse aquí. Y es la siguiente.

oEn el mismo Libro del Reino, ijueestá en el archivo de la Diputación, en »el folio 6, pág. 2, está el juramento ijue hizo á este reino el rey D. Fernando, »y con sus poderes y en su nombre el Martjués de Comares,. Alcaide de los «Donceles y es del año lol3 es con las clausulas ordinarias que las de los reyes «anteriores.

ítem: »En el mismo Libro está el juramento que el Duque de Nájera en »noml)fe y con poderes de los reyes Doña Juana y D. Carlos hizo al Reino; y »no tiene otra fecha que la de la ratilicación del rey D. Carlos, que es en Bru- «sélas á 10 de Julio de l.'ilü, está en el folio 41, i)ag. 2. En este juramento hay »además de las clausulas ordinarias a(|uella de que tendráeste reino como rei- »no de por no obstante su incoi'poracióo. La cual está también en los jura- «mentos de los otros reyes posteriores. En el del rey D. Fernamlo no fué ne- >'Cesaria; portjue como no estaba hecha la incorporación, que fuédos años des- «pués, el de 1515, el rey D. Feínaudo tomó al principioel reino en secuestro, »nópodiacausar equivocación. Después de la incorporación, por(|ue no se ^levantase alguna etjuivocación, instó el Reino en que se especilicase con, clausula expresa, y así se hizo.

324 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XVlL

CAPÍTULO XVIÍ.

(. Sucesos de Francia con Ingla'iebba hasta la muekte del francks. II. Sus cualida- des BUENAS Y MALAS. III. ENTBADA Á EEINAE DEL REY FRANCISCO I, Y SU CONDUCTA CON EL liEY

DE Navarra. IV. El conde Pedro Navarro se ofrece servir al Rey de Francia y le hace General de infantería gascona, y otras memorias. V. Incorporación del Reino de Navarra

Á LA CORINA DE CASTILLA. VI. CORTES DE ARAGÓN Y REVOLUCIÓN EN ELLAS.

I a guerra jo del re}

de Milán, que emprendió el rey Luís por conse- Año I I jo del rey D. Fernando, le salió tan mal, como queda di-

Icho en parte, y se ve extensamente en las Histo- rias de aquel tiempo, italianas, francesas y españolas. Lo peor fué que fueron sin escarmiento las desgracias. Pues su ánimo era volver áella. Y aún por eso fué la prorrogación de la tregua que ahora con- cluyó con S. Majestad Católica, dejando segunda vez infamemente abandonado al Rey de Navarra. Pero aún le salió mucho peor laque el mismo Rey le suscitó del Emperador y del inglés en las fronteras de Flandes. Donde perdió á Teruana y á Tornay. Y estuvo á pique de perder la mayor parte de Francia, como Enrique VIH se lo ame- nazaba, y pudiera cumplirlo si no lo hubiera ocupado y detenido la ^^^"^"^^ guerra que al inglés movió dentro de su reino el rey Jacobo IV de perons. Escocia. Era este rey antiguo y fiel aliado de la F"rancia, y quiso ayu- darla con esta diversión en tan terrible urgencia, y lo vino á conse- guir, aunque muy á su costa. Porque, marchando el valeroso Rey á la testa de su ejército, entró con toda hostilidad en Inglaterra por el país de Notumberlandia: y después de haberle devastado, vino á las mano? con el Duque de Norfolk, General délos ingleses: y le deshizo enteramente con grande gloria suya, aunque con suma desgracia. Porque, habiéndose expuesto Jacobo con sumo ardimiento á los ma- yores peligros, más como soldado que como rey, ganó la batalla, y perdió la vida, y con ella el principal fruto de su victoria. También son pegadizos los males de la fortuna. Esto sacó el escocés de su es- trecha unión con el Rey de Francia.

2 En todas partes hubo hazañas memorables. Pero no faltaron menguas y afrentas que las deslustraron. Tal fué la que padecieron los franceses en el sitio de Teruana. Ellos son los que con más fran- queza la refieren para el escarmiento de la nobleza de su nación; y "^' ^^' aún la han vuelto en proverbio llamándola batalla ó jornada de las espuelas. Estando sitiada por los ingleses y alemanes esta plaza y habiendo metido en ella los franceses muy á tiempo un buen socorro de víveres y de pólvora con grande sagacidad y valor, muchos caba- lleros y señores mozos del ejército francés, que estaba á vista del enemigo sin que lo pudiesen atajar sus jefes, con ser de los más res- petables de Francia, tuvieron el antojo de hacer una máscara á 15 de Agosto para mayor celebridad de tan festivo día consagrado á la

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Asunción de Nuestra Señora, Llevaron tras de á otros muchos: y to- dos se desarmaron de todas sus armas, quedándoles solo las botas y las espuelas. Bebieron alegremente y con el exceso que el tiempo ca- luroso requería. Y dejando sus buenos caballos, montaron en vacas y en bestias de carga con trajes ridículos, poniendo la gala en buscar sus placeres en medio de los peligros y en agrazar de esta suerte los ojos de los enemigos, que lo estaban mirando.

3 Estos, que desde el principio advirtieron tan loca fantasía, deja- ron que los franceses se empeñasen más en su fiesta. Y cuando más divertidos estaban en ella, dieron súbitamente sobre ellos con cinco mil caballos, más de diez mil infantes y ocho piezas de campaña. Hallándose, pues, la nobleza francesa en tanto desorden, fué tal su espanto, que, hecho á huir, excepto algunos pocos de losmás pruden- tes y mejor montados que se arrimaron á sus cabos cuando con toda apresuración estaban ordenando la gente que podían para hacer cara al enemigo: y todos ellos por su honor y por la salud de los otros expusieron sus vidas y pelearon con un valor indecible. Pero les fué forzoso ceder á fuerzas muy superiores. Entre ellos se cuentan: Luís, Duque de Longavilla, Monsieur de la Paliza y otros quedaron pri- sioneros y fueron llevados á Inglaterra; aunque la Paliza tuvo la for- tuna de librarse antes. La causa de llamarse esta la jornada de las espuelas dice un historiador suyo que fué por haberse valido de ellas los franceses para Imír^mas que no de las espadas y de las lanzas para pelear.

4 Desgracias hay que traen venturas. Así lo experimentó el rey Luís XII en esta ocasión. Porque, estando el Duque de Longavilla prisionero en Inglaterra, trató de la paz con el rey Enrique Vllí. Pa- ra esto tuvo orden secreta del Rey, su amo, de obrar como si de mismo naciese. Así lo pedía el natural altivo del Rey inglés, que se haría más derogar sabiendo que el francés la pretentendía. La sazón no podía ser mejor. Y consistía en la desazón con que este rey ha- bía vuelto ásu reino mal satisfecho del Emperador, quien con sus tro- pas se había retirado antes de lo concertado, aunque el invierno se acercaba: y mucho más descontento del Rey Católico, su suegro, de quien se tenía paragraviado en muchas cosas. Después de eso, el Duque de Longavilla hallaba cada día mayores dificultades en este tratado, hasta que las allanó otra desgracia, aún más sensible, que le sobrevino á su rey.

5 Esta consistió en la muerte de la reina Ana de Erancia, Duque- sa de Bretaña, que vino á suceder á 1 1 de Enero de este año en Bles, donde el Rey, su marido, residía y estaba muy trabajado de la gota. Luego que la Reina de Aragón, Doña Germana, tuvo la noticia de zurita, esta muerte por carta, que prontamente recibió del Señor de Lau- trec, envió á Fr. Bernardo de Mesa, Obispo de Trimópoli, á dar el pésame al Rey de Francia, su tío. Este era el pretexto. El fin de la embajada era muy otro, y lo debía de tener bien comunicado con el

rey D. Fernando, su marido. Guien, habiendo tratado, como muchos se lo aconsejaban, de denioler y abandonarla plaza de San Juan del

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Pie del Puerto para fortificar mejor las de Navarra la alta, lo dejó de hacer por el fin de tener siempre libre por allí la entrada en Francia y cobrar los Estados en los que la Reina pretendía suceder como her- mana de D. Gastón de Fox. Para esto fué la embajada: y los Estados que ella pretendía eran el ducado de Nemós y condado de Fox y de Estampes. Y además de estos decía pertenecerle á ella por la muerte de su padre y hermano el vizcondado de San Florentín y otras ba- ronías y tierras que cuenta Zurita. Aunque calla la respuesta del rey Luís, que no debía de ser muy ])uena.

6 Con la muerte de la reina Ana de Francia pudo el Duqne de Longavilla adelantar su tratado de paz con Inglaterra, proponiendo el casamiento del rey Luís, viudo yá. con la princesa María, hermana de aquel rey. Así se efectuó esta paz tan deseada; mas le costó muy cara á Francia. Porque su rey, enamorado locamente de la novia, de cuya extremada hermosura le informaba tan fielmente su retrato, como de su discreción y raras prendas los que bien la conocían, se alargó á dar á los ingleses inmensas sumas de dinero que le pidie - ron, pretendiendo debérseles por cuentas antiguas controvertidas. Y las pasó ahora este rey, á quien, con ser sobremanera cuerdo en gastar, hizo desperdiciado el amor.

7 Mientras se disponía el viaje de la nueva reina, concluyó el rey Luís otro casamiento, haciendo que se celebrasen las bodas de Claudia de Francia, su hija mayor, con Francisco, Duque de Angu- lema, primer príncipe de la sangre. de ellas se'había tratado mu- cho antes; pero siempre las había retardado la reina Ana por la oje- riza con su madre, mujer altiva y poco atenta, y el mismo Rey no es- taba bien con él. Porque, aunque estimaba á Francisco por joven ga- llardo y de grandes esperanzas, notaba en él un genio demasiada- mente osado y pródigo, y le parecía que si le venía á suceder en la Corona, había de cargar mucho á los pueblos con nuevos impuestos.

Ce gros Por ^so solía decir de él: este mozo gordo lo perderá todo. Si fué pro- degate- nóstico, no solo le ajustó bien al clima de Francia, sino también al de

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Navarra, como prestóse verá. Pero, muerta la reina Ana, y estan- do él casado con la princesa María de Inglaterra, de quien esperaba tener hijos, quedaban allanadas las dificultades; y condescendió con agrado á las representaciones y ruegos que los más de los señores y los de su Consejo le hacían por este casamiento, que con toda pom- pa.y aplauso se celebró el mes de Mayo de este año.

8 Siguiéronse después en la Corte de Francia otros regocijos ma- yores por la entrada que hizo en París la nueva reina á 6 de No- viembre, habiéndola conducido desde Boloña el Duque de Angule- ma, yerno del Rey, acompañado de los Duques de Alensón, de Borbón, de los Condes de Vandoma, de San Pol y de Guisa. Todo corría alegremente en Francia. La alianza con el inglés hacía esperar al Rey que aún podría recobrar el ducado de Milán. Este era todo su anhelo, y lo había sido de la reina Ana en tanto grado, que solía decir: que antes se determinaría á perder su ducado de Bretaña que el de Milán. A este fin tenía ya hecho un grueso aparato de guerra,

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y hacía avanzar sus tropas debajo de la conducta del Duque de Bor- bón. Pero Dios, que todo lo ve y lo juzga, dispuso que estas alegrías y proyectos altaneros se trocasen de repente en llanto y el regocijo que se extendía por todo el R.eino en una desolación general de to- do él por la impensada muerte del Rey. El cual, habiendo caído en- fermo á fines del mes de Diciembre, murió en París el primer día de Enero á los diez y siete años de su reinado y álos cincuenta y cinco de su edad. Comúnmente se atribuyó su enfermedad y su muerte á su deseo desordenado de tener hijos de la nueva reina en el poco tiempo que gozó de su compañía, que no fué de dos meses cum- plidos.

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^^on grandes los elogios que de este rey hacen sus his- 9 historiadores. Uno de ellos dice: que jamás rey de Frati-Y^^^i^^^

^^^_ycia quiso más á su pueblo ni fué más querido de todos los Estados de sv reino] por tener ventajas todas las cualidades que pueden lincei' á un principe recomendable á sus vasallos: la piedad^ la justicia^ el valor la clemencia, la templanza, la afabilidad, la caridad y la liberalidad; aunque en ésta algunos le tachaban de retenido y escaso, no siendo sino cnerdo y justo. Porque, como sa- bio y verdadero monarca apartado de toda tiranía, quería más las riquezas en manos de sn pueblo, quien jamás las reJntsa en la oca- sión á su príncipe legitimo, qae no en las de algiinos ministros harpías, que solo se sustentan de la substancia de los buenos vasa- llos: y muchas veces meten ci su principe en cosas muy escusadas por liacerse ellos necesarios. Y así, solía él decir: el menudo pueblo Fenín, es el pasto de los tiranos y de la gente de guerra, y estos son el bo- tín de los diablos. Otros \e cilahan especialmente por su clemencia en perdonar á los enemigos, y traen por ejemplo el haber perdona- do con grande magnanimidad, siendo rey, á los que por seguir el partido de Carlos VIII, su predecesor, le habían hecho sangrienta guerra cuando él era duque de Orliens. Porque no solo los admitió á su gracia, sino que los honró con los primeros puestos, haciendo toda confianza de ellos, como se vio en el Duque de la Trimulla y otros. Y diciéndole algunos que antes les debía dar su merecido, res- pondió él que era cosa indigna de nn rey de Francia vengar las injurias hedías á nn duque de Orliens.

lo Es verdad que á imitación de los venefcianos, que fueron los primeros que dieron en vender los oficios públicos valiéndose de este arbitrio para sustentar la guerra del turco sin tanto gravamen de los pueblos, el rey Luís usó lo mismo. Pero solo fué vendiendo los cargos de finanzas, sin querer venir jamás en vender los de justicia ])or más que se lo persuadieron. Porque áQC\?L: que los reyes debían hacer jusLicia á sus v.isal¿os sin hacérsela comprar. Dando por in- dubitable que, si los oficios de jueces se venden, los que los compran

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los harán venales y darán las sentencias según el dinero que por ellas se les diere. Ño fue versado en las buenas letras; mas honró mucho y enriqueció á los hombres doctos. Por lo cual floreció mu- cho la Universidad de París en su tiempo. Algunos lo atribuyen á la reina Ana de Bretaña, su mujer, quien maravillosamente favoreció á los sujetos más sobresalientes en sabiduría. Lo cierto es que él te- nía gran placer en la lectura de la Historia, y hacía muy cabal juicio de los historiadores.

11 Por todas estas cosas le tenemos por muy digno de las ala- banzas que le dan. Mas en una cosa creemos que pecó sin escusa, y es: en la guerra que hizo al Papa y en el cisma que se siguió por es- ta causa. Aunque quieran disculparle con decir que entró en ella obligado de su pundonor por defender al Duque de Ferrara, amigo y ahado suyo, que se había puesto debajo de su protección, y que des- pués hizo todo lo posible por reconciliarse con S. Santidad, á quien halló inexorable.

12 Por lo que toca á Navarra bien podemos decir con verdad que Luís XII fué uno de los más insignes malhechores que en la realidad (aunque no fuese su intención esa) tuvieron nuestros reyes D. Jaan y Doña Catalina. Porque después de haberles querido quitar el reino de Navarra y cuanto en Francia tenían por dárselo á D. Gastón de Fox, su sobrino, los metió en el cuento pesado del cisma. Y aunque después los quiso ayudar parala recuperación del Reino, perdido por su causa, fué de mala manera y tarde: siendo lo peor de todo el de- jarlos al cabo atados como reses para que no pudiesen hacer nada por ni librarse de las manos del rey D. Fernando. Esto sacó Nava- rra de la vecindad con Francia sin haberle aprovechado su amistad, que siempre se tuvo por la más fina del mundo, según el proverbio

Lib. 4. de los griegos, que para caso semejante trae Favín, escritor francés, tomado ^P ?^ ilistoria de Navarra, diciendo que este proverbio tuvo su prin- de Egi-cipio cuando los franceses en la conquista de la Tierra Santa y en los socorros que con tanta generosidad y fineza dieron después álos em- peradores cristianos del Oriente hicieron cosas tan memorables. Y bien podemos añadir para mayor crédito de su fina amistad lo que como buenos amigos obraron en favor de nuestros reyes de España contra los moros y los tiranos naturales de ella. Los o^rieofos, núes, dice ravm, viendo que eran muy diversos los procedimientos de los franceses, que después se fueron avecindando en aquellos países, ex- plicaron su sentimiento con esta sentencia, que entre ellos quedó en proverbio.

TON OPANKON ÓlAON ÉXIl;^ : / > ' /

TEITONA OYK EXH 2 .

Fnicíiin amiciim habeas. Sois toiisiours ainy du Francois: Favm. Vicinum non liabeas. Mais son voisin point ne le Sois

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REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 329

abiendo entrado á reinaren Francia por muerte del 13 I § rey Luís Francisco, I de este nombre, todo parecía

que había de ser favorable para los afligidos Reyes de Navarra por el singular amor que siempre les tuvo este príncipe y muestras quo ahora les dio de su verdadera amistad. Hiciéronle su embajada para darle la enhorabuena de su exaltación á la Corona, y él les ofreció muy de veras restablecerlos en la suya. Y se debía es- perar que cumpliese la palabra; porque nunca se conoció hombre en el mundo más fiel en cumplirla. Era valiente, intrépido, magnánimo, y aunque joven, bien experimentado en la guerra, y sobre manera bien amado de los soldados y de sus jefes, que eran de los más caba- les y sabios en su ministerio que tenía la Europa. Con que podía muy bien ejecutar lo prometido. En esta situación se pusieron los despoja- dos Reyes de Navarra. Mas para los que adolecen de una grave en- fermedad con dolores agudos no hay postura que valga para el alivio.

14 Luego que el rey Francisco se consagró y coronó en Rhems se siguieron las fiestas verdaderamente Reales que para mayor cele- bridad se le hicieron. En ellas se notó que su mayor diversión estuvo en una que él mismo ordenó, y fué: la prueba en varios ejercicios de las fuerzas y destreza de los hombres y caballeros más robustos y diestros de su reino. Mas ya estaba impaciente en los placeres porque le picaban los cuidados. Aplicóse prontamente al Gobierno con mu- cho juicio y prudencia. Y lo que primero fué al político, que es el fun- damento de toda felicidad, principalmente el que pertenece á la bue- na administración de la justicia. Después pasó al militar. Confirmó á los más de los jefes en sus cargos, como al Sr. de Lautrec en su go- bierno de Guiena: á Jaques de Chabanes, Sr. de la Paliza, de quien tantas veces hemos hecho mención, honró singularmente haciéndole mariscal de FVancia, puesto que se estimaba más ent-onces por ser mucho menor el número de los mariscales. Todo corría en bonanza hasta ahora para el consuelo de los Reyes de Navarra. Pero todo dio al través con el pensamiento que al re}' Francisco se le encajó fuer- temente en la cabeza.

15 Dio en pensar que sería grande afrenta suya no proseguir la empresa de su predecesor tocante á la recuperación del ducado de Milán. Esto era lo que más le picaba; por ser también de la Casa de Orliens, á quien aquel grande Estado por legítimo derecho pertene- cía. Y así, se resolvió á conducir en persona un ejército tan podero- so, que los enemigos no le pudiesen resistir. Y á fin de no dejar atrás enemigo que pudiese turbar el reposo de su reino, confirmó la paz con el inglés é hizo conducir con todo honor á Inglaterra la reina María, viuda de Luís XII, su predecesor. No fué menester pasar á es- tos oficios con el Rey de Aragón. Porque éste, que andaba vigilantí- simo por la conservación de Navarra, se adelantó 3' alcanzó que se

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confirmase la prorrogación de la tregua hecha por otros años con el rey Luís. Movióle el temor bien fundado de que este grueso aparato de guerra del nuevo rey en lugar de atravesar los Alpes no pasase los Pirineos para quitarle el reino de Navarra y restituírselo á sus re- yes propios. Y Francisco quizás con menos razón, dice aquí un his- Maria- toriador francés, cuidaba más de recuperar el Estado de Milán que "*• de socorrer al Rey de Navarra para restablecerle en su reino: Lo cierto es que éste era su intento después de fenecer la guerra de Milán, esperando conseguirlo en esta sola campaña. Tenía dadas mu- chas prendas de esto. Y no era la menor el que cuando el rey Luís hizo dicha prorrogación mostró Francisco mucho pesar de ella por el atraso de la recuperación de Navarra. Y ahora, que ya era rey, ca- yó en la misma falta. Siempre prevalecen las pasiones más vehemen- tes. Su mayor ansia era lo de Milán, y dejó lo de Navarra para des- pués. Mas fué el después que nunca llega. Aunque el Rey Católico temió que llegase: y para darle más qué hacer en Milán hizo alianza secreta con el Papa, el Emperador y los suizos por la defensa de Ma- ximiliano Sforcia, á quien el rey Francisco iba á desposeer.

§ IV.

Para esta su jornada hizo él otra cosa que dejó muy amar- gado al rey D. Fernando. Desde la batalla de Ravena estaba prisionero en Francia el famoso conde Pedro Navarro, Maestre de Campo, General de la infantería española; de quien S. Majestad Católica no hacía caso ninguno, 3' se lo dejaba pu- drir en su cautiverio sin tratar de darle con qué pagar su rescate ni las asistencias necesarias para pasar su triste vida. Si fué ingratitud con quien tantos y tan señalados servicios le tenían hechos, juzguen- lo otros. Comúnmente se atribuye este olvido estudiado del Rey Ca- tólico á cuentos y chismes nacidos de envidia; y sobre todo, álos car- gos que le hizo el virrey D. Ramón de Cardona, echándole la culpa de la pérdida de aquella batalla: siendo así que estuvo Navarro tan lejos de huir en ella, que á costa de su hbertad ejecutó la hazaña más memorable que de españoles se cuenta en la retirada triunfante de su infantería española.

17 Estando, pue^, el Conde en este mísero estado con el despe- cho de la crueldad é ingratitud que con él se usaba, recurrió en esta tan buena ocasión á la generosidad del rey Francisco, ofreciendo servirle contra todos sus enemigos, aunque fuese contra el Rey de Aragón, con tal que S. Mafestad le concediese por su bondad lo que el otro contra toda justicia le negaba. El Rey, aceptando sus ofertas, no solo le otorgó la libertad, pagando su rescate de veinte mil escu- dos al Duque deLongavilla, de quien era prisionero; sino que tam- bién le honró con el cargo de general de la infantería gascona; y por esta cortesana galantería adquirió un servidor de gran provecho, Zurita, como prestóse vio. El Rey Católico al punto que lo supo acudió al

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remedio, haciendo por el ministro que tenía en la Corte de Francia grandes partidos y ofertas al Conde. Pero llegó tarde por tener dada la palabra al Rey de Francia. La controversia está en si la pudo Jiariau, dar válidamente y sin cometer el crimen de felonía ó traición, queiap, S; comúnmente le achacan las Historias españolas; con ser así, como ellas mismas refieren, que antes de darla tenía hecha la renunciación del condado de Üliveto, que en el reino de Xápoles le había dado el re}' D. Fernando: á quien luego se la envió en toda forma con un Religio- so llamado Fr. Alfonso de Aguilar, requeriéndole que le alzase e gravamen de fidelidad debida por dicho Estado. No era hombre de menos punto Navarro. (A) El fué de gran provecho al rey Francisco, como se vio en los sucesos de esta jornada, que por esta correlación A no escusamos referir en compendio.

1 8 Por este mismo tiempo en el mes de Abril recibió el rey FVan- cisco una embajada muy célebre por lo que en ella se trató. Fué de parte del archiduque D. Carlos, Príncipe de España: y el embajador fue el Conde de Nasau, que después de haber prestado en su nombre al rey Francisco homenaje por los condados de Flandes y de Artois, trató del casamiento déla princesa Renata, hermana de la Reina, con el Archiduque, y quedó ajustado como también la paz entre Francia y losEstados de Flandes. Pero niel matrimonio llegó á tener efecto ni la paz duración. Así se desvanecen los proyectos de mayor impor- tancia. Lo que el embajador Conde de Xasau consiguió ahora más felizmente fué casarse de hecho él mismo con la hermana del Prínci- pe de Orange, que estaba en la Corte de Francia. Y de aquí nació que este Estado, sito dentro de este reino, recayese no mucho des- pués por legítima herencia en los Condes de Nasau, que hasta nues- tros ti^npos se apellidaron Príncipes de Orange: y muv poco se

ha hundido esta gran Casa, cuando estaba en la mayor altura y coro- ^i Rey nada en Inglaterra, quizás por el incendio que su último posee- ^"'^i^"^- dor puso en toda la Europa.

19 Con efecto: partió el rey Francisco dejando la regencia del Reino durante su ausencia á Luisa de Saboya, Duquesa de Anjou y de Maine, su madre, con grande contento de los grandes señores que quedaron en Francia, 3^ se conformaron de buena gana con esta dis- posición por no ser mandados de otro de su misma jerarquía: y fué muy alabada en esto la prudencia del Rey, que atajó la envidia y las disensiones que de ella se podían seguir. Pero si de esta suerte ase- guró la paz y sosiego de su reino, dejó la puerta abierta á muv gran- des desórdenes. El gobierno en ia mano de una mujer, por más so- Ijerana que sea, mal puede tener la rectitud debida. Así sucedió; por- que la Regente dio lugar á que los sujetos de todas calidades del Rei- no se diesen con demasiada libertad al lujo y á las delicias. Gran número de obispos seguían la Corte sin ser llamados á ella y gasta- ban profanamente sus rentas lejos de sus diócesis, frustrando á sus ovejas de su presencia y de su pasto, así espiritual como temporal. Y este mal ejemplo seguían otros muchos eclesiásticos, que gozaban ricos beneficios; sin hacer cuenta de residir en ellos, como debían.

J32 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP, XVII.

Pero aún era mayor el desorden en el estado secular. Los nobles, gastando más de lo que podían, vinieron en breve tiempo á tanto de su autoridad y estimación, que no lo parecían por estar desfigurados por la pobreza: y parecían nobles los plebeyos, que con sus profanos gastos se habían enriquecido. Y de aquí vino á nacer el mayor mal de todos: que los cargos y oficios del Reino, aún los de la judicatura, comenzaron á hacerse venales y á parar en gentes indignas. Este grande abuso, dicen algunos historiadores franceses, que tuvo su y Xo^s- principio ahora en el gobierno de esta mujer. Y bien se pudieran la- mentar otras naciones, de que la suya les ha pagado este contagio de dificultosa curación.

§. V.

'W entretanto, no se descuidaba el rey D. Fernando. Has. 20 1^ ahora solo se había llamado depositario del reino de Na- M ^^v3rra y con este nombre le había gobernado; mas yá, para dejarlo bien asegurado en su poder y en el de sus herede- ros, trató de incorporarle á los reinos de Castilla. Su determinación había sido de unir á Navarra con Aragón. Pero desistió de este pen- samiento, faltándole la esperanza de tener más hijos de la reina Doña Germana. La causa de haberse puesto en este paraje descon- soladísimo fué la que ellos mismos se procuraron, por tenerlos des- pués de habérseles muerto poco después que nació uno que tuvie- ron. Toda la ansia del Rey era tener otro hijo para sucesor de los rei- nos de Aragón y el de Navarra. Para facilitarlo, fué á verse con !a Reina en Carrioncillo, cerca de Medina del Campo, donde ella esta- ba con Corte en un Palacio de mucha recreación, que hoy está de- ruído. Las damas de la Reina dispusieron allí al Rey una colación de mucho regalo; y para después de los dulces y confituras de todo género le tenían prevenida con mucho estudio y consulta de hombres peritos una bebida compuesta de propósito para dar vigor á los espí- ritus vitales en orden á la generación. La Reina, que era el primer móvil, se lo advirtió al Rey, y él la tomó. Mas el efecto fué que den- tro de pocos días se sintió, no solo incapaz para el fin deseado, sino agravado de achaques muy penosos. Esto sucedió á fines del año de Faviu. 15 13, poco después que ratificó la tregua ajustada con el rey Luís de ria^de Francia por la primera vez: y desde esta hora nunca tuvo cumplida Nava- salud, i'i'a- 1-11

21 Lo maravilloso es que en medio de tan penosos accidentes so- bre su avanzada edad y cuidados los mayores de toda su vida, nun- ca mostró más vigor y presencia de espíritu que en el tiempo que se sigue. Como se puede ver en Zurita, quien refiere cumplidamente to- do lo que desde este punto le fué sucediendo hasta su muerte. Nos- otros solo tocaremos algunas particularidades que hacen más á nues- tro propósito. Ahora, pues, para dar cumplimiento á lo que tenía dis- puesto con el desengaño de no estar capaz para más sucesión, juntó

REYEri D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 333

cortes en la ciudad de Burgos: y en ellas hizo con toda solmnidad la incor]ioración del reino de Navarra con Castilla. Necesitaba de reco - ger grandes sumas de dinero para la guerra que por diversas partes amenazaba: y le pareció que éste sería el más poderoso atractivo. Así sucedió. Porque movió tanto á los castellanos, que acordaron en estas cortes servirle con ciento y cincuenta cuentos, que, aunque de mará- Mam- vedis, era gran derrame para aquel tiempo. Ellos estimaron más este °^' favor; por saber que los aragoneses pretendían pertenecerle á su rei- no esta nueva unión por haber estado en lo antiguo unido el de Na- varra con Aragón y por haberle conquistado ahora un rey propie- tario de Aragón con socorros también de aquel reino. Mas el Re}^, so- bre la razón que queda dicha, de su mayor interés, no pudiéndole dar tanto los aragoneses, tuvo consideración á que los navarros no se valiesen de las libertades de los aragoneses, que siempre fueron muy odiosas á los Reyes. Fuera de que las fuerzas de Castilla para mantener á Navarra eran mayores: y en su conquista fué ella la que incomparablemente sirvió más así con gente como con dinero. Este acto memorable, que suscintamente ponemos en su lugar, se ejecutó en estas cortes de Castilla á 15 de Junio de este año. (B) ^

% Vi.

Poco antes había convocado el rey D. Fernando las cor- tes de Aragón en Calatayud, ordenando que las presi- diese la Reina, su mujer; y que, concluidas ellas, pasa- se á celebrar las de Cataluña en Lérida, y después las de Valencia en Valencia. En las de Aragón se propuso que aquel reino sirviese con alguna buena suma de dinero para la guerra. Los varones y ca- balleros, señores de vasallos, para venir en concederlo porfiaban en que á sus vasallos se les quitase todo recurso al Rey, que era lo mis- mo que querer cada uno ser soberano en su distrito: y en esto se obs- tinaron tanto, que las cortes se embarazaron por olgunos meses. Lle- góle esta noticia al Rey estando en las de Burgos, y tan atormenta- do y gravado de sus males, que una noche le tuvieron por muerto. Luego que lo supo fué tal su sentimiento, que, moribundo como es- taba, determinó ir á Calatayud, publicando que quería dar personal- mente conclusión á aquellas cortes tan enojosas para él. Envió á lla- mar á su vicecanciller Antonio Agustín, quien le encontró en Aran- da de Duero: y aquel mismo día, que fué 13 de Agosto, le prendieron á la noche y lo llevaron con buena guardia de gente de á caballo al castillo de Simancas. Esta prisión de sujeto tan señalado y de la ma- yor confianza del Re}- dio mucho qué pensar y discurrir por no ha- berse publicado la causa. Ella se supo después con grande honor del vicecanciller, que á su tiempo consiguió que se le hiciese] el proceso en que jurídicamente se declaró su inocencia.

23 S. Majestad partió luego arrebatadamente de Aranda para Segovia, donde la enfermedad se le agravó más. En ninguna par-

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te podía sosegar así por causa de su dolencia como por la de sus o-randes cuidados, siendo ahora el mayor el de las cortes de Calata- yud, de que la Reina no podía dar cabo. Partió, pues, aceleradamen- te á Calatayud, dejando en Segovia al cardenal Jiménez con el Conse- jo Real y llevándose consigo al infante D. Fernando. Halló las cosas aún más enmarañadas de lo que pensaba. Y viendo desesperado lo del servicio general de todo el Reino, vino en tratar solamente del particular de algunas ciudades, que se había puesto en la plática y esto por abreviar y concluir como quiera que fuese. Era extrema su impaciencia y desasosiego: y cada día crecía más su sentimiento por el cisma que para esto segundo metían los barones y señores de vasallos, persistiendo siempre rabiosamente en su asunto de que- rer ser reyezuelos. Por este tiempo no solo andaba el Rey luchando con las bascas de la muerte; pero eran señales de ella, como muchos creían, las quedaba la famosa campana de Velilla, que, tocándose por misma, se tuvo por pregonera y mensajera de grandes y fatales acontecimientos. Sobre este milagro ó credulidad de las gentes deje- mos aquí discurrir á Zurita: y admirémonos de que en este nuestro tiempo, cuando estos escribimos y cuando más tenía porqué hablar esta profecía lúgubre, se haya estado callando; con ser ciertamente la misma y tener la misma lengua que antes.

24 La conclusión fué que el Rey quedó muy desabrido de habér- sele negado el servicio general en las cortes de Calatayud y no bien satisfecho de habérsele concedido el particular. Porque fué con tan- tas contradicciones y cortapisas, que no podían dejar de ser muy inju- rosas á su Real autoridad cuando pensaba que su presencia lo había de allanar todo. La confusión y oposición fué tal, que no se pudo testificar el instrumento con la solemnidad acostumbrada a! fin de las cortes. Porque hubo protestaciones y autos que se hicieron de parte de los ricoshombres y del Estado de los caballeros, sin los cuales se acordó hacer este servicio. Y los mismos que deseaban agradar al Rey quisieron atrepellar formalidades para dar fin á unas cortes que llevaban traza de ser eternas si no se diera este corte. Aunque por acallar á los contrarios hubieron de venir en algunas limitacio- nes tocantes á las autoridades del Rey y á sus intereses. Lo peor fué las disensiones que se siguieron entre los hidalgos y populares. Don- de esto pasó á guerra civil muy sangrienta fué en la ciudad y comuni- dad de Calatayud. Y nació de la demostración que el Rey hizo con los caballeros é hidalgos de aquella ciudad por el sentimiento espe- cial de haber sido ellos los que sin acatar su presencia per- sistieron siempre en negar este servicio. Privólos de los oficios y de la parte que tenía en el regimiento y aún de los privile- gios que gozaban, comunes á los otros ciudadanos; quitándoles los cargos públicos é inhabilitándolos para ellos de allí adelante. Últimamente partió el Rey de Calatayud para Madrid á principios de Octubre sin poder sufrir detenerse un día más en Aragón. Tal era el descontento y desagrado que concibió de sus subditos y natu- rales de aquel reino, á quienes él tanto había amado y favorecido.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 335

Esta su partida tan arrebatada de Calatayud para volverse á Castilla tan disgustado y despechado de sus aragoneses y padeciendo el tor- mento de una tan grave y larga dolencia con la muerte á los ojos la compara Zurita á la jornada que hizo el rey D. Fernando, su abuelo, de Barcelona también para Castilla cien años antes estando para es- pirar y teniendo el mismo sentimiento y queja de los catalanes que el nieto tenía ahora de los aragoneses. Y concluye diciendo: fueron con tanto extremo, que declararon bien el uno y el otro en encinto más estimaban ser gobernadores solo de aquellos reinos (los de Castilla) que con tanta libertad de los subditos reinar en los suyos propios.

ANOTACIONES.

9v ^^iii'it;!^ l'egando á esle suceso de condel Podro Navarro,, dice; el^ M_Á >'cil O- Fernando, aunque tarde, entendió que el Conde era para servir y deseriir. Y envióle a encargar con muij dulces palabras que no siguiese tan errado camino; porque, teniendo el Conde en tanto su honra, como la tenia, y como era razón de tenerla, no debia negar á su Re]fy Señor natural por seguir al Riy de Francia: y que quería paar los veinte mil escudos que el Rey de Francia habia dado, y nuís si fuese menester: y que se viniese luego á él que le liaría otras mercedes y le tratar ia con el amor y favor que era razón.

'£() En esla narración p c asentado este aulor que el rey D. F( ruando era Rey y Señor natural del Conde. Perú se liace demonstración' maiiiliesla de lo conliario por lo que dejamos dicho, lib. 3o. cap. 12. de esle lomo de su na- cniienlo, que fué ciertamente en Navarra, en el valle Honcal, en la villa deGar- dc; y que así^ nació vasallo del Rey, que era de esle reina y no del de Aragón ni del de Casulla: y que si entró a servir al rey I). Fernando, fué volunlai-ia- mente y con agrado de sus reyes legitimes D. Juan y Doña Catalina. Quienes por estar entonces muy mal con el rey Luis Xli de Francia, llevaban muy bien (|ue Navórro sirviese a! rey 1), Feí'nando, enemigo declarado del francés: y aún le enviídian geule pai-a eso. Y por lo (|ue toca al condado de Olívelo, (¡ue en premio de sus strvicies le había dado S. il<^jesiad Católica, es también muy ciei-to que Navano se exoneró muy cumplidamente de la bdelidad debida coii la renunciación que de él bizosolemnemente ensus manos, comoquoda dicho.

27 El acto de la unión de Navarra con Castilla es muy común por haberle B sacado del archivo de Simancas y liecbo imprimir algunos de los interesados en los ] rivilf'fiios que por ella les quedaron en su vigor á los navarros^ como fueron los de Navarra la b.ija, que no obstante la división de los montes, (|ue- daion tan capaces como los demás de la alta para los beneíicios y dignidades eclesiásticas. Y así, solo pondremos atjuí las cláusulas siguientes por hacer más al caso: que su Alteza (e\ Rey) por el mucho amor, que tenia á la dicha Reina Doña Juana nuestra Soberana Señora su Hija, y por la mucha obediencia, que ella habia tenido, y tiene, y por el acrerentauíieiito de sus Reinos, y SeFioríos; y ansí mismo por el ¡nucJio amor, que ti'nie al muy alto, é may poderoso Principe 1). Carlos nuestro Señor, como ¡lijo, é Nieto; por el bien, c acrecentamiento de la Corona Real de estos Reynos d(? Castilla, el diclio Rey Don Fernando nuestro Se- ñor para después de sn vida daba el dicho Reyno de Navarra á la dicha Reyua Doña Juana nuestra Señora su luja, y desde ahora lo incorporaba, é incorporó en

Año

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la Rml Corona de estos dicho?» lieinos deCastilhnparaque fuese de la dicha Iie}i na nnestra Señora, c después de sus largos dias del dicho Principe nuestro Señor, y de sus Herederos en estos dichos Reynos ¡mra siempre jamás.

CAPITULO XVIII.

I. Marcha bul ejkrcito prancks á Milán con varios sucesos. II. Batalla pe Marinan. III. Consecuencias de esta batalla. IV. Vista del Papa con el rey Francisco y su vuelta

AL KEINO con otras MEMORIAS. V. LiGA DEL REY FRANCISCO CON LOS SUIZOS Y OTRAS NOTICIAS DE

LA GUERRA DE ITALIA.

orno el cuidado presente es siempre el mayor de todos, entre las muchas penas que atormentaban el invencible 1514 '^,__^ ánimo del Rey Católico ninguna le punzaba tanto

como la jornada de Milán del nuevo rey de Francia. Temía que, con- cluida esta guerra, no emprendiese la de Navarra para restituírsela á sus reyes despojados, como él se lo tenía ofrecido; ó que, sucedién- dole bien la de Milán, no pasase á la recuperación de Ñapóles. Por prevenirse contra este mal inminente acababa de juntar las cortes de Aragón y de Castilla para exigir en ellas el dinero, de que mucho necesitaba. Marchó, pues, el Rey de Francia á Milán con ejército po- deroso y sobre manera lucido por la distinción de sus cabos. Condu- cía la vanguardia el Duque de Borbón acompañado de Francisco de Borbón, su hermano. En la caballería, de que ella se componía, iban el Mariscal de la Paliza, el Príncipe de Talamont, hijo del Mariscal de la Trimulla, los Señores de Bonnivet, de Imbercurt, de Teliñi, el Barón de Beard, el Conde de Sancerre y otros señores y capitanes de hombres de armas y de la caballería ligera. En la infantería de lavan- guardia iba el primero de todos el famoso roncales Pedro de Berete- rra, más conocido por el nombre de Navarro, y mucho más por sus hechos: y como jefe propio, conducía un cuerpo de seis mil gascones que el Re}' había puesto á su cargo. Iban también en ella otros cua- tro mil franceses conducidos de ocho famosos capitanes en otras tan- tas compañías, de quinientos hombres cada una: y además de estos de ocho á nueve mil lanskenetes.

2 En el cuerpo de batalla iba el rey Francisco acompañado del Duque de Lorena, casado poco antes con hermana del Duque de Borbón, del Duque de Vandoma, del Conde de San Pol, de los Señores de Orbal, del Mariscal de la Trimujla, del Duque de Albania, del Bastardo de Saboya, de Lautrec y del capitán Ba- yard. Todos estos eran jefes y capitanes de hombres de armas y llevaban consigo buen número de voluntarios. El Duque de Gueldres, General de los lanskenetes, y el Conde de Guisa, su sobrino, her- mano del Duque de Lorena, conducían la infantería del cuerpo de

RE\ES D. JUAN 111 Y DüÑA CATALINA. 337

batalla. Seo^uíase la retaguardia conducida del Duque de Alensón, y había en ella grande número de gendarmería y mucha y buena infan- tería. Después se juntaron á este ejército seis mil alemanes, que se nombraban Lasbandas nesrras, conducidos por el Señor de Tavanes, Lugarteniente del Duque de Gueldres. Llevaban más de tres mil gas- tadores y carros sin número, y tanta cantidad de artillería, que bas- taba para tres gruesos ejércitos. Los analistas franceses hacen así por ma^'or esta relación. Los italianos, que la quieren hacer más exacta, discrepan algo entre sí. Todo bien mirado y cotejado parece ser, que todo este ejército era de treinta mil infantes y más de doce mil caba- llos de todo género.

3 No estaba desprevenido Maximiliano Sforcia, sino que le espe- raba muy bien armado. Los suizos, sus protectores, tenían ya toma- dos los pasos de los Alpes, y Próspero Colona, á quien el papa León X, había enviado de socorro con un refa erzo de mil y quinientos ca- ballos, estaba en Villafranca de Piamonte, aunque algo descuidado por fiarse demasiado de la vigilancia de los suizos. Habiéndose, pues, acercado el ejército del rey Francisco á los Alpes, Carlos de Soliers Señor de Morette, en el Piamonte, le vino á avisar de esta novedad, diciéndole cómo ya los suizos estaban apoderados de los pasos ordi- narios por donde se iba de Francia al Piamonte, es ásaber, el de Mont- Cenis y el de Mont-Ginebra; pero que él había descubierto otro ter- cero en Roca Esperriera sin guarda ninguna, por el cual no solamen- te podía su ejército bajar al Piamonte, sino también sorprender á Próspero Colona. El Re}', muy gozoso de esta nueva, mandó al Ma- riscal de la Paliza, á los Señores de Imbercurt, de Aubiñi y otros que se avanzasen con parte de la gente de su conducta, llevando por guía á Soliers y los paisanos que él traía para este efecto.

4 Este destacamento, que según Pablo Jovio, era de mil buenos caballos, marchó con tanto secreto, que, sin ser descubierto de los enemigos, llegó cerca de Villafranca, donde se decía que Colona es- taba alojado. Pero se ofreció una dificultad muy grande, cual era, ser menester pasar el para llegar á Villafranca. Allanóla prontamen- te una de las guías, mostrándoles un esguazo cerca de ella. Pasaron sin riesgo por él. Y el Señor de Imbercurt, que conducía los corredo- res de campaña, fué súbitamente contra el cuerpo de guardia que es- taba á la puerta. Y fué tal la turbación de los soldados que la guar- daban, que en vez de ponerse en postura de defenderla, llamando en su ayuda á los demás del presidio, solo trataron de cerrarla. Mas, ad- virtiéndolo dos de los corredores de campaña, hombres de grande valor 3^ fuerzas, llamados el uno Beovés el Bravo y el otro Ilalancur, corrieron para impedirlo á toda brida por no haber delante barrera ninguna; y lo consiguieron con grande gloria suya. Porque al mismo punto llegó Imbercurt, que acabó de ganar la puerta; y entrando con su gente en la villa, sorprendió á Colona y á sus italianos, que estaban comiendo y regalándose espléndidamente. Por esta causa no n'iurieron muchos de los enemigos, sino que casi todos ellos con su jefe fueron hechos prisioneros de guerra. El botín fué muy crecido)

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porque perdieron todo su equipaje: y lo que más se estimó, fueron cerca de mil y doscientos muy buenos caballos de Ñapóles los q ue quedaron en poder de los franceses.

5 Esta sola acción valió por muchas victorias. Los suizos luego que tuvieron aviso de este suceso, viéndose sin caballería, abandona- ron los pasos de los Alpes y se retiraron á grandes jornadas á Milán. El rey Francisco, no hallando estorbo, pasó los montes y los siguió sin parar. Mas ellos se habían adelantado con tanta ventaja, que no los pudo alcanzar. El Duque de Saboya, su tío materno, le salió á recibir en Moncaller, junto al Pó, y lo llevó á Turín, donde fué reci- bido con todo honor y pompa. De Turín fué el Rey á Verceli y des- pués á Novara y á Pavía, que se le rindieron sin dificultad como to- do lo demás á donde llegaba. Solo halló resistencia en el castillo de Novara, que era muy fuerte. Mas sin querer detenerse, dejó enco- mendada su expugnación á Navarro, quien le atacó vigorosamente con solos sus gascones y vascos: y por su gran pericia y valor lo rin- dió dentro de muy pocos días.

6 Entre tantp el Duque de Saboya trataba de la paz entre el Re}', su sobrino y los suizos, que eran los principales de la liga, y solas sus fuerzas excedían mucho á las de los demás coligados. Trabajó en ella tan dichosamente, que se vino á concluir con las condiciones siguien- tes: que el Rey pagaría de contado á los suizos seiscientos mil escu- dos por una parte y por otra trescientos mil con tal que ellos restitu- yesen los valles de los grisones dependientes del Estado de Milán: y que también pagaría de contado el sueldo de tres meses á todos los suizos que estaban en este Estado ó venían caminando para él: que también les prometía pagar, así á los suizos como á los grisones, la suma de cuarenta mil escudos de pensión cada año: que, mediando esto, los suizos habían de poner en manos del Rey el ducado de Mi- lán y los dichos valles. Y que el Rey daría á Maximiliano Sforcia el ducado de Nemurs con doce mil escudos de renta y le casaría con una princesa de la sangre Real de Francia.

7 Esta paz apenas se hizo, cuc.ndo se quebrantó por los suizos; con ser así que el Rey por dar de su parte cumplimiento á lo pactado buscó prontamente el dinero necesario, y lo juntó con una circuns- tancia bien notable, que fué: tomar prestado todo el oro y plata que pudo, así en moneda como en bagilla, de los príncipes, señores y ca- pitanes de su ejército, dándoles libramientos en las rentas Reales pa- ra que se fuesen pagando: en lo cual vinieron ellos de buena gana. De esta suerte quiso el rey Francisco evitar tanto derramamiento de sangre de sus vasallos, como era forzoso en esta guerra, que no po- día dejar de ser cruel si tenía por enemigos á los suizos. Mandó, pues, que todo este dinero se entregase al Señor de Lautrec para que con la escolta de cuatrocientos hombres de armas lo condujese á Bu- farola, que era el lugar señalado para que los diputados de esta fiera nación fuesen á recibirle. Pero los suizos no solamente quebranta- ron la paz, sino que tuvieron ánimo de apoderarse del dinero ofreci- do por ella. Noticiado de esto Lautrec por espías secretas que tenía,

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 3^9

en todas partes, se retiró con su dinero al ejército con grande gusto del Rey, quien, admirado con horror de la mudanza y malicia de los suizos, se dispuso á combatirlos vigorosamente y abatir con un cora- je heroico su altivez furiosa. La causa de tan inaudita perfidia atribu- Eoñer yen unos al Cardenal de Sión, enemigo mortal del nombre francés, el jJl'rtin cual persuadió á los suizos á cojer el dinero del Rey; y sorprendien-^u^ Be- do su ejército cuando más descuidado estaba, acabar con él de una vez. Mas Guichardino y otros refieren que, habiendo venido de nue- chír*^^" vo un orrueso trozo de suizos, éste rehusó el acuerdo hecho; y trayen-Pab.iov

>=>.. ',, ,, i'j Chro.

do á SU opinión la ma3'or parte de los otros, llegaron al numero denevet. treinta y cinco mil y se resolvieron á ejecutar esta tan insigne mal- dad, que ellos calificaban de hazaña muy gloriosa. Del tribunal del odio nacional no se pueden esperar otras sentencias.

a:

.í;. II.

este mismo tiempo el ejercicio del Papa, del cual era <^ l_\ general el cardenal Laurencio de Médicis, su sobrino, .y el del Rey Católico á cargo de D. Ramón de Car- dona, virrey de Ñapóles, estaban acampados sobre el Pó, entre Pla- sencia y Parma, para ir á juntarse con los suizos. Mas por buena fortuna para el rey Francisco estos dos jefes entraron en desconfian- zas recíprocas por causa de algunas embajadas secretas que se ha- cían el Rey y Laurencio de Médicis, de lo cual tuvo fuertes sos- pechas el virre}^ Cardona. Y esto era cuando ambos temían que el acuerdo que los suizos acababan de hacer y deshacer con el Rey se renovase viendo que buena parte de ellos estaba muy inclinada á esto Y aunque no se renovase en caso de ser vencidos los suizos, veían que toda la Italia quedaba expuesta á ser presa de los francés, sin la menor resistencia. Por estas consideraciones el uno y el otro resolvie- ron conservar sus fuerzas enteras pareciéndole que si el Rey queda- ba victorioso de los suizos, podrían así componerse ellos con S. Ma- jestad Cristianísima: y en caso de ser vencido el Rey, quedándose intactos sus ejércit'~>s, siempre tendrían más poder para refrenar el orgullo de los vencedores, que sobre su natural ferocidad estarían in- tolerables con la victoria. Y porque los suizos podrían justamente ha- cerles cargo de no haberse hallado con ellos en la batalla, tenían los dos generales Cardona y Médicis prevenida la disculpa. Y era: no ha- ber podido ser otra cosa por la nimia apresuración de los suizos: que así (esta era la voz que echaban), lo mejor era ir al opósito del gene- ral Albiano, que estaba en Lodicon el ejército deVenecia, aliada con Francia: y siendo tan fuerte y numeroso como los dos suyos juntos, vendría á ser cosa tan importante para los suizos que Albiano no se juntase á los franceses, como el hallarse ellos en la batalla. Pero es- to era discurrir mucho para no hacer nada. Esta resolución solo pudo .ser desagradable para Navarro por frustrársele los deseos que

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tenía de ver en esta batalla la cara á Cardona, quien tan atrozmente se la había torcido á él desde la de Ravena.

9 Los suizos, pues, determinados de dar sobre el ejército francés, entraron en Milán para llevarse consigo las tropas numerosas de su nación que allí estaban de guarnición. Algunos de los más pru- dentes eran de sentir que se llamasen primero los ejércitos del Papa y de España para reforzarse de caballería, queera lo que más falta les hacía. Mas el Cardenal de Sión,con una vehemente exortación los encendió más y los movió á marchar prontamente y cargar de im- proviso al Rey que con la seguridad del tratado hecho se había avan- zado hasta el lugar de Marinan, auna jornada de Milán. El razona- miento que el Cardenal de Sión hizo á los suizos fué en substancia el pab. siguiente: ¿que hacéis, hijos míos muy amados? En qué os detenéis? ^eha^'í' Aguardáis á caso á que los franceses vengan á suscitar contra vos- Du"ie^x otros á los milanesesy á que, uniéndose con ellos, escojan y os sofo- quen dentro de sus villas? O bien; aguardáis á que los ejércitos del Papa y del Rey de España se junten al vuestro para fortaleceros más, con su ayuda? ¡Oh qué mal acuerdo! Pues ¿no sabéis que ellos están bien ocupados en impedir que el ejército veneciano, más fuerte que los su3'0S, se junte al de Francia? No, no os diviertan tan vanos pen- samientos. Solo debéis considerar que la victoria está en vuestras manos si usáis de la celeridad debida en tan buena ocasión como se ofrece. El Rey de Francia, dando por segura la paz concertada con vuestros diputados, viene á esta ciudad para tomar la posesión en consecuencia de su tratado: y en nada piensa menos que en pelear, pues ha enviado parte de su caballería para, conducir su dinero á Bufarola y lo restante de su ejército está dividido en diversos aloja- mientos bastamente apartados entre sí: y sus capitanes más atienden á la abundancia de los víveres y del forraje que á la comedidad de socorrerse en caso de necesidad los unos á los otros. Siendo esto así, es muy cierto que si en esta situación de cosas dais sobre ellos una sorpresa tan inopinada, el terror de vuestro nombre, el honor de vuestras armas, el ardimiento de vuestros corazones y los esfuerzos de vuestros brazos les causarán tal espanto, que no han de tener ni traza ni seguridad alguna de esperar el combate, sino que al punto han de tomar la fuga, como otra vez lo hicieron en Novara siendo vosotros en tan poco número. Por lo que toca al reparo de la paz que acabáis de hacer con ellos, bien os puedo asegurar que no debe ator- mentar ese escrúplo vuestras conciencias; porque no merece repren- sión faltar á la palabra á los que primero la violaron. Bien en la me- moria debéis tener el tratado de Dijón, al cual después de haberse satisfecho enteramente de vuestra parte y levantado el sitio de aque- la opulenta ciudad, cuyo saqueo con la conquista de todo el país de Borgoña no se os podía escapar, se burlaron de vosotros los franceses después de haber hecho su negocio y haber pasado el terror de vues- tras armas. Últimamente os digo: que no habéis menester compañeros de vuestra gloria cuando solos la podéis ganar; pues la caballería de los aliados solamente podía seros necesaria para seguir en su fuga á

REYES D.JUAN ÍII Y DOÑA CATALINA. 34l

los enemigos que, teniendolugarseguro á dónde poderse retirar, ven- drán á ser la porción de vuestros aliados como parte de la caza que los cazadores dejan á sus perros; y todo lo principal de su dospojos, como también el dinero traído á Bufarola, quedará para vosotros. Mucho más tenía que deciros, y me duele de que sea tan precioso el tiempo y de perder estos pocos instantes en exhortaros cuando más insta la ejecución en una ocasión tan ventajosa que por una sola, victoria abatiréis el orgullo de la nación más soberbia de la tierra, os haréis temidos en toda la Europa, elevaréis la gloria de vuestro nombre sobre la de los griegos y romanos y adquiriréis las riquezas del Reino más opulento del mundo. Lo demás de su discurso se re- dujo á una fuerte invectiva contra los franceses llena de vihpendios á fin de irritar el ánimo de los suizos.

10 Eran estos en número de treinta y cinco mil hombres: y animándose los unos á los otros, corren á las armas, despliegan la banderas, salen á los campos y marchan en bella ordenanza derecha- mente á Marinan con tanta seguridad de sorprender y deshacer á los franceses, que no pensaban tanto en que iban á dar una batalla como

en que caminaban á recojer el fruto de una victoria infalible. Nota Qui- mas un historiador: que los suizos marcharon al combate las cabezas l^J^J.\ desnudas para mostrar su resolución y que se descalzaron los zapa- Hac. tos para pelear con más firmeza y sin deslizarse. El Cardenal de Sión los acompaño con seiscientos caballos y se halló á la carga del primer día, pero no quiso hallarse á la del segundo. De quien tanto hablaba no se podía esperar otra cosa.

1 1 El Rey, que estaba bien advertido de los designios de sus ene- migos, tenía su ejército en batalla con el mismo orden que le vimos marchar. Y esperándolos ahora con grande constancia de ánimo pa- ra infundirla en los suvos, añadió estas breves razones al ejemplo. Di- joles: que la perfidia que los suizos habían usado con él, Dios, justo vengador de tales acciones, la castigaría aquel día por las manos de sus valerosos soldados: que la nación de los suizos tenía al modo de los brutos más de ferocidad que de valor, más de furor que de disci- * plina, más de fuerza que de destreza y más de impetuosidad que de conducta: que sus cuerpos agigantados daban á los contrarios más en dónde hacer presa, especialmente por faltarles la agiladad y la sol- tura: que él haría que por el disparo de la artillería susprimeras filas, compuestas de los más esforzados, fuesen llevadas de calles: y que por el sacudimiento y desorden forzozo de las segundas, la gente de armería abriese camino para embestir sus batallones á fin de que con poca pérdida pudiesen derribar esta gran turba de colosos: que por este solo combate comenzaba y acababa la guerra: que ellos pelearían

á los ojos de su rey, quien por la gloria del nombre francés expon- dría en su compañía á todos los peligros y recompensaría sus accio- nes valerosas según los méritos que de ellos ciertamente esperaba. La fuerza de la voz y la alegría del semblante con que el rey Fran- cisco pronunciaba estas palabras dio buenas es])eranzas de la victo- ria á todo su ejército.

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12 Esto fué á 13 de Septiembre, víspera de la exaltación déla Santa Cruz, cerca de las cinco de la tarde, y en este punto los suizos sin ruido (por haber dejado sus tambores y servirle solo de peque- ñas trompetas para juntarse) vinieron á cargar la vanguardia de los franceses comandada por el Duque de Borbón, quien los recibió con toda firmeza y valor intrépido. Mas los lanskenetes de su vanguardia quedaron tan aturdidos, que se pusieron en huida, y no por cobardía, sino porque, habiendo creído antes la paz y habiendo oído después que era menester pelear, cogidos ahora de susto, sospecharon que los querían entregar á los suizos sus mayores enemigos. Así pudieron estos romper fácilmente el resto de la infantería de la vanguardia francesa. Después de eso, habiendo reconocido los lanskenetes que aún peleaba valientemente la caballería y que la infantería volvía á rehacerse, porque el mismo Rey en persona se había avanzado con su cuerpo de batalla para sostener la vanguardia, volvieron osada- mente al combate. Aquí fué furiosa y horrible de una y otra par- te la pelea. El Rey hizo maravillas por su mano: con trescientos hombres de armas destrozó cuatro mil suizos. Su ejemplo animó á los suyos. Y estando firmes como rocas los enemigos, la batalla se continuó hasta la media noche, desfalleciendo aún los más robustos; aunque sin dejar de pelear ni separarse los unos de los otros y sin se- ñal cierta de victoria por alguna de las partes. Fué de suerte que muy entrada la noche los suizos mataron mucho número de france- ses, habiéndose calado entre ellos gñta.náo Francia^ Francia para engañarlos. Últimamente: llegó á tal extremo el cansancio, que á to- dos obligó á caer tendidos en el suelo: y se hallaron al amanecer los franceses echados en muchas partes entre los suizos y los suizos en- tre los franceses, los unos en el campo de los otros.

13 En este primer choque fueron muertos Francisco de Borbón, el Conde de Sancerre, el Señor de Imbercurt con otros muchos ca- balleros y capitanes, que hicieron cosas muy hazañosas peleando con sumo valor. El Rey, que había recibido muchos golpes de pica en sus

"armas, se recostó esta noche armado de todas piezas sobre el ajuste de un cañón para contener á los otros en su deber con este ejemplo. Y previendo un segundo esfuerzo de la parte de los enemigos, prove- yó con particular cuidado en volver á poner los suyos en buena or- denanza. Para esto se valió singularmente de la suma pericia de Na- varro, quien dispuso y asestó tan ventajosamente la artillería contra el campo enemigo, que esto vino á ser la causa principal de declarar- se después á su favor la victoria. En todo este tiempo padeció el Rey una sed extrema, por cuanto las aguas cercanas estaban todas teñidas de sangre; mas, en fin, se le trajo de' más lejos agua clara. Zurita cuen- ta por un milagro de valor que el Rey pudiese durar veinte y siete horas á caballo con el almete en la cabeza sin comer bocado.

14 Al primer rayar del alba del siguiente día los suizos, que ya tenían por suya la victoria, volvieron á embestir aún con mayor furia á los franceses. Mas fueron recibidos tan tempestuosamente de la ar- tillería y de los ballesteros gascones de Navarro, que esto mitigó en

REYES D. JUAN III Y DOSÍA CATALINA. 343

gran manera su ardor, que más parecía calentura frenética. Suizo hubo que, arrebatado de este rabioso furor, se arrojó á cuerpo perdi- do en los batallones franceses y á toda fuerza, abriendo paso con la espada, penetró hasta la artillería y dio una recia palmada en una de las piezas. Mas fué allí muerto para que no se alabase de su loca te- meridad. Viendo los suizos todos sus esfuerzos rebatidos y que ince- santemente eran batidos por la artillería, mechados de Hechas y mal traídos de la caballería, desbandaron una gruesa tropa de los suyos por las espaldas para dar sobre el bagaje de los franceses, esperan- do por este medio hacerles volver cara y ponerlos en desorden. Mas esta banda, habiendo sido rota por el Duque de Alensón, que tenía entera su retaguardia, ganó un bosque; donde fué seguida y hecha pedazos por los gascones. No habiéndoles salido bien este último es- fuerzo á los suizos, comenzaron á caer de ánimo y á retirarse por tropas en gentil orden. Una de estas bandas, habiendo ganado el alo- jamiento del Duque de Borbón, quiso más dejarse allí quemar que rendirse á la segura clemencia del Rey. Aunque algunos lo atribu- 3'en á crueldad de los lanskenetes, los cuales pasaron también á cu- chillo á otros muchos, sin perdonar álos que topaban mal heridos por los caminos. Otra banda se salvó en Milán, y la última y más gruesa tomó el camino de su país sin ser seguida, queriendo más el Rey atender á dar gracias á Dios de su victoria, (como lo hizo con gran devoción) que derramar la sangre de estos gigantes, que hubieran vendido muy caras sus vidas.

15 Sobre el número 'de los muertos hay opiniones. Unos dicen que de parte de los suizos murieron de catorce á quince mil. Otros no cuentan más que de ocho á diez mil y de. los franceses tres mil. Y hay quien haga la pérdida casi igual de una y otra parte. Aunque esto no tiene verosimilitud por la diferencia de las armas con que unos y otros combatieron. Los suizos con solas picas, espadas }'■ ha- chas de armas por la mayor parte y los franceses más ventajosamente para el estrago de los enemigos con la artillería y todo género de armas arrojadizas. Además de Francisco de Borbón y los otros ya nombrados, que murieron la noche precedente, fenecieron sus días por uua muerte gloriosa Francisco de la Triraulla, Príncipe de Tala- mont, hijo de Luís, Mariscal antiguo de Francia, y otros señores y capitanes, entre los cuales no debemos c'allar á Salazar, navarro, de

la Casa de Iriarte, cuando otros hacen de él mención honorífica. Dnpieís

16 Los historiadores italianos con mucha vanidad suya dan la prez de esta victoria á Bartolomé Albiano, General del ejército vene- Pab, ' ciano. El cual, (dicen ellos) teniendo aviso de la batalla, vino á toda ^°^" brida con su caballería al campo francés; y habiendo llegado al ama- necer, hizo maravilla en ella. Pero Martín de Bellay (que estaba pre- sente) asegura que no llegó sino dos horas antes de medio día y una^'^'*^" después de la batalla. Lo cierto escjué llegó á buen tiempo para co- rrer tras de los desventurados suizos, de los cuales mató muchos en

su retirada á Milán y á Como. El Cardenal de Sión se escapó á buen tiempo. Porque, habiendo hallado el primer día al^ejército francés en

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mejorar postura que él se imag-inaba, se retiró aquella misma noche á Milán: y el siguiente, viendo aquella ciudad en disposición de ren- dirse al vencedor, se fué huyendo á Alemania después de haber pro- metido á Maximiliano Sforcia que dentro de pocos días le traería so- corro suficiente para librarle de la opresión de los franceses: y le ex- hortó á encerrarse en el castillo de Milán y defenderse bien en tanto que él volvía. Que fué lo mismo que decirle se fuese á poner en las manos del enemigo para perderse del todo, como presto vino á suce- der. No hay cosa que tanto dañe como los malos consejos: y nunca pueden ser buenos los que nacen de una vehemente pasión, cual era el odio que este cardenal tenía á los franceses .

17 Fué esta batalla la más célebre que jamás dieron los suizos después de las que tuvieron con Julio César cuando se llamaban helvecios y se incluían en las Gallas. En ella (como decía Trivulcio) los franceses vencieron gigantesy no hombres comunes: y los suizos aunque vencidos, no perdieron sino hombres y ganaron mucha glo- ria. Porque el arrojo bizarrísimo con que dieron sobre los franceses, la firmeza con que los combatieron y el buen orden con que se reti- raron, con ser todos gente dea pié, ala vista de un ejército tan pode- roso y de la mejor caballería del mundo, ensalzó grandemente la re- putación de esta nación belicosa. El rey Francisco el mismo día que ganó la batalla ordenó que se hiciese una procesión general, ala cual asistió para dar gracias á Dios de su victoria. El día siguiente hizo enterrar con todo honor y solemnidad religiosa á los muertos todos de una parte y otra. Y en lo que más se señaló su piedad fué en fun- dar una capilla en el lugar mismo de la batalla, dejándola bien dota- da con buen número de capellanes que perpetuamente rogasen á Dios por las almas de los que tan gloriosamente habían acabado allí sus vidas.

u:

'na tan señalada victoria ganada por el rey Francisco 18 I I después de haber dado muestras tan esclarecidas de su prudencia, valor y generosidad heroica en edad de solos veinte y un años causó tanto terror á toda Italia, que primera- mente el ducado de Milán enteramente se sujetó á las armas del ven- cedor menos el castillo de la ciudad capital y el de la ciudad de Cre- mona: y consiguientemente todos los potentados de Italia leembiaron embajadores para congratularle de su victoria y procurar su amistad y alianza. Los milaneses vinieron á su campo con las llaves de la ciu- dad. Mas el Rey no quiso entrar en ella hasta que estuviese en su poder el castillo, pareciéndole menos decente á la majestad hacer su entrada en una ciudad cuyo castillo estaba en poder ajeno. Con- tentóse con enviar al Duque de Borbón á tomar el juramento de fide- lidad á los vecinos y al Señor de Aubiñi para que quedase en el go- bierno de la ciudad. La expugnación del castillo la encomendó el

REYES D. JUAN III Y DOiÑA CATALINA. 345

Rey á Pedro Navarro, dándole fuerzas suficientes para ello. Era de la última importancia; por haberse retirado á él en tan deshecha bo- rrasca como á puerto seguro Maximiliano Sforcia con dos mil hom- bres de guerra italianos y cuatro mil suizos.

19 Pedro Navarro, como tan experimentado en sitiar y minar pla- zas, hizo saltar horrorosamente dentro de muy pocos días con una mina uno de los mejores baluartes del castillo; y fué tal el espanto de Sforcia, que al punto pidió capitular. Por esta capitulación rindió Sforcia al Rey el castillo de Milán y el de Cremona: y S. Majestad se obligó á pagarle quince mil ducados (otros dicen más) de renta cada año en Francia, adonde había de ser conducido para ser prisionero toda su vida. En efecto vino á parar por mal aconsejado el que ha- bía podido ser duque de Nemurs y casarse con una princesa de la sangre Real de Francia. A los soldados se les concedió salir del castillo vidas y vagas salvas; y el Rey les dio también á los suizos seis mil ducados para su viaje. Jurado así y ejecutado fielmente de guícu. una parte y otra el acuerdo, hizo el rey Francisco su entrada triun- fante en aquella ciudad, armado de todas piezas y acompañado de mil y ochocientos hombres de armas y veinte y cuatro mil infantes en ordenanza de batalla, espectáculo tan agradable á sus amigos co- mo horroroso á sus enemigos y á los envidiosos de su gloria. En este orden fué á la iglesia mayor en derechura, donde dio gracias á Dios según la loable costumbre de los reyes cristianísimos en semejantes ocasiones.

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§• IV.

hora fué cuando todos los potentados de Italia vinie- 20 / ^ ron personalmente á visitarle. Y el papa León X con- .certó vistas con él en Bolonia. En ellas hizo S. Santi- dad al Rey honras extraordinarias y nunca vistas. Pablo Jovio nota que al arrodillarse el Re}' para besarle el pié, y queriendo proseguir en la misma postura para hablar y darle la obediencia, el Papa no lo permitió sino que se inclinó para levantarle y abrazarle. En esta en- trevista confirmaron la alianza tratada y acordada por sus diputa- dos. Y el Papa hizo muchas gracias al Rey en lo tocante á lo ecle- siástico, como fué el que pudiese nombrar para las prelacias y bene- ficios los sujetos que le pareciese del clero de su reino. El Rey vino respectivamente en que el Papa llevase las anatas de las mismas prelacias y beneficios. Este tratado, que contenía también otros artícu- los favorables al Papa, se llamó Concordato^ y fué mal recibido de los franceses: de unos por la extracción del dinero que de Francia había de salir para Roma; de otros por ser la abolición y destrucción total de su pragmática sanción, por la cual gozaban de tantos privilegios en lo eclesiástico. Y usí, viendo que eran en vano las representacio- nes hechas al Rey por el clero, universidades y parlamentos de Fran- cia, dieron algunos en llamar por derrisión al Ojncordato el mar i'

346 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XVII.

do de la PraormáUca Sanción. Porque así como la mujer debe estar sujeta con todo al marido, toda la autoridad de la pragmática san- ción quedaba destruida por el Concordado. En lo temporal y político que estuvo también el Papa muy graciable con el Rey. Porque vino en las ciudades de Parma y Placencia como plazas dependientes del du- cado de Milán quedasen en su poder: y juntamente le prometió ayu- dar ala recuperación del reino de Ñapóles después de la vida (ca- dente yá) del rey D. Fernando de Aragón, que no podía durar mu- cho. Y el Rey se obligó también á ayudarle con todas las fuerzas Pab. necesarias para sacar el ducado de Urbino de míinos de Francisco gS ^^^^^f^ de la Rovere, que lo había usurpado á la Iglesia. La cosa de más importancia de que en este coloquio se trató y que meno3 se lo- gró, (así como otras veces) fué la guerra contra el turco. El Papa con este fin quería darle desde luego el título de Emperador de Cons- tantinopla. Mas el Rey lo rehusó, diciendo que el de Cristianismo le estaba mejor.

21 Así vino á componerse el papa León X con el Rey de Fran- cia, siendo esta paz muy útil para la Iglesia y muy ventajosa para su Casa. El Rey Católico ü. Fernando, su confederado, no le quiso imi- tar. Y una de las causas fué; el tener por cierto que no podía hacer paz con el francés si no les restituía su reino á los despojados Reyes de Navarra, y siempre estaba muy lejos de eso. Dos eran sus recelos; ó que después de esta gran victoria pasase el rey Francisco á la con- quista de Ñapóles, y por esto hizo que su virrey Cardona volviese con su ejército á aquel reino; ó que viniese el francés á la recupera- ción de Navarra para sus Reyes, como á ellos se lo tenía prometido. Y quizás con e5ta mira envió, por virrey ái). Fadrique de Acuña, co- mendador de Montemolino de la Orden de Santiago, hermano del Conde de Buendía, que, sucediendo al Marqués de Comares, vino á ser el tercer virrey de este reino. El Marqués era muv hábil para el gobierno, y aún no había cumplido los tres años; pero el Rey había entrado en grandes desconfianzas de los más de los señores de Cas- tilla, y sospechó que se entendía con ellos á favor del archiduque p. Garlos, su nieto. El Comendador le era muy inferior para el mane- jo; mas estaba muy ajeno de estas máquinas. Y esto debió de preva- lecer en el gran juicio del Rey, aún cuando más necesario era en Na- varra hombre de muy superior talento. Y á esto nos inclinamos más, que á lo que dice Garibay, de haberle elegido por intercesiones de algunos señores; porque siempre fué el rey D. Fernando muy ene- migo de ellas, y más en esta ocasión.

22 Después de haberse detenido el rey Francisco seis días con S. Santidad de Bolonia, volvió á Milán para regalar el Gobierno de aquel Estado, y hecho esto, repasó prontamente los Alpes por haber tenido aviso de que el inglés estaba en términos de romperle guerra en Francia por el rencor de haber tomado debajo de su protección al niño Jacobo, Rey de Escocia. Dejó por gobernador del Estado de Milán al Duque de Borbón, Condestable de Francia, con la mayor parte de sus fuerzas. Y teniendo muy presente lo mucho que los ve-

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necianos, como fieles aliados, habían contribuido en esta guerra sin sacar para fruto alguno de ella, le dio orden de ayudarles con ellas al recobro de las ciudades de Bressa y de Verona, que el emperador Maximiliano les había tomado. Bartolomé de Albiano, General de su ejército, acababa de morir de disentería: y le pidieron que en su lu- gar les diese para este cargo á Trivulcio Milanés, Mariscal de Fran- cia, de quien tanto queda dicho.

23 Así lo ejecuto el rey Francisco. Envióles á Trivulcio, y luego que él llegó le dieron comisión para ir á sitiar á Bressa. Al mismo tiempo les envió el Rey tropas muy buenas así de caballería como de infantería debajo de la conducta del bastardo de Saboya y de Pedro Navarro: y por otra parte, el Duque de Borbón les envió de orden su- ya otras de Milán á cargo del Señor de Lautrec. Al punto que llega- ron estos refuerzos comenzaron los venecianos á hacer dos baterías con tanta diligencia, que dentro de pocos días los sitiados se vieron tan apretados, que estaban en términos de capitular y entregar la plaza. Mas el emperador Maximiliano, que venía marchando á soco- rrerla, hizo avanzar al Conde de Rokendolf, que echó seis mil hom- bres dentro de la ciudad: y acercándose él mismo con ejército tan poderoso, que, según algunos, se componía de sesenta mil comba- tientes fuera de los bandidos de Milán, que en gran número le se- guían. Los franceses 3^ venecianos, que se hallaban muy inferiores en fuerzas para dar batalla, tomaron el partido prudente de levantar el sitio y retirarse á Cremona; y de allí los franceses á Milán, donde el Condestable esperaba un grueso refuerzo ele suizos, de los que el rey Francisco acababa de traer á su partido, como ya dijimos.

§• V.

Y"""*^! Rey de Francia después de su victoria ninguna co- 24 1^-^ tomó tan á pecho como el hacer una firmísima alianza M ^i^nn los suizos. ¡Grande gloria de los vencidos ser bus- cados de los vencedores para amigos! Logróla breve y felizmente, dándoles una pensión anual y perpetua de sesenta mil escudos y trescientos mil más pagados luego de contado. Y ellos se obligaron á darle á su sueldo toda cuanta gente de infantería hubiese menester así en Italia como cualquiera otra parte, tanto para defensa de las pla- zas como para pelear en campaña con los enemigos y asaltarlos en sus plazas. Aunque en esto último de batalla y de asaltos exceptúa- ^j^, ron al Papa, al Emperador y al Rey de romanos. Desde este tiempo los reyes de Francia han mantenido inviolablemente y cultivado con sumo estudio esta alianza de los suizos como muy útil y ventajosa á su reino; aunque no sea por otra cosa sino porque sus enemigos no se valgan de ellos. Verdad es que cinco de los cantones más populo- sos (de i)rotestantes) no entraron en este acuerdo. Y estos son los (|ue en varios tiempos sirvieron, y hoy en día sirven á los enemigos de Francia.

348 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. XVlI.

25 Ahora, pues, el Emperador, se^^uro de que los suizos que ve- nían en socorro de los franceses no habían de pelear en campaña contra él, y muy confiado en lo poderoso de su ejército, marchó con él derechamente á Milán. Imaginábase que los franceses, no pudien- do tener la campaña por la desigualdad de fuerzas, querrían (como otra vez lo hicieron) abandonar la Italia y volverse á sus casas más que sufrir las incomodidades de los sitios, en que era duplicado el pe- ligro por el temor de los enemigos de fuera y desconfianza délos italianos de dentro. Y hacía la cuenta que por su abandono se le ren- diría todo: y con lo que sacaría de la ciudad de Milán y de las otras de aquel Estado podría pagar largamente su ejército. xVlas estas tan alegres cuentas le salieron muy al revés al emperador Maximiliano. Porque los franceses se resolvieron á defenderle arrestadamente. Y viendo él no solamente esto, sino también que les habían llegado trece mil suizos para defensa de las plazas y que dentro de pocos días serían socorridos de Francia y también délos venecianos, perdió de golpe con sus vanas esperanzas el ánimo y aún el juicio, según la acción indecorosa que ejecutó, y fué: desaparecerse de noche callan- do de su ejército y retirarse á grandes jornadas á Alemania. El pre- texto que después dio de tan vergonzosa retirada, que muchos tienen por fuga, fué: haber sido llamado de Hungría por la muerte súbita del rey Ladislao. Pero ¿cómo se podía honestar con este pretexto el abandono impensado de un ejército? Solo podía disculparle la falta de dinero para pagarle después de haberle salido tan mal sus cuen- tas. Hallándose, pues, el ejército alemán á la mañana sin jefe y sin esperanza de pagamento, comenzó al punto á liar bagaje y á des- campar sin trompeta; mas no, sin alguna orden como era forzoso. Los franceses, advertidos de su desbarato, salieron contra los imperiales: y conduciéndolos el conde de S. Pol, el señor de Montmoranci y To- más de Fox, señor de Lescún, hermano de Lautrec, pasaron á cuchi- llo á los menos diligentes é hicieron un grueso botín en su equipaje.

26 Habiendo pasado ligeramente el espanto que causaron los ale- manes, no de otra suerte que el relámpago y el trueno, que amena- za y no hiere, el Duque de Borbón, viendo el Estado de Milán en todo sosiego, se retiró á Francia quedando en el Gobierno por lugarte- niente del rey Lautrec con todas sus tropas. Este valeroso capitán, deseoso de dar prueba de su esfuerzo, volvió luego á poner sitio á Bressa, la cual, habiendo perdido la esperanza de todo socorro, se le rindió fácilmente y él la entregó después á los venecianos. Lo mismo hizo de la ciudad de Verona, en cuyo sitióse detuvo más tiempo por la resistencia de Marco Antonio Colona, su Gobernador, que la de- fendió con todo valor hasta que, faltándole enteramente los víveres, se vio mis acosado del hambre que apretado de la batería. Después de haber dado Lautrec cumplida satisfacción á los venecianos, solo le restaba darla al Papa ayudándole á recuperar el ducado de Urbi- no. Para esto envió al Señor de Lescún, su hermano, con numerosas y escogidas tropas por la mayor parte de gascones á cargo de famosos capitanes, quienes pusieron en ejecución la empresa; aunque con mu-

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cho trabajo, no solo por la competencia de dos de ellos, el uno muy antiguo, que pretendía se atendiese á su antigüedad, y el otro parien- te de Lautrec, que quería le valiese el parentesco del jefe; sino tam- bién por haber hallado al Duque de Urbino poderosamente armado para su defensa. Así fué restablecido el papa León X en la posesión de todo aquel ducado (patrimonio de la Iglesia) del cual dio la inves- tidura á Lorenzo de Médicis, su sobrino, sin parecerle tan mal como le pareció cuando Julio II se la dio al suyo.

27 Pero la mayor ventaja que S. Santidad percibió de esta alian- za con Francia fué la exaltación de su Casa, que ahora tuvo el apoyo más firme para hacerse respetable y muy superior á los tiros de la envidia y de la malevolencia de sus conciudadanos de Florencia. Por- que el nuevo Duque de Urbino, Lorenzo de Médicis, sobrino del Pa- pa, pasó poco después á Francia y casó allí con Madama Magdalena de Boloña y déla Tour, prima-hermana del rey Francisco, hija here- dera de Juan de Boloña, Conde de Auvernia y de Lauraguaes, y de Madama Juana de Borbón, hermana de Juan de Borbón, Conde de Vandoma. Y de este matrimonio vino á nacer la famosa Catalina de Médicis, que, habiendo heredado los grandes Estados de su madre en Francia, fué mujer del rey Enrique II y madre de tres reyes consecuti- vos de Francia, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, y del Duque de Alensón: y madre también de grandes princesas, y entre ellas de una reina de España, que fué Doña Isabel de la Paz, llamada así por haber dado fin á la guerra, casando con nuestro rey Filipe IV y de Castilla II. La reina Catalina de Médicis, tan señalada por su copio- sa y real sucesión, no es menos conocida por la regencia del reino de Francia en los tiempos más difíciles que él tuvo. De todo lo cual y de haber tenido Francia otra reina de la misma estirpe, sobrina suya, con sucesión más feliz, reverberan en la Casa de los Médicis las in- mensas luces que por todo el orbe la hacen tan esclarecida.

CAPITULO XIX.

I. EaiBAJADA DE LOS EeYES DE NAVAKRA AL REY CatÓlICO Y VARIOS CUIDADOS DE ESTE.

II. Muerte del Gran Capitán D. Gonzalo Fernández de Córdoba y memorias del Rey Ca- tólico D. Fernando de Aragón. III. Su muerte y testamento. IV. Su entierro y calidades.

1515

n grandes esperanzas entraron los Reyes de Navarra, D.Juan y Doña Catalina, con los felices sucesos del rey año iFrancisco. Animáronse tanto, que les pareció que ya podan hablar alto. Iliciéronle al rey D. Fernando una embajada, que más parecía requerimiento. Fueron los mensajeros dos Religiosos confesores suyos. Estos lo notificaron por último que les volviese el reino que injustamente les había usurpado; y á falta de hacerlo, lo citaron'al tribunal de Dios vivo, único y supremo juez de los Reyes,

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de quien esperaban justicia. Los Religiosos se debieron de adelantar demasiado, pareciéndoles que el Rey no podía dejar de ser presenta- do dentro de muy poco tiempo en este tremer do tribunal, según es- taba ya decaído. Mas el rey D. Fernando, á quien tan próximo hacían á la muerte, les amortiguó el celo respondiéndoles con gran seriedad: que el había conquistado el reino de Navarra con bueno y justo de- ^''^'^ recho, habiéndose puesto en él entredicJio por el Papa^ y dándole S. Santidad á quien primero le conquistase: qiie él no podia^ salva su honra, dejarlo: que Dios lo había hecho la gracia de conservar su conquista por la fuerza de las armas contra los que habían que- rido quitársela de las manos. Es cosa bien noble que S. Majestad Católica siempre insistía para sanear su derecho en esta razón del entredicho pontificio, siendo por ventura la que menos fuerza hacía.

2 Esta animosidad de los Reyes de Navarra bien pudo atribuirse á justo sentimiento suyo por el desaire que padecieron del Rey en otra diligencia más regular y cortesana que poco antes habían hecho para el mismo fin, valiéndose de la reina Claudia de Francia, Duque- sa propietaria de Bretaña 3^ parienta muy cercana de ambos. Parecía- is que sobre la suma felicidad de armas del Rey, su marido en Ita- lia, su representación, tanto más respetable en leyes de galantería por ser dama joven, había de ser atendida del rey D. Fernando. Ella envió á decir al Señor de Asparrot, quien había quedado, por gober- nador de Guiena, que previniese al rey D. Fernando de cómo quería hacerle un mensaje con su secretario Giles de Comacre para tratar con S. Majestad de cierto negocio. Asparrot envió con este aviso á Monsiurde Túrbida, quien llegó á fines de Septiembre al Burgo de Osma, donde el Rey se hallaba. Mas él le mandó despedir con sacudi- miento, respondiendo secamente: que si aquello era sobre las cosas de Navarra en favor del rey D. Juan de Labrit y la reina Doña Ca- talijia de Fox, su mujer, en este caso era escusada la venida de aquel Secretario. Y así, no se pasó adelante.

3 En la relación de estos hechos del Rey Católico y los que se siguen hasta su muerte por la mayor parte compendiaremos fielmen- te á Zurita para proceder con mayor fundamento. Por este tiempo, pues, entrado el mes de Octubre de 1515, cuando la dolencia del Re}'^ Católico (declarada en hidropesía) iba creciendo tanto, que le consideraban en el último peligro de su vida, hubo recelos de mayo- res novedades, como fueron: de la venida del príncipe D. Carlos á Es- paña: y de que el Gran Capitán, echando voz de que el Rey de In- glaterra le llamaba para darle empleo condigno en su servicio, que- ría pasará Flandes: y que para ejecutarlo con el decoro debido á su persona y á la empresa de traer al Príncipe á España, estaba delibe- rado que se juntasen con él en Málaga los Condes de Cabra y Ureña y el Marqués de Priego.

4 Aún pasaron á más (como algunos quieren) y con mayor dolor suyo las sospechas del Rey por los avisos de que el francés había llamado al Gran Capitán, y que con efecto enviaba á Málaga con to- do su secreto un navio para llevárselo á Francia y poner en su mano

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el bastón supremo desús armas. Así lo escriben algunos llevados más de lo recóndito de una erudición l)ien ponderada que de su so- Qneved lidez; porque no considei-an la inverosimilitud del caso. El rey Fran- cisco estaba muy lejos de soltar de su mano propia el bastón cuando más bien asido y pegado le tenía con la soldadura de sus recientes victorias: y en caso de ponerle en otra mano, tenía cerca de al Du- que de Borbón y otros grandes príncipes y capitanes de su reino, que se dieran sin duda por agraviados de serles preferido un extran- jero, aunque de tan realzados méritos: y la envidia hubiera hecho su oficio levantando como pólvora del infierno en incendio de una gue- rra civil en todo su reino. Una cosa es cierta: que el francés bien quería, y aún solicitaba, que el Gran Capitán saliese de España para volver presto á ella con el archiduque D. Carlos, de quien por enton- ces era tan amigo como después fué enemigo por las causas que di- remos. Fué- tanta la indignación que de esto tuvo el Rey, que al pun- to envió á Málaga á Manjarrés para embarazar su embarcación: y si necesario fuese, hacer oficio de espía para prenderle. A que se aña- día el querer atajar que el Gran Capitán lograse su intento de suce- der al Rey en el Maestrazgo de Santiago, para lo cual se entendía te- ner bula de la Sede Apostólica. Y no se aquietaba con haber sabido que el Gran Capitán había caído enfermo de cuartanas en Loja des- pués de comenzada su jornada; porque sospechaba que la enferme- dad era fingida para hacer mejor su hecho.

5 Lo de In^^laterra tenía su fundamento. El Rey, su yerno, estaba muy mal con él desde la burla que le pegó en la alianza pasada, con- quistando para el reino de Navarra y frustrándole á él la conquista de Guiena, y le importaba mucho el aplacarle. Para esto envió pri- mero al Obispo de Trinópoli por su embajador á Inglaterra: y des- pués un riquísimo presente, que era loque en aquella Corte más po- día con el comendador Luís Gilabert, de joyas y caballos ricamente enjaezados á la brida y á la gineta. Esto hizo su efecto, aunque no to- do el que S. Majestad Católica deseaba. Ajustóse la confederación, pero limitada en lo tocante al Príncipe Archiduque y á Navarra. Por- que el inglés no quiso particularizarse en impedir la venida del Prín- cipe á España ni oponerse ásus pretensiones en ella: como ni tampo- co en salir á la defensa del reino de Navarra por el Rey Católico, su suegro; con ser así que para estas dos cosas se pretendía principal- mente esta nueva confederación con Inglaterra. El motivo era muy urgente; porque después déla victoria del rey Francisco yáera pú- blico que el Papa y suizos se habían concertado con él: y siendo dueño del Estado de Milán, las cosas de Italia estaban en extremo pe- ligro. Y lo peor era que generalmente los señores ingleses que asis- tían de cerca al rey Enrique estaban muy prendadosy aún galardonados del Rey de Francia, y no acudían á lo de la nueva confederación con las veras que el rey D. Fernando creía. Por eso él procuraba tener de su parte á Carlos Brandón, Duque de Soffokl, y al Cardenal Vol- seo, Arzobispo de York, á quien poco antes le había venido el cape- lo; porque, teniendo ganados á estos dos, todo estaba hecho, siendo

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ellos los que gobernaban á aquel Príncipe á su antojo. Ahora supo el Rey por aviso de este Cardenal, quien nada ignoraba de lo que pasaba en el Consejo de Estado de Flandes, cóir.o el príncipe D. Car- los estaba en ánimo de enviar á España un embajador: y que no era con buena intención por más que el pretexto fuese otro; pues era cier- tamente para tratar en perjuicio suyo algunas cosas con los gran- des de Castilla.

6 Esta noticia, aunque útil para su precaución, fué de suma amargura para el Rey. El cual salió de Madrid con propósito de ir á Sevilla y de allí á Granada, como quien se acercaba á su sepultura. Llegó al fin de Noviembre á Plasencia. Iba tan debilitado y doliente, que se tuvo por cierto que no podía vivir muchos días. Sabido esto en Flandes, los del Consejo del príncipe D. Carlos ejecutaron su proyecto de enviar á España por embajador á Adriano de Trayecto, Deán de Lovaina, varón doctísimo, de grande piedad y vida muy ejemplar, que después fué obispo de Tortosa, inquisidor general, cardenal y sumo pontífice. Esta embajada con voz de tomar nuevo asiento en las cosas del gobierno de los reinos de Castilla, aunque se decía había de ser á gusto y satisfacción del Rey, le dio mucha pesa- dumbre; porque no ignoraba los tratos y marañas de los grandes, especialmente sobre los maestrazgos de las Órdenes Militares, que el Rey quería dejar á su nieto el infante D. Fernando, y la Corte de Flan- des y los Grandes de E!spaña lo llevaban muy mal; porque aquella los quería para el Príncipe, hermanomayor y heredero forzoso del abue- lo, y estos los querían para sí: y actualmente el Gran Capitán preten- día el de Santiago con buen derecho por la bula que tenía del Papa: y 1). Gutierre López de Padilla, Comendador Mayor de Calatrava, el de su Orden por tener muchos de su parte en el Reino: }'■ los de- más por la esperanza de que al cabo recaerían en ellos, volviendo los maestrazgos á su estado antiguo, lo cual tenían por cierto y pron- to con la muerte del Rey, que no podía tardar.

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Atan

§■ II.

|ero sucedió al contrario, muriendo primero fcasi al mismo tiempo) el Comendador Mayor y el Gran Capi- tán. Dejamos á este gran caballero en Loja, de donde pro- seguía su viaje, que se decía ser á Italia ó Inglaterra y de allí á Flan- des. Por su dolencia de cuartanas se hacía llevar en litera. El Rey, que estaba tan al cabo de la vida como él, creía siempre que su enferme- dad era fingida, hasta que, habiendo llegado á Granada, falleció el Gran Capitíín á dos del mes de Diciembre. Y siempre Manjarrés^ que le seguía (son palabras formales de Zurita) estaba como buitrea su parte aguardando su muerte; Jiasta que ella lo atajó todo ci sa- zón que el Rey vivió pocos días. Lliciéronsele al Gran Capitán hon- ras tan generales como lo era la fama de sus victorias, debidas más que al favor de la fortuna á su propio valor y conducta de Gran Ca*

REYES D. JUAN líl Y DONA CAtALINA. 3»53

pitan, que verdaderamente lo fué en la justa estimación de todo el mundo por su fortaleza y pericia suma de la guerra, por su consuma- da prudencia en elegir los mejores consejos, por su celeridad en eje- cutarlos cuando era conveniente y por su cautela en reservarlos hasta la ocasión madura. Así dio muchas batallas en que tuvo grandes victorias: así escusó algunas por conseguir, como de hecho consiguió, otras mayores y así conquistó y conservó ciudades, provincias y reinos. Esto hacen los hombres por hacer fortuna: mas él, haciendo todo esto, vino á deshacer la suya. La causa de este revés tan sensible él mismo la reconoció bien y la dio á entender como gran cristiano en el tiempo de su retiro y desengaño. Y fué: haber atendido á veces más que al servicio del Rey del cielo al obsequio y agrado del de la tierra, que tal pago le dio.

8 Con la muerte del Gran Capitán salió el Rey del mayor de los cuidados que le atormentaban: y su ánimo, entre todos ellos imper- turbable, se aplicó al progreso de sus primeras y más gloriosas em- presas, que justamente le dieron el renombre de Católico, y eran las de la guerra contra los sarracenos. Habíalas interrumpido desde que mandó ásu general el conde Pedro Navarro, á quien en ellas tenía bien ocupado, pasar con su armada á Ñapóles para refuerzo del Gran Capitán: y ahora mandó á su virrey Cardona, quien con el ejército intacto había vuelto de Lombardía, formar de su infantería, después de dejar bien guarnecidas las plazas, otra armada de mar que pasase prontamente á África para la conservación y progreso de lo conquis- tado. Bien se puede llamar acción tan loable restitución generosa de este gran monarca. Diéronle motivo para ella las crueles operaciones de dos famosos corsarios y capitanes generales del Gran Turco, de los cuales fué uno Arráez Solimán y el otro Omich, más conocidos por el sobrenombre de Barbarroja. Ambos infestaban las costas déla cristiandad con muertes, robos y todo género de estragos, dejando lástimas y lamentos en los puelolos cristianos y haciendo resonar en gemidos perpetuos las mazmorras de Turquía por los innumerables cautivos que llevaban, Al primero venció y mató en una batalla naval el caballero D. Luís de Requesens, General de las galeras de gran Siciha, por el mes de Julio de este año.

9 El segundo, que fué el más célebre por su mayor poder y por sus altivos pensamientos, trataba de hacerse rey de Bejía, trayendo para esta empresa sobrada gente de desembarco en su armada: y de hecho el año antecedente había ido á reconocer los dos castillos que en la ciudad de Bujía, capital del reino de este nombre, mandó fa- bricar el rey D. Fernando luego que el conde Pedro Navarro lo con- quistó y puso á su obediencia. Mas lo que Barbarroja vino á ganar ahora fué perder un brazo que un tiro de artillería le llevó por el co- do. No pudiera haber bala más acertada si no hubiera sido para podar solamente el árbol. El efecto fué que la campaña próxima brotó con mayor fuerza y lozanía los espíritus que se habían recogido al cora- zón, y vino aponer sitio á Bujía. Combatió y ganó el castillo menor con muerte de casi todos los soldados que le defendían; pero en el

Tomo vii 23

354 LI3RD XXXV DE LOS ANA.LE; DE NWARRA, CAP. XiX.

ataque del castillo mayor, aunque le batió con el mismo esfuerzo, no fué ií^ual su fortuna. Porque D. Ramón Cartroz, Alcaide de la plaza, fué socorrido prontamente de D. Miguel de Gurrea, Virrey de Ma- llorca, que llevó y metió en el castillo con mucho valor y arte tres mil soldados, todos mallorquines y del virrey de Cerdeña, quien muy á tiempo le envió un navio de bastimentos. Esto obligó á Barbarroja á retirarse; pero fué para que tomase aliento su ejército y se reforza- se de gente. Volvió muy en breve con mayores fuerzas y más coraje: y teniendo abierta con sus fuertes baterías una brecha de cien pa- sos, vino á dar el asalto. El Virrey y el Alcaide, aunque apenas les había quedado la mitad de la gente que antes tenían, se dispusieron con valor cristiano, que es el mayor, á recibirle, animando á los su- yos principalmente con este nombre. Dióle Barbarroja por cinco partes á un mismo tiempo. Duró desde elamancer hasta las nueve del día, que fué 26 de Noviembre, siendo sobre manera sangriento: y la constancia de los cristianos fué tal, que obligó á los paganos no solo á retirarse, sino también á dejar abandonado el castillo menor que antes habían tomado. Aunque Barbarroja se despidió con semblante de volver cuanto antes. Con la ambición y la venganza no se entien- den los escarmientos.

10 La noticia de una tan insigne victoria fué el más eficaz cor- dial para alargar por algunos días la vida del moribundo Rey Cató- lico y conservar en el mismo estado su indeficiente espíritu. Al mis- mo punto ordenó que se reedificase en Bujía todo lo derruido y que se aumentase de nuevas fortificaciones no solo esta plaza, sino todas las demás de África: y sobre todo, que para mantenerlas en mayor defensa y respeto se formase en Ñapóles y viniese luego la armada que habemos dicho. Otra cosa de mucho mayor importancia, que jus- tamente se puede llamar también restitución, ideaba á este mismo tiempo S. Majestad CatóHca; ó por mejor decir, eran ofrecimientos de lo queyá tenía ideado mucho antes. Y era: poner las Ordenes Milita- res en estas plazas de África con conventos en ellas como en lo pri- mitivo de su institución. Para la de Santiago tenía señalada la de Oran desde el mismo punto que se ganó. Estos conventos no solo habían de servir como en lo antiguo para la defensa de España y ofensa perpetua de los enemigos del nombre cristiano por los caba- lleros de las mismas Ordenes y la milicia conducida á sus expensas, sino que también habían de ser escuelas militares á donde fuese á cursar la noble juventud para aprender prácticamente el arte militar y toda buena política con tan grandes maestros. Pero la semilla de tan nobles y justos pensamientos aún antes de nacer quedó ahogada con la cizaña que se ha dicho, zuriia. 1 1 Con efecto: vino de Flandes por embajador el Deán de Lo- uan. vaina muy cerca de las fiestas de Navidad, pocos días después del fallecimiento del Gran Capitán, y fué recibido de S. Majestad Católi- ca en la Abadía, lugar de gran recreación de los Duques de Alba. De allí prosiguió el Rey su viaje, y en él iba divirtiéndose en la caza cuando andaba: y todo se entregaba al despacho cuando paraba, tan-

Año

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to, que dice Zurita: que se le acabihn y i la vid.i y ni el dejar de entender en las cosas del estado y de la guerra. Ahora fué cuando se comenzaron á asentar con nueva capitulación algunas cosas, que estaban platicadas sobre los derechos é intereses del príncipe D. Carlos. En ella se declaró principalmente; que así como el Rey ha- bía tenido hasta entonces el Gobierno de los reinos de Castilla y León, le administrase todo el tiempo de su vida aunque muriese la Reina Doña Juana, stc hija: y que el Príncipe no le impidiese la li- bre administración que tenía, y que él no comenzase á gobernar has- ta después de los días del abuelo. ¡¡¡Notable condición y que indica- ba demasiado cuando fueron á lisongear al Rey con la duración de su vida los que menos la creían: y cuánto pensaba él en vivir cuando estaba con un pié en la sepultura.!!!

12 Habiendo salido de Plasencia, caminó el Rey con mucho trabajo y fatiga hasta Madrigalejo, aldea de la ciudad de Trujillo, con toia intento de continuar su viaje á Sevilla. Su ánimo era hacer allí man- sión para ver si podía cobrar la salud con la benignidad del temple y para ejecutar como en lugar más cómodo sus designios, nuncan tan dilatados y excelsos. El principal de ellos era: formar allí una pode- rosa armada de mar, publicando que era contra infieles, sobre la que poco antes había mandado que pasase de Ñapóles á la defensa de las plazas de África. Mas en la realidad el fin de todo este armamento solo era contra el Rey de Francia. Porque si este rey quería empren- der algo contra España á cau.sa de la recuperación de Navarra, que tan de veras tenía ofrecida á sus reyes legítimos, la armada fuese con buen número de gente de desembarco á aquellas costas para ocuparle dentro de su reino y quitarle la gana de invadir los ajenos. para esto comenzaba á señalar los capitanes: y por otra parte procuraba que el Rey de Inglaterra rompiese la guerra contra Fran- cia. Pero en el mayor fervor de estos tratados empeoró de suerte y le apretó tanto el mal, que los señores y consejeros que le asistían lla- maron al protonotario Miguel Velázquez Clemente por cuanto el Rey solía comunicar con él mu}^ amenudo lo que tocaba á su testamento. Supo el Deán de Lovaina el extremo peligro en que el Rey se halla- ba, y fué de Guadalupe á Madrigalejo. Y entendiéndolo S. Majestad, tuvo mucho enojo sospechando que su ida había sido por ver si esta- ba tan al cabo que no podía vivir: y le mandó que se volviese á Gua- dalupe, porque él esperaba estar allí luego y detenerse algún tiempo. Y era así: que tenía determinado celebrar allí el capítulo de la Orden de Calatrava con el fin de que fuese comendador mayor D. Fernando de Aragón, su nieto. Lo cual no pudiera ser sin mucho disturbio por la contradicción de los caballeros de aquella Orden, que tenían po- ca cuenta con un rey moribundo, y aún pensaban en alargar el capí- tulo hasta después que muriese y elegir ellos libremente no solo co- mendador mayor sino también gran maestre.

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§. III.

p:

, ero todo lo atajó la muerte del Rey, quien se recono-

13 |-— ^ció tan postrado de fuerzas, que creyó de cierto, ó no lo pudo disimular más, que se moría. Confesóse fervoro- samente con Fr. Tomás de Matienzo, de la Orden de Predicadores, su confesor, y recibió con gran piedad y devoción los Sacramentos y luego mandó llamar al licenciado Zapata y al doctor Carvajal, que eran los primeros del Consejo Real y Camarade Castilla, y al licencia- do Vargas, su tesorero. Con estos y con el Protonotario comunicó lo que tocaba á la disposición de su último testamento, posterior a los dos que tenía hechos. En este ínterin la reina Doña Germana, que estaba en Lérida presidiendo las cortes en Cataluña, sabido el último riesgo del Rey, su marido, se puso con todo rebato en camino; y acompañándola D. Fadrique de Portugal, Obispo de Sigüenza, llegó á Madrigalejo un día antes que se otorgase el testamento: y el día Miércoles 23 de Enero de este año de 15 16 espiró el Rey entre la una y las dos antes de amanecer, siendo de sesenta y tres años, diez me- ses y medio de edad,

14 Sobre las cosas que el Uey dispuso en este su último testa- mento mudando, quitando y poniendo algunas de los dispuestas en

zurit, los anteriores no conviene Zurita con el Dr. Carvajal, que las dejó carvfea escritas como interlocutor y fué uno de los consejeros de quienes el nTief^ Rey se valió para que le aconsejasen lo que debía proveer. Deján- dolos en su discordia, nacida de la raíz ordinaria del afecto nacional, diremos lo que parece |,más cierto En este testamento dejó y declaró por heredera universal y sucesora de todos los reinos de España y sus dependientes (expresando entre ellos al de Navarra después del de Ñapóles) á la reina Doña Juana y á sus hijos y nietos, varones y hembras de legítimo matrimonio. Y porque la Reina, su hija, por su inhabilidad estaba muy lejos de poder entender en el gobierno de ellos, dejaba por gobernador general al príncipe D. Carlos, su nieto, para que los gobernase en lugar de la Reina, su madre: y hasta que él viniese de Flandes nombraba por su lugarteniente general al Ar- zobispo de Zaragoza, su hijo, en lo tocante á lo de Aragón. Mas los aragoneses se formalizaron sobre esto dándolo por contrafuero.

15 En lo tocante álos reinos de Castilla (incluyendo á Navarra) nombró por gobernador mientras durase la ausencia del Príncipe al Cardenal de España Arzobispo de Toledo. En cuyo nombramiento, según escribe Carvajal, estuvo el Rey muy vario y dudoso; con ser así que en el testamento hecho en Aranda de Duero nueve meses an- tes, á 26 de Abril, le había nombrado. Mas ahora lo dudaba porque le tenía por hombre de muy extraña y peligrosa condición y de gran- des pensamientos, que podían empeñarle en empresas arduas y arriesgadas. Pero, viendo que todo lo corregía su buen juicio y que siempre había mostrado gran celo de la justicia sin acepción de per-

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sonas: y lo que era de gran consideración, que no tenía parientes y que era hechura de la reina Doña Isabel y suya, y afecto sobre ma- nera al bien y aumento de la Real corona de Castilla: y también aten- diendo á que si nombraba al Consejo Real no tendría éste en las ocurrencias del tiempo presente toda la autoridad que era menester para hacerse respetar y administrar justicia: y que si nombraba á al- guno de los grandes, aún sería mayor el inconveniente, como se ha- bía visto en lo pasado por la discordia que había entre todos ellos: to- do esto, bien considerado, le obligó á la elección que ahora hizo del Cardenal Cisneros.

1 6 En cuanto alo demás que dispuso diremos solamente lo más granado. En cuanto á la disposición bien ideada de los maestrazgos de las ordenes Militares le faltó el ánimo ó el tiempo de restituirlos á su primitivo estado, poniendo, como santa y noblemente pensaba, conventos ó plazas de armas para ellas en las fronteras de África con- tra los moros. Tenía S. Majestad por autoridad apostólica la admi- nistración de estos maestrazgos, y había suplicado al Papa que se le diese facultad para que los pudiese renunciar en el Príncipe Archi- duque, su nieto. Y con ella los resignó para que los tuviese como ad- ministrador perpetuo, obrando en esto contra lo que se decía y tan- tos celos había causado á la Corte de Flandes y tantas impaciencias á los señores de España, que creían los quería dejar al infante D. Fer- nando. Y á la verdad: este había sido su intento; porque el Infante era todas sus delicias, y con mucha razón. Pero no pudiéndolo lo- grar sin grandes disturbios, le dejó por legado el principado de Ta- ranto, en el reino de Ñapóles, y otras muchas cosas para su mayor decoro. Con quien se alargó fué con la reina Doña Germana, que con haber sido la primera que nombró entre los testamentarios de sus dos primeros testamentos de Burgos y de Aranda, en este último de Ma- drigalejo no se acordó de ella para hacerla siquiera este corto honor, que parecía tan debido.

17 Estaba preso estrechísimamente en el castillo de Játiva el Du- que de Calabria, D. Fernando de Aragón, ejemplo de príncipes infe- lices por buenos desde que procuró desgraciadamente liljrarse de la prisión de Logroño para ir á recuperar el reino de Ñapóles, que con tanto fundamento pretendía ser suyo; y ahora el Rey dejó ordenado que se le diese libertad, indulgencia bien merecida después de tan largo purgatorio. Pero aún no le valió, porque se cumplió mal y tar- de. Estaba también preso en el de Simancas el Vicecanciller de Ara- gón, Antonio Agustín; y no hizo memoria ninguna de él ni en tcdo su testamento dijo palabra que tocase á la libertad de este sujeto. Pero quizás por eso mismo quedó más bien librado. Todo el mundo se admiró de su prisión por ser un ministro sin tacha y justificadísimo en todas sus operaciones: y los que más discurrían solo le llegaban á notar (si ya no era alabar) de que algunas veces se había ladeado por cumplir con su obligación al príncipe 1). Carlos, con quien enton- ces no estaba muy corriente el abuelo. Ahora, pues, luego que este murió el Cardenal Gobernador le sacó del castillo de Simancas y le

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mandó ir á Flandes para que el Príncipe proveyese en lo que tocaba á su causa. Así lo hizo. Y visto su proceso, fué declarado inocente en la villa de Bruselas por el Príncipe (ya con título de rey) ¿23 de Sep- tiembre de este año: y se pronunció en la sentencia haberse portado justa y derechamente en el ejercicio de su cargo. Zurita quiere dis- culpar aquí al rey D. Fernando, quien supone sabía la inocencia de su Vicecanciller, y que le hizo prender por pasión, con decir que al parecer el Rey no quiso dejar público el arrepentimiento de haberle mandado prender sin causa. Alabamos la buena ley de este escritor para con su rey. Pero como los reyes también deben guardar la ley de Dios, no podemos conformarnos con él porque ella manda que sea público para la satisfacción el arrepentimiento de los públicos agra- vios. Y á buen seguro que si S. Majestad hubiera declarado en su testamento la inocencia del Vicecanciller no hubiera perdido nada de su honor; sino antes ganado mucho para con Dios y para con los hombres. Lo que creemos es que el Rey, que por justas causas lo di- lataba, se olvidó ahora, cogido de alguna flaqueza, como no pocas ve- ces sucede: y solo culpamos á los que le asistían y, debiéndoselo ad- vertir, no lo hicieron.

.^ IV.

D

espués que se leyó el testamento delante de los prela- 18 I idos y señores que se hallaron á su muerte, se trató de

llevar su cuerpo á Granada. Y ahora se vio en esta gran tragedia una mutación de teatro de grande enseñanza y desen- gaño. Los más de los que seguían al Rey le desampararon; porque desde que espiró cada uno pensaba que cuanto más durase en servi- cio del Rey difunto menos lugar tendría en la gracia de los que go- bernaban la persona del Príncipe y sus reinos. Así quedó todo en tanta desolación, que solamente salieron de Madrigalejo con el cuer- po D. Hernando de Aragón y el Marqués de Denia con algunos po- cos caballeros y criados de la Casa Real. Mas al acercarse á Córdo- ba cobró aliento y se condecoró mucho la comitiva. Vivían en aque- lla ciudad el Marqués de Priego y el Conde de Cabra, y eran los todo- poderosos en ella: y con ser así que su linaje y Casa era la que con más rigor había sido tratada |del Rey y aun corrían sangre las heri- das hechas al Gran Capitán, se portaron en esta ocasión con una ge- nerosidad digna de mismos. Porque salieron con toda la caballería y populares de aquella ciudad, que tenían á su mandar, á recibir el cuerpo; y acompañándole después gran trecho, fué tal la conmoción obsequiosa de todos los pueblos por donde pasaba y de toda la co- marca, que los caminos hervían en gente hasta el día que llegó á Gra- nada: donde el recibimiento, el aparato y la solemnidad de las exe- quias, que duraron tres días, fué verdaderamente digno del mayor rey que jamás tuvo España. Después de esta celebridad fué .sepulta- do el cuerpo en la capilla Real y juntamente el de la Reina Católica, que hasta este día estuvo depositado en la Alhaml)ra.

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 359

19 El justo sentimiento de su muerte fué general en toda España, particularmente en sus reinos de Aragón, que sentían amargamente carecer de rey propio después de haber tenido tantos tan insignes sin interrupción de linaje ni de glorias. Mas, habiendo llegado á lo sumo en el rey D. Fernando, era forzoso que experimentasen lo que tan asentado está en las leyes de la naturaleza, que es de la decaden- cia. En los reinos de Castilla fueron muy diversos los semblantes. To- dos los populares mostraron, como era justo, gran tristeza y pena de la pérdida de tan gran rey, que tanto había hecho y padecido por el honor y aumento déla monarquía, y no cesaban de referir sus haza- ñas y trabajos á este fin. Pero por otra parte muchos de la nobleza y los más de los grandes de Castilla mostraron tanto contento y alegría de su fallecimiento, que no podían contenerse de publicarlo: y daban gracias á Dios por haberlos librado de una muy dura sujeción y servidumbre: aunque en esto más movía sus lenguas el interés parti- cular, que el celo del bien púl)l¡co; y así, sus invectivas podían repu- tarse por elogios.

20 En ellos se alargan (pero sin exceso) los historiadores; que de propósito escribieron sus heroicos hechos, y los aprobamos. Aunque cuando halilan de sus defectos verdaderos solo para disculparlos, y aún para santificarlos, no les podemos dar asenso por el estilo que observamos de referir de nuestros reyes lo bueno sin lisonja y lo ma- lo sin hiél; aunque vindicándolos de las calumnias cuando son injus- tas. Uno de estos escritores, hablando de la falta de no guardar la zuri a. verdad y prometida y de anteponer siempre el respeto de su pro- pia utilidad á lo que era justo y honesto, de que fué muy singular- mente notado el rey L). Fernando, le disculpa con decir que esta era

la usanza de todos los príncipes de aquel tiempo. Como si los malos usos y costumbres fueran capaces de honestar las culpas. Es bien cierto que los más de los príncipes que reinaron .después que murió el rey Luís XI de Francia, que fué muy lisiado de este achaque, ne- garían, y con mucha razón, el haber usado de esta moda de reinar que enseñó y aconsejó Maquiavelos; aunque no dejarían de confesar el haberse valido de las cautelas 3' astucias que aconseja la buena política sin chocar ciegamente con la ley divina: y creemos que no salió de estos límites S. Majestad Católica; aunque por su ma\'or ca- pacidad fueron más sutiles y aún más frecuentes sus astucias. Aún se adelantó á más el Obispo de Ni mes, Flejier, su tan celebrada His- toria del Cardenal Jiménez, diciendo del rey D. Fernando: que g/Fiexier medio que empleó comiinineiite pura salir con sus designios fué la \iesii' Religión^ que casi siempre hizo servirá la política^ que acusó de ^^^°^ gran pecado al rey D. Juan de Labrit de no haber seguido las pa- Franc. siones de Julio II y tuvo por cosa sintay de gran mérito el haber perseguido á Alejandro VI con el pretexto de querer reformar las costumbres y la Casa de este Pontífice. Verdaderamente excedió este sabio prelado y discreto orador y cronista; porqne bastaba decir que nuestro Rey juntó demasiado la Religión con la política; pero sin ha- cer esclava á la Religión, que siempre reinó en el corazón de este católico monarca.

36o LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIX.

21 Habla otro historiador después de sus hijos legítimos y de los muchos que tuvo naturales y bastardos, que sin duda fueron ilustrí- simos, así por sus prendas personales como por la sucesión verdade - ramente regia que dejaron dignamente colocada en las mayores Ca- sas de España: y quiere disculpar su fragilidad diciendo que estos pecados más fueron de hombre que de rey. Como si los reyes no es- tuvieran obligados á guardar la ley de Dios como todos los demás hombres; y aún más exactamente por el buen ejemplo que deben dar. Tampoco satisface con lo que añade: que por su buen modo de gobernarse en esto el rey D. Fernando excusó ruidos dentro y fuera de Palacio. Porque (dejando los de fuera, que no fueron pocos, y á veces bien públicos por su exaltación) es muy sabido que por esta causa dio grandes pesares á la reina Doña Isabel: y que ella, que no los merecía, explicó no pocas veces agriamente, aunque con mucha prudencia, su sentimiento. Pero lo que más disonancia debe hacer es la inconsecuencia de este escritor, que en culpa semejante, aunque muy inferior en el número y en las circunstancias, acriminó atroz- mente los deslices del Príncipe de Viana, D. Carlos, que por haber muerto del veneno, que imputan á su madrastra, no llegó á ser rey de Aragón como su hermano menor el rey D.Fernando. Porque es cosa muy cierta y bien averiguada que el Príncipe de Viana nunca tuvo el menor desliz durante su matrimonio: y de los que tuvo como hombre, estando soltero, fue heroico y sin ejemplar su arrepentimien- to; pues, pudiendo fácilmente dejar por heredero legítimo de los rei- nos de Aragón y de Navarra al Conde de Beaufort, su hijo natural, con casarse poco antes de su muerte con su madre, mujer principal, como muchos instantemente se lo aconsejaban, de ninguna manera lo quiso hacer. Tan lejos estuvo de meter ni dejar ruidos por la exal- tación de un hijo dignísimo de reinar: y tanta fué su moderación y tal el castigo que dio á la naturaleza, que le había inclinado á pecar. Después de todo, por lo que toca al rey D. Fernando, volvemos á afirmar que fué sumo entre los re3'es y aún entre los héroes, de los cuales ninguno dejó de tener sus defectos. Y es mejor que estos se sepulten y aún se aniquilen debajo de sus hazañas y virtudes sólidas, que no el que los disculpen en vano las plumas lisonjeras.

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CAPÍTULO XX.

I. Prevenciones del rey D. Juan de Labrit para la recuperación de su reinoi en- trada EN KL CON EJKRCtTO Y RETIRADA Á FRANCIA H. SUCESOS DEL CONDESTABLE. III. JüRA DE LOS

Keyes Do.ña Juana y D. Carlos en cortes generales del rsino de Navarrv, y demolición DE sus plazas fuertes. IV. Muerte del rey D. Juan dh Labrit y sus cualidades.

a:

1 tiempo que murió el rey D. Fernando, el rey D.Juan de Labrit, que había estado viendo, observando todo .lo que pasaba en Castilla, tenía prevenido un ejército moderado para entrar luego en Navarra y recuperar su reino. La oca- sión no podía mejorarse; porque los castellanos no tenían acá fuer- zas considerables; y muchos délos navarros suspiraban por sus reyes naturales, aún de aquellos que más habían ayudado á su expulsión. Así sucede de ordinario cuando la violencia, el odio y el interés ima- ginado alteran los ánimos, que de mismos vuelven á serenarse como las fuentes perturbadas por extrínsecos accidentes. De hecho comen- zó á moverse el rey U. Juan, y el cardenal Jiménez, Regente de Cas- tilla, entró en mucho cuidado. Aún no tenía bien asentado su nuevo gobierno de los reinos de Castilla, y en el de Navarra no era á pro- pósito el virrey D. Fadrique de Acuña para el manejo de la guerra. Por lo cual, siguiendo el parecer de los grandes y á petición suya, nombró por virrey de este reino á D. Antonio Manrique de Lara, hijo de D. Pedro, Duque de Nájera. El cual de buena voluntad ofre- ció tomar este cargo en tiempo tan peligroso y aún poner mucho de su parte por tener sus tierras vecinas á Navarra y poder sacar de ellas prontos socorros en todo evento. También se dice que se propuso ahora en el Consejo de Castilla no solamente desmantelar todas las villas y plazas fuertes de Navarra; sino también dejar todas sus tierras yermas sin permitir que se labrasen, de suerte que solo sirviesen pa- ra pastos de los ganados. Los desmantelamientos tuvieron después su efecto. Mas la universal desolación de los campos pareció cosa demasiadamente cruel é inhumana.

2 El Condestable de Castilla, D. Iñigo Fernández de Velasco, ene- migo antiguo del Duque de Nájera, procuró impedir que su hijo vi- niese á este virreinato, como quien tenía parientes y amigos entre los de la facción agramontesa y temía siempre.su ruina. A este fin hizo protestas y otras diligencias de oficio contra lo decretado sobre este punto por el Consejo de Castilla, y fueron tan eficaces, que se dilató por algún tiempo su ejecución. Como también la de las provisiones que se requerían en tan evidente peligro. Aunque el rey D. Juan con su tardanza dio lugar á c[ue se hiciesen algunas. De suerte que (ajui- cio de los mismos castellanos) si él hubiera apresurado algo su em- presa, fácilmente se hubiera hecho dueño de Pamplona y de todo el

Año 1516

302 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE N ABARRA, CAP. XIX.

Reino. Pero su irresolución era su mal inveterado, y ya ni los peli- gros propios ni los ejemplos ajenos bastaban para el escarmiento. Con todo eso: debemos decir que si en alguna ocasión tuvo disculpa, fué en esta; porque no pudo más por la suma falta de dinero que, comoMarsolier afirma, fué menester buscarle prestado sobre las jo- yas y pedrería vinculadas á la Corona de Navarra, que, para poner- las en salvo, había llevado consigo á Francia. Y esto pedía algún tiempo.

3 Entretanto se resolvió también en el Consejo de Castilla otro punto contencioso sobre el tratamiento que después de muerto el abuelo se le había de dar al príncipe D. Carlos. En las primeras car- Marso-tas que él escribió á los dos gobernadores. Jiménez y Adriano, (quien su^mJt. también lo era por nombramiento del mismo Príncipe) y á todo el "^deuT ^o"^^J°5 ^*^^° ^^ titulaba Príncipe, conteniéndose en los términos de Jiménez la modestía. Pero por consejo de algunos y por la consideración de que la reina Doña Juana, su madre, no estaba capaz para el gobierno, se llamó luego rey. Y aunque algunos del Consejo le escribieron queriéndole persuadir lo contrario, los escrúpulos de la conciencia política, que suele ser la más delicada, obligaron á que se examina- se más este negocio. Y juntándose después en Madrid el Cardenal y el Dr. Adriano, el Almirante, el Duque de Alba, los Marqueses de Viüena y Denia y los Obispos de Burgos, Sigüenzay Ávila y algunos del Consejo, se determinó que el Rey continuase con este nombre; porque era contra su decoro la mengua del título ya tomado, vol- viénd ose á llamar Principe solamente. Y en consecuencia de esto el Cardenal hizo alzar pendones en la misma villa por el nuevo rey D. Carlos. ^4 Al fin se movió el rey D.Juan, aunque tarde y de mala manera. El dividió con mal consejo sus fuerzas, que por pocas debían andar unidas: y se puso con el grueso de ellas sobre S.Juan del Pie del Puer- to. Envió al mariscal D. Pedro de Navarra con el menor trozo, que no llegaba á seis mil hombres, para que hiciese su entrada en este reino. Para este encargo no podía ser más á propósito la persona; porqué por su alta calidad era muy respetado y querido de los nava- rros, no solo de los agramonteses, cuyo jefe era, sino también de los beaumonteses. (^on t odos tenía inteligencias; y aún el mismo Condes- table tuvo después harto qué hacer para purgarse de esta sospecha. Pero faltábale al Mariscal una cosa muy esencial para el buen éxito de la empresa, que era la buena conducta; por no ser tan experimen- tado en la guerra como era menester en un lance tan arduo; y así, le sucedió fatalmente para y para el rey D. Juan. Él hizo su entrada sin embarazo por la parte de Maya en el valle de Baztán, que aún estaba por el rey D. Juan, y por ísaba en el valle de Roncal. Mas al llegar aquí fué detenido y deshecho porla diligencia y sagacidad del coronel Hernando de Villalba, natural de la ciudad de Plasencia, quien le estaba esperando en aquellos malos pasos con buen número de tropas. Sucedió este reencuentro, como Garibay quiere, á 22 de Marzo, día de Viernes Santo; pero más creemos al archivo de Leire

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 363

que dice haber pasado tres días después, el Domingo de Resurrec- ción. Y esta memoria nótalo débil que era el ejército del Mariscal, quien quedó prisionero y fué tratado inhumanamente de Villalbacon- cum tra las leyes de toda buena guerra. Como si fuera delito atroz seguir s„oexer 3' obedecer á su rey natural, á quien tenía jurado por tal y prestado "''^• la obediencia con toda solemnidad en las cortes generales que se ce- lebraron para su coronación. El fué llevado primero por orden del car- denal Jiménez á la fortaleza de la villa de Atienza, donde estuvo en estrecha prisión algún tiempo y después le mudaron á otra más peno- sa cárcel en la de Simancas, donde acabó miserablemente sus días, como á su tiempo se dirá. Quedaron también prisioneros con él en esta derrota 1). Antonio de Peralta, hijo heredero del Conde de San Esteban, y D. Pedro Henríquez de Lacarra 3' otros caballeros nava- rros, que, tratándolos con el mismo rigor, fueron llevados á Castilla y puestos en varias prisiones. El re3' IJ. Juan, que á este tiempo esta- ba batiendo con el trozo más crecido de su ejército el castillo de San Juan del Pié del Puerto v cerca de hacerse dueño de él, sabida la triste nueva de haber sido destrozadas sus gentes en Isaba, levantó el sitio y se retiró á F'rancia sin esperanza.de recuperar jamás su reino.

a;

hora fué cuando tanto ruido hizo la voz de que ei co- ronel Villalba, registrando los cofres del bagaje del ma- riscal, halló en uno de ellos algunas cartas d'el condes- table D. Luís de Beaumont y de otros señores navarros, á quienes les remordía la conciencia y estaban muy arrepentidos de ver por culpa suya esta antiquísima 3' nobilísima Corona poco menos que extingui- da y reducida á provincia: 3' que estas cartas las envió Villalba al Cardenal. Aunque otros decían que Doña Brianda Manrique, mujer del Condestable 3' hermana del Virre3' electo de Navarra, habiendo descubierto estos negociados de su marido por ciertos papeles que le cogió, avisó luego de todo al cardenal Jiménez. Como quiera que ello fuese, las voces que corrían tuvieron algún fundamento. Porque el Cardenal mandó al punto al virrey Acuña que prendiese al Con- destable; 3' Acuña dio para ello comisión secreta al capitán Pizarro. Guien, viéndole un día salir al campo á pasear á caballo, (que dentro de la ciudad no se atrevió por el temor de alguna conmoción popular) fué con otros muchos á echarle mano. Mas el Condestable se sacu- dió gentilmente de todos ellos, y apretando las espuelas á su caballo, se puso en salvo. Refugióse en Aragón, de donde no volvió hasta la venida del nuevo Virrey, su cuñado. Mas la condesa Doña Brianda no se atrevió á vivir más con él, prevaleciendo en su conciencia el te- mor de la venganza del marido á la esperanza del patrocinio del her- mano.

6 En las memorias que muchas veces habemos citado, 3' las te- nemos por fidedignas por ser de autor de l)uen juicio y cercano á

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aquellos tiempos, hallamos esto muy de otra manera. Porque dicen que la separación de la Condesa solo fué por no poder sufrir bs tra- vesuras excesivas de su marido en materia de lascivia: y lo de los pa- peles que le cogió de inteligencias con el rey D. Juan todo se redu- cía el una carta que el Rey le escribió para traerle á su partido, ofre- ciéndole grandes ventajas: siendo la más estimable el casamiento de la infanta Doña Isabel, su hija, que después casó con el Duque de Roán, con el hijo heredero del Condestable. Esta carta la comunicó él con su mujer y con D.Juan de Beaumont, Arcediano de la Tabla. Y temiendo ella que con tan grande ofrecimiento aceptase el Con- destable la amistíid del Rey, lo avisó en secreto, no al cardenal fimé- nez, sino al Duque de Nájera, su hermano. El cual dio después estaño- ticia al Emperador, quien haciendo llamar .al Condestable, le hizo car- go de ello. Mas él le respondió írancamQnte: que era verdad haber re- cibido tal carta] pero qiiele mostrase S. Majestad la respuesta. Tam - bien dicen estas memorias que la condesa Doña Brianda se retiró por la causa dicha á Aragón á la casa de Doña Guiomar Manrique, su hermana. Y queriendo después que su marido fuese por ella, él lo rehusó, diciendo: que ella sabía bien el camino por donde h ibla ido^ y que por aquel mismo podía volver si quería: pues sabía bien dón- de estaba su casa. Mas ella se quedó donde estaba, prevaleciendo su altivez á sus deseos y á sus conveniencias.

§. III. .

E"^ ste suceso de Isaba dejo quietas y bien aseguradas para Castilla las cosas de Navarra. El cardenal Jiménez ..^salió de cuidado y trató de ejecutar fuego su proyec- to de la demolición de las plazas y murallas de este reino. Todos dan por cierto que nunca tal hubiera hecho el Rey Católico: y que quizás por el temor de tan osadas revoluciones tuvo S. Majestad las dudas que se han dicho para dejarle en su testamento por gobernador su- premo de estos reinos. A todas las ciudades y villas comprendía es- ta rigurosa sentencia; porque ninguna había que no estuviese forta- lecida^ de buenos muros en Navarra. El coronel Villalba después de su última cruel expedición era quien más animaba y confirmaba al Cardenal en este propósito. Sus consejos y persuaciones eran las que más fuerzas le hacían. Y lo que mucho ayudó fué la consideración de que en estas demoliciones se iban á ahorrar los grandes gastos que fuera forzoso hacer en sustentar las guarniciones de tantas plazas en reino nuevamente conquistado. Pero los consejos que se fundan en miseria y en ahorro ordinariamente surten malos efectos, como se vio en éste. Porque cinco años después entró Monsiur de Asparrot con ejército bien corto en Navarra, y en menos de un mes se apode-, de toda ella por no hallar dónde topar ni más oposición de \^am- plona, que venció presto. Y si su imprudencia de querer pasar más adelante á la conquista déla Rioja no lo hulñera atajado, quedábalo-

REYES D, JUAN III Y DOÑA CATALINA 365

grado el intento principal de la Francia. Mas quede esto para su tiempo.

8 Juzgando, pues, el cardenal Jiménez que para la demolición de las plazas de Navarra no era á propósito el virrey Acuña, apresuró la venida de D. Antonio Manrique, quien por muerte de su padre D. Pedro era duque de Nájera; y fué el cuarto virrey de este rei- no. Lo primero que él hizo fué juntar cortes generales de sus tres Es- tados y jurar en ellas, mediante el poder que traía, en nombre del rey D. Carlos y de la reina Doña Juana los fueros y privilegios del Rei- no, cuyos procuradores juraron también inmediatamente por sus re- yes á la reina Doña Juana y al rey D. Carlos. El cual confirmó el ju- ramento del Virrey en Bruselas á 10 de Julio de este año.

9 Después pasó á la demolición de las plazas, que era lo que más encargado traía del Cardenal. Y lo ejecutó tan puntualmente, que to- do lo mandó arrasar menos las murallas de la ciudad y castillo de Pamplona y las de la ciudad de Estella, que venían exceptuadas. So- lo hizo una gracia á su cuñado el Condestable, que había vuelto de Aragón, y á su abrigo estaba en Navarra. Y fué: que á ruegos su- yos se dispensase por algún tiempo con las villas de Lumbier y de Puente la Reina. También se libró (y con más honra) el castillo de Marcilla por el valor y resolución gallarda de Doña Ana de Velasco, Marquesa de Falces, que vivía en él. Al llegar los comisarios diputa- dos de las demoliciones, los detuvo levantando la puente levadiza y diciéndoles que ella guardaría bien aquella fortaleza hasta la venida del rey D. Carlos; y que así, se podían volver, como lo hicieron mal de su grado por estar la señora bien prevenida de gente y de muni- ciones. Entre los muchos nobles edificios que en esta acerba calami- dad cayeron por tierra causó gran lástima el convento de S. Francisco de Olite, á quien, por ser fuerte de situación y de fábrica, no le valió sagrado ni se tuvo respeto á su ancianidad y á la piedad con. que era frecuentado y reverenciado de los fieles como uno de los santuarios más insignes de Navarra; con ser así que se hicieron muchas interce- siones por su indemnidad. Otros de menos importancia quedaron en pié, como también las murallas de algunos lugares- que no se tenían por tan fuertes, intercediendo con la severidad el ahorro. No se pasó á dejar yermas todas las tierras de Navarra y solo para pastos, como se había tratado, llevando todos sus pobladores á la Andalucía y á otras partes remotas. Cosa que jamás hicieron los bárbaros más inhu- manos. Por si alguna vez lo hicieron por temor de que los reciente- mente conquistados, impelidos de su fidelidad, no volviesen á su an- tiguo dominio, esto fué trayendo otros de otras partes para la repo- blación y dando á unos y á otros sus justos equivalentes. Mas, aun- que esto se dejó por ser cosa tan inhumana, no cesó del todo el daño; porque muchas pequeñas villas y aldeas fueron enteramente arruina- das y despobladas, habiéndolas puesto fuego. De suerte que este des- dichado reino en menos de quince días pareció mu}' otro, quedando yermasen gran parte sus más fértiles campos, especialmente en la tierra llana que comunmente llaman la Ribera por la cercanía de los

366 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XIX.

ríos Ebro, Arag^ón, Arga y Erg-a.

JO Poco después vino á suceder la muerte del coronel Villalba, y comúnmente se atribuyó á justa venganza del rielo por haber sido el ejecutor principal de tantas impiedades después de habérselas per- suadido al Cardenal. Algunos sospecharon que el Condestable fué quien se la hizo dar por vengar á su patria de las atrocidades de un hombre tan desalmado y de la ruina á que la acababa de reducir. Por- que comúnmente se refiere que, volviendo Villalba de su ejecución á Estella, donde tenía su casa como Gobernador de aquella ciudad y castillo, al pasar por muy cerca de Lerín le salió al camino el Con- destable y con grande cortesía le convidó á comer consigo en su Pa- lacio, y en la comida le hizo dar veneno, de que murió pocos días des- pués en Estella, á donde fué á dormir aquella noche. Otros refutan esta narración y aseguran que, habiendo llegado bueno y sano á Es- tella, estaba tan contento y vano de su impías fechorías, que, cuando todos las daban por concluidas, trataba él de llevarlas adelante. Por- que, estando una mañana cerca de mediodía con otros en la puente que llaman de S. Martín, se volvió á mirar la torre de la iglesia de S, Miguel, que era muy alta y fuerte, y le oyeron decir: ó. Miguel^ S. Miguel^ alto estás; pero yo te abaxaré. Y que, dicho esto, se fué á comer con su mujer: y habiendo comido con demasía de un pavo, luego que se levantó de la mesa se retiró con ella á su aposento. De allí á media hora comenzó la mujer á dar gritos lamentables, á que acudieron los de la familia y muchos de los vecinos, y entre ellos algunas personas de calidad, y hallaron muerto á Villalba en su ca- ma, y á la mujer, que salía de ella; pero á los dos con tan indecente desaliño de vestidos, que daba bien á entender cuál había sido la cau- sa de su muerte. Esto se verificó luego; y así en aquella ciudad como en toda la tierra no corrió otra cosa, y ésta voz duró hasta muchos años después. Loque todos dan por cierto es que el murió sin recibir los Sacramentos y sin dar en aquella hora señas algunas de cristiano.

§. IV.

{"^or este mismo tiempo, ó muy cerca de él, vino á morir ■^el rey D. Juan de Labrit. Desde que se retiró á Bearne levantando el sitio del castillo de S.Juan del Pie del Puer- to y acabó de perder las esperanzas de volver más á Navarra no tu- vo hora de consuelo ni de salud. Hay desgracias que postran del to- do las fuerzas del ánimo, como males que debilitan irreparablemente las del cuerpo. Sentía en extremo los trabajos que, sin poderlos él remediar, padecían en sus prisiones de Castilla el mariscal D. Pedro de Navarra y sus nobles compañeros por haberle sido fieles; y no era esta la menor de sus graves penas. También le atravesaban el cora- zón las desventuras presentes de la última desolación de su reino por la demolición de sus plazas y por quedar yermas muchas de sus cam- pañas más fértiles y cargar el mayor peso en los flacos hombros del

llEYESD. JUAN III Y DOÑA CATALINA. 367

inocente pueblo. Así se fué acercando ala muerte. Para la cual se dispuso muy despacio, esperándola en la quietud de su cama como verdadero cristiano y buen católico con repetidos actos de toda vir- tud: y antes de recibir muy á tiempo y con suma piedad y devoción todos los Sacramentos dispuso con mucho acuerdo su testamento. En él mandó que su cuerpo fuese enterrado en la Iglesia Catedral de Santa MARIA de Pamplona entre los reyes de Navarra, sus prede- cesores: y que hasta tanto que esto se pudiese ejecutar se pusiese por forma de depósito en la Catedral de Lesear, en Bearne, como se hizo. Pocos días después dio su alma á Dios, bien purificada con el largo y penosísimo purgatorio que padeció en esta vida. Fué su muerte á 23 de Junio de este año en el castillo de Sgarrabaca, junto al villaje de Muneín, en Bearne, donde vivía retirado para pensar únicamente en las cosas eternas con mayor quietud como quien tan desengañado estaba de las de este mundo: y en su misma vida, especialmente en los cinco años, nueve meses y veinte días después de haber sido des- pojado de su reino tenía el mejor libro para una meditación tan im- portante.

12 Fué el rey D. Juan de Labrit uno de los príncipes más cumpli- dos de su tiempo en las prendas naturales: de gallardo cuerpo y es- píritu capaz de las buenas letras, que adquirió fácilmente por su buen ingenio en aquel punto, que distingue mucho y hace recomendables á los soberanos. Fué afable, cortés y benigno con todo género de personas, y principalmente con sus subditos, cuyo alivio procuró hasta la demasía. De este fondo de bondad natural salieron sus vir- tudes morales y cristianas. Porque fué caritativo con los pobres, de- voto para con Dios, casto y fiel con su mujer, no habiéndosele nota- do que jamás desde que se casó hubiese tenido comercio ninguno con otra. Después de todo, se podía decir que fué buen hombre, pero mal rey; porque su afabilidad le hacía menospreciado de muchos y amado de pocos; por más que procuraba mantener el respeto de la persona con la representación de la m.ajestad. Usó á veces del rigor debido, aunque contra su genio, para refrenar á los delincuentes, y solo sirvió de hacerlos más atrevidos. Es verdad que trató á sus vasa- llos más como padre que como señor, no queriendo gravarlos con ta- llas y subsidios: y lo que es más y sin ejemplar, rehusando recibirlos cuando ellos voluntariamente se los ofrecían en sus aprietos. Pero fué para grande daño suyo y de todo su reino, faltándole el dinero cuando más le había menester para la común defensa de todos. Pero si no anduvo derecho por el camino real del Gobierno, en esto mis- mo pudo ser loable; porque sus desvíos fueron por declinar á la ma- no derecha y no á la izquierda. En fin, él hubiera sido muy digno de reinar sino hubiera reinado: (y para hablar más justamente) hubiera sido muy buen rey, y como Dios quiere que sean los reyes, si hubie- ra reinado en otros tiempos y en otro concurso de reyes y de vasa- llos.

13 También se puede decir de este desgraciado rey que fué hijo muy bueno en la concurrencia de un padre muy malo. Es cosa bien

368 LÍBRÜ XXXV DE LOS ANALES DENAVARÉA, CAP. XXL

notable que en sus últimos infortunios no se haga en las historias memoria ninguna del Señor de Labrit, su padre, que aún vivía: y na- turalmente debía asistirle con gente y dinero y aún con su presencia para consolarle en sus desdichas y en su última enfermedad, Pero no se sabe que hiciese nada de esto, siendo muy cierto que lo debía y podía hacer. Porque sobre la obligación general de padre á hijo, el rey D. Juan fué uno de los hijos más respetuosos y obedientes para con su padre que hubo en el mundo: en tanto grado, que su respeto y obediencia fueron la causa principal de su perdición, como se vio en los contratos hechos con el Vizconde de Ürbal, en que se puede decir que su padre fué quien le dio el último empellón para el preci- picio, sin quererse él resistir solo por no disgustarle aunque bien veía el peligro. Y debiendo el padre hacerse cargo de esto para darle la mano cuando le vio caído y levantarle para socorrerle en sus empre- sas por la recuperación del Reino, no se halla memoria de que tal hiciese con ser príncipe bastantemente poderoso. En la primera, cuando vino á poner sitio á Pamplona, solo se vieron tropas auxilia- res del rey Luís de Francia, muy numerosas y valientes, aunque di- vertidas mal á propósito en la conquista mal pensada y peor ejecuta- da de Guipúzcoa. En la segunda y última solo se hallaron las de Bear- ne y Fox, y de los otros Estados de nuestros Reyes en Francia y las de los navarros fieles que los seguían, y fueron derrotadas por el coronel Villalba en Isaba. Pero tampoco sabemos que en esta ocasión asistiese el Señor de Labrit á su hijo ni con gente ni con dineros; con ser tanta la necesidad que de esto tenía para levantar este su último y desgraciado ejército. Este desamparo de su padre en sus mayores trabajos y en la hora de su muerte sin la menor queja que se sepa desuparte quiso Dios que padeciese el rey D.Juan de Labrit para" que su alma saliese más purificada de este mundo.

CAPITULO XXL

I. Alianza del Papa con f.l Key de Fbancia [I. Okigen de la apostasía de Lutero y

DE LAS herejías DE ESTOS TIEMPOS. HI. TREGUA ENTRE LOS PRÍNCIPES CRISTIANOS Y CAUSA DE

ELLA Y MEMORIAS .-üEL Cardenal DE Labrit, Obispo DE Pamplona. IV. Congreso t>v. Noyón, á

DONDE ENVIÓ SUS EMBAJADORES LA REINA CATALINA, Y SUS RESULTAS SOBRE LO DE NAVARRA

V. Muerte, entierro y testamento de la Reina de Navarra, Doña Catalina,

a melancolía de estos sucesos y la misma serie de la His- toria pide alguna diversidad, aunque grave y propia. Vi- mos la alianza y amistad contraída entre el Papa

y el rey de Francia en su coloquio de Bolonia; ahora, pues, en con secuencia de esto, habiéndole nacido al Rey su hijo primogénito en Amboesa el día último de Febrero de 15 17, escogió al Papa por pa- drino, y S. Santidad envió á León de Médicis, su sobrino, para que en

REYES D. JUAN III Y DONA CATALINA. 369

SU nombre hiciese esta función. Ejecutóla con grande esplendor y puso al Delfín el nombre de Francisco, como el del Rey, su padre, quien, hallándose presente, celebró este bautismo con fiestas las más magníficas y suntuosas que jamás se vieron en Francia. No conten- to con esto, por obligar aún más estrechamente al Papa hizo que in- mediatamente le enviase á Laurencio de Médicis, su sobrino mayor, y le casó, como dijimos, altamente con Magdalena, hija y heredera del Conde deBoloña,y de Juana, hermana de Francisco de Borbón, Conde de Vandoma: y de este matrimonio nació Catalina de Médi- cis, la que vino á ser reina de Francia para tanto lustre de su Casa. Entre otros grandes señores asistió á la celebridad de esta boda Fili- berto de Jalón, príncipe de Orange, con cuya hermana había casado el Conde de Nasau: y después de haberse señalado singularmente en ella, se retiró muy descontento á su casa por el poco agrado y satis- facción que de su obsequio reconoció en el Rey. Y se dice haber na- cido de esta tan leve causa la extraña resolución que después tomó este Príncipe, de dejar el servicio de Francia y pasarse al del Impe- rio. El dar motivo para esto es falta que no tiene escusa en un rey, del cual nadie debiera retirarse desabrido, y más cuando la cuestión solo es sobre puntos de cortesía y agrado, que no cuestan dinero.

.^. n.

|Or este mismo tiempo el papa León X, quien juntaba lo expléndido con lo piadoso, y eran siempre de su ma- yor aprobación los pensamientos, en que se mezclaba lo grande con lo bueno, quiso poner en efecto el de su predecesor Julio 11 en lo tocante á la reedificación con mayor amplitud y grande- za de la estupenda basílica de S. Pedro. Habíala fabricado la devota potencia de Constantino Magno; y otra potencia mayor, que es la del tiempo, la había derruido en gran parte. Para esta nueva fábrica que el papa julio dejó poco más que en diseño era menester inmenso di- nero. El erario estaba exhausto; y así, recurrió al socorro de una con- tribución que fuese juntamente eficaz y suave por ser voluntaria y muy útil para los contribuyentes. Promulgó en la cristiandad una bu- la semejante á la Cruzada con las mismas grandes y muchas indul- gencias y gracias para los que quisiesen concurrir con sus limosnas á la reedificación del templo del Príncipe de los Apóstoles. Sobre la publicación de esta bula se siguieron en Alemania muchos disturbios. Porque S. Santidad lo encomendó al Arzobispo electo de Magun- cia; y éste cometió la promulgación de las indulgencias á Fr. Juan Tetzel, Religioso muy grave y docto de la Orden de Predicadores. Querelláronse de ello los Religiosos Agustinos, que pretendían perte- necerle á su Religión por vanas razones que alegaban; pero fué en vano. Y de esta cizaña, que sobre tan buena semilla sembró el enemi- go del género humano, nació la mayor maleza que jamás se vio en la Iglesia de Dios.

Tomo vn 24

370 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XXL

3 Fr. Martín Lutero, Relig-ioso Ac^ustino, natural de Sajonia, era hombre desde su menor edad, tan intrépido 3- audaz, que para poner- le miedo fué menester que el cielo emplease contra él un rayo, del cual, quedando chamuscado y aún casi abrasado, se movió á dejar el mundo y entrar en la Religión. Y de aquí debió de aprender Lute- ro aquella doctrina de que fué después autor: que el temor bien puede hacer al hombre hipócrita, pero nunca bueno. Tuvo ingenio agudo y vivo. Fué muy aficionado al estudio é incansable en él: y no siendo pobre de literatura, parecía riquísimo por tener en el pico de la len- gua todo cuanto sabía: y con lo pronto de ella, ayudada de lo sonoro de la voz y robustez del pecho, se llevaba siempre así en la cátedra como en el pulpito el aplauso de los que juzgan por lo que oyen y no por lo que entienden. Estas prendas le hinchaban de orgullo y le adquirían la fama con que él se saborea y se nutre. Ahora, pues, en estas discordias entre su religión y la de Santo Domingo, Lutero, que se hallaba catedrático de la Universidad de Wittemberga, en Sa- jonia, túvola ocasión deseada de hacerse célebre en el mundo, ayu- dando á su vanidad la venganza de haber sido excluido de la predi- cación de la bula, que á él le tenía encomendada su Provincial en ca- so de salir con el pleito. En las conversaciones familiares en la cáte- dra y el pulpito todo era hablar mal de la misma bula y de sus in- dulgencias, con chistes y sátiras contra la Corte de Roma y la codicia de los eclesiásticos. Y viendo que tenía séquito y aplauso, vino á des- mandarse hasta el último extremo.

4 Sabiéndolo S. Santidad, quiso ponerle en razón por medio de personas sabias y piadosas, usando de la blandura cuando no tenía lugar el rigor por verle apoyado de mucho pueblo y de no po- cos sujetos de calidad, que le seguían y podían suscitar grandes se- diciones. Pero esta blandura prudente solo sirvió de endurecer más su obstinado corazón y hacerle más atrevido. Porque él se quitó del todo la máscara, y, sacudiendo de el hábito Religioso, se casó pú- blicamente, duplicando sacrilegios, con una monja de mala vida, des- pués de haberla engañado miserablemente como á otros innumerables que siguieron su falsa y diabólica doctrina. Entre ellos hubo algunos que estaban en crédito de hombres doctos, siendo los principales: Andrés Carlostadio, Arcediano de Vittemberga, Juan Oecolampadio, Monje de Santa Brígida, y Baldrico Zuinglio, Canónigo de Constan- cia. Pero estos sus primeros discípulos se opusieron después al maes- tro y también en sí, mordiéndose como perros en los sermones que predicaban y libros que daban á luz llenos de anatemas, de afrentas y de injurias los unos contra los otros. En una cosa convinieron para mayor división, y fué: en suscitar las herejías todas de los tiempos pa- sados, condenadas por la Iglesia en diversos concilios. De aquí nacie- ron sediciones y guerras en Alemania la alta y la baja. Con todo este estruendo, propio de los días del Anticristo y aún de muchos Anti- cristos, comenzó á publicarse y multiplicarse la doctrina de Lutero en las muchas y contrarias sectas que hoy se ven; siendo esta su diversidad y multiplicidad argumento el más convincente de la fal*

REYES D. JUAN III Y DOÑA CATALINA 371

sedad de todas ellas y prueba real de ser solo la verdadera nuestra Religión Católica Romana. Porque en un mismo objeto, como es el de la Fé, solo puede ser una la verdad y pueden ser muchísimas las rnentiras: no de otra suerte que en un blanco á que se tira, donde, siendo innumerables los desvíos, no hay más que un camino de acer- tar. Esto baste por previa noticia de lo que necesariamente se ha de decir después.

^. III.

eontinuando el pontífice León sus loables designios, ó también por este tiempo todos los príncipes cristia. nos á hacer una tregua general por cinco años á fin de que, quedando entre Ijien unidos y sin temor ó sospecha los unos de los otros, pudiesen emplear mejor sus armas contra el turco, que, aprovechándose, como es costumbre suya, de las discordias de los cristianos, hacía grandes progresos contra la cristiandad. A sus representaciones añadió rigurosas censuras contra los que rehusa- sen. Y para notificarlas á los reyes y príncipes cristianos, les envió sus legados: y fueron singularmente cardenales los que señaló para el Emperador y para los reyes de España, Francia é Inglaterra. To- dos ellos aceptaron sin dificultad la tregua: y con efecto se publicó la Cruzada. Pero no tuvo su ejecución por la desgracia ordinaria de la cristiandad en frustrarse tan santos y tan importantes designios; y casi siempre por la misma causa que se desvaneció el prénsente. Y fué; la revolución de cosas que por intereses particulares presto se siguió en toda la Europa: no de otra suerte que el terremoto, que es- tremece y desune los más firmes edificios.

6 El infatigable celo de S. Santidad se mostró también ahora en cosa muy importante para Navarra. Desde su asunción al pontifica- do había procurado con gran tesón que los obispos residiesen en sus diócesis y los eclesiásticos que gozaban rentas en sus iglesias: pero mientras vivió el rey D. Fernando no le pareció innovar con el Car- denal de Labrit, Obispo de Pamplona, así por condescender con S. Ma- jestad Católica como por evitar otros mayores inconvenientes. Mas luego que él murió restituyó el obispado con todas sus rentas al Cardenal, quien puso allí gobernador. No se contentó el Papa con esto. Y viendo que el Cardenal (aunque por justos respetos) se dete- nía, le ordenó partir sin dilación á Pamplona por la gran necesidad que aquella diócesis tenía de la presencia de su propio pastor para el remedio de los muchos abusos y desórdenes que en lo espiritual se habían introducido con la licencia de la guerra y para que sus ren- tas se empleasen en el sustento de las ovejas propias y no en el de los soldados extraños, que, como lobos hambrientos, á unas y otras devo- raban. Pero hubo de cejar por la fuerte oposición que halló en el car- denal Jiménez y en el Consejo de España; aunque el rey D. Carlos y su Consejo de Flandes siempre miraban con mejores ojos las cosas de Navarra.

372 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP. XXL

§• IV.

esde que murió el rey D. Juan, la reina Doña Catalina (tomó sola el gobierno de sus Estados de Francia y de lo que había quedado en las montañas de Navarra. Y lo primero que hizo fué acudir al rey Francisco de Francia, quien siempre estaba muy empeñado en recuperarle su reino con todo el poder que tenía y á todo trance de armas. Mas luego que por muerte del rey D. Fernando le sucedió el rey D. Carlos, su nieto, tuvo el de Francia por mejor llevarlo por la vía amigable y de dulzura; y espe- raba conseguirlo por la amistad, que siempre con él profesaba, y por lo bien quisto que era en la Corte de Flandes. Y así, no cesaba el rey Francisco de inducir al nuevo rey de España á la restitución de Navarra. antes se había tratado déla conclusión de este tan im- portante negocio, habiéndose ofrecido una muy favorable ocasión, que fué: haber enviado el rey D. Carlos desde Bruselas por embaja- dor suyo al rey Francisco, que á la sazón residía en Turs, á Felipe de Dupieis eleves, Señor de Ravastín, para que se eligiese un lugar cómodo donde se juntasen los plenipotenciarios y ministros de ambos Reyes y en este congreso se diese fin á todas sus diferencias y á las de los ctliados de'unay otra parte. El lugar que ahora se señaló fué Noyón, en Picardía, donde se halló de parte del rey Francisco, Arthus Gous- sier, Señor de Boisi, y de parte del rey D. Carlos el Señor de Chieu- res, Antonio de Croy, uno y otro acompañado de consejeros de los Reyes, sus amos, y de muchos otros personajes de gran suposición. La Reina de Navarra envió también áeste congreso sus embajado- res, que fueron: el Señor de Montfaucóny Pedro de Biax, ambos con- sejeros de su consejo privado.*

8 En este congreso se concluyó: que el rey D. Carlos se casase Favin. con la princesa Luisa de Francia, hija mayor del Rey, en lugar de Renata, hermana de la Reina: y á favor de este matrimonio le cedía el francés y dejaba todos los derechos que pretendía tener al reino de Ñapóles; pero con la carga de pagarle al rey Francisco cincuenta mil ducados de pensión cada año. El rey D. Carlos prometió respec- tivamente restituir con toda paz y buena amistad su . reino de Nava- rra á la reina Doña Catalina y á su hijo D. Enrique de Labrit, Prín- cipe de Viana, dentro de seis meses sin dilación ninguna: y que cum- plido este tiempo sin tener ejecución lo prometido, el rey Francisco quedase libre para poder entrar en Navarra con ejército y hacerlo cumplir con las armas. Los dos Reyes juraron y firmaron este trata- do y tomaron la Orden de Caballería el uno del otro en señal de amistad y de alianza más estrecha: y para confirmarla de viva voz, determinaron verse en Cambray. El ánimo del rey D. Carlos no po-

* Garibay no hace mención de esto, y supone mal que era muerta la reina Doña Ca* taliua.

REYES D. JUAN I]l Y DOÑA CATALINA. 373

día ser más sincero en este tratado, y todo su consejo de Flandes lo abrazó con grande satisfacción. Mas el de España y el Cardenal Re- gente lo abominaron é hicieron todas las diligencias posibles para que no llegase á ejecución. Escribieron al rey D. Carlos y los á minis- tros que más podían con él en la Corte de Flandes los muchos incon- venientes y daños que de esto podían resultar á la monarquía espa- ñola: con que primero le hicieron titubear y después mudar de pare- cer. Como bien lo dio á entender, escusándose con la jornada de España de ir á las vistas de Cambray que con el rey Francisco tenía concertadas.

9 Pero en lo que más se manifestó su voluntad mudada fué en la respuesta que dio á la misma reina Doña Catalina. Porque, cum- plidos yá los seis meses en que el rey D. Carlos debía, según lo pro- metido, restituir el reino de Navarra, viendo ella la mala traza que llevaba de ejecutarlo, le envió de nuevo por embajadores los mismos dos consejeros que había enviado al congreso de Noyón. Ellos halla- ron al rey D. Carlos en la villa de Arras, y propuesta su embajada con las representaciones concernientes, so\p tuvieron por respuesta escusas dilatorias, como eran: que no podía él hacer /a restitución de dicho reino hasta que finiese á España^ donde al punto que llega- se haría que le informasen de este negocio de tanta consecuencia sus vasallos de España^ sin cuyo parecer no estaba resuelto ú ha- cer cosa alguna^ que habiendo unido el rey D. hernando^ su abuelo lo el reino de Navarra á los de Castilla^ después de haberlo mirado y considerado muy despacio^ no podía él separarlo por su propio juicio y sin madura deliberación de su Real Consejo de España. Mas que después de eso., les advertía que luego que supiese los medios de poderlo hacer daría á la Reina todo el contentamiento que ella podía desear. Bien conocieron los embajadores que estas eran pala- liras al aire, y aire que respiraba el Consejo de P2spaña. Y á la verdad: nunca el cardenal Jiménez anduvo tan diligente como en este tiempo para que Navarra permaneciese en la unión y dominio de Castilla. A este fin no solo consiguió del Papa que el Cardenal de Labrit no vi- niese más á Navarra como S. Santidad quería; sino que también mu- dó el gobierno de este reino en lo militar y en lo político, enviando dos castellanos, al uno por gobernador de la plaza de Pamplona en lugar de Perrera, aragonés, á quien removió: al otro por presidente del Consejo, quitando el que estaba en posesión, y era navarro: como también lo eran todos los demás consejeros sin que el Rey Católico hubiese querido inmutar en nada de esto sino dejarlo en la forma antigua. Hl que ahora vino por presidente fué el doctor D. Rodrigo de Mercado, Obispo de Avila y del Consejo Real de Castilla, funda- dor poco después del insigne colegio y universidad de Oñate, de donde era natural.

374 LIBRO XXXV LE IOS ANAIESPE ^AVAFRA, CAP. XXÍ.

§• V.

'iendo todas estas cosas la reina Doña Catalina, fué

Año 131S

Y

10 ^ I tanta su pesadumbre y tedio que, aunque mujer de grande corazón, se hubo de rendir á la pena: de suer- te que vino á morir poco después que volvieron de Arras con res- puesta tan desconsolada sus embajadores: y fué ocho meses menos Favin cinco días después del re}' I). Juan, su marido. Falleció en su Pala- cio de la villa de Montmarsán, día Martes 12 de Febrero de 1518, siendo la edad de cuarenta y siete años, después de haber reinado en Navarra veinte y nueve años y cuatro meses. Viéndose cercana á la muerte, recibió los Sacramentos y ordenó su testamento, dejando por heredero al Príncipe de Viana, O. Enrique, su hijojy mandando también que su cuerpo se pusiese en forma de depósito en la Iglesia Catedral de Lesear, en Bearne, junto al del Rey, su marido, para que ambos fuesen trasladado^á la Catedral de Pamplona y enterrados á su tiempo éntrelos de los reyes de Navarra, sus predecesores. Este consuelo imaginario quisieron ambos llevar de esta vida, que les faltaban todos los verdaderos y reales. Debemos estimarles este su buen afecto á Navarra.

11 Y á la verdad: pocos de los reyes antepasados le mostraron igual. Porque sus intentos, sus diligencias y sus instancias, repetidas hasta la molestia, fueron extremas por restablecer la Corona de Na- varra en su estado primero con grandes aumentos: de suerte que se extendiese desde los montes de Oca hasta muy cerca del Mediterráneo con otras muchas tierras y villas nobles dentro de Castilla y Aragón y de la Gascuña en Francia. A este fin hicieron tantas embajadas, como quedan dichas, á su tío el rey D. Fernando el Católico; pero con efecto muy contrario. Porque solo sirvieron de avivar más sus pensamientos y deseos de quitarles á ellos su reino. Mas no se puede negar que, si ellos lo hubieran conseguido juntamente con los dos puertos de mar, en quetambién pensaban, uno en el Océano y otro en el Mediterráneo, para el comercio continuo y para los socorros extranjeros en caso de necesidad, el reino de Navarra se hubiera puesto en estado de poder subsistir por mismo y ellos hubieran sido los reyes más glorio'sos que jamás tuvo este reino, que compite en antigüedad con el antiquísimo de Asturias, con la ventaja de ha- ber dado sus primeros reyes á Castilla y Aragón. Pero la Divina Pro- videncia tenía dispuesta otra cosa aún de mayor gloria para ellos y de mayor conveniencia para Navarra, como vamos á decir.

12 En fin: sus cuerpos quedaron depositados en un mismo nicho, en la iglesia mayor de Lesear: y bien se les pudiera poner por epitafio lo que muchos notan, tomándolo del historiador Nebrija:5'//í? los reyes D. Juan y Doña Catalina fíieron las víctimas más señaladas para expiar el pecado grande de los señores de la Casa de Fox, cometido en la muerte cruel de la princesa Doña Blanca de Navarra, a quien

REYES D. JUAN IH Y DOXA CATALINA. 375

después de larga y horrorosa prisión, mataron con veneno por he- redar ellos este reino. Pero se podía añadir, que, no siendo menor el delito de su mismo padre, que para esto se la entregó; y otros al mis- mo fin de quitar de delante á los herederos legítimos de Navarra, como los juicios vivinos son justos y Dios, Rey de los Reyes y Se- ñor de los Señores, siempre iguala las medidas sin dejar pecado por castigar ni obra buena por premiar, parece que al cabo se dio por satisfecho de esta tan larga y áspera penitencia de la Casa de Fox: y quiso que la posteridad de los reyes 1). Juan de Labrit y Doña Cata- lina de Navarra fuese exaltada á lo sumo del poder y del honor, co- mo en la realidad ha venido á suceder. Porque su hijo el Príncipe de Viana, D. Enrique, no tardó en casarse con la princesa Margarita de Francia, hermana del rey Francisco, 3' tuvo por nieto á D. Enrique, Príncipe de Bearne, pretenso rey de Navarra: que sin dejar este títu- lo ni las cadenas, armas de este reino, vino á ser rey de Francia, dig- namente cognominado Enrique IV el Grande. Este tuvo por nieto al rey cristianísimo Luís XIV, que hoy vive y reina en Francia: y lo que es más admirable, el segundo nieto de Enrique IV y tercero del des- pojado príncipe D. Enrique, que es el Rey, Nuestro Señor, D. Felipe V de Castilla y Vil de Navarra, ha venido á restablecerse en la Co- rona de Navarra: entrando á poseer con legítimo derecho y grande gozo nuestro y mayor gloria suya, no solo el reino de Navarra, sino también los reinos todos de la gran monarquía de España. Así des- hace Dios los agravios.

Quod si non aliam venturo /ata Philippo Invenere viam, saetera ipsa, nesasque Hac mercéde placent. *

Pero si no se halló por el destino Para venir Felipe otro camino, Aún las maldades mismas execrables Con este galardón son agradables. (Aj

* Lacauus lib. 1. de Neroue, tune in iugresu Imperij óptimo, etc. magnae spei principe.

ANOTACIÓN,

- TJ^' mayor desconsuelo que de esla vida pudieron sacar los reyes A JLil). Iliian y Doña Catalina lüé la nota *de cismáticos y excomulga- dos; aun(Hie ellos nunca se tuvieron por tales ni lus tuvo^ según ¡a más comiin opinión el Papa mismo, que, sejíún (jiiieren decir, los excomulgó. Y cuando León X.su sucesoí', con entrañas paternales convidalia con la absolución, y de hecho absolvió á los (|u^' verdaderauíciUe incurrieron en la excomunión, los lieyes de Navai'ra no acudieron, como en su lugar dijimos, al Papa por estar se¿;urus de no li:iher incurrido eu ella ui S. S:iutidad lo echó menos. Lo cual es argumeiilo evidente de no tenerlos por cism.iticoá y excomulgados, ^ero

376 LIBRO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. XXL

ver ellos que el rey D, Feriiaiulo, á qniea iiahiim buscado y tenido siempre por su protector^ no solo les Inbia quitado su reiuo sino qu ; les habia cargado la infamia deoismálicos y herejes, así á ellos como á losnavarros (|u*e fielmente los siguieron, ó por mejor decir^ á todo el Reino: y que no contento con esto, hizo lodo lo posible por hacer eterna esta infamia^, encargamlo a los hombres mas eruditos de su tiempo^ como á Antonio Nebrija, el Gramático, su historia- dor, f Pedro Mártir y Juan López de Palaciosrrubios,, ambos de su Consejo, que escribiesen sobre ello y lo diesen por cierto y asentado en sus escritos. Verdaderamente que todas estas cosas eran para aumentar muchosu pena por mcás que la mitigase la buena conciencia.

14 Nosotros en este punto solo habemus referido los hechos^ dilatándonos por esta causa no poco en la narración del cisma de donde dimanai-on, sin me- ternos á censores. Mas por ser tocante al liecho^ no escusamos decir que tres veces que estuvimos en el archivo de Simancas con el deseo do averiguar to- do lo concerniente á la bula del papa .íulio 11 contra los cismáticos, iiallamos lo siguiente: lo primero la misma bula en ipie están insertos los Reyes de Na- varra; y es el original de donde se han sacado tantas copias, como se vén au- tenticadas por el secretario Avala, y muchas de ellas andan impresas. Pe/o sa-

Guich. bíamos (|ue algunos escritores publicai-ou (|ue el papa .lulio íl nunca había ■^rdo ^ i^^''''-'^ '• '^^ reyes I). Juan y Doña Catalina en sus b'jlas contra los cismáticos; los í'ta- por ser cosa bien averiguada (jue no se hallan nombrados en ninguna de las liauos. que S. S:intidad expidió á este lin, y se conservan originales en el archivo de Roma. Y que asi, pudo ser artiíicioel insertarlos en el traslado que de alguna de ellas se sacó^, teniendo para esto inteligencia con los oficiales de la Dataria: y que este debía de ser el traslado aulénlico de la bula (|ue se halla en el ar- chivo de Simancas. Por lo cual pasamos á registrar otros papeles del mismo archivo tocantes á Navarra; y dimos en un fajo, cuyo lítalo es Negocios do Na- varra, donde hallamos después del fol. 50 las siguienles noticias.

Diligencia sobre cierta bula i]ne se había de pul)licar en la iglesia de Burgos y de Calahorra.

15 »Que una persona cuei'da vaya á las iglesias de Burgos y Calahorra y «lleve consigo el traslado de la bufa que ahora vino de Roma; y después de ).bien haber entendido el efeclo de la clausula Absolvenles contenida en la di- »cha bula, la publiíiue en cada una de las dichas iglesias: y esto ha de ser que, «diciéndose las horas, lleve dos notarios conocidos y tres testigos y por ante »ellos haga la dicha publicación en el coro y en la iglesia, por manera (|ue (de- )>má.s de leerla en latín) en i'omance clara y abierlainenle á entender á los »(|ue allí se hallaren lo contenido en dicha bula: y de lodo esto se haga auto »por esci'ito en pública forma por ante los dichos notarios y lesligos á pedi- «inienlo de la peí sona que fuere por mandado de S. Alteza y por su lula, »en (jue se lo manda: y si men'.'ster es, le da poder para ello en sus inci- »dencias, ele.

«Ítem: (Jue lleve el traslado que vino de Roma y que lo alije en cada una de «las dichas iglesias: y de la alijacíón y de cómo queda alijado se haga también *olro auto distinto del de arriba mutaíis ¡ttutandis.

»llem: Sería cautela que la persona (pie así hubiere de-ir lleve dos trasla- »dos, y que cada vez que ipiitare el que lleva (|ue se ha de alijar, según es di- »cho, deje en las puertas de cada una de estas dos iglesias un traslado de di- »cho traslado; pero de eslo no ha de temarse ni hacerse auto: y esto es po!-(pie )da bula parece (|ue reijuiere (¡ue cd traslado que se alijare sea sacado del ori- »ginal con dos notarios: y de eslo no podemos de presente haber más de iino^ »Y [lorcpie parece (pie la intención déla bula es (pie se haga esta alij ición' A\\?>\á\' lídicli publíci ia albo Prwtoris appositi: y ci^U) denota (pie no se hayj «luego de ([uitar uo fuere pur mandado del (|ue lo manda ponei" por esto

REYES D.JUAN III Y DOÑA CATALINA. 377

»será bueno usar de esta cautela, pues no se puede más hacer; que no pode- «mos iiaherde presente más de un traslado sicado del original por dos nola- »rios según en la dicha huía se contiene.

ítem se dice al fol. 00. «Sobre que su S. Santidad conccdn y expida bula y «breve en conlirmación de todas las (jue S. Santidad y los otros sumos pontífi- »ces pasados han otorgado á los Reyes Calóhcos eu materias espirituales y »lempordles, y especialmente en lo (jue toca al reino de Xivarra.

PARA ROMA.

16 oOue-se escriba al embajador que supliiiue nuestro muy Santo Padre «para que luego so expida bula ó breve en que S. Santidad coillirme; y si es "menester, de nuevo conceda cualesiiuiera bulas ó breves ú otras provisiones, «cualesijuiera que hayan sido concedidas al l\ey y á la Reina^ Nuestros Seño- »res, ó á cualquiera de ellos por los sumos ponliíices pasados rsí en materias »espirituales como temporales; especialmente en lo tocante y concerniente al »reino de Navarra: y quiere y manda^ que todo aquello valga y perpetuamente íhaya efecto; para lo cual de su propia ciencia y motu propio supla cualesquier »defectos, así de subsistencia como de solemnidad, que hayan intervenido en »la impetración ó concesión ó diligencias que sobre ellas se habían de hacer, »non obstantibus, etc. por manei'a (jue lodo venga bien en forma.

17 Todo esto se trasladó tielmente de dichos papeles: y todo ello lo vimos pocos días después eu un libro manuscnto^ cuyo título era; Escriinras que lo- can á Navarra ij cartas del lieij Católico para Roma, Francia, Inglaterra, Alema- nia, Flandes ij otras para S. Alteza de diversas personas: y no lo participó D..\I- tonso Pacheco, Caballero del Orden de Alcántara, Corregidor de Yalladolid^ el año de 1 ÜÍ3, y según él nos dijo, teniéndolo bien averiguado las memorias con él coníenidas, las habla recogido el secretario Quintana, que lo fué del rey Ü. Feíuiando el Católico.

18 Ahora, pues, leídas y bien consideradas todas estas cosas, como son las cautelas y precauciones (pie en ellas se contienen; y sobre todo, el tiempo de todas estas diligencias, que sin duda fué en el año de 131:2 cuando ya estaba el Rey Católico con las ai-mas en la mano para la conquista de Navarra, haga el |)rudenle y desapasionado lector el juicio (pie le pareciere. Y para (|ue sea más cabal, haga también rellexión sobre la autoridad deun gcave escritor mo- derno, ai'agonés, el más apasionado de su reino y de sus i'eyes, y con exceso de este gran rey, (jue á lodos los excedió. Es el P" Maestro Abarca, Dr. y Ca- tedrático de Prima .íubila lo d? la Universidad dd Salamancí, (¡uien, tratando de sus hechos al capitulo veinte y uno de su vida, número 16, después de ba- bel' referiilo en compendio los trágicos sucesos del Du(|ue de Calabria, dice consecutivamente estas palal)ra¿. Volcamos al Rey de Navarra, que es otro y principal personaje de las trarfcdias; pues, sin haber sido en la verdad fautor de risinálicos, se vio necesitado á parecería y a pagarlo.

Esto baste por ahora. Para mayor satisfacción puede pasar el lector á leer (si es servido) el discurso de Arnaldo Oihenarlo, (|ue, por ser de varón tan erudito y célebre, nos parece digno de ponei'se al fin de este tomo: y más, cuando él no solo examinó con sumo estudio los archivos de Francia y de Na- varra sobre este punto, sino (jue leyó los autores españoles que le pi'ecedie- i-on, como son: además de los ya dichos, * Sandóval en la Historia del Empera- dor C u" os Y, Manpiez en su Gobernador Cristiano; no habiéndole leído niaún *. Re- conocido á él los de su mismo tiempo, como el Señoi- Soloi-zano en su obra de pedro lure Indiaruní lib. 2. y lib. S. cap. o. y mucho menos los más modernos, (|ue ^laryr, sin hacerso cargo de las razones de Oihenarlo solo trasladan á los españoles f^MoT

378

LIBRO XXXV DÉLOS ANALES DE NAVARRA, CAP. XXL

más antiguos, sin traer cosa de nuevo en sus papeles manuscritos. Pero por- que entre ellos es dih'uo de toda atención uno bien reciente del Señor .'ei-na, del Real Consejo y Cámara (lue fué de Castilla,, poi- su mayor comprensión y una nueva autoridail, en que principalmcnle funda su discuiso, se pondrá también en el mismo lugar por prefacio pai-a (iiie Obienarto tenj^^a más á qué responder.

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LÍBUO XXX\ I

DE LOS ANALES DEL líEINO

NAVARRA.

CAPÍTULO I.

I. Gobierno DEL Cakdenal Jimknez de Cisnebosen laiíe- geÑcia de los reinos de España. II. Jornada del bey D. Car- los Á Ei-PAÑA CON OTRAS MEMORIAS. III. CPÜSICIÓN ENTBE EL CAR-EENAL JlMKNEZ T LOS FLAMENCOS Y MUERTE DEL CABDENAL.

IV. Varios sucesos de Navaera y otros reinos con la muer- te DEf GRACIADA DEL MARISCAL D. PEDKO DE NAVARRA.

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N

uestro rey D- Carlos, que desde la muerte del rey D. Fernando por la in- capacidad de la Reina, su madre, había tomado este título y goberna- ba solo, andaba disponiendo su viaje para estos reinos: y el cardenal Jiménez, su regente, mostraba una extrema solicitud para que S, Ma- jestad hallase allanadas las cosas y no tuviese el menor tropiezo cuando llegase á España. Parece increíble en un hombre de ochenta años lo mucho que á este fin hizo; pero como eran operaciones de su cabeza, nunca más sana, y de su corazón, fidelísimo siempre á sus Reyes, no hay qué admirar. Antes bien: no hay edad más á proposito en esta suposición para ejecutar cosas grandes, y muchas por estar de ordinario m¿ís libre de las pasiones, que todo lo perturban. Fueron admirables las que antes obró este gran varón; pero, comparadas en el número y en la calidad, se puede decir que, con ser tantas, solo fueron el preludio de las que obró en los dos años escasos últimos de su vida, siendo regente de estos reinos. Tocaremos en resumen algunas, fuera de las que dejamos dichas. Lo primero que hizo fué ponerse en paraje de poder obrar despóticamente y con toda inde- pendencia. Para esto compuso sus diferencias con el Deán de Lovaina, á quien el archiduque O. Carlos (cuando aún no tenía título de Rey)

Año 1518

38o LlBi-íO XXXVl DE LOS AN.\LH3 L)E NA.VA'IRA, CAP. I.

había enviado por gobernador único de estos reinos, y el Cardenal se había opuesto alegando que esto era contra lo dispuesto por el rey D. Fernando en su testamento, en que solo le nombraba á él: y que era también contra las leyes de Castilla, que prohibían qué los extranje- ros la gobernasen. Esta controversia se compuso ordenando el Consejo del Archiduque que el Deán entrase en el Gobierno como colega suyo, de suerte que uno y otro firmasen todos los despachos y no se hiciese cosa sin el mutuo consentimiento de ambos. El Cardenal vino en ello, suponiendo que dicho Consejo se guardaría bien de contra- venir al testamento: y también que el Deán, habiendo consentido en tener el segundo lugar, y no siendo más que un simple sacerdote, y de l)uena índole, no se atrevería á hombrear con un Cardenal Arzo- bispo Primado, y de tanto poder y autoridad en España: y que solo haría lo que él quisiese. Y así, vendría muy presto á obrar con tanta independencia como si tal colega no tuviese.

2 Sobre este fundamento, que, como tan firme, le salió bien, to- mó sus medidas para la ejecución de sus ideas. Lo primero que hizo fué transferir el Consejo de Guadalupe á Madrid, villa de su diócesi, resuelto á no hacer jamás residencia en lugar ninguno de que no fue- se señor en lo espiritual. Luego puso de las gentes que enteramente estaban á su devoción muchas espías secretas en las provincias, en las ciudades, villas y aldeas, á fin que en ellas no pasase cosa alguna de monta de que al punto no le diesen cuenta: y lo mismo hizo en las casas délos grandes, ganando con gruesas pensiones que les pagaba á los más hábiles de sus criados ó camaradas á fin de prevenir todos sus designios: y en esto empleó sumas excesivas que percebía de sus propias rentas. Mas porque estas precauciones hubieran sido inútiles para reprimir á los que quisiesen turbar la tranquilidad pública si no tenía prontas buenas y numerosas tropas que enviar á donde la necesi- dad lo pidiese, trató de levantarlas. Esto tenía suma dificultad; porque no se usaba en Castilla entretener tropas regladas en tiempo de pa/: y recelosos todos los grandes, se hubieran opuesto á esta novedad. Fuera de que eran menester sumas inmensas para hacerlas subsistir; y no bastaban las rentas ordinarias de la Corona, aunque él ayudase con las de su arzobispado, y sería forzoso valerse para ello de impo- siciones extraordinarias, que hubieran enajenado al pueblo cuando sobre todas cosas le importaba tenerle de su parte. Valióse, pues, su gran comprensión de un expediente, que aumentó mucho el amor y la adhesión que el pueblo le tenía: y que le dio buenas tropas, siem- pre prontas, sin que le costasen nada.

3 En todos tiempos la nobleza de Castilla había estado en pose- sión de tratar al pueblo con una altivez extraordinaria, y aún ahora lo estaba. Hal)íase reservado el derecho de traer sola ella armas, y jamás lo había querido permitir á los que no eran de su cuerpo ó ha- bían degenerado tomando oficios indignos; siendo así que había mu- chos vecinos que vivían noblemente y tendrían á grande honra el traerlas. En estos puso Jiménez los ojos. Permitióles llevar armas, hacer compañías y reseñas y el ejercicio militar los días de fiesta, K

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS iV. 38I

les dio banderas y oficiales para adiestrarlos. Como los españoles son naturalmente espirituosos 3^ enemigos del trabajo, fué tanta la prisa de alistarse en las nuevas banderas, que muy presto quedaron comple- tas las compañías de una juventud gallarda y presta á marchar á la primera orden. Lo más singular de este proyecto fué haberse ejecuta- do sin sacar un solo labrador del campo, un solo oficial de su obra- dor y sin divertir un solo mercader de su comercio. Treinta mil hom- bres se levantaron de esta suerte en muy poco tiempo sin que le cos- tase nada al Rey ni á sus Estados: y se puso tanto cuidado en ejerci- tarlos, que en muchos años no se habían visto tan buenas tropas en España.

4 Los grandes y todo el resto de la nobleza, espantados de esta novedad, no dejaron de quejarse. Hicieron sus juntas, presentaron memoriales y aún añadieron amenazas. Mas el Cardenal no por eso dejó de llevarlo adelante. Hizo poco caso de sus quejas, disipó sus asambleas, eludió sus memoriales y disimuló sus amenazas. Así pro- cedió hasta que hubo recibido de Bruselas la confirmación de su re- gencia y las órdenes del rey D. Carlos, que él le había pedido para autorizar las nuevas compañías. Pintonees fué cuando habló alto y les retornó las amenazas, de que no se había dado por entendido, di- ciéndoles que por la fuerza reduciría á los que continuasen en opo- nerse á las órdenes de su soberano. Los grandes y la nobleza se en- cogieron de hombros. Aunque esto solo fué hasta que se les ofre- ciese ocasión favorable de desahogar su sentimiento. El Cardenal los previno y les dio bien á entender por el modo con que primero tra- tó al que mis crédito tenía entre ellos, que haría lo mismo con los demás si faltaban á su deber.

5 El grande de quien hablamos fué D. Pedro Portocarrero, lla- mado el sordo^ hermano del Duque de Escalona y el señor más po- deroso entonces de toda Castilla la Vieja. A este lo redujo á la razón, ya por fuerza, ya por industria: y lo mismo hizo con otros muchos que le dieron después harto qué hacer. Con todos ellos chocó reciamente sin tener respeto á nadie. Y el último fué el Duque de Alba, con quien debiera portarse con más templanza en atención al rey D. Fernando, á quien tan señalado servicio acababa de hacer en la conquista de Navarra, y á la singular estimación que S. Majestad había hecho de él por su fidelidad, rara en los casos adversos. A ninguno perdonó el Cardenal. Previno sus designios, disipó sus asambleas, se adelantó á sus representaciones 3'^ quejas mu3^ amargas en la Corte de Bruselas, donde siempre consiguió cuanto deseaba. Porque, aunque en ella no estaba bien quisto, especialmente de Monsiur de Chiebres, primer Ministro, como sus operaciones iban encaminadas al mayor bien del rey D. Carlos y desús reinos de España, era forzoso atenderle y te- nerle contento,

6 Para que todo el mundo lo estuviese con él, y aún sus mismos émulos tuviesen motivo justo de alabarle, hacía de cuándo en cuándo algunas cosas plausibles. Tal fué la que ejecutó con la desdichada reina Doña Juana, madre del Rey. Esta gran princesa residía en el

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Palacio de Tordesillas, que, aunque era uno de los más deliciosos de toJa España por su situación y amenidad del país, ella por su demen- cia le había vuelto en la cárcel más horrorosa; del mundo, de la cual nunca quería salir. Había escogido en él un cuarto el más obscuro y más desacomodado. No podía sufrir que la peinasen ni que la mudasen ropa blanca ni vestido, ni quería que la sirviesen ala mesa sino con vajilla de barro la más vil y ordinaria. E!n medio de estos ascos y ba- jezas su ocupación más común era reñir con los gatos, y lo que sa- caba de estos ridículos combates eran aruños que la desfiguraban todo el rostro, biendo este el miserable estado de la Reina, estaba muy persuadido el Cardenal á que solo Dios podía curarla de su mal; pe- ro después de eso se resolvió á ir á Tordesillas á consolarla. Luego que llegó advirtió que Luís Perrera, á quien el rey D. Fernando, su padre, había puesto por ayo y gobernador de esta princesa, era de- masiado viejo y melancólico para cumplir bien con aquel cargo. Qui- tósele y puso en su lugar á Fernando de Talavera, cuyo espíritu cor- tesano y alegre era más propio para divertir á la Reina. Después de esto consideró atentamente que de todas las pasiones á que había vi- vido sujeta solo le había quedado la ambición de la majestad: y to- mándola por esta parte, en que más flaqueaba, la representó que su manera de vida la harían menospreciable á sus vasallos: que esta era la única causa que les impedía el venir á cortejarla, y que los pue- blos solo se dejaban llevar del lucimiento de sus soberanos. En fin: él supo trocarla tan diestramente, que la hizo consentir en habitar el cuarto más magnífico del Palacio, en vestirse dignamente, en comer en público con toda ostentación, en salir todos los días á» oír Misa y á pasearse: y hacía que las calles y caminos por donde pasaba estu- viesen llenos de gente, que con grandes alborozos la saludaban con las aclamaciones ordinarias de viva ¡a Reina. Así la acostumbró á vivir como tal: de manera que parecía serlo en medio de su da- mencia, aunque esta era muy de otros visos, con los esplendores de la majestad.

7 Otra cosa hizo aún más plausible para los pueblos y másproñ'- cua para el Rey, aunque no poco rigurosa, que fué: retirar y reco- ger todo cuanto había sido usurpado al dominio Real ó que se había dado por pura gratificación. Condenó á los usurpadores á sumas muy moderadas, y no quiso que por lo pasado se les sacase nada á los posesores de buena fé. Rescató lo que se había dado á título onero- so: y tampoco quiso que se les contase nada del tiempo que lo habían gozado. Así restableció el dominio en su primer estado. Examinó luego las pensiones: y unas quitó enteramente y moderó otras. Y en esto miró poco por sí; porque no perdonó ni á Pedro Mártir ni á Gonzalo de Oviedo, historiadores del Rey, los cuales hasta entonces habían escrito ventajosamente de Jiménez. Mas se vengaron después fuertemente de él diciendo tanto mal como habían dicho de bien. A esta reforma se siguió una justicia muy importante. Trató con el últi- mo rigor á los que habían procedido mal en el manejo de las rentas Reales y los condenó en gruesas sumas aplicadas á la Real Hacienda

REYtíS DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV 3S3

y los obligó á pagarlas desde las cárceles estrechas en que los puso. Los más culpados pagaron con la vida y con la confiscación general de todos sus bienes. Üe estas dos fuentes y de la administración exac- ta de las rentas de la corona (en la cual ponía su principal cuidado) sacó tanto dinero, que, sin gravar el pueblo con ninguna nueva impo- sición, dio lo necesario para mantener con esplendor el Estado. Pagó las deudas inmensas que los reyes ü. Fernando y Doña Isabel for- zosamente habían contraído para sus conquistas. Desempeñó los do- minios, levantó armadas para la conservación de las conquistas de África, fortificó plazas, falDricó y llenó tres arsenales de municiones de guerra en Medina del Campo, en Alcalá y Málaga, en medio y en los extremos de Castilla. Y todo esto se hizo en menos de dos años que duró la regencia.

Y;

a para este tiempo el rey D. Carlos tenía dispuesto su viaje á España. Debiera, según la palabra dada al rey Francisco de Francia, tener vistas con él en Cambray antes de ejecutarlo; pero se excusó con buenas razones ó pretestos. Y para aquietarle le ofreció que en llegando á España haría que se tuviese un congreso en algún otro lugar de Francia, á donde cada uno de ellos enviase sus mmistros para fenecer amigablemente algu- nas de las dependencias que quedaron por ajustar en el de Noyón. El lugar en que después se tuvo este congreso fué Mompeller, como se dirá á su tiempo. el rey D. Carlos había avisado de su venida pron- ta al cardenal Jiménez y al Consejo de Castilla: y de cómo se iba á embarcar con una buena armada en Flandes para arribar á alguno de los puertos de Cantabria.

9 El Cardenal Regente se había movido de Madrid con la Corte para acercarse al puerto, donde S. Majestad podía desembarcar: y para esto escogió la villa de Aranda de Duero, cómoda para él por la vecindad del convento de S. Francisco de la Aguilera. No se olvi- dó de traer consigo al infante D. Fernando, á quien y á toda su fami- lia nunca perdía de vista desde la muerte del rey D. Fernando. Pare- cíale que éste era el mayor servicio que podía hacer al rey D. Carlos, su hermano mayor, quien tenía motivos de temer revoluciones en Castilla con la ocasión del Infante, favorable á los grandes malcon- tentos. Aunque el Cardenal tenía entonces casi ochenta años, jamás había gozado de salud más perfecta; peto tampoco estuvo tan cerca de perderla para no recobrarla jamás.

10 El caso fué: que, habiendo llegado á Boceguillas en este su viaje, comió allí: y al levantarse de la mesa, se sintió extraordinaria- mente enfermo: y la sangre que echó por los oídos y por las comisu- ras de las uñas y la carne dio á entender que le acababan de dar ve- neno muy fuerte. Esta sospecha se confirmó luego con la llegada del P, Marquina, Provincial de San Francisco, que venía á visitar

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al Cardenal. E ste Religioso mostró un sumo pesar de no haber podido llegar antes; aunque para ello había puesto toda la diligencia posible. Contó luego que ene] camino liabía encontrado un caballero enmascarado j que Le liabía dicho se diese priesa para llegar^ si era posible^ antes de comer el Cardenal para decirte que no comiese de una trucha que se le había deservir] porque estaba emponzoñada: que si llegaba más tarde, le advirtiese que sepreparase para morir; porque el veneno era tan violento, que no podía escapar: que des- pués de haberle dado este aviso, el caballero se había alejado tan prontamente, que á pocos instantes le había perdido la vista: que todo lo que había podido percibir era que había tomado el camino de Madrid. Apenas acabó de hablar el Provincial, cuando le vinieron á decir al Cardenal que uno de su familia, que había probado de la trucha, se hallaba malo. Esta circunstancia juntava á la relación del Provincial acabó de persuadir á todos los presentes que al Carde- nal le habían dado veneno y que no podía vivir. Solo él lo dudo con efecto, ó hizo semblante de dudarlo. Sería dificultoso el decir quién fué el autor de este veneno, en que no se pone duda. Los españoles echaron la culpa á los flamencos y los flamencos álos españoles.

11 Así llegó el Cardenal con harto trabajo á Aranda, donde lo primero que hizo, estando prevenido de Monsiur de Chiebres, fué mudarle enteramente la familia al infante D. Fernando. Componíase de treinta y dos personas, todas escogidas de mano del difunto rey, su abuelo, y todas de gente de mérito y de alta calidad. Los princi- pales y más considerables de todas maneras eran: D. Pedro de Núñez de Guzmán, ayo del Infante; D. Alvaro Osorio, Obispo de Astorga, su maestro ü. Gonzalo de Guzmán, su camarero mayor, y D. San- cho de Paredes, su primer mayordomo. A todos los removió con una extrema resolución y puso otros de su mano sin moverse por lor rue- gos y lágrimas del Infante ni hacerle fuerza las memorias del rey U. Fernando ni reparar en que cargaba con la malevolencia de casi todos los españoles, y todo esto por hacer este obsequio al rey D. Car- los. Presto se verá el pago que tuvo.

12 .Al cabo arribó S. M. á España: y por una recia tempestad que padeció su armada, le fué forzoso tomartierra en Villaviciosa, peque- ño puerto de Asturias. Desde allí dio cuenta al Cardenal de su de- sembarco y le consultó sobre dos negocios importantes. El primero mi- raba ala persona del Infante, y consistía en saber lo que de él se debía hacer, no pareciendo conveniente que quedase en España. El segun- do tocaba á decidir qué reinos visitaría primero, si los de Aragón ó los de Castilla. Los señores flamencos que acompañaban á S. M. ha- bían hecho nacer esta duda por conocer la alta estimación que Jimé- nez se había adquirido en el espíritu del Rey y tener sabido el desig- nio del Cardenal, que era excluirlos del Consejo de Estado y hacer que volviesen á Flandes, de lo cual se había alabado públicamente. Eolios estaban por otra parte informados de los propios médicos del Cardenal, de que no podía vivir largo tiempo: y así, estaban unidos para impedir sus vistas y conferencias con el Rey. Para esto era el

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV. 385

pretender que fuese primero el viaje de Aragón por dar lugar y espe- rar á que sin ver al Rey se muriese el Cardenal.

13 Este, después de dar á S. M. la enhorabuena de su feliz arribo, le respondió en pocas palabras. A lo primero: que era indudable que si quería reinar pacíficamente en España convenía alejar al Infante; porque de otra suerte se podía temer que los españoles cayesen en la tentación de elevarle al trono, al que había sido destinado por el pri- mer testamento de su abuelo: que por la misma razón y por evitar el mismo inconveniente no convenía enviarle ni á los Países Bajos ni á Italia, sino á Alemania, donde el Emperador, su abuelo, tendría gran placer de criarle. Este parecer de Jiménez se siguió después exacta- mente. Al segundo punto de la consulta respondió el Cardenal: que la suerte lo había decidido: 3' que S. M., habiendo sido forzado por la tempestad Á desembarcar en las costas de Asturias, dependientes de Castilla, los aragoneses no podían echar menos que comenzase su gobierno por la parte á donde la Providencia lo había conducido,

14 Este parecer se siguió también. Mas los señores flamencos hi- cieron nacer tantos incidentes y detuvieron al Rey tan largo tiempo por los caminos, que vinieron á lograr su intento, recabando que Ji- ménez nunca pudiese hablar al Rey. Y en esto muchos le cargan al mismo Cardenal la culpa. Porque siempre se jactaba, y con demasia- da claridad, de su designio, plausible para los españoles, de hacer que los flamencos volviesen á sus países. Y estos, que por la mayor parte eran de la primera nobleza, con el genio abierto de su país tampoco se recataban mucho de publicar el ánimo firme de hacer que Jiménez volviese al retiro de su Iglesia si su muerte no los libraba antes de es- te cuidado, teniéndole por hombre inflexible 3' naturalmente enemigo de la nobleza. A la verdad: entre sus grandes prendas tenía el Carde- nal, como algunos se lo notan, un defecto, 3^ era: ser el más ardiente de todos los hombres en la ejecución de lo que una vez tenía deter- minado. No se acomodaba en las ocasiones ni al tiempo ni á sus cir- cunstancias. Este ardor le había arrojado muchas veces á grandes in- convenientes, de que su buena fortuna le había sacado siempre con triunfo. Mas ella, como inconstante, le volvió ahora las espaldas para gran daño suyo y mayor de toda España. Porque si él hubiera mane- jado con más tiento y disimulo este gran negocio de la expulsión de los flamencos, sin duda lo hubiera conseguido, y no se hubiera segui- do su desgracia ni después la rebelión y guerra de los Comuneros, que en tanto peligro puso á toda España.

"Y *^lrey D. Carlos iba acercando ya á Castilla con 15 l-^ánimo de convocar las cortes de aquellos reinos en Va-

JL_— uélladolid á fines de Diciembre y hacerse reconocer so- lemnemente en ellas por re3' juntamente con la Reina, su madre. El Cardenal, que lo supo, extrañó mucho que S. M. hubiese tomado

TOMO VII 2o

3§6 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, GAP. I.

esta resolución sin darle á él cuenta ni tomar su parecer. Mas su ce- lo le arrebató á dársele sin que se lo pidiese. Escribió, pues, al Rey, representándole: que antes de tener las cortes era absolutamente ne- cesario que S. M. tomase tiempo de conocer el genio de los españo- les, sus leyes y sus costumbres, los intereses de los grandes, sus alian- zas, sus pretensiones y sus fuerzas: que el tener cortes era un punto muy delicado para un soberano educado fuera del país y que aún no había tomado posesión de la Corona: que aún no había cosa que ins- tase para tenerlas: que siempre serían á buen tiempo; y que, cuando se hubiesen de tener, no tenía á Valladolid por lugar tan cómodo por el gran concurso de gentes que acudirían á él. Y que Segovia era incomparablemente más á propósito. Pero la razón más principal que alegó, y más esforzó, fué: que era menester primero hacer que vol- viesen á Flandes los señores flamencos. Este consejo bien podía ser bueno, mas fué muy á contratiempo. Porque el Rey, que tenía tanto cariño á sus flamencos como Jiménez á sus castellanos, tuvo por una dureza insoi:)ortable que le quisiese obligar tan de recio á deshacerse de tantos señores de alta calidad, cuya fidelidad tenía bien probada: 3^ era muy grande el cariño que les teníapor haberse criado con ellos desde su tierna edad. Y así, no tuvo corazón para ocultarles los con- sejos de Jiménez. Ellos se aprovecharon de esta ternura del Rey: y al mismo punto el Cardenal de Tortosa, Adriano, su Maestro, Lachau, Amerstof, el canciller Sovage, el caballerizo mayor Lanoy, el re- frendario Gatinara y Chiebres, el más poderoso y el más interesado de todos en la desgracia de Jiménez, hicieron resolver al Rey tener las cortes al tiempo señalado, y en Valladolid, contra el sentir de Ji- ménez y á mucho pesar suyo.

1 6 El Cardenal tuvo con esto por cierta su desgracia. Y por evi- tarla pidió con instanciay solicitó la licenciade irá hablar áS.M.; más siempre le fué negada con el pretexto de su salud, que no le permi- tía hacer tan largo viaje. La escusa era menos satisfactoria por será tiempo que él ya había partido para Valladolid y llegado á Roa: y en Valladolid hacía que se dispusiese posada acomodada para un enfer- mo, apartada del bullicio, estando convenido para esto con el dueño déla casa, que era una de las mejores de la ciudad. Mas Terramunda, caballero flamenco, por cuya cuenta corría señalar los alojamientos de la Corte, se opuso á ello y la señaló para la reina Germana. Este proceder causó más despecho al Cardenal por haber sabido que á instigación del Duque de Alba se le había jugado esta pieza. Sobre esto se picó tanto del punto de la honra, que, para que no se hiciese burla de él, escribió al punto al rey D. Carlos y á la reina Germana rogándoles que mirasen por su falta de salud. De ellos recibió toda la satisfacción que podía desear. Mas Terramunda, que estaba empeña- do en darle pesadumbre, le jugó otra pieza, quefué: alojar su frenen un arrabal bastantemente apartado de la ciudad para impedir que fuese servido de sus domésticos con toda la puntualidad necesaria á un enfermo. Jiménez se quejó muy reciamente de la indignidad con que le trataban: y se dejó llevar tanto de su justo sentimiento, que se

REYES D.JUAN Til Y D. CARLOS IV. 387

le encaparon palabras muy escusadas, hasta llegar á hablar agria- mente del estado presente de la Corte. En todos es peligroso el hablar mal del Gobierno; pero aún tiene más riesgo en el que está amenaza- do de una desgracia, porque los que son interesados en su perdición se aprovechan de todo y todo lo emponzoñan.

17 Esto le vino á suceder al cardenal Jiménez. Los señores fla- mencos, que no perdían ocasión de perderle, se sirvieron de sus que- jas y palabras destempladas para agrazar contra él el espíritu del Rey. Representáronle: que la insolencia de Jiménez era tan intolerable, que ya no se podía disimular: quesería bien darle á entender que era llegado el tiempo de no haberle menester para nada: que, habiendo él reprobado una vez que se tuviesen las cortes, no perdería diligen- cia para impedir el buen suceso de ellas; aunque no fuese por más que verificar sus conjeturas y poner al Rey en necesidad de depen- der siempre de él; por lo cual era preciso despedirle: que no podía hacer cosa más agradable á la nobleza de Castilla que sacrificarle un hombre que siempre la había tratado como verdadero tirano: que este era el único medio de disculparse el Rey de sus violencias y de dar á conocer á toda España que no había tenido parte en ellas. Mu- cho sintió S. M. haber de tratar con tanto rigor á un hombre á quien no podía negar deberle las mayores obligaciones. Mas los señores fla- mencos, habiéndole hecho comprender que de otra manera sería sa- crificarlos á todos ellos al odio y á la venganza de Jiménez, tomó finalmente la resolución de escribirle aquella terrible carta que fué causa de su muerte.

18 En ella le decía el Rey: que antes de las cortes tenia determi- nado ir á Tordesillas á visitar y rendir sus respetos á la Reina ^ su madre: y que de allí pasaría á Mojados^ á donde le rogaba qtie le fuese á ver; porque quería conferir con él y tomar sus consejos é instrucciones para saber el modo cómo se debía gobernar en ade- lante: y que, hecho esto, era justo descargarle del peso de los nego- cios cifinde que se ocupase únicamente en el cuidado de su salud y pasase quietamente el resto de sus días en su diócesi: que solo Dios podía recompensar sus grandes servicios hechos á la Corona: y que por lo que á él tocaba, le honraría toda su vida como á padre. Por mayor desdicha para el Cardenal la calentura le había vuelto el día precedente. Pero lo peor fué que, abriendo la carta, reconoció estar escrita de mano de Mayo, quien le tenía grandes obligaciones, y que el Rey no había hecho más que firmarla, fanta ingratitud de parte de Moya, tantos servicios tan mal pagados, una desgracia tan precipi- tada y tan poco esperada, todo esto junto sofocó su espíritu, tan grande como era, y se le aumentó mucho la calentura. Entonces, desengaña- do perfectamente del mundo, se volvió más de veras á Dios y se dis- puso con la piedad, que siempre había profesado, para la muerte: y procurando lograr los instantes, vino á morir aquel mismo día, que fué á 8 de Noviembre de 1 5 1 8, de edad de ochenta años y veinte y dos después que fué elevado al arzobispado de Toledo, y veinte y dos meses después de haber sido llamado á la regencia de Castilla.

388 LIBBü XXXV DE LOS ANALES DE NABARRA, CAP. 1.

19 Los amigos y enemigos de Jiménez confesaron que jamás ha" bía tenido hombre mayor que él. Así lo pareció y fué en todos los es- tados de su vida: gran Religioso, gran Obispo y, sobre todo, gran Ministro de Estado, prudente, sabio, sagaz, cauto, animoso y siempre Maisoi. dichoso, menos en las últimas horas de su vida. Puédese creer (dice uno de los historiadores) que la Providencia lo permitió así áfin de que su espíritu y corazihi^ no estando partido más entre Dios y el inundo^ pudiese ser también grande en el cielo. Por lo que toca á Alvar Navarra, donde tanto hizo y deshizo, no debemos omitir lo que cuen- pieTi^r. tan por cierto los escritores de su vida. Y es: que tuvo por injusta la ^r^J^^^h conquista de este reino cuando la iba á hacer el rey I). Fernando,

y otros. ^ , 1 ' i. 1

y que por eso, escusandose con buenas razones, le negó entonces el socorro de dinero que para ella le pidió. Pero que después de hecha, y siendo Regente, descargó su conciencia en la del Rey, forman- do dictamen deque S. Majestad lo tendría bien mirado y de que so- lo le tocaba á él gobernar las cosas en el estado en que las había hallado.

§. IV.

Muerto el cardenal Jiménez, tuvo el rey I). Carlos sus cortes pacíficamente y muy á su satisfacción en Va- lladolid. En ellas fué jurado con toda solemnidad por Rey de Castilla y de León, viniendo todos los convocados en ello con mucho agrado; aunque tal cual de los grandes lo diflcultó por vivir la reina Doña juana, su madre, sin hacerles fuerza su incapacidad para el Cjobierno. Celebradas estas cortes, visitó el Re}' algunos pue- blos de Castilla y pasó á lo mismo á los reinos de Aragón. Habiendo llegado á Barcelona y siendo solicitado por el Rey de Francia, con quien aún profesaba estrecha amistad, se concluyesen los negocios que habían quedado pendientes en el tratado de Noyón, S. Majestad vino en ello. Y porque en la ciudad de Cambray, donde para esto se habían de juntar los dos Re3'es, no podía ser, señalaron la de Mom- peller, también dentro de Francia, de común acuerdo.

21 Nuestro rey D. Carlos era hombre muy de su palabr^i; y, dada una vez la de haber de ser el congreso en ciudad de Francia, no po- día faltar á ella. A esta ciudad enviaron puntualmente los dos Reyes sus diputados. El nuestro envió á Monsiur de Chiebres y al Gran Can- ciller Sovage como á principales: el de Francia al Señor de Boesi, su Mayordomo Mayor, como á principal con otros. El desgraciado Prín- cipe de Bearne, D. Enrique, pretenso Rey de Navarra, envió también los suyos, que fueron los mismos que la reina Doña Catalina, su ma- dre, había enviado al congreso de Noyón. El era sin duda uno de los más interesados en el buen éxito de esta junta; porque, esperaba con efecto la restitución del reino de Navarra, prometida por el rey D. Carlos en la de Noyón y sabía la estrecha amistad que al presente profesaba con el de P'rancia, y las apariencias no eran de otra cosa,

REYES DOÑA JUANA 111 Y D. CARLOS IV. 3<!?9

habiendo enviado á Chiebres y á Sovage por sus primeros ministros á Mompeller. Pero engañóle mucho su esperanza. Porque todo lo desvaneció un accidente impensado, que fué la muerte del Mayordo- mo Mayor, Monsiur de Boési, primer plenipotenciario de Francia, quien de un recio tabardillo que le asaltó luego que comenzaron las conferencias, vino á morir: y viendo Chiebres que sin él no podía ha- cer nada, se volvió á España. Así se disolvió la asamblea de Mompe- ller con grande daño del Príncipe de Bearne y mayor de la causa co- mún de toda la cristiandad en el concepto de todos los historiadores. Porque, según la buena disposición de ánimos de los dos Reyes más poderosos de la cristiandad, el Católico y el Cristianísimo, se espera- ba que ahora estrechasen más su amistad é hiciesen una firme alian- za capaz de detener al turco y aún hacerle retroceder hasta la otra parte del estrecho de Galípoli.

22 Por este tiempo residía el rey D. Carlos en Barcelona dando providrncia á las cosas del gobierno universal de sus reinos: y como en el congreso de Mompeller no se hizo nada y sus ministros, parti- cularmente los castellanos, no cesaban de representarle lo mucho que le importaba la conservación del reino de Navarra, le pareció que po- día salirle fuera del empeño de restituir este reino al Príncipe de Bearne, D. Enrique; y así, mandó llamar al mariscal D. Pedro de Na- varra, que estaba preso en el castillo de Atienza. Este gran caballero fué llevado á Barcelona para que jurase por rey á S. Majestad Cató- lica, por lo cual le prometían no solo la libertad de su persona sino también la restitución de sus Estados, honores y oficios. Mas él en medio de sus grandes trabajos y miserias lo rehusó constantemente, no queriendo faltar al juramento que tenía hecho á los reyes pasa- dos y á su hijo el príncipe D. Enrique, que aún vivía, y le había jurado por heredero de Navarra. Esto, que muchos califican por ejemplo ra- ro de fidelidad, se castigó como delito gravísimo. El Mariscal fué vuelto á Castilla y puesto en prisión mucho más estrecha y penosa en la fortaleza de Simancas. Donde vino á morir de allí á cinco años, el de 1523, con sum.a constancia en su fidelidad primera; sin que fue- sen bastantes á quebrantarla los recios y continuados golpes, que á ese fin le dieron. Y fué tal la rabia de sus contrarios, que pasó más allá de la muerte, haciendo que corriese el falso rumor injustamente publicado por el historiador Garibay, (A) de que él mismo se había A muerto hiriéndose desesperadamente con un cuchillo por la gargan* ta. Heredóle en la fidelidad, que era lo único que en su casa había quedado después de perdidos todos sus bienes y estados, su hijo U. Pedro de Navarra, de quien presto se hará la mención que pide el buen orden de la Historia.

390 LIBROX XXVÍ DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. H.

ANOTACIÓN.

1510

10 (n^e Garibay refiere de la muerte del Mariscal e^ en propios tér- minos lo siguiente: Más que otro niiigimo estaba ¡irme en este ¡iro- ^pásifn (en el de seguir á sus reyes pasudos) el arisca/ D. Pedro, que en la fortaleza de Sinuincas se hallaba preso no queriendo prestar el juramento y obediencia al Emperador por Ih'jj de Navarra: y pareciéndole que injustamente estaba detenido y no bien tratado, cayó en tanto mal, que es pública fama (cierta ó incierta) que se mató á mismo, hiriéndose con un cuchillo peque- ño por la garganta, de que en este año falleció.

24 El autor ác las memorias manuscritas, que muchas veces citamos, re- fula con razón á Garibay, quien entre dudas maliciosas (como él dice) de cier- ta ó incierta iiizo pública esta fama ó infamia, que después se esparció dema- siado. De dicho autor debemos decir que en todo lo que escribe es ni'iy ;d'oclo á las cosas de Castilla, y mas beaumontés que agrámenles. Con que se d(d)e creer que solo el amor de la verdad le oblicó á escribir lo (pie se sigue: /la/¿- que Garibay diga que el Mariscalmurió en Simancas en el año de ¡■'J2,1, degollán- dose él mismo por la garganta con un cuchillo, y que de ello hubo fama pública, dlcelo como hombre ganoso de morder a lodos. Porque el Mariscal fué muy gran cristiano: y murió como tal, recibidos todos los Sacramentos de la Iglesia, según lo al contar á un eclesiástico de mucha virtud que á su muerte S'! halló.

CAPITULO II.

I Muerte del emperiVdob Maximiliano, elecciAx del rey Carlos en emperador y su CORONACIÓN. II. Origen de la enemistad entre el emperador Carlos y el rey Francisco de Francia, y efectos de ella. III- Dieta del Imperio en Worvies y condenacióm en ella de LuTERo. IV Guerra de los Comuneros en España. V. Entrada del ejército francks en Na- varra EN favor de D. Enrique Labrit, Príncipe de Viana. VC Memorias de San Ignacio de

LOYOLA Y continuación DE LA GUERRA DE NAVARRA. Vil. BATALLA DE NOAIN Y EFECTOS DE ELLA.

A'

§■ I-

1 tiempo que en España sucedían estas cosas, hallán- Año I / \ dose nuestro rey D. Carlos en Barcelona, le llegó la

nueva de haber muerto en Alemania su abuelo pater- no el emperador Maximiliano I. Murió S. Majestad Imperial en Lints de Austria á I2 de Enero de este año, que comenzaba de 15 19. Ga- ribay dice que en VVelts de Baviera. Pero nos parece más acertado seguir la relación de otros escritores, quienes sin duda lo pudieron averiguar mejor. Cogióle la muerte al acabar de tener en Augusta la Dieta del Imperio, siendo de sesenta años de edad. Empleó la mayor parte de su vida en pretensiones y guerras, que le salieron tan mal como queda visto en muchos lugares de esta Historia: y siempre por

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV. 39^

la misma falta de entrar en ellas con mucho ánimo y poco dinero.* Y si lo pensaba ganar en el juego de la guerra y la política, era sin du- da corto jugador en comparación de sus contrarios, que eran tahú- res muy diestros. Por lo que toca á Navarra, ella le debió grande afecto; pero nunca logró cosa de provecho por su mediación 3' bue- nos oficios. Del arrimo que en él buscó solo sacó mayores desven- turas: siendo cierto que en los accidentes de la fortuna, no de otra suerte que en los del cuerpo, se pégala enfermedad pero no la salud.

2 Con la noticia de la muerte del Emperador, su abuelo, despa- chó al punto nuestro Rey, que era joven de altos pensamientos, sus embajadores á Alemania para sucederle en el imperio. El Rey de Francia, que no era menos espirituoso, entró en la misma pretensión, aunque con todo secreto y disimulo, ó porqué no tenía tan buen jue- go, ó por no irritar al amigo. Por esto envió disfrazado á Alemania al almirante Bonivet á solicitar el favor de algunos electores, entre los cuales el Arzobispo de Tréveris era de quien más esperaba. Las cartas que llevó de recomendación fueron sumas grandes de dinero, como dice un cronista tudesco, á quien se puede creer por la expe- riencia de ser este el modo mejor de negociar con ellos en estos ca- sos.* i^ías todo fué en vano; porque Federico, Conde Palatino, y el Cardenal de Lieja, hicieron tan vivas diligencias por nae^tro rey D. Carlos, que sin faltarle voto fué electo emperador en Francfort á 28 de Junio de este año, y á los veinte aún no bien cumplidos de su edad. Consiguientemente vino á España el elector Conde Palatino en nombre de la Dieta con instrumento auténtico de su elección y con orden de hacer lo posible para que S. Majestad partiese cuanto antes á recibirla Corona del Imperio. Antes de salir S. Majestad de estos reinos tuvo la nueva alegre del descubrimiento y conquista de Méji- co por Hernando Cortés y la del estrecho de Magallanes. Lo cual pudo ser feliz anuncio de las muchas que se siguieron: y le dieron justo motivo para añadir al escudo de sus Reales é Imperiales armas el blasón de las dos columnas con el mote glorioso del Plus ultra contrapuesto sabiamente al Non plus ultra de Hércules, que puso el término de sus conquistas en los últimos confines de nuestra España.

3 Todo ello era correspondiente á las soberanas prendas del nue- vo Emperador, naturales y adquiridas. La naturaleza había deposita- do en él las semillas de todas las virtudes Reales, que, cultivadas des- de su niñez con sumo cuidado por la buena educación que tuvo, pro- dujeron tantos frutos de honor y gloria, que le vinieron á hacer uno de los mayores reyes y emperadores más poderosos y esclarecidos (|ue jamás tuvo el mundo. Sobre todo, fué educado en la piedad, ins- truido en la virtud y en las buenas letras, y tan cabalmente ejercita- do desde su infancia en el manejo de los negocios, que, al entrar en

* Poi- eso le llaman irrisoriaincntc loa italianos. Pochi denari. Y los llauíencofj, que lo eitiuiau eu poco, estaban muy lejos de socorrerle.

' Ejstathatins QuercetanJs in suo Garminii Chrónico Frustratnisiiue iu sua eát Frauciscus Kex Galiic: omnomiu'^ opuraní cXi:- imii üd-íds. iiuíc non oxigiuc fuisse narrantur, pérdidit.

y otros.

392 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. II.

SU juventud, era yátan hábil en el gobierno como los otros príncipes Dupieix ordinariamente lo son en la vejez. Los escritores franceses son los Mecer, que CU cstc punto se explican más á su favor; porque todavía le mi- ran más como francés que como alemán y español, derivando su ori- gen por la línea materna de su padre el Archiduque, Rey de Espa- ña, de Felipe el Audaz, Duque de Borgoña, hijo del rey Juan de Fran- cia, en cuyos sucesores Juan el Intrépido hasta Carlos el Bravo re- cayeron los Estados de Flandes, y dicen que la buena crianza del Emperador se debió á su rey Luís Xll. Porque el Archiduque Rey, que siempre se preció de francés, mostrándolo en actos públicos, lo dejó últimamente en su testamento por tutor del príncipe D. Carlos, su primogénito, prefiriéndolo al rey D. Fernando, su suegro, y á su mismo padre el emperador Maximiliano: y el rey Luís, correspondien- do á una tan singular confianza, puso sumo cuidado en su educación por medio del ayo y buen maestro que dio al Príncipe, y fueron de los hombres hábiles de aquel siglo.

4 Dispuestas, pues, en buen orden las cosas de España, para lo cual fué menester algún tiempo, partió S. Majestad á la Coruña á embarcarse en aquel puerto para pasar á Flandes. Llevó consigo á Monsiur de Chriebres, su ayo, y otros muchos señores españoles y flamencos, dejando por Gobernadores de España al Cardenal Obis- po de Tortosa, Adriano Florencio, su Maestro, al Condestable de Castilla, D, Iñigo Fernández de Velasco y al Almirante D. Fadrique Enríquez. En este intermedio sucedieron cosas bien notables tocan- te al rey Francisco, que luego diremos, refiriendo ahora en breve ci- fra las sucedidas en la coronación de S. Majestad. Esta se celebró en Aquisgrán á 22 de Octubre del año siguiente de 1520, recibiendo nuestro Rey la corona de mano del Arzobispo de Colonia con la ma- yor pompa y ostentación que se vio jamás. Los señores españoles quisieron lucir sobre todos los demás, teniéndose por primeras per- sonas en esta representación de majestad. Fué tan excesivo el oro v plata que expendieron, que algunos de ellos desde entonces dejaron empeñadas sus casas, y hoy lo pagan sus nobilísimos sucesores. Pe- ro los que más célebre hicieron, y aún eternizaron esta gran función sin gastar dinero, fueron los hombres de buenas letras. Hoy en día vemos volúmenes enteros y muy copiosos de panegíricos en latín y en griego, en prosa y en verso, de suma elegancia á este asunto. Era siglo segundo de historiadores, oradores y poetas. Mucho de ellos de- generaron de la verdadera sabiduría y erudición: y como navios li- geros llevados del viento de su vanidad, vinieron á dar en el escollo de la herejía. Tan cierto es que la navegación de la vida cristiana más importa que las muchas velas.

REYES DOÑA JUANA 111 Y D. CARLOS IV. 393

e la competencia al imperio del rey Francisco de Fran. 5 i icia y el Emperador resultó la enemistad grande entre estos dos excelsos monarcas. Aunque algunos traen de más lejos su origen, diciendo que nunca Carlos le perdonó á Francis- co el agravio grande que le hizo desposándose Claudia, hija mayor de Luís XII, la cual le había sido á él prometida por un tratado so- lemne, y le traía en dote el ducado de Bretaña con la esperanza de otros muchos y grandes Estados en Francia. No hay semilla tan fe- cunda como la del odio, que con todos los temporales buenos y malos crece 3^ se multiplica. Los que ahora se siguieron fueron muchos y muy á propósito para este efecto. Porque, viendo el rey Francisco el mal semblante de las cosas, trató de prevenirse para lo que podía su- ceder. Su primera diligencia fué. hacer liga defensiva y ofensiva con Enrique VIII, Rey de Inglaterra, quien entró fácilmente en ella, rece- loso de la nimia potencia de F^mperador.

6 Ambos Reyes concertaron verse para hacerla, ó para confir- marla después de tenerla hecha. Esto segundo es lo más cierto. Por- que el almirante Bonivet, que tan mal despachado salió de su pre- tensión para el Rey, su amo, partió inmediatamente de orden suyo á Inglaterra y concluyó esta liga: y quedó concertado que ambos Reyes se viesen dentro de Francia, cada cual de ellos en territorio propio. Y así, el inglés pasó con lo más lucido de su Corte el estrecho y paró en Guiñes, que juntamente con Calés estaba por aquel tiempo en su poder, y el francés íué á la villa de Ardrés, que era la más cercana. Entre estos dos lugares y á la raya de ellos se había dispuesto el campo para el Congreso: y fué tal la riqueza y esplendor de las tiendas de campaña que en él se plantaron, que por mucho tiempo quedó con el nombre de campo de paños de oro. Dio mucho motivo á tan grande exceso el antojo de las reinas y damas de Inglaterra y de Fran- cia, que mostraron gusto de hallarse en la fiesta; y los dos Reyes, que igualmente eran vanos 3' ostentosos, por contentarlas llegaron hasta la última profusión. Con toda esta pompa tuvieron sus conferencias por el mes de Junio, siendo sin ejemplar la galantería 3' cortesía con que recíprocamente se trataron para más honrarse: y lo principal fué que la liga quedó confirmada como el Rey de Francia deseaba; y esto muy satisfecho y á su parecer totalmente seguro de la grande potencia del Emperador.

7 Pero engañóse mucho. Porque S. Majestad Imperial, que, con ser aún más joven, era más cuerdo, á la i)rimera noticia que tuvo de la liga concertada al volver á España para tomar posesión del Impe- rio pasó por Inglaterra con el pretexto de visitar á la reina Doña Ca- talina, su tía, hermana de su madre, y con todo secreto y disimulo des- barató todo lo concertado entre los dos lle3^es, trayendo al inglés á su partido. La Corte 3^ gabinete de Inglaterra era á la sazón mu}^ á

394 LIBRO XXXVÍ DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

propósito para estas mudanzas. Porque los ministros principales eran muy hábiles, y aunque su rey era muy entero y celoso de la mijestad, sabían ganar su gracia y mantenerse en ella á. muy poca costa, que solo era la de ser terceros de sus pasiones. Aunque este negociado de nuestro rey el Emperador quedó muy secreto, por los efectos conoció el rey Francisco la mudanza del inglés. Porque luego se volvió á su país Ana Bolena, dama inglesa, á quien había dejado en Francia la reina María, hermana del rey Enrique, sin quererla llevar consigo cuando enviudó del rey Luís Xil, quizás por librar á su patria de es- te tizón del infierno: y los estudiantes ingleses, que en gran número estudiaban en París, también se retiraron antes de acabar el curso literario. Todo lo cual se creyó ser orden superior. Después de eso algunos tienen por más verosímil que el inglés no se mudó del todo; sino que desde este punto su intento solo fué quedarse neutral, sin juntarse al Rey de Francia ni al Emperador para hacerse buscar de entrambos por la esperanza que les daba de inclinar la balanza á la Maccr P'^'"'^^ ^ Q^^^ ^^ ^^ arrimase. Y esta fué la conducía que Enrique VIII observó toda su vida.

8 que el inglés se dejaba llevar de esta fantasía, harto mejor hubiera sido que los dos reyes le hubieran buscado por íírbitro de todas sus diferencias ahora á los principios sin esperar á después; porque sus querellas y demandas recíprocas eran muchas por es- te tiempo: y lo peor fué que fueron creciendo más cada día con las ocasiones que se ofrecieron. Pondremos en resumen las más nota- bles. Pedía el rey Francisco que en cumplimiento de lo pactado en el congreso de Noyón le pagase el Emperador los réditos de la pen- sión anual de cien mil escudos, mediante la cual había renunciado á su favor el derecho que pretendía tener al reino de Ñapóles. Que restituyese á D. Enrique de Labrit el reino de Navarra, lo cual esta- ba obligado á hacer dentro de seis meses después de este tratado. Y que á él le hiciese el homenaje debido por los condados de Flandes y de Artóis, dependientes de la corona francesa. A estas demandas respondía el F^mperador con otras. Pedía que Francisco le entregase el ducado de Borgoña, parte la más principal de la herencia de Car- los el Bravo, su bisabuelo, la cual Francisco retenía sin otro título que la violenta usurpación del rey Luís XI de Francia. Decía tam- bién: que el ducado de Milán le pertenecía por ser miembro del Im- perio y que Francisco había decaído de todo el derecho que á él po- día prender por falta de no haber tomado la investidura. En cuanto al tratado de Noyón, sustentaba que Francisco había contravenido á él por haber tomado en su protección al Duque de Gueldres, enemi- go declarado de la Casa de Flandes. Y por lo que tocaba al home- naje que le pedía por los condados de Flandes y de Artóis, que se- ría cosa indecorosa á un emperador que tiene prerrogativas sobre- eminentes entre todos los monarcas de la cristiandad hacer home- naje á un rey de Francia.

9 Estas eran las querellas que entre estos dos grandes monarcas había por este tiempo; y en ve/ de moderarlas hubo nuevos motivos

REYES DOÑA JUANA. III Y D. CARLOS IV. 395

para aumentarlas. Das fueron los principales de parte del re}' Fran- cisco. El primero: tomar debajo de su protección á Roberto de la Mar- ca, Señor de Sedán y Duque de Bullón, que se había rebelado con- tra el Emperador, y no solo le publicó la guerra, sino que tuvo la ex- trema audacia de desafiarle en la publicidad de una dieta, en que se hallaba S. Majestad Imperial. Pero muy presto quedó bien castiga- da su loca temeridad. El segundo motivo que el rey Francisco dio al Emperador para mayor irritación fué la guerra que consiguientemen- te le hizo en Navarra y Castilla cuando aún coirían de paz: y sin du- da fué la más peligrosa y perjudicial que tuvo en España por haber sido en favor de los rebeldes Comuneros^ que estuvieron á punto de alzarse con ella, como presto se verá,

,^- ni.

Después de haberse coronado en Aquisgrán el Empe- rador, lo primero que hizo fué asignar para el mes de Año Enero la dicta del Imperio en Wórmes, convocando para ella los príncipes y Estados de Alemania. Entre tantos cuidados como le rodeaban, el principal era atender con suma vigilancia á la conservación de la religión católica, poniendo eficaz remedio á los daños causados por el psrverso Fr. Martín Lutero. el papa León X y el empei-ador Maximiliano habían puesto la mano para reducirle ^,*^^®; al buen camino, del cual tan infamemente se habíadesviado;ylo mis- eu su mo había hecho desde su elección el Emperador, su nieto, amones- ^'"^con^ tándole todos suavemente por medio de personas de la primera cali- en. do dad con caricias y promesas, y desengañándole de sus errores por par. i. medio de los hombres más sabios de aquel tiempo. Mas todo era en ^¿[l,^]; vano; porque su dureza crecía con los lenitivos y su ceguedad con los esclarecimientos. Viendo esto S. M. Cesárea, y que amenazaba un cisma en la Iglesia juntamente con una sedición general- en Alemania, después de haberlo consultado maduramente, le pareció que para atajar este cáncer pestífero, que ya cundía mucho, lo más convenien- te era un cauterio. Mandó pues, que públicamente se quemasen los libros que Lutero había dado á la estampa.

1 1 Por este hecho, con ser aún más piadoso que justo, (cuando la justicia pedía que el autor ardiese con sus obras) no ganó nada la re- ligión verdadera; porque su efecto fué hacer más defensores que éne- mi":os de la falsa. Lutero concibió nuevas iras v con sus diabólicas artes confirmó en su doctrina á sus secuaces. Annnó más á los mtré- pidos, detuvo á los vacilantes y alistó de nuevo otros muchos. Sobre todo procuró la protección de los nobles y se aseguró en la del elec- tor de Sajonia. Y después pasó con infinita desvergüenza á vengarse del Papa y del Emperador, que (no valiendo con él blandas amones- taciones) habían mandado quemar sus libros. A lo de Diciembre de 1520 hizo Lutero levantar una grande hoguera en un campo fuera de uarsfor los muros de Witemberga, y convidando por carteles públicos á to-cia.

396 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. H.

dos los maestros de la Universidad y á toda la gente de suposición, teniéndoles prevenidos tablados y asientos para el espectáculo, fué él mismo con grande acompañamiento. Encendióse la hoguera, y parte por sus manos, parte por las de sus secuaces, echó en el fuego los dos volúmenes del Decreto compilados por Graciano: los otros dos, de los cuales el primero contiene los cinco libros de las epístolas de- cretales y el segundo, en que se encierra el sexto libro, las clementi- nas y las otras constituciones llamadas extravagantes. Ardió junta- mente la bula del papa León, que lo condenaba, los escritos del doc- tor Echio y de los otros que habían escrito contra él, y aún de los que habían escrito á su favor, pero con templanza. En el acto de este in- cendio usó, como nuevo profeta, de estas palabras: Porque has con- turbado e¿ Sanio del Señur^ contúrbete á ti el fuego eterno. Un se- mejante incendio se ejecutó también por los fautores de Lutero en dos ó tres lugares de Alemania. Y él se puso luego á escribir mu}' de propósito para justiücar acciones tan execrables.

.^ IV.

Í"^or este tiempo, en que el emperador D. Garlos estaba ■^tan santamente ocupado en Alemania, se disponía en P^spaña otro incendio, que, aunque de otra calidad, pare- cía ser suscitado por el mismo Lutero. Muchos de los españoles lle- vaban muy mal que su rey los hubiese dejado por irse á Alemania; de donde según los grandes que allí le embarazaban, no tenía traza de volver más. No se hablaba de otra cosa en las conversaciones or- dinarias. Y muchos maliciosamente añadían que su ida había sido para quedarse allá y llevarse el dinero de España, dejándola sujeta á la ambición de los extranjeros, á quienes se daban los más principa- les cargos: y traían por ejemplo la mucha mano que después* de la muerte del cardenal Jiménez había dado S. Majestad á Guillermo de Croy, Señor de Chiebres, su ayo: y cómo este había hecho que se die- se el arzobispado de Toledo á un sobrino suyo, hijo de hermano y otros muchos cargos, así eclesiásticos como seculares, á los mismos de su nación: y que todos ellos juntaban todo el oro y plata que podían para llevarlo á sus países. Sembrándose esta mala semilla de palabras y discursos por la mayor parte en tierra inculta, cual es el pueblo ru- do, brotó la maleza, de que presto se formó la grande hacina de ini- quidad que sus autores intitularon ki Santa Junta: y vulgarmente se llaman Comunidades., y Comuneros los que se coligaron en ella. Mu- chas ciudades de España se sublevaron á su favor. Su plaza de armas fué en el corazón de Castilla, y los jefes de sus tropas fueron Juan de Padilla, D. Antonio de Acuña, Obispo de Zamora, el que prendieron los bearneses por espía sin respetar sus ínsulas ni el carácter de em- bajador del Rey Católico, y Diego Bravo, caballero de Segovia, y otros de los reinos de Castilla, León y Andalucía, alcanzando también par- te de este incendio á los reinos de Aragón.

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV. 397

13 Todos tenían entre sus inteligencias. Y entre otras cosas tenían concertado poner en la corona de Aragón por rey al Príncipe de Taranto, Duque de Calabria, á quien, después de haber contado algunas de sus venturas, dejamos preso en el castillo de Játiva, á donde por mandado del Rey Católico, su tío, fué llevado de Logroño por el delito de querer ser restituido á su reino de Ñapóles con ayu- da del Rey de Francia. Para inducirle á ello con algún buen color, le querían casar los Couiuneros con nuestra reina Doña Juana la De- mentada, madre del Emperador, estando apoderados de su Real per- sona en Tordesillas. Mas este buen Príncipe, que era muy cuerdo, rechazó constantemente proposición tan ventajosa; ó temeroso del éxito de laguerra, ó, lo que es más creíble, escrupuloso de la justicia de ella: y sobre todo, llevado de su punto de guardar inviolablemente la y palabra dada de no quebrantar la prisión en que estaba. El efecto fué que no quiso salir de ella por más instancias que le hacían abriéndole la puerta; y lo que más es, cuando podían cesar los es- crúpulos de la honra y aún de la conciencia por haber mandado el Rey Católico, su tío, en su testamento que al punto que él muriese se diese entera libertad, encargando juntamente al rey D. Carlos, su nieto y heredero, que se le diese estado competente á su persona: y los testamentarios estaban tan lejos de cumplirlo, que no solo le te- nían en la prisión desde entonces, sino que le tuvieron otros siete años más. De suerte que bien se podía llamar mártir de Estado; por- que la razón ó la sinrazón de Estado le trató de esta manera con grande paciencia suya. A este príncipe tan infeliz como bueno hacen algunos muy parecido al rey D. Juan de Labrit, retratándole por el di- bujo de la fortuna; aunque la catástrofe de sus tragedias fué muy di- verso. Porque al cabo de diez años de prisión salió el Príncipe de Taranto de la cárcel de Játiva para ser virrey perpetuo de Valen- cia: y si prudentemente rehusó casarse con una reina, dichosamente consiguió ca.sarse con otra, que fué Doña Germana de Fox, viuda del rey D. Fernando el Católico. Con ella estuvo casado diez años con suma paz 5^^ recíproco amor; aunque sin tener hijos. Mas en lu- gar de ellos sustituyeron álos pobres. Y para que fuese perpetua su piedad, fundaron ambos en aquel reino el insigne convento de San Miguel de los Reyes, de la Orden de San Jerónimo, tan excelente en el ejercicio de la caridad como en el del culto divino. Este Príncipe casó después con Doña Mencía de Mendoza en segundas nupcias: y vivió en aquel reino y supremo cargo veinte años y murió en Octu- bre de 1550, á los sesenta y dos de su edad, portándose siempre más como filósofo cristiano que como príncipe de aquel siglo.

398 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP- IL

§■ V.

euando los Comuneros andabí.n en estos tratos y se rmando fuertemente en Castilla la Vieja, á los con- tornos de Tordesillas y Toro, los dos Gobernadores de España, el Condestable y el Almirante, que por ausencia del car- denal Adriano habían quedado solos con el título de virreyes de los reinos de Castilla, mandaron sacar de Navarra la mayor parte de la artillería, municiones y gente de guerra por ocurrir á la necesidad más urgente. Viendo el Príncipe de Bearne, I). Enrique de Labrit quien vivía retirado en sus Estados de Francia, ocasión tan favorable para recuperar el reino de Navarra, imploró el auxilio del rey Francisco, alegando ásu favor que lo podía y debía hacer así por ha- berse cumplido los seis meses, dentro de los cuales el Emperador se había obligado por el tratado de Noyón á restituirle su reino de Na- varra y estar muy lejos de cumplirlo, como por la palabra qué el mismo rey Francisco le tenía á él dada de ejecutarlo en este caso.

15 Por esta razón, ó con este pretexto, el Rey de Francia, que aún corría de paz con el Emperador, envió á Navarra un ejército competente conducido por Andrés de Fox, Señor de Asparrot, hermano menor del Señor de Lautrec, Odeto de Fox, parientes am- bos muy cercanos del Príncipe de Bearne. Por más pariente que fuese el General electo, la elección no pudo ser peor. Era Asparrot joven de gallardo espíritu y altas esperanzas: pero le faltaba la ex- periencia y la prudencia que con ella se adquiere. Este fué el primer desacierto de los muchos que en esta expedición notan los escritores franceses, culpando mucho a su rey, que para ella podía echar mano de otros muchos que tenía más hábiles: y en especial de Pedro Nava- rro, natural del mismo reino, y gravemente ofendido del rey D. Fer- nando, que lo había conquistado, hombre de consumada experiencia y justamente reputado por uno de los mejores capitanes que había quedado en Europa. Componíase el ejercito de Monsieur de Aspa- rrot de trescientos hombres de armas délas ordenanzas del Rey y de seis mil gascones. Con los cuales y la gente que el Príncipe de Bear- ne pudo juntar de sus Estados de Francia y las esperanzas de una conmoción general á su favor en Navarra por las inteligencias que siempre tenía en este reino con los agramonteses, y aún con algunos beaumonteses, pudo bien ponerse en campaña.

16 Su primera empresa fué la villa y castillo de S.Juan del Pie del Puerto, de que se apoderó por fuerza con toda brevedad á 15 de Ma- yo de 1 52 1, no siendo capaz de mayor resistencia la corta guarnición que había. De allí se encaminó á Pamplona por el valle del Roncal, que, sabiendo su resolución, salió á recibirle por sus diputados y le

^,^^*y" dio noticia de la disposición en que el reino se hallaba para el buen eise¿re- logro de SUS dcsignios. Esto mismo le habían asegurado en S. Juan Enrique del Pie del Puerto machos caballeros navarros, que se adelantaron í^* á darle la obediencia por el príncipe D. Enrique. Y hay quien diga

REYES DOÑA JUANA* DI Y D. CARLOS IV. ígg

que el Conde de Lerín trató de ir á buscar al general Asparrot; pero que lo dejó de hacer por habérsele negado el salvoconducto que pe- día para la vuelta. Lo que arguye que su ánimo más era de impedir el progreso del francés que de promoverle.

17 Era en este tiempo virre}^ de este reino D. Antonio Manrique, Duque de Xájera, habiéndole dado el cardenal Jiménez en su nom- bramiento por compañero y principal consejero á D. Rodrigo de Mercado, Obispo de Ávila, sujeto muy de su genio y de su mayor satisfacción: y así, le imitó Mercado en fundar después en la villa de Oñate, su patria, el famoso colegio y universidad que tanto ha flore- cido en varones ilustres por su sabiduría y nobleza para sumo honor de las Ínfulas y las togas por arreglarse tanto su fundación á la de Alcalá, cuyo fundador, el prudentísimo. Cardenal era de los que en una sola acción tienen muchas miras. Así lo mostró en dar al Duque de Xájera por coadjutor de su virreinai-o al Obispo de Avila. No solo atendió á que un mozo de poca experiencia tuviese á su lado aun va- rón de madura edad y consumada prudencia; sino también á que, siendo él Obispo natural de Guipúzcoa y persona de tanta autoridad, podría vencer dificultades y traer á Navarra cuando fuese necesario socorros muy prontos de aquella provincia como también de los otros países de Cantabria.

18 Mas no tuvo lugar ahora esta providencia. Porque niel Virrey ni el Obispo se tuvieron por seguros en Pamplona ni en todo el Rei- no por la conmoción grande que causó la cercanía del ejército fran- cés: y así, trataron de ponerse en salvo con la poca gente castellana que les había quedado y alguna de Navarra, que también los siguió. Siendo el fin de todos asegurarse en Castilla y poderse emplear des- pués en la recuperación de lo perdido. Esto fué con tal apresuración

V turbación, que el Virrey dejó alhajada como estaba su casa: y su abandono fué motivo de que se la saquease el pueblo. Viéndose de esta suerte abandonados los de Pamplona, fieles siempre al Empera- dor, nombraron al Señor de Orcoyen, quien se había señalado mu- cho en servicio del Rey Católico, para que en ausencia del Virrey los gobernase. Mas esto duró poco. Porque dos días después pareció so- bre aquella ciudad el general Asparrot con su ejército: y hallándola indefensa, se apoderó de ella y de todo el Reino sin dificultad alguna por estar igualmente desguarnecido de gente y de artillería. Solo ha- bía quedado una muy corta guarnición en el castillo de Pamplona.

Y es muy digno de escribirse lo que ahora pasó en su expugna- ción.

§. VI.

Al Virrey y al Obispo de Avila, su compañero, siguie- ron en su retirada no pocos naturales del Reino y to- dos los castellanos que en él había, hombres de cuen- ta, menos uno con quien pudo más el pundonor propio que el ejemplo

400 LIBRO XXXVI DE LOS ANiíLES DE NAVARRA. CAP. II.

ajeno. Este fué D. Iñigo Ignacio) de Loyola y Oñez, caballero gui- puzcoano, hijo de O. Beltrán de Loyola y Oñez, Señor de las Casas de Loyola y Oñez, (descendiente por su varón de la de Lazcano) y de Doña María Sáez de Balda, que todas son casas de parientes ma- yores y de las más ilustres de Guipúzcoa. Era D. Iñigo el menor de sus hermanos, y luego que tuvo catorce años lo acomodaron sus pa- dres por doncel del rey L). Fernando el Católico. En la escuela del honor y la política, cual era el Palacio de este gran lley, salió muy aprovechado en la Historia y en la poesía castellanas, que entonces comenzaba á tener su pulimento. De tan noble ejercicio sacó ser gran cortesano y buen político, y sobre todo, de altos pensamientos. Estos le arrebataron á la profesión de la guerra, cuyas campañas son las más fértiles del honor si se cultivan bien.

20 Hallándose, pues, ahora en Pamplona con el puesto (según se tiene por más cierto) de capitán de infantería de una de las compa- ñías del presidio de la ciudad, al ver que el Virre}^, llevándose consi- go toda la gente de guerra, dejaba en deplorable estado el castillo, él, con ser muy favorecido y aliado suyo, le pidió licencia para quedar- se: y con raro ejemplo de fidelidad y valor se encerró dentro para de- rramar allí en servicio del Emperador hasta la última gota de su san- gre antes que verle en poder de sus enemigos. Apenas entró en el castillo y animó con su presencia y razones la corta guarnición que había, cuando Asparrot comenzó á batirle. Púsose Ignacio en lo alto de la fortaleza á cuerpo descubierto con espada en mano. La prime- ra bala que disparó el enemigo dio muy cerca y despedazó un sillar: cuyos trozos le destrozaron una pierna y le hirieron muy mal la otra, con que cayó impetuosamente en el foso, donde poco después le ha- llaron casi muerto de los golpes y déla caída. No fué menester más para rendirse el castillo, pidiendo capitular la guarnición que había quedado como cuerpo sin alma. Los franceses recogieron á Ignacio con toda piedad y cortesía. Siempre las halla el valor en los ánimos generosos por más enemigos que sean. Pusieron todo cuidado en su curación. Y viéndole algo reparado, 3' reconociéndole por noble, pasó su atención á darle también salvoconducto para que libremente fuese llevado á su casa de Loyola. Donde le dejaremos hasta su milagrosa curación, ó por mejor decir, su resurrección; pues fué para nueva vida.

21 Debiera Monsiur de Asparrot contentarse con lo hecho, ó por mejor decir, con lo que sin haber hecho él cosa de monta se le había venido á las manos. Debiera detenerse en Navarra, fortificar lo posi- ble las plazas que hallase capaces y guarnecerlas mientras que venía la gente que le tenían ofrecida de Francia y la que dentro del mismo reino se trataba de levantar para engrosar su ejército. Pero prevale- ció en él la lozanía á la prudencia, y marchó luego á Castilla. Pasó el Ebro á vado y puso sitio á Logroño. Entró por gobernador de esta plaza D. Pedro Vélez de Guevara, quien la halló desguarnecida de soldados y délas provisiones necesarias para su defensa. Esto y el pensar que los Comuneros gRusncmn la batalla que estaban ápuntode

Mecei".

REYES DOXA JUANA III Y D. CARLOS IV. 4OI

dar en Villalar, dio más ánimo á Monsiur de Asparrot 3' á sus france- ses. Pero en uno y en otro se engañaron mucho. Porque los vecinos de Logroño tomaron por su cuenta la defensa, dieron tales muestras de su innata fidelidad 3' valor, que con grandes excesos suplieron la falta total de la milicia veterana: 3' lo que más importó, los Comune- ros perdieron la batalla.

22 Xofué esta la culpa ma3'or de Asparrot, sino otra más fea, de que le acusan con execración los escritores de su país; especialmente los modernos, que se parecían ys. de profesar la libertad antigua de romanos 3' griegos sin que ni á sus re3'es se la perdonen. Estando, pues, el general Asparrot sobre Logroño muy confiado deque los re- beldes vencerían 3- de que muy en breve se le rendiría á poca costa Faviu suya esta plaza, el Señor de Santa Colomba, su lugarteniente, le acon- sejó que despidiese gran parte de sus tropas con el fin de embolsar él los sueldos que se les debían. Condescendió Asparrot y dio la co- mxisión de ejec utarlo así á Santa Colomba, quien ordenó que todos los soldados que quisiesen volver á Francia lo pudiesen hacer deján- dole á él la mitad de sus pagas. Con efecto: fueron los más délos franceses y él se embolsó todo este dinero 3' quedó el ejército francés muy disminuido, y se fué alargando el sitio cuando más importaba el abreviarlo. No queremos cargar al general Asparrot en este hecho toda la culpa de la codicia. Pero tampoco le podemos escusar la ta- cha de la condescendencia, que no es menos perniciosa en los capi- tanes supremos; siendo muy creíble que ca3'ó en ella por ser Santa Colomba hechura del Señor de Lautrec, su hermano.

23 Con estose animaron más los vecinos de Logroño y obraron cosas muy hazañosas. Una de ellas, que tienen por tradición, fue ha- ber muerto de un balazo al general francés, que estaba alojado en el convento de S. Francisco, cercano á la fortaleza. Lo cierto es que no fué Asparrot, aunque bien pudo ser alguno de los subalternos. Y si fué Santa Colomba (como es verosímil por no hallarse memoria de él en la batalla que se siguió de Noáin) no pudo haber bala mejor empleada, en fin, como dirigida del cielo para castigo de su infame codicia. No fué este el mayor azar que los franceses tuvieron; sino el que no tardó en llegará su noticia. Los Comuneros quedaron venci- dos 3' totalmente derrotados en la batalla de Villalar, cuando ellos es- taban en creencia de todo lo contrario. Este suceso felicísimo para to- da España fué el origen de todas las infelicidades de Francia, conti- nuadas por muchos años. Así lo lamenta uno de sus historiadores, cargando toda la culpa á su re3', quien debía haber enviado mucho antes el ejército que ahora envió á Navarra, y más numeroso y con general de más prudencia; para que, recuperado este reino, pasase, como estaba concertado, á Castilla en favor de los rebeldes, que en- tonces eran los más pujantes. Pero el re3^ Francisco, aunque hombre de gran valor 3' resolución, era mu3^ negligente cuando más impor- taba la diligencia; por lo cual (según dice el mismo autor) nunca en- viaba socorro sino mu3' tarde; por estar divertido en la caza, en los saraos y en los galanteos. ¡Tal es el estrago que las pasiones no re-

26 TOMO vil

Mercer.

4ü2 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. ÍI.

primidas hacen en los mejores naturales.!

24 Ganada la batalla, el primer cuidado de los virreyes de Castilla fué socorrer á Logroño y consiguientemente expeler á los franceses de toda España. Y dispuestas en la mejor forma las cosas para la re- ducción de los rebeldes y entera quietud de Castilla, se pusieron en marcha con su ejército. Adelánteseles el Virrey de Navarra, Duque de Nájera, quien había ido á juntárseles con la gente que llevó de este reino y contribuido mucho con socorro tan oportuno ala victoria Ahora, pues, aún fué mayor su diligencia elevando sus generosos espíritus la memoria de su reciente salida de Navarra, que sus émulos podían tachar de mengua. Hizo con suma brevedad una gran leva de gente desde Burgos hasta el mar. De los guipuzcoanos fué coronel su hijo D. Juan Manrique de Lara, joven de solos quince años. De los vizcaínos D. Gómez González de Butrón, Señor de las Casas de Mújica y Butrón, y fué el primero que con su gente se puso en cam- paña. De la provincia de Álava acudió también mucha gente, y de la misma suerte de la Bureba y otras tierras de Castilla, principal- mente de la Rioja, como la más interesada. Todas estas tropas llega- ban al núm ero de catorce á quince mil hombres, y eran bastantes para socorrer Ja plaza de Logroño sin esperar á que los virreyes, que ya se iban acercando, llegasen con las suyas por el miserable estado en que por su culpa se había puesto el Señor de Asparrot, licenciando gran parte de su gente cuando más la había menester. Fuéle forzoso levantar el sitio, y repasó el Ebro por vado conocido, conduciéndo- le el Conde de San Esteban, que siempre se nombraba condestable de Navarra, y otros caballerosde la facción agramontesa, prosiguien- do todos en el emp eño de no dejar el partido de sus antiguos re3'es.

í^. VIL

Asi pudo llegar el general francés con su ejército sin descala bro alguno á la aldea de Noáin, una legua an- tes de Pamplona. Y bien fué menester la diligencia que puso en sus marchas; porque los virreyes de Castilla y el de Na- varra le fueron siguiendo el alcance con tanta inmediación, que, don- de los franceses comían cenaban ellos el mismiO día. Aquí hizo alto el ejército francés. Y su general Asparrot, á quien sobraba el ánimo y le faltaba todo lo demás, al ver que el español se venía acercando, montó á caballo y fué á reconocer su ejército en persona. Miróle con ojos propios de quien estaba próximo á cegar, y le pareció estar tan desconcertado, que determinó dar luego la batalla. Para mayor prue- ba de su ceguedad no miró á que tenía en Tafalla dos mil gascones y navarros conducidos por el Señor de Olloqui y mucha más gente en Pamplona: ni quiso aguardar á otros seis mil hombres del mismo reino, que el día siguiente venían á juntarse con él: ni vio tampoco que todo esto y mucho más había menester para igualar el número de los enemigos. Ciego, pues, de tantas maneras, atacó al ejército

REYES DOÑA JUANA III Y D. GARLOS IV. 403

castellano, que le recibió en mejor orden que él se había imaginado. Comenzó la batalla por el disparo de la artillería de una y otra parte. A que se siguió el embestir con grande resolución y vigor la caba- llería francesa á la infantería española. Esta recibió la carga con to- da firmeza, según parece lo más cierto; aunque algunos son de otra opinión. Lo que no tiene duda es que ella revolvió con toda destreza y valor contra los gascones, de que se componía la mayor parte de la infantería enemiga, y los puso en desorden, y al cabo los obligó á huir con grande estrago de todo el ejército francés. De él fueron muertos cinco mil hombres, según el cómputo más cierto: y entre ellos algunos caballeros de Navarra, es á saber: D, Carlos de Mau- león, D. Juan de Sarasa, el capitán S. Martín y Carlos de Navascués con otros algunos de cuenta, así navarros como franceses.

26 El general Asparrot se portó con el valor correspondiente á su alta calidad; pero tuvo la desgracia bien merecida de su locura en haber dado tan á contratiempo la batalla; porque, acudiendo á todas partes y peleando en el mismo caballo en que había salido á recono- cer el ejército castellano, fué herido con una maza en la frente por un hombre de armas de la compañía del Conde de Alba de Liste. El golpe fué tan recio, que cayó ciego del todo y bañado todo el rostro en sangre. El había visto poco antes allí á D. Erancés de Beaumont, á quien primero había conocido en Francia, y dijo que á él se ren- día. Con que í). Erancés le tomó por prisionero. También fué preso el Señor de Tournón con otros capitanes y caballeros, fuera de otra mucha gente. Los que, viendo perdida la batalla, se pusieron en sal- vo por su buena diligencia, fueron: D. Pedro de Navarra, que vinoá ser mariscal, como hijo heredero del que después murió en la prisión de Simancas, y D. Arnal de Agramont, D. Eadrique de Navarra y otros muchos, que, tomando varias sendas délas montañas, pudieron llegar brevem^ente á Francia. Esta batalla, que comúnmente se llama la de Noaín por haberse dado junto ala aldea de este nombre, lla- man algunos la de Reniega por la cercanía del ¡¡uerto así nombrado; aunque no tanta como la de Noáin al campo en que se dio. Fl día fué Domingo 30 de Junio, consagrado á San Marcial. Duró desde las dos de la tarde hasta las cinco y media. Y esto bien á entender que de una y otra parte se peleó arrestadamente 3^ con gran tesón contra la ligereza de algunos escritores, que por envilecer á los vencidos ofenden mucho á los vencedores, como si no hicieran nada en ven- cerlos.

27 Ganada tan felizmente la victoria, los virreyes pasaron luego á Pamplona, que sin resistencia alguna se les rindió como todo lo demás del Reino, que siguió el ejemplo de la ciudad capital, menos algunos pocos lugares de las montañas, fuertes por su situación. En- tre tanto que ellos admitían la obediencia de los pueblos y daban otras providencias, D. Francisco de Beaumont, habiendo llevado al general Asparror, su prisionero, á una casa suya de campo, le hizo curar con todo cuidado, como quien iba á ganar por la cura de diez jnil y quinientos escudos en que concertó su rescate. Así pudo As-

404 LIBRO XXXVÍ DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IL

parrot quedar con vida, aunque ciego del todo y tan desfigurado el rostro, que no quedó de provecho para empuñar más el bastón el que por su alta calidad y gallardía de espíritu era muy digno de que nunca se le cayese de la mano. Pero aún más digno por su impru- dencia del estado triste á que llegó; que, bien considerado, se puede decir fué el emblema más propio grabado en su rostro para hacer patente al mundo la ceguedad con que procedía en las empresas y los feos errores que cometía en su ejecución. Haciéndole O. Francés cargo de todo esto en la conversación familiar que á este tiempo en- tre sí tenían, se cuenta que le respondió Asparrot: que bien conocía su desacierto en haber salido de Pamplona para ir á poner sitio á Lo- groño y en no meterse á la retirada en la misma ciudad sin detener- se á dar batalla. Pero que á lo primero le movieron las revoluciones de Castilla y las repetidas instancias de los caballeros Coimineros: y á lo segundo el ver tan desordenado el ejército de Castilla cuando salió á reconocerle, que le dio por roto y vencido si luego le embes- tía. En fin, D. Francés, sin hacer mucho caso de la orden que los vi- rreyes le habían dado, puso á Asparrot en Aragón, y en cobrando el dinero de su rescate, lo envió á Francia: y faltó poco para caer en manos de la gente que enviaron los virreyes en su alcance sabiendo ^ lo que pasaba. (A)

ANOTA.CIÓN.

28 ij^sla memorable balalla (le Noahí vino ;'i sor, poi- lo que toca a JL^Navarra, la sonlencia decisiva de lan reñido pleilo cutre las dos naciones esp.iüola y íVancesa allanando ctiiTiplidamenío ol vencedor los inci- dentes que después se siguieron. Ue ella podi-mos decir que queda ret'ei-ida con la exacción (|ue cabe en la Historia. Poi'tiue Gai'ibay, de (|uien no discre- pamos en lo sustancial, alirma quo así se la oyó contai' á D. Francés de Beau- mont^ que se halló en ella. A que se añade otro testimonio, que por ser de persona más sencilla,, no será menos verídico. Es de un pastor^ que, siendo nmy mozo, la estuvo mirando desde una eminencia sobre el campo en que se dio: y después, siendo ya muy viejo, la solía referir muciios, y entre ellos se la contó á un caballero ' del mismo reino, gran soldado y buen corte- sano, quien, siendo muy joven, tuvo la curiosidad de iniormarse de él muy de propósito, y babiéndole oído, liizo mucbo aprecio de su relación por ver que era muy conforme á lo ipie liabía leído en Garibay y en otros papeles cu- riosos, y á su paiecer muy verídicos, y sobre todo, por la sencillez discreta del pastor , bien signitlcada en una graciosa expresión. Preguntóle tinal- mente el caballero cuántos años tenía. V él, (¡ue en su larga vida^ empleada siempre en el oficio pastoril, estaba acostumbrado á contar todos los días sus ovejas, le respondió. Eso de años no me lo pregunte; porque, como no se me mu yo uunca los cuento.

* 0. Baltasar de Rada, Señor de Lecaun, Maese de Campo de los efcrcitos del rey Filipo IV y Gober. dcr prime, o de Fuenterrabia y después de la ciudadela da Pamplona.

REYES DOÑA JUANA 111 Y D. CARLOSIV. 40$

CAPITULO III.

I. Conversión ÍÍILAGU034 DE S. IGNACIO di; LoYOLA fundador de la Compañía de JESÚS, y

ALGUNOS SUCESOS DE SU VIDA HASTA LA APROBACIÓN Y CONFIRMACIÓN, DE SU INSTITUTO POR LA SANTA

Sude. II. Navarros que siguieron su compañía y cuánto iionba así á su Keliüión como A su

Casa san Fkancisco Borja. III. Fundación del Real Colegio de Loyola y de la basílica de

Pamplona. IV. Memorias de la Compañía de que fuk capitán en el siglo.

.^. II.

"W "Ta es tiempo de saber de la salud del capitán Loyola,

1 W á quien dejamos en su casa muy mal herido. Ao^ravó- año

H 1521

M. sele el mal en tanto grado, que llegó á e.star desahu- ciado; pero con los remedios violentos que se le hicieron tuvo algún alivio; y para diversión de sus dolores, más mitigados, dio en leer libros. Fueron los primeros de caballerías é historias profanas, á que era muy inclinado. Mas por su grande dicha llegó á sus manos el de las vidas de CRISTO y de sus santos. Fuese cebando en la lectura y sintió un contento y consuelo maravilloso, que, mezclado con los dolores de su cuerpo estropeado, fué un colirio divino para aclararle la vista del alma y dicernir objetos, dando el aprecio debido á los del cielo y el justo desprecio álos del mundo, que tan engañado le había traído. A tan buena disposición para mudar de vida, se siguie- ron (como suele) las sujestiones del demonio, á quien le salieron vanas. Porque, implorando. Ignacio el auxilio divino por la interce- sión de MA illA Santísima, fué arrojado el enemigo de las almas con estremecimiento de la casa, y señaladamente del cuarto de su habita- ción. Debió finalmente la salud del cuerpo al glorioso S. Pedro, de quien era mu}^ devoto, y siendo soldado había celebrado en elegante metro sus excelencias. Invocóle, pues, en tan extrema aflición; y su devoción le mereció que visiblemente le visitase ahora y le diese perfecta salud. Una piedra hirió á nuestro capitán y otra le sano. Sa- nóle Pedro, piedra fundamental de la Iglesia, escogiéndole para que la defendiese con una nueva compañía al mismo tiempo que todo el infierno se conjuraba contra ella}' juntaba ejército para combatir- A la tomando por caudillo al perverso Martín Lutero.

2 Después de su maravillosa conversión cumplió Ignacio pron- tamente sus santos propósitos. Salió de su casa con el pretexto de ir á Nájera á visitar al Duque, y tomó el camino" de Monserrat. Allí renunció solemnemente ala milicia secular, colgando sus armas en las aras de la Virgen Santísima, que en aquel celebérrimo santuario se venera: y después de liien purificada su conciencia con una con- fesión general, dio cuanto tenía á los pobres, hasta sus vestidos de mucho precio y gala. Quedó descalzo y desnudo del todo .sin que cubriese otras cosa su cuerpo que un áspero saco, que tenía pre- venido. En este traje .se retiró á la cueva de Manresa. que hoy es muy

406 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

célebre por la rigurosa penitencia que hizo en ella, acompañada de continua oraci ón y meditación con ilustraciones y éxtasis del cielo tan soberanos , que le hicieron capaz de componer ahora antes de sus estudios El libro de los ejercicios espirituales, que después fué confirmado por la Sedé Apostólica, y por su medio así el mismo San- to como sus hijos hicieron, y siempre hacen, tanto provecho en las almas. En Manresa estuvo Ignacio un año aún no bien cumplido, y se fué á Barcelona con el fin de embarcarse á Venecia y pasar de allí por mar á la Tierra Santa para cumplir el voto que tenía hecho de visitar aquellos santos lugares. Todo lo ejecutó felizmente. Mas sien- do su intención quedarseen Jerusalén y hacer allí, desconocido total- mente del mundo, vida heremítica hasta su muerte, Dios, que le tenía destinado para muy diverso empleo, dispuso que, forzado de un em- barazo que se ofreció, volviese á Barcelona.

3 Aquí, conformándose con la divina voluntad, que así se lo orde- naba, comenzó á estudiar los primeros rudimentos de la Gramática, siendo 3'a de treinta años de edad. Por seguir á la letra el consejo de

Matth. JESUCRISTO, Señor Nuestro, se hizo párvulo entre los párvulos, sa- is. 18.3. jgj.^j^^Qgg ^ g^g leyes como si fuera el menor de ellos: y esto no solo para entrar él, sino también para que otros innumerables entrasen en el reino de los cielos. Acabada en Barcelona esta penosa tarea, pasó á la Universidad de Alcalá, que pocos años antes se había fundado, y florecía en todo género de ciencias. En ella dio principio á los es- tudios mayores. Pero las persecuciones que padeció por lo extraño de su penitente y austera vida y por las conversaciones espirituales con que su celo no perdía ocasión de ganar almas para Dios (como si fuera escándalo el ejemplo) le obligaron á salir de Alcalá; aunque se detuvo hasta después de bien justificada su inocencia por senten- cia pública dada por el Vicario General el insigne Doctor Figueroa, Presidente que después vino á ser del Consejo Real de Castilla, quien solo le condenó á que no anduviese descalzo de allí adelante. De Alcalá partió á Salamanca, donde le sucedió lo mismo por querer complacer más á Dios que á los hombres. Y es muy digno de notar que en estas dos celebérrimas universidades, en que los primeros es- tudios de S. Ignacio fueron tan perseguidos, hayan florecido y siem- pre florezcan con muchas ventajas los estudios de la Compañía de JESÚS, fundada por él: de que dan testimonio evidente los muchos insignes jesuítas hijos suyos, que, siendo profesores y maestros cále- bres en ellas, ilustraron la Iglesia de Dios c&n sus escritos, cuales son los padres doctores Suárez, Vázquez y Molina: los cardenales Toledo y Lugo y otros innumerables, que es forzoso omitir por no caber aquí ni aún sus nombres. A que se añade tener ya la Compa- ñía en estas dos universidades cátedras propias y perpetuas de Teo- logía; que todo cede en mayor lustre de los perseguidos estudios de Ignacio. Así honra Dios á los humildes y premia á los que padecen persecuciones por la justicia.

4 Estas obligaron á Ignacio á salir de España para poder estudiar con más quietud en reinos extraños. Encaminóse á la Universidad de

REYES DOÑA JUANA 111 Y D, CARLOS IV. 4Ó7

París, que sobre todas florecía en aquel tiempo, siendo frecuentada de los sujetos más hábiles de todas las naciones de Europa. Aquí le fué mejor en medio de profesar la misma vida penitente y austera y hacer sus pláticas espirituales, y aún pasar á dar los ejercicios que había compuesto en Manresa. Porque sin omitir todo esto repasó las letras humanas en el colegio de Montagudo, estudió perfectamente la Lógica y la Física en el de Santa Bárbara, hasta graduarse de Maestro en Artes con todo crédito. Con la misma perfección pudo es- tudiar la Sagrada Teología, aunque con el trabajo de la mendiguez voluntaria, que siempre profesaba, buscando su corto sustento de li- mosna. Pero esto mismo y las operaciones de su ardiente celo por ganar almas le suscitaron otra persecución en la Universidad de Pa- rís, por la cual compareció en juicio muy rigaioso. Mas por la sen- tencia que á su favor dio el maestro Ori fué descubierta patentemen- te su inocencia y él quedó con mayores créditos y con teda libertad para proseguir su santo modo de vida. Los que después le escribieron notan por singular maravilla que los mismos sujetos que ahora en París, antes en Alcalá y después en Venecia, siendo juez el doctor Gaspar Dottis, entendieron en su causa y pronunciaron á su favor la sentencia se hallasen mucho después todos juntos en Roma para ser testigos de ella y deponer como tales á su favor y con grandes elogios de su inocencia y santidad en otra persecución que últimamente mo- vió el enemigo délas almas en aquella ciudad, donde reside el Tribu- nal Supremo de estas causas. Con tan singular providencia miraba Dios por la honra de Ignacio y su Compañía cuando él más la des- preciaba, deseando padecer calumnias y afrentas por su Divina Ma- jestad, no dando empero justa causa para ello. Y este es el legado que en sus Constituciones dejó á sus hijos como en herencia.

5 Así pudo proseguir y concluir quietamente sus estudios en Pa- rís y alistar justamente en la bandera de JESUCRISTO, que le había escogido por su capitán, los nueve compañeros que le habían segui- do coligándose todos com.o con sacramento militar con el voto que hicieron antes de recibir el sacro santo déla Eucaristía en la iglesia de Nuestra Señora del Monte de los Mártires de aquella ciudad. No solo los nombran los escritores de su vida, sino también los de la Historia de Navarra, que hacen observaciones y antítesis muy ajusta- nupieix

j . I-I ,.' ' ^ ^, •'-^Tl Favin.

dos para mostrar que Líos levanto a esta nueva compañía en su Igle-Garibay sia contra las nuevas sectas de Lutero, Zuinglio, Calvino y sus secua- ces. Sus nombres por el orden con que procedieron en este acto son los siguientes: Pedro Fabro, quien, después de haber sido Maestro de Artes de Ignacio, vino á ser su discípulo en la sabiduría del cielo: Die- go Lainez, Claudio Jayo, Pascasio Broet, Francisco Javier, Alonso Salmerón, Simón Rodríguez, Juan Ccduri y Nicolás de Bobadilla: to- dos ellos Maestros de Teología, y tan sabios, que luego pudieron en- trar en las públicas disjjutas contra los herejes; y algunos de ellos fueron llamados al Concilio de Trento por teólogos.

ó Luego que se unieron en esta forma, haciendo voto de perpetua pobreza y castidad, convinieron en hallarse juntos todos en Venecia

406' LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

íi tiempo señalado, que fué para 8 de Enero de 1537 y entre tanto disponer cada uno (si era necesario) lo tocante á la conciencia y que- dar totalmente desembarazados para el fin á que Dios los llamaba. Ahora fué cuando volvió Ignacio á España en traje humilde de po- bre mendigo, y llegando á la villa de Azpeitia, su patria, se fué de- recho al hospital. Allí sin ser de nadie conocido obró con su predica- ción y raro ejemplo de vida las cosas admirables que refieren los es- critores de ella. Y siendo dado á conocer casualmente por un cléri- go navarro que allí llegó, habiéndole conocido en París, fué llevado por fuerza á su palacio de Loyola, donde obró otras más admirables. Porque, prosiguiendo siempre en los mismo empleos su hermano mayor y los demás parientes, después de m.uchas honras y caricias le quisieron persuadir que dejase aquel nuevo modo de vida, que de- cían ser indigno de su sangre, representándole la nobleza y blasones de su Casa: y él repelió con suma firmeza tan fuerte como sonora ba- tería para echar al desprecio del mundo el último sello con todos los blasones que le pintaban de su Casa.

7 Para el día señalado se halló Ignacio (como estaba acordado) con todos su compañeros en Venecia. Su fin era embarcarse allí áje- rusalén para predicar el Evangelio en el imperio del Turco. Mas no dando lugar á la embarcación la guerra que á este tiempo se movió entre los venecianos y este tirano, fué preciso repartirse en varias ciudades de aquella república, donde dieron gloriosamente principio á los ministerios propios de su instituto con gran fruto de las almas y consuelo y alivio de los pobres de los hospitales, donde también ellos se albergaban. Por último vinieron á parar en Roma, á donde fue- ron á ponerse álos pies de S. Santidad el papa Paulo III, quien los acogió benignamente haciendo alto concepto de su instituto como traído de Dios en la necesidad urgente en que por las nuevas here- jías y corrupción antigua de las costumbres se hallaba la Iglesia. Después de eso, antes de pasar adelante quiso S. Santidad que se hi- ciese información jurídica de sus costumbres y vida; y más cuando no faltaban fiscales del demonio que pusiesen dolo en ellas. Esta es la que poco llamamos persecución de Roma, en que fueron testi- gos los mismos que en diversas y mu}' distintas partes del mundo habían sido jueces de Ignacio. Habiendo, pues, salido él y sus com- pañeros con tanto lauro de este Supremo Tribunal, pasó S. Santidad á aprobar su instituto, que después confirmó él m'smo con mayor amplitud; como también su sucesor el papa Julio lll y últimamente el Santo Concilio de Trento.

REYES D.JUAN III Y D. CARLOS IV. 4O9

OS principios, progresos y el estado presente de la Com- pañía se divulgaron con esto por toda Europa. Y habién- .a^do llegado á Navarra la noticia de que S. Fran-

cisco Javier era uno de los que con mucho lustre la componían, dos caballeros navarros tomaron al mismo punto la resolución de seguir- le. Estos fueron, los dos hermanos 1). Esteban y D. Diego de Eguía, vecinos de la ciudad de Estella, hijos de D. Nicolás de Eguía y Doña Catalina de jaso, una de las hermanas de D. Juan de jaso, y por este lado primos-hermanos del Santo Javier. (A) D. Esteban el A mayor era dueño de su Casa, de grande esplendor y riquezas, y es- taba viudo y con hijos; D. Diego era eclesiástico y gozaba también de ricas posesiones. Ambos dieron con grande piedad y despejo del mundo la debida providencia á las cosas domésticas y partieron á Roma en busca de su primo para ser recibidos por su medio en la Compañía. Recibiólos el santo capitán Ignacio; y fueron de los muy inmediatos á sus primeros nueve compañeros. La estimación que de ellos hizo el Santo fué muy grande, en especial del padre Diego de Eguía, quien entró en la Compañía sacerdote y muy provecto en los estudios mayores. Por lo cual y por su mucha prudencia y ejem- plar virtud le eligió poco después por su confesor. En este empleo acabó el P. Eguía su santa vida: y viniendo á morir con opinión de santidad, mereció de la boca del Santo Patriarca los elogios que re-p^^a^ig. fiere el P. Ribadeneira. "«'ii;^.-

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9 Eo mismo que estos dos hermanos hicieron antes y aespuesiuvita otros muchos que de varias naciones partieron á aumentar la nueva ^" ^s"*^*" Compañía, 3' casi todos ellos sujetos hechosy deaventajadas pren- das y méritos. Entre todos tiene la excelencia el grande en todos es- tados D. Francisco de Borjay Aragón, Duque de Gandía, quien con

este fin estudió en su retiro después de viudo muy de propósito la Sagrada Teología. Por esto se dice con mucha razón que al plantar- se la Compañía de JESÚS hizo Dios lo mismo que en la Creación del mundo, y fué: producir los árboles crecidos y cargados de frutos para que desde luego fuesen de provecho. Por el efecto se co- noció ser esto así. Porque no parece creíble lo mucho que fructificó la nueva Compañía: y es sin ejemplar lo que ella se aumento y ex- tendió en brevísimo tiempo por todo el mundo pidiendo á porfía to- dos los príncipes católicos á su Santo Fundador que les enviase su- jetos tan cabales para el ejercicio de tan santos ministerios en sus rei- nos y para la promulgación del Evangelio en las tierras de los infie- les, conquistadas recientemente por ellos.

10 Aquí nos es forzoso cortar el hilo de esta sumaria narración por hacer lugar á algunas cosas singulares, muy propias del asunto. Este es: lo mucho que en consecuencia de su maravillosa conversión honró Dios á Ignacio, premiándole aún en este mundo por el despre-

410 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

cío que de él y sus vanidades hizo, atendiendo únicamente á la mayor gloria de Dios y por los servicios hechos á S. iVLajestad Divi- na en la nueva sag^rada milicia que erig-ió. Los historiadores de Nava- Favin.j' rra, que con razón se hacen cargo de esta obligación, relieren com- retawo P^ndiariamentc sus hechos hasta el fin de su vida; y es muy de notar de Kn- que los franceses no son los que menos se alargan en la relación y elo- iv.Dup. gios del Santo Capitán y su Compañía. En lo mucho que por la razón dicha omitimos nos remitimos á ellos; 3^ principalmente á los historia- dores de la Compañía y de su Santo Fundador, que son muchos y muy elegantes. Aún en esto quiso Dios mirar muy singularmente por la honra del Santo, tan despreciada por él, queriendo quede di- versas naciones y lenguas tuviese plumas selectísimas * que esforza- sen los vuelos de la fama para publicar por todo el mundo sus he. chos y virtudes heroicas.

1 1 Esto supuesto, lo primero que debemos decir es lo mucho deque de todas maneras honró Dios la Casa de Loyola, donde nació S. lo-na- cio. Luego que el Santo Duque de Gandía estuvo en disposición de poder ejecutar sus deseos de entrar en ia Compañía, partió con la fa- milia competente á su grandeza de Gandía á Roma acompañado del Padre Doctor Antonio de Araoz: y después de haber comunicado allí con Ignacio sus cosas, volvió á España con el mismo P. Araoz: y parando en el nuevo colegio.de la villa de Oñate, renunció allí todos sus Estados en su hijo primogénito D. Carlos de Borja y Aragón á últimos de Abril ó primeros de Mayo de 1551: y tomando el hábito clerical de la Compañía, se ordenó con Breve que tenía de S. Santi- dad de todas Ordenes en tres días por un obispo titular: y llamándo- se yá no duque sino sencillamente P. Francisco, escogió para decir su primera Misa la capilla de la Casa de Loyola. Aquí la celebró á primero de Agosto de este mismo año: y no solo mostró en esto la alta estimación que de esta noble Casa hacía por haber dado al mun- do un hijo tan esclarecido en santidad y méritos para la Iglesia; sino que dentro de un año dispuso que su hijo segundo D. Juan de Borja y Aragón, muy primero en su cariño y comendador de la Orden de Santiago, se casase con Doña Lorenza de Loyola y Oñez, hija pri- mogénita y heredera de D. Beltrán de Loyola y Oñez, Señor que fué de la Casa y sobrino de S. Ignacio, quien en todo esto no tuvo par- te alguna, persistiendo siempre en el mismo abandono y olvido que desde que una vez la dejó tuvo siempre de su Casa. Pero como Dios miraba por ella, habiendo faltado con el tiempo la línea de este tan elevado matrimonio, la Casa de Loyola vino á parar últimamente pa- ra perpetuidad de su grande lustre en los Marqueses de Alcañices, que hoy la poseen como herederos legítimos de un hermano del San- to Patriarca, que en la conquista del Perú hizo cosas hazañosas y se casó con la heredera de los Reyes Ingas. Así vino á restablecerse la

' Eu latia Orlandino, y otros. En Español el Padre Eibadenoyra, Francisco Garcia. etc. En Italiano PadroBúrtoli, etc. En Fiancés Padre Bohurs, etc.

REYES íDOÑA juana. III Y D. CARLOS IV. 4II

Real sangre de los Borjas en la Casa de Loyola, descendiendo tam- bién dichos Marqueses de una hija, y la más estimada del Santo Duque.

§. III.

Pero lo que más ilustra la memoria de S, Ignacio en su Casa nativa es el Real colegio que en ella se ha fabri- cado. Precedieron muchas y muy singulares providen- cias del cielo ordenadas al fin de esta insigne fábrica, hasta que por último tuvo el efecto deseado por la augusta piedad de nuestro rey D. Carlos II de Castilla y V. de Navarra y la serenísima reina Doña Mariana de Austria, su madre. Solo su soberana autoridad pu- do conseguir de los Marqueses el sitio necesario para el nuevo edifi- cio por la suma y debida estimación que hacían de tan honorable po- sesión. Pero no siendo defraudados en sus honores, sino, antes bien, acrecentados en ellos y en las conveniencias ma^'ores de otro pala- cio conjunto para su habitación, vinieron en ello y se dio principio á la fábrica. Ella se puede contar entre las más insignes y suntuosas que se conocen, así por su dilatado y hermoso frontispicio, todo él de már- mol fino bien labrado, como por superar la obra á la materia. Tra- zóla en Roma el caballero Bernini, arquitecto celebérrimo de nues- tros tiempos. Entre otras muchas cosas bien singulares, cuya descrip- ción aquí no cabe, solo diremos por m.ayor lo que pertenece al dise- ño. Todo él representa una águila real volando tendidas las alas: en su pecho sobresaliente se divisa el atrio del templo con la cabeza co- ronada de estatuas: en su cuerpo el mismo templo: en sus alas tendi- das á uno y otro lado los cuartos de habitación con su patio cada uno: en su remate, que sobresale en correspondencia del pecho, es- tá todo lo tocante alas oficinas principales del colegio. El templo, que co- mo corazón reside en el centro de toda la obra, es perfectamente re- dondo como un anillo: y por el crucero de la parte diestra del Evan- gelio está contigua á él la casa antigua de Lo3'ola; y no solo conti- gua, sino también patente con claraboyas por el costado de las dos capillas que en ella hay, la de S. Ignacio, en que se convirtió el cuar- to de su habitación, y en que Dios obró tantas maravillas para con- vertirle y, siempre las obra, para más ilustrarle: y la capilla antigua de la misma Casa en que S. Francisco de Borja celebró su primera Misa. De suerte que una y otra capilla con toda la casa de Loyola viene á servir de piedra preciosa primorusaniente engastada en el arillo del templo. Por la correspondencia que tiene la cuna con la sepultura es bien que se sepa que al mismo tiempo que en Loyola, donde el Santo nació, procedía con más fervor la obra, en Roma, don- de murió, se concluyó perfectamente la de su sepulcro, que para re- putarse por una de las maravillas del mundo le basta ser justamente admirada en aquel teatro del orbe, donde tantas otras se representan á la vista.

412 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA CAP. IIL

13 También merece ponerse aquí la basílica que en Pamplona se dedicó á S. Ignacio, por la inmediata correlación que tiene con la fábrica de Loyola por estar sita en el mismo lugar donde cayó mal herido y de él fué llevado á aquella su Gasa. Dio principio á esta me- moria tan debida el año de 1601 el virrey D. Juan de Cardona, quien hizo levantar allí un arco metiendo en él la inscripción siguiente.

VETUS INSCRIPTÍO.

|EATUSIGNATIUS DE LOYOLA NOBILIS GUIPUZ- COANUS, GALLORUM OBSLOIOiNE SINGULARI VIRTUTE SUSTENTA, ÍN HUIUS CASTRI PRO- PUGNATIONE IN UTRAOUE TIBIA VULNERE ACCEPTO, CECIDÍT MORIBUNDUS: DIVINITU5 TAMEN CONFIRMATUS DIGNOS EGITP/ENITENTLE FRUCTUS,ETUNIVERSO FERE TERRARUM ORBE RELUCTANTE, SED Í^A VENTE NUMíNE, EREXIT RELIGiONEM SOCIETATiS lESU MAGNO ECLESL^E BONO. QUiAEXHISCE RUiNíS TANLUM SURREXIT CMRI- STIAN.E PIETATÍS AUGMENTUM, EXCELLENTISSIMUS PRINCEPS JOANí^ES CARDONA NAVARRA PROREX, EÍUS- DEMATQUEGUIPUZCO.ECAPITANEU5GENERALr5,QUON. DAM SICUL.E. AC NEAPOLITAN^ CLASSIUM PR.EFECTUS, DEINDETOTIUSREGI^CLASSISATOUEEXERCITUSMAXI- MUSIMPERATOR, U TRIQUE PHILIPPO A CONSILIIS PACIS AC BELLI, AC lUXIORIS .ECONOMUS, ORDINIS JACOB.EI, UNUS E TREDECIM, ET TOTAN.E COMMENDATARIUS, IN DEUM, AC BEATUM IGNATIUM PIETATÍS ERGO, ATQUE IN EIUSDEM SOCIOS, EL FILIOS AMORIS, UTOUE COM- MISSAS SIBI GUIPUZCOAM TANTI SUI ALUMbíí, AC NA- VARRAM SUI PROPUGNATORIS MONUMENTO DECORET, ARGUM HUNC ERIGENDUM CURAVIT ANNO CHRISTI ML LESSíMO SEXCENTÉSIMO PRIMO, PONHFICATUS PAULI V. SECUNDO, ET REGNI PHILIPI U!. HISPANIARU vi REGÍS OCTAVO, RÁSCENTE POMPEÍOPOLILANAM ECCLKSIAM MAGNIEICENTISSIMO, NOBILISSIMO, AC ILLUSTRÍSSIMO ANTONIO VENEGAS DE FIGUEROA.

Así estuvo muchos años hasta que el Excmo. Sr. Conde de San- tisteban pasó del virreinato de Navarra al del Perú; y su gran devo- ción, señalada en otras muchas demostraciones de ingenio y piedad para con el Santo, teniendo por corta la memoria que dejaba en. Pam- plona, movió los ánimos de los Padres Jesuítas de aqueha provincia á

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV. 4l3

enviar un buen socorro para que en sitio tan memorable se le edifica- se una basílica decente. Ella se comenzó luego. Pero, habiéndose gastado toda la cantidad en poco más de los cimientos por su excesi- va profundidad en el foso arrasado del castillo viejo, paró del todo la obra. Volvióse á ella muchos años después, y con toda brevedad se concluyó con alguna mayor extensión, metiéndose dentro la inscrip- ción antigua.

14 Acabada en esta forma la basílica, se procedió inmediatamen- te ásu dedicación, que, según el ritual, se ejecutó por orden del lltmo. Sr. Obispo D. Toribio Mier, y aquel mismo día, que fué 10 de Octu- bre de 1694, se celebró en ella la primera Misa. No pudo escogerse día más propio que este, consagrado á la festividad de S. Francisco de Borja, quien por su filial veneración tanto se esmeró viviendo en participar á Ignacio sus honores. Todo lo eclesiástico de esta fun- ción solemnísima tomó á su cargo el ilustrísimo cabildo de la cate- dral en prosecución de lo mucho que por y por muchos de sus piadosos capitulares habían contribuido á esta fábrica, y de los muy especiales beneficios hechos á la Compañía en su primera entrada en Pamplona. A la Misa que cantó el Señor Prior, asistió con piedad generosa el Excmo. Sr. D. Baltasar de Zúñiga y Guzmán, Marqués de Valero, Virrey y Capitán General de este reino, y muy interesa- do en su honor por ser de origen navarro y descendiente legítimo de sus primitivos reyes. Acompañaron á S. E. los primeros jefes de su milicia y caballeros de la ciudad: y para mayor celebridad de una fiesta sagrada y militar tenía ordenado que toda la gente de guerra, muy numerosa entonces, escuadronada en frente de la basílica, hicie- se durante la Misa repetidas salvas correspondidas del eco de toda la artillería. Así se ejecutó con todo primor. Pero lo que mejor sonó en los oídos discretos fué el estruendo suave que hizo el eco en los cora- zones, esa saber: el sermón que se predicó, elocuente, sabio y com- prensivo, y sobretodo, tan del caso, que en todo él no hubo clausula que no fuese una flecha ardiente que, dando con sumo acierto en el blanco del asunto, no rebatiese en los corazones de los oyentes para encenderlos en el amor, veneración y tierna devoción de S. Ignacio, ardiendo primero el orador para este efecto.*

15 Creció la devoción: y si antes hubo muchos que con limosnas muy considerables concurriesen á lo principal de esta obra, no fue- ron menos los que después ayudaron ásu perfección y hermosura. To- da ella, que, aunque pequeña, es muy aseada, consiste en los adornos de la arquitectura, en que tienen su cebo los ojos; pero no faltan otros que pueden ser pasto más delicado y aún delicioso de los enten- dimientos. Estos son muchos geroglíficos expresivos del sujeto. Solo pondremos aquí el más patente de todos por estar esculpido en el pedestal en que se ha de plantar la estatua militar de mármol de

Fuélo el K. P. Maestro Fr. Jacinto clu Araiii'iz, del Orden de Nuestra Señora del Carmen, Pre- dicador de S. Majestad, sujeto de relevantes prendas y méritos, etc.

4l4 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

nuestro o;1orioso capitán armado como estaba cuando fué herido y cayó de aquel niismiO puesto: y está en lo más alto en medio de la fa- chada almenada en remedo de castillo antif^^uo. El cuerpo de esta empresa es una planta de trigo muy lozana y bien espigada, cuyo deshecho grano cae en tierra: y el ahna de la empresa consiste en es- ta letra tomada del Evangelio: CADENS INTERRAM MULTUM íap"íf FRUCTUM A FFERT.

§• IV.

I"^ara dar fin cumplido á las memorias militares denues- ■^tro Santo Capitán 'no se debe omitir una, que aún tie- ne vida. Esta pertenece al estado en que vino á parar la Compañía de la milicia secular de este famoso capitán. No se sabe de cierto si quedó deshecha después de este suceso. Pero lo que cons- ta es que Dios ha mantenido y mantiene hoy en día su memoria con grandes prodigios para sumo honor del Santo. Siendo virrey de Na- varra el Marqués de Valparaíso, pasó de Pamplona á Flandes esta Compañía conducida por el capitán Gozgaya, uno de los capitanes del presidio de aquella ciudad. Entró en aquellos países con el nom- bre de Compañía de S. Ignacio: y los hechos comprobaron ser suya. Era cuando la guerra estaba más viva en aquellos Estados contra los holandeses y otros enemigos de España y de la Iglesia Católica, üié- ronse muchas batallas, en que se halló de las primeras, yendo siem- pre al fuego con tanto arrojo como si fuera á su propio elemento y supiera que su antiguo capitán Ignacio había venido al mundo á bro- tar incendios para abrasarle en el amor divino y hacer juntamente que las almas infieles y rebeldes á Dios y á su Iglesia tuviesen en sus llamas el castigo merecido. Esta confianza en el Santo la infundió nuevos espíritus, la hizo intrépida en los ma3^ores peligros, la adqui- rió grandes créditos de valor y felicidad; especialmente por haberse observado que su capitán, con arriesgarse tanto como el que más, nunca había sido muerto ni gravemente herido en las batallas. Y de aquí nació que después de fallecer de muerte natural ó ascender á otro puesto superior el que últimamente regía esta bandera, muchos de la primera calidad y grandes servicios salieron á pretenderla y mu- chos de la primera nobleza la escogieron para alistarse en ella. Lo cual se ha continuado hasta el día de hoy, como también la milagro- sa providencia de Dios en protejerla.

ANOTACIÓN.

\1 I ^onsta de papeles muy verídicos (|iie iiabemos vis!o do la Casa do

V^^Rgiií'i, ipie los dos Fadros Egiiias fueron primos-hermanos de

S, Francisco Javier p(ir hiber casarlo Doña Catalina Pérez de Jasso, liermana

REYi:s DOÑA JUANA lll Y D. CARLOS IV. 4I 5

(le, D. Jü.Mi il(í .í.is^;(),pailrc del Siiilo, cu Eslella con D. Nicolás ilo K^nii en se- niiüdas uu|)ci;:s dispués de viuda; y sQírúii parece, sin hijos do su [iriiiier in.i- Irimouio eii Pamplona. Ue aqui i-csulta el p;ireutñscü cierto con o. Francisco Javier de las muchas y muy nobles familias deducidas de esle matrimonio co- pioso en hijos de los Eguías. así en Navarra co;no en Guipúzcoa, además de los otros iitislres pareníescos y alianzas ([ue referimos en su lugar tratando de su nacimiento en el año de 1506. Lo (|ue merece reflexión es ([ue la Casa (1.! Eguía en Guipúzcoa^ después de haberse unido con la do ídiáipiez y otras muy esclarecidas, ha veniijo á contraer nuevo vínculo de duplicado parentes- co con el Apóstol de las Indias por el reciente matrimonio del heredero de es- tas muy ilustres Casas con la nobilísima Señora Condesa de Javier^ en ijuien para cúmulo de todo honor ha recaído el marquesado de Corles y li mariscaha (hd reino de Navarra. Baste haber apuntado esto no cabiemlo más en una His- toria general.

CAPITULO IV.

I. PnEVKNCIONESDEL EMPERADOR Y DEL liEY DE FRANCIA PARA. LA GUERRA. II. MUERTE DKL CARDENAL DE LABRIT, ObI.SPO DE PAMPLONA Y SUCESIÓN EN EL OBISPADO DEL CARDENAL CESA"

RiNO. III.'Entrada en Navarra y operaciones del ejército francés IV. sitio de fuenterrabia V. Ajustes deshechos entre elEmper.vdor y el rey francisco, demolición de las fortale- zas de N.warra k importancia de la de Pamplona. VI. Varias memorias con la muerte de León X Y asunción de Adriano VI al pontificado. VII. Sitio de Maya. VIH. Sucesos del ejército francas con GuiPuzcoANoa con la batalla de San marcial y resultas de ella*

§. I.

a victoria de Noáin se celebró con extraordinario re^-ocijo en la Corte de BruseLis, donde á la sazón se hallaba e^ aúo [Emperador, especialmente desde que se averi

guaron con toda certeza sus circunstancias. Porque la primera noti- cia que tuvo S. Majestad por carta que de alguno del ejército reci- bió el Conde de Aguilar fué de haber huido al primer choque de los franceses la vanguardia española. Pero, habiendo tenido el mismo límperador poco después carta del Duque de Nájera, en la cualle decía lo contrario, 3' confirmando esto mismo á boca D. Pedro Vélez de Guevara, quien inmediatamente llegó á Bruselas después de ha- berse hallado juntamente con el Duque en la batalla, se deseno-añó S. Majestad, y fué muy perfecta sin este escrúpulo su satisfacción y alegría. Después de eso el Conde de Aguilar hizo punto de defender por verdadera su primera noticia: y lo tomó con tanto empeño, que escribió de duelo al Duque de Nájera y pasó á tenerle con D- Pedro Vélez como (iaribay refiere. No puede llegar á más el punto de la honra, ó por mejor decir, la gana de reñir que á quererse matar los hombres por defender las nuevas que les escriben.

2 En todo este tiempo se aplicó el Emperador con grande pru- dencia y solicitud á fortificar y aumentar su ejército por la parte de

1521

Duplis,

416 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. IV.

Flande?, echando voz de que era para castigar, como era justo, la au- dacia que queda dicha de Roberto de la Marcn, í^uque de i^ullóu. Ksto lo vino á ejecutaren muy breve tiempo, ccirjendo y arrasando las mejores plazas de este Príncipe; á quien otorgó una tregua de seis semanas para que, retirando sus tropas, viniese ala razón. Pero, viendo el re}' Francisco que el Emperador no trataba de retirar las suyas; sino que, antes bien, las engrosaba cada día, acabó de cono- cer que el nublado se formaba contra él; y así sucedió. Bien se puede decir de este rey que fué uno de los ejemplos más señalados de la instabilidad de las cosas humanas. Sus gloriosas empresas lehicieron felicísimo á los principios para hacerle después el más infeliz de los monarcas. Algunos atribu^^en á pronóstico de su desigual y malafor- tuna lo que le sucedió á principios de este año al mismo tiempo que el Emperador con todo secreto y prudencia estaba deshaciendo la alianza que él tenía ajustada con el Rey de Inglaterra.

3 Hallábase Francisco en la villa de Remorantín tan descuidado de lo que pasaba, que sus pensamientos solo eran de entretenerse trazando juegos extraordinarios para regocijar su Corte. Llegó el día de Reyes, y en él dio un convite magnífico, haciendo el Conde de San Pol el papel de rey fingido. Por pcstre tenía dispuesto el rey Francisco que á este rey se le diese un combate festivo en su aloja- miento á pellazos de nieve. Hízose gran provisión de pellas de una parte y otra. Francisco con una tropa de señores mozos de su edad comenzó el choque contra el re}' de burlas y su gente: y después de haber durado la fiesta con grande algazara por algún tiempo, sucedió que las burlas alegres se trocaron en las más tristes veras; porque uno de los contrarios por habérsele acabado la munición de las pellas de nieve echó mano de lo primero que le suministró el furor; y fué un grueso tizón que inconsideradamente tiró por un balcón y pegó con él al rey Francisco un golpe tan recio en la cabeza, que lo tuvieron por muerto. Y fué así: que por muchos días estuvieron los médicos y cirujanos dudosos de que pudiese sanar, y aún corrió por toda la Eu- ropa el rumor de su muerte. Al fin vino á sanar por la exquisita dili- gencia que se puso en su curación: y luego que se vio libre de peli- gro, hizo el mismo Rey con buen acuerdo llamar á su cámara todos los embajadores que estaban en su Corte y mandó que se escribiese á los otros príncipes la noticia de que con el favor de Dios estaba sano de su herida. No se debe callar el ejemplo heroico que consi- guientemente dio este re}' de cristiana moderación y clemencia. Bra- maba toda la Corte contra el insolente que había tirado el tizón, pi- diendo que fuese buscado para el suplicio, y el Rey se puso de su parte, alegando á su favor que lo halDÍa hecho sin intención ni mali- cia y en un juego de que el mismo Rey había sido el autor. Y en esto se estuvo firme por más que las personas de mayor autoridad, más cuerdas y benignas, le replicaban que debía ser castigado por haber contravenido á las leyes del juego. Así vino á quedar marcado de la fortuna el rey Fr an cisco para ser tratado de ella como esclavo.

4 Con efecto: durante este mismo año descargó contra él latem-

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pestad, que tanto temía, y justamente la podía temer por haberse cuajado en gran parte de los vapores que él mismo levantó, especial- mente los de la guerra de Navarra á favor de los rebeldes de Castilla. La que ahora se siguió duró por muchos años, y su larga continua- ción fué (como justamente se lamentan los escritores católicos) causa de la desolación de cien provincias, del saqueo de mil ciudades y de la muerte de un millón de bravos guerreros. Y lo peor fué ser favo- rable al turco para sus conquistas sobre los cristianos; pues fué la causa de perderse la isla de Rodas, uno de los más fuertes baluartes de la cristiandad contra los esfuerzos délos infieles. Y por último: fué causa de dar lugar á que creciese la temeridad de los luteranos en predicar y sembrar sus errores y herejías. Lo que más espanta es que el mismo Sumo Pontífice, á quien tan obligado tenía el Rey de Fran- cia, y quien con tanto celo había procurado unir á los príncipes cris- tianos contra el enemigo común, uniéndose él con ellos, se volviese ahora contra el rey Francisco y se coligase con el Emperador por un tratado secreto, cuyo fin era restablecer á Francisco Sforcia en el du- cado de Milán, asegurarse el Emperador en la pacífica posesión del reino de Ñapóles: y también se obligaba el Emperador á poner en ma- nos del Papa las ciudades de Parma y Plasencia y asistirle con sus armas á reunir al dominio de la Iglesia el ducado de Ferrara. Todo lo cual no podía ser sin grandes males y daños de la cristiandad y de los reyes y reinos que se guerreaban. Y así, culpan muchos al Papa, diciendo que él concurrió con su parte de leña á este fuego: el cual, cuando p^r otros estuviera ya encendido, le debiera apagar con sus lágrimas y aún con su propia sangre. Pero se debe creer que S. San- tidad, viendo frustados sus santos deseos y buenos oficios, y que ya era irremediable la enemistad de estos dos supremos monarcas, tomó prudentemente el partido que mejor le estaba. Los males que se si- guieron fueron grandes en extremo. Y se refiere que el Señor de Chiebres, que se había quedado en la Dieta de VVormes cuando par- tió de ella el Emperador, luego que supo este tratado, hecho sin que él lo supiese, murió de dolor, repitiendo muchas veces estas palabras: ¡Ali quede males! Y el Arzobispo de Toledo, su sobrino, ó comojiercer. otros dicen, hermano que consigo había llevado de España, salió también de este mundo algún tiempo antes.

5 Reventó, pues, la guerra con gran estruendo, no de otra suerte que una mina secreta y bien reforzada, siendo sus primeros destrozos dentro de Francia, en las provincias de Picardía y de Champaña, y en Italia en el Estado de Milán. El rey Francisco, que lo estuvo mirando, no dejó de prevenirse lo mejor que pudo. Envió al Señor de Lautrec á Italia con un grueso refuerzo de franceses y de suizos para la de- fensa del ducado de Milán. Dio el gobierno de Champaña al Duque de Alensón con seis mil hombres de á pié y alguna caballería, y man- dó á Francisco de Borbón, Conde de San Pol, que se juntase á él con igual número de infantería. Puso en el gobierno de Picardía á Car- los de Borbón, Duque de Vandoma, con seis mil hombres de á pié y ochocientos hombres de armas, dándole por adjuntos y consejeros al

ti TOMO VII

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Señor de la Paliza y al Señor de Teliñi, Ordenó que Carlos, Duque de liorbón, Condestable de Francia tuviese en pié número igual do caballería y de infantería á fin de asistir á la persona de S. Majestad, que se puso en campaña con el resto de sus fuerzas para emplearlas donde le pareciese ser más necesario. Y para hacer una diversión importante en la parte más sensible para S. Majestad Imperial envió por gobernador de Guiena al Almirante de Francia, Guillermo Gu- fier. Señor de Bonivet, con orden de pasar luego á Navart'a con seis mil lanskenetes, conducidos por dos famosos cabos alemanes, el ca- pitán Brandek y el conde Wolsango, siendo su general Claudio de Lorena, Conde de Guisa, valiente y sabio príncipe, que tanto se se- ñaló después en las guerras que se siguieron. Dióle más: cuatrocien- tos hombres de armas y orden de levantar toda la gente que fuese necesaria de gascones y vascos, y para poder exigir gruesas sumas de dinero en Guiena, particularmente de las ricas bolsas de Burdeos para la subsistencia de su ejército. Estas fuerzas se aumentaban con- siderablemente con las de los navarros, que habían hecho punto de seguir al príncipe de Bearne, D. Enrique, á quien tenían jurado por príncipe de Viana y heredero de Navarra. Mientras el almirante va disponiendo su marcha será bien que digamos el estado en que á es- ta sazón se hallaba este reino.

añada la batalla de Noaín por los castellanos, hizo al ■punto dejación de su virreinato el Duque de Nájera, y .los virreyes de Castilla nombraron en su lugar á Don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, Conde de Miranda, que vino á ser el quinto virrey de Navarra, confirmando S. Majestad Imperial este tan acertado nombramiento. En este mismo año de 1521 * á2 de Septiembre murió el Cardenal Obispo de Pamplona, Amadeo de La- brit, en Castelguclos, donde vivía retirado; pero cercano á su Iglesia para cuidar mejor de ella, no queriendo con su residencia aumentar los recelos que había; aunque para residir personalmente tenía licen- cia y aún orden del Papa. El fué gran prelado, y sin duda uno de los más insignes que tuvo esta Iglesia por lo mucho que hizo y padeció por ella, abstrayéndose siempre con mucha prudencia de negocios políticos á favor de los Reyes, sus hermanos, y de su sobrino el Prín- cipe de Bearne; aunque mucho los amaba, como amaba también á todos los navarros: y así, se servía de ellos con muy singular estima- ción. Señalóse mucho en favorecer y honrar la familia noble de los Asiaines de Tafalla por la memoria que tenía de los grandes servicios que los dueños de ella habían hecho en todos tiempos á los reyes de

* El Calendario de Leire, quien exactamente pone las muertes de los obispos, y así leda P30S más cródito que á SandAval, que se aparta de úl, ponióudola en el año de 1520.

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV. 4Í9

Navarra, especialmente siendo ayos de los Infantes, tíos de la reina Doña Catalina. *

7 Por la vacante del Cardenal de Labrit nomijró el papa León X por obispo de Pamplona á Alejandro Cesarino, de nación italiano y diácono cardenal del título de los santos Sergio y Baccho. Con estose volvió al abuso de los obispos comandatarios que S. Santidad había intentado reformar. No se debe contar entre ellos el Obispo Cardenal de Labrit; aunque la adversidad de los tiempos le dio estos visos. El nuevo comandatario tardó en tomar la posesión por cau- sas que debió de tener hasta el año siguiente. Para esto envió á Juan Pogio, clérigo bolones, que la tomó con las ceremonias acostumbra- das á 5 de Agosto de dicho año. Después tuvo por su vicario y go- bernador del obispado un obispo auxiliar, italiano de nación y titu- lar de Sant Angelo, que ejerció cumplidamente sus veces, celebran- do órdenes y administrando los otros oficios episcopales de que era capaz. Esta atención y providencia singular que tuvo el cardenal Cesarino contra todo lo que ejecutaron los demás obispos prece- dentes comendatarios bien se la renumeró después este obispado al tiempo del saqueo de Roma, donde fué preso y despojado.

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"W ^n ejecución de la orden que tenía de su rey, llegó áfi- 8 |-^nes de Septiembre Guillermo Gufier, Señor de Boniver y

Jl__^ Almirante de Francia, con su ejército á San Juan de Luz: y habiéndose detenido allí por cuatro días, hizo semblante de mar- char derecho á Pamplona; y entrando con efecto en Navarra, envió un destacamento á tomar el castillo de Poeñán, que estaba sito en la montaña de Roncesvalles, y era muy fuerte por su situación sobre una peña. Notificóse la entrega ásu comandante el capitán Mondra- gón . Quien respondió con gran valor y honra, monstrandola resolu- ción que él y los suyos en número de solos cincuenta soldados tenían de defenderse hasta la extremidad. Pero, viendo que los franceses con increíble industria iban arrimando parte de la artillería para ba- tir el castillo desde una eminencia cercana, y que tenían vencida la mayor dificultad, notificando otra vez que si les daba el trabajo de subir las piezas hasta lo mas alto á ninguno de los defensores se daría cuartel, se hubo de rendir, salvas solamente las vidas y la li- bertad.

9 Rendido así este castillo, el Almirante persistió en su ficción de marchar derechamente á Pamplona; mas dos días después volvió

La breve noticia que de estas cosas cabe en una Historia general, se hallará en el tomo 4. de esta, lib. 33. cap. 3. Y la que se aquí tocante al Cardenal de Labrit está sacada de me- mori is, y papeles fidedii^uos de esta Casa y en resumen viene á ser: que ú Martin de Asiaín, nieto 3e los ayos en el título do la sepultura que le dii'i, nombra El noble varón Martin de Asiain, su fa- mi lar; y le honra coa otras muchas espresiones de gratitud y benevolencia.

Favin

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la brida con su ejército, atravesando en su marcha las montañas, donde ])or la asjícrcza de los caminos fué menester que desmontasen los de á caballo y anduviesen á pié todo aquel día: en él llegó poco antes de anochecer á un cuarto de legua de Maya. Al mÍ3mo punto hizo el Almirante plantar la artillería contra su castillo, fuerte por su situación. En esto se gastó toda aquella noche y se dispararon al- gunos cañonazos. Esta tan exquisita y tan inopinada diligencia y la desprevención total en que la plaza se hallaba obligó á los sitiadores á rendirla luego con honestas condiciones. Quedó en ella por alcai- de D. Jaime Vélez de Medrano y de guarnición hasta unos doscientos caballeros navarros de los agramonteses despojados de sus bienes y fugitivos de su patria. *

10 En este tiempo tomáronlos lanskenetes otro camino muy dife- rente del de Pamplona: y siguiéndolos después de anochecido, el Al- mirante con todo su ejército dio la vuelta á San Juan de Luz. Aquí se detuvo solos dos días, Domingo y Lunes, por dar algún descanso á sus tropas, fatigadas del trabajo de sus marchas por tan ásperos ca- minos. El Martes al amanecer cada uno se halló en batalla ordenada, y en este buen orden marchó el ejército este día hasta el lugar por donde tenía determinado pasar á vado el río Bidasoa, que divide á España de Francia. De todas estas astucias y trazas se valió el almi- rante Bonivet para tener suspensos é inciertos á los españoles sin que ellos pudiesen penetrar su intento, que era tomar por sorpresa á Fuenterrabía.

,^- IV.

a situación de esta villa, hoy ciudad, (título bien merecido

11 I del valor y fidelidad de sus vecinos en todos tiempos) es I sobre el río Bidasoa, que délas montañas de Na- varra corre al Mar Océano, y en parte está ceñida del mar, en parte del mismo río. Llegó, pues, el ejército francés á la orilla del Bidasoa con intento de esguazarle al mismo punto; pero por su desgracia lo halló hinchado con la creciente de la n^area; y así, fué menester es- perar largo tiempo hasta que ella bajase del todo. Entonces el Conde de Guisa se metió en el río con la pica en la mano, y le pasó el pri- mero de todos á la frente de sus seis mil lanskenetes. Este Prínci- pe con ejemplo tan notable de valor animó á todo el resto del ejército á seguirle. Y habiéndose prontamente puesto en batalla en la opues- ta orilla con su gente, causó tal admiración (si no fué espanto) á los enemigos, queyá acudían, aunque t^irde, á impedir el pasaje, que los obligó á retirarse.

12 Los guipuzcoanos, siempre fieles y animosos en la defensa de su patria, que es uno de los baluartes más principales de España con-

* De esta entrada del ejt-rcito de Francia eu Navarra antes del sitio de Fuenterrabía ha- cen poca ni3nci6n los escritores castellanos con haber sido cierta y muy ruidoso.

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tra las invasiones de Francia, estando temerosos, aunque no del todo ciertos, de la que ahora quería hacer el francés, habían enviado sus procuradores á los virreyes de Castilla, que se hallaban en Burgos, pidiéndoles vituallas y previniéndolos de la guerra que ahora ame- nazaba por la cercanía del ejército de Francia en la montañas próxi- mas de Navarra. Y si es cierto lo que Garibay refiere de la fría res- puesta de los virreyes á esta petición tan justa, mucho mayor gloria es de los nobles guipuzcoanos lo que después obraron sin haberse en- tibiado su ardor con el desaire. Dice este autor, citando á persona de mucha autoridad de aquel tiempo, á quien se lo oyó: que á esta de- oapieix manda respondieron los virreyes: que si llevaban dinero para com- prar y bestias en qué acarrear, mandarían que se les diese lo que pedían. Pero concluye cuerdamente, diciendo: que á su parecer para señores tan valerosos y cuerdos, como eran los virre3'es, no son fáci- les de creer estas palabras.

13 Lo primero que hizo el ejército francés después de pasado el río, fué embestir el castillo de Beobia, distante solo un tiro largo de arcabuz de su orilla. Haljíase fabricado esta fortaleza siete años antes por orden del rey D. Fernando para la defensa de aquel paso tan im- portante, y ahora los franceses quisieron quitar este estorbo para el tránsito libre de sus víveres y gente que viniese de Francia; y lo con- siguieron. Porque, asestada la artillería, el primer tiro que el Almiran- te hizo disparar dio en una cañonera baja del castillo, y, entrando la bala por la boca del cañón que en ella había, le hizo pedazos, y de ellos fué muerto el artillero español con otros tres que le ayudaban á mover esta pieza. Esto causó tanto espanto á los soldados, que for- zaron á su capitán á rendirse á discreción. El Almirante envió á los principales por prisioneros á Bayona: y puso allí por capitán á un sol- dado valiente llamado Beaufils, práctico en la tierra por ser laborta- no, natural de Azcain, pueblo distante una legua de S. Juan de Luz, y le dejó buen número de infantería y caballería, bastante no solo pa- ra defensa del castillo, sino también para escolta de los víveres que esperaba de Francia.

14 Rendido de esta suerte el fuerte de Beobia, pasó el almirante Bonivet á poner sitio á Fuenterrabía. Era gobernador de esta plaza Diego de Vera, capitán de mucho valor y experiencia; pero con las turbaciones pasadas de Navarra y de Castilla la tenía (sin haberlo po- dido él remediar) tan mal proveída de víveres, que era forzoso que flaquease presto por este lado. La falta de guarnición era la misma. Pero la remedió á buen tiempo la Provincia, metiendo así en S. Se- bastian como en Fuenterrabía toda la gente necesaria de sus natura- les para un largo .sitio. En este estado estaba esta plaza sin más forti- ficación que la de sus murallas antiguas, cuando por todas partes la atacó el Almirante de Francia, asistiendo él mismo á los aproches. Dio al Conde de Guisa su cuartel y á cada capitán de hombres de armas su cañón para gobernarle, tomando él uno de ellos á su cargo. De suerte que cada cual á porfía puso tanta diligencia, que dentro de pocos días se abrió alguna brecha; pero no se juzgó por razonable pa-

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ra dar el asalto. Con todo eso, las gentes de á pié de navarros, gasco- nes y vascos pidieron licencia para ir luego á él. Lo cual se les otor- gó por no entibiar el ardor marcial en que su natural impaciencia se había convertido. Portáronse gallardamente; pero con igual valor y gallardía fueron rechazados con gran pérdida de gente de su parte. Esto encendió más su coraje y se ofrecieron aún con mayor resolu- ción para el segundo asalto. La venganza con sus vapores les obscu- recía el peligro. Viendo esto el gobernador Diego de Vera, y conside- rando la falta de víveres, trató de conciertos. Lleváronlo tan mal los guipuzcoanos que dentro había, y estaban con ánimo de morir por hambre ó por armas antes que ver perdida aquella plaza, que le hi- cieron sus requerimientos y protestas soljre que no la entregase; y es- to no solo de palabra, sino también jurídicamente, tomando de ello testimonio en pública forma. Pero le hizo más fuerza al Gobernaclor la extrema necesidad en que se hallaba y el peligro evidente de tan- tas nobles vidas. Y así, pidió capitular y rindió la villa, saliendo los si- tiados con sus armas y banderas desplegadas. Hízose esta entrega doce días después de puesto el sitio, el viernes i8 de Octubre de es- te año. La apresuración fué muy favorable á los franceses por las grandes lluvias que comenzaron á caer dos días después con tanto ímpetu y continuación, que fuera forzoso levantasen el sitio ó quedase deshecho su ejército.

15 Tomada de esta suerte la plaza, el Conde de Guisa era de pa- recer que se arrasase y llevasen sus materiales á Hendaya, que está en frente, el río en medio, y con' ellos se fabricase otra allí aún más fuerte en territorio de Francia, juzgando que Fuenterrabía en el pues- to donde estaba con mucha facilidad podía en todas ocasiones ser asal- tada por los españoles y dificultosamente socorrida por los franceses si perpetuamente no tenían un ejército poderoso cerca de ella. Mas el Almirante quiso más conservarla en señal de ser conquista su3'a. Y puso en ella tres mil gascones y buen número de navarros de guar- nición y por su gobernador á Jaques Daillón, Señor de Luda, en Au- vernia. Este gran caballero gobernó á Fuenterrabía y la mantuvo con sumo valor en medio de las extremas dificultades y sitio estrecho, que á su tiempo se verá. Teníanla los franceses en nombre del pretenso rey de Navarra, D. Enrique de Labrit, quien logró la fortuna deseada de sus padres y abuelos de tener algún puerto de mar como los tu- vieron los re3^es más antiguos de Navarra hasta D. Sancho el Fuerte, en cuyo tiempo se enajenó Guipúzcoa; pero fué cuando ni él tenía reino ni traza de tenerle. Hecho esto, se volvió el Almirante á Fran- cia, donde presto despidió sus tropas, no teniendo su rey intento de pasar adelante en esta empresa cuando la defensa propia le llamaba con grande precisión á otras partes.

REYES D.JUAN III Y D. CARLOS IV. 423

.=^ V.

I a toma de Fuentarrabía, que tanto celebraron los france- ses, fué por sus malas consecuencias perjudicial en extre- __^_rfaámo, no solamente para ellos, sino también para el bien público. Ardía en este tiempo la guerra entre nuestro rey, el emperador D. Carlos y el rey Francisco más que en otra parte en las fronteras de Flandes y Francia, donde ambos se hallaban con los señores de la más alta calidad de sus reinos. Las llamas que ella le- vantaba más eran para abrasar sus reinos que para esclarecer sus he- chos. De una parte y otra se perdieron y se ganaron muchas plazas. En estas dudas de Marte el Rey de Inglaterra, que más se inclinaba á S. Majestad Imperial viendo el sumo cuidado en que le tenía la nueva guerra de España, se interpuso para el ajuste de la paz. Y á este fin envió sus comisarios á Calés después de tener prevenidos á estos grandes monarcas para que enviasen sus diputados á este tra- tado. Todos concurrieron y trabajaron en él tan dichosamente, que dentro de pocos días se concluyó con lascondiciones siguientes: que el Emperador levantaría el sitio de Tornay: que llamaría del Es- tado de Milán y de otras partes los ejércitos que tenia contra el Rey y que de la misma suerte el Rey de Francia había de retirar los ejércitos que tenía en pié contra el Emperador. Y que si quedaba algnna diferencia entre ellos por ajnstar^ la habían de remitir al juicio del Rey de Inglaterra. Inmediatamente después de este con- cierto llegaron las nuevas de que el almirante Bonivet había tomado á Fuenterrabía: y siendo requerido el Rey de Francia que la volviese al Emperador en consecuencia de este reciente trato, él lo rehusó pi- diendo al contrario, que el Emperador restituyese todo el reino de Navarra á D. Enrique de Labrit. Con esto se rompió la paz con tanta brevedad como se había hecho; y se declaró de nuevo la guerra, que prosiguió con más encono que antes. Y pluguiera á Dios que el Rey, mejor aconsejado, (como dice aquí un historiador francés) hubiera ^^^p'^'^ entregado á Fuenterrabía; pues no podía durar mucho en su poder: y que la paz se hubiera mantenido y asegurado firmemente entre es- tos dos poderosos monarcas y sus armas se hubiesen vuelto contra los infieles, que cada día avanzaban más sus conquistas sobre los cristianos. Lo cual al mismo Príncipe de Bearne le hubiera estado mejor; porque de la equidad y grande justificación del Emperador pudiera esperarlos partidos favorables correspondientes al ánimo que primero tuvo de reintegrarle en su reino.

17 Por el efectose confirmó este justo sentimiento. El Emperador, nuevamente irritado, envió orden á los virreyes para que prontamen- te diesen la providencia necesaria para que el daño no pasase ade- lante. Y ellos sin dilación habían nombrado por capitán general de la provincia de Guipúzcoa á D. Beltrán de la Cueva, caballero de alta calidad 3^ grandes créditos de valor y prudencia en la milicia,

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quien después vino á ser duque de Alburquerque, y ahora hizo en el ejercicio de su cargo las cosas memorables que se dirán á su tiempo. No se contentó S. Majestad solo con esto, sino que al cabo vino á España luego que se vió bien asegurado de la guerra de Flandes: y para expeler mejor de Guipúzcoa á los franceses, les metió con pode- roso ejército la guerra por esta parte en lo interior de sus países. Pe- ro lo que más prueba el empeño con que lo tomó es el haber conve- nido ahora en el consejo que le dieron de acabar de demoler las mu- rallas de las ciudades y villas de Navarra y las fortalezas que habían quedado en pié después de la demolición ejecutada por orden del cardenal Jiménez y las que por mal derruidas se podían restablecer fácilmente. Para esto despachó S. Majestad á 22 de Noviembre de este año una cédula, mandando al Virrey, Conde de Miranda, que las hiciese derribar menos las de la ciudad de Pamplona, las de las villas de Lumbiery Puente la Reina y el castillo de Eslella, que reservaba por justas causas. El Virrey lo ejecutó así.

18 El motivo que el Emperador tuvo quieren decir que fué el te- mor de nuevas rebeliones en Navarra por los muchos que seguían clara y ocultamente al Príncipe de Bearne, teniéndole por sucesor le- gítimo de sus antiguos reyes. Pero, según otros juzgan, másexpuesto quedaba así este reino á nuevas invasiones y conquistas, como se vió en la del general Asparrot, que por esta causa se apoderó de Nava- rra en tan breve tiempo: y nunca la hubiera perdido si en vez de pa- sar adelante, llevado de su loca fantasía, al sitio de Logroño, se hu- biera detenido á reparar y guarnecer de gente, como prudentemente se lo aconsejaban las fortalezas que aún había capaces de esto. Lo cierto es que S. Majestad en este tiempo se hallaba con tantas gue- rras y gastos, que esto le pareció lo mejor en la ocurrencia presente para que no pudiesen hacer pié en Navarra los enemigos: teniendo determinado fabricar de nuevo una fortaleza que valiese por mu- chas. Esta fué la cindadela de Pamplona. De su construcción habla- remos cuando llegue su tiempo, que ciertamente fué mucho después ; aunque Garibay lo tiene por dudoso: y con esta incertidumbre lo re- fiere este año.

19 Lo que desde luego merece apuntarse brevemente es lo suce- dido hasta hoy en consecuencia de esta fortaleza ó gran baluarte que por estaparte de los Pirineos cubre toda la España. Desde que él se levantó no se ha visto en siglo y medio que armas enemigas la hayan acometido por este lado; siendo así que por todas las demás ha sido nuestra España invadida diversas veces por mar y por tierra. Esto sucedió por largo tiempo, aún cuando por carecer de fortificaciones exteriores, que no se fabricaron hasta el nuestro, estaba la ciudadela de Pamplona en mal estado de defensa. Pero después de eso se man- tuvo siempre inviolable, como si solo el respeto la hubiera conserva- do en la integridad de su honor. Aún es más digno de reflexión lo que parece ostensión de una muy singular providencia de Dios, que para sus altos fines quiere que estas dos grandes monarquías, espa- ñola y francesa, vuelvan á su antigua y estrecha amistad. Y es que la

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ciudadela de Pamplona se fabricó principalmente contra los franceses cuyas invasiones contra toda España eran más de temer por esta par- te. Y lo que ha sucedido (como acabamos de ver) es que los france- ses han entrado los primeros con toda paz y buena amistad en dicha ciudadela, que, bien guarnecida por ellos, ha sido una de las más principales causas de la defensa, no solo de Navarra, sino también de toda España para su legítimo dueño el Rey, Nuestro Señor, en la gue- rra más atroz que jamás padeció esta incontrastable monarquía. En pocas líneas procuraremos comprender el último suceso en que ha tenido no poca parte el respeto que se tuvo á esta ciudadela bien guarnecida de franceses: quienes por todo el tiempo que en ella han estado han sido no solo buenos amigos, sino también buenos vecinos por la exacta disciplina y buena conducta de sus cabos. *

20 El ejército enemigo compuesto délas naciones más guerreras de la Europa, y sobremanera orgulloso con la reciente victoria de Zaragoza, después de haber ejecutado muchas impiedades y estra- gos en los lugares abiertos de las fronteras de Navarra, se vino acer- cando á Pamplona con ánimo de sitiarla. Pero, haciendo alto, lo con- sideró mejor: y desconfiando de poder ganar su ciudadela en el buen estado de defensa en que estaba por la guarnición francesa, tomó el partido de retroceder al corazón de España, corazón siempre sano en la fidelidad á su Dios y ásu rey legítimo. Como bien lo mostró ahora, resistiéndose á uno y otro contagio por más convulsiones y acciden- tes penosos que humores tan extraños le causaron. Los más veneno- sos y Je más amargura y dolor fueron los muchos enormes y execra- bles heréticos sacrilegios que, jurídicamente averiguados, se dieron á la estampa para estampar más en los corazones católicos españoles el horror á la herejía. Todo esto dio tiempo para que nuestro rey Felipe Vil, nunca tan animoso como en la mayor de las adversidades, pudiese juntar las reliquias de su ejército, á cuya frente se puso para infundirle nuevo espíritu. Y para que este tuviese mayor aumento de alma y de cuerpo con las tropas que la fidelidad y el valor de sus es- pañoles le suministraba en su marcha, la tomó tan larga, que dio un círculo casi entero á España, hasta llegará coger de espaldas al ene- migo cuando más insolente estaba en la Corte de Madrid y en sus contornos. Aquí fué donde S. Majestad levantó el brazo para casti- gar tantas insolencias: y su ejército descargó en enemigos tantos golpes como consiguió victorias, siguiéndole continuamente en su fu- ga hasta meterle en el último ángulo de España, que es Catalufía, para acabar allí de una vez con tan obstinada rebeldía. Quede esto dicho por lo mucho que para el glorioso, aunque sangriento éxito de esta guerra, pudo importar la ciudadela de Pamplona.

* El principal de ellos como fiobei iiador de la guavnición francesa era IMonsiur Dupout, ca- ballero de una do las úrdenos militares, y por b-us yraudes servicios y méritos condecorado de l;u Itey coa otros muchos iiuestoj. etc.

420 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

.¡5- VI.

v:

'olviendo á tomar el hilo de nuestra narración, no escu-

21 \ I samos decir quede la pérdida de Fuenterrabía se le siguió otro mal incomparablemente mayor que los di- chos al rey Francisco, quien, siendojustamente reconvenido, no qui- so restituir al Emperador esta plaza. Porque S. Majestad Imperial se resintió en extremo de la sinrazón; y no menos el Rey de Inglaterra, ofendido del poco aprecio que el francés había hecho de su media- ción. Por lo cual desde este punto trató el inglés de coligarse decla- radamente y mu}' de veras con el Emperador. Y ambos le hicieron después la guerra más cruel que jamás padeció la Francia. Y aún no fué esto lo que la puso en más peligro, sino una que bien se puede llamar mina secreta, con que estuvo á pique de volar todo su reino. Esta fué: la deserción del Condestable, Duque deBorbón, que desde ahora comenzó á fraguarse, valiéndose el Emperador para traerle á su partido de la buena maña de Adrián de Croy, Conde de Reux: y lo que más hacía al caso de la oportuna disposición del sujeto, porque á esta sazón estaba el Condestable muy quejoso de su rey. Las cau- sas que para esto tenía y lo demás que en esto hubo diremos cuando llegue la conclusión de este importante negocio, en el que se gastó algún tiempo. El fué tan ruidoso en el mundo, que es muy digno de referirse también en la Historia de Navarra, á donde llegó no poca parte de sus influjos. Bástenos ahora haber dicho su principio.

22 No solo trabajaba nuestro Rey el Emperador por este tiempo con la pluma en el gabinete, sino también con la espada en las cam- pañas. Siempre andaba hermanada su prudencia con su valor, y en todas partes resplandecía su vigilancia. Por lo que toca á España, su primer cuidado era poner en buen estado de defensa las fronteras de Navarra y Guipúzcoa y hacer lo posible por echar de Fuenterra- bía al francés. Con este fin envió segunda orden á los virreyes de España, que residían en Burgos, para que viniesen con su Clorte á Vitoria y más de cerca atendiesen al remedio. Esta érala única espi- na que punzaba, no el pié, sino el corazón de este bravo león, que nunca anduvo más suelto en la campaña. Hallábase ahora en persona en la de Flandes, como también el rey Francisco. En ella fueron va- rios los sucesos, aunque mucho más favorables paraS. Majestad Im- perial. En Italia donde obran de acuerdo los ejércitos coligados del Papa y del Emperador y los de Francia y Venecia, todo le sucedía mal al rey Francisco, hasta llegar á perder las mejores plazas del es- tado de Milán y por último la ciudad capital y su castillo. Guiciardi- no, que exactamente escribe esta guerra, atribuye todas estas des- dichas del francés á la negligencia de Lautrec, su general; y Lautrec las podía atribuir á la de su rey, que anduvo muy corto y tardo en socorrerle de dinero, por cuya falta, según refiere él mismo, no gasta- ba en espías lo necesario: y así, no llegó á saber los tratos que el

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS IV, 427

Cardenal de Médicis traía con los suizos. Eran estos el nervio prin- cipal del ejército francés, y sobornados con dinero del Papa, de diez y seis mil que eran, casi todos se pasaron al ejército de S. Santidad. Con que el del francés quedó en número y en fuerzas muy disminuí- do y su general Lautrec, después de grandes pérdidas y desgracias, necesitado á volverse á Francia,

23 Entre tantos infortunios los franceses tuvieron el consuelo de la muerte del papa León X, que era quien más contribuía al gasto de los ejércitos coligados contra ellos en Italia. Corrió voz de que había muerto re])entinamente de gozo por la nueva de la rendición de Mi- lán. El haber muerto luego que tuvo esta noticia pudo dar motivo á este rumor con la glosa h'ancesa; de que, si hubiera sido por la toma de Constantinopla, fuerza muy loable tanta alegría. Guciardino se acerca más á la verdad, diciendo: que la misma noche en que tuvo la nueva de la presa de Milán por la liga le asaltó una fiebre Ijien lige- ra, la cual se malició luego y dentro de pocos días le llevo de este mundo no sin sospecha de veneno. Murió en Roma, siendo de edad de cuarenta y cinco años, once meses veinte y un días, á los ocho años, ocho meses y veinte días de su pontificado. Las medidas que en uno y en otro tenía echadas eran (según parece por sus designios) mucho más dilatadas. Pero la vara con que mide Dios es muy dife- rente que la délos hombres, por más soberanos 3' prudentes que sean.

24 Siguióse la vacante, que duró un mes y siete días. Y en ella fgo fué electo en ausencia por pontífice á 9 de Enero de 1522 el cardenal Adriano, Obispo de Tortosa y Gobernador de los reinos de Castilla, tantas veces nombrado en nuestra Historia. Tuvo la nueva de su elección en Vitoria, donde entonces residía con los virreyes, sus co- legas. Era de edad de setenta y un años y diez meses, habiendo na- cido en Utrech, ciudad principal de Olanda, á 7 de Mayo del año de 1459. No mudó en su asunción el nombre, llamándose Adriano VI, como ni tampoco las costumbres, que siem.pre fueron pías y modes- tas, haciéndolas muy respetables su grande sabiduría. Así mereció dignamente ser maestro del Emperador y la mitra, la púrpura y los demás puestos que por su favor consiguió. Partió de Vitoria el nuevo Pontífice por Navarra, y llegó á Tudela el Miércoles á las nueve de la Memo- mañana, á 2 de Abril de este año, y salió el día siguiente después de['^ *."'• comer para Zaragoza: de donde, prosiguiendo su viaje para embar- ciei Ar- carse, pasó con grande armada á ftalia: y llegando á Roma el Sába-T^Jei^® do 30 de Agosto, fué coronado el día siguiente en la iglesia de San Pedro.

.^. VII.

Por este tiempo así en Navarra como en Guipúzcoa se pcjnía todo cuidado en echar á los franceses de las pla- zas que tenían ocupadas. En Navarra solo le había quedado al Príncipe de Rearne el castillo de Maya, no lejos de Bavo-

428 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

na, perdido en la última retirada del rey D.Juan, su padre, y recupe- rado poco había por el Al mirante de Francia, Bonivet. Este la dejó presidiada de los doscientos caballeros navarros que dijimos, y por su alcaide á D. Jaime Vélez de Medrano, de quien era inseparable D. Luís Vélez, su hijo. Todos ellos eran agramonteses, y estimaron esta retirada dentro de la patria más para mostrar su fidelidad anti- gua que para su descanso. Era continua su fatiga, como también la opresión en que tenían los pueblos circunvecinos de aquellas mon- tañas con las continuas correrías que hacían, no teniendo otro recur- so para su subsistencia.

26 Este era el estado de esta fortaleza cuando el Virrey, Conde de Miranda, obligado de los clamores de aquellos paisanos y de su mis- mo punto por las órdenes que tenía del Emperador y de los virreyes de España, juntó gran número de gente y mucha y buena artillería, y fué á sitiarla. Acompañóle el condestable D. Luís de Beaumont con grande séquito de su parcialidad beaumontesa. Podía extrañarse que quisiese ir á servir de voluntario debajo de otra mano si no fuera por la diversión de coger la caza que dentro estaba encerrada. La plaza fué embestida con gran coraje; pero aún fué mayor el esfuerzo de los agramonteses que estaban dentro. Abierta la brecha, fué tal la biza- rría y arrojo con que los sitiados repelieron los primeros combates, que el Virrey quedó admirado. Y diciéndole el Condestable que no

Garibay tenía por qué, siendo navarros los defensores, entró en mayor cólera y saña: y por más que los prácticos de la tierra le decían que mudase la batería á otra parte más ñaca que ellos le señalaban, hizo punto de proseguir por donde había comenzado sin ser suficiente la brecha. Púdole costar cara su pertinacia, que él llamaba honra; porque en uno de estos combates, á que se hallaba siempre presente para ani- mar á los suyos, quedó herido en un brazo. Pero, no siendo grave la herida, después de su curación volvió con el mismo empeño á su por- fía. Batióse con más rigor la fortaleza: y según dicen algunos, se pu- so fuego á una mina que derribó gran parte de uno de sus cubos: y dándose por allí el asalto, tres veces le ganaron y perdieron los sitia- dores en un mismo día. Según otros, viendo el Virrey la dificultad in- superable de rendir por aquella parte la plaza, desistió de su empeño y mudó sabiamente de parecer y de batería. Púsola contra la parte

Agram. que le decían ser la más fiaca, haciéndola reconocer primero mu}' de propósito: con que presto tuvo el efecto deseado. Porque se abrió una brecha muy capaz y tan baja, que se podía entrar á caballo por ella.

27 Viendo esto el Gobernador, y considerando bien la grande falta de víveres y la mayor de toda esperanza de socorro; y sobre to- do, compadecido de tantos nobles caballeros, cuyas vidas, que mere- cían ser inmortales, quedaban expuestas al vengativo acero beau- montés, trató de capitular; y conviniendo todos en ello, menos su hi- jo D. Luís Vélez, que hizo sus protestas, se rindieron al Virrey, salvas las vidas, por prisioneros de guerra. Mas D. Luís no quiso entregar la espada, sino que se defendió con ella contra todoslos quele querían prender, hasta que, rodeado de ellos, quedó también prisionero. Esta

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entreo;-a se hizo por Junio de este año: y luego sin dilación fué arra- sada aquella fortaleza. Los prisioneros fueron llevados al castillo de Pamplona, siendo uno de ellos el presidente D. Juan de Jaso, Señor Agi-am. de Javier, quien podía temer la última fatalidad por la sincrular fineza m^tor. con que siempre había seguido el partido desús primeros reyes: y "^j""^* así, la previno, escapándose de la prisión con la traza de mudar de vestido, tomando el de una criada que le llevaba la comida, y enga- ñando de esta suerte los guardas que le habían puesto. Túvose por muy prudente su sagacidad; porque luego á los catorce días de pri- sión murieron en ella los dos caballeros Vélez de Medrano, padre é hijo, no sin sospecha de veneno.*

Hn Guipúzcoa corrían las cosas b. este tiempo con va- ria fortuna. Los franceses se mantenían en Fuenterrabía ¡con gran tesón. El Gobernador y Capitán General de la Provincia, I). Beltrán de la Cueva, quede ordinario residía en S. Sebastian, daba las providencias posibles en la falta de medios en que se hallaba. Todo lo suplía la animosidad de los pueblos circun- vecinos á Fuenterrabía, que tenían en perpetuo afán á los franceses de aquel presidio por los continuos salteos en víveres 3' en personas 3' por el freno que tenían puesto á sus correrías. En esto se señalaba mucho el valor de los vecinos de Irún, Uranzu, Oyarzun y Rentería. Sobre su natural osadía 3' odio propio de fronterizos que á los france- ses tenían, 3' ahora con exceso por las vejaciones que padecían, los animaba mucho la ventaja del terreno, todo él montuoso 3' tan sabido de ellos como ignorado de los extranjeros. Por lo cual los presidiarios de Fuenterrabía 3' del castillo de Beobia en las salidas que hacían lo más frecuente era volver con descalabro á sus plazas. No faltaron reencuentros mayores en esta pequeña guerra: y por tal se debe refe- rir y no omitirse uno de ellos, en que los nobles vecinos de 03^arzun fueron vencedores con suma gloria.

29 Residía de asiento en su villa Pedro de Urdanivia, Señor de la Casa de Aranzate, sita en el territorio de Irún. Este gentil hombre, á quien mucho estimaba el capitán general D. Beltrán déla Cueva por ser de los más señalados en la defensa de la patria, había tenido algu- nos años antes un tope mu3' recio con un vecino suyo. Señor de la Casa de Ibarrola, llamado Juan de Aeza, quien, á la verdad, quedó extremamente agraviado. Por vengarse Aeza más á su salvo, se pasó á Francia para tomar allá partido. Habiendo llegado á Bayona, donde entonces residía el Señor de Lautrec, Gobernador de Gascuña, fué muy bien recibido de t?l por el interés que á su rey se le seguía de

Faviu se alarga á docir iiue murierou degollados; pero uo le damos cutero crcdito.

4:^0 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. ÍV.

qué personas de calidai de estas fronteras fuesen á servirle: y en aten- ción á esto le hizo luego capitán de una banda de quinientos gasco- nes. Hallándose, pues, ahora el capitán Aeza con e ^ta gente en Fuente- rrabía, representó á su gobernador, el Conde de Luda, lo mucho que importaba coger al Señor de Aranzate, que tan enemigo era de fran- ceses y tan pernicioso para aquel presidio: y que él, como el más práctico en el país, se encargaría de ello. El Conde de Luda, que con arto dolor suyo estaba noticioso de todo, le dio al punto orden para que lo ejecutase, y tomando bien sus medidas, salió Aeza con su gente una noche de invierno. Encaminóse con gran secreto y silencio á Oyarzun, donde residía su enemigo, estando bien informado de la casa donde moraba. No fué sentido de nadie en su marcha sino de un solo hombre llamado Tompes, dueño de la casería de Urader, que, despertando con el ladrido extraordinario de los perros, saltó de la cama, y saliendo á ver lo que podía ser, fué cogido y llevado mania- tado en medio del escuadrón. Esto fué muy cerca de Oyarzun; y en- trando Aeza en la villa, usó de otra cautela aún más importante, que fué: quitar las lenguas de las campanas de la iglesia, que estaban en el atrio de ella por no estar entonces acabada la torre. Hecho esto, cercó por todas partes la casa de su enemigo Urdanivia: y cuando ya le tenía en las manos, él, que era hombre de grande ánimo y maña, se le escapó de ellas y lo dejó burlado.

30 El efecto fué que el capitán Aeza se retiró sin quererse dete- ner en hacer daño ninguno en la tierra, pero sus soldados con mucho pesar suyo se detuvieron algún tiempo en robar algunas cargas de mercaduría, que con salvoconducto venían de León de Francia á Me- dina del Campo, donde entonces florecía mucho el comercio de Es- paña con las naciones extranjeras. Esto dio lugar á que el Señor de Aranzate, que había quedado escondido en Oyarzun, pudiese juntar gente. Para esto su primera diligencia fué ir á tocar á rebato las cam- panas, acompañado de algunos pocos que se le juntaron. Valiéronse de piedras y otros instrumentos para el repique, en que las mujeres fueron las que más ruido metieron. Así se convocaron brevemente más de doscientos hombres con sus armas que, como se iban juntan- do, seguían en pequeñas tropas ásu capitán Urdanivia, quien se ha- bía adelantado con algunos pocos en alcance del enemigo. Alcanzá- ronle todos juntos al amanecer en número más crecido cerca de Fuénterrabía: y chocaron con él con tanto denuedo, que en menos de media hora que duró la batalla le mataron casi cuatrocientos, hom- bres, haciendo muchos prisioneros. Tompes, á quien los enemigos lle- vaban maniatado, se soltó y fué de los que más estrago hicieron en ellos. Los pocos que se libraron con la fuga no hicieron poco en po- der volver á la plaza con su capitán Aeza, quien tuvo su merecido por haber querido mezclar sus odios y venganzas particulares con las empresas públicas de la guerra.

31 Esta victoria de los nobles vecinos de Oyarzun trajo conse- cuencias muy favorables. Sobre quedar todos los naturales de aquella provincia más animados, lo más importante fué la resolución que los

REYES DOÑA JUANA III. Y D. CARLOS IV. 431

enemigos tomaron de demoler el castillo de Beobia. Parecióles que no hacían poco en mantener la plaza de Fuenterrabía sin ocu- par en este castillo la gente que mucho habían menester dentro de ella. El consejo era prudente en las presentes circunstancias; por que los franceses del Castillo no eran menos apremiados de los paisanos, y estaban escarmentados de una reciente emboscada que les arma- ron: y después de maltratarlos mucho, les hicieron en ella cantidad de prisioneros. Pareciéndole pues, á Monsiur de Luda y no menos al capitán Beaufils, Alcaide de este castillo, que no se podía conservar en su poder por largo tiempo, y que era mucha la costa que su rey hacía en mantenerla, convinieron en que se derribase. Pero esto fué acarrear mayores males por evitar los menores. La traza que se tomó fué derribarla con fuego socavando primero los cimientos. Todo que- dó á cargo del capitán Beaufils, quien no dejó acercarse á ninguno de la tierra porque no fuesen sentidos los que picaban los cimientos. Como los iban picando, iban recibiendo con gruesos maderos las murallas para que, quedando sostenidas en ellos y saliendo la gente, se les diese fuego con pólvora y toda la fábrica con sus tres cubos cayese de golpe. A este mismo tiempo fueron sacando la artillería y las otras municiones con todo secreto, y las iban poniendo en la pla- za cercana de Fuenterrabía.

32 Todo corría á su muy satisfacción cuando sucedió que un arti- 11er francés del mismo castillo, natural de Liborne, cerca de Burdeos, llamado por lo alto de su estatura ¿Z Gran Juan^vino á tener con un soldado cierta pendencia, que le obligó á escaparse del castillo: y por ponerse más en salvo, avisó á D. Luís de la Cueva, hermano del Ca- pitán General de lo que pasaba. Este dio noticia de ello á su hermano, quien, informándose bien de todo y hallando ser cierto, acudió al punto al remedio con la primera gente que pudo juntar. Valióle la di- ligencia. Porque llegó á tiempo que los franceses, sacada la artille- ría y municiones, acababan de salir del castillo dejando mechas en- cendidas y barriles de pólvora con mucho artificio para volarle. Las mechas se quitaron prontamente y cesó el peligro. El general D. Bel- trán reparó sin dilación los cimientos socavados del castillo. Y pues- to todo él en buena forma, dejó por alcaide al capitán Ochoa de Asua con cien soldados, todos ellos jubilados; y por su experiencia y buen seso muy capaces para la dirección de la gente de la tierra, en quien sobradamente se hallaba el número y el brío. Así cobraron los españoles el castillo de Beobia de poder de los franceses, cuyo fin ha- bía sido que no fuese de servicio ni á unos ni á otros. Mas con este suceso vino á ser de sumo detrimento para ellos.

33 Muy presto lo echaron de ver: y arrepentidos de lo hecho, tra- taron de que volviese á su poder. Con este fin y el de pasar adelante quemando y talando la tierra de Guipúzcoa, se juntaron milhombres en la fronteriza provincia de Labort, convocados por los señores de las Casas de Ortubia y Semper, que son las más principales de pa- rientes mayores de aquella tierra, cuya gente está justamente reputa- da por una de las más belicosas que tiene la Francia. Juntóseles una

432 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

coronelia de siete banderas de alemanes, todos ellos soldados viejos qne tiempo había militaban á sueldo del Rey de Francia. Es muy creí- ble que eran de los lanskenetes que se hallaron en la toma de Fuen- terrabía: y según parece, llegaban ahora al número de tres mil y qui- nientos, constando de quinientos cada bandera, que, unidos á los franceses, formaban un cuerpo muy considerable. La vanguardia traían los franceses conducidos de los señores de Ortubia y Semper y de otros nobles caballeros de aquel país, que, como prácticos en él, eran más á propósito. Así vinieron marchando en toda buena orde- nanza: y echando en el río Bidasoa dos barcas grandes (de las que llaman gabarras) para pasar la artillería gruesa con que se había de batir el castillo, tentaron el vado. Mas fueron repelidos principalmen- te por la artillería del castillo y su gente veterana, concurriendo tam- bién los vecinos de Irún y su tierra, que les defendieron el paso con grande valor, señalándose mucho la buena conducta del alcaide Ochoa de Asua en este día, que fué Sábado 28 de Junio de este año de 1522. Caiíbay 34 Ahora conocicron más los franceses el grave yerro que co- metieron en querer abandonar este castillo: y aún por eso los que ve- nían á recuperarle no desistieron de su empresa. Viendo ellos la insu- perable dificultad de vadear por esta parte el río, retrocedieron con intento de buscar otro vado más fácil. Con efecto le hallaron, suljien - do río arriba: y dejando la artillería gruesa en pequeño pueblo de Bi- riatu, por ser imposible llevarla después por la aspereza de los mon- tes, pasaron el Bidasoa sin oposición alguna. Hallábanse á este tiem- en Irún dos capitanes de la misma tierra, que eran Juan Pérez de Az- cue y Miguel de Ambulodi, soldados de valor y experiencia, á cuyo cargo estaba entretener y conducir cada uno de ellos á sueldo del límperador cuatrocientos hombres de las milicias del país. Al punto que ellos supieron cómo los Iranceses habían pasado el vado con par- te de su artillería, viendo el peligro en que se ponía el castillo de Beobia, y consiguientemente toda la tierra, por el ánimo con que el enemigo venía de quemarla y talarla toda, resolvieron ir con su gen- te al encuentro. Pero les parecióque erabien darprimerocuenta al Ca- pitán General. VA, que era señor de gran valor, pero de mucha consi- deración y prudencia, puso al principio sus dificultades bien funda- das por la poca gente arreglada y veterana que tenía, que aún no llega - ba á dos mil hombres, de los cuales era forzoso dejar buena parte para la defensa de S. Sebastian y otros puestos importantes cuando el ene- migo venía con tres mil y quinientos alemanes, todos ellos gente muy escogida y experimentada. Mas al cabo hubo de condescender alas instancias de los capitanes Azcue y Ambulodi y al mucho ánimo que veía en la gente de su conducta y las demás del país.

35 Resuelto, pues, el general D. Beltrán, salió de Rentería con la mayor parte de su gente y cosa de ciento y cincuenta hombres de á caballo, entrando en este número veinte y cuatro ginetes que Ruy Díaz de Rojas tenía en Irún: y llegando á Oyarzun, después de nue- va consulta tomó el camino de la Sierra, rodeando más de una legua

REYES DONA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 433

con buenas guías por donde seguramente podía marchar, y, cogiendo de espaldas á los enemigos, dar sin sentir sobre ellos. para este tiempo se le habían agregado los dos capitanes Azcue y Ambulodi con sus escuadrones y la otra gente de la tierra de Irún, Oyarzun y Ren- tería, que todos juntos serían más de rail y quinientos hombres: sien- do bien otros tantos los que había traído el Capitán General. Al ano- checer comenzaron todos á marchar en buen orden v con gran silen- cio. Para que este fuese cumplido, ordenó el Capitán General que atasen las lenguas á los caballos, queriendo evitar así sus relinchos. Fué consejo que le dio un viejo paisano, y él lo tomó con agrado, pedro considerando su acierto, y que un rústico sencillo puede ser mejor ^^^^^^^ consejero que un cortesano discreto si es presumido ó apasionado. De otra traza se valió también, que aún importó más para engañar al enemigo. Ordenó que al tiempo de su marcha por la montaña an- duviese mucha gente con teas encendidas (de las que se usan en la tierra para caminar de noche) por el camino real 3' más trillado con el fin de que los enemigos entendiesen que por allí se caminaba con- tra ellos. L)e esto se encargó Mossén Pedro de Irízar, clérigo, vecino de Rentería, á quien tocaba cuidar de los bastimentos. Y habiendo comprado aquella tarde hasta cuatrocientas teas, las repartió entre la gente moza de ambos sexos y se empleó muy á propósito toda aquella noche en ocultar con sus luces al enemigo el camino que lle- vaba nuestra gente. Fué tan útil este ardid, que los mismos enemi- gos confesaron después que todo su recelo era por la parte de Irún y no por lo alto de la montaña, de donde les vino el daño.

36 Con estas industrias pudo caminar muya su salvo, sin ser sen- tido, el Capitán General con su campo volante. Y haciendo alto en Saroya de Aguiñaga, dio orden á los capitanes Azcue, y Ambulodi, que con sus gentes y alguna caballería pasasen adelante con la obs- curidad de la noche á reconocer á los labortanos conducidos por los señores de Ortubia y de Semper, que estaban á un cuarto de legua de allí, en lo alto de la montaña. Ellos, que sintieron la respiración de los caballos fuerte por llevar atadas las lenguas y el estruendo ma- yor de sus pies en camino pedregoso, creyeron que á tal hora (sería la media noche) y en sitio tan fragoso y alto eran mucho más nume- rosos los enemigos que venían á dar sobre ellos, ó que había traición: con que el espanto sofocó su natural valor y se pusieron en fuga. En ella fueron muy pocos los muertos. Los prisioneros, que fueron más, no pasaron de treinta. Uno de ellos fué el Señor de Semper, quien, no pudiendo detener á los suyos, se metió en un barranco de difícil salida, donde fué cogido por un arriero de Irún y dos compañeros que con él iban. Y siendo muy conocido suyo, lo llevó á su casa, en la cual le tuvo escondido, habiendo concertado el rescate en quinien- tos escudos. Pero, habiendo tenido noticia el General, lo sacó de su poder para cangearle con D. Enrique Enríquez, prisionero en Fran- cia: quedando así mejor librado el Señor de Semper y el arriero bur- lado con solos cincuenta, que por mucha gracia le dieron por el gas- to de la posada.

i^ fOMU VII

"434 LIÜRO XÍ4XVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV. j

37 Aún fué mayor la desventura de los alemanes, con ser su pro- ceder muy distinto. No era de sentir el general D. Beltrán que fuesen acometidos hasta reconocerlos mejor en habiendo amanecido. Mas hubo devenir en ello, diciéndole el capitán Ambulodi que él iría lue- go á reconocerlos con sus cuatrocientos hombres, quedando lo res- tante del campo en lo alto déla sierra, á donde después déla fuga de los franceses había subido y tomado allí puesto junto á la piedra que llaman de Aldabe. Con este orden, siendo aún muy de noche, co- menzó Ambulodi á bajar la montaña, y, matando á los centinelas, dio de improviso sobre los alemanes. Hizo en ellos gran matanza ei la primera descarga por estar del todo desimaginados áe poder ser por aquella parte acometidos. Mas ellos, sin perder ánimo, tomaron las armas, y, haciendo frente en el mejor orden que permitía el sitio, comenzaron á subir la sierra contra los guipuzcoanos, pareciéndoles que no había más gente que ellos. Estos, que no deseaban otra cosa, se fueron retirando para más empeñar á los alemanes y cogerlos en la red después de bien fatigados del trabajo de subir, intolerable para cuerpos tan grandes y pesados como son los suyos. Así sucedió. Los alemanes, quebrantados de la aspereza de la cuesta, y no pocos de ellos mal heridos de los. que, sin cesar de tirarles, fingían la retirada, cuando ya estaban cerca de la cumbre, fueron repentinamente aco- metidos de toda la gente española con que el general 1). Beltrán los aguardaba; y sobre estar recientemente escuadronada, era casi igual en número á la suya. A la primera carga fué muerto el Señor de San Martín, caballero ilustre, '^ que venía el primero guiando á los ale- manes y animándolos en su lengua tudesca. También cayD muerto un alférez alemán, que con gran denuedo venía á su lado con su bande- ra alzada. Después de eso los que á ellos se seguían sin caer de ánimo continuaban la marcha. Pero los de su retaguardia, reconociendo la caballería que había en lo alto y que los franceses habían huido, vol- vieron las espaldas y todos los demás siguieron su ejemplo. El estra- go que en ellos hicieron los españoles fué tal, que, para cuando ba- jaron á lo llano del camino real, donde tenían su alojamiento, ya ha- bían parecido pasados de dos mil y quinientos, parte por armas y parte ahogados en el río Bidasoa, queriendo escaparse por vados igno- rados á Francia. Uno de los muertos fué su coronel, cuyo nombre se ignora. Aunque se sabe que murió con honra, cuando más ocupado andaba en detener á los suyos.

38 Los que quedaron con vida, aunque muchos de ellos mal heri- dos, volvieron con mucha honra por el crédito de su nación. Serían poco más de setecientos: y con grande industria y ánimo se ordena- ron muy cerca del castillo de Beobia en un escuadrón tan cerrado, que no había modo de romperlos. Así se mantuvieron algún tiempo sin que la artillería del castillo, cuyos golpes recibían á cuerpo descu-

* Garibay dice que era de Navarra; pero coa la iaconsecueucia de decir después que vinie- rou por su cuorjio para llevarlo A Fraucia, que era su tierra.

REYES DOXA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 435

bierto, faese bastante para aterrarlos. En esto daban bien á entender que si de noche habían sido ovejas en los montes, de día eran leones en la campaña. Últimamente: fué menester que el general D. Beltrán en persona, haciendo oficio de soldado, los rompiese con la poca ca- ballería que tenía sin valerles la valerosa resistencia que le hicieron. Así echó el sello á la victoria. Y quedando todos ellos prisioneros su- yos, los mandó aposentar y curar con todo cuidado á los heridos y enterrar con la decencia posible á todos los alemanes que antes fueron muertos en el combate primero. Divulgóse la noticia de estos hechos por el mundo. Y el papa Adriano hizo tanta estimación de los alema- nes prisioneros, que se los pidió por gracia á D. Beltrán para guar- dia de su persona. Y él lo ejecutó así con mucha galantería, enviándo- seios luego á Roma.

39 Esta victoria, que sin duda fue muy señalada, no tanto por el número de los conbatientes de una parte y otra, que fué corto, como por la industria y valor de los vencedores, se llamó de San Marcial; por haber sido el combate á 30 de Junio de este año día de San Mar- Garibay cial. Apóstol de Guiena: y fué el mismo, en que un año antes per- dieron los franceses la batalla de Noáin en Navarra. Debióse el buen suceso muy principalmente á la animosidad y valentía de los nobles guipuzcoanos, como también á las tropas arregladas de nuestro Rey el Emperador, y sobre todo, á la sabia conducta de su capitán gene- ral 1). Beltrán de la Cueva, quien en esta ocasión antes de la victoria procedió con la reserva y precaución que se ha visto: y después de- tuvo con la misma el ímjjetu de los que querían pasar adelante, ha- ciendo una entrada en Erancia por asomar alguna poca gente en su orilla. Como sino pudiera ser fraude para traerlos á cualquiera em- boscada los labortanos, que, vueltos en sí, querían volver por su hon- ra perdida. Todo lo previno la prudencia del General, como quien bien sabía que los animosos en las empresas difíciles y arriesgadas más necesitaban de freno c^ue de espuela. A esto se debe atribuir des- pués de Dios, que es el dueño de la muerte y de la vida, la maravilla de que en un combate tan sangriento, en que tantos enemigos fueron muertos, solo se sabe que muriesen dos españoles; y de estos ningu- no por armas enemigas, porque al uno mataron los mismos españo- les, juzgando que era alemán por traer vestido de uno de sus muertos y el otro, que murió ahogado en el río por habérsele desbocado el caballo. Solo uno quedó herido de los enemigos, que solo acertaron este balazo, despedazando con él la lengua á un soldado castellano, el mayor hablador y el más escandaloso jurador y blasfemo que se conocía en los ejércitos: y así, se atribuyó á justo castigo del cielo. Después de haber cumplido D. Beltrán tan exacta- mente con su cargo de capitán y soldado, se mostró gran cortesano, ensalzando con muchas expresiones de gratitud á los guipuzcoanos que más habían contribuido al buen suceso: y muy singularmente á los dos capitanes Azcue y Ambulodi. Y para que todo lo coronase la piedad y quedase perpetua memoria de tan insigne victoria, comen- zó en el lugar mismo donde fué lo más recio del combate la fábrica

436 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

de la ermita que hoy se ve acabada después por los de Irún y con- sagrada á San Marcial, en cuyo día se consiguió tan glorioso triunfo.

40 Los buenos sucesos fueron continuando en Guipúzcoa por la mayor audacia que cobraron los naturales. El Conde de Luda, Go- bernador de Fuenterrabía, era de ellos tan molestado, que le mata- ban en las garitas los soldados que hacían la guardia. Por lo cual pidió á su rey nueva gente de guarnición para suplemento de la mu- cha que le iba faltando. Envióle mil gascones y por su comandan-

Garibay te á Monsiur Ghanfarrón, de la misma nación, que con ellos estaba en el presidio de Bayona. Era soldado viejo y bien acreditado de valien- te. Pasó por Noviembre de este año por mar á Fuenterrabía: y al día siguiente, viendo de las murallas el pueblo de Irún y sus vecinos, que por ser Domingo eran más frecuentes en las calles, preguntó con desprecio de ellos á Monsiur de Luda si era aquel el lugar y aquella la gente de quien tantas extorsiones y daños recibían los fran- ceses de Fuenterrabía. Y respondiéndole, que, aunque los veía en aquel traje rústico y en número tan corto, le hacía saber que al prin- cipio entraban solos cuatro ó seis de ellos en las escaramuzas; pero que después se juntaban á centenares y hacían cosas muy hazaño- sas. Por lo cual era menester proceder con mucho tiento con ellos. Muy poca fuerza le hizo á Ghanfarrón esta saludable advertencia: y así se sucedió. Porque, insistiendo en que él con su gente se prefería á quemar el día siguiente aquel lugar, Monsiur de Luda, por no mos- trar pusilanimidad, vino en ello, diciéndole que él le ayudaría con quinientos hombres á esta empresa.

41 Gon efecto: salió el arrogante capitán con sus mil hombres para Irún por el camino déla ribera y Monsiur de Luda con quinientos por el de la parte de la montaña. Esto fué el Lunes á las 10 de la maña- na, cuando el capitán Azcué estaba acechando con seis soldados á dos tiros de mosquete de Fuenterrabía, detrás de una casa, con el de- seo de hacer (como otras veces) alguna presa de franceses. Y al punto que los vio salir envió á toda diligencia á apellidar las gentes de Irún, donde se hallaba Ruiz Díaz de Rojas con veinte y cuatro ca- ballos ginetes: y al mismo tiempo envió otros para convocar las mi- licias de Irún y Rentería. El capitán francés, después de haber orde- nado su escuadrón de mil hombres, se puso al frente de ellos y con su pica al hombro comenzó á marcharen muy buena orden á Irún. Al llegar aun riachuelo cercano reconoció gente ala orilla de en- frente. Era el capitán Azcue que con sus seis soldados se había pues- to allí para espiarle. Mas el soberbio capitán, que debiera proseguir para hacer mejor su hecho, se detuvo vanamente á preguntar quiénes eran, añadiendo: que si entre ellos había algún gentil-hombre que cuerpo á cuerpo quisiese combatir con él, podía pasar libremente el rio. Azcue, que era tan cuerdo como Ghanfarrón era loco, aceptó co- mo hidalgo el desafío; pero le entretuvo en demandas y respuestas sobre quién había de ser el que debía pasar y también sobre otras condiciones del duelo.

42 En esto se gastó tanto tiempo, que Ruiz Díaz de Rojas tuvo

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lugar para llegar con SUS veinte y cuatro ginetes, siguiéndole las gentes de la tierra, que á toda prisa se iban juntando. Y pasando re- sueltamente el riachuelo, fué grande el asombro del capitán Chan- farrón y de sus gascones al ver que era cierto lo que de estas gen- tes poco antes les habían dicho y ellos no habían creído. Después de todo, se tuvieron firmes 3' comenzaron el combate. Mas. viendo que las milicias de Oyarzun y Rentería estaban también sobre ellos tomáronla fuga con toda apresuración. El capitán Azcue, que tenía, puesta la mira en Monsiur Chanfarrón, lo fué siguiendo, y, alcanzán- dole, le dio en el hombro izquierdo una tan fuerte cuchillada con su alfange, que le abrió el cuerpo hasta más abajo de la cintura, de que ca3'ó casi muerto en un lodazal. En esto vinieron á parar las fan- farrias de este hombre soberbio. Allí le dejó Azcue por ir siguiendo con los demás el alcance, cuando Monsiur de Luda reconoció ser perdida la gente de Chanfarrón y la mala traza de poderla socorrer, volvió con la suya á Fuenterrabía: y dio la providencia conveniente para que no entrasen los vencedores en la plaza mezclados con los vencidos, á quienes venían siguiendo. Fueron muertos en este reen- cuentro trescientos franceses y presos hasta cuatrocientos. Con estos y su capitán Chanfarrón volvieron á Irún los guipuzcoanos vence- dores aquella tarde al ponerse el sol. El capitán, que tuvo el castigo merecido de su temeridad y soberbia, venía mortalmente herido; y y así, falleció el día siguiente al amanecer. No tuvo parte en todo es- te hecho el general D. Luís de la Cueva, que por hallarse en San Sebastian no dio lugar la brevedad con que se ejecutó para avisarle á tiempo.

43 Debióse tan feliz suceso muy principalmente á la solicitud y valor del capitán Azcue, quien muy presto pagó también la pena de sus nimiedades en la persecución de los franceses. Era tal su extremo en esto, que aún de noche procuraba molestar á los pre- sidiarios de Fuenterrabía, matando los centinelas y guardias de las murallas. Yendo, pues, una noche al foso de Fuenterrabía á esta su caza de espera, mandó á un soldado de su compañía que tirase con la escopeta á un francés que estaba de guardia en la muralla; y al tiempo de dispararla, por la mucha obscuridad se le puso delante el capitán, y, atravesándole la cabeza con la bala, cayó muerto instan- táneamente en el foso. Y causó gran lástima una muerte tan desas- trosa. Su compañía fué provista en Sancho de Alquiza, su alférez, natural también de Fuenterrabía, quien dio su bandera á un hermano suyo, Uamrdo Juan de Alquiza. Ambos hicieron cosas muy hazaño- sas en varios reencuentros que después hubo •con los franceses de Fuenterrabía; aunque notan considerables }- dignos de referirse co- mo los que están dichos por haberlos hecho más cautos su propio peligro.

438 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA GAP. V.

CAPITULO V.

I, GüEBBA DE Italia y toma de Gknova. II. Viene el Emperador á España y pasa á su SERVICIO EL Duque de Borbóm, por cjuk causas y en quk circustancias. III. Sitio de Fuente- RRABiA. IV. Venida del Emperador á Navarra, muerte de Adriano VI, Á quien sucede el car- denal Julio de Mkdicis y varias cosas de la guerra d;í la frontera de Guipúzcoa y Aragón. V. Segundo sitio de Fuentekrabia y resultas de kl. VI, Juramento de los navarros al Em- perador Y estado felíz de Navarra debajo de su obediencia.

rande fué la satisfacción que el Emperador tuvo de la f^ I fl -«-fidelidad y valor de sus es pañoles en Guipúzcoa. Pero

conociendo bien que era menester fuerza mayor para echar de España á los franceses y la mucha falta que en estos reinos hacía su presencia, como bien escarm entado por la guerra civil de los Comuneros^ trató de restituirse á ellos con teda la brevedad posi- ble. La co3'untura era favorable; porque en Flandes se había juntado á su ejército otro muy poderoso, que era el de Enrique VIH, Rey de Inglaterra, quien con todo empeño quería vengar la injuria que de- cía haberle hecho el fran cés no queriendo estar (según lo pactado á su arbitraje en el punto de la restitución de Fuenterrabía. En Italia aún corría de parte del Emperador más favorable la guerra, yendo de mal en peor para el rey Francisco, quien trataba de pasar allá en persona con grandes fuerzas para detener corriente tan precipitada de desgracias, cuando el Emperador no podía esperar sino nuevas victorias teniendo por su general al famoso Marqués de Pescara, co- mo las tuvo con efecto. Solo referiremos una de ellas, que fué la sor- presa de Genova, por acercarse más á nuesto propósito.

2 Esta ciudad estaba divida en dos parcialidades, délas cuales una era de los fíeseos, adornos y espinólas que seguían al Emperador y la otra de los fregosos y dorias, que seguían al Rey de Francia. Mas en este tiempo la desventura de los fanceses era tal, que sus amigos eran los mas flacos de la ciudad, y hasta los ciudadanos de su partido se inclinaban más á los imperiales que no á ellos por no tratarlos con la suavidad que solían en el reinado antecedente de Luís XII. Viendo esto el Marqués de Pescara, formó el designio de apoderarse de Genova: y los franceses, que lo columbraron, dieron aviso á su rey por la posta. El rey Francisco ordenó que á teda dili- gencia se adelantase el general Pedro Navarro con doscientos hom- bres y le siguiese Claudio, Duque de Longavilla, con cuatrocientos hombres de armas y seis mil infantes para socorrer á Genova en caso de ser sitiada. Mas antes que pudiesen llegar se había pre- sentado el Marqués con su ejército delante de ella y hecho notificar á sus vecinos que se pusiesen todos no solo á la protección, sino tam- bián ala obediencia del Emperador, rindiendo luego la ciudad. No fué menester más para que ellos pidiesen capitular.

REYES DOÑA JUANA 111 Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 439

3 Mas cuando de una 3^ otra parte se estaba trabajando en la ca- pitulación sucedió que algunos españoles repararon en una brecha que de los sitios pasados había quedado mal cerrada por donde fá- cilmente se podía entrar en la ciudad: y luego lo ejecutaron sin difi- cultad alguna, siendo seguidos de todo el ejército. Así se apoderaron de ella sm más resistencia que la de Pedro Navarro. Había llegado este desgraciado capitán á Genova la noche antes con solos sus dos- cientos hombres sin haber apariencia de que pudiese llegar á tiem- po con su gente el Duque de Longavilla. Púsose con ellos en medio de la plaza mayor esperando que los vecinos acudiesen á él por su propia defensa. Pero, aturdidos ellos con un accidente tan inopina- do, no trataron de volver por sí, defendiendo sus casas y sus hacien- das. Con que Navarro se vio totalmente desamparado y expuesto al furor de todo un ejército, que nada deseaba tanto como haberle á las manos. Rodeáronle por todas partes: y combatiendo por largo rato con sumo valor y destreza, se tuvo firme hasta que, oprimido de la innumerable gente que sobre él cargó, vino á quedar por prisio- nero de guerra. El hizo en Gérova su fortuna y vino á perderla en Genova; aunque quedando siempre y en todas partes su reputación con ganancia. Consiguientemente esta ciudad, la más opulenta de Ita- lia, fué saqueada por los imperiales, quienes en ellahaharon riquezas inestimables fuera de los rescates de sus vecinos, de que se sacaron sumas inniensas, empleándolas el Marqués en los gastos de la guerra.

§■ II.

lOr las ra/.ones que quedan dichas vino con efecto el Emperador á España. Para esto tenía prevenida en los puertos de Flandes una poderosa armada con muchas y muy escogidas tropas de desembarco. Llegó felizmente con ella al puerto de Santander á de Julio de este año. Y según refieren los historiadores más fidedignos, ordenó que la mayor parte de sus tropas, traídas recientemente á España, se fuesen arrimando á Fran- cia por la frontera de Guipúzcoa, teniendo el gobierno de ellas el Condestable de Castilla, D. Iñigo Fernández de Velasco, cuyo cargo de virrey supremo de los reinos de Castilla en compañía del Almi- rante había fenecido con la venida de S. Majestad. El fin era (según se vio después por los efectos) poner sitio á Fuenterrabía y esperar de cerca á las resultas del tratado que dejaba pendiente con el Du- que de Borbón en Francia. Entre tanto S. Majestad estuvo bien ocu- pado en visitar sus reinos de Castilla y serenar del todo las resultas de la tempestad pasada délos Connineros.

5 Entre los otros señores (¡ue ahora trajo S. Majestad á España uno fué l'iliberto de Charón, Príncipe de Orange, quien por causa bien ligera, como se dijo, había dejado la obediencia de su rey, En est pasándose á la del Emperador: y lo mismo se esperaba del Duque l^^.^- de Borbón, que las tenía más graves; aunque ninguna puede ser car» 2X

440 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

bastante para rebelarse un vasallo por más sublime que sea contra su legitimo rey. Las que el Duque tenía para estar quejoso del rey l^rancisco venían á ser: que muchas veces no era llamado por élá a sus consejos secretos, llamando siempre á ellos al almirante Bonivet, con serle tan inferior en dignidad y en nacimiento Lo cual el atribuía á desconfianza que de él tenía el Rey por lasinstio-a- cíones de su madre Luisa de Saboya: que le hubiese impedido el la- samiento con Renata, hermana de la reina Claudia, con ser así que esta lo deseaba mucho. Mas la misma Luisa, madre del Rey, lo bara- jo para casarla cinco años después con Hércules de Este, primoo-éni- to del Duque de Ferrara: que el año antes en esta guerra con efEm- perador, haciendo el Rey en Flandes la campaña, había dado la con- ducta de la vanguardia de su ejército al Duque de Alensón; aunque esta prerrogativa le pertenecía al Duque de Borbón como á condes- table: y el Duque de Alensón, aunque más cercano en la sancrre Real y casado con Margarita, hermana del Rey, era un príncipe sin expe- riencia ninguna en la milicia.

6 Pero la principal causa y la más sensible para el Duque de Borbon fué el pleito que le puso el procurador general del parlamen- to de i aris en nombre del Rey por Luisa, su madre, de quien proce- día el derecho contencioso, que no era menos que álos Estados más principales que el Duque poseía por el derecho de sucesión la heren- cia de madama Susana de Borbón, su mujer y parienta, de quien es- taba viudo: y Luisa, animada de los consejos del Canciller de Prat enemigo declarado del Duque, y más de su propio rencor, lo seo-uía con mas rabia que razón. La causa de mirar Luisa ahora con tan ma- los OJOS al Duque nacía de los demasiadamente buenos con que poco antes le había mirado. El caso fué: que, estando viudo el Duque, ella había deseado ardientemente volverse á casar con él; y por esto ha- bía impedido su matrimonio con Renata de Francia. Mas el Duque considerándola desproporción de la edad, (porque él no tenía más ^^emta y cuatro años, y ella tenía muy cerca de cincuenta) nun- ca pudo doblar su afición á este partido. Fuera de que sus humores ni sus costumbres no le agradaban nada. Ella, pues, viéndose dese- chada del Duque, no le pudo ver más: pasando la locura de su amor (como es propio de las mujeres desdeñadas) al furor de un extremo aborrecimiento. Desde este punto jamás cesó de emplear toda su au- toridad y toda suerte de trazas y artificios en la ruina de este Príncipe 7 Carlos, pues, desconfiado de que le valiese el buen derecho que tema en oposición de la autoridad de Luisa, madre del Rev que todo lo podía en Francia; y no menos de las mañas del Canciller que había nombrado los jueces que quiso para su pleito, entró en tal desesperación de salir con él, que tuvo sus tratos secretos con el Em- perador por medio de Adrián de Groy, Conde de Reux, y del Señor de Lurcí contra el rey Francisco, su pariente y benefactor y contra la rrancia,su patria. Cuicciardino y otros escritores afirman que el Rev de Inglaterra era también de esta conspiración. Las principales con- diciones de ella eran: que el Duque de Borbón se había de caw con

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 44I

la infanta Doña Leonor, hermana del Emperador y viuda del rey D. Manuel de Portugal: que todos juntos habían de desposeerá Fran- cisco de su reino: y que el Duque había de ser establecido por rey en su lugar: que, mediando esto, él había de ceder y dar la Norman- dia y la Guiena al inglés y la Borgoña y el Artois al Emperador, á cuyo favor había de renunciar también todos los derechos que los reyes de Francia pretendían tener en Italia. Esto supuesto, el desig- nio del Duque era juntarse á los imperiales y hacer la guerra en Fran- cia luego que el Rey, que estaba á punto de pasar los Alpes, estu- viese más metido y embarazado en la guerra de Milán. Y para jugar más á lo seguro esta pieza y no verse obligado á seguir á su rey cuando estese disponía para su jornada de Milán, se fingió enfermo, y como tal se retiró á su villa de Moulins.

8 Estos sus procedimientos no pudieron ser tan secretos, que no tuviese el Rey varios avisos de lo que pasaba. Con todo eso, por no tenerlo averiguado con toda claridad, no quiso S. Majestad hacer prender á un príncipe de tanta consideración sin pruebas manifiestas; sino que antes bien con una paternal indulgencia trató de reducirle á su deber por una exhortación amigable. Para esto fué en persona á visitarle, habiendo tenido noticia de su enfermedad, la cual el Duque supo fingir aún más diestramente en su presencia. El Rey deseaba abrirle su pecho con el fin de descubrir el del Duque por su propia confesión. Y así, dicen que le habló en estos términos. » Primo: el cor- »dial afecto que siempre os he tenido, así por la cercanía de la san- »gre que los dos tenemos, como por la consideración de vusstro va- »lor y mérito, me oljliga á declararos francamente cómo he tenido niviso de buena parte de los tratados secretos que tenéis por medio »del Conde de Reux para dejar mi servicio y hacer bancarrota de »vuestro honor, conspirándoos con mis enemigos y de mi reino. Este »designio, que no puede caer sino en una alma desesperada y de ré- »probo sentido, me parece tan execrable, que mi entendimiento lo »sacude con horror, mi corazón le cierra la puerta de golpe con so- »bresaltoy mi imaginación lo concibe como un sueño. Fl motivo que »me han dicho me parece tan ligero, que no me puedo presuadir á »que'vos en él hayáis puesto el fundamento de un proyecto tan «monstruoso y horrible. Porque el fundarle sobre el suceso incierto »de un pleito que tenéis contra mi procurador general y contra mi » madre, sería nimia flaqueza para un cerebro tan firme como es el »vuestro. Fuera de que, si vos le ganáis, quedaréis muy lejos de toda » materia de temor y de queja: y si le perdéis. Yo tengo el poder y »la voluntad de daros todo cuanto por la sentencia no os fuere ad- ->judicado: y así, os lo juro á de caballero, {este era el juramento ■!>de este Rey) que lo haré de buen corazón. Y sabed: que si no os »he cedido y no os cedo desde luego mis derechos y pretensiones, es »porque podrías creer que Yo no os daba sino lo que era vuestro. Y »si tenéis algún otro motivo de descontento, decídmelo; (porque Yo »no ninguno) y de la misma suerte os juro también y prometo de »daros sobre ello toda la .satisfacción que podéis desear. Siendo e.sto

442 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

»así: tened buen ánimo, consolaos. Y si habéis dado oídos á las daño- »sas sugestiones de los que buscan vuestra perdición en los desórde- ■♦nes de la Francia, no paséis adelante; que Yo os aseguro que tam- »poco pasaré á más averiguaciones, contentándome para total se- »guridad con vuestra sencilla confesión.

9 Esta gran franqueza y testimonio de la dignación y clemencia del Rey convenció de tal manera al Duque, que le arrancó la siguien- te respuesta, pronunciada con mucha flaqueza de voz para encubrir mejor no menos la salud de su cuerpo que la enfermedad de su alma. »Señor: yo quedo infinitamente reconocido á las nuevas obligacio- »nes en que sobre tantas otras me pone V. M.,}^ singularmente al ho- >nor que recibo de su visita como exceso grande de sus favores or- »dinarios. Y pues se digna de hacerme la gracia de hablarme á ce- rrazón abierto, yo le quiero también abrir el mío sobre el fundamen- »to desús avisos paternales. Confieso, pues, ingenuamente á V. M. »que he sido solicitado por el Conde de Reux á lomar el partido del » Emperador. Mas debo decir que no he querido darle oídos, recono- »ciendo bien el horror de un crimen tan detestable y el bajamiento >de mi honor además de la mancha de mi alma. Confieso también á »V. M. que no tengo otro descontento de monta que el que se ha to- ncado del pleito, habiendo extrañado mucho que V. M. me quisiese » quitar lo que los reyes, sus predecesores, concedieron á mis ante- »pasados. Mas, pues le place aquietar en este punto mi espíritu, yo »también quedo enteramente satisfecho por el honor de su visita, por »los ofrecimientos de su liberalidad y por las seguridades de su be- »nevolencia. Y así, lejuro de la misma suerte y le protesto que le »serviré toda mi vida, ora sea en esta jornada de Italia, ora sea »en otra cualquiera parte que me ordenare con toda la fidelidad y «obediencia que del más humilde y rendido de sus súditos puede » esperar V. M.»

10 El Rey se despidió con bu^n semblante, mostrando queda z?- tisfecho de la respuesta del Duque, á quien, después de confirmarle todo lo ofrecido, rogó encarecidamente que al punto que se hallase con bastantes fuerzas partiese á León para hacer juntos el viaje de Italia. En esta resolución se mantuvo firmemente el rey Francisco; aunque los más sabios de su Consejo eran de parecer que por lo me- nos se le pusiesen guardas al Duque. Mas como los hombres francos y lisos juzgan por mismos á los otros, se pasó nimiamente en la confianza que de sus promesas había hecho. Y quiso más dejarle en su libertad que hacer esta afrenta á un príncipe de su sangre y de tanto mérito sin estar bien averiguado su delito. El efecto fué que el Duque de Borbón después de varios lances, despechado de que no acababa de salir á su favor el pleito que se ha dicho, y sobre todo, te- meroso de que se descubriesen más sus intentos, salió de Moudins, echando voz que era para prevenirse para su viaje de Italia en com- pañía del Rey. De todo esto fué avisando al mismo Rey en varias car- tas que le escribió con mensajeros de mucha autoridad, parciales su- yos. Pero sin esperar respuesta de ellas tomó el camino de Italia en

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compañía del Señor de Promperant y disfrazado en traje y nombra de criado suyo. Así llegó á Genova, donde se puso en salvo. De allí escribió al Emperador que ya estaba en España. S. Majestad Imperial le respondió que dejaba á su elección el venir á estos reinos ó ¿|ue- darse en Italia con el cargo supremo de sus armas, y él escogió esto segundo. A la verdad: no pudo darle empleo más glorioso poi los grandes capitanes y generales que debían servir debajo de su mano, como entre otros muchos eran: Antonio de I^eyva, el Marqués de Pescara y el Virrey de Ñapóles, D. Carlos de Lanoy, á quien Su Majestad luego que tomó posesión de los reinos de España había dado el mismo cargo juntamente con el virreinato de Ñapóles, (que ahora retuvo) removiendo á Cardona, tan favorecido del rey D. Fer- nando, su abuelo.

1 1 Una cosa se hecho menos en esta deserción del Duque de Bor- bón y fué: la general sublevación de Francia movida por este prínci- pe tan poderoso y de tantas alianzas en ella. E^ste era su primer de- signio. Y para esto fué fingir tan sagazmente la enfermedad, espe- rando á que el Rey partiese á Italia, y, quedándose él en Francia, apoderarse fácihnente de ella con el auxilio del ejército imperial, que debía estar pronto, como realmente lo estuvo, en las fronteras de Gui- púzcoa para entrar al mismo tiempo en Francia y hacerlo mismo que los franceses con menos razón habían hecho (por ser en tiempo de paz) entrando en España para fomentar la sedición délos Corntine- ros. Las injurias, cuya venganza trae utilidad, son las que menos se olvidan. Mas este designio del Duque de Borbón se desvaneció por haberse traslucido sus ideas. Y así, su deserción no tuvo por ahora más efecto que un espanto general en Francia por la duda de que su conspiración no fuese solamente con los extranjeros sino también con los mayores señores del Reino, que todos eran sus parientes ó aliados. Las Casas de Vandoma, de Montpensier y de San Pol eran ramas del mismo tronco. Antonio, Duque de Lorena, estaba casado con hermana del Duque de Borbón, y Claudio, Conde de Guisa, su hermano, con la hermana del Duque de Vandoma: las otras primeras Casas de Francia estaban emparentadas con ella y toda la nobleza del Reino adicta sumamente á estos príncipes. Con todo eso, todos ellos mostraron bien en esta ocasión, no solo que no habían tenido parteen el crimen de Duque de Borbón, sino también que habían mi- rado con horror su felonía. Porque desde este punto se señalaron más en el servicio del Rey y en el bien del Reino. Y los pocos que después siguieron al Duque para correr la misma fortuna no eran ca- paces de fortificar en Enrancia su partido.

12 El Rey hizo sus diligencias para que no se le escapase desde que supo que el Duque había torcido el camino de León, a donde de- cía que iba á esperarle. Y sabido últimamente su fuga en medio de la grande alteración que le causó, dio sin perder ánin.o las órdenes convenientes. El principal fué, que el Mariscal de la Paliza fuese en su alcance. Mas no lo pudo lograr ])or más diligencia que puso. Aun- que .se apoderó de su (^astillo de Chánteles, á donde había ido el

444 LIBBO XXXV DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. III.

Duque para llevarse el tesoro que allí tenía. Y no pudiendo ponerlo todo en cobro, fueron inmensas las riquezas que se hallaron de joyas y muebles muy preciosos. Porque su dueño, teniendo el corazón al- tivo y ambicioso, deseaba parecer ostentoso en todas sus cosas, com- pitiéndose en él lo vano con lo superfino}' lo curioso con lo magnífi- co. Algunos comparan al Duque de Borbón por este hecho á los dos famosos desertores de sus patrias, Coriolano y Temístocles, diciendo: que este príncipe fué para la Francia lo mismo que Coriolano para la repúbHca romana y Temístocles para la de Atenas. Pero con esta diferencia: que á estos les hizo dejar sus patrias la malignidad envidio- sa de sus compatriotas y que Borbón dejó la suya cuando más se señalaban con él la clemencia y favor de su rey y la veneración y aplauso de todos los franceses.

§. 111.

~W *^1 Emperador, que estaba pendiente del suceso del

13 i-^ Duque de Borbón, había puesto su ejército, traído de

M ^^Flandes. en Guipúzcoa con el fin de hacer una entra- da en Francia, cuando, según las apariencias, estaba aquel reino ¿ries- go de una sublevación: y entre tanto, para tenerlo bien ocupado, ha- bía dado orden de que pusiese sitio á Fuenterrabía. Encargólo S. Ma- jestad al Condestable de Castilla asistido del Príncipe de Orange. Con efecto: se sitió la plaza * y ambos Generales pusieron todo cui- dado en esta empresa, aunque por no gastar las tropas, de que mu- cho necesitaba S. Majestad para lo que tenía premeditado, lo quisie- ron llevar á la larga; y más viendo la resolución que el Conde de Lu- da, Gobernador de esta plaza, tenía de defenderla átodo trance y ries- go. Él tenía bastante gente y gran copia de municiones de guerra; pe- ro era grande su inopia de bastimientos: y así; fué buen consejo de los sitiadores encomendar á la hambre lo que con mucha dificultad podía hacer el cuchillo. Con todo eso, no dejaron de batir la plaza con otras operaciones más de sitio formal que de bloqueo. El efecto, según refieren sin discrepar varios historiadores, fue: que después de haber durado el sitio más de diez meses defendiéndose con to- do valor el Conde de Luda, la plaza se vio reducida por la falta de víveres á tal extremo, que muchos habían muerto de hambre; y si luego no se socorría, era imposible conservar más tiempo.

14 Sabiendo esto el rey Francisco, en cuya Corte estaba el preten- so rey de Navarra, D. Enrique de Labrit, á quien por el derecho de las armas tenía adjudicada esta plaza, despachó al Mariscal de Ghatillón, Gaspar de Coliñi, con un buen ejército para socorrer al Conde de Luda. Mas, habiendo llegado este general á la villa de Acx, á seis leguas de Bayona, murió allí de enfermedad que le asaltó en su marcha. Para mandar en su lugar fué enviado prontamente el

Garibay se olv ida (quizás con cuidarlo) de este primer sitio de Fuenterrabía.

REYES DOiXA JUANA III Y D. CAllLOS EL EMPERADOll. 445

Mariscal de Chabanes, Señor de la Paliza, recién venido de Italia, quien, tomando el cargo del ejército, marchcj al punto con él á Bayo- na: y pasando por S. Juan de Luz, donde se le juntaron las milicias de los labortanos, pasó á acamparse en el villaje de Hendaya, último lu- gar de Francia, sito en frente de Fuenterrabía, el río Bidasoa en me- dio. Aquí estuvo esperando algunos días la armada, que, bien provis- ta de bastimentos y gente, había de venir de Bretaña á cargo del ca- pitán Lartiga Gascón, Vicealmirante de Bretaña. Mas, viendo el Ma- riscal que Lartiga, ó por su pereza ó por algún otro accidente de los que trae la inconstancia del mar, no parecía, y que los sitiados no po- dían esperar más tiempo, se resolvió á pasar el río por Hendaya con la mayor parte de su ejército.

15 Pasóle con efecto, venciéndola resistencia que por orden de los generales le hizo con su gente el conde Guillermo de Fustem- berg. Coronel de tres mil lanskenetes. Porque la artillería francesa, puesta en buen orden y lugares muy á propósito, por la buena con- ducta del Mariscal hizo tanto estrago en ellos, que los obligó á reti- rarse y buscar su guarida en los montes cercanos. Consiguientemen- te se levantó el sitio. Y habiendo entrado de esta suerte el Mariscal de la Paliza en Fuenterrabía, no solo abasteció abundantemente de vituallas para mucho tiempo, sino que mudó la guarnición, que tan- to había padecido, sacando también á .su jefe el Conde de Luda, quien más que todos necesitaba de descanso y por su larga y valero- sa resistencia en sitio tan largo y trabajoso era muy digno de todo ho- nor y premio. En su lugar dejó por gobernador al capitán Franget, Lugarteniente del ]\Iariscal de Chatillón, quien poco antes había muerto viniendo á esta facción. Era Franget caballero anciano y toda su vida estimado por la reputación de gran soldado. Por eso le había dado su re}' el cargo de cincuenta hombres de armas lo cual ahora tra- jo consigo para la defensa de Fuenterrabía. También quedó aumenta- da la guarnición, que antes era de tres mil hombres, con mil infantes más, muchos de ellos navarros, cuyo cargo dio el rey á D. Pedro de Navarra, hijo del Mariscal del mismo nombre, que murió preso en Si- mancas poco antes de este tiempo; aunque nosotros adelantamos la relación de su muerte por no dejar pendiente su tragedia. Los france- ses dicen que su rey dio este cargo al nuevo pretenso Mariscal de Navarra por la mayor confianza que de él tenía, creyendo que no po- día dejar de vengar bien la muerte cruel dada recientemente á su pa- dre por los españoles. Ordenadas en esta forma las cosas, el Mariscal de la Paliza se volvió á Francia con el resto de sus tropas, de que mu- cho necesitaba su rey por el mal estado de sus negocios en Italia y otras partes. Y para que la plaza de Fuenterrabía se asegurase más, dio el Rey por la segunda vtz el gobierno de Guiena al Mariscal de Lautrec, quien podía mejor mirar por ella en todo evento.*

16 Esta confianza venía á ser la mayor satisfacción de la injusta

Era muy parieute del Prlucii)C de Bearne.

446 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. V.

desconfianza que poco antes se había tenido de él. El caso fué que Lautrec por su desgraciada jornada de Italia volvió en desgracia del Rey: y siendo capitulado, se justificó muy cumplidamente de los cargos que se le hacían por haber probado que todos los malos su- cesos que se le imputaban habían nacido de la falta de las remesas de dinero. El Rey estaba en creencia de haberle enviado últimamen- te cuatrocientos mil escudos, y era así. Pero se averiguó que estos loshabía cogido y embolsado su madre Madama Luisa de Saboya mal afecta á Lautrec, entendiéndose para esto con Monsiur de Sam- blanzay superintendente de las finanzas. Quien lo pagó con la vida y, con la nota de infamia sin valerse con el Rey la disculpa de habérse- los cogido su madre, como ella misma lo confesó, aunque alegando que lo había hecho por hacerse pago de lo que á ella se le debía de sus rentas. En fin: la justicia (como siempre) quebró por lo más flaco. Los franceses todos se lamentaron que por la malicia y avaricia de esta mujer dominante se perdió miserablemente el estado de Millán, como por su lecuperación se perdió después aún más lastimosamen- te el Rey, su hijo, y estuvo á pique de perderse todo su reino.

§• IV.

Mucha parte de lo que que queda dicho sucedió el año 1522 antes de venir el Emperador á Navarra. Había- se detenido S. Majestad con grande prudencia y uti- lidad en los reinos de Castilla en dar providencia á muchas cosas, siendo lo más esencial extinguir del todo las centellas que pudieron quedar del incendio levantado por los Comuneros. Últimamente vino á este reino, y después de haberle visitado, consolando y favo- reciendo mucho los lugares donde estuvo, hizo su entrada publica en Pamplona á 9 de Octubre de este año con ánimo de re.sidir de asien- to en esta ciudad, que sin duda era la más cómoda para la ejecución de sus proyectos contra la Francia. Poco antes de venir tuvo la triste noticia de la muerte del papa Adriano VI, á quien por tantas razo- nes mucho amaba y veneraba. Falleció este buen pontífice en Roma á 14 de Septiembre de este mismo año después de solo un año y ocho meses y seis días de su pontificado, siendo de edad de sesenta y cua- tro años y medio. Por su muerte después do dos meses y cuatro días de sede-vacante y muchas disensiones en el Cónclave, fué promovi- do á la silla pontificia el cardenal Julio Mediéis, primo-hermano de León X é hijo de Julián de Mediéis. Estaba electo por arzobispo de Florencia, su patria, la cual por los honcres repetidos desús hijos vino después á perder el más estimable para ella, como era ser re- pública libre y muy respetada.

18 por este tiempo andaba muy suelto en Italia el Duque de Borbón, General Supremo de las armas del Emperador. El rey Francisco, que había llegado á León para pasar á Milán, se detuvo allí por el prudente consejo que le dieron de ser necesaria su perso-

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na dentro de Francia; así por el justo recelo de alguna sedición en ella por los influjos de aquel príncipe vengativo, como por el peligro de parte de España, en cuyas fronteras se hallaba con su ejército el Emperador como á la mira. Movido de esto, envió con la mayor parte de las fuerzas, que tenía prevenidas al almirante Bonivet, de quien todo lo fiaba para perderlo todo. El Almirante tuvo buenos su- cesos al principio. Tomó á Alejandría, Lodiy otras plazas; y aún pu- do apoderarse déla ciudad de Milán, que estaba en buena disposi- ción de entregarse si no fuera por haberse dejado engañar de Galcá- zzo Vizconti, noble milanés, que le salió al encuentro y le pidió que lo dilatase por algunos días para que con más quietud y seguridad se entregase la ciudad, estando los más de sus vecinos, mu}' inclinados á eso. Mas esto fué traza para que los imperiales tuviesen tiempo de confirmar á los que flaqueaban y aumentar las fuerzas de su ejército. En esto trabajó felizmente Próspero Colona poco antes de su muer- te. Con efecto: el ejército imperial llegó muy en breve á ser más fuerte que el francés: y pareció en él el Duque de Borbón con el car- go.supremo de las armas. Bonivet, que se vio en tan mal estado y á peligro de caer en manos de su más cruel enemigo, tomó el partido de retirarse. En la retirada fué alcanzado del Duque de Borbón des- pués del esguazo de un río: y no pudo escusar el combate. Mas sien- do herido (dichosamente para él) de un arcabuzazo, se salió de él y se puso en salvo. El Conde de San Pol y el caballero Bayard que co- mandaban por haber quedado enfermo el Mariscal de Montmoranci, prosiguieron la retirada en muy buen orden y con extremado valor. Hubo en ella varios reencuentros, donde murieron algunos capita- nes franceses: y es muy digno de referirse lo que pasó con uno de ellos.

19 Fué herido de muerte el caballero Bayard; y, apeándole del ca- ballo su mayordomo, quejamás se apartaba de él, lo arrimó á un ár- bol, moribundo ya y todo cubierto de la sangre que le corría déla he- rida con el rostro vuelto á los enemigos. Percibiólo el Duque de Bor- bón, y, llegándose á él, le saludó y le dijo: que tenía gran lástima de ver en aquel estado un caballero tan generoso, y tan afamado. A^o, se- ñor^ no: (le respondió Bayard) no hay por qué tener lástima de m/, que muero como hombre de bien por el servicio de mi rey y por la gloria de mi nación: de quien se debe tener lástima es del que está, con las armas en la mano juntamente con los enemigos de la Francia contra su Rey, contra su patria y contra el juramento de fidelida I que tiene hecho. Y poco después de haber pronunciado estas bellas palabras rindió á Dios el alma con una constancia y consuelo admira- ble. El Duque de Borbón estuvo muy en y dio salvoconducto al Mayordomo para que llevase el cuerpo de su amo á su lugar en el Delfinado. ¡¡Tan recomendable es la virtud á los mismos enemigos. El Conde de San Pol por gran dicha en medio de tanta desgracia con- cluyó últimamente su retirada, llegando con su ejército á Yvrea, don- de se puso en salvo, aunque no poco destrozado, por haber perdido buenaparte de gente y haberle sido forzoso aliviarse de los impedí-

448 LIBRO XXXVÍ DE LOS ANALES DK NAVARRA, CAP. Ul.

mentos de su marcha, como fueron la artillería y un gran trozo del vai^aje. Mas lo peor para los franceses fué perder inmediatamente las plazas que poco antes habían ganado en el ducado de Milán» Todo esto sucedió por la mala conducta del almirante Bonivet en esta su jornada. Después de eso quedo siempre en la misma gracia del Rey, que admitió blandamente sus vanas escusas, habiéndose mostrado tan duro á las bien fundadas de Lautrec en caso semejante sin más razón que ser Lautrec mal visto y Bonivet muy favorecido de su ma- dre.

20 Ahora fué cuando al Emperador le pareció conveniente hacer la invasión premeditada en Francia. Ordenó, pues, al Condestable de Castilla y al Príncipe de Orange que con el ejército que tenían en Guipúzcoa, y era de veinte y cuatro mil combatientes muy escogidos, y casi todos españoles, entrasen en Francia: y quizás por este fin se levantó el sitio de Fuenterrabía aún más que por el socorro que en- tró en la plaza. La orden que llevaban era de penetrar con toda hosti- lidad hasta el señorío de Bearne y los otros estados de D. Enrique de Labrit, en Francia. Así lo ejecutaron, poniendo fuego á las villas que les hicieron resistencia, como fueron: Sorda, Hastingues y Bidaxón. ]ista última pertenecía, y hoy en día pertenece en soberanía, á los se-* ñores de la Casa de Agramont, tan célebre en Navarra, que meritísi- mamenteson ya duquss y pares de Francia. Ella fué la que más padeció por la resistencia mayor que los españoles hallaron en su castillo guarnecido de trescientos bravos soldados: y fué tal su valor, que los obligó á detenerse tres días hasta que pudieron ponerle fuego. El in- cendio fué tan grande, que los defensores murieron todos abrasados, menos algunos que, arrojándose délas murallas, quisieron más morir atravesados en las picas con que los recibían. Mauleón de Sola se rin- dió libremente, haciéndola prudente el ejemplo de las otras. Salvatie- rra hizo alguna resistencia, siendo comandada del Señor de Miosans, el cual la rindió presto, sacando por condición que no se había de hacer daño ninguno en la villa. Y así, el Condestable mandó que nin- gún español entrase en ella. Pero él mismo tuvo gusto de entrar á verla acompañado de algunos pocos de su confianza. La villa de Na- varrens hizo esto mismo.

21 Por la parte de Olerón entró al mismo tiempo el Virrey de Ara- gón con tres mil hombres de guerra y puso sitio á esta villa episcopal. Era su comandante el Señor de Lubié con el bastardo de Gerdrest. Los de adentro hicieron despropositadamente una salida: y volvieron pocos á la plaza. Después de eso ella se defendió valerosamente. Y las tropas españolas fueron á juntarse con el ejército principal, que esta- ba entonces sobre Salvatierra. Hecho esto, que fué mucho y malo para los franceses con poca utilidad de los españoles, volvió el Con- destable á Guipúzcoa á principios del año de 1524 después de veinte y cuatro días que de ella había salido. Como esta jornada se hizo en el corazón del invierno y por tierras muy frías, por caer á la banda septentrional de los pirineos, fueron muchos los españoles que mu- rieron por la inclemencia del tiempo, como también los que volvieron

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enfermos: de suerte que, haciéndose la reseña general en Irún, se halló que casi faltaba la cuarta parte del ejército. Por lo cual se puso mayor cuidado en su alivio, dándole buenos cuarteles de invierno.

§ V.

E"*^ 1 Mariscal de Lautrec, Gobernador de Guiena, que todo lo observaba, sabiendo que por el mes de Enero de ^^ este año el Emperador se había mudado de Pam" piona á Vitoria y que su principal cuidado era reclutar y aumen' tar su ejército con gente de Castilla, que desde allí la tenía más á ma" no, conoció que su fin era volver á sitiar á Fuenterrabía. Por lo cual pasó á toda diligencia desde Bayona, que solo dista cinco leguas, á visitar esta plaza. Proveyóla de nuevo aún de más gente, municiones víveres y de todas las cosas necesarias para sustentar un largo sitio, con haber sido bien suficientes las que en ella puso el Mariscal de la Paliza cuando renovó la guarnición. Luego volvió á Bayona, que no le daba menos cuidado, y aún creía que los españoles la habían de sitiar primero; porque no ignoraban que esta villa tenía poca gente de guerra y que no estaba del todo bien fortificada. Así sucedió. Ba- yona se vio cercada súbitamente por mar y por tierra á principios de Febrero. Mas la presencia de Lautrec animó grandemente á los veci- nos, que quedaron despavoridos: y las providencias que dio muy á tiempo importaron mucho. La principal fué guardar bien las bocas délos dos ríos navegables que tiene esta villa, el uno, que baja de Dax y la cerca por la parte de Francia, y el otro, que despeñándose de las montañas de Navarra, entra por medio de ella, y mezclándose ambos fuera de la villa, entran juntos en la mar. Así consiguió que los navios españoles, que eran muchos, no pudiesen acercarse á la plaza. Pero sobretodo el ejemplo que dio este general de hallarse en los trabajos y en los riesgos sin apartarse de las murallas en tres días y tres noches que duró el sitio con varios y fuertes asaltos, fué causa de que al cuarto día descampase el ejército español, el cual revolvió con grande ímpetu contra Fuenterrabía, como si después de breve paréntesis esta fuese la cláusula final.

24 Era Fuenterrabía la manzana de la discordia entre el Empera- dor y el Rey de Francia. Tan empeñado estaba el uno en re- cuperarla como el otro en mantenerla. Por esto fueron tantas las diligen- cias de una parte y otra, como quedan dichas: y en nada se cono- cía tanto que el empeño del francés había pasado á tema como en que, dejándose perder las plazas de Italia, que tanto más le importaban por laescacés y dilación délos socorros, en esta, que le importaba mucho menos, anduvo tan liberal y tan pronto. Por esto había puesto por go- bernador de Fuenterrabía al capitán Franget, de quien mucho espera- ba. Hallándose, pues, esta plaza en tan buen estado de defensa, fué em- bestida y cercada por todas partes del ejército imperial antes de media- do el mes de Febrero de este año. E^ra su general el mismo condesta- TOMO vji ¿y

450 LIBBO XXXVI DE LOS AÑALES DE NAVARRA, GAP. V.

l)le de Castilla acompañado del Príncipe de Oran2;e;yletenían con el aumento de tres mil lanskenetes acarólo de su coronel Rocandolfo y de muchos caballeros castellanos y navarros que de voluntarios quisie- ronseñalarse en el servicio de su rey, el Emperador. Lo que le hacía aún más numeroso y fuerte era la gente de la provincia de Guipúzcoa habiendo salido padre por hijo todos lo3 que eran capaces de tomar armas y sirvieron mucho durante con las correrías que duran- te el sitio hicieron hasta dentro de Francia. Plantóse la batería con- tra Fuenterrabía por la parte que nombran de Miranda, que era la misma por donde los franceses la batieron dos años antes contra el cubo que llaman de la Reina. Continuóse el batirla por muchos días, dando mucho ejemplo los dos generales, el Condestable y el Príncipe de Orange, que personalmente asistían á todos los trabajos sin negarse á traer tierra y fagina para los aparejos de la batería. 25 Con todo eso, jamás se llegó á dar asalto ninguno, aunque se abrió bastante brecha: porque, según unos dicen, el Condestable fué siempre á evitar la efusión de sangre en sus tropas: y según quieren otros, tenía inteligencias dentro de la plaza con los navarros que en ella había, especialmente con su sobrino D. Pedro de Navarra. A quien hizo saber para que se participase á los franceses: que la h ran- cia estaba perdida para el rey Francisco por cuanto el Duque de Borbón se había apoderado de la Champaña y Bria. El Rey de Inglaterra había entrado en Francia á favor del Emperador y ha- bía sujetado á la Picardía y á la Isla de Francia que los suizos y bor- goñeses también se habían hecho dueños del ducado de Borgoña y de otras provincias. Todas estas noticias eran falsas, y (según cree- mos) falsamente imputadas al Condestable; aunque bien pudo ser que por otro conducto llegasen á los sitiados. Mas lo cierto es que ellas en eran muy creíbles, según corrían las cosas de Francia. También sucedió á este tiempo que el Mariscal de Lautrec pa- ra animar á los sitiados les envió un refresco de pan, tocino, pescado y otras victuallas en siete barcas grandes que hizo prevenir en Mea- rriz, lugar pequeño de la marina de Francia, cerca de Bayona. Mas con llegar de noche muy oscura, fueron sentidas délos guardias avanza- das de nuestro campo: y se les puso fuego, de que quedaron abrasa- das con todo cuanto traían y con sus conductores, que serían bien treinta hombres en cada barca, de los más animosos y arriesgados de aquella frontera.

26 Viendo el gobernador Franget todas estas cosas, y sobre todo, el empeño con que el Emperador, que á este fin había venido á Vitoria, tomaba la expugnación de esta plaza, y la imposibilidad de socorrer- la su Rey con grande ejército, como eramenester, cayó de ánimo: y contra todo lo que de él se esperaba dio oídos á los partidos con que el Condestable les hacía para que la rindiese. Estos eran los mis- mos que los franceses habían concedido á los españoles cuando el Almirante de Francia, Bonivet, la ganó dos años antes, esa saber; que los franceses y navarros que dentro se hallaban pudiesen salir libres con sus armas y banderas desplegadas. Así lo ejecutó Franget

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entregándola plaza al Condestable de Castilla á 25 de Marzo, día de la Anunciación de Nuestra Señora de este año de 1524, después de mes y medio de sitio, habiendo estado en poder de los franceses dos años cinco, meses y siete días.

27 Perdida de esta suerte esta importante plaza, el capitán Fran- get pasó con sus gentes á Bayona y D. Pedro de Navarra se quedó acá con los navarros agramonteses que le seguían. Franget estuvo, detenido por muchos días en Bayona: y al cabo fué llevado á León donde estaba el Rey muy irritado contra él por haber entregado co- bardemente á Fuenterrabía. Hízosele jurídicamente el cargo, y no pudo satisfacer con el descargo que dio. Este fué: haberlo hecho forzosamente por las inteligencias que el Mariscal de Navarra tenía con el Condestable de Castilla, su tío; y que, estando por esta traición á riesgo evidente de perderse la plaza, su fin había sido salvar las vi- das de su soldados, que estaban á pique de perecer juntamente con ella si cuanto antes no la rendía por una capitulación honrada. Mas ni él pudo probar ni jamás se pudo averiguar bien la traición con que se escusaba. Así lo aseguraban los historiadores fanceses. * Y aña- den: que, cuando fuera cierta la tración, no le debía valer la escu- sa; porque podía muy bien atajarla teniendo más de cuatro mil solda- dos muy buenos, y todos ellos franceses, con los cuales era fácil re- primir á los pocos navarros que había

28 Después de todo, no puede dejar de quebrar los corazones el castigo que se ejecutó en el pobre viejo Franget; y más cuando otros capitanes franceses estaban rindiendo impunemente plazas en Italia, aún más iuerles y más desensables que Fuenterrabía. Porque la co- bardía no es digna de muerte sino de infamia, se le dio el castigo de degradarle de la nobleza. Flay horas menguadas. En esto vino á pa- rar un caballero noble y soldado reputado por uno de los más valien- tes y bizarros de aquel tiempo. Levantóse en la plaza mayor de León un tablado; y, subiéndole á él, le desarmaron de todas sus armas: su escudo, en el cual estaban pintados los blasones de su nobleza, fué hecho pedazos por los reyes de armas, dándole el nombre de traidor y pérfido: y al cabo le echaron á empellones del tablado. Con estas ceremonias, propias de actos semejantes, fué Franget degradado de la nobleza y declarado por villano; y así él como todos sus descen- dientes dados por pecheros é incapaces de traer armas.

29 Así se recuperó dichosamente Fuenterrabía á poca costa y con muchas mejoras para los españoles por haberla dejado los fran- ceses muy aumentada en la fortificación de sus murallas y con mu- cha artillería y municiones: y para el servicio de la villa con gran- des fábricas de pozos y un molino de buen artificio, de todo lo cual ante carecía. En esto se conoció lo mucho que lastimaban, pero mucho más el yerro que hicieron en no arrasarla y pasar esta fortaleza á su te-

* Solo Gariboy se peuo de parte de Flanguet: pero sin más razóu, que ser contra D. Ped'^'O <i9 Navarra.

4^2 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. V.

rritorio de Ilendaya luego que la tomaron como el Conde de GuTsa se lo aconsejaba, pronosticando bien que no podía durar mucho en su poder ni volverse á tomar por ellos en el puesto que tenía. El Condesta- ble puso consiguientemente en Fuenterrabía toda la guarnición nece- saria con todas las municiones y pertrechos que convenía, y por su alcaide y capitán general de Guipúzcoa á Sancho Martínez de Leiva, hermano de Antonio de Leiva, célebre por aquel tiempo en la guerra de Italia. Así se puso en más respeto esta plaza, siendo su gobernador el mismo que lo era de toda la Provincia con el cargo de capitán general. Y así se continuó por muchos años sucediendo á Sancho de Leiva su hijo D. Sancho de Leiva, capitán muy afamado: á I). Sancho D. Diego Carvajal, Señor de Xodar en la Andalucía, caballero muy discreto y de tan buen puño en la pluma como en la espada por los buenos versos que hacía. Los soldados de aquel tiempo fueron los más beneméritos de la poesía española; pues empezó á pulirse por ellos aventajándose en todo á todos el famoso Garcilaso de la Vega. A D. Diego Carvajal sucedió D. Juan de Acuña, que también fué capitán general de Gui- púzcoa y alcaide de Fuenterrabía, y se señaló con gran celo en el servicio de su príncipe. D. Sancho Martínez, el primero de ellos, tuvo otra preeminencia, que fué: ser juntamente corregidos y magistrado de la Provincia, uniéndose en él las armas con la toga como en el tiempo de los romanos se usaba para grande bien de la república, y ahora se vio con igual satisfacción en Guipúzcoa así de los pue- blos como de la gente de guerra.

§• VI.

Don Beltrán de la Cueva, á quien este caballero, tan cabal en todo, sucedió en el cargo de capi- tán general, vino á ser Duque de Alburquerque, y ocu- pó después los puestos correspondientes á tan grandes príncipes co- mo quedan referidos. Uno de ellos fué el virreinato de Navarra, don- de tuvo fuertes ataques con el Condestable y sus beaumonteses, que llevaban mal ver sobrepuestos á los agramonteses después de haber dado la obediencia al Emperador. Ahora en este año después del fe- liz suceso de Fuenterrabía nombró el Emperador por presidente del Real Consejo y virrey de Navarra á D. Diego de Avellaneda, Obis- po de Tuy. Así pudo ordenar con más libertad y autoridad muchas cosas, de que venía, encargado y reformar en los tres años que estu- vo en el Reino muchos abusos que se habían introducido con la revo- lución de los tiempos pasados.

31 Resta decir el fin que tuvieron los agramonteses que ahora salieron de Fuenterrabía y los demás que estaban refugiados en Francia. Casi todos eran personas de mucha cuenta, y por seguir el partido de sus reyes primeros habían abandonado sus casas, hacien- das y puestos de que doce años antes con grande honor gozaban en Navarra. Todos ellos bien aconsejados, viendo que al Príncipe de

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Reame, á quien tenían jurado por heredero del Reino, no le había quedado nada dentro de él ni dentro de España, habiendo perdi- do últimamente á Fuenterrabía, se pusieron lue,:^o á la obediencia del Emperador. Algunos tienen por cierto que fué con beneplácito del Principe de Bearne, y se fundan en buena conjetura. Porque muchos de los compañeros que andaban esparcidos en Francia volvieron li- bremente á España é hicieron lo mismo: 3- no se ve que los escrito- res franceses los motejen por esto de infieles á este príncipe, á quien antes seguían. Habiendo partido después S. Majestad á Burgos con su Corte, los más principales de estos caballeros en nombre de todos le juraron allí por rey de Navarra. Con esto les fueron restituidas sus casas, haciendas y puestos; y en lugar de lo que no podía restituírse- les, les dieron sus equivalencias.

32 D. Pedro de Navarra obtuvo la mariscalía de este reino y el marquesado de Cortés 3' lo demás que tuvo su padre con grandes aumentos de puestos y honores también en Castilla; porque vino á ser allí del Consejo de Estado y de Guerra. El era rebiznieto por lí- nea de varón de ü. Leonel de Navarra, hijo del rey D. Carlos II (co- mo dijimos en su reinado): 3' así, vino á ser el quinto mariscal de este Real linaje. El (Condestable de Castilla, D. Iñigo Fernández de Velas - co, su tío, estaba muy obligado á mirar por él en todo, no solo por la proximidad de la sangre; sino por haber quedado por su tutor y cu- rador, nombrándole por tal el desgraciado Mariscal, su padre, en su último testamento. D. Alfonso de Peralta y Carrillo, Conde de San Esteban, quien también se nombraba condestable de Navarra por haberle dado el rey 1). Juan de Lal^rit este puesto, privando de él al Conde de Lerín, fué restituido igualmente por el Emperador en to- dos sus estados y puestos y confirmando en el.de camarero mayor de los re3'es de .Navarra. Mas por la condestablía, á que había vuelto el de Lerín, le dio en recompensa el marquesado de Falces, hacién- dole también otras mercedes. Del mismo favor y equidad usó también S. Majestad Cesárea con los demás nobles agramonteses; en que dio bien á entender que si había sentido verlos enajenados de su obedien- cia, no le había parecido mal el tesón de su fidelidad á los Reyes á quie- nes primero con solemne juramento la tenían d ada. No pudieron los agramonteses quedar más noblemente vengados de los agravios que de los beaumonteses, sus contrarios, tenían recibidos; pues venía la venganza de una tan soberana y liberal mano.

33 Esto fué lo que más irritó á los beaumonteses; pero en la gue- rra que después se siguió entre las parcialidades no tuvieron parte las espadas, en que la justicia, poderosa yá, tenía puesto entredicho; sino las plumas, que no sacan sangre. Son muchos los papeles que de una y otra parte en aquel tiempo se publicaron sobre cuál de ellas había sido más ó menos fiel en los tiempos pasados y en los cerca- nos. Mas esa cuestión se acabó con la muerte de los que, viviendo entonces, habían hecho su papel en las trajedias pasadas. Con esto se gozó después de tanta paz interna en Navarra, como ¿i tales ban- dos nunca en e'la hubiera habido. Esta írran felicidad entre otras mu-

454 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NA VARRA, CAP. VI.

chas se debe únicamente á la unión con Castilla. Porque solo el gran poder de sus reyes pudiera haber arrancado el árbol mortífero que tan hondas, torcidas y fuertes raíces había echado. La fidelidad de todos los navarros, así agramonteses como beaumonteses, desde este punto ha sido muy singular, y por tal celebrada de los historiadores, Garibay aún de los extraños y no bien afectos, que con mucha razón notan no haberse visto desde entonces sedición ninguna en este reino contra sus reyes legítimos; sin que deba entrar en esta cuenta la de algún particular menos fiel á su Rey. Porque tal cual de estos judas nunca puede faltar ni en los reinos ni en las más santas congregaciones.

34 Para mayor prueba de esto y para que mejor se entienda el estado feliz en que quedó el reino de Navarra conviene decir queja- más, ni en tiempo de sus antiguos reyes, se les guardaron más exac- tamente á sus naturales sus leyes y franquezas: y esto con las mejo- ras adquiridas por su unión con los reinos de Castilla, como son el goce de los beneficios y dignidades, así eclesiásticas como seculares, que hay en ella. Y lo más digno de observarse y agradecerse á la li- beralidad y justa equidad de nuestro rey el emperador Carlos V es haber extendido esta gran prerrogativa á la sesta merindad ó pro - vincia de este reino aún después de haber quedado sujeta de orden suyo al dominio de Francia. El caso fué que ahora en esta última guerra la villa de San Juan del Pie del Puerto con toda la merindad después de tan varia fortuna, como se ha dicho, quedó en poder de S. Majestad y con guarnición española; pero, no siendo esta bastante- mente numerosa para repeler las invasiones y correrías de los fran- ceses, tan frecuentes como fáciles de ejecutaren tierra llana, pidie- ron los de baja Navarra al Emperador que fortificase más la plaza de San Juan del Pie delJ-*uerto y aumentase su guarnición con el fin de conservarse siempre en la obediencia de los Reyes de Castilla sin se- pararse del resto de Navarra.

35 A la verdad: ellos eran, y siempre fueron y aún son, verda- deros navarros por su naturaleza; aunque algunos ineptamente hayan querido discurrir lo contrario. Y así, sentían mucho que pudiese lle- gar el caso de perder esta cualidad, tan estimable para ellos; y más cuando tenían tantos parentescos y tantas nobles alianzas en las de- más merindades de Navarra la alta. Los de esta eran igualmente inte- resados en su conservación; porque, sobre lograr el honor de la inte- gridad de su antiguo reino, muchas de sus más ilustres familias traían su origen de Navarra la baja. Donde hay muchísimas casas de caba- lleros, escuderos, infanzones é hijodalgos de sangre y no menos de ciento y cincuenta Palacios antiquísimos de cabo de armería, capa- ces de dar origen (como de hecho ha sucedido) á muchos linajes muy ilustres no solo de Navarra la alta, sino de otras partes de España. Por esto fué la representación que ellos hicieron ahora al Emperador. Pero S. Majestad, aunque agradeció mucho su extre- mada fidelidad, no pudo por los empeños y gastos grandes de otras guerras darles el alivio que deseaban. Así se conservaron algunos años en el mismo estado con toda fidelidad y con los mismos y

REYES DOÑA JUANA III Y D. GARLOS EL EMPERADOR. 455

aún mayores trabajos. Porque la oruarnición corta de S. Juan harto hacía en defender aquella plaza sin salir á deshacerse en la cam- paña ó en la defensa de otros pueblos, que solo corrían por cuenta de las milicias del país y no podía ser sin grandes descalabros.

36 Viendo esto S. Majestad Cesárea, y que sus empeños y gastos en empresas mayores iban creciendo, determinó desamparar este no- ble país. Y así lo ejecutó el año de 1530, desmantelando el castillo y fortificaciones de S. Juan, sin embargo de las súplicas que de parte de toda la merindad se le hicieron. Pero, atendiendo á su gran leal- tad, los dejó en su entera libertad y les concedió que gozasen siem- pre de la naturaleza 3' privilegios de los demás navarros, declarándo- los por hábiles de tener puestos políticos y militares y beneficios ecle- siásticos como antes en todos los reinos y dominios de Castilla. Vién- dose, pues, sin re}', se gobernaron por algún tiempo como república, hasta que el Príncipe de Bearne, D. Enrique, se apoderó de ella por fuerza. Y así, no perdieron la naturaleza de navarros y privilegios que quedan dichos. Verdad es que después en varias ocasiones se los han puesto á pleito, y que en las cortes de Tudela del año de 1 583 los de Navarra la alta, viéndolos sujetos á príncipe extraño, por ley que hicieron los desnaturalizaron y dieron por extraños, y consiguiente- mente por inhábiles para los puestos á que asi en Navarra como en Castilla tenían derecho. Pero esta ley se tiene por nula por haberse hecho por el Reino sin participación y aprobación del Rey, que á la sazón era Felipe II de Castilla y IV de Navarra. Quien se dio por sen- tido de que así se hubiese procedido, y expresamente mostró su sen- timiento encarta de 28 de Enero de 158Ó, que escribió de la ciudad de Valencia al virrey Marqués de Almazán, advirtiéndole: que por ser negocio de tanta calidad é importancia^ si en las primeras cor- tes se tratase de cosa semejante se le diese cuenta primero: y que le ordenaba para qite los de baja Mavarra no qiieda'ien desconfiados de alcanzar mercedes^ que tuviese cuidado de proponerle algunos beneméritos para que se las continuase. Por otras cédulas Reales enviadas al mismo Marqués de Almazán y á otros virreyes después se ha ordenado lo mismo por S.S. MM. Católicas.

37 En cuanto á los pleitos y contradicciones hechas á los de baja Navarra, que obtuvieron cargos y beneficios, debemos decir: que en consecuencia de lo dicho siempre han tenido sentencias favorables en los tribunales de Navarra y Castilla, probando bien ellos ser natura- les ú originarios de dicha Merindad. De lo cuál hay muchos ejempla- res que no caben en una historia general. Lo que no debemos omi" tir es que este privilegio, justamente confirmado á los de baja Nava- rra por la equidad de nuestros reyes y por tantos actos positivos, fué de grande conveniencia, no solamente para ellos, sino también para la monarquía española. Porque antes y después siempre sus hijos se han inclinado á venir á Navarra la alta como á su natural país y á otras partes de estos reinos unidos con ella: y en cuantas ocasiones se han ofrecido siempre han mostrado muy finos servidores de los reyes de España: y muchos de ellos han servido y sirven al presente

Año 1522

45Ó LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA. CAP. VI.

en las guerras de Flandes, Italia y España y en otros casos arduos con suma satisfacción, sin que jamás se haya visto cosa en contrario. De esto hablaremos más en particular á sus tiempos.

CAPITULO VI.

1. Estado del Príncipe de Beaene, pretenso rey de Navarra, y sucesos de la guerra ENTRE el Rey de Francia y el Emperador. II. Batalla de Bavía, en que fx'e hecho prisio- nero EL Rey de Francia con otros efectos de ella. III. Providencias de Francia despui s de la prisión de su Rey. IV. Venida del rey Francisco á Madrid, tratados de varios príncipes

PARA LIBRARLE DE LA PRISIÓN Y ESCAPE DE ELLA DEL PRÍNCIPE DE BeARNE. V. EneI' RftIEDAD DEL

Rey d e Francia y tratado concluído de su libertad.

espués de haber referido el fin de los navarros agra- monteses que seguían al Príncipe de Bearne, pretenso rey de Navarra, será bien que digamos el estado en que quedó este príncipe desgraciado. Su desgracia consistía en la pérdida total de Navarra con muy pocas esperanzas de recuperarla; especial- mente desde que le faltó el fiador que le había quedado de Fuente- rrabía. Kl título vacío de rey y el tratamiento de tal, que todo el mun- do (menos los españoles) le daban, no podían llenar su corazón sino lastimarle más, siendo perpetuo recuerdo de las desventuras de su Real prosapia. Por lo demás se veía con grande aumento de nuevos estados heredados en Francia por muerte de su abuelo paterno, Aman de Labrit; y así, venía á ser después de los reyes uno de los príncipes más poderosos de Europa. Habíanle dejado sus padres al arrimo del rey Francisco de Francia;, y así, corrió la misma fortuna. La del Rey de Francia cada día era más adversa; y lo que peor era, por su pro- pia culpa, dejándose llevar más de la pasión de dominar que de los buenos consejos que le daban. Casi todos los potentados de Italia es- taban coligados con los españoles contra los franceses, aunque su fin era hacer que unos y otros consumiesen sus fuerzas en esta guerra y llegasen á tal estado de flaqueza, que los pudiesen echar de toda ella. Los generales del Emperador en el estado de Milán, donde aho- ra cargaba todo el peso déla guerra, eran después de la muerte de Próspero Colona, el virrey de Ñapóles Lanoy y el Marqués de Pes- cara; y según la orden que tenían, pusieron en posesión del ducado de Milán al Duque Sforcia, aunque poniendo gusirniciones españolas en las buenas villas y plazas fuertes del milanos.

2 Mas, habiendo entrado inmediatamente al supremo gobierno de las armas el Duque de Borbón, á quien continuamente abrasaba el deseo de asaltar á la Francia, obtuvo del Emperador por la inter- cesión del inglés entrar con un buen ejército en la Provenza y sitiar á Marsella por la esperanza de una sedición general en todo aquel reino, entrando al mismo tiempo el inglés con todo su poder en la Pi-

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cardía. Viendo el papa Clemente Vil, sucesor de Adriano VI, tanto aparato de guerra, procuró atajarla con una buena paz; y del mejor modo que era posible fué disponiendo los ánimos del Emperador y del rey Francisco para un acuerdo razonable. Mas la antipatía y la desconfianza recíproca de estos dos Príncipes era tal, que, queriendo el uno la paz y el otro solamente una tregua, ni la paz ni la tregua tuvieron efecto. El Rey de Francia consideraba que, habiendo él per- dido totalmente el Estado de Milán, no le estaba bien la paz, porque la condición del que posee es siempre la mejor; y que así, la paz no podía dejar de ser muy ventajosa para el Emperador: y solo quería una tregua de dos años. El Emperador, cauto y prudente, juzgando bien que el Rey no miraba á otra cosa que á sobreponerse en fuerzas en el tiempo de la tregua para recobrarlo perdido, insistía constan- temente en la paz. Conociendo, pues, el uno el designio delotro y con- firmándose más en su resolución, fueron inútiles las diligencia del Papa. 3 La conclusión fué: quedar más enconados los ánimos de estos dos monarcas y el no hablarse más de paz sino de guerra. El Duque de Borbón, que había contribuido con todo género de artifi- cios para que no se concluyese la paz, partió al punto de Genova con el ejército imperial, que solo constaba de quince mil infantes, dos mil caballos y diez y ocho piezas de artillería á causa de haber llama- do los venecianos sus tropas y ser necesario dejar buenas guarnicio- nes en muchas plazas del ducado de Milán y alguna gente á cargo del virrey Lanoy. Pero le pareció al Emperador que este ejército, cor- to á la verdad para empresa tan grande, era muy suficiente por la se- guridad que Borbón tenía de que la mayor parte de la nobleza de Francia se conmovería y acudiría á él con mucha gente, salíiendo su entrada en aquel reino. Pero en esto se engañaba mucho; porque an- tes bien su venida la confirmó más en la fidelidad á su rey. Luego que este tuvo aviso de que el designio del Duque era sitiar á Marse- lla, metió en ella muy buena guarnición de tres mil infantes y dos- cientos hombres de armas á cargo de dos famosos capitanes: * y pa- só incesantemente á juntar todas sus fuerzas para ir á socorrer la pla- za con un extremo deseo de ver de cerca al Duque de Borbón y dar- le por su mano el castigo merecido. Mas el Marqués de Pescara, que después del Duque tenía la principal autoridad en el ejército y orden del Emperador para amonestarle lo más conveniente, fué de parecer que, siendo sus fuerzas tan desiguales en número á las que el Rey traía, se levantase el sitio antes de venir á batalla contra todo el po- der de Francia, que estaba en movimiento para dar sobre ellos. El Duque vino fácilmente en eso por ser el que más riesgo corría. Con que al punto le levantó después de cuarenta días que le había pues- to: y fué con grandes providencias, que surtieron feliz efecto; aunque la forzosa apresuración no pudo dejar de traer algunos menores daños.

Eoncio de Cero, vaiVín romano: y Folipj Chabot, Señor de BriAii.

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4 El re}^ Francisco, sin poderle detener la muerte de su esposa la reina Claudia que sucedió en Blois pocos días antes, y la debisra te- ner por aviso del cielo, que con estas cenizas quería mitigar las lla- maradas de su ardor, (si no era furor vengativo) se resolvió á pa- sar á Italia en seguimiento del ejército imperial. Para esto dejó dis- puesta> las cosas de su reino lo mejor que pudo: y declaró por regen- te á su madre madama Luisa, como la otra vez, con un poder abso- luto durante su ausencia. Obstinóse tanto en esto su resolución, que no fueron parte para persuadirla las fuertes representaciones de los más prudentes y autorizados de su Consejo. Decíanle: que la presen- cia de su persona era más necesariay aún absolutamente requisita en Francia para la defensa de su reino, amenazado por la parte de España, Alemania, Flandes é Inglaterra, que no en Italia para la recuperación de Milán; en donde, no habiéndose hallado jamás el Emperador en persona, no tenía S. Majestad que ir á arriesgar allí la suya. Y que fue- ra de esto debía mirar á que era ya mediado Octubre, cuando más era tiempo de retirarse de la campaña, aunque estuviese en ella, que no de entrar en una tan llena de peligros. Su misma madre la Regente partió con el mismo fin á León. Pero él, sabiendo á lo que iba, no le qui- so esperar. Algunos refieren que el almirante Bonivet(á cuyos avisos de feria más que á todos los otros) le indujo á proseguir con tanta obs- tinación, haciéndose la cuenta de que si el Rey salía victorioso la ma- yor parte de la gloria seria suya, siendo el que más mano tenía con él y más manejo en las disposiciones de la guerra: y si era vencido, esta última pérdida borraría la memoria de la jornada que él hizo, y por culpa suya salió tan desastrada. Pero si sus pensamientos eran estos, bien lo pagó él y se lo hizo pagar al Rey y á todo su reino.

5 Partió, pues, el Rey de Francia con el poderoso ejército que había juntado: y sin duda era uno de los más floridos que tuvo ja- más la Francia por ir en compañía del Rey toda la flor de su noble- za, no habiendo quedado en el Reino sino los precisos para el go- bierno de sus provincias, como fueron: el Duque de Vandoma, que quedó por Gobernador de la Isla de Francia y la Picardía; el Conde Guisa, de Champaña y Borgoña; el Gran Senescal Luís de Brezé, de la Normandía; el Mariscal de Lautrec, de Guiena y Lenguadoc, y el Conde de Laval de Bretaña. De los muchos que fueron con el Rey en primer lugar nombran los historiadores franceses é italianos al Príncipe de Bearne, D. Enrique de Labrit, pretenso Rey de Navarra de quien no se acuerdan los españoles como si sus inculpables des- gracias fueran negras aguas del Leteo, para borrarle de su memoria. Después de este príncipe nombran al Duque de Alensón, primer príncipe de la sangre y casado con hermana del Rey, la cual presto enviudó y casó con dicho príncipe. Por no alargarnos dejaremos de nombrar á los demás, que no son tan de nuestro propósito,

6 Mandó, pues, el Rey que su ejército marchase agrandes jorna- das para alcanzar á los imperiales, quienes con toda diügencia y pre- caución proseguían su marcha. Esto les valió. Porque con poco daño hecho en los mencs diligentes de la retaguardia por los mariscales

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de la Paliza y de Montmoranci, que se adelantaron, pusieron su ejér- cito en salvo el Duque de Borbón y elMarqués de Pescara, y se jun- taron con el Virrey de Ñapóles, Lanoy, en Pavía. Allí resolvieron lo que se debía hacer para la defensa del ducado de Milán. Y fué: po- ner dos mil infantes en Alejandría, á donde el Rey de- Francia se encaminaba, para entretenerle por algún tiempo si hacía semblante de sitiar aquella plaza: y á Antonio de Leiva pusieron en Pavía con mil y doscientos españoles y seis mil lanskenetes. Y al mismo punto partió el Duque de Borbón á Alemania para levantar allí otros doce mil con el dinero que el Duque de Saboya le había prestado sobre sus joyas. El Rey, que tenía intento de apoderarse lo primero de to- do de la ciudad de Milán, donde el Virrey de Ñapóles se haMa puesto con el resto de las tropas imperiales, envió al Marqués de Saluzzo y al Mariscal de la Trimulla con un buen trozo de su ejército á apode- rarse de los arrabales indefensos de Milán. Hiciéronlo fácilmente, y no queriendo los vecinos de la ciudad tomar las armas contra los fran- ceses, el virrey Lanoy se vio obligado á abandonar la ciudad y po- nerse en salvo con sus tropas.

7 Hasta aquí todo iba bien para los franceses; porque su rey sin quererse detener en el sitio de Alejandría ni otras plazas, marchó derecho al enemigo y á la ciudad capital, cuya posesión importaba sobre todo al progreso de su empresa. Mas luego que supo que Mi- lán se le había rendido, en vez de pasar adelante en busca del ene- migo, cuando este se' hallaba con fuerzas muy inferiores para enfla- quecerle más ó para acabarle del todo, se detuvo contra su natural ardimiento en poner sitio á Pavía por sugestión de algunos de su Consejo. Este era el mal de que adolecía este Rey y señal de que Dios le quería perder; abrazar los malos consejos, aunque fuesen re- pugnantes á su genio y rehusar los buenos por más favorables que fuesen á su bien. A este yerro se siguieron otros muchos. Uno de ellos fué que después de haber puesto en buena forma el sitio y co- menzado á batir la plaza apresuró el asalto sin reconocer bien la bre- cha. De que resultó, que, no siendo aún razonable, los franceses fue- ron rechazados con gran pérdida, y lo más sensible fué el haber sido muerto Claudiode Ürleans, Duque de Longavilla, yendo poco des- pués á reconocerla. Otro yerro fué: que el papa Clemente Vil se pu- so por medio en este tiempo, proponiendo una tregua de cinco años entre el Rey y el Emperador; y el Rey no quiso dar oídos á ella. Aun- que Guicciardino dice que S. Majestad Imperial tampoco quiso ve- nir en ello con la condición que se ponía de partir entre los dos el du- cado de Milán. Pero el mayor yerro de todos fué: que, no pudiendo salir S. Santidad con el intento de asentar esta tregua, renovó con la Francia la antigua alianza, así de la Santa Sede como de su Casa de Médicis: y en consecuencia de esto persuadió al Rey que enviase par- te de su ejército á invadir el reino de Ñapóles, totalmente destituido de gente de guerra, prometiéndole para esto su asistencia.

8 El Rey, ciego de ambición, cayó de ojos; pues, queriendo abra- zarlo todo sin apretar nada, trató de despachar al punto á JuanStuar-

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do, Duque de Albania, y á Rancio de Gere y otros famosos capitanes con diez mil infantes, seiscientos hombres de armas y algunas com- Beiíay. pañías de caballos ligeros. Así lo refieren algunos graves escritores. caijeHa! Aunque Guicciardino escribe al contrario: que el Papa divirtió al Rey etc. aiii. ¿e estj^ empresa, que tan á contratiempo se le había puesto en la ca- beza por el recelo de que se hiciese demasiado poderoso con la con- quista de Milán y la de Ñapóles juntamente. Mas todo se compone. Porque, aunque esta interpresa no tuviese efecto, lo mismo vino á ser para enflaquecerse el ejército francés, el haber enviado á ruego del mismo Papa al Duque de Albania con numerosas tropas contra las repúblicas de Luca y de Sena sin fruto ninguno para la Francia. Lo mismo hizo este mal aconsejado Re}^ enviando también ahora al Marqués de Saluzzo con cinco mil hombres á Savona, que estaba por el francés, para hacer de allí guerra á Genova. De suerte que pare- cía dividirse así sus fuerzas cuando las había menester juntas, más por traición de sus consejeros que por alguna consideración oportu- na. Verdad es que el Marqués de Saluzzo se portó dignamente en esta empresa, venciendo á los genoveses por mar y por tierra con la ayuda de Andrea Doria, general de las galeras, que aún seguía el par- tido de Francia. Pero todo fué de igual daño para la empresa princi- pal, enflaqueciéndose irreparablemente de un modo y otro las fuer- zas del ejército francés.

9 Al contrario los españoles, procedían con suma prudencia y to- da buena conducta, siendo tantos sus aciertos como los yerros de los franceses. Porque, sabiendo el designio del rey Francisco sobre el reino de Ñapóles, deliberando no impedírselo por el prudente recelo de que, dividiendo así sus tropas, que estaban juntasen el ducado de Milán, no lo viniesen á perder todo. Fuera de que estaban seguros de que el Emperador desde España cuidaría bastantemente de la defensa de Ñapóles. Y se hacía la cuenta de que, envolviendo el Duque de Borbón con los doce mil lanskenetes que había levantado de nuevo, se hallarían bastantemente fuertes para chocar con los franceses. Como de hecho sucedió para reparo suyo y ruina total de la Fran- cia. Fuera de esto se gobernaron los cabos con bien rara sagacidad y cordura; así Antonio de Leiva dentro de la plaza para aquietar á los lanskenetes que estaban en extremo irritados y á punto de pasar- se al enemigo por falta de pagamento, como el Virrey y el Marqués de Pescara en campaña á todo el ejército que estaba para amotinarse por la misma causa. Pero, ¿qué podían valer las astucias con los astutos y arrojados? Todo hubiera sido en vano si al mismo punto no hubiera llegado oportuní-simamente de Alemania el Duque de Borbón con sus doce mil lanskenetes. Con esto se mudó el teatro: y pudieron formar los generales un gallardo expediente para acabar de sosegar sus ánimos, representándoles que el ejército francés dividido en diversos y distantes lugares estaba sobre Pavía tan disminuido, que con el au- mento, que tenía el suyo, era muy fácil el deshacerle y hacer pri- sionero á su rey y á los muchos príncipes y grandes señores que con él estaban: y que, siendo así (como lo tenían por infalible) el m¿ís po-

Año

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bre soldado se podía prometer con tan ricos despojos y cuantiosos rescates hacer una gran fortuna para toda su vida. Esta esperanza, como pieza bien asestada á su codicia, hizo en ellos tal batería y los animó de suerte, que no pidieron más pagamento sino batalla.

§*. n-

Viendo, pues, los generales del Emperador tan gallarda resolución en los españoles, y también que los alema- nes, que acababa de traer el Duque de Borbón, no les 1^25 querían ceder en coraje, llenos de buenas esperanzas quisieron más darles este contento, aunque fuese con riesgo, que verlos amotinar ó desbandarse con la infalible ruina de los negocios del Emperador en Italia. Por lo cual al mismo punto para no dejar entibiar este su mar- cial ardor, marcharon desde Lodi á banderas desplegadas derecha- mente á Pavía con resolución de socorrer esta plaza ó bien de dar batalla. El Re}' de Francia, advertido del designio de sus enemigos, juntó Consejo de Guerra para deliberar lo que había de hacer. Lo más prudentes y ancianos capitanes, como la Trimulla, la Paliza y el Duque de Sufolk, eran de sentir que se levantase el sitio y se fuese al encuentro del enemigo. Mas, siendo de contraria opinión el almi- rante Bonivet, el Rey se obstinó en continuarle; aunque, dividiendo su ejército, se fué á alojar á un valle cercano sobre un pequeño río, que era el paso de los enemigos, y se halló á un cuarto de legua de ellos resuelto á combatirlos; mas siempre contra el pai:ecer de los más sabios de su Consejo, que tenían por mejor quedarse en su campo bien atrincherados, conformándose en esto con el aviso recien- te del Papa. Quien exhortaba y conjuraba al Rey que en todo casóse estuviese en su campo bien fortificado sin combatir siquiera por unos quince días más; porque el ejército imperial no podía durar más tiem- po en campaña por falta de pagamento. Mas este príncipe era tan preciado de valiente y tan llevado del pundonor, que tenía por des- honra, no solamente el rehusar batallas, sino también las ocasiones de pelear. Y así, cerró los oídos para su mal á tan sano consejo. De otros muchos yerros le notan los escritores. En lo que se sigue segui- remos compendiosamente á los más clásicos y desapasionados de todas naciones, que refieren circunstancias bien notables.

1 1 blegó, pues, el día 24 de Febrero, consagrado á la festividad del apóstol S. Matías, el de la buena suerte, en que veinte y cinco años antes había nacido el Emperador: y teniéndole por de buen anuncio el Duque de Borbón, el virrey de Ñapóles Lanoy y el Marqués de Pescara, sus generales, determinaron socorrer en él á Pavía ó dar batalla. El razonamiento para animar al ejército, tocaba al Duque de Borbón, como á general supremo. Era príncipe discreto y elocuente, y ahora tenía de su parte la indignación contra su rey para lo fervien- te y fecundo de su oración. Amplificóla y exornóla con las circuns- tancias del día y potros adjuntos tocantes á su persona y sucesos. Por

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lo cual tuvo los grandes aplausos. Pero el que careció de toda lisonja fué el de un capitán español, que le oyó muy de cerca, y dijo en alta voz al acabar: cr^an discurso si íaera en pfó y no en contra de su rey y de su patria. Los imperiales, que estaban acampados fuera del parque de Pavía, derribaron luego aquella noche una gran parte de sus cercas é hicieron pasar su ejército á mano izquierda del ejército del Rey para ganar el alojamiento de Mirabel; y desde allí socorrerla plaza sin designio (en caso de conseguirlo) de dar batalla sino con grande ventaja. El Senescal de Armeñac, jaques Galiot, general de la artillería de Francia, la tenía en tan buen orden, y la hizo disparar tan á propósito, que como los imperiales iban entrando }'• pasando el bosque, su disparo hacía horribles brechas en sus batallones, con tal destrozo, que se vieron obligados á tomar apresuradamente el puesto de un valle cercano para ponerse al cubierto.

12 Viendo esto el rey Francisco, creyó ligeramente que era cosa de fuga. Y sin hacerlo bien reconocer, trabucó el orden de su ejército rompiendo el primero de todos con el fin de que á él solo se le atribu- yese la gloria de la victoria cuando esto le tocaba al Mariscal de la i^aliza, que conducía la vanguardia (como el Duque de Alensón la retaguardia.) Mas el Rey, que llevaba el cuerpo de batalla, se quiso adelantar, y fué á chocar el primero con el enemigo. Llevaba en su cuerpo de batalla la mejor parte de su gendarmería, y á su mano de- recha el batallón de los suizos. Después de este desorden dio furiosa- mente sobre la caballería imperial y rompió su primer escuadrón con- ducido por el Marqués de Sant-Angel, el cual quedó allí muerto. Los señores de Lescut y de Brión y Federico Gonzaga penetraron hasta la artillería imperial y pusieron en desorden á sus guardias.

13 Los suizos que iban con el Rey, en vez de encarar con un ba- tallón de lanskenQte que cubrían la gendarmería imperial, tomaron la retirada por el camino de Milán sin querer pelear. Mas los lanske- netes del Rey, que serían de cuatro á cinco mil hombres, comandados por Francisco de Lorena y por el Duque de Sufolk, rosa, blanca inglés vinieron con gran coraje á las manos con los imperiales y combatie- ron con gran vigor. Pero era ya á tiempo que no podían resistir al mayor esfuerzo y suma industria de los españoles, que con la buena conducta de sus jefes hacían maravillas. Y así, todos ellos con sus co- roneles y capitanes quedaron allí hechos pedazos. Según todos afir- man, lo principal así en este lance como en los siguientes y toda la gloria de aquel día se debió á los arcabuceros españoles, que, reparti- dos por el Marqués de Pescara en todos los costados déla batalla, no perdieron tiro. Con esto vino á cargar todo el peso del combate sobre el escuadrón del Rey, quien hacía cosas heroicas por su persona. Mas al cabo después de haber caído muertos ó heridos todos los que pe- leaban á su lado, y eran los más valientes de su ejército, él mismo fué herido de un arcabuzazo en la pierna, y cayó sobre su caballo herido y muerto de otros muchos al mismo tiempo. Mas así como estaba sin poder tenerse bien en pié, prosiguió peleando é hiriendo también á los soldados españoles, que con toda rabia y empeño le querían pren-

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der sin quererse él rendir á ning-uno de ellos. Sobre su (grande valor retardaba la rendición el considerar que si se rendía á uno los de- más le matarían de envidia. Hallándose, pues, en tan extremo con- flicto, tuvo el socorro de donde menos lo pudiera esperar. Monsiur de Pomperant, el camarada que dijimos del Duque de Borbón, llegó en este punto, y con noble ejemplo de generosidad se puso á su lado para defenderle. Así pudo el Rey con tan buena ayuda rechazar por algún rato más á los que con tanta ansia le querían prender cada uno para sí: hasta que allí pareció el Virrey deXápoles, á quien S. Majes- tad se dio luego por prisionero, quedando burlados los que á más cos- ta suya le pretendían rendir.

14 El historiador Ferrón escribe que el Duque de Borbón llegó también ahora, y gritando muchos que se rindiese á él, el Rey no respondió nada, aunque estaba rodeado de espadas que le ponían á la garganta. Y esto parece más cierto que el haber respondido (como otros dicen) qite no se quería rendir á un traidor. Ya para entonces unos le quitaban las espuelas, otros el cinto militar y otros la espada, y aún le cortaban pedazos del vestido, deseando cada uno participar la gloria de tener algún despojo de tan excelso prisionero. Uno de es- tos fué Juan deUrbieta, natural de Hernani, en Guipúzcoa, hombre de armas de la compañía de D. Hugo de Moneada, de quien absoluta- mente dice Gariba}' que prendió al rey Francisco; y otro fué Diego

de Avila: ambos fueron los primeros que llegaron á ponerle al pecho J'^?°?' las espadas, y este último hizo prenda de la manopla. Roca.

1 5 Al punto de la victoria se inclinaba á los imperiales Antonio de Leiva, que con grande atención lo observaba todo de la muralla de Pa- vía, hizo juicio de ser cierta: y para tener su buena parte en ella, sa- lió de la ciudad con la gente que tenía; y dando sobre la que había quedado de los franceses guardando las trincheras, la deshizo fácil- mente: y con prudente acuerdo previno lo que había de suceder, ha- ciendo derribar luego á toda diligencia el puente que los franceses ha- bían levantado sobre el río Tesino para su comunicación con Francia, y podía servirles de retirada. Por lo cual después de haber sido ente- ramente rotos, buscando su escape, vinieron á dar en manos de sus enemigos ó en el seno del agua que los recibió, y trató del mismo mo- do que ellas.

16 El Mariscal déla Paliza, que comandaba la vanguardia, pade- ció el mismo infortunio, si no fué mayor que el de su rey, porque fué derribado del caballo, y demás de eso muerto atrocísimamente de muchísimos golpes y heridas después de un sangriento combate, en que quedó su gente enteramente deshecha; aunque con honra por haber peleado con mucho valor. El Duque de Alensón, que regía la retaguardia, quedó mejor librado; porque, queriendo proseguir pe- leando, le aconsejaron se retirase con la poca gente que le quedaba antes que exponerla más tiempo al cuchillo vencedor. Y así se salvó con ella por el puente que los franceses habían levantado, sobre el Tesino, y aún estaba en pié. Algunos escriben que huyó desde el prin- cipio de la batalla y que su fuga fué causa de que los suizos se retira- sen también sin pelear.

4Ó4 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VI.

17 En las circunstancias de esta celebérrima batalla discrepan mucho los escritores, especialmente los de diversas naciones, guia- dos del afecto nacional, que suele ser el ciego que guía á otro ciego. Pero los más de ellos atribuyen la derrota de los franceses ásu rey, que acometió á los imperiales con más ardimiento que buen orden: y so- bre todo, muy fuera de tiempo, yendo á mezclar con ellos cuando la artillería francesa hacía tanto estrago en sus escuadrones y debiera no impedirlo. Pero todos convienen en que la victoria que los impe- riales alcanzaron este día fué una délas más4>loriosas que jamás se vio: y que enteramente se debió al valor y prudencia de los imperia- les, que suplió con ventajas su inferioridad en el número, y espe- cialmente á la buena conducta de D. Fernando Avalos, Marques de Pescara, capitán que por sus hechos excede toda alabanza. Y bien se pueden congratularlos navarros de sus proezas; por ser dignísimo biznieto de Ruy López de Avalos, Condestable que fué de Castilla, navarro de origen, á quien nuestro rey D. Carlos III dio en don per- Tomo 4. pgj-^Q q\ lugar de Avalos con sus pechas y rentas el año de 1397. El Anales Condcstablc siguió después en las discordias de Castilla la parciali- 1.31. c 3.^^^ del infante 1). Enrique de Aragón, y muriendo despojado de to- í^i'^l^^- dos sus bienes el rey D. Alfonso de Aragón, llevo á sus hijos consi- cap. r go á Ñapóles, donde por sus hazañas hicieron las ilustres Casas que

tanto resplandecen en el mundo.

18 En esta celebérrima batalla murieron, según el cómputo más cierto, de los franceses pasados de ocho mil hombres, ya por armas, ya ahogados en el río Tesino, y entre ellos muchos de los señores más principales que seguían al rey Francisco, y no pocos peleando con gran valor á su lado. Solo hacemos mención particular del que más lo tenía merecido, que fué el almirante Bonivet, su más favorecido, por ser su mayor lisonjero. Toda lisonja es perniciosa al príncipe; pero las de este capitán fueron perniciosísimas. Adulábale por el la- do de que el mismo Bonivet flaqueba, que era la vanidad; y por el de la valentía y vanagloria, de que el Rey adolecía; y así, le aconsejó y metió para su mal y el de todo su reino en las empresas y acciones arrojadas que se han visto. Con el Rey fueron hechos prisioneros otros muchos grandes señores. Entre ellos cuentan en primer lugar al pretenso rey de Navarra, D. Enrique, á quien por ser sujeto de tan- ta consecuencia para el buen fin de la guerra pusieron luego en una torre del castillo do Pavía, encargando su custodia al capitán del mismo castillo, hombre de toda confianza, con buen número de sol- dados. La prisión era tan estrecha como segura; aunque el tratamien- to que se le hacía era de persona Real; y él ostentaba muy cumplida- mente lo que pretendía ser, no faltándole medios para ello.

19 El Rey prisionero fué conducido á la posada del Virrey de Ña- póles, donde también el Duque de Borbón le fué á ver, y fué recibido muy humanamente de S. Majestad. Con todo eso (según escribe Fe- rrón) el Rey con lágrimas en los ojos le dijo estas palabras: Monsiur de Borbón, veis aquí que os es grandemente honroso el ser causa de la pérdida de tantos valerosos caballeros^ de la cautividad de vues-

REYES DONA JUANA III Y D. GARLOS EL EMPERADOll. 4Ó5

tro Rey y de la opresión de vuestra patria, Y el Duque le respon- dió: que estaba bien pesaroso de haberse visto forzado A proceder así por Sil propia salud. Por lo demás el Rey (aunque bien guarda- do) fué tratado dignamente, y más como re}' que prisionero: en tanto grado, que aquella noche al ir á cenar el Virrey le sirvió con la bacía para lavar las manos, el Marqués del Vasto con el agua manil y el Duque de Borbóncon la toballa. Mas después de esto el Rey para ven- cerlos en cortesía, no obstante sus escusas y larga resistencia, los hi- zo sentar consigo á la mesa. Lo mismo hizo con el Marqués de Pes- cara, que por haberse detenido en dar sus órdenes al ejército, llegó algo después á hacerle reverencia: y á todos los entretuvo familiar- mente con su conversación discreta. Del mismo agrado usó con los demás señores y capitanes, y aún con los soldados rasos, cuyo des- caro no fué menor que la bizarría del Rey, como se sabe por los chistes que pasaron, y vulgarmente se cuentan. A todos se hizo tan amable por su afabilidad como admirable por su elocuencia y noti- cias mu}' selectas en todas materias. Porque, aunque este conocimien- to no nacía de estudio profundo, con todo eso, la conversación ordi- naria y mucho trato, que siempre había tenido con hombres doctos, V su mucha observación, sobre ser naturalmente discreto, le hacían parecer sabio en sus discursos. Mas presto cesaron estas galanterías. Porque el virrey Lanoy temió que por falta de pagamento, en que después de tan ricos despojos insistían siempre las gentes de guerra, movidas principalmente de los soldados, que pretendían ser prisione- ro suyo y no del Virrey, se apoderasen de su persona y que dispu- siesen de él á su antojo. Y así, le hizo pasar secretamente al castillo de Pizziguitón, donde por mayor seguridad lo dejó á la custodia del Señor de Alarcón, capitán español de mucho nombre y gobernador que era de la P ulla y Calabria, en el reino de Ñapóles.

20 Sabida por el Emperador la alegre nueva de una tan señalada é importante victoria y la prisión de un tan poderoso y terrible ene- migo y la de tantos príncipes con circunstancias tan ventajosas pa- ra gloria de España y crédito de sus armas, mostró una serenidad de ánimo verdaderamente cristiano y católico. Porque no permitió que se celebrase con luminarias y regocijos públicos en ningún lu- gar de sus reinos, contentándose solo con que se diesen gracias á Dios por procesiones generales en todos ellos, misas y sermones para amonestar á sus subditos á rendir toda la gloria á Dios: y lo que fué de mayor edificación y eficacia: él mismo se dispuso á esta primera obligación confesándose y comulgando en público para animar á to- dos con su ejemplo.

E~*^n Francia fué muy diverso el efecto de esta noticia, que también se puso luego por carta del mismo Rey es- ^/^crita á su madre la regente madama Luisa, y no (co- mo algunos quieren) á su mujer la reina Claudia, que ya era muerta;

TOMO Vil 30

466 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VI.

Conde En ella lo decía todo en estas breves palabras: Madama, iodo se ha do la perdido sino es la honra. Fué suma la consternación que se siguió en todo el Reino. Donde á la tristeza y pasmo general que causó tan funesta nueva, principalmente por la cautividad de su rey, se añadía el duelo particular, no solo de las más ilustres casas del Reino, sino también de las medias y de las ínfimas por la muerte ó prisión de tan gran número de príncipes, gentileshombres y soldados sencillos. Lo peor era lo que prudentemente se temía: de que en la ocasión presente brotasen bandos y facciones en Francia, que siempre fué fecunda de ellas, corriendo los mismos temporales. Temíase también que el Em- perador victorioso viniese á descargar de una parte con todas sus fuerzas sobre aquel reino y el inglés de otra con las suyas. Mas Dios, que siempre salvó prodigiosamente esta monarquía, estando al borde de su ruina, la mantuvo en este lance por medios contrarios á la opi- nión de los hombres.

22 Luisa de Saboya, madre del Rey, que había quedado por regen- te del Reino, residía durante su ausencia en la ciudad de León, y cuanto antes pudo convocó en ella una asamblea de los pocos seño- res que habían quedado en Francia 3' de los ministros más autoriza- dos, que se llamaron los notables, con el fin de procurar por su pare- cer y acuerdo la libertad del Rey y la defensa del Reino. Como al más principal de todos tocaba presidir en ella al Duque de Vandoma, que ya era primer príncipe de la sangre, habiendo sucedido en este supremo grado por la muerte del Duque de Alensón, que acababa de morir en la misma ciudad, sofocado de la pena de tan lamentable suceso y no menos de ver puesta en opiniones su honra. Ya antes se había acercado á él con inmediación el de Vandoma por la felonía de su pariente mayor el Duque de Borbón. Ahora, pues, solicitaron mu- chos á este generoso príncipe á tomar absolutamente el timón de la fracasada nave de la monarquía francesa. Mas él lo rehusó constan- temente, dando un gran ejemplo de moderación y prudencia; así por conocer que más lo solicitaban movidos del odio que tenían ala Re- gente, que no del amor que tenían ala patria: y también por cosnide- rar el peligro que corría en gobernar una nave que estaba para hun- dirse con la tempestad que corría. Y así, respondió que á todo se da- ría maduramente providencia por la asamblea de los notables, en que él procuraría que todo se encaminase al bien público de la monarquía y así lo cumplió con grande tesón y celo. Pase esta memoria honorí- fica por débito de nuestra Historia á este Príncipe, en quien y en su Real prosapia vino á parar la herencia de los Estados que nuestros últimos reyes poseyeron en Francia juntamente con el pretenso dere- cho del reino de Navarra.

23 Con este apoyo la autoridad de la Regente se mantuvo en to- do respeto por la asamblea: y corriendo todo en ella con suma paz y unión, se proveyó lo más conveniente en trance tan apretado. Orde- nóse que Andrea Doria, General de las galeras del Rey, y el Señor de la Fayeta. Vice-Almirante, fuesen al punto hacia las costas de Ña- póles á traer al Duque de Albania con sus tropas, que, vueltas á Fran-

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS ÉL EMPERADOR. 4^)J

cia, sirviesen ala defensa del Reino. El Marqués de Saluzzo, que es- taba de vuelta en Savoya, recibió también la misma orden de hacer repasar prontamente los Alpes á las suyas. Todo lo cual se ejecutó felizmente, y con todo cuidado se proveyó á la guarnición de las pla- zas fronterizas. Francisco de Turnón, Arzobispo de Embrún, (que después fué Cardenal) Juan de Selva, primer presidente del parla- mento de París, Felipe Ghabot, Señor de Brión, y Jaques Galiot, Se- nescal de Armefíac y General de la artillería, fueron señalados por embajadores á España para tratar del rescate y libertad del Rey. Y porque se tenía aviso cierto de que Enrique Vlll, Rey de Inglaterra, había puesto en pié un grueso ejército que estaba para emljarcarse en Douvres para venir á dar sobre la Normandía, la Regente por reso- lución del mismo Consejo le despachó una embajada á fin de diver- tirle de esta interpresa. Esta surtió mejor efecto de lo que se esperaba. Porque los embajadores hallaron en el inglés una grande disposición no solo para romper este su primer designio, sino también para asis- tir á la Francia contra el Emperador, del cual estaba ya mal satisfe- cho y sobremanera quejoso de que, habiendo contribuido más que otro alguno de los coligados al ejército de la liga .hecha contra la Francia, el Emperador ahora después de su victoria por muestra de agradecimiento no había llegado á ofrecerle siquiera alguna peque- ña porción del fruto de ella; sino que, muy lejos de eso, le trataba ya con mucho despego y gravedad, porque antes en las cartas que le es- cribía de su mano se firmaba siempre vuestro hijo y primo Carlos: y ahora, escribiéndole solo por las de sus secretarios, no se firma más que Carlos, todo lo cual atribuía él á soberanía y le hacía temer que este Príncipe magnánimo y prudente aspirase al imperio de toda la Euro- pa. Y esto ayudó mucho (según piensan algunos) á disponer el ánimo de Enrique Vill para hacer, como presto se vio, nueva alian- za con Francia, dejando laque tenía hecha con S. Majestad Cesárea.

§. IV.

Guando en Francia tomaban mejor semblante las cu- idaba muy triste su cautivo Rey en ItaHa. Habíale puesto el Virrey de Ñapóles, Lanoy, en el castillo de Pizzí Guitón. Y el Emperador al punto que lo supo le envió en posta al Conde de Reux con los artículos de la paz á que se seguiría su libertad si los aceptaba. Mas el Rey estuvo tan lejos de esto, que antes quedó indignado en extremo. Su indignación nacía prin- cipalmente de uno de ellos, y era: que había de ceder y entre- gar el condado de Provenza y el delfinado al Duque de Bor- bón fuera de los señoríos que él poseía en Francia antes del pleito puesto sobre ellos por Luisa, su madre, para poseerlo to- do con título de rey sin reconocer soberano ni superior ninguno. Francisco, pues, justamente indignado, respondió al Conde de Reux: que antes quería acabar sus dias en un perpetuo cautiverio que dar

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SU consentimiento á condiciones tan inicuas, que su reino estah.i ente- ro todavía y que jamás le destrozaría tan infamemente., aunque le importase la vida. Y que si el Emperador quería tratar seriamen- te con él de su rescate y libertad, era menester proponer demandas más razonables. El Emperador, entendiendo esta resolución del Re}- y temiendo juntamente que así por la inconstancia de los italianos, enemigos del poder grande de los españoles, como por algún motín de sus mismos soldados no fuese puesto en libertad, deliberó que lo tra- jesen á España. El transporte eramuy peligroso, siendo forzoso que se hiciese por mar porque la armada naval de Francia comandada por el general Andrea Doria, y mucho más fuerte entonces que la de España, estaba á la mira para apoderarse en este caso de la perso- na de su rey y ponerle en salvo.

25 Algunos quieren decir que si el mismo Rey no hubiera consen- tido en venir á España, hubiera sido puesto en libertad á viva fuer- za. Pero estos son discursos fundados en la liga secreta que por este tiempo, y también á este fin, se iba fraguando contra el E^mperador en Italia, entrando en ella el Papa, los venecianos, el Duque de Milán y otros potentados y ciudades libres por su propio interés y por la so- licitud de la Regente y Consejo de Enrancia, que les ofrecían grandes partidos, y contribuir con todo el dinero que les pareciese al sueldo de la gente de guerra. Mas este designio quedó frustrado por la veni- da anticipada del rey Erancisco á España: y toda esta liga, aunque es- tribaba en tan firmes balas, la desjarretó enteramente con grande da- ño de los que en ella entraban el buen pulso del Marqués de Pesca- ra. Contarémoslo anticipadamente por la conexión que tiene con lo que va.mos diciendo.

26 Los conjurados solicitaron á este gran caballero con todo se- creto y maña para traerle á su partido. Valiéronse para esto de la ocasión de tenerle el Emperador muy agraviado, dando á Lanoy to- do el premio de la reciente victoria, cuando él lo tenía merecido con incomparables ventajas: y para obligarle más, le ofrecieron el supre- mo gobierno de sus armas con otras grandes ventajas, y entre ellas, la de hacerle rey de Ñapóles, dándole S. Santidad la investidura de este reino, como feudo que era de la Iglesia, después de haberlo con- quistado á comunes expensas. Mas su gran fidelidad prevaleció á sus justos sentimientos y á sus mayores conveniencias. Porque, aunque por algún tiempo quiso dar oídos á estas pláticas y tratos, fué por entretener á los coligados y atrasar sus designios; hasta que, bien in- formado, dio cuenta al Emperador y se puso el remedio debido. Al- gunos escriben que el Marqués al principio consintió en la tentación y que después se arrepintió. Pero cuando fuese así, se da por asenta- do en buena política ser lícito el repeler un fraude con otro. Y así, la astucia del Marqués no podía ser arma vedada, y mucho menos con- tra los que le inducían á una traición.

27 Viendo, pues, el Emperador la dificultad que había de traer por fuerza á España al rey Francisco, dispuso prudentemente que fuese con su consentimiento. Para esto le escribió una carta muy cortés y

REYES DOS'A JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. ^^Q

cariñosa en la que le aseguraba que en viniendo á España ajustarían amigablemente entre los dos sin intervención de otra persona así la libertad como todas las demás diferencias, expresándole con grandes encarecimientos el deseo que tenía de verle y dejarle contento. No dejó el Re}' de conocer que en esto podía haber su artificio. Pero consintió con efecto en el viaje, movido de una consideración sutil en la realidad; pero que á él le hacía mucha fuerza. Esta fué: saber que el Emperador había prometido al Duque de Borbón por mujer á su hermana Doña Leonor, viuda del rey D. Manuel de Portugal: y juz- gó que de esto se seguiría infaliblemente su ruina total y la de su reino. Porque si este matrimonio se cumplía, el Duque de Borbón sería al mismo punto restablecido en Francia por el Emperador y él vendría á tener un enemigo en las entrañas de su reino, tanto más peligroso, cuanto le haría arrogante é irreconciliable el apoyo del Emperador, su cuñado. Erancisco, pues, deseoso de cortar la trama de este matrimonio, resolvió ir á España para pretender para á la Reina viu.'a por algún buen medio, que con su presencia sería más eficaz, no dudando que ella había de preferir un tan gran rey á un príncipe bandido de su patria, y esperando también que eha misma había de ser en este caso el medio más poderoso para traer al Em- perador, su hermano, á un tratado razonable y menos oneroso para él. Sobre esta venida del rey Erancisco á España y lo concerniente áDupMx ella son muchos y en parte encentrados los discursos de los historia- ^^7*^°

iUlC-

uui es. ^ Paulo.

28 Como quiera que ello fuese, él fué traído á estos reinos por el jov. * virrey Laroy en las galeras de Erancia, de que era general Andrea y^°'^*'' Doria, pero guarnecidas de españoles, según el acuerdo hecho de una parte y otra. En Genova, á donde fué conducido para embar- carse, acudió todo el pueblo en tropel para verle como á un monstruo de la fortuna, y le recibió con risadas y mofa. De que quedó ofendi- do contra los genoveses por toda su vida. Prosiguiendo el viaje, co- rrió gran riesgo de ella en Tortosa, donde estuvieron para matarle los soldados españoles de su guardia por vengarse de Lanoy, que nunca quería pagarles: y querían quitarle á él por medio tan ini- cuo la paga y grandes premios que esperaba del Emperador por con- ducirlo y presentarlo vivo en la Corte de España: y al mismo Lanoy hubieran muerto á no escaparse huyendo de casa en casa por los te- jados. Con estose sosegó el motín, y el Rey después de tanto susto fué conducido por mar á Valencia. Aquí pudo respirar la majestad con las auras favorables del cortejo de muchos grandes de España que fueron á recibirle, y le vinieron acompañando con tanto esplen- dor y obsequio, que no pudiera ser mayor desde Orleans á París si volviera victorioso de Italia. Pero átodo excedió el hospedaje que le hizo en ( luadalajara el Duque del Infantado, D. Diego Hurtado de Mendoza, concurriendo á cortejarle en su Palacio como en propio teatro muchos grandes ca1)aller()S, ramas ilustres de su Casa. Mas, ha- biendo llegado á Madrid, aunque fué hospedado con el honor debi- do, estando el Emperador en Toledo asistiendo á las cortes de Casti-

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lia, no hallaron ál y Francisco en esta Corte lo que se había ima<^ina- do. Porque el Consejo deEstado tenía resuelto que el negocio de su rescate se tratase primero por los diputados de una y otra parte y que S. Majestad Imperial dispusiese después lo más conveniente.

2Q A este mismo tiempo el Príncipe de Bearne, que estaba pre- so en el castillo de Pavía, se escapó de su prisión con una traza bien rara que le hizo discurrir la congoja. Era muy grande la que tenía, sabiendo lo que pasaba con el Rey, y temía con gran fundamento que también lo llevasen á España, de donde jamás saldría; sino que le sucedería lo mismo que al mariscal D. Pedro de Navarra, que aca- bó tristemente sus días en la prisión de Simancas. Y habiendo de ser juez la razón de Estado, mejor le cuadraba á él esta sentencia. Co- municado, pues, su designio con algunos de sus más fieles criados, hizo provisión de escalas de cuerda, y con ellas se descolgó una no- che de la torre, donde estaba preso, y con él el Barón de Arros en Bearne, y Francisco, su ayuda de cámara: con los cuales, disfrazados todos en trajes no conocidos, llegó á León, y allí se pusieron en sal- vo. El Capitán del castillo tenía de costumbre el ir á darle todas las mañanas los buenos días y correr para esto la cortina de la cama en que el Príncipe dormía: y él, previendo esto, había hecho acostar en ella á Francisco de Roche, uno de sus pajes. Viniendo, pues, el Ca- Favia. pitan, según la costumbre, y queriendo correr la cortina, le dijo otro paje que estaba limpiando los vestidos del Príncipe, que le dejase dormir porque había pasado mala noche. Así, la fuga del Príncipe de Bearne no se descubrió hasta mediodía; y él tuvo tiempo de ga- nar tierra, y no pudo ser alcanzado del Capitán, que le siguió á toda diligencia. Pero como estaño le valió, vino á ser castigado el Capi- tán como merecía: y fuera más digno de castigo si (como quiere Ga- ribay) por su infidelidad se hubiera escapado el Príncipe de Bearne, D. Enrique de Labrit, y no por su propia industria, como refiere Fa- vín en todas estas circunstancias.

.§. V.

Habiendo, pues, llegado á Madrid el rey EVancisco, y viéndolas cosas muy de otro semblante que él se ha- bía imaginado antes de partir de Italia, fué tal el pe- sar que concibió de verse frustrado de sus esperanzas, que cayó en una fiebre maligna. Esta enfermedad de sumo peligro causó tanto susto en la Corte de España, como pudiera en la de Francia; porque á morirse el Rey. venía el Emperador á quedar frustando del fruto más principal de su victoria. Vínole á visitar S. Majestad Cesárea. Y la visita fué de tanto agrado y consuelo, que se puede decir que le dio la vida; porque desde entonces comenzó á sentirse mejor: y con- tinuándose los favores, fue breve la convalecencia. Restituido el Rey á su salud perfecta, desterró la melancolía y se dio á conocer con admiración en la Corte de España por su gallardía, afabilidad y Rea-

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 47 I

les prendas: y también por su caridad, curando del mal de los lam- parones á muchos que acudieron de varias partes de España. Donde, según quieren decir los extranjeros, es este mal más ordinario que en sus países por estar los españoles sujetos á él más que otra algu- na nación de Europa á causa de su complexión ardiente y adusta.

31 Consiguientemente á esto se trató de la libertad de S. Majes- tad Cristianísima, quien entró con buen aliento en el ajuste por las buenas esperanzas que, visitándole en su enfermedad, le ha- bía dado el Emperador. Aunque no podía escusar que se controvir- tiese primero de ambas partes, según la representación que seria- mente le había hecho su Consejo de Estado, quedando la decisión última á su arbitrio. Entraron, pues, en la discusión de este gran ne- gocio de parte del Re}' los embajadores franceses que la Regente había enviado á España, y dijimos ser el Arzobispo de Embrún, el Presidente del Parlamento de París, el Señor de Brión y el Senescal de Armeñac. De parte del Emperador fueron nombrados: Carlos de Lanoy, Virrey de Ñapóles; el Conde de Nasau, Mercurio Gatinara, Canciller del Emperador, el Comendador Herrera, de la Orden de San Juan, y D. Diego de Moneada, Prior de Mecina. Eos secretarios fueron: de parte del Emperador, Juan Alemán, su Secretario de Esta- do, y de parte del Rey Filiberto Bayar. Estos iban escribiendo fiel- mente lo que se trataba en la asamblea, la cual comenzó á 22 de Julio y continuó hasta 24 de Agosto siguiente sin hacerse cosa de monta por esperar el arribo de la Duquesa viuda de Alensón, herma- na del Rey, que para proseguir el tratado había de traer un poder más cumplido de la Regente y de la junta de los príncipes y notables del reino de Francia. Era la duquesa Margarita una de las princesas más célebres de aquel siglo por sus elevadas prendas de entendi- miento, sagacidad y curiosidad en todo género de noticias, con incli- nación á las que traían alguna novedad. Y esto fué lo que la perdió al cabo, dando como nave sin lastre en el escollo más peligroso.

32 Prosiguió, pues, en toda buena forma la asamblea de Madrid, El presidente Selva de consentimiento del Arzobispo de Embrún, que estaba nombrado en primer lugar entre los diputados franceses, repre- sentó que había dos caminos para llegar á un buen acuerdo. El uno era: contratar alianza entre los dos monarcas á fin de extingir ente- ramente sus querellas, y que este sería el más glorioso para el Empe- rador como prueba de su generosidad y digno de la majestad impe- rial. El otro era la vía de rigor, y tenía dos medios. El uno: que qui- siese el E'mperador poner á rescate de dinero al Rey, su prisionero, y que ellos vendrían en un ajuste razonable. El otro medio era: que tu- viese por bien moderar las demandas que le había propuesto, las cuales eran tan altas, que excedían toda medida de razón. El canci- ller Gatinara respondió de parte del Emperador: que para establecer una paz y amistad firme entre los dos monarcas era menester quitar la causa de sus querellas, y que para este efecto el Rey satisficiese primero á las demandas del Emperador. Este fué el me- dio que se tomó. En esta suposición fueron prosiguiendo las con-

Año 1526

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ferencias, que más parecían conclusiones de una universidad de política y razón de Estado, arguyendo y replicando el Canciller Gatinara y respondí endo y queriendo satisfacer el presidente Sel- va. El sujeto de sus cuestiones era el derecho que el Emperador tenía á muchos Estados poseídos injustamente por el Rey de Erancia, y muy especialmente el Estado de Borgoña. Sobre esto se disputó por muchos días con grande erudición y sutileza de una parte y otra: hasta que un accidente impensado fué causa de interrumpirse las disputas.

33 Este vino á ser: que la Duquesa viuda de Alensón dio motivo para que la despidiesen de la Corte. Ella era de gran consuelo para el Rey, su hermano, así por el cordial afecto que él la tenía, como por ser ella su principal agente y emplear su mucha habilidad con suma destreza por librarle. Pero excediendo los límites de lo justo se dio orden para que volviese á Francia. Diósele salvoconducto y á toda diligencia se puso en Salses, en cuya cercanía le es- peraba con buena escolta un capitán francés por si los espa- ñoles intentaban el detenerla: y esto confirmó más el rumor que en España corría de haber querido por malos medios la evasión del Rey, su hermano. Hay quien diga que el Emperador la había queri- do casar con el Duque de Borbón con el fin de componer mejor las diferencias ocurrentes. Pero que ella rechazó con horror una propo- .sición tan ajena de su punto por cuando tenía al Duque por traidor irreconciliabl e del Rey, su hermano. El estaba en la Corte de Espa- ña, habiendo venido en seguimiento de los conductores del Rey cau- tivo, y ahora andaba muy ocupado en seguir su pretención de casar- se con la hermana viuda del Emperador. Y la buena maña de la princesa Margarita era lo que más desbarataba sus designios.

34 Después de la partida de la Duquesa de Alensón los diputados de los dos monarcas volvieron á sus juntas: y en ellas el Canciller del Emperador y el primer Presidente de París á sus disputas; en que todo era como antes erudiciones 3/ sutilezas que las hacían intermina- bles. Viendo esto el comendador Herrera y el poco fruto que se sa- caba de las conferencias, dijo discretamente: que, siendo estos dos insignes varones tan sabios y tan eruditos, ninguno de ellos había de ceder al otro: y que así, lo mejor sería buscar sin tanta controversia algún buen expediente de paz y no perder el tiempo en metafísicas de derecho y razones artificiales. El Mariscal de Montmoranci, que venía y volvía de Francia á España, y se hallaba ahora en esta junta, aprobó con aplauso el parecer, y todos los demás vinieron en ello: y diciendo el Canciller que era forzoso que se comunicase al Empera- dor, se hizo así. S. Majestad lo abrazó con todo gusto, como también el rey Francisco,, que estaba muy impaciente de la dilación de su li- bertad. Pero loque más le movió fué el recelo de que el Duque de Borbón, que con todo ahinco insistía en que el Emperador le diese por mujer, según lo prometido, á su hermana la Reina viuda de Por- tugal, saliese con su intento. Y por atajarlo como el mayor mal que á él y á su reino les podía venir, dio á entender á los diputados de

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Francia SU deseo de que, consiguiendo esto, el acuerdo se hiciese cuanto antes en la mejor forma que fuese posible. Conformáronse ellos con su voluntad. Y la paz se concluyó entre el Rey y el Empe- rador en Madrid á 14 de Febrero del año de 1526 con las condiciones contenidas en los artículos siguientes.

35 I. «Que habrá paz y amistad perpetua entre el Emperador y »el rey Francisco, en la cual serán comprendidos los que quisieren »de consentimiento de SS. MM,

II. »Que el Rey se ha de casar con Doña Leonor, hermana del ■^Emperador, viuda del rey D. Manuel de Portugal, á la cual se dará »en dote la suma de doscientos mil escudos con las joyas y vestidos » correspondientes á su calidad.

III. >Que el Rey será puesto en libertad el día diez de Marzo »próximo con la condición de que al mismo tiempo que él pasará á » Francia el Delfín y el Duque de Orleans, sus dos hijos mayores, se- »rán traídos á España: ó en lugar de dicho Duque de Orleans doce »de los principales señores de Francia que nombrare el Em.perador »para quedar en ella por rehenes hasta que los artículos del presente »tratado sean ratificados y aprobados por los Estados generales de ^Francia y cumplidos por el Rey.

IV. »Óue á los veinte del siguiente mes de Junio el Rey pondrá »en manos del Emperador el ducado de Borgoña con todas sus per- »tenencias y dependencias y todo lo que posee de la Franche-Conté.

V. »Oue renunciará á la soberanía, así de los dichos ducados y »condado como de los condados de Flandes y Artóis.

VI. »Que también renunciará todos los derechos que pretende so- »bre el ducado de Milán, sobre el reino de Ñapóles, sobre Genova, »Ast, Tornay, Lila, Dovay y Hesdín.

VIL »Oue el Re}^ procurará con todo su poder que D. Enrique »de Labrit renuncie el del reino de Navarra á favor del Emperador: »y si D. Enrique lo rehusare, el Rey de ninguna manera le haya de »asistir con sus fuerzas.

VIH. »Oue el Emperador renunciará igualmente á todo el dere- »cho que puede pretender sobre los condados de Pontier, de Boloña »y de Guiñes, y sobre Peronna, Mondidier, Roye y otros señoríos y »villas de Picardía.

IX. »Que el Rey restablecerá al Duque de Borbón en la posesión »de todas sus tierras y señoríos, le volverá sus muebles ó el valor »legítinxO de ellos y le hará buenos los frutos y rentas de sus dichas »tierras desde que él salió de Francia.

X. »Queá todos los que han seguido el partido de dicho Duque »les serán restituidos de la misma suerte todos sus bienes y no se les > podrá hacer pesquisa sobre lo pasado ni en juicio ni fuera de él.

XI. *Oue el Re}' y el Duque remitirán sus diferencias tocantes al »condado de Provenza al parecer de jueces no suspectos á las par- ales.

XII. ))Que el Rey pagará al Rey de Inglaterra los débitos atrasa- »dos de su pensión.

152C

474 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VL

XIII. »Oue el Delfín se desposará con la hija de la reina viuda »Doña Leonor luego que las partes tuvieren la edad competente.

XIV. »Que el Rey hará ratificar el presente tratado á dicho Delfín »en teniendo éste catorce años.

36 Estos son los principales artículos que se pactaron por el tra- tado de Madrid. Los otros eran de menos importancia; pero de todos ellos quedaron poco contentos los franceses, quienes pretendían que fuese solo á dinero el rescate de su re3^ Mas les fué forzoso (como ellos dicen) ceder á la necesidad, que ley á la razón y á la pruden- cia. Después de todo, el rey Francisco quedó contento por haber conseguido lo que más deseaba, que fué: quitarle la Real novia al Du- que de Borbón, su mayor enemigo y principal autor de sus desdichas. De hecho se desposó el Rey con ella en lllescas antes de partir á Francia: y el día que partió le acompañó algún trecho el Emperador. Quien á la despedida le representó los grandes daños que á la cris- tiandad y en particular á la Francia habían resultado de sus disensio- nes y lo mucho que importaba guardar fielmente la paz que acaba- ban de hacer, jurándole como caballero que de su parte no faltaría. Y el Rey le respondió: que iba con ánimo firme de ser su buen ami- go y liermano y dz cumplir lo capitulado, y puso por testigo de su sinceridad una cruz que delante había. Así se despidieron estos dos grandes monarcas con satisfacción recíproca y el francés prosiguió con todo alborozo su viaje á Francia.

CAPITULO VII.

I. Formalidades de la entrega del bey Francisco en su reino de Francia y fiestas

DE sus VASALLOS Á SU LLEGADA. II. TRAZAS DEL lÍEY Y DE SU REINO PARA NO CUMPLIR LOS TRATA- DOS DE Madrid y liga del francks con el Papa y otros príncipes contra el Emperador. III. Casamientos deIj Príncipe de Bearne con hermana del Jíey de Francia y del Emperador con LA Infanta de Portugal, Doña Isabel, con otras memorias. IV. Sucesos de la guerra de Ita- lia. V. Sitio y saqueo de Roma. VI. Noble piedad de varios navarros en esta ocasión. VII. Ca- lamidades DE Roma y dem.ís efectos de esta guerra.

ara poner al rey Francisco en libertad y recibir á sus Año I ^— ^dos hijos en rehenes, se observó esta orden. El fué con-

ducido por Lanoy y Alarcón con cincuenta caballos de escolta hasta el paso de Beobia, cerca de Irún y Fuenterrabía, sobre el río Bidasoa, que separa á España de Francia: y al mismo tiempo fueron conducidos los dos jóvenes príncipes con número igual de ca- ballería por el Mariscal de Lautrec á la opuesta orilla. Había en me- dio de este río una barca muy capaz y bien amarrada. A ella fué lle- vado el Rey en un esquife por Lanoy y Alarcón y ocho hombres sin otras armas" que sus dagas á la cinta. Por la parte opuesta de la bar- ca entraron al mismo tiempo en ella los dos hijos del Rey conduci-

REYES DOÑAJUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR 470

dos en otro esquife por Lautrec y otros ocho hombres armados de la misma forma. Así se hallaron todos á un tiempo en la barca: y al mismo punto pasó el Rey al lado de Lautrec y sus dos hijos al de Lanoy. Y faltando unos y otros en sus esquifes, el Re}^ pasó á la orilla de Francia y sus dos hijos fueron puestos en la de iispaña. Es- te acto, según el cálculo más cierto, se ejecutó á 18 de Marzo de 1526. Si lo antecedente tuvo sus visos de comedia, bien se puede decir que por este acto comenzó la tragedia lastimosa, en la que este rey hizo la primera persona. Ahora se le exhalaba en tiernos suspiros el corazón y se le anegaban los ojos en lágrimas al ver arrebatar á país extraño sus dos hijos, que habían sido las más queridas prendas de la reina Claudia, su esposa, difunta dos años antes, y eran toda la esperanza suya y de sus vasallos; sin que á duras penas tuviese tiempo de abra- zarlos después de la ausencia de un año, que le había parecido de mu- chos siglos: y sobre todo, no sabiendo si á ella se seguiría otra más larga y más enojosa.

2 £1 afligido Rey tenía prevenido un caballo turco á la otra orilla del río, y al punto que puso el pié en Francia montó en él y á toda brida fué á S. Juan de Luz, á tres leguas de allí, donde le esperaba Luisa, su madre, la Duquesa viuda de Alensón, su hermana, y el Príncipe de Bearne con los otros príncipes y mayores señores de su reino. El recibimiento no pudo ser sin lágrimas, mal enjugadas con los regocijos públicos y todo género de fiestas que le había prevenido. Para ejemplo de la fragiHdad humana y de que no es mucho ser ven- cido de otros el que no sabe vencerse á mismo, diremos aquí lo que comúnmente refieren con indignación los historiadores france- D„pioi: ses. Y es: que en este concurso puso su re}^ los ojos en una dama de y ot»"os la comitiva de su madre para quedar ciego del amor profano y pasar del cautiverio de Marte al de Venus, en que duró por mucho más tiem- po con grande olvido de sus primeras obligaciones. En este estado prosiguió su viaje hasta llegar á Angulema, lugar de su nacimiento, donde paró de asiento con su Corte por consejo de los médicos, á quienes pareció que los aires naturales le convenían para recobrar perfectamente las fuerzas y dar con juicio más firme providencia á los muchos y graves negocios que sobre él cargaban.

§. IL

y no de ellos, que él traía muy singularmente encarga- do del Emperador, era el procurar en cumplimiento del artículo Vil de la paz que D. Enrique de Labrit, pretenso rey de Navarra, renunciase el derecho que pretendía tener á este reino en favor de S. Majestad Cesárea. Hallábase este príncipe en la Corte del rey Francisco, y para este tiempo estaba ajustado su matrimonio con Madama Margarita, viuda del duque Carlos de Alensón, hermana del Rey. Lo que no se puede dudar es que ellos se trataban como hermanos: y como tal le pidió el Rey con todas ve-

476 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP, VII.

ras que hiciese dicha renunciación para siempre por y por sus he- rederos á favor del Emperador y de los Reyes de (I^astilla, sus suceso- 3ecrot. res. La respuesta que el pretenso Rey le dio fué: »que si el reino de q. IV. »Navarra fuera alguna tierra ó reino por él adquirido, todo ello, aunque »fuese cosa mayor, lo pondría con todo gusto en sus manos por com- »placer al Rey, su hermano. Mas que tenía gran pesar de no poder «satisfacer á su deseo en lo que ahora le pedía. Y así, le rogaba en- »carecidamente que considerase bien cómo la cuestión era sobre el »más antiguo y glorioso título de su casa materna, que su padre y él »también habían tenido; y que salva su honra y sin ser blasfemado »de sus sucesores y posteridad no podía él abandonar y dejar estetí- »tulo: y que, siendo cierto, según el juicio que debía hacer, que su »honra quedaría si tal hiciese eternamente manchada, creía que el »Rey, su hermano, no le querría apretar en este punto; y así, le supli- »caba que quisiese tomar á buena parte esta su respuesta. Pero que » después de todo le prometía no emprender jamás de su parte cosa »ninguna en este punto, de la cual se le pudiese seguir el menor per- »juicioál Rey, su hermano. Así lo refiere expresamente en su Histo- ria de Navarra el Secretario del rey Enrique IV de Francia. Y aña- de que el rey Francisco hizo hacer auto público de esta respuesta para descargo de su promesa: y que el extracto fehaciente de dicho auto paraba en su poder. Siendo esto así, bien se puede decir que nin- guno cumplió más fielmente lo prometido que este príncipe. Porque nunca mientras él vivió se vio de su parte el menor movimiento ni negociación en orden á la recuperación del reino de Navarra con ha- bérsele ofrecido buenas ocasiones á causa de los empeños y guerras de: nuestro Rey el Emperador en remotos países y no haberle falta- do fuerzas propias bastantes para intentarlo.

4 Al contrario el rey Francisco, como lo afirman sus mismos his- toriadores, continuamente revolvía en su imaginación trazas y me- dios de romperlos pactos que acababa de hacer en Madrid; aunque quería que fuese sin menoscabo de su honor. Para esto le propusie- ron un expediente, que él abrazó de buena gana, pareciéndole que así venía á quedar entera la dada al Emperador y juntamente se podía impedir la ejecución de lo pactado. Este expediente era la opo- sición que podían y aún debían hacer los estados ó cortes generales de Francia á la enajenación de los derechos de la Corona. Con este motivo se juntó en Angulema la asamblea general, á la que concu- rrieron en número muy completo los diputados de las villas, los prín- cipes y prelados del reino, y todos ellos resolvieron unánimemente que se debía hacer dicha oposición: y con particular empeño los del ducado de Borgoña, protestando que jamás se separarían de la Co- rona de Francia ni se someterían al dominio de otro príncipe alguno. Lanoy y Alarcón, que como enviados de S. Majestad Cesárea seguían siempre al Rey con orden de estar á la mira de su proceder en cuan- to á la ejecución del tratado de Madrid y procurar que lo cumpliese, quedaron pasmados de esta novedad tan contraria á su esperanza: y no tardaron en quedar totalmente desengañados. Había mandado el

REYES DOÑA JUANA llí. Y D. GARLOS EL EMPERADOR. 477

Rey en la abertura de la asamblea, estando ellos presentes, que se le- yesen los artículos de la paz en ella. Y protestado públicamente á los convocados que su deseo era de cumplirlos con toda fidelidad, y los exhortó á que cooperasen á ello. Últimamente concluyó con de- cir que después de haberlo deliberado maduramente le diesen la res- puesta. La que ellos dieron ahora, y se notificó á los enviados del Emperador, fué: que la paz Jiabía sido violenta y sus condiciones inicuas y sacadas por fuerza por haberlas concedido el Rey estando preso. V que cuando S. Majestad Cristianísima las quisiese guar- dar, 110 estaba en su mano el ejecutarlo por cuanto según las leyes fundamentales de la monarquía francesa él no pudo enajenar ni pieza 72Í derecho, cualquiera quefuese, déla Corona. Y que, habien- do recibido de sus pasados la monarquía entera, estaba obligado á dejársela entera á sus sucesores. Si en todo esto 3' en lo siguiente pudo haber artificio, juzgúelo el prudente lector.

5 Lo que más espanto y cuidado pudo causar á Lanoy y á su compañero fué la noticia, que llegó á este mismo tiempo, de haberse publicado en Coignac á 27 de Mayo de este año 1 526 la liga entre el papa Clemente Vil, el Rey de Francia, los venecianos, los suizos y ñorentinos para librar á Italia del dominio de los extranjeros y res- tablecer á Francisco Sforcia en el ducado de Milán. le dejaban la puerta abierta al Emperador por si quería entrar en ella. Pero las condiciones que le ponían más eran para cerrársela de golpe. Esta li- ga se llamó sagrada, y fué la misma que antes procuraron sus auto- res: y se desvaneció antes de bien formarse con aborto muy. dañoso para ellos por haberla descubierto el Marqués de Pescara. Sus artí- culos eran: que se había de poner en pié y mantener á comunes ex- pensas un poderoso ejército, y se señalaba el número y calidad de la gente y municiones para las dos armadas, una de tierra y otra de mar: que el Rey de Francia renunciaría al derecho que pretendía te- ner al ducado de Milán en favor de Francisco Sforcia, mediando una pensión señalada á juicio del Papa 3' de los venecianos; pero con tal que no bajase de cincuenta mil ducados: que el condado de Ast ha- bía de quedar al Re3\iuntameníe con soberanía de Genova debajo del gobierno de Antonio Adorno con el título de duque si él quería firmar esta liga: que el reino de Ñapóles se había de poner en poder del Papa pagando este al Rey sesenta mil ducados de pensión anual. Así venían á conseguir (como era su ansia eterna) los potentados de Italia que ni el Emperador ni el Rey de Francia ni otro príncipe ex- traño no tuviesen cosa de monta en toda ella.

6 Habiéndose, pues, pubficado los artículos de esta liga, el rey Francisco se acabó de declarar con Lanoy y Alarcón, haciéndoles sa- ber cómo él había deseado hallar á sus vasallos tan dispuestos á de- sempeñar la dada al Emperador, como él de su parte lo estaba. Pero que los franceses eran tan celosos de conservar su monarquía entera, que, aunque en lo demás tienen á sus reyes en singular vene- ración, en este punto nunca les defieren en nada. Como se había vis- to en lo que hicieron con el rey Juan, siendo prisionero de Inglate-

478 LIBRO XXXVÍ DÉLOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VIL

rra, que sin anclar por rodeos le neniaron rasamente el venir en los artículos de la paz que tenía ajustados y firmados con aquel rey: esto solo porque en ellos había alguna enajenación de ciertos derechos de la Corona de Francia. Y para que el Emperador entendiese cómo él no procedía en esto con fraude alguna, si á S. Majestad le parecía tomar dos millones de escudos por el rescate de sus dos hijos y por los derechos de la Corona de Francia, renunciados por él contra las leyes fundamentales de su reino, ofrecía pagarlos en términos razo- nables. Para esto se acordó del ejemplo del rey Juan, su predecesor; pero no para volverse como él á la prisión, pareciéndole sin duda que no era cosa para dos veces. Lanoy y su colega, oyendo y viendo co- sas tan ajenas y remotas de su esperanza, y que no podían dejar de traer la guerra, dieron la vuelta á España.

7 El rey Francisco, como quien bien sabía ser forzoso venir muy presto á las armas, proveyó los cargos y dignidades de su reino y ejército vacantes por la muerte de los que habían perecido en la jor- nada de Pavía, t^n esta ocasión mostró bien su prudencia y justicia, dándolos á sujetos muy beneméritos. Entre otros con noble olvido y fiel memoria hizo llamar de España á Monsiur de Pamperant, el cá- mara da del ]3uque de Borbón, y fué de los primeros á quien honró, dándole una compañía de cincuenta hombres de armas en gratifica- ción de haberse puesto á su lado para defender su vida en la batalla de Pavía contra los soldados españoles que estaban sobre él, hasta que pareció el virrey Lanoy, á quien se dio por prisionero. En cuan- to al ejército de la liga sagrada, que presto se puso en campaña, sus efectos fueron muy contrarios á lo que se prometía, y perniciosos en extremo á sus autores, como á su tiempo apuntaremos. Y esto era lo natural. Porque tantas cabezas diferentes de diversos humores, cuyos intereses y designios suelen discrepar mucho, mal podían contribuir igualmente y á tiempo con gente y dinero y el cuidado necesario á los menesteres de la guerra, que por las menores faltas y dilaciones reciben daños irreparables.

,!<. III.

Dispuestas así las cosas ocurrentes, partió el Rey con su Corte de Angulema á S. Germán de Laya, donde dio cumplimiento á su principal deseo en lo tocante á los negocios de Estado, y fué: celebrar el matrimonio de su hermana iHa- dama Margarita, desposada antes con el Príncipe de Bearne. Solem- nizóse con grande pompa y regocijo á 4 de Enero de 1527. Y por el contrato matrimonial se obligó el Rey á procurar que el Emperador restituyese al Príncipe de Bearne el reino de Navarra con los anti- guos señoríos y estados pertenecientes á él: y que en caso de negár- selo, le asistiría con ejército suficiente á su recuperación. Fuera de esto le dio el Rey en dote de su hermana los ducados de Alensón y de Berri y el condado de Armeñac con todas sus pertenencias: y con la.

REYES DOÑA JUANA III Y D. GARLOS EL EMPERADOR. 479

calidad de que este condado quedase en propiedad perpetuamente para los descendientes de este matrimonio, así varones como hembras. Así, este ilustre condado vino á quedar perpetuado en la Casa de los Príncipes de Bearne, Condes de Fox, al cual ella tenía el derecho que en otra parte dijimos. De este matrimonio nacieron una hija, que fué Doña Juana, parecida más á su madre que á su padre, á quien heredó, y un hijo llamado Juan, que murió de solos dos meses: y también dos hijas, que más fueron abortos por haber nacido antes de término y sin ser capaces de recibir el Bautismo.

9 Por este mismo tiempo se concertó y se conclu3^ó el casamien- to de nuestro re}' el emperador Carlos V con Doña Isabel, Infanta de Portugal, hija del rey D. Manuel, único de este nombre. Fueron á re- cibir la Infanta D. Alfonso de Fonseca, Arzobispo de Toledo;}D. Fer- nando de Aragón, Duque de Calabria, y el Duque de Béjar con la mayor parte de los señores Zúñigas de su Casa, que trae su origen de nuestros primeros reyes de Navarra, restablecido después por casa- mientos con infantas de este reino. Todos estos grandes señores la condujeron con toda majestad y pompa á Sevilla, donde la esperaba el Emperador. En esta ciudad se celebró á 3 de Marzo, día Jueves ,el desposorio con fiestas solemnísimas ysobre manera lucidas, en que

se señaló mucho la bizarría de los grandes de Andalucía, Este matri- monio fué felicísimo para España por haber nacido de él á 21 de Mayo, día Martes, del año siguiente el primogénito que con grandes excesos colmó las mayores esperanzas. Su nacimiento fué en Valla- dolid, á donde el emperador D. Carlos había venido con su Corte. Fué bautizado en la iglesia de S. Pablo, del insigne convento de Pre- dicadores de aquella ciudad, por D. Alfonso de Fonseca, Arzobispo de Toledo. Y en memoria del nombre del rey D. Felipe I de Cas- tilla, su abuelo paterno, fué llamado D. Felipe: y después de haber heredado vino á ser segundo de este nombre en los reinos de Cas- tilla y cuarto en este de Navarra, que siempre le debió muy singular estimación.

10 Ahora después de haber gozado este reino de toda quietud, que era bien necesaria para convalecer de su larga dolencia de di- sensiones y guerras, se hallaba con nuevo virrey. Porque este año de 1626 vino á suceder al Obispo de Tuy en este cargo D. Martín de Córdoba y Velasco, Conde de Alcandere y Señor de la Casa de Mon- temayor, que residía en el mismo reino más había de tres años, con elpuesto de capitán general, separado prudentemente del virreinato en tiempo que se requería un hombre entero, y hombre de gran com- prensión y aguante solo para lo político. El Conde de Alcaudete recibió el despacho de virrey en Tafalla, donde á la sazón se hallaba, oaríbay y según la cuenta más ajustada, vino á ser el séptimo virrey de este reino.

48o LIBRO XXXV I DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. IV.

§■ IV.

Mientras que en España y en todos los dominios de S. Majestad Cesárea todo era estruendo de fiestas y reo^ocijos por su casamiento, nunca en Italia el es- truendo de las armas fué más horroroso. Las tropas del Papa y las de los venecianos fueron las primeras que se pusieron en campaña para ir ¿socorrer á Francisco Sforcia, sitiado en el castillo de Milán por el ejército imperial, siendo su general el Marqués de Pescara, Este famoso capitán murió ahora de enfermedad: y los más de los vecinos de la ciudad se revolvieron contra los españoles, dueños de ella, á fa- vor de Sforcia, su duque. Todo lo cual daba esperanzas de feliz suce- so álos coligados. Pero Antonio de Leiva y el Marqués del Vasto apretaron de tal manera el sitio, que el Duque no pudo ser socorrido á tiempo. Las vejaciones que de los españoles padecieron consiguien- temente los millaneses que se habían declarado por su duque fueron extremas: y hubieran sido mayores si á este tiempo no hubiera llega- do el Duque de Borbón, á quien el Emperador, sabida la muerte del Marqués de Pescara, envió á la posta para sucederle en el supremo cargo de las armas. No solamente apaciguó el Duque á los milaneses; sino que también obtuvo de ellos una gran suma de dinero para con- tentar de alguna manera á los soldados españoles, que por falta de pagamento estaban para amotinarse. Para conseguirlo más fácilmen- te, después de muchas caricias prometió Borbón á los milaneses que de allí adelante nunca más serían oprimidos por él con alguna otra contribución. Y añadió esta imprecación á su promesa: que quería ser muerto de íin arcabitzazo en el primer combate en que se halla- se si les faltaba á su palabra. Después de eso no dejó de afligir- los con tanta opresión como los otros capitanes.

12 Entre tanto Francisco Sforcia, reducido auna extrema necesi- dad de víveres, se vio forzado á rendir el castillo de Milán por com- posición. En ella se le concedió salir con toda la gUFirnición puesta en armas, salvas las vidas y bienes muebles. Y el Duque de Borbón se obligó á darle la ciudad de Como para retirarse y residir en ella en tanto que se justificase de la traición que le imputaban contra el Em- perador. Mas contra lo acordado se le pillaron sus muebles, que eran de sumo precio, y le cerraron las puertas de Como: de suerte que no le quedó otro refugio que el del campo déla liga. La cual estaba har- to obligada á ampararle por ser miembro desjarretado de ella: y es- to por culpa de los coligados, particularmente de uno, que fué Fran- cisco María, Duque de Urbino, general del ejército veneciano, que en lugar de socorrerle en el aprieto de su sitio se divirtió por su propia conveniencia en echar á los imperiales de Lodi y de Cremona. A es- te mismo tiempo el ejército francés, que era otro de ellos, andaba ocupado en el Piamonte. Y cuando iba á juntarse con los demás, y todos ellos unidos en un cuerpo solo estaban más animados y se pro-

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 48I

metían hacer un grande esfuerzo contra los imperiales, dos nuevos accidentes rompieron sus designios y postraron mucho sus espe- ranzas.

13 El- uno fué la guerra entre el Papa}' el cardenal Pompeyo Co- lona y Ascanio y Vespasiano Colona. Después de varios lances, en que ai principio llevaron lo peor los Colonas hasta ser despojados de sus tierras, por último, con la ayuda que tuvieron de Lanoy, se reco- braron y con las inteligencias que tenían con los romanos de la fac- ción gibelina, entraron de improviso en Roma con ochocientos ca- ballos y tres mil infantes, sublevándose gran parte de aquella ciudad contra el Papa, no hizo poco S. Santidad en escaparse de sus manos. Metióse de rebato en el castillo de Sant Ángel, donde después de haberle saqueado su Palacio, le sitiaron con todo rigor. El desacato pasó tan adelante, que comenzaron luego á publicar Concilio gene- ral en Alemania con citaciones al Pontífice que dentro de cierto tér- mino pareciese personalmente en Espira. Y el cardenal Pompeyo tu- ineccaa vo modo para que por todas las iglesias y cantones se pusiesen cédu- msto- las de esta citación. A la verdad: no se vio igual exceso en el cisma g^iJ*^"' pasado contra Julio II. En todo esto anduvo á una" con el Cardenal

el virrey Lanoy, aunque propasándose mucho de las órdenes del Em- perador, que nunca fueron otros que de poner en razón al Papa por buenos medios. El Papa, que estaba desesperado de pronto socorro y temía la muerte, se vio forzado á hacer con los Colonas una paz. Por la cual entre otras cosas se obligó á llamar todas las tropas que tenía en el ejército de la liga á cargo del Conde de Rangón y Juan de Médicis y á no dar socorro ninguno á los confederados en cuatro meses. Luego concluyó Lanoy una tregua entre el Papa y el Empera- dor por los mismos cuatro meses. La resolución de los Colonas era, según muchos dicen, de hacerle morir si se resistía á su voluntad y hacer que fuese promovido al pontificado el cardenal Colona.

14 El otro accidente, que no perturbó menos á los confederados, fué: que Jorge, Conde de Fransperg, trajo á este mismo tiempo al Duque de Borbón catorce mil lanskenetes con alguna caballería y buena cantidad de artillería. Esto animó tanto á los imperiales como desmayó á los confederados, que aún después de retiradas las tropas del Papa, fueran superiores en número de gente por haber llegado las de los franceses, si el ejército imperial no hubiera tenido un au- mento tan considerable.

15 Después de todo, porque no se enfriase el ardor natural de los franceses recién llegados, se tomó en el ejército de la liga la resolu- Año ción de dejarla empresa de Milán y de presentar batalla al Duque ^^^^ de Borbón. Este la rehusó prudentemente, considerando que si la perdía, como era muy posible, quedarían los negocios del Empera- dor totalmente arruinados en Italia; y mucho m¿ls los suyos propios, que le dolían más que los del Emperador. De quien estaba suma- mente ofendido; porque en vez de darle por mujer la Reina viuda, su hermana, como primero se la había ofrecido, le dejó burlado con dár- sela al rey Francisco, su mayor enemigo: y aún le ofendía más el ver

TOMO vJi 31

482 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. VIL

preferido siempre áLanoy sin otro mérito que el de la lisonja. A esto se añadía: cómo él se imaginaba haberle expuesto á los motines de sus tropas no dándole el dinero necesario para sus pagamentos. Por todo lo cual deseaba conservar y tener contento su ejército para la ejecución de otros nuevos designios. El por cierto se condenó á una vida bien arrastrada cuando abandonó á su rey y á su patria; y aún fué más arrastrado el breve progreso y fin de ella.

16 Faltándole, pues, al Duque de Borbón las asistencias de dine- ro para tener contento su ejército, tomo la resolución de buscarlo por otra vía. Y tomó la más cursada, que era: la de los robos y violencias. Su primer cuidado era contentar á los lanskenetes alemanes, así por haber venido en gran parte por su solicitud é industria, como por ser casi todos ellos luteranos, y consiguientemente tan libres en la obe- diencia militar y política como en la Religión Católica que poco an- tes habían abandonado. Con este fin marchó con su ejército á pillar la opulenta ciudad de Florencia, donde se prometía entrar con poca ó ninguna resistencia por estar mal guarnecida. Mas los florentines, habiendo tenido previas noticias de esto, metieron prontamente una tan fuerte guarnición en su ciudad, que no la osó atacar. Frustrando así su primer intento, se divirtió por algunos días en otras presas; pe- ro nada bastaba para saciarla codicia de su gente. Y así, se siguió un motín general en el ejército, tan furioso, que corrió riesgo de la vida, y fué menester esconderse dejando á los amotinados todo su equipa- je como quien echa la capa al toro para escaparse. Ellos le buscaron y le hallaron por gran desdicha suya. No es creíble los valdones y oprobios que le dijeron y la mofa y escarnio que de él hicieron. Pe- ro al cabo le acariciaron y le obligaron á tomar el bastón. Ni ellos po- dían vivir sin él ni él sin ello?. Amábanse mutuamente; porque se ha- bían menester para sus fines, de una parte y otra pésimos.

paciguado así el ejército y sobre manera contento de 17 / \ la próxima empresa, dejó Borbón su artillería y mar-

^ Jk^chó con él á grandes jornadas á Roma. Había en la muralla del burgo de S. Pedro una brecha muy baja; y un alférez, que estaba de guardia en ella, al verle venir atravesando las viñas con algunos pocos á reconocer la ciudad, quedó transportado de tan ex- traño pasmo, que, bajando por la brecha, anduvo más de trecientos ^pasos tan fuera de como de Roma. Y después de haberse recobra- do, como quien vuelve de un profundo y desvariado sueño, se retiró á la ciudad por una de sus puertas. Entre tanto con esta luz recono- ció Borbón atentamente el lugar de la brecha, y, llegando su ejército, hizo dar por dos veces la escala. Y en ambas á dos fueron rechaza- dos los suyos con gran mortandad de su parte. No por eso desmayó el Duque; sino que al tercer asalto montó el primero la escala. Y fué taato lo que todos los demás se animaron por el ejemplo de su cora-

REYES DOÑA JUANA Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 483

je, que se apoderaron de la muralla, favoreciéndolos también una es- pesa niebla que los cubría. Mas el infeliz Borbón al asomar en lo alto de la muralla "recibió un arcabuzazo en el costado, de que cayómor- talmente herido al foso y vino á morir media hora después á 6 de Mayo de este año de 1527. Así vino á cumplirse la imprecación que poco tiempo antes él mismo se había echado para engañar á los mi- laneses. Y así castigó con milagro patente la Divina Justicia la injus- ticia hecha con fraude oculta á los hombres. Y este desgraciado Prín- cipe, que no hallaba modo de contener por más tiempo en su deber al ejército sino tomada por fuerza aquella ciudad y la entregaba á su cruel avaricia, vino á perder desesperadamente en un momento todo cuanto tenía y esperaba.

18 Algunos escriben que antes de morir, estando espirando, lo metieron los suyos dentro de Roma para que se pudiese decir que él había tomado aquella ciudad y que la principal gloria de esta inter- presa le tocaba como á autor de ella y como á quien en su ejecución había combatido con mayor coraje que otro ninguno: y que los solda- dos de su ejército, irritados de su herida, hicieron los grandes esfuer- zos que se siguieron para apoderarse de la ciudad. Otros se llegan más ala verdad, asegurando que el Príncipe de Orange, quien des- pués del Duque era el principal comandante del ejército, viéndole tendido en el foso, hizo cubrir prontamente su cuerpo con un capote por temor de que los suyos ca3'esen de ánimo con la rrjuerte de tan bravo general: 3' que él continuó tan vigorosa y obstinamente el asal- to, que forzó y repelió á los que defendían la brecha. El cuerpo del Duque de Borbón fué llevado á Gaeta, y allí se le dio sepultura en la capilla de la Roca con muchos estandartes y banderas militares yes- te epitaño latino que después se puso, quitando otro de estilo poco culto en español, que Favín refiere en su Historia de Navarra. Auto Imperio, Gallo victo, supérala Italia, Pontifice obsesso^ Roma cap- ta, Borbóuius hic iacet. Aquí yace Borbón, después de Jiaber au- mentado el Imperio, vencido al francés, subyugado la Italia, sitia- do al Papa y tomado á Roma. Elogios verdaderamente ilustres (dice aquí un prudente historiador) para un infiel; pero marcas de una scipion eterna infamia para un príncipe cristiano. Dapieix

19 Antes de pasar adelante importa decir que nuestro Rey el Em- perador no tuvo parte en esta inicua empresa; sino que toda ella na- ció del desesperado capricho del Duque de Borbón, á quien le pare- ció que no había otra forma de contentar á su ejército. Porque es constante que el Virrey de Ñapóles, Lanoy, bien instruido ya déla vo- luntad del César por habérsela querido difundir al Duque, estuvo áu„pjgj^ riesgo de ser muerto de sus soldados, á quienes ni el mismo lauque pudiera contener: y también que el Señor de Lange}', Ministro de Su Majestad, al punto que se supo el designio del Duque fué por la pos- ta á advertírselo al Papa para que proveyese á la defensa y guarda

de su ciudad y persona: 3' que muchos señores (aún de los parciales del Emperador) se le ofrecieron para esto con fuerzas más que sufi- cientes. Pero S. Santidad estaba tan asegurado en la pública de los

484 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE N^^VARRA, CAP. VIL

pactos hechos, que no hizo caso de estos avisos y ofrecimientos, pa- reciéndole que las había con el Emperador y no con sus capitanes y soldados, que andaban muy desmandados, sin ser fácil que S. Majes- tad pudiese refrenar sus arrojos. Así lo escriben comúnmente los historiadores extranjeros, y singularmente los franceses, que cargan toda la culpa de este sacrilego y lamentable suceso á sus dos prínci- pes franceses, el Duque de Borbón y el Príncipe de Orange; aunque mirándolos como extraños por haberse ellos extrañado voluntaria- mente de su rey y de su patria. Y de quien tal hace mal se pueden es- perar otros procedimientos.

20 Habiendo, pues, caído en el foso mortalmente herido el Duque de Borbón, sus gentes prosiguieron con mayor rabia el asalto y, co- mandadas por el Príncipe de Orange, ganaron fácilmente el burgo de S. Pedro. Mas al pasar adelante, hallaron alguna resistencia sobre el puente del Tíber: y pudiera haber sido mayor si el espanto de los ro- manos fieles al Papa no hubiera sido tan grande, que les quitó el jui- cio y la advertencia para romper el puente por donde desde el burgo se pasa á lo interior de la ciudad. A este tiempo llegaron los Colonas que, seguidos de gran número de vecinos de la facción gibelina, y en- tre ellos algunos cardenales, se volvieron contra los del bando con- trario. Y esto aumentaba el pasmo de todos. Así pudieron entrar fácil- mente los enemigos en lo interior de la ciudad. Por todo su dilatado espacio fué horrible el estrago. El horror eriza á la pluma; y así, lo re- ferirá en solo un torpe vuelo.

21 Según refiere Paulo Jovio, fueron siete mil los muertos por la crueldad de los soldados, siendo muchas más las vidas que salvó su avaricia, aún más cruel, por la esperanza de los rescates. Las mujeres y doncellas honradas que se habían retirado á las iglesias como aun seguro asilo, fueron violadas como también las Religiosas en sus con- ventos. Los tudescos se portaron brutalmente en todas estas cruelda- des y torpezas; así por vengar la muerte del Duque de Borbón, á quien amaban cordialmente, como por el odio que tenían aún al nombre solo de Roma por ser la sede del Soberano Pontífice. El saqueo y pi- llaje duró casi dos meses, y fué de valor inestimable; porque aún se perdonó menos á las iglesias y lugares sagrados que á los profanos; mas los rescates de los prisioneros sacados por toda suerte de veja- ciones y aún de tormentos, dados para que descubriesen los bienes escondidos, excedieron mucho al valor del pillaje. Todo fué de ma- nera que (menos la ruina de los edificios) ni Alarico ni Atila, Reyes de los godos, se mostraron tan inhumanos en la presa y saqueo de esta misma ciudad. Pues se sabe de cierto que Alarico hizo volver á la Iglesia de S. Pedro los vasos sagrados que ciertos soldados suyos hallaron escondidos en una casa particular: y que de ninguna mane- ra permitió que se tocase en las reliquias de los santos mártires, aun- que ricamente engastadas, siendo en esto el arriano más reservado y menos impío que los luteranos

REYES DOÑA JUANA III Y D. CAllLOS EL EMPERADOR. 485

b*. Vi.

22

N

"o negaremos que los soldados españoles tuvieron mu- cha y mala parte en hechos tan escandalosos, particu- larmente donde se atravesaba la codicia. Pero también debemos decir que hubo muchos de ellos que se señalaron en el res- peto á la Santa Sede y á la persona del Sumo Pontífice y en todo gé- nero de piedad. Fueron muchos los ultrajes que S. Santidad padeció antes y después de estar sitiado en el castillo deSant Ángel y dentro de él; sin que las murallas, que le defendían de las balas, pudiesen li- brarle de las injurias. xAsí lo afirman difusamente los historiadores de todas naciones; y fácilmente se pueden ver en el doctor Illescas, quien con sinceridad y buena comprensión los recopiló en su Historia Pon- mescas. tifical, y la nuestra los omite, como quien salta un charco cenagoso f^, ^A® para llegar á lo más limpio. Hallándose, pues, el papa Clemente VllPontís. ' tan ultrajado, no faltaron algunos capitanes españoles, casi todos na- cap. 7. varros y aragoneses, que se pusieron de su parte y arriesgaron sus vidas por defender la suya y librarle de tanto tropel de sacrilegas in- jurias. De ellos hace breve mención el mismo Illescas por estas pala- bras: Hizo el Papa á muchos soldados y capitanes mercedes y favo- res según que los había probado aficionados á su buen tratamiento. Y de haber sido aragoneses y navarros, es prueba convincente la bu- la de muchos grandes privilegios y gracias muy singulares queS. San- tidad les concedió en memoria 3- gratificación de sus piadosos y ge- nerosos hechos. Vénse en ella sus nombres, y hoy en día gozan y usan de algunos de estos privilegios las nobles familias de sus deseen- A dientes. (^4)

23 Bien podemos contar por eco de esta generosa acción lo que consiguientemente vino á suceder dentro de Navarra. Los que más de cerca siguieron á S. Santidad en tan lamentable desgracia fueron los cardenales y prelados que se hallaban en Roma, á quienes por su carácter y por la opinión de más ricos -perdonó menos la herética impiedad y la codicia desalmada. Uno de ellos fué el Cardenal Cesa- rino, Obispo de Pamplona, que después de muchas vejaciones y dura prisión concertó su rescate en grande suma de dinero. Y hallándose imposibilitado por el despojo total de sus bienes á juntarle en mucho tiempo, se tuvo en Navarra noticia de esto: y ella sola sin más solici- tud fué bastante para que en el primer sínodo que se convocó se pusiese el remedio. Porque todo el clero, aunque solo era obispo comendatario y que nunca había puesto los pies en su obispado, mo- vido únicamente de la piedad y reverencia al nombre solo de prela- do suyo, le socorrió graciosamente con dos mil ducados de oro para acabar de pagar su rescate. Y se tuvo por suma muy crecida en los contratiempos que entonces padecía este reino, ya por las guerras dorios**' pasadas, ya por la presente calamidad de los malos temporales, como ^1° pam más difusamente lo refiere el obispo Sandóval en su Catálogo. piooa,

486 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, GAP. VII.

24 Pero el navarro que con ma3^or bizarría procedió en estos lances fué el capitán Berrozne, natural de la ciudad de Tudela é hi- jo de la noble Casa de este apellido. * Era capitán de infantería espa- ñola y por su integridad y buena conciencia, respetable aún de los malos, tenía más autoridad que los otros capitanes sobre sus solda- dos, ayudando mucho á esto el ser muchos de ellos de su mismo país y conocidos suyos. Asi los pudo ceñir mejor á la disciplina mili- tar y principalmente al respeto debido á todas las cosas sagradas. Habiéndose señalado mucho en esto, parece que Dios le ofreció la ocasión para que quedase bien premiado su católico celo. Porque marchando en buen orden un día de los muchos que duró el saqueo al frente de su compañía por una de las calles de Roma, vio con admiración que abrían la puerta de una casa principal cuando solo la violencia militar las rompía todas. Abrióla un caballero anciano de los más ilustres y ricos de la ciudad que, saliendo de su escondrijo con una hija doncella que tenía, se asomó á ella. Y llamando al ca- pitán, que se acercaba, le dijo: que aquella casa^ sus bienes, per- sonas y vidas de todos sus liabitantes estaban á su disposición y que solo le rogaba que salvase el honor de aquella doncella, hija única y universal heredera suya. Dicho esto se presentó delante la don- cella, que era de tierna edad, de gran modestia y de extremada her- mosura. Y el capitán Berrozpe le respondió: que no solo tornaba por su cuenta salvar el honor de la hija sino también todo lo demás de aquella casa, Y al mismo punto se plantó de guardia en buen orden con toda su gente á la puerta. Fueron pasando sucesivamente un día y otro varias tropas, que con la fiereza acostumbrada saquea- ban las casas vecinas; pero siempre tuvieron respeto á esta por la buena guarnición que la defendía. Así se mantuvo hasta que cesó el peligro y se apaciguó la ciudad. Entonces el caballero después de haber regalado y gratificado muy largamente á los soldados, ofreció en premio de acción tan generosa al capitán por mujer á su hija, y él lo- gró la bien merecida fortuna de casarse con ella. De este matrimo- nio procede la muy ilustre Casa de los Berrozpesde Roma, en la cual entre otros muchos timbres ha habido dos cardenales de la creación de Urbano VIH, y hemos visto cartas suyas escritas al dueño de la Casa de los Berrozpes de Tudela reconociéndole con sumo aprecio por pariente mayor de la suya de Roma. *

* De ella hicimos breve memoria hablando de D. Juan Sanz de Berrozp?, dueño suyo y conde, corado de puestos honoríficos el año de 14G1 del presente tomo.

* Recibiólas y nos las mostn') D. Kodrigo Fufados Sauz de Berrozpe, caballero del hábito de Santiago, quien vino á heredar el mayorazgo de los Pujadas eu Calatayud. y hoy goza de ambos su nieto D. Juan.

REYES DON'A JUANA III. Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 48/

1

a calamidad de esta gran ciudad se pareció en la dura- 25 I ción á la del más atroz incendio, ó que solo cesa por faltar .^^materia á la voracidad de las llamas. A la plaga de la guerra se siguió luego en ella la de la peste, que principalmen- te cundió en el ejército con grande mortandad. Como si la Divina Justicia levantara la espada contra los que tan suelta la habían traído y la embainaban muy contentos de lo hecho. De los primeros que murieron del contagio fué uno el Virrey de Ñapóles, Carlos de Lanoy. Sucedióle en el virreinato por nombramiento que el Emperador te- nia hecho. I). Hugo de Moneada, que también se hallaba en Roma: 3' el Papa, que, no pudiéndose mantener más en el castillo de Sant Ángel, se había dado á prisión, le temía mucho por saber que había sido quien más contradicción habia hecho á su libertad y al precio justo de su rescate, interpretando duramente la voluntad del Empe- rador. Que, sabida la prisión, despachó al punto un volante á Roma con orden de que se le diese libertad y en todo caso fuese tratado con sumo respeto.

26 Nada explica tanto la extrema miseria del Papa como la lásti- ma que de él tuvo en esta ocasión su más mortal enemigo, el cardenal Colona, quien de perseguidor se hizo protector y medianero é hizo to- do lo posible por reducir los capitanes del César á términos más be- nignos. Dolíanle mucho los males de su patria; y así, pasó su noble corazón á otras generosas y piadosas acciones con los mismos que eran del bando contrario. Y entre ellas se le atribuye la de haber li- brado del castillo á los prelados y caballeros que allí estaban en rehe- nes del rescate de S. Santidad con la traza que se dio de sepultar en vino y sueño á. los tudescos que estaban de guardia y escaparse ellos por el cañón de una chimenea. Temeroso, pues, el Papa déla mayor autoridad del virrey Moneada, buscó también modo de escaparse de Roma. Y lo logró, saliendo una noche disfrazado por una puerta es- cusada de su Palacio sin ser sentido de los guardas: y llegando á Orbieto, se puso allí en salvo.

27 Viendo el Príncipe de Orange todas estas cosas y que su ejér- cito se iba enflaqueciendo mucho en Roma por el contagio de la pes- te y el de las delicias, que no le acababan menos, aunque le hacía in- sensible á todo, determinó sacarle luego de aquella ciudad. Loque más prisa le daba fué saber que el ejército francés con el aumento de nuevas fuerzas que le había venido de Francia se iba acercando. Habíale enviado muy á tiempo el Rey Cristianísimo á cargo del Ma- riscal de Lautrec para librar al Papa de su prisión. Pero este famoso general, mal aconsejado de su fantasía, se detuvo en sitiar, tomar y saquear á Pavía, pareciéndole que hacía un gran obsequio á su re_y y á toda la Francia en vengar de este modo las injurias allí recibidas más de su mala conducta y peor fortuna que de la mano de los ven-

488 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVAR RA, CAP. VI.

cedores, que antes bien mostraron el respeto debido á los vencidos- Así perdió Lautrec la ocasión más gloriosa; pues si hubiera llegado, como muy bien pudo, un mes antes á Roma, fácilmente pudiera con- seguir el fin deseado de la libertad del Papa: y más cuando el ejérci- to español estaba tan consumido, que, siendo decuarentamil comba- tientes con la gente que se le pegó cuando entró en aquella ciudad, solo tenía ahora mil y quinientos caballos, y cosa de doce mil infantes, compuestos de cuatro mil españoles, cinco mil tudescos y de dos á tres mil italianos. Este fué el ejército con que el Príncipe de Orange salió de Roma á 17 de Febrero de 1528 y marchó con él derechamen- te á Ñapóles cuando el Señor de Lautrec era dueño de la campaña por ser sus fuerzas muy superiores en número de gente.

28 Dejemos á unos y á otros en movimiento y paremos aquí para llorar amargamente el furor de esta guerra más que civil por ser de cristianos contra cristianos y entre los dos mayores monarcas de la cristiandad, el Católico y el Cristianísimo, cuando ambos debieran (como bien se lo amonestó el Emperador en su despedida de Madrid al rey Francisco) conservar inviolablemente toda paz y buena amis- tad para oponerse con sus fuerzas incontrastables si bien se unían á los grandes males que padecía la Iglesia, y se podían temer otros mayores, así por la herejía del pestilente Lutero como por las recien- tes victorias del gran turco Solimán. Había quedado este tirano con el brazo levantado después de haber conquistado la isla de Rodas, echando de ella por no ser socorrida á la ínclita militar Orden de los Caballeros de S. Juan, á quienes S. Majestad Cesárea dio luego la de Malta para que á ella mudasen el antemural de la cristiandad. Y aún estaba Solimán orgulloso por haberse apoderado de la mayor parte del reino de Hungría después de haber tomado á Buda y derrotado enteramente y muerto en una sangrienta batalla á su rey. Éralo Luís, hijo de Ladislao, Rey de Hungría y de Bohemia, que por nieto déla Infanta de Navarra, Doña Catalina, estaba muy conjunto en sangre con casi todos los príncipes cristianos, y sobre esto muy recientemen- te con el Emperador por haber casado el archiduque D. Fernando, su hermano, con la princesa Ana, hermana del rey Luís, y todos ellos debían salir á vengar su muerte en el enemigo común de la de Cristo, por cuya defensa había perdido él la vida. No queremos ni debemos culpar en esto á nuestro Rey el Emperador, quien antes me- rece toda alabanza. Porque al punto que pudo tomó por suya esta em- presa, y empleó en ella á todo riesgo su persona y todo su poder, fa- voreciéndole el cielo con muchos y muy felices sucesos para mayor crédito de su católico celo, inseparable siempre de su valor heroico. Pero, poniendo la consideración en la presente guerra, no podemos dejar de lamentarnos y concluir cristianamente nuestra obra como el poeta gentil Lucano comenzó la suya, doliéndonosde que más parecía En el furor frenético que guerra justa. Pues en ella los cristianos, cuya pri- aeosto¿mera obligación es estar unidos en CRISTO, se tomaban la licencia \fh}ll. de volver las espaldas contra sus mismas entrañas; cuando las debían c. 3. emplear gloriosamente en vengar las injurias y daños hechos, y que

REYES DOÑA JUANA 111 Y D CARLOS EL EMPERADOR. 489

aún se estaban haciendo de muchos modos á la república cristiana, y todo ello por conseguir victorias indignas de todo triunfo.

Qiiis furor ^ ó Cíves? qiice tanta licencia ferri? Lm;a,-

Gentibiis invisis Latiiim prcebere criiorem? °"s. Ciinque superba foret Babylon spolianda trophoiis

Aiisonijs: iimbráqiie erraret Crassus * inulta; lu'

Bella geri placuít millos liabítura triiimphos. dovicus.

ANOTACIÓN.

La buldi que el papa Clemente Vil coiiredió á los que en el saqueo de Roma se disíinguicron por la reverencia a la Santa Sede, traducida en cspaFiol y re- ducida á compendio, es como se sigue.

g,. /elemente Pnpa VII al amido hijo Jiiaii de Francia, Señor del la- V^gar de Bureta, de la diócesi de Zaragoza, y larabién á los amados A »hijos Sancho de Francia, Juan Jiménez Cerdán y Miguel Jiménez de Enil)ica, «clérigo, y á Francisco de Viú, Alonso de Aragón, Juan de Borja, Luis Ijar, «Guileimo Raimundo, Francisco B^rrechena, Francisco de Beaumonte, Pedro »fiarcés, Antonio de Alherile, Lope de Anlillón, Vicente de Bord.dua, Martin »Francés, Andrés de Mendoza, Francisco Hurtado de Mendoza, Juan Fcrnán- «dez de Ileredia, Gregorio George Ferrer, salud y apostólica bendición. La »sencilla devoción (|ue á Nos ycá la Romana Iglesia tenéis, (como hienlo h:ibeis omoslrado) merece (|ue en a(|uellas cos;isque Nos favorablemente concedemos «por las cuales se pueda proveer á la salud de vuestras almas y de las almas »de las personas |)ertenecientes á vosotros, nos inclina abaceros lod;s las gra- »cias posibles. Por lo cual a lodos vosotros y vuestras mujtM-es y á los hijos é »hijas, nietos y descendientes (|ue de ellas, y tuviereis, y ([ue poralgún tiempo «fueren, os concedemos que podáis y cual((uierade los sobi'e(licbos pueda ele- -Dgir algún sacerdote idóneo, seglar ó regular, de cualquiera Orden por confe- i>sor, el cual pued;i absolvei'os á vosotros y á cualquiei-a de ellos de todas y ícada una de las sentencias de excomunión suspensión y entredicho y de otras «eclesiásticas censuras y penas lure, vel ab homine dada^: y de transgre- ísiones de cualesquiera votos, juramentos y mandamientos de la Iglesia, etc. En esto y en todo lo tocante á la absolución de ¡^los pecados reservados, con- mutación de votos y otras cosis semejantes se alarga cuanto ^cabe en la su- prema potesla I pontificia.

30 »Y sea licito á vosotros y ellos lOxier altar portátil con debido honor y «reverencia, sobre el cual en !ugai-e.s congruentes para esto, aunque no santos «y en tiempo de eclesiástico enti'e licho, con tal qui^ vosotros ó ellos no hayáis «dado causa para él, se pueda celebrar Mis\, aunque sea antes de amanecer, «por si mismos los que son ó sei'án pi-esbileros ó por otto sacerdote secular ó »regular idóneo en vucstia pre-;encia y de cinco ó seis familiares. Y que así »ellos como las ^Imas por quien se ceíebi'aren consigan las mismas indulgen- »cias, (|ue consiguieran si estas Misas se celebrasen en los altares de S. Sebas- ktian y de S. Lorenzo, fuera de los muros de Roma, y de Santa Potenciana, y »de S. Gregorio, y de Santa MARÍA de Poenis Inl'crni dentro de los muros de

490 LIBRO XXXVI DE LOS ANALES DE NAVARRA, CAP. Ví.

»Roma: y en cualesquiera tiempos (aún de entredicho) podáis recibir la Euca- »rislíci y otros eclesiásticos Sacramentos por cualquier sacerdote todas las ve- »ces que fuere necesario fuera del dia de la Pascua de la Resurrección del » eñor, Y que á vuestros cuerpos y á los de vuestros descendientes y á los de «vuestros familiares y domésticos'en tiempo de entredicho de la Iglesia se les «pueda dar eclesiástica sepultura. Y en cuanto vosotros y ellos vivier<;is en «tiempo de cuaresma y en cualesijuiera otros tiempos y (lias del año en (jue »se ganan l^s estaciones é indulgencias de la Iglesia de Roma^ visitando una 6 «dos iglesias ó capillas^ ó dos ó tresaltares en las [larles donde aconteciere vc- »sidir, vos y ellos consigáis las mismas indulgencias y remisiones ád pec;ido »como si visitaseis las mismiis iglesias de Roma etc.

31 "Demás de esto en los mismos tiempos de cuaresma y en otros di is y «tiempos^ en los cuales el uso de las cosas de leche, luievos"^ y carnes por el «derecho es prohilñdo, podáis vosotros yeitos puedan juntos convuostros ami- »gos y ellos cotí los suyos, y con los que continuamente comen á vuestras es- »pensas y á las de cualquiera de ellos y á vuestras mesas y de ellos por toilo 'd "tiempo que permanecieren en vuestra amistad^ comer y usar de huevos, «manteca, (jueso y de otras cualesipiier cosas de leche sin escrúpulo de con- »ciencia. Y también que vosotros y los sobredichos por conservar la salud o »por ad(|uirirla podáis todas las veces (|ue á vosotros solamente pareciere con »buen consejo comer y usar de carne. Y demás de esto^ que en los días de Sá- »bado sea lícito así á vosotros como f cualesquiera de los (jue comen á vuestra «mesa y de ellos comer y usar conforme al uso de los reinos de Castilla de l;is «minucias de cualesquiera animales y sus interiores. Y también (|ue podáis «vosotros y cualesquiera de ellos en días de ayuno tomar por la miñana cola- «ción y por la tarde cena ó comida.

32 «Demás de esto concedemos ([ue las sobredichas vu stras mujeres, jun- »to con cuatro honestas mujeres elegidas por cualquiera de ellas, una vez en »el mes puedan entrar en cuahiuier monasterio de monjas (aun de la Orden de »Santa Clara) y comer y conversar con las mismas monjas con t;il que allí do »par de tarde no tomen refección corporal. Y por el lemorde las presentes con «la sobredicha autoridad concedemos para todo lo dicho licenca y facultad, no «obstante cualesquiera apostólicos, provinciales y sinodales concilios, edictos »generales ó especiales, constituciones y ordenaciones, !y también cualesquier «suspensiones de cualesquiera indulgencias y facultades de elegir confesores j>que absuelvan en los casos reservados á la dicha Santa Sede; aunque sean en «favor de la Cruzada y de la fábrica de la Basílica del Piíncipe de los Apóslo- «les de Roma, ó de otra cualijuier manera y cualesquiera tenores y formas »y con cualesquier clausulas y decretos á caso por tiempos hechos, debajo de «los cuales determinamos las presentes de ninguna manera i-evocadas, ni com- «prendidas, mas siempre de ellos exentas ó suspendidas; sino (jiie dispositiva- j-mente se haga en ellas mención de vuesti'os nombr-es ari'iba nombrados y »con suplicación signada de nuestra mano con motu propio y en cuales(¡uiera »otras cosas contrarias.

33 «Mas (jueremos, lo cual Dios no permita, que por esta gracia ó ijonce- »sión de elegir confesores no seáis hechos más inclinados á cometer de aquí «adelante cosas ilícitas. Por lo cual, si desistiereis de la sinceridad de la Fé, «de la unidad de la Iglesia Romana y de nuestra obediencia ó la de nueslí'os «sucesores los Romanos Ponlificts que canónicamente entraren; ó en caso (¡ue »cometiereis algunas cosas por confianza de esta concesión ó remisión, (|u ;- »remos (¡ue las presentes de ninguna manera os favorezcan ni valgan. Y (jue- -üremos (jue del indulto de hacer celebi-ar antes de día uséis templadamente; «porque como en el ministerio del Altar sea sacrificado Nuosti-o Señor JhSU-

REYES DOÑA JUANA III Y D. CARLOS EL EMPERADOR. 49^

»CRISTÜ.

,10(1.3 la misma fe (|ne se les dari. á Ins mismas P-'^seides s i eian eu sena^ »(JHS y mostras.l.s. Y .,.io cada una de las.d.chas perseas P 'f;'; ^j^ '^ ''' l^^.^'^^ »mejmles letras. Dadas eu lioloma debajo del Xaú\o del P^-^;'^' ^ ^«'^^^ ^ Urelde M,,rz(),añodemil(i!iiuieiit()sylreiula,alossieleaüo. de im(-stio

»pünliíicadü.

FIN DEL TOMO SÉPTIMO.

índice

DE LOS LIBROS Y CAPÍTULOS CONTENIDOS EN ESTE TOMO SÉPTIMO DE LOS ANALES DEL REINO DE NAVARRA.

LIBRO XX XIII.

Cíipítnlo I.

I, Reinado de la princesa Doña Leonor y florida sucesión su- ya. II' Su enfermedad, testamento, muerte y lugar de sepul- tura

LIBRO XXXIV.

Capitulo I.

I. Sucesión del rey D. Francisco Febo en el reino de Navarra; origen de sus progenitores y estado del Reino. lí. Bandos de Navarra más sangrientos y nacimiento de la Infanta de Castilla, Doña Juana. 111. Mediación del rey D. Fernando

pAgs.

I. Pactos del Rey con la Princesa ,su hija, para entreo-arla el Gobierno. 11. Fin déla guerra de Cataluña. III. Vistas de la Princesa Gobernadora con el Conde de Lerín y sorpresa de Pamplona. IV. Muerte y elogiodel príncipe D. Gastón. V. Cortes en Olite o

Capítulo II.

I. Guerra del Rey con el de Francia y sitio de Perpiñán. II. xMuerte del Rey de Castilla; segundo sitio de Perpiñán y paz con Francia. III. Hazañas de varios navarros en la guerra con Francia. IV. Pretensión del Conde de Medina- Celi al reino de Navarra. V. Varias memorias y refutación de Garibay. VI Sínodo en Estella y pleito con el Obispo de Huesca. Vil. Vistas en Vitoria de los Reyes de Arao-ón y Castilla y efectos de ellas. VíII. Otras vistas en Tudela. IX Renovación ds los bandos de Navarra. X. Ideas del rey D. Juan, muerte, elogio y sucesión 21

Capitulo III.

A4

494 ANALES DEL REINO NAVARRA.

PÁGS

para la paz y muertes del Mariscal de Navarra y del Con- destable Mossen Fierres de Peralta. IV. Seg^unda mediación del rey D. Fernando para la paz y cortes en i afalla. V. Muer- te del Arzobispo de Toledo, D. Alfonso Carrillo 53

Capitulo II.

I. Venida del Rey á Navarra y su coronación en Pamplona. II. Visita que hizo del Reino y varias mercedes. III. Trata- dos de casamiento y viaje del Rey á Bearne y suceso del Condestable. IV. Muerte del rey Francisco Febo 70

Genealogía histórica de los condes de Fox y vizcondes de Bearne, ascendiente del rey D. Francisco Febo. ... 76

LIBRO XXXV.

Capitulo I.

I, Sucesión de la reina Doña Catalina en el reino de Navarra y cortes en que fué jurada. II. Pretensión al reino del in- fante D. Juan de Fox. lil. Casamiento intentado del prínci- pe de Castilla con la reina Doña Catalina. IV, Muerte, en- fermedad y varias cualidades del Rey de Francia. V. Veni- da del rey D. F'ernando á Tarazona y embajada que le hizo la ciudad de Tudela 89

Capítulo II.

I. Estado del Reino 3' providencias déla Reina. II. Acto de retribución del rey D. Fernando con D. Felipe de Navarra. III. Guerra de la Reina con el infante D. Juan en el conda- do de Fox y disensiones en Navarra. IV. Discordias civiles de Francia. V. Casamiento de la reina Doña Catalina con el Señor de Labrit lOO

Capitulo III.

I. Gobierno de los Reyes. II. Jornada á Italia del Cardenal Infante de Navarra. III. Guerra de Bretaña. IV. Muerte de D. Juan de Beaumont, Gran prior de Navarra, y fundación suya del crucifijo en la Puente de la Reina. V. Jornada del Señor de Labrit á Valencia á los Reyes Católicos y efectos de ella. VI. Batalla de Sant Aubin y efectos de ella hasta el fin de la guerra de Bretaña. Vil. Estado de las cosas de Fox. VIH. Estado de las de Navarra. IX. Cesión que del Rosellón hace el rey de Francia al de Aragón 113

ÍNDICE- 495

PÁGS

Cupítulo iV.

I. Venida de los Reyes á Navarra y su coronación en Pam- plona, lí. Muerte de la Princesa de Viana, Doña Magdale- na, y vistas déla Reina con los Reyes de Castilla en Alfaro. lil. Rompimiento del Rey con el Condestable y convenio entre los dos, IV. Estado del Reino y expulsión de los judíos. 130

Capítulo V,

I. Jornada del R.ey de Francia á Ñapóles y sucesos en su con- quista. II. Vuelta del Rey á Francia, sucesos de su vida has- ta su muerte y sucesión de Luís XII en el reino de Francia.

III. Memorias del papa Alejandro VI y su Casa 138

Capítulo VI,

I. Embajada délos Reyes de Navarra á los de Castilla. II. Na- cimiento del emperador Garlos V y viaje del Rey de Nava- rra á la Corte de Castilla. III. Estado del reino de Navarra.

IV. Guerra de Italia entre españoles y franceses y otras me- morias de Navarra. V. Muerte del papa Alejandro VI y elección de Pío III y Julio II, 154

Capítulo Vil.

I. Guerra entre franceses y españoles en la Guiena y en el Rosellón y causas de ella. II. Sucesos de Ñapóles, muerte de la infanta Doña Magdalena y embajada de los Reyes de Navarra á los de Castilla. III. Muerte del Rey de Ñapóles, D. Fadrique, y de la Reina de Castilla, Doña Isabel, y sus re- sultas. IV. Casamiento del rey D. Fernando con Doña Ger- mana de Fox y paz entre D, Fernando y el Rey de Francia.

V. Embajada de los Reyes de Navarra al de Aragón. . . 164

Capítulo VIH.

Año cierto del nacimiento de San Francisco Javier con otras

memorias del Santo y su Casa , . . . . 176

Capítulo I\.

I. Sucesos del Duque de Valentinois, César Borja, en Italia. II. Su prisión en la Mota de Medina del Campo. III. Suce- sos suyos en la guerra vivil de Navarra hasta su muerte. IV. Su sepulcro y reflexión sobre sus hechos y aventuras. . 183

496 ANALES EL REINO DE NAVARRA.

PÁGS

Capítulo X.

Continuación de la guerra del Rey con el Conde de Lerín é intercesión del Rey Católico y otros por el Conde. II. En- tredicho en Navarra, ill. Embajada del mismo Rey al de Navarra. IV. Muerte y sucesión del Conde de Lerín. V. Pro- tección del Rey D. Fernando con el rey Juan en favor del nuevo Conde de Lerín. VI. Regencia de Castilla en el Rey Católico y carta que le escribe el Emperador en favor de los Reyes de Navarra. VII. Coligación del Papa y otros prínci- pes contra venecianos y otra liga secreta del mismo. . . . 195

Capítulo \l.

I. Principio de cisma que hubo en la Iglesia. II. Excomunión del Papa contra varios príncipes y resultas de ella. IIL El Papa sale personalmente á campaña y sucesos de ella. IV. t^mbajada de los Reyes de Navarra al Rey Católico. V. Con- tinuación de la guerra del Papa y otros sucesos de su ponti- ficado 210

Capítulo \II.

I. Asignación del Concilio Lateranense en Roma y transla- ción del de Pisa á Milán. II. Liga del Papa con españoles, venecianos y suizos, y principios del conde Pedro Navarro. III. Elección de los cabos del ejército de la liga. IV. Suce- sos de ella. V. Dos capitanes navarros gobernando ejércitos contrarios y sucesos en el sitio de Bolonia. VI. Rebelión de Bressa contra franceses. Vil. Vuelve á tomarla D. Gastón con varias prodigiosas hazañas 225

Capítulo XIII.

I. Cuidados de los Reyes de Navarra, cortes del reino en Tu- dela y mercedes á los de Viana y Miranda 248

Capítulo XIV.

I. Nuevos cuidados del Rey de Francia en la guerra de Italia. Continuación de la guerra. III. Sitio de Ravena. IV. Bata- lla de Ravena. V. Retirada del conde Pedro Navarro. VI. Consecuencias de la batalla. VIL Abertura del Concilio La- teranense y nuevas providencias de la liga contra franceses. 252

ÍNDICE. 497

PÁGS.

Capítulo XV.

I. Embajada del Rey de Francia á los Reyes de Navarra y pac- tos en que convinieron. II. Prevenciones del rey D. Fernan- do para hacerse dueño de Navarra. III. Protección suya por el Duque de Ferrara para con el Papa. IV. Entrada del Du- que de Alba en Navarra con ejército. V. Entrega y capitula- ción de Pamplona al Duque y retirada de los Reyes á Fran- cia. VI. Cómo quedó dueño de Navarra el Rey Católico. Vil. Prevenciones del Rey de Francia para restablecer en su reino á los Reyes de Navarra. VIII. Suceso trágico del Príncipe de Taranto 280

Capitulo XVI.

I. El rey D. Juan de Labrit entra en Navarra con ejército, to- ma á Hurguete, varios sucesos suyos en el Reino y fideli- dad de los navarros. II. Sitio de Pamplona y retirada del rey D. Juan á Francia con su ejército. III. Venida del Rey Católico á Pamplona y negociados suyos para mantener su conquista. IV. Muerte del papa Julio II y efectos de ella. V. Elección del Cardenal de Médicis, León X, y extinción del cisma. VI. Mal estado del rey D. Juan de Labrit y de su her- mano Cardenal y Obispo de Pamplona. VII. Juramento del Reino de Navarra al Rey Católico y providencias con que se asegura en el Reino 303

Capítulo XVII.

I. Sucesos de Francia con Inglaterra hasta la muerte del fran- cés. II. Sus cualidades buenas y malas. III. Entrada á reinar del rey Francisco I y su conducta con el Rey de Navarra. IV. El conde Pedro Navarro se ofrece á servir al Rey de Francia y le hace general de la infantería gascona y otras memorias. V. Incorporación del reino de Navarra á la Coro- na de Castilla. VI. Cortes de Aragón y revolución en ellas. 324

Capítulo XVIII,

I. Marcha del ejército francés á Milán con varios sucesos. II. Batalla de Marinan. III. Consecuencias de esta batalla. IV. Vista del Papa con el rey Francisco y su vuelta al Reino con otras memorias. V. Liga del rey Francisco con los sui- zos y otras noticias de la guerra de Italia . 336

TOMO vil

49^ ANALES DEL REINO DE NAVARRA.

Capítulo XIX.

pAgs.

I. Embajada de los Reyes de Navarra al Rey Católico y varios cuidados de éste. II. Muerte del Gran Capitán D. Gonzalo Fernández de Córdoba y memorias del Rey Católico D. Fer- nando de Aragón. III. Su muerte y testamento. IV. Su en- tierro y calidades 340

Capítulo XX.

I. Prevenciones del rey I). Juan de Labrit para la recupera- ción de su reino, entrada en él con ejercito y retirada á Fran- cia. II. Suceso del Condestable. III. Jura de los reyes Doña Juana y I). Carlos en cortes generales del reino de Navarra y demolición de sus plazas fuertes. IV. Muerte del rey D.Juan de Labrit y sus cualidades 361

Capítulo XXI.

1. Alianza del Papa con el Rey de Francia. II. Origen de la apostasía de Lutero y de las herejías de estos tiempos. III. Tregua entre los príncipes cristianos y causa de ella, y memorias del Cardenal de Labrit, Obispo de Pamplona. ly. Congreso de Noyón, á donde envió sus embajadores la reina Catalina, y sus resultas sobre lo de Navarra. V. Muer- te, entierro y testamento de la Reina de Navarra, Doña Ca- talina 368

LIBRO XXXVI.

Capítulo I.

L Gobierno del cardenal Jiménez de Cisneros en la regencia de los reinos de España. II. Jornada del rey D. Carlos á Es- paña con otras memorias. III. Oposición entre el cardenal Jiménez y los flamencos y muerte del Cardenal. IV. Varios sucesos de Navarra y otros reinos con la muerte desgracia- da del mariscal D. Pedro de Navarra 379

Capítulo II.

I. Muerte del emperador Maximiliano, elección del rey Garlos en Emperador y su coronación. II. Origen de la enemistad entre el Emperador Carlos y el rey Francisco de Francia y efectos de ella. III. Dieta del Imperio en Wormes y conde- nación en ella de Lutero. IV. Guerra de los Comuneros en España. V. Entrada del ejército francés en Navarra en favor

índice. 499

pAgs.

de D. Enrrique de Labrit Príncipe de Viana. VI. Memorias de S. Ignacio de Loyola 3' continuación de la guerra de Na- varra. VII. Batalla de Noaín y efectos de ella 390

Capitulo III.

I. Conversión milagrosa de S, Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús, y algunos sucesos de su vida hasta la aprobación y confirmación de su instituto por la Santa Sede. II. Navarros que siguieron su compañía y cuanto honra así á su Religión como á su Casa S, Francisco de Borja. III. Fundación del Real Colegio de Loyola y de la Basílica de Pamplona. IV. Memorias de la Compañía, de que fué Capi- tán en el siglo 405

Capítulo IV.

I, Prevenciones del Emperador y del Rey de Francia para la guerra. II. Muerte del Cardenal de Labrit, Obispo de Pam- plona, V sucesión en el obispado del cardenal Cesarino.

III. Entrada en Navarra y operaciones del ejército francés.

IV. Sitio de Fuenterrabía. V. Ajustes deshechos entre el Em- perador y el rey Francisco, demolición de las fortalezas de Navarra é importancia de la de Pamplona. VI. Varias memo- rias con la muerte de León X y asunción de Adriano sexto al pontificado. VIL Sitio de Maya. VIII. Sucesos del ejército . francés con guipuzcoanos con la batalla de S, Marcial y re- sultas de ella 415

Capítulo Y.

I. Guerra de Italia y toma de Genova. 11. Viene el Emperador á España y pasa á su servicio el Duque de Borbón, por qué causas y en qué circunstancias. III. Sitio de Fuenterrabía.

IV. Venida del Emperador á Navarra, muerte de Adriano sexto á quien sucede el Cardenal Julio de Médicis y varias cosas de la guerra de la frontera de Guipúzcoa y Aragón.

V. Segundo sitio de Fuenterrabía y resultas de él. VI, Jura- mento de los navarros al Emperador y estado feliz de Nava- rra debajo de su obediencia 43^

Capítulo VI.

I. Estado del Príncipe de Bearne, pretenso Rey de Navarra, y sucesos de la guerra entre el Rey de Francia y el Empera- dor. II. Batalla de Pavía, en que fué hecho prisionero el Rey

ANALES DEL REINO DE NAVARRA. $00

de Francia con otros efectos de ella. III. Providencias de Francia después de la prisión de su Rey. IV. Venida del rey Francisco á Madrid, tratados de varios príncipes para librar- le de la prisión y escape de ella del Príncipe de Bearne. V. Enfermedad del Rey de Francia y tratado concluido de su libertad 45^

Capítulo VII.

I. Formalidades de la entrega del rey Francisco en su reino de Francia y fiestas de sus vasallos á su llegada. II. Trazas del Rey y de su reino para no cumplir los tratados de Ma- drid y liga del francés con el Papa y otros príncipes contra el Emperador. 111. Casamientos del Príncipe de Bearne con hermana del Rey de Francia y del Emperador con la Infan- ta de Portugal Doña Isabel con otras memorias. IV. Sucesos de la guerra de Italia. V. Sitio y Saqueo de Roma. Vi. No- ble piedad de varios navarros en esta ocasión. Vil. Calami- dades de Roma y demás efectos de esta guerra 474

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