LIBRARY OF PRINCETON

SEP 2 7 2004

THEOLOG'CAL SEMINARY

PER BX1472.A1 B68 Boletmn eclesiástico.

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ORGANO INFORMATIVO ARQUIDIOCESIS DE QUITO

BOLETIN ECLESIASTICO

Año Clll noviembre / diciembre 1997

(

La Iglesia Universal, al acercarse el gran Jubileo del año 2.000, nos propone para este año, fijar nuestra atención en el Espíritu Santo, don del Padre, guiados, en nuestro caminar, por el Evangelio de Lucas.

ORGANO INFORMATIVO

Nov. / Diciembre 1997

BOLETIN ECLESIASTICO AñO Clll

Editorial

El Año del Espíritu Santo 469

Documentos de la Santa Sede

Divini Amoris Scientia 475

Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 495

Documentos del CELAM

María en la Histora de la Salvación 505

VI Congreso Eucarístico Mariano 521

Consagración de los Países Bolivarianos a los

Sagrados Corazones de Jesús y de María

Documentos de la Conferencia Episcopal

Comunicado de la Conf. Episcopal Ecuatoriana 531

Documentos Arquidiocesanos

25° Aniversario Parroquia "El Carmelo" de Quito

XXXII Asamblea General de la Conferencia

de las Organizaciones Internacionales Católicas 543

Alocución en el Día del Papa de 1997

Administración Eclesiástica

Nombramientos

Decretos 559

Información Eclesial

En el Ecuador 561

En el Mundo

Apéndice

Congreso Teológico-Pastoral (continuación)

Indice Genral de 1997 569

••••••••••••• •••••• •••••

Director: Rvmo. Sr. Héctor Soria S. Telf.: 210 703 Apartado 17-01-00106.

Administradora: Hna. Regina Córdova Telf.: 214 429 Apartado 17-01-00106

Suscripción anual dentro del pais S/. 30 000. Fuera del país US$ 60.

Se aceptan Canjes.

Levantamiento de textos e impresión: Mora & Asociados 438 866

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| JAN l? 1998

EL AÑODEÜ^£^ ESPÍRITU SANTO

De acuerdo con la Carta del Papa Juan Pablo II sobre, la celebración del Tercer Milenio Cristiano, el año litúrgico 1998 que co- mienza ya el 30 de noviembre de 1997, pri- mer domingo de adviento estará dedicado al Espíritu Santo y a su presencia santifica- dora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo, que es la Iglesia.

Los documentos para preparar el Jubileo del Tercer Milenio nos dicen que es importante celebrar este año del Espíritu Santo en conti- nuidad con el año de Jesucristo, por el carác- ter cristológico y trinitario de todo el Jubileo, unido a su carácter eclesial y mañano. Así también, tendrá que haber una continuidad en la atención que demos durante este trienio a cada uno de los sacramentos de la iniciación cristiana: la confirmación en 1998, después del bautismo en 1997, y como preparación a la eucaristía en 1999. Otro tanto hay que de- cir de las tres virtudes teologales: habiendo recordado especialmente la fe en 1997, nos preocuparemos ahora de la esperanza y así podremos concentrarnos finalmente en el amor.

el 13 de enero de 1998 se cumplirán ciento cincuenta años de la erección de la primera Arquidiócesis del Ecuador, en esta ciudad de Quito

Hoy queremos fijarnos en la dimensión ecle- sial que este año del Espíritu Santo nos trae, y que hace relucir un gran acontecimiento de nuestra propia Iglesia Arquidiocesana de Quito y Primada del Ecuador. Efectivamente, el 13 de enero de 1998 se cumplirán ciento cincuenta años de la erección de la primera Arquidiócesis del Ecuador, en esta ciudad de Quito, sede hasta entonces de una diócesis sufragánea, pero desde el comienzo madre de todas las demás jurisdicciones eclesiásticas que existen en el territorio de nuestra Repú- blica. Este sesquicentenario coincide con el año del Espíritu Santo y nos invita a una ce- lebración más consciente y participativa del mismo, con la colaboración de todos los esta- mentos eclesiales de esta querida Arquidióce-

sis.

En su carta apostólica nos ha dicho el Papa: (TMA 44, 2): "La Iglesia no puede preparar- se al cumplimiento bimilenario si no es por el Espíritu Santo. Lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu San- to, solamente por obra suya puede surgir de la memoria de la Iglesia". Cuando hablamos de la Iglesia, la Iglesia universal, sintámosla también encarnada en nuestra Iglesia parti- cular de Quito, según la teología del II Con- cilio Vaticano. Sí: en igual forma debemos de- cir que esta Iglesia Arquidiocesana de Quito

en la Arquidió- cesis de Quito el Santo Espíritu nos ha señalado confines donde a lo largo del último siglo y medio hemos sentido fuertemente estos efectos suyos, con la abundancia de sus dones

surgió por obra del Espíritu Santo como fru- to insigne de la primera evangelización reali- zada en nuestras tierras; y que solo por la ac- ción del mismo Espíritu de Dios en su Hijo Jesucristo la memoria de este don fundamen- tal del Padre ha de resurgir este año sesqui- centenario; y ha de expresarse en un acrecen- tado esfuerzo por la nueva evangelización.

El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de en- tre los muertos es la "fuerza de lo alto" que el Padre nos envía para impulsar a los creyen- tes a ser testigos de Cristo "hasta los confines de la tierra" (Acts. 1, 1-11). Este es el efecto propio del sacramento de la confirmación. Y a nosotros en la Arquidiócesis de Quito el Santo Espíritu nos ha señalado confines don- de a lo largo del último siglo y medio hemos sentido fuertemente estos efectos suyos, con la abundancia de sus dones: en la construc- ción de la comunidad, en la guía hacia la ver- dad completa, en los gérmenes de profecía y santidad, en la asimilación a Cristo sufriente y victorioso, que nunca nos han faltado, y que hoy tenemos que alentar y pedir con re- novada esperanza.

Esperanza es la consigna de este año del Es- píritu. Esperanza es el nombre para esa vir- tud de raíz oculta, para esa fuerza interior que nos lleva a evangelizar, anhelando los

María es la mujer de la esperanza, llena del Espíritu Santo, que encarna a Cristo en la Iglesia

tiempos definitivos, y mientras tanto "nos ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad, para hacerla conforme al proyec- to de Dios". (TMA 46, 1).

María es la mujer de la esperanza, llena del Espíritu Santo, que encarna a Cristo en la Iglesia. Lo ha encarnado en nuestra iglesia de Quito y se presenta ahora también para que entremos al próximo milenio como Iglesia vi- viente, verdadero Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu del Padre. La fiesta de la Pre- sentación de María, Patrona de nuestra Ar- quidiócesis como Reina del Quinche, anuncia ya, a fines del mes de noviembre, el gozoso co- mienzo del año del Espíritu Santo.

Documentos de la Santa Sede

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DCTOS. DE LA SANTA SEDE

«Divini Amoris Scientia»

Carta apostólica del Santo Padre Juan Pablo II, publicada en la Jornada Mundial de las Misiones de 1997.

Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es declarada Doctora de la Iglesia Universal

1. La ciencia del amor divino, que el Padre de las misericor- dias derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don, concedido a los pequeños y a los humildes, para que conoz- can y proclamen los secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes: por esto Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y bendijo al Padre, que así lo había establecido (cf. Le 10, 21-22; Mt 11, 25-26).

También se alegra la Madre •Iglesia al constatar que, en el decurso de la historia, el Señor sigue revelándose a los peque- ños y a los humildes, capaci- tando a sus elegidos, por me- dio del Espíritu que «todo lo sondea, hasta las profundida- des de Dios» (1 Co 2, 10), para

hablar de las cosas «que Dios nos ha otorgado (...), no con palabras aprendidas de sabi- duría humana, sino aprendi- das del Espíritu, expresando realidades espirituales» (1 Co 2, 12-13). De este modo el Es- píritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad plena, la dota de diversos dones, la embelle- ce con sus frutos, la rejuvenece con la fuerza del Evangelio y la hace capaz de escrutar los signos de los tiempos, para responder cada vez mejor a la voluntad de Dios (cf. Lumen gentium, 4 y 12; Gaudium et spes, 4).

Entre los pequeños a los que han sido revelados de manera muy especial los secretos del Reino, resplandece Teresa del

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BOLETIN ECLESIASTICO

Niño Jesús y de la Santa Faz, monja profesa de la orden de los Carmelitas Descalzos, de la que este año se celebra el cen- tenario de su ingreso en la pa- tria celestial.

Durante su vida, Teresa descu- brió «luces nuevas, significa- dos ocultos y misteriosos» (Ms A 83 v) y recibió del Maestro divino la «ciencia del amor», que luego manifestó con parti- cular originalidad en sus escri- tos (cf. Ms B 1 r). Esa ciencia es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio del Reino y de su experiencia per- sonal de la gracia. Se puede considerar como un carisma particular de sabiduría evan- gélica que Teresa, como otros santos y maestros de la fe, re- cibió en la oración (cf. Ms C 36 r).

2. La acogida del ejemplo de su vida y de su doctrina evan- gélica ha sido rápida, univer- sal y constante en nuestro si- glo. Casi a imitación de su pre- coz maduración espiritual, su santidad fue reconocida por la Iglesia en el espacio de pocos

años. En efecto, el 10 de junio de 1914 Pío X firmó el decreto de incoación de la causa de beatificación; el 14 de agosto de 1921 Benedicto XV declaró la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, pronun- ciando en esa ocasión un dis- curso sobre el camino de la in- fancia espiritual; y Pío XI la proclamó beata el 29 de abril de 1923. Un poco más tarde, el 17 de mayo de 1925, el mismo papa, ante una inmensa multi- tud, la canonizó en la basílica de San Pedro, poniendo de re- lieve el esplendor de sus virtu- des, así como la originalidad de su doctrina, y dos años des- pués, el 14 de diciembre de 1927, acogiendo la petición de muchos obispos misioneros, la proclamó, junto con san Fran- cisco Javier, patrona de las mi- siones.

A partir de esos reconocimien- tos, la irradiación espiritual de Teresa del Niño Jesús ha au- mentado en la Iglesia y se ha difundido por todo el mundo. Muchos institutos de vida consagrada y movimientos eclesiales, especialmente en

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las Iglesias jóvenes, la han ele- gido como patrona y maestra, inspirándose en su doctrina espiritual. Su mensaje, a me- nudo sintetizado en el así lla- mado «caminito», que no es más que el camino evangélico de la santidad para todos, ha sido objeto de estudio por par- te de teólogos y autores de es- piritualidad. Se han construi- do y dedicado al Señor, bajo el patrocinio de la santa de Li- sieux, catedrales, basílicas, santuarios e iglesias en todo el mundo. La Iglesia católica en sus diversos ritos, tanto de Oriente como de Occidente, celebra su culto. Numerosos fieles han podido experimen- tar el poder de su intercesión. Muchos, llamados al ministe- rio sacerdotal o a la vida con- sagrada, especialmente en las misiones y en la vida contem- plativa, atribuyen la gracia di- vina de la vocación a su inter- cesión y a su ejemplo.

3. Los pastores de la Iglesia, comenzando por mis predece- sores los Sumos Pontífices de este siglo, que propusieron su santidad como ejemplo para

todos, también han puesto de relieve que Teresa es maestra de vida espiritual con una doctrina sencilla y, a la vez, profunda que ella tomó de los manantiales del Evangelio ba- jo la guía del Maestro divino y luego comunicó a sus herma- nos y hermanas en la Iglesia con amplísima eficacia (cf. Ms B 2 v - 3 r).

Esta doctrina espiritual nos ha sido transmitida sobre todo en su autobiografía que, tomada de los tres manuscritos redac- tados por ella en los últimos años de su vida y publicada un año después de su muerte con el título: Historia de un al- ma (Lisieux 1898), ha desperta- do extraordinario interés has- ta nuestros días. Esta autobio- grafía, traducida, al igual que sus demás escritos, a cerca de cincuenta lenguas, ha dado a conocer a Teresa en todas las regiones del mundo, incluso fuera de la Iglesia católica. A un siglo de distancia de su muerte, Teresa del Niño Jesús sigue siendo considerada una de las grandes maestras de vi- da espiritual de nuestro tiem- po.

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4. No es sorprendente, por tanto, que hayan llegado a la Sede apostólica muchas peti- ciones para que se le conceda el título de Doctora de la Igle- sia universal.

Desde hace algunos años, y es- pecialmente al acercarse la ale- gre celebración del primer centenario de su muerte, esas peticiones han llegado cada vez en mayor número, incluso de parte de Conferencias epis- copales. Además, se han reali- zado congresos de estudio y abundan las publicaciones que ponen de relieve el hecho de que Teresa del Niño Jesús posee una sabiduría extraordi- naria y, con su doctrina, ayuda a muchos hombres y mujeres de cualquier condición a cono- cer y amar a Jesucristo y su Evangelio.

A la luz de estos datos, decidí encargar un atento estudio pa- ra saber si la santa de Lisieux cumplía los requisitos para poder ser declarada Doctora de la Iglesia universal.

5. En este marco, me complace

recordar brevemente algunos momentos de la vida de Tere- sa del Niño Jesús. Nace en Alencon (Francia) el 2 de ene- ro de 1873. Es bautizada dos días más tarde en la iglesia de Notre Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padres son Louis Martín y Zélie Guérin, cuyas virtudes heroicas he reconoci- do recientemente. Después de la muerte de su madre, que acontece el 28 de agosto de 1877, Teresa se traslada con to- da la familia a la ciudad de Li- sieux donde, rodeada del afec- to de su padre y sus hermanas, recibe una formación exigente y, a la vez, llena de ternura.

Hacia fines de 1879 recibe por primera vez el sacramento de la penitencia. En el día de Pen- tecostés de 1883 recibe la gra- cia singular de curar de una grave enfermedad, por inter- cesión de Nuestra Señora de las Victorias. Educada por las benedictinas de Lisieux, recibe la primera comunión el 8 de mayo de 1884, después de una intensa preparación, coronada por una singular experiencia

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de la gracia de la unión íntima con Jesús. Pocas semanas más tarde, ell4 de junio del mismo año, recibe el sacramento de la confirmación, con viva con- ciencia de lo que implica el don del Espíritu Santo en la participación personal en la gracia de Pentecostés. En la Navidad de 1886 vive una ex- periencia espiritual muy pro- funda, que describe como una «conversión total». Gracias a ella, supera la fragilidad emo- tiva derivada de la pérdida de su madre e inicia «una carrera acelerada» por el camino de la perfección (cf. Ms A 44 v - 45 v).

Teresa desea abrazar la vida contemplativa, como sus her- manas Paulina y María, en el Carmelo de Lisieux, pero se lo impide su corta edad. Con ocasión de una peregrinación a Italia, después de visitar la Casa de Loreto y los lugares de la ciudad eterna, en la au- diencia que el Papa concede a los fieles de la diócesis de Li- sieux, el 20 de noviembre de 1887, con filial audacia pide a León XIII el permiso para en-

trar en el Carmelo a la edad de 15 años.

El 9 de abril de 1888 entra en el Carmelo de Lisieux, donde re- cibe el hábito de la orden de la Virgen el 10 de enero del año siguiente, y emite su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de la Virgen María. En el Carme- lo emprende el camino de la perfección trazado por la ma- dre fundadora, Teresa de Je- sús, con auténtico fervor y fi- delidad, cumpliendo los di- versos oficios comunitarios que se le confían. Iluminada por la palabra de Dios y pro- bada de modo particular por la enfermedad de su amadísi- mo padre, Louis Martín, que muere el 29 de julio de 1894, Teresa se encamina hacia la santidad, insistiendo en la centralidad del amor. Descu- bre y comunica a las novicias encomendadas a su cuidado el caminito de la infancia espiri- tual, progresando en el cual ella penetra cada vez más en el misterio de la Iglesia y, atraída por el amor de Cristo, siente crecer en misma la vocación

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apostólica y misionera, que la impulsa a llevar a todos hacia el encuentro con el Esposo di- vino.

El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trini- dad, se ofrece como víctima de holocausto al amor misericor- dioso de Dios. El 3 de abril del año siguiente, en la noche en- tre el Jueves y el Viernes santo, tiene una primera manifesta- ción de la enfermedad que la llevará a la muerte. Teresa la acoge como la misteriosa visi- ta del Esposo divino. Al mis- mo tiempo, entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Al empeorar su salud, a partir del 8 de julio de 1897, es trasladada a la enfermería. Sus hermanas y otras religio- sas recogen sus palabras, mientras los dolores y las pruebas, sufridos con pacien- cia, se intensifican hasta cul- minar con la muerte, en la tar- de del 30 de septiembre de 1897. «Yo no muero; entro en la vida», había escrito a uno de sus hermanos espirituales, don Belliére (Carta 244). Sus últimas palabras: «Dios mío,

te amo», son el sello de su existencia.

6. Teresa del Niño Jesús nos ha legado escritos que, con razón, le han merecido el título de maestra de vida espiritual. Su obra principal es el relato de su vida en los tres Manuscritos autobiográficos (A, B y C), pu- blicados inicialmente con el tí- tulo, que pronto se hizo céle- bre, de Historia de un alma.

En el Manuscrito A, redactado a petición de la hermana Inés de Jesús, entonces priora del monasterio, y entregado a ella el 21 de enero de 1896, Teresa describe las etapas de su expe- riencia religiosa: su infancia, especialmente el aconteci- miento de su primera comu- nión y de la confirmación, y su adolescencia, hasta el ingreso en el Carmelo y su primera profesión.

El Manuscrito B, redactado du- rante el retiro espiritual de ese mismo año, a petición de su hermana María del Sagrado Corazón, contiene algunas de las páginas más hermosas, co-

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nocidas y citadas de la santa de Lisieux. En ellas se mani- fiesta la plena madurez de la santa, que habla de su voca- ción en la Iglesia, Esposa de Cristo y Madre de las almas.

El Manuscrito C, redactado en el mes de junio y en los prime- ros días de julio de 1897, pocos meses antes de su muerte, y dedicado a la priora María de Gonzaga, que se lo había pedi- do, completa los recuerdos del Manuscrito A sobre su vida en el Carmelo. Estas páginas re- velan la sabiduría sobrenatu- ral de la autora. Teresa narra algunas experiencias elevadí- simas de este período final de su vida. Dedica páginas con- movedoras a la prueba de la fe: una gracia de purificación que la sumerge en una larga y dolorosa noche oscura, ilumi- nada por su confianza en el amor misericordioso y pater- nal de Dios. Una vez más, y sin repetirse, Teresa hace bri- llar la resplandeciente luz del Evangelio. Aquí encontramos las páginas más hermosas, de- dicadas al abandono confiado en las manos de Dios, a la uni-

dad entre el amor a Dios y el amor al prójimo, y a su voca- ción misionera en la Iglesia.

Teresa, en estos tres manuscri- tos diversos, que coinciden en una unidad temática y en una progresiva descripción de su vida y de su camino espiritual, nos ha entregado una original autobiografía, que es la histo- ria de su alma. En ella se pone claramente de manifiesto que en su existencia Dios ofrece al mundo un mensaje preciso, al señalar un camino evangélico, el «caminito», que todos pue- den recorrer, porque todos es- tán llamados a la santidad.

En sus 266 Cartas que conser- vamos, dirigidas a familiares, a religiosas y a los «herma- nos» misioneros, Teresa comu- nica su sabiduría, desarrollan- do una doctrina que constitu- ye de hecho un profundo ejer- cicio de dirección espiritual de almas.

Forman parte de sus escritos también 54 Poesías, algunas de las cuales entrañan gran pro- fundidad teológica y espiri-

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tual, inspiradas en la sagrada Escritura. Entre ellas merecen especial mención «Vivir de amor» (Poesías, 17) y «Por qué te amo, María» (Poesías, 54), síntesis original del camino de la Virgen María según el evan- gelio. A esta producción hay que añadir 8 Recreaciones pia- dosas: composiciones poéticas y teatrales, ideadas y repre- sentadas por la Santa para su comunidad con ocasión de al- gunas fiestas según la tradi- ción del Carmelo. Entre los de- más escritos, conviene recor- dar una serie de 21 Oraciones y la colección de sus palabras pronunciadas durante los últi- mos meses de vida. Esas pala- bras, de las que se conservan varias redacciones, son cono- cidas como Novissima verba o Ultimas conversaciones.

7. El análisis esmerado de los escritos de santa Teresa del Ni- ño Jesús, y la resonancia que han tenido en la Iglesia, per- miten descubrir los aspectos principales de la «doctrina eminente», que constituye el elemento fundamental en el que se basa la atribución del

título de Doctora de la Iglesia.

Ante todo, se constata la exis- tencia de un particular carisma de sabiduría. En efecto, esta jo- ven carmelita, sin una especial preparación teológica, pero iluminada por la luz del Evan- gelio, se siente instruida por el Maestro divino que, como ella dice, es «el Doctor de los doc- tores» (Ms A 83 v), el cual le comunica las «enseñanzas di- vinas» (Ms B 1 r). Siente que en ella se han cumplido las pa- labras de la Escritura: «El que sea sencillo, venga a mí...; al pequeño se le concede la mise- ricordia» (Ms B 1 v; cf. Pr 9, 4; SB 6, 6) y sabe que ha sido ins- truida en la ciencia del amor, oculta a los sabios y a los inte- ligentes, que el Maestro divino se ha dignado revelarle a ella, como a los pequeños (cf. Ms A 49 r; Le 10, 21-22).

Pío XI, que consideró a Teresa de Lisieux como «estrella de su pontificado», no dudó en afirmar en la homilía del día de su canonización, el 17 de mayo del año 1925: «El Espíri- tu de la verdad le abrió y ma-

DCTOS. DE LA SANTA SEDE

nifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligen- tes y revelar a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino cierto de la salvación» (AAS 17 [1925] p. 213).

Su enseñanza no solo es acor- de con la Escritura y la fe cató- lica, sino que también resalta por la profundidad y la síntesis sapiencial lograda. Su doctrina es, a la vez, una profesión de la fe de la Iglesia, una expe- riencia del misterio cristiano y un camino hacia la santidad. Teresa ofrece una síntesis ma- dura de la espiritualidad cris- tiana: une la teología y la vida espiritual, se expresa con vi- gor y autoridad, con gran ca- pacidad de persuasión y de comunicación, como lo de- muestra la aceptación y la di- fusión de su mensaje en el pueblo de Dios.

La enseñanza de Teresa mani- fiesta con coherencia y une en un conjunto armonioso los

dogmas de la fe cristiana co- mo doctrina de verdad y expe- riencia de vida. A este respec- to, no conviene olvidar que, como enseña el concilio Vati- cano U, la inteligencia del de- pósito de la fe transmitido por los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo: «Crece la com- prensión de las palabras e ins- tituciones transmitidas cuan- do los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Le 2, 19 y 51), y cuando comprenden interna- mente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (Dei Verbum, 8).

Tal vez en los escritos de Tere- sa de Lisieux no encontramos, como en otros Doctores, una presentación científicamente elaborada de las cosas de Dios, pero en ellos podemos descubrir un testimonio ilumi- nado de la fe que, mientras acoge con amor confiado la condescendencia misericor- diosa de Dios y la salvación en Cristo, revela el misterio y la santidad de la Iglesia.

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Así pues, con razón se puede reconocer en la santa de Li- sieux el carisma de Doctora de la Iglesia, tanto por el don del Espíritu Santo, que recibió pa- ra vivir y expresar su expe- riencia de fe, como por su par- ticular inteligencia del miste- rio de Cristo. En ella conflu- yen los dones de la ley nueva, es decir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva que actúa por medio de la caridad (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theol. ITI, q, 106, art. l;q. 108, art. 1).

Podemos aplicar a Teresa de Lisieux lo que dijo mi predece- sor Pablo VI de otra joven san- ta, Doctora de la Iglesia, Cata- lina de Siena: «Lo que más im- presiona en esta santa es la sa- biduría infusa, es decir, la lúci- da, profunda y arrebatadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe (...): una asimilación favore- cida, ciertamente, por dotes naturales singularísimas, pero evidentemente prodigiosa, de- bida a un carisma de sabiduría del Espíritu Santo» (AAS 62 [1970] p. 675).

8. Con su peculiar doctrina y su estilo inconfundible, Teresa se presenta como una auténtica maestra de la fe y de la vida cris- tiana. Por sus escritos, al igual que por las afirmaciones de los Santos Padres, pasa la vivi- ficante linfa de la tradición ca- tólica, cuyas riquezas, como atestigua también el concilio Vaticano II, «van pasando a la práctica y a la vida de la Igle- sia que cree y ora» (Dei Ver- bum, 8).

La doctrina de Teresa de Li- sieux, si se analiza en su géne- ro literario, correspondiente a su educación y a su cultura, y si se estudia a la luz de las par- ticulares circunstancias de su época, coincide de modo pro- videncial con la más genuina tradición de la Iglesia, tanto por la profesión de la fe católi- ca como por la promoción de la más auténtica vida espiri- tual, propuesta a todos los fie- les con un lenguaje vivo y ac- cesible.

Ella ha hecho resplandecer en nuestro tiempo el atractivo del Evangelio; ha cumplido la mi-

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sión de hacer conocer y amar a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo; ha ayudado a curar las almas de los rigores y de los temores de la doctrina janse- nista, más propensa a subra- yar la justicia de Dios que su divina misericordia. Ha con- templado y adorado en la mi- sericordia de Dios todas las perfecciones divinas, porque «incluso la justicia de Dios, y tal vez más que cualquier otra perfección, me parece revesti- da de amor» (Ms A 83 v). Así se ha convertido en una imagi- nación viva de aquel Dios que, como reza la oración de la Iglesia, «manifiesta especial- mente su poder con el perdón y la misericordia» (cf. Misal ro- mano, oración colecta del do- mingo XXVI del tiempo ordi- nario).

Aunque Teresa no tiene pro- piamente un cuerpo doctrinal, sus escritos irradian particula- res fulgores de doctrina que, como por un carisma del Espí- ritu Santo, captan el centro mismo del mensaje de la Re- velación en una visión origi- nal e inédita, presentando una

enseñanza cualitativamente eminente.

En efecto, el núcleo de su men- saje es el misterio mismo de Dios Amor, de Dios Trinidad, infinitamente perfecto en mismo. Si la genuina expe- riencia espiritual cristiana de- be coincidir con las verdades reveladas, en las que Dios se revela a mismo y manifiesta el misterio de su voluntad (cf. Dei Verbum 2), es preciso afir- mar que Teresa experimentó la revelación divina, llegando a contemplar las realidades fun- damentales de nuestra fe en- cerradas en el misterio de la vida trinitaria. En la cima, co- mo manantial y término, el amor misericordioso de las tres divinas Personas, como ella lo expresa, especialmente en su Acto de consagración al Amor misericordioso. Por parte del sujeto, en la base se halla la experiencia de ser hijos adop- tivos del Padre en Jesús; ese es el sentido más auténtico de la infancia espiritual, es decir, la experiencia de la filiación di- vina bajo el impulso del Espí- ritu Santo. También en la base,

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y ante nosotros, está el próji- mo, los demás, en cuya salva- ción debemos colaborar con Jesús y en él, con su mismo amor misericordioso.

Con la infancia espiritual ex- perimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ese es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa.

Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su expe- riencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evange- lio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su pre- sencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las pre- senta el Evangelio (cf. Poesías, 24 «Acuérdate, mi Amor»).

Teresa recibió una iluminación particular sobre la realidad del Cuerpo místico de Cristo, so- bre la variedad de sus caris- mas, dones del Espíritu Santo, sobre la fuerza eminente de la caridad, que es el corazón mis- mo de la Iglesia, en la que ella encontró su vocación de con- templativa y misionera (cf . Ms B 2 r - 3 v).

Por último, entre los capítulos más originales de su ciencia espiritual conviene recordar la sabia investigación que Teresa realizó sobre el misterio y el camino de la Virgen María, lle- gando a resultados muy cerca- nos a la doctrina del concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la constitución Lumen gen- tium y a lo que yo mismo ex- puse en mi carta encíclica Re- demptoris Mater, del 25 de mar- zo de 1987.

9. La fuente principal de su ex- periencia espiritual y de su en- señanza es la palabra de Dios, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Ella misma lo confiesa, especialmente po- niendo de relieve su amor

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apasionado al Evangelio (cf. Ms A 83 v). En sus escritos se cuentan más de mil citas bíbli- cas: más de cuatrocientas del Antiguo Testamento y más de seiscientas del Nuevo.

A pesar de que no tenía prepa- ración y de que carecía de me- dios adecuados para el estu- dio y la interpretación de los libros sagrados, Teresa se en- tregó a la meditación de la pa- labra de Dios con una fe y un empeño singulares. Bajo el in- flujo del Espíritu logró, para y para los demás, un profundo conocimiento de la Revela- ción. Concentrándose amoro- samente en la Escritura ma- nifestó que le hubiera gustado conocer el hebreo y el griego para comprender mejor el es- píritu y la letra de los libros sa- grados— puso de manifiesto la importancia que las fuentes bíblicas tienen en la vida espi- ritual, destacó la originalidad y la lozanía del Evangelio, cul- tivó con sobriedad la exégesis espiritual de la palabra de Dios, tanto del Antiguo Testa- mento como del Nuevo. De es- ta forma, descubrió tesoros

ocultos, asumiendo palabras y episodios, a veces con gran audacia sobrenatural, como cuando, leyendo los textos de san Pablo (cf. 1 Co 12-13), intu- yó su vocación al amor (cf. Ms B 3 r - 3 v). Iluminada por la palabra revelada, Teresa escri- bió páginas admirables sobre la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Ms C 11 v - 19 r) y se sumergió con la oración de Jesús en la últi- ma Cena, como expresión de su intercesión por la salvación de todos (cf. Ms C 34 r - 35 r).

Su doctrina coincide, como ya he dicho, con la enseñanza de la Iglesia. Ya desde niña, sus familiares le enseñaron a par- ticipar en la oración y en el culto litúrgico. Al prepararse para su primera confesión, pa- ra su primera Comunión y pa- ra el sacramento de la confir- mación, mostró un amor ex- traordinario a las verdades de la fe, y se aprendió casi al pie de la letra el Catecismo (cf. Ms A 37 r - 37 v). Al final de su vi- da, escribió con su propia san- gre el Símbolo de los Apósto- les, como expresión de su ad-

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hesión sin reservas a la profe- sión de fe.

Teresa no solo se alimentó con las palabras de la Escritura y la doctrina de la Iglesia, sino también, desde su niñez, con la enseñanza de la Imitación de Cristo, que, como confiesa ella misma, se sabía casi de memo- ria (cf. Ms A 47 r). En la reali- zación de su vocación carmeli- ta fueron decisivos los textos espirituales de la madre fun- dadora, santa Teresa de Jesús, especialmente los que expli- can el sentido contemplativo y eclesial del carisma del Car- melo teresiano (cf. Ms C 33 v). Pero de modo muy especial Teresa se alimentó de la doc- trina mística de san Juan de la Cruz, que fue su verdadero maestro espiritual (cf. Ms A 83 r). Así pues, no es sorprenden- te que, siguiendo la escuela de estos dos santos, declarados posteriormente Doctores de la Iglesia, también ella, óptima discípula, se haya convertido en maestra de vida espiritual.

10. La doctrina espiritual de Te- resa de Lisieux ha contribuido a

la extensión del reino de Dios. Con su ejemplo de santidad, de perfecta fidelidad a la Ma- dre Iglesia, de plena comu- nión con la Sede de Pedro, así como con las particulares gra- cias que ha obtenido para mu- chos hermanos y hermanas misioneros, ha prestado un servicio particular a la renova- da proclamación y experiencia del Evangelio de Cristo y a la difusión de la fe católica en to- das las naciones de la tierra.

No es necesario insistir mucho en la universalidad de la doctrina teresiana y la amplia aceptación de su mensaje durante el siglo que ha transcurrido desde su muerte, pues están muy bien documentadas en los estudios realizados con vistas a la con- cesión del título de Doctora de la Iglesia a esta santa.

Reviste particular importan- cia, a este respecto, el hecho de que el Magisterio de la Iglesia no solo ha reconocido la santi- dad de Teresa, sino que tam- bién ha puesto de relieve su sabiduría y su doctrina. Ya Pío X dijo de ella que era «la santa

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más grande de los tiempos modernos». Acogiendo con alegría la primera edición ita- liana de la Historia de un alma, quiso destacar los frutos que se obtenían de la espirituali- dad teresiana. Benedicto XV, con ocasión de la proclama- ción de la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, ilustró el camino de la infancia espiritual y alabó la ciencia de las realidades divinas, conce- dida por Dios a Teresa, para enseñar a los demás los cami- nos de la salvación (cf. A AS 13 [1921] pp. 449-452).

Pío XI, tanto con motivo de su beatificación como de su cano- nización, quiso exponer y re- comendar la doctrina de la santa, subrayando la particu- lar iluminación divina (Discor- si di Pió XI, vol. I, Tormo 1959, p. 91) y definiéndola maestra de vida (cf. A AS 17 [1925] pp. 211-214). Pío XII, con ocasión de la consagración de la basíli- ca de Lisieux en el año 1954, afirmó, entre otras cosas, que Teresa había penetrado con su doctrina en el corazón mismo del Evangelio (cf. AAS 46

[1954] pp. 404-408). El carde- nal Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, visitó varias veces Lisieux, especialmente cuando era nuncio en París. Durante su pontificado mani- festó en diversas circunstan- cias su devoción por la santa e ilustró las relaciones entre la doctrina de la santa de Avila y la de su hija, Teresa de Lisieux (Discorsi, Messaggi, Colloqui, vol. II [1959-1960] pp. 771- 772).

Durante la celebración del concilio Vaticano II, varias ve- ces los padres evocaron su ejemplo y su doctrina. Pablo VI, con motivo del centenario de su nacimiento, el 2 de ene- ro de 1973, dirigió una carta al obispo de Bayeux y Lisieux, en la que destacaba el ejemplo de Teresa en la búsqueda de Dios, la proponía como maes- tra de oración y de esperanza teologal, y modelo de comu- nión con la Iglesia, recomen- dando el estudio de su doctri- na a los maestros, a los educa- dores, a los pastores e incluso a los teólogos (cf. AAS 65 [1973] pp. 12-15).

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Yo mismo, en varias circuns- tancias, me he referido a la fi- gura y a la doctrina de la san- ta, de modo especial con oca- sión de mi inolvidable visita a Lisieux, el 2 de junio de 1980, cuando quise recordar a todos: «De Teresa de Lisieux se pue- de decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar directamente a los hombres de nuestro tiem- po el misterio fundamental, la realidad del Evangelio (...). El "caminito" es el itinerario de la "infancia espiritual". Hay en él algo único, un carácter propio de santa Teresa de Li- sieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la confirma- ción y la renovación de la ver- dad más fundamental y más universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y más universal que ésta: Dios es nuestro Pa- dre y nosotros somos sus hi- jos? (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 15).

Estas breves referencias a una ininterrumpida serie de testi- monios de los Papas de este si- glo sobre la santidad y la doc-

trina de santa Teresa del Niño Jesús y a la difusión universal de su mensaje, expresan clara- mente hasta qué punto la Igle- sia ha acogido, en sus pastores y en sus fieles, la doctrina es- piritual de esta joven santa.

Signo de la aceptación eclesial de la enseñanza de la Santa es el hecho de que el Magisterio ordinario de la Iglesia en muchos documentos ha recurrido a esa doctrina, especialmente al tra- tar de la vocación contempla- tiva y misionera, de la confian- za en Dios justo y misericor- dioso, de la alegría cristiana y de la vocación a la santidad. Lo atestigua la presencia de su doctrina en el reciente Catecis- mo de la Iglesia católica (nn. 127, 826, 956, 1.011, 2.011 y 2.558). Ella, que tanto se esforzó por aprender en el catecismo las verdades de la fe, ha merecido ser incluida entre los autores más destacados de la doctrina católica.

Teresa tiene una universalidad singular. Su persona y el men- saje evangélico del "caminito" de la confianza y de la infancia espiritual han encontrado y si- guen encontrando una acogi-

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da sorprendente en todo el mundo.

El influjo de su mensaje abarca ante todo a los hombres y mu- jeres cuya santidad o virtudes heroicas la Iglesia ha reconoci- do, pastores de la Iglesia, teó- logos y autores de espirituali- dad, sacerdotes y seminaris- tas, religiosos y religiosas, mo- vimientos eclesiales y comuni- dades nuevas, hombres y mu- jeres de cualquier condición y de todos los continentes. A to- dos Teresa les ofrece su perso- nal confirmación de que el misterio cristiano, del que es testigo y apóstol mediante la oración al convertirse, como ella afirma con audacia, en «apóstol de los apóstoles» (Ms A 56 r), debe tomarse al pie de la letra, con el mayor realismo posible, porque tiene un valor universal en el tiempo y en el espacio. La fuerza de su men- saje radica en que explica de modo concreto cómo todas las promesas de Jesús se cumplen plenamente en el creyente que acoge con confianza en su vi- da la presencia salvadora del Redentor.

11. Todas estas razones consti- tuyen un claro testimonio de la actualidad de la doctrina de la santa de Lisieux y del parti- cular influjo de su mensaje en los hombres y mujeres de nuestro siglo. Además, concu- rren algunas circunstancias que hacen aún más significati- va su designación como maes- tra para la Iglesia en nuestro tiempo.

Ante todo, Teresa es una mujer que, leyendo el Evangelio, su- po captar sus riquezas escon- didas con la forma concreta y la profunda resonancia vital y sapiencial propia del genio fe- menino. Entre las innumera- bles mujeres santas que res- plandecen por la sabiduría del Evangelio ella destaca por su universalidad.

Teresa es, además, una contem- plativa. En el ocultamiento de su Carmelo vivió de tal modo la gran aventura de la expe- riencia cristiana, que llegó a conocer la anchura y la longi- tud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (cf. Ef 3, 18- 19). Dios quiso que no perma- necieran ocultos sus secretos, por eso capacitó a Teresa para

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proclamar los secretos del Rey (cf. Ms C 2 v). Con su vida, Te- resa da un testimonio y una ilustración teológica de la be- lleza de la vida contemplativa, como total entrega a Cristo, Esposo de la Iglesia, y como afirmación viva del primado de Dios sobre todas las cosas. Su vida, a pesar de ser oculta, posee una fecundidad escon- dida para la difusión del Evangelio e inunda a la Iglesia y al mundo del buen olor de Cristo (cf. Carta 169, 2 v).

Por último, Teresa de Lisieux es ur\a joven. Alcanzó la madu- rez de la santidad en plena ju- ventud (cf . Ms C 4 r). Como tal se presenta como maestra de vida evangélica, particular- mente eficaz a la hora de ilu- minar las sendas de los jóve- nes, a los que corresponde ser protagonistas y testigos del Evangelio entre las nuevas ge- neraciones.

Santa Teresa del Niño Jesús no solo es, por su edad, la Docto- ra más joven de la Iglesia, sino también la más cercana a no- sotros en el tiempo; así se su- braya la continuidad con la que el Espíritu del Señor envía

a la Iglesia sus mensajeros, hombres y mujeres, como maestros y testigos de la fe. En efecto, a pesar de los cambios que se producen en el decurso de la historia y de las repercu- siones que suelen tener en la vida y en el pensamiento de los hombres de las diversas épocas, no debemos perder de vista la continuidad que une entre a los Doctores de la Iglesia: en cualquier contexto histórico, siguen siendo testi- gos del Evangelio que no cam- bia y, con la luz y la fuerza que les viene del Espíritu, se hacen sus mensajeros, volviendo a anunciarlo en su integridad a sus contemporáneos. Teresa es maestra para nuestro tiempo, sediento de palabras vivas y esenciales, de testimonios he- roicos y creíbles. Por eso, es amada y aceptada también por hermanos y hermanas de otras comunidades cristianas e incluso por muchos no cris- tianos.

12. En este año, en que se con- memora el centenario de la gloriosa muerte de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, mientras nos preparamos para

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la celebración del gran jubileo del año 2000, habiendo recibi- do numerosas y autorizadas peticiones, especialmente de muchas Conferencias episco- pales de todo el mundo, y ha- biendo acogido la petición ofi- cial, o Supplex Libellus, que me dirigieron el 8 de marzo de 1997 el obispo de Bayeux y Li- sieux, el prepósito general de la orden de los Carmelitas Descalzos de la Bienaventura- da Virgen María del Monte Carmelo, y el postulador ge- neral de la misma orden, deci- dí encomendar a la Congrega- ción para las causas de los san- tos, competente en esta mate- ria,, «después de haber obteni- do el parecer de la Congrega- ción para la doctrina de la fe, por lo que se refiere a la doc- trina eminente» (constitución apostólica Pastor bonus, 73), el peculiar estudio de la causa para conceder el título de Doc- tora a esta santa.

Reunida la documentación ne- cesaria, las dos citadas Con- gregaciones abordaron la cuestión en sus respectivas Consultas: la de la Congrega- ción para la doctrina de la fe el

5 de mayo de 1997, por lo que atañe a la «doctrina eminen- te», y la de la Congregación para las causas de los santos el 29 de mayo del mismo año, para examinar la especial «Po- sitio». El 17 de junio sucesivo, los cardenales y los obispos miembros de esas Congrega- ciones, siguiendo un procedi- miento aprobado por para esa ocasión, se reunieron en una Asamblea interdicasterial plenaria y discutieron la Cau- sa, expresando por unanimi- dad un parecer favorable a la concesión a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz del título de Doctora de la Iglesia universal. Dicho pare- cer me fue notificado perso- nalmente por el señor carde- nal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, y por monse- ñor Alberto Bovone, arzobis- po titular de Cesárea de Nu- midia, pro-prefecto de la Con- gregación para las causas de los santos.

Teniendo todo eso en cuenta, el pasado 24 de agosto, duran- te la plegaria del Angelus, en

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presencia de centenares de obispos y ante una inmensa multitud de jóvenes de todo el mundo, reunida en París para la XII Jornada mundial de la juventud, quise anunciar per- sonalmente mi intención de proclamar a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz doctora de la Iglesia universal con oca- sión de la celebración de la Jornada mundial de las misio- nes (en Roma).

Hoy, 19 de octubre de 1997, en la plaza de San Pedro, llena de fieles procedentes de todo el mundo, y en presencia de nu- merosos cardenales, arzobis- pos y obispos, durante la so- lemne celebración eucarística, he proclamado Doctora de la iglesia universal a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, con estas palabras: «Acogien- do los deseos de gran número de hermanos en el episcopado y de muchísimos fieles de to- do el mundo, tras haber escu- chado el parecer de la Con- gregación para las causas de los santos y obtenido el voto de la Congregación para la doctrina de la fe en lo que se

refiere a la doctrina eminente, con conocimiento cierto y ma- dura deliberación, en virtud de la plena autoridad apostóli- ca, declaramos a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, virgen, Doctora de la Igle- sia universal. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Realizado ese acto del modo debido, establecemos que esta carta apostólica sea religiosa- mente conservada y produzca pleno efecto tanto ahora como en el futuro; y que, además, según sus disposiciones se juzgue y se defina justamente, y que sea vano y sin funda- mento cuanto alguien pueda atentar contra las mismas, con cualquier tipo de autoridad, tanto conscientemente como por ignorancia.

Dado en Roma, junto a San Pe- dro, bajo el anillo del Pesca- dor, el día 19 del mes de octu- bre del año del Señor 1997, vi- gésimo de mi pontificado.

Joanncs Paulus, p.p. II

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Mensaje del Santo Padre con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo

Febrero 11 de 1998

¡Amadísimos Hermanos y Hermanas!

1. La celebración de la próxima Jornada Mundial del Enfermo, el 11 de febrero de 1998, tendrá lugar en el Santuario de Loreto. Al recordar el momento en el que el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, el lugar que ha sido elegido nos invita a fijar nuestra mirada en el misterio de la Encarnación.

En mis varias visitas a este "primer Santuario de alcance inter- nacional dedicado a la Virgen y, que durante muchos siglos ha sido el verdadero corazón mariano de la cristiandad" (Carta a Mons. Pasquele Macchi, Delegado Pontificio para el Santuario de Loreto, 15 de agosto de 1993), siempre he sentido la cercanía es- pecial de los numerosos y confiados enfermos que aquí acuden. "¿Dónde podrían ser mejor acogidos que en la casa de Aquella que las "letanías lauretanas" nos hacen invocar como "salud de los enfermos" y "consoladora de los afligidos"? (ibid).

La elección de Loreto se armoniza bien con la larga tradición de la amorosa atención de la Iglesia hacia los que sufren en el cuer- po y en el espíritu. Este lugar estimulará la oración que los fie- les elevan al Señor por los enfermos confiando en la intercesión de María. Asimismo, esta importante cita es para la Comunidad eclesial una ocasión para detenerse con devoto recogimiento an- te la Santa Casa, "imagen" de un acontecimiento y de un miste- rio fundamental cual es la Encarnación del Verbo, para acoger la luz y la fuerza del Espíritu que transforma el corazón del hom- bre en morada de esperanza.

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2. "Y El Verbo se hizo carne" (Jn 1,14). En el Santuario de Loreto, más que en otros, es posible advertir el profundo sentido de es- tas palabras del evangelista Juan. De las paredes de la Santa Ca- sa, Jesucristo, "Dios con nosotros", nos habla con especial vigor sobre el amor del Padre (cfr. Jn 3, 16), que en la Encarnación re- dentora encontró su más alta manifestación. Buscando al hom- bre, Dios mismo se ha hecho hombre, estableciendo un puente entre la trascendencia divina y la condición humana. "Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de mismo... obedeciendo hasta la muerte de cruz" (Flp. 2, 6-8). Cristo no ha venido para eliminar nuestras penas, sino para compartirlas y, asumiéndolas, darles un valor salvífico: haciéndose partícipe de la condición humana, con sus límites y sus dolores, El la ha redimido. La salvación realizada por El, ya prefigurada en las curaciones de los enfermos, abre horizontes de esperanza a quienes se encuentran en la difícil esta- ción del sufrimiento.

3. "Por obra del Espíritu Santo". El misterio de la Encarnación es obra del Espíritu, que en la Trinidad es "la Persona-amor, el don increado... fuente eterna de toda dádiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la gra- cia" (Carta Ene. Dominum et vivificantem 44). A El ha sido dedi- cado el año 1998, segundo de preparación inmediata al Jubileo del 2.000.

Infundido en nuestros corazones, el Espíritu Santo hace que sin- tamos de manera inefable al "Dios cercano" que Cristo nos ha revelado: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Pa- dre! (Gal. 4, 6). El es el verdadero custodio de la esperanza de to- das las criaturas humanas y, de manera especial, de aquellas que "poseen las primicias del Espíritu" y "anhelan la redención de su cuerpo" (cfr. Rm 8, 23). Como proclama la Secuencia litúrgi- ca de la Solemnidad de Pentecostés, en el corazón del hombre el

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Espíritu Santo se convierte en verdadero "padre de los pobres, dador de dones, luz de los corazones"; se vuelve "dulce hués- ped del alma" que da "descanso" en la fatiga, "reparo" en el "ca- lor" del día, "consuelo" en las inquietudes, en las luchas y peli- gros de todo tiempo. Es el Espíritu que da al corazón humano la fuerza para afrontar las situaciones difíciles y para superarlas.

4. "En el seno de la Virgen María". Al contemplar las paredes de la Santa Casa, nos parece escuchar aún el eco de las palabras con las cuales la madre del Señor dio su consentimiento y su coope- ración en el proyecto salvífico de Dios: heme aquí, el abandono generoso; fiat, la sumisión confiada. Siendo capacidad pura de Dios, María hizo de su vida una cooperación constante en la obra salvífica realizada por su Hijo Jesús.

En este segundo año de preparación al Jubileo, debemos con- templar e imitar a María "sobre todo como la mujer dócil a la voz del Espíritu, mujer del silencio y de la escucha, mujer de es- peranza, que supo acoger como Abraham la voluntad de Dios "esperando contra toda esperanza" (Rm 4, 18)" (Ex. ap. Tertio millennio adveniente, 48). Cuando se declaró esclava del Señor, Ma- ría sabía que se ponía al servicio de su amor hacia los hombres. Mediante su ejemplo Ella nos ayuda a comprender que la acep- tación incondicional de la soberanía de Dios pone al hombre en una actitud de total disponibilidad. De este modo, la Virgen se convierte en "modelo" de la atención vigilante y de la compa- sión hacia el que sufre. Después de haber acogido con generosi- dad, el mensaje del Angel, tiene un significado especial el hecho de que inmediatamente la Virgen se dirigió para servir a Isabel. Más tarde, ante la situación embarazosa de los esposos en Caná de Galilea, captará su petición de ayuda, convirtiéndose así en el reflejo elocuente del amor benévolo de Dios. El servicio de la Virgen encontrará su manifestación máxima al participar en el sufrimiento y en la muerte de su Hijo cuando, a los pies de la cruz, acogerá la misión como Madre de la Iglesia.

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Contemplando a la Virgen, Salud de los enfermos, muchos cristia- nos han aprendido a lo largo de los siglos a revestir de ternura materna su asistencia a los enfermos.

5. La contemplación del misterio de la Encarnación, que nos re- cuerda con tanta inmediatez la Casa de Loreto, hace revivir la fe en la obra salvífica de Dios, que ha liberado en Cristo al hombre del pecado y de la muerte y ha abierto el corazón a la esperanza de cielos nuevos y de tierra nueva (cfr. 2P 3, 13). En un mundo lacerado por sufrimientos, contradicciones, egoísmos y violen- cias, el creyente está convencido de que "la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto" (Rm 8, 22) y, a través de la palabra y de la vida, asume el compromiso de ser testigo de Cristo resucitado.

Por esta razón, en la exhortación Apostólica Tertio millennio ad- veniente he invitado a los creyentes a valorar "los signos de es- peranza presentes en este final de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos", y a poner par- ticular atención en "los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida hu- mana" (n. 46). Sin embargo, los resultados positivos obtenidos para eliminar las enfermedades y aliviar los sufrimientos no de- ben hacernos olvidar las numerosas situaciones en las que se ig- nora y atropella el valor central y la dignidad de la persona hu- mana, como sucede cuando se considera la Sanidad en términos de lucro y no de servicio solidario, cuando se deja sola a la fami- lia ante los problemas de la salud o cuando las personas más dé- biles de la sociedad se ven obligadas a soportar las consecuen- cias de un injusta falta de atención y de discriminaciones.

Con ocasión de esta Jornada Mundial del Enfermo deseo animar a la Comunidad eclesial a renovar el compromiso para transfor- mar la sociedad humana en una "casa de esperanza", en colabora- ción con los creyentes y los hombres de buena voluntad.

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6. Este compromiso requiere que la Comunidad eclesial viva la co- munión: solo donde los hombres y las mujeres, mediante la es- cucha de la Palabra, la oración y la celebración de los sacramen- tos, se vuelven "un corazón y un alma sola", se desarrolla la so- lidaridad fraterna y se progresa compartiendo los bienes, y se cumple lo que san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto: "si sufre un miembro, todos los demás sufren con él (1 Co 12, 26).

La Iglesia, mientras se prepara al Gran Jubileo del 2.000, está lla- mada a intensificar sus esfuerzos para traducir en proyecto con- creto la comunión sugerida por las palabras del Apóstol. Las diócesis, las parroquias y todas las Comunidades eclesiales han de hacer lo posible para presentar los temas de la salud y de la enfermedad a la luz del Evangelio; han de animar la promoción y la defensa de la vida y de la dignidad de la persona humana, desde su concepción hasta su fin natural; deben realizar de ma- nera concreta y visible la opción preferencial por los pobres y los marginados y, entre éstos, dedicar una amorosa atención a las víctimas de las nuevas enfermedades sociales, a los minusváli- dos, a los enfermos crónicos, a los moribundos y a los que a cau- sa de desórdenes políticos y sociales están obligados a dejar su tierra y a vivir en condiciones precarias e incluso inhumanas.

Las comunidades que saben vivir la auténtica diaconía evangéli- ca, viendo en el pobre y en el enfermo "a su Señor y Patrón", son el anuncio valeroso de la resurrección y contribuyen a renovar eficazmente la esperanza "en la llegada definitiva del Reino de Dios".

7. Queridos enfermos, en la Comunidad eclesial se os reserva un puesto especial. La condición de sufrimiento en la que vivís y el anhelo de recuperar la salud os hacen particularmente sensibles al valor de la esperanza. Confío a la intercesión de María vues- tra aspiración al bienestar del cuerpo y del espíritu y os exhorto a iluminarla y a elevarla con la virtud teologal de la esperanza, don de Cristo.

III

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Ella os ayudará para que otorguéis un significado nuevo al su- frir, transformándolo en camino de salvación, en ocasión de evan- gelización y redención. En efecto, "el sufrir puede tener también un significado positivo para el hombre y para la misma socie- dad, llamado como está a convertirse en una forma de participa- ción en el sufrimiento salvador de Cristo y en su alegría de re- sucitado y, por tanto, una fuerza de santificación y edificación de la Iglesia" (Christifideles laice, 54; cfr. Carta Ene. Salvifici dolo- ris, 23). Modelada en aquella de Cristo y habitada por el Espíri- tu Santo, vuestra experiencia del dolor proclamará la fuerza vic- toriosa de la Resurrección.

8. Naturalmente, la contemplación de la Santa Casa nos lleva a detenernos en la Familia de Nazaret, en la que no faltaron las pruebas: en un himno litúrgico se le llama "experta en el sufrir" (Breviario Romano, Oficio de las Lecturas en la solemnidad de la Sagrada Familia). Sin embargo, la "santa y dulce morada" (ibid) vivía también en la alegría del más límpido gozo.

Mi deseo es que de esa morada llegue a cada familia humana, herida por el sufrimiento, el don de la serenidad y de la confian- za. Al mismo tiempo que invito a la Comunidad eclesial y civil a ocuparse de las difíciles situaciones en las que se encuentran muchas familias bajo el peso impuesto por la enfermedad de un pariente, recuerdo que el mandamiento del Señor de visitar a los enfermos está dirigido en primer lugar a los familiares del enfer- mo. La asistencia a los familiares enfermos, realizada con un es- píritu de amorosa donación de y sostenido por la fe, por la oración y por los sacramentos, puede transformarse en instru- mento terapéutico insustituible para el enfermo y ser para todos ocasión para descubrir preciosos valores humanos y espiritua- les.

9. En este marco, dirijo un pensamiento especial a los agentes sa- nitarios y de la pastoral sanitaria, a los profesionales y voluntarios,

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que viven continuamente al lado de las necesidades de los en- fermos. Deseo animaros para que mantengáis siempre un eleva- do concepto de la tarea que os ha sido confiada y nunca os de- jéis abrumar por las dificultades y las incomprensiones.

Estar comprometidos en el mundo sanitario no solo quiere decir combatir el mal, sino sobre todo promover la calidad de la vida humana. Asimismo, el cristiano, consciente de que la "gloria de Dios es el hombre viviente", honra a Dios en el cuerpo humano tanto en sus aspectos exaltantes de fuerza, de vitalidad y belle- za como en aquellos de fragilidad y de desmoronamiento. Pro- clama siempre el valor trascendente de la persona humana, cu- ya dignidad permanece intacta no obstante la experiencia del dolor, de la enfermedad y del avanzar de los años. Gracias a la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte, espera con confianza en el momento en el que el Señor "transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a todas las cosas" (Flp 3, 21).

Contrariamente a los que "no tienen esperanza" (cfr. 1 Ts 4, 13), el creyente sabe que la estación del sufrir representa una ocasión de vida nueva, de gracia y de resurrección. Expresa esta certeza por medio del compromiso terapéutico, la capacidad de acogida y de seguimiento, la participación a la vida de Cristo comunica- da en la oración y en los sacramentos. Ocuparse del enfermo y del moribundo, ayudar al hombre exterior que se va desmoronan- do, para que el hombre interior se renueve cada día (cfr. 2 Co 4, 16), ¿no es quizás cooperar en el proceso de resurrección que el Se- ñor ha puesto en la historia de los hombres con el misterio pas- cual y que encontrará su plena realización al final de los tiem- pos? ¿No es dar razón de la esperanza (cfr. 1 P 3, 15) que nos ha sido dada? En cada lágrima enjugada está presente el anuncio de los tiempos últimos, un anticipo de la plenitud final (cfr. Ap 21, 4 e Is 25, 8).

Consciente de esto, la Comunidad cristiana hace todo lo que es-

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a su alcance para asistir a los enfermos y promover la calidad de vida, colaborando con todos los hombres de buena voluntad. Ella realiza su delicada misión al servicio del hombre tanto en la confrontación respetuosa y firme con las fuerzas que expresan diferentes visiones morales, como en su contribución laboriosa a la legislación sobre el ambiente, en el apoyo a una distribución equitativa de los recursos sanitarios y en la promoción de una mayor solidaridad entre pueblos ricos y pobres (cfr. Terüo millen- nio adveniente, 46).

10. Confío a María, consoladora de los afligidos, aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu, al igual que los agentes sa- nitarios y todos cuantos generosamente se dedican a la asisten- cia de los enfermos.

A Tí, Virgen lauretana, confiados, dirigimos nuestra mirada.

A Tí, "vida, dulzura, esperanza nuestra", pedimos la gracia de saber esperar el alba del tercer milenio con los mismos sentimientos que vi- braban en tu corazón, mientras esperabas el nacimiento de tu Hijo Je- sús.

Que tu protección nos libere del pesimismo, haciéndonos entrever en medio de la sombras de nuestro tiempo las huellas luminosas de la presencia del Señor.

A tu ternura de madre confiamos las lágrimas, los suspiros y las es- peranzas de los enfermos. Te pedimos que descienda, sobre sus heridas, benéfico, el bálsamo de la consolación y de la esperanza y que, unido al de Jesús, su dolor se transforme en instrumento de redención.

Que tu ejemplo nos guíe para que nuestra existencia sea una conti- nua alabanza al amor de Dios. Haz que seamos atentos a las necesida- des de los demás, solícitos para ayudar a los que sufren, capaces de acompañar al que está solo, constructores de esperanza allí donde se consuman los dramas del hombre.

En cada etapa, alegre o triste, de nuestro camino, con amor de ma- dre, muéstranos a "tu Hijo Jesús, ¡oh clemente, oh pía, oh dulce Virgen María!. Amén.

En Vaticano, 29 de junio de 1997, solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Joannes Paulus, p.p. 11

Documentos del CELAM

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La Misión Eucarística de María en la Historia de la Salvación

Deseamos exponer el tema en dos partes principales: La misión de María en la Historia de la Salvación; y su misión específica- mente eucarística, dentro de esa Historia. Así intentamos unir los dos grandes motivos de este Congreso Eucarístico-Mariano. Nos basaremos en la mariología de Adriana de Espira (Adrien- ne von Speyr)1, siguiendo la altísima apreciación y el uso cons- tante que de este aporte eclesial ha hecho el Cardenal Urs von Balthasar2 en toda su obra teológica. El no había dudado en afir- mar que tal aporte era capaz no solo de ayudar a revitalizar la mariología, en gran parte venida a menos, sino también de abrirle nuevos caminos de fecundidad3. Uno de ellos nos pare- ce ser el de la meditación sobre la Eucaristía, que permite pro- yecciones importantes sobre la situación de nuestro catolicismo latinoamericano.

1 . María en la Historia de la Salvación

Debemos partir del centro de toda la Historia de Salvación que es la Encarnación de la Palabra de Dios, del Hijo Eterno del Pa- dre, como Hijo de María. Ella, con su palabra humana, con su

1 Cfr. sobre todo sus libros: Magd des Herrn (Johannes Verlag, Einsiedeln 1948: en español: La Esclava del Señor. Ediciones Encuentro, Madrid 1991); y María in der Erlósung (Johannes Verlag, Einsiedeln 1979).

2 Cfr. sus introducciones a las dos obras citas de Adriana. También su obra so- bre ella: Erster Blick auf Adrienne von Speyr (Johannes Verlag, Einsiedeln 1968); allí explica por qué el punto de partida de toda esta teología se en- cuentra en el de María (que es el principal objeto del primer libro de Adriana), como respuesta primigenia a la Palabra de Dios que interpela al hombre: pp. 44-51.

3 Cfr. Introducción a María in der Erlósung (=MidE) p.4.

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(Fiat), lo concibe por el Espíritu Santo como a Redentor de la hu- manidad entera. En este centro de toda la historia de Dios con los hombres están Jesús y María, el Hijo y la Madre, indisoluble- mente unidos.

1.1 La permanente unión de María con Jesús

Se trata del nuevo Adán y de la nueva Eva, como lo han dicho de tantos modos los Padres de la Iglesia. Jesús y María constitu- yen el nuevo (el verdadero) principio de la humanidad, creada en la dualidad de varón y mujer. Este nuevo principio es reden- tor: opera una redención que no pretende solo restablecer la creación originaria, desde la auténtica realización de lo humano en lo masculino y lo femenino, sino elevarla a aquella dimensión sobrenatural que es la meta de todos los designios divinos des- de antes de la creación del mundo. "Cristo no es solo el Adán re- cuperado; él es Dios. María no es solo la reintegración de Eva; ella es madre de Dios"4. El proyecto original por el que Dios quiere comunicarse a la humanidad se realiza solo en la relación de lo masculino del Hijo Jesús y de lo femenino de María, como virgen, madre y esposa. Naturalmente, al Hijo está subordinada la Madre en todos los niveles y etapas del proyecto.

Desde esta unidad de Hijo y Madre se entiende la misión de Ma- ría a lo largo de toda la Historia de Salvación5: el eje lo constitu- ye la Encarnación. En el comienzo encontramos la protohistoria:

4 MidE 33 (las traducciones son mías).

5 Aquí está, como dice von Balthasar, "aquella necesaria unidad de Madre e Hijo -radicada tanto en la naturaleza cuanto en el orden de la gracia- que se vislumbra hasta en sus más ocultos fundamentos: en el etemo designio sal- vador del Dios trino, en el despliegue de la historia de salvación antes y después de la encarnación de Cristo, sin perder nunca de vista lo absoluta- mente concreto de la relación entre Madre e Hijo, esta madre y este hijo, y la personalidad única, muy concreta de María" (MidE 3).

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creación del mundo y de la humanidad. Después viene el tiem- po de las antiguas alianzas, estructurado él mismo en diversas etapas. Desde la Encarnación, y como plenitud de los tiempos, se desarrolla la vida temporal del Señor, que culmina en la "ho- ra" de su muerte sacrificial y de su descenso a los infiernos. Si- guen los cincuenta días desde su resurrección hasta la ascensión y la venida del Espíritu. Después es el tiempo de la Iglesia, an- tes de que llegue el fin de los tiempos. Y así, a cada paso, en el plan de Dios, están entrelazados Jesús y María.

Ahora bien, para entender la misión de María hay que colocar- se en el abrirse mismo de la plenitud de los tiempos, cuando el Padre envía su Palabra, que encuentra como respuesta en el Es- píritu la Palabra de María, por la que ella ofrece todo su ser fe- menino, alma y cuerpo, para colaborar en la obra del Hijo y, an- te todo, para engendrar humanamente a ese Hijo Eterno. Desde allí quedan para siempre unidos el Hijo y la Madre en la misión redentora, que se realiza en la vida terrena de Jesús, en su muer- te y en su glorificación. Esto explica el papel que a María le re- conocen los escritos del Nuevo Testamento y la traición teológi- ca, en la vida oculta de Jesús, en su vida pública desde Caná, en las menciones y alusiones a la Madre que contienen los Evange- lios, hasta que llega su "hora" al pie de la Cruz; y más allá, en la comunicación misteriosa del Resucitado a su Madre, en Pente- costés, en la Asunción a los cielos y en la visión escatológica.

Después de la Ascensión del Hijo y de la Asunción de la Madre, existe entre ellos dos una unidad consumada que nos permite plantear, según Adriana de Espira, el tema eucarístico, propio de nuestro trabajo. El planteamiento se hace desde la perspecti- va de la kenosis de Cristo, en la que María está presente, dentro de la dialéctica de un cierto velarse y desvelarse, encubrirse y descubrirse, que atraviesa todas las etapas de la historia de sal- vación. "Desde ese punto elevado [del Hijo que asume a la Ma-

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dre en su plena glorificación] podemos caer en cuenta de que aquí abajo el Hijo en cierto modo se retira [para hacer sitio a la Madre]: en una visión retrospectiva, lo vemos retirarse por el es- condimiento de las profecías; y hacia adelante, en visión pros- pectiva, por el escondimiento de la Eucaristía y de la existencia de la Iglesia. Y este retirarse es como para que se nos muestre mejor la dimensión mariana en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, con aquella forma particular de mostrase [tan humilde, tan femenino y tan corpórea] que posee María, así en las profe- cías como en la Iglesia. ...Por supuesto, también en este oculta- miento tiene el Hijo la conducción de todo: si él quiere quedar como latente [latens deitas] en la perfecta unidad con el Padre y con el Espíritu, eso es para dejar salir a luz la dimensión de la madre y hacérnosla patente. No podríamos pensarla a ella ni un instante sin él; pero precisamente porque ella, [participando en la kenosis] en cuanto mujer, gusta tanto de esconderse y ocultar- se, quiere el Hijo que se manifieste lo que está contenido desde siempre en ese escondimiento de María"6.

Y lo que allí está contenido es una realidad referida a su cuerpo de mujer y de madre, de donde toma cuerpo el Hijo del Padre Eterno, la Palabra de Dios, por la acción del Espíritu Santo. Si desde la glorificación del Rey y de la Reina vemos hacia atrás, encontramos como una derivación de la corporeidad femenina de María: fue esta feminidad la que quedó asumida por la Pala- bra divina en Eva y en todas las mujeres investidas de significa- do profético, dentro de la anterior historia del Antiguo y del Nuevo Testamento; y si desde la Asunción y la Ascensión ve- mos hacia adelante, también encontraremos una derivación de la corporeidad de María en el cuerpo eucarístico de Jesús Resu- citado, cuerpo tomado de María, que es también el cuerpo de su esposa la Iglesia, de quien María es no solo modelo, sino co- mienzo y perfección.

6 MidE30.

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1.2 Relación de María con la Redención

¿Cómo es posible que esta realidad mañana se extienda antes y después de la existencia terrena de María, a lo largo de la histo- ria de la salvación? Ella, según el plan del Padre y por la obra del Hijo, es la pre-redimida, la que actúa de algún modo ya des- de el comienzo de la creación y seguirá actuando después de su Asunción al cielo, aunque en ambos casos de modo misterioso. La palabra de su es fundamental para toda la historia de sal- vación: esa palabra por la que ella se hace disponible sin limita- ción ninguna, encerrando toda la humanidad en su ofrenda a Dios, plasmada de modo perfecto e incomparable en su cuerpo femenino. Y el Hijo, basándose en la pre-redención de la Madre, tiene la posibilidad de disponer como quiera del por el que ella ofrece su existencia femenina en alma y cuerpo; disponer aun antes de que ella nazca (y por supuesto también después de su existencia terrena), más allá de todo lo que ella conozca o pre- tenda explícitamente con su Sí.

En las figuras femeninas del Antiguo Testamento "hay mucho más que una prefiguración de María, porque ella ya [entonces] está redimida en todo el sentido de la palabra, puesto que exis- te ya un acto positivo y concreto [de Dios] que fundamenta su ser, ser que por otra parte co-fundamenta el ser del Hijo sobre la tierra, de ese Hijo que realiza toda la salvación, incluida la de Adán y Eva. De prefiguración puede hablarse en cuanto María es al mismo tiempo la esposa de Cristo, la Iglesia venidera"7, que se prefigura en aquellas figuras femeninas del Antiguo Tes- tamento y de los Evangelios.

Hay, pues, un repartirse 'corporalmente' de María hacia atrás por obra del Hijo, en la historia salvífica y lo hay también hacia

7Ibidem

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adelante; y este repartirse lleva el sello de la redención y del cuerpo redimido: María es como el puente o el lazo entre la crea- ción caída y la redimida (no solo la creación espiritual sino tam- bién la corporal). Es un lazo tan fuerte, "que la redención la ne- cesita a ella [María] como colaboradora [corred entora]. Y pues- to que la redención es restablecimiento de la verdadera creatu- ra, no puede separarse al ser co-redimido del ser co-creado. Ma- ría solo está presente [como en anticipo] el día de la primera creación; pero se le concede ayudar a crear, cada vez que se trata de corregir la creación caída, levantando de nuevo a Eva. Para hacerse capaz de esto, María nació sin pecado original, fue concebida en aquella gracia que poseían Adán y Eva antes de la caída, y también en aquella gracia que el Hijo posee y de la que hace participar a su Madre. Pero para hacerla a ella colaborar verdaderamente en la redención, tiene el Hijo que repartir la esencia [espiritual y corporal] de María ya en el Antiguo Testa- mento. El no quiere solamente actuar por mismo sobre Adán, sino también por María sobre Eva. No solo el varón ha de ser re- dentor y redimido, sino también la mujer será originariamente redimida y por tanto corredentora. Y así como Adán y Eva ha- bían pecado entre los dos, así también, en otro plano, el Hijo y la Madre tiene que redimir entre los dos. Aplican la obra de re- dención allí donde sucedió el pecado original. Adán fue atraído por Eva hacia el pecado y María fue atraída por Cristo a la re- dención".

"Pero si Eva fue desobediente por su propia autonomía, María en cambio queda incluida en la autonomía de la obediencia de su Hijo. El Hijo es quien actúa, María solo consiente. Si el Hijo es obediente al Padre hasta la muerte, también hace recaer sobre la redención esta obra de su obediencia. Si María consiente por obediencia, esto lo hace en cuanto el Hijo la introduce en su pro- pia obediencia, con un dejar hacer que entrega al Hijo toda la ac- ción y solo en la pasividad colabora con la redención. Así tam-

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bién el morir redentor del Hijo puede reconocerse externamen- te en su acción dramática, mientras que el sufrimiento de la Ma- dre queda oculto, pues ella tiene su modo de obediencia: aun en su co-redimir tan solo dejar hacer. ...Lo esencial para entender la co-redención de María es que el Hijo dispone de ella en una manera divina, mucho más allá de lo que haya habido en la na- turaleza y en la conciencia de ella. El usa el de ella como le place, le confiere su propio peso divino para repartirlo, antes y después, a través de los tiempos"8.

Esta colaboración típicamente femenina de María, en la historia de salvación, es muy concreta: se refiere a la corporal de la mu- jer, que es todo concreto. Y "tiene que ver con el hecho de que lo femenino es más velado que lo masculino y que el varón tiene que experimentar en la mujer lo concreto de su relación mutua. ... El varón tiene que saber; la mujer tiene que ser, para que el varón sea, [para que el varón sepa] y para que cumpla su mi- sión. Y con frecuencia acaece que cuanto más espiritual es la mi- sión del varón, tanto más conc/eto y corporal tiene que ser lo que le sucede a la mujer. ...Si el cristianismo no necesitara de lo concreto [corporal], María hubiera podido concebir de algún modo en su espíritu, estar preñada en su espíritu y en su espíri- tu dar a luz, llevar también espiritualmente a este Hijo del Espí- ritu. Pero en realidad, por más cubierta que estuviera por la sombra del espíritu, tenía que llevar y dar a luz humanamente al Hijo encarnado como hombre. Tenía que sentir en su cuerpo el peso del niño, sentirlo en sus brazos después del nacimiento. Hay, pues, un punto en que a ella la encontramos tan carnal co- mo a Eva. Y si su carne era indispensablemente necesaria para formar al Hijo, si el Hijo se dejó meter en el cuerpo de ella por el Espíritu para hacerse carne y no mero producto de una idea, en- tonces el tener cuerpo significará siempre para todos los cristia-

8 Ibid. 33-34.

2

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nos no solo algo concreto, sino algo indispensablemente necesa- rio para explicar, comprender y captar el cristianismo"9.

Estas últimas consideraciones nos llevan por mismas hacia adelante, después de la Ascensión y la Asunción, hacia la visión de la Eucaristía en la vida de la Iglesia, donde el ocultamiento de Cristo significa un dejar que salga a luz esa corporeidad pro- veniente de María y moldeada por su feminidad, que lo hace presente a él con su obra redentora.

2. La misión de María en el misterio eucarístico

La presencia del Resucitado en su Iglesia se da de manera pri- maria y plenísima en la Eucaristía, es decir en su mismo cuerpo físico, tomado de María, pero oculto en esa forma propia de ocultarse, tan mariana, que encontramos en las especies alimen- ticias del pan y del vino. Se trata además de su cuerpo físico que es cabeza de su cuerpo místico, y esta cabeza se oculta en cierto modo dentro de la totalidad de un cuerpo invisible, el de la Igle- sia, del que María es plenitud y modelo. Por otra parte debemos considerar el acto de la celebración eucarística como memorial del sacrificio de Cristo, que culmina en la comunión: acciones éstas con que la Iglesia reproduce en el misterio (=en el oculta- miento) esa acción corredentora de María, a la que hemos aludi- do más arriba.

2.1 Ave verum corpus natum ex María Virgine

"Hágase en según tu palabra": esta fue la palabra de María, su Fiat incondicional a la Palabra de Dios que el ángel le anun- ciaba, a esa Palabra que existía desde el principio en Dios. La Pa- labra se hace carne en ella, pero ella a su vez lleva esta encarna-

9 Ibid. 34-35.

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ción de la Palabra divina en su propia palabra humana, en su Fiat, como palabra de su carne virginal puesta al servicio del Hi- jo. Al pronunciar María esta palabra por obra del Espíritu, la unió para siempre -corporal y espiritualmente- a la palabra es- piritual y corporal del Hijo. María quedó unida con el Hijo divi- no en la unidad de una existencia terrenal, que no podía perma- necer en la transitoriedad. Por eso, cuando el Hijo volvió al cie- lo, no dejó sola a su Madre: la llevó consigo para que siguiera vi- viendo con la palabra Fiat dentro de misma, esa palabra que ahora actúa, corporal y espiritualmente, como y cuando el Hijo- Palabra lo quiere10.

La unidad consumada entre el Hijo y la Madre, de que estamos hablando, es indisoluble; y se da en el espíritu y en la carne. El Hijo nunca se desligará de su Madre, tampoco en relación con su propio cuerpo. Así pues, cuando en la eucaristía regala él su carne y su sangre, se trata entonces de su cuerpo glorioso, pero es el mismo cuerpo que recibió de su Madre y que por ella fue gestado, formado y alimentado, ese cuerpo concebido por ella del Espíritu Santo para entregarlo a la humanidad. La eucaristía siempre será una conmemoración del Fiat, de la palabra de la Madre y de su gesta al Hijo, porque en la carne de él siempre es- tará la impronta de la carne de ella11.

Pero hay más en este misterio: Así como el Hijo, por su encarna- ción, no se desvincula del Padre y del Espíritu en la unidad de la Trinidad, así tampoco, de manera análoga, podrá nunca des- vincularse de la humanidad a la que por su encarnación se ha unido: a esa humanidad constituida desde luego- por la 'carne de pecado', pero también y sobre todo por la carne inmaculada de María. Y lo que decimos de la naturaleza humana y divina de

lOCfr. ibid.60 11 Cfr. ibid. 60-61

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Cristo, vale también en el misterio de su presencia y acción eu- carística. También ésta permanece como en el medio de la hu- manidad, indisolublemente vinculada con María, por una parte, y con los pecadores, por otra12.

El fundamento de esta doble vinculación es el mismo: la miste- riosa necesidad de que el Hijo haga redención de la humanidad asumiendo esa misma carne que debe quedar redimida; y, por tanto, la necesidad de que esta carne redentora de Jesús sea asu- mida de María, la prerredimida y corredentora (en el sentido ya explicado). Pero después de la Ascensión del Hijo y de la Asun- ción de la Madre, la carne y sangre redentoras son cuerpo de co- mer y beber, cuerpo destinado a ser alimentado para la vida del mundo, cuerpo que solo desvela su corporeidad en lo material del símbolo y queda oculto en la realidad espiritual de este mis- mo alimento. Y en este misterioso ocultarse podemos sentir la humildad de la carne inmaculada de María, esclava del Señor, servidora en la mesa de los hermanos pecadores del Señor. Por eso también podemos sentir aquí, en María, a la Iglesia.

2.2 El cuerpo eucarístico de Cristo en la Iglesia-María

Al concebir María al Hijo de Dios por su Fiat de fe, había recibi- do el Espíritu y se había dejado cubrir por su sombra. Por este acto se quitó ella la propiedad de su cuerpo, y la transfirió al Es- píritu Santo, quien mora en ese cuerpo como Señor. María dejó que por el Espíritu se obrara en ella la transformación de la Vir- gen en Madre virgen. Al dar ella a luz un hijo, es éste un hijo hu- mano, "el hijo del hombre", madurado en su seno y nacido de ella; pero no por ser hijo del hombre deja de ser el hijo eterno de Dios. Y por ser el hijo divino, su corporeidad, al entrar en con- tacto con la de su madre, al encontrase hasta casi confundirse

12 Cfr. ibid. 61

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con la de ella, le confiere un carácter muy particular: el cuerpo de María llega a ser como un "cuerpo de Cristo", en cuanto que él se sirve de ese cuerpo como del suyo propio, pues ella -por su docilidad al Espíritu- deja obrar en misma cualquier transfor- mación13.

Este encuentro transformador del cuerpo de Cristo con el de María tiene, como todos los misterios de la vida del Señor, un valor permanente. Y permanece también cuando María, por obra del Espíritu, se consagra no solo como Madre del Señor si- no también como su Esposa eclesial. Ya en la encarnación del Hijo, al ser ella cubierta por la sombra del Espíritu, había recibi- do la disposición para ser Esposa, para encamar la Iglesia. Y cuando el Hijo ha vuelto al padre, y el Espíritu desciende sobre los apóstoles reunidos con ella, recibe la consagración de su nue- va misión eclesial: allí empieza lo definitivo de su ser en la Igle- sia.

Entonces ella no es ya solo un miembro del cuerpo de Cristo (el más excelso); llega a ser también, en cierto sentido, la corporei- dad íntegra del Señor. Todo esto, por causa de su permanente vinculación constitutiva con el cuerpo de Cristo. En la cruz, es- te vínculo corporal se había vuelto una íntima relación corre- dentora; o mejor, había descubierto ese carácter corredentor que ya existía en el Sí, en el Fiat de la Madre, y que era conocido des- de el principio por el Hijo, aunque no lo fuera por ella. La trans- formación de la Virgen en Madre virgen, que pudo realizarse en su Fiat por causa de su fe, conllevaba también la transformación de un simple 'miembro' de Cristo en el 'cuerpo entero de Cris- to'. Así se fundamenta igualmente su transformación en cuerpo eclesial de Cristo; y -en definitiva- se prepara también aquella transformación en cuerpo eucarístico de Cristo que cada cristia-

13 Cfr. ibid. 58-59

ó

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no deberá recibir, por participación en el misterio de la Madre. [Es esa transformación a la que San Agustín se refiere, hablando del misterio eucarístico: "comemos aquello que somos: cuerpo de Cristo"]. Porque, en realidad, solo por participar de la corpo- reidad de Cristo en la Eucaristía, pueden los cristianos llegar a ser miembros de Cristo, uno por uno14.

2.3 Relación eclesial de María con el sacerdocio de los cristianos

Desde su glorificación a la diestra del Padre y desde el envío del Espíritu Santo prometido a los apóstoles, el Señor Jesús ejerce su misión redentora a través de su Iglesia. La ejerce de modo cul- minante, como lo enseña el Concilio Vaticano n, en la eucaristía, ese misterio de gracia, ese sacramento resumen de nuestra fe, que el Señor nos dejó para hacerlo en memoria suya. Por el don de la eucaristía, por esta acción memorial, reciben los cristianos, como Iglesia, el participar del cuerpo redentor de Cristo, el lle- gar a ser ellos mismos cuerpo de Cristo, cuerpo corredentor pa- ra la vida del mundo. Pero la participación de los bautizados en la eucaristía se da de acuerdo con la misión de cada uno en la Iglesia: hay una actuación que compete al colegio episcopal y a sus íntimos colaboradores, los presbíteros, con una misión que continúa la de los apóstoles; y hay una actuación que correspon- de a la misión bautismal y crismal, común a todos los fieles. Con ambas actuaciones tiene que ver el papel de María en la eucaris- tía, según su misión de "Madre de la Iglesia".

Desde la encarnación y de acuerdo con su ser de pre-redimida, María era ya como una pre-Iglesia, el proyecto modélico y la realización eximia de lo que tenía que ser la Iglesia. Era Madre de Cristo y empezaba a ser su Esposa mística, como se descubri-

14 Cfr. ibid. 59-60

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ría en Caná y se consagraría al pie de la Cruz. Anunciaba ya, en cuanto Inmaculada, esa Iglesia-Esposa, sin mancha ni arruga, comprada con la sangre del Esposo. Tenía, desde la encarnación del Hijo, y en su papel de Madre, el cargo y el oficio de ir encar- nando la Iglesia, como cuerpo y esposa del Hijo divino. Pero desde que el Hijo instituye el colegio apostólico y desde que el Padre lo consagra con el envío del Espíritu, María pone a la dis- posición de los apóstoles este cargo y oficio. Es lo que se signifi- ca en el acontecimiento de Pentecostés, cuando los apóstoles re- ciben con ella el Espíritu Santo para su nueva misión eclesial, a través de la cual se ejerce la misión del mismo Señor Jesucristo. No es que ella reciba más de ese Espíritu que cada uno de los apóstoles; recibe todo el Espíritu, como cada apóstol lo recibe, pero no para ejercer el mismo cargo oficial de ellos, sino para servicio del cargo de todos ellos, que a su vez se ordena al ser- vicio de todo el mundo; y esto lo cumple María según su nueva misión en la Iglesia, típicamente femenina, de madre y esposa15.

De acuerdo con esto, el papel eu caris tico de María empieza a cumplirse en la relación estrecha que ella tiene con la actuación del sacerdocio ministerial, que en la eucaristía representa a Cris- to en su función de cabeza y esposo de la Iglesia. María, como mujer en la Iglesia, ha trasladado a los apóstoles y a sus suceso- res y colaboradores en el ministerio el encargo de ser quien ofre- ce al Padre la víctima en el altar de su propio cuerpo. Ese encar- go lo tuvo ella como pre-Iglesia y ahora su función es estar sir- viendo a los sacerdotes ordenados en la Iglesia, como madre y como modelo, y por cierto con su don femenino, que tanto falta nos hace a los varones elegidos para ese ministerio.

Por supuesto, también es modelo de la acción eucarística que debe realizar cada uno de los demás fieles, y es en esto madre

15Cfr. ibid. 56

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para cada uno, según la propia condición y el propio lugar de cada uno en la Iglesia. Por eso, de cada cristiano y cristiana que participa en la acción eucarística plenamente, incluyendo la co- munión sacramental (que es sacramento de toda otra forma de comunión eclesial) vale el siguiente enunciado: "Ya que la Igle- sia es esposa de Cristo, esposa que salió de María como de su cé- lula original, no hay ninguna comunión [eucarística] en la Igle- sia que sea indiferente para la Madre. María está presente cada vez que se recibe el cuerpo del Señor. Y cada vez se alegra de nuevo, puesto que ella comunica a quien lo recibe algo de su propia manera [materna y esponsal] de acogerlo."16

Hay que resaltar en particular la vinculación mariana de los sa- cerdotes ministeriales en la acción eucarística, de acuerdo con todo lo anterior. María está estrechamente vinculada con ellos: "lo está como Madre del Señor, como servidora del Señor, como esposa del Señor y como modelo original de la Iglesia, como en- cargo eclesial que se ha trasladado a ellos, y también como quien hace que dentro de la semilla del Padre se convierta en el Hijo hecho hombre. Por eso el misterio de la conversión euca- rística es muy cercano al de María. . . Y en cada comunión del sa- cerdote hay como el resurgir de un cierto 'encargo oficial' de la Madre, que otra vez pasa en seguida a la Iglesia; ese encargo que ella tenía de modo implícito en la vida terrena del Señor cuando representaba sola a la Iglesia delante de Dios, como su modelo original... De suyo debería el sacerdote tener con María una re- lación tan viva como si recibiese en ese momento aquel encargo oficial que ella ha devuelto y confiado a la Iglesia."17

16Ibid.62 17Ibid. 61-62

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3. Conclusión

Las consideraciones anteriores se proyectan sobre lo concreto de nuestras realidades eclesiales, también en la situación latinoa- mericana. Señalemos algunas pistas para terminar:

3.1 María está unida a Cristo indisolublemente dentro del desig- nio salvífico de Dios y a través de todas las etapas de la historia. Esta verdad fundamental de nuestra fe católica tiene mucha im- portancia hoy día cuando con derecho se reivindica el puesto de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Cristo varón no redime a la humanidad de otra manera sino asociando esta mujer privile- giada a su obra de Redentor. Este es el valor especial que tiene la expresión mariológica de 'corredentora', debidamente enten- dida. Toda mujer está llamada a ser, como María, corredentora.

3.2 El culto a la Santísima Virgen y el culto a la eucaristía, tan unidos en la religiosidad popular de nuestras naciones, tienen un vínculo esencial en lo más céntrico del misterio cristiano. Pe- ro es preciso enseñar a vivirlo con una penetración interior, que para nuestra gente es mucho más accesible desde la figura con- creta de María, como aparece en el Evangelio.

3.3 Una clave evangélica muy fecunda para entrar en lo interior de María, y para tener entrada desde allí en el misterio eucarís- tico de Cristo, superando ciertas deficiencias del culto mariano y eucarístico, es la palabra del (Fiat) en que la Madre resumió todá su vida, dándole en su propio cuerpo de mujer sentido de la más perfecta entrega de obediencia y respuesta de fe a la Pa- labra de Dios en ella encarnada, y asumiendo una misión per- manente de humilde servidora incondicional ante las miserias de este mundo tan amado por el Padre Dios.

3.4 La espiritualidad del es vivida por María en virtudes con-

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cretas de mujer de su pueblo, muy en consonancia con el actual acento de nuestras culturas en lo propio, y particularmente en lo corporal y femenino. Así se compenetra ella con el cuerpo de Cristo, entregado para la salvación del mundo entero y viviente en su Iglesia por el misterio eucarístico. No hay otra forma de hacer la eucaristía como el Señor nos la encargó, no hay otra ma- nera de ser Iglesia levadura del mundo, sino ésta que pasa por corporeidad la tangible y por la corporalidad solidaria en que Dios se oculta y se manifiesta.

3.5 María se hace presente en la Iglesia confundiéndose con el cuerpo que ella dio a Cristo y que sigue creciendo bajo su coo- peración. Comulgar con el cuerpo eucarístico de Cristo implica someterse, por amor, a las exigencias limitantes de nuestra con- dición humana, no solo las del espacio y del tiempo, sino sobre todo las de la relación yo-tú, nosotros- vosotros, las que nacen de la existencia ajena y del rostro de los más despreciados.

3.6 El toque mariano de la eucaristía nos impulsa a penetrar con gusto en la humillación del Dios encarnado y como empobreci- do y reducido a ser alimento de vida para los demás. Sin alimen- tarnos, como María y con María, de esta humillación y pobreza de Cristo, no habrá liberación: no podremos ser redimidos del pecado personal y social, ni tener ese amor preferencial por los pobres y humillados, en que se despliega una auténtica respues- ta actual de fe a la Palabra del Padre y una obediencia fiel a lo que su divina voluntad está pidiéndonos en nuestros días.

+Julio Tcrán Dutari, SJ Obispo Auxiliar de Quito Miembro de la Pontificia Academia Mariana Internacional Cochabamba, octubre 1997

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Mensaje Final del VI Congreso Eucarístico Mariano de los Países Bolivarianos

Muy apreciables hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Después de una larga preparación, hemos finalizado el VI Con- greso Eucarístico Mariano de los Países Bolivarianos, celebrado en la ciudad de Cochabamba del 7 al 12 de octubre de 1997, don- de nos hemos reunido obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos, representando a nuestras iglesias de los países boliva- rianos y de otros países vecinos y amigos.

Por encargo de la Conferencia Episcopal Boliviana, hemos cum- plido aquella feliz iniciativa que comenzó en Cali, Colombia, en 1949, cuando Mons. Luis Adriano Díaz propuso que el Congre- so Eucarístico Nacional que iba a celebrarse en su diócesis, fue- se también Bolivariano. Esta propuesta fue proseguida en Cara- cas, Venezuela (1956), luego en Quito, Ecuador, (1974), más tar- de en Panamá (1982), a continuación en Lima, Perú (1988) y que hoy ha culminado en Cochabamba.

En estos cinco días enmarcados providencialmente entre las fes- tividades de la Virgen del Rosario y de la Virgen del Pilar, he- mos celebrado nuestra fe en Cristo Jesús, el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen María, realmente presente y actuante en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Bajo el hermoso lema: "Con María compartamos el Pan de la Vida" , hemos tenido bellísimas celebraciones solemnes al aire libre, con entusiasta participación de numerosos fieles, que han mostrado cómo, a pesar de los problemas sociales y amenazas contra la fe cristiana, nuestros pueblos mantienen su fidelidad al Dios de la Vida y a la Iglesia Católica.

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Serán imborrables las Eucaristías de Inauguración, del Corpus Christi, seguido de la procesión hasta la Catedral, y de las Pri- meras Comuniones, todas ellas celebradas en el Estadio Depar- tamental con gran esmero y fervor, acompañadas con música, cantos, bailes y barras coreográficas que nos han ayudado a ele- var nuestro Espíritu al Supremo Hacedor.

Han sido momentos muy gratos las celebraciones sectoriales te- nidas en la Villa Eucarística del Campo Ferial: los campesinos, las iglesias del Trópico, las del Altiplano, los dirigentes políticos empresariales, sindicales y profesionales, los enfermos y disca- pacitados, los religiosos, los militares y las familias.

En el Simposio Teológico se han expuesto conferencias magis- trales sobre los misterios de la Eucaristía y la Virgen María. La Eucaristía constituye la síntesis y el centro de la vida cristiana, a la cual nos guía la Virgen María, honrada como Madre del Sal- vador, Corredentora, Madre de la Iglesia. Bajo la advocación de Guadalupe sigue brillando en América Latina como Estrella de Evangelización y Aurora de Liberación.

El Congreso Eucarístico Juvenil ha atraído a numerosos jóvenes deseosos de fortalecer su fe y su compromiso, teniendo como punto central la vigilia y la subida al Cristo de la Concordia, donde celebraron la Eucaristía del amanecer.

A lo largo de todo el Congreso se han desarrollado numerosas celebraciones de Horas Santas, adoración permanente y rezo del Santo Rosario. También se ha mantenido una bella exposición de la Santísima Virgen en sus múltiples advocaciones que mues- tran el profundo sentido mariano de nuestros pueblos bolivaria- nos. Asimismo ha habido una exposición de las múltiples acti- vidades pastorales y sociales de la Iglesia a través de sus institu- ciones, congregaciones y movimientos apostólicos, así como otras muchas iniciativas imposibles de reseñar.

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Destacamos el bello gesto simbólico del abrazo de paz entre obispos del Ecuador y del Perú ante el Legado Pontificio para significar la unión entre las Iglesias de ambos países y el recha- zo del conflicto bélico para dirimir el problema fronterizo. Espe- remos que este Congreso sea un impulso hacia la anhelada inte- gración bolivariana y latinoamericana.

Como bello colofón hemos celebrado la solemne clausura en el Cerro de Cota, a los pies de la Virgen de Urkupiña, a la que he- mos invocado como Patrona no solo de la integración nacional, sino también de la integración de América Latina.

El Legado Pontificio Extraordinario de Su Santidad Juan Pablo II, el Cardenal Antonio María Javierre, en nombre de nuestras iglesias, ha pronunciado la solemne consagración de los países bolivarianos a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, jun- tamente con nuestros compromisos de renovación eclesial y de transformación social para construir un mundo más humano y más fraterno. Estamos seguros que esta consagración será agra- dable a los ojos de Dios y nos traerá sus bendiciones.

Con ello creemos haber cumplido en gran medida el objetivo del Congreso:

"Impulsar la nueva evangelización de la Iglesia Católica en los países bolivarianos, en su diversidad de pueblos y culturas, a través de la devoción a María, que lleve a una vivencia auténtica de la Eucaristía, de cara a una transformación integral de la sociedad por los caminos de la solidaridad, de la justicia y de la paz" .

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Elevamos nuestra acción de gracias al Señor Jesucristo y a su Santísima Madre por el buen éxito que ha tenido nuestro con- greso, donde numerosos peregrinos hemos celebrado este en- cuentro bajo el lema con María compartamos el Pan de la vida.

Agradecemos a Su Santidad Juan Pablo II el mensaje que nos ha enviado a través de su Legado Pontificio Extraordinario, el Car- denal Antonio María Javierre, quien ha presidido las celebracio- nes más importantes, iluminándonos con su docta sabiduría es- piritual. Le rogamos transmita nuestras oraciones y deseos a Su Santidad para que el Señor le otorgue su Espíritu de fortaleza y sabiduría y pueda conducir con paso firme a la Iglesia hacia el nuevo milenio.

Damos las gracias a los señores cardenales, arzobispos y obispos que han presidido las diversas celebraciones, así como a los presbíteros y religiosos, que nos han iluminado en el Simposio, e igualmente a todos los participantes, a quienes rogamos trans- mitan en sus lugares de origen, a sus familias y comunidades las experiencias y las enseñanzas recibidas.

Asimismo expresamos nuestro agradecimiento a la Conferencia Episcopal Boliviana, al Supremo Gobierno de Bolivia, a las au- toridades departamentales y municipales de Cochabamba, así como a tantas otras personas e instituciones, que generosamen- te han colaborado al buen éxito del congreso con sus oraciones, sus trabajos, sus ofrendas de tiempo, de hospedaje, de dinero, muchas veces en forma anónima y voluntaria. El Señor miseri- cordioso les recompensará con creces su generosidad.

De este Congreso han surgido ya hermosas iniciativas en orden a la renovación de nuestra Iglesia y a la transformación de nues- tra sociedad para que sea cada vez más justa y más solidaria. La Eucaristía, celebrada con la Virgen María, debe llevarnos a com-

DCTOS. DEL CELAM

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partir el Pan de la Vida y también el pan de cada día, para que abunde la comida en nuestras mesas y para que haya cariño en los hogares. Como fruto de este congreso han surgido y surgirán iniciativas para erradicar la pobreza, la injusticia, la corrupción, el aborto, el narcotráfico, el consumo de drogas, la violencia, la delincuencia y la pornografía.

Expresamos también nuestro deseo de que esta serie de congre- sos eucarísticos bolivarianos, que hoy concluye, se continúe en otra serie de congresos eucarísticos marianos, que incluyan a to- dos los países latinoamericanos en una proyección panamerica- na e iberoamericana.

El Congreso Eucarístico Mariano ha sido una excelente inicia- ción al trienio de preparación al Tercer Milenio Adveniente, cen- trado este año en la persona de Jesucristo. Seguiremos en este esfuerzo con la gracia del Espíritu Santo, a quien celebraremos durante todo el año próximo, como preparación del Gran Jubi- leo en el bimilenario aniversario del nacimiento de Jesucristo, nuestro Salvador, Hijo de Dios Padre. A El sea toda la gloria y el honor por los siglos de los siglos.

Amén.

Cochabamba, octubre 12 de 1997

+René Fernández Arzobispo de Cochabamba

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BOLETIN ECLESIASTICO

Consagración de los Países Bolivarianos a los Sagrados Corazones de Jesús y de María

Dios de la vida, de la justicia y de la misericordia, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, movidos por vuestro Santo Espíritu, nos presentamos ante Vos en la clausura del VI Congreso Eucarístico Mariano Bolivariano.

Sabemos que somos indignos de estar en vuestra presencia,

pero confiamos en vuestro infinito amor y clemencia. Perdonad todos nuestros pecados, idolatrías, supersticiones, injusticias, homicidios, abortos, infidelidades, abusos sexuales, discriminaciones y violaciones de derechos humanos. Haced que nos reconciliemos en vuestra presencia y nos demos un abrazo de paz. Como Legado Pontificio Extraordinario de Su Santidad Juan

Pablo II,

acogiendo el deseo de mis hermanos en el episcopado y de todos los fieles venidos de los países bolivarianos consagramos nuestros pueblos de Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, al Sagrado Corazón de Vuestro Hijo Jesucristo.

Salvador nuestro, que os entregáis por nosotros en la Eucaristía, bendecid y fortaleced nuestras Iglesias con vuestro Santo Espíritu, como hicisteis el día de Pentecostés, para que seamos vuestro Pueblo Santo en esta nuestra América Latina.

DCTOS. DEL CELAM

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Realizamos esta consagración por medio del Inmaculado Corazón de la Virgen María, Madre vuestra y Madre nuestra asociada íntimamente a la Redención. Santa Virgen María, que, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, habéis querido ser Estrella de la Evangelización y Aurora de la Liberación, acogiéndonos bajo vuestro amparo maternal en este continente de la Esperanza, Protegednos y guardadnos de todo peligro.

Sagrados Corazones de Jesús y de María, Nosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos nos comprometemos a renovar nuestra comunión eclesial, intensificando nuestra vida espiritual y sacramental,

compartiendo el Pan de la Vida y cumpliendo fielmente nuestras tareas pastorales.

Queremos vivir el amor fraterno y llevar el Evangelio a todos los pueblos del mundo. Os ofrecemos nuestras vidas y anhelos, nuestras familias y comunidades nuestros hijos en el seno materno, niños y jóvenes, nuestros trabajadores del hogar, del campo, de las minas y del mar, del comercio, de los servicios y de la industria, nuestros enfermos, discapacitados y ancianos, nuestros militares y políticos, empresarios, artistas y deportistas.

También os presentamos nuestra tierra para que sea un hogar acogedor y generoso, con sus plantas, flores y frutos, animales, peces y pájaros,

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llanuras, valles y montañas, bosques, ríos, lagos, mares y aire. No permitáis que el egoísmo individual o colectivo destruyan la solidaridad entre nosotros.

Haced que trabajemos con valentía y alegría, para que erradiquemos para siempre la pobreza, la corrupción, el narcotráfico y el consumo de la droga, el alcoholismo, la violencia y el abuso sexual y para que construyamos una sociedad fraterna, respetando las diversas etnias, pueblos y culturas, donde todos tengamos pan, techo y trabajo y compartamos los bienes materiales, donde nuestras familias vivan fieles a su compromiso de amor y nuestros niños y jóvenes crezcan sanos y sean educados en los valores humanos y cristianos.

Moved nuestros corazones para que nuestros pueblos latinoamericanos, deponiendo todo sentimiento de hostilidad, nos integremos en una comunidad internacional, donde reine la justicia, la solidaridad y la paz y tengamos un tiempo de gracia y bendición en la vigilia del tercer milenio adveniente.

Así sea.

Cochabamba, octubre 12 de 1997.

Documentos de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana

DCTOS. DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

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Comunicado de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana

Como pastores de la Iglesia Católica, reiteramos nuestro dolor por la realidad de pobreza, que afecta a la mayoría de los ecua- torianos, como consecuencia de la inestabilidad política y la fal- ta de objetivos permanentes. Se suma una corriente neoliberal arrolladora, que suprime la ética en la vida social, especialmen- te en la economía, para ponerla al servicio de pocos.

Desde el fondo de una crisis prolongada y multiforme, el país se manifiesta inquieto, impaciente, inclinado a buscar soluciones por la vía de hecho; "soluciones" que, por descuidar el conjun- to, agravan la injusticia.

Diariamente constatamos la difusión de los problemas causados en los hogares ecuatorianos por la falta de fuentes de trabajo, por el incremento de los niveles de pobreza, por los deficientes servicios públicos, especialmente de educación y de salud.

No es posible continuar en el camino por el que, separando los derechos de las obligaciones, nos acercamos al caos.

La próxima Asamblea Nacional no puede ofrecer soluciones in- mediatas; pero puede y debe enrumbar al país hacia un desa- rrollo sostenido en la libertad y en la justicia real.

Todos los ecuatorianos de buena voluntad tenemos un aporte que dar, ante todo, eligiendo con sabiduría popular a las perso- nas que juzguemos más capaces de:

Dedicarse exclusivamente a la reforma de la Constitución, de acuerdo al mandato popular que le ha dado origen, sin entrar en las pugnas políticas del momento.

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- Comprender y aceptar positivamente la identidad del Ecua- dor, en el que se encuentran y complementan diversos pue- blos, culturas y regiones. El Estado ha de robustecer la uni- dad; a la que ciertamente todos tienen el derecho y el deber de contribuir desde su situación y dinamismo propio.

Establecer severos mecanismos para la erradicación de la co- rrupción en la vida pública y privada.

Fundamentar un cuadro legal, nacional e internacionalmen- te adecuado, para propiciar un crecimiento económico soste- nido, del que todos puedan ser gestores y sean beneficiarios. "Mayor producción, mejor distribución".

Proceder a profundas reformas en los servicios públicos, la seguridad social, el sistema de educación y de salud, a fin de que mejore su calidad y eficacia, facilitando la descentraliza- ción y la participación responsable.

Recurrir a la experiencia de los pasados errores y problemas, para prevenir e impedir las luchas entre las diversas funcio- nes del poder público.

Proponemos a los conciudadanos que iniciemos una etapa de serenidad y reflexión, para contribuir, con la ayuda de Dios, a la formación de la sociedad que deseamos en el umbral del tercer milenio.

Pedimos a todos los cristianos que recen, como oración de los fieles, en las Misas dominicales de Adviento y en la Exposición del Santísimo, la plegaria por la Patria, que hemos redactado y que ponemos en sus manos.

DCTOS. DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

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Oración por el Ecuador

Señor Jesús, Salvador y Hermano nuestro, que viniste a santificar la historia, a liberarla de la influencia del pecado y del mal, para que nosotros, tus hermanos, camináramos en paz hacia la casa paterna, te pedimos por nuestra Patria, el Ecuador, consagrada a tu Sagrado Corazón.

En estas vísperas del Tercer Milenio de la Redención, nos vemos enfrentados ante situaciones duras que nos mueven a pedir tu ayuda.

Nos preocupa:

obtener la paz definitiva y justa con nuestros hermanos peruanos,

el nuevo marco jurídico que nuestro pueblo ha optado elegir,

por medio de la Asamblea Nacional,

la urgencia de contar con líderes sabios y honestos que sirvan a las necesidades de todo el pueblo ecuatoriano,

especialmente de los más pobres y postergados

y el poder conquistar un nuevo estilo de convivencia en el que sepamos colaborar unos con otros, valorar lo que nos une

y aceptar las diferencias del que piensa distinto.

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BOLETIN ECLESIASTICO

Por ello, te rogamos que nos ayudes a convivir en paz, a buscar con responsabilidad y decisión el progreso y la unidad que nos fortalezca para alcanzar lo que tanto necesitamos: la estabilidad material y espiritual de nuestros hogares que permita el desarrollo íntegro de todos tus hijos.

Virgen María, Estrella de la nueva Evangelización, en este gran Adviento de la historia, ayúdanos a seguir a Cristo valientes en la verdad y la justicia, y solidarios con los que menos tienen; guía nuestro caminar hacia el Reino con esperanza y enséñanos a ser como personas llenas de la gracia del Espíritu Santo y servidores de nuestros hermanos.

Amén.

La Fundación Catequística

"LUZ Y VIDA"

instalada en el Interior del Pasaje Arzobispal ofrece:

libros y folletos sobre el Espíritu Santo, a quien está dedicado el año 1998.

Local N- 13

*R 211 451 Apartado Postal 17-01-139 Quito - Ecuador

Documentos Arquidiocesanos

I

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

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Homilía en el 25- Aniversario de la Erección Canónica de la Parroquia "El Carmelo" de Quito.

Octubre 19 de 1997

Hace veinticinco años, el 19 de octubre de 1972, el señor Carde- nal Pablo Muñoz Vega, entonces Arzobispo de Quito, suscribió el decreto de la erección canónica de una nueva parroquia ecle- siástica en el norte de Quito, la parroquia de "El Carmelo", que fue confiada al servicio pastoral de los Padres Carmelitas, que habían construido aquí una nueva iglesia.

Hoy, 19 de octubre de 1997, la comunidad parroquial de El Car- melo se ha congregado para celebrar esta Eucaristía dominical, con la cual solemnizamos estas Bodas de Plata de la constitución de esta parroquia eclesiástica.

Con esta Eucaristía jubilar, queremos tributar a Dios, fuente de todo bien, nuestra ferviente acción de gracias por el beneficio que supuso para este sector de Quito la erección de esta parro- quia eclesiástica, por la celosa actividad pastoral que en estos veinticinco años han desplegado los Padres Carmelitas, con la colaboración de agentes pastorales, para la formación y perfec- cionamiento de la comunidad cristiana parroquial, de El Carme- lo. ■

En esta Eucaristía, los Padres Carmelitas agradecen también a todos los fieles de la parroquia la confianza y colaboración que les han brindado.

En esta Eucaristía, la Comunidad parroquial quiere tener un re- cuerdo agradecido para los pastores y fieles mayores que pusie-

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BOLETIN ECLESIASTICO

ron los cimientos de nuestra fe cristiana y de esta comunidad cristiana parroquial de El Carmelo.

En fin, con esta Eucaristía, los miembros de esta comunidad pa- rroquial imploran la ayuda divina para seguir trabajando juntos en la construcción de la Comunidad parroquial de El Carmelo, a fin de que ésta sea efectivamente una comunidad de fe, que proclama y difunde el Evangelio; una Comunidad de culto, que celebra con fervor los sacramentos que perfeccionan la comuni- dad cristiana y, sobre todo, la Eucaristía, fuente de donde brota toda la energía para la actividad apostólica y culminación y per- feccionamiento, al que tiende toda la acción pastoral de la comu- nidad parroquial, y Comunidad de caridad o amor fraterno, en la que todos los fieles viven unidos por los vínculos del amor, para formar una sola familia, una sola comunidad parroquial, que sea signo y sacramento de salvación para todos los habitan- tes de este sector de nuestra ciudad de Quito.

La celebración de las Bodas de Plata de la parroquia "El Carme- lo" ha coincidido con la celebración del Domund o Domingo mundial de las misiones y con la proclamación oficial que Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, ha hecho hoy, en la Basílica de San Pedro en Roma, de Santa Teresita del Niño Jesús y de la San- ta Faz de Doctora de la Iglesia.

Como Santa Teresita del Niño Jesús fue una monja carmelita del Monasterio de Lisieux, en Francia, es justo y conveniente que la parroquia "El Carmelo", confiada al cuidado pastoral de los Pa- dres Carmelitas, celebre también con especial solemnidad la proclamación de Doctora de la Iglesia de Santa Teresita del Ni- ño Jesús, esta santa carmelita que con su vida y su doctrina fue apóstol y misionera y, sobre todo, Maestra de Sabiduría espiri- tual para numerosas personas consagradas y laicas. Con esta proclamación de la Patrona de las Misiones como Doctora de la

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

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Iglesia su eminente doctrina espiritual es reconocida oficialmen- te por el Supremo Pastor de la Iglesia entre las más fecundas.

Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz nació en Alen^on (Francia), el 2 de enero de 1873. El 4 de ese mismo enero fue bau- tizada en la Iglesia parroquial de Nuestra Señora y recibió los nombres de María Francisca Teresa Martín Guérin. Siendo aún muy joven, ingresó en el Monasterio de carmelitas de Lisieux, en donde le habían precedido otras hermanas suyas.

En el Monasterio de Lisieux ocupó los puestos de sacristana y, sobre todo, de maestra de novicias. En los pocos años de vida contemplativa transcurridos en el Monasterio, Teresita del Niño Jesús optó por el "pequeño camino de la infancia espiritual", ejercitándose especialmente en la práctica de las virtudes de la humildad, la sencillez evangélica y la confianza en Dios. En la práctica de estas virtudes se esforzó en inculcar, de palabra y de obra, a sus novicias.

Respondiendo a numerosas peticiones y, después de cuidadosos estudios, Juan Pablo II ha proclamado hoy, en esta Jornada mun- dial de las Misiones, a Santa Teresita del Niño Jesús y de la San- ta Faz Doctora de la Iglesia, añadiéndose esta mujer a las dos doctoras anteriores: Santa Teresa de Avila y Santa Catalina de Siena.

La doctrina de Teresita del Niño Jesús, verdadera ciencia del amor, es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia. Ella ayuda a los hombres y mujeres de hoy y ayudará a los de mañana, a per- cibir mejor los dones de Dios y a difundir la Buena Noticia de su amor infinito.

Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz ha sido declarada Doc- tora de la Iglesia, Doctora del camino evangélico de la santidad,

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porque en sus escritos, recopilados en el libro intitulado "Histo- ria de un alma", desarrolló la espiritualidad del pequeño cami- no de la "Infancia espiritual"; expuso la eclesiología que ella vi- vió y dio a conocer sus ardientes anhelos de trabajar en las mi- siones.

1. El "pequeño camino de la Infancia espiritual" de la santa Carmelita de Lisieux consistió en que, renunciando a difíciles re- corridos ascéticos, indicaba a todos el abandono en Jesucristo, como único camino hacia la santidad.

Poco a poco se convenció Teresita del Niño Jesús de que la san- tificación es obra que se lleva a cabo mediante las pequeñeces de todos los días. Normalmente nuestra vida no está hecha de sen- sacionales experiencias o de imponentes acontecimientos; está constituida, más bien, por las pequeñas y normales cosas de to- dos los días y sigue el ritmo de nuestros deberes cotidianos -es- tudio, trabajo, oración, relación con el prójimo-. Es precisamen- te en lo cotidiano y en los quehaceres ordinarios como es posi- ble vivir el camino de la santificación, que en nosotros es, ante todo, obra de la gracia de Dios, de su amor y de su misericordia. Este es el famoso "pequeño camino" a la santidad abierto o, en cualquier caso, renovado por Teresita del Niño Jesús. El "peque- ño camino" consiste en abrazar la vida así como se nos presen- ta, reconociendo la presencia de Jesús, que nos habla con el len- guaje de las circunstancias de cada día. Las circunstancias con sus alegrías y con sus dolores nos ponen a prueba, pero de to- dos modos deben dirigirnos siempre hacia El. Para Teresita del Niño Jesús el "pequeño camino" de la infancia espiritual signi- ficó aceptar la prueba de la fe en su espíritu y el padecimiento de su enfermedad en el cuerpo, pues a los 23 años de edad con- trajo la grave enfermedad de la tuberculosis, que la consumió a los 24 años, pues falleció en el Monasterio de Lisieux, el 30 de septiembre de 1897. Acabamos de celebrar el centenario de su nacimiento para la vida eterna.

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2. La eclesiología que no tanto estudió, sino que vivió la Santa de Lisieux fue la eclesiología del "cuerpo místico de Cristo", ex- puesta por San Pablo en los capítulos doce y trece de la primera Carta a los Corintios. Al contemplar el "Cuerpo místico de Cris- to", que es la Iglesia, Teresita del Niño Jesús no se había recono- cido a misma en ninguno de los miembros que San Pablo enu- mera, sino que deseaba verse identificada en todos ellos. En la caridad descubrió el quicio de su vocación. Entendió que la Igle- sia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo de amor. "Entonces -escribe Teresita- llena de una alegría desbordante, exclamé: "Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi voca- ción: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia y este lugar es el que me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de es- te modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado".

3. Otro aspecto característico de la espiritualidad de Santa Tere- sita del Niño Jesús es su ardiente celo misionero. En su diario es- cribe: "Quisiera recorrer la tierra. Predicar tu nombre y clavar sobre el suelo infiel tu Cruz gloriosa; pero, oh Amado, una sola misión no bastaría, quisiera al mismo tiempo anunciar el Evan- gelio en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más re- motas. Quisiera ser misionera, no solamente algunos años, sino que quisiera haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos. Pero, sobre todo, quisiera, amado mío Salvador, quisiera derramar mi sangre por ti, hasta la última gota".

Su deseo de ser misionera pareció poder realizarse, cuando se ofreció para ir al Vietnam para la fundación de un Carmelo en Hanoi; pero los primeros síntomas de la tisis que la consumiría en breve tiempo impidieron la realización de sus anhelos misio- neros.

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Es oportuno que recordemos el fervor misionero de la Patrona de las Misiones en este Domingo mundial de las Misiones de 1997, para que también en nosotros crezca el celo con que debe- mos orar hoy por las Misiones y resolvernos a colaborar genero- samente con nuestra ayuda económica para las obras y activida- des que se requieren para la difusión del Evangelio en las tierras de Misiones.

Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, cuya fama de santidad se extendió rápidamente por el mundo, fue canonizada por el Papa Pío XI, que tuvo por ella especial devoción, el 17 de mayo del Año Santo de 1925, a los 27 años de su fallecimiento.

En este año de 1997 se celebra también otro aniversario de esta Santa Carmelita, el septuágesimo aniversario de su proclama- ción como Patrona universal de las Misiones. En efecto, el 14 de diciembre de 1927, el mismo Papa Pío XI proclamó solemne- mente a la Santa de Lisieux "Patrona universal" de las Misiones católicas con San Francisco Javier. Este fue un acontecimiento singular, si pensamos que Santa Teresita del Niño Jesús nunca fue misionera y que pasó su breve existencia terrena entre las paredes del Monasterio carmelita de Lisieux.

Hoy, en el centenario de su fallecimiento y al celebrarse el "Do- mingo Mundial de las Misiones" de 1997, es la fecha de la Pro- clamación de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz co- mo Doctora de la Iglesia.

Dios, Padre de las luces, de quien viene toda dádiva buena y to- do don perfecto (Cf. Sant 1, 17) ha concedido hoy a la Orden del Carmelo un precioso regalo más con el doctorado de Teresita de Lisieux.

Que la nueva Doctora nos alcance a los cristianos de hoy la gra- cia de ser colaboradores suyos en el testimonio y en el anuncio

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de la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo para nuestros hermanos y hermanas del mundo entero, a fin de que nos pre- paremos convenientemente a celebrar el Jubileo universal del año 2.000 y atravesemos el umbral del Tercer milenio de la era cristiana. Así sea.

Homilía pronunciada por Mons. Antonio J. González A., Arzobispo de Quito, en la Misa de las Bodas de Plata de la parroquia "El Carmelo", el domingo 19 de octubre de 1997.

XXXII Asamblea General de la Conferencia de las Organizaciones Internacionales Católicas

¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?

(Epístola de Santiago 2, 5)

Con la celebración de esta Eucaristía, en la quiteñísima iglesia de San Francisco, se inicia la trigésima segunda Asamblea Gene- ral de la "Conferencia de las Organizaciones Internacionales Ca- tólicas", Asamblea General que ha sido convocada por el Comi- té de continuidad de la Conferencia para celebrarse aquí en el Ecuador, concretamente en la Casa de retiros que la Congrega- ción de los SS.CC. posee en Conocoto, desde el 27 de octubre hasta el 2 de noviembre de este año 1997.

La Conferencia de Organizaciones Internacionales Católicas es un organismo de coordinación de treinta y seis movimientos y asociaciones de laicos que trabajan apostólicamente en la Iglesia y en el mundo. La Conferencia está reconocida por la Santa Se- de y tiene su sede en Ginebra, Suiza.

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Como Arzobispo de Quito, presento a la presidenta de la Con- ferencia, señora Simone Gebs, y al Asesor eclesiástico, P. Luis Christian, S.J., y a todos los participantes en esta trigésima se- gunda Asamblea General un cordial saludo de bienvenida, en nombre de la Iglesia particular de Quito y en nombre de la Igle- sia que peregrina en el Ecuador. Les deseo a todos una grata per- manencia en nuestra Patria, el Ecuador, y todo éxito en sus deli- beraciones.

La opción preferencial por los pobres que ha sumido la Iglesia a la luz del Evangelio ha despertado un interés especial por el te- ma del Decenio decidido por las Naciones Unidas e iniciado en 1997 "La Eliminación de la Pobreza" en las Organizaciones Inter- nacionales Católicas. Numerosas Organizaciones Internaciona- les Católicas han seguido con suma atención la cumbre mundial sobre el "Desarrollo Social" realizada en Copenhague en 1994 y los "10 compromisos" asumidos en esta ocasión por los gobier- nos, a fin de proseguir eficazmente la lucha contra la pobreza. Dentro de este contexto, el Comité de continuidad de la Confe- rencia ha decidido tomar como tema para las Jomadas de estu- dio de esta trigésimo segunda Asamblea General el mismo del Decenio ya citado: "Para la eliminación de la pobreza: Nuestras es- trategias".

Esta Asamblea general que se reúne en Conocoto tendrá como finalidad el hacer que las Organizaciones Internacionales Cató- licas reflexionen conjuntamente sobre lo que es más convenien- te realizar para eliminar la pobreza.

Las reflexiones de esta Asamblea General partirán seguramente de la visión de las realidades que los y las participantes descu- brirán en esta región del Ecuador, que es un país que pertenece al tercer mundo. Esta visión de las realidades de pobreza y sub- desarrollo permitirá a las Organizaciones Internacionales Cató-

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licas sensibilizarse y definirse mejor en el proceso pedagógico que las haga cada vez más atentas a las responsabilidades que les incumben para llegar al fin proyectado de optar por unas es- trategias que conduzcan a la eliminación de la pobreza dentro de los campos específicos de cada Organización Internacional Católica.

1 . La Palabra de Dios que ha sido proclamada en es- ta celebración nos invita a distinguir la pobreza evangélica o la pobreza "en el espíritu" de la pobre- za "miseria" o indigencia.

Jesucristo, en el sermón de la montaña, declara bienaventurados a los pobres "en espíritu", es decir, a los que se abrazan con la pobreza evangélica y la practican. Jesucristo, el Hijo de Dios he- cho hombre por la salvación de los hombres, con el misterio de la encamación "siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8, 9)". Al inicio de su vida pública, en la si- nagoga de Nazareth, se aplicó a mismo las palabras del profe- ta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha un- gido. Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Le 4, 18).

Hay, pues, una pobreza evangélica que Jesucristo ha proclama- do como una bienaventuranza y la ha recomendado, como un consejo evangélico, a quienes quieran seguirle más de cerca.

La pobreza evangélica recomendada por Jesucristo es la de los humildes, en contraposición de los orgullosos; es la de los pe- queños en contraposición de los grandes; es la de los últimos en contraposición de los primeros. Son pobres en el espíritu aque- llos que, siendo pobres o ricos efectivamente, no ponen su cora- zón en los bienes materiales, considerándolos como el fin último de su vida y de sus afanes; los pobres en el espíritu no encuen-

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tran, como los ricos, su consuelo en la abundancia de bienes ma- teriales; los pobres en el espíritu no buscan, como los orgullosos, el poder terreno. Los pobres en el espíritu, con un corazón libre, ponen toda su confianza, no en sus bienes temporales, no en sus cualidades y capacidades, sino en la Providencia de Dios que, como Padre amoroso y providente, nos libera de la inquietud por el mañana. No se trata, por tanto, en esta Asamblea General de las Organizaciones Internacionales Católicas, de buscar las estrategias para eliminar esta pobreza evangélica. Como nos di- ce la Lumen Gentium, "Todos los cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (Lg 42), buscar el Reino de Dios y su justicia, para que lo demás ven- ga por añadidura.

2. Se trata de eliminar la miseria y la indigencia

Cuando esta Asamblea General quiere buscar las estrategias de las Organizaciones Internacionales Católicas para la eliminación de la pobreza, se refiere a la miseria e indigencia que atormenta a muchos pueblos del mundo. La miseria y la indigencia es la carencia de aquellos bienes materiales y servicios que son nece- sarios para una vida digna de la persona humana. La persona humana tiene la dignidad innata de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios; tiene también la dignidad sobrenatural de haber sido redimida por Cristo y elevada a la dignidad de hija de Dios dentro de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. Por tanto todo hombre debe disponer de lo necesario e indispensable para su desarrollo integral y para vivir de acuer- do a su dignidad. La carencia de los bienes materiales necesarios para vivir de acuerdo a la dignidad humana es la pobreza que propiamente es la miseria o la indigencia. Esta no es querida por Dios. Es resultado de muchos factores: de la falta de educación, de la pobreza de la tierra en muchas regiones; pero especialmen-

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te de la falta de justicia y solidaridad en las relaciones entre las personas y entre las naciones.

La Conferencia General del Episcopado Latinoamericano cele- brada en Santo Domingo en 1992 veía como desafíos pastorales: El creciente empobrecimiento en el que están sumidos millones de hermanos nuestros hasta llegar a intolerables extremos de miseria. Consideraba este empobrecimiento como "el más de- vastador y humillante flagelo que vive América Latina y el Ca- ribe" (DSD 179). Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tan- to en números absolutos como en relativos. A nosotros los pas- tores nos conmueve hasta las entrañas el ver continuamente la multitud de hombres y mujeres, niños y jóvenes y ancianos que sufren el insoportable peso de la miseria así como diversas for- mas de exclusión social, étnica y cultural; son personas huma- nas concretas e irrepetibles, que ven sus horizontes cada vez más cerrados y su dignidad desconocida" (179).

Los Obispos en Santo Domingo decíamos: "Miramos el empo- brecimiento de nuestro pueblo no solo como un fenómeno eco- nómico y social, registrado y cuantificado por las ciencias socia- les. Lo miramos desde dentro de la experiencia de mucha gente con la que compartimos, como pastores, su lucha cotidiana por la vida". "La política de corte neoliberal que predomina hoy en América Latina y el Caribe profundiza aún más las consecuen- cias negativas de estos mecanismos. Al desregular indiscrimina- damente el mercado, eliminarse partes importantes de la legis- lación laboral y despedirse trabajadores, al reducirse los gastos sociales que protegían a las familias de trabajadores, se han ahondado aún más las distancias en sociedad". Y añadíamos: "Tenemos que alargar la lista de rostros sufrientes que ya había- mos señalado en Puebla (DP 31-39), todos ellos desfigurados por el hambre, aterrorizados por la violencia, envejecidos por

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infrahumanas condiciones de vida, angustiados por la supervi- vencia familiar. El Señor nos pide que sepamos descubrir su propio rostro en los rostros sufrientes de los hermanos" (DSD 179).

3. Renovar la opción evangélica y preferencial por los pobres

En la primera lectura de esta celebración, el apóstol Santiago nos ha advertido que no debemos tener acepción de personas en nuestras asambleas cristianas; que no debemos preferir a los ri- cos posponiendo a los pobres. Cuando nos recuerda el apóstol Santiago que "Dios ha escogido a los pobres según el mundo pa- ra hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman", nos está exhortando a sumir, en forma renova- da, la opción por los pobres. Si los pobres no deben ser pospues- tos, ellos deben ser nuestros preferidos. Debemos hacer efectiva la opción preferencial por los pobres.

Estimados participantes en esta Asamblea General de las Orga- nizaciones Internacionales Católicas, para llegar a unas estrate- gias para la eliminación de la pobreza, renueven su compromi- so en una opción evangélica y preferencial por los pobres, firme e irrevocable, pero no exclusiva ni excluyente, tan solemnemen- te afirmada en las Conferencias de Medellín y de Puebla y con- firmada en la de Santo Domingo.

Creo que para ustedes pueden ser también oportunas y conve- nientes las siguientes líneas pastorales señaladas por la Confe- rencia de Santo Domingo:

- Asumir con decisión renovada la opción evangélica y prefe- rencial por los pobres, siguiendo el ejemplo y las palabras del Señor Jesús, con plena confianza en Dios, austeridad de vida y participación de bienes.

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- Privilegiar el servicio fraterno a los más pobres entre los po- bres y ayudar a las instituciones que cuidan de ellos: los mi- nusválidos, enfermos, ancianos solos, niños abandonados, encarcelados, enfermos de sida y todos aquellos que requie- ren la cercanía misericordiosa del buen samaritano.

- Revisar actitudes y comportamientos personales y comunita- rios, así como las estructuras y métodos pastorales, a fin de que no alejen a los pobres, sino que propicien la cercanía y el compartir con ellos.

- Promover la participación social ante el Estado, reclamando leyes que protejan y defiendan los derechos de los pobres.

- Apoyar y estimular las organizaciones de economía solida- ria, con las cuales nuestros pueblos tratan de responder a las angustiosas situaciones de pobreza.

- Urgir respuestas de los Estados a las difíciles situaciones agravadas por el modelo económico neoliberal, que afecta principalmente a los más pobres.

Entre estas situaciones es importante destacar los millones de la- tinoamericanos que luchan por sobrevivir en la economía infor- mal.

Estimados hermanas y hermanos, en esta Eucaristía que celebra- mos en este típico templo quiteño de San Francisco, imploremos las luces del Espíritu Santo sobre todos los asambleístas, a fin de que esta trigésima segunda Asamblea General consolide a la Conferencia de las Organizaciones Internacionales Católicas y las guíe en sus deliberaciones, a fin de que contribuyan a la crea- ción de un mundo más humano, más justo y más fraterno, cuan- do vamos a atravesar el umbral del tercer milenio de la era cris- tiana. Así sea.

Homilía pronunciada por Mons. Antonio ]. González Z., Arzobispo de Quito, en la Misa celebrada en San Francisco,

el viernes 31 de octubre de 1997, en la inauguración de la XXXII Asamblea General de la Conferencia de las OIC en Quito.

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Alocución pronunciada por Mons. Antonio J. González Z.,

Arzobispo de Quito, en el Día del Papa de 1997

Hace 19 años, el 16 de octubre de 1978, el Cónclave que se cele- braba en el Vaticano eligió al Cardenal Karol Wojtyla, hasta esa fecha Arzobispo de Krakovia en Polonia, Obispo de Roma y Pastor Supremo de la Iglesia Católica Romana. Así se llenó la vacante de la Sede Apostólica producida por la inesperada y sú- bita muerte del Papa Juan Pablo I, que tuvo un efímero pontifi- cado de un mes y dos días.

El Cardenal Wojtyla, una vez elegido Sumo Pontífice, tomó el nombre de Juan Pablo II, en memoria de sus inmediatos prede- cesores. El Papa Juan Pablo II dio inicio solemne de su servicio pastoral a la Iglesia y al mundo con la grandiosa y al mismo tiempo sencilla ceremonia que se llevó a cabo en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el 22 de octubre de 1978. Debíamos cele- brar el "Día del papa" el 22 de octubre corriente; pero, por cuan- to en esa fecha el señor Presidente de la República retornaba de su viaje a Europa, en donde tuvo la oportunidad de entrevistar- se personalmente con el Papa Juan Pablo II, hemos trasladado la celebración de esta Eucaristía y 'Te Deum" por el "Día del Pa- pa" a esta fecha.

Nos hemos congregado en este lugar sagrado para celebrar en el Ecuador el "Día del Papa" con esta Eucaristía y "Te Deum", con los que deseamos dar gracias a la Providencia Divina, que ha deparado a la Iglesia y al mundo el Romano Pontífice más ade- cuado para nuestro tiempo y para elevar a Dios nuestra plega- ria, a fin de que siga iluminando, fortaleciendo y protegiendo a nuestro Sumo Pontífice Juan Pablo II, que como misionero y

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evangelizador del mundo, viene preparando a la humanidad a traspasar el umbral del tercer milenio de la era cristiana.

El Papa Juan Pablo II, que ha iniciado ya el vigésimo año de su pontificado, en estos 19 años de su actividad pastoral, ha dado pruebas de una especial solicitud pastoral por América Latina, familia de naciones de la que forma parte el Ecuador. A Améri- ca Latina hizo su primer viaje intercontinental a los pocos meses de iniciado su pontificado, cuando vino a México, para inaugu- rar la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoameri- cano, celebrada en Puebla de los Angeles en enero y febrero de 1979. La décima parte de sus cerca de noventa viajes apostólicos que ha realizado a numerosos países del mundo, la ha destina- do a América Latina, a varios de cuyos países ya ha visitado dos veces. Visitó nuestro país, el Ecuador, en 1985 y, si Dios quiere, visitará el único país que le falta visitar en América Latina, Cu- ba, en el mes de enero de 1998. Juan Pablo II impulsó la celebra- ción del novenario de años con que América Latina se preparó a celebrar el quinto centenario del inicio de su evangelización y exhortó a las Iglesias de América Latina a empeñarse, con oca- sión de este quinto centenario, en una nueva evangelización: nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expre- sión. Para beneficio de las Iglesias de América Latina Juan Pablo II convocó, inauguró y aprobó las conclusiones de las Conferen- cias Generales del Episcopado Latinoamericano que se celebra- ron en Puebla, la Tercera, en 1978, y en Santo Domingo la Cuar- ta, en octubre de 1992, para celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América. Estas Conferencias han impulsado la Nueva Evangelización en América Latina, buscando una apli- cación de la "Evangelii Nuntiandi" en nuestros pueblos e Igle- sias y la evangelización de las culturas de nuestros pueblos y de la cultura adveniente.

En esta alocución quiero referirme a la preocupación apostólica y a la solicitud pastoral de Su Santidad Juan Pablo II por todo el

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Continente Americano, en beneficio del cual ha convocado a los episcopados de América a celebrar, desde el 16 de noviembre hasta el 12 de diciembre de este año de 1997, en el aula sinodal de Roma, una "Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos".

La primera vez que Su Santidad el Papa Juan Pablo II habló de la posibilidad de celebrar una "Asamblea Especial para Améri- ca del Sínodo de los Obispos" fue en el discurso inaugural del Santo Padre, pronunciado, en Santo Domingo, República Domi- nicana, el 12 de octubre de 1992, al inaugurar la Cuarta Confe- rencia General del Episcopado Latinoamericano, que versó so- bre "Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cris- tiana". "Jesucristo ayer, hoy y siempre" (Hebreos 13, 8).

En aquel discurso inaugural, el Santo Padre dijo literalmente lo siguiente:

"En esta misma línea de solicitud pastoral por las categorías sociales más desprotegidas, esta Conferencia General podría valorar la oportu- nidad de que, en un futuro no lejano, pueda celebrarse un Encuentro de representantes de los Episcopados de todo el Continente americano, que podría tener también carácter sinodal en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares en los distintos campos de la acción pastoral y en el que, dentro del marco de la nueva evangelización y como expresión de comunión episcopal, se afronten también los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre to- das las Naciones de América. La Iglesia, ya a las puertas del tercer mi- lenio cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas, siente como un deber ineludible unir espiritual- mente aún más a todos los pueblos que forman parte de este gran Con- tinente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu solidario entre todos ellos, que permita, en modo particu- lar, encontrar vías de solución a las dramáticas situaciones de amplios sectores de población que aspiran a un legítimo progreso integral y a condiciones de vida más justas y dignas".

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El 10 de noviembre de 1994, Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en su carta apostólica 'Tertio millenio adveniente", dio a cono- cer su intención, más clara y explícita, de convocar a una "Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos" e inmediatamente después de este anuncio, nombró un Consejo pre-sinodal de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos para la Asamblea Especial para América. Este Consejo presino- dal está compuesto, en su mayoría, por obispos de América, en- tre los cuales consta también el Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

Tema de la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos

Tomando en cuenta las propuestas del Consejo presinodal, el Santo Padre Juan Pablo II eligió como tema para la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos el siguiente: "Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América".

La formulación del tema intenta responder al contexto de las cir- cunstancias de las Iglesias en América y al mismo tiempo abar- ca la realidad que afecta a tanta gente y tantas culturas del Con- tinente americano.

¿Cuáles son las finalidades que el Santo Padre Juan Pablo II se propone conseguir con la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos?

Ya en le primer anuncio que hizo Juan Pablo II, en la inaugura- ción de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoameri- cano de Santo Domingo, señaló dos finalidades a este proyecta- do Encuentro Sinodal: la primera finalidad consiste en incre- mentar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares de

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América en los distintos campos de la acción pastoral para la nueva evangelización. La segunda finalidad consiste en afrontar los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las naciones de América.

En la Carta Apostólica "Tertio millenio adveniente" Juan Pablo II dice: "La última Conferencia general del Episcopado Latinoameri- cano ha acogido, en sintonía con el Episcopado norteamericano, la pro- puesta de un Sínodo panamericano sobre la problemática de la nueva evangelización en las dos partes del mismo continente, tan diversas en- tre sí por su origen y por su historia y sobre la cuestión de la justicia y de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur" (TMA, 38) AAS 87 (1995)30.

Así pues, podemos señalar con precisión que las finalidades principales que Su Santidad el Papa Juan Pablo II se ha propues- to para la próxima Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos son las tres siguientes:

1. Promover una nueva evangelización en todo el Continente americano como expresión de comunión episcopal.

2. Incrementar la solidaridad entre las diversas Iglesias particu- lares de América en los distintos campos de la acción pasto- ral.

3. Iluminar los problemas de la justicia y las relaciones econó- micas internacionales entre las naciones de América, conside- rando las enormes desigualdades entre el Norte, el Centro y el Sur.

Para los países de América Latina y, por tanto, para el Ecuador tiene especial importancia aquella parte de la temática del Síno- do, en la que se presenta a Jesucristo vivo como "Camino para la solidaridad".

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En esta parte el Sínodo de los Obispos tratará precisamente so- bre los problemas de la justicia y de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur. En esta parte de la solidaridad se tratarán segu- ramente los problemas de la deuda externa y del equilibrio de la economía global.

"La Iglesia que peregrina en América, mientras anuncia el Evan- gelio, intenta siempre iluminar a los hombres y mujeres del Continente en la construcción de una fraternidad solidaria, don- de reinen la justicia y la paz. Los vínculos de solidaridad ad- quieren una importancia particular, cuando se trata de la rela- ción entre el Norte y el Sur, sobre todo en lo que se refiere a la deuda externa".

El servicio a la deuda externa requiere en el Ecuador que se le destine un porcentaje no pequeño del presupuesto nacional, de tal manera que no se pueden destinar los fondos suficientes a la educación, a la salud y a otros servicios básicos en favor del pue- blo. De ahí que perturban con frecuencia la paz ciudadana y el orden social los paros del magisterio, de los servicios de la salud e inclusive de los gobiernos seccionales.

Aún cuando la deuda externa no es la causa exclusiva de la po- breza de muchos países en vías de desarrollo, no puede desco- nocerse que ella ha contribuido a crear condiciones de extrema indigencia, que hoy se presentan como desafío urgente, interpe- lando la conciencia de todos los miembros del Pueblo de Dios. Muchas son las características enumeradas en las respuestas al documento de preparación de la Asamblea Especial del Sínodo de los obispos: carestía y miseria, carencia de lo necesario para la sobrevivencia, para la salud y la alimentación, desocupación, falta de una habitación digna y de educación, etc. Esta situación de sufrimiento en la que se encuentran tantas familias pobres de

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América, se hace presente en la población campesina y en los obreros de las ciudades, entre afroamericanos y amerindios. Un cristianismo comprometido en favor de la justicia, tiene delante de un amplio campo de acción. (Cfr. Instrumentum laboris, n. 65).

Esperamos que la próxima Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos lance a la opinión pública mundial el llamado del Papa Juan Pablo II a encontrar una solución al problema de la deuda externa internacional, "proponiendo el Jubileo universal del año 2.000 como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación de la mis- ma (TMA, 51).

Además deberá tratarse este tema de la deuda internacional en el contexto más amplio de la globalización de la economía mun- dial, buscando siempre un adecuado restablecimiento del orden de la justicia social, a fin de superar el tremendo desequilibrio que se establece entre pueblos desarrollados que pagan a los pueblos en vías de desarrollo bajos precios por los productos agrícolas y las materias primas y les cobran precios elevadísi- mos por los productos industrializados.

Una efectiva vivencia de solidaridad entre los países de Améri- ca superará las injusticias y los desequilibrios económicos.

Como miembros de la Iglesia primada de Quito y como inte- grantes del pueblo ecuatoriano, presidido por el señor Presiden- te constitucional interino de la República, celebremos esta Euca- ristía y entonemos el "Te Deum", como acción de gracias a Dios, que nos ha concedido en Juan Pablo II un Sumo Pontífice que es realmente guía de la humanidad y evangelizador del mundo, y como plegaria con la que imploramos de la Providencia Divina que lo conserve, proteja e ilumine en el cumplimiento de su mi- sión de supremo Pastor de la Iglesia. Así sea.

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Administración Eclesiástica

Nombramientos

Octubre

14 Mons. José Carollo Pasín, Mons. Dr. Augusto Albuja Mateus, Rvmo. Dr. Hugo Reinoso Luna, R Eduardo Mantilla y R Eduardo Moreno Cardona, miembros del Colegio de Consultores.

14 R Rafael Escobar Escobar, Coordinador de la Comisión de Pastoral Urbana.

14 Mons. José Carollo Pasín y Padres Marcelo Ponce, Juan Pozo Erazo, Fernando Rea Jiménez, Emilio Raza Enrí- quez, Pedro Sáiz, OCD., Jacinto Alomía Bolaños, Ma- nuel Freiré, O.R, y Mario Vaca Herrera, miembros de la Comisión de Pastoral Urbana.

15 P. Carlos Domínguez, OFM., Vicario Parroquial de La Floresta.

17 Mons. Francisco Yánez Tobar, Coordinador de la Comi- sión de Catequesis.

.17 Srta. María Mercedes Fernández, Secretaria de la Comi- sión de Catequesis.

17 Padres Aldo Canzi Panzeri, Felipe Mayordomo, SDB., Jacinto Alomía Bolaños, Armando Torres Altamirano, Luis Castro y Marcelo Chicaiza Tutín; y señoritas Susa- na Chamorro e Inés Rodríguez, miembros de la Comi- sión de Catequesis.

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17 P. Remigio Dávila Erazo, Presidente de la Comisión de Pastoral Vocacional.

1 7 Padres Jorge Villarreal, Skiper Yánez Calvachi, Segundo Jaramillo Espinosa, Marcelo Chicaiza Tutín; Diácono de la Arquidiócesis; Hno. Ricardo Orellana; Hnas. Rosa Ji- ménez, Isabel Castillo, Victoria Palacios y Nelly Ordó- ñez, miembros de la Comisión de Pastoral Vocacional.

20 P. Luis Gustavo Galarza Castro, OFM., Párroco de Ntra. Sra. del Carmen de Ascázubi.

21 P. Luis Antonio Bayas Valle, S.J., Párroco de la Dolorosa del Colegio.

22 P. Edison Román Barahona Donozo, Vicario Parroquial de la Virgen Peregrina de Puengasí.

30 Señor Patricio Proaño Salvador, Presidente del Secreta- riado Arquidiocesano de Quito del Movimiento de Cur- sillos de Cristiandad.

30 P. César Sánchez, Vice-Asesor del Secretariado Arqui- diocesano de Quito del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

Noviembre

04 P. Luis G. Moya, OSA., Párroco de Santa Rita de Casia de Conocoto.

04 P. Hilbar Loyaga Méndez, SS.CC, Párroco de San Car- los.

04 P. Michel Cerles, SS.CC, Vicario Parroquial de San Car- los.

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Decretos

Octubre

15 Licencia para que, en la Capilla privada de la familia Proaño-Idrovo, ubicada en San Rafael, pueda reservar- se el Santísimo Sacramento.

30 Decreto de erección de un oratorio en casa de la familia Bucheli, a cargo de la Fraternidad Femenina "María, Madre de la Unidad".

Noviembre

04 Decreto de erección de una casa religiosa de la Orden de Predicadores en el predio del Convento Máximo de la ciudad de Quito, destinada a postulantado.

Ordenaciones

Noviembre

07 En la Capilla del Seminario Mayor "San José", a las 18h00, el Excmo. Mons. Antonio J. González Z., Arzo- bispo de Quito, confirió el ministerio del Acolitado al señor Marco Rodrigo Hernández Jácome, seminarista de la Arquidiócesis de Quito.

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Pontificium Consilium Pro Laicis Prot. 2138/97/S-61/B-69

Decreto

Acogiendo la solicitud presentada por las autoridades de la Asociación ADSIS, en el sen- tido de ser reconocida como asociación inter- nacional de fieles en la Iglesia católica;

Teniendo presente los más de 30 años de existencia de esta Asociación y su presencia be- néfica en numerosas jurisdicciones diocesanas en España y América; Apreciando el fin fundamental de la Asociación, que es el de "ayudar a to- dos sus miembros a realizar su compromiso baustismal en los distintos estados de vida según la identidad ADSIS propia de la Asociación", expresada en su Ideario y manifestada por sus socios en "su forma de vivir y de significar comu- nitariamente la presencia cristiana como testimonio y servicio, especialmente entre los jóvenes y los pobres" (cfr. Estatutos, cap. II);

Habiendo recibido numerosos testimonios de Ordinarios diocesanos que destacan el sentido de comunión eclesial, de acatamiento de la Jerarquía ecle- siástica, de seriedad cristiana de su vida comunitaria y de fecundidad misionera entre los pobres y los jóvenes;

Habiendo examinado atentamente sus Estatutos, con la ayuda de expertos en el Derecho canónico, en positivo diálogo con los dirigentes de la Asociación, encontrando que están conformes a la doctrina y disciplina de la Iglesia Católi- ca,

El Consejo Pontificio para los Laicos Decreta

El reconocimiento de ADSIS, como Asociación internacional privada de fieles, de derecho pontificio, con personalidad jurídica, según los cánones 298 a 311 y 321 a 329 del Título V (Libro VI, Parte I) del Código de Derecho Canónico vi- gente, y la aprobación de sus Estatutos presentados en su tenor original y depo- sitados en el archivo de este Dicasterio, por un período "ad experimentum" de cinco años.

Stanislaw Rylko Secretario

J. Francis Stafford Presidente

Dado en la Ciudad del Vaticano, el 30 de Agosto de 1 997 Festividad de Nuestra Señora de Escolumbe

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Información Eclesial

En el Ecuador

Asamblea de la Conferencia Episcopal

Del 27 al 31 de octubre, en Betania del Colegio (San Rafael), tuvo lugar una Asamblea de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. En esta reu- nión los Obispos del Ecuador abor- daron principalmente el tema de la actual situación política, económica y social del país.

Nuevo Gobierno de la Con- gregación de Misioneras So- ciales de la Iglesia

El IV Capítulo general electivo de la Congregación de Misioneras Socia- les de la Iglesia eligió a su nuevo go- bierno general, el cual quedó integra- do en la siguiente forma: Superiora general, Hna. Ana Maza Reyes; Vi- caria general, Hna. María Consuelo Aguilar; Primera consejera, Hna. An- gela Jima Sarango; Segunda conse- jera, Hna. Alejandrina Jima Sarango; Secretaria general, Hna. Inés Jima Valladolid; y Ecónoma general, Hna. María Teresa Cabrera. El Sr. Arzo- bispo de Quito confirmó la elección.

Celebración del Día del Papa

El martes 28 de octubre, a las 1 1 hOO, en la Catedral Primada de Quito, se celebró la Eucaristía y el Te Deum, con ocasión del décimo noveno ani-

versario del inicio del pontificado de Su Santidad Juan Pablo II. A este ho- menaje del pueblo ecuatoriano al Santo Padre asistieron todos los Obispos del Ecuador, el señor Presi- dente Constitucional Interino de la República con su señora esposa, Mi- nistros de Estado, Cuerpo Diplomáti- co, invitados especiales, sacerdotes, religiosas, representaciones de los movimientos apostólicos, delegacio- nes de los colegios del centro de la ciudad y numerosos fieles.

Delegación del Ecuador a la Asamblea Especial para Amé- rica del Sínodo de los Obis- pos

Mons. José Mario Ruiz Navas, Arzo- bispo de Portoviejo, participó en la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos en calidad de Presidente de la Conferencia Episco- pal Ecuatoriana. Los demás delega- dos fueron por la misma Conferencia Episcopal, a saber: Mons. Antonio J. González Z., Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador; Mons. Luis Al- berto Luna Tobar, Arzobispo de Cuenca; Mons. Juan Ignacio Larrea Holguín, Arzobispo de Guayaquil; Mons. Vicente Cisneros Durán, Obis- po de Ambato; Mons. Néstor Herrera Heredia, Obispo de Máchala; y Mons. Antonio Arregui Yarza, Obispo de Ibarra. La Asamblea especial pa- ra América del Sínodo de los Obis- pos tuvo lugar en Roma del domingo

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16 de noviembre al domingo 12 de diciembre; en ella se trató sobre el tema "Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comu- nión y la solidaridad en América".

Arzobispo de Quito viajó a Roma

El lunes 10 de noviembre, Mons. An- tonio J. González Z., Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, viajó a Roma, con el objeto de participar en la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos. Le acom- pañó el P. Manuel Fernández Estre- lla, su secretario privado. El señor Ar- zobispo aprovechará de su perma- nencia en la ciudad eterna para en- tregar a la Congregación para las causas de los santos el proceso in- formativo acerca de la vida, virtudes y fama de santidad de la sierva de Dios Mariana de Jesús Torres y Be- rriochoa, cofundadora y abadesa del Monasterio de la Inmaculada Con- cepción; este proceso fue instruido por el Arzobispado de Quito durante los años 1986-1997.

En el Mundo

Nuevos Testigos del Amor de Dios

El domingo 12 de octubre, por la ma- ñana, en la plaza de San Pedro, el Santo Padre Juan Pablo II beatificó a

cinco siervos de Dios: al mexicano Elias del Socorro Nieves, presbítero y mártir agustino; a Juan Bautista Piamarta, presbítero italiano; a Do- ménico Lentini, presbítero italiano; a María de Jesús Emilia d'Oultremont, religiosa belga; y a María Teresa Fasce, religiosa italiana agustina.

Aumenta el número de los doctores de la Iglesia

El domingo 19 de octubre, día mun- dial de las Misiones, en la plaza de San Pedro, Su Santidad Juan Pablo II proclamó Doctora de la Iglesia a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897). Ahora los Santos Padres y Doctores de la Igle- sia son treinta y tres. Padres y Doc- tores de Oriente: Atanasio, Basilio Magno, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Efrén el Sirio, Cirilo de Jerusalén, Cirilo de Alejandría y Juan Damasceno; Padres y Doctores de Occidente: Ambrosio de Milán, Jeró- nimo, Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Hilario de Poitiers, Pedro Cri- sólogo, León Magno e Isidoro de Se- villa; Doctores de la Iglesia: Tomás de Aquino, Buenaventura, Anselmo de Aosta, Pedro Damiani, Bernardo de Claraval, Alfonso María de Ligo- rio, Francisco de Sales, Beda el Ve- nerable, Pedro Canisio, Juan de la Cruz, Roberto Belarmino, Alberto Magno, Antonio de Padua, Lorenzo de Brindis, Teresa de Jesús, Catalina de Siena y Teresa del Niño Jesús.

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Continuación

Congreso Teológico-Pastoral sobre la Familia

2. La Familia como Don

Con gratitud al Señor, proclamamos los siete dones de la fami- lia.

2.1 La familia es el don del Señor, el Criador, es la primera célula viva y natural de la sociedad.

2.2La familia es alimentada por el don mutuo del amor entre el marido y la esposa en el matrimonio. La persona humana es criada para esta donación de amor que está en el proyecto original de Dios.

2.3La familia recibió el don de la transmisión de la vida humana, la maternidad y la paternidad.

lACada niño es un don de Dios, con dignidad y derechos inna- tos desde el momento de la concepción.

2.5La vida en familia es un don diario un don que requiere amor, paciencia y sacrificio. Es un don que atraviesa las di- ferentes generaciones en una cadena interminable de reci- procidad y solidaridad.

2.6La familia es un bellísimo don a la sociedad, a toda la humani- dad. En esta primera escuela de virtudes, aprendemos el respeto al otro, la ayuda mutua y el auto-control.

2.7La familia es un don para la Nueva Evangelización. A través de la oración en familia y del testimonio profético de fide- lidad, generosidad y hospitalidad, las familias cristianas revelan a Cristo al mundo.

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3. La familia como Compromiso

Los dones de Dios presuponen responsabilidades y, por tanto, el reconocimiento de los siguientes compromisos:

3.1 La familia es el paradigma y requiere un compromiso mu- tuo. Convocamos a las familias en el sentido de reflexionar y renovar este compromiso de encontrar tiempo para estar juntos, para rezar juntos, para comunicarse y establecer confianza recíproca.

3.2E1 primer compromiso es el propio sacramento. Convoca- mos a los cónyuges a una renovada dedicación recíproca. Son siempre bienvenidos los movimientos cuyos objetivos sean promover la fidelidad conyugal y la apertura a la vi- da. Convocamos a los gobiernos a legislar en favor de los matrimonios.

3.3La familia es el "santuario de la vida" . Su compromiso con la protección y la nutrición de la vida, desde el momento de la concepción, es cumplido verdaderamente a través de la paternidad responsable.

Denunciamos toda y cualquier invasión pública o privada a este santuario. Llamamos la atención especialmente con respecto a las nuevas amenazas a la libertad de reproduc- ción que incluyen campañas de esterilización en masa.

3.4Denunciamos especialmente los programas de "contra- cepción de emergencia" que están siendo promovidos en- tre las mujeres refugiadas. En verdad, se trata de una pro- moción del aborto en consorcio con las agencias de las Na- ciones Unidas y con los grupos de control poblacional. Es- ta es una gran injusticia con las familias que se encuentran en circunstancias trágicas y envuelve peligros para la sa- lud de las mujeres.

3.5Más que nunca, la familia debe comprometerse con los aún no nacidos. Clamamos por la protección legal y social para la persona no nacida.

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

565

Las familias deben estar vigilantes en relación con las nue- vas formas químicas del aborto (abortivos), criados para uso doméstico; a más de eso, deben estar preparadas para las nuevas tecnologías que amenazan el concepto exacto de paternidad, como la clonación, por ejemplo.

3.6E1 compromiso de la juventud con la cultura de la vida de- be convertirse en una prioridad en todos los niveles, co- menzando por la educación para la vida dentro de casa o en la parroquia.

3.7Hacemos un llamado por la solidaridad con las familias cuyos miembros están luchando contra el vicio de las dro- gas, en el sentido de crear nuevas estrategias para apoyar- las, bien dando un apoyo mayor a los movimientos com- prometidos con la integración de aquellos que sufren estos casos en su familia o sociedad.

3.8E1 compromiso de los padres en educar a sus hijos impli- ca responsabilidades, aunque los padres tengan el derecho de escoger la educación que desean para sus hijos. Recha- zamos la imposición de ideologías a los niños a través de programas, modelos o métodos que usurpan de los padres su derecho de ser agentes de educación.

3.9Dar una educación auténtica sobre el amor y la sexualidad humana es derecho y deber de los padres y debe ser reali- zada dentro de casa; apoyada, si es necesario, por otros, pero que esté siempre bajo la supervisión y control de los padres. Los padres deben organizarse para resistir a los es- fuerzos del Estado, de los medios de comunicación de ma- sas o de grupos de control poblacional para corromper a sus hijos.

3.10 La sociedad debe tener compromiso con la familia, pero esto puede lograrse una vez que las familias se hagan "protagonistas de una política de la familia". La acción po- lítica en beneficio de las familias debe traducirse en el apo-

BOLETIN ECLESIASTICO

yo a las familias que crian a sus hijos en cualquier sector de la vida social.

Denunciamos la legislación que discrimina las familias o que interfiere en la vida de la familia en áreas como la edu- cación, los impuestos, el empleo, la salud, la habitación, etc.

3.11 El compromiso con las familias pobres y con los niños abandonados debe ser una prioridad política y social. Cla- mamos por la justicia para todas las familias, pero, en es- pecial, por la solidaridad con las familias pobres.

Denunciamos los proyectos que controlan el tamaño de las familias de los pobres, inclusive de las familias de los refugiados y de las familias con subempleo. En verdad, es- tas familias necesitan de cuidados de salud primarios, de educación, protección legal efectiva, condiciones decentes de vida y de justicia económica.

3.12 Pedimos a los políticos, legisladores y economistas que se comprometan a construir una economía para las fami- lias, en la que la persona humana esté siempre en el cen- tro. La subsidiaridad significa que a la familia, y no al Es- tado ni a las grandes organizaciones, debe darse la respon- sabilidad en la gerencia y en el desarrollo de su propia economía.

3.13 El compromiso de fe en Jesucristo establece un lazo de unidad dentro de la gran familia de la Iglesia.

Convocamos a los ministros sagrados a la construcción de la familia espiritual de la Iglesia a través de la pastoral fa- miliar en las parroquias, hecho que incluye el empeño y la oración por la dignidad de la vida humana, del matrimo- nio y de la familia. Recomendamos una preparación siste- mática de seminaristas y una preparación permanente de los sacerdotes para la prioridad de la familia en el cuida- do pastoral en la parroquia y en la diócesis.

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

567

3.14 Una espiritualidad más profunda de la familia es necesa- ria para enriquecer el compromiso con Cristo de todos los miembros de la comunidad de vida y de amor.

4. La Familia como esperanza para la Humanidad

4.1 En estos años que nos llevan al Tercer Milenio, nos hace- mos eco de las palabras del Papa Juan Pablo II en el pri- mer encuentro Mundial en Roma, en 1994: "Familias, uste- des son «gaudium et spes», alegría y esperanza!".

4.2Las familias ofrecen la mayor esperanza en relación con el sufrimiento de los niños abandonados, particularmente de aquellos que están en las calles de nuestras ciudades gran- des. Acogemos los movimientos que facilitan la adopción y desarrollan modelos familiares que se dedican a estos ni- ños.

4.3La esperanza para las familias pobres puede ser ofrecida por la educación de las mujeres, por los cuidados para con la salud de los niños; pero, por encima de todo, por las fa- milias más prósperas que hagan una "opción preferencial por los pobres y desvalidos".

4.4Acogemos los rápidos avances de los métodos naturales modernos de regulación de la fertilidad, en la esperanza de que ellos puedan ser ampliamente divulgados por el mundo.

4.5Los diversos movimientos de jóvenes por la vida y por la familia son una grande señal de esperanza para el mundo, no son como la Iglesia del futuro, sino como una fuerza ac- tiva en la Iglesia de hoy.

BOLETIN ECLESIASTICO

4.6Frente a la continua diseminación de las drogas, la familia ofrece la esperanza de evitar el vicio, curando a aquellos que lo sufren y reintegrándolos a la sociedad.

4.7Aplaudimos los esfuerzos de movimientos y parroquias que trabajan juntos y en armonía para evangelizar a las fa- milias y para formarlas en su papel de evangelizadoras. Un entendimiento más profundo del sacramento del ma- trimonio está enriqueciendo la vida de fe y la recepción de los sacramentos en muchas familias hoy.

4. 8 Nos regocijamos con la esperanza ofrecida a las familias disueltas, a las familias en situación irregular, particular- mente a las familias que solo tienen madre, a través de una evangelización que las acoge en la comunidad parroquial y reconoce que todas las familias, aún las disueltas, pue- den evangelizar.

4.9 Esperamos una mayor cooperación ecuménica en la fami- lia y en los asuntos de la vida humana.

4.10 La esperanza de una nueva evangelización, a través de y para las familias se basa en la unidad de fe y de fidelidad a la Iglesia. De esta forma, el Evangelio de Jesucristo, por medio de la familia renovada, resonará hasta los confines de la tierra.

Que el Espíritu Santo realice una renovación de nuestros cora- zones en el momento en el que nos preparamos para el Tercer Milenio. Que nos comprometamos con alegría en el trabajo que abra una nueva era para las familias, fortalecidas por el Señor de la Vida, que es el Señor de la Familia.

Río de Janeiro, octubre 3 de 1997.

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

569

Indice General de 1997

Editoriales Meses Pág.

Ofrece el perdón recibe la paz Ene - Feb 1

Mensaje de Pascua de 1997 Mar - Abr 93

Vida Contemplativa de varones en el Ecuador May - Jun 209

Quito, sede del 49e Congreso de Americanistas Jul - Ago 325

Primer Centenario del fallecimiento de

Santa Teresita del Niño Jesús Sep - Oct 405

El Año del Espíritu Santo. Nov - Dic 469

Documentos de la Santa Sede

Cristo, plenitud de los tiempos Ene - Feb 7

«Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis» 11

Eucaristía y Libertad 18

La tutela legal del menor 47

Jornada de la Vida Consagrada Mar - Abr 99

Es necesario frenar la matanza de inocentes 104

Sectas y cultos satánicos 112

Vademécum para los confesores May - Jun 215

Congreso europeo sobre las vocaciones 242

Una esperanza nueva para el Líbano 247

Viaje de Juan Pablo II a Beirut 253

Introducción sobre los sínodos diocesanos Jul -Ago 331

El Catecismo de la Iglesia Católica Sep - Oct 411

Divini Amoris Scientia Nov - Dic 475

Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 495

Documentos del CELAM

Declaración ética contra la corrupción Jul - Ago 363

María en la Histora de la Salvación Nov - Dic 505

VI Congreso Eucarístico Mariano 521

Consagración de los Países Bolivarianos a los

Sagrados Corazones de Jesús y de María 526

570

BOLETIN ECLESIASTICO

Documentos de la Conferencia Episcopal

Con los Ojos Fijos en El Mar - Abr 159

La toma de la Catedral Primada de Quito 172

El Paro Cívico 173

10s Aniversario del Martirio de los misioneros Jul - Ago capuchinos Alejandro Labaka e Inés Arango 369

Nada se pierde con la Paz, todo se puede

perder con la guerra 374

Comunicado de la Diócesis de Máchala

para el cantón Chilla 376

Para condecorar al Arzobispo de Munich Sep - Oct 425

Comunicado de la Conf. Episcopal Ecuatoriana Nov - Dic 531

Documentos Arquidiocesanos

Cuarto Centenario del Monasterio

de Santa Clara de Asís en Quito Ene - Fcb 53

La Mujer en América Latina 57

XXV Aniversario del Instituto

Psiquiátrico "Sagrado Corazón" 61

Los sistemas éticos y la "Bioética" 66

Pregón de las fiestas, con las que se celebran las Bodas de Oro de la Presencia Mercedaria

en la Escuela "Patria" 76

Santo Tomás de Aquino 80

Reconciliación con Dios Mar - Abr 177

Quincuagésimo Aniversario sobre los Institutos

Seculares 181

En los Funerales del

R. P. Jesús Rigoberto Correa Vásquez 186

Quingentésimo aniversario del nacimiento

deAtahualpa 192

Carta del Vaticano May - Jun 261

María en la Vida y Misión de Cristo 262

Fiesta de la Dolorosa del Colegio 268

125 Años del Colegio La Providencia 273

Beatificación de la M. Ma. Encarnación Rosal 279

25 Años de Grünenthal 287

DCTOS. ARQUIDIOCESANOS

1 7S Años dp la Batalla dp Pirhinrha

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292

Fvmpralps dpi I ir Taimo Arosta Volasen

295

Centenario del nacimiento del

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En el Centenario de Santa Teresita

449

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Administración Eclesiástica

Nombramientos

Ene

-Feb

86

Mar

-Abr

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KTav

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398

Sep -

Oct

455

Nov

- Dic

557

Decretos

JU.1 1 i_

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Mar

-Abr

200

May

- Jun

314

Jul-

Ago

399

Sep -

Oct

456

Nov

-Dic

559

Ordenaciones

Ene - Feb Mar - Abr

87 200

BOLETIN ECLESIASTICO

Erección de la Parroquia La Anunciación May - Jun 315 Información Eclesial

En el Ecuador Ene - Feb 88

Mar - Abr 201

May - Jun 318

Jul - Ago 401

Sép - Oct 461

Nov - Dic 561

En el Mundo Ene - Feb 91

Mar - Abr 206

May - Jun 320

Jul - Ago 403

Scp - Oct 464

Nov - Dic 562

Apéndice

Conclusiones del Congreso Sep - Oct 466 Teológico-Pastoral sobre la Familia,

Río de Janeiro - Brasil

Conclusiones del Congreso Nov - Dic 563 Teológi co-Pastoral

sobre la Familia, (continuación)

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Oración de S. S. el Papa Juan Pablo II para el Segundo Año de Preparación >ara el Jubileo Universal del Año 2.000

(año dedicado al Espíritu Santo)

Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstranos el sentido profundo del Gran Jubileo y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe, en la esperanza que no defrauda,

en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios, memoria y profecía de la Iglesia,

dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la historia.

/ Ven, Espíritu de amor y de paz!

Preparación del Gran Jubileo del año 2000 1998: El Espíritu y su Presencia Santificadora

"El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará lo que yo os he dicho" (Jn 1 4, 26)

1 . Persona de la Trinidad: Espíritu Santo. Este año contemplare- mos al Espíritu Santo alma del Pueblo de Dios, que actualiza en la Iglesia la única revela- ción de Dios por Jesucristo y la hace viva y eficaz (TMA 44).

2. Virtud: Esperanza. El Espíritu Santo construye el Rei- no de Dios cu- yas semillas es- tán ya presen- tes en la histo- ria de los hom- bres. La Iglesia proclama esa es- peranza cierta y forma a los cristia nos para que sean testi- gos (TMA 46).

3. Sacramento: Confirmación. Los cristianos descubrirán el don del Espíritu en el sacra- mento de la Confirmación y los múltiples carismas y servicios que suscita en la comunidad cristiana (TMA 45).

4. Misterio mariano: María. Mu- jer de esperanza, como lo hizo

en el cenáculo con los apósto- les, nos acompaña en la ora- ción para que el Espíritu Santo vivifique nuestras Iglesias parti- culares (TMA 48).

5. Objetivo pastoral: Valorar la unidad al interior de nuestra Iglesia, uni- >£> dad a la que tien- den los distin- tos dones y carismas sus- citados en ella por el Es- píritu (TMA 47).

6. Objetivo ecumé- nico: Descubrir y estimar los signos de esperanza en el campo civil: avances de la técnica, ciencia, medicina al servicio de la vida, defensa de la naturaleza, es- fuerzos de paz y justicia; y en el campo eclesial: mayor aco- gida de los carismas y promo- ción del laicado, la causa de la unidad de los cristianos, el diá- logo con las religiones y la cul- tura contemporánea.

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09-16-04

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