UBRARY OF PRINCETON

SEP 2 7 2004

THEOLOG!CAL SEMINARY

PER BX1472.A1 B68 Bolet/m eclesiástico.

Digitized by the Internet Archive in2015

https://archive.org/details/boletineclesias1062cath_3

:BOLEm ECLESIASTICO

ÓRGANO Informativo de la Arquidiócesis DE QijTTn

Año CVI Ene. / Feb. / Mar. del 2001

CONTENIPO

Editorial

El tercer Arzobispo de Quito exaltado a Cardenal 1

Cardenal Antonio José González Zumárraga 4

Documentos de la Santa Sede

Anuncio Oficial del nombramiento de Cardenal 11

Bula de la Nominación de Cardenal y de

Concesión del Título 12

Despleguemos juntos al viento del Espíritu las velas

de la mística nave de la Iglesia 13

Reafirmamos nuestro compromiso de fidelidad 18

La cruz es la cátedra de Dios 21

Toma de Posesión del Título Cardenalicio de

Santa María in Vía 26

Mensaje del Santo Padre Juan Pablo 11 para la

XVI Jornada mundial de la juventud 32

Novo Millennio Ineunte 38

Documentos de la Conferencia Episcopal

Democracia, el único camino 99

Iglesia por una TV Familiar e Independiente 101

Documentos Arquidiocesanos

Navidad del Año 2000 105

Administración Eclesiástica

Nombramientos 110

Decretos 111

Ordenaciones 112

Información Eclesial

En el Mundo 115

, Director: Rvmo. Sr. Héctor Soria S. Telf.: 280 703 Apartado 17-01-00106. ,

Administradora: Hna Regina Córdova Telf.: 284 429 Apartado 17-01-00106 *

Suscripción anual dentro del país US$10. Fuera del país US$ 65. « Se aceptan Canjes.

Levantamiento de textos e impresión: Mora & Asociados 438 866 ,

LIBRARY Of f RIWCETCN

VJ

>-

cu

u-l

o

Editoriál

1

JUN - 2001

ÍHEOLOGICAL SE.ViiNARr

^ TERCER Arzobispo de Quito

EXALTADO A CARDENAL

ri n la finalización del Jubileo universal del año 2000 se jLj difundieron rumores de que el Soberano Pontífice Juan Pablo II iba a crear nuevos Cardenales, a principios del tercer milenio, para llenar al rededor de veinte vacantes de Cardenales electores.

El domingo 21 de enero de este año 2001, a medio día, an- tes de la recitación del 'Angelus", anunció públicamente ante los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que el miércoles 21 de febrero, vigilia de la solemnidad de la Cáte- dra de San Pedro en Roma elevaría a la dignidad de Carde- nales a un significativo número de Prelados de la Iglesia Ca- tólica. A los ocho días, el domingo 28 de enero, añadió a la lista anterior a otros Prelados, entre los cuales estaban dos alemanes y el Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra, Mons. Julio Terrazas, de Bolivia.

En el octavo Consistorio público que S.S. el Papa Juan Pa- blo II celebró delante de la fachada de la Basílica de San Pe- dro, en la Plaza, creó a cuarenta y cuatro nuevos Cardena- les de veintisiete países de cuatro continentes.

Se dijo que éste era el Consistorio más grande de la historia de la Iglesia. Por este motivo Juan Pablo II, en la homilía

que pronunció en el Consistorio, afirmó: "Esta mañana la Roma católica estrecha a los nuevos Cardenales en un cor- dial abrazo, convencida de que se está escribiendo otra pági- na significativa de su historia milenaria".

Desde el 21 de febrero de 2001, el Colegio cardenalicio que- dó compuesto por 183 miembros provenientes de 68 países de todo el mundo. Así se refleja mejor la universalidad de la Iglesia Católica. Los Cardenales se distribuyen por conti- nentes de la siguiente manera: 95 de Europa, 51 de Améri- ca (32 de América Latina y 19 de América del Norte), 17 de Asia, 16 de Africa y 4 de Oceanía.

De los 44 nuevos Cardenales, 11 son de América Latina y conviene observar que el Papa Juan Pablo II ha elevado al rango de Cardenales a los Arzobispos de casi todas las capi- tales de América Latina, que algunas desde hace varios años y otras desde hace poco tiempo no tenían un Cardenal en su Arzobispo.

La ciudad de Quito tuvo su primer Cardenal, cuando el Pa- pa Pío XII elevó a la dignidad cardenalicia al Arzobispo Carlos María de la Torre, a principios de 1953; después el Papa Pablo VI concedió la dignidad de Cardenal a Mons. Pablo Muñoz Vega S.J., en mayo de 1969. El Cardenal Pa- blo Muñoz Vega falleció el 3 de junio de 1994 como Arzo- bispo emérito de Quito; por tanto desde esa fecha la Arqui- diócesis de Quito dejó de tener Cardenal.

Tiene especial importancia para la Arquidiócesis de Quito el hecho de que S.S. el Papa Juan Pablo II haya concedido el cardenalato a Mons. Antonio José González Zumárraga, co- mo al tercer Arzobispo consecutivo, porque este hecho con- firma para la Sede primada de Quito el carácter de Sede car- denalicia.

Puesto que el Cardenal González Zumárraga es Cardenal Presbítero de la Iglesia Romana, el Santo Padre Juan Pablo II le ha asignado el Título de la iglesia parroquial de "San- ta María in vía". La concesión de este Título ha satisfecho plenamente al Cardenal González Zumárraga, porque, en su devoción mariana, él quería tener el título que obtuvo el primer Cardenal ecuatoriano, Mons. Carlos María de la To- rre, a quien se le concedió el Título de "Santa María in Aquiro". Por otra parte la iglesia de Santa María in vía ha sido iglesia titular de santos cardenales, como San Carlos Borromeo o San Roberto Belarmino.

Que Mons. Antonio José González Zumárraga, el tercer Arzobispo de Quito, elevado al cardenalato y el cuarto Car- denal ecuatoriano, asegure, por las oraciones de sus fieles, la protección divina, para servir pastoralmente a su Iglesia particular de la Arquidiócesis de Quito.

Cardenal Antonio José González Zumárraga

Antonio José González Zumárraga, XII Arzobispo de Quito, Doctor en Derecho Canónico, profesor universitario, hombre amable y sencillo, nació en Pujilí, Provincia del Cotopaxi, Ecua- dor, el 18 de marzo de 1925. Sus padres, Luis González y Leonor Benilde Zumárraga, fueron medianos propietarios de algimas tierras que brindaban el sustento familiar. Su hogar, con siete hermanos más, guardaba celosamente el sentido de la unidad familiar, bajo principios austeros de espiritualidad y formación moral. La norma de vida fue la dictada por su padre: "Nunca en- gañen a nadie", "Siempre sean útiles a todos".

Nadie presionó o influyó en el sacerdocio ministerial de Anto- nio; él tuvo una inclinación muy clara desde sus primeros años y, en el verano de 1938, al finalizar la educación primaria en la Escuela "Dr. Pablo Herrera", de su lugar natal, tras la entrevista con el Párroco, partió a Quito para ingresar al Seminario Menor "San Luis" en el que realizó los estudios de educación media, terminados los cuales, en julio de 1944 tomó sotana para luego continuar, en octubre del mismo año, su preparación en el Semi- nario Mayor "San José".

El 29 de junio de 1951 recibió la ordenación sacerdotal de manos de Mons. Carlos María de la Torre, Arzobispo de Quito y luego de unos días, fue designado Coadjutor del Párroco de San Se- bastián; después de un año y medio Coadjutor del Párroco de El Belén, donde permaneció hasta el verano de 1954 en que tuvo que viajar a España para realizar estudios de Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Eclesiástica de Salamanca. Obtuvo el Doctorado en Derecho Canónico con la tesis "Problemas del Patronato Indiano a través del Gobierno Eclesiástico Pacífico de

Fray Gaspar de Villarroel". En 1961, esta tesis fue publicada por la editorial ESET de Vitoria. En 1990, esta importante obra fue nuevamente publicada con motivo del V Centenario del Descu- brimiento de América con el título "Fray Gaspar de Villarroel, su Gobierno Eclesiástico Pacífico y el Patronato Indiano".

De vuelta a Quito, en septiembre de 1957 fue designado Subdi- rector del Pensionado Borja 2 y un año más tarde. Subsecre- tario de la Curia Metropolitana, a la par que fue llamado por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador para que diera cla- ses de cultura Superior Religiosa en la Facultad de Economía. En 1960 se le asignó la cátedra de Derecho Público Eclesiástico en la Facultad de Jurisprudencia. Dictó también Derecho Canó- nico en la Escuela de Ciencias Religiosas y en la Facultad de Ciencias Filosófico-Teológicas dio clases de Derecho Canónico, de Pastoral Sacramental y de Moral especial.

En 1961 fue nombrado Canónigo de la Catedral Metropolitana y luego fue ascendido a Canónigo Doctoral del mismo Cabildo Eclesiástico.

> Mons. Pablo Muñoz Vega lo nombró Canciller de la Curia en 1964.

Durante dos años fue profesor de Religión en los cursos superio- res del Colegio "Sagrados Corazones de Rumipamba" y, desde 1961, desempeñó el cargo de Rector del Colegio "Nuestra Madre de la Merced" hasta el 17 de mayo de 1969 en que fue nombra- do por S.S. Paulo VI Obispo titular de Tagarata y Auxiliar de Quito. Fue consagrado el 15 de junio de 1969.

Dentro de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana fue primero Presidente de la Comisión de Liturgia, luego Presidente de la Comisión de Estructuras Visibles de la Iglesia y posteriormente

de la Comisión de Evangelización y Catcquesis. Fue delegado de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana ante el Consejo Episco- pal Latinoamericano y, en calidad de tal participó en la Asam- blea General del CELAM que se celebró en 1977 en San Juan de Puerto Rico. Fue Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

Participó en la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla, México, en 1979.

En marzo de 1976, la Santa Sede lo nombró Administrador Apostólico de la diócesis de Máchala y, en esa condición, sirvió a la diócesis por dos años hasta que S.S. Paulo VI lo nombró Obispo de Máchala. En esta función pastoral se dedicó a visitar toda su jurisdicción y a proveerla de todas las ayudas que nece- sitaba y de las que le sugería su celo pastoral.

Inesperadamente, el 28 de junio de 1980, el Papa Juan Pablo II lo nombró Arzobispo Coadjutor de Quito con derecho a sucesión. El 22 de octubre del mismo año tomó posesión de este nuevo cargo con el ánimo decidido de seguir prestando su colabora- ción al Cardenal Pablo Muñoz Vega, a quien también represen- tó como miembro de la Junta Consultiva del Ministerio de Rela- ciones Exteriores.

A raíz de la fundación de Radio Católica Nacional del Ecuador (1985), Mons. González fue invitado a intervenir en el Programa "La Palabra de Dios" y dio un gran servicio a los sacerdotes y a los fieles no solo de la Arquidiócesis de Quito sino también de toda la Iglesia en el Ecuador con sus guías homiléticas que más tarde se plasmaron en dos libros intitulados "Mensaje Domini- cal".

En 1983 participó en la Asaniblea General del Sínodo de los obispos en Roma como uno de los Delegados de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

El primero de junio de 1985, al ser aceptada la renuncia del Car- denal Pablo Muñoz Vega, Mons. González pasó a ser el XII Ar- zobispo de Quito. En su función de Arzobispo de Quito ha de- mostrado y confirmado su vocación específica de pastor; su preocupación ha sido la de atender pastoralmente a toda la Ar- quidiócesis, pero especialmente a los barrios marginales a los que ha dotado de pequeñas comunidades religiosas para que sean atendidos en la evangelización y catequesis, en la anima- ción litúrgica, en la formación de grupos juveniles y pequeñas comunidades cristianas. Ha dado énfasis a la creación de nuevas parroquias que en estos momentos llegan a 162; felizmente, gra- cias a su celo pastoral, se ha podido contar con un buen núme- ro de seminaristas tanto en el Seminario Menor "San Luis" co- mo en el Seminario Mayor "San José" y con un promedio de cuatro ordenaciones anuales.

El 3 de abril de 1987 fue elegido Presidente de la Conferencia \ Episcopal Ecuatoriana y reelegido para el mismo cargo en abril

de 1990.

En 1989, S.S. Juan Pablo II lo nombró Consejero de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL); en calidad de tal, ha par- ticipado en las reuniones plenarias anuales de dicho Dicasterio, el mismo que tuvo la responsabilidad de preparar la IV Confe- rencia General del Episcopado Latinoamericano de Santo Do- mingo (1992), en la que Mons. González participó como Presi- dente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. En la reunión general de la CAL de octubre de 1993, en la que se trató de la aplicación del Documento de Santo Domingo en América Lati- na, Mons. González participó con la ponencia "El clamor de los

pobres, de los indígenas y de los afroamericanos a la luz de las orientaciones del Papa Juan Pablo II y de las conclusiones de Santo Domingo". En 1994 fue confirmado como Consejero de dicha Comisión para el período 1994-1999 y, con ocasión del pri- mer Centenario del Concilio Plenario Latinoamericano de 1999, participó en el Simposio de carácter histórico organizado por la CAL, con la ponencia "El Episcopado Latinoamericano y las Iglesias locales". En ese año fue nuevamente confirmado como Consejero de la CAL para el período 1999-2004.

El 11 de noviembre de 1995 fue nombrado por la Santa Sede Pri- mado del Ecuador.

En el Consistorio del 21 de febrero del 2001, Juan Pablo II lo creó Cardenal Presbítero de la Iglesia Romana.

Documentos

de la Santa Sede

Doc. Santa Sede

Anuncio Oficial del nombramiento DE Cardenal

Al Venerable Hermano

Antonio José González Zumárraga

Arzobispo de Quito

Por las presentes letras te comunica-

mos que, en el próximo Consistorio

que se celebrará el día 21 del mes de febrero -vísperas de la So- lemnidad de la Cátedra de San Pedro Apóstol- nos te agregare- mos al Colegio de Cardenales de la Santa Iglesia Romana, tanto para demostrarte nuestra peculiar benevolencia, como para con- cederte el premio de esta insigne dignidad por los méritos de tu servicio a la Iglesia y también para asociarte más estrechamente a nuestro ministerio pastoral en bien de la Iglesia Universal.

Sepas entre tanto que todo cuanto te comunicamos por las pre- sentes letras debe mantenerse completamente bajo peculiar se- creto pontificio, hasta que se publique el día 21 de este mes de enero, a las doce horas del mediodía de Roma.

Cordialmente en el Señor te impartimos la Bendición Apostóli- ca, como prenda de nuestra benevolencia.

Desde el Palacio Vaticano, el día 19 del mes de enero del año 20001, vigésimo tercero de Nuestro Pontificado.

Juan Pablo, p.p. II.

11

Boletín Eclesiástico

Bula de la Nominación

DE Cardenal y de Concesión del Título

Juan Pablo Obispo siervo de los siervos de Dios

Al Vble. Hermano Antonio José González

Zumárraga, Arzobispo Metropolitano de Quito, electo Cardenal de la Santa Romana Iglesia salud y Bendición Apostólica.

Habiendo juzgado oportuno agregar al Colegio de Padres Car- denales a ti, venerado Hermano, adornado de óptimas cualida- des y benemérito de la Iglesia, en este Consistorio, en virtud de nuestra potestad Apostólica te nombramos Cardenal Presbítero, con todos los derechos y deberes que son propios de los Carde- nales de tu Orden, asignándote en esta alma urbe el insigne tem- plo de Santa María in Vía, a cuyo Rector, al Clero y a cuantos fie- les a él pertenezcan les exhortamos paternalmente a que, cuan- do tomes posesión, te acojan con gozo y te admitan con devota reverencia. Además Nos alegramos vivamente contigo, porque, electo en el Senado de la Iglesia Católica, tu podrás asistirnos en el despacho de los asuntos de supremo interés y hacer honor a la Sede Romana, mientras rogamos fervorosamente a Dios be- nignísimo que quiera enriquecerte con sus dones y confirmarte en su gracia y con su ayuda.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día veintiuno del mes de febrero, vigilia de la solemnidad de la Cátedra del mismo Príncipe de los Apóstoles, en el año del Se- ñor dos mil uno, vigésimo tercero de Nuestro Pontificado.

Juan Pablo, p.p. II

12

Doc. Santa Sede

Despleguemos juntos al viento del Espíritu las velas de la mística nave DE LA Iglesia

Homilía de S.S. Juan Pablo II durante el consistorio ordinario público celebrado en la plaza de San Pedro el miércoles 21 de febrero

1. "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servi- dor" {Me 10, 43).

Hemos escuchado una vez más estas desconcertantes palabras de Cristo. Hoy, en esta plaza, resuenan particularmente para vo- sotros, venerados y queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a los que he tenido la alegría de incluir entre los miembros del Colegio cardenalicio. Con profundo afecto os di- rijo mi cordial saludo, que extiendo a las numerosas personas que os acompañan. Expreso mi gratitud de manera especial al querido cardenal Giovanni Battista Re por las amables palabras que me ha dirigido, interpretando con vigor los sentimientos de todos vosotros.

Saludo fraternalmente a todos los demás cardenales presentes, así como a los arzobispos y obispos que están aquí con nosotros. Saludo también a las delegaciones oficiales, que han venido de varios países para festejar a sus cardenales: a través de ellas en- vío mi afectuoso saludo a las autoridades y a las queridas pobla- ciones que representan.

Me alegra que en el consistorio estén presentes delegados frater- nos de algunas Iglesias y comunidades eclesiales. Les dirijo un cordial saludo, con la certeza de que también este gesto delica- do de su parte contribuirá a favorecer el entendimiento recípro- co cada vez mayor y el progreso hacia la comunión plena.

13

Boletín Eclesiástico

Hoy es una gran fiesta para la Iglesia universal, que se enrique- ce con cuarenta y cuatro nuevos cardenales. Y también es una gran fiesta para la ciudad de Roma, sede del Príncipe de los Apóstoles y de su Sucesor, no solo porque instaura una relación especial con cada uno de los nuevos purpurados, sino también porque la llegada de tantas personas de todas las partes del mundo le brinda la posibilidad de revivir un momento de gozo- sa acogida. En efecto, esta reunión solemne trae a la mente los numerosos eventos que han marcado el gran jubileo, concluido hace poco más de un mes. Con ese mismo entusiasmo, esta ma- ñana la Roma "católica" estrecha a los nuevos cardenales en un cordial abrazo, convencida de que se está escribiendo otra pági- na significativa de su historia bimilenaria.

2. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Me 10, 45).

Estas palabras del evangelista san Marcos nos ayudan a com- prender mejor el senfido profundo de un acontecimiento como el consistorio que estamos celebrando. La Iglesia no se apoya en cálculos y fuerzas humanas, sino en Jesús crucificado y en el co- herente testimonio que han dado de él los apóstoles, los márti- res y los confesores de la fe. Es im testimonio que puede exigir incluso el heroísmo de la entrega total a Dios y a los hermanos. Cada cristiano sabe que está llamado a una fidelidad sin compo- nendas, que puede requerir incluso el sacrificio supremo. Y esto lo sabéis especialmente vosotros, venerados hermanos, elegidos para la dignidad cardenalicia. Os comprometéis a seguir fiel- mente a Cristo, el Mártir por excelencia y el Testigo fiel.

Vuestro servicio a la Iglesia se manifiesta prestando al Sucesor de Pedro vuestra asistencia y colaboración para aligerar el tra- bajo que implica su ministerio, que se extiende hasta los confi- nes de la tierra. Juntamente con él debéis ser defensores valien- tes de la verdad y custodios del patrimonio de fe y de costum-

14

Doc. Santa Sede

bres que tiene su origen en el E\'angelio. Así seréis guías segu- ros para todos v, en primer lugar, para los presbíteros, las perso- nas consagradas y los laicos comprometidos.

El Papa cuenta con vuestra ayuda al ser\'icio de la comunidad cristiana, que se introduce con confianza en el tercer milenio. Como auténticos pastores, sabréis ser centinelas x'igilantes en defensa de la grev encomendada a vosotros por el "Pastor su- premo", que os tiene preparada "la corona de gloria que no se marchita" (1 P 5, 4).

3. Un vínculo especialísimo os une desde hoy al Sucesor de Pe- dro, que por \'oluntad de Cristo -como se ha recordado oportu- namente- es "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fie- les" {Lumen gentium, 23). Este vínculo os hace, con un nuevo tí- tulo, signos elocuentes de comunión. Si sois promotores de co- munión, se beneficiará la Iglesia entera. San Pedro Damiani, cu- ya memoria litúrgica se celebra hov, afirma: "La unidad hace que muchas partes constituyan un solo todo, que converjan las diversas voluntades de los hombres en la unión de la caridad y de la armonía del espíritu" {Opuse. XEI, 24). "Muchas partes" de la Iglesia encuentran expresión en vosotros, que habéis madura- do vuestias experiencias en diferentes continentes y en diversos ser\ácios al pueblo de Dios. Es esencial que las "partes" que re- presentáis estén reunidas en "un solo todo" mediante la cari- dad, que es el vínculo de perfección. Solo así podrá hacerse rea- lidad la oración de Cristo: "Como tú. Padre, en y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que me has enviado" {]n 17, 21).

Desde el concilio Vaticano 11 hasta hoy se ha hecho mucho para ensanchar los espacios de la responsabilidad de cada uno al ser- vicio de la comunión eclesial. No cabe duda de que, con la gra- cia de Dios, se podrá realizar aún mucho más. Ho\' vosotros sois proclamados y constituidos cardenales para que os comprome-

15

Boletín Eclesiástico

táis, en lo que de vosotros dependa, a hacer que la espiritualidad de la comunión crezca en la Iglesia. En efecto, solo esa espiritua- lidad puede dar "un alma a la estructura institucional, con una llamada a la confianza y a la apertura que responde plenamen- te a la dignidad y responsabilidad de cada miembro del pueblo de Dios" {Novo millennio ineunte, 45).

4. Venerados hermanos, sois los primeros cardenales creados en el nuevo milenio. Después de haber tomado en abundancia de las fuentes de la misericordia divina durante el Año santo, la mística nave de la Iglesia se apresta a "bogar mar adentro" de nuevo para llevar al mundo el mensaje de la salvación. Juntos queremos desplegar las velas al viento del Espíritu, escudriñan- do los signos de los tiempos e interpretándolos a la luz del Evangelio, para responder "a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas" {Gaudium et spes, 4).

El mundo se hace cada vez más complejo y mudable, y la viva conciencia de las discrepancias existentes produce o aumenta las contradicciones y los desequilibrios (cf. ib., 8). Las enormes potencialidades del progreso científico y técnico, así como el fe- nómeno de la globalización, que se extiende continuamente a campos nuevos, nos exigen estar abiertos al diálogo con toda persona y con toda instancia social, a fin de dar a cada uno ra- zón de la esperanza que llevamos en el corazón (cf. 1 P 3, 15).

Sin embargo, venerados hermanos, sabemos que, para poder afrontar adecuadamente las nuevas tareas es necesario cultivar una comunión cada vez más íntima con el Señor. El mismo co- lor púrpura de las vestiduras que lleváis os recuerda esta urgen- cia. ¿No es ese color un símbolo del amor apasionado a Cristo? Ese rojo encendido, ¿no indica el fuego ardiente del amor a la Iglesia que debe alimentar en vosotros la disponibilidad, si es necesario, incluso a dar el supremo testimonio de la sangre? "Usque ad effusionem sanguinis", reza la antigua fórmula. Al con-

16

Doc. Santa Sede

templaros, el pueblo de Dios debe poder encontrar un punto de referencia concreto y luminoso que lo estimule a ser verdadera- mente luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13).

5. Procedéis de veintisiete países de cuatro continentes y habláis lenguas diversas. ¿No es este también un signo de la capacidad que tiene la Iglesia, extendida ya por todos los rincones del pla- neta, de comprender pueblos con tradiciones y lenguajes dife- rentes para llevar a todos el anuncio de Cristo? En él, y solo en él, es posible encontrar salvación. He aquí la verdad que quere- mos reafirmar hoy juntos. Cristo camina con nosotros y guía nuestros pasos.

A doscientos años del nacimiento del cardenal Newman, me pa- rece volver a escuchar las palabras con las que aceptó de mi pre- decesor, el Papa León XIII, la sagrada púrpura: "La Iglesia -dijo- no debe hacer más que proseguir su misión, con confianza y en paz; permanecer firme y tranquila, y esperar la salvación de Dios. Mansueti hereditabunt terram, et delectabuntur in multitudine pacis" {Sal 37, 11). Que estas palabras de ese gran hombre de Iglesia nos estimulen a todos a amar cada vez más nuestro mi- nisterio pastoral.

Venerados hermanos, en torno a vosotros se encuentran reuni- dos, para compartir este momento de alegría, vuestros familia- res y amigos, así como muchos de los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral. Juntamente con todo el pueblo cris- tiano, espiritualmente presente, dirigen al Señor fervientes sú- plicas por vuestro nuevo servicio a la Sede apostólica y a la Igle- sia universal.

Sobre vosotros extiende su manto materno María que, acogien- do la invitación del mensajero divino, supo responder pronta- mente: "Hágase en según tu palabra" (Le 1, 38). Interceden por vosotros los apóstoles san Pedro y san Pablo, así como vues- tros santos protectores. Os acompaña también mi recuerdo fra- terno en la oración y mi bendición.

17

Boletín Eclesiástico

Reafirmamos nuestro compromiso de fidelidad

Palabras del cardenal Giovanni Battista Re Beatísimo Padre:

El primer sentimiento que brota del corazón de todos los que es- ta mañana somos llamados a formar parte del Colegio cardena- licio es una profunda gratitud hacia Vuestra Santidad, y es para un ele\ ado honor hacerme su intérprete en nombre de los nuevos cardenales. Entre los consistorios de la historia de la Igle- sia, éste registra el número más elevado de nuev^os cardenales, también porque tiene lugar al poco tiempo de concluir el Año santo en el que celebramos el bimilenario del nacimiento de Cris- to, que suscitó en el mundo un interés mayor que otros jubileos

Venimos de experiencias eclesiales diversas, y de culturas y na- ciones diferentes: hay entre nosotros prelados que trabajan en el ministerio pastoral directo en diócesis antiguas y recientes, y teólogos famosos; prelados que sirven a la Iglesia ayudando dia- riamente a Vuestra Santidad en la Curia romana; prelados que han padecido la persecución e incluso la cárcel, pagando por la fe un elevado precio de sufrimiento. Tenemos historias persona- les diversas, pero a todos nos impulsa la misma gratitud por el gesto de confianza de Vuestra Santidad. Todos percibimos la bondad de Vuestra Santidad con respecto a nosotros.

Nuestra inclusión en el Colegio cardenalicio nos une más ínti- mamente a la Iglesia de Roma que, según la conocida expresión de san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» y nos une con vínculos más profundos a Vuestra Santidad, Sucesor del apóstol san Pedro y, por consiguiente, «principio y fundamento de la fe y de la comunión» {Lumen gentiiim, 18).

Doc. Santa Sede

Conscientes de los deberes y de las responsabilidades que impli- ca este nombramiento, expresamos nuestro compromiso de fide- lidad total a aquel que Cristo ha elegido como la roca sobre la cual sigue manteniendo sólidamente asentada y unida a su Iglesia; plena fidelidad a aquel a quien Cristo ha encomendado las lla- ves del reino de los cielos y la tarea de confirmar en la fe a los hermanos. La fidelidad al Papa significa para nosotros también un compromiso especial de promoción de la unidad en el seno del pueblo de Dios; es decir, no solo quiere ser adhesión al ma- gisterio pontificio y obediencia leal a las directrices del Sucesor de Pedro; también desea traducirse en un esfuerzo generoso y constante para lograr que todo el pueblo de Dios viva en comu- nión cada vez más estrecha con el Vicario de Cristo, reconocien- do en él la guía segura de las conciencias y la piedra fundamen- tal de toda construcción espiritual.

Padre Santo, a la vez que sentimos en nosotros un vivo sentido de temor ante la creciente responsabilidad al colaborar de cerca con Vuestra Santidad para el bien de la Iglesia y de la humani- dad, reconocemos con alegría cuánta luz, cuánto consuelo y cuánto apoyo nos han venido y nos vienen a nosotros, los obis- pos, en las diócesis o en la Curia romana, del magisterio y del ejemplo de amor y entrega a Cristo y a la Iglesia que nos brinda Vuestra Santidad.

En el mundo miran a Vuestra Santidad con creciente atención, y cada vez con mayor admiración, no solo los católicos, sino tam- bién los que, aun sin compartir la fe cristiana, están abiertos a los valores del espíritu y a los ideales atractivos para todo corazón humano.

En los numerosos viajes pastorales en que he tenido personal- mente la alegría de acompañar a Vuestra Santidad, en países cercanos y lejanos, he podido constatar cuánto afecto se siente en el mundo por Vuestra Santidad y cuánto respeto tienen tam-

19

Boletín Eclesiástico

bién hada usted los que pertenecen a otras religiones o se decla- ran parte del así llamado «mundo laico».

La voz de Vuestra Santidad resuena en el mundo entero como un punto de referencia y de estímulo, prestando un valioso ser- vicio no solo a los católicos sino también a la humanidad ente- ra, que tiene sed de luz y de verdad.

Nadie en el mundo se ha encontrado con tantas personas como Vuestra Santidad. Son innumerables los hombres y mujeres de toda condición a quienes usted ha estrechado la mano, con quie- nes ha hablado, con quienes ha orado y a quienes ha bendecido.

La sorprendente capacidad de comunicarse con las personas y las multitudes, las certezas que transmite, la valentía que mues- tra cada día y, más aún, la intensidad de la oración de Vuestra Santidad, son una luz que ilumina el camino de la Iglesia y de la humanidad.

Además, el testimonio que Vuestra Santidad ha dado a lo largo del Año jubilar, recién concluido, permite esperar que el Señor quiera conservarlo aún por mucho tiempo al frente de la Iglesia.

El pueblo de Dios necesita aiin el ejemplo de entrega de Vuestra Santidad, incluso cuando las fuerzas físicas disminuyen, porque al mismo tiempo crecen el signo de la paternidad y el testimonio de la oración y del sufrimiento en beneficio de la Iglesia, ponien- do de relieve que, aunque es importante el hacer, mucho más lo es el ser, y que, en el fondo, es Cristo quien guía a su Iglesia.

Bendiga, Santo Padre, a nuestras personas; bendiga a nuestros colaboradores; bendiga a nuestros familiares y amigos, y a cuan- tos nos acompañan con su simpatía y con sus buenos deseos.

Extienda su bendición a los dicasterios de la Santa Sede, a las diócesis y a las naciones que hoy tenemos la suerte de represen- tar aquí.

En nombre de todos, ¡gradas de corazón, Padre Santo!.

20

Doc. Santa Sede

La cruz es la cátedra de Dios

Homilía durante la misa con los nuevos cardenales en la fiesta de la Cátedra de San Pedro, jueves 22 de febrero

El Vicario de Cristo entregó el anillo a cada uno de los cuarenta y cuatro nuevos purpurados

1. «"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Simón Pedro contestó: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo"» {Mt 16, 15-16).

Este diálogo entre Cristo y sus discípulos, que acabamos de es- cuchar, es siempre actual en la vida de la Iglesia y del cristiano. En todas las horas de la historia, especialmente en las más deci- sivas, Jesús interpela a los suyos y, después de preguntarles so- bre lo que piensa de él "la gente", limita el campo y les pregun- ta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".

Esta pregunta la hemos escuchado, en el fondo, durante todo el gran jubileo del año 2000. Y cada día la Iglesia ha respondido in- cesantemente con una profesión común de fe: "Tú eres el Cristo, el Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre". Una respuesta universal, en la que, a la voz del Sucesor de Pedro se han unido las de los pastores y los fieles de todo el pueblo de Dios.

2. Una única confesión de fe: ¡tú eres el Cristo! Esta confesión de fe es el gran don que la Iglesia ofrece al mundo al inicio del tercer milenio, mientras se aventura en el "inmenso océano" que se abre ante ella (cf. Novo millennio ineunte, 58). La fiesta de hoy po- ne en primer plano el papel de Pedro y de sus Sucesores al guiar la barca de la Iglesia en este "océano". Por consiguiente, es suma- mente significativo que en esta celebración litúrgica esté junto al Papa el Colegio cardenalicio con los nuevos cardenales, creados ayer en el primer consistorio después del gran jubileo. Quere-

21

Boletín Eclesiástico

mos dar todos juntos gracias a Dios por haber fundado su Igle- sia sobre la roca de Pedro. Como sugiere la oración "colecta", deseamos orar intensamente para que "entre los peligros del mundo", la Iglesia no se turbe, sino que avance con valentía y confianza.

3. Sin embargo, permitidme ante todo expresar mi alegría y gra- titud al Señor precisamente por vosotros, amadísimos y venera- dos hermanos, que acabáis de entrar a formar parte del Colegio cardenalicio. A cada uno le renuevo mi más cordial saludo, que extiendo a vuestros familiares y a los fieles aquí reunidos, así co- mo a las comunidades de las que procedéis y que hoy se unen espiritualmente a nuestra celebración.

Considero providencial celebrar con vosotros y con todo el Co- legio la fiesta de la Cátedra de San Pedro, porque se trata de un singular y elocuente signo de unidad, con el que juntos comenza- mos el período posjubilar. Un signo que es, al mismo tiempo, in- vitación a profundizar la reflexión sobre el ministerio petrino, al que se refiere de forma particular vuestra función de cardenales.

4. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" {Mt 16, 18).

En el "hoy" de la liturgia, el Señor Jesús dirige también al Suce- sor de Pedro esas palabras, que se convierten para él en el com- promiso de confirmar a sus hermanos (cf. Le 22, 32). Con gran consuelo y con vivo afecto os llamo a vosotros, venerados her- manos cardenales, a uniros a la Sede de Pedro en el peculiar mi- nisterio de unidad que se le ha encomendado.

"Como Obispo de Roma soy consciente -lo afirmé en la encícli- ca Ut unum sint sobre el compromiso ecuménico-, de que la co- munión plena y visible de todas las comunidades, en las que, gracias a la fidelidad de Dios, habita su Espíritu, es el deseo ar- diente de Cristo" (n. 95). Para esa finalidad primaria los cardena- les, sea como Colegio sea de forma individual, pueden y deben

22

Doc. Santa Sede

brindar su valiosa contribución, pues son los primeros colaborado- res del ministerio de unidad del Romano Pontífice. La púrpura con que están revestidos recuerda la sangre de los mártires, es- pecialmente la de san Pedro y san Pablo, sobre cuyo supremo testimonio se funda la vocación y la misión universal de la Igle- sia de Roma y de su Pastor.

5. ¡Cómo no recordar que el ministerio de Pedro, principio visi- ble de unidad, constituye una dificultad para las demás Iglesias y comimidades eclesiales! (cf. Ut unum sint, 88). Sin embargo, ¡cómo no recordar, al mismo tiempo, el dato histórico del primer milenio, cuando la función primacial del Obispo de Roma fue ejercida sin encontrar resistencias en la Iglesia tanto de Occiden- te como de Oriente! Hoy quisiera orar al Señor de modo parti- cular, junto con vosotros, para que en el nuevo milenio, en el que ya nos encontramos, se supere pronto esta situación y se vuelva a la comunión plena. El Espíritu Santo a todos los creyentes la luz y la fuerza necesarias para realizar el ardiente anhelo del Señor. A vosotros os pido que me asistáis y colaboréis conmigo de todos los modos posibles en esta comprometedora misión.

Venerados hermanos cardenales, el anillo que lleváis y que dentro de poco voy a entregar a los nuevos miembros del Colegio, pone de relieve precisamente el vínculo especial que os une a esta Se- de apostólica. En el "inmenso océano" que se abre ante la nave de la Iglesia, cuento con vosotros para orientar su camino en la ver- dad y en el amor, a fin de que, superando las tempestades del mundo, resulte cada vez más eficazmente signo e instrumento de linidad para todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).

6. "Así dice el Señor: Yo mismo buscaré a mis ovejas y cuidaré de ellas" (Ez 34, 11).

En la fiesta de la Cátedra de San Pedro, la liturgia nos vuelve a proponer el célebre oráculo del profeta Ezequiel, en el que Dios

23

Boletín Eclesiástico

se revela como el Pastor de su pueblo. En efecto, la cátedra es in- separable del báculo pastoral, porque Cristo, Maestro y Señor, vi- no a nosotros como el buen Pastor (cf. Jn 10, 1-18). Así lo conoció Simón, el pescador de Cafarnaúm: experimentó su amor tierno y misericordioso, y quedó conquistado por él. Su vocación y su misión de apóstol, resumidas en el nuevo nombre, Pedro, que recibió del Maestro, se basan totalmente en su relación con él, desde el primer encuentro, al que lo llamó su hermano Andrés (cf. fn 1, 40-42), hasta el último, en la ribera del lago, cuando el Resucitado le encargó que apacentara a su rebaño (cf. Jn 21, 15- 19). En medio, el largo camino del seguimiento, en el que el Maestro divino llevó a Simón a una profunda conversión, que

experimentó horas dramáticas

en el momento de la pasión. Sed fieles a vuestra misión, pero que desembocó luego en

dispuestos a dar la vida luminosa de la Pas-

cua.

por el Evangelio.

En virtud de esta experiencia transformadora del buen Pastor, Pedro, escribiendo a las Iglesias de Asia menor, se define a mismo "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse" (1 P 5, 1). Exhorta a "los presbíte- ros" a apacentar el rebaño de Dios, siendo sus modelos (cf. 1 P 5, 2-3). Esta exhortación se dirige hoy de modo especial a voso- tros, amadísimos hermanos, a quienes el buen Pastor ha queri- do asociar del modo más eminente al ministerio del Sucesor de Pedro. Sed fieles a vuestra misión, dispuestos a dar la vida por el Evangelio. Esto os pide el Señor y esto espera de vosotros el pueblo cristiano, que hoy os acompaña con alegría y afecto.

7. "Yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca" (Le 22, 32).

Lo dijo el Señor a Simón Pedro durante la última Cena. Estas pa- labras de Jesús, fundamentales para Pedro y para sus Sucesores,

24

Doc. Santa Sede

difunden luz y consuelo también sobre quienes colaboran más de cerca en su ministerio. Hoy, a cada uno de vosotros, venera- dos hermanos cardenales. Cristo os repite: "Yo he orado por ti", para que tu fe no desfallezca en las situaciones en que pueda po- nerse más a prueba tu fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al Papa.

Esta oración, que brota incesantemente del corazón del buen Pastor, sea siempre, amadísimos hermanos, vuestra fuerza. No dudéis de que, como sucedió con Cristo y con san Pedro, así acontecerá también con vosotros: vuestro testimonio más eficaz será siempre el marcado por la cruz. La cruz es la cátedra de Dios en el mundo. En ella Cristo dio a la humanidad la lección más im- portante, la de amarnos los unos a los otros como él nos amó (cf . Jn 13, 34): hasta el don supremo de sí.

Al pie de la cruz está siempre la Madre de Cristo y de los discí- pulos, María santísima. A ella el Señor nos encomendó cuando dijo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19, 26). La Virgen santísima.

Madre de la Iglesia, co-

mo protegió de modo

especial a Pedro y a los \ 'muestro testimonio más eficaz

Pedro y a sus colabora- dores. Esta consoladora

certeza os aliente a no temer las pruebas y las dificultades. Más aún, con la seguridad de la protección constante de Dios, cum- plamos juntos el mandato de Cristo, que con vigor invita a Pe- dro, y con él a la Iglesia, a remar mar adentro: "Duc in altum" {Le 5, 4). Sí, amadísimos hermanos, rememos mar adentro, echemos las redes para la pesca y "avancemos con esperanza" (Novo mi- llennio ineunte, 58).

Cristo, el Hijo de Dios vivo, es el mismo ayer, hoy y siempre.

Amén.

Apóstoles, seguramente protegerá al Sucesor de

será siempre el marcado por la cruz.

25

3o\et¡n Ec\ee'\áet\co

Toma de Posesión del Título Cardenalicio de Santa María in Vía

Milagrosa Imagen de la Santísima Virgen del Pozo

Parroquia de S. María in Vía. Largo Chigi - Roma

Datos históricos

Era la noche entre el 26 y 27 de sep- tiennbre de 1 256 y las aguas del pozo, que se encontraba en la caballe- riza del palacio del Cardenal Pedro Capocci, crecieron al punto de des- bordar. Los caballos asustados empezaron a relinchar. Despertados por el rumor acudieron los siervos y su sorpresa fue grande cuando vieron flotar sobre las aguas una pesada piedra en la cual se veía pintada al fres- co la Imagen de María. Trataron de sacarla pero no podían, porque la Imagen se les escapaba de las manos. Advertido el Sr. Cardenal, bajó con algunos familiares y luego de rezar fervorosamente una oración, pu- do sacar sin dificultad la Imagen y la llevó a su oratorio privado. Al día siguiente el Cardenal narró el prodigio al Papa Alejandro IV el cual, des- pués del proceso jurídico que comprobó el milagro, ordenó que en la caballeriza fuera edificada una iglesia. Cuando estuvo terminada el San- to Padre con todo el clero romano, acompañó en devota procesión la milagrosa Imagen, que fue colocada cerca del pozo en que había apa- recido.

Desde entonces hasta el día de hoy, la Sma. Virgen concede gracias y curaciones por medio de esa agua bebida con devoción por los fieles y llevada a los enfermos.

En el año 1425 la Iglesia fue declarada Parroquia; desde el año 1513 fue confiada a los Siervos de María y desde el año 1551 fue hon- rada con Título Cardenalicio.

La taumaturga Imagen fue coronada por el Capítulo Vaticano en el año 1646.

La fiesta principal es el día 8 de septiembre y en la noche del 26 al 27 de septiembre se conmemora el milagro con una vigilia mariana.

26

Doc. Santa Sede

Saludo del Rdo. Padre guiseppe m. scattolini, o.s.m.

Eminencia Reverendísima:

Para mí, para la Comunidad Parroquial de Santa María in Vía, para la Comunidad Religiosa de los Siervos de María a los cua- les cerca de cinco siglos ha sido confiado el cuidado pastoral de esta Parroquia, es motivo de profundo gozo y de viva compla- cencia acogerle hoy, con ocasión de la toma de posesión del títu- lo cardenalicio de Santa María in Vía.

Usted es el primer cardenal de América Latina al que se le ha conferido este título cardenalicio, instituido por el Papa Julio III cuatrocientos cincuenta años hace, en 1551, mientras se celebra- ba el Concilio de Trento y la Iglesia estaba fuertemente empeña- da en la primera evangelización del Nuevo Mundo.

Será mi preocupación hacer conocer a todos los fieles de esta pa- rroquia los altos méritos de Su Eminencia, Arzobispo de Quito, actualmente Primado de la Iglesia en el Ecuador, en otro tíempo Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, y miembro de la Pontíficia Comisión para América Latina y muy conocido por las múltiples iniciatívas pastorales al servicio de los más dé- biles y necesitados y por la afirmación de los valores evangéli- cos, en el plano de la catcquesis y de la justicia social en la noble nación del Ecuador.

Su nombre, desde hoy, se añade a la lista de Ilustres Cardenales títulares de nuestra iglesia: de San Roberto Belarmino, a los Car- denales Egidio Albornoz, Carlos Carafa, Pedro Francisco Bussi y Patricio Hayes, para mencionar tan solo algunos nombres.

Fue por otra parte un Cardenal, Pedro Capocci, que en el año 1256 constató el prodigioso aparecimiento de la imagen de

27

Boletín Eclesiástico

Nuestra Señora del Pozzo y se preocupó al principio de la erec- ción de una capilla junto a la cual surge después esta iglesia.

Séame permitido aprovechar la ocasión del encuentro de hoy para recordar algunos particulares vínculos entre el Ecuador y los Hermanos de la Orden de los Siervos de María que hoy cuentan con numerosas comunidades en otros países de Améri- ca Latina. Son del siglo XIX y del inicio del siglo XX algunos do- cumentos, conservados en nuestros archivos -y hoy expuestas sus copias en una de nuestras capillas- que atestiguan de la pre- sencia en Ecuador de Cofradías de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores y de la Tercera Orden u Orden Secular de los Siervos de María: presencias solicitadas, promovidas y lleva- das a cumplimiento por el Vble. Siervo de Dios ecuatoriano Ju- lio María Matovelle Maldonado, por el Arzobispo de Quito, por el Obispo de Ibarra y otros. Hace veinte años, un religioso Sier- vo de María en visita a algunas de estas Cofradías descubrió que en el Ecuador era conocida y cultivada también la devoción al Santo Siervo de María Felipe Berdzi.

Estamos ciertos, por tanto, eminencia Reverendísima, que la concesión de este título cardenalicio contribuirá ulteriormente a estrechar estos lazos entre nuestra familia religiosa y la Iglesia ecuatoriana.

Reciba, por tanto, eminencia Reverendísima, la más calurosa bienvenida de parte mía, del Consejo Pastoral de esta Parroquia, de los representantes de las asociaciones parroquiales y de todos los fieles presentes.

Este fraterno y cordial saludo a Vuestra Eminencia se extiende también a los Excelentísimos Obispos, a las altas autoridades re- ligiosas y civiles que han querido unirse con nosotros en torno suyo, en este día.

26

Doc. Santa Sede

La Virgen Santísima, venerada en esta iglesia con el título de Nuestra Señora del Pozzo acompañe y sostenga su alto ministe- rio y magisterio de Pastor. A este auspicio se asocia, sincera y partícipe la plegaria de esta comunidad parroquial y de la Co- munidad de los Siervos de María, de la cual son miembros tam- bién algunos religiosos de América Latina.

Octavo Domingo Ordinario del Año

El pasaje del Evangelio según San Lucas, que se proclama en las Misas de este octavo Domingo del tiempo litúrgico ordinario del año "C" nos invita a reflexionar sobre el tema de los "Frutos de la vida cristiana", que son las buenas obras; y sobre nuestra obli- gación de no juzgar mal ni condenar a los demás.

1. Las buenas obras son los frutos de la auténtica vida cristiana

Jesucristo emplea en el Evangelio la comparación del árbol y de sus frutos para discernir el valor y la bondad de la vida cristia- na. La auténtica vida cristiana se conoce por los frutos de las buenas obras, como el árbol bueno se conoce por los frutos que produce. "No hay árbol sano que fruto dañado, ni árbol da- ñado que fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto".

La bondad del árbol solo se mide por la cantidad y calidad de sus frutos. Con esta comparación se puede juzgar la auténtica vida cristiana. Son muchos los cristianos que pueden aparentar diversas clases de grandezas o de honores: sabiduría humana, cualidades de organización, capacidad de dirigir a los demás, etc. Todo esto puede ser, ante el mensaje de Jesús, pura aparien- cia, hojas que engañan, que cubren la falta de frutos. Lo que im- porta, lo que determina la calidad de la vida cristiana son los frutos de las buenas obras, las obras concretas que se realizan por amor a Dios y por amor a nuestros hermanos.

29

boletín Eclesiástico

Para precisar mejor el sentido de estos frutos, debemos situarnos en el contexto del sermón de la llanura que nos relata San Lucas (6, 20-49): amar al enemigo, dar sin esperar recompensa, hacer el bien hasta el final sin exigir compensaciones, no erigirse en guía o dictador de los demás, abrirse al Reino como un pobre.

2. No debemos juzgar mal ni condenar a los demás

Un fruto especial de la vida cristiana verdadera es evitar todo juicio contra el prójimo. El verdadero cristiano ama al prójimo como a su hermano y, por lo mismo, no se erige en juez y árbi- tro de la conducta de los demás.

Los cristianos no debemos juzgar mal a los demás; no debemos dominar a los demás ni condenarlos por aquello que a nosotros nos parezcan sus defectos. Ningún hombre es dueño de los otros; nadie tiene, por lo mismo, el derecho de imponer su crite- rio a los otros hombres. En la comparación del ciego que quiere guiar a otro ciego se condena también la tendencia de dominio sobre los demás, que puede estar latente en cada uno de noso- tros. Lo que parece amor, disposi- ción de ayuda al necesitado se identifica con im rasgo de egoís- mo: guiando un ciego a otro ciego, el primero se comporta como due- ño del destino del segundo. El vie- jo refrán ha señalado ya la ridicu- lez de la pretensión del ciego que pretende ser guía del otro ciego: los dos terminarán cayendo en el hoyo.

Para lograr una comunión interpersonal en la que nadie juzgue ni domine a nadie, el único camino es el del amor fraterno. Por eso la señal de la verdadera vida cristiana es la práctica del amor fraterno: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis los unos a los otros". (Jn 13, 35).

la señal de la verdadera vida cristiana es la -práctica del amor fraterno

7)0

Doc. Santa Sede

3. Toma de posesión del título de Cardenal presbítero

El Santo Padre Juan Pablo II, Obispo de Roma y Pastor Supremo de la Iglesia de Jesucristo, se ha dignado elevar a la dignidad de Cardenal Presbítero de la Iglesia de Roma a este modesto Pastor de la Arquidiócesis de Quito, en el pequeño país del Ecuador en América Latina.

Con esta designación, S.S. el Papa Juan Pablo II me ha unido, con especial comunión eclesial, a esta Santa Iglesia de Roma, ya que me ha agregado a lo que es la continuación del antiguo pres- biterio de Roma, al haberme creado Cardenal Presbítero.

Es para un honor especial el que me haya asignado el título de esta Iglesia de Santa María in Vía. Al menos de iure me une a esta comunidad cristiana parroquial que tiene como centro a esta veneranda Iglesia. Queridos hermanos, vivamos de hoy en adelante más unidos en el amor de Dios que el Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones.

Los fieles de la Arquidiócesis de Quito se sentirán también más unidos con ustedes con los lazos de la fe en Jesucristo, de la fi- lial devoción que profesamos a la Sma. Virgen María y de la ca- ridad con que nos amamos como hermanos.

Pido a la Sma. Virgen María que ella siga siendo la Estrella de la nueva Evangelización para esta comunidad parroquial de Roma y para la Comunidad eclesial de la Arquidiócesis de Quito.

Que la Sma. Virgen María sea para la guía segura que nos conduzca por la vía de esta vida hasta la consecución de la vida eterna.

Así sea.

Homilía pronunciada por el Emmo. Sr Cardenal Antonio J. González Z., Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, en la Misa de toma de posesión del título cardenalicio de Santa María in Vía, en Roma, el domingo 25 de febrero del 2001.

31

Boletín Eclesiástico

Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II PARA LA XVI Jornada mundial de la juventud

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a mismo, tome su cruz y sígame" {Le 9, 23).

Amadísimos jóvenes:

1. Mientras me dirijo a vosotros con alegría y afecto con ocasión de nuestra tradicional cita anual, conservo en los ojos y en el co- razón la imagen sugestiva de la gran "Puerta" en la explanada de Tor Vergata, en Roma. La tarde del 19 de agosto del año pa- sado, al comienzo de la vigilia de la XV Jornada mundial de la juventud, con cinco jóvenes de los cinco continentes, tomándo- nos de la mano, crucé ese umbral bajo la mirada de Cristo cru- cificado y resucitado, como para entrar simbólicamente con to- dos vosotros en el tercer milenio.

Quiero expresar aquí, desde lo más íntimo de mi corazón, mi agradecimiento sincero a Dios por el don de la juventud, que por medio de vosotros permanece en la Iglesia y en el mundo (cf. Homilía en Tor Vergata, 20 de agosto de 2000).

Deseo, además, darle vivamente las gracias porque me ha con- cedido acompañar a los jóvenes del mundo durante los dos úl- timos decenios del siglo recién concluido, indicándoles el cami- no que lleva a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" {Hb 13, 8). Pero, a la vez, le doy gracias porque los jóvenes han acompaña- do y casi sostenido al Papa a lo largo de su peregrinación apos- tólica por los países de la tierra.

¿Qué fue la XV Jornada mundial de la juventud sino un intenso momento de contemplación del misterio del Verbo hecho carne

32

Doc. Santa Sede

por nuestra salvación? ¿No fue una extraordinaria ocasión para celebrar y proclamar la fe de la Iglesia y para proyectar un reno- vado compromiso cristiano, dirigiendo juntos la mirada al mun- do, que espera el anuncio de la Palabra que salva? Los auténti- cos frutos del jubileo de los jóvenes no se pueden calcular en es- tadísticas, sino únicamente en obras de amor y justicia, en la fi- delidad diaria, valiosa aunque a menudo poco visible. Queridos jóvenes, a vosotros, y especialmente a quienes participaron di- rectamente en aquel inolvidable encuentro, confié la tarea de dar al mundo este coherente testimonio evangélico.

2. Enriquecidos con la experiencia vivida, habéis vuelto a vues- tros hogares y a vuestras ocupaciones habituales, y ahora os dis- ponéis a celebrar en el ámbito diocesano, junto con vuestros pas- tores, la XVI Jornada mundial de la juventud.

En esta ocasión, quisiera invitaros a reflexionar en las condicio- nes que Jesús pone a quien decide ser su discípulo: "Si alguno quiere venir en pos de -dice-, niéguese a mismo, tome su cruz y sígame" (Le 9, 23). Jesús no es el Mesías del triunfo y del poder. En efecto, no liberó a Israel del dominio romano y no le aseguró la gloria política. Como auténtico Siervo del Señor, cumplió su misión de Mesías mediante la solidaridad, el servi- cio y la humillación de la muerte. Es un Mesías que se sale de cualquier esquema y de cualquier clamor; no se le puede "com- prender" con la lógica del éxito y del poder, usada a menudo por el mundo como criterio de verificación de sus proyectos y acciones.

Jesús, que vino para cumplir la voluntad del Padre, permanece fiel a ella hasta sus últimas consecuencias, y así realiza la misión de salvación para cuantos creen en él y lo aman, no con pala- bras, sino de forma concreta. Si el amor es la condición para se- guirlo, el sacrificio verifica la autenticidad de ese amor (cf . carta apostólica Salvifici doloris, 17-18).

33

Boletín Eclesiástico

3. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a mismo, tome su cruz y sígame" {Le 9, 23). Estas palabras expresan el radicalismo de una opción que no admite vacilaciones ni dar marcha atrás. Es una exigencia dura, que impresionó incluso a los discípulos y que a lo largo de los siglos ha impedido que muchos hombres y mujeres siguieran a Cristo. Pero precisamente este radicalismo también ha producido hoitos admirables de santidad y de mar- tirio, que confortan en el tiempo el camino de la Iglesia. Aún hoy esas palabras son consideradas un escándalo y una locura (cf. 1 Co 1, 22-25). Y, sin embargo, hav que confrontarse con ellas, por- que el camino trazado por Dios para su Hijo es el mismo que de- be recorrer el discípulo, decidido a seguirlo. No existen dos ca- minos, sino uno solo: el que recorrió el Maestro. El discípulo no puede inventarse otro.

Jesús camina delante de los suyos y a cada uno pide que haga lo que él mismo ha hecho. Les dice: yo no he venido para ser ser- vido, sino para sers'ir; así, quien quiera ser como yo, sea ser\ i- dor de todos. Yo he venido a \ osotros como uno que no posee nada; así, puedo pediros que dejéis todo tipo de riqueza que os impide entrar en el reino de los cielos. Yo acepto la contradic- ción, ser rechazado por la mayoría de mi pueblo; puedo pediros también a vosotros que aceptéis la contradicción y la contesta- ción, vengan de donde \ engan.

En otras palabras, Jesús pide que elijan valientemente su mismo camino; elegirlo, ante todo, "en el corazón", porque tener una si- tuación extema u otra no depende de nosotros. De nosotros de- pende la voluntad de ser, en la medida de lo posible, obedientes como él al Padre v estar dispuestos a aceptar hasta el fondo el proyecto que él tiene para cada uno.

4. "Niéguese a mismo". Negarse a mismo significa renunciar al propio proyecto, a menudo limitado y mezquino, para acoger

34

Doc. Santa Sede

el de Dios: este es el camino de la conversión, indispensable pa- ra la existencia cristiana, que llevó al apóstol san Pablo a afir- mar: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" {Ga 2, 20).

Jesús no pide renunciar a vivir; lo que pide es acoger una nove- dad y una plenitud de vida que solo él puede dar. El hombre tie- ne enraizada en lo más profundo de su corazón la tendencia a "pensar en mismo", a ponerse a mismo en el centro de los intereses y a considerarse la medida de todo. En cambio, quien sigue a Cristo rechaza este repliegue sobre mismo y no valora las cosas según su interés personal. Considera la vida vivida co- mo un don, como algo gratuito, no como una conquista o una posesión: En efecto, la vida verdadera se manifiesta en el don de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en comunión con Dios y con los hermanos (cf. Gaudium et spes, 24).

Si vivir siguiendo al Señor se convierte en el valor supremo, en- tonces todos los demás valores reciben de este su correcta valo- ración e importancia. Quien busca únicamente los bienes terre- nos, será un perdedor, a pesar de las apariencias de éxito: la muerte lo sorprenderá con un cúmulo de cosas, pero con una vi- da fallida (cf. Le 12, 13-21). Por tanto, hay que escoger entre ser y tener, entre una vida plena y una existencia vacía, entre la ver- dad y la mentira.

5. "Tome su eruz y sígame" . De la misma manera que la cruz pue- de reducirse a mero objeto ornamental, así también "tomar la cruz" puede llegar a ser un modo de decir. Pero en la enseñan- za de Jesús esta expresión no pone en primer plano la mortifica- ción y la renuncia. No se refiere ante todo al deber de soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias; ni mucho menos quiere ser una exaltación del dolor como medio de agradar a Dios. El cristiano no busca el sufrimiento por

35

Boletín Eclesiástico

mismo, sino el amor. Y la cruz acogida se transforma en el signo del amor y del don total. Llevarla en pos de Cristo quiere decir unirse a él en el ofrecimiento de la prueba máxima del amor.

No se puede hablar de la cruz sin considerar el amor que Dios nos tiene, el hecho de que Dios quiere colmarnos de sus bienes. Con la invitación "sigúeme", Jesús no solo repite a sus discípu-

nazado por el "camino de la muer- te". El pecado es este camino que separa al hombre de Dios y del prójimo, causando división y mi- nando desde dentro la sociedad.

El "camino de la vida" , que imita y renueva las actitudes de Jesús, es el camino de la fe y de la conversión; o sea, precisamente el camino de la cruz. Es el camino que lleva a confiar en él y en su designio salvífico, a creer que él murió para manifestar el amor de Dios a todo hombre; es el camino de salvación en medio de una sociedad a menudo fragmentaria, confusa y contradictoria; es el camino de la felicidad de seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida diaria; es el camino que no teme fracasos, dificultades, mar- ginación y soledad, porque llena el corazón del hombre de la presencia de Jesús; es el camino de la paz, del dominio de sí, de la alegría profunda del corazón.

6. Queridos jóvenes, nos os parezca extraño que, al comienzo del tercer milenio, el Papa os indique una vez más la cruz como ca-

no busca el sufrimiento por mismo, sino el amor.

El cristiano

los: tómame como modelo, sino también: comparte mi vida y mis opciones, entrega como yo tu vida por amor a Dios y a los hermanos. Así, Cristo abre ante nosotros el "camino de la vida", que, por des- gracia, está constantemente ame-

36

Doc. Santa Sede

mino de vida y de auténtica felicidad. La Iglesia desde siempre cree y conñesa que solo en la cruz de Cristo hay salvación.

Una difimdida cultura de lo efímero, que asigna valor a lo que agrada y parece hermoso, quisiera hacer creer que para ser feli- ces es necesario apartar la cruz. Presenta como ideal un éxito fá- cil, una carrera rápida, una sexualidad sin sentido de responsa- bilidad y, finalmente, una existencia centrada en la afirmación de mismos, a menudo sin respeto por los demás.

Sin embargo, queridos jóvenes, abrid bien los ojos: este no es el camino que lleva a la vida, sino el sendero que desemboca en la muerte. Jesús dice: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; pe- ro quien pierda su vida por mí, la salvará". Jesús no nos engaña: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?" (Le 9, 24-25). Con la verdad de sus pala- bras, que parecen duras, pero llenan el corazón de paz, Jesús nos revela el secreto de la vida auténtica (cf. Discurso a los jóvenes de Roma, 2 de abril de 1998).

Así pues, no tengáis miedo de avanzar por el camino que el Se- ñor recorrió primero. Con vuestra jux entud, imprimid en el ter- cer milenio que se abre el signo de la esperanza y del entusias- mo típico de vuestra edad. Si dejáis que actúe en vosotros la gra- cia de Dios, si cumplís v'uestro importante compromiso diario, haréis que este nuevo siglo sea un tiempo mejor para todos.

Con vosotros camina María, la Madre del Señor, la primera de los discípulos, que permaneció fiel al pie de la cruz, desde la cual Cristo nos confió a ella como hijos suyos. Y os acompañe también la bendición apostólica, que os imparto de todo cora- zón.

Vaticano, 14 de febrero de 2001

Joannes Paulus, p.p. II

37

Boletín Eclesiástico

«NOVO MILLENNIO INEUNTE»

CARTA APOSTÓLICA NOVO MILLENNIO INEUNTE

DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II AL EPISCOPADO AL CLERO Y A LOS FIELES AL CONCLUIR EL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000

A los Obispos a los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos.

1. Al comienzo del nuevo milenio, mientras se cierra el Gran Ju- bileo en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimien- to de Jesús y se abre para la Iglesia una nueva etapa de su cami- no, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar: «Duc in altum» {Le 5,4). Pedro y los primeros compañe- ros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. «Y ha- biéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces» (Le 5,6).

¡Duc in altum! Estas palabras resuenan también hoy para noso- tros y nos invitan a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: «Jesu- cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre» {Hb 13,8).

La alegría de la Iglesia, que se ha dedicado a contemplar el ros- tro de su Esposo y Señor, ha sido grande este año. Se ha conver- se

Doc. Santa Sede

tido, más que nunca, en pueblo peregrino, guiado por Aquél que es «el gran Pastor de las ovejas» {Hb 13, 20). Con un extraor- dinario dinamisno, que ha implicado a todos sus miembros, el Pueblo de Dios, aquí en Roma, así como en Jerusalén y en todas las Iglesias locales, ha pasado a través de la «Puerta Santa» que es Cristo. A él, meta de la historia y único Salvador del mundo, la Iglesia y el Espíritu Santo han elevado su voz: «Maraña tha - Ven, Señor Jesús» (cf. Ap 22,17.20; 1 Co 16,22).

Es imposible medir la efusión de gracia que, a lo largo del año, ha tocado las conciencias. Pero ciertamente, un «río de agua vi- va», aquel que continuamente brota «del trono de Dios y del Cordero» (cf. Ap 22,1), se ha derramado sobre la Iglesia. Es el agua del Espíritu Santo que apaga la sed y renueva (cf. Jn 4,14). Es el amor misericordioso del Padre que, en Cristo, se nos ha re- velado y dado otra vez. Al final de este año podemos repetir, con renovado regocijo, la antigua palabra de gratitud: «Cantad al Se- ñor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» {Sal 118, !)•

2. Por eso, siento el deber de dirigirme a todos vosotros para compartir el canto de alabanza. Había pensado en este Año San- to del dos mil como un momento importante desde el inicio de mi Pontificado. Pensé en esta celebración como una convocato- ria providencial en la cual la Iglesia, treinta y cinco años después del Concilio Ecuménico Vaticano II, habría sido invitada a inte- rrogarse sobre su renovación para asumir con nuevo ímpetu su misión evangelizadora.

¿Lo ha logrado el Jubileo? Nuestro compromiso, con sus gene- rosos esfuerzos y las inevitables fragilidades, está ante la mira- da de Dios. Pero no podemos olvidar el deber de gratitud por las «maravillas» que Dios ha realizado por nosotros. «Misericor- dias Domini in aeternum cantaba» {Sal 89, 2).

39

Boletín Eclesiástico

Al mismo tiempo, lo ocurrido ante nosotros exige ser considera- do y, en cierto sentido, interpretado, para escuchar lo que el Es- píritu, a lo largo de este año tan intenso, ha dicho a la Iglesia (cf. Ap 2,7.11.17 etc.).

3. Sobre todo, queridos hermanos y hermanas, es necesario pen- sar en el futuro que nos espera. Tantas veces, durante estos me- ses, hemos mirado hacia el nuevo milenio que se abre, viviendo el Jubileo no solo como memoria del pasado, sino como profecía del futuro. Es preciso ahora aprovechar el tesoro de grada recibida, traduciéndola en ferv ientes propósitos y en líneas de acción con- cretas. Es una tarea a la cual deseo invitar a todas las Iglesias lo- cales. En cada una de ellas, congregada en tomo al propio Obis- po, en la escucha de la Palabra, en la comunión fraterna v en la «fracción del pan» (cf. Hch 2,42), está «verdaderamente presen- te y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica». ^ Es especialmente en la realidad concreta de cada Iglesia donde el misterio del único Pueblo de Dios asume aquella especial con- figuración que lo hace adecuado a todos los contextos y cultu- ras.

Este arraigarse de la Iglesia en el tiempo y en el espacio refleja, en definitiva, el movimiento mismo de la Encarnación. Es, pues, el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Es- píritu ha dicho al Pueblo de Dios en este especial año de gracia, más aún, en el período más amplio de fiempo que va desde el Concilio Vaticano 11 al Gran Jubileo, analice su fervor y recupe- re un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral. Con este objetivo, deseo ofrecer en esta Carta, al concluir el Año Jubilar, la contribución de mi ministerio petrino, para que la Iglesia brille cada vez más en la \'ariedad de sus dones y en la unidad de su camino.

1 CoNC. EcuM. Vat. n, Decr. Christus Dominus, sobre la función pastoral de los Obispos, 11.

40

Doc. Santa Sede

I

EL ENCUENTRO CON CRISTO, HERENCIA DEL GRAN JUBILEO

4. «Te damos gradas. Señor, Dios onmipotente» {Ap 11, 17). En la Bula de convocatoria del Jubileo auguraba que la celebración bimilenaria del misterio de la Encamación se \"i\'iera como un «único e ininterrumpido canto de alabanza a la Trinidad»^ y a la vez como camino de reconciliación y como signo de genuina es- peranza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia». ^ La expe- riencia del año jubilar se ha movido precisamente en estas di- mensiones \'itales, alcanzando momentos de intensidad que nos han hecho como tocar con la mano la presencia misericordiosa de Dios, del cual procede «toda dádiva buena y todo don per- fecto» iSt 1, 17).

Pienso, sobre todo, en la dimensión de la alabanza. Desde ella se mueve toda respuesta auténtica de fe a la revelación de Dios en Cristo. El cristianismo es gracia, es la sorpresa de im Dios que, satisfecho no solo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura, y después de haber hablado mu- chas veces y de diversos modos por medio de los profetas, «úl- timamente, en estos días, nos ha hablado por medio de su Hijo» {Hb 1,1-2).

¡En estos días! Sí, el Jubileo nos ha hecho sentir que dos mil años de historia han pasado sin disminuir la actualidad de aquel «hoy» con el que los ángeles anunciaron a los pastores el acon- tecimiento maravilloso del nacimiento de Jesús en Belén: «Hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador, que es Cristo el Señor» {Le 2, 11). Han pasado dos mil años, pero permanece más

2 Bula Incamationis mysterhtm, 3: AAS 91 (1999), 132.

3 /ína., 4: /.c, 133.

41

Boletín Eclesiástico

viva que nunca la proclamación que Jesús hizo de su misión an- te sus atónitos conciudadanos en la Sinagoga de Nazaret, apli- cando a mismo la profecía de Isaías: «Hoy se cumple esta Es- critura que acabáis de oír» (Le 4, 21). Han pasado dos mil años, pero sigue siendo siempre consolador para los pecadores nece- sitados de misericordia y ¿quién no lo es? aquel «hoy» de la salvación que en la Cruz abrió las puertas del Reino de Dios al ladrón arrepentido: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Le 23, 43).

La plenitud de los tiempos

5. La coincidencia de este Jubileo con la entrada en un nuevo mi- lenio, ha favorecido ciertamente, sin ceder a fantasías milenaris- tas, la percepción del misterio de Cristo en el gran horizonte de la historia de la salvación. ¡El cristianismo es la religión que ha en- trado en la historia! En efecto, es sobre el terreno de la historia donde Dios ha querido establecer con Israel ima alianza y pre- parar así el nacimiento del Hijo del seno de María, «en la pleni- tud de los tiempos» {Ga 4,4). Contemplado en su misterio divi- no y humano, Cristo es el fundamento y el centro de la historia, de la cual es el sentido y la meta última. En efecto, por medio él. Verbo e imagen del Padre, «todo se hizo» (Jn 1, 3; cf. Col 1, 15). Su encamación, culminada en el misterio pascual y en el don del Espíritu, es el eje del tiempo, la hora misteriosa en la cual el Rei- no de Dios se ha hecho cercano (cf. Me 1, 15), más aún, ha pues- to sus raíces, como una semilla destinada a convertirse en un gran árbol (cf. Me 4,30-32), en nuestra historia.

«Gloria a ti. Cristo Jesús, hoy y siempre reinarás». Con este canto, tantas veces repetido, hemos contemplado en este año a Cristo como nos lo presenta el ApocaUpsis: «El alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin» {Ap 22, 13). Y con- templando a Cristo hemos adorado juntos al Padre y al Espíri- tu, la única e indivisible Trinidad, misterio inefable en el cual to- do tiene su origen y su realización.

42

Doc. Santa Sede

Purificación de la memoria

6. Para que nosotros pudiéramos contemplar con mirada más pura el misterio, este Año jubilar ha estado fuertemente caracte- rizado por la petición de perdón. Y esto ha sido así no solo para ca- da uno individualmente, que se ha examinado sobre la propia vida para implorar misericordia y obtener el don especial de la indulgencia, sino también para toda la Iglesia, que ha querido recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la historia, han ensombrecido su rostro de Esposa de Cristo.

Para este examen de conciencia nos habíamos preparado mucho antes, conscientes de que la Iglesia, acogiendo en su seno a los pecadores «es santa y a la vez tiene necesidad de purificación». ^ Unos Congresos científicos nos han ayudado a centrar aquellos aspectos en los que el espíritu evangélico, durante los dos pri- meros milenios, no siempre ha brillado. ¿Cómo olvidar la con- movedora Liturgia del 12 de marzo de 2000, en la cual yo mismo, en la Basílica de san Pedro, fijando la mirada en Cristo Crucifi- cado, me he hecho portavoz de la Iglesia pidiendo perdón por el pecado de tantos hijos suyos? Esta «purificación de la memoria» ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, hacién- donos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio.

Los testigos de la fe

7. Sin embargo, la viva conciencia penitencial no nos ha impedi- do dar gloria al Señor por todo lo que ha obrado a lo largo de los siglos, y especialmente en el siglo que hemos dejado atrás, con- cediendo a su Iglesia una gran multitud de santos y de mártires. Pa-

4 CONC. EcUM. Vat. II, Const. dogm. Lumen geniium, sobre la Iglesia, 8.

43

Boletín Eclesiástico

ra algunos de ellos el Año jubilar ha sido también el año de su beatificación o canonización. Respecto a Pontífices bien conoci- dos en la historia o a humildes figuras de laicos y religiosos, de un continente a otro del mundo, la santidad se ha manifestado más que nunca como la dimensión que expresa mejor el miste- rio de la Iglesia. Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo.

Mucho se ha trabajado también, con ocasión del Año Santo, pa- ra recoger las memorias preciosas de los Testigos de la fe en el siglo XX. Los hemos conmemorado el 7 de mayo de 2000, junto con representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, en el sugestivo marco del Coliseo, símbolo de las antiguas persecu- ciones. Es una herencia que no se debe perder y que se ha de trasmitir para un perenne deber de gratitud y un renovado pro- pósito de imitación.

Iglesia peregrina

8. Siguiendo las huellas de los Santos, se han acercado aquí a Ro- ma, ante las tumbas de los Apóstoles, innumerables hijos de la Iglesia, deseosos de profesar la propia fe, confesar los propios pecados y recibir la misericordia que salva. Mi mirada en este año ha quedado impresionada no solo por las multitudes que han llenado la Plaza de san Pedro durante muchas celebracio- nes. Frecuentemente me he parado a mirar las largas filas de pe- regrinos en espera paciente de cruzar la Puerta Santa. En cada uno de ellos trataba de imaginar la historia de su vida, llena de alegrías, ansias y dolores; una historia de encuentro con Cristo y que en el diálogo con él reemprendía su camino de esperanza.

Observando también el continuo fluir de los grupos, los veía co- mo una imagen pilástica de la Iglesia peregrina, la Iglesia que está, como dice san Agustín «entre las persecuciones del mundo y los

44

Poc. Santa Sede

consuelos de Dios».^ Nosotros solo podemos observar el aspec- to más externo de este acontecimiento singular. ¿Quién puede valorar las maravillas de la gracia que se han dado en los cora- zones? Conviene callar y adorar, confiando humildemente en la acción misteriosa de Dios y cantar su amor infinito: «¡Misericor- dias Domini in aeternum cantaba!».

Los jóvenes

9. Los numerosos encuentros jubilares han congregado las más diversas clases de personas, notándose una participación real- mente impresionante, que a veces ha puesto a prueba el esfuer- zo de los organizadores y animadores, tanto eclesiales como ci- viles. Deseo aprovechar esta Carta para expresar a todos ellos mi agradecimiento más cordial. Pero, además del número, lo que tantas veces me ha conmovido ha sido constatar el serio es- fuerzo de oración, de reflexión y de comunión que estos encuen- tros han manifestado.

Y, ¿cómo no recordar especialmente el alegre y entusiasmante en- cuentro de los jóvenes? Si hay una imagen del Jubileo del Año 2000 que quedará viva en el recuerdo más que las otras es segu- ramente la de la multitud de jóvenes con los cuales he podido establecer una especie de diálogo privilegiado, basado en una recíproca simpatía y un profundo entendimiento. Fue así desde la bienvenida que les di en la Plaza de san Juan de Letrán y en la Plaza de san Pedro. Después les vi deambular por la Ciudad, alegres como deben ser los jóvenes, pero también reflexivos, de- seosos de oración, de «sentido» y de amistad verdadera. No se- rá fácil, ni para ellos mismos, ni para cuantos los vieron, borrar de la memoria aquella semana en la cual Roma se hizo «joven

5 San Agustín, De civ. Dei XVIII, 51, 2: PL 41, 614; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.

45

Boletín Eclesiástico

con los jóvenes». No será posible olvidar la celebración eucarís- tica de Tor Vergata.

Una vez más, los jóvenes han sido para Roma y para la Iglesia un don especial del Espíritu de Dios. A veces, cuando se mira a los jóvenes, con los problemas y las fragilidades que les caracteri- zan en la sociedad contemporánea, hay una tendencia al pesi- mismo. Es como si el Jubileo de los Jóvenes nos hubiera «sor- prendido», trasmitiéndonos, en cambio, el mensaje de una ju- ventud que expresa un deseo profundo, a pesar die posibles am- bigüedades, de aquellos valores auténticos que tienen su pleni- tud en Cristo. ¿No es, tal vez. Cristo el secreto de la verdadera libertad y de la alegría profunda del corazón? ¿No es Cristo el amigo supremo y a la vez el educador de toda amistad auténti- ca? Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero ros- tro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz. Por eso, vibrando con su entusiasmo, no dudé en pedirles una opción radical de fe y de vida, señalándoles una ta- rea estupenda: la de hacerse «centinelas de la mañana» (cf. Is 21,11-12) en esta aurora del nuevo milenio.

Peregrinos de diversas clases

10. Obviamente no puedo detenerme en detalles sobre todas las celebraciones jubilares. Cada una de ellas ha tenido sus caracte- rísticas y ha dejado su mensaje no solo a los que han asistido di- rectamente, sino también a los que lo han conocido o han parti- cipado a distancia a través de los medios de comunicación so- cial. Pero, ¿cómo no recordar el tono festivo del primer gran en- cuentro dedicado a los niños? Empezar por ellos significaba, en cierto modo, respetar la exhortación de Jesús: «Dejad que los ni- ños se acerquen a mí» (Me 10, 14). Más aún, quizás significaba repetir el gesto que él hizo cuando «colocó en medio» a un niño y lo presentó como símbolo mismo de la actitud que había que asumir, si se quiere entrar en el Reino de Dios (cf. Mt 18, 2-4).

46

Doc. Santa Sede

Y así, en cierto sentido, siguiendo las huellas de los niños han venido a pedir la misericordia jubilar las más diversas clases de adultos: desde los ancianos a los enfermos y minusválidos, des- de los trabajadores de las oficinas y del campo a los deportistas, desde los artistas a los profesores universitarios, desde los Obis- pos y presbíteros a las personas de vida consagrada, desde los políticos y los periodistas hasta los militares, venidos para con- firmar el sentido de su servicio como un servicio a la paz.

Gran impacto tuvo el encuentro de los trabajadores, desarrollado el 1 de mayo dentro de la tradicional fecha de la fiesta del trabajo. A ellos les pedí que vivieran la espiritualidad del trabajo, a imi- tación de san José y de Jesús mismo. Su jubileo me ofreció, ade- más, la ocasión para lanzar una fuerte llamada a remediar los desequilibrios económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo, y a gestionar con decisión los procesos de la globaliza- ción económica en función de la solidaridad y del respeto debi- do a cada persona humana.

Los niños, con su incontenible comportamiento festivo, volvie- ron en el Jubileo de las Familias, en el cual han sido señalados al mundo como «primavera de la familia y de la sociedad». Muy elocuente fue este encuentro jubilar en el cual tantas familias, procedentes de diversas partes del mundo, vinieron para obte- ner, con renovado fervor, la luz de Cristo sobre el proyecto ori- ginario de Dios (cf. Me 10, 6-8; Mt 19, 4-6). Ellas se comprome- tieron a difundirla en una cultura que corre el peligro de perder, de modo cada vez más preocupante, el sentido mismo del ma- trimonio y de la institución familiar.

Uno de los encuentros más emotivos para fue el que tuve con los presos de la cárcel Regina Caeli. En sus ojos leí el dolor, pero también el arrepentimiento y la esperanza. Para ellos el Jubileo fue por un motivo muy particular un «año de misericordia».

47

Boletín Eclesiástico

Finalmente, fue simpático, en los últimos días del año, el en- cuentro con el mundo del espectáculo. A las personas que trabajan en este sector recordé la gran responsabilidad de proponer, con la alegre diversión, mensajes positivos, moralmente sanos, capa- ces de transmitir confianza y amor a la vida.

Congreso Eucarístico Internacional

11. En la lógica de este Año jubilar, un significado determinante debía tener el Congreso Eucarístico Internacional. ¡Y lo tuvo! Si la Eucaristía es el sacrificio de Cristo que se hace presente entre no- sotros, ¿cómo podía su presencia real no ser el centro del Año Santo dedicado a la encarnación del Verbo? Precisamente por ello fue previsto como año «intensamente eucarístico»^ y así he- mos procurado vivirlo. Al mismo tiempo, ¿cómo podía faltar, al lado del recuerdo del nacimiento del Hijo, el de la Madre? Ma- ría ha estado presente en las celebraciones jubilares no solo por medio de oportunos y cualificados congresos, sino sobre todo a través del gran Acto de consagración con el que, rodeado por buena parte del Episcopado mundial, confié a su solicitud ma- terna la vida de los hombres y de las mujeres del nuevo milenio.

La dimensión ecuménica

12. Se comprenderá así que hable espontáneamente del Jubileo visto desde la Sede de Pedro. Sin embargo, no olvido que yo mismo quise que su celebración tuviese lugar de pleno derecho también en las Iglesias particulares, y es allí donde la mayor par- te de los fieles han podido obtener las gracias especiales y, en particular, la indulgencia del Año jubilar. Así pues, es significa- tivo que muchas Diócesis hayan sentido el deseo de hacerse pre- sentes, con numerosos grupos de fieles, también aquí en Roma.

6 Cf. Cart. ap. Tcrtio millenmo adveniente, ( 1 0 de noviembre de 1994), 55: AAS 87 (1995) 38.

4&

Doc. Santa Sede

La ciudad eterna ha manifestado, pues, una vez más su papel providencial de lugar donde las riquezas y los dones de todas y cada una de las Iglesias, y también de cada nación y cultura, se armonizan en la «catolicidad», para que la única Iglesia de Cris- to manifieste de modo cada vez más elocuente su misterio de sa- cramento de unidad7

Había pedido asimismo que, en el programa del Año jubilar, se prestara una particular atención a la dimensión ecuménica. ¿Qué ocasión más propicia para animar el camino hacia la plena co- munión que la celebración común del nacimiento de Cristo? Se han llevado a cabo muchos esfuerzos para este objetivo, y entre ellos destaca el encuentro ecuménico en la Basílica de San Pablo el 18 de enero de 2000, cuando por primera vez en la historia una Puerta Santa fue abierta conjuntamente por el Sucesor de Pedro, por el Primado Anglicano y por un Metropolitano del Pa- triarcado Ecuménico de Constantinopla, en presencia de repre- sentantes de Iglesias y co- munidades eclesiales del todo el mundo. En esta misma dirección han ido también algunos impor- tantes encuentros con Pa- triarcas ortodoxos y Jerar- cas de otras confesiones cristianas. Recuerdo, en particular, la reciente visi- ta de S.S. Karekin II, patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios. Además, muchos fieles de otras Iglesias y comunida- des eclesiales han participado en los encuentros jubilares de los diversos grupos. El camino ecuménico es ciertamente laborioso, quizás largo, pero nos anima la esperanza de estar guiados por

7 CoNC. EcuM. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 1.

primera vez en la historia una I Puerta Santa fue abierta conjunta- \ i mente por el Sucesor de Pedro, por I el Primado Anglicano y por un Metropolitano del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla

I

I I

49

Boletín Eclesiástico

la presencia de Cristo resucitado y por la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas.

La peregrinación en Tierra Santa

13. ¡Cómo no recordar también mi Jubileo personal por los caminos de Tierra Santa! Habría deseado iniciarlo en Ur de los caldeos, para seguir casi prácticamente las huellas de Abraham «nuestro padre en la fe» (cf. Rm 4,11-16). En cambio, tuve que contentar- me con una etapa únicamente espiritual, mediante la sugestiva «Liturgia de la palabra» celebrada el 23 de febrero en la sala Pa- blo VI. A continuación tuvo lugar la verdadera peregrinación, si- guiendo el itinerario de la historia de la salvación. Así tuve el gozo de pararme en el Monte Sinaí, lugar que recuerda la entre- ga del Decálogo y de la primera Alianza. Un mes después reto- mé el camino, llegando al Monte Nebo y visitando luego los mismos lugares habitados y santificados por el Redentor. Es di- fícil expresar la emoción que experimenté al poder venerar los lugares del nacimiento y de la vida de Cristo, en Belén y Naza- ret, al celebrar la Eucaristía en el Cenáculo, en el mismo lugar de su institución, al meditar el misterio de la Cruz sobre el Gólgo- ta, donde él dio su vida por nosotros. En aquellos lugares, aún tan probados e incluso recientemente azotados por la violencia, pude experimentar una acogida extraordinaria no solo por par- te de los hijos de la Iglesia, sino también por parte de las comu- nidades israelí y palestina. Grande fue mi emoción en la oración ante el Muro de las Lamentaciones y durante la visita al Mauso- leo de Yad Vashem, recuerdo aterrador de las víctimas de los campos de exterminio nazis. Aquella peregrinación fue un mo- mento de fraternidad y de paz, que me complace señalar como uno de los dones más bellos del acontecimiento jubilar. Pensan- do en el clima vivido en aquellos días, expreso el sincero augu- rio de una pronta y justa solución de los problemas aún abiertos en aquellos lugares santos, tan queridos a la vez por los judíos, los cristianos y los musulmanes.

50

1

Doc. Santa Sede

La deuda extema

14. El Jubileo ha sido también, y no podía ser de otro modo un gran acontecimiento de caridad. Desde los años preparato- rios, hice una llamada a una mayor y más comprometida aten- ción a los problemas de la pobreza que aún afligen al mundo. Un significado particular ha tenido, a este respecto, el problema de la deuda externa de ¡os países pobres. En relación con éstos, un gesto de generosidad estaba en la lógica misma del Jubileo, que en su originaria configuración bíblica era precisamente el tiem- po en el cual la comunidad se comprometía a restablecer la jus- ticia y la solidaridad en las relaciones entre las personas, restitu- yendo también los bienes materiales substiaídos. Me complace observar que recientemente los Parlamentos de muchos Estados acreedores han votado una reducción sustancial de la deuda bi- lateral que tienen los países más pobres y endeudados. Formu- lo mis votos para que los respectivos Gobiernos acaten, en bre- ve plazo, estas decisiones parlamentarias. Más problemática ha resultado, sin embargo, la cuestión de la deuda multilateral, contiaída por países pobres con los organismos financieros in- ternacionales. Es de desear que los Estados miembros de tales organizaciones, sobre todo los que tienen un mayor peso en las decisiones, logren encontiar el consenso necesario para llegar a una rápida solución de una cuestión de la que depende el pro- ceso de desarrollo de muchos países, con graves consecuencias para la condición económica y existencial de tantas personas.

Un nuevo dinamismo

15. Estos son algunos de los aspectos más sobresalientes de la ex- periencia jubilar. Ésta deja en nosotros tantos recuerdos. Pero si quisiéramos descubrir el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo: considerado en sus coordenadas históricas y en su miste- rio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestio camino.

51

Boletín Eclesiástico

Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos «remar mar adentro», confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in aJtum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevamos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo 7mroo, empujándonos a emplear el entusiasmo expe- rimentado en iniciativas concretas. Jesús mismo nos lo advierte: «Quien pone su mano en el arado y vuelve su vista atrás, no sir- ve para el Reino de Dios» (Le 9, 62). En la causa del Reino no hay tiempo para mirar para atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que em- prender una eficaz programación pastoral post-jubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la ora- ción. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «ha- cer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas co- sas y sin embargo solo una es necesaria» (Le 10, 41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de medi- tación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

II

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusa- lén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiri- tualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiem-

52

Doc. Santa Sede

po, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no solo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Sin embargo, nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profunda- mente. Al final del Jubileo, a la vez que reanudamos el camino ordinario, llevando en el corazón las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nun- ca fija en el rostro del Señor.

El testimonio de los Evangelios

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscu- ramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo afirma con vigor: «Ig- norar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo».^ Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15, 26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al tes- timonio de los Apóstoles (cf. Jn 15, 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo es- cucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1).

Lo que nos ha llegado por medio de ellos es una visión de fe, ba- sada en un testimonio histórico preciso. Es un testimonio verda- dero que los Evangelios, no obstante su compleja redacción y con una intención primordialmente catequética, nos transmitie- ron de una manera plenamente comprensible.^

8 «Ignoratio enitn Scripturarum ignorafio Christi est»: Comm. in ¡s., ProL: PL 24, 17.

9 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum sobre la divina revelación, 19.

53

3o\et\n Eclesiástico

18. En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica mo- derna. Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Le 1,3) y traba- jando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial. Sobre la base de estos testimonios iniciales ellos, bajo la acción iluminada del Espíritu Santo, descubrieron el dato huma- namente desconcertante del nacimiento virginal de Jesús de Ma- ría, esposa de José. De quienes lo habían conocido durante los casi treinta años transcurridos por él en Nazaret (cf. Le 3, 23), re- cogieron los datos sobre su vida de «hijo del carpintero» {Mt 13, 55) y también como «carpintero», en medio de sus parientes (cf. Me 6, 3). Hablaron de su religiosidad, que lo impulsaba a ir con los suyos en peregrinación anual al templo de Jerusalén (cf . Le 2, 41) y sobre todo porque acudía de forma habitual a la sinagoga de su ciudad (cf. Le 4, 16).

Después los relatos serán más extensos, aún sin ser una narra- ción orgánica y detallada, en el período del ministerio público, a partir del momento en que el joven galileo se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán y, apoyado por el testimonio de lo al- to, con la conciencia de ser el «Hijo amado» (cf. Le 3, 22), inicia su predicación de la venida del Reino de Dios, enseñando sus exigencias y su fuerza mediante palabras y signos de gracia y misericordia. Los Evangelios nos lo presentan así en camino por ciudades y aldeas, acompañado por doce Apóstoles elegidos por él (cf. Me 3, 13-19), por un grupo de mujeres que los ayudan (cf. Le 8, 2-3), por muchedumbres que lo buscan y lo siguen, por enfermos que imploran su poder de curación, por interlocutores que escuchan, con diferente fruto, sus palabras.

La narración de los Evangelios coincide además en mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos dominantes

54

Doc. Santa Sede

de la sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que tiene su epílogo dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinie- blas, a la que seguirá una nueva, radiante y definitiva aurora. En efecto, las narraciones evangélicas terminan mostrando al Naza- reno victorioso sobre la muerte, señalan la tumba \'acía y lo si- guen en el ciclo de las apariciones, en las cuales los discípulos, perplejos y atónitos antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan vivo y radiante, y de él reciben el don del Espíri- tu Santo (cf. ]n 20, 22) y el mandato de anunciar el Evangelio a «todas las gentes» (Mf 28, 19).

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (/« 20, 20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrec- ción era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los con\'encía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» {]n 20, 20). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron solo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Le 24, 13- 35). El apóstol Tomás creyó iónicamente después de haber com- probado el prodigio (cf. ]n 20, 24-29). En realidad, aunque se vie- se y se tocase su cuerpo, solo la fe podía franquear plenamente el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípu- los debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían in- terpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesárea de Filipo (cf. Mt 16, 13-20). A los discípulos, como ha- ciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mí 16, 14). Respuesta elevada, pero distante aún ¡y cuánto! de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión

56

Boletín Eclesiástico

religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de mane- ra fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hom- bres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Je- sús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de co- nocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mí 16, 15). Solo la fe profesada por Pedro, y con él por la Igle- sia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profimdidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vi- vo» (Mf 16, 16).

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mf 16, 17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el mo- do común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es ne- cesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf. Mt 16, 17). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Le 9, 18). Ambas indica- ciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contem- plación plena del rostro del Señor no llegamos solo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Solo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culmi- nante en la solemne proclamación del evangelista san Juan: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contem- plado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lle- no de gracia y de verdad» {]n 1, 14).

56

Doc. Santa Sede

La profundidad del misterio

21. ¡El Verbo y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (año 451): «Una persona en dos natura- lezas». La persona es la del Verbo eterno, el hijo del Padre, y so- lo ella. Sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin sepa- ración alguna posible, son la divina y la humana.^o

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y pala- bras. La fórmula, a pesar de ser siempre humana, está expresa- da cuidadosamente en su contenido doctrinal y en cierto modo, nos permite asomarnos a la profundidad del misterio. Cierta- mente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como el apóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cris- to a tocar sus llagas, es decir, a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte y transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20, 27). Como Tomás, la Igle- sia se postra en adoración ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: ¡«Señor mío y Dios mío»! ijn 20, 28).

22. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). Esta espléndida presenta- ción joánica del misterio de Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento. En este sentido se sitúa también el apóstol san Pablo cuando afirma que el Hijo de Dios nació de la estirpe

10 «Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confe- sarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la di- vinidad y el mismo perfecto en la humanidad. Dios verdaderamente, y el mismo ver- daderamente hombre [...] uno solo y el mismo Cristo Señor unigénito en dos natura- lezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, [...] no partido o dividi- do en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito. Dios, Verbo y Señor Je- sucristo»: DS 301-302.

57

Boletín Eclesiástico

de David «segiin la carne» {Rm 13; cf. 95). Si hoy, con el raciona- lismo que reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico con- creto de la humanidad de Jesús. Pero para la fe de la Iglesia es esencial e irrenunciable afirmar que realmente el Verbo «se hizo carne» y asumió todas las características del ser humano, excepto el pecado (cf. Hb 4, 15). Desde esta perspecfiva, la Encamación es verdaderamente una kenosis, un "despojarse", por parte del Hi- jo de Dios, de la gloria que tiene desde la eternidad (cf. Flp 2, 6- 8; 1 P 3, 18).

Por otra parte, este rebajarse del Hijo de Dios no es un fin en mismo; más bien, tiende a la plena glorificación de Cristo, inclu- so en su humanidad. «Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y to- da lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» {Flp 2, 9-11).

23. «Señor, busco tu rostió» {Sal 27, 8). El antiguo anhelo del Sal- mista no podía recibir una respuesta mejor y más sorprendente que la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha ben- decido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostió sobre noso- tios» {Sal 67, 3). Al mismo tiempo. Cristo, siendo Dios y hombre, nos revela también el auténtico rostió del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».!^

Jesús es el «hombre nuevo» (£/4, 24; cf. Col 3, 10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropolo-

11 CONC. ECUM. Vat. n, Const. past. Gaudium el spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.

56

Doc. Santa Sede

gía que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contra- dicciones, orientándose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinita- ria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarna- ción los santos Padres insistieron mucho: solo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.^^

Rostro del Hijo

24. Esta identidad divino-humana brota vigorosamente de los Evangelios, que nos ofrecen una serie de elementos gracias a los cuales podemos introducirnos en la «zona-límite» del misterio, representada por la autoconciencia de Cristo. La Iglesia no duda de que en su narración los evangelistas, inspirados por el Espí- ritu Santo, captaran correctamente, en las palabras pronuncia- das por Jesús, la verdad que él tenía sobre su conciencia y su persona. ¿No es esto lo que nos quiere decir san Lucas, recogien- do las primeras palabras de Jesús, a sus doce años, en el templo de Jerusalén? Entonces él aparece ya consciente de tener una re- lación única con Dios, como es la propia del «hijo». En efecto, a su Madre, que le hace notar la angustia con que ella y José lo han buscado, Jesús responde sin dudar: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Le 2, 49). No es de extrañar, pues, que, en la madurez, su len- guaje expresara firmemente la profundidad de su misterio, co- mo está abundantemente subrayado tanto por los Evangelios si- nópticos (cf. Mt 11, 27; Le 10, 22), como por el evangelista san Juan. En su autoconciencia Jesús no tiene dudas: «El Padre está en mí, y yo en el Padre» []n 10, 38).

12 A este respecto observa san Atanasio: «El hombre no podía ser divinizado permane- ciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios», Discurso II contra los Arríanos 70: PG 26, 425 B - 426 G..

59

Boletín Eclesiástico

Aunque sea lícito pensar que, por su condición humana que lo hacía crecer «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Le 2, 52), la conciencia humana de su misterio progresó también hasta la plena expresión de su humanidad glorificada, no hay duda de que ya en su existencia terrena Jesús tenía conciencia de su iden- tidad de Hijo de Dios. San Juan lo subraya llegando a afírmar que, en definitiva, por esto hie rechazado y condenado. En efec- to, buscaban matarlo, «porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a mismo igual a Dios» (Jn 5, 18). En el marco de Getsemaní y del Gólgo- ta, la conciencia humana de Jesús se verá sometida a la prueba más dura. Pero ni siquiera el drama de la pasión y muerte con- seguirá alterar su serena seguridad de ser el Hijo del Padre ce- lestial.

Rostro doliente

25. La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercar- nos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano no puede por menos de postrarse en adoración.

Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús, abrumado al prever la prueba que le espera, solo delante de Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: «¡Abbá, Padre!». Le pide que ale- je de él, si es posible, la copa del sufrimiento (cf. Me 14, 36). Pe- ro el Padre parece que no quiere escuchar la voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús no solo debió asu- mir el rostro del hombre, sino también el «rostro» del pecado. «Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Co 5, 21).

Nunca acabaremos de penetrar en el abismo de este misterio. Toda la dureza de esta paradoja emerge en el grito de dolor, apa-

60

Doc. Santa Sede

ren temen te desesperado, que Jesús da en la cruz: «Eloí, Eloí, ¿le- ma sabactaní?" que quiere decir ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Me 15, 34). ¿Es posible imaginar un sufri- miento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angus- tioso «por qué» dirigido al Padre con las palabras iniciales del Sal- mo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmis- ta presenta unidos, en un conjunto conmovedor de sentimien- tos, el sufrimiento y la confíanza. En efecto, continúa el Salmo: «En ti esperaron nuestros padres, esperaron y los liberaste... ¡No estés lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para socorro!» (22, 5. 12).

26. El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hi- jo que ofrece su vida al Padre por amor para la salvación de to- dos. Mientras se identifica con nuestro pecado, «abandonado» por el Padre, él se «abandona» en las manos del Padre. Sus ojos permanecen fijos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que solo él tiene de Dios, incluso en este mo- mento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Solo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, va- lora en profundidad lo qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudo vivir a la vez la unión profunda con el Padre, de por fuente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono. La presencia simultánea de estas dos dimensiones aparentemente inconciliables está arraigada real- mente en la profundidad insondable de la unión hipostática.

27. Ante este misterio, además de la investigación teológica, po- demos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la «teología vivida» de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones

61

Boletín Eclesiástico

valiosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a la iluminación particular que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la expe- riencia que ellos mismos han hecho de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como «noche oscura». Muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experien- cia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor. En el Diálogo de la Divina Providencia Dios Padre muestra a santa Catalina de Siena cómo en las almas santas puede estar presente la alegría junto con el sufrimiento: «Y el alma está feliz y doliente: doliente por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridad que ha recibido en misma. Ellos imitan al Cordero inmaculado, a mi Hijo Unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente». ^3 Del mismo modo santa Teresa de Lisieux vive su agonía en comunión con la de Je- sús, verificando en precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado: «Nuestro Señor en el huerto de los Olivos go- zaba de todas las alegrías de la Trinidad, y sin embargo su ago- nía no era menos cruel. Es un misterio, pero le aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo».^^ testimonio muy claro. Por otra parte, la misma narración de los evangelis- tas permite esta percepción eclesial de la conciencia de Cristo cuando recuerda que, aun en su profundo dolor, él muere im- plorando el perdón para sus verdugos (cf . Le 23, 34) y expresan- do al Padre su extremo abandono filial: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Le 23, 46).

Rostro del Resucitado

28. Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permane- ce en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual

13 Santa Catalina de Siena, Diálogo de la Divina Providencia, 78.

14 Santa Teresa de Lisieux, Ú/t/mos Coloquios. Cuaderno amarillo, 6 de julio de 1897: Ope- re complete. Ciudad del Vaticano 1997, p. 1003.

62

Doc. Santa Sede

se esconde la vida de Dios v se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducir- se a su imagen de cruciñcado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1 G? 15, 14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su \"ida mortal ruegos y súplicas con po- deroso clamor v lágrimas al que podía sal\ arle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; v llegado a la perfec- ción, se com irtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» {Hb 5, 7-9).

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los

pasos de san Pedro, que lloró por haberle negado \" reanudó su

camino confesando, con comprensible

temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que . , ,

. .? ¡cuan dulce

te quiero» (jn 21, Id. 1/ ). Lo hace unida a '

san Pablo, que lo encontró en el camino es el recuerdo

de Damasco v quedó conquistado por , t ^ r i

él: «Para la vida es Cristo, y la muer- Jesús, fuente de

te, una ganancia» {Flp 1, 21). verdadera alegría

Después de dos años de estos acón- corazón!

tedmientos, la Iglesia los \-ueh e a \ i\ ir

como si hubieran sucedido hov. En el

rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. '<Dulcis lesu memoria, dans vera cordis gaudia»: jcuán dulce es el re- cuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, fortalecida por esta exj>eriencia, reanuda hov su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8).

63

Boletín Eclesiástico

III

CAMINAR DESDE CRISTO

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» {Mt 28, 20). Esta certeza, queridos hermanos y her- manas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestro corazón por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, ha- ciendo que sea, además, la fuerza inspiradora nuestro cami- no. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta que dirigieron a san Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecos- tés: «¿Qué hemos de hacer?» {Hch 2, 37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin subes- timar los problemas. Ciertamente, no nos satisface la ingenua convicción de que exista una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradi- ción viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene en cuenta el tiempo y la cul- tura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio.

Con todo, es necesario que ese programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad. El Jubileo nos ha ofrecido la oportunidad extraordinaria de dedicarnos.

64

Doc. Santa Sede

durante algunos años, a un camino de unidad en toda la Iglesia, un camino de catcquesis articulada sobre el tema trinitario y acompañada por objetivos pastorales orientados hacia una fe- cunda experiencia jubilar. Doy las gracias por la cordial adhe- sión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Car- ta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Den- tro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas in- dicaciones programáticas concretas objetivos y métodos de trabajo, formación y valorización de los agentes y búsqueda de los medios necesarios que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profun- damente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen con confianza las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Igle- sia universal.

Dicha sintonía será ciertamente más fácil por el trabajo colegial, que ya se ha hecho habitual, desarrollado por los Obispos en las Conferencias episcopales y en los Sínodos. ¿No ha sido éste el objetivo de las Asambleas continentales del Sínodo de los obis- pos, que han marcado la preparación al Jubileo, elaborando orientaciones significativas para el anuncio actual del Evangelio en los múltiples contextos y las diversas culturas? No se debe perder este rico patrimonio de reflexión; al contrario, hay que hacerlo concretamente operativo.

65

Boletín Eclesiástico

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renovación pastoral. Una obra que nos implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas priorida- des pastorales, que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

La santidad

30. En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad. ¿No era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?

Espero que, entre quienes han participado en el Jubileo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia, plenamente cons- cientes de su carácter exigente. Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santi- dad es más que nunca una urgencia pastoral.

Conviene, por eso, descubrir en todo su valor programático el capítulo V de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, dedicado a la «vocación universal a la santidad». Si los Padres conciliares dieron tanta importancia a esta temática no fue para dar una especie de toque espiritual a la eclesiología, si- no más bien para poner de relieve una dinámica intrínseca y de- terminante. Descubrir a la Iglesia como «misterio», es decir, co- mo pueblo «congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», ^5 llevaba a descubrir también su «santidad», entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el «tres veces Santo» (cf. Is 6, 3). Con- fesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Espo-

15 San Cipriano, De Orat. Dom. 23: PL 4, 553; cf. conc. ecum. Vat. II, const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 4.

66

Doc. Santa Sede

sa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santifi- carla (cf. £/5, 25-26). Este don de santidad, por así decir, objeti- va, se da a cada bautizado.

Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de di- rigir toda la vida cristiana: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» Ts 4, 3). Es un compromiso que no afecta solo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor».!^

31. Recordar esta verdad elemental, poniéndola como funda- mento de la programación pastoral que realizamos al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo po- co práctico. ¿Se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?

En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expre- sar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entra- da en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentar- se con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo pre- guntarle, «¿quieres ser santo?» Significa poner en su camino la radicalidad del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mf 5, 48).

Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida ex- traordinaria, solo practicable por algunos «genios» de la santi- dad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la

16 CoNC. EcuM. Vat. 11, const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 40.

67

Boletín Eclesiástico

vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, en- tre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstan- cias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las fami- lias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una au- téntica pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

La oración

32. Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianis- mo que se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubi- lar ha sido un año de oración personal y comunitaria más inten- sa. Pero sabemos bien que la oración no es algo que pueda dar- se por supuesto. Es preciso aprender a orar, casi aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Le 11, 1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convier- te en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» {Jn 15, 4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténti- ca. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndo- la plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vi- da eclesial,i7 pero también en la experiencia personal, es el se-

17 Cf. CONC. EcuM. Vat. II, const. Sacrosnnctuiii Conciliuni, sobre la sagrada liturgia, 10.

Doc. Santa Sede

creto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

33. ¿No es acaso un «signo de los tiempos» el hecho de que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una generalizada exigencia de espiritualidad, que en gran parte se mani- fiesta precisamente en una renovada necesidad de oración? También las otras religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Sal- vador del mundo, debemos mostrar a qué grado de interioriza- ción puede llevar la relación con él.

La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible a la acción del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la expe- riencia viva de la promesa de Cristo: «El que me ame, será ama- do por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual y encuentra también dolorosas purificaciones (la «noche oscura»), pero llega, de muchas formas posibles, al inefable gozo vivido por los místicos como «unión esponsal». ¡Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús!

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cris- tianas tienen que llegar a ser auténticas «escuelas de oración», don- de el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición

69

Boletín Eclesiástico

de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adora- ción, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el «arrebato» de corazón. Por tanto, una oración intensa, pero que no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y capa- cita para construir la historia según el designio de Dios.^^

34. Ciertamente, los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están llamados de manera particular a la oración: por su misma naturaleza, la consagra- ción los hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que la cultiven con generosa dedicación. Pero se equivoca quien piense que los demás cristianos se pueden con- formar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no solo serían cristianos mediocres, sino «cristia- nos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ce- der a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas re- ligiosas alternativas y tiansigiendo incluso con formas extiava- gantes de superstición.

Hace falta, por tanto, que enseñar a orar se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pasto- ral. Yo mismo me he propuesto dedicar las próximas catequesis de los miércoles a la reflexión sobre los Salmos, comenzando por los de la oración de Laudes, con la cual la oración pública de la Iglesia nos invita a «consagrar» y orientar nuestra jornada. Cuánto ayudaría que no solo en las comunidades religiosas, si- no también en las parroquiales, nos esforzáramos más para que todo el ambiente estuviera marcado por la oración. Convendría

18 Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, carta Orationis formas sobre algunos as- pectos de la meditación cristíana, 15 de octubre de 1989: AAS 82 (1990), 362-379.

70

Doc. Santa Sede

valorizar, con el oportuno discernimiento, las formas populares y sobre todo educar en las litúrgicas. Quizá está más cercano de lo que ordinariamente se cree el día en que en la comunidad cristiana se conjuguen los múltiples compromisos pastorales y de testimonio en el mundo con la celebración eucarística y tal vez con el rezo de Laudes y Vísperas. Lo demuestra la experien- cia de tantos grupos comprometidos cristianamente, incluso con una buena representación de seglares.

La Eucaristía dominical

35. Por consiguiente, hace falta poner el máximo empeño en la liturgia, «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza». En el siglo XX, especialmente a partir del Concilio, la comunidad cris- tiana ha ganado mucho en el modo de celebrar los Sacramentos y sobre todo la Eucaristía. Es preciso insistir en esta dirección, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resuci- tado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana. 20 Desde hace dos mil años, el tiempo cristiano está marcado por la memoria de aquel «primer día después del sábado» (Me 16, 2. 9; Le 24, 1; Jn 20, 1), en el que Cristo resucitado llevó a los Após- toles el don de la paz y del Espíritu (cf. Jn 20, 19-23). La verdad de la resurrección de Cristo es el dato originario sobre el que se apoya la fe cristiana (cf. 2 Co 15, 14), acontecimiento que se en- cuentra en el centro del misterio del tiempo y que prefigura el últi- mo día, cuando Cristo vuelva glorioso. No sabemos qué aconte- cimientos nos reser\'ará el milenio que está comenzando, pero tenemos la certeza de que éste permanecerá firmemente en las manos de Cristo, el «Rey de Reyes y Señor de los Señores» {Ap 19, 16) y precisamente celebrando su Pascua, no solo una vez al

19 Cf. CoNC. ECUM. Vat. n, Const. Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, 10.

20 Carta ap. Dies Domini, (31 de mayo de 1998), 19: AAS 90 (1998), 724.

71

Boletín Eclesiástico

año sino cada domingo, la Iglesia seguirá indicando a cada ge- neración «lo que constituye el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio del principio y del destino final del mundo».2i

36. Por tanto, quisiera insistir, en la línea de la carta apostólica «Dies Domini», para que la participación en la Eucaristía sea real- mente para cada bautizado, el centro del domingo: un deber irre- nunciable, que se ha de vivir no solo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente. Estamos entrando en un milenio que se presenta caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones, incluso en países de antigua cristianización. En mu- chas regiones los cristianos son o se están convirtiendo en un «pequeño rebaño» (Le 12, 32). Esto los pone ante el reto de testi- moniar con mayor fuerza, a menudo en condiciones de soledad y dificultad, los aspectos específicos de su propia identidad. El deber de la participación eucarística cada domingo es uno de esos aspectos. La Eucaristía dominical, al congregar semanal- mente a los cristianos como familia de Dios entorno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiado donde la comunión se anuncia y se cultiva constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia^- que puede desempeñar así de manera efi- caz su papel de sacramento de unidad.

El sacramento de la Reconciliación

37. Deseo pedir, además, una renovada audacia pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa pro- poner de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento

21 Ibíd., 2: le, 714.

22 Cf. Ihíd., 35: l.c, 72A.

72

Doc. Santa Sede

de la Reconciliación. Como se recordará, en 1984 intervine sobre este tema con la Exhortación postsinodal Reconciliatio et paeniten- tia, que recogía los frutos de la reflexión de una Asamblea del Sí- nodo de los Obispos, dedicada a esta problemática. Entonces in- vité a esforzarse por todos los medios para afrontar la crisis del «sentido del pecado» que se da en la cultura contemporánea,23 pero más aún, invité a ayudar a los demás a redescubrir a Cris- to como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su cora- zón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo. Este es el rostro de Cristo que es preciso hacer que descubran también

a través del sacramento de la penitencia que, para un cris- tiano, «es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados gra- ves cometidos después del Bautismo». 24 Cuando el mencionado Sínodo afrontó el problema, era patente a todos la crisis de ese Sacramento, es- pecialmente en algunas regiones del mundo. Los motivos que la originaban no han desaparecido en este breve lapso de tiempo. Pero el Año jubilar, que se ha caracterizado particularmente por el recurso a la Penitencia sacramental, nos ha ofrecido un men- saje alentador, que no se ha de desaprovechar: si muchos, entre ellos tantos jóvenes, se han acercado con fruto a este sacramen- to, probablemente es necesario que los Pastores tengan mayor confianza, creatividad y perseverancia en presentarlo y valori- zarlo. ¡No debemos rendirnos, queridos hermanos sacerdotes, ante crisis temporáneas! Los dones del Señor y los Sacramen- tos son de los más preciosos vienen de Aquél que conoce bien el corazón del hombre y es el Señor de la historia.

23 Cf. exhort, ap. Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 18: AAS 77 (1985), 224.

24 Ibid., 31: /.c, 258

el sacramento de la penitencia «es el camino ordinario para obtener el perdón y

la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo»

73

Boletín Eclesiástico

Primacía de la gracia

38. En la programación que nos espera, trabajar con mayor con- fianza en una pastoral que prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que se cierne siempre sobre todo camino espiritual y sobre la ac- ción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf. ]n 15, 5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos re- cuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pas- torales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante senti- miento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los dis- cípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maes- tro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Le 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altuml En aquella ocasión, fue Pedro quien ha- bló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (Le 5, 5). Permitid al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.

Escucha de la Palabra

39. No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración solo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II subrayó el

74

Doc. Santa Sede

papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las per- sonas individualmente como las comunidades recurren ya en gran medida a la Escritura, y entre los laicos mismos son mu- chos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando sobre todo la tarea de la evangeli- zación y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y herma- nas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso con la di- fusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpe- la, orienta y modela la existencia.

Anuncio de la Palabra

40. Alimentarnos de la Palabra para ser «serradores de la Pala- bra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemen- te una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», que, aun con las múlti- ples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valo- res evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situa- ción que cada vez es más variada y comprometedora, en el con- texto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en noso- tros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ar- dor de la predicación apostólica que siguió a Pentecostés. He- mos de revivir en nosotros el celo apremiante de san Pablo, que exclamaba: «¡ay de si no predicara el Evangelio!» (3 Co 9,16).

75

Boletín Eclesiástico

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que ha de implicar la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo solo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que se viva, como compromiso cotidia- no de las comunidades y de los grupos cristianos. Sin embargo, esto debe hacerse respetando debidamente el camino siempre distin- to de cada persona y atendiendo a las diversas culturas que se han de impregnar del mensaje cristiano, de tal manera que no se nieguen los valores peculiares de cada pueblo, sino que sean pu- rificados y llevados a su plenitud.

El cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez me- jor a esta exigencia de incultur ación. Permaneciendo plenamente lo que es en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado. De la belle- za de este rostro pluriforme de la Iglesia hemos gozado particu- larmente en este Año jubilar. Quizás es solo el comienzo, un ico- no apenas esbozado del futuro que el Espíritu de Dios nos pre- para.

La propuesta de Cristo se ha de hacer a todos con confianza. Se ha de dirigir a los adultos, a las familias, a los jóvenes, a los ni- ños, sin ocultar nunca las exigencias más radicales del mensaje evangélico, atendiendo a las exigencias de cada uno, por lo que se refiere a la sensibilidad y al lenguaje, según el ejemplo de san Pablo que decía: «Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos» (I Co 9, 22). Al recomendar todo esto, pienso en particular en la pastoral juvenil. Precisamente por lo que se refie- re a los jóvenes, como antes he recordado, el Jubileo nos ha ofre- cido un testimonie") de generosa disponibilidad. Hemos de saber valorizar aquella respuesta consoladora, empleando ese entu-

76

Doc. Santa 6ede

siasmo como un nuevo talento (cf. 25, 15) que Dios ha pues- to en nuestras manos para que lo hagamos fructificar.

41. Que nos sostenga y oriente, en esta acción misionera confia- da, emprendedora y creativa, el ejemplo esplendoroso de los nu- merosos testigos de la fe que el Jubileo nos ha hecho recordar. La Iglesia ha encontrado siempre en sus mártires una semilla de vi- da. Sanguis martyruni - semen christianorum.^^ Esta célebre «ley» enimciada por Tertuliano, se ha demostrado siempre verdadera ante la prueba de la historia. ¿No será así también para el siglo y para el milenio que estamos iniciando? Quizás estábamos de- masiado acostumbrados a pensar en los mártires como personas un poco lejanas, como si se tratara de un grupo del pasado, vin- culado sobre todo a los primeros siglos de la era cristiana. La memoria jubilar nos ha abierto un panorama sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en si- tuaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. En ellos la palabra de Dios, sembrada en terreno fértil, ha fructificado el céntuplo (cf. Mt 13, 8. 23). Con su ejemplo nos han señalado y casi «allanado» el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas.

IV

TESTIGOS DEL AMOR

42. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os te- néis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). Si verdaderamente he- mos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y her- manas, nuestra programación pastoral se inspirará en el «man-

25 Tertüuano, ApoL, 50, 13: PL 1, 534.

77

Boletín Eclesiástico

damiento nuevo» que él nos dio: «Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (fn 13,34).

Otro aspecto importante en que será necesario poner un decidi- do empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia uni- versal como en el de las Iglesias particulares, es el de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del miste- rio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del Padre eterno, se de- rrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros «un solo corazón y una sola alma» {Hch 4,32). Realizando esta comunión de amor, la Iglesia se manifiesta como «sacramento», o sea, «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género huma- no».26

Las palabras del Señor a este respecto son demasiado precisas como para minimizar su alcance. Muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia también este nuevo siglo; pero si faltara la caridad (ágape), todo sería inútil. Nos lo recuer- da el apóstol Pablo en el himno a la caridad: aunque habláramos las lenguas de los hombres y los ángeles, y tuviéramos una fe «que mueve las montañas», si nos falta la caridad, todo sería «nada» (cf. 1 Co 13,2). La caridad es verdaderamente el «cora- zón» de la Iglesia, como bien intuyó santa Teresa de Lisieux, a la que he querido proclamar doctora de la Iglesia, precisamente como experta en la scientia amoris: «Comprendí que la Iglesia te- nía un corazón y que este corazón ardía de amor. Entendí que solo el amor movía a los miembros de la Iglesia (...). Entendí que el amor comprendía todas las vocaciones, que el Amor era to- do».27

26 CONC. EcUM. Vat. II, Const. dogm. Lumen ¡^ciitiuiii aobrc la Iglesia, 1.

27 Santa Tkresa de Lisieux, MsB 3vo, Opere Complete, Ciudad del Vaticano 1997, p. 223.

76

Doc. Santa Sede

Espiritualidad de comunión

43. Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado de- jarse llevar por este primer impulso. Antes de programar inicia- tivas concretas, hace falta promover una espiritualidad de comu- nión, proponiéndola como principio educativo en todos los lu- gares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se forman los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los her- manos que están a nuestro lado. Espiritualidad de comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus su- frimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espirituali- dad de comunión es también capacidad para ver ante todo lo que hay de positivo en el otio, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.

En fin, espiritualidad de comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otios (cf . Ga 6, 2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, afán de hacer carrera, des- confianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este cami- no espiritual, de poco servarían los instrumentos extemos de la

79

Boletín Eclesiástico

comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de co- munión más que sus modos de expresión y crecimiento.

44. Sobre esta base, en el nuevo siglo debemos esforzarnos más que nunca por valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instru- mentos que, según las grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar la comunión. ¡Cómo no pensar, ante todo, en los servicios específicos de la comunión que son el ministerio petrino y, en estrecha relación con él, la colegiali- dad episcopal] Se trata de realidades que tienen su fundamento y su consistencia en el designio mismo de Cristo sobre la Iglesia,^^ pero que precisamente por eso necesitan de una continua verifi- cación que asegure su auténtica inspiración evangélica.

Desde el Concilio Vaticano II se ha hecho mucho también en lo que se refiere a la reforma de la Curia romana, la organización de los Sínodos y el funcionamiento de las Conferencias Episco- pales. Pero ciertamente queda aún mucho por hacer para expre- sar de la mejor manera las potencialidades de estos instrumen- tos de comunión, particularmente necesarios hoy ante la exigen- cia de responder con prontitud y eficacia a los problemas que la Iglesia tiene que afrontar en los cambios tan rápidos de nuestro tiempo.

45. Los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles, en el entramado de la vida de ca- da Iglesia. En ella, la comunión ha de ser patente en las relacio- nes entre obispos, presbíteros y diáconos, entre pastores y todo el pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales. Para ello se deben valorar cada vez más los organismos de participación previstos por el Derecho canó-

28 Cf. CONC. ECUM. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, c. III.

&0

Doc. Santa Sede

nico, como los Consejos presbiterales y pastorales. Éstos, como es sabido, no se inspiran en los criterios de la democracia parla- mentaria, puesto que actúan de manera consultiva y no delibe- rativa29; sin embargo, no pierden por ello su significado e im- portancia. En efecto, la teología y la espiritualidad de la comu- nión aconsejan una escucha recíproca y eficaz entre pastores y fieles, manteniéndolos por un lado unidos a priori en todo lo que es esencial y, por otro, impulsándolos a confluir normalmente, incluso en lo opinable, hacia opciones ponderadas y comparti- das.

Para ello, hemos de hacer nuestra la antigua sabiduría, la cual, sin perjuicio alguno del papel jerárquico de los pastores, sabía animarlos a escuchar atentamente a todo el pueblo de Dios. Es significativo lo que san Benito recuerda al Abad del monasterio, cuando le invita a consultar también a los más jóvenes: «Dios inspira a menudo a uno más joven lo que es mejor».30 Y san Pau- lino de Ñola exhorta: «Estemos pendientes de los labios de los fieles, porque en cada fiel sopla el Espíritu de Dios>>.3i

Por tanto, así como la prudencia jurídica, poniendo reglas preci- sas para la participación, manifiesta la estructura jerárquica de la Iglesia y evita tentaciones de arbitrariedad y pretensiones in- justificadas, la espiritualidad de la comunión da un alma a la es- tructura institucional, con una llamada a la confianza y a la apertura que responde plenamente a la dignidad y responsabi- lidad de cada miembro del Pueblo de Dios.

29 Cf . Congregación para el Clero y Otras, Instrucción interdicasterial Ecdesiae de mis- terio sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el mi- nisterio de los sacerdotes (15 agosto 1997): AAS 89 (1997) 852-877, especialmente art. 5: «Los organismos de colaboración en la Iglesia particular».

30 San Benito, Reg. III, 3: «Ideo autem omnes ad consilium vocari diximus, quia saepe iuniori Dominus revelat quod melius est ».

31 «De omnium fidelium ore pendeamus, quia in omnem fidelem Spiritus Dei spirat» San Pau- lino DE Ñola, Epist. 23, 36 a Sulpicio Severo: CSEL 29, 193.

Boletín Eclesiástico

Variedad de vocaciones

46. Esta perspectiva de comunión está estrechamente unida a la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los do- nes del Espíritu. La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades. Es la reali- dad de muchos miembros unidos en un solo cuerpo, el único Cuerpo de Cristo (cf. I Co 12, 12). Es necesario, pues, que la Igle- sia del tercer milenio impulse a todos los bautizados y confirma- dos a tomar conciencia de su responsabilidad activa en la vida eclesial. Junto con el ministerio ordenado, pueden florecer otros ministerios, instituidos o simplemente reconocidos, para el bien de toda la comunidad, atendiéndola en sus múltiples necesida- des: de la catequesis a la animación litúrgica, de la educación de los jóvenes a las más diversas manifestaciones de la caridad.

Ciertamente se ha de hacer im generoso esfuerzo sobre todo con la oración insistente al Dueño de la mies (cf. Mt 9, 38) en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y ala vida de especial con- sagración. Se trata de un problema muy importante para la vida de la Iglesia en todas las partes del mundo. Además, en algunos países de antigua evangelización, se ha hecho incluso dramáti- co debido al cambio de contexto social y al enfriamiento religio- so causado por el consumismo y el secularismo. Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y a las fami- lias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmen- te cuando pide la entrega total de y de las propias fuerzas pa- ra la causa del Reino.

En este contexto cobran también toda su importancia las demás vocaciones, enraizadas básicamente en la riqueza de la vida nueva recibida en el sacramento del Bautismo. En particular, es

62

Doc. Santa Sede

necesario descubrir cada vez mejor la vocación propia de los laicos, llamados como tales a «buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios»32 y tam- bién a llevar a cabo «en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde [...] con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres». 33

En esta misma línea, tiene gran importancia para la comunión el deber de promover las diversas realidades de asociación, que tanto en sus modalidades más tradicionales como en las más nuevas de los movimientos eclesiales, siguen dando a la Iglesia una vitali- dad que es don de Dios y constituyen una auténtica primavera del Espíritu. Ciertamente conviene que, tanto en la Iglesia uni- versal como en las Iglesias particulares, las asociaciones y los movimientos actúen en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores. Pero para todos es también exi- gente y perentoria la exhortación del Apóstol: «No extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías, examinadlo todo y que- daos con lo bueno» (2 Ts 5, 19-21).

47. Una atención particular se ha de prestar así mismo a la pas- toral de la familia, especialmente necesaria en un momento histó- rico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental. En la vi- sión cristiana del matrimonio, la relación entre un hombre y una mujer relación recíproca y total, única e indisoluble respon- de al proyecto originario de Dios, ofuscado en la historia por la «dureza de corazón», pero que Cristo vino a restaurar en su es- plendor originario, revelando lo que Dios quiso «desde el prin- cipio» (cf. Mt 19, 8). Además, en el matrimonio, elevado a la dig- nidad de sacramento, se expresa el «gran misterio» del amor es- ponsal de Cristo a su Iglesia (cf. £/5, 32).

32 CoNC. ECUM. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 31.

33 CONC. EcUM. Vat. II, Decr. Apostolicam acluositatem sobre el apostolado de los laicos, 2.

©3

Boletín Eclesiástico

En este punto la Iglesia no puede ceder a las presiones de cierta cultura, aunque sea muy extendida y a veces militante. Más bien con\ iene procurar que, mediante una educación e\'angélica ca- da vez más completa, las familias cristianas den ejemplo convin- cente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera ple- namente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exi- gencias de la persona humana: tanto la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los más frágiles, que son los hijos. Las fami- lias mismas deben ser cada vez más conscientes de la atención debida a los hijos y han de hacerse promotores de una eficaz presencia eclesial y social para tutelar sus derechos.

El compromiso ecuménico

48. Y ¿qué decir de la urgencia de promover la comunión en el delicado ámbito del campo eciimnüco? La triste herencia del pa- sado nos afecta todavía al cruzar el umbral del nuevo milenio. La celebración jubilar ha incluido algunos signos verdadera- mente profético y conmovedores, pero queda aún mucho cami- no por recorrer.

En realidad, al impulsamos a fijar la mirada en Cristo, el gran jubUeo nos ha hecho tomar una conciencia más viva de la Igle- sia como misterio de unidad. «Creo en la Iglesia, que es una»: es- to que manifestamos en la profesión de fe fiene su fundamento úl- timo en Cristo, en el cual la Iglesia no está dividida (1 Co 1, 11-13). Como Cuerpo suyo, en la unidad producida por el don del Es- píritu, es indivisible. La realidad de la división se lleva a cabo en el ámbito de la historia, en las relaciones entre los hijos de la Iglesia, como consecuencia de la fiagilidad humana para acoger el don que fluye continuamente del Cristo-Cabeza en el Cuerpo místico. La oración de Jesús en el cenáculo «como tú. Padre, en y yo en ti, que eUos también sean uno en nosotros» (Jn 17, 21) es a la vez revelación e invocación. Nos revela la unidad de Cristo con el Padre como el lugar de donde brota la unidad de

64

Doc. Santa Sede

la Iglesia y como don perenne que, en él, recibirá misteriosa- mente hasta el fin de los tiempos. Esta unidad que se realiza concretamente en la Iglesia católica, a pesar de los límites pro- pios de lo humano, se manifiesta también de manera diversa en muchos elementos de santificación y de verdad que existen den- tro de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales; dichos ele- mentos, en cuanto dones propios de la Iglesia de Cristo, las im- pulsan sin cesar hacia la unidad plena.34

La oración de Cristo nos recuerda que este don ha de ser acogi- do y desarrollado de manera cada vez más profunda. La invo- cación «ut unum sint» es, a la vez, imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desi- dia y estrechez de corazón. La confianza de poder alcanzar, in- cluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la oración de Jesús, no en nuestras capa- cidades.

Desde esta perspectiva de renovado camino postjubilar, miro con gran esperanza a las Iglesias de Oriente, deseando que se re- cupere plenamente el intercambio de dones que enriqueció la Iglesia del primer milenio. El recuerdo del tiempo en que la Igle- sia respiraba con «dos pulmones» ha de impulsar a los cristia- nos de oriente y occidente a caminar juntos, en la unidad de la fe y en el respeto de las legítimas diferencias, acogiéndose y apo- yándose mutuamente como miembros del único Cuerpo de Cristo.

Con análogo esmero se ha de cultivar el diálogo ecuménico con los hermanos y hermanas de la Comunión anglicana y de las Co- munidades eclesiales nacidas de la Reforma. La confrontación teoló- gica sobre puntos esenciales de la fe y de la moral cristiana, la

34 CoNC. ECUM. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia, 8.

86

Boletín Eclesiástico

colaboración en la caridad y, sobre todo, el gran ecumenismo de la santidad, con la ayuda de Dios, producirán sus frutos en el fu- turo. Entre tanto, continuemos con confianza en el camino, an- helando el momento en que, con todos los discípulos de Cristo sin excepción, podamos cantar juntos con voz clara: «Ved qué dulzura, que delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1).

Apostar por la caridad

49. A partir de la comunión intraeclesial, la caridad se abre, por su naturaleza, al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano. Éste es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el esfilo eclesial y la programación pastoral. El siglo y el milenio que comienzan tendrán que ver todavía, y es de desear que lo vean con mayor fuerza, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres. Si verdaderamente hemos parfido nuevamente de la contemplación de Cristo, tenemos que saber- lo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo quiso idenfificarse: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; desnudo y me vesfisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y venisteis a verme» (Mí 25, 35-36). Esta página no es ima simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumi- na el misterio de Cristo. A la luz de esta página la Iglesia com- prueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que en el ámbito de la ortodoxia.

Ciertamente, no debemos olvidar que nadie puede ser excluido de nuestro amor, dado que «con la encamación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre».^^ Ateniéndonos a las indiscufibles palabras del E\'angelio, en la persona de los po-

35 CONC. ECUM. Vat. n, Const. past. Caudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.

&6

Doc. Santa Sede

bres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción, se tes- timonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericor- dia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a El para toda clase de necesidades espirituales y materiales.

50. En efecto, en nuestro tiempo son muchas las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro mundo empieza el nuevo milenio con la carga de las contradicciones de un creci- miento económico, cultural y tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando a millones y millo- nes de personas no solo al margen del progreso, sino también sujetas a condiciones de vida muy por debajo del mínimo reque- rido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía personas que se mueren de hambre; con- denadas al analfabetismo; sin la asistencia médica más elemen- tal; sin techo donde cobijarse?

El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas formas de pobreza añadimos las nuevas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social. El cristiano, que se asoma a este panorama, debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él diri- ge desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestacio- nes en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de una nueva «creatividad de la caridad», que promueva no tanto y no solo la eficacia de las ayu- das prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solida-

67

3o\et\Y\ Ec\e&'\áet\co

rios con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibi- do como limosna humillante, sino como un compartir fraterno.

Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en ca- da comunidad cristiana, se sientan como «en su casa». ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nue- va del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de pala- bras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete ca- da día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las pala- bras.

Retos actuales

51. ¿Podemos quedar indiferentes ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hom- bre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, ame- nazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O ante el vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños? Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insen- sible.

Se debe prestar especial atención a algunos aspectos de la radi- calidad evangélica que a menudo son menos comprendidos, hasta el punto de hacer impopular la intervención de la Iglesia, pero que no pueden por ello desaparecer de la agenda eclesial de la caridad. Me refiero al deber de comprometerse en la defen- sa del respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción has- ta su ocaso natural. Del mismo modo, el servicio al hombre nos obliga a proclamar, a tiempo y a destiempo, que cuantos se va- len de las nuevas potencialidades de la ciencia, especialmente en el terreno de las biotecnologías, nunca han de ignorar las exigen-

Doc. Santa Sede

das fundamentales de la ética, apelando tal vez a una discutible solidaridad, que acaba por discriminar entre vida y vida, con el desprecio de la dignidad propia de cada ser humano.

Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y contro\ ertidos, es importante hacer im gran eshierzo para explicar adecuadamente los motivos de la posi- ción de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de im- poner a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpre- tar y defender los valores arraigados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se con\ ertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamenta- les, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización.

52. Obviamente todo esto tiene que realizarse con un estilo es- pecíficamente cristiano: deben ser sobre todo los laicos, en virtud de su propia vocación, quienes lleven a cabo estas tareas, sin ce- der nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales. En particular, la relación con la sociedad civil tendrá que configurarse de tal modo que respete la autonomía y las competencias de esta última, según las enseñanzas propues- tas por la doctrina social de la Iglesia.

Es notorio el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, so- bre todo en el siglo XX, para interpretar la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más preciso y orgáni- co su contribución a la solución de la cuestión social, que ha lle- gado a ser ya una cuestión planetaria.

Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión im- prescindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tenta- ción de una espiritualidad intimista e individualista, que no se

Boletín Eclesiástico

armoniza con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo. Si esta tensión nos hace conscientes del carác- ter relativo de la historia, no nos exime en ningún modo del de- ber de construirla. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: «El mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni les impul- sa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber». 36

Un signo concreto

53. Como signo de este mensaje de caridad y de promoción hu- mana, que se basa en las íntimas exigencias del Evangelio, he querido que el mismo Año jubilar, entre los numerosos frutos de caridad que ya ha producido en el curso de su desarrollo pienso particularmente en la ayuda ofrecida a tantos hermanos más pobres para hacer posible su participación en el jubileo dejase también una obra que sea, de alguna manera, el fruto y el sello de la caridad jubilar. En efecto, muchos peregrinos han con- tribuido de diferentes modos con sus ofertas y, junto con ellos, también muchos protagonistas de la actividad económica han ofrecido ayudas generosas, que han servido para asegurar la conveniente realización del acontecimiento jubilar. Una vez cu- biertos los gastos que se han debido afrontar a lo largo del año, el dinero que sobre, debe destinarse a fines caritativos. En efec- to, es importante excluir de un acontecimiento religioso tan sig- nificativo cualquier apariencia de especulación económica. Lo que sobre servirá para repetir también en esta ocasión la expe- riencia vivida tantas otras veces a lo largo de la historia desde que, en los comienzos de la Iglesia, la comunidad de Jerusalén ofreció a los no cristianos la imagen conmovedora de un inter-

36 Ib., 34.

90

Doc. Santa Sede

cambio espontáneo de dones, hasta la comunión de los bienes, en favor de los más pobres (cf. Hch 2, 44-45).

La obra que se realice será solamente un pequeño arroyo que confluirá en el gran río de la caridad cristiana que recorre la his- toria. Arroyo pequeño, pero signifícativo: el jubileo ha movido al mundo a mirar hacia Roma, la Iglesia «que preside en la cari- dad»37 y a j^r a Pedro su oferta. Ahora la caridad manifestada en el centro de la catolicidad vuelve, de alguna manera, hacia el mundo a través de este gesto, que quiere quedar como fruto y memoria viva de la comunión experimentada con ocasión del Jubileo.

Diálogo y misión

54. Un nuevo siglo y un nue\'o milenio se abren a la luz de Cris- to. Sin embargo, no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el ma- ravilloso y exigente cometido de ser su «reflejo». Es el mysterium lunae tan frecuente en la contemplación de los Padres, los cuales indicaron con esta imagen que la Iglesia dependía de Cristo, Sol cuya luz eUa refleja. ^j-g ^ modo de expresar lo que Cristo mismo dice, al presentarse como «luz del mundo» (Jn 8, 12) y al pedir a la \ ez a sus discípulos que sean «la luz del mundo» (cf Mt 5, 14).

Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debi- lidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabe- mos abrimos a la gracia que nos hace hombres nuevos.

37 S. IGNAQO DE AxnOQUÍA, Carta a Jos Romanos, Pref., ed. Funk, I, 252.

38 Así, por ejemplo, S. Agustín: «También la luna representa a la Iglesia, porque no tiene luz propia, sino que la recibe del Hijo unigénito de Dios, el cual en muchas pasajes de la Escritu- ra alegóricamente es llamado sol»: Enarr. ¡n Ps. 10, 3: CCL 38, 42.

91

Boletín Eclesiástico

55. En esta perspectiva se sitúa también el gran desafío del diá- logo Ínter religioso, en el cual continuaremos todavía comprometi- dos durante el nuevo siglo, en la línea indicada por el Concilio Vaticano ü.^^ En los años de preparación para el gran jubileo, la Iglesia, mediante encuentros de notable interés simbólico, ha tratado de establecer una relación de apertura y diálogo con repre- sentantes de otras religiones. El diálogo debe continuar. En la si- tuación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálo- go es también importante para proponer una fírme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han ba- ñado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz.

56. Pero el diálogo no puede basarse en el indiferentismo religio- so, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo dando el testimonio pleno de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P 3, 15). No debemos temer que pueda constituir una ofen- sa a Ja identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respe- to a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios- Amor, que «tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito» (Jn 3, 16). Todo esto, como también ha sido subrayado reciente- mente por la Declaración Dominus lesus, no puede ser objeto de una especie de negociación dialogística, como si para nosotros fuese una simple opinión. Al contrario, para nosotros es una gracia que nos llena de alegría, una noticia que debemos anun- ciar.

La Iglesia, por tanto, no puede sustraerse a la actividad misione- ra hacia los pueblos, y una tarea prioritaria de la missio ad gentes

39 Cf. Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.

92

Doc. Santa Sede

sigue siendo anunciar que en Cristo, «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14, 6), los hombres encuentran la salvación. El diálogo inte- rreligioso «tampoco puede sustituir al anuncio; de todos modos, aquél sigue orientándose hacia el anuncio». Por otra parte, el deber misionero no nos impide entablar el diálogo íntimamente dispuestos a la escucha. En efecto, sabemos que, frente al misterio de gracia infinitamente rico en dimensiones e implicaciones pa- ra la vida y la historia del hombre, la Iglesia misma nunca deja- rá de escudriñar, contando con la ayuda del Paráclito, el Espíri- tu de verdad (cf. Jjí 14, 17), al que compete precisamente llevar- la a la «plenitud de la verdad» (Jn 16, 13).

Este principio es la base no solo de la inagotable profundización teológica de la verdad cristiana, sino también del diálogo cristia- no con las filosofías, las culturas y las religiones. No es raro que el Espíritu de Dios, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8), suscite en la experiencia humana universal, a pesar de sus múltiples con- tradicciones, signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender más profundamente el men- saje del que son portadores. ¿No fue con esta humilde y confia- da apertura como el Concilio Vaticano II se esforzó en leer los «signos de los tiempos»?"*! Incluso llevando a cabo un laborioso y atento discernimiento, para captar los «verdaderos signos de la presencia o del designio de Dios»,42 la Iglesia reconoce que no solo ha dado, sino que también ha «recibido de la historia y del desarrollo del género humano».43 Esta actitud de apertura, y también de atento discernimiento, con respecto a las otras reli- giones, la inauguró el Concilio. A nosotros nos corresponde se- guir con gran fidelidad sus enseñanzas y sus indicaciones.

40 Consejo Pontihco para el Diálogo Interreligioso y Congregación para la Evange- LIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Instr. Diálogo y anuncio: reflexiones y orientaciones (19 mayo 1991), 82: AAS 84 (1992), 444.

41 Cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 4.

42 Ibí., 11.

43 Ib., 44.

93

Boletín Eclesiástico

A la luz del Concilio

57. ¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, entrañan las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del gran jubileo, pedí a la Iglesia que se interroga- se sobre la acogida del Concilio.'^ ¿Se ha hecho? El Congreso que se celebró en el Vaticano fue un momento de esta reflexión, y espe- ro que, de diferentes modos, se haya realizado igualmente en to- das las Iglesias particulares. A medida que pasan los años, aque- llos textos no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leer- los de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados co- mo textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después de concluir el jubileo siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofre- cido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza.

CONCLUSIÓN ¡DUC IN ALTUM!

58. ¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurar- se, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se en- carnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, debemos tener un gran corazón para convertirnos nosotros mis- mos en sus instrumentos.

¿No ha sido para tomar contacto con este manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar? Ahora el Cristo contemplado y amado nos invita una vez más a

44 Cf. Carta Ap. Tertio miUennio adveniente, 36: AAS87 (1995) 28.

94

Doc. Santa Sede

ponemos en camino: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mí 28, 19). El mandato misionero nos introdu- ce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusias- mo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue derramado en Pentecostés v que nos impulsa hoy a partir nuevamente sosteni- dos por la esperanza «que no defrauda» {Rm 5, 5).

Nuestro paso, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más ágil al recorrer los senderos del mundo. Los caminos, por los que avanza cada uno de nosotros y cada una de nuestras Igle- sias, son muchos, pero no hay distancia entre quienes están uni- dos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico v de la Palabra de vida. Cada do- mingo Cristo resucitado nos convoca de nuevo al Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» {]n 20, 19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivifi- cante del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evange- lización.

En este camino nos acompaña la Santísima Virgen, a la que ha- ce algunos meses, junto con muchos obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, consagré el tercer milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella de la nueva evangelización». La sigo indicando como aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando las mismas palabras de Jesús (cf. ]n 19, 26), y haciéndome voz, ante ella, del cariño filial de to- da la Iglesia.

59. ¡Queridos hermanos y hermanas! El símbolo de la Puerta Santa se cierra a nuestras espaldas, pero para dejar más abierta que nunca la puerta viva que es Cristo. Después del entusiasmo

95

Boletín Eclesiástico

jubilar ya no volvemos a un anodino día a día. Al contrario, si nuestra peregrinación ha sido auténtica, debe desentumecer nuestras piernas para el camino que nos espera. Tenemos que imitar la intrepidez del apóstol san Pablo: «Lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el pre- mio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús» {Flp 13, 14). Al mismo tiempo, hemos de imitar la contemplación de Ma- ría, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Je- rusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf. Le 2, 51).

Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer, como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Le 24, 30), nos encuentre \ igilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, a fin de llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20, 25).

Este es el fruto tan deseado del Jubileo del Año dos mil. Jubileo que nos ha vuelto a presentar de manera palpable el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y Redentor del hombre.

Mientras se concluye y nos abre a un fiituro de esperanza, suba hasta el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de toda la Iglesia.

Con este deseo, desde lo más profundo del corazón, imparto a todos mi Bendición.

Vaticano, 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, del año 2001, vigésimo tercero de mi Pontificado.

Joannes Paulus pp. 11

96

Documentos de la [ Conf. Episcopal Ecuatoriana

Doc. Conf. Episcopal

Comunicado del Consejo permanente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana

Democracia, el único camino

Los Obispos del Ecuador compartimos la angustia de millones de ecuatorianos sumidos en la pobreza. Esta situación no es jus- ta, no es cristiana. El pecado de quienes por irresponsabilidad o por ambición la causaron clama al cielo. Todos, Estado e Iglesia, líderes indígenas y de los movimientos sociales, políticos y em- presarios, tenemos la responsabilidad ineludible de cambiar tan inicua realidad.

Advertimos el peligro de ir por caminos equivocados: la anar- quía, el desorden social, la desestabilización de las instituciones solo logran agravar situaciones ya de por desesperadas. Tales estiategias solo consiguen proyectar ante el mundo la imagen de un país ingobernable y la falsa ilusión de que cambiando go- biernos se solucionan los problemas. La violencia engendra vio- lencia. La inseguridad social y jurídica desalientan la inversión, favorece la especulación y la inflación.

Por ningún motivo, por bueno que sea, es aceptable la toma de los templos, menos aún como instrumento de presión. El templo es casa de Dios, lugar sagrado de oración, su instrumentaliza- ción política hiere la sensibilidad del pueblo cristiano. Pedimos a los movimientos sociales abandonar para siempre esta prácti- ca que rechazamos con energía.

Es la hora del diálogo. Con el Papa Juan Pablo II en su reciente Mensaje por la Paz pedimos el respeto y diálogo entie las di\'er- sas culturas de nuestro País, diversidad que es nuestia riqueza. El diálogo entie ellas es hoy particularmente necesario y "surge como una exigencia Lntiínseca de la naturaleza misma del hom-

99

Boletín Eclesiástico

bre y dispone los ánimos a una recíproca aceptación, en la pers- pectiva de una auténtica colaboración. Este diálogo es instru- mento eminente para realizar la civilización del amor y la paz".

Nos sumamos a las voces de quienes proponen un diálogo que vaya más allá de las coyunturas, un diálogo que enfrente el ver- dadero problema: la pobreza y la marginación de los indígenas y de tantos otros hermanos nuestros. Corresponderá a los prota- gonistas de este diálogo establecer las bases para un auténtico desarrollo social. Invitamos con énfasis y urgencia a que se esta- blezca una mesa de diálogo con la participación de las entidades sociales que el Gobierno y el Pueblo Indígena consideran opor- tunas. Estamos seguros de que esta iniciativa tendrá el entusias- ta apoyo de todos los ecuatorianos.

Por nuestra parte, fieles al Evangelio del Amor del Señor Jesús, contribuiremos activamente para promover las condiciones a fin de que ese diálogo sea posible y eficaz.

Hermanos ecuatorianos: les pedimos, les imploramos, pasar de la cultura de la confrontación a la del diálogo y trabajo tesonero pa- ra construir una nueva civilización, la de la honestidad, la ver- dad y la justicia.

¡Dios Salve a la Patria!

100

Doc. Conf. Ep\ecopa\

Iglesia por una Tv Familiar E Independiente

Conforme se había anunciado, la Iglesia ha decidido entrar en el grupo que adquiere la emisora Tv. Se propone servir por este medio a la colectividad en las áreas de la información, la educa- ción y el entretenimiento. La promoción se orienta a poder con- tar con una programación televisiva de tipo familiar, difusora de los valores humanos y cristianos que se hallan en la esencia de la cultura nacional.

El canal empieza esta nueva etapa con independencia de intere- ses particulares en el orden político y económico; en actitud de respeto a la dignidad de las personas e instituciones, compro- metido con el sistema democrático y atento a las necesidades de las mayorías, especialmente de los más pobres.

Los Obispos miembros de la Conferencia Episcopal constituirán una fundación sin fines de lucho, denominada "Comunicación para la Familia". El Consejo Directivo de la fundación se haUa

integrado por los señores:

Ing. Pedro Aguayo Cubillo, Presidente

Dr. Eduardo Castillo Barredo, Vicepresidente

Ab. León Roldós Aguilera, Vocal

Ledo. Xavier Benedetti Roldós, Vocal

Dra. Nila Velásquez Coello, Vocal Leda. María Teresa Pérez de Crespo, Vocal

Dr. Ramiro Cepeda, Vocal

101

Boletín Eclesiástico

La Fundación, a través de sus directivos, será plenamente res- ponsable de la gestión correspondiente a la participación accio- naria en la compañía propietaria de Tv.

La Conferencia Episcopal, fiel al signo de los tiempos que otor- ga a los hombres y mujeres cristianos un papel protagónico en las actividades temporales, confía en el afán evangelizador, la solvencia empresarial y periodística, el patriotismo y la creativi- dad de quienes han aceptado conformar este equipo. Y, al agra- decerles por su generosa colaboración, les augura un buen de- sempeño en el servicio a la colectividad.

Secretaría General de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana

La Fundación Catequística

"LUZ Y VIDA"

instalada en el interior del Pasaje Arzobispal

ofrece: libros, folletos, estampas para toda ocasión

Local N9 13

^ 281 451 Apartado Postal 17-01 - 139 Quito - Ecuador

102

Documentos Arquidiocesanos

#

Doc. Arc\u\d\oce5anoe

Navidad del Año 2000

"No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor; y esto os servirá de señal: en- contraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pe- sebre". Le 1, 10-12.

Señor Nuncio Apostólico en el Ecuador; señor Alcalde del Dis- trito Metropolitano de Quito y señora de Moncayo; señor Pre- fecto Provincial de Pichincha; señores Obispos Auxiliares y her- manos concelebrantes; muy estimados hermanas y hermanos en el Señor que han participado en el Pase del Niño y están presen- tes en esta Misa de Navidad el año 2000:

La solemnidad de la Navidad que celebramos hoy, 25 de di- ciembre del año 2000, es una Navidad muy especial y ex- traordinaria. Lo es, porque en este 25 de diciembre se cum- plen exactamente los 2000 años del nacimiento de Jesucristo, nuestro Redentor, en el portal de Belén.

Por tanto, celebramos también el paso del siglo XX al siglo XXI y vamos a atravesar el umbral del tercer milenio de la era cris- tiana. Precisamente el nacimiento de Jesucristo, acaecido hace 2000 años, marcó el principio de la era cristiana.

Jesucristo es el Hijo de Dios, hecho hombre en el seno virginal de la Sma. Virgen María, por obra del Espíritu Santo, para sal- var, a la humanidad caída en el pecado. En cuanto es Hijo de Dios, Jesucristo es eterno, está sobre la transitoriedad del tiem- po. Pero, al hacerse hombre, entró en la historia de la humani- dad, nació y vivió inserto en la cultura del pueblo de Israel, su existencia humana estuvo circunscrita por unas determinadas coordenadas espacio- temporales.

105

Boletín Eclesiástico

Desde el nacimiento de Jesucristo, acaecido hace 2000 años en la ciudad de David, Belén, se comenzó a contar el transcurso de los años, siglos y nülenios de la era cristiana.

Por la importancia que tiene la celebración del bimilenio del na- cimiento de Jesucristo, Su Santidad el Papa Juan Pablo II dispu- so la celebración del Jubileo universal del año 2000, jubileo que ya se aproxima a su finalización.

"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre"

No obstante la transitoriedad del tiempo, "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre", como nos lo ha recordado el lema del Jubileo universal.

Dada la importancia histórica del bimilenio del nacimiento de Jesucristo, nuestro Redentor, en esta ciudad de San Francisco de Quito hemos querido celebrar con especial solemnidad, con des- bordante júbilo y con intenso fervor esta Navidad del año 2000.

Para esto el Arzobispado de San Francisco de Quito por medio de la Pastoral familiar arquidiocesana y el Ilustre Municipio del Distrito Metropolitano de Quito con la decisiva y entusiasta co- laboración del señor Alcalde, General Paco Moncayo y de su se- ñora Martha de Moncayo y con la participación de la Prefectura provincial de Pichincha, hemos decidido celebrar en la Plaza Grande de la Capital de los ecuatorianos, un magnífico Pase vi- viente del Niño Jesús y esta solemne Misa de Navidad, como una piadosa celebración de las familias cristianas de la Arqui- diócesis de Quito, como una celebración de la familia que cons- tituyen el Municipio y la Alcaldía del Distrito Metropolitano de Quito y como una celebración de la familia que forman los can- tones de la provincia de Pichincha.

106

Doc. Arc\u\d\oce5ano5

Para dar la mayor solemnidad y el ambiente de familia a esta ce- lebración de la Navidad del año 2000, participan en ella, además de las autoridades municipales y provinciales, familias y dele- gaciones parroquiales de la ciudad de Quito, el Ballet Nacional Jacchigua, delegaciones de la provincia, como de la parroquia de Tumbaco o de la comunidad campesina de Tolóntag. Autori- dades, familias cristianas, representaciones de parroquias y to- dos los aquí presentes, sean bienvenidos a esta solemne celebra- ción de la Navidad del año 2000 y experimenten en su corazón el gozo intenso de conmemorar y actualizar en esta celebración litúrgica el nacimiento de Jesucristo, el Redentor del hombre.

Como nos ha recordado el Evangelio que ha sido proclamado en esta celebración, en la noche en que nació Jesucristo en la ciudad de Belén, un ángel anunció a unos pastores este mensaje: "No te- máis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pue- blo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Me- sías, el Señor" (Le 2, 10-11). como la Navidad de cada año es no solo conmemoración histórica del nacimiento de Jesús, sino también actualización mística de este nacimiento en la celebra- ción litúrgica, bien puedo también anunciar en esta Navidad a todos los fieles de la Arquidiócesis de Quito y a todos los ecua- torianos, como una buena noticia y una grande alegría, que en este 25 de diciembre del año 2000, nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.

Jesucristo es nuestro Salvador

Celebremos, pues, con gozo intenso esta Navidad del año 2000 con la convicción cierta de que Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre, va a ser para nosotros el Salvador. Pidámosle a Jesucristo, que actualiza en favor nuestro su nacimiento en este año 2000, que sea para nuestro pueblo ecuatoriano el Salvador que nos ayude a encontrar la solución de los graves problemas morales, económicos, sociales y políticos que nos agobian: que

107

Boletín Eclesiástico

por la acción salvadora de Jesucristo, cesen la corrupción y la in- moralidad; que por la acción salvadora de Jesucristo y por nues- tra conversión y renovación espiritual, cesen la violencia y la de- lincuencia, a fin de que en la ciudad de Quito y en la provincia de Pichincha se consolide una sociedad pacífica, ordenada y dis- ciplinada, honrada y laboriosa. Que pro la acción salvadora de Jesucristo, se reactive la economía y se fomente la producción, para que la pobreza no aflija a nuestro pueblo. Que por la acción salvadora de Jesucristo, no se agrave el problema social de la emigración de ecuatorianos a países extranjeros en busca de tra- bajo.

que nuestras familias sean fuentes de vida, centros de educación y promoción humana, y forjadores del desarrollo

Que por la acción salvadora de Jesucristo, nuestras fami- lias cristianas se perfeccionen y consoliden como comuni- dades o iglesias domésticas, en las que sus miembros vi- ven unidos por los lazos del amor y de la fidelidad; que nuestras familias sean fuentes de vida, centros de educación y promoción humana, y forja- dores del desarrollo.

Jesucristo, Príncipe de la paz

El Evangelio según San Lucas nos refiere que en la noche en que nació Jesús en Belén, una multitud del ejército celestial alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor" (Le 2, 13-14).

Que en esta Navidad del año 2000 todos los fieles de la Arqui- diócesis de Quito, todos los vecinos del Distiito Metropolitano de Quito y de la provincia de Pichincha y todos los ecuatorianos

106

Doc. Aro\u\d\oceeanoe

disfrutemos del don precioso de la paz anunciada en Belén. Que los ecuatorianos disfrutemos de la paz, que puede surgir de la comprensión mutua y de la unión de todos; de los acuerdos y consensos entre las altas funciones del poder público, entre los partidos políticos y los diversos sectores de la sociedad civil.

En esta Navidad del año 2000 pidamos a Jesús, Príncipe de la paz, que conceda la paz a Israel y a Palestina, a fin de que en Be- lén, lugar de su nacimiento, se conmemore en ambiente de paz la primera Navidad de hace dos mil años.

Imploro para las familias de la Arquidiócesis de Quito y para la entera familia del pueblo ecuatoriano la plenitud de las bendi- ciones del Niño Jesús en esta Navidad del año 2000 y que la luz de la esperanza de la Estrella de Belén ilumine nuestro ingreso en el tercer milenio de la era cristiana.

+Antonio J. González Zumárraga, Arzobispo de Quito, Primado del Ecuador

Homilía pronunciada por Mons. Antonio f. González Zumárraga,

Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, en la Misa de Navidad del año 2000, en el atrio de la Catedral Primada, a las llhOO del lunes 25 de Diciembre.

109

Boletín Eclesiástico

Administración Eclesiástica

Nombramientos

Noviembre

28 P. José Patricio López N., Vicario Parroquial de San Leo- nardo Murialdo.

29 P. Segundo Sosa Vargas, Capellán de la Casa de Forma- ción de Mercedarias del Niño Jesús.

29 P. Philippe Marie D'Humieres, Capellán voluntario del Hospital del Sur "Enrique Garcés".

Diciembre

15 P. Pablo Rivera, OFM., Párroco de Ntra. Sra. del Carmen de Ascázubi.

15 P. Jorge Armijos, OFM., Párroco de San Diego.

27 P. Femando Pozo, OFM., Vicario Parroquial de Nta. Sra. de Guápulo.

27 P. Ernesto Moyano, OFM., Se le nombra Cooperador pa- rroquial de Guápulo.

22 P. Jhan Wilson Morales Pavón, Director Espiritual del Senatus de Quito de la Legión de María.

13 P Alfonso Chávez, S.J., Miembro del Consejo de Presbi- terio en representación del Equipo sacerdotal de la Zo- na pastoral "Quito Sur Centro-La Magdalena".

Enero

Febrero

110

Doc. Arqu ¡diocesanos

13 P. Alfonso Chávez, S.J., Decano de la Zona pastoral "Quito Sur Centro-La Magdalena".

Decretos

Noviembre

11 Decreto de erección de un Oratorio en casa de las Misio- neras Eucarísticas de Nazareth.

Diciembre

18 Decreto de aprobación definitiva de la "Porciúncula de Jesús, María y José" como Asociación privada de fieles dentro de la Arquidiócesis de Quito.

19 Decreto de incardinación del Padre Jaime Eduardo Tu- tasi Paz y Miño.

Enero

03 Decreto de aprobación de la Asociación privada de fie- les "Jesucristo Divino Amor" dentro de la Arquidiócesis de Quito.

03 Decreto de erección de una Capilla privada en casa de la familia Almeida-Coba, ubicada en la parroquia de Tumbaco.

10 Decreto de erección de un Oratorio en casa de la Comu- nidad de Religiosas Calasancias.

10 Decreto de erección de un Oratorio en el Asilo de Ancia- nos de la ciudad de Tabacundo.

18 Decreto de erección de una Casa religiosa de la Congre- gación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Costa- do y de la Virgen Dolorosa en la ciudad de Quito, desti- nada a Noviciado.

111

Boletín Eclesiástico

22 Decreto de aprobación de la Asociación privada de fie- les "Communio Sanctorum" en la Arquidiócesis de Qui- to.

31 Decreto de erección de una capilla privada en la hacien- da del señor Alvaro de Guzmán Pérez, ubicada en la pa- rroquia de Uyumbicho.

Febrero

07 Decreto de erección de la Casa religiosa "Oasis Mari- llac" de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en la parroquia de Yaruquí.

Marzo

05 Decreto de erección de una Capilla privada en el Com- plejo de la Asociación de Trabajadores de la Empresa Eléctrica "Quito" S.A., ubicada en la parroquia de Cum- bayá.

Ordenaciones

Noviembre

22 El Excmo. Mons. Antonio J. González Z., Arzobispo de Quito, confirió el orden sagrado del Diaconado al señor Salomón Sarango Valladares, profeso perpetuo de la Congregación de los Sagrados Corazones. La ordena- ción tuvo lugar a las 18h00, en la iglesia de Atucucho.

Diciembre

02 En la Capilla del Colegio Paulo VI, a las lOhOÜ, Mons. Carlos Altamirano Argüello, Obispo Auxiliar de Quito, confirió el orden sagrado del Diaconado al señor Edison

112

Doc. Arc\u\d\oceeanoe

Hernán López López, religioso de votos perpetuos de la Congregación de San José (Josefinos).

08 A las lOhOO, en la iglesia parroquial de Sangolquí, Mons. Olindo Spagnolo, Obispo Auxiliar de Guayaquil, confirió el orden sagrado del Diaconado a los señores Rubén Darío Bedoya Betancourt, Giancarlo Christien- sen Freudt Espinoza, Ramiro de Jesús Ramírez Vásquez y Esteban Eduardo Sarango Jumbo, seminaristas de la Arquidiócesis de Quito, alumnos del Seminario "María Stella Maris".

17 En la iglesia parroquial de San Juan Eudes, La Ofelia, a las lOhOO, el Excmo. Mons. Antonio J. González, Arzo- bispo de Quito y Primado del Ecuador, confirió el orden sagrado del Diaconado al señor Galo Fabricio Robalino Egüez, religioso de votos perpetuos de la Congregación de Jesús y María (Eudistas).

23 En la Catedral Primada de Quito, a las 08h30, el Excmo. Mons. Antonio J. González Z., Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, confirió el ministerio del Lectora- do a los señores Jorge Nelson Ardila Benavides, William Orlando Armendáriz Vaca, Elias Mauricio Ontaneda Ayala, Patricio Floresmilo Ruiz Caiza y José Stalin Vidal Peñaranda, seminaristas de la Arquidiócesis de Quito; el mirüsterio del Acolitado a los señores Luis Alfonso Escanta Escanta y Rubén Eduardo Parra Parra, semina- ristas de la Arquidiócesis de Quito; y el orden sagrado del Diaconado al señor Santiago Hernán Vaca Herrera, seminarista de la Arquidiócesis de Quito, y a Fray Ama- ble de Jesús González Chamba, religiosos profeso de la Orden de San Agustín.

113

Boletín Eclesiástico

Enero

27 En la iglesia parroquial de la Dolorosa del Colegio, a las IThOO, Mons. Julio Terán Dutari, S.J., Obispo Auxiliar de Quito, confirió el orden sagrado del Presbiterado al se- ñor Diego Raúl Chauvín Proaño, diácono de la Compa- ñía de Jesús.

Febrero

24 En la iglesia parroquial de Carapungo, a las 16h30, Mons. Eugenio Arellano, Obispo Vicario Apostólico de Esmeraldas, confirió el orden sagrado del Presbiterado al señor Rodolfo Fabián Caicedo Minda, diácono de la Congregación de Misioneros Combonianos.

Marzo

03 El Emmo. Sr. Card. Antonio J. González Z., Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador, confirió el orden sa- grado del Diaconado al señor Macario Ulfredo Aguirre Suárez, religioso de votos perpetuos de la Sociedad del Divino Redentor. La ceremonia se realizó en la iglesia parroquial de Chillogallo, a las lOhOO.

31 En la Catedral Primada de Quito, a las 08h30, el Emmo. Sr. Cardenal Antonio J. González Z., Arzobispo de Qui- to y Primado del Ecuador, confirió el orden sagrado del Diaconado al señor Marco Antonio Acosta Arce, semi- narista de la Arquidiócesis de Quito; y el orden sagrado del Presbiterado al señor Santiago Hernán Vaca Herre- ra, Diácono de la Arquidiócesis de Quito.

114

Doc. Arc\u'\d\oceeano5

En el Mundo Crónica del consistorio

El Sumo Pontífice Juan Pablo II ce- lebró el miércoles 21 de febrero, en la plaza de San Pedro, un consisto- rio ordinario público para la creación de cuarenta y cuatro nuevos carde- nales, provenientes de veintisiete países de cuatro continentes: 7 de Italia; 4 de Alemania; 3 de Estados Unidos; 2 de Argentina, Brasil, Fran- cia, India, Portugal y Ucrania; y uno de cada una de las siguientes nacio- nes: Bolivia, Colombia, Chile, Costa de Marfil, Ecuador, Egipto, España, Gran Bretaña, Honduras, Irlanda, Letonia, Lituania, Perú, Polonia, Re- pública Sudafricana, Siria, Venezue- la y Vietnam. El Papa había anuncia- do el consistorio a la hora del Ange- lus del domingo 21 de enero, cuando dijo que iba a crear 37 cardenales; ocho días después, añadió cinco cardenales más a la lista y dio a co- nocer también los nombres de los dos que se había reservado «in pec- tore» en el consistorio del 21 de fe- brero de 1998: mons. Marian Ja- wórski, arzobispo de Lvov de los lati- nos (Ucrania), y mons. Jánis Pujats, arzobispo de Riga (Letonia).

En esta lista se refleja la universali- dad de la Iglesia, tanto por los luga- res de procedencia de los nuevos cardenales como por la multiplicidad

de sus ministerios: junto a prelados beneméritos por su servicio a la San- ta Sede, figuran pastores que gastan sus energías en contacto directo con sus fieles en diócesis antiguas y re- cientes, teólogos famosos y hom- bres que han experimentado la per- secución y la cárcel.

Se trata del octavo consistorio públi- co del pontificado de Juan Pablo II y el más numeroso. El pnmero se ce- lebró el 30 de junio de 1979; en él el Papa creó 14 nuevos cardenales, de los cuales uno «in pectore»; el se- gundo, el 2 de febrero de 1983, 18 cardenales; el tercero, el 25 de mayo de 1984, 28 cardenales; el cuarto, el 28 de junio de 1988, 25 cardenales, pero el teólogo Hans Urs von Baltha- sar murió repentinamente dos días antes de recibir la púrpura cardenali- cia; el quinto, el 28 de junio de 1 991 , 22 cardenales; el sexto, el 26 de no- viembre de 1994, 30 cardenales; y el séptimo, el 21 de febrero de 1998, 20, reservándose «in pectore» los dos que hemos citado.

La ceremonia comenzó a las 10h30. Cuando el Papa llegó al atrio de la plaza, donde se hallaban ya reuni- dos la mayoría de los cardenales, la capilla Sixtina, situada a la derecha de la cátedra, entonó el «Exsultate, iusti, in Domino» (Salmo 32). Juan Pablo II comenzó el sagrado rito con la señal de la cruz y el saludo litúrgi- co. A continuación leyó la fórmula de

115

Boletín Eclesiástico

creación de nuevos cardenales, pro- clamando sus nonnbres. La asam- blea los escuchó con emoción, aplaudiendo largo tiempo. Luego, el primero de los nuevos cardenales, Giovanni Battista Re, se acercó a la cátedra pontificia y dirigió al Romano Pontífice unas palabras de saludo y agradecimiento en nombre de todos.

El Santo Padre leyó la oración colec- ta, pidiendo que la Iglesia, fiel a su misión, comparta siempre las ale- grías y alma del mundo, para reno- var en Cristo a la comunidad de los pueblos y transformarlos en la fami- lia de Dios.

Después de la lectura de un pasaje tomado de la primera carta del após- tol san Pedro, capítulo 5, versículos 1-11, se cantó el salmo responsorial «Laúdate Dominum in voce exsulta- tionis», seguido del Aleluya. Luego se proclamó el evangelio según san Marcos (10, 32-45). El Vicario de Cristo pronunció la homilía.

A continuación, los nuevos cardena- les, acogiendo la invitación que les hizo Juan Pablo II, hicieron juntos la profesión de fe ante el pueblo de Dios y pronunciaron la fórmula de fi- delidad y obediencia al Romano Pontífice, leyendo en latín el siguien- te texto:

«Yo... cardenal de la santa Iglesia romana, prometo y juro que, a partir de este momento y siempre, mien- tras viva, seré fiel a Cnsto y su Evan- gelio, constantemente obediente a la santa Iglesia apostólica romana y a

san Pedro en la persona del Sumo Pontífice Juan Pablo II y de sus su- cesores canónica y legítimamente elegidos; conservaré siempre con las palabras y las obras la comunión con la Iglesia católica; y no manifes- taré a nadie cuanto se me encomien- de custodiar y cuya divulgación po- dría perjudicar o deshonrar a la Igle- sia; desempeñaré con gran diligen- cia y fidelidad las tareas a las que estoy llamado en mi servicio a la Iglesia, según las normas del dere- cho. Que Dios omnipotente me ayu- de». Terminado el juramento de fide- lidad, la «Schola cantorum» entonó el «Tu es Petrus».

Siguió el rito de la imposición de la birreta roja, «signo de la dignidad cardenalicia», como reza la fórmula litúrgica, para significar que deben estar siempre dispuestos a compor- tarse con fortaleza, hasta el derra- mamiento de la sangre, por el incre- mento de la fe cristiana, por la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios y por la libertad y difusión de la santa Iglesia romana.

Los neocardenales se fueron acer- cando uno a uno a la cátedra del Pa- pa -según el orden de creación y, después de hacer una inclinación, se arrodillaron ante el Sumo Pontífice. El Vicario de Cristo les impuso la bi- rreta y entregó a cada uno la bula de creación con el nombre del título o de la diaconía de una iglesia de Ro- ma, salvo a los dos patriarcas, como signo de participación en la solicitud pastoral del Papa en la Urbe, con lo cual pasan a ser miembros de la

116

Doc. Arquidiocesanos

Iglesia de Roma. Su Santidad dio el abrazo de paz a cada uno de los pur- purados. A su vez los nuevos carde- nales fueron abrazando a los anti- guos.

Prosiguió la celebración de la Pala- bra con la oración universal de toda la asamblea en francés, portugués, inglés, alemán, ucranio y español: se pidió por la Iglesia, por el Papa, por los nuevos cardenales y por todos los miembros del Colegio cardenali- cio, por los jefes de las naciones y todos los gobernantes, por los que sufren a causa de su fe cristiana y por todos los presentes. El Santo Padre entonó el padrenuestro y, al fi- nal, impartió la bendición apostólica. El acto se concluyó con el canto de la antífona mariana «Sub tuum prae- sidium».

En la ceremonia estuvieron presen- tes, junto a numerosos arzobispos y obispos, las veintidós delegaciones oficiales enviadas por los Gobiernos de los países de origen de los nue- vos purpurados y la de delegados fraternos de algunas Iglesias y co- munidades eclesiales, el Cuerpo di- plomático acreditado ante la Santa Sede, y una asamblea cosmopolita. La ceremonia terminó poco después de. las doce y media. El Papa saludó a las delegaciones en la capilla de la Piedad. Las de habla hispana esta- ban presididas por las siguientes personas: Argentina, el secretario para el culto, Norberto Padilla; Boli- via. el ministro de la Presidencia de la República, Marcelo Pérez Monas- terios; Colombia, la esposa del presi-

dente de la República, Nohra Puya- na de Pastrana; Chile, la ministra de Asuntos exteriores, María Soledad Alvear Valenzuela; Ecuador, el vice- presidente de la República, Pedro Pinto Rubianes; España, el vicepre- sidente del Gobierno Mariano Rajoy Brey; Honduras, el presidente de la República, Carlos R. Flores; y Nica- ragua, el secretario privado de la Presidencia, Alfredo Fernández.

Unos 650 periodistas de todo el mundo. 74 cadenas de televisión y 180 emisoras de radio conectadas, con Radio Vaticano y 40 agencias de fotografía cubrieron el acto.

Por la tarde, de las 16h30 a las 18h30, los nuevos cardenales reci- bieron la visita de cortesía de familia- res y amigos en diferentes salas del palacio apostólico y en la sala Pablo VI.

El jueves, día 22, fiesta de la Cáte- dra de San Pedro, el Romano Pontí- fice presidió, también en la plaza de San Pedro, una solemne concele- bración eucarística con los nuevos cardenales, a las 10h30 de la maña- na, en la que les hizo entrega del anillo cardenalicio, signo de su co- munión con nuestro Señor Jesucris- to y de su especial asociación al mi- nisterio petrino. Participaron nume- rosos cardenales, arzobispos y obis- pos; asistió también el Cuerpo diplo- mático acreditado ante la Santa Se- de y miles de fieles. El Vicario de Cristo, al comienzo de la misa, diri- gió el siguiente saludo: «El Señor Je- sús, Pastor supremo, nos ha conve-

lí?

Boletín Eclesiástico

cado de todos los rincones de la tie- rra para ofrecer al mundo un testimo- nio de unidad en el amor, como su Iglesia: una, santa, católica y apostó- lica». Después de decir que iba a en- tregar el anillo a los nuevos cardena- les y lo que esto significaba, prosi- guió, dirigiéndose a ellos: «El Espíri- tu Santo, que os ha elegido para es- te servicio, os halle a todos humildes y pobres, dóciles y disponibles para las tareas que os esperan. El Padre de la gloria, que sin mérito nuestro nos escoge como colaboradores su- yos, nos conceda a todos, en esta celebración eucarística, ser perdo- nados como Pedro y confesar como él, ante el mundo, la fe en el Hijo de Dios vivo».

Las dos primeras lecturas se hicie- ron, respectivamente, en inglés y es- pañol, mientras que el salmo respon- sorial se cantó en italiano y el evan- gelio según san Mateo (16, 13-19), en latín. El Romano Pontífice pro- nunció la homilía. A continuación, entregó el anillo a cada uno de los nuevos cardenales, diciéndoles: "Hermanos queridísimos, al ser agregados al Colegio cardenalicio, quedáis unidos con un vínculo más fuerte a esta santa Iglesia romana, cuyos títulos os he asignado. Reci- bid, pues, el anillo, signo de digni- dad, de solicitud pastoral y de una comunión más firme con la sede de Pedro». Cada uno de los cardena- les, arrodillado ante el Romano Pon- tífice, fue recibiendo el anillo que el Papa le ponía en el dedo mientras

pronunciaba estas palabras: «Reci- be el anillo de manos de Pedro, y sa- be que con el amor al Príncipe de los Apóstoles se refuerza tu amor a la Iglesia». Mientras tanto la asamblea cantaba el Salmo 18; «Los cielos proclaman la gloria de Dios».

Luego, siguiendo el rito. Su Santidad dijo a los neocardenales: «Herma- nos queridísimos, os hablo en nom- bre del Maestro y Señor: id a vues- tras naciones e Iglesias, id a vues- tros títulos de esta santa ciudad y a la Curia, predicad el Evangelio, testi- moniad a Cristo, edificad la Iglesia santa de Dios, bendecid a todos y llevadles la paz de Cristo. Y el Señor Jesucristo, pastor eterno y Rey uni- versal, os guíe y custodie, juntamen- te con vuestros fieles».

Después de la profesión de fe, siguió la oración de los fieles, que se hizo en alemán, polaco, portugués, ára- be, hindú y francés: se pidió por la Iglesia; por el Santo Padre; por las personas vinculadas de modo espe- cial a los nuevos cardenales; por las congregaciones a las que pertene- cen y por las naciones que represen- tan; por toda la familia humana; por los que sufren; y por todos los pre- sentes.

Al final de la celebración eucarística. Su Santidad, impartió la bendición y recorrió los distintos sectores en que estaba dividida la plaza, saludando a todos los fieles que habían participa- do en la ceremonia.

lis

Eminentísimo Señor Cardenal Antonio J. González Zumárraga En Su Despacho

Emmo. Señor:

Reciba S.E., el respetuoso saludo de los funcionarios seglares, que laboramos para la Rvma. Curia Primada de Quito: le expresamos con sincero entusiasmo nuestras felicitaciones, por el honor que ha recibido: pedimos a Dios le bendiga en su salud y le conceda muchos años de vida; que su Gobierno Pastoral, continúe con el mejor de los éxitos; así mismo, humildemente le pedimos, nos per- mita dejar constancia de nuestra felicitación en esta placa que tex- tualmente dice:

Homenaje

1 AI Emmo. Señor

Antonio J. Cardenal González Zumárraga

! . en su exaltación a príncipe de la Iglesia

j sus colaboradores seglares

\ Curia Primada de Quito

k Quito, febrero 21 del 2001

Srta. Inés Rodríguez Pozo

Srta. Nelly del Rocío Coronel Altamirano

Srta. Mariana de Jesús Ortiz Utreras

Srta. Gloria Cuesta Gallardo

Sra. Irma Patricia Martínez Villavicencio

Sra. Margarita Chuquimarca Mera

Srta. Beatriz Llusca Sánchez

Sr. José Salazar García

Sr. José Ricardo Galindo Estrella

Sr. José Luis Noboa Rodríguez

Sr. Alfonso Noboa Rodríguez

Sr. Guido Tulcán Pozo

Sr. Segundo Bravo

Sr. Luis López Jurado

El jueves 22 de febrero del 2 fiesta de la Cátedra de San P dentro de una solemne celebración eucarf S.S. el Papa Juan Pa hizp la entrega del anillo carde a los nuevos cardenales como signo de su com con nuestro Señor Jesuc de su especial asociación al ministerio pe

For use in LibrcuY only

' use ÍD Lir^iSir^ otjdy