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CATOLICISMO CHILENO

DEL MISMO AUTOR

EL ALMA DE LA ACCION CATOLICA 1941-1944.

EL MISTERIO DE LA FE (Traducción) 1941.

SAN VICENTE DE LERINS Y LA TRADICION (Memoña) 1942.

LA DIVINA PALABRA 1943.

MANUAL DEL SOCIO PROVISORIO 1944-1946.

MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL CHILE COLONIAL 1945.

PRINT ED IN CHILE

PBRO. HUMBERTO MUÑOZ R.

CATOLICIS MO CHILENO

PROLOGO DE

S. E. MONS. ROBERTO BERNARDINO BERRIOS

OBISPO DE SAN FELIPE.

SANTIAGO DE CHILE

1946

Es propiedad. Inscripción 1157 5

PROLOGO

Nos ofrece el celoso Párroco de Los Andes y doctor en Sagrada Teología, don Humberto Mu- ñoz, un nuevo libro, fruto de ¿u infatigable labo- riosidad y de su perspicacia de observador.

Varios y de diversa índole son los asuntos que el autor estudia con sobriedad y precisión en el te- rreno de las realidades. A través de esas variadas materias, ha querido presentar prácticamente aplica- dos los principios dogmáticos, morales y canónicos adquiridos en el largo período de formación moral e intelectual que precede al sacerdocio, y que en los comienzos del ejercicio del ministerio constituyen ^para el sacerdote un verdadero problema, de cuya acertada solución depende la eficacia del ministerio. Parece lógico suponer que un período de más de

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HUMBERTO M U O Z R.

doce años de formación capacita a un eclesiástico para dar cumplida solución a todos los problemas que puedan. ofrecérsele en el desempeño de su minis- terio, ya que en el fondo de todos esos problemas hay una cuestión teológica; sin embargo, no es así, y por algo hay una disciplina afín a la Teología Moral, que se llama Teología Pastoral, y tiene por objeto enseñar el modo.de aplicar los conocimientos adquiridos durante los años de estudios teológicos, porque una cosa es conocer los principios, aun los principios prácticos, como son los de la Teología Moral o el Derecho Canónico, y otra saberlos apli- car a los casos concretos y variados que se ofrecen en el desempeño del ministerio. Por eso, con mucha razón, el Código de Derecho Canónico establece en el Can. 1365, 3: "Haya, además, clases de Teolo- gía Pastoral en las cuales alternen la teoría con la práctica", para ir poniendo paulatinamente en con- tacto, al futuro sacerdote, con el medio ambiente dentro del cual actuará más tarde. Es esta prescrip- ción canónica de capital importancia y como la aplicación de aquello de los antiguos: "Non scholae sed vitae discimus; no aprendemos para las aulas, sino para la vida". Asi se ahorrarán muchos tan- teos inútiles, muchas pérdidas de tiempo y aun las- timosos fracasos, como de mismo confiesa inge- nuamente el lector.

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CATO LICIS MO CHILENO

El deseo de poner en contacto al sacerdote, y aun a los miembros de la Acción Católica con las reali- dades religiosas nacionales es lo que ha movido al señor Muñoz a emprender este trabajo, no obstante las dificultades inherentes a su novedad y a la es- casez de fuentes. Creemos que su obra no sólo ha venido a llenar un vacío en la literatura religiosa nacional de formación eclesiástica, sino que presta- rá señalados servicios a los jóvenes sacerdotes y aun a los avezados en el ministerio sacerdotal.

El capítulo "Nuestra posición histórica"" es como las premisas de donde van deduciéndose las conclu- siones que se aplican en los capítulos siguientes. No tienen en verdad esos capítulos ilación lógica unos con otros, sino la razón común de problemas o, mejor dicho, de contrasentidos, puesto que a tra- vés de los hechos se ven caminar paralelamente los principios y sus aplicaciones divergentes. Esos mis- mos hechos que el autor aquilata y pondera con crí- tica histórica de muy buena ley, dan también la medida para precisar en qué grado han influido fa- vorable o desfavorablemente en desvirtuar o afian- zar la aplicación de los principios católicos en nues- tra patria.

Podrán interpretarse de distinta manera los he- chos estudiados por el autor, y proponerse otras so- luciones a esos problemas; pero eso no disminuye el

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HUMBERTO MUÑOZ R.

mérito de la obra ni su utilidad e importancia: abundan en ella atinadas observaciones, oportunas sugerencias, exposiciones de hechos que dan la clave de ciertos enigmas que no es fácil explicárselos a primera vista. Ese conjunto de problemas con toda su magnitud y trascendencia no abruma el ánimo del lector, sino que lo mueve a aceptar las soluciones que el autor propone o a confirmarse en la adop- ción de las que su propia experiencia le sugiere.

Es, además, muy conveniente conocer la magni- tud de la obra que tenemos que realizar para aunar los esfuerzos en pro de su realización y revisar nuestros métodos de defensa y de conquistadora pe- netración.

Obra verdaderamente evangelizadora fué la que llevó a cabo España en el nuevo mundo con sus es- forzados guerreros y sus celosos misioneros. Los predicadores del Evangelio, como los fieles siervos del padre de familia, sembraron en su nueva here- dad la semilla escogida de su doctrina; pero su ene- migo por excelencia no ha perdido ocasión para sembrar también la semilla perniciosa del error, fu- nesta para aquélla, como para la mies la cizaña. Es- to es lo que ha acontecido entre nosotros de enton- ces hasta ahora, como lo comprueba el libro ¡del se- ñor Muñoz. El error oculto bajo apariencias de verdad, difundido desde la cátedra, por medio del

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CATOLICISMO CHILENO

libro, de la prensa diaria, arteramente a favor de las tinieblas de la ignorancia atrevida, de la penumbra de la falsa ciencia, ha ido penetrando en las inteli- gencias de los individuos hasta constituir sus gru- pos y ensanchar así su esfera de acción y su influen- cia perniciosa y abiertamente anticristiana.

Por otra parte, es ésta la eterna lucha entre la luz y las tinieblas, que embestidas por la luz se niegan a dejarse esclarecer.

Quiera E>ios que el fin nobilísimo que movió al autor a trazar las bien documentadas páginas de este libro se realice plenamente; que su lectura des- pierte en el ánimo de sus lectores generosos senti- mientos que inflamen sus corazones en santo celo, en tal forma que en cada uno de ellos se verifique lo que el autor de El Eclesiástico, 48, l, dice de Elias: "Levantóse después el profeta Elias como un fuego y sus palabras eran como teas encendidas'*, para que continúen la misión iluminadora de Jesucristo, ya que el sacerdote debe ser luz del mundo, aunque en- cuentre en su camino una cruz y un Calvario.

Fr. Roberto Bernardino Berríos G.

Obispo dz San Felipe.

San Felipe, 3 de mayo de 1946.

AL LECTOR

Antes de que el lector comience a recorrer estas páginas, me siento obligado a darle varias explica- ciones. Y sea la primera, la qüe a mi persona se refiere. En efecto, un libro de esta naturaleza, que aspira a presentar algunos problemas fundamenta- les del catolicismo chileno, debió ser escrito por una persona de más edad y experiencia, de más estudio y espíritu de observación. ¿Por qué en- tonces lo he escrito yo? Quisiera relatar mi expe- riencia personal. Salido del Seminario y lanzado al apostolado en parroquias de campo y ciudad, noté de inmediato un vacío inmenso en mi forma- ción, y es la que se refiere al desconocimiento casi absoluto del campo en que debía trabajar y de los

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H UM B ERTO MUÑOZ R.

métodos de apostolado. Múltiples y duros fraca* sos me han hecho palpar esta deficiencia^ y me han urgido, a la vez, al estudio documental y a la observación personal de la realidad chilena. Por desgracia, es tan poco lo que se ha escrito a este respecto, sobre todo en lo que se refiere al campo religioso, que el trabajo ha sido duro y los resul- tados muy mezquinos e inconipletos. Sin embar- go, consciente de no ser el único que he pasado por esta dolorosá experiencia, conocedor también de que la ausencia de estos conocimientos no solamen- te es una laguna para el clero, sino también para los seglares de la Acción Católica, y por no haber nadie hasta la fecha intentado en Chile un estudio de esta naturaleza, me, atrevo a publicar el mío, con todo el temor del que no se siente seguro de su cri- terio, en una materia de suyo compleja y resbaladi- za. He escrito estas páginas con toda la sinceridad de mi alma y con un profundo amor a la Iglesia, lo cual no será obstáculo para que más de una vez incurra en algún error de apreciación. En este caso, si el error mío sirviera siquiera de causa incidental para que otro más versado pusiera las cosas en su lugar, yo quedaría igualmente contento de haber contribuido siquiera en esta forma a la comproba- ción de nuestras realidades religiosas chilenas, úni- co móvil de mi estudio. Por eso, declaro desde lue-

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CATOLICIS MO CHI LENO

go, que aceptaré gustoso todas las correcciones que se me sugieran con espíritu elevado y desprovistas de mezquindades tendenciosas. Estaría feliz de que estos humildes ensayos contribuyeran a llamar la atención de los estudiosos hacia estos temas, aun- que sus resultados fueran totalmente divergentes de los míos, siempre que llegaran al establecimiento de la verdad objetiva.

Casi es innecesario decir que el presente opúscu- lo no es un estudio completo, ni siquiera que en el se estudian los problemas más importantes, sino aquéllos que el autor ha podido conocer mejor por sus aficiones personales o las circunstancias de su vida. Pero es evidente que faltan por ver aspectos gravísimos que vian desde la penuria económica del clero, hasta los problemas peculiares de las diócesis del Norte, pasando por la perversión del criterio moral y los innumerables problemas familiares. Cada uno de esos temas podría constituir un capí- tulo aparte, y aquí, sin embargo, ni se nombran. Y en los mismos problemas estudiados, no se ha agotado ciertamente la materia, sino que he pro- curado dar un vistazo general que en grandes líneas presente los rasgos sobresalientes en forma nítida. Más que la multitud de los detalles me ha interesa- do enfocar y ubicar cada problema en la forma más exacta que me ha sido dada. A causa de esto, más

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HUMBERTO MUÑ OZ R.

de alguno podrá tachar de exclusivistas mis pun- tos de vista. En manera alguna ha sido ésa mi in- tención. Al poner de relieve aquello que, a mi juicio, ea más importante y primordial, en manera alguna he querido negar otros aspectos, que gene- ralmente supongo conocidos o fácilmente deduci- blcs. También presupongo siem.pre un recto cono- cimiento del dogma católico que está en la base de todo juicio acerca de apreciaciones de hechos reli- giosos. Si alguien, con criterio estrecho, temiera por la ortodoxia del libro, le advierto, aunque esto es casi superfluo, que aquí no trato de doctrina sino de realidades, y que, si se indican las fallas, es pre- cisamente porque se ama la verdad integral, para llegar a la cual hay que comenzar por conocer los defectos reales.

En todo momento he pretendido ser realista, en- tendiendo por tal, no al pesimista que sólo ve lo malo, ni al optimista que sólo ve lo bueno, sino al que ve las cosas tal como son, con sus luces y sus sombras. Si la lectura de estas páginas deja en al- guno una impresión pesimista, no es culpa del au- tor, sino de la realidad misma, o mejor dicho, del propio sujeto que lee, porque es evidente que el que tiene una fe maciza, y está seguro de que la Iglesia no 8e compone sólo del elemento humano que es d que aquí se analiza , sino que está habitada y

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CATOLICISMO CHILENO

vivificada por el Espíritu Santo, el que cree que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, a pesar de los andrajos con que a veces exteriormente se re- viste, el que ha recorrido la Historia Eclesiástica y sabe las vicisitudes dolorosas que ha experimenta- do, no podrá menos de pensar que el soplo de E>ios puede hacerse sentir de un momento a otro y, así como hizo revivir el campo de huesos de la visión del profeta Ezequiel, así también puede producir un glorioso *'avivamicnto" de la Iglesia en Chile. Pero este despertar no depende sólo de Oios, sino que El quiere ciertamente nuestro trabajo y cooperación. Y en la base de todo proyecto de reconstrucción ha de estar el conocimiento exacto de la realidad. Por eso, si el que contempla la dura realidad para en- tregarse a una estéril quietud de lamentación, es un pesimista, un hombre nocivo a los demás; el que contempla los hechos, por angustiosos que sean, y tiene valor para elevar su vista al sublime ideal, y trazar las líneas de trabajo, y pone sus manos en el arado sin volver atrás, ése es de un realismo opti- mista, sano y promisor. De ese temple son los lec- tores que se requieren.

Y una sugerencia final. Por el conocimiento que tengo de los demás países latinoamericanos, algunos por haberlos visitado personalmente, la mayoría sólo 3. través de los libros, tengo la impresión de

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HUMBERT O MUÑOZ R.

que los problemas de Chile no hacen excepción dentro del continente. Habrá ciertamente nom- bres, fechas y proporciones diversas; pero la fisono- mía esencial es idéntica. No me he atrevido, sin embargo, a generalizar, por no tener los datos su- ficientes.

El autor.

Los Andes, diciembre de 1945.

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L NUESTRA POSICION HISTORICA

Para el estudio de los grandes problemas del ca- tolicismo chileno hemjOs de comenzar por fijar k posición histórica de la Iglesia y su influencia en la totalidad de la vida nacional. Y, precisamente, esa posición es uno de nuestros más graves problemas, porque ella está en la base de toda orientación y de toda actitud que la Iglesia asume. Es, pues de toda importancia que esta posición sea fijada, no en la arena movediza de una apreciación superfi- cial, sino cavando más hondo, en el subsuelo de la tradición, donde se encuentran las raíces de que se nutre en gran parte la vida del momento actual.

Tratemos de comprender la posición del catoli- cismo durante la Colonia, ya que el indigenismo

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anterior pertenece a la prehistoria y, a partir del advenimiento del conquistador español, sólo actua- rá en los estratos inferiores y pasivos de nuestro des- envolvimiento histórico. En Chile, donde el pe- ninsular encontró la más valiente y obstinada de las luchas de armas, fué quizás donde menos dificul- tades opusieron a su influjo cultural, quizás pre- cisamente porque nuestros araucanos tenían una civilización muy inferior a la de los incas del Perú y a los aztecas de Méjico. La españolizacíón de nuestro territorio a excepción de Arauco fué completa y relativamente muy rápida. Una acele- rada mestización produjo, ya a fines de la Colo- nia, la nueva raza chilena, mezcla de indígena y español ( 1 ) . Mas no hubo equivalencia de ambos elementos, porque el varón español, guerrero . y vencedor, se unía con la hembra indígena, cauti- vada en sus correrías o retenida como "e?icomen- dada" en sus haciendas. La esposa indígena, o más frecuentemente la concubina, no llegaba al matri monio como la mujer moderna en semejanza de posición social e influencia al varón, sino que

(1) Según don Luís Thaycr Ojcda, en su obra "Elemento* Etnicos que han intervenido en la población de Chile", pág. 133, ésta es la proporción de las diversas razas: blanca, 64.59 %; roja, 34.26 %; negra, 0.98%; amarilla, 0.17%.

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había de incorporarse de lleno el régimen de vida español, aceptando su religión y sus costumbres, reservándose sólo aquello que, por una incapacidad psicológica muy explicable, no podía ya sufrir trans- formación. Y para confirmar este aserto, recorde- mos el caso contrario de mestizos nacidos en terri- torio araucano y asimilados completamente a las costumbres nativas, a pesar del porcentaje de sangre blanca que tenían. Así pues, la raza chilena, cual- quiera que sea la proporción de sangre indígena o blanca que le atribuyamos, en el orden de su cultura y costumbres, es netamente española. Para emplear términos filosóficos, podemos decir que la sangre india era la materia prima, y la española, la forma substancial. Así, pues, aunque racialmente mestizos, el tono de nuestra cultura fué netamente español.

Destacada ya la posición predominante de la cultura española en la vida colonial, resta asimis- mo poner de manifiesto la influencia del catolicis- mo en la cultura española. Y para proceder con cla- ridad, podemos afirmar la siguiente ecuación: lo que es España respecto de Chile (y de toda América), eso es la Iglesia respecto de España. Esto es, que si España fué el alma que informó nuestra vida co- lonial, a su vez el cristianismo fué el alma de España, el que impulsó su gesta, que tenía pri- mariamente fines misionales, el que dió el tono a

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HUMBE RT O MUÑ OZ R.

SU cultura, cuyos mejores exponentes son sus mís- ticos y sus ''Majestades Católicas". Por una lógica conclusión, podemos entonces afirmar que el cato- licismo, tan adentrado en las esencias de España, pasó también a informar, a ser el alma de nuestra vi,da nacional. No nos admire entonces ese nimbo de religiosidad en que está envuelta toda la Colo- nia. Como de la Edad Media en Europa, podemos afirmar que estaba esencialmente impregnada de cristianismo.

Por desgracia, nuestros historiadores la mayor parte de ellos anticatólicos o psicológicamente inca- paces de apreciar el influjo del cristianismo casi no han reconocido este .pai>el trascendente de la Igle- sia, y, al historiar su actuación, se- han limitado a los obispos y al clero, y han tomado, por lo gene- ral, episodios aislados, sin comprender en toda su amplitud el influjo de la Iglesia, que no sólo se compone de la jerarquía, sino también de los laicos que, al actuar a impulso de principios cristianos, reivindican para la Iglesia todas las grandes obras que realizan. Se limita la actuación de la Iglesia al campo restringido de la piedad y al de las actuacio- nes personales deí clero; pero se silencia la fuerza de los principios cristianos en todas las demás ma- nifestaciones de la vida nacional. Y así se mutila nuestra Historia, al ocultar la causa que movía des-

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CAI OLICISMO CHILENO

de el rey hasta el último soldado o sacerdote, en esta magna obra de cristiana civilización de nuestra patria y del continente entero. Del Gobernador abajo, nadie hacía na,da sin previa consulta a una junta de teólogos, o por lo menos, al confesor. Los historiadores citan estas juntas de teólogos, porque no pueden dejar de hacerlo, pero no destacan los principios doctrinales que allí se discuten y que serán la norma de las actuaciones concretas. Y como cada hecho se explica por las ideas que lo informan, prefieren dejar los hechos vacíos de explicación, antes qüe hablar de los principios cristianos que les dan vida. Recordemos las guerras de Arauco, cuyas vicisitudes dependían en gran parte de las aprecia- ciones teológicas que prevalecieran. Lo mismo po- demos decir del problema de la es<:lavitud y del de las encomiendas, para no hablar de las institu- ciones jurídicas venidas de la Metrópolis para to.da la América, e influenciadas siempre por teólogos de la talla de Vitoria o Suárez.

Se podrá discutir siempre hay quienes dis- cuten— la calidad de la cultura colonial y desear que España y la Iglesia hubieran procedido de otro modo; pero no se podrá negar que España logró imponer su cultura que, lo repetimos, era esencial- mente cristiana. Y no es obstáculo a esta inter- pretación cristocéntrica de la Colonia, el que mu-

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HU MB ERTO MUÑOZ R.

chos individuos no se comportaran siempre cris- tianamente en su vida privada o pública. Está pre- cisamente en la concepción esencial de la Iglesia el que siempre haya defecciones, y por eso su divino Fundador la comparó a diez vírgenes, de las cuales cinco eran necias y cinco prudentes, a una red con peces buenos y malos, etc. Según la doctrina del Número Determinante, tan hábilmente manejada por Hilaire Belloc (1), son los factores determi- nantes, y no la masa como tal, la que da el tono a una cultura o período histórico. Dice textual- mente: "En caso de una religión o más bien de una atmósfera religiosa, la condición principal del nú- mero determinante es la de que imponga su con- textura o colorido a toda la sociedad. Es proba- ble que en la mayor parte de la Edad Media, la mayor parte de los hombres, en la mayor parte de la Cristiandad practicaban su religión muy poco o nada. Mas no existía la influencia negativa co- rrespondiente. La influencia positiva irradiando desde aquéllos que con más intensidad la practica- ban, hacia una faja exterior donde había decaído hasta la extensión, fué lo que dió a Inglaterra, Francia, España, Alemania e Italia de la Epoca, un carácter netamente católico**.

(1) "La crisis de nuestra civilización", pág. 3 28.

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Esto es exactamente lo que ocurrió con nuestra Colonia, que tiene tantas semejanzas con el me- dioevo en Europa. La influencia cristiana irra- diada a través del español, no tuvo una fuerza ne- gativa que la contrarrestara, sino la simple iner- cia de la religión ancestral del araucano, que estu- diaremos en el próximo capítulo, y que en manera alguna impidió la fisonomía netamente cristiana de la Colonia.

Y por si para alguno fuere necesario, quiero también explicar que, el concepto de una socie- dad totalmente cristiana, no incluye en manera al- guna el que la Iglesia tenga en sus manos el poder civil, lo que sería abiertamente contrario al Evan- gelio, que manda dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y qué bien entendían esto los reyes españoles que, siendo profundamente cristianos y sintiéndose ellos mismos el brazo secu- lar de la Iglesia, eran, sin embargo, tan celosos de sus prerrogativas temporales, que más bien exage- raban el Real Patronato; pero nunca se dejaban dominar por los Papas en asuntos temporales.

Fruto de este influjo de los principios cristianos encarnados en España, fué la perfecta unidad na- cional que presidió el desenvolvimiento colonial. Las desaveniencias habidas con frecuencia entre go- bernadores, obispos y cabildos, en nada se parecen

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H U M B E R T O M U f5 Ó Z R.

a las luchas entre la Iglesia y el Estado que con- templa el siglo XIX. Aquéllas son netamente do- mésticas, y nunca afectan a la Iglesia como tal, ya que ambos partidos eran igualmente cristianos, y reconocían como supremo dirímente de sus reyer- tas al rey que, no por ser soberano temporal, de- jaba de representar a la Iglesia^, de quien se sentía su brazo e instrumento.

Pero esta posición privilegiada y trascendente de la Iglesia, va a ser notablemente quebrantada a partir de la Independencia, después de la cual se nota un nítido cambio en su posición histórica. Tres factores principales influyen desfavorable- mente, y logran torcer el rumbo de nuestra Histo- ria. En el orden cronológico, hubo en primer lu- gar una cierta identificación entre la Iglesia y el régimen colonial español. Y era natural que eso se produjera, dada la influencia que ya se ha expli- cado. No tuvo el clero la amplitud de criterio ne- cesaria para comprender el impulso legítimo de la Independencia y la trascendencia de la Iglesia res- pecto de los regímenes temporales con los cuales puede convivir muchas veces y obtener así gran utilidad como sucedió en la Colonia , pero a los cuales debe abandonar para seguir su impulso eterno, cuando aquéllos ya han cumplido su mi- sión histórica. Y así vemos a una parte del clero

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CATOLICISMO CHILENO

que se abanderiza con la reacción española, ha- ciendo cuestión de religión y no meramente políti- ca, la fidelidad al monarca prisionero. El obispo Zorrilla, aunque chileno, con estrechez de criterio y aferrándose a los cánones, hizp una sorda resis- tencia al gobierno patriota, que finalmente le valió la deportación. Otra parte del clero, a la cabeza de la cual estaba Camilo Henríquez y el obispo Cienfuegos, eran fervorosos patriotas; pero no siempre supieron conciliar sus deberes patrios con sus obligaciones eclesiásticas. Pero no culpemos a ninguno de los dos bandos, ya que en ese tiempo era imposible ver las cosas con la claridad de hoy. Señalemos sólo que es la primera vez que una es- cisión de esta naturaleza se producía en la iglesia chilena, y no pudo menos de influir en el quebran- tamiento de la fe, máxime cuando la victoria de las armas patriotas fué definitiva y se abominó de todo lo que decía relación con el antiguo régimen. Si a lo menos se hubiera podido obtener una pru- dente abstención de los elementos españolizantes, quizás se habría logrado mantener la unidad espi- ritual de la República.

Otro factor funesto fué el aislamiento en que quedó la Iglesia chilena como sucedió también en los demás países americanos , a raíz de la Independencia. Conforme al régimen colonial,

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HUMBERTO MUÍ^OZ R.

todo estaba centralizado en la Península, incluso los negocios eclesiásticos, considerándose grave de- lito el comunicarse directamente con Roma. Re- cordemos el* caso de Santo Toribio de Mogrovejo que, siendo Arzobispo de Lima, fué reprendido por orden del rey ante la Real Audiencia, acusado de haberse comunicado directamente con el Padre Santo. Así pues, cortadas las relaciones con Espa- ña, quedamos también separados del resto de la cristiandad. Agréguese a esto que el Obispo de Santiago estaba desterrado y sin posibilidades de que ni siquiera el Arzobispo de Lima proveyera al grave conflicto que aquí se había producido. Las Ordenes Religiosas, cuyos Provinciales residían ge- neralmente en Lima o España, quedaron también acéfalas, a lo que solía agregarse la disensión in- testina de españolizantes y patriotas, que conmovía los conventos. Todo, pues, contribuyó a que se produjera en la Iglesia una situación caótica, pre- cisamente en el momento decisivo en que el país tomaba nuevos rumbos y era más necesaria que nunca la acción orientadora de la Iglesia. O'Hig- gins, con ardor de patriota y de cristiano, com- prendió que la solución estaba en recurrir directa- mente a Roma, a fin de que se normalizara la situación producida. Fué el primer gobernante americano que mandó una delegación ante el Va-

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ticano, y fué el Vaticano el primer estado europeo que reconoció la soberanía de una nación america- na, al enviar a Mons. Muzi como enviado papal. Por desgracia, a la llegada de éste, no era ya O'Hig- gius quien gobernaba, y su sucesor no tuvo el tino suficiente para conducir las cosas a feliz término, haciendo fracasar la embajada Pontificia.

Pero el factor más importante en el quebran- tamiento de la fe era casi imposible de evitar. Al abrirse las puertas de Chik a la libre comunicación con todas las naciones de} mundo, es el preciso mo- mento de la plena decadencia española reciente- mente amagada por la invasión napoleónica, y en que la Francia de la Revolución impone sus i^deas al mundo entero. Pérez Rosales nos cuenta cómo los barcos franceses traían la misión de llevar a estudiar a Francia a los jóvenes de las mejores fa- milias. Por otra parte, de esa misma Francia re- volucionaria habían venido las doctrinas que im- pulsaron nuestra Independencia, y ahora nadie ponía trabas a la lectura de los libros que antes eran manjar prohibido. El mundo entero atravesaba por una crisis de irreligiosidad, y la ola de una in- mensa propaganda nueva ínv^idió nuestra tierra. Me imagino a Chile como una joven educada en el recluimiento del internado colonial que, una vez salida del encierro, no está preparada para arrostrar

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en el mundo el ambiente que es hostil a su fe, y es fácil presa de la moda y de las ideas que ella iden- tifica con su liberación.

Las dos primeras causas de la desintegración re- ligiosa duran un tiempo relativamente breve (vein- te o treinta años) , no así la última que, en diver- sas formas, continúa hasta el día de hoy. Mas, sin lugar a dudas, la crisis de la Independencia ha sido profunda y, cuando Portales organiza la Re- pública, ya es un hecho consumado la ruptura de nuestra unidad religiosa. Trataremos, pues, en una síntesis breve y esquemática, de fijar la posi- ción de la Iglesia en el período republicano.

La nación como tal no ha dejado de ser católi- ca; pero ha surgido una selecta minoría, no muy apreciable por el número, mas por su influencia y valer, que se ha separado del regazo de la Igle- sia. El agnosticismo europeo ha franqueado nues- tras fronteras, y sus hombres tendrán una actua- ción muchas veces decisiva en la orientación gene- ral del país. El mismo Portales no era creyente, aunque con criterio realista se estableció en la Cons- titución de 1833 que la religión católica era la ofi- cial del Estado. La masa del pueblo sigue adheri- da a la fe tradicional y una buena parte de la aris- tocracia de la- sangre y del intelecto; pero la mi- noría agnóstica se robustece cada día más, aviva -

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da por el soplo de la propaganda de doctrinas exóticas, y con lentitud y seguridad va socavando los principios tradicionales. Entonces, sobre una masa católica, pero casi inerte, dos minorías se dis- putan la hegemonía del país. La minoría agnós- tica es audaz y progresista. La católica, tenaz y conservadora. La lucha está entablada hace más de un siglo, sin que ninguna de las dos logre una victoria decisiva. Tal vez podríamos resumir la si- tuación general, concretándola al problema univer- sitario. La Universidad de Chile, que debió ser la continuación de la de San Felipe, pasa a ser un feudo de la masonería. Cuando la Iglesia pierde la esperanza de tener allí el control religioso, fun- da la Universidad Católica, menor que la de Chile; pero también de gran valor y no despreciable anta- gonista de la primera. Mas no abandona el pri- mer campo de batalla, donde cuenta siempre con un buen porcentaje del alumnado y aun algunos profesores. Pero a los ojos de todos, la Universi- dad de Chile representa el espíritu laico y es un gigante frente á la Católica.

Se produce un fenómeno triste. Los principios cristianos, que eran el ;ilma de toda la estructura colonial, van siendo reemplazados por otras for- mas de vida, y la inmensidad de nuestro pueblo católico, va sirviendo de materia prima al servicio

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de otras ideologías, que ponen su etiqueta, a lo que muchas veces se hace con dinero y sacrificio de católicos. Cito la Cruz Roja, institución laica, formada generalmente por señoras católicas. A pe- sar de sus inmensos esfuerzos, la minoría arreli- giosa no logra descristianizar el país; pero va len- tamente laicizándolo y preparando el terreno para futuras conquistas, principalmente en el campo po- b'tico y educacional. Los católicos, que se mantie- nen muy unidos y enérgicos en la defensa de los principios dogmáticos y en la defensa de la fe, pa- recen haber perdido la vitalidad que tuvieron en la Colonia para abordar los problemas de orden hu- mano, y así, habiendo luchado tanto la Iglesia en el período anterior contra la esclavitud de los in- dios, cuando a raíz de la Independencia se decreta la libertad de los negros, son los propios clérigos los que ponen obstáculos, negándose a inscribirlos como libres en las partidas de Bautismo ( 1 ) . Pero no siempre la Iglesia adopta esta actitud intransi- gente, sino que generalmente hace esfuerzos extra- ordinarios en el terreno intelectual, benéfico y social, que no logran, sin embargo, pleno éxito: la educación y la beneficencia están hoy en poder de la

(1) Guilkrmo Feliú Cruz: "La abolición de la esclavitud «n Chile", pág. 72. Santiago, 1942.

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masonería, y los obreros son dominados por par- tidos marxistas. Pero, en cambio de esta especie de impotencia de la Iglesia chilena para luchar y vencer en la primera línea de estos campos de ba- talla — aunque haya obtenido muy honrosos e im- portantes triunfos secundarios , es inmensamente fuerte e irreductible en el campo de la tradición. Tres siglos de coloniaje han logrado imponer al país el sello imborrable del catolicismo. Bájo las apariencias más exóticas, la nación sigue siendo católica. La minoría no católica no ha logrado imponer su fisonomía a la nación, porque actúa sobre una masa que no quiere dejar de ser cristia- na, y así, cuando dos o tres dirigentes marxistas logran poner la etiqueta socialista o comunista a un sindicato completo, formado casi entero por católicos, tienen buen cuidado de disimular el an- tagonismo entre ambas doctrinas. Además, no puede haber paralelo entre la influencia de la mino- ría católica de la Colonia y la no católica de la Re- pública, porque aquélla se ejerció sin contrapeso, y ésta debe sufrir la influencia neutralizante del ca- tolicismo y con frecuencia una seria competencia en todos los campos de la - lucha. Sin embargo, hemos de reconocer que falta a la Iglesia una ma- yor vitalidad, imprescindible para recuperar la he- gemonía espiritual sobre toda la nación.

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Según opinión del célebre P. Charles, que nos visitó en 1944, el catolicismo chileno carece de po- tencia creadora. Según él, es de tipo tradicional, entendiendo esta palabra en . el sentido de rutina- rio. Y es efectivo. Más de un siglo de actitud eminentemente defensiva, casi nos ha imposibili- tado para ponernos en primera línea de ataque. ^ Hemos temido ser los primeros, y después ... ni siquiera hemos podido ser los últimos. Recordemos sólo los sindicatos y los scouts. Y en la vida apostólica, tal conijo en la vida espiritual, quien no avanza, retrocede. Por eso, me parece de su- prema conveniencia intentar un cambio en nues- tra actitud histórica. Dejar la posición eminente- mente (no exclusivamente) defensiva, para tomar otra de más iniciativa y espíritu creador, que per- mita a los principios cristianos ser el alma y vida de toda actividad nacional. No alcanzaremos pro- bablemente la total hegemonía de que gozamos en la Colonia, pues ya no podremos librarnos de la minoría no católica; pero se podrá reducirla a sus justos límites y que tenga una influencia que diga relación con el número de sus efectivos. Nosotros, en cambio, tenemos a nuestro favor todo el peso de la Historia y, si hemos de devolver a nuestra patria su unidad religiosa, si el cristianismo ha de ser nuevamente el alma de nuestra nacíonalidafi.

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hemos de apoyarnos fuertemente en esa tradición que no ha muerto, sino que se mantiene latente. De esa tradición hemos de extraer las energías y enseñanzas necesarias para afrontar los problemas de hoy, no con la misma modalidad, mas con la misma fuerza y vitalidad con que lo hicierpn los cristianos en la Colonia. Para unirnos al espíritu de nuestra tradición, o mejor dicho, para avivar nuestra conciencia de ella, hemos de apresurarnos a recorrer cuatro sendas: intensificación de la vida interior, unión de los conceptos de patria y reli- gión, mayor vinculación con la España eterna, y estudio de nuestra historia patria.

Cuantb a lo primero, hemos de recordar que en el cristianismo toda actividad externa es reflejo de la vida interior. Si la posición del cristianp- es hoy día débil, se debe primariamente a un debili- tamiento de la fe y del fervor religioso. Én cam- bio, cuando la fe es intensa, el espíritu emprende- dor se presenta espontáneamente lleno de pujanza, tal como sucedía en la Colonia. Lo mismo qUe en el individuo, sucede en la Iglesia tomada como so- ciedad. Un florecimiento cristiano no puede pro- venir de obras puramente humanas, sino que se requiere el soplo vivificante del Espíritu de Dios. Todo lo que hagamos por intensificar nuestra vida interior, por acercarnos a Cristo, se ordena tam-

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bien a encender en nosotros ese ardor y espíritu de iniciativa que se manifiesta en una potente acti- tud creadora.

El segundo punto se refiere a la vinculación de los conceptos de Patria y Religión. Desde el mo- mento que el catolicismo llegó a ser el alma de nuestra nacionalidad, no solamente en la Colonia, en que dominó sin contrapeso, sino aun en el perío- do culminante de la Independencia, ya que los grandes patriotas fueron también grandes cristia- nos, tenemos la posibilidad y el deber de identifi- car en nuestra tierra ambos conceptos. Ya existe de hecho una gran vinculación. Se trataría sólo de estrecharla e intensificarla. Y como monumento grandioso de estos conceptos que encarnan el alma nacional, nada me parece más apropiado que el Templo Votivo de Maipú, en que la Patria entera se pone a los pies de la Virgen del Carmen para cumplir el voto de O'Higgins en el momento de- cisivo de nuestra Independencia. Ese templo debe ser, pues, la manifestación concreta y grandiosa de esta vinculación de los conceptos de Patria y Re- ligión.

Y no sin temor de ser mal interpretado, me re- feriré ahora a España, mas no a esa España que, como todas las cosas es mudable y susceptible de discusión, sino a aquella otra España eterna, aqué-

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CAT OLICISMO CHILENO

Ha que permanece a través de todas las vicisitudes, y que tuvo su más grandiosa expresión en la epo- peya de América. Con aquélla se puede o no estar de acuerdo: depende de doctrinas temporales j apreciaciones de hechos. Con ésta, en cambio^ con la eterna, nunca podemos estar en desacuerdo sin afirmar nuestra propia negación. Esa España vino a América, se encarnó en estas tierras, y es el alma de nuestra historia y de nuestra psicología. Las naciones de América somos como esos hijos priva- dos del influjo benéfico de sus padres antes de llegar a su madurez. Eramos muy niños cuando nos separamos de ella. No sentimos inmediatamente su pérdida, con la inconsciencia también de los niños; pero ahora, que hemos dado tantos pasos en falso y hemos corrido tras tantas doctrinas exóti- cas, que sólo nos han dejado la amargura de la des- ilusión, ¿quién no siente como una necesidad na- cional el cobijarnos en el regazo de España? Se ha hablado tanto contra ella, a tal punto se la ha des- figurado, que sus mismos hijos casi no la pueden conocer. Y ahora, que tantas ideologías se dispu- tan nuestra tierra con su propaganda, sólo España parece haberse olvidado de nosotros. Tomemos en- tonces la iniciativa, y pidámosle que quiera seguir preocupándose de nosotros, nutriéndonos con su clásica cultura, y con el heroísmo y el fervor de su

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fe. Quizás esta misma actitud nuestra hará bien a España. Volverá a sentirse madre de veinte nacio- nes y un estremecimiento de juventud florecerá en su seno. ¿Es acaso la primera vez que una madre, a la vista de su hijo> saca fuerzas que para misi- ma no tiene?

Finalmente, se impone una revisión de nuestra Historia. Sus mejores cultivadores, con Barros Ara- na a la cabeza, trabajaron en el siglo XIX, cuando todavía se estaba bajo la reacción antihispánica, tan explicable; pero que se prestó a tantas injusticia-s. Además, si exceptuamos a don Crescente Errázuriz, nuestros historiadores no estaban psicológicamente preparados para comprender los factores religiosos de nuestra Historia. Sin conocer la religión y sin- tiendo por ella profunda aversión, ¿cómo se puede producir esc sentimiento de cálida simpatía bajo el cual se establece la comprensión de los individuos y de los hechos históricos? De ahí entonces esa triste paradoja, que siendo católica nuestra Historia real, sea anticatólica nuestra Historia escrita. Idén- tico fenómeno se ha producido en Europa y de ello- se queja el historiador inglés Hilaire Belloc. Pero, teniendo a nuestro favor el peso de los hechos y la fuerza de la tradición, sólo nos resta ponernos con decisión al trabajo de estudiar nuestra Historia. Por desgracia, desaparecida ya esa generación de

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prelados historiadores como Crcscente Errázuríz, Muñoz Ola ve, Silva Cotapos y Silva Lezaeta, atra- vesamos ahora por una crisis de historiadores cató- licos. Cierto es que en la Academia Chilena de la Historia predomina el elemento católico y que S€ anuncia también la creación de una Academia de Historia Eclesiástica Chilena; pero la verdad es que no tenemos ningún historiador de nota que pueda parangonarse con Encina, por ejemplo. Cuán útil sería que en los Seminarios y principalmente en la Facultad de Teología se abrieran cursos de Historia Eclesiástica Chilena. Así, a lo menos el clero, sal- dría vinculado a nuestra gloriosa tradición.

Supuestas estas cuatro bases, ¿sería una utopía pensar en un mejoramiento de nuestra posición his- tórica? El hombre no puede avianzarse a los desig- nios divinos; pero, cuando miradas serenamente las cosas entendemos una obligación expresada por la enseñanza del pasado, ¿no podemos sentirnos solí- citados por la EKvina Providencia para el cumpli- miento de los planes divinos?

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ÍI. CORRIENTES SUBTERRANEAS

En el capítulo anterior afirmamos que nuestra patria fué evangelizada, y aun que el catolicismo había llegado a ser el alma y forma de nuestra cul- tura colonial. No para desvirtuar ese aserto, sino para reducirlo a sus justos límites, hemos de estudiar ahora la calidad de ese cristianismo. Si antes mira- mos nuestra religión desde el punto de vista de su posición histórica, descendamos también a sus pro- fundidades psicológicas. Y para evitar mal enten- didos, comencemos por definir qué entendemos por un católico. El catecismo exige tres cualidades del católico: la fe en las enseñanzas de la Iglesia, la co- munión de los sacramentos y la obediencia a la je- rarquía. En cuanto a la fe, exige como mínimo que

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conozca las cuatro verdades de necesidad de medio, y que no niegue explícitamente ninguna; de los sa- cramentos, sólo exige como estrictamente obligato- rio el Bautismo; y en cuanto a la obediencia, que re- conozca la autoridad del Papa y de los obispos. Estas son, diríamos así, las exigencias mínimas. ¿Y cuan es el programa máximo? Es tan alto y elevado que ni los mismos santos lo han vivido en su pleni- tud, comp que exige la perfección del mismo Padre Celestial; '*Sed santos, así como vuestro Padre Ce- lestial es santo". Entre ambos extremos hay una gama infinita, en que siempre van mezcladas en di- versas proporciones las gracias divinas y las miserias humanas; pero cualesquiera que sean los grados de imi>erfección, a ninguno podemos quitarle el título de católico. En el orden intelectual, se mezclan las luces de la fe, con las sombras de la ignorancia y del error; y en la vida moral, vemos los heroísmos del santo junto a las claudicaciones del pecador. Y esto es lo normal, mientras vivamos en este valle de mi- serias e imperfecciones. Supuesta, pues, esta doctri- na de la Iglesia, tratemos ^de ver las diversas capas o zonas de cristianismo y de paganismo que se mez- clan en nuestra religiosidad. El mismo proceso his- tórico nos servirá de base para ir considerando los di- versos sedimentos que ha dejado en nuestra psicolo- gía religiosa.

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En la evangelización de los indios, se produjo un fenómeno común a toda la América: la mentalidad indígena aceptó primero las formalidades y exte- rioridades del cristianismo, pero conservó su antiguo espíritu pagano. Jaques de Lauwe (1), con su fino espíritu de observación, ha descrito muy bien este fenómeno continental, que subsiste hasta el día de hoy: "Al cambiar de religión, el indio no cambió de mentali^dad, sino que fué la esencia misma de la reli- gión la cambiada por cl. El poder que atribuía a sus totems, a los dioses primitivos, a quienes honra- ba, lo atribuyó al Dios cristiano y a sus santos, nue- vos detentores del "mana".

"El indio conviertido encarnó sus antiguas divini- dades en estos nuevos personajes. Adoró a Cristo como había adorado al sol, pero le atribuyó los ca- racteres que tenían sus antiguos dioses".

"Perp al lado de ella (la religión católica) se alza la religión india de los primeros ocupantes. La primera parece haber suplantado a la otra, pero, asi como el triunfo de la dominación blanca no ha eli- minado del continente la presencia del elemento co- brizo, el triunfo de la religión católica no ha su- primido la existencia de la religión india: y la vic-

(1) "La América Ibérica", págs. 82, 74.

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toria de la religión católica es, tal vez, más aparente que real".

Todo esto es muy efectivo, si tomamos la totali- dad del continente, en lo que a los indígenas se re- fiere. Reúnen ciertamente las tres condiciones esen- ciales para ser considerados como católicos, pero cuánto de pagano hay en el espíritu de ese catoli- cismo? Y nuestros enemigos lo saben. Así, por ejemplo, los protestantes justifican sus misiones en la América Latina, sobre la base de este cristianismo deficiente: "Se estableció en todo el continente un catolicismo nominal. Aunque ningún historiador imparcial negaría el celo apostólico y el espíritu ab- negado de muchos de los primeros misioneros cató- lico-romanos, especialmente de Bartolomé de las Casas, difícilmente puede afirmarse que el trabajo de tres siglos haya operado una transformación ra- dical en la vida de los pueblos nativos; y cuando comenzó el moderno movimiento misionero protes- tante hace alrededor de un siglo, había en la Amé- rica Latina vastas poblaciones tan necesitadas del Evangelio de Cristo como pueden estarlo los pue- blos de Africa o de Oriente. Esto constituye la pauta y la indiscutible justificación de la misión cristia- na en la América Latina" (1);

(1) "Informe oficial de la Conferencia del Consejo Misio- nero Internacional", pág. 233. Buenos Aire», 1939.

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Si esto ha ocurrido en todo el continente, np po- demos decir otro tanto de Chile, donde casi no se ha conservado el indio puro, sino que ha llegado a nosotros en el fuerte porcentaje de nuestra sangre mestiza. El araucano resistió a las armas y a la re- ligión de los españoles. Fuera de algunos éxitos aislados, podemos decir que las misiones, tanto de los jesuitas como de los franciscanos, resultaron un fracaso. Propiamente el indio no se cristianizó. A los de Arauco ya nos hemos referido, y en cuanto a los que trabajaban en las encomiendas, estaban en tal abandono espiritual, que algún obispo pre- sentó la renuncia de su cargo, urgido por su con- ciencia ante la imposibilidad de remediar el mal (1) . Es lugar común en las cartas de los obispos a) rey, el quejarse del abandono religioso y de cómo los encomenderos no cumplen con la obligación de tener doctrina para los indios. Pero los indígenas, a excepción de Arauco, ya casi han desaparecido al final de la Colonia y no son el objeto directo de nuestra atención. Más valor de actualidad tiene considerar al mestizo, para ver cómo asimiló el cristianismo.

El proceso de la formación de nuestra raza era primitivamente así: el soldado español se unía

(1) Iltmo. Fr. EHego de Humanzoro, ti 15 de nurzo de 1664. D. A. S. 256.

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con varias indias cogidas como botín de guerra o que a él le estaban encomendadas. La mujer en- tonces, y cork mayor razón los numerosos hijos, habían de bautizarse y ser cristianos, mas aquélla no abandonaba sus antiguas costumbres, y era ella, la madre, la que estaba más cerca de los hijos y la que se preocupaba de su formación. Y así, por sangre y, por educación, iba quedando en esos neo- cristianos un fuerte sedimento de la religión arau- cana. Al mezclarse después más la raza, aunque se alejaban del primitivo origen araucano, estos sedi- mentos de las creencias y prácticas ancestrales se transmitían como corrientes subterráneas a traviés de tradiciones y usos que, teniendo un barniz cris- tiano, respondían, sin embargo, a la mentalidad indígena. Para comprender entonces la religiosi- dad de nuestro pueblo, hepios de tener algunas no- ciones de la religión araucana, a la vista de la cual no nos será difícil descubrir la psicología nativa, en muchas prácticas y devociones.

Tratemos de sintetizar los principales rasgos de la religiosidad araucana, principalmente en lo que a nuestro tema se refiere. A la llegada de los espa- ñoles había signos evidentes de totemismo, aque- lla inclinación tan común en los indígenas de todas partes, a atribuir a algunos seres, principalmente animales, una determinada vinculación con la tri-

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CATOLICISMO CHILENO

bu, de la cual piensan generalmente que es el pro- tector, y a los que tratan de mantener gratos con es- peciales demostraciones de deferencia. Don Tomás Guevara, en su obra "Chile Prehispánico" (l), hace la siguiente afirmación: "Vestigios totémicos son entre los araucanos el respeto con que se nom- bran algunos animales, como el león; algunas aves^ como el cóndor".

Pero el totemismo estaba, en verdad, eii deca- dencia y era reemplazado ventajosamente por el animismo. Del totemismo, que versa principal- mente sobre supuestos espíritus de animales y aun plantas, como el canelo, árbol sagrado de los arau- canos, habían pasado al culto de los espíritus de los antepasados o animismo. Dice el mismo señor Gue- vara en la obra ya citada: "Muchas creencias y prácticas constituían un ritual metódico para man- tener fresca la memoria de los mayores e inclinar a la voluntad de los espíritus en favor de los deudos vivos. Pero esta veneración de los espíritus no se refería a los extraños, de quienes no era lógico es- perar protección. Se limitaba a las almas de los ascendientes". "Para tener propicios a los muertos, celebraban los araucanos antiguos el aniversario antíal sobre la tumba de sus deudos con sacrificios

(1) Pág. 395.

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de animales, ofrendas y otras demostraciones d¿ respeto y recuerdo. Tal solemnidad constituía, por cierto, un caso verdadero de veneración a los ascendientes" (1).

Sin embargo de ser tan importante el culto de los antepasados, sólo constituía la mitad de las preocupaciones religiosas del araucano: existían también los "huecufos" O' espíritus malos, y el -po- deroso "Pillán". "Lo que se presenta como base fundamental de las antiguas y modernas represen- taciones religiosas de los araucanos, es un dualismo de espíritus buenos y malos" (2).

Tal influencia tenía y era de tal importancia esta dualidad de espíritus, que en la vida ordinaria del araucano habían prácticamente desaparecido las explicaciones de orden natural, para ver en todo la causalidad de buenos o malos espíritus. Esto dió lugar a múltiples supersticiones, en que el indio vivía como sumergido y que abarcaban todas sus activijdades. "La vida del indígena era un in- terminable tejido de supersticiones, que se interpre- taban en sentido favorable o adverso al indivír dúo" (3).

(1) Guevara: Op. cit., págs. 415 y 418.

(2) Guevara: Op. cít., pág. 435.

(3) Guevara: Op. cit., pág. 406.

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Otro rasgo típico de la religiosidad araucana es su utilitarismo. No atienden tanto a dar culto a la divinidad, como a obtener provecho personal y ma- terial a través de ese culto. "Los araucanos . son más formalistas que los pueblos de religión organi- zada. Las ceremonias no se realizan como actos de culto o muestras de deferencia a los espíritus, sino para pedirles salud y lluvias que incrementen su bienestar material" (1).

En resumen, podemos entonces decir que la reli- gión araucana es totemísta, animista, supersticiosa y utilitaria.

Veamos ahora si estos rasgos o notas típicas per- severan en nuestro actual catolicismo chileno, prin- cipalmente en el pueblo. Y desde luego, llama la atención, para demostrar la posibilidad de un enla- ce de ambas religiones, que el "Pillán", espíritu malo que antes individualizaba fenómenos múlti- ples y poderosos, como la erupción de los volcanes, ahora, en el araucano moderno, .es sinónimo del "demonio" cristiano, cuyo concepto, introducido por los misioneros católicos, ha desplazado la anti - gua concepción.

Entre el "tótem" protector de la tribu o de la familia y el "santo" cristiano, protector de una

(1) Guevara: Op. cit.. pág. 447.

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nación o de un pueblo, no se puede negar una gran similitud externa, que es la que capta primero- la mentalidad indígena y esta semejanza basta para que, cambiados los nombres, persevere la misma ac- titud interna. Todo párroco sabe, por experiencia cuotidiana, cuán fácilmente se acogen las devocio- nes a los santos, y cuán difícilmente se consigue que los feligreses adoren a Dios "en espíritu y en ver- dad". Las distinciones teológicas están en los libros y en la comprensión de unos pocos, mas, qué bien comprende esta mentalidad totémica de nuestro pue- blo el "evangélico", que impugna como idolátrico el culto de los santos. Generalmente no los convence, porque los santos tienen en su favor el instinto tra- dicional; pero algunos, que son verdaderamente sinceros, que aman Dios espíritu trascendente, con qué vehemencia se vuelven contra el exagerado culto de los santos que existe en nuestro pueblo y aun entre cristianos de mayor cultura. Recordemos a esos militares que hacen profesión de no creer en nada, excepto en la Virgen del Carmen, Patrona de nuestro ejército.

La devoción a las ánimas del purgatorio, junto con el culto de los santos, suelen ser las devociones fundamentales de muchos católicos. Recuerdo que en una misión en el Hospital del Salvador, siendo yo seminarista, un enfermo se negó a confesarse con

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esta frase: "Yo no tengo nada que ver con EHos. Soy devoto de Fray Andrés y de las almas del pur- gatorio". ¡Cuántos casos semejantes he encontrado después en mi vida sacerdotal! A través de inin- terrumpidas corrientes subterráneas, ese culto a los espíritus de los antepasados, característico de los araucanos, ha perseverado en nuestra psicología reli- giosa, y sale al exterior envuelto en el dogma del purgatorio. La estructuración doctrinal es perfec- ta. No habría nada que objetar. En la práctica, sin embargo, se le da una importancia exagerada, que no tiene en la armonía de nuestros dogmas, y tal como en el caso de la devoción a los sántos, se es- tablece aquí una verdadera finalidad que impide el ascenso del alma hasta Dios. Estas devociones, en- tonces, en vez de servir de medio y camino hacia la divinidad, se convierten en verdadero obstáculo para la unión con Dios.

Si el totemismo y el animismo han podido va- ciarse en moldes perfectamente ortodoxos, consis- tiendo su vicio sólo en su exageración, no ocurre lo mismo con las supersticiones que se han conserva- do casi intactas. No' se han hecho estudios comple- tos sobre las supersticiones de nuestro puefclo ( 1 ) ,

(1) Julio Vicuña Cifuenbes: "Mitos y supersticiones reco- gidos de la tradición oral chilena". Revista Chilena de Historia y Geografía de 1914 y 1915.

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p€ro salta a la vista que abundan en gran manera y que un fuerte porcentaje de ellas es de origen arau- cano. Muchas veces se presentan también con un barniz cristiano, como cuando se usa un escapula- rio como amuleto, o solicitan una vela bendita para encontrar un entierro. A veces, como sucede, por ejemplo, con los exorcismos para la concunilla, las preces son rezadas con un espíritu perfectamente li- túrgico por el sacerdote, y solicitadas y acompaña- das por los campesinos con un ánimo netamente su- persticioso.

Y donde tal vez sobresale con mayor nitidez nuestra mentalidad araucana, es en el espíritu utili- tario con que, practicamos nuestra santa religión. *'Do ut des'\ Pasa desapercibida la religión amor, para ceder paso a la religión utilidad. ¿Quién no sabe que nuestras relaciones con Dios se simplifican en la monotonía del pedir? El alma no vibra con la adoración ni con la acción de gracias, entiende a medias la propiciación, y se extiende en peticiones interminables de orden espiritual y más generalmen- te terreno.

Además de la influencia araucana, hemos de con- siderar en nuestro catolicismo los factores prove- nientes del bajo pueblo español. Históricamente, la evangelización de nuestra raza no se verificó tanto por el trabajo didáctico de los sacerdotes, como por

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la influencia personal del pueblo español, por dos motivos. Salvo en las ciudades, la catequización sólo era esporádica y de todo punto insuficiente. En cambio, y ésta es seguramente la causa funda- mental, psicológicamente la mentalidad del indio es- taba más cerca de las prácticas tradicionales del pue- blo, que de los sermones teológicos de los sacerdotes. El mestizo, hijo del conquistador, se incorporaba a la vida de su padre y participaba desde su infancia en todas las devociones y prácticas españolas. En el análisis que estamos haciendo de los diversos fac- tores de nuestro catolicismo, no podemos, pues, de- jar de considerar la religiosidad del pueblo español. Veamos entonces las principales características que dicen relación con este tema.

Anotamos, en primer lugar, una grande y lauda- ble devoción a la Sma. Virgen Mai;ía, cuya Inmacu- lada Concepción se defendía paladinamente. Había, sin embargo, la inclinación a acentuar más el título o advocación que la misma persona de María, y así. tai como sucede aún hoy, se establecían rivalidades entre los devotos de diversas advocaciones. Pero era una pequeña sombra en un cuadro luminoso. La devoción a los santos al Apóstol Santiago era igualmente ardiente y se avendrá muy bien con los vestigios totéfliicos de los araucanos.

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Las manifestaciones del culto eran muy externas y ruidosas. Los mismos jesuitas, que establecían cá- tedras universitarias para la clase alta, movían al pueblo por medio de novedosas procesiones y cofra- días. Además de los "actos de culto público, realiza- dos generalmente bajo la dirección del clero, exis- tían numerosas devociones de carácter doméstico o local, como aquellas imágenes o capillas en sitios apartados, donde la piedad de los fieles mantenía siempre ^encendida la llama del fervor. Podemos decir que, junto a la liturgia oficial, existía otra muy difundida de características netamente popula- res y españolas.

Otra nota típicamente española era el divorcio entre la fe y la moral. Parece que desde los lejanos tiempos en que debieron reconquistar la Península de la dominación morisca, no corrían a parejas la fe con la moral, urgidos como estaban los cristianos por las crueles necesidades de la guerra. En todo caso, es un hecho no negado, muy explicable por la pérdida del ambiente cristiano de la patria y por las nuevas condiciones de vida, que al trasplantarse al Nuevo Mundo, los españoles sufrieron un que- brantamiento en la moral, mas no así en la fe, que permaneció inalterable. Este fenómeno se tradujo en el aserto de que "el español puede perder el cuer- po mas no la cabeza". Y aquí en Chile, donde por

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las necesidades de la guerra de Arauco, vinieron casi puros hombres que se mezclaron con múltiples concubinas araucanas, las uniones ilícitas se consti- tuyeron en institución permanente hasta muy avan- zada la Colonia ... y las vemos en gran parte hasta nuestros días.

Veamos ahora la perseverancia de estas caracte- rísticas en el catolicismo de hoy. La modalidad e intensidad de la devoción á la Virgen se ha mante- nido intacta hasta ahora, sólo que en vez de la Pilá- rica, tenemos a N. Señora del Carmen. Lo mismo podemos decir de la devoción a los santos, acentua- da con la tendencia totémico araucana.

El exteriorismo religioso de nuestro pueblo se manifiesta principalmente en su preferencia por las 'procesiones, sobre todo otro acto de culto, sin ex- cluir la misma Misa. Se expresa en ese dicho común de que los españoles sólo nos dejaron tres sacramen- tos: el Bautismp, la Confirmación y las procesio- nes. He conocido hombres que, por cargar el anda en la procesión del Señor Resucitado, ya creen haber cumplido sus deberes religiosos para todo el año.

Pero, además de estos aspectos defectuosos, la piedad tradicional española se mantiene, principal- mente en nuestros campos, donde los villancicos de Navidad, la velación de angelitos, las noches en vela entonando a la Virgen o a la Santa Cruz "can-

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tos a lo divino'"', etc., etc.. mantienen una ferviente piedad donde la presencia del sacerdote es casi im- posible.

Y, triste es decirlo, hemos heredado con mucha persistencia esa facilidad para desligar la fe de la moral. Todos conocemos al "católico a su modo"> que no quiere dejar su cristianismo, ni tampoco su pecado. Cada uno de nosotros sabe de innumerables ejemplos.

Durante la República, dos influencias principales han venido a sumarse a las anteriores: el liberalismo en la clase alta, y el marxismo entre los proletarios.

El siglo XIX fué el siglo, del liberalismo y del laicismo, y Chile no podía librarse de ese aconteci- miento universal. Ya vimos en el capítulo anterior la influencia que estas tendencias tuvieron en la for- mación de una minoría arreligiosa; ahora señalare- mos la influencia del liberalismo dentro de las pro- pias filas católicas. Y desde luego, podemos denun- ciar un descenso general en el fervor piadoso y en el lugar que ocupa la religión entre las demás pre- ocupaciones y problemas. Los paladines de la causa se exaltan en la lu(fha religiosa; pero la masa como tal va desentendiéndose lentamente de los proble- mas de orden religioso, hasta que dejan de ocupar el primer plano de las preocupaciones ciudadanas. Cuando en 1925 se separa la Iglesiia del Estado, la

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escisión no produce trastorno, porque ya estaba pre- parada.

Otro efecto del liberalismo fue ir arrinconando ^n la sacristía y en la intimidad de la conciencia las manifestaciones del culto. Aparece la famosa dis- tinción entre vida privada y vida pública, estimán- dose que la religión sólo está bien en aquélla. Mu- chos católicos así lo entienden y van haciendo un desdoblamiento de su personalidad, que finalmen- te acabará con todo vestigio de cristianismo. Es fre- cuente el caso de católicos inscritos y militantes en partidos políticos anticatólicos. Y e5ta reducción del cristianismo al terreno privado de la propia con- ciencia, preparó él terreno a la aceptación de doc- trinas sociológicas y económicas de tipo netamente liberal, propagadas muchas veces por catedráticos de la propia Universidad Católica y participadas, a veces, por el mismo clero. De aquí la fuerte opo- sición que han encontrado en nuestras propias filas las encíclicas sociales de León XIII y Pío XL

Y si el liberalismo se ha difundido principalmen- te entre las personas de cierta cultura, la doctrina marxista, encarnada en los partidos socialista y co- munista, ha causado los principales estragos entre el pueblo. Ha llegado muchas veces a constituir juna verdadera religión la religión del pueblo , en oposición del catolicismo la religión de los

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ricos . Pero a este punto nos referiremos más es- pecialmente en el capitulo dedicado al problema social.

La conclusión que se sigue de esto es la necesidad imprescindible de avanzar hacia el mejoramiento de la calidad de nuestro catolicismo chileno, si quere- mos cumplir aquel otro anhelo de mejorar nuestra posición histórica. La razón de la eficacia de la mi- noría agnóstica y de nuestra debilidad frente a ella, no se debe al número, sino a nuestra calidad. Con las taras de nuestro catolicismo, no podemos aspirar a enfrentarnos con las potencias del mal. Tienen mucho que criticarnos, porque a la Iglesia no la estudian en las palabras del Salvador, sino en la actuación de sus hijos. Y de nuestra parte, la eficacia de los esfuerzos que hagamos, no depende- rán tanto de los medios humanos, como de la pu- reza de nuestra fe y de nuestra unión con Cristo. ¿Qué hacer entonces para mejorar la calidad de nuestro catolicismo?

Hemos de comen2:ar por cambiar de método en la formación de nuestros niños. Hasta la fecha se les ha incorporado al tren tradicional de nuestra vida religiosa, con algunas nociones elementales de rezo' y doctrina cristiana; sin ejercer sobre ellos una in- fluencia doctrinal profunda. Y ahora que en los hogares no se les ^nseña y los mismos catecismos

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parroquiales son tan poco concurridos, ¿qué pode- mos esperar de esa formación puramente tradicio- nal, en que el niño es católico por imitación y por- que sus padres, o con más frecuencia su sola madre lo es? La proporción de los que actualmente reciben instrucción religiosa en los colegios y escuelas es de todo punto insuficiente, y tenemos un veinte por ciento de niños que no asisten a la escuela. Existe entonces el gravísimo problema de enseñar a esa masa ingente de niños, cuyos padres, diciéndose ca- tólicos, nada hacen, sin embargo, por la formación religiosa de sus hijos. Demás estará decir que este esfuerzo deberá proyectarse en sentido extensivo e intensivo a la vez, ya que una clase deficiente que suele ser lo más corriente no basta en manera al- guna para formar un cristiano integral.

Hace también mucha falta trabajar en la forma- ción de los adultos. Además de la Acción Católica que prepara laicos selectos, hemos de propagar di- fusamente la enseñanza católica, valiéndonos del li- bro, la conferencia, la radío, el cine, etc.. etc.

Para la formación de nuestro pueblo, se impone un aprovechamiento del folklore nacional. Hemos de comenzar por estudiarlo para captar las viven- cías religiosas del pueblo, hemos de señalar aquello que sea francamente nocivo, como tantas supersti- ciones que habría que exterminar. Principalmente,

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habría que conocer y cultivar tantas devociones tradicionales españolas que, teniendo en su favor la fuerza de la tradición, encuentran el terreno prepa- rado. No con innovaciones exóticas, sino hablan- dolé en su propio idioma es como nos adentraremos en los corazones. Aun podemos aprovechar prácti- cas paganas que ya bautizaron los antiguos misio- neros, como son aquellos * 'bailes de chinos" danzas indígenas con letra cristianizada y que subsisten aún en todo el norte chileno.

En una palabra, todo lo que sea desvanecer las tinieblas de la ignorancia con la propaganda de nuestras doctrinas, todo lo que sea llevar a un co- nocimiento y vida de unión con N. S. Jesucristo, nos acercará al auténtico cristianismo, condición in- dispensable del mejoramiento de nuestra vida espi- ritual y del mejoramiento de nuestra posición his- tórica.

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ni. LOS OPERARIOS DE LA MIES

Por los capítulos anteriores, ya podrá apreciarse, siquiera en grandes líneas, la inmensa tarea que la Iglesia en Chile tiene aún por realizar.- La gracia de Dios ciertamente que no ha de faltar; pero hacen falta operarios que, con un trabajo incesante, culti- ven la viña que Jesucristo regó con su sangre. ¿Y quiénes son los operarios sobre cuya conciencia pesa tan formidable tarea? En verdad que la obligación recae sobre la totalidad de los católicos, puesto que ninguno está exonerado de trabajar por el reino de Cristo. Pasaron ya los tiempos de catolicismo libe- ralizado, en que los seglares no se creían obligados al apostolado y. gracias a Dios, cada día aumenta el número de aquéllos que, en las filas de la Acción

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HUMBERTO MUÍ=Í OZ R.

Católica, no pueden comprender las prácticas de piedad ni la recepción de los sacramentos sin las irra- diaciones del apostolado. Sin embargo de esta con- soladora realidad, sigue siendo un hecho inconcuso que la dirección y mayor responsabilidad en este apostolado, y aun gran parte de su trabajo mate- rial, recae en el clero y principalmente en la jerar- quía. Por eso, vista ya a grandes rasgos la tarea por realizar, consideremos ahora el problema sacerdotal para ver la importancia imprescindible del clero y los efectivos con que cuenta la Iglesia Chilena para ^1 cumplimiento de su misión.

Comencemos por mirar las cosas siquiera con un criterio humano. En este siglo de especialistas, re- salta como nunca la necesidad del especialista en re- ligión, en apostolado que es el sacerdote. Si se ha dicho que un oficial puede formar mil soldados; pero que mil soldados no pueden formar un oficial. Lo mismo podemos decir del sacerdote respecto de los seglares. Toda la acción apostólica que desarro- llen los seglares estará condicionada por la acción de formación que, á su vez, los sacerdotes les hayan dado. Y mientras el seglar deberá dividir en cierto modo su vida entre Dios y sus obligaciones perso- nales y familiares, el sacerdote se consagra de lleno al cultivo de la viña del Señor. Y entonces, como en una empresa cualquiera, los especialistas que le

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CATO LICIS MO CHILENO

consagran toda su vida, ejercen una influencia in- mensamente mayor que la masa, asi también el sa- cerdote en la Iglesia, aun mirado humanamente.

Pero es en el plano espiritual donde más resalta su importancia. La empresa de hacer un cristiano es enteramente sobrenatural. Esa vida divina que habita corporalmente en Cristo y que de El rebalsa como de una fuente, ha de llegar también al alma de cada cristiano para ser el principio de una vida nueva, o mejor dicho, de la misma vida de Cristo que se injerta en nosotros. No por un esfuerzo nuestro, sino por una donación de la gracia, es como llegamos a ser cristianos de verdad. Y esa gracia divina llega á nosotros por siete misteriosos canales llamados sacramentos. Y los ministros de esos sa- cramentos son los sacerdotes, desde que ponen en nuestra frente el agua bautismal, hasta que ungen nuestros sentidos en el momento de la muerte. Cada vez que pecamos y el justo cae siete veces al día ellos tienen poder para reconciliarnos con Dios: "A los que perdonareis los pecados, les serán perdonados y a los que se los retuviereis, les serán retenidos". Es también el sacerdote quien consagra el pan y el vino, convirtiéndolos en el cuerpo y sangre del Señor: "Haced esto en memoria mil", y él también coloca la hostia sobre nuestros labios. Mas no solamente tienen un papel insustituible en lo que a los sacra-

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mentos se refiere, sino que son los representantes de Dios ante los demás hombres; verdaderos pontífi- ces, esto es, puentes establecidos por Dios entre el cielo y la tierrar Por eso dice San Pablo: "Deben estimarnos como ministros de Cristo y dispensado- res de los misterios de Dios". Y esa fe, sin la cual es imposible agradar a Dios, llega también ordina- riamente por la predicación del sacerdote: "¿Cómo creerán en El si de El nada han oído hablar? Y, ¿cómo oirán hablar de El si no se les predica?''. ¿Y quién es el que predica? Cristo mismo, puesto que dijo: "El que a vosotros oye, a me oye, y el que a vosotros desprecia, a me desprecia".

Ya se comprende entonces, que la Iglesia, en el cumplimiento de su misión, necesita imprescindible- mente del sacerdote. Si éstos faltan, los seglares algo podrán hacer, pero no será posible sustituirlos totalmente. ¿Y cuántos son necesarios? Guiémonos por el autorizado criterio del P. Alberto Hurtado: "La falta de sacerdotes, bien lo comprendemos, no es solamente un problema de número. Doce Após- toles llenos de fe fueron los primeros cultivadores del mundo e hicieron brotar una mies abundante de puro trigo. Un sacerdote santo trabaja más que diez tibios y produce frutos más abundantes que todos ellos. El problema sacerdotal encierra, pues, un problema de santidad en primer lugar: de corres-

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CATOLICIS.MO CHILENO

pendencia a la gracia; de abnegación; de formación seria y profunda en las disciplinas sagradas y en los conocimientos humanos. El sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, instrumento- en manos del Redentor para salvar a los hombres, y el instrumen- to debe estar unido a la causa que lo mueve y al ob- jeto a que se aplica".

"Pero es necesario agregar, aunque parezca una simpleza el decirlo: no basta qüe baya sacerdotes santos para que Chile entero se salve. No basta que en Chiloé haya un sacerdote o un grupo de sacer- dotes dignos de los altares para que los obreros de la Pampa conozcan a Cristo: recibirán éstos, como teda la Iglesia, una ayuda misteriosa por el aumen- to de la gracia que trae la santidad a cada uno de los miembros de la Iglesia. Pero la Iglesia necesita de operarios en número suficiente, como nos lo re- cuerdan continuamente las enseñanzas de los Pontí- fices, haciendo eco al Maestro, que nos. enseña que el Buen Pastor ha de conocer nominalmente a sus ovejas, las ha de llamar por su nombre, las llevará a los buenos pastos y la conducirá al redil . . . Cada sacerdote está llamado, pues, á tener una pequeña grey de feligreses, de alumnos, de almas a las cuales dirige espiritualmente. Y esta grey no puede ser muy numerosa. La carta colectiva de nuestro Epis- copado afirma que "es regla de teología pastoral

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que un solo párroco no puede atender debidamente a más de mil feligreses" (1).

¿Tenemos en Chile esta proporción de un sacer- dote, o mejor, de un párroco, por cada mil feligre- ses? Según los datos leídos por Mons. Eduardo Escudero, Rector del Seminario Pontificio, en la Semana Interamericana de Acción Católica celebra- da este año de 1945 en Santiago, en Chile tenemos 1,922 sacerdotes. 859 de los cuales pertenecen al clero diocesano y 1,063 son religiosos. Esto nos da una proporción de 2,622 almas por sacerdote. Es decir, que tenemos casi la tercera parte del nú- mero indispensable.

Este porcentaje nuestro, con ser tan reducido, es sin embargo, uno de los más altos de la América La- tina. Copio algunos datos de las delegaciones ofi- ciales a la Primera Semana Interamericana de Ac- ción Católica:

Bolivia: 3.500,000 habitantes 400 sacerdotes 1 por cada 8,750 almas.

Colombia: 1,397 sacerdotes 1 por cada 6,085 habitantes.

Corita Rica: 146 sacerdotes 1 por 5,000 ha- bitantes.

(1) "¿Es Chile un país católico?", pág. 130. Santiago, 1941.

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CATOLICISMO CHILENO

Panamá: Sólo 70 sacerdotes, 9 de los cuales son panameños y entre ellos 5 de avanzada edad.

Perú: Población, 7.500,000 1,215 sacerdo- tes — 1 por 6,000 habitantes.

Venezuela: 600 sacerdotes 1 por 5,000 habi- tantes.

Estas cifras son en realidad pavorosas y dan un grito de alarma respecto del porvenir del catolicis- mo en nuestra América Latina. Más resalta aún nuestra indigencia si nos comparamos con otros países católicos y aún protestantes:

Alemania: Para 20.000,000 de católicos tañían hasta antes de la guerra, 22,000 sacerdotes, es decir, 1 por 900 habitantes.

Inglaterra: 2.375,000 católicos - 5,642 sacer- dotes — 1 por 440 católicos.

Estados Unidos: 23.963,671 católicos 38,451 sacerdotes 1 por 625.8.

Francia: 41.000,000 de habitantes 50,000 sacerdotes 1 P^^ 8^00 habitantes.

España: 24.000,00 de habitantes 40,000 sa- cerdotes — 1 por 600 habitantes.

La consideración atenta de estas cifras da tema para hondas meditaciones; pero lo que ya parece- ría increíble, es que en los mismos países de mi- siones están mucho mejor que nosotros en lo que a clero se refiere. Por eso no nos extrañemos

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que los misioneros de MaryknoU que, a causa de la guerra dejaron China para venirse a nuestra patria, se hayan sentido casi desalentados ante el poco fervor que aquí han encontrado. Vemos nuevas estadísticas:

China: 4.000,000 de católicos 4,950 sacer- dotes.

Indochina: 1.500,000 católicos 1,300 sa- cerdotes indígenas, sin contar los extranjeros. En proporción, tres veces más que Chile.

India: 4.000,000 de católicos 2,700 sacer- dotes indígenas, esto es, en proporción, el doble de Chile.

Aquí tenemos, aproximadamente, 567 sacerdo- tes extranjeros, lo que deja un margen de sólo 1,355 sacerdotes chilenos. Con razón exclama el P. Hurtado: "Nosotros, país católico, debiéramos sentir remordimiento de privar a los países paga- nos de ese auxilio sacerdotal que ellos tienen más derecho á reclamar que nosotros" (1).

Después de estas comparaciones, tratemos de ver más de cerca nuestro problema. Si a cada uno de nuestros 1,922 sacerdotes les asignamos in- fluencia sobre mil almas, nos queda un remanente de más de tres millones de chilenos que escapan casi totalmente a la influencia sacerdotal. Y si dis-

(1) "¿Es Chile un país católico?", pág. 13 2.

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CATOLICISMO CH ILE NO

minuimos, lo que es muy real, el número de lo« que por ancianidad, enfermedad u otros cargos no tienen acción directa sobre las almas, podremos comprender la queja del episcopado nacional en la pastoral colectiva de noviembre de 1939: "Cuatro millones de fieles al margen de la influencia sacer- dotal. ¿Puede darse un hecho niáá desgarrador y de mayores consecuencias para las almas, para la Iglesia, para la Patria".

Estos cuatro millones de chilenos abandonados de toda influencia sacerdotal, los entenderemos mejor cuando consideremos algunos otros factores que influyen desfavorableinente en la- escasez nu- mérica.

Sin embargo de la buena calidad que reconó- cenle los extranjeros, el sacerdote chileno debe ac- tuar con muchos factores contrarios, que dificul- tan extraordinariamente su ministerio. Muchos provienen de esas causas señaladas por Cristo y que en realidad constituyen un timbre de gloria; pero muchas también son de otro orden y se podría tra- bajar por atenuarlas y aún suprimirlas en su tota- lidad.

Los sacerdotes están muy desigualmente repar- tidos, llegando la proporción en las diócesis del ■norte a la cifra de 1 sacerdote por cada diez o doce mil habitantes. Si tomamos el término medio del

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país, a cada una de las 486 parroquias que tene- mos, según la "Guía Eclesiástica de Chile", de se- tiembre de 1944, le corresponderían poco más de diez mil habitantes. Pero la verdad es que, mien- tras diócesis como Ancud y San Felipe tienen un término medio de 4,500 y 5,000 habitantes, res- pectivamente por parroquia, Santiago tiene un tér- mino medio de 17,000 habitantes, llegando algu- nas parroquias a la cifra de 401000 almas. Pense- mos un momento que sólo un número muy redu- cido de parroquias de las más grandes ciudades cuentan con vicario cooperador y comprendemos la angustia de los párrocos ante la imposibilidad de atender a sus feligreses. ¿Puede conocerse por su nombre a miles de feligreses?

Agreguemos a esto la inmensa extensión de nuestro territorio. La diócesis de Antofagasta tie- ne 120,846 kilómetros cuadrados, con 145,147 habitantes que nadan en esa inmensa superficie. Hay en el norte parroquias de más de 20,000 ki- lómetros cuadrados y atendidas por un solo sacer- dote, que debe recorrer distancias increíbles. La parroquia de San Pedro de Atacama deslinda con Argentina y Bolívia, y hay otras que llegan de la cordillera al mar. La parroquia de Choapa está en este último caso, con la particularidad de que la iglesia está en un sitio casi despoblado y el párro-

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CATOLICISMO CHILENO

co debe recorrer incesantemente los fundos y pe- queños caseríos en busca de sus ovejas. ¿Qué labor permanente puede hacerse en estas condic'ones? Y si de los caminos calcinados de la Pampa que debe recorrer el sacerdote, volvemos al extremo sur, ve- remos un cambio de panorama, y un semejante sa- crificio. En el archipiélago de Chiloé, cada parro- quia suele tener varias islas que el párroco debe vi- sitar en rústicas embarcaciones. ¡Cuánto heroís- mo, cuánto peligro y cuánta caridad en esas corre- rías apostólicas que nadie conoce! Y peftsar que muchas veces no es un sacerdote joven y sano el que las hace, sino un anciano o un enfermo, ya que la misma escasez de clero obliga a los sacerdotes a mantenerse en su puesto cuando su edad o su salud están indicando un completo reposo o, por lo me- nos, un ministerio menos pesado que el parro- quial. No hace mucho murió el cura de Putaendo. en la diócesis de San Felipe, que estaba allí hacía 49 años, y no era la primera parroquia que servía. Se ve también el caso de un solo sacerdote que tiene que atender varias parroquias al m.ismo tiempo.

Otra consecuencia muy triste de esta escasez de -clero es la casi absoluta imposibilidad de especia- lizar a cada cual en aquello para lo cual tiene má«í aptitudes. Principalmente en las diócesis pequeñas.

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casi todos deben estar en parroquias, cuando quizás en otra parte podrían tener un rendimiento mu- cho mayor. Pero no es posible dejar las parro- quias abandonadas, y hay que estar día a día en la brecha. Con este motivo, los altos estudios eclesiásticos y profanos pasan a ser casi un lujo. Los mismos profesores extranjeros traídos para la Facultad de Teología de la Universidad Católi- ca, pronto son tomados por las exigencias del mi- nisterio y dejan de mano la investigación cientí- fica. Hay necesidad de hombres de estudio y de letras, que den una orientación segura a la intelec- tualidad de la nación. No faltan, por otra parte, sacerdotes suficientemente preparados y con gusto por el estudio. ¿Pero quién es capaz de conciliar la tranquilidad del estudio con el ajetr€o de la vida parroquial? Y así, por esta lucha continua y apostolado incesante, se pierden, a veces, posibili- dades más vastas en el terreno científico, filosó- fico y artístico.

Y lo que se dice de los altos estudios, puede casi repetirse de la vida contemplativa. No entraré en el terreno ya muy personal de ver hasta qué pun- to el exceso de trabajo perjudica la vida de piedad y esteriliza así, a la larga, el ministerio, sino que quiero referirme a algo más objetivo. Hasta hace poco, no había en Chile una sola orden contem-

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CATOLICISMO CHI LENO

•plativa de sacerdotes. Y cuando uno ve tantas obras y un fruto tan relativo, no puede dejar de pensar en la falta de monjes, que con los brazos extendidos como Moisés, estén siempre pidiendo la gracia para los que luchan en la llanura. Ver- dad que contamos con muchas santas religiosas, pero pienso que en la armonía del Cuerpo Místi- co, no sólo ellas están llamadas a tan alta voca- ción. Tenemos ya un convento de benedictinos en Las Condes, pero ojalá que muchos otros flo- recieran a lo largo de nuestro territorio. No si será una impresión muy subjetiva; pero al norte de La Serena y al sur de Concepción, donde tene- mos los últimos conventos de monjas contempla- tivas, siempre me ha parecido una zona de mayor frialdad espiritual. Si en tierras de misiones como China y Alaska se ha sentido la necesidad de tra- penses y carmelitas, ¿cómo no desear algo seme- jante para nuestro Chile tan falto de fervor?

Todo esto que se ha dicho respecto del sacerdo- te, tiene su natural analogía con la religiosa. Tam- bién ella es un alma consagrada al Señor que, aunque no goza de los poderes sacerdotales, pone su vida al servicio de la Iglesia y generalmente, desde un sitio humilde y oculto, hace un bien in- menso sólo apreciado por los ojos de Dios. Son ellas insustituibles en los colegios y escuelas, a tal

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punto que ei fervor de los católicos norteamerica- nos se atribuye a la formación que de pequeños re- cibieron en las escuelas de monjas. En Chile son numerosas las que se dedican a la enseñanza, .pero serían necesarias muchas más. de muchos pá- rrocos que acarician el ideal de tener escuela parro- quial atendida por religiosas. Y no sólo en las es- cuelas; en los hospitales, en los asilos, en la catc- quesis, en las mil formas-^del apostolado moderno, incluyendo, por cierto, la Acción Católica, son ellas de un valor inapreciable. Pero, tal como del clero, hemos de lamentar que no sean más nume- rosas. Qué pena da ver tantas niñas piadosas, de grandes cualidades, que llevan una vida inútil, pu- diendo hacerla tan fecunda y hermosa en el ser- vicio de Dios y de las almas.

¿Ha sido mi propósito dejar una idea pesimis- ta respecto del problema de la escasez de sacerdo- tes? De ninguna manera. He tratado de ser lo más exacto, porque en todo momento debemos apo- yarnos en la realidad, mas no para sacar una im- preaión pesimista, sino, por el contrario, para reac- cionar con energía. ¿Y qué podemos hacer? Des- de luego, tratar de que aumenten ^las vocaciones. La forma está indicada por el mismo Jesús: "Ro gad al Señor de la mies que envíe operarios a su- mies". Quiere decir entonces que todos, con espí

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CATOLICISMO ClilLENO

ritu verdaderamente católico, hemos de posponer, si fuere necesario, nuestras intenciones partícula- res, para pedir a Dios que derrame la gracia de la vocación sacerdotal en muchas almas. Y sabemos, también que, por lo general, la vocación se pro- duce en una familia o ambiente cristiano, moti- vo por el cual, todo lo que hagamos por intensi- ficar la fe y devoción generales, preparará indirec- tamente el terreno a las futuras vocaciones. Mas, no hemos de quedarnos en el plano puramente es- piritual. Muchas veces las vocaciones fracasan por falta de dinero o porque las familias de los candidatos al sacerdocio son pobres, o porque esti- man en tanto el sacrificio de dar a sus hijos, sobre los cuales tenían otras pretensiones, que no están dispuestos a ayudarlos económicamente. Por eso, una manera práctica de cooperar a la solución del problema de la escasez de clero, es ayudar a fi- nanciar los seminarios y casas de formación reli- giosa, ya sea instituyendo becas o corriendo con otros gastos. Pero, sin duda alguna, los que más directamente pueden solucionar este problema, son esos numerosos jóvenes que, habiendo sentido in- quietudes de vocación Dios las prodiga, porque no puede abandonar su Iglesia , tienen la gene- rosidad de estudiarla y afrontarla, y no bajar los ojos y marcharse como el joven rico del Evangelio.

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Y muy importante es ayudar a los sacerdotes que están ya en su ministerio. También necesitan la oración de todos los fieles para poder cumplir la alta misión que Dios les ha confiado. Por desgracia, no siempre el sacerdote puede dedicarse a sus ministerios eminentemente espirituales y debe malgastar mucho tiempo en buscar sus medios de subsistencia y también el dinero necesario para las obras de apostolado. ¿No podríamos proceder con un espíritu semejante al de los Apóstoles y de la primitiva iglesia? "Se suscitó una queja de los griegos contra los judíos, porque no se hacía caso de sus viudas en el servicio diario. En atención a esto, los doce, convocando a todos los discípulos, les dijeron: No es justo que nosotros descuidemos la palabra de EHcs por atender a las mesas. Por tanto, hermanos, nombrad de entre vosotros siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo, y de inteligencia, a los cuales encarguemos este mi- nisterio". Si hubiera entre los seglares como en- tiendo que se hace en Estados Unidos quienes corrieran con todas las finanzas de la parroquia, dando al párroco lo necesario para sus gastos per- sonales y entendiendo ellos de todo lo demás, las mismas finanzas quizás andarían mejor, porque estarían en manos de quienes son profesionales en los negocios, y el sacerdote se ahorraría muchas

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CATOLICISMO CHILENO

preocupaciones y trabajos, con lo que le quedaría más tiempo para sus ministerios espirituales. Si los sacerdotes son pocos, que a lo menos no pier- dan su tiempo en negocios que seglares ^pueden hacer mejor que ellos.

Y, finalmente, ya en el mismo campo del apostolado, la Acción Católica debe ser la prolon- gación del brazo de sacerdote, realizando muchos trabajos que no requieren el carácter sacerdotal y multiplicando así la acción de la jerarquía. En esta forma, lo que ahora es un grave problema, podrá convertirse en una página santa de la His- toria de la Iglesia.

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lY. LA ACCION CATOLICA

Ya sabemos cuál es su finalidad: ei reino de Cristo. La Acción Católica Chilena tiene, enton- ces, como fin supremo el advenimiento a Chile del reino de Cristo. ¿Y qué significa el reino de Cristo? No ciertamente un estado ideal en que ab- solutamente todos sean buenos cristianos y santos. Esto no se verifica ni siquiera en las comunidades religiosas donde, a pesar de que todo converge hacia la perfección y todos voluntariamente hacen profesión de tender a la santidad, no todos, sin embargo, la realizan en forma satisfactoria. ¡Cuán- to menos si pretendiéranios convertir el mundo en un convento! La noción del reino de Dios, predi- cado incesantemente por Cristo, incluye esencial-

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mente la idea de imperfección. Comienzan así casi todas las parábolas: el reino de los cielos es semejante a una red con peces buenos y ma- los; a diez vírgenes, de las cuales cinco son necias y cinco prudentes; a un campo de trigo, en que el enemigo sembró la cizaña. ¿Cómo hemos de entender entonces ese reino de Cristo?^ Confron- tando las páginas del Evangelio con las realidades históricas, principalmente de la Edad Media y de nuestra Colonia, me parece que ese reino de Cristo hemos de relacionarlo íntimamente con aquel ideal que se ha llamado "civilización cristiana" o sim- plemente ''cristiandad". Una nación o ' sociedad puede llamarse cristiana cuando existe una cultura cristiana, cuando las notas determinantes son cris- tianas, cuando el cristianismo es el alma y forma 'de las demás actividades, cuando el «ambiente se ha cristianizado, y cuando, notémoslo bien, exis- ta aún la posibilidad de no ser cristiano; porque un concepto totalitario de una sociedad cristiana. en que siquiera algunos fueran presionados por me- dios externos hacia el catolicismo, sería una claudi- cación de la libertad proclamada en el Evangelio. Una sociedad cristiana, entonces, es aquélla en que todo favorece la realización de la doctrina de Cris- to; pero que no excluye la coexistencia de los ma- los y de los heterodoxos, porque lo contrario, ade-

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CATOLICISMO CHILENO

más de ser imposible, sólo se puede pretender a costa de la violación de ia libertad.

^ Hemos de tomar como modelo la cristiandad medieval? Este tema ha sido luminosamente estu- diado por Maritain, a base de la filosofía escolás- tica. Sus conclusiones son de una precisión y or- todoxia indiscutibles: la historia no puede retro- ceder y, por lo tanto, la nueva cristiandad no puede ser unívoca con la medieval; tampoco po- drá ser equívoca, ya que debe coincidir con los principios esenciales; será entonces necesariamente análoga, esto es, que siendo tan cristiana como la medieval, tenga, sin embargo, con ella, diferencias esenciales, no ciertamente en los principios como tales, sino en su realización concreta. ¿Y cuál será esta diferencia? La Edad Media se dice era de tal manera teocéntrica, que el hombre y la na- turaleza se perdían en la divinidad. Pero vino el Renacimiento y sacó a ambos hombre y natura- leza— de su anonimato y los colocó en un plano luminoso conquista definitiva de la humanidad , del que ya no podrán desaparecer. La nueva cristiandad no podrá ya figurarse como una circun- ferencia alrededor de Dios, sino como una elipse cuyos dos ejes serían Dios, y el hombre con la na- turaleza. A consecuencia de esto, la nueva cris- tiandad no podrá ser ya de tipo exclusivamente

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religioso, sino más bien de tipo humano y natural, aunque evidentemente elevado por la gracia. Nues- tra religión no es puro deísmo, sino que tiene por centro al Hijo de Dios Encarnado. Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero, es el puente o vínculo entre el cielo y la tierra. En El, la huma- nidad está divinizada, y la divinidad toma carne. Por eso el cristianismo es divino y humano a la vez, y no se puede desplazar al hombre sin des- truir la noción de cristian,dad. El Renacimiento puso de manifiesto los valores de la naturaleza, y la nueva cristiandad debe reconocer esos valores, como que ajustan perfectamente con la doctrina de la Encarnación del Verbo. Los valores humanos de que ahora no podemos prescindir, no son anta- gónicos a los factores divinos, sino que han de ser fecundizados por la gracia, produciendo un tipo de cultura humano-divina, no en el sentido de que sea mitad humana y mitad divina, sino de un solo todo divino y humano a la vez. Por otra parte, no nos imaginemos que en la Edad Media se des- preciaba el elemento humano. Los nuevos estu- dios históricos nos ponen de manifiesto las pre- ocupaciones humanii5(tais del medioevo. Recorde- mos sólo a San Alberto Magno, cuyas obras aun hoy no son suficientemente conocidas y apreciadas. Aunque entonces se hablaba poco del hombre, des-

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CATOLICISMO CHI LE NO

lumbrados como estaban en la consideración de lo divino, en la práctica se le tomaba muy en cuenta. Cuando se está enfermo y no cuando sano, se ha- bla de enfermedades; Si se habló poco del hom- bre en la Edad Media, ¿no sería entonces porque éste se sentía bien, en su centro que es Dios? Y si ahora se habla tanto de humanismo, ¿no seró precisamente porque el hombre se siente mal, le- jos de su centro que es Dios? Un ejemplo concre- to. Nunca como ahora se ha hablado de la cues- tión social, y nunca se ha estado más mal en este punto. En la Edad Media ni siquiera se conocía esta expresión, y sin embargo, los artesanos, en sus gremios vivían mejor que los obreros de hoy. Por lo tanto, hubo en aquella época un humanis- mo que, aunque implícito y sin que se tuviera de él conciencia refleja, era, sin embargo, muy real. Ahora se trata sólo de poner en plena luz lo que antes estuvo en la penumbra. Y así, el ideal de esta nueva cristiandad, no será tal vez el del monje que se aisla del mundo para sumergirse en la con- templación, sino el del apóstol que cultiva sus cua- lidades humanas, e impregnado totalmente de la gracia divina, no se aleja del mundo, sino que se mezcla deliberamente con él, para llenarlo todo de Cristo. En este sentido, puede decirse que la nue- va cristiandad es más profana o laica que la me-

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díeval; pero en manera alguna puede decirse que sea menos cristiana. En una civilización de tipo sacro, cómo la del medioevo, tenía el clero una ges- tión más directa en las actividades generales de la sociedad. Esto se manifiesta principalmente en el poder temporal de la Iglesia, sobre todo en lo que se refiere al Papa y numerosos obispos que eran perfectos señores feudales, y en la orientación de las universidades, que era eminentemente teológi- ca. En la nueva cristiandad, no será ya la jcnar- quia quien detente el poder, sino laicos inspirados en principios de sociología cristiana. El poder temporal de los Papas ha quedado reducido a su más mínima expresión; pero su prestigio espiritual es inmenso, aun entre los no católicos. Lo mismo sucede en la Universidad. Casi ha desaparecido la facultad de teología; pero, en cambio, importa muchísimo que todas las demás facultades incul- quen un criterio profesional cristiano.

Sostiene Maritain y es impugnado acerbamen- te por ello que la nueva cristiandad será de tipo pluralista, esto es, que la Iglesia Católica no tendrá la absoluta hegemonía espiritual, sino que otras confesiones religiosas le disputarán este poder en una medida y forma que como es de suponer-- no puede ser fijada desde ya. No interesa a la Ac- ción Católica este punto de discusión, mientras la

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Iglesia misma no se pronuncie sobre él. Lo que in- teresa es que, sea cual sea la forma política o civil que tome esta nueva cristiandad, sea verdadera- mente el reino de Cristo en medio de nosotros, esto es, que las notas determinantes de la sociedad sean esencialmente católicas, a fin de que se produzca ese clima o ambiente cristiano, condición indispen- sable para que lleve una vida cristiana la masa de los fieles que, precisamente por ser masa, no se le puede pedir que luche siempre contra la corriente. Esto incluye la cristianiz;ación de todas las mani- festaciones de la vida, así públicas como priva- das. Por lo tanto, la Acción Católica ha de pro- piciar, desde la cristiana política internacional, has- ta la cristiana vida familiar e individual, pasando por la educación católica, la prensa, la literatura, el arte, etc., etc.

Vengamos ahora a la Acción Católica Chilena, que tiene la tarea de implantar en nuestra pa- tria el reino de Cristo. Para que sea auténtica Acción Católica, debe ser también auténticamente chilena. Me explico. Adolecemos en Chile, y en toda la América Latina, de un defecto gravísimo, tanto en el orden profano como en el eclesiástico: la propensión a copiar servilmente los movimientos y métodos que tienen éxito en Europa y Norte Amé- rica. Copiamos servilmente, y como nuestras con-

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diciones ambientales son tan diversas, no nos. admi- remos de ver aquí un fracaso de esos movimientos que triunfan en su país de origen. Y existe el gra j vísimo peligro de que con la Acción Católica sufra- mos igual desengaño no reaccionamos a tiempo. El Padre Santo, principalmente, Pío XI, es el gran maestro de la Acción Católica. Mas, conviene pre- cisar, que en Roma sólo han dado los principios básicos, fundamentales, y que en cada país y aun en cada parroquia debe estudiarse la manera de reali- zarlos. Por lo tanto, el solo estudio de los docu- mentos pontificios, no basta para completar los conocimientos de Acción Católica, sino sólo para iniciarlos. Como en todos los: grandes movimien- tos, la teoría de la Acción Católica es relativamente fácil y sus principios muy simples y fundamentales. La gran dificultad consiste en encontrar la técnica y los métodos apropiados que permitan realizar esos- principios en un ambiente determinado. Y creo que ésa es la falla fundamental de la Acción Católi- ca Chilena: que todavía no ha encontrado una ex- presión autóctona, netamente chilena, que un positivo resultado en nuestro suelo natal.

En Chile se ha hecho no poco por difundir el pensamiento pontificio y dar a conocer lo que po- dríamos llamar la teoría de la Acción Católica, y aun se han editado libros al respecto por autores na-

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clónales. En cambio, qué poco conocemos nuestra; realidades religiosas y aun las de interés general. Hay como un innato temor e impotencia para enfren- tarnos a los hechos, y preferimos leer libros que nos vienen de fuera, y teorizar, siempre teorizar.

Existen, ciertamente, sacerdotes que tienen lo que podríamos llamar experiencia empírica de nuestro ambiente religioso y de sus diversas modalidades; pero nos faltan estudios más completos, a base de estadísticas y por personas verdaderamente prepara- das para observar los hechos y encontrar las leyes que los presiden. Este conocimiento de nuestra rea- lidad nacional y de sus diversas zonas, es absoluta- mente indispensable para llegar a una Acción Cató- lica de tipo criollo, en que se sienta bien el huaso, el roto y la gente de medio pelo. No una Acción Ca- tólica de tipo intelectual académico, que puede estar muy bien entre universitarios; pero que aburre a la clase media e incluso a la aristocracia. No una Ac- ción Católica tan europea, que sólo calce en el centro de las grandes ciudades, donde hay un ambiente más europeo, sino algo que sirva también para nues- tros campos y barrios populares. Este afán de adap- tación no nos permitirá seguramente mantenernos en un único tipo rígido de Acción Católica, sino que nos arrastrará inevitablemente a la especializa- ción, y éste será un nuevo motivo que nos obligue

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a estudiar nuestras realidades. Y como, por otra parte, la unidad nacional es también un hecho real, tendremos que estudiar la manera de mantener to- das las peculiaridades dentro de un marco armóni- co y unitario.

Otra tarea fundamental y gravísima es infundir el espíritu apostólico al católico chileno. Varios factores han contribuido a mantenerlo casi siempre en un papel pasivo dentro de la Iglesia. La ideolo- gía liberal se infiltró en tal forma, que el seglar se sintió desligado de los afanes apostólicos que reca- yeron casi exclusivamente en los sacerdotes. La unión de la Iglesia y del Estado y la peculiar pro- pvensión del chileno á esperarlo todo del Estado, contribuyó no poco a que fuera desentendiéndose de sus obligaciones, esperando que el gobierno subvi- niera a todo, aun en el orden espiritual. Y todavía hay gente que cifra toda su esperanza en un resur- gimiento cristiano de nuestra patria, a base de un gobierno cristiano que lo patrocine, y mientras tanto se queda esperando ... o a lo más trabaja en polí- tica. El mismo hecho de la unidad religiosa duran- te la Colonia, de que durante el siglo XIX las luchas religiosas sólo tuvieran lugar en las altas esferas, y que sólo hace muy poco tiempo, relativamente, que otras doctrinas religiosas han venido a disputar la hegemonía de la Iglesia entre la masa del pueblo, ha

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permitido que, incluso, buenos católicos se mantu- vieran en una actitud meramente pasiva, sin ser obligados a tomar posiciones. A todo lo cual he- mos de agregar la inercia natural del hombre, más fácil de moverse por motivos personales y de ord^n material, que por razones espirituales y altruistas. Esta inercia, que en el fondo es egoísmo, se contra- rresta con una intensa vida espiritual; pero ya he- mos visto en el capítulo titulado "Corriente sub- terráneas" la deficiente calidad de nuestro catolicis- mo. Y, sin embargo, es de todo punto indispensa- ble despertar a ese gigante dormido que es la masa inerte. Qu€ este milagro es posible, lo demuestra el éxito de la propaganda marxista que ha logrado in- culcar en el obrero la inquietud de la cuestión social. La tarea de la Iglesia es más difícil, porque no se trata de excitar pasiones y apetitos, sino más bien de urgir obligaciones; pero, en cambio, tenemos la gracia divina con la cual todo lo podemos.

La masa se maneja por medio de jefes, y la Acción Católica no podrá ser verdaderamente católica, esto es, universal, mientras no disponga de dirigentes de- bidamente preparados. La preparación de estos di- rigentes es hoy por hoy la tarea más urgente y, al mismo tiempo, la más delicada y difícil. Se requie- ren en el dirigente cualidades naturales y sobrenatu- rales, y que, a imitación de Cristo, que era verda-

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dero hombre y verdadero Dios, cultive y explote al máximo sus aptitudes humanas, y llene su alma con la luz y el vigor de la gracia divina. Es. ade- más, indispensable que no sea un tipo aislado, de excepción, sino representativo y popular en su medio ambiente, que sea hombre capaz de influir en los demás, y de dar el tono en una reunión social o en su sitio de trabajo. Lo que los ingleses llaman un verdadero "lider".

Supuestos ya estos dirigentes, y aun desde luego como una labor de iPormación de ellos mismos, puesto que la Acción Católica, como todas las artes, se aprende ejecutándola faber fit fabricando , es necesario lanzarse al apostolado, y no a un aposto- lado cualquiera, sino en forma organizada. En este punto, tiene la Acción Católica Chilena dolorosas experiencias. Comenzaremos por la improvisación. La superficialidad de nuestro modo de ser nos lleva a todos asesores y seglares a creernos capaces de todo, a no necesitar prepararnos para nada. No somos hombres para ahogarnos en un vaso de agua, y salimos del paso como se puede, aunque sea con un chiste ingenioso; pero salimos del paso. La dificultad del sistema está en que no es lo mismD salir del paso que realizar una obra con perfección. Y así los esfuerzos y campañas llevan casi siempre el sello del fracaso y de la mediocridad,

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Otro tropiezo grande es la organización del tra- bajo. Por lo español somos indiviidualistas ; por 1j araucano, casi anárquicos. No nos admire, pues, nuestra dificultad para someternos a un trabajo or- ganizado. Carecemos de espíritu de equipo y dis- ciplina. Todos queremos mandar, ninguno obede- cer. Somos susceptibles, impotentes casi para pos- poner nuestros pequeños intereses y puntos de vista a los intereses.de la causa. En el orden eclesiástico, existe un factor de excepcional gravedad, lo que po- dríamos llamar el feudalismo parroquial. Por mo- tivos muy explicables, cuando en todo Chile sólo existían dos o cuatro obispados, y las distancias eran enormes y los caminos pusimos, la parroquia queda- ba en un relativo aislamiento. Por otra parte, la labor del párroco era de tipo patriarcal y personal. Cada uno trabajaba como podía, con los medios que tenía a su alcance, haciendo valer principalmen- te su influencia personal. La parroquia se convir- tió entonces en un feudo casi completamente autó- nomo, principalmente en lo que al apostolado se re- fiere, ya que la vinculación con la autoridad ecle- siástica era más bien de orden administrativo. Pero ahora, las circunstancias han cambiado radicalmen- te. El apostolado moderno requiere indíspensahie- mente que los católicos presenten un frente único, organizado, que haya unidad y aún simultaneidad

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de acción y de método. Aun razones económicas, como la edición de libros, revistas y material de propaganda, exigen inevitablemente que se aúnen las fuerzas, so pena de que los esfuerzos aislados sean completamente estériles.

Según los Estatutos y Reglamentos, la Acción Católica es nacional, diocesana y parroquial. Pero las directivas nacionales y diocesanas se estrellan muy frecuentemente con el espíritu feudal de las parroquias, defensoras siempre de su autonomía. Como los organismos seglares no pueden ni deben tener autoridad sobre los párrocos y, a su vez, los socios de un centro dependen más de su párroco que de los consejos diocesanos, por ejemplo, mientras no se cuente con la leal cooperación de los párro- cos, toda lo que hagan los organismos directivos será inútil, y aun muchas veces ncKÍvo. Pero, para esto también se requiere que las juntas y consejos no se limiten, como- hasta ahora, a impartir órde- nes y enviar circulares, sino que comprendan que su principal papel es ayudar a las parroquias, es- tableciendo "servicios" que sean una colaboración efectiva a los trabajos parroquiales.

En resumen, podemos decir que si bien es cier- to que en manera alguna la Acción Católica Chile- na ha perdido su tiempo en sus catorce años -de existencia, sino que, por el contrario, ha superado

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ya la etapa más difícil y desalentadora y que es la fundamental; sin embargo, el camino que le qu€- da por recorrer es inmensamente más vasto que lo andado hasta aquí, y que a medida que avanza- mos y ganamos en altura, más se amplia el hori- zonte de las posibilidades y de la tarea por realizar.

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V. MATERIA Y ESPIRITU

Por la duplicidad del compuesto humano que es, al mismo tiempo, materia y espíritu, por la encarnación del Verbo que vino a unir lo divino con lo humano, no podemos separar los problemas religiosos de los factores sociales que en ellos in- tervienen. En el mundo entero, y también en Chile, está planteada seria e inevitablemente la cuestión social, y la Iglesia tiene que pronunciarse e intervenir. Pío XI, en la encíclica "Quadragesi- mo ánno'*, dice así: "Establezcamos como princi- pio el derecho y deber que nos incumbe de juzgar con autoridad suprema estas cuestiones sociales y económicas. Es cierto que a la Iglesia no se le en- comendó el oficio de encaminar a los hombres a una felicidad puramente caduca y perecedera, sino

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a la eterna: más aún, '*la Iglesia juzga que no le es permitido, sin razón suficiente, mezclarse en estos negocios temporales". Mas, renunciar al derecho dado por Dios a la Iglesia, de intervenir con su au- toridad, no en las cosas técnicas» para las que no tiene medios proporcionados ni misión alguna, sino en todo aquello que toca a la moral, de nin- gún modo lo puede hacer. En lo que a esto se re- fiere, tanto el orden social cuanto el orden eco- nómico están sometidos y sujetos á Nuestro su- premo juicio, pues. Dios nos confió el depósito de la verdad, y el gravísimo encargo de publicar toda la ley moral e interpretarla, y aun urgiría oportuna e importunamente".

Dada entonces esta estrecha vinculación entre el orden social y el moral y religioso, un estudio sobre los problemas del catolicismo en Chile, no puede prescindir de este aspecto. Mas, como se comprende fácilmente no procede aquí un estudio de la cuestión social propiamente dicha (muchos ya lo han realizado y con mucho acierto) , ni tam- poco de la doctrina social cristiana, sino que, am- bas cosas supuestas como conocidas, estudiar los problemas religiosos que de ella se derivan, para llegar a la conclusión de que una acción social se requiere indispensablemente junto a la acción re- ligiosa.

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Comenzaremos por anotar un hecho de orden muy general, y es que la situación global de un país, influye mucho en la situación de la Iglesia. ¿Quién duda, por ejemplo, que la magnífica situa- ción del estado y de la sociedad norteamericanas influyen poderosamente en la magnífica situación de la Iglesia -en Estados Unidos? Es evidente que la situación general de un país es sólo un factor que no basta para explicarlo todo, como asimismo es verdad que la buena marcha He la Iglesia influ- ye, a su v^, benéficamente en la buena marcha de cualquier país del mundo; pero esta influencia re- cíproca viene a afirmar el aserto de Tos buenos oficios que una sociedad civil bien organizada (la gracia no destruye sino que supone la naturaleza) presta a la sociedad eclesiástica. Y al revés, la desorganización y deficiencias de la sociedad civil que se observa, por ejeniplo, en muchos países la- tinoamericanos, es parte importante en la explica- cióñ de las deficiencias de la Iglesia en esas nacio- nes, y una prueba de ello, aunque un_ tanto para- dójica, es que las anormalidades eclesiásticas que en otros pueblos más cultos constituirían verda- dero escándalo, en esos lugares tiene una importan- cia mucho menor.

Este principio general nos plantea en Chile la si- guiente interrogativa: la situación del estado y de

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la sociedad civil, ¿es favorable o adversa al desen- volvimiento de la Iglesia? No seré yo quien a este respecto un juicio definitivo que excede los propó- sitos de este opúsculo y también mi propia capa- cidad y, lo que es más grave, me induciría quizás a adentrarme en el terreno vedado de la política. Quiero sólo dejar abierta la interrogante y afir- mado el principio de que todo aquél que procura la buena marcha del país, desde el político since- ro hasta el empleado honrado que cumple cón su deber, todos están cooperando, siquiera sea indi- rectamente, sean cuales sean sus intenciones, en la buena marcha de la Iglesia.

Descendamos ahora a problemas más particula- res. Y comencemos por el estado de miseria y an- gustia económica en que vive una gran parte de la población. El costo de la vida aumenta en forma desorbitada de un año para otro, a tal punto que» a excepción de unos pocos acaudalados, la gran masa de la población tiene como preocupación principalísima la de su subsistencia. Y bien, ¿no favorece esto la práctica del cristianismo que re- comienda la pobreza y la considera como un ideal de perfección? Para contestar adecuadamente haga- mos una triple división: ricos son los que tienen bienes en exceso, pobres los que tienen lo necesa- rio para subsistir sin cosas superfluas, y míseros

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los que tienen menos de lo indispensable. Los dos extremos son funestos para la vida religiosa, tanto el del rico, por apegarse a los bienes de este mun- do, de tal modo que será más fácil que 'un camello pase por el ojo de una aguja y no que él se salve; como el que vive de la miseria y no tiene aquel mínimo indispensable de vida humana y natural que sirva de base a lo sobrenatural.

Como es obvio, en Chile tenemos ricos, pobres y míseros en una proporción que es muy difícil calcular. Dejemos las dos primeras categorías y que^démonos con la tercera, cuya cifra exacta no conocemos, aunque es ciertamente grande, y cuya existencia pesa dolorosamente sobre el Estado y so- bre la Iglesia. Los que tienen un espíritu profun- damente cristiano almas de selección se Vuel- ven ciertamente hacia Dios y se hacen más santos y heroicos en su miseria. Pero repito, éstos son la excepción. ¿Cómo reacciona el hombre corriente frente a la miseria? Lo más frecuente es que se amargue la vida; que el fatalismo, tan propio del chileno, lo Heve a resentirse de Dios, a quien cul- pa de sus desgracias y de no hacer en su favior los milagros que serían necesarios. Llega, a veces, a la conclusión de que Dios se olvida del mun- do y que de pobres ni Dios se preocupa. En todo caso, constatamos un alejamiento de la religión.

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Otros reaccionan en forma diversa. Aguijonea- dos por la presión económica, de tal manera se en- tregan al trabajo y se dejan absorber por el pro- blema de la subsistencia familiar y personal, que la vida se va materializando completamente, y las preocupaciones espirituales y de orden religioso van siendo desplazadas, sin advertirlo casi, y llegan a constituir un lujo para los ricos. ¡Hay que ver el gesto permanente de angustia de muchos padres que no tienen cómo alimentar a sus hijos! Y éstos suelen ser los más conscientes, los que más valen; porque muchos, usan la lógica del negro que, ape- nado por no tener cien dólares para pagar uña cuenta, fué a divertirse con los cincuenta que tenía, para pasar la pena. Así, un gran porcentaje de nuestro pueblo y clase media, se entrega al vicio, al juego, etc., porque lo que gana no le alcanza para vivir. ¿A qué lugar queda relegada la religión con esta política tan ilógica y tan real al mismo tiem- po? Será inútil predicar a muchas de esas gentes. Tienen seguramente la fe en el fondo de sus co- razones; pero sus condiciones de vida la tienen so- focada. Una elevación del standard de vida, no d:go que los haría católicos inmediatamente, pero que quitaría un obstáculo poderoso a la acción propiamente religiosa que ahora que tendría po- sibilidades de ser eficaz.

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Cosa semejante puede decirse del pavoroso pro- blema del alcoholismo. La Acción Católica Chile- na está empeñada en una campaña antialcohólica y proporciona estos datps verdaderamente alarman- tes. En un año, produce a la nación mil millo- nes de pérdidas; en cada año, también, carabineros detiene ciento sesenta mil ebrios; de 1938 a 1943, el consumo de vino y cerveza ha aumentado en un 130 %; en 1943 se dejaron de trabajar 190,000 días, porque a causa de la embriaguez, los obreros no salen a trabajar los lunes, y a veces ni el martes ni el miércoles; según los partes de policía, del total de delincuentes aprehendidos, el 70 % lo son por ebriedad, y de los que caen por otros delitos, el 27 % también está en estado de ebriedad; la mortalidad infantil de Chile, la más alta de todo el mundo (200 por 1,000), se debe, en gran parte, a la embriaguez de sus padres.

¿Qué efectos tiene el alcoholismo en el orden religioso? Ño basta- considerar que la embriaguez es un pecado que, a su vez, suele incluir otros como el daño de la propia salud y el descuido cri- minal de las personas de la familia, y la herencia de toda clase de taras vergonzosas que deja a sus hijos. Es preciso' ir al fondo del asunto,^ para ver si en su raíz el problema es de orden económico- social o simplemente moral. Tengo para que

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entre la clase alta, la causa de la embriaguez es de orden casi siempre moral; no así entre el pueblo que gime entre las garras de un vicio de que él no es el único ni siquiera el principal responsable. Exis- te ciertamente el tipo del vicioso, del que si qui- siera, podría dejar el licor. A ésos, no trato de defender ni de disculpar. Pero me interesan más aquéllos que son víctimas de sus condiciones de vida. La herencia araucana es ciertamente un factor de alcoholismo, que podría evitarse quizás, en gran parte, con una adecuada educación. Mas, ¿qué se ha hecho en este sentido? Agreguemos la desnutrición ^hecho innegable a base de estadís- ticas— y que pide en reemplazo del alimento las calorías del alcohol. Salarios insuficientes e igno- rancia sobre el modo de aprovecharlos, nos da la desnutrición que nos lleva inevitablemente al al- coholismo. A lo que se agrega la deshidratación. Me contaba un médico que hizo estudios especia- les en varios fundos de la provincia de Aconcagua, que el peón no bebe durante el trabajo ni durante las comidas, a pesar de su trabajo bajo el sol. El día del pago está tan deshidratado, que siente la necesidad fisiológica de la bebida. Si nuestro pue- blo bebiera en las comidas y en su hogar, en parte no pequeña se evitaría este problema. Hemos de agregar la ausencia casi absoluta de diversiones

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populares, a lo que se suma el ningún atractivo del hogar, para comprender las fuerzas casi irresisti- bles que empujan al obrero del campo y ,de la ciu- dad hacia la taberna, de la que no lo podremos apartar con sermones ni afiches, sino cambiando las condiciones económico-sociales que la produ- cen. Lo demás es perder tiempo y tomar un acti- tud farisaica.

Algo muy semejante sucede con el problema de la habitación. Ya casi nos hemos acostumbrado a oír el dato terrible: faltan 400,000 casas en Chile. Se necesitan 9,000 más por año. Un plan inme- diato para remediar este problema requiere la suma de quinientos millones de pesos. Parémonos a considerar las consecuencias de este hecho en el orden religioso. La ausencia de casa material trae como secuela inevitable la ausencia de hogar en el sentido moral, y la ausencia de ese hogar acarrea la destrucción de la familia, familia que no sólo es la célula madre de la socie^dad civil, sino tam- bién de la Iglesia. Según el concepto cristiano de la familia, el hogar debe ser un templo en que los esposos sean los sacerdotes encargados de que los hijos y la servidumbre encuentre allí un ambiente santo que invite a alabar á E>ios. Según San Pablo, el varón representa a Cristo y la esposa a la Igle- sia, de cuya unión fecunda han de venir, no sim-

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plemente los hijos, sino los hijos de Dios. Y esta familia cristiana tiene como modeló al hogar de Nazareth.

Veamos lo que aquí sucede en la práctica. La escasez de habitaciones obliga a las familias a vivii, no en una casa, sino en una pieza, generalmente en un conventillo. Dos, tres o cuatro camas, para seis, ocho o diez personas. Dos o tres en cada cama. Los niños, desde pequeños se inician en lo,^ secretos de la vida conyugal; los más grandes son testigos de las mayores irregularidades matrimo- niales; se multiplican, incluso, los más vergonzo- sos insectos. Esa misma pieza que sirve de dormi- torio, comedor, sala de recibo y cocina, no es cier- tamente el hogar europeo que atrae a toda la fami- lia. La mujer, desgreñada y de mal genio, tiene que quedarse ahí cocinando o lavando; el hombre se va a la cantina o pasea con sus amigos, y los niños se entretienen en la calle o en cualquier lugar menos en su casa. Las muchachas, desde muy pe- queñas, son bestialmente solicitadas por los hom- bres y no encuentran en su familia ni la menor comprensión ni defensa en -sus peligros. Ante es- tos hechos reales, ¿podemos exigir de esa gente la moralidad que supone una familia y un hogar bien constituidos? A lo que se agregan otros datos desoladores; el 29 % de la natalidad chilena es

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iiegítíina. Y casi no podría ser de otro modo, mientras se mantengan las actuales condiciones. en muchos casos el salario no basta para una per- sona, ¿quién se atreverá a cargar con la responsa- bilidad de toda una familia? He conversado con un grupo de muchachones de un fundo, todos los

' cuales tendrían alrededor de los veinte años. Nin- gitíno pensaba en el matrimonio como algo posible,

X^porqü^ eso era para los ricos, o a lo más, para los inquili^1|DS. Y en verdad qu€ no sentían mucho su neccísidad, porque se las arreglaban como po- dían, a lo menos para sus necesidades fisiológicas. Para muchos hombres, el matrimonio no sólo sig- nifica una grave dificultad económica, sino tam- bién la pérdida del trabajo. Hace poco apareció en los periódicos de provincia un ignominioso avi- so, solicitando "enganches" para las salitreras, en los que solamente se permitía un 30 % de casados. Uno se imagina la vida en las salitreras entre hom- bres solos, o a lo más, visitados periódicamente por mujeres de mala vida, y las tragedias que quedan muchas veces en el centro del país, porque hombres que eran casados, tuvieron que irse como solteros y dejar aquí su familia abandonada. Y pensar que este problema no se siente únicamente en el pueblo, sino que también, con mucha frecuencia y dureza, en la clase media, donde los numerosos

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empleados de sueldo básico, no tienen posibilida- des de casarse. Y todo esto trae como consecuencia la multiplicación de prostíbulos, las solicitaciones y ''engaños" frecuentes a niñas que, a su vez, ade- más de la tentación carnal, sienten también la ne- cesidad de un poco de dinero para vestirse con más decencia. Y el vicio de la carne llega a ser tan co- mún y desvergonzado, que aparece por doquier, a tal punto que quienes conocen muchos países, dicen no haber visto nada semejante en ninguna parte. ¿Bastarán las buenas palabras para remediar este mal? Existe, ciertamente, el tipo de solterón corrompido e incivilizado, que se resiste al matri- monio monogámico, para dejarse guiar quizás por sus instintos atávicos de la poligamia araucana; pero existe también el cáso, y muy frecuente por desgracia, del que, por circunstancias económicas, sencillamente no puede casarse. Y aquí, una vez más, hemos de abordar un problema material junto a otro del espíritu.

Hay otras circunstancias, aunque ya menores, que dificultan el 2íCceso del pobre a la Iglesia, y son las que provienen de los horarios de trabajo. Es costumbre tradicional en nuestros campos que los inquilinos trabajen los seis días de la semana para el patrón, y que sólo dispongan de tiempo y medios de trabajo para su tierra el domingo, cuya

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mañana, por lo menos, la pasan cultivando su cerco. Otro tanto sucede con los obreros de ciu- dades y minas, principalmente entre los que tienen turnos de noche, que no pueden estar disponibles en la mañana del domingo. Lo mismo numerosos repartidores que trabajan igualmente esas maña- nas. Habría que luchar ciertamente por corregir esos defectos y obtener que, en lo posible (a veces la industria moderna no lo permite) , se guardara e\ descanso dominical; pero entre tanto, tal vez sería más práctico que la iglesia misma facilitara el acceso al templo, estableciendo misas vespertinas o nocturnas, principalmente en países como el nuestro, que tiene tan poco clero.

Después de este ligero esbozo del problema social chileno, mirado desde el punto de vista re- ligioso, cabe interrogar a la Iglesia acerca de la ac- titud que ella ha tomado.

Si retrocedemos a la época de la Colpnia, nos encontraremos con un panorama magnífico. Los obispos y ambos cleros tomaron decididamente la defensa del indígena, que era el proletario de en- tonces, y lucharon denodadamente con gobernado- res y encomenderos por abolir el servicio personal y establecer tasas razonables. Y fué mucho lo que en realidad consiguieron. Pero, a partir de la Independencia como ya lo anotamos en el ca-

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pítulo primero se nota un cambio en la posición histórica de la Iglesia. Pierde ésta visiblemente te- rreno, y no tiene la vitalidad necesaria para tomar las iniciativas fundamentales. No quiere esto decir que haya claudicado en sus principios, ni siquiera que haya descuidado una actitud práctica de cari- <iad frente a los pobres. No. Todo lo contrario. Es siempre la Iglesia, a lo largo de todo el siglo XIX la que lleva la iniciativa en toda clase át obras de beneficencia. Testigo de ello es el por- centaje casi absoluto de hospitales, asilos, etc., etc., levantados por los católicos; pero cuando llega a lo que propiamente se llama- la cuestión social, no pudo o no supo abordarla de frente y en teda su magnitud. A la encíclica "Rerum Novarum", de León XIII. hizo eco una hermosa pastoral del Ar- zobispo Casanova, y aun hubo una efectiva pre- ocupación por los obreros, como lo atestiguan la Unión Nacional y los Obreros de San José, que aun no mueren completamente. Se abrieron -tam- bién casas de ejercicios en todas las principales pa- rroquias de la antigua arquidiócesis de Santiago y se destinaron principalmente a los trabajadores del campo y la ciudad. En tiempos posteriores se han hecho, incluso, ensayos de divulgación y aun de realización de la doctrina social cristiana, con ^xponentes tan magníficos como el Padre Vives,

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cuyos discípulos permanecen en la Liga Social. También es un hermoso exponente de estas pre- ocupaciones el Pbro. Guillermo Viviani, a quien se debe en no pequeña parte, la Ley 4054 sobre Segu- ro Obrero, y en el campo técnico social, la ley de Medicina Preventiva del Dr. Cruz Coke. La misma Acción Católica, por medio del Secretariado Eco- nómico-Social, ha hecho tentativas de realizacio- nes. Agréguese a esto muchas hermosas iniciativas de patronos católicos en favor de sus inquilinos, principalmente. Pero todas estas actividades, y mu- chas más, que se podrían nombrar para completar la lista, han adolecido de un defecto común. Este defecto ha sido el temor e impotencia de abordar el problema social de frente y querer dar, como de hecho se le ha dado, a la acción social católica un carácter patronal. Se ha querido siempre trabajar de arriba hacia abajo, se ha tomado respecto de ellos una actitud protectora y limosnera, como aquellos dueños de fundos que se niegan a pagar salarios justos y son muy amantes de llevar grandes regalos en la Pascua. Se ha temido hablar de frente a los obreros acerca de sus derechos y de la necesidad de . luchar por sus reivindicaciones. Se ha esperado ingenua o maliciosamente que los capitalistas den su asentimiento a cualquiera mejora de las condiciones de trabajo y de salarios. Se parte de la

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base que nunca es lícito enfrentarse a los poten- tados o, a lo menos, que no es prudente. Las inicia- tivas del proletariado siempre se tomaron como sos- pechosas o subversivas. Se ha temido condenar abiertamente a aquellos patrones católicos que no cumplen con sus deberes de justicia. Se han iden- tificado los intereses de la Iglesia c0n los de la oli- garquía y se ha sentido recelo de los más justos derechos del proletariado.

El resultado de todo esto ha sido que la cuestión social, no solamente no se ha podido solucionar, sino que el pueblo no ha visto en la Iglesia la leal defensora de sus intereses, preparando el terreno a la predicación marxista, que sindica a la religión com.o el opio del pueblo. La Iglesia ha perdido la confianza del obrero, que se aleja visiblemente de ella, principalmente en sus exponentes de mayor calidad, aquéllos que están dispuestos a luchar por sus reivindicaciones. Se ha llegado a decir que la religión es para los ricos y que a los pobres sólo se les trata de engañar para seguir explotándolos.

Por otra parte, y esto es muy digno de notarse, el marxismo, por medio de sus ramas de socialis- tas y comunistas, ha aparecido como lo' único que sincera y valientemente lucha por la reivindicación del proletariado. No quiero defender los errores de su doctrina ni sus "tácticas muchas veces injustas,

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sólo quiero hacer notar que a los ojos del pueblo, ellos son sus hermanos, los únicos de quienes pueden esperar la solución de los agudos problemas . que sienten en carne propia. La propaganda se ha hecho hábilmente y han ido resueltamente a la lucha de clases, lucha condenable por cierto, pero que a los ojos del pueblo se presenta como la única solución posible por la cual todo hay que sacrificarlo-, Y el obrero se ha sacrificado generosamente (no hablo aquí de los dirigentes que a veces los explotan) , y con el sacrificio ha aprendido a amar la causa que defiende, y lo que es peor, muchas veces ha incluí- do a los curas en la clase de los ricos a quienes odia. Y así, no por vía dogmática, sino pragmática y social, se ha alejado de esa religión que aun ama y mantiene en su corazón.

Frente a esta dolorosa situación, se impone un cambio radical en la política social de la Iglesia. Aunque en gravísimo peligro de perderse, la rup- tura del pueblo no está aún consumada. Por tác- tica y conveniencia, el socialismo y el comunismo no se han mostrado totalmente cómo son a la masa de sus adeptos. Se les ha hablado de mejoramien- to social y justas reivindicaciones. No se les ha ha - blado de los principios materialistas y ateos en que se fundamentan. Y esto quiere, decir que ellos se consideran simultáneamente marxistas y católicos;

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porque no ven la incompatibilidad. Pero el día en que ésta aparezca clara ante sus ojos y, por otra parte, vean que esa alma de verdad marxista se encuentra más segura y hermosa en el catolicismo, cuando comprendan que para la conquista de los bienes materiales no debeiu renunciar a los espiri- tuales, cuando se interesen por vivir bien aqui y al- canzar también la vida eterna, cuando comprendan que sus nobilísimas aspiraciones están bendecidas por la Iglesia y que forman parte del mandamien- to de la caridad, que es obligatorio para todo hom- bre y en especial para todo cristiano, cuando se sientan comprendidos y apoyados por la Iglesia, un nuevo horizonte se abrirá ante su vista y un nuev^o panorama se presentará también para el porvenir de la Iglesia.

Mas, es de todo punto indispensable que, frente a la cuestión social, los católicos nos atrevamos a tomar el toro por las astas, para emplear una ex- presión que, aunque vulgar, es gráfica. No hemos de tomar una pura actitud patronal y de beneficen- cia, muy buena pero insuficiente, sino que hemos de ir al obrero, al obrero que lucha, y prepararlo para una restauración cristiana de la sociedad. Es necesario y justo que el obrero se sienta gestor de su propia epopeya, y que la Iglesia le preste su va- lioso apoyo moral y aun económico, cada vez que

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defienda su justa causa, aunque para ello tenga que indisponerse con los poderosos de la tierra, por muy católicos que sean, aunque dejen morirse de hambre a los párrocos de los campos, y aunque tengamos que sufrir persecución por causa de la justicia. Perdamos la esperanza de que los capita- listas sean quienes arreglen la cuestión social,, y jun- gamos la confianza en los obreros, bendigamos sus legítimos esfuerzos, y hagamos todo lo que esté de nuestra parte por capacitarlos para luchar de- nodadamente, dentro de los principios cristianos se entiende, por la reivindicación social.

¿Es dable esperar ¡de los católicos chilenos una actitud semejante? No quiero ocultar un cierto es- cepticismo al respecto. Las conquistas sociales cris- tianas no suelen ser el antecedente de la labor re- ligiosa, sino, por el contrario, su fruto maduro. En los primeros siglos, el movimiento de liberación de la esclavitud no comenzó teorizando sobre el de- recho a la libertad, sino que ésta vino como un fruto de la caridad y de la vida cristiana integral. Lo mismo podemos decir de los gremios de la Edad Media, que no fueron planeados por sociólogos.- siíio que fueron el resultado o, por lo menos, parte integrante de un'a organización cristiana de la so- ciedad. Ahora, en cambio, tenemos una doctrina magnífica, claramente establecida y promulgada por

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León XIII y Pío XI, mas, ¿tenemos el suficiente espíritu cristiano para llevarla a la práctica!* Por- que, al revés de las cuestiones dogmáticas, que in- teresan solamente al espíritu, la solución del pro- blema social incluye muchas veces sacrificios pecu- niarios de parte de aquéllos que se benefician con la injusticia del régimen actual, y no se resignan a perder su situación privilegiada, por injusta que ella sea. Y ya hemos visto la calidad de nuestro cristianismo, que se caracteriza más por el tradi- cionalismo que por el vigor del espíritu. A lo que se agrega la corrupción del criterio liberal, que es- tablece un divorcio entre los postulados dogmáticos y las exigencias sociales, a tal punto que aquellos mismos que estarían' dispuestos a defender con su vida el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, no ten- drán la fe suficiente para ver el Cuerpo Místico de Cristo en la humanidad doliente por falta de justi- cia. Y por esta razón, al revés de cuando encon- trábamos la raíz de defectos morales en factores económico-sociales, al buscar ahora la solución al problema social, no la vemos tanto en la técnica y sistemas, que al fin y al cabo son secundarios y dependen de quien los aplique, sino que esa solución la divisamos sólo en una intensificación de la vida del espíritu, en un auténtico y leal cristianismo, que no rehuya las obligaciones sociales. Porque al fin

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de cuentas, la lucha empeñada entre el marxismo y el cristianismo, es una lucha entre el concepto ma- terialista de la vida, y el que da la primacía a lo espiritual. Pero nada sacamos con que nuestra doctrina sea espiritual, si no lo es también nuestra vida, si en la práctica no somos capaces de antepo- ner los intereses del espíritu a los de la materia.

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VI. EL PROTESTANTISMO

Durante la Colonia, los únicos protestantes que pisaron nuestro territorio fueron los corsarios y filibusteros ingleses y holandeses que amagaron nuestras costas y saquearon todos los puertos de Ancud á Coquimbo. Pero sus depradaciones, sin embargo de ser muy considerables, quedaron redu- cidas al campo de lo material y no pueden compa- rarse con los ingentes daños que los misioneros evangélicos realizan en el terreno de la fe y de la espiritualidad.

Ya en 1821 llegó el primer propagandista de la Biblia protestante en la persona de don Diego Thompson. En 1837 vino un capellán de la igle- sia anglicana para la atención de la colonia ingle- sa. En 1873, el Rev. David Trumbull establece la

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iglesia presbiteriana, y en 1877 el obispo William Taylor inicia la obra metodista. A éstas se han ido agregando la iglesia bautista, la alianza cris- tiana y misionera, los adventistas, el ejército de salvación, las sociedades bíblicas y las asociacio- nes cristianas de jóvenes y señoritas. El año 1909 marca una fecha importante: se funda la iglesia pentecostal, separándose de la adventista. El pro- testantismo chileno es ya lo suficientemente sóli- do para formar sectas aparte que se bastan a mismas y que realizan una labor verdaderamente extraordinaria de proselitismo. Desde esa fecha, las sectas chilenas se multiplican en tal forma, que sería imposible enumerarlas. Será, sin embargo, interesante conocer cómo se originan muchas de ellas. Al autor de estas líneas le tocó viajar de Llay-Llay a Santiago, junto a una señorita que ostentaba el uniforme del Ejército Evangélico. ~ En la intimidad de la conversación ella contó sus úl- timos sufrimientos. Venía de Valparaíso, donde había predicado ocho días en la plaza Echaurren. Durante todo el tiempo levantó cátedra frente a ella otro pastor, cuya historia ella me contaba: era de nuestra misma secta y en circunstancia que el pastor debió ausentarse de Valparaíso, él fué de- signado para reemplazarlo. Este aprovechó la oca- sión y se alzó con los fondos y con los fíeles y

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fundó una nueva secta. Ella, entonces, se defendía públicamente en tono profético: lo que Ud. hizo con nosotros, otro lo hará con Ud. Y asi se mul- tiplican las sectas, y también los prosélitos, ya que, según el informe chileno a la Primera Semana In- teramericana de Acción Católica, existen en Chile 200,000 protestantes, la cifra más alta de toda la América Latina. Y éste no es el mayor daño de la acción protestante, sino el número inmensamente mayor de los que pierden la fe y llegan al más ab- soluto escepticismo, lo que se origina de varías maneras. Con alguna frecuencia, los hijos de pro- testantes no siguen la religión de sus padres, sino que se avergüenzan de ella. Otros, estupefactos ante las razones en pro del catolicismo y en pro del protestantismo, son impotentes para tomar una resolución y caen en el escepticismo. Gran núme- ro de los que ingresan a alguna secta, sólo pueden soportar por algún tiempo la moral que les exi- gen, especialmente en lo que al alcohol se refiere, y abandonan la secta, pero no regresan al catoli- cismo. Muchísimos, de la abundante propaganda protestante, captan sólo el aspecto negativo de impugnación a la Iglesia Católica, que es lo que hacen con más entusiasmo y dedicación, y pierden la fe tradicional sin reemplazarla por ninguna. Y así, la propaganda protestante, junto á un núme-

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ro de prosélitos relativamente pequeño que logra disciplinar y lanzar al apostolado, va dejando por todas partes una ancha estela de incredulidad.

¿Cómo hacen su obra de apostolado? Debemos recalcar el hecho que desde el comienzo y ahora más que nunca, la propaganda protestante ha sido impulsada de los Estados Unidos. Desde allá lle- gan misionaros, dinero y toda clase de material de propaganda, en tal abundancia, que, poir lo gene- ral no se puede competir con los débiles recursos de la Iglesia en nuestra patria. Este hecho pesa dolorosamente el corazón de los católicos chilenos que, aunque se congratulan con la política de bue- na vecindad y quisieran mantener relaciones muy amistosas con la gran nación del Norte, ven llegar de allá los puñales que van desgarrando el catoli- cismo chileno. Y este hecho de orden espiritual y trascendente, no puede, en manera alguna ser des- virtuado ni disminuido por ventajas materiales, por. grandes que ellas sean. Mientras el peligro protestante siga viniendo del Norte, no podremos tener confianza plena en la amistad con Estados Unidos. Por otra parte ahecho doloroso tam- bién— , los católicos norteamericanos casi nada hacen por nosotros, mientras sus connacionales protestantes no omiten ningún esfuerzo ni activi- dad que tienda a la destrucción del catolicismo.

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A esto se agrega el apoyo de nuestro propio go- bierno. El pastor Muñoz, representante de Chile al Congreso Evangélico celebrado en Buenos Ai- , res en junio de 1940, hace esta declaración: "El actual gobierno da muchas facilidades a las Igle- sias Evangélicas; como también la prensa, aun la conservadora" (1). A la Acción Católica se le ha negado permiso para una colecta nacional y, en cambio, no sólo se da permiso hace ya varios años al Ejército de Salvación, sino que se encarga a los propios Intendentes organizar di- cha colecta, y hubo uno que este año encargó de esto a los profesores primarios. Gracias a la opor- tuna intervención de un diputado conservador, se evitó la violación de la conciencia de muchos pro- fesores católicos o de otras ideologías, que habrían sido obligados a recolectar fondos para una obra que ellos repudian. Lo mismo sucede con las ma- nifestaciones públicas y predicaciones callejeras. Cada vez que los católicos necesitamos hacer pro- cesiones u otros actos públicos de nuestra fe, he- mos de elevar una solicitud a la autoridad corr»- ppndiente y someternos a las disposiciones genera- les de orden público. Los protestantes, en cambio, sin avisos ni autorización de ninguna especie, rea-

(1) "Informe Oficial del Congreso Evangélico*'. Bueno» ■Aires. 1940. Pág. 90.

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lizan diariamente sus procesiones y desfiles, y en sus locales molestan al vecindario con ruidos hasta una hora avanzada, en que esto no lo permiten los reglamentos municipales. En sus manifestaciones callejeras, ellos no se limitan a combatir abierta- mente la religión desde el punto de vista doctrinal, sino que también emplean el insulto y la calum- nia respecto de los sacerdotes y del Papa.

Para su propaganda entre la clase media, se sir- ven de colegios y los espléndidos locales de la aso- ciación cristiana de jóvenes; pero indiscutiblemen- te que a la masa llegan por medio de la predicación callejera. Tienen equipos y brigadas de predicado- res, que recorren incesantemente los barrios y los pueblos más apartados, con una constancia y sa- crificio dignos de mejor causa, aun cuando nadie los escuche, y así van sembrando la semilla del error. Todos los grupos de predicadores tienen coros bien ensayados para atraer ^ nuestro pueblo tan amante del canto. Algunos usan también pe- queñas bandas de instrumentos músicos, y últi- mamente he visto hasta una bailarina araucana que con sus danzas atrae los oyentes a las predicaciones y a los donantes de las limosnas con que mantienen su propia propaganda. Esta propaganda es verda- deramente abrumadora; pero cuando en los cam- pos o barrios populares se hacen procesiones pe-

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CATOLICISMO C HILENO

riódicas con predicación callejera de seglares o sa- cerdotes, no pueden resistir la competencia y huyen a otros sitios.

En la propaganda impresa y radial sobresalen principalmente los adventistas del séptimo día. La revista "Atalaya", aunque editada en Buenos Ai- res, se difunde ampliamente en nuestra patria, y hay que reconocer que está bien presentada. Lo mismo hay que decir de sus numerosos libros, que incesantemente los colportores ofrecen a los mismos sacerdotes. Suelen insinuarse muy hábilmente, pre- sentando libros de medicina y cocina. Los mismos libros doctrinales no suelen tener ningún ataque en los primeros capítulos, a tal punto que un ca- tólico culto llegó un día a preguntarme si ''Retor- no a la Razón" era efectivamente un libro protes- tante, porque él lo había encontrado muy bonito. Y así es frecuente encontrar estos libros, en los ho- gares más católicos. Lo mismo podemos decir de "La Voz de la Profecía", cuyo locutor se insinúa muy insidiosamente y muchos católicos ingieren el veneno sin saber de donde viene. Tuve la curio- sidad de seguir el curso por correspondencia que complementa la acción radial Ae "La Voz de la Profecía" . Me llamó la atención que usaran la Bi- blia católica de Torres Amat. Pregunté si la esti- maban mejor que las protestantes. Me contesta-

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Ji U M B E R T o MU -.Si O Z R.

ron que más adelante se usaba ia Versión Moder- na. Suspendí el curso cuando se comenzaron a in- sinuar las peticiones de dinero en unas clases que se anunciaban como completamente gratuitas. En resumen, podemos decir que la propaganda impre- sa adventista es el típico lobo con piel de oveja. ¡Cuántos católicos han perecido ya en manos de este lobo!

¿Que hacer frente a toda esta propaganda? Mu- chos sacerdotes y católicos cultos subestiman el pe- ligro que ella significa. No miran el problema desde el punto de vista de nuestro^ pueblo, en sumo grado ignorante, sino que se sitúan en su propio plano de cultura y les parece imposible que pas- tores tan rudos e ignorantes como suelen serlo de verdad, con predicaciones tan mal hechas, y con costumbres tan ridiculas como la de orar en forma de saltos y danzas histéricas, puedan conseguir adeptos. Pero los hechos son elocuentes. 200,000 prosélitos en un tiempo relativamente breve es una cifra que nos debe hacer meditar y temblar. No podemos seguir desestimando' el peligro pro- testante ni seguir la política del avestruz, que es- conde la cabeza para no ver. Si no viene una reacción católica enérgica y pronta, grandes masas de católicos del pueblo y aun de la clase media, se perderán irremediablemente para la Iglesia. Frente

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CATOLICIS MO CHILENO

a los continuos ataques, nos hornos de defender in- cesantemente. Prohibir a los católicos que escu- chen sus predicaciones y compren o kan sus escri- tos. Hemos de explicar de continuo desde el pul- pito y en las clases de religión los fundamentos de nuestra fe y aquellos textos más discutidos. He- mos de oponer el libro al libro y el volante al vo- lante. Hemos de salir también, como ellos, a pre- dicar por las calles, y hemos de ' acostumbrar a nuestros católicos a que también ellos hagan apos- tolado por doquier. No siempre podremos rehuir las públicas controversias periodísticas o de pala- bra. Pero todo esto será inútil si no hacemos un sincero examen de conciencia y cambiamos nuestra actitud.

Es también necesario decir una palabra sobre nues- tro modo de enfocar el problema. A base de libros venidos de Europa, tenemos un concepto totalmen- te errado y anticuado. Lo concebimos y combati- mos como se podría hacerlo con Lutero, y nos ol- vidamos que nuestro protestantismo criollo es muy diferente. Nos hace falta un manual del protestan- tismo chileno, en que se estudien principalmente las sectas nacionales y se den argumentos apropiados. No interesa tanto a nuestros evangélicos discutir so- bre la libre interpretación de la Biblia, porque ellos lo hacen espontáneamente y sin hacer mayor

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cuestión del asunto. Lo mismp dígase sobre los ataques a la vida privada de Lutero o Calvino, que a ellos les importa muy poco. Pero, en cambio, ha- bría que demostrarles con hechos que la Iglesia Ca- tólica no prohibe la lectura de la Biblia; que la ley- seca no tiene un origen bíblico, sino norteamerica- no; que los católicos también saben orar y cambiar de vida, y usar muchos argumentos ad homincm, a base de lo que ellos mismos creen, practican y viven.

El Protestantismo apareció en Europa en una hora negra para la Iglesia, Los padres del Concilio de Trento comprendieron que todo sería imposible si no se emprendía valientemente la obra de la contra- rreforma. Como toda herejía, el protestantismo es gangrena de la Iglesia misma. Hay que atacar las causas profundas del mal y no limitarse a limpiar lo que aparece a la superficie. Si el protestantismo que se diluye y retrocede en Europa y Estados Unidos, tiene aquí tanto éxito, es porque aquí se reproducen, a lo menos en forma equivalente, las condiciones que en otros siglos lo favorecieron en Europa. Por- que tenemos una fe inconmovible en la Iglesia in- destructible y asistida por el Espíritu Santo, a pesar de sus defectos humanos, nos atrevemos a mirar de frente sus deficiencias, seguros de que tienen reme- dio, y de que cuando la Iglesia, libre de sus 'dolencias y llena de vitalidad, se alce en medio del protestan-

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CA T OLICISMO CHILENO

tismo, éste inevitablemente comenzará a deshacerse como el hielo junto al fuego.

Piemos de comenzar por reconocer el bajo nivel moral de nuestros católicos. Existen, por cierto, per- sonas muy santas y virtuosas; pero tenemos tam- bién el hecho triste: muchos católicos que sólo lo son de nombre. Tienen fe ciertamente, mas no ven o no quieren ver la estrecha vinculación que tiene con la moral, y no son pocos los casos de aquéllos que, al mismo tiempo de hacer ostentación de su religio- sidad, exhiben también públicamente su vida escan- dalosa. Y como los católicos tenemos en nuestra contra la masa inmensa de nuestros prosélitos, mu- chos de los cuales sólo son católicos por tradición, y los protestantes, en cambio, son todavía relativamen- te muy pocos, y en el fervor de la conversión, a lo que se agrega la propaganda farisaica que ellos se hacen de sus propias virtudes, no nos admiremos que en- tre el pueblo, el ingreso en el protestantismo signifi- que una elevación moral, que generalmente se tradu- ce en el alejamiento del alcohol. Esto es tan efec- livo, que muchos se convierten al evangelio con la esperanza de dejar la embriaguez, pensando que eso nunca lo conseguirán siendo católicos.

La segunda causa, sin duda más grave y extendi- da que la primera, es la ignorancia religiosa. Exis- te un porcentaje de personas, imposibles de deter-

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minar por la naturaleza misma del asunto, que in- gresan al protestantismo atraídos por motivos ma- teriales u otras razones secundarias. Mas tengo para mí, que entre aquéllos que se "convierten" de bue- na fe, la inmensa mayoría lo hace buscando allá migajas de espiritualidad, que en el catolicismo se encuentran en plenitud, pero que para ellos han sido una fuente sellada. de personas católicas que al pasarse al protestantismo han tenido la inmensa revelación y alegría de saber que Dios es un ser vivo. Lo mismo puede decirse de la lectura de la Biblia y del modo de hacer oración. Un pastor me decía en cierta ocasión, con significativo retintín: "los católicos rezan, nosotros oramos". Y otro pas- tor me quiso convertir a mismo, asegurándome que en la Iglesia Católica no había perdón de los pe- cados, sino sólo en la iglesia pentecostal.

Ante esta situación, me parece que se impone una revisión de nuestros métodos de formación, a fin de mejorar la calidad espiritual de los católicos. Es muy elocuente lo dicho por el relator Santiagcv "Brurón en la Primera Semana Interamericana de Acción Católica: "Falta un mejor aprovechamiento de la acción del sacerdote en orden a la enseñanza de la, religión. Muchas funciones religiosas, la Santa Misa, novenas, etc., no son aprovechadas para predicar con claridad los fundamentos de la doctri-

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na, de tal modo que los fieles suelen "descubrir" en las prédicas callejeras de los "Evangélicos" princi- pios de vida interior, de renovación, etc., que de- bieran haber adquirido en plenitud en el catolicis- nio. A este respecto, ningún informe es mejor que el argentino, cuando, copiando lo dicho por el R. P. Ehinne S. J., expresa: "Una lamentación común entre católicos norteamericanos residentes desde mu- cho tiempo en el sur, es que el clero no ha instruido suficientemente al pueblo. Muchos del clero se han dado más a la promoción de devociones "especializa- das" de Un santuario, de un santo, que a explicar las bases racionales de la Fe. Laicos latinoamericanos se lamentan a menudo que el pueblo vive en cierta ignorancia de los dogmas y de la teología de su Fe. Lo que se necesita en los sermones es menos ternura devocional y emoción religiosa, y más de la racio- nabilidad del cristianismo. La mayor parte de la predicación parece ser como para mujeres. Muchos de los sermones que yo he escuchado son tales, que no atraerían a un hombre a .volver a escuchar otro. Además de esta cualidad super emocional, ha habida demasiada gritería, demasiadas alocuciones apu- radas, etc.".

Sm embargo, tenemos que reconocer que hemos mejorado en los últimos años. Pregunté a un nota- ble catedrático norteamericano, metodista, que estu-

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vo hace algunos años en Chile y ahora ocupa un puesto de importancia en la Embajada de su patria en Santiago, la opinión que tenía de nuestro catolicis- mo, y me dijo: noto los siguientes progresos: se predica ahora más de Jesucristo y menos de María, se emplea menos el latín y se trata de que los fieles sigan en castellano las ceremonias litúrgicas; entran al Seminario jóvenes de mucho más valor que los que ingresaban antes. Y respecto de una homilía de Pentecostés que había oído recientemente, me dijo como un elogio: era tan buena que la habría podido predicar cualquier protestante.

No sólo la predicación, sino también las clases en los colegios católicos y fiscales han tomado una orientación más dogmática; pero el camino por re- correr es todavía ilimitado.

En la contrarreforma europea se creyó conve- niente restringir y reglamentar la lectura de la Bi- blia. Ahora, en cambio, que las circunstancias son tan diversas, es de todo punto indispensable fomen- tar al máximo su difusión y lectura. Es un hecho indiscutible que uno de los mayores atractivos espi- rituales del protestantismo es la lectura de la Bi- blia. Muchos de nuestros católicos, en cambio, si- guen creyendo que es un libro prohibido. La au- sencia de la Biblia es una laguna vergonzosa en nuestro catolicismo. Cierto es que se han hecho al-

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CATO'LICIS MO CHILENO

gunos esfuerzos por difundir Evangelios y Nuevos Testamentos, especialmente la Editorial San Fran- cisco de Padre Las Gasas, que ha colocado ya 25,000 de estos últimos, y hace poco, ha lanzado una nueva edición, simultánea a otra de la Editorial del Sagrado Corazón de 20,000 Nuevbs Testamentos; pero hasta la fecha no tenemos Biblias completas, porque las que llegan de fuera son tan caras, que a uno le da vergüenzan cuando preguntan su precio los que se interesan por adquirirla.

Veamos, en cambio, lo que hace la Sociedad Bí- blica — no en diez años a que corresponden las ci- fras anteriores , sino en 1942 y 1943, años de gue- rra, en que la difusión He la Biblia se vió muy dismi^ nuída:

1942: 5,608 Biblias completas.

16,076 Testamentos completos. 146,960 Porciones bíblicas.

1943: 1,220 Biblias completas.

10,718 Testamentos completos. 111,984 Porciones bíblicas.

El ambiente está ampliamente preparado para la difusión y lectura de la Biblia: pero éstas son lasi que faltan. Lo peor es que no se ven aquí posibili- dades de hacer ediciones que puedan competir en precio y calidad con las que vienen de Estados Uni-

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dos e Inglaterra. Y esta ausencia de Biblias es un continuo escándalo para los fieles, y un argumento terrible en boca de los protestantes, que siguen ase- gurando que nosotros prohibimos su lectura. Y así resulta de hecho, porque no podemos permitir que se lean Biblias protestantes, y no tenemos católicas para reemplazarlas.

Mucho habría que decir sobre apostolado bíbli- co, tanto en lo que se refiere a la difusión como al aprovechamiento del sagrado texto en la formación de los fieles; pero, ja qué idealizar cuando todavía no tenemos lo fundamental que es la Biblia misma!

Casi tan importante como la Biblia es el movi- miento litúrgico. Aunque presente con el cuerpo, nuestros fieles están casi completamente ausentes de nuestros ritos y ceremonias, en especial de la Misa. Prefieren aquellas formas de devoción más popula- res como las procesiones y las novenas, que ellos comprenden más y en que toman parte más activa. El culto protestante, incomparablemente inferior a la liturgia católica, los atrae, sin embargo, mucho más. porque lo entienden y toman en él parte acti- va. En cambio, en nuestros templos aparece el sa- cerdote allá lejos, recitando oraciones en un latín ininteligible, y los fieles rezando rosarios para no aburrirse mientras tanto. Estoy convencido de que el latín es como una muralla entre el sacerdote y los

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CATOLICISMO CHILENO

fieles, y que si la Santa Sede concediera permiso para que, a lo menos aquí, se pudieran decir en castellano siquiera las partes didácticas de la Misa y aquéllas que se deben rezar con todo el pueblo, ganaría enormemente el provecho espiritual de los fieles. Lo mismo podríamos decir del Bautismo, que es ac- tualmente tan aburrido y que podría ser tan instruc- > tivo. Claro que todo esto se puede solucionar en parte con traducciones apropiadas a los fieles; pero éstas siempre tienen algo de artificial y en todo caso sería mejor que las oyeran de boca del mismo sacer- dote. Se objeta a veces que el latín es la expresión de la unidad de la Iglesia; y se olvida que por man- tener una unión externa, oficial y muy discutible, se está perdiendo la unión sobrenatural del espíritu en la única vida de la Iglesia. Otros defienden el latín en favor de los viajeros que recorren diversos países y experimentan una grata emoción al oír en todas las iglesias la misma lengua; pero se olvidan de que ésos son la excepción y que la inmensa masa de los fieles está perdiendo el contacto sobrenatu- ral con la Iglesia que da la liturgia.

Sin solucionar por cierto el problema, el manual de piedad "Oremus", del Pbro. Eladio Vicuña, que ha tenido una extraordinaria difusión más de cien mil -ejemplares , ha significado un gran es- fuerzo para incorporar a los fieles a los goces de la

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liturgia. Inmensamente bueno es también "Mi Mi- sal E>CMninicar', editado en Norteamérica y que co- mienza a circular entre nosotros a un precio muy módico. Si se le adoptara y empleara en todo Chile, eso podría significar el cotjiienzo de un auténtico y vigoroso movimiento litúrgico. A lo que habría que agregar cánticos populares que, de acuerdo con cada tiempo litúrgico, pudieran ser cantados por todos los fieles.

Estoy seguro efe que este doble movimiento, bí- blico y litúrgico, mejoraría de tal modo la espiri- tualidad de nuestros fieles, que ya no necesitarían ir a mendigar a los cultos protestantes, sino que en nuestras iglesias encontrarían el pan de vida de la palabra de Dios, y aprenderían a adorar al Señor en espíritu y en verdad, lejos de las exageradas devo- ciones a las ánimas y a los santos, que en el espíri- tu de ellos está llena supersticiones que ofrecen un blanco magnífico a las impugnaciones protes- tantes.

Hoy por hoy, el protestantismo es un gravísimo peligro, del que no podemos librarnos sin un mejo- ramiento efectivo de nuestras calidades espirituales. Presionados por el enemigo, hemos de reaccionar necesariamente, y Dios, que sabe escribir derecho con renglones torcidos, permitirá que todo redunde en mayor gloria suya y bien de nuestras almas.

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VIL LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS

Si con estas palabras ^hijos de las tinieblas Jesús designó a todos los enemigos de Dios y de su Iglesia, es evidente que en ninguno de esos ene- migos esta denominación se verifica en una forma más adecuada que en la masonería, el antro de las tinieblas por excelencia. Y como su acción anti- cristiana, no por provenir de la obscuridad, deja de ser menos real, no podía faltar un capítulo de- dicado a ella en este estudio de los problemas del catolicismo en Chile. Lo que dice "Archivíum", Revista de la Junta de Historia Eclesiástica Argen- tina ( 1 ) , creo que literalmente puede también aplicarse a nuestro país: "Tanto en el pasado como

(1) Tomo I. Cuad. 2, pág. 551. Buenos Aires, 1943.

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en el presente de nuestra vida política y religiosa hay hechos que carecerán siempre de explicación, . si no se tienen en cuenta los factores ocultos e in- visibles que los han producido y provocado. Al estudiar la Historia de la Iglesia en la Argentina y analizar el origen de sus luchas y de sus triunfos, es menester no olvidar que frente a ella, agazapa- das en las sombras del misterio y envueltas en el "camouflage" de la filantropía y del altruismo, actúan las sociedades secretas, una de las cuales, la Masonería, ha jugado un papel preponderante en la descristianización y paganización de las masas populares argentinas. Quien pretenda estudiar a fondo la evolución escolar y universitaria, la apa- rición de la escuela laica, de la democracia libe- ral, de la prensa atea o aconfesional, e historiar to- dos los ataques de que ha sido víctima la Iglesia Católica en nuestro país desde 1810 hasta hoy, no podrá lícitamente renunciar al trabajo de, investi- gar seriamente la parte de actividad que en todo ello corresponde a las logias masónicas: trabajo difícil, ciertamente, por el secreto en que éstas ocul- tan sus actos y sus planes inconfesables".

En lo que a nuestro punto se refiere, más que historiar en detalle todos los ataques y celadas ten- didas por la masonería al catolicismo, nos interesa fijar, siquiera sea en sus rasgos generales, la po-

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CATO LICISMO CHILENO

sición de la masonería frente al catolicismo, y des- tacar el peligro que allí se encierra-

Si nos atenemos a sus propias definiciones, nada tan inofensivo. Según las constituciones chilenas de 1862, "La Orden Masónica tiene por objeto la beneficencia, el estudio de la moral universal y la práctica de todas las virtudes". Casi lo mismo dice la constitución de 1912": "La Francmasonería es una institución esencialmente filosófica y progre- sista, tiene por objeto la investigación de la verdad, el estudio de la moral y la práctica de las virtudes". Esta definición chilena concuerda plenamente con la de los ritos inglés, escocés y norteamericano: "Un hermoso sistema de moral revestido de ale- goría e ilustrado con símbolos". Y también: "Una ciencia que se ocupa de la investigación de la ver- ^. dad divina". Con su prolijidad característica, los masones alemanes nos dan una definición más ex- plícita: "La actividad de los hombres unidos ín- timamente, sirviéndose de símbolos tomados prin- cipalmente del oficio de albañil y de la arquitec- tura, trabajando por el bienestar de la humanidad, procurando en lo moral ennoblecerse a y a los demás, y, mediante esto, llegar a una liga o paz universal, de que aspira desde luego a dar mues- tras en sus reuniones".

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Por desgracia y sobre esto no cabe la menor duda tan buenos projDÓsitos son sólo una más- cara de fines ocultos. Sabido es el secreto impe- netrable de sus logias, aun para sus mismos adep- tos. Muchas veces he oído esta confidencia: cuán- do me invitaron a entrar a la masonería pregunté cuál era su finalidad. Se me contestó que sólo cuando fuera masón se me podría confiar ese se- creto, y prefirieron dejarme fuera a pesar del in- terés que demostraban , porque no me sometía a ese requisito absurdo. Pero no todos tienen la honradez de proceder en esta forma, y se inician bajo los más estrictos juramentos, encaminados a finalidades completamente ocultas. Sólo les dejan entrever algún lucro material, y esto basta para que se "inicien"' los que no tienen despejada su conciencia. Mas, no nos imaginemos que una vez adentro se les descorrerá el velo. Es la masonería una malla intextricable de secretos que se van des- corriendo muy lentamente, y sólo a los que están preparados para ello. Y las finalidades últimas se pierden en la bruma de los Grandes Orientes del extranjero, que manejan a nuestros masones nacio- nales, que no son ciertamente los que tienen la di- rectiva internacional. No nos avancemos, por la tanto, en una excursión tan lejana, sino que que- démonos en nuestras realidades nacionales. Y vea-

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mos el punto que más nos interesa, que es el de su aversión al catolicismo. Para demostrar cómo hay incluso masones de buena fe esos de los gra- dos ínfimos que aún permanecen engañados por la proclamación de la tolerancia masónica y por sus continuas declaraciones de no oponerse a nin- guna religión, nada tan ilustrativo como la dificul- tad surgida en el seno de la masonería argentina en 1889, y de la cual hay documentos impresos por los mismos masones para que circularan por todas las logias argentinas, y que cayeron en manos de historiadores que los publicaron íntegros como pre- ciosos documentos ( 1 ) . De ahí extractaremos lo principal. Don José C. Soto, Grado 33, el 30 de junio de 1899 envió la circular 111 a los ma- sones argentinos "incitándolos a iniciar un movi- miento contra la escuela católica, contra la Iglesia en general y contra la Compañía de Jesús en par- ticular". Pero había en aquel entonces muchos "hermanos" imperfectamente iniciados que creían en su sentido obvio aquellas declaraciones de que "la Masonería abre su seno a los hombres de todas las nacionalidades, de todas las razas y de todas las creencias" y que por eso mismo "pro- hibe en sus logias toda clase de discusiones poli-

(1) Archivum. Tomo I, Cuad. 2, págs. 552-578.

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ticas y religiosas'*. Los que así creían se asusta- ron de una circular tan agresiva, y en representa- ción de esa corriente de opinión, el "hermano" Alejandro F. Mohr, interpeló a don José C. Soto, acusándolo de que esa circular violaba la Consti- tución masónica. Esto dió lugar a un interesantí- simo debate en las tenidas ^el 28 de julio y 4 de agosto del mismo año, en que el ''hermano" Soto sacó la careta a la masonería, demostrando con abun- dancia de argumentos que una cosa era la "letra** y otra el "espíritu", de esos artículos de la Consti- tución, y que, conforme a la tradición masónica, no se puede ser católico y masón al mismo tiempo. Los discursos de ambos contrincantes fueron im- presos y circularon en todas las logias argentinas, a fin de unificar el pensamiento masónico. No nos extrañe, por lo tanto, que haya, incluso, masones de buena fe, aunque muy ingenuos, que no vean el antagonismo; pero que son usados hábilmente como instrumentos de sus finalides ocultas. Pero interesa ver cómo se presenta en la conciencia del masón corriente la relación entre la masonería y el catolicismo-

En su forma actual, la masonería data de 1717, fecha en que fué organizada por Anderson. Se extiende poco después a Francia, a Europa y al mundo entero. Hemos de considerar que en esa

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época había en el mundo una fortísima corriente anticlerical, no sólo en Inglaterra donde ya había triunfado totalmente la Reforma, sino en Francia donde se incubaba la Revolución Francesa, obra, en gran parte, de la misma masonería. Según una táctica muy hábil, los ''sabios' .de la maso-nería presentan en esta forma el ataque a la Iglesia Ca- tólica. Según propias declaraciones, ellos propician una religión universal, cuyos postulados son siem- pre escurridizos, porque abominan de todo dogma; pero que dejan siempre muy en claro la virtud de la tolerancia, con lo cual consiguen ya minar los postulados cristianos e inducen a los hombres al indiferentismo religioso. Después, manejando siem- pre la palabra tolerancia, descubren que el catoli- cismo es la intransigencia misma, y que, por lo tan- to, la tolerancia no podrá vencer mientras no su- cumba la Iglesia Católica, su mortal enemiga. Y henos aquí al masón, en virtud de la misma tole- rancia, convertido en el intolerable más intransi- gente del catolicismo. Esta táctica es un típico pro- cedimiento masón. Les permite usar como propa- ganda, palabras que tienen buena acogida, pero que ellos entienden y manejan en sentido muy di- verso. Esto también nos irá indicando el por qué de la necesidad del secreto en la masonería. Es ne- cesario una "iniciación" para que se acepten sus

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postulados, y con mayor razón aún, cuando se tra- ta de sus procedimientos, que ningún hombre hon- rado aceptaría, y por eso hay que mantenerlos en el secreto. Hay una pregunta que nunca los masones han podido contestar. Si tienen los fines nobles que proclaman, y no usan para realizarlos de ningún pro- cedimiento inmoral, ¿a qué obedece un secreto tan estricto? Repito, a esta pregunta nunca han pp- dido dar una respuesta satisfactoria. No nos ex- trañe, por tanto, que la masonería esté repetidamen- te condenada por la Santa Sede, tanto en lo que se refiere a su doctrina como a la moralidad de los medios de que se vale para combatir la religión y conseguir sus fines ocultos- Dice así el Código de Derecho Canónico, c. 2335: **Los que dan su nom- bre a la secta masónica o a otras asociaciones del mismo género que conspiran contra la Iglesia o las legítimas potestades civiles, incurren por el mismo hecho en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica".

Pero, veamos cómo se presenta la masonería entre nosotros. A primera vista aparece como una simple sociedad de socorros mutuos, como lo es efectivamente; pero aun en eso procede con injus- ticia e inmoralidad. Son conocidos los esfuerzos de los masones por obtener los puestos públicos y aun alcanzar la dirección política del país. Llegados

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arriba, no sólo se preocupan de lucrar personal- mente, sino que la 'viuda" como ellos familiar- mente llaman a la masonería se sirve de ellos para conseguir más adeptos. Y así los puestos y rentas del gobierno sirven de cebo a los nuevos ■'hermanos". Pero este proce'dimiento tiene el gra- vísimo inconveniente de que los puestos y los as- censos se consiguen por méritos masónicos que no siempre redundan igualmente en bien de la insti- tución a que sirven. Es frecuente ver que un hom- bre mediocre o en situación difícil, incapaz de afrontar la vida honradamente por sus mereci- mientos personales, aparece de la noche a la ma- ñana ocupando un puesto que sobrepasa sus mere- cimientos. Pronto se sabe la noticia: ha ingresado a la masonería. El hombre que así ingresó, igno- rando los fines ocultos, y asegurando sólo su si- tuación económica, ya ha hecho una primera trai- ción a su conciencia. Después tendrá que seguir en una cadena ininterrumpida de estas traiciones, por- que la renta de que disfruta es una cadena de oro que le ata a los procedimientos de la masonería, cada vez que de él tienen necesidad. Y así se va hilvanando una trama masónica que es indispen- sable mantener en el más riguroso secreto. Y mien- tras tanto, ¡cuántas instituciones se bambalean, conducidas por manos ineptas!

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En SU ataque a la religión, se sirve la masone- ría de todos los procedimientos, desde la conver- sación privada, hasta el libro y la prensa, no des- deñando por supuesto las cátedras de enseñanza. Comienza siempre hablando de tolerancia, para terminar hablando de la Iglesia, con mayor o me- nor desenvoltura, según las circunstancias lo in- diquen; pero siempre dejando en todas partes la gota de veneno- Un día se hablará de Galileo, otro día se sacará a relucir la Inquisición y el terrible Torquemada, aparecerá después la matanza de San Bartolomé, la Papisa Juana, los papas Borgia, etc., etc. Nada importa qj^e todo eso esté ya amplia- mente dilucidado. La masonería, que siempre busca la luz, nada ha visto de las investigaciones histó- ricas que reivindican la conducta de la Iglesia y deslindan responsabilidades. Nada de eso le impor- ta. Ella sigue adherida a las objeciones de los si- glos pasados y, aunque propicia tanto el progreso, no es capaz siquiera de manejar objeciones más modernas y eficaces. Es frecuente que los profe- sores de los liceos en gran mayoría masones- defiendan todavía que el hombre desciende del mono, el materialismo craso, y otra serie de erro- res que ya ningún hombre de ciencia defiende co- mo ellos. Y su ignorancia suele ser increíble. Un profesor de historia, al enseñar el pueblo de Israel,

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aprovechó de ridiculizar el paso del Mar Rojo y otros acontecimientos milagrosos. Los alumnos muchachas de Acción Católica se pusieron de acuerdo para hacerle varias preguntas de Historia Sagrada que él, por supuesto, no sabía contestar. Por fin av,isó que se saltaría esa materia para evitar susceptibilidades. Siempre quieren aparecer como tolerantes.

Otra acusación terrible contra la Iglesia es su obscurantismo. Pueden leer la lista de las Univer- sidades fundadas o patrocinadas por la Iglesia, que en la Edad Media, son la casi totalidad, pueden ver desfilar ante los nombres de los más ilustres pensadores, hombres de ciencia y artistas que ha tenido la humanidad, y ver el porcentaje enorme de católicos que allí hay. Nada de eso los deten- drá en seguir repitiendo la lección aprendida de que la Iglesia es obscurantista- Y en boca de ellos, la palabra obscurantista tiene un efecto mágico para sugerir épocas tenebrosas, que sólo han exis- tido en mentes mal informadas y con mucho ma- yor frecuencia en el interior de las logias.

A la acusación anterior se agrega la de dogma- tista, otra palabra mágica que ni ellos mismos pue- den definir. Se irritan de que la Iglesia no cambie su doctrina ni acepte el continuo evolucionismo que ellos propician. Nunca llegan a entender que no

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puede el hombre cambiar lo que Dios ha enseñado, y que esas enseñanzas divinas son casi lo único ra- zonable que el hombre conoce, porque ya sabemos lo que valen esos descubrimientos de la sola razón humana que, precis(.í mente, porque no satisfacen, es preciso remudarlos de continuo. Pero a ellos les interesa sembrar la duda e ir socavando los cimien- tos de las creencias religiosas.

Mas, donde pueden trabajar con mayor desen- voltura, es en la laicización de la sociedad. Te- niendo siempre como instrumento a la misma to- lerancia, y partiendo de la base de que la religión divide o que por lo menos es un tema poco apro- piado, ya que ellos nunca quieren en virtud de su gran tolerancia herir susceptibilidades de na- die, van desplazando a la religión;! de todas las ac- tuaciones públicas y sociales, 'w^n muy amantes de la democracia; pero en un país en que la inmensa mayoría es católica, nunca les importa la opinión de esa mayoría, sino que defienden siempre los derechos de la incredulidad, que es la minoría, no en el sen- tido de que a esta minoría no habría que estorbarla en sus creencias, lo que nunca hace nadie, sino en el sentido muy masónico, de que las leyes, la edu- cación y todas las instituciones del país deben ten- der a favorecer ampliamente a la minoría incrédu- la, aun a costa de los más sagrados derechos de los

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católicos. Por eso, el matrimonio religioso no tie- ne efecto civil, aunque esto, dada la idiosincrasia e ideología de nuestro pueblo, sólo sirva para di- ficultades y confusiones que entorpecen la legíti- ma constitución de la familia, en un país en que deberían hacerse los mayores esfuerzos por consoli- darla. La libertad de los incrédulos quedaría per- fectamente asegurada con que el Registro Civil los atendiera a ellos. Pero los masones prefieren esta otra fórmula que significa una hostilidad a la Igle- sia. Lo mismo podemos decir respecto a la laici- zación de los colegios. Aunque no han podido su- primir toda la subvención a las escuelas primarias particulares que le significan al Estado una gran economía y una inmensa colaboración en su labor educacional, han suprimido toda ayuda a los co- legios particulares de segunda enseñanza, con lo que obligan a quien desee educar a sus hijos en un co- legio católico, a una doble contribución, porque aquellos impuestos que paga el católico como todo ciudadano, y con los cuales se paga la enseñanza fiscal, no ayudan a los colegios particulares de se- gunda enseñanza y así el padre de familia debe pa- gar una pensión extra para poder educar a sus hi- jos según su conciencia. Y en los colegios del Es- tado, cuyo alumnado en un 95 % es católico como puede verse por las escasísimas excepciones a

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la clase de religión los masones siempre tratan d€ establecer un ambiente laico, a tal punto, que mientras muchas veces se hacen abiertas campañas políticas entre el profesorado y aun entre el alum- nado, a la religión se la tiene desterrada como una cosa a la cual no se puede hacer siquiera alusión. No pueden concebir que una escuela o colegio asis- ta a un acto religioso -aunque se permita la in- asistencia a los no católicos , y recuerdo el caso de un Inspector Escolar conspicuo masón , que con motivo de un acto cívico en el cual se celebra- ba también una misa, hizo esperar á las escuelas detrás de las esquinas de la plaza hasta que la misa hubo terminado- Y todo esto en virtud de la to- lerancia y amplitud de espíritu.

Para conseguir todas sus finalidades, les interesa extraordinariamente el dominio político, aunque ellos mismos hacen profesión de libertad en este sentido. Y en verdad que de suyo les importa muy poco un partido u otro, siempre que a todos pue- dan utilizarlos para sus finalidades. En el siguien- te párrafo del actual Arzobispo de Santiago, Mons. José María Caro, podemos ver su manera de insi- nuarse en este punto: *'¿En qué partidos, pregun- tará el lector, están los agentes de la Masonería? Un tiempo fué el partido liberal el centro de sus operaciones. E>esde allí sembró sus ideas y preparó

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adeptos más avanzados, que, no pudiendo arras- trar a los extremos que se proponían al grueso del partido liberal, pasaron a formar un partido más avanzado, el radical, dejando en su primer hogar a la gente necesaria para impedir la reacción e in^- pulsar siempre hacia adelante a los reacios y te- merosos de novedades. Otro tanto ha sucedido en el nuevo campo de operaciones: las ideas han ger- minado; los principiosi de orden que profesaban los fundadores del partido radical, a muchos pa- recen ahora añejeces conservadoras y tiran hacia el Socialismo, Comunismo, Bolchevii'mo, etc. Aquí están los HH . . más avanzados, el resto en el par- tido radical, las reservas pesadas, en el liberal. De- más está decir que los hermanos se han infiltrado en gran número en los otros matices políticos del liberalismo aj bolchevismo y, sin duda, no han fal- tado algunos que aun se han afiliado al partido conserv,ador" (1).

Mas no se limitan los nxasones a infiltrarse en los partidos políticos, sino que lo hacen en cuanta so- ciedad puedan tener alguna influencia o derivar para sus fines alguna utilidad, principalmente en el manejo de fondos. Cito a la "Sociedad de Es-

(1) "El Misterio d-e la Masonería', pág. 145. Santiago,

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tudiantes Pobres", que a causa de su fin en nobilísimo, se mantiene con dinero de muchos cató- licos— es, sin embargo, utilizada como incubadora de masones y aun abiertamente se le suspende la ayuda a los buenos católicos, aunque sean los me- jores alumnos. Siempre el procedimiento es el mismo: una fachada admirable manejada por ma- no oculta con finalidades tenebrosas.

Con el protestantismo, se ha abierto á la maso- nería un magnífico campo de hostilidades a la Iglesia Católica. No es raro «1 caso de pastores protestantes que sean simultáneamente masones, a fin de recibir allí una ayuda muy efectiva en con- tra del catolicismo, no porque la masonería sea partidaria del protestantismp, sino porque ve en él un cristianismo más desleído y un ciego ene- migo del catolicismo. Conozco el caso de una po- lémica pública entre un sacerdote católico y un pastor protestante, al cual prepararon los argumen- tos y escritos en la propia logia, no atreviéndose a negar el mismo pastor que él era masón.

En esta forma, solapada y astuta, va trabajando incansablemente la masonería. Nunca presenta la cara de frente. Es maestra en saber sacar la casta- ña con la pata del gato, sirviéndose para sus di- versas actividades, de personas también diversa- mente iniciadas o simpatizantes, desde aquéllos que

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siendo francamente enemigos de la masonería son, sin embargo, manejados hábilmente por ella, hasta aquéllos de malicia fría y refinada que sien- ten odio a Cristo y a su Iglesia y en forma calcu- ladora y terrible forjan sus planes maquiavélicos. La masonería no trepida en procedimientos, siem- pre que ella pueda eludir la responsabilidad y guar- dar las apariencias, mas ¿quién podrá saber las in- timidades de las logias cuyos secretos muchos de los mismos masones no pueden conocer? Recorde- mos las palabras de Cristo: "Quien obra mal, abo- rrece la luz, y no se arrima a ella, para que no sean reprendidas sus obras. Al contrario, quien obra se- gún la verdad, se arrima a la luz, a fin de que sus pbras se vean, como que han sido hechas según Dios" (1).

La eficacia de estos procedimientos, verdadera- mente diabólicos, los hemos palpado amplia y do- lorosamente en nuestro Chile. Siendo ellos un ín- fima minoría, por medio de la política, de la edu- cación y de cuanta institución o sociedad ha caído en «US manos, han logrado dañar horriblemente a la Iglesia y cambiar la faz de nuestro país que sien- do en su inmensa mayoría católico, tiene, sin em- bargo, no sólo en las esferas oficiales, sino en el

(I) Juan 3, 20 s.

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tono general de la sociedad, un aspecto netamente laico y pagano. En los mismos días de Semana Santa, logran, a veces, los masones, celebrar fiestas o semanas de índole laica, poniéndoles siempre como es natural alguna pantalla de altruismo y beneficio público. Y logran hacer escuela a tal punto que no faltan incluso después señoras cató- licas encargadas de hacer bailes de beneficencia en domingos u otras festividades religiosas.

Con los estragos que causa la masonería ha que- dado demostrado, una ivez más, que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz, y es una nueva comprobación de la mala ca- lidad del catolicismo chileno, ya que si esa inmen- sa masa de católicos viviera la religión en su inte- gridad, no podríamos ser víctimas tan fáciles de las intrigas masónicas que se aprovechan precisamente de todas nuestras debilidades. Y por eso el reme- dio de fondo á los avances masónicos ha de ser un cristianismo profundo y valiente al mismo tiempo, que no se oculte ante la perspectiva de un puesto remunerativo, ni se ' deje amilanar por los proce- dimientos tenebrosos. Y hemos, también, de en- carar resueltamente el problema que resulta del pe- ligro masónico. El arma más poderosa que posee- mos contra los hijos de las tinieblas es precisamen- te la luz. La eficacia de sus procedimientos proce-

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de de la obscuridad- Cuando se les ilumina de lle- no, ios masones se esfuman y desaparecen. Es ad- mirable la Babilidaí que demuestran en esquivar el cuerpo. Pero, por desgracia, en Chile, aunque exis- te una pésima idea de la masonería en el ambiente general, queda esta idea envuelta en una nebulosa, se habla de crímenes y envenenamientos terribles, y no se saben precisar sus procedimientos e ideolo- gías, mucho más venenosas que el agua tofana> Habría que comenzar por difun4ir ampliamente aquellos escritos que den a conocer la masonería y, para empezar, hacer una gran edición *de la encí- clica "Humanum genus**', de León XIII, sobre la masonería. El propio libip- de S. E. Mons. Caro, "El Misterio de la Masonería", que tanto bien ha hecho, está ya agotado y se impone una nueva edi- ción, moderna y popular. Habría que publicar listas completas de masones, y cuando se den al- ^ gunos de esos escándalos de carácter local o nacio- nal realizados por algún hermano, no habría que omitir que son masones, lo cual es en cierto modo de justicia, porque esas actuaciones escandalosas las han tenido, o por orden expresa de la logia, o a k) menos influidos por su ambiente y doctrina. Es una vergüenza, que sea tal todavía la ignorancia de los católicos respecto de la masonería, que lleguen

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éstos a engañar á mucha gente, diciéndole que no hay incompatibilidad alguna entre ambas entidades.

La otra arma poderosísima para combatir a la masonería es el boicot económico. La inmensa ma- yoría de los masones ha ingresado a las logias y «ometídose a. procedimientos que reprueban, urgi- dos por motivos económicos: la masonería se pre- senta para ellos como la única manera de conse- guir un puesto o escalar una situación que nunca habrían obtenido por sus merecimientos personales. Por lo tanto, si la acción conjunta de todos los ca- tólicos boicoteara a los comerciantes y profesionales masones, no comprando sus mercaderías ni solici- tando sus servicios, estoy seguro de que la maso- nería se les convertiría en un mal negocio, lo cual sería quizás el único argumento posible para hom- bres que traicionan su conciencia por razones de dinero.

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VIH. EN EL PLANO INTEÍINACIONAL

Es indudable que, así como las naciones no pueden encerrarse dentro de sus fronteras, sino que deben atender a las relaciones con los demás países so pena de verse privadas de muchas preciosas ayu- das y en la imposibilidad de evitar gravísimos ma- les, así también la Iglesia precisamente por ser católica, esto es, universal no está enclaustrada en las fronteras, sino que experimenta y produce influencias que salen Sel campo nacional, ya sea por factores de orden puramente eclesiásticos, ya también por la marcha general de los acontecimien- tos internacionales. Y sin duda alguna que la más vital de estas necesidades, es la de mantenerse uni- da a Roma, centro de la cristiandad. Para conser- var la ortodoxia y la cohesión jerárquica, son ne-

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cesarlos el amor y sumisión al Santo Padre, colocado por Cristo mismo como la piedra fundamental de la Iglesia. Todo esfuerzo que hagan los católicos de cada país por mantener en actividad su unión con el Obispo de Roma, será santo y prenda se- gura de las bendiciones divinas-

Durante la Colonia, la Iglesia chilena (1) era parte de la Iglesia del vasto imperio español. For- mábamos como una comunidad de naciones que tenia sus semejanzas con el Sacro Imperio de la Edad Media en Europa. La. unión con Roma te- nía lugar por medio del Monarca lo que hoy día nos parece un sistema desagradable , pero que en ese entonces estaba . g,arantizado por la fe inque- brantable de los católicos reyes españoles y acep- tado por el mismo Romano Pontífice en virtud del Real Patronato. Lo que el Papado no hubiera po- dido realizar, hízolo la Corona, que se sentía un instrumento providencial de la Iglesia. La España entera sintió como propia esta empresa de la evan-

(I) Una aclaración para evitar equívocos. La Iglesia es universal y por lo tanto no se puede concebir una iglesia nacional ind-ependitente y desligada de Roma. Pero la universalidad no opone a la existencia de las Iglesias particulares como son las diócesis y aun las parroquias. También podemos decir que los católicos de una nación forman una iglesia particular ya que suelen formar ¡provincia eclesiástica presidida por un arzobispo, o bien forman varias provincias presididas con fíecuencia por ua primado^ En esíe sentido puede hablarse, de iglesias nacionales.

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gelización de América y esto produjo una unidad de esfuerzo y de acción que tal vez no se hubiera podido conseguir por otros medios. Las nacientes iglesias americanas no habrían podido progresar ni siquiera mantenerse sin los auxilios venidos de la Península. Y entre los mismos países americanos había una intercomunicación que no podía menos de resultar sumamente pr^ovechosa. Una idea de esto nos la puede dar la estadística de los obispos habidos en Chile, Entre los dos obispados de San- tiago y Concepción hubo un total de 42 obispos, aunque algunos de ellos no alcanzaron a llegar a sus diócesis. Veinte obispos fueron españoles, once peruanos, unp ecuatoriano, uno paraguayo, una boliviano, uno colombiano, y sólo siete fueron chilenos. Por otra parte, no era raro que los obis- pos de Chile fueran ascendidos a sedes más impor- tantes, aun arzobispales, como el chileno del Pozó y Silva que llegó a ser Arzobispo de Charcas en Bolivia. Las Ordenes Religiosas por su parte pro- veían igualmente nuestro país con religiosos veni- dos de España y del Perú. Y todo está dicho cuan- do sabemos que la Corpna se preocupaba del vina para la Misa y del aceite para la lámpara del San- tísimo.

El rompimiento con España, a causa de la In- dependencia, produjo también la desintegración de

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esta especie de comunidad de naciones que podría- mos llamar "cristiandad ibero-americana". Tanto en lo civil como en lo eclesiástico cada territorio comienza a sentir su nacionalidad que muchas ve- ces se afirma a base de guerra con países limítrofes, como en el caso de Chile que sólo tuvp conciencia de nación desligada de los demás países americanos después de la guerra contra la Confederación Perú- Boliviana- En cambio, en los días de la Indepen- dencia, los países seguían considerándose más ame- ricanos que argentinos o peruanos, y esta mentali- dad, más aún que la necesidad de afianzar la pro- pia Independencia, fué la que permitió la form.a- ción del ejército chileno -argentino que después de darnos libertad a nosotros, se alejó en barcos chi- lenos rumbo a las costas peruanas. Fué también esta mentalidad la que permitió las hazañas de Bolívar que libertarpn medio continente.

La Iglesia de América se resintió con esta pérdi- da de la vinculación continental, tal como la Igle- sia en Europa a partir de la Epoca Moderna con sus estados absolutos y de un nacionalismo gene- ralmente exagerado. Aunque de un modo no or- ganizado y muchas veces sólo en forma ocasional, se han seguido, sin embargo, manteniendo algunas benéficas vinculaciones. A este respecto, la tradi- ción de la Iglesia chilena es fecunda en hechos que

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han tenido trascendencia americana. Enumeremos los más importantes.

Preocupado O'Higgins por la sede vacante y por las perturbaciones eclesiásticas que sólo desde Roma se podían solucionar, res^olvió mandar allí un En- viado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante la corte de Roma y se nombró con este fin a v don José Ignacio Cienfuegos, quien se embarcó en Valparaíso en enero de 1822. Fué recibido cordial- mente por el Papa y su gestión tuvo pleno éxito. A pesar de ía oposición del Embajador de España que todavía reclamaba sus derechos sobre estas colonias, la Santa Sede fué el primer estado europeo en man- dar un representante a un gobierno latinoamericano. Fué designado Mons. Juan Muzi, Arz,obispo titu- lar de Filipos, con el título de Vicario Apostólico, para no herir susceptibilidades; pero era en reali- dad un verdadero Nuncio y la prensa de Europa y Norte América comentó el hechp interpretándo- lo como un reconocimiento de la soberanía de Chile. Prescindimos aquí de la importancia de este hecho para el reconocimiento diplomático por par- te de las demás naciones europeas y queremos des- tacar su importancia en el orden eclesiástico. La grave situación producida en todos los países de América a raíz de la Independencia, sólo ppdía te- ner solución por medio de Roma. Chile había da-

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do el ejemplo e indicado el camino, y aunque aquí la misión fracasó debido al poco tino de Freiré, el camino ya estaba señalado y por esa vía llegó a to- das partes, más tarde o más temprano, la tan ne- cesaria solución.

Otro hecho de importancia continental fué la creación por Pío IX del Colegio Pío Latino Ame- ricano de Roma'. Este Colegio se debió al esfuer- zo del sacerdote chileno Mons. Ignacio Víctor Ey- zaguirre, cuyo busto se conserva en Roma. Colo- cado bajo la acertada dirección de los jesuítas, este Cplegio ha dado una excelente educación a los alumnos más eminentes de todos los seminarios de América. Baste decir que de allí ha salido gran parte de los prelados americanos y la casi totalidad de los prof.esores de teología. A la elevación cul- tural del clero se ha unido también la benéfica vin- culación de los alumnos de todos los países. Mons. Ignacio Víctor Eyzaguirre fué el primer chileno honrado con el título de Protonotario Apostólico ad instar y recibió delicadas misiones de la Santa Sede para algunos países americanos. Sus preocu- paciones en este sentido nos lo' indica ya el solo título de uno de sus libros: "Los intereses católicos en América*'.

En 1895 las relaciones con Argentina eran por demás difíciles. No se encontraba solución a la

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cuestión de límites y se temía una guerra que nadie deseaba. En estas circunstancias debía hacerse car- go del Arzobispado de Buenos Aires S. E. Mons. Uladislao Castellanos. Entre ambos gobiernos y los propios arzobispos, se acordó que la imposi- ción del palio arzobispal la haría S. E. Mons. Ma- riano Casanova de cuyo prestigio y dotes diplomá- ticas mucho se esperaba. En la catedral de Buenos Aires pronunció el arzobispo de Santiago un elo- cuente discurso ante un inmenso auditorio presidi- do por el propio Presidente de Aigentina, general don Julio A. Roca. E>esde ese momento todo el mundo tuvo la sensación de que la armonía entre las dos naciones se había restablecido gracias a la brillante actuación de Mons. Casanova y su comi- tiva en la que descollaba el entonces Pbro. Ramón Angel Jara. El propio León XIII supo apreciar el valor de esta actuación internacional y envió un autógrafo de felicitación al Arzobispo de San- tiago. En la actualidad, el monumento al Cristo Redentor colocado en la cima de los Andes, en el límite de los dos países, es el mejor vínculp de unión entre Chile y Argentina.

Pero Mons. Mariano Casanova tiene a su haber otra actuación aun más importante para la marcha de la Iglesia en América. Uno de los primeros ac- tos de su gobierno fué dirigirse al Papa León XIII

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para solicitar la celebración de un Concilio Plena- rio de la América Latina. Podemos decir que du- rante la Colonia, la Iglesia se rigió por el Concilio celebrado en Lima por Santo Toribio de Mogro- vejo. Los sínodos diocesanos eran sólo adapta- ciones de aquél. Pero las condiciones habían cam- biado mucho a partir de la Independencia y era de suma conveniencia uniformar la legislación ca- nónica en estas tierras americanas. Acogió León XIII la idea del prelado chileno, y previa consulta a todos los ordinarios de América, se hizo la con- vocatoria. En la ciudad de Roma, del 28 de mayo al 9 de julio de 1899, se reunieron trece arzobis- pos y cuarenta obispos en el Primer Concilio Ple- nario de la América Latina. No faltó ni un solo prelado chileno. Buena parte de los cánones del Concilio habían sido ya aprobados en el sínodo diocesano de Santiago de 1895, presidido por el mismo Mons. Casanova, a tal punto que un histo- riador llega a decir: ''Este concilio debió prestar inapreciables servicios en algunas repúblicas de Am.érica. Para Chile i^o fué tan útil; porque el sínodo diocesano de Santiago de 1895 prestaba los mismos servicios, y era ya conocido de todos* (1).

U) Carlos Silva Cotapos, "Historia Eclesiástica de Chile", pág. 346. Santiago, 1925.

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Este ha sido el único Concilio Plenario de la Amé- rica Latina y todavía está en vigencia en lo que no se opone al Código de Derecho Canónico.

El Seminario Pontificio de Santiago ha jugado un rpl semejante al del Pío Latino de Roma, sobre todo a partir de 1935, fecha de la creación de la Facultad de Teología de la Universidad Católica que, además de atraer alumnos de todo Chile y de diversas Ordenes Religiosas, acoge seminaristas de todos los países americanos y aun europeos que ejercerán su ministerio en nuestras tierras.

En el campo universitario católico, ha tenido también Chile una actuación destacada. El primer presidente de la Confederación Iberoamericana de Estudiantes Católicos (CIDEC) , fué el chileno Eduardo Frei, y su primer asesor, nombrado por el Santo Padre, fué Mons. Oscar Lars,on, también chileno. En 1944 se celebró en los alrededores de Santiago un Congreso de la CIDEC y Pax Roma- na con delegados de casi todos los países. Chile fué designado cpmo sede de un Secretariado Iberoame- ricano de ambas instituciones.

Por iniciativa de la Acción Católica Chilena se celebró en Santiago a mediados de 1945 la Prime- ra Semana Interamericana de Acción Católica con delegados de casi todos los países, incluyendo a Es- tados Unidos y Canadá. Entre lo® impprtantísi-

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mos acuerdos de esta Semana se destaca la creación de un Secretariado Interamericano de Acción Ca- tólica que tendrá por objeto transmitir informa- ciones y aun coordinar las actividades de la Acción Católica en los divers¡os países. Chile fué designa- do por unanimidad como sede de ese Secretariado.

Todos estos hechos están indicando el espíritu de amplio americanismo que siempre ha existido en la Iglesia chilena y que le han merecido la con- fianza de los demás países. Estimo, sin embargo, que no se ha hecho todavía lo suficiente en este terreno de la cooperación iberoamericana. Ahora que los países latinoamericanos parecen despertar de su letargo, que toman conciencia de su impor- tancia, que aspiran a tener vida propia, que no se contentan con ser simples satélites de Europa o Norteamérica, que los modernos medios de comu- nicación (carretera panamericana y líneas aéreas) facilitan extraordinariamente los viajes y mutuo intercambio, ahora habría que hacer un esfuerzo por conocernos mejor y ayudarnos mucho más. Como se dejó constancia en la Semana Interame- ricana de Acción Católica, hay muchos problemas que rebalsan las fronteras nacionales y tienen que abordarse en el plano internacional. Bastaría con- siderar que los grandes enemigos comunismo, masonería, protestantismo están organizados en

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el plano internacional, lo que da eficacia continen- tal a sus campañas. En especial los países peque- ños, como es el mismo Chile, ¿cómo podrán editar siquiera los libros necesarios al apostolado en con- diciones comerciales? Para defendernos del protes- tantismo, y sobre todo porque lo necesita la inte- gridad de nuestra vida cristiana, necesitamos una edición de la Biblia, que sea muy buena y econó- mica a la vez. Me decía el gerente de uña editorial que esa edición no podría ser de menos de 500,000 ejemplares para que resultara económica. Es- una cifra que rebalsa la capacidad de consumo de cual- quiera de nuestros países y tiene que hacerse para toda la América española.

Algo de suma importancia es trabajar en la His- toria de la Iglesia en América. Se la ha calumnia- do mucho y la verdadera Historia la puede reivin- dicar. En una reunión habida en Santiago entre los profesores de la Universidad de Chile y Cató- lica, propiciada por el Auditor de la Nunciatura para que se expusieran en confianza los prejuicios contra la religión, sólo hubo una objeción de ca- rácter filosófico; todas las demás eran acusaciones de falsos hechos imputados a la Iglesia. Y una His- toria de la Iglesia en América requiere investigacio- nes previas de la Iglesia en los diversos países. ¿Cómo se puede sintetizar lo que aun no está es-

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HUMBERTO MUÑOZ R

tudiado? Por otra parte, sobre todo en la Colonia, pero también en la República, tenemos gran nú- mero de factores comunes que hemos de estudiar también en común.

Una idea que se me ocurre muy práctica para esta vinculación de nuestros países, sería la cele- bración de Congresos Eucarísticos Interamericanos. En realidad que los Congresos Eucarísticos últimos de Buenos Aires y Santiago han tenido ya de he- cho un carácter interamericano; pero seria de mu- cha eficacia que esto se organizara ex profeso y con un carácter periódico y rptativo entre las di- versas capitales o naciones.

Es indudable que por su común origen e igual- dad de idioma y religión, los países hispano ameri- canos tienen ya una base excepcional de particular vinculación. A esto puede agregarse el Brasil, que tiene, como nosotros, un origen peninsular y una cultura latina. Norteamérica, en cambio, con su sangre sajona y su cultura de tipo protestante aunque ahora éstos están muy disminuidos no es fácil de asimilar al resto del continente. ¿Qué actitud debemos entonces tomar respecto de ella? Creo que debemos asumir una actitud eclesiástica y realista a la vez. Eclesiástica, esto ts, que la Iglesia debe ponerse al margen de las doctrinas po- líticas que existen al respecto, y realista, porque

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CAT OLICISMO CHILENO

debe aceptar los hechos tal como se presentan. No debemos, por lo tanto, abandonar nuestra antigua ''cristiandad iberoamericana", sino en lo posible mantener esa específica vinculación que tanto bien nos hizo durante la Colonia. Pero debemos tam- bién aceptar como un hecho real la inmensa in- fluencia que Estados Unidos va adquiriendo y au- mentando. ¿Qué actitud debemos tomar frente a la influencia norteamericana? Me parece que lo más cuerdo es una actitud ecléctica, distante, tanto del extremo de los que creen que todo lo del Norte es mejor que lo nuestro, como de aquella aversión que no ve sino una nación imperialista. Como en todas partes, a priori lo podemos decir, en Esta- dos Unidos hay mucho de bueno y mucho de malo. Lo que corresponde entonces es recibir esa influen- cia con beneficio de inventario. Pongamos como norma la doctrina de la Iglesia y tratemos de atraer nosotros mismos aquello que nos sea de utilidad. Para esto, es necesario no juzgar sin conocimiento de causa y habría que estudiar y conocer en el te- rreno mismo lo que de ellos hemos de aprender y lo que debemos evitar. No comencemos, por lo tanto, por cerrar nuestros ojos, sino por estudiar los problemas. Pero hay algunas cosas que sabe- mos desde luego, siquiera en sus rasgos generales. Que ahí la Iglesia Católica es muy floreciente y

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HUMBE RTO MUÑOZ R.

que se preocupa poco de nosotros, y que hay múl- tiples sectas protestantes que trabajan activamente en mandar misioneros a recuperar aquí el terreno que pierden en su patria. Sabemos también que es un país cuya gran mayoría no tiene ninguna reli- gión y que vive prácticamente en el paganismo. Esto ya nos da una pauta para la política que he- mos de seguir.

Se impone desde luego una mayor vinculación con los católicos norteamericanos. Si han de in- fluir desde Estados Unidos, que sean en primer lu- gar los católicos. El delegado de este país a la Pri- mera Semana Interamericana de Acción Católica aseguró que los católicos de su patria estaban dis- puestos a intensificar su ayuda, Y les cabe una cierta obligación moral. Si los protestantes se pre- ocupan tanto de nosotros, ¿por qué no han de ha- cer lo mism^o los católicos? Y hay problemas que sin esa ayuda son casi imposibles de resolver. Me referiré una vez más a la Biblia. De allá llegan magníficas ediciones protestantes, subvencionadas por la Sociedad Bíblica Norteamericana y a un precio imposible de competir, sobre todo con nues- tra débil moneda. Habría que tener una sociedad, con capitales de dólares para poHer hacerles frente.

En Estados Unidos hay gran número de sacer- dotes, a tal punto, que envían misioneros al extre-

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CATOLICISMO CHILENO

mo oriente. ¿No sería más conforme con la polí- tica de buena vecindad que aumentaran el número de los pocos^que han llegado p,or aquí? Estos sa- cerdotes, además de aumentar nuestros escasos con- tingentes, servirían para enseñar la técnica de tra- bajo y los modernos métodos de apostolado. que los misioneros de Maryknoll que hay en La Paz (Bolivia) usan métodos de gran efecto para combatir la propaganda protestante. Si esto se ge- neralizara, sería una cooperación muy eficaz. Mu- chas veces el sacerdote chileno no puede realizar todos sus proyectos por falta de dinero. En cam- bio, los que vienen del Norte, suelen disponer de los medios necesarios. No conozco la literatura ca- tólica norteamericana; pero vislumbro que habría mucho que traducir y hacer circular por estas tié- rras. En resumen, que antes que atacar el protes- tantismo y paganismo que de allá nos viene, hemos de procurar acrecentar la influencia católica.

Otro de los problemas que se nos avecina con el término de la guerra es la ola de la inmigración. Será, sin duda, de gran provecho para el país, si se hace en debidas condiciones; pero plantea a la Iglesia nuevos problemas que urgirá resolver. Y desde luego, un aumento de población significa una intensificación de la crisis sacerdotal que acaso pueda solucionarse procurando que acompañen sa-

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ccrdotes de la misma nacionalidad a los contingen- tes migratorios. Esto tendría grandes ventajas. Es sabido que el emigrante, aun el católico, una vez trasplantado a otro suelo donde no tiene en su fa- vor la fuerza de la tradición religiosa de su patria, tiende a abandonar las prácticas religiosas y a con- sagrar su vida al enriquecimiento personal. En estas condiciones, parece que sólo el sacerdote de la misma nacionalidad tiene el ascendiente necesario para mantenerlo adherido a su religión. Las ex- periencias realizadas en este sentido en Estados Unidos podrían ser de gran utilidad para nosotros. En todo caso, habría que realizar un buen servicio de atención para los inmigrantes, a fin de mantener a los católicos y, a ser posible, convertir a los que no lo sean. La Iglesia se interesará también, y en esto tienen una gran misión los políticos cristia- nos, en que los inmigrantes sean de preferencia ca- tólicos. Esto lo pide, no sólo el bien de la Iglesia, sino también la conveniencia de la patria que en el católico encontrará un elemento más asimilable a la masa católica de la nación. Países como Polo- nia, sur de Holanda, Italia, España y Ukrania, podrían proporcionarnos elementos humanos de primera calidad.

Un punto importante es el que se refiere a los ritos. todo inmigrante prefiere sacerdotes de su

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CATOLICISMO CHIL^ENO

nacionalidad, esto adquiere un carácter de exigen- cia para los fieles de rito oriental. Como allí la liturgia se celebra en idioma vernáculo, nuestro rito latino aparece ante ellos como una religión di- versa; y en cambio, es sabido la poca importancia que dan ios árabes, por ejemplo, a la diferencia en- tre la religión católica y la ortodoxa, Qon tal que les hablen su idioma y hagan sus ceremonias tal como en su tierra natal. En Argentina y Brasil hay aún obispos de rito oriental. Entre nosotros, ni si- quiera misioneros con carácter permanenete. Esto nos expone a la pérdida total de la colonia árabe si no se la atiende rápidamente.

La influencia europea se ha sentido siempre ava- salladora en nuestro continente. No hay motivo para pensar que no se siga experimentando. Pero el porvenir de la cultura cristiana en Europa es una incógnita. Un diluvio de escritores nos anundia cada día que el círculo de la cultura cristiana en Europa está por cerrarse, que se marcha rápida- mente a la disolución completa de la cristiandad medieval. En esta afirmación, no hay nada contra la recta ortodoxia, ya que, si bien Dios prometió asistencia a su Iglesia Universal, la cual nunca pue- de perecer, nunca aseguró que alguna de sus par- tes no pudiera volver al paganismo, como de hecho fea sucedido con el norte de Africa otrora tan ca-

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HUMB ERTO MU ÑOZ R,

tólico y ahora musulmán, y como sucedió también con los países nórdicos que cayeron en el protes- tantismo y ahora caminan también al paganismo. Y cuando se ve el poderío que va adquiriendo Rusia con su comunismo ateo, en verdad que se teme por la civilización cristiana de Europa. Pero tampoco podemos negar que después de la guerra, el catoli- cismo ha ganado terreno en muchos países, aun los protestantes. El triunfo del laborismo en Ingla- terra ha sido ciertamente un golpe para el pro-tes- tantismo y una excelente posibilidad para el apos- tolado de los católicos.

En Alemania, donde los católicos fueron los úni- Qos que opusieron una verdadera resistencia al na- cismo, quedarán ahora en mejor situación que los protestantes que se dejaron arrasar por la propa- ganda totalitaria. Holanda, según las últimas noti- cias, tendrá también mayoría católica, ya que de los 3 millones de víctimas de la guerra, la mayoría eran protestantes. Italia, libre de las trabas del fascismo, verá también aumentado el fervor de su catolicis- mo. España, cualquiera que sea nuestra opinión respecto de la política de Franco, contempla ahora un despertar religioso extraordinario. Todo esto nos hace dudar y remitir el futuro a los secretos de- signios de E>ios. E>e una sola cosa debemos estar se- guros, que sea cual sea la influencia que de Europa

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CATOLICISMO CHILEN O

nos venga, hemos de defender nuestra fe y aprove- charnos de todas las circunstancias, favorables y ad- versas, para el incremento de nuestra santa religión en estas tierras americanas. Y si llegara a faltar la civilización cristiana en Europa, tendremos un nue- vo motivo para trabajar por una nueva cultura que sea auténticamente americana, y sobre todo, autén- ticamente católica.

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INDICE

PAO.

Prólogo 7

Al lector 13

I— (Nuestra posición iiistórica

n.— Corrientes su^bterráneas 41

ni.— Los operarios de la mies 61

IV.— La Acción Católiéa 7t

V.— Mat^Tia y espíritu 95

VI.— El protestantismo 117

VIL— Los hijos d'e las tinieblas 135

VIII.— En el plano internacional 155

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