i EX 3706 .B47 1887 ¡Bermejo, Ildefonso Antonio, 1820-1892. Conflictos y tribulaciones de la CompadnMa de Jes&us 1 CONFLICTOS Y TRIBULACIONES COMPAÑIA DE JESUS DF.SDE SU FUNDACION HASTA NUESTROS DI AS D. ILDEFONSO ANTONIO BERMEJO TOMO SEGUNDO UBRA2YOF PRINCFiOí I ~ L MAR 4 THEOLQGICAL SEMINARY »Ci «i- HUMA lí 101 MADRID AGUSTÍN JL'BERA, EDITOR ALMACENES DE LIBROS 10. calle de Campomanes , 10 1887 Es propiedad. MAÜR1U : I887. -1MP. DE A. PEREZ DUBRULL , FLOR BAJA , 22. CAPÍTULO PRIMERO. os Monarcas dictaban leyes humanitarias en favor de los indios ; pero los conquis- tadores, en su mayor parte aventureros, y que con dificultad respetaban las leyes de la metrópoli , mal podían acatarlas en países tan dis- tantes, y en donde las comunicaciones se retra- saban tanto. Los misioneros Jesuítas quisieron en el Paraguay amparar, por medio de la predica- ción y de la enseñanza, á aquellos pobres indíge- nas, entregados á los que se llamaban encomende- ros, que trataban á los indios como esclavos, á lo cual se oponía resueltamente la doctrina de Jesu- cristo y los ministros de ella. Esta oposición fué acaso el origen dejos disturbios continuados entre los codiciosos comerciantes y los Jesuítas en aque- llas apartadas regiones. TOMO II. i 2 Conflictos y tribulaciones La Iglesia no se descuidaba en civilizar cristia- namente á los salvajes , y el historiador del Perú y Méjico, aun cuando no era católico, se expresa, al hablar de los misioneros, en los términos si- guientes : «El esfuerzo para cristianizar los genti- les es una de las cualidades que caracterizan á los españoles conquistadores. El puritano , con igual celo religioso, hizo comparativamente poco por la conversión de los gentiles , satisfecho , al parecer, con haber asegurado para sí el inestimable privi- legio de adorar á Dios como mejor le placía. Otros aventureros que han ocupado el Nuevo Mundo frecuentemente , han hecho poco caso de la reli- gión, para ser muy solícitos en difundirla entre los salvajes. Pero el misionero español , desde el prin- cipio hasta el fin , ha demostrado un vivo interés en la perspectiva espiritual y prosperidad de los naturales. Bajo sus auspicios se levantaron iglesias en grande escala ; se fundaron escuelas para la instrucción elemental , y se adoptaron todos los medios racionales para esparcir el conocimiento de la verdad religiosa, entretanto que llevaba su solitaria misión á remotas y casi inaccesibles re- giones, ó agrupaba á sus discípulos indios en co- munidades, como el buen Las Casas en Cumaná, ó los Jesuítas en California ó en el Paraguay. En todos tiempos el valor eclesiástico ha estado pronto á alzar la voz contra la crueldad del conquistador, y la no menos menguada concupiscencia de los i de la Compañía de Jesús. 3 colonizadores; y cuando sus demostraciones, como sucedía muchas veces, eran infructuosas , aún con- tinuaba, á pesar de lo lacerado de su alma, ense- ñando á los pobres indígenas á la resignación de su suerte, é iluminando su obscuro entendimiento con las revelaciones de una existencia más santa y más dichosa.» Sin embargo, costaba mucho trabajo adquirir la conversión en donde moraban los conquistado- res. Enseñar la austeridad , predicar la paciencia y la mansedumbre á unos idólatras esclavizados y maltratados por los españoles, era aumentar la cólera del oprimido , y odiaban al opresor, y abo- rrecían al misionero, porque hablaba el mismo idioma y pertenecía á la misma raza. Apartábase el misionero Jesuíta del conquistador, y tan luego como penetraba en un lugar donde el conquista- dor no había puesto su planta, los indígenas sé entusiasmaban con los dogmas del cristianismo; los hombres y las mujeres seguían á los Padres , y acogían su doctrina dócilmente , y pedían el bau- tismo; pero apenas investigaban los conquistado- res que había un lugar donde los Jesuítas habían penetrado, acudían solícitos, instigados por la codi- cia; mandaban trabajar en las minas á los indios; vendían á sus mujeres y á sus hijos en mercados públicos , y encontraban los salvajes una excusa plausible para regresar á la idolatría. Era necesario un cuerpo de hombres decididos 4 Cotifínivi v tribulaciones y acreditados que contrarrestasen el mal , y el obispo de San Miguel creyó que los Jesuítas eran los únicos capaces para tan empeñada tarea, é invitó á la Compañía de Jesús para este propósito. Encontrábanse en Lima algunos misioneros Jesuí- tas que trabajaban con éxito, y acudieron al lla- mamiento del Obispo, y entraron en el Paraguay,, donde fueron recibidos con extremos de alegría y veneración por los sacerdotes y los españoles allí residentes. Introdujéronse los Jesuítas en las tri- bus más recónditas , y después de una larga ex- cursión afrontando todo género de penalidades, regresaron á la Asunción , capital del Paraguay, para decir á su Superior que habían visto doscientos mil seres humanos que con poco trabajo podían venir al redil de Cristo. Vino en esta circunstancia una peste asoladora, y aquí encontraron los Padres una ocasión para demostrar su celo y acreditarse con la asistencia temporal y espiritual que daban á los apestados. Fué el caso que, pasada la tormenta epidémica, los Jesuítas fueron reverenciados por la multitud, y merced á los donativos que recogian , pudieron edificar templos, establecer escuelas y residencias para los misioneros. El P. Romero había sido nombrado Provincial, y , deseoso de propagar la doctrina cristiana , se adelantó al país de los dieguitas, pueblo idólatra, que escuchó su predicación y se dispuso á aceptar de la Compañía de Jesús . 5 la religión católica , y en un sólo dia se dejaron bautizar millares de indios; pero los colonizadores que lo entendieron , penetraron en aquel territorio, y abusaron de aquellos dóciles habitantes, repar- tiéndolos en encomiendas y reduciéndolos á la esclavitud , lo cual dió margen para que los con- vertidos murmurasen de la religión de los espa- ñoles , afirmando que era un lazo para hacerlos esclavos, y costó mucho trabajo al P. Romero convencerlos de que sus actos eran desinteresados, y que los Padres propendían á la libertad. El Pa- dre Romero estuvo á pique de ser sacrificado por los indios, de lo cual se salvó milagrosamente. Esta conducta del P. Romero prueba que la Compañía de Jesús estuvo constantemente opuesta á la esclavitud de aquellos naturales; y como esto los impulsaba á mayores sacrificios , los coloniza- dores vituperaban este proceder de los Jesuítas; y no solamente reconvenían ásperamente á los Pa- dres , sino que arrancaban á los indios de las reduc- ciones para llevarlos á trabajos penosos é insufri- bles. Esto dió motivo para que los Jesuítas del Paraguay apelasen al Rey con un manifiesto sen- tido , y para que los colonizadores , desoyendo la voz del Soberano, duplicasen su rapacidad, lo mis- mo en las reducciones que fuera de ellas. Y cla- maban los Jesuítas contra los colonizadores , di- ciendo : «La ley de Dios y la ley de las naciones prohiben la esclavitud , y por eso los indios son 6 Conflictos y tribulaciones declarados hermanos nuestros. Nosotros les demos- tramos la belleza de la paz y del orden ; les ense- ñamos que el abuso de la libertad es la peor de las esclavitudes ; les hacemos comprender las ven- tajas de vivir bajo un gobierno bien ordenado , y esperamos ver un dia en que estos pobres salvajes aprendan á bendecir la bx>ra en que adoptaron la religión de Jesucristo y en que han llegado á ser los subditos de un Monarca cristiano». Pero estos acentos no llegaban á los oídos de la codicia. Los Jesuítas se retiraron á lugares apartados para hacer sus reducciones con menos molestias y contrariedades. La formación y el buen suceso de las cuatro reducciones que se habían consti- tuido aumentaron la reputación de los Padres, y éstos se estimularon á extender sus misiones. Presentóse en esta ocasión al gobernador del Paraguay una tribu solicitando pastores para cons- tituirse en congregación. Los solicitantes pertene- cían á la raza de los caníbales. El Gobernador llamó al P. Torres, y le indicó la petición de aquellos in- dios , preguntándole si habría entre sus compañe- ros quienes se determinasen á penetrar en el seno de aquellos fieros salvajes. Entonces el P. Torres, que ejercía el cargo de Provincial, reunió á los compañeros, é hizo presente lo que se pedía , aña- diendo que las tribus adonde era menester encami- narse eran feroces sobremanera , y que , por lo tanto , los hermanos que allí penetrasen tenían que de la Compañía de Jesús. 7 llevar casi el convencimiento del martirio; pero que había necesidad de conquistar idólatras , y que las empresas difíciles eran las más merito- rias para ganar el reino délos cielos. Puso los ojos el Rector en el P. Lorenzana, y le dijo : «Padre, el Señor una vez dijo á Isaías : ¿á quién enviaré y quién querrá ir?» Arrojóse Lorenzana á los pies del Provincial , y repitió las palabras del Profeta: «Aquí estov ; enviadme». Y el P. Lorenzana salió á su peligrosa empresa , acompañado de un sacer- dote joven que se brindó para compartir con él sus trabajos. Con efecto : establecieron una choza en medio de las tolderías, y, aunque vivieron con algunas precauciones para no ser asesinados , lograron convertir á dos caciques, y éstos indujeron á sus subordinados á que también se convirtiesen , to- mando las aguas del Bautismo. Otros indios se declararon enemigos; hubo lucha, pero los cris- tianos salían siempre vencedores. Fué el caso que, apartándose los católicos de los idólatras , edifica- ron una iglesia en una altura distante, y se fundó una nueva reducción , bajo el nombre y patronato de San Ignacio, que fué la quinta en orden. Asi permanecieron largo tiempo estas misiones bajo el cuidado del P. González, hasta que una partida de paganos atacaron la reducción , y des- pués de la victoria degollaron al misionero Jesuíta porque no quiso separarse de sus protegidos. Vino 8 Conflictos v tribulaciotia á reemplazarle otro Padre ; pero fué apedreado por ■ los indios, de cuyas resultas murió. Sin embargo, los indios cristianos empuñaron las armas y ven- garon la muerte de estos sacerdotes, cuyos huesos llevaron á la Asunción para sepultarlos como sa- grados despojos de dos mártires. No obstante, las reducciones progresaban con' su aislamiento absoluto, poniendo las misiones fuera del alcance de los encomenderos , y estos resultados satisfactorios inspiraron á los Jesuítas del Paraguay el pensamiento de legalizar el apar- tamiento, y acudieron con esta solicitud al rey Felipe III, demostrando en su pretensión las ven- tajas que se obtendrían apartando enteramente á los indios de los colonizadores, y teniendo los Pa- dres autorización legal para que no intervinieran en sus actos los poderes gubernativos de las colo- nias. Felipe III respondió á la instancia con un rescripto, por el cual se autorizaba á los jesuítas, no sólo á preservar á los indios convertidos del yugo de la encomienda, sino también ponerlos enteramente en congregaciones, de tal modo, que quedasen separados de una manera eficaz de todo contacto con los colonizadores. El solo rumor de este permiso fué suficiente para despertar la in- dignación de los encomenderos; pero los Jesuítas permanecían firmes en sus propósitos al amparo de su autorización. Algo pudo moderar la codicia de los coloniza- 0 de la Compañía de Jesús. 9 dores el mandato expreso del Soberano ; pero se preparaba á los Jesuítas otra lucha con los pablis- tas ó mamelucos, gente inquieta y criminal , que se había instalado en una altura inaccesible del Brasil , y cuyas tropelías no podían poner á raya ni las tropas portuguesas. Atacaban á las tribus á rWano armada; se apoderaban de los indios ; se los repartían como esclavos, y aun los vendían en público y bochornoso mercado. Los Jesuítas se oponían á este tráfico infame ; recogían á los in- dios, los amparaban, y reclamaban justicia contra los pablistas al virrey del Perú , lo cual provocó la hostilidad más encarnizada de los mamelucos con- tra los misioneros de la Compañía. Cuando no atacaban á las redacciones con las armas en la mano , se disfrazaban con el ropaje de los Jesuítas , y fingiéndose misioneros é imi- tando la dulzura y mansedumbre de los Padres, penetraban en las tolderías y seducían á los salvajes para que los siguiesen , y cuando los veían en me- dio de sus baluartes , los encadenaban y los redu- cían á la más abominable esclavitud. Envalentonados los mamelucos con sus con- quistas , se presentaron por último á cara descu- bierta en la Encarnación del Paraguay ; pero vién- dolo el P. Montoya, que era el Provincial , corrió al lugar del peligro , detuvo á los fugitivos indios, los exhortó para que retrocedieran para rescatar á sus hermanos cautivos , y mientras se apresuraba io Conflictos y tribulaciones á armarlos para la pelea , despachó al P. Mendoza para negociar con el enemigo. Una nube de flechas y un disparo de arcabuz saludaron la aproxima- ción del Padre , que fué herido, en tanto que caía muerto á sus pies un neófito. Buscó, no obstante, al capitán de aquellos bandidos , y le vituperó su proceder contra Dios , contra la ley y contra lós hombres. El mameluco escuchó al Padre negocia- dor , y consintió en retirar las tropas ; pero duró muy poco el interregno , porque algún tiempo después atacó sin piedad las reducciones de la En- carnación , San Miguel y otras , donde , lo mismo el P. Mola que el P. Mansilla , estuvieron á punto de sucumbir á manos de los enemigos. Los mamelucos no descansaban en sus propó- sitos de rapiña y desolación : unas veces marcha- ban sobre las reducciones en guerra declarada; otras salían de improviso de una emboscada ; in- cendiaban ó talaban los sembrados de los neófitos, ó los sorprendían en algunas de sus festividades para aprisionarlos. Un enemigo tan perseverante en las cercanías de San Pablo no podía cimentar la paz en aquellas reducciones , por lo que 'deci- dieron los Jesuítas huir á largas distancias. Algu- nos no quisieron seguir á los Padres por el cariño que profesaban al territorio en que habían nacido; pero pagaron cara su obstinación , porque fueron víctimas de los mamelucos. La expedición fué dilatada y penosa ; pero todo de la Compañía de Jesús. i \ lo vencieron la perseverancia de los Padres y la docilidad de los neófitos. Caminaron por densas y enmarañadas selvas , donde los árboles añosos no cedían el paso más que al corte del hacha. Muchos sucumbieron al hambre y á la fatiga , y cuando llegaron á su destino, fué para comenzar nueva- mente el trabajo de las reducciones. Los Jesuítas tuvieron , por último , la satisfacción de ver á sus diseminados neófitos reunidos en las riberas de lubaburrús, pequeño arroyo que corre en dirección occidental á desaguar en el Paraná ; pero allí mismo fueron perseguidos por los mamelucos y los sal- vajes idólatras , y por último expulsados , sin que hubiese podido evitarlo la intervención del Obispo de la Asunción. Lograron restablecerse en la provincia de En- tre-Ríos , que , rodeada por el Paraná , poseía una barrera natural contra toda invasión. Por el mismo tiempo el P. Montoya pudo conseguir un edicto de Felipe IV permitiendo el uso de las armas de fuego en las reducciones , y desde entonces pudieron los indios estar más tranquilos en sus posesiones , porque pelearon como bravos en de- fensa de sus derechos. Los enemigos de los Jesuítas tuvieron un aliado poderoso en la persona de D. Bernardino de Cár- denas , nuevo Obispo de la Asunción , que favo- recía el comercio de esclavos. Era hombre de gran talento, pero de una ambición ilimitada. Existía 12 Conflictos y tribulaciones una informalidad en su consagración ; informalidad que la anulaba : lo dijo él mismo en uno de los colegios de los Jesuitas , y éstos , siguiendo los impulsos de su conciencia , se vieron impelidos á manifestar su oposición , desde cuyo momento co- menzó el Obispo á trabajar secretamente contra los Padres, á fin de expulsarlos de la ciudad. El Gobernador era débil , y los colonizadores adula- ban al Prelado porque favorecía su tráfico , y fue- ron denunciados los Jesuítas como los apóstoles quijotes de la libertad indiana. Éste era precisa- mente el título que más los enaltecía, pero el que provocó el odio de los poseedores de esclavos. Llegó á tal punto la animosidad de D. Bernar- dino de Cárdenas contra los Padres misioneros de la Compañía, que los excomulgó y prohibió á los fieles comunicarse con ellos. Procuró el Goberna- dor interponer su valimiento en favor de los Pa- dres, pero los colonizadores se pusieron de parte del Obispo. Se hablaba de minas de oro existentes en los territorios ocupados por los Jesuítas y sus neófitos , y esta idea tentadora duplicó el senti- miento de la codicia. Depuso un hombre, bajo juramento, que había encontrado á un indio lle- vando sobre sus espaldas tres grandes sacos de oro, regalo que hacía el Provincial de la Compañía á los colegios de Córdoba y de la Asunción. El Gobernador trató á aquel indigno perjuro con el desprecio que merecía; pero la noticia se había de la Compañía de Jesús. 13 divulgado, y el vulgo se inclina siempre á dar asentimiento á lo absurdo. Nombró el gobierno un delegado para que visitase las reducciones donde se suponía que se ocultaban las minas de oro; pero después de mu- cho tiempo gastado en inútiles investigaciones, algunos de los acusadores, no queriendo morir como habían vivido , declararon en su lecho de muerte la falsedad de la acusación y el motivo que los sedujo á la mentira. A pesar de todo esto, pudo más la codicia, pudo más la intriga , y los Jesuítas fueron expulsa- dos de las reducciones , aunque luego se decretó el restablecimiento de las misiones y fueron castiga- dos los calumniadores. Muere elGobernador repen- tinamente, y entonces D. Bernardino de Cárdenas expulsa á los Jesuítas de la ciudad. Protestaron contra semejante violencia, y consiguieron el res- tablecimiento por mandato real, y D. Bernardino fué depuesto de su obispado por disposición del Padre Santo en 1666. Desde entonces pudieron los misioneros dar ancha extensión á sus proyectos de conversión y civilización de los naturales. Gaspar de Arteaga , hermano converso de la Orden de San Francisco, concibió en 1658 un odio tan encarnizado contra los Jesuítas del Paraguay, que, para satisfacerle á sus anchuras, inundó con sus obras todos los países en que la Compañía fundaba residencias ; y, no satisfecho con esto, con 14 Conflictos y tribulaciones fecha 9 de Junio de 1659 ostentaba este religioso una aversión tan mortal contra los Padres, que, no contento con propagar sus libelos infamatorios hasta la ciudad de Angola , en Africa , los llevaba hasta Holanda, según consta de una información, donde los mandaba imprimir, para desde alli re- partirlos por todo el globo. Pero tantos y tan continuados contratiempos no eran bastantes á debilitar la entereza de los misioneros en su benéfica propaganda. Por los años de 1653, venciendo obstáculos insuperables y arriesgando sus vidas, penetraron con los Padres Medina y Luján en el país de los mataguayez , y llegaron al Chaco, en tanto que otros se encami- naban á parajes más lejanos , para implantar en ellos el signo sublime de nuestra redención. Bro- taron nuevas acusaciones; decían que los Padres de la Compañía aislaban á los indios parapetándo- los con la felicidad, y que cerraban las fronteras del Paraguay á los sacerdotes seculares ; pero los hechos desmentían la acusación , puesto que bus- caban auxiliares idóneos, con tanta más razón, cuanto que los necesitaban , teniéndose en cuenta la vasta extensión de aquellas tierras , y el gran número de idólatras á quienes era necesario con- vertir. Esto puede comprobarse con una carta de «ino de los Padres franceses que trabajaban á la sazón en aquellas colonias, y que se expresaba de la siguiente manera : « Hay más de veinte aldeas de la Compañía de Jesús. i 5 compuestas de indios civilizados , escribía el Jesuíta en 1656, en las que existen unas mil familias, y en cada familia de cinco á seis personas ; de ma- nera que se pueden contar cinco ó seis mil almas en cada aldea ; á más de las veinte residencias ya establecidas , se ha dado principio á la fundación de otras tres , cuyo cargo hemos confiado á algu- nos buenos sacerdotes , ya que el Padre Santo ha otorgado á nuestro reverendo P. Provincial la facultad de elegir á los sacerdotes que quisiere para el servicio de estas nuevas iglesias. Nuestros Padres se ocupan particularmente en reunir á estas pobres gentes , buscándolas en los bosques y con- duciéndolas á la población. » Los indios convertidos del Paraguay , no sólo fueron fieles á la religión que habían aceptado, sino que cumplían con sus máximas de lealtad ; desde que se bautizaban se consideraban enemi- gos de sus mismos compatriotas que no habían aceptado el cristianismo , y se vió en alguna oca- sión que los indios educados por los Jesuítas de- fendieron á los españoles, sus crueles perseguido- res , de la rapacidad de los salvajes idólatras que invadían los pueblos en que los conquistado- res residían. Dígalo el gobernador del Paraguay, D. Alonso Sarmiento, que, lo mismo él que sus soldados, debieron su salvación á la intrepidez y bravura de los neófitos civilizados por los Padres de la Compañía, que eran tan diestros en el ma- 16 Conflictos y tribulaciones nejo de las armas, como en el de las herramien- tas para su labranza v oficios. Convencido el gobernador del Paraguay del ascendiente de los Padres con los indios, en todos aquellos conflictos en que tenía que intervenir el concejo , les pedía su cooperación , y de este modo se establecieron pactos y treguas de paz que ne- gociaron con los indios salvajes los Padres Andrés Rada, provincial del Paraguay, Agustín Fernán- dez y Pedro Patricio. Una tregua de seis años de pacificación fué un periodo de felicidad para los misioneros, pues durante este tiempo aumenta- ron sus reducciones, progresóla agricultura, se propagaron las artes y los oficios , y fué el Para- guay un verdadero paraíso. Ocasión habrá durante el curso de esta obra de regresar al Paraguay, no sólo para describir la situación dichosa en que se encontraban aquellas misiones, que constituyeron una verdadera repú- blica cristiana , sino para dar cuenta menuda de las causas que destruyeron aquella gloriosa insti- tución , formando el más lamentable contraste que puede concebir el entendimiento humano. El panorama de felicidad que disfrutaba el Pa- raguay se propagó por Europa, y los ingleses en- traron en ganas de buscar en otros lugares de América iguales resultados. En la misma isla que llamaron de La Libertad, esclavizaron á los católicos, pues hasta les negaban el derecho de de ta Compañía de Jesús. 17 educar á sus hijos , no permitiéndoles practicar su culto públicamente. Persuadidas las familias cató- licas de que los Jesuítas realizarían en favor suyo el prodigio del Paraguay, se decidieron á hacerse á la vela con rumbo á Maryland , y desembarcaron en la isla de San Clemente el 27 de Marzo de 1634. He aquí cómo se expresa el historiador ame- ricano Mac-Mahon , al hablar de estos célebres expedicionarios: «Encontraron los débiles emigra- dos un motivo bien fundado de júbilo todavía más racional y profundo. Prefiriendo toda especie de privaciones á la de la libertad de conciencia, habían renunciado á cuanto tenían de más precia- do en su país natal , para lanzarse , pertrechados con el apoyo de la Providencia , en medio de los peligros á que podía exponerlos una región desco- nocida y habitada por un pueblo salvaje ; pero el Dios en quien confiaban estaba con ellos, y con objeto de prepararles una acogida favorable, aquel Ser que tiene en su mano los corazones de los mortales, había dotado á aquellos bárbaros de una extremada afabilidad. ¿Dónde hallaremos en la historia de ningún reinado un acontecimiento más digno de conmiseración que el desembarque de la colonia en el Maryland? Hállase identificado con el origen de un estado venturoso y libre; nos pone á la vista los fundamentos de nuestros gobiernos, basados en el principio vasto y sólido de la liber- tad religiosa y civil, y nos patentiza con orgullo TOMO [f. 2 i8 Conflictos y tribulacionet á los fundadores de esta república como hombres que, por disfrutar de su independencia, cambia- ron los placeres del lujo, la sociedad de sus ami- gos y los placeres de una existencia civilizada, por las privaciones y riesgos de un país bárbaro. En un siglo en que la crueldad y perfidia caracteriza- ron con demasiada frecuencia la superioridad de la vida europea á la vida nómada , nos los presenta desplegando en sus relaciones con los indígenas toda la amenidad y buen gusto , exclusivamente propios de la humana naturaleza , unida á toda la caridad que inspira la religión. Nosotros quería- mos evitar un contraste odioso, y olvidar la gro- sería del espíritu puritano , que tantas veces se ha engañado, tomando la intolerancia por un celo santo; pero no podemos menos de hacer girar nuestras desoladoras miradas hacia los peregrinos de Maryland , fundadores de la libertad religiosa en el Nuevo Mundo: ellos fueron los que erigie- ron el primer altar en aquel continente, donde el primer fuego sacro que se encendió subió al cielo junto con las bendiciones de los salvajes.» El P. White , aunque atormentado por los años y por las penalidades que sufrió en su pa- tria , tuvo el suficiente valor y la santa perseve- rancia de recorrer el país de Maryland ; estableció una choza , que , andando el tiempo , se convirtió en un templo adonde los emigrados ingleses acu- dían para reverenciarle. Con él oraban los hom- i/f la Compañía de Jesús. 19 bres civilizados , y á seguir su ejemplo se apresta- ban los indios, y en un reducido número de años los protestantes perdieron completamente su pres- tigio en aquellas selvas. Sin embargo , los misioneros tenían que luchar con muchos obstáculos para cimentar su propa- ganda , siendo una de las mayores dificultades el idioma de los indígenas, no solamente dificilisimo de aprender por su natural estructura, sino por la infinidad de dialectos en que estaban divididas aquellas tribus. He aquí lo que en 1635 escribían al General los Jesuítas : «Pocas son las cosas que podemos decir con respecto á esta misión, recientemente inaugurada ; los numerosos obs- táculos con que tenemos precisión de luchar no nos permiten evaluar los resultados obtenidos hasta ahora entre los salvajes, cuyo idioma apren- demos con mucha lentitud. Somos tres sacerdotes y dos coadjutores, los que soportamos con jú- bilo los trabajos presentes con la esperanza de lo futuro». Los anglicanos residentes en Virginia no po- dían contemplar serenamente los triunfos de los misioneros católicos, y se derramaron por aque- llos bosques, pronunciando con repetición la pala- bra españoles, con el propósito de infundir aver- sión á estos Padres que tan singulares triunfos obtenían ; pero el P. White , con el crucifijo en la mano, penetró en las selvas con heroico arro- 20 Conflictos y tribulaciones jamiento é infundió en los corazones de aquellos habitantes el deseo de abrazar la religión cristiana, y en este camino perseveró hasta que le rindió por completo la fatiga y el peso de su ancianidad. Igual suerte experimentaron los padres Grave- ner, Altham y Juan Brock ; este último, algunos diasantes de su muerte, escribía al General de la siguiente manera : «Preferiría morir de hambre y de sed en una tierra estéril , y privado de todo humano auxilio , con tal de trabajar en la conver- sión de estos indios, á admitir una sola vez la idea de abandonar esta santa obra por temor de ca- recer de lo necesario». Lo necesario para los Je- suítas de Maryland, era el beneficio de la salud. El puritanismo penetró en aquellas regiones á mano armada; los católicos fueron perseguidos tenazmente: el P. White, enfermo y valetudinario, fué cargado de cadenas y conducido á Inglaterra; desde 1642 á 1648, la persecución fué implacable; pero como la semilla del catolicismo estaba sem- brada , al cabo de estos seis años compareció de nuevo el P. Fischer, á cuyo influjo renació la idea del Evangelio, lo cual comprueba la siguiente carta que escribía al General de la Orden. «Al fin, decía, hemos abordado mi compañero y yo á la Virginia en el mes de Enero, después de un viaje regular de siete semanas, y habiéndole dejado en esta co- marca, he aprovechado una ocasión favorable para continuar mi camino, llegando á Maryland en el de la Compañía de Jesús. 21 actual Febrero. Por una providencia particular , he hallado reunida mi grey después de tantas calami- dades como han ocurrido en el espacio de tres años , encontrándola en un estado más floreciente que nunca. Sería imposible describir el júbilo con que los fieles me han acogido, así como también mi regocijo al verme entre ellos; me han recibido como á su ángel consolador, y ahora que me dis- pongo á verificar una separación, reclaman mi au- xilio. ¡ Han sido tan maltratados por sus enemigos desde que me arrancaron de entre ellos! Apenas sé lo que debo hacer; no puedo acudir á todo. Verdaderamente hay flores en esta tierra. ¡Ojalá pudieran recogerse los frutos ! » La revolución inglesa , á pesar de su obstinado empeño en borrar de Maryland las huellas del ca- tolicismo, no pudo conseguirlo. CAPÍTULO II. i i! as discusiones teológicas y las intrigas mo- násticas no habían cesado en España en 1626, aun cuando se amortiguaban para resucitar, y, comoera consiguiente, los Jesuítas par- ticipaban deesta tendencia, lo que el general Mucio Vitelleschi quiso evitar á todo trance. Sabiendo que muchos pueblos de España y Portugal se halla- ban sumidos en la ignorancia, y que en los campos de Aragón, Andalucía y Castilla se desconocían los elementos más necesarios para el cultivo de la reli- gión católica , pensó que era tan meritorio para la Compañía trabajar en la obra de la redención en lo interior de 1« Península, como buscar esta evan- gélica fatiga en tierras lejanas y desconocidas. Dió el General las órdenes convenientes , y distribuyó 24 Conflictos y tribulación^ en esta cristiana tarea por los pueblos de España y Portugal para el propósito indicado á aquellos Pa- dres que con más vehemencia se sentían inclinados á sostener sus controversias teológicas, y consiguió distraerlos, conduciéndolos por un camino más pro- vechoso y positivo para el triunfo de la religión católica. Obedecieron los nuevos misioneros , y se vie- ron pobladas de Jesuítas las campiñas de Andalu- cía , Aragón, Castilla, las montañas de Asturias, Gandía, Tarragona, Bilbao, Salamanca, Tortosa, Cádiz , Barcelona, Santiago , Jaén , etc., donde demostraron su poder y su influencia. Ésta se vió demostrada en Sevilla , y lo probará el siguiente suceso. Encontrábase el tesoro de Felipe IV un tanto apurado , y queriendo cubrir el déficit , im- puso un tributo extraordinario á la ciudad de Se- villa, cuyos habitantes no querían satisfacer, por- que lo conceptuaban injusto ; pero antes que fuese ostensible la rebeldía, y sabiendo el Rey que existía en la capital un Padre de la Compañía, llamado Jacobo Ruíz de Montoya, que por su sabiduría era el ídolo de los sevillanos, le escribió el Monarca una carta, diciéndole que si lograba inclinar el ánimo de los magistrados para que el tributo se llevase á cabo , le ofrecía consignar esta obra meritoria en los anales históricos , y reco- mendarla á Su Santidad para los fines oportunos; pero el Padre Jesuíta respondió que en todo se de la Compañía de Jesús. 25 sometía á la voluntad de su Soberano, pero que no sería jamás cómplice de la opresión contra el pueblo para que satisficiese una gabela injusta. Conformóse el Rey con la decisión del P. Monto- ya , y aplaudió su generosa independencia en favor del pueblo. Eran tan numerosos los Institutos y colegios que fundaron los Jesuítas en Sevilla y otras partes para propagar las ciencias á los pobres , que no había capital suficiente para sufragar los gastos que ocasionaban estos establecimientos. El admi- nistrador temporal , que era un hermano coadju- tor, deseoso de mejorar la condición de estas escuelas, se dedicó al comercio; hizo empréstitos, aglomeró capitales, y los impuso sobre buques, esperando aumentar sus rentas, sin dar parte á los Jesuítas de sus especulaciones ; pero el mar se tragó el capital, y los acreedores que le habían otorgado su confianza le acusaron de hombre fraudulento , creyendo que disponía de aquellos fondos á nombre de los Jesuítas, y pidieron su dinero. Enterada la Compañía , obró como su ho- nor lo exigía , reembolsando á los acreedores de sus pérdidas, y el coadjutor fué expulsado de la Orden, y murió pobre y arrepentido de su culpa. Este hecho tan claro se comentó de muchos mo- dos por los enemigos de los Jesuítas. Felipe IV llevaba mal las riendas del estado, y dejaba al conde-duque de Olivares el cuidado de 26 Conflictos y tribulaciones los negocios, y, por lo tanto, Portugal aspiraba a su independencia. Los Jesuítas portugueses se en- contraban en una posición difícil , tanto más, cuan- to que los conspiradores reclamaban sus luces y cooperación para este acto de rebeldía contra el Soberano de España. Los Padres, obedeciendo las órdenes de su General , se apartaron del teatro de la acción , dejando que los sucesos proclamasen al vencedor, y el Provincial , que había pronosticado el movimiento y previsto sus consecuencias , fiel á la ley que le habían trazado las Congregaciones, prohibió terminantemente á los individuos del Ins- tituto que se mezclasen en la insurrección ni di- recta ni indirectamente. No obstante , sucedió lo que en la Liga ; algu- nos Padres portugueses, impulsados por el senti- miento del patriotismo, no pudieron contenerse, y manifestaron desde el pulpito su adhesión y su amor á la independencia , distinguiéndose entre todos el P. Francisco Freiré, que fué el que ver- daderamente provocó el movimiento insurreccio- nal de Evora. Condenóle el Provincial á una re- clusión carcelaria por su desobediencia ; pero se interpusieron los nobles de Portugal para sacarle del encierro, lo cual consiguieron, así como la separación de España y Portugal, subiendo al tro- no la casa de Braganza. El quinto generalato de Vitelleschi hubiera sido una serie de venturas para la Compañía , si no hu- de la Compañía de Jesús. 27 biese venido á perturbar este reposo una tormenta en Malta, que dió por resultado la expulsión de los Jesuítas de aquel territorio. En el seno de Malta, donde los caballeros se lanzaban con tanto denuedo en defensa de la reli- gión contra los infieles, reinaba un libertinaje que rayaba en desenfreno, á lo cual quiso poner coto el Gran Maestre con órdenes que no eran obede- cidas. Proyectaron los caballeros celebrar una re- presentación teatral , en la que debían aparecer mujeres disfrazadas de hombres , y el Gran Maes- tre no quiso dar su consentimiento. Ruegan los caballeros con insistencia, y Pablo Lascaris, que era el Gran Maestre , responde que se acomodará con el parecer del P. Casia, Jesuíta que merecía la "confianza del Gran Maestre. Consultado el Jesuíta, se opone resueltamente, y un caballero, llamado Salvatici , se enfurece y excita á los compañeros para la rebelión. Se disfrazan con el traje de los Jesuítas, y recorren las calles dando gritos desafora- dos contra los Padres; el Gran Maestre pone preso al motor principal del motín; los caballeros se llenan de ira; ponen en libertad al prisionero, y, dirigiéndose después al colegio de los Jesuítas, sa- quean el edificio , apresan á once Padres , y los trasladan á un buque que estaba para hacerse á la vela hacia Sicilia; pero enterado el Pontífice del suceso, restableció á los Padres en la Isla, y Luís XIII, indignado del escándalo, escribió una 28 Conflictos y tribulaciones carta á Lascaris, en que le aconsejaba que usase rigor grande con los caballeros , y que respetase á los individuos de la Compañía de Jesús, á fin de que no se reprodujesen aquellas lamentables es- cenas. Por este tiempo había estallado en el Norte la guerra de los Treinta Años, siendo Tilly, Walstein y Piccolomini los tres grandes campeones de la causa católica en Alemania , y los que acogían á los Jesuítas en su campamento, que, no sólo au- xiliaban á los moribundos, sino que aplacaban el rigor de los vencedores contra los prisioneros he- rejes, predicando la humanidad y propagando por todas partes el sentimiento de la caridad, ejem- ' pío que no seguían los protestantes. Por este tiempo apareció en Cracovia" aquel célebre librejo que se tituló: Mónita secreta ó ins- trucciones reservadas de la Compañía de Jesús. Libro infame que se atribuyó á la pluma de Jerónimo Zavrowski , cura de Godzice; pero que nadie tuvo el suficiente descaro para declararse su autor. En este libro se supone al General de la Compañía dictando á sus subordinados órdenes reservadas, encaminadas á eternizar su poder y acrecentar su fortuna. En esta obra abrazó su autor con el pen- samiento todo lo que es dable practicar hipócrita- mente á una Sociedad presentada en público y au- torizada por el público. Revelan sus capítulos una maldad calculada, una idea de dominación exclu- de la Compañía de Jesús. 29 siva y una ambición desenfrenada , pero emanan al par estos sentimientos de una ciencia tan sutil y esclarecida, que atenúa considerablemente toda la suspicacia malévola que aquéllos encierran. Ese tejido de mentiras sólo merece la sonrisa de la ironia y el gesto del desprecio. Los Jesuítas se os- tentaban demasiado para que no fuesen calumnia- dos por la envidia. ¿No Hubiera sido altamente reprensible que, pudiendo volar al socorro de sus hermanos , se hubiesen refugiado en los hogares domiciliarios, viviendo exclusiva mente para ellos, como otras muchas Ordenes ? Si esto hubiesen practicado , no estarían hoy sus reputaciones ex- puestas á la crítica ponzoñosa de sus enemigos. No serían hoy tan mal premiados sus sacrificios ni tan escarnecidas sus virtudes. La Mónita secreta falsamente atribuida á los Je- suítas, tenía por objeto destruir la confianza que el mundo católico depositaba en ellos, y presentar a los hijos de San Ignacio como ciegos instrumen- tos de unas leyes perversas y de un sistema inva- sor, que sembraba el disturbio aun en el seno de las familias. Este libro fué un arma poderosa, á que apelaron las Universidades de Cracovia, Lo- vaina y la de París, para continuar la guerra contra la Compañia : La Mónita secreta fué condenada por el Santo Padre y los Obispos polacos, descargando á los Jesuítas de tan sacrilega invención. Los Padres no desmayan por esto en sus pro- 30 Conflictos y tribulaciones pósitos; fundan colegios en Hungría, á pesar de los obstáculos que á ello se oponen ; pero el Padre Pazmany ve coronada con la victoria su heroica perseverancia. Sin embargo , entablóse una lucha encarnizada entre los católicos y los protestantes alemanes, de cuyas resultas volvieron á verse sa- queados los colegios de los Jesuítas , y muchos de éstos fueron horriblerrfente asesinados. De este modo caminaron los asuntos, hasta que se celebró un tratado entre Francia y Suecia, en el cual se comprometía Gustavo Adolfo á patrocinará los Je- suítas; pero después de la batalla de Lutzen, en la que Fernando II fué declarado vencedor, éste se propuso realizar su idea católica, y lo verificó, ex- trañando de sus Estados hereditarios á los protes- tantes, que se habían propuesto aniquilar su poder, para lo cual ordenó firmar en su imperio una especie de empadronamiento de los herejes con- vertidos por los Jesuítas, que ascendieron á un mi- llón quinientos mil. Comprendían los hijos de San Ignacio de Lo- yola que para llevar á cabo lo que su Instituto se proponía, se necesitaban grandes recursos; era me- nester á todo trance combatir la herejía y someter los ánimos á la moral evangélica; y como los so- beranos católicos de Alemania despojaban á los protestantes de los bienes que habían usurpado á la Iglesia , en el reparto y distribución que se hacía entre las comunidades , pidieron los Jesuítas la re- de la Compañía de Jesús. 3 1 paración de sus pérdidas y lo que pudiera corres- ponderás, para establecer nuevos colegios de ense- ñanza; pero gran parte de lo que edificaron fué destruido por los herejes durante la guerra, sucum- biendo bajo el martirio los PP. Lorenzo Passok y Mateo Cramer. Al primero le ofrecieron la vida si blasfemaba contra; la Virgen , y viendo que la re- verenciaba y la bendecía, le asesinaron. No lejos de aquel sitio vió el principe de Lawenburg al P. Cramer, que suministraba los últimos sacramen- tos á un soldado agonizante ; amartilló la pistola, y le desbarató el cráneo de un tiro, y exclamó en se- guida, en presencia de Tortenson y demás Genera- les: « He dado la muerte á un papista en el ejercicio de su idolatría». Los protestantes holandeses per- siguen con encono á los Jesuítas, ya diezmados por los horrores de la peste , pues perecían á la cabecera de los enfermos. Sin embargo, convirtie- ron al cristianismo al duque de Bouillon , goberna- dor de Utrecht , y viendo los herejes que no podían vengarse del Príncipe , dirigieron su encono contra los Jesuítas que le habían convertido, que fueron los PP. Juan Bautista Bodens y Gerardo Paezman, á quienes acusaron de conspiradores para intro- ducir á los españoles en una fortaleza. La conjura existia; pero ningún Jesuíta se había mezclado en ella. Buscaron falsas testificaciones; negaron los Padres, y fueron llevados al tormento. Colocáronlos sobre dos planchas de hierro candente, y puestos 32 Conflictos y tribulaciones en aspa, atáronlos de pies y manos con cadenas erizadas de puntas de acero que les atravesaban la carne. Apenas había tostado el fuego sus carnes, cuando les aplicaron sal, vinagre y pólvora; les mutilaron los dedos de los pies, y al ver que no declaraban lo que ellos querían , los conduje- ron al suplicio , y espiraron bajo el hacha del ver- dugo. ¿Qué pasaba mientras tanto en Francia? Las guerras de religión se habían mitigado , y la in- fluencia de los católicos preponderaba. Sin embar- go, la herejia no daba punto de reposo en el manejo de la intriga , porque Luís XIII , príncipe adoles- cente , aunque habia heredado el valor de su padre y seguía las máximas del catolicismo, su carácter melancólico le inspiraba el sentimiento de la sole- dad, y se dejaba gobernar por sus favoritos, los cuales no impidieron que los Jesuítas dirigiesen la conciencia del joven Monarca. Deseoso el P. Cotón de dar á su espíritu el des- canso que necesitaba en el retiro , llamó al P. Ar- noux para que desempeñase el cargo de confesor , á quien acogió el Príncipe de buena voluntad; pero las predicaciones de este sacerdote contra los protestantes eran tan enérgicas y vehementes, que se conquistó el odio de los herejes, y como aborre- cer á un individuo de la Compañía de Jesús era si- nónimo de profesarlo á toda la Orden, descargaron su furia contra los Jesuítas, publicando librosy folle- de la Compañía de Jesús. 33 tos llenos de invectivas y calumnias contra la insti- tución. Las disidencias domésticas entre Luis XIII y su madre se hicieron públicas, y hasta se propaló que, inducido el Rey por los consejos de sus favoritos, procuraba desembarazarse de su madre por medios violentos ; por lo que , alarmado el confesor Ar- noux, predicó un sermón en presencia del Sobe- rano , y se atrevió á decir estas palabras : « No se puede creer que un príncipe religioso saque la espada para derramar la sangre de la persona que le dió el ser: vos no permitiréis, señor, que haya yo anticipado una impostura en la cátedra de la verdad ; y, por lo mismo, os suplico, por las entra- ñas de Jesucristo, que no prestéis oídos á los conse- jos violentos, ni deis ese escándalo á la cristiandad». Calmóse la irritación de Luis contra su madre; pero los cortesanos no quisieron tolerar un con- fesor tan independiente y resuelto , y buscaron al Monarca otro confesor, cuyo nombramiento recayó en el P. Seguirán, al que tacharon con el andar del tiempo de orgulloso , y le sucedió, por lo tanto, el P. Juan Suffren, confesor de la Reina madre. Se presentó aquel período en que el cardenal Richelieu fué, por el favor del Rey y el de la Reina madre , árbitro de los destinos de Francia ; y se manifestó desde luego amigo y protector de los Jesuítas , con los cuales quiso formar causa común, comprendiendo que eran los únicos que podían tomo 11. 3 34 Conflictos y tribulaciones ayudarle en sus tareas político-religiosas. Pero la Universidad por un lado, y los cortesanos por otro, se propusieron que desapareciese esta justa predi- lección con el auxilio de los calvinistas, quienes acusaban á los Jesuítas de avaros y atesoradores de grandes riquezas. El P. Cotón, que regresaba de Roma con el carácter de Provincial , tuvo que emprender de nuevo la tarea de convencer al Soberano de que era una impostura lo que sus enemigos propala- ban, demostrando sus cuentas, señalando las ca- sas y colegios que sostenían y lo exiguo de sus rentas para sostener tantos establecimientos. Desvanecida la impostura, se apeló á otra; el P. Ambrosio Guyot fué acusado de conspirador contra el Rey de Francia y el cardenal Richelieu, favoreciendo los intentos de los españoles. Cierto que el delator confesó en un patíbulo que el Jesuíta era inocente , y que no quería marchar á la otra vida con esta calumnia; pero germinó la sospecha, porque los protestantes no cejaban en su persis- tencia de acusadores por medio de escritos y pre- dicaciones. Dijeron que era un escritor sedicioso, apropiándole la responsabilidad de algunos folletos anónimos que habían aparecido contra el Monarca y su ministro ; pero de todo salió incólume el Pa- dre Guyot , merced á las enérgicas manifestaciones del Procurador general Mateo Molé , hombre rec- to, aunque poco católico. de la Compañía de Jesús. 35 Algunos folletos salieron á^uz, escritos por varios Padres Jesuítas alemanes , en los cuales se procuraba demostrar que los Principes eran dema- siado tolerantes con los herejes , y que, siendo su- perior la potestad del Papa , éste tenía indisputable derecho á castigar á los Soberanos con las armas que le concedía la Iglesia. Estos escritos dieron margen á nuevos sinsabores para la Compañía, puesto que la Universidad de París encontró mo- tivo para ayudar al Rey y á su Ministro, á fin de que mirasen con prevención al Instituto en gene- ral. Con efecto: el Cardenal comenzó á pensar seriamente sobre la Compañía de Jesús, y hasta hubo conatos de condenarla al ostracismo ; pero el P. Cotón se interpuso, y logró que el mismo Richelieu, que había levantado la tempestad, cal- mase las olas; pero esto no impidió que el Carde- nal aceptase como buenas las censuras contra los folletos. El P. Cotón se hallaba postrado en el lecho de muerte, ignorando la persistencia del Cardenal, y un día antes de que entregase su espíritu al Criador, penetró un ugier en el aposento del Je- suíta, para darle cuenta de la sentencia del Parla- mento. Después de haberla escuchado, exclamó: «¡ Conque al fin es preciso que muera como un criminal de lesa -majestad y como perturbador del reposo público, después de haber servido treinta años á dos soberanos de Francia con la más acri- }6 Conflictos y tribulaciones solada lealtad!» Al día siguiente era un cadáver. El cardenal Richelieu , que supo la respuesta del moribundo , se arrepintió de haber amargado de esta manera los últimos momentos del Jesuíta, y envió públicamente sus plegarias al cielo sobre el lecho mortuorio, al mismo tiempo que el Ar- zobispo de París pronunciaba su absolución ponti- fical. Puede decirse que desde entonces fué el Cardenal-ministro el mejor y más decidido amigo de los Jesuítas, á quienes buscaba y protegía para que le ayudasen en sus planes de engrandeci- miento nacional, ora dándoles puestos honoríficos en todo lo que se refería á la enseñanza , ora ocu- pándolos en provechosas misiones. Reconstruyóse el colegio de Clermont á ex- pensas de los ciudadanos de Paris, y celosa la Uni- versidad, clamó contra los Jesuítas; pero el pueblo respondió que , haciendo aquél merecido agasajo á los Jesuítas, no hacían más que imitar al Rey y á sus más inmediatos delegados. Jamás se vieron los Jesuítas tan lisonjeados ni tan dueños de la enseñanza como en tiempos del Cardenal , que se había propuesto proteger decidi- damente á la Compañía ; pero veían que la esposa y la madre del Rey vivían en la desgracia, por influjo del Cardenal ; que los capitanes más emi- nentes de la corte, que seguían las huellas de aquellas Princesas , sucumbían en los suplicios ó en los subterráneos de la Bastilla. Hubo un Jesuí- de la Compañía de Jesús. 37 ta que , sin desconocer los favores que la Com- pañía debía al omnipotente Ministro, se propu- so arrostrar sus iras, escuchando la voz de su conciencia. Este Jesuíta fué el P. Nicolás Causin, que á la sazón dirigía la conciencia del joven Mo- narca , y que frecuentemente decía : «El silencio de los cortesanos es muchas veces un deber; pero en un confesor seria un sacrilegio». Este sacerdote vituperó la desavenencia de la real familia, ven muchas ocasiones habló al joven Monarca contra los propósitos del Cardenal, que toleraba los desmanes de los calvinistas , con lo cual no podia menos de conquistarse la animad- versión del Ministro. Como era de esperar , el P. Causin fué destituido del cargo de confesor del Rey y desterrado del reino. Quiso el Cardenal sobreponerse á la independencia de la Santa Sede, titulándose Patriarca de Francia, y se entabló una lucha entre el Papa y el Ministro, el cual encontró prosélitos que le defendieron en ciertas Órdenes religiosas. Deseaba Richelieu que algún Jesuíta coadyuvase á sus pretensiones con sus escritos, pensando que el dictamen de la Compañía contri- buiría al buen éxito de su empresa; pero no en- contró un solo Jesuíta que le siguiese en tan rebelde propósito , hasta que le sorprendió la muer- te en 1642. Los Jesuítas entonces , especialmente aquellos que se acercaban al Rey, lograron reconciliarla 38 ConflUios v tribulaciones familia, y que salieran de los calabozos los que en ellos gemían por las órdenes del difunto Cardenal, yque volvieran á París los desterrados. Luís XIII. que se encontraba bastante enfermo, espiró tam- bién en los brazos de un confesor Jesuíta el 14 de Mayo de 1643 , para que Luis XIV le sucediese en el trono. Por este tiempo florecía el gran Vicente de Paul, fundador de las Hermanas de la Caridad y el consuelo de los niños expósitos, al cual alentaron los Jesuítas , porque estos Padres se asociaban con alma y vida á todos los que se proponían ha- cer sacrificios por la humanidad y la religión ca- tólica. Cuando con más fervor trabajaban los Jesuítas en su santo apostolado , vino á turbar este acto de abnegación cristiana la aparición de un famoso apóstata llamado Jarrige , que , despechado porque se le había negado la preeminencia que ambicio- naba en el seno de la Compañía, aconsejado por la soberbia, se apartó de ella, jurando vengarse de aquellos que habían desairado sus ambiciosos pro- pósitos. Publicó un libro titulado Los Jesuítas en el patíbulo por varios crímenes capitales , obra que in- dignó á los católicos y llenó de júbilo á los protes- tantes , quienes acogieron á su autor , colmándole de mercedes y amparándole de la muerte que fué decretada por sentencia del tribuna! , que mandó quemar al autor en efigie en la Rochela. de la Compañía de Jesús. 39 Pasado algún tiempo, sintió Jarrige que le punzaba demasiado el aguijón del remordimiento, y, arrepentido del escándalo , buscó un asilo en el seno de la Compañia, lleno de arrepentimiento, y .en 1650 escribió desde su retiro una retractación, patentizando su locura , y diciendo, entre otras co- sas, lo siguiente : «Destituido en aquella época de toda humana razón , y estimulado por un espíritu de venganza, escribí un libro mordaz y cruel con- tra la provincia de Guiena ; pero debo confesar, que cuando he hallado una leve ocasión de glosar, no he dejado de sentar como pruebas mis conje- turas; y si algunas veces ha sucedido que con verdad ó mentira hayan sido sospechados algunos individuos, ora extraños, como domésticos, he tratado de hacer pasar como grandes criminales unos sujetos que, pesados en la balanza de la jus- ticia, serían culpables únicamente de alguna sim- pleza , ó á lo más de una ligera falta. Cualquiera que á examinar se para con detención y ánimo desinteresado las materias de mi obra , no podrá menos de admitir los infinitos y artificiosos episo- dios que he procurado intercalar en ella , con el objeto de hacer más agradables mis imposturas. He dicho demasiado para que se me crea, y los mismos herejes, aunque en lo porvenir se forjen un arma de mis imputaciones , las han desapro- bado en el Sínodo de Middelbourg; preciso es abrigar un alma tan acalorada como yo la tenía 40 Conflictos y tribulaciones cuando escribí ese folleto , para prestar asenso á las contumelias y dar crédito á las sandeces que abortó mi pluma. Nada más cierto que , si ha ocu- rrido algún lance desagradable , sus autores han sido al momento expulsados de la Compañía, que, semejante en un todo al grande Océano , no ha consentido en su seno los cadáveres. Por lo tanto, mis acusaciones no pueden ser más injustas, puesto que acriminan á una religión ilustre, imputándola delitos que expele en su seno, como indignos de morar bajo el mismo techo que habitan los santos, y de conservar un espíritu de demonio sobre los ángeles. »Mi furor extremado me ha impelido á decir el mal ocultándolos medicamentos: he propalado las faltas que algunos habían cometido en ciertos parajes , pero dejé de añadir que habían sido al momento expulsados como una peste. Quien- quiera que conozca á los Jesuítas , no puede me- nos de mirar como forjados por mi delirante en- cono los crímenes de regicidio , infanticidio y otros tales que les atribuyo. ¡ Cuántas y cuántas veces me he servido , al querer combatir este principio de todo buen raciocinio , de reflexiones capciosas, para haber de deducir de un caso particular con- tra la generalidad de los individuos , atribuyendo á la Sociedad en masa lo que no hubiera podido justificar en uno solo de sus miembros, si me hubiesen estrechado á una prueba jurídica!» de la Compañía de Jesús. 41 Jarrige vivió santamente , sumido en el arre- pentimiento, y considerado'por los Padres, que le consolaban en sus aflicciones, hasta que murió en Tulla á la edad de sesenta y cuatro años , habiendo pasado veintiuno en la Compañía antes de haber apostatado. Todo lo que se lleva apuntado en este sentido, prueba que los errores de un individuo no pueden llegar al vituperio de una sociedad en- tera , con tanto más motivo , cuanto que ella reprueba y castiga al delincuente. Los desaciertos individuales de una institución como la Compañía de Jesús, tenían su disculpa considerando que eran hombres y sujetos á las pasiones , como lo estaban todos los que compo- nían y cimentaban las demás Ordenes religiosas. En todas hubo desaciertos parciales , y se obscure- cieron ó disiparon con el tiempo; pero una leve falta que recayese en un solo individuo de la Com- pañía de Jesús , era origen de escándalo para la Compañía entera. ¿Por qué? Porque era la que con más eficacia cumplía con los sagrados deberes de su ministerio; porque era la que más proséli- tos conquistaba; porque era la más temida de la herejía ; porque del seno de esta Sociedad salian los hombres que más apreciaba la Santa Sede ; porque del seno de esta Sociedad salían los confe- sores de los Principes y de los Soberanos de la tierra; porque estos hombres eran los que inter- venían en los grandes consejos y dirimían los ma- 42 Conflictos y tribulaciones yores conflictos. ¿Por qué ha de extrañarse que tuviesen émulos apasionados y envidiosos? ¿Por qué había de extrañarse que hasta las Universida- des europeas declarasen la guerra á los Jesuítas, cuando los pueblos apartaban á la juventud de estos centros de enseñanza para llevarla á los cole- gios establecidos por los Jesuítas? Jarrige no fué el último Jesuíta que faltó á sus deberes. También hubo en Francia un P. Che minot , que , engreído con el prestigio que se ha- bía conquistado con su talento, y siendo confesor del duque de Lorena , toleró los desórdenes de este magnate, y aun se atrevió á disculparlos por escrito, consintiendo que su nada contrito peni- tente cambiase de mujeres como de ropa blanca, yveometiese otros desmanes que reprobaba la mo- ral y la religión. Enterado de esto el General , quiso poner coto á semejante tolerancia, y mandó al P. Cheminot que se apartase de una casa donde tan mal ejercia su ministerio. El Jesuíta quiso obedecer; pero se opuso el duque de Lorena, y viendo que el confe- sor se aparejaba á emprender su marcha , le diri- gió el Duque la siguiente admonición: «Mi Rdo. Padre: Considerando que me habéis advertido que el General os obliga á que abando- néis mi corte, solicitando primero mi permiso, os debo advertir que no puedo permitirlo por justas razones , y que no os atreváis á emprender vuestra de la Compañía de Jesús. 43 marcha , porque , de lo contrario , incurriréis en mi indignación y me obligaréis á encarcelaros, para que aprendan mis subditos á no desobedecerme en cosa que yo mande.» Apeló el General á la Santa Sede para evitar que se hiciese mayor el escándalo, puesto que ya los protestantes se habían apoderado de este he- cho para inculpar á toda la Compañía de este pe- cado. Se decretaron medidas de rigor, y el resul- tado lo dirá el siguiente documento , suscrito por el P. Gerardo Touins , y dirigido al general Mu- cio Vitelleschi: «Con fecha 27 de Abril de 1643, dice , recibí orden de nuestro Rdo. P. Provincial para intimar al P. Cheminot la sentencia de exco- munión , con arreglo á las órdenes de Vuestra Pa- ternidad. Debo confesar que, confundido en mi es- tupor, se me erizaron los cabellos. Muchas veces he leido y experimentado la verdad de estas pala- bras: el espíritu está pronto, mas la carne flaca y enferma. Imaginaba también el furor del Duque y su concubina; sin embargo, he acriminado mi co- bardía y he dicho para mí : vale más que perezca uno solo , que se vea infamado el honor de la Compañía, con !í;ran detrimento de las almas. El 28 de Abril llamé á mi cuartel al Padre, que vino inmediatamente al Colegio , y que ni aun soñaba en la próxima ejecución de las amenazas tantas veces reiteradas , y en seguida le lei clara y distin- tamente , en presencia de otros dos Padres, la 44 Conflictos y tribulaciones de la Comp. de Jesús. fórmula de la excomunión , que escuchó hasta el fin , saliendo del Colegio triste y abatido.» El duque de Lorena no se opuso al dictamen de la Santa Sede , y el P. Cheminot se puso á las órdenes del General , manifestando su arrepenti- miento y expiando su culpa con la penitencia. . En el hecho que acaba de narrarse no puede acusarse á la Compañia, sino á un solo individuo. CAPÍTULO III. pesar de los repetidos combates que expe- rimentaba la Compañía, prosperaba visi- blemente en todas partes, y el generalato de Vitelleschi se hizo tan célebre como los de sus antecesores. Paulo V , atento á los singulares ser- vicios que el Instituto de los Jesuítas había presta- do al catolicismo, le consideró en todas ocasiones, dándole pruebas palpables del afecto singular que le profesaba, y teniendo en cuenta que al talento y la prudencia del general Vitelleschi se debían los aciertos de la Compañía , trató de nombrarle Car- denal; noticia que alarmó sobremanera al ilustre candidato, por lo que inmediatamente reunió á sus inmediatos 'compañeros , á fin de que mani- festasen á Su Santidad, por medio de una sesuda 46 Conflictos y tribulaciones representación, que él no podía ni debía aceptar este cargo; y viéndola insistencia del Pontífice, apeló á la fuga como único recurso para libertarse de lo que el General llamaba golpe desastroso para la Compañía. La muerte de Paulo V impidió que su pensamiento se llevase á término cumplido. La conducta observada por otro Jesuíta , en contraposición de la del General, trajo á éste sinsabores. El P. Onufrio de Vermi, por sus ta- lentos especiales mereció la confianza y la consi- deración de muchos príncipes y magnates , y ambicionando una mitra , y contrariando las ór- denes de su Provincial, se decidió á emprender un viaje á la corte de España, donde la Reina le tenía preparada una mitra , y el General mandó al mo- mento al Jesuíta desobediente los despachos de expulsión , que aceptó Onufrio sin vacilar , eleván- dose seguidamente al obispado. Pero poco tiempo disfrutó la mitra, porque , dominado por la ambi- ción, cayó de error en error, y falleció atormentado por los remordimientos y con el vituperio de la Santa Sede. La influencia de los Padres había llegado á ser tan poderosa en Italia, que se retiraban los com- batientes adversarios al ver su popularidad, y hasta los herejes de Italia los creyeron invencibles. ¿ Y cómo no? Sus servicios eran efectivos , sus sa- crificios evidentes, porque si alternaban y diri- mían cuestiones arduas ante los soberanos , acudían de la Compañía de Jesús. 47 con la misma solicitud al amparo de las muche- dumbres agobiadas por el dolor y las enfermeda- des, y la ciudad de Palermo fué testigo de los socorros que prestaron á los enfermos durante la peste que asoló á sus habitantes , muriendo den- tro de los hospitales y á la cabecera de los enfer- mos los Padres Pedro Curtió , Jerónimo Calderari, José Zafarana , Cagliano , y los coadjutores Santiago Amato, Mario Scaglia, Plangio, Vicente Galetti, Buenda y Platamonio. El 4 de Febrero de 1645 , cuando Vitelleschi contemplaba con satisfacción estos hechos merito- rios , y se regocijaba con la canonización de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Xavier, entre- gó su alma á Dios, orándole y proclamándole como el Ser á quien todo se lo debía , y deseando bienes inagotables para los hermanos , de quienes man- samente se despedía. Muerto Vitelleschi , el Padre Sangrins, nombrado Vicario por el difunto Gene- ral , convocó la octava Congregación , que se re- unió el 2 1 de Noviembre , y á cuyo acto concurrie- ron veintiocho profesos, de cuyo certamen salió elegido General Vicente Caraffa, hijo del duque de Andria, anciano, pero de una robustez á toda prueba y de un talento especial. Sin embargo, no pudo gobernar largo tiempo la Compañía , pues espiró tres años después, y reunida la Congrega- ción general para la elección de un nuevo jefe, salió nombrado General, después de un empate, 48 Conflictos y tribulaciones Piccolomini, que falleció el 17 de Junio de 1651, y el 21 del mismo mes fué elegido el P. Gottifredi para General de la Compañía. Aún no estaba di- suelta la Congregación , cuando espiró también Gottifredi, y fué nombrado el P. Goswin Nikel. Mientras tanto, los Jesuítas en Inglaterra eran víctimas del protestantismo, y sucumbían en los calabozos y en los patíbulos, sin que este martirio continuado y cada vez más implacable los amila- nase. Para que los católicos no careciesen de los auxilios espirituales, se vieron obligados los Padres Jesuítas á celebrar el sacrificio de la misa en casas particulares , en cuevas y subterráneos á largas dis- tancias de las poblaciones, para no ser descubiertos por los anglicanos. Dejó de existir Jacobo, y le sucedió su hijo Car- los, y este advenimiento no trajo resultado favora- ble para los católicos ni para los Jesuítas, que fue- ron los más perseguidos, y contra los cuales arran- caron al nuevo Rey infinidad de decretos contra la santa perseverancia de los Jesuítas ingleses. Eran de tal naturaleza los vejámenes y tropelías ejerci- dos contra los católicos , que el doctor Ricardo Challoner, refiriéndose á los absurdos impuestos que exigían de los católicos, dice: «Tal era la ini- quidad de la época y la maldad de los Parlamentos, siempre quejándose de los progresos del papismo, pero apresurando siempre la ejecución de los edictos que les llenaban las arcas, y á los que el prin- de la Compañía de Jesús. 49 cipe daba curso, empleando toda especie de veja- ciones contra sus subditos católicos». Un dia firmó Carlos I el siguiente decreto: «Los edictos vigen- tes contra los Jesuítas , sacerdotes y papistas recu- santes, serán rigurosamente ejecutados, sin nin- guna clase de tolerancia ó dispensa». El P. Tomás Holland fué acusado de alta trai- ción y conducido ante el jurado : no encontraron prueba que justificase el supuesto delito, y le dice el Procurador : «Afirma, bajo juramento , que no eres Jesuíta». Y Holland contestó tranquilamente: — «Según nuestras leyes , no se acostumbra á que el acusado se disculpe por medio de un juramen- to, pues que la jurisprudencia del pais no otorga valor alguno á sus juramentos ni á sus palabras; a vos os toca convencerme de lo que me impu- táis como un crimen , y, si no lo podéis hacer, ab- solvedme.» El jurado dijo que Holland era Jesuíta, y sufrió el suplicio de la horca , siendo después descuartizado. Un Jesuíta irlandés , llamado Ro- dolfo Corby , confesó resueltamente que pertene- cía al Instituto, y le sentenciaron á muerte. El dia antes de la ejecución , su calabozo se convirtió en capilla , donde acudieron á despedirle muchos franceses católicos de alta jerarquía. El P. Corby tuvo la serenidad, el dia mismo de la ejecución, de celebrar el sacrificio de la Misa ante sus visi- tantes, que le oyeron con devoción y tristeza , y recibieron su postrera bendición. El mismo supli- TOMO II. a 5(> Conflictos v tribulaciones ció sufrió Enrique Mors pocos días después, sin que pudieran librarle del patíbulo los ofrecimien- tos y súplicas de su hermano, individuo del Par- lamento. «Cobardes é insensatos», llama Voltaire en su Ensayo sóbrelas costumbres, á los revolucio- narios protestantes de Inglaterra , ó , lo que es lo mismo , á las locuras puritanas. Los Padres Ricardo Bradley , Juan Gross , Caus- feld y Edmundo Nevil, después de atormentados en inmundos calabozos, unos perecieron de ham- bre y sed, y otros en los estanques helados , donde habían sido arrojados en completa desnudez. To- das estas crueldades las autorizaba el Parlamento, bajo cuyo imperio tenía que sucumbir en un su- plicio el mismo Carlos I , que tuvo para morir la dignidad que le faltó durante su vida de Soberano. Un Rey no indemniza con una muerte heroica el crimen de su debilidad. Ni el martirio de los Pa- dres, en aqueltos fatales días, contribuyó á debili- tar la perfidia de los protestantes contra los Jesuí- tas. La muerte de Carlos I fué atribuida á los Je- suítas. Hubo unjuvien que escribió que los hijos de San Ignacio habían excitado á la plebe para que el Monarca fuese decapitado, suponiendo que el ex- ceso revolucionario y la desaparición de Carlos restablecerían la pureza del catolicismo. Juvien se entregó al absurdo , para que la posteridad se encargase de desmentir semejante calumnia , no encontrando más comprobante para juzgar al de ¡a Compañía de Jesús. 5 1 escritor que el odio que profesaba á los Jesuítas. El imperio del protector Cromwell fué pára los católicos tan funesto como lo habia sido el reina- do de Carlos J. Los católicos fueron perseguidos inhumanamente ; se les privó de todo linaje de derechos, sucediendo que hasta los caballos que poseían , no podían exceder del valor de cinco libras esterlinas, y cualquier protestante podía impunemente arrebatar el caballo á un católico si excedía de esta cantidad. Los Jesuítas fueron desterrados y martirizados, y condenado á grandes penas todo aquel ciuda- dano que prestase albergue, aunque no fuera más que un minuto, á cualquier Padre de la Compañía de Jesús. El año de 165 1 no quedaban en Irlanda más que diez y ocho Jesuítas. Pero, á medida que el tiempo transcurría , los Padres renacían en aquellosbosques como el fénix de sus cenizas, para predicar con fuego Iqs preceptos sacrosantos de la religión católica. En tanto que estas cosas pasaban en Inglaterra e Irlanda, se inauguraba en Francia la Fronda , y se establecían rivalidades sangrientas por las cosas más insignificantes, á cuyos sucesos permanecían neutrales los Jesuítas; antes bien propagaban el dogma católico por todas partes , y prevalecían con esplendor las máximas del P. Francisco de Regis, una de las lumbreras más eminentes de la cristiandad. Fué este venerable Jesuíta el servidor 52 Conflictos, v tribulaciones más humilde del indigente , el médico del enferme y el consuelo del que padecía, llevando al seno de la Iglesia católica á los más incrédulos de aquel tiempo, y soportando con humilde resignación los ultrajes y las calumnias de la herejía , hasta que espiró, agobiado por las fatigas y los quebrantos de su constante peregrinación por las provincias de Francia. Los Jesuítas, que habían sido expulsados de Venecia por la influencia de los calvinistas y lutera- nos, regresaron á esta ciudad merced á las preten- siones del Papa Alejandro Vil, que solicitó la res- tauración de la Compañía de Jesús en la república veneciana , á lo cual accedieron aquellos ciudada- nos, olvidando los odios de otros tiempos, délo cual se felicitó la Santa Sede, enviando al Dux un es- crito que atestiguaba su contentamiento, al mismo tiempo que el general Goswin Nickel participaba este suceso á todas las provincias de la Sociedad. El primer siglo de la Compañía de Jesús fue de gloria y de justa celebridad. Trabajaban por la fe en un tiempo en que la herejía traficaba con la corrupción de los corazones, hacían concebirá las masas la idea de la emancipación y del pillaje ; la herejía se propuso exterminar el catolicismo por medio de la calumnia, alentando los vicios y ex- plotando la ignorancia, y los Jesuítas lucharon frente á frente contra esta falange asoladora , acep- tando el martirio en premio de su perseverancia. de la Compañía Je Jesús. 53 Los Jesuítas arrancaron del poder de ta herejía á Polonia, Hungría, Bohemia, Moravia , Silesia, Baviera , Austria y una paite de los cantones suizos. Sofocaron el calvinismo en Italia y Fran- cia ; propagaron la educación cristiana en todo el mundo ; enseñaron al clero la disciplina ; cimen- taron en Inglaterra é Irlanda el dogma del cristia- nismo , y llevaron triunfante el Evangelio'por todo •el globo, sin otras armas que la cruz y el favor de la Santa Sede. Ellos han aclimatado el principio religioso á pesar de las coaliciones de la fuerza bruta, y la animosidad de sus émulos ha quedado siempre vencida en todas partes. Tuvo la herejía un nuevo atleta que se propuso dar tormento á la Compañía de Jesús; apareció el jansenismo con sus rencores y sus doctrinas fala- ces, para establecer el cisma con el auxilio extre- mado de San Cyran , quien, no ocultando su odio á los Jesuítas, procuró perturbarlos en el seno de la Iglesia para desacreditarlos. Falleció Jansenio , de- jando escrito un libro titulado el Aiigustimis , que heredó su discípulo San Cyran . quien consideró la obra de su maestro como un trabajo de moral y ciencia espiritual. Creó escuelas para disputar á los Jesuítas el predominio que ejercían por medio de la enseñanza; aduló á los que sobresalían en la corte por sus talentos y aun á las damas más dis- tinguidas, lisonjeando hasta sus debilidades. Fundó una Congregación de solitarios , que se entregaron 54 Conflictos y tribulaciones á las ciencias y á las bellas letras , ostentando en su retiro una perfección austera , pero rodeada de esplendor y magnificencia. Sabía San Cyran que el retiro engendra la hostilidad contra el bullicio del niundo, y que en la soledad se enardecen las pasiones , aparece el instinto de la polémica y se llega hasta la herejía. Estos solitarios, que se emancipaban del mundo, que sacrificaban sus en- sueños de ambición y grandeza á piadosas quime- ras, ostentaban, por otra parte, un espíritu de orgu- llo que no armonizaba con las mortificaciones que se impusieron. Esta sociedad no podía compararse con- la de los jesuítas; aquélla propendía á la vani- dad en medio de su aparente modestia; ésta fué siempre hija sumisa de la humildad. Él Cardenal , que había comprendido los planes de San Cyran , le encerró en un calabozo , y ya tuvo este abate motivo para presentarse entre sus adeptos como un mártir del ministro y una víctima de la Compañía de Jesús , á la que suponía su ene- miga y perseguidora. Los Jesuítas encontraron medio de adquirir una copia del Augtistinm antes que viese la luz pública ; le analizaron, y le some- tieron después al dictamen de Su Santidad , que prohibió su publicación ; pero la Universidad de Lovaina publicó la obra, á pesar de las prohibicio- nes de Roma. Los Padres Jesuítas no podían consentir que la secta se propagase , y se pusieron descubiertamen- de ¡a Compañía de Jesús. 55 te frente al jansenismo y los protestantes que acariciaban el pensamiento. Se entabló la polémi- ca . pareciendo como que resucitaba la antigua controversia entre tomistas y molinistas. La en- señanza del jansenismo fué anatematizada por Vi- cente de Paul y los Prelados más célebres de la cristiandad, y últimamente fué proscrita y ana- tematizada por la Santa Sede. Los discípulos de Jansenio , entre los cuales se encontraba Pascal, acometieron con toda clase de armas, apoyando el insulto en la calumnia. Es verdad que no faltaron hombres de aquellos tiempos, reputados de sa- bios, que sostuvieron que todos tenían derecho á injuriar y á burlarse cruelmente de sus adversa- rios. Todas estas hostilidades tendían al exterminio de la Compañía de Jesús , y los Jesuítas, mientras tanto, como no procuraban defenderse, alentado Pascal con este silencio, exclamaba: «Vuestra ruina será semejante á la de un elevado muro que se desploma de súbito , y á la de un vaso de vidrio que se rompe y no queda de él parte al- guna : y esto por medio de un esfuerzo tan pode- roso y universal , que no quedará un solo frag- mento en el que se pueda sacar un poco de agua ó conducir un poco de fuego , porque habéis afli- gido el corazón del'justo». Ni esto sacó á los Pa- dres de su estudiado silencio. Tenian de su parte á Luís XIV , á la Santa Sede y á la sociedad en- tera, que aprobaban su silencio , sin que éste se 56 Conflictos v tribulaciones pudiese atribuir á desdén. Tenían los Jesuítas de su parte la razón y sus prácticas inalterables, y los hechos desmentían las argucias, las sátiras y todos los argumentos de sus enemigos. Estaba destinado para los Jesuítas otro comba- te más duro y más doloroso todavía, teniendo en cuenta la importancia y calidades del que ocasio- naba el sinsabor. El nombre de Juan Palafox no puede pronunciarse sin respeto, porque así lo exi- gen su talento y sus reconocidas virtudes ; pero, como dice Crétineau-Joli , «la historia no vive ni se nutre únicamente de la veneración hacia los hombres ilustres; tiene una obligación de-apoyar- se en los documentos , y de cimentar su relato en los testimonios que los archivos ponen á su dispo- sición». Los enemigos de los Jesuítas han querido sacar partido de las hostilidades del venerable Pa- lafox contra la Compañía , para sacar deducciones y comprobantes que pusieran en evidencia la jus- ticia de sus ataques. «¿Cómo, exclaman, pudo un hombre tan venerable y virtuoso guerrear contra la Compañía de Jesús, sin causa justa que motivase la censura?» Pues el venerable Palafox, obispo de Puebla de los Angeles, en Méjico, fué uno de los más ardientes panegiristas de los Jesuí- tas , el que más encomió sus virtudes , y el que con más vehemencia preconizó sus trabajos evangéli- cos y sus sacrificios por la salvación de las almas extraviadas. 0 de la Compañía (U Jesús. 57 El obispo D. Juan de Palafox pidió á los Jesuí- tas de Méjico ciertos tributos con el carácter de diezmos y otras contribuciones que estaban fuera de reglamento , y los misioneros se opusieron res- petuosamente á la demanda , arguyendo con el auxilio de las leyes. Palafox, que no estaba acos- tumbrado á este género de resistencia , desoyó la voz de la mansedumbre . y amonestó á los Padres para que cumpliesen con aquel mandato, y por la insistencia de los Padres en la negativa, lanzó contra ellos un entredicho general , y llevado el litigio á Roma, expidió Inocencio X un Breve declarando que el Obispo no habia obrado conforme á razón, y hasta le reconvenía por haber obedecido á los impulsos de la pasión contra unos misioneros tan dignos de respeto y veneración. He aqui cómo se expresó la Congregación de Cardenales: «Resulta de todos los procedimientos, que los crímenes imputados contra los Padres ca- recen de pruebas, que ninguno de ellos ha incu- rrido en el caso de excomunión , y que las censuras pretendidas por el mencionado Obispo no se hallan justificadas». Y terminan los Cardenales: «Por lo demás, la Sagrada Congregación exhorta en el nom- bre del Señor, y advierte seriamente al citado Obispo, que, acordándose de la dulzura cristiana, no solamente debe portarse con afecto paternal hacia la Compañía de Jesús , que , según su salu- dable instituto, ha trabajado y trabaja en la actúa- 58 Conflictos v tribulaciones lidad sin descanso y con tanto éxito en favor de la Iglesia, la trate -favorablemente, y continúe con ella su primera amistad. La Congregación se lo promete así, y espera que lo hará, no dudando de su celo , de su vigilancia y piedad». Tan luego como el Obispo tuvo conocimiento del Breve y del triunfo de los Jesuítas, no pudo disimular el despecho, y se apartó del obispado, y desde el lugar de su voluntario confinamiento escribió al Padre Santo lo siguiente: «Intentando amansar la rabia de mis enemigos, me he visto pre- cisado á fugarme á las montañas , buscando en la compañía de los escorpiones y las serpientes y otros animales ponzoñosos , la seguridad y la paz que me ha sido imposible encontrar en medio de esa implacable Sociedad de religiosos. Después de haber pasado veinte días entre los inmensos peli- gros á que se veía expuesta mi vida , y una caren- cia de alimento , que nos veíamos reducidos á no probar otro manjar y otra bebida que el pan de la aflicción y el agua de nuevas lágrimas, descubri- mos, por último, una cabaña, donde me oculté du- rante el espacio de cuatro meses. Los Jesuítas, en- tretanto , nada olvidaron para buscarme por todos lados, prodigando grandes cantidades, con la espe- ranza de que, si llegaban á encontrarme, me obli- garían a despreciar mi dignidad , ó en último re- sultado, me asesinarían». Parece increíble que hasta los hombres más de la Compañía de Jesús. 39 inclinados á la piedad y á marchar por el sendero de la santidad, escuchen el grito «de la pasión para escribir ciertas cosas. Ocupándose D. Gutiérrez de la Huerta de* esta cuestión entre los Jesuítas y el Prelado, se expresa en los términos siguientes: «Nadie ignora que la salida de Palafox fué volun- taria y llevada á cabo, para el descanso; que pasó á la casa de campo del licenciado D. José Maria Mier, vecino de la Puebla; que este domicilio co- lindaba con el de Otumba, perteneciente á los Je- suítas; que el licenciado Mier le acompañó perso- nalmente en este viaje con su familia y criados, y que la gruta imaginaria fué transformada más ade- lante en capilla , sobre el camino real que des- ciende desde la Puebla á Palayo , con dirección á Veracruz. Hará poco más de medio siglo que se veía aún en el mismo sitio la palmera á cuya som- bra acostumbraba el R.do. Palafox rezar el oficio divino, como consta por la tradición, durante su residencia en aquella campiña». El obispo Palafox regresó á España y ocupó la silla de Osma , y lo que habia practicado con los Jesuítas lo hizo con el gobierno del Rey , el cual le reprendió con alguna dureza. La carta que le escri- bió terminaba del siguiente modo: «Moderad el ímpetu de vuestro celo, ó me obligaréis á poner un remedio». Los enemigos de los Jesuítas exageraron las virtudes del venerable Palafox, que, como se ha vis- 6o Conflictos v tribulacionet de la Cotnp. de Jesús. to, no se encontraba exento de pasiones, y se em- peñaron en que fuese canonizado , con el propósito de convertirle en un arma poderosa contra los hijos de San Ignacio, á cuyo empeño se opusieron los Jesuítas con todas sus fuerzas , conociendo la in- tención que guiaba á sus enemigos. Quiso Car- los III que se beatificase ; pero ya se verán en otro lugar de esta obra las razones que tenía el Mo- narca para esta pretensión. Ahora sólo baste decir que cuando Carlos III solicitaba esto, estaba supri- mida en España y sus colonias la Compañía de Jesús, por disposición de aquel Soberano. CAPITULO IV. a se ha dicho en otra parte que los Jesuí- tas no procuraron acudir á las armas de la polémica para cotrarrestar la pujanza del jansenismo. Creyeron que, siendo amigos los jan- senistas de la Santa Sede , el dogma no sufría de- trimento ; por consiguiente , no se corria el peligro de que viniese el cisma. Sin embargo , los protes- tantes animaban la secta , y los Jesuítas debieron pensar que , aun cuando la corporación jansenista iba decayendo con la muerte de Pascal, que era su más ardiente sostenedor, podía rejuvenecerse y ser un baluarte de perpetua hostilidad contra los hijos de San Ignacio de Loyola. Así las cosas, el General de la Orden, Goswin Nickel, sintió que sus fuerzas decaían, y que los 02 Conflictos y tribulaciones años y el exceso de trabajo le habían conducido á un estado valetudinario que reclamaba un auxiliar, y reunida la Congregación el 8 de Mayo de 1661 . pidió á sus compañeros un Vicario, con derecho á sucesión, y fué nombrado el P. Pablo Oliva, con facultad de gobernar; lo que sucedió pronto por el fallecimiento de Nickel , con el beneplácito de la Compañía, porque el P. Oliva, descendiente de una noble familia , que había renunciado álos ho- nores de su elevada jerarquía, se había distinguido por sus condiciones oratorias, por su ciencia y por sus grandes virtudes. Puede decirse que los Jesuítas acrecentaban en Italia su merecida popularidad, al paso que Portu- gal se hallaba entregado á excisiones internas, que debían dar su malévolo fruto. Los Jesuítas habían penetrado en el seno de la familia real, y vivieron en buena y santa armonía, hasta que Al- fonso VI fué declarado mayor de edad , y comen- zaron los disturbios domésticos, porque el joven heredero fué dado al libertinaje más escandaloso, y hasta pretendió desligarse de su propia madre porque lo reprendía y quería sacarle del brutal estado en que se encontraba. Casóse con María de Nemours , á la que mal- trataba continuamente de obra y de palabra , lo cual dió motivo á que la Reina concibiese inclina- ciones amorosas hacia el Infante D. Pedro , her- mano segundo de Alfonso , que fué declarado im- de la Compañía de Jesús. 6} potente , y al fin D. Pedro vino á ser esposo de la víctima , y tomó el titulo de Rey á la muerte de Alfonso. En este nuevo enlace intervinieron los confesores, que lograron de Su Santidad la auto- rización por medios lícitos y prudentes , y consi- guieron además libertar á Portugal de una catás- trofe revolucionaria. El P. Ville era el mentor espiritual de la Reina , y el que más asiduamente trabajó para certificar la nulidad del primer matri- monio con D. Alfonso. Agradecido D. Pedro á la intervención de los Jesuítas en este delicado asunto, nombró al P. Ma- nuel Fernandez su confesor, y teniendo en cuen- ta su talento , le obligó á que fuese diputado á Cortes , cargo que aceptó de buen grado ; pero en- terado de ello el General , escribió inmediatamen- te al Provincial de Portugal , el P. Antonio Barra- das , una carta, en que disponía que el agraciado retrocediese de aceptar un cargo que se hallaba en oposición con los votos de los Jesuítas y con los preceptos de San Ignacio. Obedeció el P. Barradas, transmitiendo al confesor la carta de su superior, y el P. Fernández renunció el cargo que había acep- tado ; por lo que , reconocido Oliva á este acto de sumisión, escribió al Provincial lo siguiente: «Después de haber examinado con detención los pasos que habéis dado , tengo el placer de co- ronar la obra, tributando al P. Fernández los elo- gios que merecen sus virtudes y pronta sumisión ••V' 64 Conflictos y tribulacionet en resignar esas brillantes funciones. Él mismo me ha escrito que apreciaba más desempeñar los oficios del último hermano coadjutor, que las dig- nidades más encumbradas del siglo. Dejo á Vues- tra Reverencia el cuidado de expresar el con- suelo, la satisfacción y esperanza que semejantes sentimientos inspiran á mi corazón paternal, así como el de recomendarme á sus santas oraciones.» El P. Fernández dejó de ser diputado ; pero continuó ejerciendo el cargo de director espiritual del Monarca hasta su fallecimiento , sucediéndole en su empleo el P. Sebastián de Magalhaes , tam- bién Jesuíta. La preponderancia de los Padres Jesuítas en Portugal ha dado motivo para que algunos escri- tores enemigos de la Compañía hayan afirmado que á los hijos de San Ignacio de Loyola fué debi- da la decadencia de aquel reino. Es una falsedad manifiesta. La conducta de los Padres se apoyó siempre en demostrar á los príncipes la manera de gobernar á los pueblos para captarse su volun- tad y aprecio; en enseñar á los grandes dignata- rios el modo de someterse á las exigencias del trono , sin adulación y sin bajeza , y en educar al vulgo , destruyendo sus ilusiones y sus erróneas creencias. Los Jesuítas combatieron en Portugal el ocio y la molicie que engendraron las riquezas que se acumulaban procedentes del Nuevo Mun- do. Vinieron las guerras entre españoles y portu- de la Compañía de Jesús. 65 gueses ; los españoles llevaron la mejor parte en la lucha: ¿qué podían hacer los Jesuítas ante un pueblo afeminado y enervado por los placeres y el lujo? Harto hacían con suspender los progresos del mal, por medio de la enseñanza en sus colegios y sus predicaciones en los templos. Los Jesuítas lle- gan á ser confesores de los Reyes ; pero jamás to- man parte en los grandes acontecimientos, y, sin embargo, se creaban numerosos enemigos, vi- niendo á ser las víctimas de la calumnia , porque culpaban á la Sociedad de los malos sucesos. Cuando vino el P. Nithard á España como con- fesor de Mariana , esposa de Felipe IV, se encon- tró con una corte corrompida y cercenada por la funesta política del conde-duque de Olivares, y no le fué posible contrarrestar el torrente inmoral de aquel período memorable. Mariana de Austria nombró al Jesuíta Inquisidor general y consejero de Estado. Opónese Nithard; pero el Pontífice le ordena la aceptación , y se vió blanco de las intri- gas palaciegas, que el Padre desconocía, en las cuales tomó una gran parte la herejía. Convirtióse, sin solicitarlo , en émulo de D. Juan de Austria , que aspiraba al mando de la nación , y quedó vencido el Jesuíta , que se despidió de la Reina , y ésta quedó sumida en el dolor al ver que se alejaba de su lado su mejor amigo. Rehusó los hono- res que le habían querido tributar, y sólo acep- tó una pequeña cantidad para emprender su viaje tomo ti. • 5 66 Qonflictos y tribulaciones á Roma. Triunfó D. Juan de Austria por el mo- mento ; pero pronto se vió objeto de odio por los mismos que le habían encumbrado. Vino la guerra de sucesión, y aparecen los Je- suítas preponderantes en Alemania, donde propa- gan la enseñanza católica , sucediendo lo mismo en Francia. El P. Vota entabla negociaciones en Rusia para la reunión de los griegos con la Iglesia latina, y se encamina después á Varsovia, donde obtuvo la confianza de los primeros dignatarios. La muerte de Oliverio Cromwell trajo en pos la restauración , y Carlos II de Inglaterra , indolente y voluptuoso, decretó la libertad de enseñanza y mitigó el rigor de las leyes penales contra los Je- suítas. Sin embargo, un miembro del Parlamento propone que « ningún Jesuíta sea reputado apto para disfrutar del beneficio proyectado». La polé- mica fué larga y laboriosa ; los anglicanos pedían la expulsión de los Jesuítas, respetando las demás Ordenes, y últimamente quedó en suspenso el bilí de la libertad religiosa. Los Jesuítas ingleses , sordos á esta controver- sia, desde que apareció la restauración se entrega- ron sin disfraz á la enseñanza y al culto de su iglesia, lo cual despertaba el odio de los anglica- nos. Vino una peste que asoló á Londres , y los Je- suítas acudieron , como siempre , en socorro de la desventura; estalló después un incendio que con- virtió en cenizas muchos barrios de la ciudad , y de la Compañía de Jesús. 67 en esto encontraron los protestantes una ocasión propicia para acusar á los Jesuítas como fautores de esta horrenda calamidad. Los Jesuítas habían envenenado las fuentes, y de aquí dijeron que procedía la mortandad , y los más ardientes pro- pagadores de este absurdo fueron los calvinistas. Carlos II escuchó á los acusadores , y decreto el destierro de los Jesuítas y el secuestro de todos sus bienes para satisfacer la codicia de un Parla- mento asalariado. La situación en que se encontraban los Padres de la Compañía en Inglaterra la revela el janse- nista Arnould en su Apología de los católicos , con las siguientes palabras : «Obsérvase cumplido hoy al pie de la letra con el pueblo inglés lo que de- cía Isaías del pueblo hebreo : Omnia quae loquitur populus iste, conjuratio est; todo cuanto en ella existe es conjuración. Un Jesuíta, autorizado por el Rey , y limosnero de su cuñada , aconseja á un fraile apóstata que regrese á su convento: conju- ración. Conduce él mismo por la senda de la per- fección , y lleva detrás varios jóvenes católicos que desean vivir en Londres como religiosos : conjflra- ción también. Desea que algunos sacerdotes pasen á predicar la fe á los infieles en algunos parajes de América ocupados por los ingleses: conjuración, y en todas partes conjuraciones». Asi se expresaba el grande atleta del jansenismo en 1682. Estaba reservado para los Jesuítas otro golpe 68 Conflictos y tribulaciones funesto que aumentase el número de sus tribula- ciones. El año de 1675 se presentó en Londres un aventurero francés, hijo de una cómica, quien, después de haber llevado una vida errante y vicio- sa , se presentó como un renegado de la Compañía de Jesús, con el nombre supuesto de Hipólito Lu- zancy. Había sido pasante en un colegio, y proce- sado después como falsario en un pueblo de la pro- vincia de Picardía. Haciendo alardes de calvinista, solicita entrada en el seno de la iglesia anglicana, y los amigos de esta secta , que nunca repararon en los antecedentes del individuo con tal de hacer prosélitos, le franquean sus pulpitos, le colman de favores y le relacionan con los hombres más principales del Parlamento. Desde aquel instante, para captarse el aprecio de los calvinistas, acusó á los Padres de la Compañía de muchos errores, y especialmente al confesor de la duquesa de Yorck, el P. San Germán, afirmando que le había ame- nazado poniéndole un puñal en el pecho si no fir- maba su retractación por medio de acta. Esta calumniosa acusación circuló prontamente en In- glaterra , y la voz unánime de los protestantes se levantó contra los papistas, y decretaron que todos los Jesuítas residentes en Londres fueran encerra- dos en calabozos , así como todos los sacerdotes ca- tólicos. Envanecido el impostor con las resultas de su acusación, añadió que los Jesuítas estaban fraguan- de la Compañía de Jesús. 69 do una conjura contra los anglicanos, en la que debía correr la sangre á torrentes ; alarmóse el Parlamento, tronó contra los designios de los Je- suítas, hasta que Justel, ministro del culto refor- mado , hombre recto é incapaz de adherirse á la impostura, á pesar de ser protestante, arrancó la careta a Luzancy, descubriendo su origen y defen- diendo á los Jesuítas; pero el obispo de Londres protegió al calumniador, admitiéndole como maes- tro en artes en la Universidad de Oxford. La fortuna de este aventurero excita á otros á seguir por el mismo camino, y se presentó un in- glés , llamado Tito Oates , hombre desacreditado por su vida relajada , y puesto de acuerdo con el doctor Tonge , finge convertirse al catolicismo é implora ser admitido en la Compañía de Jesús. Se le admite , pero cinco meses después le expulsan por su mala conducta. Acusa á los Jesuítas de cons- piradores con cartas falsas y otros instrumentos , que, reconocidos después, comprueban la inocencia de los acusados. Sin embargo, comparece Oates ante los lores del Consejo privado, y hace la siguien- te declaración : «Los Jesuítas, asalariados por el Papa y por Luis XIV, han proyectado destruir la religión anglicana , asesinando al Rey y al duque de Yorck , si éste no se asocia á los católicos. El P. Lachaise, confesor del Monarca francés, pone á disposición de los conspiradores cantidades consi- derables, y lo mismo Escocia que Irlanda se aso- 70 Conflictos y tribulaciones' cian al complot. Mi disimulada apostasia me ha permitido penetraren estas maquinaciones, y, por lo tanto , he sido el agente más activo. Conozco las misteriosas complicaciones que ligan al Gene- ral de los Jesuítas con la Santa Sede; no sólo lo he visto todo , sino que todo lo he sabido , todo lo he leído, y todo lo he revelado, aun á riesgo de per- der la vida , impulsado por mi amor á Inglaterra. He visitado en Madrid á D. Juan de Austria, alia- do de los Jesuítas , y en París he sido acogido por el P. Lachaise como un emisario de Dios». Y díjole el Rey, que esto escuchaba: «Puesto que habéis entrado en relaciones con el Infante , describid su persona». Y responde el delator, sin vacilar: «Es D. Juan de Austria alto, enjuto de carnes y de color trigueño». Entonces se volvió Carlos hacia su hermano, y sonrieron los dos , por- que ambos conocían personalmente al Príncipe, y sabían que era bajo de estatura y de tez blanca. «¿Adonde visteis al P. Lachaise (preguntó el Mo- narca) contando diez mil libras esterlinas, como habéis dicho?» Y repuso el delator: «En la casa profesa de los Jesuítas confinante con el Louvre. — Sois un embustero farsante (replicó el Rey in- dignado); porque los Jesuítas no tienen ninguna casa cerca del Louvre». El calumniador fué expul- sado , pero el Consejo privado quiso depurar el asunto, ansioso de encontrar la criminalidad que deseaban. de la Compañía de Jesús. 71 Merced á una correspondencia inofensiva, pero secreta, entre los Jesuítas ingleses y franceses, con- fesores de ambos Monarcas , y cuyo secreto jamás había penetrado Oates, se dedicó el anglicanismo á resucitar una nueva conspiración , acusando á los Padres Jesuítas de que intentaban restablecer el catolicismo en Inglaterra por medio del incen- dio y el derramamiento de sangre , lo cual no pudo al fin comprobarse , porque del examen de esta correspondencia sólo resultaron consejosde manse- dumbre y esperanzas de que Inglaterra y sus hom- bres más eminentes volverían , andando el tiempo, al seno de la Iglesia católica. Algún tiempo después se encontró muerto á sir Edmundo Bury Godfrey, y como declarasen dos cirujanos que se notaban en su cuerpo señales de violencia , dicen los herejes que los Jesuítas le habían asesinado, porque fué él quien recibió la primera deposición de Oates, y porque su nom- bre acababa en rey y obedecían á la consigna del Papa. La patraña se vió tan patente, que na- die creyó lo que se murmuraba, de lo cual se irri- taban los protestantes y cometían los actos más brutales y arbitrarios , para que la sangre de los Je- suítas y de los católicos comenzase de nuevo á inundar los calabozos y los patíbulos. He aquí cómo se expresa Mazure en su Histo- ria de la revolución de Inglaterra, en 1668: «El proceso entablado contra cinco Jesuítas , acusados 72 Conflictos v tribulaciones por Oates en el mes de Febrero de 1679, Y Juzga- dos con la misma fecha, entretenía el ávido y es- túpido furor de la plebe. Al P. Ireland, uno de es- tos religiosos , le acusaron de haber dado las órdenes, ya concertadas con la Compañía, para asesinar al Rey, mientras los Padres Grovery Pike- sin, capellanes de la Reina , habían recibido orden de sacar á S. M. en Windsor, el primero la can- tidad de mi! quinientas libras esterlinas , y el segun- do el premio de treinta mil misas , que había prefe- rido al salario de su compañero. Habían espiado al Monarca en Windsor ; pero la pistola falló tres ve- ces: la primera, porque la piedra no dió chispa; la segunda , porque al regicida se le olvidó cebar- la , y la tercera , porque estos regicidas , poco diestros, habían introducido solamente la bala en la pistola, sin acordarse de echar antes la pólvora, milagros todos de la Providencia , que guardaba la vida del Rey». Carlos no creía en este complot; tampoco lo creyeron el Parlamento ni el clero an- glicano ; pero como era menester que corriese la sangre de los Jesuítas , fueron al suplicio , para ex- piar la supuesta culpa en manos del verdugo. Iban al suplicio los vasallos más leales del Rey , sola- mente por el hecho de profesar la doctrina católi- ca, sin que Carlos pudiese contravenir á unas leyes que le impedían intervenir ni coartar los actos de la justicia. Claro es que desaprobaba interiormen- te los desmanes de los protestantes, cuando murió de la Compañía de Jesús. 73 como católico, después de haber renegado de su fe por una debilidad hipócrita , legando , por lo tanto, á su hermano una corona que había com- prometido. El nuevo Rey, á pesar de los consejos de Luis XIV y de sus propensiones al catolicismo, quiso aliados al trono en todas partes ; buscó el apoyo de los protestantes , que fué lo mismo que seguir las trazas de su antecesor. Sin embargo, aceptó como dogma la tolerancia , y los Jesuítas, que andaban como peregrinos por los montes, creyeron que seria otra su suerte , y se presentaron públicamente, con tanto más motivo, cuanto que muchos de sus acusadores se habían retractado de sus imposturas. El P. Eduardo Peters residía en la corte de White-Hall, más bien como consejero de Jacobo II que como Jesuíta, y ejercía un grande influjo en el ánimo del Monarca; el protestantismo empezó á considerarse abatido. Quiso Jacobo ele- var al Jesuíta á la dignidad episcopal, y así lo soli- citó del Papa ; pero viendo que éste le negaba el consentimiento porque lo prohibían las reglas del Instituto, le nombró secretario del gabinete, y le dió todo el lleno de su confianza , sin que el Padre Peters se resistiera á tales honores. El General de la Compañía no quiso en aquella sazón manifes- tarse hostil á este nombramiento , recelando que viniese un mal mayor, esto es, que, irritado Jaco- bo , ordenase la marcha de todos los Jesuítas , si no 74 Conflictos y tribulaciones consentía á su lado al P. Peters con la investidura que le había concedido. Peters abandonó el traje religioso para asistirá los actos solemnes de la política , y esto provocó la ira de los protestantes, que hasta dijeron queja- cobo pertenecía secretamente á la Orden , y que los Jesuítas tenían el proyecto de volver católica á Inglaterra por medio de un falso príncipe de Gales. Estas imposturas trajeron amenazas al trono, y Jacobo, para desvanecer la tormenta que se prepa- raba , decretó la libertad religiosa , la cual no im- pidió que Peters se convirtiese en blanco de todas las embestidas y de las más absurdas calumnias, que venían de rechazo contra la Compañía de Je- sús, y últimamente fueron un terrible mal para el mismo Rey , que cayó agobiado bajo el peso de sus enemigos por un complot revolucionario , al que dió origen el arrebato poco reprimido de los adversarios de la Compañía de Jesús , que fue nue- vamente acusada de ambiciosa y absorbente. El favoritismo de Peters vinoá ser un origen de in- justicias contra los hijos de San Ignacio. Cuando Luís XIV se propuso ser Rey, lo fué de veras, conquistándose las simpatías de los france- ses, porque supo ser tan inteligente como digno. Esto contribuyó á que los Jesuítas mirasen en este Monarca un protector contra las injusticias pasa- das, yen este amparo tuvieron confianza, con tanto más motivo , cuanto que habia nombrado por su de la Compañía de Jesús. 75 director espiritual al P. Annat, miembro de la Com- pañía de Jesús. Estaba el Padre dotado de un gran talento, pero era un tanto áspero, porque predo- minaba en su espíritu la franqueza. Deseoso Luís XIV de sostener la preponderan- cia de su reino , no transigía en este sentido ni aun con la Santa Sede, y un suceso inesperado vino á confirmarlo. El duque de Crequi , embaja- dor de Francia en Roma, se manifestaba un poco tolerante con sus servidores cuando se mofaban de la guardia pontificia. Los individuos de este cuerpo se empeñaron en vengar "ruidosamente el ultraje, y no solamente asaltaron el palacio del embajador, sino que dispararon algunos tiros al coche de la embajadora y mataron á un francés. Sabido esto por Luís, dispuso inmediatamente que se diese una reparación instantánea al pabellón francés, y que, si no se accedía , pasaría los Alpes á la cabeza de un ejército, y no se detendría hasta llegar al mismo Capitolio. El P. Annat , á pesar de conocer el respeto que el Monarca profesaba al Papa , sabía también que su orgullo no le dejaría retroceder, y se constitu- yó en mediador. La opinión del P. Annat en este enojoso litigio se encuentra consignada en la si- guiente carta que el Jesuíta dirigió al General de la Orden, concebida en estos términos: «No puedo menos de comunicar á Vuestra Pa- ternidad mi extremado dolor al ver frustrada la 76 Conflictos y tribulaciones esperanza que había concebido de la próxima re- conciliación entre el Soberano Pontífice y el Rey Cristianísimo , reconciliación que á primera vista parecería fácil entredós corazones, amigos ambos de la concordia; pero ignoro áqué enojosa coinci- dencia deba atribuir el trastorno de todas mis pre- visiones. El Rey Cristianísimo toma á su pesar la ofensiva; pero su misma repugnancia es una prue- ba de la constante energía con que llevará á cabo su resolución , hasta haber obtenido una repara- ción completa. Quéjase de que, habiéndosele he- cho saber por una declaración del mismo Papa la atrocidad del insulto realizado contra Francia en la misma Roma, y no por uno ó por dos indivi- duos, sino por una multitud de soldados de la guardia pontificia, no hayan podido hasta ahora, después de transcurridos cuatro ó cinco meses, descubrir uno de los autores ó promotores de este delito, ó, al menos , uno que se halle complicado en él por su negligencia en prevenir, contener ó castigar á los culpables , siendo así que el suceso ocurrió públicamente. »Vuestra Paternidad comprende, mejor que pudiera yo expresarlas, las desastrosas consecuen- cias de este altercado ; porque si el inaugurar ó no la guerra está en manos de las partes belige- rantes, su término no depende á veces de ellas. El inminente peligro que amenaza en este reino á la santa jerarquía eclesiástica , y la ruptura de toda de la Compañía de Jesús. 77 subordinación, son para mi alma un fuego devo- rador que la consume de un modo increíble. No he oído hablar hasta ahora de renovar la pragmá- tica-sanción : únicamente sé que uno de los pri- meros ministros se ocupa en la actualidad del mé- todo que se ha de seguir para regular los asuntos de la Iglesia de Francia, caso de interrumpirse con la guerra toda comunicación con la Santa Sede. Dicese que las Cámaras se asociarán á esta administración; que habrá solamente una asam- blea de Obispos; que existirán muchas fracciones, y yo temo que de este conflicto resulte un desastre para la Iglesia. Si durante las hostilida- des se va introduciendo en los ánimos la costum- bre de violar los derechos de la Santa Sede , será difícil renunciar á un sistema de gobierno ecle- siástico , cuya abolición exigirá Roma , pero que Francia no querrá tal vez abandonar, porque ha- brá principiado con ciertas apariencias de justicia. En fin: es de tal naturaleza este negocio, que quizás tendrá la Iglesia más que temer de la victoria que de la derrota ; puesto que si los fran- ceses quedan vencidos, ¿no se verán tentados, en la desesperación del fracaso, y contando entre ellos una multitud de herejes, á entregarse en bra- zos de la herejía, ó cuando menos del crimen? »Por lo que á mí toca , puedo prometerme que , con el favor de Dios , no faltaré á mi deber; pero ¿qué puede una débil caña contra el ímpetu 78 Conflictos y tribulaciones del torrente? Si á todo esto se añade que , á más de volver á resucitar en perjuicio nuestro la anti- gua acusación de papismo , vemos, por una carta escrita últimamente en Roma bajo este mal senti- do , se han debilitado notablemente nuestros es- fuerzos , maravilla será que no nos alcance esta tempestad; mucho más cuando observamos coli- garse en esta ocasión los sectarios antiguos y mo- dernos, enemigos todos de nuestro Instituto. » Puedo asegurar que el Rey Cristianísimo habla con respeto del Sumo Pontífice , piensa del mismo modo, y no se olvida de reconocerle como Jefe visible de la Iglesia ; pero también está per- suadido de que es una obligación suya no dejar envilecer la majestad real , tan cruelmente ultra- jada. Muchas veces le he oido decir , en ocasión en que la Santa Sede se proponía enviar á Paris un Legado , que le acogería con más honores que de costumbre. Creo que será sumamente agrada- ble á Vuestra Paternidad leer aquí el testimonio de gratitud que debo al cardenal Antonio , quien conduce este negocio álas mil maravillas, tratando de conciliar los derechos que se agitan , al paso que de prestar al Rey los servicios que se le deben, sin faltar en nada á sus obligaciones para con el Jefe de la Iglesia.» * Las observaciones del P. Annat no tenían ré- plica ; se vino á un acuerdo , y se restableció la concordia entre el Pontífice y el Rey de Francia. de la Compañía de Jesús. 79 Se comprenderán los tormentos del P. Annat con- trariando á todas horas las flaquezas del Rey ga- lante , rodeado de aduladores que deificaban sus, mismos vicios ; contrariando el célebre favoritismo de la señorita de La Valliére ; contrariando los di- tirambos que le consagraban los poetas . Luís XIV encontraba en su confesor un hombre recto y lleno de austeridad , que sólo aplaudía aquellos actos que podían contribuir á su gloria y engrandeci- miento. Dice Bayle en su Diccionario Histórico, hablando del P. Annat , que «llenaba de amargura los dias de este Príncipe, sin dejarle momento de reposo». Es el caso que la Compañía de Jesús sacó todo el provecho que pudo del favor que Luís le con- cedía , multiplicando su apostolado contra la he- rejía , y dando extensión maravillosa á la educa- ción de la juventud. Muchos hombres de calidad aceptaron la vida moral y religiosa que los Jesuítas predicaban ; éstos querían prosélitos procedentes de las primeras familias del reino , y vióse al conde de Dunois , hijo de Enrique de Orleans , duque de Longueville , llamar á la puerta del noviciado, donde se consagró al Instituto , después de haber cedido sus derechos de primogenitura á su herma- no; Carlos de Linoncourt , marqués de Blainville, renuncia á su gran fortuna, para ingresar en el Ins- tituto. Entre los eminentes predicadores que compe- 8o Conflictos y tribulaciones tían con el célebre Bossuet , se encontraba á la sazón el Jesuíta Bourdaloue, ante el cual se api- ñaba la muchedumbre para escuchar su palabra severa ; ajeno á las adulaciones de su época , de- ploraba que el Rey escandalizase la corte con la marquesa de Montespan, la favorita que habia reemplazado á La Valliére. Todos los cortesanos rendian pleito homenaje á la favorita; pero el pre- dicador Jesuíta , en ocasión de estar predicando delante del Rey y de sus cortesanos , se atrevió á vituperar los desórdenes de la corte y los de los Reyes. Explicando la parábola de Nathan , se atre- vió á aplicársela al Monarca francés , y exclamó : Tu es ille vir. Cuando el Soberano salió de la ca- pilla , manifestó su indignación contra el Jesuíta que de tal manera había osado apostrofarle , y ofreció á sus gentes castigar su atrevimiento , lo cual aplaudieron los que le rodeaban ; pero pasado algún tiempo, dijo á sus gentes : «El Jesuíta ha cumplido con su deber, y á mí me toca cumplir con el mío». Cuentan que desde entonces se mo- dificó el Rey en sus demostraciones escandalosas. Ocupaba por este tiempo la Silla pontificia Inocencio XI , el Papa que más se habia distinguido por el rigor con que consideraba, los derechos de la Santa Sede; pero sucedía que también Luis XIV era inaccesible á los privilegios de la corona , y por una serie de coincidencias se presentó la cuestión conocida con el nombre de la regalía, que vino á de la Compañía de Jesús. 81 ser un pretexto para que el Parlamento, que había enmudecido , volviese á discutir los asuntos de la Iglesia. Aparecieron entonces regalistas y anti- regalistas , cuyas controversias pasaron á ventilarse en Paris y en Roma, ó , mejor dicho , entre el Papa y el rey de Francia. Los Jesuítas franceses se mos- traron neutrales en este asunto, y únicamente el P. Maimbourg quiso justificar con bastante calor la prerrogativa del Rey, por lo que el General de la Compañía decretó la expulsión inmediata del Je- suíta , á lo cual se opuso Luís XIV ; pero Maim- bourg obedeció á su superior, sin atenderá los ruegos del Soberano. Es lo cierto que Inocencio XI colocó á los Jesuí- tas franceses en la dura alternativa de desobedecer á la Santa Sede y á su General , ó de violar la juris- prudencia de su país en unas materias que en nada interesaban al dogma, y no vacilaron éstos un momento; por lo que, á riesgo de que estallase la indignación de aquel Pontífice, se mostraron tales como eran , sometiéndose á las leyes de su nación , y predicando y administrando los Sacra- mentos como si nada hubiese acaecido. Inocencio no quería transigir respecto á los derechos de la Santa Sede, y Luis XIV, por su parte, se prepa- raba á obligar al clero para que proclamase que no debía su corona nada más que á Dios y á su espada; y entonces Inocencio, creyendo que se ultrajaba á su persona y á la dignidad pontificia, tomo n. 6 82 Conflictos y tribulaciones fulminó un Breve de excomunión contra el Mo- narca francés. El P. Dez, Jesuíta francés, residente á la sazón en Roma , fué el portador de este Breve, con orden de publicarlo en París tan pronto como llegase á dicha capital; pero el Jesuíta, antes que apresurar el encargo del Papa, dejó que transcurriese algún , tiempo, á fin de que el Padre Santo reflexionase reposadamente sobre la materia, y ar mismo tiempo escribió al General para que influyera con Inocencio y anulase el Breve , porque este paso acalorado del Papa podía ser causa del rompi- miento con la unidad de la Iglesia. El Papa escu- chó la voz persuasiva del General de la Compañía, y la excomunión no tuvo resultado. Este suceso probó al Pontífice la prudencia con que siempre obraban los Jesuítas. Circuló de boca en boca lo pasado , y se exas- peraron los ánimos , y fué común la opinión en Francia de que el Pontífice no sustentaba la razón, y si algunos Prelados se adherían á la Santa Sede, era para manifestar un respeto pasivo y para de- plorar lo ocurrido. El mismo Fénélon, que no quería ver mutilados los derechos del Monarca, siempre que predicaba lanzaba enérgicos panegíri- cos en favor de la unidad de la Iglesia romana, cuyo ejemplo seguían los hijos de San Ignacio de Loyola; y Luís XIV, acaso por motivos de previ- sión política , deseó siempre que los Jesuítas per- de la Compañía de Jesús. S3 maneciesen neutrales en las contiendas eclesiásti- cas que agitaban á Francia. Sin embargo , la posición en que se encontra- ban los Padres entre París y Roma fué causa de que los enemigos de la Compañía de Jesús la acu- sasen de mala consejera , en vista de la firmeza del Rey, con el objeto de inspirar el encono del Papa contra el Instituto, á fin de que le extinguiera, de cuyo golpe se sintió amenazado ; pero contó con la protección decidida de Luís XIV , aun cuando después de algún tiempo este mismo Rey, que se llamó el amparador de los Jesuítas, por instigacio- nes de los mismos parlamentarios, imputó á los Jesuítas, como un agravio, el haber sido dema- siado franceses. Como no había cesado la animosidad entre Ino- cencio y Luís XIV, aquél se negó con firmeza á dar la investidura canónica á los Obispos que habían sido nombrados por el Rey : visto lo cual por el P. Lachaise, que lamentaba como quien más estas divergencias , dirigió un despacho al General de la Compañía, encareciendo la cristiandad del Sobe- rano, y su celo nunca desme'ntido por el bien de la Iglesia, de la cual era el más sumiso servidor. Demostraba, además, el Padre su afección cari- ñosa á la Santa Sede, al mismo tiempo que lloraba en silencio al notar las desavenencias que existían entre Francia y Roma. «De manera, proseguía, que no hay en París un solo hombre de bien que 84 Conflictos y tribulaciones se halle en estado de comprender que todo un Soberano Pontífice no encuentra un placer en sacri- ficar un interés tan pequeño al bien general de la Iglesia, prescindiendo de las inmensas y sólidas ventajas que aquélla reportaría de la satisfacción del Monarca : presérveme Dios de creer que Su Santidad no puede , sin pecado, dispensar en un reglamento tan poco interesante como me lo in- sinúa Vuestra Paternidad. Respecto al nombra- miento de los Obispos, á quienes Su Santidad rehusa las Bulas , puedo protestar á Vuestra Pa- ternidad que son los mejores subditos de la corona, tanto por sus virtudes como por sus talentos». Este documento no produjo el efecto que el P. Lachaise se habia propuesto, porque el Papa prosiguió en su empeño; pero el P. Lachaise diri- gió un nuevo y terminante suplicatorio, á fin de que cesase el conflicto, el cual terminó con la muerte de Inocencio XI y con el advenimiento de Inocencio XII. La célebre revocación del edicto de Nantes fué un manantial inagotable de recriminaciones con- tra Luís XIV y los Jesuítas, á quienes considera- ban como los instigadores para que el rey de Fran- cia hubiese adoptado esta medida, y los herejes de todas las sectas y de todos los pueblos, que ha- bían depositado su saña contra los católicos, sa- biendo que Luís XIV se proponía llevar á cabo ciertas reparaciones en favor de los antes sacrifi- de la Compañía de Jesús. 85 cados, se indignan y truenan contra estas disposi- ciones. Claman en Ginebra y Londres contra la intolerancia del rey de Francia , y en Holanda es- pecialmente se convierten en verdugos contra los Jesuítas. En Inglaterra se levanta igualmente la voz de alarma, mayormente cuando veían que Luís XIV yjacobo II eran partidarios del catolicis- mo, y se emprende de nuevo otra terrible cruzada contra los hijos de San Ignacio de Loyola. Impo- nen insoportables tributos á las residencias de la Compañía de Jesús ; y, no contentos los herejes con este saqueo, conducen á los calabozos á infinidad de Jesuítas misioneros , y adoptan como, ley el sacrilegio. Los Jesuítas de Holanda se esforzaban en evi- denciar que ellos no habian contribuido en manera alguna á la revocación del edicto de Nantes , y es- cribían al P. Lachaise lo siguiente: «Aseguran en este país , que sois el autor de las persecuciones que se ejercen en Francia contra los calvinistas, y tratan por lo mismo de vengarse en nosotros. El conde de Avaux, que conoce nuestra posición, os dará cuenta de ella en París. Os suplicamos, mien- tras tanto , por amor de Dios y por el que tenéis á nuestra misión y á la Iglesia , que tratéis de mo- dificar este juicio inicuo sobre las causas de la re- vocación del edicto de Nantes, y, si es posible, hagáis por parar el golpe que nos amenaza». Pedro Codde , vicario de Holanda, era jansenis- 86 Conflictos y tribulaciones ta, y elevado á la dignidad de arzobispo de Sebas- te, ayudó cuanto pudo para que estallase la tem- pestad que se desarrollaba contra los Jesuítas, y procuró establecer el cisma protegiendo á los cal- vinistas , cuyo escándalo evitó la corte de Roma deponiendo al Arzobispo. Los Estados generales quieren obligar á los Jesuítas residentes en Holan- da á que interpongan su valimiento para que Codde vuelva al arzobispado de Sebaste , y los Pa- dres manifiestan que carecen de influencia para el logro de lo que deseaban , y escriben al Papa en este sentido , y la contestación armonizó con la pe- tición , por lo cual fué decretado el extrañamiento de los Jesuítas, á cuya determinación se avienen, alentados con las exhortaciones del cardenal Palucci, que los anima á la resignación , y añade : «Os em- peña además á recordar al Santo Padre que, por la gloria de Dios y defensa de su Iglesia, no sólo de- béis sufrir con paciencia el destierro, sino los tor- mentos y la misma muerte , si es preciso , acogién- dola con júbilo , puesto que el Divino Salvador ha prometido en particular el reino de los cielos, al paso que ha dado el título de bienaventurados á los que padecen por la justicia». Amenazados de muerte si no obedecían, los Jesuítas se resignan y cumplen la ley de extrañamiento, el cual sopor- taron hasta que vinieron tiempos mejores. Corría el año de 1 68 1 cuando ocurrió la muerte del general Oliva, en los momentos en que más se de la Compañía de Jesús. 87 enardecía el combate suscitado por el derecho de regalía ; gobernó á los Padres diez y siete años, y acabó sus días con la reputación de venera- ble, inteligente y venerado por su piedad. Reunida la Congregación el 21 dejunio de 1682, fué elegido general el P. Carlos Noyelle, natural de Bruselas. Su generalato duró sólo cuatro años. Sucedióle el P. Tirso González, antiguo doctor de la Universi- dad de Salamanca antes de su ingreso en la Com- pañía. Falleció el 27 de Octubre de 1705, y le su- cedió Miguel Tamburini , cuyo generalato duró veinticuatro años. CAPÍTULO V. ra natural , en cierto modo , que fuese legítima la vanidad de Luís XIV al ver la preponderancia que ejercía en Europa, la que se esforzaba en imitar á Francia en lo bueno y en lo malo. Tan osado como pertinaz el Rey en sus actos de engrandecimiento , intentó des- prender á los Jesuítas del dominio de Roma, al- terando sus Constituciones, áfm de que los Jesuí- tas franceses no fuesen de la misma condición que los de los demás países , usurpando sus atribucio- nes al mismo General de la Orden , lo cual era perturbar el Instituto en su parte más esencial. Algunos Jesuítas franceses, que pronosticaban el conflicto que esta medida podría traer á la Com- pañía, se echaron á los pies del Monarca , y le su- plicaron ardientemente y con reflexiones atinadas que devolviese la paz al Instituto, á lo cual se 90 Conflictos y tribulaciones prestó el Rey de buena voluntad , permitiendo que en adelante se pudiesen comunicar libremen- te los Jesuítas franceses con su General , sin la in- tervención del Soberano, como antes exigía. Mucho contribuyó para este resultado el Padre Lachaise, por quien el Monarca tenía una singu- lar predilección ; pero entregó su alma á Dios el 20 de Enero de 1709 , y el Rey se vió huérfano de su mejor amigo , por lo cual pidió con encareci- miento que le eligieran otro confesor dotado de las mismas cualidades del difunto, especialmente alguno de aquellos que el Padre había insinuado en sus postrimeros instantes. Fué elegido como sucesor de Lachaise el P. Letellier , Provincial de Francia á la sazón, austero en sus costumbres, in- flexible , y tan grave en sus maneras, que contras- taban sus prendas con la mansedumbre y la tem- planza del difunto. Dió señales evidentes de su gravedad el día en que fué presentado al Rey, á quien jamás había visto ni hablado. Preguntóle Luís si era pariente del canciller Miguel Letellier, á lo cual repuso el Jesuíta con aspereza: — «¡Yo pariente de los señores Letellier ! No , señor ; no soy nada más que un pobre de la Normandía Baja, en donde mi padre era un simple rentero». Esta res- puesta desagradó á los cortesanos, que miraron al Jesuíta con cierta prevención desde entonces. Los jansenistas acusaban al P. Letellier como el causante de la persecución del jansenismo ; esto de la Compañía de Jesús. 91 lo han dicho también algunos historiadores de aquel tiempo ; pero lo desmiente el hecho de que cuando el Jesuíta entró á desempeñar sus funcio- nes de confesor regio , el jansenismo estaba ya destruido. Los Jesuítas no fueron jamás amigos de los jansenistas; pero no entraba en. sus intereses ponerse abiertamente en hostilidad palpable con esta secta que podía lastimar sus intereses. Que- da, por lo tanto , destruido el primer crimen del P. Letellier, y del que hicieron responsable á todo el Instituto. Fué perpetuamente el blanco de los herejes y de los jansenistas : como antes se apun- tó , la misma severidad de sus costumbres y su temperamento brusco , a 1 mismo tiempo que su modestia, le atrajeron enemigos, porque era ade- más opuesto al disimulo y á la fraseología cortesa- na de los palaciegos. Preguntóle cierto dia el Rey por qué no usaba, como su antecesor, un carruaje con seis caballos, y el Jesuíta le contestó: — «Se- ñor, porque, además de ser incompatible con mi estado , me causaría rubor hacerlo , habiendo visto en el camino de Versalles , en una silla tirada por dos caballos , á un hombre de la edad , de los ser- vicios y de la dignidad de Aguesseau». Esta seve- ridad de costumbres y este carácter duro y recto, no le impedía ser limosnero y generoso con sus más implacables enemigos. Las prodigalidades de Luís XIV tenían que dar algún dia su forzoso resultado; declaróse el hambre 92 Conflictos y tribulaciones en París; el tesoro real carecía de medios, y se im- puso el diezmo de las rentas, cuya medida creye- ron que había sido inspirada por el P. Letellier. Las sectas religiosas inundaban de libros á la ciu- dad de París , propagando doctrinas contrarias á la religión católica , y el Rey no tomaba determina- ción ninguna contra los autores de estos escritos perniciosos; antes bien los toleraba. Fénélon, de- plorando esta conducta del Monarca , escribió al P. Letellier suplicándole que interpusiese su in- fluencia para que su Rey penitente observase el daño que semejante tolerancia podría acarrear á la cristiandad. Se convino secretamente en escribir una carta colectiva, firmada por casi todos los Obis- pos, que Letellier pondría en manos del Monarca, cuyo plan fué descubierto , interceptando el origi- nal escrito por Letellier, que debía servir de diseño, y de aquí provinieron nuevas acusaciones y dicte- rios, no solamente contra el confesor del Rey, sino contra toda la Compañía de Jesús, contra la cual recayeron todas las iras del jansenismo y de los re- formadores , lo cual obligó á Fénélon á escribir una memoria dirigida al Rey, en el mes de Junio de 1 7 1 2 , donde se encuentran las siguientes frases: «Nada existe más infamante para una sociedad re- ligiosa, que acusarla ante el cristianismo como poseedora de una mala doctrina y como culpable de una conducta irregular con respecto á los Obispos, proponiéndose ser su soberana y su juez. Y como de la Compañía de Jesús. 93 cuanto más grande es la acusación , más demos- trativa debe ser la prueba , es indispensable que el Cardenal pase á evidenciar todos los hechos alega- dos ó sucumba como un insigne calumniador. Si no hace otra cosa que continuar lamentándose y declamando con vaguedad , sólo practicará lo que es ordinario á los demás autores de libelos infama- torios: no le resta medio alguno de retroceder; es preciso que pruebe y que caiga un eterno oprobio sobre él y sobre los Jesuítas. Empero, si carece de pruebas jurídicas , debe reparar la calumnia retrac- tándose con tanta publicidad como la que ha em- pleado para propagarla. Dios, cuya verdad ha ofendido; la Iglesia, á quien ha escandalizado; su conciencia, cuya voz ha sofocado, y su misma dig- nidad, de que ha abusado indignamente para infa- mar á unos inocentes, exigen esta humillante re- paración». Fénélon se refería al obispo Noailles,que era jansenista , y, por lo tanto, enemigo de los Je- suítas. El Monarca, mientras tanto, envejecía, y asoma- ba la cabeza una nueva generación que se adhería á las máximas de los reformadores y á los adver- sarios de la Compañía de Jesús, pintando en sus escritos con los colores de la exageración , la tiranía del Rey y las víctimas que se inmolaban en la Bastilla , encerradas allí por los consejos del Padre Letellier. Supusieron qüe el confesor aconsejaba al Mo- 94 Conflictos y tribuí aciones narca que Noailles fuese arrestado y conducido después á Roma , para que el Papa le degradase en pleno Consistorio, á lo cual dicen que el Rey se resistía , pero que el proyecto estuvo á punto de verificarse ; mas la historia, escrita por la pa- sión , necesita apoyarse en pruebas y documen- tos , y nada de esto existe. Los protestantes no podían tolerar con ánimo sereno que Luís conti- nuase concediendo su favor á los Jesuítas, consul- tándolos en todos los asuntos que decían relación con la Iglesia, encargándoles que formasen capella- nes para la armada que existía en Brest y Tolón, y protegiéndolos con entera decisión. El duque de San Simón , que habla de los Jesuítas según lo que oía decir de ellos, no habien- do conocido personalmente más que al P. Sena- don , habla de este sacerdote de la manera siguien- te: «Pusiéronme mis padres en manos de los Jesuítas , con el objeto de amamantarme en la re- ligión; y á la verdad que no pudieron escoger más afortunadamente, porque, dígase cuanto se quiera de ellos, es preciso convenir que los hay muy santos y muy ilustrados. Yo permanecí adon- de me habían colocado, aunque sin relacionar- v me con ningún otro más que con el P. Senadon, que era mi mentor». Acusábase á los Jesuítas de que entraba en sus propósitos apoderarse del corazón de la mujer y del de los niños, para tener prosélitos y adeptos de la Compañía de Jesús. 95 fáciles de conquistar á sus fines ulteriores , sin no- tar que buscaban con preferencia á los hombres, y á los hombres de calidad , como baluarte de sus doctrinas piadosas. El abate Blache, reputado por monomaniaco, creía siempre ver asesinos perse- guidores del Rey , y se fijaba en los Jesuítas, para afirmar que éstos eran los enemigos más implaca- bles que tenía el trono de Luís XIV. Sin embargo, el Monarca francés espiró cargado de años en los brazos de su confesor, el i.° de Setiembre de 171 5 , y legando su corazón á la casa profesa de los Jesuítas. Luís XIV gobernó el reino apoyado en el con- sejo de los Jesuítas, y Felipe de Orleans busca sus consejeros en el jansenismo, siendo uno de sus primeros actos firmar el extrañamiento del P. Le- tellier, creyendo que de este modo se populariza- ba. Era necesario que los jansenistas cimentasen su poder y se esforzaran en adular las malas pasio- nes del Regente ; y fué de ver cómo ponderaron las persecuciones, formando lista de mártires in- molados al yugo de Letellier, que inundó la Bas- tilla de jansenistas. Consta que solamente dos pe- netraron en aquella reclusión durante los seis años que estuvo Letellier al frente de los negocios, el benedictino Thierry de Viarnés y el dominico An- tonio de Albizzi , los cuales volvieron á entrar en ella por mandato del Regente, con la nota de in- corregibles. Cuanto más se adelantaba en el cami- gó Conflictos y tribulaciones no de la libertad , más palpablemente demostra- ban los hechos que la severidad de Luís XIV contra los cismáticos rebeldes fué un juguete de niño, comparado con las medidas represivas que adoptó la Revolución francesa. El período de la regencia fué una época de ver- dadera locura y libertinaje, en el que se vieron relajadas por completo y con el mayor cinismo las costumbres de Francia. En este desorden se man- tuvieron los Jesuítas completamente neutrales, esperando que la fatiga , el cansancio y la extenua- ción pondrían un término al escándalo cínicamente manifestado. Pero sucedió que, como el jansenis- mo dejó al Regente entregarse á todo género de liviandades , ellos caminaron sin rodeos para llegar al campo de batalla y pelear contra la Compañía de Jesús, á fin de derrocarla y convertirse en arbi- tros de la educación y esparcir el veneno de sus doctrinas. No obstante, el Regente, en medio de su locura, comprendió adonde se encaminaban los jansenistas, y dijo á uno de sus ministros : «Por lo que respecta á los colegios de los Jesuítas, no quiero que se verifique cambio alguno». Quisieron los Jesuítas preservar al ejército de la corrupción general, y emprendieron la tarea de for- mar congregaciones de soldados en las diferentes guarniciones, y los jansenistas hallaron un pretexto para llamar la atención del Regente sobre este pro- pósito, y comentarle como una medida siniestra y de la Compañía de Jesús. 97 perjudicial á la nación francesa, y, por lo tanto, se suprimieron las congregaciones, pero circulaban entre las tropas los libros que habían escrito los Padres inspirando al soldado sentimientos de obe- diencia á sus jefes, y de piedad en los momentos más aflictivos del servicio militar. A este género pertenecían los libros titulados: El Maestro de ar- mas , El Soldado cristiano , El Espejo de los solda- dos , El Soldado perfecto , Aviso á los militares , El Soldado glorioso, y otros de la misma índole. El cardenal Noailles prohibió además á los Jesuítas el uso del pulpito y del confesonario, y unido á los jansenistas, trabajó incesantemente para que los padres de familia sacaran á sus hijos de los cole- gios fundados por la Compañía de Jesús; pero no pudo conseguir su objeto , si bien entregó á los hi- jos de San Ignacio á nuevas tribulaciones con su pertinaz persecución. Aun cuando Felipe de Orleans se manifestaba tolerante con los jansenistas para emanciparse de las cuestiones religiosas, al ver los libros que se escribían contra la moral y la soberbia de los mag- nates, comprendió que el ataque desmedido que dirigían á los Jesuítas sustentaba un empeño polí- tico , que propendía á usurpar la autoridad de la regencia, y comenzó á mirar lo que pasaba con alguna gravedad , y buscó manera para que el 4 de Diciembre de 1720 registrase el Parlamento la Bula Unigenitus , que condenaba las obras de tomo 11. 7 98 Conflictos y tribulaciones los jansenistas , los cuales ardieron en cólera. Los Jesuítas , que habian permanecido ajenos á los amaños de la intriga en estas cuestiones reli- giosas, encontraron una ocasión en que pudieron ostentar el ardor de su caridad; pues, habiéndose declarado la peste en el Mediodía de Francia , sem- brando el terror por todas partes, acudieron los hijos de San Ignacio con sus auxilios materiales y espirituales para amparar al desvalido, lo mismo en sus casas que en los hospitales, sucumbiendo en esta caritativa asistencia muchos d£ los Padres, atacados del mismo mal que combatían. Estos sacrificios llamaron la atención del Re- gente, el cual nombró en seguida al Jesuíta Tas- chereau de Ligniéres como confesor del joven Rey, por renuncia del abate de Fleury , y fatigado ya de los escándalos de la corte , quiso devolver á los católicos la tranquilidad que habían perdido. Qui- so el cardenal Noailles impedir al nuevo confesor el ejercicio de su ministerio, negándole la licencia; pero el Regente la obtuvo del Papa , y compren- dieron desde entonces los jansenistas que iban perdiendo terreno ante la influencia de los cató- licos. Elevado al trono de España el duque de An- jou , nieto de Luís XIV , claro es que en materia de religión seguiría las huellas de su abuelo, y aco- gió á los Jesuítas españoles como Luís había aco- gido á los Jesuítas franceses. Los de España se de la Compañía de Jesús. 99 afiliaron al nuevo Rey, lo mismo en la prosperi- dad que en la desgracia , y fué de verlos en los campamentos militares socorriendo á los heridos y auxiliando á los moribundos. Aun cuando Feli- pe V profesó cariño á los Jesuítas españoles, tuvo por consejeros y confesores á los Padres Dauben- ton y Robinet , al cual tributa la historia grandes y merecidos elogios, por su grande sabiduría y por su piedad. Robinet llegó á tener más influen- cia con el Rey que la misma Reina, y, herida en su amor propio al ver que el Jesuíta desaprobaba aquello que ella recomendaba con interés, buscó auxiliares para intrigar contra el confesor, hasta que lograron apartarle del Monarca, que era lo que el confesor deseaba , y se retiró á la casa pro- fesa de Estrasburgo , satisfecho de haber obrado bien y con la estimación de los buenos españoles. Sucedió á Robinet el P. Daubenton , quien desde luego se manifestó opuesto á los intentos temerarios del ministro Alberoni , que sustentaba propósitos tan ambiciosos y trastornadores , que el Jesuíta creyó que peligraba la Monarquía de Fe- lipe V , y así se lo manifestaba á su penitente. Venció el Jesuíta , y tuvo Alberoni que ausentarse, porque, además de Daubenton , tenía por enemigos de su política á Felipe de Orleans y al mismo Rey de Inglaterra ; pero no por esto dejó de ser censu- rada la conducta del confesor por sus adversarios, aun después de su muerte. Hubo escritor inten- ioo Conflicto'; v tribulaciones cionado que apuntó que el P. Daubenton había espirado bajo el peso de la maldición regia , cuan- do está probado á todas luces que el Monarca es- pañol asistió á su cabecera y le suplicó encareci- damente que le eligiera sucesor á su gusto , y el moribundo le indicó al P. Bermúdez. Mandó , ade- más, Felipe , para glorificar la memoria del mentor de su infancia , que toda la corte asistiese á sus fu- nerales. Conviene derramar la vista por Oriente , para considerar con detención los servicios que presta- ban los Jesuítas á la cristiandad; este territorio, degradado por sus preocupaciones , nacidas de su antiguo esplendor, que querían conservar los pue- blos en medio de su miseria. En estos paises su- cumbían los misioneros bajo el influjo pestilencial de las calenturas, por lo que se vieron cercenados los discípulos de San Ignacio de Loyola, á todos los cuales sobrevivió el P. Pedro Bernardo, que al fin murió también , y las lamentaciones de los armenios llegaron al cielo , porque sus verda- deros defensores habían fallecido en Levante, mártires de la caridad cristiana , de lo cual dan se- ñales los sepulcros, que subsisten todavía con sus correspondientes inscripciones. Los Jesuítas se- guían á los esclavos en sus mazmorras , en sus penosos trabajos y en las galeras otomanas, men- digando para socorrerlos , y morían gustosos para animarlos á soportar su mísera existencia. . de la Compañía de Jesús. 101 He aquí la interesante carta que el P. Cachod escribía á sus hermanos desde Constantinopla en 1707: «En la actualidad he logrado hacerme su- perior á todos los temores que ocasionan las en- fermedades contagiosas, y, Dios mediante, ya no moriré de esta enfermedad , después de los azares que acabo de correr. En este momento salgo del baño, donde he suministrado los últimos Sacra- mentos y cerrado los ojos á noventa personas, las únicas que han fallecido durante tres semanas en este inmundo lugar, mientras que en la ciudad y al aire libre han muerto los hombres á millares. En el intervalo del día, nada, según creo,, me pa- recía extraño; nada es capaz de intimidarme; pero en llegando la noche , y durante el insignifi- cante reposo que se me permite , se halla mi mente asaltada de horribles ideas. Paréceme que el mayor peligro que hasta hoy he corrido, y que correré tal vez en mi vida , ha consistido en mi ingreso en la sentina de una sultana de ochenta y dos cañones, donde los esclavos, de acuerdo con los custodios , me hicieron entrar de noche para que los confesase y les dijese misa muy tem- prano. Después que nos encerraron con doble candado, como es costumbre , confesé y di la co- munión á cincuenta y dos esclavos , de los cuales estaban enfermos doce , y tres murieron antes que yo saliese. Fácil es calcular el aire que se respira- ba en este sitio herméticamente cerrado; pero 102 Conflictos y tribulaciones Dios , que por su infinita bondad me ha salvado de este paso, me sabrá salvar de otros muchos». Muere el P. Jacobo Cachod, víctima de las en- fermedades, y aparecen nuevos misioneros que ocupan dignamente el puesto de los mártires an- teriores, que establecen colegios en Scio y propagan por todas partes la buena semilla , á pesar de las instigaciones de los turcos, que no cesaban de ex- citar á los griegos cismáticos , los cuales destruían las casas de los Jesuítas , sus colegios y sus tem- plos; pero de la misma ruina renacía otra nueva institución para acreditar la perseverancia de los misioneros. El P. Braconier hace prodigios en Le- vante, á pesar de la persecución de los turcos; su- cumbe, y prosiguen su tarea los Padres Sonciet, Tasillon y Grosset , y eso que la conversión era tanto más difícil , cuanto que no se trataba de re- ducir á salvajes, sino á unas gentes llenas de pre- ocupaciones , á una raza degenerada y vanidosa con su antiguo esplendor. La grande arma de los Jesuítas estribaba en los secretos de la candad, y lograron por este medio que la misión tomase un notable incremento , hasta que , convencidos los Patriarcas de Alepo y Alejandría de la superiori- dad del Pontífice Romano , dirigieron á Clemen- te XI su profesión de fe. Los Patriarcas de Constantinopla , Jerusalén, Antioquía y Damasco se alarmaron al notar la deserción de sus hombres, y entablan contra los de la Compañía de Jesús. 103 Jesuítas la más odiosa persecución , hasta que los delegados de Luís XV aparecen defendiendo las misiones. Introducidos en Persia los hijos de San Ignacio de Loyola, emprenden la predicación del Evangelio, en cuya empresa experimentan el palo y todo linaje de martirios; pero el cristianismo ha- bía echado raices en estas comarcas, y no hay poder que derribe la cruz que han plantado en medio de las mayores fatigas. Sábese que en Crimea padecen los cristianos tormentos y persecuciones, y alli acude el P. Duban para consolarlos. A los ojos del Jesuíta no existe diferencia entre griegos, gentiles, luteranos y calvinistas para el suministro de la caridad, y por este medio los atrae al rebaño del catolicismo. Los pastores de Suecia que observan estos progresos, se lanzan sobre los Jesuítas, y especialmente sobre Duban , como tigres carnice- ros ; pero el Jesuíta permaneció impasible, sin des- mayar en su noble propósito. El P. Claudio Sicard recorre el Egipto ; cae en manos de unos bandoleros, que le piden el dinero que llevase. «No le tengo» , responde el misione- ro, y los exhorta al bien con amonestaciones que soportan los malhechores sin alterarse , y prosigue su camino el misionero , sin temor á los peligros, bautizando, socorriendo á los cristianos, hasta que acabó su vida entre los contagiados el 12 de Abril de i72Ó,á la edad de cuarenta y nueve años. Iguales prodigios hacen los Padres en Abisinia, con espe- 104 Conflictos y tribulaciones cialidad el P. Paeis y el P. Alfonso Méndez, que propagan el culto del verdadero Dios , aun cuando encuentran por todas partes obstáculos insupera- bles , y hasta se ven saqueados en el desierto y ul- trajados por los bandoleros, que, creyendo encon- trar grandes riquezas, sólo hallaron dos cálices y algunas modestas reliquias. Sin embargo, hechos prisioneros, hubo que hacer algunos sacrificios para rescatarlos. Algunos que habían logrado escaparse, se ocultaron; pero, buscados con eficacia, en hallán- dolos sus perseguidores, los decapitaron, después de haberlos atormentado cruelmente. Cuando se vieron los Jesuítas rechazados de Etiopía por los cismáticos , se encaminan al Cáu- caso , recorren el Mogol y llegan á los valles de Cachemira, sin encontrar otro alimento que harina de cebada , ni otro lecho donde reposar que los duros peñascos. Penetra el P. Sanvítores en las Is- las Marianas, y encontrando docilidad en aquellos habitantes, ejerce su apostolado, creando ocho igle- sias y tres colegios, y bautizando más de cincuenta mil salvajes , hasta que espiró mártir de su celo por la cristiandad, sucediendo lo mismo al P. Ez- querra , á Luís de Veru y Picazo. El cristianismo volaba, sin embargo, á la conquista de mundos desconocidos. Propagan los Jesuítas el Evangelio en el archipiélago Filipino, y desde este punto se encaminan á Siam, donde, no solamente eran apóstoles de la fe, sino los médicos más afamados de la Compañía de Jesús. 105 del inundo y el asombro de aquellos habitadores. El gobierno francés, que conocía la inteligencia de estos misioneros , les da el encargo de que traba- jen en estos países ignorados, y hagan descubri- mientos especiales para las ciencias , y las naciones europeas encuentran nuevos descubrimientos mer- ced á las fatigas investigadoras de los Jesuítas , que recorrían el mundo entero arrostrando peligros de todo linaje. Los Jesuítas dieron soluciones satisfac- torias á las ciencias astronómicas, marítimas y geológicas; pero jamás olvidaron que ante todo eran misioneros. Desde Pondichery, cuartel general de las mi- siones , se trasladan á los puntos más apartados del globo, estableciéndose en Maduré, su país de predilección. Cuando llegó á China el P. Beschi, en 1700 , adoptó desde luego las austeridades de los saniasis más penitentes , absteniéndose de có- rner carne y ciñendo el traje de aquellos sacerdo- tes. Apellidaban al Jesuíta el gran Viramamouni. Profundizó el sánscrito, el telenga y el tamul; compuso versos en estos idiomas, celebrando los padecimientos del Crucificado y la virginidad de María, consiguiendo que sus versos fuesen la ver- dadera predicación del Evangelio y el conocimien- to del verdadero Dios. Estas victorias no evitaban los sinsabores. He aquí lo que escribia un Jesuíta al P. Carlos Le Go- bien en Diciembre de 1700: «Nuestra misión de loó Conflictos v tribulaciones Maduré se halla en un estado más floreciente que nunca , puesto que ya hemos contado cuatro gran- des persecuciones en este año. Acaban de hacer saltar á palos los dientes á uno de nuestros mi- sioneros, y actualmente estoy en la corte del Prín- cipe de este país , con el objeto de rescatar al Pa- dre Borghesio, que, en unión de otros cuatro catequistas suyos , se encuentra encadenado hace ya cuarenta días ; pero la sangre que nuestros cris- tianos derraman por Jesucristo es, como en otro tiempo, la semilla que produce una infinidad de prosélitos. Por lo que á mí toca , he bautizado en estos cinco años últimos más de once mil perso- nas, y cerca de veinte mil desde mi residencia en esta misión. Tengo á mi cargo treinta capillas y más de veintinueve mil cristianos; respecto á las confesiones que llevo oídas, no podría deciros el número; creo que pasan de cien mil. — Habréis oído decir muchas veces que los misioneros resi- dentes en Maduré no comen carne , ni pescado, ni huevos; que jamás beben vino ni otros líqui- dos semejantes ; que se albergan en miserables chozas cubiertas de paja , sin más lecho, ni silla, ni muebles , y que se ven obligados á comer sin mesa , sin servilleta , sin cuchillo , sin tenedor y aun sin cuchara , lo que no puede menos de parecer sorprendente ; pero creedme , querido Pa- dre ; no es esto lo que más trabajo nos cuesta ; por mi parte, al menos, os confieso con fran- de la Compañía de Jesús. 107 queza que ni aun he pensado siquiera en eso». Al mismo tiempo que el P. Beschi gozaba de todo género de preeminencias , adoptando los usos de los brahmas para poder alternar con las princi- palidades del país, pues si se ponía en contacto con los parias sería relegado á vivir con ellos , los Padres Manuel López y Antonio Acosta, que no debían dejar sin auxilios la población envilecida, tomaron el traje de los rayas para mezclarse con la gente menuda y ejercer con ellos la caridad. Era un verdadero sacrificio; dos hermanos Jesuítas no podían vivir juntos, ni comer juntos, ni alter- nar mutuamente , so pena de ser condenado al os- tracismo el misionero que, morando entre los grandes, se comunicase con aquel que conversaba y vivía entre los parias. Conviene apuntar lo que escribe Perrin en su Viaje por el Indostán: «Ves- tido el uno á manera de gran señor con un pom- poso traje , cabalgaba en un brioso alazán ó ca- minaba en un vistoso palanquín , al paso que caminaba el otro casi desnudo y cubierto de an- drajos, se le veía á pie y acompañado de pordio- seros , cuyo aspecto era más miserable todavía que el del indígena. El misionero de los nobles mar- chaba con la frente erguida, sin saludará nadie, al paso que el pobre Kuru de los parias saludaba de lejos á su compañero , se postraba cuando trope- zaba con él, y, como si temiese infestar con su hálito al misionero de los grandes, se tapaba la boca. El 1 08 Conflictos y tribulaciones primero no comía otra cosa que el arroz prepara- do por losbrahamas, mientras que el segundo se alimentaba con algún pedazo de carne corrompi- da , mísero donativo de sus desgraciados discípu- los. Nada existe más honroso para la religión como estos recursos de celo; nada recomienda tanto á un sacerdote cristiano como estos sacrificios eje- cutados con el santo deseo de llevar almas al cie- lo». Es el caso que de esta manera lograron los Jesuítas tener un gran número de prosélitos en el corazón de las Indias, y muchos más hubiesen lo- grado si las guerras no lo hubieran impedido , y si los excesos de los invasores no hubieran inspira- do á los naturales la coalición contra los europeos. El ascendiente de los Jesuítas en China llegó á ser casi poderoso , á tal punto , que fueron nom- brados Embajadores en la corte de Rusia, nom- bramientos que daba con gusto el emperador Kang-Hi, y los Padres misioneros que residían en China ejercían la doble misión de astrónomos y apóstoles, trabajando á un mismo tiempo por la salvación de las almas. Los coadjutores se convir- tieron en médicos , con el objeto de que su apos- tolado fuese más provechoso , puesto que de esta manera acudían al lecho del paciente, y aprovecha- ban aquellos instantes para la conversión. Habien- do enfermado gravemente el Emperador, le salvó el Jesuíta Rodas, y el Soberano, reconocido, envió á los Jesuítas algunas barras de oro , cuya venta de la Compañía de Jesús. 109 produjo á la Compañía la cantidad de doscientas mil pesetas, que aplicaron al sostenimiento de hos- pitales, iglesias, casas profesas y otros objetos benéficos, pero siempre reproductivos para la So- ciedad de Jesús. El cristianismo florecía visible- mente en aquellas lejanas tierras. Esto no impidió que se suscitaran algunos de- bates entre los Jesuítas y los misioneros de otras Órdenes respecto á la tolerancia de las ceremonias chinas: como se dijo en otra parte, no querían los Jesuítas exponer la fe á un naufragio inevitable, y por eso escribieron al Papa en los términos si- guientes: «Mucho quisiéramos poder abolir las costumbres y ritos paganos; pero tenemos miedo de que con esta severidad cerremos las puertas al Evangelio y las del cielo á un gran número de almas; por lo que nos vemos obligados, á ejemplo de los Padres de la primitiva Iglesia, á tolerar los usos puramente civiles; de manera que, cuando nos parece posible poderlo hacer sin peligro , se los vamos paulatinamente cercenando y sustitu- yéndolos con otros más cristianos». Esto demues- tra cuál era el plan que habían concebido los Je- suítas; pero la Santa Sede se manifestó siempre contraria, á pesar de las declaraciones del Empe- rador, que dijo que, invocando á King-Tien, in- vocaban al Ser Supremo , al Señor del cielo, al Dispensador de todos los bienes, que todo lo ve, todo lo conoce , y cuya Providencia rige y gobierna 1 1 o Conflictos y tribulaciones al universo. Pero la corte de Roma no quedaba satisfecha. Los Jesuítas , viendo perdidos sus afa- nes, querían que prevaleciese su experiencia á los dictámenes de la curia romana. El Papa envió un delegado, perteneciente á la Compañía de Jesús, que logró tener una entrevista con el Emperador en 1707, y publicó un edicto prohibiendo á los cristianos la práctica de las ceremonias en honor de Confucio y los antepasados , asi como saludar al verdadero Dios con los nombres de Xamti y Tien. Esto irritó al Emperador, y entregó el Legado á los portugueses , que eran sus enemigos más declarados , porque les había inferido ciertos agra- vios en Goa, y le encerraron en un calabozo, con prohibición de ejercer sus poderes en los países sometidos á la corona de Portugal. Tournon , que era el nombre del enviado, falleció en 1710, á la edad de cuarenta y dos años. Es de suponer que los jansenistas encontra- ron en este hecho un motivo para interpretar el asunto á su manera y considerar al P. Tournon como un mártir sacrificado por sus «verdugos los Jesuítas». No quisieron ver los jansenistas loque veian los mismos protestantes , que los misioneros habían concebido un plan arriesgado: ensayar una reforma insensible y gradual en las costumbres de aquellos pueblos, á fin de regenerarlos sin violen- cias y sacudimientos, y por la fuerza misma del sentimiento cristiano. de la Compañía de Jesús. i 1 1 En Roma no se pensaba de este modo , y el Papa condenó algunas de las ceremonias; el Ge- neral de la Compañía proclamó en el Vaticano la necesidad imperiosa de obedecer los preceptos de la Santa Sede; pero los misioneros, viendo que el Papa no condenaba todas las ceremonias, adopta- ron las que no se mencionaban, y, por lo tanto, obedecían en la forma, aunque no en el fondo. Es de creer que hubiera sido más gloriosa la obedien- cia ciega , por doloroso que fuese renunciar á tan- tos años de sufrimientos y abnegación. Al fin apareció la Bula Ex illa diae el 1 9 de Marzo de 171 5, que obligaba á los Jesuítas, bajo juramento solemne , á romper con las ceremonias chinas ; y obedecieron sin réplica, después de haber aceptado todos los paliativos para no ver la ruina de la nueva Iglesia. El fallecimiento de Kang-Hi en 1722 trajo como heredero á Yong-Tching, cuyo primer cuidado fué proscribir el culto de la Iglesia católica, y los mis- mos príncipes de la sangre, que habían abrazado el' cristianismo, fueron desterrados y despojados de sus bienes, á la par que amenazados de muer- te , y los misioneros relegados á Macao. Viendo los Jesuítas que las controversias pasadas sobre las cere- monias habían herido de muerte al cristianismo, se empeñaron en evitar su caída, haciéndose los necesarios con la práctica de las ciencias; muere Yong-Tching, y le sucede Khiang-Loung en el tro- 1 12 Conflictos v tribulaciones de la Comp. de Jesús. no, que rechazó á los Jesuítas como misioneros, y los acogió como astrónomos, matemáticos, analis- tas, geógrafos, médicos, pintores y relojeros. La obediencia de los misioneros al fallo de la autoridad pontificia fué la. señal de la caida del cristianismo en las riberas del Ganges y del Río Amarillo. CAPÍTULO VI. a historia ha perpetuado los trabajos de los Jesuítas y los sacrificios hechos en beneficio de la cristiandad en los períodos más dificultosos; sábese de una manera innegable que han propagado la civilización cristiana entodos los continentes , y que la Compañía de Jesús ha sido desde su origen el baluarte más poderoso donde se han embotado las armas de la herejía. Ahora conviene saber si los Jesuítas modernos han seguido las trazas de sus predecesores y han cumplido su misión con la misma fe y la misma perseverancia. Los asuntos que tenían relación con las misio- nes del Paraguay habían quedado en suspenso después de las desavenencias entre el obispo Don Bernardino de Cárdenas y los Jesuítas. Era necesa- rio investigar quiénes habían sido los agresores en TOMO II. 8 I 14 Conflictos y tribulaciones estas contiendas , y el P. Andrés de Rada, provin- cial del Perú , fué el encargado para esclarecer los hechos, y después de haber visitado escrupulosa- mente la república cristiana del Paraguay , acom- pañado del nuevo obispo, Gabriel de Guillertigni, informaron menudamente al Rey y al General de la Compañía de una manera favorable, encarecien- do los trabajos de aquellas misiones. Después de la primera y feliz tentativa del Pa- dre Pastor con los fieros salvajes del Chaco , se vió obligado, á causa de una desgraciada diminución del número de los misioneros , á separarse de sus nuevas reducciones, y los indios , de este modo desamparados , llegaron á ser los más crueles ene- migos de los españoles , contra los cuales peleaban constantemente. Por espacio de treinta años con- secutivos se vió devastada la provincia de Tucu- mán, sin que los Jesuítas pudiesen recobrar la confianza que habían perdido entre los indígenas. Sin embargo , los Padres Ruíz y Salinas y Ortiz de Zárate,se encaminaron ájujuí, con el empeño de- cidido de reanudar la misión interrumpida, y em- plearon diez días para llegar á Santa, lugar cono- cido con el nombre de la « Montaña del Chaco». Allí edificaron los Jesuítas una capilla y lograron que algunos indios fueran sus compañeros; pero una mañana , no bien despuntaba el alba , y en ocasión en que los dos misioneros elevaban sus plegarias al Altísimo , salieron de improviso de los de la Compañía de Jesús. 1 1 5 bosques inmediatos turbas de indios dando ala- ridos y armados de sus macanas y palos, y asesi- naron á golpes á aquellas dos víctimas de la cristiandad , cortando después sus cabezas para lle- varlas en son de triunfo á sus respectivas tolderías. La noticia de esta catástrofe se propagó , y le- jos de entibiarse el ardor de los misioneros, redo- blaron su celo y su entusiasmo, y erigieron un colegio en Tarija, cerca de Charcas, como resi- dencia para los misioneros que debían emprender sus viajes á los desiertos. El P. Arce era el encar- gado para conducirlos á estas arriesgadas expedi- ciones ; dos veces se puso á la prueba , y otras tantas tuvo que retroceder. Dió treguas á su em- peño por algún tiempo ; se dirigió después á la nación de los Chiquitos, pueblo que ocupaba una extensión muy vasta , y al cual bañaban los ríos de Guapay y Pirapití, país cortado por montañas y sombreado por sus inmensos bosques. Eran va- lientes, y, por lo tanto, habían estado en hostili- dad perpetua con los españoles , y éstos habían constituido un odioso tráfico lucrativo con los ha- bitantes de Santa Cruz , donde se había instalado una compañía para comprar los prisioneros que se hacían en la guerra ; pero la llegada de los Jesuítas con su rescripto en favor de los indios convertidos ponía un dique á este tráfico, y los moradores de Santa Cruz hicieron cuanto pudieron para impedir la ingerencia de los misioneros en aquel territorio. 1 1 6 Conflictos y tribulaciones Festejaron á los Padres, abrumándolos con toda clase de obsequios, y al mismo tiempo pondera- ban los peligros que iban á experimentar, por la ferocidad de los indios y por lo insalubre del te- rritorio y las contagiosas enfermedades que diez- maban á los habitantes. Todo esto lo escuchaba el P. Arce con grave cortesía, y contestaba que era necesario afrontar estas dificultades para hacer mé- ritos y ganar la gloria eterna , y que los Jesuítas estaban acostumbrados á luchar con males supe- riores á los descritos por los españoles , y em- prendieron, por consiguiente, su viaje. Con efecto: la peste se había declarado ; pero el Jesuíta prodigó sus auxilios á los atacados, y ganó de esta manera la confianza de los que sobrevivían. Edificó una iglesia , y fundó una reducción . y habiendo ma- nifestado otra tribu deseos de verle , Ies envió re- cado de que viniesen para recibirles como sus hijtis, y aceptada la invitación , se trasladó la reducción á orillas del río de San Miguel , y otra cerca del Ja- covo, como plintos más ¡saludables y pintorescos. Durante la ausencia del P. Arce en este último punto , los mamelucos atacaron Ja de San Miguel, imaginando que, por ser de reciente fundación, no habría dificultad en su conquista ; pero los chiqui- tos , naturalmente guerreros , se prepararon al combate. No quisieron, sin embargo, emprender la batalla sin recibir antes la bendición del Padre, y habiendo regresado el misionero, les confesó, de la Compañía de Jesús. iiy les dió la comunión en el mismo campo de bata- lla , y antes que luciese el sol en toda su majestad, ya habían derrotado al enemigo. Esta victoria sir- vió de estimulo para fundar otras reducciones, que compitieron con las de los indios guaranis. El P. Caballero , modelo de santidad y perse- verancia , consagró su vida entera , anunciando en todas las tribus el Evangelio, exponiendo su vida á los peligros de la muerte, la cual alcanzó, pero subyugando á los salvajes con su palabra persua- siva. El pais de los puizotas fué el destinado para su tumba, donde le traspasó la espalda una flecha, que le dió tiempo para plantar en la tierra una cruz que llevaba, ante la cual se arrodilló y espiró, orando por la salvación de los gentiles, el 10 de Setiembre de 171 1. El martirio de este Padre fué la señal de otros muchos; los PP. Arce, Blende, Maco y otros treinta de sus neófitos , perecieron bajo los golpes de los payaguás en una tentativa infructuosa que acometieron para navegar el río Paraguay , al paso que el hermano Romero , con doce indios que le acompañaban , fueron asesi- nados por los zamucos en un arrebato de sober- bia. Los Padres Aguilar y Castañares penetraron seguidamente en las tolderías de los delincuentes; y después de haber exhortado á los asesinos y de haberles demostrado su error reprobando el crimen cometido , se postraron á los pies de los sacerdotes, reclamando su perdón , y se fueron con Ii8 Conflictos y tribulaciones ellos á la antigua reducción de San Rafael , donde se aplicaron al trabajo, que amortiguó el arre- bato que lamentaban. Estas alevosías no fueron poderosas para inte- rrumpir ni retardar el plan de operaciones que los Jesuítas se habían trazado; donde caía un misio- nero, se levantaba otro; y mientras que se forma- ban nuevas reducciones, las antiguas caminaban con constancia , obedeciendo al pensamiento de sus fundadores, á pesar de las inquietudes que proporcionó Antequera, que se había propuesto desmembrar el Paraguay de los dominios de Es- paña. En rigor, Antequera no era gobernador de la provincia, puesto que había sido enviado por la real Audiencia de Charcas para arreglar algunas desavenencias que mediaban entre el gobernador efectivo y sus gobernados. El encargo era dema- siado tentador para su ambición , y en vez de me- diar entre las partes contendientes, se apoderó del gobierno y le mantuvo por la fuerza con las armas. Hallándose ya la provincia en un estado faccioso, fué con facilidad inducida á declararse en su favor, y como los indios de las reducciones fueron los únicos de la población que no tomaron parte en la revuelta, los Jesuítas, por quienes eran dirigi- dos, se hicieron sospechosos á los ojos de Ante- quera , á consecuencia de lo cual fueron expulsa- dos de su colegio de la Asunción , á pesar de las enérgicas demostraciones de D. José Paloz, el de la Compañía de Jesús. 1 19 Obispo coadjutor de la ciudad nuevamente nom- brado , quien manifestó ser un ángel de paz y mi- sericordia en todos los tormentosos acontecimien- tos que ocurrieron en su episcopado. Antequera, por su parte, intentaba justificar su ilegal violen- cia contra los Jesuítas , removiendo las antiguas acusaciones é inventando otras. La fábula de las minas de oro volvió á resucitarse, á fin de aluci- nar á la multitud , cuyas pasiones se excitaron con la promesa del saqueo; pero el usurpador se habia obligado á más de lo que podía realizar, porque el Consejo de Indias empleó toda su fuerza por medio de un edicto, y fueron restablecidos los Je- suítas en la Asunción, al mismo tiempo que An- tequera era conducido preso á Lima con la senten- cia de muerte por rebeldía. En esta terrible hora, con el temor de la muerte, cayó el velo de sus ojos y confesó su injusticia , y hasta solicitó que le Acompañasen en su prisión los mismos hombres á quienes habia perseguido. Algunos Padres se apresuraron á acudir á su encierro, y fué un Padre Jesuíta el que le auxilió en sus últimos momentos. Antequera fué ejecutado ; pero los habitantes del Paraguay le consideraron como una víctima, y se sublevó la ciudad de" la Asunción, y fueron expul- sados otra vez los Jesuítas. Zavalo, caballero de ilustre sangre y de carácter reputado , pasó á la Asunción para calmar á los insurrectos; pero, viendo la resistencia que se le oponía , retrocedió 120 Conflictos v tribnlaciona á las reducciones , donde se juntaron siete mil in- dios á su llamamiento, y marchó contra la ciudad. Siguióse la guerra con todas sus calamidades; pero al cabo de algunos meses fueron derrotados los re- beldes, y se restituyó la paz en toda la provincia. El hecho mismo de haber reprimido los indios de las reducciones esta rebelión , habló con fatal efecto en la popularidad de los Jesuítas. Los hom- bres , que en su frenético aborrecimiento los ha- bían ya arrojado de sus casas alzando un clamor insensato , no era probable que los amasen mejor ahora que por medio de aquellos despreciables in- dígenas, cuya libertad habían preservado , y cu- yos caracteres habían formado , sus conjuraciones y- sus codiciosos designios habían sido vergonzo- samente derrotados ; pero desarmados é impoten- tes, confundidos y chasqueados como estaban, los colonizadores de aquellos días no eran los hombres que dejasen una víctima intacta , sola* mente porque se les había escapado una vez. No había servido la violencia ; les quedaba la intriga y la calumnia, y á ella acudieron sin piedad y sin remordimiento. Con la audacia de su carácter, cambiaron desde luego de rebeldes en subditos leales , y afectando un cariño intenso por los inte- reses de aquella corona contra la cual habían he- cho armas , dirigían exposiciones , primero al Consejo de Indias , y después al gobierno de Es- paña , denunciando la autoridad ejercida por los 'Je la Compañía Je Jesús. 121 Jesuítas en las reducciones, como derogatoria de la del Monarca de España , acusándolos además de disipar enormes cantidades pertenecientes al go- bierno de los indios convertidos. Los Padres hicie- ron frente á esta acusación de la única manera posible ; es decir , solicitando enérgicamente un juicio legal, y en el año de 1732 salió en su conse- cuencia una comisión, autorizando á Juan Vázquez de Agüero para trasladarse á América , con el pro- pósito de investigar la última y más tangible por- ción de los cargos. El resultado de esta inqui- sición concluyó cuatro años después de haberse empezado, y probó que, á causa de varias enfer- medades epidémicas que continuamente desola- ban las reducciones , habia una inevitable variante de un año á otro en el número de la población; pero que el tributo había sido pagado siempre con exactitud , conforme á las listas numéricas enviadas por los Jesuítas , y que , puestas á examen estas listas , se halló que más bien excedían que ami- noraban la actual proporción de habitantes de cada establecimiento , resultando de aquí ajena la So- ciedad á todo designio de defraudar la renta. Esto satisfizo al Rey , que siguió el consejo de Vázquez con relación al tributo que, con anterioridad al pe- riodo de la expulsión de los Jesuitas, permanecía en lá misma proporción que se había fijado al principio. Once años de fatigas continuadas costó al Pa- 122 Conflictos v tribulaciones ' dre Yegros topar con los tobatines que andaban errantes por los desiertos, y logra civilizarlos con los frutos del Evangelio. Otros Jesuítas penetran en las regiones magallánicas ; los pampas tenian costumbres licenciosas ; eran perezosos y jugado- res, y consiguen, á fuerza de paciencia, hacerles laboriosos , cultivando la tierra y adquiriendo costumbres pacíficas y cristianas. Sorprendido el rey de España con estas saludables conquistas, pide al General de la Compañía que refuerce la misión con nuevos hermanos , para que sea más glorioso el trofeo, y obedece el General, mandando al P. Quiroga y á otros, los cuales fundan nuevas colonias; pero al fin tuvieron que renunciar á la empresa, porque gran parte de la Patagonia se manifestó resistente para recibir los beneficios del Evangelio. No bastó á los Padres haber formado en el Pa- raguay una verdadera república cristiana; querían dominar por medio de su doctrina todo aquel vas- tísimo territorio , y los Padres Cipriano Barace y Castillo arriban al pais de los moxas , después de una larga navegación , y encuentran una población feroz é indómita, y casi antropófaga , á la cual acaudillan con su palabra, y le enseñan el arte de tejer telas y otros oficios productivos. Los Jesuítas vivieron entre estos salvajes, comiendo sus repug- nantes alimentos , durmiendo en sus mismas tol- derías , para que, conceptuando á los misioneros .de la Compañía de Jesús. 123 individuos de una misma familia , pudiesen facili- tar los medios de una conquista radical. Era de ver al P. Cipriano Barace caminando de tribu en tribu para efectuar la unidad de pueblos ene- migos , y al fin logra formar una gran colonia, bajo la advocación de la Santísima Trinidad , la cual se afana en los trabajos de la agricultura y en la oración al Señor de todo lo criado. Vislumbró el país de los Smannas , y regresó á Baures ; pero apenas llegó, le asesinaron bárbaramente, después de veinte años de apostolado. Sin embargo , per- manecía intacta la conquista de los moxas , que prosperaba á más no poder , ofreciendo el mismo cuadro que la reducción más dichosa del Paraguay. He aquí cómo se expresaba el P. Nial, escribiendo al P. Juan Dez : «Nuestros Padres acaban de formar en ella de quince á diez y seis barrios , todos ellos bien ali- neados , fuera de los cuales se designa á cada fa- milia la porción de tierra que debe cultivar. Existen bienes comunes , destinados á la Iglesia y al Hos- pital. Al principio de cada año se nombran los jue- ces y magistrados que entienden en el castigo de los delitos. En cada uno de los barrios se hallan dos de nuestros Padres , á quienes muestran los indí- genas la mayor deferencia , si bien ellos , por su parte , no economizan el afecto. Nada más her- moso que las ceremonias religiosas. Cada una de las iglesias edificadas hasta el día con la mayor 124 Conflictos y tribulaciones elegancia , tiene su órgano, cuya música encanta á los indios. Estos , por su parte , han tratado de embellecerlas con varias obras de pintura y escul- tura , lo que, unido á las limosnas de algunas per- sonas piadosas , hace que cada vez podamos her- mosear con más gusto estos templos , objeto de la admiración de nuestros sencillos neófitos. Para ver de remediar á la diversidad de dialectos en- tre estas tribus , se ha escogido el más difícil de todos ellos , haciéndole el idioma común , que todos deben aprender, á favor de una gramática que se ha compuesto y que se estudia en las es- cuelas. El Superior de la misión ha elegido para su residencia el centro de la población , donde también está situada la biblioteca , el laboratorio de farmacia y el lugar que sirve de retiro á los mi- sioneros.» Las márgenes del Marañón ó río de las Ama- zonas, fueron teatro de prodigiosas conquistas para el cristianismo , en cuya benéfica tarea intervienen los Jesuítas españoles y portugueses ; pero la codicia de los holandeses penetra en aquel territo- rio, y procuran introducir en las masas el protes- tantismo. Armanse los misioneros contra esta terri- ble invasión, y autorizados por la superioridad civil, predican la insurrección , á cuyo acento se levantan los indígenas y expulsan á los herejes; servicio que recompensó el Rey de Portugal, con- cediendo á los Jesuítas la petición que habían hecho Je la Compañía Je Jesús. 125 de abolir la esclavitud en el país de las Amazonas. Sin embargo, los comerciantes vieron en esta emancipación su ruina , y la indignación fraguó la calumnia, acusando á los Padres de usurpadores del poder con detrimento de la metrópoli , y tan pronto como el P. Vieira desembarcó en el Ma- rañón, le acosa el populacho , acaudillado por los comerciantes , pidiendo su cabeza ; pero se aplacan, y el misionero emprende su trabajo con aquella constancia que le inspiran su entusiasmo y su vo- cación. Pasado algún tiempo , quiere el sacerdote dar cuenta al rey de Portugal de los progresos de su predicación, y le dice, entre otras cosas, lo si- guiente : «En cumplimiento á las órdenes de V. M. , paso á darle cuenta de las misiones del Marañón y de los progresos que, merced á ellas, hace el Evange- lio en estos países. Así que V. M. no podrá menos de conocer que la Providencia se complace en glo- rificar por todas partes su venturoso reinado, pues mientras que se nos han comunicado en esta las mi- lagrosas victorias de la metrópoli, nos vemos pre- cisados á participarle otras nuevas conquistas, que con mayor fundamento se pueden llamar victorias milagrosas. En esa, Dios es el vencedor , no hay duda ; pero ha mediado la sangre , la devastación y las lágrimas : aquí , sólo Dios ha sido el triun- fador ; nada de efusión de sangre ; nada de guerra ni de ruinas, y sin costar un solo maravedí : aquí, i 2 6 Conflictos y tribulaciones en vez de los ayes y dolores del vencido , sólo se advierte un triunfo general y placentero , me- recedor de los aplausos de la Iglesia , que repara la sangre derramada en Europa por medio de la adquisición de los pueblos , naciones y provincias que gana el cristianismo.» Vieira y sus compañeros extendían su predi- cación en un radio de cuatrocientas leguas por la costa , rescatando á los esclavos de su humillante cautiverio, trayendo á su rebaño á los neergaibas, los indios más indóciles y que habían venido re- s istiéndose más de veinte años , dando muerte cruel á todos los españoles y portugueses que encontra- ban á su paso , ó que se determinaban á acercarse á sus escondidos baluartes. Los traficantes portu- gueses no pudieron mirar con ojos serenos estas conquistas , y hostilizaron al P. Vieira y á sus adep- tos. El misionero formuló su queja al Rey contra los desmanes de los lusitanos ; pero antes que llega- ra el remedio , los codiciosos traficantes de esclavos arrestan á los misioneros y embarcan al P. Vieira en una mala nave para que le conduzca á Lisboa, á cuya capital arribó con algunos de sus compañeros. En llegando el P. Vieira á Lisboa, predica en todos los templos la emancipación de los esclavos, y describe con vivos colores los atropellamientos de los portugueses en aquellas regiones , hasta que Alfonso VI reúne su Consejo, y después de vituperar la conducta de sus subditos, publica un de li Compcñia de Jesús. 127 decreto elogiando el trabajo de los Padres y dispo- niendo que en adelante no sean hostilizados en sus misiones; con que vuelve Vieira á reanudar sus trabajos , á pesar de la animadversión de sus compatriotas , reedificando lo que la rabia había destruido durante tres años de ausencia. El P. Luís Figueira, que ejercía su apostolado en Turi , quiere aclimatar en este territorio los productos europeos ; se encamina á Portugal , se abastece de semillas, regresa al Amazonas con la esperanza de prestar un importante servicio á su misión; pero una deshecha borrasca los arroja á l;>s costas del Marañón , donde fué degollado con sus compañeros por una tribu salvaje , á cuyo punto acude el P. Vieira para reducir á estos in- dios y aprovechar las semillas importadas por el mártir , convirtiendo en dóciles agricultores los que antes eran unos seres indómitos y rebeldes al trabajo. No transcurrió mucho tiempo sin que se vieran dos colegios famosos á orillas del Marañón, el de San Luís y el de Belén , y todo esto sucedía á pesar de los esfuerzos que oponían muchos in- dios por sostener su primitiva independencia. Creció la irritación de los comerciantes portu- gueses al ver que los Jesuítas que ellos expulsa- ran regresaban con mayores bríos al seno de sus misiones , proclamando cada vez más alto la eman- cipación de los esclavos, y, por lo tanto, se repi- tieron las quejas, acusando á los Jesuítas de usur- 1 28 Confliclos y tribulaciones padores de la regia prerrogativa , y añadiendo que era el intento de los misioneros introducirse en el corazón de los indígenas, ganar prosélitos, lla- marse alguna vez independientes, y usurpar á la corona de Portugal el trabajo y los sacrificios de los conquistadores. Esto hizo eco en los conse- jos de la corona , y procuró el Rey enterarse de lo que ocurría, y mandó delegados de su confianza para averiguar los hechos. Gómez Freyre de An- drada desembarcó en Amazonas con poderes rea- les para obrar según las circunstancias; pero pron- to investigó lo que ocurría , á consecuencia de lo cual expidió el Monarca lusitano un decreto, por el que , no solamente se dejaba en mano de los Jesuítas la administración espiritual, sino también el gobierno temporal de las tribus. Subió de punto la rabia de los comerciantes, y decidieron instigar á los indios para la rebeldía , y eran frecuentes los asesinatos , pereciendo como mártires verdaderos los PP. Francisco Figueroa, Pedro Suárez , Agustín Hurtado y Enrique Richler; este último no pudo escapar del martirio, á pesar de haber estado largo tiempo oculto entre la es- pesura de los bosques, alimentándose de hierbas y buscando refugio en las tribus mansas de aquellos campos. El cristianismo progresaba en las márgenes del Marañón; pero los traficantes desangre humana manifestaban su descontento, y por los años de de la Compañía de Jesús. 129 1730 enviaron á Lisboa un comisionado con el en- cargo de probar que los misioneros eran una remora para el desenvolvimiento del comercio, insistiendo en su antigua acusación de que los Jesuítas aspiraban al dominio absoluto de aquellas lejanas tierras, por lo cual se envió un nuevo emi- sario de parte del rey Juan V, para que investi- gase el verdadero pensamiento de las misiones. Era el enviado del Rey un magistrado de reputada probidad, quien, después de dos meses escasos de residencia, escribió una memoria enalteciendo el proceder de los misioneros y vituperando la con- ducta de los comerciantes. Estaba reservada al marqués de Pombal la triste gloria de volver por los comerciantes , con detrimento de los misione- ros y de la Compañía de Jesús en general. Existían en el Perú tribus indómitas y carnívo- ras, que se devoraban mutuamente, y que sus grandes festines se celebraban comiendo la carne de los prisioneros, salvajes que vivían completa- mente desnudos, porque no tenían la más remota idea del pudor, y alli acuden los Jesuítas afanosos, donde, en vez de la muerte, encuentran la sorpresa, y amigos dóciles que se someten á su buen con- sejo, y se penetran prontamente del instinto de la caridad. Ocioso será añadir que, andando el tiem- po . estos salvajes penetraron gustosos por la senda del cristianismo. Fueron igualmente dignos de eterna conmemo- TOMO II. Q ijo Conflictos y tribulaciones ración los trabajos apostólicos en California , de los Padres Jesuítas Picólo, Salvatierray Ugarte. Dijeron sus enemigos que habían encontrado muchas mi- nas de oro y plata, y que las explotaban en favorde la Compañía; pero entonces no encontraron otra cosa que montañas peladas, un terreno árido é in- culto, en el que nada prevalecía. Su conquista fué nada más que espiritual, y de ello-dan testimonio los mismos viajeros protestantes , que han sido los primeros en defenderá los misioneros Jesuítas con- tra sus calumniadores. Los PP. Sepp , Bohm y Dootili, penetraron en el país de los tscharos . raza feroz, y á la cual do- mestican, llevándola al cristianismo. Los PP. Lom- bardo y Ramilta se internan en los desiertos de la Guyana por los años de 1708, y conquistan nuevos prosélitos á la Iglesia católica , y en 1728 ya tenían los indígenas un templo soberbio , donde celebraban con los Padres el culto romano. Las colonias francesas tuvieron por misioneros activos y diligentes á muchos Jesuítas franceses, y practicaron los mismos milagros que los Jesuítas españoles en el Paraguay. Enrique Laborde se hizo célebre en Cayenne por su misión apostólica y por su muerte desastrosa , que experimentó por mano de los protestantes ingleses. Los Jesuítas franceses tuvieron que luchar en estas comarcas con la insalubridad del clima y con la competen- cia de los comerciantes, que se oponían á la con- de la Compañía de Jesús. 131 versión de los negros, á quienes ellos poseían como esclavos. Las costas de Africa ofrecieron á los Jesuítas mo- tivos para su justa celebridad. El Congo , Angola, Guinea y la Senegambiá, conservan recuerdos de estos apóstoles, que convertían á los extraviados, derramando su sangre á manos de los negros , ó sucumbiendo como victimas de las enfermedades pestilenciales del clima, ó en los naufragios. Los triunfos de los Jesuítas franceses en el Ca- nadá provocaron los celos de los ingleses, porque los habitantes de aquel país seguían á los misio- neros católicos como á sus padres , y obedecían sus preceptos. Los Jesuitas fueron los amigos de todas las tribus , los mediadores en sus diferencias y los verdaderos maestros del Canadá. Esta pre- ponderancia de los Jesuítas sobre aquellas pobla- ciones vírgenes desagradó sobremanera á los ingleses, y no tardaron , sirviéndose de los iraque- ses, en crear sobre los lagos del Canadá y en los bosques del Labrador, una oposición incesante- mente armada. Querían los Jesuitas que perseverase su influjo sobre los canadienses , y se confundieron con ellos hasta en su vida intima; habitando en sus humildes cabanas y sepultándose con ellos entre la nieve, siendo varios los Padres que espiraron helados, y otros agobiados por el peso de los años. Estos sacri- ficios contribuyeron sobremanera paraque losingle- \}2 Conflictos y tribulaciones ses no pudieran desprestigiar con sus ataques ni con la calumnia á los misioneros católicos, hacia los cuales profesaban los canadienses el cariño más entrañable. Sin embargo, el P. Jacobo Gravier, que se propuso extender su predicación por otros pun- tos desconocidos, fué victima de suceloen las inme- diaciones del Mississipí , pues le degollaron inhu- manamente. Los misioneros franceses fueron los verdaderos conquistadores del Canadá, y lo con- firma Chateaubriand con estas significativas pa- labras : «Si Francia conservó por tanto tiempo el Canadá á despecho de la amalgama realizada en- tre los iroqueses y los ingleses , á nadie más que á los Jesuítas debió sus triunfos». El odio de los iroqueses contra los nietos de San Luis procedía de una derrota que experimen- taron por el marqués de Tracy y Courcelles. Esta pasión rencorosa la supieron explotar los ingleses, excitando á los iroqueses para que cometieran todo linaje de atropellos contra los misioneros, los cuales, antes que ponerse á cubierto de estos peligros, penetraron en el centro del campamento enemigo, con el objeto de suavizar las costum- bres ásperas y sanguinarias de sus enemigos. Los ingleses, al notar que los Jesuítas ablandaban poco á poco la ruda condición de aquella gente, y que se estrechaban los vínculos de la amistad , apela- ron los protestantes al recurso de suministrar á los iroqueses bebidas alcohólicas , para tenerlos siem- de la Compañía de Jesús. 133 pre en continua embriaguez , y aficionándolos á estos licores , conseguían que ensordecieran á las predicaciones de los misioneros, ó al menos que no produjesen efecto sus consejos. No obstante, los hijos de San Ignacio de Loyola no se desani- maban , y procuraron .con maña anular las con- secuencias de aquel inicuo artificio; pero la per- secución de los británicos fué tan tenaz, que los misioneros tuvieron que renunciar al territorio y trasladarse á otro , en el que no imperasen los iraqueses auxiliados por los discípulos de Enri- que VIII. En todas partes fueron perseguidos los misio- neros, y no de otra manera se concibe que el Pa- dre Parson fuese decapitado en Natchez , y algu- nos meses después el P. Souel. En 1736 fué quemado el P. Sonat por los chichacas; pero esta sangre que se derramaba en la Luisiana fructificó andando el tiempo, porque fueron muchos los que abrazaron las doctrinas del Evangelio ; Ingla- terra por un lado, y los Estados Unidos por otro, han cambiado totalmente la faz. del pais; una nueva forma de gobierno ha producido nuevas costumbres. * CAPÍTULO VII. ntramos en un periodo histórico, en el cual el libre pensamiento, excitado por el amor propio y la vanidad , no sólo com- batía los fundamentos de la religión , sino que anatematizaba el poder de la corona, y los pue- blos, halagados por teorías ilusorias, comenzaban á mirar el poder de los Reyes como una remora para su soñada felicidad. Mientras los ataques se li- mitaron á la religión, los Monarcas se pusieron de frente y ampararon á los apóstoles que luchaban contra los luteranos, calvinistas y jansenistas; se colocaban al lado de la Santa Sede, y afrontaban sin embarazo los peligros que corria la religión católica, amparando denodadamente á sus defen- sores, sin reflexionar que una filosofía bastarda que establecía escuelas para destruir los funda- i ? 6 Conflictos y tribulaciones mentos en que descansa la creencia en un Ser Su- premo , tenía forzosamente que atacar, con el an- dar de los tiempos, el poder temporal de los soberanos, pues una filosofía que no perdonaba á Dios para someterle al imperio de la razón, mal podía respetar al hombre , aun cuando fuese el ungido del Señor. Presentóse una escuela que mi- naba los tronos adulando á los Reyes, y que des- truía la moral calumniando la virtud : indolentes los soberanos en lo que atañía á su poderío, cre- yéndose fuertes y respetados, no veían que pau- latinamente iban quebrantándose los resortes del poder público. Las escuelas filosóficas del siglo xvm impri- mieron la soberbia en el corazón de los hombres que se reputaban sabios , y hasta los mismos Re- yes tuvieron ministros á su lado que participaban de estas doctrinas disolventes, que tan amargos frutos habían de dar al principio de autoridad. El Padre común de los fieles , el Sumo Pontífice, tuvo condescendencias funestas, á las que se dieron el nombre de tolerancia , á fin de que no fuese inquie- tada la tranquilidad de la corte romana , supo- niendo que, no exacerbando los espíritus, podría remediar el tiempo lo que no remediaba el manda- to. La única fortaleza que se mantenía firme contra los ímpetus de la impiedad y de un filosofismo imprudente y visionario, fueron los Jesuítas , y contra esta Institución se dispararon todos los dar- de la Compañía de Jesús i 37 dos con inconcebible tenacidad. El filosofismo se forjó un Dios y un mundo á su antojo ; negó la fe; el culto fué considerado como una salvaje ido- latría, y los que no se avergonzaban de doblar la rodilla al soberano de la tierra , consideraban como una repugnante humillación prestar home- naje al Dios de todo lo criado. Las cosas más san- tas aparecían profanadas bajo la espada del sarcas- mo, y se celebraban con regocijo inaudito las bufonadas más chocarreras de Voltaire; y todo este cúmulo de impiedades iba acompañado del desorden v de la inmoralidad autorizados por los Reyes y sus ministros. La religión católica, por lo mismo que era la inmutable, fué la más atacada y contra la cual descargó su rabia la impiedad; y aquí aparecen los Jesuítas, conocedores del peligro que corría la fe , lanzándose á ta palestra con santo denuedo, contrarrestando con su predicación y con sus escritos á este ejército invasor de incrédulos, formado de todas las sectas, que aglomeraron sus particulares extravíos para derrocar con mano airada el elemento más formidable que tenia la religión católica, cuyo estandarte tremolaban impávidos los hijos de Loyola. Éstos estaban solos y desamparados ; no tenian más armas para pelear que los deberes de su conciencia , á cuyo tribunal obedecían, mientras que los filósofos tenían la protección del Parlamento y la magistratura, que, lejos de cortar las alas á los osados novadores, los 1 38 Conflictos y tribulaciones protegían con empeño decidido. Todas las inteli- gencias se confabularon para socavar los cimientos de la Compañía de Jesús ; la tormenta tenia nece- sariamente que estallar; na se sabía á punto fijo en qué zona debía descargar la nube preñada de electricidad, y se presentó de súbito en Portugal, punto de arranque para todos los desmanes y atro- pellamientos. Antes de describir la borrasca, conviene decir algo acerca del Neptuno que-agitó las olas del mar lusitano, que fué un ministro portugués llamado Sebastián Carvalho , conde de Oyeras y marqués de Pombal. Descendiente de una familia pobre, entró al servicio de las armas , donde acreditó su bravura y obtuvo por ello el grado de cabo; pero viendo que habiasido desairado en una promoción de oficiales , abandonó el servicio de las armas y se retiró desconsolado á su país natal , que era la villa de Soure, donde contrajo matrimonio con una viuda llamada doña Teresa de Noronha, hija de D. Bernardo. La villa de Soure no podia con- venir al espíritu turbulento y ambicioso de Pom- bal , y se trasladó á Lisboa , y bajo la dirección de su tío procuró conciliarse la protección de todos aquellos que podían ayudarle en sus ambiciosos proyectos , y á fuerza de intrigas y de solicitudes logró pasar á Inglaterra en calidad de enviado ex- traordinario, empleo honorífico y superior á sus esperanzas, que le abrió el camino para más al- de la Compañía de Jesús 1 39 tas dignidades. Con efecto : fué llamado de Lon- dres á Lisboa, y pasó como enviado á Viena. La pasión dominante de Carvalho era la ambición; sus ideas eran las de elevarse , y no descuidaba coyuntura para lograr su propósito. La fortuna le fué contraria en sus negociacio- nes en la corte de Viena ; pero pudo indemnizarse con un negocio particular , que puede considerar- se como el origen de su prodigiosa elevación. Era viudo , y contrajo nuevo enlace con la condesa Daun , con la cual se trasladó á Lisboa , desacredi- tado por no haber llevado con acierto en Viena la negociación de que había sido encargado. Sin embargo , sofocando su rabia, procuró conciliarse la amistad de las personas más amigas del Rey , adulando á los favoritos , y fingió profesar la más grande veneración hacia el P. Gaspar, religioso Recoleto y tío del duque de Aveiro , hombre de un exterior humilde y penitente , pero hacia el cual profesaba Juan V la más grande estimación. Siem- pre que Carvalho le encontraba le besaba la mano, mostrando un gusto extraordinario por su con- versación, venerándole como á un santo. Rendia pleito homenaje á los Jesuítas , á aquellos mismos Jesuítas con quienes tenía que observar , andando el tiempo, una conducta opuesta ; nadie aparecía más amigo de la Compañía que él , vanaglorián- dose de conversar con ellos y aceptar todas sus opiniones. 140 Conflictos y tribulaciones Entre los Jesuítas á quienes más aduló, se en- contraba el P. Juan Bautista Carboni, hombre de costumbres ejemplares y que merecía la confianza del Rey , que le llamaba su mejor amigo. Una vez que el Padre cayó enfermo de gravedad, fué de ver la fingida tristeza de Carvalho y sus demostracio- nes ostensibles de melancolía ; permanecía horas enteras á la puerta del enfermo, y decía á los visi- tantes que él no quería entrar por no duplicar su amargura y su dolor; lanzaba suspiros, derramaba lágrimas, é iba de celda en celda buscando el con- suelo de los otros Padres. No fué extraño que después del fallecimiento de Carboni, los Jesuítas mirasen á Carvalho como su mejor amigo. Signos tan inequívocos de adhesión hicieron creer á los Jesuítas que no existía en todo Portugal un amigo más leal que Carvalho, por lo cual le confiaban todos sus asuntos, y convinieron en que era un verdadero Jesuíta , al cual no le faltaba más que el hábito, y veían con dolor, á un amigo tan celoso, gemir en la desgracia y casi en la miseria. Los Pa- dres José Moreira , confesor del principe del Brasil, y Francisco Portogallo, hijo del marqués de Va- lenza , trabajaron asiduamente para sacarle de este estado angustioso. Portogallo , en particular, cuya alma era naturalmente sensible y benéfica, hablaba sin cesar de Carvalho á su padre, y le pedía que le buscara un empleo. El Rey gusta- ba mucho de la conversación del Marqués. Una de la Compañía de Jesús. 141 mañana que se encontraba el Monarca solo con el marqués de Valenza, se quejó de no tener á su lado para llevar el peso de los asuntos más que un Secretario, y de no encontrar en todo el reino alguno que mereciese su confianza. El Marqués entonces , aprovechando la ocasión , repuso que él conocía un sujeto que podría serle útil por su ta- lento y por su integridad. «¿Quiénes?», preguntó el Rey. — «El primero que se viene á mi memoria (replicó el Marqués) es Sebastián de Carvalho, que ya ha tenido el honor de servir á V. M. en varios empleos.» — «No me habléis de ese hombre (in- terrumpió el Monarca); no le conocéis: es un hom- bre que tiene el corazón cubierto de pelos , y yo no quiero poner mi reino en combustión , entregán- dole á su criterio». El Marqués, desconcertado, enmudeció , y no quiso interesarse en adelante por una persona tan odiosa á su Soberano. Carvalho no ignoraba la poca estimación que merecía á los ojos del Rey; pero por una impru- dencia, imperdonable en un cortesano ambicioso, no temía quejarse abiertamente del Monarca en las casas de sus amigos, llevando al mayor extre- mo esta peligrosa temeridad : oíasele incesante- mente vituperar con escarnio los edictos y los re- glamentos que el ministerio publicaba, y elogiar los grandes conocimientos que él' había traido de Londres acerca de los verdaderos intereses de la nación , teniendo siempre mucho cuidado para no 142 Conflictos v tribulaciones incluir á los Jesuítas y á sus demás protectores en sus censuras; comenzó desde entonces á mirar á los que no le protegían en el fondo de su alma como otros tantos enemigos secretos á los cuales profesaba un odio implacable. Nadie habría imagi- nado que un cortesano de este carácter hubiese llegado con el tiempo, no se dice á ser el árbitro de una monarquía, sino de figurar en una corte. Sin embargo, se vió á este hombre impudente y temerario elevarse á una altura adonde rara- mente llegan los ministros más justos y sapientes. Cumplió Carvalho los cincuenta años de edad con pocas esperanzas de un cambio ventajoso en su fortuna ; pero muere Juan V, y amaneció un sol más luciente para Carvalho. El sucesor de Juan V nombró á Carvalho secretario de negocios extranjeros, cuyo nombramiento aprobó el Padre Moreira , confesor de S. M., que se complació al ver elevado á un hombre de tan singular ilustra- ción. No se concibe qué pudo cegar al P. Moreira, á punto de juzgar de ser digno de ponerse á la cabeza de una monarquía un hombre cuyos cono- cimientos administrativos nadie había prejuzgado. Se comprende hasta cierto punto que el P. Moreira no hubiese conocido á su protegido ; educado en un claustro, y con principios tan diferentes á los que predominan en una corte , carecía de aquella penetración, de aquel conocimiento de los hom- bres, que no se adquiere sino viviendo con ellos; Je la Compañía de Jesús. 143 pero Juan V , como ya se ha visto, tenía un ta- lento singular para conocer á los hombres que le servían, y descubrió prontamente en el P. Moreira aquella profunda ignorancia de la corte y del mundo. Por eso dijo un dia , con su bondad ordi- naria, al P.Carboni, que le había escogido por con- fesor del principe del Brasil : «Esta vez, mi que- rido Carboni, os habéis equivocado. Moreira. sin disputa, es un hombre respetable, un sabio, un santo varón; pero vale poco para la corte». El fondo de carácter del nuevo rey José I era tímido y excesivamente crédulo. Dejábase seducir por las más leves demostraciones , sin oponer la menor resistencia á la voluntad de los que le gobernaban. Apercibióse Carvalho al punto del ascendiente que tenía Moreira sobre el ánimo del Rey, y creyó con razón que su fortuna dependía de la protección y de la amistad del confesor, y aparentó respeto y sumisión hacia el Jesuíta. Para que más le creyera , puso á su hijo segundo el hábito de la Compañía , y después de haberlo pre- sentado con este atavio al Monarca , le condujo á la casa del P. Moreira, á quien dijo que venía á poner en sus manos á un pequeño apóstol, aludien- do á la costumbre que había á la sazón en Portugal de dar el nombre de apóstoles á los Jesuítas. Esta diestra lisonja produjo el efecto que el deseaba, pues el confesor redobló el afecto que profesaba al Ministro, y le elogió en todas las ocasiones; 144 Conflictos y tribulaciones pero, á pesar de la diligencia que demostraba Car- valho , más aparente que real , sucedió que algunos meses después de su entrada en el ministerio omitió ciertas formalidades usadas hacia los mi- nistros extranjeros, los cuales se quejaron al Rey, y este Principe, violentamente irritado, privó á Carvalho de su empleo, prohibiéndole que apa- reciese por la corte. Este golpe tan imprevisto le llevó á la desesperación, y para ocultar su ver- güenza , se apresuró á dejar á Salvatierra , donde se hallaba la corte, volvió á Lisboa , y se metió en la cama, aparentando una grave enfermedad. La desgracia de Carvalho duró cerca de un mes , durante el cual pasaba todos los días , á la entrada de la noche, á la casa profesa de San Ro- que , para esperar al P. Moreira , con el cual tenía grandes diálogos , implorando incesantemente su protección hacia el Rey, haciendo todo género de humillaciones; pero no encontrando en este reli- gioso todo el celo que deseaba, se echó á los pies de su compañero, para conseguir que obligase á Moreira á hablar al Rey en su favor. El confesor no pudo resistir á tan vivas solicitudes , y bus- cando á José, le suplicó con calor que llamase á Carvalho; y una recomendación tan poderosa no permitió al Monarca titubear, y restableció al mo- mento á Carvalho en su empleo, y comenzó á mirarle con atención , creyéndole ciegamente , tal como su confesor le había presentado. Si alguno de la Compañía de Jesús. 145 hubiese dicho entonces á Moreira que este mismo hombre, cuyos intereses defendia con tanto ardor, debía con el andar del tiempo, por toda gratitud, despojarle de su puesto de confesor, cerrarle las puertas de palacio, propagar contra él mismo horribles calumnias, y hacerle experimentar los horrores de un cautiverio, el buen Padre hubiese escuchado estas cosas como imposibles; y, sin em- bargo , bastaron muy pocos años para que se veri- ficase en toda su extensión tan extraño vaticinio. Los comienzos del reinado de José I fué ¡a épo- ca más favorable que pudo desear un-ministro co- dicioso de desplegar sus talentos y de dar á cono- cer su habilidad. Este Príncipe, aunque tímido y un tanto desconfiado, era, 'sin embargo, bueno, asequible y bien inclinado, dócil á los consejos que le daban y ansioso de gloria. El deseo unáni- me de los portugueses era que el comercio flore- ciese , que se restableciera la navegación , y que Portugal saliese de aquel estado de inercia en que le habia dejado el- gobierno anterior. En estas cir- cunstancias , tan propicias para inmortalizarse , en- tró Carvalho en el ministerio. La desgracia anterior le hizo más circunspecto , y se aplicó con los de- más secretarios de Estado á restablecer el orden en los departamentos ministeriales. Cambió algún tanto la faz del reino ; floreció el comercio ; se botó al mar una escuadra considerable que alejó á los corsarios; se reanimó la manufactura; las plazas tomo 11. 10 146 Conflictos y tribulaciones fronterizas se fortificaron ; cobró aliento la agricul- tura, y se sintió que el progreso era general. Tales fueron los comienzos del gobierno de José i. Pero los sucesos no correspondieron á tantos adelanta- mientos: horribles temblores de tierra , el ham- bre , sumergieron pronto al reino en el estado más deplorable. Carvalho entonces se aplicó en su departa- mento á estudiar las relaciones de Portugal con los diversos Estados de Europa, y los medios más eficaces para aumentar la riqueza. Prohibió á los ingleses la extracción del oro del Brasil , y celebró un tratado sobre la colonia del Santo Sacramento, que fué el segundo objeto que atrajo su atención principal desde su entrada en el ministerio. A pe- sar de todos sus esfuerzos , á pesar de sus intrigas y de los millones que repartió , las cosas no varia- ron. Un tratado tan interesante, que fué el origen de la desgracia de los Jesuítas , y que dió margen á acontecimientos extraordinarios , merece nuestra atención. Había en 1747 en Río Janeiro un caballero por- tugués, llamado Gómez Pereira , que se había he- cho célebre por sus proyectos quiméricos , que , se- gún su opinión , debían asegurar la gloria y la prosperidad de su patria. Tenía el arte de dar á sus más locas ideas una apariencia de verdad tan seductora , sabía revestirlas con colores tan espe- ciales , que encontraba siempre en la bolsa de de la Compjñia de Jesús. 147 aquellos que le escuchaban recursos para la ejecu- ción de sus proyectos. Logró persuadir á Gómez Fre iré de Andrada , gobernador de Río Janeiro , de que en las misiones del Paraguay , gobernadas por los Jesuítas, existían muchas minas muy ricas, y que el cuidado extremo con que los Padres aparta- ban de allí á los europeos, no tenía otro objeto que el de ocultar estos inmensos tesoros ; y para dar más peso á sus discursos , añadió que sabía positi- vamente que los Jesuítas sacaban todos los años de estas minas sobre tres millones de cruzados. En su consecuencia, formó un plan de cambio entre las dos coronas , según el cual los siete distritos que se llamaban Misiones del Uruguay , pasarían al domi- nio de Portugal , que cedería á España la colonia del Sacramento con todo su territorio. El ambicioso Gobernador, encantado de este proyecto, le juzgó bueno , y se apresuró á enviarle á la corte sin exa- minarle , asegurando que su ejecución haría correr un río de oro, que desde el Paraguay desembocaría en Portugal. El plan , á pesar de ser poco reflexivo, fué adoptado por la corte de Lisboa y propuesto á la de Madrid, que encontró el cambio altamente ven- tajoso para no aceptarle. Con efecto: cediendo un terreno estéril y que no le proporcionaba ninguna utilidad, adquiría una plaza muy importante para sus posesiones del Nuevo Mundo , y cerraba á los negociantes portugueses toda comunicación con el interior de la América meridional. 148 Conflictos y tribulaciones Concluido el tratado, aquellos pueblos, unidos á su país natal , respondieron que no querían salir de su territorio. Por natural que fuese esta resis- tencia por parte de los indios , Andrada no vaciló en atribuirla á los Jesuítas : decía públicamente que los misioneros sublevaban á estos pueblos y les inspiraban este espíritu de sedición. Es indu- dable que los misioneros no recibieron con agrado la noticia ; pero cuando supieron que era mandato del Rey, cedieron al instante, exhortando á sus neófitos para que se sometiesen á las órdenes del Soberano , y viendo que no podían llevarlos á la obediencia , quisieron abandonar las misiones. Igual resistencia se notó de cambiar de dueño en la colonia del Sacramento , cuyos habitantes se negaban obstinadamente á reconocer al Rey de España por su soberano. Tantos obstáculos obli- garon á los comisarios á suspender sus operacio- nes, y escribieron á sus cortes respectivas lo que pasaba, y se decidió que Andrada y el comisio- nado español , llamado Valdelirios , á la cabeza de dos ejércitos, entrasen en el Uruguay por diferen- tes puntos para reducir á los indios; pero el éxito no correspondió á sus esperanzas. Este resultado agrió más al gobernador Gómez Freiré, y continuó acusando á los Jesuítas, escribiendo contra ellos á la corte de Portugal cartas en las que se quejaba amargamente de la conducta de los Jesuítas. Car- valho recibió con alegría estas nuevas , que le su- de la Compañía de Jesús. 149 ministraban pretexto para favorecer sus miras se- cretas, y se sirvió de ellas para comenzar á des- acreditar á los Jesuítas en el concepto del Rey, y persuadir á este Príncipe para que enviase al Ma- rañón á su hermano Francisco Xavier Mendoza, en calidad de Capitán general y de Gobernador del Marañón y del Gran Pará. El nuevo Capitán gene- ral partió de Lisboa el 2 de Julio de 1753, con una pequeña escuadra y muchos buques de transpor- te, cargados de municiones y soldados, después de haber recibido de su hermano instrucciones se- cretas para quitar á los Jesuítas el gobierno de las Misiones. Carvalho llegó á hacerse enteramente dueño de la confianza del Rey, y fué tan déspota para el pueblo como para sus parientes. Habiendo muerto su padrastro, D. Luis de Acuña Ataide, Carvalho se apoderó del testamento, que instituía á su ma- dre por heredera universal ; pero este hijo tierno y respetuoso , que no se levantaba jamás de la mesa sin besar la mano á su madre, la dispensó del embarazo de una enojosa administración , y se puso en posesión de esta opulenta herencia, sin que le molestasen los ruegos ni las necesidades de su madre, necesidades que la redujeron en más de una ocasión á pedir socorros á diferentes per- sonas, entre ellas al rector del colegio de San An- tonio. Algunas veces decía la pobre señora , con los ojos cubiertos de lágrimas, que ella había 150 Conflictos y tribulaciones echado al mundo, no aun hijo, sino á un tigre , que negaba á su madre aun las cosas más necesa- rias á la vida. Fatigado Carvalho de estas recon- venciones, la confinó á un convento de religiosas, donde tenia una hija llamada Maria Magdalena. El objeto principal que se había propuesto al mandar á su hermano al Marañón , fué la ejecu- ción del tratado concerniente á la cesión de la co- lonia del Sacramento; pero, á pesar de las fuerzas considerables y de los gastos enormes del nuevo Gobernador, no pudo conseguir este objeto impor- tante de su misión. El único triunfo de que pudo vanagloriarse fué el que las tropas españolas y portuguesas entrasen en el Uruguay en mayor número que la primera vez, las cuales arrollaron á los indios, poniéndolos en precipitada fuga para ocultarse en los bosques ; pero, cercados y prisio- neros, fueron pasados á cuchillo. Desde entonces dejó de darse crédito á las riquezas ocultas del Paraguay explotadas por los Jesuítas. Sería perder el tiempo refutar seriamente esta fábula ridicula, que no pudo acoger más que una credulidad poco reflexiva. No es fácil explicar tampoco por qué de tantos Jesuítas expulsados ignominiosamente de las misiones, no se encontró uno solo que opu- siera la menor resistencia, ni uno que haya pro- curado sacar provecho del poder atribuido á sus hermanos, El mismo Freiré de Andrada , recono- ciendo sus ideas quiméricas sobre las minas del de la Compañía de Jesús. 151 Paraguay, y convencido por sus propios ojos de la falsedad de todo cuanto le habían pintado , se avergonzó de su necia credulidad. Acusado por su conciencia , que le reconvenía su precipitación en un asunto de esta importancia , en que la vida y el honor de tantos infortunados habían sido cruel- mente sacrificados , resolvió escribir á Carvalho confesando su error y pidiéndole perdón. Esto no podía satisfacer á Carvalho: se burló de la carta de Freiré de Andrada, y se contentó con decir, después de haberla leído : « El buen Freiré ha perdido la razón: es muy viejo; no nos ocupemos de sus simplezas». El proyecto de establecer en la opinión pública como un hecho indudable el im- perio de los Jesuítas en América, servía á sus de- signios para desacreditar á estos religiosos en el concepto de los pueblos, acostumbrados á mirar- los con veneración. Creyó, á falta de otros medios, que su autoridad sola serviría para cambiar la fábula absurda en verdad incontestable , y por consiguiente publicó una obra , titulada : Relación abreviada de la República que los religiosos Jesuítas de las provincias de Portugal y de España han es- tablecido en los países y dominios de Ultramar de las dos monarquías , y de la guerra que han excita- do y sostenido contra los ejércitos español y portu- gués. Para dar más crédito á esta relación y cierto aspecto de autoridad, añadió que había sido redac- tada en presencia de los registros de los secreta- 1 5 2 Confliclos y tribulaciones rios de los dos comisarios respectivos , principa- les y plenipotenciarios de las dos coronas, yde otras piezas auténticas. En seguida, como si se tratase de una cuestión de Estado , distribuyó ejemplares de esta obra á las Comunidades religiosas, envian- do un gran número á Roma, para que los entre- gasen al Papa y á los Cardenales. El Provincial de los Jesuítas , que había pasado á ver á Su Santidad, tuvo la mortificación de recibir en la antecámara este libelo contra la Compañía, magníficamente encuadernado, y de recibirle de manos del segun- do hijo de Carvalho. Un libro que parecía reunir todos los caracte- res de la autentidad , fué mirado con mofa. Uno de los que demostraron más indignación fué el Prior de los Carmelitas descalzos de Lisboa , quien, al notar las calumnias de la obra, prohibió su iec- tura á la comunidad, y mandó quemarlo pública- mente. El Rey Católico de España, á quien se ha- cía un servicio importante denunciándole una república independiente de su autoridad en el seno de sus Estados , no atestiguó otra merced al autor de este descubrimiento que mandar que- mar solemnemente la relación con otras obras del mismo género procedentes de Portugal. Además, publicó un proceso verbal , hecho ex officio en el Paraguay , que desmentía en todas sus partes la relación del Ministro portugués. Carvalho retiró del lado del Rey de Portugal de la Compañíi de Jesús. 153 todas aquellas personas que podían inspirarle con- fianza ; pero le fueron más sospechosas otras que se vieron envueltas en la misma suerte. Me refie- ro á los Jesuítas. Estos Padres tenían libre acceso en la corte, y, confesores del Rey y de la Reina, encargados de la educación de la familia real , no era posible prohibirles la entrada. El Rey estima- ba á los Padres, y no decidía nada sin escuchar el dictamen del P. Moreira. Carvalho, acostumbrado á mirar á sus rivales como otros tantos enemigos, miraba con rabia esta confianza del Monarca con su confesor, y se declaró abiertamente enemigo de los Jesuítas, á quienes debía su elevación; pero, en sus principios de gratitud, ésta era una debili- dad indigna para un hombre de Estado. Se habría avergonzado de confesar que tenía alguna obliga- ción contraída con los frailes. Determinado á humillar á los Jesuítas , puso todo su estudio en des- acreditarlos en el ánimo del Rey. Las turbulencias del Marañón y del Paraguay continuaban suminis- trando un pretexto demasiado favorable para ser- virse de él ; por consiguiente , no cesaba de insi- nuar á este Principe crédulo que los Jesuítas eran los únicos autores de todo este desorden. Lascar- tas de su hermano Mendoza venían en apoyo de esta odiosa imputación. Carvalho, viendo la im- presión que estas cartas repetidas obraban en el ánimo del Rey, se determinó á decirle que el úni- co medio que había de cortar este escándalo era 1 54 Conflictos y tribulaciones despedir de la corte á los confesores y á los demás Jesuítas que entraban en Palacio. Después de mu- chos días de vacilaciones , José se dejó persuadir, y en la noche del 19 de Setiembre de 1757 , en el momento en que los Jesuítas que residían en el palacio de Belén acababan de retirarse á sus apo- sentos , se les dió la orden , en nombre del Rey, de salir inmediatamente para Lisboa, con la prohi- bición de no llevar con ellos ninguno de sus efectos , que después se les enviarían al colegio. El P. Juan Henríquez, Provincial, se apresuró á pasar á Belén á la mañana siguiente , para saber la causa de un suceso tan extraordinario ; pero le mostraron la orden del secretario de Estado , que prohibía á los Jesuítas la entrada en la corte. El P. Timoni, vicario general de la Compa- ñía, instruido de todo lo que había pasado , escri- bió al Rey una carta, en la que suplicaba humilde- mente á este Principe le designase á los religiosos que habían tenido la desgracia de ofenderle , á fin de poder castigar de una manera proporcionada su crimen y dar á S. M. la satisfacción debida. Carvalho respondió á esta carta con un manifiesto concerniente á la República del Paraguay, al que agregaba un verdadero libelo difamatorio, titulado : Compendio de la conducta y de los últimos hechos de los Jesuítas en Portugal , y de sus intrigas en la corte de Lisboa. En este manifiesto, el ministro después de haber imputado á los Jesuítas una in- de la Compañía de Jesús. 155 finidad de crímenes tan enormes como inverosí- miles; después de haberles imputado, entre otras cosas , una sublevación que hubo en Oporto, ter- minaba diciendo que el Rey , á pesar de delitos tan punibles, se habia limitado á hacerlos públicos y á desterrar á sus autores. Sobre esto se harán dos observaciones importantes : la primera, que, relativamente á la sublevación de Oporto, Carva- lho mismo dijo más de una vez que todos los regulares habían tomado parte en ella, á excep- ción de los Carmelitas descalzos y de los Jesuítas ; la segunda, que se imponía á los Jesuítas un cas- tigo muy ligero, si en efecto eran culpables de haber excitado ó fomentado la revolución en una de las principales ciudades del reino y una vasta «región de América. Cuando apareció el compendio injurioso de que acabamos de hablar, el provincial Henríquez se presentó nuevamente al Ministro para quejarse de las calumnias contenidas en dicha obra, y repre- sentarle el daño irreparable que podía hacer á la Compañía; pero en lugar de la justicia que espe- raba , le respondió Carvalho con altanería: «Sé que algunos de vuestros compañeros se proponen responder á esta obra. Que se callen, y todo se arreglará; pero si se atreven á escribir una sola pa- labra sobre este asunto, decidles que el Rey sabe castigar como amo». Estas amenazas asustaron al Provincial; él y sus hermanos se callaron, con la 156 Conflictos y tribulaciones esperanza de contraer un mérito con su silencio; pero se equivocaron; las cosas, lejos de arreglarse, empeoraron. El designio de Carvalho, su odio á los Jesuítas, consistía en exterminarlos, porque contemplaba con despecho extremado el crédito que conserva- ban, no solamente ante el pueblo, sino entre la nobleza. Los grandes se manifestaban contentos de encontrar esta ocasión de mortificar al ministro ; despreciaban los libelos infamatorios que publica- ba contra estos sacerdotes. Carvalho juzgó que para arrebatar á esta Sociedad una consideración tan contraria á ¡sus miras, era necesario que in- terviniese en este asunto la autoridad a Santa Sede , y obtuvo el asentimiento del Rey para enviar en su nombre al comendador Almeida,, ministro plenipotenciario en Roma, una instruc- ción, cuyo objeto era solicitar del Papa un Breve de visita y de reforma para los Jesuítas de Portu- gal. Carvalho no dudaba del buen resultado de esta medida. Representábase á los Jesuítas como culpa- bles de los más grandes crímenes , ocupados en calumniar al gobierno con sus discursos, y turbar la paz del reino con sus intrigas; se les acusaba de haber renunciado á la obediencia que debían al Papa y á la fidelidad hacia su Soberano , de sa- crificar sin pudor todas las obligaciones que les imponía su estado de subditos y religiosos, á una ambición sin límites y á una insaciable codicia ; de 1 de la Compañía de Jesús. 157 aspirar á una independencia absoluta , y formar en el seno de los Estados de los Príncipes , repúblicas que no reconociesen más que á ellos por señores; de ser las causas de las turbulencias del Brasil y de la guerra escandalosa que reinaba allí hacía tanto tiempo. Tan graves imputaciones produjeron el efecto que se había propuesto su artificioso autor, y se acordó el Breve dirigido al cardenal de Saldanha. El- Papa nombraba á este Prelado visitador y refor- mador de los Jesuítas en los Estados sometidos al rey de Portugal, con los más amplios poderes para hacer en sus casas-profesas, noviciados, iglesias, colegios y hospicios, todos los cambios que juz- gara convenientes. La precipitación que caracterizó casi siemprelos actos deCarvalho,contribuyóá que perdiese también en esta circunstancia el fruto de sus cuidados y combinaciones. Una tramatan bien urdida, en lugar del éxito que esperaba, no tuvo otro resultado que poner en evidencia el odio im- placable que profesaba á la Compañía de Jesús. A pesar de las profundas meditaciones de nuestros filósofos, los Jesuítas son para ellos un problema moral que no pueden resolver. El Retrato de los Jesuítas, el Cuadro imparcial, las Pruebas y confe- siones auténticas, los Errores impíos, la Moral prác- tica, las Cartas provinciales , los Sabios desenmas- carados, y tantas otras obras en las que se ha procurado pintar á estos hombres , no han podido 1 5 8 Conflictos y tribulaciones fijar su criterio. Cuatro días bastaron al cardenal Saldanha para conocerlos. Este Prelado pasó á ve- rificar la visita jurídica á la casa-profesa de San Roque , y dijo modestamente á los superiores, cuando recibió su juramento de obediencia , que él era el que necesitaba reforma y no una Socie- dad cuya conducta era irreprochable. Sin embargo, esta vana fórmula de humildad no sirvió sino para hacer más sensible la extraña contradicción en que cayó cuatro días después, declarando á estos mismos Jesuítas que acababa de colmar de elogios, ocupados en tráficos vergonzosos y con- trarios á las disposiciones de los cánones, para cuya acusación no tomó la más leve información. Esta rara sagacidad no se limitó á los Jesuítas de Lisboa, pues se extendió á todos los que residían en los dominios de Portugal. Cuatro días de medi- taciones le condujeron á este razonamiento : «Los Jesuítas son los mismos en todas las partes del mundo ; tienen el mismo hábito, el mismo nom- bre , el mismo régimen , el mismo sistema ; los de Lisboa hacen un comercio ilícito, luego los demás son igualmente culpables». Este célebre decreto produjo una viva sensación en Lisboa y en todo Portugal, censurando libre- mente al Prelado reformador. El Patriarca de Lisboa dió importancia á sus decisiones , y después de una entrevista con Carvalho , publicó un mandamiento que quitaba á los Jesuítas los poderes para predi- de la Compañía de Jesús. 159 car y confesar. La familia del Patriarca se apesa- dumbró extraordinariamente; su hermano, el mar- qués de Tancos, le reconvino con aspereza por un proceder que , además del escándalo que causaba á todo el mundo, además del peligro que ocasio- naba para la salvación de las almas, le parecía que imprimía una mancha en el blasón de su familia. El buen Prelado reconoció su error, y se afectó de tal manera, que, habiéndose retirado al campo, el dolor y los remordimientos le llevaron pocos días después al sepulcro. El cardenal de Saldanha, mientras tanto, se manifestaba sordo á las recon- venciones de su familia, y respondió á doña María de Porta, señora de un mérito distinguido y su pariente, «que la voluntad del Rey era la única regla de su conducta ; que estaba de tal manera penetrado y reconocido á los favores que este Príncipe le dispensaba, que no vacilaría en arro- jarse por un balcón si S. 'M. se lo mandaba». Esta deferencia tan absoluta hacia el Rey le valió la confianza del Ministro , que le empleó en los asuntos más importantes. Portugal gemía por este tiempo bajo el impe- rio de la cólera celeste ; además de los temblores de tierra más ó menos frecuentes; además de las inundaciones y de los incendios, el fuego hizo otros estragos ; los ríos se desbordaban , y reinaron el hambre y la miseria ; se abrió la tierra en mu- chos parajes; imperaron enfermedades desconoci- 160 Conflictos y tribulaciones das hasta entonces. En estas circunstancias, un ministro humano y bienhechor hubiese procurado socorrer á este pueblo infortunado para disminuir sus males y aliviar su miseria , que era lo que hacían los Jesuítas. Tantas calamidades reunidas asombraron á las naciones, y Carvalho procuró persuadir á Europa de que estas desgracias no eran más que cuentos absurdos que inventaban los Jesuítas para llegar á sus fines, y volvió á pu- blicar una infinidad de folletos contra la Compañía de Jesús. Era que los Padres predicaban al pueblo induciéndole á la penitencia para aplacar la cólera divina, y en sus sermones aludían al comporta- miento inicuo del gobierno contra los ministros del Señor. Carvalho se llenaba de ira , y decía que estas predicaciones abatían á las muchedumbres, y las misiones fueron á sus ojos una culpable se- dición contra el reposo público. El P. Gabriel Ma- lagrida fué infatigable en la predicación y en los ejercicios espirituales, sosteniendo que los tem- blores de tierra y las demás calamidades que afli- gían á Portugal eran castigo del cielo , por las injusticias públicas que se cometían. Carvalho juró la perdición de este Jesuíta y la de toda la Sociedad. Malagrida recibió la orden de alejarse de Lisboa, y se le denunció á Europa como un im- postor sedicioso. ce/33 CAPÍTULO VIII. a crueldad ejercida por Carvalho contra los nobles de Portugal y por la sangre que hizo derramar en los suplicios , ejer- ciendo la más odiosa tiranía , parecía provocar grandes venganzas. A las víctimas infortunadas de su odio agregó otras cuyos crímenes imaginarios excitaron la curiosidad de los políticos. Estos fue- ron los Jesuítas Gabriel Malagrida, italiano , Juan Alejandro de Souza y Juan de Matos, portugueses. Puede verse en la famosa sentencia de ] 2 de Ene- ro de 1759 con Qué seguridad el ministro presen- tó á estos tres sacerdotes como los instigadores y los principales jefes de una conspiración. Por un razonamiento más conforme á sus miras que á las reglas de la lógica , envolvió en esta acusación á toda la Compañía de Jesús. El nombre y el esta- tomo 11. 1 1 1Ó2 Conflictos v tribulaciones do de estos supuestos culpables , la atrocidad del crimen que se les imputaba, alarmaron al público, que esperaba nuevos suplicios , más terribles y más extraordinarios que los anteriores, cuyo re- cuerdo aterrorizaba. La Compañía de Jesús fijaba la mirada de los políticos. Desde el año de 1754, época en que empezaron á propagarse los rumo- res de la república del Paraguay , aparecieron tantos escritos contra los Jesuítas, que solamente ellos bastaban para llenar una vasta biblioteca. En el gran número de estas obras, los dos partidos, tan animados y ardientes los unos como los otros, traspasando los límites en que debian encerrar- se , se han publicado libros que han enriquecido á los editores, y han entretenido al público, bastan- te juicioso para mantenerse espectador imparcial de la guerra contra los Jesuítas. A pesar de la completa extinción de la Compañía, no se pudo considerar esta guerra como terminada , y la cal- ma aparente que produjo el famoso Breve de Cle- mente XIV , ha sido , más que una paz sólida , una tregua momentánea; no sirvió más que para pre- parar los espíritus á nuevas hostilidades. El que esto escribe , que, entre opiniones é in- tereses contrarios, se ha propuesto guardar la más exacta neutralidad, no apuntará en su narración, ni el ciego calor de los defensores de los Jesuítas, ni la animosidad no menos ciega de los acusa- dores. Débese observar que las desgracias, tan de la Compañía de Jesús. 163 evidentes como imprevistas, de esta poderosa Compañía , su destrucción en Portugal y la con- ducta del Ministro, merecen la atención de un historiador, de un lector y de un filósofo. Carva- lho desplegó para la destrucción de los Jesuítas en la extensión de los pueblos que gobernaba, un ardor digno del odio implacable que les había ju- rado ; nada omitió para salir adelante con su pro- yecto. Sábese, sin que haya temor á duda, que solamente el Breve de reforma costó á Carvalho 300,000 cruzados. ¿A quién se entregó esta can- tidad en la corte de Roma y cuántas manos se la repartieron? Este es un misterio que no se ha po- dido averiguar. El cuidado que tuvieron los que vendieron á este precio su crédito para que des- aparecieran todas las huellas de este extraño co- mercio, no permite satisfacer en este punto la curiosidad de mis lectores; pero se sabe, al me- nos, por la propia confesión del conde de Veyras, en los diferentes manifiestos que publicó , que la se- gunda guerra que ocasionó en el Paraguay la pre- tendida resistencia de los Jesuítas, costó al Tesoro real más de veinte millones. Si se añade á esta cantidad excesiva ocho millones más prodigados por este Ministro en los asuntos relativos á estos religiosos , se tendrá una idea de los gastos enor- mes á precio de los cuales compró el cumplimien- to de sus designios y la ruina de la Compañía. Su primera idea fué , después del Breve de 164 Conflictos y tribulaciones reforma y el decreto que le acompañó, tener á es- tos Padres encerrados en sus casas profesas como en otras tantas prisiones perpetuas, privados de sus empleos y de sus rentas, dejarlos así extinguirse, á fin de que perdieran poco á poco el crédito que disfrutaban en el pueblo; pero el asesinato del Rey le excitó á variar de propósito, é imaginó atribuir- les este atentado , y bajo este infame pretexto ha- cer que recayese contra los Jesuítas todo el rigor de la \ey. En su consecuencia , el 1 1 de Enero de 1 759 fueron trasladados desde los colegios, don- de estaban detenidos, á las prisiones leales de Be- lem , el provincial Juan Henríquez , el procurador general de la provincia José Perdigao, José Moreira, ex-confesor del Rey y de la Reina, Timoteo Oli- veira, confesor del príncipe del Brasil , Gabriel Ma- lagrida , Juan Alejandro de Souza , Juan de Motos y algunos otros, hasta el número de diez. Se exa- minaron todos los papeles que encontraron en sus casas ; se abrieron todas las cartas que se hallaban en el correo, con la esperanza de encontrar alguna frase equívoca de la que se pudiera sacar provecho para hacerles aparecer culpables y condenarlos. Nada encontraron , pero nada era más fácil que ca- lumniar á los Jesuítas, y no se necesitaban muchos esfuerzos para presentarlos al pueblo como odiosos conspiradores é infames regicidas. Todos los Jesuítas sin excepción fueron decla- rados cómplices del atentado contra el Rey, y el de la Compañía de Jesús. 165 19 de Enero apareció un edicto , bajo el titulo de Cartas Reales, dirigido á Cordeiro Pereira, Canci- ller del Tribunal de la Súplica , donde, después de una corta exposición de los crímenes de los Jesuí- tas de Portugal de que se habían hecho culpables, se declaraba que todos los bienes muebles é in- muebles que poseían fueran secuestrados, y que estos religiosos fueran encerrados en sus principa- les casas , sin comunicación alguna con los demás subditos del Rey , alimentados y sostenidos á ra- zón de cien reis por cabeza cada día hasta nueva orden. El Rey envió copia de este edicto al Arzo- bispo primado de Braga y á todos los Obispos del reino , con una carta circular, en que se decía que los Jesuítas eran acusados de los crímenes másatro- ces. Después de haber ordenado el secuestro , el conde de Veyras creyó que debía justificar su con- ducta, y publicó una obra titulada: Errores impíos y sediciosos de los religiosos de la Compañía de Jesús, y propagó un gran número de ejemplares, dentro y fuera del reino. En este libro se recopilaron todas las imputaciones que se habían hecho de tiempo atrás contra los Jesuítas respecto á inmoralidad, re- beliones, intrigas, traiciones, comercio ilícito, etc., y especialmente la inculpación de asesinato contra el Rey, pero sin pruebas que justificasen el hecho, lo cual no pudo persuadir á los lectores. Carvalho tuvo cuidado de enviar esta obra á todos los Obis- pos del reino con una carta firmada por el Rey , l66 Conflictos v tribulaciones exhortando á los pueblos , á fin de que mirasen a los Jesuítas con prevención. El efecto que produjo fuera del reino, princi- palmente en España y en Italia , el nuevo escrito que Carvalho acababa de publicar contra los Je- suítas , no correspondió á las intenciones de su autor. Los amigos de la Compañía, muy nume- rosos y muy poderosos, indignados de tantas ca- lumnias , se quejaron calurosamente al Padre Santo para que pusiese un término al escánda- lo. Cediendo Clemente XIII á las instancias de los amigos de los Jesuítas , dirigió al Nuncio de España un Breve, fechado en 2 de Abril de 1759, condenando estas obras tenebrosas, inspiradas, de- cía , por la envidia y el libertinaje ; y á consecuen- cia de este Breve, el Consejo de Castilla proscribió y entregó á las llamas el fruto de Carvalho y de sus partidarios. El tribunal del Santo Oficio se unió á la autoridad secular , y prohibió severa- mente la lectura de las obras condenadas , casti- gando á algunos religiosos que las distribuían. Sería difícil enumerar los escritos de este gé- nero que se escribieron en este sólo período. Se vieron colecciones que contenían más de cien vo- lúmenes; se aseguró entonces que su impresión había costado al ministro de Portugal cerca de 70,000 escudos , pues mandó tirar tanto número de ejemplares , que, á pesar de la diligencia de los Jesuítas, quedó una cantidad prodigiosa en Euro- de la Compañía de Jesús. 167 pa , especialmente en Portugal y en Italia , donde fueron recibidos con avidez y conservados con cuidado por personas celosas de la destrucción de sus pretendidos enemigos. Indignado Carvalho porque se habian conde- nado sus escritos contra los Jesuítas , resolvió ex- pulsarlos de todos los dominios de Portugal , á excepción de un corto número de ellos que tenía encerrados en varias prisiones, y que destinaba para un suplicio infamatorio. Para poner su pro- yecto en ejecución , expidió el 20 de Abril un co- rreo extraordinario, portador de una carta del Rey al Papa, en la cual este Príncipe daba parte á Su Santidad de la intención que abrigaba de expulsar de sus Estados á todos los miembros de la Compa- ñía de Jesús, en atención á que era un cuerpo de- generado , y cuyas máximas é intrigas atentaban contra la tranquilidad del reino. El Rey pedia ade- más un Breve con facultades para castigar á los sacerdotes autores y cómplices del atentado con- tra la corona de Portugal. Después de muchas conferencias, la expedi- ción del Breve solicitado á Su Santidad para en- juiciar á los Jesuítas acusados de regicidio se re- solvió, enviando al Rey dos cartas firmadas por el Papa, escritas de su puño y letra, con una exhor- tación patética á S. M. Fidelísima, á fin de que en el enjuiciamiento se observasen todas las reglas de la justicia , dando á los acusados todos los medios i(~>6 Conflictos v tribulaciones adecuados para su defensa , consultando , sobre todo , la piedad real y la indulgencia , inclinándose, sobre todo , al lado de la misericordia. Obstinóse el Ministro en llevar á cabo su em- peño , y para desterrar á los Padres no encontró obstáculos ; por lo que se apresuró á poner su obra en ejecución; y en la noche del 16 de Se- tiembre embarcó á ciento treinta y tres Padres Je- suítas en un buque ragusiano. El gobierno no dió á estos desterrados más que una corta cantidad de provisiones , y el capitán recibió la orden de con- ducirlos á Civitta-Vecchia , y en llegando á este puerto, les abandonó á su destino. El Papa disi- muló su justo resentimiento , y acogió á los nuevos huéspedes con una caridad digna del Padre co- mún de los fieles. Después de la partida de estos ciento treinta y tres Jesuítas, el Cardenal visitador, que había as- cendido á Patriarca de Lisboa , publicó en los pri- meros días de Octubre un mandamiento , en que por boca del Rey se calificaba á los Jesuítas de re- beldes , traidores, infames, enemigos del Estado; se les declaraba destituidos de todos los derechos y privilegios de los ciudadanos , desterrándolos á perpetuidad del reino, y prohibiendo, bajo pena de muerte , la entrada de los Jesuitas en los domi- nios de Portugal. El Prelado exhortaba además á sus diocesanos á conformarse con las órdenes del Rey con la sumisión debida al Soberano. Al pri- de la Compañía de fesús. 169 mer embarque de los Jesuítas sucedió otro á fines de Octubre, deciento veintidós Padres, en otro buque ragusiano, con dirección también á Civitta- Vecchia; pero su navegación fué tan borrascosa, que no llegaron á la ciudad hasta el mes de Enero del año siguiente. Pocos días después de este em- barque, se hizo un tercero en Oporto, de más de trescientos Jesuítas , casi todos discípulos del cole- gio de Coimbra. Después de estos envíos, no que- daron ya en Portugal otros Jesuítas que los que esta- ban aprisionados en Lisboa, en número de ciento, casi todos superiores de los colegiosyotras casasdel remo , ó procuradores de las misiones del Nuevo- Mundo. Entre estos prisioneros se enco'ntraban cua- tro pertenecientes á las familias más distinguidas, y cuyos parientes eran grandes del Estado , entre ellos el P. Francisco de Portogallo , de la casa de los marqueses de Valenza , en cierta época protec- tor y amigo de Carvalho , lo cual no fué impedi- mento al Ministro para hacerle experimentar todos los horrores de una larga prisión. Vino después la expulsión de los Jesuítas del Brasil y del Marañón , llevada á efecto en medio de las mayores tropelías, y no fué tratada con menos rigor la expulsión de los misioneros de las Indias Orientales , de Madera y las Azores. El conde de Ega, virrey de las Indias, y el conde de San Vi- cente, gobernador de Madera, cortesanos ambicio- sos y que buscaban con ardor la protección del 170 Conflictos y tribulaciones conde de Veyras, dieron en estas circunstancias señales de su celo y de su eficacia. Cuando pren- dieron á los Jesuítas de Goa , esta ciudad presenció indignada el saqueo del rico tesoro que encerraba San Francisco Xavier. Se vendió públicamente la más grande parte de los efectos preciosos que servían de ornamento á la tumba del Santo , se arrancó de una de sus manos , con escándalo de las gentes honradas, una cruz enriquecida de diamantes , regalo del conde de Sambruil , virrey de las Indias. Un oficial se apoderó de una lám- para soberbia y la vendió sin escrúpulo en la plaza pública. La navegación de los Jesuítas de las Indias fué larga y penosa. A su arribo á Lisboa, se les sig- nificó que, si querían permanecer en Portugal, era menester que abandonasen el hábito de la Com- pañía ; pero esta invitación á la apostasía no pro- dujo ningún efecto , y fueron enviados , como los demás, á Civitta-Vecchia. El celo de Carvalho en perseguir y exterminar á los Jesuítas portugueses se extendió hasta las misiones independientes de su autoridad: no omitió nada para que fuesen ex- pulsados de China, de Cochinchina y de Tonquín; pero los diversos artificios que empleó para lograr su intento no tuvieron el éxito que esperaba: escribió en nombre del Reyal emperador deChina, quien se limitó á responder que «si los Jesuítas de Portugal habían faltado á la fidelidad que debían I tic la Compañía de Jesús 171 á su Soberano , no tenía motivo de queja con aque- llos que vivían en su Imperio». La completa expulsión de los Jesuítas de los dominios de Portugal no había extinguido el odio contra ellos del conde de Veyras y marqués de Pombal. Contemplábalos con pena extremada go- zando en otros Estados la estimación y conside- ración universal ; deseaba con ardor que todas las naciones participasen de sus propósitos de destruc- ción , y encargó á algunos de sus emisarios tra- bajar secretamente en los gabinetes de Francia y España en este sentido. En Francia la actividad de un ministro poderoso dió nacimiento á la célebre guerra de los Parlamentos contra los Jesuítas , gue- rra tan fatal á la Compañía y que terminó con su completa derrota. En España existían algunas per- sonas dispuestas á secundar con todo su poder las miras de Pombal; pero el Rey Católico se negó constantemente á prestarse á éstas, y continuó pro- tegiendo abiertamente á los Jesuítas. El suceso que más llamó la atención en estos instantes, no solamente en Portugal, sino en toda Europa, fué el fin trágico del famoso P. Malagrida, condenado al fuego por el Parlamento de Lisboa, después de una sentencia de la Inquisición. El alto renombre que gozaba este infortuijado anciano, su estado , y las circunstancias que rodearon su suplicio, excitaron la más viva curiosidad. El auto de fe de 21 de Setiembre de 1761 , día prefijado 172 Conflictos v tribulaciones para esta ejecución, fué uno de los más célebres que registra la historia. Entraba en los designios de Pombal dar á este nuevo acto de venganza toda la publicidad y toda la solemnidad de que era susceptible. Malagrida, de setenta y seis años de edad, pálido como la muerte, y pudiendo apenas sostenerse , apareció con las manos atadas en medio de do* Benedictinos y dos señores des- tinados, según costumbre, para servirle de pa- drinos en esta lúgubre ceremonia. Este desgraciado anciano marchaba á la cabeza de cincuenta y dos condenados, entre los cuales se encontraban otros dos regulares, un Franciscano y un Dominico; pero Malagrida fué el único á quien agarrotaron, el único que debía sufrir en este día fatal una muerte infame y cruel. La curiosidad del pueblo era tanto mayor, cuanto que la atraía un sacerdo- te cuyo nombre era tan célebre en Portugal por sus costumbres ejemplares y por su lealtad en el desempeño de sus trabajos apostólicos. Tal era este religioso, condenado á la faz del universo como un impío , un apóstata y el más culpable de los hipó- critas. La sentencia de la Inquisición decía en sus- tancia lo siguiente: «Que el Jesuíta Malagrida es- taba convicto de mentiras, de falsas profecías y de impiedades horribles; de haber abusado de la pa- labra de Dios; de haber ultrajado á la Majestad di- vina enseñando una moral infame y escandalosa; de haber seducido á los pueblos por su obstinación ■/<• la Compañía de Jesús. 1.73 en sostener sus pretendidas revelaciones y sus he- rejías ; de haber usado todos los medios de espar- cir en Portugal y los Estados sometidos á su do- minio su abominable doctrina, etc.; que por estos crímenes y como heresiarca tenaz en sus detesta- bles errores , era condenado á ser degradado de sus órdenes y entregado á la justicia secular , cuya indulgencia en su favor reclamaba la Inquisición». Después de la lectura de esta sentencia , el ar- zobispo de Oporto , vicario general del Cardenal Patriarca, procedió á la degradación. En seguida Malagrida fué paseado por delante del Tribunal de !a Súplica, que le condenó á ser quemado vivo; pero los Benedictinos que le acompañaban obtu- vieron que fuese antes agarrotado. Esta sentencia fué ejecutada al punto. El primer Inquisidor , Ñuño Alvarez Pereyra de Mello , dió este día en el con- vento de Dominicos, en celebridad de la victoria ganada por el Santo Oficio sobre los enemigos de la fe, un espléndido banquete, al cual asistieron, con la nobleza, todos los miembros de la Inquisi- ción. Las violencias ejercidas contra los desgraciados Jesuítas , el rigor sin ejemplo con que eran trata- dos, conmovieron el corazón de la Emperatriz-rei- na de Hungría. Muchos de estos Padres , subditos de esta Princesa, se hallaban todavía detenidos por el marqués de Pombal en las prisiones de Lis- boa , y María Teresa encargó á su embajador que 1 74 Conflictos y tribulaciones solicitase del rey de Portugal la libertad de estos Jesuítas, y aun la de los portugueses. Esta petición contrariaba los propósitos de Carvalho , marqués de Pombal ; pero no se determinó á ofender con una negativa á esta augusta señora , y rompió los hierros que aprisionaban á los Jesuítas subditos suyos y algunos de los portugueses , que compo- nían un total de setenta y dos, de los cuales trein- ta y seis eran hijos de Portugal , y fueron todos enviados á Civitta-Vecchia , quedando prisioneros muchos, que no obtuvieron la libertad sino diez años después. Los Jesuítas, casi olvidados en Portugal, eran, no obstante, una pesadilla para el marqués de Pombal. La multitud de escritos publicados por orden del Ministro , y en los que Malagrida era representado como un hipócrita, un traidor, un impostor, un regicida y un hereje , que, bajo el exterior de una falsa santidad, había seducido á los pueblos y esparcido los más funestos errores, habían producido su efecto en aquellos que no co- nocían más que por estos libros al desgraciado Je- suíta , y le consideraban como un segundo Savo- narola. Pero su célebre obra Sobre las verdaderas causas del temblor de tierra de 7755 encontraba todavía muchos lectores, y la impresión que po- día hacer esta lectura sobre los ánimos no preve- nidos , no dejaba á Pombal un momento de repo- so. Después de haber hecho perecer al autor con de la Compañía de Jesús. 175 una muerte infame y cruel, trabajó el Ministro diez años después para que se proscribiese la obra, y obtuvo del Rey un edicto que daba al Jesuíta las más odiosas calificaciones, y ordenaba que su obra fuese quemada públicamente por la mano del verdugo en la plaza del Comercio. Conviene observar aqui que es sorprendente que una pro- ducción tan impia y tan escandalosa , no haya sido . antes y después de esta época . censurada por ningún tribunal eclesiástico. Es verdad que la admiración cesará cuando , repasando el libro con- denado, se vea que no contiene más que máxi- mas y sentencias tomadas de los libros santos para exhortar á los pueblos á la penitencia, y para que contribuyan á su conversión las calamidades que afligían á Portugal. En este periodo vió Carvalho cumplidos sus votos con la entera abolición de los Jesuítas. La conclusión de un asunto en el cual venía trabajan- do tanto tiempo y con tanto calor, y que se glo- rificaba de haberle emprendido primero que nadie, le causó una alegría que no pudo reprimir. Creyó que la nación entera debía dar gracias á Dios so- lemnemente de la destrucción de sus pretendidos enemigos, y el día 29 de Setiembre de. 1793 se cantó en la Patriarcal un Te Deum , que fué ento- nado por el Cardenal Patriarca, y al que asistieron el Parlamento de Lisboa , los principales miembros de la nobleza, los Ministros, y un concurso nu- 176 Conflictos v tribulaciones meroso de personas de todas las jerarquías. El Par- lamento y el Patriarca mandaron iluminar las calles por espacio de tres noches consecutivas, y obliga- ron á los habitantes de Lisboa á demostrar una alegría de que no participaba la mayor parte del vecindario. Después de tantos abusos y arbitrariedades, el marqués de Pombal cayó en la desgracia ; la nobleza ultrajada reconquistó sus fueros; el Mi- nistro universal fué desterrado, y los expatriados volvieron á sus hogares. De todos los portugueses desterrados bajo el ministerio Carvalho-Pombal, los Jesuítas fueron los únicos á quienes Maria no llamó, lo cual impidió que los prisioneros de Es- tado no obtuviesen su libertad. Los extranjeros, en número de treinta, regresaron á su patria. Du- dábase acerca del partido que debía tomar la corte ; los partidarios de los Jesuítas se lisonjeaban de que la Reina sucesora trataría á los Jesuítas portu- gueses con la misma benignidad que había tratado á los extranjeros, concediéndoles el permiso de regresar á Portugal. Con esta confianza, los más arrojados abandonaron á Italia , y se embarcaron para Lisboa ; llegaron á la vista de la capital unos seis, y causaron una sorpresa universal ; y aun cuando la corte no aprobaba su empresa, no se opuso á su desembarque; pero los obligó á reti- rarse al Monasterio real de los Benedictinos de Belem , para vivir allí bajo las órdenes del Abad. de la Compañía de Jesús. 177 Este les permitió que anduviesen por la ciudad, con la condición de recogerse al anochecer en el Monasterio, hasta que, por último, la Reina les concedió los derechos de ciudadanos. El éxito obtenido por estos seis religiosos alentó á sus compañeros, que no tardaron en re- aparecer públicamente en la capital con trajes eclesiásticos. Esta tolerancia duró hasta que el Go- bernador de Braganza se quejó á la corte, manifes- tando que tres Jesuítas habían sido recibidos por sus partidarios con demostraciones de regocijo, y mandó la Reina que fuesen encerrados en un convento, lo que fué rigurosamente ejecutado. La súbita aparición de estos desgraciados proscrip- tos, á pesar de las precauciones que había tomado Pombal para que fuese imposible su regreso, le causó un violento despecho y una grande inquie- tud. La impresión que podia causar en el corazón sensible de la Reina la presencia de estos hombres tan cruelmente perseguidos, no era el único ob- jeto de sus temores; temía que los Jesuítas pidie- sen justicia á María, y la revisión del extraño proceso que había tenido para ellos tan fatales consecuencias; pero estas alarmas no tenían fun- damento. Los trámites que dió Oliveira para apo- yar la Memoria dirigida á la Reina por los Jesuítas, no produjeron efecto, y las cosas permanecieron siempre en el mismo estado. Sin embargo , los Jesuítas , perseverando en su tomo 11, 12 178 Conflictos y tribulaciones empeño, queriéndose descargar de tan odiosas imputaciones, pidieron ser juzgados legalmente, y presentaron á la Reina una Memoria con trece ar- tículos, interrogando ai marqués de Pombal acerca de los supuestos delitos de que habian sido acu- sados los Jesuítas , para que respondiese a ellos. Dadas las órdenes convenientes por la Reina , los comisarios, presididos por los tres secretarios de Estado, comenzaron las sesiones; yá pesar de las precauciones que se tomaron para ocultar al público el resultado, aparecieron más de ochenta testigos que depusieron en favor de los ejecutados , y se descubrió la manera con que se falsearon las leyes y con que se descuidaron las formas más indispen- sables, y el indigno exceso con que favorecieron los intentos de Carvalho. Los grandes políticos abrie- ron los ojos; las sesiones fueron al principio muy animadas; pero este primer fervor no tardó en enfriarse; algunos de los jueces cayeron enfermos, y hubo necesidad de suspender las asambleas. No obstante , andando el tiempo , el marqués de Pom- bal fué sentenciado. Se publicó un decreto, que fir- maba la Reina, por el que, visto elparecer unánime de los jueces, declaraba que el marqués de Pombal era criminal y digno de un castigo ejemplar ; pero que , en atención á su edad y á sus enfermeda- des, consultando su clemencia más bien que su justicia, le [dispensaba de penas aflictivas, y se limitaba á desterrarle á veinte leguas de la corte. de la Compañía de Jesús. 179 En tanto que en las ciudades de París, y de Brest y en Portugal se veían acusados los Jesuítas de robo y homicidio, hacían furor en la Provenza otras in- culpaciones no menos delicadas contra el honor de un Padre de la Compañía, Juan Bautista Girard, Rector del real Seminario de la Marina en Tolón, y sacerdote piadoso, aunque algo crédulo; vióse miserablemente engañado por el fanatismo de una joven llamada Catalina La Cadiére, que llevaba al más alto grado la pasión de una devota celebri- dad. Había querido imitar á Santa Teresa, imagi- nando éxtasis y visiones, y dócil el Jesuíta á las relaciones de esta visionaria , la creyó, hasta que, persuadido de su error al cabo de dos años, se re- tiró, escribiéndole una carta juiciosa, por lo que buscó la ilusa otro director, y le encontró en un Carmelita llamado Nicolás, discípulo de los janse- nistas. La iluminada quiere vengar la retirada del Jesuíta , y acusa al P. Girard, y después se retracta; tan pronto es para ella el Jesuíta un hombre de costumbres ejemplares y sólida piedad , como un ángel caído. Vacila el Parlamento, se apodera de la correspondencia , y hallan al Jesuíta sencillo, crédulo y siempre casto y pundonoroso. Este suceso fué explotado por los jansenistas, á pesar de haber sido absuelto el Padre por medio de un decreto fechado en io de Octubre de 1731. El jansenismo iba perdiendo su importancia. Ha- bíase tomado á la Compañía de Jesús por blanco i8o Conflictos y tribulaciones de la Comp. de Jesús. de los odios , y en todos los reinos católicos apare- cían acusaciones contra ella. Protestantes , enci- clopedistas, universitarios, miembros del Parla- mento ó sectarios del jansenismo , todos ellos procedentes de campos tan distintos , se reunían en un pensamiento común , suponiendo que, al- canzada la proscripción del Instituto de Jesús , re- sucitaría el siglo de oro. CAPÍTULO IX. l punto capital que miraba con preferen- cia el protestantismo , era la combinación de todas las sectas reunidas, para dejar aislado al catolicismo y atacarle con la seguridad de la victoria. Los Jesuítas constituían la fuerza más sólida y compacta en defensa de la autoridad pontificia, y los que con más ardor salían á la pa- lestra ante los argumentos de los sectarios , y, por lo tanto , contra los hijos de San Ignacio se coliga- ron todos los rebeldes y apóstatas , sin otro lema que odio eterno á la Compañía de Jesús , porque sus miembros eran los verdaderos sostenedores de la religión católica y los que más ascendiente te- nían con los pueblos y con los Reyes ; los que más se fortalecían con el predominio de la ense- i&2 Conflictos y tribulaciones ñanza universal. Los protestantes veían que los Jesuítas tenían en su mano las generaciones futu- ras, eran el baluarte más formidable de los prin- cipios católicos , y por eso se amontonó contra su cabeza la tempestad. La borrasca tenía que aparecer, pues los Jesuí- tas necesitaban, para no ser derrotados, del apoyo del Estado , y Luís XV se dedicó á envilecer la majestad del trono con sus costumbres licencio- sas y su criminal indolencia. La filosofía, dirigida y encabezada por Voltaire , trajo la religión al cam- po de la discusión más ferviente , y Voltaire fué el soberano de Francia. Fué una especie de Quevedo, que se impuso á la sociedad con sus escritos his- tóricos y filosóficos; pero literato bufón y choca- rrero cuando discurría sobre las cosas más elevadas y santas, al paso que el filósofo español empleaba sus donaires y su ingeniosa sátira para censurar las costumbres , llamando para ello al romance y la prosa intencionada. Perseguían á los Jesuítas en Francia D'Alembert con el razonamiento, Voltaire con el sarcasmo, y los jansenistas con su enemis- tad , al paso que Montesquieu moria cristiano en los brazos del P. Bernardo Routh , y Rousseau se manifestaba neutral , aun cuando tampoco era amigo de los Jesuítas. Pero la tormenta que agitó Voltaire tenía que caer sepultada entre los escom- bros de la Revolución , porque las cuestiones reli- giosas se confundieron con los debates políticos. de la Compañía -de Jesús. 183 Luís XV, que tenía dotes especiales para conocer lo que pasaba, y que lo deploraba en medio de sus reprensibles voluptuosidades , se sentía desfa- llecido para poner remedio á los males tremendos que se avecinaban ; Luís XV vivió continuamente entre el desenfreno y el remordimiento. Un hombre determinado se arroja contra el Monarca, é introduce en su seno un puñal homi- cida; servidor de los Jesuítas al principio de su vida, y jansenista declarado después, le conside- ran, no obstante, inspirado por los hijos de San Ignacio para la consumación de este crimen , y, ¡quién lo creyera! , Voltaire sale á la defensa de la Compañía de Jesús, á la cual considera calum- niada y la exime del horrible atentado. La herida del Rey trajo su arrepentimiento y el propósito de corregirse; pero, apenas se encontró sano, volvió á sus primeros devaneos, y se entregó en cuerpo y alma al influjo maléfico de la marquesa de Pom- padour. En Francia miraban con asombro los enemigos de los Jesuítas los procederes del marqués de Pom- bal contra la Compañía, y pensaban que, si un hombre solo había sido suficiente para llevar á tér- mino cumplido el destronamiento de esta Institu- ción poderosa, cuánto podría Francia , teniendo en su apoyo para el mismo fin el Parlamento, los jansenistas , los sectarios del protestantismo y la adhesión de la marquesa de Pompadour, que 184 Conflictos y tribuldcionct tenía motivos para encontrarse resentida de los Jesuítas. Faltaba un pretexto, y era preciso bus- carle. Residía en la Martinica, en calidad de Supe- rior general , el P. Antonio Lavalette , donde des- empeñaba el ejercicio de las misiones; pero le acusaron de ejercer tráficos ilícitos con el comer- cio , y se le intimó la orden de regresar á Francia para justificarse de la acusación. El intendente Hurín, y el P. Laforestier , Provincial de Francia, escribieron cartas desmintiendo la acusación; el P. Lavalette quiso mejorar las tierras de San Pe- dro de la Martinica para desempeñar la casa profe- sa de una deuda que había contraído , y se entre- gó de lleno á la agricultura, llegando á ser en poco tiempo el más inteligente de todos los colo- nos; tuvo abundantes cosechas y pudo extinguir gran parte de la deuda; creció su crédito, y las principales casas mercantiles de Francia le ofre- cían capitales para sus empresas agrícolas, y el Je- suíta, al ver la prosperidad con que marchaban estos asuntos, se lanzó en una senda peligrosa, sin contar con el apoyo de sus superiores. Sin em- bargo, quería á todo trance extinguir la deuda con estos recursos; entra en nuevas especulaciones; experimenta quebrantos considerables con los si- niestros marítimos, y aparecen acreedores en gran número que perjudican el nombre de la Compa- ñía con sus peticiones , sobre todo apelando , como de la Compañía de Jesús. 185 apelaron algunos acreedores, á los tribunales. Por orden del General pasó á la Martinica el P. Fran- cisco de la Marche, quien, después de procesar á Lavalette , pronunció el siguiente fallo: «Después de haber procedido, y aun por es- crito , á las informaciones oportunas, tanto cerca de nuestros Padres , como de otros sujetos extra- ños , sobre la administración del P. Antonio de Lavalette , desde la época en que tuvo la gestión de los asuntos de la misión de la Compañía de Je- sús en la Martinica ; después de haber oído acerca de las inculpaciones que sobre él pesan , y atendi- do á que consta de estas informaciones: i.°, que se ha entregado á especulaciones comerciales, al menos en cuanto al foro externo, en desprecio de las leyes canónicas y las peculiares de la Compa- ñía; 2.0, que él mismo ha tratado de encubrir este tráfico al conocimiento de nuestros Padres en la isla de la Martinica , y particularmente á los supe- riores de la Compañía , y ).°, que se han hecho varias reclamaciones contra el tráfico del susodi- cho, tanto por los Padres de la misión luego que tuvieron noticia de él , como por los superiores de la Compañía al momento que llegó á sus oídos el rumor todavía incierto de este negocio; de ma- nera que, sin dilación alguna, se propusieron evi- tarle enviando otro visitador extraordinario ; des- pués de haber deliberado nosotros en un examen justo, frecuentemente, con madurez y en unión 186 Conflictos y tribulaciones de los Padres más experimentados de la referida isla; en virtud de la autoridad á nos cometida , y oido el parecer unánime de los citados Padres: U°, exigimos que el mencionado P. Lavalette sea privado de' toda administración temporal y espiri- tual; ordenamos que sea enviado á Europa á la mayor brevedad; }.", declarárnosle entredicho a sacris hasta que obtenga la absolución por la au- toridad del muy Rdo. P. General de la Compañia, en quien reconocemos, como conviene, todo derecho para juzgarnos. Dado en la residencia principal de la Compañía de Jesús en la Martinica, á 25 de Abril de 1762. — Firmado. — Juan Francis- co de La Marche, de la Compañía de Jesús.» El P. Antonio Lavalette reconoció por escrito la equi- dad de la sentencia. El P. Lavalette fue expulsado de la Compañia; se estableció en Inglaterra, y jamás se desdijo de su declaración ; la Compañía de Jesús no pudo ser responsable de los actos de uno de sus miembros, aunque se la pudo imputar falta de vigilancia. La Compañía se creyó en el deber de saldar cuentas con los acreedores , y aunque se deseaba su po- breza, se arbitraron medios para dejar al Instituto con el decoro debido ; pero estallaron en el seno de la Compañia ciertas disidencias, pues algunos no querían hacerse solidarios de los errores de Lava- lette, al ver que se aminoraban los recursos de los colegios y los de otras casas que sufragaban sus de la Compañía de Jesús. 187 gastos más indispensables con grandes dificulta- des. Mad. Pompadour, que no podía reconci- liarse con los jesuítas , recordando que desapro- baban y vituperaban su conducta relajada y los desórdenes del Rey con esta favorita . instigaba a los jansenistas y á los acreedores para provocar el escándalo y poner á los Padres en el mayor aprie- to , á fuer de que la disidencia de los hijos de San Ignacio excitase el descrédito que deseaba. El duque de Choiseul . primer ministro de Francia , se envanecía con los elogios que le tribu- taban los filósofos y los escritores impios de la época; ansioso de renombre , ¿anó al Parlamento adulando sus tendencias , al mismo tiempo que las de Mad. Pompadour , uniéndose á los elemen- tos disolventes que preparaban la gran revolución para realizar la ruina de la Compañía de Jesús. Mad. Pompadour pretendía, acreditarse de mu- jer de Estado , y se propuso dar un golpe trascen- dental favoreciendo las miras del jansenismo y las de los filósofos, pensando al mismo tiempo quecon el secuestro de los bienes de esta gran comunidad podría el gobierno ayudar á los gastos de la guerra que á la sazón se sostenía. El primeracto de Choi- seul fué suprimir las Congregaciones, con lo cual se rompía la prolongada cadena de plegarías y de- beres que enlazaba en un mismo pensamiento á los cristianos de ambos hemisferios , y se estable- cieron públicamente las logias masónicas. 1 88 Conflictos y tribulaciones El Parlamento, que había tomado por su cuenta la defensa de los acreedores de Lavalette , convir- tiendo este asunto mercantil en una cuestión reli- giosa , no pagó á los acreedores , á pesar de una confiscación decretada , y eso que sólo de la casa de la Martinica y las. posesiones de la Dominica produjeron con su venta cuatro millones de fran- cos, cantidad más que suficiente para solventar una deuda de dos millones cuatrocientas mil libras. El Parlamento quiso además modificar el Ins- tituto de la Compañía , á lo cual se opusieron re- sueltamente los hijos de San Ignacio. Luís XV los excitaba á la aceptación , pero los Jesuítas se resis- tían ; abandonaban su fortuna, poniéndola en ma- nos de sus jueces, pero no transigían con las cuestiones que atañían á la honra de la Institución. Acusábase á los Jesuítas de revolucionarios perma- nentes. El abate Chanvelin , Terray y Laverdy, de comisarios se convirtieron en acusadores, adulan- do las tendencias de todas las sectas que afirmaban que los jesuítas eran los causantes de todos los desastres que agobiaban á la nación, y queso- lamente con el exterminio de los Jesuítas se conquistaría la paz y la prosperidad del pueblo francés. Estas cosas sacaron á Luís XV de su volup- tuosa apatía, mayormente siendo refractario á las ideas filosóficas , las que al mismo tiempo que mi- naban los cimientos déla religión, relajábanlos fundamentos de la monarquía; por eso ordenó al de la Compañía de Jesús. 189 Parlamento que sobreyese durante el espacio de un año, encargando á los Jesuítas que entregasen al Consejo las escrituras de fundación de sus casas; pero el Parlamento buscó forma de eludir el man- dato , sabiendo que de esta manera encontraría apoyo contra la regia voluntad. La unanimidad de acusaciones y las torpes calumnias que aparecie- ron en aquel período contra los Jesuítas , dice el calvinista Sismondi , inspiraban cierto terror. «Sin embargo, como asegura el P. Balbani en su Primer llamamiento á la ra^ón, en tanto que los Jesuítas se veían rodeados de libelos y perseguidos á fuerza de decretos , los Superiores de las tres ca- sas profesas de París , demasiado confiados en su inocencia, hacían menos caso de escribir para jus- tificarse que de evitar que escribiesen otros. El P. Provincial llevó su vigilancia hasta el extre- mo de prohibir, en virtud de santa obediencia, que se publicase escrito alguno sobre esto , y su precepto fué una especie de encanto que suspen- dió más de una pluma bien cortada. No es del caso averiguar aquí cuál de las dos fué más ciega: si la prohibición ó la obediencia.» Es el caso, que esta inercia para nadie fué más nociva que para la Com- pañía , pues lejos de respetar este acto de abnega- ción , supusieron sus adversarios que trabajaban á la sordina, urdiendo tramas misteriosas para el logro de su victoria. Formóse una asamblea del clero para juzgar á * Conflictos y tribulaciones los Jesuítas , obedeciendo en esto las órdenes del Rey , y después de graves deliberaciones y de un examen detenido sobre el Instituto de la Compa- ñía , se falló que las costumbres de los hijos de San Ignacio eran puras, y que no existía otra Orden en la Iglesia cuyos ministros fueran tan rectos y austeros en sus costumbres. Esto irritó so- bremanera á la marquesa de Pompadour y á los filósofos , y buscaron medios de anular el dictamen. Los consejeros del Rey veían que el sostenimiento de una guerra exenta de gloria para Francia y ade- más ruinosa, sembraba el descontento; que el Canadá caia en manos de los ingleses; que la cen- sura sobre estos hechos tenia que ser acerba , por loque el gobierno necesitaba un pretexto con que distraer al pueblo, y así como Alcibíades cortó la cola á su perro para que la opinión se distrajese y no fijase su atención en cosas mayores , los minis- tros de Francia se dedicaron afanosamente á incul- par á los Jesuítas de atentados de todo linaje, para que los escritores de nota ejercitasen su pluma so- bre este asunto, y olvidasen las ruinas de su pa- tria por el desacierto de sus actos, por la corrup- ción de la corte y por los extravíos licenciosos del Rey. Ochenta colegios dirigidos per los Jesuítas se cerraron por disposición del Parlamento , y á la vez se publicaban muchos folletos y libros contra la Compañía de Jesús desde su fundación , acha- de la Compañía de Jesús. 191 cando al Instituto todo género de crímenes. Según estos escritos, los Jesuítas absolvían todos los crí- menes, legitimaban los instintos culpables, y eran indulgentes con todas las monstruosidades; la ca- lumnia se propagaba con pasmosa rapidez, y lacre- dulidad obedecía á las pasiones. Decíase que el ataque á los Jesuítas era para salvar á la Iglesia de los grandes peligros que la suministraba la misma Compañía. En vano se esforzaba el clero francés en depositar á los pies del Rey sus deliberaciones y consejos en favor de los Jesuítas ; el Parlamento era más poderoso favoreciendo las miras de la filosofía reinante. Sin embargo, algunas minorías esforzadas no asentían á los propósitos del Parla- mento: los de Rennes, Burdeos, Rúan, Tolosa, Metz, Dijon , Grenoble, Perpiñán, no fueron tan dóciles á la voz de las sectas, y se agitaron las pa- siones en el seno de los tribunales. Un magistrado probo, llamado d'Eguilles, se queja amargamente acerca de las arbitrariedades del Parlamento, lo cual llama la atención de Luís XV , quien en oca- siones no desconocía los deberes de la majes- tad; pero esto no estorbó que el Parlamento de Bretaña declarase priyados de todas las funciones civiles y municipales á los padres que enviasen á sus hijos al extranjero con el objeto de cursar entre los Jesuítas. La Compañía de Jesús estaba herida de muerte en Francia, y el golpe fatal se es- peraba de un momento á otro , y el 6 de Agosto iy2 Conflictos y Iribulaeiones de 1762 se falló que en la Compañía de Jesús existían abusos , lo mismo en las Bulas que en los Rescriptos, Cartas apostólicas, Constituciones, fór- mulas de ritos , decretos de Generales y Congrega- ciones de la misma , por lo que se declaraba á dicha Sociedad inadmisible en todo Estado culto , como contraria al derecho natural , atentatoria á toda au- toridad espiritual y temporal, y proponiéndose in- troducir en la Iglesia y en las naciones una corpo- ración política , para aspirar á una independencia absoluta y á la usurpación de toda autoridad. Se prohibe á los Jesuítas vestir su hábito y vivir en comunidad, y se les confiscan los bienes, se les expulsa de sus casas y se dilapida su fortuna; se despojan sus iglesias, se dispersan sus preciosas bibliotecas, yselesotorga una pensión insuficiente, viéndose reducidos los Padres á la miseria, los que con sus colegios, misiones y demás trabajos apos- tólicos habían honrado á Francia. La Compañía de Jesús dejó de existir en el reino Cristianisimo, á pesar de que, diseminados, aun cuando no ejercían el predominio de la enseñanza , predicaban en la Alsacia , en Dijon , en Grenoble y Besancon , y eso que estaban sentenciados á pena de horca los Jesuí- tas que procurasen defenderse con sus escritos contra las determinaciones del Parlamento. Ya no quedaba otra cosa que el clamor de los buenos pensadores , que veían con dolor la ruina de Francia y el abatimiento de la Religión católica, de la Compama de Jesús. 193 con tanto más fundamento, cuanto que se disper- saban sus más fuertes sostenedores. He aquicómo se expresaba Lamennais: «Por largo tiempo se echará de ver el vacio inmenso que dejan en la cristiandad estos hombres, ávidos de abnegación, como lo son los demás de goces.... ¿Quién los ha reemplazado hasta el día en nuestros pulpitos? ¿Quién los reemplazará en nuestros colegios? ¿Quién se ofrecerá en lugar suyo á conducir la fe y la civilización, junto con el amor al nombre fran- cés , á los bosques de América y á las vastas re- giones de Africa, tantas veces bañadas con su san- gre? Acúsanlos de ambición; no hay duda que la tenían, porque ¿cuál es la corporación que carece de ella? Pero su ambición se reducía á practicar el bien , todo el bien que estaba en su mano Sea como quiera, abro la historia, y veo acusaciones, busco las pruebas, y no encuentro otra cosa que una justificación palpable». El arzobispo de París, Cristóbal de Beaumont, levantó su voz en favor de los Jesuítas, publicando una pastoral negando con pruebas la inculpación que se hacía á los hijos de San Ignacio. Confundido el Parlamento é irritado por el arrojo de aquel Prelado , mandó quemar la obra por mano del verdugo, citando á la barra á su autor, lo que no se efectuó, porque Luís XV decre- tó antes su extrañamiento de París ; pero la cólera que se habia despertado contra el Arzobispo re- cayóinstantáneamente contra los Jesuítas, que fue- tomo 11. 13 1 94 Conflictos y tribulaciones ron víctimas de nuevas persecuciones. Se colocó á los Padres dexla Compañía'en la terrible alternativa de abjurar de su Instituto y ratificar con un jura- mento las imputaciones y condenas como cosa merecida, ó condenarse al destierro. Los Jesuítas aceptaron lo último , puesto que se veían precisa- dos á optar entre el deshonor y el ostracismo. De- cretó Luís XV que la Compañía de Jesús no podía ya existir en su reino , tierras y señoríos, cuyo acto vituperóClemente XIII, rechazándolo por medio de un escrito , como atentatorio al Pontificado y á la cristiandad. Regía á la sazón los destinos de España Car- los III , que , residiendo en Nápoles antes de ceñir la corona, vituperó en alto grado la conducta de Pombal , manifestándose siempre de la manera más ostensible amigo declarado de los Jesuítas. Es más: siendo rey de España, desdeñó las acusaciones con- tra los Jesuítas españoles del Paraguay, cuando se convenció que procedían de la insidia que alimen- taba Pombal contra estos sacerdotes. Sin embar- go , esto fué un desgraciado precedente para que en un momento dado se despertase en su corazón la desconfianza. La historia señala en sus páginas una memorable insurrección ocurrida en Madrid, y conocida con el nombre de Motín de Esquiladle, provocado por este ministro , pues había querido modificar el traje de los madrileños y consentir la subida de precio del pan. Era Esquilache de proce- de la Compañía de Jesús. 195 dencia italiana , hacia el cual profesaba Carlos III cierto afecto , aprobando sus resoluciones , por más que fuesen tiránicas y repulsivas á las muchedum- bres. Cuando ocurrió el motín , el Rey cometió el acto débil y hasta cobarde de retirarse de Madrid, instalándose en el palacio de Aranjuez. Conocien- do los Jesuítas que la irritación popular podía ofre- cer un grave peligro á la Corona , se mezclaron con los amotinados , con el objeto de apaciguar su desenfreno, y lograron su empeño; y merced á su acento persuasivo y á sus consejos de templanza, resonó por las calles el grito de «¡ vivan los Jesuí- tas!» Comprende Carlos III que su fuga de la ca- pital en el calor del tumulto había sido un acto vergonzoso y censurable , y corrido de haber de- bido la tranquilidad del pueblo á la intervención de los Padres de la Compañía de Jesús, se apresu- ró á regresar á Madrid , cuyas masas le reciben en- tre vítores y aclamaciones. Resultó lo que el pue- blo venía deseando hacía mucho tiempo: que Esquilache fuese destituido, y vino á reemplazarle el conde de A randa , diplomático español, muy dado á las ideas reinantes en Francia , y amigo de- clarado de los enciclopedistas. Ansioso de celebridad, y viéndose lisonjeado por los filósofos franceses , y en correspondencia intima con los hombres que más se distinguían en París por su aversión al catolicismo , encontró en esta circunstancia un medio propicio para au- 196 Conflictos y tribulaciones mentar su gloria en este sentido , y en cuyo pro- pósito le acompañaba el duque de Alba, antiguo ministro de Fernando VI. Entraba en el plan anti- católico de Aranda el exterminio de los Jesuítas, estimulado con los actos del marqués de Pombal en Portugal , con cuyo funesto personaje estaba en frecuente correspondencia. Para la extinción de la Compañía de Jesús se necesitaba un pretexto; y como esto se encuentra cuando afanosamente se busca, le encontró Aranda en el motín contra Es- quilache; pues, habiéndole pacificado los Jesuítas, comenzó á trabajar mañosamente con el Rey para que poco á poco se fuese persuadiendo de que los Jesuítas propendían á la superioridad y á hacerse los verdaderos reyes de España con su política sorda y maquiavélica. El Rey amaba á los Jesuítas, y aun los había defendido en otras oca- siones; á fuerza de intrigas y de falaces acusacio- nes, lograron que el Monarca comenzase á mirar a estos sacerdotes con indiferencia , y después con marcada desconfianza. Faltaba á Carlos III la ener- gía del verdadero soberano y la perspicacia na- tural para conocer la intriga palaciega. No com- prendía que Aranda, con su diplomacia de zapa, procuraba engrandecerse con el prestigio del trono, contra el cual conspiraba indirectamente, al mismo tiempo que contra la religión católica; es más: Carlos III , no solamente conspiró contra su trono, sino contra todas las monarquías; pues I de la Compañía de Jesús. 197 no se concibe que un Rey que tenía colonias en América favoreciese con decisión los propósitos republicanos de los norte-americanos, que lucha- ban por su emancipación de Inglaterra. Carlos III contribuyó eficazmente al establecimiento de la república de los Estados Unidos, estableciendo el modelo que copiaron después los sediciosos de la América meridional para emanciparse más tarde del dominio de España. Un Rey que esto hace, queda juzgado, y se presume cuál sería su previsión y las dotes de gobierno que poseía. Aranda encontró en el Rey un elemento dócil para complacer á Choiseul , que era el enemigo más perseverante que tenia la Compañía de Jesús, y el que con más insistencia escribía al Ministro español, por medio de su embajador, la conve- niencia de acabar coq los Jesuítas de España. Viendo el Ministro español que el Monarca se manifestaba indeciso, apeló á la impostura y á la calumnia, resucitando el pensamiento de la repú- blica del Paraguay regentada por los Jesuítas; pero todos presumen que Aranda no era más que un ejecutor de las tramas que contra los Jesuítas españoles se urdían en la corte de París. Entre las maquinaciones que se fraguaron contra los Jesuítas, se cuenta de una carta que se escribió imitando la letra del General de la Compañía desde Roma y dirigida al Provincial, aconsejándole que promoviese una insurrección 198 Conflictos y tribulaciones contra el Soberano, y otras cosas que no podía mi- rar con indiferencia. Se fingió que la carta había sido interceptada, y se la entregaron á Carlos, á fin de que se persuadiese de la maldad y de la hi- pocresía de los religiosos que antes había patroci- nado. En esta carta, no solamente aparecía el con- sejo para provocar la insurrección , sino que se declaraba que el Rey era hijo adulterino, y, por lo tanto , necesario expulsarle del trono para susti- tuirle con su hermano D. Luís. Esta fué la saeta que más emponzoñó el corazón de Carlos III , y la que le inspiró el sentimiento de una constancia que jamás habia conocido, y su empeño en el ex- terminio de los Padres de todos los dominios de España. Cuenta que todo lo que se apunta sobre este hecho está consignado en libros escritos por mano de los protestantes. Además de la supuesta carta del general Padre Ricci , aparecieron otros documentos , y entre ellos una misiva en que se había imitado perfecta- mente la letra de un Jesuíta italiano, y en la que se contenían muchas invectivas sangrientas con- tra el gobierno de España. Para acallar las repeti- das instancias de Clemente XIII , que deseaba tener en sus manos algunos datos que pudiesen con- vencerle é ilustrarle, fuéle remitida esta carta como un documento fehaciente. Pío VI, uno de los encargados de examinarla, y simple Prelado á la sazón , observó al pasarla por la vista que el de la Compañía de Jesús. 199 papel era de fábrica española; y pareciéndole bas- tante extraño que para escribir desde Roma hu- biesen ido á buscar el papel á España, lo observó con más atención , y vió que llevaba el sello de la manufactura , y hasta la fecha del año en que ha- bía sido fabricado ; cotejó en seguida esta fecha con la de la carta , y no tardó en cerciorarse de que había sido escrita dos años antes que existie- se el papel. La impostura no podía ser más pal- pable. No se comprende cómo Carlos III , amante deci- dido de la Compañía de Jesús, pudo modificar en un sólo día las opiniones de toda su vida. Lo mismo Aranda que el duque de Alba, comprendieron el temperamento del Rey, y que, siendo un fervo- roso cristiano y refractario á las ideas filosóficas de Francia, tenían que buscar otro camino para herir su corazón en lo que más apreciaba , que era su honra, y le persuadieron de todas maneras que los Jesuítas habían arrojado sobre su escudo un borrón, como el de suponerle hijo adulterino, y, por consiguiente , usurpador de la corona de Es- paña, que pertenecía á su hermano Luís. Amante del Sumo Pontífice, castigaba la injuria extin- guiendo la Compañía y sepultando el agravio en lo más profundo de su alma. Una vez que Aranda conoció que el propósito del Monarca era inalte- rable , buscó auxiliares eficaces para fortalecer esta tendencia, y pintaron á los Jesuítas como una fa- 200 Conflictos y tribulaciones lange de hipócritas, que seducían al pueblo con apariencias de humildad, llevando en su seno el germen de la soberbia ; afirmando que sus limos- nas escondían una mira interesada , y que su asis- tencia en los hospitales no era otra cosa que ama- ños calculados para captarse la voluntad de la desgracia , y tenerla propicia en momentos opor- tunos; es decir, para cuando llegase el caso de consumar la obra de la usurpación. En las determinaciones del Rey para la expul- sión de los Jesuítas españoles, no se nota ningún motivo fundamental que justifique la medida ; no aparece ningún delito concreto; antes bien se leen estas significativas palabras : «....S. M. se reserva el conocimiento de los graves motivos que han decidido su real voluntad para adoptar una medida administrativa, usando de la autoridad tutelar que le pertenece.» Y añade en otro lugar: «S. M. debe además imponer á sus subditos el más com- pleto silencio, prohibiendo que se escriban, pu- bliquen ó esparzan obras relativas á la expulsión de los Jesuítas , ya en pro ó en contra, sin una au- torización especial del gobierno». Es el caso que aparecía el fallo sin expresar el delito. El embaja- dor de España , á quien se había dado el encargo de participar al Padre Santo esta medida , tenía orden terminante de negarse á todo género de explicaciones , y de limitarse á entregar el real des- pacho. En todos las partes donde fueron expul- de la Compañía de Jesús. 20 1 sados los Jesuítas se hicieron públicas manifesta- ciones de las causas que se atribuían para esta resolución, y solamente en España se guardó sobre el particular el más profundo secreto. Para que la expulsión fuese general en todos los dominios de España, y ejecutada en un solo día y á una misma hora, se elaboró el trabajo con el mayor secreto , y las órdenes que se remi- tían á las autoridades españolas de ambos mundos las firmaba Carlos III , y las refrendaba Aranda, leyéndose en la segunda cubierta lo siguien- te: «Bajo pena de la vida, se os prohibe abrir este pliego hasta el 2 de Abril de 1767 al ano- checer». El despacho real decía lo siguiente : «Os revisto de toda mi autoridad y poderío real para que in- mediatamente os presentéis á mano armada en la morada de los Jesuítas , donde, después de apodera- ros de sus personas y hacerlos conducir en clase de prisioneros al puerto indicado, en el término de veinticuatro horas , ordenaréis su embarque en los buques destinados al efecto. En el momento de la ejecución haréis poner los sellos en los archivos de la casa y en los papeles délos individuos, sin permitir que ninguno de ellos lleve consigo otra cosa que los libros de rezo y la ropa estrictamente necesaria para la travesía. Si, verificado el embar- que, existiese todavía un solo Jesuíta, aun cuando esté enfermo ó moribundo, en toda la extensión 202 Conflictos y tribulaciones de vuestro distrito , seréis castigado de muerte. — Yo el Rey». Cuando el Monarca quiso justificar este acto por medio de una pragmática-sanción, no dió acla- raciones sobre la naturaleza del crimen que ha- bían cometido los Jesuítas , sino por « motivos justos y necesarios». Por estos motivos, pues, disponia que saliesen de sus Estados , previo el secuestro de sus bienes, y que «los motivos jus- tos y graves que le han impulsado á expedir esta orden permanecerán para siempre sepultados en su real corazón». Los Jesuítas españoles fueron atropellados y desterrados á diferentes puntos, sin que sus perseguidores encontrasen entre sus papeles una sola línea que pudiese acusarlos del más insignificante complot. Algunos Jesuítas que por su ancianidad ó sus dolencias se les permi- tía residir en otra parte donde encontrasen alivio sus dolores , contestaron que , aun á costa de la muerte, seguirían y morirían al lado de sus her- manos. Los misioneros de los Andes, del Perú y del Pa- raguay , en vista de la indignación de sus neófitos, hubieran podido insurreccionar el país contra una disposición tan arbitraria y desoladora : no fal- taron los ofrecimientos, asegurando á los Padres que se harían independientes ; pero los Jesuítas, lejos de acceder á estos propósitos sediciosos, acon- sejaron la obediencia , y se retiraron de sus misio- de la Compañía de Jesús. 203 nes con la resignación cristiana que imponen el deber y la obediencia. Clemente XIII , que tenia por Carlos III una singular predilección , porque le suponía verda- deramente católico , le escribió una sentida carta, expresándole su amargura al verle inclinado á las ideas de una filosofía corruptora , y arrojando de España y de América una institución que habia glorificado la cristiandad con el sacrificio de su sangre. Este Papa se propuso sacar del fondo del alma el secreto que le había llevado á una medida tan trascendental , ofreciéndole que castigaría se- veramente á los verdaderos culpables; pero Carlos se limitó á contestarle que «pata evitar al mundo un grande escándalo, conservaría eternamente en su corazón la abominable trama que había necesi- tado este rigor. Vuestra Santidad debe creerme sobre mi palabra : la seguridad de mi vida, decía, exige de mi parte un profundo silencio sobre este asunto». Con efecto : este fué un secreto que el Rey se llevó á la tumba ; pero que la historia ha traslucido , penetrada de los artificios infames de Aranda , quien . á costa de la ruina de una santa Sociedad , buscaba insensato una funesta é impía celebridad en la cohorte de los filósofos franceses. Carlos 111 , queriendo dar una prueba de sus humanitarios sentimientos , les concedió una pen- sión sacada de sus bienes secuestrados , pero con la siguiente condición , ajustada á la pragmática- 204 Conflictos y tribulaciones sanción : «Declaro , dice el Rey , que los Jesuítas que salgan de los Estados del Papa , adonde son enviados , ó que diesen algún motivo justo de queja al gobierno español por medio de actos ó escritos , perderán al momento la pensión asigna- da ; y aunque no deba presumir que la corpora- ción de la Compañía , faltando á las obligaciones más estrictas é importantes, permita que ninguno de sus miembros publique escrito alguno en con- trario al respeto y sumisión debida á mi voluntad, so pretexto de apología ó defensa , que tenderían á turbar la paz de mis reinos , ó que la referida Compañía se sirva de emisarios secretos para lle- gar á este resultado , si sucediese semejante caso, contra toda apariencia , todos los individuos de ella perderán á la vez la pensión». Todos tembla- ban defender á los Jesuítas, en vista de las restric- ciones y amenazas de Aranda. Sin embargo, hubo un ilustre Prelado que los defendió solemnemente, dirigiendo recriminaciones contra el rey Carlos III. Seis mil individuos llegados de improviso álos Estados Pontificios, fueron un sobrecargo de con- sideración , y procuró Clemente XIII que en ade- lante no se tomasen estas medidas repentinas sin consultarlas antes con el Vaticano , á fin de cortar los vuelos á otras potencias donde se dispusiesen á seguir el ejemplo de Pombal , Choiseul y Aran- da. La tempestad revolucionaria comenzaba á es- parcir su funesto preliminar con Choiseul en Fran- de la Compañía de Jesús. 205 cía, Aranda en España y Tucini en Nápoles, donde también apareció un decreto disponiendo la ex- pulsión de los Jesuítas, la cual se efectuó en medio de los mayores atropellamientos , siendo conduci- dos hasta Terracina. Lo mismo sucedía en 1768 en Parma. Lo mismo Choiseul que Pombal , de funesta memoria , habían conseguido su objeto; es decir, que, expulsados los Jesuítas de los domi- nios de Portugal, de España y algunos puntos de Italia , la opinión pública se fijase en este hecho trascendental , para que calculase , con algún viso de razón , que si tantos Estados habian adoptado esta medida casi instantáneamente , sobrado fun- damento habría para semejante resolución. CAPÍTULO X. l vínculo que existía entre la Santa Sede y los Jesuítas parecía indisoluble , y después de tantas y tan grandes tribulaciones como habia experimentado la Compañía de Jesús en Portugal, España y Nápoles, á los hijos de San Ignacio , aun cuando abatidos y dispersos , y su- friendo todo género de penalidades, les restaba esta última esperanza. Las polémicas teológicas sostenidas años ante- riores, y que tanto perturbaron la quietud de los Jesuítas, hizo que los Generales y Provinciales impusieran ciertos límites á los escritores de la Compañía que terciaban con sus obras en estas controve rsias ; ningún Jesuíta podía publicar un libro sin el permiso del General ó de su superior 208 Conflictos y tribulaciones inmediato; pero esta medida, que había caído en desuso, fué preciso renovarla, pues las penas im- puestas por Carlos III , y la excitación natural que existia en todos los miembros de la Compañía, podría dar margen á nuevos altercados , que los Superiores quisieron evitar, y el decreto décimo- nono de la duodécima Congregación daba las re- glas necesarias para que los Jesuítas se abstuviesen de enardecer los ánimos con sus quejas más ó menos fundadas, y se impusieron penas para los que contraviniesen estos preceptos. La lucha que nuevamente iba á empeñarse tenía que probar una vez más las condiciones del general Ricci, hombre de carácter dulce, ingenio cultivado, pero ajeno á los artificios de las pasiones humanas, que vino á ser un mal, pues se dibujaban en el hori- zonte los preludios que preceden á una grande tempestad contra los religiosos de la Compañía ; porque tentados unos por la ambición de gloria entre los filósofos, y otros por la codicia que Ies inspiraban los bienes de los hijos de San Ignacio, es el caso que éstos se vieron perseguidos y vili- pendiados. Era, pues, preciso que los perseguido- res justificasen su conducta, legitimando todas sus arbitrariedades. El fallecimiento de Clemente XIII facilitó la obra á los enemigos declarados de la Compañía de Jesús. Cuatro monarquías se habían impuesto el sui- cidio obedeciendo á la idea filosófica , pues cons- de la Compañía de Jesús. 209 pirar abiertamente contra la religión católica y sus ministros era abrir un abismo á los Reyes , abis- mo que no veían , y cuyos efectos se conocieron después. Cuatro Monarcas católicos se habian con- certado para llevar á cumplido término la extin- ción de la Compañía de Jesús. La misma Santa Sede se encontraba amenazada , pues hasta el ca- tólico monarca Luís XV se atrevió á decir en un documento privado que el Pontificado de Cle- mente XIII , á pesar de la pureza de sus costum- bres y demás condiciones, carecía de luces y co- nocimientos para la administración espiritual y temporal de que se hallaba encargado, y que ha- bía hecho más daño á la Iglesia romana que mu- chos de sus predecesores menos regulares y reli- giosos que el. Choiseul , ministro de Francia, busca la manera de que no ocupe ia silla de San Pedro un hombre de fibra y energía. Había un empeño decidido en que el futuro Papa firmase la secularización de los Jesuítas , de lo cual da com- pleto testimonio una correspondencia inédita en- tre el cardenal de Bernis y el marqués d'Aube- , terre. «Nada más dudoso, decía, que lo que hará un Papa después de ser elegido; el caso es. com- prometerle antes de su elección.» Bernis se resis- tía , pero d'Aubeterre insistía , demostrándole el dictamen de muchos teólogos que opinaban como él respecto á la extinción de la Compañía de Je- sús. Se quería á todo trance , dando -á un Carde- tomo 11. 14 2IO Conflictos y tribulaciones nal el Pontificado con la condición de abolir la Sociedad de Jesús , exponer el honor de las co- ronas á todas las violaciones. Los ministros de España , Francia y Nápoles conspiraban contra la libertad de la Iglesia , espe- rando que la Santa Sede, sobornada de antemano ó intimidada , no pudiese menos de sancionar la obra. El cardenal Ganganelli se mantenía ajeno á las intrigas; mas dejaba escapar algunas frases que daban lugar á las interpretaciones de los dos par- tidos militantes , pero revelando que aspiraba á la tiara. Bernis procuró sondearle , y el Franciscano Ganganelli no soltaba prenda , ni prometía , ni rehusaba. Existen historiadores que suponen que Ganganelli dirigió á Carlos III un escrito reservado, indicándole que entraba en las facultades del Sumo Pontífice extinguir la Orden de San Ignacio de Loyola sin faltar á las reglas canónicas , lo cual no revelaba un compromiso formal , aunque dejaba traslucir el intento en los ánimos de los que de- seaban la desaparición de los Jesuítas. Bernis es- cribió al Ministro de Francia estas significativas palabras: «Tenemos el martillo que derriba; pero todavía no hemos podido encontrar el martillo que edifique». Este martillo derribó los tronos veinte años después. Sin embargo, á pesar de estas afirmaciones his- tóricas, los escritores Jesuítas niegan la existencia de un pacto entre Ganganelli y el Rey de España. de la Compañía de Jesús. 2 1 1 Siendo Ganganelli catedrático en el Colegio de San Buenaventura de los Franciscanos de Roma, excla- mó, en el calor de un acto teológico que presidia, y que estaba dedicado á San Ignacio de Loyola , fra- ses entusiastas en pro de los más célebres Padres de la Compañía de Jesús. Los Jesuítas contribuye- ron con su influjo ante Clemente XIII para que Ganganelli fuese elevado á Cardenal , así como los Jesuítas de Lisboa levantaron de la nada al minis- tro Pombal. Ganganelli subió, como lo ambicio- naba . á la silla de San Pedro , con el nombre de Clemente XIV. Creyó en un principio que su carácter contem- porizador , su dulzura y su tolerancia hacia los sec- tarios de Francia y la tenacidad de Carlos III, po- dría amortiguar el designio de la extinción de la Compañía de Jesús, cicatrizando al mismo tiempo la herida inferida contra el catolicismo. Carlos III no podía avenirse con esta política dilatoria , mien- tras que Federico U amparaba á los Jesuítas, por lo cual le escribía d'Alembert: «Dicese que el Papa Franciscano se hace de rogar mucho para abolir á los Jesuítas; no lo extraño, porque propo- ner á un Papa la disolución de su valiente milicia, es lo mismo que si á V. M. le propusiesen licen- ciar á su regimiento de guardias». Clemente XIV expidió un Breve en 12 de Julio de 1769, encabezado con las siguientes palabras: «Derramamos de muy buena gana los tesoros de 212 Conflictos y tribulaciones los bienes celestes sobre los que sabemos que pro- curan con grande ardor la salvación de las almas , ya por medio de su ardorosa caridad para con Dios y el prójimo , ya por medio de su infatigable celo por el bien de la religión. Y como entre estos fervientes operarios de la viña del Señor compren- demos á los religiosos de la Compañía de Je- sús, especialmente á los que nuestro muy amado hijo Lorenzo Ricci intenta enviar este año y los siguientes á las diversas provincias , para que tra- bajen en ellas por la salvación de las almas, desea- mos seguramente sostener y acrecentar, á favor de estas gracias espirituales, el celo y la piedad activa y emprendedora de estos mismos religiosos». ■ Las cortes de España, Nápoles y Parma se in- dignaron al ver de esta manera contrariadas sus determinaciones. El nuevo Papa se esforzaba en defender al Instituto, y únicamente propone convo- car un Concilio general, en el que se discutiese el asunto con cargos y descargos, escuchando á los Padres en su defensa. Oiasele decir á Clemente muchas veces : «Destruyendo á los Jesuítas , con- tento á algunos príncipes , pero provoco el descon- tento de otros». Los filósofos apelaron al sistema de las acusaciones y de las calumnias , resucitando temas ya desvanecidos y argumentos pulveriza- dos , todo con el objeto de alarmar al Papa , á fin de que cediese, con la misma fuerza de voluntad que el rey de España Carlos III. Acosado por todos, de la Compama de Jesús. 213 al mismo tiempo que se sucedían las amenazas , se reconoce vencido ; pero procura desligarse todavía. V pide un plazo para realizar la supresión del Ins- tituto , acusando á la vez á los miembros de la Compañía y declarando que se habían hecho acree- dores á su ruina por las turbulencias de su carác- ter y la audacia de sus manejos. El compromiso de Clemente XIV no podía ser más evidente; com- promiso que se ejecutaría , vístala perseverancia funesta con que le agobiaban los embajadores de España , Francia y Nápoles. La caída del ministro Choiseul , que tanto trabajaba para acelerar la di- solución total de los Jesuítas, animó al Papa, cre- yendo que esta circunstancia le quitaba de su lado un aguijón continuo para que cumpliese su pro- mesa. Vino, en efecto, una tregua, pero fué poco duradera , porque reemplazado Floridablanca en el cargo que desempeñaba Azpuru , deseoso aquél de recompensar al Monarca que le había sacado de la obscuridad , prosiguió los proyectos de su ante- cesor con una constancia inconcebible. Floridablanca, dotado de un carácter enérgico é impetuoso , al notar las vacilaciones del Padre Santo, le hostigaba con frecuencia , y le decía que su demora iba á dar ocasión á que se suprimiesen todas .las Ordenes religiosas , lo cual sería un de- sastre para la Iglesia. Clemente XIV se lamentaba, y se atemorizaba con estos pronósticos. Declaró su debilidad , llamando á Floridablanca y celebrando 2 14 Conflictos y tribulaciones con este ministro algunas largas entrevistas , en las que el Padre Santo casi se echaba á los pies del ministro , implorando misericordia hacia un pobre anciano, enfermo y valetudinario, y llegó al ex- tremo de probarle sus padecimientos, desnudando sus brazos, que se hallaban cubiertos de un humor herpético que le llevaría á la tumba ; pero el in- flexible Ministro español desdeñaba las lamenta- ciones de Clemente XIV, y proseguía su obra por el camino que había emprendido, con una imper- turbabilidad que atraía los elogios de la corte de España. Clemente XIV , agobiado por esta rara persecución del Ministro español , siempre arro- gante y amenazador , vió que su enfermedad se agravaba; y diré con toda firmeza que Ganganelli no debió su muerte al veneno de los Jesuítas, como afirmaron sus enemigos, y que si murió asesinado, si hubo un monstruo que aguzó el pu- ñal para matarle , esta arma traidora la asestó con sus violencias y atropellamientos el ministro espa- ñol Floridablanca. Antes que se llevase á cabo la extinción , fue- ron objeto los jesuítas de todo género de acusa- ciones y de todo linaje de atropellos ; se vieron in- vadidos los Seminarios por gente armada para arrojar de aquellos centros á los que se consagra- ban al servicio de Dios y de los afligidos. Los obli- garon á vestir el traje seglar , y viendo que los no- vicios se resistían , los soldados despedazaron sus de la Compañía de Jesús. 2 1 5 hábitos y los expulsaron de sus asilos de piedad. Sería tan enojoso como dilatado apuntar aquí to- dos los actos vandálicos que se ejecutaron contra los Jesuítas ; pero nada de esto satisfacían los de- seos de Carlos III y de Floridablanca , que desea- ban en absoluto la total abolición de la Orden. Por fin se decidió Clemente XIV , y el 21 de Julio de 1773 > día en que se daba comienzo á la novena de San Ignacio , firmaba el Papa el Breve Dominus ac Redemptor tioster , suprimiendo la Compañía de Jesús en todo el orbe cristiano. ¡ Cosa singular! Este Breve no condena la doc- trina de los Jesuítas, ni sus costumbres, ni su dis- ciplina. Atiende á las quejas de las cortes contra la Orden , y para justificar su determinación , asienta ejemplos de muchas Órdenes suprimidas. Es el caso que los Jesuítas fueron sentenciados á la pena de abolición sin forma de proceso , y, lo que fué más de notar, sin escucharlos, como se había he- cho con otras Ordenes . como orecedente á su ex- tinción. Clemente XlVenumera en su Breve los diferen- tes institutos separados del cuerpo de la Iglesia. Estampa el origen de esta santa Sociedad y el obje- to para que había sido creada , añadiendo las mu- nificencias que en favor de la Compañía ejercieron los diferentes Pontífices que venían sucediéndose hasta Clemente XIV. El Breve de este Pontífice es la historia de la Compañía con todas sus vicisitudes, 2 1 6 Conflicto-, v tribulaciones donde se consignan sus triunfos y las culpas im- putadas á la Compañía por varios Padres Santos y Monarcas , donde se notan los esfuerzos que se hacen para que prevalezcan las acusaciones y se desvanezcan sus grandes merecimientos. Sin embargo, repite que el Padre Santo desea el bien de la Iglesia y la tranquilidad de los pue- blos, consolar y socorrer á cada uno de los miem- bros de la Compañía , y verlos libres de todas las contestaciones , disputas y amarguras de que han sido objeto, para lo cual establece y ordena que los individuos de la Compañía que sólo se halla- sen ligados con los votos simples y que estuvie- sen iniciados en las Ordenes sagradas, saliesen dispensados de los referidos votos de sus casas ó colegios, para abrazar el estado que mejor pu- diera convenirles á su vocación ; pero en cuanto á los que habían sido elevados á las sagradas Órde- nes , les permitía abandonar sus casas y colegios para entraren alguna otra Orden religiosa aproba- da por la Santa Sede. Prohibe expresamente reem- plazar á los sujetos que fuesen faltando, y adquirir en lo sucesivo ninguna casa ó localidad, aunque podrían reunirse en una ó muchas casas, bienes y lugares que á la sazón poseyesen. Encarga á los reyes y magnates la ejecución de estas determi- naciones, y exhorta á los cristianos para que con- sideren que todos tenemos un mismo Dios. Inoportuno y. hasta irreverente sería para el de la Compañía de Jesús. 21 7 que esto escribe juzgar un acto emanado de la Silla apostólica, que posee el derecho perfecto de abolir lo que ella misma ha establecido; pero la historia narra los hechos, y muchos son los que la leen para apreciar esos hechos. No obstante , per- mítase decir al historiador que esta medida, par- tiendo de un Pontífice tan amante de la Iglesia, y conocedor como quien más de los gloriosos ser- vicios que ha prestado á la humanidad la Compa- ñía de Jesús , tiene toda la forma de un sacrificio prestado en aras de la paz, aun cuando esta paz fuese imaginaria, como después se demostró. Ocioso será describir el contentamiento de los enemigos de los Jesuítas á la aparición de seme- jante Breve , mientras que el Sacro Colegio y el Episcopado se llenaban de amargura. Solicitó Clemente la aprobación del arzobispo D. Cristó- bal de Beaumont , y ya que yo no emito la cen- sura, copio al pie de la letra la contestación de este Prelado, fechada en 24 de Abril de 1774. Dice así : «Este Breve no es otra cosa que un fallo per- sonal y particular. Entre las muchas cosas que observa en él nuestro clero de Francia, lo que más singularmente llama la atención, es la expresión odiosa y poco mesurada con que se caracteriza á la Bula Pascendi munus , etc., promulgada por el Santo Padre Clemente XIII , cuya memoria será eternamente gloriosa ; Bula revestida de todas las 218 Conflictos y tribulaciones formalidades indispensables. Dícese que esta Bula, poco exacta , ha sido arrancada más bien que obtenida ; y , sin embargo , tiene toda la fuerza y toda la autoridad que se atribuye á un Concilio ecuménico , puesto que no ha sido expedida hasta después de haber sido consultados por el Papa to- dos los príncipes seglares y todo el clero católico. Este último encomió, de común acuerdo y con voz unánime, el designio concebido por el Santo Padre; y después de haber solicitado con instan- cia la ejecución de la Bula, fué publicada ésta con una aprobación tan general como solemne. ¿Y no es esto , Santísimo Padre , en lo que verdade- ramente estriban la eficacia , realidad y fuerza de un Concilio general, más bien que en la unión material de algunas personas que , aunque tísica- mente unidas, pueden, no obstante, distar cristia- namente unos de otros en su modo de pensar, en sus opiniones y en sus miras? Con respecto á los príncipes seculares, si es que hay algunos que no se hayan asociado á los demás para darla posi- tivamente su aprobación, su número es poco considerable. Ninguno reclamó contra ella, nin- guno trató de oponerse á su publicación , y aun los mismos que anhelaban la proscripción de los Jesuítas toleraron que se la diese curso en sus Es- tados. »De aquí se sigue que, viniendo á considerar que el espíritu de la Iglesia es indivisible, único y de la Compañía de Jesús. '2ig verdadero, como efectivamente lo es, nos asiste un motivo para creer que no puede engañarse de una manera tan solemne; y, sin embargo, nos induciría al error, dándonos por santo y piadoso un Instituto que á la sazón se veía tan cruel- mente maltratado, y con respecto al cual la Igle- sia, y el Espíritu Santo por ella, se expresan en en estos propios términos : «Sabemos á ciencia »cierta que respira un olor grandísimo de santi- »dad». Y entiéndase que , no sólo confirmó con su sello y aprobación el Instituto en sí mismo, blan- co á la sazón de los odios de sus enemigos , sino que también lo verificó en los miembros que le componían con las funciones que en él se desem- peñaban, con la doctrina que se enseñaba, y con los gloriosos trabajos de sus hijos , que derrama- ban sobre él un lustre admirable en despecho de los esfuerzos de la calumnia, y á pesar del huracán de las persecuciones. Engañaríase , pues, la Iglesia y nos engañaría á nosotros mismos, queriendo hacernos aceptar el Breve exterminador de la Compañía, ó bien suponiendo que corre parejas, tanto con respecto á su legitimidad como de su universalidad , con la Constitución de que hemos hablado. Prescindimos ahora, Santísimo Padre, de los sujetos que nos sería fácil designar y nombrar, tanto eclesiásticos como seglares, que se han extra- viado tomando parte en este negocio , los cuales abrigan , hablando con verdad , cierto carácter, 22o Conflictos y tribulacionti cierta condición, ciertas doctrinas y sentimientos, por no decir más, tan poco ventajosos, que sólo esto bastaría para hacernos concebir la idea formal y positiva de que ese Breve por el que se extingue la Compañía de Jesús, no es otra cosa que una condena particular , perjudicial , poco honrosa á la Tiara , y perniciosa á la gloria de la Iglesia y al acrecentamiento y conservación de la fe ortodoxa. »Por otra parte , Santísimo Padre , no es posi- ble que yo me encargue de comprometer al clero y aceptar el Breve en cuestión , ora porque aún subsiste muy reciente la memoriade aquella asam- blea general que tuve el honor de convocar, por orden de S. M., para examinar en ella la necesi- dad y utilidad de los Jesuítas, la pureza de sus doctrinas, etc.; ora, en fin, porque al encargarme de semejante comisión , hacia una injuria notabi- lísima á la religión , al celo, á las luces y rectitud con que aquellos Prelados expusieron al Rey su sentimiento sobre los mismos puntos , que se hallan en contradicción , al par que anatematizados, por ese Breve de extinción. Verdad es que, si se trata de demostrar que ha sido preciso dar ese paso , disfrazándole bajo el especioso pretexto de la paz , la cual no podía subsistir con la Compañía; subsistente este pretexto, Santísimo Padre, podrá cuando más bastar para destruir á las corporaciones rivales de la Compañía , y canonizarla sin otra prueba ; pues este mismo pretexto es el que nos de la Compañía de Jesús. 221 autoriza para formar de dicho Breve una opinión justa, pero muy desventajosa. » Porque ¿cuál puede ser esa paz que se nos presenta como incompatible con la Compañía de Jesús? Esta reflexión encierra cierto aire de aterra- dora , y no comprendemos cómo semejante mo- tivo ha tenido el imperio suficiente sobre el ánimo de Vuestra Santidad para inducirle á dar un paso tan arriesgado , tan peligroso y perjudicial. Cier- tamente que la paz que no ha podido ser compa- tible con la existencia de los Jesuítas, es laque Jesucristo llama insidiosa, falsa y engañosa; en una palabra : aquella paz á la que se le da este nombre sin serlo : Pax , pax et non erat pax; esa paz adoptada por el vicio y el libertinaje, y á quien éstos reconocen por madre suya; esa paz, en fin, que jamás hizo paces con la virtud , y que siem- pre fué enemiga capital de la piedad. Tal es exac- tamente la paz á quien los Jesuítas han declarado en las cuatro partes del mundo una guerra cons- tante , animada , sangrienta y continuada con el mayor vigor y el más glorioso éxito. Contra esta paz han dirigido sus vigilias, su atención, su vigi- lancia , prefiriendo los más penosos trabajos á una sociedad muelle y afeminada ; para exterminarla han sacrificado sus talentos , surcado los mares, sondeado los abismos, inmolado sus fatigas , su celo y los recursos de su elocuencia, intentando cerrarla todos los pasos por donde proyectaba in- 222 Conflictos y tribulaciones troducirse y asolar el seno del cristianismo , y custodiando las almas para libertarlas del pillaje; y cuando esta paz fatal había, por desgracia, usurpado el terreno , apoderándose del corazón de algunos cristianos, iban entonces á forzarla en sus últimas trincheras, arrojábanla de ellas á costa de sus su- dores , y no temían arrostrar los mayores peligros, sin esperar, no obstante, otra recompensa de su celo y santas expediciones que el odio de los libertinos y la persecución de los malvados. »Tal es la conducta de los Jesuítas , de la que se podrían aducir infinidad de pruebas no menos patentes, en una larga serie de acciones memora- bles, no interrumpidas jamás desde el día que les vió nacer hasta el fatal para la Iglesia que los ha visto extinguirse. Estas pruebas no son ni obscu- ras ni aun ignoradas de Vuestra Santidad. Ahora bien: sí, vuelvo á decirlo: si esta paz que no po- día conciliarse con la Compañía , si el restableci- miento de semejante paz ha sido realmente el móvil de la extinción de los Jesuítas, ya están cubiertos de gloria , puesto que concluyen como concluyeron los Apostóles y los mártires; pero, en cambio, se han llenado de luto y desolación las personas honradas , y se acaba de hacer una herida incurable y dolorosa á la piedad y á la religión. »La paz, incompatible con la Compañía y con su existencia, no es ciertamente la que une los co- razones, la que conserva recíprocamente con ellos de la Compañía de Jesús. 223 y la que adquiere cada día nuevos incrementos en la virtud, la piedad y la caridad cristiana , que for- man la gloria del cristianismo y realzan infinita- mente el brillo de nuestra sagrada religión. Y prué- base esto, no por un pequeño número de ejemplos que pudiera suministrarnos esta Compañía des- de el día de su creación hasta la hora fatal en que fué extinguida, sino por una multitud considera- ble de hechos que atestiguaron que los Jesuítas han sido siempre y en todo tiempo las columnas, los promotores y los defensores infatigables de esta paz sólida. »Pero , como no es mi propósito hacer en esta carta su apología, sino solamente el de exponer á Vuestra Santidad algunas de las razones que en el caso presente nos dispensan de obedecerle , no citaré los tiempos ni los lugares , siendo cosa faci- lísima á Vuestra Santidad asegurarse de ello por si mismo, y porque no lo puede ignorar. »A más de esto , Santísimo Padre , no hemos podido ver sin aterrarnos elogiada altamente en el citado Breve la conducta de ciertos sujetos que, en vez de merecer los elogios de Clemente XIII, de santa memoria . juzgó éste oportuno deberlos apartar de su lado y portarse con ellos con la más escrupulosa reserva. »Esta diversidad de opiniones merece cierta- mente observarse , si se atiende que aquel Papa no creía dignos de la púrpura á los mismos á quie- 224 Conflictos y tribulaciones nes Vuestra Santidad parece desear la Tiara. Ad- viértense en esto palpablemente la firmeza del uno y la connivencia del otro; pero, en fin, pudiérase acaso excusar la conducta del último , si ésta no supusiese un perfecto conocimiento de un hecho que no se puede encubrir de tal manera que no se deje vislumbrar. »En una palabra, Santísimo Padre: el clero de Francia , que es una de las corporaciones más eru- ditas é ilustradas de la Santa Iglesia , y que no tiene otras miras ni otras pretensiones que las de verla cada día más floreciente , después de haber reflexionado con madurez que con la recepción del Breve no conseguiría otra cosa que obscurecer su propio esplendor, no ha querido ni quiere con- sentir en un paso que en los siglos venideros mar- chitaría la gloria que se ha conquistado ; preten- diendo, por su justa resistencia actual, transmitir á la posteridad un testimonio evidente de su inte- gridad y su celo en favor de la fe católica , de la prosperidad de la Iglesia Romana , y en particular por el honor mismo de Vuestra Santidad. »Tales son , Santísimo Padre , algunas de las razones que nos impelen, á mi y á todo el clero de Francia, á no tolerar jamás la publicación de semejante Breve, y á declarar, como lo hago por la presente , que éstas son nuestras disposiciones y las de todo el clero , quien , por otra parte , no cesará jamás de rogar al Señor por la sagrada per- de la Compañía de Jesús. 225 sona de Vuestra Beatitud , dirigiendo nuestras hu- mildes súplicas al divino Padre de las luces , para que se digne derramarlas abundantemente sobre Vuestra Santidad , descubriéndole la verdad , cuyo resplandor han ofuscado.» Esto demuestra que el clero francés protestaba contra la condescendencia del Papa , y efectiva- mente lo hizo con entereza y dignidad. Sábese que este importante documento puso á Clemente XIV en grave aprieto ; pero estaba reservado otro pa- pel no menos importante, que pareció después de su muerte. El Sacro Colegio quiso analizar los fundamentos de la extinción de los Jesuítas , y no satisfecho con su propio criterio, que era favorable á ki Compañía , buscó pareceres ajenos. Pío VI se encontró con la Compañía suprimida y con infi- nitas reclamaciones que pedian su restauración; y después de haber pedido el parecer de los Car- denales, apareció el dictamen de Antonelli, tan valiente como nutrido de observaciones , califi- cando de inicuo el procedimiento llevado á cabo contra los Jesuítas. Este es otro documento que debe conservar la historia en toda su integridad, y que, por lo tanto, se apunta aquí, al pie de la letra : «No se trata de examinar , escribe Antonelli, si ha sido licito ó no suscribir á ese Breve. El mundo imparcial conviene en la injusticia de este acto. Seria preciso estar obcecado hasta no más tomo 11. * 15 22Ó Conflictos y tribulaciones para no conocerla. Y si no, ¿qué fórmulas han precedido á la sentencia pronunciada contra ellos? ¿Han tratado de escucharlos? ¿Se les ha permitido entablar su defensa? Semejante modo de obrar prueba que se temía castigar á inocentes; y lo odio- so de semejante fallo, al paso que cubre de infamia á los jueces, deshonra á la Santa Sede, si ésta, derogando una sentencia tan inicua , no se pro- pone reparar su honra. »En vano , en vano predican milagros los ad- versarios de los Jesuítas para canonizar al Breve y á su autor; de lo que se trata es de saber si la abolición es válida ó deja de serlo. Por loque á mí respecta, proclamo, sin temor de equivocarme, que el Breve exterminador es nulo, inválido é ini- cuo, y que, por consiguiente, la Compañía de Jesús no está abolida. Y cuenta con que lo que yo afirmo se halla apoyado en multitud de pruebas, de las que me contento con alegar una parte. »Vuestra Santidad lo sabe tan bien como los señores Cardenales , porque el suceso ha ocurrido en público y con gran escándalo del mundo ; Cle- mente XIV ofreció de su propia voluntad á los enemigos de los Jesuítas este Breve de abolición, cuando no era más que simple particular y antes de haber podido conocer exactamente del asunto, por lo que , siendo ya Papa , no ha permitido ja- más darle una fórmula auténtica, tal como se exige por los cánones. de la Compañía de Jesús. 227 »Una facción de hombres actualmente en con- tradicción con Roma, y cuyo fin no era otro que el de conmover y arruinar la Iglesia de Jesucristo, ha negociado la firma del Breve arrancándola de manos de un hombre demasiado comprometido ya para» atreverse á desdecirse y rechazar seme- jante injusticia. »En este infame tráfico se ha hecho una vio- lencia ostensible al Jefe de la Iglesia, lisonjeándole con promesas falsas , y aterrándole con vergonzo- sas amenazas. »Añádase á todo esto que en el citado Breve no se descubre vestigio alguno de autenticidad; que se halla destituido de todas las formalidades canó- nicas indispensablemente requeridas en todo fallo definitivo , y que, aun cuando está dado en forma de Carta-breve , no se halla dirigido a nadie , y convendremos en que este astuto Papa ha olvida- do expresamente todas las fórmulas para que su rescripto, al que nadie ha suscrito á pesar suyo, pareciese nulo á todo el mundo. »Y no sólo no se ha observado en el fallo de- finitivo y en su ejecución ninguna ley divina, eclesiástica, ni civil, sino que se han violado las más sagradas leyes que el Sumo Pontífice jura guardar. »Los fundamentos en que se apoya el Breve no son otra cosa que acusaciones fáciles de destruir, vergonzosas calumnias y falsas imputaciones. Con- 228 Conflictos y tribulaciones tradícese á cada paso, afirmando por una parte lo que niega por otra, otorgando aquí lo que rehusa acullá.' »Con respecto á los votos simples y solem- nes, abrógase Clemente XIV por un lado una auto- ridad tal como ningún Papa se la ha atribuido hasta el día ; al paso que por otro , valiéndose de expresiones indecisas y ambiguas, da lugar á per- plejidades y dudas sobre ciertos puntos que de- berían ser determinados con la mayor claridad. «Atendidos los motivos de abolición en que el Breve se apoya , y haciendo una aplicación dt ellos á las demás Órdenes religiosas, ¿cuál de és- tas, bajo los mismos pretextos, no tendrá lugar á temer semejante abolición? ¿Quién dejará de mirar ese Breve como un preparativo para la des- trucción general de todos los institutos religiosos r »Este Breve ha ocasionado un escándalo tan grande y tan general en la Iglesia, que solamente los impíos , herejes , malos católicos y libertinos han reportado el triunfo. «Estas razones bastan para probar la nulidad t invalidez del citado Breve, y, por consiguiente, la pretendida supresión de los Jesuítas es injusta y no ha producido ningún efecto. La Silla Apostó- lica no tiene más que querer y hablar para hacer parecer de nuevo la Compañía de Jesús, subsisten- te aún á pesar del Breve , y creo que lo hará Vues- tra Santidad, porque yo raciocino de este modo: de la Compañía de Jesús. 229 »Una Compañía cuyos miembros tienden á un mismo fin , el cual no es otro que la gloria de Dios, que para haber de conseguirla se sirven de los medios que emplea la Compañía, que se conforma con las reglas prescritas por el Instituto, y que conservan el espíritu de su fundador; una Com- pañía tal, repetimos, cualesquiera que sean su nombre y su hábito , no sólo es necesaria á la Iglesia en este siglo de la más espantosa deprava- ción, sino que, aun cuando nunca hubiese existi- do, sería preciso establecerla hoy. La Iglesia que, atacada en el siglo xvi por sus más furiosos ene- migos, se vanagloriaba de los inmensos servicios que la prestaba la Compañía fundada por San Ig- nacio , <¡ querrá ahora, á vista de la defección del siglo xviii, privarse de los que aún puede prestar- la? ¿Tuvo jamás necesidad la Santa Sede degene- rosos defensores con más razón que en esta época, en que la impiedad y la irreligión hacen cuanto pueden por derrocarla? Estos socorros combinados por una Compañía entera, son tanto más necesa- rios, cuanto que unos particulares, libres de todo compromiso, sin haberse asociado bajo unas leyes, tales como las de la Compañía , y careciendo de su espíritu, no son capaces de emprender y sostener los mismos trabajos. » CAPÍTULO XI. pesar del mal efecto que había producido la publicación del Breve , la resolución se llevó á cumplido efecto. Antes de la pu- blicación de este documento , Clemente XIV an- duvo indeciso y perplejo , dando moratorias , que Floridablanca se propuso no tolerar, y buscó me- dios eficaces para que se nombrara una comisión que ejecutara todo lo que Su Santidad determina- ba. A esta comisión de Cardenales se agregaron los dos individuos más enemigos de la Compañía , que fueron Alfani y Macedonio, los cuales se brindaron para desempeñar los cargos más odio- sos , á fin de que se verificase el despojo , y segui- dos de la guardia córcega y de otros satélites , se presentaron á las ocho de la noche en las casas de 232 Conflictos y tribulaciones los Jesuítas, participando al General de la Compa- ñía el Breve de supresión. Lorenzo Rica , á la sazón General de la Com- pañía, fué trasladado al Colegio de los Ingleses, y los demás miembros de la Compañía distribuidos en diferentes establecimientos , conforme al pacto celebrado antes de la abolición. Fué de ver y con- templar con asombro la manera cruel y violenta con que Alfani y Macedonio se apoderaron de los papeles, archivos y bibliotecas de los Padres; el escándalo no pudo S£r más manifiesto, ni más asombrosa la pasibilidad de Clemente al observar tan vituperable despojo , cuyo acto duró muchos días. A tal punto llegó el cinismo y la arbitrarie- dad de aquellos dos comisionados, que, indignado Merefoschi , el Cardenal más caracterizado contra el Instituto , se apartó de la comisión , vituperando la conducta de Alfani y Macedonio. Temeroso Clemente XIV de que los Padres más aventajados por su sabiduría emprendieran la tarea de vindicarse . mayormente cuando tenían razones fundadas para la defensa ; temeroso, repi- to , de que saliese á la luz del día la injusticia del Pontificado, dispuso que el general Ricci. Comel- li , Leforestier , Zacarías, Gautier y Faure, fueran trasladados al castillo de Santángelo , en clase de prisioneros. De todos estos encarcelados, el más temible por la fuerza de sus escritos era el Padre Faure , y fué menester , no solamente ponerle á de la Compañía de Jesús. 233 buen recaudo, sino amedrentarle de antemano y dar á la prisión una forma de legalidad , por lo que tuvo que sufrir un interrogatorio humillante. Puesto Faure en presencia de un juez en el mis- mo calabozo , le preguntó del modo siguiente : ¿Señor cura: se me ha ordenado anunciaros que no os encontráis en este sitio á causa de ningún crimen. — Así lo creo (repuso el Jesuíta), puesto que jamas lo he cometido. — Tampoco estáis aquí (prosiguió el juez) por los escritos que habéis publicado. — También lo creo (contestó Faure), porque . en primer lugar , había libertad para es- cribir, y, en segundo lugar, porque sólo lo he ve- rificado con el objeto de contestar á las calumnias que se han esparcido contra la Compañía de que era miembro. — Sin embargo (interrumpió el juez), debo advertiros que os han traído á esta prisión á fin de impediros que escribáis contra el Breve de Su Santidad. — ¡Ah! (exclamó el Jesuíta.) Ca- ballero . veo en lo que me decís una jurispruden- cia enteramente nueva. ¿Conque es decir que si el Padre Santo sospechase ver en mi un asesi- no, me mandaría ahorcar preventivamente?» Aquella falange de filósofos que encomiaban la libertad de la imprenta ; aquellos escritores atrevidos que llenaban las librerías de "folletos ca- lumniosos contra los Jesuítas y contra el catolicis- mo, aplaudían la esclavitud de los Jesuítas y elo- giaban la -entereza del Papado al negar á los 234 Conflictos y tribulaciones acusados el derecho de defensa. Esta ha sido siem- pre la ley de los revolucionarios. Lo mismo Alfani que Macedonio , después que se apoderaron de todos los papeles del generalato y revisaron minuciosamente toda la correspon- dencia de los Padres , se aplicaron con empeño decidido á buscar los tesoros que decían tenían ocultos los Jesuítas ; no hubo rincón que no escu- driñasen , pared de doble ladrillo que no derriba- sen, habitación sospechosa que no registrasen , y como nada encontraban , volvieron los interroga- torios, para que los Padres declarasen en dónde tenian ocultas sus riquezas ; y el General de la Orden respondía : «Vosotros tenéis las llaves de nuestros aposentos ; tenéis en vuestro poder nuestros archivos ; poseéis nuestra corresponden- cia íntima con los misioneros ; habéis examinado nuestros balances, ¿qué más queréis? ¿Por qué mortificar nuestra santa resignación con pregun- tas tan maliciosas como ofensivas á nuestra hu- mildad y á nuestro justo proceder?» Y hablaban como debían , porque soportaban la injusta con- dena con toda resignación y paciencia , sin mote- jar la conducta inicua de sus verdugos , y protes- tando á cada momento de su inocencia, sin negar la obediencia al Sumo Pontífice que había decre- tado la fatal sentencia. Clemente, mientras tanto, se abismaba en sus meditaciones; su conciencia era el tribunal que perpetuamente le citaba á jui- de la Compañía de Jesús. 235 ció, mayormente no encontrando prueba justifi- cante que le concediese el derecho de aquel atro- pellamiento que excitó su docilidad hacia los enemigos de la religión católica y hacia los émulos más ardientes de la Compañía de Jesús. Los saté- lites de Clemente querían á todo trance salvar el compromiso del papado , y volvían á resucitar las acusaciones contra los misioneros, su comercio ilícito en la Martinica , y otra infinidad de hechos que inventaron para dar solidez á la imprudente determinación del Pontífice ; pero todos estos car- gos se desvanecían ante el enojo poco disimulado de la opinión que condenaba el procedimiento. Clemente XIV obró bajo el imperio de la fuerza y del temor ; es necesario concederle la justicia de que su conciencia rechazaba el paso dado contra los Jesuítas, y por eso se le vió siempre firme en aceptar la publicación del Breve, pero jamás la Bula. Éste es un documento defini- tivo, que no puede revocarse, y el Breve es una simple carta que puede modificarse , y no lleva el sello de una sentencia definitiva , de lo cual se desprende que el Papa dejaba abierto el camino para que él ó sus sucesores pudiesen desbaratar la obra que llevó á efecto imbuido por la sugestión. No obstante , esta esperanza no acallaba el dolor interno del Santo Padre , y fué más intenso é inso- portable cuando víó que Nápoles , María Teresa de Austria, Polonia, Lucerna, Friburgo, Soleure 236 Conflictos y tribulaciones y España no aceptaban el Breve como documen- to que hiciese fuerza para la obediencia. Estos países creyeron que , adoptando las disposiciones del Breve , se ponía en peligro la cristiandad. Pero el pesar más grande que experimentó Clemen- te XIV fué ver que únicamente los herejes eran los que enaltecían su conducta y los que le eleva- ban á la más grande altura. Los más grandes pa- negiristas del Papa fueron Floridablanca , Pombal y los filósofos franceses que propagaban las más aviesas doctrinas contra la religión del Crucificado. Clemente lloraba en los últimos momentos de su vida un error grave que ya no le era posible reparar. Desde que Clemente firmó el Breve , su vida se fué apagando lentamente ; adquirió un carácter taciturno y contemplativo; suspiraba con frecuen- cia , y repetía á los que le rodeaban : «Esta luz se apaga». A los sesenta y nueve años de edad en- tregó su alma á Dios , y la calumnia apareció im- periosa otra vez contra los Jesuítas. Corrió la voz de que Clemente había sido envenenado por la Compañía de Jesús , y hasta se escribieron algunos folletos para atestiguar el atentado. Sin embargo, hecha la autopsia del cadáver ante un gran nú- mero de curiosos , todos los médicos declararon unánimes que la enfermedad á que había sucum- bido el Pontífice procedía de ciertas disposiciones escorbúticas y hemorroidales , de, que estaba afee- d% la Compañía de Jesús. 237 tado hacía ya bastantes años , que pasaron á ser mortales á consecuencia del trabajo excesivo que se había impuesto, agregado á la costumbre que había adquirido de provocar artificialmente su- dores copiosos , aun en el rigor del verano. Era preciso sostener la calumnia del envenenamiento y despertar las sospechas del Pontífice sucesor, para que no desbaratara la obra de Clemente XIV, que falleció el 22 de Setiembre de 1774. Lo más triste del caso fué que, mientras los historiadores protestantes negaban el hecho del en- venenamiento , lo afirmaba un católico por medio de deducciones imaginarias , y afirmando el aten- tado por las frases misteriosas de una aldeana , es- pecie de pitonisa que hacía revelaciones, á las cuales el pueblo daba crédito sobrado. Y cuenta que todo esto se decía después de publicado el Breve y decretada la proscripción. Si la muerte del Papa hubiese ocurrido antes de la extinción, dada la pintura que hacen aquellos escritores de la sagacidad de los Jesuítas , la acusación habría tenido cierta apariencia de verdad ; pero suponer el envenenamiento cuando el mandato del Pontí- fice se había llevado á cumplido efecto , el crimen no respondía á ningún resultado satisfactorio para la Compañía , y suponerle después , era imputar- les un sentimiento de venganza que á nada pro- vechoso conducía. Floridablanca primero , y los remordimientos después , acabaron con el ponti- 238 Conflictos y tribulaciones ficado de Clemente XIV. El mismo dijo, al firmar el Breve : «Questa suppressione mi dará la morte». El cardenal de Bernis, que tampoco había sido amigo de los Jesuítas , tan pronto como falleció el Papa , escribió oficiosamente al ministro de Nego- cios extranjeros en términos ambiguos respecto á la clase de muerte del Padre Santo , á fin de per- petuar en el ánimo de Luís XVI la sospecha del envenenamiento , encareciendo la prudencia de los médicos, como queriendo dar á entender que ha- bían informado contra sus creencias. Después, en una correspondencia más circunstanciada y menos embozada, decía, entre otras cosas, lo siguiente: «Cuando se sepan , como yo las sé, con arreglo á los documentos auténticos que el difunto Papa me ha comunicado , las causas de esta supresión, todos la creerán muy justa y muy necesaria. Las circuns- tancias que han precedido, acompañado y seguido á la muerte del último Papa, inspiran igualmente horror y compasión.... Acabo de reunir las verda- deras circunstancias de la enfermedad y muerte de Clemente XIV, que, á fuer de Vicario de Jesucris- to . ha pedido perdón , como el Redentor , por sus más implacables enemigos, y que ha llevado la delicadeza de conciencia hasta el extremo de no revelar sino con mucha dificultad las crueles sos- pechas que devoraban su alma desde la Semana Santa , época de su enfermedad. No es posible disi- mular al Rey unas verdades que , por tristes que de la Compañía de Jesús. 239 sean, no dejarán de ser apuntadas en la historia». Quiso d'Alembert que Federico II se amedren- tara con el rumor de que los Jesuítas habían en- venenado á Clemente , y poseedor de la corres- pondencia de Bernis , le remitió copia , á fin de que cejase en su adhesión á la Compañía ; pero el rey de Prusia , que no era hombre que se alar- maba sin fundamento sólido , y que conocía las intrigas de la corte de Francia , contestó al enci- clopedista de la siguiente manera: «Suplicóos que no prestéis crédito con tanta ligereza á las calum- nias que en el día se esparcen contra nuestros buenos Padres. Nada más falso que el rumor que ha circulado acerca del envenenamiento del Papa. Hase entristecido hasta lo sumo al ver que ningu- no de los Cardenales á quienes ha anunciado la restitución de Aviñón , le ha felicitado por ella, y al ver que una noticia tan ventajosa á la Santa Sede ha sido recibida con tanta frialdad. Verdad es que una muchacha ha profetizado el día en que envenenarían al Papa; pero, ¿la creéis vos inspirada? El Papa no ha muerto á consecuencia de esta profecía , sino á favor de un total decai- miento de jugos ; le han hecho la autopsia , y no han encontrado el menor indicio de veneno. Hase reprochado infinitas veces la debilidad que ha teni- do de sacrificar una Orden tal como la de los Jesuí- tas al capricho de sus hijos rebeldes, conservando un humor tétrico y desapacible durante los últi- 240 Conflictos y tribulaciones mos años de su vida , lo que ha contribuido á abreviar sus días». Bernis, que invocó la conciencia futura de la historia, fué, andando el tiempo, uno de los escri- tores más tenaces en negar el aserto del envene- namiento. Otro historiador, llamado Cancellieri, lo niega rotundamente; y otro escritor milanés, llamado José de Gorani, entusiasta de la revolución francesa y enemigo declarado de la Iglesia al mis- mo tiempo que de los Jesuítas , rechaza con des- precio la fábula del envenenamiento de Ganganelli en sus Memorias secretas y críticas de las .cortes y gobiernos de Italia. Es necesario atestiguar la impostura con docu- mentos que la delaten, y los tengo á la vista para que resplandezca la verdad en todas sus partes. Ber- nis mira la potencia de su argumento en el dicta- men de los facultativos, que considera poco explí- citos y terminantes. Pues bien: ahora verán nues- tros lectores de qué manera termina el dictamen de los facultativos apostólicos que asistieron á Su Santidad en sus últimos momentos: «Nada extraño seria que después de veintiocho ó treinta horas se hubiesen hallado las carnes en un estado avanzado de putrefacción; pues, como todo el mundo.sabe, el calor era excesivoy soplaba un viento abrasador, capaz de producir y aumentar la corrupción en poco tiempo. Si entre la confusión que ocasionó este suceso en la multitud , se hubiese atendido á de la Compañía de Jesús. 241 la impresión que hace el viento solano en los ca- dáveres, aun en los embalsamados, como regular- mente lo son todos los Sumos Pontífices, no se hubiesen diseminado tan falsos rumores, mucho, más, sabiéndose que el populacho es naturalmente inclinado á adoptar lo maravilloso y sobrenatural. »Tal es mi opinión con respecto á esta enfer- medad mortal , que ha empezado con lentitud y durado largo tiempo, y de la que hemos recono- cido todos los síntomas inequívocos, claros y pal- pables, en la apertura que se ha hecho del cadá- ver en presencia de todo un público; de manera, que los que han asistido á la autopsia, por poco perspicaces , exentos de preocupaciones y des- prendidos de todo espíritu de partido que sean, han debido conocer que la alteración de las partes nobles no debe ser atribuida legítimamente á otras causas que las puramente naturales. Creería- me yo culpable de un crimen enorme, si en un asunto de tanto interés no hiciese á la verdad toda la justicia que tenemos derecho á esperar de un sujeto de probidad , tal como yo me lisonjeo de serlo.» Un testimonio tan auténtico contra la calum- nia, no fué suficiente para que los enemigos de la Compañía de Jesús cejasen en su propósito, é in- ventaron otro recurso para salir airosos en su odioso empeño. Sabían que el P. Marzoni, Gene- ral de la Orden de los Franciscanos, había sido tomo u. 16 242 Conflictos y tribulaciones confesor del Pontífice, y, por lo tanto, le supu- sieron adherido enteramente al Papa , y propaga- ron la especie inicua de que Clemente XIV había dicho en reserva á su confesor y amigo , que su dolencia procedía de envenenamiento , y que este atentado lo habían llevado á cabo los Jesuítas. Pero tan pronto como el P. Marzoni se enteró del rumor que con tanta insistencia se propagaba por la ciudad de Roma , creyó que era de su deber desmentir el murmullo, y provocó un interrogato- rio del Tribunal de la Inquisición . á fin de respon- der lo siguiente: «Yo el infrascrito, Ministro General de la Or- den de los Conventuales de San Francisco, sabien- do bien que por medio del juramento se toma á Dios por testigo de lo que se jura ; cierto de lo que aseguro sin coacción ó violencia alguna , y en - presencia del Ser Supremo , que sabe que no mien- to, por estas palabras llenas de verdad, escritas y trazadas por mi propia mano , juro y certifico ante el universo entero , que Clemente XIV no me ha dicho jamás haber sido envenenado, ó haber ex- perimentado síntoma alguno de veneno. Juro igualmente que nunca he dicho á persona nacida que Clemente XIV me había hecho semejante con- fianza , ni tampoco que habia sido envenenado, ó que había experimentado el menor síntoma de veneno. Dios me es testigo. Dado en el Convento de los Doce Apóstoles de Roma, á 27 de Julio de de la Compañía de Jesús. 243 1 775. — Yo, Fr. Luís María Mar^oni , Ministro Ge- neral de la Orden.» Á pesar de todo esto , triunfaron los revolucio- narios , y los Jesuítas fueron suprimidos , merced á la apasionada tenacidad de Carlos III , á la codi- cia inmoderada de José II y á los pocos años de Luis XVI , predestinado á ser la primera víctima del gran trastorno que se estaba elaborando. Murió Clemente XIV , y sucedióle en la silla pontificia el cardenal Angel Braschi, el 15 de Fe- brero de 1775, quien nunca ocultó su afecto á los Padres de la Compañía y á su Instituto, porque al fin había sido discípulo de esta Orden memorable. Por eso se le vió luchando entre el deber y la con- veniencia. Pío VI no escondia su sentimiento de piedad y de justicia en favor de los Jesuítas, di- ciendo repetidas veces : «Clemente XIV ha asesi- nado á los Jesuítas; pero ¿debo yo, en los princi- pios de mi pontificado, corregir el acto de mi antecesor? El restablecimiento de la Compañía será la obra del tiempo». Con efecto: ya que otra cosa no pudo, buscó camino para dulcificar la suerte de los expulsados , y concibió el pensamiento de alargar el juicio, a fin de que el Instituto no des- apareciese de raíz , y esperar un momento favora- ble para que la justicia pudiese ejercer su natural imperio. Comprendió Floridablanca que su obra inicua se derrumbaba ante la inflexible serenidad del 244 Conflictos y tribulacionet nuevo Papa, y acudió á él con enérgicas observa- ciones; Pío VI respondía con dignidad, y, última- mente, Floridablanca pidió con empeño que la Compañía de Jesús fuese sentenciada por la curia romana. «Eso mismo quiero yo, respondió Pío VI ; pero antes que recaiga la sentencia sobre la cabeza del culpable, es necesario someterla á juicio , es- cuchar sus descargos; y si careciese de razón, la ley cumplirá con sus deberes.» Los Jesuítas fueron sometidos al juicio de la comisión que los había expulsado y despojado de sus bienes; el nuevo Papa tenía confianza de que los Jesuítas eran ino- centes, y que , por lo tanto , sabrían defenderse. La comisión analizó las pruebas que antes no qui- siera examinar, y los mismos Cardenales que se manifestaban tan duros para arrojarlos fuera de sus casas , fueron los primeros en declararlos exen- tos de toda culpa. Esta declaración en manos del nuevo Pontífice era un baluarte poderoso , de que debía aprovecharse en momento oportuno. Sin embargo , la perseverancia con que Car- los III insistía para que los Jesuítas no gozasen de libertad, impelía á Floridablanca á solicitar de Pío VI que permaneciesen encerrados en el castillo los Padres prisioneros; y ya que el Papa no podía entonces ponerse en abierta lucha con el rey de España , se esforzaba en dulcificar la clausura de Ricci y la de sus compañeros, rodeándola de todo cuanto podía contribuir á la comodidad de los en- de la Compañía de Jesús. 245 carcelados. Ricci, que, á pesar de su grande ener- gía, notaba que la fuerza de los años le llevaba á su último viaje, quiso antes dar una prueba solemne de su comportamiento y afirmar su ino- cencia y la de sus hermanos. Confesóse; recibió el Viático en presencia de los oficiales y soldados que le custodiaban , y leyó después , en presencia de todos , la siguiente declaración ó testamento : «La incertidumbre del tiempo en que Dios será servido llamarme á su lado, y la certidumbre de que este tiempo no puede hallarse muy remo- to, atendido lo avanzado de mi edad, la multitud y larga duración de mis sufrimientos, demasiado superiores á mi debilidad , me mueven á llenar con antelación mis deberes, pudiendo fácilmente suceder que la naturaleza de mi última enferme- dad no me permita llenarlos en el artículo de mi muerte. Por lo tanto, considerándome próximo á parecer ante el tribunal de la infalible verdad y justicia, que lo es solamente el de Dios, después de una prolongada y madura deliberación , y después de haber suplicado humildemente á mi misericordiosísimo Redentor, y mi terrible y su- premo Juez, que no permita que me deje guiar por la pasión, especialmente cuando se trata de una de las últimas acciones de mi vida , así como por ningún resentimiento del corazón, ni por nin- gún otro efecto ó fin vicioso, sino solamente por haber juzgado ser un deber mío dar testimonio de 246 Conflictos y tribulaciones la verdad y de la inocencia , hago las dos declara- ciones ó protestas siguientes: « 1 .a Declaro y protesto que la Compañía de »Jesús extinguida no ha dado motivo alguno para »su supresión , declarándolo y protestándolo con »aquella certeza que puede moralmente tener un «Superior bien informado de cuanto pasa en su »Orden. »2.J Declaro y protesto que, por mi parte, »no he dado el más leve motivo para que se me »haya encarcelado , y protestándolo con aquella «suprema certidumbre y evidencia que uno puede »tener de sus propias acciones. Hago esta segun- »da protesta , únicamente poique veo ser necesa- ria á la reputación de la extinguida Compañía de »Jesús, de la que era yo Superior.» »Mas no se entienda por esto que yo pretenda que, á consecuencia de estas mis declaraciones, se puede juzgar culpable delante de Dios á ningu- no de los que han perjudicado á la Compañía de Jesús , ó á mí mismo , porque yo me abstengo de semejante juicio. Los pensamientos del hombre sólo de Dios son conocidos; Él solo ve los errores del humano entendimiento, y sabe discernir si son tales que excusan de pecado; El solo penetra los motivos que hacen obrar, el espíritu con que se obra , y las afecciones ó movimientos del cora- zón que acompañan á la obra; y pues que de todo esto depende la inocencia ó malicia de una de ¡a Compañía de Jesús. 247 acción exterior, dejo todo el fallo al que tiene cui- dado de interrogar las obras y sondear los pensa- mientos. » Y para satisfacer al deber de cristiano, protesto que, con el auxilio de Dios, he perdonado siem- pre y perdono sinceramente á los que me han atormentado y ofendido; en primer lugar, á con- secuencia de todos los males con que han afligido á la Compañía de jesús y de los rigores que se han empleado contra los religiosos que la compo- nen; en seguida, por la extinción de esta misma Compañía, y por las circunstancias que la han acompañado; y, últimamente, á causa de mi pri- sión y de las crueldades que la han agregado ; hechos que son públicos y notorios en todo el uni- verso. Suplico al Señor, que por su infinita bon- dad y misericordia, y por los méritos infinitos de Jesucristo, me perdone mis muchos pecados, y perdone á todos los autores y cooperadores de los referidos daños é injusticias, protestando morir con este sentimiento y esta plegaria en el corazón. »Finalmente , suplico y ruego á cualquiera que vea estas mis declaraciones y protestas, que las publique en todo el universo cuanto le sea po- sible ; se lo suplico y ruego por todos los títulos déla humanidad, justicia y caridad cristiana, ca- paces de persuadir á todo el mundo del cumpli- miento de este mi deseo y voluntad. — Lorenzo Rica, de mi propia mano.» 248 Conflictos v tribulaciones de la Comp. de Jesús. Cinco días después de esta importante decla- ración , falleció su autor en el castillo de Santán- gelo, y Pió VI, ya que otra cosa no podía, se esmeró en los funerales, los cuales dispuso que se celebrasen con la majestad propia del carácter que representaba; todo lo cual revelaba las simpatías que por el Instituto tenía el sucesor de Clemen- te XIV. Mientras tanto, la orden de proscripción atra- vesaba los mares, y poco tiempo después de la muerte del general Ricci , el obispo de Macao leía á los Padres Misioneros el Breve de extinción, cuya orden fué obedecida después de algunos días de estériles vacilaciones. LosJ esuítas obedecían en todas partes los preceptos de Su Santidad ; la proscripción se llevó á cabo en todas partes , y los proscriptos no lanzaron una queja contra el suce- sor de San Pedro; humillaron la frente con resig- nación, esperando tiempos mejores, porque la justicia se abre paso tarde ó temprano. Los Jesuí- tas desaparecieron ; se desparramaron por la tie- rra.... Sigámoslos en su dispersión. CAPITULO XII. qué aspiraban los revolucionarios con la desaparición de los Jesuítas? ¿Qué decian los codiciosos de grandes reformas en el sistema social y religioso? Que con la existencia de los hijos de San Ignacio de Loyola la educa- ción pública estaba viciada, coartada la Iglesia, subyugadas las monarquías , los pueblos en bra- zos de la superstición , los hombres convertidos en hipócritas , el Papado y la prelacia sumidos bajo el peso de la cadena jesuítica, y los príncipes va- gando en la incertidumbre y la intranquilidad. Los Jesuítas dejaron de existir como congregación re- ligiosa. ¿Qué hemos visto después? Que la edu- cación pública tomó un rumbo tortuoso y malé- fico ; que la moral de los pueblos se desquició 250 Conflictos y tribulaciones por completo, evocando sus derechos y olvidando sus deberes; que la Iglesia católica se vió pisoteada y maltratada por los revolucionarios; que la ju- ventud tomó un sendero pernicioso; que el Papa y los Obispos perdieron su libertad casi por com- pleto , y que los tronos vacilaron sobre sus cimien- tos, al extremo de ser llevado á la guillotina el mejor y más santo de los reyes. Reinaron las tinie- blas en lugar de las luces; imperaron el desorden y el escándalo en vez de la tranquilidad , propa- gándose el crimen por todos los ámbitos del mun- do civilizado. Ya podían descansar los pueblos , decían los Ministros de Francia , España y Portugal ; ya no existen los Jesuítas; ya puede la Iglesia católica marchar sosegada , sin temer las asechanzas de una Orden tan temible como absorbente , que pretendía crear conflictos continuados á la socie- dad ; pero no comprendía esta gente pertinaz y obcecada que habían arrojado la semilla de la discordia; que ese culto religioso que habían pre- tendido preservar de las asechanzas de los Jesuítas, iba á ser algunos años más tarde hollado ; que sus discípulos iban á negar á Dios ; que las imágenes de los templos iban á ser profanadas ; que sobre los al- tares donde se veneraba á Dios y á su Santa Madre, colocarían á las prostitutas , á las cuales echarían el incienso destinado al Supremo Hacedor ; que los reyes caminarían con paso lento al suplicio, y de la Compañía de Jesús. 251 que la autoridad del Santo Padre sería negada y despreciada como cosa falaz é indigna de la ma- jestad del hombre, idólatra de la razón, considera- da como ley suprema de todo lo creado. El cardenal Pacca , que desempeñaba en Colo- nia la nunciatura , encontró allí los preludios de la revolución, y se expresaba del siguiente modo : «Poco á poco fueron perdiendo los buenos alema- nes el respeto que teman al clero , á la Santa Sede y á la disciplina de la Iglesia.... Mientras subsis- tió la Compañía de Jesús, que tenía varios cole- gios en las Universidades y algunas escuelas públicas en diferentes lugares , estas máximas erró- neas encontraron una vigorosa oposición , y el mal no hizo grandes progresos ; pero la supresión de esta Compañía , que habia merecido tanto de la religión , unida á los adelantamientos de las socie- dades secretas , ocasionó á la fe católica pérdidas de consideración. Rotos entonces todos los diques, un torrente de libros perversos é irreligiosos inun- dó la Alemania». No fueron solamente los católicos ardientes los que pronosticaron grandes males á la religión y á la moral con la supresión de los Jesuítas; los mismos escritores protestantes argumentaron con impar- cialidad , censurando el atentado contra los Padres de la Compañía de Jesús , vaticinando perjuicios de cuenta á la moral. El escritor protestante Leopol- do Ranke , escribe lo que sigue en su Historia del 252 Conflictos y tribulacione* Papismo: «El exterminio de esta Compañía de una sola plumada y sin preparativo de ninguna espe- cie , de esta Compañía que basaba su principal existencia en la educación de la juventud , debía necesariamente conmover al mundo católico hasta en sus cimientos , hasta la esfera en que se forman las nuevas generaciones». La Compañía de Jesús había desaparecido como Congregación ; pero las máximas del Fundador son eternas, y si los Jesuítas caminaban dispersos y abatidos por el dolor, ellos no podían de ninguna manera seguir el torrente avasallador que precipi- taba á la humanidad para su completa ruina. Hombres doctos , sumisos á las leyes divinas y humanas , reconociendo al Papa como vicario de Jesucristo, tenían que seguir la senda trazada por su mismo Instituto, y en medio de esta misma dispersión , ser útiles á la sociedad , y aunque po- dían poco como colectividad , trabajar individual mente, buscando con perseverancia la salvación del hombre, cultivando con su doctrina las inteli- gencias que se precipitaban en el abismo insonda- ble del error. Suprimióse la Compañía de Jesús cuando se encontraba en la plenitud de todo su engrandeci- miento; era una Sociedad cristiana, una Orden religiosa que no había degenerado. Contaba en sus filas, en aquella sazón, diez Santos, un Beato y un gran número de Venerables. Los Santos pro- de la Compañía de Jesús. 253 clamados por la Iglesia, eran : Ignacio de Loyola, Francisco Xavier, Francisco de Borja, Francisco de Regis, Francisco de Girolamo, Luís Gonzaga. Estanislao de Kostka y los tres mártires japoneses Pablo Miki , Juan de Gotho y Jacobo Kisay. El beato se llamaba Alonso Rodríguez. El pueblo sensato y los magnates no olvidaban los servicios importantes que habían prestado los Jesuítas á la humanidad, ni la importancia que había merecido el Instituto ante la Santa Sede. Benedicto XIV había espirado teniendo á su cabe- cera al Jesuíta Pepe: la supresión de la Orden no atenuaba el recuerdo de aquellos hombres , que lo mismo penetraban en los palacios del opulento magnate que en la choza del más humilde labrie- go; que lo mismo resplandecía su humildad en las grandes ceremonias que en los hospitales y en las cavernas de los desgraciados. La reacción te- nía que venir con más ó menos fuerza; por eso se vió al Parlamento de Languedoc disponer que se guardasen las cenizas del P. Juan Serane, el ami- go más entrañable de los pobres. Por eso se vió en los cantones suizos y en Roma reverenciar públi- camente á los hijos de San Ignacio ; enaltécese en Soleure el nombre del P. Crollalanza erigiéndole una estatua, erigiéndole otra el Senado de Tívoli en 1802 al P. Saracinelli, disfrutando del mismo honor Juan Bautista Faure en Viterbo. Los Jesuí- tas , después de su expulsión general, fueron re- 2$4 Conflictos y tribulaciones verenciados en todos los pueblos donde permane- cieron ejerciendo sus obras de caridad. La emperatriz María Teresa de Austria se de- claró abiertamente protectora de los Jesuítas, con- memorando públicamente los servicios de los Padres Jesuítas en Hungría. De iguales considera- ciones se encuentran rodeados en Francia por la madre de Luís XVI y por otros poderosos señores, que miraban con repugnancia los progresos de una filosofía tormentosa y demoledora. Después del Breve de Clemente XIV . los Jesuítas fueron considerados y atendidos en Asia , al extremo que los Obispos del Nuevo Mundo buscaban á los Je- suítas por compañeros en sus expediciones para sus visitas pastorales. Los Jesuítas, después de la extinción, fueron en el Indostán lo que habían sido antes y en todas partes; pero casi todas las iglesias perecen por consunción, privadas de pasto- res, y los cristianos errantes divagan sin ley que los dirija ni antorcha que los ilumine. No obstan- te , Luís XVI pedía misioneros al Papa para la isla de Cayenne, con la precisa condición de que su- piesen el idioma de los naturales , y entonces Pío VI encontró en esta petición una ocasión fa- vorable para proteger el Instituto suprimido de la Compañía de Jesús, y envió á cuatro antiguos Je- suítas portugueses, que reavivaron el espíritu de aquel país, mejorando las costumbres cristianas, que iban desapareciendo. de la Compañía de Jesús. 25 i Muchos Padres Jesuítas que andaban dispersos por el mundo se veían solicitados para la predica- ción , porque habían fascinado a las muchedum- bres con los torrentes de su elocuencia , encon- trándose entre estas eminencias oratorias al Padre Beauregard , hombre singular, que encadenaba los corazones con su ardiente predicación. Tan valiente como denodado en ta emisión de la palabra, se le vió en París lanzar desde el pulpito las siguientes profecías : «Si , los filósofos no aspiran á otra cosa que á destronar al Rey y á la religión ; el hacha y el martillo están ya entre sus manos ; sólo aguardan una ocasión favorable para derrocar el trono y el altar. Si; vuestros templos, Señor, serán despojados y demolidos , vuestras fiestas abolidas , blasfemado vuestro nombre, proscrito vuestro culto. Pero, ¿qué escucho, gran Dios? ¿Que es lo que veo? A los sublimes y majestuosos cánticos que hacian retumbar las sagradas bóvedas en honor vuestro, se suceden las trovas lúbricas y profanas. ¡Y tú, deidad infame del paganismo ; impúdica Venus, tú también vienes aquí á ocupar el puesto del Dios vivo , á sentarte en el trono del Santo y a recibir el incienso criminal de tus nuevos adora- dores !» Los jansenistas acusaron al predicador como sedicioso; pero esto no impidió que el Jesuíta pro- siguiese su trabajo , renovando con sus palabras el espíritu decaído de los cristianos, y los mismos 256 Conflictos y tribulaciones revolucionarios tomaron en cuenta sus pronósti- cos, hasta que algún reformador como La Harpe exclamó: «¡La predicación de Beauregard aplaza indudablemente la gran revolución!» Semejante tentativa de restauración no podía quedar impune, mayormente cuando eran ya diez y seis los Jesuítas que ejercían su apostolado en París, y fué preciso denunciarlos á Luís XVI como trastornadores del orden social y religioso , y, por consiguiente, fueron perseguidos, publicándose un decreto que les prohibía la predicación. No trans- currió mucho tiempo sin que la persecución fuese general ; ya no eran solamente los Jesuítas los que se ocultaban de las asechanzas de sus enemi- gos; el clero todo era cruelmente anatematizado y condenado á todo linaje de martirios; entre estas víctimas desgraciadas se cuenta el P. Nolhac , que, habiendo aceptado un curato en Aviñón , fué con- denado á muerte por la eficacia con que ejercía su santo ministerio. El pueblo respetó sus cenizas y le consagró un culto y una reverencia que no se ha borrado todavía de la memoria de aquellos ha- bitantes, porque sus contemporáneos le llamaban el padre de los pobres. Había sonado ya el grito tremebundo de la revolución ; vino en pos el degüello ordenado de las comunidades religiosas , y los Jesuítas, aunque dispersos , fueron buscados con afán , y sucumbie- ron bajo el filo de la cuchilla revolucionaria los de la Compañía de Jesús. 257 Padres Jesuítas Julio Bonnaud, Juan Charton de Millón, Claudio Gagniéres , Jacobo Darvé, Friteyre, Carlos Le Gue, Alejandro Lanfant, Nicolás Vil- le-Croisie , Jacinto Le Livec , Pedro Guerin du ■Rocher y su hermano Roberto , Juan Voulat , Gras- set, Antonio Lecoud y Nicolás María Verrón. Estos Jesuítas no expiaban , al ser degollados , más que el crimen de la predicación. Testigos de iguales ase- sinatos fueron las ciudades de Lyon, Orleans, Oran- ge, Aubernías , Clermont y Poitiers. En tanto que la revolución francesa perseguía y martirizaba á los Jesuítas sus compatriotas , Car- los IV , que había sucedido en España á Carlos III, abre las puertas de la nación á la Orden extingui- da, y penetran en Madrid en momento bastante aciago. La peste de 1800 asediaba los pueblos de Andalucía, y mientras los Jesuítas franceses su- cumbían en Francia bajóla cuchilla revolucionaria, los Jesuítas españoles entregaban sus vidas al lado de los pestilencíados , lo mismo en los hospitales que en las casas particulares, y hasta en las calles, con una abnegación y un heroísmo dignos de toda loa. De este modo inauguraron su entrada en Es- paña los Jesuítas españoles. Doña Maria de Portugal lamentaba el ostracis- mo á que habían sido condenados los Jesuítas por las intrigas de Pombal; por lo que, conociendo el P. Timoteo Viveira esta buena predisposición, mayormente habiendo sido confesor de doña Ma- tomo 11. 17 258 Conflictos y tribulaciones ría , regresó á Lisboa , y bajo la inspiración de este Padre hizo Juan de Guzmán la siguiente apelación á la conciencia de los hombres: «A la edad de ochenta y un años , y próximo á comparecer ante el tremendo tribunal de la justi- cia divina, Juan de Guzmán, último asistente de la Compañía de Jesús por las provincias dominios de Portugal , creería hacerme culpable de una omisión imperdonable si, descuidando recurrir al trono de V. M. , donde moran á vuestro lado la justicia y la clemencia , no depositase á vuestros pies esta humilde representación, hecha en nom- bre de más de seiscientos subditos de V. M. , in- fortunados restos de sus compañeros de desgracia. »En este concepto , suplico á V. M. , por las entrañas de Jesucristo , por su sagrado corazón y por ese tierno amor que V. M. profesa á la au- gusta Reina su madre , al augusto monarca don Pedro, á los Príncipes de la familia Real y á los In- fantes , se digne mandar que sea de nuevo exami- nada la causa de tantos fieles vasallos de V. M. Es- tos, Señora, se lamentan amargamente al verse acusados ^de unos crímenes que los mismos bárba- ros se horrorizarían de imaginar , y que apenas osa- ría concebir el entendimiento humano; laméntan- se , repito , al verse declarados infames á los ojos del universo , al par que condenados sin que se les haya escuchado , citado , ni aun permitido alegar razón alguna en su defensa. Los que, salidos de loscala- de la Compañía de Jesús. 259 bozos fueron extrañados de este país , convie- nen y certifican todos unánimes en que, durante todo el tiempo de su encarcelación , no han visto magistrado alguno por las puertas de su ca- labozo. »E1 suplicante , por su parte, que se ha encon- trado por muchos años al frente de un cargo en que ha podido adquirir un conocimiento inmedia- to de los negocios , se halla dispuesto á justificar del modo más solemne la inocencia de toda la corporación y de los jefes de la asistencia. Hay más todavía : el suplicante y todos ellos se ofrecen unánimemente á sufrir otros castigos más riguro- sos que los padecidos hasta el día , si uno solo de los individuos en cuestión llega en algún tiempo á ser convencido de haber cometido el menor cri- men contra el Estado. »Por otra parte , á más de hallarse justificada la inocencia del suplicante por el mismo resultado de tantos procesos, firmados contra él, contra sus hermanos y sus jefes , y cuyos originales ha tenido ocasión de ver el Papa Pío VI , que actualmente gobierna la Iglesia, V. M. misma encontrará en tan gran Pontífice, no sólo un testigo ilustrado é íntegro, cual no pudiera hallar otro en todo el glo- bo, sino un juez á quien nadie podrá sospechar capaz de cometer una iniquidad sin hacerse culpa- ble de una impiedad sin ejemplo. »Dígnese V. M. usar de esa clemencia que la 26o Conflictos y tribulaciones es tan natural como el derecho que tiene al trono de sus abuelos; dígnese escuchar las súplicas de tantos infortunados, cuya inocencia se halla pro- bada , puesto que , ni en lo más recio de la bo- rrasca, han cesado de ser súbditos de V. M., ni sus infortunios , por grandes que hayan sido, han podido alterar jamás ó disminuir el afecto que. desde su infancia , han profesado siempre á su augusta y Real familia.» Los Jesuítas penetraron en España y Portugal, renaciendo su antiguo prestigio ; y como este acto no constituía por entero el restablecimiento de la Compañía, puesto que no estaba anulado el Breve de Clemente XIV, los Padres de la Compama se encontraban en aptitud para ejercer cargos supe- riores en la jerarquía eclesiástica , y aun cuando muchos renunciaron al título de Obispos que se les ofrecía, no queriendo quebrantar las leyes de su Instituto dentro de la misma secularización, otros aceptaron el báculo pastoral y la mitra, cre- yendo que de esta manera podían conducir los asuntos eclesiásticos á restablecer en toda su ple- nitud la Orden extinguida. Sería demasiado pro- ajo enumerar las Sillas episcopales ocupadas por Padres Jesuítas desde 1775 á 1800. Los Jesuítas que no quisieron aceptar cargo alguno eclesiástico, unos se ocuparon de la ense- ñanza privada, y otros ejercieron cargos científicos encomendados por los principes y los soberanos. de la Compañía de Jesús. 261 y se los vió á unos como diplomáticos, á otros como ingenieros, emprendiendo obras considera- bles que inmortalizaron sus nombres y los de los soberanos á quienes interesaban estos profundos trabajos. Pío VI, no atreviéndose á revocar el Breve de su antecesor , ofreció á los Jesuítas todo género de consideraciones; y comprendiendo que en el seno de la Compañía existía un manantial inagotable de sabiduría , llamó á su lado á los más sobresalientes en las ciencias eclesiásticas, y les concedió la dirección de la enseñanza en muchos colegios y seminarios, al paso que destinaba á otros para valerse de sus consejos en determina- dos casos graves del pontificado. Terminada en Francia la enseñanza de los Je- suítas , ya habían dejado de ser los apóstoles des- interesados de la educación de la juventud , y los pronósticos de Federico- II de Prusia y de Chateaubriand se realizaban. «Con la destruc- ción de la Orden , dice, este célebre escritor , se ha hecho un perjuicio inmenso á la educación y á las letras.» No obstante , mientras que la ense- ñanza de los Jesuítas se proscribía en Francia , se acogía en los principales pueblos de Alemania, donde se fundaron los primeros colegios del mun- do, siendo sobremanera extraordinario el número de Jesuítas que engrandecía la sociedad en la épo- ca de su supresión. Viena , Roma , Lemberg, Tirnau , Gratz , Baviera , Silesia , Praga , Lithua- 262 Conflictos y tribulaciones nia, fueron testigos de sus trabajos en pro, de la ciencia y del cristianismo. Aparecieron nuevos historiadores, nuevos filó- sofos que ilustraron al mundo literario; los Jesuí- tas escribieron , no solamente obras históricas y filosóficas, sino que se dieron á conocer como na- turalistas , como ingenieros , como peritos en la medicina , y últimamente brillaron en todos los ra- mos del saber humano. Cosa extraña: cuatro monarcas católicos influ- yeron poderosamente para la destrucción de la Compañía de Jesús : José I, Luís XV, Carlos III y Fernando IV. Dos soberanos , Federico II de Pru- sia, protestante, y Catalina de Rusia, cismática, fueron los amigos más decididos de esta Compañía extinguida , y eso que ambas coronas se lisonjea- ban con los aplausos y los ditirambos de los enci- clopedistas; pero, más avisados que los otros reyes, veían aproximarse la tormenta revolucionaria, y comprendían que detrás de la reforma religiosa te- nían que hundirse los tronos. Corresponsal asiduo de Voltaire el gran Federi- co , he aquí en qué términos se expresaba escribien- do al filósofo: «Ese buen Franciscano del Quirinal, decía , me deja en paz á mis queridos Jesuítas , hoy perseguidos en todas partes. En cuanto á mí, trato de conservar esta preciosa semilla, con el ob- jeto de regalar castidad un día á los que deseen cultivar una planta tan rara». Federico II cumplió de la Compañía de Jesús. 263 su promesa. Tan pronto como el Breve llegó á la corte de Berlín , promulgó Federico el siguiente decreto : «Aun cuando ya os halláis informado de que no podéis permitir la circulación de ninguna Bula ó Breve del Papa sin haber recibido al efecto nuestra aprobación , y aun cuando no dudamos de que trataréis de conformaros con esta orden gene- ral , caso de presentarse el Breve de supresión de la Compañía de los Jesuítas en el tribunal de vues- tra jurisdicción , hemos creído, no obstante, opor- tuno recordároslo. Habiendo nosotros resuelto, por ciertas razones que nos han impulsado á ello, que la extinción de la referida Compañía , promulgada poco ha, no sea publicada en nuestros Estados, os ordenamos graciosamente tomar en vuestra ju- risdicción las medidas necesarias para la supresión del mencionado Breve del Papa, prohibiendo ex- presamente , luego que recibáis éste , y bajo las más rigurosas penas , á todos los eclesiásticos de la religión romana domiciliados en nuestro terri- torio , la publicación de la Bula del Papa por la que se anula la Compañía de Jesús. Mándoos , por último , que vigiléis por la ejecución de este decreto, y que nos aviséis inmediatamente, caso de que algunos eclesiásticos extranjeros trata- sen de introducir en este país Bulas ó Rescriptos de esa naturaleza». La Santa Sede , que conocía á Federico, no opuso obstáculos á su interven- ción, y dejó tranquilos á los Jesuítas de Prusia, á 264 Conflictos y tribulaciones cuya destrucción se oponía un monarca luterano. Queriendo Federico que su determinación tu- viese una consistencia efectiva , no satisfecho con la expedición del anterior decreto, escribió al abate Columbini, su agente en Roma, una carta, concebida en los términos siguientes: «Abate Co- lumbini : diréis á quien quiera escucharlo , aunque sin apariencia de ostentación ni jactancia, y aun buscaréis ocasión de comunicárselo al Papa y al primer Ministro, que, respecto al negocio de los Jesuítas , me he decidido á conservarlos en mis Es- tados tales como han sido hasta el día. Acabo de garantir en el tratado de Breslau el statu quo de la religión católica , y, la verdad sea dicha, no he hallado jamás eclesiásticos mejores en todos con- ceptos. Añadiréis, además, que, una vez que pertenezco á la categoría de los herejes, no le es posible al Papa dispensarme de la obligación de cumplir mi palabra , como ni del deber de un hom- bre honrado y de un Rey»; Este período , acaso el más interesante de la historia de los Jesuítas, es necesario narrarle , sí, solamente narrarle , omitiendo comentarios , y apuntando íntegros los documentos referentes á la extinguida Compañía , porque ellos reveíanla esencia principal de los asuntos que á la sazón se ventilaban en las cortes y en el Vaticano. Sábese que d'Alembert se alarmó con la carta que Fede- rico envió á Columbini, y así lo dió á entender al de la Compañía de Jesús 265 monarca de Prusia , manifestándole , además, que algún dia se arrepentiría de su indulgencia en pro de los Jesuítas. Federico respondió al filósofo lo siguiente : «Podéis vivir sin temer nada respecto á mi persona; nada tengo que temer de parte de los Jesuítas: el Franciscano Ganganelli acaba de cortarles las uñas, de arrancarles las presas y de ponerles en un estado en que ni pueden arañar ni morder: pero pueden muy bien instruir á la ju- ventud, y mejor que la masa general. Es verdad que estos sujetos han recalcitrado en la última guerra; pero reflexionad en la naturaleza de la clemencia: imposible seria ejercer esta admirable virtud sin haber precedido la ofensa. Y vos, eru- dito filósofo , vos no debierais acriminarme el tra- tar á los hombres con bondad y ejercer la huma- nidad indistintamente con todos los de mi es- pecie, sea cualquiera la religión que profesen ó sociedad a que pertenezcan. Creedme : practicad la filosofía y sed menos metafisico: las buenas acciones son más ventajosas al público que los sistemas más sutiles y desembarazados de descu- brimientos, en los cuales, por lo regular, se ex- travía nuestro ingenio sin penetrar la verdad. Mas no soy yo tampoco el único que he conservado á los Jesuítas; los ingleses y la Emperatriz de Rusia han hecho otro tanto». Más tarde , cuando Voltaire se encontraba fa- tigado por su ancianidad y próximo á descender 266 Conflictos y tribulaciones al sepulcro, al observar Federico que todavía blas- femaba , en una carta muy expresiva que trataba de los Jesuítas, le dice, entre otras cosas, lo si- guiente: «Acordaos- del P. Tournemine, vuestra nodriza (porque él fué quien os amamantó con la dulce leche de las musas), y reconciliaos con una Orden que ha producido y suministrado á Fran- cia en el siglo anterior tantos hombres de mérito». El Monarca prusiano no se contentó con des- obedecer las órdenes de la Santa Sede , sino que protegió á los Jesuítas de tal manera , que les per- mitió vivir según las reglas de San Ignacio, asig- nando á cada uno de ellos una pensión vitalicia de 700 florines. El nuevo Pontífice Pío VI veía con jú- bilo secreto que , sin el concurso de la Santa Sede, se preparaba una rehabilitación que estaba entera- mente conforme con sus ideas. Más tarde , dirigió Federico el siguiente rescrip- to al rector del colegio de Breslau: «Venerable, querido y fiel padre: Habiéndome declarado el nue- vo Pontífice que dejaba á mi arbitrio la elección de los medios que creyere más oportunos para la con- servación de los Jesuitas en mis Estados , así como también que jamás pondría obstáculo alguno por medio de una declaración de irregularidad , he mandado, por consiguiente, á todos y cada uno de mis Obispos , que dejen á vuestro Instituto in statu quo , que no obsten en sus funciones á nin- guno de sus individuos , ni rehusen las Órdenes á de la Compañía de Jesús. 267 cuantos se presenten á recibirlas. Conformaos, pues, con este dictamen , y hacedlo saber á vues- tros cohermanos». Todo esto lo sabía Floridablanca con pesar, y así lo manifestó desde Madrid á Pío VI ; pero nada pudo vencer la voluntad de hierro del Monarca prusiano. Acaeció, sin embargo, la muerte de Fe- derico, y la situación de los Jesuítas cambió de aspecto ; el sucesor no tuvo con los hijos de San Ignacio las condescendencias de su antecesor, y los Jesuítas , no sólo tuvieron que secularizarse , sino que se vieron obligados á buscar amparo en Ru- sia , donde Catalina los protegió descaradamente, permitiéndoles que se reunieran y se propagasen, y por eso se les vió ejercer la enseñanza lo mismo en Rusia que en Polonia, donde la Compañía te- nía grandes prosélitos, CAPÍTULO XIII. a historia ha dado á conocer cuál era el temperamento de Catalina de Rusia; te- Hi/P ma instintos de gobierno, y era por demás resuelta en sus deliberaciones. Sabía lo que los de- más soberanos habían practicado con respecto á los Jesuítas; pero ella no quiso seguirlos en sus pro- cedimientos contra la Compañía ; antes manifestó , sin embargo , que entraba en sus cálculos prote- ger á los hijos de San Ignacio , porque reconocía en ellos los hombres más doctos y eficaces para la en- señanza. Catalina, para desobedecer el Breve tenia en su apoyo su creencia cismática , y podía impunemen- te ponerse en desacuerdo con las decisiones de Roma. Los Jesuítas sabían que la Czarina los pro- 270 Conflictos y tribulaciones tegía rechazando el Breve ; pero al mismo tiempo observaban que , siendo hijos de San Ignacio , te- nían que atenerse á su Instituto, y una de sus principales bases descansaba en la obediencia ; y, en su consecuencia , presentaron á la Emperatriz la siguiente carta: «Sagrada Majestad Imperial: Somos deudores á V. M. de la inapreciable gracia de poder profesar públicamente en vuestros glorio- sos Estados la religión católica romana , y de de- pender también públicamente, en lo respectivo á las cosas espirituales, de la autoridad del Sumo Pon- tífice ; que es el jefe visible de todos ellos. Esto mismo es lo que nos alienta á mi y á todos los Jesuítas del rito romano, subditos fidelísimos de V. M., á prosternarnos ante vuestro augusto trono imperial, suplicándola, por lo más sagrado que hay en la tierra, nos permita que tributemos una pública y pronta obediencia á nuestra jurisdicción, que reside en la persona del Sumo Pontífice Ro- mano, y que ejecutemos las órdenes que nos ha comunicado respecto á la abolición fulminada con- tra nuestra Compañía. Consintiendo V. M. en la publicación del Breve de extinción, ejercerá un acto de su regia autoridad , y obedeciendo nos- otros con prontitud á la intimación, nos mostrare- mos fieles, tanto á V. M. que habrá permitido su ejecución , como á la autoridad del Supremo Jefe de la Iglesia Romana que nos la ha prescrito. Ta- les son los sentimientos y súplicas que todos y de la Compañía de Jesús. 271 cada uno de los Jesuítas ofrecen y presentan por mi orden á V. M. , de la que tengo el honor de ser, con la más profunda veneración y el más sumiso respeto, Sagrada Majestad Cesárea, el muy humil- de, apasionado y fidelísimo subdito, — Estanislao Cerniewic^.» He aquí la contestación de Catalina, dirigida al provincial Casimiro Sobolewski : «Vos y los de- más Jesuitas , vuestros compañeros, debéis obe- decer al Papa en los asuntos pertenecientes al dogma; en lo demás, debéis obedecer á vuestros soberanos. Ya he conocido que pecáis de escru- pulosos; pero yo mandaré escribir á mi emba- jador en Varsovia para que se entienda con el Nuncio del Papa y os despoje de todos los escrú- pulos. Ruego á Dios que os conserve en su santa gracia». La posición de los'Padres no podía ser más embarazosa, y dirigieron una carta á Pío VI, dán- dole cuenta de lo ocurrido, y que los guiase en este conflicto. El secretario del Pontífice respon- dió á los Jesuítas que sus súplicas tendrían un buen resultado, y de esto dedujeron que el secre- tario no habría aventurado semejante paso si no hubiera contado con el asentimiento del Padre Santo , y continuaron tranquilamente desempe- ñando su ministerio, con la protección decidida de Catalina, que consintió hasta el establecimiento de un noviciado. 272 Conflictos y tribulaciones La corte de España no pudo mirar tranquila- mente lo que pasaba en Rusia, aconteciendo lo mismo en Francia , porque renacía en aquel país la Compañía de Jesús, con el favor decidido de la Emperatriz, y así lo manifestó en una nota dictada por ella misma y dirigida al Nuncio Archetti. El secretario de la Emperatriz añadía de su propia cuenta lo siguiente: «No debemos hacer otra cosa que juzgar el bien del asunto en sí mismo. Consi- derándole sin prevención alguna , conocerá V. E., tan bien como yo, las grandes ventajas que los católicos de la Rusia Blanca pueden reportar de un establecimiento que por sí solo debe procurar educación razonable y disipar las tinieblas que la superstición ha esparcido sobre el culto del pueblo y de una parte del clero. Aquí , por el empleo que ocupa en la Iglesia, por su dignidad y sus luces, podrá V. E. apreciar mejor que yo la extensión del mal que de ello resulta á la religión. El único medio de remediarle eficaz y constantemente era el de confiar la educación de la juventud á una corporación piadosa, ilustrada y permanente. ¿A favor de qué estímulos y de qué recompensas hu- biéramos podido esperar atraer á la Rusia Blanca un número suficiente de hombres instruidos y capaces de llenar unas miras tan sabias? Sólo que- daba una resolución como la de la expulsión de los Jesuítas del Mediodía de la cristiandad, para realizar en el Norte el reflejo feliz de esos hombres de la Compama de Jesús. 273 consagrados por estado y vocación á la cultura de las ciencias y de las letras. Y por lo mismo, acogerlos , ofrecerles una patria en cambio de la que los rechaza de su seno, reunir al mismo tiempo los miembros diseminados de la Compañía que se han encontrado entre nosotros, y no per- petuar su asociación más que con el objeto de que atiendan á la instrucción pública, más bien que una infracción del sistema jerárquico y espi- ritual de la corte de Roma , me parece un acto de prudencia, de sabiduría y humanidad». Decia Catalina , visitando las casas de los Jesuítas y los noviciados: «La fuerza bruta no conviene; lo único que puede convencer es la educación, y los Jesuítas la practican á gusto mió». La cuestión de los Jesuítas era para Catalina una cuestión vital, porque se trataba de la educación de sus pueblos, y Catalina apreciaba en extremo este beneficio. Los ministros de la Emperatriz participaban de este mismo sentimiento con respecto á los Jesuí- tas, los cuales manifestaban que la Institución no podría consolidarse en Rusia , si no contaba con un jefe permanente. Las palabras de los Padres hicie- ron eco en el ánfmo de Potemkin , é indujo de tal manera á la Czarina, que el 25 de Junio de 1782 promulgó el siguiente decreto : «Por un efecto de nuestra clemencia permitimos á los individuos de la Compañía de Jesús existentes en nuestros Esta- dos, que puedan elegir un jefe de su Orden, el tomo a. 18 274 Conflictos y tribulaciones cual tenga su autoridad y poder propio de un Ge- neral , y á quien , por consiguiente , pertenecerá gobernar á los demás Superiores, y aun cambiar- los, con arreglo á las leyes del Instituto. Igual- mente facultamos al futuro nombrado para que dé parte de su elección al Obispo católico de Molis- low, y este último á nuestro Senado , quien debe- rá informarnos de ello. Y aun cuando esta Orden religiosa deba estar subordinada y obediente al mencionado Obispo en lo concerniente á las cosas que son de derecho y de deber . sin embargo , cui- dará aquél de que las leyes de la referida Orden sean conservadas intactas, y cuidándose de hacer intervenir su autoridad en los asuntos que pudie- ran ocasionar el menor detrimento á dichas leyes». Hubo alguna desavenencia entre los Jesuítas y el obispo de Molislow, por cuestión de jerarquía, creyendo este Prelado que el nombramiento de este jefe , sacado del seno de la Compañía , le arrebataba su autoridad; y apareció un decreto del Senado que ponía en contradicción las disposicio- nes de la Emperatriz. Sin embargo, se buscaron medios de allanar estas dificultades, y, en efecto, ' *e allanaron satisfactoriamente, aunque para ello tuvo que intervenir la influencia de Catalina ante el Papa Pío VI. Este nada escribía, pero decía á los delegados de la Emperatriz: «Approbo , appro- bo Societatem Jesu in Alba Rusia degentetn. Appro- bo, approbo». de la Compañía de Jesús. 275 Pero mientras esto pasaba en Rusia, iba deca- yendo paulatinamente la educación en las ciuda- des del ducado de Parma ; los colegios habían perdido todo su esplendor en 1792, y el duque Fernando llamó á los Jesuítas desterrados para co- locarlos al frente de la enseñanza. El Padre Santo temblaba ante la actitud que Había tomado la Re- volución francesa, y no se determinaba á aprobar descaradamente las resoluciones del duque de Parma, aunque privadamente las consentía ; pero, á pesar de estos inconvenientes , pronto aparecie- ron en el ducado cinco magníficos colegios, á los cuales acudía la juventud estudiosa , bajo los auspi- cios de los Jesuítas restablecidos. La muerte de la emperatriz de Rusia elevó al trono á Pablo I , que , aun cuando en política no quiso seguir las huellas de su antecesora , respetó á los Jesuítas , permitiendo que la Compañía con- tinuase su camino, entrando, por lo tanto, esta Ordenen un nuevo estado de prosperidad. Amena- zada la autoridad del Papa por los revolucionarios, no quiso ya disfrazar por más tiempo su adhesión á estos Padres venerables, y llamó á algunos de ellos á su lado para que le acompañasen en el martirio, es decir , en los tristes momentos en que Su San- tidad fué arrancado deJ Vaticano por orden del Di- rectorio que regía los destinos de Francia. Ocurrió la muerte de Pío VI , y un Jesuíta le auxilió en sus últimos momentos y le cerró los ojos en 1799. 276 Conflictos y tribulaciontt Sucedió á Pío VI el cardenal Bernabé Chiara- monti, bajo el nombre de Pío VII, amigo de los Jesuítas, y, por consiguiente, contrario al Breve de Clemente XIV , y todos pensaron á su adveni- miento conseguir lo que su antecesor había consen- tido tácitamente, para lo cual buscaron un apoyo en Pablo de Rusia , último baluarte en que se había parapetado la Compañía de Jesús. Resuelto el Czar á defender la Iglesia católica, hizo al nuevo Pon- tífice la siguiente solicitud, que remitió el 11 de Agosto de 1800: «Santísimo Padre: Habiéndome hecho conocer el Rdo. Gabriel Gruber, de la Com- pañía de Jesús , el deseo que abrigan los miem- bros de esta Sociedad de ser reconocidos formal- mente por Vuestra Santidad , creo deber solicitar una aprobación solemne en favor de este Instituto, á quien profeso un cariño particular, esperando que mi recomendación no les será inútil». Lo mismo el Emperador de Rusia que Bona- parte, deseaban el restablecimiento de la religión católica en sus respectivos países , porque era la única que permitía dar consistencia al sistema mo- nárquico. Cuéntase que Bonaparte se entendió con Gruber para que apoyase la pretensión del emperador de Rusia , el cual se manifestó tan de- cidido á proteger á la Compañía , que restableció infinidad de colegios en diferentes puntos del Im- perio. Dispuso además que la Puerta Otomana devolviese á los misioneros Jesuítas los bienes que de la Compañía de Jesús. 277 les había usurpado, diciéndoselo así á su embaja- dor, cuyas órdenes fueron obedecidas. Europa entera se afanaba en descubrir la razón que existía en el ánimo de Pablo para que, siendo cismático, defendiese con tanto ardor á los Jesuí- tas y estimase tanto al P. Gruber. El Emperador había visto que la revolución había comenzado por ser hija legitima de la impiedad; que la im- piedad había decapitado al más benigno de los Reyes, y que las primeras víctimas de la impiedad habían sido los Jesuítas, y por eso procuraba su restablecimiento, buscando una reparación legiti- ma y ordenada. La solicitud de Pablo fué leída con interés por fio Vil. Su afecto á los Jesuítas le habría impulsa- do á restablecerlos en todas partes ; pero viendo que esta medida podría exponerle á nuevas con- tingencias, se limitó á restablecerlos, por otro Bre- ve , únicamente en los dominios de Rusia , medida que decretó el 24 de Marzo de 1801 , lo cual fué un verdadero triunfo para Pablo 1. Poco tiempo pudo saborear esta victotia, pues murió dias des- pués, victima de una conspiración, cuyos porme- nores y causas narra la historia, y que no es del caso apuntar aquí, porque fueron sucesos ajenos enteramente al Instituto de la Compañía de Jesús. Sin embargo , Carlos IV, rey de España , creyó ver en la anulación del Breve de Clemente XIV un ultraje á la memoria de su padre; condenó á los 278 Conflictos y tribulaciones Jesuítas españoles á una nueva proscripción , sin que pudieran servir de lenitivo los sacrificios de estos Padres durante la peste, y vuelven los hijos de San Ignacio á emprender el camino de la expa- triación, cuya senda seguiría poco después el Mo- narca , acosado por fuerza superior. No impor- ta ; el pensamiento dominante de principios del siglo xix era la restauración del catolicismo , y, por consiguiente, el restablecimiento de los Jesuítas, cuya obra comenzó en Francia, creándose herman- dades religiosas, cuyos preceptos se acomodaban á los que profesaban los hijos de San Ignacio; una de estas hermandades fué la que se instituyó con el nombre del Corazón de Jesús. Lo mismo pasaba con otras congregaciones en Roma , que tomaban* el título de la Fe de Jesús , y seguían las prácticas de San Ignacio. Es el caso, que la Sociedad rena- cía, porque el Breve que había obtenido Pablo I de la Santa Sede se convertía en un estimulo otor- gado á los príncipes católicos, á quienes habían desvendado los ojos los últimos años del siglo xvm, y miraban á la Compañía de Jesús como la única corporación capaz de regenerar la educación pú- blica. Todos alimentaban en su alma el sentimiento de la reparación , especialmente los príncipes, que veían en Pío VII las mejores predisposiciones para ello. Convocóse legalmente en Rusia la asamblea de los profesos, y, reunida ésta, nombró á Gabriel de la Compañía de Jesús. 271) Gruber, General de la Compañía, y ratificada esta elección por el Emperador de Rusia, Alejandro, el primer cuidado del nuevo electo fué el de enca- minarse á San Petersburgo, con el objeto de fun- dar una casa de educación para la joven nobleza. El 30 de Julio de 1804 dirigió Pío VII al nuevo General de los Jesuítas el siguiente Breve: «Nues- tro muy querido hijo en Jesucristo, Fernando, rey de las Dos Sicilias , nos ha expuesto últimamente que le parecía muy útil para la buena dirección de la juventud de su reino, especialmente en las cir- cunstancias actuales, establecer en sus Estados la Compañía de Jesús , tal como existe en el imperio de Rusia, sometida á la regla de San Ignacio, la cual , entre los deberes que impone á los miembros de esta Sociedad , les prescribe particularmente la educación y enseñanza de la juventud en colegios ó gimnasios públicos. Y teniendo en considera- ción , como á ello nos obligan nuestras funciones pastorales, los deseos de S. M. el Rey de las Dos Sicilias, deseos que no encierran otro objeto que el bien espiritual y temporal de sus súbditos , y especialmente la mayor gloria de Dios y la salva- ción de las almas , de nuestra ciencia cierta y nues- tro pleno poder apostólico , después de una madu- ra deliberación , hemos resuelto ampliar para el reino de las Dos Sicilias el tenor de las dichas Le- tras Apostólicas dadas para el imperio de Rusia. »En consecuencia de lo cual, os autorizamos para 280 Conflictos y tribulaciones recibir , ya por vos mismo , ya por medio de nuestro querido hijo Cayetano Angiolini , procurador ge- neral, en el seno de la Compañía de Jesús , reins- talada por nuestra autoridad en San Petersburgo, en Rusia, á todos aquellos naturales del reino de las Dos Sicilias que deseen ingresar en ella. «Autorizamos igualmente á todos los miem- bros de la Compañía de Jesús , reunidos en una sola ó muchas casas, y viviendo según la primiti- va regla de San Ignacio, bajo vuestra obediencia y á la de vuestros sucesores, para educar á la ju- ventud en toda la extensión del reino de las Dos Sicilias , amaestrándola en las buenas costumbres, en la religión y en las bellas letras; autorizárnoslos asimismo para gobernar los colegios y seminarios, para escuchar las confesiones de los fieles, anun- ciar la palabra de Dios y administrar los Sacra- mentos, previa la aprobación del Ordinario; últi- mamente, unimos y agregamos los Jesuítas del reino de Nápoles , así como las casas , colegios y seminarios que establezcan, á la Compañía de Jesús instalada en Rusia , tomándolos bajo nuestra pro- tección y recibiéndolos bajo nuestra obediencia y la de la Santa Sede.» En 1804 expide Fernando IV un decreto reha- bilitando á la Compañía de Jesús, después de treinta y siete años de proscripción , y los Padres que du- rante el ostracismo habían aceptado la mitra, su- misos á los preceptos de San Ignacio, piden la de la Compañía de Jesús. 281 renuncia de sus dignidades y regresar á la humilde celda de sus casas profesas. Nápoles recibió con jú- bilo la rehabilitación; el mismo dia que se recibió allí el Breve comulgaron solemnemente SS. MM. el Rey y la Reina y los Príncipes de la familia Real. El Monarca dotó el colegio con una renta anual de 40,000 ducados; se crearon nuevos colegios, y acudieron muchos jóvenes al noviciado. Esta cir- cunstancia contribuyó á que en todas partes reso- nara el grito unánime del restablecimiento univer- sal de la Compañía de Jesús , para bien del pueblo, de la cristiandad y de la enseñanza. No obstante , los movimientos militares de 1806, la ocupación del trono de Fernando por José Bonaparte , condujo nuevamente á los Jesuítas al destierro; pero llamólos Pío Vil á sus Estados; aunque bien pronto se vió que el Pontífice y los Cardenales contemplaron sus bienes secuestrados por disposiciones del conquistador, y entonces la persecución religiosa fué general. El Pontífice mis- mo se vió envuelto en esta calamidad , la cual cesó tan pronto como desapareció el Gran Capitán del siglo xix. En 181 4 confesaba Pió VII que la anarquía de las ideas procedía de la desaparición de los Jesuí- tas, y se propuso restablecerlos en toda su pleni- tud. Veía que Europa se inclinaba á la restaura- ción ; que la extinción de los Jesuítas había sido el santo y seña para la venida de la revolución , y 282 Conflictos y tribulaciones que, después de haber sacrificado Clemente XIV á la Compañía de Jesús, no había venido la paz que él había invocado. Pío Vil enumeraba todas estas tempestades , y pensaba cada vez con más insis- tencia en el restablecimiento de la Compañía de Jesús. Al fin apareció la Bula de restauración , decla- rando que el mundo católico pedía con voz uná- nime el restablecimiento de la Compañía de Jesús, porque ya se habían conocido los abundantes frutos que había prestado al mundo con su doc- trina y su enseñanza. «Culpables nos creeríamos, dice la Bula, delante de Dios, de un grave delito, si , en vista de estos grandes peligros de la repú- blica cristiana, descuidásemos los auxilios que nos otorga la Providencia especial de Dios, y si, colocados en la barquilla de San Pedro, comba- tida y asaltada por medio de continuas borrascas, rehusásemos emplear unos remeros vigorosos y expertos, que se ofrecen espontáneamente á luchar contra las olas del mar que amenaza á cada ins- tante con el naufragio y la muerte,» Pió VII hacía en 1814 lo que hubiera querido practicar á su advenimiento al Pontificado , y de- claraba que todas las concesiones otorgadas úni- camente al imperio de Rusia y reino de las Dos Sicilias , se extendiesen en adelante á todos sus Estados , y , por lo tanto , otorgaba á Tadeo Bzro- zouski, General á la sazón de la Compañía, todos de la Compañía de Jesús. 283 los poderes concernientes y necesarios para poder libre y lícitamente recibir y acoger á cuantos de- seasen ser admitidos en la Orden regular de la Compañía de Jesús. Consentía que se aplicasen á la enseñanza de la juventud, educándola en los principios de la religión católica. Dábales autori- zación para escuchar confesiones , predicar la pala- bra divina y administrar los Sacramentos en los lugares de su. residencia. Exhortábales á que ob- servasen con puntualidad las reglas de San Igna- cio, su gran fundador, y suplicaba á los Principes, Obispos y demás dignidades eclesiásticas no mo- lestasen ni consintieran que fuesen molestados estos Padres. Esta Bula fué promulgada en la iglesia del Gesú, y en presencia de todo el Sacro Colegio y de los patricios romanos , recibiéndola de manos del Sumo Pontífice el P. Panizoni , Provincial de Italia y General interino. La Compañía de Jesús apareció después de una gran tormenta revolucio- naria , distinguiéndose España en ser la primera que abrió de par en par sus puertas á la Orden de San Ignacio. El nieto de Carlos III expidió un de- creto en 29 de Mayo de 1815, mediante el cual restablecía en su reino la Compañía de Jesús , y los demás soberanos católicos, á excepción del príncipe del Brasil , Regente á la sazón de Portu- gal, se adherían al contenido de la Bula promul- gada en 7 de Agosto. 284 Conflictos y tribulaciones Nuevas borrascas tenían que levantarse contra los Jesuítas restablecidos; pero supieron contra- rrestarlas los hijos de San Ignacio con el auxilio, hasta de los mismos protestantes , víctimas tam- bién de la Revolución , y educados en la escuela del desengaño. Dallas , protestante ingles , excla- maba en sus escritos: «¿Se han visto jamás salir de los colegios de los Jesuítas doctrinas semejan- tes á las de lasescuelas modernas? ¿Han preco- nizado nunca la soberanía del pueblo bárbaro y todas sus fatales consecuencias, como lo verifican hoy en nuestras universidades protestantes? La experiencia nos ha hecho conocer cuánto han pro- gresado las doctrinas anárquicas irreligiosas desde la supresión de los Jesuítas». Con efecto: á la fe había sustituido la razón; no se vieron unidas las dos , sino completamente separadas. Volvió á emplearse el ultraje y la ca- lumnia; pero los jesuítas combatieron sin tregua. Treinta y cuatro Pontífices , desde Pablo III hasta Gregorio XVI , han ocupado la Silla Apostólica , y solamente tres ó cuatro desacordaron con los Je- suítas sobre algunos puntos del Instituto; pero su oposición procedía más bien de ideas particulares que del conjunto de las Constituciones , si bien no por eso dejaron jamás de apreciar á los Padres. En cada una de las Sillas episcopales encuentran los Jesuítas , como en cada uno de los jefes de los ejércitos, un patrono, un admirador y un amigo. de la Compañía de Jesús. 285 Los Jesuítas han sido el antemural del cristia- nismo; han muerto para la Iglesia después de una lucha de doscientos treinta años , y han sucumbi- do á impulsos de una coalición inmensa , que se agrupó bajo la enseña de la incredulidad , que tomó á la justicia humana por estribo y á los re- yes por cómplices. Entonces fué cuando se halló un Papa que, esperando amortiguar la cólera des- encadenada , se dejó violentar y sacrificó á la Or- den de Jesús. La lucha inaugurada por la revolución de 1793 no ha cesado todavia. La Francia republicana, á pesar de haberse visto ahogada por el dogal del comunismo un período de tiempo , antes que escarmentar de aquella tremenda catástrofe , que estuvo á punto de arrebatar su nacionalidad, em- plea el sistema de las concesiones , y en los mo- mentos en que las Cámaras decretan el perdón para los incendiarios de París y los asesinos de las más altas dignidades de la Iglesia francesa, se decreta la expulsión de los Jesuítas , para acu- dir á los Estados Unidos, á la Suiza democrá- tica, á las provincias inglesas, que los llaman con encarecimiento para popularizar la buena ense- ñanza. La política , la sociedad filosófica de Eu- ropa, atraviesa un periodo triste de perversión. EPÍLOGO. a nación francesa ha tenido siempre el ins- tinto de singularizarse, para dar al mundo grandes espectáculos , y en nuestros dias ha ofrecido uno que asombra por su naturaleza y por su extraordinaria singularidad. Francia pre- sentaba el espectáculo de contener cuatro mil ciu- dadanos , cuatro mil religiosos , que , reunidos apaciblemente en sus casas , bajo la protección de las leyes , practicaban una regla aprobada por la Iglesia , ejerciendo cargos útiles al Estado , y dis- frutando desde tiempo atrás de la confianza de los Reyes y de la estimación de los pueblos. Hoy se ven condenados sin haber sido escuchados, y, presa del oprobio y de la injusticia , despojados de su nombre y de sus bienes. 288 Conflictos y tribulaciones Una institución que tiene por principio el en- tusiasmo y por medios el fanatismo; usurpaciones odiosas bajo el nombre de privilegios ; las leccio- nes del regicidio por doctrina , y por regla de cos- tumbres el arte de corromper: he aqui el tema escogido para condenar á los Jesuítas. Este es el punto que sirve de base para atacarlos; por eso es necesario defenderlos. Hasta el presente, detenidos por justos motivos y por prudentes consejos , no han levantado su voz, y si algún particular lo ha hecho, ha sido por un acto espontáneo , ajeno á excitación de la Com- pañía. Los que han escrito contra los Jesuítas, con ligeras excepciones, lo han verificado al amparo del anónimo ; este velo tan sospechoso á sus jue- ces, tan dañoso á su causa, hemos procurado le- vantarlo hoy; y puesto que la religión de la que son ministros , el estado del que son miembros, el cuerpo episcopal que los protege, el público que los observa , lo que deben á sus amigos , lo que se deben á sí propios , el honor , la virtud , el interés, todo, en una palabra, les manda , les prescribe una justificación, nada más conveniente , que presen- tar el libro que acabamos de escribir. Esta obra no ha sido ni el panegírico de los Je- suítas ni la sátira de sus enemigos; porque un elo- gio no es una justificación , ni las invectivas hacen oficio de pruebas. ¿Qué ha podido exigirse de nos- otros en el curso de esta historia ? Hechos ciertos ; de la Compañía de Jesús. 289 principios verdaderos , y los hemos presentado. Nos ha precedido la buena fe en todas nuestras consideraciones. Un favor tenemos que pedir á los que nos lean; que no nos repasen bajo el silencio de la pre- ocupación y amparados con la calma de las pasio- nes; no rebelarse contra la objeción ni contra la respuesta ; consultar la razón y la conciencia , y no juzgar por el ejemplo ó la prevención, no tenerlo ya todo rechazado antes de haber meditado. El gusto á la verdad engendra principios, y el espíritu de partido los hace ; el primero se alimen- ta de observaciones y con las realidades, y el se- gundo se nutre de apariencias y de conjeturas; la precipitación y la ira caracterizan á éste , mientras que aquél se anuncia por una sabia lentitud y por un espiritu reflexivo ; el uno toma su origen en el sentimiento de la rectitud y en un corazón due- ño de sí mismo , y el otro en una pasión viva ó en una imaginación acalorada. ¿No es , por ventura , la llama de una imagi- nación ardiente ó de una violenta pasión la que ha hecho brotar contra los Jesuítas tantos escritos sa- tíricos que desaprueba la verdad y que la mode- ración condena? De este manantial han salido esas pinturas cuyas imágenes se han complacido en desfigurar tantas manos. Dejemos que la calumnia agote toda su hiél , que nosotros nos hemos limi- tado al examen apacible, fundado en hechos his- tomo 11. 19 290 Conflictos y tribulaciones tóricos, razonado y fecundo. Sin otra elocuencia que la calma, sin otro colorido que la evidencia, hemos procurado justificar á los Jesuítas de todas las acusaciones intentadas contra su Instituto y contra su doctrina , y de manera que impere en nuestras observaciones la equidad en la disculpa, la indiferencia en las quejas, y la autoridad para sostenerlos. De todas maneras , la publicación de este libro es el último grito de su inocencia , que escucha- rán todas las almas virtuosas que se estremecen todavía al aspecto de la injusticia; estos corazones sensibles que se abren siempre á la voz de la hu- manidad ; estos espíritus rectos á quienes el presti- gio de la irreligión no ha podido aún fascinar. Este grito penetrante llevará la emoción á las entrañas de los jueces, el remordimiento á la conciencia de sus acusadores; acaso despierte el amor y la grati- tud de los pueblos al recuerdo de tantos servicios prestados por los Jesuítas ; este grito resonará en el recinto de los templos, testigos de su celo; en me- dio de los colegios, testigos de sus trabajos; en el fondo de los hospitales y de las prisiones , testigos de su caridad: resonará entre los católicos , á quie- nes ellos han instruido; entre los herejes, á quie- nes han combatido; entre los idólatras, á quienes han evangelizado : resonará en las Universidades. Sí; si los Jesuítas no pueden hacerse escuchar en su nación, en su siglo, se harán escuchar al menos en ik la Compañía de Jesús. 291 las naciones extranjeras y en los siglos venideros. Los extranjeros sabrán hasta qué punto hombres que nacieron justos y humanos, llegaron á ser los primeros héroes de la cristiandad; y la posteridad leerá la historia de la destrucción de los Jesuítas, verificada en un siglo que se llamaba el siglo de las luces, de la tolerancia y de la humanidad , así como ahora leemos nosotros la>elación de aquellos acon- tecimientos que forman época en los siglos de la ignorancia, del fanatismo y de la barbarie. Los que se proponen desacreditar la religión, afectan confundirla con los abusos que son extra- ños á ella, y los que quieren desacreditar el Insti- tuto , afectan confundirle con privilegios y Bulas que no forman parte de él. Estos privilegios y estas Bulas son obra de los Papas, de lo cual no es nuestro propósito hablar, sino del Instituto de la Compañía de Jesús. San Ignacio dejó á sus discípulos un Código, un modelo de perfección para la santidad de la vida, y por regla de conducta las lecciones de la sabiduría. Esta sabiduría ha presidido á los decre- tos emanados de las Congregaciones generales y á los reglamentos trazados por los Generales que se han sucedido. Ambas cosas son el fruto de la experiencia y la obra de la reflexión. El tiempo, que es el destructor de todas las legislaciones y de todos los gobiernos, es también su perfeccionador. Entre los Generales que , sin cambiar en nada 292 Conflictos y tribulaciones el edificio levantado por el fundador , han contri- buido más á afirmarle, Lainez merece el primer lugar. Llevó la luz á muchos artículos de las Cons- tituciones. Confidente de Ignacio durante la vida del Santo , fué después de su muerte su sucesor y su intérprete á la vez. Era un teólogo hábil y un religioso modesto ; rehusó el honor de gobernar la Iglesia, contentándose con servirla. Después de Lainez, Acquaviva comprendió mejor que nadie el espíritu del Santo fundador; fué un Padre tierno que se alarmaba , un jefe aten- to que preveía , un alma recta, un ingenio eleva- do y con alejamiento sincero de la ambición , de las vejaciones y del despotismo. Lo que decimos de Acquaviva y de Lainez , no armoniza con el retrato desventajaso que ha trazado un pincel más atrevido que fiel; pero, ¿cuándo la verdad ha estado de acuerdo con la pasión? La historia ha demostrado que Lainez era tan modesto como sabio , y que Acquaviva reunía al mérito de un nacimiento distinguido , el mérito de una sencillez religiosa. La ambición que se imputa al primero descansa en el testimonio de un monje audaz , censurado por la Iglesia , y el despotismo que se imputa al segundo , en la conocida super- chería de un impresor codicioso, que quince años después de la muerte de Mariana se atrevió á po- ner bajo el nombre de este Jesuíta , célebre por la riqueza de su imaginación , una sátira atroz con- de la Compañía de Jesús. 293 tra la Compañia de Jesús. Un Wechel , un Fra- Paolo , son los únicos garantes que se citan para acreditar esta doble impostura. Garantes sospecho- sos, citas infieles, hechos apócrifos, razonamien- tos insidiosos: estas eran las autoridades de los li- belos lanzados contra el Instituto. Añádase á todo esto la existencia de un siglo soberbio, una declamación fastuosa y rápida, el espíritu de partido enmascarado con el celo , la palabra patriotismo mezclada con el lenguaje de la rebelión , algunas veces con el puñal de la sá- tira oculto bajo el manto de la moderación ; otras veces el veneno de la calumnia sazonado con las dulzuras del lenguaje; en todas partes el interés de la filosofía velado con el interés de la religión: no se necesitaba tanto para imponer á un siglo en que la virtud no existía ya más que en las exterio- ridades, donde la paradoja hacía oficio de verdad, donde la ignorancia se erigía en censor, el vicio en reformador, el pirronismo en oráculo. Pero si estos libelos han divertido al público prevenido , han in- dignado al público imparcial. Atácase á los Jesuítas por la singularidad de su Instituto. San Benito, San Bruno, Santo Domin- go, San Francisco establecieron un Instituto; San Ignacio estableció otro; los primeros fueron hom- bres singulares , hicieron cosas singulares para su tiempo, y nadie los ha vituperado; ¿por qué vi- tuperar á los segundos? 294 Conflictos y tribulaciones Para probar los vicios de la Compañía de Jesús, apelan sus enemigos á la guerra que declaró al Instituto la Universidad de París. La Universidad de París , que se llamó la hija de los reyes , tuvo su fundamento para ello. Los colegios de los Je- suítas superaron á la Universidad, por la celebridad de sus profesores y por la multitud de escolares que acudían al lado de los Jesuítas. Se ataca el espíritu de corporación que impri- me el Instituto á todos los Jesuítas. ¿Es, por ven- tura, un espíritu de facción para perturbar el Esta- do, un espíritu de independencia para derribar los tronos, un espíritu de cisma para dividir el altar? No; es la unión , el celo, el concierto para la glo- ria y para el buen régimen de la Compañía. ¿Se pretende que sea un crimen unirse para sostener el honor , defender los intereses y cumplir con sus deberes? Si este es un crimen á los ojos de los enemigos de los Jesuítas , que acusen al universo. Para condenar este espíritu de corporación en los Jesuítas, era necesario probar que el fin de su Ins- tituto es criminal , que los medios que emplea son ilícitos , los efectos que produce son funestos. De aquí puede deducirse que, lejos de vituperarse este espíritu de corporación entre los Jesuítas, debe elogiarse, porque representa la unión, la concordia, el amor al trabajo y el celo del bien público , lo que debía practicarse en todas las Ór- denes y en todas las condiciones , á fin de reani- de la Compañía de Jesús. 295 mar por todas partes una noble emulación y ase- gurar por este medio un fondo inagotable de recursos para la Iglesia y para el Estado. Se ha demostrado también la unión y la espe- cie de confederación de muchos Parlamentos con- tra los Jesuítas , y las sentencias que contra ellos se han decretado ; como si la alianza y la confedera- ción de muchos Principes fuesen una prueba cierta de que el pueblo no ha cometido un error. Como si el Instituto fuese, responsable de todos los abu- sos , de ciertos privilegios con los cuales se le ha confundido , y de la maldad de los magistrados, de la precipitación con que se les ha denunciado, sin haberles examinado ó sin haberles compren- dido, y el rigor con que se les ha juzgado, sin conceder á los Jesuítas el derecho de defenderse. Como si las sentencias de los hombres, por respe- tables que fuesen, se venerasen como los jui- cios de Dios, y hubiese una fe para la justicia lo mismo que existe para la religión. Como si abrien- do los registros de todos los tribunales y los ana- les de todas las naciones, no se encontrase alguna sentencia contradictoria , alguna medida reprensi- ble por parte de los jueces, aun los más ilustrados y los más incorruptibles. Hablan del odio que suponen que el público profesa á la Compañía de Jesús. ¿Es este odio tan general que los Jesuítas carezcan de amigos? Si se miden los sufragios de los unos con la aversión 296 Conflictos y tribulaciones de los otros, ¿no son superiores los primeros? La desgracia común á todas las corporaciones religio- sas, ¿es un vicio particular á la de los Jesuítas? ¿Existe sociedad, por respetable que sea, contra la cual no se haya levantado el público abierta ó secretamente? Se la considerará tal vez en par- ticular, y se la aborrecerá como corporación ; y la razón es muy obvia : el carácter de un particular puede adquirir simpatías, y el crédito de una cor- poración entera puede hacerse t^mer; un particu- lar, comúnmente, comparte su interés con pocos individuos para excitar la envidia , y combate las pretensiones con pocas personas para irritar el amor propio , al paso que una corporación com- bate las pretensiones de muchas personas y di- vide el interés con mucha gente, para que el interés no se conmueva vivamente y se inflame la envi- dia, Ahora bien: como por sus diferentes cargos la Corporación de los Jesuítas es una de aquellas que divide sus intereses con muchas gentes y combate las pretensiones de muchas personas , es una de aquellas que tiene más enemigos ardien- tes, á quienes subleva el amor propio, de estos enemigos implacables que suscita la envidia. La envidia armó en otro tiempo contra la Compañía de Jesús á varios profesores de la Universidad de París, algunos eclesiásticos de segundo orden, y varios particulares de diferentes sociedades monás- ticas , mostrando á los Jesuítas los profesores de de la Compañía de Jesús. 297 la Universidad como hombres que arrebataban la instrucción de la juventud; á los eclesiásticos, como hombres que dividían con ellos las funciones de su ministerio; á las Órdenes monásticas, como hombres que compartían con ellos los privilegios de los Papas y la consideración de los pueblos. El amor propio armó contra los Jesuítas á los luteranos, á los calvinistas, á los novadores, á los libertinos, á los impíos, mostrando á los Jesuítas como hombres destinados para combatir la here- jía , á los novadores como hombres nacidos para combatir el cisma , á los libertinos como hombres destinados para combatir la licencia, á los impíos como hombres nacidos para combatir la irreligión; de lo cual se desprende naturalmente que los Je- suítas aparecieron para combatir todos los errores y todos los vicios. Se ha pretendido presentar al Instituto como un secreto de Estado y un misterio de religión. Esta ha sido siempre la primera acusación , pero sin prueba. Los secretos de Estado encerrados en algunas cabezas juiciosas para no salir de ellas nunca, viven y mueren en la sombra y en el silen- cio; pero el Instituto de los Jesuítas ha sido ex- puesto en las bibliotecas, impreso multitud de veces, presentado á los Concilios, discutido en los palacios , propagado en las casas religiosas , elo- giado, censurado , analizado, traducido, y jamás ha permanecido envuelto en el silencio. Salió de 2gtí Conflictos v tribulaciones las manos de Ignacio, que lo creó, y de las manos de Pablo III, que lo aprobó. Se ha dicho también que son pocos los Jesuí- tas que tienen el derecho de leer y conocer el Ins- tituto. Esta es otra acusación quecarecede prueba: el Instituto se explica á los Jesuítas durante el noviciado; se les explica durante el curso de sus estudios ; se lee una parte del mismo durante la comida á los principios de cada mes, y se encuen- tra expuesto en sus bibliotecas, y pueden tenerle en sus celdas para conocerle á fondo y consultarlo. Se ha supuesto igualmente que existe una regla que ordena considerar toda duda contra el Instituto como la más peligrosa de las tentacio- nes. ¿ Dónde está la prueba? La regla que se cita se encuentra en los libelos, y no en el Instituto. Se encuentra solamente en el segundo tomo del Ins- tituto una instrucción de Acquaviva, en la que se dice que es conveniente considerar toda duda con- tra el Instituto como una duda peligrosa. ¿Hay observación más juiciosa? ¿El bien de un Estado, cualquiera que sea , no exige que se sigan sus pre- ceptos? ¿Se puede seguirlos sin respetarlos? También se afirma que el Instituto no tiene es- tabilidad , y que puede cambiarse por el General ó por las Asambleas generales. ¿ Dónde está la prueba? En ninguna parte. El canon segundo de la Congregación exige que antes de deliberar so- bre algún cambio propuesto por una Congrega- de la Compañía de Jesús. 299 ción provincial , obtenga el acuerdo de más de la mitad de los sufragios, y que, después, la Congre- gación general no pueda estatuir por un decreto el referido cambio en el Instituto , á menos que las dos terceras partes de los diputados no con- sientan en ello. Estas sabias precauciones, ¿no po- nen la estabilidad del Instituto al abrigo del capri- cho ó de la inconstancia ? La institución de- los Jesuítas fué elogiada por el Concilio de T rento , que dijo , hablando de los Jesuítas, que no pretendía innovar nada, ni im- pedir que los clérigos regulares de la Compañía de Jesús sirviesen al Señor y á su Iglesia según su piadoso Instituto, que habia sido aprobado por la Santa Sede. En este Concilio se encontraron más de doscientos cincuenta diputados , nueve Carde- nales , siete legados de la Santa Sede , diez y seis embajadores ó enviados de emperadores, reyes y repúblicas , y príncipes soberanos , tres patriar- cas, más de doscientos ochenta arzobispos ú obis- pos , ocho generales de Orden , abades , juris- consultos , abogados consistoriales , protonotarios apostólicos , doctores en teología de todas las na- ciones, de todas las Universidades y de todas las Ordenes religiosas. Esta augusta Asamblea fué lo más escogido de lo que existía de más poderoso y más brillante en la Iglesia. Prelados poderosos, no pudieron ser los esclavos del temor ; teólogos ilus- trados , no pudieron ser los órganos del error. El 3 00 Conflictos y tribulaciones elogio que el Concilio de Trento hizo del Instituto no fué, por consiguiente, dictado por el temor ni por el error, sino por la persuasión y por la verdad. Tantos seres pensadores , tantas maneras de pensar ; tantos seres sensibles , tantas maneras de sentir. Raramente un mismo objeto imprime en dos espíritus la misma idea, en dos corazones el mismo sentimiento. La pasión , es decir, la nece- sidad más ó menos vehemente de ciertos senti- mientos, y la prevención , ó, lo que es lo mismo, la costumbre más ó menos inveterada de ciertas ideas, constituyen las raíces fecundas de donde bro- tan tantas ideas falsas y tantos sentimientos desor- denados. Si se quiere destruir el efecto, es menester extirpar la causa. Cuando nuestro espíritu está turbado , se turba todo el espectáculo de la natura- leza delante de nosotros; que se aclare nuestra mirada, la naturaleza adquiere su calma y nos pre- senta las escenas más interesantes. Nosotros diremos , pues , á nuestros lectores: para considerar la institución de los Jesuítas , no basta tener ojos; no basta que estos ojos sean pe- netrantes ; es necesario, además, que no nos ofus- quen la pasión ni las prevenciones. Sin esto , no verán nada al natural ni nada en el fondo. La ins- titución de la Compañía de Jesús se propuso el interés de Dios, el interés político-social y el inte- rés particular, de una manera honesta y conve- niente para los pueblos y la cristiandad. de la Compañía de Jesús. 301 Los Jesuítas encontraron medios para procu- rar por la gloria de Dios, cuyos medios fueron el voto de pobreza , el de la castidad y el de la obe- diencia. Ellos mortificaron sus sentidos y renun- ciaron á los honores; fueron los más ardientes pro- pagadores de la fe , observadores perfectos del rezo y de la oración , ejemplos asiduos de caridad cris- tiana y autores de libros de piedad y de enseñan- za. Sabios consejeros en el confesonario , apósto- les ardientes en la predicación , imparciales en sus congregaciones, austeros en el retiro, y mártires evangélicos en sus misiones. Estos privilegios atentatorios á los derechos de los soberanos y al orden de la jerarquía, que los Papas no han podido conceder sin injusticia, que los Jesuítas no han podido pedir sin temeridad, y que , formando parte del Instituto , bastan para condenarle , no son más que concesiones en favor de la Congregación, esencialmente distinguidas de la institución; concesiones revocadas y desde enton- ces nulas, ó recibidas y desde entonces respetadas, ó no admitidas y desde entonces inútiles. Concesio- nes que los Soberanos Pontífices han tenido el dere- chode conceder en susEstadosen calidad de Prínci- pes, y en la Iglesia en calidad de Papas; que los Je- suítas han tenido el derecho de pedir, no por el inte- rés de una criminal independencia, sino en interés de una libertad necesaria ; concesiones cuyo uso ha sido indispensable en algunos países, útil en otros. 3 02 Conflictos y tribulaciones La tiránica inquisición de que se les acusa, ejercida por los superiores sobre la conciencia de sus inferiores, no es más que un estudio discreto de sus disposiciones y de sus fuerzas, que tiene por objeto una prudente distribución de los car- gos y una dirección ilustrada de los asuntos. Ese espionaje odioso , destructor de la confian- za y corruptor de las almas, que dicen han em- pleado los Jesuítas , no es otra cosa que una cen- sura amistosa, una corrección fraternal, que dirige la equidad , que atempera la caridad , que previene grandes faltas revelando las pequeñas, y que tie- ne por objeto el sostén de la disciplina y el aumento de la perfección religiosa. Finalmente: la institución de los Jesuitas, que, según sus enemigos , no procura más que su inte- rés particular, y que para satisfacerle no rechaza ningún medio, no es más que una institución que no procura solamente su bien. particular , sino el interés público y el interés de Dios; que emplea para su bien particular medios que tienden á todo lo honesto; para el interés público, medios que tienden á lo útil , y para el interés de Dios , medios que tienden á lo perfecto. Después de todo lo que apuntamos, y de otras muchas cosas que omitimos, ¿será 'sorprendente que los hombres más grandes de la tierra, como un Bacon , un Sixto V , un Richelieu ; que los más grandes Prelados, como un Baronio, un du Per- de la Compañía de Jesús. 303 ron, un Bossuet; que los más grandes San- tos, como un Carlos Borromeo, un Francisco de Sales; que los más grandes príncipes, como un Enrique IV, un Luis XIV, un Fernando II, un Sobieski ; que el clero de todo el mundo, la Iglesia universal, una serie dilatada de Pontífices, un Concilio ecuménico ,' tantas naciones dos siglos enteros hayan aprobado, autorizado y preconizado esta Institución? Y, sin embargo, sobre ella se ha lanzado todo linaje de imputaciones las más odiosas, cuya de- fensa se prohibió bajo las penas más rigurosas. Esta Compañía, que ha sido constantemente la escuela de las ciencias y de la virtud, es á la que han querido convertir en el presente siglo como la escuela de la ignorancia y de la maldad; una Compañía educada por la religión , protegida por la razón , se la ha querido abatir contra el voto de la razón , contra el voto de la política y contra el voto de la religión. Es necesario vengar el honor de un Instituto que la mano de los Pontífices marcó con el sello de la veneración , y que la mano de los verdugos marcó con el sello de la ignominia. Compadezca- mos á los infortunados Jesuítas de Francia, á quie- nes la violencia arranca de sus asilos ; es menester justificar las prácticas que los Jesuítas colocaron en la categoría de las virtudes , y que se han apun- tado en la lista de los crímenes. 304 Conflictos y tribulaciones ¡Política ilustrada! ¿Sufriréis sin quejaros que se derrumben á vuestros ojos los cimientos en que descansan la seguridad de los particulares y la estabilidad de las corporaciones , la obediencia de los pueblos y la autoridad de los jueces? ¿Que se destruyan establecimientos que se formaron para el sostenimiento de las buenas costumbres y para la gloria de las naciones? ¿Que se sequen las fuentes de tantas instrucciones necesarias , y se corten de raíz tantos trabajos útiles? ¿Que se aho- gue el germen, que se disperse la semilla de don- de se han visto brotar tantos hombres célebres? ¿Que quiten á la juventud sus guías seguros, á las familias sus consuelos , á los desgraciados sus intercesores, á los religiosos sus cooperadores y émulos, á los altares un cuerpo de ministros celo- sos , y al trono un cuerpo de subditos leales , á la patria un cuerpo de ciudadanos irreprensibles y laboriosos? Es doloroso que se haya visto perseguida una Compañía por hombres cuyo mayor número le deben su educación y sus talentos; que quieren desprestigiarla en lo mismo que ella se ha esforza- do en ilustrar. Hombres que representáis al siglo, no representéis los ultrajes que se han hecho á la verdad; no consintáis que las suposiciones se transformen en principios; que las falsificaciones sustituyan á las pruebas; que la realidad se des- truya por la apariencia; que la experiencia se in- de la Compañía de Jesús. 305 mole á la posibilidad.... ¡No seáis los representan- tes de la injusticia! Tengamos confianza: la cuchilla de los verdu- gos que lo puede todo sobre la cabeza de sus víc- timas, no puede nada sobre los corazones de los Jesuítas; por eso la Institución aparece siempre entera. FIN DEL SEGUNDO Y ULTIMO TOMO. TOMO II. 20 OBRAS que se venden en casa del mismo editor, D. A. Jubera. Biblioteca predicable, ó sea colección de sermones pane- gíricos, dogmáticos, morales y platicas para todos los domingos del año y para la Santa Cuaresma, por don Emilio Moreno Cebada. Con las licencias ordinarias. Obra a preciabilísima , y de la que quedan muy pocos ejemplares. Once tomos en Í.° mayor 50 pesetas. Leyendas y tradiciones populares di; todos los países sobre la Santísima Virgen María, recogidas y ordenadas por una sociedad religiosa, con licencia y previa censura de la autoridad eclesiástica. Un tomo "en 4.° mayor muy abultado, con laminas sueltas 6,2o pesetas. Misal romano completo en un tomo, con laminas: su precio 17,5U pesetas. Misal romano completo en dos tomos, con laminas: su precio '. 25 pesetas. Misal romano completo en cuatro tomos , con laminas : su precio 3o pesetas. Misal compendiado en un tomo, que contiene las Misas de todos los días festivos del año, las de los patronos de to- das las diócesis de España y otros reinos, con las comu- ues, votivas y oraciones diversas, y otras Misas de San- tos de general devoción, con laminas 15 pesetas. Misal abreviadísimo, que contiene el Ordinario de la Misa, las Misas comunes, votivas y de difuntos, con las ora- ciones diversas por vivos y difuntos, y otras para reci- bir los santos sacramentos de Penitencia y Comunión, con laminas 5 pesetas. Semana Santa ó Mayor y Semanas de Resurrección y Pen- tecostés. Un tomo, con laminas 7,50 pesetas. La diferencia entre las tres clases de Misales com- pletos que tenemos, consiste sólo en lo más ó menos grueso de la letra que para su impresión se ha em- pleado. 2 La abeja, sus costumbres, trabajos y productos, por Luis Alvarez Alvistur. Un tomo con grabados tomados fiel- mente del natural 1 peseta. Para dar una idea de lo que es esta preciosa obrita, ponemos á continuación el índice : La abeja.— Vida y costumbres del insecto, sus enfer- medades, modo de evitarlas y de obtener su curación. — Trabajos del insecto. — Miel y cera.— Colmenas. — Explo- tación y utilidades de un colmenar. — La abeja y la avispa. — Carta epilogo. Historia descriptiva, artística y pintoresca del Real Monas- terio de San Lorenzo, comúnmente llamado jel Escorial, por D. Antonio Rotoudo. Esta obra consta de un volu- minoso tomo en folio imperial , exornado con millares de grabados y láminas en negro y decolores. 10i> pesetas. Para poder admirar y comprender las grandes bellezas artísticas y monumentales de esta Gran Basílica, es in- dispensable tener la obra que anunciamos : pues con ella, hasta sin hacer un viaje para ver esta maravilla, se tiene un exacto conocimiento de su grandeza y magnificencia. Tipografía espaiiola, ó historia de la introducción, propa- gación y progresos del arte de la imprenta en España, á la que antecede una noticia general sobre la imprenta de la Europa y de la China : adornado con grabados, notas instructivas y curiosas, y un gran cuadro cronológico de los lugares en que se ejerció el arte tipográfico en el si- glo xv, con la indicación de la primera obra , con la fecha en que se dió á luz en cada punto y del primer impresor. Su autor, Fr. Francisco Méndez. Segunda edición corre- gida y adicionada por D. Dionisio Hidalgo. Un tomo en 4.° mayor 12,50 pesetas. La primera edición de esta obra se hizo rarísima, y de esta segunda edición quedan muy pocos ejemplares. El Genio del Cristianismo ó bellezas de la Religión cristia- na, por el vizconde de Chateaubriand. Dos tomos en 4.° con 23 láminas, y un magnífico cromo representando la Sacra Familia. fi pesetas. Esta obra, muy bien traducida y con abundantes no- tas, es muy á propósito para regaios á las familias cris- tianas. Teatro de los ciegos. Nuevo y muy sencillo sistema de re- presentaciones dramáticas por los ciegos, practicable, sin aparato ni gasto, en cualquier casa. Van á continua- ción algunos diálogos como primeras muestras en que ensayar el sistema, por D. Francisco Cutanda, de la Academia Española Obra curiosísima y entretenida. Un tomo en 8.° 1,50 pesetas. Prontuario de la Teología Moral, por D. Miguel Sánchez, presbítero. Segunda edición. Con aprobación de la auto- ridad eclesiástica. Un tomo en 4.°, de mas de 800 pagi- nas á dos columuas 8,50 pesetas. Este Prontuario de. la Teología Moral no es ni aspira á parecer una obra nueva en su ¡ioctriua. Por el contrario, su autor , que esta firmisimamente persuadido de que en materias religiosas y morales la verdad se halla en lo an- tiguo y el.error en lo nuevo, ha puesto todo su conato en no decir nada que no tenga tanta antigüedad como la Di- vina Tradición, que, comenzando en San Pedro, llega hasta Pío IX, y continúa y continuará hasta el fin de los siglos. Nuestra obra está escrita según los principios de Santo Tomás, y con arreglo á las doctrinas de los dos grandes intérpretes de Santo Tomás, los Salmaticenses y San Al- fonso de Ligorio. Respecto a Santo Tomas, nadie ignora que es el Sol de las Escuelas, el Principe de la Teología y el Maestro por excelencia. El Papa Juan XXII, al canouizarlo, ase- guró que había hecho tantos milagros como artículos ha- bía escrito para su Suma Teológica, y el mismo Jesucris- to, como complaciéndose en la doctrina del Doctor Angélico, que es, por decirlo asi, el compendio de toda la doctrina de los Santos Padres, la aprobó y aplaudió, diciendo: Tomás, bien has escrito de mi. El propio Lutero lo encomiaba, sin quererlo, cuando, impulsado por su desesperación y su odio al Catolicismo, exclamo : « Suprimid a Santo Tomás, y yo destruiré la Iglesia de Cristo». Tolle Thomam, et Christi Ecclesiam scindam. Por lo que se refiere á los Salmaticenses , no se nece- sita más que indicar que su Curso de Teología Moral es la obra que mas cita, y cuyas doctrinas con mas fre- cuencia sigue San Alfonso de Ligorio. En efecto : no hay una sola pagina de la Teología Moral de San Alfonso en la cual no se encuentre muchas veces el nombre de los Salmaticenses. Pudiera afirmirse, sin temor de errar, que la grande obra de San Alfonso no es otra cosa que un s excelente extracto, o un admirable comentario de la grande obra de los Teólogos de Salamanca. En fin, por lo que atañe á San Alfonso de Ligorio, la Sagrada Penitenciaria declaró en 1831 que todas sus opiniones podían enseñarse sin peligro en las cátedras, y seguirse con seguridad en la practica del tribunal de la Penitencia. Tales son las fuentes de nuestra doctrina. Y adviértase que, no sólo seguimos á Santo Tomás, los Salmaticenses y San Alfonso de Ligorio, sino que, como si no nos atreviésemos a hacer ninguna afirmación sin apoyarla en su autoridad, los citamos á cada paso y con completa exactitud. Las ventajas que ofrece nuestra obra son las si- guientes : 1. a Está escrita con arreglo a los últimos decretos dogmáticos, morales y disciplínales de la Santa Sede, ó sea teniendo en cuenta la Bula Auctorem fidei, de Pío VI: la Encíclica Mirari, de Gregorio XVI; el Syllabus, de Pío IX; los Decretos del Concilio Vaticano, las Bulas Apostolicae Sedis, Dunt Infidelium, y todos los demás Breves y Bescriptos de Pío IX, y todas las respuestas que han dado en los últimos tiempos y hasta nuestros días las Sagradas Congregaciones. 2. a Becordando y comparando las leyes santas de la Iglesia y las actuales leyes del Estado, se explica cuál es la situación de las relaciones entre las potestades ecle- siástica y civil. 3. a Al tratar de la prudencia del confesor, se expone con el necesario detenimiento la conducta que debe se- guirse con cada uno de los penitentes, cualesquiera que sean su posición y la índole de sus culpas ó errores. 4. a Para que con facilidad pueda refutarse un error execrable que los incrédulos y los libertinos intentan propalar en nuestros días, se dedica una disertación es- pecial á la defensa del celibato eclesiástico. 5. a Al hablar de los deberes del cura párroco, se ma- nifiesta , con la exlensión conveniente , como debe ser la predicación parroquial, y qué recursos podran poner en juego los párrocos para poder desempeñar su tan delica- da como ardua misión en las presentes circunstancias. 6. a Un tratado especial, en el cual, impugnándolo, se examina el matrimonio civil, se demuestran sus absur- 5 das y monstruosas consecuencias, y citando al intento las últimas declaraciones de la Sagrada Penitenciaría, se exponen las reglas que en la práctica han de seguirse. 7. " Un tratado particular de la Bula de la Cruzada, en el cual , recordando todos los antiguos privilegios , se fija la atención en los nuevos, para que se pueda compren- der bien la grandísima diferencia que existe entre unos y otros, pues que la nueva Bula, en muchos puntos esenciales y de jurisdicción, difiere bastante de la an- tigua. 8. ' Una exposición ó disertación apologética del Syl- labus , en la cual se señala el origen y naturaleza del error que en cada Proposición se condena , y se demues- tra la verdad católica que , por el contrario , se esta- blece. 9. a y última. En todas las cuestiones que pudieran llamarse de actualidad, se expone lo que enseña la Igle- sia para defenderlo, y á la vez se indica el error contra- rio ó contemporáneo, con el fin de que se evite como un escollo. Vocabulario de todas las voces de la lengua castellana que faltan á los diccionarios de la Academia, de Salva, de Peñalver, de Domínguez, de Barcia, de Campuzano, de Caballero, etc., ó sea suplemento necesario á los dic- cionarios indicados de la lengua castellana, para que puedan ser completamente ú^les, por D. LuisMarty Ca- ballero. Un tomo en 4.° mayor 5 pesetas. Crónica general de España: historia descriptiva de sus provincias, poblaciones más importantes y posesiones de Ultramar, escrita por los más renombrados literatos. Contiene la descripción histórica de cada una de las ciu- dades, villas, lugares y puntos de alguna importancia que componen cada provincia; su historia antigua ; sus varias vicisitudes ; su época moderna hasta la presente; sus hijos más notables ó los que más se hayan distin- guido en ellos ; sus fiestas mas populares; sü población, industria, comercio, artes, producciones, riqueza, etc. La descripción topográfica de las mismas provincias con todas las partes y pormenores que la constituyen , el ca- tálogo de todos sus pueblos, y cuanto de particular haya que exponer respecto á cada uno de ellos.— La reseña histórica de los acontecimientos más notables ocurridos, ya general, ya particularmente, durante la Edad Media 6 y en los tiempos modernos hasta nuestros días.— La re- presentación y examen artístico de todos sus monumen- tos y antigüedades. — Las vidas y notas biográficas de los hijos célebres en cualquier concepto, y de las personas que más se hayan distinguido en cada provincia. — Esta obra va exornada con viñetas intercaladas en el texto, y una galería de retratos y vistas, dibujados y grabados expresamente para esta publicación por los mejores ar- tistas españoles y extranjeros ; consta toda la obra de trescientas treinta entregas, que forman doce tomos en gran folio, y su precio ISO pesetas. También se vende esta obra por provincias, en la forma siguiente : Pts. Pts. Prov. de Madrid... 4,25 Prov. de Logroño. . 2 Guadalajara. 2 — 2,50 Toledo 3,50 — Santander. . . 4 Ciudad-Real. 3,50 — Coruña 4 Cuenca 2,50 — Lugo 2,50 — Navarrra — 3,50 — Orense 1,50 Guipúzcoa . . 2,50 — Pontevedra.. 3 5 Córdoba. . . . 3 2,50 — 4 Gerona .... 5^0 2 2 Sevilla .... 3 Tarragona.. . 3 3 Barcelona. . . 5 Palencia 2,50 Almería .... 2 2,50 2,50 3 Salamanca. . i 6 Grauada .... 6 Valladolid . . 2,50 Valencia — 3,50 2 Castellón... . 2,50 Teruel 3 Alicante .... 2 Zaragoza.. . . 5 2 Canarias 3 2 Baleares. . . . 3 Albacete. . . . 2 Cuba y Puer- 2,50 to-Rico. . . 7 2 Fernando Póo 0.50 3 Filipinas.. . . 4 3,50 Diccionario manual griego-latino-español, dispuesto por los PP. Escolapios. Un tomo en 4.° mayor de mas de 900 páginas á dos columnas 10 pesetas. Esta obra ha venido á llenar el vacio que se notaba de un buen diccionario que ayudase al estudio de esta len- gua sabia, madre de tantos otros idiomas, y rúenle del tecnicismo uoiversal. Con este diccionario se puede hacer la versión de los autores griegos á nuestro idioma , sin necesidad de saber ni el latin ni ej francés. : Espíritu y cuerpo, teoría de su relación, con un resumen de la historia de las teorías del alma, por el Dr. D. Ale- jandro Bain, profesor de lógica en la Universidad de Aberdeen, traducido de la última edición inglesa por el Dr. Antonio A. Ramírez T. Fontecha. El alma y la vida. Estudio sobre el renacimiento del ani- mismo, seguido de un examen critico de la Estética francesa, por el Dr. D. Emilio Saisset, miembro del Ins- tituto, profesor de Historia de la Filosofía en la Facultad de Letras de París. Traducido por el Dr. Antonio A. Ra- mírez T. Fontecha, de la Academia Médico-quirúrgica española , etc., etc. Estas dos obras forman un tomo eu 4.° de buen papel y esmerada impresión , y se acaban de imprimir: su precio 6 pesetas. Se venden por separado estas dos obras , á razón de tres pesetas y 50 céntimos ca^a una. La mujer cristiana desde su nacimiento hasta su muerte : estudios y consejos, por Mad. de Mercey. Obra recomen- dada por varias dignidades de la iglesia, como lo más bello que se ha escrito sobre este asunto, traducida al castellano y anotada por D. José Vicente Garavanles. Un tomo en 8. mayor, con láminas en acero.. . o pesetas. Historia de las Ordenes de caballería que han existido y existen en España, por D. M. de Iñigo y Miera y don S. Coustanzo. Edición ilustrada con magnificas láminas al cromo; dos tomos en folio : el tomo 1.° comprende la ínclita y militar Orden de San Juan de Jerusalén: el tomo á.° comprende las diez y siete órdenes españolas extiuguidas, y las existentes en la actualidad , que son: Santiago, Calatrava, Alcántara , Montesa, Isabel la Ca- tólica, San Hermenegildo, San Fernando, Toisón de Oro, Carlos III, Diadema Real de la Marina española, Banda de Damas .Nobles, Cruz de Beneficencia y Santo Sepul- 8 ero : obra ya bastante rara en el comercio de libros. Pre- cio de la obra 50 pesetas. Digesto del Emperador Justiniano, traducido y publicado en el siglo anterior por el Licenciado D. Bartolomé Ro- dríguez de Fonseca. Nueva edición, aumentada con la traducción de los proemios, completada y revisada con arreglo á los textos más autorizados de las ediciones mo- dernas, por D. M. Gómez Marin y D. P. Vigil y Gómez, licenciados en Derecho civil y canónico. Tres tomos en folio 75 pesetas. Es una obra de la que no debe carecer ningún juris- consulto de nombradla. Compendio histórico de la Religión desde la creación dor mundo hasta el estado presente de la Iglesia. Su autor D. José Pintón. Nueva edición, aprobada por la autoridad eclesiástica. Dos tomos en uno, en holandesa. 2 pesetas. Teología moralls Sancti Alphonsi Marie de Ligorio, editio novissima, ómnibus auctior, cum notiset appcndicibus Ecclesiae declarationes decissionesque continentibus. — En las notas y adiciones se exponen las modificaciones in- troducidas en lo que se refiere á las censuras por la Bula Apostolicae Sedis , que ha sustituido á la Bula In Coena Domini, y además se extractan, ó se insertan Íntegros, según lo exige la gravedad de la materia, muchos docu- mentos pontificios que, por ser de fecha reciente, no pudo tener a la vista San Alfonso, y por la misma razón tampoco pudieron publicar sus antiguos editores. Se tra- tan también cuestiones importantísimas, no examinadas ó examinadas sólo muy al paso por el Santo, como las que atañen á la Bula de la Cruzada, el Indulto cuadra- gesimal, la prohibición de libros y periódicos, la tole- rancia religiosa, la libertad de cultos, el liberalismo, el progreso, la civilización moderna, el matrimonio civil, la evolución espontánea , la craneotomia ó muerte vio- lenta del feto para salvar la vida de la madre, el mo- mento de la animación, etc., etc., cuestiones todas que hoy se agitan con mucha frecuencia. Dos grandes volú- menes en folio mayor á dos columnas 20 pesetas. Luz en la tierra. Demostración de que entre la Religión ca- tólica y la ciencia no pueden existir contlictos, por Abdon de Paz. Obra laureada por la Real Academia de Cíi-ik i;is morales y políticas en el concurso extraordinario de 1878. Segunda" edición. Madrid, 1882. Adornada con el retrato 9 del autor, y una biografía y estudio critico del mismo, por D. Enrique Pérez Escrich. Un tomo 5 pesetas. Cursus Teologiae dogmaticae, por el Dr. D. Miguel Sán- chez, Presbítero. El plan de esta obra es el siguiente : 1. ° Historia de la Teología dogmática. — En esta par- te, que es la primera, se encuentran las biografías de los principales teólogos de todos los tiempos y todos los paí- ses. Además, se enumeran y analizan sus más notables obras, llamando la atención acerca de la época en que vivieron , los dogmas que defienden y la clase de erro- res que impugnan Este trabajo es de suma utilidad para la polémica contemporánea. 2. ° Los Lugares Teológicos. — En esta parte , que es la segunda, se definen y explican los lugares teológicos, y se determina el valor respectivo de cada uno como fuente de argumentos, ó arsenal al cual ha de recurrirse por armas para la defensa de la verdad. También se fijan re- glas elaras y precisas para el empleo de los argumentos y el conocimiento y refutación de los sofismas. Además , como para aplicar estas reglas, se examinan y refutan los errores principales deKant, Hegel, Fichte, Schelling, Straus, Renán, Sainte-Beuve, Proudhou y otros incrédulos contemporáneos. '¿.° Dogmas acerca de Dios y sus atributos. Aqui se impugna el panteísmo. A continuación del tratado de Angeles, como en su propio lugar, se expone la doctrina de la Iglesia acerca de lo que pueden y lo que no pueden los espíritus, y examinando las obras principales de los espiritistas , sé refuta con bastante extensión el espiri- tismo. 4. ° Dogmas acerca del mundo ó la creación. Aquí se impugnan los errores de la llamada escuela prehistórica. 5. ° Dogmas acerca del hombre y su origen. Aqui se refutan los errores de los darvinistas, nuevos incrédulos que suponen que el hombre procede de animales irra- cionales 6. ° Dogmas acerca d,el pecado original y sus conse- cuencias.—Verdadero estallo de la razón humana.— Ne- cesidad de la revelación.— La Divina Providencia.— La revelación. — Pruebas de la revelación.— Profecías. — Mi- lagros.— Santidad de la doctrina. — Maravillosa propaga- ción del Evangelio. — Conservación de la Iglesia. — Mar- tiros. 10 7. ° Dogmas acerca de la gracia , justificación y don de perseverancia. 8. ° Dogmas acerca de! último fin del hombre — Juicio particular. — Juiciouui versal.— Sistema milenario. — Glo- ria, purgatorio, limbo é infierno.— Eterna suerte de los niños que unieren sin bautismo. 9. ° La Iglesia, su divino origen, su constitución, sus notas, sus dotes , su jerarquía, etc , etc. 10. Dogmas relativos á cada uno de los Sacramentos. 11. Las indulgencias. Un tomo en 4.°, de muchas páginas. . 12,50 pesetas. Biblioteca selecta de predicadores. Colección la mas com- pleta de conferencias, pláticas, sermones y discursos sa- grados de los mas sobresalientes oradores de España, Francia, Italia, etc., bajo la dirección del Dr. Fr. Pedro María de Torrecilla , presbítero. Veinticinco gruesos to- mos con laminas 150 pesetas. Historia general de la Iglesia desde la predicación de los Apóstoles, por el Abate Berault-Bercastel , canónigo d» Noyon, corregida y continuada desde el año 1719, eu que la dejó su autor, y adornada con importantes diser- taciones por el barón Henrion; traducida al español, ano- tada en lo relativo á España, aumentada con un apéndi- ce y enriquecida con importantes documentos. Ocho to- mos en folio 50 pesetas. De esta importantísima obra quedan muy pocos ejem- plares. Conferencias ó pláticas sobre doctrinas y prácticas de la Iglesia católica , por el limo. Wiseman, Cardenal Arzo- bispo de AVestminster. Tenemos por excusado ponderar la obra de este eminente escritor católico, pues todo el mundo sabe que es uno de los primeros vigías de la casa de Israel. Dos tomos en 8.° marquida 6 pesetas. Clave de Teología moral, compuesta por el Sr. D. Domin- go Diez, Presbítero. Cuarta edición, diligentemente co- rregida y añadida eu muchos puntos, especialmente en la explicación de la Bula Apostólicas Sedis, de nuestro Santísimo Padre Pío IX, y demás Constituciones y de- cretos que han emanado de las Sagradas Congregaciones hasta el presente, por el M. Rdo. P. Fr. Francisco Manuel Malo, del Orden de San Francisco, lector jubilado, exa- minador y juez sinodal , rector del Colegio de Misiones para Tierra Santa v Marruecos de la ciudad de Santia- é 11 go, etc. Agoladas en pocos años las dos copiosas ediciones hechas antes de publicarse la célebre Constitución Apo- stolícete Sedis de nuestro Santísimo Padre Pió IX, y las no menos célebres definiciones dogmáticas del Concilio Vati- cano ; habiéndose también publicado posteriormente va- rios é importantísimos decretos de las Sagradas Congre- gaciones, se hacia indispensaliló una nueva edición de la Clave, reformad;! en lo concerniente a las innovuciouesque son consiguientes á las disposiciones de los documentos pontificios expresados, ilustrada con algunas aclaracio- nes y notas tomadas de los autores modernos de más re- putación, y corregida de las muchas faltas de ortografía y de lenguaje que se advierten en las ediciones anterio- res. Consta de un tomo en 4.° mayor , en buen papel é impresión 8 pesetas. Expositio Bullae Sanctae Cruciatae. Auctore O. Michaele Sánchez. En esta obra, publicada con la censura y reco- mendación del Comisario general, se explican la Bula de la Cruzada y el Indulto cuadragesimal, teniendo en cuen- ta las muchas y graves modificaciones introducidas por las Bulas Dum infidelium , Apostolicae Sedis , etc., etc. Ademas, por vía de apéndices, se insertan todas las Bu- las, Breves ó artículos del Concordato y reales decretos que se refieren á la Cruzada o á su administración. Un tomo de 534 páginas, buen papel y buenos tipos.. 5 pesetas. Consultor de intereses al alcance de todas las personas que sepan leer números, y aplicables a todas las naciones re- gidas por el sistema decimal. Obra de reconocida utilidad para el comercio, ayuntamientos, juzgados d<' primera instancia y de paz, abogados, escribanos, procuradores, prestamistas, etc : contiene el interés que corresponde a toda cantidad comprendida entre 0,3 céntimos y 100,000 unidades, en cualquier número dediasdel año , a los ti- pos de 3, 4, 5 , 6 , 7, 8, 9 y 10 por 100, por D. Félix Abans de Olartecoechea , corregida escrupulosamente. Obra interesantísima , que debe tener toda persona de ne- gocios Un tomo en folio 5 pesetas. Los frutos de la tierra, por D. Luis Alvarez Alvistur, di- rector por concurso de la Granja-modelo , etc., etc. Un tomo en 8.° mayor, con muchos grabados en el texto : su precio 2 pesetas. En el prólogo de esta importantísima obra , dice el autor : 12 i Si el hombre tuviese perfecto conocimiento de los frutos de la tierra y de sus aplicaciones en los distintos usos de la vida, haciendo un acertado aprovechamiento de ellos, jamás llegaría á verse en la indigencia. nBaste esto para comprender lo importante que ha de ser conocer todos y cada uno de los frutos que el suelo nos ofrece, asi como sus propiedades. Este es, pues, aunque no en absoluto, el fin que nos proponemos al es- cribir la obra Los Frutos de la tierra. Si logramos conse- guirlo, quedaremos satisfechos, pues que se habrá reali- zado uno de nuestros más vivos deseos de toda la vida.» Los cuatro métodos curativos, ó sea Manual de higiene y de medicina popular, que comprende los sistemas de Raspail, Le Hoy, iMorison y Holloway, acompañados de un resumen de la homeopatía, arreglado por un profesor amante del bien público Obra interesantísima, que debe tener toda familia. Un tomo en 8.° mayor.. 3 pesetas. Los antepasados, por Gustavo Freitag, traducido de la sexta edición alemana por Genaro Alas. Un tomo: su precio 2 pesetas. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, por D. Pascual Madóz. Diez y seis lomos en folio muy abultados 125 pesetas. De esta obra monumental, tan conocida y apreciada, y única en su clase, nada debemos decir, pues otros se han ocupado ya en recomendarla, por lo mucho que vale. Quedan muy pocos ejemplares en venta. Wilhelm Meister, años de aprendizaje, por Goethe. Versión castellana por D. J. de Fuentes. Un tomo de cerca de 000 páginas 5 pesetas. Historia de la Filosofía griega, por D. Ricardo Beltrán y Róspide, doctor en Filosofía y letras. Un tomo. 2 pesetas. Manual del apologista, por D. Niceto Alonso Perujo, canó- nigo doctoral de Valencia. Esta obra, aprobada por la censura eclesiástica, y escrita con mucha erudición, cla- ridad y solidez , contiene todo lo necesario para refutar los errores modernos que con mas frecuencia suelen hoy presentarse. Es útilísima para el pulpito, el confesona- rio, las polémicas de tertulias, Academias, y aun la prensa periódica. Dos tomos de más de 450 páginas cada uno 8 pesetas. « Queremos, dice el autor, que este libro sea el auxi- 13 liar del sacerdote, que en estos tiempos de polémica se ve obligado muchas veces á contestar en el acto á los que atacan nuestra Religión , y que le sirva para refrescar la memoria de los estudios serios y dilatados que ha hecho, tanto en su carrera en el Seminario, como después de ella. Queremos que sea también el alivio del joven estu- dioso, inspirándole amor a la Iglesia, abriéndole camino para avanzar en el estudio de las ciencias eclesiásticas, y haciendo que forme ideas claras y precisas, presentán- dole las niaterias con sencillez y método. Queremos, ademas, quesea una especie de repertorio breve para muchas personas que, por una parte, necesitan por su posición social una instrucción religiosa solida , y , por otra, no les permiten sus ocupaciones consultar obras de este género más voluminosas y profundas. En una pala- bra : aspiramos al honor de hacer un libro popular, como lo son , por desgracia, los errores que combatimos.» Partiendo de este principio, la obra está dividida en cinco partes. En la primera se considera á la Iglesia en sus dogmas, y se demuestra que, en lugar de la censura de sus ene- migos, es digna de que la rindan un tributo de admira- ción. En la segunda parte es considerada la Iglesia en su conslituciou. La tercera parte, acaso la mas importante para estos tiempos , considera á la Iglesia en sus obras, y aqui se demuestra claramente que merece toda la gra- titud y amor del mundo. En la cuarta parte se estudian los hombres que ha producido la Iglesia, y se les ve sobresalir en virtudes, moralidad, méritos, y, en una palabra, en todos los ra- mos de la actividad humana. Por ultimo: en la quinta parte se trata de los comba- tes y triunfos de la Iglesia sobre todos sus enemigos, la herejía, el cisma y la incredulidad. Historia de la conquista de Méjico. Comprende la pobla- ción y progresos de la América Septentrional, conocida con el nombre de Nueva España. Primera y segunda parte de los Comentarios reales, que tratan del origen de los lucas, reyes que fueron del Pera, de su idolatría, le- yes y gobierno en paz y en guerra , de sus vidas y con- quistas , y de todo lo que fué aquel imperio y su repú- blica antes que los españoles pasaran á él. La Florida del Inca, historia del Adelantado Hernando de Soto, gober- 14 nador y capitán general del reino de la Florida, y de otros heroicos caballeros españoles é indios. Ensayo cro- nológico para la historia general de la Florida. Contiene los descubrimientos y principales sucesos acaecidos en este gran reino a los españoles, franceses, suecos, dina- marqueses , ingleses y otras naciones, entre si y con los indios, cuyas costumbres, genios , idolatría , gobierno, batallas y astuc ias serelieren, y los viajes de algunos capitanes y pilotos por el mar del Norte á buscar paso a Oriente ó unión de aquella tierra con Asia, desde el año 1512, que descubrió la Florida Juan Ponce de León, hasta el 1722, por D. Antonio Solis, secretario de S. M. y su cronista mayor de las Indias ; por el Inca Garcilaso de la Vega, capitán de S. M., natural de la gran ciudad de Cuzco, cabeza de los reinos y provincias del Perú, y por D. Gabriel de Cárdenas y Cano. Nueve gruesos volú- menes en 8.° mayor 40 pesetas. El solo titulo de esta obra es bastante para que a pri- mera vista resalte el gran mérito de ella, y la necesidad de poseerla las personas que se dediquen á estudiar la historia de América. Elena, Enid. Idilios por A. Tennyson , puestos en verso castellano por Lope G-isbert. Un tomo 2 pesetas. El derecho y la moralidad : determinación del concepto del derecho y sus relaciones con el de la moralidad , por Leopoldo Alas. Un tomo 2 pesetas. Rosas y perros , por Rodríguez Correa. Un tomo : su precio 2 pesetas. Escala del púlpito, o sea colección de sermones para todas las dominicas y festividades del año, recopilada en ta- blas ó cuadros sinópticos, para facilitar su estudio y su predicación, por el presbítero D. Domingo Diez: con licencia del Tribunal Eclesiástico. Un tomo en 4.° mayor de mas de 500 paginas 7 pesetas. Imposible parece que con tantas y tan excelentes obras predicables como tenemos en nuestra España, haya quien se atreva á publicar una nueva producción de este gé- nero. Preciso es, se dirá, y con razón, que esa obra tenga algún mérito especial que la distinga de las demás; y esto es precisamente lo que me ha estimulado a ofrecer al público la Escala del pulpito. No se puede negar que tenemos excelentes obras de sermones; pero sin que trate de rebajar ninguna de ellas, puedo afirmar, sin 13 temor de ser desmentido , que la Escala del pulpito, ade- mas de ser una obra eminentemente moral , ofrece la ventaja de que el que esta habituado al Pulpito o tenga facilidad de hablar en público, podra improvisar ser- mones mejor que por ninguna otra. Porque tiene ya hecho el estudio de ideas por un método tal , tanto en la parte que puede llamarse cuerpo de la obra como en los cuadros que lleva al fin de ella , que facilita extraor- dinariamente el camino del Palpito, y el que tenga ne- cesidad de estudiar de memoria, podrá prepararse para un sermón en la mitad de tiempo que necesite por cual- quier otro autor. Esto es lo que me ha movido a pu- blicar esta obra y á darla el titulo de Escala del palpito, porque, efectivamente, estoy en la persuasión de que con ella se puede subir á la Sagrada Cátedra con mayor facilidad y con mas satisfacción. Obras de Cervantes Novísima edición, ilustrada con grabados. Un tomo en 4.° mayor de 844 pági- nas 7,50 pesetas. Contiene las obras siguientes: La Galatea.— La Gita- nilla.— El amante liberal.— Rinconete y Cortadillo. — La Española inglesa. — El Licenciado Vidriera. — La Fuerza de la sangre. — El celoso extremeño.— La ilustre frego- na.—Las dos doncellas.— La Señora Cornelia. — El Casa- miento engañoso.— Coloquio de los perros.— La Tia fin- gida.— Trabajos de Pérsiles y Sigismuuda. — Viaje del Parnaso. — Poesías sueltas. Historia de las misiones en el Japón y Paraguay, por el cardenal Wiseman, traducida directamente del inglés al castellano. Un tomo con láminas en acero. . 3 pesetas. Alfredo ó la unidad católica, por el Padre Pedro Salgado. Un tomo con laminas en acero 3 pesetas. El mercader de Venecia medida por medida, por Shakes- peare, traducido por Jaime Clark. Un tomo en 8.°: su precio 2,50 pesetas. Otelo, mucho ruido para nada, por Shakespeare, traducido por Jaime Clark. Un tomo en 8.° 2,50 pesetas. Hamlet. Las alegres comadres de Windsor, por Shakespea- re, traducido por Jaime Clark. Un tomo en 8.°: su pre- cio 2,50 pesetas. Romeo y Julieta. Como gustéis, por Shakespeare, tradu- cido por Jaime Clark. Un tomo en 8." 2,50 pesetas. Biblioteca de la familia cristiana. Colección de novelas y 21 16 leyendas morales por una sociedad de literatos, entre los que se cuentan Selgas, Trueba, Fernán-Caballero, Maria del Pilar Sinués, Valentín Gómez, D. Vicente de la Fuente, etc., etc. Siete tomos en 8.°, con muchas lá- minas 10 pesetas. De esta interesante colección, que lleva á su frente au- tores de tanta talla, sólo podemos decir que son libros que la familia más timorata puede dejar en manos de sus hijos, sin temor de que se perviertan sus buenas costumbres. Enciclopedia cómica ilustrada. Colección de poesías, ar- tículos humorísticos, anécdotas y epigramas, por los se- ñores Palacio, Blanco, Balart , Aguilera, Sánchez Pé- rez, etc., etc. Dos tomos en 4.°, congrabados. 4 pesetas. Cuentos fantástico-morales para los niños, por Jorreto y Paniagua. Edición ¡lustradacon grabados. 0,50 pesetas. Este libro es muy á propósito para ponerlo en manos de los niños , por la sana moral que en su fondo encierra y la sencillez de su forma. Obras dramáticas de D. Gaspar Núñc-z de Arce, de la Aca- demia Española. Un tomo en 4.°, edición de lujo: su preció 7,50 pesetas. Obras de Espronceda ilustradas con grabados: El Diablo Mundo 0,50 pesetas. El Estudiante de Salamanca 0,50 » Poesías varias 0,50 » Obras del Capitán Maine-Reid, ilustradas con grabados, á una peseta cada cuaderno. ¡ En el mar ! William el Grumete. La Granja del Desierto. Los Jóvenes Boers. Los Cazadores de Girafas (segunda parte de los Jóvenes Boers). Bruin, ó los Cazadores de Osos. Los Cazadores de Plantas. Los Trepadores de Bocas (segunda parte de los Cazado- res de Plantas). Los Desterrados en la Selva. Veladas de Caza. La Cazadora Salvaje. Los Náufragos de la Selva. Oceola, el Gran Jefe de los Seminólas. IíOs Franco-tiradores Americanos. 17 El Jefe Blauco. Los Pueblos raros. Los Esclavos en el Sahara. En la Sentina. Viaje de un joven marino entre tinieblas. La Criolla de Jamaica. El Cimarrón (segunda parte de la Criolla de Jamaica). El Dedo del Destino. La Jomada de la Muerte. Los Cazadores de Cabelleras (segunda parte de la Jornada de la Muerte). El Guante Blanco. El Capitán Scarthe (segunda parte del Guante Blanco). La Bahía de Hudson. Los Cazadores de caballos. Las dos Rivales (segunda parte de los Cazadores de Ca- ballos). El Jinete sin cabeza (tercera parte de los Cazadores de Caballos;. Los Bosques del Mississipi. Las Llanuras de Tejas. El Tiro Mortal. La Hermana Perdida. La Cuarterona. Eugenio de Hauteville. El Cazador de Tigres. Los Náufragos de la Isla de Borneo. Los Habitantes de los Matorrales del Cabo. El Jefe del Brazalete de Oro. (Primera parte.) El Jefe del Brazalete de Oro. (Segunda parte.) El Cerro Perdido. (Primera parte.) El Cerro Perdido. (Segunda parte.) La Caza del Leviatan. (Primera parte.) La Caza del Leviatán. (Segunda parte.) Y cuantas vayan publicándose de este autor. Obras de Quevedo, edición ilustrada con grabados: Historia de la vida del Buscón 0,50 pesetas. Los Sueños 0,50 » Obras completas de Julio Verne, ilustradas con grabados. Van publicadas: Pts. Cs. Los Ingleses en el Polo Norte El Desierto de Hielo Cinco Semanas en Globo. (Primera parte.) 0,75 1 1 18 Pis. Cs. Cinco Semanas en Globo. (Segunda parte.) 1 Viaje al Centro de la Tierra 1 Los Hijos del Capitán Grant en la América del Sur 0,75 Los Hijos del Capitán Grant en la Australia 1 Los Hijos del Capitán Grant en el Océano Pacifico. 1 De la Tierra a la Luna 0,7o Alrededor de la Luna (segunda parte De la Tie- rra á la Luna.) 1,25 Un Descubrimiento Prodigioso 0,50 Veinte mil Leguas de Viaje Submarino. (Primera parte.) Del Atlántico al Pacifico 1 Veinte mil Leguas de Viaje Submarino. (Segunda parte.) Del Pacifico al Atlántico 1,25 Una Ciudad Flotante 0,75 De Glasgow a Charleston 0,50 Aventuras de tres Rusos y de tres Ingleses en el Africa AustraJ 1 Un Capricho del Doctor Ox 0,75 La Vuelta al Mundo en Ochenta Días. (Primera parte.) 1 La Vuelta al Mundo en Ochenta Dias. (Segunda parte.) 1 Una Invernada entre los Hielos. (El Capitán Corn- butte.) 0,50 Maese Zacarías. Un Drama en los Aires. —Estas dos no velitas, encuadernadas bajouna cubierta. 0,50 La Isla Misteriosa. (Primera parte ) Los Náufra- gos del Aire , . . . 1,25 La Isla Misteriosa. (Segunda parte.) El abandona- do: 1,25 La Isla Misteriosa. (Tercera parte.) El Secreto de la Isla 1,25 El Chancellor 1 Martín Paz 0,50 El País de las Pieles. (Primera parte. j 1,25 El País de las Pieles. (Segunda parte.) 1,25 Los Grandes Viajes y los Grandes Viajeros 1 Miguel Strogoff. (Primera parte.) 1,2o Miguel Strogoff. (Segunda parte.) 1,25 Las Indias Negras 1,25 Héctor Servadac. (Primera parte.) 1,25 Héctor Servadac. (Segunda parte.) 1,25 19 Pts. Cs. Un Capital) de Quince Años. (Primera parte.). . 1,25 Un Capitán de Quince años (Segunda parte.). . . 1,25 Los Descubrimientos del Globo. (Primera parte.). 1,25 Los Descubrimientos del Globo. (Segunda parte.). 1 ,25 Los Descubrimientos del Globo. (Tercera parte.). 1,25 Los Descubrimientos del Globo. (Cuarta parte.). 1,25 Los Quinientos Millones de la Princesa 1,25 Los Amotinados de la Bounty.— Un Drama en Mé- jico.— Estas dos novelitas, encuadernadas bajo una cubierta 0,50 Las Tribulaciones de un Cbino en China 1,25 Los Grandes Navegantes del siglo xvm. (Primera parte) 1,25 Los Grandes Navegantes del siglo xvm. (Segunda parte.) 1,25 Los Grandes Navegantes del siglo xvm. (Tercera parte.) 1,23 Los Grandes Navegantes del siglo xvm. (Cuarta parte.) 1,25 La Casa de Vapor. /Primera parte.) 1 La Casa de Vapor. (Segunda parte.). . . .' 1 La Casa de Vapor. (Tercera parte.) 1 La Casa de Vapor. (Cuarta parte.) 1 Los Grandes Exploradores del siglo xix. (Primera parte. )' 1 LosGrandes Exploradores del siglo xix. (Segunda parte.) 1 Los Grandes Exploradores del siglo xix. (Tercera parte.) 1 Los Grandes Exploradores del siglo xix. (Cuarta parte) 1 La Jangada. (Primera parte.) 1 La Jangada. (Segunda parte.) 1 La Jangada. (Tercera parte.) 1 La Jangada. (Cuarta parte.) 0,75 Diez horas de caza 0,75 El Rayo Verde. (Primera parte.) 1 El Rayo Verde. (Segunda parte.) 1 La Escuela de los Robinsones. (Primera parte.). 1 La Escuela de los Robinsones. (Segunda parte.). 1 Keraban el Testarudo. (Primera parte.) 1 Kerabanel Testarudo. (Segunda parte.) 1 20 pts. es. Iteraban el Testarudo. (Tercera parle.) 1 Kerabanel Testarudo. (Cuarta parte.) 1 El Archipiélago de fuego. (Primera parte.) i El Archipiélago de fuego. (Segunda parte.) 1 La Estrella del Sur. (Primera parte.) i La Estrella del Sur. (Segunda parte.) i Matías Sandorf. (Primera parte.) i Matias Sandorf. (Segunda parte.) i Matías Sandorf . (Tercera parte.) 1 Matías Sandorf. (Cuarta parte.) 1 Matías Sandorf. (Quinta parte.) 1 Próximas a publicarse: Robnr el conquistador. (Primera parte.) 1 Robur el Conquistador. (Segunda parte.) i El Billete de Lotería. (Primera parte.) . i El Billete de Lotería. (Segunda parte.) 1 Y cuantas sucesivamente se publiquen de este autor. Obras de A. de Lamartine: pts- Cs- Rafael, con grabados 1,30 Graziella, id. id 1,25 El Picapedrero de Saint-Point, id. id 1,50 Historia de los Girondinos, con láminas 10 Dos perlas literarias 6 Historia de Julio César, con láminas 3,50 Hombres de la revolución, id. id 3,50 Civilizadores y conquistadores, dos tomos 6 Cuentos escogidos de Cristian Andersen, ilustrados con grabados. Traducción de D. Raimundo Fernández Cues- ta. Un tomo en 4.°, de 368 páginas 3 pesetas. Obras de Erckmann-Chatrian, ilustradas con magníficos grabados: Pts. i ■■>. El amigo Fritz 1,25 Historia de un quinto de 1813. ; 1 Historia de la Revolución Francesa. Ocho partes. cada una 1 Waterloo. — Primera parte 1 Waterloo.— Segunda parte 1 Cuentos de las orillas del Rhin 1 Recuerdos del canal de Suez I Los Veteranos Imperialistas 1 21 Pts. Cs. Cuentos de los Vosgos 1 El Expulsado 1 El Abuelo Lebibre 1 Y cuantas sucesivamente vayan publicándose de este autor. La vida es sueño, por D. Pedro Calderón de la Barca. Edi- ción ilustrada con grabados y el retrato del autor. Su precio i peseta Cuentos escogidos de los hermanos Grimm. Nueva edición. Traducida del alemán por D. José S. Viedma. Un tomo en 4.°, de 304 páginas, ilustrado con abundantes graba- dos 3 pesetas. Obras del Capitán Marryat. Edición ilustrada. Precio, una peseta cada cuaderno. Juan Franco el guardia marina. (Primera parte.) Juan Franco el guardia marina. (Segunda parte.) El Cazador furtivo. (Primera parte.) El Cazador furtivo. (Segunda parle.) Jacobo Fiel. (Primera parte). Jacobo Fiel. (Segunda parte). Pedro Simple. (Primera parte.) Pedro Simple. (Segunda parte.) El l'erro diabólico. (Primera parte.) El Perro diabólico. (Segunda parte.) El Buque fantasma. (Primera parte.) El buque fantasma. (Segunda parte.) Newton Forster. (Primera parte.) Newton Forster. (Segunda parte.) Y las que se publiquen sucesivamente de este au- tor. Anales dramáticos del crimen, ó causas célebres españo- las y extranjeras, extractadas de los originales, y tradu- cidas bajo la dirección de D. José Vicente y Caravantes. Consta de otemos en folio, ilustrados con magníficos grabados 56,50 pesetas. Obras de Chateaubriand , ilustradas con grabados : Pts. Cs. Los Mártires.— Un tomo en 4.° mavor, de t92 pá- ginas ' 1,75 Atala. — Bené. —El último Abencerraje. — Un tomo en 4.° mayor, de 68 páginas. Estas tres se venden juntas bajo una cubierta 0,"o 22 Los cuatro Estuardos.— Un tumo en 4.° mayor,- de 40 páginas 0,5(3 Itinerario de París a Jerusalén.— Un tomo en 4." mayor, de 168 paginas 1,75 El Genio del Cristianismo.— Un tomo en 4.° ma- yor, de 200 paginas 2 Los Natchez.— Un tomo en4.° mayor, de 144 pá- ginas 1,50 Viajes a Italia y América.— Un tomo en 4.° ma- yor, de 120 páginas 1,25 Estudios históricos.— Un tomo en 4." mayor, de 192 paginas 2 Misceláneas políticas. — Un tomo en 4.° mayor , de 116 paginas 2,25 Opiniones y discursos.— Un tomo en 4.° mayor, de 140 páginas 1,50 Memorias de Ultratumba. — Un tomo en 4.° ma- yor, de 624 páginas 6,50 Ensayo snbre las revolunnnes antiguas. — Un tomo en 4.° mayor, de 156 paginas 1,50 Análisis razonado de la Historia de Francia. — Un tomo en 4.° mayor, de 144 páginas 1,50 Ensayo sobre la literatura inglesa.— Un tomo en 4.° mayor, de 124 páginas 1,25 Misceláneas literarias.— Un tomo en 4.° mayor, de 40 paginas 0,50 Vida de Raneé , reformador de la Trapa.— Un tomo en 4.° mayor, de 44 páginas 0,50 Congreso de Veróna.— Guerra de España. -Ne- gociaciones.— Colonias españolas. — Polémica. — Un tomo en 4.° mayor, de 208 páginas 2,25 Los Entremeses , de Miguel de Cervantes Saavedra, ilus- trados con preciosas viñetas. Un tomo de mas de 200 pá- ginas 2 pesetas. Historia de los Reyes Católicos, por Prescott. Un tomo en 4.° mayor, de 436 páginas , edición ilustrada : su pre- cio 4,50 pesetas. El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Novísima edición, con notas históricas, criticas y gramaticales , según las de la Academia Española , Pellicer, Arrieta, Clemencin, Hartzenbusch , Cuesta, Janer, etc., etc., adicionada con 23 la vida de Cervantes y El Buscapié; adornada con 300 grabados intercalados, laminas sueltas y el retrato del autor grabado en acero. Un tomo en 4.° mayor: su pre- cio 6,25 pesetas. Viajes y descubrimientos de los compañeros de Colon, por Washington Irving. Un tomo en 8.° mayor, de 80 pá- ginas, edición ilustrada 0,7o céntimos de peseta. Los grandes inventos antiguos y modernos , por Luis Fi- guier. Segunda edición española, nuevamente revisada, corregida y aumentada, según la última edición francesa, y descubrimientos posteriores, teléfono, fonógrafo, etc. Ün tomo en 4.°, de 552 paginas, ilustrado con profusión de grabados 10 pesetas. La verdad sobre el Quijote, por D. Nicolás Díaz de Benju- mea, conocido comentador , á quien llamara el malogra- do y eminente autor dramático D. Luis Eguilaz : «Con- fidente de Cesvantes y amigo particular de Don Quijote». Uii tomo en 8.°, de 844 paginas, con el retrato de Cer- vantes 2 pesetas. Bernardo del Carpió, poema de Balbueua. Un tomo en 4.° mayor, de 316 páginas, edición ilustrada.. . 3 pesetas. Conquista del Perú , por Prescott. Un tomo en 4.° mayor, de 256 paginas , edición ilustrada 2,75 pesetas. Alejandro de Huinboldt. Cuadros de la naturaleza. Un tomo 8.° mayor, de 594 págs., edición ilustrada. 7,50 pesetas. Situación de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América, por Alejandro Humboldt. Un tomo en 8.° mayor de 440 paginas , edición ilus- trada 6 pesetas. Historia Universal, por César Cantú, traducida del italia- no, anotada y continuada hasta nuestros dias por D. Ne- mesio Fernández Cuesta. Edición hecha en vista de la última de Turin, adornada con láminas grabadas en acero , que representan pasajes de la narración , vistas, retratos, etc., y mapas de los paises más importantes antiguos y modernos. Diez tomos muy gruesos , impre- sión de lujo 103 pesetas. Jesucristo. Introducción al Evangelio ; estudiado y medi- tado para uso de los nuevos tiempos, por Augusto Nico- lás, y traducido por D. J. V. Caravantes. Un tomo en 8.° mayor 4 pesetas. El Estado sin Oios , por Augusto Nicolás. Un tomo en 8.°, de 196 páginas 2 pesetas. 24 Los tres reinos de la naturaleza. Museo pintoresco de His- toria natural ; descripción completa de los animales, ve- getales y minerales útiles y agradables. Su forma, ins- tinto, costumbres, virtudes o aplicaciones á la Agricul- tura , la Medicina y las artes en general , comprendiendo mayor número de géneros que en todas las obras publi- cadas hasta el dia , con un tratado de Geología ó teorías actuales sobre la formación y revoluciones del globo, y un bosquejo histórico de los progresos de las ciencias na- turales en general y en España: obra arreglada sobre los trabajos de los más eminentes naturalistas de todos los países: Buffon , Blanchardt , Boitard, Brogniard , Cava- nilles, Los Cuvier, Daubenton, Decandolle, Humboldt, Los Jussieu, Lacepéde, Lagasca, Lamark, Latreille, Lesseon , Linneo, Orbigny, Rousseau, Saint-Hilaire, Saint-Pierre, Virey. Werner, etc.; con todos los descu- brimientos posteriores hasta el día , por una sociedad de profesores , é ilustrada con una magnifica y nume- rosa colección de láminas iluminadas en vista del natu- ral, y los planos del gabinete de Historia Natural y del Jardín Botánico de Madrid. Nueve tomos, con gran nú- mero del aminas iluminadas 170,2o pesetas. Biblioteca científica recreativa. Colección de bonitos to- mos en 8.°, de unas 2U0 páginas, ilustrados con gra- bados, á 1 peseta 25 céntimos cada tomo. Benoist (H.).— Los Grandes Fenómenos de la Natura- leza. Cazin (A.). — Las Fuerzas Físicas. De la Blandiere (H .). — La Inteligencia de los Peces. Depping (G.). — La Fuerza y la Destreza del Hombre. Garniel (J.). — El Hierro. Girard (M.).— La Metamorfosis de los Insectos. Guillcmin (A.). — La Luna. — El Sol. — El Sonido. Huges(W.). - Mi casa. Janer (F.).— Los Fantasmas de la Imaginación. Koement (E.). — Historia de un Pedazo de Carbón. Laurencin (P.).— La Chispa Eléctrica. — La Lluvia y el Buen Tiempo. Lockert (E.). — El Vapor y sus Maravillas. Macé (J.) — La Vida de un Tallo de Hierba. Magny (.1.).— Historia de un Pedazo de Vidrio. 25 Marión (F.).— Los Globos y los Viajes aéreos. Marzy (E.) — La Hidráulica. Menault (E.). — La Inteligencia de las Aves y de los Ma- míferos. Meunier (V.) — Las Grandes Cacerías. — Las Grandes Pescas. ■ Moreno Fuentes.— El Genio de las Bellas Arles. — Habitabilidad de los Astros. Navarro (F.).— Curiosidades. Papillon (F.).— Historia de un Rayo de Sol. Pizzetta (J.). — Los Secretos de la Playa. — Historia de un Pliego de Papel. — El Mundo antes del Diluvio. — Viajes de una Gota de Agua. Ribot v March— Los Medios de Destrucción. Roger (A.). — Viaje por debajo de las Olas. — Los Monstruos Invisibles. Rouseau (L. ) . — Las Habitaciones Mará vi llosas (dos tomos). Simodin (L.).— El mundo Subterráneo. Soulel (L.). — El fondo del Océano. Villain (H.)— Historia de un Grano de Sal. — Los Misterios de una Bujía. — El Oro y la Plata. Diccionario biográfico universal, ó resumen histórico de los personajes célebres de todos los países del mundo desde los tiempos mas remotos hasta nuestros dias. Un tomo de 1,052 paginas en 4 0 mayor. . . 12,50 pesetas. Diccionario general de todos los pueblos de España con relación de las provincias y partidos judiciales a que co- rresponden, espresando las ciudades, villas, lugares, aldeas, arrabales , caseríos , cotos redondos , despobla- dos, granjas, etc., y su número actual de habitantes. Un tomo de 342 páginas en 4.° mayor 5,75 pesetas. Año cristiano , o ejercicios devotos para todos los días del año, por el P. Juan Croisset, arreglado por el presbítero D. J. Petano y Mazariegos. Aumentado con la vida de más de 1,500 Santos que no se hallan en otras ediciones. Con licencia y aprobación de la autoridad eclesiástica. Ilustrado con 400 preciosas laminas sueltas, con orlas de color. Consta de cinco tomos en 4.° mayor. 46 pesetas. Roma en el centenario de San Pedro. Descripción de las fiestas que se celebraron en la Ciudad Eterna con motivo de aquella solemnidad, y de la canonización de varios 26 mártires, por D. José María Garulla. Un tomo en folio, de 480 páginas, edición ilustrada 17,50 pesci,^. Nuevo viajero universal. Enciclopedia de viajes modernos. Recopilación de las obras mas notables sobre descubri- mientos, exploraciones y aventuras publicadas por los más célebres viajeros del siglo xix , Humboldt , Bruc- khardt, Livingstone, Pakyns, Huc, Clappertou, Lei- chardt, ordenada y arreglada por D. Nemesio Fernández Cuesta. Consta toda la obra de cinco tomos en 4." mayor, con mapas, laminas sueltas y grabados intercalados en el texto 63,7o pesetas. Tratado histórico-critico-filosófico de los procedimientos judiciales en materia civil, según la nueva ley de enjui- ciamiento, con sus correspondientes formularios, adi- cionado con un apéndice general, por D. José Vicente y Caravantes, doctor en jurisprudencia, (lineo tomos en 4.° mayor 47,50 pesetas. Historia de Nuestro Señor Jesucristo. Exposición de los santos Evangelios, por M. .1. E. Darías, canónigo de Ajaccio y de Quimper. — Con licencia de la autoridad eclesiástica, traducida porD. José Vicente y Caravantes. Un tomo en 4.°, de 716 páginas, con láminas grabadas en acero 10 pesetas. Spinoza. Obras filosóficas. Traducción de Emilio Keus y Bahamonde. Un tomo en 8.° mayor, de 368 pági- nas 6 pesetas. La misión de la mujer en la sociedad y en la familia, por D. Francisco de Asís Pacheco. Un tomo en 8.°, de 344 páginas 3 pesetas. Una empresa misteriosa en el mar de las Antillas, por don José Moreno Fuentes. Edición ilustrada. Dos partes, cada una 1 peseta. Descartes. Obras filosóficas, traducción de M. de la Revi- lla. Dos tomos en 8.° mayor 6 pesetas. Tratado de correspondencia mercantil española , reglas y ejemplos para escribir cartas según los actuales usos del comercio, por D. Mariano Lanuza: segunda edición. Un tomo eu 4.°... 3,50 pesetas. Las compras, ventas, cambios y especulaciones lici- tas de cualquier naturaleza, todo se contrata, discute y transige por medio de la correspondencia, con más cla- ridad y precisión que de palabra ; asi , pues , el modo de llevarla debe influir esencialmente sobre la prosperidad 27 ó decadencia de un comerciante, y este libro comprende ta) número de modelos de cartas para toda clase de asun- tos, que se hace indispensable á cuantos se dediquen á la carrera del comercio.* Cristianismo y socialismo, ó el remedio al mal social por ia caridad cristiana. Obra del Rdo. P. Félix, de la Com- pañía de Jesús, traducida por D. José Maria Camila. Un tomo en 8.° 2,50 pesetas. El socialismo ante la sociedad, por el Rdo. Padre Félix, de la Compañía de Jesús. Obra traducida por D. José Maria Carulla. Un tomo en 8 ° 2,50 pesetas. La moral en acción ó los buenos ejemplos, obra publicada bajo la dirección y patrocinio de Benjamin Delesert y del Barón de Gerando, ilustrada con 20 magnificas láminas y 120 grabados. Versión española, por Roca y Cornet. Edición de gran lujo, con portada de oro y colores y buenaencuadernación: untomoen4. "mayor. iSpesetas. La graude y saludable lección que brota del conjunto y de los pormenores de esta obra , es un antidoto pode- roso contra el veneno del egoísmo que se afana en em- ponzoñar la sociedad; es una refutación elocuente y positiva á la vez de las funestas doctrinas que hacen de un helado amor propio el único móvil de las acciones humanas. Este libro es el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos para ennoblecer su corazón. El salario y el impuesto, por D. Melchor Salva , catedrático de economía política y estadística de la Universidad de Madrid, é individuo de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Un tomo en 4'.°, 1881 5 pesetas. En esta obra se trata, entre otras cosas: — Naturaleza del salario. — Estudio del salario nominal y real. -De las relaciones del capital y del salario — El alza y la baja del salario. — Intervención del Estado en el régimen del sa- lario.— Medios que existen para impedir ó compensar la baja del salario.— Historia de la retribución del trabajo. — Consumos públicos, su naturaleza, legitimidad, etc. —Naturaleza del impuesto.— Reglas que se deben seguir en materia de impuestos.— Criterio que debe servir para lograr la igualdad del impuesto. — El impuesto único, razones con que se defiende —El impuesto múltiple, sus causas. — Los principales impuestos directos. — El 28 impuesto sobre las casas.— Contribución sobre el interés del rapital: qué comprenden con estas palabras los au- tores.— Contribución sobre la renta.— Clasificación de los tributos indirectos. — Administración de los tribu- tos, ele. , etc. Por último: ha merecido los honores de ser traducida al francés, con permiso de su aulor, por M. Emilio De- lage, publicista y redactor de las Cuestiones económicas de El Globo de París. Sinopsis filosófica de la Química , ó método nuevo de aprender con facilidad la química : obra original del cé- lebre y sabio Dr. D. Pedro Mata. Un tomo en 4.°, de mas de 600 paginas 5 pesetas. La Sinopsis filosófica de la Química está dividida en tres parles. En la primera se han expuesto los conocimientos físi- cos, los principios químicos , las teorías y convenciones necesarias para el estudio de los cuerpos inorgánicos, tratando, en primer lugar, de las fuerzas que obran so- bre los átomos homogéneos , y luego de las que obran sobre los heterogéneos. Esta parte, la más extensa de la Sinopsis, y la que constituye toda su esencia, es la filosofía de la química, el método sintético de su estudio , la razón, en fin , de los fenómenos físicos y químicos de los cuerpos. Un ta- lento medianamente lógico ó razonador, con esa sola parte de nuestro libro puede sentirse con fuerza para ini- ciarse en la química inorgánica como verdadera ciencia. En la segunda parte hemos presentado la exposición histórica de las propiedades físicas y químicas de los " cuerpos, por clases, tales como las ha consignado la ob- servación de los mejores experimentalistas; hemos rela- tado ó descrito los hechos sin razonamientos , sin teoria alguna, tomándolos tales como la experiencia nos los su- ministra ; no hemos añadido ni quitado nada. Por último: en la tercera parte de la Sinopsis hemos reunido las aplicaciones prácticas de los conocimientos químicos, exponiendo también en compendio los proce- dimientos necesarios para la análisis de todo cuerpo inor- gánico, que es el objeto final de toda la ciencia química. Esta parte, como la segunda, se domina fácilmente desde que se posee la primera. Analizar un cuerpo no es otra cosa que ponerle en esfera de actividad con otros que 29 tengan acción sobre él y le revelen por medio de los fe- nómenos a quedé lugar la reacción Los aparatos, los reactivos, las operaciones y los resultados obtenidos, son la aplicación experimental de los bechos expuestos en la segunda parte y la confirmación de las leyes establecidas en la primera. Es cierto que las manipulaciones, como todo lo ma- nual , requieren práctica, que se necesita cierto sabor de laboratorio para realizar las predicciones nacidas del ra- ciocinio ó formuladas por la teoría ; pero no es menos cierto también que la filosofía de la química es la prime- ra luz que necesita el operador, siempre que se propone averiguar los resultados de las reacciones químicas. Jerusalén libertada, por Torcuato Tasso , puesta en verso castellano por el marqués de la Pezuela , individuo de la Real Academia Española. Soberbia edición en dos grue- sos lomos en folio imperial , con 20 hermosísimas lámi- nas 70 pesetas. De esta obra monumental, casi agotada, y de gran mérito por su traducción y condiciones tipográficas y ar- tísticas , quedan muy"pocos ejemplares , y se disputara su adquisición dentro de muy corto tiempo. Diccionario español de la Sagrada Escritura, por D. Luis del Barco, licenciado en Derecho civil y canónico, ba- chiller en Teología, etc., etc.; con licencia de la autori- dad eclesiástica y la aprobación de casi todo el Episcopa- do español. Dos tomos en folio, de 900 páginas cada uno, á dos columnas 20 pesetas. Existiendo en casi todas las naciones de Europa Dic- cionarios de la Sagrada Escritura , y con ser este siglo el siglo clasico de los Diccionarios, pues todas las ciencias, todas las artes, todos los ramos del saber tienen, ó quie- ren tener, el suyo, España carecía de aquella obra tan conveniente á los teólogos, á los predicadores , a los ju- ristas, a los literatos, á todos los católicos. El Tesoro ó Diccionario de la Sagrada Escritura que ofrecemos al público, no es una obra de las mil que bro- tan de la fantasía y sirven de más ó menos honrado pasa- tiempo ; es una obra importante, que revela prolijos es- tudios, y que debe ser acogida con singular estimación. Basada sobre la doctrina mas respetable de los grandes expositores, como Cornelio á Lápide , Duhamel , Belar- mino, Arias Montano y Calmel, y de escritores modernos 30 comoDuclot, Jansens, Humboldt, puede considerarse como una verdadera enciclopedia de libros santos, pues se halla en sus columnas todo cuanto se refiere á cien- cias, artes, oficios, virtudes, preceptos, sucesos y perso- nas que en la Biblia se contienen. El texto latino es de la Vulgata ; la versión castellana es de Scio , y originales las notas aclaratorias y expositivas, que en los dos tomos no bajaran de tres mil. Advertencia sobre el uso de este diccionario. — El teólogo que se proponga disertar, por ejemplo, acerca de los atribuios de Dios, de la Trinidad de las Divinas perso- nas, de la Procesión del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, de la Encarnación de Jesucristo, etc., encontrará cuantas pruebas y argumentos pueden hacerse, tomados de las Sagradas Letras, con sólo buscar las palabras Dios, Espíritu Sanio, Jesucristo. Otro tanto decimos del inora- lista que quiera hablar de las virtudes y de los vicios en particular, ó del escritor que necesite redactar un articulo sobre estudios sociales y políticos. El fisico encontrara en sus correspondientes epígrafes la historia de la creación, los elementos de que se compone la tierra, y los fenóme- nos naturales de que hace mérito la Escritura ; el juris- consulto leyes , axiomas y casos análogos á los que tenga que resolver; el orador y el poeta pensamientos, sen- tencias y hechos de que servirse para sus producciones, tomándolos del Antiguo y Nuevo Testamento. Tratado de la predicación cristiana, ó sea misión déla Palabra Santa en nuestros dias y medio de realizarla, por D. Antonio Bravo y Tudela. Con la aprobación de la autoridad eclesiástica. Un tomo de cerca de 600 paginas en 4 ° o pesetas. Puntos que el autor trata y desarrolla con gran lucidez en esta importantísima obra : Ideas fundamentales. — Excelencias de la predicación. — Necesidad de la predicación.— Estudios necesarios para el desempeño de la predicación. — Ciencias sagradas.— Ciencias profanas. —Materias de la predicación.— Esco- llos que deben evitarse.— Cualidades esenciales de la pre- dicación.— La predicación debe adaptarse al predicador. — La predicación debe acomodarse á la capacidad, nece- sidad y disposición del auditorio. — La predicación debe instruir y agradar. — La predicación debe mover , con- vencer y persuadir.— Del discurso y de la acción.— Ma- 31 ñoras de componer y de aprender, y uso de los sermona- rios.— De la acción en general. — De la manera de tratar los asuntos predicables y de los diversos géneros de ins- trucción, etc., etc. Santa Casilda. Novela original de Doña Dolores Gómez de Cádiz. Un tomo en 4.°, de más de 500 paginas: su precio 2 pesetas. tEsta obra, dice la autora, es como una casita edifi- cada en una loma. Se descubre en ella una luz perenne que anuncia posada al peregrino, asistencia al leproso, cama para el febricitante, asilo para los afligidos.» En efecto: es tal la dulzura que destilan sus paginas por la bondad de su doctrina, justa, encantadora y su- blime, que quien haya empezado á leerla, no habrá po- dido dejarla hasta haber agotado todas sus bellezas. Los Santos Padres, por D. Miguel Sánchez. Un tomo en i.° , de cerca de 300 páginas o pesetas. Un libro de Patrología ó de la ciencia y el estudio de los Santos Padres , nos ha parecido muy útil , por no de- cir necesario, en las actuales circunstancias. La Patro- logía es, por decirlo asi, la historia del orfgen divino de la Iglesia y de la teología. Esta ciencia nos da á conocer las fuentes de la tradición , el principio y fundamento de las ciencias sagradas, y el celo y la elocuencia , la forta- leza y la erudición con que los primeros maestros de la religión defendieron y propagaron por todas partes la doctrina de Jesucristo. El Dinero, ó el modo de hacer fortuna. Tratado práctico de los negocios. Obra escrita en inglés por Edwin Freedley y traducida al castellano. Un tomo en 8.° mayor: su precio 3 pesetas. Los editores del presente libro, cuya publicación juz- gan ser de verdadera utilidad, creen conveniente enca- bezarlo con el juicio que mereció á periódicos tan for- males como The Times , The Globe y The Economisl, lo cual les releva de añadir nada por su parte. Opixiones de los periódicos inoleses citados acerca de esta obra. — «He aqui una obra de oro. Desde los tiempos de Franklin, ningún americano ha escrito sobre . los asuntos de comercio é industria un libro más com- pleto, más instructivo, más comprensible, más conciso, más exacto ni más moral que El Dinero. Es verdadera- mente el guia de la fortuna y del honor. » (The Times.} 22 «El mérito de esta exrelente obra puede resumirse eil pocas palabras : el que la hubiere leido , la meditare y supiere sacar partido de los consejos que da, estará se- guro, de diez veces las nueve, de prosperar en sus ne- gocios.» (The Glube.) «Nunca se han incluido en un plano más icducido do- cumentos más útiles ni más prácticos. Son el resumen de veinte años de experiencia de un millonaiio. Hombres de negocios, leed lo y releedlo, y alcanzaréis fortuna.» (The Economista Soliloquios amorosos de un alma á Dios, escritos en latín por Gabriel Padceopeo,y traducidos en castellano por nuestro insigne Lope de Vega y Carpió. Un tomo en de gran lujo, con orlas de colores, láminas y una foto- grafía 10 pesetas. El autor hizo de este libro un verdadero arte para sa- ber amar a üios. El asunto es tres veces divino, por ser Dios el objeto , por tratarle su autor con tal ternura, y por dárnosle en nuestro idioma Frey Lope de Vega , tai» claro, duícé y amoroso, que casi parece suyo. Cuentos para todas las edades, escogidos, arreglados ó escritos por D. A. Fernández de los Ríos. Lujosa edición, ilustrada con láminas de nuestros primeros artistas. Un lomo en 4.° mayor > 6 pesetas. En esta colección se encuentran los célebres de Grimm, Andersen , etc. , etc. El árbol de la vida. Estudios fundamentales sobre el cris- tianismo, por Andón de Paz: segunda edición, con el brillante informe emitido acerca de esta obra por la Aca- demia de Ciencias Morales y Políticas. Un tomo en 4.°, lujo 5 pesetas. Para que pueda formarse una idea de lo que es este li- bro , copiamos á continuación el Índice de las materias que contiene: Informe de la Academia de Ciencias Morales y Políti- cas acerca de esta obra. — Introducción. — La Fe y la Ra- zón.— La Sagrada Biblia. — Fiat lux. — Antigüedad del mundo. — Origen del hombre.— ¿Nuestra especie es una? — Caída y esperanza. — El diluvio.— Origen del lenguaje. — Nemrod. — Israel.— Moisés. — El libro de Job. — Los • Profetas. — La Madre de Dios. — Jesucristo.— El siglo apos- tólico.—El protestantismo. — La Religión y el progreso. —Más alia de la tumba.— Conclusión.— ¡Votas. Cumplimiento de las profecías. Obra escrita en francés, por M. A. d'Orient, y vertida al castellano. Tres tomos en 4." 9 pesetas. Contiene esta admirable obra la historia abreviada de la Iglesia hasta el fin de los tiempos , y una explicación completa del Apocalipsis. La teoria del magnetismo, ó sea la explicación verda- dera del magnetismo animal. Los destinos del alma , y cuál es el estado de nuestras almas en la vida de prueba que nos es dado recorrer en la tierra , etc. , etc. El Concilio ecuménico del Vaticano, porD. Autonio Bravo y Tudela. Obra de actualidad, escrita en Roma. Un tomo en 4.° mayor 5 pesetas. Esta obra está dividida en cuatro libros. El primero es un estudio dogmático histórico-critico de los Concilios generales, escrito antes de la celebración del actual Ecu- ménico Vaticano. El segundo lleva por titulo: Prepara- ción al Concilio, y comprende cuanto como precedentes de la Santa Asamblea debe ser conocido por los fieles. El ternero es una crónica de los sucesos, de los actos públicos, de las disposiciones oficiales, y, por último, de las dos Constituciones dogmáticas del Santo Concilio. El cuarto solo comprende las Letras Apostólicas de sus- pensión, y algunas reflexiones que nos hemos permitido sobre las causas que la han motivado. El Papa y los gobiernos populares. Obra de actualidad y cftu la aprobación de ¡a autoridad eclesiástica. Tres to- mos en 4." 10 pesetas. El Gobierno católico y los Gobiernos anticristianos. Esta es la verdadera significación del titulo que lleva nuestro libro. Queremos que sea obra de utilidad practica é inme- diata, y por esto la escribimos con sencillez y claridad sumas. Nuestros adversarios se remontan muy alto cuando se defienden, y hasta por el suelo se arrastran cuando im- pugnan el Catolicismo Con esto logran dañar al pueblo con sus objeciones, y con la obscuridad de sus teorías hacer menos odioso su veneno. La tarea, pues, de El Papa y los Gobiernos populares está reducida á explicar en un castellano muy claro lo que con nebuloso alemán confunden los modernos soñadores. 34 Uno por uno se examinan y refutan los cargos más importantes que contra la autoridad cristiana dirigen los partidarios de la rebeldía panteista. Los Amantes de Teruel. Novela histórica origina!, por Renato de Castell-León, con un prólogo del gran literato Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbuseh, autor del célebre drama del mismo título. Edición de lujo é ilustrada con 12 magnificas láminas sueltas Un tomo en 4.° mayor, con 600 páginas 11 pesetas. De esta obra quedan muy pocos ejemplares. Álgebra superior, por D. Fernando Gómez de Salazar, te- niente coronel retirado. Un tomo en 4.°, con gran nú- mero de tablas de diferencias 4 pesetas. En el extenso prólogo de esta notabilísima obra, dice el autor: «Según queda arriba indicado, hemos resuelto el pro- blema tenido hasta hoy por imposible, y demostrado como tal en los autores matemáticos, no ya de determi- nar los valores de las raíces, valiéndose de todos los datos que suministran las relaciones entre éstas y los coeficientes de los términos de una ecuación , sino lo que es más aún : el de «Dada la suma de C cantidades, la de «sus productos binarios y el producto de aquéllas, de- terminar sus valores, cuyo problema sirve de base á ila teoría general de ecuaciones que establecemos, . des- upués de tratar en particular la resolución de las ecua- ciones desde el segundo hasta el décimo grados, ambos «inclusive, poniendo abundantes ejemplos de todos los «casos, y ademas otros muchos sin resolver para ejerci- »cio del lector.» Y no se horrorice éste al ver ante sus ojos una ecuación de noveno ó décimo grado para resol- verla; pues, además de que no se tarda en compren- der PERFECTAMENTE ESTA OBRA MÁS QUE EL TIEMPO QUE SE GASTA EN LEERLA, Y QUE LA PERSONA DE MENOS CAPA- CIDAD PUEDE APRENDERLA en quince días los procedi- mientos son tan fáciles y sencillos, como vamos a ex- poner. » Una vez halladas las relaciones que guardan entre si el cuadrado de la suma de las raices con la de los produc- tos binarios, todo el obstáculo que podia presentarse para la resolución de las ecuaciones de cualquier grado consistía en hallar las diferencias entre las raices; y si bien esto nos ha costado tan largas y penosas vigilias 35 como encontrar aquellas relaciones , el éxito lia sobrepu- jado á nuestras esperanzas, pues con el auxilio de una tabla de diferencias, mas fáciles de bacer de !o que á pri- mera vista parece, se resuelve una ecuación, de cual- quier grado que sea, en cinco minutos, cuando por el sistema conocido hasta el dia puede considerarse como punto menos que imposible el resolver una ecuación de 6 ó 7 grados. Es, pues, imponderable el adelanto que con nuestro sistema pueden alcanzar las ciencias, y en especial la astronomía , en que con tanta frecuencia se presentan ecuaciones de grados altos.» Biblioteca de la risa, ó el libro de los cuentos, colección completa de anécdotas, cuentos, gracias, chistes, chas- carrillos, dichos agudos, réplicas ingeniosas, pensa- mientos profundos, sentencias, máximas, sales cómicas, retruécanos, equívocos, símiles, adivinanzas, bolas, san- deces y exageraciones. Almacén de gracias y chistes. Obra capaz de hacer reír á una estatua de hielo, escrita al alcance de todas las inteligencias, y dispuesta para sa- tisfacer todos los gustos. Recapitulación de todas las flo- restas, de todos los libros de cuentos españoles y de una gran parte de los extranjeros. Ultima edición, refundida y aumentada con muchos enigmas, gracias y chistes, y expurgada de los pensamientos frivolos, cuentos y anéc- dotas de poco interés. Tres tomos 8.° mayor. 9 pesetas. Historia de la interinidad española; escrita en presencia de documentos fidedignos, por D Manuel Ibo Alfaro: obra dedicada al pueblo español. Dos tomos en folio, de 900 paginas cada uno, con muchas laminas, retratos y ma- pas 10 pesetas. Esta obra , no sólo abraza los acontecimientos verifica- dos en la Península española durante la revolución de 1868 y la interinidad, sino los ocurridos en las Antillas, en Filipinas, y los que tienen relación mas órnenos di- recta con el levantamiento de Setiembre, como sucede con los de Portugal, Francia y Prusia. Acompañan á ésta muchos documentos auténticos, unos ya conocidos antes de su publicación, y otros que ven por primera vez la luz pública. -Crónicas ilustradas de la Guardia civil , por los Sres. Ulloa y Henao : última edición. Un tomo en 4.° mayor, con muchas laminas y cerca de 1,000 páginas. . . 6 pesetas. A contar los hechos heroicos de la benemérita Guardia 36 civil va encaminada esla obra. No es en ella el guardia, civil quien los describe; es la sociedad quien reíala, or- gullosa de sus hijos, esos heroicos hechos, para darles asi la vida de la posteridad, levantando, a la vezque uu ejemplo, el hecho que atestigua el cumplimiento de su deber mas alto. Es una obra importantísima, y que acla- ra muchos robos, secuestros y asesinatos que no se co- nocían bien , y su lectura conduce a evitar el mal. Obras de Leibnitz, puestas en lengua castellana por D. Pa- tricio de Azcárate. Cinco tomos én 4.°. ... Uo pesetas. Por primera vez se han traducido estas obras al espa- ñol, y contienen : Tomo I. — Principios metafisicos. » II. — Libros primeio y segundo. Nuevo ensayo sobre el entendimiento humano. » III. — Libros tercero y cuarto. Nuevo ensayo so- bre el entendimiento humano. » IV.— Correspondencia filosófica. » V.— Teodicea. Biografía eclesiástica completa. Vidas de los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, de todos los Santos que venera la Iglesia , Papas, doctores y eclesiásticos célebres por sus virtudes y talentos , en orden alfabético. Redac- tada por distinguidos eclesiásticos y literatos, bajo la di- rección de D. Basilio Sebastián Castellanos, y revisada por una comisión nombrada por la autoridad superior eclesiástica. Treinta tomos eu 4.° mayor, de mas de 1,400 páginas cada uno, con retratos en acero de los hombres mas ilustres 22o pesetas. Esta obra magna y digna de figurar eu toda biblioteca, a pesar de quedar muy pocos ejemplares completos, la hemos puesto en un precio baratísimo , atendiendo á la mucha lectura que tiene cada uno de los treinta tomos. Historia de la Elocuencia cristiana, su misión en nuestros dias y medios de realizarla, por D. Antonio Bravo y Tíl- dela. Publicada con la aprobación de la autoridad ecle- siástica. Dos tomos en 4.° 10 pesetas. Escribir hoy la Historia dría Elocuencia cristiana , no es sólo escribir un libro para los aspirantes al sacerdocio y los sacerdotes mismos : es trabajar en pro de una causa santa; es presentar a los apologistas de la Religión, á los Sanios Padres , a los Obispos, á los Predicadores de las cruzadas, á los Misioneros, a los Párrocos que desde el 37 presbiterio de su iglesia dirigen su voz al pueblo como sus mejores amigos, como sus consejeros mas imparcia- les, mas verídicos, más interesados en el bien común, mas amigos de la igualdad y la libertad, palabras que to- dos pronunciamos y muy pocos acertamos á compren- der ; es decir, con la autoridad de diez y nueve siglos, á los i|ue se titulan apóstoles de la nueva idea. Calixta , ó bosquejo de la Iglesia en el siglo mí novela his- tórica escrita en inglés por el célebre y Rdo. J. H. Ñewtnan : traducida directamente al castellano y dedica- da al Exorno, é limo. Sr. D. Juan Ignacio Moreno. Arzo- bispo de Toledo. Un tomo en 8.° mayor, con láminas en acero 2 pesetas. La Estrella de Nazareth. Leyendas y tradiciones de Tierra Santa sobre la Santísima Virgen María , tomadas en pre- sencia de los sagrados libros y principales escritos de los autores católicos, Fleury, Orsini, Gér»iinb, Chateaubriand, Poujoulat, Mislin, D'Herbelot, Bonault, Astolfi, Medard de Barry, Lamartine, etc., etc., porD. Luís García Luna, con licencia y previa censura de la autoridad eclesiásti- ca. Dos tomos en 4.° mayor, de más de 800 paginas cada uno, edición de lujo, con magnificas laminas á dos tintas y una preciosa portada en oro y colores. 12,50 pesetas. Ea tiempos como los actuales, en que la impiedad se extiende y penetra hasta en las últimas esferas sociales, nos ha parecido oportuno publicar una obra que, ajus- tándose rigurosamente á lo que cree y confiesa nuestra Santa Madre la Iglesia, pueda, por lo poético de su estilo y lo sencillo de su forma , penetrar en el seno de las fa- milias, siendo agradable igualmente á los espíritus gra- ves que a los frivolos, y difundirla saludable semilla de la moral cristiana y las verdades augustas de nuestra sania Religión. Quedan muy pocos ejemplares. Hipatía , ó los últimos esfuerzos del paganismo en Alejan- dría: novela histórica del siglo v, traducida directa y libre- mente del inglés. Segunda edición. Un tomo en S.Tnayor, de 600 páginas y muchas láminas en acero. 3 pesetas. Monte San Lorenzo. Novela religiosa escrita en inglés por el autor de «La hechicera del Monte Melton», Monseñor el Cardenal Wiseman, traducida directamente al castella- no y aprobada por la autoridad eclesiástica. Dos tomos en 8.° mayor, con muchas láminas en acero. 4 péselas. 38 Esta obra, como todas las que han salido á luz de esa lumbrera de la Iglesia católica, no necesita más reco- mendación que el nombre del autor. Emilia Paula, ó Roma en la époni del emperador Nerón, por J. Bareille , doctor en Sagrada Teología , canónigo honorario de Lyon y Tolosa. Traducida de la última edi- ción francesa,. Dos tomos en 4.° mayor, con lami- nas ti pesetas. De esta magnifica obra, que se está agotando, se han hecho en Francia muchas ediciones, y está recomendada en todos los establecimientos católicos como obra de lec- tura piadosa y edificante. Las Siete Virtudes. Novela curiosísima, original de don Fernando G. de Bedoya y D. José F. y Peralta. Un tomo en 4.° mayor, con láminas '. 5 pesetas. Esta obra, escrita contra los siete pecados capitales, es instructiva, religiosa, moral y hasta de educación, y puede ponerse sin temor en las manos de la juventud. Dos perlas literarias, del célebre M. A. de Lamartine. Un tomo en folio C pesetas. La ciencia y la divina revelación , ó demostración de que entre las ciencias y los dogmas de la religión católica no pueden existir conflictos. Obra premiada por la Iieal Academia de Ciencias Morales y Políticas en el concurso extraordinario de 1878. Escrita por D. Juan Manuel Orti y Lara, abogado de los tribunales, catedrático de la Universidad Central, etc. , etc. Madrid, 1881. Un tomo en 4.° mayor 5 pesetas. A evidenciar la imposibilidad absoluta ó metafísica de los supuestos conflictos entre la religión y la ciencia, están consagradas las páginas de este libro. Lejos de temer ni huir el Catolicismo la luz de la ciencia, la estima y ama sinceramente, y la promueve y defiende contra sus enemigos; porque , dejado aparte el valor intrínseco de los estudios científicos y sus rela- ciones con la vida espiritual, sabida cosa es que la fe presupoue la ciencia, y se hace creíble por la cien- cia , y es ilustrada de algún modo por la ciencia, y por la ciencia es defendida contra los sofismas de la falsa filo- sofía. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Nueva edición monu- mental, adornada con las magnificas laminas cuyas plan- 39 ihas son propiedad de la Real Academia Española. Tres lomos en folio imperial, de gran papel , é impresos con mucbo lujo en la Imprenta Nacional 200 péselas. Esta monumental obra va acompañada de la Vida de Cercantes, nuevamente escrita, y una extensa noticia bibliográfica de las ediciones del Quijote hechas hasta nuestros días. Del juicio critico ó análisis del Quijote , por el acadé- mico de la lenguarD. Vicente de los Ríos. El plan cronológico del Quijote en sus tres salidas, y una colección de documentos de grande importancia para la vida de Cervantes, hallados en Sevilla. Tratado de taquigrafía, dispuesto para aprender este arte sin necesidad de profesor , por D. Marcelino Rrieva y Morales. Esta obra , que va acompañada de cuadros en que se expresan todos los principios fundamentales en que estriba la taquigrafía, está escrita bajo un plan sencillo y completo, que permite aprendería en muy pocas lecciones y sin necesidad de profesor. Un tomó en 4.° 2 pesetas. Obra importantísima. A bordo de un bote. Viaje alrededor del mundo, original de D. Vicente Moreno de la Tejera. Interesante viaje en el c ual el autor ha logrado unir lo dramático, maravilloso y conmovedor, con el estudio del origen y desarrollo de las razas, de las corrientes de los mares y de los fenómenos meteorológicos , refi- riendo al mismo tiempo extraños usos y costumbres de los países más lejanos y menos conocidos. Dos gran- des tomos con muchas laminas y mas de 1,500 paginas en 4.° ." 10 pesetas. Escritura hierática. Ensayo sobre la interpretación de la Escritura Hierática de la América Central, por M. León de Rosny. Traducción anotada y precedida de un prólo- go por D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, y seguida de dos apéndices: uno. El Manuscrito completó de Diego de Landa, cuidadosamente copiado del único original que se conoce y que se conserva en la Real Academia de la Historia; y otro, El Manuscrito figurativo con pala- bras aztecas escritas con caracteres españoles el aTio 1526, que se conserva en el Museo de Artillería de Madrid, ahora por vez primera publicado con la reproducción heliográfica del mismo.— Madrid, 1884. Un tomo en fo- lio imperial, edición de gran lujo, con numerosas lami- 40 ñas coloridas, hechas con todo el primor y exactitud necesarias para ilustrar debidamente el texto, y nume- rosos y complicados signos hierátieos que esmaltan en correctos grabados granpartedel volumen. 125 pesetas. De esta obra, que acaba de publicarse, se han tirado muy pocos ejemplares, y van todos numerados. — Aviso d los bibliófilos. Código civil francés, comentado, concordado y comparado con las legislaciones videntes de España, Portugal, Ita- lia, Suiza, Alemania, Bélgica, Holanda, Rusia, Ingla- terra, Estados Unidos de América, Bolivia y Luisia- na, etc., etc., y con el derecho romauo . por D. Alberto Aguilera y Velásco, y precedido de un juicio ciitico por el Excmo. Sr. D. Estanislao Figueras. Un tomo en 4.° 10 pesetas. Ley sobre organización judicial para el imperio de Ale- mania, de 27 de Enero de 1877, comparada con las de- más legislaciones orgánicas de Europa y América, y precedida de un juicio critico, por D Alberto Aguilera y Velasco. Un tomo en 4.° 2,a0 pesetas. Código civil italiano, comentado, concordado y comparado con las legislaciones vigentes en Europa y América, por D. Alberto Aguilera y Velasco, precedido de un jui- cio critico de D. Vicente Bomero Girón. Un tomo en 4.° 6,oO pesetas. Máquinas agrícolas. Manual práctico dedicado al conoci- miento de los instrumentos y máquinas agrícolas que ofrecen mayor interés, por D. Eduardo Abela y Sainz de Andino, comisario de Agricultura y redactor jefe de la Gaceta Agrícola del Ministeuio de Fomento. El libio a que nos referimos es un excelente manual prác- tico, que da a conocer con mucho método y claridad los instrumentos y máquinas de mayor interés para la agri- cultura española, dando datos para la acertada elección de los modernos y útiles mecanismos que en el dia se conocen. En los diez y nueve capítulos que comprende la obra , trata primero de los motores y del trabajo que éstos suministran; luego de los diferentes instrumentos de cultivo, como son los arados, gradas, escarificadores, rodillos, etc., dedicando un capitulo a los aparatos des- tinados á labrar por medio del vapor. Sucesivamente se ocupa de las máquinas de sembrar y de plantar, de las de segar y trillar, del material auxiliar de las granjas, como los malacates, aventadoras, cribas, molinos, que- brantadores , lava-raices, corta raices y corta-pajas; después hace la historia de las prensas, y describe los diferentes sistemas conocidos: se ocupa de las descrema - doras y mantequeras, y, por último, délas maquinas destinadas a la elevación de aguas. Hasta ciento sesenta y cuatro grabados ilustran el texto de tan útil obra, que no dudamos merecerá benévola acogida entre los agri- cultores ilustrados. Forma un tomo en 4.".. 6 pesetas. Código civil portugués, comentado, concordado y compa- rado con las legislaciones vigentes en Europa y América, por D. Alberto Aguilera y Velasco, precedido de un juicio critico por el Excmo. Sf. D. Manuel Alonso Martínez. Un tomo en 4.° ti.oO pesetas. Código civil Chileno, comentado, concordado y comparado con las legislaciones vigentes en Europa y América , por D. Alberto Aguilera y Velasco, precedido de un jui- cio critico por D. Gumersindo de Azcárate. Un tomo en 4.° 6 pesetas. Los pequeños poemas de D. Ramón de Campoamor. Edi- ción completa y de lujo. Un tomo en 4.". . . . 6 pesetas. Recuerdos del tiempo viejo, por el eminente poeta D. José Zorrilla. Tres tomos en 8." mayor 9 pesetas. Es una fiel narración que hace de las vicisitudes por que ha atravesado desde antes de darse a conocer en el muudo iiterario, contando sus aventuras y cuanto le ha acaecido en el transcurso de cuarenta años. Obra intere- santísima bajo lodos conceptos. Sermones de la Santísima Virgen María, compuestos por D. Pío Hernández Fraile. Un tomo en 4.°. . . 3 pesetas. Colección de sermones , escritos por D. Miguel Sánchez, presbítero. El autor uo ha querido hacer una colección de discur- sos filosóficos, sino puramente una exposición doctrinal de los dogmas mas fundamentales de kf religión católica. Combatir los errores contemporáneos , y hacerlo en lenguaje sencillo y con el de la fe y la moral , refutando uno por uno los argumentos que más repiten en nues- tros días los adversarios del catolicismo. La ol.ra está dividida en la forma siguiente: Sermones de Mayo ó de María. — Dos to- mos en 4.° 6 pesetas. Sermonesde Dominicas. — Dos tomos en 4." 6 » i2 Sermones de Cuaresma y Semana Santa — Dos tomos en 4.° (i pesetas. Abecedario de la virtud, dedicado á los niños, por don J. de Dios de la Hada y Delgado. Obra declarada de texto por el Real Consejo dé Instrucción pública. Revisada y aprobada por la autoridad eclesiástica. Premiada con me- dalla de primera clase en la Exposición pedagógica de 1882. Décimaquinta edición. Un tomo con laminas, encuademación con cromos 2 pesetas, La mejor recomendación de esta obra es que de ella se han hecho lo numerosas ediciones. Vida, virtudes y milagros de la bienaventurada virgen Te- resa de Jesús, madre y fundadora de la nueva reforma- ción de la Orden de las Descalzas, y Descalzas de nues- tra Señora del Carmen, por Fr. Diego de Yepes. Dos tomos 4 pesetas. Tratado de las enfermedades de los ojos, ó Manual del ocu- lista práctico, por el Dr. Ferradas. Segunda edición de las lecciones clínicas, adornada con magnificas láminas al cromo.— Madrid , 1884. Forma un tomo, casi folio, de cerca de 500 páginas, papel é impresión de lujo : y á pesar de su gran coste, se ha puesto, para que esté al alcance de lodos, al Ínfimo precio de 10 pesetas. Para dar una ligera idea de esta magnifica obra, tanelo- giada por la prensa, ponemos á continuación el índice, para que por él pueda juzgarse del plan , método y ma- terias que en ella se tratan. ÍNDICE DE LA OBRA. Introducción al estudio de oftalmo-patologia. Historia de la oftalmología. Profesores que cultivaron su estudio, tanto antiguos como modernos. Obras y tra- ducciones que sobre la misma se han publicado por es- pañoles y extranjeros. Congresos oftalmológicos. Inis. — Su hiperemia.— Iritis : sus divisiones.— Iritis sifilítica. — Reumática.— Iritis plástica, serosa, parenqui- matosa y supurativa. Consecuencias de las iritis (hipopión, sinequias, atresia pupilar, catarata falsa).— Midriasis y miosis — Hippus, iridodonesis, quistes del iris y heridas. — Aniridia, colo- boma, corecopia, policoria y acoria. — Operación de la 43 pupila artificial. — Exploración del iris. — Anatomía del iris. — Usos de la pupila. Teorías sobre la naturaleza de los movimientos del iris. — Influencia de los varios medicamentos sobre la pupila. Cataratas. — Divisiones y subdivisiones, síntomas anatómicos. — Síntomas fisiológicos. — Causas. — Marcha. — Pronostico. — Tratamiento. Siguen varias reglas sobre el tratamiento de las cata- ratas.— Anatomía del cristalino.— Usos del cristalino. — Propiedades físicas del cristalino. — Defectos de la lente cristalina, fluorescencia, acomodación, modificaciones. — Teorías de los agentes que influyen sobre el cristalino. Diversos procederes operatorios de la catarata y sus accidentes. Queratotomia inferior y oblicua ; procederes de Chi- ralt , Del-Toro , Galezowsky y otros. Descripciones de instrumentos. Exposición de los diversos procedimientos y métodos mas ventajosos para la operación de cataratas y paralelo con los insuficientes, dañosos y perjudiciales. — Catarata traumática y su tratamiento. — Cataratas congénitas, ver- de, negra, ósea, glaucomatosa , diabética y temblorosa. —Catarata secundaria. Conjl*xtiva. — Anatomía. — Divisiones de las conjunti- vitis.—Conjuntivitis catarral. Conjuntivitis purulenta. — Conjuntivitis blenorrágica. Conjuntivitis diptérica.— Conjuntivitis exantemática. Oftalmía pelagrosa y elefantíaca. Conjuntivitis pustulosa.— Conjuntivitis que suelen pre- sentarse durante el reuma , herpes , sífilis , etc. — Con- juntivitis mefítica. Conjuntivitis granulosa. — Pannus granuloso. — Trata- miento de la oftalmía granulosa. Oftalmía militar.— Hipertrofia, atrofia y degeneres- cencia amiloidea de la conjuntiva. — Relajación de la con- juntiva y derrames.— Litiasis, dacriolitas y entozoarios. — Tumores de la conjuntiva. — Pterigióu encantis y pa- moftalmía. Estrabismo y su tratamiento. Enfermedades de las cejas y párpados. — Anatomía de las cejas. — Afecciones parasitarias , heridas y úlceras de las cejas. — Anatomía , fisiología y modo de explora- w ción de la región palpebral.— Erisipela. — Inflamación Hegmonosa. — Ery tema. —Edema y enfisema. — Zona oftál- mico.— Xanlelusma, eromhidrosis, ephidrosis, pústulas variolosas, vitíligo y madorosis. — Orzuelo.— Chalación. —Blefaritis. — Cáncer de los párpados.— Ectropión , tri- quiasis y distiquiasis, y diversos procederes operatorios. — Epicantus, colohoma, anquilo blcfarón, simblefarón y blefarofimosis.— Desordenes funcionales de los párpados. — Ptosis, lagophtalmos, contusiones, heridas y quemadu- ras.—Oftalmía simpática é inflamación del cuerpo ciliar. Diversos medios de exploración ocular, tanto internos como externos. — Oflalmoscopios. — Examen del fondo del ojo normal. Afeoiioxus kktinianas — Hiperemia. - Retinitis sero- sa.— Retinitis parenquimatosa. — Retinitis peri vascular. —Retinitis sifilítica. — Retinn-coroiditis.— Retinitis albu- minúrici.— Retinitis glicosúrica.— Retinitis leucémica. — Retinitis pigmentaria. — Apoplejías de la retina. — Em- bolia de la arteria central de la retina.— Aneurismas.— Desprendimientos de la retina.— Glioma y glio-sarcoma de la retina. Las Confesiones de San Agustín, conforme á la edición de San Mauro, traducidas por el Rdo. P. Fray Eugenio Ce- ballos, de la Orden del Santo, seguidas de las meditacio- nes, soliloquios y manual ; traducidas por el P. Rivade- neira , de la Compañía de Jesús. Dos tomos en 8.° ma- yor, con el retrato de San Agustín 4 pesetas. Obras de Edmundo de Amicis. traducidas ;il castellano. v Pts. Cs. Marruecos. — Un lomo 3,50 Recuerdos de Paris y Londres. — Un tomo 2,50 Constantinopla. -Dos tomos 5 Holanda. — Un tomo 4 Recuerdos de 1870 y 1871.— Un tomo 3 La vida militar.— Bocetos (primera serie).— Uu tomo 3 La vida militar.— Nuevos bocetos (segunda se- rie!.— Un lomo 3 Novelas. — Un tomo 3 4 Páginas sueltas.— Un tomo 3 . Retratos literarios. - Uu tomo 3 España: Viaje durante el reinado de D. Ama- deo 1.— Un tomo 5 Pts. Cs. Poesías. — Un lomo 3 España. — Dos tomos 6 Los amibos.— Tres tomos 9 Italia. — líos tomos 6 Diccionario geográfico, estadístico, biográfico é histórico de la isla de Cuba, por D. Jacobo de la Pezuela. Cuatro tomos en folio 30 pesetas. Anuncia desde luego su titulo mismo, que este Diccio- nario se consagra á dar á conocer á la Isla de Cuba , ex- poniendo alfabéticamente, y con la extensión que les corresponde, todos los detalles de sus territorios, sus grupos de población, producciones, reino animal y mi- nen. I, ele, etc. El maestro popular, ó el francés sin maestro, al alcance de todas las inteligencias, por D. Joaquín González Pe- reira. Un tomo en 4.°, de magnífico papel é impre- sión 12,50 pesetas. El Maestro popular ha conseguido el objeto de propa- gar en España la lengua francesa, sin necesidad de recu- rrir á maestro alguno. El Maestro popular contiene dos ejercicios: uno en francés, que los españoles traducirán al español ; y otro español, que verterán al francés, todo por escrito. Con este método, la lengua francesa se puede aprender con poco trabajo y en poco tiempo, mientras que antes, para conseguirlo, se necesitaba mucho tiempo y grandes estudios. El charlatanismo social, por el célebre P. Félix, de la Compañía de Jesús Un tomo en 8." 2 pesetas. Tratado del Espíritu Santo.— Obra escrita en francés por Mons. Gaume, y traducida por D. Joaquín Torres Asen- sio, chantre de la catedral de Granada. Segunda edición. Dos tomos en 4.° 8 pesetas.