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MEMORIAS
DE LA
REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO
EL ARTE LATlIVO-BIZAiVTmO
EN ESPAÑA
Y L4S CORONAS VISIGODAS DE GU4RR4Z4R:
ENSAYO HISTORICO-CRITICO ,
D. JOSÉ AMADOR DE LOS RÍOS,
I)F. LA. REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA , DECANO DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL, ACADÉMICO DE NÚMERO DE ESTA DE LAS TRES NOBLES ARTES
DE SAN FERNANDO, ETC.
MADRID:
EN LA IMPRENTA NACIOMAl..
1861.
ADVERTENCIA.
Llamada muy principalmente, desde su fundación, la Real Academia de San Fernando á dirigir la enseñanza de las bellas artes, ([ue tuvo la gloria de iniciar en nuestro suelo, bajo los auspicios de Don Felipe V, apenas le ha sido ])Osible distraer su atención de los cuidados que le im- ponía la educación artística de la juventud, para consagrarse al cultivo de la teoría y de la historia del arte en sus mas altas y trascendentales regiones. En medio de aquellas perentorias y no fáciles tareas, que más de una vez han redundado en honra del nombre español, llevando á la (íapital del mundo artístico esclarecidos ingenios, ha procurado no obs- tante la Academia dar á luz útiles memorias y aun obras completas sobre las artes que forman el objeto de su instituto y sobre las ciencias que les sirven de sólido fundamento.
Demostraba de este, modo que no le eran desconocidas las verda- deras tareas académicas y que abrigaba al propio tiempo el vivo deseo de llenar cumplidamente, y en todos sentidos, los fines para que fué creada. Aliviada al cabo del peso de la enseñanza con la separación su- cesiva de las Escuelas de Bellas Artes, acordada por el Gobierno de S. M., puede hoy dedicarse á los trabajos, de que la separaban aqucdlas diarias obligaciones, entrando de lleno en la vida propiamente académica.
Mulliplicadas son efectivamente las empresas en que, movida de este
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propósito, ha fijado ya su atención la Real Academia: las teorías y el tecnicismo de las nobles artes, la historia y la crítica de las mismas en sus variadas relaciones; los usos, trajes y costumbres, cuyo conocimiento es de todo punto indispensable en su apreciación y en su práctica; las artes indumentarias que tan estrechamente se enlazan con la ciencia arqueológico-monumental, y otros muchos puntos que de diversos modos se rozan con los estudios artísticos, han sido ya objeto preferente de la ilustrada laboriosidad de sus individuos, produciendo meritorios trabajos
y útiles proyectos.
Mientras llega el momento, ya deseado por la Academia, de empe- zar la publicación de semejantes obras, cuya ejecución de suyo difícil y costosa por la naturaleza misma de sus ilustraciones, pide la eticaz pro- tección del Estado que espera confiadamente, ha acordado esta corpora- ción dar desde luego á la estampa aquellas disertaciones, monografías ó memorias que puedan interesar más vivamente al arte ó á la ciencia, ejerciendo saludable influjo en el gusto y formando fructuoso cuerpo de doctrina. Y ningún estudio le ha parecido más propio para inaugurar esta serie de trabajos que irán formando sucesivos tomos de Memorias, que el relativo al Arte laUno-bizantino en España y las coronas visigodas de Giiarrazar, debido á su académico de número en la Sección de Ar- quitectura, el Sr. D. José Amador de los Ríos.
Grande es en verdad el interés que encierra en sí este asunto, por la oscuridad que hasta ahora ha rodeado los monumentos del arte que vive y se desarrolla durante la monarquía visigoda; y tiénelo todavía mayor en los momentos actuales, cuando desorientada la crítica extran- jera, al fijar sus miradas en el Tesoro de Guarrazar, para resolver las multiplicadas cuestiones que su descubrimiento suscitaba, se ha llegado al punto de olvidar la existencia de aquel arte, con grave error histó- rico y no pequeña ofensa de la cultura española.
A combatir y desvanecer este error han acudido pues el patriotismo y la erudición del digno académico, cuyas obras históricas trasfieren á sus respectivos idiomas doctos extranjeros. No juzga la Real Academia conveniente el exponer aquí el especial juicio que ha formado sobre el libro que hoy publica : bástale repetir que conceptúa el trabajo del señor Amador de los Rios, merecedor de figurar al frente de sus Memorias, siendo en su concepto de suma importancia bajo el doble aspecto de la
investigación artístico-arqueológica y de la controversia histórico-filosó- íica. Merced á sus estudios, no será dado á los arqueólogos extranjeros el dudar de la existencia, de los orígenes, ni de los gcnuinos caracteres del arte que florece bajo el cetro visigodo, ni menos habrá ya racional motivo para desconocer la influencia legítima que las bellas artes ejer- cieron sobre las artes secundarias durante aquel largo y poco estudiado período.
Y no ha sido poca fortuna para el autor, al dar cabo á sus tareas, la adquisición hecha últimamente por S. M. la Reina Doña Isabel II, de las coronas del rey Suinthila y del abad Teodosio, así como de las cruces votivas y demás objetos artísticos, pertenecientes al Tesoro de Giiarrazar, y cuya existencia se ignoraba. La Real Academia , que supo á tiempo la referida adquisición, y obtuvo de S. M. el oportuno permiso para sacar los diseños convenientes á la ilustración gráfica de la obra del Sr. Amador de los Ríos, se complace hoy en dar público testimonio de su. respetuoso reconocimiento á las bondades de la magnánima Reina que se asienta en el Trono de Castilla; segura de que no será este el úl- timo beneficio que reciba de sus manos en la nueva serie de trabajos que bajo los auspicios de su ilustrado Gobierno emprende.
I^TRODICCION.
Dcscubrimienlu de las coronas visigodas, anunciado por la prensa cientiQca de Francia. — Efecto de esta noticia en España. — Reconocimientos y excavaciones practicados en Guarrazar. — Descripción del Tesoro por Mr. F. de Lasteyrie. — Examen de este trabajo arqueológico. — Su fin.— Errada teoría sobre el arte que representan las coronas. — Necesidad de impugnarla, en nombre de la verdad histórica. — Objeto del presente ensayo. — Plan y distribución del mismo. — Circulo ¿i que se refieren principalmente estas in- vestigaciones.
Cuando en los mesas primeros de 1859 anunciaba la prensa científica del veci- no Imperio que habia sahado los Pirineos, ocupando ya en el 31iiseo de las Termas y del Ilulel Clmuj lugar preferente, una colección sin igual de preciosísimas joyas, compuesta de ocho coronas de oro ', cuya riqueza eclipsaba los más renombrados tesoros de Italia, consagrábamos alguna parte de nuestras vigilias á reformar la obra que, con el título de Toledo pintoresca, dimos á luz en 1845. Llamónos gran- demente la atención aquel inusitado descubrimiento; y conocida su índole y carác- ter artísticos, formamas el decidido proposito de consagrarle algunas páginas en el libro fpie refundiamos, con tanta más razón cuanto que los elementos decorativos que en las coronas bailadas en las Huertas de Guarrazar resplandecían , eran sus- tancial y formalmente los mismos que ostentaban los numerosos fragmentos que de las fábricas arquitectónicas, IcNanladas durante aquella poderosa monarquía, se con- servan á dicba en la antigua corte visigoda.
Producía entre tanto unánime sorpresa en la nación entera la infeliz noticia de que tan rico depósito de las artes españolas, consagrado con el nomljre de uno de los más celebrados Reyes visigodos, habia dejado de pertenecemos, con mengua de nuestra actual ilustración y no con gloria de quien hacia á su patria la injusticia de
1 Dio á conocer este singular descubrimiento el Bulletin de la Societé Imperiale des Antiquaires de Franca (2 de Febrero), y trataron de ilustrarlo Mr. du Sommerard [Le Monde illustré , 19 de Fe- brero), Mr. de Lavoix [llluüration, 19 de I'^ebrero), y Mr. Darcel [Gazelle des Bcaux Arls, 1.° de Mar- zo). En lugar oportuno haremos mención de todos estos trabajos, tomando en cuenta las diversas in- dicaciones de sus autores sobre los puntos principales que se refieren á nuestro actual intento.
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MEMORIAS DE I-\ REVL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
tenerla por indigna de tal riqueza. En la prensa de Madrid y de las provincias , en las Reales Academias, en las Cortes del reino resonó al par aquella noble queja, que protestaba generosa contra la acusación nacida de semejante conducta, y condenaba esta sin apelación, despertando vivamente el interés del Gobierno. Aunados todos los deseos, mientras acudia el Ministro de Estado á las vias diplomáticas, consi- guiendo muy lisonjeras promesas , procuraban primero la Real Academia de la His- toria y después la Academia y el Ministro de Fomento ' investigar cuanto hubiese de cierto y positivo en el ya lamoso hallazgo del Tesoro, inquiriendo no sólo las cir- cunstancias con que se habia realizado, sino también la naturaleza y carácter del lugar en que existia ; punto principalísimo , que movió al Gobierno á disponer que se hicieran en aquel sitio oportunas excavaciones ^.
Cupones una y otra vez la honra de ser designados por. S. M. y por la Real Academia para llevar á cabo investigación y excavaciones, cuyos satisfactorios re- sultados fueron luego conocidos del público, dados á luz en la Gacela del Gobier- no ^. La j)lanta, bien que no completa, de un templo, en cuya capilla más oriental fué descubierto el sepulcro de un sacerdote, fallecido en la Era de 731 (693 de J. C), según advertía su epitafio; numerosos fragmentos arquitectónicos, donde se revelaban los mismos caracteres que brillan en los de la época visigoda, estudia- dos ya por nosotros en la Ciudad de los Concilios, y aun en las mismas coronas del Tesoro de Giiarrazar, producían en nosotros el convencimiento de que templo, frag- mentos y coronas pertenecían al arte que logra en Toledo su principal desarrollo, du- rante la edad referida. Semejante convicción que consignábamos en las comunicacio- nes elevadas al Gobierno de S. M. , al terminar los trabajos que se habia servido encomendarnos, apoyada en ocasión solemne por el voto de uno de nuestros más enten- didos arqueólogos monumentales ^ nos afirmaba más y más en el ya indicado in- tento de dar á lodos estos objetos lugar señalado en el libro que proyectábamos.
1 Adelante volveremos á tocar este punto; mas sólo en cuanto sea necesario para la inteligencia (le los que con él se enlazan en el presente ensayo, porque ni estamos facultados para sacar á luz las gestiones que en uno y otro concepto se han hecho por el Gohierno y la Real Academia, ni cumple la publicidad á negociaciones aun no terminadas. Nada añadiremos tampoco en cuanto á la conducta de los vendedores; más dados al elogio que al vituperio, sólo nos place recordar nombres propios, cuando nos es licito coronarlos con lauro merecido.
•2 Real orden de 9 de Abril de 1859.
•■I Número del 14 de Mayo del mismo año.
'' Nuestro antiguo amigo don Pedro de Madrazo, en su Contestación al Discurso sobre el arte y estilo mudejar que pronunciamos ante la Real .\caderaia de San Fernando en su junta pú- blica de 19 de Junio de 1859. Hablando de la influencia del arte bizantino en España, observa que recibía esta victoriosa confirmación de algunos importantes hallazgos recientes, añadiendo: «Aludo á los «fragmentos de frisos, jambas, capiteles, etc., descubiertos en las excavaciones hechas en las Huertas náe Gimrazar, donde se hallaron las famosas coronas históricas de Receswinto y de otros personajes )>de su tiempo. Estas excavaciones fueron encomendadas á una comisión de la Real Academia de la «Historia y de la provincial de Monumentos de Toledo, bajo la presidencia del Sr. Rios» {Gaceta del 14 de Mayo de dicho año).
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Estas no fáciles tareas teníamos á punto de terminarse, cuando tras los curiosos artículos arqueológicos de Sommerard, Lavoix y Darcel, dieron al público las acre- ditadas prensas de Fermín Didot, con título de Description dii Trésor de Guarrazar, una docta memoria debida á la i)luma de Mr. Fernando de Lasteyrie, miembro de la Sociedad Imperial de los Anticuarios de Francia, (¡uien enriqueciéndola de no- tables cromolitografías \ se proponía resolver en ella todas las cuestiones arqueo- lógicas, á que daba lugar el evámen de las ocho coronas. El sabio anticuario co- mienza describiéndolas, mostrando desde luego notable predilección respecto de las dos mayores, formadas de anchos aros, enriquecidos de suntuosa pedrería, y pa- sando muy de ligero por las tres menores de igual dis|)osicion, que ofrecen sin em- bargo el más alto interés artístico-arqueológico bajo la relación de sus elementos decorativos. Por extremo originales y únicas le parecen las tres últimas, compuestas de cierto enrejado de oro macizo (en or massif), sembrado de piedras preciosas; y dada razón de las cruces que á las más exornan y de las cadenas que á todas sus- penden , entra en muy exquisitas disquisiciones.
No sin fundamento manifiesta que el uso de colgar coronas en lugares sagrados, y aun en los edificios profanos , era ya general en el momento en (|ue las hordas invasoras del Norte vinieron á sentarse sobre las ruinas de la civilización romana ^. Invocando el testimonio de Constantino Porphyrogeneta que apoya con la autoridad
' Los cromos que Mr. de Lasleyrie acompaña á su trabajo, han sido grandemente elogiados por los críticos del vecino Imperio: comparados con excelentes dibujos del tamaño natural que verán en breve la luz pública en la magna obra de los Monumentos arquitectónicos de España , grabados en acero con sus propios colores, y con los cromos que Mr. Peigné-Delacourt ha dado á luz en sus Re- cherches sur le lieu de la Dataille d'Atlila en 451, es licito advertir que dejan mucho que desear res- pecto de la exactitud propia de este linaje de publicaciones. Mr. de Lasteyrie ha hecho no obstante un notable obsequio á los arqueólogos con las expresadas litografías.
2 Mr. de Lasteyrie pudo haber dado mayor amplitud á esta parte de su trabajo con sólo recordar lo que en este punto nos enseña la historia de los pueblos orientales. Sin apartarnos de los sagrados libros, fuente no sospechosa á que acudiremos con frecuencia en este ensayo , sabemos por ellos que fueron consagrados en los templos gentílicos, como ofrendas religiosas, no sólo las coronas de los re- yes que eran colocadas en las cabezas de los ídolos, según adelante comprobaremos, sino también sus ornamentos personales y aun sus armas. Antioco halla en efecto en la ciudad de Elymaide (Persia) un templo riquisirao en todo linage de preseas, «et illic velamina áurea, et loricae et scuta, quae reliquit Alexander Philippi rex Macedo, qui regnavit primus in Graecia» (Mach. lib. I, cap. VL v. 2). Traído al Occidente el fausto de aquellas regiones é introducido en Roma por la magnificencia de Pompeyo, consagró ya este caudillo k Júpiter Capitolino parte de sus trofeos: «Primusque Pompeius lapides et pocula ex eo triumpho (el tercero de los suyos) lovi dicavit» (Plinio, líb. XXXVII, cap. Vil). César, emulando en todo á Pompeyo, no sólo «sex dactyliothecas in aede Veneris Genitricis consecravit» (Id., id., cap. V), sino que habiendo sido saludado con nombre de rey, sobre rechazar la corona que el cónsul Antonio le ponía, la envió al mismo Júpiter Capitolino (in Capitolium lovi. Óptimo Máximo miserit (Suetonio, Mius Caesar, cap. LXXIX). Adoptada por Caligula la corona regia , como signo de la magestad suprema (Id., Caligula, cap. XXII), fueron ya harto frecuentes semejantes consagraciones; y no es maravilla que al verificarse la invasión de los bárbaros, estuviese generalizada esta costumbre entre los pueblos occidentales, que admitieron también, como adelante notaremos, la de exornar las cabezas de sus ¡dolos con magnificas coronas de oro, sembradas de todo género de piedras preciosas.
MEMORIAS DE LA REAL AC\I>EMIA HE SAN FERNVNnO.
(Je Anastasio el Bibliotecario, ya antes invocada por Mr. Darcel \ y con la de Paulo Diácono y Gedreno, manifiesta no obstante que dio principio á esta devoción cristiana el Gran Constantino, cuyo ejemplo siguieron después otros emperadores de Bizancio. Heredai)an esta costumbre los Monarcas y Principes de los pueblos sep- tentrionales, recibida ya la religión cristiana, como heredaban y recibian todos los elementos de cultura atesorados por el antiguo mundo; hecho importantísimo en la historia de artes y letras, de que no obtiene por cierto Mr. de Lasteyrie todas las consecuencias legitimas. El uso de ofrendar coronas ante los altares y bajo las cú- pulas de las basilicas, se propagó por último á la Monarquía visigoda, no siendo Receswinto, cuyo nombre figura en la más suntuosa de las que constituyen la parte del Tesoro de Guarrazar existente en Cluny, el primero ni el último que lo verifica. La iniciativa corresponde á Recaredo ; observación histórica que no es para desde- ñada en estos estudios, si bien el perspicuo académico pareció olvidarla, al tratar la cuestión de arte, según adelante advertiremos.
Fijadas las notables diferencias que existen entre las coronas votivas, propiamente dichas, y las lámparas {lampadcs el coronae), citadas al par en códices y documentos de la edad media bajo una misma denominación , propone Mr. de Lasteyrie la cuestión, en suma interesante, de si tuvieron ó nó uso personal las halladas en las inmediaciones de Toledo. No desconoce que las dos mayores pudieron , antes de ser consagradas á Dios, ceñir la frente de algún Príncipe, según consta de otras por el testimonio de verídicos historiadores; y sin embargo, le mueven á contradecir esta opinión, apuntada por los arqueólogos que hablaron antes que él del Tesoro de Guarrazar, razones de arte, algunas de las cuales parecen tener cierto valor, aun- que no son como juzga, decisivas. Tal es sobre todas la que se refiere á la coloca- ción de las anillas que suspenden la corona de Receswinto : cubiertas al exterior, por la orla de vidrios de colores que después examinaremos, y soldadas al aro, no dejan estas duda alguna, en sentir de Mr. de Lasteyrie , de que fueron colocadas al ser fabricada la corona, ««la cual (añade) no tuvo jamás otro uso que el de un simple ex wlO" I
1 Gai-cítc (le Bcaux Arts, p. 31.3.
- La observación de Mr. de Lasteyrie es en realidad de mucho peso en cuanto i la construcción; pero no prueba todo lo que pretende en cuanto al destino de la corona. Y aunque no es nuestro in- tento el tratar aquí esta cuestión , meramente arqueológica, parécenos bien observar, que sin salir de nuestra España, hallamos monumentos irrecusables que modifican la conclusión absoluta del ilustre anticuario, fijando en cierto modo la tradición que vemos propagarse hasta el siglo XII. Entre otros testimonios traeremos, pues, aquí algunas monedas de los Reyes de Castilla, en las cuales aparecen las coronas que llevan en sus sienes, ornadas en el borde superior de cuatro anillas, que fueron indu- dablemente colocadas en ellas al fabricarse ; pudiendo examinar los lectores la que con este propósito reproducimos en la lámina VI que representa á Sancho III de Castilla (1157 á 1158). Ahora bien ¿será posible concluir que Sancho III y los demás Principes, en quienes concurre esta circunstancia, pasados ya tantos siglos, se hubiesen coronado con ex votos tomados de algún templo, y que los lleva- sen con tal frecuencia que el artista reprodujera al grabar lo que veia? O ¿será más aceptable el su- poner que destinadas aquellas coronas para ciertas ceremonias públicas, en que tuviesen algún com-
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNVNDO.
Sobre la consagración de esta y las sielc restantes, asienta el distinguido anti- cuario ciertas hipótesis, que es lástima en verdad no aparezcan mejor documenta- das. Su claro talento le lleva á desechar la aventurada suposición de que unas y otras pertenecieron á Receswinto y su familia, punto de que en otro lugar nos ha- remos cargo con mayor detenimiento; y hechas algunas indicaciones sobre el nom- bre de SoNNicA que aparece en una de las cruces, trata con plausible empeño de ilustrar cuánto al sitio en que fueron ofrendadas las coronas se refiere. Es sin duda esta la parte en que mayor ingenio y perspicuidad ha mostrado Mr. de Lasteyrie, lle- gando por larga serie de inducciones á vislumbrar en la voz Sorhaces, gi'abada en la inscripción de Sonnica , el titulo que llevó la ermita ó cenoi)io en que era venerada por Reyes y magnates visigodos la imagen de Santa María. Grande apoyo hubieran tenido siu embargo las observaciones del sabio anticuario en los descubrimientos ve- rificados por nosotros en las Huertas de Guarrazar, á serle conocidos: la planta del templo y los numerosos fragmentos decorativos que lo enriquecieron, le hubieran dado en efecto clara idea de la predilección con que durante la monarquía visigoda fué aquella iglesia considerada; la inscripción del sepulcro, el firme convencimiento de que liabia precedido en mucho á la invasión mahometana; la inspección j)ersonal de las Huertas y sus contornos, la íntima persuasión de que pudo existir en aquel valle, rodeado de altos cerros, populoso bosque de servales, dando nombre á la er- mita. Mr. de Lasteyrie ha obtenido, á pesar de lodo, cuanto podia esperarse de su talento y de su erudición, grandemente ejercitados en este linaje de estudios ^
plemento para recibir las criires que les servian de remate, se labrasen ex profeso ron sus correspon- dientes anillas? Nosotros nos inclinamos á lo segundo, bien que sin asegurarlo de un modo absoluto; y al recordar el fausto de las costumbres orientales que imitan en la forma que después veremos los sucesores de Leovigildo, y que se propaga, según demostraremos, á los sucesores de Pelayo, no tene- mos por descabellada la hipótesi que Mr. de Lasteyrie combate , con tanta más razón cuanto que consta liistóricamente que algunas de las coronas ofrendadas por aquellos Reyes, brillaron primerd en sus frentes y aun sirvieron para la coronación de otros. De esto hablaremos adelante.
1 En su lugar nos haremos cargo de las opiniones que se han emitido respecto de la palabra Sorbar.es: cúmplenos ahora advertir que Mr. de Lasteyrie supone hallar su etimología en la dicción Sorbus, nombre genérico de un árbol (el serval) que crece espontáneamente en las partes montañosas de los países meridionales, apoyándose en Paladio [De re rustica, lib. II, tit. XIV) y Plinio [Nuliird- lis Historia, lib. XV, cap. XXIII). Por analogía gramatical saca de sorbus la voz sorbarium , como salió pomariiim, de pomus; y dada esta formación, no halla dificultad en que los clérigos de la corte visigoda dijeran sorharis en lugar de sorbarium, pues que se dijo también ¡wmaris en vez de pomarium. De este idiotismo local , que se repite respecto de otras palabras análogas , deduce pues el diligente investigador que el plural sorbaces determinaba simplemente un lugar plantado de servales (cormicrs); y como no faltan ejemplos que persuadan de que desde la más lejana antigüedad existieron iglesias dedicadas á la Virgen María bajo advocaciones locales, así en Francia como en España y otras naciones, resuelve por último que el título de la Iglesia en que fueron consagradas las coronas , era Sancta Maria in Sorbaces (páginas 23, 24. y 2-5, párr. IX). Poco dados al peligroso placer de busc.ir etimologías revesadas ó difíciles, no aprobaremos del todo el procedimiento harto ingenioso de Mr. de Lasteyrie; pero cuando, dada la inspección topográfica, y tenida en cuenta la importancia del templo de Guarrazar (véase nuestra parte IV), observamos que se cumplen en gran manera las indi- caciones del entendido arqueólogo, no podemos dejar de reconocer en ellas cierta fuerza, que paref e
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Mucho senlimos no poder afirmar otro tanto respecto de la última de las cues- tiones por él tratadas. ¿A qué arle pertenecen los jireciosos objetos de orfebrería hallados en la Fuente de Guarrazar? ^ Hé aquí, pues, la pregunta que nos fuerza ú sacar á luz el traljajo que teníamos hecho con el propósito arril)a indicado.
El ilustrado individuo de la Sociedad Imperial de Anticuarios, tentado del se- ductor anhelo de exponer nueva y muy peregrina teoría y descansando tal vez en la reputación que le tenía ganada su Ilistoire de la Peinture sur vene, se olvida del arte para guarecerse en las regiones de la indmlria, aspirando á deducir de un sim- ple procedimiento accidental la ley superior de actividad y de vida que preside al desarrollo de la cultura y de las artes españolas durante la monarquía visigoda. La teoría de Mr. de Lasteyrie, ([ue no con otro carácter la expone, pagándose de ser el primero que lo verifica -, consiste pues en afirmar que existiendo en la corona de Receswinto ^el vidrio rojo taraceado {cloisonné), y siendo este un procedimiento industrial empleado por los pueblos de origen germánico; nordo-germánico y no la- lino ni bizantino, era el arte que produjo aquellos preciosos monumentos. Y tan lejos llega el señalado anticuario en su conclusión, que rechazada (porque sin duda cargaba en demasía su conciencia) la hipótesi de que Receswinto hubiera mandado hacer las coronas en el centro de la Germania, vacila entre si pudo haber traído á su corte artistas germanos que las fabricaran, «ó si por el contrario, ahogados bajo las plantas de los Reyes visigodos los restos de la civilización romana, habían aque- llos importado, y connaturalizado hasta cierto punto entre los vencidos, la industria
de su antigua patria» ^
Para iMr. de Lasteyrie, que dio á luz su memoria sobre El Tesoro de Guarra- zar, con el deliberado projwsito de autorizar esta teoría, cuyas consecuencias, si fuera dable aceptarla, no pueden en modo alguno ocultársele, parecen estas supre- mas razones de crítica. Permítanos, sin embargo , su ilustrada tolerancia que en la desdeñosa rapidez con que describe las restantes coronas '', y en la ambigüedad con que alude á las mismas, al pronunciar las últimas palabras sobre la trascenden- tal cuestión que suscita ^ nos sea dado descubrir el que á pesar de los grandes esfuerzos de su erudición, no quedó su ánimo del lodo tranquilo. Ni pudiera su- ceder, dados su ingenio y su ciencia, cuando aplicada su teoría en las verdaderas regiones del arte, iba á flaquear por sus propios cimientos, estrellándose en la in- contrastable verdad de la historia, no sin ofender la filosofía y aun repugnar al .-^en- timienlo de nacionalidad, profundamente arraigado en nuestro suelo.
aumentarse al reparar en la caprichosa derivación que indica desde luego la voz serval, que pudo traer análogo origen [sorbaris, sorhacis, sorbalis, servalis, serval). Pero no aumentemos las diliculta- des, juzgando tal vez aminorarlas.
1 Pág. 27, párr. XI.
2 Pág. 33, párr. XI.
3 Páginas 34 y 35, párr. citado.
' Sobre todo las tres pequeñas de oro iPárr. III, p. 6). ■' Páginas 35 v 36.
MEMORIAS UE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Tal fué sin duda el primer efecto que produjo cu España su doctísimo trabajo. En las montañas de Asturias nos halláljamos , estudiando con nuestro entendido com- pañero don Manuel de Assas, los primitivos monumentos de la monaniuia creada por don Pelayo , cuando llegó á nuestras manos un bien trazado articulo crítico \ en que negando las afirmaciones de Mr. de Lasleyrie , sobro manifestarse (|uc ofendían y desnaturalizaban nuestra cultura, se nos dispensaba la honra de citar las comuni- caciones relativas á los descubrimientos de Guarrazar que habíamos dirigido en i 859 al Gobierno, y se escribían las siguientes palabras: -En los momentos en que tra- "zamos estas líneas, estudian los Sres. Assas y Amador de los Ríos, los primitivos "monumentos asturianos que se enlazan directamente con los visigodos de Toledo. "¿Será posible que resuelvan la cuestión crítico-arqueológica, formulada por Lastey-
"rie, en el mismo sentido que este lo hace? Mucho lo dudamos Abrigamos el
"Convencimiento de que hecho el estudio con la profundidad que pide, reconocidos "los vestigios toledanos y quilatados asimismo los templos primitivos de Asturias, "será posible que Mr. de Lasteyrie, para quien han sido desconocidos los descubri- "míentos arqueológicos de Guarrazar, rectifique su juicio, reconociendo la influencia "bizantina que durante los buenos tiempos de la monarquía visigoda brilla en las ar- "tes españolas."
No en balde decíamos pues arriba, que la pregunta del sabio anticuario de Pa- rís nos forzaba á sacar á luz el trabajo que teníamos hecho sobre los monumentos visigodos de Toledo y las coronas de Guarrazar. La excitación de don M. M., bené- volo autor de las líneas trascritas, no podía en verdad ser más directa ni obligato- ria: sus afirmaciones, al oponerse á la teoría de Mr. de Lasteyrie, se apoyaban en las palabras que, informando al Ministro de Fomento sobre las excavaciones practicadas bajo nuestra dirección, habíamos pronunciado : su criterio científico era pues nues- tro propio criterio; y tanto por haber manifestado nuestra opinión en documentos oficiales, como ])orque había sido esta tomada ya en cuenta por los amantes de la ciencia arqueológica, que la invocaban, juzgamos que no era posible, sin desdoro, hurtar el hombro á este personal compromiso.
Lo aceptamos pues con toda la circunspección propia de un asunto en que sólo debían servirnos de norma el anhelo de la verdad y la consideración que la justa nombradla del ilustre miembro de la Sociedad Imperial de Anticuarios merece. Más que á refular su teoría , salimos en defensa de la historia patria , considerada bajo el aspecto de las artes, que tan íntima relación guardan con las letras, durante la edad visigoda , punto á que tenemos consagradas largas vigilias I El estudio que hoy damos á la estampa , se refiere en consecuencia á la cuestión artística, sus- citada por Mr. de Lasteyrie, dejando para mejor cortada pluma el abarcar todos los
1 Dado á luz el 18 de JuHo de 1800 en el diario Las A^overfades.
'^ En la Historia critica de la literatura española, cuyo primer tomo verá en breve la luz púhjií'a, primera parte, capítulos Vil, VIII, IX y X.
8 MEMOniAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
demás pantos arcjiíeológicos , á cuya ilustración dá lugar el peregrino descubrimien- to del Tesoro '.
Al olvidarse de que entre los sucesores de Ataúlfo germina, florece y da gra- nados frutos un arte de no dudoso origen y de no ambiguos caracteres , se ha des- pojado el diligente autor de la Descriplion dii Trhor de Guarrazar de los únicos medios de resolver con el ambicionado acierto el problema más importante de cuan- tos expone en su libro, y que según las palabras de su compatriota Mr. Ernesto Vinet, «domina sin contradicción todas las demás cuestiones por él tratadas» ^. Pro- bar que ese arte existe; asignarle el lugar que de justicia y derecho le corresponde en el desenvolvimiento de las artes occidentales; investigar sus orígenes históricos, determinando los elementos que lo constituyen y fijando los caracteres ([ue lo dis- tinguen y avaloran; comprobarlos con el examen y descripción de los numerosos fragmentos arquitectónicos que por fortuna han llegado á nuestros dias ; señalar las naturales relaciones de este arte , considerado en sus principales manifestaciones, con las arles secundarias del diseño, entre las cuales tiene preferente lugar la orfe- brería; comparar descriptivamente los preciosos objetos y coronas hallados en las Huertas de Guarrazar con los expresados fragmentos , á fin de reconocer si hay realmente para unos y otros una misma filiación y una misma ley de vida, dedu- ciendo de todo el conocimiento del arte á que en verdad pertenecen los últimos ; y señalar finalmente las relaciones que guardan con los monumentos asturianos, ya simplemente arquitectónicos, ya relativos á la indicada orfebrería,... tal es en su- ma la serie de investigaciones que hemos procurado realizar, una vez resueltos á exponer nuestras ideas sobre la cuestión indicada ^
Como inevitable consecuencia hemos dividido nuestro trabajo en siete partes.
Tiene la primera por objeto el dejar plenamente comprobaba, bajo la relación histórica , la existencia del arte visigodo con todo linaje de documentos.
' Nos referimos ;'i una docta Memoria que liá tiempo escribe nuestro amado compañero el ya citado don Pedro de Madrazo, dedicada más principalmente á la investigación de los puntos históricos que se enlazan con el tesoro de Guarrazar, tales como los relativos á las ceremonias propias de las corona- ciones j- demás solemnidailes, en que los emperadores de Bizancio y los Reyes visigodos hicieron alarde de su magnificencia: deberá figurar, según tenemos entendido, entre las Memorias de la Real Aca- demia de la Ilisloria, de que es digno individuo numerario. Por nuestra parte debemos declarar que sentimos vivamente el que no haya visto ya este erudito trabajo la luz pública, porque nos ahorrarla algunas digresiones, inevitables ahora para la inteligencia de ciertos puntos, y darla sin duda no, poca autoridad á nuestras opiniones, hermanando grandemente uno y otro estudio.
- Journal des Debáis del i23 de Febrero de 1801.
3 A punto de imprimir el presente trabajo se nos comunica de Paris que Mr. J. Labarthe, re- nombrado anticuario, abundando en las mismas convicciones que nosotros , prepara una publicación con el ánimo de rebatir la teoría de Mr. de Lasteyrie. Para Mr. Labarthe descubren las coronas de Guarrazar huellas inequívocas del arte bizantino, según se nos asegura, de lo cual nos felicitamos cordialmente; y como por otra parte nos consta que desconoce el resultado de las excavaciones de Guarrazar, los fragmentos visigodos de Toledo y las basílicas asturianas, abrigamos la esperanza de contribuir con este nuestro ensayo al no dudoso triunfo de su doctrina, que habrá de ampliar y ro- bustecer indefectiblemente con las ilustraciones gráficas que acompañamos.
HEMOniAS DE I,.\ HEAI. ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 9
Señalamos en la segunda las fuentes de ese mismo arle , dentro y fuera de la civilización que ilustran los nombres de un Leandro de Sevilla, un Isidoro v un Ildefonso; y quilatados los elementos artísticos que en vario sentido se congregan en la península pirenaica , determinamos los caracteres que brillan en sus despedazadas reliquias, asignándole el titulo que íilosólicamente le corresponde.
Describimos en la tercera los fragmentos arquitectónicos descubiertos hasta ahora en Toledo ; preciosos restos de sus celebradas basílicas, de las ponderadas aulas de los Reyes visigodos y de los suntuosos atrios de sus magnates.
Damos á conocer en la cuarta el satisfactorio resultado de las excavaciones, ve- rilicadas en las Huertas de Guarrazar j)or especial mandato del Gobierno , descri- biendo asimismo los piincipales objetos allí encontrados.
Contiene la quinta el examen descriptivo de los objetos del Tesoro de Guarra- zar, conservados en el Museo del Hotel Cluny.
Comprende asimismo la sexta la descripción de las coronas pertenecientes á di- cho Tesoro, que han sido últimamente presentadas á S. M. la Reina por uno de los primeros descubridores ', dándose al par noticia de otros objetos de extremada importancia, que hallados también en Guadamur, no han salido por fortuna de Es- paña. Como natural consecuencia de uno y otro examen descriptivo, íijaremos en esta sexta parte los caracteres artísticos é industriales de los expresados monumen- tos, fruto de la cultura visigoda.
Abraza la sétima, determinados ya los referidos caracteres, una breve investiga- ción histórica, relativa á los medios y á los procedimientos industriales empleados en la fabricación de las coronas, deteniéndonos principalmente en el uso y a])licacioti del vidrio de colores, piedras preciosas y nácares (madreperlas), á fin de establecer, conforme á las enseñanzas de la historia, la tradición de todas estas aplicaciones, no sin reconocer la relación que guardan con las costumbres de los pueblos desde la antigüedad más remota.
Cerrará estos ensayos un resumen general, en que se consignen todas las legí- timas consecuencias de nuestras investigaciones, apareciendo por tanto fuera de toda disputa la íntima relación que existe entre el Arte visigodo y el Tesoro de Guarra- zar, probando así que representan una sola cultura.
Pudiéramos haber dado mayor amplitud á nuestras disquisiciones, principal- mente en todo lo que atañe á los monumentos del arte visigodo. Por fortuna no es Toledo la única ciudad española, que guarda en sus muros y edificios preciosos restos de aquella arciuitectura, cuya existencia apenas se sospecha fuera de España, y cuyo conocimiento hubiera Itastado al diligente Mr. de Lasleyrie para modificar, ya que no para cambiar sustancialmente sus opiniones. Mérida, Segovia, Córdoba, y otras
1 El l'J do Mayo del presente año de IRCil. En su lugar indicaremos las cirninstancias esiiecia- les de esta notabilísima adquisición, que templa en gran manera el sentimiento producirlo en todos los amantes de las glorias nacionales por la no plausible conducta de los que sacaron de España las co- ronas que se guardan en el Museo ile las Termas.
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muchas poblaciones, tales como Aiulújar que debió á Sisebuto la iglesia de Sania Eufrasia (618), San Román de Hornija, cuya Basílica fué erigida por Chindaswin- to (64G) y San Juan de Baños, dolada por Keceswinlo de su celebrada iglesia (6GI), nos hubieran ministrado muy estimables testimonios de los elementos decorativos que brillaron en tan antiguas fábricas, no dejándonos duda alguna de su índole y carácter. Pero semejante investigación, que debia ser meramente gráfica, sobre dar excesivo bulto á la parte analítica de estos estudios, nos apartaría demasiado de Toledo, silla y cabeza del imperio que se levanta sobre las ruinas del romano, es- cuela y centro principal del arte, objeto de la |)rescnte obra.
En Toledo, metrópoli enriquecida al par con suntuosos palacios y basílicas por Reyes, magnates y prelados, debían pues lijarse, y se han íijado más principalmente nuestras miradas; pero no sin volverlas con frecuencia á los monumentos asturianos, levantados por la piedad de los Pelayos y los Alfonsos, donde no sólo hemos hallado la viva tradición del Arte visigodo, sino descubierto también preciosas y abundantes preseas de otros edificios anteriores, pertenecientes sin duda á la más floreciente edad de los Receswinlos y los Wambas. Ni han excitado menos nuestra atención las inestimables joyas que constituyen el famosísimo relicario de la Cámara Santa en la venerable catedral de Oviedo. Casi todos los objetos que forman aquel Tesoro, con- tribuían á esclarecer grandemente la cuestión proj)uesta por Mr. de Lasteyrie, en el sentido esencialmente histórico respecto de la ciencia arqueológica, y tradicional respecto de la vida interior de las artes. Falta im])erdonable hul)iera sido pues des- deñar esta doble enseñanza, y más todavía en nosotros (pie llevamos á Asturias el encargo especial de estudiar estos monumentos, los cuales saldrán en breve á luz pública en la magna obra de los Arquitectónicos de España, hecha á expensas del Estado.
Pasemos ya al estudio de las cuestiones propuestas en el orden arriba enunciado.
I.
Error general de los arqueólogos extranjeros respecto de la existencia de las bellas artes en la monarquía visigoda. — Pruebas irrecusables de la misma. — Testimonios didácticos. — El libro de las Eümologias de San Isidoro. — Noción de todo género de monumentos; de los edificios sagrados; de los profanos; de las mo- radas ó habitáculos.— Idea relativa á la construcción y á la decoración. — Documentos históricos.— El arte visigodo en Toledo. — Arquitectura militar. — Muros edificados por Wamba.— Arquitectura religiosa.— Parroquias mozárabes. — .Monasterios.— .\rquilectura civil. — Aulas regias y atrios episcopales. — Las be- llas artes son cultivadas en España durante la monarquía visigoda.
Achaque lia sido , liarlo comiin en cuantos han tratado fuera de la Península de las artes españolas, el desconocer su existencia durante la dominación visigoda, Háse afirmado generalmente que hundida España en profunda oscuridad ])ajo el peso de la barbarie , ni pudo conservar la gloria del arte clásico, que tan grandes monu- mentos habia producido en la patria de los Sénecas yColumolas, ni le fué tampoco hacedero el dar señales de vida en la senda aliierta por el arle cristiano, desde el momento en que lirillando la cruz en el lábaro de Constantino, a.spira aquel arte á dominar en Occidente. A la verdad no se conforma este juicio con la historia de la civilización, desconociéndo.se al emitirlo que no se extingue en un solo dia la luz del antiguo mundo, ni es fácil renuncia para la humanidad la radical y abso- luta de conquistas laboriosamente realizadas en el trascurso de muchos siglos. Pero es lo notable ([ue no solaiaente se ha caido en el doloroso error de suponer despo- .seida de bellas artes á la nación española durante un largo período , el cual no ca- rece por cierto de verdadera gloria, sino que se ha olvidado al pro|)io tiempo, demás de la enseñanza que los monumentos ministraban, la existencia de un documento inestimable, que habiendo servido de constante faro en toda la edad media, llevaba en sí la más terminante condenación de semejantes asertos, siendo al par irrecusable testimonio del grado de cultura á que llega el arte ar(|uitectónico, y con él las demás artes que .se le asocian , bajo el im|)erio de los Reyes visigodos.
Nuestros discretos lectores comprenderán sin duda que hablamos del libro de los
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Orígenes ó de las Etimologías, debido al célelire doctor de las Espafias. Este egregio varón (jiie anhelando echar los fundamentos á la educación intelectual del clero católico, i'ecogia con noble solicitud cuantas nociones de ciencias, letras y artes habia atesorado la antigüedad clásica, fijaba también sus investigadoras miradas en cuanto á su presencia e\istia, procurando consignarlo en aquella obra, que era por este doble concepto docta enseñanza para lo presente y prestantísimo monumento para lo futuro. Estudiando bajo la primera relación cuanto habían sido en Grecia y Roma las bellas artes, y dados á conocer sus elementos constitutivos, deteníase el sabio maestro de Ildefonso á examinar respecto del segundo |)unto los edificios ó existentes ó levantados en su época, clasificándolos conforme á su magnificencia ó importancia.
Llámannos entre todos la atención los edificios sagrados [acdificia sacra): San Isidoro establecía con entera claridad la diferencia que mediaba entre las basí- licas {basilicae ' ), monasterios {inonasleria), oratorios (oraloria) y cenobios [coenohia), daba á conocer qué género de edificios eran los martirios {niartyria ^) y lavatorios {delubra ^); y designando el uso de las aras y altares, nos trasmitía preciosos datos para discernir del rito y la liturgia, al referirse á los pulpitos, tribunales y analogios \
Ni habia puesto San Isidoro menor empeño en el examen de los edificios públi- cos [aedificia publica), entre los cuales , clasificando las ciudades , colonias, munici-
1 Basilicae (dice) prius vocabantiir regura haititaciila , unde et nomen habeat: CmiiIív; rex, et basilicae regiae habiíatioiies. Nuiíe autem ideo divina templa basilicae nominantur, quia ibi regi ora- nium Deo cultus et sacrificia ofleruntur (Lib. XV, cap. IV). Llamamos la atención de los lectores so- bre la referencia de actualidad, significada en este y otros mucbos pasages con las voces nunc, ho- die, etc., ó ya con el uso de los presentes del verbo, tales como sitnt, dkitur, nominantur, etc. Isi- doro expone casi siempre la diferencia que existia entre los objetos conocidos por la antigüedad paga- na y los que eran propios de su tiempo, con lo cual es completa la noción que nos ofrece y grande la luz que arrojan sus palabras en la historia del arte.
2 Martyriiim locns martyrum graeca derivatione, eo qnod in mcmoriam martyris sit construc- tum, vel quod sepulcra sanetorura ibi sint martyrum ;Ut supra).
^ Es notable la descripción que hace San Isidoro de estos edificios : «Delubra veteres dicebant templa fontes liabcntia, quibus ante ingressum diluebantur, et appellari delubra a diluendo. Ipsa nunc sunt aedes ciim sacris ibntibns, in quibus lideles regencrati purilicantur, et bene quodam praesa- gio delubra sunt appellata : sunt enim in! ablutionem peccatorum (Lib. XV, cap. IV). Obsérvese de pa- so cómo, aun juirificada por la religión esta costumbre gentílica, se trasmite al siglo VII, en cuyo pri- mer tercio escribe Isidoro, conservando la iglesia donde ablución se verifica, el nombre mismo. del templo pagano. Estas y otras indicaciones análogas importan mucho al intento que abrigamos.
í Parécenos por extremo curioso lo que sobre cada uno de estos puntos dice el metcopolitano de Sevilla; Pulpitum quod in eo lector vel psalmista positus in publico ronspici a populo possit, quo li- berius audiatur. Tribunal eo quod inde a sacerdote tribuantur praeceptavivendi. Est enim locus in su-
blimi constitutus, unde universa cxaudiri possint .4«a/o(/»ímdictum quod sermo inde praediretnr:
nam /óyo; graece scrnio dicitur, quod et ipsum altius situm ost (Lib. XV, cap. IV). Nótese cuan im- portantes son estos datos para discernir cuál era la distribución de las basílicas visigodas, en que dichos muebles existían, y cuan grande es en la iglesia católica la inlluencia griega, recibiendo bástalos nombres con que basílicas y muebles eran designados.
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pios, castillos, vicos (««"«), castros y aldeas (pngi), daba menuda cuenta de las cons- trucciones suburbanas, muros, torres y demás propugnáculos y promurales ', que á su defensa so referían. Consignados el uso y fin útil de los circos, teatros y an- fiteatros, señalaba los no menos importantes de las termas, baños, lavaderos (rt/)o- dyteria), casas de comida (popinae) y tabernas (tahernae ^), no olvidando la misma estructura de las calles que rodeaban con frecuencia espaciosos soportales {imhuH), cuya aplicación se ha pretendido traer con harta ligereza de la arquitectura maho- metana ^.
Tras estas construcciones fijábase el .sabio autor de las Etimologías en las mo- radas (habitacula) de lodos géneros; y definida la de los reyes [aula regia), la cual excedia á las demás por la riqueza de los cuatro |)órticos que la circulan , mencio- naba los (Itrios de los magnates, que sólo podian tener tres pórticos '', y pasando después á los hospitales y hospicios [hospitia el xe^iodifjuia ^), determinaba en otros capítulos ya las fábricas que servían para custodia de preciosos objetos (reposilaria), ya las que se destinaban á talleres (operaria). Lugar preferente hallaban entre las primeras los sagrarios [sacraria), donarlos [donaria), erarios (acraria) y bibliote- cas {bibüothecae "), é indicado el fin de los segundos, entre los cuales eran ác notarse las fábricas de lana {gynecia), los hornos (furni) y los lagares (torcularia), empleaba otros capítulos en el examen de las construcciones propias del campamento {pupilio- nes, tentoria ''), y de los sepulcros {sepukhra ^), no olvidados los edificios rústicos, como las casas y tugurios {rasac, tugiiria ^), con lo cual ponía término á esta parle de su trabajo, no sin ti'asmitirnos también curiosos pormenores sobre la división de los campos, sus límites y mensura, clasificando doctamente los caminos y calza- das, y exponiendo con extremada exactitud las partes de que se componían.
' Propufjnaciila piniiae raurorum sunt dicta, qiiia ex his propugnatur. Promurale vero eo (|iiii(l sit prn miinitione luuri. Est enim rannis proximus ante muriim (Lib. XV, cap. II).
2 Dado á conocer el uso que la antigüedad hizo de las tabernas, así como su construcción, decía San Isidoro: «Quae nunc, et si non speciera, noraen tamen pristinum retinent (Id., id).»
3 hrüiulu vcl quia subvolumina sunt , vel quia sub iis arabulant: sunt enim porticus bine inde platearum (Id., id).
* Aula domus est regia, sive spatiosura habitaculura, porticibusque qiiator conclusum. Alrium magna aedcs est, sive amplior etspatiosa domus, et dictum estatrium, eo quod addantur ei tres porti- cus extrinsccus (Id., cap. III).
s Hospithün serrao graecus est, ubi quis ad tempus hospitali iure inbabitat et iterum inde tran-
siens migrat. Xenodochhim ex graeco in latinum Ki-JoSoyúo-j peregrinorum susceptio nuncnpatnr.
ubi aegrotantes de plateis coUignntur (Id., id).
•• DibUotheca est locas, ubi reponuntur libri: Bi^lo; enim graece líber, @r,/.r, repositonim dni- tur (Id., cap. V).
' Tentorium vocatum, quod tendatur funibus et palis: unde et hodie praetendere dicuntur (ídem cap. X).
* San Isidro llama también monumentos á los sepulcros, observando: Mnnumcntnni ideo nuncu- patur, eo quod mente moneat ad defuncti raemoriam. Cum enim non videris nionumentum, oblivis- ceris mortuum (Id., cap. XI).
9 Casa est agreste habitaculuní palis atque virgulis, arnndinibusque contextum Tuiíuriiim
casula est quam taciunt sibi custodes vinearum, etc. (Id., cap. XII).
14 MEMOniVS DE LA REAL ACADEMÍA UE SAN FERNANDO.
Y 110 se conteiilaha ol sabio maestro de Braulio é Ildefonso con seíialar la exis- (encia de todos estos edilicios, manifestando el uso á que se destinaban: aquel noble espíritu de investigación que le anima y distingue entre los escritores de la edad media, le lleva tamliion á considerar los elementos de la conslmccion y de la orna- mentación '; y disceiiiidus las diferencias que existen entre fuñico y vestibulo, claus- tros internos y claustros externos {[ores et valtiae); y dados á conocer cimientos y paredes {fundamenta et parietes), pilas y pilares, ábsides y testeros (ábsida el tesiu- dines), pavimentos y mosaicos {pavimenta el tesseüae), ocupábase en la definición de los arcos , basas, columnas y capiteles, que formaban la parte más noble de la decoración, no olvidando las tejas {legulae, imbrices), canales y fístulas {canales, ¡isiulae) ([ue cubrian y defendían los edificios, recogiendo las aguas llovedizas. No eran pues indiferentes para el ilustre instituidor del clero católico los procedimien- tos más seneillos de la construcción, debiéndose á su exquisita diligencia el que podamos hoy rectificar con sus palabras no pocos errores vulgares, tales como el de suponer debidas á los árabes ciertas maneras de edificación, entonces muy conoci- das en España. Notable es por ejemplo el uso de los tapiales: " Forinatiim sive [ormatium (dice) in África vel Hispania parietes de Ierra appellant cjuae modo in for- ma circumdalis duabus ulrimque tabulis inferliunlur verius quam inslriiuntur" -. Ni se le ocultaban tampoco los procedimientos empleados en todo género de ornamenta- ción, entre los cuales es por cierto muy digna de recordarse la manera con que á la sazón eran pintados los muros de alcázares y basílicas, dándonos á conocer que no habia muerto la pintura mural, como no se había extinguido el brillo del arte antiguo entre las grandes calamidades que habían conturbado el suelo de la Penín- sula ibérica ^.
Si, pues, en todos estos preciosos datos reconocemos la existencia y el ejercicio de un arte que atiende de igual modo á los más altos ministerios de la religión y á la más sencillas necesidades de la vida, ¿cómo poseyendo tan veraz testimonio, será posible negar á la época que determinamos con nombre de visigoda, la posesión de esa misma arte? Mas aunque careciéramos de documentos tan fehacientes y de tan
' El metropolitnno de Sevilla manifiesta notable insistencia sobre estos puntos, pues no sólo trata de ellos en el libro XV, cap. VIH (De partibus aeilificiorum), sino que les consagra en el XIX basta nueve capítulos, todos por extremo interesantes para el presente estudio. San Isidoro, recordando á Vitrubio, reconoce tres partes en todo edificio: la disposición, la construcción y la ornamentación [dis- yosilio, construclio, vemistas]; y sentado este principio, desciende en la lornia que notamos en el texto á tratar menudamente de cada una de las partes que caen bajo la jurisdicción de aquellas tres princi- pales.
^ Lib. XV, cap. IX. Los editores y comentadores de San Isidoro ban observado en este pasaje con entera exactitud: «Hodie hispani vocant tapias.» Esta manera de construcción citó ya el diligente Plinio, manifestando que dichas paredes eran llamadas formaceas, y que resistían la intemperie (ira- bribus, ventis, ignibus) con más firmeza que todo otro cemento {Natur. Hist., lib. XXXV, cap. LVIII).
3 Nunc (dice Isidoro) pictores prius umbras quasdam et lineas futurae imaginis ducunt; deinde coloribus implent, tenentes ordinem inventae artis (lib. XIX, cap. XVI). Difícil es dar en tan pociis palabras idea más exacta del estado de la pintura á principios del siglo VII.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMLV DE SAN FERNANDO. IS
grande autoridad; aun cuando el mismo San Isidoro no atendiera á distinguir, según á cada paso lo verifica, entre lo que se refiere simplemente á la antigüedad y lo que atañe á sus tiempos, conforme va advertido, todavía ha debido liastar la consi- deración filosófica, si otras memorias no existieran, para desvanecer el error que impugnamos. Porque ¿cómo se lia de suponer, ya consideremos á la raza visi- goda gobernada por el episcopado arriano, ya á la liis])anü-latina defendida jior el católico, que una y otra desconocieron el culto? ¿Cómo hemos de admitir que a(|ue- Ua fastuosa aristocracia que sabia con frecuencia las gradas del trono, viviera la vida sobria y frugal de sus primitivas selvas y campamentos? ¿Ni cómo, en fin, ípic los Reyesque competian en pompa y magestad con los Emperadores de Rizancio, y se ufanaban con los títulos de conditores urhinm el ecclesiarum, d(;sconocieraii en sus moradas lo que era debido á la grandeza del Trono? La historia multiplica en electo los documentos que á esta edad aluden, por boca de un Leandro, un Juan de Ci- clara, un Braulio y un Paulo Emeritense, enseiuándonos que en las más apartadas pro- vincias de la Monarquía visigoda se erigían al par aulas, atrios, basílicas, monas- terios, hospicios y xenodoquios de magnitud extraordinaria ': la misma liisloria nos advierte que Toledo, silla de aquellos monarcas y ciudad que recibe por ex-
Hemos advertido ya que no es nuestro ánimo el traer á este ensayo todos ios testimonios liis- tórlcos relativos á las construcciones levantadas en el suelo español durante la monarquía visigoda; trabajo en gran parte realizado por nuestro docto amigo y compañero don José Caveda ( Ensaip his- tórico sobre la Arquitectura española , cap. III). Pero no podemos dejar sin alguna ampliación el aserto aquí asentado, principalmente en lo que se reliere á la ciudad de Mérida, que proseguía siendo uno de los grandes centros de actividad y de riqueza, donde se guardaban con toda fuerza é integridad las tradiciones artísticas, alentadas poderosamente por los grandiosos monumentos que allí liabia eri- gido la civilización romana: «quae multiset antiquis aedificiis antiquae dignitatis gloriam tostabaturn (Don Rodrigo Rer. Hispan. Chrun. l¡b. III, cap. XXIII). Metrópoli ilustrada, donde brillan un Fidel, nn Masona y un Zenon , consagra en efecto, según el testimonio de Paulo Emeritense, nuevos templos, tal como el de San Juan, insigne por el suntuoso Baptisterio, de que todavía se conservan los prin- cipales miembros decorativos, que verán en breve la luz pública en los, Monumentos Arquitectónicos de España; restaura y amplia antiguas basílicas, tal como la de Santa Eulalia, famosa por la extraor- dinaria elevación de sus torres (celsa turrium fastigia); y erige raagnüicos atrios (palacios) para sus obispos, tal como el que reemplaza, en vida de Fidel, al arruinado milagrosamente , celebrado por su grandeza y más que todo por la admirable decoración de sus columnas (columnarum ornatibus), la fas- tuosidad de sus pavimentos, el brillo de los mármoles que cubrían todos sus muros (pavimentum omne vel parietes cunctos nitidis marmoribus vestitos) y lo maravilloso de sus techos (miranda tecta) {De Vita PP. Emeritensium, capítulos VI y VIII). Y no es menos digno de recordarse , tras los mo- nasterios y basílicas que funda, dota y construye, por mano del virtuoso Masona (multa monasteria, basilicas plures miro opere), el maravilloso xeri'idoquio que tan esclarecido Obispo fabrica, dotándolo de toda suerte de delicias (deliciarum copia), para socorrer las públicas dolencias en siervos y hom- bres libres, en cristianos y judíos, cumpliendo asi los altos fines de la caridad cristiana {De Vita PP. Emer., cap. IX, España Sagrada, t. XIII, p. 359). Análoga enumeración podríamos hacer res- pecto de Tarragona, Zaragoza, Sevilla, Braga y otras celebradas ciudades entre las cuales sería re- prensible olvidar á Córdoba, «sedis Patricia, quae semper cxtitit prae ceteris adiacentibus civitatibus opulentissima, et regno wisegothorum inferebat delicias» (Isidoro Pacense, Chronicon, n." XXXVl). Apuntados en el texto los escritores que pueden servir de guia segura, pan'cenos liien contiMitarnos con lo expuesto, no sin advertir que todo ello cumple al fin del presente escrito.
16 MEMORIAS DE L\ HE\L ACADES(l\ DE SAN FERNAN'DO.
celencia cl titulo do regia {urbs regia), vio levantarse dentro y fuera de sus muros toda clase de construcciones, punto principalisimo en que debemos fijar nuestras miradas.
Casi todos los monarcas visigodos, antes y después de la gran Irasformacion que se opera en cl tercer Concilio nacional de Toledo, prodigaron en efecto á esta ciudad las muestras de su predilección, fundando en ella templos, palacios y aulas regias. Distingüese sobre todos en este propósito los Reyes que heredan la magnifi- cencia de Atlianagildo, Príncipe cuyo nombre hallamos repetidamente consignado en la historia monumental de Toledo; y á tal punto llega el noble anhelo de en- grandecerla que no solamente la rodea Wamba de nuevos y robustos muros, defendi- dos por torres, ¡¡romurales y propugnáculos de extremada fortaleza, sino que la exorna también de fábricas elegantes y admirables (mire et eleganti labore '); lo cual perpetúa aquel famoso dístico que mandó esculpir en limpio y brillante mármol (in nítido lucidiorequc raarmore) sobre las puertas de la ciudad, con no poca va- nagloria :
'o'
Erexit, factore deo, rex incltils urbem
Wamba , siae celebrem protendens gentis honorem.
Mas ya mereciese Wamba título de fundador, que á tal parece aspirar, cuando emplea la palabra erexit, ya le concedamos simplemente la gloria de haber renovado y hermoseado la corle visigoda, que es lo racional y lo que aseguran nuestros más autorizados escritores "-, siempre resultará demostrado que Toledo fué gran- demente favorecida por aquel Príncipe y que se ejerció en ella el arte de construir durante la memorable época de los Concilios. Insigne testimonio nos ofrece de ha- berlo sido aun antes, en cuanto atañe á la arquitectura religiosa, la notable lápida de consagración, descubierta en 1591, donde consta haberse dedicado al culto ca-
' Isidoro Pacense, Ghronicon (Era DCCIX, G71 de C), España Sagrada, t. VIH. Apénd. II, p. "293. — El arzobispo don Rodrigo mencionaba este mismo hecho, diciendo: «CivitatemToletimuro et ex([uisito opere renovavit»; añadiendo que en memoria de los santos mártires, á quienes dedicó las torres hizo también esculpir los siguientes versos, que se leen todavía sobre las puertas de la ciudad:
Vos DoMiNi Sancti, quorum presentía fulget, Hanc urbem et plebem sólito sérvate favore.
Por el contexto de esta inscripción se advierte que Wamba mandó hacer también estatuas, cuya destrucción, debida indudablemente á los soldados de Tariq ó de Muza, es una verdadera pér- dida para la historia de las artes españolas. El hecho no tiene sin embargo menor importancia para nuestro actual estudio.
- Florez, España Sagrada, t. V, p. 164 y siguientes, donde se toca este punto de propósito, trayendo cuanto más importa en la materia.
MEMOniAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 17
lólico en 13 de Abril de o87 una basílica arriana. í.a inscripción que se custodia en el claustro bajo de la catedral toledana, está concebida en estos términos:
* IN NOMINE DNI CONSECRA TA ECLESIA SCTE MARIE IN CATÓLICO DIE PRIMO IDUS APRILIS ANNO FELI CITER PRIMO REGNI DNI NOSTRI GLORIOSISSIMI FL
RECCAREDI REGÍS ERA DCXXV 1-
Dos meses después de convertido Recaredo á la religión de Hermenegildo , y mucho antes de la celebración del gran Concilio nacional, en que imitan su ejem- plo los obispos arrianos , era pues dedicada á la Virgen María la primera basílica de Toledo, que se distingue adelante con el título de la Sede Real, celebrándose en su seno parte de aquellas respetables asambleas que daban al propio tiempo leyes á la Iglesia y á la república. Y no es menor prueba de la verdad que sustentamos, respecto de los tiempos católicos, la renombrada Basílica de Santa Leocadia, debida á Sisebuto (618 ") y trasformada en más cercanos siglos ^ así como la famosa Igle-
1 Háse publicado esta inscripción muchas veces: el P. Florez la insertó dos en la España Sa- grada (t. II, p. 25 y t. V, p. 196), y apenas hay obra ó memoria sobre Toledo que no la mencione. Fué encontrada en el ario citado, siendo obrero de la catedral el muy ilustrado don Juan Bautista Pé- rez, quien la mandó poner sobre un pedestal, en que trascribió la leyenda para que fuese de todos en- tendida, colocándola en el citado claustro , donde ahora existe. El entendido Palomares, paleógrafo y anticuario del siglo último, sacó un facsímile que se grabó y cundió entre los eruditos; pero que es ya rarísimo: también incluyó una esmerada copia en su Paleografía MS., lámina 8 (HealAcad. déla Hist., A. 2). Todo persuade de que el hecho que consigna esta inscripción es muy conocido, y reparable por tanto el que no haya llegado á noticia de escritores que, como Mr. de Lasteyrie, parecen preciarse de conocer la historia del arte en España.
2 Mencionando San Eulogio esta basílica decía, al referirse á Sisebuto: «Toleti quoque Beatae Leocadiae aula miro opere , juvente praedicto Principe, culmine alto extendituru (Apologelicum); e\ arzobispo don Rodrigo escribía con el mismo intento: «Ecclesíam Sanctae Leocadiae Toleti miro opere fabricavit (Líb. II, cap. XVII). Y el Rey Sabio, narradas las victorias de Sisebuto contra los imperia- les: «Et en pos desto comentó á cementar la eglesía de Sancta Leocadia de Toledo de muy buena obra (II'' Parte , cap. XLIV de la Estotra de Espanna).« El P. Mariana, teniendo en cuenta todos estos testimonios, observaba : «En la vega de Toledo, junto á la ribera del Tajo , hay un templo de Santa Leocadia...., que lo edificó Sisebuto, de labor muy prima y muy costosa» (ílist. Gen., lib. IV, cap. II). Algunos historiadores añaden que esta basílica se levantó sobre las ruinas de un templo antiguo de romanos, cuyas columnas se emplearon en la nueva ftibrica (Toledo Pintoresca, p. 278). Adelante juz- garán los lectores de la magnilicencia de esta iglesia del siglo VII, por los fragmentos que de ella se conservan.
•• Puede verse sobre el particular lo que escribíamos en la ya citada Toledo Pintoresca , pági- na 281 y siguientes. El templo hoy existente pertenece al estilo que hemos calificado con título de mudejar [Discurso sobre el arte y estilo indicados, pág. 19); y aunque ha sido objeto de maltiplicadas
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IS MEMORIAS DE LA REAI. ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
sia Preloriense de San Pedro y San Pablo, donde no sólo se congregaron, cual en el Pretorio de la Basílica de Saitia Leocadia, algunos Concilios, sino que fueron también ungidos los Reyes por mano de los Obispos, como nos refiere San Julián del ya citado Wamba, mostrando así la magnificencia de estas construcciones '. Mas si careciésemos de la memoria de templos tan aplaudidos en aquella edad, temerario sería el resistirnos á la evidencia de otros testimonios que no con menor fuerza nos persuaden de cuan infundada ha sido la desdeñosa suposición que com- batimos. Fama extraordinaria han alcanzado, así en los tiempos medios como en la edad moderna, las seis iglesias que reciben titulo de mozárabes en la antigua capi- tal española: símbolo de la servidumbre, en que vive el pueblo cristiano bajo el im- perio del Islam, aparecen como depositarías del rilo que lleva nombre de Jsidoriano y guardan en su seno las tradiciones de la monarquía visigoda, que en vano intenta borrar en día determinado la omnipotencia de Alfonso YI. Todas deben pues su fundación á la época de los Concilios, como nos enseña San Ildefonso en los siguien-
variaciones desde los tiempos del Rey Sabio, no es difícil discernir que la última reparación lo trae al último período del ya indicado estilo, lo cual nos hizo sospechar há muchos años si pudo ser debida al cardenal Mendoza, restaurador de la ermita del Santo Cristo de la Luz, cuyo ábside fué construido á sus expensas (Toledo Pintoresca, loco citato; Monumentos Arquitectónicos de España, monografía del Santo Cristo de la Luz)
1 Historia Wambae Regis, núra. -i [España Sagrada, t. VI, pág. 5-il). Para que pueda formarse idea de la suntuosidad que ostentaron estas construcciones religiosas, es de notar que en algunas actas de los Concilios se apunta que estas asambleas se celebraron in Praetorio toletano Sanctae Leo- cadiae, in Pretoiio Sanctorum Petri et Pauli, etc., lo cual parece advertirnos que no en las mis- mas iglesias, sino en otro edificio anejo á ellas, pero capaz de la magnificencia que tales juntas de- mandaban, hubieron de congregarse obispos y magnates visigodos (España Sagrada, t. VI, cap. VIH, pág. 177). Esta observación toma mayor bulto, cuando se tiene presente la noción quede \os Pretorios nos ofrece San Isidoro:» Praetorium (dice) eo quod ibi praetor sedeat ad discutiendum (Ethimol. lib. XV, cap. II). Ni debe olvidarse que, según las expresadas actas, tuvieron lugar en el pretorio de Santa Leocadia los Concilios IV, V, VI y XII, y en el de San Pedro y San Pablo el VIII, XII, XIII, XV y XVI, constando que el IX y el XI se verificaron en la Basílica de Santa María de la Sede Real, donde es racional que se tuvieran también el III, VII y X, si bien no se expresa en las repetidas actas. Consi- derando ahora, conforme á los datos más seguros, el número de prelados, abades y vicarios que á los Concilios concurrían , los cuales pasaban con frecuencia de setenta , creciendo cada vez más el de los condes, magnates y palaciegos, llamados á dar autoridad y fuerza á las leyes que en ellos se dictaban; y recordando al propio tiempo el ceremonial, observado desde el III , no será gratuita suposición la que atribuya á estos pretorios é iglesias cierta amplitud, necesaria para corresponder á la magnificen- cia de la corte visigoda y á la dignidad del monarca y del episcopado. Tal juzgamos necesariamente, al leer respecto del Concilio nacional, tenido el año tercero del reinado de Sisenando: «Sexagies se- xies Toleti Galliae et Hispaniae episcopis adgregatis, cum absentium Vicariis vel Palalíi Senioríbns in Ecclesia Sanctae Leocadiae Virginis» (Isidoro Pacense, Ghron., n.° 9), ó al hallar respecto de otros Concilios, mencionados los obispos, estas notables frases : «cum omni, clero, atque Palatinum collegíura (Id., id., de Chindeswíntho, n.° 13); «cum infinito clero atque oñicium dignissimum Pala- tinum in unura in Basílica Praetoriensí Sanctorum Petri et Paulí ¡Id., id., de Recesvinto, n.° 15); cura inaestimabili clero vel chrístianorum collegio (Id., id., de Ervígio, n.° 23;;» multiplicí chris- tianorum collegio, clero, atque omni vulgarí ín círciiítu ferventium populo (Id., id., de Egíca, n.° 25). El arte que produce edificios de tal capacidad, debía guardar, y guardó sin duda, estrecha analogía con el fin á que aquellos se destinaban.
HEMOBIAS DE LA REAL ACADEMH DE SAN FERNANDO. i 9
les versos, que so le atribuyen, conservados en un precioso códice, vitela de la Biblioteca capitular de Toledo, con otras poesías auténticas de San Eugenio 111. Dice así el indicado epigrama:
Lucae sacravit supplex Evantius aedem, Cui Nicolaus erat nobiiis ipse pater, Ouin Avia illuslris, de sanguine nata gotliorum: Tcraplum siuiiil Marco sancto Blesila fecit. Coenobium EulaliaeRex Athanagildus et aedem; Noster avus Justae sed prius instituit. Sebaslianus habet Icmplum , rcgnante Liuva ; Urbe sub reparat Ervigius Mariae ^.
Erigiéronse pues las parroquias de San Lúeas, San Marcos, Santa Eulalia. Sania Justa y San Sebastian durante aquella poderosa Monarquía, corriendo los siglos VI y Vil, siendo muy natural, al leer los versos trascritos, el no hallar men- cionada entre ellas la sexta parroquia mozárabe, fundada bajo la advocación de San Torcuata treinta y cuatro años después del fallecimiento de San Ildefonso I Pero no es para olvidarse el último verso que aludiendo á la piedad de Ervigio, trae el epi- grama diez años adelante del indicado suceso: su lectura manifiesta con toda evi- dencia que demás de la basílica de la Sede Real existia en Toledo una iglesia subur- bana \sub urhe\ consagrada á la Virgen, hecho que adelante tendremos ocasión de recordar oportunamenlo **.
Probado aparece en consecuencia que no careció Toledo de templos erigidos antes y después del tercer Concilio, esmerándose los Reyes visigodos en su fundación y mantenimiento, como se extremaron también los metropolitanos en la protección por ellos concedida á los monasterios que logran en aquella corte extraordinario crédito. Renombrado entre todos fué el Agaliense fundado en 5o4 por Athanagildo, bajo la advocación de San Julián y puesto al norte de Toledo, orillas del Tajo. Dié- ronle fama inmortal sus hijos, entre quienes no puede olvidar la historia á los ilu.s- tres varones Aurasio y Heladio, Justo é Ildefonso, sublimados por su virtud y su ciencia á la silla primada, y elegido el últimopor amparador y patrono de su Santa Iglesia. Y que estos y otros insignes prelados, salidos de aquella morada pacífica de
* Insertamos ya estos versos en nuestra Toledo Pintoresca, p. 163.
-- El pontilicado de San Ildefonso abraza desde Diciembre de 657 á Enero de 667 {Espuña Sagrada, t. V, trat. 5, cap. IV). Las iglesias mozárabes, de que el santo habla, se construyeron: Santa Justa en 554 ; Santa Eulalia en 559; San Sebastian en 601; San Marcos en 634; San Lúeas en 641. La Basílica de San Torqualo fué erigida en 701 : de suerte que no pudo figurar en el epigrama, si se escribió al principiar el reinado de Ervigio (687). De advertir es, según lo hicimos antes de aho- ra, que lamas moderna de estas construcciones, hoy por desgracia grandemente desfiguradas, cuenta cuando esto escribimos mil ciento sesenta años.
^ Parte V.
20 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
la religión y de las letras , liabian de solicitar el favor de los Reyes para la misma, compitiendo á porfía en colmarla de beneficios, cosa es que no necesita comproba- ción, debiendo por tanto concurrir las bellas arles á engrandecer un monasterio, creado por un Rey tan poderoso como Atliauagildo y sustentado por obispos tan distinguidos como Eufemio, Exuperio y Adellio, predecesores de Aurasio, Heladio, Justo é Ildefonso '.
No tan celebrado, como el Agállense, si bien la claridad de sus hijos lia sido causa de que se confunda coa él , fué el intitulado de San Cosme y San Damián, situado, según algunos, en el pago de los Darrayeles, y puesto, según otros, en las cercanías de Buena Vista. Señalados fueron sus abades en los Concilios toledanos, y muy especialmente en el IX, suscrito por Gratindo; y aunque no alcanzaron la glo- ria de subir á la silla metropolitana, no es menos probable que gozaran de la pro- tección de los Reyes, en provecho de su templo y monasterio. Obtúvola sin duda más directamente el de San Pedro y San Félix, fundado por Witerico, durante el pontificado de Aurasio: asentado del otro lado del rio al S. E. de la corte visigoda, tal vez en el mismo lugar que hoy ocupa la renombrada ermita de la Virgen del Valle, excitó desde luego la devoción de los católicos, y fué escogido por muy doc- tos varones para poner en él su enterramiento. Menciónalo con este propósito el obispo Félix, continuador de los Varones Ilustres de San Isidoro y San Ildefonso, manifestando que San Julián, deseoso de rendirle el homenaje de su amor, dio allí honrada sepultura á su virtuoso y sabio amigo Gudila, arcediano de Santa Maña de la Sede Real, conforme advertimos al examinar las suscripciones del Conci- lio XI ^: de manera que ya por ser fundación regia, ya por haber despertado la de- voción general , ya por haber merecido la estimación de los obispos toledanos , no es posible dudar de que el monasterio de San Pedro y San Félix reflejó en su fá- brica y ornamentos el estado de las bellas artes.
Y lo mismo nos sería dado asegurar respecto de otros varios que mencionan las antiguas crónicas: figuran entre ellos el de San Pedro el Verde, cuya funda- ción se atribuye al citado obispo Aurasio, que gobierna la metrópoli durante los reinados de Witerico y Gundemaro (603 á 615), y el de San Silvano, que, á juz- gar por el dicho de los historiadores de Toledo, existió á cuatrocientos jjasos de la
1 Respecto de estos preclaros obispos puede consultarse el Catálogo Toledano del I'. Florcz ít. V, de la España Sagrada) y con no menor fruto los Varones Ilustres de San Ildefonso (Caps. V, VII y VIII). Eufemio alcanzó la gloria de consagrar al culto católico la basílica de Sania María de la Sede Real. El monasterio agállense produjo otros muchos obispos y escritores renombrados, los cuales contribu- yeron, cual buenos hijos, á su ilustración y engrandecimiento: ninguno le dio más lustre sin embar- go que San Ildefonso {De Viris Illusiribus , prosecución de San Julián , cap. XV).
- Igitur divinorum iudicioruní dispensatione, sanctae recordationis Gudila Diaconus sexto idus Septembris funestae raorti eventu, anuo octavo Wambanis Principis sub digna confesione Dei clausit supreraum curriculum , cuius corpusculum in monasterio Sancti Felicis , quod est Cabensi in villula dedicatum, dilectissimi socii sui exhibitione honorifice requiescit huinatum {España Sagrada, t. V, páginas 465 y 466).
MEMORIAS DE L\ REAL ACADEMIA DE SAN FEUNANDO. 21
ciudad , junto al puente apellidado de Sania Cruz. A estos monumentos ú otros análogos se refiere sin duda la singular inscripción, conservada en el monasterio de San Clemente y concebida en esta forma:
••* IN NOMINE DNI. LOCUBER ACSI INDIGNNUS ABBA FECIT: ET DÚOS COROS IC CONSTRUXIT ET SACRA TE SUNT SANCTORUM DEI EGLESIE PRIDIE IDUS MA GTEA XXVJIIJ. QUARTO REGNO GLORIOSI DNI- NOSTRI EGICANI '
En el año cuarto del reinado de Egica (692). diez y nueve antes de la invasión mahometana, se edificaban pues en Toledo por un abad católico y se consagraban al culto iglesias exornadas con tales coros que merecían ser mencionados en la ins- cripción destinada á perpetuar la memoria de aquellos templos.
Como quiera, parécenos que bastan todos estos testimonios para tener por cierto que durante la Monarquía visigoda fueron levantadas en Toledo muchas y muy no- tables construcciones religiosas, no siendo menos importante para nuestro intento el observar que gozaron de gran renombre las destinadas á oíros ol)jetos útiles de la vida. Con verdadera admiración vieron en efecto los árabes, al penetrar en la ciudad de los Concilios, aquellos suntuosos alcázares que habían dado á San Isidoro, con la magnificencia de sus pórticos, la brillante idea que nos trasmite de las aulas re- gias. Cundía la fama de su grandeza á los historiadores mahometanos, quienes al consignar en sus obras el sorprendente efecto producido, así en Tarirj-ben-Zeyad y MiiM-hcn-Nosaijr, como en los Califas orientales, por las maravillas de aquellos ])a- lacios, ponderan á tal punto las riquezas de los Reyes rumies que ajjcnas acertamos ahora á imaginarlas. Soberbia , grandiosa y rica por extremo era la fábrica de aque- llos palacios; suntuosos sus salones y estancias; vistosos y deslumbradores sus pa- vimentos; imponderables los tesoros que en ellos hablan hacinado los Reyes visi- godos. En medio de aquellas aulas regias existia un aposento labrado á maravilla y cerrado con veinticuatro candados para guardar inmensos tesoros y preseas sin cuento, entre las cuales se hallaban misteriosos amuletos y extrañas figuras mágicas, de cuya conservación y custodia pendia la salvación del Imperio de Ataúlfo. Bella y preciosa caja de mármol, exornada de simbólicas labores, encerraba aquellos talismanes:
' Incluye esta lápida, notable por más de un concepto', el diligente Palomares en su ya citada Paleografía iMS., lámina 10 (Acad. de la Hist., A. 2). Su contexto nos hace sospechar que pudo estar colocada en algún pórtico ó atrio, común á dos distintas iglesias, ó tal vez á un dúplice monasterio, únicos casos en que se presta á una inti'rprctacion satisfactoria. Empotrada felizmente en uno de los muros de la iglesia del indicado de San Clemente, se ha preservado de la ruina, como los numerosos fragmentos arquitectónicos que después examinamos, algunos de los cuales pudierou pertenecer á las iglesias fundadas por el abad Locuber.
22 MEMORIAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
cuantos príncipes subian al Trono, habían añadido un candado á la puerta de aque- lla estancia, para salvarla de una profanación peligrosa '. Alláh (dicen los histo- riadores cárabes) acercó entre tanto los tiempos de la destrucción de los rumies; y Rodrigo (Lodzeric ó Luderiq) ansioso de penetrar el secreto ó de apoderarse de los grandes tesoros de sus predecesores, rompe las fatales cerraduras; y cuando espera- ba encontrar inmensas riquezas, halla con espanto suyo y de los que le rodean, los terribles signos de la predicción que le anuncia su ruina. Este palacio tan magnífico, centro de tantos misterios y depósito de tantos tesoros, como habían acumulado los Reyes rumies, es por tanto el que despierta la admiración de Tariq y de Muza, oca- sionando sus riquezas aquel singular rompimiento entre ambos caudillos mahometa- nos, de que nos hablan los historiadores árabes I imposible es dudar en consecuen- cia, cualquiera que sea la hipérbole de estas narraciones, que apuró en dicho al- cázar sus ornatos el arte á la sazón cultivado por el pueblo latino-visigodo.
Ni sería tampoco aventurado el admitir que dada la magnificencia de los metro- politanos de Toledo, sobre todo después del tercer Concilio nacional, brillase esta en los palacios episcopales que en aquella ciudad tuvieron, jirincipalmente en el su- burbio de la Vega. Fama es en efecto entre los cronistas toledanos que fueron estos palacios grandemente suntuosos, sí bien incendiados por Tariq, al poner cerco á la corte visigoda \ no ha sido hacedero posteriormente reconocerlos ni estudiarlos.
1 Casi todos los historiadores árabes pintan de la misma suerte el aula regia de Toledo: Aben- Adhari de Marruecos, que es uno de los más sobrios, no sólo apunta que existia de antiguo en aquella capital una casa, donde se guardaban el arca misteriosa y las coronas de cuantos babian su- bido al Trono y pasado ya de esta vida, sino que era también fama que Rudheriq edificó para sí otra casa semejante á aquella , resplandeciente de oro y plata [Descripción de Al-Andálus y sus An- tigüedades). Ebn Alwardi que florece en el siglo XIV, y es el escritor á quien seguimos, dice al
propósito textualmente : U.lS'_j \Sj\ Jy~^ j^i 'l^ ,LSj ^jJ] ixX^ j\i i-lLIL C-^L5'_j
Cuya versión literal es como sigue:
«Era Toledo la corte del reino de los rumies y habia én ella un aposento [en el alcázar] siempre cer- rado y cada vez que entraba á reinar un rey rumi, ecliaba sobre él nueva y fuerte cerradura; y asi se reunieron sobre la puerta del aposento hasta veinticuatro candados.»
Es pues innegable que conservada entre los historiadores árabes la tradición de la magnificencia de los palacios de los Reyes visigodos, cuyas riquezas encomian al extremo, según veremos adelante, reciben las nociones didácticas de San Isidoro el mayor precio histórico, por más hiperbólicos que sean estos narradores. A ellos acudieron constantemente nuestros cronistas de la edad media.
2 Apenas hay un narrador musulmán que no señale como causa del rompimiento entre ambos caudillos, el prodigioso botín que hizo Tariq en Toledo, cuyo valor en lo que atañe á todo género de preseas y muy especialmente á las coronas de los Reyes visigodos, notaremos después. Sobre este hecho puede consultarse la versión castellana de Aben Adharí de Marruecos, debida á nuestro amado discípulo don Francisco Fernandez y González, digno profesor de literatura en la Universidad de Gra- nada, donde se publica.
'•> El conde de Mora, Historia de Toledo, lib. IV, pág. 560. De observar es que este escritor, tilda- do con razón de excesivamente crédulo, no apoya tan importante noticia en documento alguno: con-
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMH DE SAN FERNANDO. 23
como al interés de la arqueología monumental cumplía. Fácil fuera por último su- poner que Reyes y prelados contribuyeron de consuno á dotar la corte de hospicios, hospitales y xenedoquios, donde se ejerciera la piedad cristiana, cuando otras ciudades de menor excelencia se preciaban de poseerlos tan grandiosos y magníficos, como el que nos describe en la metrópoli de la antigua Lusitania el docto Paulo Emeri- tense '.
En todos sentidos es lícito por tanto reconocerla existencia de las bellas artes du- rante la dominación visigoda, dándonos las descripciones que de sus monumentos han llegado á nuestros dias la más alta idea de su riqueza arquitectónica y de la magnificencia desplegada en ellos por reyes, prelados y magnates. Maravíllanos en verdad, examinados y quilatados todos estos documentos, de cuya veracidad no sería cordura dudar un instante, cómo olvidado, ó tal vez ignorado el testimonio de los escritores coetáneos que mencionan con frecuencia tan notables fundaciones y fa- mosas fábricas, se da por supuesto entre los más doctos escritores extranjeros, y se tiene por cosa generalmente admitida el que ó no existieron bellas arles en la época mencionada, cual parece suponer el entendido Mr. de Lasteyrie, ó no fueron dignamente cultivadas. La arquitectura religiosa, la ai'quitectura civil y la militar, produjeron en Toledo templos, palacios y proi)ugnáculos: el hecho no puede dudarse, sin temeri- dad reprensible. Pero conocido en su justo valor ¿cuál era el carácter de lodos estos monumentos? ¿Qué idea representaban en la historia de la civilización española? ¿Qué lugar ocuparon en la general de las artes y principalmente de la arquitectura? ¿Qué inlluencia debieron tener en las indumentarias?
Hé aquí, en nuestro concepto, las verdaderas cuestiones que debe hoy dilucidar
siderando no obstante que las basílicas de Santa Leocadia y de San Pedro y San Pablo eran suburba- nas, como nos dice aun la primera y nos enseñan respecto de la segunda las actas de los Concilios (Conc. XII, tit. IV); y no olvidando la alta representación que alcanzaron en la Monarquía visigoda los metropolitanos de Toledo, por cuya mano se consagraban los Reyes, no nos parece en modo alguno repugnante el aserto del buen conde. Y lo parece todavía menos, cuando conocemos la descripción del atrio episcopal de Mérida, cuyos prelados no podían por cierto competir en magnificencia con los de Toledo. Paulo Emeritense, testigo ocular, dice en efecto al hablar de la munificencia y piedad del obispo Fidel: «Sedis dirutae fabricam restauravit, ac pulclirius Deo opitulante patravit: ita nimirum «ipsius aedíficii spatia longe, lateque altis culminibus erigens, pretiosaque atrii columnarum orna- otibus suspendens, ac pavimentum omne vel parietes cunctos nitidis marmoribus vestiens, miranda «desuper tecta contexuit» (De vita PP. Emerilensium, cap. VI, núm. 16). De cualquier modo, seria temerario el dudar de que los Quiricos, Eugenios y Julianes carecieron de atrios, donde morar con sus clérigos y administrar justicia, y no muy ajustado á las leyes de la sana crítica el suponer que dichos úlrius 6 palacios fuesen indignos de la autoridad que representaban.
• Véase la nota de la pág. 15. Dada la riqueza de la primera sede de las Españas y cono- cida la piedad evangélica de sus obispos, levantados una y otra vez por el voto unánime de sus con- ciudadanos á la adoración de los altares, no es posible dudar de que poseyó Toledo hospitales y xeno- doquios tan suntuosos como el de Mérida. San Isidoro presenta por otra parte la noción bajo un punto de vista general, lo cual basta para persuadirnos de que no fallaban aquellos establecimientos piado- sos en metrópolis ni en sufragáneas.
24 MEMORIAS DE í.\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
la ciencia arqueológica, recogidos felizmente abundantes y preciosos datos para entrar en ellas con algún conocimiento de causa, y para rebatir, no sin esperanza de ra- cional éxito, la ya indicada teoría que, tal vez sin que aspire á tanto su autor, des- poja á la España visigoda de las bellas artes; despojo que no puede consentirse sin menoscabo de la ciencia y sin desdoro de nuestra pro|)ia cultura. Kntreraos pues en su estudio.
II.
Los bárbaros del Norte carecieron de bellas artes. — Causas de este hecho. — Efecto que en ellos produce el espectáculo del antiguo mundo. — Los ostrogodos y los visigodos. — Teodorico en Italia. — Su anhelo por la restauración de la civilización y de las arles romanas. — Ataúlfo en España — Aspira al nombre y ma- gestad de Augusto. — Imítanic sus sucesores.— El tercer Concilio de Toledo. — Su efecto en la raza vi-
, sigoda. — San Isidoro. — Las bellas artes en la monarquía visigoda. — Sus fuentes. — Elementos que refle- jan.— Su carácter. — Influencia de las bellas artes en las artes secundarias.— La orfebrería. — Su tradi- ción conservada en el pueblo cristiano. — Tesoro de la Iglesia de Oviedo. — Las Cruces y el Arca de las Santas Reliquias. — Consecuencias arqueológicas del examen de estos monumentos. — Observaciones relati- vas á trajes y costumbres.— La tradición artística de la antigüedad no se interrumpe en la Península Ibérica.
ExamiDando el libro publicado por el erudito Mr. de Lasleyrie sobre las coro- nas visigodas, fortuitamente descubiertas el 25 de Agosto de 1858 en el término de Guadamur, loma en cuenta Mr. E. Martin la teoría asentada en el mismo res- pecto del arte que las produce, y propone la cuestión siguiente: "'¿Pertenecen estos monumentos al arte bizantino ó románico, más ó menos alterado, ó tenian los bárbaros un arte propio, cualquiera que fuese el grado de su cultura?» ' Mr. E. Martin de- clara que el docto miembro de la Sociedad Imperial de Anticuarios abraza el segun- do extremo, fundado sin duda en este ó análogo razonamiento: «Los antiguos pueblos de la Europa occidental y de la Europa se])tentrional tuvieron un arte, ó mejor di- cho dos artes propios, el arte cchico y el arle germánico. Unos y otros mostraron cierto gusto especial en sus ornamentos, en sus armas y en la decoración de sus moradas, por sencillas que estas fuesen. Tácito nos ofrece algunas indicaciones sobre este último punto respecto de los germanos, siendo imposible que en el estado ac-
' Le Siécle, viernes 2 de Julio de 1800. Sus palabras textuales son: «Les monuments de ce gen- re sont-iis de i' art byzantin ou román plus ou moins alteré, ou les barbares avaietit-ils un arl qui leur fQt propia á un degré quelconque....?»
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i6 MEMORIAS DE L.V REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
lual (le la ciencia confunda ningún escrilor que se precie de arqueólogo, los orna- mentos y armas de estos pueblos con las armas y ornamentos de los celtas. Es, pues, evidente que existe un arte céltiro, común á todos los pueblos de esta raza, tales como los gaulas, los armóricos. los kyniris de Gales y los gaéls de Escocia y de Irlanda, así como un arte germánico, común á todos los teutones y escandinavos, francos, sajones y godos, pues que unos y otros pueblos se refieren á unos mismos tipos. » Tras este razonamiento, favorable en gran manera á la teoría de Mr. de Las- teyrie, advierte Mr. E. Martin, que el entendido anticuario señala y determina ciertos rasgos distintivos de aquellos dos artes, observando, como para prevenir las obje- ciones á que daba lugar la indicada teoría, que se bailan con fiecuencia en los mo- numentos del arte germánico (único que se enlaza, en su concepto, con las investiga- ciones sobre el Tesoro de Guarrazar) algunas imitaciones del bizantino y del romá- nico, las cuales conviene tener muy presentes para determinar lo que liay en dicbos monumentos verdaderamente original y primitivo.
No aparece en verdad Mr. de Lasleyrie tan ex|ilícito, como se le supone; pero esta salvedad, tan importante por su j)ropia naturaleza y más todavía por las per- sonas que la liacen y la ocasión con que la formulan, nos lleva como de la mano á la investigación arriba propuesta respecto del carácter y representación de las bellas artes durante la Monarquía visigoda. Mas no sin mostrar antes que no reconocemos en lo que se designa bajo la denominación de arte céltico ni de germánico títulos ta- les que nos fuercen á confesar su existencia en la acepción cientílica y lata de la palabra: ni celtas ni germanos tuvieron, hablando en sentido verdaderamente fdosó- licó, ar([uitectura, estatuaria ni pintura. Vedólo á los primeros el supersticioso y san- griento culto de su religión, que sólo les consentía los recintos, menhires, dólmenes y timulos. compuestos de informes rocas, cuyo estudio se ha llevado la atención de la arqueología en los últimos tiempos: estorbólo á los segundos la misma inferioridad de su estado social y su vida errante y aventurera, tan magistralmente descrita por Tácito '.
1 De Morihvs germanorum. Son en gran manera curiosos los rasgos que sobre el punto de que tratamos, nos trasmite este profundo iiistoriador. Hablando de la frugal sobriedad de los germa- nos, observa que menospreciaban el oro y la plata, añadiendo: «Est videre apud illos argéntea vasa, legatis et principibus eorum niuneri data, non in alia vilitate qnam qnae humo linguntur.» De sus trajes escribe: aNudi aut sagulo leves: nulla cultus iactatio: scuta tantum lectissimis coloribus dis- tingunt: pancis loriéis; vix uni, alterive cassis, aut galea.» Tratando de sus maneras de guerrear, declara que «effigies et signa quacdam detracta lucis in praelium ferunt,» dando después conocimien- to de lo que eran dicbas efigies de sus dioses por estas palabras: «iCeterum neo cohibere parietibus déos, ñeque in uUam humani oris speciem assimilare ex niagnitudine coelestium arhitrantiir: lucos etnemo- ra Ronsecrant, deorumque noininibus appellant secreium illud, qnod sola reverentia vident.» Ha- blando de sus moradas, dice: «Vicos locant, non in nostrum nioreni, connexis et cobaerentibus aedi- üciis: suam quisque domum spatio circumdat, sive adversus casus ignis reraedium, sive inscitia aedi- licandi. Ne caementorum ijuidem apud illos aut tegularum usus materia utuntur informi, et citra speciem el delectationem.» Es pues evidente que, sin temeridad notoria, no puede asegurarse que los pueblos germánicos cultivaron las bellas artes, ni aun las artes secundarias del diseño, desconociendo de todo punto la orfebrería en la época á que Tácito se refiere.
MEMORIAS DE LA REAL -TVCADESIIA DE SAN FERNANDO. 27
Üebe asentarse |)or lanío, sin recelo de errar, que antes de que pudieran sen- tir la necesidad de realizar la belleza por medio de la arquitectura, la pintura ó la es- tatuaria, artes madres de que se nulren y alimentan las demás, sorprendió el espíritu de los germanos la grandeza de la civilización del antiguo mundo. Produjo primero esta sorpresa aquella terrible exasperación (¡ue conturba el espíritu de los l'l'., al ver reducidos á escombros y cenizas ios más suntuosos monumentos del arte griego y del arte romano: despertó después el sentimiento de la admiración; y engendró poi- último el deseo de poseer tanta magnilicencia, deseo que empieza á borrai- de aquellos pueblos la herrumbre de la barbarie, y especialmente de la raza goda (vi- sigodos y ostrogodos), cuya presencia evitó Alejandro, temió l*irro y llenó de horror á Julio César '. No otra es la enseñanza de la historia: aipiellos caudillos, que habían yermado con el hierro ó la lea las más suntuosas ciudades del antiguo mundo, trocada ó vencida su ferocidad desde el momento en que son recibidos como aliados ó amigos del Imperio romano, acaban por ambicionar para sí su mag- nilicencia y su magestad, soñando al cabo no ya en emular, sino en sustituir j)erso- nalmente la grandeza de los Césai'es, logrado el vencimiento y total ruina del mismo Imperio.
Hé aquí la noble ambición que domina á Teodorico, príncipe de los ostrogodos: dueño del Imperio deOccidente, que arrebata á Odoacro con la vida, toma para sí la magestad, ya que no el nombre, de los Césares, y concede al Senado de Roma la an- tigua libertad y gobierno de la república. Su corte remeda la opulencia y fausto del Imperio: sus ministros, sus cónsules y sus pretores, entre quienes resplandecen un Cassiodoro y un Boecio, son de raza latina: el ¡¡ríncipe y sus magnates ostrogodos anhelan poseer la lengua de Cicerón y de Virgilio, olvidando el materno idioma que arrulló sus infantiles sueños en los bosques germánicos. La mayor gloria del bárbaro estriba en seguir las huellas de los límperadores de Oriente, tomando por modelo á Anastasio I, que cenia á la sazón la diadema de Constantino ■; y sin embargo, por el vivo deseo que le impulsa á restituir á la antigua señora de las gentes su ya empañado brillo ^ por el alan que sin tregua le agita para hacerse digno de la posteridad, emulando á los más renombrados Césares, aparece á nuestra vista más
' San Isidoro decia de esta raza : «Nulla enim gens in orbe fuit quae romanuin Imperiuní adeo fatigaverit, ut lii ^cfotlii'. Isli enim sunt quos etiam Alexander vitandos pronuntiavit. I'yrrus perti- niiiit, Gaesar exhorriiit {Histuria de fícgibm íjotliorum ek\, proh ).
- Dirigiéndose á Anastasio, le decia el mismo Teodorico: «Regniim nostrum imitatio vestra est, forma boni propositi, unici exemplar Imperii; qui quantum vos sequimur, tantum gentes alias ante- imus. Hortamini me Irequenter, ut diligam Senatum, leges Principuní gratanter aniphxtar ut cuneta Italiae membra componam (Cassiodoro, Opera, lib. I, epist. 1).
3 Son numerosas las epístolas que Teodorico dirige al Senado, felicitando a los I'adres Conscrip- tos y felicitándose de haberles restituido, tras longa aelate, sus antiguas inmunidades y fueros. Cita- remos entre otras la que empieza diciendo: «Ouamvis universac lieiiuililicae nnstrae infatigabilem wcuram desideremus impenderé, et Deo lávente, ad statum pristinum studeamns cunda revocare; Dtamen Romanae civitatis soUicitiora nos augmenta constringunt» (Id., lib. III, episl. 31).
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grande que Alanasio, ocupando preferente lugar en la historia de la civilización y muy especialmente en la de las artes.
Al rudo golpear de los bárbaros liabian caido por tierra innumerables monu- mentos de la antigüedad gentílica, yaciendo entre escombros preciosos mármoles, magnílicos relieves y bellas estatuas: los templos de las divinidades, abandonados desde la lira de (Constantino y de Teodosio^ amenazaban ruina ; los puertos del Im- perio estaban destruidos; las cloacas de Roma que superaban las maravillas de otras ciudades, obstruidas; las termas, regalo un dia de los patricios y de los caballeros, infectas; las campiñas, otro tiempo feraces, se habian trocado en pestilenciales lagu- nas, lín medio de aquella espantosa conturbación , se ofrece pues á nuestras miradas la ilustre figura de Teodorico: el ornamento y grandeza de la ciudad, es para él decoro y magnificencia del príncipe '; y mientras procura avalorar su palacio con todos los tesoros de las artes en mármoles, bronces , ricas maderas , vistosos estucos y delicadas incrustaciones, emulando en las modernas las antiguas fábricas, de tal suerte que sólo se diferencien de ellas por lo nuevo '; le vemos dedicar sumas inmensas á la reparación de los muros y de los principales edificios de Roma ■\ restaurando al par con mano pródiga ya el celebrado templo de Hércules en Ravena ', ya el famoso puerto de Lucino y otros no menos famosos del Imperio ^. Ni abriga menor empeño ora por devolver á las cloacas de la inmortal ciudad su perdida magnificencia ", ora por edificar nuevas termas y desecar los lagos de Espoleto ', poniendo por
' Teodorico decía con frecuencia ya á sus prefectos, ya á los romanos, ya á sus naturales. «Dig- »na cst constructio civitatis, in qua se commendat cura regalis: quia laus est temporura reparatio ur- »bium vetustarum (Id., lib. I, epist. '28). Acerbum nimis est, nostris teniporibus antlquorum «facta decrcscerc, qui ornatura urbiura quotidie desideramus augere» (Id., lib. II, epíst. 33). «Nos urbem nitore cujJiraus fabricarum surgentlum coraponi {Id., id., lib. IV, epíst. 32).» Y dando permiso para construir pórticos ú otros edificios, anadia: «In ücentiam reparationis accipiuntur potius «proemia quam donantur» (Id., id., epist. 24).
^ Legislando sobre la suntuosidad de su palacio, observaba: «Haec nostra sunt oblectamenta, po- tentiae imperii decora facies, testimonium praeconiale regnorum... Decorum magisteriuní, propositum omnino gloriosum (decia al Prefecto del Palacio), in tam longas aetates mittere, unde te debeat poste- ritas admirata laudare. Quidquid enim aut instructor parietura, aut Sculptor marmorum, aut aeris fosor, aut camerarum rotator, aut gypsoplastes, aut musivarius ignorat, te prudenter interrogat; ct tam magnus ille fabrilis exercilus ad tuuní recurrit judicium, ne possit aliquid habere confussum» (Id., lib. VII, Formula curae Palaíii). El rey manifestaba que en tal manera deberla proceder el prefecto, «ut ab opere veterum sola distet novitas fabricarum» (Id., id.)
3 Id., lib. I, epist. 21; lib. II, epists. 7 y 34.
' El rey deseaba que esta restauración se hiciese de tal modo que recobrase el templo su prístina belleza. Con tal propósito mandaba á Agapito, prefecto de Roma (Urbis), que le enviase los más re- nombrados tallistas: «De urbe nobis marmorarios peritissimos destinetis, qui eximie divisa coniun- gant... De arte venial quod vincat naturam: discolorea crusta marmorum gratissima picturam varie- tate texuntur: quia illud est semper in praetium quod ad decorem fuerit exi|uisitum» (Id., id., lib. I, epíst. 6). : 5 Id., lib. 1, epist. 25.
» Id., lib. III, epist. 30.
T Id., lib. II, epists. 37, 21 y 33.
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úllimo extremada solicitud en el engrandecimiento de la ciudad, donde liabia fijado su Trono y recogiendo entre las ruinas de otras ciudades las reliquias de alcázares y templos, para embellecer los que bajo sus auspicios se edificaban ^ El rey de los ostrogodos, que se preciaba de proteger y elogiar á los artistas, estatuía al cabo un prefecto de obras públicas, para el ornato y lustre de Roma ^.
Ni habían dado menos significativo ejem])lo los Príncipes visigodos. Cierto os que irritado contra los romanos, invade Marico las regiones de Italia y llevando á todas partes la destrucción y la muerte, penetra en Roma, entregándola al furor de sus soldados y apoderándose de sus tesoros ^: cierto es que Ataúlfo, fundador de la Monarquía que iba á contar entre sus reyes los Recaredos y los Wambas, imita aquel terrible ejemplo, hasta saciar la saña que habia estallado en su j)echo coiilia la falaz poquedad de Honorio. Pero aplacado el enojo, manifiesta luego tan afortunado caudillo que cedía también su espíritu al noble estímulo de la cultura, y que lejos de odiar el nombre romano, codiciaba, como sublime ideal, el imposible de restaurar su Imperio. Vencedor del Occidente, cuyas magníficas ciudades le deslumhran con la grandeza de sus monumentos, intenta mezclar la sangre de los Ballhos con la sangre del Gran Teodosio; y dueño de Gala Placidia, la eleva al tálamo nupcial, iwniendo la silla de su nuevo reino en las últimas regiones de Europa. Su inestinguible sed de gloria y de magestad, le viste la púrpura de los Césares; su amor á la magnificen- cia le mueve á vivir como un Emperador romano, aspirando al título de Augusto ^:
1 Id., ¡(i., lib. III, epísts. 9 y 10; lib. V, epíst. 8.
* Formula de Arc.hitecto PMkorum {mi Praefeclum Uvlm). Sentimos que la Índole de este tr.i- bajo no nos consienta trasladar aquí esta fórmula entera, porque revela admirablemente el espíritu que animaba á la corte de Teodorico. Y lo mismo decimos de la Formula comitivae formarnm Urhis, donde se mencionan y describen los principales monumentos de Roma, manifestando Teodorico que aquellas magnílicas producciones délas artes se conservarían ííí^ksíív' t suffrafiuiile. A la verdad las naciones modernas, tan civilizadas, se bubieran holgado en muchas ocasiones de tener principes y re- públicos tan ilustrados como el bárbaro Teodorico.
■* Licito juzgamos notar aquí, pues conviene especialmente al intento (¡ue realizamos, que inva- dida la ciudad de Roma por las falanges de Marico, mientras era entregada al furor de los bárbaros la antigua señora de las gentes , dio uno de los visigodos con el sitio en que los cristianos habían escondido los vasos sagrados, confiándolos á la custodia de una sola Virgen. Sorprendido de tanta riqueza y «magno pavore perterritus,» participó tan peregrino hallazgo á Marico; y el sañudo debe- lador de Roma, sobrecogido de respeto, mandó restituir á la Basílica de San Pedro todos los objetos y vasos sagrados que formaban el tesoro (Orosio, lib. Vil Historiarum, cap. 39). Refiriendo San Isidoro el mismo hecho, observa que la forma y belleza de los vasos revelaba la antigua opulencia romana (vasorum formam et pulchritudem ex illa antiqua Romanorum opulentia), añadiendo ijue los restituyeron «summa cum reverentia,» llevándolos sobre sus cabezas: «supercapitasna vasa illa áurea et argéntea cum liymnis et caiiticis reportantes» [Historia de Regibiis r/olhorum). Esta singular con- ducta de los bárbaros respecto de los cristianos, contrasta con la crueldad empleada contra los gentiles, de cuyos tesoros se apoderaron: «cum ingenti auri argentique Ihesauro Romae capiunt: adeptisque multis opibus romanorum incensa eversaque in partibus urbe, discedunt (Id , id.).
^ El español Osorio escribía, tratando de Ataúlfo: «Se in primis ardenler iubiasse ut, oblitéralo «romano nomine, Romanum omne solum Gothorum imperium et placeret et vocasset, essetque (ut «vulgariter loquar) Gothia quod Romanía fuisset, fieretijue nunc .\thaulphus quod quondam Caesar »Augustus» (Lib. VII, cap XLIll).
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juegos circenses, espectáculos escénicos, banquetes nocturnos (comessaliones), cuanto pedia halagar y lisonjear el orgullo de aquel guerrei'o, vencedor en el campo de hatalla, vencido al penetrar en las ciudades romanas, lodo lo reúne y congrega en torno suyo, pereciendo al cabo trágicamente en la suntuosa Barcino (Barcelona) inler jahiilas familiares '.
Igual empeño mostraron sus sucesores, dueños (después de la gran rota de Atila en los campos Cataláunicos y de la expulsión de vándalos y silingos) de casi todo el territorio de la península pirenaica, inclusa la (ialia Narbonense. El nombre y la mag- nillcencia de Roma subyugaban su espíritu, mientras echaban sobre la grey hispano- hitina cruel servidumbre, que ensangrienta por el espacio de dos siglos la polí- tica arriana, abrazada esta secta por reyes, magnates y pueblo visigodo. Pero de esta persecución debia nacer el doble triunfo del catolicismo y de la civilización re- presentada por la grey que tiene la gloria de contar entre sus hijos los Orosios y los Idacios, los Draconcios y los Orencios. Tal es en efecto el fruto que ofrece el tercer Concilio toledano (o80), en que á instancia de Recaredo, convertido ya diez meses antes á la religión de Hermenegildo, abjuran proceres y obispos la he- rejía de Arrio, entrando en la comunión católica. La grey hispano-latina no ob- tiene allí solamente el triunfo de la religión que había sabido conservar en toda su pureza en medio de los más grandes conflictos y dolorosas calamidades: rehabilitada moralmente, en virtud de aquella trasformacion prodigiosa, logra también vencer del todo los restos del germanismo que aun abrigaba el pueblo visigodo; y leyes, costumbres, lengua, literatura y artes, lodo vuelve á regenerarse bajo el influjo del episcopado católico, á cuya cabeza brillaba el gran Leaiidio -. El mundo i'omano alcanzaba en las esferas de la civilización la última victoria, perpetuando las no- ciones de su filosofía, de su legislación, de sus letras y de sus arles en el impere- cedero monumento que la ciencia de Isidoro levantaba á la gran trasformacion ope- rada en la monarquía visigoda, en virtud del principio católico; y mientras el libro de las Etimologías servia de fundamento á la educación del clero \ estableciendo
1 Idacio Chronicon, anno 41G. Jornandes dice que le mató un bufón llamado Vernulfo (De Rebus Geticis, cap. XXX). San Isidoro sigue extrictamente á Idacio, aunque sin fijar el sitio donde murió .\taulfoi) [líist. de Regibus Gothorum].
- Insigne testimonio de esta singular trasformacion nos ofrece por cierto el mismo Leandro en la magnifica oración , pronunciada en el tercer Concilio , al poner término á sus celebérrimas sesiones, y no son para olvidadas sus últimas palabras: «Justo es ¡dice) que los que tenemos un Dios y un mismo origen y padre, de quien procedemos todos, quitada la diversidad de lenyuas, con que entró en el mundo gran muchedumbre de errores, tengamos un mismo corazón y estemos entre nos atados con el vinculo de la caridad, etc» (Trad. de Mariana). Nótese pues con cuánto entusiasmo saludaba el metropolitano de la Bética la unión de la raza hispano-romana y la visigoda , quitada la diversidad de lenguas, y logrando por tanto el triunfo de la latina, que era la adoptada y usada por la Iglesia. La oración original puede consultarse en la Colleclio Máxima Conciliorum Omnium Hispa- niae, de Aguirre, p. 236.
3 Es de alta importancia, por cuanto observamos en el capitulo anterior, el dejar consig- nado que escrito el libro de los Origenes á ruegos de San Braulio , Ubispo de Zaragoza , para que
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aquella tradición científica que ilumina con luz vivificadora las nieblas de la edad media, no sólo consignaba todos los procedimientos del arte an|uilectónico en la forma que dejamos notado, sino que penetrando en el dominio de las costumbres, daba á conocer sin género alguno de dudas cuanto puede apetecer hoy la ciencia arqueológica para estudiar la indumentaria visigoda.
Mas ¿cuál era el carácter especial de la arquitectura? Arle capital, llamada en todas edades á imprimir el sello de sus formas á las producciones de las demás artes del diseño, no debia en verdad sus elementos constitutivos al pueblo de Ataúlfo, para quien eran desconocidas sus bellezas, no sentida tampoco la necesidad de su cultivo en medio de los azares de aquella vida vagabunda que desde los tiempos más remotos le caracteriza. Al tomar asiento en las ])ostreras regiones de Europa las falanges del esposo de Flacidia, ostentábanse por todas partes grandiosas fábricas que á pesar de la saña destructora de vándalos, alanos y suevos, llorada por Idacio, pregonaban todavía la grandeza y magostad de las artes romanas. Templos, palacios, anfiteatros, circos, teatros, acueductos, arcos de triunfo, termas regaladas y suntuosas alquerías (villae), donde se atesoraban aun las creaciones de la estatuaria y de la pintura en magníficos relieves, suntuosas estatuas, bellos mo- saicos y peregrinos frescos, mostraron á Ataúlfo y á sus sucesores que era la pe- nínsula ibérica aquella codiciada provincia del Imperio romano, ennoblecida por tan grandiosas colonias, como Emérita- Augusta, Caesar- Augusta y Corduha, asiento de familias patricias'. Los que en la mageslad y poderío, en el fausto y la opulencia
fuese general la enseñanza que San Isidoro liabia planteado en Sevilla, se publicó en el Concilio l\ , celebrado en 633 y presidido por el hermano de Leandro. El canon XXIV del expresado Concilio dis- ponía que los jóvenes consagrados al sacerdocio, viviesen y estudiasen on un mismo claustro: por ma- nera qnc reconocidos estos hechos y en los estudios clericales la tradición Isidoriana, se comprendí' fácilmente como se conservan y viven en el clero la noción y la tradición del arte.
' Para comprender cuan grande debió ser el efecto producido en Ataúlfo y sus sucesores por la magnificencia de los monumentos romanos que ornaban la Península, bastará recordar el que después de la batalla de (niadalete producen en los Emires mahometanos aquellas civilates decorae , cuya ser- vidumbre lamenta Isidoro Pacense y cuya suntuosidad celebran por extremo los historiadores árabes. .\ este propósito hemos escrito antes de ahora, siguiendo tan desinteresado testimonio: «La España visigoda atesoraba grandiosos monumentos de la civilización romana: la República y el Imperio la ha- blan enriquecido á porfía con suntuosas construcciones; Córdoba, Mérida, Sevilla, Itálica, Zaragoza y Toledo se engalanaban todavía con sus magníficos anfiteatros y sus circos, con sus alcázares y preto- rios, con sus regaladas termas y soberbios arcos de triunfo; Segovia y Tarragona, Evora y üraga os- tentaban los magníficos templos y gigantescos acueductos que desafian aun la sana de los siglos; el Tajo y el Anas, el Bétis y el Ebro veían domada su corriente bajo el peso de inmensas y robustas fá- bricas, destinadas por la arrogancia de sus autores á permanecer enhiestas ¡n snecida miindi» iDis- curso sobre el arle y eslilo mudejar, p. 101. Si pues Muza y Tarii[ se hallan sorprendidos, al penetral' en las Españas, porta grandeza de aquellas construcciones ¿cómo seria posible dudar de su existen- cia, al tomar asiento en la Península el pueblo de Ataúlfo....? Pero sí pudiera dudarse de esta demos- tración histórica, bastaría á desvanecer duda tui temeraria la existencia de tantos monumentos roma- nos como viven todavía en nuestro suelo ; y si fuese dado desconocer el respeto que los descendien- tes de .\taulfo y de Teodorico mostraron al verlos , lo comprobaría el anhelo con que acudieron á restaurarlos. Entre otros ejemplos que pudiéramos traer aquí, nos limitaremos al que ofrece el frag-
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quisieron parecer émulos ó herederos de los Emperadores romanos, visliendo, como ellos, la púrpura; hablando, como ellos, la lengua latina, y haciendo alarde, como ellos, de holgarse en los juegos escénicos, en los espectáculos del circo y del anfi- teatro y en los banquetes nocturnos de sus palacios, rindieron también el tributo de su admiración á tan soberbias construcciones, que intentaron imitar con nuevas fá- bricas , en donde brillasen su mageslad y su opulencia. Y como el pueblo visigodo no habia podido crear en su primitivo asiento un arte que bastase á realizar estos generosos deseos, y era de todo punto imposible que lo crease en medio de una ci- vilización extraña, cuyo prestigio y grandeza avasallaba su espíritu; como sus reyes V sus proceres no hablan ocultado el ardiente anhelo de alcanzar todos los goces que esta civilización brindaba, aun despeñada en espantosa decadencia, aquella imitación, nacida en la esfera de la política, se trasfiere naturalmente á la esfera del arle, como lo comprueba hasta la evidencia el didáctico testimonio de Isidoro. Pero esto que podía llamarse imitación respecto de la grey visigoda, no era, no podía ser más que la prosecución en el ejercicio del arte cultivado por sus ma- yores en orden á la grey hispano-latina, cuya existencia olvidan ó desconocen cuantos extranjeros han tocado estas materias. Aunque dominada por la fuerza y reducida á servidumbre, la raza hispano-latina no renuncia á sus tradiciones, como no abjura de su credo: padece, lucha y vence al lado del sacerdocio católico: vive su vida inte- lectual; obedece sus inspiraciones, y dócil á su voz, levanta basílicas, erige hospi- cios y xenodoquíos, y fabrica monasterios ^ Al realizar todas estas obras, no pide
mentó de mosaico de Itálica que bajo el n.° 4 ofrecemos en la lámina II. ° I'"orma parte de uno de los medallones que exornaban el suntuoso pavimento, dedicado á Julia por Ulno, caballero italicense, y pre- senta notable restauración, en que desconocido el diseño de la figura animada, se ha sustituido lo que faltaba á un ciervo i[ue iba á la carrera, con trazados geométricos. Esta restauración es en juicio de nuestro estudioso hermano, don Demetrio de los Rios, profesor de arquitectura que há largos años se ocupa en ilustrar los venerables restos de Itálica con una obra verdaderamente monumental, en- teramente visigoda; y lo persuade su no dudosa filiación arlistica.
'' Véase lo que dejamos dicho en la página 10 y en toda la segunda parte respecto de templos y basílicas, cuya fecha es conocida. En orden á los edificios religiosos, anteriores positivamente al tercer (iOncilio toledano, ya erigidos por los visigodos que seguían los errores de Arrio, ya por los hispano- latinos que eran católicos, ya por los suevos, dueños de la antigua Galicia, pueden consultar los lec- tores el Concilio II Bracarense, celebrado en 572 (anuo secundo regis Mironis), en que se ponen ciertas limitaciones á la construcción y consagración de las basílicas (cáns. V y VI); el III de Toledo, ya indicado, en que se autoriza á los obispos para convertir en monasterios las basílicas y parroquias, declarando que quedaban bajo su jurisdicción todas las Iglesias «quae fuerunt in haeresi ariana» (cáno- nes IV IX); el IV, tenido el año 633 en la misma ciudad, cuyos cánones XXXIII y XXXV declaran que «labentiura Basilicarum ruinae non reparantur, » y señalan la forma en que deben gobernarse nquae novae conditae fuerint.» Ni son menos dignos de tenerse en cuenta el libro de VÍ7-is illustribiis de San Isidoro, donde se mencionan crecido número de monasterios anteriores á dicha época, entre los cuales deben recordarse el Dumiense, el Sevenlano y el Biclarense, la Chronira de Juan de Birla- ra y las Filias de los PP. Emeritemes de Paulo Diácono, que mencionan otros muchos. Para que pueda formarse más cabal idea de lo que eran sobre todo las basílicas, trasladaremos aquí la descripción de la erigida al esclarecido San Mancio, junto á Évora, no muchos años después de su martirio, acaecido i fines del siglo V ó principios del VI (España Sagrada, t. XIV. páginas 124 y 126): oConstruitur Ba-
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á los visigodos un arte que no podian ministrarle: depositaria de las tradiciones ar- tísticas de la antigüedad, las aplica á las construcciones que levanta, sometiéndo- las no obstante á la nueva ley de vida que en la religión católica reconoce, conforme á las prescripciones del rito y de la liturgia y al fin útil de los edificios debidos al ejercicio de la piedad cristiana. Cuando perseguida en su episcopado, busca este asilo en las provincias que desde los tiempos de Alhanagildo reconocían el Imperio de Bi- zancio, ó acude á la misma Constantinopla para demandarle hospitalidad, siéntese fortalecida con la ciencia de sus hermanos de Oriente, admite con respeto sus ins- tituciones monásticas y no esquiva renovar sus tradiciones artísticas con las conquis- tas de aquel arte que tantas maravillas creaba á la sazón en la corte de Constantino. Hé aquí, pues, la doble fuente de esa arquitectura, ó mejor diciendo, de ese arte que no sin exactitud histórica y filosófica nos atreveremos á designar desde este momento con nombre de latino-bizantino. Viva, enérgica y poderosa aparece en él la tradición de la antigüedad, tal como la había recibido el cristianismo, bien que subordinándola á las necesidades del culto: con la fuerza y la lozanía, propias de la juventud, se muestra en sus producciones el arte, á que dá impulso la magnificencia de Justiniano y alientan al par y caracterizan las tradiciones de la civilización grie- ga y de la cultura de los pueblos orientales. Llegado el solemne instante que en la historia del Imperio visigodo determinael tercer Concilio de Toledo (ya lo dejamos declarado), la grey que triunfa religiosa y moralmente, salvando al propio tiempo su lengua, su ciencia y su literatura, no puede darse por vencida respecto de las artes por ella cultivadas durante los días de prueba y do zozobra; y la grey visigoda, avasallada primero por el prestigio de la antigua civilacion, dominada después por la irresisti- ble fuerza de la doctrina católica, no opone resistencia alguna al desarrollo de aquel arte que tenía también recibido por suyo, siendo este el concepto único en que pue- de llevar su nombre.
«silica fidelium, iungunlur beati fontis aedificia, per octagonum columnarura admirahili opere dispo- «nuntur. Caticuminum qiioqiic Basilicac siihter adiiingitiir: Sancti Marliris corpus sub beato altario «consecratur. Non illic tcrrenuní formatur aliquid, sed iníinitae aedis longe latcque spatia celsis cul- nminibus educuntur : pretiosa atria columnarum suspenduntur ornatibus, parietes cuncti marmori- ))bus vestiuntur; solura musivo rideuti (de agradable mosaico) decoratur; mirandis trabibus tecta «texuntiir, ct ne inbonoram in tam pretiosum altare fabrican), quisquís crederct, ligna cum ara ipsa ometallls auri et argenti in sublime dccorantur. Aamque illic in vasis dona, gemmarum, pretiosa mo- onilia quid in ministeriis per pocula, pateras diversa videantur esse conlata, scribi inde non expedit, oquia neo beneficia possunt mirari nec numera. Ne parum esset, circa Basilicam muri, in latum dis- «positis turribus, instruuntur, ut quisque de longe conspexerit, splendidam iudicet supercrevisse ci- ovitatem, etc.» (Id., id, pág. 389). De observar es que esta Basilica fué edificada por un solo caba- llero (liomo nobilissimus) de raza hispano-latina, llamado Juliano, concurriendo á obra tan magnifica una sola matrona de igual estirpe (lulia religiosa matrona!; y cnando hallamos en ella tanta riqueza y empleados tales ornatos, no es ya difícil formar idea de lo que debieron ser los templos levantados, des- pués de la conversión de Recaredo, por Obispos y Monarcas. La esplendidez con que Juliano y Julia dotan la liasilica de vasos y j)reseas de oro y piedras preciosas, deslumhra al historiador, pues ijue no eran aquellos para descritos , ni contados. Téngase esto presente en nuestro sucesivo estudio.
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Todas las artes del diseño que deben su existencia y se subordinan al par á las bellas artes, representadas principalmente por la arquitectura; todas las arles que bajo estas condiciones realizan en cualquier sentido las inspiraciones de la idea re- ligiosa ó de la idea social, trasferida al terreno de las costumbres, debian por tanto nutrirse de la misma savia que daba vida y carácter al arte latino-bizantino. Porque es ley trascendental de crítica que no admite racional excepción: en todos los obje- tos de las artes manufactureras dominan siempre en una época dada los caracteres principales del arte de construir á la sazón imperante; y sería á la verdad no poco extraño el que esta doctrina, que comprueban á porfía la antigüedad clásica, la edad-media y los tiempos modernos con sus muebles y utensilios, con sus armas y sus trajes, ílaqueára durante la monarquía visigoda y precisamente al tratarse de objetos, ya consagrados al culto católico, en cuyo triunfo se personificaba la rehabi- litación moral de la raza hispano-latina, ya destinados á las costumbres públicas, en que tanta parte alcanzaba la imitación del fausto bizantino y de la antigua mages- tad romana.
Y que esta imitación fué tan activa y eficaz respecto de las artes secundarias del diseño y muy principalmente de la orfebrería, como lo había sido respecto de la ar- quitectura, trasmitiéndose á siglos posteriores con no sospechada vitalidad, pruébanlo muy preciosos monumentos llegados felizmente á nuestros días. Notabilísima ense- ñanza debemos sobre este punto á los inestimables relicarios y preseas, que guarda en su Cámara SaiUa la iglesia episcopal de Oviedo, enriquecida á porfía y con ex- tremada magnificencia por los primeros reyes de la monarquía asturiana '. Brillan
' Las vicisitudes de los tiempos han sido causa de que el Tesoro de San Salvador, no menos venerable por la santidad de sus reliquias, que por la belleza j riqueza de sus preseas, haya per- dido lastimosamente gran parte de las mismas, siendo hoy de todo punto imposible formar con- cepto de la inmensa riqueza que poseyó la Cámara Santa en los primeros siglos de la reconquista , si no tuviéramos para ello documentos fehacientes. Lo es, y muy interesante en varios conceptos, el testamento de Alfonso II, el Casto, otorgado en la era DCCCL, año 812, donde al confirmar el de don Fruela, leemos entre otras cláusulas, después de anotarse los ornamentos que el rey daba para los altares y los sacerdotes: «Ministeria argéntea; crucem argenteam; urcium argenteum; aquamanile argenteum; candelabrum argenteum cum lucernis vitreis XV, et lucernas argénteas de alio candela- bro VIH; turibulum argenteum, et alium aureum; capsella argéntea pro incensó; oftercarium pro in- censó argenteum; concum ex auricalco, etc.» {España sagrada, i. XXXVII, p. 313). No es menos digna de mencionarse la confirmación que de todas estas donaciones hizo Ordoño I en el testamento otorgado á favor de San Salvador en la Era de DCCCXCV, año 857, en que hallamos estas impor- tantes palabras: «Oífero insuper in nomine praefatae Ecclesiae tuae [Redemptoris] et concedo ex fa- cúltate mea ornamenta áurea, argéntea, et auro texta, pallia et sirga multa» (Id., id., p. 323). En- cierra finalmente el mayor interés artístico la donación que á la misma iglesia de San Salvador hacia en el año 906, era DCGCCXIIII, don Alfonso III, el Magno: «Concedimus in prirais ex facultatibus nostris praefatae Ecclesiae ornamenta áurea, argéntea, eborea auro texta» (Id., id., p. 330). Estos preciosos datos mostrarán sin género alguno de dudas que no se habían olvidado las artes del diseño entre los primeros fundadores de la monarquía asturiana. Descuido imperdonable sería el no llamar la atención de los lectores sobre la singular circunstancia que nos ofrece el último testimonio: al co- menzar el siglo X se labraba en los dominios asturianos el marfil, tejido ü ornado de oro. En el tex-
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entre aquellos las venerandas Cruces de los Angeles y de la Victoria, labradas, la pri- mera en el año de 808 y un siglo después la segunda *: aquella bajo los auspicios de don Alfonso, el Casto ; esta bajo los de don Alfonso, el Magno. Semejante en su forma total á la de San Juan de Jerusalem que hallamos reproducida en muchos edificios de Asturias, figurando antes en preciosos fragmentos arquitectónicos de To- ledo (Lámina 111/ núms. 12 y 15), ofrece la de los Ángeles cuatro brazos del todo iguales, que arrancan de un rosetón circular, y se compone de dos planchas de oro, sujetas por los lados á la madera que le sirve de alma, con menudas tachuelas del metal referido. Cubre el anverso muy delicada labor de filigrana, que formando en cada brazo tres diferentes compartimientos, por medio de un doble y delgado funículo- no sólo recuerda los descubrimientos de igual arte hechos en Pompeya, sino que presenta en las orlas exteriores notables reminiscencias de los diseños que observa- mos en no pocos mosaicos, existentes así en Itálica como en otros diversos puntos de la Península. Haces de palmetas de peregrina labor llenan el centro de los com- partimientos indicados, y sobre ellos resplandecen, engastados en cápsulas ó chalones de resalto, copioso número de amatistas, topacios, zafiros y cornerinas, que le dan extraordinaria magnificencia. Llaman vivamente la atención del arqueólogo preciosos sellos y otras piedras duras, en que se admiran bellos relieves (Lám. VI.' núme- ros 11 y 14): unos y otros, ya por el carácter especial de sus formas, ya por re- presentar asuntos profanos ó mitológicos ,' están revelando su origen clásico y ma- nifiestan pertenecer á la época más floreciente de los Césares, no sin que descu- bramos también entre ellos alguna reliquia del arte helénico ^. En el perfil inferior de los brazos de la cruz se ven todavía seis anillas, de las cuales pendian otros tantos clamasterios ^, exornados sin duda de perlas, amatistas ó zafiros.
Por la joya mas rica de toda España fué reputada en el siglo XVI la Cruz de
to veremos, al describir la Cruz de la Victoria, cómo el oro se entretegia y esmaltaba de piedras pre- ciosas y pastas ó vidrios de colores : los Reyes de León y de Castilla ofrendaban también coronas de marfil, según adelante veremos.
1 Ambas cruces presentan en el reverso una inscripción votiva, en que consta el nombre de quien hace la ofrenda y el año en que la cruz fué terminada: en la de los Angeles hallamos estas cláu- sulas: Offert Adefonsds humilis servus Christi. — Hoc oi'us PERFECTUJí EST iN Era DCCCXLVI. — En la de la Victoria leemos: Offerunt famuh Christi Adefonsds Princeps et Scemena Regina.— Hoc opus perfectum est... Operatum est m castello Gauzon, anno regni nostri XLII , discur-
RENTE !■ RA DCCCCXLVI.
- Véase 1.1 nota 1 de la pág. 37. Debemos observar aquí que no siendo las cruces de la Cámara í^a/ita de Oviedo objeto principal de este ensayo, sólo nos detenemos en su descripción lo necesario á comprobar la tradición artística. Los lectores que desearen mayor ilustración, la hallarán en breve en la moriografia de estos riquísimos objetos de la orfebrería española, que publicaremos en ios Monumentos Arquitectónicos.
■' En los antiguos códices hallamos esta voz escrita de varios modos, tales como ckmaclerios, clamatarios, cremasterios, etc. Derivada del griego y.p£iia;Tijp-;, parece que debiera seguirse la últi- ma lección, y sin embargo la más usual es la que en el texto apuntamos. Los clamasterios son pues «bullae aut alii ornatus dependentes» (Ducange, voz citada).
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la Victoria: diferente en la proporción de sus brazos de la de los Ángeles, recuér- danos su traza la que íija Procopio á la cruz griega, al describir la Basílica de los Sanios Apóstoles, erigida en Bizancio por Jusliniauo '; pero guarda con aquella es- trecha analogía en la riqueza y magnificencia, si ya no es que la excede y aun eclip- sa. Labrada de igual suerte que la de los Ángeles, fórmanla dos chapas de oro, adheridas á la cruz de madera, que es fama en Asturias sirvió de primer guión á don Pelayo. Ocupa la intersección, así en anverso como en reverso, un bello ro- setón, circuido de grueso funículo, interrumpido en los puntos centrales por tres perlas de oro (ornato que recorre todo el contorno exterior de la cruz), y tras cierta especie de aspas que inmediatamente se le arriman, parten á llenar el interior de brazos, cabeza y pié, tres diferentes franjas, compuestas de flores scxtifolias y de chatones de piedras preciosas y pastas de color, cuyo distinto tamaño altera á menudo el de las flores, si bien no llega á desnaturalizar su forma (Lám. Yl, nú- mero 12). Hállase la franja del centro rodeada de menudo cordón y delgado filete que la cierra por el un cabo en semicírculo y la ata á las referidas aspas en rectán- gulo por el otro. Gruesas esmeraldas, topacios y amatistas de subidos quilates, entre los cuales descubrimos, según queda insinuado, algunas plasmas que han per- dido en los tiempos modernos la estima que á la sazón* alcanzaban, completan la decoración de tan espléndida joya de la devoción y del arte ^; siendo muy de notar que las hojas de las flores de rosetones y de franjas, aparecen formadas de labor de taracea, ostentándolos colores verde y granate, procedimiento industrial del lodo se- mejante al de las coronas y demás preseas del Tesoro de Guarrazar, conforme ade- lante observaremos.
La Cruz de la Victoria, demás del precio que de todas estas circunstancias ar- tísticas recibe, encierra el alto interés histórico de haber guiado á nuestros padres contra los mahometanos, cual símbolo constante de la fé por ellos defendida. Como
1 Para que puedan los lectores formar cabal idea, así de las plantas de las basílicas bizantinas, imitadas en todo el Occidente, como de la traza de la Cruz de la Victoria, que se ajusta en todo al tipo de la griega descrita por Procopio, parécenos bien traer aquí sus palabras. Hablando de la citada Baíi'ttca de /os 4pos/oles que amenazaba ruina en tiempo de Justiniano, anadia: «Hanc lustinianus «Imperator funditus demolitam non solum instaurare studuit, sed maiorem etiam faceré et pulchrio- »rem. Porro consilium hac ratione explicuit. Rectae lineae designatae sunt duae, quae se medias in- «vicem secant, commissae in formam crucis; altera ab Occasu ad Ortum directa, altera ad Meridiem «transversa a Septentrione. Praeter exteriorera parietum ambitum, interioribus coluninarum ordini- »bus supra sunt infraque circumdata. In commissura barum linearum, utriusque fere médium obti- ínente, conditura inauguratumque est sanctuariuní: sic locum mérito appellant, eorum vestigiis in- oterdictum qui rei divinae non operantur. Ilinc inde proeurrentia transversi spatii latera, ínter se «aequalia sunt.- spatii vero in directum porrecti pars illa, quae vergit ad Occidentem, alterara superat xquantura satis est, ut figuram crucis efíiciat» (De aedificiis lustiniani, t. II, pág. 13). Tal es en efecto la forma total que ofrece la Cruz de la Victoria: adelante veremos que no otra es la traza de las que exornan las coronas visigodas, existentes en el Hotel Cluny.
■2 Parécenos curioso consignar, para que se comprenda fácilmente la riqueza de esta magnífica joya, que el número total de piedras (linas y falsas) que la exornan, asciende á 152.
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en la Cruz de los Ángeles, aparece eu ella el sello de aquel arte, que reconociendo sus fuentes tradicionales en el arte romano y en el arte bizantino , infunde su carácter á todas las fábricas de la monarquía visigoda, ya predomine en ellas y aun se ostente solo uno ú otro elemento, ya se asocien ambos en estrecho maridaje [)ara revelar con entera exactitud el estado intelectual de la sociedad que promiscuamente los cultiva. Y cosa digna do repararse : asi como en los monumentos que ajiellidamos visigodos, hallamos empleados en singular consorcio columnas, frisos y capiteles del arte latino y aun del romano propiamente dicho , así también en la Crnz de los Án- geles encontramos preciadas reliquias de la estatuaria y de la glyptica, cultivadas por la antigüedad clásica, siendo en este concepto merecedor de la más alta alabanza el piadoso Príncipe que las salvaba por tal camino de la oscuridad de los siglos '.
Si pues dos antes de la ruina del Imperio visigodo vivia aun en el arte de la orfebrería aquel mismo espíritu que movió la pluma de San Isidoro y que se habia revelado con indudable fijeza en los monumentos de la arquitectura; si este espíritu se trasmite con igual fuerza á las construcciones de los primeros dias de la recon- quista, brillando del mismo modo en las basílicas de San .lidian (SantuUano) y de San Tirso de Oviedo, que en las de Priesca y Val de Dios del Concejo de \illavi- ciosa, todas erigidas ó restauradas desde el reinado de Alfonso, el Casto, al de Alfonso, el Magno (791 á 909), ¿cómo se ha de dudar de que esos mismos caracteres resplan- decieran en el a,iiQ latino-bizantino sobre otra inlluencia secundaria? Esta racional hi- pótesi recibe tal fuerza de la historia, de la filosofía y de los mismos monumentos, trasmitidos felizmente á los tiempos modernos, que no ha menester de nuevo es- fuerzo para trocarse en axioma. Los monumentos del arte de la orfebrería, así como los que constituyen la parle del moviliario, durante la monarquía visigoda, no pueden sustraerse á la ley común que rige el desarrollo de la cultura española; y antes por el contrario, reconocidos el frecuente trato y comercio que, primero el episcopado católico y las provincias del litoral, y después la corte de los Recaredos y Sisebutos mantienen con la ciudad de Bizancio, y considerada la especial naturaleza de aquellos objetos, que fácilmente podían ser trasportados, no hay repugnancia en admitir que
1 Insistimos algún tanto sobre este punto, no solamente porque las indicadas observaciones con- tribuyen á fijar el carácter artístico de estas joyas enlazando de una manera indestructible la tra- dición, sino porque ofrece el mismo accidente la corona atribuida á Receswinto, según al describirla consignaremos, lo cual manifiesta con toda evidencia la identidad del arte que produce unos y otros mo- numentos. Ni se crea tampoco que la costumbre artística de utilizar los relieves y sellos de la an- tigüedad en las obras de la orfebrería, se limita á las cruces de Oviedo, ni á las coronas del Te- soro de Guarrazar: cuantos se hayan consagrado á este linage de estudios, habrán tenido ocasión de tropezar á menudo con ejemplares de igual especie, relativos á siglos posteriores; y sin salir de As- turias, nos será licito recordar la antigua cruz parroquial de Fuentes (Conc(?jo de Yillaviciosa), presea del siglo XI, que guarda todavía muy preciosos sellos. Los de la Cruz de los Angeles no sólo pertenecen al arte romano, sino que, presentando entre otras figuras la de Minerva, y la de un ¡jrifo, tal como se halla en las monedas del Ática (debajo del cual leemos una inscripción griega), no dejan duda de que Alfonso II poseyó también preciosos objetos del arte helénico. Todos saldrán á luz pública en los Mo- numentos arquiteclúnicos de España.
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debió ser en ellos la referida influencia más activa y directa, cualquiera que fuese el círculo social á que nos refiramos '.
Prueba elocuente de esta observación es, entre otros objetos de igual proceden- cia, la celebrada Arca Santa, que guarda todavía en la catedral de Oviedo las re- liquias salvadas por la devoción de nuestros padres del gran naufragio de Guadale- le. Labrado este precioso monumento en Coustantinopla ó Jerusalem, tal vez en el siglo VI del cristianismo, fué trasladado al Occidente durante la primera mitad del VII, despertando la admiración de los españoles no solamente el número y la canti- dad de las reliquias que encerraba, sino también su belleza y magnificencia *. Agran- dada en siglos posteriores , ofrece hoy al estudio del arqueólogo dos artes distintos, bien que no desemejantes, ni contrarios en sus elementos constitutivos. Graciosa arquería, genuinamente bizantina, bajo la cual se cobijan apóstoles, evangelistas y mártires de bello relieve, si bien aparece ya en estado decadente la escultura, de- cora la parte primitiva: vése en la moderna, añadida en tiempo de Alfonso VI, la. tradicional representación del Salvador en el Vesica-piscis , sentado en silla curul, que exornan tres hiladas de arcos á la manera bizantina y rodeado en el exterior de ángeles que lo sostienen '\ A igual época pertenece la cubierta, en que se mira gra-
' Entre los objetos peregrinos de aquella edad que á dicha han llegado á la nuestra, nos es dado citar una bella pulsera (dextra) que se custodia en el Gabinete Etnográfico del Museo de Hijtoria Natural, señalada en la sección de Antigüedades con el número 351. Es de plata: compónese de una chapa, dividida en tres zonas ó fajas, siendo la central casi un doble más ancha que las laterales. El ornato que la avalora es de muy poco resalto: los bordes están enriquecidos de un cordoncillo, elaborado en la forma que notaremos después, al describir las coronas del Tesoro de Guarrazar: las fajas latera- les muestran cierta especie de serrina ó dentellado menudo: la del centro ofrece gracioso diseño pu- ramente bizantino. ¿Podria decirse que esta bella pulsera fué traida á España como objeto de comercio por los mercaderes de Bizancio?... La procedencia de esta singular joya, hallada en excavaciones ve- rificadas en Elche, da indudablemente no poco valor á la hipótesi; y en todo caso no es de olvidar que la situación de tan antigua ciudad, puesta en el litoral de Oriente, é incluida por tanto en las pro- vincias imperiales, depone á favor de la influencia artística, de que vamos tratando , con tanta más razón cuanto que no es esta pulsera la única joya encontrada en las excavaciones de Elche que revelan el mismo arte: el Gabinete Etnográfico posee otros objetos preciosos, que tendremos ocasión de men- cionar más adelante.
- Los lectores que desearen conocer la historia del Arca Santa de Oviedo, pueden consultar el tratado LXXIII, cap. 30 párrs. 11 y III del t. XXXVII de la España Sagrada, donde se halla recogido cuanto en el particular más importa. Debemos advertir no obstante que el entendido continuador del P. Florez, no poseyendo los conocimientos arqueológicos necesarios para apreciar el verdadero mérito artístico de este inestimable monumento, ni aun hizo la más leve indicación para comprobar su anti- güedad, deduciéndola del estado y carácter del arte que revela. Bajo esta relación puede afirmarse que el Arca de las Reliquias de Oviedo es un monumento del todo desconocido, sintiendo nosotros no po- der detenernos á dar aqui más amplia descripción, que reservamos para los Monumentos Arquitectó- nicos de España. No dejaremos de indicar, porque importa al intento de este ensayo, que no conoce- mos monumento del arte de la orfebrería ni más venerable por su antigüedad, ni más característico é interesante bajo sus relaciones artistico-arqueológicas.
3 Aunque según hemos ya apuntado, no es este el lugar á propósito para hacer una descripción detenida del Arca de las Reliquias, bueno será notar que los ojos del Salvador se componen de dos gruesos rubíes, circunstancia muy característica y que prueba, según vamos demostrando, la
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bado el Calvario, y de resallo la inscripción latina, relativa á las reliquias allí cus- todiadas. Completa el monumento peregrina orla, que circuye el frente del Arca, revelando también en los caracteres arábico-mauritanos que la forman , la confluen- cia de otro arte que en siglos posteriores debia lograr no insignificante desarrollo '. Indudable es por tanto que, existiendo los monumentos que , como el Arca Santa, sirvieron de modelo, y los que de esta imitación se derivan, tales como las Cruces alegadas y otros preciosos dípticos y relicarios de la misma catedral de Oviedo, en que brillan idénticos ó muy semejantes caracteres artísticos, reflejó principalmente el arte de la orfebrería, durante los tiempos visigodos, los mismos elementos que hoy reconocemos en las fábricas arquitectónicas de aquella época. Y no se nos arguya con la célebre frase de golhica inanu, empleada por los escritores francos para de- notar la superioridad que sobre las de otros pueblos lograban las obras visigodas, así respecto de la arquitectura como de la orfebrería, deduciendo de aquí la origina- lidad germánica del arte cultivado durante los siglos VI y VII en la península ibé- rica; pues sobre no referirse en modo alguno la expresada frase á los elementos constitutivos y sí á la simple ejecución artística, debe tenerse en cuenta que sólo podia determinar en boca de escritores extranjeros la entidad nacional que la mo- narquía visigoda representaba, inclusa la raza hispano-latina, no debiendo olvidarse que, al ser usada con mayor autoridad, había ya perecido dicho imperio ". Lo que
fuerza que la tradición conservaba en medio de la exagerada oscuridad que sigue á la Lrillante Era de los Eugenios é Isidoros. Ni olvidaremos tampoco la decoración que nos ofrece el nimbo del Salva- dor, análoga en su forma á la de la silla curul ya indicada.
1 Rasgo es este tan original y privativo de las artes españolas que no es posible comprender su valor, sin tener muy en cuenta el espíritu de la reconquista. Fernando I habia recibido como vasallo? suyos y propiedad de su cámara á los moradores árabes de Sena, ciudad puesta en las regiones occiden- tales de la Península, de que se apodera en 1038: desde aquel momento dejaron de ser vendidos sié co- rona los cautivos de guerra, que permanecieron en sus hogares con su religión y sus leyes. Alfonso VI hereda aquella ilustrada política, que empezó á señalar en el cuadrante de los tiempos la supremaria del imperio cristiano sobre la desconcertada morisma; y cuando la Providencia le concede plantar el pendón de Castilla en la corte de los Beni-Dhi-n-nun (1085), no sólo respeta en ella á la grey musul- mana, sino que la permite hasta conservar su mezquita mayor, de que sólo es despojada por la intole- rancia de la reina doña Constanza y del abad don Bernardo, ambos franceses. Ahora bien; poseyendo los moros de Toledo un arte que acababa de producir monumentos tan bellos é importantes como las Puertas de Bisagra, del Sol y de la Almofalla , y siendo por extremo esmerados en el de la orfe- brería, natural era que sus obras llamasen la atención de un príncipe tan ilustrado romo Alfonso VI, cuya acreditada tolerancia no reparó en asociar aquel arte al arte propiamente cristiano, al dar nueva magnificencia al Arca de Oviedo, depósito sagrado de tan venerables reliquias. Alfonso no consintió que aquella leyenda expresase otro concepto que el de la sumisión del pueblo mahometano al poder de Castilla, por lo cual los indicados caracteres son meramente ornamentales. lié aquí puns cómo el Arca Santa entraña el triple interés de tres artes que sucesivamente se asocian en nuestro suelo, siendo el primer documento que comprueba la existencia de aquel singular estilo arquitectónico, que hemos designado con el nombre de mudejar.
* Aludimos á la Vida de San Oiien, Obispo de Rúan, que es el documento citado con frecuencia en este punto: fué escrita en Francia á mitad del siglo VIH: la cláusula, á que nos referimos, dice: «Illa vero Basílica in qua sancta eius raembra quiescunt [de San Ouenj, mirum opus quadris lapidibus
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con más empeño importa averiguar respecto de la orfebrería es, si las costumbres de la nación española, dada siempre la dualidad de hispano-latinos y visigodos que parece á menudo ignorarse, partieron, como era natural, de aquellas fuentes de cul- tura que en orden al arte de construir dejamos reconocidas; y demás de los testi- monios ya alegados por lo que toca á la parte religiosa, guíanos en general tan abo- nado testigo que no consiente linage alguno de dudas.
Nos referimos nuevamente al libro de los Orígenes de San Isidoro. Mencionadas por el docto metropolitano de Sevilla todo género de lelas, entre las cuales seña- laba las más usuales en su tiempo, dándonos á conocer la extraordinaria riqueza de los trajes , así de los varones como de las hembras * , trata de los ornamentos que á cada sexo corresponden, mencionando después detenidamente todo linage de mue- bles y utensilios. Son las coronas la presea más importante de los reyes ^ así como de las matronas las diademas ^, y llámannos igualmente la atención los nimbos (nim- bi *) mitras {milrae), cappas [capitula), rígulas y agujas (rigulae, acus '), los pen- dientes [tnaures "), collares (lorques el monilia '') y cadenillas [catenulae ^), las destras ó pulseras {dexlrae "), los cintos [cincli), fíbulas y lúnulas {fibulae et lumdae ") que ya
gothica manu ú primo Clothario , francoriim rege, olim nobiliter constructa fuit , anno plus minus quarto et vigessimo regni eius (Duchesne, t. I, pág. 638). De observar es que la admiración del cro- nista respecto de la construcción de la Basílica con sillares cúbicos (quadris lapidibus), que era la usa- da tradicionalmente en España bajo la monarquía visigoda, nacia de que los francos, siguiendo la cos- tumbre de edificar de los galos [mos galUcanus], empleaban principalmente en sus edificios la madera. Esta circunstancia ha debido tenerse presente para reconocer entre los visigodos la existencia de un arte que distaba en gran manera de los germanos, quienes «ne caementorum quidem aut tegularum usus; materia ad orania utuntur informi (Tácito, De morihis germanorum).
i Ethimol., lib. XIX, caps. XX al XXIX.
2 Primum ornamentum corona insigne victoriae, sive regii honoris signum, quae ideo in capite regum ponitur, ad signiücandiim circumfusos in orbe populos, quibus accinctus, quasi caput suum coronatur (Id., lib. XIX, cap. XXX). Adviértase, como veremos luego, que San Isidoro conoció al pri- mer rey visigodo que usó en público insignias y corona real.
■i Diadema est ornamentum capitis matronarum ex auro et gemmis contextum , quod in se cir- cumactis extremitatibus retro astringitur, et ex inde dictum graece quod praeliguetur (Id., id., ca- pitulo XXXI). Nótese bien la diferencia que en tiempo de Recaredo existia entre la corona y la diadema.
* Nimhus es fasciolatranversaexauroassumptain linteo quod est in fronte foeminarum (Id., id., id.). s Rígida est mitra virginalis capitis ...Acus sunt quibus in foeminis ornandorum crinium com- pago retinentur, ne laxius fluant et sparsos dissipent capillos. (Id., id., id.).
* Inaures ab aurium foraminibus nuncupatae, quibus pretiosa genera lapidum dependuntur (ídem, Ídem, id.).
■^ Torques sunt circuli aurei a eolio ad pectus usque dependentes. Torques autem et buUae á vi- ris geruntur; a foeminis vero monilia et catellae. Monile ornamentum ex gemmis est, quod solet ex foeminarum penderé eolio, dictum á muñere. Hoc etiam et Serpenlum dicitur, quia constat ex ampho- rolis quibusdam aureis geramisque vasis in modo facturae serpentis (Id., id., id.).
^ Catellae sunt catenulae coUi invicem se comprehendentes in modum catenae, unde et apella- tae(Id., id., id.).
•' Dextras communes esse virorum at foeminarum: quia utriusque sexus destrae sunt, ampia et ante manicam portantur, et possunt ibi iungi clava uno. (Id., id., id.). 1" Fífcíi/ae sunt quibus pectus foeminarum ornatur, vel pallium tenetur: viris in liumeris, seu
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aplicándose al traje viril, ya al femenino, revelaban extremado fausto , no solamente por ser todas joyas tejidas ó labradas de oro y piedras preciosas (ex auro et gemmis contex- íae), sino también por apurarse en ellas todos los primores del arte. Por tres condi- ciones especiales eran apreciados los vasos, propios para el servicio y ornato de las mesas en convites y banquetes: por la excelencia de la mano del artífice (manu ar- tifcis), por los quilates de la plata {-pondere argenti) y por el brillo de los metales (splendore metallum ').
Ahora bien : en los nombres de todos estos utensilios , en las formas que de la descripción deducimos, y en las relaciones, que á cada paso establece el sabio maes- tro de Ildefonso con los de igual naturaleza entre romanos y greco-bizantinos, des- cubrimos sin ningún esfuerzo que así como los sucesores de Ataúlfo y de Eurico s*^ habian afanado, los primeros por remedar la magestad romana y los segundos por emular á los Emperadores orientales; así también se habian propagado á la monar- quía visigoda los usos y costumbres de la antigüedad, arraigando de tal manera en cuanto á las artes indumentarias concierne, que aun á fines del siglo XI ó principios del XII hallamos claros vestigios de ellas. Comprobación harto satisfactoria de este aserto nos ofrecen muchos códices de aquel tiempo y sobre todo la ya mencionada Arca Santa de Oviedo en la parte labrada bajo los auspicios de Alfonso VI: aquel manto que, según la expresión de San Isidoro, cubría sólo las manos {quod manus legal tanlum ^); aquellas largas tocas (amiculos), que habían sido entre los antiguos seña! de prostitución, y que eran, al escribir San Isidoro, signo de honestidad {nunc in Hispania signum hunestatts ^); aquellas ricas fimbrias [fmbriae \), que orlaban las túnicas y lacernas (pallia fimbriarum); aquellas fíbulas que sujetaban los maníus y cíngulos de los varones en hombros y espaldas y las capas de las mujeres (pallia foeminarum) sobre el pecho; y finalmente aquellos tubrucos ■' que cubrían las tibias
cingulum in lumbis. Lumüae sunt ornamenta raulierum in simililudine lunae, buUulae auiae depen- dentes (Id., id., id.).
• El sabio metropolitano de la Bética habia indicado antes la triple estimación de los metales preciosos, observando: Tria... sunt genera argenti et auri el aeris: signatum, factum, infextum. Sig- natum, quod in nummis est; factum quod in vasis, et signis; infectum quod in massis est (Lib. XVI, cap. XVll). Dadas todas estas y otras no menos preciosas nociones respecto de las artes indumenta- rias, cultivadas en la España visigoda durante los siglos VI y VII ¿será posible sospechar, conocido el excesivo fausto de los ornamentos personales, que acudían los españoles ú los bosques de Gemianía para abastecerse de joyas y preseas? ¿O será licito admitir el que trajeran á la Península artistas del Morle que se las fabricaran...? En una ú otra hipótesi, es necesario convenir en que el negocio hubie- ra sido por demás lucrativo para los orfebres germánicos; pero sigamos nuestro estudio.
- Ethimol., lib. XIX, cap. XXIV. De pallíis virorum.
^ Id., id., cap. XXV.
■» Fimbrias vocatae ora vestinientorum, hoc est: fines, ex graeco vocabulum Irahentes (Id., id., cap. XXIV). Las fimbrias fueron llamadas asimismo peridysis (ora, extrema vestís), nombre también de formación puramente griega, que prosiguió siendo aplicado en tiempos posteriores (Ducange, voz citada).
5 San Isidoro delinia esta parte del traje diciendo: ^iTiérucos voeatos dicunt. quod tibias bra- chasque tegant» (Lib. XIX, cap. XXII).
Í2 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
y sujetaban las bragas {brachae), aparecen ea el grabado ó gráfido que enriquece la tapa del referido monumento con la representación del Calvario, mostrando de una manera inequívoca que artes y costuml)res se conservaron en la tradición con más vitalidad y fuerza de las que el entendido Mr. Lasteyrie sospecha ^
Resumiendo pues cuanto dejamos asentado, es para nosotros evidente :
Que lejos de interrumpirse la tradición del arle antiguo, lo aceptan los suceso- res de Ataúlfo, tal como se cultivaba, al penetrar ellos en la Península ibérica, reci- biendo después las modificaciones que va aquel sucesivamente experimentando.
Que no sólo prosiguió la raza hispano-latina en posesión del arte heredado de sus mayores sometido ya á las necesidades del rito y de la liturgia católicos, sino que refrescadas aquellas nociones ó modificadas en parte con el ejemplo de las pro- vincias imperiales y el frecuente comercio con Bizancio, impuso sus prácticas artís- ticas á la raza visigoda, llegada la trasformacion religiosa del tercer Concilio Tole- dano, como le impuso también su lengua y su literatura.
Que todas las artes del diseño, entre las cuales tienen lugar señalado las in- dumentarias, participaron del carácter general que imprimió á la arquitectura, la estatuaria y la pintura, la doble inüuencia latino-bizantina, reflejando el fausto y pompa de las costumbres, refinadas sobremanera con el vivo ejemplo de la corte de los Justinianos y los Heraclios.
Que tanto la influencia arquitectónica, como la de las artes de la orfebrería, se trasmite á la monarquía asturiana y aun á la leonesa y castellana, probando de un modo sorprendente la gran fuerza que conserva en la edad media la idea de la antigüedad, única senda posible para realizar la obra del Renacimienlo.
De estas legitimas conclusiones, que se aplican con igual exactitud á la historia
1 No trazamos aquí la historia de las artes: mas para que esta observación tenga, en cuanto con- cierne á la arquitectura y á la estatuaria, todo el peso debido, conviene añadir que desde los monu- mentos, propiamente gentílicos, hasta las iglesias del estilo románico que suceden en nuestra Penín- sula á las basílicas latino-hizantinas, aparece en tal manera enlazada la tradición de los elementos decoratívos que no es posible dudar de su origen y procedencia, sin error voluntario. De ello juzga- rán los lectores con el examen total de las cinco láminas de detalles que acompañamos, en que desde los mosaicos de Itálica, Lugo y las Baleares (puntos cardinales del territorio español) hasta las últimas basílicas asturianas, nos ofrecen los mismos elementos. Y no con mayor dificultad hubiéramos podido añadir muy importantes detalles de los templos románicos: las iglesias de San Juan y Santa Clara en Oviedo, de Villamayor en Infiesto, de San Antolin de Beon en Llanes, no menos que las de San iMartin, San Esteban, San Millan y San Lorenzo en Segovia atesoran todavía en sus frisos y cimbrias, en sus raetopas y triglifos, en los intradós de sus arcos y en sus rosetones análogos miembros decorativos. Sorprendente ha de ser en verdad para quien olvide las leyes biológicas del arte, el ha- llar en la archivolta de la portada de la iglesia de San Martin, va referida, la misma combinación de círculos y semicírculos que en la orla exterior de la Corona di Receswinto produce las flores cuadri- folias, de que en su lugar hablaremos, y que enriquece igualmente los numerosos fragmentos arqui- tectónicos de las basílicas erigidas en Toledo durante la dominación visigoda, brillando también en las asturianas (Láms. III y VI, números 1, 3, 4, 6, 8, 4, y 5). La unidad entre las artes indumen- tarias y la arquitectura no podía ser más completa, correspondiendo unas y otras, así como las letras, al desarrollo de la civilización v de las costumbres.
MEMORIAS DE LA nEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. Í3
de las letras españolas , se deduce lógicamente que existiendo en la Península ibérica durante la monarquía visigoda bellas artes, con verdadera tradición y carácter jiropio, no es posible aceptar la teoría que Mr. de Lasteyrie ha pretendido establecer, fun- dándose en un mero accidente industrial , sugerido por el examen de la parle del ya célebre Tesoro de Guarrazar, depositada en el famoso Museo de las Termas. Perte- neciendo originariamente al culto católico casi todos los objetos allí custodiados, así como los no menos preciosos ([ue por fortuna poseemos; correspondiendo los restantes al personal ornamento de los reyes después del tercer Concilio Toledano, y siendo todos propiedad de la Iglesia, al consumarse la ruina del imperio visigodo, na- tural parecía, dados los precedentes históricos y reconocido en ellos el doble es- tigma del arte romano y del arte hizanlino, haber obtenido consecuencias de todo punto contrarias á las que tan docto anticuario nos ofrece como resultado de sus estudios. Nosotros diríamos al propósito: — Los objetos artísticos que constituyen el Tesoro de Guarrazar, revelan claramente la existencia de un arte, en que se asocian y asimilan los elementos constitutivos del arle romano, ya alterado por la poderosa influencia de la Iglesia latina, y del arte hizanüno, tal como a])arece en la j)rimei'a edad de su desarrollo : con ellos se mezclan algunos rasgos es- peciales que dan á conocer, ora la existencia intermedia de otros elementos subordi- nados, ora la intervención de manos poco hábiles y que no acostumbradas á acentuar con la gracia y el sentimiento de los artistas latinos ó bizantinos, ni con la fuerza y energía que lo hicieron después los árabes ', imprimen cierto sello de rudeza á sus propias imitaciones. Necesario es por tanto discernir con toda circunspección, para alcanzar el acierto, lo que hay en los monumentos de la monarquía visigoda debido á esta mediación accidental, á fin de fijar perfectamente sus verdaderos caracteres, así como es de suma importancia no confundir las construcciones, en que sólo se ejerce la influencia romana, con las que nos ofrecen ya la unión de esta y de la bizantina; por(|ue tal es la única senda que ha de llevarnos á determinar el verda- dero desarrollo hislórico de ambas influencias, al reflejarse, una Irás otra, en el sucio de la Península.
1 Para i'omprob.icion de esta verdad, nos será lícito añadir que no solamente hallamos en los primeros monumentos levantados en nuestro suelo por los mahometanos, capiteles, columnas y otros elementos arquitectónicos, debidos al arte romano, propiamente dicho , enseñanza que debemos en primer término á la magnífica aljama (hoy catedral) de Córdoba, y del arte latino-bizantino, lo cual demostraremos en el capítulo siguiente, sino que en las preciosas reliquias del maravilloso palacio di; .Medina Zaharn, de que posee nuestro amado compañero, don Pedro de Madrazo, notabilisimos frag- mentos, reconocemos los mismos elementos decorativos (jue brillaron en las basílicas visigodas y la mis- ma tradición artística en la manera de producir el claro-oscuro en el corte de la piedra, si bien animados los objetos de más viva acentuación, nacida de la mayor profundidad que los artistas árabes dabnii gene- ralmente al relieve. Esta es sin duda la principal diferencia que en la ejecución advertimos respecto de los priuieros monumentos que deja el Califato en nuestro suelo; pero bastante para revelar desde luego el genio ardiente y enérgico del pueblo oriental que hereda los tesoros del arte bizantino en las regio- nes occidentales de Europa, dándonos ya á conocer él sello especial que debía recibir de sus manos, hasta producir en nuestra España ese estilo verdaderamente original que ha sido designado, no sin acierto, con el titulo de granadino {Monumentos Arquitectónicos de Espai'ia. inonografia de la Alhambra ■
44 MEMORIAS PE LA BF.AL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Fácil será, sujetándonos á esta norma y expuestas ya las razones, de fjue se desprende lo que fué y representó el arte latino-bizantino ó visigodo en la historia de la civilización española, y el lugar que ocupa en la general de las bellas artes y principalmente de la arquitectura, el señalar los caracteres especiales de su orna- mentación, con el estudio descriptivo de los monumentos trasmitidos á nuestros dias en la ciudad de los Concilios.
III.
Fragmentos arquitectónicos del arte latino-bizantino en Toledo. — I. Capiteles de la Mezquita, apellidada el Santo Cristo de la Luz.— II. Capiteles y basa de la Mezquita, hoy Iglesia de San Román. — III. Capi- teles y fuste de la Basílica de Santa Leocadia. — IV. Capiteles y fragmentos decorativos de la Iglesia de San Ginés. — V. Fragmentos del torreón, llamado Baños de la Cava. — Yl. Fragmentos conservados en el Puente de Alcántara. — VII. Id. en la torre de Santo Tomé. — VIII. Otros fragmentos y capiteles es- parcidos por la ciudad.— Observaciones generales.
No posee Toledo por desgracia en su primitiva forma, ninguna de las basílicas, monasterios, ni palacios levantados, ya dentro de su triple muralla, ya en su fron- dosa vega , durante la dominación visigoda. Destruidos por la saña de los hombres y las vicisitudes de los tiempos, ó adulterados hasta el punto de no dar razón de su antigua traza y ornamento, por la misma piedad que intentaba conservarlos ó em- bellecerlos, sería vana toda diligencia para hallar en la ciudad de Wamba un mo- numento íntegro de aquella edad, cuando ni aun los muros levantados por aquel Príncipe han logrado permanecer enteros. Despedazados frisos , cuyo primitivo em- pleo es hoy por extremo difícil averiguar; solitarios capiteles, que han servido de trofeo á otros edificios posteriores , formando extraño maridaje con los que ahora los rodean ; truncados fustes que guardan por ventura alguna inscripción ó conservan las huellas de características estrías; fragmentos de jambas, metopas. dinteles, ó impostas, y algunas lápidas de consagración.., hé aquí las reliquias que han sobre- vivido en Toledo al golpe destructor de los siglos, bastando sin embargo á pregonar la existencia de aquel arte , cuyas leyes de vida dejamos ya expuestas , y cuya vi- viente confirmación sólo puede encontrarse en las primitivas basílicas de la mo- narquía asturiana. Viéronlos con entero desden cuantos trataron de los monumentos de Toledo, bajo el sistemático influjo de las escuelas; mas examinados por último con la solicitud y el detenimiento que reclamaban ', pueden ser hoy estimados en su justo valor, el cual ha cobrado mayores quilates, merced á las excavaciones que
' Hicimos en nuestra Toledo pintoresca repetidas alusiones ai arle que representan estos frag- mentos arquitectónicos, así como en la Sevilla pintoresca habíamos indicado terminantemente su
i6 UEMOniAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FEUNANDO.
por Orden del Gobierno de S. M. dirigimos en 1859 en las Huertas de Guarrazar, donde se descubrió el celebrado Tesoro de las coronas. Procuremos pues desci'il)¡r con toda fidelidad estos preciosos restos arquitectónicos.
I. Sujeto el arte latino-bizanlino á las mismas leyes, á que se habian sometido el griego y el romano, al señorear el antiguo mundo la religión de Constantino y de Teodosio, prestó sus galas y preseas al pueblo mabometano, cuando dueño este de la península ibérica , empezó á poblarla de alcázares y mezquitas , bajo el domi- nio del Califato, lis la Ermita del Santo Cristo de la Luz una de las primeras construcciones, en que esto se verifica ': allegados de otros edificios anteriores, hay en ella cuatro capiteles de diversos tamaños, formas y ornatos, que contribuyen con su variedad á imprimir especialísimo carácter al monumento , dándole extraor- dinario precio arqueológico.
«Cubiertos de una espesa capa de yeso que no consentia reconocer sus formas (hemos observado en otra ocasión ") no han podido hasta ahora ser diseñados ni des- critos convenientemente. Son todos de talla harto ruda, y á excepción de uno solo, manifiestan ser fruto de un arte decadente, que pugna sin embargo por conservar sus antiguas tradiciones. Figuran los dos más interesantes en este concepto al lado de la pequeña capilla , levantada en el siglo XV. Es de piedra calcárea, cubierta de un baño ó betún negro sin duda en tiempos muy posteriores , el que se ofrece á la parte del Nordeste, notándose á primera vista que para acomodarlo á la proporción del fuste, fueron cortados sus ángulos, bien que con bastante irregularidad, resul- tando de este corte enteramente trocados los frentes primitivos, que hacen ahora oficio de ángulos. Una parte del abaco queda, en consecuencia de esta modificación, oculta en la imposta del arco , notándose sin embargo por los restos aún existen- tes, que hubo de pertenecer á un edificio en que se guardaban las tradiciones del orden corintio. La parte inferior de este capitel se halla exornada de cierta especie de doble corona, compuesta de grandes hojas de laurel, que vuelven al exterior.
flxistencia : la novedad del asunto y el respeto que á la liistoria del arte debíamos, nos retrajeron en uno y otro libro de asentar teorías, que liubíeran podido parecer aventuradas. Incesantes esludios, á que se asocian ya los verificados en el particular por nuestros compañeros los eruditos arqueólogos monumentales don Manuel de Assas y don Pedro de Madrazo (Álbum pintoresco de Toledo; Recuerdos 11 Bcllevis de España, tomos de Córdoba y de Sevillaí, nos ban convencido de que no pasaríamos plaza de visionarios, al dar el lugar en que las colocamos á estas preciosas reliquias de la arquitectura la- tino-bizantina (visigoda), con tanta más razón cuanto que las excavaciones verificadas en Guarrazar nos ministran pruebas irrecusables, según en breve verán los lectores.
' Casi todos los escritores toledanos han asegurado que en el mismo sitio ocupado por esta mez- quita, existió desde el año 658 de la Era cristiana una basílica ó iglesia católica, fundada por Atha- nagildo. Observan también que era suburbana y que fué comprendida en el recinto de la ciudad por VVamba, abriéndose en el muro inmediato una puerta (¡ue llevó titulo de Agilaiia y aun del Yalmar- don en tiempos más recientes. Que pudo existir una iglesia donde hay la mezquita, no es inverosí- mil, cuando los fragmentos arquitectónicos que vamos á describir dan inequívoco testimonio de haber pertenecido á otras construcciones anteriores: la variedad de los mismos nos induce á creer sin em- bargo que fueron recogidos de más de una fábrica visigoda.
- .Munumi-iilos Arquilectónicos de España, monografía del Santo Cristo d- la Luz (Toledo).
MEMORIAS nE L\ REAL ACADEMIA DR SAN FRU>A?<nO.
todas en el mismo sentido, y se conservan en buen estado. De mármol oscuro y ta- llado también do una manera tosca, es el del lado de Sudeste: su examen denota que al idearlo se ajustó el artista á la noción tradicional del orden corintio , pues que ofrece el mismo agrupamiento, componiéndose de dos coronas de hojas modeladas en igual sentido que las del anterior , sobre las cuales se alzan en los ángulos superio- res otras hojas mayores, profundamente somltreadas, viéndose los frentes ocupados por cuatro cartelillas, complemento de su composición peregrina.
"Poco interés inspira el primero de los dos restantes, que siendo de granito no muy sólido, se asemeja grandemente á los del orden dórico, y corresponde acaso á alguna de las reparaciones de la mezquita ^: no así el segundo, que sobre ofrecer grande interés arqueológico , revela ya la existencia del arle cristiano. Persuádelo con toda evidencia el funículo que en su centro lo rodea: símbolo de la vida de ma- ceracion y de silicio que la grey cristiana contrapone á la liviandad y corrupción en que el paganismo se aniquilaba, no tardó mucho en servir de elemento decorativo al arte que empezaba á ser fecundado por el espíritu del Evangelio; y brillando en di- ferentes miembros de aquella naciente arquitectura, exornó también sus capiteles. Consideración es esta que da al que ahora examinamos no escaso valor histórico, convenciéndonos de que hubo de pertenecer, antes de ligurar en la mezquita, á una iglesia cristiana. Ni son menor indicio de esta verdad las palmetas que aparecen dentro de los arquillos que en su parte inferior lo circuyen , viéndose también en ellas el emblema característico del martirio , con maravillosa fé arrostrado por las vírgenes y los confesores de Cristo. Compruébase pues con el examen de este ca- pitel el juicio arriba indicado; y unido á los otros ya descritos, confirma de una manera inequívoca el más general que dejamos expuesto, respecto de la significación y del origen de estos fragmentos arquitectónicos."
II. Ni lo acreditan menos los ocho capiteles que exornan la antigua mezquita, consagrada bajo la advocación de San Román al culto católico. Colocados como los del Santo Crislo de la Luz, sobre fustes de diversos módulos y alturas, reciben los arcos de herradura, sobre que se elevan los muros divisorios de la nave central y de las laterales de la expresada mezquita, y como aquellos, denotan el estado de la arquitectura mahometana, durante la época en que acude á los monumentos cristia- nos para apoderarse de los elementos decorativos, con que enriquece sus fábricas. Hállanse, pues, siguiendo la disposición de la mezquita, cuatro capiteles á cada lado de la nave central ; y aunque todos revelan un mismo origen y una tradición misma, ofrecen notables caracteres, dignos de ser estudiados. De reparar es en el primero del lado del Evangelio el funículo que ondea en la parte superior y que re- volviéndose en los ángulos del cimacio, describe y forma cierta manera de voluta.
' Nuestro entendido compañero, el Sr. Assas, parece indicar que pudo ser contemporáneo (Al- butn. Pintoresco de Toledo): sin embargo, al estudiar nuevamente esta mezquita, se ha conformado con nuestra opinión expuesta en el seno de la Comisión de Monumentos arquitectónicos, y expresada ya en la monografía de que trascribimos los párrafos descriptivos del texto.
48 UEMORlJiS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
ostentandu en los frentes una flor cuadrifolia, encerrada en un pequeño círculo. . Esta disposición, segundada en otros capiteles de igual época, entre los cuales pode- mos citar algunos de los que exornan el sagrario de la Iglesia parroquial de Santu- llano, en Oviedo, basílica fundada ó restaurada en tiempo de don Alfonso el Casto, imprime un sello especial á este capitel, notable asimismo por el entallado de sus ho- jas, que recogiéndose por extremo sobre el astrágalo, suben sólo hasta las volutas en los ángulos, dejando en los centros descubierto el tambor como para dai' mayor espacio al fanicido. Signo este de la penitencia, como queda advertido, ninguna duda puede ofrecer la significación del expresado capitel, enteramente cristiano (Lám. 111, n. 14). No tiene el segundo el mismo sello, y sin embargo en su disposición total y («n la distribución y forma de sus follajes revela sin esfuerzo pertenecer á un arte derivado, recordándonos tipos análogos en las basílicas asturianas, y muy particu- larmente en la de San Salvador de Valdedios, si bien sus caj)iteles revelan mayor decadencia en la ejecución artística. Agrúpause en los ángulos las hojas que se so- breponen piramidalmente hasta subir al abaco, mostrándose en los frentes una sola y sobre ella dos tallos que, volviéndose al interior, se locan en el centro, desarrollán- dose después hacia los mismos ángulos y dejando en medio una flor de resalto, igual á las que exornan los frisos, que en breve examinaremos, é inscrita en cierta especie de cartela. Para acomodarlo á la altura de los restantes fué necesario suplir una parte del fuste, por ser el tambor más corto y ancho que todos los otros.
La misma falta presentan el tercero y cuarto, cuyas columnas aparecen harto mi? delgadas: ambos son de follajes; en ambos se advierte el laborioso empeño de seguir el procedimiento tradicional dál arte romano, y en ambos se revelan final- mente ineqiívocas señales de inevitable decadencia: el cuarto se aparta sin embargo del anterior, porque describe dos distintas coronas de hojas picadas y ofrece en los frentes un rosetón de graciosos entalles.
Y no son menos caracterislicos los cuatro del lado de la Epístola: antes bien mere- cen los dos primeros particular examen, por separarse más todavía que los anterio- res de sus fuentes primitivas. Compónese el primero de tres hileras de hojas sin pi- car, que suben ensanchándose gradualmente hasta tocar el cimacio, y se revuelven sólo en el centro, como el ya descrito del Cristo de la Luz (en los del lado Sudeste): consta el segundo, que es más corpulento, de dos hileras de hojas menores, más recogidas y de talla más tosca, levantándose en los cuatro frentes sobre la cima de las primaras otros tantos tallos que se desarrollan en sentido opuesto, abriéndose no- tablemente, hasta aproximarse á los ángulos, donde se retuercen á modo de volu- tas: del centro de las hojas angulares sale una especie de cartelilla achaflanada, que asciende hasta cerca de las indicadas volutas, y terminando en la arista del ángulo, se une á la parte superior de las mismas. Cubre por último el espacio que resulta en la separación de los indicados tallos, á cuya disposición debe extraordinario en- sanche el tambor, una palmeta profundamente acentuada que revela ya, en nuestro sentir, la inlluencia del arte bizantino y es de no poco efecto para el presente estudio. Ni lo son menos los otros dos capiteles, bien que por ostentar follajes picados y se-
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 49
guir en sus formas y proporciones las leyes del orden corintio, se muestran más cercanos á su origen, denotando mayor antigüedad, lo cual nos persuade, con los demás caracteres indicados, de tpic hubieron de pertenecer á diferentes construcciones: observación que hacemos extensiva á todos los recogidos en esta antigua mezquita. Al lado de la capilla mayor se halla linahnente una basa que debió serlo de al- guna pilastra ó columna ática ' (Lám. 111, n. 8), exornada de círculos y secciones de círculo que se desenvuelven dentro de aquellos, formando cierta especie de cruces; manera de ornato muy del gusto latino •hizantinu, y que tiene en Toledo y fuera de él análogos ejemplares, comprobando una vez más la preponderancia que alcanzó aquel arte en la decoración arquitectónica, durante la monarquía visigoda.
III. Cuando en liiOÍ se dio principio á la fábrica del Hospital de Expósitos, existían tal vez sin aplicación alguna, junto á la Basílica de Santa Leocadia, re- construida de nuevo en siglos anteriores, los restos arquitectónicos de la primitiva, edificada por Sisebuto. De allí eran trasladados para aplicarse á otras construcciones, siendo en verdad digno de repararse cómo el renombrado Enrique Egas, que empe- zaba á saborear las bellezas del arte antiguo, confesándose partidario del Renaci- miento, no esquivó el emplear aquellos despojos de la arquitectura visigoda en el mencionado Hospital, edificio en que parecía hacer gala de contarse entre los imi- tadores de Brunelleschi. Prueba era sin duda esta elección de que no le repugnaban los ornamentos de aquel arte que iba á ser negado en siglos posteriores , hallando entre ellos y los adoptados por la escuela que él seguia, alguna semejanza. Y no sin verdadero fundamento, pues que como dejamos advertido, la decoración latina, así como la bizantina, se derivaban principalmente de la antigüedad clásica, brillante faro adonde volvían todas sus miradas los partidarios del Renacimiento.
Son en número de cinco los capiteles trasladados al Hospital de Expósitos, di- ferentes todos en el tamaño y no semejantes en el tipo que cada cual ofrece, (colo- cados en el segundo patio del Hospital, contrastan notablemente con los inmediatos, no sólo por sus formas totales, sino por su ejecución y por la especial manera de acentuar que revelan. Llámanos sobre lodos la atención el primero , que si bien se aparta de su primitivo modelo, guarda todavía no poca semejanza con los del orden compuesto greco-romano, (¡onsta de una hilera de hojas (|ue .se elevan casi hasta la corona, presentando en los intermedios lloroncillos octifolios, que le comunican cierta riqueza. La parte superior se ve circuida por dos coronas de cuentas y ovarios, sobre las cuales se desarrollan las volutas, describiendo un círculo perfecto, dentro del cual aparece en los costados de cada voluta una llor de seis hojas; debiendo adver- tirse que toda esta parte, y principalmente las volutas, que son por extremo peque- ñas, difieren sobremanera del tijio antiguo, mientras las proporciones del tambor y la distribución general de los ornatos denotan con evidencia su origen. Al acomo-
' San Isidoro, cuya autoridad no puede recusarse, describía este miembro arquitectónico, di- ciendo: «Ouintum genos est earum [colnmnarnm] quae vocantur atticae: quaternis angulis aut am- piius, paribus lalerum intervailis (líthini.,''iib. \V, cap. VIH y lib. XÍX, cap. X).
50 MEMORIAS DE LA REAL ACADESHA DE SAN FEHNANDO.
liarlo al fuste, se labró con no buen acuerdo un nuevo aslrágalo que desfigura algún tanto la |)ar[e inferior, saltando desde luego á la vista semejante irregularidad, hija del nuevo uso á que fué destinado.
Hecuerdan los cuatro restantes, como tipo á que se refieren, el capitel corintio: dos tienen sin embai'go los follajes ¡)icados y dos ofrecen las hojas sin picar, lo cual manifiesta que tal vez aprovechó Sisebuto al construir su Basílica, como lo habia heclio en Bavena Teodorico, * elementos arquitectónicos, lomados de edificios ante- riores. El mayor de todos, que es sin duda el que guarda coa mcás pureza el sello de la antigüedad , consta de un cerco de dobles y grandes hojas, talladas con no poca gracia y movimiento, sobre las cuales se levanta otro follaje, que lleva sus vas- tagos á los ángulos superiores, produciendo buen efecto de claro-oscuro: al unirse en el centro reciben, ya en el abaco, dos pomas notablemente sombreadas por el resalto que ofrecen, todo lo cual contribuye á caracterizar este capitel, dando no des- preciable idea del arle ipie lo produce. Con él guarda alguna analogía en el picado y disposición general del follaje que le adorna, el que le sigue en tamaño: lícito es notar sin embargo (]ue no presenta tanta riqueza ni es tan feliz su agruparaienlo. Estrecho en demasía en la parle inferior, ábrese de repente en el centro, volviendo á cerrar- se, al recibir el abaco, á que sube en los frentes una de las hojas, prolongándose caprichosamente. Rolo el aslrágalo. ha sido difícil acomodarlo al fuste, que es mu- cho más grueso, si bien se intentó hermanarlo, usando de un collarín, no muy feliz por cierto. Los dos restantes, aunque difieren en el tamaño, tienen la misma dis- posición general y el mismo orden en la distribución de los follajes. Fórmanse de tres hileras de hojas agudas y sin picar, que ascienden gradualmente hasta el ci- macio, si bien el más pequeño se recoge en esta parte, en sentido contrario sobre los ángulos del abaco.
Hállase en el jardín cercano á la Basílica de Sania Leocadia, apellidada hoy El Cristo de la Vega, otro capitel extraído no há muchos años, como otros frag- mentos decorativos, de la excavación hecha en aquel sitio, para, al)rir fosas sepul- crales. Puesto sobre un fuste, que exornan estrías espirales, y perteneció acaso al sagrario de la primiliva basílica, revela en sus follajes la imitación del corin- tio, si bien maltratado sobremanera, no es ya posible discernir de sus formas generales, aunque si de su riqueza. Debió componerse de dos hileras de hojas, talladas con notable brío y no escaso relieve : las estrías del fuste no carecen tam- poco de gracia en su movimiento, siendo harto características del arte que estudia- mos, y ofreciendo ya el modelo que sirvió como de tipo á otras columnas estria- das que hallamos en los templos asturianos ^.
1 Véase la pág. í29.
2 Entre otros ejemplares que nos fuera fácil citar, bastáranos la bella portada de San Juan de Priorio (Las Caldas), que deberá figurar en los Monumenlos Arquiteelónkos de España, como uno de los templos románicos más notables de Asturias. Las estrias que exornan algunas de sus columnas, no son tan prufundas ni aparecen tan unidas ni acentuadas como las que vemos en la de Santa Leo-
MEMOniAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 51
En las multiplicadas veces que hemos visitado el Cristo de la Vcm, encon- tramos á sus alrededores otros fragmentos que correspondieron indudablemente á su primitiva fábrica, bien que de menor importancia que los ya descritos. Tales son trozos de fustes delgados, que hubieron tal vez de exornar sus ventanas [feneslrae), fragmentos de losas de esquisitos mármoles, propias del revestimiento de los mu- ros, y otros objetos de menor bulto. Lástima es en verdad que no hayan sido todos recogidos y custodiados como su antigüedad reclama.
IV. Sobre la cripta de un templo gentílico, cuyo detenido estudio nos inclina á creer que pudo estar consagrado á Júpiter Capitolino S existió la anti(|uísima parro- quia de San (linés, ya por desgracia demolida, dándonos á conocer el examen de los fragmentos arquitectónicos que en sus derruidos muros existen, las peregrinas vi- cisitudes por que ha pasado aquella fábrica, desde la dominación romana hasta nuestros dias. Aunque son por desgracia harto escasos los vestigios que pueden ser- virnos de guia en esta investigación histórico-arqueológica, bien será desde luego advertir que es todavía hacedero el señalar tres grandes épocas en la historia del edilicio, cuyo nombi'e ha corrido asociado al de la maravillosa Cuera de Hércules, titulo con que fué impropiamente designada su cripta. Las indicadas épocas son: Primera: época cristiana, en que se incluye la visigoda. Segunda: época mahome- tana. Tercei'a: época de la restauración ó castellana, en que andan hermanados el estilo ojival y el mudejar.
Dan inequívoco testimonio de la primera trasformacion del templo gentílico, re- ducido sin duda á Iglesia cristiana luego que se estendió é hizo religión del Imperio romano la predicada por los A¡)óstoles, y prueban que durante la dominación visi- goda estuvo también consagrada al culto, los numerosos fragmentos que se conser- van empotrados en el muro todavía existente, sobre los cuales recae en especial el examen que nos proponemos hacer en esta parte de nuestras investigaciones. De- ponen igualmente de la segunda trasformacion del edificio, construido sobre la mal
cadia, aqui examinada; pero no por esü carecen de cierta gracia, manifestando una misma deriva- ción ó procedencia.
' Nos lia movido á sentar esta opinión el más escrupuloso reconociraiento de la construcción ro- mana todavía existente. Asentada en la parte más elevada de la antigua Toletum, de la cual decia Tito Livio que era urbs parva sed valde munita, ocupa de Oriente á Occidente el espacio de 4o á 30 pies castellanos de longitud por 2o á 30 de latitud , y se compone de dos fortisimos muros , que reciben cada cual una bóveda de ladrillo, revestida de dura argamasa. Voltean estas sobre tres arcos robus- tísimos de sillería que las separan en sentido longitudinal, terminando al Occidente en la piedra viva, la cual se alza hasta el canon de dichas bóvedas. Su fortaleza y grandiosidad , que recuerda , entre otras muchas construcciones romanas, la del celebrado Acueducto de Scgoviu , nos persuaden pues de ([ue semejante cí'i/)ía fué destinada á un templo de tanta robustez como ella; y considerada su situa- ción, recordando al par que el padre de los dioses recibía culto en las cindadelas ó castillos, «arces partes urbis excelsae, atque munitissimae (Isidoro, Etlii'»., lib. XV, cap. IX), no tenemos por aventu- rada, siguiendo las nociones que nos ministra Vitrubio, la indicación expuesta, con tanta más razón cuanto que las ciudades, sometidas á la dominación romana , procuraban amoldarse á la imagen y semejanza de aquella metrópoli, siendo muy contadas las que no levantaron templos á Júpiter Capi- tolino.
32 MEMORIAS DE LA REAL ACADESHA DE SAN FERNANDO.
llamada Cueva de Hércules, no sólo el ajimez que se conservó hasta los últimos años en el ya indicado muro, sino los arcos que todavía se dibujan en su parle in- terior, manií'estaado que la primitiva iglesia cristiana debió convertirse en mezquita, durante la dominación sarracena, como aconteció indudablemente á otros muchos templos toledanos. Ofrecen los referidos arcos, así como el ajimez, la forma de her- radura, tal como se aplica y desenvuelve durante la época del Califato; observación que unida á las que el mencionado ajimez nos presta con los elementos de que se compone , nos induce á creer que esta segunda trasformacion se remonta á los pri- meros tiempos de la servidumbre mahometana, siendo por tanto altamente dolorosa la destrucción de este monumento, que conservó hasta '184i la dispo.'íicion general de la mezquita. Restaurada Toledo del poder de la morisma (lOSo), restituyóse á San Giués la iglesia que le estuvo antes consagrada, recibiendo nombre y autoridad de pari'oquia; y ya fuese como natural consecuencia del nuevo culto á que se dedicaba, ya efecto de la piedad de los fieles, se le agregaron sucesivamente algunas cons- trucciones laterales, en que hubo de lucir sus galas el estilo ogival, como lo persua- den ciertos vestigios que aun se conservan en los ángulos de las indicadas capillas, pertenecientes sin duda al siglo XV.
Recordadas estas importantes observaciones que antes de ahora expusimos ', llá- manos sobre todo la atención el ya expresado ajimez, documento arqueológico de suma importancia, por reflejar á un tiempo la arquitectura visigoda y la musulmana, que se apodera de los elementos decorativos por atpiella elaboiados. Fuste y capite- les pertenecen al arte que hemos designado con nombre de laíino-bizanlino: impos- ta, arcos y anabá son enteramente arábigos. Hemos dicho capiteles, porque si bien constaba el ajimez de una sola columna ó parteluz, hallábase aquella coronada por dos capiteles , según antes de ahora observamos ^, formando el primero parte del fuste y sobreponiéndosele el segundo. Guarda el fuste irrecusable testimonio de su antigüedad en las siguientes palabras, escritas al acaso en su |)arte superior, con aquellas letras, de que decía San Eugenio quas nos scripltlamus : Sci Genesh 8T ■*; demostrando sin género alguno de dudas que antes de la invasión mahometana existió ya en aquel sitio la Basílica de San Ginés y en ella la columna de que tra- tamos, tal vez en alguna de las ventanas del testero [testudo], siguiendo la dispo- sición que nos ofrecen las primitivas iglesias asturianas de San Tirso, Santullano, Valdedios y Fricsca. Son los capiteles de gusto bizantino, prolongándose el i)rimero por exceso con follajes poco desenvueltos , que terminan en cierta especie de co-
' Semanario Pintoresco espaiwl, año 1851, página 3S3.
2 Monumentos Arquitectónicos de E'ipuña, niunografía del Cristo de la Lu/ al íiiial, donde se ha publicado un bello grabado del mismo ajimez.
^ La interpretación de estas iniciales es por extremo difícil, cuando no imposible. Aunque se hallan en el fuste colocadas en diferente linea que el nombre del santo, considerando que todos estos caracteres debieron formar una sola inscripción, pudiera acaso leerse: Sancti Genesii Basilicae ti- tulas. De cualquier modo, y sin pagarnos del acierto, no es menor la importancia de este accidental testimonio para comprobar la existencia de la basílica en la edad visigoda.
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roña, mientras el segundo, falto del aslrágalo y del abaco, la forma casi entera- mente con las hojas agudas que lo exornan, y que aunque toscas, aparecen más iicabadas y mejor acentuadas que las del ya descrito (Láni. III, núm. 2).
Reflejan igualmente la influencia bizantina los demás fragmentos qu(! á dicha se han conservado en estas dolorosas ruinas. Son todos los que conocemos en número de trece , manifestando que si bien no es ya posible imaginar el orden que guarda- ron en la basílica, debió esta aparecer ricamente exornada, no siendo infundado el apuntar que fué acaso restaurada y aún embellecida después del tercer Concilio To- ledano, época en que, por las razones ya expuestas, se hizo más sensible la influen- cia oriental en el arte que apellidamos visigodo (latino-bizantino). Seis trozos, al pa- recer de impostas, dinteles y pilastras, que ofrecen en su ornamentación estrecha semejanza con la de las orlas exteriores de los sepulci'os que tuvieron en Covadon- ga los señores de Henao y de Intriago (sepulcros que se remontan al reinado de don Alfonso el Católico '), llaman nuestra atención entre estos peregrinos fragmentos. Ofrecen todos, como elementos decorativos, circuios, semicírculos y porciones de círcu- lo, variamente combinados con floroncillos cuadrifolios de hojas agudas ó circula- res, flores trifolias y lengüetas de dardo; y ya enlazándose, ya intersecándose hasta producir gracioso encadenado, recuerdan orlas de antiguos mosaicos romanos, trazados de igual suerte, ó sirven como de tipo á futuras decoraciones de las basí- licas asturianas ^
Con mayor riqueza se desarrollan estos mismos elementos en otras tres grandes piedras , empotradas todavía en el muro exterior, dos de las cuales han permanecido ignoradas bajo el revoque hasta una de las últimas visitas que hicimos á los monu- mentos toledanos ^. Ofrece la primera un fragmento de friso, en cuya parte central juegan ocho círculos, seis semicírculos y cuatro porciones de círculo: ostenta á un extremo de lo existente un rosetón circular, formado por dos molduras y una ])al- meta que lo circuye, llenando el interior una cruz de brazos iguales, trazada y dis-
1 De 739 á 756. Poseen en la actualidad estos venerables sepulcros, que llamarán en breve la atención de los arqueólogos en los Monumentos Arquitectónicos de España , los señores marqués de Pi- dal y don Antonio Cortés, vecino de Cangas de Onis. A sn celo pur la conservación de las antigüe- dades asturianas , se debe pues el que hayan sido respetadas tan preciosas reliquias de la monarquía, fundada en aquellos magníficos valles, siendo ambos sepulcros los únicos restos de la basílica que al lado de Covadonga (Covadefonga) erigió Alfonso el Católico en 740, enriqueciéndola con «dnas campa- nas de ferro, et duas cruces, unam auri purissimi, et aliam argenti cocti, et fres cálices argenti.., et tres candelabros, quatuor fumíferos et tres patenas,» etc. (España Sagrada, t. XXXVJI, p. ;W3).
2 Incluimos en nuestra lámina III sólo tres de estos fragmentos (números 1, 2 y 4), por juz- garlos suficientes para la demostración que vamos haciendo. A los lectores que desearen notar, no ya la semejanza, sino la identidad de los elementos decorativos de estas reliquias arquitectónicas con los que nos ofrecen los antiguos mosaicos romanos, bastará el simple examen de nuestra lámina II (números i, 10 y 11), pudiendo comprobar la exactitud de nuestras observaciones respecto de las basí- licas asturianas, al lijar la vista en la VI, n.° 9, que representa un detalle de la Icnestra de la ima- fronte en la Basílica de San Miguel de Lino (de monte Linio) fundada por Ramiro 11.
3 Hicimos este descubrimiento, en unión con el Sr. D. Manuel de Assas, levantando nosotros mismos el revoque.
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puesta de igual suerte que la celebrada de los Ángeles ya descrita ; y vése al lado opuesto una graciosa palmeta que sube estrechándose, órnalo muy característico en todas las producciones del arte que estudiamos (Lám. 111, núm. 12). Dá razón la segunda de muy suntuosa decoración : rodeada de molduras que encierran en el ex- tremo de que nos es dado juzgar, una graciosa orla de gusto bizantino muy seme- jante á otras que examinamos en alguna de las coronas (Lám. V, núm. 5), pre- senta un cuadro, colocado en sentido inverso, en cuyo centro se descubre una cruz, semejante en su forma total á la ya indicada, si bien compuesta de follajes, cuyos tallos se revuelven basta tocarse los de unos y otros brazos; traza que se repro- duce en una de las principales cruces del Tesoro de Guarrazar, presentadas á S. M. la Reina, según después notaremos, y parece ofrecernos ya el tipo de la insignia adoptada siglos después como distintivo de la caballería de Calatrava. Parten de los ángulos interiores otros ocho tallos, que reuniéndose de dos en dos en la parle media del referido cuadro, van á buscar por debajo del mismo el ángulo exter- no, donde se desarrollan, formando un gracioso grumo de cinco hojas, encerrado á su vez en un círculo, mientras ocupan los intersticios de cuadro y ángulo llores trifolias bien perfdadas y movidas (Lám. III, núm. 7). Porciones de círculo, con- tarlos facetados, funículos, lengüetas de dardo, perfdes, molduras y hojas agudas no picadas, constituyen la decoración de la tercera piedra que, como las ya descri- tas, contribuye á robustecer el concepto que de la Ir/lesia de San Ginés dejamos apuntado. De notar es que en todos estos importantes fragmentos apai'ecen sobre las fases de cuadros, círculos, semicírculos y hojas, ya cierta menuda labor, ya delga- dos funículos, lo cual da no despreciable idea del cincelado que emjilean los artis- tas bizantinos en sus obras de orfebrería, caracterizando al ])ar la ornamentación de esta desafortunada basílica.
Son los cuatro restantes fragmentos dos conchas, profundamente somlireadas, un trozo muy interesante de friso, que ha sido colocado en el muro de la casa núme- ro 11, en la i)róxima calle de la Lechuga, y otro no menos interesante que existe en la parle interior de lo que fué iglesia. De las conchas, sólo nos será dado obser- var que siendo simple imitación de la naturaleza, puede únicamente juzgarse de ellas por la ejecución, la cual nos advierte en efecto que hubieron de pertenecer á la Basílica de San Giw's, aumentando su riqueza decorativa. Pero ¿en qué parte del edificio? Por su tamaño y disposición no reputamos gran desacierto el suponer que acaso hicieran oficio de melopas, alternando con otros objetos y representaciones; mas esta indicación no pasa de la esfera congetural, faltando más seguros dalos para fundarla. En cuanto al trozo de 'friso, notaremos que por la abundancia de sus or- natos más que por la delicadeza de la ejecución, corresponde á la riqueza total de la Iglesia de San Gniés, pareciéndonos ])or lo abultado de la talla ([ue hubo de per- . tenecer á la primitiva construcción, de caiácter más romano (|ue bizantino. Compó- nese de una doble posta, enri(|uecida en el centro de grueso funículo y sujeta por abrazaderas, de que parten á un lado tallos de tres y cuatro hojas, los cuales van á encorvarse en las molduras que limitan el friso, cerrándose casi del lodo
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hasta tocar de nuevo en la posta. Los espacios (jue resultan en el centro, se hallan ocupados por llorones sueltos y pomas de bastante relieve, reproduciéndose las últimas en los ángulos, aunque de menor tamaño. El tercer fragmento presenta en taparle j)rincipal un gracioso rosetón octifolio, de no escaso relieve, con otros diferentes ornatos menos interesantes, sino menos característicos del arte lalino-lji- zantino (Lám. III , núm. 9).
Tales son y de tal importancia los fragmentos que por fortuna se han conser- vado entre los escombros de la basílica, levantada por el cristianismo sobre la cri'pta del templo gentílico, donde vio la credulidad de otros dias la famosísima Cueva de Hércules. Lástima es que se hallen expuestos á desaparecer del todo, cuando pu- dieran formar parle de un museo arqueológico, lo cual sería tanto más fácil cuanto que el actual posesor, según nos manifestó al descubrirse los trozos arriba descritos, no opone resistencia alguna á esta idea.
V. Observamos en nuestra Toledo ¡ñntoresca, dando á conocer el -torreón que lleva nombre en dicha capital de Baños de la Cava * y se contempla á corta dis- tancia del puente de San Martin, que sólo ha podido ser aquel uno de los estribos del antiguo, destruido en la inundación de J203, convenciéndonos de esta verdad, así los grandes trozos de argamasa que se ven en el rio, siguiendo la misma direc- ción, como los fragmentos de otras construcciones anteriores, empotrados en el mismo torreón, entre los cuales citábamos la columna del arco de entrada, donde todavía descubrimos una inscripción árabe. Y no se ha menester de grande esfuerzo para comprobaí' este aserto, cuando se i'epare por una parle en el carácter artístico de los arcos que en uno y otro frente decoran aun aquella fábrica, y se considere por otra que perteneciendo los expresados fragmentos á la arquitectura latino-bizan- tina, se hubo de construir el expresado puente mucho tiempo después de la caída del imperio visogodo. Desvanecida queda á esta sola consideración la popular creencia toledana de que vio en aquel sitio el rey don Rodrigo á la hermosa Cava ó Florinda, causa de la perdición de España; pero no consiente el estudio arqueológico que nos dejemos llevar de la corriente de estas ú otras análogas tradiciones, sin caer en re- prensibles extravíos.
Posible es que existiendo en las inmediaciones algún templo ó palacio visigodo, se aprovecharan en la construcción del puente, las piedras y sillares de que aquel se componía, costumbre no peregrina en la historia de la arquitectura, según ])uede de- ducirse de cuantas observaciones llevamos expuestas. Dada esta racional hipótesi, no sería descabellado el suponer que existieron en el destruido puente crecido número de fragmentos arquitectónicos de la edad que vamos ilustrando y cuya j)érdida hacen más sensibles los conservados. Hallánse estos en el muro del norte junto al arranque del arco tumido-ojival que lo decora, y son en número de dos, diversos por las formas decorativas y por la aplicación que sin duda tuvieron. Es el más notable un trozo
Toledo árabe, pág. 285.
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de friso ó imposla, exornado de círculos, semicírculos y porciones de círculo, len- <5Üetas y floroncillos de cuatro folículos agudos, lo cual constituye un bello conjunto, muy semejante al que nos ofrecen los fragmentos descritos de la Basílica de San Gi- nés, revelando ya el vario empleo que el arte bizantino hacia en su oiiiamentacion de los procedimientos geométricos (Lám. III, n.° 4), aplicados también á la orfebrería, como eu breve advertiremos. De no menor imporlancia es sin duda el segundo: des- cribe en su parte superior un semicírculo, ornado de rayos concéntricos, amanera de los rosetones que adoptan después el arte románico y el ojival y muy semejante á las tablas de mármol que cierran algunas de las fenestras de las basílicas asturianas, bien que no se halla como estas perforado: la parte inferior es un cuadro, cubierto en su totalidad por un follaje, que se parte por igual á uno y otro lado hasta subir á los ángulos, guardando entera simetría en la disposición de las hojas agudas (pie lo constituyen. No es fácil discernir el oíicio que hacía en la construcción, á que perte- neció, aunque tal voz pudo servil' para el revestimiento del sagrario (Lám. III, n. 8). Ambos fragmentos aparecen supeipueslos, sin más razón que el acaso; pero como advertirán los lectores, tienen no pequeño precio en la estimación arqueológica.
VI. Guarda también el suntuoso puente de Alcántara notables vestigios de la arquitectura visigoda. Son dos los más principales: es el primero de forma circular, y muy semejante á las pateras que exornaban las metopas del orden dórico: ofrece en el centro un llorón dentro de un pequeño círculo, y parten de él á ocupar toda la circunferencia multitud de hojas de igual ligura y tamaño, cuyos centros llena y embellece el ornato á que se dá vulgarmente nombre de almendrado. Terminan di- chas hojas en una orla sencilla de dos fuetes ó molduras, las cuales cierran el cír- culo jmncipal que constituye el lodo de este curioso fragmento arquitectónico. Es el segundo muy ])arecido al anterior eu su disposición decorativa, si bien sólo ofrece la mitad del círculo, como el último de los ya examinados en el torreón de los Baños de la Cava. Diliei'e sin embargo de este en que tiene almendrado en vez del rehundido de las hojas, y de aquel en que entre la orla exterior y las mismas hojas .se ve una especie de pequeño dado que ocupa el intersticio de una á otra, no sin alguna gracia. Ambos fragmentos se hallan en la cara y fi'ente anterior del puente de Alcántara; y aun se apunta por algún escritor que pudieron pertenecer á la Ba- sílica de Santa Leocadia , de cuyas ruinas se supone que fueron linsladados.
VII. 'ramliieu la gallarda Torre de Samlo Tomé, que es una de las construccio- nes wiM(/¿'yare.« más dignas de estudio, ha sido depositaría de algunos fragmentos ar- quitectónicos pertenecientes al arte que vamos i^studiaudo. Difícil es determinar de- bidamente á la altura en que fueron aquellos colocados, sus verdaderas formas; y sin embargo podemos asegurar que son de sumo interés para el conocimiento de la decoración empleada en las basílicas latino-bizantinas. Hállanse los más notables en los muros de oriente y occidente: representa el primero cierta especie de hornacina, en que se dibuja el arco de herradura, trazado de la misma suerte que los que de- coran las iglesias asturianas de San Salvador de Valdedios y de Priesca; y son los restantes dos tablas sin duda de mármol, cuyo uso no podríamos designar, sin el es-
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ludio de las cikulas basdicas de Asturias. Alumbrados los sagrarios de estos venera- bles templos por reducidas fenestras, penetra la luz escasamente al través de tablas de mármol, caladas de diversas labores, aumentando el misterioso recogimiento de hi basílica. Tal debió ser, pues, la aplicación de estos fragmentos decorativos, mostrán- donos una analogía más entre los elementos que aun guarda Toledo del arle cultivado durante la monarcpiía visigoda y los que atesoran los templos construidos en los pri- meros días de la reconquista. Las indicadas tablas se ven adornadas de cruces, se- mejantes á las que por todas partes vemos reproducidas en los monumentos de la pri- mitiva monaríjuía asturiana y hemos ya reconocido en otros fragmentos arquitectó- nicos de Toledo (Lám. 111, n. 15).
Vil!. Ni fuera difícil encontrar en la ciudad de los Concilios , ya adheridos á las construcciones religiosas, ya á las militares, ya á las civiles de la edad media, otros despojos no menos importantes de la arquitectura cultivada durante la época visigoda. Dignos son en efecto de mencionarse los notables fragmentos, colocados durante los últimos años en el Paseo del Cristu de la Vega, para sei'vir de asiento, no menos que otros existentes en la Torre de los Abades, en los ábsiles centrales de las parroquias de Santiago y de San Bartolomé, en una de las casas de la Hajada del Presidio, en las Ruinas de San Agustín, y en el colegio de Sania Catalina.
Tres son los que en el Paseo se conservan : todos parecen haber formado parte de grandes pilastras, semejantes en su aplicación á las que existen en el arco triun- fal de la Basílica de Sanlidlano en Oviedo , si bien su decoración diliere de la que estas ofrecen. Dos son enteramente iguales, como que formaban una sola pilastra, y presentan en arabos lados vides subientes, que se atan entre sí por medio de un lloroncillo circular , ocupando el espacio mayor que de su movimiento resulla granados y redondos racimos, colocados en sentido horizontal, decoración que ha- llamos en otros fragmentos y se reproduce adelante en las basílicas asturianas K Ornan los ángulos gruesas molduras saliente^; , que se duplican en el que debia aparecer exento, y tanto la ejecución de esta parle como la de las vides muestra no |)0ca rudeza. Más rico de ornamentación y de mayores dimensiones es el tercero, pa- reciendo indicar que perteneció á más noble departamento del edificio. Hojas su- bientes sin picar que se vuelven al exterior , recordando en su tosca labra la de los . capiteles ya descritos al tratar de la Basílica de Santa Leocadia, enriquecen la parte inferior de este singular fragmento: vénse en la media vastagos recogidos á uno v otro lado hasta revolverse á modo de volutas , recibiendo en el centro dobles mol- duras, dispuestas en ángulo agudo , que alternando con otras sencillas de igual com-
• Son dignas de tenerse en cuenta algunas de las franjas que enriquecen el anlepeclin del pres- biterio de la Iglesia de Santa Cristina de Lena, donde no sólo reconocemos el ornato indicado, sino también otros elementos decorativos, cuyo estudio, según veremos adelante, es de no poca importan- cia para el que vamos haciendo. En los fragmentos que ahora describimos, se revela con niavur exac- titud la verdad de las formas, si bien la ejecución sea ya harto ruda, manifestando la pendiente en que el arle se precipitaba (Lám. Ill, n." 13 y VI, n.° 6). _ ■
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posición , nos Iraen á la memoria las orlas de los sarcófagos en los sepulcros do Covadonga (Lám. VI, n." 13), no siendo posil)le discernir la forma en que se unian á la restante decoración, por terminar con ellas el fragmento de que tratamos, (iuardaban los ángulos de estas pilastras el mismo orden que los de los fragmentos indicados, manifestando, según va advertido, que llenaron todos el mismo objeto, exornando tal vez la misma basílica; y no sería descabellada hipótesi, en nuestro concepto, la de suponer que hubieron de contribuir al embellecimiento de la de San- ta Leocadia, cuya riqueza es tan elogiada de los historiadores.
Semejante al primero de los fragmentos que hemos reconocido en el Puente do Alcántara, y tal vez destinado al mismo uso que á este asignamos, es el que existo on la Tone de los Abades : tómalo algún cronista toledano por las armas del rey Wamba ', si bien lo forma una piedra cuadrada, en que se halla inscrito un círculo, y dentro de él un florón, esculpido en hueco. A juzgar por la declaración de Pisa, debió pertenecer también á la iglesia de Santa Leocadia (Lám. III, n." 5).
Empotrado en el ábside principal de la iglesia se halla el fragmento de Santiago del Arrabal ; y ofrece en uno de los extremos un funículo, semejante á los que hemos descrito al mencionar los fragmentos de la Basílica de San Ginés, ocupando lo res- tante diversas hiladas de porciones de círculos, que forman en su conjunto cierta especie de arquería, con gruesas pomas en el centro. Adherido á la construcción, manifiéstanos históricamente que en la segunda mitad del siglo XIII , en que fué le- vantada la referida iglesia de Santiago, había sido destruido el edificio, á que origi- nariamente pertenecía; notable observación que se aplica también á la mayor parte de las reliquias arquitectónicas ya estudiadas , robusteciendo cuanto oportunamente ex- pusimos respecto de la mencionada Basílica de San Ginés , en orden á sus varias trasformaciones. Ni fuera tampoco imposible que este fragmento de friso, conservado en el ábside de Santiago, perteneciese á otro templo visigodo, trislemenle sometido á la misma suerte que la expresada basílica. Como quiera , su disposición v órnalo son por extremo característicos del arte que estudiamos; y no conocido hasta ahora, |)or haber permanecido oculto bajo el revoque , viene á aumentar Irnctuosamente el número de estos preciosos documentos arqueológicos.
Por dos melopas pueden tenerse , en nuestro concepto , los fragmentos que he- mos evaminado en la parte superior del ábside de San Bartolomé y en las ruinas del antiguo convento de San Agustín , cuya fundación se remonta á la época del Rev Sabio. Difiere muy poco el primero del ya mencionado de la Torre de los Abades, y es notable el segundo por ofrecer en el centro un rosetón octagonal, rodeado de otros característicos ornatos, que encierra un delgado filete, recoiriendo todo el contorno.
Un trozo de friso, formado de vastagos de vid con pámi)anos y racimos, dispues- tos en sentido natural, y cuadros colocados de trecho en trecho en sentido inverso.
l'isa. Descripción de Toledo, libro 1, capítulo IX, citando y refutando á Alcocer.
MEMI)III\S Di; I-A llEAL ACADEMIA UE SAN FliR.NANpO. Sí)
es fmaliüeiile el fiaginento que exisle en una de las casas de la Bajada del presi- dio. Más rudo en la ejecución que lodos los ya examinados, y no poco injuriado ]>or el tiempo, se enlaza no olxstanle con ellos por la disposición general, manifestando pertenecer á un mismo arte (Lám. III, n. 10).
Notable es por último el capitel que hemos dicho existía en el Colegio de Santa Catalina. Más levantado y corpulento que todos los ya descritos, compónese de dos hileras de hojas picadas, las cuales se alzan ensanchándose hasta cubrir dos terceras partes del tambor, que presenta eu la superior cuatro frentes. De la cima de las ho- jas que describen la primera corona, salen en cada uno dos robustos vastagos, en- riquecidos de estrías, y (¡ue remedando en su estructura el cuerno de Amaltea, se ven decorados de graciosos fdetes, cruzados de uno á otro extremo, arrojando al fin frondosos tallos que se esparcen en sentidos opuestos, revolviéndose al tocar el cima- cío y trazando diversos arcos de no escaso relieve. A juzgar por la riqueza de este capitel, donde hallamos alteradas grandemente las j)roporciones del corintio, de que es lejano recuerdo, no sería aventurado el asegurar que la basílica, aula ó atrio, á que pertenecía, debió ser una de las fábricas más celebradas de la corte de los Re- caredos y Recesvintos.
Hé aquí pues los objetos artísticos de aquella edad que nos ha sido posible estu- diar en la renombrada ciudad de los Concilios. Mención hacen también algunos cro- nistas toledanos de otros objetos y aun de estatuas de aquella época; más ni hemos hallado los primeros en las construcciones donde se afirma existieron, ni hemos des- cubierto siquiera noticias del paradero de las últimas '. Los fragmentos que á dicha existen, por la riqueza de su decoración, j)or los elementos artísticos que en ella re- velan y por la varia aplicación que nos muestran haber tenido en los templos y ba- sílicas que ornaron, l)astan sin cmliargo para que podamos formar idea de su riqueza arquitectónica, afirmándonos por una parte en cuanto llevamos dicho respecto de la representación del arte latino-bizantino en la historia de la ci\ilizacion española, v se- ñalándonos por otra las multiplicadas relaciones que le unen y eslabonan, tanto al arte romano y al propiamente bizantino como al que señorea las montañas de Asturias y se propaga á las de León durante los primeros dias de la reconijuista ". Cuanlo en
' Pisa, Descripciim de Toledo, libro I, capitulo IX. Este escritor, á quien no puede negarse di- ligencia, dice que existían en las torres de San Román y de San Vicente algunas piedras de la basí- lica de Sisebuto; pero en valde las hemos buscado. En cuanto á las estatuas que aseguran haber re- presentado los traidores que Wamba vence y castiga, no hay más noticia que la incierta y poco auto- rizada mención de Alcocer, repetida por el indicado Pisa. Justo nos parece añadir que olvidada la magnificencia de las construcciones levantadas en Toledo por los reyes y magnates visigodos, y con- servándose únicamente la memoria de la riqueza que ostentó la BasHira de Santa Leocadia, se ha sos- pechado sin más fundamento por los antiguos cronistas que tod.)s esas preciosas reliquias del arte latino-bizantino pertenecieron á la expresada iglesia.
- Recuérdese que hemos fijado principalmente nuestras miradas en la corte visigoda y en el ter- ritorio asturiano: las ciudades de Córdoba y de Sevilla podrían también ministrarnos preciosos tes- timonios gráficos de esta visible inlluencia, y la primera sobre todo, en sus basílicas de San Zoilo y San Acisclo y en los monasterios levantados en la próxima sierra, entre los cuales llevaban fama ex-
tiO MKMOniAS DE I.A IIRAI. ACVDEMIA DF. SAN FKRNANOO
los moiuimeiitos visigodos do Toledo concierne á la tradición ornanienlal, cuanto se leliere á los procedimientos artísticos y aun industriales, todo contribuye á producir en nosotros el lirme convencimiento de que lejos de ser admisililc la teoría asentada por el digno miembro de la Sociedad Imperial de Anticuarios, se estrella irresisti- blemente en la verdad de la historia , cuya luz la desvanece.
Pero salgamos por breves instantes de la Ciudad de los Concilios, para estudiar en las líiioias de Guarrazar nuevos y desconocidos monumentos de a(|iiel arte (pie tanto aplaudo el grande Isidoro, acercándonos así al examen de las celebradas coro- nas que lian dado motivo, con la extraordinaria riqueza de sus piedras y de sus es- maltes, á la peligrosa teoría de Mr. de Lasleyrie, haciéndole cerrar los ojos á la clara y no dudosa enseñanza que de sus formas artísticas , ya que no de las costum- bres que revelan y personifican , se desprendo.
Iraordinaria el Tabanense y el Melariense, ofrece todavía preciosas reliquias de lo que fué el arte lati- no-bizantino bajo la servidumbre mahometana, mientras los valles de Asturias nos enseñan á cono- cerlo, al ser cultivado por los cristianos independientes. Sobre las basílicas cordobesas puede consul- tarse con gran fruto el Documentum martiriale de San Eulogio, que lo fué al cabo bajo el dominio de Abd-er-Rahraan 111, y con nueva luz para la historia de las artes españolas el tomo relativo á Córdo- ba de los Recuerdos y Bellezas de España, debido al ya mencionado don Pedro de Madrazo.
IV.
Excavaciones de Guarrazar. — Descripción de aquel valle. - Aspecto que presentaban las Huertas al plan- tearse las excavaciones. — Su resultado. — I. Oratorio o basílica de Guarrazar. — II. Cementerio del oratorio ó basílica. — III. Construcción de la misma.— IV. Lápida funeraria en ella desculiierta; su importancia en orden á la basílica; en orden ;i la historia del arte. — V. Fragmentos aríiuitectónieos que la decoraban. — Descripción de ellos. — Elementos artísticos que revelan. — Observaciones genera- les sobre estos y los fragmentos decorativos de Toledo. — Sus caracteres especiales demuestran que la tradición artística no se interrumpe en el suelo de la Península ibérica.
Divulgado al coineiizar el año de 1859 por la prensa de Madrid el maravilloso desciihiimicnto, cuyas jírincipalcs preseas sen;un era ptíblica fama, liahian pasado por desdicha á enriquecer el celebrado Museo del Hotel Cluny, solicita como siem- pre de la investigación y estudio de las antigüedades patrias, acordó la Real Aca- demia de la Historia comisionarnos para investigar lo que hubiera de cierto en este asunto y examinar el sitio donde se habia verificado el descubrimiento. Dis- ])onia á poco el Gobierno de S. M., en virtud de nuestros informes, que se hiciesen por una Comisión, cuya presidencia se nos encomendaba, excavaciones exploratorias en las citadas Huertas de Guarrazar , con el proj)ósito de averi- guar si habia allí existido en lo antiguo templo cristiano ú otro edificio sagrado ':
Real orden de O de Abril; Gacela id sábado 1 4 de Mayo.
ClJ Slli.MOIllAS DE LA IIKM. ACVDF.MIA DF. SAN FER.NANriO.
y no coiileiilo con haber adoptado esla dis[)o.e¡cion , digna en verdad de sincero elogio, resolvióse el Ministro de Fomento, Sr. Marqués de Corvera, á ])asar á (juadaniur el dia i O de Abril del referido aíio para constituir en el mismo sitio, donde se liabia realizado, el descubrimiento, atiuella especial Comisión, autorizándola con su presencia ' .
Era llegado el momento de plantear los trabajos, encaminados única y exclusi- vamente á inquirir si en las cercanías de la ya famosa Fticnte de Guuvrazar habia existido ó nó en lo antiguo alguna construcción religiosa ". Hállase aquella fuente, de que brota limpio y sabroso manantial, situada en un valle, puesto á dos leguas al Occidente de Toledo y una media escasa de Guadamur, á cuyo distrito municipal corresponde. Abierto el valle algún tanto por las trasformaciones sucesivas del ter- reno, linn'tase al Oeste por los Cerros de la Horca, asi llamados á causa de ejecu- tarse en aquel sitio las sentencias de muerte dictadas por los jueces del Señorío contra los malhechores ^ extendiéndose al Este, ,no sin quebraduras y rocales, hasta
' Esta Comisión debió componerse, sejun la líeal órilen que la creaba, de "dos individuos de la Real Academia de la Historia, uno de la Comisión provincial de Monumentos, de un oficial auxiliar del Ministerio de Fomento \ de un delegado del gobierno de la provincia.» Por causas que entonces no alcanzamos, ni investigamos después, ni inquirimos ahora, si acompañó el Gobernador al Ministro de Fomento, al visitar las Huertas de Guarraz-ar, como le acompañó el Comandante militar, nuestro antiguo y querido amigo don Lorenzo Milans del Bosch, ni se presentó después en Guadamur el refe- rido delegado, ni compareció tampoco el individuo de la Comisión de Monumentos en los trabajos. Forzado á restituirse á Madrid con el Sr. Ministro el académico don Aureliano Fernandez Guerra, designado para formar parte de la Comisión, quedó esta reducida á las personas del que escribe estas lineas y de don Emilio Lafuente Alcántara, oficial á la sazón del Ministerio de Fomento y biblioteca- rio hoy de la Universidad central. Momento oportuno es este de hacer públicos los servicios que tan distinguido joven, conocido ya en la república literaria como arabista, prestó en las investigacio- nes arqueológicas verificadas sobre el terreno, ora segundando eficazmente nuestras disposiciones, ora haciéndonos, indicaciones verdaderamente útiles. Ni terminaremos estas líneas sin manifestar nuestra gratitud á los señores don Pedro de Madrazo y don Teodoro Ponte de la Hoz, quienes llevados de su amor á las artes y doctos (especialmente el primero) en la ciencia arqueológica, quisieron honrarnos con su presencia en las Huertas de Gnarrazar, al pasar el profesor de arquitectura don Jerónimo de la Gándara á realizar, como propusimos al Sr. Ministro de Fomento, ciertos trabajos facultativos. Deudas eran estas que no hemos ¡lodido pagar antes de ahora; pero que satisfacemos hoy, si no tan ampliamente como deseáramos, al menos con el generoso anhelo de la verdad, en que no reconoce- mos superiores.
- Téngase muy en cuenta: la Comisión no llevó á Guadamur el encargo de buscar nuevos teso- ros, ni de adquirir objeto alguno correspondiente al ya descubierto. Su encargo era meramente cien- tífico; y si al ser instalada, fueron presentados al Sr. Ministro de Fomento crecido número de perlas, piedras preciosas, pastas de colores y algunos claniasterios, efecto fué esto del empeño que el alcalde de Guadamur puso en obsequiarle, si bien no logró lo que deseaba. La Comisión hizo por su parte cuanto le fué posible para comprobar el descubrimiento, como se observará en las comunicaciones que dirigió al Gobierno ; )iero atenta á la investigación principal , consagró á los trabajos de excava- ción que damos ahora á conocer, todos sus cuidados.
•* La villa de Guadamur perteneció en los últimos dias de la edad media á los antiguos condes de Fuensalida: libre hoy. cual los demás pueblos señoriales, de semejante tutela, sólo poseen en ella
MKMOIIIAS DF: I.V RK\I, ACMlIÍMIA 1)12 SAN FEr.NANDO. G3
el Arroyo de Guajaraz, que cierra y corta aquel pedregoso territorio, lanzando sus aguas de una en otra peña del Norte al Mediodía \ Elévanse gradualmente no muy (listantes de la fuente y á la parte del Septentrión, varias colinas, con el título de f!aza y Lomas del Negro, donde se hallaban derramados fragmentos de sillares, ladrillos, trozos de distintos mármoles y otras ])iedras de construcción, circunstan- cia harto signilicativa para quien debía inquirir si en aquellos contornos se elevó ó nó en lejanos siglos algún temjilo ú otra fábrica importante. Alzándose sobre el camino que lleva de Guadamur á Toledo, ocupan lodo el costado meridional del valle diferentes colinas, formadas de rocas sueltas de granito, si bien consiente su escasa elevación descubrir las tierras y antiguo castillo de Cervatos -, colocado un
como tales señores, los duques de Frías , descendientes de aquella poderosa casa, el abandonado cas- tillo, digno en verdad de la mayor estima, por su belleza arquitectónica. El censurable desden con (|ue le miran sus dueños, ha sido causa de que vengan atierra sus departamentos interiores.— De ad- vertir es por nltimo que casi todas las tierras que forman el. valle de Guarrazar, son tributarias del condado de Fuensalida, y no pueden enajenarse sin permiso del señor de la enfitéusis, á quien cor- responde cobrar el oportuno laudemiu ó quincuagena.
1 Es notable por cierto la formación de los nombres que llevan todos estos lugares, dando á cono- cer aunque corruptamente la influencia arábiga, aqui más que en otra parte arraigada, á pesar de no haber pasado del siglo XI la dominación musulmana en el antiguo reino de Toledo. En las tres voces Cuadamur, Guarrazar y Guajaraz parece en efecto descubrirse como preformativa la palabra .iL (|uc significa rio, valle, tierra baja por donde corren aguas, y que entra como componente de otros muchos nombres geográficos en el suelo de la península, ya presentando la forma natural iguad], ya la con- tracta igua). Estas circunstancias etimológicas se cumplen respecto de los tres sitios indicados; pero no es tan fácil determinar, sin riesgo de error, lo que significan las terminaciones mur , razar \ juraz. ¡ji cuanto á la primera, podría sospecharse que previene del latín murus, que aparece en oti'os nom- bres geográficos de la misma provincia de Toledo: la de razar, que no tiene ejemplo en los lexicones arábigos, hay necesidad de suponer que está corrupta, siendo casi imposible averiguar su verdaderd
valor. ^~=, rasad significa descubridores, acechadores; ^f^'^j rasas plomo ó estaño; J^, rasa!. tropa, escuadrones, etc. : por manera que no siendo hacedero adivinar la descomposición que ha te- nido la primitiva voz árabe, es casi imposible el acierto en la elección. Tal vez habría menor riesgo en adoptar la primera de las tres indicadas, por la circunstancia de hallarse en los contornos del va- lle algunas minas de plomo. En orden al arroyo de Guajaraz, la dificultad no es de tanto bulto, pues que la voz yj^ jaras es realmente arábiga: vale tanto como gnaidas ó centinelas; y partiendo el arroyo los términos naturales de valle y sierra, según en el texto indicamos, no seria repugnante que allí tuviesen los moradores del territorio de Guadamur sus vigías ó atalayas. El deseo del acierto nos iia llevado á consultar estas indicaciones con nuestro compañero, el renombrado arabista don l'as- cual Gayangos; y reconocida la dificultad de fijar las indicadas etimologías, se ha inclinado á recibir como preferibles á otras las ya expuestas. De todo resultará que las voces geográficas Guadamur. Guarrazar y Guajaraz, á que ha dado celebridad el descubrimiento del Tesoro, equivalen á Rio 6 Valle del muro. Valle del plomo y Rio de las guardas.
^ A pesar de la distancia que excede de media legua, es fama vulgar que el destruido castillo de Gervatos, hoy destinado á casa de labor, se comunica con el de Guadamur, lo cual da origen á muy peregrinas consejas «que dicen las viejas tras el fuego,» valiéndonos de la expresión del mar- qués de Sanlillana. La verdad es que ni la distancia, ni la formación del terreno, ni la diferente edad que uno y otro castillo representan, hacen verosímil semejante comunicación, existente sólo en la fantasía popular, tan inclinada á este género de ficciones.
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61 UEMOnlAS DE L\ IlF.M. \(:\DE.MIA DE SAN FEHNANDO.
lauto al Sudeste, y tras él la pizarrosa sierra de Layos, que vestida de aljíunos chaparros y coscojas, describe las últimas lineas del horizonte (pie desde la Fiicnli' di' (¡narrazar se divisa. Los Cerros del liú y de Cantos Blancos, el Arroyo de la f)c(¡ollada y otros lugares diferentes que conservan todavía en sus nombres el sello de misteriosas tradiciones populares, forman, digámoslo así, la segunda zona del valle , que despojado de todo género de árboles y arbustos , apenas ofrece ya idea de lo que fué ó pudo ser en remotas edades.
Acostada la Fuente al extremo meridional, vierte sus aguas en un pequeño prado, propiedad del municipio, y reuniéndolas con las de un arroyo que se despren- de entre las alturas del Negro y de la Horca, las lleva al Guíijaraz por lo má hondo del valle, adonde conlluyen todas las vertientes de cerros y colinas. Termi- naba al Oriente el referido prado con una linde ó seto, formado de piedras move- dizas, y desde el ángulo Sudoeste se descubría un muro de fábrica incierta (opus incertum) que dirigiéndose á la parte oriental, se extendía por el espacio de 8"'. In- formes losas de granito, numerosos fragmentos de tejas y ladrillos de no vulgares formas y dimensiones, piedras de construcción, huesos humanos y algunos sillares, revueltos y amontonados en desorden sobre el terreno puesto del lado allá de la linde, manifestaban desde luego que se habían ensayado en aquel sitio repetidas ex- cavaciones, más bien con el afán de arrancar á la tierra escondidos tesoros que con el ilustrado anhelo de pedirle doctas enseñanzas '. Las Huertas de Guarrazar, que este nombre lleva de muy antiguo aquel pedazo del valle, ofrecían más al Oriente un pequeño montículo, rodeado al Mediodía por el camino de Toledo y costeado al Norte por el arroyo arriba descrito : algún sillar, ya descantillado y fortuitamente clavado en la tierra, alentaba allí la sospecha de que no muy distante había existido una fábrica arquitectónica.
' Debemos observar no obstante que el dia 27 de [''ebrero del indicado año iiabia practicado en las Huertas de Guarrazar cierta excavación la Comisión provincial de iVlon amentos, descubriendo, se- gún el acta que tenemos á la vista, hasta >(trrs órdenes de enterramientos, paralelos los unos á los otros, de los cuales (prosigue el acta! fueron abiertos dos, en que se hallaron diversos restos mortales que se recogieron cuidadosamente, siendo de notar que en ambos la colocación de los cadáveres era mirando estos á la ciudad (al Oriente); que los dos lenian por cubiertas dos grandes pedazos de losas sin labrar; que la pared de división era de fábrica y no de argamasa, y (jue por sus costados se des- cubría la continuación de otra serie de sepulcros, que no era posible fijar donde tenian fin.» No ha- remos pues á la Comisión la injuria de suponer que habla destruido de propósito su propia obra, cuando con esta solicitud consignaba en sus actas el resultado ile aquel ensayo: el desorden espantoso en que aparecían los objetos hacinados en aquel pedazo de terreno, destruyendo toda idea que sobre el mismo hubiera podido formarse, tras la exploración de la Junta provincial de Monumentos, nacia ó del interés de hallar nuevos tesoros, ó del intento de extraviar toda investigación, relativa al descu- brimiento de las coronas. Y apuntamos aquí esta racional sospecha, porque al verificar el primer re- conocimiento, por acuerdo de la Heal Academia de la Historia, ofrecían las Ihiertas de Guarrazar aspecto muy diferente, existiendo aun en gran parle ciertas construcciones que después mencionare- mos, y que en 10 de Abril hallamos del todo destruidas.
MEMORIAS DE I.A REAL ACADEMIA DE SAM FERNANDO. 65
No otro era el aspecto general del valle, en que se habla descubierto el Tesoro que tan á deshora despertaba el interés del mundo científico. Inspeccionado una y otra vez con el mayor cuidado, y sobre todo con el más vivo deseo del acierto, nos confirmábamos en la idea de que á existir en aquellos contornos alguna construcción religiosa, no podia hallarse á gran distancia de la fuente; observación que fundados en la práctica de la primitiva Iglesia y en las nociones que debíamos al grande Isi- doro, habíamos expuesto ya en el seno de la Real Academia de la Historia '. Con este convencimiento, trazamos pues las líneas exploratorias, y em|)ren(limos después los trabajos de excavación en la forma que hicimos presente al Gobierno de S. M. en las comunicaciones elevadas al Ministro de Fomento los dias lo , i 7 y 28 de Abril del expresado año ". El resultado fué en verdad tal como podia apetecerse, pues que la investigación que se nos habia encomendado , producía una demostración tan palmaria y completa como raras veces puede alcanzaila en este linaje de estu- dios la ciencia arqueológica.
Expongamos ya este resultado, dando á conocer la basílica ú oratorio, que existió en las Huertas de Guarrazar, así como la notabilísima lápida sepulcral, los numero- sos fragmentos decorativos y otros objetos no menos preciosos allí descubiertos.
I. Oratorio ó BASÍLICA. Notables restos de antigüedad gentílica, tales como urnas cinerarias, cuyos fragmentos aparecían en al)undancia, conservando todavía menudas aristas de huesos calcinados, pedazos de vasijas de barro saguntino, que guardaban aún su brillo y tersura, y algún trozo de estatua de mármol que reve- laba el sello del arte clásico, nos inducían á creer que el edificio, cuya existencia inquiríamos, se remontaba en su primitiva construcción á la época de la dominación romana. Muchos y muy fehacientes testimonios nos persuadían al par de que si era dable el admitir en aquel sitio la existencia de un delubrum ó de un sacelhm, con-
' El H de Marzo del indicado ano, en que tuvimos la honra de informará tan ilustre cuerpo del resultado de nuestras investigaciones, proponiendo el que se practicaran algunos ensavos de ex- cavación en el sitio de la Fuente y Huertas, cuya proximidad y relación, demás de las señales ya in- dicadas, convidaban á esta investigación arqueológica, con esperanzas de buen éxito.— Recordábamos la descripción que á íines del siglo V hacia el español Aurelio Prudencio Clemente de las Basílicas de San Pedro y San Pablo de ¡{orna, y traíamos á la memoria los siguientes versos:
.... Supercilio saxi liquor ortus, excitavit Fontem perennem chrismatis feracem ; 35 Nunc pretiosa ruit per marmora, lubricatque clivuní Doñee virenti flucluet colymbo.
- Publicamos, por via de ilustración y para que los lectores formen cabal concepto de cuanto al encargo confiado á la Comisión se refiere, estas comunicaciones que de orden de S. M. vieron ya la luz en la Gaceta del Gobierno (número correspondiente al sábado 14 de Mayo de 1859).
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66 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
sagrado á los dioses del gentilismo ^ no podia en modo alguno dudarse de que habia sido dedicado al culto cristiano en siglos posteriores y cuando menos reedifi- cado durante la monarquía visigoda. Psi daban poca fuerza y autoridad al mismo Tesoro que tanta admiración producia y á las reliquias arquitectónicas estudiadas en las páginas precedentes, los fragmentos que iban arrojando las descubiertas ruinas, á lo cual ponia auténtico sello el descubrimiento de una fecha, no sujeta á dudas ni expuesta á controversia en la historia de aquella cultura y de aquel arte.
En la parte más oriental que formaba en las referidas Huertas el ya indicado montículo, descubrimos en efecto los cimientos y parte de los muros de un oratorio ó basílica, si bien descarnado el terreno al Norte por las lluvias y el frecuente labo- reo de aquellas tierras, no pudimos determinar con la fijeza, necesaria para formar entero juicio respecto de semejante construcción, la planta de la misma. La disposi- ción, orden, proporciones y fábrica de lo existente nos inducen á creer, reconocidas ya y estudiadas las primitivas iglesias de la monarquía asturiana, que debió guardar con ellas estrecha analogía, como hija de un mismo arte. Colocada esta del Guarra- zar de Oriente á Occidente, extendíase al Mediodía el muro descubierto poi- el espacio de 8"85, con el grueso de 0,72, dejando en el centro un claro de 1"'91 que daba entrada á una capilla, muy semejante en sus dimensiones á las de Scania Cristina de Lena, prolongándose al Mediodía hasta i"" y ofreciendo de Levante á Poniente la pro- porción de 2'" 73, si bien el muro oriental distaba l'°07 del vivo de los machones de la puerta, apartándose el occidental sólo 0,4o. No excedía el muro, que aun se conservaba en lo que debió ser imafronte de la basílica de 4™ 63, desde el ángulo Sudoeste al que describía la fábrica revestida de sillares en la puerta central, don- de existió acaso la principal entrada, pasado ya el nartex; ni excedía en el testero ó cihside (que es imposible determinar cuál de los dos cerramientos le servia de cabe- za) de 1"'92, viéndose palpablemente que empezaba en aquel punto á desaparecer el cimiento, perdido del todo por las causas arriba indicadas en el costado del Norte, donde únicamente encontramos algunos sillares sueltos (Lám. IV).
11. Cementerio del oratorio ó basílica ". Hallábase situado á la parte occi- dental de la iglesia el cementerio, que formaba un extenso pavimento de losas de
■ Véase la nota 3 de la pág. 1'2 respecto de los dclubros, según el testimonio de San Isidoro. Los más celebrados latinistas los definen también diciendo: «Delubrura, in quo homines perici|la sua di- luunt.» En cuanto al templo denominado en la antigüedad sacellum, leemos; «Sacellum parvulum aediücium diis consecratura» (Calep., Dictionarium eptatingue, p. 480). La situación de la fuente nos inclinaba á sospechar que podia ser con preferencia un ieliibro el templo pagano alli edificado; y ha- llada después una cañería, cubierta de losas de granito, en la dirección más recta de la Fuente á las Huertas, tomó en nuestro ánimo mayor fuerza aquella racional conjetura. La circunspección que pide esta clase de estudios, nos retrae de asentar aquí mayores afirmaciones. Obsérvese no obstante que desde la indicada Fuente hasta el muro de las llamadas ííuertas, median sólo ll'",50.
* Insistimos en la vaguedad del nombre, porque no hallamos mayor fijeza en los documentos coetáneos. En el concilio Bracarense, celebrado en 569, tratándose de poner coto al exceso con que los católicos construían toda especie de templos, leemos en el canon VL en que se dispone «ut qui Oraloriuin pro quaestu suo in térra propia fecerit, non consecretur,» estas palabras: «Placuit ut
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 67
granito, defendido al Mediodía por un muro de 32'" de longitud, limitado al Occidente por otro que desde aijuel punto lo cerraba y cuya extensión era imposible fijar al Norte, rebajado el terreno y deshecha allí del todo la fábrica. Reconocidas detenidamente las sepulturas, resultaron estas construidas de manipostería y ladrillo, mediando de una á otra el espesor de 0,33 y apareciendo casi todas cubiertas de tres ó cuatro losas en sentido horizontal, si bien algunas lo estaban de una sola. Con el rostro al Oriente y los brazos lateralmente colocados, se mostraban los esqueletos depositados en ellas, manifestándonos semejante investigación que no se habían que- brantado en esta parte del ritual las prescripciones de la Iglesia primitiva, lo cual daba no poca luz respecto del encargo que S. M. se había dignado confiarnos. En el único ángulo del cementerio que era dado determinar con todo acierto, al extremo S. 0. del mismo, había dos cajas de fábrica, formadas de hormigón romano, que hubieron.de levantarse sobre 1™60, dejando junto al cimiento el hueco de 0,75 en cuadro, mientras ofrecían sus paredes el espesor de 0,13. Fama era que en ellas había permanecido encerrado el ya famoso Tesoro de Guarrazar; y á esto se debía sin duda el mal estado en que las hallamos, al plantear los trabajos de excavación, advirtiéndose sin esfuerzo que era reciente la destrucción ejecutada en ellas, según arriba apuntamos: asegurábase al par que existia en poder de los primeros descu- bridores una de las piedras labradas que servían de tapa á dichas cajas; ' y el tiempo ha venido á demostrar que en este punto, como en otros muchos que abra- zaban nuestros informes, no fuimos engañados.
III. Construcción de la b.^sílica ú oratorio. Ninguna duda podía abrigarse, tras este detenido estudio, sobi'e la antigüedad de la basílica, depositaría un día de los preciosos objetos históricos ipie tan vivamente interesaban á la ciencia arqueoló- gica. Su construcción, compuesta en el centro de los muros de sillarejo y robuste- cida en los ángulos de fuertes sillares, cuidadosamente labrados, tiene en las pri- mitivas iglesias de Asturias, tales como Sanlidlano, Priesca, Valdedios y aun la Cá- mara Sania de Oviedo, satisfactoria explicación, pues que en todas estas basílicas hallamos empleado el mismo sistema, Iradiciooalmente conservado, así como los ele- mentos decorativos que las enriquecen.
IV. L.\PiDA FUNEiiARiA EN Ei,LA DESCUBIERTA. Mas j)ara quc todas estas observa- ciones cobrasen fuerza indestructible, quiso también nuestra buena suerte, que no solamente encontrásemos al verificar las excavaciones, numerosos fragmentos arqui- tectónicos que arrojaran nueva luz, enlazando este estudio con el ya realizado sobre el arte visigodo, sino que descubriésemos una inscripción de tal naturaleza que
si qtiis Basilicam., non pro devotione fidei, sed pro quaestus cupiditate aedificat,» etc. San Isidoro habia no obstante fijado la diferencia de uno y otro templo, diciendo de los oratorios: «Oratorium orationi tantura est consecntum, in quo ncmo aliiid agere debet, nisi ad quod est factum, unde no- men acccpit» (Ethim. lib. XV, cap. IV). Véase en la pág. 12 la descripción de la Basílica, debida al mismo Santo.
' Véase la Parte VI de estos trabajos, donde la describimos.
63 MEMORIAS DE L\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
contribuyera á iluslrar la existencia de la basílica, y más principalmente sobre la historia de la arquitectura española, fijando respecto de los fragmentos decorativos (jiie iban entretanto apareciendo, una fecha conocida. Hízose este descubrimiento en la va mencionada capilla del Mediodía, pareciéndonos oportuno repetir en este lugar cuanto decíamos al Ministro de Fomento en la comunicación de 28 de Abril antes citada:
«Era de suma importancia (escribíamos) el reconocer el pavimento de aquella suerte de capilla que se extendía de Oriente á Occidente por el espacio de 2,730, pareciendo á la Comisión poco todo el cuidado que, al descombrarla, se pusiera. Creció este y fué ya grande la espectaliva al notar que el hormigón romano (que formaba el pavimento) pasaba de muro á muro, manifestándose en la parte central y algo más baja una gran losa que pareció primero de mármol de San Pablo como la del batiente [de la puerta de la capilla]. Al cabo descubierta en toda su exten- sión, así como el pavimento de aquella estancia, fué ya posible reconocer que era de pizarra, teniendo 1"'75 de longitud por 0,72 de latitud, bien que en el lado oriental mostraba no pequeña fractura, producida indudablemente por el desplome
de los muros, cuyos sillares habían caído sobre ella Acordó pues la Comisión
proceder á levantarla, empeño que hubiera sido muy difícil sin el accidental auxilio de la humedad que reblandecía el hormigón romano, bien que esta misma humedad era contraria á la conservación de la pizarra. Descarnada en todo su espesor hasta encontrar la tierra natural, dispúsose pues la extracción de la losa, operación que no quiso la Comisión coníiar del todo á los trabajadores; y mientras sacándola á brazo, tenía el disgusto de que se partiera por la referida fractura, lograba la satis- facción, que se comunicaba á todos los circunstantes \ de que se percibiera en ella una larga leyenda latina, coronada de una cruz que cerraba un círculo con varios ornatos.. Examinado el sepulcro, á que servia de distintivo, hallóse cubierto por cuatro losas de granito, como todas las sepulturas del próximo cementerio, encer- rando asimismo un esqueleto sobre un lecho de cal y arena con la misma orienta- ción que determinaba su lápida funeraria , y era en todo la que habían presentado los esqueletos anteriormente extraídos. Los brazos aparecían lateralmente colocados y vueltas hacia arriba las palmas de las manos -. »
La inscripción , que fué conducida á Madrid con el mayor esmero y existe en ol
1 Como se manifiesta en la expresada comunicación, presenciaron esta faena los señores don Pe- dro de ¡Vtadrazo, don Teodoro Ponte de la Hoz y don Jerónimo de la Gándara. Este último, profesor de la Escuela superior de iVrquitectiira, levantó, según va apuntado los planos de las excavaciones, y dibujó en Madrid todos los objetos artísticos descubiertos en las Huertas de Guarrazar, por lo cual S. M. se dignó darle las gracias, según pueden ver los lectores al final de estos ensayos.
■^ Conforme verán nuestros lectores en los documentos que al terminar insertamos, fueron en- tregados al alcalde de Guadamur los restos mortales del presbítero allí enterrado, cuya extracción hicimos por nuestras propias manos. Al presente se hallan depositados en la iglesia del pueblo, es- perando el momento en que se le construya nuevo y digno sepulcro.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMLA DE SAN FERNANDO. 6í)
gabinete arqueológico de la Biblioteca Nacional, se hallaba concebida en los térmi- nos siguientes, no permitiendo completar su lectura el ya indicado accidente de hallarse fracturada la pizarra ' :
QUrSQUIS HUNC TABULE
L... RIS TITULUM HUlUS
LOCUM RÉSPICE SITUM
.N U M ÍKl a L U I A B E R E
•.-■ TUM
TER ANNIS SEXA-
PEREGI TÉMPORA
• -•• PERFUNCTUM SANCTIS MMENDO TUENDUM
FLAMMA VORAX VE- ... ET COMBURERE TÉRRAS CET. BUS SANCTORUM MÉRITO SOCIATUS RESURGAM
HIC VITE CURSO ANNO FINITO CRISPINUS PRESBITER PECCATOR IN XRIPSTI PACE QUIESCO. ERA DCC-
XXXI •-.
Daba origen esta notabilísima inscripción , tan preciosa para nosotros , como el inestimable tesoro artístico descubierto en la Basílica de Guarrazar, k muy im- portantes observaciones. Los caracteres en que se halla escrita, (pie son los mis- mos de que nos hablan San Isidoro y San Eugenio y hallamos reproducidos oti las inscripciones asturianas de Cangas y de Oviedo ''; la fecha del epitafio: la na-
' Los lectores que liayan visitado la antigua ciudad de los Concilios, recordarán que son innume- rables las lápidas funerarias que existen en Toledo de la misma piedra , lo cual no es del todo insig- nificante, tratándose do establecer la tradición artística.
- Fijamos únicamente la lección tal como aparece en la lápida : en los documentos que á las ex- cavaciones se refieren , va propuesta la restauración en la forma que pueden notar los lectores.
3 Principalmente en las inscripciones que se refieren á don Alfonso el Magno , que son las que han llegado á nuestros dias en mejor estado de conservación. Entre todas debe llamar la atención de los arqueólogos la lápida de consagración de la basílica de San Salvador de Valdedios en el Concejo de Villaviciosa. Es una gran losa de mármol blanco, en que aparece grabada la inscripción referida, en la cual consta que la iglesia se consagró por siete obispos en la Era DCC<CCXXX, año de J. C. 8'.lá: los caracteres son enteramente latinos , probando una vez más la exactitud de aquellas palabras de Isidoro que repite Eugenio: quas nos ícriptitawm edidit Nicoslrata. Las inscripciones que don Alfonso
MBMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
luraleza del sitio en que exislia; la calidad de la persona allí enterrada, la edad en que fallece, y la circunstancia de haber acabado su vida en aquel lugar sagrado, obteniendo á su muerte sepultura en una de las partes más nobles del ediíicio, ac- cidentes fueron todos que despertaron desde luego nuestra atención, no menos que el muy peregrino de encerrar la leyenda tres versos del epitafio de la reina Reciber- ga, atribuido por unos á San Eugenio y tenido por otros como obra del rey Chin- daswinlü-'.
"Corresponde la fecha (decíamos en la comunicación citada) al año quinto del reinado de Egica, esto es al 693 de la Encarnación; por manera que no queda duda alguna respecto de la existencia anterior del edificio allí descubierto por la Comisión; y considerando que su construcción pudo preceder al fallecimiento del presbítero Crispin en un período de 80 á 00 años, es más que probable que se levantara á lines del siglo VI ó principios del YII '. Cobran en este caso no pe-
puso en su aula regia, conserviidas en la plaza de Oviedo otro tiempo ocupada por aquel palacio, v en la Cámara Santa, así como la que en el crucero de la catedral testifica el triunfo alcanzado por Ramiro II sobre los normandos, son todavía más semejantes, si cabe, á la del sepulcro de Crispin, presbítero sepultado en la Basílica de Guarrazar.
• En el capitulo IX del t. I de la Historia critica de la literatura española, que estamos impri- miendo tratamos de proposito esta cuestión, inclinándonos á conceder á Chindasvvinto la gloria del poeta. El indicado epitafio está concebido en los términos siguientes:
Si daré pro morte gemmas licuisset et aurum, Nulla mala poterant Regum disolvere vitam. Sed quia sors una cuneta mortalia quassat, Nec practium redimit reges, nec tletus egentes. Hic ego te, coniux, quia vincere fata nequivi, Funere perfnnctum, sanctis commendo tuendam, Ut cum flamma vorax veniet comburere térras, Coetibus sanctorum mérito sociata resurgas. •
Et nunc chara mihi iam, Reciberga, valeto, Quodque paro feretrum Rex Chindasvinctus, amato.
De notar son ante todo los dos primeros versos, no indiferentes en verdad al asunto de que trata- mos, ni ágenos á la religiosa costumbre de ofrendar oro y piedras preciosas por la remisión de los pecados. Al autor del epitafio de Crispin no era pues desconocido el de la Reina Reciberga, que de- bió ser muy aplaudido, ya por quien lo hacia, ya por la virtud de la matrona, á quien se dedicaba. No se pierda de vista el ejemplo dado por Chindaswinto en el cultivo de la poesía latina, ni se tenga á maravilla, sabiendo que no es este el único príncipe visigodo que aspira al. lauro de cultivador de la literatura hispano-romana. Adelante veremos cómo se enlazan estas indicaciones con el presente estudio.
* Esta observación, que pudiera parecer indiferente en materias muy trilladas, toma gran precio tratándose de una basílica del todo arruinada, cuando se advierte que su antes desconocida historia se enlaza ya con nombres de esclarecidos monarcas y prelados , recibiendo mayor autoridad del examen délas regias preseas, últimamente adquiridas por S. M. la Reina. La corona de Suinthila, si fué ofren- dada en aquel santuario, presupondría en efecto su construcción, por lo menos, en los postreros dias del indicado siglo VI; pues que no seria verosímil el que la basílica hubiese atraído la devoción ge-
MEMORIAS DE L.\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
queño precio los fragmentos de jambas, frisos, capiteles y otros miembros de ar- quitectura que tuvo la Comisión la honra de presentar á V. E. con su informe del 17 y como se observó en el expresado escrito, es ya un hecho demostrado que mucho antes de la invasión mahometana se cultivaba en la Espafia central el arte que tiene su principal desarrollo en la corte de Justiniano y sus sucesores, correspondiendo y enlazándose estrechamente con la historia de las letras, y dando como ellas á conocer la gran trasformacion operada en el tercer Concilio Toledano.
"Diez y ocho años antes de la invasión de Tariq (proseguíamos) subsistía en lo que hoy lleva título de Htiertas de Guarrazar un edificio ricamente exornado , al lado del cual se hallaba un dilatado cementerio... En la parte más principal y en una capilla, cerrada al parecer cuidadosamente, se hallaba enterrado un sexage- nario sacerdote, que había terminado allí el curso de su vida (liic vüae curso fini- lo). Ahora bien: tenidos en cuenta estos preciosos datos y atendiendo al espíritu religioso que domina en la inscripción arriba copiada, ¿será posible dudar de que el edificio descubierto fué real y verdaderamente un templo cristiano, y sobre cris- tiano, católico?»
La probanza era satisfactoria y completa: sus efectos se reílejaban al par sobre la historia de las letras, dándonos á conocer en los tres versos ingeridos en el ej)i- táfio desde las palabras ¡mere perftincltm á sociatus resiirgam , la fuerza de aquella tradición literaria que tiene por fundamento á San Isidoro y se propaga á los si- guientes siglos '; y sobre la historia de las artes, legitimando con la evidencia de una fecha conocida cuantos estudios puedan hacerse sobre la arquitectura (pie había producido la Basílica de Guarrazar, punto principalísimo de nuestras investiga- ciones.
V. Fragmentos AnoüiTECTONicos que i,a decoraban. Los numerosos fragmentos extraídos de las excavaciones de las Huertas de Guarrazar, segundando esta demos-
neral, sin que contase algunos años de existencia, ai ofrecerse allí diclia joya: sabido es que el expre- sado monarca lo fué sólo de 621 á 631. No adelantemos sin embargo indicaciones que deben hallar su explanación en Jas partes siguientes.
1 No es fuera de propósito, cuando parece olvidarse ó desconocerse «1 carácter especial que ofrece la cultura española, durante la monarquía visigoda, el insistir aquí en la indicación de que triunfan- te, en virtud del tercer Concilio Toledano, la raza hispano-latina, se reanuda y fortifica la noción de la antigüedad en tal manera que no alcanza á destruir los naturales efectos de esta prodigiosa trasfor- macion el gran desastre de Guadalete. Cabe á San Isidoro la gloria de personificarla; y tras la ilus- tre pléyada de sus discípulos é imitadores, entre quienes resplandecen los Braulios, Eugenios, Ilde- fonsos y Julianes, brillan después, asi en el territorio sometido al Islam como en el de los cristianos independientes, esclarecidos varones, ([ue perpetúan su doctrina y la trasmiten á otras edades con honda veneración y respeto. El libro de las Elimohgias, que ya conocen los lectores, es el depósito de aquella doctrina; á él acuden todos los maestros para tomar enseñanzas, y ya traducido á los vul- gares romances, ya extractado y comentado, ya reducido á útiles diccionarios, le vemos llegar á los tiempos modernos con el aplauso de las escuelas y el respeto de los doctos. Lástima es por cierto que los que hoy aspiran á este nombre, olviden hasta su ^existencia, despojándose voluntariamente de la luz que arroja tanto respecto á la historia de las letras como á la de las artes.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Ilación histórica, ofrecian por otra parte el más vivo interés arqueológico. "Todos prueban de un modo incuestionable (decíamos al Ministro de Fomento en la citada comunicación del 17 de Abril) que el templo allí construido en lo antiguo, aunque reducido en sus proporciones, lo cual es una de las más inequívocas señales de su antigüedad, se hallaba en extremo enriquecido por el arte y encerraba diversas construcciones de variados mármoles y piedras; interés que se aumenta al exami- nar algunos fragmentos que denotan corresponder á objetos más delicados, los cuales
se componían de fino mármol de Carrara. Digno es en verdad de repararse que
entre los fragmentos de frisos y capiteles de mármol y los de piedra franca se ad- vierte alguna diferencia, si no respecto de su antigüedad, al menos del estado recí- proco del arte arquitectónico. Puede tal vez provenir esta diferencia de la distinta naturaleza de los materiales, si bien trasciende algún tanto á la composición, lo cual revela ya diversos autores. Mas á pesar de dicha desemejanza, se atreve á con- signar la (Comisión, sin el temor de ser desmentida, que unos y otros fragmentos corresponden á la edad visigoda, dándonos á conocer el comercio que sostuvo Es- paña durante aquella dominación con el Imperio bizantino que señoreó las más be- llas provincias de la Península en las costas orientales y meridionales hasta el rei- nado de Sisebuto. La Comisión (decíamos por último) no vacila en afirmar que el examen de estos preciosos fragmentos, hermanados grandemente con los que de igual época existen en Toledo, ha de contribuir á labrar en el ánimo de los arqueó- logos el convencimiento de que antes de la invasión sarracena se había insinuado en el suelo español la influencia de las artes bizantinas, refrescando en cierto sentido la tradición romana, como sucede también respecto de las letras. »
Hé aquí, pues, lo que intentamos demostrar con su examen, confirmando una vez más las observaciones que sobre este punto dejamos expuestas. El número de los objetos indicados, fuera de una pesa (pondus) de arcilla cocida, que es de suma importancia arqueológica por indicar que esta costumbre se propaga á los tiempos visigodos, asciende á diez y siete; muestras todas suficientes para juzgar de la or- namentación empleada en la basílica. Los referidos objetos son:
1. Un gran fragmento de jamba de puerta, tallado en mármol blanco, bien
conservado. IL Otro id. de mármol gris, del llamado de San Pablo, con notable follaje.
III. Otro id. de un arco ornamental de pequeñas dimensiones, del mismo
mármol.
IV. Un trozo de losa del mismo mármol , pulimentada por una de sus fases.
V. Un gran fragmento de friso, de piedra franca, VL Otro id. mas pequeño.
Vil. Otro id., id.
VIH. Otro id., id.
IX. Otro de un capitel.
X. Otro id., id.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 73
XI. Olro id., de un friso doble, parlido por un l)aqueton.
XII. Otro id., de un capitel.
XIII. Otro id., id.
XIV. Otro de ornato sobrepuesto, de mármol.
XV. Olro fragmento de friso.
XVI. Un trozo de losa , de mármol , al parecer de Macael. XVII. Varios imbrices y tégulas de arcilla cocida, ])erfeclamente conservados, y otros muchos fragmentos de urnas cinerarias y vasos de exquisitos mármoles.
Ofrecen mayor interés artístico los designados con los números 1, II, 111, V, VI, IX, XI y XIV, por ser mayores que los restantes y contener en consecuencia más completos ornatos. El primero, que es sin duda el más importante, presenta en la parte superior un gran tallo que se desenvuelve en forma circular, recogiendo en el interior cinco hojas harto bien modeladas y mostrando en el centro cierta especie úc voluta, sobre la cual asentaba una llor ahora fracturada: ocupa la parte inferior una graciosa campánula de tres hojas, dos de las cuales se enroscan sobre su tallo que penetrando cierta especie de lúmda , cuyos extremos tocan en lo más saliente de di- chas hojas, parecía unir toda esta parte de la decoración, limitada á uno y otro lado por bien trazados perfiles y molduras. La ejecución es en los entalles de este frag- mento no poco esmerado, si bien lo que principalmente la caracteriza es el modo de acentuar, en que se descubre al primer golpe de vista que no se ha interrumpido aún la tradición del arte antiguo (Lám. IV, n.° 6).
Lo mismo puede asegurarse respecto del número dos, siendo ])ara nosotros muy sensible el que ofreciendo sólo un trozo de moldura y algunas hojas no completas, sea su descripción poco interesante. La disposición subiente de las referidas hojas, y el sentido horizontal en que la moldura aparece así como su anchura, nos llevan sin embargo á sospechar que pudo pertenecer á un friso, si ya no es que formó parte del arquitrave de alguna puerta, á lo cual inclina también la circunstancia de ser este fragmento de muy duro mármol (Lám. id., n." 3). ,
Describe el tercero una porción de arco ornamental, inscrita al parecer en un cuadro, dejando entrever en la singular ornamentación del intradós que pudo en el centro ser practicable. Esta observación nos induce á sospechar, conocidos los cer- ramientos de las fenestras de los sagrarios en las basílicas astuiianas, que hubo de pertenecer el fragmento de que hablamos, á una de estas peregrinas tablas de már- mol, lo cual cobra no poca fuerza, reparando en que su grueso conviene perfecta- mente con el de las losas ya indicadas (Lám. id., n.° 4).
Es el quinto un trozo considerable de friso ó más bien de imposta, tallado en aquella piedra franca que tanta 'aplicación tuvo en las construcciones de Toledo. Compónese su decoración de una doble posta que serpeaba por toda esta parle del edificio, sujeta por abrazaderas colocadas á una misma línea, de las cuales brolan tallos, que doblándose en sentido inverso al de las postas, llenan el espacio inter-
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medio de unas á otras, ya con graciosas campánulas, muy semejantes á la descrita en el fragmento de la jamba, ya con flores de cinco hojas airosamente movidas (Lá- mina id , n." 9).
Tuvieron en nuestro concepto el sexto y sétimo de los fragmentos mencionados análoga aplicación, si bien difieren algún tanto sus elementos decorativos, viéndose en el primero tallos ondeantes en vez de las postas y abrazaderas y ocupando los intermedios cierta especie de volutas y flores de tres hojas, mientras en el segundo varía solamente la forma de las flores que se repiten en todos los espacios, y de- crecen algún tanto las dimensiones totales y parciales, dando á conocer que era más reducida la parte del edificio á que se destinaba (Lám. id., números 2 y 8).
El fragmento designado con el número nueve ofrece el más vivo interés para las investigaciones que vamos realizando. Parte muy principal de un capitel de mármol blanco, tal vez de orden compuesto, manifiesta desde luego haber pertenecido á una ¡)¡lastra, por hallarse entallado de tal manera que aun presentando no escaso relieve, se vé asido á una piedra mayor, la cual formaba sin duda uno de los si- llares de la construcción ornamental de la basílica. Constituye en suma una voluta; pero aunque se advierta al examinarla, que sigue en su traza la ley tradicional, es de observarse que se desenvuelve en sentido contrario al de las volutas greco- romanas propiamente dichas, creciendo por tanto á manera de caracol, lo cual le imprime sello especial, mostrando las modificaciones que iba la tradición artística experimentando (Lám. id., n." 1).
Y no carece de interés el fragmento que hemos señalado con el lu'miero once: de sentir es en verdad que no ofrezca idea completa de la parte del edificio á que pertenecía; pero juzgando por lo existente, es de creer que fuera una de las más principales, constituyendo acaso un rico friso. Dividido en sentido horizontal por un i)aquelon, presenta en la parte superior un tallo que parece serpear como en los fragmentos arriba descritos, viéndose en el intermedio cierta manera de voluta que nace de las hojas. Un grupo de las mismas , tallado con soltura y gracia , sube hasta el baquetón , siendo imposible determinar su movimiento , y más todavía seña- lar su origen , si bien basta á persuadirnos de la extraordinaria riqueza del monu- mento que en tal manera decoraba (Lám. id., n." 7).
Curioso es finalmente el trozo de mármol que hemos marcado con el número catorce: es una especie de chapa, destinada á revestir en su conjunto alguno de los compartimientos ó zonas del muro, y sólo podríamos formar concepto de su valor en la basílica de que tratamos , recordando al propósito las palabras de San Isidoro: «Crustae sunt tabulae marmoris: unde et marmorati parietes et crustati dicuntur *;» por manera que no habiendo podido tener otra aplicación el fragmento indicado, es evidente que uno de los departamentos del templo de Guarrazar, acaso el Sagrario, tuvo los muros exornados de incrustaciones de mái"mol (marmorati). El ornato que
1 Ethim. lib. XIX, cap. XIII
MEMORIAS DE LA RKAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
aún conserva, no puede con seguridad determinarse; pero sí que el mármol estaba esmeradamente pulimentado en la cara que aquel decoraba, y que al sacarse la tabla (tabula), se había aserrado la piedra in praetentii linea ', lo cual indica la estima- ción en que el mármol era tenido ".
Basta, pues, el examen de estos fragmentos para persuadirnos del carácter ar- quitectónico del antiguo templo existente en las Huertas de Guarrazar, que tan es- trechamente se enlazaba en su ornamentación con las basílicas toledanas y en su or- namentación y en su fábrica con las primitivas iglesias de Asturias. Los trozos des- critos, así como los mhrices y tégiilas, barros, fragmentos de urnas cinerarias, y de vasos de mármol de Carrara, allí encontrados, maniíiestan de un modo satisfac- torio, con cuánta razón decíamos al Gobierno, verificadas las excavaciones, que en el oratorio ó templo cristiano, de que tratamos, se habia hecho no escasa ostentación de riqueza artística, determinando al par la influencia bizantina que desde el tercer Concilio Toledano se desarrolla grandemente en las bellas arles y las que de ellas se alimentan, cultivadas así por la raza hispano-romana , como por la raza visigoda. Ni dejan tampoco de reflejarse en estos preciosos restos arquitectónicos los elementos decorativos del arte latino, derivados y conservados por la tradición en la forma ar- riba indicada, hermanándose por el contrario á tal punto que indican ya claramente el camino seguido por una y otra influencia hasta producir las primitivas basílicas
1 Ethim., lib. XIX, cap. XIII.
- Porque es de suma importancia, para determinar con todo acierto los caracteres de la ari|ui- tectura latino-bizantina (visigoda), el dejar comprobadas las fuentes de que se deriva, juzgamos licito advertir que el uso de los mármoles aplicados al revestimiento de los muros, se remonta á la mayor antigüedad entre los pueblos orientales. Describiéndose en los sagrados libros el palacio de Salomón se decia: «Omnia lapidibus pretiosis qui ad normam quandam atque mensurara tam intrinsecus quam cxtrinsecus serrati errant: á fundamento usque ad summitatem parietum, et extrinsecus usque ad atriura raajus, etc.» (Regum, 1. III, cap. VII, vers. IX de la Vulgata; lib. I de la Hebrea). Este fausto arquitectónico se comunica al occidente en tiempo de J. Cesar, conforme el testimonio de Cor- nelio Nepote, alegado por Plinio: nPrimum Romae parietes crusta marmoris operuisse totius domus suae in Caelio monte, Cornelius Nepos tradidit Mamurram Formiis natum, equitera Romanum, prae- fectura fabríira C. Caesaris in Gallia» {Naturalis Historia, lib. XXXVI, cap. A'II). Acogido este rasgo de magnificencia con aquel frenesí que caracteriza al pueblo romano, al recibir las costumbres que balagán su desvanecida opulencia, se visten en breve templos y palacios de exquisitos mármoles do colores, ya con simplesincrustaciones, ya con vistosos ornatos de taracea, ya con suntuosos mosaicos, según después observaremos. De ellos los recibe el arte latino ; y como lian podido reparar los lecto- res, mientras el bárbaro Teodorico pone el mayor esmero en restaurar en el templo de Hércules de Ravena «discolorea crusta marmorum gratissima» (V. pág. 28), vemos levantarse bajo la monarquía visigoda basílicas, en las cuales «parietes cuncti nilidis marmoribus vestiunturi- (V. págs. "li y 3'¿¡, ostentando igual magnificencia en sus pavimentos que enriquecen vistosos mosaicos y en sus tecbum- bres, donde brillan dorados relieves, esmaltados de varios colores. Si pues esta riqueza era habitual en basílicas y palacios construidos por caballeros ó prelados ¿qué mucho que el Oratorio ó Basilicn de Guarrazar que tales vestigios nos ofrece, atesorase en sus muros igual decoración?.. De cualquier nrodo, es un hecho demostrado históricamente, que los muros incrustados de mármoles consti-- tuian, cuando esta basílica pudo construirse, uno de los rasgos más característicos del arte latino-' bizantino, sin que para exornarla fuera necesario traer á España, donde tanto y con tal sunluo.^ sidad se construía, arquitectos germanos.
MEMORIAS DE L.\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
asturianas; conslrucciones, en que es imposible desasir unos de otros elementos, por más que se sienta y reconozca su distinto origen.
Cuando estudiadas estas reliquias de la arquitectura y comparadas con las que se han conservado en la corte visigoda , nos detenemos á fijar sus caracteres comunes, para reconocer la verdadera representación que en la historia monumental alcanza el arte que las produce, vemos con placer confirmadas cuantas observaciones debi- mos á la investigación histórica y quedan arriba expuestas. Sus elementos decora- tivos son realmente tradicionales ; pero adaptados ya á una nueva manera de ser, rellejando vivamente una nacionalidad determinada , y dando cuenta de una Iras- formacion social y religiosa de incalculable trascendencia. Los capiteles greco-roma- nos, los Instes con estrias verticales ó espirales , las impostas ornadas de los mútu- los ó modillones en las cornisas ó tejaroces, los techos ó armaduras ricamente or- nadas de labores y pinturas \ y otros elementos análogos del estilo latino se per- ])etuaron en la ornamentación visigoda, que á juzgar por los fragmentos de jambas, dinteles y arcos ya enumerados , conservó igualmente las puertas cuadrangulares, el arco de porción de círculo, las feneslras cerradas por tabletas de máimol, perfo- radas de dibujos geométricos, y otros miembros ornamentales, propios de aquel es- tilo ^. Asócianse á estos las vides y pomas, las postas y funículos, las ])almetas y cruces de varias trazas, elementos adoptados ó ennoblecidos por el cristianismo y grandemente característicos de aquel arte, que se habia trasformado bajo las dora- das armaduras de sus basílicas; y recibido el influjo de la antigüedad que reanima el ejemplo de Bizancio, enriquecíanse las visigodas de vistosas incrustaciones de pre- ciosos mármoles, de frisos, impostas, dinteles y jambas, en que se ensayaba todo linaje de combinaciones geométricas, y muy principalmente las que lenian por base
1 Juzgamos de no escaso interés arqueológico cuanto en este punto debemos á la autoridad del docto metropolitano de la Bética. Tratando de la decoración [de venustate) que es «quidquid illud or- namenti et decoris causa aedificiis additur», escribe respecto de aquella parte que llevaba el nombre A& laquearía: «Sunt quae cameram subtegunt et ornant; quae et hemiaria dicuntur; quod acus (|uosdani quadratos vel rotundos ligno, vel gipso vel coloribus babeat pidos , cum signis inter- micantibus» {Ethim. lib. XIX, cap. XII). Y enumerando después las partes de que las techum- bres se componían, especificadas las diferencias que mediaban entre el lignarius, el carpentarius y el sarcitertor, verdadero constructor de armaduras (quod ex multis bine inde coniunctis tabulis unum tecti sarciat corpus), dccia: «Trabes vocatae, quod in transverso positae utrosque parietes contineant... Tolua proprie est veluti scutum breve quod in medio tecto est in quo trabes coeunt. Cti- plae vocatae, quod copulenl in se luctantes. Liictanies dicuntur, quod erecti inviccm se teneant more luctantium» (Id., id., cap. XIX). Como se vé, no puede ser más clara la idea que San Isidoro nos ofrece de esta parte de la construcción arquitectónica, conformándose enteramente con las descripcio-
'nes ya reconocidas. Sus palabras ilustran grandemente la historia del arte y al propio tiempo que trazan el camino de la tradición latina, manifiestan la extraordinaria riqueza empleada en las techum- bres de basílicas, aulas y atrios, que precede al fausto de los alfarjes mahometanos.
2 Casi todos estos caracteres artísticos se reconocen á primera vista en las basílicas de la primi- tiva monarquía asturiana, cuya ilustración dispone la Comisión que publica los Monumentos arqui- tectónicos de España. Dada ya á luz la peregrina Iglesia de Sania Cristina de Lena, nos remitimos desde luego á su monografía, seguros de que basta á confirmar estas observaciones.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEML\ DE SAN FERNANDO. 77
la forma circular, modilicáiidose al propio tiempo las condiciones arlisticas del modelado respecto de toda suerte de follajes.
Punto es este en verdad de suma trascendencia, sobre el cual llamamos la aten- ción de los arqueólogos, porque se refiere á la ejecución, parle principalísima en toda investigación que se encamine á fijar los caracteres de un arte determinado en sus varias y multiplicadas manifestaciones. Aunque lejanos ya de la belleza clásica, hablan conservado los cultivadores del estilo latino, en orden á la ornamentación, aquellas máximas capitales que constituían , digámoslo así, el código artístico : per- dían en sus entalles y relieves la delicadeza de los perfiles, la gracia y soltura del movimiento y la gallardía y abundancia de los accidentes que revelaban riqueza de imaginación y viveza de sentimiento en los artistas de Atenas y de Roma; pero no olvidaban cierta grandiosidad de proporciones; y atentos á producir el efecto del claro-oscuro, tan ambicionado del arte clásico, daban notable relieve á sus follajes, profundizando por extremo los fondos sobre que destacaban, ora en capiteles, ora en frisos, jambas é impostas: llevados de este deseo, llegaban al extremo de hacerlos por demás angulosos y agudos.
Modificadas ó cambiadas del todo aparecen pues estas condiciones en la ma- yor parte de los fragmentos que dejamos descritos, principalmente en cuantos se refieren á la época ])oster¡or al tercer Concilio Toledano, en que, según hemos repetido, se hace aun más sensible la influencia bizantina: ni las variadas figu- ras geométricas, que aumentan desde entonces el caudal de los elementos deco- rativos, ni las flores, funículos, palmetas, contarlos, vides, postas y follajes que lo completan , exceden en su relieve del plano exterior de las molduras que los rodean , cualquiera que sea el miembro arquitectónico donde se hallen , ni pro- fundizan en el fondo más de lo necesario para producir un templado claro-oscuro, bastante á revelar perfectamente las formas. Tallados á bisel hojas, flores y ornatos geométricos, muestran en todas partes un mismo procedimiento artístico-manual que revela, si no una sola y única tradición , al menos una misma aspiración y una manera sola de concebir y ejecutar; efecto natural é inmediato de aquella fu- sión que se habia operado entre el arte latino y el arte de Bizando, y que debía reflejarse más tarde en las tantas veces citadas basílicas de Asturias. Y no es para desecharse aquí la observación que arriba dejamos indicada: ornatos geométricos, flores y follajes aparecen con frecuencia sembrados de funículos ó menudas labores que los afiligranan , contribuyendo notablemente á caracterizarlos y completando la idea que nos ministra aquel arte en que, aun siendo ruda y un tanto grosera, se hacia gala de la ejecución , preciándose los artistas visigodos de aventajar en ella á sus coetáneos '.
1 Digno es de consignarse: esta supremacía, concedida a los artistas visigodos, procedía Icgiti- mamcnle de aquellas felices circunstancias que hemos señalado en la historia, comunes á las letras y á las artes. Pero esa misma ostentación de la destreza manual, aunque ruda, hija de la tradición no interrumpida, contribuye á ponernos de resalto la decadencia á que se encaminaban las bellas artes
MEMORIAS DE LA BEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Pero estas observaciones que obtenemos , como legítima consecuencia del estu- dio hasta aquí realizado, tienen muy directa aplicación y complemento en el de los objetos artísticos que formaban el tesoro de Guarrazar, cuya importancia ha excitado vivamente la curiosidad de los arqueólogos, dando origen á la teoría ya anunciada de Mr. de Lasteyrie, en tan varios conceptos contradicha.
en la monarquía visigoda, revelándonos la lucha sostenida entre el anhelo de poseer y realizar la be- lleza de los antiguos modelos y la imposibilidad de lograrlo. Y si tiene no insignificante valor esta indicación respecto de las fábricas arquitectónicas, crece este en gran manera al aplicarse á las pro- ducciones de las artes secundarias del diseño y principalmente á las de la orfebrería, según nos pro- ponemos demostrar en los siguientes capítulos.
V.
El Tesoro de Guadamur. — Idea del fausto y ostentación de los reyes visigodos.— Testimonios de lo? historiadores árabes. — Maravillosa riqueza del Tesoro de Guarrazar.^Las coronas.— Breve noticia sobre la costumbre de consagrarlas á la divinidad. — Acéplanla los pueblos septentrionales. — Introdú- cese en la España visigoda. — Propágase á los primeros siglos de la reconquista. — Significación artis- tico-arqueolügica de las coronas descubiertas en Guarrazar. — Descripción de las conservadas en el Ho- tel Cluny.— I. Corona de Receswinto. — 11. Corona de Sonnica: ligera digresión sobre el nombre de Sorbaces, inscrito en ella. — 111. Coronas votivas, de aro. — Su mérito y significación artística. — IV. Co- ronas votivas, de enrejado. — Su importancia y carácter.
La primera observación que ocurre al fijar nuestras miradas en el Tesoro de Guarrazar, ya respecto de la ])arle depositada en el Museo de las Termas, ya de la adquirida por S. M. la Reina doña Isabel II, se refiere á su origen. Aquel inmenso tesoro artístico habia sido escondido en el cementerio de un oratorio ó basílica , le- vantado á dos leguas al 0. de Toledo, durante la monarquía visigoda: para su custodia se habian fabricado dos cajas de argamasa, construcción que no tenía seme- jante en cuantos sepulcros allí existían. Este hecho aparecía realmente cierto. Pero ¿de dónde procedía aquella manera de depósito? ¿En qué momento se habia reali- zado? Sin que nos sea dado entrar en largas disquisiciones, más propias de otro gé- nero de trabajos ^ será bien manifestar que la misma riqueza del descubrimiento nos trae desde luego á la memoria aquella magnificencia oriental, de que hacían alarde los Reyes visigodos, mientras el carácter especial de los monumentos que constituyen el indicado tesoro nos lleva á la contemplación del arle, cuyo más imj)orlante des- arrollo debió realizarse, según dejamos reconocido, en la ciudad de Wamba. La his-
' Debemos repetir antes de pasar adelante, que el fin de estas lineas es principalmente artís- tico, por lo cual nos abstenemos de largas consideraciones, limitándonos sólo á las que más de cerca se refieren al expresado intento.
so MEMORIAS DE LA REAL AC-VDEMIA DE SAN FERNANDO.
loria no podia tampoco dejar de contribuir á esta racional inducción, que adquiere, examinados los referidos objetos, cuanta fuerza se ha menester para labrar conven- cimiento.
Ponderan en efecto nuestros primeros cronistas la riqueza que ostentaron reyes y magnates visigodos, de que dan también testimonio irrecusable dos monumentos coetáneos de inestimable precio. Tales son el ya mencionado libro de las Eiimologías, vivo maestro de cuanto á la expresada edad concierne, y el Fuero Juzgo, código admirable que revela aquel estado de cultura , en que el desapoderado anhelo del lujo y de la opulencia corrompe la pública fe , adulterando el valor de los metales '. Pero ni el ilustre doctor de las Españas ni los instituidores de las leyes visigodas, por serles familiar aquel fausto, ni los cronistas que vienen treís la ruina del Impe- rio de Ataúlfo , por parecer acaso interesados al lamentar la perdición de España, nos ofrecen tan cabal idea de los tesoros, hacinados en la ciudad de los Concilios por la magnificencia de los descendientes de Recaredo, ni de la inaudita largueza con que dotan de joyas y preseas los templos toledanos, como lo verifican los histo- riadores árabes.
Conocidas son de nuestros lectores las descripciones que de las regias aulas de Toledo nos trasmiten , y no les es por cierto peregrino el efecto que en ellos produ- cen los portentosos tesoros que las mismas encerraban. A ciento setenta asciende el número de coronas y diademas tejidas de oro y piedras preciosas, que halló Tariq en el palacio de don Rodrigo, según el testimonio de los referidos historiadores*: llenaban las preseas y vasos de oro y plata un aposento {iwan), en a])undancia tal que no alcanzaba la descripción á ponderar tanta riqueza ^ : un Psallerio de David, escrito sobre hojas de oro en caracteres yunanies (griegos) con agua de rubí disuel-
' Forum Judicum, libro VII, tit. VI. .
Que en castellano dice: Y encontró en ella (la ciudad de Toledo) grandes tesoros, entre ellos 170 coronas de perlas y rubíes y piedras preciosas. (Ebn Ahvardi, Pe7-la de las Maravillas; Idrisi: Geofjrafia).
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Cuya versión literal es: «Y encontró puertas, que al ser derribadas por los lanceros con sus lan- zas, le mostraron á Thariq vasos de oro y de plata cuantos no puede abarcar descripción, y halló en ella la mesa que liabia sido del Profeta de Dios Salomón, hijo.de David (sobre entrambos la salud); y era, según se refiere, de esmeraldas verdes; y esta mesa no se habla visto cosa más hermosa que ella, y sus vasos eran de oro, y sus platos de una piedra preciosa verde y otra salpicada de blanco y negro» (Ebn Alwardi, ut supra).
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. SI
to , l)r¡llaba enmedio de aquellas riquezas ', cuyo extremado valor acrecenlalian ma- i'avillosos espejos , piedras filosofales y libros prodigiosos , fallando palabras para pintar la suntuosidad deslumbradora de la 3Iesa de Salomón, cuajada de perlas v esmeraldas, incrustada de fi;ruesos rubíes, zafiros y topacios y ornada de fres co- ronas ó collares de oro, guarnecidos de aljófar -.
Y no eran estos los únicos tesoros que excitaron la admiración y la codicia de los conquistadores de Toledo. Tras la depredación de Tariq , cayó sobre la corte vi- sigoda la cruel avaricia de Muza, quien no contento con los despojos que aquel le ofrecía, afligió á los cristianos con bárbaros castigos para arrebatarles sus bienes, y fatigó el seno de la tierra en busca de tesoros. «Cuando Muza señoreó en Toledo (escriben los historiadores árabes), dominado de terror, llegósele un hombre y le dijo: — Envía alguien conmigo y te descubriré un tesoro. Oyólo Muza, y enviando hombres de su confianza, llegaron á cierto lugar, donde el denunciador dijo: — Camd aquí. Y cómo cavaron, descubrióse inmenso tesoro de alhajas, sembradas de rubíes, topacios, esmeraldas y otra pedrería, cuyo brillo oscureció su vista; y lo enviaron todo á Muza» I
Ni ofrecieron las basílicas de Toledo menor incentivo á la rapacidad de los ma- hometanos, depositarías, como eran, de los magníficos y frecuentes dones y ofrendas
Bayan Almogtireb, Parte I, p. 31, escribe:
.Mil - . I . . . -I I I t
Ls, „ ^ ^ ^^i ,u.!l ^ J^ai i.s~-^ ^Jv-" ^^> U-' J.;^.. iUa-li; , ^ / '-
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i.k» .> AÑO J c}^^ l^M _^3^ , ^^ ,LUr- ^::,.jL) =L,.! l: c^-Si^ ^,^5
(Jue dice en el vulgar romance: «Cuando conquistó Thariq á Toledo, lialló en ella el aposento de los reyes y le abrió, y en él encontró el psaltcrlo de David (la salud sobre él) en hojas de oro, escritas con agua de rubí disuelto. »
- De más de las palabras ya trascritas de Ebn .\l\vardi, leemos respecto de la meSa de Salomón:
«V era la mesa de oro mezclado con algo de plata y ceñida en derredor con tres collares, uno de rubíes, otro de esmeraldas y otro de margaritas.»
'Bayan Almoghreb: edición de Leiden 1, 29).
'■' El texto de esta peregrina anécdota, tomado de un .MS. que posee nuestro compañero, el afa- mado arabista don Serafín Estébanez Calderón, dice así íp. 328):
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^^y Ji --L=. hi^] y J*- ^^ ^-IM |
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ú^ NL^ ;^. ^^, y< J; Jíl ^.^ |
^.^ J J?i ¿Ikü v^b Jl |
O'ÜUI. jl^^V^ ^l' y-^'í ^ ^^ \'J^ |
Ljia'^ \á:x<\ .4 \Vi. ^y Jí |
Llw.lj L^j íj\j t^nr^ -^^►rj'- |
Como se ve el autor se reliere al antiguo historiador Abdelmelic Ebn Habib y este á Allaitz Ebn Sad que le precede. El códice encierra la relación de un Viaje á España, hecha por un embajador en- viado por Muley Ismael á Carlos 11. Semejante embajada tuvo efecto por los años de 1080 á 168"2.
82 MEMORIAS DE í.\ UICW, .VCAniiMIA DE SAN FERNANDO.
(le la liberalidad de reyes, prelados y magnates. lihii-llayán-el-Cortobí, que es sin duda uno de los más res|>etal)les y menos hiperbólicos liisloriadores áiabes, tratando del origen de la ya citada Mesa de Salomón, la atribuye con sana crítica á la indi- cada liberalidad, manifestando que los reyes ci'islianos (pie antes de la conquista tenían su trono en Toledo, hacían á su muerte cuantiosos legados cá las iglesias, en muestra de devoción y para descargo de sus pecados. Los ministros de ellas (pi'osi- gue) allegando estos bienes, labraban ricos y vistosos utensilios para el culto sa- grado, tales como tronos, mesas, atriles y otros objetos semejantes, de oro y plata, los cuales colocaban y distribuían los presbíteros y diáconos sobre los altares en los días de las grandes solemnidades religiosas, para poner en ellos los libros de los Evangelios, y celebrar otras ceremonias litúrgicas, así como para que contribuyesen al mayor ornato y pompa de las mismas '. Tal era pues, en sentir de Ebn-Hayán, él origen de aquella maravillosa 31 esa, que no de los palacios reales sino del altar mayor de la Basílica de Santa María de la Sede Real arreliató con otras mil pre- seas y vasos sagrados el couípiistador de Toledo; desdichada suerte que cupo también á las basílicas de la regia ciudad, cuyos ministros no alcanzaron onmedio del con- llicto á poner en salvo sus sagrados tesoros.
Dados estos antecedentes históricos, no es ya difícil la solución de las dudas pro- puestas arriba. El Tesoro de Gnarrazar, «colección sin igual de las más preciosas 'joyas y que por el explendor de la materia y el mérito de la ejecución sobrepuja á
' El texlo integro de Ebn-IIayin, citado por Aliiiaccari (pág. 112, tomo i.", rdirion ilo Lci-- lieii, 1855, por Mr. William Wrigtli) es como sigue:
.^^^\ i^- U'^ JÜI ¿X)h ,ía;^ ^^' lili , JLCU .lü .-J ^-A^l ^.L. I^l
\--,^\ ÍJ.Í ^ ^::^ U lUJii. íj,;U! óUy ^JLiCj L^:^^. íL>L-_i3 vU^ir ^^ J. C^^ ^:^ }A\ J. UJ ^^ j^-í\ A;^ U^ J J^..n!1 o^iULy.
* j! a!b» ,u~J! U'i^^ iü^-^ i-~^ y-^' A: -^^v c^oLr.
De este importante pasaje hizo mención antes de aliora el laborioso y ya aplaudido arabista, nuestro amigo, don Francisco Javier Simonct en unos interesantes artículos, titulados: Rmimliía hÍKliirícos y ¡mélicos de Toledo, dados á luz en la Crónica de Ambos Mundos (de Octubre á Dicicuibre de 18G0).
MEMOnlAS DE L\ HKAI. ACADEMIA DE SAN I'EIINANDO 83
"cuaiilas colecciones análogas existen en Europa, inclusos los más renombrados le- "soros de Italia \» si no procedía directamente de la ciudad que fortalece Waniba, era al menos prueba evidente de aquella magniíicencia (jue reyes, magnates \ pie- lados visigodos liabian ostentado en las basílicas de Toledo, asociándose inmediata- mente al desai'rollo artístico que representan cuantos objetos arquilectónicos dejamos examinados. Ni es pequeño indicio de ([ue pudo pertenecer ó perteneció acaso á la iglesia tic Guarrazar, la misma riqueza decorativa que hemos reconocido al remover acjuellas ruinas "'. Como quiera, depósito fecho en tiempo de coila, valiéndonos de la expresión del Rey Sabio, lia venido á mostrar cuan grande íiié el conlliclo de la monarquía visigoda, al caer sobre España las falanges del Islam, derramando abun- (laníe kz sobre las narraciones de los historiadores árabes y cristianos que parecían antes fabulosas. Sólo al contemplar estas riquísimas preseas, nos es posible compren- der las dolorosas cláusulas de Isidoro Pacense, en que narrada la rapaz codicia de los primeros conquisladores, nos refiere cómo el insaciable Muza, elegidos los más nobles ancianos de España que habían escapado al cuchillo musulmán, partió en busca del Califa Al-walid, llevando consigo inmensos tesoros de oro y plata \ col- mados montones de insignes ornamentos y piedras preciosas, margaritas y uniones (cuyo brillo suele encender la ambición de las matronas), con todos los despojos de iberia ^: sólo de esta manera no rechazamos ya cual fabulosas é liiperbólicas las pa- labras de los narradores arábigos, ipiienes haciendo llegar hasla el níimeio de treinta los carros cargados de oro, plata y todo linage de pedrería, alirinan que llevó tam- bién Muza-ben-Nosayr, como trofeos de la victoria, cuatrocientos varones de la san- gre real de los visigodos, en cuyas sienes brillaban ricas diademas ': sólo al estu-
1 Mr. de Sommeranl aiuuicialia el descubrimiento de las coronas con estas palabras: «Le nuistc des Thennes et de riIíHcl Cluny vien de s'enrichir d'une collectioii sans égale de joyaux les plus pre- cieux qui, par la splendeur de la raatiere, le mérito de l'execution, et plus encoré, peut étre, par leui" origine incontestable et par leur étonnante conservation , surpassent tout ce ([ue possédent d'analogue les collections publi(|iu's de l'Europe et les trésors les plus renommés de Tllalie» (Le Mon- de ¡Ilustré, 12 de Febrero de i85'.)).
- Véase la Parte precedente. Mr. de Lasteyrie, como ya saben los lectores, se inclinó á creer, aun desconociendo la liasilica por nosotros descubierta, que las coronas fueron en efecto consagrada> en la de Santa María iii Sdrliarcs Párr. IX de la üeHcr¡¡tl'ion úu Tn-sor). Adelante volveremos á tocar este punto, recogido mayor número de datos.
3 lié aquí las palabras textuales de Isidoro Pacense: «Muza expletis quindecini mensibus, a Principis iussu praemonitus, Abdalla/iz íiliuní liiujuens in locum suum, lectis llispaniae Senioribus qui evaserant glaudium, cum auro, argentove, trapezitarum studio comprobato, vel insignium orna- mentorura atque pretiosorum lapidum, niargaritarum et unionum (quo arderé solet ambitio niatro- uanim) congerie, simul([ue llispaniae cunctis spoliis, quod longura est scribere, adunalis, L'lit Kegis repatriando, sese presentans, etc.» (Cliron., Era DCCL).
' Uno de los historiadores árabes, más digno de respeto al tratar la historia de los Califas, nar- rando en la de los orientales i|ue alcanza hasta el año 500 de la hégira, la del citado Al-walid, es- cribe :
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84 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
iliar deteiiidainciUe Laii estimables reliquias, logramos por último quilalar en todo su valor las descripciones de los ornamentos de oro y piedras preciosas que debemos á la pluma del sabio autor de las Elimologías, notando cuan errada doctrina siguieron los que descoiiücieudo estas relacioues históricas, y no acertando á descubrir las que median entre las costund)res visigodas y las artes en aquella edad cultivadas, no han reparado en desposeer de toda cultura k la España de los Leandros é Ilde- fonsos. Ignorado de los hünd)res, ha permanecido por el espacio de once siglos y medio en el cementerio de la Basílica de Guarrazar, dentro de las dos cajas de argamasa, fabricadas ex profeso en el ángulo S. O. del mismo, aquel vario monu- mento de la civilización española, que aun siendo incompletamente conocido, ha bastado á deslumhrar con su riqueza á los más doctos anticuarios, revelando un arte, cuyo origen y carácter demandan detenido estudio.
Y hemos dicho inconqilelamente conocido, porque ni son las coronas deposita- das hoy en el 31useo de las Termas las únicas halladas en las Hnerlas de Guarra- zar, ni consistió sólo en coronas el Tesoro allí escondido en el conflicto de la inva- sión mahometana. Lámparas, en que según declaración auténtica, constaba la Era de DCXXV [587 de J. C], acetres de que hemos alcanzado á ver notables frag- mentos, turíbulos, vasos de oro y plata, j)rec¡osos cíngulos ó baíleos, caténulas ó collares {moiúlia), palomas de oro, cruces procesionales, de que se ha salvado por ventura la |)arte que después describiremos, y finalmente las magníficas coronas y cruces presentadas á S. M. la Reina, constituían aquel maravilloso depósito (conde- sijo), manifestando con toda evidencia que la basílica á que hubo de pertenecer, no cedía en este linaje de grandeza á las más celebradas de Toledo. Doloroso es confe- sar, sin embargo, que condenados al crisol de ignorantes ó codiciosos plateros muchos de estos objetos, forman las ocho coronas conservadas en Cluny y las adquiridas fe- lizmente por S. M. , la parte principal ya existente del peregrino descubrimiento que tan extraordinario efecto ha producido en el mundo artístico-arqueológico.
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«Muza, pues, nombró lugar-teniente suyo en Andálus ;i su liermano Abde-1-áziz ben-Nosayr y se. puso en marcha hacia Damasco, donde residia á la sazón el Amir de. los creyentes Al-walid. Lle- vaba Muza consigo todo cuanto habia traido del Andalus, en 30 carros cargados de oro y plata, todo género do, costosa pedrería como son rubies, perlas, esmeraldas y zafiros, y grandes tesoros en ro- pas, iXe. Llevaba también consigo cien mil prisioneros entre hombres, mujeres y niños, y entre ellos -WO varones de la sangre real de los godos, todos ceñidos de diademas. Al acercarse á Damasco, Muza tuvo noticia de que Al-walid estaba enfermo.»
El códice de que tomamos este pasaje, pertenece i nuestro compañero don Pascual fiayangos, á cuya fineza debemos su conocimiento ; lleva por título: Lils^t ,L-.5^' ^ Li_;:=3^l ^L:==i y se- gún todos sus caracteres, pertenece al siglo XIII. De reparar es que hace á .\bde-l-Aziz, hermano de Muza; f íj-M -V~t sli.! en vez de decir: Pj»-M -5-^ í-j', su hijo, como le llaman todos los his- toriadores árabes y cristianos; pero este error es indiferente para el hecho que aquí esclarecemos.
MEMOnlAS DE LA BEAL ACADEMIA DE SAN KEnNANDO. Sj
No nos empeñaremos aquí en la cuestión suscilada sobre el uso de las expre- sadas coronas, ni tampoco nos detendremos á investigar el origen de la antiquísima costumbre que representan. Lícito será, no obstante, dejar apuntado respecto de su consagración, que si fué Constantino el primer emperador i-omano (|ue ofrendó coronas ante los altares cristianos, no puede en modo alguno atribuírsele el origen de esta práctica religiosa, cuando la hallamos ya establecida en los pueblos orientales, donde según después demostraremos, fué grande la importancia que en vario concepto al- canzó aquella rica presea. La prueba más auténtica que pudiéramos ambicionar en confirmación del expresado aserto, nos la ofrecen las Santas Escrituras: «Dueño Antioco de la ciudad de Jerusalem (se escribe en el sagrado texto), entró en el san- tuario con soberbia, y se apoderó del altar de oro y del candelabro de la luz v de todos los vasos y de la mesa de la proposición y de los libatorios y de las (ialas y de los morlerillos de oro (morlariola áurea) y del velo y de las coronas y del or- namento do oro, que existia ante el tabernáculo (in facie templi)» K I'arece pues evidente que en el templo del Dios Único se consagraban, cual digna ofrenda, co- ronas de oro así como en los de las naciones idólatras de Oriente se exornaban con ellas las cabezas de las falsas deidades, siendo este el mayor tributo de veneración que podían rendirles los reyes. «Coronas de oro (clamaba el inspirado Baruc, al condenar la idolatría de los babilonios) tienen en verdad sobre sus cabezas los ídolos de ellos *. — «Tomó David (se dice en el Paral iponienon, al narrar la destruc- ción de Rabbáli) la corona (¡ue tenia Melchon [su Dios] sobre la cabeza v halló en ella el ])eso de un talento de oro y preciosísimas piedras é hizo jiara sí de ella una corona» ^ Y que esta costumbre se propaga en la antigüedad á los pueblos de Europa, indícanlo respecto de la Grecia sus historiadores y persuádelo respecto de Roma la habitual consagración de los más preciosos objetos que exornaban los triun- fos de cónsules y pretores, brillando sobre todo otro ornamento las coronas de oro K Ni es indiferente el ejemplo que legó á la posteridad el glorioso vencedor de
' Lib. I de los Macabeos, cap. I. I>os expositores dicen terminantemente, al llegar á este punto- «Coronas, Heiíum donan.
* «Coronas certe áureas habent super capita sua dii illoruní" (cap. VI).
3 «Tulit autem David coronam Melchon de capite eius et invenit in ca auri pondo talentum ct pretiosissimas geramas fecilque sibi inde diademai) (cap. XX, v. 2). lieliriéndose á este pasaje, escri- bia el docto Calmet: «iírat [corona] gravis pondere talenti, i. e. 173 marchoruní, (i uiiciarum, ;í grossorum et semis, 22 granorum et 2/7» (Dictionarium historinim Sacrae Scripliirae, tom. I, voz Corona). Puede consultarse también el cap. XX del lib. II de Samuel, vers. 30, donde hallamos casi las mismas palabras del l'araU¡iumen<in.
'' l^ara que pueda comprenderse el valor de estas indicaciones, será bien recordar a(jui que relirién- donos sólo á la península ibérica, hallamos en los historiadores romanos abundantes ejemplos de esta costumbre: el procónsul Lucio .Manilo que obtuvo la ovación á mediados del siglo VI de liorna (5t)7), llevó por ejemplo ((coronas áureas quinquaginta duas»; .Marco t'.alpurnio, que triunfó de celtiberos y lusitanos ¡(coronas áureas tulit LXXXIII»; el pretor Terencio, que lograba el triunfo en 673, llevó «duas coronas áureas, pondere LXVI' iTito I.ivio, libs. XXXIX y XI, y asi otros. Del modo cómo eran
86 MEMORIAS DE L\ nEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Fompeyo, cuando dueño de los destinos de Roma, consagró en aras de Júpiter Ca- pitolino !a regia corona de oro que puso en sus sienes, con adulatoria lealtad, su amigo Marco Antonio '.
Convencen todos estos hechos, con otros que adelante alegamos para distinta j)robanza, íle que debe buscarse el origen de la piadosa costumiire de ofrendar co- ronas de oro enriquecidas de piedras preciosas, más allá de Constantino, cabiendo sólo á este (imperador la gloria de haberla introducido en la Iglesia á imitación de lo que en el templo de Jerusalem se verificaba, como le corresponde la más alta y duradera de haber dado la paz al mundo cristiano. Con larga mano doló no ol)s- tanle el vencedor de Maxencio las basílicas de Uoma y de Bizancio, contándose entre las más vistosas preseas soberbias coronas de oro, exoi'nadas de piedras preciosas; ostentación de que hizo también alarde al ennoblecer con el signo de la cruz su im- perial bandera ". Imitáronle otros muchos emperadores, según notó ya el erudito Lasteyrie, y generalizada aquella práctica no esquivaron los bárbaros su ejercicio. Convertido al cristianismo en cumplimiento del voto (jue le daba el triunfo de Tol- biac [496], enviaba algún tiemi)o desjmes Clodoveo, rey de los francos, por con- sejo de San Remigio que le habia ministrado las aguas del bautismo, magnílica co- rona de oro y piedras preciosas á la augusta basílica de San Pedro ^: al terminar el siglo VI consagralia Agilulfo duque de Turín ante el altar de San Juan Bautista en la iglesia de Monza, aldea cercana á Milán, suntuosa corona, que excedía en riqueza á la más celebrada de hierro que, según la común opinión de los histo- riadores, puso en sus sienes Theodolinda su esposa \ al elevarle al trono de
ostentadas estas coronas nos ila ra/.on Plinio, oliservando que el trinnlador llevaba nna á la espalda (corona ex auro... sustineretnr á tergo), mientras sns siervos conduelan las restantes. «Sic, (añade) trumpbavit de lugurtha C. Marius (lib. XXXIII, cap. IV).
1 Véase la nota 2 de la p. 3,'lntrodutcion.
*- Porque es muy conveniente para apreciar la extraordinaria y casi fabulosa opulencia que des- plegan los emperadores de Bizancio, berederos de la púrpura de Constantino, parécenos bien trasla- dar las palabras con que el diligente Casiodoro nos da á conocer la trasformacion del Lábaro, «.\dmi- «ratus Imperator propbetias de Cbristo ita promissas, iussit vicos eruditos ex auro et lapidibus prc- »tiosis in vexillum Crucis transformare signum quod Labariim vocabatur» [Hist. eccles. tripart., lib. 1, cap. V). Este ejemplo tuvo respecto de la exornación de la cruz muclios imitadores, y no es impertinente á las investigaciones que ensayamos.
^ Clodovicus, rex gloriosus (escribe Hincmaro) coronam aurcam cum gemmis... Beato Petro, Sancto Piemigio suggerente, direxit {In Vita Sancl i Remigü). líodem tempere venit Regmim cum gemmis pretiosis a rege francorum Clodoveo cbristiano donum Beato Petro Apostólo (Atanasio, íh Hormisda). Nótese que Ilormisdas fué Pontífice de 51i- á 523, y que muerto Clodoveo en 511, no pudo enviar á Roma la expresada corona sino en el pontificado de Simaco, dado que bubiesen tras- currido dos años desde la batalla de Tolbiac (498 á 514). Cuando el rey franco alcanzó esta victoria, ocupaba la seile .ipostólira .Vnastasio II.
í .luzgamos oportuno advertir para aquellos lectores que no logren exactas noticias de lo mucho que se ha escrito sobre la (]nrnm de hierro, que debe este nombre á la circunstancia de tener inte- riormente un cerco de dicho metal, siendo toda de oro, exornada de jiiedras preciosas. Dividido el aro de que se compone, en siete compartimientos verticales, ostenta diez y ocho piedras preciosas y setenta y dos perlas, y tiene 0,1(31 de diámetro y 0,0(31 de alto; exigua dimensión que ha hecho
MEMOniAS DE I.A REVI, AC\DEMIA DE SAN FEIINANDO. 87
los reyes longobardos j oSlJ; y por el mismo tiempo ofieiidaba líccaredo [ oSG á (iOl] ante el sepulcro del mcírtir San Félix., regia corona de oro, que proíanada por el traidor Paulo para coronarse en Narbona rey de los visigodos, era restituida á su primer destino tras el vencimiento y castigo del tirano '.
A todas las monaniuias, cuyos tronos se levantan en el Occidente sobre las ruinas del Imperio romano, se propaga pues aquella veneranda práctica religiosa que ai'raiga en nuestro suelo desde el instante en que, ostentadas por Leovigildo las insignias ex- teriores de la potestad real, abraza Recaretlo la fé de los Fulgencios y Leandros. Del primer rey católico de los visigodos se comunica á los magnates y prelados, como se comunica y cunde aquel anhelo de grandeza qute lleva al principe á lomai' ])ara si el antiguo nombre de los Césares, anteponiendo al visigodo el latino de Flavio. Razou cumplida de aquella magnificencia han oido ya nuestros lectores de boca de los historiadores árabes: ellos nos aseguran también que en la Basílica primada de las Españas habían consagrado los sucesores de Recaredo crecido número de coro- nas ^; no escatimando esta honra á otras basílicas metropolitanas, como sucede en
sospechar si lejos de liaber servido para la coronación de Agiluli'o, fué labrada en 00') para la di^ Al- dovaldo, su hijo, que contaba once años, cuando fué asociado al trono. Esta corona existe aun, si bien contradicha su autenticidad, en poder de los emperadores de Alemania. En cuanto á la que Ai^ilulfo ofrendó en la basílica de San Juan Bautista, es doloroso advertir que ha sufrido suerte muy parecida á la de algunas que pertenecieron al Tesnm de Guarrazar. Arrebatada, como la de hierro, de la Iglesia de Monza, fué en 1797 enviada á l'aris y depositada en el Gabinete numismático de la Uiblioteca Imperial: robado en 1804 el Gabinete, desapareció la corona de Agilulfo, pereciendo en el crisol como otros preciosos objetos; y ninguna idea se conservarla de su riqueza, ni de su forma, ¡lunto aun más interesante, si no nos hubiera trasmitido su diseño Mr. Cristóbal Teófdo Murr en una üiserlaciun escrita sobre la de hierro, al coronarse con ella Napoleón I. Merced á este dibujo, una y otra vez re- producido, sabemos que la decoración de la corona de Agilulfo se componía de doce nichos ú hornaci- nas, formados por columnas funiculares y cuyo cerramiento se realizaba por medio de ramos de laurel que partiendo de los capiteles, se tocaban ligeramente en el centro. Encerraban estos nichos ángeles y apóstoles, corriendo sobre los arcos una hilada de piedras preciosas y á los extremos del aro un gracioso contarlo de perlas: sobre el de la parte inferior se leia:
^ Aiai.ii.F, citAT. Di. yik. tn.ini. \\\:\. totils. Ital.
()FFHlli:r. Scd. llIHANNl. HaFTISTK. IX ECLA. MODICIA.
Del centro de la corona pciudia una cruz, enri(|uecida ile piedras preciosas, y de sus brazos y pié siete clamasterios. El tesoro de .Monza lia podiilo salvar la corona de Tbeodolinda.
1 El obispo de Toledo San .Julián, testigo de vista de estos memorables sucesos escribe, narrada la derrota de l'aulo: «Tune omnimoda desperatione permotus, regalía indumrnta, i]uae tyrannidis ambilione potiiis ([uam ordiue praeunte perceperat, tabefactus deposuit» (n." :20). Ponderada des- pués la clemencia y piedad de Waniba, añade: «Amore divino ]u'ovoralus... ut res sacratae lie» fa- cilius possent secerni et cultibiis divinis restituí, .. factnni est nt vasa argéntea quamplnrínia de thesauris dominícis rapta et conmain illam aiircnm, ([uaui divae niemoriae Keccaredus Princeps ad Corpus beatissinii Felicis obtulerat, i[uam idem Paulos insano capiti siui im)ioncre ausus est, tota haec in unum collecta studiosius ordinaret secernere et devotissime prout cuique competebat Eci-le- siae intenderet reformare» [Hi.ttoria de ñchcl'wnc Pauli, n.° ¡26).
- Nos referimos al pasaje de Al-Kazraji , citado por Mr. de Lasteyrie, p. Hi de su trabajo sobre el Tesoro de. (iuarra-jir. Del texto de este historiador que florece en el siglo Xli, resulta ipie al apdde-
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la lie Morilla. Eiiuineranilo aquellos narradores las deslunihratloras preseas, liallailas por Muza en esta antigua y rica iglesia, comparan la corona que apresó ante el altar ile Santa María á la famosísima Mesa de Salomón, asegurando que como aque- lla procedía de los tesoros que cupieron en suerte al Señor de Andálus, cuando siguiendo las banderas de Nabucodonosor, concurrió á la conquista de Jerusalem; extraña manera de hipérbole con que procuraron ponderar la extraordinaria riqueza de tan singular diadema ^
Ni se extinguía en nuestra España con la caída del imperio visigodo esta pia- dosa costumbre, en que se habían extremado reyes, prelados y magnates: antes bien propagada á la monarquía asturiana, como se propagan artes y letras, la ve- mos llegar hasta los siglos XII y XIII, generalizada entre todas las clases, á quie- nes era dado significar con semejantes ofrendas su devoción especial á los santos. .\1 fundar Alfonso III el monasterio de San Adrián y Santa Natalia, orillas del Tru- bia (ín Tuníone), dotábalo «ampliamente en 891 de todo género de preseas, entre las cuales ofrecía también cuatro coronas de oro y tres de piala -: siguiendo el ejem- plo de sus mayores enriquecía en 902 Ordoño II el ya celebrado monasterio de Sa- nios con nuevos ornamentos, consagrando ante sus altares cruces, cajas y otros ob- jetos preciosos y con ellos tres coronas de plata '': el conde Osorío Gutiérrez, al fundar en Villanueva de Lorenzana el monasterio de San Salvador, ofrendaba así
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rarse los mahometanos de Toledo existían, como objetos consagrados en la basílica real, hasta vein- ticinco coronas. La afirmación pudiera tenerse por exagerada, ignorándose lo que era el Tesoro des- ciiiiicrto en Guadanuir: hov nos parece muy verosímil, si bien no asintamos á la distribución que hace Al-Iíazragi de las coronas, cuando nos consta por repetidos documentos que un solo monarca consagró tres, cuatro ó ra'is coronas ante un altar determinado.
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Que puesto en castellano, dice :
«Y refiere cierto cronista que las cosas peregrinas que se apresaron en el despojo del .\ndálus en los dias de su conquista como la mesa de Salomón (sobre él la salud) que cogió Thariq Ebn Zeyad en la iglesia de Toledo, y la diadema de perlas que apresó Muza Ebn Nosair en la iglesia de Mérida, y las otras preseas y tesoros, procedían de lo que tocó al señor del .\ndálus en el botín de la Casa .Santa (Jerusalem), cuando se halló en su conquista con Nabucodonosor.»
(Ahnacmrv edición de Leiden, I. 87).
- Las ¡lalabras del rey son : aOfferimus ad dictum locum sanctum candelabrura ex auricalco unum, cálices argénteos cura patenas, duas lucernas; duas cruces, uñara argenteam et aliara crucera aereara; incensario uno; coronas áureas qiialor, argénteas tres, etc.» [España Sagrada, t. XXXVII apénd. XII, p. 339).
•' «Offero et dono sacro et sancto altari Eglesieque vestre in ípso raonasterio "de Saraos, et ut ilixi, confero ibidem sacris sanctis altaribus suis., cruce argéntea, cajisa argéntea, tres coronas argen-
(«j En olro cúJice ^e lee '*-—'■' que signirici collar: también pudiera en vei Je ^\^ leerse *-V " üiidema.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN l'EHNANDO. 89
mismo crecido número de joyas, figurando entre ellas tres coronas '. Y durante todo aquel tiempo hacian otro tanto en diferentes basílicas muy devotos prelados: el obispo Rudesindo en 8G7 consagraba por ejemplo en la de San Vicente Levita y San Juan lívangelista, situada en el lugar de Armerecio, dos coronas de plata '^: Sis- nando , obispo también, olVecia en í)2a para el ornamento y los oficios (minisleria) de la iglesia de San Salvador, en Siterio, copia admirable de alhajas, y entre ellas tres coronas, una de las cuales estaba dorada y aparecía ornada de piedras pre- ciosas •': el expresado obispo de Dumio, Rudesindo, ya en los postreros dias de su larga vida, donaba al monasterio de Cellanova toda su hacienda y para los altares de su iglesia cruces de oro fundido, ornadas de piedras preciosas, dípticos con re- lieves ó imágenes (imaginatos) y tres coronas de plata, una de las cuales apareciii entretejida de oro '; mediado ya el siglo XII, hacia |)or último al monasterio de San Salvador do Chantada, doña Ermesinda, nieta de los condes de Galicia, aná- logo presente, contando entre los objetos ofrendados una corona de plata que pe- saba cincuenta sueldos ''.
teas, cálices dúos argénteos, patenas liiias argénteas, candelabrum, turibulum et lucernam, aquania-, niles, signura, etc.» {Expafia Sagradü, t. XIV, apénd. II, p. 382).
' Etiam et ornamenta simili moilo Sanctae Ecclesiae offero.. capsas tres; cruces tres; cálices quatuor ctim patenas; coronas tres; turibules tres aeneos;.. vasa argéntea; copas tres deauratas, etc.« (Id., t. XVIIl, apénd. p. 331).
- "Offero eidem vestre Ecclesiae... crucem argenteam; coronas simiUler argénteas duas; ministe- ria argéntea par una; incensale argenteura unum, etc.» (Real Academia de la Historia, libro de Tumbo del monasterio de Sobrado, fól. 47).
* .lOfferimus in ornamenío sen ministerio Ecclesie tres cruces, unaní argenteam de solidis LxKxv deauratam, lapidibus pretiosis ornatam, alias puras; capsam Evangeliorum similiter argenteam solidos C deauratam, lapidibus pretiosis ornatam; calicem argenteum solidos L deauratum cum patena lapidibus pretiosis compositum, et alterum argenteum purum, et fres coronas argénteas, quibus unaní de XL solidis deauratam, lapidibus pretiosis ornatam, et duas solidis XL; candelabra tria enea fusilia; canicistales II ex ere: lucerna cum pede suo eneum fusile; turibulum argenteum cum offertura soli- dis XL; signos metalli quatuor, etc.» (Id., id., fól. 1, v. 2).
í «Offero monasterio... cruces argénteas duas, ex quibus unam fusilem, auro et gemmis orna- lam; candelabros argénteos II et tertio éneo; coronas argénteas III, ex quibus unam gemmis et aurn comtam; lucerna I; turibulum ex auro cum sua offertura; capsas argénteas et auralas II; diptagos argentaos imaginatos et deauratos, etc.» (Id., id.. Tumbo del monasterio de Celanova, fól. i v., y si- guientes).
•' «Capsa argéntea exaurata pesante solidis L; IIII diptagos pesantes solidos LX; corona argéntea pesante solidos L, etc.» (Cnm. Gen. de la Orden de San Benito, t. VI, Cent. VI, fól. 450). Pudiera acaso sospecharse que algunas de estas coronas fuesen lámpai-as, recordando i[ue se designaron también estas con dicho nombre (pág. 4); pero aunque no sea concluyente la circunstancia de no ex- presarse la condición principal de estas coronas -lámparas, de las cuales se dice casi siempre que se ostentaban con cirios ó luces (cum luminibus), tomando entonces el titulo de coronas de luz (Viollct- le- Duc, Uiclionaire raisone dii Mohilier, voz lampesier) , deben tenerse presentes dos notables consi- deraciones: i.' Que casi todas las coronas que citamos aquí, estaban enriquecidas de piedras precio- sas, fuesen de oro ó plata sobredorada : á.° Que demás de mencionarse en las donaciones la ofrenda de candelabros y lucernas, joyas todas de metales preciosos, se expresa el que se consagraban sacris sanctis altaribm. Ambas circunstancias contribuyen á atenuar por tanto la indicada sospecha, no de-
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90 MEMOBUS DE LA RE.VL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Con estas premisas históricas no será aventurado el afirmar que las coronas del Tesoro de Guarrazar representan y personifican, durante la monarquía visigoda, aquella piadosa costumbre que sólo pudo tener comienzo en Recaredo, primer rey católico que ostenta en el suelo de la Península insignias reales. Y no valdrá decir, como han escrito notal)les arqueólogos extranjeros, que pertenecieron todas las refe- ridas coronas á la familia de Receswinto \ así como tampoco juzgamos lícito des- conocer que pudieron ser algunas ornamento personal y aun signos de la potestad suprema consagrados ante los altares, mientras sólo deben las más ser consideradas cual simples ex voto. No puede recibirse lo primero, porque sobre no pasar de la esfera de aquellas suposiciones que no logran apoyo alguno en la historia y contra- dice el mero conocimiento de los hechos "^ está ya demostrado que en el Tesoro de Guarrazar se guardaban ofrendas de abades católicos, según nos dirá en breve la descripción de los objetos presentados á S. M. la Reina. No hay dificultad en asen- tir á lo segundo , porque demás de permitirlo el tamaño de las coronas que osten- tan los nombres de dos Reyes visigodos (Suinthila y Receswinto), no es repugnante el que estos príncipes consagraran á Dios los mismos signos de una autoridad que habían recibido de sus manos, al ser ungidos por las de los obispos; hipótesi que autoriza el conocimiento cierto y realmente histórico de igual consagración hecha por los reyes cristianos que heredan la religión, la piedad y las costumbres de los Recaredos y los Wambas. Notable parecerá sin duda á los lectores el ejemplo que al propósito nos ofrece en la segunda mitad del siglo XI el egregio monarca, á quien ganaban sus victorias contra los sari'acenos y su habitual munificencia para con sus naturales, título de Magno. Al trasladar á León el cuerpo de San Isidoro^ grande- mente reverenciado por los españoles, mandábalo Fernando I depositar en la Rasílica de San Juan Rautista; y en presencia de los obispos y de muchos varones religiosos que, llamados de diversas partes, habían concurrido á tal solemnidad, ofrendaba, con su mujer doña Sancha, ante los altares de San Juan y del Reato Isidoro, copio- so número de ornamentos, contándose entre ellos tres coronas de oro: ostentaba la primera seis alphas colgantes alrededor y tenía al parecer otras coronas pequeñas que pendían en el interior de la misma: era la segunda de oro, ornada de olovüreo, de-
jándonos duda alguna otros documentos que en breve expondremos, de que se prosiguieron ofren- dando aun las coronas que llevaban los rey«s en sus cabezas.
• «Ce sont á n'en pas douter cellos des fils et filies de Reccesvinthus, et rinscription que porto la croix attachée á Tune d ellos prouve qu'elles ont tout au moins été consacróes par les enfants du roi dhot» (Sommerard, Le Monde Ilhistré, 12 de Febrero de 1859).
2 La imposibilidad material de que las coronas depositadas en el Hotel Cluny pertenecieran á la l'arailia de Receswinto, ha sido ya reconocida por Mr. de Lasteyrie (Par. VIH, p. 48 de su Opúsculo). En efecto este rey no pudo asociar al trono, como Chindaswinto lo hizo con íl, al niño Theodore- do, único hijo varón que la historia le conoce, acaeciendo á su muerte la inusitada elección de Wamba: ni tuvo tampoco más que una hija, que fué madre de Ervigio , asi como el niño Teodo- rcdo lo fué de Rodrigo, último rey de aquella monarquía electiva. La familia de Receswinto queda pues excluida de la cuestión de las coronas de Guarrazar, no haciendo por cierto falta alguna para que tengan satisfactoria explicación aquellas ofrendas.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 91
coracion que después examinaremos; y la tercera (decia el rey) »es la diadema de oro de mi cabeza \ •> Si pues trescientos cincuenta y dos años después de la ruina de la monarquía visigoda [1063] hallamos ¡¡radicada la costumbre de quitarse los reyes las coronas de su cabeza para consagrarlas en los altares de los santos /quó mucho que nos atrevamos á tener por verosímil el que hicieran otro tanto los mo- narcas visigodos , cuando la indicada costumbre estaba en su mayor auge y prepon- derancia?....
Ni se nos replique con el argumento de las anillas, á que se atan las cadenas de que penden las expresadas coronas, ni se repita el de los clamasterios (pendelo- ques), en que se hallan interpuestos, como después veremos, los caracteres (¡ue for- man los nombres de Suinthila y de Receswinto. Contra la primera objeción, debemos reponer que no siempre se formaron las coronas regias del simple aro , sino que .uniéndose al mismo, se alzaban hasta cerrarlas en el centro ciertas piezas de oro enriquecidas de piedras preciosas que recibían una cruz en la cúspide, en cuyo caso tomaban el título de epimoclystos (i-av(.iy.A£i?r:c), que determinaba toda corona cerrada por la parte superior -. Y que no carece de autoridad ni de ejemplo esta ob- servación lo persuade fácilmente no sólo el hallar reproducida en las monedas del ca- tólico Chindaswinto, ya asociado al imperio su hijo, la indicada corona (Lám. VI, n." 16), sino el reconocer en las del siglo XII, y especialmente en las de Sancho III, la existencia de las referidas anillas (Lám. VI, n." 17j. Respecto de la segunda
' El rey don Fernaiulo el Magno decia, en uno con su muger doña Sancha , después de consig- nar que habían trasladado desde Sevilla á León el cuerpo glorioso de San Isidoro : ((Offerimus igitur in praesentia Episcoporum, nec non et multorum virorura religiosorum qui de diversis partibus ad- vocati, ad honorem tantae soleranitatis devote vcnerunt, cidem Sancto loanni Baptistau el Beato Isi- doro ornamenta altarium, id est: frontale ex auro puro opere digno cum lapidibus smaragdis, safiris, et omne genero pretiosis et olovitreis; alios similiter tres frontales argénteos, singulis altaribus; co- 7-onas tres áureas, una ex his cum sex alphas in giro, et coronas de (hay laguna) intus in ea pendentes; alia est de (laguna) cum olovitreo, áurea; et tertia vero diadema est capitis mei aureum; et arcelli- nam de crystallo auro coopertam; et crucem auream cum lapidibus coopcrtam olovitreo, et alianí eburneam in sirailitudinera nostri Rederaptoris crucilixi; turibules dúos áureos, cum oflertura áurea; et alium turibulum argenteum magno pondere conflatum ; et calicem el patenara ex auro, cum olovi- treo; stalas áureas cum amoxere argénteo et opéralas ex auro... et capsam eburneam operatam cum auro, et alias duas ebúrneas argento labóralas; in alia ex eis sedenl intus tres aliae capselae in eodem opere factae; (laguna) scultiles ebúrneos, frontales tres auro fusos, velum de templo etc. (Yepes, Croii. de la Orden de San Benito, t. VI, Apénd., fól. 461 v.) Aunque suprimimos la extensa nota de los paños preciosos que el Rey de Castilla con.sagraba también en la basílica leonesa, conviene llamar la atención de los lectores sobre este cúmulo inmenso de riqueza que tributaba en los altares de aquellos santos; y cuando se repare en que Fernando 1 no podía tener comparación alguna ni en poderío, ni en magníücencia con los monarcas visigodos, dueños ya de toda España y de parte no despreciablí^ de Francia, y émulos de los Emperadores de Oriente, no habrá dificultad alguna en comprender por una parte el maravilloso fausto de aquella monarquía, y cuan natural era por otra el piadoso en- tusiasmo con que colmaban de joyas de inestimable precio los altares de los santos, venidos recien- temente aquellos i)r¡ncipes al gremio de la Iglesia Católica. Adelante recordaremos este notabilísimo documento.
2 Spanoclystics corona desuper clausa (Ducange , voz citada). Spanoclystum ex auro purissimo cum cruce in medio, pendens super ipsum altare etc. [Anastasio, In Leonc III, pág. 146).
1)2 MEMORIAS DE L\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
objeción que pudiera formularse , hablaremos después al reconocer el origen histórico de los clamaslerios y su significación artística en las coronas.
De cualquier modo, bien será desde luego advertir que así las custodiadas en el Museo de las Termas, como las adquiridas ha poco por S. M. , ofrecen el más vivo interés artístico-arqueológico, contribuyendo con su examen á robustecer, ya que no a poner fuera de toda controversia", las observaciones críticas que hasta ahora de- jamos expuestas respecto de las bellas artes y de las artes secundarias del diseño durante los tiempos visigodos. Empecemos pues el mencionado examen y estudio por las coronas conservadas en el Hotel Cluny, fundamento al parecer de la teoría que Mr. de Lasteyrie sostiene.
I. Merecen, en nuestro concepto, toda preferencia entre las nueve que por des- gracia han salvado los Pirineos, las cinco, formadas de otros tantos aros ó cercos de oro, cuyos no dudosos caracteres revelan tanto la época en que fueron labradas como (il arte y el pueblo que las producen. Llama ante todo la atención la que lleva el nombre de reocesvinthvs, inscripción que aparece pendiente del grueso cerco que la forma y que sólo pudo completarse á fuerza de diligencia, y no sin el auxilio de i'espetables arqueólogos franceses '. Compónese de dos semicírculos que constituyen un aro de oro, cuyo diámetro llega á i),'l'¿, presentando el ancho de 0,10 y so- bre un dedo de espesor, bien que no sea macizo, como paieció á sus primeros ilustradores ": limitada á uno y otro lado por una orla, formada de círculos y por- ciones de círculo que se intersecan, descuide desde luego absoluta semejanza con los frisos ya descritos de Toledo (Lám. III, números 1, 3, 4 y 6), y con las orlas de mosaicos de Itálica, Lugo y las Baleares que incluimos en nuestra lámina II (números 2, 10 y 11), produciendo, como ellos, una serie de (lores cuadri-
' Tenemos á la vista notables documentos originales , en que consta que dividida en dos frag- mentos semicirculares esta corona, sólo pendían cuatro letras del uno y cinco del otro, cuando lle- garon á poder del platero que las sacó de España. I-lste decia en una mu\ importante carta sobre el particular: «Por las últimas letras he dado cuanto se les ha antojado (á los descubridores ó vende- dores): hay una pequeña cruz que da principio á la inscripción por la cual querían un aderezo.» Guando el platero presentó la corona á Mr. Adrien de Longpérier, conservador del antiguo on el Mu- seo del Louvre, no sólo no sospechaba su alto interés histórico, sino que no habia imaginado el que pudiese contener aquel nombre : toda su habilidad no habia pasado de colocarlas en esta forma:
t RRCCEEFEVINSTVSETORHFEX.
ó
liOugpérier nos decia al propósito en carta de "22 de Marzo de 1859 : «Trente personnes au moins ont vu ici les couronnes avant que l'inscription ne fut arrangée. C'est moi qui suis le coupable de ce baptéme. En examinant les caracteres mobiles, j'ai cru qu'ils doivent formerle nom de fíeaesvinllius el en plus les mots R'x offeret; mais en fin ont peut contester cette lecture.»
- En la indicada carta del platero se niega rotundamente lo asegurado por Sommeranl en el Monde illustré de 12 de Febrero de 1859 (pág. 106): «La circunferencia (dice) tenia un dedo de grueso; pero no macizo sino hueco, puesto que uno de los semicírculos (los dos fragmentos citados) estaba aplastado por la pisada de un caballo.» Lo mismo reconoce Mr. de Lasteyrie en cuanto al aro de que se compone la corona: después añadiremos alguna observación, con el examen de la do Snintliila.
MF.MOniAS DE LA l\EAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 93
folias, tangentes en los extremos, cuyos folículos destacan sobre un fondo verdoso por medio de cierta materia brillante, que Mr. de Lasleyrie no vacila en calificar de vidrio rojo \ Ocupa la parte central triple hilera de uniones y piedras pieciosas de extraordinarios y diversos tamaños, entre las cuales brillan zaliros orientales, cornerinas y algunas plasmas, tenidas á la sazón en gran precio, como nos enseña San Isidoro, y hoy ya desestimadas ■. Llenan los intervalos, sirviendo de fondo común, y agrupándose á las perlas en forma de aspa, notables palmetas cuyas hojas debieron dibujarse por el indicado esmalte rojo, completando la rica decoración de tan peregrina corona. Suspéndeida cuatro cadenas de oro, compuestas de cinco es- labones, cada uno de los cuales forma una hoja de peral, circuida por menudo con-
i Este es verdaderamente el caballo de batalla del docto miembro de la Sociedad Imperial de An- ticuarios de Francia: adelante veremos hasta qué punto es acertada su calificación y si es ó no bastan- te este sencillo accidente industrial á servir de base á una teoría que aspira á fijar la ley de vida de un arte como el latino-bizantino ó visigodo. En cuanto á la forma decorativa de las orlas, conviene ad- vertir que Mr. de Lasteyrie juzga resuelta á favor de su teoría la cuestión artística, por haber des- cubierto cierta analogía entre aquella decoración y la de una magnífica caja ó libro de Evaiigelius del Tesoro de Monza. Pero ¿sabe Mr. de Lasteyrie de dónde provenia esta donación? ¿Desconoce acaso, dado que lo sea de los reyes longobardos, la influencia que sobre estos ejerce el elemento latino y aun el bizantino? .\o podemos suponer en tan docto anticuario este voluntario olvido; y cuando sabemos que Theodolinda y Agilulfo, así como Aldovaldo, tuvieron activa comunicación con los reyes visigodos, y consta por las cartas que Sisebuto dirige á madre é hijo, á quienes manifestaba «afectionem fraternam,» que era Theodolinda «omne veneratione coUendam , doctricem fidei firmissimam , operibus claram, huniilitate sinceram, oratione compunctam, almis studiis deditam, vinculo charitatis adslrictaní, con- silio providam, misericordiis opuleutam, honéstate praecipuam, virtutibus cunctis onustam , iuavem cloquio, acrem indicio, dapsilem dono, iustaní indicio, dementem in verbo , amicissimam in Christo, amicam gregi c.atholico» [Expaña Sagrada, t. VI, p. 3i3), no parecerá aventurado el reconocer que esa analogía decorativa, lejos de llevar la corona de Receswinto á la Germania, trae el libro de Evamielius de Monza á las regiones occidentales. Si se probara en efecto que se remonta á la época de Theodo- linda ó de Aldovaldo ¿quién podria asegurar que no fué un presente de Sisebuto...? Cuando este ilus- trado príncipe, cultivador de las letras latinas, escribe una y otra vez á Theodolinda para fortificarla en la fe católica y á su hijo para apartarle de la herejía, ¿qué pudiera tener de e.vtraño el que con este propósito enviara á una ú otro los Santos Evangelios, fuente de aquella doctrina...? Mediando estas conocidas relaciones, y siendo por otra parte tantos los ejemplos que de esta misma ilecoracion nos ofrecen los fragmentos arquitectónicos de Toledo y la hallamos idéntica en los mosaicos roma- nos, y muy semejante en las basílicas de Asturias (Lám. VI, n." 4), no tenemos el hecho por invero- símil. Recordamos sin embargo que desde los tiempos de Theodorico se refleja en el suelo de Italia la iniluencia bizantina, como abriga aquel principe el anhelo de seguir las huellas de los emperado- res de Constantinopla: la famosísima Basílica de Sa7i Apuliuar en Rávena, sacada de cimientos por Theodorico y exornada en tiempos posteriores (.570 á 580,, ofrece la más" concluyente prueba de esia verdad con su disposición, sus ornatos arquitectónicos y sus mosaicos, citados en verdad por el mismo Lasteyrie (Par. VI}, quien parece luego olvidarlos (Par. XI).
- Debe notarse aquí para desvanecer todo error sobre la voz plasma, que expresó esta siempre la condición de la misma cosa que denotaba. «Plasma (dicen los más sabios filólogos) est figmentum, sive commentum ¿--j -ú -li.n-:-uj, quod est fingere sive simulare (Calep. Dictinn. Eplal.) De advertir es que los pueblos orientales habían ya establecido en la más remota antigüedad esta diferencia de la plasma á la (¡emma, piedra preciosa: asi dijeron los hebreos ni': [nistsúh), ms [perájjy, y mp> pN [ehben yikrújjj) k las geminas, ya cu sentido directo, ya traslaticio, mientras señalaron sólo con el de liv (tjetseri á la piedra falsa ó que imitaba las finas.
94 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
lario de perlas de oro afiligranadas y ornada en el interior de flores quinquefolias, recortadas por sus contornos, que revelan vivamente el gusto bizantino (Lám. V, n." 2). Átanse estas cadenas en un florón asimismo de oro, trazado por dos azucenas colocadas en sentido inverso y caen de las ])untas de sus hojas airosos clamasterios ó péndulos en dos diversos grupos, coronándole un capitel de cristal de roca gran- demente característico, pues que aparece decorado de hojas subientes sin picar, en las cuales se ven inscritas las ya mencionadas palmetas (Lám. V, n.° 7). Un remate esférico del mismo cristal termina toda la obra y sostiene el perno ó tallo de oro que enlaza estas partes y sirve al par de gancho para colgar la corona. Despréndense del borde inferior de esta veinticuatro cadenillas de oro, terminadas en otros tantos péndulos de zafiros piriformes, adheridos á un chatón cuadrado que encierra trozos (le vidrio de varios colores: ocupan la parle media la cruz y las veintitrés letras (¡ue componen la inscripción votiva, en el orden siguiente:
t RECCESVINTHVS REX OFFERET-
Pendiente del florón, por medio de una larga cadena, aparece otra cruz que se supone haber ocupado el centro de la corona (inlus pendens), llamando no poco la atención su riqueza, por apartarse mucho de la que ostentan las restantes, confor- me luego advertiremos. Muestra el anverso seis grandes zafiros en el centro y ocho hermosas perlas (uniones) á las extremidades, cayendo de brazos y pié tres gruesos clamasterios que aumentan notablemente su magnificencia. Corresponden en el reverso á los zafiros seis bellos rosetones calados, de sumo interés para el estudio que vamos haciendo, por hermanarse sobremanera con los ya estudiados en los fragmentos de To- ledo (Láms. 111, n. 5 y 9, Lám. V, n.° 6 j; y no lo es menos la circunstancia de os- tentar aun claros vestigios de haber servido de fíbula, indicio de que hubo de ser or- namento personal de quien la ofrendaba '.
Es el conjunto y general aspecto de esta corona verdaderamente deslumbrador y original por extremo. Enriquecida pródigamente de grandes piedras preciosas, tales como las produjo la naturaleza, lo cual contribuye también á darle extraordinaria no- vedad, manifiesta en su conjunto y en su ejecución, que logró el artista revelarnos en ella por una parte el fausto excesivo de los reyes visigodos y trasmitirnos por otra con toda integridad y energía el estado de aquel arte imitador y decadente, que
' Ni Mr. Lasteyrie ni los demás arqueólogos han sospechado de la autenticidad de esta cruz res- pecto de la corona de Receswinto. Tampoco dudamos nosotros de que pertenece realmente al Tesoro rfe Giíojrazar; pero habiendo averiguado en nuestras primeras investigaciones, y confirmándose por las últimamente verificadas de que hablaremos luego , que estuvo ya en el platillo de cierto platero toledano, de donde la sacaron los vendedores de las coronas, no reputamos prudente (y menos acer- tado) el adjudicarla á Receswinto. La circunstancia de haber servido de fibula, asi como su desacos- tumbrada riqueza, inducen á creer que fué regia presea; pero ¿de qué monarca, cuando consta ya po- sitivamente que no fué Receswinto el único rey visigodo, de quien se guardaban en Guarrazar sun- tuosas ofrendas...? En este linage de asuntos nos parece siempre muy poca toda circunspección, por lo cual no hemos querido dejar de exponer la duda expresada.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 95
había refrescado sus tradiciones, cobrando nueva vitalidad con el comercio de Bi- zancio. De advertir es, y muy interesante en varios conceptos, que algunas de las piedras ofrecen grabados en hueco y se vé en una de ellas cierta ave que por no hallarse integra, no ha podido ser clasificada '.
II. Menos fastuosa y mucho más sencilla, si bien no menos digna de estudio, es la corona que sigue en tamaño á esta de Receswinlo, adjudicada por arqueólogos ex- tranjeros á la esposa de aquel rey, sin entero conocimiento de causa. Decírnoslo, porque según auténtica declaración del primer poseedor, no es la cruz que ahora pende de ella la que ostentaba al descubrirse, exornándola en cambio la que lleva el nombre de Sonnica, que tanto ha mortificado á los eruditos. Compruébase esta observación al simple examen de unas y otras cruces , apareciendo la colgada equi- vocadamente en la corona de que tratamos, casi del todo igual á la que decora una de las de enrejado que después describimos , mientras se conforma y hermana con el carácter especial del monumento la que muestra la inscripción votiva ya indicada. De aquí se deduce claramente ([ue lejos de «no haber duda en que perteneciera á la esposa de Rcceswinto» ", hay completa evidencia en que no pudo ser esta corona propiedad de aquella reina, pues que fué ofrendada á Santa María por un Soxnic.\. Quién fuera este personaje no es tan fácil determinarlo, como ha ])arecido á les pri- meros ¡lustradores del Tesoro de Guarrazar^: para nosotros, aunque sólo alenda- mos ahora al interés artístico de dichos objetos, no es la terminación del nombre clara señal de que fuera una rica hembra visigoda; y tenidas en cuenta las ya ci- tadas palabras del sabio autor de las Etimologías respecto del uso de coronas y dia- demas propiamente dichas, no sería del todo impertinente el considerar, si esta co- rona tuvo uso personal como se ha indicado, que no era natural el (¡ue una matrona ofrendara á Santa María objetos indumentarios, extraños á su sexo. Sonnic.\ pudo ser y fué sin duda un magnate visigodo, pues que este nombre no es de raza latina; y sobre abundar en reyes, obispos, magnates y otros personajes históricos de la edad visigoda los nombres de la misma terminación y estructura, ya en el VIH." Concilio Toledano, celebrado durante el reinado de Receswinlo, hallamos repetidamente el nombre de Sonna, que llevaban un procer y un obispo, ambos de igual linaje \
• Mr. Peigné-Delucourt dice al propósito: «Quelques pierres s'etaint écliappéesdc leurs chatons; elles ont été replacées. L'une d'elles porte gravee en creux un oiseau, dont Tempreinte, qui en a été obtenue, ne laisse voir que le corps et les cuisses. Est-ce un paon , une autruche ou une pinta- de...? Parmi les pierres restées enchaussés, sans doute il en est d'autres qni presententdessnjets in- téresants graves, v etc. {Recherches sur la Dataille d'Atila, etc., p. 11). Antes de que fuesen conoci- dos los objetos presentados á S. M. con la cerona de Suintbila, podian parecer sospecbosos en la de Re- cesvvinto estos sellos ó grabados: boy admitirán sin repugnancia su existencia nuestros lectores, unien- do estas indicaciones con las que ya dejamos hecbas sobre la Cruz ik los Angeles de Oviedo. En su lugar volveremos á tocar este punto.
2 Sommerard, Monde Illustré, 12 de Febrero, 1859, pág. 106, columna 2.°
^ Id., id.
4 Primero Mr. Lavoix (lllustralion, t. XXXIII, p. 128) y después Mr. de Lasleyrie [Description du Trésor, Párr. VIII, p. lOj se apartaron de esta aventurada suposición de Mr. Sommerard; pero sin fijarse en que la cruz babia sido colocada en una corona i[ue no guardaba con ella tan estrecba ana-
96 MEMOniAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Mas sea de eslo lo que fuere, cúmplenos advertir que la expresada corona que tiene el diámetro de 0,1G8, contando el aro que la forma 0,8 de altura, si no tan magnífica como la anterior, ofrece la misma idea del arte que la produce, aun des- pojada de los ornatos que brillan en la primera. Compónese de dos semicírculos, unidos por visagras; y órnaiila cincuenta y cuatro piedras preciosas, notables por su tamaño y sus quilates, dispuestas en tres liileras de chatones que llenan todo el cerco, sobresaliendo entre todas grandes zafiros y perlas balaxes que le prestan ex- traordinaria magnificencia '. A uno y otro extremo del cerco se ven de cuando en cuando golpes de cuatro cuentas de oro, que no guardan correspondencia con los expresados chatones, y en los intermedios j)equeñas anillas, las cuales en opi- nión fundada ile algún anticuario pudieron servir para sujetar el forro que guarnecía en lo antiguo la parle interior del cerco ■. Cuelgan del borde inferior diez clamas- terios compuestos de gruesos y hermosos zafiros orientales, tenidos á la sazón en alto precio; y vése la corona suspendida por cuatro sencillas cadenas que se ad- hieren á un fioron, no poco semejante al ya descrito, si bien carece del chapitel v tiene en vez de remate esférico y del gancho de oro una anilla del mismo metal, que hacía el propio oficio. Del centro del llorón parte una larga cadena de eslabo- nes cuadrangulares, á la cual se ataba la cruz ya indicada: tiene esta de la cabe- za al pié 0,13 aproximándose á los 0,H de punta á punta de los brazos, y apa- rece licamente sembrada de piedras preciosas y pastas de colores en el anverso, mostrando en el reverso esta inscripción :
IN DÍ
NOM
INE
OFFERET SONNICA
SCE
MA
RÍE
INS
ORBA
CES
logia, como fuera ile desear, para formar una verdadera unidad artistica. Cierto es por otra parle que la misma incertidumbre existe sobre la colocación de las cruces restantes, siendo hoy imposible (le todo punto el asegurar que ocupen el lugar primitivo. IjO que únicamente puede admitirse es, como observamos respecto de la corona de Ueceswintn, que pertenecen todos al Tesoro de Guarrazar y que en este concepto no decae su interés histórico, como no se amengua su importancia artistica.
' Mr. de Lastcyrie observa con buen acuerdo que hay entre estas piedras algunas pastas (et mé- nie de pAtcs), observación que debe tenerse presente para las consideraciones que á su tiempo expon- dremos respecto del uso de los vidrios de colores durante la época visigoda. Las demás piedras que ostenta esta corona son esmeraldas, ópalos, trozos de cristal de roca de varias dimensiones, etc. (Pár- rafo II, p. ")'.
- .Mr. de Sommerard, loco citato, pág. 100, col. ^2.": tuvo por muy juiciosa (judicieuse remar-
MEMORIAS DE LK REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 97
Los aficionados á la epigrafía han inlenlado con no entera fortuna dar solución á la dificultad que ofrece la última parte de esta singular leyenda '. Quien lia acudi- do á las lenguas germánicas \mn hallar la etimología del nombre desconocido de Sorbaces, creyendo que se compone de la raíz gótica shaur (techo ó cripta) y de la voz de corrupta latinidad bares (bajo ó baja), denotando así la forma total de la iglesia en que la corona había sido consagiada, que en lenguaje del pueblo debía ser Sania María de la Iglesia baja - : quien intenta descubrir en la expresada dicción un nombre geográfico, sospechando tpie este era el título que llevaba la basílica de que se trata ■\* y quien, invocando á Luitprando y á Julián Pérez, opina que la inscrip- ción pudo referirse á Santa 3Iaría suburbana, apellidada por los árabes de Alficen. templo que existió no muy distante del alcázar, debiendo en consecuencia leerse sub arce, en vez del Sorbaces que en la cruz encontramos '. Ni faltan otras opiniones, más ó menos pejjpgrinas, anunciadas no sin misterio por algunos curiosos.
Como se vé, no todas pueden ser igualmente aceptables, pues que se excluyen y contradicen, si bien las dos últimas no carecen de algún fundamento. Aun cuando no aspiremos ahora á resolver esta oscura cuestión arqueológica, parécenos oportuno
que) esta observación Mr. Enrique Lavoix, y la aceptó como tal, Mr. Peigné-Delacourt (Recher- ches, etc. p. 12). Mr. de Lasteyrie se manifiesta dispuesto á admitir que las indicadas anillas debieron servir para atar alguna rica forradura (quelque riclie doublure); pero empeñado en probar que las co- ronas no fueron ornamento personal, acaba por suponer que dicho forro seria pura y simplemente un asunto de lujo y de elegancia (Párr. Vil, p. 16). Para nosotros esta es una prueba más sobre las ya alegadas respecto del uso de ofrendar coronas, que tendremos luego presente, no sin indicar ahora que nos parece aceptable esta indicación de Mr. Sommerard, de quien diferimos en otros puntos.
1 Aunque su lección es por extremo sencilla, conviene advertir aquí que ha sido trasmitida con variedad no poca por los que la han copiado hasta ahora: Mr. de Sommerard escribe: In di nomi.m; OFFERET SoNNicA ScE. Marie IN SoRBACEs: Darcel copia: í< In di nomine offeret Sonnica Marie i.> Sorbaces: Lavoix intenta conservar su forma, leyendo: In dni nomine offeret Sonnica Scte Marik in Sorbaces, á lo cual se allega Mr. Peigné-Delacourt: Lasteyrie interpreta unas veces: In nomine Dei offeret Sonnica Sanóte Marie in Sorbaces, y otras: In Dei nomine offeret Sonnica Beate .Ma- rie IN SoRB.vcES. No caben en verdad más variantes, por ligeras que sean, en una inscripción que sólo consta de nueve palabras, las cuales han llamado tan vivamente la atención de los arqueólogos. El facsímile que ha intercalado Mr. de Lasteyrie en su Description du Trésor basta á cortar toda dispu- ta, fijando la lección con la mayor exactitud: atendido el frecuente ejemplo de análogas inscripciones coetáneas, debe pues decirse, desatando los diptongos y las abreviaturas:
In Domini nomine offeret Sonnica Sanctae Mariae in Sorbaces.
- Lavoix, lllustration del 10 de Febrero de 1859, ya citada. Mr. Peigné-Delacourt inserta esta explicacionsin observación alguna.
' A este parecer hubo de inclinarse el ilustrado profesor de Historia de la Universidad de Valen- cia, don José María Anchóriz, en unos curiosos artículos publicados en el Diario Mercantil de la ex- presada capital (núm. del 27 de Mayo y siguientes de 1859;. El profesor Anchóriz sospechó sin em- bargo que las coronas podrían pertenecer al arte mahometano, llevado tal vez de las analogías que guarda este con su predecesor el bizantino.
' Esta es la opinión de Mr. de Lasteyrie, según recordarán los lectores, pues que en la Intro- ducción á este ensayo la expusimos oportunamente, notando al par el sentido y la formación que atribuye á la voz Sorbaces (pág. 5).
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j)reguntar respecto de la primera de ambas hipótesis. Dados los descubrimientos veri- licados en las Huertas de Guanazar, en viilud de las excavaciones dispuestas por el (íobierno Supremo, y reconocida allí la existencia de un templo católico, ricamente exornado de mármoles y piedras entalladas, ¿seria tan aventurado el suponer que era esta basílica lí oratorio objeto de la devoción y de la piedad de reyes y mag- nates visigodos?... Admitido tan racional supuesto, ¿no habría razón para sospechar (|ue el depósito ó condesijo del Tesoro se hizo por los presbíteros de aquella misma iglesia, al ruido de las depredaciones de que eran víctimas las basílicas toledanas?.... Y teniendo, como debió tener, aquel sitio antes de la invasión muslímica propio nombre, de que no ha quedado otra memoria, pues que hubo de trocarse, ya con- sumada aquella catástrofe por el de Guarrazar , ¿parecería acaso tan descabellado el admitir que perteneciendo la cruz en cuestión al Tesoro de aquella basílica, osten- tara en realidad el título con que era la misma designada?... Reconozcamos que estas inducciones, vagas y faltas de apoyo hasta lograrse los descubrimientos artístico- arqueológicos indicados, por más ingeniosas que nos parezcan las hipótesis fdológicas de Mr. de Lasleyrie, tienen muy sólida base en la riqueza de la iglesia allí existente y sobre todo en la inscripción funeraria del presbítero Crispin, que fija de una ma- nera incuestionable la fecha en que el mencionado templo excitaba la devoción de los visigodos. Semejante solución, abreviando el camino á las disquisiciones arqueoló- gicas, no ha menester fatigar el ánimo de los eruditos, ni pide extrañas y caprichosas suposiciones para aparecer racional y verosímil \ Pasemos no obstante á la segunda hipótesi.
' El docto Mr. de Lasteyrie llega áesta misma conclusión por diverso camino. Refiricndose á la declaración del historiador árabe Al-Kazraji sobre las veinticinco coronas que liallaron los caudillos mahometanos en la basílica principal de Toledo, con los nombres de ciertos reyes, dice á propósito de la corona de Receswinto: «De tout cela, les conséquences a tirer sont tres claires: Evidcmmcnt la couronne découverte á Guarrazar ne devait pas provenir de la cathédral de Toléde, puisqu'en pre- nant possession du trésor de cctte ville, les niaures y trouvérent celle que Reccesvinthnsyavait dépo- sée de son vivant, et qni portait son nom. Mais alors, d'oú pouvaient done provenir les coni'onnes de Guarrazar?..» (Párr. IX). Y de aquí pasa á considerar el nombre de Sorhaces de la suerte ya conocida de los lectores, deduciendo de todo que en la Iglesia de este nombre fueron ofrendadas las coronas. Mucho sentimos que conviniendo en el hecho, sea tan frágil el fundamento en que estriba toda la deducción dfi Mr. Lasteyrie; pues que si el testimonio del historiador árabe alegado tiene en realidad alguna fuerza respecto del número de las coronas consagradas en la basílica mayor de Toledo, y es racional y admi- sible el hecho de la consagración, dados el espíritu religioso de la época y el prestigio que gozaba un templo donde se hablan celebrado tantos concilios y se había aparecido á San Ildefonso la Madre de Dios, no lo es en modo alguno en orden al número de los reyes, cuyos nombres se supone figuraren las coronas. Baste considerar para demostrarlo, que desde Recaredo 1 hasta Rodrigo, sólo se cuentan diez y siete monarcas visigodos, ambos inclusive, y que fué Leovigildo pWwíw ínter svns que ostentó la veste real y llevó corona (S. Isidoro, Chronkon, Era DGVI. párr. "2). Pero lo notable es que Mr. de Lasteyrie contradice en este párrafo la misma tesis que sostiene en el Vil, opinando que las coronas del tesoro de Guarrazar no sirvieron á usos personales (qu'elles n'avaient jamáis été portees), pues que supone que Receswinto sólo tuvo una corona que ofrendó en Saiicta María in Sorbaces; y si esto fuera asi, no habría duda en que esta era su habitual, como única, corona. Pero no lo creemos de este modo: Receswinto pudo tener, cual rey, dos ó más coronas; y ofrendada una, mandar construir otra
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iMÍiidase esta por una parte en la existencia de un templo suburbano, consagrado á la Virgen María, y por otra en la corrupción de las voces sub y arce, atribuida á la ignorancia del entallador ú orfebre. Que la existencia de la basílica indicada puede fácilmente comprobarse , lo demuestra el simple recuerdo de los vei'sos atribuidos á San Ildefonso, citados en la primera parte de estos estudios. Aquel curiosísiuio epigrama , terminaba diciendo :
Sebastlanus liabet templum , regnante Liuva ; Urbe sub re^arat Ervigius Mariae.
Es pues innegable (jue fuera de las murallas de Wamba (sub urbe) existia ya de antiguo la basílica de Santa María, restaurada por Ervigio : por manera que bien |Hido ser este el templo en que Sonnica ofrendara la corona, cuya cruz lleva su nombre, dada la corrupción de las voces latinas sub y arce basta el extremo de es- cribirse Sorbaces. A la verdad, conocido el estado decadente de la cultura liispano- visigoda ya en los tiempos de Ervigio, no habría gran repugnancia en admitir la posibilidad del error cometido por el orfebre, en cuyo caso debería suponerse que fué el tesoro de Nuestra Señora suburbana trasladado y depositado en el cementerio del oratorio ó basílica del Guarrazar; pero como es un hecho de todos recibido que la expresada basílica del suburl)io toledano quedó consagrada al culto católico y existió durante la dominación mahometana, con título de Noslra domna de Alficen (la de abajo), parece muy racional que, pasado el primer ímpetu de la conquista y templada la ra[)aci(lad de los caudillos y walíes mahometanos, se restituyera aquel tesoro á su iglesia primitiva, no interrumpida la tradición sacerdotal del depósito, en cuyo caso es evidente que hubiese este desaparecido de las referidas Huertas.
Como quiera y no sin consignar que nos arrimamos á la opinión que sitúa la basílica de Sánela María in Sorbaces en las Huertas de Guanazar, juzgamos opor- tuno poner fin á esta digresión, notando (¡ue restituida la cruz á su verdadera co- rona, cobra esta la unidad ailíslica, de que ha sido despojada, mostrando en la sen- cillez de su conjunto cierta noble severidad, que aumenta en gran manera su estima. 111. Casi de igual tamaño son entre sí las otras tres coronas de aro, á que damos la preferencia por su interés artístico; y tiéneido á tal grado que sino ostentan en zafiros y perlas la magnificencia de las ya descritas, las exceden en la riqueza de la ornamentación; circunstancia en verdad del mayor precio para estudiar la historia del arte, no alcanzando nosotros cómo ha podido ser menospreciada por el perspi- cuo Lasteyrie hasta el punto de no ministrarle ni una sola observación verdadera- mente crítica '.
ú otras: por manera que la existencia en la basílica de Guarrazar de una corona con su nombre, no es obstáculo á la existencia de otra en la de Santa Maria de la Sede Ileal, ni de otras en cualesquiera basílicas de la monarquía; no habiendo por tanto necesidad de forzar la argumentación para admitir que pudieron consagrarse en Guarrazar la de Rcceswinto, esta de Sonnica y las demás coronas del Te- soro. Tocaremos de nuevo este punto.
' Gon extrañeza que fácilmente comprenderán cuantos se hayan consagrado al estudio de la his-
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Conapónese la mayor de un cerco, que mide el diámetro de 0,12o por 0,044, V hállase compartida en dos semicírculos, enlazados por bisagras y festonados de cierta especie de palmetas, á que sirven de marco y molduras delgados cor- doncillos y funículos. en lodo semejantes á los que dejamos ya mencionados al 1'x.aminar las cruces de los Angeles y de la Vicloria, fruto como saben ya los lec- tores de los primeros siglos de la reconquista. Consideración es esta que llamará sin duda la atención de los doctos arqueólogos extranjeros y muy especialmente de Mr. de Lasteyrie, quien siéndole desconocidos aquellos monumentos asturianos, no ha podido sospechar siquiera tal semejanza entre unas y otras formas decorativas. Y subirá todavía de punto, cuando se considere el frecuente uso que logran estos ele- mentos decorativos en las fábricas arquitectónicas de Asturias y que tienen en los fragmentos ornamentales de la ciudad de los Concilios y con particularidad en los de la destruida basílica de San Ginés, repetidos modelos. Ni carecen de importancia las flores cuadrifolias que semejando jazmines de hojas menudamente picadas en la superficie, constituyen la parte principal de los ornatos, á que sirven de orla en lo interior los expresados funículos: casi tangentes en sus puntas, que se prolongan algún tanto, presentan en los intermedios variados chatones, los cuales no encierran por cierto tanta riqueza como los ya mencionados, pues que la mayor parte de las piedras en ellos engastadas, son meras pastas de colores (Lám. V, n." 3). De la parte inferior del aro cuelgan basta doce clamasterios formados de zafiros, de va- i'ias formas y tamaños, si bien muy menores y mucho más claros que los de las otras coronas; y al borde superior se adhieren dos anillas, que hermanadas con los pasadores de las bisagras, reciben las cadenas de que pendía esta ofrenda ante el altar de la Virgen (Lám. I, n." 4).
Igual disposición general ofrece la corona que sigue á esta en tamaño, y no es menor su importancia artística '. Dividido su aro, como en las ya examinadas, en
toria de! arte, liemos leído una y otra vez el párrafo lli de la Description du Trésor de Giiar- razar, reparando en que sólo han llamado la atención de Mr. de Lasteyrie las coronas de que tratamos, por la rudeza de su ejecución, olvidando absolutamente lo que representan sus elementos decorativos. «Les couronnes pleines (dice), toutes á charniéres, sont assez minees, et decóreos des dessins au repoussé d'un travail fort grossier.» Nota después algunos accidentes de poco interés, me- ramente descriptivos, y advierte sólo que el dibujo de la tercera que cita, es más elegante que el de las otras, confesando por último que no carece de cierto interés, bajo el punto de vista del arte (elle ne manque pas d'un certain intérét au point de vue de l'art). Pero ¿de qué arte? ¿del germánico? ¿del latino-bizantino? Esto es lo que Mr. de Lasteyrie no se ha servido declarar, por más que al terminar su trabajo se vea perplejo ante la luz que arrojan estas coronas y el empeño de probar el imposible de su teoría, confundiéndolas al cabo con las restantes (las de enrejado), que no le ofrecían en verdad «layor probanza, según muy en breve advertiremos. Para nosotros tienen síh embargo el más alto precio, por las razones que iremos significando.
' Mr. de Lasteyrie dice no obstante: «Cette couronne est, de toutes, la moins précieuse» (Pár- rafo III, p. 6) Sin duda aludía á la riqueza material de las piedras, porque de otra suerte no acerta- mos á comprender lo que significan sus palabras, tratándose de una joya, cuya mayor estimación con- siste en su decoración artística.
MEMORIAS nE LA nEAI, ACADEMIA DE SAN FERNANDO. iOt
(los semicírculos, úñense estos por medio de las expresadas bisagras, y presentan cada cual tres diferentes zonas: dos orlas exteriores exornadas de follajes serpean- tes, más graciosamente movidos que delicadamente entallados, pero muy pareci- dos á los que hemos descrito al tratar de la Basílica de San Ginés (Láms. 111 y V, n." 7 y 5), ocupan las zonas exteriores, á que sirve de límite un delgado funículo. Llena la central alterna serie de rosetones y dobles flores cuadrifolias que le pres- tan no poca riqueza decorativa: constan los rosetones de cuatro folículos circulares, dispuestos de igual suerte que los ya reconocidos en los fragmentos de la expresada Basílica de San (Jioés (Lám. 111, n.° 9), dando clara idea de la fdiacion del arte, que produce unos y otros monumentos: compóuense las flores de hojas agudas, tales como las de la anterior corona, interponiéndoseles las de otra flor más pequeña, producida por no desagradable combinación geométrica (Láms. V y VI, u.° 5 y 12): sirve de moldura á esta parte de la corona, y la cierra en rectángulo á uno y otro extremo de cada semicírculo, airoso cordoncillo, y completan su decoración seis cla- masterios de formas irregulares, bien que armados como los demás de piedras pre- ciosas. Sencillas, aunque no indignas de examen por su ejecución, son finalmente las cadenas de que pende, contribuyendo también á imprimir especial sello arLístico á esta singular presea. Su aro tiene el diámetro de 0,113 por 0,033 de altura.
Algún tanto más pequeña, pues que sólo ofrece 0,11 de diámetro por 0,038 de alto es la tercera el testimonio más dicaz y concluyente de la influencia que alcan- za el arte bizantino en las artes indumentarias, durante la segunda época de la mo- narquía visigoda (389 á 711). Consta, como todas, de un aro en dos semicírculos atados por bisagras, y se divide horizontalmente en tres zonas: contiene la central, doblemente más ancha que las dos laterales, graciosa arquería trasparente, cuya traza y disposición recuerdan al primer golpe de vista el tipo característico de la ornamentación empleada en los sagrarios y cúpulas de las basílicas de Bizancio '. Descansa en pilares compuestos de haces de pilastras, y cubre la cimbria que se le- vanta sobre una imposta funicular, cierta especie de palma ó doble escamado, seme-
1 Recuérdese la descripción que hace Procopio de la de los Santos Apóstoles, construida en Coní- taiUinopla por Justiniano (p. 36, nota 1), y no se olvide que adoptada esta decoración en el Occiden- te, ofrecen abundantes ejemplos de ella nuestras antiguas basílicas. Contrayéndonos más inmediata- niLMite á las asturianas, será bien consignar que ofrecen en sus sagrarios la misma disposición las ■primitivas (latino-bizantinas) de Santullano, Priesca y Fuentes, y las secundarias (románicas) de Amandi, Valdebárcena, Villamayor, etc. Ni es de menospreciar la observación de que esta manera de aparato decorativo se comunica á toda especie de objetos, propios del mobiliario sagrado, y se perpetua muy especialmente en los de la orfebrería y en los de marfil destinados al culto. Séanos permitido traer á la memoria cuanto dejamos observado al describir (pág. 38 y siguientes) el Arca de las Re- liquias de Oviedo, tanto respecto de su conjunto como de sus jiormenores, asi como el bellísimo Díp- tico que lleva en la Cámara Santa título de Altar de los Apóstoles. En uno y otro monumento se halla pues repetidamente el referido tipo de la arquería bizantina, tal como se muestra en la corona que examinamos, probándose cuan grande es la fuerza de la tradición en el arte de la orfebrería, cuan- do se considera que pertenece el expresado Díptico al siglo XI, así también como parle del Arca y muchos ornamentos en que aquella se reproduce.
10Í MEMORIAS DE l.K REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
jante al de hs orlas exteriores de la primera de estas tres coronas. Perforadas las en- jutas, cobra toda esta j)arte central extraordinaria ligereza, si bien hay moli\o para sospechar que tuvo, al construirse, algún otro ornato, pues que alternan desde el ar- ranque de los arcos hasta la orla exterior, ciertos círculos que indican no haber sido trazados allí ociosamente *. Las dos zonas exteriores son del todo iguales: separadas de la central por un menudo funículo, ofrecen numerosa serie de arquitos ornamentales, limitados á uno y otro lado por un cordoncillo, y tras él se desenvuelve otro doble funículo á manera de trenza, ile que nos ministran muchos ejemplos las basílicas de Asturias. Ciérrala en ambos extremos otro cordoncillo: carece de cruz; tiene diez cla- masterios, más bellos que los de las coronas precedentes, pues que se componen de una especie de cabete , terminado por la parte superior en una cuenta de oro y de la inferior penden otros tantos trozos exagonales de vidrio de colores: las cadenas son por demás sencillas.
No puede en verdad ser más gracioso ni agradable el conjunto de esta singular corona, y aunque dista mucho de la magnificencia que respiran las dos primeras (las de Receswinto y de Sonnica), no es menos preciosa que ellas bajo la relación artís- tico-arqueológica. Lo repetimos sin temor de equivocarnos: por ella más que por otro algún monumento de la misma edad, logran confirmación las observaciones que ar- riba dejamos expuestas, causando verdadera maravilla el ([ue un escritor tan docto como Mr. de Lasteyrie, haya cerrado los ojos á la luz, desdeñando la fructuosa y no difícil enseñanza que de su estudio se desprende (Lám. I, n." 7 y Lám. V, u." 4).
De todas estas coronas que son realmente votivas, pudiera asegurarse que fueron ofrendadas algún tiempo después del tercer Concilio Toledano, no solamente porque desde aquel momento, tan solemne en la historia de la civilización española, se re- fleja con más fuerza en las bellas artes la influencia bizantina, sino porque sólo pudo desde entonces generalizarse la piadosa costumbre que personifican. Pero es imposible de todo punto el designar los personajes que ante el altar las consagraron, como lo es también determinar si lo fueron todas tres á la Virgen , cuando poseemos ya datos seguros de que entre las ofrendas de Guarrazar se contaban las de algún prelado, v no es menos cierto que se colgaron algunos de estos ex voto ante otro altar que no era el de Santa María. Observemos, por último, que todas revelan el mismo procedi- miento industrial, como que todas pertenecen á un mismo arte y á una misma cultura.
IV. No se prestan con igual interés al estudio artístico las restantes coronas cus- todiadas en el Museo del Hotel de Cluny. Son todas cuatro: semejantes, si no igua-
i Según declaración de uno de los primeros descubridores, esta bellísima corona había sido divi- dida, para venderla á los plateros, en cinco pedazos, cuando llegó á manos del que la llevó á París. !\"ada tiene pues de inverosímil el que habiendo desaparecido el ornato que hacia relación á los in- dicados círculos, no osaran los restauradores reponerlo. Esta observación no pasa sin embargo de la esfera conjetural, en que sobre ciertos puntos nos ha encerrado el misterio con que se pretendió en- volver el descubrimiento del Tesoro.
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les en su traza y disposición, compónense las tres primeras de cierta especie de do- ble enrejado trasparente que ofrece tres líneas horizontales, uniéndose entre si, tan- to estas piezas como las que aparecen en sentido vertical, por medio de chalones, ja cuadrados, ya circulares, en que brillan piedras, nácares y j)aslas de colores. Fórma- se el referido enrejado de cierta manera de balaustres achaílanados, no de oío maci- zo, como afirmaron primero los arqueólogos franceses S sino de una hoja harto sutil de oro,- y nos recuerda en su conjunto el ornamento empleado en no pocos mosaicos romanos (Lám. II, n.° 10), cumpliéndose aquí una vez más el principio antes reco- nocido de que las artes secundarias del diseño siguen siempre la ley universal ipie domina la tradición de las Itellas artes. Muy parecidas son también las cruces (|ue enriquecen estas coronas y del todo iguales sus clamasterios, que se multiplican en los centros de los balaustres horizontales: presentan las cruces la forma general que ofrece la de Sonnica, y como el anverso de esta se hallan sembradas de pie- dras, nácares y pastas de colores, viéndose pendientes de pies y brazos variados clamasterios: difieren estos en las coronas de los (¡ue avaloran las demás descritas, porque sobre no semejar como en ellos graciosas peras, cuelgan más que los de las tres anteriormente examinadas y tienen como la' de la arquería, graciosos cabetes de oro. Son finalmente las cadenas que las suspenden, algún tanto distintas; y ora se vén sujetas en la parte superior por argollas, oía por florones semejantes al de la corona de Sonnica.
Llegada la cuarta al 3Iuseo de las Termas, por circunstancias que no inloiita- mos apurar ahora, ha excitado nuevamente el entusiasmo de los arqueólogos fian- ceses, apresurándose á publicar su descripción escritores que gozan de legítima au- toridad en la república de las letras y de las ciencias. De esta descripción resulta (|ue sólo se aparta de las tres anteriores, porque tiene una hilera de mallas ó balaus- tres más, produciendo en consecuencia un orden más de vanos cuadrados y osten- tando mayor número de piedras. Cada inlerseccion aparece en efecto señalada con un chatón de relieve que , como en las ya analizadas encierra un zafiro , un trozo de nácar ó de otra materia de las mencionadas arriba, viéndose en los vanos un pequeño péndulo ó clamasterio, compuesto de un cabete de oro y una perla fina. Del borde inferior cuelgan también doce clamasterios de igual forma, aunque mayo- res y terminados por un zafiro y una perla, correspondiendo á los doce chatones del ])rimer cerco. Susjiéndenla tres cadenas de oro que se reúnen bajo un doble llorón de no despreciable trabajo, y del centro de este florón cae en el interior otra cadena á la cual se enlaza una gran cruz de oro, exornada en una y otra fas de zafiros y nácares, engastados en gruesas cápsulas ó chatones. Los brazos y el pié tienen por último grandes péndulos de zafiros piriformes. La altura total de la corona, desde
1 Mr. de Sommerard y Mr. de I-astoyric, que le sigue y cita al tocar este punto de la descripción del Tesoni (Párr. IV, pág. 7). Mr. de Merimée ha rectificado esta equivocación al manifestar que le bandean [úc la cuarta corona últimamente ad(|uirida por el Museo] 'csi une sorte de grillaye en or suuflé.
(04 MEMOniAS DE I.\ RE\L ACADEMIA DK SAN FERNANDO.
la anilla que la suspende, hasta el pié de la cruz, llega á 0,7*2, excediendo á las otras así por su tamaño como por su riqueza '.
Es el conjunto de estas preseas por extremo peregrino : su examen produce en nosotros el convencimiento de que nunca pudieran contarse con razón entre los or- namentos personales de reyes, proceres ó matronas visigodas, como en los prime- ros instantes de tan maravilloso descubrimiento se supuso aun por los más diligentes anticuarios. Todas las coronas de enrejado son pues en nuestro sentir simples ex voto, así como lo son también las tres pequeñas de aro. Pero si respecto de su estructura general reconocemos con Mr. de Lasteyrie que no tienen semejantes, ¿podremos por esto atribuirles mayor importancia en la historia de las artes que á las de aro? /Será lícito bajo algún concepto desdeñar por la mayor novedad, si realmente existe, lo que es más significativo y tiene más directo é inmediato enlace con las arles pri- mogénitas? lil estudio que dejamos realizado, enseña á conocer que esto no es fácil hacerse, sin peligro de error manifiesto ; y cuando por otra parte debemos á la ob- servación de las producciones del arte antiguo la convicción de que habia este ela- borado multitud de elementos que hereda y tiene por suyos el arte latino-bizantino, Y hallamos entre ellos el tipo del famoso enrejado que constituye estas coronas vo- tivas, justo nos parece concluir que no son argumentos bastantes para robustecer la teoría que en estos estudios combatimos , cobrando mayor fuerza cuantas deducciones vamos obteniendo, á medida que se conceda mayor importancia á lo secundario sobre lo que es principal en el arte y se desconozcan sus multiplicadas relaciones.
Mas pongamos ya término á la descripción de aquella parte del Tesoro de Guar- razar depositada en el Hotel Gluny, para fijar nuestras miradas en los objetos que [)or fortuna poseemos, completando en tal manera los estudios gráficos que inten- tamos exponer en el presente ensayo.
1 Cuando en los primeros dias de Abril llegaron á España los diarios franceses que publicaron la descripción de esta corona, escrita por Mr. Próspero Merimée, acordó la Comisión encargada de publicar los Monumentos arquitectónicos de España adquirir un dibujo exacto de la misma, para que figurase en la lámina de las coronas y demás objetos del Tesoro de Guarrazar que á la sazón estaba preparando. Adquirido este diseño, debido á uno de los primeros artistas de Paris, hemos podido formar cabal concepto de esta nueva presea, que aparecerá en efecto en los Monumentos arquitectónicos al lado de las demás coronas. Por la breve noticia que de ella damos, se podrá conocer que no au- menta en verdad grandes quilates al descubrimiento, si bien sentimos sobremanera que haya pasado los Pirineos.
VI.
Prosigúese el estudio del Tesoro de Guarrazar. — Nuevos objetos artísticos del mismo. — Coronas y cruces adquiridas por S. M. la Reina. — 1. Corona do Suinthila.— Importancia histórica de este rey. — Des- cripción de la expresada corona. — II. Cruz grande que se le atribuye. — Su examen. — III. Corona vo- tiva del abad Teodosio. — Su de-cripcion. — Consideraciones sobre la época á que pertenece. — IV. Cruz votiva de Lucecio. — V. Esmeralda grabada en hueco.— Su carácter é importancia.— -VI. Otros objeto.» del Tesoro. — VII. Fragmentos adquiridos por el Gobierno: brazo de cruz procesional: su descripción. — Noticia de otras preseas de importancia histórica. — Balteos, cingulos y palomas de oro. — Juicio com- parativo de las coronas regias y de las simplemente votivas. — Diversa organización del trabajo que en ellas se revela. — Caracteres artislicos. — Caracteres industriales. — Resumen.
«Según las noticias recogidas respecto del primer descubrimiento acaecido, como es ya notorio, en 1858, parece que fueron encontradas catorce coronas de oro en el mismo sitio. Nosotros poseemos ocho: las restantes, más ó menos maltratadas, han sido fundidas en España '. » Estas palabras que há pocos meses escribia Mr. Prós- pero Merimée con toda la apariencia de una verdad histórica, han venido felizmente á perder gran paile de su valor, merced á las afortunadas adquisiciones hechas úl- timamente por S. M. la Reina, según en otro lugar apuntamos. Cierto es, y cada (lia más doloroso, que el |)Oco ilustrado ó avaro crisol de los modernos plateros to- ledanos ha devorado imponderables maravillas de la orfebrería, cultivada durante la monarquía visigoda en la egregia ciudad de los Concilios: lamentan pérdidas tan sensibles cuantos contemplan en los monumentos de las artes los testimonios más au- ténticos de la civilización , y fijando la vista en la época á que el l'csoro de Guada- mur correspondía, aciertan á vislumbrar en sus riquísimas joyas las costumbres y la
1 Las plabras textuales de Mr. Merimée. son estas: «D'aprés les rapports rpcueillis sur la pre- miiírc decouverte qu' eut lieu comnie ont sait en 1858, 11 parait que quatorze couronnes d'or au- raient été trouvées dans le méme lieu. Nous en possédons hult; les autres, plus ou moins eudomma- gées, ont eté fondues á la monnaie en Espagne.»
U
106 MEMORIAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
vida interior del pueblo de los Recaredos y Sisebutos. Aquella pérdida, afrenta de los que lian dado motivo á las palabras arriba trascritas, no puede en verdad ser re- parada por completo: cada nueva presea de las que se han salvado, cada informa- ción nueva sobre la niagnilicencia del Tesoro aumenta en los verdaderos amantes del nombre español la sorpresa y el sentimiento y condena sin apelación la incaliO- cable conducta de los que así le han entregado al ludibrio de las gentes.
Hé aquí el efecto generalmente producido por el examen de los objetos que se han libertado del doble peligro de caer en la turquesa de los referidos plateros, ó de pasar el Pirineo para acaudalar el Museo de las Termas '. Comprado por el Ministe- rio de Fomento un brazo de cruz procesional, cuya belleza decorativa y cuya ex- traordinaria riqueza lo hermanaban grandemente con las coronas ya conocidas; alle- gados otros fragmentos que no carecían de novedad ni de importancia, entre los cua- les se contaban número crecido de perlas, zafiros, amatistas, plasmas y pastas de colores, y malograda la ocasión de dotar á nuestros museos con la última de las coronas trasportada á Paris; parecía ya imposible que existiera prenda alguna de in- terés artístico ó arqueológico perteneciente al Tesoro de Guarrazar , cuando un he- cho tan significativo como espontáneo mostró á deshora que no era la indicada co- rona el único monumento guardado en nuestra España, y que no alcanzaban á la realidad cuantas hipérboles se habian imaginado para ponderar aquel maravilloso conjunto de preciosidades, depositado en el cementerio de la basílica, cuya existen- cia habíamos reconocido en las ya famosas Ifuertas.
Hallábase la corte de jornada en Aranjuez, y ya se disponía á restituirse á Ma- drid, cuando en la mañana del 19 de Mayo del corriente año presentábanse á las puertas del real palacio dos hombres, cuyo humilde, aunque diverso continente mostraba desde luego no haber frecuentado los grandes centros de civilización ni menos los alcázares de los reyes. Tímido y reservado el uno, vestía el traje modesto de aldeano; abierto y más resoluto el otro, venía cubierto de negro: am- bos parecían haberse extremado, no obstante, en su exterior compostura, y el pri- mero traía en sus manos un pequeño bulto que recataba, no sin misterio. Al jefe de parada se acercaron con alguna desconfianza de lograr lo que pretendían; y gasta- dos saludos y circunloquios, que hacían aquella situación más peregrina, declará-
• Cúmplenos advertir aquí que no equiparamos uno y otro peligro: nos dolemos de que hayan dejado de pertenecer á España, aunque sea temporalmente, las coronas que ilustran hoy el Hotel Cluny; pero entre los dos extremos de que ornaran un museo extranjero o hubiesen perecido en el crisol de un ignorante ó de un codicioso, optaríamos siempre, y sin vacilar, por el primero, movi- dos del noble y trascendental interés de la ciencia. Así pues, si no aplaudimos, en ningún caso, á los que directa ni indirectamente han- mediado en la extracción de estos monumentos, vituperamos con toda nuestra indignación á los que han destruido, por el bárbaro placer de destruir, tantas maravi- llas, mientras felicitamos á los que animados de ilustrado espíritu conservador, han dado hospitalidad entre tantas preciosidades como guarda el Museo de las Termas , á estas reliquias de la cultura visi- goda, y nos complacemos en oírles repetir diariamente que no iguala ninguna colección á la parte del Tesoro de Guarrazar en aquel establecimiento depositada.
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ronle al postre que era su ánimo ofrecer á los pies del trono una pequeña muestra de su lealtad, y -tal es (anadian) que ha de gustar mucho á la Reina. » No se prestó el mencionado jefe á los deseos de aquellos desconocidos, sin que anles le manifes- tasen el objeto á que se referían; pero descubierto á su vista por el aldeano, fal- tóle ya el tiempo para poner en conocimiento del ilustrado duque de Bailen , mayor- domo mayor de S. M., la pretensión indicada; y solícito como siempre, elevóla el duque á la Reina, viéndose á poco en la real cámara el maestro de escuela de Gua- damur, don Juan Figueroa y el labriego Domingo de la Cruz, de quien era fama en la citada villa que habia sido uno de los primeros descubridores del celebrado Tesoro '.
Alentados por la habitual benevolencia de doña Isabel II, y desvanecido el na- tural aturdimiento que les produjo el verse en tal lugar, pedíanle permiso para pre- sentarle alguna parte del referido Tesoro, cuya existencia no habían querido revelar antes, porque abrigaban la esperanza de hacerlo sólo á S. M. , como lo verificaban." Con agradable sorpresa oyó la Reina aquella manifestación; y concedido el solicitado permiso, vio complacida que el aldeano le presentaba una corona de oro, ornada de cierta inscripción votiva en letras rehundidas que ocupaban el centro del aro; una cruz del mismo metal, en que se leía otra inscripción de igual género; notabilísimos fragmentos de otra mayor y más rica; y una T, prendida de una cadenilla y exornada de piedras preciosas que le servían de colgante , todo lo cual producía el convenci- miento de cuan grande había sido el destrozo causado en las magníficas joyas de que estas reliquias formaban parte, persuadiendo al par de que no eran aquellos los últimos objetos que el labriego poseía. Comprendiólo así S. M., cuyo placer igualó en aquellos momentos á la dolorosa impresión que dos años antes produjo en su ánimo la afrentosa noticia de que habían salido de la Península las demás coronas ya examinadas; v crecia su esperanza al notar que la indicada letra recordaba desde luego las que pendían de la corona de Receswinto, formando su nombre.
La Reina no se equivocaba; y con el anhelo de que no peligrasen nuevamente los demás objetos que en su sentir poseia el Domingo de la Cruz, no bien salieron de la regia cámara maestro de escuela y labriego, mandó llamar al secretario de In Intendencia de la Real Casa y Patrimonio, don Antonio Flores, confiándole el espe- cial encargo de inquirir si existían realmente otras preseas en poder del reservado aldeano, explorando de paso sus deseos respecto de la recompensa á que aspiraba.
• No es de nuestro intento, según en otro lugar insinuamos , al apurar la parte anecdótica del descubrimiento. Pública voz y fama era no obstante en Guadamur, y asi consta en los informes que dimos á la Academia y en el expediente instruido en el Ministerio de Fomento, que Domingo de la Cruz, dueño de una de las tierras lindantes con el prado de la Fuente y las Huertas de Guarrazar. habia tropezado con una de las dos cajas' de hormigón romano, que formaban en el cementerio de la basilica el depósito del Tesoro. No cosechada todavía, ó por falta de tiempo ó por no haber sido des- cubierta, ofreció al Cruz, si no tanta riqueza como la hallada por los que le precedieron , a! menos la bastante para revelar lo que era aquel doble condesijo.
IOS MEMORIAS DE t\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Partió luego don Antonio Flores á Guadajnur, adonde se habian restituido ya el aldeano y el maestro de escuela; y tanta diligencia emjjleó para que se lograsen las esperanzas de la Reina y con tal discreción supo vencer las contradicciones y re- servas del Cruz, (¡ue se resolvió este al cabo á presentarle cuanto poseia, á lo cual se opuso con extremada delicadeza el secretario de la Real Intendencia, deseoso de que sólo recibiera S. M. aquel singularísimo tributo. El 24 de Mayo tornaban en efecto al Real Sitio de Aranjuez, don Juan Figueroa y Domingo de la Cruz, trayen- do otra corona de extraordinaria magnificencia, de la cual pendian hermosos cla- niasterios ornados con letras iguales á la ya presentada el 19; una gran cruz en parte mutilada, cuya importancia artística excedía á la de los demás objetos; y en- tre número crecido de perlas, amatistas y zafiros de inusitado tamaño, una piedra grabada en hueco, ejemplar rarísimo del arte glyptico, cultivado en España durante la monarquía visigoda. Al presentar estos relieves del disipado Tesoro, mostrábase el Cruz pesaroso de haber destruido otras muchas joyas, no sin dolerse de que le hubiesen arrebatado algunas, entregadas sin su consentimiento al brazo seglar úq los plateros. Las informaciones de don Antonio Flores, conformes en todo á las noticias recogidas por nosotros en la primera investigación , justificaban las palabras del ar- repentido labriego, haciendo todavía más sensible la gran pérdida de aquellos ines- timables monumentos de las artes españolas. Magnánima cual siempre la Reina de España, agradeció no obstante el presente que se le hacía, y gozosa de que pose- yera la nación alguna parte del Tesoro de Guarrazar, olvidaba los pasados errores: Domingo de la Cruz recibía de sus manos cumplido galardón, volviendo al seno de su familia honrado y satisfecho '.
Restituida á Madrid la corte el 25 de Mayo, hallónos la noticia de tan feliz ad- (|uisicion, empeñados en la impresión de estos ensayos, causándonos no pequeña sorpresa el espectáculo de las nuevas pi-eseas, que venían á dar mayor fuerza y va- lor á todas nuestras observaciones artísticas. A la amistosa consideración de don An- tonio Flores debimos el singular placer de ser los primeros en examinarlas; y co- municada en la misma noche del 25 de Mayo esta satisfactoria novedad á nuestro digno compañero, don Pedro de Madrazo ^, lográbamos al siguiente día fijar unidos la leyenda que pendía de la corona principal, no sin vencer graves dificultades, na- cidas de la ignorancia, con que habian sido una y otra vez barajadas las letras. A la ofrenda de Receswinto se añadía ya la de otro monarca que le precedió en el
' Domingo de la Cruz recibió en pago de los objetos referidos la suma de 40.000 rs., y como premio del servicio prestado á S. M. la pensión vitalicia de 4.000 anuales , expresándose en el titulo que se le ba expedido el concepto especial en que se le concede, para honra suya y de su familia.
- La comisión encargada de la publicación de los Monumentos arquitectónicos de España, á que anibos pertenecemos, nos habia dado el encargo de escribir ¡a monografía que debe acompañar á las láminas de las Coronas: noticiosa aquella del nuevo descubrimiento, acordó que figurasen en la obra los objetos presentados á S. M , cuyo beneplácito se le comunicaba por medio del Sr. Flores. Unas y otros verán en breve la luz pública. '
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trono visigodo por el espacio de treinta y dos años ": á las desconocidas consagracio- nes de las coronas en el capitulo anterior estudiadas, la de otra no menos peregri- na, verificada por un abad católico: al nombre visigodo de Sonnica se unian por úl- timo los de otros personajes de la raza iiispano-lalina, todo lo cual, hermanado con el interés artístico en nosotros producido, nos convencía plenamente de que la ciencia arqueológica habia alcanzado una verdadera conquista.
1. Era el monumento más importante, bajo el doble aspecto del arte y de la cien- cia, la corona en que descubrimos el nombre de Suinlhila. Al contemplarla, asaltába- nos sobre todo el anhelo de saber por (|uién habia sido consagrada aquella magnífica presea: examinados los caracteres que pendían del borde inferior, pudimos establecer dos datos, á cada cual más importante, reconociendo que la inscripción votiva se com- ponía de veilite y dos letras, fuera de la cruz con que empezaba, y que en medio del trastorno producido por la ignorante mano que las habia arrancado de su sitio y vuelto á colocar sin concierto ', conservaban cuatro de ellas el lugar prímílivo, en esta forma:
Las demás letras existentes no pasaban á la sazón de ocho: por manera que fal- taban hasta diez del total de la inscripción, lo cual aumentaba considerablemente la dificultad de restituirlas á su verdadero puesto. Con aquellas ensayamos, pues, toflo linaje de combinaciones; y fijándonos por una parle en las enseñanzas que á la his- toria debíamos, en orden á la sucesión de los reyes visigodos, y considerando por otra el predominio que desde el tercer Concilio Toledano recobra en la Península ibérica el elemento latino, predominio que trasciende con igual fuerza á todas las esferas de la vida, nos fué dado al fin restablecer la inscripción indicada, del si-
guiente modo :
t SVinThllaNVs REX OFFereT
1 Parécenos bien notar que no contamos aqiii los cuatro años en que Receswinto estuvo asociado por su padre al Gobierno de la monarquía, limitándose la referencia á la época en que empezó á regir por si las riendas del Estado. Suinthila, que es el monarca á quien aludimos, subió al trono en &1\: Receswinto reinó solo desde 653.
* No será del todo impertinente consignar que los indicados caracteres aparecían en esta inco- nexa disposición:
t.S-.IVV.RTF.XNFO-E
Ya hemos indicado que entre los objetos presentados á S. M. el 19 de Mayo existia una T- ' Posteriormente se han adquirido otras dos letras que son una L y una E, las cuales se han colocado en su lugar correspondiente, siendo de esperar que la extremada diligencia del Sr. Flores alcance á completar la inscripción, sí por fortuna existen todos los caracteres que la formaban.
\ < o MEMORIAS DE L,V REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Correspondía esta leyenda á las veinte y dos anillas adheridas, como va dicho, a la parte inferior del cerco, y se respetaba al reponerla la primitiva colocación de las cuatro letras que por fortuna no liabiau sido arrancadas de la corona. Esta ma- nera de restauración parecia pues satisfactoria : restaba sin embargo comprobarla con documentos auténticos de la misma época, porque según recordábamos, existia no poca vaguedad en cuanto á las desidencias gramaticales del nombre de aquel príncipe se referia ' ; y tan buena dicha habíamos tenido que en las mismas actas del Concilio IV de Toledo, en que se legitima la usurpación de Sisenando ejercida contra Suinthila, se leían estas palabras relativas á la condenación impuesta á la familia del desheredado monarca: «Non aliter et Gelanem (Agilanum dicen algunos códices) MEMORATi SuiNTBiL.\Ni ct sauguíne ct scclerc fralrem, et... -. Era por tanto evidente que el mismo empeño de romanizar la sociedad visigoda, iniciado de antiguo por sus reyes y grandemente acariciado por Recaredo I , había cundido á sus sucesores á principios del siglo Vil hasta latinizar los nombres propios de origen indo-germá- nico, como lo vemos repetirse después con los de Chintíla {Chintilams) , Wamba (Wainbanus), Egica {Egicanus), Wítiza {Witizanus), trasfiriéndose á la monarquía asturiana el mismo anhelo, pues que se escribe en los primeros cronicones Froilams (Fruela), Faflanus (Favila), Garseanm (García), y así otros muchos, revelando siempre la ley general, que la civilización española reconocía ^.
La principal corona adquirida por la Reina había sido por tanto ofrendada ante el divino altar por Suinthila, uno de los más insignes y desdichados príncipes que se asientan en el trono de Ataúlfo. Hijo del buen rey Recaredo, había visto caer al golpe de la traición á su hermano Liuva , asociado á la corona por aquel glorioso príncipe [603], y que tras él era también víctima de la ambición de Gundemaro el tirano Witerico [612]: su juventud se ilustraba con memorables empresas militares, y al llegar á la edad viril, llamábanle al solio aquellos mismos magnates turbulentos que se tenían por arbitros de la púrpura y de la vida de los reyes [621]. Grandes triunfos alcanzó Suinthila ya en el trono: domados los vascos, cuyas comarcas sujetaba, edificando con grande fortaleza la ciudad de Ologito (Olite), revolvía contra los imperiales que tenían aun á devoción de Bizancio una parte de la Bélica
i En efecto, San Isidoro y San Ildefonso declinaron: Suinthila, ae y Suinthilae, anís: en las mo- nedas de este principe, que son muy numerosas, leemos Suintilay Suintil. (Florez, Medallas de Espa- ña, t. III), y en alguno de los códices consultado por Loaysa se escribía: Stiinthilana, ae [Colect. Concil. Hispan., t. IIl, p. 380). La terminación mejor formada y conforme con la índole de la lengua latina, es sin embargo la de la inscripción votiva.
í Concilio IV, can. LXXV.
3 Respecto de los últimos nombres pueden verse los Chronicones de Sebastian, Sampiro, el monje de Albelda, etc.: respecto de los primeros, demás de la lápida que se refiere á Egica, inserta en la pág. 21, observaremos: 1.° Que en orden á Chintila se anuncian su exaltación al trono y su muerte con estas palabras: «Anno imperii Heraclii vigessimo primo Chintilanm regnum accepit: Rex Ckintilanus Toleti decessit» [Cont. chron. Beali Isidori, lib. III); y 2.» Que el docto San Julián al mismo tiempo que escribía Wamba Rex, Wambanem Principem, decia: Piimipi Wambano, etc {De Rehelione Pauli], lo cual se repite de los demás nombres citados.
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y de la Lusitania; y mientras atraia con la jMudencia á uno de los gobernadores de aquellas provincias, domaba con las armas al oiro, siendo el primer rey visigodo que vio limpias de extranjeros las tierras de España ^ líxtrenuo en todas las virtu- des que exaltan la majestad real, ganaba al propio tiempo con su liberalidad y su misericordia para con los flacos y menesterosos, no solamente título de Principe de los pueblos, sino también el más envidiado de Padre de los pobres ^ Al cumplirse el quinto año de su reinado [G26] concebia el proyecto de asociar al trono á su hijo Recimiro, siendo este el primer instante de su descrédito y de su ruina: la aversión no disimulada con que los proceres vieron este hecho, crecia al compás de los mere- cimientos del tierno principe ; y tomando cuerpo en los desmanes que á Suintliila se atribuían, buscaba, acaudillada por Sisenando, calor y ayuda en un rey extranjero, para derribar al monarca legítimo, y pagaba después con diez libras de oro ■' aquel no envidiable servicio [()3l]. Sisenando procuraba dos años después, entrado ya el tercero de su reinado, canonizar semejante despojo con la absolución de los Vl\ del IV Concilio de Toledo, declarando malvados é indignos de honores y de riquezas á Suinthila y los suyos \
1 San Isidoro escribía : «Postquam vero apicera fastigii regalis conscendit, urbes residiias quas in Hispanis Romana manus agebat, praelio conserto obtinuit, cunetamquc triumphi gloriam prae cae- teris regibus felicitate mirabili reportavit. Totius Hispaniae infra Oceani fretum monarchia regni pri- mas Ídem potitus, quod nulli retro Principum est coliatum» [Historia Golhorum, Era DCLIX).
* «Praeter has militaris gloriae laudes plurimae in eo regiae maiestatis virtutes, fides, prudentia, industria, in iudiciis examinatio, strenua in regendo regno cura, praecipua circa omnes munificentia largus, erga indigentes et inopes misericordia satis promptus. Ita ut non solum Princeps populorum, sed etiara Paler pauperum vocari sit digiius (Id., id.). El elogio de San Isidoro, escrito en 6:20, no puede ser más cumplido.
3 Mariana, lib. VI, r^ap. IV. Dagoberto empleó este oro en la construcción de la basílica de San Dionisio (Saint Denís) en que se ocupaba.
4 Canon citado arriba. Guando reconocidos imparcialmente estos hechos, y tomadas en cuenta las circunstancias que preceden á la caida ejemplarisima de Suinthila, y los sucesos que inmediatamente la producen, le vemos acusado de prevaricador y como tal agobiado bajo el anatema de la posteridad, no acertamos á penetrar el misterio que rodea su dolorosa catástrofe. Digno es de consignarse (y á ello nos alienta el amor de la verdad) que ninguno de los historiadores coetáneos, ni aun los primeros de la reconquista, inclusos don Rodrigo y el Rey Sabio, le tratan de tal prevaricador, como no lo hizo tampoco el severo Mariana. Del modo cómo le califica San Isidoro lo saben ya los lectores: el Pacense dice que «digne gubernacula in regno gothorum suscepit sceptra» (Chron., n.° 8): el Albeldense ob- serva que «victoria et consilio magnus fuit» (n." 38): el obispo de Tuy repite las palabras de Isidoro de Sevilla: el arzobispo de Toledo declara que fué gloriosísimo y que «divina gratia sceptrum suscepit.» el Rey Sabio le colma de elogios, manifestando que «era buen christiano et sabio de grand entendi- miento, et bien justiciero et franco et piadoso et mucho limosnador,» notando al par que sólo Sige- berto, historiador extranjero, decia «que tan esquivo et cruel loé este rey Soentila con los godos que lo tiraron del señorío» (El Tudense, libro II, Chron. Mundi ad finem; don Rodrigo, lib. 11, cap. XVIll De Rebtts Hisp. Chmn.; el Rey Sabio, Estoria de Espanna, \l.' parte, fól. 181 v.). Mariana refiere por último el desabrimiento de los godos á la adopción de Recimiro (Lib. VI, cap. II), (jue es lo más verosímil y conforme con la naturaleza política de aquella monarquía. Queda sin embargo la condena- ción del IV. ° Concilio Toledano; pero cuando se considera que este se celebró en el tercer año del rei- nado del usurpador, ya firme en el imperio, y se tiene en cuenta el ejemplo de otros reinados y de otras
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A tan glorioso y desventurado monarca pertenecía pues la corona que exami- namos. ¿Con qué ocasión era ofrendada á la Virgen? ¿Habia sido ornamento perso- nal del hijo de Recaredo? Que un rey cristiano y guerrero, triunfante una y otra vez de los enemigos de la pati'ia , liabia de tener frecuentes ocasiones en que ren- dir á Dios el tributo de su gratitud y de su devoción, no hay para qué dudarlo: ningún momento más propio sin embargo, consideradas la magnitud y trascendencia del hecho, que aquel en que veía sometidas á su imperio todas las provincias de España; por manera que lograda esta admirable felicidad, como la apellida San Isidoro, en (52G, á este año podría reducirse la expresada consagración de la coro- na, cobrando en consecuencia nuevo y muy alto valor histórico, y comunicándolo á la Basílica de Ottarrazar , cuya existencia, si como es verosímil fué en sus alta- res ofrecida, ha de remontarse por lo menos, según antes de ahora expusimos, á la segunda mitad del siglo VI. Que pudo ser personal ornamento de aquel monarca, del cual se desposeía en el glorioso instante del triunfo , no parece en modo alguno repugnante, conocido el ejemplo de otros reyes y considerada su riqueza, su es- tructura y su tamaño, apareciendo aun más apta para el expresado uso que la gran corona de Receswinto \
Magnífico es en efecto el aspecto que ofrece; pero no tan suntuoso como el de aquella soberbia presea , aunque sí más artístico y bello. Formada de dos semicír- culos, unidos como en las ya estudiadas por bisagras, constituye un aro que mide 0,22 de diámetro por 0,6 de altura, y se divide en tres distintas zonas, todas ri- camente exornadas. Vuelan las exteriores á uno y otro lado sobre 0,006 fuera del cerco central y tiene la superior 0,014 de ancho, extendiéndose la inferior hasta 0,016. Queda por tanto la zona principal reducida á 0,3 exactos de altura, presentando el diámetro de 0,210 en que se desenvuelve, los más preciosos ele- mentos decorativos que avaloran tan peregrina joya -.
Compónese dicha ornamentación de una serie de rosetones octifolios, inscritos en círculos tangentes por los extremos, y enriquecidos en el centro de gruesos cha- tones circulares que sobresalen del fondo común hasta 0,003. Ostentan estos en or- den alterno hermosas perlas y lucientes zafiros de diversas formas y tamaños, lo
usurpaciones disculpadas, yaque no canonizadas de igual suerte; cuando se repara por último en la ma- nera como se presenta Sisenando ante los PI^. del Concilio, no es ya maravilla que obtuviese aquella condenación contra el príncipe desheredado y su familia. La prevaricación de Suinthila no es en con- secuencia uno de esos hechos que admite la historia sin contradicción ni controversia; y si fuera real- mente cierto, como afirman respetables historiadores, que Chintila y Chindaswinto fueron, demás de Recimiro, hijos suyos (El obispo don Lúeas de Tuy, Chrmi. Mtindi., lib. III; el arzobispo don Rodrigo, loco citato), aparecería demostrado lo que fué y significó el anatema del IV. ° Concilio, que sólo pudú tener un efecto pasajero.
i Véase cuanto dejamos dicho sobre este punto en las páginas 3, 90 y 91 .
- Debemos advertir que el estado en que se halla la corona, de que podrán juzgar los lectores por el diseño que va adjunto ¡Lám. I, n." 2), no permite dar todas estas medidas con la exactitud que de- seáramos.
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cual altera una y otra vez ia dimensión de las cápsulas del engaste , sometidas así en todas estas producciones de la orfebrería visigoda, como en las de la asturiana, al empeño de conservar con su nativa configuración las piedras preciosas que se te- nían en mayor precio \ Cubren los intersticios que los indicados rosetones produ- cen, al tocar en los círculos, así como las enjutas de uno á otro, brillantes y menu- das láminas que dibujan en el centro los folículos de los rosetones mencionados; de- coración j)or extremo vistosa que se repite en los más suntuosos objetos que constituían el Tesoro de Guarrazar, y que según va re[)etido, sirve de base á la teoría de Mr. de Lasteyrie, descaminando sus investigaciones. Las referidas lámi- nas, que lejos de ser de ridrio rojo, maniliestan por su invencible dureza y demás virtudes naturales pertenecer á la clase de silicatos \ aparecen esmeradamente cor-
1 Necesario es tener en cuenta que el uso de las pieilras preciosas, tales como salian de las mi- nas, no hallaba nacimiento en la ignorancia de los lapidarios, según se ha supuesto sin razón al<;una. Como demostraremos después hasta la evidencia, llegó á tal puntóla falsificación de todo linaje de piedras preciosas que ni aun los más entendidos osaban discernir entre las verdaderas y las falsas, una vez labradas De aquí provino naturalmente, que siendo mucho más dificil, aun hecha abstracción del color y lucidez de las piedras preciosas, la imitación de las formas caprichosamente irregulares de la naturaleza que las regulares y el faceteado que á las labradas daba el arte, se prefirió el uso de las verdaderas gemraas tales como salian de las minas, procurando evitar así la falsificación y el fraude. Y que á esto, masque á la supuesta ignorancia de los lapidarios, fué debido el empleo de las piedras nativas, lo prueba la consideración de que algunos de los zafiros de las joyas del Tesoro de Guarrazar se hallan faceteados, y sobre todo la preciosa esmeralda grabada en hueco que después describiremos.
- Mr. de Lasteyrie, hablando de esta singular decoración al describir la corona de Receswinto, observa: «Ce que je puis affirmer, aprés Texaraen le plus minutieux, c'esi que la matiére qui fait le fond de cette riche ornementation est réellement du verre. M. du Sommerard, qui tenait autant que moi á vérifier le fait, a bien voulu soumettre á une épreuve tentée en coramun, quelqucs petits fragments tombés de la couronne. Or, nous sommes parvenus assez facilement á les rayer avec une point d'acier, résultat que nous n'aurions certaimement pas obtenu, s'il s'était agi de grenats ou de cornalines» (Párr. XI). No dudamos un momento de las palabras de Mr. de Lasteyrie: advirtiendo sin embargo que estas pequeñas láminas decorativas conservaban su brillo y tersura, mientras habían per- dido una y otra condición las pastas y vidrios de colores y hasta el cristal de roca, hemos consultado á la ciencia, obteniendo resultados enteramente contrarios á los que el docto anticuario de Paris anuncia. Los dignos profesores de química y mineralngia del Instituto industrial, el doctor don Magín Ronet y don Miguel Maisterra, después de un prolijo análisis en que ensayaron á nuestra presencia la dureza de estas laminillas con el mármol y el jaspe, con el vidrio de base de sosa y el refractario de Boemia, y finalmente con el cristal de roca, sometiéndolas á otras pruebas, declararon terminantemente que ra- yaban todas estas materias, perteneciendo por tanto á los silicatos, y clasificándolas como fragmentos de jacintos. El profesor de la Universidad central, doctor don Manuel J. de Galdo, no solamente ha verifica- do con los mismos fragmentos idéntica prueba, manifestando, bajo su firma, que rayan todas las pie- dras de la escala de dureza, inclusos cuarzos y jaspes, no siendo rayados desde el topacio hasta el dia- mante, sino que resisten á la acción del soplete y á la más intensa del fuego en horno de reverbero, mientras se han fundido á los grados ordinarios todos los ejemplares de cristal y vidrio, ya blancos ya pintados, antiguos y modernos, que se han puesto á igual experiencia. Siendo pues infusibles, se in- clinaba también el doctor Galdo á creer que eran jargones (jacinto rojo anaranjado); pero notando que ni aun á la más alta temperatura se descoloran, como sucede al jacinto, sospecha que puedan ser corne- rinas. En esta duda, y consignando todos los tratadistas que el jacinto es inaccesible al ácido, hemos querido hacer por nosotros mismos el experimento de someter las indicadas laminillas á la acción del
í 1 i MEMORIAS DE LA KEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
ladas á bisel y pulimentadas por ambas caras, engasláiulose y acomodándose en orificios abiertos por la acción de un hierro adaptado á sus l'ormas, corte y dimen- siones. Sujetas en las placas que esmaltan al dilatarse el oro antes comprimido, en virtud del frote de un bruñidor, cuyas huellas se descubren perfectamente, así en esta corona de Suintliila como en las cruces que en breve describiremos, constituian con el oro una sola superlicie, dando e.\tremada magnificencia á la obra de arte, pues que duplicaban el brillo de aquel precioso metal, contrastando agradablemente con perlas y zafiros. Tan singular manera de trabajo, que ha menester de pacientísima perseverancia y presupone larga inversión de tiempo, nos lleva naturalmente á la investigación del linaje de manos empleadas en la preparación de este costoso ornato, persuadiéndonos de que no podian ser libres, y menos visigodas, las sometidas á semejantes faenas. Mas dejando para después esta disquisición, prosigamos el examen descriptivo de la corona del hijo de Recaredo.
Siguiendo la disposición alterna de los rosetones, cuya forma total dejamos reco- nocida en los fragmentos arquitectónicos y descubrimos también en las basílicas de Asturias (Lám. VI, n." o), vénse las dos zonas exteriores del aro cuajadas de perlas y zafiros, engastados asimismo en chatones de diversos tamaños, creciendo por ex- tremo con esta decoración la riqueza de tan soberbia presea, hasta llegar al número de ciento veinticinco las perlas y zafiros que la avaloran. Cierra y guarnece la corona en la parte interior, dejando el grueso de 0,010 delgada lámina de oro, cuyo brillo y sutileza nos trae á la memoria las celebradas bracleas, en que se disponía de antiguo tan precioso metal para la construcción de variados ornamentos perso- nales, manifestándonos que, heredado por los españoles, no habia desaparecido este procedimiento industrial de la monarquía visigoda '. Del borde inferior penden, cual
ácido fluorídrico: el resultado no ha podido ser más notable; pasadas largas lloras, suficientes para que vidrios blancos, verdes y de igual color hayan quedado reducidos á la mitad del volumen, los trozos de la materia mencionada han conservado su tamaño, su color, su densidad y su crasitud adiamantina, sin que ninguna de sus aristas haya padecido; y en tal manera han salido de la cápsula, en ([ue los pu- simos con notable cantidad de ácido, que en el acto rayamos, como antes, cristales ordinarios, ágatas y cristal de roca. Xo cabe pues mayor número ni más eficaces experimentos, resultando de todo que si en uno sólo de los caracteres no se conforman con el jacinto, y nace de aquí alguna duda jara su más exacta clasificación, todos, absolutamente todos declaran que estas laminillas no son de vidrio rojo, en lo cual han convenido unánimes los científicos. Para nuestros estudios no es estéril este resultado. 1 San Isidoro define esta delgada lámina diciendo: «Bractea dicitur tenui.ssima lamina, etc. [Ethiin., libro XII, cap. XVII). Los antiguos la definieron de la misma suerte , distinguiéndola de lo que significa la voz lámina, propiamente dicha. En cuanto al procedimiento empleado para producir la delgada lámina de la corona, punto meramente industrial, es hoy dificil discernir si se reducía á batir el metal entre dos planchas , evitando asi la huella del martillo, ó si se usó del tórculo para pro- ducir la laminación. Reparando sin embargo en que el trabajo manual de las coronas da á conocer la aplicación de instrumentos hoy familiares á la orfebrería y ojalatería, artes industriales que han con- servado estas tradiciones especiales con más viveza, no es presunción forzada la de admitir que se empleara en efecto el cilindro, cual laminador, al construirse las coronas. De cualquier modo, es de notar que el procedimiento, cualquiera que fuese, debió frecuentarse mucho por los antiguos, ya res- pecto de las láminas de todo metal , ya respecto de las bracteas de plata y oro.
MEMORIAS nli LA REAL ACtDUMIA DK SAN FERNANDO. 1 1 i'i
saljen ya los lectores, los veintitrés claiiiastorios de la inscripción votiva: consisten en mcniulas cadenillas de oro á que se adhieren las letras, y de estas cuelgan chato- nes ó cápsulas de 0,014- por 0,012, las cuales encierran vidrios de varios colores, acomodados á la forma de aquellos. Graciosos péndulos, compuestos de dos cuente- cillas de oro, con una perla intermedia, y de un zafiro piriforme atravesado por un alambre de oro que lo sujeta, ponen fin á este característico adorno. Las letras, que son enteramente latinas y mucho más perfectas y elegantes que las conocidas en las inscripciones coetáneas, tienen 0,032 de alto por 000,5 de ancho (término me- dio), y por todo ornato cierta especie de ziczac de hojuela de oro puesta de canto, cuyos intersticios llenan y abrillantan tersas laminillas, iguales á las de los rosetones. Hállase suspendida la corona de cuatro cadenas, ligadas en la parte superior á un llorón de dos azucenas contrapuestas y separadas por un grumo de cristal de roca tallado, que atraviesa un grueso vastago de oro, atándose á otra cadena en ex- tremo sencilla por medio de una argolla. Muy semejantes á las de la corona de lle- ceswinto, constan las cadenas referidas de cuatro hojas de peral, que hacen oficio de eslabones y ostentan en el centro una flor quinquefolia, cuyos folículos se agru- pan piramidalmente, y recortados por ambos extremos laterales, muestran en el in- terior cierta especie de grabado: recorre el contorno de las hojas afiligranada sarta de cuentas de oro hasta cerrarse en la cúspide, al tocar el gancho ó anilla que su- cesivamente las enlaza *. Úñense finalmente á la corona todas cuatro cadenas por medio de otras tantas anillas de oro, dos de las cuales se hallan fijas en el borde del aro, resultando las otras dos de la vuelta que sujeta los pasadores de las bisagras arriba mencionadas.
II. Hé aquí la corona de Suinlhila: del florón en que se juntan las cadenas, cuelga magnífica y bella cruz que posteriormente se le ha añadido, adherida á otra catlena de oro del todo semejante á alguna de las que tienen las coronas custodiadas en el Hotel Gluny. No afirmaremos nosotros ni negaremos que fuera esta cruz propia de la ofrenda del hijo de Recaredo, por más que no falten razones para persuadir lo pri- mero ■; en materias como la presente, donde es por extremo difícil, sino imposible.
I Bien será notar (lue no tocios estos singulares csialjones son iguales, lo cual se advierte exami- nando las flores rjue los decoran, pues si bien todas son riuinquefolias, no todas apiramidan lo mismo, ya estrechándose en el centro, ya recogiéndose al brotar, ya en fin derramándose en este punto de uno ú otro lado. Esta observación nos lleva á sospechar si pueden haber correspondido realmente á tres di- ferentes coronas de la misma magnificencia, robusteciéndose semejante conjetura al hallar entre los objetos adquiridos por S. M. la Reina notabilísimos fragmentos que producen la convicción de que no era la de Suinthila la única de tal riqueza que había dejado de pasar el Pirineo. Oportuno es adver- tir que las flores representadas en los indicados eslabones, fieles á su origen bizantino, se reprodu- cen en los primeros monumentos de la arquitectura mahometana, como prueba el detalle que ofrece- mos en la lám \I, n.° 15, tomado del arrahá de uno de los arcos del miliruli de la iMcz.(ptila de Tar- ragona, una de las primeras que se construyen en España, pues lo fué en 349 de la hégira (900 de J C.) por mandado de Abdalláh-.\bd-er-Rahman.
- Xotanms entre otras razones de arte que, según se verá en la descripción , son del todo iguales los clamasterios que exornan esta cruz y los de la corona ; y como en esta parte no hay razón para
M6 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
toda investigación racional, pareccrános siempre la prudencia poca, bastando sin emi)argo á nuestro propósito la convicción de que esta cruz constituye parte inte- grante del Tesoro, como lo constituye la colgada en la corona de Receswinto. Ya la consideremos respecto de las formas, ya respecto de la ejecución, excede su mérito al de las demás cruces, revelándonos al primer golpe de vista su no dudoso origen y el fausto de la corte visigoda.
Semejante en su traza general ú la cruz antes estudiada en uno de los fragmen- tos arquitectónicos de la Basílica de San Ginés de Toledo (Lám. 111, w." 7), pre- senta, como ella, cuatro brazos iguales, y como ella aparece engalanada por airosos tallos y follajes. Más rica de ornatos y tal vez más proporcionada en su distribu- ción , presenta dos fases del todo iguales y describe dos diferentes órbitas y en ellas dos cruces perfectas que constituyen grandioso conjunto. Ocupa la intersecciou un medallón circular, en cuyo centro brilla al un lado hermoso zafiro azul, resplan- deciendo en el oti'o trasparente lámina de cristal de roca asimismo esférica. Trece perlas finas, alternando con otras tantas argollitas de oro que las sujetan, ciñen y rodean el chatón, donde cristal y zafiro se engastan; y parten luego del indicado me- dallón cuatro robustos tallos, que abriéndose en dos, á iguales distancias, llevan al centro sus hojas hasta tocarse mutuamente, ocupando en todo su desarrollo 0,í). Ocho zafiros menores dgcoran en cápsulas de varias figuras esta parte central de la cruz ; y nacen de cada lado dos nuevos vastagos, que separándose en opuesto sen- tido, tornan á producir otras dos hojas, llamadas como las primeras á desarrollarse hacia el interior, y dejan ver en sus intermedios lucientes y grandes perlas. Mues- tran todos los vastagos cierta manera de ornato, hecho á cincel, y en el centro la misma decoración de laminillas de rojo-anaranjado, que en la faja central de la co- rona hemos reconocido. Contados estos segundos vastagos, mide la cruz en línea recta de uno á otro extremo 0,iG. De las hojas inferiores de los brazos y de la conjunción de las del pié cuelgan tres clamasterios, com¡)uestos de cuentecillas de oro, perlas, chatones cuadrados de dos fases con pastas de colores, y zafiros piriformes en la misma disposición que guardan los de la corona. Pende la cruz de una cadena, se- mejante á alguna de las descritas en el capítulo anterior, uniéndose á ella ))or una esfera de cristal de roca que ofrece 00,1o de diámetro (Lám. 1, n.° 8). Digno juz- gamos de advertir por último que es su ejecución harto esmerada, dando lugar á cierto orden de consideraciones, en que después entraremos.
111. Mucho dista en magnificencia, así de la corona de Suinthila como de la cruz ya examinada, la Corona votiva presentada, cual va dicho, á S. M. la Reina. Consta
sospechar que han podido ser sustituidos por otros en una ni en otra joya, pues que se han conser- vado los engastes y soldaduras primitivos , habria motivo para establecer cierta relación inmediata entre ambas. Repetimos no obstante que no osamos aventurar una afirmación con solos estos datos, con tanta mayor razón cuanto que recordamos que esta cruz fué presentada en dos fragmentos, que por conservar cada cual el medallón del centro, daban claro indicio de haber pertenecido á dos dis- tintas cruces de igual magnificencia.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. H7
(le un aro compuesto de una sola lámina de oro y dividido en dos semicírculos atados por bisagras, según el general sistema de construcción en todas empleado; y ofrece 0,11 de diámetro por 0,4 de altura. Partido el aro en cinco zonas horizon- tales ', vése limitado por un cordoncillo á uno y otro extremo en toda la circunfe- rencia, separando entre si otros cuatro junquillos más delgados las fajas interiores. Exornan las del exterior cierta especie de escamado , en todo semejante al de la primera de las tres coronas de oro que existen en el Museo de las Termas (Lám. V." n." 3); y ocupa el espacio de las segundas, atravesando de una á otra parlo en án- gulo recto, sutil filete de oro, cuyos intervalos quedan trasparentes, dando notable ligereza á toda la corona. La zona ó faja central tiene por única decoración la le- yenda siguiente :
t OFFERET MUNUSCULUM SCO STEPHANO THEODOSIUS ABBA:
Enriquecen tan modesta presea ocho clamasterios, formados de cabetes, cuentas de oro y perlas, á que sirven de remate notables zafiros, y suspéndenla cuatio ca- denillas, que atándose en la parte inferior á dos argoUitas y á las vueltas de los \)n- sadores, se reúnen en la superior, eslabonándose todas cuatro á una sola argolla por medio de pequeñas anillas. Desde la parte inferior de los clamasterios á la su- perior de la referida argolla mide toda esta ofrenda solos 0,21, justificando así la sinceridad de la inscripción del católico Teodosio (Lám. 1, n.° 1). Pero, ¿quién era este abad, y á qué época puede referirse la consagración de esta corona?
No es en verdad la resolución de estas cuestiones, interesantes ahora para nos- otros más principalmente por su enlace con la historia de las artes, tan fácil como deseáramos. En medio de la oscuridad ; de que se bailan rodeadas , puede sin em- bargo afirmarse sin grave riesgo que pertenecía Teodosio á la raza hispano-latina, de lo cual depone no sólo la tradición romana de su nombre, mas también el anhelo que advertimos de comunicar á la inscripción cierta elegancia, nada vulgar en aquellos días, usando del hipérbaton no sin intención ni gracia. Pero este mismo empeño erudito pone de relieve la impropiedad que hallamos en el uso del diminu- tivo mimuscidum, tal como los más doctos varones de aquella edad nos enseñan, lle- vándonos á otra consideración que nos ofrece ya alguna luz respecto de la época en <[ue Teodosio hubo de hacer su ofrenda. <- Doninn proprie Dei (escribía el sabio maestro de Ildefonso); muñera hominum... Munus homini dalur; domm Deo: unde etiam in templis dowxria dicimus... Donum dicitur (proseguía) quidquid argento au-
1 La proporción que se observa en la distribución de los 40 milímetros es la siguiente: 10 las zonas exteriores: 12 las segundas, y la central 7: los cordoncillos y junquillos tienen 5.
.s
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roque... e/Jicilur '. Tal era pues la doctrina de Isidoro; y siendo de lodos sus cocía- nos recibida y respetada, esmerándose á porfia en practicarla, racional parece que Teodosio compusiera su inscripción votiva, no en el momenlo en (|ue el lihro del ilustre doctor de las Españas lograba entero aplauso, sino cuando ya comenzai)a ;i olvidarse toda doctrina, merced á la decadencia en que se precipita el imperio vi- sigodo.
. Apuntada esta observación , será bien notar que no hallamos el nombre de Teo- dosio entre los abades de los monasterios que suscriben los Concilios de Toledo; y aunipie no es semejante circunstancia prueba completa de (pie no perteneció á orden monástica, por el corto número de abades que sólo desde ol Concilio VIH liauraii en las suscripciones indicadas, pudiera también sospecharse que fué Teodosio sim- plemente cura párroco, constando que durante la monarquía visigoda, y mucho siglos después, se designaron estos con la denominación de abades \ Robustece algún tanto esta hipótesi la misma exigüidad de la corona, ejecutada por mano poco hábil y menos auxiliada por medios convenientes, lo cual no podia suceder en nin- guno de los monasterios toledanos, tan ricos y bien dotados, como en otro lugar (jueda advertido. Apártannos asimismo todas estas razones de la hipótesi de que pu- diera haber sido consagrada la referida corona por Teodosio, obispo arcavicense, cuyo nombre hallamos en la suscripción del sínodo celebrado en 610 bajo el reinado de Guudemaro: ílorecia á la sazón San Isidoro; su autoridad y su doctrina alcanzaban en el clero omnímoda influencia, y ni es de creer que un obispo ignorase la dife- rencia establecida entre las voces donnm y munus, ni razonable tampoco que un pre- lado convocado á un Concilio en la corle visigoda, ofrendase en la Basílica deGuar- razar objeto de tan poco valor, por grande que nos parezca ahora su importancia artística. De todo deducimos que el Teodosio de la corona que examinamos, perte-
- Elliim. lib. VI, cap. XVIII, De ofjiciis. Explicando estas palabras, anadia: ((Muñera dieuntiir obsequia quae pauperes divitibus loco munerum dantur.» Lo mismo casi al pié de la letra decia el E;ramático Donato, que era á la sanon considerado como un oráculo en todas las naciones de Occiden- te: «Distinguitur donum a muñere, nt donum deoruní sit: munus liominum (/;í Eunurhum Terentii'.
1 La probanza respecto de la edad visigoda es por extremo sencilla : mas para que se reconozca, en este concepto, la fuerza que conserva la tradición, no será impertinente traer algunos documentos relativos á los siglos XI \ Xll. Refiriéndose Diego de Colmenares al efecto producido en las naciones occidentales por los libros de San Gregorio, traidos á España por Tajón, obispo de Zaragoza, duranti- el reinado de Chindaswinto, decia: «En la nuestra [ciudad] Pedro, Abad de San Martin (Abades nom- braban á los curas) hizo escribir el celebrado libro de los Morales de San Gregorio.» Copia después la suscripción, en la cual se lee: «Quem scilicet librum fecit scribere Petrus, praedictae Ecclesiae Sancti Martini Abbas..., adiuvante euní clero eiusdem Ecclesiae» {Hist. de Segovia, pág. 126). Mencionando cierta donación hecha por un Domingo Pérez, observa que en la data dice: «Facta carta coram bis testibus: Dominicus, Abbas Sancti Martini, testis etc., Kalendis Novembris, Era MCLV (año \\\1]. Colmenares añade: «Se colige de estos instrumentos y otros de estos tiempos que ya estaban fundadas las iglesias parroquiales de San Martin, San Miguel, San Andrés, San Esteban y San Quirce, que nombran San Quilez, y que los Curas se nombraban Abbales» (\d , cap. XIII). Y no es maravilla que esto sucediera en el siglo XIII, cuando en Galicia, Aragón, alguna parte de Cataluña y otras comarcas se ha conservado esta denominación hasta nuestros dias.
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iieciendo á la raza hispano-latina, era abad de una de las iglesias parroquiales de los contornos de Guarrazar, y vivió, como el presbítero Crispin, en la segunda mitad del siglo VIL
Llama por último la atención al estudiar esta corona el nombre de Slepfianus, ante cuyo altar fué consagrada. Grandemente reverenciado en toda la península el promártir desde que el ¡lustre Orosio trajo á uuestro suelo * sus reliquias [416], no es maravilla que tuviese altar propio en la basílica ú oratorio, cuya existencia en las Huertas de Guarrazar dejamos reconocida , á lo cual se presta fácilmente la dis- tribución de su planta. Si, como es verosímil, recibió allí culto San Esteban, parece no quedar duda de que, según indicamos ya, las joyas y preseas escondidas en las dos cajas del cementerio, vistieron y exornaron otros altares, demás del de Santa María, en que se hizo la ofrenda de Sonnica.
IV. No menos significativa, aunque humilde por extremo al compararse con la antes descrita, es también la cruz votiva presentada á S. M. el 19 de Mayo. Coin- pónese de una chapa de oro; y ofreciendo la forma total, una y otra vez reconocida conforme á la descripción de Procopio, tiene de cabeza á pié 0,15 y 0,118 de ex- tremo á extremo en los brazos. Sírvele de ornato una doble y sencilla moldura sobrepuesta que recorre todo el contorno, pendiendo de brazos y pié siete sencillos clamasterios , y lleva esta notable inscripción, dispuesta en la siguiente forma:
*
z oFFtRE-Pr "^ UCEPIU^-^ : h O
z z o
m o
Su lección, princij)almente en orden al nombre del consagrante, ha dado motivo á varias interpretaciones: (]uién ha pretendido que era este el de Piíis, reduciendo la inscripción á estas palabras: Offeret in nomine Domini, in nomine Sancli Lucae,
• tieiiaiiio, Illustr. Virar. Cath., cap. XL.
120 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Pius: quien reparaiulo que la cruz grabada en la cabeza determinaba el comienzo de la leyenda, y que la 1*1 linal de la dicción nomine caia casi en el centro de la inter- sección, ha sostenido que ilobia enlendeise: Jn nomine domini: in nomine Sancti of- feret Leücepius. A la verdad no favorecía á la primera interpretación, con exceso ingeniosa, la circunstancia de empezar la lectura por el un brazo, viéndose el signo de * Ihesus á la cabeza, mientras parecia apoyar la segunda el hecho de hallarse en la edad visigoda algún nombre semejante al de Leücepius, tal como el de Euc/i- pius que lleva uno de los varones ilustres, celelirados por San Isidoro '. La perspi- cacia de nuestro compañero don Pedro de Madrazo triunfó al cabo de todas las di- ficultades, notando que terminada la voz offerel con un signo igual á la penúltima consonante del nombre, cuya ilustración se buscaba, debia tener el mismo valor fónico; y como no era posible desnaturalizar el verbo en su terminación de tercera persona, n'o quedaba otro arbitrio que el de dar á dicha penúltima consonante el valor de T. Resultaba de aquí que el nombre en cuestión era el de Lucetius, nom- bre de formación latina, y no extraño por cierto á la época visigoda. La inscripción decia pues, siguiendo esta norma:
IN NOMINE DOMINI: IN NOMINE SANCTI: OFFERET LUCETIUS: E-
Difícil es hoy averiguar la condición de este personaje , por más que la inicial que sigue al nombre parezca dar alguna luz acerca de su estado , leyéndose la pala- bra Episcopus. Parte en nuestra o¡)inion de una ofrenda hecha, como la anterior, á San Esteban {in nomine Sancti), no consiente extenderse en fructuosas disquiciones, si bien la misma rudeza de su ejecución nos ayuda á entrar con algún provecho en consideraciones artístico-industriales, no ajenas de estos estudios. Pero sigamos ahora la descripción empezada.
V. Un llorón muy semejante al de la corona de Suinlhila, fragmentos de otros 'menos suntuosos, trozos de mallas ó enrejados, tales como los que componen las últimas coronas en el capitulo anterior examinadas, número crecido de zafiros de varias figuras, tamaños y matices, y gran cantidad de pastas y vidrios de colores completan la adquisición hecha por S. M. la Reina, brillando entre todos estos ob- jetos la gruesa esmeralda grabada en hueco que al empezar esta parte menciona- mos.— Trae á la memoria tan singular piedra, bastante por sí sola á dar materia para largas disertaciones , los antiguos monumentos del arte glyptica , manifestando claramente el estado de triste decadencia en que aparecía la escultura bajo la do- minación visigoda, así como en aquellos descubrimos sin esfuerzo el grado de es- plendor á ([ue la elevaron los admiradores del arte helénico. Mas al ministrarnos esta enseñanza, que viene á confirmar por nuevo sendero la ya recibida de los frag- mentos ar([uitectónicos del estilo latino-bizantino, no es menos útil para la historia
iJe viris illii.stribm, cap XXYI.
MEMORIAS DE LA REVL ACADKMIA DE SAN FERNANDO, 121
de las artes la que obtenemos, coiisklerando que si habia desaparecido ya la pulcri- tud y elegancia de las formas respecto de la figura humana, no estaba perdido por cierto el procedimiento industrial respecto del no fácil grabado de las piedras duras, lo cual depone en favor de la tradición, dolorosamente olvidada por los que no sos- pecharon en nuestro suelo la existencia de las bellas arles durante la edad visigoda.
Es la expresada esmeralda cierta manera de medio cilindro, que en su exterior ofrece dos facetas, y debió engastarse en alguna de las magnificas preseas del Te- soro por medio de un pequeño perno que penetraba en ella á uno de los extremos. El grabado que llena ambas facetas representa la Anunciación, revelando ya el ca- rácter litúrgico que tuvo durante la edad media este divino misterio, según observa- mos en códices, dípticos, labias y relieves. La Virgen, puesta de pié, oye al ángel Gabriel que le anuncia la voluntad del líterno , apareciendo delante de ella simbó- lico jarrón, del cual sube hasta tocar su pecho un vastago de azucena, emblema de la castidad y de la pureza. Desproporcionada por extremo la ligura de María, lleva en la cabeza cierta especie de amículo ó nimbo; y envuelto su seno por ancha v plegada ¡ascia ', en que parecen también ocultarse los brazos, cae hasta el suelo, cu- briendo uno de sus pies, la túnica de que se reviste. Muéstrase el ángel en el gra- bado á la derecha de la Virgen: su actitud es la de (juien participa alguna nueva: su ligura, más proporcionada y mejor movida que la de María, .se contempla arma- da de grandes alas, que recogidas sobre los hombros descienden casi hasta el pa- vimento, mientras alzada la mano diestra, cumple su misión sagrada. Su traje con- siste en una túnica talar menudamente plegada, sobre la cual pasa el manto alibladu. ajustándose hasta señalar el desnudo: en la cabeza parece traer, por último, cierta especie de casco. Todos los accidentes que caracterizan tan raro monumento, nos recuerdan sin violencia alguna las monedas que por aquellos días producía el arte bizantino, y más todavía respecto del ángel, los relieves [trimítivos del Arca Santa de Oviedo, donde con alas de igual forma y dimensión, y túnicas y mantos dispuestos en el mismo sentido, .se hallan varios ángeles y querubes. lil ¡«ello tiene 0,018 de alto por 0,0 lo de ancho.
No es ya dudoso que aquellos mismos príncipes, magnates ó prelados que enri- quecían sus ornamentos y joyas de más alto precio con las reliquias del arte anti- guo (como sucede en la corona de Keceswinto y vemos siglos después en la Cruz de los Angeles -) alentaban y |)rotegian el grabado en hueco que tanta aplica- ción tiene, en las piedras duras, á la indumentaria. Al examinar la esmeralda que por ventura se ha salvado del nuevo naufragio corrido por el Tesoi-o de Guar- razar, comprendemos desde luego aquella preferencia que los artífices visigodos dieron respecto del grabado á este linaje de geminas, de lo cual nos ofrece inequí-
1 Fascia psl qua legitur pectiis ct papillae comprimunlur, atque crispante liniíulo angustiiis ¡\c- i;tus arctatur. Et dicta fascia. quod in modum fasciculi corpus allisrat fS. Isidoro, Elliim. lib. XIX, cap. XXXII).
- Págs. 35 y 90.
iii MEMORIAS DE LA REAL ACADEMH DE SAN FERNANDO.
vüco leslimoiiio el sabio Isidoro, manifestando que ninguna piedra preciosa era tan grata á la vista como la esmeralda, para el referido uso K
VI. Con estas preseas han venido también dos notables fragmentos arquitectó- nicos de la Basílica de Guarrazar, por extremo semejantes á los que oportunamente dejamos estudiados ", y una losa de mármol gris, ó de San Pablo, toscamente la- brada, que parece haber servido de tapa á una de las cajas de argamasa, con repe- tición mencionada. Tiene 0,34 de largo por 0,24 de ancho, mostrando así que la expresada caja estrechaba en la parte superior hasta 0,21 por 0,31: en la cara exterior presenta sencillos ornatos geométricos; á sus extremos follajes de hojas agu- das, dispuestos de la misma suerte que en algunos fragmentos de los existentes en Toledo ■*.
VIL En la Biblioteca Nacional se custodian- los objetos comprados por el Go- bierno: consisten en clamasterios de varios tamaños, ya de amatistas, ya de zafiros; en número crecido de perlas y zafiros con facetas y sin ellas; en vidrios de colores, dis¡)uestos unos para ser engastados é imitando otros la ligura piriforme de zaíiros y amatistas; en cantidad no escasa de canutillos de abalorio, perforados cilindrillos de cobre, balaustres de oro, como los de las coronas de enrejado, y menudas tachuelas del mismo metal, todo lo cual testifica nuevamente del gran destrozo ejecutado en los monumentos que la piedad cristiana confió para su custodia al cementerio de la Basílica de Santa María in Sorhaces. Y no lo confirman con menor dolor los fras;- mentos que todavía conservan algún interés artístico, como son: un trozo de relieve en plata ya oxidada, una alpha de oro, y sobre todo el brazo de cruz procesional, antes de ahora citado.
Lástima es que sólo nos sea dado indicar, respecto del trozo de relieve, que re- presentando una cabeza y parte de una túnica, se asemeja sobremanera esta escul- tura á la del Arca de las Reliquias de Oviedo. De sospechar es en cuanto á el alfha, pendiente de una cadenilla, como la de los clamasterios de la corona de Suinthila, que hizo con otras omegas en alguna cruz ó corona el mismo oficio de los péndulos.
' Que el arte glyptica se ejercitaba entre los visigodos, lo comprueba en efecto una y otra vez el ilustre doctor de las Españas, al describir las piedras preciosas: tratando del amalisla, dice: «Est au- teni sculpturis facilis.» Üc\ jacinto escribe: «In sculpturis durissimus, nec tamen invictus» (Lib. XVI, cap. IX); del carchedoii'io observa: «Omnia autem genera sculpturae resistit» (Id., cap. XIII). Hablando de la esmeralda, liabia dicho: «Sculpentibus queque geminas nulla gratior oculorum refectioest» (Id., cap. Vil); lo cual comprueba de lleno nuestro aserto. Debe advertirse respecto de la esmeralda, que la señalada como más apta para la escultura ó grabado, es precisamente aquella de que asegura el mismo autor que tenía el principado «gemmarum virentium», añadiendo: «cuius corpus, si extensum l'uerit, sicut speculum, ita imagines reddit» (Id., id.;. San Isidoro señala después hasta doce géneros de esme- raldas, no olvidando que las más nobles eran las halladas en Escitia, y clasificando finalmente las de- más geminas virides, entre las cuales pone el prnsius, el berülus, el iaspis, etc. El grabado que de la Animciacion ofrecemos, es tal como aparece el relieve de la impronta, obtenida al efecto (Lám. V, nú- mero 10).
- Especialmente los fragmentos señalados en la lámina IV con los números 2 y 7.
■' Fragmentos n.° H de la lám. III.
MEMORIAS di; I.A IIKAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 123
según documentos irrecusables nos advierten, respecto de otras joyas, aun en éj)ocas posteriores '. El alpha , conservada su forma tradicional , se compone fie una chapa de oro, cuyos contornos afiligrana menudo cordón, mostrando en los extiemos y el ápice tres chatones de resalto, en que brillan otras tantas piedras preciosas.
Dejamos significado ([ue el brazo de cruz procesional se hermana por su belleza decorativa y su magnificencia con las princi|)ales preseas del Tesoro; y conviene desde luego añadir que son en alto grado notables las analogías que ofrece, en ambos conceptos, así con los fragmentos arquitectónicos descubiertos por liosolios en las Huerlas de Guarrazar, como con las coronas de Keceswinto y de Suinlliila. Revelando desde luego la traza general de la cruz descrita por I'rocopio, deja entender (jue, como en las de los Áwfcles y la Victoria, ocupaba la intersección un cuerpo circular á que se adherían cabeza, pié y brazos, armándose todos sobre un alma de madera por medio de tachuelas de oro. Tal como existe, tiene 0,243 de longitud y de 0,5 á 0,11 de latitud, en el ya indicado sentido de la traza. Poco diferia su decoración en anverso y reverso: ornado el brazo de zafiros, esmeraldas, nácares, perlas y vi- drios de colores, engastados en chatones de resalto, vénse estos distribuidos en tres hileras que se estrechan al acercarse á la intersección, ocupando la central diez cha- lones con vidrios, zafiros y esmeraldas y las dos laterales cada una otros diez con ná- cares y perlas. Circúyenlo en el exterior, acomodándose á la expresada disposición, graciosas palmetas que se desarrollan en opuestos sentidos; y repítese tan caracterís- tica decoración, pasando de unos á otros chatones en dirección distinta hasta producir triples aspas, cuyos centros esmaltan las ya mencionadas piedras {¡reciosas. For- mados los folículos de las ¡lalmelas por brillantes laminillas, tales como las que enriquecen la corona de Suinlhila ^, cobraba en verdad esta cruz procesional ex- traordinaria magnificencia, aumentando su riqueza artística los menudos follajes que llenan los intersticios angulares, de chatón á chatón y de palmeta á palmeta. Con- sisten aquellos en vastagos y hojas, perfectamente acomodados al espacio irregular en que se desenvuelven, y muestran llores trifolias y gallardas campánulas, por extremo semejantes á las que exornan los fragmentos de jambas y de frisos, en las Huertas de Guarrazar descubiertos (Lám IV, números 2, G, 8 y í); Lám. V, n.° 8). Las cápsulas de engaste que ocupan la intersección son regulares y los viilrios y piedras ([ue en ellas brillan, ofrecen todos facetas: los chatones de los in- termedios siguen el movimiento y forma nativa de los zafiros, como en las coi'onas de Keceswinto y de Suinthila. Hacen todas estas circunstancias más dolorosa la ))érdida dejo restante de tan suntuosa joya, que aun despedazada jior la punible
1 Véase la pág. 91 y en ella la nota 1.
2 Debemos notar, que así como en la corona de Reccswinto y los demás objetos en que esta de- coración aparecía, lia quedado reducida á muy pocas palmetas, no tanto por el natural efecto de los siglos, como por la impiedad con que todos estos monumentos han sido tratados. Alguna de las lami- nillas del hrazo de cruz procesional que describimos, ha servido también para los ensayos científicos, de que hemos dado ya noticia á los lectores.
iil MEMORIAS nií H RF.AI. ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
codicia de los vendedores, es uno de los más preciosos monumentos de la orfebre- ría visigoda, enlazándose admirablemente las observaciones que nos sugiere con el estudio hasta aquí realizado sobre el arte latino-bizantino, tal como es cultivado en la Península pirenaica.
VIH. Y no acabaremos nunca de lamentar, conocidos estos monumentos, la des- trucción de otros muchos, de que hemos adquirido i'epetidas noticias, no solamentíí por lo que debían significar en la historia del arte, sino por lo que importaban tam- bién respecto de la liturgia española y de las costumbres. Con insistencia se nos ha maniíestado, así en Guadamur como en Toledo, que formaban parte del Tesoro dife- rentes cíngulos ó baíleos, algunos collares y una paloma de tamaño natural, tejida de oro y piedras preciosas, así como los indicados objetos. Que los cíngulos, balteos y collares se ofrendaran durante la monarquía visigoda, no puede causarnos mara- villa, cuando siglos adelante los consagraban también ante los altares reyes y prela- dos. En (S84- Ordoño I ofrecía en el monasterio de Sobrado [Galicia] ante el altar de Santiago (Sancto lacobo Apostólo) entre otras magnílicas joyas un balteo, ornado de piedras preciosas ': en 943 Rudesindo, obispo de Dumio, donaba al de Celanova dos cíngulos de oro cuajados asimismo de pedrería, y otros varios de plata, uno de los cuales era gemmatum '-; y como baíleos y cíngulos pertenecían al ornamento per- sonal, antes y después de la catástrofe del Guadalete, no es del todo inelicaz la no- ticia de los que existían en el Tesoro, para estas investigaciones históríco-arqueoló- gicas. Ni hubiera sido estéril respecto de los collares el conocimiento de sus formas, cuando sabemos que de antiguo fueron exornadas con ellos las estatuas de las dei- dades gentílicas, siendo racional que esta, como otras costumbres del antiguo mundo, se propagase á la edad visigoda ^.
Pero si grande hubiera sido el interés de estos objetos, habríalos ciertamente excedido en iínportancía la paloma de oro, de que hablan así los labriegos de Guadamar como los plateros toledanos , y cuyo paradero es un misterio '. Admitido
' El rey dice: «Offerimus in offertorium prenominatae Ecclesiae limace cum lapidibiis et auro sculpta in quingentos solidos... Baltfínm cum lapidibus ornatura de quingentos solidos... per manus Pontiñcis Gundesindi» ¡Acad. de la Hist., Tumbo del Monasterio de Sobrado, Escrit. CXIX, l'ól. 45, vuelto). La consagración de este ornamento personal no podia ser más solemne. El laltheus era, se- gún San Isidoro, «cingulum militare, propter quod ex eo signa dependent: unde et baltheus dicitur iinn tantum quod cingitur, sed etiam a quo arma dependent» [Eünmol. lib. XIX, cap. XXXII), las mismas palabras repite Ducange (Voz citada).
- En el testamentum mencionado en otro lugar, decía , el obispo: «Offero monasterio Sancto... lúngulos áureos gemmatos 11.°*, alios argénteos exaratos, ex ([uibus unum gemniatum» (Acad. de la Hist., Tumbo del monasterio de Celanova, fól. 1." vuelto). Debe notarse que si bien estos cíngulos debieron ser sacerdotales, no por eso dejó de usarse esta presea, como parte del traje civil, antes y después de la pérdida de España.
' Véase lo que en este punto observamos en el siguiente capítulo.
' Guando por acuerdo de la Real .\cademia de la Historia pasamos á Toledo en Marzo de 1859, se nos aseguró por persona entendida, y que tenia motivo para estar bien informada, que esta paloma de oro había sido arrojada al Tajo por el platero que la había comprado, al ver en los periódicos la in-
MHM(1I\1AS DE L\ BHAL ACADKMIV DE SAN IF.nNANDO. ('2.'>
eii la Iglesia Occidental desde principios del siglo V el uso de palomas de oro [aurem rolumhae), ya para conservar las formas eucarislicas , ya para significar en los bap- tisterios la bajada del l'^spíi'itu Santo sobre la cabeza del Salvador en el momento de recibir las aguas del Jordán de manos del Bautista, ya para mostrar sobre las tumbas de los mártires y de los santos la protección del cielo ó encerrar sus sa- gradas reliíjuias ' , probaba desde luego su existencia en el Tesoro de Guarrazar que habia sido también recibida esta costumbre en la España visigoda, ilustrando punto tan oscuro (y no tocado todavía) de la liturgia que reforman con meritorio an- helo Leandro, Isidoro y Eugenio. Mas ¿á cuál de los indicados lines fué destinada la paloma de oro y piedras preciosas, conservada enti'e las regias coronas de Guana- zar?... Comparando las noticias, una y otra vez allegadas sobre tan peregrina presea religiosa, y teniendo en cuenta, según ellas, que descansaba en una peana ó[ilinto, asimismo de oro y ornado de labores, no parece inverosímil que sirviera para custodia del pan eucarístico, guardándose en el peristerio ó repo.ntorto de la Basí- lica, á que el Tesoro pertenecía, y que todas las circunstancias indican ser el lem- l)lo descubierto en las Huertas de Guarrazar, ya conocido de los lectores.
Las noticias no menos ciertas de vasos, lámparas, acetres y otros objetos, cnvo uso no es posible reconocer en medio de la vaguedad de las relaciones, debidas á personas imperitas ó interesadas en borrar toda huella de tan maravilloso descubri- miento -, completarían en lo posible la idea de tanta riqueza arlística, llevándonos según oportunamente apuntamos, á formar entero concepto del no sospechado fausto de la monarquía visigoda y haciendo verdaderas las narraciones que se juzgaban fabu-
dignücion que en la nación entera prniliijo la venta de las coronas, temeroso sin duda de que le parase alguu perjuicio: esta narración no pudo aquietarnos, porque no parecía verosímil respecto de quien te- niendo crisol, habia fundido ya otras preseas del Tesoro: algún tiempo después se nos dieron nuevos avisos de que realmente existia la paloma, y la misma especie ha traido de Toledo el Sr. Flores. ¿Se- ría posible que este monumento se salvara al cabo y aumentase el número de los que por fortuna po- seemos?..
1 Tribus in locis columbae adluberi in Ecclesia solebant, nempe in baptisteriis, in tumulis cum sanctorum, tum aliorum hnminum insigniorum, et in altaribus sacris. In baptisteriis mysterii causa, ad signilicandum scilicet Spiritum Sanctum, qui in columbae specie super Christum bapti/.atum spe- ctabilem se praebuit. Super túmulos ilidem Martyrum columbas appendi olim mos erat... Illae itaquc volwnbae, sive quae in baptisteriura, sive quae in tumulis appensae, erant ad mysterium vel ad orna- tum, non ad asservandum Viaticum, id est non ad rcposilorum, qualis erat illa perpetui columba: quae quum simpliciter columba ad reposilorimn appelletur, non de alia re quuní de Eucharistia id interpre- tanduní est (Mabillon, De Liturgia Gallicana, lib. i, cap. IX).
'^ Entre otros objetos de que recogimos noticias, se contaba cierta especie de cilindro de oro or- nado de labores, que se dice tenía á uno de sus extremos un remate esférico de cristal de roca: los labriegos lo designaban con el nombre de bastotí de Recesivinlo, y algunos anadian que ostentaba tam- bién una cruz. ¿Sería tal vez un cetro, ofrendado por algún rey visigodo ante el altar de la Virgen, como las coronas y los baíleos'^.. La sospecha de que esto pudiera ser y de que haya perecido en el crisol, produce en nosotros verdadero sentimiento, como lo producirá indudablemente en nuestros ilustrados lectores.
na MEUOIilAS DE LA RüAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
losas, debidas á los historiadores árabes \ Sobradas nos parecen sin embargo las joyas depositadas en el Hotel Cluny y las salvadas felizmente en España, para comprender sin esfuerzo con cuánta razón se preciaban los Flavios visigodos de oscurecer la magnificencia de los Augustos orientales, y lo que es de mayor fruto en este linaje de tareas, para establecer las relaciones que existen entre las bellas artes y las artes secundarias, fijando el carácter especial de las últimas, en cuanto á la orfebrería corresponde, no sin discernir la invencible fuerza de la tradición, ya respecto de las costumbres, ya de los procedimientos aiiíslico-industriales, ya en fin de la misma suerte que cobijaba á los orfebres empleados en la construcción de estos ornamentos. Y decimos en la suerte que cobijaba á los orfebres, aludiendo á la condición personal que nos revela el laboreo de las piedras preciosas, empleadas en las incrus- traciones de cruces y coronas, y á la misma suntuosidad del trabajo. Cuando compa- ramos en efecto las ofrendas que llevan el nombre de abades o personajes secunda- rios de la raza hispano-latina, con las que ostentan el de reyes ó magnates visigodos, no puede menos de saltar á la vista la diferencia que así en la grandeza y majestad de las preseas y en la abundancia de las piedras preciosas, como en la mano de obra y hasta en la ley de los metales existe entre unos y otros monumentos '. Todos dan cumplido testimonio de que las fuentes artísticas, en que los orfebres se inspiran, traen el mismo origen, revelando en consecuencia un solo arte; pero mientras la humil- dad del don, la rudeza y desaliño del trabajo (en que no es para olvidada la cir- cunstancia de ofrecer las inscripciones votivas caracteres de diversos tamaños y no
1 Véase cuanto dijimos en el capítulo anterior. Respecto de la inaudita riqueza de que se apode- raron los árabes, se podrá también formar alguna idea, cuando conocido el fausto de los reyes visigo- dos, se recuerde la disposición legal relativa á los ornamentos y joyas personales que ostentaban los reyes, como tales príncipes. El legislador decia: «De rebus autem ómnibus á tempore Suintbilani Regís bucusque á Principibns acquisitis, aut deinceps (si provenerit) acquirendis, quaecnmque forsítam Prin- ceps inordinata, sive reliquit aut reliquerit, quoniam pro Regni ápice probantur acquisita fuisse, ad successorera tantundem Regni decernimus pertinere: ita habita potestate, utquidquidex bis elegerit faceré, liberiim habeat velle» (Concilio VIH de Toledo, ley publicada en el mismo por Receswintbo). Es pue* evidente que sin coartar la libre voluntad del principe reinante, se constituía por esta ley el patrimonio de la corona respecto de los ornamentos personales, como lo estaba respecto de siervos, libertos y otros bienes.
- Sometidos á un análisis químico, ejecutado por el distinguido ingeniero de minas don Luis de la Escosura, resulta que el oro de la corona de Suinthila y de la cruz grande es muy análogo al que producen los ríos de Extremadura, por lo cual se inclina á creer «que están fabricadas [estas preseas] con oro procedente del lavado de arenas auríferas de los ríos de España.» No faltando razones para creer que no se interrumpe en la España visigoda la explotación del Tajo y de otros ríos que arrastra- ban mezclado el oro con la arena (Estrab., líb. III, cap. I!; Plinio, lib. XXXIII, cap. III), como no se interrumpe en otras naciones occidentales ((^odex Theod., lib. X, cap. IX), nos parece muyfundada la observación del Sr. Escosura. Respecto de las demás joyas baja mucho la ley del oro, como se advierte á la simple vista; y semejante adulteración nos advierte que no se guardaba religiosamente por los orfebres libres la antigua prescripción del Fuero Juzgo, en que leemos: «Qnis aurum ad facienda ornamenta susceperit et adulteraverit, sive aeris aut argenti vel euiuscumque viliorís me- tallí permixtíone corruperit, pro fure teneatur» (líb. VII, tit. VI, lex III. "). Esta pccm/.Tíío «rjeníí et aeris puede explicarse en la corona y cruz votivas por la humildad de la ofrenda. En la de Suin- thila aparece respetada la disposición del Liber ludkiim.
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pocos colocados al parecer en sentido inverso) manifiestan que los talleres donde se construyeron las coronas pequeñas, eran pobres en demasía, alimentándose tal vez con los desechos de otros ', persuaden y prueban la riqueza, la conveniente distri- bución y hasta la elegancia de ornatos y de letras en las consagradas por los reyes, que los talleres en que estas se fabricaban estaban ricamente dotados y dirigidos por mano experta, heredera de una tradición acariciada por el poder y la abundancia. Llévanos esta reflexión sin violencia alguna á recordar la organización de los colegios de artífices y artesanos de la antigüedad {collerjia fahrfm reí fahricensiim), los cuales se componían de cscla\'OS y libertos; y como lejos de relajarse la tiranía que sobre ellos gravaba, hallamos repetidas leyes dictadas ])or los últimos cmjiera- dores occidentales, que si bien la dulcifican en algunos puntos, la aprietan en otros por extremo; como se contaban entre los que sufrían tan desdichada suerte los argen- tarlos [argentara) los orebres [aurarü, aiirifices), los doradores (deaur atores), etc. '\ no juzgamos repugnante el admitir que estos colegios conservaron fambien su organización durante la monarquía visigoda bajo la salvaguardia de los reyes y magnates. Indúcenos á pensarlo así: 1." El conocimiento histórico de que prosiguieron siendo designados con titulo de siervos fiscales ó del fisco [serví fiscales), como en los tiempos del Im- perio romano, aquellos esclavos que lo eran de la corona '': 2.° La no menos his- tórica certidumbre de que los señores de siervos los empleaban desde la niñez en toda clase de artes, subiendo el precio del esclavo á medida que era mayor su ha- bilidad ó destreza ' : 3." La seguridad de que existieron durante lo monarquía visi-
1 Se ha calificado de torpeza de los orfebres lo que sólo es efecto de falta de medios industriales; y lo prueba eficazmente el examen de los caracteres que se suponen grabados inversamente ó cabeza abajo. Siendo vario el tamaño de los tipos referidos, no hallándose en ninguna de las inscripciones el empleo de una misma letra en sentido natural y en sentido inverso, y prestándose todas las que están alteradas á fácil lección, miradas por el reverso ó trasdós, no hay motivo para achacar al operario (y menos á la industria de su tiempo) lo que sólo proviene en este punto de la carencia de tipos directos y de punzones uniformes; carencia que sólo arguye pobreza. Durante la monarquía visigoda hubo pues orfebres menesterosos que como los de todos los tiempos, acudirían al desecho de los grandes talleres, para conllevar su escasez de medios; y con esta reflexión, tan obvia como sencilla, se alcanza á explicar la diferencia que vamos reconociendo entre unos y otros monumentos del Tesoro.
- La ley hacia la siguiente enumeración: «Architecti, laíjuearii, albarii, tígnarii..., lapidarii, ar- gentarii, structores..., quadratarii .., pictores, Sculptores..., statuarii, musivarii, aerarii, ferrerarii, marmorarii, deauratores, fusores,... tessellarii, aurilices, specularii, carpentarii,... vitriarii, eburarii. figuli, plumbarii, etc.» (Cod. Theodos., lib. XIV, tit. IV, lex II).
■> Concilio III Toled. can. XLV; Fuero Juzgo, lib. V, tit. VII, caps. XV, etc., etc.
* Discerniendo la ley IV del tit. V, lib. VI del Fuero Juzgo «pro quantis rebus et qualiter servus aut libertus tormenta portabunti) dice: «Verum ut de servorum meritis omnis ambiguitas cesset contentionis, non pro artificii qualitate excusatio videatur haberi, sed pro servis quaestionandis, con- tropatio adhibeatur aetatis et utilitas; aut si artifex fuerit qui debilitatus est, et huius artificii servum non habuerit, qui insontem debilitavit, alterius artificii servum iuxta praedictum ordiníwn cogatur exolvere: ita ut si artificem non habuerit, et alium servum ille cuius servus (|u<1esti(Mii addicitnr, pro eo accipere noluerit, tantum pretium ciusdcm serví artificis, qui quaestioni subditur, cius domino persolvatur quantum ipse artifex a iudice vel bonis hominibus rationaliter valere fuerit aestimatns.» Esta ley fué dictada por Flavio Chindaswinto.
) 2S MEMORIAS DE LA REAL ACADEMLX RE SAN FERNANDO..
goda ergasterios (ergasleria) ergasiulos (ergastula) , gimnecios (gymnecia) y otros ta- lleres análogos, donde las artes manufactureras se cultivaban ya por d convenlus ho- minim ya por e\ com^enlus foeminanim ': 4." La no menos significativa certeza deque las Iglesias catedrales poseyeron siervos de uno y otro sexo que se ejercitaban asi- mismo en el cultivo de las artes -: y 3." l^a existencia de la dignidad de Conde de los Tesoros Reales en la corte visigoda, la cual no significaba sólo que fuera guardador de ellos quien la ejercía , sino que cuidaba también de la dirección y gobierno de cuanto á los mismos tocaba ^ Si los reyes visigodos no eran de peor condición que las Iglesias y los magnates, y si aquella dignidad representaba algo más que un nom- Lu'e vano, no puede dejar de inferirse (jue ocuparon también sus esclavos, bajo una dirección superior y correspondiente á la magestad del trono, en el ejercicio de las artes; y dado el anhelo, históricamente reconocido, de imitar las costumbres ro- manas y de eclipsar el fausto bizantino, y sobre todo examinadas y juzgadas artísti- í-amente las coronas y preseas del Tesoro de Guarrazar , parece ya evidente que fueron debidas á aquellas manos esclavas, nacidas en el taller, donde vieron lundiien la luz del dia sus mayores.
Sólo de esta manera es dado imaginar lo que vale y significa, así en las coronas de Suinthila y Receswintho como en las cruces qoe dejamos analizadas, esa pere- grina decoración de laminillas de jacintos ó cornerinas que el docto Mr; de Lasley- rie ha calificado de vidrios rojos; y cuando en ninguna de las preseas ofrendadas por más humildes personajes, hallamos vestigio alguno de esta singular magnificen- cia, no se tendrá por descabellada pretensión la de suponer que quilalada la suma de tiempo y de trabajo que dicha decoración presupone, sólo teniendo á su mandar talleres de siervos, pudieron reyes y prelados desplegar ostentación tan desusada.
Ahora bien: considerando todas estas circunstancias que no carecen de algún peso en la historia de la civilización española, y volviendo nuestras miradas á los elementos decorativos que brillan en cuantos monumentos de la orfebrería visigoda dejamos descritos, resulta demostrado que no solamente pertenecen al arte que hemos designado con titulo de latino-bizantino , sino que representan al par en su conjunto
1 San Isidoro, Ethitn., lib. XV, cap. VI.
^ En el testamento del obispo Reeimiro, que lo era de Dumio, en el año octavo del reinado de Rcceswinto se halla esta notable cláusula: «Ex voce partis Ecclesiae adstrictum est, quod universas species generis et corporis rerum , quae in eiusdem Ecclesiae domo intrinsecus ad usus dome- sticus ex tempere suae ordinationis idem Episcopus Recimirus invenit, et quae ipse aut de opere ulriusque xsxiis arti/icum familiamín Ecclesiae potuit habere confecta alque illata... omnia moriens jusisset pauperibus erogari» (Esp. Sag., t. XVIIl, pág. 300).
^ Concilio XIII. In Subscript Vir. ülust. ojficii palatini; Notae I'elri Paliiii In Suhscript. VIH Cono... Lástima es que no poseamos todavía en España un libro, donde como en la Histoire desclasses nuvrieres en Fraiice, debido á Mr. E Levasseur, se reconozca y aprecie el estado de las personas du- rante la edad visigoda: de épocas más cercanas debemos ya curiosas y útiles investigaciones á nuestro amigo y compañero don Tomás Muñoz: bueno seria que diese á sus tareas mayor latitud en este sen- tido y que con la asiduidad y el buen criterio que ha mostrado en lo hecho, estudiase parte tan importante de la historia nacional todavía intacta. En ello haria un verdadero servicio.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 129
las tradiciones religiosas (liturgia) y reflejan el estado social (condición de las per- sonas) c intelectual (cultura) de la civilización española. Los referidos elementos de- corativos consisten :
1." En orlas de flores cuadrifolias, formadas de circuios y scmicirculos que se enlazan é intersecan, como en los numerosos fragmentos de la Basílica de San Ginés y de los Baños de la Cava, en el reverso de la Cruz de la Victoria, en las fenes- tras de San Miguel de Linio y otros monumentos de Asturias.
2.° En palmetas, ya dispuestas en cruz de aspa ya desarrolladas naturalmente, que recuerdan las que decoran el bellisimo antepecho de la ermita de Santa Cristina de Lena, en el Concejo de su nombre (Lám. VL n." H), así como las de algunos frag- mentos de Toledo.
3." En contarlos y sencillos funículos que recorren el perfil exterior de los aros ó exornan otras partes de las coronas.
4." En dobles funículos, enlazados á manera de trenza, como en los monumen- tos asturianos.
o." En llores cuadrifolias, cuya faz exlerna aparece picada, cual en los frag- mentos ornamentales de San Ginés de Toledo y cuya forma y disposición general las hermana con las que exornan las orlas exteriores del intr.ídos en los arcos de los sepulcros de Covadonga (Lám. VT, n.° 7).
6." En florones cuadrifolios, encerrados en círculos, y tales como los que exis- ten en los capiteles de la antigua mezquita de San Román y de Santa Cruz de To- ledo, los cuales se reproducen con exceso en varios miembros arquitectónicos de las fábricas primitivas de Asturias y en monumentos de siglos posteriores.
7." En orlas de follajes serpeantes, como las que se estudian en los fragmentos de San Ginés.
8.° En arquerías visible y genuinamenle bizantinas, de la misma disposición y traza que las del Arca de las reliquias y de algunos dípticos ya mencionados de la Cámara Santa de Oviedo.
9." En capiteles de hojas sin picar, que según la expresión del mismo Mr. de Lasteyrie, son el más fiel modelo de los tallados en el siglo Vil ', y tienen sin em- bargo notable semejanza con los de la Basílica de San Ginés , según queda oportu- namente advertido (Láms. 111 y V, núms. 2 y 7).
10. En rosetones octifolios, encerrados en círculos tangentes, que ofrecen el más perfecto tipo de los que decoran las basílicas asturianas, como persuade el di- seño que acompañamos del de San Miguel de Linio (Lám. VI, n." o), no sin que hallemos en los mosaicos de Italia análogo elemento decorativo (Lám. II, n." 7).
11. En campánulas y flores trifolias, tales como los que estudiamos en las jambas y frisos descubiertos por nosotros en las Huertas de Guarrazar (Láms. IV. y V, núms. C, 8, 9 y 8) y en frisos y capiteles de Asturias (Lám. VI, n." 9).
' Párr. I, p. 4.
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130 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
12. Y liiialiueule eu el uso de (lores quinqué folias piraniidalmenle agrui)atlas, como se observa en los fragmentos de Toledo (Lám. III, u." 7) y más adelante en los arraháes y otros miembros arquitectónicos del aite mahometano (Lám. VI, nú- mero 15).
No otros son los elementos esencialmente artísticos que revelan las Coronas del Tesoro de Guarrazar. Digno es también de tenerse muy presente que , si bien por sus formas nativas sabresalen las piedras preciosas de las líticas generales, se acomo- dan siempre los ornatos geométricos, follajes y flores al relieve general de a(|uellas, probando con cuanta exactitud y claridad se ha menester, que obedecían los artistas al mismo procedimiento tradicional, ya reconocido por nosotros en las obras arqui- tectónicas.
Respecto de la parte meramente industrial observamos en los oltjetos del Tesoro los caracteres siguientes:
1." líl uso de piedras preciosas, de diversos tamaños, ya en sus formas nativas ya faceteadas, ya engastadas de varias maneras, no olvidado el característico medio de los grifos, derivado inmediatamente del arte antiguo.
i." La aplicación de laminillas de jacintos ó cornerinas, dispuestas á modo de taracea (cloisonnces), obra especial ([ue revela la organización forzada del trabajo, en que se ejercitaban manos esclavas.
3.° El empleo del vidrio de colores, así en cápsulas ó chatones regulares, como en péndulos ó clamasterios, en los cuales se imitaban los zafiros piriformes, (|ue constituían la base principal de esta decoración K
4." La incrustación de nácares, jaspes, cristal de roca y plasmas, alternando con las piedras preciosas.
0.° El uso de láminas de oro por extremo delgadas, cuya elaboración revela no sólo la destreza manual, sino el empleo de medios mecánicos que únicamente podían provenir de la tradición conservada en grandes centros industríales.
()." El uso de placas ó láminas de oro más gruesas, en las cuales se ha produ- cido el relieve por medio de patrones ó moldes tradicionales, (|ue provienen de otra esfera propiamente artística, ó ya con la a])l¡cac¡on de hierros ó j)unzones que, liados á manos poco expertas en el conocimiento del diseño, comunicaban á los ornatos notable irregularidad y rudeza.
1." La aplicación de cuentas y canutillos de abalorio á la formación de los cla- masterios y la de tubos cilindricos de oro y cobre, para el engarce del cristal de roca los primeros y de los vidrios de colores los segundos.
8.° El uso promiscuo de punzones destinados á abrir ó estampar la lelra en
' Del análisis químico de todos estos vidrios resulta, según declaración del Sr. Escosura, (jiie los que imitaban esmeraldas, fueron teñidos con óxido de cobre; los que semejaban zaliros, con óxido de cobalto; los amarillos con óxido de hierro. El análisis de las famosas laminillas no lian producido aná- logo resultado; v sin embargo, como adelante veremos, no era un misterio la manera de colorar el vidrio de rojo (vitreum rubrum), durante la época visigoda.
MEMORIAS DE l.\ I\EAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. \:i\
hondo y de otros aptos para abrirla ó clavarla en troqueles ó sellos á íin de produ- cir la letra de relieve, lo cual ofrece el resultado, antes advertido, de hallarse varios caracteres en sentido al parecer inverso. Esta circunstancia se refiere sólo á la co- r(jna de Teodosio y á la cruz de Lucecio.
Y 0." La precisión de ajustes y soldaduras, muy superiores á los demás proce- dimientos artísticos, lo cual pone de relieve (pie la tradición industrial se hallaba acaudalada de larga experiencia; circunstancia que resalta principalmente en la co- rona de Suinlhila y en la ciuz regia que se le ha colgado, robusteciendo cuantas observaciones dejamos expuestas.
Hé aquí, pues, los más notables caracteres del arte y de la industria que en el Tesoro de Guarrazar descubrimos: comparados entre sí, observamos desde luego, no ya la decadencia de la orfebrería, como repetidamente se ha supuesto, sino lo que es más interesante en todo estudio útil , la gran distancia que siempre media entre el artista que crea y el artífice que imita, entre los elementos decorativos ado[)- tados ó inventados por el arte y los aplicados ó copiados por la industria. Ley es esta común á todas las épocas realmente artísticas, como á todos los estados de cul- tura: el arte impera; la industria obedece; pero la industria tiene, como el arte, su vida propia, no desemejante, ni contraria, sino hermana y una con todos los ele- mentos de cultura, y guarda y propaga sus tradiciones con la misma integridad y fuerza, revelando y trasmitiendo de una en otras generaciones sus piocedimientos y conquistas. Esto y no otra cosa nos enseña, pues, el estudio hasta aquí realizado, en cuanto á la edad visigoda concierne, no ¡)udiendo ser más contrarias las conse- cuencias que obtenemos en tan varios conceptos á la teoría del renombrado individuo de la Sociedad Imperial de Anticuarios de Francia.
Veamos ya de presentar las legítimas conclusiones de cuanto va expuesto, no sin fijar nuestras miradas en la tradición artístico-industrial que nos revelan el uso y la fabricación de las coronas y otras preseas personales, exornadas de vidrios y piedras preciosas, y su relación con las costumbres desde la antigüedad más remota.
vil.
Consecuencias de los estudios anteriores. — Su efecto en orden á la teoría de Mr. de Lasteyrie.— Ineücacia de esta respecto do las artes clásicas.— Vario empleo del vidrio de colores en las mismas. — .Mosaicos y revestimientos de los muros. — Vasos y otros objetos. — Falsilicacion de las piedras preciosas. — Propa- gación del vidrio de colores al arte cristiano y ú la arquitectura religiosa. — Multiplicados usos del vi- drio en la época visigoda. — Imitación de toda clase de fiemmas. — Estrecho maridaje del oro y de las piedras preciosas desde la más remota antigüedad en los pueblos orientales.— Su trasmisión al Occi- dente.— Su propagación á las Espafias. — Documentos arqueológicos. — Inscripciones romanas. — Los pueblos occidentales exceden al fausto del Oriente en la ostentación de piedras preciosas. — Considera- ciones generales sobre la excelencia de este medio decorativo. — Superioridad del mismo respecto del vidrio de colores.
Del estudio hasta aquí realizado, se deduce sin género alguno de dudas:
Que tanto los restos arquitectónicos, existentes en Toledo, como ios descubier- tos en las excavaciones por nosotros vcrilicadas en el término indicatlo de (juadamur, pertenecen á una misma edad y á un mismo arte.
Que, confirmando el examen de los objetos que componen el Tesoro de Guarru- zar, el principio fundamental arriba reconocido de que las artes del diseño, y muy particularmente la orfebrería, participan en todas edades del mismo carácter que os- tenta la arquitectura, no pueden sacarse de la esfera y jurisdicción de aquel arte, representado por dichas reliquias anjuilectóuicas.
Que unos y otros monumentos representan con extremada fidelidad una misma civilización, reflejando las mismas costumbres.
Estas demostraciones que, en nuestro concepto, no consienten nueva controver- sia, parecen pues dejar resucitado una manera clara y terminante la cuestión crí- tica, su-scitada por Mr. de Lasteyrie; cuestión que, según arriba apuntamus, es l;i más importante y trascendental de cuantas ha jtodido proiuover el hallazgo de (Jt/ar- razar en el terreno de la historia artística, á que exclusivamente nos referimos en estos estudios.
No es ya posible vacilar respecto del pueblo y de la civilización que dichos oit- jetos representan , ni menos concluir con tan erudito anticuario que las coronas del Tesoro de Guarrazar fueron dei)¡das á artistas del Norte , atraídos á la corte de los
i'il .MEMOBIAS DE LA llEAL ACADEMIA DE SAN FEIINANDO.
reyes visigodos por la magnificencia de Receswinlo '. Ni bajo el aspecto más general^ ni bajo el especialísimo en (jue ei digno miembro de la Sociedad Imperial lia visto la cuestión, intentando fundar sobre un hecho particular y no bien comprobado, una teoría general y contraria á la historia de nueslra cultura, es lícito desconocer la Fuerza de las observaciones que llevamos expuestas. Mr. de Lasteyrie, preten- lüendo discernir los rasgos originales que á su parecer resallaban en las coronas del Tesoro, se ha visto comprometido por su grande erudición, la cual ha triun- fado en su estimable libro de la lazon y de la historia. Dominado de este irre- sistible influjo, llega á deducir, como antes indicamos, que habiendo sido única- mente empleada en la orfebrería por los pueblos de origen germánico la decoración del vidrio rojo, embatido y recortado á modo de taracea (cloisonne), y siendo este el accidente que más brilla en las coronas, sólo podían ser estas debidas á orfebres (|ue reconocieran aquella procedencia.
Pero ya lo dejamos probado: sobre no ser en modo alguno valedera la última consecuencia, obtenida respecto de la historia del arte en general, ni prueba el he- cho, aun admitido tal como se pretende, todo lo que el entendido autor de la His- toria de la Pintura en vidrio intenta, ni tiene en sí tam])OCo la fuerza que le .atri- buye. Entremos ])ara demostrarlo en algunas consideraciones.
[•rescindiendo ahora del resultado que nos ha ofrecido la ciencia respecto del análisis de las laminillas de jacintos ó cornerinas que exornan cruces y coronas -, es de observarse ante todo que las artes industriales de la antigüedad clásica, tan ricas y experimentadas en todo género de procedimientos, no carecieron del uso de esmaltes, pastas, vidrios de colores y piedras preciosas: antes bien los aplicaron en tan multiplicadas maneras, que sobre causarnos verdadera admiración, nos dan alia idea de la opulencia y fausto desplegados por la civilización del antiguo mundo. Li- mitándonos á las obras que más directamente se enlazan con las bellas artes', y re- nunciando á numerosos testimonios, séanos licito traer aquí el muy significativo del eminente Pablo de Céspedes: el sabio anticuario del siglo XVI en su Discurso sobre la comparación de la antigua y moderna pintura y escultura, obra poco familiar aun entre los más eruditos, señalando las causas de la decadencia del arle clásico, ob- servaba: «Estando yo en Roma, cavando entre unos* estribos del monte Quirinal. hacia una calle que era de Suburra á Santa María Mayor, hallaron todas cuatio pa- redes encostradas de tablas de varios y diversos esmaltes, guarnecidos de comparti- mientos asimismo de esmaltes de diversos colores , que tomavan la ladera de alto á bajo y rematavan en el fondo de la cava, junto á su verdadero suelo antiguo, con una pintura de mosaico de diversas piedras, figuradas las tres diosas entre arboledas.
1 Xo se olvide que no es sólo Receswiiito el rey visigodo de quien el Tesoro de Guarrazar con- servaba notable ofrenda. Mr. de Lasteyrie no podia adivinar la existencia de la corona de Suinthila; pero este liecho tan seucillo bastaría por sí solo para modificar sus conclusiones, sí ya no existieran otros muchos.
- Véase la pág. H3 del capitulo anterior y su nota 2.
MEMOniAS DE LA REAL ACADESUA DE SAN FERNANDO. í3o
y de las ramas de un pino colgadas algunas máscaras, ote.» Determinada on la forma que sus propias palabras indican, la diferencia que lialló Céspedes entre \o¿esmulks de los muros y el mosaico del pavimento, daba noticia de otros descubrimienlos, que no cuadran mal á nuestro propósito, del siguiente modo: «También se lian hallado pavimentos de piedras preciosas. Yo vi una gran cantidad de ágatlias lindísimas e:i manos de un anticuario que se avian hallado en un pavimento, asentadas y encava- das que no devian tener precio; pues de creer es que las paredes corresponderian al suelo y el enmaderado ó bóveda avia de corresponder á tal riíjueza. •> Y con el-mis- mo intento alirmaba «aver visto en ciertas ruinas de Uoma varios frisos sobre már- mol verdes, las hojas taraceadas de diversidad de piedras y nácares, harto gracio- sas,» añadiendo que «en la gruta de la Silnla de Puzol liabia examinado la bóveda de un aposento no muy grande, «también labrada de esta suerte de mosaico, enri- quecido con piezas de nácar. »
No parece pues dejar estas j>alabras duda alguna del uso que liicieron los an- tiguos del esmalte, de las piedras preciosas y de los nácares en las obras cuvos or- natos se derivaban más inmediatamente de las bellas artes, conformándose la (ie- claracion del docto Pablo de Céspedes con lo que sobre el particular nos hablan (lidio Plinio y Vitruvio. Séanos permitido añadir respecto de las pastas y vidrios de colores que debemos á la propia observación y al estudio de los mosaicos romanos y muv inmediatamente de los de Itálica el conocimiento de la variedad de unos y otros, conservando en nuestro poder notables ejemplares, en que abundan los colores azul y verde y no escaseando por cierto el rojo que j)arece preocupar sobremaneía al docto miembro de la Sociedad Imperial de Anticuarios. Dignos son en verdad de maduro examen los indicados vidrios, cuando se trata de investigar el uso que de ellos hicieron las artes del antiguo mundo, pues que no sólo presentan extraordi- naria variedad de colores, sino que aparecen también esmaltados de oro y plata; procedimiento harto difícil por ofrecerse la plata y el oro dentro de los pequeños cubos [calculi], y á cubierto de la intemperie.
Y no es de olvidar, tratándose de vidrios de colores, la manera empleada por los antiguos en la fabricación de los vasos (potatorios y escaries): lejos de mos- trarse aquellos im|)uestos en la masa general de dichos vasos, se hallan jiixla|)nes- tos de tal modo que cada color se refiere únicamente á la forma esjjecial del ornato (|ue constituye, resultando de la unión total de las partes cierto linaje de taracea, vistosa y rica por extremo. Innecesario juzgamos el traer aquí autoridades que com- prueben estas observaciones, cuando en las ruinas de Tarragona, (^lúnia, Mérida, Itálica y otras muchas ciudades romanas de nuestra Península se descubren dia- riamente notables fragmentos de estos preciosos vasos, de que á dicha conservamos también curiosos ejemplares.
Pero el vidrio de colores tenía asi mismo otras muchas aplicaciones en las artes de la antigüedad clásica, parcciéndonos por cierto inverosímil el abuso á que su ela- boración da lugar respecto de las |)iedras preciosas, sin el testimonio de muy respe- tados escritores. VA diligentísimo Plinio, tratando de las piedras duras, afirmaba en
(3r, MEMORIAS DE L\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
efecto que se liacian del vidrio muchas geiimas, destinándose |)ara todo linaje de es- cudillas {vasa escaria), é imitándose al par los jacintos y zafiros y todos los demás colores, no olvidada la famosa piedra mwrhina. Ninguna materia era más apta ni acomodada á la jiinlura : el arte teñía de igual suerte las pastas para los mosaicos (calculi) y las cuentas de abalorio (abaculi) de los más variados colores \ y con aque- lla extraordinaria perfección que falsificaba las piedras preciosas, emulaba las ya ci- tadas murrhiuas, cuyo valor era verdaderamente fabuloso, y de cuyos cambiantes decia el mismo IMinio: «Splendor bis sine viribus, nitorque verius quam splendor. Sed in pretio varíelas colorum subinde circumagentibus se macculis in purpuram candoremque, terlium ex utroque ignescentem, veluti per transitum coloris purpuras, aut rubescente ladeo» -. El arle que tantas aplicaciones daba al vidrio de color, cual materia la más apta al efecto {pidurae accommodatior) , no era desconocido en Es- paña, donde según la expresión del autor alegado, se fundiau de la misma suerte (simili modo) las arenas ^ : y entre los expresados vidrios era por extremo familiar el color rojo [lolum riibens vilrim). Ni se presentaba este por último con menor fa- cilidad y frecuencia á la escultura, alternando con el marfil, el njármol y las pie- dras preciosas '.
Aventurado por demás sería en consecuencia el negar á las artes de la anti- güedad clásica el uso de los vidrios de colores, cualquiera que sea el objeto á que se los destine. Y que este uso se propaga en varios sentidos y con grandes creces á las épocas de decadencia, compruébase por multitud de monumentos. Sin que aspiremos á traer aquí excesivas citas, séanos permitido recordar la descripción ([ue el español Prudencio Clemente hacia, en tiempo de Teodosio, de la Basílica de San Pablo en Roma :
Regia pompa loci cst: Princeps bomis lias sacravit arces, Claiisitque magnis ambilum tnlenlis. Bracteolas trabibus siiblevit, ut omnis aunilenta SO Lux esset iiUus, ceu iubar sub orlu.
Subdidit et Parias fcbris laquearibus columnas,
Disünguil illic quas quaterna ordo.
Tuní canuiros hyalo insigni varié cucurrit arcus:
Sic prala vernis íloribus renident ^
1 Las palabras textuales son: «Gemmas multi ex eo faciiint . Fit ad escaria vasa, et totiim ni- bens vitrum atque non translucens, haematinon appellatum. Fit ct álbum et murrhinum, aut hya- cinthos saphirosque imitatum et ómnibus alus coloribus. Nec est alia nunc materia sequatior, aut otiam picturae accommodatior... Tingit ars, veluti cum calculi fuint, quos quidam abaculos appellant, aliquos etiam pluribus modis versicolores» (Naturaüs Ilisluría, lib. XXXVI, cap. LXVll^.
2 Id., id., lib. XXXVII, cap. VII.
•' lam vero per Gallias Hispanias(pie simili modo arenae teraperantur (Id., id , lib. XXXVI, cap. LXVI).
'' Quintiliano , tratando de la materia más á propósito para la manifestación de cada arte, e-cri- bia: (.(Caelalura... auro, argento, aere, ferro opera eflicit:... sfií//ííHfa lignum, ebur, marmor, vitrum, gemmas, praeter ea.., complectitur» (Lib. 11, cap. XXI).
2 Peristephanon, Hymno XII.
MEMORIAS DK I.A BICAL ACADEMIA DE SAM FEllNANDO. 137
Sidoiiio Apolinar (|iie florece en el siglo V [4Í]0 k i-80 | nos Irasmitia la si- guiente pintura de la iglesia de Lion (Lugdununij, su patria:
IiUus lux iiiical, atque bracteatum
Sol sic sollicitatur lacunar,
Fiilvo ut concolor crrel in metallo.
Dislincluiu vario nilore niarmor
Percurrit cameram, soluní, feneslras,
Ac sub versicoloribus figuris
Vernaiis berbida crusla sapbiratos
Flectit per prasinum vitrum lapillos. ele '.
Pero esta aplicación del vidrio de colores á las incruslraciones de muros, arcos Y bóvedas que tanta magnificencia comunicaban á las basílicas de Bizancio , cnrifpie- ciendo de iírual manera el arte de Oriente v de Occidente, no se limitaba á la ar- quitectura. La falsificación de las piedras preciosas {saplúratos lapillos) cundia, con el fausto que las devora, á las monarquías erigidas sobre las ruinas del Imperio romano, llegando entre los visigodos á grado tal de exceso y perfección como re- velan las siguientes palabras del sabio metropolitano de la Bética. Explicando las calidades del vidrio, decía: «Tingituretiam mullís raodis, ita ut liyaciiithos, sapliiros- que et virides imiteturet onicbes vel alíarum gemmarum colores •^ ■. Y tratando de las piedras preciosas, ponía término á sus útilísimas descripciones, observando: «Fíngunl ením eas ex diverso genere nigro, candido, míníoque colore. Nam pro lapide pretio- síssimo smaragdo quídam vitrum arte inficiunt, et fallít oculos sub dolo quadam falsa víriditas quoadusque non est quí probet simulalum et arguat: sic et alia alio atque alio modo. Ñeque ením est sine fraude ulla vita mortalíum» I Por manera, que no sólo fueron conocidos en tiempo del docto Isidoro de Sevilla los precedímientos que posevó la antigüedad sobre la pintura de los vidrios, los cuales recibían todos los colores, incluso siempre el rojo {minio), sino que había llegado á tal punto su perfección, que sobre imitar el jacinto, el zafiro,; la esmeralda, el onyx y otras piedras preciosas, deslumbraba la vista bajo la apariencia de la verdad, siendo grande la dificultad para discernir entre las piedras verdaderas y las fingidas {vera a falsis discernere magna difficidtas est). La tradición no puede ser más eficaz ni poderosa.
Vliora bien: si las artes de la antigüedad clásica conocieron multiplicados medios de a|)l¡cacion del vidrio de rolares; si conforme nos revela el erudito Pablo de Cés- pedes, emplearon el esmalte, alternando las piedras preciosas y los n;icares aun en ios monumentos arquitectónicos; si hallamos tan amenudo fragmentos de vasos, en
Lib. II, epist. X. Ad Hesperium. Ethimologias, Hb. XVI, cap. XV.
Id., id., cap. XIV.
Í8
138 MEMOBUS DE l.V HEM. ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
que el vidrio presei)ta la misma disposición que las obras de taracea, constando cada objeto de multiplicadas piezas de vivísimos colores; si vemos por último trasmitidos á la edad visigoda los procedimientos industriales relativos no solamente al color sino también á las formas que el arte le prestaba, y leemos en el ya mencionado libro de San Isidoro que «aliud flatu ílguratur, aliud torno teritur, aliud argenti modo caelatur» ', ¿qué mucho que nos parezca algún tanto aventurada la afirma- ción de Mr. de Lasteyrie, cuando dice que fué únicamente empleada en la orfebrería por los pueblos de origen germánico la decoración del vidrio enibulido y recortado á modo de taracea? Ni ¿cómo sobre todo hemos de convenir en que las coronas del Tesoro de Guarrazar fueron fruto de artistas del Norte, por el simple hecho de verse en algunas de ellas la decoración referida?
Cuando existen los precedentes históricos arriba indicados y no faltan escritores para quienes el arle de esmaltar, que no es otra cosa sino el arte de cubrir superfi- cies ó de rellenar con sustancias vitrificadas intersticios, cuyos contornos trazan de- terminados diseños, no es muy posterior al descubrimiento del vidrio -; cuando afir- man otros que los antiguos lo practicaron con suma habilidad y se citan al propósito varias poblaciones de Egipto, cuyos edificios ostentaban ladrillos esmaltados de bri- llantes colores; cuando consideramos finalmente que el mismo arte de esmaltar es un mero procedimiento industrial del arte propiamente tal de la taracea, cuyo per- feccionamiento produce el mosaico, no se nos tildará de ligeros, si aun dada la au- toridad que sus doctos trabajos han conquistado al autor de la Historia de la pin- tura en vidrio, nos apartamos de su opinión, teniendo por cosa racional y no de imposible logro para las artes clásicas la aplicación de laminillas, ya de vidrio rojo ó de otro color, ya de jacintos, cornerinas ú otras piedras duras, á todo género de metales preciosos.
Y esta consideración cobra mayor bulto, al reconocer respeclo de las referidas laminillas que lejos de componerse de materia vitrea, ofrecen, como ya queda decla- rado, caracteres de todo punto desemejantes, llevándonos á descubrir con su estudio una tradición y una organización industrial , cuyos no dudosos orígenes radican en la constitución social del antiguo mundo ^. Pero concedamos por breves momentos que siendo las indicadas laminillas de vidrio rojo , tiene este procedimiento su pri- mitiva raiz en los bosques de la Germania, tal como se ha pretendido sin presentar oportuna probanza : demos que los magnates y reyes visigodos , acariciando por un singular capricho de amor patrio y como único rasgo de su perdido espíritu de na- cionalidad, este peregrino invento, propio de su raza, lo introducen en la Península Ibérica : ¿bastaría este mero accidente para anular lodos los caracteres artísticos y todas las relaciones históricas, que ya respecto de las costumbres civiles, ya respecto
' Ethimologias, lib. XVI, cap. XV.
^ Bouillet, Dictiomire universel des sciences, des lettres el des arts (Voz citada).
3 Véanse las págs. 126 y siguientos del anterior capitulo.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SA> FERNANDO. í 39
(le las prácticas religiosas dejamos (|uilata(los y establecidos? ¿I'odriu oscurecer, aun (ieiUro de su especial esfera los demás rasgos característicos del arte de la orfebrería?
Investiguemos, siquiera sea de pasada, la historia de este arte nacido para ha- lagar la llaqueza ó la soberbia humana, y ella nos pondrá de relieve (¡ue la teoría de Mr. de Lasteyrie, no solamente es inelicaz para destruir cuanto llevamos asenta- do, sino que tampoco entraña fuerza bastante para romper la tradición artístico-in- dustrial que desde la más remola antigüedad hallamos establecida respecto del es- trecho maridaje del oro y de las piedras preciosas, empleadas así en coronas y dia- demas como en los demás objetos del culto y del ornamento personal, que caen bajo la inmediata jurisdicción de la indumentaria.
A los libros sagrados debemos en este punto tanta y tan exquisita enseñanza que sin apartar la vista de ellos y sin fatigarnos en demasía , nos será dado lograr entero conocimiento del frecuentísimo uso que las artes industriales del Oriente hicieron de aquellos medios decorativos. Vencedor de los madianitas, á cuyos caudillos Zeb y Salmaná dá muerte por su propia mano [123D antes de J. C. J, pide Gedeon al pueblo hebreo las arracadas ó zarcillos ['P.!"-] de los vencidos, que formaban parte de la presa; y hecho el recuento, obtuvo tal cantidad que llegó el peso de las refe- ridas joyas á mil setecientos sidos, sin contar los ornamentos y las preseas de que usaban los reyes de Madian, ni los collares de oro de sus camellos \ — Aterrados los pueblos de Siria y Mesopotamia al ruido de las depredaciones de Olofernes, en- vianle los príncipes sus legados y salen las ciudades á su encuentro para aplacar su liereza, ofreciéndole en don coronas y lámparas de oro ": Olofernes pone sus reales sobre Jerusaiem [634 antes de J. C.]; Judith, ricamente vestida, y exornada de pulseras, pendientes, anillos y todas sus más preciosas joyas [vestimentts iucundi- tatis suae'], se presenta al caudillo de Nabuco, á quien halla sentado en un suntuoso pabellón [in conopeo^ de púrpura, tejido de oro y sembrado de esmeraldas y otras piedras preciosas ^. — Deseando Asnero premiar á Mardocheo que le habia libertado de la perfidia de Bagathan y Tliares, sus eunucos, pregunta á Aman, <\ué debería hacerse con un varón á quien el rey deseaba honrar; y Aman, juzgando que se re- feria Asuero á su persona, le replica: «El hombre á quien el rey desea honrar debe ser vestido con insignias reales y puesto á caballo en la silla del rey, exornando su cabeza la regia corom. » Descubierta la maldad de Aman y sentenciado á la horca
1 n;!-! ms'rjm ü':int'n-ia --m rTNn-V2í?-i '^Sn Snu' icn ::ni- -ci; Spu?-: •n'''! Dn^'^oi *^.siX2 lüN mp:yn-¡n tiSi yi-c 'dSd h'jis liaJiNn
«Y fué peso en las pedidas arracadas mil setecientos sidos de oro, sin los ornamentos y joyas y las telas de púrpura que solian usar los reyes de Madian, y demás de los collares de oro de los camellos de ellos» {Lib. Judicum, cap. VIH, versículo '26,.
- Excipientes eiim cum ooronis et lampadibus ducentes choros in tympanis et tibiis (Lib. 111, vers. X del líber Jtidith).
3 Lib. Judith., cap. X, vs. 3 y 19. Sedentem in conopeo, quod eral ex purpura, et auro et smaragdo et lapidibiis pretiosis intextum.
140 MEMORIAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
]ue preparaba á Mardocheo, recibe este, con el favor de su príncipe, los distintivos le la dignidad á que era sublimado, saliendo del palacio con magníficos atavíos, en jue brillaban los jacintos y otras piedras preciosas y llevando la regia corona en sus sienes '.—Al morir el Grande Alejandro, debelador de Darío y dominador de Jeru- salem (32i antes de J. C), se enaltecen todos sus caudillos, ciñendo á sus frentes rrgias coronas, en señal del imperio que heredaban - y acomodándose así á las cos- tumbres de los pueblos orientales, cuya fastuosidad y molicie los tenían ya afemi- nados.— Noticioso Alejandro Balas, hijo de Antioco, de las virtudes de Jonatás. sucesor de Judas Macabeo, no vacila en solicitar su amistad, enviándole un manto de púrpura y una corona de oro (et misit ei purpuram et coronam auream), y ab- solviendo al pueblo de Israel del ambicionado tributo de las coronas áureas, con que acudía á sus reyes ó dominadores I
Ni era menor la magnificencia que en el uso de todo linaje de (jemmas y de coronas de oro había mostrado interiormente el pueblo hebreo. Prescindiendo de la deslumbradora descripción que nos hace Moisés de las vestiduras y ornamentos sa- cerdotales , en que parece apurar todo el fausto del Oriente en oro y piedras pre- ciosas ', seranos lícito lijar nuestras miradas en más cercanos tiempos. David, cuya humildad exalta el DiosdeAbraham, determinado á fabricarle magnífico templo, con- grega los príncipes de la Ciudad y les dice: «Yo he preparado con todas mis fuerzas «los gastos para la casa de Dios: oro para los vasos de oro, plata para los de plata, «maderas para las cosas de madera, y piedras de onyx y estibinas [~^s-^:za\ y "de diversos colores, toda piedra preciosa, y mármol de Paro en grande abundan- "Cia, etc.. Y cna,nla.s piedras preciosas halló cada uno fueron dadas para el tesoro »de la casa del Señor» ^.
Sabá, reina de Ophir, pagada de la fama de Salomón, le ofrece en tributo ciento veinte talentos de oro, exquisitos aromas, ] piedras preciosas | et gemmas preliosas, mp' px"]; y Salomón que sólo bebía en vasos de oro [vasa áurea "] v
' Lib. Esther., c. VI, vs. 7 y 8, c. Vlil, -v. 15. El te\to hebreo dice: -jScn '3dSc nb^ 'j-^c
nS.is ]ujií7 ivjni pnxi yia T^n^m nSni in- misyi iim nS^n msSc urisSs
: nnott'^ Que en castellano dice :
«Y Mardocheo salió de la presencia del rey y del palacio, y brillaba con vestidos reales verdade- ramente jacintinos y pomposos, y llevaba una corona de oro en la cabeza y cubierto un manto de seda y púrpura; y la ciudad entera se alegró y se regocijó.»
- «Et imposuerunt omnes sihi diadema post mortem eius» (Lib. I, Maehab., cap. 1, vers. X). "* Lib. I, Maehab., cap. X, vs. 20 y 29. Los expositores dicen respecto del último punto: «lu- daeis solebant coronas áureas regibus offerre quotannis, etc.» {Bibl.' Viilg.', ed. de Marielte, Paris 1706, p. 204, col. 2.").
' Libor Exodi, cap. XXVIll, todo él. ^ Paralipomenon, cap. XXIX, vers, 2 y 8.
" zn-< n^h'C -H^r- npc-r 'S- S;*. (Lib. I Regum, de la Biblia Hebrea. 111 de la Vnlgata, versículo 21).
MEMORIAS DE LA UEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. .|4|
cuyo trono era de marfil chapeado de oro resplandeciente ', correspondía á ios dones de Sabá con inagotable largueza. Las naves de Hirain le Iraian de continuo oro de Ophir [i-sinq zrí-\ , exquisitas maderas y piedras preciosas. El templo de Jerusalem una y oira vez despojado, ofrecía por último poderoso incentivo á la ra- pacidad de Antioco, según antes advertimos "; pero castigada por Dios su impiedad, murió en breve, al poner cerco á Elymaide, entregando á Pliilipo los signos de la potestad real que eran la corona, la estola y el anillo, objetos todos donde brillaba el ostentoso fausto del Oriente I
Hé aquí algunos auténticos y terminantes datos que sobre el punto (pie procu- ramos ilustrar nos ministran las Sagradas Escrituras; pero no son estos en verdad los únicos documentos que nos proporcionan semejante enseñanza, respecto de los pueblos orientales. — Debémosla igualmente al examen de los historiadores clásicos v aun al de los vates del siglo de Oro de las letras latinas, entre quienes para no acii- nmlar excesivos testimonios, nos bastará citar el de Virgilio. iXarrando este inmortal poeta la acogida que hizo Dido á Eneas, y el anhelo con que el héroe procura mos- trarse agradecido, presentándole algunos dones, reliquias salvadas de la ruina de Troya, después de mencionar el rico y vistoso manto de Helena, dice:
Practerea sceptrum, Ilione quod gesserat olim, Máxima natarum Priami, colioque monile Baccaliim, et dupliceni gemniis auroque coronain '
Revelando después la respuesta del oráculo, consultado por Latino, res|)ecto de la suerte de su hija Laviuia y de su reino, manifiesta que brilló de repente sobre la princesa una llama celestial, escribiendo:
Visa, nefas, iongis comprendere crinibus ignem Regales accensa comas, accensa coronam Insignem gemmis ^.
' isic zn- '.nD'¿\', Si-; ;c-nc: -S-an t'"" (Id., id.,- vcrs. 18).
- Página 85.
3 Lib. I, Machab., cap. VI, veis. 15.
* AEneid., lib. I, vers. 65G y siguientes.
^ Lib. VII, vers. 73 y siguientes. Para prevenir toda objeción, nacida del hecho de referirse csla cita al pueblo latino, será bien recordar (¡ue sobiT escribir bajo la doble impresión del estudio que habia hecho de las costumbres orientales y de la iiilluencia que estas ejercían en su tiempo sobre la socie- dad romana, no debia ser desconocido á Virgilio que en el fondo mismo de la cultura itálica existían notables reminiscencias de cierto orientalismo. A la vista tenemos un curioso idolo, iiallaiin en las excavaciones de Tarquinia, mientras las visitaba nuestro digno compañero don Anibal .Vlvarez; idolo que ornado de corona ó mitra de cuatro puntas, menudamente entallada y enriquecida de tenias ó colgantes á los lados, ostenta asimismo ruello y pecho decorado de ricas preseas. Sin embargo, este fausto fué desechado por la severidad republicana: adelante veremos cómo y cuándo se introrliijo en la ciudad de los Cincinatos y Coriolanos la excesiva magnificencia del Orientís aunque sólo bajo el aspecto de las artes industriales, punto que ahora examinamos.
(iá MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Describiendo el banquete con que Dido agasaja á Eneas y á los lioyanos, ob-
serva ' ;
llaoc Rogiiia gravem gcmniis auioque poposcil Inipievitiiue mero patoiam, quam Belus, ot omues A Belo soliti...
Y pintando [)or último las fiestas, con que el troyano Alceslo le honra en las cosías do Sicilia, menciona los premios señalados á los luchadores, diciendo que el segundo consistia en
Aniazonianí pharetrain, picnainquc sagitis
Tiireiciis; lato quam circum am|)leclitur aiiro Ballheis el tereti subneclit fíbula gemma -
I'ero no amontonemos más citas.
Innegable es pues que en los pueblos de Oriente tuvieron extraoidinaria aplica- ción á las artes industriales todo linaje de piedras preciosas, engastadas en oro y plata, ora las consideremos en los vasos y preseas, ora en los muebles que enri- quecían las moradas de sus principes, ya en las vestiduras por ellos usadas y por sus sacerdotes, ya finalmente en sus diademas, mitras y coronas. Cúmplenos obser- var respecto de las últimas, con sólo atenernos á los testimonios trascritos: 1." Que no solamente eran signo de la autoridad suprema, sino que las usaban también los príncipes y optimates, exornando sus triunfos I 2.° Que eran presentadas á los vencedores como signo de vasallaje por los pueblos vencidos. 3.° Que eran ofren- dadas en los templos y custodiadas como objetos sagrados en sus tesoros.
De buen grado nos detendríamos á ilustrar todos estos puntos, si no atendiése- mos principalmente á la demostración artístico-industrial que vamos produciendo: documentos irrecusables abundan sin embargo, en que se comprueba que fué el uso de las coronas muy general á los pueblos de Oriente , ostentándose en bodas y ban-
1 Lib. 1, vers. 73!2 y siguientes.
2 Lib. V, vers. 311 y siguientes.
3 El docto Calmet observaba: «Ptolomeus rex armorum iure sibi adscita Syria, triumphantis more ingressus est Antiochiam duplici insignitus diademata, AEgypti scilicet et Asiae.» [Dict. cnt. hist. Sacrae Scriptume, t. I, pág. '255). Galmet explicaba el siguiente versículo : «Et intravit Ptolo- meus Antiochiam el iraposuit dúo diademata capiti suo, AEgypti et Asiae.» (Machab. t. I, cap. XI, vers. 13). Recuérdese lo indicado sobre los triunfos concedidos por la República romana á sus cónsu- les y pretores ^págs. 85 y 86) , pareciéndonos bien añadir que el mismo Plinio nos trasmite la noticia de que Claudio, sucesor de Cayo ^CaligulaJ, «cum de Britannia Iriumpharet inter coronas áureas, VII pondo habere, quam conlulissel Hispania Citerior, IX quam Calila Cómala, titulis indicavit iNalura- lií Historia, lib. XXXIII, cap, XVI,
MEMORIAS DE LA liEAL ACADEMIA ))E SAN FERNANDO. 143
queles ', y no faltan razones para afirmar que el pueblo hebreo conservó aun en me- dio de su cautividad aquella fastuosa costumbre -. Mas lo que no conviene olvidaí', porque derrama no escasa luz sobre estas investigaciones, es la consagración iiuo las coronas recibian en los templos orientales, exornando sus ídolos según antes mani- festamos ^.
Recordando también las que Antioco arrebata del templo de Jerusalem, licito juzgamos deducir que pues ante el tabernáculo exislian [in facie templi], de allí tomó Alcimo, sumo sacerdote, la corona de oro (jue ofrece á Demetrio Seleuco, como tomó la palma y los ramos de oro, con que solicita su amistad y benevo- lencia '. Ofrenda hecha á los ídolos y no desapacible al Dios Único fué pues la de las coronas de oro, enriquecidas de piedras preciosas, entre los pueblos do Oriente; no pudiendo dudarse en consecuencia de todos estos hechos, que las artes industriales se ejercitaron en el laboreo del oro y en el engaste de todo linaje de corundos y margaritas.
Y que hubo de propagarse aquel fausto deslumbrador á las regiones occidenta- les, inoculándose en el mundo romano, y tomando mayores creces á medida que se acercaban los dias de su decadencia , pruébanlo al par la historia y la arqueología.
1 Ueutermomio , cap. VI, vers 8; haias, cap. LXl, vers. 10; Cani., Canl., cap. 111, vers. 11; Sapieiitia, cap. II, vers 8. Machabeorum, lib. II, cap. VI, vers. 7; Isaías, cap. XXVIII, vers. ó. Estas coronas, de que dicen los expositores que eran «opus ex auro gemmis ornatum», tuvieron en el Oriente significación tal que no se concebía dignidad ni grandeza sin su uso: asi vemos que en los poemas de la decadencia helénica, el primer atributo de los protagonistas es la corona, de donde derivadas algunas (le estas obras á las literaturas occidentales, se han conservado estos característicos rasgos con notable fuerza. Fijando nuestras miradas en el Poema de Apolonio, producción de la literatura española á principios del siglo XIII, hallamos en efecto el bello pasaje en que el rey Architrastes y su hija Lu- ciana invitan á cantar de sobremesa á Apolonio, y este, obedeciendo ios ruegos de sus regios huéspedes.
Díxo que sin corona non sabríe violar,
Non quería, maguer pobre, su dignidat baxar.
Architrastes, pensando agasajar á Apolonio:
Mandó de sus coronas aducir la meior; Dióla á .\polonio, ese buen violador.
(Coplas 185 y 186;.
Architrastes que ignoraba la categoría de Apolonio, no tuvo reparo en hacerle distinción seme- jante, prueba de lo que valia y significaba aquella costumbre.
* El ilustre Calmet, refiriéndose á estas palabras de Ecequiel: «Coronas habcbitis in capítíbiis vestris [a¿"a;N"i"S>* üdinsi] et calceamenta ín pedibus: non plangetis ñeque flebitis, etc.» ¡Eze- chiel, cap. XXIV, vers. 23), escribe: «Quibus verbis intellígimus. ludaeis in captivitate ñeque co- ronas deponere, nevé luctum vel in ipso suorum funere, iuduere lícuísse» [Dict. Hisl. crit. Savrai- Scripturae, t. I, voz Corona).
3 Véase la pág. 85 de estos estudios.
í Lib. Macliab. II, c. XIV, v. i. «Venit ^Alcimus^ ad regem Demetrium, c«ntessimo quínquage- ssimo anuo, offerens ei coronam auream et palmam super haec et thallos, qui tcmplí esse videbantur.»
\íi UEMOnlAS DE LA REAL ACADEMLV DE SAN FERNANDO
I,as victorias alcanzaJas sobre el Asia eran la ocasión de que se corrompiesen en a(|uel sentido las austeras costumbres de Roma y muy principalmente desde el ter- cero y más famoso triunfo de l'ompeyo. «Victoria tamen illa Fompeii (escribe el di- ligente Flinio) primtim ad margaritas gemmasque mores inclinavit: sicut L. Scipio- nis et Vj\. Maníii ad coelatum argentum et vestes Altalicas, et triclinia aerata: sicul L. Mummi ad Corinlliia et tabulas pictas.... Ergo terlio triumpho, quem de piratis, Asia, Ponto, gentibusque et regibus (prosigue) pridie kalend. Octob., die natalis sui, (l'om|)eius] egit, transtulit alveum cum tesseris lusorium, el gemmis duabus latum pedes tres, longum pedes quatuor (et ne quis de ea re dubitet, nulla gemma- rum magnitudine liodie ad hanc amplitudinem accedente, in ea l'uit Luna áurea pondo X\X); ledos triclinares tres; vasa ex auro et gemmis abacorum novem; sig- na áurea tria, Minervae, Mariis et Apollinis: coronas ex manjaritis iriginta ires; montem aureum quadratum cum cervis et leonibus et pomis omnis generis, circum- data vite áurea: Museum ex Margaritis, in cuius fastigio horologium eral. ImagoCn. Pompeii é margaritis.... severitate viola, el veriorc luxuriae triumpho » K Las piedras |)reciosas v las coronas del Oriente se hablan pues trasportado á las regiones oc- cidentales, siendo ineficaces las protestas de historiadores y filósofos para reprimir la afeminación de las costumbres que aquel inusitado fausto produjo.
A nadie es dado ignorar cómo cunde el contagio al Imperio , por lo cual nos será permitido abreviar las probanzas. Observemos, no obstante, con el mismo Plinio que el ejemplo de Fompeyo contaminó al pueblo y á la milicia romana, ya trocando los caballeros sus anillos de hierro por otros de oro y de piedras preciosas ", ya com- [titiendo con las matronas en el uso de toda presea \ ya en fin ostentándose el oro en las fíbulas tribunicias '. El desconocido fausto del triunfador del Asia <• lolerabi- liorem fecit causam Caii (Calligulae) principis, qui super omnia muliebria, socculos ¡iiduebat e margaritis; et Neronis principis, qui sceplra et personas histrionum, et cubilia amatoria unionibus conslruebat ~\ •> Caligula que ya habia fingido representar á Apolo, ya á Mercurio, ya á Neptuno , ostentando lira, caduceo y tridente cuajados de piedi'as preciosas, concedía á su caballo los honores de pontífice, y fabricán- dole suntuoso palacio con soberbias cuadras de mármol y pesebres de marfil, cu- bríalo de púrpura, ornábalo de magníficos collares de perlas y dándole á comer ce-
1 Nalua. Hist., lib. XXXVII, cap. Y.
- Mullís hoc raodis, ut celera orania, luxuria variavit, gammas addendo exquisiti fulgoris censii- que opimo dígitos enerando.. ; mox et effigies caelando ul alibi ars. alibi materia essel in pretio ;id., id., lib. XXXIII, cap. VI).
3 Habeant feminae in armillis digitisque totis, eolio, auribus, spiris: discurrant calenae circa la- lera, et inserta margaritarum pondera e eolio dominarum auro pendeant, ut in somno quoque iinio- num consciencia adsit: etiamne pedibus induitur, atque inter stolam plebemque hunc médium femí- narum equestrem ordinem facit?.. (Id., id., cap. XII).
* In militia quoque in lantum adolevit haec luxuria ut M. Bruti in Philipicis carapis epistolae reperiantur frementes, fíbulas tribunitias ex auro geri (Id., id., id).
5 Id., id., lib. XXXVII, cap, V,
MEMORIAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 145
liada dorada, ofrecíale los más exquisitos vinos en cinceladas copas de oro, sem- bradas de resplandecientes esmeraldas y zafiros ^ Nerón, para quien eran pocas lodo linaje de extravagancias, en que brillase el afeminado fausto del Oriente, «gla- diatorum pugnas spectabat suiaragdo -.»
De la majestad de los Césares se vio en breve descender á todas las clases de la sociedad aquel singular frenesí; y no solamente los vivos, sino también las esta- tuas de los dioses y de los personajes ya difuntos, ostentaron multiplicados orna- mentos, en que bajo el brillo de las esmeraldas, jacintos, zafiros, carbunclos, cera- unias, uniones y margaritas desa|)arecia la riqueza del metal, donde se hallaban en- gastadas. Sin que hayamos necesidad de salir de nuestra Península, nos seiá dado comprobar estas ol)servac¡ones con muy notables monumentos arqueológicos: lo es en verdad la inscripción votiva, que hace algunos años examinamos entre las anti- güedades custodiadas en el palacio que los duques de Medinaceli tienen en Sevilla: grabada en el pedestal de una estatua de plata que parecía representar á ísis, des- pués de las palabras de la dedicatoria un tanto maltratadas, dice:
■ ■■. ORNAMENTA IN- BASILIO VNIO- ET. MARGARITA N VI. 2MARA&DI DVO CYLINDRI- N- VIL GEMMA- CAR BVNCLVS- GEMMA. HYAGINTHUS- GEMMAE- CERAVNIAE DVAE. IN AVRIBVS- 2MARAGDI. DVO- MARGARITA- DVO IN COLLO- QVADRIBACIUM. MARGARITIS- N- XXXVI- 2MARAGDIS. N- XV|. ET IN CLVSVRIS- DVO- IN- TIBIIS- 2MARAGDI DVO CYLINDRI N XI. IN- SMIALIIS 2MARAG . DI. N VIII MARGARITA. N V|||. IN- DÍGITO- MÍNIMO- ANVLI DVO- GEMMIS- ADAMANT. DÍGITO SEQVENTI- ANVLVS- PO LYPSEPVS 2MARAGDIS ET- MARGARITO IN- DÍGITO SVMMO ANVLVS CVM- 2MARAGD0- IN SOLÉIS- CILINDRI- N VIII ^.
' Recapitulando Suetonio todas estas extravagancias, fijaba al cabo su vista en la persona del César, diciendo: «Veslita calceataque et cetero habitu ñeque patrio ñeque civili, ac ne virili quidem ac denique humano, semper usus est. Saepe depicta, gemmatasque indutus paenulas, manuleatus et armillatus in publicum processit; aliquando sericatus et cycladatus; ac modo in crepidis vel cothur- nis, modo in speculatoria caliga, nonnuniqnam socco muliebri: plerumque vero anrca barba, lulmen tenens, aut' fuscinam, aul caduceuní, dcorum insignia; atqne etiam Yeneris cultuní conspectus est. Triumptialem quidem ornatum etiam ante expedilionem asidue gestavit, etc.» [Caligula, cap. LII.) Es imposible mayor delirio en el fausto personal.
2 Natur. Hist., lib. XXXVIl, cap. XVI.
■'' Publicáronla Montfaucon, Miiratori, Bary y Florez: este con mayor exactitud, y acusando su paradero con descripción harto exacta [Medallas de España, t. II, pág. 021). Las dedicantes son Fabia, Fabiana y Avita, y lo hacen en honor de Avita. El sitio primitivo donde existió la inscripción fué la ciudad de .\cci, según advirtió el erudito Rodrigo Caro en su libro De Veteribtis Hispaniurum Diis, todavía inédito.
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fí6 MEMORIAS DE LA REAl, ACVDEMIA DE SAN FEnNAlSDO.
(iabeza, orejas, cuello, fimbrias del traje, piernas y dedos, todo aparecia en esta singular estatua cubierto de oro y piedras preciosas, siendo muy digno de re- pararse que como los ídolos de Oriente, de donde aquella deidad provenia, ostenta sobre sus sienes riquísima corona regia [l)asilio\. Ni es menos importante otra ins- cripción del mismo género, bailada en las inmediaciones de Loja [Campo-Agro], cuya interpretación lia sido basta aliora martirio de los más doctos epigrafistas: consta ca ella que Postumia Aciliana «statuam sibi testamento iussit poni,» orde- nando que fuera exornada de fascia ^, inaures, collares, dextras y anillos, enri- ([uecidos de |)iedras preciosas, mandato que realiza su bijo Tito Fabio con grande prolusión, cargando la estatua de un verdadero tesoro ^.
La investigación arqueológica pudiera ministrarnos otros mucbos datos no menos febacientes, entre los cuales babriamos de mencionar curiosos bajo-relieves, descubiertos así en Italia como en España, y aun algunas monedas, tales como las de nuestra antigua ülia, objetos en que brillan también coronas, diademas y collares ornados de piedras preciosas. Pero bastan los testimonios alegados para pro- ilucir el íntimo convencimiento de que no pudo ser mayor el empeño de los pueblos occidentales, por oscurecer el fausto del Oriente con la exuberante ostentación del oro y de toda especie de geminas y balaxes en ornamentos y coronas. Sólo teniendo en cuenta tan singular frenesí, caracteristico de toda civilización decadente, nos es dado comprender lo que significa el solícito y cariñoso anbelo que muestra el sapien- tísimo San Jerónimo para libertar á Paula, bija de Leta, del peligroso contagio del lujo que inficionaba todas las clases sociales. «Pro gemmis et sérico (decía) divinos
' Debemos notar que demás del uso que la fascia tenia en tiempo de S;m Isidoro (pág. i21), se llevó también en la cabeza. Asi la bailamos definida diciendo: «Fascia diadema pretiosae cuiusdam ttílac opere pbrigio ornatae (Caimet, D'wc. BUL, t. 1, p. '255): en la estatua de Postumia Aciliana lo estaba de piedras preciosas.
2 Incluyela el diligente Muratori, tomándola ex schedis ambrosianis, en la pág. 737 del t. II de su Collectio veterum inscriptiomtm. : al darla á luz decia, notando en ella muchas lagunas: «Tot heic de- siderantur, ut nullus colligi sensus possit.» .\o es posible repetir hoy estas palabras: nuestro muy distinguido discípulo don Manuel de Cueto y Rivero ha logrado la suerte de hallar esla preciosa lá- pida que se juzgaba perdida, y con tesón digno de elogio ha llegado al fin á fijar su lección, escri- biendo una breve, pero importante memoria que ha presentado á la Real Academia de la Historia, quien la dará muy en breve á la estampa. De este curioso trabajo resulta grandemente comprobado cuanto vamos diciendi), pues que encierra la inscripción noticias interesantísimas sobre los nombres de joyas y piedras preciosas que tenían en muy alta estima los romanos. Postumia Aciliana, natural de Priego (Bética-Córdoba) señaló en' su testamento hasta la suma de ocho mil sextercios para los ade- rezos y preseas que debía ostentar su estatua; y consistían estos en un septentrio con cuarenta y dos piedras finas labradas en forma de cilindro (tal vez berilos ó crisopacios), con siete perlas ; un hilo de veintidós perlas finas engarzadas en oro; otro hilo de plata con doce perlas, y una fascia ornada de sesenta y tres piedras cilindricas y cien perlas. Tito Fabio, cumplida la voluntad de su madre, añadió unos brazaletes de plata (spathalia) con multitud de piedras finas, y una sortija en que había un jaspe, cuyo valor ascendía á siete mil sextercios. Este monumento, que es por otra parte de no escasa im- |)ortancia geográfica, tiene pues extremado valor respecto de la historia indumentaria de España, por lo cual merece nuestro amado discípulo todo elogio, demás de ver premiado su descubrimiento por la Real Academia, cuya solicitud no halla limites al recompensar las tareas propias de su instituto.
MEMORIAS DE LA REA!. ACADEMIA DE SAN FERNANDO. í 47
-códices amel in quibus non auii el pellis Babylonicae vermiculata pictura, sed ad »fidem placeat eméndala erudila distinctio '. Sólo meditando soltre estas palabras, podremos también medir el camino que habian hecho en uno y otro imperio las arles del lujo, cuyo incremento fué tal en las regiones orientales, desde que divide Constantino el manto de los Césares [330], que apenas |)uede darse fe al testimo- nio de los más verídicos historiadores. Y ([ue aquel falso y deslumbrador aparato y sed de riqueza se inoculan desde luego en los pueblos bárbaros que infestaron al par el Oriente y el Occidente, estimulando por extremo á sus reyes . pruébalo el mismo Jerónimo, cuando admirando el efecto que produce la doctrina cristiana en las na- ciones septentrionales, exclama: «Solitudinem patitur in urbe gentilitas... Vexilla «militum crucis insignia sunl Regum, purpuras el ardentes diademalum gemmas «patibuli salutari pictura condecorat, etc.» -.
Ahora bien : establecida de un modo indesti'uctible la tradición arlíslico-indus- trial desde los más remotos siglos hasta la época en que toman asiento en las re- giones occidentales los pueblos del Norte, probado hasta la evidencia que el oro y las piedras preciosas viven siempre hermanados en lodo linaje de oinamenlos ; reco- nocido que los pueblos orientales usaron con exceso de las coronas de oro, tacho- nadas de piedras preciosas; notado que no sólo las consagraron aipiellas naciones á los Ídolos , exornando con ellas sus cabezas , sino que el pueblo elegido de Dios las costudiaba entre las sagradas preseas del templo ofrendadas ante el santuario; seña- lada la senda que signen las expresadas arles del lujo al comunicarse al Occidente, donde exornan también las sienes de las deidades gentílicas coronas de oro y de li- (juísima pedrería; y fijado el instante en que penetra en el templo católico, con la paz de Constantino, la devota costumbre de consagrar ante los altares cristianos las ya referidas coronas , ¿como ha de ser posible desconocer, aplicando todos estos hechos á la cultura hispano-visigoda, que falle en ella esa no interrumpida tradi- fion? ¿Cómo la hemos de suponer tan necesitada de procedimientos artístico-indus- triales que no pueda labrar ornamentos y coronas para sus i'eyes, sin traer artílices del fondo de la Germania?....
Contra esta osada suposición protestan en masa lodos los elementos congrega- dos en el suelo déla Península: contradícenla formalmente las bellas artes, cuyas preciosas reliquias dejamos examinadas; recházala el irrecusable testimonio de las costumbres; niéganla las no dudosas prescripciones del rilo y de la liturgia: contra- ríala la respetable y no interesada autoridad de Isidoro; y desmiéntenla por último, con otros descubrimientos todavía no quilatados ^, las mismas coronas del Tesoro de
' De Institutione filiap adhaetam. Tom. IV, fól. T)'.!! de la cilic. de Paris de 1700.
2 Id., id.
^ Indicarnos en otro lugar qiii' existian en el Gabinete etnográfico del Museo de Historia Natu- ral algunas joyas procedentes de excavaciones veriticadas en Elche, propias de la época visigoda, liien que tenidas hasta ahora por romanas. Entre todos nos llaman la atención algunos zarcillos, inaures ( núm. (U de las Antigüedades), collares ó gargantillas, ton¡ues (núms. 01, 63 \ 69) y cade-
148 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
Guarrazar, cuyo carácter artístico hemos procurado lijar bajo muy diferentes as- j)ectos. Siete de las que lian pasado los Pirineos aparecen enriquecidas de |)cdreria: en ellas hallamos grosísimas perlas [uniones], zafiros orientales de extraordinaria magnitud, cornerinas, esmeraldas, amatistas y ópalos: en ellas descubrimos el uso extraordinario de nácares taraceados y el menos frecuente de jaspes orientales; y en ellas existen finalmente con variadas formas y aplicaciones, gran copia de aquellas pastas de vidrio, que en tiem])o de IMinio semejaban los jacintos y zafiros, y que al escribir San Isidoro sus Etimologm (020 á 636) producían tal ilusión que no había quien no tuviera por verdaderas así las piedras negras, blancas y rojas, como las esmeraldas, zafiros y jacintos \ Todas estas aplicaciones y procedimientos de las artes industriales, y cada una de por sí son más numerosas y de mayor bulto en las Coronas de Guarrazar que el uso del pretendido vidrio rojo, embutido ó taraceado: todos reconocen su origen en la antigüedad y ofrecen en las artes clásicas frecuen- tísimos ejemplos , según el unánime testimonio de historiadores, poetas y escritores didácticos: todos y cada uno de por sí, dado que las expresadas laminillas fuei'an de vidrio rojo, niegan, pues, esa injustificada supremacía que el entendido anticua- rio le ha concetlido, al determinar el arte que revela el Tesoro de Guarrazar; todos nos persuaden por lo menos de que, sí pudieran haber venido en realidad orfebres germanos para fabricar la corom de ñeceswinto, se habrían sometido indefectiblemente á la tradición no quebrantada de las artes industriales, como se sometieron sus au- tores á la ley más elevada de las formas artísticas, que había i'evestido la arquitec- tura en la líspaña del siglo Vil; y si tras estas consideraciones recordamos, jior úl- timo, que ese mismo vidrio rojo, según la confesión de Mr. de Lasteyrie ^, existe
iiillas, eatenulae (núm. 60) que no solamente revelan el mismo arte que las coronas, sino aun la mis- ma composición y dibujo. Compónense los zarcillos más notables Je un rosetón de seis hojas, perfora- das en el centro y grabadas en sus contornos ó intersticios, como la cruz grande y las hojas de peral de las cadenas en la corona de Suinthila : de la parte inferior cuelga un pequeño vastago que se abre en dos hojas casi horizontalmente, y de estas tres clamasterios, con menudas perlas y cuentas de oro, en cuyo centro se ven chatones romboidales con piedras verdes, que en nuestro sentir son berilos. Lo mismo nos parecen las que exornan otros inaures más sencillos, conservando su primitiva forma cxa- gonal. Las gargantillas ó collares constan de esmeraldas, pastas verdes que las imitan, cuentas de oro y perlas alternadas, como aparecen en el cerco de los medallones centrales de las cruces ya descritas (la unida á la corona de Suinthila y la de los Ángeles de Oviedo). De las cadenillas sólo diremos que la señalada con el núm. 60 es del todo igual á varias de las coronas del Tesoro. El carácter especial de todos estos objetos los relaciona con el arte antiguo, como que son hijos de su tradición más o menos inmediata, lo cual explica por qué han sido clasificados como romanos, y es un poderoso argumento contra los ([ue no han descubierto o no han querido descubrirlas grandes relaciones que median entre las bellas artes y las que de ellas nacen y se alimentan; principio que si bien es en la ciencia harto trivial, nos hemos visto forzados á comprobar en mulliplicados conceptos, pues ([ue ha parecido olvi- darse de propósito.
' En cuanto á los jacintos verdaderos, no será desacertado advertir (]ne el mismo San Isidoro declara que habia algún género de ellos semejante á los cristales: «Quidam auteni eorum crystallis símiles» [Ethim., lib. XVI, cap. IX). A estos da el nombre de Htjacinth'-Mi. ¿Seria posible sospechar que las expresadas laminillas de las coronas regias pertenecieran á esta especio de jacinto?...
- Párr. XI, pág. 30.
MEMORIAS DE I,A REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO. 149
también en la famosa corona que dio origen á su teoría , sin género alguno de tara- cea (sans cloisonnage) , jwdremos concluir asegurando que sobre ser niuv subordina- da en la orfebrería visigoda la pretendida aplicación del vidrio, ni seria allí única, pues que abundan las demás pastas ya recocidas, ni piesentaria tampoco un proce- dimiento exclusivo S quitando en consecuencia toda fuerza y autoridad á la teoría de Mr. deLasteyrie, si fuera lícito, estrictamente hablando, admitir como tal una opinión, cuyo fundamento es sobradamente deleznable, y cuyas consecuencias recha- zan las tradiciones industriales y contradice la historia de las bellas artes y de la civilización española.
Y decimos que es su fundamento sobradamente deleznable, porque siendo las ya famosas laminillas que esmaltan las coronas fragmentos de jacinto ó de cornerina, es evidente que llaquea por su base todo el edificio del arle (jcrmánico , llevándonos irremisiblemente su examen y estudio á las rellexiones histórico-sociales, expuestas al terminar el capítulo anterior, las cuales lejos de ser contrarias á la generación v desarrollo del arte latino-bizantino, á que realmente i)erlenecen todas las preseas del Tesoro, se hermanan y adunan con las tradiciones de que recibe aquel vida y fo- mento, constituyendo un cuerpo de doctrina de no fácil destrucción, pues que se apoya al par en la historia y en la filosofía. Ni parecerán estas observaciones menos fundadas en lo que respecta al arte de construir, cuando se considere por último (juc
' Porque no queremos pasar plaza de exclusivos, ni conviene á nuestro intento atenuar ninguno de los hechos que pueden favorecer las investigaciones de"Mr. de Lasteyrie, parécenos oportuno con- signar que en la voz olovitreus, empleada durante los siglos XI y XII para determinar la magnificen- cia de las joyas y ornamentos donados por los reyes á las Iglesias, pensamos descubrir algo parecido al vidrio taraceado (cloisonné). Fernando I ofrenda ante los altares de San Juan Bautista y del Beato Isidoro «coronara cum olovitreo auream, crucera auream cura lapidibus, coopertara olovitreo, calicem ex auro cura olovitreo» (pág. 91), lo cual persuade de que se hacia notable diferencia entre la decora- ción de piedras preciosas y la del olovitreo. Pero como no es posible definir con la claridad y exactitud apetecidas lo que ésta ornamentación significa, por más que la supongaraos igual á la de la Cruz de la Victoria, y análoga á la de las Coronas; y como por otra parte vemos aplicada dicha voz que Ducange califica cuerdamente de híbrida, á otros objetos, leyéndose en las Acta Sancti Mareeli Martyris que en el atrio (palacio) de San llamón «elfigies olovitrea celso columnac adorabatur collocata fastigio; p y en las de San Sebastian se menciona una habitación olovitrea (cubiculum olovitreum), donde «omnis disciplina stellarum ac raathesis raechanica est arte constructa,» no nos atrevemos á decidir so- bre lo que realraente deba entenderse por esta palabra con aplicación á la orfebrería. Consi- derando la época en que aparece en los documentos diplomáticos ya alegados, no estamos sin em- bargo distantes de creer que sustituyó á la decoración de las laminillas de piedras preciosas , alte- rada ya la antigua organización del trabajo, sobre todo en las monarquías cristianas, donde la esclavi- tud se modifica grandemente, si no desaparece del todo, merced ú las circunstancias especiales de la república. El trabajo cae á la postre en manos libres hasta el punto de hacerse aceptable la tradición piadosa relativa á la Cruz de los Amjeles; jiero por lo mismo busca los medios de hallar más fácil liroduccion y reemplaza con otros procedimientos costosísimos y por extremo difíciles, en que brillaban más el poderío y opulencia de los señores y los reyes que el perfeccionamiento de las arles industria- les. En todo vemos finalmente encadenada la tradición, siendo para nosotros evidente que sin el cono- cimiento de las laminillas de jacintos ó cornerinas de las cruces y coronas visigodas, jamás acertaría- mos á comprender lo que significaban en la orfebrería coronas, cruces y cálices con olovitreo.
1 50 MEMORIAS DE LA REAL ACjVDEMIA DE SAN FEnNANDO.
las basílicas, erigidas durante la monarquía visigoda, eran asimismo debidas, con mucha frecuencia, á manos esclavas; lo cual sucede también en los primeros instan- tes de la restauración asturiana. Notable es, en comprobación del primer aserto, la celebrada lápida de consagración de las basílicas de San Esteban , San Juan Bautista Y' San Vicente en la antigua llíberis, en cuyo final leemos:
...C SCA TRIA TABERNACVLA IN GLORIAM TRINITATIS • ■ COHOPERANTIBVS SCIS AEDIFICATA SVNT AB INL GVDILA-- CVM OPERARIOS VERNOLOS ET SVMPTV PROPRIO '•
Y no tiene menor fuerza respecto del segundo el pacto establecido por Montano, Reosindo y otros clérigos con el abad Froraistano y su sobrino Máximo, fundadores de la basílica de San Vicente en el inculto monte, donde se levanta en breve la ciu- dad de Oviedo. Fromistano y Máximo hablan erigido aquel templo con sus propios siervos, despertando la devoción de los proceres y de los reyes de Asturias con la riqueza de aquella fábrica ■. La organización del trabajo aparece, pues, bajo los mo- narcas visigodos con las mismas condiciones que ofrecía bajo el Imperio , comuni- cándose de igual suerte á los primeros días de la reconquista; observación histórica suficiente á destruir toda teoría arbitraria que tienda á desnaturalizar el carácter de la cultura española en aquellas apartadas edades, esterilizando al par todo linaje de estudios.
Pero obtengamos ya de los presentes las finales consecuencias.
1 Copió esta lápida con todo esmero y la dio á luz en sus Anotaciottes á la Dihiiolhera Vetus de don Nicolás Antonio , el docto Pérez Bayer (t. I, cap. V, pág. 369 de la edición de Madrid). Antes liabia iaisertado el principio en su Historia de Granada, parte 1.', cap. XVII, el diligente Bermudez de Pedraza. Fijándose en esta singular inscripción las fechas en que las expresadas basílicas fueron consagradas , es de grande interés para la historia de las artes , dando extremado valor á la cláusula que en el texto trascribimos. La basílica de San Vicente fué en efecto dedicada al culto católico en la Era 63"2, año 594, y la de San Esteban en la Era 045, año 607; aquella bajo el reinado de Reca- redo , esta bajo el de Witerico.
- En el expresado pacto hallamos esta cláusula: «Multis raanet notissimura quod istuní locum, quem dicunt Oveto.. prius erexisti et aplanasti illnm, wia cum servas titos ex squalido nemine possi- dente.. et in isto loco iam dicto Oveto Basilicam Sancli Vincentii Levitae et Martyris Gliristi, etc.» (España Sagrada, t. XXXVII, Apénd. VI. pág. 340).
CONCLUSIÓN.
Resultado final de estos estudios: respecto del arte propiamente dicho : respecto de las artes secuiída- rias. — Negación de la teoría de Mr. de Lastcyrie en todos conceptos. — Nuevas reflexiones sobre el carácter de la civilización española bajo los monarcas visigodos. — Influencia oriental en las costum- bres.— El uso de los clamasterios. — Monedas bizantinas: monedas visigodas: de Chindaswinto y Re- ceswinto. — Unidad de los elementos que revela el Tesoro de Guarrazar y los que entraña la civiliza- ción visigoda.— Fuerza indestructible de la tradición.— Basílicas y preseas sagradas de Asturias.— Ineficacia de la erudición, cuando no se apoya en la verdad histórica. — Resumen general.
Volviendo nuestras miradas á cuanto llevamos asentado, juzgamos que pueden y deben deducirse de nuestros estudios estas finales conclusiones:
1.' Que existe, con todas las condiciones de vida propia y como natural con- secuencia de los elementos de civilización, congregados y asimilados en el suelo de la península pirenaica, un arte bastante á satisfacer las necesidades sociales, políti- cas y religiosas durante la monarquía visigoda.
2.' Que este arte reHeja enérgicamente , primero: aquella gran vitalidad que, aun precipitada en espantosa decadencia, conserva la civilización artística por anto- nomasia, del antiguo mundo, cuyos resplandores avasallan y dulcifican la a.spereza de los bárbaros, despertando en su pecho el estímulo de la imitación, con el anhelo de gozar tanta grandeza; segundo: la influencia (lenta y algún tanto limitada du- rante el período de la monarquía arriana, activa y general desde el tercer Concilio toledano) que logra el arte bizantino en el suelo visigodo, como la alcanzaba tam- bién entre otros pueblos bárbaros (pie toman asiento en Italia; y tercero: el estrecho maridaje (pie entre unos y otros elementos decorativos se verifica, constituyendo
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;i((uel género de aniuilectura (¡ue toma grande incremento en los dias de Recaredo y (]ue hemos calificado ya con título de lalino-hizaníino.
3.' Que así los caracteres más principales de este arte, representación genuina de la cultura española, antes y después de la conversión de los visigodos al catoli- cismo, como los más particulares de su decoración, dominan poderosamente en todas las obras de las artes secundarias, entre las cuales brilla la orfebrería, acaudalán- dose sin cesar con el activo comercio material é intelectual que sostiene la monar- quía visigoda con el Imperio bizantino, desde los tiempos de Atlianagildo, y en es>- pecial desde el destierro de los obispos católicos, á que pone término la política de Recaredo.
4/ Que esla enseñanza, natural consecuencia de los hechos históricos que en el suelo español se van realizando, desde que aseguran en él su imperio los suce- sores de Ataúlfo, tiene directa, clara é inmediata confirmación en el examen com- parativo de los numerosos fragmentos arquitectónicos de aquellos siglos, conservados en Toledo y descubiertos en las Huertas de Guarrazar, y muy luminosos compro- bantes en los primitivos monumentos de la monarquía asturiana. Muestran unos y otros, según repetidamente dejamos advertido, que no es bastante la batalla de Gua- dalele á erradicar las tradiciones del arle, como no alcanza tampoco á desvanecer las no menos vigorosas de las letras, ni á borrar la fe, ni á extinguir la llama del patriotismo en el pecho de nuestros abuelos.
0." Que siendo sustancial y formalmente unos mismos los caracteres artísticos, revelados en los fragmentos arquitectónicos de Toledo y en las famosas coronas y demás objetos y preseas del Tesoro de Guarrazar, y hallándose también en ellas muchos de los elementos decorativos de las basílicas asturianas, y aun de los relica- rios, dípticos y cruces de la Cámara Santa de Oviedo, como prueba con toda evi- dencia el examen que dejamos hecho , no es lícito en modo alguno , y antes bien re- pugna á todo principio fundamental de crítica, el buscar fuera de aquel arle las fuentes artísticas de la orfebrería que produce las referidas coronas.
6.' Que reconocida, no ya la analogía, sino la identidad de los medios decora- tivos, empleados por la arquitectura y la orfebrería, en cuanto puede y debe la se- gunda acomodarse á los fines que realiza y á las formas que desarrolla la primera, es improcedente, ocasionada á graves errores y extraña á las leyes de la crítica filosófica, toda teoría que se apoye en un accidente meramente industrial, para des- truir la verdadera idea de las bellas artes v oscurecer sus más sencillas relaciones con las artes indumentarias.
1.' Que apoyándose la teoría del entendido Mr. de Lasteyrie en un accidente de aipicUa naturaleza, no comprobado todavía en cuanto á la materia que lo cons- tituve, y más enlazado con la tradición artistico-social de lo que puede sospecharse á primera vista, probando que no pudo ser debido á manos libres, y mucho menos á manos visigodas, lleva en sí misma la más eficaz refutación, sin que alcance á re- sistir, aunque la más exquisita erudición la escude, la menor prueba en la piedra de toque de una crítica verdaderamente trascendental y filosófica.
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8.' Que aun concedida la realidad de los hechos en que se apoya la referida teoría, y considerada esta en el círculo secundario de las arles industriales, no basta á demostrar lo que solicita; primero, porque es problemático por lo menos, siia an- tigüedad conoció y trasmitió á la edad media el procedimiento del vidrio de colores. taraceado y aplicado en tal forma á los metales, vistas las multiplicadas aplicacio- nes que de él hace y sabido que engastó, cual las piedras linas, las gemmas falsas. de que tan especial mención nos trasmitió el diligente Plinio: segundo, porque los demás procedimientos, así como el engaste de todo género de piedras preciosas, las incrustaciones de nácares y jaspes orientales, y aun el engarce de los vidrios y pastas de colores, aplicados como tales geminas, no solamente son más importantes en la cuestión presente, bajo su aspecto meramente industrial, sino que descansan en la tradición no interrumpida de largos siglos, conforme dejamos ampliamente demos- trado: tercero, porque al lado del ^relendldo vidrio embutido (cloisonné), existe el vi- drio engastado en chatones y aun el montado al aire y el engarzado en los clamas- terios, siendo el piocedimiento necesario para fijar en el oro el primero muy seme- jante al empleado en las incrustaciones de nácares y jaspes, y guardando el relativo al segundo entera analogía con los conocidos medios de engastar las piedras precio- sas, sometidas tanto en las cruces principales, como en las coronas de Receswinto y de Suinthila á labra regular , si bien por las razones ya expuestas escasean estos en unas y otras joyas, ofreciendo por tal causa mayor uniformidad artística el en- gaste de los vidrios de colores , circunstancia no despreciable al determinar la tra- dición y procedencia de este medio decorativo.
En suma : el arte que revela el Tesoro de Guarrazar es el mismo arte que re- vela viva y poderosamente, sin linaje alguno de dudas, los fragmentos arquitectó- nicos de Toledo y de Guadamur, perpetuándose en las basílicas asturianas.
Pero conviene repetirlo: aun cuando las doctas investigaciones del sabio miem- bro de la Sociedad Imperial de Anticuarios hubiesen producido la demostración de ({ue el procedimiento industrial del pretendido vidrio de colores, embutido en oro ú otros metales, es de origen exclusivamente germánico, nunca tendría este hecho fuerza bastante para resolver, como pretende, que fueron dichos monumentos debidos á orfebres llamados de propósito á la corte visigoda para que los labrasen. Pudiera esta hipótesi admitirse por un momento respecto de las coronas de Receswinto y de Suinthila, y aun de las cruces que encierran laminillas de cornerina ó de jacinto: mas ¿qué necesidad había de tales orfebres para las demás cruces y coronas, que si como hemos visto son unas más pobres en pedrería y aun otras carecen enteramente de ella, ofrecen el más vivo interés en las verdaderas regiones del arte?... Peregrino hubiera sido por cierto aquel no sospechado viaje de los orfebres germánicos, nece- sario sin duda cada vez que á un rey, á un procer ó á un prelado ocurriese en la España visigoda ofiendar ante los altares coronas, cruces, balteos ú otros ornamen- tos y ])reseas, |)ropios del culto o personales, viaje que sólo tenía por objeto embu- tir en dichas joyas algunos fragmentos de vidrio rojo. Pero que no habia necesidad alguna de semejantes einbulidures, para que pudieran reflejar las artes industriales
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del imperio visigodo, aun limilándoiios al reinado de Receswinto ' [Go3 á G72], la inlluencia accidental que pudo traer al Occidente la raza germánica, lo hubiera ad- vertido el ilustrado autor de la Description du Trésor de Guarrazar con sólo de- tenerse un instante á reconocer el estado social de la nación española antes y des- pués del Tercer Concilio toledano. El pueblo visigodo, si poseyó en efecto, como pue- blo germánico, ese ú otros procedimientos industriales desconocidos en la Penín- sula ■-, tuvo sobrado tiempo para comunicarlos á los españoles [410 á 650]; pero ni este mero accidente industrial, ni cuantos trajeran á España las falanges de Ataúlfo, hubieran alcanzado á trastornar las leyes generales de aquella civilización; leyes á que artes y letras se ajustan en su progresivo desarrollo, mostrando lo (jue vale y significa en el suelo español la tradición clásica , cuyos resplandores iluminan el caos de la edad media ^
Pero es lo notable que deslumhrado el docto miembro de la Sociedad Imperial por el brillo de su teoría, ha perdido de vista, aun después de reconocer el hecho, la importancia de ciertos ornamentos de las coronas, más dignos en verdad de ma- dura reflexión que el accidente industrial del supuesto vidrio rojo, ya bajo el aspecto del arte, ya bajo el más general de las costumbres que determinan la influencia latino-bizantina en la civilización visigoda. Bien se advertirá que nos referimos á los
' Es la mavnr concesión que en este punto puede hacerse, pues como saben ya los lectores, Suinthila, que según algunos historiadores fué abuelo de Receswinto, le precedió treinta y dos años en el trono; por manera que, brillando en la corona que lleva su nombre, las laminillas de corneri- na ó de jacinto (el vidrio rojo de Mr. Lasteyrie), hay que admitir irremisiblemente que de venir a España los orfebres germanos para embutir dichas coronas y preseas, lo hablan verificado mucho an- tes de que la piedad de Receswinto ofrendase su ya célebre corona.
- Antes de ahora hemos visto con Tácito hasta qué punto eran los pueblos germanos indife- rentes al cultivo de las artes propiamente dichas. El celebrado autor De moríbiis germanorum decia, tratando de sus trajes, que llevaban los escudos muy pintados (scuta tantum lectissimis coloribus dis- tinguunt), añadiendo , al mencionar sus toscos y desaliñados edificios, que cubrían algunas partes con cierta tierra muy resplandeciente, con la cual imitaban la pintura (quaedam loca diligentius illi- niunt térra ita pura ac splendente, ut picturam ac lineamenta colorum imitetur.» He aquí los únicos rasgos que nos trasmite Tácito respecto de los procedimientos industriales que pueden tener alguna relación con las investigaciones que realizamos. En cuanto á los escudos es verosímil que las falanges de Ataúlfo conservaran todavía, al penetrar en España, la costumbre de pintarlos: en cuanto á los edificios , no puede creerse que dueños de una provincia, donde tantas maravillas habla erigido el arte romano (y aun el helénico) prosiguiesen cubriéndolos do una tierra que ya no poseían , sobrándoles por otra parte aquellas hermosas ciudades (civitates decoras) perdonadas por la saña de los bár- baros que en la invasión de la península les preceden : en cuanto á las artes derivadas, no alcanza- mos á discernir por las palabras de Tácito qué influencia , ni qué procedimientos pudieron traer á España los visigodos, recibidos de antiguo entre los aliados y aun entre los ejércitos imperiales.
•'' Impresos los anteriores capítulos, y grabadas todas las láminas con que hemos procurado ilus- trar estos trabajos, nos ha sido dado visitar en el partido judicial de Sacedon, no muy distante ilc la Isabela, en unión con nuestro ilustrado compañero don Vicente Vázquez Queipo, las ruinas de la antigua Tiberia que tuvo asiento en las colinas que dominan por aquella parte el Guadiela. En este despoblado, todavía no reconocido con un fin científico, hallamos á flor de tierra, entre otros objetos muy notables , varios trozos de revoque ó aparejo , en que se conservan diversos diseños de colores, ejemplo curioso de la pintura mural empleada por los romanos. Entre ellos se ve una pequeña franja encerrada por cuatro filetes , dos á cada lado , y compuesta de círculos intersecados que forman cierto
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clamasterios ó colgantes de zafiros y otras piedras preciosas que enriquecen y carac- terizan por extremo las coronas del Tesoro de Guarrazar , revelando su no dudoso origen. Y que este lo tienen en las regiones orientales, de donde hemos visto proce- der y trasmitirse al mundo de Occidente el uso de las coronas y de las piedras pre- ciosas, así engastadas en oro como entretejidas en todo género de ricas estofas, has- tará á persuadirlo la no sospechosa autoridad de los libros sagrados. Reprendiendo Isaías los pecados de Jerusalem, los vicios de sus príncipes y el exagerado v lascivo lujo de las hijas de Sion, predice la afrentosa ruina de los hebreos, y exclama: «Kn «aquel día arrebatará Dios el ornamento de los calzados, y los collares de oro v de jier- »las, y las cadenas doradas, y los brazaletes, y las mitras, y los partidores del cabello, »y las ajorcas de las piernas [nnyyn], y las cadenillas de lentejuelas, y los pomillos de «los perfumes, y jas arracadas, y los anillos, y las piedras preciosas que cuelgan •-sobre la frente [i]xn im^i ']. » Considerando al leer estas notabilísimas palabras, que el profeta se muestra indignado porque las hijas de Sion aparecen contaminadas con el fausto coii-uptor de las naciones descreídas, fácil será comprender que las «gemmas ín fronte |)endentes, » de que las des])üjó el Señor en el día del castigo, no fueron ornato exclusivo del pueblo hebreo, como no lo fueron las coronas.
Del antiguo Oriente se propaga pues el uso de los clamaslerios ó colgantes al Imperio bizantino; y generalizado entre los magnates y poderosos, cunde al fin á las coronas de los nuevos Césares. Testimonio irrecusable de este aserto tenemos en las medallas acuñadas por los emperadores de Constantinopla durante aquellos dias, \ más principalmente en las comprendidas desde el reinado de Anastasio 1 basta la muerte de Heraclio [491 á 641 1, período por extremo interesante para los presentes esludios. Labradas estas monedas ya en Nicomedia, Antioquía, Tesalónica y Hera- clea, ya en Alejandría y Cartago, ora en Rávena y Milán, ora en Roma v Bizancio, ofrecen á menudo en las coronas de aquellos príncipes, y aun en sus cascos milita- res, el ya indicado ornamento de los péndulos ó clamasterios que contribuyen gran- demente á caracterizarlos , descubriéndonos sin más esfuerzo el modelo imitado por los reyes visigodos. Porque téngase muy en cuenta: las coronas del Tesoro de Guar- razar no son los únicos monumentos, en que nos ofrece la civilización de los Lean- dros é Isidoros vivo reflejo de aquella singular costumbre de los pueblos orientales. Desde que Leovigildo, viviendo todavía su hermano Liuva, comenzó á usar insignias y majestad de rey -, hallamos en las monedas visigodas consignado el uso de las diade-
fiíicadcnamiénto, semejante al que descubrimos en los mosaicos de Itálica, Mérida, etc., y no distinto del que ofrecen los fragmentos visigodos de Toledo, bien que más sencillo, pues sólo se verifica en un sentido. De cualquier modo, conviene fijar esta analogía, porque aun siendo, como opinamos •de decadencia el edificio á que estos frescos pertenecian , nos ministran un dato más para establecer la tradición artística , confirmada ya con multiplicados documentos.
1 Isaías, cap. III, vs. 17, 18, 20 y 21.
- Hemos aludido repetidamente á este hecho notable en la monarquía visigoda, y muy intere- sante para los presentes estudios. Las palabras de San Isidoro que lo consignan, son : «Primus (Leo- vigildus) ínter suos, regali veste opertus. ín solio resedit» (Chronicon , año 568).
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mas reales, exornadas de piedras preciosas, ya enriquecidas de colgantes de perlas, ornamento que truecan á la postre los sucesores de Recaredo por las verdaderas coro- nas, según nos enseña San Isidoro y nos persuaden las que han motivado estos estu- <lios '. Sólo de esta manera y con este detenido examen, nos es dado comprender las palabras del docto metropolitano, cuando explicado ya el valor de las coro- nas de oro de los reyes, nos dá á conocer lo que eran las tenias que de ellas col- gaban, formando puntas ó grumos de diversos colores: « Vitta (decia) est quae corona vincitur: Tenia «vero extrema pars vittae, quae dependet coronae". »
Y que los reyes visigodos llevaron sobre sus sienes, no solamente las diademas que ya en tiempo de Isidoro pertenecian al ornato de las mujeres (foeminarum orna- mentis), sino también las coronas en que imitaban la fastuosa ostentación de los emperadores bizantinos, pruébanlo demás de la relación de los autores coetáneos, las monedas de Chindaswinto , Receswinto y Wamba, batidas en Toledo, Sevilla, Cór- doba y Mérida I De notar es sobre todas la muy peregrina de Chindaswinto, en que este monarca asocia á su nombre el de su hijo Receswinto, no sólo por la forma total que revela, más también por los ornamentos que la decoran, donde á pesar de su pequenez y de la infeliz ejecución del grabado en hueco , no es difícil descu- brir notable semejanza con la gran corona de Receswinto, tantas veces menciona- da K Su detenido examen nos advierte que la enriquecían piedras preciosas, dispuestas
1 Aunque los diseños de estas monedas están muy lejos de caracterizarlas, como es debido, puede consultarse el tomo III de las Medallas de'España del maestro Enrique Florez (página 170 y si- guientes).
2 Originum, lib. XIX, cap. XXXI.
2 Medallas de España, tomo III, planchas VI. ° y VII. ° Son notables, demás de las indicadas, las monedas de Egica, acuñadas en Toledo, Córdoba y Mérida, incluidas en la citada plancha VII.', por ofrecer, como aquellas, las coronas con péndulos, clamasterios ó tenias.
^ Página 257 del expresado tomo de las Medallas de España. Ofrecemos , según queda notado, en nuestra lámina VI.', núm. 16, diseño exacto de esta moneda, del tamaño natural y tal como en el gabinete numismático de la Biblioteca Nacional existe : ^examinada detenidamente la corona que ostenta Chindaswinto, no hallamos dificultad en clasificarla entre las que eran designadas con nom- bre de epanodystos (coronae desuper clausae) distintas sin embargo de las imperiales, descritas en el (jcremonial Romano con estas palabras ; «Differt forma corona imperialis ab alus : nara ea sub se tia- ram quamdam habet in modo fere episcopalis mitrae, humiliorem lamen, magis apertam et minus acutam: estque eius apertura a fronte, non ab aure, et semicirculum alium habet per ipsam apertu- ram aureura, in cuius summitate crux párvula eminet» (Lib. I, sed. V, cap. últ.). Comparado con estas coronas que llevaron también nombre de regna (Romanus Pontifex in signum imperii utitur regno, id est corona imperiali) , se vé pues que el epanodysto era un término medio entre la sencilla corona de aro y la imperial, si bien alguna vez hallamos también designado el epanodysto con ti- tulo de regnum. Anastasio dice por ejemplo : «Regnum spanoclystum ex auro purissimo cum cruce in medio pendens super ipsum altare» (In Leone III, p. 146). Cuando la corona ó el regno se con- sideraba ya consagrado en el altar, solía apellidarse corona pensilis ; pero esto no alteraba su natura- leza. Respecto de la que ostenta la moneda de Chindaswinto , sólo añadiremos que dada en la gran corona de Receswinto la existencia de las anillas, donde pudo adherirse la parte que la cerraba por encima (desuper), la analogía no puede ser más palpable entre una y otra, considerada siempre la im- perfección del arte que reproduce en la referida moneda la expresada corona. Para que pueda formarse
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en varias hiladas, y la exornaban clamasterios, comoá las de los emperadores orien- tales: ¿sería posible suponer que fueron también llamados para labrar la corona aquí representada y las demás ya citadas, orfebres germánicos?.. Cuando la historia y la erudición se hermanan tan estrechamente con la enseñanza práctica que debemos, así al estudio de las costumbres visigodas como al examen comparativo de las mone- das de los emperadores de Constantinopla y de los reyes de España; cuando logra- mos ya el convencimiento de lo que era y representaba el arte en los más brillantes dias de aquella civilización que tiene por maestros é instituidores á los Leandros é Isidoros, temerario nos parece traer el agua que la fecunda, de extraños y descono- cidos veneros, cerrando voluntariamente los ojos á toda luz, para no ver las multi- plicadas relaciones que existen entre las costumbres de la corte de los Recaredos y Receswintos y las costumbres de Bizancio, reveladas con igual ingenuidad por todo linaje de monumentos.
Y no se nos replique diciendo que los referidos clamasterios ó tenias ^ no guar- daban en las coronas de las monedas bizantinas la i'cgularidad que ofrecen en las del Tesoro de Guarrazar, como sucede por ejemplo en algunas de Justiniano, Jus- tino, Mauricio y aun Heraclio ^ Cierto es que bajan en ellas los colgantes mucho más por los lados, descendiendo alguna vez casi hasta los hombios, mientras queda la frente exenta de tal ornato; pero sobre observarse esta misma disposición en las monedas visigodas, debe repararse en que no pocas bizantinas, tales como las de Tiberio-Constantino y de Focas ^ no pueden tener mayor analogía con las descu- biertas en Guadamur. De cualquiera suerte, sólo podría indicar esta diferencia, que parece hacer más notable la varia posición en que unas y otras coronas son exami- nadas S que las de Guarrazar (tenidas todas, como vá apuntado, en el instante de
juicio de las singulares figuras que ofrece esta importante presea del ornamento personal de los reyes, damos en el núm. 10 de nuestra lámina I.", copia de la que en el Libi-o Gótico de la catedral de Ovie- do lleva don Alfonso el Casto sobre la cabeza, no sin advertir que fué dicho libro escrito y miniado durante el reinado de Alfonso VI, quien aspira al nombre de Emperador, con que le distinguen las crónicas del tiempo. Causa es esto sin duda de que la corona que reproducimos, se asemeje en gran manera á la imperial, descrita en el Cereiywnial Rotnano.
' De notar es respecto de la historia de las artes españolas que la voz tenia ó tena se halla en antiquísimos documentos empleada para designar todo cuerpo colgante en la construcción arquitec- tónica. Usóse con mayor frecuencia respecto de los monumentos mudejares , aplicándose para signi- ficar las pinas doradas que penden de sus ricos artesones, y el mismo valor tiene en orden ai arte mahometano : por manera que en sus varias acepciones conserva el sello de su origen.
- Véanse en la Numismatique Byzantine de Mr. F. de Saulcy las láminas II.», III.'' IV. ^ y VI." y en ellos los números 3, 7, 10, 11; 1, 2, 4, 5; y 1, 9, 10.
3 Id., id., lámina III.» y V.\ números 6 y 9; 1, 5 y ü.
4 Mr. de Lasteyrie toca muy de pasada este punto, al investigar si fueron ó nó usadas las coronas del Tesoro (Párr. VII, pág. 16). Pero asi y todo, no puede menos de reconocer que los péndulos, te- nias ó clamasterios «eran muy de moda» en la época de Receswinto y en siglos anteriores. Los mosai- cos de San Vidal deRávena, descritos por Ciampini [Velera Monumenta, tomo II, cap. IX, lámi- na XXII) y las ya indicadas medallas bizantinas le convencían de esta verdad; y sin embargo no des- cubre aqui ninguna relación de arte. Mr. de Lasteyrie no conoció, antes de escribir, las monedas visi- godas: sólo después de impreso su trabajo, le facilitaron una de Receswinto, pero sin corona formal.
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SU primera aparición por ornamento personal de Receswinlo, su esposa é hijos) pudieron ser la mayor parle laljradas desde luego para servir de ex voló, considera- ción en que no andamos muy (lisiantes del sabio individuo de la Sociedad Imperial de Anticuarios, si bien nos apartamos de él respecto de las dos coronas principales, donde sin dilicultad alguna artística, y con sólo rehacer las cadenillas de que penden, pudieron sustituir las letras de la inscripción votiva á los primitivos damasterios, dispuestos como en las diademas imperiales de Bizancio. Mas no porque la mayor parte de estas del Tesoro se consagrasen á uso distinto del señalado en las precita- das monedas , será valedero desconocer la estrecha relación que entre ellas v las bi- zantinas existe, como derivadas de una misma fuente, ni menos buscar su origen en muy distinta civilización, como tampoco es lícito negar las semejanzas que brillan en todas las obras del arte, durante aquella edad, mostrándose en ellas la priori- dad de las bizantinas y la influencia general que alcanzan , no sólo en nuestra Es- |)aña, más también en las demás naciones occidentales.
É insistimos en este punto, porque la única analogía propiamente artística que halla Mr. de Lasteyrie para dar por buena é indestructible su teor'/a, no puede ser más contraria al lin que se propone. Hablamos del Libro de Evangelios de la reina Theodolinda, conservado en el tesoro de la iglesia de Monza, y ya antes mencionado. Hallando en él uija orla semejante en su trazado á la que existe en la Corona de Receswinlo, y siendo Theodolinda reina de loslongobardos, pueblo de origen germá- nico, tiene el entendido académico por natural deducción que no pudiendo ser ca- sual la expresada semejanza, aparece evidente al común origen del Libro de Evangelios y de la Corona, no recatándose de asegurar que lo reconocen ambos ob- jetos en el arte germánico. La ¡H'ueba verdaderamente arqueológica no lia sido sin embargo presentada; y cuando la historia nos advierte cuan grande fué desde la época de Justiniano la influencia ejercida en toda Italia, y principalmente en el Exarcado, por el Imperio bizantino; cuando desde San Vidal de Rávena, fábrica grandemente conocida de todo ar(¡ueológo monumental ', hasta la misma catedral de Roma, no es posible desconocer dicho influjo en el desenvolvimiento del arle *, razón tenemos para creer que no se nos tildará de ligeros ni de antojadizos, si deduciendo una consecuencia del todo opuesta á la que ha obtenido Mr. de Lasteyrie, califica- mos de improducente la prueba que alega, con tanta más razón, cuanto que según hemos demostrado con la descripción de los fragmentos visigodos de Toledo, son muchos los miembros arquitectónicos en que brilla aquel elemento decorativo, y fueron por extremo frecuentes entre los reyes visigodos y longobardos las relaciones amistosas, excediendo sobremanera la civilización representada por los primeros á la cultura de los segundos '.
' Monumento!^ ant'i<pn!t y mudemos por Mr. Julio Gailhabaiid , '1." serie, edad media. Estilo bi- zantino, art. de Mr. Alherto Lenoir.
- Monumentos antiqttos tj modernos. Estilo romano-bizantino, art. de Mr. Julio Gailhabaud.
2 Recuérdese sobre este punto cuanto dijimos en la nota primera de la pág. 93, al reconocer la correspondencia epistolar que media entre Sisebuto, Theodolinda y Aldovaldo.
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El Tesoro de Guarrazar, tan iloctameiite ilustrado por el sabio arijueólogo de París, lejos de contradecir pues las leyes generales á que la civilización española se ajusta, durante la monarquía do. Ataúlfo, ora la consideremos con relación á las letras ^ ora con relación á las artes, es uno de los más fehacientes documentos que la caracterizan. Las ya famosas coronas, así como los demás objetos de orfebrería, que le constituyen, se hermanan, merced á sus elementos decorativos, por un lado con el arte latino-bizantino, y se enlazan por otro con las primitivas basílicas de la mo- narquía asturiana; prosecución de aquel arte que se ins])iraba al par en la tradición latina y en las fuentes de Bizancio. Y no aparecen por cierto menos estrechos los vínculos que las unen con los monumentos debidos á las arles industriales que se alimentan del diseño, en los primeros siglos de la reconquista: inestimables son en este concepto, según dejamos comprobado, las joyas y preseas que posee la iglesia ca- tedral de Oviedo; y en las Cruces de los Ángeles y de la Victoria; en la bella Ar- guiia de ágatas, enriquecida de ricas incrustaciones y esmaltes de todos colores y donada á San Salvador por Fruela y Nunilo Jimena en DIO; en los preciosos dípticos de marfd, guarnecidos en el interior de orlas de oro afdigranadas, sembra- das de esmeraldas y rubíes, y ornados en el exterior de láminas de plata con be- llos grabados; en los báculos y cruces menores de sus primitivos obispos, así como en la cubierta del Arca de las reliquias, arriba descrita, hallamos trazada la his- toria de aquel arte, que derivado de la antigüedad, se trasmite de siglo en siglo en medio de los grandes desastres que afligen al pueblo español, como se tras- miten con igual fuerza sus conquistas literarias. Reconocer todos estos pasos; fijar con el detenimiento y la madurez que la historia reclama, los caracteres que las obras del arte, sometidas á la invencible ley de la tradición, van sucesivamente ostentando; discernir con sana y no interesada crítica lo que hay en las mismas de sustancial y duradero y de accidental y transitorio, cualesquiera que sean los medios de su manifestación y el uso á que se consagren; tales son los lines y no otras las enseñanzas á que ha debido aspirar la ciencia arqueológica, en vez de arrojarse tras aventuradas teorías, que sólo pueden vivir al calor del ingenio y de la erudi- ción de sus autores.
Mucha ha desplegado en efecto el digno miembro de la Sociedad de Anticuarios para hacer aceptable laque hemos procurado combatir en este insignificante bosque- jo; pero ni bajo el aspecto industrial, (terreno escogido por el sabio académico para cimentarla, levantándose después á más altas y trascendentales consideraciones), ni bajo el aspecto artístico, principal punto de vista en que nos hemos propuesto exa- minar los monumentos visigodos de Toledo, que más inraedialamente se enlazan con las Coronas de Guarrazar, nos ha sido posible asentir á sus opiniones, conliiniando
1 Sentimos no poiler explanar aquí cuanto á las letras se refiere: asunto es este que tenemos largamente estudiado en la Historia crilica de la Literatura española, t. I, caps. VII, VIH, IX y X, que en la actualidad imprimimos, abrigando el convencimiento de que no puede ser mayor la unidad que existe en el desarrollo de artes y de letras.
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p1 examen descriptivo de aquellas venerandas reliquias debidas á un arte hasta ahora no bien apreciado por los arqueólogos, las legitimas conclusiones que obteníamos al terminar el segundo articulo del presente estudio: « Los objetos artísticos que consti- tuyen el Tesoro de Gíía/vaíaí- (repetiremos) revelan claramente la existencia de un arte en que se asocian y asimilan los elementos constitutivos del arte romano, ya altera- do por la poderosa influencia de la iglesia latina, y del arte bizantino, tal como apa- rece en la primera edad de su desarrollo: con ellos se mezclan algunos rasgos espe- ciales que dan á conocer, ora la existencia intermedia de otros elementos subordina- dos, ora la intervención de manos poco hábiles, y que no acostumbradas á acentuar con la gracia y el sentimiento de los artistas latinos ó bizantinos, imprimen cierto sello de rudeza á sus propias imitaciones. »
Lograrían estos asertos aun más completa comprobación, ampliando nuestros es- tudios á otros muchos monumentos que por ventura existen, bien que no poco des- figurados en su conjunto, y á muchos y muy preciosos objetos de la escultura y de la estatuaria, que empiezan hoy á salir de las entrañas de la tierra, no pareciendo sino que la Providencia consiente su descubrimiento, para que sean debidamente qui lata- dos, depuesto el ciego y estéril exclusivismo de otros dias ^ Pero si no es posible desentendernos de unos y otros testimonios para formar entero juicio de las artes en el vario sendero por ellas seguido, mientras vive el imperio de Ataúlfo; si deben también ser considerados, como los fragmentos ya descritos, cual fecundas premisas de aquel arte que arraiga en la corte de los Alfonsos y Ramiros, su misma impor- tancia nos sacaría sin duda del limite trazado á estas investigaciones , dando tal vez motivo para sospechar que, lejanos ya los monumentos á que aludimos de la ciudad de Toledo , no guardan con las Coronas de Guarrazar la estrecha relación que se ha menester para determinar un solo desenvolvimiento artístico. Por su número v su
1 Como advertimos en otro lugar , no creemos conveniente poner aquí larga nota de los monu- mentos que conservan todavía en nuestro suelo el sello de la edad visigoda, pues que no aspiramos ahora á trazar la historia de las artes en aquellos dias. Sin embargo , entre otros descubrimientos últimamente realizados, nos será licito citar los cinco sepulcros hallados en los jardines del palacio de San Telmo, que poseen en Sevilla SS. AA. RR. los Sermos. duques de Montpensier; y el de nume- rosos fragmentos de estatuas, encontrados en el Cerro de los Santos, provincia de Ciudad-Real. Los primeros que han sido erradamente clasificados como construcciones puramente romanas y aun ante- riores al cristianismo, ofrecen, según los diseños que tenemos á la vista, la más fehaciente compro- bación de la influencia que ejerce durante la monarquía visigoda el arte propiamente romano, tradi- cionalmente conservado entre los idólatras : los segundos comprueban plenamente las descripciones indumentarias de San Isidoro, con las mitras, capítulos, armilausas, tibitonarios y otras prendas del traje usado en su tiempo , todo lo cual unido á la rareza de esta suerte de objetos , les presta sumo interés para la especulación arqueológica. Los sepulcros son estudiados bajo diversos aspectos por nuestro querido hermano, don Demetrio de los Ríos, profesor de la Escuela de Bellas artes de aquella capital é individuo correspondiente de la Real Academia de la Historia y del Instituto arqueológico de Roma : de los segundos tiene ya conocimiento la primera de las expresadas corporaciones en apun- tes y diseños dignos de todo crédito. Unos y otros son de extraordinaria importancia para la historia de las artes.
MEMORIAS DE LA HEAL ACADEMIA DE SAN rEB.NA.NDO. 161
calidad, por la riqueza decorativa que revelan, y por las multiplicadas relaciones que descubren, así respecto del arle que les ])recede, como del (jue viene en pos, bastan pues los fragmentos arquitectónicos, felizmente conservados en la antigua corte de Wamba, á producir el convencimiento apetecido; consideración (jue nos fuerza á dejar ya la pluma, no sin el temor de no haber dado á todas las cuestio- nes tocadas la extensión que de suyo pedian, llevados no tanto del anhelo de c\ilar el hastío de los lectores, como del conocimiento de nuestras débiles fuerzas.
Pagados quedaremos, no obstante, si alcanzasen nuestras palabras á llamar la atención de los doctos, y si rectificado ó ilustrado el juicio generalmente recibido respecto de la existencia de las bellas artes en la Península ibérica durante el Imj)e- rio visigodo, hubiésemos contribuido á determinar sus verdaderas fuentes y á fijar sus propios y genuinos caracteres, desvaneciendo con las altas enseñanzas de la his- toria los errores engendrados por su olvido o su desconocimiento, y manteniendo en consecuencia á la nación española en la posesión de la gloria, de que sólo á la sombra del error sería posible despojarla.
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APÉNDICES.
Ministerio de fomento. — instrucción pública. — Negociado \.° — Para complemento de una información judicial sobre el hallazgo de antigüedades en el término de la villa de Guadamur (¡ue por el Juzgado de priaiera instancia de esa ciudad se ha llevado á cabo, en virtud de Real orden fecha 2o del mes anterior, la Reina (Q. D. G.) ha tenido á bien mandar disponga V. S. se [iracliquen excavaciones en el terreno y en los sitios inmediatos, donde dichos objetos parecieron, con el fin de investigar si fué este en lo antiguo sagrado y eclesiástico. Las excavaciones deberán hacerse á presencia de V. S. ó de la persona que designe al objeto , de dos individuos de la Real Academia de la Historia , de uno fie la Comisión de monumentos de esa provincia y de un Oficial auxiliar del Ministerio de mi cargo.
De Real orden lo digo á V. S. para su inteligencia y efectos consiguientes. Dios guarde á V. S. muchos años. Madrid 9 de Abril de 1839.=Corvera.=Sr. Gobernador de la provincia de Toledo.
lí.
Excrao. Sr.: Hasta el dia de hoy, en que los trabajos de excavaciones practicados en las Huer- tas y Fuente de Guarrazar ofrecen ya algnn resultado, respecto de los extremos que abraza la Real orden de !) del corriente, no ha juzgado esta Comisión conveniente poner en el superior conoci- miento de V. E. el procedimiento empleado en dichos trabajos.
Teniendo en cuenta las lineas que ofrecían los muros existentes al extremo del Mediodía de las referidas Huertas y Fuente, y los frogones y sillares que se descubrían en los lados de Oriente y Norte, acordó la Comisión establecer las principales zanjas de investigación en el terreno de pro- pios, contiguo li la fuente, que proinelia por lodos los signos exteriores formar el cuerpo de la iglesia ó templo allí existente de antiguo. Trazadas tres lineas, que partían del centro á las exlre. midades superiores, empezóse alli la excavación con los medios que el Ayuntamiento de Guadamur se sirvió prestar á la Comisión, mientras esta obtenía del Sr. Gobernador de la |)ro\incia los uliles necesarios para dar mayor ensanche á los trabajos. Cuatro de los ocho confinados , destinados á este servicio, se emplearon desde luego en la extracción de las piedras sueltas, que llenaban la parte anteriormente excavada en las Hnerlas, habiendo creído la Comisión oportuno estimular e| celo de todos, con los premios que desde luego estableció cu la forma que juzgó más conve- niente.
164 MEMORIAS DE \.\ nEAI, ACADEMIA DE SAN FEllNANDO.
Removidas algunas piedras , se halló en el sitio que designó Francisco Morales como lugar en que existían las coronas históricas y demás objetos antiguos , una tachuela de oro , igual en todo á las que el Morales presento á V. E. el dia 10 , y asimismo un fragmento de mármol gris, del lla- mado de San Pablo , tallado y exornado de molduras , en forma circular , lo cual fué causa de que se redoblara el esmero y diligencia en la exploración comenzada. La tachuela estaba, sin embar- go, sobre una de las piedras que cubrían los sepulcros, y esto hizo sospechar que habria podido ser arrojada de propósito y con un fin determinado. Al extraerse las piedras, se sacaron ya varios restos de esqueletos y entre ellos un maxilar superior , unos parietales , un fémur &c.
La excavación se hacia entretanto con actividad en el prado inmediato á la fuente ; y dispues- tas las tareas en tal manera que se fuese levantando el terreno por capas de cuatro á seis pulgadas de espesor, para no destruir objeto alguno y conservar intacto todo pavimento, si existia, bien pronto se dio on la parte central con la piedra viva, que consistía en una capa de granito, descom- puesto en gran parte por la humedad , lo cual hizo que se dirigiera todo el cuidado de la Comisión al extremo oriental, en la bifulcacion oblicua que se habia establecido, por si alli existia alguna fá- brica ó primitiva cripla.
Obtenidos los útiles que se pidieron al &•. Gobernador, se formó el 11 un lavadero junto á la fuente de Guarrazar , disponiéndose que todas las arenas arrastradas por los aluviones y la tierra movediza de la primera excavación fuesen cuidadosamente acribadas y pasadas por el lavadero, que por tener agua corriente debia producir el mejor resultado , á existir monedas li otros objetos artis- tico-históricos, capaces de ilustrar los descubrimientos en el concepto que la Real orden del 9 pre- viene. Sólo se encontraron un pequeño zafiro de color muy bajo y semejante á los que presentó á V. E. el mencionado Morales, y dos fragmentos de perla y de esmeralda, pertenecientes .sin duda á las coronas anteriormente descubiertas.
Entretanto se tiraron nuevas lineas de gxcavacion para descubrir en Inda su longitud el muro del Mediodía; y mientras se adelantaban una y otra tarea, se efectuó un detenido reconocimiento sobre las alturas inmediatas del lado del Norte , recogiéndose varios trozos de mármol blanco y de color con entalles y labores , asi como otros fragmentos de piedra de la llamada franca , con diver- sos ornatos. Los trozos de mármol son en concepto de la Comisión, de antigüedad mayor que los fragmentos referidos y más importantes en consecuencia.
La crudeza del dia hizo levantar los trabajos antes de la hora prefijada, no sin que la Comisión acordase los que debían empezarse al siguiente, ya en las Huertas de Guarrazar, propiedad de Francisco Morales.
La comunicación , que va por seperado, informará á V E. de las causas que impidieron á la Comisión el dia 13 bajar al sitio de las excavaciones, que dirigidas á dichas Huertas con la orden de no pasar de la superficie de cualquier pavimento que se encontrara, y siempre procediendo por capas horizontales, contiimaron en todo aquel dia. A la tarde presentó el capataz de los confinados un pequeño fragmento, al parecer de una estatua de mármol, único objeto hallado dentro de las indicadas Huertas.
A las nueve y media de la mañana de ayer se trasladó la Comisión al sitio referido y encontró con no poca satisfacción, descubierto un pavimento de grandes losas de granito y otras formacio- nes , el cual proseguía en el mismo sentido de las sepultaras excavadas por los primeros descubrido- res y por la Comisión de Monumentos de la provincia. El examen de este pavimento, que ofrecia de cinco á seis metros de largo por cinco de ancho , dando á entender que habia sido destruido por la parte del Norte en diversa época, hizo á la Comisión modificar su dictamen en orden á la posi- ción del edificio allí existente; y en tanto que á presencia del Alcalde y del Teniente se hacia un reconocimiento para determinar si habia nuevas sepulturas, se establecían otras líneas de explora- ción en la parle más oriental de las citadas Huertas, á fin de descubrir el limite de aquella fábrica. El reconocimiento mostró una sepultura regular , construida de manipostería y ladrillo con el espe- sor de 33 centímetros , en la cual se conservaba un esqueleto con el rostro al Oriente y los brazos
MEMORIAS DE L.V REAL ACADEMIA DE SAN FKHNANDO. 1 6o
lateralmente colocados: se descompuso del todo al sacarlo, si bien los húmeros y léimires se extra- jeron casi enteros, disponiéndola Comisión recogerlos cuidadosamente, á fin de entregarlos al se- ñor Cura de Guadamur para darles nueva sepultura. La exploración ofreció en breve , en lo que la Comisión juzgó parte angular del edificio, un machón compuesto de sillares y como de metro y medio en cuadro y en la linea oriental claros vestigios de cimientos que se unian á otro machón, del cual sólo se veia ya un sillar, aunque muy notable, porque de él parecía partir otra linea á cerrar en el costado del Norte toda aquella fábrica. En esta zanja se encontró un fragmento de fri- so de piedra franca, semejante á otro hallado en la lateral.
En tal estado quedaron, Excmo. Sr., los trabajos ya casi entrada la noche: la Comisión dio las órdenes oportunas para que se siguieran en el mismo sentido; y hoy, luego que haya despa- chado el correo bajará á inspeccionar las obras , procurando rectificar todas las medidas y aun tra- zar con toda exactitud el plano del edificio. Terminará manifestando á V. E. que ha recibido toda muestra de respeto y consideración por parte del Ayuntamiento de Guadamur (y principalmente las está recibiendo de sus Alcaldes) é indicando al propio tiempo que no se han presentado hasta aho- ra el individuo de la Comisión de Monumentos de la provincia, ni el delegado del Sr. Gobernador, de que habla la Real orden del 9.
Dios guarde á V. E. muchos años. Guadamur la de Abril de 1850.=Excmo. Señor. =:José .\mador de los Rios.=Emilio Lafuente Alcántara.=Excmo. Sr. Ministro de Fomento.
[[[.
Excmo. Sr.: Como tuvo esta Comisión la honra de poner en el superior conocimiento de V. E. con fecha de anteayer, se han proseguido los trabajos de excavación en la parte oriental durante todo el dia de ayer y de hoy, ocupándose en rectificar con el mayor cuidado todas las medidas de lo descubierto en los dias anteriores , y disponiendo levantar las losas de los sepulcros, que forma- ban el pavimento en la parte central de la excavación , por si contenia alguna de ellas inscripción li otro vestigio cuyo examen pudiera ser conveniente.
Ningún indicio histórico se halló en dichas sepultaras, fuera del convencimiento de que en todas existían esqueletos en la misma forma que el extraído anteriormente, y de que no todas las lapas se componían de tres piedras, habiendo algunas que cerraban del lodo los sepulcros con una sola losa, según se muestra por el diseño adjunto.
La excavación producía cnlrc tanto notables resultados. Frente al machón descubierto prime- ramente se hallaron en breve otros .sillares que describían más al Oriente el ángulo de una fábri- ca, cernindola del todo; y esta consideración produjo desde luego el convencimiento dequedehian establecer.se dos lineas de exploración, dirigidas una al Occidente y otra al Norte, á fin de recono- cer lo que, en concepto de la Comisión, era indudablemente planta del edificio. Tiradas las cuerdas y abierta la zanja de Occidente en la extensión de tres metros, apareció otro ángulo, (fue desenvuel- to en su totalidad, mostró con entera evidencia que en aquella parte doblaba el muro, tomamlo la dirección del Norte.
En este sentido se prosiguió desde luego la excavación , continuando por uno y otro lado la traza de dicho muro, que á la distancia de 3,71 ofreció un nuevo ángulo con dirección á la par- te interior del edificio. En este ángulo existia aun el pavimento primitivo compuesto de grandes lo- sas de arcilla, las cuales no pudieron medirse, pues que deshechas por la humedad, .se descompu- sieron enteramente al extraerlas.
100 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
El reconocimiento de esta nueva fábrica movió á la Comisión á juzgar que pudiese existir en la parte opuesta, (|ue es la oriental, alü;nn pequeño nkiile; y con el deseo de esclarecer este punto, importantisinio para la investigación arqueológica , se trazó convenientemente el semicírculo que (lebia aquel describir, si en realidad existia. A la distancia de 0,82 descubrióse, en efecto, un si- llar de 0,í-i por 0,íO, que se entraba en la linea general con todo su grueso, y que respondía exactamente al otro descubierto y levantado en él costado del Norte , al verilicar los anteriores es- tudios. La exploración del semicírculo dio el resultado de un cimiento, que al parecer arrancaba en el ángulo formado por el muro y el sillar referido ; pero no presentando con fijeza la linea que se i)uscaba , ya por la excesiva pendiente del terreno , ya por la misma naturaleza de la construcción eu aquel sitio, y perdiéndose del todo como á la distancia de un metro, se desistió de aquel traba- jo, no sin haberse extraído, fuera ya del trazado del semicírculo, uno de los fragmentos de m:ír- mol tallado más notables que en toda la excavación lian aparecido.
Oucdaha, pues, en claro todo lo que existía de la planta del edificio, teniendo la Comisión la poco grata seguridad de que nada más podía descubrirse hacia la parte del Norte , atendido el ya indicado desnivel del terreno, descarnado á la vez por las corrientes de las aguas y por el laboreo i de aquellas tierras que , segim declaración del Alcalde y vecinos de Guadamur , han arrojado con * frecuencia multitud de sillares. El resultado qne ofrece es en el lado del Mediodía un muro de 8,8") de largo con el grueso de 0,72 y un claro en el centro de 1,91 ; en el de Oriente un muro de 1,92 y en el de Occidente otro de i, 63 siendo imposible señalar la parte del Norte por las razo- nes que la Comisión deja indicadas, si bien no olvidará que en este lado se hallan , aunque fuera de su sitio, algunos sillares. Los adjuntos apuntes informarán á V E. con mayor claridad de cuan- to va expuesto, en orden á este interesante punto, asi como también al resto de las excavaciones.
Difícil es resolver, con la seguridad que la Comisión descara, todas las cuestiones arqueológico- uionumentales á que da lugar el descubrimiento indicado: faltan dalos preciosos y de todo punto indispensables para proceder con el debido acierto , cuando lo existente de la mencionada planta es, como verá V. E. , una parte, y no la mayor de la que debia ofrecer todo el edificio. Tenien- do , sin embargo , presente cuanto enseña el examen de los monumentos religiosos de aquella edad; alendiendo á la orientación de todo lo descubierto, y á la correspondencia que guarda con la situación de los sepulcros ; considerando , por último , el estado en que aparecen los esque- letos que se han extraído, no está la Comisión muy lejos de creer que tuvo el tenqjlo, de que se trata , el áimde ó cabeza ¡kdmlo) en la parte oriental, y la imafronte ó los pies en la de Occidente.
Sea como quiera , parécete oportuno llamar la atención de V. E. muy particularmente respec- to de los numerosos fragmentos encontrados en las distintas líneas de excavación , y en especial en las que se refieren al mencionado edificio. Todos prueban de un modo incuestionable que el templo allí construido en lo antiguo, aunque reducido en sus proporciones, lo cual es una de las más inequívocas señales de su antigüedad , se hallaba en extremo enriquecido por el arte , y en- cerraba diversas construcciones de variados mármoles y piedras: interés que se aumenta, al exa. minar algunos fragmentos que denotan corresponder á objetos más delicados, los cuales se compo- nían de fino mármol de Carrara. De esta clase es el pequeño trozo que d .luez de Toledo , don Fernando de la Cuadra , acompañó á la información judicial.
El estudio de los objetos n^fcrídos será indudablemente de no escaso provecho y luz para los .irqueólogos, porque ha de contribuir con mucha eficacia á ilustrar una de las épocas menos cono- cidas en la historia de las artes españolas.
Digno es en \erdad de repararse , como indicó ya la Comisión cibcl j)artc elevado á V. E. con feclia del 15, que entre los fragmentos de frisos y capiteles de mármol y los de piedra franca se ad- vierte alguna diferencia respecto de su antigüedad y del estado recíproco del arte arquitectónico. Pue. íle tal vez ])roven¡r esta diferencia de la distinta naturaleza de los materiales, si bien trasciende algún tanto á la composición , lo cual revela ya diversos autores ; mas á pesar de dicha desemejanza , se atreve á consignar la Comisión, sin el temor de ser desmentida , (lue unos y otros fragmentos cor-
MEMORIAS DE LA REAL ACADEML\ DE SAN FERNANDO. Mil
responden á la edad visigoda, dándonos á conocer el comercio (lue sostuvo Espaíia durante aqueilii dominación con el Imperio bizantino , que señoreó las más bellas provincias de la I'euinsula en las costas orientales y meridionales hasta los reinados de Sisebuto y de Suinlhila. La Comisión no \i¡- cila en afirmar (pie el examen de estos preciosos fragmentos, que se hermanan grandemente con les que de igual época existen en Toledo , ha de contribuir á labrar en el ánimo de los arqueólogos el convencimiento de que antes de la invasión sarracena se habia insinuado en el suelo español !a influencia de las artes bizantinas, refrescando en cierto sentido la tradición romana, como sucede también respecto de las letras.
Los objetos á que la Comisión se refiere, son :
1.° ün gran fragmento de jamba de puerta, do mármol blanco, bien conservado.
2." Otro id. de mármol gris, del llamado de San Pablo.
'■)." Otro id. de un arco de pequeñas dimensiones, del mismo mármol.
4." Un trozo de losa, del mismo mármol.
")." Un gran fragmento de friso, de piedra franca.
().° Otro id. id. más pequeño.
7." Otro id. id.
S.° Otro id. id.
9." Otro id. como de un capitel.
10. Otro id. de un capitel.
11. Otro id. de un friso doble , partido por un baquetón.
12. Otro id. de un capitel.
13. Otro id. id.
lí. Otro id. de ornato sobrepuesto , de mármol.
lo. Otro fragmento de friso.
16. Un trozo de losa de mármol (al parecer de Macad).
17. Una teja de arcilla cocida, algo fracturada.
18. Un trozo de mortero.
A estos objetos debe añadir la ('omisión una pesa de' arcilla cocida, (jue es de suma importan- cia como objeto arqueológico, y un fémur del esqueleto extraído de su orden para confirmar la existencia del cementerio. En poder delSr. Guerra, individuo de esta Comisión, existen asimismo dos fragmentos de capiteles de uiármol, hallados sobre el terreno en el primer reconocimiento que el dia 10 se hizo, al cual se sirvió asistir V. E.
Descubierta la planta del edificio, recogidos los objetos arlislico-arqueológico ya indicados, no quiso la Comisión dejar de adquirir la certeza de la extensión total del cementerio, que se mostra- ba en cierto modo independiente de su capilla ó iglesia, y [lara lograrlo dispuso dos lineas de ex- ploración á uno y otro lado de la linde de las tierras de |)i-opios y las Huertas de (iuarrazar. El cementerio se prolongaba en efecto basta el nnno {\[\c, parece describir la linde ; pero sin pasar al prado contiguo, donde por varias ¡¡artes se habia tropezado con la piedra viva.
Quedaba sólo determinar la extensión del uniro que formaba el recinto de dicho (■euienterio y que, terminado este, servia en concepto de la Comisión, para contener el terreno, defendiéndolo de las inundaciones. A este punto se dirigió, pues, la excavación, encontrándose á los 32 metros de longitud dtro muro que partía de .Mediodía á Norte , poniendo fin á toda aquella construcción de opus incertum, (¡ue es, en sentir de la Comisión, posterior á la del templo. El declive no con- sintió tampoco en este lado seguir excavando, ¡¡erdiéndose muy luego la fábrica descubierta.
La Comisión acordó, finalmente, hacer nuevos reconocimientos á uno y otro lado de la Fnentc y Huertas de Guarrdzar. En las alturas de la derecha mandó levantar un sillar graride, que pare- cía haber contenido una cruz, clavada en una caja cuadrangular que la perforaba en el centro; pero ningún cimiento se halló alrededor, ni en todo el cerro. Lo mismo sucedió en el de la izquier- da, en dirección al castillo denominado de Cervatos; dándose, en consecuencia, por terminada la
t(J8 MEMORIAS DE LA BEAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
exploración, á que asistieron los confinados armados de azadas y barrones, para atender á lo que íuera necesario.
Tal es, Exorno. Sr. , el resultado que hasta ahora van ofreciendo las excavaciones que la Real ijrden de 9 del actual encomendó á la Comisión (|ue inforuia. De ellas, y de las frecuentes inves- lijíaciones hechas sobre el arca del templo y cementerio, ha sacado el firme convencimiento de (|ue el depósito de los objetos artísticos y coronas de oro y pedrería, llevadas al extranjero, existió real y positivamente en el ánü,ulo Sudoeste del cementerio, donde la Comisión provincial de Mo- numentos halló, en 27 de Febrero próximo pasado, dos cajas de fábrica, de que todavía encontró notables vestigios (de la más importante) la Investigadora de la Real Academia de la Historia en su primera visita. Muy de notar, es sin duda, que, aun vedadas las excavaciones de Real orden y custodiado aquel sitio por la Cuardia civil, se ha puesto tal empeño en la destrucción de dichas cajas, que sólo á larga distancia se encuentran ya algunos pequeños fragmentos de la argama.sa que las componía, cuyo espesor era de 0,13. La Comisión debe añadir que todos los transeúntes y vecinos de Guadamur, que se han acercado á los trabajos, designaban unánimemente aquel sitio como depósito de lo que ellos denominan Tcsoi'o.
No terminará este informe sin poner en conocimiento de V. E. que no se ha presentado á esta Comisión el individuo de la provincial de Monumentos, de que habla la Real orden del 9, á pesar de haber pasado á su Presidente oficio con este propósito. Todo el día de ayer ha esperado la Co- misión en vano su llegada.
En vista de todo , y no contando con útiles é instrumentos necesarios para trazar las curvas de nivel , que determinen con exactitud el excesivo declive del terreno en que existió el edificio de qae va hecho mérito, cree muy conveniente que se sirva V. E. nombrar uno de los profesores de la Escuela especial de Arquitectura , á fin de que pasando á las Huertas y Fuente de Guarrazar, practique dicha operación con el mayor esmero, y reconocida la planta del expresado edificio, ex- ponga su dictamen respecto de su orientación, uso y demás puntos ya indicados, para lo cual no ha querido la Comisión que se profundicen en ciertos puntos las zanjas exploratorias, reservándo- se, luego que por dicho profesor se fijen los referidos datos, y con acuerdo del mismo, ampliar la excavación en la parte más oriental del muro del Mediodía , donde hay indicios de que prosigue la fábrica.
Dios guarde á V. E. muchos años. Guadamur 17 de Abril de 18.')9.=Excmo. Sr.=José Ama- dor de los Rios.:=Emilio Lafuente Alcántara.
IV.
Excmo. Sr. : En cumplimiento de la orden verbal de V. E. , relativa á cuanto esta Comisión tuvo la honra de proponer en 17 del corriente, pasó de nuevo á Toledo, acompañada del profesor de la escuela de j\rquitectura , D. Jerónimo de la Gándara , del Académico de San Fernando, electo de la Historia, D. Pedro de Madrazo, y del Oficial de ese Ministerio, D. Teodoro Ponte de la Hoz, que invitado al efecto y llevado de su amor á las artes, se incorporó á la Comisión desde su salida de la corte, sintiendo los que suscriben que no lo hiciera D. Aureliano Fernandez Guer- ra , por impedirlo sus ocupaciones oficiales.
De acuerdo con el Gobernador de la provincia , que según la orden de V. E., comunicada por el telégrafo, tenia ya dispuesto el carruaje para Guadamur, se dirigió la Comisión á esta villa á las ocho de la mañana del 2o, no sin que juzgase conveniente pasar recado de atención, por si se servia acompañarla, al individuo de la de Monumentos, que manifestó el Gobernador haber sido designado para los fines de la Real orden del 1). A las diez y media llegó la Comisión á las Huer-
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMLV DE SAN FERNANDO. 169
tas y fuente de Guarrazar , y pocos minutos después se presentaron en el mismo sitio el Alcalde y Teniente Alcalde de aquel pueblo , con otros miembros del Ayuntamiento y cuatro trabajadores, conforme al aviso oficial que al propósito habia dicha Autoridad local recibido.
Empezáronse acto continuo los trabajos facultativos encomendados al profesor D. Gerónimo de la Gándara , y trazadas las curvas de nivel , asi respecto de la planta del edificio descubierto como del cementerio adjunto, procedióse á lijar la orientación por medio de la aguja magnética obteniéndose casi absolutamente el resultado que señaló ya la Comisión en sus anteriores comu- nicaciones.
Determinado este punto , de no escaso interés para las disquisiciones arqueológicas á que ha de dar lugar el descubrimiento, confrontáronse con el mayor esmero todas las medidas; y hechas nuevas catas en la parte del Norte y del Oriente para reconocer la extensión del muro , que aun se conserva en uno y otro sentido , se halló plenamente comprobado cuanto esta Comisión tuvo la honra de observar respecto de este punto en su oficio del 17. En la primera dirección desaparecía muy luego todo vestigio de cimiento , efecto del excesivo declive producido por las lluvias y por el laboreo de las tierras: en la segunda se tropezaba á menos de un metro con la piedra viva, lo cual mostraba que no habia podido proseguirse por allí la fábrica , objeto del reconocimiento.
Quedaba por examinar el muro del Mediodía, en cuya parte central resultaba un espacio de 1,195, notándose á sus lados algunos indicios de fábrica, conforme la Comisión habia ya indicado á V. E. Hechas las convenientes acotaciones por el profesor mencionado, y conviniendo este en la necesidad de profundizar la excavación en el espacio que aparecía como puerta, dispúsose esta ope- ración, y llevóse á cabo con el mayor cuidado, descubriéndose del todo los muros compuestos de sillares , que formaban en efecto una puerta ó tránsito , prolongándose hacia el fondo hasta la pro- fundidad de 0,6.
Al llegar á este punto empezó á manifestarse una losa ó batiente de mármol del llamado de San Pablo , igual en todo al que la Comisión halló aplicado en otras construcciones y ornatos , de que tiene ya conocimiento V. E. Presentaba esta losa en sus extremos anteriores dos cajas cuadran- glares, en las cuales pudo muy bien fijarse la reja de hierro, á el cerco de madera, en que se sujetaba acaso la puerta, que servia de cerramiento, aunque por ofrecer también dicho batiente próximo á sus extremos laterales dos canales en ángulo recto , que tendrían tal vez objeto análo- go, seria hoy muy aventurado determinar el uso á que unas y otras relativamente se destinaron. De toda esta interesante construcción podrá V. E. formar entero concepto por el detalle , que á la planta del edificio y corte trasversal del terreno acompaña; ad virtiendo que las dimensiones del ex- presado batiente son 1,195 de longitud por 170 milímetros de latitud y que difieren algún tanto las de las cajas y canales referidos, pues que las del lado oriental presentan 125 — 20, 60 — 55 mientras que las del occideníal suben á 150 — 40, 61 — 55, no resultando tampoco iguales los es- pacios que las citadas canales describen.
A 9 centímetros de la superficie de este batiente y en el interior de la parte ya conocida del edificio, mostráronse al mismo tienqio claros vestigios del pavimento, en la forma ([ue hablan apa- recido en el ángulo occidental , según la Comisión hizo ya presente á V. E. La humedad habia causado en este sitio menor estrago ; pero tenida en cuenta la experiencia anterior , se procedió al examen de las baldosas de arcilla cocida, allí existentes, con tal esmero que se logró al cabo to- mar sus dimensiones , las cuales se reduelan á 22 por 38 centímetros y 5 de espesor. El pavimento no pasaba de parte de la tercera hilada, continuando después la tierra natural sin interrupción basta el fondo de la roca , que constituye el cimiento general del ediíicio.
Persuadida hasta la evidencia de que el espacio resultante en el muro era una puerta , ya por demostrarlo así el expresado batiente, ya por indicarlo con toda claridad los paramentos labrados de los sillares que la formaban , juzgó la Comisión muy conveniente, de acuerdo con el profesor Gándara , proseguir en aquel punto la excavación , á lo cual la animaba no sólo el haber notado en la misma dirección vestigios de un muro , como va indicado arriba , sino también el descubrirse,
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no MEMOniAS DE LA RISAL ACADEMIA DE SAN FEnNANDO.
al Mediodía de la ya descrita losa de mármol, inequívocas señales de un pavimento de hormigón romano , el cual exredia del ancho de la mencionada puerta. En este momento , por instancia del Sr. D. Pedro de Madrazo que habia manifestado vehementes deseos de reconocer la altura de la derecha de las Huertas de Guarrazar , se dirigieron á la misma el expresado D. Pedro , D. Teodo- ro Ponte de la Hoz , el Alcalde y Teniente alcalde de Guadaraur con otros señores , habiendo en- contrado en el tránsito el Sr. Ponte el fragmento de voluta de mármol blanco , que es adjunto.
Siguióse entre tanto la exploración comenzada, ocupándose en semejante trabajo todos los hombres de que la comisión podia disponer; y no sin fatiga, por lo recrecido del terreno, se con- siguió dejar libre un considerable espacio, fijándose con exactitud dos muros laterales, separado el oriental 1,07 del vivo de los machones de la puerta, y distante el occidental 0,4ñ de los mismos, ofrecía el primero de estos muros la longitud de 2,02 , y prolongábase el segundo en linea recta hasta 4 metros, donde aparecía, en ángulo, si bien un tanto removido, un grueso sillar, que de- notaba sin duda la terminación de dicho muro, pues que á su lado vuelve á levantarse la roca viva enteramente desnuda y lavada por un arroyo que tiene en ella su cauce natural.
Era de suma importancia reconocer el pavimento de aquella suerte de capilla que se extendía de Oriente á Occidente por el espacio de 2,730, pareciendo á la Comisión poco todo el cuidado que al descombrarla, se pusiera. Creció este, y fué ya grande la espectativa al notar que el hormigón romano pasaba de muro á muro , manifestándose en la parte central y algo más baja una gran losa, que pareció primero de mármol de San Pablo, como la del batiente. Al cabo descubierta en toda su extensión, así como el pavimento de aquella estancia, fué ya posible reconocer que era de pizarra, teniendo 1,7o de longitud por 0,72 de ancho, bien que en el lado oriental mostraba no pequeña fractura , producida indudablemente por el desplome de los muros , cuyos sillares habían caído sobre ella. En el sitio que dejaba al descubierto la indicada fractura , se advirtió por el in- tersticio de otras dos losas de granito colocadas en sentido inverso , un hueco cuya profundidad no era posible apreciar con la exactitud apetecida: esta circunstancia, que no pudo menos de lla- mar la atención de todos los presentes, vueltos en este momento de su excursión los Sres. Ponte, Madrazo etc., dio motivo á varias hipótesis sobre la construcción que podría existir debajo.
Con el convencimiento de que era un sepulcro, acordó la Comisión proceder á levantar la re- ferida losa , empeño que hubiera sido muy difícil sin el accidental auxilio de la humedad que re- blandecía el hormigón romano , bien que esta misma humedad era contraría á la conservación d(> la pizarra. Descarnada en todo su espesor hasta encontrar la tierra natural, dispúsose, pues, la extracción de la losa , operación que no quiso la Comisión confiar del todo á los trabajadores ; y mientras, sacándola á fuerza de brazos, tenía el disgusto de que se partiera por la parte fractura- da, lograba la satisfacción, que se comunicaba á todos los circunstantes, de que se percibiera en ella una larga leyenda latina coronada de una cruz , que cerraba un circulo con varios ornatos.
La Comisión no juzga necesario manifestar á Y. E. el efecto que este descubrimiento produjo. Su primer cuidado fué reconocer aquella inscripción, para lo cual mandó trasladar la lápida á la próxima fuente de Guarrazar, á fin de lavarla y facilitar su lectura; pero no abandonó entre tanto el sepulcro. Cubierto este por cuatro losas de granito, como todas las sepulturas del próximo cementerio, contenia en efecto un esqueleto sobre un lecho de cal y arena, guardando la misma orientación que determinaba su lápida funeraria, y que era en todo la que habían presentado los esqueletos anteriormente extraídos. Los brazos aparecían laterahnente colocados y vueltas hacia arriba las palmas de las manos.
Hecho detenidamente este reconocimiento y extraídos los huesos de la sepultura , qae fueron encomendados al Alcalde, hasta la superior resolución de V. E., tomáronse todas las medidas de aquella , advirtiéndose que sus muros eran de manipostería , y que para formar el asiento de las piedras que la cerraban, se habían colocado, en sentido inverso, varias tejas; circunstancia que, por hallarse estas en excelente estado de conservación , se aprovecho para fijar sus dimensiones, lo cual no habia podido antes lograrse del todo.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNAflDO. 171
Mientras esta operación se llevaba á cabo, lavada ya la precitada lápida, se hablan leido per- fectamente las últimas lineas y parte de las primeras, de las cuales resultaba una serie de compro- baciones históricas, cuya importancia apreciarán convenientemente ios arqueólogos.
En los postreros renglones se leia :
hic vite curso (sic) anno finito Crispinus prsbt peccator in Xpi pace quiesco. Era dcc
XXXI
Segura la Comisión de la trascendencia de este descubrimiento, y no siéndole ya posible apu- rar la lectura de la lápida, por lo avanzado de la tarde, remitió aquel trabajo para su vuelta á esta capital, reservándose consultar oportunamente cuantos datos y personas pudieran ilustrarla- Asi lo hizo oyendo, entre otros, á los Sres. D. Juan Eugenio llartzenbusch y D. Aureliano Fer- nandez Guerra, conviniendo con ellos en que en el epigrama latino hay tres versos (de San Euge- nio según unos, ó de su disci[)ulo el Rey Chindaswinto, según otros); y en que pudieran lle- narse las lagunas de la inscripción en esta ó |)arccida manera :
Quisquís hunc tabule
leyeris titulum huius
linque locum réspice situm
perquire vicinüm malui abere
hic tunndum sanclum
sacer ipse nnnisler annis sexa-
ginta peregi témpora
vite
funere perfunctum sanctis
commendo luendum
ut cnm flamma vorax ve-
niel comhurere Ierras
ccíibus sanctorum mérito
sociatus resurgam
hic vite curso anno finito
Crispinus presbiler peccator
in Xripsti pace quiesco.E-era dcc-
XXXI.
Los tres versos que empiezan con las palabras funere perfunctum, y terminan en sociatus rcsur- gam, son, pues, variado el género, el sexto, sétimo y octavo del epitafio de la Reina Reciberga, y dan no poca luz sobre la tradición literaria de aquellos dias.
Permítanos V. E. que nos detengamos un instante sobre varios puntos, en nuestro concepto muy importantes para la investigación que nos lia sido encomendada; tales como la fecha de la lá- pida sepulcral,. la naturaleza del sitio en que existia, la calidad de la persona allí enterrada, la edad en que fallece y la circunstancia de haber acahado su vida en aquel lugar sagrado, obteniendo á su muerte sepultura en una de las partes más nobles del edificio.
Corresponde la fecha ai año quinto del reinado de Egica : esto es, al 693 de la Encarnación; por manera que no queda duda alguna respecto de la existencia anterior del edificio descubierto
Í72 MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
alli por la Comisión ; y considerando que su construcción pudo preceder al fallecimiento del pres- bilero Crispiíi en un periodo de 80 á 90 años, es más ([ue probable que se levantara á principios del siíílo Vil. Cobran en este caso no pequeño precio los fragmentos de jambas, frisos capiteles y otros miembros de arquitectura que tuvo la Comisión la honra de presentar á V. E. con su informe del n , y que ha diseñado después con grande esmero y cxacliiud el profesor D. Jerónimo de la C.ándara. Como .se observó en el expresado escrito, es ya un hecho demostrado que mucho antes de la invasión mahometana se cultivaba en la España Central el arle , que tiene su principal desarro- llo en la corle de Jusliniano y sus sucesores , correspondiendo y enlazándose estrechamente la his- toria de la arquilectuia con la historia de las letras, y dando, como ellas, á conocer la gran Iras- í'ormacion operada en el tercer Concilio Toledano.
Diez y ocho años antes de la invasión de Tariq subsistía en lo que hoy lleva titulo de J/uertas de Gmnazar un edificio ricamente exornado, al lado del cual se hallaba un dilatado cementerio, de cuya disposición primitiva podrá V. E. formar cabal juicio por el plano y corle que acompa- ñan. En la parle más principal y en una capilla , cerrada al parecer cuidadosamente , se hallaba el enterramiento de un sexagenario sacerdote, que habia terminado alli el curso de su vida. Ahora bien: tenidos en cuenla eslos preciosos datos, y atendiendo ai sentido y al espíritu religioso que domina en la inscripción arriba copiada, ¿será posible dudar de que el edificio descubierto fué real y verdaderamente un templo cristiano , y sobre cristiano , un templo católico?
La Comisión se exlendoria do buen grado en nuevas reflexiones , enlazándolas con el descubri- miento fortuito de las coronas históricas, cuya extracción de la Península ha dado motivo á las présenles investigaciones. Teme extralimitarse del encargo que recibió de V. E. y dará esta comu- nicación excesivo bulto. Consignará no obstante, porque lo juzga de no escaso interés en el con- cepto histórico, que el hormigón del pavimento que rodeaba y recibía la lápida funeraria, era del lodo igual al que halló en 27 de Feiirero próximo pasado la Comisión de Monumentos de la pro- vincia en las dos fosas ó cajas contiguas al terreno concejil , ó sea en la extremidad S. 0. del ce- menterio. Circunstancia es esta no para despreciada , cuando se trata de fijar el verdadero silío en (jue se conservaban las coronas y demás objetos artísticos que tan vivamenle han interesado á las Corporaciones sabias y al Gobierno de S. M., como prueba la Real orden del 9.
Juzga la Comisión que sus trabajos han llenado completamente el objeto que S. M. se propuso, al dictar la disposición referida , quedando su encargo terminado. Los planos levantados por el profesor Gándara, en los cuales van señaladas las lineas de exploración y las zanjas de excavación, fijándose al par el declive del terreno, convencerán á V. E. de que no se ha omitido medio algu- no para determinar la existencia y forma de los preciosos restos de aquel santuario que pudieran interesar al estudio arqueológico y á las ulteriores miras del Gobierno. El hecho se ha demostrado con toda evidencia; y si pudiera desearse por alguno que se diese mayor amplitud á las excava- ciones, sin negar que seria posible hallar nuevos fragmentos de ornamentación li otros objetos aná- logos á los ya descubiertos , la Comisión cree oportuno indicar , de acuerdo con el citado profesor D. Jerónimo de la Gándara , que no darían más importantes resultados respecto del fin á que los trabajos verificados se referían , conforme á lo mandado en la citada Real orden del 9.
Deber es de la Comisión, al poner término á sus tareas,' recomendar á la consideración de V. E. el distinguido catedrático de la Escuela Superíor de Arquitectura, de que lleva hecho méríto: con celo, que iguala sóloá su inteligencia en el noble arte que profesa, se ha prestado graciosamen- te á diseñar cuantos objetos han producido las excavaciones , y á levantar los planos y trazar los cortes del cementerio y santuario de Guarrazar , abandonando para ello sus ocupaciones habituales. V. E. juzgará del modocóaioha desempeñado su compromiso por los dibujos adjuntos; por todo lo cual , si V. E. tuviese á bien disponer que se prosiguieran las excavaciones referidas , la Comisión se atrevería á designarle para dar cima á dichos trabajos. Debe añadir ([ue, por si V. E. se servia adoptar esta resolución, previno al Alcalde de Guadamur que no permitiese tocar en las excava- ciones , suplicando después al Gobernador de Toledo que diese también sus órdenes al efecto.
MEMORIAS DE LA REAL ACADEMLV DE SAN FERNANDO. 173
La Comisión juzga, por último, de su deber recomendar á V. E. el celo y desinterés manifes- tados en una y otra ocasión por el Alcalde de Guadamur y los individuos de su Ayuntamiento, proponiendo á V. E. se sirva darles las gracias en nombre de S. M., si asi lo estimase conve- niente.
Dios guarde á V. E. muchos años. Madrid 28 de Abril de 1839.=Excmo. Sr.=José Ama- dor de los Rios.=Emilio Laluente Alcántara.=Excmo. Sr. Ministro de Fomento.
V.
limo. Sr.: En vista de las comunicaciones, que adjuntas remito á V. I., de la Comisión nom- brada por Real orden de 9 de Abril para hacer excavaciones en las Huertas y fuente de Guarra- zar, término de Guadamur, provincia de Toledo, donde fueron halladas las coronas góticas, que hoy dia se encuentran en el Museo de antigüedades de Cluny, y atendiendo á la intehgencia, ac. tividad y celo desplegados por D. José Amador de los Rios, individuo de número de la Real Aca- demia de la Historia y Decano de la facultad de filosofía y letras en la Universidad central , y por D. Jerónimo de la Gándara, profesor de la Escuela de Arquitectura, que gratuitamente han liesenipeñado los trabajos á que ha dado lugar dicho encargo, y teniendo en consideración la efi- cacia y desinterés manifestados por D. Fabián de Diego, Alcalde de la villa de Guadamur, y por los demás individuos de la Corporación municipal, la Reina (O. D. G.) se ha dignado mandar se les den las gracias en su Real nombre y se publiquen en la Gaceta las comunicaciones referidas.
De Real orden lo digo á V. I. para su inteligencia y efectos oportunos. Dios guarde á V. I. muchos años. Madrid 6 de Mayo de t839.=^orvera.=^Señor Director general de Instrucción publica.
VI.
NOT.V DE L.\S LÁMINAS QUE ILUSTRAN ESTE ENSAYO.
I.
Num. 1. Corona votiva del abad Teodorico, adquirida por S. M. la Reina en 19 de Mayo de 1861 (pág. 116 y siguientes). 2. id. de Suinthila, adquirida asimismo por la Reina en 22 de ídem (pág. 109 y siguientes). íL Id. de Receswiiito , conservada en el Museo de las Termas (pág. 92). i, 7 y 9. Coronas votivas , custodiadas en dicho Museo (pág. 99 y siguientes).
0. Cruz votiva de Sonnica, guardada en el referido establecimiento (pág. 96).
6. Id. votiva de Lucecio, presentada á S. M. en 19 de Mayo próximo pasado (pág. 119). 8. Id. grande votiva, adquirida por S. M. en 22 del indicado Mayo (pág. lio). 10. Corona de don Alfonso el Casto, tomada del Códice Gótico de la catedral de Oviedo, ■ (pág. 1S7).
II.
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8. Detalles de los mosaicos de Itálica, descubiertos durante las ex-
cavaciones practicadas por don Ivo de la Cortina en 1838 y 1839 (pág. 92). 9 y 11. Detalles del mosaico descubierto en la calle de Batitales en Lugo (pág. id.). 10 y 12. Detalles del mosaico encontrado en Enero de 1833 junto á la villa de Santa Ma- ría en la isla de Mallorca (pág. id).
174 MEMORIAS DE L\ REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO.
111.
Niiin i, 2, 3, 6, 7, 9 y 12. Fragmentos decorativos de la Basílica de San Ginés de Toledo, ya destruida (pág. 51 y siguientes ).
0. Id. que se couscrvan en la Torre de los Abaden de la misma ciudad (pág. 532 y sigs). 8 y 14. Id., en la Iglesia de San Román, antigua mezquita del Califato (pág. 17 y 19). í y 11. Id. enipolrados en el Torreón apellidado Baños de la Cava (pág. 55).
10. Id. en el exterior de una casa de la bajada del Presidio de dicha ciudad (pág. 58).
13. Id. de pilastra, existente en su Paseo de la Vega (pág. 57).
1 5. Fragmento conservado en la torre de la Iglesia de Santo Tomé (pág. 56).
IV.
1, 2, 3, 4, G, 7, 8 y 9. Fragmentos descubiertos en las excavaciones verificadas de Real
orden en las Huertas de Guarrazar (pág. 71 y siguientes). 5. Planta de la Rasilica que existió en las referidas Huertas (pág. 66 y 67).
\.
1 y 2. Detalles de la Corona de Receswinto (tamaño natiu-al).
3, 4 y o. Id. de las coronas votivas que se conservan en el Hotel Cluny (tamaño natural)-
7. Id. de la cruz procesional, adquirida por el Ministerio de Fomento (pág 123).
8. Capitel de la corona de Receswinto (tamaño natural).
9. Detalle de la corona de Suinthila (id.).
10. Impronta del grabado en esmeralda, adquirido por S. M. la Reina (págs. 120 y 121). 11, Detalle de la corona del abad Teodosio (tamaño natural).
VI.
1, 3, 7 y 13. Detalles de los sepulcros de los señores de Intriago en Nuestra Señora de
Covadonga, Asturias (pág. 53, etc.).
2, 6 y 8. Id. del antepecho de la ermita de Santa Cristina de Lena (Asturias, pág. 57). 5, 9 y 10. Id. de la Basílica de San Miguel de Lino (Linio), pág. 114 y otras.
11. Id. de la Cruz de los Ángeles (pág. 35).
12. Id. de la Cruz de la Victoria (pág. id.).
14. Medallón de la Cruz de los Angeles (pág. id.).
15. Detalle de la Mezquita edificada en Tarragona durante el Califato (pág. 115).
16. Moneda de Cliindaswinto y Receswinto, acuñada en Toledo (págs. 91 y 156;.
17. Moneda de don Sancho III de Castilla, acuñada en Toledo (pág. í y 91).
ERRATAS QUE SE HAN NOTADO.
Pái;. Lin. Dice. • Líase.
funere perfunctum funere perfunctam.
Orane veneratione Omni veneratione.
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Algebra, 1 en 4."
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Eslática y üinámica. 1 en 4 ° '
Hidrostática é Hidrodinámica, 1 en 4.". . . .•
Óptica, 1 en 4° ^
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Aslrononiia física, Cronología, tieografía, Gnomónica , l'erspectiva v Música
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j Primera parle.— Tratado de Ariniileclura civil, I en 4." , .
' Segunda parte.— kieni de Arquitectura hidráulica, I en 4.°
Tablas de Logaritmos, I en 4."
.Vritmética y (ieomelría práctica de la Real Academia de San F('rnan(Ío, 1 en -í."
.'Vdiciíines á la Geometría de D. Benito üails. porD. .losé Mariano Vallejo, 1 en 4.°
Tratado elemental de Aritmética y geometría de dibujantes con un' apéndice del sisíema métrico de pesas y medidas, publicado por la Ueal Academia de San Fernando, 1 en 8 °
Diccionario de Ar(|uiteclura civil, obra postuma de D. Benito Ifails, 1 en 4.°.
Diccionario histórico de los mas ilustres profesores (!c las Bellas Artes en Es- paña, compuesto por D. Agustin Ccan Bermudcz, y publicado por la Real Academia de San Fernando, (í en 8." mayor
Noticias de los arcpiiteclos y Arquitectura de F.spaña desde su restauración, por el Excmo. Sr. D. Eugenio Llaguno y Aniirola, ilustradas y adicionadas por D. Juan Aguslin Cean Bermudez, 4"en 4.". . ."^ .'
Arte de saber ver en las Bellas Artes del diseño escrito en Italiano, por Fran- cisco Milizzia, traducido por D. Ignacio Mares, y aumentado con un trata- do de las sombras y otro de la distribución ó c'ompai timienlo de casetones en todo género de arcos y bóvedas, 1 en 4."
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ACTAS DE LA BEAL ACADEMIA DE SAN FEHNAN- UO, T D1STH1BLCI0?» HE LOS PBEMrOS CONCEDI- DOS POR SS. MM. A LOS ürscIPCLOS UE LAS TnKS NOBLES ARTES.
Del ano niii 1 cuad. en 1." niajor.
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— 1757 ídem id ,
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1766 ídem iíl.
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— 1790 Ídem id
1799 Ídem en folio
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Del ano 1811-2
— ISOS á 183 Anligilcdades ¡ír.ibe:
ba, 2 folio bol.: Primera parle, ."íl estampas .Segiind.i parle , 29 ídem ....
1 ciiad. cu i." mayor.
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— del puenie de Toledo
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