DR. EUGENIO BEITIA ALDAZABAL

EL ECUMENISMO

Los caminos de la unidad cristiana

PUBLICACIONES

UNIVERSIDAD INTERNACIONAL MENENDEZ PELAYO

BX 8.2

.B39 SANTANDER

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TAf> 1963

PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD INTERNACIONAL MENENDEZ PELAYO

Pregón de la Universidad In- ternacional Menéndez, Pelayo, Jaime Delgado.

Posición psicológica y pedagó- gica de España ante los valores del espíritu, Pedro Font Puig.

'Justa retribución del trabajo, Fr. Albino G. Menéndez-Rei- gada.

Consideraciones en torno de la poesía u de su esencia, Luis Mo- rales Óliver.

Isabel la Católica. Sus retra- tos, sus vestidos, sus joyas, Die- go Angulo Iñiguez.

Isabel y Fernando, Reyes de Castilla, y Menéndez, Pelayo, Académico de la Historia, Ci- ríaco Pérez-Bustamante.

¿Una tercera guerra univer- sal?, Pedro Gómez Aparicio.

Los orígenes de las literaturas románticas a la luz de un des- cubrimiento reciente, Ramón Me- néndez Pidal.

Cantabria romana, Antonio García y Bellido.

Una experiencia cultural en Santander, Francisco Sintes y Obrador.

Presencia de España en el ar- te moderno y Problemática del arte contemporáneo, José Ca- món Aznar.

Sobre el arte rupestre cantá- brico, Luis Pericot García.

La unidad de la lengua en los pueblos hispánicos, Julio Casa-

al, Eugenio.

(Pasa a la solapa posterior)

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Discurso pronunciado en la apertura solemne de los Cursos 1963, en el Paraninfo de Las Llamas.

EL ECUMENISMO

LOS CAMINOS DE LA UNIDAD CRISTIANA

DR. EUGENIO BEITIA ALDAZABAL

EL ECUMENISMO

Los caminos de la unidad cristiana

PUBLICACIONES

DE LA

UNIVERSIDAD INTERNACIONAL MENENDEZ PELAYO

19

SANTANDER 1963

Depósito legal: SA 125—1963. Registro: S 97.— 1963.

Bcdia. Santander.

INTRODUCCION

Jamás había pensado yo, al encargarme de esta lección inaugural de la Universidad Internacional "Menéndez Pelayo" que había de coincidir la re- dacción de sus páginas con la muerte del Papa Juan XXIII. Y, sin embargo, ha sido esta una realidad dolorosa, que pesa fuertemente sobre en el momento de dictar la lección. El Papa Juan XXIII, el Papa de la bondad y de la paz, que vivió tan intensamente todos los problemas de la unidad cristiana, ha muerto. Yo tengo que co- menzar recordándole porque este ideal de la uni- dad de todos los cristianos fue largamente acari- ciado por él, desde el primer momento en que como Pontífice Soberano de la Iglesia universal se dirigió al mundo. Recordamos también tantas expresiones suyas en los instantes en que anunció el Concilio Ecuménico Vaticano II y fue poco a

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poco desenvolviendo su pensamiento- Lanzaba él una "invitación renovada a los fieles de las Comu- nidades seperadas para que nos acompañen ama- blemente en la búsqueda de la unidad de la gra- cia, por la que tantas almas suspiran en todos los puntos de la tierra". Fijaba la finalidad propia del Concilio en "promover el incremento de la Iglesia católica, producir una saludable renova- ción en las costumbres del pueblo cristiano y po- ner el día las leyes que rigen la disciplina ecle- siástica, según las necesidades de nuestro tiempo". Esperaba que "esto constituyera un maravilloso espectáculo de unidad, verdad y caridad, tal que al contemplarlo, aun los que vivían separados de la Sede Apostólica sentirían una suave invita- ción a buscar y lograr esa unidad por la que Jesu- cristo dirigió al Padre celestial sus ardientes ple- garias".

Cuando hablaba a los "separados" los llamaba hermanos y razonaba así esta apelación: "Quie- ran o no hermanos nuestros son; sólo dejarían de ser nuestros hermanos, si dejaran de decir : Padre nuestro".

Y en cuanto al desarrollo de todos los "Movi- mientos", que pueden clasificarse en general comió' ecumenistas, mostraba su complacencia y simpatía con estas palabras que son perenne aliento para cuantos están empeñados en tan noble tarea: "Sa-

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bemos por otra iparte, con gran consuelo nuestro, que en estos últimos tiempos se ha venido creando, en el seno de no pocas comunidades separadas de la Cátedra de Pedro, cierto movimiento de sim- patía hacia la fe y hacia las instituciones católi- cas y que al estudio de la verdad que disipa los prejuicios, ha sucedido una estima considerable hacia esta Sede Apostólica. Sabemos además, que casi todos los que llevan el nombre de cristianos, a pesar de estar separados de Nos y separados también de mismos, han efectuado reuniones y organizado asambleas; todo lo cual está demos- trando el vehemente deseo que les impele a rea- lizar por lo menos alguna unidad".

Ante estos sentimientos que tan espontánea- mente brotaban del corazón mismo del Papa, no necesitaré largos argumentos para justificar mi deseo de dedicar a su memoria estas consideracio- nes sobre el ecumenismo y los caminos para lo- grar la unidad cristiana.

LUCES Y SOMBRAS

Tratemos ante todo de orientar genéricamente el problema- El cristianismo no es un puro senti- miento religioso por elevado que parezca, nacido

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de la "indigencia de lo divino", como querían los modernistas de principios de siglo. El cristianismo es Cristo mismo, perpetuado en su obra. Es Cristo en su persona y en su mensaje. Cristo que llama a su (seguimiento. El conjunto de todos los "llama- dos" forma la Iglesia.

¿Cuál es el vínculo que une a quienes se sien- ten "llamados" y forman la Iglesia? Es una reno- vación interna operada por la fe y la penitencia y un signo exterior que les acompañará, con su carácter indeleble y para siempre: el bautismo. Así lo dice San Pedro el primero de los Apóstoles a los que escuchan su primer "pregón"- "Haced penitencia y bautícese cada uno de vosotros". (Actos, 2, 38).

El cristianismo informa toda la vida, ¿cuáles serán sus características? Según el mismo libro de los Actos de los Apóstoles, "perseverar en la doctrina apostólica, en la fracción del pan euca- rístico, en la oración y en la caridad". ¿Cuál es sus constantes históricas? Un deseo de crecimien- to en extensión hasta el último confín de la tierra, un progreso intensivo del espíritu hasta la santi- dad heroica, la efusión del amor al prójimo en las obras de beneficencia y en el cumplimiento de toda, justicia y, por fin, la unidad plena y consumada como la unidad del Padre y del Hijo. Señales por las que se podrá siempre discernir la presencia

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de Cristo en la Iglesia. Problemas abiertos para esta Iglesia, que se siente en camino, que es "Igle- sia militante" y por tanto constantemente per- fectible, en su realización terrena.

El Ecumenismo, que más tarde definiremos, fija especialmente su atención en el tema de la unidad- Tema predilecto de Cristo en su oración sacerdotal, tema desarrollado ampliamente por el Apóstol San Pablo en sus Cartas, tema tratado con mimo por todos los Papas, especialmente por Juan XXIII a cuya memoria hemos dedicado esta lección, tema que penetra en la entraña del pueblo cristiano, que lo vive y io siente, pensando que está cercana la hora en que se podrá decir que todos los seguidores de Cristo son un solo cuerpo, están alimentados por el mismo pan eucarístico, constituyen un solo rebaño, bajo el cayado del mismo Pastor.

Tema que tiene dos caras, que es fácil en su planteamiento y difícil en su solución, alegre y triste, con luces esplendorosas y sombras durísi- mas, zonas de penumbra y siempre presenta una gran esperanza que nos alienta.

Tema que pide nuestra cooperación en el res- peto a las almas, en la ausencia de todo deseo de victoria personal, fuera de la victoria de Cristo mismo y que para nosotros los católicos lleva es- peciales matices de fidelidad a la Santa Sede y a

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su Magisterio, en todos los pasos de su realización.

Por lo que hace al pensamiento de Cristo tiene su expresión vigorosa en su deseo de que el "rei- no" permanezca hasta la consumación de los si- glos. Ha de permanecer unido porque "todo reino1 dividido será desolado". (San Mateo, 12, 25). La unidad por tanto ha de ser la ley fundamental de la vida de la Iglesia, pero no una unidad cual- quiera, sino una unidad perfecta, "para que crea el mundo que me has enviado"- (San Juan, 17) .

Este pensamiento evangélico lo desarrolla San Pablo ante la Iglesia naciente, recomendando a los fieles de Efeso que sean "solícitos en conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Porque sólo hay un cuerpo y un espíritu. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos que está sobre todos, por todos y en todos". (A los Efesios, 4, 3).

Ya hemos tenido ocasión de decir que sobre ningún tema se ha expresado con mayor drama- tismo el llorado Papa Juan XXIII como sobre este el de la unidad. En sus llamamientos repe- tidos desde sus primeras palabras en la homilía de la coronación- A veces el tema cobra toda su amplitud como en primera encíclica "Ad Petri Cathedram", en cuya parte tercera el tema de la unidad es tratado en todos sus aspectos, termi- nando con aquel emocionante llamamiento: "Al

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llamaros amorosamente a la unidad de la Iglesia no os convocamos a una casa ajena, sino a la propia vuestra, a la que es común casa paterna". "Lo hacemos no solamente movidos por encendi-dta caridad hacia todos los pueblos, sino también es- timulados por evangélica humildad de espíritu".

Pero además este anhelo de unidad cifra el sentimiento más entrañable del pueblo. Puede de+- cirse que el sentimdento de júbilo que inundó al mundo cristiano al anuncio del Concilio ha tenido como tónica primera la esperanza de la unidad. El pueblo ha pensado que la Asamblea universal estaba íntimamente unida con la vuelta de los her- manos. Todas las noticias que han tenido relación con el problema han ocupado el lugar más prin- cipa! en la información conciliar. La presencia de los observadores, la existencia del Secretariado de En-ace, dirigido por el Cardenal Bea, las visitas de los dirigentes separados a Roma con las mani- festaciones de Constantinopla o Canterbury, Mos- cou o Atenas figuraron siempre en lugar destaca- dísimo-

Tema lleno de luz. Cuando miramos la histo- ria de la Iglesia Católica, ejemplo maravilloso de unidad en la fe, en la jerarquía, en la admi- nistración de la gracia, esa luz se vierte a rauda- les. La Iglesia Católica nos ha demostrado que la unidad no es una propiedad puramente escatoló-

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gica, sino de actualidad constante. Y hoy más que nunca, como decía en su tiempo el Cardenal Mer- cier a un periodista, resplandece la unión íntima de toda la catolicidad con el centro "donde la uni- dad sacerdotal ha tenido su origen", de suerte que podemos decir que "donde está Pedro allí está la Iglesia y donde está la Iglesia una y santa, no hay muerte sino vida eterna".

Pero no es tema exento de sombras. Humilde- xnlente podemos señalar esas sombras en el ele- mento humano de la Iglesia. No es preciso re- cargar las tintas. Pero tampoco vamos a volver la mirada del Oriente separado, dividido en igle- sias autocéfalas donde la unidad jerárquica ha dis- minuido y ha hecho muy difícil el ejercicio del magisterio- Tampoco hemos de olvidarnos de la multiplicidad fraccionada del protestantismo, por el principio del libre examen. Parecidas conside- raciones pudiéramos hacer sobre el resto del cris- tianismo separado. No recargamos las tintas. Si es caso, a la hora de analizar circunstancias his- tóricas, apuntemos nosotros las que se pueden cargar a nuestra cuenta.

Pero nos parece que vamos caminando de la aurora al pleno día. Porque, como hemos dicho, no hay cristiano consciente que no añore la uni- dad. Ayer no era así. A principios de este siglo el teólogo luterano Harnack decía: Se nos objeta

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que estamos divididos oon tantas doctrinas como cabezas. Yo respondo: Es verdad. Pero no> desea- mos otra cosa, sino al contrario, más libertad, y más individualismo en las creencias y en la ex- presión". Hoy este lenguaje sería totalmente re- chazado. Los católicos jamás lo habían empleado y lo repelen los separados, que, como veremos, han buscado meritoriamente un terreno común de trabajo, que ha venido a llamarse ecumenismo.

Hoy se siente la inquietud de la unidad y se lamenta la dispersión, en el mundo oriental sepa- rado y en el protestante, en el anglicano y en el católico de todas las latitudes. Desde Edimburgo hasta Nueva Delhi les nombres de los apóstoles de la unidad son legión y los nombres de los Mo- vimientos, como "Vida y Acción", "Fe y Discipli- na", que desembocan en el Consejo Mundial de las Iglesias, las Conversaciones al estilo de las de Malinas, las obras de mutua comprensión como la "Una santa", las cruzadas de oraciones aquí y allá, pongamos por ejemplo Chevetogne y Taizé, abren el pecho a las mejores esperanza?.

Para no engañarnos tratemos de señalar la meta deseada. Queremos una identificación perma- nente. No nes bastan planes de trabajo esporádi- cos y uniones temporales- No buscamos un fede- ralismo, ni nos contentamos con un fundamenta- lismo, ni pretendemos una pura mezcla, un mero

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sincretismo. Si la palabra "vuelta o retorno" no &e acepta umversalmente, utilicemos la palabra ^reencuentro" y fijemos el lugar donde volvere- mos a encontrarnos, que será la Iglesia "una san- ta" del Evangelio y de San Pablo. Con la máxima caridad y comprensión en los procedimientos, con la oportuna firmeza en la doctrina con plena con- fianza en Dios, pongámonos al trabajo.

ECUMENISMO Y MISION

Y comenzeimios por afirmar que este trabajo es necesario y urgente si hemos de cumpMr la con- signa cristiana de dilatar el mensaje salvador de Jesucristo hasta el último confín de la tierra. Cuando se habla de los orígenes del movimiento ecumenista, todos los escritores suelen contar la decisiva intervención que el año 1910 tuvo un de- legado protestante de las jóvenes iglesias de Ex- tremo Oriente, cuyo nombre no ha sido conserva- do, pero cuyo llamamiento no ha podido ser ol- vidado- Se trataba de la conferencia universal Jas "sociedades protestantes de misión" que tenía lugar en Edimburgo. En esta vasta asamblea en que se abordaron todos los aspectos del problema misionero, el antedicho delegado se puso en pie

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y dijo con emoción las siguientes palabras: "Vos- otros nos habéis enviado misioneros que nos han hecho conocer a Jesucristo y es damos las gracias por ello. Pero al mismo tiempo nos habéis traído vuestras distinciones y vuestras divisiones: Los unos predican el metodismo, los otros el lutera- nisme, el congregacicnismo o el episcopalismo. Os pedimos simplemente que nos prediquéis el evan- gelio y que dejéis a Cristo suscitar en el seno de nuestros pueblos por la acción del Espíritu Santo la Iglesia conforme a sus exigencias, conforme aJ genio de nuestra raza, que será la Iglesia de Cris- te en el Japón, la Iglesia de Cristo en China, la Iglesia de Cristo en la India, liberada de todos esos "ismos" que añadís a la predicación del evangelio entre nosotros". Entre los asistentes se hallaba presente Ch. Brent, de la Iglesia episcopaliana de los Estados Unidos, que recibió una gran impre- sión ante este discurso. Y prometió al Señor tra- bajar desde entonces por la unidad de la Iglesia El movimiento ecuménico entre los protestantes había nacido.

Los católicos también hemos sentido el impac- to de ese mensaje cristiano que, en ambiente tan poce favorable, presentan los misioneros a la con- sideración de los paganos. Consideremos que estos "espectadores" del exterior son casi los dos ter- cios de la humanidad y que no ha de favorecer

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precisamente la penetración evangélica entre ellos, el que la sencillez elemental de sus principios reli- giosos tenga que enfrentarse con el tremendo pro- blema de la división de las Iglesias, u Al llegar a este punto tengo que decir cosas tan importantes y, al mismo tiempo, tan duras que a pesar de mi carácter episcopal, no me atrevo a usar de mis palabras propias y de mis considera- ciones personales y voy a utilizar una página de un insigne misionero, el Padre Pablo Manna, que, tenía una experiencia directa del problema en tie- rra de misiones. Dice así:

"Para que pueda llegarse al amanecer de tan glorioso día, no basta una acción misionera de gran envergadura y generosa en los países infie- les; hay que remiover un obstáculo que impide la efectiva evangelización del mundo: obstáculo que, hemos de confesarlo aunque nos sea doloroso, no lo ponen los infieles, sino los mismos cristianos lois cuales a vueltas de cismas y herejías, han des- pedazado la unidad de la fe, poniéndola así en descrédito ante el mundo que se quería conquistar.

Es este otro hecho al que tampoco se le ha reconocido transcendencia, pero la tiene muy grande, tanta, que al estudiar los problemas mi- sionales hay que considerarlo con la máxima aten- ción.

Una de las más serias dificultades con que

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tropieza el apostolado en la conversión de los in- fieles, es la concurrencia de las sectas protestan- tes. Se necesita ser misionero para apreciar la magnitud del daño.

Hace unos años había en la India, 51 socieda- des americanas, 65 sociedades inglesas, 65 alema- nas, suecas, noruegas, indias, etc., todas ellas afa- nadas por dar el propio Cristo al pueblo indio.

Hablando de China, ha dicho crudamente un autor: Los misioneros han venido a decir a los chinos: Tenéis demasiados dioses. Y después lés han predicado más de 160 credos cristianos di- versos".

Con esta hiriente frase queda descrita toda la trágica situación del apostolado cristiano1.

Ahora bien ¿qué haríamos nosotros puestos en el caso de los paganos de buena fe, dispuestos a servir al cristianismo con tal que se les presentei en toda su inconfundible belleza y unidad?

No existe ciudad ni centro misionero de me- diana importancia, hasta en los países más remo- tos en donde no estén edificadas también una, dos o más capillas de diversas denominaciones. ¿Hacia cuál de las iglesias cristianas deberá encaminar sus pasos? ¿Estará obligado a hacer un estudio comparado de las diversas doctrinas religiosas que simultáneamente le invitan?

Quizás algunos de nuestros teorizantes se atre-

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viera a exigirlo; pero en realidad para hacer tal estudio no están capacitados ni el uno por 10.000 de les infieles.

Y entonces. Entonces sucede la mayor parte de las veces que, cuando uno se siente movido a convertirse, ingresa indiferentemente en una u otra, según las circunstancias que le han impre- sionado, pero la grande masa termina por ale- jarse y desdeñar el cristianismo.

Los infieles parecen decir a todos los predica- dores cristianos: Esperaremos a que os pongáis de acuerdo. Ponerse de acuerdo, procurar la unión ; he aquí un primer paso indispensable para las fu- turas grandes conquistas del mundo infiel". Así habla un misionero.

No sigo en estas graves reflexiones. Ellas de- muestran que el problema de la unidad cristiana no admite la frivolidad ni la ligereza, si hemos de responder al programa de Cristo que es fun- damentalmente ecuménico y universal. Me permi- tiréis que para cerrar este punto, transcriba lo que decía en 1947 el Obispo de Lausana, Friburgo y Ginebra, con ocasión del Octavario por la Uni- dad de la Iglesia. Se encontró con un estudiante chino, para quien la mayor dificultad para su fe cristiana se expresaba así: "Yo admiro a Cristo, pero ¿quiénes son sus verdaderos discípulos?"

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LAS TENSIONES TEMPORALES

Pero todavía hay más. La universalidad del mensaje cristiano nos pone de cara no solamente con este problema de la unidad, sino con el pro- blema más interesante del proselitismo, que es el problema de la adaptación. Es decir, que al indio o ai japonés o al chino, al africano o al habitante de Polinesia, hay que presentarle el mensaje cris- tiano no solamente con plena cohesión, en todos sus puntes fundamentales, sin contradicciones in- ternas, sino libre de toda ganga exterior, un cris- tianismo, que pueda acomodarse a su vida y a su cultura, que no necesite de los "postulados occi- dentales" para su comprensión.

Insistamos en este problema. El cristianismo' es el misterio de Cristo, el Verbo hecho carne y la Revelación, en "definitiva, es la "historia sa- lutis".

En el cristianismo hay una esencia, algo que se debe llevar a todas partes y se debe defender contra todos los obstáculos y algo, que es envol- tura y complemento, explicación y filosofía, en- carnación concreta, proyección geográfica, reflejo temperamental, influjo de la cultura.

Pío XII decía que el cristianismo contra lo

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que opinaba Ja&pers "no es un objeto tardío", un acontecimiento tardío. "Lo que a Nos importa, decía el Papa, es que la Iglesia tiene conciencia de haber recibido su misión y su tarea para todos los tiempos futuros y para todos los hombres y consiguientemente no está ligada a ninguna cul- tura".

Por que el cristianismo haya encarnado en la cultura grecolatina del Mediterráneo, no quiere decir que se ha de predicar el mensaje de Cristo con esos caracteres, con esa filosofía, con esa for- ma de expresión y con esa aplicación a la vida, a otros pueblos, por ejemplo al Japón, o China, a la India, o a Africa. La obra del Redentor y la obra del Creador deben encontrar su fórmula de perfecta armonización. Por imperativo de justicia y no por mera cortesía o deferencia a los pueblos evangelizados, hemos de respetar las riquzas del alma indígena y el cuadro dei su cultura; y este principio, que es el de la adaptación, no solamen- te ha de observarse en la evangelización primera de los pueblos paganos, sino en todo el desarrollo de la vida cristiana. Porque los pueblos ya cristia- nos siguen teniendo sus propias características que no deben desaparecer en aras de una unifor- midad, que no está exigida por la unidad.

Comprendo que a veces se plantean problemas delicadísimos, como el de los ritos chinos o mala-

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bares, el apostolado del P. Ricci o del P. Nobile, cuando se hace difícil el trazar la línea, que marca el límite entre lo cultural y lo religioso, entre lo que se puede aceptar plenamente o al menos to- lerar y lo que se ha de rechazar de plano. Esto prueba la dificultad enorme del problema, pero deja en pie todos los principios que la Sagrada Congregación de Propaganda expresaba con diá- fana claridad hace más de tres siglos, en 1659, cuando decía: "No intentéis jamás ni pidáis de ninguna manera a esos pueblos que cambien sus usos sus ritos y sus costumbres a menos que sean contrarios a la religión y a la honestidad. Nada hay más absurdo que el trasladar a China lo que es propio de España, Francia, Italia o cualquiera otra parte de Europa. No es eso lo que tenéis que que llevar sino la fe, esa fe que no rechaza ni des- precia las costumbres ni los usos de ningún pue- blo, siempre que no sean perversos, sino que por el contrario quiere conservarlos y protegerlos. No comparéis jamás los usos de esos pueblos con los de Europa. Por el contrario con mucha diligencia, acostumbraos a sus maneras. Admirad y alabad todo lo que lo merezca . . .

Nada provoca más odio y aversión que echar abajo los usos de un pueblo, sobre todo cuando son usos inmemoriales, recibidos de los antepasados; y peor aún, cuando se suprimen las costumbres de

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un pueblo, para reemplazarlas por las del propio

¿Tiene alguna relación esta doctrina de la adaptación con el problema del ecumenismo? Sin duda, si atendemos al origen de los cismas y las herejías que han sido causas de las divisiones. Y desde luego guarda estrecha relación con lo que atañe al plan de conducta que hemos de seguir todos cuantos tratamos de llegar a la unidad anhe- lada por la Iglesia, a través del diálogo ecuménico.

Sería altamente ingenuo decir que las herejías] o los cismas son tales porque Roma o los occiden- tales no comprendieron el carácter germano o in- glés, o no supieren comportarse debidamente en las Cruzadas. Las herejías y los cismas tiene una fría valoración teológica y jurídica, que les sitúa en su lugar y requiere un remedio teológico o jurí- dico. Pero examinad el origen de las separaciones: y observaréis siempre ia presencia de tensiones vitales que acompañan al principio, al progreso y a la permanencia continua de esas separaciones. A veces las tensiones se establecen entre regiones cercanas. Así la historia del monofisismo y el nes- torianismo están íntimamente unidas con la tradi- cional tensión entre Alejandría y Antioquía. Geo-

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grafía y política, estratos sociales y cultura, ¿quién podrá simplemente numerar las circunstancias que influyen no poco en la voluntaria posición de las actitudes y en la forma de razonar individual y colectivamente en pueblos y personas. Quizás por la vía puramente intelectual se podría convencer al adversario, mas para convencer será preciso "oirrt y lo difícil, en muchos casos es hacerse oir.

En 1949, el profesor de Cambridge, H. Dodd, escriba una carta al Rvdo. Tomkins en la que se hacía resaltar la importancia de "motivos no con- fesados en las discusiones teológicas". Entre és- tas, situaba tradiciones sociales y política, viejas cuentas históricas aún no liquidadas definitiva- mente, rebrotes de nacionalismo, fidelidades a ul- tranza, respecto a puntos que no son verdadera- mente específicos o diferenciales, aunque así sean considerados por una especie de orgullo colectivo.

Es miuy grande el peso de los factores no teo- lógicos en la división de las Iglesias, tales como la lengua y mentalidad, las formas de gobierno y civilización, las estructuras económicas y sociales, viejas expulsiones y antagonismos históricos.

Todo esto oscurece la verdad, origina falsas interpretaciones y da lugar a divisiones reales que nuestro buen ingenio trata siempre de justificar con otras razones de orden más alto. El recuerdo de estas cuestiones y la tendencia a la rutina y a

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mantener sin revisar situaciones anticuadas, la incomprensión mutua y la tendenciosa presenta- ción de otros grupos, contribuye a mantener abier- tas y enconadas las viejas heridas.

¿Habéis seguido la vuelta de Newman al cato- licismo? ¿Habéis meditado sobre la permanencia en el anglicanismo de sus compañeros Pusey y Keble? Newman era inglés hasta la médula de los huesos ("english to the core"). Decir entonces que era inglés, era afirmar que entre él y el catolicis- mo existía una barrera inmensa, que impedía el libre paso. Mayor que lo que hoy significa la cor- tina de hierro.

Porque Inglaterra era para él algo tangible y Roma algo alejado. La nación inglesa había na- cido de la libertad, el catolicismo parecía sinó- nimo de tiranía. La tradición de la Iglesia angli- cana arraigaba en el Estado, la nación, la legis- lación, el clero, la literatura; el catolicismo era el país desconocido tras una montaña de prejuicios. El anglicanismo era la Iglesia nacional de Ingla- terra; el catolicismo la Iglesia internacional. "Ver- daderamente si la Iglesia católica estuviese en la ,una, Inglaterra la miraría con más atención y la observaría más de cerca que lo hace ahora".

Newman superó toda esta formidable barrera ; los demás no lo hicieron, sin embargo cuando tra- taban de examinar las fuentes y de redactar las

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hojas del movimiento tractariano, todos estaban, acuerdo en que se habían situado a las puertas de otra Iglesia, la verdadera Iglesia de Cristo, que Newman reconectó y los demás no acertaron a ver, sin duda por razones distintas de ias teológi- cas, es decir, por las tensiones vitales a las que hemos aludido antes. Por todas estas tensiones se trató de justificar la "vía media", el ritualismo, el anglo-catolicismo y la teoría de las tres ramas.

Pero Newman ya católico, heroicamente cató- lico, nos enseña el camino doloroso de los que aman la unidad y quieren de veras prepararla. Hoy podemos saludar a Newman como un verda- dero campeón de la unidad cristiana que padeció persecución por su sistema, no solamente de par- te de los anglicanos, a quienes quería atraer a Roma, sino también de parte de algunos católicos que le motejaron de tibio e insincero y le echaban en cara que no hacía conversiones. Espigo en su diario esta página que es un formidable progra- ma de acción: "Dicen por. ahí, Newman no hace nada. No consigue grandes conversiones y no nos- explicamos cómo no suscita convertidos de gran resonancia. Debía atraer a la fe a hombres cons- picuos, a hombres nobles, a hombres sabios. Los que así hablan quieren frutos inmediatos ; pero no es esta mi manera de pensar. Yo creo que lo más importante no son las conversiones, sino ahora la

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preparación de los católicos. La Iglesia debe estar preparada para recibir a los convertidos, tanto como los convertidos deben estar preparados para entrar en la Iglesia. Y esto es lo que no com- prenden".

Estaba Newman convencido de que Roma lle- varía a Inglaterra la verdad integral ; paro que- ría que se dosificaran las etapas de la exposición de la doctrina : "Bastante nervioso está ya el pue- blo inglés, decía, al tratar de los derechos induda- bles del Papado, sin que haga falta, como algunos creen, lanzárselo a la cara como un guante de desafío".

EL DIALOGO ECUMENICO

Parecidas consideraciones podríamos hacer acerca de otras figuras históricas y de otros am- bientes religiosos. Con lo que hemos dicho tenemos ya bastante para darnos cuenta de que en este pro- blema vital de la unidad cristiana son dos cosas, las que hay que atender y cuidar con especial cui- dado: la doctrina y el clima. La doctrina, porque siempre hay diferencias de posición doctrinal. Los "hermanes separados" niegan éste o el otro dogma que nosotros los católicos profesamos. Y el clima, el

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ambiente porque la unidad no se verificará sin previo acercamiento y el acercamiento para el diá- logo requiere previa preparación del ánimo. Tal es el papel que ha de jugar lo que ya con palabra consagrada por los documentos eclesiásticos se llama ecumenismo. Podría tener como lema gene- ral, aquellas palabras del Cardenal Mercier, que solía repetir constantemente el P. Couturier: "Pa- ra unirse hay que amarse, para amarse hay que conocerse, para conocerse hay que ir al encuentro uno del otro".

Digamos ante todo que el ecumenismo no es propiamente una doctrina, sino una mentalidad, una atmósfera espiritual, que podría definirse con las palabras de Visser't Hooft, Secretario del Consejo Mundial de las Iglesias: "La cualidad y las actitudes que expresan la conciencia y el deseo de la unidad cristiana".

Por lo que acabamos de apuntar se advierte claramente que el espíritu ecuménico puede ser compartido, como "forma mentís" por personas que no comparten las mismas doctrinas. Tan sólo pediremos a quienes hayan hayan de trabajar en este noble campo que sientan vivamente el hecho de la división entre los cristianos y que traten de preparar los caminos para la unidad cristiana anhelada por el Señor en su oración sacerdotal.

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Precisamente por su misma sencillez el ecu- menismo tiene ya un formidable valor de unión entre quienes lo profesan, pero al mismo tiempo puede presentar un indudable peligro: el de me- nospreciar la doctrina, el de favorecer un vago' indiferentismo religioso, que tienda a la unión de Les cristianos, con mengua de la verdad revelada

He aquí cómo presentaba este aspecto del ecu- menismo el Obispo de Brujas, Mons. De Smedt en la sesión conciliar vaticana de 19 de noviembre de 1962 :

"Todos los que se honran con el nombre de cristianos dice el Prelado1 belga están de acuerdo en reconocer a Jesucristo. Todo lo que nos ha comunicado el Señor por mismo constituye el depósito de nuestra fe y es nuestra salvación. De esta fuente sacamos todos, los católicos y los no católicos.

Pero cuando se trata de la manera según la cual nos acercamos a Cristo, comienza la discor- dia, Somos hermanos separados unos de otros. Hace muchos siglos que estamos divididos. Sabe- bemos que esta discordia es contraria a la volun- tad de Cristo. ¿Cuándo cesará esta división? Du- rante muchos siglos nosotros los católicos hemos creído que bastaba exponer claramente la doctri- na. Los no católicos tenían la misma opinión. Cada

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partido exponía la doctrina en una terminología que le era propia, en su propia óptica; pero lo que decían los católicos no era comprendido por los no católicos y viceversa. Con este método de "la verdad clara", no se ha realizado, de hecho, ningún progreso hacia la reconciliación. Al con- trario de lado y lado han aumentado los prejui- cios, las sospechas, las querellas, las polémicas.

En el curso de estos últimos decenios se ha introducido un nuevo método. A este método se le ha llamado "diálogo ecuménico". ¿En qué con- siste? En que no solamente tiene preocupación, por la verdad, sino también por la manera como esta se expone, con el fin de que puedan compren- derla exactamente los demás. Los cristianos de las diversas denominaciones se ayudan mutuamente para que unos y otros puedan comprender con mayor claridad y exactitud la doctrina a la que prestan adhesión.

No es, pues, el diálogo ecuménico una delibe- ración o una negociación para establecer la unión, ni es tamjpoco un proyecto de unión, sino una ten- tativa de conversación. Hay de una parte y de otra un testimonio sobre la fe, testimonio sereno y objetivo, transparente, adaptado psicológica- mente.

Pero no es fácil responder a este ideal ecumé-

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nico. ¿Por qué? Es preciso evitar toda apariencia de indiferentismo. Una exposición ecuménica de- be ilustrar fielmente la doctrina católica completa e integral sobre un tema determinado. Si no, có- mo podrían los no católicos aprender de nosotros lo que enseña el catolicsmo, si exponemos una doctrina mutilada, alterada, confusa? Este diá- logo no se entabla para que nos engañemos mu- tuamente".

Así se expuso en el Concilio Vaticano por boca de uno de los Padres Conciliares la esencia misma del espíritu ecuménico. Ya hemos advertido más arriba que esta actitud ecuménica por fortuna para el problema es compartida por cristianos de muchas tendencias: católicos, protestantes, an- glicanos y ortodoxos orientales. Pero han sido los católicos los que más frecuentemente han seña- lado la importancia de examinar cada uno de los pasos, que se dan y el valor de las conclusiones a las que se llega.

En noviembre de 1961, el Cardenal holandés Alfrink decía en la solemne inauguración del Se- cretariado de una Sociedad bíblica católica: "La cristiandad se ha vuelto consciente del encargo recibido del Señor: estar unidos en la fe y ella está buscando la unidad a través de múltiples ca- minos. A nadie se le oculta que se trata de una

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ruta muy difícil y larga, pero es consolador saber como ella (la cristiandad) está ya en el camino, dispuesta a oir la voz del Espíritu Santo.

Será difícil evitar rutas oblicuas o caminos no justos. En el fondo, no se puede buscar simple- mente un "máximo común divisor", aunque sea importante saberle y cuánto tengamos de común. De la misma manera nos hemos de dar cuenta de que no se trata de un nivelamiento de todas las diferentes confesiones cristianas, como si no im- portase qué profesión se practique, con tal que se crea en Jesucristo.

La fe en un único Señor es el vínculo precioso que nos ata a todos y nosotros hemos de darnos siempre mayor cuenta de esa unidad. Pero no de- bemos nunca olvidar la separación que el mundo cristiano presenta. Si el movimiento ecuménico diese como resultado solamente un "indiferentis- mo" cristiano, entonces nos encentraríamos más lejos del camino de la unidad que antes cuando existía verdadera agresividad. Entonces quizás éramos conscientes más de la separación que de la unidad que fundamentalmente existía. Pero la consciente participación en esa unidad real y pre- sente no nos ha de permitir olvidarnos nunca de la dolorosa separación. Porque de otro modo bus- caremos la unidad por un camino sin salida".

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CARACTERES DEL METODO

Si tratáramos de describir cuáles son las ca- racterísticas fundamentales de lo que nos atreve- ríamos a llamar ecumenismo católico, podríamos enumerar las siguientes condiciones:

1) Procuraremos siempre poner de relieve aquello que une a las confesiones cristianas divi- didas entre sí, pero jamás cerraremos los ojos ante las diferencias que las separan.

2) Hemos de mirar a la unión no solamente de los individuos, mediante conversiones particu- lares, sino también a la unión de grupos como ta- les, es decir, de las iglesias mismas en bloque y de las confesiones separadas, que colectivamente pueden unirse.

3) Admitimos que las iglesias separadas han conservado todas, en grado diverso algunos ele- mentos positivamente eclesiales. El Cardenal Ar- zobispo de Montreal, decía solemnemente a este propósito: "Entre los ortodoxos orientales, los an- glicanos y los protestantes hay millones de cristia- nos de buena fe, separados de la iglesia sin culpa 3uya. Gracias al sacramento del Bautismo y a la fe en Jesucristo a quien reconocen como su Sal- vador y Señor, están ellos unidos al Cuerpo mís-

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tico de Cristo, del cual, sin embargo no son miem- bros en todo el significado de la palabra. En este sentido podríamos decir que la iglesia no está di- vidida, aunque si están divididos los cristianos".

4) Conviene fomentar el diálogo entre los grupos distintos en un plano de igualdad sicoló- gica, en línea horizontal, como entre hermanos se- parados que conversan, sin colocarse en la línea vertical, estableciendo el diálogo como entre el juez y el reo.

5) Ha de evitarse cualquier ademán de supe- rioridad que pueda ofender la caridad cristiana sabiendo que la fe verdadera es para todos, tam- bién para nosotros los católicos, un don de Dios.

6) Quede bien claro que no se trata de llegar a un acuerdo por mutuas concesiones, sino descu- brir la esencia de la verdadera Iglesia de Cristo que imperativamente y por derecho divino se im- pone a todos.

7) Hemos de evitar toda polémica estéril, pero no hemos de ofender la verdad con disimu- los, reticencias y falsos pretextos. Por lo que hace a nosotros los católicos nuestra doctrina deberá ser propuesta y expuesta con integralidad, sin ocultar con palabras ambiguas lo que la verdad católica enseña. A este propósito podríamos re- ferir lo que escuchamos de labios de un ilustre periodista a su vuelta del Oriente. Había reco-

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gido este periodista de labios de altas jerarquías de la Iglesia ortodoxa, palabras amables para el Sumo Pontífice de Roma, Y en el curso de la conversación habían llegado los orientales a in- sinuar que no habría inconveniente en reconocer al Soberano Pontífice una preminencia no sola- mente de honor, sino también de jurisdicción so- bre todas las demás Iglesias del mundo. Pero este reconocimiento tendría su título inmediato, no en el derecho divino sino en la voluntad unánime de las Iglesias extendidas por el orbe de la tierra, que necesitando un gobernante para todo el cuer- po de la Iglesia., no le encontrarían ni más auto- rizado por la historia ni con más títulos perso- nales que el Obispo de Roma. Apreciando en todo su interés este "reconocimiento" posible del Pri- mado Romano, el interlocutor católico tendría ne- cesidad noblemente de mostrarse insatisfecho, porque tan esencial es la prerrogativa del Pri- mado, cuanto su título radical del derecho divino que la ampara.

8) Será conveniente desde el primer momen- to superar la llamada doctrina de "las tres igual- dades", a saber, la igualdad sicológica, como si todas las Iglesias actuales fueran igualmente cul- pables de la división; la igualdad histórica, como si ninguna de las Igesias actuales fuera la Iglesia de Cristo en su totalidad y fuera necesario bus-

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caria; la igualdad escatológica como si la futura "una santa" no se pudiera identificar con ningu- na de las Iglesias actuales, sino que resultara de la superación de todas.

9) Pero al mismo tiempo han de estudiarse con imparcialidad las actitudes históricas concre- tas de todas las confesiones, incluida la católica, y no descartar la posibilidad de descubrir que, fuera del campo doctrinal se han podido cometer errores y aún muchos y graves errores de tác- tica, de gobierno, de atención, de cortesía, hacien- do difícil o más difícil ya ia continuación de la unidad cristiana, ya la recuperación de la misma, una vez que esta unidad se había roto.

10) Es necesario, por otra parte, considerar cuál es la doctrina actual de los ortodoxos y de los protestantes, es decir, conocer bien su fe, su vida litúrgica y su teología; saber lo que pien- san de nuestra doctrina y en qué puntos la com- prenden bien o mal. Todo esto para entablar diá- logo vivo con las personas que tenemos delante y no empeñarnos en dialogar solamente con las obras de los autores que ya pasaron.

11) Examinar cuidadosamente si no existen en nuestra manera de hablar formas o formula- ciones que difícilmente comprenden los no católi- cos. El estilo bíblico y patrístico por mismo

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evita y previene muchas dificultades, confusio- nes y prejuicios.

12) No olvidar jamás que la unión entre los cristianos es obra sobrenatural y, por tanto, ha promoverse con oración y sacrificio. Es preciso orar insistentemente, vivir la fórmula del canon de la Misa: "Pacificare, custodire, adunare et re- gere", sabiendo que la unidad es obra no de dis- cusión sino de persuasión, de docilidad a las mo- ciones del Espíritu Santo, al que sólo' podremos hacer "dulce violencia", combatiendo el peligroso demonio de la discordia (hoc genus demoniorum), con la oración y el ayuno.

Vamos ahora brevemente a referir cuáles son las principales normas que han emanado del ma- gisterio eclesiástico sobre esta interesante cues- tión de la unidad cristiana. El problema de la unidad ha sido un problema que ha gravitado constantemente sobre la Iglesia. No podemos juz- gar hechos pretéritos con criterios actuales, pero, teniendo en cuenta la diferencia de los tiempos, que podremos aseverar que nadie ha aventa- jado a la Sede Apostólica en preocupación y en deseo de que la unidad cristiana se mantuviera entre todos los bautizados o se restaurara cuando

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por diferencias doctrinales o cuestiones discipli- nares se había roto. Con este criterio han de es- tudiarse las tentativas de unión realizadas en los siglos XI y XIII por Papas como Gregorio VII, Urbano II, Inocencio III y Gregorio IX.

Necesitaríamos más espacio del que dispone- mos para estudiar lo que significaron el II Con- cilio de Lyon y el Concilio de Florencia, cuyos frutos permanentes fueron notablemente inferio- res a lo que se había esperado. La Iglesia no ha olvidado jamás este sector del trabajo unionístico entre los cristianos y ahí están para probarlo» tan- tos documentos de Pío IX, León XIII y San Pío X que alentaron cuantos esfuerzos se venían ha- ciendo por la unión de los cristianos. Pero es evi- dente que el ambiente no estaba preparado para una labor que es honra particular de nuestro tiem- po y nuestro siglo. En tiempo de Benedicto XV se establece uno de Los primeros contactos oficia- les entre los grupos ecumenistas, que trabajaban en el campo protestante y la Sede Apostólica. El 16 de mayo de 1919 una delegación oficial invi- taba a la Santa Sede a una asamblea ecumenista. El ambiente no estaba preparado. La presencia de la Iglesia católica en aquella Asamblea, dadas Jas circunstancias en las que se desarrollaba, ape- nas hubiera producido frutos tangibles y por esto la respuesta pontificia fue la siguiente: "La doc-

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trina y la práctica de la Iglesia católica, en lo que se refiere a la unidad visible de la Iglesia de Cristo, prohiben al catolicismo participar en ta- les congresos". Nueve años más tarde, Pío XI publicó la Encíclica "Mortalium ánimos" (6 de enero de 1928). Es un documento fundamental todavía vigente, en todo lo que se refiere a las posiciones dogmáticas. Aprueba plenamente el principio y el deseo de la unidad cristiana. Pero señala el peligro de los Congresos llamados "pan- cristianos". Indica el error del ecumenismo del tiempo aquél, que consistía en no aceptar la uni- dad visible de la única Iglesia de Cristo, sino en quererla reconstruir como de nuevo y buscarla ansiosamente un poico por todas partes, donde no está, y en modo alguno allí donde de hecho existe, es decir, en la Iglesia católica.

Veinte años más tarde (5 de julio de 1948) el Santo Oficio publicó una advertencia con motivo de la Asamblea de Amsterdam, en la que se cons- tituyó el Consejo Mundial de las Iglesias. Se re- cuerda que aún sigue vigente la disciplina canó- nica del Código (Canon 1.325, párrafo 3.°) que prohibe a los "católicos tener disputas o confe- rencias, sobre todo públicas con los acatólicos sin licencia de la Santa Sede o, si el caso es urgente del Ordinario local.

Hace no más de 14 años el Santo Oficio pu-

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blicó una Instrucción más amplia (20 de diciem- bre de 1949) que comprende disposiciones disci- plinares y normas doctrinales. En cuanto a las normas disciplinares recuerda que toda la activi- dad unionista es de competencia de la jerarquía eclesiástica, es decir, de la Santa Sede y de los Obispos. El Decreto reconoce la acción del Espíritu Santo en la inquietud religiosa que invade al mun- do. Alaba todas las ansias de unidad, pero ad- vierte que es preciso evitar con la máxima aten- ción todo indiferentismo, como si todas las con- fesiones religiosas fuesen objetivamente iguales entre sí. La paz se ha de buscar, más para favo- recerla no se deben jamás ocultar o pasar en si- lencio los postulados inderogables de la fe cató- lica: "La doctrina católica, pues, deberá ser pro- puesta y expuesta total e íntegramente".

A quien vaya examinando atentamente los textos oficiales y las reapuestas de la Santa Sede, le habrá parecido que el ambiente ha ido poco> a poco preparándose más y más para el grande acontecimiento que nosotros estamos viviendo en nuestros días. Este acontecimiento en relación con el problema ecumenista es la existencia de un Se- cretariado oficial para la unión de los cristianos. Nacía este Secretariado por el motu proprio "Su- perno Dei nutu", de 5 de junio de 1960. "Para mostrar de manera especial nuestro amor y nues-

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tra benevolencia hacia todos cuantos llevan el nombre de Cristo, dice el Papa Juan XXIII, pero están separados de esta Sede Apostólica y para que puedan seguir los trabajos del Concilio y hallar aquella unidad que Jesucristo ha implorado del Padre Celestial en su plegaria, Nos hemos instituido un Oficio particular o Secretariado".

Su nombre peculiar es el de "Secretariado para promover la unión de los cristianos" y su orga- nización, según la voluntad del Papa había de ser idéntica a la de las Comisiones creadas al mismo tiempo para la preparación del Concilla Como en éstas, en el Secretariado, se confiaba la presiden- cia a un Cardenal y a su lado dos grupos de co- laboradores ocupaban su puesto. El primero com- puesto por once miembros con derecho de voto pertenecientes a Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Italia, Suiza y Estados Unidos de América, y el segundo en el que se agrupaban quince consultores de diversas naciones del mundo.

El Secretariado era el elemento de enlace entre el Concilio y los hermanos separados. En reali- dad, ya antes del Concilio había realizado una es- pléndida labor, pero durante el Concilio puede decirse que fue el cauce por el que los observado- res pudieron estar presentes a la misma elabora- ción de los esquemas del Concilio, ya que les era

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fácil, en diálogo con los miembros del Secreta- riado, exponer sus puntos de vista acerca del fon- do y de la forma de las mismas deliberaciones, en que intervenían los Padres Conciliares,

UNA ACCION CRECIENTE

Hemos definido antes al movimiento ecume- nista como una "forma mentís". Ahora nos toca destacar cómo esa forma mentís ha llegado a es- tablecerse en todo el mundo cristiano. Comenza- remos haciendo un breve resumen del movimiento ecumenista entre los hermanos separados y segui- remos destacando cómo ha llegado profundamen- te al campo católico, siguiendo las orientaciones de la Santa Sede y de la Jerarquía Episcopal.

Los antecedentes primeros del movimiento ecu- menista, como ya lo hemos dejado consignado arrancan de una Asamblea misional de socieda- des protestantes reunida en Edimburgo, en 1910. La primera siembra de este espíritu ecumenista en el campo protestante encarna en dos corrientes distintas entre sí, la primera que lleva por título el de "Life and Work", es decir, "Vida y acción", tiene una tendencia predominantemente práctica. Su iniciador es el arzobispo luterano de Upsala,

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Natán Sóderblom, que encuentra eco principal- mente en Alemania y en los Países Escandinavos. En 1918 lanzó el arzobispo de Upsala la idea de un Consejo de las Iglesias para procurar la uni- dad. Preparó su programa en reuniones interna- cionales de París, Ginebra y Rusia, y convocó la conferencia de Estoeolmo, articulando un progra- mia de cristianismo práctico. Se ha criticado fre- cuentemente el pragmatismo de Sóderblom, que hacía caso omiso de las dificultades dogmáticas para lanzar un programa de reconstrucción del mundo en la caridad de Cristo. Pero ha de tener- se en cuenta que se trata de un "pionero" que abre un nuevo terreno y no quiere enfrentarse con lo que él estima fuente de crecientes dificul- tades. De hecho por vez primera desde los tiem- pos de la Reforma, 600 delegados de las Iglesias y distintos invitados, que representaban 31 cot- muniones cristianas, pertenecientes a 37 naciones, se humillaron ante Dios e imploraron juntos la gracia de la unión. No se pueden leer sin lágri- mas las palabras en las que aquella Asamblea in- vocaba al Padre que está en los cielos que es nues- tro amor y que ha de ser nuestra paz, y a Jesu- cristo que nos ha de conciliar a todos y hacer de nosotros por medio de la cruz un solo cuerpo.

El movimiento "Vida y acción", 12 años des- pués, tuvo su segunda conferencia general en Ox-

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ford, en 1937. Se reunieron 40 países. La falta de base doctrinal hizo que los asambleístas trataran de establecer contacto con el otro movimiento que había sido impulsado por el Obispo anglicano Ch. Brent, con la ayuda de un seglar, Robert N. Gar- diner, cuyo nombre ha de ser recordado como uno de los grandes iniciadores del ecumenisme. Esté movimiento fundamentalmente doctrinal se tituló "Fa'th and Order", es decir, "Fe y Constitución". Los adherentes a este movimiento' pertenecían a la Iglesia anglicana y a la Iglesia ortodoxa, con grupos de rusos exilados. Su propaganda se ex- tendió, principalmente, por el próximo Oriente y llegaron respetuosamente hasta el trono de Be- nedicto XV, que los recibió complacido, aunque declinó enviar representante a su primera confe- rencia, reunida el año 1927, en Lausana. A la conferencia de Lausana siguió la conferencia de Edimburgo. La iglesia, los ministerios, los cultos, los sacramentos y ia gracia, eran las materias más directamente tocadas por las deliberaciones de lee asambleístas.

Estas dos tendencias, el cristianismo práctico y el cristianismo doctrinal en las Iglesias sepia- radas o no católicas, llegan a establecer contacto permanente sin mengua de su autonomía en la Asamblea de Amsterdam, celebrada en el año 1948, en la cual se fundó el Consejo Mundial de las Igle-

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sias (World Council of Churches) que desde en- tonces ha presidido el movimiento ecuménico pro- testante y ortodoxo en el mundo entero. El Con- sejo Mundial de las Iglesias tiene su sede en Gi- nebra y ha sido descrito con las siguientes pala- bras, por su principal organizador y teólogo el Doctor W. A. Visser't Hooft: "El Consejo Mun- dial de las Iglesias no puede pretender el ser la Iglesia universal, tampoco es un simple organis- mo que se limita a promover el encuentro de las Iglesias o a alentar sus trabajos en común, sino un medio de manifestar la unidad cada vez que el Señor se lo permita y un método, gracias al cual la Iglesia universal dispone de un medio de manifestarse de una manera más estable y más efectiva. En resumen, el Consejo Mundial de las Iglesias es una asociación fraternal de las Iglesias que aceptan a nuestro Señor Jesucristo como Dios y Salvador".

En Amsterdam, 150 iglesias se encontraron agregadas al Consejo Mundial ; hoy sobrepasan ya el número de las 190.

La vida del Consejo Mundial de las Iglesias ha seguido creciendo sin interferir la vida de los movimientos federados de "Fe y Constitución" y "Vida y Acción". Así, el año 1954, se celebró una Asamblea general en la ciudad americana de Evanston, cerca de Chicago, donde se trató el te-

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ma "Cristo única esperanza del mundo". Se hizo revisión de la labor realizada desde la anterior asamblea, se redactó un mensaje común a todas las Iglesias, y se reunieron más de 500 delegados que representaban 162 iglesias y 42 países.

El año 1961, se celebró la tercera Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias en Nueva Delhi (India). A ella asistieron cinco observadores católicos. Leyendo las referencias de esta gran Asamblea, se advierte con gozo que el Movimien- to ecumenista mundial entre los hermanos sepa- rados va creciendo. Sus ansias de unidad llegan a fórmulas más expresivas, aún cuando a nosotros los catolices, todavía no nos parezcan definitivas. Representan ya 198 Iglesias distintas afiliadas al Consejo, a las que se les calcula entre 350 a 400 millones de seguidores. Como muestra del avance que para los protestantes representa la doctrina de la unidad, transcribimos el pasaje central del informe que describe esta aspiración de la Iglesia :

"Nosotros creemos que la unidad que es al mismo tiempo don de Dios y su voluntad para la Iglesia, se hace manifiesta cuando, en un mismo lugar, todos los que están bautizados en Jesucris- to y lo confiesan como Señor y Salvador, son conducidos por el Espíritu Santo a una comuni- dad total, confiesan la misma fe apostólica, pre- dican el mismo evangelio, participan del mismo

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pan, se unen en una oración común con miras a una vida comunitaria que se irradia en el testi- monio y en el servicio de todos, y al mismo tiem- po, se encuentran en comunión con el conjunto de la comunidad cristiana en todos los sitios y en todos los tiempos, de tal modo que el ministerio y la calidad de los miembros son reconocidos por todos y todos puedan actuar y hablar conjunta- mente según las circunstancias, a fin de que se cumplan los fines a que Dios llama a su pueblo. Creemos que debemos orar y trabajar en pro de semejante unidad".

Al lado de estos movimientos, que se desplie- gan en solemnes congresos y asambleas, será pre- ciso que hagamos una somerísima referencia a otras actividades más íntimamente espirituales que en orden alcanzar la unidad cristiana se des- arrollan en el mundo protestante. En la pequeña población de Taizé, departamento de Saona y Loi- ra, existe una comunidad religiosa dedicada a la oración y al trabajo, presidida por el hermano Roger Schutz y entregada a orar por Ja unidad cristiana La comunidad protestante de Taize se ha hecho presente a través de sus miembros más destacados en diversas reuniones católicas. En ellas, han tenido ocasión de explicar su espíritu y exponer sus ilusiones en este problema. Véase como muestra este párrafo, tomado de unas de-

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claracicnes con ocasión de la Semana de Oracio- nes para la unidad de los cristianos, después de la primera etapa del Concilio Vaticano II : "A través de la invitación dirigida a los observado- res no católicos del Concilio, hemos adquirido con- ciencia de la valentía de Juan XXIII, el cual ha admitido entre los suyos, en la más profunda in- timidad de la familia católica a personas extrañas a su Iglesia. A nosotros nos toca hacernos solida- rios de la misma valentía de Juan XXIII.

Comprender al que no piensa como nosotros, adivinar sus razones más íntimas es un ejercicio que universaliza nuestro corazón. Nuestra inte- ligencia nos enseña que en la Iglesia las diversas actitudes son complementarias con tal de que se esté animado de la caridad de Cristo. Es indiscu- tible que el Concilio ha enriquecido el movimiento ecuménico, ha suscitado entre los cristianos no católicos del mundo entero una grande esperanza, ha despertado en ellos una conciencia ecuménica que dormitaba, ha liberado fuerzas y ha promovi- do un dinamismo creador aún entre los protes- tantes". Así habla un protestante.

Semejante a esta comunidad de Taize, vive en Suiza, en la orilla norte del lago de Neuchatel, otra comunidad de Hermanas dedicada a la oración por la unidad cristiana. Pertenece a la misma Iglesia protestante que Taize. Todavía podríamos

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citar a la comunidad francesa de Pomeyrol y a comunidad alemana de Darmstadt, que además llevan el nombre de Hermanas Ecuménicas de María. Todas estas comunidades protestantes con otras más, nos dan a entender que los caminos de la unidad se van abriendo, a través de estos medios sobrenaturales de la oración y la morti- ficación.

ECUMENISMO CATOLICO

Terminamos esta lección con algunas conside- raciones sumarias acerca de las perspectivas que para el ecumenismo ofrece nuestro ambiente ca- tólico. Puede decirse qué, en estos últimos años, ha sido plenamente ganado para esta nobilísima causa. Otra vez recurre a nuestra mente el re- cuerdo del Papa Juan XXIII y del camine abierto por su gran corazón en el problema de la unidad de los cristianos. ¡ Cómo olvidar las palabras que pronunció en su primer discurso como Pontífice Romano, abriendo su corazón a los hermanos se- páradosy y señalando la línea de todo su Ponti- ficado en este orden ecuménico!

"Abrazamos con ardiente y paternal amor —decía tanto a la Iglesia occidental, como a la

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oriental; incluso a aquellos que están separados de esta Sede Apostólica, donde Pedro vive en sus sucesores hasta la consumación de los siglos y que, por mandato de Jesucristo tiene la misión de atar y desatar cualquier cosa en la tierra y ser el Pastor de todo el rebaño del Señor. A estos Nos les abrimos nuestra alma más amorosamente y extendemos nuestros brazos abiertos.

Al abogar per su retorno a la casa del Padre común, repetimos aquellas palabras del divino Redentor: Santo Padre no te olvides de aquellos que me has dado. Pueden ser lo mismo que nos- otros somos. Así pues, habrá un solo rebaño y solo Pastor. Rezamos a Dios para que puedan venir todos jubilosa y libremente y para que ocu- rra esto con la inspiración y la ayuda de la gracia divina. No encontrarán una casa extraña, sino la suya propia, que ya en tiempos remotos fue hecha esplenderosa por la famosa sabiduría de sus antepasados y adornada por sus virtudes".

A esta línea ha respondido la gran empresa del Concilio Ecuménico Vaticano II que no es un concilio de unión, pero que indudable está desti- nado a preparar su ambiente ; a esto la creación del Secretariado para la Unión de los Cristianes, que nace con las Comisiones preparatorias del Concilio y las sobrevive. Trabaja al lado de las Comisiones conciliares propiamente dichas y con

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un rango muy semejante y de una u otra forma ha de perdurar, en la vida de la Iglesia, fiel a la línea de conducta, que el Papa mismo le había fijado al crearlo. Todo el ecumenismo católico puede hoy día seguir sus orientaciones, seguro de no perder el camino.

Nosotros los católicos, sabemos muy bien lo que significa "tener espíritu ecuménico", que no es ni más ni menos que tomar en serio la ense- ñanza del Nuevo Testamento, según la cual todo válidamente bautizado queda orgánicamente uni- do a Cristo, se convierte en miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y, por tanto, también de la Iglesia, aunque no sea miembro de ella en sentido pleno, en cuanto esté separado de ella,

"Por tanto, diremes con el Cardenal Bea, te- ner espíritu ecuménico, significa interesarse con verdad y caridad por todos los bautizados, her- manos nuestros, unirse a Cristo Sumo Sacerdote, haciendo todo lo posible para que todos los bauti- zados queden plena y visiblemente unidos a la Iglesia y entre sí, con la profesión de una misma fe, con el uso de los mismos Sacramentos, a tra- vés de la sumisión a los sagrados Pastores unidos entre y con el Sucesor de Pedro, el Romano Pontífice".

La Iglesia católica nos ha señalado cuales son los caminos más eficaces para conseguir esta

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unión. Ante todo el camino sobrenatural de la oración, pero acompañada y mantenida por una fe capaz de trasladar las montañas; pues en nues- tro caso son verdaderas montañas de obstáculos las que hemos de superar. La oración ha de ir acompañada también de la acción y primero de una auténtica vida cristiana, constituida especial- mente por lo que Cristo mismo señaló como la característica de su enseñanza y el distintivo de sus discípulos, a saber, la humildad y la caridad. Porque de ambas nacerá una profunda estima mu- tua una fraternal ayuda y cooperación hasta donde sea posible.

"Estos medios, sigue diciendo el Cardenal Bea, pueden ponerlos en práctica, no solamente los sacerdotes, los religiosos y los militantes del apostolado seglar, sino toda clase de fieles, con las cautelas ordinarias que la materia pide y la formación que es necesaria para evitar el peligro del indiferentismo".

Pero aún se puede dar un paso más. "La co- nocida instrucción del Santo Oficio sobre el mo- vimiento ecuménico advierte también un medio especial que se refiere a los que deben ser guías del pueblo cristiano. Se trata de la colaboración con nuestros hermanos separados en los campes que no se refieren directamente a la fe: por ejem- plo, en las actividades sociales, asistenciales, en

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la defensa de los derechos humanos hoy tantas veces conculcados: les derechos de la libertad re- ligiosa, el respeto a la vida humana, el interés por Ja paz mundial y los medios para protegerla. Es evidente que esta colaboración requiere siempre mucha prudencia y cautela para no poner en pe- ligro nuestra propia fe y para no crear confusio- nismo. Por ello se deben seguir las sabias normas que la Iglesia ha dado a este respecto, y trabajar bajo la dirección de la autoridad eclesiástica in- mediata, es decir, la diocesana".

Queda además el "diálogo" directo ocm los hermanos no católicos. Diálogo reservado a las personas de sólida formación teológica, mantenido siempre con prudencia y paciente caridad, con el conocimiento y bajo la dirección de la autoridad, de la Iglesia. El diálogo puede ser de viva voz, puede difundirse también por revistas y libros, puede centrarse en trabajos especiales de asam- bleas y congresos. Un diálogo permanente y abier- to es el que mantiene el Secretariado para la Unión de los Cristianos. Todos estos son caminos de unidad.

En el catolicismo han florecido muchas obras concretas por las cuales se canalizan estos medios

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de trabajo. Comenzando por el de la oración nos teca describir brevemente lo que se ha llamado "la Semana de la Unidad Cristiana". Su apóstol incansable el sacerdote francés Paul Couturier decía de ella que es "el fundamento del ecume- nismo". Se desarrolla, como plegaria universal, del 18 al 25 de enero y tiende a obtener el con- curso de todos aquellos que sirven a Cristo Hijo de Dios, Redentor y Salvador para esta gran em- presa de la paz y la unidad entre los cristianos. En la forma actual data esta Semana de la ple- garia universal de hace pocos años. Se celebró por vez primera en Lyon en enero de 1936, bajo el patronato del Cardenal Gerlier y desde enton- ces no ha cesado de extenderse por el mundo entero.

La Semana de la Plegaria Universal tiene sus antecedentes. Podríamos citar la novena de Pen- tecostés para apresurar "la obra de reconcilia- ción de les hermanos separados" que León XIII instituyó en 1895. Pero sobre todo ha de Contarse como inmediato antecedente de esta Semana de la Unidad Cristiana a lo que nosotros hemos lla- mado corrientemente el "Octavario por la Unión de las Iglesias", que nació en medios protestan- tes por iniciativa del Pastor episcopaliano Lewis Thomas Wattson en los Estados Unidos y el Pas- tor Spencer Jones en Inglaterra. Aunque el mo-

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vimiento nacía en el protestantismo, sin embargo tuvo desde el principio una clara orientación ha- cia la unión de todos les hermanos separados con Roma. El Pastor Watson se convirtió al catoli- cismo y obtuvo la aprobación para su proyecto de San Pío X. Más tarde, el Papa Benedicto XV dio a conocer a todo el mundo la práctica del Oc- tavario y el año 1921, la Comisión Protestante del Movimiento "Fe y Constitución" aceptó ofi- cialmente esta práctica de oración universal por la unidad cristiana. Hoy el Octavario por la Unión de las Iglesias, con el matiz propio de la Semana de la Unidad Cristiana, puede decirse que ha ga- nado el mundo entero y ha incorporado a católi- cos y separados.

Las almas fervientes que han penetrado toda la importancia de esta cooperación sobrenatural, mediante la plegaria organizada, han dado origen a una liga de oraciones de carácter mucho más amplio, que ha adoptado el título de "Monasterio invisible de ía unidad cristiana". El ncimlbre de "monasterio" es una alusión a su medio> princi- pal que es la oración, el apelativo de "invisible" a la sencillez extrema de su organización. Lo que pide es un ofrecimiento pleno o una totalidad de intención o de ofrenda, para alcanzar de lo Alto la ansiada unidad entre todos los cristianos. El sufrimiento constante por el espectáculo del

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"Cristo roto", la alegría por cada uno de los pa- sos que hacia la unidad se van dando en los gru- pos cristianos y la amistad ecuménica derivada de la fe fundamental en el Señor, son las tres características principales de su orientación as- cética.

Al lado de estos movimientos espirituales que riman tan admirablemente con el carácter sobre- natural de la obra, nos cumiple ahora trazar un breve elenco de los centros principales dedicados en la Iglesia católica a la formación de apóstoles de la unidad. Estes apóstoles seguirán una línea, que ha tenido grandes precursores. ¿Quién pueda olvidar el nombre de Moehler o el de Newman, la, ruta luminosa que dejaron el Padre Fernando Por- tal y el Cardenal Mercier, la técnica maravillosa de las conversaciones de Malinas y tantos otros ejemplos que pudieran traerse a colación?

Quizás uno de los hombres a quienes más se debe el ecumenismo moderno es el benedictino Don Lambert Beauduin, que murió el 11 de enero de 1960, cen la admiración y simpatía de católi- cos, ortodoxos y protestantes, sin ninguna nota descordante. Este hombre excepcional había sido ganado para el ecumenismo en 1921, cuando pro- fesaba teología fundamental en el Colegio San Anselmo de Roma, y tuvo ocasión de establecer contactos directos con Obispos y monjes del Me-

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dio Oriente. En 1925, Dom Beauduin fue el ins- trumento elegido para la fundación de un priora- to, que en 1939 se trasladó a Chevetogne, donde existe con una comunidad de monjes, mitad de rito oriental mitad de rito latino dedicados entera- mente a estudiar los problemas religiosas del Me- dio Oriente y a fomentar la unión de los catolices con los ortodoxos. Su revista "Irenikon" es el instrumento principal; en ella se van publicando estudios profundos y puede decirse que se mantie- nen en la vanguardia misma del orientalismo unionista.

En París, el centro Istina fundado por el R. P. Dumont, dominico, se consagró hace ya tiempo al estudio de las cristiandades orientales, sobre todo al de los problemas que Rusia plantea a la Iglesia católica en cuestiones religiosas, tanto por lo que se refiere a la separación religiosa en misma, cuanto a la situación persecutoria creada por el régimen soviético. Pero el año 1948, expe- rimentó la necesidad de extender su trabajo al ecumenismo en todo su conjunto. Se convirtió en- tonces Istina en un admirable centro de difusión de espíritu ecuménico a través de sus cuatro rú- bricas, "Russie et Chretiente", "Chretientós Orien- tales", "Orient-Occident" y "Prcblemes de L'oecu- menipme". Quizás sea la publicación católica que ha penetrado más profundamente en el área de

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las confesiones separadas, a juzgar por el pare- cer del Consejo Mundial de las Iglesias de Gine- bra. La actualidad ecuménica está recogida de llanera admirable en su Boletín mensual "Vera l'Unite chretienne".

En Alemania dos instituciones de carácter ofi- cial realizan un buen trabajo ecuménico. La "Una Sancta" y el "Instituto Moehler". El Movimiento "Una Sancta" fue fundado antes de la guerra por el Doctor M. J. Metzger, ajusticiado por Hitler por su denuedo en defender el cristianismo contra el neopaganismo. La obra publica una revista, ór- gano de vulgarización doctrina!, que acepta la co- laboración de autores no católicos; está netamente orientada hacia la pastoral y es la revista ecumé- nica más popular entre el clero alemán. Por otra parte, la "Una Sancta" organiza por toda Alema- nia conversaciones entre católicos y protestantes, sin irenismos y bajo la vigilancia de la jerarquía eclesiástica.

No es necesario que detallemos más. Basta ci- tar obras semejantes en otras muchas naciones, como la Sociedad de San Juan Crisóstomo que trabaja en Inglaterra y pasó del campo de la be- neficencia al del uniomismo, como la Pía Asocia- ción de San Nicolás de Bari y la Asociación Ca- tólica para el Oriente cristiano que funcionan en Italia, como la Asociación Internacional "Unitas"

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a través de cuya revista, en italiano, francés, in- glés y esipañci, llega el pulso ecuménico hasta los últimos confines de la tierra. Sen católicos todos sus miembros, pero admite como "amigos" a todos ios demás. Y así podríamos hablar de Austria, de Holanda, de los Estados Unidos. En Holanda la "Conferencia Católica para las cuestiones ecuméni- cas" agrupa a una cincuentena de especialistas del mundo entero, bajo la dirección de Mgr. Wille^- brahds, que ocupa ahora el cargo de Secretario general del Secretariado para la Unión de los Cristianos.

Por lo que hace a España es de justicia des- tacar ia obra del CEOR (Centro de Estudios Orientales), que realiza una intensa propaganda encaminada al mejor conocimiento del Oriente cristiano y a la "Re-Unión" de los hermanos se- parados.

No tratamos de agotar nuestra exposición. Simplemente queríamos dar a entender que, en iodos los terrenos, desde la plegaria popular hasta el de la alta investigación se jalonan obras y hombres, en el catolicismo y fuera de él, dispues- tos a aportar su esfuerzo más generoso por la re-

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solución de este angustioso problema, siguiendo todos los caminos hacia la unidad cristiana.

¿Podemos hacer nosotros alguna cosa? Desde luego, señores, podemos buscar y encontrar nues- tro puesto y ocuparlo con buena fe. Hablando en un centro universitario, no es necesario que yo afirme que nos incumbe la tarea de conocer más profundamente a nuestros hermanes separados y penetrar en su alma religiosa. Con los criterios de firmeza, cortesía, caridad y generosa compren- sión que nos deben siempre acompañar nuestra acción será fecunda.

Pienso además que en España podría darse un gran impulso a un movimiento ascético, semejante a ese que en Francia se llama el "Monasterio in- visible", con lo que nuestro cristianismo se haría más vivo y palpitante, más profundamente com- prensivo y más inclinado a mirar todos los pro- blemas con esa orientación "planetaria" que han de tener nuestro ideales cuando se trata de la gloria del Señor.

Y termino con una evocación. En Lyon en un pequeño cementerio situado cerca de Nuestra Se- ñora de Fcurviere descansa un sacerdote cuya vi- da se gastó plenamente en este empeño de procu- rar la unión de los cristianos. Se llamaba, ya le conocemos, Paul Couturier. Una inscripción sobria dice sobre su tumba : "El fue un apóstol de la

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unidad de las Iglesias". Su sepulcro' ha sido lugar de peregrinación para muchos otros que siguen sus huellas y uno de estas, el anglicano Benedicto Ley observó: "Mejor que "fue" habría de decir, el "continúa siendo" y será el apóstol de la unión de las Iglesias, porque miles de católicos, protes- tantes y ortodoxos de toda Europa visitan esta tuimiba cada año".

Yo quisiera hacer mío su lema, "ex igne, lux", que significa: "del fuego sale la luz". Cierto, del fuego de la caridad hacia nuestros hermanos sal- drá la luz que guíe nuestros pasos en la marcha a la unidad. Del fuego de la caridad, porque mu- chas verdades sólo pueden entenderse cuando hay amor. Decía Couturier que la separación de las Iglesias no fue efecto de la rebeldía de este hom- bre del Oriente o de aquel otro del Norte de Eu- ropa, sino efecto de los pecados de toda una época y concluía que la causa de la actual separación, pertinazmente mantenida a lo largo del tieimipo, es también colectiva en su raíz, a saber depende de la languidez de la vida cristiana actual.

Co<n lo cual Couturier nos ha enseñado dos co- sas, primero a tener en carne viva la conciencia constante de la separación entre los cristianos y segundo a curar esa llaga con una reforma a fondo de la vida cristiana.

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Dictamos las últimas ideas de esta solemne lección inaugural cuando el mundo entero se halla conmovido aún, por la muerte del Papa Juan XXIII. Su figura gloriosa ha logrado centrar la atención de todas las religiones del orbe, particu- larmente de las confesiones cristianas. En Esta- dos Unidos y en Inglaterra, en el corazón de la vie- ja Europa y en el medio oriente hombres de "cre- dos" distintos se han sentido impulsados no sola- mente a dedicarle un recuerdo de afecto en susi "servicios religiosos", sino a unir sus fórmulas de oración, pidiendo al Señor el descanso eterno de aquella alma gigante y la continuidad de su obra, de caridad y de paz en el mundo entero.

Este elocuente hecho ha venido a demostrar que aquellos contactos que se realizaron durante la vida del gran Pontífice con la visita del enton- ces primado anglicano Dr. Fisher, del obispo pre- sidente de la Iglesia episccpaliana de los Estados Unidos, Dr. Lichtemberg, del presidente de la Convención baptista, Dr. Jackson, del moderador de la Asamblea de las Iglesias de Escocia, Dr. Craig, eran algo más que una meritoria cortesía. No eran la unidad cristiana, pero iniciaban su camino.

Deseamos cordialmente que el cielo bendiga todos estos contactos. Trabajamos por la Verdad, unidos en la oración y en la caridad.

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INDICE

Introducción 7

Luces y sombras 9

Ecumenismo y misión 16

Las tensiones temporales 21

El diálogo ecuménico 28

Caracteres del método 34

Una acción creciente 43

Ecumenismo católico 50

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Se terminó de imprimir en Santander, el día 27 de junio de 1963, en el

Taller de Artes Gráficas de

Gonzalo Bedia.

(ViCnC <U la solapa anterior)

Misterium doloris, Pedro Laín Entralgo.

La Historia y el Presente, José Antonio Maravall.

Vigencia actual de Menéndez Pelayo, José Corts Grau.

Menéndez Pelayo en el San- tander de su tiempo, José María de Cossío.

La canción mozárabe, Fran- cisco Cantera.

Autenticidad y formalismo en la labor docente, Carlos Jimé- nez Díaz. (Agotado).

La arquitectura española en la época de Carlos V, Modesto López Otero.

La lengua española en la épo- ca de Carlos V, Manuel Gar- cía Blanco.

Los caminos escabrosos de la Europa posbélica, Camilo Bar- cia TreJles.

La revolución científica, Gre- gorio Millán Barbany.

Velázquez o la salvación de la circunstancia, Enrique La- fuente Ferrari.

Nuevo escorzo de Góngora, Gerardo Diego.

El Museo del Prado, Francis- co Javier Sánchez-Cantón.

Lope de Vega como novela- dor, Francisco Yndurain.

Rodrigo Gil de Hontañón en Segovia, Marqués de Lozoya.

El Ecumenismo. Los caminos de la unidad cristiana, Doctor Eugenio Beitia Aldazábal.

DISTRIBUIDORA: Sociedad General Española de Librería. Evaristo San Miguel, 9. MADRID (8)

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