APR 26 2006

BX 4705 .S667 V53 1935 Vidal, Josjbe Maria, fl.

1877-1893. El primer arzobispo de

Montevideo

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BIBLIOTECA URUGUAYA DE AUTORES CATOLICOS

DR. JOSE MARIA VIDñL

EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

(Dr. Don Mariano Soler)

TOMO II

EDITORIAL DON BOSCO MALDONADO 2125 MONTEVIDEO

I

Dr. JOSE MflRlfl VIDAL Salesiano

EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Doctor Don MñRIMNO SOLER

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Tomo Segundo

APR 26 2006 V^glOGICMjgSS^

Tipográfica Talleres Don Bosco Montevideo 1935

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T E R CE RJ\ PñRTE

Tercer Obispo y Primer Arzobispo de Montevideo El fondo del cuadro --

Como en las secciones anteriores, esbozaremos en ésta una reseña de los hechos que sirven de fon- do a la actuación de nuestro biografiado.

Al General Máximo Tajes sucedió en la presiden- cia de la República, el 1.» de Marzo de 1890, el Dr. Julio Herrera y Obes, cuyo multiforme talento y honroso pagado cívico auguraban excelente gobier- no. Tales presagios se cumplieron en buena parte. El nuevo Presidente se rodeó de grandes ministros, conjuró varias veces la revolución, sorteó con habi- lidad los escollos de la crisis económica, asentó la piedra fundamental de la Universidad y de ia Esta- ción del Ferrocarril Central.

Cuando, a la muerte del limo. Sr. D. Inocencio María Yéregui, los católicos solicitaron la coloca- ción del nombre del Dr. Soler al frente de la terna de candidatos, Herrera contestó, accediendo: "Na- die mejor juez que los católicos mismos."

Terminado el cuadrienio, la Asamblea General se reunió por veinte días consecutivos sin que se

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

formara mayoría absoluta en favor de ningún nom- bre. El 21 de Marzo de 1894 salió inesperadamente de la urna el de D. Juan Idiarte Borda. Hombre bue- no, no era, sin embargo, el que reclamaban las cir- cunstancias. El descontento estalló, en 1897, en una protesta armada, a cuya cabeza iban Aparicio Sa- ravia y Diego Lamas, y cuyo episodio más sangrien- to fué la derrota del Gobierno en Tres Arboles (17 de Marzo). El 25 de Agosto, al salir del tradicional Tedeum cantado en la Catedral, sucumbió el Presi- dente, víctima de un atentado, en la esquina de las calles Sarandí y Cámaras (hoy Juan Carlos Gómez).

Recoge el poder el presidente del Senado, D. Juan Lindolfo Cuestas, el ex-ministro de Santos. El nuevo gobernante logra restablecer la paz, que se firma el 18 de Septiembre de aquel año 1897. El 10 de Febrero siguiente disuelve las Cámaras, desfa- vorables a su candidatura, y se proclama presidente provisional, o dictador. La reacción cobra forma de motín militar, el 4 de Julio. Cuestas lo sofoca, y, en l.9 de Marzo de 1899, es elegido presidente consti- tucional hasta 1903. El 18 de Julio coloca la primera piedra del puerto de Montevideo.

Entre sus arbitrariedades comete la de cerrar és- te y los demás puertos del país a sacerdotes y religio- sos, impulsado de su mentalidad sectaria y azuzado desde la prensa por los concabidos histriones de la libertad.

Después de haber conservado "a palmetazos", según la gráfica expresión de Zorrilla de San Mar- tín, el orden en la República (lo que no puede leal- mente negársele), se embarca con rumbo a Europa

DOCTOR D. MAlIi).': HUI

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y va a morir lejos de la patria, en París, e! 21 de Jcr.io ce 1CJ05.

Recibe de sus manos el bastón presidencial, el 1.» de Marzo de 1903, D. José BatÜe y Ordóñex. So elección levanta en armas al partido nacional, que las depone por el pacto de Nico Pérez (22 de Marzo ^ . Mas el L" de Enero siguiente, habiendo enviado el presidente dos batallones a Rivera, a raíz de un con- flicto surgido entre esta ciudad y la brasileña de Santa Ana, se exacerban las pasiones, y los* nacio- nalistas despliegan de nuevo la bandera de la revolu- ción. Por nueve meses consecutivos, corre sangre de herró Dr;-- er.v.r.ce?

la historia de nuestras discordias, con otros nombres nefastos, los de Fray Marcos, Paso del Parque. Tv<- pambaé. Masoüer. . . Finalmente se reconcilian los adversarios en Aceguá (24 de Septiembre).

Eo este primer gobierno de BatÜe se iniciaron las '-■"■ra? ^! edirici: ce .a Fa:o"oaO ce Ve-c:'::oa. - - inauguraron los tranvías eléctricos, se extendió la red de ferrocarriles, se administraron honrada y acertadamente los caudales públicos.

Pero al propio tiempo fué característica del pre- sidente y de la parcialidad formada por él un odio insanable a la religión, contra la cual se dictaron le- yes y se realizaron actos de aciagas consecuencias para la sociedad uruguaya.

Le sucedió, el t? de Marzo de 1907. el Dr. D. Claudio WflHman, bajo cuya presidencia fTna,:- ' días el gran Arzobispo de Montevideo.

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

El Gobernador, sede vacante -

El día siguiente al del óbito del limo. Sr. D. Ino- cencio María Yéregui, se recibió en la capital de la República un telegrama que, traducido del original italiano, rezaba: "Roma, 3 de Febrero, 2 p. m. A Mariano Soler, Vicario General - Montevideo - El Padre Santo autoriza a S. S. a gobernar la Diócesis provisionalmente, y hasta nuevas disposiciones - Va carta - Cardenal Rampolla."

El 21 de Noviembre del mismo año, a las 8V2 p. m. el cable traía esta "nueva de gran gozo": "So- ler, Obispo."

El 22 llegaba otra comunicación telegráfica, que hemos trascrito anteriormente.

En el breve espacio comprendido entre la pri- mera y las últimas fechas, el Gobernador Interino, sin darse punto de reposo, con documentos que apa- recían bajo el título de pastoral, exhortación, circu- lar, invitación religiosa, se desvelaba por promover la vida católica y la piedad, recomendando las obras de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia (14 de Febrero de 1890), inculcando la obligación cristiana de socorrer la Custodia de los. Santos Lu- gares (14 de Marzo), encareciendo el culto del Sa- grado Corazón, especialmente los primeros Viernes (27 de Abril), de San Luis (10 de Agosto), la devo- ción del Rosario (11 de Septiembre), la celebración del centenario de la Beata Margarita María, Após- tol del Sagrado Corazón (26 de Septiembre), la con- tribución pecuniaria al Congreso Internacional Cien- tífico de los católicos en Abril próximo, en París (28 ^e Septiembre).

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En 3 de Diciembre nombra delegado en el go- bierno de la Diócesis al Dr. D. Ricardo Iaasa, y el 5 se embarca para Roma, según lo hemos indicado al final de la Segunda Parte.

El Tercer Obispo de Montevideo.

Una vez más implora la anuencia del Pontífice para vivir los últimos años en el recogimiento del claustro, con los Franciscanos de Jerusalén. El gran León XIII, que quiere dar un ínclito jefe a la Igle- sia Uruguaya, le ordena consagrarse.

Y el Cardenal Lúcido María Parocchi le impone las, manos el 8 de Febrero de 18il.

El nuevo obispo adopta su escudo de armas.

En el cuartel superior de la izquierda resalta en campo de plata, el Cerro de Montevideo, símbolo de su Diócesis, surmontado por una estrella, y en el inferior de la izquierda un león rampante, con es- pada, junto a una torre coronada por el sol. En la in- tención del maestro de heráldica esta figura prego- naba la noble prosapia del nuevo obispo, procedente del antiguo tronco de los Soler de las Islas Baleares, quienes usaban tal blasón rodeado del mote: "Con sol fueron y volvieron y en la batalla vencieron." Para nuestro Prelado, demócrata e hijo de sus obras, éste no era sino el emblema de su nombre. Los otros dos cuarteles los llenaban los colores nacionales. El mote o empresa lo constituye un texto de la epístola de San Pablo a los Gálatas (6,14) :"Absit gloriar! misi in cruce: lejos de goriarme, si no en la cruz".

En el mismo día de su consagración fecha su

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

primera pastoral de obispo. Protesta que se siente anonadado bajo el peso de tan gloriosa dignidad ; pero la verdadera humildad es la obediencia a los desig- nios de Dios, y él los acata sin réplica. Discurre ma- gistralmente sobre el grado de orden y jurisdicción del episcopado, sobre la liturgia de la consagración, sobre el solemne juramento que ha prestado. Agrego, aludiendo a la aspiración a que por voluntad del Papa ha renunciado : "La Diócesis es ahora la Tierra Santa

de nuestra misión apostólica Pluguiera al Señor

que en el ardor del afecto emulásemos a San Fran- cisco de Sales, quien desde el momento de su consa- gración, como él mismo lo confesó, fué abstraído de mismo y dedicado por completo a la Iglesia. "Fun- da su confianza en la cruz : "nos conformó, al contem- plar en ella todo el misterio de la fortaleza de los flacos, del poder de los débiles, y de la victoria de los despreciados ; por eso la cruz, símbolo de la fortaleza- divina, será nuestra gloria: ¡ábsit gloriári nísi in cruce! "Reclama la cooperación y la oración de todos. ¿Y cuál será su programa? El progreso moral. La humanidad, dice, "por la industria engrandece su elemento material; por las artes, su elemento sensi- ble; por la ciencia, su elemento intelectual; por la mo- ral, su elemento activo". "El progreso moral reclama la intervención divina; Jesucristo, el Hijo de Dios, es el rey moral". Termina enviando una bendición efusiva, amplia, universal al clero y al pueblo, al Presidente y a sus cooperadores en el Gobierno, al ejército de la patria, a la ciudad episcopal y a toda la República.

Precedido de esta carta pastoral, rica en doctri- na y vibrante de emoción, arriba a la patria, que le

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espera con ansiedad, en el trasatlántico Alfonso XIII. Desembarca el 17 de Marzo de aquel año de 1891, día entristecido por la lluvia, pero lleno de luminosidad espiritual para susi hijos y admiradores, que se agol- pan a su paso, le aclaman, se disputan sus primeras bendiciones, le acompañan triunfalmente a la Cate- dral.

Pero la manifestación más imponente se ha reservado para el 18. Ha prestado juramento en la Casa de Gobierno, y, con un cortejo de no menos de doce mil personas, se encamina de nuevo a la Cate- dral para el canto de un solemne Tedeum. Final- mente, ya en el palacio episteopal, recibe el home- naje del ejército, que pasa en magnífico desfile.

El misionero

Su celo, acrecentado, si es posible, con la alta dignidad, no le consiente descanso. El 18 de Abril ya le encontramos en visita pastoral en San Carlos, alborozada y ufana por la exaltación de su hijo. De allí pasa a Rocha y Maldonado.

Vuelto de esta excursión, sale el 17 de Septiem- bre para Rivera y Tacuarembó, y se detiene asimis- mo a misionar en Cerro Colorado, Santa Clara y San Pedro de Timóte.

De Febrero a Mayo del siguiente año, 18i<2, le vemos recorrer diversos pueblos de Canelones, como Santa Rosa, Tala, Migues, Pando, Mosquitos.

El 1.' de Junio ha terminado la visita a Minas y Solís y el 17 de Agosto la de Paysandú, Santa Ro- sa del Cuareim, San Eugenio y Salto.

En Octubre lleva el don de Dios a Canelones;

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en Noviembre a Florida, Sarandí Grande, Sauce e Isla Mala.

A su regreso del viaje emprendido a Europa», con ocasión del jubileo de León XIII, y luego a la Mesopotamia, todavía le bailamos en visita pastoral en el Rosario (Noviembre de 1894) y por segunda vez en Pan de Azúcar, Maldonado y San Carlos (No- viembre de 1895).

Simultáneamente con él recorren el país en to- das direcciones los dos obispos auxiliares cuyo nom- bramiento ha recabado de la Santa Sede: el Dr. D. Ricardo Isasa, consagrado en la Santa Iglesia Cate- dral el 31 de Mayo de 1891, y el Dr. D. Pío Ca-vetano Stella, consagrado en la Iglesia Parroquial del Cor- dón en 24 de Febrero de 1894.

Cuando, impedido por dolorosa enfermedad, co- mo consta en documento auténtico existente en el Archivo de la Curia Eclesiástica, no puede ya efec- tuar personalmente las expediciones apostólicas, las prosiguen en su nombre y con su bendición acuellos dos incansables evangelizadores de la paz y el bien.

Queden consignados en esta obra de verdad los datos que anteceden, como protesta reparadora y permanente contra la afirmación de quienes han sostenido que el gran jerarca de la Iglesia Urugua- ya, hombre de escritbrio, había rehuido la labor misionera.

El maestro de la ciencia de la salvación -

En lo sucesivo gobierna su Diócesis desde la ciu- dad episcopal con celo vigilante, con inspirada pru- dencia, con caridad inagotable, con invencible firmeza.

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Por medio de una serie de publicaciones capaces de granjear inmortal nombradla a los más claros va- rones de la Iglesia, rebate a los adversarios, adoctri- na en el dogma, anima a la virtud, enfervoriza en la piedad, mantiene en saludable movimiento a los ca- tólicos.

Quisiéramos disponer de suficiente espacio para siquiera dar un esquema de los escritos pastorales del sapientísimo Prelado. Esto formará parte, Dios mediante, de nuestra próxima obra antológica.

Entretanto hagamos siquiera una sucinta rese- ña de la?, devociones básicas y de las realizaciones vi- tales suscitadas por aquella nunca interrumpida en- señanza escrita.

Nuestro Prelado establece la obra de la Adora- ción Perpetua y le da por centro un santuario euca- rístico nacional, inaugurado en 17 de Junio de 18J<7, con su Guardia de Adoradores, extendida luego a toda la República, junto con la Exposición alternativa de las Cuarenta Horas en todos los templos del país.

Celebra el Primer Congreso Eucarístico Dioce- sano en los desde entonces inolvidables días 1.*, 2 y 3 de Mayo de 1894, y el Segundo, como complemento del Tercer Congreso Católico, el 8 de Noviembre de 1900.

Fomenta el culto de amor y reparación al Sa- cratísimo Corazón de Jesús, y proyecta, según lo he- mos notado antes de ahora, la erección de un templo monumental a ese Corazón Deífico, "signo de salva- ción para el género humano".

Se desvive por concentrar la atención amorosa de su grey en Cristo Redentor, máximamente con ocasión del solemne homenaje en la aurora del siglo XX ; pro-

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diga las publicaciones en que estudia la personalidad y la obra divinas de Jesús, y prea/cribe que en el año jubilar todos los eclesiásticos que presidan cualquier ejercicio de piedad, lo comiencen con esta fórmula: "Jesucristo Dios y Hombre vive, reina e impera en todos los siglos". Decreta que tal protestación de fe, grabada en bronce, quede, ad perpétuam réi memó- riam, adherida a los muros del Santuario Eucarístico, convertido en perenne monumento al mismo Cristo Redentor.

Nuevo eficaz recurso para unir las almas a Je- sucristo es la cripta-santuario del Señor de la Pa- ciencia, que Monseñor erige, "sin renunciar, añade, al proyecto de un templo nacional al Sagrado Co- razón".

A reavivar en los fieles la memoria cordial de los gloriosos combates y beneficios de Cristo tienden asi- mismo las pastorales tituladas: "El reino de la Cruz, sus triunfos y sus esperanzas", (14 de Febrero de 1892) ; "La Cruz", (firmada el 27 de Julio de 1907 y dedicada especialmente a las damas católicas) , y las reiteradas exhortaciones a socorrer los Santos Lu- gares, en los que se operó nuestra redención.

E, identificado con los deseos de León XIII, di- funde, con halagüeño resultado, la invocación del Es- píritu Santo y la consagración de los hogares a la Sagrada Familia.

Se dijera que su nombre de pila anunciaba en él al hijo amante de María y al apóstol fervoroso del culto mariano.

En el álbum del santuario de Luján trazó las si- guientes palabras, en que oiremos de nuevo, ahora referido por él mismo, un hecho, que ya conocemos, de sus primeros años:

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"Declaro serme sumamente grato visitar por se- gunda vez este ilustre santuario de Nuestra Señora de Luján, por el afecto y devoción que desde mi niñez profeso a la Santísima Virgen, comoquiera que, sien- do de la edad de ocho años, caído en un pozo del arroyo San Carlos (República Oriental) , donde me estaba ba- ñando, después de inútiles esfuerzos por salir del pe- ligro, y casi sin sentido por el agua que había tragado, al terminar una salve a la Santísima Virgen, me vi puesto en salvo de una manera tan extraordinaria, que siempre lo he atribuido a gracia singular de la Madre de Dios".

Aquella insigne basílica, monumento de la predi- lección de María para con las regiones platenses, ocu- pó a menudo el pensamiento y el corazón de Monseñor Soler.

"El Santuario de Luján, escribía, será de seguro el honor y la gloria más preciados de las tres Repú- blicas hermanas [Argentina, Uruguay y Paraguay], contribuyendo a estrechar la fraternidad de origen con el vínculo religioso de un santuario y de un cul- to común".

Condujo allá varias peregrinaciones, como la del 15 de Mayo de 1892 y la del 8 de Setiembre de 1895. Esta última, por iniciativa y fervorosa propaganda del Obispo, dejó colgada en aquel sitio de milagro una lámpara votiva monumental, que, en frase del mismo Prelado, había de representar "el acto de fe y de amor y la expresión de nuestra confianza que clame ante María propiciación por los católicos del Uruguay".

En 30 de Julio de 1892, enriquece con privilegios la devoción a la Virgen del Carmen en el Cordón, pa-

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rroquia a la cual, por haber ejercido en ella la cura de almas, califica de "hija primogénita en nuestro afecto paternal".

Y bajo esta tradicional advocación glorifica de nuevo a Nuestra Señora, colocando la imagen salvada del naufragio del trasatlántico español Ciudad de San- tander, en la iglesia de Maldonado, a la que, por auto del 24 de Octubre de 1898, otorga el título de "tem- plo votivo".

Con igual honor distingue las iglesias de la Vir- gen del Perpetuo Socorro, en Bella Vista y de María Auxiliadora, en Villa Colón.

Se permitirá a un Salesiano trascribir íntegra la parte del documento que se refiere a esta última:

"Nos proponemos dedicar este templo a la Ma- dre de Dios bajo la advocación de Auxilium Christia- nórum, no sólo porque a Ella recurre la Iglesia en sus grandes necesidades sino también por las continuas y especiales gracias que dispensa a los fieles desde que el insigne apóstol Don Bosco hiciera popular su devo- ción. Y considerando que en Villa Colón residen las Religiosas de María Auxiliadora y los Religiosos Sa- lesianos, instituciones ambas fundadas por el men- cionado siervo de Dios, hemos determinado erigirlo en la Iglesia de Villa Colón, seguros de que podrá ser atendido con esmero por ambas familias religiosas de Don Boaico, y que nos ayudarán, con el concurso de los cooperadores £alesianos, a elevar este monumento de devoción y gratitud a la que es auxilio de los cristianos y su especial protectora."

Este nuevo templo votivo quedó solemnemente inaugurado por el piadoso Arzobispo el 15 de Diciem- bre de 1899. Y él mismo ciñó allí con preciosísima co-

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roña la imagen de la taumaturga Virgen de Don Bosco el 18 de Diciembre de 1904. En tal fecha, después de haber dirigido al público en el acto de la ceremonia memorables palabras de emoción y santo alborozo, dejó escrito en el álbum del santuario este hermoso testimonio: "Te he coronado, Virgen poderosa, para obligarte a auxiliarnos en nuestras necesidades -|- Mariano Soler Arzobispo de Montevideo".

Y al arreciar en los últimos tiempos de su espi- ritual gobierno la persecución contra la Iglesia Uru- guaya, colocó en lo alto de la escalera de honor de su palacio, en la esquina de Uruguay y Andes, la efigie marmórea de María Auxiliadora.

Con los tres templos votivos mencionados y los santuarios Eucarístico y del Señor de la Paciencia, quiso que integraran la serie de monumentos a Cristo Redentor en el comienzo del nuevo siglo los santua- rios del Hortus Conclusus en Palestina, del que habla- remos más detenidamente, y de la Medalla Milagrosa en la Unión.

Este mereció singular predilección de parte de Monseñor Soler. En una de sus visiones geniales pen- só en edificarlo en la cumbre del Cerrito de la Victo- ria, de patriótico recuerdo, dando a la Virgen de la Medalla Milagrosa el título de Nuestra Señora del Uruguay, atento a que la aparición origen de aquella divulgada imagen se verificó, por fausta coincidencia, el 18 de Julio de 1830, día de la jura de nuestra prime- ra Constitución, y la efigie misma llegó a Montevideo, como portadora del ramo de olivo, en la festividad de Nuestra Señora de la Paz. Debiendo prescindir del Cerrito, eligió la villa de La Unión para asiento del

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templo y confió el cuidado de su erección a las mu- jeres cristianas, y en especial a las Hijas de María.

Hasta se preocupó de buscar la forma peculiar de honrar a la Virgen de la Medalla Milagrosa, y a tal fin enviaba al P. José M. Gimalac, de los Misioneros de San Vicente de Paúl o Lazaristas, Párroco de la localidad y Rector del Santuario, la "Coronilla en ho- nor de la Inmaculada Concepción", recomendándole encarecidamente su difusión entre los fieles.

Aprovecha con júbilo todas las ocasiones de exal- tar a María. Y así se apresura a bendecir la obra del templo de la Merced (2 de Octubre de 1899) y a Ja Comisión iniciadora del monumento a la Pura y Lim- pia en la cumbre del Verdún (24 de Febrero de 1901). Va al frente de la primera peregrinación a este cerro predestinado y bendice la estatua, donada por Da. Ca- talina O ' Neill de Fernández. Y por cierto que el de- monio ve una derrota suya en la nueva devoción, pues concita a sus secuaces para que, con esa cerril agre- sividad que llevan en la masa de la sangre, después de haber molestado a los romeros, intenten pegar fuego a las iglesias Metropolitana y del Cordón. Ver- dad es que el Presidente Cuestas vuelve esta vez por los fueros de los católicos, y reduce en forma con- tundente a las hordas alborotadas.

¿Cómo dejará este fidelísimo siervo de la Virgen Santísima de inculcar la reina de las devociones ma- riales, el Rosario ? Ni se limita a ello : en 17 de Enero de 1895, respondiendo al llamamiento de León XIII, el Pontífice apóstol de esta forma de honrar y su- plicar a María, publica él también una "invitación episcopal" con que insta a sus fieles a contribuir a

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la erección de un santuario en Lepanto, teatro de la victoria cristiana inmortalizada por la festividad del sacratísimo Rosario.

El jubileo semisecular de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (1854-8 de Diciembre- 1904), le brinda nueva oportunidad de dar expansión a su afecto filial a la Virgen Sa- cratísima con escritos y celebraciones que repercuten saludablemente en el alma del pueblo cristiano.

En una palabra, desde el libro Hiperdulía, publi- cado en 1890, hasta la "Pastoral sobre el culto de Ma- ría, como ideal de belleza, dedicada a las Hijas de María con ocasión de su peregrinación [anual], al Verdón" y datada en 1907; desde el comienzo de su carrera eclesiástica hasta el fin de su vida, ni su plu- ma ni su lengua ni su acción cesan de promover la honra de la Madre de Dios.

2 Editorial

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IL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Todo para todos -

Difícil será señalar un acontecimiento, un pun to de doctrina católica o un medio de elevación es- piritual que se le hayan pasado por alto al admirable jerarca, cuyo clero y pueblo, leídas sus instrucciones y atentos a sus normas, podían poseer el conoci- miento cabal de la verdad y ser modelos de vida cris- tiana.

El celebra con páginas elocuentes y con solem- nes actos conmemorativos el cuarto centenario del descubrimiento de América (1892) y el tercero de la gloriosa muerte de Santo Toribio de Mogrovejo, Obispo de Lima (1906) ; explica y recomienda a sus fieles las Conferencias de San Vicente de Paúl y la Orden tercera de San Francisco de Asís; demuestra la repugnancia del suicidio y del duelo a los dictados de la sana razón y de la doctrina cristiana; da nor- mas, no sólo acerca de los deberes religiosos y de la obligación de contribuir al sostenimiento del culto, sino también respecto de la instrucción popular y de la inscripción en el registro del estado civil y en los padrones electorales; redacta catecismos y textos de apología fácil, promueve catequesis, y oratorios festivos, convoca y reúne un Congreso Catequísti- co, y compone prontuarios de historia y matemáti- cas; promulga reglamentaciones de música sagrada y ordenanzas de higiene en los templos ; nombra his- toriógrafo de la Iglesia Uruguaya y dirige una carta al Salesiano P. Juan P. Rodríguez "sobre la necesi- dad apremiante de levantar de su postración a la his- tórica Villa de Soriano"; edifica y restaura iglesias

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y, en nombre de la Asociación de Ciencias y Artes, que le ha elegido su Presidente, propone la erección de dicha Sociedad en Instituto Nacional juntamente con la creación de un Observatorio con el doble servicio astronómico y físico - meteorológico, en el Cerrito de la Victoria; formula sabias Constituciones Diocesa- nas, y encarece la observancia de las más minuciosas leyes litúrgicas ; se preocupa del florecimiento de las congregaciones piadosas y ve con agrado y consuelo el surgir de los cívicos católicos, a quienes felicita con nota del 16 de Diciembre de 1907 ; divulga las doctri- nas de la Iglesia sobre las cuestiones sociales (pasto- ral del 2 de Febrero de 1896) , autoriza, bendice, hon- ra los dos Congresos de Círculos Católicos de Obreros, realizados respectivamente en Mayo de 1900 y en Oc- tubre de 1907, y escribe a los fundadores de la Unión Democrática Cristiana: "Con católicos de ese temple voy adondequiera, a la cárcel y al patíbulo, porque su valerosa actitud me recuerda la era de los mártires, cuyo heroísmo cristiano preparó el triunfo definitivo de la Iglesia." (22 de Agosto de 1106). ¡Así hubieran tenido la comprensión del ínclito Arzobispo los más de los católicos, por cuya indiferencia fracasó la obra de los sindicatos, cooperativas, prensa, defensa religiosa, iniciada por aquella entidad !

El Arzobispo de la juventud. --

En medio de esta rápida enumeración, quiero hacer hincapié en la "Invitación Episcopal a los fieles de la Diócesis y en especial a la juventud católica con oca- sión del tercer centenario [del tránsito] de San Luis Gonzaga".(1591-21 de Junio -1891.)

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Como a Jesús, la edad juvenil le robaba el co- razón.

Por eso, cuando al volver de sus estudios, traza un plan de organización de las fuerzas vivas del cato- licismo, en ese plan el primer número es el de la for- mación de la juventud. Por eso la obra fundamental que en aquella hora le preocupa es el Club Cató- lico con el complemento del Liceo Universitario.

En la alocución inaugural en la apertura del se- gundo curso del "Liceo Universitario" (1877), decía: «. . .De todas mis voliciones resultó una volición y de todas mis ideas nació una idea y de todas mis pasiones se levantó una pasión dominante, una idea predilecta, una voluntad acariciada. Las1 miré, y esa idea era la simpática juventud, y aquella voluntad beneficiar la juventud, y aquella pasión amar la juventud. Cuando así pensaba, sentía y quería mi alma, por una combi- nación dichosa me vi rodeado de mi amada juventud. Mis más fuertes simpatías se encontraron con su ob- jeto, su bello ideal, y me consideré feliz, porque ya po- día beneficiar la juventud, ya podía amarla. La amé e hice cuanto pudieron mis débiles fuerzas en su pro. . . Jóvenes amados, yo no puedo abrir mi pecho para mostraros mi corazón, pero si hicierais la autopsia en- contraríais en él grabado vuestro nombre. Yo amé la juventud por instinto y después aprendí a amarla en la historia. Cuando por vez primera empecé a com- pulsar sus páginas para aaber cómo se habían realiza- do las grandes transformaciones sociales;; cómo algu- nos pueblos habían dado pasos agigantados en el ca- mino de la civilización y cómo otras naciones habían logrado sacudir el yugo de ominosas instituciones, la degradación y tinieblas en que se hallaban sumer-

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gidas, encontré con grata sorpresa que todo eso lo ha- bía realizado la dorada juventud, siempre a la van- guardia de las grandes empresas, siempre dispuesta a lo grande y sublime. Por eso cuando en determinadas épocas de transición sienten las sociedades la imperio- sa necesidad de cambiar el orden de cosas* aspirando a grandes y urgentes reformas, luego al punto ponen su mirada en la generación que se levanta, porque, si reconocen en la venerada ancianidad la prudencia y el acierto, tienen la experiencia histórica de que sólo en la juventud, cuando es bien dirigida, se encuentra la poderosa palanca con que se empujan las naciones hacia la realización y ejecución de las grandes trans- formaciones. La juventud ilustrada es la esperanza de los pueblos y el instrumento providencial de las me- joras sociales, del progreso y de la civilización. Por eso, como es para muy caro el progresa y la civili- zación de mi patria querida, amo, y grandemente, la juventud y su educación. Mi gloria mayor fuera que al termino de mi existencia se colocase por inscripción de mi epitafio : Amando la juventud, mereció bien de la patria, de su civilización y progreso. Este sería el non plus ultra de mis aspiraciones.

En el "Memorándum Confidencial - Al Venera- ble Clero Secular y Regular", de Noviembre de 1905, escribe : "La verdadera obra de porvenir es la forma- ción y organización de la juventud; lo que está al al- cance de toda buena voluntad y ofrece menos resis- tencia para el celo ardoroso del Clero. - Al efecto quie- ro recordar una especie de apólogo. Entré un día en un jardín arrasado por una seca espantosa ; la mayo- ría de las plantas estaban mustias con flores casi dese- cadas ; el jardinero, sin embargo, regaba muy afanoso

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sus desolados canteros. Llamándome la atención su trabajo, al parecer inútil, para restaurar su mustio pensil, le pregunté: ¿No creéis vano vuestro esfuerzo y empeño? Y me contestó: De ninguna manera. No pongo mis esperanzas en las flores mustias y casi se- cas; pero observad que a su lado, en casi todas las plantas, existen pequeños botones: si las flores mus- tias no reviven, caerán al suelo; pero en cambio, a fuerza de riego y cuidados, los botones se abrirán en pimpollos, y éstost, en poco tiempo más, cubrirán de flores las plantas y florecerá el jardín. Tenía razón el hábil jardinero, dándonos una hermosa lección; pues es ésta una verdadera imagen de lo que debemos es- perar y hacer para restaurar la sociedad mustia de nuestros días, agostada por la incredulidad y la in- diferencia. De los adultos, ya extraviados, casi nin- guna esperanza nos queda: nuestra gran esperanza, la suprema esperanza está en la juventud, tiernos pimpollos del jardín de la Iglesia y de la sociedad. Pues bien; he meditado; y es más grande de lo que pudiera manifestar la preocupación que me atormen- ta acerca del porvenir de la Iglesia y de la sociedad en nuestra patria, como creo sucederá a todos los que sobre el mismo punto reflexionen seriamente. La in- credulidad avanza de una manera increíble con la protección de arriba y la propaganda racionalista li- beral de abajo; y un indiferentismo avasallador cun- de por todas las capas sociales, siendo sumamente li- mitado el número de los creyentes prácticos y ac- tivos : de manera que todos ven que, si con este mismo espíritu continúa la sociedad, ninguna esperanza de regeneración nos queda, si no apelamos especialmen- te a la tierna juventud, capaz aún de hermosos y san-

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tos ideales. Es, pues, cuestión de vida o muerte di- rigirnos a la juventud ; es lo más consolador que ve- mos en el horizonte, como esperanza de salvación; y puede afirmarse que el párroco que no ame entraña- blemente a los jóvenes y no se desviva por ganarlos y atraerlos, jamás podrá reformar a su pueblo o pa- rroquia . . . Pido, pues, al Clero secular y regular todo su celo y esfuerzo en favor de la juventud, pero con mucho cariño y mucha paciencia. Que en esta obra de agrupar y organizar la juventud no haya des- alientos, por más delicada y minuciosa que sea : no de- jemos de cultivar con amorosa perseverancia esas tiernas flores del jardín de la Iglesia. Exige muchos cuidados, perseverencia y abnegación; pero ¿qué im- porta ? si es la obra principal y única esperanza para el porvenir".

En el mismo año de 1905, del que data este do- cumento, la traslación del Cristo del Cordón, verifi- cada el 16 de Julio, fué, junto con la profanación sa- crilega y cobarde de la propia imagen tradicionalmen- te venerada en Montevideo, un vivo despertador del entusiasmo de la juventud, la cual, el Domingo si- guiente, 23 de Julio, en una numerosa y ferviente comunión recibida de manos del gran Arzobispo, daba ocasión a éste para ratificar en vibrante alocución los conceptos y sentimientos tantas veces y con tan cordial efusión expresados, y le ofrecía oportunidad de emprender la obra de la federación de las huestes juveniles. Verdad es que la incomprensión cerrada de algunas personas que hubieran debido constituirse en sus más eficaces colaboradores entorpeció por en- tonces y retardó la empresa; mas el impulso estaba dado y asegurado el éxito para no lejano plazo.

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EL PPJMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Entre los. papeles de Monseñor Soler ?je conserva un nuevo plan de organización de los jóvenes cató- licos, que le fué presentado en fecha posterior al frustrado proyecto y que el Prelado apostilló cuida- dosamente, en previsión de tiempos más bonancibles.

En efecto, la Federación respiró al fin el aura vital. Es cierto que en el Congreso Constituyente de 1911 los mismos añejos prejuicios le rehusaron la inclusión oficial en el cuadro de las fuerzas de la cau- sa ; pero la denodada falange luchó como un cuerpo de francos tiradores, y cubrió de gloria su bandera, y se granjeó la condecoración Benemerenti del Jefe Su- premo de la cristiandad, el cual con la organización actual de la Acción Católica ha mostrado auténtica- mente cuál es en este particular el espíritu de la Iglesia.

Visitando yo en Frascati al Prelado en su última enfermedad, poco antes que él dejase aquella ciudad y esta vida mortal, tomó un número de El Bien, que tenía a mano y en el que se encarecían los progresos de la organización de nuestros jóvenes y exclamó con tono de íntima convicción : "j Este es el camino ! ¡ Este es el camino! ¡La juventud! ¡La juventud!"

Es que, al dar el supremo adiós a su patria y a su Iglesia, contemplaba, cual Moisés la tierra prome- tida, convertidos en realidad tangible y animada, los proyectos y aspiraciones de toda su vida, proyectos y aspiraciones que reclaman en derecho para él el dictado de "el Arzobispo de la juventud".

Hermano y padre de los religiosos --

En la Pastoral fechada en Roma el día de su con- sagración, 8 de Febrero de 1891, el tercer Obispo de Montevideo se expresa así:

PRIMER MONUMENTO A MONSEÑOR SOLER (Cripta de María Auxiliadora)

(DOCTOR D. MARIANO SOLERA

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Señor, "haz que ae multipliquen [los religiosos] para bien y gloria de nuestra Diócesis y que Nos sea dado siempre protegerlos y amarlos como Hermano y como Padre".

Esta es súplica al mismo tiempo que programa.

Viven en la memoria de todos, y especialmente en la de los favorecidos, las manifestaciones de pater- nidad que prodigó a las diversas Comunidades de la República, y permanecen los escritos de divulgación y apología que publicó acerca de los Institutos re- ligiosos en general y de la Compañía de Jesús y la Pía Sociedad Salesiana, de las Hijas de María del Huerto y de la Orden de la Visitación en particular.

Como a hijo de San Juan Bosco se me consentirá la satisfacción de reproducir algunas de las palabras que Monseñor Soler escribió al recibir la noticia de que aquél había recibido el título de Venerable:

"... He aquí, pues, que ya ven los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora al humilde Don Bos- co subiendo los peldaños del trono resplandeciente en que brillan con eterno resplandor los amigos de Dios y los elegidos del Señor para honor y bien de la hu- manidad. De hoy más su Fundador es el Venerable Don Bosco, y tienen razón en regocijarse por ello; nosotros los aplaudimos con toda la buena voluntad de que es capaz un admirador agradecido del Instituto.

Y he aquí que escogemoa una ocasión en gran manera propicia y sumamente grata para manifestar- les todo nuestro aprecio y gratitud a los Salesianos y a las Hijas de María Auxiliadora, creaciones am- bas del Venerable Don Bosco, que ya están aprobadas y aplaudidas, y, en cierto modo, canonizadas por la Iglesia, con aplauso de los buenos; obra que ya está

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en todas partes derramando beneficios a la sociedad y a la religión; obra que es la adaptación más com- pleta a las necesidades de los tiempos modernos, y que con la bendición de Dios se ha extendido con asombrosa rapidez por las cuatro partes, del mundo, pues creemos que sólo le falta llegar a la lejana Ocea- nía. Non est qui abscóndat a calore ejus.

Si, pues, grande ha sido la satisfacción y alegría de sus hijos e hijas, de ella participamos sinceramen- te, alegrándonos y regocijándonos con ellos por tan señalado honor para su Padre y Fundador, así como para su obra.

De corazón, por tanto, declaramos con el Apóstol : Gáudeo et congrátulor cum ómnibus vóbis: "nos ale- gramos y congratulamos con todos- vosotros por tan fausto acontecimiento". Más aún: nos regocijamos por vuestra alegría : Gáudeo própter vos. (Juan 2, 16) .

Y para manifestaros que de veras os acompa- ñamos en vuestro noble y filial regocijo, os ofrece- mos celebrar de pontifical en nuestra Santa Basílica Metropolitana y presidir el solemne Tedeum de ac- ción de gracias con que celebramos tan fausto suceso en honor del Venerable Don Bosco. Mariano Soler, Arzobispo de Montevideo".

En 1893 pronunció en la iglesia parroquial del Cordón una conferencia a los Cooperadores Salesia- nos, en la que trajo la siguiente semejanza : "En una ciudad de los Estados Unidos un anciano, al ver a un niño que caía de un alto balcón a la calle, se in- terpuso entre la criatura y el suelo. Aquélla quedó ilesa, pero a costa de la muerte de su salvador. Tal Don Bosco, viendo peligrar a la niñez, la salvó con la inmolación heroica de su vida".

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Quizá el escrito más espontáneo y hermoso de nuestro Prelado es aquel en que lamenta la desapa- rición de Monseñor Luis Lasagna y hace el conmovido elogio del intrépido misionero.

Y el Colegio Pío de Villa Colón, primera resi- dencia uruguaya de los Salesianos, llegados el 26 de Diciembre de 1876, era el oasis de la fatigosa jornada del primer Arzobispo de Montevideo.

Por todo esto los Hijos de Don Bosco le erigieron, en 3 de Octubre de 1916, el primer monumento en la República, consistente en una estatua de mármol en la Cripta de María Auxiliadora. Y por todo esto tam- bién cada uno de ellos lleva su imagen esculpida en el corazón.

La prensa -

¿Es menester que proclamemos una vez más a nuestro héroe apóstol de la buena prensa; que in- sistamos en sus pastorales, en sus cartas, abiertas y privadas, para fomentarla? Agreguemos que en el año 1893 suscitó la Asociación León XIII para el apostolado de la buena prensa; recordemos que su aliento creador dió vida a El Bien Público, y que su pluma estuvo en actividad no interrumpida durante treinta y tres años, del 1875 al 1908.

La patria --

¡Cuántas veces la nombró con emoción en sus discursos, en sus escritos! Más de una docena de éstos están consagrados a definir el concepto de la patria, a reivindicar sus derechos, a enaltecer sus

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

glorias, a solicitar preces por su paz y prosperidad. Y toda la vida de este esclarecido ciudadano fué una labor fecunda en pro de la tierra que le vió nacer. No se resignó a dormir fuera de ella el último sueño. Moribundo, se embarcó hacia Montevideo, y muerto le recibió la madre patria en su regazo.

El Papa -

El 29 de Junio de 1878 terminó el Dr. Soler un magnífico discurso en la Matriz de Montevideo con estas palabras: "Roma, libertad y religión sea nues- tro lema sagrado".

Toda su vida afectiva e intelectual se concentró, efectivamente, en Roma, en el Vicario de Cristo.

Al copioso catálogo de sus pastorales, y libros sobre este argumento hemos de sumar la amorosa atención con que acompañó a los Pontífices contem- poráneos. Pronunció el memorable elogio fúnebre de Pío IX y celebró el cincuentenario de su nacimien- to ; solemnizó los tres jubileos de León XIII (los cin- cuentenarios» de su misa y de su episcopado y los cin- co lustros de su pontificado) y escribió su entusias- ta panegírico; se asoció con los suyos al áureo jubi- leo sacerdotal de Pío X.

Tanta era la fama de su filial adhesión al Sumo Pontífice y de su maestría en exaltar las prerroga- tivas' del Papado, que el episcopado latino - america- no confió a su pluma la "exposición colectiva sobre la libertad e independencia del Romano Pontífice", con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América.

"El Arzobispo de Montevideo ,decía Zorrilla de

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San Martín, tiene los ojos fijos en la lámpara que, en lo alto de la alcoba del Vaticano, alumbra las medi- taciones del gran Pontífice; sigue a éste con la mis- ma enérgica docilidad con que antes seguía a sus obispos diocesanos, y, en viendo aquella luz, siente, y no sin causa, que hay día en su alma de prelado".

Formador del Clero -

Como nuevos testimonios de su solicitud pasto- ral podríamos detenernos a estudiar el segundo y ter- cer Congresos Católicos, celebrados en Enero de 1892 y Noviembre de 1900.

Preferimos poner de relieve su cuidado entra- ñable del clero.

De extremo a extremo recorrió el Nuevo Conti- nente estimulando el interés de los obispos en favor del Colegio Pío Latino - Americano de Roma. Nunca olvidó esta obra. Pastor de la Iglesia Uruguaya, de- signó al Dr. Pío C. Stella para sustituirle en un nue- vo viaje de propaganda a través de América. No sa- bemos qué obstáculos impidieron la realización de este plan.

Veló también constante y paternalmente por su seminario de Montevideo.

Y aprobó y recomendó el Instituto Apostólico, fundado para el enfervorizamiento y asistencia mu- tua, temporal y espiritual, de los sacerdotes, y con- vertido luego en la Asociación Eclesiástica Monseñor Jacinto Vera, y hoy en el Hogar Sacerdotal Jacinto Vera.

Finalmente, bendijo complacido el Instituto Ecle- siástico o seminario menor que se propuso establecer

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y estableció en Santa Lucía el fervoroso presbítero don Fernando Damiani.

Interés por los fieles difuntos

Procura que los católicos se formen justa idea de sus relaciones y deberes con los finados. A esto propende la "exhortación pastoral sobre la conme- moración de los fieles difuntos", del 20 de Octubre de 1898.

Y, uniendo la enseñanza al ejercicio práctico, al fundar la Obra Pía del Santuario de Nuestra Se- ñora del Huerto, agrega a este título:: "en sufragio de las almas del Purgatorio" (8 de Septiembre de 1894).

Con noble y conmovedor pensamiento celebra, en 11/ de Diciembre de 1900, con participación del Gobierno y Cuerpo Diplomático, un funeral por to- dos los muertos del siglo XIX.

Hortus Conclusus --

Una de las obras geniales realizadas por el gran Arzobispo de Montevideo, fué la del Hortus Conclu- sus. Debemos dedicarle, pues, preferente atención en esta biografía.

El Instituto de Nuestra Señora del Huerto fué fundado el 12 de Agosto de 1829 por el entonces Ar- cipreste de Chiávari, más tarde Obispo de Bobio, hoy Bienaventurado Antonio María Gianelli.

Llegadas a Montevideo las primeras Hermanas de aquella Comunidad el 18 de Noviembre de 1856, el 1.» de Diciembre próximo tomaron posesión del

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Hospital de Caridad, iniciado en su propia casa en 1783 por el Padre de los Pobres, Don Francisco Anto- nio Maciel.

El 2 de Febrero de 1861 las mismas religiosas abrían su primera escuela en nuestra República y en todo el continente.

Coincidía con este último hecho la venida a la Capital del joven Mariano Soler, para quien fué fa- miliar desde entonces el nombre de las Hijas de Ma- ría del Huerto.

Sacerdote y prelado, las favoreció por todos los medios, hasta proclamarse Hermano de aquella es- piritual familia, y celebrar habitualmente, los Sába- dos, en la capilla de la calle de San José.

Yo recuerdo la grata impresión que me causó en Roma el ver en el locutorio de las Casas de Nues- tra Señora del Huerto, entre los demás cuadros do- mésticos, el de nuestro primer Arzobispo.

Este escribe:

"A diez kilómetros de Jerusalén, y a corta dis- tancia de Belén, existe un pequeño oasis rodeado de un árido desierto, en el lugar denominado por los árabes Urthás, que es el antiguo Etham de la Biblia ; y es el sitio más ameno y fértil de toda la Judea, que, como todos lo saben, semeja [actualmente] un desolado páramo.

En mis viajes a Tierra Santa tuve la satisfacción de visitar ese lugar, que, además de ameno, es clásico en las Sagradas Escrituras ; y la impresión que expe- rimenté no se me borrará jamás . . .

Este lugar delicioso es el Hortus Conclusus... descrito así por uno de los más inspirados viajeros de Tierra Santa, y uno de los más grandes poetas mis-

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ticos de la época contemporánea, el laureado Presbí- tero Jacinto Verdaguer :

"Volviendo del valle de Hebrón a Belén, como si dijéramos, desde la tumba de Abrahán a la cuna de Jesús, se pasa por Ras-el-Ain (Fons Signatus, Fuente Sellada), en donde flota la imagen de Sa- lomón, grada digna en la escala de la historia divi- na.. . En el valle, cavados en la roca viva, rodeados de pared, se ven los Estanques o Piscinas de Salomón. El más alto vierte sus aguas, que recibe del Fons Sig- natus, en el segundo y el segundo en el tercero. Su mismo autor los describe en el Eclesiastés (2, 5. 6) : "Híceme huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todos frutos ; híceme estanques de agua para re- gar de ellos el bosque donde los árboles crecían ..."

El bosque, o parque, que es el Hortus Conclusus, está más abajo, encerrado entre dos montañas para- lelas, y todavía merece de los árabes el nombre de Jardines de Salomón. Según testimonio de Josefo, "aquí tenía costumbre de venir al romper del alba, saliendo de Jerusalén escoltado por sus guardias, ar- mados de sus ballestas, en su carroza real y vestido de blanco".

Aquí tenía su palacio de verano, del que parece hacer mención en el Eclesiastés (2, 4) , y aquí compu- so, en una hora de inspiración divina, que no ha te- nido igual, antes; ni después de él, en ningún pueblo de la tierra, el misterioso Cántico de los Cánticos, desesperación de la poesía amorosa terrena, que no tiene alas para volar tanto y tan alto, y fuente inex- tinguible de la poesía mística de todas las literaturas. Todos los epitalamios, todos los idilios, toda la incom- parable poesía oriental vive y canta en esos versícu-

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los nupciales, que parecen dictados en el paraíso te- rrenal, o mejor, en el verdadero paraíso, para celebrar los eternos desposorios del Alma y Jesús.

Después de tres mil años florecen todavía los aromas del Huerto cantado por la Sulamita, y llegan a todos los conventos y monasterios, a todos los tem- plos y capilla^, a todas las celdas y oratorios donde ora un alma enamorada de Jesús. En aquellos jardines perfumaron sus almas puras y sus libros Santa Ger- trudis y Santa Teresa. Conservan sus olores los can- ticos del melifluo San Bernardo y los del iluminado Raimundo Lulio ; pero San Juan de la Cruz nos dió en sus idilios celestiales sus mismas flores, como las que los sacerdotes peregrinos llevan apretadas entre las hojas del breviario.

Hoy estos vergeles son huertos partidos en pe- queñas fajas, que beben por cada lado un riego de agua de los Estanques de Salomón; los manzanos, granados y otros árboles frutales, que llenan el estre- cho y delicioso valle, ostentan sus herniosas flores, y una blancura robada cubre los campos, como si para celebrar la Pascua, que llega, se quisiesen poner la antigua y ya olvidada vestidura del jardín. El murmu- rio de las aguas, el rumor de las hojas, el concierto de los pájaros, en que sólo echo de menos la voz del ruiseñor; la dulce soledad y el enjambre de imágenes divinas que lo pueblan, hacen de este sitio el más de- licioso de la Palestina". [Hasta aquí el texto del P. Verdaguer] .

"De la Vii-gen María es adecuada imagen ese Huerto delicioso. Ella es Huerto por su fecundidad, como Madre del Redentor; pero Cerrado por su vir- ginidad inmaculada ; así como es Huerto por tener la

i Editorial

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EL miMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

plenitud de todas las virtudes, representadas en las flores y frutos del Huerto paradisíaco.

Palestina es la tierra clásica del cristianismo, porque está cubierta de recuerdos bíblicos y sagrados, tanto respecto de Jesucristo como de su Santísima Madre; recuerdos que la piedad cristiana ha consa- grado elevando un ainnúmero de monumentos. Y sin embargo existe allí un vacío respecto de María: en su Huerto no existe santuario alguno que recuerde su fecundidad virginal como Virgen-Madre.

¿Por qué será?

Esperaba ese honor en la plenitud de los tiem- pos cristiano^ de parte de las vírgenes que habían de llevar su nombre . . .

Apenas contemplé aquel Huerto delicioso, se me presentó la imagen de María del Huerto; quizá fui el primero que allí la veneró ; y le prometí que había de hacer de mi parte todo lo posible para que en aquel lugar tuviera un culto perpetuo por sus Hijas".

Estos planes comunicaba al público nuestro pri- mer Arzobispo en 1890. En él era todo uno idear, em- prender y ejecutar. Caldeó, pues, en el fuego de su genial pensamiento a la sociedad de ambas márgenes del Plata, y transfundió en los elegidos para colabora- dores su férrea voluntad, su intrépida fe, su actividad incansable.

En 10 de Junio de 1893 escribía desde Roma a Don Nicolás Luquese:

"Aquí me tienes de vuelta de Jerusalén, en donde tuve el honor de representar a la América del Sud en el Congreso Eucarístico allí celebrado [el octavo in- ternacional, del 15 al 21 de Mayo de 1893].

También debo comunicarte que he tenido mucha

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sue ;e en la compra del terreno de "El Hortua Con- clu as", pues adquirí 11.700 me. por 17.000 francos con árboles frutales y casa para el jardinero, deján- dole arrendado por 400 francos al año, de manera que ne ahorro el costo de una persona para cuidarlo mien'ras no se edifique el santuario".

T. anscurrido breve tiempo, asienta la primera pie- dra, e i cuyo interior queda este documento:

Para perpe -|- tua memoria.

Huerto cerrado y Fuente sellada eres, María. (Antífona de los Cánticos de Salomón.) "Pai> mayor gloria de Dios, y en honor de la Santísima virgen María, de quien es figura este Pa- raíso, el día iiez y siete de Marzo del año del Señor mil ochocientas noventa y siete, reinando el Sumo Pontífice León XIII, y bajo el gobierno del Patriarca Jerosolimitano ilonseñor Luis Piavi, quienes han aplaudido y bendecido la erección del Santuario, fué colocada por el Arzobispo de Montevideo, en la Re- pública Oriental del Uruguay, Monseñor Mariano So- ler, la piedra angular del Monumento que los fieles de las Repúblicas Argentina y Uruguaya, de la Amé- rica del Sur, dedican a María del Huerto, denominada por Salomón en sua Cánticos Hortus Conclusus, en árabe Orthás, a diez kilómetros de la ciudad de Je- rusalén, y en las inmediaciones de Belén.

"El templo y el edificio que aquí se construyen se deben a la generosidad piadosa de argentinos y uruguayos, que erigen este Santuario, así en testimo- nio de su devoción a la Virgen del Huerto, como de gratitud por los beneficios recibidos; de su santo ins- tituto, y para honor y propiciación de ambas Repú- blicas Argentina y Uruguaya, en esta Tierra Santa,

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cuna de la redención del mundo y origen de su civi- lización".

La construcción adelantó con prodigiosa rapidez. En 6 de Mayo de 1899, días antes del Concilio Plenario Latino Americano, ya podía escribir el egregio Pre- lado desde Jerusalén:

"Llegamos con felicidad, y en seguida visitamos las obras del Santuario, que presenta ya un aspecto pintoresco y grandioso, y en cuya construcción traba- jan ciento ochenta operarios".

Días después (16 de Mayo), agrega desde Roma:

"Estoy sumamente satisfecho de la obra del Hor- tus Conclusus, pues parece obra de Romanos".

Y obra de Romanos fué en verdad. De la noche a la mañana se encerró con sólida construcción de sillería un área de muchos miles de metros; se ta- jó audazmente la ladera de la montaña, a fin de abrir en ella espacio para el templo; se construyó un muro de contención en el límite de dicho terre- no; ge tendió a través del Huerto, hasta la aldea de Orthás, un viaduct i de dieciséis arcos.

Y el 12 de noviembre de 1901 se ofrecía ya por primera vez en la nueva iglesia el augusto sacri- ficio, y las Hijas de María del Huerto anidaban en el sitio predestinado. El Arzobispo de Montevideo escribía con justa satisfacción:

"El gran Pontífice León XIII, que tanto había aplaudido la idea de erigir un monumento sagrado en Hortus Conclusus a la Virgen María en él pre- figurada, quiso él mismo consagrar con el título de Santuario marial el erigido por argentinos y uru- guayos en Palestina enviando a la Superiora, por me- dio del Cardenal Parocchi, Protector del Instituto,

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en el día de su inauguración, el siguiente telegrama, que era un honor especialísimo: "El Padre Santo en- vía la bendición apostólica con ocasión de la fiesta inaugural del Santuario de Nuestra Señora del Huer- to en Hortus Conclusus, a todos los asistentes al acto y de una manera especial a las Religiosas fun- dadoras."

Y añade: "Creemos que si Salomón pudiera le- vantarse de su tumba, y volver a recorrer sus jardi- nes, se estremecería con soberanos arrobamientos al contemplar erigido un santuario a la divinal Espe- ra, oue él cantara por vez primera : y que reputaría ñor muv honrado el edén üor donde acostumbraba pa- sear su real corona, al verle dedicado a b doria de la Vireen oue él proclamó fecunda v hermosa como aquel Huerto Cerrado y como aquella Fuente Sella- da, y descendiente de la misma estirpe real de David.

María ha venido arí a ser propietaria del Huerto o Paraíso que perteneció a su real ascendiente.. .

Y nos es srato consignar oue en el úlrimo Con- greso María! Internacional, celebrado en Einsiede'n de Suiza ( 1906) , en un trabajo presentado ñor el prín- cipe real de Saionia, Maximiliano, al enumerar las múltiples figuras de María, se hace mención del Huerto Cerrado y de la Fuente Sellada, así como del Santuario allí erigido.

"Los jardines, dice, que el rey Salomón había hecho plantar, y que según la tradición, se encontra- ban en las cercanías de Belén y contenían una fuente sellada, son mencionados por él mismo en el Cantar de los Cantares como imagen de la Espora: Huerta Cerrado eres, hermana mía, Esposa, y Fuente S i- llada".. . (Cant. 4, 12.)

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Encuéntrase hoy día en las inmediaciones de Belén en el lugar de los antiguos jardines de Salo- món, un convento latino con su iglesia, habitado por religiosas de la América del Sud [el Santua- rio de Nuestra Señora del Huerto]. Cada vez que llegan peregrinos, estas vírgenes entonan en su igle- sia un cántico que declara ser María el huerto cerra- do y la fuente sellada.". . .

Monseñor Soler hubiera podido agregar que L. Heidet en el monumental Dictionnaire de la Bible de F. Vigouroux, tomo II, col. 1993 (año 1912), alude, aunque vagamente y de oídas, al edificio del Hor- tua Conclusus, con estas palabras: "En una de las estribaciones de la montaña, frente a la aldea de Urthás, al Oeste, descuella una construcción de bas- tante gracioso aspecto y ceñida de alto muro: está destinada a una comunidad de religiosas."

Ya, pues, ha dejado felizmente de ser verdad lo que en sus Visiones de la Palestina escribía el gran poeta balear Pbro. D. Miguel Costa y Llobera:

"¿Qué será aquel murallón recocido por el sol y la vetustez?

Aquello fué la maravilla de la Fuente Sellada.

¿Qué son aquellas albercas por donde corre un reguero de limo?

Son los tres Estanques de Salomón: bien lo di- ce la enorme oquedad abierta en la roca.

¡Oh espesuras perfumadas, s(olaz del Rey de las magnificencias: ya nada de vosotras queda, fue- ra del eterno epitalamio de los Cantares!

No. Allá abajo, en la hondonada, verdea un huer- to. . . Allá fué el Jardín Cerrado y tristemente con- serva aquel sitio su recuerdo.

i DOCTOR D. MARIANO SOLER)

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Resto insepulto de un Paraíso encerrado entre rocas de miseria, retrata la maravilla perdida para hacerla sentir más y más.

i Ah ! esta tierra de los Cantares ya no canta ni un versículo de ellos: tan sólo entona el desengaño del viejo Eclesiastés.

Este país es el gran decrépito, montón de re- cuerdos : es el Patriarca bíblico, que en su desolación se cubre la cabeza de polvo y ceniza."

«Mas también, agrega monseñor Soler, saluda- mos la erección del Santuario a María del Huerto como una gloria y prenda de gratitud de argentinos y uruguayos. De gloria cristiana, como quiera que, siendo los Santos Lugares la atracción de los rome- ros del orbe católico, erigir en Tierra Santa un mo- numento religioso, que pregone el nombre de la par- tria, hará sonar cristianamente el de ambas Repú- blicas contribuyentes, la Argentina y la Uruguaya, con eco glorioso y perenne al través de las genera- ciones.

Además allí se ora perennemente por les desti- nos de ambas Repúblicas, las que con ese monumen- to han consagrado la propia fraternidad.

Pero al mismo tiempo, significa y es prenda de la gratitud de argentinos y uruguayos, pues con- tribuyendo a la erección de ese Santuario han que- rido retribuir los beneficios recibidos cié las Hijas de María del Huerto en los múltiples establecimien- tos de enseñanza y beneficencia que dirigen en am- bas Repúblicas.

Por tanto, amados fieles,, a las atracciones in- comparables de la visita a los Santos Lugares, po- demos añadir el noble y justo móvil de contemplar

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

una obra que en Tierra Santa ostenta nuestro escu- do y nuestra bandera, y que podemos llamar nuestra con patriótica y cristiana satisfacción: motivo por el cual tampoco extrañaréis que haya sido algo prolijo al ocuparme de ella. Todas las naciones cristianas, aun las cismáticas y protestantes, se glorían y tienen a grande honor poseer en Tierra Santa algún monu- mento sagrado: he aquí por qué hemos querido emu- lar esa gloria y ese honor."

El egregio Arzobispo, para quien el Santuario del Huerto se había convertido en una visión familiar e inseparable, insiste a menudo en el predilecto ar- gumento.

Al salir por última vez de la patria con el corazón cansado de latir, ae encaminará, a costa de abreviar sus contados días, a embelesar su espíritu y a orar en aquel sitio donde él soñó y realizó el milagro de levantar un templo, un asilo, un orfanotrofio y un dispensario.

Mas repárese en que él. creador y alma de la obra : él. que ha vencido la fanática oposición de lo? musulmanes al proyecto, arrancado la difícil aproba- ción del sultán, adquirido el terreno, allegado con heroico tesón los caudales necesarios, y activado la construcción hasta verla concluida con increíble ce- leridad; él habla, sí, con frecuencia y delectación morosa del triunfo logrado; pero con inconmovible humildad, eliminada su propia persona, atribuye todo el mérito a la generosidad uruguaya y argen- tina, al desprendimiento, celo, fervor y patriotismo de las dos Repúblicas hermanas.

Este rasgo, que vemo3 reproducido en todas su? •mpresas, pinta de cuerpo entero al santo Prelado.

i DOCTO» D M » '

En el Concilio Plenario Latino- Americano -

Para "proveer a los intereses de la familia lati- na, que ocupa más de la mitad del Nuevo Mundo", el gran León XEL con Letras Apostólicas del 25 de Di- ciembre de 1398, convocó a los Obispos respectivos a un Concilio Plenario que había de celebrarse en Bo- ma, en el año siguiente.

AI Arzobispo de Montevideo lo encontramos ya en Genova el 20 de Abril de 1819. Después de una rápida excursión a Palestina, con el fin de inspec- cionar las obra3 del Hortus Conclusos. llegó a Roma para la inauguración del Concilio.

Esta se realizó el domingo 28 de Mayo en el Co- legio Pío Latino Americano, bajo la presidencia del Cardenal Angel Di Pietro. delegado de Su Santidad, al cual hemos conocido como Internuncio Apostólico en el Río de la Plata allá por el año 1878.

Daniel Muñoz, ministro entonces del Uruguay en Roma, escribía en carta a La Razón:

«'Era nuestro Arzobispo el designado por el Pa- lio, circunstancia que todos ignoraban en aquel mo- to, por" lo que esperaba impaciente verlo subir al pulpito para dirigir la palabra al Congrio, en jirin. como estaba prescripto ; pero no salí de mi curiosidad, pues arenas terminada la misa y cantadas h ñas y rezadas las '.e-anías 7 dádose unos a prelados el abrazo de paz. volvió el maestro de cere- monias a decir extra omnes. con lo que me vi obli- gado a salir, aunque retardando el paso para oír si- quiera las primeras palabras de Monseñor Soler, a

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

quien veía ya de pie en el púlpito, desvestido de la capa pluvial y despojado de la mitra, paseando la mirada penetrante y astuta por todo el auditorio.

"Nada oí, sin embargo, y por consiguiente nada puedo decir sobre el mérito del discurso de Monseñor Soler, a quien muchos , dan como candidato para la púrpura cardenalicia, creencia que se ha robustecido hoy al saberse la distinción que ha conferido el Su- mo Pontífice al Arzobispo de Montevideo designán- dolo para pronunciar el discurso de inauguración del Concilio. Por mis informes no creo que Monseñor So- ler sea promovido al cardenalato en el Próximo Con- sistorio, pero creo que, si no e¡3 el primero, será uno de los primeros sudamericanos que llegará a ser prín- cipe de la Iglesia. Hay quienes aseguran que, si no es proclamado en el Consistorio inminente, el Papa re- servará in péctore su nombramiento para publicarlo en una próxima oportunidad".

El Doctor Soler habló en aquella ocasión memo- rable quince minutos.

El Concilio fué clausurado el 9 de Julio, después de una labor fecunda, cuyas conclusiones el curioso puede ver en las Actas del mismo, conservadas en to- das las parroquias; pero antes, en 9, 10 y 11 de Ju- nio, los Padres celebraron en la iglesia síalesiana del Sagrado Corazón de Jesús, en el barrio del Castro Pretorio, el triduo solemne ordenado por León XIII para la consagración del mundo entero al mismo Co- razón Deífico.

Predicaron sucesivamente: en castellano, Mon- señor Mariano Soler; en italiano, Monseñor Pedro Brioschi, obispo de Cartagena, y en latín, Monseñor Ramón Angel Jara, obispo de Ancud.

(DOCTOR D. MARIANO SOLER)

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Terminado el Concilio, el Arzobispo de Montevi- deo, que había sido en toda la duración de aquél hon- rado con especiales distinciones, consultas y encargos por parte del Sumo Pontífice, hubo de permanecer al- gunos días aún en Roma, como Presidente de la Co- misión nombrada por aquella augusta Asamblea pa- ra entender en los asuntos del Colegio Pío Latino Americano.

El Prelado estuvo de regreso en Montevideo el 26 de Agosto. Se le hizo una recepción extraordina- ria. Los representantes del Gobierno, la Comisión del Clero y la Ejecutiva de la Asamblea de católicos, se trasladaron en la cañonera Rivera a la Isla de Flo- res, donde el ilustre viajero cumplía una cuarentena; allí trasbordaron a la Suárez, ocupada ya por el Ar zobispo, y esta embarcación escoltada por la anterior navegó hacia el puerto, donde el Jefe de la Iglesia Uruguaya y su comitiva pasaron al vaporcito Lava- lleja para desembarcar en el muelle de la capitanía.

No nos detendremos a describir los imponentes festejos religiosos y sociales, pero reproduciremos el discurso pronunciado por el Doctor Zorrilla de San Martín en el banquete del Club Católico y engarzado después por el autor en las páginas de Huerto Cerra- do; y lo reproduciremos porque nos da una idea com- pleta de la acción y renombre de Monseñor Soler en la capital de la cristiandad y de la resonancia de todo ello en el alma de los orientales:

"Excmo. y Rvmo. Señor:

A me corresponde, como presidente de la Asamblea de católicos, el ofreceros eslte banquete de bienvenida. Os lo ofrezco, Señor, en nombre de esa Asamblea; os lo ofrezco en nombre de los que, sen-

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

quien veía ya de pie en el púlpito, desvestido de la capa pluvial y despojado de la mitra, paseando la mirada penetrante y astuta por todo el auditorio.

"Nada oí, sin embargo, y por consiguiente nada puedo decir sobre el mérito del discurso de Monseñor Soler, a quien muchos , dan como candidato para la púrpura cardenalicia, creencia que se ha robustecido hoy al saberse la distinción que ha conferido el Su- mo Pontífice al Arzobispo de Montevideo designán- dolo para pronunciar el discurso de inauguración del Concilio. Por mis informes no creo que Monseñor So- ler sea promovido al cardenalato en el Próximo Con- sistorio, pero creo que, si no e3 el primero, será uno de los primeros sudamericanos que llegará a ser prín- cipe de la Iglesia. Hay quienes aseguran que, si no es proclamado en el Consistorio inminente, el Papa re- servará in péctore su nombramiento para publicarlo en una próxima oportunidad".

El Doctor Soler habló en aquella ocasión memo- rable quince minutos.

El Concilio fué clausurado el 9 de Julio, después de una labor fecunda, cuyas conclusiones el curioso puede ver en las Actas del mismo, conservadas en to- das las parroquias; pero antes, en 9, 10 y 11 de Ju- nio, los Padres celebraron en la iglesia síalesiana del Sagrado Corazón de Jesús, en el barrio del Castro Pretorio, el triduo solemne ordenado por León XIII para la consagración del mundo entero al mismo Co- razón Deífico.

Predicaron sucesivamente: en castellano, Mon- señor Mariano Soler; en italiano, Monseñor Pedro Brioschi, obispo de Cartagena, y en latín, Monseñor Ramón Angel Jara, obispo de Ancud.

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Terminado el Concilio, el Arzobispo de Montevi- deo, que había sido en toda la duración de aquél hon- rado con especiales distinciones, consultas y encargos por parte del Sumo Pontífice, hubo de permanecer al- gunos días aún en Roma, como Presidente de la Co- misión nombrada por aquella augusta Asamblea pa- ra entender en los asuntos del Colegio Pío Latino Americano.

El Prelado estuvo de regreso en Montevideo el 26 de Agosto. Se le hizo una recepción extraordina- ria. Los representantes del Gobierno, la Comisión del Clero y la Ejecutiva de la Asamblea de católicos, se trasladaron en la cañonera Rivera a la Isla de Flo- res, donde el ilustre viajero cumplía una cuarentena; allí trasbordaron a la Suárez, ocupada ya por el Ar zobispo, y esta embarcación escoltada por la anterior navegó hacia el puerto, donde el Jefe de la Iglesia Uruguaya y su comitiva pasaron al vaporcito Lava- lleja para desembarcar en el muelle de la capitanía.

No nos detendremos a describir los imponentes festejos religiosos y sociales, pero reproduciremos el discurso pronunciado por el Doctor Zorrilla de San Martín en el banquete del Club Católico y engarzado después por el autor en las páginas de Huerto Cerra- do; y lo reproduciremos porque nos da una idea com- pleta de la acción y renombre de Monseñor Soler en la capital de la cristiandad y de la resonancia de todo ello en el alma de los orientales:

"Excmo. y Rvmo. Señor:

A me corresponde, como presidente de la Asamblea de católicos, el ofreceros eaite banquete de bienvenida. Os lo ofrezco, Señor, en nombre de esa Asamblea; os lo ofrezco en nombre de los que, sen-

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

tados en esta mesa, creen que comen el pan y beben el vino de la casa paterna porque Vos los presidís y lo bebéis con ellos ; os lo ofrezco en nombre del pue- blo católico; de ése que habéis visto anteayer salir en masa enorme a vuestro encuentro, alfombrar de flores vuestro camino, y llenar las naves de nuestra Catedral para recibir vuestra bendición; de ése que ha corrido a dar gracias a Dios porque os había prote- gido en vuestro viaje, os1 había iluminado en vuestra misión, y os había devuelto, por fin, al ósculo rer- petuoso y cariñoso de vuestro pueblo que os ama, que os venera, y que se enorgullece de su insigne Prela- do Metropolitano.

La patria tiene ciertamente motivos para dar gra- cias a Dios. Fué El quién la inspiró, sin duda alguna, cuando, con un movimiento vigoroso y unánime, lu- chó contra Vos mismo, Señor, para arrancaros del alma un ensueño generoso que quería arrebataros pa- ra siempre a la patria, y para mostraros en ella vues- tro verdadero campo de acción ; en ella, en esta tierra querida que os vió nacer, y a la que pertenecéis por- que Dios lo quiere, porque nosotros lo queremos, y porque Vos también lo queréis; fué Dios quien la iluminó cuando vió en Vos el hombre predestinado a recoger la herencia del doliente obispo mártir, y del primer obispo sembrador del Uruguay; fué El, sin duda, quien la movió, cuando aclamó en Vos por la primera vez, y aclama hoy de nuevo, la continuación de la tradición de inmaculada doctrina, de virtud y de celo, que constituye la serie de ilustres Prelados que han sido el tesoro de nuestra patria ¡qué digo "han sido" ! que son el tesoro de nuestra patria, por- que las patrias, señores;, se forman no sólo de sus hi-

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jos vivos, sino también, y muy especialmente, de sus grandes hijos muertos.

La patria os ha seguido, Señor, con avidez, en vuestras últimas importantísimas labores); os ha visto subir a la Cátedra del Concilio Latino Ameri- cano para pronunciar el discurso inaugural de esa memorable asamblea de nuestra raza, y ha sentido con gratitud cómo se reflejaba en su nombre el bri- llo de vuestro carácter, de vuestras virtudes y de vuestro saber; os ha visto acercaros al Vicario de Cristo que os llamaba para consultar vuestras opi- niones, y ha advertido cómo el augusto anciano escu- chaba con atención vuestros dictámenes. Os ha vis- to, por fin, trabajar con energía y eficacia en el sos- tenimiento del Colegio Pío Latino Americano de Ro- ma, por el cual ya recorristeis una vez en peregrina- ción nuestra América Española, de ese Colegio Pío Latino Americano, vivero fecundo del clero de nues- tro continente, corazón que, unido íntimamente al del representante de Cristo, derrama por las arterias de nuestra América la savia de la doctrina, y envía por todos sus ámbitos ejemplos de ciencia y de virtud, que, como Vos, Señor, y como esos dos prelados in- signes que comparten con Vos la paternidad espiri- tual en este banquete fraternal de vuestros hijos, son honra y prez de aquel Colegio Romano y justo título de orgullo para sus patrias respectivas.

Pero la patria os ha seguido de lejos, Señor, en vuestras labores en la ciudad eterna. Yo, que tuve la honra de gestionar, como enviado diplomático, la erec- ción de la sede metropolitana de Montevideo ; yo, que tuve la fortuna de recibir vuestra primera bendición pastoral, cuando recibisteis vuestra excelsa investí-

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

dura, yo he podido ver de cerca todo el prestigio de vuestra persona en, la ciudad eterna, y todo el respe- to que habéis sabido conquistar allí con vuestras vir- tudes y con vuestra inteligencia.

Yo os he visto atravesad* la puerta de bronce en que termina la columnata de Bernini, y penetrar al Vaticano como a vuestra casa solariega ; yo os he vis- to devolver, con noble inclinación de cabeza, el saludo de la guardia suiza de casco de bronce cubierto de crin blanca, pasar sereno ante la guardia noble, cruzar la semioscuridad de las antesalas del Cardenal Secreta- rio de Estado, y he oído, en pos vuestro, lo que Vos no escuchabais ya: el acento de veneración con que se pronunciaba vuestro nombre en aquella casa que es el centro del mundo ; el tono de veneración con que allí se decían los unos a los otros al veros pasar: "es el Ar- zobispo de Montevideo."

¡ Oh ! ¡ El nombre de la patria ! ¡ El nombre de la patria pronunciado con respeto y admiración allá le- jos! Gracias, Señor, por los momentos aquellos de satisfacción que experimentó mi alma, al sentir re- flejarse sobre ese querido nombre la luz solar y el prestigio que de vuestro nombre irradiaban.

Pero yo tuve ocasión de ver algo más fundamen- tal que eso que deleitaba mis sentidos ; tuve ocasión de convencerme de que León XIII os tiene in péctore y de que vuestro nombre no se confunde con el de tan- tos prelados eminentes que cruzan continuamente por su pensamiento luminoso. El Cardenal Rampolla me hablaba de Vos como del hombre indiscutible y trans- parente ; y entonces decir que el pueblo os llamaba allá en Roma afectuosamente il cittadino romano, no si porque quiere incorporar a sus glorias la gloria

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de vuestro nombre, o si porque realmente vuestra fi- gura clásica, reflejo fiel de vuestra alma serena y siempre fija en la esencia de las cosas, recuerda algu- no de aquellos cardenales medioevales, en que el pin- cel de Rafael quiso inmortalizar el tipo señorial de la nobleza romana.

Pero no, señores: agradezcamos, en buena hora, ese testimonio de veneración y de simpatía del pue- blo católico de Roma, hacia nuestro insigne Metropo- litano ; pero apresurémonos a decir que es nuestro. El es y será siempre, con la gracia de Dios,, el hijo fiel de la Iglesia Romana; pero es y será siempre, tam- bién con la gracia de Dios, el ciudadano ilustre de la nación oriental que lo reclama.

Seáis, pues bienvenido, Señor, al seno de esta vuestra patria que os esperaba y os necesitaba . . .

Estas manifestaciones de que es objeto nuestro ilustre Prelado metropolitano, manifestaciones cató- licas como jamás se habían visto en la ciudad de Mon- tevideo, son una protesta de amor y de veneración a la persona de nuestro querido Pastor . . .

Mirad, oh Señor, con cuánta cordialidad bebe- mos en vuestro honor la copa que levanto en este nuestro banquete fraternal, concentrando en la ter- nura de mi palabra la armoniosa vibración de los co- razones de todos los que aquí estamos.

Señores, levantemos nuestra copa en honor de nuestro querido y venerable Prelado. Que Dios ben- diga nuestros votos antes de formularlos ... Y ahora, señores, pidámosle que proteja su vida, que ilumine su entendimiento, que lo colme de felicidades, porque la lumbre de su espíritu será la luz de la patria, y la felicidad de su vida es la dicha y la alegría de sus

hijos".

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

El creador del Arzobispado --

Al Dr. D. Mariano Soler se debió, como vimos, la transformación del Vicariato Apostólico del Uru- guay en el Obispado de Montevideo, el año 1878.

Y a él también el Arzobispado.

Nos corresponde historiar brevemente este punto.

En el archivo de la Curia existe la minuta de una solicitud en que el Directorio de la Unión Cató- lica, con fecha de 15 de Junio de 1893, pide al Car- denal Rampolla para nuestro Prelado el título ho- norífico de Arzobispo - Obigpo.

El siempre rehuyó los honores. Hemos visto que sólo en virtud de santa obediencia aceptó la mi- tra. Poco después, del 15 al 20 de Mayo de 1893, asistió, único Prelado de la América del Sur, al Con- greso Eucarístico de Jerusalén, presidido por el Car- denal Langenieux. En tal circunstancia se le ofre- ció a Monseñor Soler el patriarcado de aquel título, ¡el patriarcado de Jerusalén! Y escribió a Monseñor Luquese: "¡Si vieras con qué satisfacción me encuen- tro en esta santa ciudad, adorando a cada momento el santo sepulcro ! ¡ Quién me diera prolongar indefi- nidamente estos días, de los cuales cada uno vale más de mil en Montevideo ! Mas parece que estoy destina- do a vivir en perpetua contradicción. ¡Si supieras la propuesta que se me ha hecho y he rechazado, a pesar de todas mis simpatías por Tierra Santa ! ¡ Pa- triarca de Jerusalén!"

Y no obstante, para gloria de la religión y en- grandecimiento de la patria, aspiraba a la completa organización jerárquica de la Iglesia Uruguaya, aun-

ESCUDO DE MONSEÑOR SOLER

(DOCTOR D. MARIANO SOLER)

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que no podía ocultársele que a él había de caberle la dignidad de primer arzobispo jurisdiccional.

Movió pues, todas las influencias, y en el perío- do de Idiarte Borda fué presentado al Cuerpo Le- gislativo el respectivo proyecto de ley.

En el Senado sólo le combatieron Don Juan Lin- dolfo Cuestas, con el sectarismo ramplón que ya le conocemos, y el Dr. Carlos María Ramírez, con la mesura de su última época, y por razones de opor- tunidad.

En la otra Cámara lo impugnaron los Dres. Gregorio L. Rodríguez y Juan Campisteguy, ambos sin levantar el vuelo más allá de sus prejuicios an- ticatólicos.

Les replicó elocuentemente el Dr. D. Hipólito Gallinal (hijo).

El 18 de Noviembre de 1896 el Senado y la Cá- mara de Representantes votaban la erección del Ar- zobispado de Montevideo y de los Obispados sufragá- neos de Salto y Meló, dejando a los ejecutores la fa- cultad de establecer los límites respectivos. Es de no- tar que el Senado había modificado el plan primitivo, que constituía las diócesis sufragáneas en Salto y San José, y delimitaba así las jurisdicciones: la Ar- quidiócesis abarcaba a Montevideo, Canelones, Mi- nas, Maldonado y Rocha ; la Diócesis de Salto, a Sal- to, Artigas, Paysandú, Río Negro, Rivera y Tacua- rembó; la de San José, a San José, Colonia, Soriano, Flores, Florida, Durazno, Treinta y Tres y Ce- rro Largo.

El mismo día el presidente Don Juan Idiarte Bor- da ponía el cúmplase a la ley.

En carta fechada en Roma el 26 de Abril de

Á Editorial

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

1897 el recién investido Arzobispo ,agradecido al Go- bernante, le dice: "Es la primera carta que escribo y firmo como Arzobispo de Montevideo y en papel timbrado con el escudo arzobispal." Y le trasmite la bendición de S. S.

El infortunado Presidente, que, como diputado, había sido colega del Dr. Soler en la XIII legislatu- ra, expiró en los brazos del Prelado. Según ya lo he- mos adelantado, el 25 de Agosto de aquel mismo año 1897, saliendo del tradicional Tedéum cantado en la Metropolitana, fué herido de bala en la plaza Matriz.

Monseñor Soler, que en el desfile venía a su la- do, le preguntó qué sentía.

Me muero, respondió el Presidente, llevando la mano al pecho.

¿Quiere S. E. la absolución?

Sí, Señor Arzobispo.

Bien, dispóngase a pedir perdón a Dios.

El moribundo juntó las manos, miró al cielo y dijo: "¡Dios mío!"

Recibió la absolución sacramental y exhaló el último suspiro.

Pero volvamos al hilo de la narración.

El 2 de Enero de 1897 se embarcó nuestro Obis- po para el Antiguo Continente en el Regina Mar- gherita.

El 2 de Febrero siguiente zarpaba el Dr. Zorrilla de San Martín en misión especial ante S. S. León XIII para la negociación definitiva del arzobispado.

El limo. Sr. Soler fué preconizado en el Consis- torio del 19 de Abril y recibió el palio el 20 en la Cancillería Apostólica, de manos del Cardenal Teo- dulfo Mertel. Asistieron, entre otros, Monseñor An-

(DOCTOR D. MARIANO SOLER)

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tonio Sabatucci, Arzobispo de Arsinoe, el Pbro. Fran- cisco Mujica, el Dr. Don Juan Zorrilla de San Mar- tín el conde Ferrucio Pasini Frassoni, los Arzobis- pos de Ñapóles y Manfredonia, y varios obispos pre- conizados también el día anterior.

El nuevo Arzobispo, que, por insinuación del Papa, permaneció en Roma para representar a la América del Sur en la canonización que se celebraba a fines de Mayo, se embarcó de regreso el 8 de Ju- nio en el Duca di Galliera, y arribó a su país el 27 del mismo mes.

Más para imaginado que para descrito es el triunfo con que le recibieron pueblo y Gobierno. El rebosaba de purísimo júbilo, porque, con indecible sacrificio, es cierto, de su humildad y de sus más ca- ras propensiones, era elevada la Iglesia nacional al grado que le correspondía.

Trató de que de su íntima satisfacción participase todo el país, al cual dirigió, el 29 de Octubre, una "pastoral sobre la organización jerárquica de la Iglesia nacional".

El mismo día prestó juramento en palacio.

Sin embargo no vió cumplida la ley en lo refe- rente a los obispados sufragáneos.

Falta hoy todavía la constitución regular del Cabildo Eclesiástico, punto por el cual se interesaba tanto el gran Prelado, que de su puño y letra escri- bió totalmente las extensas Constituciones del Ca- bildo Eclesiástico de la Santa Iglesia Catedral y Ba- sílica Metropolitana de Montevideo.

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Mientras ruge la persecución --

Sus últimos años se vieron amargados por una persecución tan regresiva y anacrónica como enr carnizada y feroz contra su Iglesia.

Las tribus montaraces del sectarismo criollo ejer- cieron influjo y encontraron favor y cooperación en el Gobierno.

Fueron relajados los vínculos de la familia uru- guaya con la ley del divorcio; abolidos los honores oficiales al Señor Sacramentado; suprimida la asig- nación a los capellanes de los cementerios, y, primero parcial y luego totalmente, la subvención votada por las Cámaras nacionales al Seminario Conciliar; pros- crito con ciego encono el crucifijo de las Casas de Caridad y de los campos santos y expulsadas de aqué- llas las religiosas, ángeles de abnegación y consuelo; abrogada por completo la enseñanza del catecismo en las escuelas públicas; anunciada la aplicación de la oprobiosa ley de conventos. Se llegó a la ruin des- cortesía de retirar, sin explicación de ninguna clase, al centinela que tradicionalmente hacía guardia de honor a la puerta de la mansión episcopal. Y el dia- rio de palacio, propiedad del gobernante, se producía, en todos sus números sin excepción, con una agre- sividad, una insolencia y una incultura inverosími- les en el siglo XX.

El exceso del mal, como suele acontecer, sacudió el marasmo de los católicos, que se agruparon en torno de su bandera y lucharon como buenos a las órdenes de su gran Arzobispo.

Este pronunció el memorable discurso el 22 de

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Julio de 1906, en aquel Club Católico, punto de con- centración en las horas solemnes de la causa.

Comenzó adoptando por santo y seña le expre- sión de Tertuliano: non terrémus, non timémus: "ni queremos amedrentar, ni tememos", coincidentes con las de Artigas, el padre de la patria: "con libertad no ofendo ni temo".

Hizo el elogio de la invicta mujer cristiana.

Dió la palabra de orden en la persecución: la misma de S. S. Pío X a los Españoles: "la unión de todos los católicos": la verdad de la Unión Católica, ya organizada en nuestro país.

Para completarla, dice, se ha planeado la Liga de Damas Católicas.

Las alarmas se hacen cada vez más insistentes, se concretan más y más. Yo no he dado, afirma, pre- texto alguno para esta agresión: he sido respetuo- so de la ley y de la autoridad, fiel a la patria, tole- rante, paciente. Sin embargo, se intenta desorgani- zar la familia con el divorcio, se dificulta la forma- ción del clero con la eliminación del subsidio al semi- nario, se arrancan los crucifijos de las paredes desde donde hablaban de consuelo y de inmortalidad, se amenaza la expulsión de los. religiosos, aunque todo corazón bien nacido se resiste a creer posible seme- jante extremo de tiranía.

Pero si ello es cierto, si está decretada la per- secución, "nadie niegue la noble divisa de católico, pues Dios nos ayudará. Y con su gracia prometo que a vuestro lado, y por la causa de Cristo, podré sucumbir, pero rendirme, no."

Se ha dicho que quienes azuzan y mueven la persecución pretenden imitar a Francia, enemiga de

54 EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

la Iglesia. No, Francia no es anticristiana. Y ni ella ni ningún pueblo pueden renegar de Jesucristo y de la cruz, que son su vida.

En conclusión: no temamos La Iglesia triunfa siempre. Pasará la guerra, y los valientes luchadores gozarán de los beneficios y de la gloria de la mereci- da paz.

La mujer católica.

Fué la primera en escuchar la voz del Prelado y la del corazón. Las admirables mujeres uruguayas pro- metieron llevar ostensiblemente al cuello por un año el santo crucifijo, y cumplieron su promesa con fer- vorosa ufanía y con rabioso despecho de la secta.

Quien esto escribe les dedicó un soneto, que se reproduce aquí, no por su valor intrínseco, sino porque en él vive algo de lo que se difundía por el am- biente de aquellos días:

El, con los brazos en la cruz abiertos, Al huérfano y al triste bendecía, Era luz en la noche de agonía, Era paz en el campo de los muertos.

Contra El, en sacrilegos conciertos, Se conjuró la sinagoga impía: Los muros do la cruz resplandecía Sollozan enlutados y desiertos.

¡Oh Víctima divina del Calvario! Cuando te mueven insensata guerra Los que arrasar anhelan tu santuario,

Tu amor en nuestro espíritu se aferra Y te dan por peana y por sagrario Su corazón las damas de mi tierra.

(DOCTOR D. MARIANO SOLER)

Ellas promovieron para el 27 de aquel mes de Julio una comunión de desagravio por la remoción de los crucifijos. Tres mil personas se acercaron a la sagrada mesa en la S. I. Metropolitana, cuatro mil en toda la ciudad. Las iniciadoras, no satisfecho aún el celo que las devoraba, reunidas en el Club Ca- tólico fundaron por aclamación la Liga de Damas Ca- licas, la cual eligió sus autoridades el 15 de Agosto inmediato y desarrolló desde entonces, como es noto- rio, una acción salvadora y fecunda hasta hoy.

Tampoco permanecieron apáticos los hombres sobre todo los jóvenes, quienes, en testimonio de su adhesión inquebrantable y activa a Cristo y al Je- rarca de la Iglesia del Uruguay, realizaron, el 25 de Marzo de aquel año de 1906, natal del Prelado, una peregrinación piadosa y entusiasta, en número de seiscientos, al Santuario votivo de María Auxilia- dora en Villa Colón.

Renuncia al Arzobispado. -

El Arzobispo de Montevideo no cedía un punto en la intensidad de su celo pastoral. Sin embargo sentía que sus fuerzas mermaban. No podía ser de otra manera, por efecto de esa misma laboriosidad, prolongada sin tregua por tan largo tiempo, y de las penas que ocultaba heroicamente, pero que le ha- cían escribir desde Berlín, en carta íntima, el 22 de Junio de 1888 : "Que el Señor me ampare y levan- te mi pobre corazón más lleno de amarguras com- primidas que de sangre."

Todo esto le indujo a presentar renuncia de su alta dignidad.

EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Lo hizo por primera vez el 30 de Octubre de 1897. Pero el 2 de Diciembre le contestaba el Carde- nal Rampolla que era voluntad del Padre Santo que continuase al frente de la Diócesis.

Instó en Septiembre de 1904. Se hallaba a la sa- zón en Roma Mons. Nicolás Luquese, y el Prelado le suplicaba que gestionase la aceptación de la renun- cia. Protestaba que le quedaría reconocido en vida y en muerte. Aducía la razón de sus dolencias, que agregaba, le hacían ocupar con detrimento de la Ar- quidiócer,is un puesto en el que una persona joven y con salud lograría hacer mucho bien. Para no pe- día sino una exigua jubilación para un modesto vi- vir y el título de Arzobispo de Farán, antigua arqui- diócesis del Sinaí, en recuerdo de su peregrinación por aquellas tierras bíblicas. En el retiro, concluía, podré componer algún folleto de aprovechable lec- tura.

El Emmo. Secretario de Estado le respondió con la nota que va a continuación:

"limo, y Rvmo. Señor: Ha sido entregado en manos del Santo Padre el escrito que V. S. lima, y Rvma. le ha dirigido en el mes de Septiembre p.p. para presentar a S. S. la renuncia de esa Sede Ar- quiepiscopal. Por tanto S. S. me encarga de signifi- carle que, después de haber fijado toda su aten- ción en los motivos de la dimisión referida, se ha dig- nado acceder a ella, entendiendo, por lo demás, que la aceptación de tal renuncia, aunque se verifique en este momento, no surta efecto, sino cuando V. S., en la debida oportunidad, se haya puesto de acuerdo con ese Gobierno. Después de esto V. S. se servirá enterar a la Santa Sede. Al comunicarle que S. S. está muy

"FUE EL HOMBRE DE LA PROVIDENCIA PARA EL URUGUAY "

ARTISTICO MEDALLON CONMEMORATIVO

(Gotuzzo y Cía.)

(DOCTOR D. MARIANO SOLER)

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pesaroso de que las condiciones de salud hayan obli- gado a V. S. a dar este paso, me uno yo también a tal sentimiento y deseándole la pronta mejoría que es de esperar de la vida de descanso, paso a repetirme con las expresiones de mi más sincera estimación

de S. S. lima, y Rvma. Servidor

Cardenal RAFAEL Merry del Val

Roma, a 20 de Octubre de 1904.

El conflicto con el Gobierno de Batlle y Ordóñez nos logró, contra toda humana previsión, la perma- nencia del incomparable Arzobispo al frente de los destinos de nuestra Iglesia.

Esta vida no es la vida.

El 27 de Febrero de 1908 el primer Arzobispo de Montevideo se dirigía al puerto. Le acompañaban, con numerosa representación del Clero y del laicado cató- lico, el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto Don Antonio Bachini, el Oficial Mayor del Ministerio y el Edecán del Presidente de la República.

El Prelado se embarcó en el Umbría; arribó a Gé- nova el 17 de Marzo, y el 25 hizo rumbo al Oriente. Pasando por Puerto Said y Jafa, llegó a Jerusalén. Corrió al Hortus Conclusus, y, visitado aquel oasis de su espíritu, tomó el camino de Roma, con el fin de asis- tir a las fiestas del jubileo sacerdotal de S. S. Pío X.

Entró en la ciudad eterna en estado lamentable. El autor de este libro había hecho preparar por la ban- da del Hospicio Salesiano del Sagrado Corazón de Je-

EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

sús nuestro Himno Nacional para sorprender grata- mente al prelado uruguayo en su visita a aquel insti- tuto. No pudo ser. Trasladado el enfermo al Sanatorio de San Carlos en Frascati, se difundieron y alcanzaron a la patria nuevas alarmantes acerca de su salud.

El lo advirtió, y en 29 de Agosto escribía esta es- quela: "Desde lejos, se ama todavía más a la patria; por eso nos impresiona tanto todo lo bueno. Muy aten- dido por todos, incluso el Santo Padre, que da enco- miendas particulares, devuelvo las atenciones de Vds. v Sr. Presidente, muy agradecido".

Y el 31 añadía: "Estimado Monseñor [Luquese] : Aunque por la consabida prescripción médica tengo aue ser sumamente parco en escribir, sin embargo, por medio de la presente quiero ser más explícito de lo ordinario. Notaron, y se me hizo notar una espe- cie de alarma general respecto de mi estado de salud, desde el principio de Agosto, con una lluvia de tele- gramas, cartas, tarjetas, etc., incluso el telegrama del Padre Santo el día antes de partir de Tierra Santa pa- ra Roma. Pero bien; el punto álgido de la alarma fué una resolución tomada por el 2 de Agosto, en vir- tud de la siguiente declaración facultativa: Su pulso está sumamente inseguro: así aparece con más de cien pulsaciones, como baja a cincuenta, cuarenta y hasta veintitantas : en una de ésas puede quedarse. Estaba, pues, en peligro de muerte, aunque no tan in- minente. Tomé, pues, la resolución de recibir el viáti- co y la extremaunción en seguida, pues la Iglesia nos enseña que no debemos dejar los Sacramentos para última hora, y que, antes bien, sirven para la salud del cuerpo, si así conviene para salvación del alma.

Sin embargo, como es sabido que para el vulgo

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de loa fieles recibir la extremaunción es tomar el pa- saporte para la otra vida, recomendé que se ocultase todo hasta mejor oportunidad, sin producir alarmas inútiles. Desgraciadamente alguno de los asistentes reveló en secreto el secreto; y de aquí que corriese la voz de que yo estaba en las últimas y desahuciado.

Por lo demás, no creas que ya estoy dado de alta, y mucho menos, ignorando la duración de la tre- gua que el Señor ha concedido a esta visita de la muer- te; la que, sin embargo, tiene en una gran ense- ñanza, esto es, que esta vida no es la vida.

Reiterando mi gratitud por tantas oraciones en pro de mi salud, a todos los fieles y comunidades, me reitero tu afmo. S. S. y C. Mariano Soler, Arzo- bispo de Montevideo".

Además de las religiosas de San Carlos, le asistía con abnegado cariño el seminarista del Colegio Pío Latino-Americano Juan Francisco Aragone, que le había de suceder en el arzobispado.

El Padre Francisco Mujica, en carta datada en Frascati el 24 de Julio, escribe: "Aragone vendrá pasado mañana. La inmediación de la Rufinella [ca- sa de campo del Colegio Pío Latino] y Mondragone [gran Colegio de los PP. Jesuítas en aquellos alrede- dores] consuelan mucho a Monseñor; la agradable temperatura de este sitio, las comodidades de la ha- bitación, el buen patio, jardín, baños, etc., creo que todo le sentará bien. No obstante, desgraciadamen- te las enfermedades del corazón son muy trai- cioneras".

Estos recelos se convirtieron en funesta realidad. Pasando yo las vacaciones en Genzano de Roma, cerca de Frascati, solía visitar al augusto y querido

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

enfermo. En mi última entrevista con él, viéndole dis- puesto a partir, y observándole que ello no era facti- ble en sus condiciones de salud, me respondió: "O vivo o muerto, me voy a Montevideo". Y asomándose a la ventana y extendiendo la mano, exclamó: "Allá está el Uruguay". Al Padre Mujica, que le anunciaba una consulta de cuatro facultativos, entre ellos el doc- tor Marchiafava, arquiatra o protomédico del Papa, le replicó: "Si los médicos vienen a hacerme esa vi- sita para resolver si debo o no emprender el viaje, adviértales que es cosa resuelta; que no se molesten y se queden en sus casas, porque quiero ir a Monte- video, aunque sea en un caballo de palo, a morir en mi tierra".

Y en efecto, se dirigió al puerto de Génova, de donde zarpó el 24 de Septiembre.

Ya se cumplían las ansias del enfermo. Ya na- vegaba hacia el Uruguay. Pero su estado empeora- ba, sin dar cabida a la más leve iluaión. El trasatlán- tico Umbría había tocado los 309 46' de latitud Nor- te y el 0' 59' de latitud Este de Greenwich : se hallaba, pues, entre la isla de Mallorca y las costas de la Pe- nínsula Ibérica, al Septentrión de Valencia. Eran las 5.20 a. m. del 26 de Septiembre de 1908. Y en las aguas de aquel Mar Mediterráneo poblado de mile- narios recuerdos y tantas veces surcado por él, en un camarote del flotante palacio daba su alma generosa a Dios el gran Arzobispo de Montevideo, a la edad de sesenta y dos años, seis meses y un día.

Se labró el acta de defunción, en que el médico de a bordo, Doctor Esteban Scorsone, declaraba que el Prelado había fallecido a consecuencia de arteries- clerosis, y se encerró el cadáver, conforme a las orde-

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nanzas marítimas, en una caja de cinc, soldada a fue- go e incluida en otra de madera, rellenándose el in- tersticio, de cuatro centímetros, con aserrín empapa- do en bicloruro de mercurio.

Y los viajeros restos mortales llegaron a la pa- tria. El Uruguay, que había acariciado por un mo- mento la esperanza de recibir a su Arzobispo, ya res- tablecido, en aquella primavera de 1908, tuvo la noti- cia de su fallecimiento en alta mar, y vió, el 13 de Oc- tubre, bajar de la nave su ataúd envuelto en la ban- dera nacional. Toda la patria, clero y fielesi, gober- nantes y gobernados, estaba allí vibrando en aquella incontable muchedumbre. Aquel no fué un cortejo fú- nebre, sino un triunfo, que hubieran envidiado los victoriosos generales de Roma.

Me permitirán los lectores repetir aquí algunas estrofas de una composición que escribí en aquellas circuntancias A la Patria en la muerte de Monseñor Soler. Son versos que, por míos, valen poco ; pero me parece que expresan, mejor de lo que ahora pudiera hacerlo, la emoción del solemne momento.

Y le aparejabas, Patria mía, Toda tu renaciente primavera, Toda la renovada lozanía De la fe de tus hijos, toda entera La materna expansión de tu alegría! Y él a ti suspiraba : en vano, en vano Los apacibles Tusculanos Montes Le confortaban con su aliento sano: El te buscaba en el confín lejano, Más allá de los tristes horizontes. . .

En tus brazos le tienes, Madre buena. ¡ Oh ! vierte los raudales de tu duelo,

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Besa su frente, diáfana y serena Como el azul sin mancha de tu cielo: ¡ Oh ! vierte los raudales de tu pena. . . Llévenle los ministros del Dios vivo, Entre todoy tus hijos, al santuario, Mientras el roto cántico festivo Se trueca en el sollozo convulsivo, En el gimiente salmo funerario.

Tú, con el holocausto del Cordero, Ofrece los pedazos de tu alma; Dále entonces el ósculo postrero, Y entre el Mártir y el viejo Misionero Déjale reposar en santa calma. Hablaron en el atrio de la Metropolitana varios oradores. El Ministro de Relaciones Exteriores y Cul- to, Don Antonio Bachini, a vueltas de las incompren- siones que se podían recelar de su mentalidad liberal, hizo espontáneo elogio del glorioso muerto.

"La patria, dijo en lo mejor inspirado de su dis- curso, recibe en su seno, en este momento, los despo- jos mortales del ilustre sacerdote que fué primer Ar- zobispo de Montevideo. Se realiza así el destino que el propio Prelado impuso, en mandato último e irre- vocable, a su destruido organismo, sobreviviéndose en el derrotero de su voluntad, que no pudo ser des- viado por la muerte; se cumple, también, un justo anhelo de la Iglesia Uruguaya, en concordancia con deberes legalea y patrióticos, que corresponden a to- das las altas autoridades del país.

Entiendo que rendir homenaje de respeto a es- tos despojos, y honrar la memoria de un compatriota que con los éxitos de su ilustración y su talento tantas veces prestigió a la patria en lejanos centros

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de cultura ; que, como eclesiástico y como hombre, al- canzó encumbrados y claros méritos, no sólo es deber oficial de los hombres de gobierno, sino que bien pue- de serlo, muy grato, para todos los Orientales*. . .

Y terminaba con esta peroración: "Al cruzar la tierra bíblica, impregnada de poesía, poblada de sím- bolos, debió elevar con frecuencia su memoria al lugar nativo, enlazando en la emoción religiosa, mística, las aspiraciones de paz y fortuna para su pueblo. Y si en las visiones de su niñez buscó para una constela- ción auguradora tras la cima del Pan de Azúcar, su modesta montaña, allá en los valles de Palestina, en los arenales de la Siria, en las gargantas asiáticas, ha- brá orado, también, por la estrella feliz de su patria, por la concordia amorosa de sus hermanos, por la ex- tinción de las obstinaciones y las crueldades, confun- diendo en una sola las dos grandes devociones de su vida, esas dos devociones en cuya práctica le ha sor- prendido la muerte ; y mientras sus votos ascendieron, como aves blancas, a los altos picos del Líbano, el sol de Asia debió encender, en las nevadas cumbres, la coloración fantástica de sus crepúsculos, como lám- para votiva, signo de esperanza, en la augusta solem- nidad de un templo inaccesible. . .

Señores: en mi carácter de Ministro de Relacio- nes Exteriores y Culto, rindo homenaje de respeto a la memoria del ilustre sacerdote que fué primer Arzobispo de Montevideo".

Antes de dejar en el sepulcro a este hijo esclare- cido de la Iglesia y de la patria, oigamos las postu- mas enseñanzas que nos da en su testamento:

"En el nombre de la augustísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Declaro que he vivido, y que, con la gracia de Dios, quiero morir en el seno de la Santa Iglesia Ca- tólica, Apostólica y Romana, a la que siempre he amado y cuyas doctrinas han sido para mi vida el más dulce y fuerte sostén.

Ruego a todos aquellos a quienes de cualquier modo haya ofendido y a los que en el ejercicio de mi ministerio hubiese causado algún mal, que me perdo- nen por amor de Dios, así como yo perdono de todo corazón a los que me han ofendido.

Pido también a los sacerdotes de mi Diócesis, especialmente a los ordenados; por mí, un recuerdo frecuente en la Santa Misa. Esta súplica de un Pre- lado, que siempre los ha estimado y a ninguno odia- do, espero será oída, así como que todos los fieles que estuvieron confiador a mi solicitud pastoral implo- rarán en mi favor las misericordias divinas.

Declaro en este testamento cerrado ser lo si- guiente mi última voluntad:

l.9 Aunque no poseo bienes raíces, si algún dinero quedase en mi fallecimiento, se empleará por mitad en misas para sufragio de mi alma, y para socorrer a los pobres de mi pueblo natal, San Carlos, por me- dio de las conferencias de San Vicente de Paúl y del Cura Párroco del lugar.

2.9 Los muebles y demás objetos de mi capilla y residencia arzobispal, los ornamentos y objetos pontificales, como los pectorales, anillos, mitras, que- dan para el Arzobispado.

Sin embargo, mi albacea podrá enajenar en be- neficio de los pobres de Montevideo los objetos y en- seres que creyese poco interesantes para la residen- cia arzobispal.

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3. » Aunque en vida he ido distribuyendo algunas obra? de mi biblioteca, sin embargo, lo que de ella quedare será distribuido entre la Biblioteca del Clero y la del Seminario Conciliar para uso de los semina- ristas, según criterio de mi albacea.

4. " Lego a la Curia de Montevideo la propiedad de mis obras literarias en cuanto que, si se juzgase útil su reimpresión, el producido se emplee en obras pías del Arzobispado, facultando en tal caso a la mis- ma para que haga corregir y seleccionar.

5. ' Al legar también mía papeles privados a la Curia de Montevideo, la autorizo para destruir los que crean inútiles.

6. ' Faculto a mi albacea para regalar a mis her- manos y sobrinos, como memoria postuma, los obje- tos que juzgue oportuno; así como, si alguno de mis parientes se encontrare en indigencia, lo socorra co- mo mejor creyera, vendiendo algunos objetos, con tal que no sean de los pontificales.

7. - Nombro albaceas por su orden a Monseñor Nicolás Luquese, Monseñor Santiago Haretche y doctor Luis Hargáin, dándole en recompensa al ejecutor de este testamento los objetos de mi escri- torio particular, más bien como recuerdo que como remuneración a su trabajo.

Dado en la ciudad de Montevideo, a los veinti- ocho días del mes de Marzo, Viernes Santo, año del Señor mil novecientos y dos. Mariano Soler, Arzo- bispo de Montevideo.

Cor Jesu Sacratíssimum, miserere mei".

Su cuerpo inanimado, expuesto en la Santa Ba- íílica Metropolitana hasta el 15 de Octubre, fué en este día sepultado provisionalmente en el propio mo-

5 Editorial

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numento en que sus dos gloriosos predecesores espe- raban la resurrección de la carne.

Se formó al punto una "Comisión pro monu- mento", la cual el 22 de aquel mismo mes de Octubre nombró Presidente al doctor Don Alejandro Galli- nal, Tesorero a Don Tomás Howard y Secretario al doctor Don Juan Zorrilla de San Martín.

Pronto surgió en la Iglesia Metropolitana el pro- yectado mausoleo, en el que el cincel de José Luis Zorrilla de San Martín representó magníficamente la solemne realidad. La porción terrenal del gran Prelado vencida por la muerte: laxos los músculos de aquel rostro inalterable, espejo de una voluntad connaturalizada con la virtud; abatido aquel cuer- po señoril y armonioso, instrumento egregio de una actividad serena, tenaz y bienhechora. Y, velando en torno del marmóreo lecho en que la carne rendida aguarda el despertar de la inmortalidad, personifi- cadas, en simbólicas figuras las obras del Arzobispo muerto, sus obras de asceta y contemplativo, de sa- bio, de peregrino apostólico, de cruzado de la causa del bien.

En el frente de la artística sepultura, bajo el clá- sico monograma de Cristo, campea esta inscripción latina :

Mariano Soler Primo. Archipraésuli. Montisvidei. Pietate. Concilio. Eruditione Claríssimo De. Religione. Patria, et. Lítteris Bene. Merenti Hujus. Ecclesiae. per. annos. XVIII. Moderatóri

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Parénti. Pótius cum. mare. ibéricum morbo quo afflictabátur conféctus Bonus. Pástor Cari, gregis, revidendi. cúpidus Roma. in. patriam. renavigáret exstíncto

VI. Kalendas. Octobris. Anno MCMVIII Aetatis LXII Ejus. súbditi. amici. adjutores Haec. vota, in tanto, fúnere Doléntes. sólvunt. R. I. P.

A Mariano Soler Primer. Arzobispo, de Montevideo Esclarecidísimo Por Piedad. Consejo. Erudición Benemérito de la Religión, la Patria, las Letras Jefe, o más bien, Padre de esta Iglesia por XVIII años que falleció el 26 de Septiembre de MCMVIII LXII de su edad acabado por la enfermedad que le aquejaba mientras, Buen Pastor, ansioso de ver de nuevo a su amada grey- surcaba una vez más el Mar Ibérico en viaje de Roma a la Patria Sus subditos, amigos, coadjutores en tan gran luto le rinden dolientes este votado homenaje. D. E. ~t.

EL PRIMER ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

Un retrato de mano maestra -

Yo no encuentro para completar estas páginas nada tan oportuno como el definitivo e imperecedero retrato que del jerarca uruguayo pintó el artista de la patria, Juan Zorrilla de San Martín.

"La silueta física y moral del doctor don Ma- riano Soler se ofrece al observador con nitidez marmórea.

Los accidentes que excitan sólo la sensibilidad no ejercen acción alguna sobre su espíritu; y, recí- procamente, las operaciones de éste, por más enér- gicas que sean, el amor, el entusiasmo, la resolución firme, la devoción fervorosa, la alegría o la amar- gura, no se revelan en formas accidentales en su en- voltura corpórea: es exteriormente frío, impertur- bable, casi inanimado. El hombre superficial que lo juzgara por su exterior escultórico, lo acreditaría de altivo, quizá de soberbio o desdeñoso. Y sin em- bargo, si fuéramos a elegir entre sus grandes virtudes la que más lo caracterizara, nuestra elección debiera recaer en su humildad, en la negación absoluta de mismo. La sencillez y la ingenuidad, que son el alma de su alma, toman en su cuerpo aspecto de dureza; la sinceridad más humilde se reviste en él de altivez. Su carne es fría y opaca.

Es, por ejemplo, un hombre de oración y de una piedad profunda; el tabernáculo es su único refugio íntimo; pero esa virtud sólo se traduce en él por una impasible solemnidad escultural. No se le verán ja- más las actitudes extáticas que la oración imprime en otros varones justos rodeándolos de un nimbo; jamás se le verá con la cabeza entre las manos, en ac-

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titud de honda meditación o de comunicación con la visión blanca que aparece al alma en comunicación con el cielo azul; no se le verá tampoco con el bre- viario en la mano, recorriendo lentamente el claustro del mundo con los ojos bajos, moviendo los labios, y santiguándose al compás de la fórmula secreta. La contemplación de Dios no se refleja en sus ojos cla- ros, incoloros y apagados, casi sin mirada ; la adora- ción no ablanda las líneas de su cuerpo inflexible ; nada modifica los rasgos de su fisonomía clásica, de cama- feo romano, que nos recuerda el ascético perfil del Dante joven, que conocemos por el retrato atribuido al Giotto.

Su cara aquilina y la posición de su cabeza so- bre los hombros son las mismas bajo la mitra pre- ciosa y bajo el solideo ordinario ; el báculo de oro no modifica su andar corto, mecánico, y que no imprime al cuerpo rígido la más mínima ondulación; camina sólo para adelantar. La marcha, el movimiento, no son en él expresión y vida como en los demás; sobre la noble impasibilidad de sus líneas parecen modelados los prelados de piedra que, de pie en sus repisas, y con la cabeza hundida en la sombra del doselete oji- val, decoran las columnas de las viejas catedrales gó- ticas, o velan los sarcófagos de sus capillas absidiales.

Parece que su alma no tiende hacia afuera al ser movida por la emoción; antes por el contrario se hunde, se aleja más de su cuerpo, dejándolo más im- pasible, imprimiéndole la solemnidad de lo inanimado, la de los ojos sin pupilas de la Minerva griega.

Hay sacerdotes cuyo carácter sagrado y cuyas virtudes compenetran, no sólo sus espíritus, sino también sus cuerpos; ston hombres que no tienen

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donde esconder el alma; varones luminosos que no logran apagarse a mismos, y cuya luz, como la de las luciérnagas perseguidas, se aviva y enrojece con el esfuerzo que hacen por disimularla. El pueblo ve en todos sus actos, aun en los más sencillos, una oculta santidad, y se siente subyugado por la muda elocuencia de sus personas, que parecen desprendidas de un tríptico de Fra Angélico.

El Arzobispo de Montevideo es todo lo contra- rio: es un alma de oro, pero de oro muerto, de super- ficie opaca; si, por imposible, quisiera hacer ostensi- ble el brillo de sus virtudes y merecimientos, no s a- bría salir del paso. Los que lo tratamos de cerca, ne- cesitamos de mucho tiempo para caer en la cuenta de que ha realizado, en nuestra presencia, un actc de extraordinaria virtud, a costa de un heroico esfuerzo, o sofocando una grande amargura. Entonces nos sor- prendemos de no haberlo advertido antes; quisiéra- mos volver atrás para admirarlo; pero ya es tarde. El doctor Soler es como ciertas aves mudas, en las que el dolor más intenso, y aun la muerte, no modifi- can la superficie del plumaje tornasol, ni la expresión de sus ojos inmóviles como dos gotas de tinta.. Sus actos heroicos de paciencia, de humildad ,de amargura hondamente soportada, de perdón de las mayores in- jurias, pasan sin dejar recuerdo, sin aumentarle pres- tigio ante los hombres que sólo miran las superfi- cies. Ante éstos, ante sus juicios y reproches, el vir- tuoso y fuerte prelado será siempre un ser indefenso, un reo condenado de antemano por su tribunal. Ante Dios es otra cosa.

Alguien ha dicho que un librepensador que pre- tende escribir la vida de un santo es una jaula de ga-

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llinas que tiene la pretensión de alojar una águila. Por algo acude ese recuerdo a mi memoria. Es que es preciso agrandar mucho el espíritu propio para que quepa en sus juicios el alma solitaria de Monseñor Soler, el hombre inexpresivo y profundo como la tum- ba sin flores de un genio olvidado . . .

No se busque, pues, en él la unción o la afabi- lidad exterior que afecta sólo los organismos : la son- risa afectuosa con el niño, la bendición llena de ca- lor paternal, la palabra melodiosa y persuasiva que ordena acariciando, la frase que pide la aprobación ajena al emitir una opinión. Monseñor Soler da la suya sin dureza, pero sin vacilación, sin presuponer ni tener en cuenta el sentir favorable o adverso de los demás. Absorbido en la esencia de las cosas, no adopta sus resoluciones, cuando le incumbe adop- tarlas, considerando accidentes o juntando parece- res: piensa hondamente, resuelve y obra.

En cuarenta y ocho horas decide un viaje a Pa- lestina, si lo tiene resuelto; sus maletas se apron- tan en dos horas; va a Roma y vuelve de Roma en algunas semanas; atraviesa el desierto de Arabia, la Mesopotamia, la región de los relatos bíblicos has- ta las fronteras de Persia, o toda la América, de Mé- jico a Patagonia en algunos meses, y lo hace con gla- cial impasibilidad, como si no saliera del orden nor- mal de su vida. Hace conocer genei-almente sus proyectos cuando ya están en vías de ejecución; ee sabe que ha escrito unjnuevo libro cuando está impre- so; busca muy pocos colaboradores a la concepción de sus planes; los reclama sólo para su ejecución, cuando los sabe eficaces a su intento.

Es que él penetra en la esencia de las cosas,

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y sale del fondo de su propio pensamiento con una lumbre interior que le marca la ruta; cuando los accidentes se la borran o confunden, vuelve a entrar en mismo un momento, como si fuera a dar cuerda de nuevo a su voluntad, y sigue, sigue tranquilo su camino con isocronismo casi automático. Si un obs- táculo sale al encuentro de su empresa, lo examina; y si lo juzga insuperable, desiste sencillamente de aquélla, sacrifica o guarda para mejor coyuntura su idea y su trabajo, y sin manifestar contrariedad pasa fríamente a otra cosa.

No pierde un cuarto de hora en su vida; duer- me muy pocas horas, come con una frugalidad de as- ceta, en quince o veinte minutos ; no se detiene ja- más en el deleite, por más honesto que sea, ni se le conoce una afición que pueda proporcionarle un so- laz intenso: no tiene más placer que el estudio, la visión de la verdad. Concurre a los actos sociales que exigen su presencia, y hace sus visitas con teda corrección; pero en todo eso está siempre de paso; sólo está definitivamente en su oratorio o en su me- sa de trabajo y de meditación ; allí donde ora, donde piensa hondamente, donde escribe llenando carillas de una letra que refleja su carácter: nítida, clara, sin una sola enmienda, letra de copista del propio pensamiento, no turbado por la sensibilidad interna, ni por la externa, ni por la afectiva.

Por eso se le ve muy poco: es que él no tiene que hacer, allí donde no hace algo serio y permanen- te. Nadie como él sabe esconder su vida y difundir su espíritu:

Cache ta vie et repands ton esprit.

Ha escrito veinte volúmenes; escribirá muchos

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más. Sus obras históricas, apologéticas, científicas son importantísimas; son lo más serio que se ha producido en su país y honran al episcopado ameri- cano. Pero su juicio no cabe en este libro. Yo no es- tudio aquí un autor, ni escribo un biografía; apenas si procuro modelar en un bloque una figura intere- santísima ; apenas si esbozo, a martillazos en la pala- bra dura, un gran carácter de mi tierra, que reclama el bronce, y algún día lo animará.

El escultor Puget solía decir: "el mármol tiem- bla ante mí"; yo siento que son mis manos las que tiemblan al contacto de mi mármol insensible: de esta mi rebelde palabra, que no reproduce, tal cual yo las veo y siento, las líneas vigorosas de su es- cultural modelo".

Ultima verba -

Hemosl terminado, con el favor de Dios. ¡Ojalá este libro, tan insignificante como es, atraiga la atención afectuosa de todos los Uruguayos hacia este ínclito Prelado de nuestra Iglesia; ojalá mi poco lo- grado intento mueva a un gran escritor a escribir, con arte soberana, la historia del gran Arzobispo de Montevideo !

MEMORANDUM APOLOGETICO

Sobre la organización jerárquica de la Iglesia Nacional

ADVERTENCIA PRELIMINAR

Para completar este segundo tomo de los apun- tes biográficos del primer Arzobispo de Montevideo y ofrecer un nuevo espécimen de sus escritos, publi- camos a continuación un extracto de su Memorán- dum Apologético sobre la organización jerárquica de la Iglesia Nacional.

Huelgan toda presentación y todo encomio.

Sólo advertiremos que la división en párrafos de esta edición y los títulos de los mismos son nues- tras, aunque estos últimos están formulados con pa- labras del propio texto.

¡Bendiga Dios una vez más esta simiente de doctrina, como la llama el egregio Autor, para que, cayendo en terreno bien dispuesto, frutos de ver- dad y salvación!

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INTRODUCCION

Debía llegar, por fin, el día en que desapare- ciese, como incompatible con la cultura y adelanto de la Nación, el estado anormal y precario de la Iglesia Uruguaya; pues que el decoro nacional exi- gía y reclamaba que la República dejase de figurar como una excepción en el concierto de las naciones civilizadas?.

La Legislatura Nacional, aceptando la inicia- tiva del Poder Ejecutivo, ha sabido posponer miras estrechas y antirreligiosas al engrandecimiento de la patria, sancionando, con beneplácito general del país, la ley que viene a colocar a la Iglesia Urugua- ya en su verdadera categoría institucional.

Por eso las manifestaciones adversas, dentro y fuera de las HH. Cámaras;, han sido consideradas, hasta por el liberalismo político, cerno actos de secta- rismo intransigente ; y tan es así, que, como muy ra- zonablemente lo advertía el señor Diputado Dr. He- rrero y Espinosa, no era con un criterio sectario co- mo debía resolverse la cuestión de la organización de la Igleyia Nacional; pues este distinguido ciu- dadano, enseñando, puede decirse, cómo es que de- biera entenderse el liberalismo, si ha de significar culto a la libertad y no odio a la religión y a la Igle- sia: "No es mi criterio, decía, el que debe decidir si la Iglesia oriental necesita Arzobispado y Obis- pados; es el criterio de la inmensa cantidad de ca- tólicos que hay en el país ; y, dentro de e;-te puesto, en el ejercicio de un cargo público, entiendo hacer acto de liberalismo concurriendo a la petición de esa mayoría de católicos del país. Por eso, liberal como

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soy, nunca he hecho actos de sectarismo."

Así pues, dentro de breve término, será un he- cho consumado el establecimiento de la jerarquía en la Iglesia Nacional; como quiera que la ley que acaba de sancionar la H. Asamblea Legislativa fa- cultando la creación del Arzobispado metropolita- no con dos Obispados sufragáneos, merecerá indu- dablemente el acuerdo del Jefe Supremo de la Igle- sia, quien fué previamente consultado por el Poder Ejecutivo, autor del Proyecto.

"¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad: Gloria in excel- sis Dco et in térra pax homínibus bona? voluntatis!" Fué con esta aclamación triunfal del Evangelio con la que saludamos la ley de organización de la Igle- sia nacional: para gloria de Dios y honra de los hombres de buena voluntad, que la supieron san- cionar.

La Iglesia y la Patria uruguaya están, por tan- to, de parabienes.

Y ese hecho, no sólo quedará consignado con caracteres dorados en los fastos- de la Iglesia Uru- guaya como uno de los acontecimientos más tras- cendentales para la decorosa y definitiva organiza- ción de la misma, sino que en los anales de la Repú- blica significará un adelanto institucional, que im- plica para la Iglesia del Estado la dignidad y jerar- quía que le corresponde y posee en toda nación ci- vilizada.

Pero antes de entrar en materia, debemos de- clarar que hemos dado el título de Memorándum á la presente exposición, porque no está destinada á leerse en los templos, como las instrucciones pas-

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torales, ya que la nueva jerarquía aun no ha sido canónicamente erigida por la Santa Sede; y porque constituirá más bien un trabajo apologético sobre el asunto, especialmente con relación á la actitud de la H. Asamblea Nacional y de los liberales uru- guayos; pues creemos que se ha dado un paso muy avanzado hacia la evolución contemporánea del espí- ritu nuevo que caracterizará y salvará la sociedad moderna.

Asimi&mo, dado el prurito de tachar de parcia- les a los defensores de la Iglesia, declaramos, a fin de que no pueda atribuirse a espíritu de parcialidad lo que vamos a exponer en favor de este asunto, que seremos pródigos en servirnos de la autoridad de publicistas y estadistas independientes.

I

El decoro de la República, la extensión territorial y la densidad de la población, la letra y el es- píritu de la ley fundamenta], la voluntad y el progreso moral del país piden la créación del Arzobispado. -

Desde luego empezamos por reproducir la opi- nión que, al iniciarse este asunto, dió un diario que no es del color político del partido dominante: "Pa- ra nosotros el proyecto del Ejecutivo, decía, lejos de merecer una observación, es digno de que se le tribute un aplauso, no sólo a nombre de la familia uruguaya, cuya mayoría es eminentemente católi- ca, si que también a nombre de la cultura y el pro- greso del país, puesto que con aquel proyecto no

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se persigue otro propósito, otro fin que la organiza- ción definitiva, completa, digámoslo así, de la Igle- sia Nacional.

La Diócesis de Montevideo se hallaba en las miomas condiciones de la Diócesis Paraguaya, que depende de la Metropolitana de Buenos Airea (1), hasta que la Santa Sede hizo una honrosa concesión a nuestro favor acordando la autonomía de la Igle- sia Uruguaya en mérito a nuestra importancia in- discutible como nación.

Pero, se ha observado discretamente por católi- cos y no católicos también, que si bien la Iglesia Uru- guaya se halla en la categoría de independiente y au- tónoma, no goza de la dignidad y jerarquía que a esa independiencia corresponden y que la colocarían on el rango de una Provincia Eclesiástica, vale decir, un estado confederado de la gran República Cristiana, cuya cabeza es la Sede Romana.

Si, a pesar de la tolerancia de cultos, la Consti- tución nacional reconoce como única religión del Es- tado la católica, es lo más justo y lo más natural que el Gobierno trate de colocar a la Iglesia en el puesto que $e merece, es decir, en condiciones dignas, eri- giéndola en un estado soberano dentro de la gran congregación de sus fieles, desde el momento tam- bién que la República del Uruguay, por su avanzada cultura y por sus progresos, no tiene por qué quedar en esta materia a la retaguardia de las demás nacio- nes americanas.

La extensión misma de la Sede de Montevideo,

(1) Hoy la Iglesia Paraguaya posee su plena autono- mía y organizacicjn jerárquica. (Nota de esta edición).

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el aumento de la población y la importancia alcanzada por las distintas ciudades y pueblos del litoral e in- terior del país, hacen necesaria la creación de la Ar- quidiócesis Metropolitana, que traería aparejada la división de la República en varias Diócesis".

Colocada la cuestión en este terreno de legiti- midad y de sentido común, hubiese sido decidida sin ninguna clase de oposiciones, como sucediera en las Repúblicas hermanas con asuntos análogos; pero vi- no a envenenarla el sectarismo y la política; aunqus todo esto sólo ha servido para hacqr resaltar el triunfo de la justicia y bondad de la causa.

Y en verdad, la creación del Arzobispado metro- politano de la República responde a la más completa y definitiva organización de nuestra Iglesia por el establecimiento de la jerarquía que canónicamente corresponde a una Iglesia nacional autónoma; pues si la nuestra es independiente respecto de la Arqui- diócesis de Buenos Aires, de la cual se desmembró según la ley del 11 de Julio de 1830, sólo fué por un privilegio de la Santa Sede ,aunque quedando in- mediatamente sujeta a ésta, como las Diócesis de misiones, pues le correspondía ser sufragánea de la Arquidiócesis argentina, como lo e& la del Paraguay, o formar Provincia eclesiástica distinta .Así consti- tuíamos una Iglesia nacional autónoma de una ma- nera anormal, esto es, sin la dignidad y jerarquía que canónicamente debiera tener como lo exigía el decoro nacional y también la excesiva extensión y población de la Diócesis actual.

No faltaron quienesi patrocinasen la idea de ele- var simplemente la Sede de Montevideo a la dignidad Arzobispal; pero el Arzobispado sin los Obispos su-

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íragáneos no constituiría la jerarquía canónica; pues sin éstos aquél deja de ser metropolitano, no siendo más que una mera dignidad, aun en el caso de do- társele con uno o más Obispos auxiliares, porque éstos carecerían de jurisdicción ordinaria, siendo simples delegados del Arzobispo.

Además, el fundamento canónico que exige la constitución ¡cte la jerarquía eclesiástica para la exis- tencia autónoma de la Iglesia nacional, consiste en que no puede formarse Provincia eclesiástica sin la jurisdicción del Arzobispado metropolitano respec- to de los Obispos Sufragáneos.

En cuanto a la división de la República en tres Diócesis, debe considerarse como una exigencia de la extensión territorial combinada con la densidad de la población, desde que el término medio de al- mas para cada Diócesis es de 250 mil habitantes; aunque también debe tenerse en cuenta en este cómputo la extensión del territorio, pues ésta hace más o menos difícil el cumplimiento de las visitas pastorales en la Diócesis, la que, según impone el Concilio de Trento, debe ser visitada por el Obispo anualmente. Así, mientras en Francia, por ejemplo, existe una Diócesis por cada Departamento, cuya ex- tensión es menor que la de nuestros curatos de cam- paña; en el Japón ,donde acaba de establecerse la jerarquía eclesiástica, existe un Arzobispo metropo- litano con tres Diócesis sufragáneas para una po- blación de 50 mil católicos. Teniendo nuestra Repú- blica una población que raya en el millón, a razón de 250 mil por Diócesis, las tres nuevas Diócesis sólo equivaldrían a una población de 750.000 habitantes.

El Poder Ejecutivo, en su Mensaje del 25 de

i EJiloriul.

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Abril de 1815, a la H. Asamblea general, sintetizaba así los fundamentos que justificaban la creación del Arzobispado metropolitano: "El Poder Ejecutivo se preocupa de la organización de la Iglesia nacional erigiéndola en Arzobispado metropolitano cxm dos Obispados Sufragáneos, como lo requiere ya el creci- miento de la nación y su dignidad de soberana ;. . . pues no dejará de comprender V. H. que ello contri- buye al engrandecimiento de la República y a cum- plir con los deberes que tenemos que llenar conforme a la ley fundamental del Estado en armonía discreta con los recur&tos del mismo y de los sentimientos de la gran mayoría de sus habitantes".

Si el Mensaje en su parte fundamental no podía ser más lacónico, tampoco podía ser más contunden- te: así es que el proyecto del P. E., como acto de administración, era irrefutable, (1) y, al merecer la sanción de la H. Asamblea por una notable mayoría, queda también demostrada la justicia y bondad del mislmo.

Y en verdad, la iniciativa del Poder Ejecutivo y el voto de la H. Asamblea se encuadran perfecta- mente en la letra y espíritu de nuestra carta funda- mental, la que, en su artículo 5.9, declara terminante- mente que la religión del Estado es la Católica, así como también dispone que el Presidente de la Re- pública, al tomar posesión de su alta magistratura, jure proteger esa misma Religión.

(1) Abundó en demostraciones sobre la bondad del Pro- yecto del P. E. ti Sr. D. Oscar Hordeñana, Ministro de Rela- ciones Exteriores y Culto; pero no creemos necesario inser- tar sus discursos por haber sido publicados íntegros, y por- que serán insertados en la Memoria del Ministerio respectivo.

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Ese proyecto y ese voto legisjativo consultan también la voluntad del país, desde que es católica la mayoría de sus habitantes; y es tanto más legí- timo cuanto que, al satisfacer las aspiraciones de esa mayoría, que puede exigir esa satisfacción ampa- rada en la ley fundamental, no implica ni supone una opresión, ni moral ni religiosa, a los demás- ciu- dadanos.

Por esa razón no han podido justificarse ,sino como pretexto sectario, las alarmas y manifestacio- nes hechas en contra de una ley tan legítima como constitucional.

Consulta igualmente el prestigio de la Iglesia nacional y el decoro de la República, como quiera que la erección del Arzobispado metropolitano es un sig- no confesado de esplendor y grandeza, así como un evidente adelanto en el orden institucional, desde que se trata de la religión que la ley fundamental ha incorporado al Estado y cuya protección ha ordenado al P. E. bajo juramento solemne.

Y ¿acaso no es éste el criterio de todas las na- ciones civilizadas, que han sabido sobreponerse a ese sectarismo retardatario, que niega la necesidad social de la religión y su benéfica influencia moral? Países y naciones que ni en Europa ni en América están más adelantadas) que nuestra joven República tienen desde mucho tiempo atrás organizada su Igle- sia con la institución de la jerarquía metropolitana. Más aún: si el Arzobispado uruguayo importa colo- car a la República al mismo nivel de importancia eclesiástica que las Repúblicas hermanas más ade- lantadas, ea evidente que, lejos de significar un re- troceso, se ha elevado al País a la altura de naciones

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que marchan a la vanguardia de la civilización.

Así, pues, la creación del Arzobispado metropo- litano, juzgado con sereno e imparcial criterio, es un progreso moral reclamado por la creciente impor- tancia de la Iglesia Uruguaya ; progreso y esplendor que redunda en verdadero prestigio del país ante el concepto de las naciones civilizadas.

Y siendo innegable que interesa al decoro de la República elevar la Iglesia de la Religión del Estado a la altura que posee en los demás países hermanos, sería un pretexto indigno no hacerlo por razones eco- nómicas, cuando puede realizarse sin sacrificio no- table, como se ha constatado en ambas Cámaras.

En cuanto a justificar la nueva erogación con relación al Seminario, nos bastará aducir, como lo hacía el Sr. Diputado Dr. Hipólito Gallinal, la auto- ridad del eminente estadista Dr. Pellegrini, quien se despedía del Parlamento argentino, al terminar su mandato de Presidente de la República, con un mensaje en que están consignadas estas palabras:

«Los resultados obtenidos en los seminarios conciliares no están a la altura de la necesidad que se siente de clero nacional para las provisiones ecle- siásticas en la República. Se hace necesario que el tesoro haga mayor esfuerzo, aumentando el núme- ro de becas, a fin de que aumente el de aspirantes y puedan los Prelados, de acuerdo con la autoridad civil, confiar los curatos a sacerdotes argentinos, ordenados en nuestros seminarios.

«Es asimismo necesario propender a que ese clero nacional sea ilustrado y pueda llegar a las al- tas cumbres de los estudios teológicos en cátedras superiores como las que existieron en nuestras Uni-

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versidades, haciendo revivir, en un futuro próximo, las tradiciones brillantes del antiguo clero e inspi- rándose en su severa austeridad y patriotismo.»

Por consiguiente, tanto la nueva organización de la Iglesia uruguaya, como el aumento de dotación para el clero nacional, constituyen una exigencia legítima del estado avanzado de progreso y civili- zación de la República.

Pero ante tan fausto acontecimiento para la Iglesia Uruguaya, justo y digno es que demos gra- cias al Señor y a su Divina Providencia, que presi- de los destinos y la grandeza de las naciones.

Mas, al mismo tiempo, creeríamos cometer la mayor de las injusticias si, en nuestra calidad de Prelado, y en representación de los católicos del país, no hiciéramos pública manifestación de agra- decimiento y aplauso al Poder Ejecutivo y a la H. Asamblea, que procuraron el establecimiento de la jerarquía metropolitana en la Iglesia nacional. Y cúmplenos declarar con franca gratitud que, así co- mo fué un timbre de gloria y buena administración para el Gobierno del Gral. Mitre, en la República her- mana, la creación del Arzobispado argentino, no lo será menos para el Gobierno del Sr. Idiarte Borda la plausible iniciativa que le ha cabido para colocar la Iglesia nacional al nivel de los países más cultos y adelantados.

Así que, como muy bien decía el señor Dipu- tado Dr. Gallinal en su notable discurso: «Cuando sobre nuestra época, sobre nosotros y sobre nues- tras disensiones corran los años, espero que se apre- ciará como un paso muy avanzado el proyecto que se va a sancionar. Creo más, y declaro que soy in-

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térprete, al decirlo, del sentimiento y de las convic- ciones de la causa católica, creo que será éste uno de los títulos más saneados del actual Gobierno a la consideración pública y de los elementos conserva- dores del país.»

Y en verdad : creemos que esa sanción debe con- siderarse como una conquista institucional; puesto que no se trata de la. victoria ni del triunfo de un partido, sino de un progreso moral para la Repú- blica.

II

Lección de liberalismo --

Es notorio, en efecto, que varios Senadores y Diputados que votaron en favor de la creación del Arzobispado metropolitano eran liberales ; pues bien : creemos que han sabido colocar su augusta misión de legisladores por encima del sectarismo decadente de la escuela volteriana, abandonando retrógradas odiosidades y detestables intransigencias, incompa- tibles con la cultura y los bien entendidos intereses públicos.

Desde luego, la profesión de fe liberal del se- ñor Diputado Herrero y Espinosa confirma amplia- mente nuestra opinión. El declaró que era de los liberales que creen que el liberalismo debe propo- nerse por lema el viejo aforismo: «por nuestras li- bertades y por las vuestras», muy razonable, y al mismo tiempo, muy distinto del que se propone el jacobinismo intransigente: «por nuestras libertades y para vuestra opresión». Declaró que es liberal en el concepto amplio de la libertad, que reconoce igual

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derecho a los adversarios, mostrándose también res- petuoso para con la Iglesia, que reconoce ser una fuerza moral, que tiene su propio porvenir, y cree que la religión es necesaria para la sociedad y un elemento indispensable para el gobierno de los pue- blos. Y es digno de notarse que, en la exposición de estas ideas, mereció el más caluroso aplauso de to- dos sus colegas liberales, que votaron con él en fa- vor de la organización jerárquica de la Iglesia na- cional, hasta ponerse de pie para aplaudirlo, demos- trando con esta actitud que era intérprete de su cri- terio amplio y conciliador, no sectario ni intransi- gente. Esto es un gran adelanto en nuestro país.

Mas para que se vea como estaba en lo cierto citaremos párrafos muy notables de la defensa que un diputado radical hacía de un proyecto análogo al nuestro, la creación de cuatro Diócesis, en una Re- pública hermana. La transcripción será algo exten- sa, pero merece la pena, porque constituye la mejor apología del proyecto en sentido liberal, y la máa severa lección de liberalismo a los que, invocando esta bandera, se constituyen en adeptos intransi- gentes de la incredulidad para atacar a la Iglesia nacional.

«Creo sinceramente, decía, que fuera del secta- rismo y la antipatía contra la Iglesia Católica, no

hay motivo serio para oponerse a este proyecto. . . Se manifiesta un horror santo por las luchas reli- giosas, se anhela la paz pública y doméstica, se re- chaza toda persecución contra el clero, y a la pri- mera de cambio se enciende la mecha de las discor- dias teocráticas.

Y como dice el proverbio: "el que quiere aho-

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gar a su perro le acusa de hidrofobia", los que quie- ren ahogar este proyecto le acusan de una cantidad de delitos imaginarios: que va aumentar la inter- vención clerical, a desequilibrar los presupuestos y a convulsionar al país de una manera estupenda.

Yo digo y sostengo que oponerse a este proyec- to por simples rencillas de camarín, por simples que- rellas entre mujer y marido, no es hacer obra de hombre público, aino obra de sectario.

Natural es manifestar nuestras antipatías, cuando ellas no perjudican al interés público; nos- otros estamos aquí para legislar en provecho del in- terés público y no para consultar únicamente las ten- dencias de nuestras pasiones y antipatías.

No crear las nuevas Diócesis por malevolencia a la religión, es un profundo error político, que pu- dieron cometer Ferry en Francia y Bísmarck en Ale- mania, en un momento de obcecación, ya saben mis honorables colegas con qué extraño resultado para sus respectivos países.

El odio y la persecución contra la Iglesia esta- blecida se volvió más tarde contra el mismo que lo había fomentado, y jamás se vió venganza política, no de los hombres, de los sucesos, más violenta que la que amargó los últimos años del jefe del oportu- nismo francés, de ese hombre que, a pesar de todo, había prestado a su patria grandes servicios en otro campo de actividad. Igual e intensamente detestado por conservadores y radicales, por liberales y socia- listas, puede decirse que, al perseguir a la Iglesia con la exageración que mis honorables colegas cono- cen, Ferry echó los fundamentos de la ruina de su propia carrera a la vez que los fundamentos de la

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enorme influencia política que más tarde debía ad- quirir el Papado.

Más feliz que él, Bísmarck tuvo tiempo de arre- pentirse y, como un gran emperador de su patria en los tiempos medios, hubo de recorrer, a pie y mo- ralmente descalzo, el camino de Canosa.

Todos esos errores, lejos de causar perjuicio duradero á la institución que por medio de ellos se ataca, contribuyen a acrecentar su influjo, no ya ese prestigio que todo patriota anhela para las institu- ciones de su país, sean cuales fueren, sino la influen- cia efectiva y decisiva en el gobierno de las naciones.»

Apelando después al ejemplo de otras naciones, recuerda a la Francia actual dominada por el jacobi- nismo, añadiendo: «Y ese jacobinismo francés cos- tea, mantiene y da lustre a ciento y tantas diócesis episcopales y arzobispales, a una por cada doscien- tos cincuenta mil habitantes, y este hecho no las- tima absolutamente, a juicio de los radicales de allá, el sentimiento liberal del país.

Y los radicales de acá deben imaginarse, según sus novísimas teorías, que la República de los Es- tados Unidos es un país de beatas, por cuanto en él viven de la vida prestigiosa e independiente ochenta y dos sedes episcopales, para una población católi- ca de poco más de once millones de almas.

No votar unánimamente este proyecto es un errcr político, un acto de manifiesta e injustifica- ble hostilidad hacia la Iglesia, más aún, hacia todos los cultos.

Voy ahora a dar la razón de mi adhesión al proyecto en debate. No me he preocupado si él be- neficiará a tal grupo de individuos, o si molestará

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a tal otro grupo, si él es agradable a determinadas personas o desagradable a otras. He contemplado simplemente el interés público.

Gracias a Dios, aunque de ideas muy avanza- das, y genuinamente liberales, no soy ni clerófobo ni iconoclasta. . .

Yo apoyo este proyecto porque él realiza una aspiración de la gran mayoría de mis conciudada- nos y porque es una medida de buena administración encaminada a organizar convenientemente el servi- cio eclesiástico del país. . .

Aquí habría terminado, señor presidente, mis observaciones ; pero ya que se ha pretendido atribuir otro carácter al proyecto, carácter político y filo- sófico, ya que se ha sostenido el incalificable absur- do de la que creación de cuatro nuevas Diócesis es contraria a las doctrinas liberales, diré que seme- jante medida no sólo no es contraria a las doctri- nas liberales, que siempre he profesado, y que pro- fesaron y profesan liberales ilustres como Guizot, Julio Simón, Gladstone y tantos otros, sino que ella es consecuencia lógica y necesaria de semejantes doc- trinas.

Del propio modo sería imperdonable jactancia en boca de un liberal sensato, un llamamiento a las armas para combatir la religión y la clerecía después que libres pensadores y grandes inteligencias como Hume, Adam Smith, Littré, Julio Simón y tantos otros han predicado con elocuencia e incontroverti- tible lógica la cordialidad y el mutuo apoyo entre el Estado Civil y la Iglesia Católica.»

Creemos que esta lección de liberalismo a los adversarios del proyecto, no necesita comentarios . . .

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ni

Un párrafo muy sensato del informe de la C. de la H. C. de Representantes. - -

Un párrafo muy sensato del informe de la Co- misión de la H. Cámara de Representantes sobre la organización de la Iglesia Nacional, al hablar de la influencia religiosa :

«¿Conviene que la religión del Estado se orga- nice sobre bases más en armonía con sus fines?

Vuestra Comisión así lo cree, porque nuestra sociedad, como todas las sociedades del mundo, ne- cesita de una religión, como un elemento social pa- ra difundir las doctrinas morales que forman la ba- se de la familia y que son, más adelante, el funda- mento de la sociedad civil. Los pueblos ateos ni exis- ten ni se comprenden.

Vuestra Comisión no puede ni debe entrar a discutir si para llenar los fines de la propaganda re- ligiosa son más convenientes las religiones libres o las religiones protegidas por el Estado.

Es<e punto está resuelto por el artículo 5.9 de nuestra Constitución, y es sobre esa base, que tene- mos que apreciar este proyecto.

Tampoco vuestra Comisión cree deber detener- se en apreciaciones estadísticas sobre el número de habitantes que en la República profesan la religión católica. Sin embargo es conveniente mencionar un hecho que robustece la sanción de este proyecto.

En el censo de Montevideo, mandado levantar por la Junta Económico-Administrativa de la Capi- tal el año 1889, se presenta una población de 216,061

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habitantes, de los cuales 176,468, es decir, cerca de la totalidad, han declarado pertenecer a la religión católica. Así es que, considerando ese proyecto por las ideas predominantes en el radio más civilizado del país, no puede encontrar resistencias ni ser an- tipático, como se ha dicho, a una parte tan impor- tante de la opinión pública.

Pero hay una razón fundamental que ha teni- do en cuenta vuestra Comisión de Legislación, pa- ra aceptar la nueva organización que en el proyecto que informamos se da á la Iglesia Nacional. Es el estado social en que se encuentra nuestra campaña.

Gran parte de nuestros habitantes de campaña, alejados de los centros de población, aislados mu- chas veces de todos esos elementos de sociabilidad e instrucción que educan el espíritu y atemperan las pasiones, llevan una vida casi primitiva.

La verdadera noción del deber, que dignifica al hombre, la moralidad de las costumbres, que enal- tece la familia y que crea esos vínculos de solidari- dad indispensables a toda sociedad bien organiza- da, todas esas prendas morales y civilizadoras no constituyen la norma uniforme de conducta de nues- tros habitantes de campaña.

Aparte de la observación personal que hace re- saltar este hecho, es la estadística la que con la elo- cuencia de sus números lo somete al criterio de nuestros hombres de Estado; esa estadística nos demuestra que la quinta parte de los nacimientos de la República es ilegítima.

Y este hecho no es un hecho estacionario: es un hecho progredvo. En 1890 la natalidad legíti- ma fué de '19.12% de los nacidos; en 1893 de

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22.09%, en 1894 de 23.02 y en 1895 el 25%.

En algunos Departamentos, los nacimientos de hijos ilegítimos superan en más de la mitad a la cantidad de los nacidos legítimamente, de lo que re- sulta que la familia no está allí organizada como lo prescribe la ley civil y la religión.

Ahora bien, ¿puede el Estado permanecer im- pasible ante esa progresiva disolución de costum- bres que afecta el funcionamiento de sus institu- ciones, incubando para el porvenir querellas y dis- turbios en perjuicio de las relaciones/ civiles? ¿Aca- so es suficiente la propaganda de los funcionarios laicos para contener esa desmoralización que avan- za año por año? Es indudable que no.

Esa es la misión de la propaganda religiosa, que en todos los pueblos y en todas las: edades ha inculcado el precepto de su doctrina en la educación moral de sus habitantes.

Por eso los Estados Unidos, cuando avanzaba su civilización a sus desiertos, los primeros edificios que construía eran una escuela y una iglesia.

Nosotros tenemos una religión de Estado, y si esa religión es un elemento social incorporado a nuestras instituciones fundamentales, hay que pro- pender a que esa religión se realice de manera que pueda llenar su verdadero cometido.

La nueva organización establecida en el pro- yecto, descentraliza! la unidad del Obispado de Montevideo, repartiendo su acción central en tres jurisdicciones distintas que con autoridad propia harán más eficaces la propaganda moral, las misio- nes y la vigilancia del clero en nuestra campaña. Y si esa acción es bienhechora; si, como lo hemos

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demostrado, no hay ni remotos peligros de que las ideas religiosas se inclinen a servir intereses de otro orden; si el estado actual de nuestra campaña re- quiere una acción moral que contribuya a propagar el verdadero régimen de la familia, propendiendo al mismo tiempo a la organización de nuestro esta- do civil ; si todo eso es cierto, y si la religión del Es- tado es la Católica, la solución de este proyecto no dependa sino de una simple cuestión de presu- puesto.»

Ahora bien: de esta franca exposición se de- duce que la bondad del proyecto bajo el aspecto cons- titucional, religioso y moral es tan evidente, que quedaba reducido a una simple cuestión económica, la de presupuesto; y, en este caso ,era imposible to- da discusión, fuera del Sectarismo y del odio a la Iglesia.

Es innegable la sensatez de las reflexiones que preceden ; mas, a fin de que los que se oponían a que el Gobierno, reconociendo esa misma verdad, procu- rase dar a la Igleyia nacional una verdadera influen- cia en el interior de la República, se convenzan que lu- chaban contra convicciones arraigadas en todos los pueblos civilizados y en la conciencia de sus grandes hombres, continuaremos nuestras citas en este or- den de ideas; pues en esta parte queremos hacer alarde de mayor imparcialidad, si cabe, cediendo por completo la palabra a autores eminentes; y así evi- taremos también que se diga de nosotros: Cicero pro domo sua.

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IV

Dice el Dr. Zubiría: "El principio religioso es el único que regla las voluntades" --

Uno de los más notables escritores america- nos, el Dr. Zubiría, en su obra «El principio religio- so», nos va a ¡lacar de compromiso con los hermosos párrafos siguientes:

«Sin desconocer la influencia de las leyes y de la opinión en las acciones de los hombres, no se pue- de alegar a aquellos agentes subalternos como cau- sa de moralidad de éstos. Podrán influir en la de muchos individuos de la sociedad, como influye la primera educación, el carácter individual y posición pública que cada uno ocupe; pero la moral y virtu- des de esos individuos, de la sociedad, no pueden partir sino de los principios religiosos incrustados en el alma y en el corazón de la mayoría de los indi- viduos que constituyen la sociedad, cuya moralidad y costumbres parten de la observancia de las leyes constitutivas de la sociedad doméstica y privada.

¿Y quién duda, fuera de algunos ultra -incré- dulos, que el primer elemento de ésta es el princi- pio religioso? Desde que esto es así, nadie podrá negar que el mtémo principio religioso es el primer elemento de la sociedad pública, la que no es sino el desenvolvimiento y dilatación de la sociedad priva- da, que es su tipo.

Ni puede ser de otro modo, puesto que el prin- cipio religioso es el único que regla las voluntades precursoras de las acciones, cuya principal ley no es- tá en los códigos civiles, que imperan sobre ellas,

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sino en la ley divina que regla la voluntad de que ellas parten.

Sobre esta verdad forzoso es ver en el indivi- duo dos seres o sustancias que se armonizan para constituirlo en hombre exterior y en hombre inte- rior. Si bajo el primer aspecto necesita de un poder exterior que regle sus acciones exteriores por la es- peranza del premio o por el temor a las penas de la ley ; bajo el segundo aspecto necesita de un poder in- terior que regle su voluntad y sentimientos hacia Dios y sus semejantes por la esperanza y temor de otra clase de premios y castigos.

¿Y cuál otro poder que el de la religión será el que impere sobre ese hombre interior por medio de sus leyes y Ministros, y por el resorte de los pre- mios y castigos con que la religión estimula al bien y reprime el mal?

De su poder interior emanan algunos preceptos que encierran todas las leyes de la moral y de la so- ciedad. El solo precepto de amarse unos a otro^, ba- se de toda moral religiosa y social, no sólo establece el orden en las familias! sino también en los pueblos, que tienen entre las mismas relaciones y obliga- ciones que los individuos.

Paz y unión es la base de todo orden social, po- lítico y doméstico. Y ¿de dónde proceden éstos sino del amor recíproco, de la tolerancia recíproca, de la obediencia y respeto a la autoridad y a la ley, prescritos por el principio religioso?

Y no se diga que proceden de la fuerza, porque la fuerza nunca da paz y unión, sino sujeción for- zada, tiranía en el que manda, esclavitud en el que obedece.

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Tampoco de la ley civil o penal, porque ella no alcanza al corazón ni a las voluntades!, si no es in- troducida en esos santuarios por la mano de la ley- divina, única señora de esos tabernáculos, adonde no alcanza ningún poder humano.»

V

Los dos frenos de la sociedad --

Y en verdad, ningún estadista sensato puede poner en duda la eficacia de la sanción moral que hace de las costumbres el sostén de las leyes y llega hasta donde éstas no pueden llegar. Cuando las tra- bas morales y religiosas faltan, es necesario reem- plazarlas; y esos millones de voluntades que consti- tuyen las sociedades, no hallándose suficientemente contenidos por la ley religiosa, requieren la fuerza para ser gobernados, el ominoso y férreo yugo de la fuerza bruta; de donde proviene también la crecien- te y excesiva centralización que pesa sobre las so- ciedades modernas y las ahoga.

Y, en verdad, esto es lo que en grande escala se contempla de tres siglos a esta parte: a medida que la religión ha descendido en su influencia so- cial, se ve crecer la presión administrativa.

En comprobación de esta gran verdad vamos a recordar el admirable discurso de Donoso Cortés acerca de los dos frenos con que puede gobernarse la sociedad.

Comienza mostrando que, en este mundo, no hay más que dos represiones posibles; una interior y otra exterior: la represión religiosa y la represión política. Explica su ley, a saber: que cuando el ter-

J Editorial

es

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mómetro de la represión religiosa desciende, se ve que luego al punto el termómetro de la represión po- lítica sube, y viceversa; y abriendo la historia, con tinúa ese paralelismo al través de los siglos. Des- pués de haber descrito la antigüedad, en donde sólo había tiranos y esclavos, porque hallándose a cero el termómetro religioso, debía haber subido hasta la tiranía el termómetro político ¡después de haber es- tudiado los pueblos cristianos, en donde por el con- trario, a medida que asciende el termómetro religio- so, vense florecer todas las libertades, brotadas de los versículos del Evangelio, al decir de Lamartine; llegando a los tiempos modernos, hace ver como, habiendo bajado siempre, de tres siglos acá, el ter- mómetro religioso, no se dejó de ver que subía el termómetro político.

«Primero, dice, los tronos son los que de feu- dales pasan a ser absolutos. Llegan luego los ejér- citos permanentes, e% decir, un millón de brazos para defender la sociedad. Y como el termómetro re- ligioso continuaba bajando, dijeron los gobiernos: contamos con un millón de brazos, pero eso no bas- ta ; necesitamos un millón de ojos para vigilar la so- ciedad, y crearon la policía. Y ni aun eso bastó. Quisieron tener un millón de oídos y los tuvieron me- diante la centralización administrativa, por medio de la cual los más leves movimientos del pueblo vie- nen a terminarse en el gobierno.

«Y como el termómetro religioso continuaba ba- jando, era, pues, necesario que el termómetro políti- co subiese más. Dijeron los gobiernos: no nos basta disponer de un millón de brazos para reprimir, de un millón de ojos para vigilar, de un millón de oídos

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para escuchar; es preciso hallarnos en todas partes a la vez. Y tuvieron esa facilidad. Se inventó el te- légrafo.»

Tal es, en efecto, el estado de Europa, y del mun- do. La mitad del género humano está en pie y sobre las armas para no ser devorada por la otra; porque cuando el hombre no obedece por conciencia, tiene que ser dominado por la fuerza, el último recurso de la ley y del derecho.

«Y ahora, decía el orador terminando, una de dos: o viene la reacción religiosa, o no viene. Si te- nemos reacción religiosa, veréis en seguida, a medi- da que suba el termómetro religioso, como baja na- tural y espontáneamente el termómetro político, sin esfuerzo alguno, ni por parte de los pueblos, ni de los gobiernos, ni de los hombres, hasta que señale la temperatura moderada de la libertad de los pue- blos. Pero si al contrario, y esto es grave, el termó- metro religioso continúa bajando, no en qué ha- bremos de parai*. No lo sé, y tiemblo al pensar en ello. Si apenas se necesita del gobierno cuando la represión religiosa se hallaba en su apogeo, ahora que ésta ya no existe ¿bastará para la represión ningún género de gobierno? Están abiertos los ca- minos a una tiranía gigantesca y colosal ...» o una colosal anarquía, que debe precederla, y que ya asoma en los horizontes de la sociedad desquiciada y aterrada.

He aquí cómo hablaba Donoso Cortés al tratar de la influencia religiosa en el gobierno de la sociedad, y tenía sobrada razón. Por eso dan lástima estos polí- ticos cortos de vista que lanzan la religión de las leyes, de las instituciones y de las almas y sueñan con que

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verán reverdecer la libertad. No; jamás; si todavía disminuye el imperio de la religión, que gobierna las conciencias y engendra las¡ virtudes, la sociedad cae- rá en espantosa tiranía, sea unipersonal o anárquica. Pues como no puede vivir sino de virtud, de traba- jo, de orden, de abnegación, de economía, de sacri- ficios, sería necesario que la fuerza llegase hasta la conciencia para obligar al alma a ser virtuosa ; hasta la familia para sostener allí las costumbres; hasta la propiedad para imponer allí el ahorro y la caridad. Para impedir que la sociedad perezca, la ley llegaría a ejercer presión sobre el hombre hasta en el seno de su madre.

Así, pues, o el freno de la religión, o el de la fuerza: no hay medio; aunque entre la fuerza mo- ral y la fuerza bruta, la diferencia de dignidad y de eficacia es inmensa en el gobierno de las naciones.

VI

Dice el Sr. A. de Vedia: «El sentimiento religioso es el alma de los pueblos» --

Muy de acuerdo con estas ideas sobre la bené- fica influencia religiosa, se expresaba también un distinguido compatriota nuestro, el Sr. A. de Vedia, en estos elocuentes párrafos:

«El sentimiento religioso es el alma de los pue- blos. Sólo por él pueden desarrollarse y fortalecerse los principios eternos grabados en la conciencia de todo hombre ; él constituye la ley moral que rige sus acciones y cuya observancia o violación, elevará su alma haciéndola amar la virtud y el bien, o la lle- vará a la degradación moral, con todos los horro- res del vicio.

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«Extirpado el sentimiento religioso, la familia ya no sería esa unión santificada, ejemplo vivo del deber; sus lazos se habrían debilitado; su santidad se habría destruido y la afección dulce y tranquila se habría tornado en un sentimiento grosero: la sa- tisfacción de brutales apetitos.

«Mantener vivo ese sentimiento es, pues, esencial a la conservación de todo vínculo social» . . .

VII

Una página inmortal de Castelar --

Queremos transcribir una página inmortal de un orador eminente, para anular esos prejuicios, ha- ciendo ver de paso cuán inmensa y trascendental es la eficacia de la religión católica en el destino de las sociedades y de los; pueblos, no sólo bajo el as- pecto moral, sino bajo el de la civilización moderna, que todo lo debe al catolicismo. He aquí esa página, que es de Emilio Castelar, y que es una lección clá- sica para los detractores de la Iglesia:

«Diez y nueve siglos han transcurrido desde que la verdad divina fué escrita con sangre en la primer página de la historia moderna, y en esos diez y nue- ve siglos han pasado por el espacio innumerables ra- zas, por las conciencias infinitas ideas; han caído imperios antiquísimos y se han levantado nuevos pueblos ; han sufrido las sociedades transformaciones sin número, y aquella verdad, desde ignominioso pa- tíbulo permanece fija, inmutable en el centro de la civilización como el eterno sol de la naturaleza y del espíritu . . .

«El cristianismo representa una renovación de

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la vida entera de la humanidad. Para la familia es el momento en que concluye la tiranía del padre, en que recobra su dignidad perdida la mujer para con- vertirse en la sacerdotisa del hogar doméstico, en que cede su puesto la familia antigua, hija de la ley, a la nueva familia, hija del espíritu, consagrada por el amor, que confunde en uno los corazones. Para la ciencia representa la muerte del Dios-Naturaleza, que había aplastado la frente del hombre bajo las ruedas de su carro, la revelación del Dios-Espíritu, y el conocimiento del hombre, como no lo había so- ñado Platón, como no lo había tenido Sócrates: el hombre armonía viva del espíritu y de la naturaleza, intérprete del pensamiento divino, voz que levanta al cielo el eco de las oraciones de todos los seres.

«Para la poesía, es el nacimiento de aquel amor purísimo, no tocado por el lodo de la tierra; amor tan casto como el pensamiento, esencia inmortal de nuestra alma; amor que no cabe en el tiempo ni en el espacio, y que se dilata en la eternidad como el ensueño místico de Petrarca, como el culto espiritual del Dante a su Beatrice. Para todas las artes el cris- tianismo señala el nacimiento de un ideal divino, que el artista no podrá encerrar en las formas ; ideal que hará rebosar la inspiración en la mente del poeta, que inundará de una luz vivísima las tablas y los lienzos, que levantará en las alturas, tan etérea co- mo una oración, la calada cúpula de las catedrales góticas. El espíritu humano engrandecido, renovado por esta gran revelación que llegará hasta la raíz de su vida, se transfigurará para realizar bajo un nue- vo ideal las eternas leyes de la historia.

«Pero sobre todo en la esfera social, el cristianis-

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mo representa y realizó la transformación más mara- villosa del hombre. El antiguo Edipo, ciego, malde- cido de los hombres, culpado e inocente, juguete de los dioses, romperá este yugo de hierro levantándose a pronunciar su libertad y a reconocer en fuerza bastante para contrarrestar la ciega fatalidad del destino. Las diferencias sociales se borrarán al pie de los altares ; los Reyes hundirán en el polvo la fren- te y se declararán iguales ante Dios con sus vasa- llos, hiriendo así en su raíz los antiguos bárbaros pri- vilegios. El hombre dejará de ser enemigo del hom- bre, sentirá que cada uno lleva en a la humanidad y que la humanidad nos lleva a todos, y bajo esta sublime idea, entrará en el hogar de su enemigo pa- ra llamarle hermano. La ley moral servirá de base a la política; los pueblos sabrán que no es lícito cometer un crimen, ni aun en nombre de la salvación de la sociedad, que podrá salvarse siempre por la libertad y por la justicia. La humanidad, próxima siempre an- tes a desfallecer, recordando su pecado contra Dios, redimida ya por la sangre derramada en el Calvario, ©irá aquella voz dulcísima que le dice que sea perfec- ta, como nuestro Padre celestial es perfecto, y sen- tirá y conocerá el dogma del progreso, que, como un filtro de nueva vida, rehará aus fuerzas para combatir y le dará esperanza para triunfar y creer en la realización de su ideal. Todos los hombres, to- das las clases, el labrador que imprime en la tierra el pensamiento del hombre, pidiéndole en cambio el néctar de su vida; el industrial que domeña la na- turaleza y la hace una fuerza humana; el pensador que busca en la ciencia el enigma del espíritu ; el poe- ta que presta alas a la humanidad para volar con

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má3 raudo vuelo hacia su divino ideal; todos los hom- bres, sí, trabajarán para realizar el reino universal de Dios, prometido en el Evangelio a los individuos y a las naciones.

«Todos los que creéis y amáis, recordad que la fe es una idea, es la vida de la inteligencia, y el amor a una causa justa y santa, la vida del corazón. La doctrina de Jes.ús, además de su carácter divino, venció por haber descendido a buscar la vida en el pueblo, por haber elevado los espíritus hasta el mar- tirio» . . .

VIII

La palabra del Senador Dr. Carlos A. Berro -

Pero se ha dicho que por esta influencia mayor que se da a la Iglesia nacional peligran las institu- ciones patrias, cómo llegó a afirmarse por los ad- versarios del proyecto de la organización de la Igle- sia uruguaya. Por nuestra parte hubiésemos des- preciado tan gratuita afirmación; mas como sabe- mes la influencia que tienen los prejuicios en esa materia y cómo con ellos se explota la opinión del vulgo, no la dejaremos sin respuesta; pero creemos honrar este memorándum cediendo la palabra al Sr. Senador Dr. Carlos A. Berro, transcribiendo pasa- jes notables de un hermoso discurso dirigido a la Unión Católica.

«Bien sabéis, señores, que al hablar de nuestra organización definitiva, al referirnos a las luchas del porvenir y a nuestras grandes esperanzas de mejores días, no podemos referimos a siniestros planes de hostilidad, de rencor o de persecución ha-

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cia ninguna persona ni hacia ningún derecho.

Desconocen y calumnian al catolicismo quie- nes, por ignorancia o por maldad, le atribuyen ta- les planes.

El catolicismo, la doctrina regeneradora ense- ñada por el Dios - Hombre, no representó jamás una amenaza para ningún derecho legítimo, para ningu- na libertad, digna de llamarse tal, para ningún pro- greso verdadero. El catolicismo, que nació sobre el Gólgota, al pie de la Cruz en que extendía sus bra- zos el Redentor, pidiendo misericordia para el hom- bre, sólo redención ha significado sobre la tierra, redención para el alma y para la ciencia, redención para la mujer, redención para el esclavo, redención también para los pueblos que gemían bajo aquel de- gradante despotismo pagano.»

Después de estas consideraciones generales des- ciende el orador a hacer su aplicación a nuestro país apelando a la historia patria.

«Y si consideramos esas acusaciones y temo- res con relación especial a nuestro país, será forzo- so convenir en que no hay nada más destituido de fundamento serio, nada más contrario a nuestra historia y a las tradiciones, que la pretensión de exhi- bir a los elementos católicos como enemigos de las instituciones que nos rigen y de los principios de- mocrático - republicanos que forman la base de nues- tra organización política. La manifestación de tales aprensiones provocaría a risa, por lo desatinada, si no envolviera al mismo tiempo una grave injuria y no entrañara un propósito malevolente.

Como lo sabéis y lo habréis visto repetido en más de un diario, en los clubs, y en las logias, los

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voceros del liberalismo proclaman a voz en cuello que las instituciones nacionales están en peligro, en gravísimo peligro porque la Iglesia uruguaya se constituye de un modo definitivo y porque los cató- licos se cuentan y se agrupan en toda la República.

¡Los católicos enemigos de las instituciones y de las libertades nacionales! ¡No puede darse mayor necedad ni repetirse mayor herejía histórica!

En efecto, ¿quiénes hicieron la carta funda- mental que sirve de base a todo nuestro organismo político y en la cual está escrito que la Religión Católica es la religión del Estado?

¿No eran acaso católicos, y católicos de muy buena cepa, la casi unanimidad de todos los ciudada- nos que formaron aquella nuestra memorable Asam- blea Constituyente?

Y antes que eso, ¿no eran católicos, y católicos muy sinceros, aquellos nueve patricios que allá, en la Florida, el 25 de Agosto de 1825, en presencia de los ejércitos enemigos, en medio de los peligros de una guerra cruel y encarnizada, proclamaban la indepen- dencia de este pedazo de tierra americana, con el cora- zón sereno y la invocación de Dios en los labios? ¿Eran acaso ateos o librepensadores los que lucha- ban, morían o vencían en los campos de Rincón o Sarandí ?

¿Acaso Artigas, Lavalleja, Oribe o Rivera, los proceres todos de nuestros primeros y gloriosos días, hicieron jamás profesión de incredulidad o necesita- ron renegar de la fe de sus mayores para sentir en sus corazones el amor de la patria, para luchar por ella y por los grandes ideales de la revolución ame- ricana ?

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Bien lo sabéis, señores, la fe y la piedad reli- giosa que formaban el alma de nuestro pueblo en los comienzos del siglo, lejos de haber creado hombres preparados sólo para la servidumbre, habían espar- cido por todas partes la simiente de que brotan los héroes que se inmolan en Ja defensa de la patria y los proceres de recto juicio, de profundo anhelo por el bien, de conducta inmaculada, que iban a las asam- bleas o a los más altos puestos públicos a dar ejem- plo de sus virtudes cívicas».

Creemos que no podía vindicarse más victorio- samente la influencia del catolicismo en los desti- nos de la patria uruguaya; pero es conveniente oír al orador en sus ulteriores consideraciones.

«Este país ,esta sociedad, las instituciones fun- damentales que aun tenemos han sido obra de ca- tólicos; se han formado y han nacido en I03 brazos de la religión católica.

Se alza ahora el grito al cielo en contra de los Prelados, de la Iglesia y del clero oriental; pero, ¿qué ha representado la Iglesia en nuestro país, qué su virtuosísimo clero, sino caridad, abnegación y pa- triotismo ?

Abrid las páginas de nuestra historia, y, des- de el primer día en que la civilización aparece en las verdes cuchillas de la tierra del charrúa y del minuano; desde el primer día en que la mano de la civilización detiene el paso del salvaje errante en nuestros campos, la cruz aparece ante sus ojos co- mo signo de redención moral y por primera vez lle- gan entonces a sus oídos palabras de vida que ilu- minan su mente. Trae ese emblema, pronuncia esas palabras, ese héroe ignorado y admirable del cris-

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tianisrao, ese ser prodigioso que se llama el misio- nero católico, a quien no arrastran ni sed de oro, ni ambición de gloria, ni esperanza alguna de humana recompensa; a quien lóIo mueve la fe, sólo el deseo del bien, sólo el sublime anhelo de terminar sobre la tierra la obra de aquellos pescadores de Galilea, a quienes se confió la más grandiosa misión que se haya dado sobre la tierra.

El misionero, el sacerdote católico fué quien realizó la obra de conversión del salvaje; fué quien después se convirtió en protector y defensor del in- dígena; fué quien tuvo más tarde en las escuelas y en las universidades la dirección exclusiva de la enseñanza ; quien en la iglesia y en el seno mismo de los hogares ejerció una influencia poderosa y deci- siva; fué, en una palabra, quien formó el corazón, el alma de aquel pueblo que tantos ejemplos había de dar más tarde de la nobleza de sus sentimientos y de la inquebrantable energía de su espíritu.

Llega después la hora de la emancipación y, só- lo ignorándose en absoluto nuestra historia, podría deconocerse la participación que tuvo en esa obra el escasísimo, pero meritorio clero nativo, y no só- lo aquí, sino en la América entera, desde Méjico al Plata.

Vino más tarde la tarea de nuestra organización nacional, la sanción de esta misma carta fundamen- tal que aun conservamos, y sabéis perfectamente que en aquella memorable asamblea de católicos, como fuera de ella, por la influencia que ejercían, tomaron participación no escasa, dignos represen- tantes de nuestro clero, como Larrañaga, Barreiro y Gadea.

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Constituida al fin la República, el clero orien- tal ha estado siempre a la altura de su misión, su obra ha sido siempre de concordia, de cultura, de afanoso empeño por el progreso moral e intelectual de la nación. Es esto tan verdadero, que es difícil, aun entre nuestros más fanáticos enemigos, hallar quien se permita poner en duda la sinceridad y la virtud de nuestros sacerdotes.

El clero uruguayo ha llenado su misión predi- cando la verdad, defendiendo la fe, precticando la caridad, respetando las instituciones del país, y sin que nadie haya podido señalar jamás un avance de su parte contra ellas.

¿Por qué habían tampoco de conspirar contra esas instituciones/? ¿Hay acaso en nuestro Constitu- ción cosa alguna que pueda chocar con los dogmas de la Iglesia?

No, no la hay, y eito lo saben bien los voceros del liberalismo, que, aparentando defender la obra de nuestros mayores, la obra de aquellos sinceros católicos, lo único de que tratan en realidad es de mantener, no las instituciones fundamentales, que nadie ataca, no las tradiciones nacionales, que sólo nosotros los católicos seguimos y respetamos, sino los avances del sectarismo impío' que pretende go- bernar esta sociedad desde el fondo oscuro de sus logias».

No es posible, en efecto, negar la verdad de estas hermosas declaraciones respecto a las maquinacio- nes del sectarismo incrédulo, comparado con la in- fluencia social del catolicismo. Y después continúa:

«Ninguna libertad, ningún derecho está en pe- ligro. Si los católicos se reúnen y se organizan en

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todo el país, no es por cierto para trastornar el orden constituido ni para pedir la derogación de ajenos derechos.

No queremos opresión, sino libertad; no quere- mos atraso, sino progreso; no pedimos innovaciones, sino conservar el tesoro de nuestra fe y de nues- tras gloriosas tradiciones, de aquellas que hereda- mos de nuestros padres, de aquellas en las que se hermanaba la fe y el amor a la libertad y a la patria ...»

Y después de hacer notar que la alarma del ja- cobinismo liberal no es porque vea en peligro la Re- pública ni los derechos y libertades de los ciudada- nos, sino porque temen que pierda terreno el secta- rismo y la incredulidad, termina recordando que los propósitos de los católicos y de la Unión Católica es la realización de su programa fundamental: la felicidad y el engrandecimiento de la patria dentro de los sublimes ideales de la sociedad cristiana...

IX

El error de la Revolución francesa y las grandes conquistas hijas del cristianismo --

Vamos a añadir algunas indicaciones sobre el criterio im parcial con que se ¡juzga a la Revolución francesa en el mismo campo del libre pensamiento. Y tanto más, cuanto que, en el asunto de la creación del Arzobispado metropolitano, sus impugnadores, dentro y fuera de la Asaimblea nacional, han declara- do que, como partidarios de la Revolución francesa y admiradores de sus principios, debían ser contra- rios a la Iglesia Católica.

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Y, en efecto, han impugnado la organización jerárquica de la Iglesia nacional inspirándose en su odio a la Iglesia Católica, propio de la impiedad que caracterizó a aquella Revolución.

Y que éste ha sido el criterio de los adversarios del Proyecto, lo declaraba el señor Diputado Herre- ro y Espinosa: «El criterio de la mayoría de los se- ñores diputados que han impugnado este asunto [el Arzobispado metropolitano] tiene este error fun- damental: creer que es posible gobernar con los principios de la filosofía política más adelantada . . . El principio religioso es un principio de gobierno; lo ha sido, es y será mientras la humanidad exista. ¡Desgraciadas las sociedades el día en que una reli- gión de formas positivas quede absolutamente des- alojada de la vida pública y quiera sustituirse . . . por fórmulas frías, vacías, que no están al alcance del común de las gentes!» Pues bien, este error fun- damental del criterio de la mayoría de los, que han impugnado el Proyecto, fué el error de la Revolu- ción francesa; y así como lo impugna el doctor He- rrero y Espinosa, que está en lo cierto, estadistas y publicista^ del libre pensamiento declaran que, en la evolución de la sociedad moderna, debe despo- jarse a la Revolución de su carácter impío y anti- rreligioso, demostrando que ese carácter de incredu- lidad la perdió y la hizo impotente contra la Iglesia; más aún; que, a pesar de sus ataques, la Iglesia ha triunfado con esplendor y afirmado sus conquistas.

Y desde luego es intolerable e inexplicable que nosotros los hijos de América olvidemos que la revo- lución americana, anterior a la francesa, puede y de- be servir de modelo a todas las democracias y go-

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bienios representativos del mundo por siis institu- ciones de libertad política y civil, en cuanto no ha manchado las páginas de su historia, como la revo- lución francesa, con el ejemplo de la más frenética crueldad, de la más ignominiosa tiranía y de la im- piedad más sanguinaria; sin que le aprovechara el noviciado de hermosos ejemplos que Lafayette y sus compañeros habían hecho al lado de Washing- ton y demás prohombres de la revolución america- na, profundamente cristiana.

Hoy día, pasados los primeros años de eferves- cencia demagógica y de propaganda intransigente, no es digno para los que se apellidan liberales, po- nerse al lado de Robespierre, de Danton y Marat, de los girondinos y jacobinos; sino más bien de Gui- zct, Odilón - Barrot, Tocqueville, Laboulaye, Thiers, Julio Simón, Royer-Collard y demás personajes de la evolución sensata en la misma Francia.

Y en verdad que ya no es plausible defender, después que ha hecho la luz sobre la Revolución francesa una crítica elevada, "esa locura furiosa", al decir de Tocqueville; "ese escándalo de la razón humana", como la apellida La Harpe; "esa Repúbli- ca, que no ha sido más que una detestable tiranía", según Laboulaye; "esa política opresora a tal pun- to que, de todas las tiranías, ella sola ha conserva- do en la historia el nombre que conviene a las tira- nías, y sfe ha llamado el terror", como observa Julio Simón; "esa revolución que, verificada por un dés- pota, habría dejado tal vez menos mal dispuesta a la Francia para llegar a ser algún día una nación libre", como advierte el citado Tocqueville. Y por fin, el libre pensador Royer - Collard da la razón del

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fracaso cruel y despótico de ese acontecimiento, de- clarando que: "la Revolución francesa ha sido im- pía hasta el fanatismo, hasta la crueldad ; y este cri- men, sobre todo, es lo que la ha perdido."

Invocar, por tanto, la adhesión a la revolución francesa para atacar a la Iglesia católica en nuestra República, es inspirarse en el fanatismo impío que constituyó el crimen de aquella revolución y la hizo fracasar.

Y no puede afirmarse con verdad que las gran- des reformas y libertades políticas y civiles que cons- tituyen la gloria del gobierno representativo y de la democracia moderna non fruto de la revolución fran- cesa, pues son resultado del cristianismo en su evolu- ción al través de los siglos; del cristianismo, cuya manifestación constituye la sociedad moderna; mien- tras la revolución francesa fué un incidente desgracia- do, engendro del espíritu de incredulidad.

No; esas grandes conquistas no le pertenecen porque son hijas del cristianismo, como lo demuestra el hecho de que años antes las había proclamado la revolución americana, y el de estar ya consignadas en las Actas de los Estados Generales del 5 de Mayo de 1789 ; mientras el 2 de Noviembre del mismo 1789, fué la data de la explosión de la demagogia impía y tiránica que produjo la República, la Convención y el Terror y constituye el hecho más nefasto de la histo- ria.

Y para que no se crea que juzgamos con criterio parcial, haremos una breve demostración basada en autores notables del libre pensamiento.

Así, basándonos en la autoridad de Edgar-Quinet, debemos distinguir dos 89 : el que era resultado de la

? Editorial

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evolución cristiana, cuyos principios y reformas que- daren consignados en las Actas de los Estados Gene- rale;, y el 89 convertido en revolución, inspirado en las absurdas teorías del Contrato Social de Rousseau y en las impiedades del volterianismo, explosión horri- ble del espíritu de incredulidad y de la más cruel de- magogia.

«Cuando vuelvo a leer, dice Edgar-Quinet, las Actas de los Estados Generales del 89. . . desearía que se hiciese una nueva colección de esos votos. Si alguna vez se suscitara una regeneración verdadera, sería preciso principiar por esos monumentos, que de- bieran consitituír el manual de todo amigo de la li- bertad.»

Y ¿por qué hace esta afirmación Edgar-Qui- net? Para demostrar que todas las conquistas y grandes principios del régimen de libertad política y civil, no tenían necesidad, para ser implantados, ni de la República, ni de la Convención, ni de la san- ción de la guillotina, esto es, de la Revolución fran- cesa.

«Todas las libertades políticas, continúa dicien- do, gobierno constitucional, leyes hechas por la na- ción, la nación sola votando el impuesto, descentra- lización y libertades municipales; todas las liberta- des civiles; la igualdad de todos ante la ley, la uni- dad de la legislación, la libertad de defensa, la publi- cidad en los tribunales, la mitigación en las penas, la admisión de todos a los empleos públicos, la li- bertad religiosa: no hay uno solo de los nuevos principios que no se halle, casi en los miamos tér- minos, establecido allí. .

Pero más explícito es el historiador de la civi-

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lización moderna, Mr. Guizot: "Todo lo que hay de verdadero y de bueno en los principios de la Revo- lución france?<a es cristiano y ha sido proclamado por el cristianismo; y éste condena y rechaza ex- presamente todo lo que tienen de falso y de funesto. Y no solamente en esta terrible confusión (la revo- lución moderna) el cristianismo proclama el bien y condena el mal en principio, sino que él solo tie- ne de hecho la autoridad y la fuerza necesarias pa- ra dominar el mal sin que el bien perezca también en la lucha."

Así, pues, no es de extrañar que la crítica sen- sata repruebe la Revolución francesa como un en- gendro monstruoso del Contrato Social de Rousseau, que es el código de todas las tiranías, en oposición al Evangelio, código de todas las libertades santas y legítimas, al decir de un ilustre pensador. Más aún: en la Revolución francesa no puede defenderse si- quiera la tan ponderada Convención. Oiganse, si no, las palabras del eminente publicista Laboulaye: "La historia es la salvaguardia de las nuevas generacio- nes; condenando el crimen y la violencia en el pa- sado, anatematizando los verdugos que no existen, es como el historiador asegura el triunfo de la justi- cia y de la libertad. Así la Convención no merece que se excuse; su filosofía, para hablar con J. Simón, no fué nunca más que una palabra y una trampa. Esta asamblea fué despótica, injusta, san- guinaria; ella abrumó a la Francia bajo la peor for- ma de tiranía, la tiranía impuesta por las muche- dumbres, aceptada por el miedo. . . Si queremos des- prender de la libertad los horrores que en su nombre se han cometido, debemos condenar la Convención

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con una justicia inflexible; toda flaqueza a este respecto da armas contra nosotros.

Por honor, puesj, de la civilización y de las li- bres instituciones no es dable defender esa locura furiosa e impía y menos podrá ser modelo ni garan- tía de las instituciones y conquistas de la spciedad moderna, como quiera que, con suma erudición y sensatez filosófica, ha demostrado Tocqueville, ese crítico colosal de las instituciones democráticas, que el despotismo es el único que puede vivir sin religión; pero que sin la fe religiosa no podrá jamás existir la libertad como lo demostró la misma re- volución francesa.

Por consiguiente, al atacar a la Iglesia católi- ca en nombre de las instituciones políticas y civiles, se pretende defender e imitar lo que en la famosa revolución francesa constituye su grja'ni crimen y lo que la perdió para la libertad y la democracia; mientras que si qe declara que, al aceptarla, sólo se pretende defender los principios y las institu- ciones democráticas, entonces' debe recordarse que lo que tienen de verdadero y de bueno es cristiano, y ha sido proclamado por el cristianismo sin nece- sidad de las crueldades e impiedad de la revolución francesa. . .

Hemos querido ofrecer estas páginas a los espí- ritus que de buena fe anhelan la verdad y el bien social. Si en ellas hemos prodigado las citas de escri- tores más o menos separados del gremio de la Igle- sia, lo hemos hecho, no tanto para los fieles, que no las necesitan, cuanto para dar mayor eficacia a nuestra palabra ante nuestros conciudadanos no-creyentes, que también son objeto, y objeto muy

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especial, de nuestra solicitud y de nuestros constan- tes afanes, pues sabe Dios que de corazón nos inte- resamos grandemente por ellos.

Quiera el Señor dar a nuestra voz la mayor eficacia para que ella pueda llevar la verdad a las inteligencias extraviadas. Quiera El en su miseri- cordia imprimir a nuestra palabra el carácter de buena nueva para los corazones que tanto la necesi- tan.

Hemos creído también que éste era el medio más eficaz de contribuir a la vindicación, no sólo de la Iglesia católica, sino también del Gobierno y de la H. Asamblea Nacional, que la han protegido con la sanción de la nueva ley, y que han sido, por esa causa, objeto de acusaciones injustas y apasio- nadas.

Sea, pues, este opúsculo apologético simiente de doctrina, que espera/mos en Dios, fructificará en los hombres de buena fe, al par que tributo rendido a los de buena voluntad por el último Obispo de Mon- tevideo.

+ MARIANO SOLER

Bibliografía de Monseñor Soler

OBRAS PUBLICADAS

De los escritos de Monseñor Soler, se da noticia cronológica, pero solamente de los que han tomado forma de libro.

El tamaño es en milímetros. El año precede al título.

1875 Discurso inaugural del Templo del Reducto. 16 págs., 230 x 150.

1876 Programa de los exámenes públicos del Liceo Universitario. 40 págs., 240 x 160.

1877 Ensayos de una pluma (artículos y discursos) . 188 págs., 190 x 130.

1877 Apuntes para la historia de Améiica. 72 págs., 130 x 120.

1878 El Génesis y la Geología (Controversia con el Dr. Manuel B. Otero) . 162 págs., 185 x 125.

1878 Oración fúnebre en honor del inmortal Pío

Nono. 24 págs., 240 x 160. 1878 El catolicismo, la civilización y el progreso.

32 págs., 165 x 110.

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LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

1879 (?) Programa de los exámenes públicos del Liceo Universitario (Universidad libre). 144 págs., 235 x 150.

1879 La gran cuestión en páginas de la historia. 102 págs., 215 x 135.

1880 Racionalismo y Catolicismo (Conferencias dis- cutidas en el Club Católico). 104 págs., 175 x 115.

1880 El problema de la educación en sus relaciones con la religión, el derecho y la libertad de enseñanza. 76 págs., 185 x 130.

1880— La Iglesia y el Estado. 32 págs., 185 x 130.

1880 Programa de los exámenes públicos del Liceo Universitario. 124 págs., 240 x 150.

1880 El darwinismo ante la Filosofía de la natu- raleza. — 62 págr,., 180 x 130.

1880 Ensayo de paralelo entre el catolicismo y el protestantismo. 190 págs., 185 x 130.

1880 El apostolado de la prensa. 62 págs., 215 x 135.

1881 Catecismo diocesano (Exposición apologética y catequista). 68 págs., 160 x 115.

1881 Refutación-protesta a las erróneas apreciacio- nes del Inspector de I. P. sobre la enseñanza religiosa. 76 págs., 185 x 135.

1881 La masonería universal ante la religión y la moral y la dignidad humana. 30 págs., 180 x 130.

1881 Oraciones fúnebres (cuatro sobre Monseñor Jacinto Vera). 32 págs., 210 x 135.

1883 Suplemento de Trigonometría esférica. 8 págs., 240 x 160.

1883 Crítica al darwinismo bajo el aspecto de las ciencias experimentales y de la filosofía de

IA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

121

la naturaleza. (Editada para la Universidad libre de Montevideo) . 36 págs., 240 x 160.

18S3 Los católicos y la "Sociedad Amigos de la Educación Popular". 32 págs., 155 x 115.

1883 La propaganda irreligiosa y actitud que de- ben asumir los católicos. 18 págs., 160 x 115.

1883 Imputaciones y sofismas contra la Iglesia Ca- tólica. — 20 págs., 160 x 115.

1S84 Católicos y macones (La Masonería y el Ca- tolicismo) . 382 págs., 185 x 125.

1885 Memoria de la Sociedad Ciencias y Artes, con tes antecedentes sobre el Observatorio Nacio- nal. — 80 págs., 240 x 150.

1887 Memorial sobre el gran Instituto eclesiástico de la América Latina. 20 págs., 230 x 150.

1887 América Precolombiana. 342 págs., 185 x 125.

1888 Memorial a los alumnos del Colegio Pío Latino Americano. 40 págs., 230 x 150.

1888 Memorias de un viaje por ambos mundos. (2 volúmenes). 370 -|- 324 págs., 230 x 145.

1889 Las órdenes monásticas y religiosas (según el plan de Ed. Ducpetiaux). 256 págs., 170 por 120.

1889 Las ruinas de Palmira. 194 páginas. 235 x 155.

1890 La sociedad moderna y el porvenir en sus re- laciones con la Iglesia y la Revolución. 2 vo- lúmenes!' 400 -|- IV y 444 -|- IV páginas, 185 x 140.

1890 La mujer católica, por Livia Bianchetti. Edi- ción corregida y aumentada) por M. Soler. 300 páginas -\- XIV páginas, 170 por 110.

1890— Hiperdulía. X J- 310 páginas, 165 por 110.

122 LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

1890 Las obras de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia. 20 páginas, 180 por 115.

1890 Instrucción sobre la Encíclica "Sapientiae" de León XIII (Sobre los deberes de los católicos como ciudadanos). 62 páginas 195 por 140.

1890 Teosofía (tratado sobre la filosofía de la re- ligión). (2 vols. + 510 + 492 páginas, 180 x 125.

1890 Ensayo sobre la armonía entre la ciencia y la fe. (N.9 4 de la "Revista de la Academia Lite- raria del Uruguay"). 48 páginas, 240 x 160.

1890 El matrimonio bajo el aspecto religioso, mo- ral y social. 320 páginas, 185 x 120. Se hizo tirada aparte del capítulo: "breve ins- trucción sobre el registro del estado civil y el matrimonio cristiano."

1891 Carta pastoral del día de su consagración epis- copal en Roma. 16 páginas 240 x 160.

1892 El reino de la Cruz, sus triunfos y esperan- zas. — 52 páginas, 175 x 105.

1892 Instrucción popular sobre el Registro del esta- do civil y los deberes religiosos. 18 páginas, 175 x 105.

1892 Pastoral eucarístico - apologética con ocasión del 4.9 centenario del descubrimiento de Amé- rica. — 68 páginas, 155 x 100.

1892 La divinidad de Jesucristo. 46 páginas, 155 x 100.

1892— El Jubileo episcopal de León XIII 32 pági- nas, 155 x 100,

1892 Instrucción popular sobre el Registro de esta- do civil. 16 páginas, 175 x 115.

LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

123

1892 La adoración perpetua. 16 páginas, 165 x 115

1893 La Adoración perpetua del Santísimo Sacra- mento. — 46 páginas, 155 x 100.

1893 Memorial presentado al Presidente de la Re- pública doctor Julio Herrera y Obes. (Re- laciones armónicas entre la Iglesia y el Esta- do) . 23 páginas, 240 x 160.

1893 Viaje bíblico por Asiría y Caldea. 450 págs., 240 x 155.

1894 Pastoral del primer Congreso Eucarístico de Montevideo. 44 páginas, 155 x 100.

1894 La caridad cristiana y sus obras ante la fi- lantropía. — 196 páginas, 185 x 130.

1894 Al venerable Clero Secular sobre una impor- tante institución eclesiástica. 36 páginas, 185 x 125.

1894 La obra de la propagación de la Fe. 34 págs., 160 x 105.

1894 Las Conferencias de San Vicente de Paul. 36 páginas, 155 x 105.

1895 La cuestión social. XXII más 226 páginas, 185 x 130.

1895 Peregrinación al Santuario de Nuestra Seño- ra de Luján. 16 páginas, 240 x 160.

1895 Apología popular de la Religión Católica. De- clarada texto de la Diócesis por el primer Con- greso Catequístico de Montevideo. 312 págs., 165 x 115.

1895 El Cristianismo (Síntesis histórico - filosó- fica). — 88 páginas, 155 x 100.

1895 La significación del templo católico (con mo- tivo de la inauguración de la nueva Iglesia

124

LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

de Maldonado) . 24 páginas, 150 x 100.

1895— El Pontificado y la unidad italiana. 32 páginas, 155 x 100.

1895 Regla fundamental del Instituto eclesiásti- co. — 20 páginas, 185 xl25.

1895 El apostolado de la buena pren?,a. 16 págs., 160 x 100.

1896 Constituciones diocesanas. 188 páginas, 235 x 175.

1896 La obra de la Propagación de la Fe. 36 páginas, 160 x 110.

1896— El suicidio. 36 páginas, 150 x 100.

1896 La educación. 40 páginas, 155 x 100.

1896 La organización jerárquica de la Iglesia Na- cional. — 90 páginas, 185 x 125.

18Í/6 Las moradas del Cielo en la tierra. 166 páginas, 170 x 110.

1896 Las órdenes religiosas. (A la memoria del V. Obispo Monr. Gianelli). 40 páginas, 155 x 105.

1897 Viaje por los países bíblicos. 324 páginas, 235 x 155.

1898 El espíritu nuevo. La Iglesia y el siglo. XX + 224 páginas, 185 x 125.

1898 La vitalidad divina del Cristianismo. 50

páginas, 170 x 110. 1898 Edicto sacro estableciendo un santuario Euca-

rístico. 4 páginas, 240 x 160.

1898 La cripta-santuario del Señor de la Pacien- cia. — 12 páginas, 155 x 110.

1899 El Pontificado en la Iglesia. Obra magna del Redentor. Sus vicisitudes y porvenir. 130 páginas, 185 x 140.

LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLEÜ

125

1899 Homenaje a Jesucristo Redentor. 100 págs. 160 x 100.

1900 La invicta energía del cristianismo. 152 páginas, 185 x 130.

1900 El estado actual de la Iglesia en el mundo. 32 páginas, 170 x 110.

1901 Preces y rogativas. 24 páginas, 155 x 100. 1901 El Apostolado seglar. (Con un apéndice sobre

el anticlericalismo). 58 páginas, 160 x 100.

1901 Preces por la Patria con ocasión del aniversa- rio de su independencia. 24 págs., 160 x 100.

1901 Consideraciones sobre la crisis religioso-social contemporánea. 126 páginas, 185 x 125.

lí/01 La gran obra de la propagación de la Fe. 36 páginas, 185 x 120.

1901— El legado del siglo XIX. Témores y espe- ranzas, respecto de la sociedad moderna. 140 páginas, 185 x 130.

1902 Apología del Pontificado. Homenaje a S. S. León XIII, con ocasión de su jubileo pontifi- cio. — 234 páginas, 185 x 140.

1902 Carta del doctor Juan Zorrilla de San Martín sobre la buena prensa. 16 págs., 155 x 100.

1902 Pastoral publicando la Encíclica de León XIII en el 25.' año de su pontificado. 16 + 32 páginas, 155 x 95.

1902 Por qué no podemos ser protestantes. 62 páginas, 135 x 90.

1902— Exposición Mística del Cántico de los Cánti- cos. — 54 páginas, 180 x 120.

1902— El divorcio absoluto. 100 págs., 180 x 115.

1902— Catolicismo y protestantismo XXXII + 336 páginas, 185 x 130.

12Q LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER

1902 La Venerable Orden Tercera Franciscana. 28 páginas, 145 x 100.

1903— La Sociedad de San Vicente de Paul. 32 páginas, 155 x 100.

1903 El jubileo pontificio de León XIII. 56 págs., 135 x 90.

1903— La divina Eucaristía. 26 págs., 170 x 110.

1904 La vida de la Iglesia y la época contemporá- nea. — 116 páginas, 155 x 105.

1904 Las persecuciones y los triunfos de la Igle- sia. — 104 páginas, 160 x 105.

1904 Pastoral por la cesación de la guerra civil y por los caídos en ella. 50 páginas, 235 x 90.

1904 Jubileo de la Inmaculada Concepción. 46 páginas, 160 x 100.

1904 Apología del culto de la Santísima Virgen. 392 + IV páginas, 185 x 125.

1905 La divinidad de Jesucristo. 92 páginas, 180 x 110.

1905 Memorándum confidencial (al venerable Cle- ro secular y regular). 20 págs., 175 x 105.

1905— La Iglesia y la Civilización. LXXX + 290 páginas, 185 x 140.

1905 Alocución nupcial al bendecir el matrimonio de los esposos D. Raúl Montero Bustamante y María Zorrilla de San Martín. 14 págs., 185 x 120. Tirada de 12 ejemplares.

1905— El divorcio. 80 páginas, 135 x 90.

1905 Acerca de la enseñanza del Catecismo. 20 páginas, 185 x 115.

1906 Circular sobre la formación del tesoro de la Unión Católica. 10 páginas, 170 x 100.

LA BIBLIOGRAFIA DE MONS. SOLER 127

Ü06 Defensa de las órdenes religiosas. Pastoral. 48 páginas, 170 x 100.

1906 Reflexiones sobre la propaganda anticleri- cal. — 200 páginas, 175 x 105.

1906 A los católicos. (Discurso). 8 páginas, 240 x 160.

1906— Horttis Conclusus. 22 páginas, 185 x 120. 1906 El deber de la hora presente. 32 páginas, 185 x 125.

1906 Hortus Conclusus. El Huerto de María. 230 páginas, 185 x 120.

1907 Instrucción pastoral con ocasión de la ley so- bre divorcio. 40 páginas, 175 x 105.

1907 Peregrinación a Roma y Tierra Santa. 66 páginas, 160 x 100.

1907 Instrucción sobre la obligación de contribuir al sostenimiento del culto. 20 páginas, 1.a edic. ; 16 páginas, 2.a edic. 185 x 120.

1908 Situación e influencia de la Iglesia y del Pon- tificado en los tiempos presentes. 98 págs., 160 x 100.

Compuso esta bibliografía, el Director de la Sección Bi- bliotecas dé la F. J. C. U., Don Arturo E. Xalambrí.

Montevideo, Mayo 18 de 1935

NIHIL 03STAT

GERMAN VIDAL

Censor Eclesiástico

PUEDE IMPRIMIRSE ANTONIO S. ARDOINO Vic. Gen. Montevideo. Mayo 15 de 1935

NIHIL OBSTAT P. FERNANDO FAGALDJS

Censor ad hoc

Mayo 14 de 1935

PUEDE IMPRIMIRSE P. LUIS VAULA

Inspector Mayo 20 de 1935

PROTESTACION

El autor, de acuerdo con las prescripciones ca- nónicas, declara que en la calificación de las perso- nas y de los actos no quiere anticiparse al juicio de la Santa Madre Iglesia, cuyo hijo sumiso es y anhela ser hasta la muerte.

INDICE

TERCERA PARTE Tercer Obispe y Primer Arzobispo de Montevideo.

El fondo del cuadro 3

El Gobernador, sede vacante 6

El tercer Obispo de Montevideo 7

El misionero 9

El maestro de la ciencia de la salvación 10

Todo para todos 18

El Arzobispo de la juvtentud 19

La prensa 27

La patria *. 27

El Papa 28

Formador del Clero , 29

Interés por los fieles difuntos 30

Hortus coríclusus 30

El Concilio Plenario Latino-Americano 41

El creador del Arzobispado 48

Mientras ruge la persecución 52

La mujer católica 54

Renuncia al Arzobispado 55

Esta no es la vida 57

Un retrato de mano maestra Q8

Ultima verba 73

MEMORANDUM APOLOGETICO. Sobre la organi- zación jerárquica de la Igle,sia Nacional 75

BIBLIOGRAFIA DE MONSEÑOR SOLER. Obras

publicadas 119

EDICORIALDONBOSCO

BIBLIOTECA URUGUAYA DE AUTORES CATOLICOS

JORIS - KARL HUYSMANS de la Academia Francesa.

Don Bosco. Bosquejo Biográfico. Traducción del Pbro. Dr. José María Vidal, (Salesiano).

P. Dr. JOSE MARIA VIDAL, (Salesiano). La Madre de un Santo, (Margarita Occhiena de Bosco). Sem- blanza.

Dr. CARLOS D'ESPINEY. Un haz de anécdota» de San Juan Bosco. (Extracto de la obra Don Bosco, del mismo autor).

Pbro. MARTIN HECTOR TASENDE. Conferencias.

RAUL MONTERO BUSTAMANTE. Detrás de los An- des. — (Notas de viaje).

P. Dr. ANTONIO MARIA DE MONTEVIDEO. Hacia El. . . Introducción a la vida de Cristo. Conferencias.

P. Dr. JOSE MARIA VIDAL, (Salesiano). El Primer Ar- zobispo de Montevideo, (Dr. D. Mariano Soler). Sem- blanza. Tomo 1.*.

P. Dr. JOSE MARIA VIDAL, (Salesiano). El Primer Ar- zobispo de Montevideo, (Dr. D. Mariano Soler). Sem- blanza. Tomo 2." y último.

JOSE MARIA ESPASANDIN. El sueño de muchos. Co- media en un acto.

Dsl mismo Autor. Por la tarjeta. Saínete en un acto,

Del mismo Autor. Una broma de carnaval. Paso de comedia.

PIERRE ET PAUL. -- El billete de lotería. Comedia en cinco cuadros, tradtídda del italiano, por el i?. Ar- turo Mossman Groas, S. S.

E. UGUCCIONI. "Tarde o temprano..." Comedia en 2 actos. "En la antesala úe un Santo". Comedia en 1 acto. Traducidas del italiano por el P. José María Obsrti, S. S.

OBRAS PUBLICADAS

SECCION TEATRAL

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