ESCRITOS CIENTÍFICOS FRANCISCO JAVIER MUÑIZ Nació en San Isidro (provincia dé Buenos Aires) el 21 de diciembre de 1795. Cursó sus primeros estudios en Buenos Aires, ingresando al Colegio San Carlos después de las invasiones inglesas. Estudió medicina y prestó sus servicios profesionales en los ejércitos de lia nación; Rivadavía, en 1826, le ¡expidió su despacho de médico y cirujano mayor, actuando como tal en la guerra con el Brasil y asistiendo a la batalla de Ituzaingó. Fué, du- rante muchos años, profesor en la Escuela de Medicina, presidiéndola después de la caída de Rosas. Más tarde hizo la campaña del Paraguay. Espíritu investigador, preocupóse de toda clase de problemas científicos, desde la medicina y la zoología hasta la geología y la paleontología, no desdeñando ocu- parse de gramática y literatura. Sus escritos fueron seleccionados y ordenados por Domingo F. Sarmiento, que los editó en un volumen con- sagrado a honrar su memoria (Obras de Sarmiento, vo- lumen XLIII). La presente reedición sigue los textos publicados por Sarmiento y solamente contiene los escritos que pre- sentan cierta homogeneidad, relacionados con las cien- cias naturales argentinas. No se han incluido algunas páginas menos Importantes, relacionadas con la medicina, la gramática y la vida militar; los bibliófilos pueden consultarlas en el citado volumen de Sarmiento. Se ha creído acrecer el mérito de esta reedición in- cluyendo los juicios publicados por Bartolomé Mitre y Florentino Ameghino cuando vieron la luz los escritos de Muñíz. Este benemérito precursor de la ciencia argentina fillecló en Buenos Aires el 7 de abril de 1871. LA CULTURA ARGENTINA FRANCISCO JAVIER MUNIZ Escritos Científicos Ciencias Naturales Árgeotioas Seis ensayos, publicados con introducción y comentarios de DOMINGO F. SARMIENTO y con juicios críticos de BARTOLOMÉ MITRE y FLORENTINO AMÉGNINO i BUENOS AIRES «La Cultura argentina» — Avenida de Majro 646 1916 üGTlí> \:óO Q INTRODUCCIÓN I Las páginas que siguen, poniendo orden en los papeles que los hijos del doctor don Francisco Javier Muñiz conservan como precioso legado de familia, tienen en mira, dándolas a luz, perpetuar la grata memoria del ciudadano que les dio nom- bre y ser; y que fué constante objeto, durante medio siglo, de la gratitud de aquellos cuya san- gre restañó como cirujano en campos de batalla, y cuyas dolencias mitigó en los hospitales, y de las ardientes simpatías de los patriotas, a cuyos oídos llegó su nombre, unido a los recuerdos glo- riosos de Ituzaingó y de Cepeda ; pues fué por tan largo tiempo cirujano de ejército en campamentos apartados y en campañas laboriosas. Entrando en la vida pública casi un niño aún, atravesado de una bala en el asalto de la ciudad de Buenos Aires por los ingleses en 1807, y saliendo de eUa en la edad madura empujado por la lanza ene- miga, mientras entre el rumor de las armas y el estampido del cañón vendaba en el campo de batalla de Cepeda, las heridas que el hierro o el plomo abrían a los combatientes, su nombre se liga a los grandes acontecimientos de nuestra historia. Al registrar y recorrer sus papeles, diplomas, es- critos y correspondencias, empero, encuéntrase 8 INTRODUCCIÓN otra cosa que un cirujano, siquiera fuese notable, alzándose y como despojándose de los sudarios mortuorios una alma elevada, y la figura de un carácter nuevo o de rara ocurrencia todavía en esta América, algo como el espíritu de una nación que va a condensarse sobre alguno de los grandes girones en que se despedazó el regio manto de la España, al alborear este siglo de las independen- cias y emancipaciones coloniales; entrando en la vida, asombrada de verse llamada de improviso a tan grandes destinos; librada a sí misma sobre país inexplorado y sin límites conocidos, divisando en lontananza los toldos del indio salvaje con quien ba de disputar palmo a palmo el derecho a la tierra, y trabar día a día lucha por la exis- tencia. En la dilatada llanura vagaban con el hombre manadas de caballos baguales, jaurías de perros cimarrones, y ganados alzados que iban volviendo a las formas primitivas del urus paterno. El hombre mismo se venía haciendo solitario y errante, siguiendo acaso la tradición de Don Quijote que vive en su sangre, desnudaba el alfan- je donde quiera que alguno pretendiese poner en duda su valor o disputarle la moza que arrebató de ajeno hogar. Para más desconcertarlo, donde los arroyos se han labrado cauces profundos, se descubren embutidos en la barranca, osamentas gigantescas, que hacen vislumbrar a las miradas atónitas, mundos anteriores, en que vivieron ele- fantes o más grandes animales, descubriéndose a veces huesos de caballos o zebras, y mandíbulas de ñeras que llevan un arsenal de incisivos, colmi- llos y espadas de dos filos, para labrar de un solo revés tajadas de carne de una vara, en aquellas moles que se llaman megatherium, es decir, animal grande, por no saber cómo lo llamaría Adán al INTRODUCCIÓN 9 dar nombre a sus comundanos, pues parece evi- dente que lio acudieron con el toxodón, el milo- dón y las nueve variedades de elyptodones al lla- mado de Noé para salvarlos del diluvio. Acaso el Ñandú es ave escapada de aquella creación, como las de su especie en Nueva Zelandia, bípedo con alas para no volar, desmintiendo así la teoría de las causas finales. Entre estas contradicciones y fenómenos de una naturaleza primitiva o em- brionaria, se agitaba una sociedad en germen tam- bién, que no acababa de tomar asiento, como agua turbia, por falta de tiempo, de tradiciones, de his- toria, de prácticas de gobierno, creando o inten- tando crearse uno propio, y andándole el tiempo escaso, dándose contra las paredes a causa de su inexperiencia, y de su prisa, dividiéndose entre sí la familia, tomando, a fuerza de no entenderse, cada uno por su lado, encarándose en seguida, combatiendo, desgarrándose entre sí, sin saber a las claras a dónde iban ni por qué tanta saña. Tal ha debido ser la situación de espíritu de nuestros padres al tomar posesión del suelo de que querían construir una patria. Paréceme que mi tarea sería también recons- truir un nombre, ya que el doctor Muñiz, tan es- timado personalmente de sus contemporáneos, no es conocido sino por sus servicios con tanta abne- gación prestados en los ejércitos, y algunos acier- tos brillantes como médico y cirujano, cuyo agra- decido recuerdo, la verdad sea dicha, pasa con la generación que los presenció cuando no se llega a ser un Dupuytren o un Bichat. Pero dominado por el temor de incurrir en la tacha que imputan a los biógrafos de hacer siempre un héroe del ob- jeto de su estudio, he adoptado un sistema nuevo de (exposición que llamaría jugar a cartas vistas, presentando las diversas piezas justificativas, y lo INTRODUCCIÓN provocando con ellas al lector benévolo a ayudar- me a poner de pie esta figura, que de simpática pasará a ser venerada, y sin perder estas cuali- dades acabaría por ocupar un lugar prominente entre nuestros más esclarecidos varones. Como se verá por los documentos que nos sir- ven de guía, Muñiz tenía todas las intuiciones de las ideas que empiezan a agitar al mundo moder- no. Practica la medicina y la cirujía por profe- sión; pero en la Universidad introduce y enseña las clases de obstetricia y la de patología infantil, mostrando al inaugurarlas el sentimiento del más alto respeto por la mujer, que ha principiado ya en otros países a reclamar la igualdad civil de los sexos, y a poco obtendrá el sufragio político. Mu- ñiz preludia en ese camino. En el ejército intro- duce la alimentación vegetal y reclama los hos- pitales ambulantes, que son la última orden del día de los ejércitos modernos. En las ciencias na- turales sigue las huellas de Darwin, continuando su obra y preparando materiales para el trabajo de clasificación que hará con más tecnicismo Bur- meister, que lo reconoce uno de los estudiantes serios de la paleontología pampeana desde aque- llos tiempos. Llégale hoy su época, digámoslo así, al avestruz que entra bajo la éjida protectora del hombre civilizado, resguardándolo de la extinción con que lo amenazaba la diaria persecución del salvaje. Muñiz le tenía ya preparada su mono- grafía. Llama indistintamente su atención cuanto es peculiar al país que habita, y basta leer los enca- bezamientos de sus apuntes para dejar entrever que con él comienza en el país un movimiento científico y literario que tiene por objeto el estu- dio de nosotros mismos y el del país en que vivi- mos. Es curioso ver que al mismo tiempo dos es- INTRODUCCIÓN U eritores argentinos, acaso por los mismos años, si no en el mismo año, se ocupan de trazar la fiso- nomía del gaucho, como la del paisano argentino, y sin conocerse, repiten casi a la letra las mismas historias, y le atribuyen los mismos rasgos. "El gaucho, dice Muñiz en uno de sus manuscritos inéditos, con el mate en la mano que no deja de chupar, refiere, en estilo parabólico y fanfarrón, sus aventuras; cuántos tajos ha dado en sus pen- dencias desaforadas; la burla que hizo a la jus- ticia; el baile en que trozó las cuerdas de la gui- tarra; y cómo habiendo ganado la puerta, facón en mano, impuso pena de la vida al que intentara salir del fandango". El mismo rasgo caracterís- tico distingue al gaucho cantor en "Civilización y Barbarie". "Anda de pago en pago, de tapera en galpón, cantando sus héroes de la Pampa, per- seguidos de la justicia : los llantos de la viuda, a quien los indios arrebataron sus hijos en un re- ciente malón. Desgraciadamente el cantor, con ser el bardo argentino, no está libre de tener' que habérselas con la justicia también, por sendas pu- ñaladas que ha distribuido. Tenía uno azorado y divertido a su auditorio con la larga y animada historia de sus aventuras. Había ya contado lo del rapto de la querida; lo de la desgracia (una muerte) y la disputa que la motivó : estaba refi- riendo su encuentro con la partida, y las puñala- das que en su defensa dio, cuando el tropel y grito de los soldados le avisaron que esta vez está cercado..." ("Civilización y Barbarie"). ¿ Cuál de los dos autores es el plagiario ? Es que el tipo existió, y aicaso Muñiz acierta haciendo de los instintos vagabundos y penden- cieros del gaucho, una degeneración y transmi- gración de "Don Quijote", el ingenioso hidalgo en la Mancha española buscando aventuras y em- 12 INTEODUCCIÓN peñado en mostrar que es el paladín sin rival, tendiendo el poncho y armando gresca a cuantos encuentra de su pelaje. La fama de los versos y fechorías de Santos Vega, se dilataba por la in- mensa pampa y llegaba a los confines del virrei- nato por un telégrafo cuyos hilos están rotos ya para no volver a reanudarse jamás: la tropa de muías o de carretas que viajaba de un extremo a otro, y en cuyos rodeos y alrededor del improvi- sado fogón se referían estas historias de que ve- nía impregnada la atmósfera de las pampas. Abre la serie de comprobantes la larga lista de decretos gubernativos, despachos, diplomas y re- ferencias que constituj'en la foja de servicios, di- remos así, del cirujano militar, abrazando cua- renta años largos, y con lo que se traza la historia del país mismo, pues todos los gobiernos que se suceden han puesto su sello en aquellos docu- mentos. Con tales datos la tarea del que escribe se alla- na mucho, reduciéndose a ligar unos aconteci- mientos con otros, acaso a señalar en los movi- mientos, al parecer espontáneos del espíritu, la marcha que seguirán las ideas, ensanchando el camino apenas trazado por los primeros explora- dores. Muñiz es uno de ellos, y muchos de los que hoy cultivan las letras o se inician en las ciencias naturales, las costumbres y la naturaleza americana, tendrán que reconocerse discípulos de su escuela, que pudiera llamarse naturalista como pretende ser el arte, moderna, puesto que los objetivos de estudio son los que suministra nuestro propio suelo, fósiles, entre los animales extintos, aberraciones como la vaca ñata y el ñandú entre los vivos. ¿Quién habría pretendido manejar con garbo la pluma descendiendo a des- cribir las boleadoras y definirlas con su medida y INTRODUCCIÓN 13 SU tecnología? ¿Quién, antes ni después de Mu- ñiz, ha hecho un diccionario de voces usuales en América y sugeridas por la necesidad o las cos- tumbres locales? Fué saludable práctica de nuestros gobiernos patrios mandar a los acantonamientos de frontera cirujanos y practicantes que en el desierto pres- tan el auxilio de su ciencia al soldado, a quien las privaciones más bien que la chuza del indio postran, y el joven Muñiz principia su vida pa- sando por años de un campamento a otro y vi- viendo la vida del soldado, del paisano, del gau- cho, y diría la del indio, tan corta es la distancia que las separa. Desde entonces acá, y ahora más que nunca por abundar los facultativos, se man- dan médicos jóvenes a la frontera, si bien son es- casos los recuerdos que nos dejan del empleo de sus largos ocios. Este es el mérito sin igual del doctor Muñiz. Su primera estadía es en Patagones y Chascomús en 1825; y sus primeros descubrimientos de clyp- todones fósiles datan de entonces. El cirujano de la estación ha tropezado con huesos de formas extrañas y no ha pasado adelante sin examinar- los; y para darse cuenta de su valor ha debido buscar los recientes rastros que en Patagonia ha dejado Darwin, iniciándose por ellos en las cien- cias naturales modernas. Reside quince años en Lujan como cirujano de frontera, y estudia el suelo de un Departamento central; continúa las excavaciones, que aun se conservaban, de donde se extrajo el primer megatherium completo manda- do al Gabinete de Historia Natural de Madrid, y enriquece los de Suecia, de Francia, de Buenos Aires y de España, con colecciones valiosísimas de los fósiles variados que desentierra. Todo lo que cae bajo su observación como parte 14 INTKODUCCIÓN de nuestra manera de ser, es objeto de su estudio, sin excluir la construcción y manejo de las bolea- doras, las palabras que el uso de los campos ha agregado a la lengua, al tipo original del gaucho, la monografía del avestruz y otras particularida- des de nuestro país. Hemos tenido escritores, sa- bios, estadistas y poetas que han escrito poemas épicos. Poco habría perdido el mundo con la pér- dida de sus trabajos, aunque algo perdiéramos nosotros por ser copias, aunque pálidas, de los grandes modelos clásicos o artísticos que sobre- abundan en Europa. Nadie empero ha descripto, casi científicamente, las boleadoras de cazar aves- truces y maniatar caballos, arma terrible argen- tina hoy, por haberla heredado de los indios de la Pampa, únicos que la poseen en el mundo, pues es para la Pampa sin árboles que las detengan en sus jiros, sin piedras, lo que obliga a conservar en ellas, las ya habidas. El ivomnierang de la de la Australia es otro instrumento primitivo y privativo, y el wommerang y las boleadoras están en vísperas de desaparecer ante la civilización que los hace inútiles. El que las haj'-a descripto (los extranjeros no lo entienden) habrá prestado gran servicio a la historia del desarrollo humano, con- servando la muestra del ingenio que las inventó, dada la naturaleza del terreno. En carta que el doctor Muñiz escribía en 1861 al general don José M. Reyes de Montevideo, acu- sándole recibo de una obra suya geográfica con datos geológicos y estadísticos de esa República, le recuerda " aquellos floridos años en que pro- siguiendo sus estudios científicos, de cuyo apro- vechamiento era muestra clásica el libro citado, época en que a mansalva y sin pensar más que en el momento, reíamos, escribíamos fútilísimas cartas amatorias y artículos de diarios sazona- INTRODUCCIÓN 15 " dos con el buen humor o con la amarga crítica, " y cuando más tarde sufríamos como nuestros " bravos compañeros de campaña, o el sol estival " en los ivastos llanos orientales ". " Ha sido us- " ted más feliz que yo, le dice, pues deja un ras- " tro luminoso y estaí)le en su pasaje sobre el " planeta que habitamos unos instantes. Sus lii- " jos y los venideros recordarán muchas veces su " nombre. Aquéllos por amor filial y con justo " orgullo, y los otros con el respeto y gratitud " que inspiran los frutos maduros de la experien- *' cia y del estudio perseverante y tan útil para " las ciencias económicas y naturales. Feliz mil " veces usted que para conseguir fines tan patrió- " ticos y laudables ha podido vencer los obs- '' táculos que habrán surgido tantas veces en opo- *' sición a sus designios. " Yo también, movido por los mismos motivos * ' que usted . . . . " (El borrador que tenemos a la vista no concluye la frase). Nosotros la concluiremos; sus hijos recordando su nombre también por amor filial y con justo or- gullo, y nosotros con el respeto y gratitud que inspiran las virtudes cívicas, el estudio perseve- rante de nuestras cosas y de nosotros mismos, el nosce te ipsum de los antiguos. Si nos falta aptitud para constituirnos sus eje- cutores testamentarios, podemos garantir que nos sobra, a más de buena voluntad, la convicción de que vamos por la misma huella que recorrió Mu- ñiz, cuando del gaucho, de la descripción de la Pampa Argentina y de las bellas cosas que encie- rra, se trata. D. F. Sarmiento. 16 INTRODUCCIÓN 11 Vida y escritos de Francisco J. Muñíz Francisco Xavier Tliomas de la Concepción Mu- ñíz, nació en 21 de diciembre de 1795, en el par- tido de la costa de San Isidro, pago del Monte Grande, según lo acredita su fe de bautismo, siendo hijo de don, Alberto Muñíz y de doña Bernardina Frutos, ambois de familias de viso. El almanaque reza el nombre del apóstol Santo Tliomas el día del nacimiento del niño, siendo entonces regla dar al recién nacido el nombre del santo que la iglesia conmemora ese día. En los primitivos tiempos de la conquista, las ciudades nuevamente trazadas se- guían la misma regla, como San Juan, San Felipe, a no ser que recordasen el nombre del fundador, que entoniceis se las bautizaba con el nombre de su santo . Los jesuítas en sus misiones llevaron al exceso esta noimeoiclaturia cristiana y jesuítieía; además prevaleció (halsta 1795 en la familia de Muñiz ei nombre de Francisco Javier, santo de la compañía, que miada tenía que ver al parecer con las fechas de nacimiento ni de bautismo, ilo que prueba que pro- vino la preferencia de una devoción de familia. Es- tas predilecciones sirven para demostrar la co- rriente de las ideías prevalentes en ciertas épocate, como entre los israelitas se encuentra la termina- ción el, en Manuel, Rafael, Ismael, Samuel que recuerda con veneración un atributo del Dios Eloi, cuyo nombre se conserva en el árabe Allá, Dios. San Francisco Javier era Santo Jesuíta de más prestigio por entonces, que el apóstol Santo To- más, o era a causa de haber sido expulsados los je- INTKODUCCIÓN 17 suítas de América veinte añas antes; lo que hacía conservar los nombres de sus santos a guisa de protesta . Todavía es más forzado el tercer nombre de la Concepción, que de ordinario no se aplica a varo- nes. Pero era eimipresai de la compañía elevarla a dogma de la iglesia, enseñando el Bendito alabado (en sustitución de la Oración Dominical) a creer en la Inmaculada Concepción, recién ahora decla- rada dogma por la iglesia, aunque de antiguo vi- niese reconocida como doctrina piadosa. Si se tie- ne presente que los padres jesuítas expulsos de la Amérioa eran más de cinco mil y no mayor núme- ro el de familias de viso de sangre española, entre las cuales se recliitaba la Orden, se concebirá cuan pocas de ellas pudieron sier indiferentes a aquella ¡amputación que se hizo de la parte más inteligente de la juventud sudamericana. El escudo de armas de la Orden tallado en el marco de las puertas de casas particulares, como signo de nobleza, muestra que tenían a honor las familias estarle afiliadais. En la de la casa abolen- gia de mi familia se cooiservó el emblema de la Or- den, lo que me indujo a ocuparme de indagar el paradero de la Historia de la Provincia de Cuyo, escrita, dice el abate Mollina, otro jesuíta, por eil padre Morales de Cuyo. Andando el tiempo y en- contrándoise ahora poco en Roma los papeles y ma- nuscritos que habían servido al abate Molina para escribir isu Historia de Chile, hizo de ellos adquisi- ción el gobierno de aquella República, encontrán- dose entre éstos, seis cartas anónimas descriptivas de la Provincia de Cuyo, en donde se encuentran las palabras citadas por el abate Molina, sobre las piedras pintadas del Valle de Zonda, lo que deimuestra su filiación. Menciona el padre Morales las tres palmas afri- 18 INTRODUCCIÓN canas que se levantan en la ciudad de San Juan, sin decir, es verdad, que una de ellas está en su propia casa; y cosa singular, en Recuerdos de Pro- vincia, un siglo después, un autor sanjuanino, las menciona igualmente para mejor caracterizar el as- pecto de la ciudad. Poco de interés se sabe sobre la infancia del joven Francisco Javier, del que vamos a ocupar- nos, si no es lo que el general Britos del Pino dice al dar testimomo de haber tomado parte en la de- fensa de Buen OÍS Aires como caidete, en 1807, lo que le da doce años de «dad. A saber, ' ' que el año 1807 el señor Muñiz era cadete del regimiento de An- daluces en Buenos Aires, del cual era jefe el eoro- nle don José Merlo, y aunque en la corta edad que tenía no le obligaban a bacer el servicio icon la se- veridiad con que la Ordenanza prescribe, pues se le permitía continuar sus estudios, él sin embargo animado del patriotismo que ya le distinguía, acompañó a su cuerpo que unido aJl resto del ejér- cito, marcbó en la tarde del l.o de julio de 1807 al puente de Bí^rracas, con el intento de buscar y batir all enemigo que había desembarcado días an- tes, en la Ensenada de Barragán. "El Regimiento de Andaluces, que formaba em la ala derecha, vanguardia del ejército, se encon- tró el dos, inmediatamente después de su regreso de Barracas, en la lacción de los Corrales de Mise- rere. El cadete Muñiz se encontró en esa función; y estando en la noche de ese día, la Plaza Mayor, (hoy de la Victoria), guarnecida principalmente po(r soldados de la legión de Patricios, Muñiz se reunió a ellos, y asistió a la defensa del cuartel de los batallones legionarios, y se agregó a las guerri- llas que ya desde el tres salieron en distintas di- reeciones por las calles de la ciudad. ' ^Halbiénjdose incorporado el 5 a una de esas gue- INTRODUCCIÓN 19 rrillas, que ise dirigió por la calle de las Torres (tioy Rivadavia), ocupó con ella y con otros sol- dados de distintos cuerpos, una azotea, a espaldas de la iglesia de San Miguel. "Una columna enemiga, desprendida del Retiro penetró hasta un cuarto de cuadra de la misma m'amzana de la iglesia por aquella calle, a pesar de sier hostilizada de todas las alturas y desde la to- rre de aquel templo. **En estas circunstancias ell joven Muñiz bajó con otros de lais lazoteas, y abrie lio la puerta de la casa eu que estabaai, salieron i ajprudentemente a la calle a disparar sus armas, d, menos de media cuiadra del enemigo. Una bala de ñisil le hirió, en- tonces, en la corva derecha, "Al siguiente día fué conducido a San Francisco y cdlocado en un claustro entre otros muchos he- ridos, tanto ingleses como de los deíensores de la ciudad. Extraída que fué la bala, la curación se hizo todavía esperar por algún tiempo. "Y siendo, como es verdad lo que acabo de re- lacionar, doy este certificado a los fines que ira- porten ail interesado a 29 de Mayo de 1865. — Britos del Pino.^' Sería difícil determinar, si dejó el servicio mi- litar inmediatamente después de licenciados los tercios de milicias urbanas que ayudaron en la re- sistencia contra la invasión inglesa, ni cual era la clase de estudios que le permitían continuar du- rante su servicio. Por un incidiente citado en el elogio que hizo el mismo Muñíz del canónigo D. José León Banegas, Catedrático antiguo del Colegio de San Carlos, lla- mándose "diiscípulo y amigo suyo" se conoce este h»oho. Fué nombrado, él doctor Banegas, "u7io " de los doce ciudadanos que formairon en 1812 " la Sociedad Patriótica Literaria. Su nombra- 20 INTRODUCCIÓN " miento fué — ^soedo de voto — y en calidad de tal, " firmó el célebre mainifiesto en que se invitaba a " lais Provincias que componían entonces el Vi- ' ' rreinato, a declararse independientes del gobier- " no metropolitano, como se verificó cuatro años " después. Las ideas que suministró el doctor Ba- " negas para aqued importanítísimo y memorable " documentos fueron escritos por el que traza estos " renglones''. El joven Mufñz pues, era hasta 1812 discípulo predilecto del doctor BanegaLS, de quien dice en seguida que después de haber desempeñado las cátedras de latín y filosofía por oposición, "se ' ' consagraba en el silencio y en el retiro que ama- " ba por vocación, al estudio de las letras y de ' ' las ciencias, particularmente a las morales y sa- " gradas, sin descuidar la física, su ramo favorito " (esto en entre líneas agregado después), con cu- " yos descubrimientos y aplicaciones más recien- ' ' tes, ilustraba y aumentaba los conocimientos ya " adquiridos". Esta añadidura es muy significativa. Como en Europa, siguiendo el plan de educación trazado por Kousseau en su "Emilio", los nobles aprendían un oficio manual, así en j^mériea, s-ecn- larizados los estudios universitarios, los jóvenes aprendían ciencias físicas y naturales, e idiomas modernos que no entraban en los estudios antiguos. Don Vicente López, efl Dr. A^élez, y otros, estudia- ron astronomía, cosmografía y matemáticas. Ba- negas se tenía al corriente de los recientes progre- sos de la física. Es de inferir que en esa fuente bebió Muñiz los conocimientos que lo llevaron a la profesión de mé- dico y cirujano que lo vernos ejerciendo, recono- cido como tal en 1821 por el gobierno, nombrándo- lo médico segundo en la guarnición de Patagones. Sus sucesivos nombramientos ocupaban ocho pá- INTRODUCCIÓN 21 g'inas en la Introdiicciórn comn se ha visto. En 1825 el geniefpal dom Mignel Soler le ordena que marclite en elaise de cirujano al cantón de Chascomús, y muy digno de notarse es que en ese mismo año 1825, consta que hizo co'nocer restos del daysipus jiganteíis y otras especiéis fósiles desenterradas por él, de lais orillas y puntos más próximos de la lagu- na de Chascomús, y de la de "Bllet" (1) . Confírmale el miismo nombramiento el gobierno de don Juan Gregorio de las Heras ; y en 1826 le dá «1 despacho de médico y cirujano principal, el presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, don Bemardino Rivadavia. Fúndase durante dich'a presidenicia, la Escuela de Medicina, bajo la dirección del doctor Ribero, siendo legítimo suponer que Muñiz se asociaba a Ribero en la iniciativa, pues que eran los dos ciru- jamos patricios más altamente colocados en la je- rarquía ofieial, como se les vé asociados a ambos a la cabeza del cuerpo médico en la batailia de Itu- zaingó, como debió ser de la propia iniciativa del doctor Muñiz la creación de la cátedra de Teórica y práctica de parios, enfermedades de niños y de re- cien paridas y medicinal legal; "con la obligación de desempeñar el servicio de facultativo del Hos- pitall de Mujeres". Oúpole al doctor Muñiz el honor de presidir la apertura de la clase, que 'Conservó hasta cerrarla el gobierno por incuria, pues que en 1850 el secreta- rio de la Universidad, don J. M. Reybaud, le co- munica, ''que se hace necesario que el lo. de Fe- brero entre al ejerci'eio de la cátedra de Partos, si su nombramiento no ha sido revocado" ; hasta que después de la caída del tirano, el ministro de Instrucción Pública doctor D. Vicente Fidel (1) Gacela Mercantil, 18 de Fnero de 1847. 22 INTRODUCCIÓN López, se aipresurara a reabrir la clase, y renovar su antiguo nombramieaito de catedrático al doctor Muñiz. Su discurso al entrar en funiciones en 1826, está consagrado al estudio de las nobles funciones de la mujer en la conservación de la soeiedad. Con palpitaciones del corazón debieron escuchar al simpático catedrático, hacer e/1 cuadro comparativo que traza con mano maestra las cualidades físicas y morales que distinguen los sexos, y de cuya be- lleza puede fofrmarse una idea por el trozo si- guiente : "La mujer se d? tingue del Acarón en él orden fí- sico o natural; as. es que ella tiene la cabeza res- pectivamente pequeña, y contiene tres o cuatro on- zas menos de sustancia que el hombre : sus huesos son más delgados y cortos, su pulso más pequeño y más rápido ; la sangre se dirige a la cavidad pel- viana y al vientre; el cuerpo del hombre es más ancho arriba que abajo, y se parece a una pirámide trastornada. En la mujer, al contrario, las espaldas y el pecho son pequeños ; el cuello más fino y largo, mientras que la pelvis, las nalgas y los muslos más amplios le dan una talla esbelta, flexible, ligera y graciosa. Así sn cuerpo termina pudiera decirse en punta. . "La voz de la inujer es una octava más aguda que la del hombre. La palabra, alta y gruesa en és- te, es tierna y dulce en la mujer. Entre los pájaros solo los machos cantan ; las hembras expresan sus afectos por gritos. La piel de aquélla es blanda y delicada, desprovista de vello, sino después de cier- tas funciones. Entre los cuadrúpedos y las aves, los pelos y las plumas tiene un tinte más pálido, una contextura más blanda en las hembras que en los adultos. Las mujeres conservan la librea de la juventud, con la timidez, la delicadeza, la sensi- INTRODUCCIÓN 23 bilidad njaturall de la primera edad. Aiin se ha ob- servado que la mujer tenía frecuentemente menos número de dieaites que el hombre, es decir, de los molares de la sabiduría. La mujer come menos; pre- fiere los alimentos dulces y sacarinos, mientras que el hombre ejercitando mucho sus fuerzas y despk- gaindo más vigor está obligado a nutrirse más sus- taneialmente. El hombre es activo, la mnjer pasi- va. El uno es cálido y seco, ardiente por constitu- ción, la otra es más hiimeda y más fría. El pri- mero manida y triunfa, la segunda sueumbre y su- plica; pero es tal la compensación de estas rela- ciones, que el más débil reina en efecto sobre el más fuerte. El hombre vende su protección al precio del placer, la mujer compra el poder del fuerte, abandonándosele, sin que deje de haber en ésto su medida, porque si el amor se inflama poír los obs- táculos, él se extingue por los goces, multiplicándo- se. El hombre obra y piensa ; la mujer ama y cuida. El uno es la cabeza y el brazo de la familia ; la f>tra el corazón y la encargada de proporcionar ]()S más tiernos consuelos. El hombre vive más al exterior por el vigor de sus músculos y la exten- sión de sus relaciones, la mujer vive dentro de sí por sus sentimientos y su tierna solicitud. "La mujer es más húmeda que el hombre; tie- ne más líquidos que sólidos, lo que conviene para pumentar y nutrir la prole, sea en el útero por la sangre, sea con los pechos por la leche. En el orden moral esa misma mujer es más pronta, más fácil y móvil; tiene más habilidad y destreza en todos sus actos, sean naturales de la vida, sean voluntarios o externos. La mujer por un resul- tado de su muelle y flexible organización, tiene mía sensibilidad más viva y delicada, que la hace (Miiinentemente propia para interesarse por la in- í'aucia, y que la sobrepone a las penas maternales 24 IKTEODUCCIÓN por los tiernos sentimientos de la piedad, al mis- mo tiempo que la adapta para los detalles y cui- dados domésticos. Su constitución que está mara- villosamente formada para esas funciones, la pre- dispone a una \áda muelle y más sedentaria que la nuestra. La naturaleza le ha dado la necesi- dad de la maternidad, más poderosa que la vida. Ella se arrojará por su hijo lo mismo a las ondas, que a las llamas; desafiará por él todos los infor- tunios . "El amor, esa pasión universal que anima to- das las existencias, que organiza, que embellece, que exalta la vida, es más que de nadie el reino de la mujer, que es la depositaria de los gérmenes. Este sentimiento caracteriza el destino del sexo, que es la fuente de la reproducción. "La necesidad de amar es de la esencia misma de la mujer, sea que por su debilidad se adhiera al más fuerte, sea que los deberes de la materni- dad deseuAaielvan en su seno nuevos productos, sea que ella vele con ternura a la educación y acrecentamiento de las crituras que emanan de ella misma. Su pudor, su coquetería no son sino elementos necesarios de ese sentimiento reproduc- tor, el más sagrado, el más respetable de la natu- raleza, y al mismo tiempo el más ardiente y el más delicioso para todas las criaturas organizadas". Este trozo de elocuencia científica, diremos así. estará bien en todas partes por la elevación de las ideas, y la exactitud de los conceptos, vertidos en el lenguaje del corazón. Con motivo de las discu- siones que ha suscitado la pretensión de la mujer a la comunidad de derechos civiles y políticos, se han hecho estudios recientes sobre las diferencias esenciales de organización de ambos sexos, pesan- do cien cerebros de hombre y otros tanto de mujer Dará encontrar el término medio y la proporción; otro tanto con la cavidad craneana, el tamaño y INTRODUCCIÓN 25 peso de los huesos, líquidos, etc. ; pero todo lo que hemos leido del género, es del dominio de la arit- mética, de la pesantez, o de la acción de los lí- quidos, los gases o las acciones y reacciones quími- cas; pero el cuadro que precede vive, está anima- do, y solo la definición del útero dada por Platón y citada por Muñiz puede comparársele, ''una es- *' pecie de animal vivo que tiene sus caprichos, " sus afeciones, sus deseos, que gobierna al cuer- '' po, que comunica sus influencias en todas par- " tes, de manera que es por él, por decirlo así. " la raíz de la mujer, su tronco vital originario". Suministraron a la ciencia las campañas milita- res que terminaron en Majenta y Solferino, datos nue habían en las guerras napoleónicas pasado desapercibidos, como que la estrategia de las com- binaciones matemáticas, basada sobre la mensura del espacio a compás y del tiempo a reloj, no da- ba cabida a los sentimientos humanos. Observóse, por ejemplo, que el número de bajas en el ejército francés por causa de enfermedades en una campaña, era el doble del que causaban las balas en los campos de batalla; y si los estra- gos del hierro y del plomo no podían disminuirse, aun atendiendo oportunamente a los heridos, lo que no sucedía siempre, a fin de asegurar los fru- tos de la victoria por la rápida persecución del enemigo, podría, ahorrando privaciones innecesa- rias, hacerse menos destructiva la campaña, con proveer de más abrigo o de mejores alimentos al soldado, y a ello se contrajo la administración mi- litar en Europa, pudiéndose ver en la campaña de la Crimea los felices resultados de la caridad aplicada a la guerra. Sobresalieron los norteamericanos en la organización de ambulan- cias, hospitales, y Asociaciones de Caridad para disminuir los sufrimientos del soldado, quedando modelos de organización de aquellos servicios que 26 INTEODUCCIÓN todas las naciones lian adoptado. Nuestra gue- rra del Paraguay comenzaba cuando concluía la de secesión, llegándonos apenas por los diarios nociones generales sobre su creación mas que de su funcionamiento ; y es grato ver por los docu- mentos de entonces, que el Cirujano Mayor está al corrieoite de las nuevas ideas, dando impulso a su introducción y práctica en nuestros ejércitos. En nota suya dirigida al Ministro de la Guerra dice así: "En cuanto a la higiene preventiva, es de creer que el Estado Mayor facultativo del Ejército haya cuidado de establecerla del mo- do que la ciencia enseña, y es de presumir que se haya desviado de aquella rutina que solo se ocupa del soldado enfermo, sin buscar los me- dios de conservar la salud, para que haya me- nos dolencias. " En un país cálido como el que pisa, y el que atravesará el ejército, bajo la influencia patogé- nica de la estación en que hay fiebre, y las di- senterías pueden aumentar la letalidad donde el soldado tiene por todo alimento una mala carne de ternera, no obstante la naturaleza geo- lógica del terreno (fuera de esteros y bajos), y la edad juvenil de la mayor parte de nues- tros soldados, de temer es que se desarrolle al- guna enfermedad endémica o de carácter ma- ligno. " Es por eso y por evitar un evento tan formi- dable, que me permito indicar, suponiendo la provisión necesaria de elementos medicinales, la remisión al ejército de legumbres y frutas secas, de menestras, papas, vinagre y otros áci- dos vegetales, en abundancia, y vino carlón, que mezclado con agua es un sano y poderoso desalterante que restaura las fuerzas. " Pabellones de hospitales portátiles de made- INTRODUCCIÓN 27 '* ra, de regular magnitud, rendirían importantes " servicios a los heridos y enfermos. '' Si los alimentos de todo género reunidos por '' la comisión sanitaria, se unieran inmediatamen- " te m integrum, como debía haberse hecho ya, " con las generosas ofrendas del pueblo argen- " tino, tendrían su más noble y verdadera aplica- " eión. Y si la Comisión Sanitaria por no tener " en el ejército agentes comisarios o relaciones *' con el cuerpo médico militar, no hace desde lue- '' go ese envío, el gobierno que atiende con tan- " ta solicitud a las necesidades del ejército, y que " sabe a quién pertenecen esos auxilios caritati- " vos, podría por sí destinarlos al grande objeto ' ' para que fueron donados . Cuanto más abun- " den los recursos de ropa, cuanto más mejoren " las condiciones higiénicas y terapéuticas del " soldado, tanto más se alejarán las enfermeda- " des del campamento, tantas menos bajas tendrá " el ejército argentino". El General en Jefe del Ejército del Estado de Buenos Aires, en 1860, para completar la foja de servicios del Teniente Coronel y Cirujano princi- pal don Francisco Javier Muñiz, certifica que "siendo Presidente de la Facultad de Medicina, puesto que le aseguraba una posición suelta y có- moda, sin embargo de esto ofreció sus servicios en campaña y esto, gratuitamente, movido por un espíritu de humanidad y patriotismo : que el Go- bierno aceptando sus servicios y no sus sacrifi- cios, le nombró Cirujano principal del Ejército de operaciones con fecha 4 de Junio de 1859, a con- secuencia de lo cual se trasladó sin demora al ejército para entrar en el desempeño de sus fun- ciones". '*En San Nicolás de los Arroyos, donde se esta- bleció primeramente la infantería del Ejército, di- 28 INTRODUCCIÓN rigió un hospital que se estableció para su ser- vicio, prestando su asistencia todo el tiempo que las tropas permanecieron allí, dictándole en el in- tervalo algunos reglamentos para su organización, la del cuerpo médico, ambulancia y otros puntos con sus institutos, todos los que fueron aprobados por mí, reconociendo en todos ellos que el doctor Muñiz es un profesor que tiene inteligencia y ex- periencia de lo que son y deben ser los hospitales militares en campaña. "A principios de Septiembre, marchó con la columna de infantería que salió de San Nicolás para efectuar en Cepeda la reconcentración ge- neral del Ejército y allí dio la competente orga- nización a los hospitales del campamento, vigi- lando sobre la higiene, dando personalmente asistencia a los heridos y distinguiéndose por su asiduidad y constancia en el desempeño de su deber. "El 23 de Octubre de 1859 se halló en la bata- lla de Cepeda, donde fué gravemente herido en el mismo campo, cuando prestaba a los heridos de ambos ejércitos los benéficos auxilios de su pro- fesión, quedando prisionero y corriendo varias veces el peligro de ser asesinado, por todo lo cual lo recomendé en el parte detallado de la batalla que pasé al Supremo Gobierno con fecha 8 de No- viembre del pasado año, del cual puede segregar- se en copia legalizada la parte que le corresponde para completar su foja de servicios. En fe de todo lo cual lo firmo en Buenos Aires a 5 de Febrero de 1860.— Bartolomé Mitre." Con tales antecedentes le fué concedido el tí- tulo de Coronel graduado honorario y firmándo- sele despachos el 19 de Junio de 1869. El General don Juan A. Gelly y Obes certifica que "ofreci- dos y aceptados sus servicios sin remuneración al INTRODUCCIÓN 29 abrirse la campaña del Paraguay en 1865, marchó al Paso de los Libres de Corrientes, donde reci- bieron la primera asistencia los heridos del Yatay, habiendo asistido también a la rendición de la Uruguayana." "Dispuesto por el General en Jefe quedase en la ciudad de Corrientes hecho cargo de todos los hospitales establecidos, permaneció allí hasta el 17 de Octubre de 1868, "atendiendo a su admi- nistración y a la asistencia de los valientes sol- dados argentinos, con contracción digna de todo elogio, por lo que el General en Jefe del Ejército por mas de una vez le significó su reconocimiento, trasmitiendo al Superior Gobierno Nacional, la comportación de tan distinguido servidor de la patria." Hace pocos años que se ha creado en la Escue- la de Medicina de Buenos Aires una clase de Higiene, que cuenta ya profesores jubilados, aun- que es ramo tan nuevo en nuestra enseñanza. El doctor Muñiz traía preparada desde 1842, la base de toda enseñanza higiénica, en sus aplicaciones prácticas a país determinado, con el "Estudio to- pográfico del Departamento del centro de la Pro- vincia de Buenos Aires", y para mostrar que no es una deducción nuestra atribuirle tan levantado designio^ bástenos citar la declaración formal que al frente de aquel escrito de carácter físico hace en propios términos. "Como es imposible, dice, trazar la historia mé- dica de un país, ni aun dar un bosquejo sobre ella, "cual intentamos" (ciñéndonos al Departa- mento del centro de la Provincia), sin haber es- tudiado su historia física, es decir, sin conocer el extenso catálogo de los fenómenos atmosféricos propios del lugar, la dirección de los vientos, la naturaleza y caudal de sus aguas corrientes y de- 30 INTEODUCCIÓN tenidas, la configuración del terreno y su compo- sición interior, sus producciones, población, etc. ; y aun sin haber penetrado previamente la inmen- sa subdivisión de estos fenómenos, justo es ante todo hacer una breve reseña, que con el preciso y extenso carácter de una monografía topográfica del Departamento permita apercibir el medio ele- mental en que viven sus habitantes, para de ahí deducir en general el conocimiento de las dolen- cias a que están expuestos, su diagnóstico y te- rapéutica." Los estudiantes no sólo, sino los profesores de higiene encontrarán en este estudio datos necesa- rios para una oportuna aplicación a los hechos prácticos de las nociones generales adquiridas, pues ya ha sucedido que por no tener estos cono- cimientos, se han lanzado en la tribuna parlamen- taria clasificaciones de terrenos, como antihigié- nicos que no ha justificado la experiencia diaria durante veinte o treinta años, ni autorizaba la formación geológica del suelo. Bajo el nombre de "Departamento del Centro" consagra el autor un estudio especial del país, en aquella parte del territorio de la Provincia de Buenos Aires, estudio que eomienza por ser geo- lógico y topográfico y acaba por el examen de las condiciones higiénicas de la atmósfera, dado el género de alimentación de sus habitantes, con la designación de las pocas enfermedades reinantes, entre las cuales ocurre el grano malo, el carbun- clo, cuyo microbio ha encontrado M. Pasteur: y como el estudio interesantísimo de aquella parte de nuestra campaña, la más antiguamente pobla- da hasta la Guardia de Lujan, Arrecifes, Areco, etcétera, se halla en las mismas condiciones que el resto de la Provincia, por carecer toda ella de bosques o de grandes aglomeraciones de aguas es- INTEODUCCIÓN 31 tancadas, resulta que el estudio del Departamento del Centro suministra a los jóvenes estudiantes un caudal de observaciones aplicables a toda la campaña y que les ajiidará poderosamente al acierto de sus trabajos como médicos, geólogos o naturalistas. Damos a continuación preferente lugar a los Apuntes Topográficos del territorio y adyacencias del Departamento del Centro, como base de todo tratamiento higiénico, por poner al lector en po- sesión de los datos necesarios para darse cuenta de las exploraciones y hallazgo en fósiles con que enriqueció nuestro Museo y varios de Euro- pa. Su residencia durante largos años en Lujan, da a sus asertos en cuanto a la composición del suelo que removió constantemente, muy grande autoridad. Darwin repite la misma observación de Muñíz, sobre la posición de los esqueletos de los fósiles, casi siempre las cabezas y parte delantera más alta que el cuarto trasero, lo que revela que han perecido empantanados, y seguro que éste no lo tomaba de aquel, puesto que el ''Viaje del na- turalista", no era conocido en español ni en fran- cés por entonces. Sucede otro tanto, con respecto a sus otros tra- bajos, que tienen por teatro de observación las dilatadas campañas de Buenos Aires. D. F. Sarmiento. I. — Apuntes topográficos El Departamento del Centro creado en 1822, como los otros dos en que se dividió la Provincia, no lia sido hasta ahora mensurado. Su figura su- mamente irregular, más que todo por el ángulo entrante que por su costado Sur hace el Partido de Navarro que se clava con él, pudiera, sin embargo, asemejarse a un trapecio. El más corto de sus lados, medido sobre el Paraná desde el án- gulo que forma el Partido del Baradero con el de la Exaltación de la Cruz, en el rincón de Ca- brera, hasta el paralelo de la Iglesia de Flores, tiene aproximadamente veinte y ocho leguas. El lado opuesto, de mucha más longitud, se pierde en el desierto en la jurisdicción de Chivilcoy, has- ta ahora sin límites por aquella parte. Los otros dos lados, más o menos paralelos y desiguales, tienen una longitud varia hasta las últimas cha- cras de aquel Partido, poblado seis o siete leguas al Sud del Salado. El lado Oeste del trapecio, considerado desde el Paraná hasta este punto, su- ponemos no tenga menos de cuarenta y cinco le- guas. Componen el Departamento los pueblos si- guientes, que dan su nombre a otros tantos Par- 34 FRANCISCO J. MUÑIZ tidos: Villa de Lujan, cuyo extinguido Cabildo fué creado en 1756, y residencia de los primeros jefes militares, cabeza de distrito departamental. Está situada en la margen oriental del río de aquel nombre a 16 leguas al Oeste-Sud-Oeste de Buenos Aires; Guardia de Lujan (en este pueblo reside actualmente el Jefe militar del Departa- mento) ; Villa de Morón; San José de Flores; Pi- lar ; Exaltación de la Cruz ; Giles ; Chivilcoy ; San Antonio de Areco, antes pueblo del Departamen- to, le fué segregado el año anterior de 1846. Aunque desprovisto de registros estadísticos para determinar con la exactitud posible el número de habitantes del territorio departamental, él no ba- ja, por un cálculo racional, de 25.000. El Paraná limita por el Norte los Partidos de la Exaltación de la Cruz y del Pilar. A éste le deslinda died de San Femando y al de la Villa de Lujan del de Morón por el Este, el río Már- quez. El Salado 'Cruza de Norte a Sur el de Chi- vilcoy ,en cuya jurisdicción se halla en el todo o en parte, la Cañada de este nombre, la de Anto- nio, las Salladas, etc. El río de Lujan, de aguas absolutamente sa- lobres corre como 21 leguas del S. O. al N. O. des- de Leones, Partido de la Guardia de Lujan, hasta su desemboque en el Paraná. Sus principales tri- butarios por isu margen oriental son el Lavallen, Colman, Lobo, etc. Por la Occidental, Rocha, Las Flores y otros. Calidad de las aguas E^río Márquez, cuyas aguas son de la misma na.turaleza que el anterior, corre el mismo inimbo que éste, aunque menos distancia, desde la con- ESCRITOS CIENTÍFICOS 35 flueucia del Choza y del Durazno, que lo forman, hasta enitrar en ©1 Paraná con el nombre del río Las Coaichas. Los afluentes de estos ríos, así como los arro- yos Sauce, Cañada de la Cruz y otros que circulan por e/1 Departamento son de ag-uas dulces y salu- dables. Los puertos de éste sobre el Paraná son Campana, Zarate, Las Palmáis, San Antonio, Ga- raindumba en la boca del ai^oyo Cañada de la Cruz y otros. Si se indagara la causa de 1 .ner los afluentes de estos ríos que giran por el laismo terreno, sus aguas dulces y puras, y aun serlo más o menos los manantiales o fontezuelas abiertas en sus orillas, podría encontrarse en que los arroyos de cauce menos profundo dilatan sus aguas por un terreno superior al que contiene abundantemente muria- tos y snlfatos de sosa, sustancias que impregnan las agnas de los (ríos y les comunican sus propie- dades. La disolución será tanto más abundante cuando el caudal fluviátil sea más copioso, y en pro\poircióii que él corra por una línea más pro- funda y extensa. Entonces las aguas dulces importadas no solo son insuficientes para comunicar al recipiente ■común isu grato sabor, sino que ellas mismas lo pierden a(l confundirse con él. Esto, sin embargo, no sucede sin que la mezcla haya disaninuido en lallgo lo salobre de las aguas de ríos de po'ca madre. Se ha observado en las grandes secas que experimentó la Provincia en períodos no ttnuy le- janos entre sí (las últiinms en 1770 y 71, en 1805, 1830 y 31) cuanjdo los arroyos se agotan del todo o merman en gran parte sus aguas, que la de los ríos aumenta su ^alumbre, a punto de hacerse 36 FBANCISCO J. MUÑIZ impotable a las bestias, a cuyo resultado contri- buirá también la evaporación de los principios más tenues de sus aguas propias. Los manantiales más profundamente escava- dos en las márgenes de los ríos tienen, respecto a dos de menor foaido, agua de un color blanco más mate, más pesada y más cargada de sales calcáreas, como lo prueba la ¡precipitación de estas sustancias por el carbonato de potasa. Es más que probable que si a esos mismos manantiales se les diese la profundidad de los ríos inmediatos, y sus aguas se extendieran por cierto espacio, ellas adquirirían proporcionalmen- te las cualidades salinas del resto. Es, pues, un Lecho que las aguas más super- ficiailes, en el Departamento, lo mismo que en otros puntos de la Provincia, son frías y excelen- tes, como las que extraen las nutrias (Mustela luirá) de las orillas de los arroyos y ríos. Esta agua la contiene la capa de marga amarilla (mar- ga flavescens) que subyace en los bajíos a la tie- rra blanca, especie de creta pulverulenta. Ella proviene de la filtración del agua pluvial que des- ciende de los terrenos altos o de loma que circun- dan estos lugares. En confirmación de tal origen se advierte que en las grandes secas o largas temporadas en que no llueve, perdieaiido esas aguáis más y más de su nivel, escasean su tributo a los reservarlos, que al fin se esterilizan por falta de paralelismo entre sil fondo y ios hilos subterráneos cada vez más bajos que antes las alimentaban. Es, pues, da creerse que estas primeras capas no contienen ni sustancias terrosas ni salinas capaces de alterar la. pureza del agua; y que aún el amoniaco, prove- niente de la descomposición de los animales que mueren, se deposita más abajo. ESCRITOS CIENTÍFICOS 37 lias aguas que se estacionan en la capa de marga rojiza, inferior a la amarilla (marga ru- hescens) son también regulares, aún cuando ya se mote ein ellas, y muclio más en eieírtos puntos, un principio selenitoso. Las que surjen de la inmensa y al parecer insondable masa de creta (térra primogenia, de Hemekel) la cual foffmia como el corazón de las Pampas, está sobrecargada de ¡substancias terrosas y calcáreas. Estas aguas así contreñidas contie- nen taanbién, carbonato de amomaco que se ad- vierte en el residuo negro que resulta de la eva- poración. El sulfato (de eal y otras sustancias ex- trañas propenden a que se corte el jabón, y a que no se cuezan las menestras, que más bien se en- durecen en ella. La mazamorra de maíz, manjar tan usado en la campaña, se cuece con dificultad y necesita más fuego en estas aguas. Fría esta sustamiciía se corta, o el agua se separa del maíz. El Departamento carece de grandes salada- res. El mayor que conocemos es el de Las Saladas, en el Partido de Chivilcoy, cuyo terreno, cuando queda al descubierto, deja ver en su superficie eflorescencias salinas de algún espesor. Tampoco contiene depósitos de aguas muer- tas. Los bañados del río Las Conchas, del Lujan y del Salado ; las cañadas Chivilcoy, la Rica, la Grande, la de Antonio, etc., se secan en parte o completamente i en el verano . En cualquier caso, la parte enjuta disecándose de todo punto, no de- ja lugar a la, corrupción y descomposición de sus- tancias orgánicas como miriades u otros insectos que hace nacer el calor y la humedad. Al Sud del Salado en el Partido de ChivUcoy, lo mismo que en otros puntos de esa inmensa ban- da, la tierra vegetal está mezclada de arena viva . En muchas partes forma montículos o médanos 38 FRANCISCO J. MUXIZ alineados (dunas) elevados eu parte, 5 ó 6 varas. La vegetación que los cubre los ha fijado, al parecer, de un modo permanente. La naturaleza ha hecho allí lo que la industria del hombre ha conseguido en otras partes, solo con la plantación de pinos marítimos. Sin eso las dunas del Golfo de Gascuña, ha- biendo destruido en su marcha de exterminio va- rias aldeas y caseríos, llegarían a su paso de 60 a 70 pies por año, hasta Burdeos en 2.000 más, según los cálculos admitidos. Las aguas pluviales que se detienen -^n los espacios que dejan entre sí los médanos, pf 'fectamente depuradas al filtrar- se por la arena, s»^n dulcísimas y delicadas. Estos médanos, estas arenas abundantes y des- ligadas que se extienden horizoutalmente al Sud del Salado indican (fuera de otros indicios toma- dos ya sobre la costa del mar, ya en el interior) que este se enseñoreó, en alguna época, de esos terrenos, siendo ellos los últimos tal vez que, den- tro del país, dejó en seco. Su poca elevación y su textura particular hacen presumir que ellos de- ben su formación al limo y otros sedimentos acá-, rreados por las aguas. Recubierto después el todo por la tierra vegetal, sus producciones, fomenta- das con la humedad del agua dulce próxima a la superficie, son óptimas. Pudiera decirse que esos fértilísimos y privi- legiados campos, constituyen un continuado e iu- extinguible navazo natural. En muchos lugares, como sucede en el Fuerte Federación, y en sus cercanías, es tan profunda la capa de arena, que los pozos de agua o fonte f orámiuas se derrumban con la mayor facilidad . Sin embargo, ; qué diferencia entre la feracidad extraordinaria ele ese terreno arenoso. y las penu- rias de las llanuras, también arenosas, pero eleva- das, de la Tartaria v del Thibet ! I ESCRITOS CIENTÍFICOS 39 Lejos de obligar aquí la pobreza del terreno a la vida nóniade del cafre q del kalmuko ; en lugar de las j-erbas secas y espinosas de los arenales de Biteduljerio, único alimento de los animales de aquellas pobres regiones, el hacendado de Buenos Aires encuentra siempre pastos frescos, finos y abundantes con que apacentar sus ganados. Si allá el hombre está condenado por la naturaleza a una continua emigración, aquí, por el contrario, ella misma lo fija a una tierra que exuberantemente fructifica, que le produce más de lo necesario para existir con comodidad y ser dichoso. El Departamento carece de bosques. Solo so- bre (las costas del Paraná, se encuentran algunas especies de árboles silvestres. Parece que anti- guamente se extendieron a alguna distancia de las costas; pero lá población, en su aumento, los ha destruido poco a poco. No hay que extrañar esa falta, sin embargo, pues nuestra particular lati- tud no se adapta a este género de producción ex- pontánéa. Entre los 30 y 40 grados al Sud de la Equinoc- cial, crece gran multitud de vegetales, y aun aquellos que corresponden en la zona tórrida a terrenos elevados hasta 900 toezas sobre el nivel del mar ; pero los herbáceos forman los nueve dé- cimos de esta enorme producción vegetal, mien- tras la proporción en que están los árboles es me- nos de siete. Por si pudiera conducir la comparación entre dos puntos extremos de la América Meridional a algún resultado útil, pues tratando de la superfi- cie del Departamento comprendemos la de la Pro- vincia en general, informaremos que nuestras lla- nuras no son tan uniformemente niveladas como las de la zona equinoccial, ofreciendo al Sud del Salado inflexiones y hondonadas de alguna con- 40 FRANCISCO J. MUXIZ sideración. Al Norte de aquel río los campos sou más planos. Las mesas de tierra o lomadas conve- xas y longitudinales se repiten más y más en las proximidades del Plata y Paraná. Ellas corren en distintas direcciones, más generalmente del Norte al Sud y del Oeste al Este, y distribuyen las aguas llovidas a las cañadas y arroyos que las conducen a los ríos. A pesar de eso, existen innegables analogías entre el eslabonamiento de esas mismas mesas o lomas y sus usos ; entre la superficie plana, ondea- da y baja de la Provincia (aunque en este último accidente ella lo sea más) y las mismas condicio- nes del terreno al Sud de la Equinoccial, en Ca- rraña, Calabozo, el Apuré, el interior del Meta. Composición del suelo. — Secas Volviendo a entrar en la peculiar superficie del Departamento, se presenta en primer término la capa de tierra vegetal de un pie o más de espe- sor, compuesta de alúmina, materia calcárea, sí- lice y humus. Ella constituye una tierra de plan- tío y labrantía superior por excelencia. Su textu- ra blanda y suelta permite el esparcimiento de las radículas de las plantas en todas direcciones. En algunas partes es más viscosa que en otras, y es tanto más móvil y ligera cuanto más superfi- cial. Por su «olor obscuro o gris ceniciento ab- sorbe mucho calor, y siendo tan esponjosa se impregna fácilmente de humedad, lo que le da cualidades singularmente fecundas. No es de ex- trañar, sin -embargo, que faltando las lluvias y los rocíos, por algún tiempo, se diseque y esteri- lice la vejetación. La tierra más pingüe, como la de Chivilcoy y otros puntos, conserva por más tiempo la humedad. La mezcla de este manto está sostenida por las inferiores de marga y de ESCRITOS CIENTÍFICOS 41 greda, en cuyo interior se vivifican y humedecen las raíces de los árboles, siendo ellas las deposi- tarlas de las aguas pluviales. Las gramíneas, de que tanto abundan estos terrenos, alimentan el inmenso número de ganado que aun contiene el departamento y aun muchos millares más que tuviera. Los ivarios años de seca consecutiva han destruido las tres cuartas partes del número to- tal de ganados antes existentes en él. Hoy tienen, aproximadamente, 580.000 cabe- zas vacunas, 164.000 caballar, 465.000 ovejas. Esta especie ha sufrido extraordinariamente en los dos años anteriores y en el que gira, por la hidátida del cerebro (thenia cerehralis) deposita- da en los senos frontales, y lo que es rarísimo, en las células óseas de la base de los cuernos, donde se han encontrado en número de seis, ocho o más en cada uno, y por una especie de stronjilus plano, redondo y franjeado que también ataca al vacuno, enquistado en considerable número en el hígado esquirroso, otras veces cartilaginoso, y lo que no deja de ser extraño, sembrado en una y otra especie de cálculos color aceituna de diferen- tes figuras y tamaños. La vesícula felea es también depositarla de estos insectos. El primero de los dos parece es- poro francamente desenvuelto como sucede al hombre con los que se le forman en los senos frontales. Nada hay que indique, como alguna vez en éste, su introducción hasta aquel lugar. Antes de la espantosa seca del 30, 31 y parte del 32, que devastó el departamento, como todo el norte de la provincia, sólo el partido de la villa de Lujan contenía en la especie 'vacuna 350.000 cabezas, de las que salvaron apenas las pocas que se sacaron en invernadas sobre el Salado. No incluímos en este cálculo la variada espe- cie de cerdos o cochinos (sus) cuyo número fué 42 FRANCISCO J. MUÑIZ inmenso en el departamento, y el cual, aunque muy disminuido, no deja aun de ser conside- rable. Se ha supuesto, como en otros países, res- pecto del acrecimiento de los terremotos, que en- tre estos ominosos acaecimientos las grandes se- cas en la provincia median treinta años poco más o menos. Ha dado, tal vez, existencia a esta opinión, la especie de regularidad en el número de años in- termediarios entre 1770 y 71, 1805 y 1830 y 31, en que el país fué afligido de esa calamidad y de las terribles polvaredas que constantemente la acompañaron. Este último fenómeno es digno de que se le conozca por una descripción exprofeso, no sólo por sus efectos sobre la vida animal y vegetal, sino por otras singularidades no menos importantes y curiosas, y porque él es peculiar de los grandes llanos del Mediodía de la América. También se ha pretendido encontrar un período de quince años, con corta diferencia, en el retorno de la plaga de la langosta. Pero sin la historia de semejantes acontecimientos en lo antiguo, ten- dríamos que abandonar la inquisición de este asunto a los que puedan reunir datos y observa- ciones de que nosotros carecemos. De todos mo- dos, no encontramos apoyado este juicio en la co- rrelación de otras operaciones naturales, pues no está hasta ahora demostrado que las mismas cau- sas necesiten determinado lapso de tiempo para producir iguales fenómenos, principalmente si és- tos, como los de que tratamos, son de una natu- raleza, al parecer, supremamente adventicia (1). (1) En las observaciones meteorológicas hechas en la Provincia de Buenos Aires, el sabio Profesor Gould ha creído encontrar relaciones, entre los movimientos de la atmósfera y las manchas del sol que pa- recen sujetas a ciclos o períodos de repetición. Véanse aquellos impor- tantes estudios. (iV. de Sarmiento). ESCRITOS CIENTÍFICOS 43 Es atribilíble en la provincia la falta de lliiivias en algunas épocas a la carencia de montañas, donde se acumulen las nubes, y de donde rompan en tempestades y copiosos aguaceros. Sabido es que los dos recintos extremos de esta América son llanos y desprovistos de árboles, cuando la parte central es alta, montañosa 3^ áspera. Es por eso que ambos están expuestos a la misma fatali- dad. Por lo demás, .es un hecho constante que, después de las grandes secas, sobrevienen conti- nuas y abundantes lluvias. Mientras éstas no aparecen, el agua de los arroyos y ríos interiores se altera, y aun se co- rrompe por el número inmenso de animales em- pantanados y muertos en sus márgenes. Nosotros hemos visto estos resultados en las dos desolado- ras secas de este siglo. Ellos fueron idénticos en la de 1770 y 71, a la cual sobrevino, por colmo de desgracia, la de la langosta, que arruinó la ve- getación naciente. Con referencia a aquélla, dice el síndico procurador de la ciudad de Buenos Aires, en su vista de 4 de diciembre de 1773, so- bre el abasto exclusivo de carne a la capital .... "que faltos los ganados de pastos y agua, se veían los campos solo poblados de animales muertos, víctimas de aquella necesidad, etc." Felizmente, a la seca de 1830 y 31, como a las anteriores, no sucedió ninguna enfermedad epidémica. La pústula maligna, efecto del desue- llo de animales inficionados del principio carbo- noso, fué la única dolencia que la acompañó. La carne de mala calidad, la escasez de otros alimen- tos ni los miasmas insalubres pravenientes de mu- chos millares de cadáveres de brutos descompues- tos al aire, bastaron a perturbar la pureza de una atmósfera libre e instantáneamente conmovida por todos los vientos de la tierra. En el otoño del año 33, que subsiguió a llu- 44 FEANCISCO J. MUÑIZ vias abundantísimas, cundió por el departamento y aun por toda la campaña de la provincia, una plaga de ratoncillos (mus musculus), en tal abun- dancia, que los que se introdujeron en las habi- taciones abandonadas o en otras partes por des- cuido, se colmaron medidas de cuartilla. El cam- po estaba enjambrado y en las poblaciones sólo se libertaron de ser infestadas las piezas de um- brales altos de un pie. La advocación de San Bonifacio (patrono de los ratones), que existe en Buenos Aires, parece indicar la preexistencia de semejante incómoda y aun nociva muchedumbre de seres. Podríamos, con tal motivo, hacernos la cuestión siguiente y por mera curiosidad: ¿Necesitaba acaso la tierra de esa extraordinaria impregnación acuosa para producir tal diluvio de pequeños vivientes? ¿Será verdad, como lo han creído algunos físicos, que el clima haga, y en nuestro caso hiciera en -la particular constitución de aquella estación, ger- minar a la tierra especies positivamente autóc- tonas, que sería imposible existiesen bajo otras condiciones climatéricas o estacionales? No lo sa- bemos, pero en el día es insostenible la opinión de los gérmenes o su esparcimiento por todo el globo, exceptuando algunos animálculos infuso- rios comunes a todas sus regiones. Sin embargo, estamos muy distantes de sentir, con Lucrecio, que la tierra, semejante a una mujer envejecida, se ha esterilizado en fuerza de tanto producir. Después de la tierra vegetal, como decíamos, se encuentra, pues, en las cañadas y bajos sola- mente, la creta blanca de más de dos pies de den- sidad. Por todo, menos por donde las corrientes han arrebatado aquella tierra, se la encuentra debajo de aquélla en esos lugares. Parece que .su formación fuese 'debida al limo ESCEITOS CIENTÍFICOS 45 arrastrado un largo período por las aguas dulces. Quizá los despojos de cuerpos orgánicos y el de- tritus de juncos y de otras plantas acuáticas, le han dado a esa tierra la materia calcárea en que abunda y sus otras propiedades. Ella se usa en revoques de paredes, en la fabricación de adobes y aun en lucir las icasas de la gente pobre . "En el partido de Chivilcoy, donde es más plana la tierra, menos al norte del Salado que hacia la costa del Paraná, esa tierra se encuentra en vetas. Pudiera ser que observando atenta- mente su posición general o el yacimiento en que ellas se encuentran, aun en puntos distintos, re- sultaran estar esas bandas a un mismo nivel y aunque hoy recubiertas y hasta cierto punto alte- radas, en todo o en parte por la tierra vegetal. Terreno fosilípero La capa de marga amarillenta (flavescens) que sigue, de cinco o más pies de espesor, depo- sitaría de los restos fósiles de cuadnipedos de es- pecies extinguidas, preserva en su parte inferior un lecho de guijo, como de un pie, interpuesto de arena gruesa. Un depósito de caracoles en es- piral, de más de un pie, ocupa el asiento de esta capa, inmediatamente sobre el guijarro. No se ven despojos de esta especie que hicieran presu- mir la sucesión de ivarias generaciones destruidas, lo que permite suponer que el líquido en cuyo seno se formaron esos cuerpos no subsistió por largos años imperturbable. El espesor del lecho coquillier y su nivelaeióu prueban que precisamente en aquel lugar se hizo el depósito o que fué en él el criadero. Parece que una alteración posteriormente acaecida en el vehículo acuoso obligó a salir de madre a los ca- racoles mayores, pues se halla el mayor número 46 FKANCISCO J. MUÑIZ de ellos iiicriistado en las partes superiores de esa banda margosa. Pudo suceder que la mezcla re- pentina de moléculas calcáreas y otras que les fuesen ofensivas bastara para su aniquilamiento Y aun para, el de los mismos cuadrúpedos antes de ser del todo recubiertos por la inmensa masa > de sedimentos que los ocultó después. ¿Sabemos, acaso, lo que otro orden de combinaciones puede producir sobre la vida particular o las existencias en general de un mundo qiie pisamos unos ins- tantes sin siquiera conocer los primeros átomos de su economía? Las substancias suspendidas, una vez concre- tadas, fijaron esos cuerpos sin comprimirlos de- masiado donde hoy los vemos servir de doble causa. La disolución de ese material terroso duró más c menos tiempo, el necesario, al menos para des- pués de maceradas y destruidas las carnes y los tegumentos de los animales, penetrar todos los conductos óseos, los agujeros vertebrales e insi- nuarse y rellenar los cráneos a que ha servido, después de duro, de molde perfecto. Esta misma disposición de las substancias se comprueba por la postura de los esqueletos, cuyos dueños pare- ce lucharon con la irresistible causa de su ano- nadamiento. Ellos hicieron, probablemente, los posibles es- fuerzos para desenterrarse del lodazal o de la masa fangosa que los circundaba y que poco a poco los absorbía. La disposición respectiva de los miembros indica este azaroso conflicto. Las ex- tremidades posteriores se encuentran más bajas, más hundidas en la tierra. El tronco, las manos y la cola a mayor altura ; el cuello y la cabeza más elevados aun que las otras partes. Esta par- ticular colocación que hemos encontrado en las osamentas fósiles en varios puntos, la adquieren I ESCEITOS CIE^•TÍFICOS 47 los animales que se encenagan al venir a beber en arroyos o ríos de márgenes fangosas. En la intensidad de los movimientos que ejecutan para salir del peligro, afirman, como es natural, las extremidades posteriores, mientras se empinan y manotean. De este inútil afán resulta que tanto más abisman aquellas partes cuanto más activos y repetidos son los conatos por desatollarse. Agotadas las fuerzas y rendido el animal, si suponemos al cieno tal cual consistente, natural es que los miembros anteriores que remueve en alto hasta lo último, y principalmente la cabeza que la erige cuanto es posible para respirar y prolongar la a'gonía ; natural es, decimos, que esos miembros queden más supinos que los otros después de la muerte. Entre otros casos que pudiéramos citar, sea el de un esqueleto de Megatherium que se encontró en una de nuestras excavaciones. El todo apare- cía como ladeado sobre un plano rápidamente in- clinado. El cuello tendido lo que es natural; la cabeza, más alta que el resto del cuerpo, descan- saba sobre la mandíbula inferior, la cual se apo- yaba en una superficie aun más ascendente que aquella en que reposaban los huesos de la cerviz. El esqueleto de un caballo o de un animal del mismo género, en una posición casi vertical sobre las patas, yacía poco menos que debajo del Mega- therium y casi sobre éste los despojos de otra es- pecie distinta. De modo que, mientras perecían ciertos animales, las corrientes atraían y deposi- taban otroG sobre o en las inmediaciones de los ya aniquilados. La l)anda inferior a la amarilla, de marga ferruginosa, de una densidad poco mayor que aquélla, encubre otro lecho guijoso semejante al antecedente. Ambos preservan el guijarro desli- gado y en mezcolanza con la arena grosera. 48 FEANCISCO J. MUNIZ Estos dos lechos de guijarro y las dos capas margosas no se encuentran por todo. Nos ha "pa- recido que solo existen en las cañadas u hondo- nadas f que se apoyan lateral e inferiormente sobre la greda que forman las lomadas laterales. Cavando en éstas no se registra el guijo encar- nado y rodado ni otra tierra que no sea pura gre- da, después de la vegetal. Esta falta de extensión en las bandas de marga y su posición (si no nos engañamos en ello) demuestran, no sólo el efecto de corrientes parciales, sino lo moderno de su formación, respectivamente a la de la greda. Si los restos fósiles de cuadrúpedos análogos o los que ise hallan en el departamento recogidos de ivarios puntos de la costa sud de la provincia por el ilustre Mr. Darwin y otros naturalistas, si los que ofrecen las llanadas inmediatas y las cos- tas del río Tercero, del Carcarañá, etc., se com- prendieran siempre, como se dice, en la misma faja que envuelve a los nuestros; si ella se pre- sentara, por lo general, más baja con relación a los terrenos adyacentes. (aunque no siempre lo fue- ra), si nuevas observaciones produjeran el mismo resultado, quedaría plenamente demostrada la comunidad de origen en esa formación y la an- terioridad en estos llanos de la greda sobre ella. En lugares bajos, después del humus vegetal, suele presentarse una greda blanca cenicienta, colorida de rojo en muchas partes. Su superficie es áspera, dura, se raja al sol y se derrumba, cuando seca, en las excavaciones. Algunas bandas de greda negra, sumamente dura, particularmente en los bajos, suelen pre- sentarse arriba o muy someras. La tien-a vegetal se encuentra, como las ve- nas de un mineral, insinuada en su masa, adonde penetró por rendijas abiertas por cualquier cau- sa. Inmediatamente en muchos lugares, y en ESCEITOS CIENTÍFICOS 49 otros a bastante profundidad, se deposita la greda verde, la cual es útil para piezas de alfare- ría y para revoques de chimenea, pues siendo tan untuosa impide la adherencia del hollín. La gran masa cretácea contiene grandes cuerpos de arena suelta, que reventando al interior de algunos po- zos abiertos casualmente a sus orillas, dejan gran- des caivernas en el seno de la tierra. En la per- foración de un pozo, en el partido de Morón, surgió, a la profundidad de diez varas, un bor- bollón de agua sulfurosa en tan alta temperatura que producía vapor. El ácido carbónico que se desprendía excitaba una especie de ebullición a la superficie de aquel líquido cargado de princi- pios minerales. Ignoramos se hayan encontrado despojos fó- siles en esta gran capa; los fragmentos de una mandíbula y los de tibia que se extrajeron a doce y medio pies de profundidad de una especie del género canis, si ya no fuesen de la misma, aunque incrustrados de greda endurecida, pudie- ron ser allí precipitados en tiempos remotos, sien- do aquel lugar habitado ciento cincuenta años ha. Esta inmensa capa de greda ha debido cam- biar la faz de estos terrenos, y probablemente la de otras partes del globo donde también ise en- cuentra. Cubriendo por su excesivo espesor aun muchos puntos culminantes de la superficie an- terior a su existencia, rellenando los valles y to- dos los vacíos debió dar un aspecto de novedad importante a la costra entonces de la tierra. ¿Pero resulta el nivel actual del Departamen- to, así como el de las Pampas, del rellenamiento por inmensos sedimentos arrastrados y deposita- dos por las aguas (acaso en el período cretáceo establecido en otras partes), o proviene del alza- miento que elevara la costa occidental del conti nente? Si la sublevación parece indudable res- 50 FRAKCISCO J. MUÑIZ pecto a su parte montañosa, a juzgar por los de- pósitos marinos descubiertos en las cordilieras de Bolivia, Chile, Quito y aun en la República Orien- tal del Uruguay, ¿se dudará de ella en el terri- torio de la Confederación, después de estos mis- mos fósiles observados por tantos naturalistas, desde los jesuítas Quiroga y Cardiel, sobre la cos- ta patagónica hasta el Estrecho Magallánico en el río Negro y aun en las barrancas de' Paraná cerca de la capital de la provincia de F.Jitre Ríos, en muchas partes aun bajas inm^diataviente a la costa oceánica del Plata y Paraná? ¿Se admitirá la suposición que la gran cuenca o recipiente de las Pampas fué sólo henchido de substancias cre- táceas, mientras una causa particular sublevó an- tes o después, en sus inmediaciones, los terrenos donde actualmente se patentizan los bancos de otros y otros despojos? Si nos fuera pemiitido aventurar una hipóte- sis sobre aquel movimiento que dio forma y su actualidad a las Pampas, diríamos que levantán- dose el mar en épocas remotas a una cierta altura por efecto de una atracción solilunar o por una con\Tilsión terráquea sumergió la superficie sobre que hoy reposa la provincia de Buenos Aires, la de alguna de las confederadas y quizá una gran parte de este continente. La inundación no se efectuó, parece, con grande y espantosa rapidez. El mar se avanzó sobre la tierra e hizo fluctuar ed promontorio de sus ondas, más o menos en- tumecidas, de un modo manso y gradual. La co- rriente entonces, precipitándose sin el fuerte im- pulso de un torrente o sin la fuerza destructora de un raudo desbordamiento, envolvió y llevó consigo el humus, las arenas y en general las subs- tancias desligables y tenues que encontró a su paso. Así luchando consigo mismo y revolviendo el líquido elemento las substancias suspendidas, I ESCRITOS científicos oí amontonando en todas partes y miiclio más en aquellas de un nivel inferior el inmenso cúmulo de tierras arrastradas y desprendidas, convirtien- do en fango, de mayor a menor espesor, aun la misma costra de la tierra anegada, formándose de tantos sedimentos, en fin, un gran lecho, desde luego limoso y blando, quedaron formadas las en- trañas o centro cretáceo de las Pampas y de los demás puntos del Estado Argentino. Uno u otro acaecimiento (cuya naturaleza no nos atrevemos a determinar sin un nuevo y di ;enido examen de los mismos lugares que no pu( ímos observar el tiempo suficiente para formar uaa idea correcta), sepultó en el obscuro recinto de un denso pozo margoso a las especies ya existentes y que fueron testigos igualmente que víctimas de la imponente catástrofe. Si su enterramiento o fijación no se efectuó en el mismo sitio donde hoy encontramos sus reliquias, su remoción se verificó bajo radios poco extensos como se infiere de la normalidad de las superficies óseas más delicadas, como ya anunciamos. En ese manto de muerte para tantas y multi- plicadas especies de cuadrúpedos y aun de anfi- bios, se observan las leyes de la precipitación y de la gravedad de los cuerpos suspendidos en las aguas. Los esqueletos, el guijo y la arena gruesa ocupan siempre, en sucesión respectiva, el plan del lecho, cuanto más arriba las mismas molécu- las terreas son más finas. La carencia en estos lechos terciaros de la mezcla informe que resulta del violento arrastra- miento de substancias heterogéneas; de grandes masas de piedra, de troncos de árboles, de una completa confusión en el todo, previene, desde luego, contra la hipótesis de un inmenso deshielo o de un aluvión de aguas pluviales de ríos (in- existentes hoy como antes) que arrebataran copio- 52 FRANCISCO J. MLTÑIZ SOS materiales de centenares de leguas, o como alguno creerá quizá, de la misma alta y lejana región de las nieves. El sistema hidrográfico del país, su configuración y aun su misma disposición geográfica actual, la falta absoluta de vestigios que lo hicieran presumible, se opone a esas con- jeturas como a la idea de un inmenso delta (opi- nión 'de algunos) con más fuerza aún que al im- petuoso derramamiento de las aguas oceánicas por las causas celestes ya expresadas, o al levan- tarse la cadena andina con sus ramificaciones en la inmensa extensión que ella abraza, como creen algunos naturalistas. La poca elevacón del Departamento y aun de las Pampas sobre el nivel del mar es otra prueba, aunque negativa, de nuestro sentir, no obstante que la demasiada altura de otros lugares no les haya libertado de las submersiones que ha sufri- do el globo, al menos sucesiva y parcialmente. Ignoramos que se haya tomado, hasta ahora, me- dida alguna barométrica de la provincia; pero según una tal operación hecha con Jaén de Bra- eamoros por el eximio sabio barón de Humboldt, si las aguas del Atlántico se elevaban 50 toesas en la embocadura del Orinoco y 208 en la del Amazonas, la alta marea cubriría más de la mi- tad de la América meridional, y la falda oriental de los Andes, probablemente la misma capital de Cuyo, vendría a ser una playa batida por las olas. Las aguas medias del Orinoco, según aquel científico viajero, están sólo más altas 194 toesas sobre el nivel del mar, cuaiiido aquel majestuo- so río sale de las Cordilleras. Sin embargo, las llanuras intermedias, cubiertas de bosques, son todavía cinco veces más altas que las Pampas. De manera que pocos esfuerzos de elevación se- rían necesarios para que el mar se sobrepusiera í ESCRITOS CIENTÍFICOS 53 a la actual superficie de las provincias argenti- nas, y no menos un fuerte e insólito sacudimiento terráqueo que una poderosa atracción de los agentes celestes, como dijimos, sobre el océano, ocasionaría una inundación inevitable y general de su territorio (1). En cuanto a la formación de la tosca que se encuentra en varias partes y que hemos tenido particular encargo de clasificarla en cierta oca- sión, preciso es reconocer a la humedad como su primer elemento. Obrando ella constantemente sobre el fondo de los ríos y arroyos y en sus már- genes, penetrando hasta cierta profundidad, llega a constituir con las arenas que traen las aguas y con la porción más tenue de la greda suficien- temente diluida, aquella substancia que guarda un medio entre lo duradero de la piedra y la in- consistencia de la greda pura. El cemento que une y da cuerpo al todo, es un limo calcáreo más o menos mezclado de partículas silicosas. Cuando se halla en seco aquella concreción terro-arenosa formando extractos más o menos gruesos y ex- tensos, debe su existencia a antiguas y extingui- das corrientes que surcaron por aquellos lugares. Los arroyuelos que recién se ahondan mues- tran en su fondo esa formación incipiente, la cual se puede fácilmente examinar en aquellas partes que quedan en seco cuando faltan las lluvias. A veces se ve que depuesta la primer capa, los mis- mos elementos entran en la composición de la se- gunda, de una tercera o de más. No apareciendo estos extractos en la tierra vegetal ni en la blan- ca, parece indispensable para su creación cierta (1) Darwit describe árboles petrificados en las serranías de Uspa- llate que crecieron a orillas del Océano que llegaba hasta allí. — (^Nota de Sarmiento). 54 FRANCISCO J. MUÑIZ condición de superficie y que ésta se encuentre en las margas o en la gran capa gredosa. Se descubren en ésta y aun en aquéllas, filones perpendiculares de tosca de una pulgada de es- pesor por lo regular. Ellos se internan más o menos y afectan varias fisuras y direcciones. Son los mismos principios que organizan esa forma- ción en otras partes los que, insinuándose por fisuras abiertas en esas capas, han llegado a tomar consistencia. ATMÓSFERA En cuanto a "i ■, constitución atmosférica ac- tual parece haber sufrido cierta modificación en su temperatura hasta treinta leguas hacia el in- terior de las costas, donde la población está más apiñada, más animada la agricultura, donde es más abundante la plantación de árboles y más considerable el número de haciendas de toda es- pecie. De allí afuera, estimamos ser hoy la tem- peratura atmosférica la misma que fué en su es- tado primitivo. El Ranquel, el Pampa, el Pata- gón de ahora dos mil años, si volvieran al lugar en que nacieron, donde respiraron sus más remo- tos progenitores y a donde dejaron unos y otros para siempre sus huesos, encontrarían el mismo grado de calor o de frío que entonces; el mismo orden en las estaciones; idénticas enfermedades; igualdad en el modo de vivir y en las costumbres de sus descendientes, todo lo encontrarían como lo dejaron, pues el clima no ha variado, ni el hombre con él, ni las producciones naturales de la tierra. Sólo extrañaría al caballo y al buey, algún utensilio, una u otra ineonsiderable subs- tancia alimenticia que no conocieron y el alcohol de Europa que los enerva y destruj'e. Las som- bras de esos aborígenes volverían a su silencioso ESCEITOS CIENTÍFICOS 55 reposo satisfechas de la escrupulosa imitación de sus sucesores. Tal debería suceder, pues que la civilización no habría disipado entre ellos las ti- nieblas de la barbarie primitiva, ni propagado sus vicios, ni los gérmenes de multiplicadas y te- rribles dolencias con el refinamiento del lujo y la enerfvación de las costumbres. El Departamento, como la parte poblada de la Provincia, preserva una temperatura media dis- tante de los extremos. Un terreno herbáceo necesi- ta mayor cantidad de calórico para elevarse a la misma temperatura que uno cretáceo o pedrego- so; lo que forma una causa de refrigeración com- parativa en el verano. En el invierno absorbe ma- yor cantidad de calórico, pues tiene más capacidad para contenerle; y véase ahí un principio del ca- lentamiento de las capas inferiores del aire. Así, a pesar de faltar el abrigo que procuran las flo- restas y bosques en el invierno, y su sombra pro- tectora en el verano, no es tan frío ni tan caliente (siguiendo el paralelo) como otro arenisco, pe- dregoso o cretáceo. El calor y el frío no tienen otra graduación en él que la que resulta de la particular latitud de las zonas en que pudiera dividirse transiversal- mente o del Este a Oeste ; porque como ya se hizo entender, no puede encontrarse en su territorio la diversa temperatura que resulta de la distinta exposición de los lugares a los rayos de sol, de la diferente dirección de los vientos, a causa de grandes depresiones, cui-vatura del suelo, etc., de que carece el Departamento. En cuanto a las cuatro condiciones primeras de los vientos, su humedad o sequedad, su frigi- dez o calorificación ejercen aquí, como en todas partes, una influencia directa sobre los cuerpos. Colocamos en primera línea- al Norte por su ac- 56 FKANCISCO J. MUÑIZ ción tan general como conocida sobre nuestros órganos. Este viento que procede en su curso por el Paraguay y el interior del Chaco es caliente, y aun enfermizo, sobre todo en verano, cuando se carga de humedad al atravesar el estuario del Plata y sus tributarios. Saturándose de ese prin- cipio en proporción que eleva su temperatura, y en razón de la maj^or superficie que presenta el agua cada vez más dividida, centrificándose y aumentando su gravedad específica con nuevas adiciones, llega al fin a pasar de fluido elástico al estado de líquido, a formar nieblas y aun a pre- cipitarse en lluvias, si el aire pierde su capacidad para contenerla. Si en este estado de la atmósfera sobrevienen corrientes de aire frío, condensándose los vapores en nubes, éstas se resuelven en copiosos aguace- ros. Quizás éstos no tengan lugar a cien leguas de las costas, habiendo perdido el viento su hu- medad en gran parte a esa distancia, si es que no las renueva con la evaporación de los lugares por donde pasa. En esos días de Norte caliente y húmedo, el aire está brumoso y pesado, por la razón contraria : porque es claro y hermoso cuando seco, como cuando sopla el Oeste, o cuando hiela. Los cuer- pos muy tersos y brañidos, los inabsorbentes o impermeables se cubren de humedad y aun de go- tículas. La gran especie de exhalaciones que el calor mantiene, como queda dicho, en estado de fluidez, reuniéndose máis y más, por las leyes de la atracción, llegan a liquídame y hacerse visibles. Se observa que el Norte en este estado irrita él sistema nervioso de aquellais personas en quie- nes predomina sobre los demás. Se ve en la Ca- pital, pues en la campaña son casi derseonocidas estas afecciones, que los accesos histéricos, los hi- ESCEITOS CIENTÍFICOS 57 pocondríaioo's, la {manía, ciertas neuralgias, son co- mo provocadas por este viento. Las personas mó- viles y débiles, los convalecientes, sienten laxitudes, opresión de pecho, un malestar general . Entonces aparece el clavo histérico o cefalalgia nerviosa, así colmo en Europa se manifiestan astas m.olestia;s con eil Oeste y el viento del Mediodía. En la •cam- paña es muy icomún en ilois hoimbres que desrpués de comer continúan ulos del hígado, y tiene las mis- mas cavidades, y el mismo sistema de vasos sanguí- neos de las demás aves, a excepción de su calibre que es mucho mayor que en ninguna otra especie. El páncreas, como en toda la clase alada, es lar- guísimo, no mide menos de diez y ocho pulgadas, y está penetrado de varios conductos. El 'bazo, muy pequeño, se halla como al centro del mesenterio. Del riñon, que tiene de cuatro a cinco pulgadas de longitud, salen los uréteres, que como en las de- más aves, van al recto. El oviductus tiene de largo, desde el racimo u ovario hasta su terminación en el ano, doce pul- gadas. Los testículos colocados, en uniformidad con las demás aves, sobre el riñon así como el ovario, mi- den tres pulgadas de longitud. El pene carnoso, hlanquizco, de forma espiral o de caracol como el del pato, tiene como opho o nue- ve pulgadas y termina en punta lisa. La hembra, a diferencia de la africana, que dice Buffón tenerlo, carece de clítoris. 124 FRANCISCO J. MUÑIZ P.VEALELO EXTRE EL ÑANDÚ Y EL AVESTRUZ AFRICANO ; EXCELENCIA DE AQUEL EN \T2L0CIDAD Y FORTA- LEZA. Pretende M. Buffón que ambas especies se ase- mejan en la pequenez de la cabeza, en lo aplanado de! pico y en el largo del cuello; pero que en las demás partes el ñandú se parece al Casoar. M. Cu- vier, en la obra citada, dice exactamente lo mismo, y hasta usa de las mismas palabras de Buffón. Semejantes, en verdad, por esos signos las dos especies, presentan todavía algunas relaciones más de uniformidad exterior ya en la forma de los ojos, y en el corte del cuerpo en forma de huevo superiormente y horizontal por debajo, ya en la colocación y texturas de las plumas, en varios de sus hábitos, etc. Los caracteres externos que, entre otros, los di- versifican consisten, en ser pénita o con cola la Africana, cuando la de la América carece absolu- tamente de ella ; en la desnudez del cuello y de los muslos de aquella, siendo en la última de estas partes, aunque diga M. Buffón lo contrario, per- fectamente emplumada. A mas. la placa que res- guarda el cráneo del Avestruz de África, no tiene el otro. Pero el signo diferencial más importante y so- bresaliente entre ellas resulta, de la desigualdad numérica de dedos. Esta circunstancia a mas de ser distintiva, ejerce una influencia trascendental so- bre la más extraordinaria propiedad de estas es- pecies, la velocidad en la carrera. En efecto el Avestrvz de las tórridas ai-enas del África, bisul- cado o con dos dedos, se muestra por esta sola causa menos resistente, presto y seguro en el ejercicio de aouella facultad ciue el ñandú trífido o parecido por la pecnliaTidad de sus tres dedos -a las aves no trepadoras, o a los gallináceos, si fuera pennitido ESCRITOS CIENTÍFICOS 125 contar por uno de más el tub érenlo calloso de sns patas. La adaptabilidad o adherencia con la superficie es la misma en las dos especies siendo plantigrados o que asientan toda la pata. La diferencia provie- ne del distinto apoyo que prestan en la carrera tres dedos contra dos. En efecto, una especie esen- cialmente corredora y velocísima, que modifica de mil modos sus peligrosas evoluciones, principal- mente en la carrera de costado, en la cual efectúa cambios los más rápidos y excéntricos, es induda- ble, que encuentre una más firme sustentación, si proporciona en lo que es dable, esa indefinida vo- luljilidad de pies con el mayor diámetro transver- sal que éstos tuvieran. Como la abscripción de un dedo en el ñandú dilata la línea transversal de ese miembro con notable ventaja sobre el de África, como es de suponer, por robusto que él se suponga en ésta, resulta, siguiendo la ley que proporciona a los cuerpos en movimiento un mayor apoyo en razón del crecimiento de la base de sustentación, jio sólo mayor seguridad en el aplomo del cuerpo i'uando vertical, sino también, y con necesidad absoluta^ en las distintas inclinaciones que él adop- tara en sus indescribibles movimientos. Aquella base representada en la carrera del ñandú por la pata entera, o solo posada sobre las últimas falanges, como en el hombre cuando corre, es en cualquier caso más extensa y mucho más fir- me en él que en el otro, descansado el centro de ^n-avedad sobre un basamento más lato. Este ma- yor ensanche es de una alta importancia para un bípedo, cuya disposición coi-pórea es horizontal y no vertical como lo es en el hombre. Este, por esa razón, en su estación y aún corriendo permanece naturalmente aplomado sobre sus pies, el ñandú, de cuerpo horizontal como los cuadrúpedos, tiende 126 FEANCISCO J. MUÑIZ por el contrario a desequilibrarse en los multipli- cadas evoluciones de su carrera. Y al considerar la velocidad y tortuosidad con que la ejecuta, la pe- santez y volumen de su (Cuerpo, la prolongación, sin igual en la clase entera de su línea horizontal, no puede desconocersse la sabia liberalidad de la naturaleza, en esa ampliación de base con que la agració, sin mengua de la celeridad que le fué acor- dada como primer dote, y como único medio de defensa. Quizá sea cierto que la pata del Avestruz bidí- gito puede en un riguroso cálculo mecánico, ofre- cer un momento de ligereza, suponiéndole una más pronta separación del suelo, que la del tridígito o de tres dedos. Pero esta ventaja, si lo fuera, sería casi efímera en sí misma, encontrándose disminui- da por un menor diámetro latitudinal que expone a vacilaciones en la carrera, o a perder el equilibrio al menor vaivén de un cuerpo más pesado y volu- minoso que el del Ñandú, y empujado por poten- cias cuyo ejercicio es tan rápido. Por otra parte, la excelencia de lui par de músculos en cada extremidad del Ñandú, le pro- porciona un nuevo grado de agilidad y de resis- tencia en la carera, y le hace superior al de los eriales y tostados desiertos del África, 'deficiente de ese poderoso resorte de progresión. La adición de un tercer dedo supone la existencia de una otra polea en la extremidad inferior del t^rso. El de África sólo tiene dos para recibir igual número de dedos. Este aumento de poleas influye en la exten- sión del tarso y en la robustez consiguiente al en- sanche de la pata. Así es como el Avestruz Ameri- cano privilegiado con un nuevo elemento de resistencia y de celeridad decursiva, debe sobrepu- jar en estas cualidades al de África. En una pala- bra, dotadas ambas especies de un tórax o pecho ESCRITOS CIENTÍFICOS 127 vigoroso (lo que conviene no a la presteza sino al aguante de la decursión) no la están empero de igual modo en las potencias locomóviles. Esto no es decir que falte en la formación del último la proporción necesaria a sus fines natura- les. Eso no, porque una gran familia no puede haber sido creada imperfecta. Pero la naturaleza misma dispuso, pues le concedió para ello medios de conocida excelencia, que en igualdad de circuns- tancias, sobrepasara el uno al otro en ligereza y resistencia, en firmeza también y seguridad en los tortuosos giros de su célere carrera. "Respecto a las diferencias osteológicas o de es- tructura ósea, existen varias (de. las cuales nos permitiremos enumerar algunas) a mas de los de- dos y del sobrecasco, icitadas como únicas en los naturalistas que hemos consultado. Según Buffón, el Avestruz Africano tiene diez y siete vértebras cervicales. El Ñandú solo trece, contando por una la en que se articula el primer par de falsas costillas anteriores, a las que llama- remos cervicales por no estar precisamente com- prendidas en la cavidad del tórax o del pecho. Las vértebras dorsales del primero son siete ; las del segundo seis. A las del Africano se articulan cinco pares de costillas verdaderas y dos de falsas. Un tercer par de éstas sirve de clavículas. A la primer vértebra cervical de aquel se ar- ticula el segundo par de costillas falsas anterio- res. A las cuatro siguientes, igual número de pa- res verdaderas, y a la sexta el primero posterior de falsas, el cual podría denominarse lumbar, co- mo los dos siguientes, que están sólidamente uni- dos entre sí, y que parecen mera continuación del sacro . En resumen, el Avestruz Africano tiene en su 128 FRANCISCO J. MUNIZ totalidad ocho pares de costillas, cinco verdaderas y tres falsas. El Ñandú nueve pares, cuatro de las primeras y cinco de las sregundas. Las ocho costillas verdaderas firmemente unidas al exter- nen por largos apéndices óseo cartilajinosos. Las costillas verdaderas del Africano son dobles en su origen, en el de América lo son todas, y to- das están articuladas hacia su mitad, auxilio po- deroso para aumentar la capacidad del pecho. El primer par de apéndices costales o costillas falsas anteriores del Ñandú tiene dos pulgadas de largo, y las clasificamos de cervicales por no en- trar en la estructura del pecho. Siendo éste tan abierto y sólido, y su fuerza de dilatación y con- tracción tan grande en la carrera, necesitando del más fuerte apoyo la base de una tan larga cei-viz, esas adiciones óseas avanzadas a la entrada de la cavidad sagrada como para resguardarla y fortifi- carla más, como para protegerla ocultándola, co- munican también un considerable aumento a los puntos de enlace y de implantación de los tejidos musculares, tendinosos, etc. El segundo par falso costal se insinúa en el es- pacio toráxico inmediatamente por debajo de la articulajción húmero escapular, y se dijera hacia la extremidad esternal de la primera costilla verdar dera, de la cual dista dos pulgadas escasas. Fuer- tes ataduras membranosas ligan esos huesos a la escápula. Ellos están evidentemente dispuestos y colocados así por la naturaleza, para dar a ella el más firme apoyo, la elasticidad y fuerza compe- tente en el desempeño del continuado vigoroso mo- vimiento a que está destinado aquel miembro e¿ esta especie. Los tres pares 'de costillas falsas posteriores tie- nen la curvatura hacia adelante al contrario de las verdaderas. lüSCRlTOS CIENTÍFICOS 129 La columna vertebral de las aves es inmóvil : pero la del Ñandii tiene cierto mo\dmiento nece- sario a los fines de su destino pedestre, como lo es la disposición contraria en las aves de vuelo para poderlo dirigir con precisión y fijeza en rumbo de- terminado. Como el sacro se eleva en su articulación con la última vértebra más que en ninguna otra ave, se forma en la línea sacro dorsal una eminencia la cual cubierta de gordura, aumenta extrañamente BU altura. De aquí la forma ovoide del dorso. La cola del Avestruz de África, consta de siete vértebras semejantes, según Bufión, a las numa- nas. El coxis del Ñandú se compone sólo de seis, pero en proporción menos anclias y planas que l8s de las demás aves. Las clavículas se forman en el Avestruz de Áfri- ca, dice aquel naturalista, de un tercer par de costillas falsas; pero las del Ñandú son en sí mis- mas clavículas verdaderas. Faltando el tenedor, hueso ahorquillado que se encuentra en las demáa aves, ellas ejericen solas las funciones propias de estas partes, funciones que son en él extensísimas. Está cada uno de estos huesos coimo dividido en dos cuerpos, con alguna similitud a los de las demás aves. El inferior se articula a la parte anterior del esternón por un borde más o menos ancho de dos pulgadas de largo. Su figura es plana y bastante estendida, y tiene la extremidad más ancha para abajo, la porción más estrecha para arriba. El cuerpo superior es parecido a una costilla, su con- vexidad hacia arriba se adhiere a las tres prime- ras verdaderas inmediatamente a su articulación dorsal. En el sitio en que se estrecha la clavícula para adquirírir la forma costal, el hueso se hace más graeso y compacto, presentando allí la cavidad articular que recibe la cabeza del húmero o pri- 130 FP.Axriííro J. mt'.viz mer liueso del ala. Son varias y muy fuertes 1-as ataduras que unen la clavícula al esternón, a las costillas y a las vértebras. El espacio esternal que (jueda en medio de la articulación de ambas cla- vículas es eóneaivo semilunar. En cuanto a la semejanza del Xandú con el Casoar o Emú de las Indias Orient1 Universo, U)áo está admirablemente eslabonado y sujeto ¡i 186 FRANCISCO J. MU5'IZ prin.'Cipíos invariables y en determinada depen dencia unos de otros, así en la animal se observan estrechas relaciones en la distribución y forma de ciertos órganos íntimamente ligados en sus fun- ciones naturales. Es por esta regla, que para re- solver definitivamente el problema de la alimen- tación propia del Ñandú es necesario fijarse, 8 falta de cóndilos mandibulares y de dientes, en su aparato digestivo. En él debe buscarse, y se ha- llará la inclinación o propensidad dietética que domina a la especie entera . La extensión de los intestinos del Avesf^'uz Americano es menor que la del de África, si ésta es, como dice, Buffón, trece veces mayor que la del Casoar^ que sólo tiene cuatro pies ocho pulgadas de longitud, según él mismo. La del tubo intestinal en el Ñandú es de ocho pies cuatro pulgadas dosde el buche hasta el ano. Esta dimensión proporcio- nada a la largura del tronco, intermediaria entre la de los herbívoros y la de los carnívoros parece, sin embargo, menor que la requisita en la condi- ción de aquéllos. Pero esta contradicción está su- ñcientemente compensada con la energía y des- arrollo de esos órganos. La excedente prolongación que tienen los de los primeros sobre los otros, nace de que los vege- tales de que se alimentan, se prestan menos fácil- mente a la asimilación que las materias animales de que se nutren los últimos, de que un volumeri dado de aquel material contiene menor porción de masa reparadora, de que deteniéndose más largo tiempo el alimento en el interior de los herbívoros, preciso es que para efectuarse la separación de b parte quilosa y fecal, recorran aquellos una línea más dilatada, o que pasen por sucesivos y numero- sos puntos de elaboración. En cuanto al Ñandú basta fijarse en la robustez y espesor de la substan- céa muscular que envuelve el ventrículo, 7 exami- ESCEITOS CIENTÍFICOB l37 nar la textura coriácea de su membrana interior, basta observar la copia probablemente de jugoa digestivas, que segrega la gran glándula supra- estomática, suficientes a penetrar el inmenso con- tenido de alimentos, para persuadirse de la gran fuerza mecánica y del extraordinario poder disol- vente de su sistema digestivo. Cuánta y cuan poderosa sea la compulsión de estos agentes, cuál su fuerza incidente y su influen- cia alteratriz y asimilativa sobre las semillas y la« yerbas, bien lo demuestra el gastamiento de las piedras, del vidrio, del metal y de la madera que tragan, más o exclusivamente en su estado domés- tico y de penuria los individuos de asta especie, como se ha dicho. El mo-v-imiento de esas fibras musculares que en círculos concéntricos muy espesos rodean al ven- trículo debe ser acelerado ; pues no es presumible que el de todos los haces se haga parcialmente o a diferentes tiempos. Si como es natural, él fuese co- lectivo, la velocidad de contracción de los manojos más distantes debe ser considerable, para igualar a la de los menos extensos o más próximos al nú- cleo o centro común. Por otra parte, la acción intestinal complemen- taria de aquella importante ñmción, fuerte en sí misma como lo indican la tensión y robustez de las numerosas fibras carnosas que se distribuyen en todo el aparato, que le dan tan excesivo espesor y consistencia, contribuye a más de esa perfección digestiva, a que no se eche de menos una mayor extensión, innecesaria hasta cierto punto, como ya se dijo. M. Buffón informa, que el avestiniz de África no bebe agua, y es lástima que el señor de Azara sienta lo mismo del Americano, fundándose en que esta especie suele habitar lugares secos. No es ex- traño, que a la Africana, que en otras cosas la han 138 F1!A.\ .T. MCÑIZ asemejado al canicUo, la invistieran por referirle una otra semejanza con este cuadrúpedo, de esa ])ropensión preternatural, no " porque el camello deje de heber sino por que lo hace pocas veces, te- niendo en sí mismo el reseryario de donde provee su necesidad de líquido. La especie Americana no está exenta de la ley general, que prescribe a los animales de sangre roja y caliente el uso del agua, con más razón a los muy movibles, y que deben sufrir, como el Ñandú, 'dobles pérdidas. Este la bebe muchas ve- ces al día con especialidad si hace calor, lo hace por picotadas aceleradas, luego eleva algo la ca- beza como para permitir al líquido que descienda. Podrá suceder que el doméstico beba más y más a menudo que el silvestre, por la naturaleza esti- nuüante y complicada de los alimentos de que se sustenta. Esta especie es gran cazadora de langosta, de moscas y de algunos otros insectos. En este ejerci- cio se conducen sus individuos con cierta gracia y descubren en él un grado de astucia y viveza, que contrasta con su habitual gravedad. Parado el S'andú a una proporcionada distancia de la presa en que medita, dirige la vista a otra parte, apa- rentando no hacer alto en ella. Mientras simula distracción y embelesamiento atisba de reojo, y en- corva algo su ■esbelto y flexible cuello hacia el punto que ocupa el animalito amenazado. Llega el ins- tante, y vivo y sin saber cómo, de entre las yerbas, cae en un abrir y cerrar de ojos al ávido buche del perspicaz y presto gallináceo. A diferencia de la especie Africana, que dice ^r. pjuffón no tenerlas, la de América cría lom- brices intestinales a veces en abundancia. Del mis- rao modo pululan sobre la piel de algunos indivi- duos piojos inofensivos al hombre, los cuales si ae adhieren a sus ropas, caen luego de suyo. ESCRITOS CIK>-i'í Fieos 139 (lENERArioN; PKOCESo IXcTlíATIVO Saca y cría; rnniu'fjo FEAXnT.SCO J. MrxTZ cnollo i'on toda su fuerza, siispenderl(\ A los pe- nos grandes niiansos cuando no lo embisten, por- (|ue entonces Jiuiría de ellos, y a los pequeños in- capaces de ofenderle, los ataca del mismo modo. Ewtos últimos, si no escapan tan pronto, los derri- ba, pasa y repasa sobre ellos, batiéndolos con las patas al mismo tiempo que les impi-ime sendos y terribles mordiscos . Se elnden sus ataques desviando el cuerpo, y so le contiene asiéndole del cuello o de las alas. Principalmente, al intentar tenderle o después de tendido, patalea fuertemente, no por ofender ni defenderse, sino el forcejeo natnral con que re- siste la agresi()n. Entonces sería imprudente ex- ponerse a los duros golpes de la calcitraeión o acoceamiento y a los mortificantes rasguños que son consiguientes. En esa época de incitamiento o en su (rslus li- hidinis suele el Xandíi, en las horas más calurosas del día, arrojar fuera el pene o el geuitale mem- hriim. Le acompaña el panículo carnoso, especie de ampolla oval que le rodea por su base en for- ma de gollete, compuesto de todo género de vasos y de tejido celular. El esfá cubierto de folículos juncosos, que le lubrifican y humedecen abundan- temente. Mientras dura la expulsión, ejecuta, con el ano un ruido particular, resultante ele las repe- tidas contracciones de su esfínter; ruido que se oye distintamente a quince y más varas. En aquellos momentos de erotismo genital no siempre está el macho inmediato a la hembra ; pero es general que la corteje entonces insinuativo y como afectuoso. La arrulla, al parecer, con vehe- mencia apasionada, el cuello encogido y erizado, bajas y semiabiertas las ala.s. Así. majestuosamen- te empavesado, le hace arremetidas de un garbo l-jcculiar, doblando algo las piernas; pero no rodea ESCRITO,'^ riEXTÍFIfOS 148 a .sil compañera con (>1 ahinco fastidioso y necia i-epetdción con que circuye el pavo, tontamente hinchado, indeciso e importuno, a la suya. A pesar de lo exacerbado de aquella situación, del evidente orgasmo que agita al macho, él no se dirige jamás al ayuntamiento, como parece de])e- ría esperarse. Este acto es impedido probablemen- te en los domésticos por la presencia de seres y de objetos extraños aglomerados a su alrededor, y especialmente por la vista del hombre. El ?^andú, más contenido que los demás individuos de su cla- se, se limita a efectuar repuntes festejosos, y sin otra expansi(3n apreciable termina paciblemente aquella escena de evid'Cnte afectuosa excitación . Impregnadas ya las hembras, cuando el instinto previene al macho que está próxima la postura, eli- ge el lugar más a propósito para la fabricación del nido. Lo forma siempre en sitio despejado, fuera y a alguna distancia de todo matorral o escondite desde el cual el hombre y varios animales, sus enemigas, pudieran fácilmente atacarle y sorpren- derle. Lo iconfigura circulannente y le da algo más de un pie de radio o poco más de dos pies de diámetro. Primero corta con el pico el pasto de aquel lugar, si es tan alto que le impida la operación, y le arroja a cierta distancia de ambos lados. La cabeza aparenta sobre el cuello, en el lanzamiento o yaculación de las yerbas, un movimiento pare- cido al de la mano del hombre cuando ase y des- pide rápida y .sucesivamente algo, coíii sólo los ■dedos. Se cree, generalmente, que redondea el nido y que le pulimenta con el espacio calloso y limpio de pluma (graino del pecho de los campesinos) que tiene en el promedio o punta más sobresaliente del esternón. E.stos, dicen, el Avestruz se hurgonea, significando con esta expresión las vueltas que da 144 FRANCISCO J. MUÍflZ aplastado contra la tierra mientras forma el nido. Pero lo que hace entonces es excavar a la redonda, doblando, como cuando se echa, los tarsos hacia adelante, ínterin profundiza con las uñas y remue- ve la tierra del centro a la circunferencia. De aquí resulta la configuración a guisa de embudo del nido o su ahondamiento en el medio. Dispuesto así (y no por encontrar una cavidad en la tierra, que solo perfecciona, como dice el se- ñor de Azara), dispuesto así aquel recinto, de una futura y numerosa nidada, cubre el todo con cardo seco, pajitas y otras yerbas, distribuyéndolas con nivelacióoa proporcionada. Cuando doméstico, trae al nido hojas de árboles que caen o que él arranea, plumas, lana o cualquier otro cuerpo blando. Como en la cluequera pierde las plumas del pecho, del vientre, de los costados, entran estos despojos en ia materialidad del nido. Si por creerlo conve- niente se erige artificial en sitio frecuentado por el Ñandú, él resiste tenazmente dirigir a él la hem- bra. Si el que fabricó fué destiniído, le reconstraye una o más veces, siempre en lugar distinto. Hay probabilidades, que el silvestre levanta su nido en las cercanías del punto que ocupó el año anterior. Concluido éste no se aleja de él ni la cuadrilla, que repunta hasta sus inmediaciones varias veces al día, como si intentara con esto que las hembras le reconocieran y advirtieran cuál es su situación. Lo mismo hace el doméstico con su compañera, la cual se obstina a veces en poner fuera de él, a pe- sar de los pechugones con que por fuerza la con- duce el macho hasta su proximidad. Hay hembras que se acostumbran a poner dentro de las habita- dones, sobre un cuero o tela tendida, o bien en ia tierra desnuda. Se observa en otras, que en los momentos antecedentes a la exovación se restre- gan apresuradamente contra las personas, siendo n; general (iiie pujen en a({in.'l acto, eonio opriinidaíi de violenta ansiedad. Cuando el Ñandú hace luardiar delante de sí. a su comitiva, momento de una solemnidad imperati- va y apasionada, adopta una forma expansiva que lo hermosea y que le da nueva importancia. Re- cogido el cuello, crispa las plumas que le cubren e inclina hacia aitirás la cabeza: abre al mismo tiempo las lúm, las extiende y aun arrastra encor- vando los tarsos. Cliasquea fuerte y agitadamente el pico, camina con grave mesura, y así, agradable- mente t'J'amsformado, rodea y coiKlnce de una a otra parte a!l numeroso o único cortejo. Con tales ademanes parece significara el galante ■ centinela de laís Pampas, el desipótico y so^berano dominio de un Sultán sobre las cautivas beldades de su ha- rem. La época de la ipostura en esta especie, dice M. Buffón, depeinde del clima ; ella se verifica, añade, cerca 'd(^l solsticio de veraino- o en Julio en la Amé- rica Sei>tentrioin'al y en Diciembre ^en la ]\Ieridio- nal. Es decir, esa función tienei lugar en aquellas regiones, cuando la tierra ocupa los pnntots extre- mos del eje mayor de su órlwta o sus ábsides. Pen^ tía ^del Ñandú de la Pampas, la del de las Provin- cias Argentinas que baña el Paraná y el JJrugiuuj, la del que halbita los caan'i)os de la RepúhUca Orien- tal del Tlruguau, se verifica en distinta época del' año. Es a fines de Agosto que alparecen en esas co- marcas los iprimeros huevos, y su mayor abundan- cia es en Septieiinbre y Octubi-c. Esto demuestra que la postura se reali/.a cu esas varias secciones de la América Meridional hacia el equinoccio de primavera., o cuando el sol en el Ecuador se halla en el pi-imer punto de Libra. Los ipoUos más tempranos nacen a fines de No- viembre y su mayor número en Uiciembre, época 146 rBiLN'ClSC^ 3. MUXIZ del año &n que principia la pastura según M, Buf- fón, en el África Meridional, o sea en aquella ^ran división terráquea alineada o correspondiente en latitud a nuestro hemisferio. Siendo esto así, el producto debe, en esta porción de África, salir a luz por Marzo o cerca del equinoccio de Otoño. No hay dificultad en admitir que las cosas pa- sen de ese modo en África intertropical; más si el Avestruz se separa, segnn aquel celebrado natu- r«alista, hasta treinta y cinco grados de la equi- noccial en ambos hemisferios, si llega hasta el Cabo de Buena. Esperanza, treinta y cuatro gra- dos al Sud de la línea y más de diez fuera del Trópico, latitud extratropicai, en la cual se com- prende una gran parte de las Regiones Ameri-ca- nas, que arriba enumeramos ; la saca se efectúa en el África Meridional en un tiempo extraordinario o \ sobre el invierno. Rara excepción sin duda (si ella fuese cierta), entre todos los animales cuyos hijos nacen, y e« razonable que nazcan, a principios del verano. Excepción más contra natura que la filo- progenitura en el ñandú. Aquí, aunque cambiado el rol de los sexos es sin menoscabo o perjuicio de la ^pecie ; allí queda la tierna prole bajo la incle- mencia de una mortal estación. A esos pocos huevos depositados en uno u O'tro punto del campo antes o después de la formación del nido, les llaman los campesinos guachos, por cuya nombre dan a entender su colocación extra- viada. La particulair posición del huevo guacho suele tomarse por signo indicativo del sitio que ocupa el nido. En efecto, siendo su extremidad más del- gada la exovada últimamente, resulta, que si al ■caer a tierra el producto o después no varía su na- tural proyección el vértice del cono que con apro- ximaeión representa, podrá indicar, así la línea ESCRITOS CIENTÍFICOS 147 que indiferentemente ta*aía la hembra en su mar- cha, como aquella que instintivamernte la eneami- niaba a su nido. La hora de la postura es desde las diez hasta las tres de la tarde, esto cuando el calor es más fuerte y el campo está más solo. Los boleadores de avestnices saben por experiencia que la mejor hoi-a para ellos es por la mañana temprano, pues entonces llevan las hembras su^s huevos toda\TÍa, razón porque están más pesadas. Ellos suelen ani- marse mntuamente, diciendo: "; ellas inuoliachos que ésta es la hora de sacar los amarillos". El macho que pasta más o menos cercano al nido, llama a él a la cuadrilla por repetidos bra- midos o gritos, a cuya señal se aproxima ésta, has- ta deponer cada una de las que deben hacerlo aqnel día. La ñandú no se detiene un instante después del alumbraaniento, sino que sale del nido inmediatamente, en dirección contraria a la que entró en él. Algunas exovan fuera, o porque ocu- paba el nido otra parturienta, o porque la nece- sidad de librar las sorprendió antes de alcanzarle. Entre tamto, el macho o m'achos que espectan frita- mente el proceso parturitivo, pican las yerbas en las inmediaciones, bramando el i-efe de cuando en cuando, según se dijo. La hembra en esta especie como en alguna otra, no necesita de macho para impregnarse y poner huevos. Su fuerza prolífica, como se ha notado varias veces en las célibes encerradas en un co- rral, es suficiente a producirlos. Pero estos hue- vos como aquellos, si perfectos en su forma y sus- tancia, son sin embargo, infecundos, y no darán existencia a un animal semejante al que les dio a luz. Despremdidos d^l pedículo que los maotie- le en el racimo o cáliz común, ellos recorren en progresivo desarrollo el oviductus, y al fiji se J18 i'j;axci8CO .t. mtm/ mueslraii en sus formas i] atúrales. Pero la yoma carece del esiperma o galladura, que tiene el hueA'o de la lu'inl)ra que coiininicó eojí el maelio. A esta clase di' ])rodn<'t()s estériles o liypenémieos llanra el A-aüíiO hiirru.i del aire. La ñandú no pone todos los días: por lo reiinlar lo vei-ifiea cada dos o tres, pasándose a veces cua- tro y aun lia«ta seis sin qne lo realice. Esta A-a'ria interaiitenicia, que ise observa también en otras aves, debe naturalmente ser más larga en esta es- pecie, necesitanido el particular espesor de su cas- cara de más tiempo para consolidarse. En los do- mésticos se lia notado una interru})ción de odio a die>^ días haicia el medio de la poistura — circuns- taincia qne parece marcara dos tieimpos en la edi- ción ovativa. Parece cierto que los liuevos de los i^ollos más delgailo,s o cuya figura es más conoide, contienen el germen del i)roducto macho. Esto mismo se akl- vierte en los huevos de gallina y en otros. Los que con la cascara ya formada se extraen de las hembras recien muertas son muy amarillos. El contacto del aire disipa insensibleimente ese color, y hace que al fin blanqueen. Estos huevos se destinan para regalo p6r su hermoso amarillo fino subido: algnnos los llevan denti-o del mismo oviductus 'i)ara que de este modo lo conserven por más tiempo. El número de huevos que poive cada hembra varía de diez y seis a treinta y aún más, siendo lo común que no ipasen de veinte o veintidós. No pudiendo contener el nido ni cubrirle el Xaudii sino cierta porción, es de suponer que no todas las hembras que componen una bandada extensa, po- nen en un solo nido. For eso se ve que las nidadas mayores constan de eincuen/ta o sesenta liuevo'S y algunaís aún de más: sin embargo, esta cantidad ESrTlTTOfi CIEXTÍFTCOfí 149 110 OS sino lina iiiíiiiina parto do la ao\'aoióii do una emvdrilla, (¡nc solo oonlara oinoo o sois lioin- l)i-as de ])0stura. So tMienontra en alüiinos nidos iiii huevo pequo- ño, quo ooupa la parto contrai] \'a solire o entre los demás, o quizá enterrado. A o^to huevo le llaman los eamipesinos — de la forfmia — eoiiservándo'se la 'Oireeneia eji'tre ellos, que comunica al que lo trae la dote de facilitar el Ivalla^^po de la« nieladas. Este huevo es por conisiigniiente sa^-rado — no so come, ni se enajena: 'debe coinservarse el amuleto siipersti'cio'so, cuya virtud es 'tan sinuularmouto favoradde 'al que lo jio-see. La ])roducción de los últimos huevos es más tardía, ((uo la de los primeros, intorcailándose un mayor número de días en su i^esipeictiva deposi- ción. Esto consta al monos de dos Ña)}díi. rotos por él, insectos, a más de :los que eaijendra la corrup- ción, que isirvian de allimento a los recién nacidos. Pero esta noción que reúne en su favor algunos votos tradioionales casi todos, es empero inexacta. Los h'Oünbres aeostnmbi'ados a 'cacerías anuales de Avesti-uces; aqutdlos h-aieendados que tienen en sus campos cuadrillas de ellos; 'los que lian visto (MI diferentes ipuirtos \\e la's Pampas nidadas poír docenas, extrañan que se los interrogue en arpiel sentido, y so admiran si oyen 'afirmar como un liedlo el supneslo univt^rsal apartamiento do 150 FRANCieCO J. MUKIZ huevos. Nosotros que cuando jóveai'es asistimos a varias de estas agradables y jamás ohádadas di- versiones, no vimos tales huevos ex-profeso secues- trados. El erudito redactor del Instructor, periódico de tan vasta circulación entre nosotros, admite como una verdald confirmaida por su propia observación, la separación ide huevos en cada nido con aquel objeto. Si es digno de entera fe el aserto de aquel respetable y sabio escritor (a quien personalmen- te coTiiocimos en este ipaís) tanto más cuanto ase- gura que el Averíruz le fué faimiliar, no por eso admitimos la g& tóralidad del hecho, ni el fin o determinación que se reconoce en él. Cosas hay, que aunque de ipoeo ¡momento, re- quieren para su elueidaeióu, íi más de circunspec- ción y buen juicio, cierto grado también de excep- ticismo para desoír y sobreponerse a testimonios dudosos o equívocos. — En todo caso necesairio es en materias como la presente, multiplicar las observaciones, sujetar las pruebas a un exaimen cocntriadietorio, con mucha más razón si el hecho es singular y contrario sobre todo a las leyes ge- nerales de la naturaleza. No basta que algún habitante de las Pampas que vio o pudo ver nidadas, que oyera también hablar de ellas, conviniese en la existencia de ta- les huevos separados del nido. Semejantes hoffn- bres ipor lo regular de abstracto y oscuro criterio en la trasmisión de noticias — ni tienen interés en perfeccionar el exaanen de ese supuesto hecho, ni aún de otros muchos que les interesan, y que en realidad lo son — ni se toman la pena de compa- rar sus vistas, que no obser^^aeiones, entre sí, ni con la de otros. Ocitlos hcihent, et non videhunt . Nosotros mismos que curiosos e infatigables in- vestigadores, tratamos e inquirimos los hombrea más inteligentes en este asunto, que repeítimos tantas veces la disquisición: que dilucidamos, por la compaíración, las inforanaciones que recibimos de todas partes, &e nos ofreció no poco trabajo (abstracción hecha de nuestras propias especula- ciones) para establecer sobre este paiticulaír ei verdadero corokrio. ¿Qué deberá suceder a un viajero que vé todo de rpa'so, que aun cuando en- tienda el idioma, no entiende el peculiar de loa campesinos, en contestación a las más serias in- teiTrogaciones, mucho más si el que laa hace es extranjero ? Los huevos que se encuentran fuera del nido, antes o defspués de la saca, o fueron desalojados por el ñandú al huir eon precipitación del ho^m- bre o de los animales sus enemigos, quizá sea tam- bién por haberlos esparcido otros camperos encon- trándolos empollados o, como aquellos dicen, dor- midos, o por que los desbarató el Avesh-uz en su enojo, si los tocaron o removieron en su ausencia; lo que jamás deja de conocer por artificioso y seme- jante que sea el nuevo acomodo de la nidada. Es posible que haya contribuido en muchos ca- sos a dar extensión y aún existencia a la opinión de esos huevos destinados al banquete de los ehi- cuelos el quebrantamiento (por ei maicho de las cascaras que quedan desocupadas. Este que quiere proporcionar algo que picar a su prole en el mo- mento de nacer, suele fraccionarlas en menudas partículas que deposita en contorno de ia cuna nataL Como no se verifica esto siempre, es creíble que influya en su acaeicimiento una caus>a even- tual, eom.o la demasiada^demora en la saca suce- siva de los polluelos, lo que dilata sna permaneai- cia en el nido con molestia tal vez de los que pri- miero nacieron, etc. En resumen — existen, aunque no siempre, esos 1,".2 FTiAXfisco .T. :^rT^\Iz ■Inievos sogTPgiaklo.s no en vi.rtnd do un precepto inistin/tivo sino 'por una cansa fortuita, y esta es la razón porque no se encuentran sino en uno u otro niiido. Como obra del instinto tal secuestración se- ]'ía iudefeietible y general — sin excepción. Por otra parte justo es y natural el recmioeer en esta ef»peeie como en la's domas, ya aladas ya cuadrú- pedas, un sentamiento que Jes aleja de aquella antropofagia saturnal, que degrada al hombre, y que degradó a atpu^llos pueblos execrables que depravaron a ese punto su apetito. Al menos ese acceso horrible contra k naturaleza si sucede en ellas alguna vez, es a consecuencia de una nece- sidad gTavísima y nunca voluntariamente, iii aun como caso excepcional de uua aberración caníbal prr'mpclitada . Esos huevos climinaidos estáu por lo general hueros, o se ha aniquilado en ellos el germen de vid'a : accidente provenido de una u otra causa antes de la jignieión o producción de los incum- bitos o emipoMados. Cuando fueron dañados los huevos más centrales, como sucede de ordinario, es presumible que, siendo los primeados puestos, su- frieron comparativamente más que los otros do las vicisitudes atmosféricas, por la probable más frecuente interrupción en el calor incubativo, o por la casual coucentración del agua pluvial en las gTaii'des tempestaides. Si fueran acaso los anas externos, pddría atribuirse su alteración a más de atribuirlo a agentes inaveriguables, a que qiieda- ron auenos resguairdados que los otros. Iguales causas influyen en la pérdida de los huevos de las demás aves . Pero sea el que se quiera el origen de corrup- ción en los del ñandú, ellos aparecen cotistante- mente dentro del nido nuís o menos presunt; 'ií, ellos aparecen cotistante- ^ do toda vez que una causa I :a no los arrojara de él. En- | ESfETTOí^ r'TEXTÍ PICOS 153 toiicps enmo en la sitna.eión eoiitramia 'Conservan el albnmen y la yema sin otra diismiiiueión qne la prodneiifla por nn dei-rame fortnito; o lo qne es g-eneí'al, sin otra defieieneia qne la qne originara la evapoi'aeión de las partes más líqnidas y te- nnes. Conelnída la postnra, y antes, algunas veces, se echa el macho. Coloca los linevos en la posible eoneeut ración, annqne no pTecisamente de pnnta : les da nn aipoyo ílatera'l entre sí y el aplomo ne- cesario sobre nna snpei-ficie inclinada de la cir- ennferencia al centrn. ÍSea más o menos extensa la bandada, los hnevos depositados, annqne en parte soln-epnestos, gnardan siempi*e relación con la capacidad del nido. Es un ei-ror, qne alcanza hasta nosotros, y en el cual inciden los naturalistas, apesar de lo que escribió el señor de Azara a principio de este siglo, el dudar todavía o el negar — que sea el macho el exclusivamente encargado de la inenba- ción, saca y cría. Disculpado está el ilustre Buffón al hablar de su Tuijií o Avestruz Americano, pues confiesa que se condujo por nna especie de adi- vinación al discurrir sobre lo que se hail)ía escrito basta entonces de esta esipeeie. Los viajeiK>s y naturalistais (|ne posteriormente lo hicieron, cuando la América ha sido cruzada en todas direeciones y la esipeeie reconocida a pla- cer, han debido ilustrar este punto y presentarlo con el esplendor de 'la verdad. Sin e^mbargo (y esto prueba lo difícil de que un extranjero escriba con propiedad las cosas de otro país) se repite d olorosamente ahora lo (luc entoivces, y se creí' lo que se creía un siglo lia. Supone aiqnel gran naturalista como origen de la equivocación, cuando se atribuye al macho la filopi'ogenitura, la posil)ili(lad de habei'se encnn- 161 FEANCISCO J. MUÑI2; trado en heinibraís aiiidadas testículos, y pudi^era ser también una aipariencia de pene, como se vé en la hembra Africaina. De aquí, añade el citado naturalista, de haberse creído con dereciho para concluir, que eran otros tantos machos. Pero tan chocaoite muesitra de hermafroditismo no existe en la especie amerieania, ni se descuhre razón alguna natairal para conceder a la hembra una dispoisdieión innecesaria, extravagante y opnest» a lats leyes del organismo. Este modo de discurrir por comparación y sin otros antecedentes, podría clasificarse de efugio para salir bien o mal de una dificultad de impotsible solución. Aún cuando se prescindiera de la diversidad de formas, de prominencia y de dimensiones de la correlación orgánica y de tejido entre el todo y una parte de la extructura sexual ¿bastaría para infundir no más que ilusión un simple repliegue, una membrana de tal o cua:l modo dispuest^a o con- formada, aún en el caso de aparente similitud en- tre los órganos generativois del macho con los de la hembra? ¿La semejanza de un objeto en anatomía (que tal y nada más debería conside- rarse eso de los testículos y pene en la hembra africana) representará nunca a los ojos de un in- teligente el mismo objeto, ni valdrá lo que él en su íntima, especial y perfecta contextura? Se echa, pues, el macho, y permanece seis se- mamas en indiscontim^ada incubación. Se enclueca y enflaquece, como sucede a las hembras de las otras especies, y se pone como ellas \dolento e irri- tado. Piorde naturalmente imuchas plumas del vientre, del pecho y de debajo de las alas, fuera de las que se arranca con el pico. El es tanto más iceloso del nido, cuanto está más adelantada la incubación. Ya queda dixího, que si se removieron o manosearon los huevos, lo EHORITOS CIFJNTÍ PICOS 155 que él conoce al momento, los desparrama y rom- pe con las patas, cuyo acto reputan los campesi- nos ser emianado de so^berbia. Pero cierto es, que si pietrde estois objetos de deisvelo y cuidados, el sacrificio tal vez le importa su preservación. Sa- bedores los enemigos que tiene (una vez descu- biecrto el nido) del lugar donde podrán encontrar- le, ya de noche ya de día, le ataica-rían de impro- \áso, y le darían, a no sentirlos, irremisible y pronta muerte. No hay animal más guacho que el avestruz dicen los mismos gauchos — con cuya frase expresan cuan avisado es este alerta centi- nela de nuestros campos. El doméstico defiende el nido, hasta siacudir, abrazándolo con el pico, el bastón con que se le fiímenaza o incomoda estando en él. Hemos visto a uno saliendo del recinto de una pequeña quin- ta correr al encuentro de los desconocidos que pasaban cerca a caballo, y embestirles en las pos- turas más a ipropósito p'a.ra asombrar a esto^. Como conoce a los de la familia, especialmente al encargado de darle el alimeníto, permite, aun- que de mala gana que éste se le acerque, y aún que le recoja los huevos si se echó con anticipa- ción. Esto suele hacerse paira ennidarlos todos a un tiempo, en precaución de que algunos se pier- dan sufriendo la acción prolongada y nociva de la intemperie. Pero el macho no solo rehusa siem- pre cubrir estas nidadas artificiales, sino que las rompe y disemina. > La bandada que ipermaaieció algunos días toda- vía en las inmediaciones del nido, después de echado el macho, se aleja poco a poco, hasta que desapa-rece capitaneada por el que le sucedió en valor y fortuna. Los gauchos dicen — el má,s taita lleva la cuadrilla. — Es probable, que pasando ésta de seis se forme nuevo nido donde termine tal vez la exovación. 156 FTlAXCTSrO J. iVíT'.ÑTZ So lia visto al maelio en las horas más calurosas del día erigñrse sobre el nido sin salir de él, abrir las alas, plumearíais y pea'mianeeer en 0ique^\a aeti- tiid más o menos tiempo, haista que refrescado y desentumecido, al parecer, vuelve a ocharse. Para, efectuarlo dirijo los tarsos hacia adelante, apoyáaidose al mismo tiempo que en ellos y en las paitas, en las extremidades fuertes de las tibias y e¡l talón. Esta disposición quieren sio-nifiear los eamipesinos cuando dieeu : "el Avestruz está hin- cado, o so hincó do rodillas". Algunas veces sale del nido por buscar a la ligera el sustento, por estirarse do lo (pío mues- tra tener uieeesidad, pues se nota que eleva on- ton-ces el cuerpo, y que ejecuta repetidas pandi- culaciones o dosperazamientos con las a,las. El del desierto es también instado a dejar el nido, por proporciones descubiertas a la rodonída, particu- larmente cuando ha sentido algún rumor. Al fin de sois somaiMs, poco más o menos, naicon los polluolos, roanpiendo ellos y uo el padre, eoino algunos suponen la cascara, mediante el tuber- culillo (general en ilas aves) que traen en la ex- tremidad del 'piíco, el cual como es sabido cao des- pués. Terminada la saca doscauisia'n todavía unas cuantais noches en aquel iiabitáculo o nidal, que abrigó ]>riuioro al embrión encerrado dentro do la cascara y que sirvió después de <-utia natal a la numerovsa progenie. M. Buffón dice: que la Ave.< conocido con este nombre en la Provincia y en las de la Confederación, donde él existe) --- el Pnr^a o León de nuestros campos {Fcelís discolor) — y eún ai misano feroz y forcejudo Tigre. El Zorro tan sutil y mañoso, atisba, ocultando rampante sus movimientos a los charabones (nom- bre con el cuail distinguen los campesinos al Ñandú pequeño), que alejándose incautos de su guardián. se aproximan a las pajas o matorrales. Si logra matar a alguno, le arrastra a su cueva si está cer cana, y en ella se proporciona un manjar regala- do; o si huye del Ñandú padre, siendo descubier- to, logra la misma utilidad, así que se avista la asustada y andariega cuadrilla. No obstante la astucia y variados ardides del Aguarachay rara vez logra su designio, siendo el Avestruz muy vi- gilante con su familia, de cuya vista y lado en pocas ocasiones se separa. Descubierto el Zorro en su avance o retirada es acometido en el memento y con intrepidez por aquél. Si es alcanzado, se tiende inmediatamente poniendo el dorso contra la tierra. Su adversa- rio procura herirle en el vientre con sus cortantes uñas, y pisotearle fuertemente pasando y repa- sando con increíble rapidez sobre él. El Zorro procura, gritando incesantemente su fastidioso — guaao. — ^morder al Ñandú, que va y viene ligero como el pensamiento, golpeando rudamente al carnívoro asesino pillado infraganti. La refriega dura más o menos tiempo, hasta que reconocida la intención del cobarde agresor de retirarse, y requerido el ofendido padre por el silbo repetidor ESCRITOS CIENTÍFICOS 159 de los poliuelos, vuelve a ellos gozoso de haber sacudido al artificioso Aguarachay, que si ahora se dirigió contra ellos, otras veces destruye nida- das enteras. Estas lo son también, en ausencia del Ñandú por el Yaguanci, comunmente llamado Iguana, de la familia de los Lagartos. El rom-pe a colazos los huevos y sorbe en seguida su substancia. Si el Ñandú lo sorprende, se bate en retirada oponieín- do sus recios colazos a las pisotadas y rasguños de aquél, que salta por sobre el Lagarto y le es- caramucea para evitar lo« rudos golpes de su for- nida y anudada cola. En otras dos especies del género felis — el Tigre y el Puma o León — y el Aguará del canis, asaltan del mdsmo modo a los charahones que a los adul- tos. Astutos, crueles, ligeros y fuertes se a.gaza- pan y rastrean en las tiniebla^s al Ñandú, dirigi- dos unaiS veces por el olfato, otras por el canto en que éste prorrumpe a las madrugadas en cier- tas épocas del año. La marcha de asalto, lenta y silenciosa, se hace siempre llevando el sotavento, y despk'gan supositivamente, y es necesario que despleguen en ella todo el amaño y sutileza de que estas especies están dotadas. Y ciertamente deben poseer tales cualidades en alto grado, para llegar hasta el Ñandú alert-a siempre, y cuya vis- ta, 'aunque escasa de noche, le bésta ¡sin embargo para huir (ya avisado por el oído) tan veloz como de día, por la tierra llana y despejad-a de las Pampas. Dan testimonios de estos lances sangrientos, las heridas que se han visto en aquellos Avestruces que felizmente escaparon de las garras depreda- doras de esas especies carnívoras. Se han encon- trado algunos recientemente o poeo ha heridos y hasta mutilados de un ala — ^signc« de violencia externa que nadie pudo perpetrar en la soledad 160 de los caiupíjs. sino uno ii oti'o de esos i-uadrúprdos más o menos audaces y feroces. ]\Iá.s claramente de*mue«tran la po'SÍl)ilidad del lieclio o el hecho miisano el lialhizgo de cadáveres de Xandú destrozadois y ocultos bajo pajais u otras yei'ba'Su Avisan de la existencia de i'stos res- tos, de otro modo, sólo de easual descubrimieiilo, el revoloteo, el ascendei- y descemler de las. aves en determinado lugar. Los ean)i[M'siii()s salden muy bien la significación de estos movimientos: pero ellos se engañan atribuyendo al Ti(/rc el escondite de las sobras, de un brutal liai-tazgo. Esta fiera no oculta jamás ninguna clase de residuos: tal pro- piedad concierne al Guazuavú o León y tal vez participe de ella el Aguará, siguiendo el instinto de algunas espeeies del género eaids a (pie pcr- tcJU'ce. Al eaer la tarde, o más temprano si el tiempo es frío, los cliicuolos silban en señal de la necesidad que tienen de abi-igo. El eondeseendiente nodriz ocurre ■entonces y los cubre sin eomprimirlos, do- blando los tarsos y fijando en tiei-ra las macizas extremidades de las tibias. Es posible que al echar- h;e pise algún polluelo y (pie aún sea indiferente a sus chillidos, de lo ((ue, como sucede en los pa- vos, pudiera, en virtud de una larga presión, re- sultar gi-ave daño y aun la misma muerte. La desigualdad de tamaño de los pichones ])ro- viene tanto de anticipaci(>n en el nacimiento y d?l sexo cuanto de la reuuiíui de dos o quizá más crías. Cuando se encueiitiau dos maehos. (pie las tienen, riñen a no poder más, y i>] (]uo triunfa se constituye jefe de la masa entera. El vencido, en su penoso resentimiento, se retiraila a eierta dis- tancia en observación i mangi'ullaiulo, dicen los campesiii()s), de su cría y de su conquistador, por si descuidándole pudiera recobrarla en el todo o en parte. También acontece (pie encontrándose (.to- ESCEITOS CIENTÍFICOS 161 pandóse) dos padres con pollos, no se atacarán, imponiéndose mutuo respeto. El macho, tan astuto y cauteloso, vela noche y día la alegre y piona cuadrilla: cuando se aleja, la llama ejecutando una especie de castañeteo con el pico, al cual contestan los charabones con un silbo peculiar. Si acierta a pasar un jinete cerca de ellos, se ocultan todos entre la maleza. Si teme el padre que serán al fin descubiertos o si efecti- vamente lo fuesen, marcha luego al encuentro del descuidado e inapercibido transeúnte, que será muy sin ventura si monta un caballo arisco. Tal es el ruido que mete con el pico y con las patas, mientras embiste con denuedo y gambeteando, alongadas las alas cuanto puede, arqueando y re- cogiendo el erizado cuello, que no hay freno ni já- quima que contengan al caballo, que ya desbocado y despavorido trae tras de sí y a quema ropa aquella máquina toinnentosa tan extrañamente em- pavesada. Feliz el jinete si en la huida no cae el caballo atravesando a escape y sin vista cualquier mal paso; o si no corcovea, y desgraciadamente lo derriba. Cuando un jinete o jinetes en caballos mansos o prácticos en este género de cacería se dirigen contra un Ñandú con pollos, desple luego los echa éste por delante y a fin de darles tiempo para que se oculten, él en su pos hace los últimos es- fuerzos por detener a los agresores. Para conse- guirlo, adopta partes y situaciones las más extra- ñas y asombradizas de que es capaz. Acosado al fin de todos lados, sin esperanza de salvación, a pesar de haber prodigado su vida largo rato por libertar su cría, sólo la abandona en la iiltima ex- tremidad, cuando la defensa es del todo inútil. Pasado el peligro, con voz bien entendida de los pichones, convoca a los que quedaron, los re- une y los pone de nuevo bajo su bien probada 162 FRANCISCO J. MUÑIZ protección. Estos silbos de aviso, o voces de alar- ma, emitidos por el jefe de la cuadrilla, la previe- ne oportunamente del riesgo que la amenaza. En circunstancias tan azarosas, al oirías, i-emolinea precipitadamente en evidente confusión; en segui- da huyen todos, aunque lo hacen, por lo general, las hembras primero que los machos. ANTECEDENTES DE UNA CAMPERÍA EN LAS PAMPAS DE BUENOS AIRES Libertad y posibilidad de cualquiera para empren- derla; provisiones; únicos medios de ejecución: el caballo y las bolas; sn manejo; cerco y mal juego en él; extratagemas e instinto del Ñandú para eludir el peligro; medios naturales con que lo consigne; perros cazadores. Se convocan desde dos hasta diez, quince o más hombres para una entrada o campería en el de- sierto. (Introducimos la voz campería como signi- ficativa del inmenso espacio interminable donde la diversión se ejecuta, y la preferimos al de cacería, que se dirige simultáneamente a varias especies, y con más fundados motivos al de cetrería y monte' ría). Hay hombres de arrojo y que conocen el campo, que \dviendo no muy distantes de los para- jes frecuentados por los Ñandiis, se internan solos o cuando más acompañados de sus perros. Al pri- mero que concibió el proyecto de la excursión, cuando se reúnen muchos, o que primero invitó a ello, se le presta cierta consideración de mera cor- tesía o de amistoso miramiento. Suélese condecorar con el rango de puntero en los cercos, y aun parece eorresponderle este puesto directivo de derecho. Una de estas camperías recreativa y varonil al KSCEIT08 CIENTÍFICOS 163 mismo tiempo, reúne atractivos los más seductores para los paisanos u hombres del campo, cuj^a ima- ginación exalta el solo recuerdo d-el caballo y de cuanto puede emprenderse de atrevido y pintores- co sobre este generoso bruto, cuyo manejo les es tan familiar como fácil. El objeto que se propo- nen en ellos es: bolear Avestruces, sacar la pluma, comer su carne y sus huevos, traer de éstos consi- go cuantos más se puedan, de paso bolear potros o caballos alzados (baguales), gamas, etc. ! Al menos, en sus principales detalles este nuevo I género de cabalgata pudiera decirse peculiar de las Pampas de Buenos Aires, no ofreciendo a las mo- vibles y dilatadas operaciones ecuestres que cons- tituyen esa diversión, el terreno quebrado, pedre- goso y de montaña del Estado Oriental del Uru- guay, el de las Provincias Argentinas, de Entre Ríos y Paraguay, y varios puntos del Brasil, etc., las ventajas que aquellos campos en orden a la igualdad y limpieza de una superficie indefinida y tan singularmente rica en la especie de Ñandú. Salir al campo llaman a esta festejosa excursión los mismos habitantes de los campos, que parece- rían a un europeo recién llegado el non plus de los iesiertos y a un morador de los Andes o de otras montañas, un mar sin límites de tierra llana. Se ntenta designar, y se designa efectivamente con ísa expresión, la campaña absolutamente yerma — as pampas del todo inhabitadas. Se les llama tam- ñén campos de afuera y campos de tierra adentro : ;érminos contradictorios para un extranjero ; pero pie los naturales entienden y descifran perfecta- nente. Los aleones y perdigueros, las proyectiles que natan de considerable distancia son aquí inútiles. 1 trabajo de peones o de criaxios que espanten la aza, es innecesario, no habiendo ojeado res y eaza- orevS : todos son de este número, ni miran unos 164 FKAKCISCO J. MUÑIZ mientras algunos privilegiados se divierten. Solo la fortuna o la mayor destreza establece alguna dife- rencia entre los asociados. Por lo demás todos gozan del mismo derecho y aún con más igualdad que en el antiguo juego ecuestre y americano llamado Pato. Si en ambos es indispensable el mismo arte y habilidad para regir el caballo, dominar todos sus movimientos e impulsarlos de mil modos y siempre con un fin preciso y determinado, en el Pato es exclusiva la victoria de el que, contando con un buen caballo posee un más alto grado de fuerza corporal, sin lo cual a diferencia de la cacería de Avestruces, no hay triunfo. La facilidad con que se alcanza esta diversión es otro de los motivos porque ella es tan agradable al paisanaje de la Provincia de Buenos Aires. Un par de caballos o más si se quiere, si no todos al- guno de ellos manso y ligero, no faltan al más infeliz campesino, y cuando menos quien se los fa- cilite. Por manera, que éste es un entretenimiento popular por excelencia, pues no hay quien no pue- da participar de él sabiendo manejar regulannente el caballo, y en nuestra campaña no hay quien 14 ignore. El rico como el pobre son libres para pe-í netrar en las Pampas; cada uno pone su contin- gente de trabajo y de industria, siendo de cada cual aquello que exclusivamente adquiere. El pobre de América goza en esta parte, como en otras cosas de una noble franquicia desconocida del proletario europeo, que lleva hasta los pies de los nobles el Conejo, la Liebre o el Jabalí, para que les hieran los hombres de raza nobiliaria. Aplazada la salida de ella se emprende desde el punto de reunión, sin el boato y estrépito lujoso de una montería en Europa : sin que haya que correr en la campería de las Pampas los riesgos que ofrece la caza de animales feroces en la India sin que prometa los estimables despojos de la de ESCRITOS CIENTÍFICOS 165 Elefantes en el Asia y África: sin embargo, ella no carece de peligros, ni deja de ser gratificativa en alto grado. Prescindiendo del encuentro casual con un tigre, los tiene y grandes en el mismo bru- to, que se cabalga, y con el cual hay que hacer pruebas expuestas, movimientos improvisados, ad- mirables y los más difíciles de equitación; muchas veces sobre un terreno hoyoso, escabix)So y cubierto de malezas, y a inmensa distancia de todo el huma- no recurso, en caso de desgracia. Los bastimentos o víveres allá en la simplicidad primitiva de estas complacientes excursiones se re- ducían a sal, ají y maíz blanco tostado, y como ins- trumento : una ollita, caldera, mate y bombilla. Ahora el lujo que cunde por todas partes, ha aña- dido (y aún en ellos se conocerá la sencillez dieté- tica de nuestros paisanos, cuan poco necesita el hombre para vivir sano, alegre y robusto) alguna cebolla si la hay en el punto de partida, grasa que se usa mientras no se mata Ñandús gordos. Si van hacendados acomodados, agregan bizcocho, azúcar, alguna botella de aguardiente, y por colmo de refi- namiento gastronómico, un poco de té o café. Estos son los bastimentos; ahora los vicios (expresión sin equivalente en el fMccionario de la Real Academia), consisten en yerba mate, tabaco y papel. Concluido el apresto bucal se an-eglan y se en- grasan perfectamente todos los arreos, como ma- neas, maneadores, bozales, lazos, etc. cuyas piezas en precaución de que no falten, suelen duplicarse. Entre las caronas se acomodarán las cubiertas o mantas de abrigo para de noche ; porque en las Pampas al día más caluroso sucede una noche fría, aunque mucho menos húmeda, si no fuese ,con mal tiempo, que en la parte equinoccial del conti- Qente. La bondad y ligereza de los caballos que se lie- 166 FRANCISCO J. MUÑIZ van (a veces mía corta tropilla con su yegua ma- drina) están ya reconocidos en anteriores correrías de gamas o de ñandús. Así ensayan los campesinos y los indios los caballos nuevos, fijándose con es- merada exactitud en su respectiva velocidad y aguante. En estas pruebas y para fijarse más a fondo del grado en que poseen tan estimadas cua- lidades, no les dan rienda sino poco a poco o no les permiten de pronto todo su correr. Entonces dicen los campesinos en su lenguaje oriental. Es preciso sujetar al mancarrón, pues no conviene que le de- mos tan de pronto golosina. Siendo estos animales el primer elemento de aquellas expediciones asencialmente móviles, es ne- cesario asegurarlos cuanto es posible. Por esta cau- sa se manean en la noche, o solo la yegua si fuesen mansos y atropillados. Así se evita, el que disparen lejos, si son asustados por el Tigre, el Puma o por cualquier rumor. El caballo que se ha de ensillar al día siguiente se ata a soga y aún también se ma- nea; el que se destina para correr, pasa la noche a manea larga para que no amanezca entumido. El cencerro de la yegua avisa opoi-tunamente en la noche, si los caballos se alejan o alborotan. Después de ellos, las bolas son el instrumento más importante de la Campería. Cada jinete lleva tres o cuatro pares envueltos en la cintura, y uno o dos de potro cuyas soguillas plegadas se aseguran a la .cabeza anterior del lomillo o recado. La liga- dura es tan sencilla, que puede desatarse, en caso necesario, con una sola mano. A mas de su prin- cipal destino contra haguales o potros alzados eíQ la soledad de las Pampas, se usan en defecto de las propias también contra el Ñandú. El lazo se aco- moda a la anca en círculos iguales, menos uno o más, que suelen con gracia e intencionalmente dejar caer algunos gauchitos presumidos por sobre el tronco o muslo de la cola. El se apre- ESCRITOS CIENTÍFICOS 167 sa con tiento a ambos costados de la cabezada posterior del lomillo. Las bolas, aunque varían en grandor, según el gusto de cada cual y la fuerza del brazo que ha de manejarlas, tienen por lo regular, el peso de tres o cuatro onzas, y se hacen de plomo o de piedra. Suelen elegir por molde para las de tres la cascara de un huevo de Teru. La bola ma- nijera o que se empuña, es algo más pequeña, que las voladoras o boleadoras. Se cubre con cuero fino de potro (retobar) y se unen por so- guillas (tientos) sencillas o dobles, de poco más de dos varas en el todo. Los campesinos miden una toesa o brazada y sobre ella aumentan lo que va de la mano al codo : extensión que corres- ponde a la longitud total de las soguillas. Estas se aseguran a un anillo del mismo retobo o cu- bierta, o a una anca del alambre, que se colocó exprofeso al fundirse las bolas. El tiento de la manijera es algo más corto que los de las bolea- doras. Los Pampas y los Ranqueles usan en soguillas los tendones de las piernas del Ñanáú; pero sean ellas de éste o del otro material, deben estar perfectamente engrasadas y flexibles. El señor de Azara equivoca las bolas de potro con las de Avestruz, cuando en su artículo sobre el Ñandú les da a éstas la magnitud del puño. Aunque de un uso general las bolas de tres, los indios y los cristianos más diestros en dispa- rarlas, prefieren las de dos por creer más cierto el tiro con ellas. Otros las desechan porque al caer son más saltonas. Se llevan varios pares, como ya digimos — perdido un tiro se hacen su- cesivamente aquellos que permite el número de pares a la cintura, entrando en cuenta aún las de potro. Toda la maniobra se ejecuta sin dejar 168 FBAKCISCO J. MUÑIZ un instante de correr: por supuesto, que una buena vista y la fuerza del brazo, son requisitos necesarios para el acierto. "Como liay que volver a recoger las bolas, se l.ace necesario señalar con algún objeto el lugar donde quedaron. A este fin, se arroja en una parte el sombrero, en la otra el poncho, el chiri- pá, etc., y no es extraño ver boleadores casi des- nudos por esta causa, ''Al emprender la batida, si el caballo monta- do va bueno, o si, como dicen los campesinos — Jg malician, en él corren, o en su lenguaje enfá- tico en él pelean al AvesU-^uz. Proceden de ese modo con más confianza, si el caballo de compa- ña en aquel día, está enseñado a correr suelto a la par del ensillado. Algunos son tan maestros (baqueanos) que embozalados y con el cabestro envuelto al cuello, a todo correr a la par del montado, se dejan saltar del jinete cuando aquel se rinde, o bien cuando marchando en descubier- ta, y fatigado ya el que se cabalga, se levanta de improviso un Ñandú oculto. Lo regular es, lle- var del diestro el de reserva y a la vista de los Avestruces que con las cabezas levantadas co- mo lancería — dicen los gauchos — todo lo exploran, mudar el de refresco, maneando el que se ensi- llaba. "Perseguido el ñandú desde distante, suele agazaparse entre la maleza. Para descubrirlo y asegurar el tiro, llegado el boleador próxima- mente al lugar del escondite, se apea acaso, y le busca atento y silencioso, las bolas preparadas. Aquel, que cogido con la tierra Te acercarse de sí al hombre, que al fin debe reconocerle ; o hu- ye, o se precipita sobre él con presteza increí- ble. Sorprendido el racional de lo inopinado y pronto del movimiento, y conmovido por el pe- ESCRITOS CIENTÍFICOS 169 cliugón da tal vez en tierra, sin haber tenido tiempo ni aím de resistir. Un hombre tuvo una rodilla dislocada a consecuencia de un porrazo en uno de estos lances. Puesto el boleador a cierta distancia del Avestruz, cuando éste espera, ejecuta a su alre- dedor tornos o vueltas redondas, que estrecha sucesivamente, en todo semejantes a las que se dan en- circunferencia de la perdiz. Cuando es nuevo, o que nunca fué corrido, no es imposible la aproximación hasta cierto grado ; pero si lo fué, o está actualmente asustado, entonces menester es, usar de ardides los más exquisitos para po- nerse a tiro. Si faltan las extratajemas no que- da más arbitrio que correrlo sin intermisión, y si hay elementos y la bandada interesa, cercarla. No es tan .sencillo como a primera vista apa- rece el bolear Avestríices ; menos por las dificul- tades en la ejecución, aunque no son pocas, que por el ardid y astucia que deben emplearse con- tra esas mismas calidades que el Ñan^ú ostenta en protección de su vida y de su libertad. Esta especie es, a no dudarlo, incomparablemente más inteligente y experta cuando defiende tan inesti- mables objetos que la africana, a juzgar de lo que es ésta por la historia que hace de ella, el ^o- cuente M. Buffon. El tiro más seguro que llaman de dos vuel- tas, se hace regularmente a la distancia de trein- ta o cuarenta varas ; el de tres hasta de sesenta . De ahí arriba el tiro es perdido para los que no ten- gan mucha fuerza en el brazo o que no sean muy diestros. El tiro de una vuelta es el más corto, y acaece que por disparar de tan cerca, encon- trándose con ímpetu la soguilla de las bolas con el cuello del ñandú, lo divida absolutamente, como pudiera hacerlo una arma cortante. 170 FRANCISCO J. MÜÑIZ Las vueltas se enumeran, uo por los giros que se dan a las bolas sobre la cabeza antes de dispararlas, como creen algunos, sino por las que ellas dan en el aire, después de arrojadas. Es una distancia proporcionada la de ciento o ciento cincuenta varas para partir sobre el ñandú o para mandarle el cahallo, en expresión campestre. Más apartado o a mayor intervalo se requiere un caballo superior en ligereza y aún en aguante, si va muy aventajado, para darle caza. Si se le ha visto echar a lo lejos, será posi- ble atropellarlo de cierta distancia, si se da con él. El tiro con dos bolas, es más largo que el que se hace con tres, tanto por su menor peso, cuanto por ser más débil la resistencia que les opone la atmósfera. Es también más seguro, pudiéndose dirigir más rectamente al objeto, en razón de la más simple combinación del equili- brio. Los buenos boleadores usan bolas de dos, mientras los chambones confiados en la ventaja que dan tres contra dos, usan aquellas, por si la casualidad hace con la bola impar, lo que un brazo ejercitado haría casi con perfecta seguri- dad, con solo dos. Ya se sabe — que el único ca- ñón de una escopeta hace, y vale más en manos de un buen tirador, que dos en las de un bisoño. Las bolas se arrojan al tronco o a lo más grueso del cuello. Sofocado el animal por la li- gadura, más que agobiado por el peso, se detiene y rinde. Si las bolas que tocasen a la parte su- perior del cuello, no se envolvieran con pronti- tud, las despide luego el ñandú por los sacudi- mientos de cabeza, y por los movimientos de con- tracción instantánea y repetida que imprime a su linda y prolongada cerviz. No fuera extraño, que en los esfuerzos violentos y apresurados que ESCBITOS CIENTÍFICOS 171 hace parándose y sentándose alternativamente para levantarse de la opresiva ligadura, ponien- do para conseguirlo en juego los dedos de una y otra pata, se abriese el cuello inferiormente de abajo a arriba con el agudo corte de sus uñas. Los bordes de la herida que resulta son tan igua- les como abiertos por un arma de finísimo corte . Aun cuando las bolas rodeen el cuerpo del íjandú, él sigue sin aparente novedad su huida, no obstante que ellas sean de potro ; es decir, de ocho onzas o quizá una libra de peso cada una. Una ala envuelta, disminuiría, es verdad, la velocidad y soltura de la carrera: pero asi- mismo podría escapar, como ha sucedido muchas veces. El peligro está entonces, en que se le en- volvieran en las patas, o en que una bola suelta golpeando y chocando de continuo cualquier punto de la extremidad, produjera, como es con- siguiente, la fractura del hueso. El Avestruz no queda boleado de las piernas del mismo modo que el vacuno o caballar, cuyos extremos ligados quedan juntos, y aún en fuer- za de la justeza de la cuerda, antepuesto, casi siempre, y no apareado el uno al otro. Los del ñandú restan algo separados, y si no son maneados por los muslos o piernas (lo que los inmoviliza- ría) y si lo fuesen por los tarsos o porción esca- mosa, es factible que se desligara en el zapateo en que entra, por alcanzarlo. Es tal su apuro cuando se encuentra de cualquier modo impedi- do, y tal su empeño en correr, que él mismo ca- yendo y levantando se supedita y enreda más y mas, arrollándose las bolas para arriba. Caminan zungando — dicen los campesinos; — es decir, reco- giendo cuanto pueden las piernas, o doblando los tarsos muy altos sobre ellas. Los indios construyen las bolas ordinaria- 172 FRANCISCO J. MUXIZ mente de piedras perfectamente pulimentadas y configuradas; pero de mayor peso que las de los cristianos . Es un antiguo error, y que el tiempo no ha des- truido aún, el .creer que el ñandú corre siempre en zigzás o por semicírculos. Pero no es esto, lo que hemos visto muchas veces en el campo, ni lo han observado los boleadores de Avestruces hasta ahora. Cuando descubren a cierta distancia un jinete que se dirige contra ellos, corren por una línea, si no recta, más o menos oblicua en contra- posición a la que atrae aquel. El instinto les dic- ta entonces, que pierden terreno, y lo gana su enemigo, si describen curvas, arca^ de círculos o espirales cuyo eje si lo siguera el caballo, pronto se encontraría con ellos. Por lo mismo llevan una progresión opuesta a la línea que traza su perse- guidor. Esto es natural. Más si se halla comprometido el ñandú por la proximidad del jinete, entonces desplega con in- creíble habilidad ese singular sistema de tornos, vueltas y carreras retrógradas, que divierten, tan- to como ellas admiran por la agilidad, gracia y tino .con que practica esos diversos actos. Se hace una luz, dic^n los gauchos, mueve la cola lo mis- mo que la mueve el gallo. Frases hiperbólicas, pero que demuestran lo sumo de la velocidad, la repetición e instantaneidad de tan varios movi- mientos . Si se le acomete echado en el nido o en su es- condite sin dar un paso adelante, huye hacia atrás . Por esta rara anomalía locomóvil se hace forzoso cargarlo de frente, pues habiendo de huir a reta- guardia de su posición, pre'senta la posibilidad de bolearlo corriéndolo por la espalda. Sin embargo, no es tan fácil lograrlo, siendo un tiempo casi in- divisible el levantarse y desaparecer. Repite en- I ESCEITOS CIENTÍFICOS 173 tonces los movimientos tan vorticosos y de tal tor- tuosidad, escondiendo el cuello delante de sí mis- mo, que es necesaria mucha ejecución y práctica, y que el boleador sea, como dicen los gauchos, hijito para hacerle tiro. Así que ha corrido cierta distancia en esa extraña apariencia eleva la cabe- za, estirando por supuesto el cuello, y adopta un andar más recto. Este momento es propio al bo- leador, el cual debe apurar su caballo que había suspendido para que el ítnndú abandonara cuanto antes, no viéndose perseguido de cerca, la actitud embarazosa en que marchaba. Si escapa a las primeras arremetidas, habrá que hacerle una larga persecución para pillarlo a tiro. Por esa causa prefieren muchos el caballo corredor al lijero solamente. Una de sus extrata- jemas favoritas, cuando le apuran, es venirse so- bre el jinete con maravillosa rapidez y como de costillas; las alas tendidas y de tal modo agaza- pado, con el cuello recogido y la cabeza metida en- tre el arranque de las alas, que casi es imposible envolverle con las bolas. El hombre nuevo en es- te negocio que se halla acometido en esa singular y como estudiada perspectiva, no atina con el mo- do más ventajoso de emplear sus bola-s porque el Ñandú que asocia a la vista más perspicaz, de día, la mayor ligereza y la elasticidad de cuerpo más asombrosa, pone a pnieba entonces, como pocas veces, estas sus dotes. Conoce, que su salvación en aquel momento crítico depende de inutilizar, pegándose al caballo como más puede, el disparo que se le hiciera. Mientras tanto llega pudiera tirársele, como dicen los gauchos, a matar: pero se perdería el lance porque chocando las bolas contra el suelo, por arrojarse tan de cerca y venir tan bajo el Ñandú no se le envolvería o embra- marían, como ellos dicen. 174 fBANCISCO J. MUÑIZ Así encogido y aplastado, cubriéndose los tar- sos con las alas que mueve con mágica presteza, des- aparece de delante del jinete que embelesado gira todavía las bolas para lanzarlas a su frente cuan- do el Ñandú, rápido como el pensamiento, ha pa- sado a retaguardia rozando con el caballo. Al cru- zar por debajo de las riendas ha sucedido que un boleador de pulso y buena vista lo mate de golpe con las bolas, y aún que le hiciera tiro por sobre el hombro, si el caballo fuese maestro y de rienda, y el Ñandú pasara, como se expresan los inteligentes, apartadito. Ha acaecido también, que al correrse para atrás, saque con su cuerpo el estribo del pie del jinete, sin que fuera posible a éste ofenderle. Por eso dicen con razón los campesinos : — Del estribo se defiende el Ñandú. — En otras circunstancias ex- claman : — No hay animal de más m,alicia; no pisa el campo ninguno tan facidtativo como él. Cuando, según ellos se expresan, le persiguen en calle o le hacen medio dos jinetes, si el que monta mejor caballo está próximo a darle caza, entonces se dirige de flanco hacia donde la perse- cución es menos viva. Pero si llega a ser inminen- te el peligro de aquella parte, cambia segunda vez de rumbo y se precipita con celeridad sorpren- dente sobre el primero, por si logra forzar el paso y salvarse a retaguardia o por donde pueda, sa- liéndose al campo. El encontrarle cuando se echa sería más difí- cil que a la perdiz, que en esa disposición eleva algo la cabeza, si no fuera el mayor volumen del cuerpo y el eolor moro ceniciento de la pluma que resalta principalmente sobre las yerbas verdes. Con las piernas estiradas, el cuerpo y las alas cocidas con la tien-a, unas veces mete la cabeza entre és- tas, asomándola solo hasta los ojos, y formando su vértice con la convexidad del dorso un plano per- ESCRITOS CIENTÍFICOS 175 fecto, otras alarga horizontalmente todo el cuello, elevando la cabeza todo lo necesario apenas para examinar lo que pasa a sus alrededores. Si transitando tan cerca de él el jinete presu- me que será descubierto, no se pone en huida has- ta que aquél hubo pasado adelante. Si en verifi- carlo de cualquier modo advierte peligro, no se moverá aun amagado por las bolas que aquel tor- na indiscontinuadamente mientras le rodea, y es- pera atento a que se enderece. Inútil sería dispa- rarle antes, pues en la frase vulgar: cuando echa- do, no se le halla cuerpo. Tranquilo, al parecer, espera que las manos del caballo le caigan casi en- cima y que está a quemarropa el enemigo para eri- girse con la celeridad acostumbrada. Si es acome- tido de frente como debe ser, procura burlar to- dos los esfuerzos para embromarle, por tendidas, cambios instantáneos, carreras retrógradas o gui- ñadas, como llaman los campesinos. j Mediante la asombrosa elasticidad de su cuello corre con la cabeza de través en observación de los movimientos del jinete, cuyos tiros evita por un vivísimo giro en sentido opuesto. El corredor ve de lejos el ojo, que brilla a los rayos del sol con particular refulgencia. El juego 'de sus alas, mucho más visible cuando no va tan apurado, oculta hasta cierto punto el movimiento del cuer- po, el cual, por una verdadera ilusión de óptica, parece inmóvil en medio del alternado y presto subir y bajar de aquellos grandes y plumosos re- mos. Se creería que algunas veces los suelta y re- coge en seguida; otras añoja las dos alas a un tiempo. Al elevarse muestra las plumas blancas, que cubren los cuadriles y la grupa, o enseña cal- zoncillos, como dicen los gauchos. Adanson asegura que el Avestruz Africano es más ligero que el caballo, y que éste corre más largo espacio. Sea esto cierto o no en aquella re- 176 . FKANCISCO J. MÜÑIZ gión, la obsei'i'ación produce un resultado distinto entre nosotros. Es tal la ventaja de la velocidad del caballo sobre el ñandú, que en la atropellada o primera impulsión y aun en el proceso de la ca- rrera, un jineta diestro hallándose sin bolas puede enlazarlo, si, como dicen los gauchos en su ordi- naria locución metafórica: Si se le ve pescuezo. Estos, en cuyas manos el lazo es un instru- mento 'de gran poder, cuando encarecen la necesi- dad de apurar el «aballo acostumbran decir: como ni Cristo ni hombre nacido podía alcanzarlo, le busqué la berija (ijares) al mancarrón — que qui- so, que no quiso, me lo dormí con el rebenque has- ta agarrarlo bajo el freno. Aijuna, el Ñú^idú, infame, matrerazo como el Diablo; lijerón más que los vientos! Pero si el caballo es más veloz que el Ñandú dentro de su tiro o en su mayor correr, él es ven- cido a la larga, o como se expresan los campestres : lo quiebra el Ñandú, lo despide. Sólo en caballos sobresalientes, perdidos los primeros tiros, po- drían, en una carrera indiscontinuada, hacerse los últimos, o como dicen aquéllos — pelearlo o reven- tarlo en la distancia. Pero pasado el primer im- pulso, difí'!il es conseguirlo a no ser el caballo muy corredor, o que el Avestruz sufra algún accidente, porque siendo éste más sufrido en la carrera, se agita menos, al parecer, en ella. — Pudiera decirse que la velocidad en ambos es casi recíproca con relación a sus masas; pero que la fuerza de la po- tencia cede a la larga a la resistencia del mayor peso. Reconocido está que entre los varios modos de persecución empleados contra el Ñandú, ninguno es más severo que un cerco. Pero es por tanto allí donde, como en proporción del riesgo, despliega éste toda su original agilidad; donde hace osten- tación de la finura de su instinto y del variado po- ESCKITOS CIENTÍFICOS 177 der locomotivo de que está dotado. Amenazado de todas partes dentro de aquel sitio de muerte, co- noce que es más que nunca difícil salvar la vida, y lo más urgente y perentorio no dejar nada que hacer por defenderla. El cerco es proporcionado al número de bo- leadores y lo forman: los punteros, los de los cos- tados y los culateros. Los primeros marchan al frente y son como la llave o el eslabón más impor- tante. Ese rango se adscribe, por lo común, o es privativo del que o los que invitaron a la campe- ría. Los culateros son como el punto de arranque de las alas, que parten más o menos abiertas, se- gún el círculo que se intenta describir. Ellas avan- zan por grados trazando aproximadamente un arco de círculo y cuidando de apostar de trecho en tre- cho un hombre. Cuando cada uno de éstos calcula que el total del ala a que pertenece está distribuí- do, marcha en dirección al centro. Claro e^á que el movimiento recíproco de una y otra ala los con- centra cada vez hasta darse vista. Mientras ellos se aproximan, los culateros, que constituyen el punto cardinal o primitivo del círculo, se adelantan para cerrarle por el frente o segmento que le corresponde. Sucede principal- mente cuando el cerco abraza una grande área, que los culateros por extravío, por impedimentos im- previstos u otros accidentes, no llegan a debido tiempo a su posición. Si mientras no la ocupan, se alborota la Avestruzada o la ocasión de obrar apre- mia, los de las alas y los punteros no escrupulizan, después de circulados, en dar principio por sí so- los a la batida. -Si el cerco es muy grande y el campo desconocido y de mucho matorral, los pun- teros se convienen, temiendo salirse demasiado afuera o empamparse, e incendian el campo. Sir- viendo entonces el humo de signo telegráfico, visi- ble muy de lejos, advierte el extremo de la cur- 178 FEANCISCO J. MUÑIZ va donde existe el puntero, que se desea encontrar. Cuando tiene lugar esta maniobra conflagrativa, dicen los campesinos, eu su acostumbrada hincha- zón de estilo, y como para dar desusada importan- cia a las operaciones del día, la ñanducería alzada que es herejía; al cerco no se le vido fin; los Jiom- hres pa no perderse prendieron el campo, y lo ce- rraron debajo de quemazón. El barlovento es en el cerco la colocación más ventajosa ; siendo na- tural en el Ñandú correr en esa dirección. Como siempre es extenso el espacio que inclu- ye la bandada o bandadas, los Ñandús corren ama- gando forzar la línea de circunvalación ya hacia una ya hacia otra parte. La cabeza erguida y el cuello más en alto que jamás, procuran descubrir por miradas rápidas, variadas y penetrantes, el punto vulnerable del temible recinto . Con tal in- tento se aproximan a la circunferencia, escrutan apresuradamente, y con azorada curiosidad, la co- locación del enemigo que la guarnece; luego recal- citran y vuelven a examinar el todo del fatal tér- mino, el cual no afrontan hasta después de haber- le lo mejor posible reconocido y como estudiado. Ahora sus movimientos son a la carrera como los de la gama en igual conflicto. Durante estos mo- vimientos o falsos ataques, los jinetes amagan ais- ladamente acá y allá, aun cuando algún impacien- te de la espera acometa decidido. El cerco cada vez más ceñido no pierden de vista los asediados su principal y más importante designio — el romper el bloqueo después de enga- íifas y multiplicadas tentativas. Desde el princi- pio sus sobresaltadas miradas se fijan, y sus co- rridas se dirigen hacia donde los hombres son más ralos, o donde se hallan situados muchachos que acompañaron a sus padres, o que van allí por otros motivos. Entonces, como cuando los corren en calle o técnicamente les hacen medio un Jiom- ESCEITOS CIENTÍFICOS 179 bre y un chico, se inclinan del lado de éste, como si penetraran de cual lado es más débil el esfuer zo, de cual la ofensa es menos temible. Elevada siempre y en movimiento continuo la cabeza mientras corren acá y allá, descubren al fin el claro por donde pudieran franquear el cor- dón foi-midable. No hay duda que les esperan grandes peligros, que no es fácil superar, porque los de la cabalgata echan el resto en esa extremidad, en que es necesario y es un punto de honor el lu- cir cada uno, a la vista de todos la lijereza y maes- tría de los brutos que montan, y su individual ha- bilidad en este enérgico y hermoso juego ame- ricano . Muchos de los sitiados parecen haciendo in- creíbles esfuerzos de maña y astucia por salvar- se; otros que logran cruzar el mortal asedio, remi- ten la carrera cuando ya libres de peligro .y. Cuan- do acurre esta contracción o disminución movible exclaman los campesinos — el Ñandú levantó ya su cahayito. — Al riesgo inminente que él corre al atravesar el cerco, aluden aquellos, cuando para- si gnificar los escollos de una empresa, o su casi insuperable ejecución dicen del que la conduce : el pohre homhre está holeao; vá como Avestruz co7itra el cerco. Sustraído una vez a los primeros embates del caballo, no por la suma excedente de su velocidad sino por el modo impetuoso de su cai*rera, anda más sufrida y largamente que aquel cuadrúpedo. Sin embargo del énfasis con que dicen los gau- chos— del caray o sólo se escapan las aves que vue- lan; de ahí ahajo todo vicho muere en sus manos; sin embargo, él no corre como aquel, día entero; mucho más si el tiempo fuese fresco; ni se en- cuentra al siguiente, como dicen, del Ñandú : buino no mas. 180 FKANCISCO J. MUÑIZ Perseguido sin intermisión no deja de hair hasta que muere de fatiga. Su cuerpo queda en- tonces rígido como el de im tetánico, lo que arran- ea de los gauchos, que lo contemplan con disgus- to por no haberlo boleado ésta o semejante excla- mación: A diancho, no te hagas el chancho rengo, y de repente adiosito, si te vide no me acuerdo. Mire amigo no le afloje (al que se apeó y lo tie- ne agarrado) no lo afloje, no lo largue por su ma- dre ¡hien aiga el animal ladino y de cencia! Le dá leciones y lo tira lejos al mismo zorro, que es el padre de todas las cabidas. Si encuentran algún obstáculo elevado detie- nen la carrera; pero si es una enramada o cerco débil, forcejea por vencerle, mediante repetidos empujones a pechugadas. Si el impedimento es resistente y bajo y no advierte, siendo la impul- sión y peso del cuerpo tan considerables, se frac- tura los tarsos chocando contra él. En su marcha ordinaria o tranquila, un vallado o cerca de una vara de alto lo detiene, lo mismo que una zanja de cuatro o seis cuartas de boca ; pero si le acosan, salva esos óbices con gran facilidad. Volviendo al cerco, diremos que algunos bo- leadores suelen quedar fuera de él, apeados de JOS caballos o echados sobre los pescuezos en espe- ra de los Ñandus, que logren atravesarlo. Rendi- dos ya estos por tanto correr, aflojan de su ante- rior celeridad, y se hace más fácil pillarlos a tiro. Aquellos aunque asociados como buenos conmi- litones se adunan particularmente de a dos, to- mando desde el primer día el nombre de compa- ñeros. Estos tienen por objeto ayudarse más ín- timamente, partir y disponer entre ellos el pro- ducto de la caza, aun cuando éste sea por punto general partible, al menos la carne. En ciertos lances aquellos que no son compañeros a pesar de ESCRITOS CIENTÍFICOS 181 la loable simpatía que los une en comiin, acordán- dose que son hombres, suelen tentarse de ambi- ción y hacerse lo que ellos llaman mal juego. Se reputa tal, como embistiendo el Ñandú, al claro entre dos sitiadores no compañeros, pica su caballo, el que lo es de uno de ellos, y lo conduce por una línea intermedia entre la grande ave y el no compañero. El objeto de este movimiento es el separarla de éste cuanto pueda ser, embarazan- do disimulada y artificiosamente sus operaciones para que no le haga tiro. Al desviar así el botín vivo y andante que se disputa del no iniciado cargándole sobre el socio, se procura que no retroceda el animal, mandán- dole el caballo con la posible fuerza. Entonces obran ambos del modo más conveniente, y quizá abren claro, como para que el Ñandii se dirija cam- po afuera, o adonde vea más luz, como ellos dicen. Es verosímil, que apurado entre dos fuegos^ si es- capa de los tiros del uno, sucumba sin remedio a los del otro. Otro mal juego consiste, en que cuando uno o más hombres corren Un Ñandii en línea más o menos recta a un jinete, el cual puesto en conve- niente movimiento le arrojaría sobre los que per- siguen, éste lejos de obrar de ese modo vuelve la anca de su caballo a los corredores y al Avetniz, y permanece inmóvil, o galopa hacia afuera, pro- curando alinearse con éste, al frente, o bien seguir- le en paralelo hasta la oportunidad de cargarle. A esta acción llaman los carapesiones en su idio- ma rústico: jnyióle al Avestruz presentándole la cola o poniéndole el cahallo de punta. Fatigados los de los perseguidores y frescos el del juyidor, tiene éste la más propia ocasión de aprovechar al menor costo, un tiro de bolas. Se vengan de la bellaquería de este mal compañero sacándole el 182 FRANCISCO J. MUNIZ Ñandú, siempre que pueden, de junto al caballo, o como ellos se expresan: sentándosele del estribo. Algunas veces consigue el Avestruz, después de una más o menos dilatada carrera, ganar terreno, o en dialecto campesitre : tirar lejos a los boleadores. Si nos figuramos que en su fuga trepa (distantes aún éstos) una loma, y que al descenderla les que- da oculto por la misma altura, entonces pone en práctica uü ardid estratégico bien singular. Si el sitio ofrece pajas altas o matas donde hacerse in- visible, cambia el rumbo que traía al subir — ya a la der-echa ya a la izquierda, según aquellas le brin- den mejor protección. Si el bajío o sus ramales rodean por acaso la cuesta, posible es que marche en sentido absolutamente inverso; y que desande circuyéndola agazapado entre el matorral, el ca- mino que hubiera hecho. Ejecuta lo mismo sobre un llano, si logra encontrar aparente escondite. E] jinete perplejo por no hallarle en la dirección en que subiera, o en la que penetró el escondrijo sobre el llano, desiste de perseguirle, o marcha maquinal e inútilmente cierta distancia en la pro yección que trajera el astuto Ñandú cuando se perdió de vista. Los individuos de esta especie no ocultan ja- más la cabeza con la esperanza de salvar la vida como el de África ni la introducen dentro de agu -jeros por defender, como dice M. Buffon de aquel, un órgano tan importante como débil. Sólo se ocultan en caso de peligro en los lances ya ex- presados, cuándo obran como discursivamente y no con estupidez como el Africano en su oculta- ción de cabeza, mientras abandonan el cuerpo a discreción de sus enemigos. Se esconde en tales casos por las razones y del modo que lo haría el racional: pero si dan con él, o si lo teme, se levan- ESCRITOS CIENTÍFICOS 183 ta en el acto, y echa de nuevo a correr, cuanto le es posible. El rara vez cae,' y cuando tal desgracia le acontece, es casi indivisible aquel instante del en que se erije, apoyándose sobre una de las alas. Dice Buffon, que se titribuye al tubérculo esca- moso que le sirve de talón, la dificultad con que se sostiene en un terreno resbaloso. Parécenos por el contrario, que esa tuberosidad callosa y fuerte, no redonda sino longitudinal y semiconvexa lo sostiene y afirma en la carrera, sobre cualquier te rreno. Al menos es más que verosímil, que le sir- va de auxiliar poderosísimo para no caer hacia atrá'á en las vueltas y sentadas que da a menudo en muchas de las cuales dobla los tarsos hasta asentar en tierra con las tibias o vulgarmente garrones. Sin esa protuberancia, al nivel de los dedos, que le sirven entonces de especial apoyo, seríale difícil ejecutar sus rapidísimas conversio- nes, y se expondría a deslices peligrosísimos. Cierto es que el Ñandú, de cuerpo tan grave y sin dedos detrás, no podría correr sobre un te- rreno escurridizo sin deslizarse, así como las aves que tampoco los tienen, a pesar de valerse de sus alas para equilibrarse, en lo posible. Pero lejos de precipitarle la excrecencia tuberculosa de la plan- ta, ella le favorece cuanto es dable, sirviéndole de ayuda y descanso, como si representara casi el firme asidero de un cuarto dedo. El tubérculo, du- ro y escamoso tiene la más apropiada disposición de superfice para sustentarle y detenerle mucho mejor que si él fuera liso. A pesar de la membra- na coriácea que lo envuelve aparece ensangrenta- do cuando el Ñandú ha corrido gran distancia, con más motivo si lo hizo por terrenos ásperos. En ninguna circunstancia se convierte este hermoso e inocente animal contra el que lo persi- 184 FEANCISCO J. MUÑIZ gue. Todo lo que se ha escrito de las piedras que tira cuando corre y cosas semejantes, son mal ur- didas patrañas. Si él es indiferente a las caricias y evita, zafando el cuerpo, que le manoseen o le paren, por manso que sea, tampoco daña sino en la época del celo por defender el nido a los pollos, y eso sólo con el pico o a pechugones. Si se le quiere degollar o manipular con otro intento después de boleado, es necesario que se le asegure del cuello por su raíz, o que se le pise fuer- temente entre los alones. Sin esta precaución des- pedaza los vestidos, hiere las carnes con las uñas y aun pudiera, de un golpe con la pata, romper la pierna de un hombre. Aquéllas no son coces, como impropiamente lo creen algunos, semejantes a los cuadrúpedos en pie; son únicamente fuertes movimientos de contracción y extensión, grandes sacudimientos de toda la extremidad, como los de aquellos cuando se derriban y se mantienen ten- didos por fuerza. Aun irritado contra un perrillo u otro cuadiiípedo pequeño, sólo lo pisotea yendo y viniendo por sobre él. ílás bien estruja estos pequeños animalillos quedos acocea. Especificando M. Buffón los varios medios de que se valen los árabes para pillar el Avestruz, dice, que para más fácilmente lograrlo lo condu- cen, cuanto pueden, contra el viento. El Americano corre espontánea e instintamen- te en este sentido y procura, cuando es obligado a contrariar esta dirección, a recobrarla inmediata- mente. Los aficionados a esta gallarda y briosa correría ponen el mayor empeño en sotaventarlos, pues saben, por una constante experiencia, que el Ñandú se rinde mucho más pronto perdiendo el barlovento. Es proverbial entre los gauchos: El avestruz corre como los hagiiales contra el viento. Por esta natural propensidad que observan hasta en su marcha ordinaria, penetran ellos hacia las ESCRITOS CIENTÍFICOS 185 costas del Mar del Plata y Paraná en las grandes suestadas, o cuando reinan impetuosos, y por va- rios días seguidos, el Este y el Norte, Los gauchos fronterizos con el desierto, creyendo entonces in- defectible la entrada, se aprontan para recibir huéspedes tan de veras deseados. Lo que prueba sin contestación, continúa' el ilustre naturalista arriba citado, que el Avestruz no levanta las alas para acelerar su movimiento, es que las eleva aún contra el viento, en cuyo caso ellas importan un verdadero obstáculo." Verdad es que el movimiento de las alas no acelera la ca- rrera, pero él es esenciamente necesario a su con- tinuación. Este alternado ascenso y descenso tiene el principal objeto de sostenerla y auxiliarla dan- do a los movimientos del cuei-po el aplomo necesa- rio para evitar caídas peligrosas. Sin ese desplie- gue de alas la carrera ni sería tan veloz, ni tan segura. El Ñandú de cuerpo tan pesado, a quien dio la naturaleza por única defensa la carrera, debió reunir a los elementos propios de esa fun- ción, otra potencia, que pudiera llamarse regula- dores del centro de gravedad, que le siguiera siem- pre y le prestara protección en las varias y dis- tintas situaciones que adquiere el 'cuerpo en las tortuosidades de la carrera. Las alas tan fuertemente unidas a las escápu- las, provistas de robustos músculos elevadores y depresores, indican físicamente, a más de las prue- bas que suministra la observación, capacidad sufi- ciente para servir como de contrapeso o sostén cuando el Ñandú, a todo su correr, ejecuta cam- bios de conversictn los más extraordinarios. Esos miembros son singularmente compara- bles, en cuanto a sus usos en la carrera, con los brazos del hombre en igual situación. Según los alza o los baja, según los adelanta o atrasa, muda el cuerpo su centro de gravedad, sin que pierda 186 FEANCISCO J. MUÑIZ la perpendicularidad, cuyo nivel preserva, en vir- tud de la mutua y acordada acción de esos remos o palancas. Si al hombre como al Ñandú (ambos bípedos) se les ligaran o inutilizaran de otro modo, resultarían la disminución de velocidad y vacilación más clara y expuesta. Los campesinos atan por diversión las extremidades de las alas por sobre el dorse del Ñandú, y en esa disposición lo sueltan al campo. El ave rey de la progresión decursiva sobre la tierra, queda entonces conver- tida en juguete basta de los muchachos, que la in- sultan arrojándole bolas de carne. Aquí resalta pasiblemente un principio de con- veniencia preservativa que depende, o que está ín- timamente ligado con un principio o ley de la or- ganización, en \drtud de la cual son llamados cier- tos órganos a uniformarse y corresponderse mu- tuamente, sin que alcancemos a conocer la causa de este misterioso fenómeno. Así, por ejemplo, el caballo que apura cuanto puede su carrera voltea sus orejas hacia atrás, las plega sobre el pectorejo, o como dicen los gauchos, las pega al cogote. Lo mismo hace el entero, cuando estirado el cuello, moviendo la cabeza de un lado a otro, y el hocico casi por tierra, repunta severo y celoso su ma- nada. En todo caso más natural es recurrir a estas reflexiones supositivas, que el admitir con Marc- grave, que el Ñandú se sirve de sus alas como de una vela para tomar viento — con Nieremberg para hacer éste contrario a los perros, que le persiguen — con Pisón y Klein para cambiar a menudo la dirección de su carrera, y evitar las flechas de los salvajes — y con otros que dicen excitarse a correr más de prisa picándose con el aguijón de sus alas, según citaciones que hace M. Buffon de estas dis- tintas opiniones. Ese movimiento tiene su objeto natural y de ESCRITOS CIENTÍFICOS 187 extrema necesidad. Siendo la carrera rapidísima, no podría ser muy larga sin un medio de refrige- ración, sin ventilar el tronco o la caja, que encierra los órganos vitales. La carrera sería pronto inte- rrumpida si 'doblara sobre el cuerpo ese colchón de plumas sedosas, espesas y calientes de que cons- tan las alas. Con tanta más razón debe suponerse esto así, cuando se ve que el Ñavdú, estando que- do, abre las alas como para airearse, durante el mayor calor de los días estivales, las bate también suave y tranquilamente, pero con más fuerza y te- són que lo hacen los demás gallináceos. El levantar, por otra parte y el abatir de esos remos plumosos mientras corre contra el viento, no es causa de obstáculo, como pretende aquel respe- table naturalista. La naturaleza que privilegió a esta especie con la carrera y que le dio e'l instinto de hacerla contra el viento, no pudo debilitar por un elemento opuesto aquella dote : lo contrario se- ría una obra monstruosa e investida de cualida- des equívocas. Esas plumas inadlierentes, disgre- gadas y sin consistencia que forman las alas, no presentan por su ralura y falta de regularidad en sus planes la menor resistencia al viento. Flotantes los alones, revestidos de hebras sin cohesión, hila- chosas y finísimas, tampoco tienen casi peso. Más todavía: ese movimiento de alas no es ma- quinal ni ejecutado por un ciego instinto y a des- tiempo. Nada de eso. El ave se sirve de ellas, si nos es permitida la comparación, con la necesidad y casi con el grado de inteligencia con que se sirve del timón un experimentado marino, navegando con el viento de proa. El Ñandú hace sus giros, como la nave da bordadas, cuando precisa ganar terreno. En esas vueltas que son brevísimas y al infinito re- petidas en una viva persecución, el movimiento de las alas es incesante, ya de uno ya de otro lado, y tan presto que como dicen casi eon propiedad los ]88 FRANCISCO J. MUSlZ campesinos — no se le ve cuerpo — eai otra frase — hace andar la vista. En cuanto a la caza del Avestruz Africano, Diodoro asegura que se hace clavando puntas ace- radas en rededor del nido. La madre que viene a éste de prisa, pasándose con ellas queda de todo punto sujeta. Mas este peregrino arbitrio ya se ve que sólo obra contra las hembras, que deben ser estúpidas y ciegas y por añadidura insensibles bas- ta apresarse por sí mismas y poco a poco en las pun- tas aceradas. Nuevo género, sin duda, de magne- tismo entre un animal y los metales, cuyo conoci- miento no pasaría más allá de las creederas de Diodoro, como pasó hasta nosotros, desde antes de Orfeo y para siempre la dirección del imán o su polaridad y la de una aguja magnetizada. Buffun agrega, que los Árabes inquietan a los Avestruces lo bastante para que no coman, pero sin apurarlos demasiado. Cuando los han fatigado y los tienen hambrientos, duraute uno o dos días aguardan la oportunidad ; caen sobre ellos al gran galope con- duciéndolos contra el viento cuanto es posible, para fatigarlos más en hreve, y los matan por último a palos para que la sangre no manche el albor de sus plumas. De otro ardid usaban los Struthophagos o co- medores de Avestruces, según aquel naturalista. Se cubrían bonitamente los bellacos con la piel de un Avestruz, y pasando los brazos por el cuello hacíaJí todos los movimientos (atención) que eje- cuta con esta parte el Avestruz. Así disfrazados (también la más simple y extravagante bonomía suele alojarse en el cerebro de los sabios), así dis- frazados los pilludos y sagaces Struthophagos se aproximaban a los Avestruces y les echalaan garra. "Es así, prosigue concienzudamente aquel autor, como los salvajes de América se simulan cabras para presar las cabras, " ESCRITOS CIENTÍFICOS 189 Pero como ya hemos hecho conocer, el pillar así tan ahinas al Ñandú y aun a las cabras de nuestras sierras, no es granjeria de cualquier chambón en el oficio, y como dicen los gauchos — se necesita comer antes mucho pan y mazamorra. Para el Ñandú no hay sutilezas, engañifas ni dis- fraces que valgan. Buen caballo, ser jinete y dies- tro en el manejo de las bolas, son requisitos sin los cuales un árabe andaría toda su vida al gran galope con su garrote en la mano, muriendo an- tes él y su caballo de fatiga y de sed, que dar al alcance, ni aun vista a este velocí'simo bípedo alado . Nuestros campesinos miran en el peri'O un compañero útil para la caza de los Avestruces. A más del servicio importante que les prestan, de- fendiéndoles del tigre, les proporcionan sin costo abundante cosecha de mulitas, peludos, perdices, etcétera. Por eso dicen: el perro es el mejor com- pañero del pobre. Donde dentra el cristiano, den- tra el perro. Y como acostumbra ir subiendo de punto en los elogios, y son afectos, por otra par- te, a la especie canina, llegan al máximum ha- ciendo al perro el último favor, pues le antepo- nen a sí mismos. Por eso añade: Guando no fue- sen mis bolas, mis perros me darán de comer, por- que sin eyos no somos naide en el campo. Esos animales de olfato naturalmente fino ras- trean al Avestruz oculto, y han llegado, siendo enseñados, hasta dar con él en el nido. Si lo alcan- zan, evita éste mientras puede los afanosos mordis- cos de sus perseguidores, por sentadas y tendidas rapidísimas: el perro pasa de largo, porque en la expresión impropia de nuestros campesinos — el pe- rro es duro de boca — como si se rigiera con freno o por aquella parte, como los caballos. El llevar perros consigo cuando se va a una 190 FRANCISCO J. MUÑIZ boleada de Avestruces en grande no está general- mente bien recibido : pero son casi inf altables cuan- do la empresa es de uno solo o si «onsta de pocos. Los perros en el primer caso suelen estorbar a los boleadores, y el que los llevase, encontraría con di- ficultad quien quisiera hacer medio con él, o quien se le asociara en las corridas. Siendo ley del juego que el Ñandú, aprehendido por los perros, perte- nece al dueño de éstos, es una doble ventaja el lle- varlos: pero ventaja más que de chambones de egoístas, pues que siendo igual el trabajo en todos, su producto, sin embargo, declina en favor de in- dividuos determinados. El boleador que después de inaudito.s esfuerzos en un día o mañana de ince- sante correría ha conseguido ponerse a tiro, y que próxima ia presa a caer ya en sus manos, ve que se la arrebata un jadeante y encarnizado perro, denruesta y maldice furioso al pobre animal, y pasa sin escrúpulo y tail vez con razón mucho más ade- lante. NATURALEZA DE LA CARNE DEL ÑANDÚ Su salubridad. — Distintas preparaciones que reci- be, y las que dan a los huevos. — Conducción de éstos a la distancia. — Llumas. — Toldos o repa- ros contra la intemperie. Los boleadores de Avestruces utilizan, ya asa- das, ya cocidas, en guiso o fiambre casi todas sus partes. El alón, la picana (carne de la grupa) y el ventrículo o estómago son presas preferentes. A éste se le despoja de su membrana interna coriácea, a la cual llaman los campesinos cascara y le ante- ponen a la misma lengua de vaca: por flaco que esté el Avestruz no dejan de comerlo, como sucede con aquélla por magro que parezca el vacuno. Apro- vedian todas las entrañas, el bandujo o intestinos I ESCRITOS CIENTÍFICOS 191 gruesos, al último de los cuales, que denominan ocote, por su anillo o esfínter, le decortican o sepa- ran su membrana interior para comerlo. Compren- den bajo el nombre tripas gordas a estos intestinos, y a los delgados con el de amargas; sin embargo, son éstos los que toman a pesar de su amargor que se lo quitan lavándolos, porque de los primeros sólo es comible el colon y el esfínter del recto, siendo este intestino y los ciegos casi del todo membra- nosos. Particularmente al volver de la campería, en precaución de que no les falte la carne, traen (al- zan) todas las postas o tajadas asadas o sancocha- das en agua y sal. Así las transiportan fiambres, pendientes del cuello del caballo o entre las caro- nas, como hacen con la carne de vaca, con cuero o sin él. Cuando la alzan cruda eligen los alones y el grano del pecho (a cuyas presas como a las entra- ñas llaman achuras) porque el resto es fácilmente corruptible por el calor. La carne del Ñandú joven es naturalmiente más tierna y agradable que la del viejo, y no tiene en igual grado que la de éste aquel olor fuerte que la hace repugnante a un olfato y paladar mediana- mente impresionable. Los paisanos la toman con indudable complacencia durante la campería, y aún la estiman en mucho después de estar en sus casas. La reputan como manjar no sólo muy subs- tancioso y sano, sino hasta inofensivo a aquellos sentidos. Pero esos hom^bres aun cuando los tienen muy finos, no experimentan el menor disgusto por estar como familiarizados con el olor, tan semejan- te a éste, de la grasa del potro y de la yegua. Habituados a esa impresión olfativa desde pe- queños ya en la extracción de la grasa de esos ani- males (graseadas) ; ya en la saca de sus pieles (cuereadas) ; usando de ese pinguedo o enjundia en días de yerra o de marcación de ganados, y aún 192 FKANCISCO J. MUÑIZ de continuo para refrescar y mantener flexibles los lazos, maneadores, bozales, conreas de la montura, etc., no extrañan, como los marineros el olor del alquitrán, el que exhala la carne y especialmente la adiposidad o gordura del Ñandú. Por otra parte haciendo su carneada, asando y gxdsando a campo raso en medio de un desierto inmenso, es evidente que se pierden en una atmós- fera pura y sin límites las emanaciones, que quizás serían molestas para ellos mismos dentro de un recinto poco extenso. Es tal lo incómodo y pene- trante de ese olor, que personas no acostumbradas a él, tienen que ventilar sus ropas, si estuvieron en una pieza, donde se asara esa carne. Pero la poderosa eficacia del aire del campo,, el apetito que produce el ejercicio, el entusiasmo del mismo entretenimiento que engendra el vivo deseo de disfinitar el producto de un día de no poca fa- tiga, la privación al fin que hace contentadizos y sobrios, tienen tal poderío sobre el hombre, que echando a un lado melindres, si se encontró chocan- do el olfato y el paladar el primer día, lo es menos en el segundo y así sucesivamente hasta perderse con la primera ingrata sensación, la repugnancia a la carne-del Ñandú, y parecer i oh poder del hábito y de la necesidad! no solo pasable, sino excelente. Los campesinos tienen la opinión de que la extraída del Ñandú al Norte del Salado preserva un color más obscuro y un olor más fuerte y ca- racterístico que la de la banda Sur. Lo mismo se persuaden respecto al color de la carne y de la grasa del Quirquincho o Tain peludo. En esta es- pecie suponen todavía haber diferencia dentro de la zona interna o Norte, según pasten sus indivi- duos en lomas o en terrenos bajos o cañadas. Pero tal diversidad en el color de la carne y de la gor- dura de esos pequeños lorigados cuadrúpedos, que es a la verdad efectiva, probable es que provenga ESCRITOS CIENTÍFICOS 193 en mucho del influjo de la edad o de dos varieda- des hasta hoy indetenniuadas. Por lo demás, esas modificaciones de oloa* y de sabor en la carne del Ñandú y en la de otros animales, así como las que se observan en alguna de esas cfualidades de su leche, parece debieran atribuirse a la naturaleza de los alimentos, de que ellos se nutren. El espar- to de sobre el Salado y de otros puntos comunica su olor y sabor a la carne y leche del vacuno. El bulbo de la familia de los asf ocíeles de los campos de San Isidro imprime a este líquido, en esa espe- cie, el olor y el gusto de la ceboUa (allium cepa). El trébol y la caña del cardo, ambos secos, produ- cen una carne 'del todo insípida. — Esos vegetales aún frescos y la gra.milla de los campos internos o costaneros de la Provincia, -crían m'Ucho sebo en el vacuno ; y los pastos llamados fuertes de los cam- pos al Sur del Salado, hacen, por el contrario, abundar la grasa, etc. Es indudable que la carne del Ñandú, de un olor positivameoite repugnante, semejante al de la de potro, lo pierde en parte cuando asada y algo más en el salcocho o después de hervida. Infiérese, pues, que ese olor desagradable se acompaña o re- side en la materia extractiva o en el osmazoma, y que se evapora o atenúa destilándose en esas pre- paraciones. Cuando asada deja ver su color obs- curo o al menos el del jugo que le contiene, y en la decocción se disuelve ese principio y se mezcla con el caldo. La costra o cubierta tostada que se forma a la superficie, y la cual contiene como en toda carne asada un elemento eminentemente sápido, impide probablemente la instilación o fluxión total del os- mazoma; y he ahí la razón porque retiene la carne en ese estado una parte de su olor primitivo, mu- cho más perceptible que cuando absolutamente pe- netrada por el agua abundante y más disolvente en la concocción. 194 FKANCISCO J. MUÑIZ Los campesinos reputan mny saludable la car- ne 'del Ñandú, y en verdad que ni la abiuidante y casi pasmoisa indigestión de ella, ni las grandes tajadas de su gordura que toman de la grupa o picana, les daña jamás, y eso cuando no le asocian otro alimento que el maíz tostado, alguna vez, ni otra bebida que el agua pura y ci-istalina de los arroyos o lagunas. Ellos creen que esta carne es fresca, lo que no repugna cuando el Ñandú no es flaco o \iejo, siendo cargada de gelatina. Esto contribuye, naturalmente, a que no se efectúe un grande desprendimiento de calor, y a que la asi- milación sea breve y fácil. La del doméstico mejoraría indudablemente en olor y sabor, a juzgar analógicamente por lo que se observa en la de los gallináceos silvestres que pasan a nuestros corrales. Aun en este estado la carne del Ñandú es tierna, y parece impregnada de substancias maiy solubles. La gelatina inter- puesta no se pierde del todo al fuego directo ni por la decocción — aplicaciones poco intensas en las camperías, por la naturaleza débil del combustible usado en ellas. La tenacidad de las fibras que aun en los Adejos no son coriáceas, están como relaja- das por la grasa y jugos gelatinosos, lo que pro- duce un alimento soluble y digerible para estóma- gos robiLstos." Para el de los campesinos toda subs- tancia es indiferente, pues digieren con la mayor facilidad porciones considerables de carnes más só- lidas, como La de la gama, la de la liebre, del va- cuno, etc. Ellos, ni conocen ni aun sospechan la delicadeza de los sibaritas ciudadanos respecto a la diferencia que la edad y aun el sexo imprimen a la carne del Avestruz como a la de los demás ani- males. Con tal que éste no sea muy flaco, poco les importa su filiación, y aun cuando lo fuese, apro- vechan ciertas partes, con mucha más razón — si la ESCEITOS CIENTÍFICOS 195 avestruzada anda escasona hastanfe — como ellos dicen. Pero aquella carne tomada en abundancia, com- prometería un estómago delicado por lo mismo que está penetrada de una gordura redundante o ver- dadero aiceite animal. Respecto a su color, ella ocupa el medio entre las llamadas coloradas y las salvajinas, como la de liebre, de cabra, de jabalí, que son brunas o casi negras. No sena extraño que su pecíuliar olor se relacionara o estuviera en conformidad con su color más o menos obscuro. Los práctñicos en las camperías contra Aves- truces, conocen de^de distante el gordo del que no lo es. La señal de grasitud la toman 'del color más blanco de las plumas de la grupa. Y es exacto, que cuanto es más nítida su albura, mayor es la obesi- dad del ave. Los huevos forman una vianda apetecida de los camperos, que los asan y los fríen. Hacen lo primero de varios modos, todos breves y sencillos. Los agujerean por una extremidad, y por allí de- rraman no todo el albumen, como algunos han es- crito, y muchos creen, quizá suponiendo indigeri- ble esta substancia o de mal paladar, sino sólo aquella porción que había de verterse mientras la asadura. Introducen luego un paco de grasa y de cebolla picada, ponen el huevo junto al fuego, y revolviendo el todo con lui palito le dan vueltas, presentando ya un lado, ya otro, al calor, hasta que queda perfectamente cocido. Si el demasiado viento incomoda la operación, abren un hoyo en la tierra y se conducen del mismo modo, encendiendo en él una pequeña hoguera. Cuando el hambre apura y no es posible demo- rarse en preparativos, ponen inmediatamente fuego a las pajas del nido, y con alguna otra chamarasca de las cercanías medio asan los huevos, y así, entre 196 FKANCISCO J. MUÑIZ fríos y calientes se saborean, con ellos, saliendo sa- tisfechos del apremiante conflicto. Acostumbran también perforar el huevo de uno de sus polos al otro, e introducir después de derra- mar cierta porción de albumen, un palito que le atraviese al modo de eje. Suspendido a él el hue- vo, cuyos agujeros deben ajustar todo lo posible al atravesaño, se le torna ya de un lado ya del otro dentro de la llama de la fogata hasta que queda más o menos asado. Ellos son útiles de igual modo para todos los compuestos en que entran los hue- vos de gallina, como tortillas, para bizcochos, ros- quetes, etcétera. Muerta una hembra que tenga yemas, las ex- traen con cuidado en fárgara o envueltas en su propia película, y si las han de conducir hasta el real, las embolsan en la chuspa ligándole ambas extremidades. En esta disposición las asan en conjunto o por separado en el rescoldo, y las to- man cuando revientan la capsulilla que las envuel- ve o antes. El manjar que resulta, sin otro ingre- diente que sal, es delicado, no sólo comparándole con las otras preparaciones usuales en las canipe- rias, sino aun las más sabrosas y delicadas del arte culinario en la vida civil. El es suavísimo y dulce y sin duda uno de los más gratificativos al paladar. Se han encontrado más de cincuenta yemas entre grandes y chicas en un ovario. En tiempo de la postura hay siempre tres o «uatro cuyo grandor, que va aumentándose en escala, corresponde a los huevos que primero saldrán a luz. Las yemas puestas al fuego dentro del ven- trículo, sirviéndoles de vasija el esternón o hue- so del pecho (mate de los campesinos) componen con su involucro o envoltorio un plato regalado al cual llaman ellos adobo. A falta de olla, y aún teniéndola, hace veces de tal ese hueso. Su capaci- ESCRITOS científicos 197 dad, su forma ahuecada y su fuerte textura permi teu el freir maíz blanco en él, a expensas de la mis- ma grasitud que exuda, la cual le comunica un sa bor peculiar y grato . La carne se guisa, y los huesos se frien en este recipiente singular. El resiste al fuego de los tier- nos combustibles de las Pampas, sosteniéndole por tiempo la misma abundante gordura que ocupa los intersticios del hueso, hasta que se carboniza. Présteme la oyita amigo, si ya acabó, dicen los gauchos., cuando sentados al rededor de la hogue- ra guisan y asan, ríen y ponderan a un tiempo las aventuras del día. Calientan también agua en la ollita avestrúsica para tomar mate, en defecto de la caldera ; lo que aún se hace estando ya monda do el hueso y purgado en parte de la grasa que le impregna, no deja de dar a conocer el duro XJaladar y fuerte estómago de nuestros paisanos de la campaña. Entre los aprovechamientos del Ñandú, debe contarse la masa cerebral de la cual se sirven pa- ra flexibilizar las soguillas de las bolas. Esta substancia tan delicada y mantecosa las penetra y suaviza superlativamente más que ningún otro cuerpo untuoso. También extraen la lámina ex- terna o la epidermis) de todo el cuello irncluso el buche, de la cual con el nombre de chuspa forman una bolsa, cosiéndole su extremidad más ancha, útil para guardar dinero, avíos de encender, ta- baco, etc. Esta membrana seca inorgánica como la del hombre, se desprende al modo que la piel en los cuadrúpedos; y como la epidermis de aquel, se halla perforada de agujeros oblicuos por los cuales pasan las plumas implantadas en la dermis, especie de membrana mucosa subya- cente . Los huevos se transportan a la distanda en 198 FRANCISCO J. MUÑIZ árganas o serones de cuero al cuello de los caba- llos figurando pretal, o al anca en sarta que cae por ambos lados. Colocados en línea sobre un poncho, jerga u otra tela, se rodea ésta una y otra vez sobre ellos, al mismo tiempo que se com- primen lo necesario. Puédese si se quiere, colo- car un segundo cordón de huevos paralelo al pri- mero, apareando o igualando los de ambos órde- nes. Un tiento o hilo fuerte que ciñe circularmen- te la tela entre huevo y huevo, si el cordón es sen- cillo, o por entre cada dos, "si la línea es doble, los fija separadamente, y evñta, inmovilizándolos, el que se choquen. De este modo se conducen en perfecta seguridad y a galope muchas leguas. La sarta del anca se ata a cada lado de la cabezada posterior del recado e inferiormente a la cincha o las puntas de la carona de vaca, la cual se ojala de intento. Cuando desgraciadamente rodó o se revolcó el caballo conductor del precioso depósi- to significan los gauchos el azar o desgracia del dueño de las cascaras que antes fueron huevos, diciendo — quedó el pobreciio enteramente a la desdicha — piasititos, curuMquitas se le hizo too el cargamento. El propietario, aún cuando ce- diendo a la primer impresión eche ternos ya re- dondos, ya angulosos a no poder serlo más contra el maldecido carguero, olvida "pronto su infortu- nio y entra a considerarlo con esa peculiar impa- sibilidad con que los Americanos (a imitación de los aborígenes) soportan con enérgica firmeza, y tanto mejor cuanto menos conocen los hábitos eu- ropeos, los reveses más .crueles de la aciaga for- tuna. Las plumas podrían llegar a ser un ramo no de tan corto interés, ya empleándolas en el con- sumo interior, ya exportándolas. No sería difícil realizar este negocio con algunas ventajas, para ESCRITOS científicos 199 los pobres al menos, si en vez de haber casi extin- guido esta apreciable familia de los campos habi- tados y de perseguirla a muerte, casi sin prove- cho y de ordinario sólo por diversión hasta en el desierto, se procurara crearla de nuevo y conser- varla dándole aquel grado de domesticidad de que ella es susceptible. Estas plumas, aún cuando en su totalidad no tengan el mérito de las de Avestruz Africano por carecer las más largas del hermoso albor que dicen tienen la^ de éste, y de la finura que atri- buye don Luis de la Cruz (viaje de Chile a Bue- nos Aires) a las del Avestrvz de la cordillera,, son útiles sin embargo en aplicaciones de labor y trenzado. Y es probable, que si abundaran, re- presentarían sino un objeto de primera importan- cia al genio fabril de los manufactureros, el esti- mado material de una nueva, simple y curiosa elaboración . Como tienen ellas la propiedad de fijar los colores, se tiñen variadamente, para aprovechar el todo o sólo el hastil o parte transparente y fis- tulosa, ya sea dividido, ya entero. Se utilizan del primer modo en bordados sobre riendas, chico- tes, estriberas, maneas y botones de maneador, en cestillas, etc. Teñidas de punzó las plumas crá- teras de la grupa, las de su contorno y las del pecho se usan en coleras y testeras — vistoso ador- no de niontura que se estila en las Provincias Ar- gentinas, después de establecido en ellas el régi- men federativo. Con las alares más largas ornamentan, desde tiempo inmemorial, varias tribus de indios sus cinturones, los cintillos con que se rodean las ca- bezas, y sus mujeres atavían con ellas las vatíco- las de los caballos que montan. Los quitasoles construidos con este material en Chile y en al- 200 FRANCISCO J. MUÑIZ gimas Provincias de la Confederación no podrían ser, aunque ni de lujo, ni vistos, ni más frescos, ni más lijeros, cómodos y aún duraderos. No ihay pluma comparable a ésta para la con fección de plumeros, pues su's hebras, sueltas, finí- simas y largas arrojan el polvo y otras basuras hasta de los más pequeños resquicios de los mue- bles. La fabricación de plumeros ed vasta entre nosotros, donde no hay casi casa donde no haya uno o más — otros se exportan a Bolivia, España, Italia, Inglaterra, etc. La plumas medianas han hecho en todos tiempos el más estimado adorno de los Guerreros Guaycurúes y de las otras nacio- nes indias, que las han colocado en sus morriones, como el primer distintivo de su valerosa profe- sión. Las plumas blancas cortas, pueden rizarse para varios ornamentos y las largas, también blancas de las alas, que son hermosas, se usan en sombreros o gorras de señoras, en turbantes, mo- rriones o sombreros militares. Respecto a la vida de los camperos, aún cuan- do ella es móvil, y aún cuando su permanencia en un lugar dependa de la abundancia de Ñandús en él, sin embargo, al sitio que ocupan momentá- neamente o por pocos días, le llaman pomposa- mente El Real. En él, después del cocinado dicho, y del de la carne de otros animales silvestres que se pillaron, .cada uno hace referencias alegres y de ordinario exageradas sobre los pasajes del día. Se ventila la superioridad respectiva de los caballos, tanto en ligereza y maestría como en orden a la fortaleza de algunos en la cruz — que es el punto donde se afirma una mano al disparar las bolas con la otra, momento crítico en el cual si el caba- llo afloja al cargarse en un tiro distante, mucho ESCRITOS CIENTÍFICOS 201 más si el jinete es eoi-pulento, puede hoeicar y perder pie con no poco riesgo. Para abrigarse de nn temporal, llevan entre las caronas un cuero de potro desgarrado (ijares) . Cuando llueve si se hallan entre pajas altas, atan las sumidades de las que están paralelas, ya una con las otras, ya con las plumas largas alares del Ñandú . Estirando después el ijar sobre la frá- gil bóveda con el pelo para arriba, a fin de que no se recale, lo aseguran del mejor modo. Si el campo tiene duraznillo, rama negra, u otros arbustos flexibles, forman puntas a las va- rillas que cortan, y las clavan en dos líneas co- rrespondientes a regular distancia. Doblan luego unas hacia las otras las extremidades al aire y las afianzan con aquel despojo del Ñandú — cubriendo después aquel arco prolongado o bóveda con el ijar, queda semejante al toldo de una carreta. Cuando es chuca la madera de construcción atra- viesan de un costado a otro varitas que sostienen perfectamente al ijar. Si' esto no alcanza a preservar los costados, se abre con el cuchillo una zanjita por defuera, en aquellos terrenos de suyo blandos, la cual se re- llena de paja parada en forma de pared. De este modo queda en el posible resguardo el interior del toldo, con cuyo nombre se designa y reconoce aquel habitáculo digno de la sencillez primitiva de las tribus de ambos hemisferios. DOMESTICIDxVD DEL ÑANDÚ Modo de conducirlo. — Su ineptitud para el vuelo. — Su facultad natatoria — Su voz. — Aprensiones de los gauchos al campo desierto. En opinión del ilustre Buffon el Avestruz debió servir en lo antiguo de alimento general, 202 FEAKCISCO J. MUÑIZ pues el legislador de los indios prohibió su carne como inmunda. Eefiere también, que el Empera- dor Heliogábalo hizo servir un sólo día en su me- sa el cerebro de seiscientos. Por supuesto que los hebreos comían los de su propio país, cuando las Romanos los importaban de otros muy distantes. De modo que parece destinada esa especie a ser- vidumbres extraordinarias entre los magnates de aquellos tiempos remotos. Tan pronto converti- dos en jaca real conducen sobre su dorso al estíp- tico tirano Firmiiis — caprichoso domador de aves teri'estres — tan pronto el cerebro de seiscientos por una idea gastronómica la más extravagante y caprichosa que ocurrió jamás, 'satisface la vora- cidad de 1(^ convidados de un buitre humano, coro- nado como en escarnio de su especie. Pero si esos pueblos merecieron con mejor tí- tulo que nuestros gauchos y campesinos, que co- rren también el Ñandú, el nombre de Struthopha- gos, por el uso más extenso que hicieron de im tal manjar, debían ser bien extraños los medios que adoptaron para criar y conservar esa espe- cie en crecido número. ¿Pero puede existir aca- so no un pueblo civilizado, que esto es posible, pe- ro una tribu salvaje tan pobre, tan falta de in- dustria, de tan trabajosa mísera exi's.tencia, de cálculos tan precarios y eventuales que hiciera depender su subsistencia de la carne del Aves- truz, si pasable en los polluelos, bien repugnan- te, sin duda, en los adultos? Pero lo > que no deja de ser atendible, en los medios de caza que indica el citado naturalista, no se descubre la posibili- dad, como ya lo hicimos notar, de abastecer de ese alimento no ya a un pueblo, pero ni a un re- ducido aduar beduino — ni la continua y molesta vigilancia, ni el dispendio de tiempo, ni el esfuer- zo que esos mismos medios exigen, serían reem- ESCRITOS CIENTÍFICOS 203 piazaclos por el producto de la carne y de las plumas . En cuanto a la proclividad del Ñandú a la vida doméstica, M. Buffou se la concede al gra- do de poderse formar bandadas de ellos como se forman de pavos. El señor de Azara dice, que llevados los polhielos a la.s casas se domestican de tal modo, que andan por todo el pueblo, y que ale- jándose hasta una legua, vuelven por sí mismos, aún cuando sean adultos. Sin embargo de este aserto, preciso es reconocer que la especie sin ser del todo selvática tiene un apego innato a la inde- pendencia, a la vida de los campos, teatro exclu- sivo de sus combates, de sus amores y de sus con- quistas. Principalmepte en la época turbulenta del celo pudiera considerársele como el represen- tativo de una continuada perambulancia, siendo entonces bien 'difícil contenerle. Los individuos de ambos sexos sintiéndose en ese tiempo agita- dos de un estímulo poderoso y secreto, buscan la sociedad de sus semejantes, y en virtud de ese ex- traño incitamiento que les conmueve e irrita, se ha- cen más que nunca andariegos. El macho, púber ya a los dos años, brama a las horas acostumbra- das, y tanto él como la hembra procuran sustraer- se a toda dominación marchándose a gozar, en la soledad de los campos de libertad completa en sus recíprocas solicitaciones reproductivas. Sin embargo, él resiste la presencia del hoim- bre, pues gambetea a' su alrededor, y aún pasa por entre sus piernas, si se le enseñó ese juguete o retozo; le embiste, aún le agarra con el pico sin mostrar intento de dañarle. Si le teme, si huye su cercanía, e^^ porque el racional le maltrata, constituyéndose en todas partes su encarnizado exterminador. Pero por manso que sea el ñandú, aún cuando se detenga delante de las puertas de 204 FEANCISCO J. MUÑIZ las habitaciones mirando con ademán curioso, y penetre dentro de ellas, él no permite que le ma- noseen, que le levanten las alas, ni le corten el paso, pues entonces araña y forcejea no irritado ni por ofender, sino sólo por evadirse. Esa exce- siva susceptibilidad y casi indiferencia absoluta a toda clase de halagos le confunden con las de- más aves, en quienes se advierte una idéntica pro- pensión. Tampoco tiene antipatía por el caballo, como dice M. Buffon, tenérsela el de África. Al contrario, él vive en pacífica compañía con aquel bruto, como con los demás que el hombre cría y apacienta. ¿Pero la especie ñandúsica se puede criar y mantener por mero gusto, o bien por aprovecharse de su carne y de sus plumas? Ciertamente que sí. En corrales o en espacios circunscritos o estrechos sería 'difícil, necesitando de grande extensión para siu multiplico y subsistencia. Nuestros estableci- mientos rurales, y mucho más aquellos de una área extensa, son muy a propósito para la cría y pre- servación de esta especie, toda vez que gozaran en ellos de protección y seguridad. Ya dice el señor - de Azara, que suelen aproximarse hasta los corra- les de las estancias, que distan por lo general menos de una cuadra de las casas. Esto es cierto, y cuan- do no son batidos y acosadas miran con indifereu- oia la cercanía de un jinete, en una distancia mu- cho más corta que la necesaria para hacer un tiro de bolas. No es de dudar que volverían a repoblarse los campos internos de la Provincia hasta abundar en ellos, como en lo antiguo, si se observara luia con- ducta opuesta a la presente. En los campos del Sr. Brigadier General I). Juan Manuel de Rosas, ilustre Gobernador y Capitán General 'de la Pro- vincia, donde estuvo siempre justa y racionalmen- 1 ESCRITOS CIENTÍFICOS 205 te inhibida toda correría de Avestruces, son nume- rosas las bandadas que se ven y en proporción las nidadas que ellos cubren. Si ejemplo tan laudable de un sentimiento cuerdo y digno de imitación, por el gusto y conyeniencia de poseer cuantiosa y cerca de nosotros esta noble y preciosa especie americana, fuera universalmente seguido (como principia a serlo en los campos donde existen in- vernadas vacunas o caballares del Estado y en al- guna otra estancia) quedaría ella restablecida a nuestras puertas; siendo entonces útil aún para recreaciones ecuestres en cierto tiempo del año, bajo prudentes y equitativas limitaciones. Pero no es sin violencia que se ha intentado deducir "de la propensión o facilidad del Avestruz Africano a la domesticidad, la del Ñandú. Debió antes considerarse, que así como difieren ambas es- pecies en punto de estructura, se adistancian igual- mente en varios de sus multiplicados actos físicos. A la verdad, aun cuando sea mansa la americana en los campos donde mora tranquila, no por eso es sus'iceptible de la pasible dependencia que, según Buffon, caracteriza a la de África. Si por apro- vechar la carne o plumas o con otro designio se molestara con bolas o de otro modo a ese mismo Ñandú doméstico, él se mostraría más esquivo que el silvestre, y sería preciso emplear contra él más sagacidad e industria que contra el otro. De esas distintas cualidades y varia organiza- ción en ambas especies, resulta que sería dispara- tada la pretensión de hacer del Ñandú un vehículo de traslación, como sucede con el de África, sino es fabuloso el testimonio de algunos viajeros. M. Moore encontró en África a un caballero y muy apuesto y a sus anchas como el que más, sobre un Avestruz tan de silla como lo fué el inmortal Ro- cinante. El historiador, con asentimiento de la pos- teridad, descuidó el informarnos cual portante 206 FKANCISCO J. MUNIZ agradaba más a aquel extravagante personaje, ni de qué medio se valían el y Finnius, tirano de Egipto, para dar dirección al zancudo sustentá- culo. De Firmins pase; porque siendo rey y sobre todo tirano no le faltarían lacayos o escuderos, que condujeran a la alada cabalgadura poco a po- co, ni aparejo adecuado para posarse sobre él con tal cual cómoda seguridad, mucho más si fuera el tirano raquítico o pigmeo como pudo ser. Adamson, que es citado como autoridad, vio no en sueño sino con la luz del medio día y muy concienzudamente Avestruces tan mansos y tan de carga, que sufría el uno la de dos negrillos, y el otro la de uno bien crecido. Y no se crea, que an- daban mesuradamente ni cortas distancias, como es presumible que anduvieran el estrambótico alambrado tiranuelo Firmhis, nada de eso. Los Avestruces que vio con tamaños ojos el buen Adamson montados por los negros no los alcanza- ría, en su sentir, el caballo inglés más ligero en las varias vueltas que dieron al rededor del pueblo. El Instructor, periódico tan conocido entre nos- otros, registra nna lámina (N.° 10, Octubre 1844) con referencia a este pasaje ; y parece que su ilus- trado redactor admite el becho. Por lo que hace a nosotros, pedimos perdón a la memoria de Adamson, y se nos permitirá que nos mostremos incrédulos, a su aseveración como a las de aquellos que opinan como él. Es tan vio- lenta la postura del negro jinete en aquella lá- mina, sentado en el arranque del cuello, con el muslo derecho levantado y doblada la pierna de nn lado, teniendo algo más baja y estirada la iz- quierda, tocando apenas con la extremidad de los dedos de la mano de este lado el cuerpo, cerca del nacimiento del ala ; que no puede deducirse ESCRITOS CIENTÍFICOS 207 de esa situación preternatural y chocante otra cosa que un esfuerzo de la imaginación en producir una aparienca yin antecedente real. El aguantarse en tal postura o en cualquiera otra que se adopte sobre el Avestruz en plumas, se- ría un prodigio de equilibrio aún sólo dando algu- nos pasos acompasados. Sostenerse en ella cuan- do lo más veloz de la carrera y miientras los giros y tornos acostumbrados, e^-; fingirse una quime- ra, que podrían únicamente no creerla tal aquellos que no conocen lo resbaladizo de las plumas, la figura ovoide del cuerpo que tanto dificulta la sustentación, y la cai-encia del menor asidero pa- ra manos y piernas. Podría suceder, que un muchacho con la ha- bitud de montar un Avestruz doméstico, y éste ya insensiblemente acostumbrado a la carga, ísiifrie- ra cabalgado el tranco pausado, mucho más si se sentara sobre una especie de montura dispuesta al intento. íPero sostenerse con montura o sin ella cuando el Avestruz parte como una exhalación, y con las alas extendida's hace de las suyas; y man- tenerse cabalgado mientras daba vueltas al pue- blo 'de ese modo, es una conseja inventada para divertir una noche de velada. Desplegadas las alas y a todo correr el Avestruz de Podor ¿qué es- pacio quedaba al jinete para ceñir las piernas, donde las cefiiría para equilibrarse, dónde fijaría el todo o una parte de ellas para no caer en los variados y continuos movimientos de aquel? Las piernas en el aire como ste ven en la figura del Instructor, sin ningún apoyo en el asiento; lejos de eso siendo este empinado y resbaladizo en ex- tremo, no es posible, en medio dC tanta causa de inevitable desliz, mantenerse inquebrantable o in- 208 FEANCISCO J. MUÑIZ conmovido sin la asistencia de un poder sobrena- tural . No hay situación alguna en la que sea posible sostenerse sobre el Avestruz a la carrera. La úni- ca, pero insuficiente, sería el sentarse hacia la parte posterior del dorso y adelantando las. pier- nas, cruzarlas por delante del pecho y por debajo de los alones, qué quedarían en forma de guarda- montes. Pero como esta posición sería insubsisten- te por la inclinación del dorso, la casi nulidad de base de sustentación y lo deslizable de la pluma, preciso sería asirse de las alas hacia su arranque. Esto es cuanto se puede concebir, aun para dar una efímera seguridad al jinete, no le sustrae- ría de caídas en la carrera, si el ave pudiera co- rrer entonces. Pero claro está que ésto le es im- posible, desde que no puede usar de sus piernas trabadas o ceñidas por delante con las del jinete, ni de las alas apresadas igualmente por sus ma- nos. Así impedidos los instrumentos de la loco- moción, no 'sólo no podría el Ñandú maroha.r ade- lante sino que necesariamente se empinaría y cae- ría hacia atrás, no teniendo sino dos patas. Los que saben cuan difícil es sostenerse en un potro, a pesar de ensillado, de la seguridad que prestan las riendas, la compresión de los mus- los y de las espuelas sujetas en las caronas, so- bre todo cuando el potro corcobea de las costillas, conocerán a fondo la imposibilidad de mantener- se sobre un Avestruz cuando corre de lado. Mu- chas veces cree el jinete, que el potro en esas! di- fíciles corvetas va a bolearse (tirarse atrás) y se prepara a salir parado abriendo las piernas. Pe- ro engañado en su preparación y habiendo per- dido al tomarla la fijeza en el lomillo — descom- puéstose dicen los domadores — es arrojado a tie- BSCEITOS científicos 209 rra, cuando menos lo esperaba. A este violento lanzamiento llaman ellos — sacarlo sólito. — Si caen de pie, dicen con engreimiento, simulando veraci- dad en el todo de la frase — Al ynandarme le pisé la oreja al mancarrón y sin largar el 'cahresto me le paré delante. En esa's tendidas suele tocarse la tierra con el pie, lo que significan los domado- res con su voz técnica — Sacar tierra con el estri- bo.— ¿Qué debería, pues, suceder al jinete del Avestruz falto de toda seguridad, qué en esos fre- cuentes tumbos y costaladas sin comparación más , rápidas, difíciles y aterradas que las del potro? Ya dijimos que atando la extremidad de las alas por sobre el dorso no le queda libertad al Ñandú para correr, por consiguiente éste es un modo de conducirle con facilidad a cualquier parte. De otro arbitrio usan los campesinos pa- ra manejarle o sujetarle, y es el mismo de que se sirven en otras partes para transportar al Bú- falo— le atraviesan de un conducto nasal al otro una pluma; y sea por la exquisita sensibilidad de esta parte, por la obstrucción de los canales, que impide el paso a un volumen de aire necesa- rio a la respiración, o por la sola oposición de un cuerpo extraño que incomoda, como a Pascal la mosca imaginaria sobre su nariz — resulta que la velocidad natural del Ñandú, queda reducida a un trote apenas acelerado. Como se observa en los cuadrúpedos domésti- cos y en otros animales, el Ñandú tiene una ins- tintiva predilección por el campo donde libre y contento vio primero la luz del sol. Se lia notado que pasado el peligro que lo alejara, regresa al campo nativo ; lo que prueba reminiscencia y una instigación secreta de asilo; allí donde reinó para él en mejores días paz y perfecta seguridad. 210 FEAKCISCO J. MUNIZ La estructura de esta ave indica a i:)rim.era vis- ta su iucapaeidad natural para el vuelo. iSu gran mole no está en rigurosa relación ni con el grosor y solidez, por grandes que sean, de los huesos de sus alas, ni con las de lo-s músculus que las mue- ven y sobre todo con sus plumas alares lanugino- sas, inadherentes entre sí y de barbas disgrega^ das. La falta de cola para sostener el vuelo, la amplitud y el aplastamiento de «.u cabeza; el ex- ternón obtuso y exicesivamente ancho; sin sacos que contuvieran el aire en el pecho y en el vien- tre, etc., anuncian, que el destino que señaló la naturaleza a esa ave : ponderosa es el marchar so- bre la tierra como los cuadrúpedos, envidiosa, quizá, de las que a su capricho miden el éter, y sin resistencia le cortan en todas direcciones. En cuanto a la facultad natatoria ella le es- tá contrariada por la inserción adelantada de las piernas, por su largor y grosor; por tener los tar- sos redondos, y no palmeados los dedos; por ser los huesos tan poco fistulosos, lo que produce su gran solidez; por la carencia de aquellos sacos aéreos cuya existencia sería casi tan útil a la es- pecie para nadar como lo sería para el vuelo. También dificulta, o hace defectuoso el ejercicio de esa función la sequedad de la pluma, faltán- dole al Ñandú la secreción aceitosa que abunda^ principalmente en las aves nadadoras, y cuyo producto convenientemente distribuido con el pi- co hace impermeables las plumas. "Advertido por el instinto de su mala disposi- ción natatoria huye cuanto puede del agua, y los ganchos que le acusan de — lerdo para navegar — procuran por su interés, que sin embarcarse na- vegue, este desgraciado navegador. No obstante sus desventajas naturales, corta regularmente las I I ESCRITOS CIENTÍFICOS 211 aguas corrientes, porque las estaiicadas o de bal- sa le ofrecen visible dificultad. De cualquier mo- do, él atraviesa ríos y arroyos de treinta, cincuen- ta o más varas, y aun lagunas de varias cuadras de ancho. Como en la agua muerta nada con len- titud, los gauchos y otros que se entretienen en bolear, los hacen entrar (azotar) a lagunas de po- ca profundidad donde los pillan más fácilmente que a punta de caballo, particularmente si flotan enredaderas u otras yerbas acuáticas, que los de- tienen , Para nadar levantan las alas en forma de bó- veda, de modo que no se mojan sino las extremi- dades, pues a empaparse todas las plumas que las componen, se sumergiría sin remedio. A vistaj del arqueado alzamiento alar, y del nadar veloz en circunstancias favorables, gritan los campesinos — A días que tan ladino y tan satírico; ya te pu- siste los mates, agora qué pingo te alcanzará — con alusión a los mates o calabazas que se ponen de- bajo de los brazos para sostenerse, los aprendices de la natación. El nombre de Tuyú con que M, Buffon de- nomina al Ñandú por parecerle semejante a su canto o voz, le es muy impropiamente aplicado, porque no existe la menor analogía entre ésta y el nombre impuesto. La voz del Ñandú es inarticu- lable, y no hay combinación alfabética que la re- presente bien o mal : de donde resulta ser indes- criptible. Sin embargo, el hombre puede reme- darla aunque en tono mucho más bajo, mediante un sonido gutural, precisamente formado con la boca cerrada y durante la espiración. Ella se divide en dos tiempos continuos y de casi igual entonación, más largo el primero que el segundo. La tráquea toda se infla, y la porción 212 FBANCISCO J. MUÑIZ laríngea adquiere una considerable dilatación ma- yor en el segundo tiempo, cuando hace el ave un más evidente esfuerzo espiratorio. Parece que la voz no principiara en la laringe inferior como en muchas aves, y que fuera del todo compuesta ha- cia la parte superior de la tráquea y naturalmente en la alta laringe. Los anillos cartilaginosos mas próximos a esta parte, están muy separados, y no sería extraño que después de la exten',iión que visiblemente adquiere aquella porción del 'Conduc- to aéreo mientras el canto, y especialmente el se- gundo tiempo, se forman ventrículos o senos en la membrana intercartilaginosa (muy dilatable) y se produjera, con una ligera modificación en los bordes de la glotis, ese sonido sin términos ni mo- dulaciones, que con una apenas perceptible infle- xión, constituye la voz del Ñandií. Choca a primera vista, el que ella se proyecte con el pico cerrado (razón porque ella e^ toda gu- tural e inarticulable y que el aire violentamente expelido no tenga otra salida, que los conductos nasales) . Pero no podía ser de otro modo, desde que no se emplea la lengua demasiado corta, du- ra, de bordes ternillosos, adherida en su mayor parte al fondo de la boca, y desde que para dar más efusión y fuerza a la voz en esa entonación uniforme y sui generis, el aire que sube precipi- tadamente, y que no puede fluir sino poco a poco por la nariz, llena completamente el espacio bu- cal, el cual vsi fuera abierto, originaría un sonido más automático que animal, más el eco inanimado y confuso de un producto artístico, que el armo- nioso resaltado de la organización bajo el imperio de leyes vitales inimitablemente concertadas. Ese canto alto, hueco, de una sonoridad ob- tusa, lo hemos oído a tres o mki cuadras en el si- ESCEITOS CIENTÍFICOS 213 lencio de los campos, principalmente al caer la tarde o en las madnigadas. El no tiene semejan- za con la voz de otra ave, ni con la de ningún cuadrúpedo, aunque la intente uniformar el señor Azara con el raujido del toro; cotejo tan 'diso- nante e impropio como el Tuyú por la razón que M. Buffon lo aplica. Entre todos los sonidos que conocemos, aquel al cual pudiera con alguna aproximación compa- rarse el canto del Ñandú es el emitido por la con- tra de un órgano — más remotamente, al de hra- madera puerta en acción — y en término mucho más lejano y sólo para expresar golpes lo fraccio- nes de él — al ruido o particular susurro que oca- siona el aire al precipitarse por la boca de un barril vacío. Más desgraciada el ave rey en velo- cidad pedestre que otros animales cuya voz en- cuentra palabras imitativas o que es factible in- ventaríais en su remedo — inferior en esta parte a la rana fangosa y despreciable, que tiene el honor de estar bautizada con el nombre griego coax, que es representativo de su fastidioso y nocturno can- to, tiene que conformarse con ese capricho del destino, que le priva de un cognomento, que re- lacionado con una propiedad natural, con un acento de mi organización, le designará peculiar e inequívocamente entre todos los moradores del aire y de la tierra. Por último y reasumiendo lo anteriormente expuesto, diremos: que el Avestruz Americano carece de las extraordinarias cualidades corpó- reas que M. Buffon prodiga al de África. El no es más que una ave de gran tamaño, de cuerpo poco plumoso, y con ciertas particularidades de estructura que le constituyen absolutamente ina- daptado para el \nie\o y para una larga natación. A concederle lo que es justo, formará él el esla- 214 FEANCISCO J. MUÑIZ bó]i inteniiedio entre la gran clase alada y los cuadrúpedos, como lo forman el murciélago entre aquellos y los mamíferos. Por consi^iiente en na- da participa la especie americana del misterioso y nuevo androjismo orgánico, o más correctamente de la reunión sino monstruosa extravagante de partes semejantes a las de los cuadrúpedos y a las de las aves, como informa el celebrado M. Buffon, que se hallan en el Avestruz africano. El de Amé- rica no presenta vestigios de tan maravillosa y al mismo tiempo chocante organización. Sus patas como todo su exterior son netamen- te de ave. Su estómago es único y no multíplice, como dicen "serlo en aquél y como lo es en varios cuadrúpedos. Sus intestinos nada tienen de am- biguo ; su particular longitud y sobre todo la exac- ta demarcación o división de los delgados con los gniesos indican su pertenencia a un herbívoro. En orden a la fecundidad de esta especie, cier- to es que ella está en oposición con lo que se nota en los cuadrúpedos, en quienes la producción es en razón inversa de su tamaño. Pero esa demasía no debió soi*prender a 'M. Buffon, pues si la regla es invariable en ellos, no tiene aplicación en las aves. El pavo, el pato, la gallina y otras especies mayores, son considerablemente más multiplicati- vas que otras pequeñas. Al poner término a este capítulo, creemos opor- tuno informar, que los gauchos aunque tan apa- sionados a las camperías en solicitud del ñandú predilecto, de gamas o de baguales, manifiestan, sin embargo, como los campesinos en general, apre- hensiones al campo yermo, donde se ocupan con tanto gusto en esas bizarras y alegres excursiones. Prevenidos por la impresión fantástica e impo- nente que origina de suyo el aspecto de un desierto inmenso, solemne y misterioso ; o influidos más ESCRITOS CIENTÍFICOS 215 bien por los desastres sucedidos a varios campe- ros, muestran cuando discurren sin el entusiasmo que por lo regular los domina al tratar este asun- to, cierto respeto supersticioso por el mismo cam- po que forma sus delicias, cuando le recorren mon- tados en briosos caballos, cuando mientras se sir- ve por docenas el mate amargo o cimarrón de la fogata, refieren con agudeza cuentos galantes y festivos, celebrando en términos inflados y osten- tosos sus bellaquerías y sus hazañas increíbles a veces — o cuando hacen crujir entre sus blancos y fuertes dientes, largas y jugosas tajadas del hu- meante asado que abrasa los dedos y escuece la boca . En aquellos momentos de concentración místi- ca o maliciosa tal vez (porque de todo tienen ellos) exclaman con ademán formal, afectando un ros- tro contemplativo y gesticulador, mucho más si sé hablan con personas de otra esfera social : "Mire, señor, el campo es lindo, el campo da hambre, da sueño y da sed. Está cubierto de flo- res que incanta, y que son una maraviya; tiene agua en los médanos y lagunas, que cuanto más se bebe de eyas da más se: en el campo se puede de- cir, que no encomodan el frío ni el calor ni los insestos. ¡A pastisales Virgen Santísima! en cua- tro días s© ponen potentes los mancai^rones, gorda- zos e capaúra. Va uno trompesando en cerriyos lindos pa mangruyar (observar de oculto) a los indios toita la vía enemigos de los cristianos ; si paese que el señor ochó su bendición sobre aque- yos campos, pa ricriasión de sus creaturas. Agora bastimentos pa que es platicar, hai que es barba- ria: hai (y se señalan sucesivamente los dedos de la mano) mulitas, pelúos, gamas, quirquinchos, venaos, liones, pei'dices — güevos y pichones de toos los pájaros en las lagunas, en los guaicos y entre 216 FRANCISCO J. MUXIZ las pajas, en fin de too bicho, Bagualáa hai que da luieo : avestriizáa he pucha ! (y levantan las dos manos semiarqueando los brazos en señal de admiración) avestruzáa hasta esir basta, se divisa como buraa. En los campos toos las achaque» se curan, hasta la tis (enfennedad es la tisis a la cual, sin saber lo que es, tienen terror pánico los gauchos) . En eyos naides ha visto májicas ni co- sas malas: sólo en la sierra iseu los antiguos, que había salamancas y miisicas toitas las noches, pe- ro ni eso hai agora siquiera. E día el 'campo e.s de uno, y e noche no hay cosa más linda, que dor- mirse sobre las caronas al ruido e las pajas. En fin no se le haga faula (y éste es el superlativo en las exageraciones de un gaucho) no se le haga faula: en los desiertos olvida el hombre hasta la ingratitú y mala correspondensia e las mujeres. Pero, señoi*; no hay que fiarse en toos esos ha- lagos, porque el campo es también engañoso como la Sirena. El atrai al hombre, lo encanta y lo aquerencia, pero al fin él í>e lo come. El más gau- cho viene por último a dejar sus güesos blanquian- do entre las pajas o a oriyas de una laguna". Y aquí lanzan un hondo suspiro, se entiende por costumbre y no porque les afecten las tarascadas dadas de vez en cuando por los tigres, o el aplas- tamiento, qne hace perder en los porrazos del ca- ballo lo bueno y lo malo de la prístina figura a los desventurados que lo recibieran . Suspiran, sin que les toque al pelo del poncho el sentimiento que aparentan; y sin embargo ese desagradable pre- sentimiento, ese suspiro tradicional tienen su fun- damento. En el lenguaje figurativo en que pintan con exageración la hermosrira natural del campo y los atractivos de la vida libre y móvil que hacen en el desierto, introduce con mucha razón esa refle- ESCKITOS CIENTÍFICOS 217 xión lúgubre, aunque menos ponderada que lo es en el cuadro la perspectiva al reverso, que tanto los seduce. En efecto esas camperias traen el pe- ligro, como ya se dijo, de una rodada, en la que pudiera ser un hombre^ hecho pedazos., estropeado o fracturado a una distancia considerable de cual- quier auxilio. El encuentro con un enorme tigre capaz de hacer desaparecer a un hombre en un momento. También es posible quedarse a pie a pesar de todas las precauciones; ya porque los ca- ballos huyeron asustados por el tigre o por un ruido extraño, o a la simple vista de una baguala- da que los atrajo : ya también por un casual ex- travío o separación de los compañeros en llanuras que carecen de señales o valizas para el que no las conoce exprofeso. Aquel suspiro luctuoso que también pudiera referirse al peligroso golpe de una bola que se cortó al darla vuelo un jinete cercano: con aquella triste consideración — que el campo come al fin al hombre más gaucho — dan a entender el grave rie^^o que corren aquellos que reiteran las camperías, y la probabilidad de que a la larga sucumban a una de esas desgracias de acceso tan posible. El mejor nadador es del agua, dicen los marineros con referencia al término or- dinario de los que frecuentan el mar. Hemos concluido nu&stra tarea : si hicimos lo que pudimos por perfeccionarla, no creemos por eso haberlo conseguido, pues como dicen en su idioma riistico, pero no tan significativo los gau- chos— el argumento del Avestruz es muy largo — y aun cuando esta descripción lo sea igualmen- te, ni lo dijimos todo en ella, ni habremos acerta- tado siempre, ni evitado el error en que lo expu- simos. Los venideros reivindicarán esas faltas, siendo menos concisos y más exactos que los na- turalistas, que han tratado hasta hoy sobre el 218 FEANCISCO J. MUÑIZ Ñandú. Ellos reconocerán en este trabajo, el cor- to estudio qne liicimois de la hermosa familia ñan- dúsica y nos es lisonjero esperar qne valorarán una parte, aunque mínima, del que emprendimos sobre el genio y habitudes de nuestros apreciados compatriotas de la campaña. IV. — Ñata oxen Tal es el curioso nombre que Darwin da' a una variedad de la vaca, que se había producido y al parecer fijado en Buenos Aires, de que le dio no- ticia el doctor Muñiz en un estudio especial que le remitió, y cuyo borrador se encuentra entre sus papeles bajo el nombre de ^'Contestación a las siete cuestiones que en consulta se ha servido diri- gir al infrascripto el señor don Enrique Lumh so- bre la vaca ñata". La teoría de la formación de las especies, por selección natural, ha debido por aquella época ha- berse e'stado incubando en la mente del audaz in- novador, pues del "Viaje de un Naturalista" cons- ta que en su visita a estos países, la Patagonia, las Islas de los Galápagos, etc., recibió la's. primeras sugestiones. "Muy interesante para mí, dice Dar- win del estudio sobre la vaca ñata, y le recomienda con ese motivo le comunique los nuevos hechos que observe, en caballos, cerdos, y sobre todo, si los hijos de cimarrones vueltos a la vida civilizada se muestran reacios contra la domesticidad". Carecería de interés hoy la lectura de aquel in- terrogatorio sobre la existencia y posterior extin- ción de una clase de vacas que se había propa'ga:do en laí^ estancias de Buenos Aires, si el hecho no se ligase con la teoría evolucionista que tanta cele- 220 .^RA^X^ISCO J. MUÑIZ bridad ha adquirido después, y la memoria del doctor Miiñiz no contuviese varias noticias, a más de la parte de dicha memoria a que se refiere Dar- win y cita en su "Viaje de un Naturalista". Las YSLca's. ñatas habían sido introducidas en las estancias por los indios, que las traían en camba- lache de las mercaderías de que se proveían en Buenos Aires. "Antes de la revolución, asegura el doctor Muñiz, eran los cristianos los que frecuen- taban en tiempo de paz las tolderías. No les era permitido a los infieles introducirse al interior de la frontera sino bajo ciertas restricciones, que aun- que simples en sí mismas, debían ser más mortifi- cantes para el hombre de la naturaleza que las ga- belas y los resguardos serían onerosos al comercio entre hombres civilizados". A más de las mantas, jergas, plumas de avestru- ces, riendas, botas de potro, sal, ceñidores, tejidos, etc., que los indios cambiaban por tabaco, aguar- diente, bayeta, espuelas, frenos y otras piezas de montura, cuchillos, etc., daban también ganado. Rara vez pequeño o en cría, lo más general grande y gordo como lo exigían los cambalaehistas. Por este medio, el ganado ñato, que componía según la unánime deposición de los antiguos hacendados de la Provincia (negociadores con los bárbaros) una gran parte, si no la mayor de sus rodeoe, se intro- dujo primero en los partidos más en contacto por el comercio con los indígenas. Así fué que del Pergamino, Rojas, Areco, Guardia de Lujan, Na- varro, se propagó el ganado ñato al Sur, al Norte y hasta el interior de la campaña de Buenos Aires. Preferimos la citación que hace en el "Viaje de un Naturalista", en propios términos, de la des- cripción de la vaca ñata, citando a Muñiz y adop- tando sus ideas, por cuanto en la pluma de Darwin llevan ya el sello de aceptación científica. "Encontré, dice, dos veces, en esta provincia ESCRITOS CIENTÍFICOS 221 (Buenos Aires), toros pertenecientes a una raza muy curiosa que llaman ñata o niata. Tiene con los otros toros la misma relación que el buldogo con los otros perros. Su frente es muy deprimida y muy ancha, la extremidad de las narices está le- vantada, el labio superior se recoge para atrás, la mandíbula inferior se avanza más que la superior y se' encorva también de abajo «para arriba, de tal manera que los dientes quedan siempre descubier- tos. Los ojos se proyectan hacia adelante. Cuando marchan llevan la cabeza muy abajo, las patas de atrás son un poco más larga's, comparadas con las de adelante.... Don F. Muñiz, de Lujan, ha te- nido la bondad de recoger, para remitírmelos, to- dos los datos relativos a esta raza; según estas no- tas, parece que ahora ochenta o noventa años esta raza era muy rara, y que en Buenas. Aires la con- sideraban como una curiosidad. Se cree general- mente que ha surgido en el territorio indio del Sud del Plata, y que ha venido a 'ser lai raza más común de estas regiones. Hoy mismo los animales criados al Sud, prueban, por su aspecto salvaje, que tienen un origen menos, civilizado que los ga- nados ordinarios. La vaca abandona su primer ter- nero si la molestan demasiado. El doctor Falcón me señala un hecho muy singular, y es que una conformación anormal análoga a la conformación anormal de la raza niata, caracteriza al grande ru- miante extinto de la India: el Sivatecum". Todo lo anteriormente dicho es palabra por palabra to- mado de las preguntas y respuestas, dadas por Mu- ñiz a Lumb. Con efecto, estos rasgos generales traen a la me- moria del naturalista o del simple viajero la (ima- gen del bi.sonte, que los tratadistas de cría artifi- cial del ganado vacuno ponen entre los antecesores de nuestra vaca europea. Darwin ha llamado ata- vismo la propensión contraria a la que produce 222 FEANCISCO J. MUÑIZ variabilidad de los individuos de una especie, que hace r-eaparecer de vez en cuando el tipo primitivo de los antecesores, como en las cintas horizontales de las patas del potrillo en las Pampa's, Argentinas creyó ver recuerdos de las zebras, antecesores, se- gún él, del caballo. La aparición de una forma de ganado doméstico en estas mismas pampas con cuello má's corto, con nariz más prominente, con cabeza más inclinada que el ganado europeo, in- duciría a la teoría del atavismo, abandono, como la perfección de las razas de frutas y 'de las flores se obtiene por el esmero cultivo y el asiduo cuidado de propagar los más perfectos tipos. En el caso de la vaca ñata, que degradó la for- ma del ganado vacuno en la campaña de Buenos Aires hasta ser ñato la mayor parte del ganado, no hay término ni factor obscuro o dudoso alguno. El ganado había sido introducido en América por los eoníiuistadores españoles. Este ganado, por lo general overo, según el color predominante de sus actuales descendientes, era de origen holandés, a estar a la opinión de don Leonardo Pereira. Su aptitud para producir leche apoyaría esta conje- tura. Como hoy tenemos tipos puros de la raza ho- landesa, podemos asegurar que todas las deficien- cias del ganado criollo actual son degeneraciones adquiridas gradualmente a causa del abandono del ganado a sus propios instintos, en la dilatada ex- tensión de las pampas sin límites, sin cercado, ni redil. Visitando el mercado de ganados que se es- tableció en 1867 en las cercanías de Chicago, pe- díanme los ganaderos que les dijera cómo era el ganado de las Pampa's. Ruda tarea para quien poco se entiende en achaque de cría; pero hacien- do un esfuerzo, empezaba a decir: ''cabeza enor- me, cuernos grandes, patas largas, huesos promi- nentes. . . como aquel cjue viene ahí, me interrum- pí. . . como aquel otro y aquel "... La risa gene- ESCEITOS científicos 223 ral confirmó la exactitud de mi descripción. Spanish- calle, gritó uno. Era, en efecto, una porción de ga- nado de Texas, donde no se fabricaba mantequilla y se manejaba a caballo el ganado con lazo por rancheros o gauchos, conno en la República Ar- gentina. Sobre esta degeneración común al ganado aban- donado a sí mismo en toda la América española, ]os indios- introdujeron otra mayor degeneración en las vacas que un siglo antes había librado a vida más salvaje todavía que el ganado tambero o criollo de la Pampa, tirando ya a recuperar la forma más característica del encorvado bisonte. Las pruebas las suministra aun sin proponérselo el doctor Muñiz. "Ahora setenta u ochenta años, dice en 1822, era sumamente rara aquella variedad en las estancias de Buenos Aires,. Posteriormente, cuando la comunicación de los cristianos con los indios pampas y ranqueles, principió a ser más li- bre y segura, el comercio de permuta facilitó la introducción de aquella clase de ganado". De que era una 'simple degeneración obrada por la incu- ria del salvaje, se encuentran indicios sobrados en la narración de Muñiz. "Se ha reconocido, dice, en cuanto a la índole, ser más arisco que el común. La vaca huye y deja el ternero cuando un peón se le acerca demasiado, costando mucho hacérselo to- mar de nuevo". "No siendo la cría ñata ni tan corpulenta ni tan fuerte, como la común, y tenien- por por el contrario una fisonomía desventajosa y una apariencia contraída y como raquítica, se reputa en el país como inferior a la común. Por tanto, lejos de fomentarse, sólo se sostiene por el gusto particular de uno u otro hacendado. Es desechada del mercado por defecto en el cuero, siendo la cabeza tan corta en estos animales, el cuero sale redondo y corto en las quijadas, hacién- dole perder su valor.". 224 FEANCISCO J. MUÑIZ Otra degeneración en el ganado europeo, ya un tanto degenerado, la constituyó el ganado mocho, contemporáneo del ñato, "ganado también infe- rior al común, pues a más de carecer de cuer- nos que tienen siempre su valor, no son útiles para bueyes, ni casi para lecheras, siendo difí- cil manejarlos del cuello para estos servicios". Es constante que en las haciendas pampas de aquellos tiempos, esto-s animales y los ñatos eran más numerosos que los comunes^'. Esta aserción dos veces repetida por observador tan discreto como el doctor Muñiz, por tan largos años, residente en las campañas al principio de este siglo, y refiriéndose a testimonios que alcanzan a setenta y ochenta años antes, es decir, a los prin- cipios del siglo XVIII, prueban hasta la evidencia que la ganadería en Buenos Aires descendió en el pasado siglo al último estado de degradación y bar- barie, siendo los indios salvajes los importadores de razas nuevas degeneradas en que viene reapa- reciendo el toro salvaje, el bisonte, el auroch, como podría en los perros cimarrones de la Pampa re- aparecer el tipo del lobo, parándoseles y aguzan- do las orejas, bien así como los perros de las calles de Constantinopla y el Cairo afectan las formas del chacal, su vecino y progenitor presunto. En este sentido son muy instructivos estos apuntes del doctor Muñiz, que de mucho han podido servir a Darwin, y de mucho más debieran servirnos a nos- otros, que derivamos de la cría del ganado nuestra principal riqueza. Hoy es más que nunca interesante llamar la atención sobre los defectos en la cría del ganado, que hacen precario su valor, y acabarán por per- derlo del todo, si no se apresuran los hacendados a corregir la degeneración por abandono del ga- nado español, introducido en América desde hace ESCRITOS CIENTÍFICOS 225 cuatro siglos, y dejado a sí mismo siu los cuidados prolijos del hombre. Como la clase de vegetación gramínea de las Pampas determinó la cría del ganado para apro- vecharla, puede decirse de estos países que son esencialmente ganaderos; pero siendo la produc- ción del ganado superior a la demanda para el con- sumo de la población relativamente reducida, ha sido como industria hasta hoy un negocio fallido, por cuanto la carne no ha podido ser exportada, sino en condiciones y en cantidad en extremo re- ducidas. Pudiera decirse que si hubiese habido en algunos países del mundo crías en grande de pe- rros, la industria argentina habría llegado a ser la primera para proveerles de carne, pues que la carne tasajo que producen nuestros saladeros sólo era consumida por los esclavos del Brasil y de la Habana, los cuales empiezan a desecharla desde que se levantan brisas de dignidad por la aboli- ción de la esclavitud. Data de este año, 1885, la apertura de todos los mercados del mundo para las carnes refrigeradas, y de fácil y económico transporte; pero tenemos por delante lo que el es- tanciero ignoraba hasta hoy, y es que el ganado que reproduce está degenerado, o bien por falta de cultivo especial, es poco adaptable a la produc- ción de carne para los mercados europeos. Un ani- mal vacuno es un conjunto de huesos, músculos, envueltos en un cuero como preservativo. En clima duro y en la vida a campo abierto creará un cuero grueso, fuerte y consistente: si tiene el campo por suyo adquirirá una osamenta reforzada y grande : si no tiene alimentación constante y necesidad de esfuerzos, la musculatura se reducirá al mínimum y así como por un efecto contrario se desenvuelve en los bueyes por el trabajo. El ganado argentino no es adecuado para la exportación como materia alimenticia, pues se transportan con él inútilmente FEANCISCO J. MUNIZ millares de toneladas de huesos, de poco valor y relativamente una reducida cantidad de materia fibro'sa, pues para sesenta arrobas de carne corres- ponden tres osaturas. Terreno mal gastado, pastos mal aprovechados, fletes exorbitantes para encon- trar repulsión en los mercados europeos, donde nuestras carnes hacen el mismo papel que las va- cas ñatas en otros tiempos, y nuestra carne tasajo actual, pues las gentes cultas de Londres, los ha- bitantes del Eastend, no aceptan tales carnes, re- servándola los vendedores por lo ínfimo del precio para alimentar a las muchedumbres populares del barrio opuesto Westend, como ya sucede con las carnes de nuestros merinos, que no s.on por cierto tan ínfimas como la de los ganados vacunos, aun- que sean inferiores a las de Inglaterra misma, las del Continente Europeo y las de Australia, que con recorrer triple distancia que las nuestras se llevan la preferencia. Una viajera argentina, en carta de Londres, nos dice: "El mercado de carnes es .uxagnífico. Buscamos la de nuestro Buenos Aires, sin encontrarla, lo que fué una buena suerte para ella, porque no puede sostener comparación con casi ninguna de las que se conocen, pues las hay de diversos países, y cada tienda de carne lleva el de su procedencia: United States, Australia, England, Continent, Russie, etc." Tenemos, sin embargo, el remedio a la mano, y sólo falta aplicarlo con asiduidad y plan determi- nado para asegurar por siempre el producto de los campos argentinos. La cría del ganado Durham, en lugar de la vaca ñata, de la mocha y de la ho- landesa degenerada, nos abre de par en par, y de preferencia, los mercados del mundo. Los criade- ros o cabanas existen ya por fortuna, en calidad y cantidad suficiente para operar en pocos años la necesaria desaparición del antiguo tipo dege- ESCRITOS CIENTÍFICOS 227 nerado o no adaptado para la alimentación. Como la oveja Ramhouillet ha exagerado por la selección la cantidad de lana en detrimento de otros pro- ductos, la vaca Durham es una artificial exagera- ción de la parte carnosa 'del animal en detrimento de huesos, de astas, de cabeza, siendo reducidas a su menor expresión. Una razón más hay para cambiar el sistema de cría de ganado, aun después de estar cercados los potreros, y ésta la encontra- mos en el estudio del doctor Muñiz. "Cuando en las grandes sequías que experimenta esta Provin- cia, dice, como fueron en este siglo la mortífera del año 6, y la de los años 30 y 31, en que pere- cieron más de dos millones de vacuno por la abso- luta falta de pasto más, que del agua, entonces el ganado se sirve de los labios para rastrillar como el caballo las ramitas más pequeñas y cualquier pajita que, por insuculenta y terrosa que sea, le pueda procurar una miserable refacción". El geólogo Bravard, explicando la formación del terreno pampeano, la atribuye a las secas que desde ah inicio han asolado el país, depositándose polvos que trae el pampero, lo que se demuestra en la parte que cubre los esqueletos de los fósiles, los cuales están en el lugar donde murieron, sin fracturas ni señales de haber sido arrastrados o dislocados, hallándose la hembra cerca del macho, lo que demuestra que provenía de inanición, falta de agua o de alimento. El mismo fenómeno se ha producido en Ceará del Brasil hace pocos años, y se reproducirá aquí, sin que podamos levantar empréstitos de lluvia en el mercado de Londres, a pagarlos nuestros descendientes. Puede, pues, pe- recer el ganado todo en uno o dos años de seca; y solo el sistema de emparvar pastos de rcsei'va que ya observan los criadores inteligentes de ganados finos, puede salvar de aquel Dies irae la fortuna de todos, reduciendo la ganadería a unos cuantos 228 FEANCISCO J. MÜÑIZ animales salvados en circunstancias exeep(CÍonales. Todavía y para mostrar las aberraciones del gus- to, o la indiferencia en cuanto a las degeneraciones que la vuelta a la vida salvaje puede venir produ- ciendo en los animales domésticos, cierto autor cata de paso, como un hecho más reciente "la impor- tación de la cclehrada ííría de ovejas pampas". Pues han celebrado cosas muy indignas los estan- cieros de aquellos tiempos ! Sabemos que hubieron vacas petizas en abundancia, acaso multiplicadas para recreo de la vista, siendo de poca cuenta o la cantidad de carne, o ed valor del cuero; celebrmos ahora sutcesivamente las crías de ovejas merino, negrete, rambouillet, cabeza negi'a, Lincoln, por sus productos obra de la inteligencia y de la civi- lización, en recompensa del trabajo, y con aplica- ción a las necesidades del hombre, pudiendo olvi- darnos de aquellas degeneraciones que nos venían para nuestra vergüenza de los salvajes, y se adopta- ban sin criterio ni propósito. (D. P. S.) . V. — Paleontología argentina Hannos faltado ojos durante tres siglos o más, para ver las .cosas que nos rodean en América, a donde vinieron nuestros padres mal preparados para el estudio de la naturaleza nueva que se les presentaba con foi*mas extrañas, grandiosas o bellas, Linneo y Buffon no habían todavía dado forma científica la la masa de conocimientos que otras na- ciones que la nuestra habían venido acumulando. Así es que Azara, al querer poner orden a la enor- me colección de animales que había cazado en el Paraguay y las Misiones, tuvo que inventar un método de clasificación, que por fortuna se acer- caba al de Linneo. Al fin, abierta la América por la independenicia de las antes colonias a todas las investigaciones y expuesta a todas las miradas, el sabio más grande de los tiempos modernos, Hum- boldt, recorriéndola, descubrió un mundo viejo, en el mundo nuevo, lo que le indujo a escribir el ''Cosmos", la Historia de la creación del Univer- so, que hoy se cree es el Evangelio de luia nueva teoría o idea de la existencia, que aun no muestra todavía sus consecuencias en la moral, la política y la filosofía. A este nuevo Colón han seguido, por lo que hace a estos países, descubridores parciales cual Gabo- tos, Pizarros y Corteses, fundando reinos nuevos 230 FRANCISCO .T. MUÑIZ en la ciencia o ensancliando los anfibios hasta te- ner que reconocerlos imperio. Este es el gi'an rol de la América en la reconstrucción genesiaca que se viene operando. El día que se exhumó del río de Lujan el gigantesco Megatherium, puestos de pie sus huesos casi completamente en el Gabinete de Historia Natural de Madrid, se abrió un nuevo capítulo a la Historia de la creación, como se re- cuperaron, aunque medio borradas, muchas pági- nas de la Historia Humana, cuando se descubrieron los pedernales labrados que sinderon de armas a los pueblos que han cubierto toda la tierra, aun el hoy desierto de Sahara, donde encontráronse amon- tonadas astillas de pedernales de las fábricas de útiles y desechos, como se encontrarían depósitos de recortes de latas, indicando la vecindad de ho- jalateros, si el hien-o no cediese tan pronto a la naturaleza sus elementos, para otros trabajos y combinaciones, porque el pedei-nal es materia más duradera para dar testimonio que los oxidables me- tales. Mediante aquellas exhumaciones es que el doctor Muñiz ha sido iniciado desde temprano en el secreto de los grandes acontecimientos científi- cos; la existencia de distintos animales fonnados, flotan en la atmósfera de una época sin conden- sarse una creación pampeana que ha dejado sem- bradas sus osamentas en la dilatada extensión de las llanuras. En 1825 descubre en Chascomús hue- sos fósiles de varios animales; y más tarde, trasla- dando su residencia a Lujan, em-iquece al mundo con repetidos ejemplares de la fauna que él llama antidiluviana. El viaje, hoy tan célebre de Danvin en la Beagle que da origen a una teoría que intenta sei'\dr de vínculo entre las faunas antiguas y mo- dernas, abraza un período desde 1832 a 1837. Muñiz siguiendo sus huellas redobla de actividad en busca de fósiles, anunciando en 1842 que ha vuelto a trabajar en este campo. ESCRITOS CIENTÍFICOS 231 Parece- pues, ique su interés por aquellos restos lo despertó la abundancia de fósiles que encierra el río Lujan, cuyas barranjcas parecen un osario de las razas extintas, y donde aún se consei-van las hondas exciarvac iones practicadas para desenterrar el megaterium enviado a Madrid en 1789. La acción de Danvin debió reavivar su celo, emprendiendo con sus escasos recursos, y debemos en su honor decirlo, con incompletos conocimientos en ciencia tan nueva, enriquece el museo de Buenos Aires con varias especies, y más que todo con un esqueleto ca- si completo del caballo fósil, de que Darwin había eneontrado un ¡diente en Patagonia, y después de Darwin un felix gigantesco, con cuchillos de cortar a más de incisivos y de muelas. Con estos trabajos ]\Iuñiz es el primer americano que se alista en el cuerpo de exploradores, obrando por su propio im- pulso, y con el propósito de contribuir al progreso de las ciencias modernas. E.ste es a mi juicio un hecho considerable. No es fácil para hombres instruidos, a la mane- ra y para los fines que se educó nuestra juventud, recibiendo gradas de doctores en derecho o teología, emprender después de llegados a la edad adulta, rehacer su educación, y aprender desde la cartilla, digámoslo así, los diversos ramos de las ciencias na- turales ; pero en estos liltimos tiempos se han abier- to nuevos senderos a la inteligencia humana, que no requieren por de pronto gran bagaje, pudiendo el \aprendizaje principiar por el fin. La antropolo- gía pertenece a este género, en lo que respecta a esta parte de América: la antigüedad del hombre en la tierra sin historia, se ha deducido del hallaz- go de pedernales labrados de cierto todo en diver- sos países del mundo. Los menos aptos para reco- nocerlos eran los sabios, que con Cuvier hasta su muerte, y con Lyell veinte años, sólo opusieron resistencia y menosprecio, en cuaínto pruebas de 232 FRANCISCO J. MUÑIZ ima existencia humana antes del uso de metales, esto es antes de la Historia, y la del hombre fósil, como muchos otros animales, cuyos restos se encon- trabtan por todas partes. El vuelco operado en la ciencia- en estos últimos años, este comenzar de nuevo la cuenta, digámoslo así, ha peinnitido que la juventud sudamericana tan mal preparada para los estudios científicos que parecía no importarle nada, se haya agregado a la caravana de los explo- radores cuando no más sea que para reunir mate- riales, como .conocedores del terreno y atildar a la gran obra. La antropología por ejemplo, suscita ya en toda la América, estudios y descubrimientos originales, con el hallazgo y colección de cráneos hiimanos. de tiestos de barro o hachas de pedernal bruto o pulido que revelan los diversos grados de civilización y las razas de los pueblos primitivos transformados en Europa, sobreviviendo en Amé- rica. Las huacas peruanas y los túmulos mejicanos suministran documentos que no se tuvieron pre- sente para formar la Ilistoria de la civilización antigua; pues Palenque y las construcciones pi- ramidales, la última de las que medidas ha dado mil doscientos pies de costado y setecientos de alto, amenazan dejar modernas relativamente a las pirámides de Egipto. • Cuanto no deberá, pues, el progreso a los infati- gables coleccionistas, ya sea de fósiles, ya de res- tos de arte y construcciones primitivas del hom- bre, que suministrian al sabio materia para sus in- vestigaciones, o pábulo a su curiosidad! El doctor j\Iuñiz figura en primera línea en esta nueva ge- neración de adeptos, y sus esfuerzos han tenido el más cumplido éxito, como lo muestra el catálogo de las piezas que suministra con abundaoicia a los museos de Historia Natural de varias naciones. / Prueba de su celo fué la rica colección de fósi- les que contenidos en once cajas puso en 1842 a ESCRITOS CIENTÍFICOS 233 disposición del Gobierno de la Provincia, el cual estaba ocupado por entonces de preferencia en ex- terminar salvajes unitarios, lejos de dar impor- tancia a esta especie de chafalonía de huesos, cuyo vtalor y significado el público de entonces no com- prendía. Apresuróse don Juan Manuel de Rosas a deshacerse de ellos, haciendo donación al almiran- te Dupotel del embarazo, no quedándole al país si- no la factunai publicada entonces en la ''Gaceta", sin que el donador primitivo que veía representa- do en aquellos huesos fósiles el trabajo personal de años en catear, husmear y desenterrar huesos a veces por una especie de adivinación que poseen los exploradores, haya podido averiguar si fueron depositados en el Museo del Jardín Botánico de París, según se vé en muchas de sus cartas poste- riores, ofreciendo a M. Geoffroy Saint Hilaire, o al secretario del Gabinete de Historia Natural de Madrid y al de cirujanos de Londres, continuar los envíos, si le instruyen del paradero de aquel primero valiosísimo . En carta al señor don M. R. Trelles, secretario en 1857 de la Comisión del Museo, remitiéndole una rica colección de fósiles, que encuentra dimi- nuta la muestra "a causa del largo tiempo en que cesa.ron sus pesquisas en busca de fósiles", y la- menta aquella primera "que circunsiancms azaro- sas apartaron de su poder, y Uevnron fuera del país colecciones valiosas que destinaba al Museo de su patria." Esta pérdida- que no lo fué para la ciencia sin iduda, fué sucesivamente subsanada por donaciones valiosísimas, de cuyo valor da testimonio el Doctor Burmeister. que reparando el desfalco traído por la ignorancia de Rosas, ha logrado liacer del Museo Nacional de Buenos Aires, el más rico MiLseo pa- leontológico del mundo. Y para no apartamos de los doK^umentos, ya que 234 FRANCISCO J. MUXIZ poco importa el catálogo de los once cajones en- viados a Francia, tomaremos de la carta dirigida al señor Trelles la lista de fósiles que envía al Mu- seo en 1857 : ' ' Figuran, dice, entre los fósiles or- gánicos que he puesto e-n el Museo, la magnífica cabeza del Toxoctón platense, y otros huesos de este mamífero. Una de las extremidades posteriores del Clyptodón y va^rias de sus vértebras caudales. Otra extremidad semejante 'del pesado Maghaterium: el brazo poderoso y la terrible mano unguicolada de aquel gigante de nuestros antiguos terrenos, con algunas de sus vértebras y costillas; el esternón, clavícula e istillar, etc. etc. Una mandíbula del Mastodonte, cuyas muelas conservau el esmalte. Un colmillo o canino del Mah)amouth, especie de elefante, que aunque deficiente en su extremidad mandibular, mide no obstante, cuatro pies seis pulgadas de largo, reteniendo fliasta la punta el esmalte natural. Un pie de Milodou^ animal de formas tan extraordinarias, como lo son las de aquellas otras especies. Varias huesos del caballo fósil, etc. El icaballo fósil, de paso noimlbrado aquí, ocupa lugar muy prominente al emporio del saber. . , "Faltando escuelas donde estudiar la diversa organización de los animales, y donde adquirir ins- trucció'n sobre anatomía comparada, estoy lejos de trazar una descripción ilustrada y provechosa de los esqueletos o huesos fósiles que enouentrt)." Ante tal franqueza y tan levantados propósitos se desanna la crítica, si alguna vez cometiese error en las denominaciones dadas a las especies atribui- das a los fósiles que iba encontrando. El sabio Bur- meister, se complace en repetir que era uno de los hombres más sinceramente estudiosos ; y Darwin en su carta que insertamos a continuación se asom- bra de que persevere en sus trabajos, sin recursos, y sin el apoyo de la opinión pública. Una cairta de Darwin como un testimonio de Burmeister son icredenciales bastantes para -asegurar el título de sabio colaborador, a aquellos a quien benévolamen- te van dirigidos. Preocupóle mucho durante sus últimos años la idea de haber descubierto una fiera fósil, a la cual llamó muñifelis honaerensis, dando cueoita de tan valioso hallazgo a los sabios de la época, a Darwin, a Geoffroy Saint Hilaire y a los secretarios de va- rios museos, notando que su hallazgo era posterior a la expedición de Darwin y de los demás geólo- gos que visitaron el país, inquiriendo después del señor Trelles si M. Brafvard, que sólo poseía urua cabeza del fósil felino, se daba por descubridor. Sin necesidad de ayudar al testimonio requerido, podemos decir que M, Bravard nos mostró aquella cabeza, haciendo valer su importancia, con decir que hacía falta encontrar un carnívoro, porque toda fauna reclaimaba un moderador que pusiese ESCEITOS CIENTÍFICOS 239 coto a la excesiva multiplicación de las especies individuales que se mantienen de vegetales. El felino encontrado se consei-va en el Museo Nacional de Buenos Aires, y es una de sus más importantes adquisiciones. Darv^dn, a quieni Mu- ñiz describía las terribles annas de que venía do- tado, sugiere que debe ser un Machaerodo de que ya se habían encontrado dientes y muelas. El doc- tor Muñiz, ya más versado en la clasificación de los fósiles, y con el auxilio de la famosa obra de Cu- vier sobre Anatomki comparada que sobre una muela hallada permite reconstruir el animal ente- ro, determinando su .género, especie, alimentación, emprendió dar la descripción de su halla2;go fa- vorito. «Pueblo Bajo de Farnborougth, Febrero 26 de 1847 Condado de Kent "8r. Dr. D. Francisco Xavier Muñiz. ' ' ' Respetable señor : "La carta del 30 de Agosto, con los papeles que tuvo usted la bondad de maoidarme, llegó a mis manos hace muy poco tiempo, debido a la enfer- medad y ausencia de Londres de Mr. Morris, por quien fueron dirigidos. "He oído recientemente a Mr. Morris que usted deseaba deshacerse de sus irestos fósiles por medio de algún arreglo pecuniario, lo cual no he podido comprender bien en la carta que usted me escribió. He dado a Mr. Morris mi opinión sobre este punto, así es que no la repetiré aquí. "Pero diré solamente que el único plan practi- cable creo sería el que usted mandase sus fósiles aquí a algún agente para que disponga de ellos. "Su specimen sobre el Muñiz-felis debe ser ho- rrible. Sospecho que será un Machaerodus, del 240 FKANCISCO J. MUÑIZ cual hay algunas fragmentos en el Museo Britá- nico, procediendo de las Pampas. "Procuraré hacer traducir su escrito y publicar- lo en aJgún periódico científico. "La relación de usted sobre el terremoto en la*s Pampas me sorprendió; nunca había oído de nin- guno, en parte alguna al Este de la Cordillera, a no ser en Córdoba. "Si usted quiere informarme si lee el inglés, seré feliz en mandarle una copia de mis observa- ciones geológicas en Sur América, recientemente publicadas, indicándome un conducto para hacer- lo. Creo que no valdría la pena de mandárselo sin saber si usted lee el inglés. "Presentaré su trabajo sobre la Fiebre Escarla- tina al Real Cuei"po Médico de Cirujanos. "No puedo adecuadamente expresar cuánto ad- miro el continuado celo de usted, colocado, como lo está, sin los medios de proseguir sus estudios cien- tíficos y sin que nadie simpatice con usted en los progresos de la Historia Natural. ' ' Confío que .el gusto de seguir sus tareas le pro- porcione algún premio para tantos esfuerzos. ' ' Hace algún tiempo que usted tuvo la fineza de mandaiTiLe por Mr. E. Lumb algunos informes nmy curiosos, y para mí de mucho valor sobre la vaca Ñata. "Agradeceré cualquiera otra información sobre cualquiera de los animales domésticos de la Plata, como el origen de algunas razas de aves, chanchos, perros, ganados, etc. etc. "También estoy muy interesado en tener una breve descripción de las costumbres y formas o he- churas de los chanchos, perros, etc., etc., en su es- tado silvestre, y particularmente sobre las crías silvestres, cuando se toman los animales jóvenes para criarlos. "¿Será tan manso un cachorro de perro cima- ESCEITOS CIENTÍFICOS 241 rrón si es criado iCon leuidado, como cualquier otro perro doméstico? ''Algunas informaciones sobre todos estos pun- tos me serían muy útiles ; y siempre que usted ten- ga tiempo de escribirme, se servirá usted dirigir sus earta-s a donde indica el encabezamiento de ésta. ''Sinceramente deseo a usted prosperidad en sus admirables labores, y si en algún tiempo puedo servir a usted 'de algo, me será grato haberlo. "Con el mayor respeto quedo de usted S. S. Charles Darwin." "P. S. — Había omitido mencionar que el profe- sor Owen ha oído decir que una colección de hue- sos ha llegado a París, hace algún tiempo, de Bue- nos Aires". Igual novedad que la del Machaerodus causó al dootor Muñiz haber encontrado un árbol fósil en la Pampa, aniuiciando por cartas la feliz nueva a varios naturalistas y Museos como acontecimiento muy raro y de que no tenía antecedente. Darwin había encontrado en Villavicencio, montaña escar- pada enfrente de Mendoza, camino de Uspallata, a siete mil pies sobre el nivel del mar, un grupo de árboles petrificados, once convertidos en sílice y treinta o más en espato calcáreo groseramente caracterizado. La impresión de la cascara en la roca los coloca entre las araucarias que existen al Sud e» las fal- das andinas. Para suministrar un punto de comparación, a fin de computar la antigüedad relativa del terreno de los fósiles que se encuentran en la Pampa, to- maremos del célebre geólogo el pasaje de sus via- jes que habla de la materia. "No se necesitan, dice, profundos conocimientos ■2A2 IKANCISCO J. MUXIZ en geología para comprender los lieehos maravillo- sos que indica esta escena; y sin embargo, lo con- fieso, tal fué la sorpresa que desde luego experi- menté, que no quería creer a lals piiiebas más e\i- dentes. Encontrá))ame en un lugar en donde un grupo de bellos árboles extendieron sus ramas so- bre las costas del Atlántico, cuando aquel océano, recliazado hoy a 700 millas de distancia, venía a bañar los pies de la Cordillera. Estos árboles ha- bían brotado sobre un suelo volcánico levantado sobre el nivel del mar : después, esta tierra, con los arboleas que en ella crecían, se había hundido en las profundidades del océano. En estas profundi- dades del mar, aquella tierra que antes estuvo seca se había cubierto de una capa de sedimentos, des- pués éstos, a su turno, lo habían sido por enonnes derrames de lavas submarinas: uno de ellos tiene mil pies de espesor; ahora estos diluvios de pie- dras en fusión y aquellos depósitos aeu(«os se ha- bían reproducido cinco veces consecutivamente. El océano que se había tragado masas tan colosales debía ser profundo ; en seguida las fuerzas subte- rráneas habían ejercido su potencia nuevamente, y yo veía ahora el lecho de este océano formando una cadena de montañas que tienen más de 7.000 pies de alto. Por otra parte, las fuerzas siempre en acción que modifican constantemente la super- fií-ie de la tierra, habían también ejercido su im- perio, porque aquellas inmensas acimiulaciones de capas se encuentran al presente cortadas por va- lles profundos, y los árboles petrificados salen hoy día del siielo cambiado en roca, allí donde en otro tiempo elevaban sus verdes copas (familia arau- carias según Mr. Robert Bro^uii que los analizó). Ahora todo está desierto en este lugar; los liqúe- nes mismos no pueden adherirse a est-as petrifica- ciones que representan árboles de otros tiempos. Y sin embargo, por inmensos, por incomprensibles ESCRITOS CIENTÍFICOS 243 que estos cambios hayan- de parecer, todos se han producido ein un período reciente, si se le comipa- ra con la Historia de la Cordillera, y la Cordillera misma es absolutamente moderna comparativamen- te a. muchas capas fosUíferas de la Europa y de la América ' '. Según esta modernísima cronología, los Megate- rios a superficie de tierra casa son creación de ayer, relativamente a nosotros mismos, y el pequeño crustáceo y el molusco encontrados en el terreno laurenciano en Norte América y Canadá por don- de corre el San liOrenzo, precede a las araucarias de Villavicencio de unos pocos millones de años. Ocasión es de repetir la exelamación del estancie- ro: " ¡ las cosas de don Carlos ! ' ' No es ocioso prevenir aquí, ya que de aquellas famosas petrificaciones se habla, que el señor Mo- reno, director del Museo de La Plata, ha tenido la excelente idea de subir a la montaña de Uspa- llata, al lugar designado por Darwin, y despren- der de la rooa, troncos y cortezas de aquellos testi- gos de los movimientos terrestres, como si hubiera intentado traerlos al lugar ideal que ocuparon an- tes a las márgenes del mar que ha dejado la cor- chilla, o en el qu? antes dejó las ,.:ítras del Paraná. Podemos, pues, sin ir a Villavicencio, ver estos prodigios de la geología. Tiene para mí lui particular interés el Machaero- do. De las fábulas griegas, entre ellas las doce ha- zañas de Hércules, no es la menor haber extii^pado el león que asolaba las campañas de Nemea, y en- tre los fósiles eiiicontrados en Grecia, a más de seis variedades de monos, fótsiles cuya posibilidad ne- gaba Cuvier años antes, se encon.tró un terrible carnívoro fósil con dientes, incisivos, muelas y uñas; formidables, dotado además de cuchillos tajantes a guisa de espadas de dos filos que debieron ser- virle para hacer tajadas de la carne que los otros 244 FRANCISCO J. MUÑIZ instrumentos de aquel araenal le procuraban. Este debió ser el espantable león Ñemeo, extirpado por Hércules, acaso por haber dado, como Muñiz, con sus buesos fósiles más tarde. El doctor Burmeister ha consignado en el pri- mer tomo de los "Anales del Museo de Buenos Ai- res", a cuya formación contribuyó mucho el doc- tor Muñiz, enriqueciéndolo sucesivamente con sus más (valiosas adquisiciones, el recuerdo de varias de las donaciones hechas por este grande aficiona- do ; y si le iniega ser el primer descubridor del Machaerodo en el mundo, es porque Cuvier ya ha- bía errado confundiendo restos de este animal con los de otro, y sucesivamente encontrádose dientes u otros fragmentos en diversas partes del mundo : pero ninguno tan completo como el que ostenta el Museo de Buenos Aires, y cuyos cuchillos son los más grandes que se conservan. Pero Muñiz ha sido el descubridor del Machaerodo en el Río de la Pla- ta, y él tenía derecho a reclamar el honor de su hallazgo. Recientemente ha montado el doctor Burmeister una cabeza de mastodonte que había obsequiado al Museo el doctor Muñiz y de cuya posesión se en- gríe el geólogo, que una vez nos anunciaba, de re- greso de Córdoba, como el descubrimiento más fe- liz de su viaje, y un verdadero progreso para la ciencia el hallazgo ¡ oh, rara fortuna ! de una no- vena variedad de glyptodon. — ¡Lo trae usted todo entero? — ^No, es una vértebra de la cola lo que he encontrado; pero eso basta para caracterizarlo! "El terreno, dice el doctor Burmeister, entre las' dos villas de Lujan y de Mercedes, es probable- mente el depósito más rico de huesos fósiles en nuestra provincia ; es el mismo, lugar en donde se encontró el año 1789 el esqueleto entero del Me- gaterio, lioy el objeto más valioso del Museo de Madrid, y que ha llamado tanto la atención de los , ESCRITOS CIENTÍFICOS 245 sabios naturalistas, después de su descubrimiento, hasta nuestros días; como también el esqueleto completo del Mylodon Gracilis, que se presenta en nuestro Museo. Forma aquí el suelo un bajío muy insensiblemente inclinado, en el centro del cual corre el riachuelo del mismo nombre en una di- rección general del Oeste al Este, cambiando bajo la Vüla de Lujan el curso directamente al Norte, para unirse al río Paraná, pero no le alcanza; ,1a barranca alta del terreno más elevado, que acom- paña al río Paraná del lado Sudoeste, se retira de este punto más al Sud y da lugar al río de Lujan para adquirir su camino propio hasta la boca an- cha del Río de la Plata, en la cual entra /Como siete leguas al Norte de Buenos Aires. "Es allí donde se forman entre los dos ríos; esas islas fértiles, provistas de una vegetación rica de sauces de todos tamaños, que la fantasía poética de algunos escritores del país ha comparado con el célebre Valle de Tempe en Tesalia. "Parece que la desviación del Riadiuelo de su curso en el paraje cerca de la Villa de Lujan, in- dica un impedimento en la icontinuación de su marcha directa, algunos obstáculos naturales, y que estos obstáculos han causado antes una gran acu- mulación de agua en la hondura de las Villas de Lujan y Mercedes, en la que han muerto y han quedado sepultados animales innumerables, cuyos esqueletos se encuentran hoy bajo las tierras depo- sitadas por las mismas aguas. Los i'estos de car- nívoros son muy escasos entre los huesos fósiles de dielio terreno. Tenemos en el Museo Público sola mente huesos fósiles de cuatro clases de icaimívoros que pronto describiremos, después del Machae- rodus. "Respecto al conocimiento primero del animal, del cual vamos a dar razón, no fué el doctor Mu- ñiz su primer descubridor, porque largo tiempo 246 FRANCISCO J. MUÑIZ antas de su publicación en la "Gaceta Mercantil" ya se hatean encontrado restos de animales muy parecidos en otros países. Fué ei doctor Kaup quien, en el año 1833, fundó sobre el colmillo largo en forma de hoz, su género Machaerodus, y en este género debe entrar por su naturaleza to- talmente igual también el Muñifelis honaere)isis. El célebre Cuvier ya había conocido ese diente y da'do una dascripción corta en su obra del año 1824; pero ,eomo ese diente se ha encontrado con el Oso, M. Cuvier ha identificado los dos diferentes animales, llamándoles Ursus Cultridens . Bravard (1828) fué el primero que encontró, cuatro años después, un cráneo completo que manifestaba una grande similitud del animal con los gatos, cambián- dole, entonces, su nombre en Felis CuUriden. "Pero el dootor Kaup, cinco años después (183'3), probaba que no es un verdadero gato aquel animal, sino un género particular por la construc- ción diferente de su colmillo, llamándole Machae- rodus. El autor ha conocido de este animal sola- mente tres dientes : el colmillo largo superior, otro colmillo mucho más chico inferior y el diente mo- lar inferior. No sospechando que estos dos dientes fueran del mismo animal, ha fundado en ellos otro nuevo género, llamándole Agnotherium. "Algunos años después (1846) el célebre Owen describió un colmillo muy semejante con el nom- bre Machaerodus latidens en su obra sobre los eua- driípedos antidiluvianos de Inglaterra, avisando al mismo tiempo al lector que había visto dientes de un animal semejante, también en la colección de huesos fósiles, mandada por los señores Falconer y Cautley 'de la gran India. Así ha sucedido, que casi contemporáneamente con la publicación del doctor Muñiz ya fueron conocidas cuatro especies del género Machaerodus del antiguo mundo. En el nuevo numdo, el primer descu])ridor de una es^ ESCRITOS CIENTÍFICOS 247 pecie del mismo igénero fué el doctor Lund, que ha examinado con tanto éxito las cuevas natura- les ide Minas Geraes en el Braisil, para encontrar en ellas huesos fósilesi. Este hábil naturalista en- contró algunos dientes chicos y huesos del pie, pertenecientes al Machaerodus; pero sin conoci- miento del animal entero, los aplicó a una especie de Hyaena, llamando el animal //. neogaea (L'Ins- titut, VII, 125, 1889). Sin embargo, después, como ha encontrado también el colmillo largo en forma de hoz, ha comprendido fácilmente que el animal no había sido una Hyaena, llamándole entoinces Smilodon populato7\ (Act. Acad. Dinam. de Co- penhague, Class. física, IX, 1842). No hay que du- dar que el autor, fundando este nuevo género, no conoció la obra de Kaup (Ossem fóssüe, Darms^ tadt, 1833, 4.°), en la cual se ven las formas del colmillo de Machaerodus muy parecidas a las del doctor Luud en dichas actas de la Academia de Copenhague ; pero como su primera publicación es seis años anterior a la descripción del doctor Muñiz, ino puede conservarse en la ciencia el nom- bre Muñifelis honacrensis con preferencia a la pri- mera denominación del doctor Lund con el nom- bre del doctor Kaup, es deeir, Machaerodus neo- gaeus. Se conocían de este animal, que aquí des- cribiré sumariamente, antes de la publicación del doctor Muñiz, solamente las partes descriptas por el doctor Lund, pero prueba su descripción, como las figuras acompañadas, que es idéntica su espe- cie con la nuestra. Más tarde ha dado Blainville, el sucesor de Cuvier, en la cátedra del Jardín de las Plantas en París, una figura de un cráneo casi completo en su ol)ra Ostéographie géner. Felis, pl, 20"; bajo el nombre de F. Smilodoii (Smüodon Blainville, Desmarest, expl. de la planche). "Tenemos en el establecimiento un esqueleto imperfecto que el doctor don Francisco Javier Mu- 248 - FRANCISCO J. MUKIZ ñiz ha recogido en el año 1837, cerca de la Villa de Líuján, y regalado al Museo. Desgraciadamen- te, faltan algunas partes muy necesarias para su reconstrucción, y por esta razón no se puede eje- cutar su exhibicióm. Esperamos que nuevos des- cubrimientos vengan a completar pronto los restos ya obtenidos para dar al público la vista sorpren- dente del esqueleto de este animal maravilloso. "De la cabeza tenemos en el Museo la mandí- bula inferior y el huaso incisivo superior con al- gunos otros pedazos del cráneo. Las siete vérte- bras del cuello, aunque muy rotas, también se poseen. "De las diez y seis dorsales tenemos once, y en- tre ellas la primera y última. Es muy digno de notar que la diferencia en el tamaño del cuerpo vertebral de la primera y la última vértebra dor- sal es muy grande y mayor que en ningún otro animal conocido. "Tenemos em el Museo Público muchos huesos de un esqueleto de caballo fósil que el doctor Fran- cisco Javier Muñiz ha encontrado cerca de la Villa de Lujan, bajo el esqueleto de un Megaterio, tam- bién recogido por él mismo. Los dos esqueletos estuvieron íntegros, pero la grande obra de sacar- los, sobrepasando la fuerza de una sola persona, ha impedido la conservacióai perfecta de las dos. Así, falta del esqueleto del caballo como del Me- gaterio, el cráneo, los omóplatos, la pelvis y mu- chos huesos del tronco, conservándose completo so- lamente los de los miembros. "Por la pérdida del cráneo con todos los dien- tes, no es posible saber a cuál de las dos especies ha pertenecido el esqueleto; pero como todos los huesos son más pequeños y finos que los del caba- ESCKITOS CIENTÍFICOS 249 lio actual de tamaño regular, no puede haber duda de que aquel caballo fósil argentino fué de tama- ño inferior en su cuerpo, pero probablemente de cabeza más grande y gruesa que el caballo domés- tico. ' ' VI.— El terremoto de 1845 (1) OPORTUNO RECUERDO DE UN SABIO ARGENTINO Con motivo del temblor experimentado en el litoral del Plata, en la noche del 4 al 8 de jimio del corriente año, se han producido diversos juieios, más o menos in- teresantes, procurando manifestar las causas productoras d«l fenómeno; pero en ningmio de los escritos que al respecto han visto la luz pública, al menos de los que han llegado a nuestro conocimiento, se ha hecho refe- rencia a fenómeno alguno semejante, producido antes, si- no en el mismo litoral, en'' comarca muy inmediata de nuestro suelo. Nos referimos al que tuvo lugar el día 19 de octubre díí 1845, en la campaña de Buenos Aires, de que da noticia el escrito que insertamos a continuación, debido a la científíca pluma de nuestro benemiérito por sus ser- vicios, a la vez que sabio compatriota doctor don Francisco Javier Muñiz. La preciosa descripción del fenómeno e interesante teo- ría sobre las causas que pudieron concurrir a produ- cirlo, no dudamos que llamarán la atención de los hom- bres de ciencia que estudian el suelo de nuestro país. Por nuestra parle cumplimos con el grato deber de recordar ese estudio olvidado en la oportunidad última a que nos hemos referido, y que, aunque lo recordó, no lo' (1) Publicado en La Gacela Mercantil de Buenos Aires, el 26 de Fe- brero de 184G. 252 FEANCISCO J. MUÑIZ pudo encontrar el compilador de los escritos cientifíoos de nuestro venerable sabio, para incorporarlo, como co- rrespondía, al libro intitulado « Vida y escritos del coro- nel don Francisco J. ]\Iuiuz », según el mismo compilador manifiesta en la página 361. « Se ha perdido, dice, la descripción que hizo el doc- tor Muñiz de un temblor de tierra experimentado a lo que parece entonces en Buenos Aires, y de que escri- bió a varias sociedades y aun a Darwin, según se lee en su caxta». Se ve, pues, que ignoraba el compilador que el prin- cipal escrito referente al fenómeno, había \isto la luz pública en el número 6716 de la Gaceta Mercantil de Buenos Aires, correspondiente al 26 de febrero de 1816, del cual lo transcribimos. Parece indiscutiblemente justificada esta reproducción en nuestra Revista, tanto por la circunstancia indicada de creerse perdida la descripción, como porque no es de buena ley el ol\ido de los hechos pasados junto con la luemoria de quienes lo fijaron perdurablemente en nues- tros aiiaks. Manuel Bicardo Trelles Descripción del fenómeno y teorli relativa "Señor Editor. — Esperamos se sirva usted ad- mitir en las columnas de su apreciable diario la siguiente noticia de un extraordinario fenómeno de nuestras Pampas. "Ha llamado mucho la atención y excitado la curiosidad y aún el asombro entre las. habitantes de los partidos de Navarro, Lobos, Chivilcoy y costa del Salado. "Como podría servir algún día de apéndice a la Historia Física del país (1) o bien interese bajo (1) Nuestra historia meteónca ha recibiao un lustre aistinguldo por el estudio y obsen-ación que han hecho de los últimos cometas, que aparecieron sobre nuestro horizonte, dos ciudadanos ilustrados, amigos celosos del progreso de las ciencias naturales; el señor Felipe Senillosa y el venerable patriota y acrisolado magistrado doctor don Vicente Ló- pez. (Nota de la Revista Patriótica, 1888). ESCRITOS CIENTÍFICOS 253 otros respectos la referencia de este fenómeno te- rrestre, hasta ahora desconocido entre nosotros, da- mos de él la noticia mejor circunstanciada, que nos fuera posible: ''A las 4 de la tarde del 19 de Octubre iiltimo, estando la atmósfera serena, el cielo despejado, elevada la temperatura, se hizo repentinamente sentir en una línea observada desde la laguna del Socorro, seis leguas al Oeste del Salado, y siete a ocho del cantón militar Mulitas hasta el prome- dio de los partidos lindantes de Lobos y Navarro, un ruido subterráneo asimilable a la ruptura de una nube que uniforme en estrépito, se propaga- ra en traeno prolongado de Este a Oeste, y per- diera al fin, su decreciente estallido de una remo- ta lontananza. "El Norte que reinaba aquel día, movía apenas las pajas del d^ierto. El 18 y 20 el viento fué el mismo en fuerza, y el calor en los tres días el del verano. ''Del 16 que sopló el Sur hasta el 22 que saltó sucesivamente al Oeste, al Sur y al Norte y al No- roeste, el termómetro no varió apreciablemente . "Sólo cuando en la noche del 20 sobrevino un huracán del Oeste, seguido de una lluvia de 4 ho- ras', la temperatura refrescó en más de un grado. "En el largo trayecto de 15 o más leguas que se cueiítan entre los extremos indicados (el Socorro y Navarro) no se notó la presencia de una causa activa exterior. El aire, como queda dicho, con- servó allí una apacible circulación, y algo oscuro como cuando, por estar puro y seco en demasía, la luz se difunde menos, no ofreció sobre el hori- zonte visual vapor vermicular u otro vestigio que ofendiera al bello azul de los cielos. "Como no parece probable que aquel estallido 254 FKANCISOO J. MUÑIZ se efectuara bajo radios equidistantes de un cen- tro comiin í condición que no se observa ni en aquellos fenómenos provenidos de la actividad re- doblada de un foco ígneo permanente, o de causas operantes por comunicaciones subterráneas de una alta antigüedad) es de presumir estando probada la latitud del tronido en diez o más leguas, que su proyección longitudinal fuera más allá de las quince y que 'se internara todavía en el desierto. "Siendo del Socorro en adelante yerma la cam- paña si se exceptúa Palautelen, punto aislado po- cas leguas más afuera, no es posible recoger dato alguno de propagación sonora hacia aquella parte. "La irradiación transversal o sea la percepción del tmeno en ese sentido está comprobada en aquel número de leguas touiííndo la Cañada Rica, cha- cra de los hermanos Julianez por extremo Norte, y por el Sur el punto denominado Varangot, hoy poblado por don E'.steban Noriega . Este y aque- llos señores son testigos del fragor que fué allí bien sensible, y debió naturalmente serlo más allá. "A lo largo cruzó el Salado, según se pudo cal- cular de su mayor fuerza y aparente centraliza- ción por aquella parte, en la inmediación al paso ancho, no distante de las piedras, y cerca de la chacra Romero. Continuando hacia el Este, con inconcebible velocidad, se perdió para el oído en el intermedio má's o menos de aquellas dos juris- dicciones. "Varios peones de las provincias, acostumbra- dos a la frecuencia de las temblores, recogían el ganado del establecimiento del capitán don Mi- guel Casal, sito en las Encadenadas, 4 leguas al* Oeste del Salado y 5 a 6 de Mulitas, donde (tam- bién fué perceptible el traquido. Ellos unánime- mente a:>eguran, lo mismo que otros individuos, que la tierra osciló sensiblemente. Los caballos ESCRITOS CIENTÍFICOS 255 que montaban, sobrecogidos de susto, o como avi- sados de inminente peligro, hicieron esfuerzos por huir opuestamente al rumbo por donde se creyó pasara el viento. El que cabalgaba el dueño de la hacienda, aunque muy manso, entró en viva agi- tación, e hizo movimientos violentos y desusados por correr a escape. ''El ganado que conducían al rodeo se dispei-só a la carrera, y los redomones atados al palenque en la estancia, cortaron los cabestros y dispararon al campo. "Parece que el trueno procedió muy inmediato, sino fué por la misma cerrillada o cordón de méda- nos, que en fila de Oriente a Poniente, 16 cuadras al Norte de aquellas lagunas, y de cuya cercanía se apartaba entonces el ganado. El se sostuvo en igual grado de fuerzas diez minutos: disminuyen- do entonces gradualmente de intensidad terminó a los quince, por un zumbido parecido al que pro- duce un trompo en movimiento. "Los campesinos comparan aquel estruendo sor- prendente al que ocasiona el disparo de una ye- guada numerosa ; novedad de la cual no puede, en cuanto a la particular concusión que suscita en la tierra, formarse justa idea aquel que no la pre- senciara, y que no hubiera temido ser víctima quizá de estos animales, que corren a veces por millares y en masa cerrada por las pampas o sá- banas, en otras regiones de América. "La credulidad que acoje todo género de inven- ciones, o sea el deseo de hacer más señalados o cé- lebres acontecimientos como el presente, propala- ron que el aire subterráneo hizo ex,plosión cerca de la laguna del Socorro, resquebrajando la tie- rra en aquella parte. Las investigaciones del in- teligente y activo capitán Casal a cuya bondad 256 FBANCISCO J. MUÑIZ debemos algunos detalles del caso, han desmentido aquel aserto. "Sensación, pues, tan nueva como importante, no podía menos que conmover a los habitantes, quienes absortos e ignorando la superveniencia, en otra época, de igual acaecimiento, aguardaron en profunda agitación, el desenlace de aquel evento sisgularmente depresivo . ''Ciertamente que su aparición en los países sujetos a temblores habría esparcido la más cruel y desesperante zozobra, pues preceden alguna vez a terribles sacudimientos. El memorable y má? espantoso terremoto de Caracas, en 1811, fué an- tecedido por un trueno y zumbido semejantes. "¿Pero hubo positivamente, en el caso que re- ferimos, algún extremecimiento del suelo? "Nosotros suspendemos el asenso a la afirma- ción exhibida por varias personas contestes en el particular. Que hubo algo de extraordinario y afectante en él, distinto en poder y en efecto del trueno tempestuoso, no lo dudamos. La consterna- ción se apoderó extrañamente de los hombres y de los brutos : improvisados aquellos por el senti- miento impulsivo de conservación, se lanzaron de sus casas al cielo abierto, y tal como si fueran amenazados por una catástrofe inexperimentada y peculiaiTuente imprevista, son dominados los pri- meros de la irreflexión, y cuando más en calma, sin conciencia de lo ocurrido, se preguntaban todavía : I Qué ruido desconocido fué aquel que terrífico tan fuertemente el corazón y que sobresaltara tan vivamente a los sentidos? Los irracionales intimida- dos igualmente pero guiados por aquella secreta inteligencia, por aquel principio innato y primi- tivo que regula sus operaciones, procuran : si en sujeción romper sus atadura y así en libertad huir ESCRITOS CIENTÍFICOS 257 prestamente hacia donde el racional supone más .remoto el peligro. "Esto es algo más de lo que vemos en las más recias tronadas; cuando las nubes fulminantes con- minan de muerte a los débiles y míseros habitantes de la tierra. "El hombre teme y palpita; mas no huye al raso : quiere ocultar su pavor en el sitio más re- cóndito ; busca a presei-varse por medios más o me- nos fútiles y alucinantes. El bruto se encoge y tiembla con admiración estúpida ante los imponen- tes meteoros, que restituyen el equilibrio a la natu- raleza. Pocos de ellos se alejan del pasaje en don- de ha roto, con estrépito formidable, la nube eléc- trica. Mudos, en trémulo y desconocido silencio, se petrifican unas y otros ante la ira desencadenada de los agentes que vagan en la atmósfera. "Ahora, por el contrario se clamorea, se inquiere una incierta protección, no en los rincones de las casas sino en la intemperie y fuera del benigno te- cho de los hogares. "¿Qué significan, pues, este proceder sin ejemplo, esta simultánea, indeliberada y violenta impresión? ¿ No enunciará un chocpie de nueva especie sobre el espíritu, la profunda y delicada expresión de un •sentimiento desacostumbrado ? "No se explica suficientemente y con propiedad la acción percuciente de la causa, en la unánime equiparación que se hace de su efecto con el ex- truendo de multitud de animales que recorriendo en tropel batieron y estremecieron la tierra? "La analogía que se advierte entre el trueno en cuestión y aquellos que preludian alguna vez las convulsiones terráqueas en los países minados y en frecuente agitación por los fuegos subterráneos ¿ no supone la probabilidad, apesar de no ser una misma la agencia, ni en igual escala el resultado a su ex- FEAXCISCO J. MUXIZ fuerzo, que la tierra vibrara algo en el caso presen- te? Esta consideración importa más todavía, si se reflosiona que un trueno, como el del 19, unifonno en estampido y terminando en ronco y obtuso estri- dor; si se exceptúan pocos casos, presagia sacudi- mientos débiles. Lo son igualmente en los mismos países (con relación a las montañas o pisos de ro- cas) los que suceden en las llanuras, donde existía una gran masa de terrenos terciarios y de aluvión tales como los que componen las extremidades de este continente ; siendo la austral, o el cabo que ella forma una prolongación natural de las pampas de Buenos Aires. "Véanse aquí dos circunstancias, que podrían en- trar en balanza, aquellos que admiten en este acci- dente alguna conmoción de la superficie. "La ligereza de los ranchos de la campaña, su le- jana situación unos de otros, y la textura poco re- sistente de los copos del terreno, la dificultad de co- nocer un temblor cuando se siente por primera vez, sino subleva la tierra, ni trastorna los edificios, dan, en rigor, sobrado motivo de una ondulación suave e instantánea como, si acaeció, parece sería en el fenó- meno de Octubre. Pudo contribuir al mismo efecto, la acción combinada de la causa motriz con la dis- posición de la tierra en aquel lugar, cuando concu- rrieran, o ceñir sobre una zona poco o nada pobla- da, lo más fuerte de la agitación. Así se concentra, alguna vez, por el lomo o falda de una cordillera y dilata longitudinalmente por allí su mayor fuerza un sacudimiento, enviando sus temblorosos y más impotentes rayos laterales a menos distancia . "Pero en caso que no se conociera la tierra en la duración de aquel terreno. ¿Puede concillarse su tranquilidad exterior y lo apacible de la atmós- fera con cualquier revolución del suelo en el mis- mo sitio ? Esto es lo que precisamente ha demostra ESCEITOS CIENTÍFICOS 259 do la experiencia a los físicos mientras ondulaba la tierra, eveniencia cuando no general, acaecible em- pero. Esta particular y curiosa circunstancia se ha ejemplificado antes de ahora, con lo que se ob- serva entre el calor del mar que varía de mil mo- dos, y la perseverancia de la atmósfera en el mis- mo estado, hay sucesivos cambios en el calor apa- rente de aquél, y quietud perfecta en los elemen- tos de ésta. "Sin embargo, suele notarse que, por vehemen- te y repetido que sea el traquido subterráneo, y por extenso su curso, no siempre le acompaña oscila- ción de la costra del globo. "Otras veces, y lo diremos por vía de ilustra- ción, o no se efectúa en explosión al exterior, o sobreviene un eructo (hablamos de terreno's. volcá- nicos) más o menos copioso, por un cráter distan- te, tal vez cientos de leguas del punto en que se sintió el estrépito. Es también difícil distinguir, aunque en nuestro caso parece no sólo, si es la tie- rra o el aire el vehículo estridulo de trasmisión ; y tan grave es esta dificultad, que hombres y po- blaciones enteras de este hemisferio, con la habi- tud de estos espantosos tronidos, los han equivoca- do con los de artillería enemiga, que dispara remo- tamente; y se han preparado a la defensa de la ciudad, tomando las armas. "Por otra parte es inadmisible que el estrépito del 19 de Octubre fuese mera continuación de una crepitación volcánica, por cierto que sea que el estruendo de los estupendos «laboratorios y el de las horrorísimas fraguas terrestres se propague a más largas distancias por la misma tierra que por el aire. La erupción del Cotopaxi, en 1774, se sintió sobre el Magdalena, a 150 leguas de dis- tancia y otras hasta 200. "Pero aquí la misma naturaleza contraría aque- 260 FKANCISCO J. MUS'IZ lia suposición. La inmensa distancia a que esta- mos de todo volcán activo, la extensión prodigiosa de las Pampas desnudas de montañas y serranías, si se hace abstración de remotas ramificaciones, son obstáculos invencibles, que arredrarían al cal- culador más atrevido y paradógico. A la verdad, que choca admitir el cureo del sonido por tal vía y a grandes profundidades, como es indispensable- mente que lo fuera, para alcanzamos desde el apartado y frío corazón de los Andes. "No siendo, pues, netamente meteórico aquel trueno, pues prescindiendo de accidentes negati- vos, no se vio relámpago ni sobre el área -sonora, ni sobre otro punto del horizonte, ni el efecto de conflagración volcánica, buscar se le debe un ori- gen más natural, y que ligue, bajo ciertas proba- bilidade-s y aún en concordancia con analogías fí- sicas, los precedentes y los accesorios en el prin- cipal carácter del fenómeno que consideramos. "Ya se observó que el viento era a la sazón dé- bilísimo, al menos en las bajas regiones de la at- mósfera; que ésta no contenía partículas terrosas o pulvenilentas en ascensión, ni aún vapores vi- sibles ; que el trueno fué suave, sin redoblamien- tos ni interrupciones; que no hubo explosión ni llu^da eléctrica. "En tal estado de cosas no nos parece absoluta- mente vago el suponer, que las exlialaciones acuo- sas elevadas por un sol ardiente de los reservarlos o grandes lagunas de las Pampas, siendo los con- ductores de la electricidad atmosférica, la relacio- naran desigualmente con el constante estado eléc- trico de la tierra : que en virtud de este simple antecedentes o por la acumulación eléctrica, favo- recida en algún punto o puntos del espacio reper- cutido o retumbante, a más de por causas incógni- tas, por la ausencia de truenos y por la humecta- ESCRITOS CIENTÍFICOS 161 ción pluvial de los meses anteriores, sucediera (por incompleta e insuficiente la comunicación entre la electricidad 'Stmasf erica y la terrestre) la descar- ga estrepitosa. No en la atmósfera, sino dentro de la tierra más electrizada, y donde una antigua y prolongada sinuosidad o un paso abierto de pronto, sirvieran de conducto o galería al estalli- do eléctrico y quizá también a los gases inflama- bles puestos en ruidosa combustión. "El equilibrio de la electricidad, que es el gran resultado de las explosiones atmosféricas, ¿no se restablecerá acaso de este modo, especialmente en ciertas condiciones del fluido, y según la exten- sión o diferencia de la comunicación entre ambas electricidades? En este último caso, cuando no se verifica, por defecto de participación, la descarga absoluta (ocurrencia que ocasiona el trueno) ¿es de rigor absoluto, es un canon dictado por la na- turaleza, que para obtener el equilibrio, las nubes se rompan, que detonen, que la atmósfera sea el teatro exclusivo en donde se consumen aparente- mente todos los actos, cuan grandes y sublimes son, del fluido eléctrico que envuelve, y penetra misteriosamente todos los cuerpos del Universo? "Sea cual fuera el valor e importancia que ten- gan estas conjeturas, nos inclinamos a creer: que la sola dilatación de los fluidos elásticos por las hendeduras e intei'sticios de la tierra y su progre- so acelerado más y más por nuevas adiciones de la causa expansiva, (el calórico o ya sea, en otra hi- pótesis, la afluencia del aire frío y denso que, por una ley dinámica o de gravitación, tiende a preci- pitarse sobre ellos, y cuyo impulso poderoso hace correr un huracán sobre 50 metrovj por segundo en nuestra atmósfera) explícitamente señala, con preferencia a todo otro agente, los que pudieran originar en el seno de aquella proyección el trueno 262 FRANCISCO J. MUÑIZ subterráneo del 19 de Octubre del año próximo pasado. "Es ciertamente sensible no haber observado el barómetro ni la aguja sobre el espacio resonan- te. Siendo la presión de la atmósfera relativa a su densidad o rarefacción y confoi-me con ella el efecto sobre la columna barométrica, la diferencia de altura entre el momento precedente al fenóme- no y aquel en que éste tuvo lugar, habría marca- do la alteración del aire y creado resultados de grande y positivo interés. Las variaciones acci- dentales en que pudo entrar la aguja (como suce- de en la aparición de varios meteoros y en los mo- vimientos concusivos n ondulatorios de la tierra) hasta cierto punto mostrarían la conexión directa o indirecta, con el magnetismo del globo, del prin- cipio oculto, cuyo eco rugiente y enigmático hirió de estupefaciente pavor a cuantos le percibieron en aquel memorable día. Francisco Javier Muñiz, ñPÉNDICE EL DOCTOR MUÑIZ, SU VIDA, SUS ESCRITOS Y SU BIÓGRAFO Acaba de publicarse por la acreditada casa edi- tora Lajouane de Buenos Aires,' un volumen en 8" de 358 páginas, elegantemente impreso en las prensas de Coni, que lleva el siguiente título: "Vi- da y escritos del coronel D. Francisco J. Muñiz, etcétera. Por Domingo Faustino Sarmiento". Es una biografía y una monografía científico- literaria, a la vez que un libro escrito y pensado sobre documentos inéditos en su mayor parte, so- bre la historia física y civil del país, que en el cua- dro de la vida y de los escritos de un hombre bos- queja una obra simultáneamente individual y co- lectiva refundiendo estos dos elementos componen- tes en una idea sintética que le da su unidad y le imprime el sello de la doble originalidad. Los ingleses, que han desenvuelto en el mundo moderno, el sentimiento de la individualidad cons- ciente y responsable, como los bárbaros introduje- ron en el mundo antiguo el de la independencia de cada hombre en el círculo de su acción propia, tienen por costumbre confeccionar extensas bio- grafías de todo personaje notable cuando la muer- te ha puesto término a su tarea. Al efecto, utili- zan sus escritos postumos y su correspondencia, 264 APÉNDICE correlacionando sus acciones con el movimiento general de la sociedad, y le asignan así un puesto en la labor comiin, determinando su acción en su medio y en su tiempo, a la par c^ue acumulan por este método analítico y sintético al mismo tiempo, el contingente suministrado al progreso general por la unidad activa o pensante extinta, ; así su espí- ritu se incorpora, dilatándose, cuando el vaso de barro que lo encerraba se ha roto. A este género pertenece en su medida el nuevo libro del Sr. Sarmiento, escrito en presencia de los papeles que conserva la familia del Dr. Mu- ñiz. en que, como él lo dice, ha encontrado otra cosa que un cirujano notable: "una ñgxwa. típica, un carácter nuevo, algo como el espíritu de una nación que va a condensarse sobre algunos de los grandes girones en que se despedazó el regio man- to de la España, al alborear en los comienzos) del siglo las independencias y emancipaciones colonia- les; entrando en la vida, asombrada de verse lla- mada de improviso a grandes destinos; librada a sí misma sobre país inexplorado, y sin límites co- nocidos, divisando en lontananza los toldos del in- dio salvaje con quien ha de disputar palmo a pal- mo el derecho a la tierra, y trabar día a día la lucha por la existencia". El nombre del Dr . Muñiz se liga accidental- mente, por un encadenamiento cronológico, a los grandes acontecimientos de la historia contempo- ránea del pueblo argentino en el curso de más de medio siglo, pero su acción eficiente en el progre- so nacional, y especialmente en lo que se relaciona con el desarrollo de las ciencias físicas por inicia- tiva e impulso propio, no era bien conocida y es- timada todavía, y yacía latente encerrada en sus papeles postumos. Así, la publicación de parte de esos papeles, APÉNDICE 265 arregladas según un plan metódico, competente- mente comentados, con espíritu ilustrado, "jugan- do a cartas vistas*', como dice su biógrafo, "al presentar las piezas justificativas de los juicios que se emiten y provocando con ellas al lector be- névolo a poner de pie esa figura sámpática", \po- nen de relieve sus méritos reales y le asignan su puesto en la labor científica, sin exagerar su mag- nitud, y nos dan una revelación verídica copiada del natural. La vida del Dr. Muñiz, consagrada al servicio público, al alivio de la humanidad y al adelanto de la ciencia en los dominios de lo ignoto, ha tra- zado un surco imborrable en el campo de la labor común del pueblo argentino, y a este título mere-, ce ser recordada y perpetuada como ejemplo, co- mo lección y como caudal utilizable. Soldado militar en 1807, cuando apenas contaba trece años de edad, se batió como tal contra la se- gunda invasión inglesa al Río de la Plata, hallán- dose en la jornada del puente de Barracas, y fué herido en la heroica defensa que hizo la ciudad de Buenos Aires en esa época. Soldado civil en el curso de. la gran revolución de Mayo, tocóle redactar en 1812, uno de los pri- meros documentos en que se invitaba a las pro\'in- cias argentinas a declarar su independencia, bajo las inspiraciones de su sabio maestro el Dr. Ba- negas . Cirujano de frontera en los comienzos de su ca- rrera, en los lindes del desierto, donde tuvo la pri- mera intuición de su vocación científica como na- turalista, hallóse después en la memorable batalla de Ituzaingó formando parte del cuerpo médico del ejército republicano, cuya historia ha escrito científica y militarmente. Miembro de la escuela de medicina fundada por 266 APÉNDICE Rivadavia, fué durante toda su vida catedrático, creando por iniciativa propia útiles instituciones que le han sobrevivido, con largas proyecciones que se adelantaban a su tiempo. Hallóse como cirajano en la batalla de Cepeda, donde fué herido de un lanzazo en circunstancias en que, sobre el mismo campo vendaba las heridas de los combatientes de los dos ejércitos; y poste- riormente, durante la guerra del Paraguay, orga- nizó sus hospitales de sangre, según un plan acre- ditado por la ciencia y la experiencia, prestando voluntariamente sus servicios profesionales a los soldados en Uruguayana, en Corrientes y en la capital de la República, sEl generalísimo de los ejércitos aliados, le di- rigió en 1865, una carta, en que decía :--' ' Cuan- do el ejército argentino haga batir medallas en se- ñal de gratitud y en honor de su cuerpo médico, que en tan corto númei-o ha 's-ido su providencia en esta campaña, el nombre de Vd. figurará entre los facultativos que mejor lo han servido ; y para ma- yor gloria, como no son muchos esos nombres, to- dos ellos podrán ser grabados en letras bien cla- ras en el círculo de una pequeña medalla". Murió como mártir al pie de la bandera de la caridad en medio del flagelo de la fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1871, cumpliendo con valentía y abnegación su deber de hombre y de médico. En memoria de este sacrificio generoso en pro de la humanidad doliente, la municipali- dad mandó grabar su nombre en el monumento conmemorativo de los médicos que sucumbieron en su puesto luchando contra la epidemia, y a la vez la facultad de medicina hizo colocar su retra- to en el salón de grados en memoria de sus ser- vicios , Pero éstos, no son sino los lincamientos genera- APÉNDICE 267 les en la vida ele un hombre bueno y ' útil, que cumplió con su deber movido por el impulso mo- ral que llevaba en sí, y que sólo incidentemente incorporó su nombre al movimiento general de tres épocas. Dentro de ese marco, se destaca otra figura más grande en su medida, más original, más eficiente en su acción contemporánea y pos- tuma, que representa un cúmulo de trabajos ini- ciales, de conocimientos y nociones nuevas, que lia legado a su posteridad como herencia. El Dr. Muñiz fué además de todo eso, un hom- bre de ciencia en di vasto campo de exploración de lo desconocido, que suministró contingente nue- vo al tesoro de los conocimientos humanos: fué el iniciador, el precursor de los estudios paleon- tológicos en el suelo argentino. El fué el primero, que precediendo a Darwin, quien le honró con sus comunicaciones después, empezó a excavar el te- rreno cuaternario de la paniipa, descubriendo en él los tipos extraordinarios de seres extintos que acompañaron la aparición del hombre en e'l pla- neta, y completaban el pian de la Creación desde sus orígienes, no solo por la casualidad ciega, sino guiado por un espíritu crítico y un genio obser- vador, de que todos sus estudios llevan el sello. Como todos los precursores que estudian sobre lo hechos, buscando y d-escubriendo la verda/d, como lo había hecho su gran predecesor Azara en sus formas priimitivas, él fué onaestro de si mis- mo, inventando sus métodos de investigación y clasificación, para lo cual estudiaba en el gran libro de la naturaleza, cuyos documentos origina- les leía e interpretaba idirectamente, desenterrán- dolos. Guiado por ese instinto, formó la primera y más rica colección paleontológica de'l suelo ar- 268 A tendí CE gentino hasta entomces conocida, y puede decirse que él es el descubridor del caballo fósil argen- tino, pues determinó cou la pen'etración de Cuvier su estructura y sus costumbres, imponiendo su solución a los grandes sabios del mundo, que en un principio dudaron de la exactitud 'de. su inter- pretación; y merecería llevar el nombre que él le dio, el muñiz-féli. -^ servidor y amigo. N DICE Págs. Francisco Javier Muñiz 4 Introducción por Domingo F. Sarmiento ... 7 Vida y escritos de Francisco J. Muñiz. ... 16 ESCRITOS científicos i — 'Apuntes topográficos Texto de Francisco J. Muñiz. Apuntes topográficos del territorio y adyacencias del Departamento del Centro de la Provincia de Buenos Aires, con algunas referencias a los de- más de su campaña . ' 33 Calidad de las aguas . 34 Composición del suelo, secas 40 Terreno fosilífero 45 Atmósfera 54 Enfermedades externas 63 Enfermedades internas 64 II — La vacuna indígena de D. F. Sarmiento 69 de Francisco J. Miciliz a la Real leriana de Londres 73 "* . anterior comunicación .... 80 ns lll-^EI Ñandú o Avestruz Americano Págs. Covirnturio de ^Domingo l'\ Harvüento . Texto de Francisco J. Muñiz. El ñandú, churí o avestruz americano . Exterioridad de la especie Paralelo entre el ñandú y el avestruz africano excelencia de aquél en velocidad y fortaleza Alimentación del ñandú. Peculiaridades de su siS' tema digestivo Generación. Proceso inoubatlvo. Saca y cría. Ene- migos de la especie. Sagacidad del padre y sus recursos en protección de la prole Antecedentes de una caniipería en las pampas de Buenos Aires. Libertad y posibilidad de cual quiera para emprenderla. Provisiones. Únicos medios de ejecución: el caballo y las bolas. Su manejo. Cerco y mal juego en él. Estratagemas e instinto del ñandú para eludir el peligro. Me- dios naturales con que lo consiaue. Perros ca- zadores Naturaleza de la carne del ñandú. Su salubri- dad- Distintas .preparaciones que recibe, y las que dan a los huevos. Conducción de éstos a ia distancia. Plumas. Toldos o reparos contra la intemperie Domesticidad del ñandú. Modo de conducirlo. iSu ineptitud para el vuelo. Su facultad nata- toria. Su voz. Aprensiones d,s.J,e*s^auchos" al campo desierto- C_^ ..'... ...^ ;,'\y— La> -V^ca^_^¿at*^'Í^T^'^en ) biC7l Comenta )%. Ué^I>\F. slrp .cr, Cilio/ IJíft-win y Muñiz. Adaptaci'Sa del ganado %ji,iropet). a la vida sal- vaje durante lü' epo(lá' ¡bblónial. Problemas de nueva gaíttdería'^'firgeutijia. ^ Sustitución de razas . . • \C--..>;,/ ■.:^' I¿ .... Comentario de D. F. isnif, Argentina 83 104 107 124 131 133 IGli 190 201 BINDING SECT. DEC 6 1982 PLEASE DO NOT REMOVE CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET UNIVERSITY OF TORONJO LIBRARY Q Muniz, Francisco Javier 171 Escritos cientificos M9 P&A Sci. fe§