ESTUDIO BIOGRÁFICO
SOBRE
Fray CAYETANO JOSÉ RODRIGÜEZ
Recopilacioii de sus prodycciooes literarias
POR
Fray PACIFICO OTERO
O. F. M.
PRECEDIDO DE UN JUICIO CRÍTICO
DE
Don ALBERTO DEL SOLAR
CORDOBA
Establecimiento tipográfico La Velocidad, de F. Domenici
Calle 24 de Setiembre, N». 14
1899
MAY 8 1984
Permitimos su impresión.
Fr. zenón bustos
Ministro Provincial.
JUICIO CRÍTICO
Un joven religioso, amante de la virtud y del saber, discreto in- vestigador de documentos históricos, literato por tendencia, orador por temperamento y poeta á sus horas — el R. P. Fray Pacifico Otero, cuya vibrante voz ha resonado ya más de una vez dentro de las na- ves del templo de su Orden, repercutiendo simpática en el oído y en el corazón de sus oyentes — me distingue hoy con el encargo, para mí muy honroso, de presentar al público lector el primer libro que de su pluma sale á luz, no en busca de alabanzas complacientes, sino del puesto á que puede hacerse legítimamente acreedor, en las bibliotecas de los hombres de estudio, cuyo propósito primordial es robustecer el bagaje de información útil y provechosa que poseen.
He aceptado el encargo con placer, no solo por quien lo hace, sino, también, por el motivo que me da oi;asión de desempeñarlo. Una obra tendente á completar los pocos datos que se conocían en América sobre la vida y escritos del ilustre y virtuoso patriota Fray Cayetano Rodríguez, tiene que ser profundamente interesante. Añádase á esto la investidura del autor, el medio y la época en que se desenvuelve la acción de su héroe, la índole de la obra — noble y elevada, docta y justiciera — y se tendrá motivo más que suficiente para seducir á cualquier escritor aficionado al cultivo del noble género literario á que pertenece el libro cuyos méritos me propongo analizar.
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A semejanza de esos cronistas de espada, que en medio de los deberes de su profesión se dan tregua para escudriñar los registros y oficinas militares, con el propósito de escribir la historia de los gran- des guerreros de la patria, ha habido también en todos los tiempos escritores de hábito sacerdotal dedicados á revolver los archivos, casi
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siempre preciosos, de las Curias y Conventos, para buscar entre el polvo de los estantes — donde duermen, carcomidos por los años, venerables in folios y manuscritos seculares — el dato ó referoncia útil á la biografía del ilustre varón cuyos méritos se proponían en- salzar. Así escribió el jesuíta Rivadeneira las vidas de San Ignacio de Loyola, del padre Salmerón y del Reverendo Diego Lainez; así escribió Fray Luis de Granada la del maestro Juan de Avila y la del Padre Bartolomé de los Mártires, santo Obispo de Braga; así escribió por fin, Fi-ay Gaspar Hernández la de San Francisco de Borja, y así escribieron sucesivamente el Padi-e Nieremberg, el Padre Vásquez, el Padre Prat y tantos otros.
Fray Pacifico Otero ha seguido, pues, á su turno, una senda tra- zada por nobilísimos predecesores. Y á fé que la tarea le resulta do- blemente meritoria, pues no se trata tan solo en esta ocasión de aquilatar la sabiduría y las virtudes de un religioso de su misma or- den, que también es el coso de poner en evidencia los merecimientos de un patriota insigne — hombre de acción al par que de pensamiento; agi- tador y propagandista; filósofo y poeta, cuya personalidad se destaca en primera fila en la historia revolucionaria de esta parte de la América.
El Reverendo Padre Otero logra interesar desde el comienzo de su simpático libro; desde que empieza á narrarnos la infancia de Fray Cayetano Rodríguez, su ingreso á la orden franciscana, los pri- meros años de claustro del ilustre religioso, cuya piedad y buen ejem- plo nos encomia en forma y modo que se transparenta el alma mis- ma de quien las describe. El lenguaje del apologista, como si lo inspirara el propio espíritu do su héroe, halla acentos de fervoroso
entusiasmo para ensalzar aquellas excelsas virtudes
Muéstranos, en seguida, al virtuoso maestro de la Universidad de Córdoba, dictando las cátedras de Filosofía y de Teología, según el concepto propio que él tenía formado de la enseñanza de tales estudios.
La experiencia superior de Fray Cayetano combate, en esa ense- ñanza, el obscurantismo — tomando esta expresión en su sentido más elevado; combate lo supéríluo. Su clara visión del porvenir de la patria, le hace comprender la necesidad de trabajar con provecho positivo para el alumno que muy pronto será ciudadano. La elo- cuencia persuasiva de su palabra subyuga á cuantos le rodean. En la cátedra sagrada vibra, á la vez, su voz.
El Padre Otero ha sabido seleccionar con discernimiento revola- dor de un espíritu critico muy seguro, algunos trozos que e\ádencian el mérito de los sermones del ilustre franciscano.
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Le pinta, después, dentro del chiiistio, en ol silencio y recogi- miento de la celda, por cuyas altas y estrechas ventanas asoma poco á poco un rayo del Sol do la libertad, que extendiéndose y ensan- chándose míis y miis, concluye por posarse sobro la cabeza del abs- traído monje, cuya frente ilumina, aureolándola dulcemente. El calor de ese rayo penetra, por fin, en el cerebro del pensador, lo ins- pira y jo enarcede. Y entonces óyesele exclamar en un arranque de exaltación patriótica: ¡Que hayamos nacido en un suelo en el que el genio pierde su vigor! ¡Es preciso formar hombres! es preciso formar hombrea!
Moreno, y otros como él, brotaron de eso rayo de luz.
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El poeta ha sido en seguida estudiado con interés. En la época embrionaria de nuestra literatura, cuando el cultivo del pensamiento no solo no era fomentado sino combatido en la América oprimida, cuando la mayor de las bibliotecas conventuales contaba apenas con irnos mil volúmenes — de los cuales, según los historiadores más con- cienzudos, novecientos ochenta, por lo menos, versaban sobre moral religiosa y filosofía escolástica, no habiendo de literatura, propia- mente dicha, sino, por acaso, algún Séneca, algún Josefo, algún De Officiis de Cicerón, y tal cual rancio poetastro de la Península — no era posible aspirar al modelo que hubiera dado ocasión á que se pro- dujera la obra de arte, verdaderamente tal.
El género predilecto do Juvenal y de Luciano fué el que culti- varon con mayor éxito los poetas de aquel fin y aquel principio de siglo, con la circunstancia muy curiosa de que casi todas las compo- siciones burlescas publicadas por entonces en éste y el otro lado de los Andes, resultaban ser obras de miembros de las órdenes monásti- cas más respetables (1). El padre López, de la de Santo Domingo, y el padre Escudero de la de San Francisco, en Chile; Fray Cayetano Rodríguez, en el Río de la Plata, son los representantes más genuinos de dicho género de poesía entre sus contemporáneos; si bien aquellos dos religiosos precedieron á éste en la labor.
Pero el picaresco autor de <iEl Sueño de Eulalia contado á Floras» — ingeniosa travesura literaria con alcances de sátira política, muy celebrada en su tiempo, según nos lo narra el Padre Otero, sobre todo cuando la declamaba en los estrados y tertulias revolucionarias el célebre comilón Don José Tartaz — dió á la estampa otras obras poéticas de índole más elevada. Suyas son un buen número de can- il) José Toribio Medina. Historia de la Literatxira Colonial.
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ciones patrióticas de más alta entonación lírica; rivales por su mérito (le las de su cofrade y antecesor mejicano Fray Manuel Navarrete, aunque destinadas, por lo común, las primeras, casi exclusivamente, k retemplar el espíritu de los revolucionarios de su tiempo, quienes se las arrebataban para leerlas y recitarlas. De esa índole son las que llevan por título Oda á San Martín, Himno á la Patria, A Chacahtico, El Paso de los Andes y otras que el paciente recopilador salva en hora oportuna del olvido.
Con ocasión de tan interesante capítulo, publica el P. Otero trozos de una muy discreta carta dirigida por Fray Cayetano & su Intimo amigo el Doctor Molina. En dicha epístola — que es toda una enseiianzn para los incautos que dan en la flor de quemar incienso al pié del altar de ciertos ídolos de reputación y auge pasajeros, sin darse cuenta de que habrk de perjudicarles mañana lo que ayer les favoreció — se lamenta el desengañado vate de haber caído por vez primera en tal debilidad. «¡Nunca hagas laudatorias — cloncluye di- ciéndole á su amigo — nunca las hagas á sugetos particulares: el que hoy es santo mañana es diablo, y queda uno en descubierto!»
Después del juicio sobre el jioeta viene el juicio sobre el patrio- ta, el político revolucionario.
Son éstas, páginas que revelan no solo una labor seria y medita- da, sino también la discreción y el tino de quien las escribe. Hasta acjuí nos había dejado ver el apologista á su héroe tan solo al través de las rejas del claustro, en lo que trascendía de su vida íntima de religioso. En adelante nos lo exhibirá en el escenario público; nos hará leer sus cartas, rebosantes de entusiasmo cívico, de sabiduría y de consejo; seleccionará escrupulosamente aquellas circunstancias que tiendan á probar que el ilustre franciscano tenía repartida su al- ma entre tres sublimes amores: Dios, la Patria y el Libro. Anécdo- tas de su vida, palabras recogiilas al acaso, citas oportunas de escri- tores— todo está explotado con acierto y coordinado en homogéneo conjunto.
Fray Cayetano — como su homónimo Simón Rodríguez, el maes- tro de Bolívar — tuvo también la visión clara de sus deberes para con la patria. En la cumbre de un monte el uno, á la sombra de un árbol el otro— árbol al cual, por lo tupido de sus ramas y la profu- sión de sus flores se le dio el nombre de Arbol de la Libertad — medi- taron ambos en compañía de sus discípulos sobre la grandeza de los destinos futuros de la nacionalidad común.
Los hábitos sacerdotales que vestía Rodríguez, no eran obstá-
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culo para hacerle abrazar d« lleno la causa revolucionaria. Con elo- cuencia y argunnentación feliz — considerada esta última desde el pun- to de vista de los principios profesados — concilla su inteligente biógrafo la actuación profana y ardorosa del político, con el ejercicio del sagrado ministerio del saeerdote y la rigidez del claustro. «La Revolución Americana — dice á este respecto el R. P. Pacífico — no fué la revolución francesa. La una surgió del grito sofocado de la libertad, que lanzaban la Religión y la justicia: la otra fué el fruto de perni- cioso filosofismo. La una la mandaban generales que invocaban á Dios antes y después de las batallas: la otra renegó la Religión, sem- bró por todas partes el terror, y con la sangre de más de un inocente regó los cadalsos inmoladores de sacerdotes y victimarios de reyes. No es extraño, pues, que junto al soldado armado de la espada, es- tuviera el sacerdote armado de la cruz».
Y á la verdad que el traje talar no impidió, tampoco, jamás, en parte alguna del mundo, y muy especialmente en nuestra América, el fervor patriótico. Ejemplares sin número de clérigos propagandistas y monjes soldados podrían citarse en apoyo de esta aseveración: desde el cura mejicano Hidalgo, caudillo famoso, que al frente de las muche- dumbres armadas, y llevando como insignia de guerra una imagen de Guadalupe fijada al extremo de una pica, se lanzó ardoroso á la pelea, hasta el chileno Camilo Henríquez, fundador de periódicos y secretario ilustre de la Convención de 1822; desde Fray Antonio Bau- za, capellán del Ejército Libertador, y el padre Beltrán, ingeniero zapa- dor del mismo, hasta el padre Valentín Gómez, que, sable en mano, asistió á la batalla de las Piedras, mereciendo por su conducta ser citado en el parte oficial. Y, como ellos. Fray Mariano José Arce, del convento de San Pedro de Lima, célebre por haber seducido al batallón Numancia y hécholo abrazar la causa de la revolución, con motivo de lo cual pudo decir de él el Protector «que había dado un día de gloria al continente»; el franciscano Bazabucliiascúa, pa- triota chileno del año 1813; el mercedario Antonio de los Heros y hasta el mismo Aldao, que en hora triste ahogára en impiedad y en sangre estéril sus sagrados votos!
Fray Cayetano Rodríguez no convirtió, como alguno de ellos, su brazo en fuerza que ejecuta, sino en fuerza que dirige. Esgrimió la pluma y llegó á ser no solo miembro conspicuo de la Asamblea Ge- neral Constituyente sino redactor de sus sesiones. Otros escritos su- yos vieron la luz en la misma época. El autor de este estudio los da á conocer suscintamente, ilustrándolos por lo general con algún comentario propio, oportuno y eficiente.
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La redacción del acta de la Independencia Argentina marca el cénit en la actuación política de Fray Cayetano Rodi-iguez. El ocaso se aproxima. Sentimos al través de las páginas del libro las ansie- dades patrióticas que afligieron el espíritu de su héroe durante el pe- ríodo de turbulencia anárquica que siguió á la disolución del Congre- so. Se reproducen en este punto de la obra algunas cartas por medio de las cuales el virtuoso patriota de la independencia fustiga con frases duras y enérgicas — que ponen de relieve la originalidad de su estilo — álos que considera culpables de tal estado de cosas. Hay algo de la indignación bíblica ante los mei'caderes profanadores del templo en esa fustigación aii-ada! «¡Mi alma está negra como un carbón — exclama Fray C, Rodríguez — y maldigo como Job el mo- mento en que vine al mundo para ver tanta ignominia!»
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Luego entra á actuar el sacerdote defensor de su credo religioso y de los derechos amenazados por la Reforma. El autor del libro echa mano, en este capitulo, de sus mejores recursos de historiador y discípulo de San Francisco, para ensalzar la obra de F'ray Cayetano en tal ocasión. Narra los ataques de que éste fué víctima y pone de manifiesto la entereza, el brío con que paró y devolvió los golpes que se le dirigían. El Oficial de Día era la tribuna desde la cual el adalid católico se batía con sus enemigos, atrincherados, por su par- te, tras de las temibles torres de El Centinela. Es interesante la his- toria de esta lucha periodística que tuvo su auge en el momento de la incorporación del Padre Castañeda á las filas de su cofrade. Los rasgos más salientes de este otro batallador de la pluma, están tra- zados con mano diestra. Hay vigor y sobriedad de toque en el vUbujo.
Todo lo cual da ocasión al joven y ya distinguido escritor para in- vestigar por su cuenta las causas de la Reforma Eclesiástica en Bue- nos Aires, recordar á sus hombres y hacer su historia. Realiza este plán, fundando en breves argumentos su opinión, tendente á negar autoridad á un poder que reputa «ajeno de jurisdicción en la mate- ria». Desde sus puntos de vista, no podía el doctrinario ferviente discurrir de otro modo. Hay lógica, pues: hay consecuencia, hay honradez y hay unidad de espíritu en la actitud absoluta y decidida que asume en eata parte de su obra.
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Un libro sano, en suma; noble y saludable por la tendencia, co-
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mo lo he dicho ya: libro de justicia, y, en mucha parto, de póstuma reivindicación de merecimientos ante la posteridad que opina sobre los hombres por el juicio que de ellos emite la historia; obra de doctrina y de fé, míis que de discusión y de análisis; de información expositiva y metódica, más que de demostración sintética ó razona- da. iUn rayo de luz que iluminará desde hoy en lo futuro, con sua- ve y perdurable resplandor, el busto del ilustre franciscano, manto- nido hasta ayer en la penunbra!
Los diversos documentos de que se ha valido el autor para es- cribir su apología, son de fuente pura y están utilizados con rigor y discernimiento. El libro, como ha podido juzgarse, presenta un cua- dro completo de la vida de Fray Cayetano José Rodríguez. La na- rración de los hechos no está cortada con inoportunas 6 inútiles dis- gresioncs: hay sobriedad en el lenguaje, correcto y fácil; inspirado, muy amenudo; elegante casi siempre; sin rebuscamientos ni énfasis; lo cual contribuye á que el libro se lea con agrado, sin fatiga alguna desde el principio hasta el fin. Tiene páginas elocuentes en las cua- les el tono del panegirista se eleva y ennoblece; pero sin llegar jamás á esos desordenados arrebatos ditirámbicos que suelen abundar en la mayor parte de los escritos apologéticos de la índole del que analizo.
Leed, pues, este libro. Hallaréis en él deleite á la par que enseñanza, y un hermoso ejemplo que imitar, ejemplo de todas las virtudes del entendimiento y del corazón puestas al servicio del bien espiritual y de la gran causa de la libertad común denti-o de ese mismo bien!
Las palabras con que el R. P. Otero concluye su epílogo, podrían servir de preciosa leyenda al pedestal de la estátua del Padre Rodrí- guez. Dicen así:
«Vivió como los buenos, y al desaparecer del escenario de la vida, la patria lloró su ausencia y la religión bendijo su memoria».
Buenos Aires, 28 de Julio de 1899.
ALBERTO DEL SOLAR
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PRÓLOGO
Con la publicación del presente libro creemos llenar un vacío en las páginas de nuestra historia nacional.
No se podrá completar el estudio de la emancipación argentina sin estudiar los hombres en cuyo cerebro germinó la idea redentora; y abrigamos la convicción profunda de que Fray Cayetano José Ro- dríguez con sus principios saludables fué uno de los actores más efi- cientes en el movimiento revolucionario de Mayo de 1810.
Los últimos doce años de su preciosa existencia consagrólos por entero al ejercicio constante de las virtudes cívicas, y en sus actos públicos corno en sus acciones privadas, el ideal del engrandecimien- to patrio fué el ideal de su preocupación y el motivo de sus plegarias.
Pocos sacerdotes habrá, entre los muchos que secundaron la lu- cha emancipadora en América, que hayan contado con un caudal de conocimientos tan rico y tan variado como el suyo, y ninguno que le supere en la sinceridad de sus intenciones y en la pureza de sus anhelos.
En medio de tantas y tan ardientes pasiones, como el estallido de la Revolución encendiera entre nosotros, jamás se notó un desbor- de en su patriotismo ni el más mínimo desliz en sus sentimientos republicanos.
Seria, pues, una ingratitud incalificable no exhumar del olvido tan ilustre personalidad y dejar de presentarlo á la admiración de sus compatriotas con todo el esplendor de su grandeza cívica.
A este fin tiende el estudio biográfico que se registra en este libro, y que por vez primera — salvo algunas modificaciones de deta- lle— viera la luz pública en las páginas de la Revista hacional. (1)
Para escribirlo hemos consultado con escrupulosidad todas aque- llas fuentes que podían servirnos de ilustración en la materia; y por
(1) Desde la entrega del mea de Noviembre del 97 á la entrega de Noviembre del 98 inclualve.
más de una vez, con gran sentimiento, hemos tenido qne lamentar la incuria do sus contemporáneos para con las producciones de su genio y los documentos de su vida.
A él adjuntamos algunas de sus composiciones poéticas, selec- cionadas de entre las varias que hemos encontrado en nuestras consultas á los archivos y bibliotecas; tres piezas oratorias de indis- cutible mérito, y sus cartas históricas al obispo Molina sobre los principales acontecimientos que se desarrollaron durante el periodo transcurrido desde la Asamblea electoral del año doce hasta las luchas anárquicas del año veinte.
No será esto, por cierto, lo único que haya producido su talento fecundo y su imaginación ardiente, cuando fueron tantas las circuns- tancias que ofrecieron á su ilustración ancho campo donde desarro- llarse y expandirse; pero es lo único que, poj- suerte, ha resistido á la vorágine destructora que durante largos años de luchas fratricidas, obligó á nuestros mejores talentos á trocar la pluma por la espada y el silencio do los gabinetes por el vivac de los campamentos.
Quede, pues, este libro que hoy presentamos al público, como la primera piedra que servirá de base á la reconstrucción histórica de tantas personalidades ilustres que anhelamos cuanto antes bosque- jar, siquiera sea en sus cualidades más salientes, y que hermanadas con la de Fray Cayetano Rodríguez por la comunión de ideas y sen- timientos, saludaron, con todo el entusiasmo de sus corazones gene- rosos, la aurora de la libertad en la América.
Fray PACÍFICO OTERO. Convento de San Franciacc— Bnenoa Aires, 25 de Mayo de 1899.
CAPÍTULO I
Proemio. — La villa de San Pedro.— Su origen. — Sus fundadores. — La cultura intelectual á fin del siglo décimo octavo. — La familia Ro- dríguez.— El joven Cayetano. — Su ingreso á la orden franciscana. - Los primeros años de claustro. — Su ordenación sacerdotal.— Celo en el de-sempeño de su ministerio.— Nuestro propósito.
Me propongo estudiar la vida de este distinguido religioso, «que envuelto en las primeras corrientes del movimiento de Mayo, dió á su pais el contingente de sus luces y el entusiasmo de sus nobles aspira- ciones», dejando, al desaparecer de entre los vivos, estela luminosa de su labor fecunda é imperecedera memoria de su hermoso talento.
Amante de su patria, hasta rendirle culto, entreabrió su cerebro para dar salida al torrente de purísimos ideales con que se sintió ins- pirado, cuando, tras la sombra del coloniaje, vió surgir la aurora de la libertad americana, tantas veces anhelada por su alma y anuncia- da por sus labios con la certera clarovidencia de un profeta.
Cultivador del arte y amigo de las musas, remontóse con su ingenio k la estancia donde moran las deidades del Parnaso, para cantar desde las faldas de la celebrada montaña, al compás de su lira, los triunfos de los patriotas, alcanzados entre el humo y los fra- gores del combato.
Espíritu devoto, su corazón fué un templo donde el Dios de la gloria descendiera para deri'amar el maná de su cariño celeste, á fin de dignificarlo después con el premio eternal de las alturas.
Ciertamente que la vida de este personaje americano merecería ser escrita por un artista de la palabra y de la idea, pues encuéntrase en ella al sacerdote con la aureola de la santidad, y al ciudadano con el nimbo de la virtud, actuando en medio de una lucha de rege- neración y de progreso, siendo uno de los campeones más decididos
de la sublime inspiración que arrastró á las fatigas de la lid á los pati-icios del X! Empero, no presentándose hasta hoy quien asuma tarea semejante, y deseoso de que la acción de fray Cayetano sea bien conocida de la posteridad, delinearé siquiera aquellos rasgos más salientes de su fisonomía moral, que lo han hecho de simpático renombre en nuestra historia.
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A la altura de ciento setenta y cinco kilómetros hacia el norte de esta capital federal, frente al vértice del triángulo isósceles, que es la configuración topográfica del delta del Paraná, y sobre la margen derecha de aquel rio magestuoso, se levanta una población de origen colonial, denominada «Rincón de San Pedro», acaso por contribuir á llamarla tal, su misma posición geogr>fica, y por haber sido San Pe- dro Regalado el titular del primero y único convento de religiosos franciscanos que se estableciera en dicho pueblo.
Investigando la época de su fundación, las circunstancias que la motivaron, como igualmente quiénes fueron sus verdaderos fundado- res, vemos, según los documentos consultados, que data aquélla des- de mediados del siglo diez y ocho, pues el franciscano Fr. Juan Noble Carrillo, en un sermón que sobre la Virgen del Socorro predicara en el convento de la Recolección de San Pedro el año 1811, y que ma- nuscrito se conserva en el archivo de nuestro cronista de Provincia, haciendo referencia á la tundación del pueblo, dice asi: «Casi todos sabéis que este rincón de San Pedro era, 62 años antes, un campo desierto, y que el Dr. D. Francisco Goycoechea, cura del Baradero, suplicó al Sr. Fernando Sexto quo diese permiso para fundar aquí ese convento, cuyos religiosos, al par que lograran servir á Dios en toda soledad y silencio, aprovechasen á los fieles que vivían esparci- dos por el Salto, Arrecifes, Rojas, Pergamino y las Hermanas (1). Concediólo el monarca, y el año 1750 se dió principio á la fundación (2). Con tal motivo y al abrigo del convento se fué estableciendo aqui uno ú otro pobre, y comenzó á formarse esto pueblo».
De donde podemos deducir — primero: que su fundación data des- de la misma época de la del convento, es decir, desde 1750— segun- do: que las circunstancias que mediaron para que este pueblo se for-
mase, fueron en fundarse en llanuras tan desoladas, un templo, donde el creyente pudiera rendir homenaje á su Dios, y un hospicio de evangélica pobreza que albergase en su recinto al apóstol abnegado de la fé, y tercero — que si el Dr. Goycoochea aparece como promotor de la fundación del convento franciscano, su participación en la del pueblo es meramente remota, debiendo asignarse como genuinos fun- dadores, á los humildes hijos del Serafin de Asís, que sacrificaron los mejores dias de su existencia para convertir á ley de Cristo á milla- res de salvajes exparcidos en tribus numerosas por las pampas ar- gentinas, recibiendo más tarde, como premio á su heroica virtud y sacrificios, la proscripción de la reforma
Ya están, pues, arrojados los fundamentos de un humilde pueblo que crece y se desarrolla paulatinamente, agrupado junto á los mu- ros de un convento de donde naco la luz que lo ilumina, y la voz del pastor que lo conduce. Por eso es que, cuando la palabra convenci- da de Belgrano se lamentaba con acento lastimero, en aquella céle- bre memoria leída en la sesión que celebró la junta de gobierno el 15 de Junio de 1796, diciendo textualmente (y en esto aludía al abandono en que se encontraban los habitantes de la campaña); «Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan á la edad de la pubertad sin haberse ejercitado en otra cosa que en la ociosidad, deben ser atendidas hasta el último punto» (3), ya en San Pedro, felizmenté, los religiosos franciscanos tenían establecidas au- las modestas, donde el niño aprendía los rudimentos del saber y las obligaciones que en la vida práctica del hombre los ligarían con Dios y con la sociedad.
Este es el primer establecimiento de educación que aparece en el pueblo de San Pedro, durante el largo período de su existencia colonial, juntamente con una cátedra de latín y de retórica, creada en el mismo convento por disposición definitorial el año de 1805, y que siguió funcionando hasta que en 1822 se hizo efectiva la ley ge- neral de la reforma (4).
Luego por otra ley de 27 de Febrero de 1823, el gobierno qu*^ integraba el señor Rivadavia decretó que el convento de San Pedro quedase destinado á hospicio de educación, para instruir en las pri- meras letras á los niños de los pueblos y territorios de la campaña. ¡Como si los que hasta entonces habían sido sus pacíficos moradores.
no hubiesen cumplido con la sagrada misión del operario evangélico, encargado de difundir entre sus pobladores los sanos principios de la civilización y del orden!
Me he detenido en los antecedentes sobre el origen de la villa de San Pedro y su cultura intelectual en la época del coloniaje, por- que al estudiar la vida de un hombre, cumple también revistar el teatro donde actuó en los primeros años de su adolescencia, máxime cuando con dicho examen se pueden aclarar en parte, dificultades que por falta de documentos fehacientes, aun no es posible resolver completamente.
Entrando ahora á investigar quienes fueron los antecesores de nuestro protagonista, consta, según el libro de Recepciones de Novi- cios, que ellos fueron D. Antonio Rodríguez, andaluz, natural del puerto de Santa María y D*. Rafaela Suárez, hija de Buenos Aires.
El padre fray José Parras, en el Diario de sus viajes, cuando, de paso por Santa Fé en Noviembre de 1749 (5), se detuvo en el pueblo de San Pedro, hace mención de haber morado por el espacio de vein- te días en la estancia de D. Antonio Rodríguez, distante cuatro le- guas del convento, y en la cual había todas las providencias necesa- rias para vivir cómodamente y una capilla donde celebrar la santa misa.
La circunstancia, pues, de tener el referido el mismo nombre y apellido que el primero, y de estar ambos adornados con las mis- mas prendas de moralidad, hacen presumir con visos de certidumbre, que no sean dos individuos distintos sino uno, y éste el padre de fray Cayetano J. Rodríguez.
La fecha así como el motivo (juc los impulsó íi radicarse en di- cho paraje, nos son desconocidos, apesar de nuestras prolija» inves- tigaciones al respecto.
En eso pueblo se encontraban los referidos padres cuando en el año 1701 tuvieron como fruto de su unión al niño Cayetano^ que alentado con el ejemplo de los autores do su vida, era en el seno de los suyos un dechado de rehgiosidad y de prudencia. «En aquella edad — dice el panegirista de sus pompas fúnebres — en que el corazón del joven es un azogue que no puede fijarse y es capaz de vender
por nn confite su primogenitura, ya penetra Rodríguez en el santua- rio del Infinito y del Eterno; huye de las conversaciones que corrom- pen, de lap diversiones que distraen. La asistencia al templo y ejer- cicios de piedad son la diversión que dilata su espíritu» (6).
Así describe la conducta observada por el joven Rodríguez en sus primeros años, el famoso maestro de la elocuencia americana. Lástima grande que no hayan llegado hastfl. nosotros aquellas noti- cias que nos podían dar á conocer las múltiples alternativas por que atravesó antes de abandonar el mundo, para ocultarse en el claustro. A esto debemos agregar la ignorancia de la instrucción primaria que recibió en los días de la pubertad. Sin embargo, el nacer en un lugar sin otro centro de ilustración que pudiera cultivar el cam- po del entendimiento, que el convento franciscano de la Recolec- ción de San Pedro, como ya queda demostrado, permite congeturar que á él dirigiera sus pasos en los días de su niñez, á fin de iniciarse en la carrera de las letras, el quo más tarde seria orgullo de la lite- ratura nacional (7).
Igualmente ignoramos la fecha en que bajó á la capital del Vi- rreinato, para ingresar en la orden franciscana; solo sabemos que el día 12 de Enero de 1777, á la edad de diez y seis años, en la referida capital tomó el hábito de novicio de manos del padre predicador general, fray Antonio Oliben, por delegación del presidente del con- vento, fray Nicolás Palacios, y que su profesión religiosa efectuóla el dia 13 de Enero de 1778 en manos del R. P. Lector de Vísperas, fray Gregorio González, comisionado al efecto por el guardián del con- vento, fray José Tomás Ramírez.
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En esa época, en que alejado del mundo y libre de los negocios temporalea, había cultivado con esmero su inteligencia, nutriendo su corazón con la frecuente lectura de un libro inspirado (8), en cuyas páginas el alma candorosa del seráfico Dr. San Buenaventura trazó el plan de vida que deben seguir los moradores del claustro — las dotes excepcionales de su talento le granjearon la estimación de sus prelados y maestros, é hicieron que pisara las gradas del altar antes de cumplir la edad prefijada por los cánones, siendo ordenado sacer- dote á los 22 años y meses, por S. S. Iltma. el Dr. D. José Antonio
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de San Alberto, aquel famoso obispo de la ciudad de Córdoba, más tarde arzobispo de la Plata.
Desde entonces cambia por completo el escenario en que actúa. Mini.stro de Jesucristo, tiene delante de si á su grey, encomendada al celo y vigilancia de dirigentes pastores y fervorosos caudillos.
Caldcado por ese fuego sacro que hace de los hombres, márti- res, el R. Rodríguez, como abnegado apóstol de la causa cristiana, desprendido de todo personal interés ó indiVidu.ü conveniencia, se dedica con plena conciencia de la misión que gravita sobre si, al me- jor cumplimiento de sus oficios diversos.
Por el espacio de veinte años' fué director espiritual de las mon- jas Catalinas y Clarisas, y por el de un lustro también soportó sobre sus hombros el peso de la Santa Casa de Ejercicios, cargo que, para su perfecto cumplimiento, reclamaba contracción asidua al confeso- nario, tarea de prácticas espirituales diarias^ y caritativa atención á multitud de consultas, acaso muchas veces importunas: pero jamás alteraron en lo mínimo la dulzura de su alma angelical.
Nunca se le encontraba ocioso, sino cu ol templo, orando, ó ilus- trando sus dotes intelectuales en la consulta de los inspirados libro.s, ó bien amparando al moribundo en el supremo instante de la parti- da. ((i.\h! — solía decir — qué cuenta nos espera en no sacrificarnos á la asistencia de los enfermos! ¡Cuántas veces una amorosa recon- vención saca lágrimas de dolor de los mismos ojos á quienes la pa- sión había hecho derramar lágrimas delincuentes!!» (9).
Conciencias atribuladas por la magnitud de sus errores, fueron en variadas circunstancias á buscar en este ilustrado consejero del espíritu, el remedio de sus males y la consolación de sus pesares!
Por esos dias, escribe una galana pluma argentina, los hombres del país tenian menos confianza que hoy en los consejos de su pro- pia conciencia, y de aquí provenía la importancia del sacerdote en aquella época. Él era á la vez, médico del alma y abogado en los negocios temporales, y sin poseer nada, disponía de la fortuna de todo el mundo (10).
Palabras que, además de textificar el predominio moral ejercido por el sacerdocio en la conciencia de los individuos, ponen de relieve el poderoso ascendiente que el P. Rodríguez había adquirido por sus benéficos consejos y oportunas amonestaciones, sobre aquellos espí- ritus de quienes era su guía.
Pero el que era un religioso ejemplar y un sacerdote eminente, formado, según el espíritu de Cristo, en la humildad, en la abnega-
ción y en el sacrificio, no podía dejar de ser uti fiel y esclarecido ciudadano, como en electo lo fué, poniendo al servicio de la causa más noble, cual era la independencia de su patria, las dotes con que lo adornara el Cielo, para brillar como maestro en la cátedra, como orador en el pulpito y como distinguido polemista en las columnas de la prensa, sin dejar por esto de templar su lira para arrancar á sus vibrantes cuerdas el aplauso de niiestras hazañas.
Con relación á cada una de estas cualidades, nos proponemos estudiarlo en el curso de este ensayo.
Notas del Capítulo I
(1) Según el P. José Parras, las Hermanan era un paraje distan- te de San Pedro, como doce leguas hacia el norte, el cual, junta- mente con San Pedro, la Guardia dol Salto, Arrecifes, Rojas y el Pergamino, estaban comprendidos en el curato del Baradero, dividi- do más tarde por el Ilustrisinio Señor, fray Sebastián Malvar y Pin- to, en cuatro curatos distintos: Baradero, San Pedro, Arrecifes y Per- gamino.
(2) Reza el documento citado que el doctor Goycoechea no cum- plió religiosamente con las promesas hechas á los religiosos y al monarca, de contribuir con diez mil pesos y proveer á la iglesia de retablos y demás enseres necesarios, debido á los cuales el soberano había dado su permiso para la fundación del convento, como se de- duce de la Real Cédula, en la que se lee que concedía la fundación por no seguirse gravamen á los vasallos. Motivo por el cual los re- ligiosos— faltos como estaban por una parte de la prometida y no realizada protección del Dr. Goycoechea, y por otra imposibilitados por el permiso del Rey para solicitar socorros entre el gremio de sus vasallos — se vieron en la precisión, ó de desistir de sus propósitos, ó de mandar al Perú, como efectivamente se hizo, al hermano fray Alonso del Pozo, el cual, debido á la generosidad de un distinguido caballero de la villa de Oruro, logró traer consigo la Virgen del So- corro, que está actualmente en el altar mayor de la iglesia parroquial de San Pedro, infinidad de alhajas y copiosa limosna de plata acuña- da, con la que se pudo llevar adelante la fábrica comenzada.
(3) Mitre. — Historia de Belgrano y de la Independencia Argen- tina.
(4) Para establecer estas afirmaciones hemos consultado los li- bros capitulares de la Provincia franciscana del Rio de la Plata.
(5) Aunque en dicho Diario el P. Parras habla de la existencia del convento franciscano en el Rincón de San Pedro ya en los años de 1749, ello no contradice en nada la fecha que nosotros asignamos á la fundación del convento, que lo es en 17.50. según el testimonio del P. Carrillo. El P. Parras alude, pues, no á la fábrica formal del convento, recién iniciada, sino á los ranchos de paja donde entonces moraban los religiosos. (Revista de la Biblioteca Pública de Buenos Akes, tomo 4°).
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(6) Oración Fúnebre del M. R. P. fray Cayetano José Rodríguez, por el M. R. P. Fr. Pantaleón García.
(7) Como testimenio que favorece nuestra congetura, es de opor- tunidad citar las siguientes palabras del Dr. Juan María Gutiérrez, ol más distinguido admirador de este religioso esclarecido. «Sin duda le llevó al claustro la influencia de su primera educación, que pudo muy bien haber recibido en el convento de la Recolección fran- ciscana que existía por aquel tiempo en el mencionado y pintoresco lugar de nuestra provincia». (Revista del Río de la Plata, tomo 5°).
(8) Spemlum diaciplhue. Refiriéndose el P. García al provecho con que fray Cayetano había leído el mencionado libro.consigna que, «si se hubiera perdido, se encontraría en la conducta de este joven religioso». Oración cit.
(9) Oración citada.
(10) Revista del Río de la Plata, tomo 6°.
CAPÍTULO II
El cultivo de las letras durante el coloniaje. — El P. Rodríguez y el ma- gisterio.— Su amor á la libertad. — Frase profética. — Protección á Moreno. — El apóstol de Mayo discípulo de Fray Cayetano. — Sus producciones oratorias. — El sermón do la Natividad do la Virgen. — El panegírico de los dos Patriarcas. — El Elogio Fúnebre de Bel- grano.— Orador y poeta.
Uno de nuestros publicistas, á quien la patria es deudora de eterna gratitud maternal, dice al escribir la biografía del ilustre Ri- vadavia: «Es un error imaginarse que el pensamiento argentino durmió profundamento y no latió en ninguna de sus arterias, duran- te la sombría existencia de la colonia» (1). Y en verdad que era jus- ta su afirmación, si al dirigir la mirada al tiempo del coloniaje, veia levantarse ante su vista figuras de caracteres tan salientes como la del insigne estadista y la del benemérito religioso Cayetano Rodrí- guez, que, cual muchos otros personajes de su época, fueron rayos de luz en el génesis de nuestra vida nacional.
El P. Rodríguez se inició en la carrera de la enseñanza después do cultivar con esmero sus prendas intelectuales en el estudio de las ciencias sagradas y i>rofanas.
Las tendencias progresistas de su alma lo llevaron desde muy temprano al magisterio, y por eso apenas ordenado de s;icerdote, lo vemos en la Universidad de Córdoba, entonces bajo el Rectorado IVanciscano, dictando las cátedras do filosofía y teología, durante los años trascurridos desde 1781 á 1790, y más tarde en el convento de su Orden, en Buenos Aires, al frente de las mismas asignaturas, jun- tamente con las de hermenéutica y física (2).
Sus lecciones fueron siempre el fruto sazonado de una inteli- gencia profunda y clara, y al recorrer con su mirada investigadora el vasto campo donde la teología desarrolla sus dogmas, la filosofía sus principios y la física sus teorías, jamás se detuvo como no fuera para gustar de esas verdades, que son para la inteligencia del alumno, lo mismo que para el entendimiento del maestro, lo que la savia para la planta que brota y la tierra fecunda para la semilla que germina.
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Se lamenta el mismo panegirista, que formara sus entrañas un maestro que juraba <in Aristóteles; ¿pero no es su mayor gloria, pre- gúntase, el haber debido á su genio, distinguir la moneda falsa de la verdadera? (3).
La falta de escuelas de humanidades y filosofía que se hiciera notar en Buenos Aires, hasta que el virrey Vertiz fundó el real cole- gio de San Carlos, llevaba á los amantes de las letras á buscar la luz que no les proporcionaba el otro siglo, en los claustros de Fran- ciscanos, Mercedarios y Dominicos, donde, según el testimonio del citado doctor Gutiérrez, ae daban lecciones de aquellas materias y de teología, por padres Lectores, quienes no siempre fueron tan sabios y tan generosos como fray Cayetano J. Rodríguez, que supo inspirar á un tiempo, en el alma de sus discípulos, el amor á la ciencia, el respeto por la religión que él hacía adorable con sus \'irtudes, y la pasión por la libertad (4).
Impulsado por ese amor á la libertad, solía exclamar entre aquellos, en el silencio de las aulas — «aún en un tiempo en que era un crimen sólo el pensarlo:» — ¡que hayamos nacido en un suelo en que el genio oprimido pierde su vigor!; |que han de querer embrute- cernos los de ultramar! Los americanos son culpables: nos agobia- mos bajo el yugo español: cuánto tiempo há se nos viene á la mano el sacudirlo! Pero es necesario trabajar, ilustrarnos é ilustrar á la juventud. No sé qué presagios advierto de libertad, y es necesario for- mar hombres (5).
Magníficas palabras — prorrumpiré á mi vez con el Dr. Gutiérrez — conservadas por un testigo, tanto más notables, cuanto que reso- naban en los muros solitarios de un convento de franciscanos!
Este ¡sagrado anhelo de ilustrar íi la juventud, y no otro, fué el móvil que lo impulsó á franquear las puertas de la biblioteca de su convento íi los genios superiores, como el doctor Mariano Moreno, de quien fué su protector y su maestro, k fin de proporcionarles de es- te modo los medios de adquirir una sana y sólida ilustración, al par que les favorecía en el logro de una carrera honrosa. Testimonio, por lo que mira al apóstol de Mayo, es la palabra autorizada de su hermano, que al escribir sus Memorias, hace pública la prote';ción que el inohidable P. Rodríguez dispensó á aquél, ya fuese como maestro, cultivando su entendimiento con sabias enseñanzas, ya co- mo protector, facilitándole relaciones que le fueron ventajosas para continuar sus estudios en Chuquisaca.
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De sus dotes oratorias han quedado como pruebas, tres produc- - ciones geniales, salvadas felizmente del olvido en que yacen, acaso, algunas otras, en obscuros rincones de archivos y bibliotecas, expues- tas & perderse para siempre.
Ellas, si no nos revelan por completo á la figura del omdor— pues á este no lo forman sino el conjunto de diversas dotes que igno- ramos si favorecieron ó no á nuestro biografiado — sirven por lo rae- nos para comprobar la elevación original de su talento y demostrar que en el arte del decir era discípulo de buena escuela. La primera de estas producciones, en el orden de su antigüedad, es un sermón de la Nati\adad de la Virgen, predicado el día 8 de Septiembre del año 1795, en la iglesia de las Capuchinas de esta capital, el cual, por la elección de las imágenes, aplicación oportuna de los textos y citas de los S. S. P. P., es una pieza oratoria de gusto bíblico y de corte clá- sico, como son por lo común todas aquellas que están inspiradas en esas dos fuentes de inagotable riqueza literaria: la Biblia y sus intér- pretes y expositores, los Santos Padres (6).
A éstas siguen el panegírico de los dos patriarcas San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán y el elogio fúnebre del bene- mérito general Belgrano, los que examinaremos brevemente.
El panegírico de los dos patriarca predicóle en la iglesia de su comunidad, el día 4 de Octubre de 1797, siendo á la sazón regente de estudios, catedrático de prima y por segunda vez Lector de Artes, y en pleno vigor de su lozanía intelectual.
Comienza su oración por cierta invectiva, que no es otra cosa que un recuerdo del sinnúmero de glorias que enaltecen á las dos religiones, á las cuales se dirige, y termina haciendo ver que esa no- bleza de que habla el mundo, no es más que una voz hueca, que re- sonando en los oídos, nada deja en el corazón; siendo sólo noble el que, como los dos personajes cuyo elogio teje, tiene por escudo las virtudes, únicas que pueden dar entrada en el templo de la gloria.
En el curso de ese panegírico trata de demostrar cómo Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís fueron nobles ante los ojos de Dios, por lo heróico de sus virtudes; y ante los ojos del mun- do por lo ilustre de sus hechos: lo que logra admirablemente, des- pués de poner en parangón la vida ejeraplarísima de ambos y de ha- cer ver la bienhechora inñuencia que con sus doctrinas y sus obras ejercieron en la conciencia de los pueblos.
Entre otras muchas expresiones que enriquecen su trabajo, tiene esta que reproducimos con gusto:
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«Yo estoy persuadido — dice — do que á esos que reputa grandes la historia de los tiempos, les han granjeado este honor sus hazañas, sus servicios, sus proezas heroicas que han quedado esculpidas, me- nos en el corazón de los hombres que en mármoles ó en bronces.
«Al sonido de estas voces, Pompeyo, Aníbal, Alejandro, resalta la idea de lo que Pompeyo hizo en la antigua Roma, Anibal en Car- tago, Alejandro en Persia. Nombres inmortales, exclamáis, que nos recuerdan la existencia de unos hombres que, haciéndose superiores en cierto modo á la humana naturaleza, hallaron el secreto de crear- se ellos mismos su nobleza, siendo esto, en expresión del sabio orador romano, más difícil que heredarla.
«Así discurre el mundo de unos héroes que labraron su fortuna, su elevación y su gloria sobre las ruinas de sus semejantes, y que no obstante el explendor de su mérito, jamás hicieron á un hombre mejor ó más feliz. — Domingo y Francisco. ¡Ah! Nombres inmortales, digo yo, que nos traen á la memoria unos hombres cuyos heróicos liechos, grabados en la misma eternidad, los hacen acreedores, pero con inmensas ventajas, al aplauso, á la admiración, á la gratitud de todo el mundo: unos hombres que se hicieron grandes haciendo feli- ces á los demás: unos hombres á quienes el mundo debe su es- tabilidad».
Este rasgo, escribe el Dr. M. Gutiérrez, si no nos engañamos, se aparta de los caminos trillados por los predicadores comunes; es una consideración moral deducida de la filosofía de la historia, que nos recuerda las buenas y clásicas lecturas que hicieron de su autor, uno de los poetas y prosadores notables de los primeros tiempos de nuestra revolución (7).
El Elogio Fúnebre de Belgrano escribióle con ocasión de las exequias que el pueblo de Buenos Aires, agradecido, tributó un año después de su muerte y ruando ya se habían apagado los fuegos de la anarquía, al más noble y sincero de sus caudillos, que tuvo la glo- ria sin igual de crear y enarbolar \>oi- vez primera en esta tierra de redención, el pabellón azul y blanco (jue llevó triunfante el anuncio de la libertad hasta lo. línea del Ecuador en la América.
Aunque guiado sin duda de la modestia que le fué sieni]irc c :t- racteristica, pretenda el P. Rodríguez clasificar de fsencillu narracióti su trabajo, éste por si solo se encarga de desautorizarlo, puesto que es digno de figurar al lado de las oraciones del Águila de Meaux.
Estudiado desde su cuna al sepulcro, Belgrano es presentado por su hábil ijanegirista como el modelo de la virtud cívica y del va-
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loi intrépido, que hicieron de fste abnegado patricio la primera y más pura de nuestras glorias nacionales, motivo por el cual su me- moria será imperecedera y su rioinl)re venerado de generación en ge- neración;— pue^ la fama, según el P. Rodríguez, es el olor que tras- ciende y ocupa los espacios del tiempo y lleva hasta los confines miis remotos la fragancia de las virtudes que marcaron la vida de los hé- roes. Así es que el curso de los siglos, que ha convertido en ruinas los monumentos más robustos del arte y aún de la naturaleza, no ha podido aniquilar la memoria de un Poción justo, de un Catón austero, de un modesto Fabricio, de un valiente Mitrídates; ni borra- rá de los fastos de la América del Sud el honorable nombre del ge- neral Belgrano, esculpido, mejor que en pergamino y en bronces, en los [lechos de sus conciudadanos. Un dia pasará al otro la palabra; un año al que le sigue, y cuando las distantes generaciones quieran entrar en el conocimiento de este hombre memorable, oirán de la boca de sus mayores lo que del virtuoso y valiente Eleázaro se escu- chará eternamente: (íEt iste quidem vita decesit, exemplar virtutis et fortitudinis derelinquens)) .
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Los desastros do Vilcapugio y de Ayohumn, que consternaron, pero no rindieron, al digno jefe de las rotas legiones (porque verda- deramente su alma estaba templada en la fragua de todos los infortu- nios), arrancan á la pluma del P. Rodríguez períodos tan bellos como este: «¡Ah! El hombre es tanto más grande en las desgracias cuando no cede á su peso, cuando ellas no lisonjean su recto amor á la gloria.
«En los héroes que se arrogan inmerecidamente este nombre, las calamidades extinguen luego aquel fuego, que encendido en ellos á soplos de una fortuna próspera, no es el que anima á las almas no- bles y sublimes, á las heroicos defensores de la patria en su peligro y (jue les sirve de apoyo en sus mismas desgracias.
«El general Belgrano aprendió en la escuela de los infortunios públicos á endurecer su corazón, hasta hacerlo superior á las vicisi- tudes de las cosas humanas. Triunfando, manifestó su valor, y ba- tido en el campo de Marte, aunque lo abandonó la fortuna, no lo desarapari) su coraz(tn
«Dueño siempre de si mismo, veía en sus contrastes un nuevo estimulo á su valor, é insensible á los golpes de la suerte, de ellos mismos hacía escala para mayores empresas. Esta satisfacción le era sobrada á un jefe que apesar de sus gigantes esfuerzos, no tuvo
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asalariada, la victoria, ni la tuvieron siempre los Pompeyos, Aníbales y Scipiones, sin que por eso sus nombres dejen de leerse con admira- ción en las píiginas que enriquecieron sus triunfos».
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Digno de mención también lo es, aquel período en el cual, des- pués de enumerar las causas originarias de la cruzada libertadora de Mayo, é insinuar la razón justificativa de ese acto, recuerda la grave responsabilidad que asume desde entonces el pueblo de Buenos Ai- res, como iniciador que fué de tan importante movimiento.
Dice abi: «El Omnipotente, por cuya voluntad se erigen y pos- tran los tronos, se levantan y perecen los imperios, permitió que vacilase el cetro de los Borbones, que quebrantado en Francia, exten- día aún en España su dominación á este lado de los mares. Desqui- ciados los elementos del poder y arrancados de su base por la audaz intrepidez de un hombre solo, nacido al parecer para mudar la faz del mundo político y fijar la atención del orbe entero, se precipitaba desde la cima de su esplendor y grandeza, al abismo de su abati- miento y exterminio.
Un ñujo y reñujo de desgracias consiguientes al sacudimiento espantoso de su máquina, paralizó el ejercicio de su autoridad en esta parte integrante de su imperio, que él miró siempre como una colonia destinada á sentir los golpes de su vara despótica.
Nada había más natural que el desprendimiento de la inmensa porción del mundo nuevo, de una pequeña parte del antiguo, en los momentos en que está empeñada en uncir al carro de su infortunio,
los preciosos restos que le quedaban de libertad y de gloria
Buenos Aires recogió el fruto de estas circunstancias felices á la América, y arrostrando dificultades que no es fácil analizar, arrojó de sí un yugo que iba á doblar su poso y su ignominia.
Desde este acontecimiento, este pueblo es el punto más impor- tante del globo, y el que decide de las más grandes empresas: presi- de á la suerte de un país como la América Meridional y al destino de unas hermosas regiones, en cuya comparación las más florecientes comarcas de Europa son teatro de miseria y pequeñez».
Pero quien de esta manera hablaba no era sólo un orador de pa- labra persuasiva, de racioiinio seguro y justo aprt3CÍador de las virtu- des: había en él una vena inagotable de poesía, pero poesía dulce y atrayente, como quiera que su lira no cantaba sino las hazañas y glorias de esa patria que, según su nítido lenguaje, «era una nueva musa que influía divinamente».
Notas del Capítulo II
(1) Apuntes biográficos, por D. Juari M. Gutiérrez.
(2) Existe en el archivo del convento de San Francisco una obra sobre física, manuscrita y en lengua latina, original del P. Cayetano, y que lleva el siguiente titulo:
Secunda Phicice Pars, sen PJmica Particularis Quce in rerum na- turalium contemplaiione versatur sen juxta recentiorum placita. Ela- bórala a P. Fr. Cayetano Jho. Rodríguez.
Está dividida en cinco libros, de los cuales sólo se conservan dos. El primero trata: De mundo ac de precipnis mundi sistematibus. El segundo: De cáelo et corporibus ccelestibus. La primera parte se encuentra en el archivo que perteneció al Dr. Carranza.
(8) Oración fúnebre, citada.
(4) Revista de Buenos Aires, tomo 7».
(5) Oración cit.
(6) El original de este sermón nos lo facilitó el laborioso histo- riador nacional, Dr. D. Angel .Justiniano Carranza, dias antes que la muerte le sorprendiera en la ciudad del Rosario, lejos de su hogar y del corazón de sus amigos.
(7) Revista de Buenos Aires, tomo 2°,
(8) Para satisfacer la curiosidad histórica transcribo del Desper- tador, periódico del P. Castañeda, las cartas que referentes á este Elogio se registran en él.
Señor Teofilantrópico- Hacía ya mucho tiempo que los aman- tes del verdadero mérito sofocaban en silencio el sentimiento de ver como descuidada la memoria del muy ilustre general D. Manuel Bel- grano. Sus funerales, tantas veces decretados, y que no llegaba el caso de que se realizasen, suscitaron la tierna amistad de uno de nuestros magistrados, que no pudiendo ser indiferente á un descuido que ni el desorden en qne entonces estuvimos, podría jamás disculpar — le ocu- rrió el feliz pensamiento de mandar escribir una oración fúnebre en honor de aquel digno jefe, su querido amigo: asi lo efectuó valiéndo- se del favor de un religioso respetable, de cuyo mérito es excusado hablar, cuando la misma oración ya impresa, y que se publicará el mismo día de los funerales del expresado señor General, dará una completa idea de su sabiduría, erudición y gusto exquisito.
Para ocurrir á los gastos precisos de impresión, lámina de bron-
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ce con el busto del mismo General, y el de 500 estampas para otros tantos ejemplares, de que fui encargado con orden de abrir una sus- crición, verifiqué la que adjunta me tomo la satisfacción de incluirle para que la publique, si es do su agrado, siendo muy de notar que los señores suscrltoros se precipitaron de tal modo y con tal empeño, que no me ha dado el menor trabajo la recaudación de 468 pesos, te- niendo que desechar muchas suscriciones por haberse ya completado y aún excedido el número de los primeros días. Esto es una prue- ba incontestable de que entre nosotros tiene la verdadera virtud y el mérito, justos apreciadores.
Nota de las personas que se lian subscripto para pagar la im- presión de la oración fúnebre á la tierna memoria del general D. Ma- nuel Belgrano.
Señores contribuyentes. — Gobernador y capitán general D. Martin Rodríguez, 34 pesos; secretario de gobierno D. Manuel Luca, 17; secretario de guerra D. Francisco de la Cruz, 17; alcalde 2' voto D. Joaquín Belgrano, 34; inspector general I). José Rondeau, 17; D. Ambrosio Lezica, 34; canónigo D. Domingo Belgrano, 34; brigadier D. Miguel Azcuénaga, 17; ministro de Chile D. Miguel Zañartu, 17; D. Juan Comonós, 17; D. José María Acevedo, 8; coronel mayor D. Juan José Viamonte, 17; id ü. Matías Irigoyen, 17; id D. Ignacio Al- varez, 17; id D. Manuel Pinto, 17; id D. Juan Florencio Terrada, 17; Coronel D. Félix Alzaga, 17; id D. Blas José Rico, 17; id D.Celestino Vidal, 17; id D. Luciano Montosdcoca, 17; id D. Manuel Ramírez, 17; id D. Benito Martínez, 17; id D. Rafael H. Ortiguera, 10; id D. Mariano Rolón, 8 pesos y cuatro reales; teniente coronel D. José Ma- ría Tagimán, 8 pesos; sargento mayor D. Rufino Elizalde, 8 pesos y 4 reales; el Dr. D' Ramón Anchoriz donó cien ejemplares do la mis- ma Oración, en aumento de la suscrición; total 468 pesos
Inversión'. — Impresión, 325 pesos; lámina y estampas, 136 pesos 4 reales; encuademación, 68 pesos; sobrante que se ha entregado al hospital de mujeres, 8 pesos y 4 reales; total 468 ¡josos; igual 000. — Joaquín Correa Morales.
Mi Sr. D. Joaquín Correa .Morales.— Siento que no haya tenido usted la bondad de acompañarme adjunta la Oración fúnebre para tener la satisfacción de recrearme con ella, y tributar los merecidos elegios al religioso autor de ella, por el buen uso que hace do su doc- ta pluma, empleándola en recomendar las virtudes y hazañas de los héroes que deben servir de modelo á imestros venideros, para que puedan coronar la grande obra de nuestra emancipación política.
El empeño de nuestra provincia en la parentación del gran Bel- grano, acredita que el malhadado año veinte no ha acabado con to- dos nuestros Fabios, y que los argentinos han sabido resucitar como el fénix de las mismas cenizas á que el furor federal nos había con- ducido. Dios guarde, etc. — El Teofilatitrópico.
CAPÍTULO iri
La poesía y la esclavitud en los pueblos. — Los cantores de Mayo. — El • P. Rodríguez. — Su numen. — Sus producciones anónimas. — Poema sobre los padecimientos de Doña María Ojeda. — Poema en honor de jos esclavos que tomaron parte en la Defensa de 1807. — Poesías patrióticas del P. Rodríguez cantadas al pié de la Pirámide. — El sueño de Eulalia contado k Flora. — Valor literario de esta coin2)o- sición. — Oda al general Alvear. — Oda al Paso de los Andes y vic- toria de Chacabuco. — Oda al día augusto de la Patria. — Canción encomiástica al general D. José de San Martín. — Himno á la Pa- tria.— Opiniones sobre si el P. Rodríguez pre.sentó ó no alguna marcha nacional á la Asamblea Constituyente, juntamente con el diputado López. — Nuestro parecer al respecto. — Sonetos: á una mo- za pintora; á una moza hablativa; á la memoria del Dr. Moreno. — Al Río de la Plata. — Soneto á Moldes. — Acrimonia de sus versos. — A los colorados de Rosas. — El árbol de la Libertad.— Espansiones poéticas de fray Cayetano con su amigo Molina en Tucumán. — Las últimas pulsaciones de su lira.
Es un hecho comprobado por la Historia que la esclavitud en- mudece las lira.s y apaga el poético entusiasmo. Israel, cautivo en las márgenes de los rios babilónicos, suspendió de los sauces sus músicas instrumentos y respondía desconsolado á los que le pedían que cantarales himnos de Sión: — Quomodo cantabimus canticiim Do- miui in térra aliena? (1)
El pueblo de Mayo oyó en la cuna de sn libertad los hinnios marciales de cien Tirteos, que encendiendo en el pecho de sus hijos el varonil entusiasmo que el bardo griego despertara en los ascen- dentes de Leónidas, contribuyeron como nuevas fuerzas á la realiza- ción de los fines de mil ochocientos diez!
Desde nuestra primera victoria en Suipacha, hasta el triunfo final en Ayacucho, Luca, Lafinur, Rodríguez, Várela y otros, verda- deros heraldos de la poesía nacional, fueron los primeros que esmal- taron ese camino de gloria con las flores de su numen.
Ojalá no esté lejano el día en que un estudio detenido sobre cada uno de esos vates, nos dé k conocer los frutos todos do su inspira- ción! Por ahora, detengámonos en el tan simpático como estimable P. Rodríguez, que, según la frase del distinguido hablista americano
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D. Juan Maria Gutiérrez, llevó sin profanación sobre el cerquillo de la humildad seráfica, la gloriosa corona del laurel de los poetas (2).
* * *
El P. Rodríguez no fué un poeta de los arranques impetuosos de Lafinur, del vuelo clásico de Várela ni de la nota bélica de Rojas. Bondadoso, sencillo, imprime á sus versos su propio carácter, y hace que la naturalidad con que éstos fluyen, supla los defectos que ad- vierte el arte.
Su modestia por un lado y las circunstancias difíciles por otro, fueron la causa de que el mayor número do composiciones las pu- blicase anónimas, como se verá en estas cartas dirigidas desde Bue- nos Aires á Tucumán, á su amigo predilecto el Dr. Molina, obispo de Comaco. En la primera (Julio 25 de 1814) le escribe: «Me dices que calla mi musa. No ha callado. He hecho muchísimas cosas. Sepulto mi nombre cuando puedo, porque asi conviene en las circuns- tancias en que me hallo. ¿Cómo puede callarse cuando hablan las piedras?» Y en otra (Noviembi-e 26 de 1814): «No andes, por Dios, diseminando mis versos contra europeos: me han de ahorcar. Res- piran venganza por manos, piés y costados. Estoy poniendo en lim- pio mis borradores y te los enviaré, para que aumentes tu colección. Lánguidos ó no, al fin son versos y están en consonancia».
Parece que desde muy joven fué fray Cayetano apasionado por la poesía, pues en Febrero de 1790, estando en Córdoba y por obe- decer á su prelado, escribió un poema en octavas, que tiene por asunto los padecimientos de doña Maria Ojeda — quien, habiendo per- dido á su esposo en el alzamiento de Tupac Amaru, tomó el velo en uno de los monasterios de aquella ciudad.
Esta producción, á que alude el Dr. Juan M. Gutiérrez en un in- teresante trabajo sobre los poetas de la América Española (3), y que según su mismo testimonio, se halla entre las obras manuscritas del P. Rodríguez, no nos fué dado encontrarla, apesar de nuestro empeño.
Seguramente que como obra literaria será de escaso mérito, pues de lo contrario el escritor argentino que mayor atención dispensara h tan distinguido religioso, sin duda la hubiese dado á luz, como hi- ciera con muchas otras de sus producciones inéditas.
La única composición que conocemos anterior al año X es el poe- ma que escribió, inspirado en la laudable resolución del gobierno muni- cipal de Buenos Aires, con el objeto de libertar, por medio de un sorteo público, íi log esclavos que tomaron parte en la defensa de 1807 (4).
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«Este digno varón, la flor del claustro», e><cribe á propósito del poema el ya citado D. Juan M. Gutiérrez, «no se sintió inspirado por la victoria que costaba sangre, sino por la magnanimidad que desa- taba cadenas del pié del hombre esclavo. El negro de\'uelto á la dignidad y á la posición de si mismo, le conmovió como á cristiano y como á un amigo d<i la igualdad, y escondiéndose para obrar el bien (como lo tuvo siempre de costumbre), confortó la virtud, mos- trando en sentidos versos toda la hermosura moral de que se revestía Buenos Aires, rescatando á los desgraciados de la vergüenza de te- ner amos.
La aurora de la revolución baña ya con su luz azulada las estro- fas del franciscano, como se nota en la siguiente del po^nia;
Jamás te ha amanecido, Buenos Aires feliz, más claro día
que aquel en que has sabido los llantos convertir en alegria, á tantos redimiendo del pesado yugo de esclavitud que habian cargado (6).
* * *
Pero cuando el P. Rodríguez abrió cauce al estro que lo infla- maba, fué cuando el grito de emancipación resonó en su oído.
Las primeras canciones patrias que produjo la lira argentina, para que se cantasen por coros infantiles al pié de la pirámide de Mayo, fueron obra suya. Según el testigo contemporáneo mencionado por el panegirista de sus exequias fúnebres, mucho antes del 25 de Ma- yo de 1810 ya tenía un cuaderno de poesías anotado juiciosamente (6).
Después de prolijas investigaciones y merced á la generosidad de los historiadores, teniente general D. Bartolomé Mitre y Dr. An- gel Justiniano Carranza, como igualmente á la del Sr. Arturo Sauvi- det, he logrado compilar varias de sus composiciones poéticas, publi- cadas algunas de ellas en distintos periódicos antiguos y otras que se conservan todavía inéditas en el archivo del ya ñnado Dr. Gutiérrez.
La primera por su valor poético y literario, es sin disputa El sueño de Eulalia contado á Flora, composición festiva é ingeniosa, en la que se ridiculiza á los enemigos del gran sistema: ó sea de la liber- tad de Mayo. Fué escrita en los primeros años de la revolución ar- gentina, y era recitada en los salones de la aristocracia lo mismo que en las tertulias literarias, por D. José Tartaz, tipo popular de aquella época, de quien hizo en amenas líneas un perfecto retrato la pluma fecunda del Dr. Vicente F. López (7).
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Es un hermoso poema que consta de cuarenta y dos estrofas, compuestas en su mayor número de seis versos cada una, en que riman heptasílabos con endecasílabos.
«Ellos son — dice comentando su mérito D. Juan M. Gutiérrez — uno de esos perfiles domésticos, por decirlo asi, que sirven para com- pletar la fisonomía de una familia social, y merecen conservarse co- mo recuerdo de un nombre simpático, como prueba de devoción cons- tante á una causa servida con todos los medios intelectuales de una persona distinguida» (8).
Eulalia y Flora son dos y únicos, personajes del poema, «dos sarracenas que en mala hora cayeron bajo la pluma del franciscano» (9). Eulalia se supone trasladada en una noche en que disfrutaba de plácido sueño, k la presencia de Júpiter airado, quien, al tenerla delante, lanza tan poderoso grito, que á su eco sale de las cavernas infernales el gran Pintón, que, como Eulalia cuenta á Flora.
Era el tal un testigo de mis obras, palabras, pensamientos, y el más crudo enemigo de nuestros consabidos sentimientos.
Plutón, de pié ante Júpiter, diserta del modo siguiente:
Tú, desde el alto cielo, tus ojos inclinaste compasivo
al vespuciano suelo. Sensible á su clamor doliente y vivo, dijiste en tono grave é imponente: Libres, hijos del sol, eternamente!
Lo dijiste, y el Dios que en paz domina
la extensión de los mares, á tu voz elocuente determina,
á pesar de pesares, formar del golfo con su gran tridente muro de división de gente á gente.
El astro luminoso que con sus luces baña aqueste suelo,
ve derramado el gozo sobre su hermosa faz. Un nuevo cielo cubre sus habitantes y á porfía himnos te cantan, Jove, noche y día.
Solo en el sexo bello quién creyera!
hay sirtes peligrosos en que encalla la suerte lisonjera;
hay genios escabrosos;
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hay corazones que resisten vanos
el bien que has dispensado á los humanos.
Hay astutas Pandoras que pérfidas derraman el veneno
y á la patria traidoras infestan con su aliento el propio seno. Castiga ¡oh Jove! vibra un rayo activo que las hiera de muerte en lo más vivo.
No bien hubo terminado Pintón de hablar asi, cuando Eulalia, emocionada por el lenguaje del principe del reino mitológico, es vic- tima de un tremendo parasismo, pero en el que conserva despier- to el interior sentido, que le permite tener con Flora conversaciones en las que se burlan del sistema, clasificando á sus sostenedores de criollos carniceros, indecentes, y dignos de ser colgados en la horca.
De esto modo trascurría el tiempo, esperando el último fallo, cuando Eulalia oye á Pintón que exclama:
Sepultémosla, dijo, en el Leteo donde perezca ella y su deseo.
Pero Júpiter, considerando que no hay mayor castigo para aquel que de su patria es enemigo, que ser victima cruel de su conciencia, no obstante que con un solo rayo de su poder podría reducirla á polvo, dijo:
Será, pues, mi dcorí.'to irrevocable,
para eterno escarmif nto. antes que castigarla á fuego ó sal)le,
entregarla al momento á los muchachos; ellos darán cuenta de su bulto de modo qvie lo sienta.
Esta sentencia de .Júpiter produjo una consternación profunda en el ánimo de Eulalia, al verse entregada en manos de muchachos, y creyendo «Micontrar alguna mutación en la voluntad primera del juez, volvió á él sus ojos en demanda de misericordia, pero en hora mala, porque en el fallo de Jove no hay mudanza.
De repente una chusma atrevida rodéala, haciéndola juguete de sus caprichos y de sus perversos instintos.
La aflicción de Eulalia, al verse en semejante trance, solo se ex- plica trascribiendo su propia narración:
En un papel de estraza despreciable, para hacer mi pudor más expectable,
mi agravio más sensible, escribieron un rótulo indecente qu3 luego lo fijaron en mi frente.
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Decía: alerta, alerta. . . . Bomba! Aquí va la grande crioUaza
en europea injerta, que reniega impaciente de su raza y que quiere antes ser sucia gallega que criolla con honor, casa y talega.
Luego pusieron en mi diestra mano
una caña nudosa con un cuerno en la punta liso y llano.
Divisa vergonzosa!
Sufrí el insulto, vi la picardía
Sabes que no soy tonta, amiga inía.
No fué esto solamente: mi humillación subió más alto punto, que no fué otro, no, según barrunto
que aquél. . . . aquél amiga, no lo nombro,
te ha de causar su atrevimiento asombro.
Se llegó á mí este vil, pillo, indecente
cuando más angustiada y á la vista (ó pudor) de tanta gente,
como si hiciera nada me alzó por la trasera la camisa, me hizo tres muecas y soltó la risa.
Contempla mi figura, amada Flora mía! Con un lema
de expresión la más dura, qu« adversa me publica al gran sistema. Una caña y un ciierno por divisa y por detrás alzada la camisa!
No es buena perspectiva? Así on volandas,
entre inmensa algazara, me llevan por las calles como en andas:
santa con duple cara, una llena de angustia, llanto y pena, otra de infame desvergüenza llena.
En cada esquina ¡crueles!
hacen alto, y allí más y más gentes;
y á la decencia infieles, mil cantares y apodos insolentes me echan en rostro como está de moda: gallega, loca, sarracena, goda.
Al fin llegué con todos ¡Qué cansada!
& la erguida columna de todos los patriotas celebrada;
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alli otra vez, á una, gritan: muera,
muera la sarracena ó eclie un «viva la patria», auque no quiera. — Esto es tras de cornuda, apaleada
Qué tortura! Qué angustia y compromiso
verse el pecho obligado á brotar expresiones que no quiso
ni aún haber escuchado! Me resistí por tanto en tono fiero y voz en cuello respondí: «no quiero!»
No bien así entonada reproché la propuesta majadera,
cuando una gran palmada me asentaron de lleno en la trasera, y fué tan recio el golpe, que al llevarlo grité: ¡que viva! sin querer gritarlo.
Feliz palmada, amiga; santo grito!
A ruido tan ingente debió mi escena ver mi finiquito.
Desperté de repente; me vi sola, sin luz, y en el empeño de juzgar realidad lo que era sueño.
Ay de mí! Solté el llanto, opreso el corazón, yerto el sentido.
Oh, cuánto cuesta, cuánto un empeño tenaz mal dirigido! Estoy tal que rebusco á toda prisa y no encuentro el faldón de la camisa.
Quiero apartar de mí, pero no puedo,
esta funesta idea: sobrecogida estoy de susto y miedo.
Muy bien que sueño sea; pero, Eulalia, tu amiga hasta las aras no se mete en camisa de once varas.
Dejémonos de cuentos: hay jóvenes resueltos al castigo;
hay Pintones á cientos, cada cual el que más nuestro enemigo; cañas á miles; cuernos en subasta y hay muchachos hasta decir basta.
Y pues sueño tan raro y tan extraño puede ser un anuncio
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que nos sirva á las dos de desengaño,
no te place? renuncio mi modo de pensar: quédate sola: como yo pase bien, corra la bola.
Creemos que producciones como ésta, no sólo honran al autor de quien es fruto, sino también á la historia literaria de aquel pue- blo cuya cuna fué mecida por las musas.
* * *
Más tarde, é inspirado en la toma de Monte\ideo por el general Alvear, compuso una Oda en su honor, que le valió la censura públi- ca, tal vez por el rebosante entusiasmo de algunos de sus versos. Él mismo hace esta confesión en la carta que escribe al Dr. Molina con fecha 10 de Julio de 1815: «Ya he averiguado por qué no se impri- mió tu oda, aunque ha gustado á todos, y han sentido la casualidad. Te encargaron laureles en ella á Artigas, y como este hombre malo ha vuelto incidir en sus antiguas maldades y se ha concitado de nuevo el odio de Buenos Aires, me he alegrado infinito que no se haya impreso: hubiera sido detestada como ha sido la mía hecha á Alvear, antes de su caída, aunque tú y yo hetnos sido suplicados pa- ra hacerlas. Nunca hagas laudatorias á sujetos particulares. El que hoy es santo, mañana es diablo, y queda uno en descubierto»
En la consagrada al paso de los Andes y victoria de Chacabuco, comienza saludando al protagonista de esa epopeya magna, con esta estrofa;
Antiguo capitán, héroe famoso,
admiración del mundo; bravo Africano, Aníbal valeroso, hasta hoy con el respeto más profundo
en el Orbe nombrado y de edad en edad preconizado!
No inferior á las primeras es su Oda al día augusto de la Patria, por míis que su mismo autor la encuentro aborrecible. «Recibí tu carta — escribía á su amigo Molina en Junio 2(5 de 1815 — que em- pieza por la alabanza de mi oda ai «Día augusto de la Patria». Tú siempre lees las cosas cuando te levantas de la cama, es decir, con lagañas. Cuando la hice me pareció mediana; á los pocos días me pareció cualquiera cosa, y no quiero leerla más porque no me dé en rostro. Con que si al autor, que por lo común se apasiona por sus producciones, le asienta tan mal su obra, qué diremos de los demás?» Como lo ve el lector, la familiaridad con que se trataban estos dos
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cultivadores del pensamiento artístico, os una prueba del amor que los unía.
También es digna de mención, por la entonación heroica que la distingue, su Canción Encomiástica al general don José de San Mar- tin. En ella, después de recordar las hazañas do Chacabuco y de Maipú, como igualmente aquella noche de horror en Cancha-Rayada, termina describiendo la actitud en que la posteridad debiera eterni- zar la gloriosa figura del Napoleón argentino;
Su diestra mano empuñará la espada, en su siniestra bicolor bandera;
su cabeza adornada con bélicos blasones; una esfera: en su área azul con cifras de oro un lema: San Martín vive: todo injusto tema.
Su Himno á la Patria, según algunos historiadores argentinos, es el que presentó en concurso con el señor López, á la Asamblea de 1813. Pero si nos atenemos al testimonio de otros, es infundada dicha sospecha, pues éstos sostienen que el P. Rodríguez no exhibió composición alguna, sino que desde el primer momento en que se dió lectura á la de aquél, se declaró su partidario.
Ante esta anarquía de opiniones, y ansiosos de que la crítica histórica dilucidara un punto hasta el presente tan controvertido, nos lanzamos á un mar de pacientes investigaciones que poco ó nada nos permitieron adelantar en nuestro patriótico propósito, ora fuera por falta de documentos informantes, ora por la diversidad de pareceres, tan opuestos los unos como insostenibles los otros.
Si es cierto que la Asamblea designó al P. Rodríguez y al señor López para componer una canción nacional, como lo enseña la tradi- ción— aunque no lo prueba ninguna otra fuente histórica de la época (10) — es al menos dudoso si Fi-ay Cayetano concurrió ó no á ese certamen poético.
Nuestra opinión al respecto es que el P. Rodríguez, ya fuera por modestia (que era una de sus cualidades más características), ya por convencimiento propio de que los acentos del himno que debía reci- bir la sanción de la Asamblea y servir de aliento á' nuestros soldados redentores á través de sus penosísimas jornadas, tenían que ser por fuerza de las circunstancias, cortantes como el filo de los aceros, y marciales como los ecos de los clarines de guei'ra; y como sería, sin duda, juzgado impropio por nauchos que brotaran esas notas del fon- do de un corazón en el cual no debía anidar sino la paz apostólica
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y la mansedumbre evangélica, se mantuvo sin presentarse á ese tor- neo literario en el que las sienes del vate que cantara otra hora el triunfo argentino sobre las armas invasoras de la Gran Bretaña, se cubrieron de laureles para siempre inmarcesibles, y la tíación que recientemente quebrantaba de un solo golpe sus cadenas de tres siglos, adquiría una nueva fuerza con que poder llevar triunfante por todo un continente el sol de su bandera.
Si su concurso se hubiese efectuado, indudablemente que otro, y no el Himno á la Patria, hubiese sido el producto de su genio, pi'esentado en ese acto solemne: pues si éste no se resiente por la incorrección métrica de sus estrofas, adolece por lo menos de cierta pobrera de imágenes y conceptos y de un enfriamiento patriótico, por decirlo así, no conciliable con el ardor y entusiasmo que debiera respirar la única marcha nacional, y con la fogosidad y oportunidad de sus canciones, al recordar de la patria las victorias y de sus heroi- cos defensores las hazañas.
Abrigamos, sin embargo, la esperanza de que voluntades más tenaces que la nuestra en investigaciones tan difíciles como necesa- rias, llegarán algún día á disipar tantas dudas é incertidumbres que flotan como nubes alrededor de esc certamen poético, realizado á ini- ciativa de los constituyentes de 1813.
* * *
Entre los sonetos — composición poética que cultivó con recono- cida ventaja — se señalan los siguientes: A una moza pintora y A una moza muy hablativa, versos en los que se trasluce la originalidad de su ingenio y la pureza de sus sentimientos: A la memoria del Dr. Mariano Moreno, escrito dominado por la impresión que en su alma produjo la temprana desaparición del discípulo amado. Los tres que en celebridad del 3" aniversario de la Independencia de Sud- Améri- ca, fueron puestos bajo los arcos del Cabildo, y finalmente el alguna vez citado, como prueba de su talento poético; Al Río de la Plata.
Su soneto A Moldes, es el retrato de uno de sus enemigos polí- ticos, presentado por la faz defectuosa.
Sabido es que ese coronel, hijo de Salta, fué el candidato qu«í entre las pro'^'incias disidentes de Buenos Aires, surgió para el Direc- torio Supremo que aquellas pretendían con anulación completa de la que juzgaban su rival. Buenos Aires que, como escribe uno de nuestros distinguidos historiadores, «no ha sido jamás avara de sus sacrificios y de sus riquezas; pero si de su poder y de su supremacía».
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ae sintió ofendida y juró no sujetarse en modo alguno al mencionado candidato.
Fray Cayetano Rodríguez, que era uno de sus representantes en Tucum&n, y por lo tanto enemigo de la bandera que amparaba al quisquilloso Moldes, tomó la pluma y trazó en negras líneas los per- files de su adversario.
Será, acaso, un tanto acre, sañudo é injurioso; pero el fin expli- cable por los enconos políticos de entonces. Vedle aquí:
MOLDES, joven procaz, desvanecido; narciso de tí rnismo enamorado: joven mordaz de labio envenenado, enemigo del hombre decidido.
Caco desvergonzado y atrevido: ladrón de famas: genio preparado ti tirar piedras al mejor tejado, siendo, el tuyo de vidrio percudido.
Víbora de morder nunca cansada, sanguijuela de sangre humana henchida; espada para herir siempre afilada: Sabe, que UJia cuestión hay muy reñida (de tu alma negra claro testimonio) ¿cuál de los dos mejor, tú ó el demonio?
En 1820, la patriótica actitud de Rosas y sus colorados, que en medio del caos revolucionario aparecieron como restauradores del orden y defensores de la justicia, inspirando su numen, arrancaron á la.9 cuerdas de su laúd, versos que se hicieron por entonces popula- res, y en cuyas estrofas, con singular pleonasmo, presenta al jefe y soldados legionarios vestidos de carmín, púrjpura y grana.
* * *
Finalmente, detengámonos un momento á gustar aquellas lineas con que la clásica pluma del elegante escritor argentino Dr. Nicolás Avellaneda, recuerda los entretenimientos literarios que servían de solaz al P. Rodríguez durante su estadía en la ciudad de Tucumán, y el singular cariño con que desde la celda, en su convento en Buenos Aires, saludaba á esa tierra de bendición, ya en el ocaso de la vida.
«Había, dice, saliendo de la ciudad en dirección á la ciudadela ó campo de honor (ya no le hay) un tnrco con cien piés de altura, que dejaba caer con profusión, hasta formar alfombra, sus flores moradas. Al contemplarle tan excelso y frondoso, el P. Rodríguez le llamaba el «árbol de la libertad» y venía por las tardes á sentarse bajo su sombra. Allí se le veía con el pro-secretaiio del Congreso, el doctor
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Molina, el más intimo de sus amigos y alumno como él de las musas.
«Se habían conocido los dos en Córdoba, siendo el primero cate- drático y el segundo alumno de la célebre Universidad. Hablaban, y presintiendo su conversación por su correspondencia escrita, pode- mos decir que aquélla se componía de efusiones amistosas, de ansie- dades patrióticas ó de reminiscencias clásicas. Regresaban siempre juntos, envueltos en las primeras sombras de la noche, y al contem- plar su juventud desvanecida, los largos años tras de los que se divi- saban recién los albores de la patria, se despedían repitiendo el verso de Stacio, que escribieron ambos al frente del Redactor del Congre- so: Steriles transmissimus annos. Para nosotros los años han pa- sado estériles!
El padre Rodríguez devolvía á Tucumán, con sus recuerdos, aquella acogida penetrada de efusión y cariiio.
Era anciano cuando escribió en su celda del convento de Buenos Aires esta estrofa:
«Pero ¿á qué recuerdo instantes «que mi hado infeliz no fija? «Oh solitario Aconquija, «grata habitación de amantes!!
«Oh feliz Febo que doras «tan apacibles verdores! «Oh días de mis amores «qué dulces fueron tus horas!!» (11).
Quién no percibe en estos versos del vate franciscano los últi- mos aromas de una flor que cae del tallo que la sustenta, agostada por el cierzo de la vida?
Notas del Capítolo III
(1) Salmo CXXXVI.
(2) La Brisa — periódico. 1853.
(3) Entre sus obras manuscritas — dice — se señala por su exten- sión un poema en octavas, titulado: «Breve descripción de la vida y lastimosos sucesos de doña Maria San Diego Oxeda, ahora religiosa en la ciudad de Córdoba» — Revista del Rio de la Plata, tomo 5, pag. 313.
(4) Esta composición fué publicada anónima por la imprenta de los Niños Expósitos, con el siguiente titulo; Poema que un amante de su patria consagra al solemne sorteo celebrado en la plaza ma- yor de Buenos Aires, para la libertad de los esclavos que pelearon en su defensa.
Aparte del estilo, de las imágenes y de lo poco lleno del verso — el haberse encontrado entre la colección de impresos sueltos refe- rentes á las invasiones inglesas, dejado por un testigo presencial de aquellos hechos, un ejemplar de este poema, á cuyo margen se lee la siguiente nota, escrita de puño y letra del colector: «compuesto por fray Cayetano Rodríguez» — nos autorizan para reconocer al P. Rodríguez como su verdadero autor, mientras no haya una razón en contrario.
(5) Revista de Buenos Aires, tomo 9, pag. 640.
(6) Oración cit.
(7) «Tartaz era una especie de loco astuto y bufón, corbardísimo y zafado al mismo tiempo; miembro de una familia notable y que se metia á comer y hacer reir en todas las casas notables de aquel tiempo. Los poetas y gente alegre componían sátiras contra los per- sonajes del dia, en verso y en prosa que Tartaz aprendía y i-ecitaba con una mímica particular, con una voz grueza de un timbre claro y
poderoso Tartaz hacia estas gracias por dinero en
las tertulias y en las casas más concurridas; y la paga era siempre proporcionada al peligro de la diatriba, ó al mérito proporcionado de la pieza: así es que jamás recitaba Él sueño de Eulalia contado á Flora sino por media peseta en cada vez, y lo hacía, por cierto, con grande aplauso de todos, aún de los hombres de mayor gusto lite- rario». V. F. López — Revista del Rio de la Plata, tomo 5, pag. 646.
(8) Revista del Río de la Plata, tomo 6, pag. 181.
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(9) Vicente López.
(10) Decirnos que no lo prueba ningún documento histórico de la época, porque ni en el Redactor de la Asamblea ni en ningún pe- riódico de los que entonces se publicaban en Buenos Aires se ha da- do á conocíu- el decreto por el cual, según es tradición, se designaba al P. Rodríguez y al señor López para componer un himno patrio; aunque sí existe en el Archivo Nacional, según nos lo asegura el Sub-director, señor José J. Biedma, el autógrafo del otro decreto por el cual se reconoce como única marcha nacional la presentada por el diputado López.
(11) Avellaneda. Escritos, pag. 118.
CAPÍTULO IV
El P. Rodríguez en el movimiento de Mayo. — La revolución argentina- — Antitesis con la revolución francesa. — El sacerdote y la libertad —Fray Cayetano y el pronunciamiento de IblO. — Manifiesto.— Cir- cular patriótica. — Paréntesis. — La Biblioteca Nacional. — Su primer bibliotecario.— La asamblea electoral de 1&12. — Oposición de Riva- davia. — Su disolución. — Cargos imputados al cuerpo electoral di- suelto, y levantados por fray Cayetano, uno de sus miembros. — Sus principios republicanos.— La forma de gobierno. — El Triunvirato y la Asamblea General Constituyente.— El P. Rodríguez diputado. — El Redacto^- de la Asamblea. La primera de sus páginas. — Acuer- dos de la Asamblea apoyados por el voto de fray Cayetano. — Alvear y la revolución de Fontezuela.— El caudillo de las monto- neras.— El Congreso de Tucumán.— Fray Cayetano entre los con- gresales de 1816.— La desorganización .social. — La palabra del P. Rodríguez en el histórico Congreso. — El acta de la Independencia. —El año anárquico. — 1822.
Hasta el presente nos hemos ocupado en estudiar al P. Rodrí- guez con relación al sacerdocio, al magisterio, á la oratoria y á la poesía. Cúmplenos ahora contemplarle en el escenario político de Mayo, donde descolló como uno de sus más distinguidos actores, pa- ra seguirle luego en la lid del periodismo, que fué en el ocaso de su vida la última, pero la más concluyente prueba de su ilustración y patriotismo.
Ante todo conviene advertir que la revolución del 25 de Mayo de 1810, justa, ora por la lógica de los hechos, ora por la racionali- dad de sus principios, nada tiene de común con la francesa del XCIII, como algunos lo afirmaron é intentaron sostener, no: con sólo consi- derar los ideales que las inspiraron, los hombres que las sostuvieron y los efectos que ya en el orden político ó social produjeron, basta para persuadirse de lo contrario.
La una surgió al grito sagrado de la libertad que lanzaba la religión y la justicia. La otra fué el fruto de pernicioso filosofismo. Aquélla la defendieron ilustres generales que invocaban á Dios, al principio como al fin de las batallas. Ésta la guiaron caudillos de la demagogia y la pregonaron maestros de la impiedad. La primera dió la libertad á medio continente y contribuyó en gran manera á la
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formación de las naciones que tienen hoy su asiento en la América Meridional. La segunda sembró por todas partes el terror, y con la sangre de más de un inocente regó los cadalsos, inmoladores de sa- cerdotes y victimarios de reyes.
En presencia, entonces, de las razones justificativas que favore- cen á la revolución argentina, no nos debe parecer extraño si junto al soldado armado de la espada está el sacerdote armado de la cruz. ¿No fué por ventura el sacerdote el defensor de la libertad de los pueblos, en el trascurso de diez y nueve siglos que lleva de existen- cia la humanidad redimida? ¿No fué él quien doblegó la cerviz alti- va de los Césares y detuvo ante las puertas de Roma las hordas des- vastadoras de los bárbaros? No es posible negar estas verdades, so pena de caer en el ridiculo, despreciando el testimonio irrecusable de la Historia (1).
Por eso es que fray Cayetano Rodríguez, «ese fraile de corazón de ángel y alma de revolucionario», como atrevidamente lo clasifica uno de nuestros primeros literatos (2), de igual manera que otros eclesiásticos de su talla, fué de los primeros en acudir al llamado de la patria, cuando ésta necesitó de sus lu(.-es para entrar en el consor- cio de las naciones libres.
Testigos contemporáneos, como el general D. Tomás Guido, cu- yo testimonio merece indiscutible crédito, colocan al P. Rodríguez entre los principales ciudadanos que con su erudicción y patriotismo contribuyeron al triunfo del día 25 de Mayo de 1810. Su panegiris- ta dicíí que fué como la oficina donde se trazaron los planes de nues- tra libertad política, y que antes de levantar.se altar á esta deidad, ya exparcía flores de su genio poético ante sus aras (3).
Se explica entonces que al primer grito de emancipación nacio- nal argentina lanzara aquel manifiesto á q>ie alude en su elogio fúne- bre el orador citado, sobre las vejaciones que había sufrido la Améri- ca, pero que por desgracia no nos es conocido, como también el que expidiera el día 23 de Mayo de 1812, una patente circular donde, en su carácter de Provincial, exhortaba á sus subditos á no perturbar el orden público, y que por ser un documento inédito lo reproducimos en nota (4).
Pero antes de proseguir abramos un paréntesis para aclarar, por lo menos en parte, un punto de interés capital en la vida de este religioso.
«El 23 de Noviembre de 1810 — dice el erudito cronista francis- cano fray Abraham Argañaraz — se presentó en el convento el doctor
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D. Mariano Moreno, vocal de la Exorna. Junta Gubernativa de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y pidió al Presidente del con- vento, fray José Roo juntase toda la comunidad, y ella junta, le inti- mó k nombre del gobierno que por expediente girado ante su superio- dad á representación de cuatro padres jubilados, sobre nulidad del Capitulo celebrado en 25 de Mayo de 1810, el gobierno lo reconoció por nulo, y por lo tanto que el Provincial electo entonces, fray Fran- cisco Javier Carvallo, entregase al prelado conventual, dentro de seis horas, los sellos y registros de Provincia, para que dicho Presidente convocara á los mencionados padres de voto perpetuo (jubilados de húmero), tanto de la Observancia como de la Recoleta, <á fin de que se decidieran y señalaran la persona del padre más digno de la Pro- A'incia, que, como tal, debiera convocar á nuevo Capitulo y celebrarlo con solo los votos perpetuos de la Provincia, y que en el ínterin los padres Carvnllo, Irigoyen y Cortina se retirasen al convento de San Pedro del Baradero. hasta pasado el próximo Capítulo.
Hecho lo cual por el padre Presidente, y visto el 26 de Noviem- bre por los cuatro padres jubilados de la Observancia y uno de la Recoleta, que la paternidad más antigua pertenecía al reverendo pa- dre fray Pedro Nolasco Montero (por fallecimiento en tal año del padre Bariientos), á él entregó el Presidente los sellos, registros y demás papeles provinciales. El virtuoso cuanto sabio padre Monte- ro, que no tuvo parte en semejante trama, y tan sólo por conjurar males peores recibió los sellos y registros, convocó á todos los padres jubilados de número de la Provincia para nuevo Capítulo, que lo fijó el día 5 de Febrero de 1811. Todo fué hecho así con ocho jubilados y con un presidente, colega que fué nuestro deán de Córdoba, Dr. Gregorio Funes, nombrado por parte del gobierno civil. El Ca- pitulo se celebró en la Recoleta de Buenos Aires, de donde salió electo provincial el reverendo padre jubilado fray Cayetano José Ro- dríguez, natural de San Pedro del Baradero». Hasta aquí el referido cronista franciscano (5).
En vista, pues, de la aceptación que el P. Rodríguez hace de un nombramiento anticanónico (por proceder de electores inhábiles por derecho), nos ocurre preguntar si tuvo participación alguna en esa condenable tramoya que el cronista citado clasifica de cruzada anti- canónica y temeraria.
Si nos atenemos al testimonio de personas fidedignas, como el R. P. fray Francisco Castañeda y el Dr. D. Felipe Elortondo y Pala- cios, deán de nuestra Metropolitana, fray Cayetano obró en tales cir-
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cunstancías bajo la presión de la autoridad civil, es decii- — que á no contemporizar con las exigencias del gobierno patrio, se exponía por ciertas tendencias que caracterizaban á algunos de sus miembros, á hacer á su Provincia victima de males irremediables.
Sin embargo, parece estar en contra suya el haber mandado él mismo tachar por ilegal y nula en la sesión segunda vespertina del Ca- pítulo de 5 de Febrero de 1811, la tabla capitular del 25 de Mayo de 1810. ¿Pudo haberse calificado de nulo un capitulo en el cual se observaron todas las solemnidades prescritas por el derecho; cuyas elecciones fueron canónicas, por legitimo superior confirmadas y en toda la provincia obedecidas, hasta que después, á los cinco meses de efectuado, algunos descontentos alzaron siniestramente l.i voz para declarar ilegítimos prelados á aquellos que desde el principio de su elección fueron reconocidos por todos como canónicamente electos? Indudablemente no, y sólo por los motivos ya insinuados, como tam- bién por la virtud, honorabilidad j' rectitud de intención que distin- guieron siempre al muy a,mado P. Rodríguez, se puede, si no justifi- car, al menos explicar su hasta ahora discutido proceder.
En el deseo, pues, del esclarecimiento histórico y por exigirlo así nuestro carácter de biógrafo, nos hemos detenido en este punto, digno, bajo todo otro concepto, del más completo olvido.
Sigamos ahora el estudio ya iniciado, para dar á conocer á la posteridad la acción que dicho religioso ejerció en el movimiento po- lítico de Mayo y que abarca los últimos doce años de su fecunda existencia.
* * *
La aparición del P. Rodríguez en el escenario político después del 25 de Mayo de 1810, se fija en la Asamblea electoral de 1812.
Antes de esa época, la Junta Gubernativa del año X, que tan- ta» mejoras introdujo en provecho del bien público, teniendo en cuenta su ilustración, su patriotismo y su carácter, designóle para primer conservador de la Biblioteca Nacional, que entonces se fun- daba en Buenos Aires por iniciativa y bajo el protectorado del Dr. Moreno.
En nota del 24 de Septiembre la referida Junta solicitó del R. P, Provincial fray Francisco Javier Carvallo, para el P. Cayetano Rodríguez, la exoneración de todo oficio que lo pudiera embarazar en el desempeño de su nuevo cargo. El P. Carvallo no sólo accedió gustoso al pedido de la Junta, sino que también contribuyó con auxi-
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líos pecuniarios, k nombre de la provincia que regia, para satisfacer los gastos que la formación de hi Biblioteca demandaban (6).
El P. Ilodrígucz desempeñó dicho puesto hasta el año 1814, en que fué sustituido por el Dr. Dámaso A. Larrañaga. Creemos que se- ria un acto de justicia póstuma, y dignamente plausible, si en el recinto de ese establecimiento público se colocara, junto al del discípulo, el busto del maestro. ¿Acaso no compartieron ambos la improba labor que la organización de un establecimiento de ese género exigía? Pero continuemos..
Sabido es que, según el Estatuto Provisional, una asamblea de electores elegidos por el cabildo de cada ciudad en las provincias, era la autorizada para designar periódicaniente á los miembros que debían formar el gobierno supremo de las Provincias Unidas del Rio de la Plata. Reunida la primera de estas asambleas el 5 de Abril de 1813, designó al Sr. D. Martín de Pueyrredón para suceder en la presidencia del triunvirato al Dr. Passo, que ya había cum- plido su periodo gubernativo el día 4 del mismo mes. No pudien- do el Sr. Pueyrredón por el momento hacerse cargo del gobierno, por encontrarse ausente, la Asamblea, como representante que sojuz- gaba ser de la opinión popular, determinó no sólo nombrar al miem- bro que debía reemplazarlo interinamente, sino declararse con una exis- tencia permanente, á manera de cuerpo auxiliar al par que deliberativo en todos los negocios del Estado, para hacer, de este modo, desaparecer el personalismo que comenzaba á desprestigiar al gobierno patrio.
Rivadavia, á quien se tachaba como culpable de ese .absolu- tismo, contrario en todo á la democracia que debía ser siempre el distintivo característico de un gobierno popular como el de Mayo, se opuso tenazmente á la di'cisión de la Asamblea, alegando como argumento supremo, que el Estatuto Provisional designaba á los Secretarios como únicos y legítimos suplentes de los miembros au- sentes, y que en virtud de haber ya cumplido con su misión ese cuerpo electoral, debia cuanto antes disolverse.
La Asamblea acató sin resistencia alguna el decreto de su di- solución, y fray Cayetano Rodríguez que había sido uno de sus miembros más conspicuos, á pocos días de este acontecimiento po- lítico, escribía á su confidente Molina una interesante carta, en la cual, además de manifestarse gozoso por el decreto gubernativo y de hacer públicas las causas de su júbilo, se descubre al ciudada- no de espíritu elevado, que vuelve al silencio de su apacible sole- dad, tranquilo por la plena conciencia de su recto proceder.
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«Me tocas, dice, el punto de la gloriosa asamblea, de la que fui indigno vocal. Apenas quisimos sei' superiores por ocho días, ya les pareció que les queríamos arrebatar para siempre la supre- macía— disolvatur.
«Lo más gracioso es que después han estampado su Manifiesto lleno de mentiras y cosas en que ni hemos pensado, para acallar los gritos del pueblo, que brama con semejante hecho. Yo celebro muchísimo la disolución de la Asamblea porque, según los asun- tos que pasó el Gobernador para decidirlos, nos habríamos visto amargos: tales eran la imposición de títulos á los pueblos sobreto- dos los ramos, la supresión de la Inquisición (¿qué te parece?), la aprobación de la independencia de Caracas para establecer la nues- tra, y otras semejantes, cuya decisión exigían de la Asamblea y no querían que ésta fuese superior. Se nos ha acusado de que que- ríamos levantar el partido de Saavedra, y de aquí el pecado ima- ginario».
Por lo que mira al P. Rodríguez, ¿cómo pensar en que pre- tendía levantar en alto la bandera de un partido, cuyo jefe soña- ba en ceñir su frente con la corona del imperio, cuando sus doc- trinas eran esencialmente republicanas, aunque la forma de gobier- no la mirara como algo secundario? «Todo pueblo, exclamaba por el año de 1812, es una parte de la soberanía, y de todos y de cada uno debe arrancarse la voluntad con que legalice las accio- nes y ulteriores actos del gobierno». Y más tarde, en 1815: «Cons- tituyámonos primero y después pensaremos qué forma de go- bierno, adaptada á nuestra situación local, al genio nacional de nuestros habitantes, á nuestras relaciones exteriores y al carácter de la potencia á que debemos unirnos, pueda y deba garantir nues- tras reeoluciones. Todo esto debe entrar en el cálculo, para fijar la clase de gobierno que debemos adoptar. Lo demás es loquear sin término y reclamar derechos para destruir, con el abuso de ellos».
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Subide al poder el nuevo Triunvirato, que surgió dol seno de la revolución del 8 de Octubre de 1812, uno de sus primeros ac- tos fué la convocatoria de la Asamblea General Constituyente de 1813, que, como dejó escrito la pluma iDrivilegiada del Dr. Nicolás Avellaneda, fué la inteligencia revolucionaria de la América eleván- dose al solio del legislador (7). Y allí es adonde debemos ir aho-
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ra para observar al benemérito Cayetano Rodríguez que, arrancado del silencio de su humilde celda por el voto popular, del año XIII, iba á tomar asiento en el sagrado recinto de aquella histórica asam- blea, con el alma dilacerada por los pasados y presentes infortu- nios que retardaban el triunfo final de la empresa libertadora.
Era el lü de Enero de 1813 cuando escribía estas lineas que al presente guardan todo el valor de un documento histórico. «La Asamblea se acerca; veremos cuál es su fin y qué gobierno sancio- na. Gritan muchos porque la independencia se declare; otros, te- miendo salir del cascarón en que estuvieron siempre metidos, dicen que aun no es tiempo. Este ha de ser un punto de discusión, bas- tante agrio. Aun les parece corto el tiempo de nuestra esclavitud y mucho rango para un pueblo americano el ser libre. Vamos, pues, Fernandeando por activa y pasiva, casados con nuestras mal- ditas habitudes más arraigadas que el sebo de las tripas».
El prestigio de su patriotismo y la fama de su cultura inte- lectual, fueron sin duda los móviles que guiaron á los represen- tantes de las Provincias Unidas para confiar á la destreza de su pluma El Redactor de la Asamblea. La designación no pudo ser más acertada, porque ¿qué cuerpo de representantes no se honraría en tener por redactor de sus sesiones un patriota que al escribir la primera columna de ese periódico — que fué para nuestros padres lo que el Éxodo para los peregrinos israelitas — después de volver la mirada hacia el pasado de la Historia, para demostrar que si existe la esclavitud en los pueblos, también existe el sagrado de- recho de libertad, sancionado por la misma naturaleza, exclama di- rigiéndose á los habitantes del Río de la Plata? «Vosotros que habéis sido testigos y quizás victimas de los desastres de la revo- lución; vosotros que habéis visto á los tiranos jurar vuestra ruina en el pavor de su agonía; vosotros que por asegurar el destino de la posteridad renunciasteis vuestro sosiego para siempre; consagras- teis vuestros intereses particulares; ofrecisteis vuestra vida, y ha- béis preferido generosamente los peligros de la guerra y de la convulsión; los conflictos de una ciega incertidumbre, las congojas de una emigración aventurada, el llanto y hospitalidad de vues- tras familias, y lo que es más, el combate muchas veces difícil de las opiniones domésticas; corred ahora pai-a sostener con vuestros hombros el trono de la ley; renovad los juramentos que prestasteis en la memorable jornada del 25 de Mayo de 1810; auxiliad los conatos del orden y de la justicia; cerrad ya el período de la re-
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volución: abrid la t^poca de la puz y de la libertad y sed firmes en combatir á los agresores del interés público. La Asamblea Gene- ral espera por su parte, fiada en su celo y en el vuestro, que en sus manos se salvará la patria, y de ella recibiréis el sagrado de- pósito de las leyes, que van á sancionar \"uestra seguridad é inde- pendencia» (8).
Después do esta solemne invocación á los pueblos, lo veremos saludar con entusiasmo patiiótico el decreto por el cual acuerda la Asamblea conceder el titulo de ciudadanía k todos los españo- les europeos que por sus meritorios servicios han adquirido un de- recho indiscutible á la gratitud americana (9), y profundamente emocionado por la victoria de Salta, alentar á sus hermanos con la halagüeña esperanza de un dichoso porvenir (10). Le veremos concurrir con su voto, á fin de que el indio morador de nuestros desiertos sea i'econocido como hombre perfectamente libre (11), y que el dia 25 de Mayo se solemnice en cada año con todo el es- plendor de una fiesta nacional (12).
Más tarde, cuando las vici.situdes de nuestra política interna hicieron desaparecer, entre el estallido de las revoluciones, á la glo- riosa Asamblea que surgió entre los vítores del pueblo, fray Ca- yetano, siempre patriota ingenuo, en correspondencia íntimamente familiar con su estimable Molina, so felicitaba por la caída de Al- vear, y con severísimo criterio juzgaba su antipatriótica política, como se advierte en la carta que con fecha 26 de Abril de 1815 le escribió, recordándole la falt« de tino político y detallándole los pormenores de la revolución de Fontezuelas, la que, por contener revelaciones importantes, autorizadas por un testigo presencial de todos esos acontecimientos, creemos de utilidad reproducir. Héla aquí:
«Gracias á Dios que podemos escribir con regularidad, libres del espionaje de nuestros opresores. Cayó el maldito partido que era forzoso alabar i)ara no ser víctimas.
«Oyó Dios los clamores de innumerables infelices que lo eran bajo el poder de esos Faraones destinados para castigo de Buenos Aires y de las provincias americanas del sur. ¿Cuándo pensaron caer estos demonios en carne? Pero cayeron.
«Desde la repulsa de Alvear en el Perú, cinpc /.u ú flaquear el cimiento del edificio. - La representación de aquel ejército, hecha á Rondeau, descubrió misterios que ignorábamos y empezamos á atar cabos. Cuando Alvear emprendió viaje al ejército, se despidió aquí
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híistíi Lima, llovamlo corrospomlciu'i;! p:uM aqiu lla ciuduil. Esto alarmó á todos y nos (lió á entender, habla inteligencias con Pe- zuela. El ejército olió sin duda la cosa, y de aquí fueron también sus advertencias. En este intermedio so hizo colocar el mocito do Director Supremo, para llevar adelante sus ideas de dominación; y la Asamblea compuesta de hombres á su devoción (salvo algunos), entró por esta locura para llevar adelanto el partido cuyo corifeo era Alvear.
«Este desatino fué la última leña que se echó al fuego. Se incendió este pueblo y los circunvecinos. Empezaron á negar ne- cesariamente la obediencia, respaldados de la gente de la otra ban- da, bajo el comando de Artigas, que ocupó hasta Santa Fé. Alvear que se veía con 8.000 hombres de tropa, entró en el proyecto de afianzarse, invadiendo á sus enemigos.
«Echó dos bandos horrorosos, en que ponía pena- de la vida hasta por respirar contra su persona y sus determinaciones, y des- tacó 2.000 hombres á Arrecifes para contener la montonera que venía sobre nosotros, llamada por este pueblo para parapetar la insurrección que se meditaba.
«Cuando salió este trozo de ese ejército, de Buenos Aires, ya había sido testigo del horroroso espectáculo que nos presentó el mocito, colgando en la horca, la madrugada del día de Resurec- ción, á un miserable oficial (Úbeda), á quien fusiló ocultamente dos horas antes en la cárcel, sin más causa formada que una acu- sación clandestina de que seducía las tropas contra él: hecho que indignó á todo el pueblo cuando volvió sobre sí. Con estos ante- cedentes salieron los ejércitos, y en Arrecifes los comandantes Ig- nacio Alvarez y el coronel Valdenegro (quien estuvo á punto de ser colgado), se echaron sobre el general Viana y otros oficiales subalternos, y presos los mandaron á una estancia y en consorcio de los soldados negaron la obediencia á Alvear, excitándolo á que dejase el mando ó venían sobre él y el resto de su gente.
«Al mismo tiempo los cívicos, á quienes había quedado enco- mendada la ciudad por ausencia de las tropas, acampadas en San Isidro, hicieron movimiento y con los pocos fusiles que les había dejado y 1.300 que compraron en ese mismo día a los buques ip- gleses, se armaron para sacudir el yugo y proclamar la libertad del pueblo.
«Alvear, que estaba en San Isidro con el resto de las tropas, en vez de entrar en partido y calmar el cielo que se aparataba con
densas nubes, se obstinó absolutamente, y sordo á las recomenda- ciones amistosas del Cabildo que le convidaba con la paz, deter- minó invadir el pueblo y derramar la sangre de sus hermanos.
«Con efecto, la noche del Sábado 15 del corriente, hizo mo- vimiento hacia el pueblo, pero una lluvia que fué un diluvio, le atajó los pasos y dió lugar para que el Domingo, conocida su ini- quidad, se pusieran los cívicos en término de defensa, resueltos á sepultarse antes que entregarse á Alvear. Éste vió al fin sus de- sengaños, observando que de hora en hora se le desertaba su ofi- cialidad y soldados y lo iban dejando solo, y jiconsejado también por el Comodoro inglés (Bowles|y'comandante de la fragata capi- tana que salió garante de su vida, entregó el mando y se embar- có con él, donde hasta ahora permanece.
«En seguida reasumió ol Cabildo el mando del pueblo y em- pezó el ejercicio de su autoridad por la prisión de los comiiañeros ^ Alvear, los Posadas, los Larrea, los Vieytes y demás, entrando en la cuenta los canónigos Figueredo, Vidal y nuestro Valentín Gómez, como uno de los primeros papeles.
«Se deshizo la Asamblea y sg^ivitará á lp§. pueblos para un CpjogX^só Generar como es' cíebido, donde convenga y^tuzSs^ea en Tucumán. SeTia elegido de gobernador de esíe"pueFR)~á Hon- dean, y se le manda diputación para que se detenga todo el tiem- po que él estimo necesario para concluir su obra del Perú, y des- pués venga, como un sujeto quizás el único capaz de consolidar la unión de estos pueblos y quitar recelos que nacen aún de los vástagos que han quedado del árbol corrompido. Veremos si viene.
«Mi discípulo Pérez que llamamos el Chato, va con los plie- gos, junto con el oficial Hortiguera, y hoy mismo salen para la posta. También va Lagunns con ellos. Esto te contará menuda- mente las cosas y te horrorizarás al oir que meditaban nuestra entrega á la Península.
«Se ha creado una Junta de Observación, que ha trazado el plan para el nuevo gobierno de esta provincia, cuyos vocales van firmados en esa proclama echada por ellos, y están arreglando el descuaderno enorme que trajo la ambición y el despotismo. Ahí mi Agustín, qué robos tan enormes, qué injusticias! Qué corrup- ción de costumbres! qué escándalos en los mismos gobernantes y en sus dependientes En las cartas que me pillaron iba mu-
cho de esto, ponjue ya me rebosaba. Yo no sé cómo no me han ahorcado».
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Después de estos tra.stoinos políticos — que en gran manera debilitaban las fuerzas vitales que la revolución necesitaba para triunfar de sus enemigos exteriores — retirado fray Cayetano á la sombra venerable de su claustro, desde allí observaba la acciden- tada marcha de nuestrr vía dolorosa, y al ver que algunas provin- cias, feudo del indómito caudillo de las montoneras, don José Ar- tigas, no avaloraban en su justo mérito los sacrificios sin cuento que Buenos Aires soportaba por lograr la paz de sus hermanos» dilacerado en lo más profundo de su tierno corazón, lanzaba este quejido de dolor: «No se puede abrir el libro de nuestra revolu- ción sin llorar en cada página. Qué pueblos tan estúpidos, tan tontos, tan exóticos en sus pensamientos! Ya ves las ideas libe- rales que ha desplegado Buenos Aires, en consecuencia del sacu- dimiento último de los tiranos. Apesar, pues, de esto, se duda, se ataca vergonzosamente su buena fé y se hace sistema de separar- .se de sus ideas de unión y consolidación de fuerzas para fijar nues- tro destino. El inconstante Artigas que acaba de asegurar con la proclama impresa junto con el manifiesto de este Cabildo, dándo- nos las mejores esperanzas de unión — ha vuelto á sus antiguas ma- ñas. Ha hecho un congreso en la Banda Oi'iental, y la gran Cór- duba y la sLiLÚa Santa ¥<' se han dignado mandar á él sus diputados para tiazar el modo de separarse etcraamunte de esta capital» (13).
* * *
Pero se aproximaba 1816, y el ilustre fraile que en 1813 to- mó asiento entre los legisladores de la Asamblea General Consti- tuyente, aparecerá ahora deliberando entre los diputados del Con- greso de Tucumán, acompañado de un gran número de respetables eclesiásticos «que si no habían leído á Mably yá Rousseau, á Vol- taire y á los Enciclopedistas, ni eran sectarios de la revolución francesa — lo que hacía más propio y meditado su acto sublime — conocían á fondo la organización de las colonias; habían apreciado con discernimiento claro los males de la dominación española, y llevaban dentro de sí los móviles de pensamiento y voluntad que inducen á acometer las grandes empresas» (14).
Detengámonos.
¿Qué cuadro presentaban las Provincias Unidas cuando los cons- tituyentes de 1816 se reunieron en la histórica ciudad de San Mi- guel del Tucumán, en busca de un triunfo por mucho tiempo de- seado?
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La pluma de fray Cnyetfino nos dejó en un documento para siempre memorable, la mejor pintura que hacer se pudo de un
2>aís convulsionado «Divididas las provincias, desunidos los
pueblos y aún los mismos ciudadanos por unos principios que si no es difícil analizar, es un deber político ocultar bajó el velo de un silencio religioso; rotos los lazos de la unión social; inutiliza- dos los resortes todos para mover la máquina, que dió algunos pasos hacia nuestra libertad, ptero retrogradó sucesivamente al im- pulso de las pasiones; minada la opinión púl)lica; erigidos los go- biernos sobre bases débiles y viciosas; chocados entro si los inte- reses comunes y particulares de los pueblos, negándose alguno al reconocimiento de una autoridad común que fijase sus deberes y ter- minase de un modo imponente sus querellas; en diametral oposi- ción las opiniones; convertidos en dogma los principios más distan- tes del bien común; enervadlas las fuerzas del Estado, agotadas las fuentes de la pública prosperidad; paralizados los arbitrios para darles un curso conveniente; pujante en gran parte el vicio, y ex- tinguidas las virtudes sociales, ó por no conocidas ó por irrecon- ciliables con el sistema de una libertad mal entendida; conducidos, en fin, los pueblos por unos senderos extraños, pero análogos á tan funestos principios — á una espantosa anarquía, mal el más digno de temerse en el curso de una revolución iniciada sin meditados planes, sin cálculos en su progreso y sin una prudente previsión de sus fines» — hé ahi la montaña de inmensos males que los Con- gresales de 1816 se proponían derribar.
«Quién puede leer todavía aquella página del Redactor — de- cía en otro tiempo el Dr. Avellaneda en un bien meditado estudio sobre el Congreso de Tucumán, y aludiendo á este su primer ma- iiiñesto redactado por fray Cayerano Rodríguez — sin sentirla caer como una ola de amargura? Ella es torpe, como el dolor en sus manifestaciones; las palabras que dejan entrever el caos, se acu- mulan persouíilmente con sombrío y pesado colorido. Fáltale alien- to al que las escribe, y el tormento de aquella trabajosa concepción se posesiona del lector Do pronto cruza un soplo de heroís-
mo, la expresión brilla como un rayo de sol sobre una armadura, y la página concluyo flameando ol estandarte de los libres y repi- tiendo su juramento: «La Libertad ó la Muerte)) (15).
* -x-
Mientras el Congreso permaneció en Tucumán, fray Cayetano
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se asoció á todas sus grandes dcliboracionos y liabló para que por medio de gestiones eficaces, so lograse que la provincia del Para- guay mandara sus diputados al Congreso, á fin de que este cuerpo legislativo suprimiese la Comisaria general de regulares creada en la Asamblea de 1813, por su probable nulidad, y los males espi- rituales que en los claustros produjera; y en la sesión del dia 6 de Diciembre de 1816 hizo moción para trabajar un proyecto de cons- titución análogo ii las circunstancias del pais, íi fin de «presentar con ella á los pueblos (son sus palabras) el bien que debe empe- ñarlos en su defensa y en vinculo que debe unirlos á una aspiracióti».
Pero ahi estii como prueba de su patriotismo la famosa Acta de nuestra independencia nacional, que inspirado en el santo ardor de la justicia redactó con su pluma patriótica y fecunda para colo- carla el 9 de Julio de 181G, cual inscripción lapidaria que triun- fase de las inclemencias del tiempo, sobre los despojos del cuerpo del coloniaje.
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Disuelto luego el memorable Congreso de 181(5, las turbu- lencias anán^uicas del año XX que amenazaban la ruina final de una nación que surgia apenas á la vida de la libertad y de la in- dependencia, arrancan á su alma oprimida por tantos desastres co- mo sufria la patria, este lamento impregnado de bíblica elegía: (f «En el momento que escribo está mi alma más negra que un car- bón, y maldigo como Job el momento en que salí al mundo para ver nuestra ignominia. /7Así es (]ue hasta hablar de esto me roe las tripas y el alma se me devana cuando pienso en la absoluta dislocación de las cosas; el trastorno de todo el sistema; la anar- quía espantosa en que hemos venido á parar; la vergüenza públi- ca á que nos hemos expuesto á la faz del mundo entero, y el de- samparo y orfandad políticas en que nos ha constituitlo la maldad inaudita de cuatro hombres resentidos.
«El pueblo de Buenos Aires está convertido en una horda de bandidos, al extremo que es menester que cada casa tenga armas para defenderse de los mismos ciudadanos. Presenta el espectá- culo más triste á los ojos sensatos.
«Asi está la campaña. Así se van poniendo los pueblos y todo va á parar á la última total disolución. Seremos en breve presa del primero que nos quiera dominar. Han invadido el sagrado depósito del Congreso; las decisiones secretas, las comunicaciones
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reservadas las han echado á luz por la i:)rensa comprometiéndo- nos y comprometiendo á las naciones que ya comunicaban con no- sotros para zanjar nuestra imlependericia de un modo el más hon- roso. En fin, han hecho diabluras, y de un golpe han desbaratado
el trabajo de diez años de un modo incomprensible» (17).
¡Y quién le diría entonces á fray Cayetano que aun le aguar- daba 1822 para acibarar su espíritu con el cáliz de la amargu- ra, hasta el extrejuo de morir como el primer mártir de la libertad religiosa, después de haber agotado sus fuerzas en la lucha de azarosísima polémica por hacer triunfar las doctrinas de su reli- gión y las tradiciones de su patria!
Notas del Capítulo IV
(1) El señor don Pedro Eueda en su libro sobre el matrimo- nio, publicado en 1888, se atrevo nada menos (jue á arrojar sobre los Romanos Pontífices la calumnia del despotismo, y valiéndose de los defectos del hombre, censura acremente la Sede de los sucesores de Pedro. Pretende comprobar sus extraviadas ideas con la inser- ción de una bula de León XII, condenatoria de la Revolución Americana; pero que, afortunadamente, la crítica investigadora, pa- ra honra nuestra y confusión de nuestros adversarios, demostró ser un documento apócrifo, inventado para desprestigiar á la Iglesia universal de Jesucristo.
(2) José Manuel Estrada — Lecciones de Historia Argentina, tomo 2".
(3) Oración citada.
(4) Hé aqui esa circular: Fr. Cayetano José Rodríguez, de la Regular Observancia de N. P. S. Francisco, Lector Jubilado, Exa- minador Sinodal de varios Obispados, Consultor del Santo Oficio, Ministro Provincial de esta santa provincia de Nuestra Señora de la Asunción del Paraguay y siervo, etc. A todos los sacerdotes, asi Prelados como subditos de nuestra amada Provincia, salud y paz en Nuestro S. J. C.
Hacemos presente á todos V. V. P. P. y R. R. que con fecha 22 del corriente hemos reciljido una carta — orden del señor Pro- visor, Vicario General y Gobernador de este Obispado de Buenos Aires, inclusa una circular, ambas del tenor siguiente:
«Con fecha 12 del corriente me remite el Superior Gobierno la incitativa hecha al finado Prelado Diocesano y demás señores Obispos de estas Provincias, determinada á que disponga que am- bos cleros, en todos sus sermones toquen un punto relativo al sistema de nuestra sagrada causa; y que en la colecta de la misa se ruegue ex- presa y determinadamente al Señor proteja la causa de nuestra libertad. Poderosas consideraciones y el ejemplo de los sabios Prelados de Córdoba y Salta, me han determinado á acceder y circu- lar la adjunta orden que paso á V. P.R. con el objeto de cumplir por mi parte la expresada incitativa. Dios guarde á V. P. R. mu- chos años. — Buenos Aires, Mayo 22 de 1812 — Diego E. de Zavaleta.
Al M. R. P. Provincial del Convento de San Francisco. — Cir- cular.— Con el objeto de que los pueblos se impongan de sus de- rechos en unas circunstancias en que más que nunca Ies importa
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conocerlos; de concertar la opinión pública para contar los males y funestos efectos que produce la diversidad de pareceres, cuyo origen tal vez es la ignorancia ó irreflexión: consiguiente á esta inci- tativa liecha á esta jin-isdicción por el Supremo Gobierno, se pre- \iene k todos los sacerdotes seculares que en sus sermones, pane- gíricos y doctrinales, toquen oportunamente algún punto que sea propio íi ilustrar, fundar y sostener la justa causa que las Provin- cias Unidas del Rio de la Plata se propusieron desde la instala- ción de un imevo Gobierno Provisorio. Encargándoles como les encargamos, que al rebatir, como deben, nerviosamente el error, no rompan con iuq)rudencia los sagrados vínculos de la caridad, que por su ministerio deben procurar se estrecben más y más entre los fie- les. Se les previene igualmente que en la colecta de la Misa, después de la primera súplica concebida en estos términos: Et fámulos tiios Papam nostram Paiin, Regem nosfriim Ferdinandum cum prole regne, populo et exercitu suo ab omni adversifafe custodi, se añada: justam nostrce libertatis causam jwotege: pncem et salutem, etc. Buenos Aires, 22 de Mayo de 1812. — Diego Estanislao de Zavaleta. Y siendo de nuestra obligación obedecer al Prelado Eclesiástico en lo que toca al ndnisterio de la palabra y rituales del culto, para la conformidad do ambos cleros en los actos públicos de la Iglesia, especialmente cuan- do procede de la unión con el Superior Gobierno, llevando por objeto los sagrados intereses del púl)li.;o y del Estado. Por tanto; por las presentes firmadas de nuestra mano y nombro, selladas con el sello mayor de nuestro oficio, y refrendadas de imcstro Secretario, exhor- tamos á V. V. P.P. R. R., y para mayor mérito mandamos por Santa Obediencia, en desempeño de nuestro deber, el cunii)limiento del que nos impone en su circular el señor Provisor y Vicario General, de or- den del Exmo. Gobierno, á fin de alcanzar de Dios Nuestro Señor, la paz, urnón y concordia de todos, para realizar la defensa de nuestra sagrada causa y sofocar las disensiones domésticas, que tanto obstan para conseguirla. Este deber ndigioso, que nace del seno de la mis- ma caridad, urge especialmente á los Ministros del Santuario, que lo son también de paz. Por lo que á Nos toca y íi nuestros súbditos, no podemos mi-nos, P. P. y amados hermanos, que exhortar de nue- vo, rogar y suplicar por las entrañas de .Jesucristo, llamado Príncipe de la Paz por el Profeta, que procuren todos y cada uno, no sólo pe- dirla y suplicarla al Señor, sino también buscarla hasta alcanzarla. . •
Y uniéndonos por ahora h los sentimientos
del Prelado Eclesiástico, que ordena, obediencia á la Excnia. Junta, á los predicadores de la divina palabra, la explicación eu sus sermo- nes panegíricos y morales, de un punto relativo á los derechos de los pueblos bajo el sistema de libertad (jne han adoptado, les encarga- mos de nuestra i)arte que lo hagan, usando de la mayor moderación, precisión y claridad que exige tan delicada mati;ria; cuidando de no violar el respecto debido á la cátedra de la vcrdail, ni faltar el que se debe al pueblo con expresiones violentas é ind<H;orosas, ó invectivas estudiadas, indignas de tan sagrado lugar y ofensivas á las puras y
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justificadas intenciones del Superior Gobierno, y que en vez de servir para paciUrar y luiir los ániuios do los fieles para que obren de acuer- do en la defensa de l;i sagrada causa, no harían más cjue engendrar una rivalidad lastimosíi. qun ios empeñase en los medios de destruir- la. Por lo (|ue toca a la colecta de la Misa, úsese de la forma que va indicada, si el Prelado Iltino. de esa Diócesis no hubiera instruido otra para el arreglo de su clero, que en tal caso ésta debo preferirse.
Y para que nuestras Letras Patentes lleguen á noticia de todos nuestros súbilitos y les presten el debido obedecimiento, mandamos que se publi(jueu en los Conventos y Docti-inas de nuestra obedien- cia, en plena comunidad, y corran por el orden del margen de Con- vento en Convento, ipiedando trasuntadas en el Libro de Patentes y del último, se devuelvan á nuestra Secretaria, con certificación al pié de haberlo asi ejecutado.
Dadas en nuestro Convento grande de la Observancia de Buenos Aires, en 23 dias del mes de Mayo de 1813.— Fk Cayetaxo José Ro- dríguez, Ministro Provincial.— P. ^L D. S. P. R. — Fr. Ignacio Oaray. Secretario de Provincia». — (Del Archivo conventual de Córdoba).
(5) Cnjnica del Convento grande de N. P. San Francisco de Bue- nos Aires, libro III, capitulo VII.
(G) Nota de la Excma Junta:
«Habiendo sido destinado el R. P. señor Cayetano Rodríguez, al servicio de la Biblioteca pública establecida en esta capital, y siendo esta atención de mucho beneficio público, previene la Junta á V. R. lo exima de todo cargo ó atención que pueda embarazarle y se deje expedita su persona para su desemjjeño. Dios, etc. Septiembre 24 de 1810. — R. P. Provincial de San Francisco».
Nota del P. Provincial:
«Excmo. Señor. En consecuencia del oficio que acabo de recibir de V. E. con fecha del 24 del corriente, inmediatamente paso orden al R. P. Presidente del Convento de la Observancia, para que en lo sucesivo exonere de toda pensión y cargo al R. P. lector y jubilado Fr. Cayetano Rodríguez, para que con la mayor atención se contraiga solamente al cabal desempeño de la Biblioteca pública de que V. E. me hace mención en su respetable oficio.
Y deseando tener alguna parte en un beneficio público, tan acree- dor á nuestra consideración y aprecio, suplico á V. E. se digne acep- tar el corto obsequio de cincuenta pesos fuertes á nombre de mi Pro- vincia Regular de San Fríincisco, los que pondrá á disposición de Y. íl nuestro hermano síndico, para este laudable objeto. Dios guarde á V. E. muchos años. Convento de Recolección de Buenos Aires, 26 de Septiembre de 1810. — Señor Excmo. — Fr.a.y Fr.vxcisco J.wier Carvallo».
Estas notas existen originales en el Archivo General de la Na- ción.
(7) Escritos, pag. 147.
(8) El Redactor de la Asamblea, n". 1.
(9) Idem, n". 1. (10) » » 2.
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(11) Idem, n". 4.
(12) » » 8.
(13) Carta á Molina.
(14) Avellaneda. Escritos, pag. 111.
(15) Idem » » 144.
(16) Según el P. Pantaleón García, su panegirista, y muchos his- toriadores argentinos — entre los que se cuenta el general D. Bartolo- mé Mitre — fray Cayetano era el que redactaba El Redactor del Con- greso. En su Elogio fúnebre, el primero dice: «Vosotros le habéis visto miembro del Congreso Nacional de Tucunián, llevando El Redac- tor de las sesiones con política que le adquirió nombre en los pueblos», (pag. 15). Y el Dr. D. Juan M. Gutiérrez en la Revista del Rio, de la Plata, tomo VI, pag. 179. «El P. Rodríguez fué electo diputado por Buenos Aires al Congreso que se instaló en Tucumán el 24 de Marzo de 1816, y dirigió líi publicación del Redactor de aquel cuerpo, con este epígrafe significativo.' steriles transmissimus anuos.
(17) Carta á Molina.
CAPÍTULO Y
Escritor y propagandista. — Una obra del aljate Bonola traducida y ano- tada por el P. Rodríguez.— Fraj^ Cayetano periodista — El Oficial (le Día. — La reforma eclesiástica.— Sus causas. — Sus deton.sores. — Sus preludio.'!. — Decisiones cismáticas de la Asamblea General Constituyente. — El P. Fray Casimiro Ibarrola. — Carta-cii-cnlar. — Decreto del 13 de Diciembre do 1821 y del 8 de Febrero de 1&22. — Protesta ante la Logislatui-a Provincial. — Manifiesto del Gruaruián de San Fran.-.isco.— Un impreso en hoja suelta.— Venganzas del Cen- tinela.— Apología del P. Eodríguez. — La lucha periodística.— El P. Castañeda. — Perfiles biográficos.— Sus armas de combate. — Con- traste con las del P. Rodríguez. — Ambos se completan.— Burlas al Centinela. — L<i Guardia vendida por Centinela y la traición descubier- ta por El Oficial de J)w.— Ingratitud histórica.— La pobreza y la mendicidad combatida por el Centinela y defendida por el P. Ro- dríguez.—Los monasterios de religiosas. — Las órdenes mendicantes. — La iey de la propiedad. — Ataca al Ambigú quo proclama tina iglesia nacional. — Levanta los cargos calumniosos del abate Fleu- ry contra San Francisco de Asís, que reproduce el Centinela. — San- ciónase la ley general de la reforma del clero.— Fray Cayetano abandona el periodismo.— Triunfe final. — Su última enfei-medad. — Su nmerte.— Inhumación de sus restos. — Pompas fúnebres — Duelo de la prensa. — Monumento á su memoria. — Epilogo.
El P. Rodríguez, además de todo lo dicho, fué un escritor fecun- do, y un propagandista incansable de las doctrinas de su credo.
Ya se presagiaban las luchas de la reforma eclesiástica, cuando llegó á sus manos una obra que se titulaba: «Liga de la Teología mo- derna con la filosofía en daño de la Iglesia de Jesucristo, descubierta en una carta de un párroco de ciudad á un párroco de aldea, en respuesta á la confrontación de los nuevos con los antiguos regla- mentos acerca de la policía de la iglesia para entretenimiento de los párrocos rurales, escrita por el abate Bonóla».
Su objeto era, como se ve, refutar á un cierto autor milanés, que ha- bía publicado un libro plagado de errores contra la Iglesia y su moral cristiana. Escrita con método, apoyada en sólidas razones y en la rei^u- tación más concluyente de los principios sectarios, fray Cayetano com- prendía que su publicación en Buenos Aires, en momentos en que
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precisamente deberían debatirse en eUa principios con claridad resnel- tos — seria de nna utilidad inapreciable, y dedicóse, en consecuencia, en sus momentos di; ocio, á traducirla al español (del francés en que fué escrita), enriqueciéndola con algunas notas explanativas, origina- les de su pluma, y precediéndola de un llamado al clero americano. «El sacerdote, dice, debe estar á la mira, estudiar más que nunca la religión, y, como centinela de la iglesia, velar sobre sus muros; pre- dicar, instruir, discutir y prevenir las celadas que pongan sus enemi- gos para sorprender sus hijos, y cumplir con el mandato del Señor: «clama necesses, quasi tuba exalta vocem tuaim.
Y cual si tuviera la profética visión del porvenir, parodiando á Jesús en los uml)rales de la Pasión, concluye exclamando: «sacerdo- tes del S(>ñor: esta es la hora de los filósofos y el poder de las tinieblas. Pero hay Dios en Israel. Velad y orad porque no entréis en tenta- ción de amilanaros: fortificaos contra éilos. Al fin el triunfo se deci- de á favor de la verdad. Quién contra Dios? Prevalecerán contra su religión las puertas del infierno? Nó. Esto debe consolaros en los trabajos que emprendáis en su defensa. Plantad vosotros, rogad también y Dios dará el incremento».
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Sus notas, en número de veintitrés, son positivos comprobantes de .su (U'udicción clásica. En éstas (xplica el verdadero sentido de aquella máxima de S. Optato, obispo milevitano: «La Iglesia está en el Estado, y no el Estado en la Iglesia», tan maliciosamente tergiver- sada en todo tiempo por los enemigos de la autoridíid espiritual; de- muestra lo absurdos que son los jiropósitos de los que intentan sepa- rar á los obispos del orbe cristiano, de su cabeza pastoral que es el Pontífice Romano; rebate á los que, ba.sados en el dicho de Constsin- tino á los padres conciliares de Nicea, «Vosotros sois obispos den- tro de la iglesia: yo soy fuera de ella constituido por Dios» — preten- den (siguiendo en esto á sus antecesores, los jansenistas) hacer de la iglesia algo asi como unn esclava del gobierno secular; censura á los emperadores que sirvieron de apoyo á los cismáticos como los pa- triarcas Fox-io y Miguel Cerulario, y acrimina su debilidad pastoral k los obispos que con mengua de su alto ministerio doblan servilmente su cayado ante las promesas halagadoras pero por desgracia funestas
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de la autoridiul civil; hace ver cómo la usurpación de los bienes ecle- siásticos tiende á envilecer h la Iglesia, para que, envilecida, se destru- ya, puesD'Alembert, dice — enemigo acérrimo del cristianismo — señaló este medio como el más apropósito para acelerar su ruina, aplicando al clero aquella sentencia de Jesucristo en su evangelio: «.Hoc gemís de- moniormn, no ejicilur misi in jejunioD, de donde deduce ser de indis- pensable necesidad para la Iglesia tener en sí misma los medios de su propia subsistencia; combate la doctrina revolucionaria de que la li- bertad es un medio para disminuir el influjo sacerdotal sobre la masa popular, y dice que por haberla adoptado el pueblo francés, perdió el respeto á los ministros de Jesucristo y miró con indiferencia los horro- ros de la guillotina; rechaza la doctrina que se basa en este texto de la escritura: «.Adorarás al Señor en espíritu y en verdadi). para des- truir el culto exterior del cristianismo.
«Para obtener esto, escribe, era menester probar que el hombre es un espíritu puro, despojado enteramente de la materia, que no per- tenece á la iglesia en que Dios es adorado como un ser físico, com- puesto de cuerpo y alma, y entrar luego desterrando las virtudes más recomendadas en el Evangelio, como la penitencia, la mortificación, los actos de religión, y todo cuanto se roce con los sentidos».
Con una rápida ojeada sobre la historia de tantos reformadores como aparecieron en todos los siglos cristianos, especialmente desde Wice hasta nuestros días, logra demostrar que el último ñn de sus continuos esfuerzos ha sido el de asegurarse — aunque sea ilegalmente — de sus cuantiosos tesoros. De una pincelada maestra presenta el cuadro desolador que Francia y Roma ofrecieron á fines del pasado siglo, después del bárbaro despojo de sus templos; y para comproban- te de su aserto aduce estas palabras de Voltaire á Federico, rey de Prusia: «¡Quién diera á V. M. en su terreno el rico templo de Loreto, para apoderarse de sus riquezas con que la superstición lo ha ador- nado!»
Por fin, después de burlar á los que son víctimas de esa perpetua pesadilla contra el celibato eclesiástico, diciéndoles que la virginidad y la castidad es un consejo del Evangelio; y está puesto en orden que de la parte más pura del cristianismo se elijan los ministros del san- tuario, como de afrontar también á Rousseau la inconsecuencia de sus principios, cuando dice que consagrar á Dios la virginidad es hacer
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voto de no ser hombre, sin embargo de haber dejado escrito que lejos de tachar al Evangelio como pernicioso á la sociedad, lo encontraba en algún modo más sociable uniendo estrechamente al género huma- no por una legislación'que debe ser exclusiva — termina consignando que si la religión es la única fuente de la virtud, como no puede du- darse, sus enemigos están en la obligación de decirnos qué es lo que se enseña en sus talleres: porque si es bueno deben comunicarlo sin envidia; pues de lo contrario no tendrán que responder al que les di- ga que el que obra mal aborrece la luz.
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Tales eran los trabajos en que el P. Rodríguez se hallaba empe- ñado, cuando los gritos de la reforma le obligaron á abandonar la tan querida*quietud de su silencio claustral, para lanzarse á esa vida agi- tada del periodismo, en la que, si es cierto que recibió heridas causa- das por las púas de acero del lenguaje volteriano con que combatían sus adversarios, también es cierto que nunca jamás pudo ser vencido, porque, como buen soldado de la justa causa, se hallaba munido de la más fuerte armadura.
«Jamás los frailes — ha dicho un escritor que no se puede tachar de parcial en este punto — la legitimidad de sus propiedades, los dere- chos de la iglesia, fueron mejor defendidos que en el Oficial de Día (1). Allí derramó fray Cayetano todo su saber, la amenidad de su estilo y la elevación de su alma, resistiendo con una moderación ejemplar á caer en los excesos á que casi siempre le empujaban sus adversarios» (2).
Pero investiguemos ante todo la causa de la reforma eclesiástica en Buenos Aires: recordemos sus hombres, y después haremos su his- toria.
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El erudito Dr. GutiéiTCZ, escribiendo al respecto, dice: «La obra del hombre, en cuanto había bastardeado la influencia religiosa y sus formas, necesitaba pasar por el crisol en que se habían depurado la forma y los medios del sistema político anterior á 1810. Esto es evi dente: una revolución no se completa si en su marcha no pasa aba- tiendo las cabezas'de las amapolas cargadas de opio nocivo, arraiga- das en el campo de las ideas» (3).
En menos y en más claras palabras, ello quiere decir que la re- volución de 1810, junto con la evolución política, trajo el trastorno
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social y con el trastorno social consiguiente al cambio radical de ideas y costumbres, la relajación del individuo.
De ella no se vieron libres muchos miembros de aquellas insti- tuciones, que por su mismo carácter debían ser sal de la tierra — ¿por qué no confesarlo? — pero de aquí cuan lejos estamos de reconocer autoridad para la reforma, en un poder ajeno de jurisdicción en la ma- teria! Las instituciones religiosas, como miembros que son del cuerpo místico de la Iglesia, tienen en ella misma la mano que las gobierna y el poder que las regula. A esta autoridad, pues, deben recurrir los gobiernos civiles cuando la relajación del clero cundiera en perjuicio del bien público, á fin do que, deslindados los derechos, se proceda con orden en el camino de la reforma y se eviten los choques violen- tos de autoridades.
lAh! Con cuánta ciencia decía entonces allá por el año de 1852 el famoso orador franciscano de la matriz de Catamarca, fray Mamer- to Esquiú, que la independencia de la antigua metrópoli era preciso reconocerla como el árbol del bien y del mal: como una aureola, pero aureola de fuego que ha secado, calcinado la cabeza que ornaba (5).
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Al recordar esa época aciaga para la iglesia argentina, se desta- ca ante nuestra vista una ilustre personalidad que, encargada del mi- nisterio de gobierno en la administración del general D. Martín Ro- di'iguez, fué su brazo derecho desde 1820 á 1824, y el causante también de los trastornos que produjo la lucha religiosa.
«Don Bernardino Rivadavia — diré, haciendo propio el acertado juicio que sobre el estadista argentino emite el ilustrado cronista fray Abraham Argañaraz — á nuestro modo de ver, nunca fué un hereje ni un libre pensador vulgar: hombre austero en el fondo, melifluo en la corteza, demo-aristocrático en el sentimiento, patriota honrado: so- brecogido ante las demasías de 1820 y sus consecuencias; reformador por genio y de espíritu emprendedor — él puso mano á la reforma ge- neral de lo que ese año había descompuesto. Pero a falta de auto- ridad legal, vino h desfigurarse ante la virilidad del código católico.
Las ideas cismáticas del empei-ador José II de Austria, las doc- trinas del Febronio, las resoluciones de la Asamblea Constituyente de 1813, etc., todo de fondo cismático, quebró su noble y patriótica figura» (5).
A él sigue, como el satélite al astro, el deán D. Mariano Zavale- ta, que desde el primer momento de su elección para gobernador del
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Obispado de Buenos Aires en sede vacante (17 de Octubre de 1812), menos por ignorancia que por fuertes vínculos de amistad, secundó en todo al ministro Rivadavia, hasta llegar al extremo de reglamen- tar la vida interior de las comunidades con pi-escripciones las más severas y arbitrarias.
Tales son, pues, los hombres que de una manera principal sos- tuvieron la reforma en Buenos Aires, que desde luego comenzamos á historiar.
* *
La reforma eclesiástica de 1822 tuvo su preludio hacia 1810, con motivo del capítulo de regulares franciscanos, celebrado el día 25 de Mayo de ese año, y hacia 1813, por algunas decisiones cismáticas de la Asamblea General Constituyente.
Ese soberano cuerpo legislativo comenzó prohibiendo al Nuncio Apostólico residente en España, ejerciera jurisdicción alguna en las Provincias Unidas del Río de la Plata (6), independizando á los regu- lares de sus respectivos prelados, y nombrando un Comisario Gene- ral que, recabando la plenitud de su autoridad de los obispos dioce- sanos, ó provisores en sede vacante, ejercieran jurisdicción general sobro todos los conventos de regulares de cualquier orden que fuesen, existentes en el territorio de las Provincias Unidas (7).
Dicho cargo recayó en el R. P. fray Casimiro Ibarrola, religioso franciscano, quien, aceptando el anticanónico nombramiento — 29 de Noviembre de 1813 — y con motivo de haberse efectuado el día 2 de Diciembre de 1814, en el templo de San Francisco, el solemne reco- nocimiento de su autoridad por los Provinciales de las Ordenes regu- lares y prelados Betlemitas con sus respectivas comunidades — exten- dió á sus súbditos una carta circular en la que hace manifestación (por cierto no muy sincera) de la gran confusión que dominaba á su espíritu al verse objeto de distinción tan honrosa, y dice que se pro- pone hacer buscar para sus hermanos esa paz de que nos habla el Profeta, á fin de quesea un hecho el triunfo ñnal de nuestra independen- cia. Fiel en esto á las esperanzas que sin duda alguna depositaran en él sus electores, escribe: ¿El segundo punto en que se desplegará la energía de nuestro celo pastoral, será hacer respetar las au- toridades constituidas en el Estado. Estaraos resueltos á remo- ver todos los obstáculos que algunos de nuestros súbditos, ó ya po- seídos de una ignorancia crasa y supina, ó mal intencionados, ó seducidos por la intriga y malevolencia, opongan al sistema de Li- bertad é Independencia que con tanta justicia en las presentes cir-
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cunstancia», sostiene la América. De modo alguno encontrarán en Nos apoyo aquellos genios inquietos y perturbadores del orden pú- blico, que, cerrando con obstinación los ojos á la luz de la verdad, sostenidos en discursos frivolos y mil veces rebatidos — promueven el espíritu de discordia y de división, no sólo en las tertulias y conver- saciones privadas, sino que se avanzan con audacia á lo más sagrado del púlpito y confesonario, exparciendo máximas falsas, evasivas de la justicia, de la obediencia y de los primeros derechos del hombre.
«Todo el peso de nuestra autoridad debe caer indispensablemen- te sobre unos individuos perniciosos á la sí)ciedad, persuadidos de que la profesión religiosa prescribe sobre todo, regla de subordinación y de caridad: convencidos de que el sacerdocio es un ministerio de paz y amor al público: instruidos al mismo tiempo, que el amor á la pa- tria y la obligación de servirla, no es una ley que nos han enseñado los filósofos ó dictado los legisladores, sino que la recibimos de la misma naturaleza al tiempo mismo de nacer, la que desde entonces llevamos impresa (por decirlo así) en la sangre misma.
«Ultimamente, apoyados en la firme inteligencia de que el siste- ma político de nuestra América está por todos respetos cimentado en principios sólidos, justos y conformes á todos los derechos, no será posible que podamos desatendernos de la criminal conducta de los infractores, que unidos escandalosamente á los enemigos de la natu- raleza, de la paz y de la justicia, adelanta quizá más que ellos mis- mos en la injusta oposición que experimentamos. Bajo de este segu- ro, conduciremos todo el celo de nuestro ministerio á unir los corazo- nes, uniformar las voluntades y promover el espíritu público en todos los individuos de nuestro mando, y cuando los medios de humanidad y prudencia no correspondan á nuestros deseos (que no es de esperar), tendremos bastante valor para apurar los recursos de severidad sin excepción de personas, apesar de la condescendencia y compasivos sentimientos de nuestro corazón» (8).
¡Y en verdad que se mostró severo, y por desgracia también, bra- zo de la autoridad civil, como lo prueba el hecho de haber mandado recoger las patentes de confesor y de predicador á varios religiosos que por el solo motivo de oponerse á nuestra independencia nacional, se hallaban confinados en diversos puntos y lo reclamaba así el go- bierno secular!
* * *
A las decisiones de la Asamblea General Constituyente siguieron estos decretos del gobierno (13 de Diciembre de 1821): 1°. — Las ca-
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sas de la orden de regulares llamados mercedarios, situadas en el te- rritorio de las provincias, quedan desde la fecha de este decreto, en entera independencia de todo prelado ó autoridad provincial y bajo la sola dirección de los presidentes de cada casa. — 2°. — Dichas casas y los que las presiden, quedan bajo la inmediata protección del go- bierno, y sujetos en lo espiritual á sólo la autoridad eclesiástica.
(8 de Febrero de 1822): 1°. — Las casas regulares mendicantes del orden franciscano, situadas en el territorio de la provincia, que- dan sujetas sin excepción alguna, á las disposiciones de los artículos 1». y 3°. del decreto de 13 de Diciembre de 1821. — 2°. — El ministro secretario de gobierno queda encargado de la ejecución de este decre- to que se insertará en el Registro Oficial.
Uno y otro están firmados por el general D. Martin Rodriguez, gobernador, y D. Bernardino Rivadavia, ministro de gobierno. Según las razones que exordian los decretos, el primero fué dado Ínterin no se sancionaba la ley general de la reforma, y para extirpar las dis- cordias 'que, alterando el orden interno de la comunidad, perturbaban también el orden público; y el segundo, sobre franciscanos, á causa de la indisciplina que reinaba en dichos religiosos.
El 1". de Julio de 1822 se dictaron otros dos nuevos decretos, suprimiendo el convento franciscano de la Recoleta, por ser un lugar apto para cementerio; y aplicando á todas las casas de regulares lo dispuesto el 13 de Diciembre de 1821 en los artículos 1°. y 2"., con declaración que las pensiones y los goces serían repartidos con igual proporción entre los individuos de la conventualidad; que todo regu- lar que no quisiera pertenecer á la en que se hallaba, ocurriese al mi- nistro de gobierno para obtener el correspondiente permiso, y el que no habitase constantemente en su respectivo convento, quedaría bajo la exclusiva autoridad del ordinario, etc. Contra este segundo de- creto protestaron ante la Legislatura Provincial las comunidades de Dominicos, Mercedarios y Betlemitas, á fin de obtener su revocación; pero como la silenciosa actitud de la comunidad franciscana fuera ob- jeto de diversos comentarios por parte de los reclamantes, fray Anto- nio Acevedo, su guardián, lanzó al público un oportuno al par que artificioso manifiesto, que reza asi: «El uso de las voces tiene su tiempo, y nunca parece más oportuno que cuando indebidamente se censura á quien calla. Los que ignoran nuestros derechos quieren darles un bulto que los extraña de nosotros, y por un afecto compa- sivo culpan atropelladamente nuestra omisión, sin advertir que quien sabe conocerse & si mismo, sabe también lo que le toca.
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«En el decreto superior de 1». del corriente mes, han recibido los establecimientos religiosos un golpe notable; pero como no tenemos acción para resistirlo, tampoco debemos uniformarnos con el reclamo de los que por su profesión son muy distintos de nosotros. Por nues- tro instituto jurado solemnemente ante los altares, no tenemos pro- piedad alguna en común, y solamente el uso de todo aquello que es de necesidad para la vida. Con este concepto hemos sido admitidos en todos los pueblos; hemos servido en nuestro ministerio, hemos edificado templos con el auxilio de los fieles para los ejercicios del culto y moradas para nuestra comodidad y decoración pública.
«Nuestros mayores se hicieron dignos de una eterna memoria con sus cristianas conquistas en esta parte del Universo, y no han fal- tado en nuestros tiempos, fervorosos imitadores que sigan sus huellas y que hayan añadido á sus trabajos el de promover la libertad glo- riosa del país que habitamos, y pregonar públicamente la utilidad y convenencia del actual gobierno que nos rige.
«Pero estas consideraciones, serán acaso suficientes para elevar un clamor fundado contra las que el mismo gobierno se propone? De ninguna suerte: está muy lejos de nosotros el engaño de halagar nues- tro amor propio con la graduación de nuestras obras; ni somos tan insensatos que demos á nuestros labios la ocupación de propia ala- banza. Por el bien público hemos sido admitidos en los pueblos, y sin adquirir derecho alguno de residencia, estamos enteramente de- pendientes de la autoridad, para dejarlos, cuando se nos juzgue inú- tiles ó perjudiciales. Es verdad que una vista débil se resiste á la presencia de objetos brillantes; pero también lo es que se halla de- formidad en lo más hermoso, cuando se hace el examen por ojos perspicaces. Tal vez nuestro proceder, aun en el lance último, está, delineado en repetidos iguales sucesos, que nos recuerdan los fastos de la iglesia. Nuestro Seráfico Patriarca lo pone á nuestra vista en un capítulo de su regla; y sei-iamos demasiadamente felices, si huyen- do de ciudad en ciudad y de caverna en caverna, bendijéramos la in- comprensible Providencia, que permite nuestra angustias, y orásemos sin cesar por el mismo instrumento que nos hiere.
«¿Con que se vulneran nuestros derechos, cuando imestra profesión es no tenerlos? La igualdad de pensión es en todo conforme á nues- tras leyes, sin conocerse en nosotros más distinciones que las del ca- rácter, la ilustración y otras que son de poco concepto.
«La libertad que se franquea á los que quieren salir al siglo, da á conocer por una experiencia más inmediata, la rigurosa moral de^
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claustro; y esos mismos hombx-es que juzgan insoportable la austeri- dad religiosa, padecerán afuera más de lo que piensan, y dejarán á sus liermanos sin la molestia de sus desórdenes. Si para este proce- dimiento se necesita acuerdo del jefe de la diócesis, nosotros somos más menores para este juicio, que por razón de nuestro instituto: la voz del Delegado Apostólico tiene bastante fuerza para hacerse oir en un país cristiano; su autoridad, sus derechos, sus atribuciones en nada se aumentan con el débil apoyo de nuestras quejas; antes bien las re- bajaríamos con nuestra intervención inoportuna. No hay pues cosa alguna que con justicia pueda movernos. El amago mismo de nues- tra expulsión nos recuerda que sin tener ciudad permanente, debemos vivir como peregrinos en este mundo; que es un engaño confiar en los hombres; y que aunque nos hallemos reducidos al lóbrego silen- cio de las grutas, debemos estar alli más seguros con la esperanza de una vida futura, en donde no se conocerán la pasión del dolor ni las amarguras del llanto. Este es nuestro juicio, sin que nos quede re- sentimiento alguno que nos abata, y sin desistir del santo propósito de volver á servir al mismo país que nos arroje, cuando juzgue con- veniente volvernos á su seno» (9).
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Por esos mismos días (Julio 18 de 1823), fray Cayetano hacia circular entre el público, un impreso en hoja suelta, encabezada con el epígrafe: Justa Defensa, el que tenía por objeto prevenir á sus con- ciudadanos contra el medio innoble de que se valían sus contrarios para despretigiarlo ante la opinión, intentando atribuir í su sabia pluma, un mal escrito papel, donde, bajo el rubro El Religioso Im- parcial y firmado con las iniciales de su nombre — se vertían los jui- cios más avanzados contra el decoro de las corporaciones religiosas.
En él hace una protexta solemne de su fé católica y de los nobles sentimientos que le animaron desde el primer día en que se amortajó con el hábito franciscano, afirmando que ol indecente papel, ni por su estilo ni por su materia pudo ser suyo.
Rebate la opinión vertida por El Religioso Impardal de que no es necesario recurrir á la Silla Apostólica para la reforma del estado monástico, y desprecia como una insípida ocurrencia, la máxima de que la distinción de religiones y de hábitos, pone en problema la uni- dad de la religión. Como si la variedad — escribe — de clases civiles y militares y de sus diversos uniformes, chocase contra la unidad de un reino y de un ejército (10).
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Dos meses después de su publicación, agriado el Centinela por la tremenda derrota con que le hacía víctima con su Oficial de Día el P. Rodríguez, creyó vengarse, pretendiendo demostrar que las doctrinas vertidas en la Justa Defensa, eran diametralmente opuestas con el proceder que había observado cuando la Junta del año X, anulando el capítulo del día 25 de Mayo, y del cual ya hemos hablado, lo de- signó para el puesto de Provincial, aceptando el tan anticanónico nombramiento. Pero fray Castañeda, soldado de la buena causa y admirador imparcial de nuestro distinguido protagonista, tomó la pluma y escribió estas líneas, verdadera apología del intachable reli- gioso:
<iEl Centinela, como perro rabioso, se abalanza exaprupto contra N. M. R. P. jubilado y padre de provincia, fray Cayetano Rodríguez, y no atreviéndose á morderlo con sus propios dientes, porque son cartilaginosos como los de los tigres de la isla Frivola, cuya descripción nos hace el célebre Jorge Auson en la historia de sus Viajes, por eso es que le pidió los dientes prestados al Sr. Don Bernardino Rivadavia, ci- tando como cita la filípica de este Dr. Secretario en la tribuna de la honorable junta; sus palabras son estas: «corre en el público un papel «dado á luz por un regular que ha sido el primero en introducir la «anarquía en el claustro; que no ha trepidado en ocurrir al gobier- «no para anular un capítulo provincial, y habiendo obtenido el triun- «fo, ha pasado tranquilo doce años sin acordarse del papa ni de «las excomuniones». Hasta aquí el Señor secretario ea autoritate, qua potet.
«Señor Centinela! ¡por cierto que nos cita Vd. buen autor citándose á si mismo! Pero yo le doy á Vd. de barato que el Sr. D. Bernardino sea en efecto un San Bernardino de Sena: lo que de ahi se seguiría es que sub venia tanti, le negaría todo el asunto, como en efecto se lo niego: lo primero, porque el M. R. F. Cayetano jamás ocurrió al Go- bierno, antes al contrario trató de locos á los cuatro frailes díscolos que habían ocurrido.
«Pero los frailes díscolos eran movidos por el mismo Gobierno, como hombres los más apropósito para introducir la anarquía en los claustros, y secundar el proyecto del liberalísimo secretario, empeña- do en contrincar á los frailes unos con otros para hacerlos odiosos al pueblo, y extinguirlos cuando ya estuviesen por acabarse.
«En efecto, el tal secretario que en paz descanse, logró el triunfo, y escoltado de los señores comandantes se condujo al convento, hizo llamar á la santa y venerable comunidad, la insultó á su gusto, le
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arrancó al provincial los sellos de la provincia, los dió k quien quiso, y hasta este punto el M. R. F. nada hizo más que llorar como ahora las locuras.
«En seguida el gobierno convocó k capítulo á los padres que quiso, no sin contradicción y protesta por parte de los padi-es; de este conciliábulo salió electo provincial el R. F. Cayetano, y fué lo único bueno que se hizo, pues peor mil veces hubiera sido que el gobierno hubiera puesto los sellos de la provincia en otras manos. El nuevo provincial, inmediatamente trató de subsanar las nulidades que resul- taban de la violencia y despotismo del gobierno; escribió pues al Rem. pero el gobierno se opuso, y le ordenó que no diese el menor paso sobre el particular ¡que viva! ¿y todavía tiene valor el Sr. Riva- davia de insultar á un reverendo de tanto mérito? ¿á un religioso que en letras humanas y divinas quizás no tiene quien le competa en Buenos Aires? ¡Ah, señori la superchería está reconocida: los frailes en Buenos Aires son aborrecidos por sistema» (11).
* * *
Después de la publicación del referido manifiesto lanzado para salvar el honor de su persona y la santidad de sus creencias, fué cuando (Agosto de 1822) dió principio á la publicación de su periódi- co El Oficial de Día, y con él á la vía crucis de sus amargos sufrimien- tos, que sin duda le aceleraron el fin de su existencia.
El Centinela, órgano del partido de Rivadavia, y redactado por D. Juan Cruz Várela, hombre de un distinguido talento, pero de ex- traviadas ideas, por haberse inspirado en la escuela de los Enciclope- distas franceses, comenzaba por sostener con una argumentación for- zada, la oportunidad de la reforma y el derecho que la autoridad civil tenia para emprenderla por sí sola, sin consentimiento de la autori- dad eclesiástica.
Fray Cayetano le sale al encuentro, no para discutirle su necesidad ú oportunidad, sino para rebatirle los medios de que quiere hacer uso, y decirle — descubriéndole en esto los fines siniestros que lo ani- maban— «que el celo de que hace alarde, en vez de conservar la victi- ma, la consume, y las corruptelas y abusos del estado eclesiástico que tanto le asustan, al mismo tiempo le halagan: porque en ellos encuen- tra el pábulo al deseo, no de su mejoramiento sino de su destrucción».
«[Corruptelas y abusos!, exclama. Hé ahí el fantasma que pre- senta al pueblo para horrorizarlo y hacerlo tomar parte en sus planes de extermino. Esta es la funesta sombra & qué se acogen los reforma-
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dores del siglo de las luces, para excusarse contra los justos reproches de la justicia que clama y clamará contra ellos! Corruptelas y abusos! Como si la clase á que ellos pertenecen, tuviese un privilegio de ex- cepción, y pudiera gloriarse de no tenerlos. Es menester frente para dar en rostro al prójimo con debilidades y miserias, cuando puede volvernos la palabra sin temor de ser desmentido!
El Centinela divide la disciplina de la iglesia en interior y exte- rior para de este modo poder alegar para la autoridad secular el de- recho de intervención en lo que es exclusivamente propio de la auto- ridad religiosa; y su competidor le responde con esta argumentación en que luce la lógica irrefutable; «En la Iglesia no se conoce más que el dogma y la disciplina. El dogma es el alma, digámoslo así, y lo interior de este cuerpo; la disciplina es lo exterior, lo visible, como relativo á su culto, á sus leyes y á sus sagradas personas. El dogma exige nuestra creencia; la disciplina nuestro respeto, nuestra sumisión y obediencia. El dogma es invariable por su esencia: lo que una vez se creyó en la Iglesia como tal, se creyó siempre y se creerá hasta el fin; la disciplina está sujeta á mudanzas, como lo están las circunstancias de los tiempos y lugares. Así, pues, ni hay ni hubo jamás disciplina interna, como no hay ni hubo disciplina invisible é invariable; toda es externa y visible, como que se determina á objeto visible y externo. Explicarse de otro modo, es confundirlo todo para que nada se entienda.
«Ni se piense que ésta es una opinión que admite pro y contra con perjuicio de la fé. Es un dogma católico, que ninguno que lo sea puede contradecir; y lo contraigo es un error herético, fuente y origen de tantos errores prácticos».
Pero el órgano de Rivadavia no podía mantenerse en esa altura de dignidad en que debatía su contrario El Oficial de Día, y seguro de una vergozosa derrota en el terreno de la discusión séria, apeló al lenguaje del ridículo, á fin de zaherir con sarcasmos é improperios á comunidades por más de un motivo acreedoras á la mejor estima Asi es que no le faltaba coraje para insultar con los grotescos apodos de hipócritas, asesinos y raza infernal á los que como fray Cayetano, daban la voz de alerta, y levantaban un dique al torrente devastador de la tan decantada reforma del clero. «La tal reforma, pues — decía el P. Rodríguez — no significa otra cosa que destrucción de los minis- tros del culto, para que sean menos los que puedan fomentarlo; me- nos los que levanten la voz contra el libertinaje é irreligión; menos
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los que sostengan á tantos alin:\s incautas en el combate sordo que sufren ya de los filósofos de estrado, que osan ridiculizar lo más sa- grado, se mofan de la virtud é insultan la religión».
Pero ¡oh fortuna! Apenas inició fray Cayetano su campaña de oposición á la reforma, cuando vino á sentar plaza á su lado, como llamado por las circustancias, ó mejor dicho traido por la Providen- cia, uno de esos espíritus fuertes: fray Francisco de Paula Castañeda y Romero, que, como todos los varones de su talla, tenía por norte la verdad, y por sendero para llegar á ella, la via del sacrificio y el camino escarpado de la lucha.
* * *
Fray Francisco de Paula Castañeda era natural de Buenos Aires é hijo de progenitores honrados. En edad temprana ingresó en el Co- legio real de San Carlos, donde cursó literatura, filosofía y teología con ventajas excepcionales. Siendo aún niño, escribió una disertación sobre el alma de los brutos y la vida del obispo Azamor, en verso, tra- bajos que le valieron el aplauso común de su talento.
En 1798 tomó el hábito de religioso franciscano en el Convento de la Recolección de esta ciudad, y no cumplido el año de su profe- sión, sus prelados, prendados de su virtud y de su ingenio, destiná- ronle para el ministerio de los altares. Su ordenación sacerdotal la recibió en la ciudad de Córdoba, de manos del ilustre obispo Monse- ñor Moscoso, en 1800, y en la misma obtuvo por oposición la cátedra de filosofía en su histórica Universidad.
Desde entonces dió principio á la vida práctica del operario evangélico, que pospone todas las comodidades del siglo, al ideal del sacrificio cristiano.
«Sus discursos, escribe el orador de sus Exequias fúnebres, fueron siempre sólidos, llenos de unción, de erudición y de sustancia, y aun- que regularmente no se ligaba á las reglas rigurosas del arte, ni se empeñaba en seguirlas, esto procedía de la abundancia de conceptos y de voces, que no le permitían estrecharse en los limites de una es- tructura artificiosa, y de las diversas ocupaciones que le impedían de- tenerse en reflexiones estudiadas» (12).
En Enero de 1815 abrió en el convento de la Recoleta dos pe- queñas academias de dibujo — primer establecimiento público de este género que se fundaba en Buenos Aires — y habiendo logrado obtener del Cabildo un espacioso salón en el Tribunal Consular, lo inauguró el dia 10 de Agosto del mismo año, pronunciando una bella alocu-
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ción, que al decir de D. Juan M. Gutiérrez, es uno de los rasgos más elocuentes y originales de este inquieto y singular escritor (13).
En 1816, con motivo de La recepción del Supremo Director D. Martín de Pueyrredón, como hermano mayor de la congregación del alumbrado, predicó un famoso sermón sobre la irreligión y la impie- dad, y por muchos años, á pedido de la comisión de la referida her- mandad, continuó los días Jueves ocupando el pulpito de nuestra catedral.
Pero su espíritu estaba templado para las grandes luchas; y en la convicción de que el periodismo era su campo de acción, lanzóse á él para cumplir su cometido. A su vida periodística dió principio por las amonestaciones al Americano, y prosiguióla en tantos y tan varia- dos periódicos, que es hoy la admiración de todos los entendidos en la materia. En ellos aconseja, persuade, y hasta de lo que de pocos es dado, deleita, sin ofender el pudor ni faltar á la moral.
Artigas, Ramírez, con toda esa horda de federi-monioneros, cha- cuacos, etc., como él graciosamente apellidaba á los portaestandartes de la anarquía, caen sin piedad bajo el acero afilado de su sátira.
Las falsas doctrinas de Hobbes, Spinoza, Toland y Voltaire, co- mo las de tantos otros declamadores contra el estado eclesiástico, re- producidas por sus secuaces en los primeros tiempos de nuestra orga- nización nacional, son admirablemente pulverizadas por su lógica de hierro y la ironía de su pluma.
En 1822 fué acusado ante el Jurado por el Fiscal de Estado, y condenado á cuatro años de destierro en Patagones, por contener, di- ce el fallo tribunalicio, dictados ofensiws y calumniosos á los respe- tos y consideraciones debidas á la H. Junta de Representantes, al par que subversivos del orden é incentivos á la anarquía — el número 4 y 5 de La Verdad desnuda, el 4 de La Guardia vendida por el Centinela, y el prospecto del padi*e Castañeda.
Aconteció que cuando se produjo su acusación, hablase emigrado á Montevideo, motivo por el cual autorizó á su tío el presbítero D. Antonio Romero, para que lo representara ante el jurado. Rechaza- da primero esta representación, los jueces se vieron en la precisión de reconocerla después, en vista de que el acusado, apesar de las dili- gencias practicadas por la policía, no podia ser encontrado.
Durante su permanencia en dicha ciudad, hizo reaparecer á «Do- ña María Retazos)), que tenía por objeto desengañar á los filósofos in- crédulos que al descuido y con cuidado, nos han confederado el año veinte del siglo diez y nueve de nuestra era cristiana.
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De Montevideo pasó á Santa Fé, donde fundó el pueblo de San José del Rincón, inaugurando luego una escuela de primeras letras, en la que, además, enseñaba dibujo y latinidad. Otro tanto hizo en el Paraná y San José de Feliciano, provincia de Entre Ríos.
Espíritu batallador, la quietud le abrumaba, y habiendo tenido noticia de los restos existentes de una imprenta que había perteneci- do al general chileno Carrera, logró reunirlos, y con la ayuda de un extrangero competente, además de contar con nuevos materiales que le mandaba el coronel Borrego desde Buenos Aires, levantó nueva- mente su imprenta, y sin mudar de residencia, escribía un periódico que publicaba en Córdoba con el titulo de Los derechos del hombre.
Gobernadores como D. Salvador M*. del Carril, en San Juan, y Ferré en Corrientes, por más de una vez se interesaron en llevarle á su lado; pero ya fuera por razones públicas ó motivos privados, ello es que rehusó siempre tan honoríficos ofrecimientos.
A fines de 1821 ya había sido electo miembro á la Legislatura Provincial de Buenos Aires, y consecuente con sus ideas, al invitárse- le para tomar posesión de ese cargo, se excusó, dirigiendo al Ejecuti- vo una nota en la que, entre otras cosas, le dice que la elección de su persona, hecha por el pueblo, era una prueba de que sus escritos en nada eran ofensivos á la susceptibilidad pública, y que «le ningún modo aceptaba la representación de una soberanía que él no recono- cía, por ser la causa de todas nuestras desdichas, y por continuar siendo lo que siempre había sido: «padre de su pueblo».
Estando en Santa Fé el año de 1828, é impulsado, según lo cree el historiador Saldías, por "la amistad que lo ligaba con Rosas, se resolvió á fundar el periódico Buenos Aires cautiva tj la Nación Argetitina decapitada á nombre y por orden del nuevo Catilina, Juan Lavalle. En él ataca la administración do Rivadavia, é inserta un estudio biográfico del ingenioso hidalgo Juan Lavalle, y otros más que leerá el que quiera ver terrores.
La guerra que nuestra nación, recién surgida á la vida de la li- bertad, sostuvo con el Brasil, le movió á editar este otro: Véte portu- gués, que aquí no es, el cual, con el anterior, son los dos últimos fru- tos de su fecundo ingenio periodístico.
Por fin, tantas fatigas y tantos infortunios como tuvo que sopor- tar para sacar triunfante el ideal de la buena causa, apagaron la luz de su existencia, el día 12 de Marzo de 1832, en la ciudad del Para- ná. Reconocido Buenos Aires á sus muchos servicios en pro del bien común, decretó la traslación de sus restos, y el día 38 de Julio de
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1833, acompañados do numeroso pueblo, fueron depositados en el templo de San Francisco de esta capital, en cuyo panteón descansan, esperando la hora de la reparación nacional.
Más tarde, el 22 de Diciembre de 1833, en sufragio de su alma y en conmemoración de sus virtudes, se oficiaron en el mismo templo, solemnes exequias, pronunciando el elogio fúnebre de este ilustre va- rón, que habla hecho de la prensa en nuestro pais, tribuna de justicia y cátedra de enseñanza popular, el entonces humilde religioso francis- cano y luego obispo de Cuyo, Fray Nicolás Aldazor.
«Honor á él, diré á mi vez, con uno ae sus admiradores, que cayó con sus ideas, como caen los buenos, después de haber trabajado por el bien de su patria sin haberle dado un día de luto y sin haber ex- plotado su nombre querido para colmar la ambición y la avaricia que corroe á tanto político de ocasión» (14).
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Tal es, á grandes rasgos, descrita la personalidad de fray Fran- cisco Castañeda, que en hora de tremenda lid compartió con su her- mano de religión y de ideas, fray Cayetano Rodríguez, la lucha de oposición á la cismática reforma.
Diferenciase de su camarada en el uso del arma. Fray Cayeta- no empleaba la lógica concluyente, alta y serena; las pruebas de la Historiri, la invocación de la tradición, la voz de los concilios y el testimonio de los Santos Padres. Fray Francisco, la critica mordaz y la ironía avasalladora, porque mejor correspondían al fin de sus ideales. «Los discípulos de Arobet, decía en cierta ocasión en una de sus amonestaciones, jamás por jamás leerán un discurso serio, porque su elemento son las novelas, las fábulas, las sátiras y todo lo perteneciente á este jaez; pues, amigo mío, para atacarlos yo, es pre- cise que me entre por las cloacas y lodazales en donde los impíos se han encastillado, para hacerles ver que también el sai-casmo, el chis- te y la sátira pueden servir contra la impiedad y á favor de la reli- gión» (15). Y así, fraternalmente unidos, al grito de ¡Viva la Reli- gión y la Patria! mote que fray Cayetano colocó como epígrafe en su periódico, redoblaron ambos los esfuerzos para derrotar al Centi- neta y á todos los que con éste hacían causa común en apoyo del mal.
Mientras el P. Rodríguez hacia girar su pluma dentro del círculo de la polémica séria, profunda y razonada, el P. Castañeda empuña- ba el látigo de su sátira chispeante para azotar con fuertes golpes á los tan celosos reformadores del clero secular y regular.
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La Guardia vendida por el Centinela y la Traición descubierta por el Oficial de Día — El Desengañador Ganchi-Folitico — El Despertador Teofilantrópico—La Matrona Comentadora de los cuatro periodistas — Doña María Retazos — El Lobera de á 36 reforzado y la Verdad des- anuda, formaban esa temible batería con que causaba asombrosos es- tragos en las filas de sus contrarios, verdaderos tinterillos, según su original lenguaje, y filósofos chismosos que como arañas y orugas sa- caban veneno de las flores.
(íAl Centinela, decía, escribiendo con una gracia y picardía pro- pias de un ingenio humorista como el suyo, le ha respondido el Ofi- cial de Día con toda la solidez y moderación que podía desearse; pero eso es hacerle honor y no batirse con armas iguales; yo le prometo que ó lo he de hacer callar, ó no me he de llamar doña María; saque él enhorabuena al público la crónica inmunda de los cuarenta y cua- tro ó cuatrocientos cuarenta religiosos, que yo le prometo dar una crónica exacta de todos los que en diez años han dirigido la nave de nuestra república; y haré ver más claro que la luz del mediodía que, si en el año diez la suma de las cosas se hubiese puesto en inanos de hebdomandatarios, en manos de hermanos legos, ó en manos de tercero- nes de Santo Domingo, de San Francisco, de la Merced, ó del venerable Béthencour, otro gallo nos cantara».
«¡Señor Centinela!-», exclama después: «tiene mucho por qué ca- llar, calle, pues, que si no se vale de la autoridad, si no me da el acos- tumbrado golpe de mano, y sí la libertad de imprenta es igual para Vd. que para mí, los sordos nos han de oír, y Yd. ha de ser célebre en el universo».
Por supuesto que verdades dichas con tanto aplomo y desembo- zo, tenían que sublevar el honor del Centinela, y para vengarlo lanzó sobre los frailes este insulto grotesco y atrevido:
El fraile es una cosa que no es cosa
ni nunca será nada más que fraile no míis: su carga odiosa á toda sociedad tuvo agobiada
cuando el mundo dormido casi todo era fraile y atendido.
A tan cínicas como ofensivas imprecaciones, fray Castañeda res- pondía con este apostrofe valiente:
«¡Bribones!» Los aturdidos sois vosotros, que habiéndoos pos- trado de hinojos ante unas indecentísimas gauchas á horcajadas, es- táis muy persuadidos que nada ha sido lo del ojo! ¡Bribones! Mejor
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fuera que hubieseis oido ¡x los frailes, los cuales constantemente os aconsejaban que no os prostituyeseis, que tuvieseis honor, y que la centésima parte de vosotros era bastante para acabar á pescozones con los montoneros; pero vosotros cjue adorasteis humildes á las gauchas á horcajadas en caballos mansos, sólo habéis quedado útiles para embarrar papeles é insultar k los frailes indefensos, que cuando quie- ran, y ojalá que quisieran, pueden reduciros k lo que sois, esto es á cero y á doce de barajas, porque no sois m&s que pintores, y hombres de ningunas obligaciones. Después se dirigen al Oficial de Día, y siendo como son unos tristes centinelas, se desvergüenzan con su ofi- cial que les ha dado de palos, y faltando á la ordenanza lo reconvie- nen porque el oficial les habla en tono serio y circunspecto, retándo- lo para que diga gracias que los entone y mueva la curiosidad de los homhresD.
Y compadecido de que no tuvieran quien les brindara esas gra- cias que tanto anhelaban, él, generosamente, ofrecióse á hacerlo, pu- blicando La Guardia vendida por el Centinela y la Traición descubierta por el Oficial de Día, y previniendo á los editores del Centinela que 5e atasen los calzones, porque los desafiaba á que dijesen más chistes y más gracias que los que él les iba á decir. ¡Y efectivamente que los dijo!
«Maldito sea El Centinela!)) — escribía dominado por santa indig- nación.— «Dios me perdone! Este Centinela sin duda será aquel que hacia guardia cuando el p. Castañeda estaba en la horca, en los nú- raeros del Gauchi-político, ó quizá será El Centinela de la chamba dispuesto á señar y á dormir: tú llevarás la chamba, yo llevaré el candil; chamba la centinela, chamba, etc., ó será algún demonio como aquel que castigaba á S. Pablo, aunque yo más quisiera que me cas- tigase con hortigas que no oirlo hablar sin conocimiento de causa en materias jurisdiccionales y dogmáticas: por cierto que es arrojo el meterse á escribir sin magisterio, ó sin tener el hábito de buenos principios; eso sólo se puede ver en revolución y eso es lo que esta- mos viendo á cada paso que un botarate nos da la voz, como si fué- ramos un pueblo de carneros, ¿qué remedio? ¿Contestarle seriamen- te? Eso es lo que ha hecho ya el Oficial de Día con tal pulso y tino que honra á Buenos Aires, como siempre lo honran las plumas de los eclesiásticos que la riegan y fecundan con las lluvias tempranas y tardías de su sabiduría no vulgar, ¿valemos de la sátira y del ridí- culo para responder al necio conforme su necedad? ¡Oh! Entonces los muy martagones mudan de tono; afectan una seriedad estoica y
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esparcen por el pueblo incauto «que el padre se excede», que es cri- minal, que nombra personas, que es indigno de un sacerdote que dice misa, el correr con un látigo á los profanadores del templo, y dejarse devorar por el celo de la casa de Dios, que es el estado eclesiástico.
«¿Qué haremos, pues, con estos niños de la escuela? ¿No será mejor que no nos demos por entendidos? ¿Que los dejemos en mano de sus consejos, como ciegos que son, y guia de otros ciegos? Pero San Pablo nos encarga muy apretadamente que á esos refractarios los increpemos con dureza, para que sean sanos en la fé: increpaeos dure ut sane sint in fide, y eso es lo que yo debo hacer aunque arda Troya».
Después expresa que el fin de su periódico será reducir á polvo al Centinela, por haber sido el arsenal de todos los filósofos incrédu- los que insensiblemente nos han ido propinando el veneno de la he- rética pravedad.
«Este será, pues, el objeto del presente periódico en el cual pien- so contarle al Centinela todos los huesos de su anatomía, y todos los anteojos de su indigesta é informe mole; esto lo haré contando uno por uno los chichones que con sus sablazos le ha levantado el Oficial de Día, que seguramente no le ha dejado hueso á vida: haré ver que Centinela no se ha atajado un solo golpe, y que todas sus contestacio- nes se han reducido á cero, ó que cuando más, todas ellas se reducen ála exclamación délos catalanes cuando se les lee la via sacra: /Carai quin dolor!
«Ultimamente, si El Centinela se mete á historiador, yo le con- taré historias que le asombren á él y á todos los filosofastros de su calaña: si viene con chistes y sarcasmos, le haré ver que el clero es infinitamente más chistoso, así como también más serio y circunspec- to que todos los estafermos de los cafés, de las logias y del teatro de comedia». — En fin, no es posible seguir en todos sus giros á este ingenio vivaz que, como por milagro, se multiplica á proporción de las nece- sidades, para batir siempre con ventaja á sus muchos adversarios en- castillados tras los mofas y doctrinas volterianas.
¡Cuánto bien no hizo á su religión y á su patria este abnegado religioso, y sin embargo cómo el frío de una indiferencia glacial azota todavía á los que debieran glorificar su memoria, eternizando sus hechosi
» * *
Conocido ya el que con fray Cayetano combatió la reforma, pro- sigamos el estudio del protagonista de este ensayo.
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Habíamos dicho que el P. Rodríguez se distinguía por la polé- mica seria, profunda y razonada, y buscaba en la Historia, en la tra dición y el testimonio de los Santos Padres, los comprobantes de sus asertos. Pues bien, esta conducta, tan conforme con su pacífico ca- rácter, fué la que observó hasta el fin de la contienda periodística, en la que nos dejó rasgos hermosos de su bien cultivado entendimiento.
La pobreza y la mendicidad eran para el Centinela uno de sus puntos vulnerables.
«Ayuno hasta de los principios de la materia que trata — escribía fray Cayetano — no sabe distinguir la pobreza y mendicidad volunta- rias que se profesan por voto solemne y evangélico, de la voluntaria y de necesidad, hija de una suerte adversa y muchas veces del crimen; é indistintamente las clasifica, asegurando con una satisfacción pro- pia de la ignorancia, que ella conduce á un estado de ahyeción ó abati- miento que se concilia poco con el respeto que debe inspirar un ministerio santo, que reconcilia los pecadores con el cielo. Sin saber lo que dice incide en las proposiciones del teólogo parisiense Guillermo de S. Amor, que incomodado con las órdenes mendicantes, por haber sido admitidas á regentar cátedras en la universidad de Paiis, vertió contra ellas, proposiciones que merecieron la censura más agria de la silla apostólica, y la condenación del libro en que las estampó para zahe- rir y denigrar sus individuos».
* * *
Las reformas que se intentaban introducir en los monasterios de monjas, la secularización que se facilitaba á los religiosos, como la usurpación que se hacia de los bienes eclesiásticos, las combatía ad- mirablemente con su argumentación indestructible. Es un verdadero apologista cuando tiene que vindicar los cargos calumniosos lanzados contra las órdenes mendicantes que el Centinela supone «aborto en los siglos bárbaros, para apoyo del poder de los papas y para instru- mentos ordinarios de la corte romana».
— «No es la barbarie á quien deben su origen las órdenes raen- dicantes, escribe santamente indignado. Una providencia sabia que no veneran los que no quieren servir bajo de ella, esa fué la que suscitó en aquella edad tenebrosa, ciertos hombres divinos que las fundaron, para que en ellas se estrellasen la ignorancia y la barbarie, y diesen al mundo cristiano y político, héroes que con sus irre- prensibles costumbres y su ardiente celo, triunfasen de los vicios, y con su sabiduría disipasen las tinieblas de los siglos anteriores, abrie-
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sen los canales de la ciencia y derramasen luz en todos los ramos de la ilustración pública. A estos servicios deben los privilegios con que la Iglesia quiso honrarlos, no al interés que tu\'ieron los papas en granjear su adhesión, como instrumento de su poder colosal y co- mo punto de apoyo para sostenerlo».
La ley tan sagrada de la propiedad y tan descaradamente viola- da por los hombres de la reforma, le impulsaban á pronunciarse en estos términos: «Si no quieren que los religiosos sean los verdade- ros dueños, es menester que quiten la acción á los que los adquirieron para donárselos, y no reconocer la donación aceptada como uno de los legítimos medios porque se adquiere un verdadero dominio».
A esto añade las reflexiones del célebre jurisconsiilto Montes- quieu, sobre el respeto debido á las propiedades individuales, porque en su conservación invariable está cifrado el bien de la comunidad; y cita á continuación la resolución tomada por los Padres del Concilio de Sevilla, celebrado el año 619, para anular toda usurpación.
«Si alguno de vosotros — dicen aquellos santos varones en una de sus actas — sea por codicia, sea por fraudt;, sea por artificio, em- prendiese despojar ó destruir algún monasterio, júntense los obispos y suspendan de la comunión á este destructor de una comunidad san- ta; restablezcan el monasterio, restituyéndole todo lo que le pertene- cía, y animados de la piedad, esfuércense en reparar lo que la impie- dad de uno hubiere destruido»
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«■ vi-
A los ataques del Centinela se asociaba también el Ambigú, pro- clamando la separación de la Iglesia de Buenos Aires de la corte de Eoma, porque el Papa, á su modo de ver, era un soberano extrangero, y carecía del primado de honor y de jurisdicción en la Iglesia universal.
Fray Cayetano respondía diciendo que cuando el Papa da órde- nes que en nada perjudiquen á la autoridad civil, no hace más que usar de sus facultades natas sobre la Iglesia, en materias que son ex- clusivamente de la autoridad espiritual, y que respecto de los intere- ses temporales, no se considera al Papa como cabeza de la Iglesia» sino como un principe soberano de su Estado político, y que bajo este punto, puede romperse la comunión con su persona, cuando ella es perjudicial al bienestar de la potestad civil en su respectivo estado; pero que esto no será un motivo para estorbar y prohibir la comuni- cación de las iglesias particulares con su cabeza \i8ible, cuando es
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forzoso recabar de ellas, en materias espirituales, facultades que no pueden usarse sin su anuencia y consentimiento.
«El primado de honor y de jurisdicción — escribe — es un dogma en la iglesia universal, no disputado nunca entre los católicos, y que cuando alguno ha intentado ponerlo en duda, i)or el mismo hecho, ha dejado de serlo».
Se extiende luego en investigaciones históricas, para demostrar al Ambigú que la tul supremacía, jamás ha sido contraria á la disci- plina y prácticas de la Iglesia en sus primeros siglos, como él afirma- ba, para deducir de ahí que no podía ser un dogma, supuesta la rebe- lión á esa creencia.
Pero cuando su e.spiritu verdaderamente se subleva y su corazón se indigna, es cuando el Centinela, haciéndose eco de la voz del abate Fleury, reproduce el insulto de este escritor al más grande de los santos que produjeron los siglos metUos, diciendo que San Francisco de Asís entendió mal el espíritu del Evangelio al establecer la mendici- dad en su regla, y que si no fuera santo canonizado, era de sospechar que se hubiera dejado seducir por su amor propio.
«Esgrima— le dice, como compadecido de su ignorancia — su es- pada inexorable contra el Oficial de Día y contra las órdenes mendi- cantes, objeto de su saña; pero no quiera perturbar el rentoso de los santos; no ultraje su memoria queriendo envilecerla ante un mundo que, apesar de su corrupción, la respetó y la respetará mientras haya en él una vislumbre de fé y una mínima centella de caridad. Es de- cirle, Centinela, que no sea temerario Considere que los pasos
que ellos han dado en la carrera extraordinaria de su vida, han sido dii-igidos por la soberana mano de Aquél que dejó advertido á los filósofos que confundiría la sabiduría de los sabios y reprobaría la pru- dencia de los prudentes del siglo. No atente contra Dios, que se ha hecho admirable en sus santos».
Sin embargo, tantos esfuerzos y tantos sacrificios, realizados aquéllos y soportados éstos, por contrarrestar al torrente de la im- piedad que impetuosamente avanzaba, no fueron bastantes para con- tener su desborde, y hé ahí por qué en el día 21 de Diciembre de 1822 se sancionó la memorable ley de la reforma del clero, engendro de aquella famosa Constitución civil del clero francés, que en el pasado siglo hizo correr tanta sangre al pié de los altares consagrados (16).
Fray Cayetano no volvió desde entonces á aparecer en pública
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palestra; pues, angustiada sobremanera su alma, buscaba la soledad, á fin de aplacar la ira de Dios, dirigiendo plegarias desde la tierra al cielo.
Él vió con la intuición del profeta, los males que hijos sin en- trañas reportarían á su religión y á su patria; dió la voz de alerta en la hora oportuna, y producida la contienda, se lanzó á ella para cum- plir su deber.
¿Obtuvo el triunfo? En el terreno de las ideas, si; en los con- sejos de la impiedad, nó. — De todos modos, hagamos justicia á sus méritos, y no vacilemos en afirmar que á imitación del gran San Pa- blo, lo que aprentlió sin ficción lo comunicó sin envidia, para hacer de su patria, deidad que veneró con culto eterno, una nación para siempre gloriosa en las tablas perdurables de la Historia.
Amargado su espíritu hasta donde pueden llegar los sinsabores del humano dolor, las contrariedades de la polémica (17) fueron poco á poco debilitando su existencia, y llegó un momento en que sus fuerzas flaquearon y se alteró su organismo. Acometido por una fie- bre, la noche del 18 de Enero de 1823, amaneció el 19 agravado con una puntada de costado, y calmada ésta el día 20, el 21 próximamen- te, á las 81/2 de la noche, expiró víctima de una apoplegía de san- gre, después de confortado su espíritu con los auxilios de la religión, k la edad de 62 años y al mes cabal de la sanción de la ley general de la reforma (18).
Su cadáver, por una injusticia de la época, fué inhumado lejos de la sombra de ese templo franciscano, en cuyo recinto resonó m'ds de una vez su palabra convencida, conmemorando los grandes acon- tecimientos del cristianismo, ó las gloriosas efemérides de la patria; y desde entonces hasta ahora, la fría losa del olvido cubrió sus res- tos queridos (19).
Sobre su tumba abierta, sus buenos amigos y sus muchos admi- radores, le tributaron los fúnebres homenajes en que la hostia de la propiciación fué ofrecida en sufragio de su alma; y en vista de la restricción h que había sido sujeta la verdad, resolvieron renovar en Córdoba estas mismas exequias con oración fúnebre, que la pronun- ció el príncipe de la elocuencia sagrada en América, fray Pantaleón García, quien, al tejer su elogio, adoptó por tema estas palabras del libro de los Macabeos: Vita decesit, non solum juvenibus, sed et universae gpnti memoruim mortis siiae ad exemphim virtutis relinquens: — Murió, dejando no sólo á los jóvenes, míu> aún á toda la nación, la memoria de su muerte para ejemplo de virtud.
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La prensa se asoció también al duelo que causaba su pérdida, y ol Ai-gos uno de sus antagonistas y de sus más encarnizados rivales, le consagró estas lineas, tanto más justicieras, cuanto menos sospe- chosa de parcialidad es la pluma que las redactó; «
Jamás la patria podrá olvidar la
memoria de este religioso en quien se unían los mejores talentos á una vida llena de probidad. Su alma amena se vió inclinada des- de luego á los encantos de la elocuencia y de la poesía
í'A supo derramar en sus versos esas gracias sublimes que sin agita- ción se amparan del alma y la penetran de la más dulce sensibilidad. Entregado por su estado al estudio de las ciencias serias, aunque su mejor cultivo ha caminado entre nosotros con lentitud, él se formó
una educación que excedió en mucho á la medida común
Por lo que respecta á su virtud, su alma
modesta, llena de dulzura, y que en todos sus pasos caminó siempre bajo el ojo del deber, nos presenta un cuadro digno de nuestro res- peto y veneración» (20).
Setenta y seis años después que estas palabras resonaron sobre la lápida de su sepulcro, los hijos del pueblo que le vió nacer se han dado como cita para glorificar su nombre, presentando ante la poste- ridad, cincelada en mármol ó modelada en bronce, su simpática figura.
En la sesión que la Cámara de Diputados celebró el 14 de Julio del corriente año, se despachó favorablemente una solicitud del pue- blo sampedrino, pidiendo la cooperación pecuniaria del Gobierno Na- cional, y la cual ha sido fijada en la cantidad de $ 5.000, á fin de que sea un hecho cuanto antes este homenaje de justicia póstuma con que se rinde culto á los grandes servidores de la Patria.
Notas del Capítitlo V
(1) La colección de este periódico consta de 11 números y 128 páginas. Principió su publicación el 8 de Agosto de 1822 y terminó el 7 de Noviembre del mismo año.
(2) Juan M. Gutiérrez. Apuntes biográficos de escritores, ora- dores y hombres de Estado de la República Argentina, pag. 136.
(3) Idem.
(4) Discurso sobre la Jura de la Constitución.
(5) Crónica del Convento grande de Buenos Aires, Cap. XVII, página 42.
(6) Redactor de la Asamblea, n°. 11, pag, 42.
(7) Idem, n". 12-
(8) Documento existente en nuestro archivo Conventual.
(9) Idem.
(10) Dicho impreso es como sigue;
Justa Defensa. — Se ha dejado ver en el público un papelucho indecente, suscrito con las iniciales de mi nombre, con el titulo El Religioso Imparcial, en que su autor, en tono de consejero caritativo, vomita todo el veneno que ocupa su pecho contra el crédito y honor de las corporaciones religiosas, apoyando en los defectos con que las calumnia, la conveniencia y necesidad de la reforma que de poder absoluto ha emprendido el superior Gobierno. Aunque las iniciales F. C. R. pueden sin violencia acomodarse á otros nombres que al mío, se ha hecho entender al público que soy yo y no otro el que suscribe.
Apesar de que este es un escandaloso insulto y notorio agravio á mi modo de pensar y á mi conducta pública en este preciso asunto — que da materia á la conversación del dia — doy muchas gracias al verdadero autor del papelucho, ya porque cede en alabanza mia, su- poniendo que mi oponión es capaz de imponer y de hacer formar dic- tamen, como porque me da ocasión de dar á luz mis sentimientos, quizá imprudentemente suprimidos hasta aquí. El público es acree- dor á que se le desengañe, y á que la patraña y mala fé no entren á ocupar el lugar de la verdad. Ante su incorrupto tribunal no deben triunfar la mentira y la superchería, ni con semejantes armas debe re- cabarse su respetable ascenso. Asi que este ardid de que se ha vali- do la malicia para sorprenderlo, es un vil arbitrio para poner en problema su integridad. Felizmente, no podrá conseguirlo. Los sensatos han penetrado todo el fondo de este negro proyecto y los incautos se arrepentirán luego de haber vendido á tan bajo precio su sencillez.
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Sepa pues el público, á quien sin mérito mió soy deudor de al- gunas consideraciones, que este indecente papel que corre bajo mi nombre, ni por su estilo, ni por su matoria, es, ni puede ser mío. Los sentimientos que rae animaron, siempre han sido diametral mente opuestos á todos los que él expresa. Desde mis tiernos años vestí el hábito de la religión de mi P. S. Francisco, )' no me he arrepentido un momento de haberme alistado en una corporación que por su fé, por su celo, por su doctrina, ha merecido el respeto, aprecio y vene- ración de todo el mundo, sin que los defectos de que adolecen todos los establecimientos, y de que ella no pudo por privilegio alguno, eximii-se, hayan entibiado la devoción de los pueblos y la deferencia piadosa á todos sus individuos. En su claustro adquirí los conoci- cimientos relativos á mi creencia, y ellos han reglado mi opinión, que jamás ha sido susceptible de las vici.situdes del tiempo y de las cir- cunstancias. Alguna ai"»licación á aumentar aquellas primeras luces, me abrió la puerta á la adquisición de otras mayores, y éstas me con- firmaron hasta el convencimionto, de las verdades sólidas de la reli- gión, ,que echando altas raices en mi alma, no han sido arrancadas por el torrente impetuoso de nuevas opiniones que desimés, acá han infestado al mundo cristiano. Así que ñrme siempre en mis princi- pios, he creído como una de ellas, que la Iglesia de Jesucristo es un reino divino y espiritual, totalmente independiente en su autoridad, disciplinii, leyes y funciones, del reino temporal y civil, y que es una verdad indudable y eterna la soberanía é independencia reciprocas de estas dos potestades, que excluye absolutamente la ingerencia de la una en los objetos de la otra: que así como no pertenece á la autori- dad de la iglesia, dar leyes á la autoridad civil, tampoco pertenece á ésta, darlas á la eclesiástica, ni mandar por derecho cosa alguna en lo respectivo á sus instituciones piadosas ni á los reglamentos por que deben gobernarse; que intentar la potestad civil meter la mano en puntos do disciplina eclesiástica, es extender su autoridad más allá de sus justos límites; que si un punto de disciplina eclesiástica no es un dogma, el derecho de establecerlo es (como se explica el sa- bio obispo Bossuet) una verdad que pertenece á la fé: y como ningu- guna potestad puede determinar sobre el dogma, del mismo modo, ninguna puede señalarle una disciplina: que en punto de disciplina, á la iglesia toca la deci.sión, y á la potestad civil la protección de las leyes para promover su exacto cumplimiento, en obsequio de su mis- ma conservación. Ved aquí expresado del modo más sencillo mi ca- tólico modo de pensar.
Pregunto: — Esta doctrina es conforme con los sentimientos del Religioso Imparcial y con los errores que están esparcidos en su in- decente papel? En él se asegura innecesario el entablar recursos á la Silla Apostólica para una reforma en el estado monástico, que ha degenerado ya en una verdadera y completa destrucción; para echar- se sobre sus casas y bienes que hacen el fondo de su escasa subsis- tencia; para desnudar del hábito religioso á todos sus individuos y obligarles á vestir el del apóstol S. Pedro; para separarlos de la suje- ción debida á sus prelados, y sujetaj-los inmediatamente al prelado
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diocesano, aniquilando de este modo sus corporaciones, aboliendo sus leyes y sus sagrados votos, y arruinando, en ñn, unos institutos pú- blicos de piedad tan antiguos como el pais que los abrigó en su seno y á quien debe la propagación de su fé, el arreglo de sus costumbres, y los principios de su educación politica y religiosa, bajo el ridículo pretexto mendigado de las impías máximas del heresiarca Lutero;que la variedad y distinción de religiones y de hábitos pone en problema la unidad de la religión católica; insípida ocurrencia. Como si la va- riedad de clases civiles y militares y sus diversos uniformes, chocase con la unidad de un reino y de un ejército. Coincile, vuelvo á decir, esta anticatólica doctrina con mi modo de pensar? El público ve que no; como ni tampoco con el de los venladeros católicos, de los amantes del orden, de los que reconocen al Obispo de Roma por ca- beza universal de la iglesia, á quien debe estar unida toda corpora- ción, como un centro común y fuente de toda la autoridad. El que in- tentase usurpársela desplegando una potestad, sobre instituciones aprobadas eclesiásticamente por ella, variando su disciplina, rebajan- do de hecho sus votos evangélicos, extendiendo su sacrilega mano hasta lo interior del santuario — éste,sí, divide la iglesia de Jesucristo, y confundiendo las autoridades que Dios ha fundado independientes, introduce un escandaloso cisma que va á concluir con un dogma fun- damental de la religión cristiana; abre una brecha á favor de sus irreconciliables enemigos que por estos principios tratan de humillar- la, zaherirla y ridiculizarla. Tal ha sido el efecto funesto del ejerci- cio de esta atribución que se arrogó la potestad civil en las iglesias galicana y española, á que no han querido suscribir los verdaderos creyentes, y tal debe esperarse en la iglesia americana por idénticos motivos.
Con razón pues, retumban las bóvedas del claustro con los gritos de reforma impía, derechos vulnerados, instituciones abolidas: con razón se teme la ruina del templo inamovible de nuestra sacrosanta religión, en un país que ha jurado profesarla y defenderla como la única y verdadera con exclusión de otros cultos que no reconocen al Vicario de Jesucristo en la tierra y su primacía de honor y jurisdicción, por- que destruido este cimiento, debe desplomarse el edificio. De aquí es que se engaña maliciosamente al público cuando se anuncian in- mensos bienes á la religión católica con la sanción de una reforma eclesiástica, como parte de la equidad y justicia que son las guías del gobierno y del ordinario (aunque á este nada le consulten), porque no está en la esfera de su poder una atribución que es exclusivamente anexa á la potestad de la Iglesia. Un abuso espantoso de la autori- dad es un germen de inmensos males que ya se entrevén en el mismo desarrollo de planes inauditos. Se alucina á los incautos, haciéndo- les entender que á este avanzado modo de obrar dan margen la re- lajación y desorden de los cuerpos religiosos, la necesidad de calmar las turbulencias y divisiones del claustro, de uniformar el clero, y otros motivos que atacan el honor de sus individuos, realzando el celo de la potestad que ha meditado esta empresa. Ah! desorden, defectos de los claustros religiosos, divisiones, turbulencias en el
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claustro! Que haya desfachatez para produch-se en térmmos seme- jantes? Si necesitan reforma estos abusos, abultados en gi-an parte por la malicia, ¿esto prueba que debe y puede hacerlo la autoridad secular? Que haya habido siempre desórdenes y defectos remarca- bles en los cuerpos militareis, ¿arguye que deba emprender la reforma la autoridad eclesiástica? Además, ¿qué extraño es que las corpora- ciones piadosas se resientan de un mal que no les es endémico, sino común á todas las demás ci\ales y políticas? Que muchos de sus in- di\'iduos participen del espíritu general de corrupción, y cedan á la influencia de sus costumbres? Si hay profesión que por estos prin- cipios no haya experimentado alguna alteración en sus costumbres, dispare contra ellos la primera piedra. Pero si esto da facultad para aboUrlas con el especioso título de reforma, extíngase de raíz la reli- gión católica porque se ve denigrada con la relajación asombrosa de los miembros que la componen. A estas consecuencias lleva la lógi- ca parda de los reformadores de nuestro siglo, tan fecundos en proyectos.
Uniformidad del clero. Otro pretexto aparente y hueco y que prueba l;t ignorancia del que lo alega. ¿Quién le ha dicho al fingido Religioso Imparcial que la uniformidad del clero consiste en la iden- tidad de su hábito? ¿No está dicho, tiempo hace, que «el hábito no hace al monje», y que bajo un mismo hábito puede haber discordan- cia y aún oposición en los sentimientos? La uniformidad que se de- sea en el clero debe repetirse de la unidad de su fé, de la regularidad de sus costumbres, de la identidad de su culto religioso, del indivi- sible fin á que deben aspirar en el ejercicio de sus funciones, y de la empeñosa resolución que deben tener sus individuos de defender de mancomún sus derechos eclesiásticos, oponiéndose con firmeza á las venenosas máximas que se exparcen en el campo de la Iglesia, para debilitar y restringir su autoridad soberana, y hacerla esclava yil de la potestad secular, su mendiga y pordiosera.
Esta es la uniformidad á que deben suscribir los que piensan rectamente. Si por desgracia hubiese algunos en ambos cleros que no fuesen de este modo, sepa el público, pues que no debe ignorarlo para precaverse y cautelarse, que éstos han adoptado un sistema re- sistido por la iglesia, anatematizado muchas veces por su cabeza visible, por los concilios generales y particulares, con ocasión de los errores que han sembrado en su seno los enemigos declarados de su fé, especialmente la Francia anticatólica en el infortunado periodo de su dislocación.
Estoy pues muy distante de sufrir equivocarme con unos hom- bres que hacen sus marchas por caminos tan torturosof, como tam- bién de presentar mi cuello á la e.spada espiritual de la Iglesia. Sé que debo obedecerla y conformarme, como me conformo humilde- mente, con los principios de fé que ella me prescribe. Este es, repito por tercera vez, mi modo de pensar en este delicado asunto, que he debido exponer á la clara luz para no dejar envuelta en tinieblas mi creencia atacada en un papel fingido por la más grosera malicia; ar- biti"io miserable que prueba la indecencia de su autor y lo débil de
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la causa que promueve, queriendo apoyarla en el parecer de un indi- viduo, que por un error (le concepto, lo ha imaginado capaz de influir en ei ascenso púljüco. Y si debemos temblar que los perniciosos ejem- plos de insubordinación, dando principio por nosotros, se trasmitan hasta las últimas clases de la sociedad, abriendo de esta manera un abismo do males que vendrán íi ser el sepulcro de nuestra libertad naciente — mucho más díibemos horrorizarnos de que la insubordina- ción á los decretos y doctrinas do la Iglesia, abra la funesta losa en que se hunda nuestra fé, y que nuestra libertad naciente, degeneran- do en una licencia absoluta do pensar, y en un libertinaje de costum- bres, venga á ser victima de la justicia de Dios, infinitamente más temible que la de los hombres. Entretanto, yo protexto mi obedien- cia á las autoridades legitimas, y sólo me he expresado en términos, á algunos quizás poco agradables, en que no debe confundirse la luz con las tinieblaH, el buen grano con la paja, y la respetable verdad con los groseros errores. Nadie puede dispensarme de la obligación de cubrir mi honor, indebidamente vulnerado, á presencia de un pú- blico que venero. Buenos Aires, Julio 18 de 1822. — Fray Cayetano José Rodríguez.
(11) Doña María Retazos, periódico de Buenos Aires.
(12) Fray Nicolás Aldazor. Elogio fúnebre.
(13) La Enseñanza Pública en Buenos Aires.
(14) Dr. Saldias. Historia de la Confederación Argentina.
— Con arreglo á la ley de la reforma, que prescribía que las casas de regulares no podian tener ni más de 30, ni menos de 16 sacerdo- tes, el padre Castañeda después de la supresión de nuestro Convento de la Recoleta, se fué con su familia y no al convento de la Obser- vancia, por estar ya lleno en éste el número que señalaba dicha ley. A investigaciones del laborioso y fecundo escritor nacional, Dr. An- gel Justiniano Carranza debemos el siguiente dato: que la casa que á la sazón ocupaba la familia del P. Castañeda y en la que él vivia por el año 1823, estaba ubicada en la calle Suipacha, entre las de Cangallo y Cuyo, á cuadra y media de San Miguel, sobre la izquier- da, dirigiéndose al Norte.
(15) El Despertador, n°. 30, pag. 375.
(16) Esta ley comprende 33 artículos, que por razón de oportu- nidad reproducimos.
Articulo 1". El fuero personal del clero queda abolido.
Art. 2". Desde el 1" de Enero de 1823 quedan abolidos los diez- mos; y las atenciones á que éllos eran destinados, serán cubiertas por los fondos del Estado.
Art. 3". El Seminario llamado Conciliar, será en adelante cole- gio nacional de estudios eclesiásticos, dotado por el erario.
Art. 4°. El Cuerpo Capitular ó Senado del Clero, será compues- to de cinco dignidades de presbíteros, y cuatro canónigos, de los que dos serán diáconos y dos subdiáconos.
Art. 5». El Presidente del Senado del Clero será el Deán, ó pri- mera dignidad, que tendrá la dotación de 2.000 pesos anuales.
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Art. C". Las otras cuatro dignidades de presbíteros, tendrán ca- da una la dotación de 1.000 pesos anuales.
Art. 7°. Los canónigos diáconos y subdiáconos gozarán de la dotación de 1.200 pesos anuales.
Art. 8". Los canónigos, cuyas prebendas quedan suprimidas, dis- frutarán la pensión de 800 pesos anuales.
Art. 9°. Los racioneros y medios racioneros, que en fuerza de esta ley quedan sin ejercicio, gozarán la dotación de 500 pesos anua- les, mientras no sean empleados.
Art. 10. Todo lo necesario para el culto de la Iglesia Catedral, y los gastos que él demande, serán arreglados cada año por el Go- bierno á propuesta del dignidad decano.
Art. 11. Quedan sin alteración por ahora las primicias y los derechos y emolumentos parroquiales.
Art. 12. El Gobierno, de acuerdo con el Gobernador del Obispa- do, arreglará las jurisdicciones de las parroquias, especialmente en la campaña, hasta el punto que lo exija el mejor servicio del culto.
Art. 13. El Gobernador del Obispado en sede vacante, tendrá la dotación de 2.000 pesos anuales, pagados por el erario, si por otro titulo no tiene dotación igual ó mayor, pero no percibirá derecho alguno.
Art. 14. El Gobierno 'acordará al Gobernador del Obispado, la cantidad necesaria para los gastos de oficina.
Art. 15. Tendrá éste un secretario con la dotación de 800 pesos anuales y no percibirá derecho alguno.
Art. IG. Quedan suprimidas las casas de regulares Betlemitas, y las menores de las demás órdenes existentes en la provincia.
Art. 17. La provincia no reconoce la autoridad de los provincia- les en las casas regulares: el Prelado Diocesano proveerá lo conve- niente á la conservación de su disciplina.
Art. 18. Entretanto que las circunstancias políticas permitan que se pueda tratar libremente con la cabeza visible de la Iglesia ca- tólica, el Gobierno incitará al Prelado diocesano para que usando de las facultades extraordinarias, proceda en las solicitudes de los regu- lares para su secularización.
Art. 19. El Gol)ierno, de acuerdo con el Prelado eclesiástico, puede proporcionar la congrua suficiente á los religiosos que no la tengan y pretendan su secularización, de los bienes de las comunida- des suprimidas, y de los sobrantes que resulten ó en adelante resul- taren de los existentes.
Art. 20. Ninguno profesará sin licencia del Prelado diocesano, y éste nunca la concederá, sino al que haya cumplido 25 años de edad.
Art. 21. Ninguna casa de regulares podrá tener más de 30 reli- giosos sacerdotes, ni menos de IG.
Art. 22. No tomará hábito ni profesará persona alguna en las comunidades regulares, cuyo número de religiosos sea mayor que el que designa el articulo anterior.
Art. 23. La casa que tenga un número menor que el dn 16 reli- giosos sacerdotes, queda suprimida.
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Art. 34. Lo dispuesto en los artículos 18 y 20, respecto de los regulares, tendrá hijear en cuanto á los monasterios de monjas.
Art. 25. En el monasterio de Santa Catalina no habrá más de 30 monjas; en el de Capuchinas no se hará novedad en su constitu- ción, en cuanto al número de monjas que puede tener.
Art. 20. Todas las propieilades muebles é inmuebles pertene- cientes á las casas suprimidas por el articulo 15, son propiedades del Estado.
Art. 27. El valor de las propiedades inmuebles de las casas de regulares y monasterios de monjas, será reducido á billetes de fondos públicos.
Art. 28. Las rentas de los capitales de que habla el artículo an- terior, se aplican á la manutención de las comunidades á que perte- necen.
Art. 29. El capital correspondiente á las capellanías ó memorias pías de las casas regulares, podrá ser redimido en billetes de fondo público del 5 por ciento á la par.
Art. 30. Los bienes y rentas de las comunidades religiosas so administrarán por sus prelados, conforme al reglamento que para ello diese el Gobierno, á quien aquéllos rendirán anualmente las cuenta de su administración.
Art. 31. Será de la atribución del Gobernador del Obispado, el distribuir y celar el cumplimiento de las obligaciones á que están afectas todas las capellanías y memorias pías pertenecientes á las co- munidades suprimidas; proveyendo la asignación correspondiente de las rentas de unas y otras.
Art. 32. Los individuos pertenecientes á las casas de hospitalarios suprimidas, gozarán de la pensión de 250 pesos anuales, los que ten- gan menos de 45 años de edad; y los que excedan de ella, disfruta- rán la pensión de 300 posos anuales:
Art. 33. Las pensiones acordadas por esta ley no serán cubier- tas á individuos que no residan en la provincia.
No trascribimos otros acuerdos arbitrarios dictados á principios del año 1823 y después de fallecido ya el R. P. Rodríguez, por el gobernador eclesiástico doctor D. Mariano Zavaleta, como tampoco damos mayor extensión al estudio de la reforma, por concretarnos más al personaje que motiva esta publicación, cuya figura descolló sobremanera, como queda explicado, en esa época tan aciaga para la iglesia argentina.
Advertimos también que Pió VII, á petición de N. P. Soler, Mi- nistro Provincial, subsanó el año 23 todos los defectos canónicos ó nulidades que hubieran ocurrido desde el año 10 hasta esa época.
(17) No comprendemos cómo el erudito Dr. D. Juan M. Gutié- rrez opine lo contrario (véase Revista del Rio de la Plata, tomo 6% pag. 180), y pretenda comprobar su parecer, citando estas palabras que atribuye al orador de las exequias fúnebres del P. Rodríguez, fray Pantaleón García: «El hombre es hombre, y el continuo traba- jo le causó una enfermedad que lo evaporó, á fuerza de comunicarse, como el .suave perfume que en los días del Estío exhala su benéfica
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fragancia», siendo que en este elogio hay un elocuente párrafo que desautoriza la tal citada comprobación á que alude el Dr. Gutiérrez; él dice: Pero al fin, el corazón del reverendo Rodríguez se inun- da en amargura: sus entrañas se derraman hasta la tierra pre r.ontñ- tione filioe populi mei — muere victima de las maquinaciones de los filósofos, del rigor de la arbitrariedad, de los efectos del despotismo, de la ignominia de la patria; y por qué no diré? ¡Muere como el
primer mártir de la libertad religiosa! (pag- 20).
(18) Damos á la publicidad la siguiente carta que registra inte- resantes datos sobre la enfermedad y muerte de N. M. R. P. Rodrí- guez, y cuya copia debemos á la generosidad del estimable señor Dr. D. Uladislao Frias, recientemente fallecido y en cuyo archivo está el autógrafo, como también las demás cartas citadas en el curso de este ensayo, las cuales forman parte de la correspondencia epistolar entre fray Cayetano y el obispo Molina. Ella fué escrita por el R. P. fray Francisco de Paula Bosio, sabio y virtuoso religioso, amigo confiden- te de fray Cayetano, y guardián de este convento de San Francisco al tiempo de su fallecimiento.
S. Dr. D. Agustín J. Molina.
Buenos Aires, Abril 26 de 1823.
Muy Sr. mió: Ahora hago lo que debia haber hecho el 26 de Enero anterior, pero no pude. Si algún amigo de nuestro fray Caye- tano me ocurrió en su fallecimiento, fué Vd., pero sírvase creerme que apenas pude escribir á mi provincial cuatro letras de oficio, para que no se demorasen los sufragios en los conventos, encargándole que no rae hiciera memoria de él. Aun me parece que su ausencia es mo- mentánea, y su memoria me es tan presente, como que no7i periit cum sonitu, que no quisiera tener motivo para recordarla, para evitar un tormento en mi espíritu; no sé cómo he sufrido este golpe, más cuando recuerdo todos sus sentimientos depositados en mi pecho, y que me vi en la precisión de ser su auxiliante para darle la absolu- ción. Él enfermó de una fiebre, al amanecer del 18 de Enero, después de haber ocupado esa mañana en el confesonario de Monjas, y la tar- de en el coro, porque asistía á todo el oficio: se recogió esa noche y el 19 amaneció peor, declarándose puntada de costado; se ocurrió con toda asistencia á que era acreedor; el facultativo le visitó hasta cua- tro veces por día; el 20 minoró la puntada, así amaneció el 21 sin la menor señal de peligro; no obstante, á las 11 que le visitó otro fa- cultativo, intimo amigo suyo, se resolvió variar de medicinas y asis- tirle en compañía del de cabecera: la tarde la pasó muy tranquilo hasta las 61/2 que pidió el hábito que se lo puso y se levantó de la cama, ya con el accidente que se le conoció, cuando dijo al religioso que le asistía, que lo dejase ir al convento, estando en su misma cel- da; lo sentó en una silla, llamó á los Padres que estaban en el claustro, y ya lo encontraron con la lengua trabada; éntro yo y conociendo ser una apoplcgía completa, traté de exhortarlo y absolverlo, haciéndol poner la Extrema Unción; yo estoy persuadido que conoció mi voz y me entendió, único consuelo que me ha quedado: al instante que le
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dió el accidente se llamó un facultativo que vive frente del convento, quien mandó sangrarlo, dando alguna esperanza de vida; se efectuó la sangria copiosa, congelímdose la sangre de requemada, al caer en la fuente: á este tiempo llegaron los otros dos facultativos: se puso en práctica cuanto enseña el arte en estos casos, pero todo fué inútil; se le auxiliaba y aplicaba la medicina k un tiempo, pero antes de dos horas expiró, rodeado de todos los religiosos, que nos llenó de sor- presa una muerte inesperada, sin podernos hablar de sentimiento y dolor; los mismos facultativos quedaron atónitos observando el ca- dáver, y aplicando un espíritu por si era algún parasismo. Su acci- dente fué una apoplegía de sangre, á que debió concurrir el calor excesivo que hizo el 21, pues debió llegar el barómetro á los 40 gr. Murió con su hábito puesto, como lo había dicho pocos días antes; ni quería que se le remediase la necesidad grave que tenía de ropa (ningún religioso lego la tenia igual), anunciando que para morir no necesitaba de más. Muchos días antes, se le había observado que aquella alma no estaba en su lugar; cualquiera novedad lo inmutaba contra su natural. Su espíritu padecía mucho con la guerra que se hacía á la disciplina y Autoridad Suprema de la Iglesia; precisamen- te debían herirle los sarcasmos é indecencias con que lo insultaba el periódico «Centinela», á que jamás dió un desahogo ni privadamente. Si él ha sido un Mártir por los derechos de la Iglesia y su muerte un triunfo de la impiedad é irreligión que pretende antronizarse en este desgraciado pueblo digno de mejor suerte, por tantos títulos que Vd. no ignora— también será eterna su memoria por tanto bien que ha hecho á la humanidad y á la religión; y su periódico. El Oficial de Día, nos recordará siempre su mérito. Por los apuntes que le he encontrado, mucho tiempo há que vivía preparado para el último trance, y así es que yo le observaba con una conciencia delicada, re- conciliándose dos, tres ó cuatro veces en la semana. Su asistencia en el confesonario era diaria; no se negaba á los moribundos, pasan- do malas noches con ellos, aun saliendo á la campaña con este obje- to. Más de 22 años estuvo de confesor de ambos monasterios, sin que la gran distancia de ia Casa de Ejercicios (de la que fué director 5 años) al monasterio de Catalinas, le impidiese ir á pié seraanal- mente. Ninguno mejor que el Dr. Molina puede hacerle el elogio, ó con una oración fúnebre, ó un Poema. En todas partes han mani- festado los amigos su afecto, solemnizando su memoria. Aquí, nos reunimos varios, y se hicieron unas honras solemnes; y como no hay libertad en escribir y hablar, resolvimos que en Córdoba se hicieran oti'as con oración fúnebre que debería hacerla fray Pantaleón, remi- tiéndola aquí para imprimirla: á esta fecha deben haberse efectuado.
Todos los papeles de poesías que encontré, los repartí entre sus sobrinas y amigos; pero como Pedro Medrano se interesaba en dar á la prensa una colección de todas, me empeñé en trasladar las que so- lamente estaban exparcidas en los monasterios, que componen cinco pliegos que he entregado á doña Angela, para que en primera oca- sión se los remita, porque Pedro se ha resfriado ya; y yo también tengo empeño en perpetuar la memoria de nuestro fray Cayetano
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con la luz pública de sus obras. Haré diligencia en colectar las mu- chas que están esparcidas para enviárselas en otra ocasión.
Sea, pues, ésta la instrucción que pide el Dr. Frías sobre las cir- cunstancias en la muerte de nuestro fray Cayetano, la que á petición del Dr. Garzón, por súplica de aquél, lie expuesto con el deseo de satisfacer á su afecto, y al del Dr. Tames; no debiendo ustedes tener embarazo en ordenarme lo que fuere de su agrado, que tendré mucha complacencia en su ejecución.
Soy de usted, atento servidor y capellán q. b. s. m. — Fray Fran- cisco de P. Bosion.
— La celda que ocupaba el P. Rodríguez y en donde mismo falle- ció, según la ti-adición corriente es la última del claustro alto que mira al oeste siguiendo en dirección al sur, señalada actualmente con el número 16. La misma que ocupó después el famoso doctor, fray Nicolás Lacunza.
(19) En nuestras investigaciones para encontrar el sitio de su descanso, fuimos informados por el señor José J. Bíedma de que en el libro del cementerio de la Recoleta constaba la inhumación de los restos de Fray Cayetano, como efectuada el día 22 de Enero de 1823, pero sin hacerse mención alguna del número ó lugar de su sepultura.
El haberse extraviado el primer libro que podía darnos luz sobre este punto (pues el más antiguo que se conserva comienza el 30 de Octubre de 1823, y el P. Rodríguez murió á principios de ese mismo año), nos hace perder toda esperanza de tan anhelado hallazgo. Y ha crecido más esta nuestra desconfianza cuando hemos llegado á saber que un trozo de lápida marmórea en la que se leía grabado el nombre de Fray Cayetano Rodríguez — tributo tal vez colocado sobre su sepulcro por el cariño de sus amigos — servía, hace unos treinta años, de pavimento en una de las dependencias del Asilo de Mendi- gos, que está adjunto al cementerio de la Recoleta, donde fueron de- positados sus restos. ¿Quién profanó esa tumba querida y á dónde
fueron arrojadas reliquias tan venerandas? Lo ignoramos; pero
ojalá que otra mano más afortunada que la nuestra logre con el tiempo exhumarlas del lugar ignorado donde yacen, y ofrecerlas en el depósito de una urna, al culto de sus conciudadanos y á la apo- teosis de la posteridad.
«
Plaza donde se erigirá el monumento á Fr. Cayetano.
San Ped.-o (Prov. de Buenos A'res.)
e:e=±XjO<3-o
Ya he concluido, y con plena satisfacción puedo decir que he realizado un voto fomente de mi alma: salvar del olvido una figura culminante de la epopeya argentina; avalorar sus sacrificios, ensalzar sus religiosas y cívicas virtudes, y dejar para siempre grabado en el libro de nuestra historia, el nombre del sacerdote ilustre, fray Caye- tano José Rodríguez.
La simpatía por este insigne patricio nació en mi cuando, regis- trando hoja por hoja el álbum de nuestras glorias nacionales, vi su descollante personalidad asociada á todos los grandes acontecimien- tos de nuestro pasado famoso, y á todas las vicisitudes de nuestra política interna, desde sus presentimientos profetices de MAYO, has- ta que cayó en el camino de la vida, abrumado de pesares y angus- tiado por tristes desenlaces.
Él apareció en medio de nuestra campaña emancipadora, no como un advenedizo que atraído por dianas de músicas triunfales, se acogiera á la sombra de los prohombres del X! Nó. Espíritu noble, tuvo desde un principio la clara intuición del porvenir; supo inocular en sus discípulos la esperanza de un día venturoso; ñjar á Moreno los límites de la santa democracia, y exparcir en el cielo de nuestras patrias asambleas, las claridades de sus consejos y sabias enseñanzas.
En la cátedra, en el pulpito, en todas las diversas manifestacio- nes de su alto y divino ministerio, se reveló un corazón y una inteli- gencia que bebía en ol Cristo la savia de las buenas doctrinas, y mi- raba en él la austeridad de las costumbres.
Cuando los gritos de victorias anunciaron la marcha triunfal de nuestras armas redentoras, supo templar la lira, y arrancar á sus cuerdas las patrias entonaciones de sus estrofas guerreras.
Bien, pues, podemos decir, sintetizando sus bellas cualidades en una sola frase:
Vivió como los buenos; y al desaparecer del escenario de la vi- da, la patria lloró su ausencia y la religión bendijo su memoria.
Fray PACÍFICO OTERO.
POESÍAS
CONSAGRADO AL SOLEMNE SORTEO CELEBRADO EN LA PLAZA MAYOR
DE Buenos Aires, para la libertad de los esclavos
QUE pelearon en SU DEFENSA.
ce
Llegó el felice día, oh Pueblo á todas luces venturoso,
en que la musa mía (cediendo sus temores á su gozo) puede cantar tu triunfo, tu victoria, tu más heroica acción, tu mayor gloria. j»>
Para ceñir tus sienes esta piedra faltaba á tu corona:
oh Pueblo ya la tienes, y ella es sin duda la que más te abona: pues al nombre de fiel y valeroso el dictado añades de piadoso.
Disfrutabas contento de dulce paz, efecto de tu brazo.
Tu victorioso aliento te preparó morada en su regazo; pero esta gloria fuera muy menguada si tu piedad quedase desaii-ada.
Tú, sin par generoso, por un rasgo de honor inimitable,
realzando lo piadoso te prestas á favor del miserable, dejando de algún modo satisfechos de libre condición justos derechos.
""^ Más humano que aquella antigua Roma, la ciudad del mundo
tu honor piedades sella, que te hacen el primero sin segundo:
pues si Roma forjó cadenas tantas,
tú vencedor con gloria, las quebrantas.
No dictó sabia Atenas dictámenes más bellos. Tú has formado,
de amor y piedad llenas, leyes que al oprimido han sublevado consagrando á su alivio y su consuelo, tu gratitud, tus bienes y tu celo.
* ^ El secreto has hallado de aumentarte celosos defensores,
pues tan bien has pagado de su inculto valor raros primores. Ni saben cuál es más al mejorai-los, si haberte libertado ó libertarlos. <^ ^
No gima ya la triste humilde condición el miserable,
pues que desde hoy ya viste librea nueva de honor más respetable. A su heroico valor se lo ha debido y á tu piedad. jO Pueblo agradecido!
Jamás te ha amanecido, Buenos Aires feliz, más claro dia
que aquel en que has sabido los llantos convertir en alegría, ív tantos redimiendo del pesado yugo de esclavitud que habían cargado, yyr
Esta acción te coloca al lado de mentor, del sabio Minos.
Como á ellos dar te toca de gobierno dictámenes divinos: pues es menos vencer, puesto en partido, que premios saber dar al que ha vencido.
Doquiera que el sol luce y de esta noble acción se haga memoria,
al punto se trasluce tu fama, tu piedad, tu honor, tu gloria; y envueltas quedan en conceptos vagos las Espartas, las Romas, las Cartagos.
No ya solemnes vivas escuches de los pueblos míis lejanos,
ni plácemes recibas porque heroico venciste ix los Britanos:
— 95 —
qne más gloria te da lo generoso que la nota de Invicto y victorioso.
En tu intrépido aliento, de Sagunto y Numancia copia fuiste,
y quizá algún momento tan valientes excesos excediste. Más, en premiar del pobre el heroísmo eres ejemplo y copia de tí mismo.
Aunque te son debidas, están de más columnas é inscripciones:
están bien esculpidas en el alma de todos tus acciones. Pero esta solo erige un monumento por único y por raro es un portento.
Si á la par de tu anhelo acreciera tu haber hasta lo inmenso,
ejercicio tu celo hallará en tus piedades más extenso, ly qué fuera, si fuera tu tesoro el encantado vellocino de oro!
Tanta piedad consuela á quien el hado barajó la suerte,
y fino se desvela por motivo más noble en defenderte, reputando quizá yugo süave el que antes soportó molesto y grave.
Esto hace tu decoro, oh Pueblo fiel; y acción de tanto grado
es la manzana de oro que te hará en ambos mundos envidiado: Ni será la discordia por ganarte; sí, por tener la gloria de imitarte.
Del argentino Rio las aguas publicaron tu victoria;
pero á esta acción le fio que eternice en el Globo tu memoria: asi resonará de polo á polo con crédito inmortal tu nombre solo.
jOh! quiera grato el Cielo impartir premios con benigna mano,
dando á tu heroico celo guirnalda eterna, premio soberano:
— 96
porque una acción que en si todas encierra, recompensa no tiene acá en la tierra.
Entretanto recibe el aplauso común, pues él te aclama:
feliz descansa y vive en brazos del honor y de la fama. Y sea tu nombre célebre y famoso, el Pueblo fiel, valiente y generoso.
El sueSo de Eulalia contado á Flora
— Amiga, ya no puedo, ni es posible calmar mis inquietudes, y será muy factible que si á mi corazón pronto no acudes, él defallezca al fin, sobrecogido de un pavoroso sueño que he tenido.
— Amiga, dime qué te ha sucedido?
— Sabe, Flora del alma, que cierta noche de un alegre dia,
cuando en la dulce calma de un suave sueño plácido yacía, de repente me vi, más con qué susto! ante el solio real de Jove Augusto.
Atónita quedé, pasmada, yerta,
y perdido el aliento, por instantes pensé mi muerte cierta;
y hasta ahora, amiga, siento un no sé qué que el alma me devora. Ay! no quiero acordarme, amada Flora!
No me es dado el pintarte el rostro airado de aquel Dios severo,
ni sabré ponderarte sus miradas de horror, su ceño fiero; sólo puedo decirte que sus ojos eran un Etna que \'ibraba enojos.
Le miré, me miraba de hito en hito, y cuando pensé menos,
dió un penetrante y magcstuoso grito que resonó en los senos
profundos del abismo, y salió luego
un otro que brotaba vivo fuego.
— 97 —
Era el tal un testigo de mis obras, palabras, pensamientos
y el más crudo enemigo de nuestros consabidos sentimientos. Te acuerdas, Flora? Oh! mal haya sea! Cuánto me amarga tan funesta idea!
— Hé aqui, dijo Plutón (¡Oh padre Augusto
de los Dioses!) la sabia (y se precia de tal) que tiene el gusto
de desplegar su labio en público atentando y en secreto contra su liberal, justo decreto.
Tú desde el alto cielo los ojos inclinaste compasivo
al vespuciano suelo. Sensible á su clamor doliente y vivo, dijiste en tono grave é imponente: Libres, hijos del sol, eternamente!
Lo dijiste, y el Dios que en paz domina la extensión de los mares,
á tu voz elocuente determina, apesar de pesai-es,
formar del golfo, con su gran tridente,
muro de división de gente á gente.
El astro luminoso que con sus luces baña aqueste suelo,
ve demasiado el gozo sobre su hermosa faz. Un nuevo cielo cubre sus habitantes y á porfía himnos te cantan, Jove, noche y día.
Sólo en el sexo bello ¡quién creyera!
hay sirtes peligrosas en que encalla la suerte lisonjera;
hay genios escabrosos; hay corazones que resisten vanos el bien que has dispensado á los humanos.
Hay astutas Pandoras que pérfidas derraman el veneno,
.- y á la patria traidoras, infestan con su aliento el propio seno. Castiga ¡oh Jove! vibra un rayo activo que las hiera de muerte en lo más vivo.
— 98 —
Asi dijo Plutón. No sé, mi Flora,
si Júpiter airado el rayo disparó, ni puedo ahora
contar lo que ha pasado; apenas sé, ni sé: si es cosa cierta que cai desmayada y casi muerta.
En este parasismo quedó despierto el interior sentido.
Ay! mi amiga! En qué abismo de confusión y horrores sumergido sentí mi corazón! Qué especies, Flora, ocurrieron al alma aquella hora!
Cuántas (con qué placer) conversaciones
tuvimos, Flora mía, en que con mil y mil y más razones
(de nuestra fantasía)
burlamos el sistema, dándole el nombre de locura y tema:
Cuántas burlas y apodos, poseídas del furor más insolente,
hicimos por mil modos más de una vez á la patricia gente, llamándolos criollos carniceros, indecentes, canallas, cuchillerosi
Cuántos, te acordarás, cuántos deseos
de ver entre dos palos á aquellos consabidos fariseos,
á aquellos hombres malos
Tú me entiendes. ¡Oh, qué amarga historia! Todo, amiga, me vino á la memoria.
Asi estaba esperando entre crüeles síntomas de muerte,
mi último fallo, cuando atentó decidir Plutón mi suerte: sepultémosla, dijo, en el Leteo, donde perezcan ella y su deseo.
— No, nó, repuso Jove en tono grave:
cómo ha de sepultarse en olvido un delito que no cabe. ....
ni aun puede imaginarse? Aquel que de su patria es enemigo debe sobrevivir á su castigo.
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Pudiera con un rayo reducirla á ceniza en un momento;
pero válgame Mayo, válgame ser mtijer, y que es mi intento de tal modo aplicarle penitencia, que sea victima cruel de su conciencia.
Será, pues, mi decreto irrevocable, para eterno excarmiento,
antes que castigarla á fuego ó sable, entregarla al momento
á los muchachos; ellos darán cuenta
de su bulto, de modo que lo sienta.
Muchachos, dijo ¡ay Flora! Humillante invención, palabra impura!
Muchachos! Hasta ahora
no se ha impuesto á mujer pena más dura. Pensé que el orbe entero se venía sobre mi y que el alma me oprimía.
Aunque exánime al golpe de la pena,
volví á Jove los ojos (¡Ojalá hubiera sido en hora buena),
queriendo á sus enojos poner calma, oh amiga! Qué esperanza! En el fallo de Jove no hay mudanza.
A los muchachos! repitió imperioso, se entregue luego, luego:
ellos pondrán al claro, sin reboso, el desenfreno ciego
con que insultó á su patria. Crael, ingrata...
A burlas muera quien á burlas mata.
Mi Flora, no quisiera lo que siguió á esta escena referirte.
jCielos, quién me dijera! Mas, cómo he de callar? No he de decirte la historia de mi mal? Oye mi cuento; te servirá siquiera de excarmiento.
Habló imperioso Jove, y al instante
una chusma atrevida de muchachos se puso por delante:
quedé despavorida, pues después de una lluvia que da el cielo no tantas sabandijas brota el suelo.
— 100 -
Aquí de mis trabajos! Aquí mis ansias y sudores fríos!
Ay de raí! Son tan bajos (para mí dije) los principios míos? ¿Tan poco por mi sangre se me debe que me hacen el trompillo de esta plebe?
Así fué Flora. Quiénes más bribones?
Me prenden, me rodean, me dan mil indiscretos empujones,
me urgan, me manosean
Oh vergüenza, oh pudor, oh mi decoro!. . . . La tragedia fué un sueño y aun la lloro.
Enseguida una danza arman alrededor Danza maldita!
Cuanto su voz alcanza mueven el aire con inmensa grita y repiten ¡oh Dios! á boca llena: muera la picarona Sarracena.
En un papel de estraza despreciable, para hacer mi pudor más expectable,
mi agravio más sensible, escribieron un rótulo indecente que luego lo fijaron en mi frente.
Decia: alerta, alerta. Bomba, aquí va la grande criollaza
en europea injerta, que reniega impaciente de su raza y que quiere antes ser sucia gallega que criolla con honor, casa y talega.
Luego pusieron en mi diestra mano
una caña nudosa con un cuerno en la punta liso y llano.
Di^^sa vergonzosa!
Sufri el insulto, vi la picardía
Sabes que no soy tonta, amiga mía.
No fué esto solamente: mi humillación subió más alto punto, que no fué otro, no, según barrunto
que aquél aquél amiga, no lo nombro:
te ha de causar su atrevimiento asombro.
Se llegó á mi este vil, pillo, indecente cuando más angustiada
— ÍOl —
y h la vista (ó pudor) de tajita gente,
como si hiciera nada me alzó por la trasera la camisa, me hizo tres muecas y soltó la risa.
Contempla mi figura, amada Flora mía! Con un lema
de expresión la más dura, que adversa me publica al gran sistema; una caña y un cuerno por divisa, y por detrás alzada la camisa!
¿No es buena perspectiva? Así en volandas
entre inmensa algazara, me llevan por las calles como en andas:
santa con duple cara, una llena de angustia, llanto y pena, otra de infame desvergüenza llena.
En cada esquina ¡crueles!
hacen alto, y allí más y más gentes;
y á la decencia infieles, mil cantares y apodos insolentes me echan en rostro, como está de moda: gallega, loca, sarracena, goda!
Al fin llegué con todos ¡qué cansada!
á la erguida columna de todos los patriotas celebrada; allí otra vez á una gritan: muera,
muera la sarracena, ó eche un «viva la patria», aunque no quiera.
Esto es tras de cornuda apaleada ¿Qué tal, amiga Flora?
Malo, Eulalia, si muda, ó peor hablando ¡oh maldita hora en que ocupé millares de momentos en callar y en hablar mis sentimientos.
¡Qué tortura! Qué angustia y compromiso
verse el pecho obligado á brotar expresiones que no quiso
ni aun haber escuchado; me resistí, por tanto, en tono fiero y voz en cuello respondí: «no quiero!»
No bien asi entonada reproché la propuesta majadera,
— 102 —
cuando una gran palmada me asentaron de lleno en la trasera, y fué tan recio el golpe, que al llevarlo grité ¡que viva! sin querer gritarlo.
Feliz palmada, amiga, santo grito!
A ruido tan ingente debió mi escena ver mi finiquito.
Desperté de repente, me vi sola, sin luz, y en el empeño de juzgar realidad lo que era sueño^
Ay de mí! Solté el llanto, opreso el corazón, yerto el sentido.
Oh, cuánto cuesto, cuánto un empeño tenaz mal dirigido! Estoy tal que rebusco á toda prisa y no encuentro el faldón de la camisa.
Quiero apartar de mí, pero no puedo,
esta funesta idea; sobrecogida estoy de susto y miedo.
Muy bien que sueño sea; pero, Eulalia, tu amiga hasta las aras no se mete en camisas de once varas.
Dejémonos de cuentos: hay jóvenes resueltos al castigo,
hay Pintones á cientos, cada cual el que es más nuestro enemigo, cañas á miles, cuernos en sub-hasta, y hay muchachos hasta decir basta.
Y pues sueño tan raro y tan extraño
puede ser un anuncio que nos .sirva á las dos de desengaño,
¿no te place? Renuncio mi modo de pensar, quédate sola: como yo pase bien, corra la bola.
♦
ODA AL AÜQÜSTO DÍA DE LA PatRIA
Veinticinco de Mayo, fausto dial
El alma se enajena al pronunciarlo. ¡Ah! De la alegría
la suave voz resuena.
— 103 —
cuyos ecos cubriendo el continente la hacen pasar veloz de gente en gente.
Veinticinco de Mayo dulce acento!
Por quinta vez se escucha con qué gozo y placer! Primer momento
de la constante lucha en que el más inconcuso fiel derecho empeña al noble Americano pecho.
¡Veinticinco de Mayo, sí, gran día!
en que ve ¡con que pena! de su periodo el fin le tiranía;
dia de gloria en que estrena en nuevo, bello y prodigioso gusto la santa libertad su traje augusto.
No en marmóreas pirámides tus glorias
esculpas, no: no intentes eternizar en bronce tus memorias,
para ser permanentes. Tu nombre es sólo la inscripción más bella que más que en bronce piedra el tiempo sella.
Suspéndase el tañido magestuoso
que se desprende ufano del alto Capitolio. Más hermoso,
más vivo y soberano es el acento de tu nombre solo; lo entona Orfeo y lo repite Apolo.
Tú eres y serás siempre el respetable
único patrio día, de América en los fastos memorables:
contra la tiranía triaca eficaz, antídoto divino que justo Jove quiso y le previno.
En ti todo tirano que deserte
de la causa sagrada, escollará y al fin verá su muerte;
á tierra, polvo y nada quedará reducido por un rayo de tantos que fulmina el Sol de Mayo.
En una de tus horas, claro día,
se oyó la vez primera aquella grata voz que repetía
en torno de la esfera,
8
— 104 —
en ecos dulces, tiernos, soberanos: Libertad, libertad, Americanos.
Desde aquellos momentos ya te miras,
por rara simpa tia, cual genio superior cpie hasta ahora inspiras
á la Patria energía: cual animado numen que en victorias formas el capital para sus glorias.
Cuando se acerca de tu luz la aurora,
se aproximan las dichas: y apenas nuestro suelo Febo dora,
resultan entre dichas, las sombras, las desgracias, la apatía: tan enérgico eres, oh gran dia!
Hoy los azares huyen de la suerte
vil, inconstante, impia. No hay tan recio aquilón. Austro tan fuerte
que no calme este día una aura suave, blanda y placentera nacida en nuestra abrupta cordillera.
Que de ultramar el eco clamoroso
retumbe en nuestro suelo; que atente perturbar nuestro reposo
el insaciable anhelo de la injusta ambición. En este día se estrellará su necia, cruel porfía.
Que de la Patria en el oculto seno
nazcan ingratos hijos que abrigando mortífero veneno
contra principios fijos, sus entrañas devoren ¡(-ruel intentol Ellos tendrán en Mayo su excarmiento.
Que tienda allá entre sombras, si, que tienda
sus redes la malicia: arme sus lazos, péifida sorprenda,
ó vuelque la justicia. lOhl El mes de la Patria en aquel dia el denso velo alzó que los cubría.
lOh venturoso mes! ¡Oh dia sagrado!
¡Oh de la Patria digno k sus triunfos y glorias consagrado!
Tú serás siempre el signo,
— 105 —
tú la divisa, tú la ejecutoria
que alarme k la defensa y la victoria.
lYo te saludo, si, día divino!
saludo al astro bello que fija con su luz nuestro destino.
|Ah! Su hermoso destello es muda voz que dice: Americanos, no es éste el dia, nó, de los tiranos.
La pública fortuna, deidad pia,
mereció la erif^iese antigua Roma, aras este día:
si ella culto merece, eterno loor á tí, día soberano, nueva deidad del culto americano.
Los laureles, las palmas, las olivas,
la cívica coi'ona tejen al Sud, que con alegres vivas
tu apoteosis pregona y jura sostener la causa santa en el templo de honor que hoy te levanta.
Carta al Obispo Molina.
Junio 26 de 1815.
ODA AL Brigadier Don Carlos María de Alvear
Gran capital del Sud, emporio, cuna de valientes campeones,
émulos de la gloria y la fortuna, que en ínclitas legiones
reunidos con industria, ciencia y arte,
miedos dan al valor, celos á Marte.
Honores soberanos á ti sean dados en el fausto dia,
que resueltos y ufanos, con denuedo sin par, noble osadía, al rival de tu honor con fuerza alterna dieron golpe mortal, herida eterna.
— 106 —
No vuelves una vez sola tus ojos
al luminoso Oriente, que no adviertas festiva los despojos
del vigor más ingente, de la acción militar más atrevida, arbitra de la muerte y de la vida.
Para eterna memoria debe esculpirse en bronce perdui-able
un hecho que la Historia contará sin ejemplo, inimitable. jOh Buenos Aires! Triunfo tan cumplido al mejor de tus hijos es debido.
De todos fué el valor, el ardimiento,
de todos fué el empeño: de este solo la táctica, el talento
con que al fin se hizo dueño de la importante plaza respetable, más que antigua Numancia inconquistable.
Sus murallas temblaron al oir el nombre del campeón gueiTero,
y luego se auguraron victimas nobles de su ardor primero. De ellas ha sido el lauro. Recibieron al héroe de la Patria que temieron.
Augusto .love para hacer sus glorias
depositó en sus manos el rayo brillador de las victorias
(Premios americanos) Ellos labran coronas á sus sienes: se deben al autor de tantos bienes.
El magestuoso rio, expectador ufano de su aliento,
de aquel arresto y brio, único, raro, rasgo de un momento, al valeroso jefe mira, admira, mudamente saluda y se retira.
El astro hermoso que preside al día
celebró al Argentino joven que emula luces á porfía,
y, obsequio peregrino, le tributó quizá por vez tercera, absorto suspendiendo su carrera.
— 107 —
En triünfos extraños, ya vencidos conocen sus rivales
que no es dado á los años formar los héroes, grandes generales: el talento, el valor, el genio, el alma tejen para los hombres esta palma.
El temor, el peligro, el susto, el miedo,
el apuro, el conflicto en que fracasa superior denuedo,
lejos de Héroe invicto. El riesgo le estimula á la victoria: da ejercicio al valor, canta la gloi'ia.
Con valor se abre paso al centro de sus mismos enemigos.
Vió el orgullo su ocaso y ellos de su valor fueron testigos. Un momento feliz, de que fué dueño, comsuma la hora del mayor empeño.
Benigno, generoso é indulgente,
dado á justo partido, abre su corazón á toda gente:
y hundiendo en el olvido intrigas y caprichos de la güera, á uno franquea el mar, á otro la tierra.
Asi en el seno mismo del odio y del furor, ha dado asiento
al bello patriotismo, de su táctica eterno monumento. Dejando á las edades en proverbio: La Patria libertó. Rindió al Soberbio.
Salve, guerrero ilustre, sin segundo:
tu nombre es tu divisa. (Nombre expresivo, práctico, fecundo)
Él solo te eterniza. Doquiera que de Alvear se haga memoria, ideas brotarán de triunfo y gloria.
Otros triunfos te llaman; los honores te buscan. La fortuna
y el mérito te aclaman. La ocasión se presenta ¡qué oportuna! Serás nuevo Alejandro en lides nuevas; si no su nombre, su carácter llevas.
— 108 —
Recordarán con gloria tus hazañas
las futuras edades; para otros, raras: para ti, no extrañas:
y al ver tus propiedades admirarán, unidos en tí solo Minerva, Marte, Júpiter y Apolo.
jOh tú, fecundo suelo que brotas héroes de la Patria dignos!
héroes que son del cielo rico presente en lances peregrinos.
Uno por mil, valiente, cortesano
En tu fecundidad gózate ufano.
Año XIV.
ODA AL Paso de los Andes y victokla de Chacabuco 12 de Febrero de 1817
Antiguo Capitán, Héroe famoso,
admiración del mundo; bravo Africano, Aníbal valeroso, hasta hoy con el respeto más profundo
en el Orbe nombrado y de edad en edad preconizado!
Émulo ñel de Aníbal mal he dicho,
vencedor de su gloria (si bien victorias hay en el capricho de la suerte inconstante y transitoria),
eterno honor de Marte; primer genio del mundo, Bonaparte!
Campeones inmortales, cuyo nombre
en las rocas grabado de los Alpes, no hay alma que no asombre y le infunda un pavor como sagrado:
ved aquí, Héroes grandes, nuestra copia mejor sobre los Andes.
Magnánimo, animoso, imperturbable,
lleno de odio al Tirano, al tirano opresor de nuestra amable libertad, el Aníbal Colombiano,
el Napoleón moderno, salva escollos, imagen del Averno.
— 109 —
San Martin, de su fijército á la frente
y en brazos sostenido de su virtud trasmonta la eminente, nevada cordillera, el más ergido
de los montes del mundo. ¡Grande hazaña, prodigio sin segundo!
Su artillería que jamás se mueve
sin pena aun en el llano, va á seguir disputando al vapor leve á esfuerzos de este noble Americano:
la vasta espada oprime de esta Sierra espesísima y sublime.
¿Qué importa que al intrépido viajero
tal vez el paso ataje? ¿Qué importa que no admita su sendero acaso más de un hombre? El gran coraje
de San Martin legiones llevará por allí como cañones.
Parece que las nieves, que los mismos
peñascos eminentes, que los profundos, hórridos abismos, á su valor se muestran obedientes, y que las altas cumbres y cuchillas mientras que pasa doblan las rodillas.
Domada, pues, asi naturaleza,
pisa el fértil, amono Chile, cuyo esplendor, cuya belleza, profanó con su planta, el Sarraceno, lleno de odio y de avaricia lleno.
Los más bellos y rápidos sucesos
colman luego los votos: hijos del Sud, vengad ya los excesos de esos falsos, hipócritas devotos;
esa sangre inocente que clama con la voz más elocuente.
Musa, aquí sobre todo, aquí me inflama!. . . , .
El doce de F'ebrero (fausto mes, y á otro triunfo); el bronce brama con marcial eco á un tiempo y lastimero;
se oyen gritos, gemidos ya del que vence, ya de los vencidos.
— 110 —
La gloría, en fin, señala el campo bello
de Chacabuco [oh día, dulce luz, placidísimo destello que has hecho revivir nuestra alegría!
Objeto de imestra ansia, tu vas á dar al Sud nueva importancia.
Centenares de muertos, prisioneros,
armamentos, banderas, y vestuarios y equipos y dineros,
la tierra toda entera
han sido los trofeos de un triunfo que ha llenado los deseos.
Su libertad recobra el bello Chile: ¡quiera el cielo piadoso
que á, sus fieros tiranos aniquile,
y sus derechos goce con reposo! Que jure su exterminio
ya que ha probado su feroz dominio.
Entretanto, una Diosa que desciende
de la celeste esfera, la sien del vencedor oi-na y defiende de un cerco de laurel, y placentera dice: Al invicto Hijo de la gloria Sobre el campo de Chile da victoria.
HIMNO EN LAS Fiestas Mayas
Aplaudid la aurora del día glorioso que al pueblo animoso dichas anunció.
La sonora trompa
sonó de la Fama, y su voz proclama la nueva Nación;
Del celestial orbe bajó la victoria: su nube de gloria las armas cubrió;
al oírla tiembla la antigua malicia, la Ibera injusticia é Ibero furor.
sembró de laureles nuevos y triunfales las sondas marciales de nuestro valor.
Mas toda la tierra con rara alegría
celebra el gran dia que grillos rompió.
— 111 —
A hacer cosas firduas preparóse el genio, y previo el ingenio futuro esplendor.
Vió caer el muro porfiado y adverso, nido del perverso y de obstinación.
Vió escenas brillantes de valor y saña: él miró á España y se sonrió,
al ver moribunda aquella potencia, sin fuerza, sin ciencia, riqueza ni honor,
caer sin consejo de abismo en abismo por su fanatismo y ciega ambición.
Mas, dejad que lance su furor insano, que el Americano jamás se aterró;
si lo hizo opulento la naturaleza, con igual franqueza constancia le dió.
Digno es de su esfuerzo
el formar naciones, y á grandes pasiones poner sujeción.
Es la obra más grande hacer libre á un mundo que en sueño profundo tres siglo durmió.
Logró sorprenderlo en débil infancia, bárbara arrogancia de un vil invasor.
Fué pequeña gloria asi esclavizarlo: más es libertarlo y darle instrucción.
¡Oh, qué perspectiva tan grata y risueña! ¡Cuánto es halagüeña para el corazón!
Y pues es el dia digno de memoria en que á tanta gloria la Patria aspiró,
aplaudid la aurora del dia glorioso que al pueblo animoso dichas anunció.
HIMNO Á LA Patria
CORO
Salve patria dichosa oh dulce patria, salve, y por siglos eternos se cuenten tus edades.
Libre é independiente de tiranos rivales, al templo de la gloria te diriges constante.
Qué bellos son tus pasos! Te los envidia Marte. Coro, etc.
Sin libertad, cautiva hasta aqui suspiraste. Llegarán los momentos al fin de tu rescate, hija del Sol. Sacude un yugo tan infame. Coro, etc.
— 112 —
Si es que asoma la aurora es ya para admirarte; que en la cuna del riesgo naces libre y triunfante. ¡Oh natalicio hermoso! ¡Oh libertad amable! Coro, etc.
El sol que en tu hemisferio se remonta brillante, no ya á viles esclavos su bella luz reparte: hombres libres saludan al astro cuando nace.
Coro, etc.
Grábese no ya en cedro, en bronce perdurable, época la más digna que vieron las edades. ¡Oh, Sud! Viste de gala: ya cesaron tus ayes. Coro, etc.
No la triste memoria de pasado contraste el contento perturbe que baña tu semblante. No hollarán más tu suelo enemigas falanges. Coro, etc.
Si intrépido Belona osa surcar tus mares, no besará tus playas sin que tributo pague: con guirnalda y corona te rendirá homenaje. Coro, etc.
Expectador ufano de ruidosos combates: á la patria laureles es justo le prepares, diademas á sus hijos, romeros inmortales.
Coro, etc.
No más despida rayos el Júpiter tonante, ni empuñe más la espada, hoy benigno, el dios Marte. ¡Oh, Patria! De tus hijos son las heroicidades. Coro, etc.
La libertad fué siempre tu numen adorable: el honor y la gloria tus genios tutelares: caerán en tu presencia rendidos los rivales Coro, etc.
Roma, Cartago, Esparta callen sus hechos, callen: émulas de tus glorias tus virtudes aclamen: si aquéllos son heroicos, éstos, inimitables. Coro, etc.
Si las naciones cultas miraron vacilantes tus nativos derechos, justos, incontestables, ya es tiempo te saluden ¡Oh pueblo libre! Salve. Coro. etc.
Las Gracias se reúnan para felicitarte, y obsequiosas las Musas compongan himnos suaves; pulse su lira Apolo y Orfeo dulce cante. Coro, etc.
Asi con paso augusto, entre'dulces cantares, del Olimpo á la cumbre, trepando infatigable. Señora de ti misma, vivas eternidades. Coro, etc.
CANCIÓN Á LA MEMORIA DEL Dr. D. MaRIANO MoRENO
¡Oh nobles compntríotas! Cantemos á una voz al héroe de la Patria la más dulce canción.
Cantemos nuestra gloria, cantemos nuestro honor, pues que Grecia no tuvo ni Roma otro mayor.
Su gloriosa memoria nos recuerda un blasón que él ennoblece solo al suelo en que nació.
Su talento, sus luces, su noble corazón, todo dice 1*1 la Patria el gran bien que perdió.
¡Oh suelo venturoso que tal héroe nos dió! Infelice momento en que se le ausentó!
Enjugue nuestro llanto. Sabe que nos dejó en su valiente pluma notas de su valor.
Su nombre reproducen los fastos del honor: así jamás se escucha sin nueva admiración.
Envidia nuestra suerte toda culta nación, pues nos ve enriquecidos con tan precioso dón.
iOh joven siempre invicto, á quien nunca insultó con sus alegres tiros la negra emulación!
jOh joven generoso, imagen del valor, envidia del talento, norma de la razón!
¡Oh joven nunca visto, en cuyo corazón el vergonzoso miedo jamás se aposentó!
¡Oh joven ilustrado, con numen superior, que aun hoy despide rayos su rara ilustración!
Tu sola sombra, oh joven, con valiente primor, enérgicos empeños inspira con tezón.
Vivas, vivas eterno para inmortal blasón de un pvieblo que te ofrece primicias de su amor. (1)
(1) Puesta en música por el maestro Parera.
— 114 —
Canción patriótica en celebridad del 25 de Mayo de 1812
Coro
A las armas corramos ciudadanos: óigase el bronce y óigase el tambor, convocando á las lides generosas á los hermanos en alegre unión.
Volvió otra vez el venturoso dia en que libre la Patria del tirano, nos produjo brillante la alegría: hoy á la sombra de un gobierno humano renacerá la unión en nuestro suelo y el despotismo abatirá su vuelo.
Coro
Émulos de Atenienses y Espartanos, nuestro nombre elevemos hasta el cielo, imitando el valor de los Romanos: defendamos la causa con desvelo: sin duda lograremos la victoria, siendo de Europa horror, del Perú gloria.
Coro
De pasadas hazañas no olvidados, al Luso resistamos atrevidos; vuelva el fiero á su hogar eicarmentado: todos para la empresa reunidos las órdenes sigamos del gobierno, y el argentino nombre será eterno.
Coro
Tomad pues el fusil, ceñid la espada, argentinos leales y valientes; quede la libertad asegurada: sed unidos, benignos y obedientes; acudid de la Patria á la defensa, y mueran los que fueren en su ofensa.
Cobo
Que aun entre las cenizas del sistema, fénix, la libertad se reproduzca: muera el tirano, y su ruina tema; y al templo de la gloria nos conduzca el sabio tribunal del Triunvirato, del honor y justicia fiel retrato.
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Canto encomiástico gratulatorio
Las Madres Capuchinas de Buenos Aires al Gral. San Martín
Las que siguiendo impulso soberano y huyendo de este siglo, en el que estamos,
y hábito franciscano con vida Anacoreta profesamos, poseídas de un alto patriotismo, cantamos tu virtud, tu honor, tu heroísmo.
No invocamos á Jove ni á Minerva, deidades falsas, títulos paganos que la ilustre caterva de cantores piadosos y cristianos invocan y predican en sus cantos, por no invocar los nombres sacrosantos.
Invocamos á Cristo, Dios y Hombre, vencedor de la muerte, hijo del Padre,
que encarnó y tuvo Madre para que todo racional se asombre al ver que sólo él y sólo élla son el Marte sagrado y Palas bella.
No ha sido Marte, no, ni ese tonante Júpiter, ni los dioses mentirosos: fueron nuestros sollozos los que al fin desarmaron al amante Dios trino, omnipotente, justo, amable, que dió la fuerza al brazo, filo al sable.
San Martín eres tú, eso te basta,
pues servís á la patria, ese es tu encomio:
y el jefe Macedonio que se hizo hijo de Dios por no ser casta de su padre Filipo, es documento que deberá servirte de excarmiento.
No imites ni á Gentiles ni á Paganos, ni quieras admitir comparaciones de tus grandes acciones con las de Griegos, Godos y Romanos. San Martin eres tú, eres cristiano, eres bravo y prudente Americano.
Como bravo manejas bien la espada, como pmdente debes humillarte, teniendo por baluarte
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tu esperanza y tu fé bien cimentada en el Dios que te guía en la pelea y todo á tu favor su brazo emplea.
Disperso te miraste en el momento en que tragar á Osorio imaginaste.
¡Oh Dios, cómo quedaste burlado, en el mayor abatimiento! Sólo Dios y su brazo soberano revivir liizo al muerto americano.
Para siempre de Dios sea la gloria, tuya la confusión pura y sincera;
ni tu soberbia quiera traer nunca este triunfo á la memoria, sino para besar con i'endimiento del Santo Templo el santo pavimento.
De dicho modo celebrar victorias es atribuirlo todo á nuestra saña,
k la moda de España; pero serían esas unas glorias tan percudidas como las de Europa, en cuyas guerras la razón es poca.
SONETOS En memoria del día 25 de Mayo de 1810
I
Entre llantos la América gemía, bajo opresores grillos agobiada, sujeta ¡oh Dios! á venerar postrada los tiránicos golpes que sufría.
Su dolor al Olimpo enternecía; mas, el Ibero con injusta espada la libertad le niega suspirada, por sostener su orgullo y tiranía.
¡Oh duro estado! Mas, llegó el momento y el día Veinticinco reservado, en que cayó de un golpe aquel cimiento
que al despotismo tiene entronizado, y en que la libertad subió á su asiento y á un trono por tres siglos usurpado.
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II
Veinticinco feliz, hoy tu victoria derrocó la soborl)ia de un tirano, y levantó con triunfo soberano h nuestra Patria al colmo de su gloria.
La época empezaste de una historia en que pudo ol humilde Americano desatar la cadena de su mano, llenando de grandeza su memoria.
(Oh dia grande, heroico y memorable! jOh día de virtud! ¡Qué regocijo al oir tan sólo tu renombre amable,
de la América siente Ínclito el hijo! Tú mereces loores, cuanto es dable, pues que el Dios de la Patria te bendijo.
III
En lo más erizado de la suerte, en la época más ardua y escabrosa se oyó una voz sonora é imperiosa: Americanos, Libertad ó Muerte.
Un grito fué del Sud valiente y fuerte, aliento vivo en ocasión dichosa, que á la escena más triste y desastrosa en un teatro de luz y paz convierte.
lOh Nueve del Gran mes! oh dia! Tú fuiste destinado por Jove á esta mudanza; tú la impresión del grito difundiste,
que llenó de "sigor nuestra esperanza: y levantas la voz con nuevo empeño: América del Sud no tienes dueño.
IV
Congreso augusto, alma, aliento y vida de los pueblos del Sud. Patrio Senado. Honor y gloria en el más alto grado te tributa la Patria agradecida.
Cuando incauta la vista casi hundida en un caos de discordias, tú, esforzado un grito diste al Sud. Libre ha quedado y la Patria en sus fueros sostenida.
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Jove escuchó tu voz. Su soberano decreto lo confirma: en él divisa sancionada su ruina el cruel tirano
y la Patria su suerte inmortaliza; y hoy repites con voz más imponente: Libres, Pueblos del Sud, eternamente.
V
Nueva feliz, Península quejosa, nobles hijos del trueno: feliz nueva: \'uestra felicidad desde hoy se eleva á una altura gigante y prodigiosa.
La América, decís, es ominosa á nuestra población. Ella nos lleva
nuestros hijos Callad. Nadie se mueva.
Vuestra generación ya en paz reposa.
Creced, multiplicad, llenad el suelo que en suerte os ha tocado. El gran Neptuno por mares nos divide. Quiera el cielo
darnos por su bondad, ciento por uno, y que sea en voiestro bien tal vuestro celo, que no dejéis pasar acá á ninguno.
A LA VICTOBIA DE MaIPO
América del Sud, feliz respira de palmas y laureles coronada; Déjate ver desde hoy engalanada á presencia del Orbe que te admira.
Un nuevo Marte que valor inspira, en los llanos de Maipo cimentada ha dejado la suerte, y enlutada la del tirano que á humillarte aspira.
lOh Marte! Oh San Martin! Honor y gloria, lustre inmortal del Pueblo Americano! Llanos rememorables. |0h victoria!
Pavor y asombro del orgullo Hispano! Sed vosotros en bien de este hemisferio. Columnas, Cascos de este nuevo Imperio!
A UNA MOZA MUY HABLATIVA
Asombrado ine tienes, Pancha mia, con tu charlar eterno y portentoso, ese habladero cruel tan afanoso que toca en los extremos de inania.
Hablas, mi Panclia, hablas noche y día, ora agitada estés, ora en reposo; así tu labio nunca está mohoso y tu lengua jamás con perlesía.
Prodigioso charlar! Si la escultura el busto de un locuaz hacer quisiera, ¿qué original mejor que tu figura?
Entonces con asombro el mundo viera que hasta el sólido mármol, cosa raral por ser tu copia, sin cesar charlara.
A UNA MOZA PINTORA
Eres, Pepa, en pintar tan gran maestra que Apeles envidiara tus pinturas: tan aplicada al arte, que si duras, podrás salir con el á la palestra.
Pintas con la derecha y la siniestra, pintas á buena luz, pintas á oscuras, también durmiendo pintas, si me apuras tan hábil eres y en pintar tan diestra.
jOh joven singular! Por Dios, enseña esa tu habilidad encantadora á tanta joven que en pintar te empeña;
y para que te busquen, pon y desde ahora en la puerta este aviso y contraseña: «Aquí vive Josefa la pintora».
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Al partir de Buenos Aires á Tucumán
La ausencia de mi bien, mi bien, mi encanto apenas deja aliento al pecho mió, apenas deja acción á mi albedrio para poner represas á mi llanto.
Las sombras cubren con su negro manto mi mustio corazón, pálido y frío; un humor melancólico y sombrio en el pais me coloca del espanto.
Huye de mi la paz, huye el consuelo, huye la dulce y apreciable calma: todo es llanto, dolor angustia y duelo.
Perdió al fin el amor (oh amor!) la palma. ¿Y por qué tal contraste, justo cielo? Es que me voy y se me queda el alma!
A LA Ciudad de Buenos Aires
Buenos Aires, feliz fuiste algún dia: mil lauros h tus sienes coronaron; las naciones que absortas te miraron, emularon tus glorias á porfía.
Viste nacer al sol con qué alegría! Sus luces tu valor preconizaron y con puros destellos celebraron la muerte de la atroz, cruel tiranía.
Mas, ay de ti, infelice! Se ha volcado para tu mal el carro de tus glorias; el sol, antes risueño, se ha enlutado.
Los viles sobre ti cantan victorias. Y por despojos sólo te han quedado de tu antiguo esplendor tristes memorias.
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LA MEMORIA DEL Dr. D. MaRIANO MoRENO
Arrebató la parca (¡Parca fieral)
al joven más cabal (vil horaicidal) Cortó el hilo dorado de una vida que su guadaña respetar debiera.
La negra envidia (!Cielos, quién pudiera una mano cortar tan fementida!) k la Patria ha inferido horrenda herida que el rival más rival no le infiriera.
lOh tú que, amante de la Patria, aspiras á hacer faustos sus hados, rinde honores al joven héroe que ya el orbe aclama.
Si la espada le ha dado defensores, del cañón de su pluma ¡oh pluma! admiras vivo fuego brotar que los inflama.
Al Río de la Plata
Sagrado río, émulo glorioso del vasto mar en donde te sepultas; piélago dulce que soberbio insultas al piélago salobre y espumoso;
argentino raudal que presuroso, derramando riquezas que en ti ocultas, giras en ondas que erizado abultas?, y bañas nuestras playas magestuoso:
corre, no te detengas, y en llegando del hondo mar á la suprema altura, á sus vivientes con murmurio blando
cuenta mi mal, mi pena y desventura, cuéntales á sus aguas protextando que más que su amargura es mi amargura.
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A Moldes
Moldes, joven procaz, desvanecido, narciso de ti misino enamorado: joven mordaz, de labio envenenado, enemigo del hombre decidido.
Caco desvergonzado y atrevido: ladrón de famas: genio preparado á tirar piedras al mejor tejado, siendo el tuyo de vidrio percudido.
Vibora de morder nunca cansada, sanguijuela de sangre humana henchida, espada para herir siempre afilada.
Sabe que una cuestión hay muy reñida (de tu alma negra claro testimonio): ¿Cuál de los dos es peor, tú ó el demonio?
A LOS Colorados
Milicianos del Sur, bravos campeones, vestidos de carmín, i)úrpura y grana; honorable Legión Americana, adecuados, valientes escuadrones.
A la voz de la ley vuestros pendones triunfar hicisteis con heroica hazaña, llenándoos de glorias en campaña y dando de virtud grandes lecciones.
Grabad por siempre en vuestros corazones de Rosas la memoria y la grandeza, pues restaurando el orden os avisa
que la Provincia y sus atribuciones salvas serán si ley es vuestra empresa, la bella liberiad vuestra divisa.
Año 1820.
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canción encomiástica
Al General D. José de San Martín (1)
Al ínclito, valiente Americano, al argentino Marte, al invencible domador de! Hispano, impávido guerrero el más temible que la patria registra en sus anales, glorias, laureles, palmas inmortales.
Al vencedor de Chacabuco, al noble general San Martín, bravo soldado, que con esfuerzo doble, con arduo empeño, con valor osado en Maipo se lal)ró nueva corona, Advas y lauros, que el honor le abona.
Nunca con brio tal, con tal denuedo vibró su espada el geí»; Macedonio: jamás con menos miedo se ha dado del valor un testimonio. A San Martín se dió por raro modo copiarlo en parte, superarlo en todo.
Sus bravos, aguerridos enemigos de su marcial furor, tristes despojos, serán fieles testigos de sus ardientes bélicos enojos; de aquella intrepidez inimitable, con que sabe vencer á fuego y sable.
Harán honor de publicar rendidos, sus esfuerzos, sus armas, sus banderas, sus gefes distinguidos, sus esperanzas todas lisonjeras al valiente campeón, atleta invicto, superior á Alejandro en el conflicto.
Ellos le vieron recoger los restos de unas huestes antes dispersadas.
(1) Esta poesía que debía registrarse en la página 113, aparece en este lugar por on olvido notado después de estar casi terminada la impresión.
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y con nuevos aprestos
presentarlas con arte organizadas
jAcción gloriosa! digna do la historia, •que sola vale toda la victoria.
Ellos le vieron con terror y espauto al frente ile sus ínclitas legiones por un secreto encanto con un viva alentar sus corazones, mostrándoles escrito en su semblante el triunfo, que temieron vacilante.
Ellos le vieron ¡vista pavorosa! con valor frió, con sereno aliento, con marcha inngestuosa. sin trepidar un punto, ni un momento,
dirigirse á sus filas. Si lo vieron. . ,
"Vieron que no temía, y le temieron.
Ellos vieron al fin un rayo activo, á Smi Marthi, al genio destinado para herir en lo vivo al visir orgulloso que ha jurado en los e.Kcesos di- un furor insano borrar del Sud el nombre americano.
Un raj'o, si, un rayo disparado del seno del honor. Tal fué el momento, que en la acción empeñado, dando á su inti'epiilez nuevo incremento, dfescargó en su rival con brazo fuerte los trágicos horrores de la muerte.
En los llanos de Maipo, alli le vieron blandir la espada con feroz aliento. A su impulso mordieron, envueltos en su sangre, el pavimento los robustos de Iberia, las terribles huestes de Burgos, huestes invencibles.
¡O parca! justa ahora, tú le diste tu afilada guadaña. Le obligaste, mejor diré, tu fuiste
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quien ú su voz con furia la libraste,
para asi castigar un loco empeño,
y darle un triunfo, de que ya era dueño.
¡Llanos de Maipo! vuestro nombre solo en las páginas todas de la historia se oirá de polo á polo, sofocarán sus ecos la memoria del ejército grande, que en cruel guerra con sus victorias abrumó la tierra.
¡Llanos de Maipo! Mapa delineado con la sangre de injustos. Campo hermoso, donde ha recuperado sus derechos la patria; donde el gozo ha sucedido al llanto, y donde todo tornó á su libro sér ¡lor raro modo.
Obra fué tuj'a, héroe sin segundo, y de tus bravas bélicas legiones. Todo este nuevo mumlo aclama tu valor. Tú das lecciones al mundo antiguo, que aunque siempre vano, ya te apellida: Marte Americano.
Marte mismo te observa y queda absorto envidioso quizás de tal proeza, viendo en ti un raro aborto de virtud, de valor, de gentileza; y que cuando vencer resuelto tratas sus vengativos rayos le arrebatas.
Negra envidia, furia del abismo, no atentes contra el héroe. No despliegues tu fiero despotismo.
Tus máquinas suspende. No, no llegues del templo á los umbrales, donde en calma le coronan laurel, oliva y palma.
Deja por esta vez, deja que todos los pueblos de la unión con tierno acento canten con varios modos su triunfo en Maipo, su marcial aliento.
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Pedid ¡oh pueblos! para tal cinpltio su lira á Apolo, y su voz á Orleo.
¡O provincias del Sud! pueblos constantes del mérito y valor admiradores! ¡Oh de la patria amantes! Quemad inciensos, tributad honores al héroe vencedor. Un templo augusto, y por diestro sincel su noble busto.
Su diestra mano empuñará la espada. En su siniestra bicolor bíindera. Su cabeza adornada con bélicos blasones. Una esfera. En su arca azul con cifras de oro un lema: San Martín vive, todo injusto tema!
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Boleras patrióticas
El clarín de la fama resuene hermoso
y cante las victorias del Sud glorioso, y que esta gloria
se grabe en los anales de nuestra historia.
El Dios Marte propicio á nuestra empresa,
diademas nos prepara con ligereza; y asi corramos,
que es nuestra la victoria, Americanos.
Ya se acerca, Argentinos, el feliz día
en que triunfe la patria con energía: y que valientes
pronunciemos el nombre de independientes.
A la voz de: Argentinos, hasta el abismo
se acogen los tiranos del despotismo, y sorprendidos,
se abruman con el crimen que han cometido.
Todos los Argentinos no dispensamos
medio que no arbitremos para salvarnos.
Y esto es probable,
pm's muertin por la Patria innumerables.
Ya parece que escucho al Sér Supremo
que nos dice: «Sed libres siglos eternos».
Y asi digamos:
Viva la Independencia eternos años.
Cuento al caso
Sabe, si no lo sabes, oh mi queindo Arguinto, que cierto noble hitaso de aquellos que el destino el suelo tucumano les dió por domicilio, montado en su caballo que el Macedonio mismo se lo hubiera envidiado por brioso y por lindo, sin otro ajuar y adorno que un bozal repulido, un par de guardamontes, unos bastos estribos, una usada carona y un recado mezquino; más orondo que el héroe
de la Mancha y más fijo (como buen Tucumano) que aquél en el designio de enderezar entuertos que sufrieron tus siglos; más tieso que aquel otro que como un poeta dijo, almorzaba asadores en lugar de pepinos; más astuto que el zorro, humilde como el mismo; más tenaz. .... pero basta. ¿Lo conoces, Arguinto? Y tanto lo conoces que quizás es tu amigo. A este pues que vagaba solo consigo mismo
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por uno de estos montes (insensibles testigos del denuedo y empeño de tanto fiel patricio, sucesores de Marte), se le hizo encontradizo, con síntomas de guapo, un orgulloso esbirro, bostezando bravuras y jurando exterminios, con el rey en el cuerpo, la mano el gatillo de una armada pistola; y queriendo que al grito de su ronca bocina quedase el liuaso mió extático, pasmado, confuso y aturdido. Y cuando así lo juzga con tono duro, altivo, le intima que se rinda victima de su brío. ¡Oh qué insulto! ¿Sufrieras otro tanto, mi Arguinto? ¿Sufrieras que entonado un humilde cerrillo al altivo Aconquija intimase atre\ido que rendiera su cima al despreciable risco? jOh cielosi ¿No han bastado tantos años y siglos? ¿Aun se atreve el orgullo á levantar el grito é intimar rendiciones en su suelo nativo (violando sus derechos) á los nobles patricios? ¿Aun Hesperia se atreve bajo el nombre fingido de un rey que ella desprecia, á dar en tono frío la ley que ella debiera recibir del destino? lAmargas raflexiones, Arguinto, amado Arguintol Ellas, parece, ocurren al corazón sencillo del insultado huaso,
y dueño de sí mismo, dando vuelcos al alma y terror al destino, al escuchar idiomas ahora desconocidos, con un no más redondo que un esférico ovillo contesta al arrogante oficial presumido. Este guapo y fullero, herido en lo más \\vo de lo que llama el mundo honor (y es el más fino y refinado orgullo) del incauto patricio asesta luego al pecho, queriendo con un tiro dar pábulo á su saña y á su rabia ejercicio. Aquí de Dios. El huaso que advierte su peligro, á su valor é industria llama luego en su auxilio: echa mano al cabestro (instrumento sencillo, pero que en mano diestra desempeña el oficio), y fijando sus ojos en el casco vacío (así lo tienen todos) del insultante esbirro, le imprime los ramales con tan valiente estilo, que si le deja sesos le quita todo el juicio, desvirtuando mañoso la dirección del tiro. iVíctor! ¡Qué acción tan bellal Quedó el hombro lucido. Troncos expectadores del pasaje tan lindo, no permitáis se hunda en el caos del olvido; quede en \Tiestras cortezas menudamente escrito para excarmiento eterno de tontos atrevidos; vosotros si, vosotros fuisteis fieles testigos
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asi de tanto orgullo como del valor frío con que supo humillarlo un resuelto patricio; visteis con nuevo asombro caer luego de improviso aquel monte de carne, despojo del invicta y más heroico brazo. Visteis que compasivo al paso que valiente, el vencedor no quiso usar de represalia con el pobre vencido. Héroe hasta en ser humano venciéndose á si mismo, le regaló una vida sujeta ya á su arbitrio. ¡Acción noble y bizan-a! ¿Hubo, mi caro Arguinto, quien puesto en igual caso cortase un re tácito del manto magestuoso de su incauto enemigo, para señal que pudo y que no quiso herirlo? Generoso igualmente, aunque por otro estilo, nuestro valiente huaso reduce su castigo á dejar para ejemplo al guapo presumido con sólo la camisa que hubo recién nacido. Cuando vuelto del susto y vuelto en su sentido, se ve entre cielo y tierra,
como Eva en el Paraíso, de los cuatro elementos espectáculo indigno, juzgando ojos y lenguas en los troncos vecinos y que todos burlaban figurón tan supino: ¿no te parece lance gracioso, Arguinto mío? Asustadas las aves de todo aquel recinto (asi me lo figuro), con notables chillidos, extrañanilo un fantasma hasta entonces no visto, ya se acercan, ya huyen, ya acometen con vivos y clamorosos ecos, y aun afilan sus picos. . . . ¡Qué escena para el guapo que se precia de lindol Si acaso (como creo), entre alegre y mohino, el más que astuto Imaso se mantuvo escondido, observando de cerca de tanto desatino
el fausto resultado
Contémplalo. Yo mismo suelto una carcajada como él quizá lo hizo. Pero entretanto, sabe oh! mi querido Arguinto, (y esto cede en tu gloria) que los Campos Elíseos son el teatro vistoso de acto tan peregrino.
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En la Pieámide se hallaban grabadas las siguientes
DÉCIMAS
I
El león que con fiereza hasta ahora al Sud devoró, al fin, que quiera, que no, ya va largando la presa. De la América la empresa toca su fin pretendido, y el mundo que habia creído ser esto imposible al Hado, ve aquel fin verificado y este imposible vencido.
n
Oh Sud! En ti la alegila rebosa, sin que lo estorbe de la otra parte del orbe la vana, tenaz porfía: ya respetará este día de tu gloria y libertad; ya verá en tu inmensidad el derecho más sagrado que ella, injusta, ha conculcadi con tanta inhumanidad.
m
¿Hasta cuándo habrá de ver el Sud vilísimo esclavo? Ko habrá de tenor al cabo término su padecer? Nunca habrá de deponer su ruin condición servil? Oh Sud! Feneció la vil dominación del Hispano. Vive, vive Soberano y reina por años mil.
IV
El cruel yugo que oprimía la americana cerviz, por un esfuerzo feliz Julio quebrantó este dia. ¡Oh mes, de la tiranía acérrimo destructor! Gran Julio en cuyo favor Palas sus luces destina, Jove sus rayos fulmina, Marte esgrime su valor.
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El Anzuelo
A las orillas del mar vi á Lise pescando un día, sin que ayudarla á pescar pudiera la suerte mía. Yo por cierto dudaría, según mis inclinaciones, si en las dulces variaciones con que el anzuelo arrojaba, acaso peces pescaba ó pescaba corazones.
OCTAVA
En el día que se instaló la Universidad de Buenos Aiees: 12 DE Agosto de 1821
Si hasta ahora Marte con serena frente de laureles la Patria ha coronado, tiempo es que dirija ya obsecuente con Minerva los lauros que ha alcanzado. Así pues en obsequio reverente dén á la Patria un vinculo sagrado: para fijar el auge de sus glorias, luces Minerva, Marte dé victorias.
Sermón de la Natividad de Nuestka Señora
QucE est ista quce progreditur, quasi auroi-a consurgens?
Cantic. 6°.
Feliz día, inis amados oyentes, íi cuya luz debemos el beneficio de ver enteramente com-luido el negocio de todos los siglos: Nego- tium omnium smuloriim. Día en que se completó la construcción ma- ravillosa de la misteriosa Arca que llevará en su seno á la dorada urna que contiene el Maná para sustento del Pueblo, Maná escondido, Pan de los ángeles, que descendió del cielo. Dia en que apareció á nosotros la mística Paloma que supo remontarse sobre las aguas de un diluvio de culpas, y traer en el pico el ramo de olivo, cuyas verdes hojas afianzaron nuestras esperanzas. Dia en que floreció de nuevo el Arbol de la vida, bajo cuya sombra se escondió nuestro Pri- mer Padre, para ponerse á cubierto de las iras del Señor. Dia en que se dejó v^•r aquel Monte altísiiiio preparado por la Providencia para fundar en su cima la digna habitación del Dios de las eternidades. Dia en que se echaron los fundamentos á la Casa de oro, á la Puerta del Cielo, á la nueva Jerusalén adornada de galas y trofeos. Día en que se levantó de improviso aquella pequeña nubecilla que vio el Profeta Elias, para regar con sus aguas la redondez de la tienda.
Dia Pero á qué tantas figuras en un asunto de suyo sencillo,
aunque admirable? Oigámoslo de una vez, empeñando para pronun- ciarlo dignamente los cristianos sentimientos de nuestro corazón: Dia en que apareció al mundo la más pura Ci'iatura, el compendio de las maravillas de Dios, el último esfuerzo de su Omnipotencia, la ema- nación de su gloria, la digna Madre de un Dios hecho hombre para el hombre. Oh día! oh instantesi oh momentos!
Fieles! ¿Qué es lo que ocupa vuestra imaginación cuando ha- béis oído que es nacida á vosotros la aiigusta Madre de un Dios hecho hombre? ¿Acaso aquellos días felices que formaron el famoso siglo de oro de que hace tanta memoria la mentida gentilidad? ¿Acaso
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aquellos dias memorables en que reinó el más sabio de los Reyes pa- ra tanta honra del Pueblo del Señor? Oh edades luminosas! Que- daos con vosotras mismas. No aspiréis á compararos con esto dia grande, que hizo el Qmnipotente y que debe ser el poderoso motivo de nuestra exaltación y alegría: JEc (lies qum fecit Domiiius: exulte- mus et laetemur in ea. Cuantos bienes puede fingirse una imagina- ción viva y avanzada, tantos y muchos más se admiran realizados en este día que nace esta divina niña, grande en si misma y grande para nosotros. Sea ella, en sentir de los Padres más célebres de la Igle- sia, el Arca de la nueva alianza, la mística paloma de Noé, el Arbol de la vida, el monte altísimo que descuella sobre los míis encumbra- dos montes, la casa dorada, la puerta del cielo, la nueva Jerusalén, la nubecilla de Elias íecunda en prodigiosas aguas. Estas figuras la manifiestan desde luego, si grande en sí misma, benéfica para el mun- do. Ellas la representan innundadas de un torrente de glorias, que haciéndola rara y singular en las excelencias, se difunde á nosotros para hacernos felices en el gran día de su natal glorioso.
Pero permitidme que olvidando por ahora unos símbolos, que ellos bastarían para anunciarla tal cual ella es en si misma, me ligue á las palabras de mi tema, y os la represente en el instante de su na- cimiento, bajo el misterioso geroglífico con que quiso darla á conocer el esposo en los Cantares. A la verdad, entre los sublimes elogios que en la Divina Escritura y especialmente en los Sagrados Cánticos, que recoge la Iglesia para adaptarle á María, ninguno, á mi parecer, le conviene más ajustadamente que aquel con que la compara á una brillante aurora, que se levanta del lecho de las sombras, para expar- cir sus luces y anunciar mayores claridades. Qucb est ista quce pro- greditur quasi aurora consurgens? De.spués que los Sagrados Exposi- tores han hecho uso de atribuir á Jesucristo, que nació de María como de su legitima y verdadera Madre, los nombres, las cualidades, los caracteres de luz, llamándola Estrella de Jacob, Sol de Justicia, Candor de la luz eterna, Espejo de la caridad del Padre, luz verdade- ra que ilumina á todo hombre que ha venido á este mundo; era pues- to por una estrecha coherencia y propiedad del discurso que esta divina Madre se comparase al Alba y que el figurado y gracioso nom- bre de Aurora sirviese para imprimir el carácter de la que ha ser Madre del Divino Sol de Justicia: Quasi aurora co7isurgens.
Mas, por adecuado que sea, y propia la semejanza, yo soy de parecer que en ninguna circunstancia se aplica mejor á María esta figura misteriosa que en el instante de su nacimiento al mundo. Asi
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como el Alba, dice San Pedro Damiano, se da prisa con el esplendor de su luz al despuntar el sol, de quien anuncia el nuevo aparecimien- to, asi Maria previene de cerca con su nacimiento al mundo, la en- carnación del Verbo, como un indicio cierto de su venida: Nata vir- gine, surrexit aurora.
Y este es, cristianos oyentes, el excelso y venerable objeto; este el nuevo, inestimable beneficio que propone celebrar nuestra Madre la Iglesia en la fiesta de este día, una de las más antiguas y solemnes por la institución y por su rito; excitando á. sus hijos con la expresión de su inmenso júbilo, de mi tierna gratitud y de su religiosa piedad, á celebrarla en los excesos de la mayor alegría: Cum jucunditate nati- vitatem B. Mar ice celebremus. Convite singular, propio del respeto que tributa k Maria en su natividad gloriosa! Correspondamos, fie- les, á la dignación de nuestra Madre Común, y siguiendo las huellas del seráfico Doctor San Buenaventura que acomoda al nacimiento de María esta festiva alegría, distingamos dos cosas en la aurora: la Ca- ridad en orden á si misma, en cuanto participa del esplendor del sol, de quien ella es el más luminoso efecto; su utilidad en orden al Mundo, en cuanto anuncia los resplandores del Sol, de quien ella es
su preludio. A solé progrediens ejusdem solis Ortum preve-
niens. Tales son las místicas relaciones que nota San Buenaventura en esta di\-ina niña con orden á sí misma y en respeto y orden de nosotros: Bene aurorae comparata est Maria tam propter se, quani projifer nos. Respeto á sí misma por la gloria que le acompaña; en orden á nosotros por el beneficio que nos resulta. Y ved aqui con expresión el argumento, y la partición de mi discurso, en honor de la augusta Madre de un Dios hombre en el instante de su nacimiento al mundo; mostraré en primer lugar cuán ilustre le ha sido para si misma, y en seguida cuán ventajoso ha sido para nosotros. Bette aurorae comparata est Maña, tam propter se quam propter nos. Co- mencemos invocando antes su dulcísimo nombre, y saludándola con el ángel. Ave Maria.
Thema, ut supra.
Si tal fuese en la estimación de los Santos, y mucho más en el divino rectísimo entendimiento la verdadera idea de la gloria, cual suele pintarse en la imaginación de los ambiciosos mundanos y cual se la formaban los rudos y carnales hebreos, que acostumbrados á entender las Divinas Escrituras de un modo material y terreno, creían que el Mesías debía reinar en Israel á manera de un excelso Principe, belicoso y potente, que con el valor de sus armas, con la riqueza de
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los trofeos, con la magnificencia de la regia potestad, debía elevar al colmo de la autoridad, del dominio, del esplendor el antiguo trono de sus mayores. Oh, qué vasto y luminoso campo se me pusiera á la vista para exaltar tanta nobleza de la Madre á quien tocó engen- drarlo temporalmente! En este caso, nada, nada me quedaba que hacer, sino revolver la Sagrada historia, sobre la fiel genealogía de esta Sagrada "Virgen, y haciendo pié en los más remotos principios de su antiguo origen, demostrar que la pura sangre de Abraháni dividi- da en tres descendientes, parando de una en otra generación por los augustos canales del Sacci-docio y el Reino, al fin vino con raros pri- vilegios de los Ínclitos varones en que se derramó, á esclarecerse y reunirse de un modo más glorioso é ilustre en la sola persona de María: al modo que (permitidme esta comparación) dos arroyuelos que emanan de una misma fuente se dividen en sí mismos, y después de correr por países lejanos y por remotas provincias, enriquecidos de nuevo con las aguas que recogen en su curso, y perdidos entre las piedras, concavidades y conductos de la tierra, más limpios y crista- linos, se unen de nuevo para formar una fuente más pura que en su origen. Comparación bastante perceptible que hace ver cómo de los Patriarcas, de los Pontífices, de los Jueces, de los Capitanes, de los Reyes de Israel, célebres por su piedad, por su cordura, por su celo, por su gobierno, por sus victorias, amados de Dios y de los hombres, gloriosos en sus generaciones, se ha trasfundido en María por la ex- tirpe de David todo el esplendor de la tribu de Judá, y se ha reunido en ella la grandeza y nobleza de sus claros ascendientes. Así lo dice la Santa Iglesia: Nativitas gloriosae Virginis Mariae ex Semine Ábrahae, ortae de tribu Juda, Clara ex stirpe David.
Pero yo dejo al Mundo la vanidad y orgullo de los principios y máximas del Evangelio, antes que de los errores y preocupaciones del siglo; saco la verdadera idea de la gloria, la transfiero á María, y con una figura que viene ajustadamente al asunto de su elogio, hago ver lo claro é ilustre de su nacimiento al mundo. Cuál fué, oyentes, la cosa más rica, más magnífica, más suntuosa del arca del testamen- to? Dios mismo fué el autor que le inspiró al ingenioso y perito Bescleel el diseño para su construcción y hermosura. Este famoso artífice tuvo á bien, según el orden de Dios, de fabricarla de una made- ra escogida é incorruptible de la gentil Arabia. No sólo consumió ricos tesoros con el fin de hermosearla, liaciendo de oro el oráculo y querubines que le adornaban, de oro los anillos que de ambos lados la sujetaban, de oro la corona y cenefa que la ceñía, de oro el aforro
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que por dentro y fuera la cubría, sino también fué tal la atención, el cuidado, la industria quo puso en fabricarla, que el arte superó á la naturaleza, y vino á exceder la finura de la obra al valor de la mate- ria. Con todo, no es nada de esto lo que contribuía especialmente á la gloria del Arca Santa y á la reverencia y culto de los Israelitas, que atribuían sus grandes ventajas al honor de poseerla, y la veneraban como á centro común de su Religión y piedad. No señores. Su ver- dadero valor, su especial valor consistía en el objeto para que la ha- bía escogido el Señor, de guardar la vara de Aarón, las tablas de la ley, el vaso de Maná, y de formar en cierto modo la peana y el trono al Dios de la Magestad, todas las veces que en la apariencia de una espesa nube se dignaba bajar visiblemente al tabernáculo, y volver la respuesta á las peticiones de Israel. Ved aquí el objeto del aprecio, el valor inestimable del Arca, y la verdadera causa que se lo conciliaba.
Aplicad ahora esta figura á María en el instante de su natal glo- rioso. El parangón entre el Arca y esta di\ana Madre es tan familiar á los SS. Padres y Expositores sagrados, que sin peligro de apartar- me un punto de la verdad, puedo valerme de él para declarar el alto misterio que celebramos, y hacer á María la aplicación más conforme. Sé que ella nace en este día de la familia más distinguida del Pueblo electo entre mil." sé que sus antepasados son los más claros y famo- sos que había producido la descendencia de Abraham: sé, igualmen- te, que la naturaleza se empeñó en formarla de la sangre más pura y conspicua de Israel, y que se reunió en ella sola cuanto la regia y sacer- dotal grandeza pudo conferir de nobleza y de esplendor, para hacer en la presencia del Mundo gloriosa y célebre la antigua y señoril pro- sapia. Pero no es éste el más bello elogio que debe darse á María, ni éstos son los caracteres de su verdadera nobleza, los cuales aun- que luminosos y sublimes, nada, nada la elevan sobre la naturaleza, y más que un elogio eclesiástico, formaríamos con ellos una Oración Profana. Su verdadero valor, su inestimable decoro, le viene del oficio á que la destina la Providencia, de llevar en su seno la mejor vara de José, las místicas tablas en que está escrita con caractéres indelebles la ley eterna, el vaso del Maná más prodigioso. Hablemos sin figuras: su valor está cifrado en estar escogida desde entonces pa- ra llevar en su seno y formar en sus entrañas al Verbo eterno, que no es ya luz de una estrella, sino del Sol que asoma; luz divina por quien resplandece la más brillante aurora: y cuando los otros hijos reciben de sus padres la nobleza, Jesucristo la comunica á su Madre, que por ilustre que sea por parte de sus Mayores, crece infinitamente
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por parte de su Hijo su nobleza y esplendor: es pensamiento de San Pedro Damiano: Clara proclarorum titulis, clarior generositate prolis.
En efecto: así <l|^p|o los hebreos, para demostrar lo insigne de su piedad, lo sólido de su religión, en orden al Arca Santa, no esperaron que Moisés colocase en ella la vara de Aarón y el milagroso Maná, sino que bastó saber desde el principio que Dios la había destinado á este glorioso fin, para ofrecer con un ardor invencible, con sumo gozo, con prodigalidad imponderable cuanto se necesitaba para la construcción y perfección del Arca; así para dar á María la gloria de la Maternidad divina, no es menester esperar el momento en que el Verbo se vista de nuestra carne en su seno; basta saber que Dios la ha destinado k este fin en sus eternos decretos, para honrarla en su nacimiento con este excelente título y reconocer entre los augurios de la cuna su grandeza. Así es que es tan fuerte, tan reciproca, tan eterna la unión de esta Divina Madre con su Prole, que la idea de una excita necesa- riamente la ¡dea de la otra: el más sutil entendimiento no es bastan- te para separar un hijo tal de tal Madre. En cualquier tiempo, en cualquiera circunstancia que ocurre á la meraori.'i María, allá se arre- bata la mente, ocupada toda en su dignidad incomprensible; que es decir: que no puede concebirse como debe, el justo carácter do María sino que se conciba en orden á Jesucristo.
De aquí es que, según la aplicación de San Bernardo y otros Sa- bios expositores, mucho antes de su nacimiento, asegura el Sabio, de ella, que Dios la hizo en la eternidad y la poseyó en el principio de sus caminos; que ella estaba con él desde que puso mano en la crea- ción del mundo; y que al instante que la formó descansó en ella, co- mo en el tabernáculo de su morada. Mas, lo que es más digno de ponderación es que el Salmista Rey, con una extraña y confusa ex- presión, hace que su ilustre Parto anteceda á su dichosa existencia, llamándola una ciudad en que ha nacido el mismo que la ha fundado: hotno natus est in ea, et ipse fundavit eam Altissimus. ¿Cómo es este prodigio? pregunta San Agustín. El hombre que nació de ella, el Altísimo que la fundó no es otro que el Verbo mismo que recibió de ella la humanidad santísima: Qmí homo natus est in ea, Ipse fundavit eam. ¿Cómo pues la fundó si de ella había nacido? ¿Cómo nació de ella misma antes de haberla fundado? Quovwdo in ea factus est, et ipse eam fundavit? Bien sé yo que el oscuro sentido de este lugar sa- grado, entendido literalmente del Verbo, sirve para probar que él fué hombre en tiempo en cuanto nació del vientre de María, y que el Eterno era Dios, en cuanto la eligió desde la eternidad para su digna
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Madre. Pero aplicado figuradamente á María, demuestra con evidencia que mucho antes de su nacimiento al mundo, ya le convenia el alto honor de Madre del Verbo eterno; que la sola elección de su persona bastó para atraerlo un blasón tan luminoso: y en orden á merecer la gloria que trac consigo una dignidad tan conspicua, tanto era para ella el honor de parir en tiempo á su divino Hijo, como si en efecto lo hubiese dado &, luz, aun desde entonces: homo natus est in ea, et Ipse fundavit eam Altissimus.
Y ved aquí, Cristianos oyentes, la claridad sobrehumana con que resplandece en su primer aparecimiento nuestra incomparable aurora. Ved aqui la inmensa gloria con que hoy viene á la luz del mundo nuestra venturosa niña. Ved aquí el augusto é inmortal ca- rácter, que mucho más que la real sangre eleva y ennoblece la nati- vidad gloriosa de María. Ella se atreve á decir que no obstante la pequenez y humildad de su persona, llega á tanto el grado de exal- tación á que la eleva la dignidad de Madre, que en todo el orden de la naturaleza y de la gracia, no hay después de Dios quien la supere, ni aun quien se avance á igualarla. Después de esto ya no admira que con respecto á la Maternidad divina que la condecora, la compa- ren unos á la escala de Jacob, á la torre de David, al trono de Salo- món; otros al ciprés de Sión, al cedro del Líbano, á la palma de Ca- des agigantada en su estatura; y que otros, á manera de una soberana matrona, la representen vestida de Sol, coronada su cabeza con doce estrellas, teniendo á sus piés la luna: y que todos en fin, recojan las muchas alabanzas, las bellas imágenes, las sublimes expresiones usa- das en la Divina Escritura para honrar el grado, la cualidad y la excelencia de María; pues todas desde este punto se han verificado en ella, puesto que desde que nace al mundo, ya nace Madre de un Dios hombre: hovio natus et in ea, et Ipse fuiulavit eam Altisimus.
De la segunda parte de este lugar profético bien veis voso- tros, amados oyentes, que á la cualidad de Madre se añade en María el excelente título de hija, ó como en otra parte se lee más claramen- te, de Primogénita del Altísimo, de quien ella nace en cuanto al es- píritu, y esta es una nueva y esplendidísima luz que la hace brillar incomparablemente. El Apóstol San Juan, que muchas veces hace expresa mención de esta natividad interior que constituye al hombre hijo de Dios, la hace consistir en la fuga del pecado: qui natus est ex Dea, pecatmn non facit. San Gregorio Niceno coloca en esto la nobleza y esplendor de este honroso nacimiento, que el hombre conserve la semejanza divina, y que se ajuste al infinito ejemplar de quien trae
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espiritualmentd la vida. Y si por esta regla medimos la nobleza de María, podemos seguramente preguntar con San Gerónimo: Quid Bea- ta Virgine ilustrius? Quién se presenta más ilustre en el lleno de sus días que lo que María en el instante de su nacimiento al mundo? Quién más que ella huyó del pecado, siendo así que la preservó la gracia hasta de aquél que es común á todos, contraído de nuestros Primeros Padres? Quién más que ella ha mantenido pura y entera la semejanza divina, siendo cierto que en todo el curso de sus días no denigró jamás con la imperfección más mínima su original inocen- cia? Quién más que ella se ajustó al ejemplar de su Padre Celestial, siendo así que llegó á ser una copia la más viva de aquel original divino, é imitó desde este punto su perfección con los actos miis he- roicos? A la verdad, no creáis, oyentes, que en aquel breve espacio de su vida, la angustia de las fajas, la debilidad de sus órganos y de sus miembros sirvieron de impedimento que retardó á María el ejer- cicio interior de todas las virtudes, y que como los otros niños, se vió obligada á esperar con el beneficio del tiempo verse libre de las potencias del alma y el despejo de la razón. Los más famoso.? teó- logos convienen piadosamente que Dios, en el primer instante de su sér, cuando la presencia del contagio del pecado, le infundió también una ciencia y caridad tan perfecta, que mejor que todos los ángples contempló desde entonces las divinas perfecciones, y superó á todos en amarlo. ¿Quién podrá regular el capital inmenso de méritos con que ella nació á la vida? ¿Quién el heroico ejercicio de virtud con que ella se avanza en este día, á aumentarlo y enriquecerlo? Un cé- lebre Expositor quiso hacer la comparación con los más Santos Pa- dres de la antigua Sinagoga. Mas, ¿quién no sabe que al nacer de la aurora desaparecen las estrellas? ¿Qué tiene que ver la inocencia de Abel, la justicia de Noé, la fé de Abraham, la mansedumbre de Ja- cob, la humildad de David, el celo de Elias, y toda la insigne santi- dad de los Electos, qué tiene que ver con la virtud que María recién nacida ejercita interiormente? Desaparecen estas vislumbres anti- guas en el brillante cielo de la Iglesia, y sucede la clarísima aurora que sofoca aquellos lucimientos. Maria veré aurora clarissima fuit, quae prcecedentimn Patrim claritatem minoravit.
Hoy ella contempla k Dios con la mayor claridad, le ama con fervor, le adora con religión, y le ofrece un culto puro de espíritu y de verdad. Hoy se humilla profundamente en la presencia del Se- ñor: hoy se resigna enteramente en su santa voluntad; hoy magnifica su misericordia; le ruega, le da gracias con la perfección de que es
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capaz ella sola. Su respiración es una continua alabanza que le tri- buta; sus anhelos son esfuerzos con que lo obliga; su cuna es un altar sobre el cual le consagra sus tiernos afectos y las primicias de su vida: y aquí es cuando se cumple k la letra el otro memorable de David, que toda la gloria de la hija del Rey resplandece inte- riormente, donde una maravilla sostiene la nobleza y el esplen- dor de su natal magnifico. Omnis gloria ejus filiae Regis ab intus. Aurora sublime, luminosísimo nacimiento, que da motivo á dudar con fundamento, si deba decirse terreno ó celestial el origen de Ma- ría, y de quien ella principalmente deba reconocer su principio, si de su padre ó de Dios. En efecto. Si la Divina Escritura la llama por una parte vara que se eleva de la tierra, por otra la llama estre- lla que resplandece en el firmamento: Orietur stella ex Jacob, et Virga consurget de Israel. Y San Juan la vió descender del empí- reo como una esposa adornada y preparada para su amado: Vidi ci- vitatem sanctam Jerusalem novan descendentem de coelo a Dea, paratum sicut esponsam ornatam viro suo. Oigamos, pues, que asi como la es- cala de Jacob tenía dos extremidades, una que se fijaba en la tierra, otra que tocaba al cielo, pero que esta era la más distinguida, por- que en ella descansaba el Dios de las virtudes; asi dos fueron los na- cimientos de María figurada en aquella escala misteriosa: una que le dió la naturaleza, otra que recibió de la gracia; pero que en éste fué mucho más gloriosa é ilustre, no sólo porque traía su principio de Dios mismo, como hija engendrada por él según el Espíritu, sino también porque á Dios se refería corno Madre que le había engen- drado según la carne. Pero á decir verdad, esta admirable relación de la Maternidad divina, más que su gloria propia, tuvo por objeto el beneficio nuestro. Y así como el Alba, haciendo pompa de su esplen- dor en orden á sí misma, manifiesta su utilidad en orden al mundo con la venida del Sol que anima en su horizonte, asi he dicho yo que el nacimiento de María, cuanto fué ilustre para sí misma, tanto ha sido ventajoso á los hombres: bene aurora comparata est Maria tam propter se quam propter nos. Estamos en la segunda parte.
Proposición segunda.
Los primeros que cogieron el fruto de la Maternidad gloriosa de Maria fueron los aflijidos y estériles Padres. La felicidad de los hebreos era la espectacíón del futuro Mesías, en cuya venida se inte- resaban todos igualmente. Ved aquí la razón por que les urgía tan- to la fecundidad y posteridad entre la propia familia, en cuanto ésta contribuía al nacimiento del prometido Mesías, que se gloriaban de
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ella como de una especial bendición con que Dios la enriquecía, has- ta el extremo de reputar la esterilidad de prole una especie de mal- dición que la deslionraba para siempre. De aquí las angustias y lamentos, las súplicas y los votos de Abraham, de Sara, de Raquel, de Ana, que aflijidas por obtener la fecundidad de prole, enviaban sus quejas al trono del Altísimo, y le obligaban con los ardientes ruegos para merecer un solo hijo. En este duro y vergonzoso extre- mo— si hemos de dar entera fé á algunos Padres de la Iglesia — se viei'on los augustos padres de María, después de un largo y estéril matrimonio, cuando ya su fría vejez no les daba esperanzas de reme- dio. Cuáles serían sus ventajas al sacu(ür, cuando menos lo pensa- ban, su pasada ignominia, y al ver compensada con tal liija la anti- gua esterilidad? Apenas Dios, no obstante los muchos años de Abraham, le aseguró la sucesión de un hijo que debía producir una larga serie de Príncipes y Monarcas, de los cuales por último, con el decurso de los siglos vendría á nacer el prometido Mesías, rebozando el Patriarca en dulces avenidas de gozo, sin mirar la inmensa distan- cia que mediaba entre sus días y aquellos felices tiempos, lo previo en espíritu, se alegró con su futura presencia como si lo viera presen- te con sus ojos: Abraham exuUavit, ut videret Diem meum: vidit, et gavisus esf. Pero ceda finalmente el beneficio de Abraham al que sus padres recibieron de María. En verdad que él entró en parte en el gran día del Señor, y que le fué permitido ver de lejos la brillante aurora que había de preanunciarlo. Mas, ¿quién contribuyó más de cerca á la venida del prometido Mesías que aquellos mismos que dieron al mundo la elegida Madre que había de parirlo en tiempo? ¿Quién más que ellos estuvieron tan estrechamente unidos á la Persona del Verbo, de quien un solo grado de consanguinidad los di%'idía? ¿Quié- nes más que ellos vivían seguros en la venida del Redentor, que ad- miraban en su hija una prenda infalible que les aseguraba el cumpli- miento de la promesa hecha á Abraham? Dejo á vosotros, amados oyentes, el meditar, no digo la alegría y el amor, sino la piedad y reverencia con que sus SS. Padres Joaquín y Ana mirarían su apaci- ble rostro, y tomarían en sus brazos este tierno y nuevo fruto de su castísimo tálamo, en que veían expresa la verdad y descifrado el mis- terio del arca de Noé, de la vara de Aarón, del vellocino de Gedeón, de la puerta de Ezequiel, y de todas las venerandas figuras que en el Antiguo Testamento anunciaron la Madre del suspirado Libertador de Israel. A la verdad, no es de despreciarse con una rigurosa é in- discreta crítica la razonable tradición de aquellos autores que refieren
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los vaticinios, las maravillas, los prodigios, y sobre todo las angéli- cas apariciones de que fué prevenida María en su nacimiento y por- que fué conocida por sus progenitores.
Si Dios quiso que estos y semejantes milagros pronunciaren la venido de Isaac, de Sansón, de Samuel, de Juan Bautista y de otros siervos suyos, cuyos nacimientos no importaban tanto á la salud del mundo, era conveniente y justo que reprodujera estos prodigios en gracia de la Madre de cuyo nacimiento resultaba al mundo su uni- versal remedio: Maria (dice Ricardo de San Lorenzo) cul hoc nata eat, ut veniam gratiam, et gloriam impetret toti Hundo.
Para que percibáis claramente mi pensamiento, tened la bondad de figuraros una ciega, horrible y espantosa noche, que envolviendo el cielo entre confusas nubes y cubriendo la tierra de negras sombras, apenas deje traslucir á los ojos de los tímidos expectadores una in- cierta y tenue visliunbre de alguna estrella lánguida; y que favoreci- dos de la obscuridad los monstruos más ñeros y las bestias más salvajes, que al brillar de la luz se esconden y retiran, discurren por los caminos, se desertan por la campaña, se acercan tal vez á las ciu- dades, y llenos de temor los habitadores, vilmente huyen para poner- se á salvo de los insultos. Cuando hé aquí que apenas se levanta sobre el horizonte una clara, luciente aurora, que rompe en partes las nubes, y disipando algún tanto las tinieblas, abi"e camino á un luminoso día cuando una nueva luz compensa con ventajas la pasada obscuridad, vuelve el cielo á recuperar su serenidad antigua, los ani- males se refugian en sus lóbregas cavernas; salta de alegría, para decirlo asi, toda la naturaleza; recobran los hombres su antiguo brío; el peregrino sigue otra vez su camino; el navegante se arroja sobre las aguas, y reasume sus fatigas el labrador laborioso. Oh! qué ajus- tada! exclama un sabio expositor, qué ajustada, qué expresiva figura es esta de lo que acontece e.'-'piritualmente al nacer sobre el horizon- te de nuestros infortunios la bella aurora Maria,
¿Cuál fué después de la inobediencia de Adán el estado del hom- bre? ¿Cuál la condición del mundo corrompido? Oídselo decir al Real Profeta: Posuisti tenehras, et facta est nox: in ipsa pertransihunt omnes hestiae silvce. Una profunda ignorancia, un total olvido del verdadero Dios y de cuanto pertenecía á su adoración y culto, hasta conmutar, como dice el Apóstol, y transfeiñr la gloria del Creador en la misma criatura, y bautizar á los leños y á las piedras con el inco- municable nombre de Dios vivo. Incommunicabíle nomen lignis, et lapiíUbus imposuerunt. Esta es la ciega noche de la idolatría que
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habia ocupado generalmente la tierra, que apenas dejaba lugar á al- gún celoso Profeta para corregir poco á poco y extirpar los abusos con que el Pueblo de Israel adulteraba la Religión de sus Mayores, para purgarla de los ritos impios, de las ceremonias profanas que se habían introducido con el ejemplo y con el comercio estrecho de los incircuncisos. En esta noche, quizá más trista y horrenda, en un sentido místico, á los hombres, que lo fué materialmente á los Egip- cios la antigua, famosa noche de que hace memoria la sabiduría, reinaron los monstruos más inhumanos y crueles: quiero decir, los vicios más enormes y las más desordenadas pasiones, las deshonesti- dades, la injusticia, la crueldad, la perfidia, la intemperancia y otras nefandas abominaciones de que hace mención San Pablo escribiendo á los Romanos; noche obscura por las tinieblas de la infidelidad; fría por el defecto de caridad; ociosa por la falta de buenas obras — para explicarme con un varón piadoso.
Pero sea dada una alabanza incesante, una alabanza eterna á aquel augusto, venturoso momento en que naciendo María al mundo, apa- reció como una línea divisoria entre los horrores de aquella noche obscura y el resplandor de un nuevo dia que de allí á poco iluminó el hemisferio: N^ox praecessit, dies autem appropinquavit. A los pri- meros albores de esta lucida aurora se echa de ver ya, según la viva imagen del Salmista, al Verbo Divino, de quien se aseguró que puso en el Sol su tabernáculo, y á la manera de un esposo, salió de su lu- minoso tálamo, para correr lleno de gozo la carrera de nuestra salud: que al fin se empeñó en adelantar su venida al mundo; salió por su encarnación del sumo cielo, y después del curso de su vida mortal, fie sus padecimientos y de su muerte, volvió otra vez al esplendor de su gloria, sin que alguno pudiera esconderse del penetrante calor de sus divinos rayos. Estos rayos son los milagros de su Omnipotencia, los ejemplos de su vida, la doctrina de su predicación, la abundancia de su gracia; digámoslo en breve, la verdad y la justicia con que disi- pando los errores del gentilismo y las supersticiones del hebraísmo, viene por una parte á ilustrar la tierra con la noticia del verdadero Dios y establecer la pureza de su culto, y por otra á enmendar los vicios de la corrumpida naturaleza, corregir las pasiones y enseñar á los hombres la práctica de la virtud y el cumplimiento de su divina ley.
En efecto: si en la serie de las previsiones de Dios y en el orden de los eternos decretos, la economía temporal de la encarnación del Verbo se refiriese á María, como el efecto k su causa, de quien de-
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pende, es forzoso inferir que también en la serie del tiempo y en la ejecución de esa misma oeonomia, el nacimiento de la Madre no fué sino un feliz presagio del nacimiento del Hijo; y que en la venida de María al mundo encontraron los hombres la señal más auténtica de la venida del Salvador. ¡Oh venida descada! Oh señal infalible! Oh ventajoso nacimiento! Nox luiecesait: dies autem appropinqiiavit.
Adelantemos un poco más el discurso. No solamente indica y presagia María con su nacimiento al mundo, el nacimiento del Verbo, sino también solicita y consuma la encarnación, en cuanto ella mere- ce subministrar materia para el cuerpo de su Hijo y señalarle una Madre digna de su grandeza.
Cuando digo esto, no temáis, cristianos oyentes, que una indis- creta piedad me transporte á ensalzar más de lo que debiera el méri- to de Mai'ía, y que le atribuya una alabanza opuesta á los verdaderos principios de una sana teología. No por cierto. Verdad es que tan- to la encarnación del Verbo, cuanto la Maternidad de María son dos puros y gratuitos dones de la liberalidad divina; y asi como ninguna criatura tuvo mérito para alcanzar la encarnación del Verbo, así nin- guna tuvo mérito para dársele por Madre. Con todo eso, si por mé- rito queremos entender con los teólogos una cierta disposición, ido- neidad y aptitud con que Dios quiere preparar á sus siervos para recibir sus favores y cumplir en ellos los eternos designios, ¿quién más que María tuvo disposición adecuada para Madre de Dios? ¿Quién más que ella mereció el privilegio de engendrarlo? La singu- lar preservación de la culpa, el uso anticipado de la razón desde el primer instante de su vida; la extinción del germen del pecado; la virtud ejercitada en grado heroico desde su infancia, el uso de su ciencia, de su caridad, de la gracia y de los dones maravillosos que con preferencia á todos los ángeles y Santos había i-ecibido desde el momento de su animación, eran, para decirlo así, los ornamentos más apropósito para formar en el seno de María una habitación con- veniente á la Mejestad de un Dios, y los grados que la elevaron al alto puesto de verdadera Madre del Verbo, hasta hacerla digna da que Dios se allegase á ella con su Persona, cuando él la había alle- gado con su favor á sí mismo: Antequam nasceretur, talein crecessit eani, ut Ipse digni nasci potuisset ex ea, decía elegantemente San Pe- dro Damiano.
Así es que María poseyó desde su nacimiento estas felices dispo- siciones, y que Dios desde este punto la conoció por una digna y conveniente habitación á la Magestad y grandeza de su Hijo, cual no
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tuvo mayor la tierra, ni conocieron los siglos, ni la verán jamás los tiempos venideros.
¿A qué otro tiempo, pues más remoto había de trasladar su en- carnación? ¿A qué había de diferir su venida aquel que tantas veces declaró en los Sagrados Cánticos la impaciencia que tenía por hallar- la en persona y visitarla en su casa? Ello es que ya María abre sus puros labios, lo llama, lo convida, lo estimula á levantarse, á bajar á su jardín, á visitar su viña y á cojer en ella copiosos frutos: y Dios mismo está en estado de rendirse no sólo á su convite, sino también á las tiernas miradas de esta preciosa niña, que sirven como de alas á sus pies para aligerar su venida: A verte oculos tuos, quia ipsi me avalare fecerunt. O como lee más claramente el Niceno: Si mihi alas adclicUrunt. Ehl Alegrémosnos de su venida y de las grandes que nos resultan, que yo pondero con un ejemplo material y sensible.
Arde muchas veces la tierra en el rigor de un caluroso Estío, y una sequedad obstinada malogra muchas veces los deseos, las espe- ranzas de una cabal cosecha. Cuando ved aquí que se levanta de improviso una nube que suspensa en el aire, promete en breve con una abundante lluvia, un abundante socorro. Ya entonces el agricultor ancioso no mira estorbos, no omite diligencias; ya extiende la mano para disponer la tierra y aprovechar de este modo las primeras gotas de la nube benéfica, y ya le parece que ve anegarse en agua aquella árida campaña. Ejemplo sencillo, pero de una alusión misteriosa! El Mesías apareció al modo de una copiosa lluvia q\ie regó la tierra con sus ejemplos, la fecundó con su doctrina, y la llenó de frutos de santidad y virtud; pero él apareció, dice un Profeta, den- tro de una nube misteriosa: Dominus arundet siiper nubem levem. Esta es María, dice el P. San Gerónimo. ¿Cuántos siglos suspira- ron por esta lluvia benéfica? ¿Cuántas promesas no hizo Dios á la antigua Sinagoga? ¿Cuántos ruegos no envió ésta á su trono para obtenerla? Pero ved ahí que el día de hoy aparece esta nube prodi- giosa: ved ahí nacida á María que en breve enviará á nosotros esa lluvia saludable, y más copiosamente que lo hizo la nubecilla de Ellas que era de María un símbolo misterioso.
Levantemos la cabeza los miserables hijos de Adán, que vemos ya de cerca la redención que nos anuncia. Si Jesucristo, para hablar con la Divina Escritura, es la fragante flor del campo, ya despuntó la vara de la raíz de Je.«é, que debe producirla. Si Jesucristo es el rocío que destila del cielo, ya está proparada la hera ó campo que debe recogerlo. Si Jesucristo es la paloma que lleva el ramo de paz
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después del diluvio, y asi deja ver el frondoso olivo sobre el cual debe formar su vuelo: y para acabar como empezamos; si Jesucristo es la luz indefectible (jue ilumina á todo el mundo, ya nadó la auro- ra que debe precederle y engendrarlo: Quae est ista f¿uae progredltur quasi aurora consurgcns?
No es preciso, pues, que pasemos á Belén á ver á una Madre en el actual ejercicio de su dignidad incomprensible. Nó. Válganos por este instante aijuella fé que en nuestra obscuridad nos ilumina. Co- nozcamos que hoy nace al mundo revestida de aquella Maternidad que después obtuvo en tiempo, y que haciéndola grande en si misma la hace benéfica al mundo. El festivo recuerdo de su nacimiento, en cuanto es glorioso para ella, infunde en nuestros corazones una alta veneración á su mérito; en cuanto es ventajoso á nosotros, nos produce una firme esperanza en su Patrocinio. La cuna que la meció niña se ha convertido en trono que la ostenta poderosa para ampararnos. Veneremos su dignidad, imploremos su auxilio, afianzando en él el ejercicio de las virtudes, que nos hagan dignos de acompañarla en su gloria. Amén.
Panegírico de San Francisco de Asís t de Santo Domingo de Guzman
Gloria íüionim Futres eorum. Toda la gloria de los hijos se funda en el honor y nobleza de sus padres.
(Prov. cap. 17, vers. 6.)
Sagradas religiones, que formáis esas dos ilustres familias que la Iglesia caracteriza con los respetables títulos de Predicadores y Menores; permitidme que en el día en que se renueva la memoria de vuestra dicha suspenda vuestra atención con una invectiva, que dis- minuyendo al parecer vuestras glorias, las amplifique y realce. No os gloriéis, pues, desde este instante de alimentar en vuestros senos unos Profesores ilustres, propiamente figiu'ados en aquellos soberanos espí- ritus que subiendo y bajando por la mística escala de .Jacob, trataban de cercar al Dios de las virtudes y eran depositarios fieles de sus
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confianzas; ni menos de ser vosotros la realidad que en sombras ex- presaban aquellos ángeles á cuya vista exclamó todo admirado el mismo santo Patriarca: estos son los ejércitos de Dios: Castra Dei sunt hoec. Dejad que admiren otros en vuestros individuos á aquellos dichosos y bienaventurados siervos del verdadero Salomón que gozan de su presencia, logran el servirle y son gobernados por su gran sabi- duría; y que tomando las palabras de la reina de Sabá, exclamen ante aquellas sagradas aras: Beati viri tui etheati servi tui, qui stant coram te semper ei audiunt sapientiam tuam. Estos mismos registran vuestras virtudes en las fimbrias de diversos colores del vestido de la Esposa, ó en los otros que hermoseaban la túnica polímita de José, sin olvi- darse de las vistosas flores del huerto del Esposo. Si, su variedad, su fragancia, su disposición, su amenidad, sus cualidades todas dibujan vuestras virtudes. Ellas, á la verdad, os colocan entre aquellas felices almas de que habla David en uno de sus salmos, que viven en la casa del Señor, y le alaban de siglo en siglo, entre los primeros habitadores del Paraíso terrenal, entre los primeros discipulos del Salvador del mundo, y aun entre los nueve coros de los Angeles.
¿Qué más? Os contarán entre aquellos sesenta fuertes que rodea- ban el lecho de Salomón, ó entre las siete columnas que sirven de sosten al Palacio de la Sabiduría. De aquí se avanzarán con razón á consideraros como á aquellos Angeles veloces enviados por Dios auna gente descarriada y destinados para congregar las dispersiones de Is- rael. ¡Oh! qué margen se abre aquí para dibujar el plan en que aparez- can vuestros servicios á la Iglesia y al Estado; vuestros sudores, con que regando muchas veces unas tierras incultas las convertisteis en lugares de pastos y de delicias; vuestras fatigas, vuestros trabajos, vuestro celo activo, desinteresado, incesante; celo á cuyo vigor se de- bió más de una vez un trastorno universal de las costumbres; celo cuyos ecos penetraron los profundos del abismo, y aumentaron su confusión y desórden; celo que fué el alma que animó muchas veces á los sagrados Concilios, y que os hizo (lo diré con la expresión de un Soberano Pontífice) el brazo derecho de la Iglesia. Esta Madre fecunda vió nacer en su seno y criarse en vuestro regazo unos hijos que for- maron su gozo y alegría, hijos, que con su sabiduría aumentaron su esplendor, y con sus virtudes su honor y su decoro; hijos que alimen- tados con la más sana doctrina fueron depositarios de sus más ricos tesoros, intérpretes de sus más ocultos secretos, órganos fieles de sus verdades, águilas generosas, que remontadas á la esfera del Sol Divi- no, bebieron allí las luces con que iluminaron después á todo el mun-
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do. ¡Oh cuántos pudiera aqui nombraros, si no me eximieran de este empeilo su calidad, su numera y la feliz ocurrencia de poder daros en dos solos, reunido el mérito de todos ellos! Si: un Tomás y un Buenaventura son capaces por sí solos de ajustar la nomenclatura de ATiestras glorias. Tomás, Buenaventura. . . . Cedan h sus nombres sus elogios, si no es que sus mismos nombres hacen toda su alabanza.
Pero ¿íicaso lo he dicho todo? Hablen en vuestra favor los gran- des hombres, que hicieron instituto de publicar vuestras glorias. Ellos dirán que sois los varones destinados por Dios, para hacer frente al hijo de perdición y á sus profanos discípulos; que sois los valientes soldados que con espada en mano estáis sobre los muros de Jerusa- lem, constituidos por Dios atalayas de día y de noche, levantando alentadas voces, como las marciales trompetas; que sois los que eje- cutáis con las naciones venganzas; los que intimáis k los pueblos in- crepaciones; las que como sal de la tierra sazonáis viandas de salud y suavidad, para preservar la carne de la corrupción de los vicios; los que como luz del mundo ilustráis á muchos con el conocimiento de la verdad, los incendéis, los inflamáis en las purísimas llamas del santo amor. Así por todos el grande Cardenal Jacobo Vitriaco. Digámoslo de una vez con las palabras del Concilio Lugdunense II: «Á vosotros, Ordenes Sagrados, se debe el lustre de la fé, y la exaltación de la Iglesia". Propter líos dúos Ordines fídes illuminata est, et Ecdesia Dei exaltata. Pero dejad, vuelvo á decir, que en esa parte sean vuestros elogios ocupación de la fama. Entre tanto tened en menos esos pode- rosos motivos de merecerlos. Otra circunstancia mayor estimula vues- tro honor en este día. Salomón, ese sabio entre los reyes de Israel, á quien se hicieron patentes los senos del corazón del hombre, sus indicaciones, sus estímulos, sus movimientos. Salomón parece, pre- vió con ojos proféticos el sólido motivo de vuestras glorias, cuando dijo, que la gloria de los hijos es el honor y nobleza de los Padres: Gloria filiorum Paires eorum. Pase enhorabuena de un siglo á otro la memoria de vuestros hechos; grábense en bronce vuestras heroicas hazañas; resuenen sus ecos de un Polo á otro Polo; nada quede oculto en el seno del olvido, de cuanto hay de grande, de magnifico, de exce- lente en vuestros privilegios; reverberen á la luz del Sol vuestras vir- tudes, todo es menos, cuando se trata de acordaros vuestro origen. Esta es quizá la única vez en que las virtudes, y las acciones glorio- sas de los mayores, corriendo el vasto espacio de los siglos, se renuevan de día en día, y avaloran la nobleza hereditaria de los descendientes.
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Después de esto, permitidme que os pregunte ¿de quién sois hi- jos? Si hubiera de responder por vosotros la vanidad y presunción del siglo, yo sé que iría á buscar vuestro origen en la más remota antigüedad allá donde se pierden de vista las generaciones; registra- ría los más ocultos archivos, los monumentos grabados en los már- moles y bronces: se empeñaría en hacer correr por vuestras venas la sangre de los más ilustres héroes que os entroncara sin duda con los Césares, Reyes y poderosos del siglo. Pero lejos de este sagrado lugar los ecos de una voz terrena y mundana, que acuerda al hombre que él es capaz de formar vanidad, hasta de aquello en que no ha tenido parte. Nutrios, vosotros hombres del siglo, con estos senti- mientos de carne, de que no os queda más, que la caducidad de una gloria vana. Entretanto sabed, que esos sagrados Ordenes, cuyos individuos son más de una vez el objeto de vuestro desprecio, son las ilustres generaciones de aquellos fieles Abrahanes, fecundos Padres, en cuya descendencia derramó Dios sus bendiciones eternas: son ver- des ramas de aquellos encumbrados Cedros, que descollando miste- riosos en el místico Líbano de la Iglesia, cubrieron con su sombra toda la haz de la tierra: son sazonados frutos de aquellos dos olivas, que alegraron con su verdor los campos y los valles: son lutrosos des- tellos de aquellos dos astros de primera magnitud que puso la provi- dencia en el cielo de su Iglesia para desterrar las sombras del vicio, del error y la heregía: son rayos de aquellas dos grandes luces, seme- jantes á la otra que anunció Isaías, precursora del gozo, del esplen- dor, y lustre del Pueblo santo: son espejos donde reverbera la luz de aquellos dos candeleros que el Evangelista San Juan vió arder en la presencia de Dios. ¿Lo habéis entendido? ¿Sabéis de quienes hablo?
Ea! ochad la vista hacia el Sagrado Propiciatorio donde se es- conde la Megestad del Santo de los Santos, y entre los resplandores que despide de su trono, entre los ángeles que lo rodean, divisad aquellos dos Serafines construidos de oro purísimo, vigilantes centi- nelas del Dios de las virtudes: Domingo y Francisco; nombres inmor- tales, nombres eternos que recuerdan á todo el mundo aquel feliz instante en que abortó la naturaleza, é hizo ostentación de su poder la gracia. Domingo y Francisco cuyo nacimiento hizo, que pudiese el siglo XII propiamente llamarse el siglo de los Santos, del mismo modo que el XIII el siglo de los sabios. Domingo y Francisco, de estos es de quienes yo digo que forman la gloria, el honor, nobleza de sus hijos: Gloria filiorum Paires eorum. Si, Ordenes venerables. ¿Qué comparación tiene la gloria que os dá una fama, que nada aña-
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de k \'T.iestro mérito, con la que os dan vuestros ilustres Padres? Ellos labraron vuestro honor, lo perpetúan, lo hacen estable; y el tiempo que todo lo consume, no ha podido hacerlo decaer un punto. El estíi afianzado en la alta nobleza de unos liéroes, que de un día á otro comunican la liistoria de sus hazañas y han grabado sus armas mejor que en bronce, en la memoria eterna de los siglos. Cada año resuenan en este sagrado Templo sus virtudes y sus hechos. Aque- llas los constituyen nobles en la presencia de Dios, antes cuyos invi- sibles ojos no resalta por sí solo el valor inerte de la sangre; estos los hicieron nobles á la presencia del mundo, que mide por las heroi- cidades la nobleza del corazón. Su sangre teñida con sus virtudes es el noble origen de esas vastas progenies: sus virtudes realzadas por sus hechos son la finca abundantísima, que reditúa k nuestro fa- vor, honor, nobleza y gloria.
Insensiblemente os he descubierto toda la idea, que va á formar el elogio de mis adorados Padres, Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, cuyas virtudes, cuyos hechos, si ceden en alaban- za eterna de su mérito; levantan igualmente un perpetuo monumento á vuestra gloria. Nobles sois por vuestros Padres; ellos lo fueron por sus admirables virtudes, y por sus ilustres hechos. Ya lo he di- cho; y una división metódica me franqueará el paso para introducir- me al dilatado campo de sus grandezas. Vedla aquí en dos proposi- ciones.
— Domingo y Francisco mis adorados Padres hicieron brillar ante los ojos de Dios la nobleza de su sangre con lo heroico de sus virtudes.
— Domingo y Francisco realzaron sus virtudes ante los ojos del mundo con lo ilustre de sus hechos.
Esta es la división del discurso. Después de haberla oído, decid con satisfacción, que todo el caudal que forma vuestra gloria, es el honor y nobleza de vuestros Padres: Gloria filioncm Paires eorum. Yo he estado hasta aquí persuadido de lo mismo; y en el momento er que voy á demostrarlo, al paso que se i-emuevan en mi cora:,jn los tiernos sentimientos de hijo, casi me retrae del empe- ño el profundo conocimiento de ser el liltimo en el padrón de este Pueblo escogido, y el mínimo en la familia de aquellos dos Bonjami- nes. Pero Dios, que supo hacer de Saúl, un órgano vi.sible de su poder, y que da lengua á las piedras, cuando median los intereses de su gloria, dará unción á mis palabras, para que la haga resaltar en este día en los mayores héroes que supieron defenderla. Sí, Dios
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Sacramentado: suspended por un instante vuestra indignación; apar- tad la vista de mi miseria, y atended al mérito de esos dos grandes Patriarcas, y al de vuestra augusta Madre, á quien llamo, á quien invoco, á quien saludo. Ave Maria.
¡Que quepa en el corazón del hombre el terreno pensamiento de ser noble á lo del mundo! Quiero decir. ¡Que haga vanidad de una progenie ilustre según la sangre, de unos títulos de honor que inven- tó el orgullo y la soberbia, de unos trofeos que quedaron escritos en pergaminos, en mármoles ó en bronce! Ved aquí el más claro mo- numento de la debilidad de imestro sér. El eco de sus empresas que resuena en sus oídos ¿qué digo yo? el recuerdo más débil, una vislum- bre, una figura desmayada de sus pesadns acciones levanta dentro de su alma, y en el foúdo de un corazón una imagen de grandeza, cuya con- tinua vista lo hace pensarse acreedor á las alabanzas, á los aplausos, a la aclamación universal de las gentes. La energía de este pensa- miento ha dado un cierto impulso á su imaginación, y por un trastorno de ideas ha dejado en su concepto de ser hombre, para hacerse supe- rior á los de su especie. Ya no respira el aire que los demás; ya no le alumbra el Sol que á todos. No es digno pedestal de sus plantas un suelo, que lo iguala al resto de los hombres. Desde la altm-a á que le ha elevado su orgullo los mira bajo de sí, como arbustos débi- les, que se muevan conforme sopla el viento de su vanidad y locura. Gran Dios! Ante vuestros invisibles ojos solo es noble el que se enumera en la familia de la virtud, y en la progenie ilustre de la gracia; solo es noble aquel que no se deja arrebatar de la voz lison- jera, y seductora, de un siglo corrompido, ni se deslumhra con el aparente resplandor de una gloria fugitiva: solo es noble el que con- sagra su atención á ios importantes objetos, que forman la verdadera y sólida felicidad: solo es noble aquel, á quien no alcanza la corrupción universal de la carne; á quien no sorprenden las [lasiones; á quien no dominan los apetitos, y á quien solo grava en su corazón los títulos, las glorias, los trofeos de la sanfidad. Solo es noble, en fin, aquel que solo aprecia la inscripción, ó divisa, que imprimió en su espíritu vuestra mano soberana, y de que se gloriaba tanto el probeta rey: Signatnm est super nos lumen vidtus tui, Domine. Los que asi piensan, los que a.si obran, éstos son los que llevan consigo el carácter de la verdadera nobleza; estos los amigos de Dios, que poseen un honor sólido y brillante: Minis honorificati sunt amici tui, Deus. Contrai- gámosnos ya: estos son mis adorados Padres Santo Domingo de Guz- mán y San Francisco de Asís, nobles á la verdad por su sangre, pero
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que hicieron valer su nobleza ante los ojos de Dios con lo heroico de sus virtudes; virtudes, que por tempranas fueron las primicias de su vida, por su plenitud formaron todo el esplendor de su mérito, por su sublimidad hicieron la consumación do su gloria; tres artículos que dan materia á la primera proposición.
— Las virtudes de mis adorados Padres Domingo y Francisco for- maron las primicias de su vida. Este solo rasgo, que apenas describe los primeros pasos de estos héroes de la gracia, forma el más cum- plido elogio de su mérito. Ya se admiran gigantes, cuando aun se ven ceñidos con la faja de la infancia. El cielo anticipa en señales sus virtudes, y toma por su cuenta enunciarlas al mundo y publicarlas. Los brazos de Alaria, aquellos divinos brazos (juo sirvieron de apoyo tantas veces al Santo de los Santos, fueron la primera cuna en que descansó Domingo, apenas vieron sus ojos la luz del mundo. Una milagrosa estrella aparece en su frente, al tiempo que corrieron por ella las saludables aguas del Baustimo. Un desconocido peregrino, un ángel intima á la madre de Francisco, que busque la felicidad de su parto en el inmundo establo de las bestias. Otro peregrino, otro ángel le sirve de padrino en su bautismo. Otro peregrino, otro án- gel, ó acaso, el mismo llena de bendiciones al tierno infante, y grava en su hombro una cruz roja, señal perpetua, gloriosa divisa, presagios ciertos de sus triunfos. Fieles, apenas se cuentan por instantes los primeros crepúsculos de su vida. Pero ¿qué os pensáis ya de unos niños, en cuya manifestación se empeña el cielo? Son, diréis, otro Moisés, otro Bautista. Yo os digo á lo menos, que serán en sus vir- tudes un remedo fiel de estos dos héroes. Esa estrella misteriosa que adorna la frente de Domingo, será el norte seguro que guíe á los pecadores al conocimiento verdadero de su Dios, semejante á aquella que condujo á los Magos al conocimiento del Mesías. La cruz impre- sa en el hombro de Francisco es el Tau misterioso, que lo alista desde entonces entre los escogidos de su Pueblo. La estrella de Do- mingo es aquella luz brillante, más excelente en su virtud, capaz de dar más honor, más gozo al Pueblo de los cristianos, que la otra que apareció en la persona de Ester al antiguo pueblo de los Judíos: Aoffl lux oriri visa est, honor et gaudium. La cruz de Francisco es la señal impresa en la bandera, que según el consejo de Isaías levan- tará algún día sobre el monte tenebroso en señal del triunfo que ha de conseguir de Babilonia: Super niontem caliginosum lévate signum. La estrella de Domingo es un astro de primera magnitud que lo ha- ce desde entonces luz del mundo. La Cruz de Francisco es aquel te-
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soro escondido, en que él encuenti-a la preciosa margarita del Evan- gelio, por cuyo logro dará algún día cuánto tenga, y es capaz de poseer en este mundo. ¡Estrella de Domingo! Hijos de este Santo Patriarca, por ella sois vosotros los hijos de la luz: Omnes, ergo vos filii lucis estes. ¡Cruz de Francisco! Hijos de este gran Patriarca, por ella sois vosotros sus Benjamines, hijos del dolor y penitencia: Filius doloris mei. Esta es la nobleza que heredáis de vuestros Pa- dres: estas son las armas que os distinguen y caracterizan. Dejad, que los nobles según la carne vinculen su honor en un poco de polvo que lo disipa el viento, en débiles láminas que el tiempo las consu- me. En vuestros corazones, mejor que en cedro, están gravados estos anticipados rasgos de nobleza.
Pero entretanto que os envanecéis santamente con tan lisonjeros pensamientos, pasemos á descubrir los efectos de estos soberanos anuncios. Ellos nos prometen en Domingo y Francisco unos hom- bres, cuyos rápidos progresos en el camino de la virtud los colocaran en la cumbre de la santidad en el principio de su carrera: unos hom- bres, niños en el orden de la naturaleza, pero perfectos ancianos en la cronologhx de la gracia: unos hombres, que por una idea contraria á las máximas del mundo, vieron siempre sembrado de espinas el espacioso camino de los deleites, ancha y adornada de flores la estre- cha senda de la virtud: unos hombres, cuyas grandes almas son de aquellas, que en los tiempos decretados por la eterna sabiduría, ex- trae el Altísimo del tesoro de sus misericordias, para hacer alarde en los ojos del mundo del poderoso esfuerzo de su brazo: unos hom- bres, que cada uno de ellos puede llamarse, como el otro famoso restaurador del Sión, un milagro en la mano del Señor: Ipse quasi signum in dextera manu. Unos hombres, en fin, cuya vida tendrá por primicias las virtudes.
Con efecto: el primer paso que se dá para adquirirlas es el des- precio y el abandono de un mundo, que funda el capital de su nobleza en vanidades, títulos brillantes, y glorias aparentes. La familia de Domingo ilustre por su sangre, por las acciones de sus héroes, por la antigüedad de su origen le presentaba las proporciones más venta- josas para formarse grande según el mundo. La familia de Francis- co entroncada en la noble sangre de los Moriscos, ascendencia, en cuyo escudo se vé un patente testimonio de su antigüedad, y que había atesorado las riquezas do los más remotos países con creces de ganancias, y seguridad de créditos, le abría camino para buscar su gloria entre los honores, grandezas y felicidades, con que brinda el
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mundo k quien le sigue. Sin embargo uno y otro pudieron reconve- nir á sus Padres con las palabras de Cicerón al antiguo Salustio: yo por mi virtud vengo ti dar principio de nobleza á los míos; pero tú, Salustio, vienes íi ser ñn de la que los tuyos tuvieron. En conse- cuencia de esto Domingo estima en poco estos dictados de honor, que vincula en sí mismo el respetable apellido de Guzmán. Despre- cia el oro y la plata, las posesiones, los mayorasgos, los respetos todos que lo ligan con el mundo, y viviendo en medio de él, solo fué individuo de la familia ilustre do la virtud. Dueño absoluto de sus sentidos, de sus inclinaciones, de sus pensamientos, de su corazón, de todo el mismo, hizo pacto con sus ojos, como otro Job, para no des- lizarse ¿i mirar los encantadores objetos que roban sin sentir la tran- quilidad del alma. Como otro Bautista reproducía desde entonces, en su inocente cuerpo aquellas penitencias, aquellos ayunos, aquellas maceraciones, con que el santo precursor de Jesucristo llenó de ho- rror los insensibles peña.scos del desierto. Como otro Tobías tenia por ejercicio la caridad, por mansión el templo santo, por ocupación continua el Libro sagrado de la Ley. La fuerza de la gracia, sin esperar los pasos lentos de la natui-aleza, encendió desde luego en las inocentes y delicadas fibras do su corazón un fuego, en que con- sumió los deseos de gloria, los sentimientos de carne, los resabios del siglo, todo cuanto tenia de hombre, por dar lugar solo á Dios. Fran- cisco á pesar de un sueño misterioso, que él no entiende, y que á su parecer le anuncia felicidades y glorias en la carrera de las armas, á pesar también de los dictámenes de un Padre, que miraba su desinte- rés y profasión, como un crimen, que tenia por objeto la disipación de sus caudales y el deshonor de su casa; á pesar igualmente de los sentimientos de una Madre, en cuyo corazón hacían la impresión más fuerte las extravagancias y padecimientos de un hijo, que poco antes era por su discresión, por su liberalidad, por su cordura el hechizo de las voluntades, y la flor de la juventud de Asís; á pesar, digo, de to- dos estos respetos, capaces cada uno de vencer al corazón más inflexi- ble, dócil solo á las inspiraciones de la gracia, oye la voz de Dios, que insinuándose en su alma de un modo perceptible, aunque inex- plicable, enseña y revela á este Párvulo la ciencia de la caridad, ciencia de las ciencias, que en expresión del mismo Jesucristo, huye y se esconde de la soberbia y vanidad de los sabios, nobles y pruden- tes del siglo. Un solo hecho singular en la vida de Francisco da de un golpe y ofrece como en un punto de vista el complejo de sus vir- tudes. Yo lo veo en la presencia del Obispo de Asis despojarse de
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sus pobres vestidos, y hasta del derecho que le había dado la natu- raleza, para llamar padre al que lo era por la carne: hecho asombro- so que juzgado por las comunes leyes del siglo, ofrece un ejemplar de impiedad é ingratitud; pero que regulado por los dictámenes de la gracia reproduce en la persona de Francisco al patriarca de Idumea: Nudas egresus siim de útero mafris mece, et nudus reventa)' illiic. Sí: desnudo de hinchazón y vanidad del mundo; desnudo do aquella cie- ga avaricia, que hace todo el capital de sus amadores; desnudo de la delicadeza afeminada, madre fecunda de los vicios más vergonzosos pero vestido de la humildad, del desprecio de las riquezas y de la mortificación de Jesucristo, siguiendo en esto el consejo de San Pa- blo: Mortificationem Jesu-Christi in corpore nos tro circunferentes. Tales son las primicias de unas vidas, cuyos primeros pasos fueron de Dios; y tales son mis adorados padres Domingo y Francisco, cuyas %irtudes los formaron héroes desde el principio de su carrera.
Después de esto ¿qué esperáis, oyentes, de unos jóvenes, que por consagrarse á Dios, sacrifican los dones de la naturaleza, y los ha- cen victimas de la gracia? ¿Qué os prometéis de Domingo y Fran- cisco, que en la primavera de sus años, en una edad, en que otros sus- piran por hacer fortuna, en una edad en que los más moderados levantan en su imaginación torres de viento, y fomentan sus deseos con las más lisonjeras esperanzas; en una edad. ... lo sabéis vosotros jóvenes incautos, que no conocéis otro Dios que el mundo que ado- ráis; en una edad, digo, en que aun no habían experimentado mis santos Padres el fondo de inconstancia que encubren sus encantos, se desprenden no obstante, de todas las criaturas por unirse á su criador: se desnudan de los afectos de la carne y sangre, y quedan insensibles á los deleites y falsos brillos del siglo? ¿Qué os prome- téis? Nada otra cosa, á la verdad, sino que esas virtudes que fueron por tempranas las primicias de su vida, formen por su plenitud todo el esplendor de su mérito.
Seguid conmigo sus pasos, y veréis santificado cada momento con multiplicados rasgos de perfección.
Entre tanto, caminos de Sión, no lloréis ya vuestra soledad. Es- tos dos héroes que valen por mil, enjugan vuestras lágrimas. Ellos llegarán á frecuentaros hasta hacer en vosotros familiares las vir- tudes. Por donde acaban otros empezarán estos su carrera. De- jarse á si mismo, dice el Padre San Gregorio, es lo último que hace el hombre. Dejará todas las cosas: su corazón que no es criado sino para lo eterno, se desprenderá fácilmente de lo visible ó terreno; La-
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boriosum non est homitñ, relinquere sua. Poro negarse h sí mismo
¡Oh! Esta es la grande obra, para cuya ejecución debe emplearse todo el poder de la gracia, porque excede los débiles esfuerzos de la naturaleza: Valde laboriosum est relinquere semetipsusum. No obstante este es el gigante paso que dan Domingo y Francisco en las delicadas sendas de la .virtud. Porque yo advierto, oyentes, en mis adorados Padres, unos hombres insensibles ya á los impulsos del amor propio, negados enteramente al uso de sus sentidos, gustosos en los traba- jos, sin inquietud entre los desprecio, sin amor en los lugares en donde se les ama y reverencia, sin repugnancia entre los pobres y humildes, sin afectación entre los grandes y ricos, sin solicitudes so- bre la tierra, sin temor, sin curiosidad, sin ardor, sin deseos: en una palabra, unos hombres que sin oirse á si mismo, solo escuchan la voz de Dios, y el impulso de la gracia. Domingo rompe los vínculos de la carne y de la sangre, abraza el estado Eclesiástico, se entra en la iglesia catedral de Osma, donde un celoso obispo acaba de reformar su clero. Alli empieza á formarse aquel gran sacerdote, que lucirá algún dia como la estrella de la mañana en medio de las tinieblas; como el arco resplandeciente que se pinta en las nubes del aire; como la luna en toda su plenitud, ó como el sol cuando brilla en su zenit. Francisco desaforado enteramente de las leyes á que pudiera sujetar- lo la patria potestad, desprendido de las dulces caricias de una ma- dre tierna, amorosa y compasiva, dócil al oráculo divino, que le anuncia el método de vida que debe abrazar conforme á los designios de la Providencia, se viste un saco ceñiciento y grosero, se ciñe con un cordel nudoso, y descalzo enteramente se echa á correr por la estrecha senda de la cruz. Desde entonces se me figura un Elias en medio de Israel, ó un Bautista entre las espantosas breñas del de- sierto. A lo menos de ambos copia las virtudes hasta sus menudos ápices.
¡Qué caminos al parecer tan diversos, uno de gloria, otro de abatimiento! Sin embargo ellos conducen á estos dos héroes al en- cumbrado monte de la santidad. Vencidos los primeros pasos, se hallaron de improviso en aquel punto de vista, desde donde descu- brían el dilatado y ameno campo de la virtud. ¡Qué anclas para ad- quirirla! ¡Qué priesa no se dan para poseerla! Su hermosura les arrebata el alma: cada una de ellas se les presenta acreedora á todo su aprecio, y ellos raismos ignoran, cual debe llevar la preferencia. ¿Habéis visto á un hombre de esos que el mundo caracteriza por de gusto fino y delicado, que logró entrar á un jardín ameno, y puesto en
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medio de la inumerable variedad de flores, que lo adornan, de unas le incita la fragancia, de otras le arrebata la hermosura; ya de estas le mueven los colores, ya la simetría de aquellas le sorprende, y en la dulce suspensión, que enagena sus sentidos, no acierta á determi- narse sobre el mérito de alguna, temeroso de agraviar su propio gus- to; pero que al fin forma de todas ellas un vistoso ramo, en que une industrioso, lo hermoso con lo vario, llenando de este modo toda la amplitud de sus deseos? Pues ved, ahí una tosca figura, un rudo bosquejo, cpie diseña los movimientos de aquellos dos corazones en el instante que se presenta á su vista el ameno huerto del Esposo, donde sirven de ñores y de frutos las virtudes. Ya se deciden por la humildad: ellos saben que esta virtud es el cimiento, sobre que está fundado el estable edificio de la perfección, y que á sólo el humil- de está prometida la exaltación. Ya se inclinan á favor de la pobre- za: ellos conocen que la opuleneia del oro, en expresión de Isaías, fUó entrada en el mundo á los abominables ídolos, ó á aquellos simu- lacros, que en sentir del Profeta son el objeto del corrompido cora- zón del hombre. Advierten que en el Eclesiástico está escrito, que es bienaventurado aquel varón que no caminó tras el oro y que no puso su esperanza en los tesoros. El retiro y soledad en que tantos han invocado en silencio el nombre santo de un Dios pacifico, arras- tra con violencia su corazón. El celo que armó á los Apóstoles para pelear las batallas del Señor, para reparar los Altares destruidos, para mantener la Iglesia, para consen-ar y mantener la fé en el Cris- tianismo, los ejecuta por instantes. La penitencia, esa virtud nece- saria después del pecado, que ha consagrado tantas víctimas á Dios, hostias vivas, hostias santas, hostias agradables á sus Divinos ojos; la penitencia les arrebata la atención y los deseos. De una vez: las virtudes todas, y cada una de por si se les presentan adornadas de un carácter particular, que las hace amables. ¿A cuál, pensáis, oyen- tes, darían lugar de preferencia mis adorados Padres? ¡Pregunta inoficiosa! La gracia se ha derramado de lleno en sus corazones. A esfuerzo de este don divino prevalezca desde luego el celo en los Apóstoles, la fortaleza en los Mártires, la penitencia en los Confeso- res, la pureza en las Vírgenes, la abstrácción en los Solitarios, ol des- precio de las riquezas en los pobres Evangélicos. Domingo y Fran- cisco destinados por la Providencia para sucesores de estos héroes de la gracia, merecerán este renombre ilustre, reuniendo en si las virtu- des de todos ellos.
(Humildad santal No puedes ser nombrada sin que ocurran á
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la memoria Domingo y Francisco, mis Santos Padres. Sin acordarse una vez sola, ó más bien, teniendo en poco el alto origen que debie- ron al mundo, hacen de la humildad el caudal de su nobleza. Do- mingo, cuya gentileza y hermosura le habrían puerta franca á la estimación de cuantos le miraban: Domingo, cuya ciencia y vasta literatura le hacían acreedor al aplauso y veneración de los Sabios: Domingo, cuyas virtudes, y relevantes cualidades le habían merecido el alto concepto de ser quizá el único en su siglo, capaz de llevar so- bre su cabeza todo el peso de la Tiara: Domingo, señores, es en su juicio aquel hombre de perdición, aquel vil gusano que merece ser hollado de la plebe más despreciable. Yo me lleno de confusión, yo me abismo al contemplarlo postrado sobre la tierra, bañados de lá- grimas sus ojos, y pidiendo á Dios, que no descargue el brazo de su furor sobre los moradores del pueblo, á donde entraba á predicar su palabra, dando por causa, que en él entraba el jnayor pecador del mundo. En consecuencia de este bajo concepto que formaba de sí mismo, rehusa admitir las primeras dignidades de la Iglesia, burlando los vivos conatos de cuantos quieren condecorarlo con ellas. Cuatro Mitras, de que él no .se juzga digno, son los despojos más brillantes
de su humildad. Francisco ¿Pero hay más que decir después de
haberlo nombro lo? ¿No os acordáis, que este es aquel joven, flor de la juventud de Asís, cuyas prendas naturales, cuya ascendencia ilus- tre, cuyas riquezas, cuyas conexiones le proporcionaban en cualquier carrera la más brillante fortuna? ¿No os acordáis, que este es aquel mismo Joven, cuyas virtudes raras, lieroicas, superiores á su edad, eran la admiración de su Patria, que veneraba en él un portento, un fenómeno de santidad? Pues este es sin embargo, el que en sus ma- yores años se juzga indigno del común aprecio de los hombres. El traje que elige para parecer ante ellos, depone á favor de su humil- dad. Los dictados de loco, necio y extravagante forman el honor, de que él se precia. En el mismo hecho, que él se anuncia Pregone- ro del Gran Eey, excita la crueldad de unos bandidos, para que le arrojen como á un fatuo en una hoya de nieve en lo más erizado del invierno. Este es, el que huye temeroso de las sagradas Aras, sin atreverse á tocar al Santo de los Santos. Midiendo su indignidad por la pureza de aquella transparente redoma herida de los rayos del sol, que Dios le muestra, rehusa anumcrarse entre el Real Sacerdocio, entre la gente santa, entre el Pueblo de adquisición, entre los Levitas del Señor. ¡Ah! que confusión para mí y para cuantos tienen el ho- nor de estar escritos en el padrón de la Tribu destinada al Ministerio
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Santo! Un San Francisco de Asís ¡Oh! humildad santa; cuanto
ensalzas á Francisco, tanto acusas nuestra temeridad y osadia. Este es, el que por un exceso de abatimiento manda por obediencia á un hijo suyo, le ultraje muchas veces de palabra, y que otras tantas le pise la boca con desprecio. Este es, el que se manda llevar por la plaza pública de Asís desnudo y cubierto solo de cilicios, con un do- gal al cuello, del que tiraba uno de sus hijos, dando un público testi- monio de que en su concepto debía ser tratado como bestia. Este
es Pero ¿será posible daros menudamente todos los lances, que
prueban en el discurso de su vida lo profundo de la humildad? Vos, Dios mío, vos mismo preparasteis á este humilde párvulo aquel lu- gar, que perdió Luzbel por su sobervia. Oyentes: entonces se verifi- có con propiedad aquello, de que Dios depuso de su trono á los sobervios, para colocar en él á los humildes: Deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles.
Ved aquí vencido ya por mis Santos Padres aquel paso, que San Gregorio juzgaba tan difícil en la senda de la virtud: Valdé láborio- sum est relinquere seuietlpsum. ¿Y os parece, que los que tan fácil- mente se dejaron á sí mismos, pegarían sus corazones á lo visible y terreno? ¡0 santa pobreza! ¡O virtud altísima, que formasteis todo el capital del Hijo del mismo Dios acá en la Tierra! ¡O santa pobre- za! ¿Quién os honró más, ni os poseyó en grado más heroico que mis Santos Padres Domingo y Francisco? Ricos Poderosos, grandes del inundo, hombres, que tenéis puesto vuestro corazón donde está vuestro tesoro: venid conmigo á aprender en la vida de estos héroes el aprecio que merecen esos ídolos á quienes sacrificáis vuestra tran- quilidad y reposo. ¿Queréis riquezas? Venid á encontrar las verda- deras que están ocultas bajo los velos de una pobreza humilde. Si el padre de Raquel hubiese registrado las pobres jergas de la cabal- gadura de su hija, allí hubiera encontrado su perdido tesoro. Tan cierto como esto es, que solo en la pobreza se hallan las verdaderas riquezas. Domingo y Francisco lo conocen, y nada omiten para po- seerla. Ellos son los ejecutores fieles de aquel consejo Evangélico: Vendite quoe posidetis: dad de mano á cuanto poseéis en esta vida. Formad unos zurrones que jamás se envejecen, adquirid un tesoro que nunca puede faltaros, que ni el ladrón pueda robarlo, ni la poli- lla consumirlo: Facite vobis sácenlos qui non veterasciint, thesaurum non deficientem in Coelis: qiio fur non appropiat, ñeque tinea corrumpit. Consejo Divino, (jue fué la norma, el norte fijo, á que dirigieron las acciones de su vida. En consecuencia de esto, sus vestidos no son
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aquellos adornos con que vió San Jaan & la mujer del Apocalypsi: son unos pobres, groseros y remendados sacos. El lecho en que des- cansan sus débiles miembros, no es oti'o, que el duro suelo; lecho se- mejante á aquel en que descansó Jacob cuando mereció ser ilustrado con la maravillosa visión de aquella escala que llegaba á los Cielos; lecho, en que durmiendo pobres, se recordaban ricos, á distinción de aquellos varones de las riquezas, de quienes habla David, que dur- miendo un sueño profundo, al fin recuerdan pobres de verdaderos bienes: Dormierunt sonnuin sunm et nihil invenerunt viri divitiarum in 7nanibus suis. Enemigos declarados de lo supérfluo y vano, dejan k la pobreza por cimiento y piedra fundamental de estas vastas fami- lias, hijas de la fecundidad de su espíritu, nacidas en brazos de la pobreza, sustentadas á expensas de la Providencia, estendidas hasta los últimos confines de la tierra, sin más caudal que la pobreza evan- gélica; dueños de todo el mundo; cuanto menos tienen, cuanto menos poseen: Tanquam nihil habentes et omnia possidentes. ¿Qué máximas no entablan para hacer firmes estos edificios ideados por su espíritu sobre la base sólida de la pobreza altísima? Conventos reducidos, celdas estrechísimas, viandas groseras, hábitos toscos, mendicación de puerta en puerta; ved aquí las leyes que promulgan, y cuya observa- ción celan hasta el último instante de su vida.
Individualicemos hechos que lo comprueban. Yo me acuerdo de aquella ocasión, en que llegando Domingo al Convento de Bono- nía, y reparando en la fábrica algún exceso de los límites que permi- tía la pobreza, llenos de lágrimas sus ojos, y olvidado enteramente de la modestia que le era connatural, dió un clamoroso grito, índice cierto de su sensible dolor. ¿En mi tiempo labráis Palacios? ¿Qué haréis cuando yo muera? Yo me acuerdo igualmente que, al ver Francisco en la misma Ciudad de Bononia el Convento de sus hijos, cuya fábrica era más suntuosa que lo que permitía el estrecho dicta- men de la pobreza, escandalizado del exceso: ¿Es esta, dijo, la ino- rada di los pobres Evangélicos? ¿Es esta la casa de los menores? Más parece Palacio magnífico de Principes. Huye por lo mismo de él, y se hospeda en el Convento de su amado hermano Domingo. Inflexible á los ruegos y lágrimas de sus hijos, maldice al fin al protervo, con- tumaz é inobediente promotor de aquella fábrica, y su muerte escan- dalosa justifica el celo de la pobreza en Francisco. ¡0 santa pobreza! Yo vuelvo á preguntaros: ¿Quién os honró jamás, ni os recomendó tanto como estos dos ricos Evangélicos? Domingo rico ya con la cercana posesión de una gloria, premio debido á sus méritos, no se
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olvida de encomendarla á sus hijos, como la única herencia con que quería enriquecerlos. La pobreza, les dijo, la loóbreza os encargo: cuidad de que no se os pierda el lustre que da á la predicación el ser pobres, al modo que lo fué vuestro Divino y celestial Maestro. Fran- cisco, llevando hasta el último suspiro los excesos de su amor á esta virtud, á quien llamaba continuamente mi Señora, se manda, antes de espirar, poner desnudo sobre el duro suelo, y cruzando sobre el pecho los brazos, puestos en elevación sus ojos, no vuelve en si hasta que se le ofrece de limosna el hábito conque debe amortajarse. A vista de esto dad vosotros los gloriosos epítetos que queráis á mis adorados Padres; todos encontrarán en ellos relevantes motivos que los justifiquen; pero yo estoy en posesión de poder llamarlos héroes de la pobreza Evangélica, sin que pueda disputarles este título su asombrosa penitencia.
¿Asombrosa, dije? Ahora añado, incomparable. Perdonadme An- tonios, Pablos, Hilariones, Macarios y Pacomios. Vosotros mismos os llenaríais de asombro, si desde el espantoso desierto que habitabais, hubieseis registrado la silenciosa cueva de Segovia, y las solitarias grutas del monte Alverne. ¡0 cueva! ¡O grutas! Fieles testigos de las crueles mortificaciones de Domingo y Francisco, ¿no hablaréis para nuestro ejemplo? ¡Ah! ellas nos dirían entonces, cuantas veces se en- ternecieron, al ver á estos dos inocentes, sentir y llorar amargamente la venialidad de sus culpas, sin quejarse jamás de la gravedad de sus penas. Elias nos referirán las veces que se horrorizaron al oír aquellos crueles golpes, aquellas tempestades de azotes que resolviéndose en lluvias de sangre, inundaron sus peñascos. Se ablandarían, se enter- necerían ciertamente porque ¿qué piedras, qué bronces pudieran no enternecerse á vista de aquella admirable competencia, de aquella santa emulación, con que sus ojos y sus venas vertían á un tiempo ríos de lágrimas y sangre? Domingo se da indispensablemente al día tres sangrientas disciplinas, que dejando casi exánime su cuerpo, hacen correr su sangre en multiplicados arroyos, á quienes, la Iglesia en su Oficio, llama Ríos por lo que tenían de copiosos. Francisco emplea en sus carnes las aceradas puntas, las cadenas de hierro, que rompiendo sus venas hacen un destrozo general en su cuerpo. Sus desmayos indican la debilidad á que lo han reducido sus penitencias. Domingo y Francisco, no parece que se acuerdan de su cuerpo, sinó para mortificarlo. Un espantoso cilicio, ¿qué digo uno? muchos de di- versa especie aprisionan sus carnes, y hacen su común vestido. Pueden decir con Da\id: Posuit vestímentum tneum cilicium. Sus ayunos fre-
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cuentes formaron de ellos los robustos Sansones de la gracia. Ni las eufermedades, ni los viajes continuos, ni las tareas apostólicas reca- ban de Domingo la dispensa menor en la observancia de su extremada abstinencia. Francisco llega al extremo de sustentarse con solo medio pan, una Cuaresma entera, de las siete que ayunaba en cada año. De aquí aquel estado espantoso y lamentable á que reducen sus cuerpos, pasando de hombres k ser puros esqueletos. Su cutis pálida y denegrida, pegada intimamente á sus huesos, los presentaba k la vista dos vivos cadáveres, ó más bien dos socos leños: adhcessit cutis eorim óssibns, aruii, et facta est qtiasi lignum. Sus rostros, cuya her- mosura modesta era antes el atractivo de los corazones, perdiendo enteramente su color nativo, aparecían como negros carbones que los desfiguraba, hasta el extremo de no ser conocido por ellos: denigrata est super carbones facies eorum et non sunt cogniti in plateis. No es mia la pintura. Parece que Jeremías la había hecho de antemano en los habitantes de Palestina con alusión á estos dos grandes Patriar- cas. Pero ¿hasta donde ha de llegar la grandeza, estensión y espan- toso rigor de sus penitencias? ¿Donde ha estudiado su generoso espí- ritu tan exquisitos modos de sacrificarse? ¿Donde? En aquel libro abierto por todas partes, escrito por dentro y fuera; en Cristo crucifi- cado. Este es el Libro, en que la Sabiduría Eterna recopiló las doc- trinas que había enseñado en el discurso de treinta y tres años, y que autorizó con el mayor de todos sus ejemplos: Libro, de que se valió San Pablo para instruir todo el mundo en los arcanos de la más alta Teología, y en el espíritu del Evangelio: Libro, de cuya única cien- cia se gloriaba este grande Apóstol cuando decía á los Corintios: Yo no he juzgado saber más entre vosotros, que á Jesu Cristo, y este Crucificado. Este fué el libro donde aprendieron mis adorados Padres la humildad, la sumisión, la paciencia; la mansedumbre en las perse- cuciones, las exquisitas penitencias, con que se propusieron atormen- tar sus cuerpos para eterno monumento del odio santo que abrigaban sus corazones contra sí mismos, y de la ardiente caridad hacia á Dios que los abrasaba.
¡Caridad de Domingo y Francisco! Sin pensarlo hemos llegado ya al término, en que las virtudes de estos dos héroes de la gracia por su sublimidad van á formar la consumación de su gloria, como por su plenitud han hecho el explendor de su mérito. Caridad de Do- mingo y Francisco: caridad, alma de las virtudes, Reyna de las virtu- des, complemento de todas ellas. ¡Ah, Señores! ¿No pensáis que aquí deberla yo empezar el Panegírico de mia Santos Padres? Pero ¿basta-
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ría acaso un solo Panegirice para pintaros cabalmente un amor tier- no, dominante y fuerte? Podría yo reducir á breves cláusulas las cualidades de un amor generoso, impaciente y ansioso por acreditarse á precio de costosos sacrificios? Abrasados Serafines, que á ser capa- ces de envidia, la tendríais ciertamente al observar las voraces llamas de caridad que respiran estos dos Serafines en carne humana: voso- tros, en cuyos brazos descansaron muchas veces sus cuerpos desfalle- cidos por los deliquios de amor, apareced en este santo lugar, á dar- nos una idea de la vehemencia de aquel fuego dimano que abrasó sus corazones y llegó á penetrar las médulas de su alma. ¡Qué secretos, hermanos míos! Qué nuevos arcanos de amor nos descubrirían! Noso- tros sabríamos entonces que ellos fueron aquellas enamoradas almas, figuradas en la Esposa de los Cantares, que conjuraban á todas las criaturas, al Sol, al fuego, al aire, á la tierra, á todos los vivientes, á los Angeles del Cielo, para que presentasen á su amado sus gemidos tiernos, sus encendidos suspiros, sus amorosas congojas: Abjuro vos. . . ut nuntietis ei, quia amore latigueo. Sabríamos entonces, que, heridos como la esposa en lo más vivo del alma, eran sus corazones dos en- cendidos volcanes, que convertían en llamas sus deseos^ sus pensa- mientos, sus palabras, todas sus obras. No penséis que los sentimien- tos de hijo me empeñan en exageraciones distantes de la verdad. Do- mingo es -^ásto muchas veces convertido en vivo fuego, semejante á una encendida ascua: otras se le observa como un Sol resplande- ciente, arrojando por sus ojos, no centellas, sinó luces, que bañando todo su rostro, lucía aún más que la cara de Moysés cuando bajaba del Sinai: otras lo vieron sus hijos en figura de un hermoso ángel con seis alas, enumerado entre aquellos Serafines del Trono que vió Isaías. ¿Queréis mayores pruebas de su ardiente caridad? Francisco es arrebatado como otro Elias en una carroza de fuego, y llevado por los aires desde Asís hasta la distante cabaña de Rigatorto á visitar á sus amantes hijos. Otra ocasión corren presurosos los moradores de Asís á la Iglesia de Porciúncula para apagar el incendio que denotan las espesas nubes de humo, que salen por las ventanas y claraboyas del templo: abren precipitadamente sus puertas, y advierten. . . ¡Oh espectáculo admirable! ¿Lo creeréis. Señores? Francisco y su hija Clara, estáticos y suspensos en el aire, son los dos animados volcanes, mejor diré, los dos Serafines, que renuevan en Porciúncula la visión mara- villosa del Trono de Isaias. Et domus repleta est fumo. Domingo y Francisco, mis adorados padres, no pueden contener ya en su pecho la fogosa caridad en que se abrasan. De aqui aquellos ardentísimos de-
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seos de sacrificar sus vidas en las aras del amor, anhelando á refrige- rarlo en las corrientes de su sangre aun más que el ciervo herido en las aguas de las fuentes. De a\[m aquellas admirables éxtasis en que su activa caridad los deja sin uso de los sentidos y sin otro ejercicio que las funciones pertenecientes á la parte superior del alma. De aquí aquellos frecuentes y asombrosos raptos que arrebataban su espí- ritu con tan dulce violencia; con tal ímpetu, con tanta fuerza, que á manera de exhalaciones fogosas cortan la región del aire, hasta per- derse de vista entre las nubes, formando de ellas pedestal á sus plan- tas. De aquí aquella devoción tierna, viva y eficaz con que celebraba Domingo el tremendo Sacrificio de la Misa, teatro donde se dejaba ver muchas veces en un profundo éxtasis, arrojando llamas de su rostro y humo de su cabeza, índice del fuego que ardía en su pecho. De aquí aquellos gemidos lastimosos, aquellas sentidas quejas de Franci.sco al contemplar la dolorosa tragedia de la Pasión de su amado: gemidos que enternecían los peñascos del monte Alberne, quejas, que saliendo del pecho enamorado de Francisco, resonaban en los Cielos, y obligaron más de una vez al Hijo del Eterno Padre, á abandonar, por decirlo asi, el Palacio de su gloria, para ocurrir al con.suelo de Francisco. \0h qué poderoso es el amor! ¡Qué afectos tan maravillosos, tan raros, tan extraordinaros causa en los corazones, y aún en los cuer- pos en que prende este fuego di\-ino! ¿Queréis creer, Señores, que él es poderoso para transformar al hombre en Dios mismo? De la esfera que fuese tu amor, dice el Padre San Agustín, será tu mismo ser. ¿Amas á la tierra? Tierra eres. ¿Amas á Dios? Eres Dios. Y qué ejemplar más auténtico puedo yo presentaros de esta verdad, que mis adorados Padres Domingo y Francisco? Su amor, esa llama Dimana, que desprendida del Cielo, se cebó en sus corazones, como en otro tiempo en el de Jeremías, los ha convertido imágenes vivas de su amado. Domingo es un girasol místico, que poniendo los ojos en el Sol de justicia. Cristo, le sigue los pasos hasta morir crucificado, como él, en las afrentas de una cruz. No es hiperbólica la expresión. Cueva de Segovia, otra vez os nombro para presentar á mis oyentes en tu concavidad, como en un figurado calvario, renovada la más lastimosa tragedia que vieran los siglos. Hablo de la pasión de Cristo, verificada segunda vez en el cuerpo de Domingo. Dios, á quien son aceptas las ansias de su Siervo, da permiso á los Demonios. . . crueles verdugos, inhumanos Ministros del Poder Divino, .joncurrid á vuestro pesar á labrar la corona debida á la ardiente caridad de Domingo que va á formar la consumación de su gloria. Esto es un hecho, fieles. Los
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Demonios ejecutores de los designios de Dios, azotan cruelmente al va- rón Síinto; colocan en su cabeza una corona de penetrantes espinas. . . Hijas de Sión, almas Religiosas, quicTO decir, hijos de este gran Patriar- ca, acercaos k ver vuestro padi-e coronado con la diadema de gloria en el día de sus desposorios con Cristo. ¿Qué más? Lo extienden so- bre un madero, lo clavan de piés y manos en él, abren su costado con una aguda lanza, y al fin lo hacen morir entre penas, angustias y dolores. Domingo es muerto. ¿Lo habéis visto? ¿Sed quid existís v¿- dere? Os pregunto, como en otro tiempo Jesu-Cristo á las Turbas, con relación á la persona del Bautista: ¿A quien habéis visto? Arundinem vento agitatam? Á una caña débil, árida, enjuta? Tal parece Domingo, es verdad, y á este estado lo han reducido sus asombrosas peniten- cias. ¿Sed quid existís videre? ¿Á quién habéis visto? ¿A un hombre vestido con blandas y delicadas ropas? ¿Hominem moUibus vestimentis indutum? No por cierto. Los que asi adornan su cuerpo, habitan los Palacios de los Reyes: In domibus Begum sunt. ¿Sed quid existís videre? ¿Á quién habéis visto? os vuelvo á preguntar. ¿Prophcetam? Yo os digo de verdad: es más que Profeta: et plus quam Prophcetam, Habéis visto á la imagen viva de Jesu-Cristo. Si, á tal estado ha re- ducido á Domingo su encendida caridad.
Pero, Señores: ¿quedáis ya persuadidos de que el amor es capaz de transformar al amante en la imagen de su amado? Ea: vaya en Francisco otro ejemplar que acabe de convenceros. Para esto venid conmigo al Monte Alberne, teatro de las glorias de Francisco. Allá, en Oreb un fuego activo incendia, pei'o no consume una zarza miste- riosa; en Alberne otro fuego más sagrado se ceba en el corazón amante de Francisco. El Sinai se corona de fuego á presencia de Moi- sés; en Alberne todo el fuego Divino se recoge en solo el corazón de Francisco. La memoria de la Pasión de su Amado es incentivo que aumenta sus ardores y llega al punto de no vivir, porque viva Cristo en él. Vedlo prácticamente. Aquel Dios, que bajó en otro tiempo á las cumbres del monte Oreb, á elegir á Moisés por libertador del Pueblo santo: aquel Dios, que se dejó ver en la cima del Monte Si- nai, para dar la ley que debia observar Israel: aquel Dios, digo, que por un efecto de su misericordia, descendió á la tierra para ser sacri- ficado en las asperezas del monte Moria; este mismo Dios baja á las cumbres del Monte Alberne sin otro objeto, que crucificar á Fran- cisco. Este es el soberano interévS que lo hace descender del Pa- lacio de su gloria. En efecto: Francisco todo arrobado una ma- ñana, ó mejor dii-é, engolfado en el mar rojo de la Pasión de Cristo,
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vé descender por entre la región del aire un no sabe que sea,
hasta que acercándose á él, advierte, que es un Serafín con seis alas, tan resplandecientes, como fogosas, pero clavado de piés y manos en una Cruz. Francisco lo vé y empiezan á batallar en su alma dos con- trarios afectos. La hermosura del Serafín y la dignación de Dios, que lo favorecía, causan en su interior un gozo extraordinario: pero el dolor de verle en las penosas afrentas de la cruz penetra las mé- dulas de su corazón. Un amoroso deliquio embarga sus poten- cias: dulces y misteriosos coloquios con el Serafín crucificado, lo inflaman con incendio Seráfico, y él no vuelve de aquel Divino trans- porte, sino para ver, sentir y admirar en sus manos, piés y costado aquellas gloriosas señales que son todo el precio de nuestra Reden- ción. Lo he dicho oyentes. Francisco se ha transformado en Jesu- cristo. Desde aquel instante sus manos destilan mirra excelente: vianus mece stilaverunt mirrhain. Sus piés se ven traspasados con las penetrantes saetas de Dios vivo: sagittce tuce infixce sunt mihi. Su co- razón está herido con el dardo del Esposo: viilnerati cor meum. Todo él, su espíritu y su carne se alegran en el Señor que asi lo favorece. Cor meum el caro mea exultaverunt in Deum vivum.
Hermanos míos, hijos de este gran Patriarca, llegaos conmigo á ver este triunfo del amor. Yo os pregunto ahora, como en otro tiem- po Jesucristo á sus discípulos con relación á su adorable persona: ¿Quem dicunt homines, esse filium hominis? ¿Quién, dicen los hom- bres, que es Francisco? Unos, me diréis, aseguran, que es Elias: Alii Eliam. A lo menos lo acredita su fogoso celo. Otros lo juzgan Je- remías: Alii Jeremiam. El fuego que lo inflama y al mismo tiempo lo instruye, y las lágrimas, que de continuo vierten sus ojos hasta quedarse sin vista, deponen á favor de este concepto. Otros, que es el Bautista: Alii Joanem Baptistam. Su extenuado cuerpo al rigor de sus penitencias, lo confirma. Dejad, que se hayan reproducido en él estos antiguos héroes. Yo os digo que Francisco, sino es Cristo Hijo de Dios vivo, es un trasunto, una copia, una imagen viva de aquel original sagrado, muy semejante, sinó es el mismo, que vió San Juan en uno de sus raptos; Yidi Angelum ascenclentem ab ortu solis, habentem signum Dei vivi. Tanta fuerza han tenido las violencias de su amor. ¡O amori ¡O fuego! ;0 caridad santa! Tu poderosa influen- cia dió valor á las virtudes de estos héroes de la gracia, para que ellas formasen toda la plenitud de su mérito: ahora tú sola haces la consumación de su gloria. Porque, fieles, ¿qué gloria, qué honor no resulta á mis Santos Padres de ser en sus cuerpos retratos verdade-
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roa del Crucificado? ¿A qué grado de nobleza no ascienden por sólo el hecho de estar marcados con los sellos, que caracterizan al Hijo del Eterno, aun sentado á la diestra de su Padre? Digámoslo para gloria de ellos mismas: Nimis honorificati sunt amici tui, Deus. Estos son, Señor, tus amigos fieles, cuyas virtudes, si los enoblecieron ante \'uestros Divinos ojos, también les granjearon todo el honor de que son capaces. Estos son también, sagradas Religiones, los ilustres Padres, que hacen vuestra noble ascendencia. Dejad, que los nobles del mundo hagan vanidades de manifestar un patio lleno de imáge- nes de humo, mentidos personajes, que no están escritos en la no- menclatura de los verdaderos héroes, y por tanto imcapaces de trans- ferir gloria alguna á los siglos posteriores: vosotros podéis decir, que la gloria, el honor y nobleza de vuestros padres se ha transfundido á vosotros, hallándome yo por lo mismo autorizado para decir en pre- sencia de este pueblo que me escucha: la gloria de estos hijos es el honor y nobleza de sus Padres: gloria filiorum Paires eormn. Si, ellos fueron nobles ante los ojos de Dios por lo heroico de sus virtudes; lo habéis visto. Lo fueron también ante los ojos del mundo por lo ilustre de sus hechos. Usad conmigo la bondad de escucharme unos instantes.
Segunda Proposición
Quizá estaría demás el asunto de que me propongo hablaros, si yo en la presente ocasión no fuese deudor á un siglo, que mide la nobleza de los héroes por la lustrosa y brillante de sus liechos. Yo estoy persuadido, que á esto, que reputa grandes la historia de los tiempos, les han granjeado este honor sus hazañas, sus servicios, sus proezas heroicas, que han quedado esculpidas, menos en el corazón de los hombres, que en mármoles ó en bronces. Al sonido de estas voces, Pompeyo, Aníbal, Alejandro, resalta la idea de lo que Pompe- yo hizo en la antigua Roma, Aníbal en Cartago, Alejandro en Per- sía. Nombres inmortales, exclamáis, que nos recuerdan la existencia de unos hombres, que haciéndose superiores en cierto modo á su pro- pia naturaleza, hallaron el secreto de crearse ellos mismos su noble- za, siendo esto en expresión del Sabio Orador Romano, más difícil que heredarla. Asi discurre el mundo de unos héroes, que labraron su fortuna, su elevación, y gloria sobre las ruinas de sus semejantes, y que no obstante el explendor de su mérito, jamás hicieron á un hombre mejor ó más feliz. Domingo y Francisco. ¡Ah! Nombres in- mortales, digo yo, que nos traen á la memoria unos hombres, cuyos heroicos hechos, grabados en la misma eternidad, los hacen aereado-
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res, pero con inmensas ventajas, al aplauso, á la admiración, h la gratitud de todo el inundo: unos hombres, que se hicieron grandes, haciendo felices á ios demás: unos hombres, á quienes el mundo debo su fistíibilidad. Diréis que me avanzo demasiado; pero una breve y circunstanciada relación de sus hechos os hará pensar conmigo.
Después que Domingo, estando aun en los brazos de su ama de leche, oyó de la boca de un Sacerdote, que celebrando el alto Sacri- ficio de la Misa, al tiempo de decir: El Señor sea con vosotros, pro- nunció, señalando á su persona estas formales palabras: Ecce repara- tor Ecclcsiae; yed ahí el reparador de la Iglesia: Después que Francis- co oye que un Divino Crucifijo, ante cuya imagen, deri'amaba sus afectos, le dice con voz sensible: Vade Francisce, repara domum meam, quae lábitur: Francisco, ve y repara mi casa que amenaza ruina: después» dijo, de estos dos solemnes acontecimientos, ¿no comprendéis ya, que ellos fueron los elegidos por la Providencia para restauradores de la Santa Sión? A lo menos estos fueron dos anuncios felices que se realiza- ron en aquella misteriosa visión que tuvo el Soberano Pontífice Inocen- cio 3° cuando vió á la Iglesia de Letran á punto de desplomarse, pero sostenida por los hombros de mis dos amados Padres que como fuertes Atlantes la detenían. Asi es. Iglesia Santa. A pesar de la palabra de Dios, base en que se apoya tu permanencia eterna, ha bambaleado alguna vez tu firmeza; pero más que nunca en el siglo XII, siglo en que vomitó el Infierno los negros humos de sus errores, para manci- llar, si le fuere posible, á la casta Esposa de Jesucristo. Aquella navecilla de San Pedro, flutuante en medio de las olas, y á punto de zozobrar en ellas: aquella mujer del Apocalypsi, amenazada por un Di-agón formidable, empeñado en devorarla: aquel campo del Evan- gelio, en que la cizaña esparcida por el hombre enemigo, iba ya á sofocar la buena semilla, son, cristianos oyentes, expresivas figuras que nos manifiestan de lleno el lastimoso estado en que puso á la Iglesia el libertinaje, el vicio y la heregia; pero más que todo lo indi- ca aquella espantosa visión, de que fué expectador mi amante Padre Domingo. Un Dios severo, armado con tres lanzas, y dispuesto para asolar el mundo; una Madre amorosa, que se arroja á sus piés, empe- ñada en contener su enojo, poniendo por fiadores de la reforma del mundo á Domingo y á otro personaje humilde y pobre, que él no conoce, es el objeto terrible que se presenta á sus ojos. ¿Quién no echa de ver aquí al mismo tiempo, que la desolación del Santuario, unidos en los eternos Decretos á mis adorados Padres Domingo y
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Francisco, nuevos Esrlras destinados para restaurar su antiguo es- plendor y brillantez?
Con efecto: ellos lo entienden, se encuentran en las calles de Roma; Domingo conoce por la señas en Francisco al pobre que no habia conocido en la visión: se hablan, y un tierno abrazo cambia mutuamente sus corazones y estrecha con intimidad sus almas. ¡0 abrazo! ¡O unión s^nta! ¡O intimidHd de Domingo y Francisco, que no pudo desatar jamás todo el Infierno entero! Francisco, stemus in unum. Vamos á una. Unos son los negocios que tratamos; unos los intereses de Dios: unos los fines de su Providencia: stemus in unum. Potestades del abismo, temblad. Ya es acabado vuestro imperio: cada uno de estos héroes es un David contra infinitos Goliathdes, un Elias contra impíos Acabbes, un Moisés contra atrevidos Faraones, un Bautista contra crueles Herodes: ¿Qué no debéis temer de los dos juntos? Su unión es firme y perpétua: no habrá Saúl, que por más que se empeñe, pueda dividir á David y Jonatás, Francisco: stemus Í7i unum. ¡O unión de firmeza inexpugnable! Por ella son estos dos Patriarcas Santos dos místicas columnas, semejantes á aquellas que Salomón puso en el átrio de .su magnifico Templo, sobre cuyos ro- bustos hombros descansaba la inmensa pesadumbre de su fábrica. (O unión firmada con el sello de la caridad! Vuestros triunfos están señalados en todas las partes del mundo habitable. Decidlo voso- tras, sagradas Religiones: ¿Qué resistencia han encontrado vuestras fuerzas unidas? España os vió entrar juntas á su seno y vió tam- bién salir precipitadamente las horrorosas sombras de los vicios. Juntas os admitió Borgoña, y debió á vuestro celo la estirpación del error y la heregia. Juntas entrasteis en Suecia y el Septentrión os debe la primera luz del Evangelio. Juntas predicasteis la cruzada para las guerras contra el Soldán de Egipto. Juntas fuisteis envia- das á Hungría para instrucción de los Climanos cismáticos. Juntas habéis corrido toda la haz de la tierra; habéis pasado los mares, y al fin, juntas habéis puesto vuestras plantas, donde no pudo llegar, ni aun con sus deseos, el ambicioso Alejandro Pero yo me he dis-
traído de mi asunto. No me pesa, si en la sucinta relación de los triunfos, que habéis alcanzado unidas, tengo la felicidad de recorda- ros el interés que debéis tomar en perpetuar esta unión, que os viene por herencia de vuestros Padres: stemus in unum. Vamos á una, her- manos míos. Uno sea nuestro corazón, una nuestra alma; unos to- dos en vinculo de caridad perpétua. ¡O Dios mío! Acordaos que so- mos hijos de unos Padres, en cuya unión vinculasteis la reparación
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del mundo, y que somos por vuestra bondod sucesores de ellos en este ministerio. Pero ¡con que empeño, oyentes, no cumplieron con su encargo! Cada instante equivale para ellos á un siglo de demora. De Roma salen á verificar los vastos proyectos que abrigan en su pecho. Preparaos ciudades de Italia, de España, de Francia, de todo el mundo: abrid vuestras puertas ¡i los restadores de Sión, á los Án- geles de paz. k los Ministros de Dios, á Domingo y Francisco. jO quién pudiera seguirlos en todas sus empresas! Yo los veo desen- vainar la espada' de dos filos de la palabra de Dios. Con ella en una mano y el Evangelio en la otr\, no hay heroicidad que no em- prendan; no hay peligro que los aterre; no hay dificultad que no venzan. Convencen al hercge, confunden al incrédulo, increpan al impío, instruyen á los ignorantes, confirman en la fe á los débiles. A unos persuaden con sólidas doctrinas, á otros estimulan con la gran- deza y eternidad de la gloria, á otros asustan con los terribles juicios del Señor, y á todos procuran la salud con sus palabras, oraciones y ejemplos. Ellos exhortan, convidan, suplican, instan, arguyen, re- prenden y amenazan, como otros Pablos, oportuna é importunamen- te. Aquella memorable acción ejecutada por las armas Católicas en el campo de Languedoc; acción, en que el celo de Domingo fué el alma que animó el valor de los Cristianos contra un denso nublado de heregias, que bajo el único nombre de Albigenses, arrasaban in- humanamente la viña del Señor, fué solo un ensayo de lo que habla de obrar en los tiempos posteriores su celo activo, vigoroso y fuerte. Alii es verdad, que un fuego material y sensible consume el Libro de- positario de los falsos dogmas, respetando por otra parte la sagrada suma de la Ley, como en otro tiempo la Zarza misteriosa de Oreb; triunfo de la Religión, k que no pueden resistir Reinerío y sus secua- ces; pero otro fuego que se alimenta en el pecho de Domingo, sin duda más activo, devorará á los enemigos del pueblo Santo y reduci- rá á cenizas á los excelsos de Israel.
Cuando yo considero á mi amado Padre Domingo, revestido de todo el poder de la Iglesia, como dispensador de sus castigos, igual- mente que de su gracia, como Inquisidor digo, contra la herética pra- vedad, primero en este distinguido honor, fundador de un Tribunal el más sério, el más útil, el más ejecutivo, me parece ver en él á otro Moisés, revestido de los poderes de Dios, atemorizando con las penas, intimidando con las amenazas, conteniendo con su fortaleza, ganan- do con su dulzura, y aplicando con juiciosa economía el hierro y fue- go para cortar el cáncer de la heregía. Cuando yo veo otra vez á
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este hombre de Dios, puesto al frente de su ejército católico, empeña- do en contrarrestar a otro de cien rail hombres enemigos, sin más armas que un Crucifijo en la mano, y una voz viva y penetrante, con que comunica á los suyos su fervor y su fé; me parece que veo al va- leroso Josué, peleando contra los enemigos en defensa del pueblo del Señor. ¡Qué triunfos, fieles! ¡Qué servicios á la Iglesia! Pero ¿acaso son los únicos? Domingo, como si sólo en él hubiera recaído el cuidado de la Iglesia, se halla en todo, piensa en todo, <lá providen- cia á todo, todo lo remedia. ¡Qué admiración, un hombre reproduci- do y rnultiplicado en todas partes! Ahora se vé como oráculo en el concilio de Letrán, alma de las deiiijeradones, oído y respetado de aquella grave asamblea, como un nuevo .Doí^tor suscitado por la Provid(^ncia para responder y confutar los errores de Joaquni Abad, y los delirios de, Aymerico Carnolense: luego se le admira postrado á los piés del Papa, suplicando por la fundación y corfirmación de un Orden (jue va á ser la gloria, la corona, las delicias de la Iglesia Santa: un Orden, que dará algún día tantos defensores de la fé, cuan- tos son son los individuos que lo componen, y que merecerá por tanto, ser llamado por la misma Santa Sede «el Orden de la verdad». Ya se le admira al lado de los Principes Católicos, como espiritu vi- sible de sus determinaciones, aconsejando, animando y dando dictá- menes para el común acierto: ya dando lecciones en el Palacio Apos- tólico llenas de sabiduría, dejando vinculado en su Orden este puesto de honor y de autoridad; ahora fundando Conventos en las ciudades de Italia, España y Francia: luego dando leyes cuya carácter es la prudencia y la suavidad para el mejor régimen del vasto cuerpo que vé crecer en sus días, hasta hacerse un árbol gigante cargado de flores y de frutos de virtud y santidad. ¿Que más? Como si á él solo l9 fuese dicho aquello del Eclesiástico: Suscita prcedicationes, qiias lo- cuii sunt Fropmtce priores, se le ve incesantemente correr como fogo- so rayo por la mayor parte de Europa, anunciando la palabra del Señor, publicando guerra á los vicios, llevando en las manos la paz, y en los lábios la verdad, reproduciéndose en él aquel Profeta, que
describe Jeremías: Prophoeia, qui vaticinatus est pacem Prophoe-
ta, qiiem misit Dominus in veritate. ¡Que conversiones tan ruidosas! Cayó el imperio del Demonio: cecedif Babylon magna. ¡Que prodigios tan asombrosos! In vita sua fecit monstra. ¡Que bienes á todo el mundo! Cunda fecit bona ín tempore suo. ¡Ah, Egipto! ¿Tu has de ser la única región de las sombras, donde no alcanzan los rayos de este Sol, criado para presidir el día, y poner un muro de separa-
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ción entre la luz de la verdad y las tidieblaa del error? ¿Solo en tus arenosas playas no han de resonar los écoz do este clarín Evangélico, á cuyo sonido no pueden resistirse las fuertes murallas de Jerico? Cristianos, esta acción está reservada para el ardiente celo de Fran- cisco. Esta es la parte, que entre otras le ha tocado en suerte h este varón Apostólico. Ya Italia lo ha visto en las más de sus Ciudades, enarbolando el victorioso estandarte de la Cruz. Roma, Asís, An- cona, Espoleto, Cortana, Viterbo, toda Italia, la mayor parte de la Europa, han disírutado de su doctrina y ejemplos. Los écos de su voz se han oído ya por medio de sus hijos en la Francia Narbonense, en la Alemania, en Portugal, en Cast.lla, en Aragón, en Cataluña, en toda E.spaña. Una numerosa prole, que lo rodea y que se multiplica de día en día, para hacer las castas delicias de Sión, la Iglesia santa, le forma una corona, gloriosa divisa de la fecundidad de su espíritu, y eterno monumento de sus triunfos. El es un oráculo para la Santa Sede, un Profeta para los Pueblos, un varón de milagros para todas las gentes, un todo para todos, como otro Pablo; pero él es todo de Dios. Sus intereses son la brújula que dirige sus pasos. El aban- donará los Pueblos donde es respetado por sus ejemplos, venerado por sus virtudes: dejará uuos hijos, en quienes tiene depositado su corazón, siempre que se le presente un nuevo objeto á su celo. Egipto, tú eres la región afortunada, á cuyas playas conducirá la Providencia á este nueva .Jonás, más i-nsuelto quizá qufi el antiguo. Allanad vuestros caminos, dad paso franco al restaurador de Sión: él os lleva la paz y la misericordia Tú eres la Niiiive destinada para el triunfo de su celo Apostólico.
Con efecto, oyentes, Francisco lo conoce. Una secreta voz se- mejante á aquella del Macedonio á Pablo, lo llama á su socorro, y lo ejecuta. B''rancisco ha nacido para todos. Tan veloz, (;omo aquellas ligeras nubes, que transportadas de un viento impetuo.=,o, parece que juntan el principio con el fin de su carrera; tan pronto como el re- lámpago, que sale de esta parte del Ciclo, y brilla al mismo tiempo en la otra, sin permitir á los ojos el justo discernimiento del lugar en que se ha formado; así este varón fogoso no permite intervalo entre la voz de Dios y su obediencia, entre su resolución, y la per- fección de su empresa. No lo detienen los peligros, los dilatados ca- minos, lo arduo del proyocto, la ninguna seguridad de conseguirlo. ¿Qué puede ser? ¿Que cuando él busca en Egipto victimas que sacrifi- car á Dios, él sea la víctima sacrificada? Cuando esto suceda, él ha- brá muerto, como buen soldado, peleando las batallas del Señor, y
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su sangre será el mejor monumento, para eternizar su gloria. Pero no, fieles: Francisco está en Egipto. El lleva en su corazón la paz, y en sus manos todos los bienes; serán por tanto felices sus progre- sos: quam speciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizantium bona. El Soldán de Egipto ve delante de si á Francisco. Ya está Samuel ante Saúl, Micheas ante Acab, el Bautista ante Herodes: á lo menos el espíritu de todos estos Profetas se ha reunido en Francisco. Sus palabras son de fuego: asi describe el Profeta las de Dios: Ignitum eloquium tuum. Su voz es la voz de Dios llena de virtud y magnificencia; que destroza los cedros del Líbano; que hace estremecer los más sober- bios montes; que despide rayos, que trastorna, que divide los cora- zones, que convence en fin á aquel Tirano. El Soldán le oye, tiem- bla; pero no se resuelve. Francisco urge, ejecuta, y provoca á las más costosas pruebas. Quiere desde luego, que el fuego decida, y confir- me la verdad de su palabra. «Enciéndase, dice, enciéndase una ho- guera: yo y los tuyos desafiaremos su actividad: á quién él respete, ese llevará el honor de la victoria.» ¡Qué fé! Oyentes. Francisco no teme ser devorado por el fuego. Ya otra ocasión no se había atre- vido á ofenderle, cuando brindó á una Mora lasciva, con un colchón de bi'asas, en que él se regalaba. Está acostumbrado á no temer los elementos. El hielo, á que muchas veces se arroja, impelido de la fogosidad de su espíritu, le ofreció materia de diversión, al mismo tiempo, que un triunfo singular contra el demonio. Si provoca á una Zarza, á que embote sus agudas puntas en su carne, ellas lo respetan, y se convierten en hermosas ñores. ¿Porqué, pues, ha de temer al fuego en esta vez, que está la Omnipotencia empeñada á favor de la verdad? Su fé es aquella, que manda á las montes, y obedecen: es la fé de Noé, que se engolfa en las aguas, sin recelo de ser su- mergido en ellas. No se le puede reconvenir como á San Pedro: Mo- dicce fidei quare dubistati? Hombre de poca fé, ¿Porqué dudas? |Que no llegase el lance, oyente, de admitir aquel Tirano, el duelo á que Francisco lo provoca, para ver renovados los triunfos de la Religión y de la gracia! El Soldán no quiere exponerse á unas pruebas, en que mira el éxito contra sí, y esto mismo acredita ya su vencimiento, y la completa victoria de Francisco. Sin embargo él no se resuelve á abrazar la fé, que le predica. Ciertos temores mundanos lo retraen por entonces. lAh, respetos humanosi ¡O razón de estadol Cuantas ve- ces habéis servido de rémora, para ajecutar las más santas resolu- ciones! ¡0 adorable Providencia! No eran llegado tus instantes. Algún día la conversión da este Tirano será efecto glorioso de la
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oculta centell.a, que prendió en su alma Francisco, este hombre de celo, todo llamas. Algún día los hijos de est(! gran Pudre serán las fecundas nubes, que derramen las saludables aguas del Bautismo so- bre esta Tierra, sembrada de antemano por su espíritu. Algún día las Naves del Salomón Divino traerán el oro, la plata, las maderas incorruptibles, que allí se recojan, para ornamento y decoro del Tem- plo místico. Sí, Iglesia santa: Filii tai de longe venient. De aquellas regiones remotísimas vendrán los ricos frutos del celo de Francisco. Este hombre apostólico es el Pablo, que derrama la semilla: sus hi- jos los Apolos, que la riegan, y Dios, quien las incrementa. Decidlo, ó gran Padre, repetidlo muchas veces con aquél sagrado Apóstol pa- ra gloria de Dios, y manifestación completa de vuestros triunfos: Ego plantavi, Apollo rigavit, Deus auteni incrementum dedit.
¡Qué triunfos! vuelvo á decir: ¡qué victorias, Fieles, para la Igle- sia! ¡Qué conquistas para Dios! Han Ih-gado ya aquellos felices tiempos anunciados por Isaías, en que la tierra desierta y sin cami- nos, saltará de alegría; la soledad se llenará de contento, y florecerá como los lirios; y so abrirá una senda que se llamará el camino san- to. Quiero decir: la Iglesia desierta en parte por la dispersión de muchos de sus hijos, sola por el abandono que padece, quéda convei'- tida en un campo fecundo de flores, en una viña abundantísima en frutos, y se ha hecho accesible por un camino santo, que abrieron las celosas fatigas de estos incomparables Héroes. ¿Incomparables'^ Ci- tad ahora á esos, á quienes el mundo prodiga el renombre de Héroes. Acordáos, yo os lo permito, de los triunfos de Pompeyo, de Anníbal, de Alejandro: ¿qué comporación tienen con los que consiguen mis adorados Padres Domingo y Francisco? Aquellos con sus conquistas llevan á todas partes el terror y el espanto, semejante á aquellas ne- gras nubes preñadas de rayos, que todo lo destruyen: son violentas avenidas, que todo lo asolan. Éstos extienden con sus triunfos el Reino ríe la paz, de la verdad y de la misericordia: son mansas nubes que con un riego blando levantan por todas partes trofeos á la vir- tud. La memoria de aquellos feneció con ellos mismos, ó acabará con la ruina de los monumentos que les erigió la gratitnd de los hombres. La memoria de Domingo y Francisco será eterna. Los monumentos, que la recuerdan son de aquellos, que el tiempo no consume. ¡Ah! ¿Quién me diera aquí instantes para describirlos? Pe- ro ¿qué tiempo sería bastante tampoco para enumerarlos? No obs- tante echad la vista á esa fundación maravillosa, establecida por el devoto celo de Domingo. Hablo de la confraternidad del Rosario,
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devoción Divina, cuya norma y cifra recibió de mano de la misma Sagrada Virgen, como hijo alimentado con el néctar de sus pechos: devoción autorizada con los más constantes milagros, firmada con las mks auténticas aprobaciones de la Iglesia: devoción que ha sido una mina fecundisima de frutos de gracia y santidad, y que ha traído á la Iglesia de Jesucristo las preciosidades de la paz en las innume- rables victorias, que el Rosario ha conseguido: ha fabricado los ta- bernáculos de la confianza en la protección Augusta de María, y ha enriquecido á la Esposa de Jesucristo con las copiosas bendiciones de su Diestra. Parece que Isaías describía con espíritu Profético los efectos de esta devoción sagrada: Sedebit Populus in pulchitudine pa- cis, in tábernaculis fiducice, et in requie opulenta.
Acordaos también de aquella célebre indulgencia, que Francis- co alcanza de boca del mismo Dios, y á ruegos de María en la pequeña Iglesia de Porciúncula; indulgencia singular por su autor, por su cualidad, por sus circunstancias y por su publicación; in- dulgencia, en que se derraman los tesoros de la Iglesia, y que re- nueva la memoria de aquellos tiempos, en que el Virrey de Egipto franqueó sus trojes, para remediar la escasez universal, que afligía á la Monarquía; en que Salomón hizo ostentación de su magnifi- cencia, derramando el oro, la plata, las piedras preciosas para la fábrica y hermosura del Templo; y en que el potentísimo Asnero abrió sus Erarios, congregó su Reino, sin distinción de clases ni personas y concedió liberalmente las gracias más singulares á la Na- ción del Señor. ¿Son estos acasos monumentos, que el tiempo pue- de consumir? ¿Is'o os recuerdan á cada instante la existencia de unos héroes, que fueron los autores de hechos tan memorables?
Pero cuando estos no bastasen
Permitid, hermanos míos, que yo lo diga, y no os acordéis de la parte, que me toca en este elogio, aunque muy distante de mere- cerlo. Cuando no bastasen, digo, estos hechos, que han formado época en la historia de los tiempos pai-a auténtica prueba de la nobleza ilustre de vuestros Padres. ¿No podría yo citar á esas tres Venerables Ordenes, fundadas por cada uno de ellos, hijas de la fecundidad de su espíritu; establecimientos eternos, en que se ad- miran reproducidos de siglo en siglo sus trofeos, sus glorias y sus triunfos, como incorruptibles mármoles en que está grabada su me- moria? Si: vosotras. Ordenes sagradas, vosotras sois las lápidas, las inscripciones, las columnas, los monumentos más ilustres, que deben llevar su memoria álas últimas generaciones. A pesar de la
Proyecto de! monumento á Fr. Cayetano, presentado por el escultor Torís
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teníiz contradición, que hace el mundo, principalmente en un siglo tan dado k meditaciones políticas, vosotras sois siempre las antiguas y venerables ramas de esos dos místicos Arboh s, que cubrieron to- da la haz de la tierra con su benévola sombra: de esos Arboles, cuyos frutos han llevado muchas veces al mundo sabio la abun- dancia y la luz, y que adornan aun con tanto espl(;ndor los vastos dominios do la Iglesia universal con los innumerables Santos, que han colocado en los altares, con tantos mártires, que han dado á, la Religión, tantos Pastores al rebaño de Jesucristo, tantos maes- tros á las ciencias, tantos Apóstoles á las Naciones, tantos Religio- sos; tantos solitarios, tantos Confesores, tantas Vii-gones
Lo diré, por no alargarme demasiado, con una profética, figura con- que concluyo.
Vió el Profeta Daniel en sueños un Arbol misterioso, que arrai- gado profundamente, llegaba con su copa hasta el cielo y extendía sus ramas en ademán de cubrir toda la tierra. Vió más: una mu- chedumbre de avecillas estaban aleando en lo más elevado de sus ramas, y otros tantos animales terrestres, que recogidos al pié de aquel Arbol, rodeaban su robusto tronco; pero unos y otros mendigaban de él su alimento: Suhter eam hahitabaut animalia, et in ramis ejus conversabantur volucres Coeli, et ex ea vescebatur omnis caro. Ved aquí un sueño, que espresa la realidad de mi pensamiento. Domin- go y Francisco, cada uno es ese grande Arbol, alto por la justicia, arraigado por la humanidad, jugoso par la doctrina, fecundo por la virtud, lleno de ramas por sus varias Ordenes. En los pajarillos que aleaban remontados en sus ramas, veo yo á sus ilustres hijos, que en la quietud de los claustros, en las soledad de sus Eremitorios, aplicados á los privados ejercicios de la vida mística, se elevan en la Divina contemplación con los vuelos extáticos de su espíritu. En los animales terrestres, que infatigablemente se agitaban en con- tomo de su tronco, advierto aquellos, que trabajando en favor de la Iglesia en los públicos ministerios de la vida exterior, la gobei*- naron como Pontífices, la defendieron como Doctores, la sostuvie- ron como Prelados, la propagaron con sus escritos, con su voz, con sus sudores y con su sangre: pero alimentados todos con el jugo de estos dos robustos Arboles, de los cuales, como de plantas fe- races, se deriva en todos el alimento, la actividad y el vigor; y yo añado, el honor, la gloria, y la nobleza. Fué el asunto que me pro- puse: gloria filiorum Patres eoruin.
Si, sagradas Religiones, ilustres varones, que formáis esas vas-
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tas familias; nobles sois por vuestros Padres; ellos lo fueron ante los ojos de Dios por sus virtudes; ante los ojos del mundo por sus ilustres hechos. Os toca á vosotros por la imitación de sus heroi- cidades, y el empeño en reproducir su espíritu, formar la corona á vuestros Padres, como ellos han formado Maestra gloria. Entonces sí, que se verá verificado en vosotros en toda extensión la senten- cia del Sabio Rey de Israel: Corona, senuum filH filiorum: gloria filio- rum Paires eorum. Hombres del siglo, ved aquí el camino por donde se adquiere la verdadera nobleza. Esa de que vosotros hacéis va- nidad no es más que una cosa hueca, que resonando en los oidos nada deja en el corazón. Sólo es noble aquél que como mis San- tos Padres, tiene por escudo las virtudes, porque sólo éstas dan en- trada al Palacio eterno de la gloria. — Ad quam nos perducat, Etc.
Elogio fúnebre de Belgrano
Et iste qiddem vita decessit, non solum juvertibus, sed universce genti, cxeinplum virtidLi, et foriitudinis derelinqueiis.
Murió, dejando no sólo á la juventud, sino también á toda su nación ejemplo de virtud y de valor.
Machab, lib. 2 cap. 6.
EXORDIO
Este elogio, demostración del respeto debido á las cenizas de un hombre, benemérito de la patria, que la lioiiró con sus servicios, la llenó de gloria con sus triunfos, promovió con sus virtudes el de- coro de su nombre, y dió más de una vez motivos á .su gozo; de un hombre declarado constante amigo del orden, decidido por el bien público, empeñado en sostenerlo á costa de su vida, y ex- puesto á sacrificarla tantas veces cuantas arrostró los más inminentes peligros; de un hombre revestido do un carácter de dignidad y ente- reza, de intrepidez y constancia, cualidades que hacen para decirlo así, la superficie del mérito, poro que no obstante son presagios de grandes desempeños; do un hombre que en su carrera política y mili- tar supo unir el talento para la guerra en campaña, y el de la paz y
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moderación en el seno rlc los pueblos, buscando en todas circunstan- cias, no su gloria y alabanza, sino la felicidad y exaltación de su pa- tria; de un lioinbre, cuyo corazón fué el albergue de nobles pensa- mientos, de rectas intenciones, de ardorosos deseos híicia el bien, de resoluciones generosas, de impetuosas actividades, de meditadas em- presas, que caminaron siempre con la misma rapidez que sus pensa- mientos; corazón para quien parece se habían agotado los manantia- les del ocio, de un hombre en fin, magistrado íntegro é ilustrado, soldado animoso é infatigable, ciudadano siempre útil á la patria: dei- dad á que consagró sus luces, su honor y su existencia, importante á la sociedad, buen amigo, hombre de bien; este elogio, pues, á tin hombre de esta clase es un monumento que consagra su memoria, un desempeño de la gratitud á sus constantes servicios, y una inscripción grabada en el corazón de todos sus compatriotas por Li necesidad gustosa de deferir al detall de sus méritos.
Este breve bosquejo ñja sin violencia la atención en el benemé- rito general de los ejércitos de la Patria, brigadier Don Manuel Bel- grano, cuyo nombre será honorable, mientras haya apreciadores del valor y la virtud. Los que han sido testigos de estas dos cualidades, que expresan su carácter, no podrán censurar de ligero al pincel que las dibuja. Si como él rindió su vida en las criticas circunstancias que amargaron más que nunca á la patria, la hubiera sacrificado en su obsequio en los días de su exaltación y de su gloria, su pérdida habría robado muchos momentos al placer de celebrarlas, y el luto interceptado su gozo. Un periodo más lisonjero hubiera hecho un paréntesis á su justa alegría. Pero habría dado al mundo en la sensi- bilidad por su muerte un espectáculo, que exige imperiosamente su reconocimiento, y no pudo prestarle, agobiada como estaba del peso de sus contrastes. Asi es que en los primeros momentos que triunfa en favor del orden, y funda esperanza de promoverlo con éxito, ha concebido un deber presentar ante los ojos de sus pérfidos infrac- tores, el cuadro de las acciones de este hijo que supo sacrificarse por su felicidad, la defendió con su valor, y la edificó con sus virtudes, sin perjuicio del traslado que da á la posteridad, que sabrá liacerle la justicia, que quizá le niegue ahora la emulación.
Para formarlo pues, bien que rápidamente, sin exponerlo á los insultos do una insulsa y fastidiosa itrítica de los que roen siempre el mérito, poi-que no saben contraerlo, tiraremos las líneas sobre el pla- no de su vida pública. El sepulcro que oculta sus cenizas no ha en- vuelto en ellas la memoria de sus hechos. No tendi'emos que exponer
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k la expectación común un fantasma en vez de su persona, como Mi- chol para ocultar á David, ni menos para honrarlo haremos estudio de escusar sus flaquezas como pretendía Saúl de Samuel. Damos la cara delante de quienes han fijado sus ojos en su conducta, ó para buscar en ella materia para su elogio, ó para tildarla y ennegrecerla. La muerte lo ha alejado de los tiros de la envidia, de los asaltos de la vanidad; y de la confusión que pudiera causarle el relato de sus flaquezas. Estas sean las que quieran, jamás podrán formar tan den- sas nubes, que ofusquen la claridad de sus hechos, y el resplandor de sus virtudes políticas y cristianas. No hay pues que temer el deslin- dar éstas de aquéllas con la misma libertad que su carácter franco y resuelto las confesó muchas veces, y las dejó estampadas con su plu- ma, sin el peligro de engreírse, ni el oficioso empeño de precaver su confusión y vergüenza. Asi apesar de las debilidades propias del hombre, en el progreso mismo de su brillante carrera, de que él no pudo eximirse, no hemos dudado avivar el recuerdo de las heroicida- des que lo distinguieron, con las vivas expresiones que el iluminado autor del libro segundo de los Macabeos da la idea del gran mérito de Eleázaro, para exitar la noble emulación de sus compatriotas, de- sempeñar la patria del deber de dar algún premio á los laureles de que supo coronarla, y no dejar quejosa la justicia, que reclama nues- ti"a eterna gratitud. Et iste quidem vita decessif, non solum juvenibus, sed uníversae genti, exemplum virttUis et fortitiidinis derelinquens. Murió, dejando á la juventud de su país y á la América toda, ejem- plos de virtud y de valor. Si éste no es su carácter, si no le ajusta este elogio, será preciso correr un denso velo sobre todas sus accio- nes en los principales periodos de su vida política y militar, y dar á la opinión pública un resguardo de su vida. La verdad no se anubla fácilmente. Digamos, pues, que en el fallecimiento del general Bel- grano perdió la América un modelo de virtud, y sus hijos todos un estimulo de fortaleza y valor; que dió de una y otra cualidad ejem- plos que sólo es dado á los héroes imitar; y que en la escula de .sus contrastes y de sus felicidades podrán formarse cumplidamente los que le sucedan en los honrosos empleos que obtuvo y supo desempe- ñar: non solum juvenibus, sed et universae genti, exemplar virtulis, et fortitudinis derelinquens. Juventud americana: Pueblos todos de la América del Sud: se apagó la antorcha de la vida de este héroe; pero os dejó abiertos los senderos que conducen al templo de la gloria: ut sequamini vestigia ejus. La sencilla narración de sus hechos os hará patente esta verdad. Comencemos.
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Thema ut supra.
Como no es dado á los mortales echar ímcoras en el río de la vida, que corrifnilo con rapidez arrastra igualmente al que lucha contra sus corrientes; que al que se ai)andona á ellas, el general Bel- grano debió llegar al término de sus días. Nada hay más cierto que el que éstos, aunque bien empleados, tienen número prefijo, como lo es también que no lo tiene el nombre que con ellos se ha adquirido Bonae vitae viimerus dlerum; boniim autein nomen permanehitin cevum. (1).
La fama es un olor que trasciende y ocupa los espacios del tiem- po, y lleva hasta los más remotos la fragancia de las virtudes que marcaron la vida de los héroes. Así es que el curso de los siglos, que ha convertido en ruinas los monumentos más robustos del arte y aun de la Naturaleza, no ha podido aniquilar la memoria de un Foción justo, de un Catón austero, de un modesto Fabricio, de un va- liente Mitridates, ni borrará de los fastos de la América del Sud el honorable nombre del general Belgrano, esculpido, mejor que en per- gamino y en bronces, en los pechos de sus conciudadanos. Un día pasará á otro la palabra, un año al que le sigue, y cuando las distin- tas generaciones quieran entrar en el conocimiento de este hombre memorable, oirán de la boca de sus mayores lo que del virtuoso y valiente Eleázaro se escuchará eternamente: Et iste quidem vita de- cessit.
El general Belgrano ha terminado sus días; pero os ha dejado en herencia su virtud y su valor, para estimularos á la imitación y á la gloria: exemplar virtutis, et fortitudinis derelinquens. Viven y vi- virán siempre estas notas que lo carecterizaron y que ahora dan ma- teria al elogio de sus méritos.
Ejemplo de virtud. En efecto, ¿quién atentará obscurecerlos á presencia de unos pueblos expectadores impai-ciales de su conducta pública?
Ahoguemos en un profundo olvido los años de su vida priva- da, los años, decimos, de su juventud, en que por lo común se con- funden el genio y los talentos por falta de piedra de toque que los descubra: años en que los vicios naturales disputan con ardor el lugar á las virtudes, y en que éstas ceden ¡oh, cuántas veces! el campo á las pasiones; años en que vive el hombre sin otro interés que el de vivir, sin aspiraciones, sin miras, y sin fijarse en el porvenir que hará su
(1) Ecclea. 41, 16.
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gloria ó su ignominia; años funestos, dignos de cargar con todo el peso de la maldición con que Job improperaba el día en que \ió por primera vez la luz. No dispensemos elogios, pero ni deri*amemos hieles sobre este periodo de su vida, que ningún influjo tuvo en la sociedad de que fué tniembro. Su corazón fué sin duda entonces co- mo el de todos, un caos en que se abisman los defectos y las virtudes, siendo de pocos el deslindar extremos tan contrarios.
Sigámoslo en la carrera de su vida pública. Desjjués que se ha roto el barro de su mortalidad, como el de las hidras de Gedeón, nos han dado en los ojos de lleno las luces que escondía.
Ciudadanos de Buenos Aires. Nosotros apelamos á vuestra in- genuidad virtuosa para dar principio á su elogio y detallar sus virtu- des. En los momentos en que el general Belgrano empezó á figurar en este mundo político, vosotros le visteis desplegar aquel amor ar- diente á su patria, ese fuego sagrado que fué el alma de todas sus acciones y el gérmen prodigioso de sus virtudes públicas. Cuando nos explicamos en estos precisos términos, no es bien confundir equi- vocadamente el carácter de esta pasión tan noble. No fué en él aquel fuego impetuoso, erupción violenta de ciertos genios volcanizados que se electrizan sin tino, se arrebatan sin objeto, ó si lo tienen, pre- cipitan los medios de realizarlo, destruyen asi, y asolan cuanto se presenta adverso á sus avanzadas miras, sin calcular sobre los funes- tos efectos de un celo mal dirigido. No fué aquel fuego fatuo, sin actividad, sin ^vigor, que luce y no da calor á la obra que se medita, no activa su ejecución, no hace efectivos los planes que quizás han demarcado la intención sana y la propensión al bien que se desea. No fué aquel fuego, exhalación del moimmento, que apenas se objeta á los ojos, cuando ya desaparece, no dejando más vestigios que la impresión que causó momentáneamente en el sentido. No fué aquel fuego que dejando helado el pecho en que parece haberse concebido, sólo obra en la lengua y en los labios, los sacude, y ejecuta despedir tantas llamas, cuantas son las voces huecas que articulan para poner en buen lugar el celo que se aparenta, aunque estén en contradicción las obras. No fué aquel fuego que se ceba en el objeto que interesa al amor propio, á la conveniencia individual, sin tendencia al bien común, el que se pretexta únicamente para deslumhrar la vista me- nos lince y sorprender el juicio de los incautos. Un fuego semejante, un amor de esta clase no es el que forma amantes legítimos de la Patria: amantes, si, estúpidos, imprudentes, desalentados; amantes de si mismos, de perspectiva, criminales, á quienes ella acusará siem-
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pre anto el tribunal incorrupto dol público; como asesinos y tiranos que la han conducido al borde del 8ei)ulcro. Hé aquí clasificados los efectos de ese fuego, de ese amor, de estc! fenómeno extravagante, ó más bien, exhalación maligna, que se ha encendido en el porfiado choque de los elementos políticos de una revolución tenaz y com- plicada.
No es este el sagrado fuego que nutrió y dió vida al general Belgrano. Fué el dulce amor de la patria, reglado por la razón, ci- mentado en la virtud, guiado por la experiencia, animado por el celo, sostenido por el honor, y jamás desmentido por hechos capaces de degradarlo: (hdcis amor pafrüe. Fué aquella pasión noble, que se anida en pechos generosos, que nació en el suyo previniendo la razón, creció bajo sus auspicios, se refinó en las adversidades y se consumó en su muerte. El suelo nativo, las cenizas de sus mayores, la reli- gión del país, su gobierno político, las habitudes comunes, las como- didades peculiares del lugar, los encantos que la naturah^za ofrece en su situación, los enlaces contraidos ó por la naturaleza ó por la amis- tad, y todo lo deducible de estas ideas generales, que hacen la compleja y singular de la patria (idea que un sabio infundada- mente coloca entre las quiméricas); idea que, para decirlo así, es el ídolo natural del hombre que vive en sociedad. Hé aquí la que gra- bada en el corazón del joven Belgrano, desplegó sin perder momento apenas supo pensar. Dueño ])or suerte de un entendimiento despe- jado, capaz de calcular sobre los intereses de esta deidad á quien con- sagró sus desvelos: de un corazón resuelto, y con sobrada aptitud para promoverlos; de una alma de buen temple, y penetrada de la obligación de sacrificarse por este noble objeto; de un genio superior á los obstáculos, de un caudal de luces que supo acopiar en tiempo, y de un tino especial para hacer su aplicación, nada omitió desde los primeros pasos en su carrera pública para hacer servir estas bellas cualidades al móvil de su pasión dominante. Diga lo que quiei-a la emulación: los hechos la harán siempre enmudecer. Asociado con un empleo honorífico á un tribunal de comercio, cuyo instituto es dar fomento á esta fuente, manantial de las riquezas del país, no tuvo ociosa su pluma, único resorte que podía entonces tocar para promo- ver sus creces, y empezó á verter ideas benéficas con ciertas tenden- cias á su emancipación futura, sobreponiéndose al temor que debía inspirarle el celoso empeño con que la antigua metrópoli enjuiciaba en esta materia los deslices más leves.
Pero este era un reducido teatro para dar ensanche á las activi-
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dades de su celo. Otro le preparaba la Provirlencia y el curso de los sucesos, si más extenso, también más implicado, en que hiciesen im principal papel sus virtudes políticas. El Omnipotente, por cuya voluntad se erigen y postran los tronos, se levantan y perecen los imperios, permitió que vacilase el cetro de ios Borbones, que que- brantado en Francia, extendía aun en España su dominación á este lado de los mares. Desquiciados los elementos todos del poder, y arrancados de sus bases por la audaz intrepidez de un hombre solo, nacido al parecer para mudar la faz del mundo político y fijar la atención del orbe entero, se precipitaba desde la cima de su esplen- dor y grandeza, al abismo de su abatimiento y exterminio. Un flujo y reflujo de desgracias, consiguientes al sacmlimiento espantoso de su máquina, paralizó el ejercicio de su autoridad en esta parte inte- grante de su imperio, que él miró siempre como una colonia destina- da á sentir los golpes de su vara despótica. Nada había más natu- ral que el desprendimiento de la inmensa porción del " mundo nuevo de una pequeña parte del antiguo, en los momentos en que estaba empeñada en uncir al carro de su infortunio los preciosos restos que le quedaban de libertad y de gloria: esto le daba lecciones prácticas para engrosar la victima que debía servir de pábulo á la ambición del tirano. Buenos Aires recogió el fruto de estas circunstancias fe- lices k la América, y arrostrando dificultades que no es fácil analizar, arrojó de si un yugo que iba á doblar su peso y su ignominia. Desde este acontecimiento (hacemos nuestras las expresiones de un moder- no político, cuyo testimonio no debe ser sospechoso) ' este generoso pueblo es el punto más importante del globo, y el que decide de las más grandes empresas: preside á la suerte de un país como la Améri- ca Meridional, y al destino de unas hermosas regiones, en cuya com- paración, las más florecientes comarcas de la Europa son teatros de miseria y pequenez.
Entre tanto ¿podría serle indiferente á Belgrano este extraordi- nario suceso, que fué siempre el término de sus aspiraciones? Exal- tada su imaginación con el porvenir que él le anunciaba, fué uno de los primeros proclamadores de la libertad del pais, que con rostro firme entró en proyectos que habrían asustado á hombres que tocasen ya el fin de la carrera que él empezaba entonces. !Ohl ¡A cuántas virtudes no puso en ejercicio para emprenderlos con tino, seguirlos con firmeza y consumarlos con gloria! Él se vió asociado por el voto de sus conciudadanos á la primera junta de gobierno, en que vino al fin k estrellarse la antigua dominación: junta instalada en el centro
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del poder peninsular, en un pueblo europeo por sus relaciones com- plicadas de sujeción y dependencia absoluta, por los sentimientos do adhesión que inspiran la carne y sangre, por los enlaces fuertes y suaves de la amistad que enjendra amores recíprocos, por la prefe- rente acción é influjo de las gentes de Ultramar, entroncadas en las familias del pueblo, y por las habitudes que forman en el hombre una segunda naturaleza. Junta cuyo valiente impulso puso en marcha el carro de la Patria, despreciando peligros, trepando cumbres inaccesi- bles y allanando sendas que había obstruido la astucia unida al poder de los antiguos dueños. Junta, en fin, cuya erección calmó las ansiedades de los amantes del país, disipó sus dudas y fijó el sis- tema que debieron adoptar. ¿Quedó acaso defraudada la esperanza de los que quisieron preferirlo para este empleo de responsabilidad y honor? No vieron en él al hombre perezoso que ya quiere, ya no quiere alargar sus torpes y vacilantes manos al bien que se exige de ellas; menos á aquél que pone mano al arado y vuelve sus ojos á los primeros pasos del trabajo que emprende. Vieron, sí, al hombre acreedor al elogio, con que el P. San Ambrosio realzaba el mérito de su hermano, hombre que habiendo gozado del aliento de la vida, ignoró su debilidad: vitam vixit debilitatem ignoravit (1). Celoso, ac- tivo, oficioso, no perdió de vista un instante los deberes anexos al cargo con que lo honró su patria; mereció su confianza, y supo desempeñarla. Desde entonces empezó á dar íi luz las notas de aquel carácter suave y sostenido, que fué la divisa de todas sus ac- ciones y la base de todas sus empresas. La suavidad siempre igual y constante de su genio le sustrajo del común de aquellos políticos caprichosos, que reservándose los halagüeños gajes de la autoridad y honor que los eleva, se vengan con los que los necesitan, de los cui- dados y molestias que traen consigo: hombres cuyo trato se ha de solicitar espiando ocasiones, asechando momentos favorables que ha- cen pagar mil veces el beneficio antes de recibirlo. Adoptando el consejo del Eclesiástico: No te dejes poseer de gloria vana por la inves- tidura de honor que has recibido; ni en el día de tu honra te hinches y ensoberbezcas (2), se dejaba ver, cual mero particular, cuando bus- caban en él un funcionario público, presentando en su trato el her- moso contraste del valimiento sin fausto, de la exaltación sin alta- nería, de la autoridad sin desdén, y sin aquel exterior afectado y
(1) Serm. de Obitn Sat.
(2) Eodes. c, 11. V. 4.
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dominante, que lejos de inspirar confianza, infunde en el ciudadano humilde timidez y abatimiento- Pero no confundamos la suavidad invariable de su genio con la apatía, debilidad é inercia del corazón. No. Él supo hermanar ó más bien, recibió del cielo, hermanadas felizmente, estas bellas cualida- des: amabilidad de genio, fortaleza de corazón. Si aquélla lo hizo accesible, ésta lo hizo sostenido en sus deberes, invariable en los dic- támenes, que decían tendencia al orden, y superior á los asaltos de la adulación y engaño. Ciudadanos: ¿quién de vosotros puede lison- jearse de haber contrastado su firmeza, torcido sus intenciones, des- viado sus benéficas ideas, y haber abierto un camino para arribar á su aprecio y granjear su benevolencia por los viles aunque usados medios del aplauso y alabanza? Amigo decidido de lo recto y justo, promotor infatigable del bien público, y declarado rival de los que aspiraban á ganar su confianza tocando otros resortes que los que pudieran promover estos nobles objetos, sin perder un solo adarme de aquella suavidad que lo hacia amable, hacia sensible su firmeza, conciUándose el respeto y dando en sus constantes repulsas, un tes- timonio del singular carácter, que le hizo superior á los débiles espí- ritus que se resienten á la voz de los aplausos y hacen su caudal de los dejos de la vil adulación. Los ríos y los arroyos son los que se hinchan con las aguas, cuando el mar, que recoje en «u centro todas las del globo, nunca sale de sus limites. Como tuvo el dón de agra- dar sin desvivirse, de respetar sin bajeza, de alabar sin aíhilación, y Tie estimar el mérito donde quiera que lo hallaba, éstas eran las ar- mas para atacarlo con éxito, y los dotes que deseaba divisar en los {jue aspiraban á merecer su amistad: dotes que adornando su perso- na, arrastraron en su favor la opinión pública y la estimación común.
Y ved aquí el caudal que hizo el fondo de su mérito, y le dió opción á los distinguidos cargos con que lo honró la patria: cargos de honor y autoridad, en que descubrió sucesivamente los quilates de sus virtudes. A la verdad, no el favor que reparte los empleos, pe- sados en la balanza siempre infiel de las pasiones; no el capricho que halla el mérito solamente donde quiere encontrarlo; no la casua- lidad, deidad fingida en los sucesos humanos, fué el principio de su elevación á los altos destinos: su mérito conocido y experimentado on los primeros ensayos de su vida política, su mérito, le condujo por la mano al templo de la confianza pública, y sobre sus aras hizo el solemne juramento de desempeñarla á costa de su vida. ¡Oh! iCuántas virtudes no supone esta resolución, que jamás adoleció de
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inconstante! La patria las presintió en este hijo benemérito, y quiso hacerlas servir al auge de sus glorias. Se resuelve á depositar en sus manos una parte de sus graves empeños. Lo hizo, y el suceso acreditó su acierto. En la apurada necesidad de auxiliar á las pro- vincias, que aun gemían bajo la influencia inmediata de los antiguos gefes, para que sacudiendo á ejemplo de la capital el yugo opresor se uniesen á sus esfuerzos, el general Belgrano fué el primero que se encontró digno do este espinoso y delicado encargo. La Junta gu- bernativa clasificó su aptitud y lo confió á su prudencia y política. La provincia del Paraguay: hé aquí el primer teatro que le depara, y en que él no rehusa hacer de actor en la prosperidad de los sucesos, ó de victima en la trajedia de los reveses de una suerte adversa. Si la incertidumbre de un éxito feliz, radicada en el concepto de unas gentes en quienes la servidumbre se había convertido en naturaleza, los usos nacionales en sanciones sagradas que no es licito infringir, las aspiraciones en crímenes que era una ley castigar, los deseos y aun los mismos pen.samientos relativos k otro orden que el antiguo, que habían consagrado sus mayores con una ciega y humillante su- misión, en atentados de bultos y por eso imperdonables, y la adhesión imprudente á su suelo donde había fijado su trono el despotismo, en una virtud de héroes; si este aspecto, pues, desagradable y triste es capaz de sorprender la animosidad más resuelta y la más prudente cautela, el fué sin duda el que debió retraer al general Belgrano de una empresa en cuyo progreso se agr^lpaban los peligros y se conta- ban las dificultades por los pasos que se daban para efectuarla. Una prevención funesta contra sus miras de paz, un engaño afectado so- bre la rectitud y sencillez de sus intenciones, un estudiado empeño en sembrar de sospechas y recelos las sendas por donde él llevaba en triunfo la libertad y la gloria, eran otros tantos nublados que enca- potaban el cielo de la provincia y que amenazaban sumir en su obs- curo caos la esperanza de reducirla. No se le ocultaba á su penetra- ción lo escarpado de esta elevada montaña; pero lo empeñaba el honor y era forzoso treparla reptans manihus, et pedibus. Una debía ser la voz de la patria, una su opinión, unos sus sentimientos, unos sus intereses, y era de necesidad promoverlos.
Los moradores del pueblo de la Asunción, capital de aquella provincia, no acostumbrados á registrar en sus playas otras huellas que las de sus naturales; sobrecogidos de estupor y recelo al ver el aparato con que se acercaba un gefe seguido de un ejército pendiente de su voz, y en aptitud de resistir las contradicciones más sostenidas,
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le preguntaron como los ancianos de Belén al profeta Samuel: paci- ficus ne est ingresus tuus? (1). ¿Es tu venida de paz? Si, les respon- dió con la franqueza propia de su corazón. Pacificus. No vengo á traeros la güera, sino la paz; no á poneros el yugo, sino á quebrar el que os oprime; no k haceros despojos de mis triunfos, sino á facilitar los vuestros; no á teñir con sangre mis laureles, sino á coronaros con ellos; Pacificus. En consecuencia, ¡qué medios no arbitró para hacer sensibles sus puras intenciones! ¡Qué avenimientos no propuso! iQué oposición no tuvo que sufrir tenaz y violenta! Si no realizó, el pro- yecto en toda la extensión que él esperaba, si no unió aquella pro- vincia á la capital de Buenos Aires, á lo menos le inspiró sus senti- mientos, derramó la semilla que debia brotar en tiempo, hizo suyos los corazones de sus principales gefes, y dejó abierta la senda para volver sin tropiezo en calidad de enviado á recoger el fruto de sus primeros trabajos, y consolidar con su persuación valiente, la idea que ya habían concebido de sacudir unas cadenas que, si sentían su peso, no tenian aliento ni valor para romperlas. Empresa que hizo decir á una gaceta extrangeva que los americanos sabían hacer tanto con la pluma como con la espada.
Este encargo, pues, que manejó con destreza, con tino y pruden- cia militar, hará época siempre en la carrera de su vida pública, por más que la emulación, infatigable en perseguir el mérito, haya traba- jado en ofuscarlo. Levantó el grito, si, al ver que en los primeros im- pulsos no había correspondido el éxito al cálculo de los medios, y graduándolos descaradamente de ineptos para los fines propuestos, hizo recaer sobre su autor la nota de temerario. Pero felizmente la emulación sufre siempre el castigo en el error de sus juicios. Juzgan por lo común los hombres de las empresas de bulto por el resultado de ellas. El suceso justifica la conducta: exitus acta probat. Hé aqui un error que ha volcado el concepto de los mayores héroes, y reduci- do á nada sus brillantes acciones. Quien sólo constituye la sabiduría de sus proyectos en el buen éxito de ellos, no merece, decía un anti- guo poeta (2), que le salga bien proyecto alguno. El sabio nunca obra á la ventura. Usa dé prudencia en la elección de los medios, procede tranquilamente en la ejecución de sus designios, y deja los efectos al cuidado de una oculta providencia, cuya invisible mano dirige todo á sus fines. ¡Cuántas veces los proyectos mejor concerta- dos claudican por accidentes que no es dado prevenir, porque no es
(1) Eeg. 1. c. 16, V. 4.
(2) Ovidio.
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dado prever á la prudencia humanal Cabalmente, esta infeliz cir- cunstancia inutilizó en parte los beneficios y prudentes esfuerzos del general Bolgrano 3n la provincia del Paraguay; circunstancia que no es bien sepultar en el silencio porque defrauda su mérito, ataca y hiere en lo más delicado de su concepto y da margen para extender- nos algo, aunque no cuanto quisiéramos, en el i'elato de sus mejores virtudes, si no fuera tan reducido el cuadro en que deben delinearse. La malicia de los antiguos gefes sorprendió la candidez (démosle este honesto nombre) de aquellos naturales, exparcicndo una maligna especie, que fué una alarma para los sensatos. ¡Oh! (les dijeron en tono enfático y lastimero). Esos que pisan vuestras playas son unos monstruos: de genere giganteo; gigantes de ambición, cuyo designio es invadir vuestras pingües posesiones, enriquecer con vuestros fru- tos, engordar con vuestra substancia; y dar pábulo á su avaricia con cuanto brota vuestro fértil suelo. Gigantes de crueldad y tiranía, que abrigan en sus pérfidos pechos la negra intención de subyugaros, hollar las cenizas de vuestros mayores, arrancaros vuestros hijos, y llevarlos por trofeo de su victoria, perturbar vuestra tranquilidad y sembrar de males incalculables el hermoso pais que os ha tocado en suerte. Gigantes de irreligión y de inmoralidad, que se han hecho famosos por los datos de su prostitución, y poderosos en obras y pa- labras de iniquidad, desmoralizarán la juventud, debilitarán su fé, trastornarán sus ideas de religión; potentes a sceculo viri famosi.
Calumnia horrible, que se promueve en la cátedra de la verdad por un sacerdote venerable por su ciencia y virtud, que, seducido por la voz pública y arrebatado de celo, alienta al pueblo á rubricar con su sangre las verdades que consagra la religión. Pero calumnia que echando de improviso hondas raíces en los pechos de aquellos ciuda- danos, brotó en ellos la generosa resolución de repeler con la fuerza un bien, que desgraciadamente no reconocían unos y otros afectaban ignorar.
¡Ambición! crueldad, irreligión, inmoralidad! Nombres abomi- nables que debían borrarse del diccionario de los hombres libres, ó que aspiran á serlo por los medios que dicta la razón y apoya la jus- ticia. ¡Oh! Si fuera posible al hombre descorrer en un momento el velo que naturalmente cubre su corazón, de cuánto pudor se hubiera llenado el rostro de aquellos impostores al presentarles el general Belgrano el suyo tal cual eral Corazón que nunca experimentó los ata- ques déla ambición: corazón sensible á la miseria ajena. Su vida pú- blica es un dilatado campo que ofrece en todos sus períodos, monu-
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mentos de esta verdad. Si el deseo de elevarse por los grados del honor y de la gloria es una de las notas que caracterizan al coríizón del am- bicioso, lo fué ciertamente el del general Belgrano; y lejos entonces de envilecerlo este dictado, lo haría acreedor al elogio de sus compa- triotas, cuya felicidad fué el objeto de este noble sentimiento que afectó su corazón. El amor á la gloria no fué en él aquella conste- lación maligna que despierta en el hombre las pasiones más apaga- das, las aviva, las estimula y al fin las precipita. No fué aquella sed insaciable de gloria humana, que prostituye al que aspira impa- ciente por llegar á la cumbre de ella, y que lo ejecuta k tomar arbi- trios y medidas, aparentar pretextos, vencer dificultades, urdir artifi- cios y tramoyas, apurar todos los ardides, abatirse á conde.scendencias viles, disimular, disfrazarse, hacer todas las transformaciones y figu- ras, resortes precisos para buscar ignominiosamente la gloria y la fortuna, ó para vivir y mantenerse á la sombra de ella. No por cier- to. Ya se ha diclio. Fué un noble sentimiento radicado en el honor y desplegado en acciones heroicas, para cimentar la felicidad de su patria, á que ha consagrado sus servicios: sentimiento que sólo se anida on pechos generosos, nacidos para llevar á cabo empresas grandes. ¿Cuál fué, pues, la ambición que esclavizó su alma hasta hacerla degenerar en cruel? ¿La sagrada hambre del oro? ¡Ah! Pa- sión vil, degradante, y que ha ennegrecido el mérito de tantos vale- rosos guerreros, qup han dejado por despojo de sus triunfos la mise- ria del pais que conquistaron. El general Belgrano aunque nacido en el seno de la abundancia y familiarizado desde sus primeros años con el brillo de este metal apeticido, hubo en su suerte un corazón insensible á sus encantos; encantos, si, á que en expresión de un an- tiguo, no pueden resistir los hombres, ni aun los dioses (1). Pueblos todos, los que fuisteis testigos de su conducta pública, dad honor á la verdad. Vosotros debéis tomar la palabra y hacer el elogio que merece un hombre, un patriota, un ciudadano, un magistrado, un militar, que por ninguno de estos honorables títulos se juzgó acree- dor á engrosar con la sustancia de sus comi)atriotas, ni se interesó en un dozavo ageno, ¿qué digo? ni en lo suyo, adquirido justamente por sus distinguidos servicios. Vosotros visteis pasar y correr por sus manos, crecidas sumas, sin reservarse para sí, como pudiera, lo que le era debido por su elevado empleo ó por sus honrosas comisiones. Vosotros le visteis respetar los bienes de sus conciudadanos como un
(1) Horacio.
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sagi-ado que no es lícito violar con las licencias de una sórdida ava- ricia; y que no pudo provocar á todos como otro Sanmel ú las tribus congregadas, para que le reconviniesen por sus liaberes inicuamente usurpados. Entonces se habría oído la voz de cada uno aplaudiendo su virtud: ñeque opresisti, ñeque tiúisti de mam elicujus qiúdpian (1).
¿Quién ignora que antepuso más de una vez el peligro de perecer á manos de la indigencia, que arrebatar de las de los miserables el pan que se habían proporcionado con el sudor de su rostro? ¿Quién ignora que invitado por el gobierno en cierta ocasión á valerse del apurado recurso de las haciendas de la campaña, para subvenir á sus tropas, que gemían oprimidas del hambre y de la escasez, contestó resueltamente que nunca habían comido sus soldados un pan sin pa- garlo, y que no se atrevía á dejar por una sola vez tan pernicioso ejemplo? Así que pudo á cara descubierta decir con la misma libertad que el santo Job: si mi tierra clama contra mí; si he comido sus fru- tos sin pagarlos; si apremié alguna vez el corazón de los que la han cultivado, consiento que en lugar de mieses me produzca espinas. Si
adversum me térra clamat. . : prof amento oriatar mihí trihulus,
et pro Jiordeo spina (2). ¿Qué más en prueba de su desinterés y de su humanidad? Un corazón ambicioso! Los que así piensan, si hay quien piense de este modo, luchando con la evidencia de los hechos, no señalarán un dato en que apoyen su pensar avanzado, derramen luz sobre los períodos de su carrera militar, y política; y después de regis- trar de buena fé todas sus operaciones, no hallarán una que envíe la idea de esa vergonzosa cualidad que quizá se atreva á adjudicarle la malicia. No dirán que aceptó alguna vez esas generosas y brillantes demostra- ciones que acaso con el pretexto de significar carifio ó testificar agrade- cimiento, ha introducido la urbanidad demasiadamente bizarra. No di- rán que el tren magnifico, el fausto ostentoso, el soberbio aparato eran indicios de la usurpación injusta del oro ajeno, con que engrosó su sustancia. Se presentó á vista del mundo, observador, extrangero en su patria, sin hogar, sin casa propia; sin posesiones, sin heredades, y lo que es más, sin aprovecharse de los momentos' prósperos y sin pensar en cautelarse los reveses de la foi tuna. No dirán que la disi- pación, la prodigalidad, las diversiones, los desempeños de un honor mal entendido, fueron los desagües de sus usurpaciones. Su vida la- boriosa, siempre ocupada, su rivalidad declarada al ocio vil y al per- nicioso descanso, su imaginación fecunda en proyectos, cuya ejecución ,
(1) Eeg. c. 12. V. 4.
(2) Job. 3. I Y. 40.
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no pemiitia momentos al desahogo, sus empresas nunca interrumpi- das, sus viajes dilatados y frecuentes para promover la felicidad de la patria, á quien llamaba su esposa, su contracción al ejercicio penoso de las armas, y el desempeño de las graves obligaciones que son anexas á esta hom'osa ocupación: esto y muclio más, que no es fácil detallar, despide un rayo Je luz que disipa aquel nublado que pudo haber cogelado á la malicia. No dirán, en fin, que se acordó de sus rentas, sino cuando se acordó de las urgencias del estado, á cuyo fa- vor cedió siempre la mitad; ni que se aprovechó del oro y las rique- zas sino cuando se presentó la ocasión de sublevor la miseria y hacer felices los pueblos en bien de la humanidad. Hablamos con docu- mentos intachables, que no puede tergiversar la emulación más lince.
La cuantiosa suma de cuarenta mil pesos que le adjudicó la pa- tria, y con que desahogó parte de su gratitud por dos acciones bri- llantes, con que fijó la libertad de su suelo; suma que habría servido de sabroso pábulo á otro corazón no como el suyo, sólo dió materia á su piedad generosa en bien de 4 pueblos que carecian de escuelas públicas pai-a instrucción de la juventud, por falta de preceptores que llenasen este empleo. Acción noble, rasgo de liberalidad poco imitable y que llevará á la posteridad la memoria del varón de misericordia, que dió un ejemplo de humanidad que no se repite muchas veces. Tenemos á la vista la carta contestación al gobierno, en que signifi- ca su gratitud por este donativo, que confiesa muy superior á su mé- rito, y en que da oportunamente documentos de desinterés, tan nece- sario en los funcionarios públicos. El oro, decía Horacio (1), más poderoso que el rayo, trastorna, y derriba las murallas más sólidas. Quizá ésta fué la sentencia que, grabada en su corazón, le inspiró el desprendimiento de este principio de corrupción, que pudiera viciar su integridad, y tuvo la dulce complacencia de ocurrir con sus inte- reses á la urgencia de los pueblos antes que disfrutar de ellos con peligro de su honor y mengua de la justicia. ¡Ohl Tarija, Jujuy, Tu- cumán y Santiago del Estero, mientras abriguen en su seno senti- mientos de gratitud, consagrarán sus lágrimas á la memoria de un hombre que les ha dejado los rastros más sensibles de su caridad y de su amor.
Pero hagámonos presentes por unos momentos al último de su vida. Rodeemos el lecho del dolor en que exhaló su.s últimos suspi- ros. ¿Qué espectáculo se nos presenta á los ojos? ¿Hominem mollibus
(1) Lib. 3» oda 2».
vestitum? ¿Divisamos allí los vestigios de su ambición en la abundan- cia en que muere? ¿Vemos en él uno de aquellos varones de las ri- quezas, viri divitiarum, que duerme su último sueflo, y nada hallan después de lo que atesoraron en los excesos de su sórdida avaricia? (1). lAyl ¡Qué al contrariol Habia dicho una verdad, repitiendo lo que el profeta de Idumea; Desnudo salí del vientre de mi madre y des- nado vuelvo a la tierra, de que fui formado (2). Sepa todo el mundo, pues es insto que lo sepa para honor de la virtud y de este virtuoso americano que supo cultivarla, que después de probar en campaña los amargos resabios de la escasez extrema de la indigencia míis cruel, ha- bría bajado á la tumba en brazos de la miseria, á no haber hallado asilo en los sentimientos que inspiran la carne y sangre, siendo acreedor de justicia á una gruesa cantidad de sus sueldos, que su delicadeza jamás le permitió reclamar. ¿Qué idea pues no da de si un corazón tan magnánimo, tan generoso y tan desinteresado? ¿De qué virtudes no es susceptible una alma tan llena de humanidad? ¿Y cuál seria el fondo de su religión, fecundo manantial que las produce? Tenda- mos otra vez la vista por el cuadro de sus acciones públicas; ellas nos ahorrarán el trabajo de descubrirla.
Dado á la luz por unos padres que recibieron en herencia de sus mayores menos los bienes de fortuna que los sentimientos de reli- gión, él entró en parte de esta misma herencia, recibiendo eu la leche con que lo alimentaron, el jugo de la vei-dad, y aquel germen de pro- pensiones cristianas que se desarrolla en los progresos de la edad, crece con la instrucción y se robustece con el ejemplo. No tuvo la desgracia de traer su origen de unos padres que reduciendo los debe- res de la religión á los que prescribe la hombría de bien, según el mundo, lejos de negociar la salvación de sus hijos, negocian su ruina y prostitución. Así es que no vió en ellos los síntomas de una vida enteramente mundana ó meramente política, ni aquel lenguaje falaz de la concupiscencia, que sorprende á la juventud menos incauta. No oyó de sus labios aquellas bufonadas impías, aquellas conversaciones escandalosas que hacen la sal de las sociedades del siglo; pero que según la escritura de la verdad, corrompen las buenas costumbres (3), irritan las pasiones de la juventud, la domestican con el vicio, y la animan y estimulan á sacudir el dulce yugo de la vergüenza y de la fé. ¿Qué esperáis de estos principios? ¿Qué frutos debo dar este
(1) Psalm. 75 V 6.
(2) Job I V. 21.
(3) 8. Pab. I ad. Corint 15 v. 33.
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arbolillo plantado en el seno de nna familia que supo regarlo con las aguas saludables de una doctrinn y nutrirlo con ejemplos de religión y de piedad? ¿Será con el tiempo uno de aquellos necios que á pesar de los más irresistibles convencimientos, digan en su corazón: no hay Dios? (1) ¿Será uno de aquellos desvergonzados jóvenes, que si por casualidad lo confiesan, no es el Dios que los apóstoles predicaron á las naciones, sino un Dios, que ellos se fingen á medida de su antojo, un Dios materia, violentado como un autómata, por una fatal necesi- dad á todo cuanto liace; ó un Dios espirita, pero sin providencia, que abandona al hombre, obras de sus manos, á su propia conducta, sin prescribirle leyes ni exigir de su dependencia homenaje alguno, antes mira con la misma indiferencia el incienso que la ciega superstición ofrece á los Ídolos, que el que la religión quema al pié de los altares? ¿Será uno de aquellos nuevos apóstoles de la impiedad, que, no co- nociendo más Dios que la naturaleza, se conforman decididamente con sus deseos, procuran satisfacer todas sus inclinaciones, se dejan arrastrar vilmente de sus groseros apetitos, colocando de este modo la naturaleza sobre el trono del Altisimo, la criatura sobre el Criador, y permitiendo los desórdenes más vergonzosos, como un culto debido á esta extraña divinidad? ¿Será como aquellos espíritus fuertes, para quienes, rotas las barreras del espíritu humano, la revelación, este freno para contener sus excesos, es de un peso intolerable? ¿Espíri- tus, para cuya penetración nada hay sagrado; todo lo quieren com- prender; espíritus que ponen en problema las verdades más incontes- tables, impugnan los primeros principios de las costumbres, y se avanzan á hacer vacilar los fundamentos de la religión, y aun del gobierno político; espíritus, en fin, que á la sombra de ciertos térmi- nos estudiados, ciertas voces brillantes que han inventado — Libertad
DE PENSAR, PROGRESOS DEL ENTENDIMIENTO, LUCES DEL SIGLO — Se to- man la licencia de opinar, decidir y dogmatizar con temeridad sacri- lega, hasta apostárselas á la misma divinidad? (2). ¡Oh! Estaba re- servada para el siglo diez y nueve la aparición de este espantoso cometa, que con su cauda arrastra miserablemente la juventud incau- ta. ¿Será pues el joven Belgrano víctima de sus furias? No hay que temerlo. Las luces que derramó en su entendimiento su educación primera, sabrán sobreponerse á las densas tinieblas que esparcen los apóstatas de la verdad. La antorcha de la religión lo conducirá sin desviarse por las antiguas y trilladas sendas de sus mayores. Vivii'á
(1) Psalm Xni V. I.
(2) NicoL. Jamíu— jIwíWoío cotUm los malos libm.
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contento con la ignorancia de lo que no le es permitido investigar, obediente al precepto del apóstol: non plus sapere quam oported supe- re (1). Asi es que sus obras jamás fueron en contradicción de estas virtudes. ¿Quién oyó de su boca una espresión menos recta relativa íi la creencia de los sagrados misterios? ¿Quién le vió arrojar veneno por sus labios en sarcasmos groseros, invectivas malignas, sátiras mordaces, expresiones ajenas del pudor, para ridiculizar, envilecer y hacer desprecio de la religión que había profesado? ¿Quién le vió faccionarse con esos hombres que tienen el descaro de hacer mérito de sus miserias y alarde de ellas, en los cafés, en las calles y en las plazas; hombres astutos en dar á sus fragilidades el más bello colo- rido, y en vestir á la virtud del ridiculo traje del vicio; espíritus liber- tinos y disolutos, que se ocupan en armar nuevos lazos á la sencillez y al recato, en dar lecciones de incredulidad con sus conversaciones, y ejemplos de irreligión con sus costumbres? ¿Quién le vió hacer estu- dio de esos libros de moda, que por desgracia digna de eterno llanto, infestan'nuestros países, después de haber inundado toda la Europa, sembrados de blasfemias contra la Divinidad, y de vergonzosos y crasos
errores en la moral cristiana? ¿Quién vió en el general Belgrano ?
Pero ¿á qué ejecutar con reconvenciones, cuando de su religión dan testimonio sus ol)ras? El árbol se conoce por sus frutos. Quién tan ciego que no divisó en él aquella adhesión al culto público, expresión auténtica de su fé, y dato inequivocable de su religión? ¿Quién no fué testigo de su asistencia frecuente en los templos á los solemnes y privados sacrificios? y de aquel empeño con que promovió y llevó á cabo varios establecimientos piadosos, tan edificantes á los pueblos, que se llamaron felices al vei'se bajo la protección de sus armas? ¿Quién no admiró aquel celo inflexible con que, como otro Matatías — zelando zelum Dei, castigaba los excesos de los que estaban* á la raya de su inspección y poder, al extremo de sujetarse á pena riguro- sa una palabra obscena é indecente del soldado? ¿Quién no vió aquel tesón con que acostumbró á sus tropas á los ejercicios de devoción y piedad y al desempeño de las obligaciones de cristiano? Celo piado- so, activo, é incansable, que tuvo el glorioso efecto (según la expre- sión de un respetable oficial, que cuenta entre sus mayores honras, el haber militado bajo el inmediato influjo de su virtud y valor) de que su ejército fuese observado por su táctica y disciplina como un ejército de soldados valientes y aguerridos, y por su moderación reli- giosa, como un cuerpo de hombres de instituto piadoso. Asi la en-
(1) Ad. Eom. 12, v, 3,
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vidia, fecunda en imputaciones falsas, jamíis acusará, al general Bel- grana de viles condescendencias, de contemplaciones políticas, de capitulaciones infames con la impiedad y el desorden; y subscribirá k pesar suyo á los elogios de que se hizo digno por el tesón infatigable con que aplicó la segur al árbol del escándalo, hasta arrancarlo del ejército en que había echado altas i'aíces, convencido con el P S. Ci- priano, de que su disimulo con los delincuentes lo haria componer con ellos un cuerpo de pecado: umin faciunt et egentium, et aspicien- tium crimen. ¿En qué país no ha resonado la fama de su piedad re- ligiosa con que tributaba al cielo el homenaje de su gratitud, recono* ciéndolo en sus militares encuentros, por autor único de sus triunfos, y besando la mano que lo humillaba en sus desgracias? ¡Con qué confianza, con qué ternura libraba en las manos de la Reina de los Angeles el feliz éxito de sus empresas, y cuán sensibles pruebas les dió esta Madre de su protección y ampai'o en dos apurados lances en que se vió comprometido su honor, é indecisa la suerte de la América del SudI Salta, Tucumán, vosotros, pueblos afortunados, funestas tumbas del orgullo europeo, si vosotros fuisteis oculares testigos de las victorias de este General americano, también de su piedad y cris- tiana conducta. En vestros templos se postró humillado á rendir gracias á su soberana libertadora, y como á otra Judit más digna de los elogios, que mei'eció la antigua hebrea de los moradores de Betu- lia, le tributó constantemente los suyos, dejando en legado pío á to- dos sus compatriotas este ejemplo de religión que debieran emitar, persuadidos que si Dios no guarda la casa, en vano trabajan los que se afaman en construirla.
Después de esto ya no debe admirarnos que los pasos de este hombre i'eligioso vienen marcados todos con el sello de la moralidad cristiana. Si él fué conducido en brazos de su celo patriótico al inte- rior del Perú á la cabeza de un respetable ejército con el objeto de pro- mover la libertad del pais, auxiliando los pueblos que anhelaban sa- cudir el oneroso yugo que tantos años humillaba su cerviz, fueron precursores de sus marchas su religión y piedad. Los ejércitos en campaña siempre se han mirado en su tránsito como unos torrentes impetuosos que talan los campos y heredades, ó como unas lavas ar- dientes que convierten en ruinas cuanto se opone á su curso. Las tropas del general Belgrano eran mansos y pacíficos ríos, que derra- mando sus aguas por los países por donde corren, dejan por vestigios la prosperidad y la abundancia. Presidían en ellas el orden, la mo- ralidad, el decoro en honor de ellas mismas y del gefe que dignamen-
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te las comandaba. Asi es que atravesaban las provincias como unos viajeros modestos y prudentes, que saben respetar los derechos del suelo donde pisan, que no atacan las propiedades de sus dueños, y compran el pan que se alimentan y aun el agua que beben. Nos contentamos les decían, como los israelitas al rey de Hesebon, con que nos deis paso franco. Por lo demíis, vendednos por nuestro di- nero los víveres y el agua con que hemos de alimentarnos: Alimenta precio hende nobis, nt vescamus: aqunm pecunia trihue, et sic vivemus Tantiim esí nt nohis eoncedas Iransilum. No temáis que nos desviemos del camino que llevamos para inferiros un mal: non decli nábimus neo ad dexteiam, nec ad sinis terrani (1). Asi lo decían, y correspondía el efecto á la palaljra. Si alguna vez la licencia del soldado abrió un flanco funesto á esta conducta invariable, ocurrió luego á cerrarla la rigidez del castigo, dando á entender que con el buen orden de las tro- pas no era compatible la diferencia criminal de su general con los par- ticulares que se atrevían á infringirlo. La irreprehensibilidud de sus costumbres públicas, la severidad de su disciplina, la aplicación ince- sante de su celo, que no le permitía descanso, á pesar de lo débil de su constitución y de graves y habituales dolencias de que se sintió aquejado, la actividad de su genio, que lo bilocaba, para esplicarnos así, y lo presentaba casi un momento mismo en la tienda de sus ofi- ciales, en el cuartel del soldado, en los puestos de guardia, en el cuerpo de sus tropas, desplegadas en ciertos puntos para ensayos mi- litares, ó reunidos en los pueblos, en las academias particulares esta- blecidas por su orden para instrucción de oficiales y sargentos, en los hospitales, de noche, de dia, k todas horas, haciéndose todo Argos pa- ra vigilar sobre estos ramos sujetos á su protección y cuidado; hé aquí el origen de la orden admirai)le, que los hizo respetables á las provincias todas, que anhelaban tener en sus distritos unos cuerpos que harían su felicidad, secundarían su fortuna, y borrarían con sus huellas de honor las que otros habían impreso antes de deshotu'a é ignominia. ¡Ay! Sin advertirlo hemos tropezado con esta época fu- nesta. Período vergonzoso, no ocupes una sola página en el abulta- do libi'o de nuestra historia política, y si ocurres alguna vez á nuestra memoria, sólo sea para que resalte con más viveza la gloria, la vir- tud, el decoro del héroe que admiramos, como brilla con más viveza la luz en medio de las tinieblas.
Repetimos, pues, que aquel complejo de cualidades que se reúne rara vez en un sujeto solo, lo puso en actitud de organizar su ejército
(1) Deutenom 2. v. 28.
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y llamar la atención de los más prevenidos en contra de su concepto, hasta producirse on los decorosos términos de que él era el único in- dicado para llevar el pabellón de la libertad al interior del reino. Los pueblos del Perú, penetrados de este mismo sentimiento, que hace tanto honor al general Belgrano, en la urgencia de cimentar un muro que estorbase el paso á los enemigos que atentaban ocuparlo, levantaron la voz, y lo llamaron como á su intento el Mac-,edonio á Pablo: transiens in Macedoniam, adjuva nos (1). El gobierno conoce la necesidad de acceder á los deseos de unos pueblos que se unían á la aspiración común, y reclamaban la presencia de un hombre que él solo valía por mil. El oye el grito imperioso de la patria: ella lo llama, y obedece.
¡Pero, en qué circunstancias! Detengámonos unos momentos, que ellas nos conducen á registrar de nuevo el cuadro de sus virtudes. Había regresado á su nativo suelo de la corte de Londres para donde fué destinado por autoridad suprema á realizar vastos designios, que sólo podían concebirse en el seno de las luces, designios que intenta- ron frustrar la envidia y la mala fé y que despertaron la emulación empeñada en derrocar la confianza que la patria había depositado en su talento, y política; pero á que él supo sobreponerse, escudado en la rectitud de sus intenciones. En aquel talento, en que se consume mas tiempo en adivinarse los pensamientos que en hablarse, no ma- nejó otra arma para desvanecer maquinaciones, que su noble senci- llez, su genio abierto, franco é ingenioso, sin reducir k la clase de misterios sus miras de paz y conveniencia pública y menos usar de travesuras políticas, polilla de la buena fé, y moneda prohibida entre los hombres de bien. Allí fué (ionde invitado á realizar un proyecto, que en aquella época se presentaba al parecer benéfico á la patria, descubrió en su terminación, no sabemos qué de implicado y miste- rioso, y azorado de la vehemencia del celo, soltando las velas á su corazón anclado en su rectitud, sin temer escollos ni peligros, se negó á las insinuaciones y exigencias, en que no divisaba toda la pureza, que era el carácter de sus procedimientos, y salvando lances en que pudieran escollar su honor y su virtud, volvió al seno de su patria á prestar reconocimiento y respectos k la autoridad que entonces regía; pero haciendo ver antes en prueba de su atinada prudencia, que es mucho más desbaratar coaliciones, que concertarlas, desvanecer eu- blados, que congregarlos, precaver desconfianzas, que sembrarlas, y extinguir emulaciones, mucho raás que despertarlas.
(1) Act. Aport. c. 16, v. 9.
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¿Quién no pensaríi que abría con esta sola conducta un profundo cimiento al templo de la gloria? ¡Ali! Kl mundo político es un teatro deleznable y movedizo, donde so mudan con frecuencia las escenas, y donde todo se agita con rapidez por contrarias direcciones. El gene- ral Balgrano, apenas pisa su suelo, ve empeñada por el gobierno la actividad de su celo en una comisión importante, en que en vez de satisfacciones sufrió un amargo contraste, fraguado por la malicia; y cuando su previsión debiera retraerlo do entrar en nuevos servicios, que lejos de merecer gratitud, excitarían rivalidades y enconos; se re- solvió k sacrificar su quietud, y aun su existencia, descubriendo en BU deferencia al precepto otra virtud, que rola entre los demás, daba realces k su mérito: — Su obediencia. Si, su obediencia, que servirá siempre de reproche á la altanería, al orgullo y escandalosa animosi- dad de las que poniendo carteles de su adhesión al orden, lo han per- turbado mil veces, cuando no han podido hacer servir á sus propios intereses los de la patria, á quien dicen han jurado fidelidad. El ge- neral Belgrano, único en esta línea (permítaseme este desahogo á la ingenuidad y á la justicia que onlena dar á cada uno lo que es suyo), tuvo esta virtud por norte de sus operaciones. Sin perder un punto de vista la sentencia del orador romano: obedecemos á la ley para fter libres, hizo instituto de prestarse no solo á cuantas dictó el estado para su estabilidad y mejor rejitnen, sinó á las mínimas insinuaciones de la autoridad suprema. Tan pronto en obedecer como absoluto en mandar, protestaba gustoso á las potestades superiores la misma su- misión que exigía de sus soldados. Asi se vio más de una vez que desnudándose del rango que investía, defirió á los mas duros precep- tos, sin perdonar fatigas, molestas perigrinaciones, extremas escase- ces, miserias inauditas sufridas en ásperos y dilatados caminos á la frente de un ejército que él amaba y cuyos trabajos habría reputado un crimen mirar con indiferencia, viniendo al fin á ser victima sacrifi- cada en las aras de esta virtud tan suya. Ella pues, fué un im- pulso suave, pero demasiado fuerte, que lo ejecutó imperiosamente á abandonar su suelo, y dirigir sus marchas al Tucumán, con el objeto de recibirse del mando de un ejéi-cito que debía reorganizarse para operar con él en el interior del reino. No permitió intervalos en- tre recibir la orden y ejecutarla, sin cpie el desaire que había sufrido su honor defraúdese su obediencia. Aunque sensible á los golpes que le dió la emulación, callaba sus justos resentimientos, luego que dejaba oir la voz imponente de la patria, que lo llamaba en su auxi- lio. Prestarse, cuando la obediencia halaga, es sabroso al amor pro-
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pío; pero es duro é insufrible cuando hiere y lastima. Tales son las circunstancias en que el general Belgrano obedeció sin réplica, y se vió de repente convertido de simple ciudadano, á que le redujo un injusto contrasto, en general en gefe de un ejército, en que libraba la patria su regeneración política. Sea esto dicho en honor de la ver- dad. Tomarlo á su cargo fué lo mismo que entrar un alma en un cuerpo desmembrado y disuelto, darle vida, y ponerlo en aptitud de ejercer con magestad sus funciones. Convencido de que un cuerpo insubordinado á su cabeza seria el mayor de los desórdenes, la mayor contradicción á las leyes, el mayor estorbo para comunicarse el vigor de la cabeza á tos miembros, y en fin, como se explica un sabio eco- nomista, sería un pólipo del corazón político, fué su primer cuidado montar su ejército sobre el pié de una dependencia absoluta de su voz. Segregó de él los miembros que pudieran corromperlo; hizo su- ya la voluntad de los gefes subalternos: les inspiró amor al orden; y los sujetó á su severa y constante disciplina. ¡Oh! Quien podrá arre- batarle esta gloria? Es verdad que no encendió el hacha de la guerra, ni proporcionó laureles á un ejército tan digno de coronarse con ellos. Las circunstancias, que comunmente deciden de los destinos, no permitieron esta satisfacción á. su celo. Pero estacionado en San Miguel de Tucuman, y en ademán de internarse al Perú á dar la loy á un enemigo, que respetó su posición militar, y no se atrevió á in- sultarlo. ¿Cuántos bienes no acarreó á nuestras provincias? ¿Cuántos males no sofocó en su origen?
La emulación, que en su vez usurpa las acciones de la fina polí- tica, para asestar con impunidad sus tiros, se avanzó á reputar inútil y degradante este periodo de su carrera militar; pero los servicios del general Belgrano y las virtudes en que supo cimentarlos, la cubrirán de pudor, aunque sin escarmiento.
Para poner en claro esta verdad, y dar á este digno gefe toda la reputación que pretende menguarle la malicia, no hay más que vol- ver los ojos, al infeliz estado, á que se vió reducida la patria en aque- lla época memorable. Él hará resaltar la importancia de su detención en aquel punto. «Divididas las provincias, desunidos los pueblos, y aun los mismos ciudadasos por unos principios, que si no es dificil analizar, es un deber político ocultar bajo el velo de un silencio reli- gioso; rotos los lazos de la unión social, inutilizados los resortes to- dos para mover la máquina que dió algunos pasos hácia nuestra li- bertad, pero retrogradó sucesivamente al impulso de las pasiones; minada la opinión pública; erigidos los gobiernos sobre bases débiles
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y viciosas; chocados entre si los intereses comunes y particulares de los pueblos, negándose alguno al reconocimiento de una autoridad común que fijase sus deberes, y terminase de un modo imponente sils querellas; en diametral oposición las opiniones; convertidos en dog- mas los principios más distantes del bien común; enervadas las fuer- zas del estado; agotadas las fuentes de la pública prosperidad; para- lizados los arbitrios, para darles un curso conveniente; pujante en gran parte el vicio, y extinguidas las virtudes sociales, ó por no co- nocidas, ó por irreconciliables con el sistema de una libertad mal en- tendida; conducidos, en fin, los pueblos por unos senderos estraños, pero análogos á tan funestos principios, á una espantosa anarquía. . .» En estos precisos términos se esplica el Retlactor del congreso nacio- nal instalado en Tucumán. ¡Qué teatro tan espantoso! ¡Qué situa- ción tan espinosa y tan desagradable! Hé aquí el campo de abrojos, en que pone sus plantas el general Belgrano, á presencia de una asamblea que lo observa, de un enemigo orgulloso que amenaza dis- putarle el terreno, que aun presentaba vestigios de su antigua humi- llación, de rivales poderosos que minaban su concepto, y que llevaban con agrio su preferencia para el empleo que ocupaba. Nada de esto le intimida. Como no aprendió entre los azares del juego á sufrir los caprichos de la suerte y las variedades de la vida, sino en los amar- gos lances que ésta le había presentado en los empleos y comisiones que obtuvo, cuidó de no temer lo que estaba acostumbrado á esperar. A todo se expuso, se dió á todo, menos al terror que debían inspirar- le circunstancias tan tristes. ¡Ah! ¿Por qué pretendemos deslumhrar- nos? ¿Por qué queremos cubrir de sombras el resplandor que hiere nuestros ojos? Pueblos de Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago, Rioja, Catamarca, Córdoba, y todas sus comprensiones ¿qué papel hubierais representado en la tragedia de que iba á ser teatro funesto vuestro suelo, si el general Belgrano y sus disciplinadas tropas no hubieran inspirado desde lejos á los enemigos, un favor á que no pudieran so- breponerse? ¿Cómo hubiérais puesto diques al torrente que iba á derramarse sobre vosotros, en que se hubiera anegado vuestra suerte si él no hubiera sido el dique insuperable al empuje de sus aguas? ¿Quién os hubiera librado de las garras del León, que se precipitaba ya sobre la presa, que irritaba su voracidad, si este nuevo Hércules no les hubiera mostrado, aunque en distancia, la invencible maza de su autoridad y poder para arruinarla? Digamos más, pues nada di- remos, de que no puedan salir de garantes los pueblos mismos. En el dislocamiento de las provincias todas, en la efervescencia de las pa-
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siones atizadas por el encono y el orgullo, en el reclamo de soñados derechos, parte de una razón delirante, en el ardor de las aspiracio- nes fomentadas por la invidia, en el choque de las autoridades, en- carnizado por intereses que en nada respetan al bien común; en este laberinto en que amenazaba perderse para siempre la felicidad á que aspiraban, el general Belgrano fué el que encendió la antorcha para entrar por sus confusas sendas, sin temor de extraviarse; fué el The- seo que dió muerte al Minotauro de la discordia civil, y domó el ge- nio altanero de los díscolos, aquel genio que en el retrete de sus almas engendra en ellos el misterio de sus antipatías y aversiones, de sus arrebatadas conmociones, de sus precipitados furores contra el orden. ¿A qné grado de respectabilidad no elevó al soberano Con- greso Nacional, haciendo obedecer sus providencias, dirigidas todas á unir los pueblos, que por una fatalidad habían desenlazado los vín- culos de la unidad, pero sin romperlos; confesaban la autoridad, pe- ro sin obedecerla; rehuían el yugo de la subordinación, pero sin sacu- dirlo? Tiempos difíciles y escabrosos, en que el general Belgrano, este hombre de orden y de rectitud, justificó esta verdad: que el celo vigoroso é inflexible precave los progresos del mal, cuando el celo tolerante y contemplativo los promueve. Sordo á los gritos de los patronos de la humanidad mal entendida, persiguió el desorvlen con ardoroso empeño y excarraentó á los malvados, convencido de que si en exasperar los espíritus hay peligro, se arriesga todo en contem- plarlos.
|0h! Como el profeta Jeremías maldijo el primer día de su vida (1),'^ deberíamos llenar de imprecaciones aquel en que adoptamos la funesta máxima de librar al tiempo el castigo de los males, dejando entretanto quejosa la justicia, ilusorias las leyes y triunfante el vicio, con desdoro de la virtud, vergüenza de la razón, descrédito de la au- toridad, inminente peligro del estado é impugnidad de los perversos. ¡Cielos! ¡Cuándo amanecerá el día en que se abran las puertas del templo de la justicia, se depositen las llaves en manos de la razón y sólo las maneje el recto celo! Este debía llamarse por antonomasia, el día de la América del Sud, que nos traería desde lejos, como un dón precioso, la oliva de la paz y el laurel de la victoria. ¡Gran Belgra- no! Cerraste los ojos, sin que ellos viesen este día grande, término de RUS aspiraciones; pero dejaste en el curso arreglado de sus acciones cristianas una semilla de rectitud y justicia, que brotará y dará en tiempo el gigante árbol de nuestra felicidad.
¡Con cuánto ardor no la promovió este digno americano, desdo
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que la patria libró h su celo este importante encargo! Si nos fuese per- mitido dilatarnos masen seguir meimdamente sus pasos en su carrera militar y política ¡cuántas virtudes descubririamos relativas á este glorioso objeto! Veríamos en la alternativa de sucesos favorables y adversos con que la suerte quizo probar su constancia, un héroe due- ño de un corazón, á quien nunca engrió la gloria, nunca abatió la desgracia, nunca la varia fortuna pudo hacerle vacilar, y desviarlo un solo instante del serio, irrevocable propósito de hacer servir sus ta- lentos, sus industrias, su política, su opinión, sus fuerzas físicas y morales en bien de toda la América. Veríamos que hecho muchas veces el blanco de los tiros injustos de la capciocidad empeñada en derrocar los cimientos de su honor, se mostró insensible y superior á los viles artificios de sus émulos, y les dió en su desprecio lecciones de generosidad y de paciencia cristiana, mucho más cuando ahogando en su pecho los frecuentes desaires que le proporcionaron sus negras combinaciones, se prestó siempre al servicio de su patria, como si ésta hubiera coronado sus esfuerzos. Cualidad singular que admiran todos, pero que imitan pocos. Veríamos en la secreta corresponden- cia con la autoridad suprema, vaciado su corazón en protexta de sus rectas intenciones, haciéndolas presente los abusos que retardaban el progreso de la causa común, clamando por el remedio de ciertas en- fermedades, que afectaban el cuerpo militar y político, resistiendo proyectos ligeramente meditados, no entrando por partidos difíciles de llevar al término de lo justo, descubriendo maquinaciones infa- mes, y proporcionando medios y modos de deshacerlas. Veríamos en él un corazón que jamás quemó inciensos en el templo de la fortuna, que nunca dobló la rodilla al ídolo del favor; que abrigaba un odio eterno á la vil adulación, accesible solamente al mérito y al honor. Verdad es, y es justo confesarlo, que fué sorprendido alguna vez, y que repartió favores, y depositó confianza en sujetos indignos de esta honrada preferencia; pero ¿á quién no engaña el vicio cuando se pre- senta con el rostro de la virtud? Hay hombres, que sus pasos en la ca- rrera de la maldad son un tegido, una tela de trama y de ardides, que ponen mañosamente, para no ser conocidos, sobre los ojos más linces. Veríamos, en fin, un hombre cuya alma noble y bien comple- xionada fué insensible á los accesos de la envidia, pasión vergonzosa y degradante, pero que el mundo político ha colocado en el rol de las virtudes, para clasificar sus efectos y darles el mismo nombre. El general Belgrano recibió en su suerte un alma generosa, que jamás adoleció de pasiones tan viles. Asi es que cuando los triunfos de sus
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compañeros de armas eran un tortor durísimo para los que elevados á su rango no habían tenido parte en ellos; cuando la negra envidia mojaba la pluma en sangre para criticar con la mordacidad más acre las brillantes acciones de los que han trabajado y trabajan con crédi- to en pro de la sagrada causa; sólo él hacía resonar en los pueblos el clarín do la fama, á que son acreedores, é infundía en sus tropas una nol)le emulación, avivando en ellas con las ajenas glorias el deseo de adquirirlas por las sendas del honor j la virtud. General San Martin: tu nombre está grabado en la memoria de los hal)itantes de S;in Mi- guel-de Tucumán: porque prevalecerá á las injurias del tiempo y á las frialdades de un ••riminal olvido, un monumento erigido en aquel pueblo por el general Belgrano pura eternizar tus triunfos.
Al \er pues un hombre inmoble como si á él se lo hubiese ilicho lo que el joven profetn: Daniel Snt in finido tío: es devir, inmoble, y como insensil)le al resplandor de la gloria, al golpe de las desgracias, á los azares de la suerte, á los tiros de la vil emulación, que fueron para él saetas débiles de párvulos, Saqiiae iMrvulorum,í\\ suave mur- murio de las alabanzas, á los asaltos de la envidia, á los retoques del orgullo y ambición, al aliciente de las riquezas, á, las molestias de la escasez y la miseria; nos vemos obligados á pensar, sin temor de excedernos, que el cielo le concedió por gracia, anchura de corazón, semejante con la proporción debida al que le cupo en suerte al más sabio de los reyes: dedit Deus Salomovi latitudiiiem Cordis (1). A un hombre de esta importancia difícilmente se subroga. Su falta ha dejado un vacio enorme en la patria, porque siempre será cierto que se reputará abundantemente poblada, cuando uno solo virtuoso y pru- dente habite en ella: nb uno sensato inhabitabitur patria (2). Su falta, si, lo repetimos, y sus funestos efectos arrancarán á la emulación más terca la ingenua confesión que no pudo el amor á la verdad. Ah. ¡Patria! Entretanto que este hombre de virtudes, de religión y de honor tenía en sus manos el extremo de la cadena de oro que enlazaba y unía tus comunes intereses, tú eras verdaderamente patria, centro de las dulces esperanzas de tus hijos, que veían próximo el término de sus ansias. Pero faltó tu apoyo, tu columna, la base de tu existen- cia, y has dado un vaivén escandaloso. ¿Es esta una verdad, ó exa- jeraraos? A fé que no lo decimos en los confines del Norte, ó en los desiertos de Nitria. Nos explicamos de este modo á presencia de unos pueblos, tristes expectadores de la profunda herida que ha
(1) Lib. 3. Eeg. c 4. v. 29.
(2) Ecclesiast. c. 16. v. 5.
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abierto á la patria este contraste funesto. |Inmortal Belgrano! Si él recuerda con gloria tu existencia, y coloca en tus sienes una corona de honor, también arrasa de lágrimas los ojos de sus virtuosos hijos. Te ausentastes de nosotros; te siguieron tus virtudes; pero nos dejas- tes en herencia tus ejemplos, para precaver con su imitación las ulte- riores desgracias que amenazan á la patria: et iste quiáem vita decessit non solum juvenibus sed et universae jentí exemplum virtudis derelin- quens. Y también de valor y fortaleza: et fortitudinis.
Proposición segunda
Cuando la posteridad, haciendo justicia al valor, intrepidez y animosidades no comunes del general Belgrano, recuerde los datos que ha dejado de estas cualidades brillantes; cuando vuelva sus ojos imparciales' á los lugares que fueron teatro de sus acciones gloriosas, cuanda vea en los fastos de la América del Sud el nombre de este general, que tantos dias de gozo supo dar á su afligida patria en los períodos más tristes de su peligrosa marcha al templo de la libertad; cuando lea allí mismo que él fué el apóstol que plantó y el Apólo que regó con sus sudores la semilla de este bien en la distante pro- vincia del Paraguay, y el vencedor en San Miguel y en Salta, donde levantó un muro que nunca han podido derribar las huestes enemigas, pai'a abrirse paso al país, a cuya conquista anhelaban; cuando trai- ga á la memoria los inmensos trabajos, los inminentes peligros que arrostró con ánimo varonil, llamando á bis puertas de la muerte, y entrando por ella iiiunhas veces sin temor de encontrarla, ó resuelto á caer bajo los filos de su cruel guadaña; cuando se le agolpen estos memora1)les sucesos, que entonces hicieron su honor y gloria, y des- pués su fama y su nombre eterno; habrá de persuadirse que el gene- ral Belgrano fué otro joven hijo del anciano Isai, que desde niño bus- có entre los Osos y Leones ocasión de ejercitar su valor, adiestrarse á no temer los peligros, y anteponer á su vida la satisfacción del triunfo; ó que oi'iundo de los gigantes que atentaron osados la con- quista del cielo, había heredado sus animosidades. Esta ilusión no hubiera rebajado una línea k su mérito; pero lo realza más el haberlo ' él formado erapesando por donde otros lo consuman, sin haberse en- sayado para adquirirlo, y sin haber recibido en la sangre el germen de su valor. No vió en sus ascendientes héroes que hubieran escul- pido su nombre con la punta de la espada en los mármoles y bron- ces, ni llegó á su noticia que tíñese alguna vez los campos de Marte la sangre de sus mayores. Además de que nacido en la época de la
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paz. en un país en que las espadas, instrumentos antes de su desola- ción, se habían convertido en rejas de arados para cultivar sus tie- rras, y las lanzas enhoces para recojer sus mieses; no vió en él aquellos estímulos que agitan la juventud para aspirar á la gloria por la brillante carrera de las armas.
Su primera inclinación fomentada por sus progenitores, su genio suave y placentero, su ánimo poco exaltado, su trato dulce y apaci- ble, su aplicación á la carrera de las letras (que cultivó hasta alcan- zar un grado en leyes, y recibirse de abogado en la chancilleria de Valladolid), su pasión por la lectura de los buenos libros, ejercicio que enjendra el deseo del retiro, el amor á la quietud y el gusto de enriquecerse de bellos pensamientos, de selectas noticias, y hacer su único caudal del cúmulo de conocimientos útiles á la vida; ninguno de estos dotes con que lo adornó naturaleza, ofrecía la idea de un co- razón que abrigase la mívs remota tendencia al ruidoso estrépito de las armas. Quizá en la famosa lid en que Marte y Minerva se dis' putan con la más noble ambición la preferencia, esta deidad cauti- vó entóneos con sus bellos encantos su espíritu pacífico, cuando aque- lla derramó en su seno semillas de valor, que brotaron en sus mayores años. Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que en el momento que entró la patria en el glorioso empeño de hechar por tierra los omi- nosos Goliades, que enristraban sus lanzas é insultaban su decoro, apareció este David, dando en sus primeros ensayos las muestras de su animosidad, y haciendo ver su aptitud para defender su pueblo. Tal fué que los que admiraron los primeros pasos en la carrera que empezaba, le vieron también crecer de día en día, y manifestarse su- perior á su misma actividad: David proficiens, et semper se ipso robus- tior (1). De las quietudes silenciosas del bufete se trasladó al tumulto de las armas, y sin dejar su genio pacífico, y tranquilo, se hizo, digá- moslo asi, de otro genio ardiente y brioso, ofreciendo de este modo á la expectación de sus conciudadanos el hermoso contraste en que templado el genio para el genio, engendró en su corazón aquel valor frío, aquella presencia de ánimo en los mayores peligros, aquella re- solución imperturbable que forma el carácter de los grandes genera- les, y que decidió siempre en sus empresas. Apelemos á los hechos.
A este fin trasladémosnos otra vez á los montuosos campos de la provincia del Paraguay, en que resonará constantemente el eco de su nombre, para recordar á aquellos naturales que al general Belgra- no debieron la primera centella de libertad que prendió en sus pe-
(1) Eeg. 2. 0. V, 1.
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chos. Si nos fuese permitido usar del bello apólogo, de que tantas veces con superior motivo usa el profeta rey en muchos de sus sal- mos, cómprometeriamos á los árboles y ríos, á los elem(!ntos todos, intachables expectadores de su animosidad en los aciagos lances en que se vió como aislada su esperanza, á que nos diesen un detalle circunstanciado de sus heroicas impetuosidades. Éstos, insensibles, haciéndole la justicia, que le escasean arbitrariamente sus semejan- tes, fijarían vuestra atención sobre las sangrientas huellas que estampó en el suelo de aquella vasta provincia, para sostener el honor de sus armas y desempeñar la honrosa comisión que ñó la patria á su talen- to y valor. Nos dirían, señalando los despojos de su arrojo militar: hé aquí el dilatado espacio, la ruta de sus marchas, y en ella los rastros de su intrépido denuedo, que se dejan observar en las espesas montañas por donde con extraordinarios esfuerzos se abrió camino, obstruido hasta entonces á toda humana planta; en los incultos pá- ramos, donde la naturaleza próvida, pero demasiado estéril en su auxilio, le negó alguna vez el socorro preciso para sus tropas, ñeles compañeras de sus gloriosos trabajos, sin que por esto trepidase un momento su constancia; en los caudalosos ríos, cuyas corrientes, no debiendo dividirse al imperio de su voz, se concillaban respeto y un aire de magestad soberbia, capaz de imponer á cualquier corazón menos varonil que el suyo. Hé aquí, añadiría el pueblo de Candela- ria, situado á las márgenes del magi^stuoso y rápido Paraná, testigo de la atrevida resolución de vadearlo de un modo y por unos medios resei'vanos á la industria de un general que aliaba en los apuros mil recursos en el fondo de sus luces, y animosidad bastante para apro- vecharse de ellos; y testigo también de aquel arresto de tres bravos oficiales con sólo siete soldados, que revestidos del mismo valor que su esforzado jefe, que conmnicaba á todos sus marciales alientos, de- sembarcai'on á vista, y bajo el fuego de los cañones del ejército ene- migo acampado en la opuesta orilla, y presentaron batalla con una intrepidez digna de otra oposición más sostenida, logrando por fruto de su arrojo la ignominiosa fuga de aquellos provincianos, la toma de una bandera, y toda la artillería con algunas municiones. Acción heroica, que algún día más despejado de las nubes, que levanta la contradicción al mérito, se cantará de un modo capaz de eternizarla.
Nos dirían: éste es el célebre Paraguay, lugar en que teniendo á la vista el general Bclgrano un numeroso ejército, entusiasmado con la engañosa idea de que la religión y su defensa lo empeñaba en un combate, previno el ánimo de sus jefes subalternos, que presagiaba
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prudentemente adversos á sus decididas intenciones, y superior al miedo que debia sobrocojerlo, viéndose inferior en fuerzas y elemen- tos para acometer con éxito, después de alentar á sus tropas, cual otro Macabeo: no os intimide su muchedumbre, ni temáis su vigoroso encuentro: Ne timueritis multitudinem eorum, et impetum eonm ne fortnidetis (1), dió órdenes de ataque, destacando un corto número de sus soldados, y quedando con el resto aun más escaso para último refugio de un desgraciado evento, que él debia suponer y que quiso antes sufrir que degradar su valor con una retirada intempestiva, que ha- bría añadido grados de animosidad al ejército enemigo. Cuatrocientos hombres, ¿quién podrá creerlo? salieron á desafiar á un numeroso ejér- cito de paraguayos, que cantaban la victoria, antes de conseguirla. Arrojo al parecer temerario, pero forzoso, para sostener el decoro de las armas. Él tuvo por glorioso efecto la precipida fuga del general es- pañol, de su mayor general, de toda su infantería, que abandonando el puesto azorada, se refugió en los inmediatos bosques, dejando en ma- nos de la nuestra todos los carros de municiones de boca y guerra y par- te de su botín. Esta acción habría terminado la contienda con gloria de la patria, honor de sus valientes tropas y del digno jefe que presidía en sus resoluciones. Pero la voz de un cobarde basta. No tire- mos lincas transversales sobre el cuadro de sus triunfos. Los huma- nos son siempre esclavos de imprevistas circunstancias, y ellas jamás podrán rebajar el mérito de sus acciones gloriosas.
Nos dirían, en fin, provocando nuestro asombro: estas son las márgenes del famoso Tacuary, cuyas corrientes dieron dificultoso y arriesgado tránsito al general Belgrano, que obligado á suspender sus marchas por el ocurso de más de tres mil hombre, que vadeando el torente por otro paso excusado, le salieron al frente, se advirtió en nuevos apurados empeños, y en las críticas circunstancias de mo- rir ó de vencer. Encendido el fuego y seguido con viveza de parte á parte, cayó desgraciadamente en manos del enemigo la vidisión de su mayor general, que cubría el flanco derecho. — No desmaya su valor. Se le envía un parlamentario á intimarle que se rinda á discreción, con la amenaza de ser pasado á cuchillo con el resto de sus tropas. No se intimida su ánimo. Las desgracias lo estimulan, las amenazas lo irritan. Contesta pues provocando á un combate decisivo. El ene- migo avanza inmediatamente, y él se prepara á rechazarlo, ciento treinta y cinco bravos, que le acompañan y hacen todo su lucido ejér- cito, son las fuerzas que le opone. ¡Ohl Gloria eterna á su entereza
(1) Lib. I. Mac. 0. 4. v. 8.
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y valor. Avanzan hasta ponerse bajo los fuegos del ejército enemi- go, y haciendo los suyos con la mayor viveza, logran recostarlos á los bosques inmediatos, donde volvió en sí de la sorpresa que le cau- só el atrevimiento, y desnuedo de las tropas de la patria. Este solo heeho es una completa apología de la animosidad é intrepidez de su corazón. Porque ¿qué hemos de decir, al verlo empeñado en la ac- ción más arriesgada que con dificultad puede evadir la nota de teme- raria, y de que sólo puede salvarlo su ardor extraordinario? ¿Qué hemos de decir al ver que abandonado á su mismo corazón, á quien ciento y treinta soldados, aunque hubieran sido los gigantes de la fábula, no podían vitalizar, á presencia de numerosas tropas, que lo insultan con firmeza, vota decididamente por su muerte, y vuelto á uno de sus enemigos que poseído de estupor miraba, y admiraba su resolución y aliento: vamos, le dice, vadnos á ellos, lo mismo es morir de cuarenta años, que de sesenta! ¿Qué hemos de decir, pues, que sea un elogio digno de su frío valor? Que hizo en punto menor lo que Alejan- dro el grande, si no con mayor brío, quizá con más peligro. La muer- te, que fué funesto el despojo de esta sangrienta lucha, y que cebó su voracidad, aun más que en la suya, en las tropas enemigas, respetó á este hijo de la victoria, reservado á otras empresas. Una entrevista que tuvo con su general en jefe, y una capitulación honrosa, que re- portó por efecto de su vigorosa resistencia, fué un triunfo en las cir- cunstancias, y el primer golpe que se dió oportunamente para que- brantar el yugo que tantos años gravitaba sobre el cuello de aquella vasta pi-ovincia. Si el evento es alguna vez capaz de justificar las avanzadas resoluciones, éste es el que graduará de acertada y á todas luces prudente la del general Belgrano; y será también una lección práctica á los que le sucedan para tomar partido en los apuros que comprometen al honor, y decidirse á ser víctima primero que perderlo. Habrá, no obstante, quienes rehusen estudiarla, no queriendo hacer de las fábulas, modelos de su valor. Pero felizmente abonan estos heroicos hechos, oculares testigos, que no tienen interés en abultar- los. Ellos á la verdad se objetan increíbles á la reflexión más adver- tida. Y esto, que sube de punto su intrepidez militar, hace ver sin equivocación que si hay Alejandros que con inferiores fuerzas se atrevan á desafiar á poderosos Daríos, hay también quien reproduzca sus animosidades.
Más, ¿quién podrá persuadirse que éstos no fueron sino ensayos y reseñas de su valor? Las ciudades de Salta y San Miguel de Tu- cumán eran los teatros destinados para llamar la atención de los in-
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crédulos, y hacerles entender que los Camilos y Aristides, los Leóni- das y Pausanias, los Scipiones y Aníbales no pueden envanecerse de ser solos en la generosa resolución de comprar á precio de su sangre las glorias de su patria. Infllamado el ánimo del general Belgrano con la memoria de estos héroes, modelos de valor, se hizo admirar reproduciendo sus brillantes acciones en los apurados lances en que tuvo que provocar á la muerte, que apostada día y noche parece ha- bía colgado sobre su cabeza su funesta guadaña, acechando el mo- mento oportuno para segarlo. ¡San Miguel del Tucumán! ¿Cómo se borrarán de tu memoria aquellos días fatales en que se presentaron á tu vista los horizontes todos ocupados de un nublado espantoso que habiendo descargado en la ciudad de Salta, amenazaba desplomarse sobre tus habitantes y anegar el país en un-torrente de males, siendo el máximo de todos tu humillante esclavitud? Jamás oirás sin indig- nación el nombre de aquel desnaturalizado americano que, bien ha- llado entre el ruido de las cadenas que arrastraron sus padres, tomó el vil empeño de hacerte gemir bajo su enorme peso, forzar tu liber- tad, y obligarte á doblar la rodilla ante el ídolo que detestabas. Aunque habías dicho en tu corazón, non serviam, no, no rendiré ho- menaje al injusto opresor de mis derechos, ellos iban á ser conculca- dos, prostituida tu más noble aspiración, fijando en tu suelo el pen- dón de tu ignominia. Tú viste con horror, abierto á tus piés, este profundo abismo, en que se hundirían forzosamente tu honor y tu esperanza. Objeto en aquel momento de la expectación de los pue- blos en quienes iba á refluir tu abatimiento ó tu gloria, resonó en tus oídos aquella voz seductiva que los enviados de Antioco dirigie- ron al valiente Matatías, que se resistió constante á sacrificar en Modín, á quemar incienso en aras menos puras. Llega tú la prime- ra, cumple el mandato del rey, como lo han hecho todas las gentes que quedan á la espalda; Accede prior, et. facjussum regis, sicut fece- runt omnes jentes, et viri Juda. Él te contará siempre entre las ciu- dades fieles y amigas de su imperio; te colmará do riquezas é inesti- mables, dones; er'/s tu inter amicos liegis, et amplificatus auro, et argento, et numeribas muHis (1). ¡Promesa halagüeñal pero que me- reció la respuesta que recibieron de Matatías los enviados del tirano: aunque todos obedezcan al rey Antioco, nosotros no daremos oídos á sus palabras pérfidas: El si omnea gentes Regi Antiocho obediuunt,. . . . non audiemus verba \Regis (2). Repulsa digna de un pueblo que jamás
(1) Mac. I. c. 2. V. 18.
(2) Ibid. w. 19. 22.
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dió un paso atrás en la marcha al templo de la gloria. Pero ¿en quién confias, ó pueblo generoso? ¿en qué manos libras tu defensa y libertad, do un enemigo orgulloso y atrevido, que no admite medio entre tu humillación ó tu exterminio? ¿Qué oposición intentas hacer á unas tropas ergidas con sus triunfos, ambiciosas de gloria y que les parece ver atravesar por los aires el carro de la victoria, precursor de la que cuentan reportar de un pueblo sin fortificación, sin baluartes, sin torres de que cuelguen broqueles para armar los fuertes en bata- lla? ¿Quién es el valiente que dé la cara al enemigo y se prometa un
triunfo? |0h! Judas fortis viribus á jeventute sua ipse aget be.
llum populi (1). El general Belgrano, este Macabeo ilustre, grande en valor desde su juventud, éste es el destinado por la providencia para burlar los esfuerzos de los que aspiran á imponerte la ley, y do- blar tu esclavitud* El cubrirá de confusión á unos hombres nacidos para ser el oprobio y el escándalo de su país, instrumentos viles de un terco despotismo y que llevarán hasta el sepulcro la marca de su ignominia. El excarmentará su insolente atrevimiento y les hará ver que est Deus in Israel, que hay un Dios imparcial que proteje la jus- ticia y ampara la inocencia. En efecto; en los apuros del pueblo, que sufre de cerca los insultos de los incircuncisos, nos parece oir al im- pávido Belgrano, que se reconviene con las mismas expresiones que el ilustre Matatías: v<z mihi! \Ay de mil ¿He nacido para ver la ruina de mi pueblo? ?Natus sum videre contritionem populi tnei? ¿Me entre- garé á una inacción delincuente, cuando va á ser presa de sus fieros enemigos? Et sedere illic, cum datur in manibus inimicorum? (2). Re- convención vehemente, rayo disparado del seno de su honor, que hie- re su corazón sensible, lo alarma, lo ejecuta. Semejante al león cuando se dispone al avance, da una mirada magestuosa á las tropas que se acercan, y vuelto á las suyas que alienta con su presencia: es- forzaos, les dice, esforzaos, hijos míos, y obrad con el valor que os es propio: vos ergo filiis confortamini et viriliter agite (3). Entre tanto, inaduit se lorica sicut gigas, se vistió de coraza como un gigante, se guarneció de armar para combatir, y cubrió lo.s reales con su espada (4). Campo de las Carreras, que tantas veces presentastes á los pa- cíficos habitantes del pueblo de San Miguel de Tucumán el divertido espectáculo de dos generosos brutos, que descendiendo á la arena traban la porfiada lid, en que ponen á prueba su aliento y velocidad
(1) Macb. 1. c. 2. V. 66.
(2) Macb. 1. c. 2. v. 7.
(3) Macb. I. c. 2. 64.
(4) IWd. c. 3. V. 3».
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en la carrera que emprenden; presto te verás convertido en campo de sangre, donde en un combate duro y peligroso comprarás á precio de ella el laurel de la victoria. Fué un hecho. El ejército que no igno- raba la desventaja de las tropas de la patria, recientemente reunidas, que afectaba tener en poco á sü digno general, que se había abierto paso hasta aquel punto con gloria; presentó batalla con seguridad del éxito. Acometer y triunfar eran sinónimos en el dialecto de su vanidad y orgullo. El bravo Belgrano, reuniendo todo su espíritu, como disipado antes en los diversos objetos que ocuparon su aten- ción,, apenas se vió á menos de tiro de cañón del enemigo, ordena se desplifiguen por su izquierda tres columnas de infantería, única evo- lución en que habían podido ensayarse en tres días anteriores; corto período para adiestrar su valor, marchando entre tanto la caballería en batalla con menos disciplina, pero con igual aliento. Hé aquí el momento ci-ítico de los inauditos esfuerzos, de las resoluciones intré- pidas, del acaloramiento vivo y sostenido de este gefe empeñado en una acción, cuyo resultado dió tanta gloria á la patria, infundió tan- to pavor á sus porfiados rivales, y extinguió en ellos la esperanza de uncirla al carro de su dominación despótica. ¿Cómo es posible se- guirlo en los varios pncuentros que sufrió su tropa invadida por di- versos puntos á la vez, desorganizada y siempre en peligro de su des- greño, que pusiese en manos del enemigo el triunfo? No entremos, pues, en los pormenores de este porfiado combate, que es difícil de- tallar. El hecho es que trocada la suerte siempre inconstante de las armas á la xiva, voz de este general intrépido, que despreciaba los peligros, se sobreponía á los riesgos y se presentaba á la muerte con el mismo rostro que miraría la corona de sus triunfos, se apoderó el miedo del ejército enemigo; entró el desorden en sus disciplinadas tropas, y cayeron bajo los filos del alfange exterininador los tiranos. Un viva la patria, cuyos ecos hicieron impresión en la masa de aque- llos pérfidos invasores, fué un trueno que amilanó sus fuerzas, y una fuga vergonzosa el término de su arrogancia estúpida. Et repulsi
sunt inimici p'roe timore ejus et directa est salus in manu ejus (1).
¡Día veinticuatro de Septiembre! dia señalado en los fastos de la Amé- rica del SudI Jamás ocurrirás á la memoria de sus dignos hijos, sin que se agolpen las acciones de valor, que desde entonces han hecho respetable y acreedor á los mayores elogios el nombre del general Belgrano. — Tucumán cantó el triunfo: sus ecos resonarán en los pue- blos; y Buenos Aires, principal admirador de este gran suceso, lo
(1) Macb. L c 3. V. 6.
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cantará incesantemente, mientras abrigue en su seno patriotas im- parciales, que hagan justicia al mérito de sns hijos. Este desempeño militar, glorioso por todas sus circunstancias, es por sí solo otro do- cumento intachable de la intrepidez de un hombre, que no entró en esta arriesgada acción confiado en la multitud de sus tropas, menos en su destreza y pericia militar. Ellas en su mayor número eran reclu- tas arregladas en unos pocos momentos, afectados, sí, del amor á su país, del deseo de su libertad, y del ódio mortal al despotismo. Pero cuíin cierto es que no está el vencer vinculado al número del ejército sino al valor y fortaleza que deposita el cielo en los héroes que des- tina para triunfo! Non iii muUiiudine excersitua victoria belli, sed de ceoalo fortitudo est (1). El enemigo experimentó en su derrota esta verdad, pero no sacó de ella el fruto del excarmiento. Su tenacidad orgullosa dió al general Belgrano ocasión á añadir un laurel más á sus sienes.
Sí: poseídos de un terror pánico, que dió alas al resto de sus tro- pas, sin volver el rostro al campo de su ignominia, huyó despavorido á abrigarse en la ciudad de Salta: pensando desde alli imponer á su vencedor en Tucumán. Pero le hizo traición miserablemente su con- fianza. No había cerrado el general Belgrano la cláusula á sus vic- torias. Los enemigos vinieron á insultar su valor á San Miguel, él tira á buscarlos oficiosamente á Salta; y en ambas posiciones serán victima y trofeo de su valiente esfuerzo: Persecutus est iniquos pers-
crutans eos qui conturbabant populum suum (2). Semejante al
Macabeo, fuerte desde su juventud, cuyo valor reproducía, salvando peligros y venciendo dificultades, se presentó con su ejército en las cercanías de Salta, por donde menos podía esperarlo el enemigo, y agitado de aquella bravura militar, que hace fuego y no levanta lla- ma, dió disposiciones prontas y ejecutivas á pesar de torrentes de agua que enviaba el cielo, opuesto al parecer á sus designios. De una en otra vino á la última de un ataque general, en que empeñado su honor, insumió el tiempo de tres horas y media, tiñó de sangre el campo, la plaza y calles de la ciudad, y obligó al enemigo tenaz y endurecido, á ceder el honor de las armas y del triunfo. No hacemos una historia, sino un elogio del general vencedor. Pero en aquel caso era de seguir sus pasos, desde que se presentó en el campo de Casta- ñares, y empezó desde aquel punto á hacerse espectable al general vencido, que presagió en su sorpresa su derrota. Le veríamos con
(1) Macb. I. c. 3. V. 9.
(2) Maob. I. c. 3. V. 5.
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un valor propio de su corazón resuelto y animoso, arengar á sus tro- pas, comunicarle su espíritu, exortales con velieinencia á anteponer la libertad á la independencia vil, el honor á la ignominia, la gloria de triunfar á la vergüenza de ser presa de un tirano, la muerte misma al onimoso yugo de la esclavitud. Le veríamos entrar por las calles de Salta, impenetrables á otro ejército que el suyo, con la misma impa- videz que á la sala de un convite, llevando en su frente despejada y serena, escrito el lema que fué siempre su divisa: Morir, ó vencer. Le veríames exponerse á las balas en consorcio de sus bravos oficiales, y soldados, que tanto honor dieron á su valiente gefe, sin afectarse un momento de aquella timidez vergonzosa que embaraza el áni- mo, sobrecoje la razón, amilana el espíritu y paraliza las mejores ocurrencias en el calor del combate. Le veríamos acudir con la pre- visión más acertada á los impli.;ados lances, en que tantas veces fluc- túa la esperanza del triunfo, frustrando las atinadas disposiciones del enemigo, y asustándolo con la frialdad de su valor iuitrépido. Le veríamos desentenderse de una irrupción violenta de su sangre que lo puso muy cerca de los momentos últimos de su vida, por darse todo al ardoroso empeño de concluir con gloria una acción que iba á poner el sello á su valor militar y á la libertad de los pue- blos que todo lo esperaban de su actividad y celo. Le veríamos dar cuartel generosamente á los rendidos, sin interesarse en humillantes diferencias, que fomentan el orgullo del que vence y doblan la aflic- ción á los vencidos. Le veríamos aprovecharse de la victoria hasta donde le permitieron las circunstancias, que sólo las penetra quien las palpa y se acomoda á ellas prudentemente, prestando oídos á los dictámenes de un juicio resto, y cerrándolos á la insulsa crítica de los necios, dispuestos siempre á descargar el golpe de su vara censoria
sin tino y sin objeto. Le venamos Pero contentémonos con la
mención rápida de este triunfo glorioso; y después de acordarlo á los justos apreciadores del mérito, dejemos á su corazón el oficio y cui- dado de ponderarle y concluir su pintura. Permítasenos, si, repro- ducir aquí el elogio, que dispensó á este valiente jefe y á sus aguerri- das tropas el presidente del soberano poder legislativo, que contestando de un modo digno de su augusta representación al gobernador de la provincia, que le consagraba á sus respetos las banderas rendidas del ejército enemigo, y en ellas un testimonio auténtico del triunfo, se explicó asi á presencia de un pueblo expectador de esta magnífica ce- remonia: «Esas banderas que presentáis á la asamblea general cons- «tituyente de los pueblos libres de las Provinciaa Unidas del Rio de
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«la Plata,, es una seílal evidente de la completa victoria que han obte- «nido las armas de la patria, arrancándolas de las manos de loa ene- amigos de la América, on la memorable jornada de veinte de febrero, «bajo la conducta de vuestro hijo el general Belgrano: Congratulaos «de tener un hijo (jue hace un ornamento al suelo en que ha nacido». Hé aquí en estas pocas palabras el elogio más completo de su mérito.
Jornadas Vilcapugio y Ayouna ¿nos obligaréis á interrumpirlo? Desgraciadas acciones, que tanta materia disteis de placer á la vil emulación ¿desfiguraréis el cuadro de las que dieron honor al general Belgrano? ¡Ah! El hombre es tanto más grande en las desgracias, cuando no cede á su peso, cuando ellas no lisonjean su recto amor k la gloria. En los héroes, que se arrogan injustamente este nombre, las calamidades extinguen luego aquel fuego, que encendido en ellos á soplos de una fortuna próspera, no es el que anima á las almas no- bles y sublimes, á los heroicos defensores de la patria en sus peligros y que les sirve de apoyo en sus mismas desgracias. El general Bel- grano aprendió en la escuela de los infortunios públicos, á endurecer su corazón, hasta hacerlo superior á las visicitudes de las cosas hu- manas. Triunfando, manifestó su valor, y batido en el campo de Marte, áun que lo abandonó la fortuna, no lo desamparó su corazón. Asi es que ambaá suertes han servido de taller para formar su grande alma, y para darnos en él aquel genio singular pue debe presidir en las empresas de los destinados para fijar la felicidad y gloria de los estados. No eclipsó, pues, la que adquirió, vencedor, el contraste de vencido. Cuando la Providencia no aliga el éxito de las batallas al valor de los ejércitos, todo se resiste el de un general: en quien po- nen su confianza. Ni la esta.úón oportuna elegida con produncia, ni la pericia y táctica de sus tropas, ni el misterioso secreto de sus mar- chas, ni el sistema premeditado de sus ataques; nada lleva al fin, na- da conduce á un éxito favorable. Todas estas disposiciones anuncia- ban en Vilcapugio un triunfo. Pero lo arrebataron de las manos de los vencedores en Tucumán y Salta, acontecimientos, que no están al alcance de la industria y del valor,y caen bajo otro orden superior, de que no puede sustraerse la cautela del hombre. ¿Desmayará el general Belgrano al golpe de este infortunio? Nada menos. El fué una piedra de toqué que descubrió más los quilates de su ánimo varonil. Cede á la suerte del momento, y semejante ai León que ruge en la caza, se retiró á asecharla, reconcentrando su aliento y comunicándolo á sus tropas que se reunieron en macha. A nuestros oidos llegó la enérgica proclama, parto de su valor intrépido, que desde aquel lugar dirige á sus soldados
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dispersos, viva voz con que reanima su constancia, enciende el fuego de sus pechos, y los dispone á un nuevo ataque, que si no les prepara lau- reles y coronas á lo menos sirva de un testimonio auténtico de que ha sabido buscarlos por las sendas del honor, y de que abrigaba en su seno un corazón en que jamás se anidó la cobardía. Asi es que otro menos resuelto habría sido presa del miedo vergonzoso, y equi- vocándolo con la prudencia, virtud favorita de los tímidos, habría creído en su derrota el fin de su carrera. El general Belgrano, dueño siempre de si mismo, veía en sus contrastes un nuevo estimulo á su valor, é insensible á los golpes de la suerte, de ellos mismos hacia escala para mayores empresas.
Esta satisfacción le era sobrada á un jefe, que apesar de sus gigantes esfuerzos, no tuvo asalariada la Aáctoria, ni la tuvieron siempre los Pompellos, Aníbales y Scipiones, sin que por eso sus nom- bres dejen de leerse con admiración en las páginas que enriquecie- ron sus triunfos. ¡Campos de Ayouma! Vosotros que presentasteis otra vez al Alto Perú la escena de Vilcapugio, fuisteis también admi- radores imparciales de la enfTgía de este valiente jefe que tuvo inde- cisa muchas horas la victoria, y á medio abrir las puertas del templo augusto de Jano. ¡Oh! ¡á qué precio tan subido vendió á sus enemi- gos el triunfo de .su derrotal Ellos mismos hicieron el más cumplido elogio del valor de unas tropas que jamás hubieran desplegado sin la presencia de su digno general, que parece repartía por grados el aliento á todos los subalternos. Su triunfante retirada, salvando lo me- jor de su ejército, fué una prueba de su ánimo inpertérrito, y de un pecho, á quien no imponían los reveses de la fortuna, capaz en el momento de quedar pendiente sin el menor subsidio de un clavo de su rueda.
¿Qué añadiremos á estos documentos de su heroica fortaleza? Si nos atrevemos á decir, que á su valor debió el estado el principio de su tranquilidad pública, y la suspensión de aquel flujo y reflujo de acontecimientos que le hicieron gustar tantas veces la hiél de los dis- gustos. Si añadimos que su integridad severa, é imponente domó el orgullo de los empeñados en levantar en el seno mismo de los pue- blos el Idolo funesto de la discordia, oráculo infernal que ha presa- giado su ruina. Si nos avanzamos á reconocer en su vigorosa reso- lución el origen de la gloria de la patria, el ascenso á la cumbre del honor, á que aspiraba, y la llave maestra que le abrió las puertas para entrar al templo de la fama; |ohI este modo de esplicarnos so- narla en los oidos de los obstinados perseguidores del mérito, como
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un atrevido insulto á la verdad, que sólo puedo fraguarse en una ima- ginación recalentada á soplos de una pasión violenta. ¿Pero, hay mks que librar h las pruebas el ascenso? ¿Cuánto tiempo no sufrieron las provincias de esta parte de América la dependencia indirecta de la dominación de Ultramar, aun después de negarle sus respetos? ¿Cuím- to tiempo no vieron llamear en la fortaleza la bandera española, in- dicante nada equívoco de la sumisa obediencia que rendían h su an- tiguo dueño? ¿Cuánto tiempo no tuvieron en expectación las naciones del globo, fiando á las lentitudes de una negociación tímida y miste- riosa, el último decisivo golpe al carro del despotismo, á que estuvo por trfis siglos uncida toda la América? ¿Cuánto tiempo no ahogaron en su pecho los habitantes de estos dilatados países los ardientes vo- tos, los vivos deseos de ver figurar á su patria, y entrar en el rol de las primeras naciones del mundo conocido? ¿Cuánto tiempo no lison- jearon las esperanzas de la Península, de aprovecharse de un momen- to favorable para reasumir su antigua dominación y castigar nuestro noble atrevimiento, momento que divisaban en nuestra irresolución para declararnos libres? Reunidos los pueblos por medio de sus di- putados en San Miguel de Tucumán para terminar este máximo ne- gocio, objeto de la aspiración común, cuyo retardo ponía en prueba la paciencia y despertaba recelos, ¿cuántas consideraciones, cuántos obstáculos, cuántas contradicciones intestinas, que dilaceraban el cuerpo político y rompían la unión que debía servir de base á este gigante edificio, no retardaban y hacían difícil su construcción? ¿Cuán- to fué la consternación de aquella asamblea, depositarla del poder y confianza de los pueblos, cuando circunspecta y detenida en descubrir los cimientos, sobre que debía elevarlo, sólo advirtió un suelo move- diso, que se pulverizaba al choque de vientos encontrados que no es- taba á sus alcances calmar?
iBelgranol Tu memoria nos es grata, cuando recordando las de- licadas y espinosas circunstancias, que impedían dar la última mano á una obra empezada con ardor, y suspensa por desgracia, nos parece que vuelve á nosotros aquel memorable día en que animado tu celo de un fu(ígo que se cebaba en las dificultades y hallaba su pábulo en los peligros, te presentarte en la sala del congreso soberano, y como si llevaras en una mano el destino de la América, y en la otra el po- der de las provincias para obrar en su favor, con noble sencillez, úni- co idioma de que debe usar un representante político, á quien no le está bien envolver en misterios la verdad, expusiste la conveniencia y necesidad de la pronta declaración de la independencia del país, y
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las consecuencias fatales de la demora de este bien, de este honor k que anhelaba. Con nerviosa elocuencia, avivada por el celo, hizo aquella impresión que es propia en unos ánimos despuestos á dar este día de gloria á la América del Sud; y desponiondo la timidez y recelo, prudentes en las circunstancias, se revistieron de aquelhi energía y alentada resolución, que es el alma en las gigantes empresas, y que supo infundirles la valentía de tu espíritu. En ella solo hallaron la base que echaban menos para cimentar una obra de este taniaño. Tú la einpesaste, sin que fueran capacesjde arredrar tu valor las melancó- licas ideas que se agolpaban á vista del porfiado sacudimiento de los elementos todos, que conspiraban á la ruina de los pueblos, cuyos hechos estaban en contradición con sus deseos. ¡Honor eterno á tu vigor y aliento!
Conciudadanos, ¿lo desconoceremos todavía? ¿Será preciso discu- rrir otra vez por todos los períodos de su vida, entrar con más interés en el pormenor de todas sus acciones, penetrar el escondido retrete de su pecho, para registrar allí y tocar con las manos (permítaseme esta expresión) el germen de su valor, de ese valor noble en sus miras, tranquilo en los mayores peligros, segnro en los, consejos, superior en los arbitrios, resuelto en las ocasiones, y constante en las desgra- cias? Una rápida ojeada sobre todos sus pasos, descubre sin equivo- cación estas prendas, sin fijar la reflexión en los sucesos remarcables que acabamos de exponer. Pues que, ¿no arguUe un corazón lleno dej animosidad, emprender la carrera de las armas cargando desde el principio con las responsabilidades, que gravarían el ánimo de los proyectos"en ella? Se vió transformado de repente en general en jefe de un ejército, salvando los grados y ejercicios militares, que son la escuela en que se adquieren los conocimientos para tan alto y delica- do empleo. No es una grandeza de ánimo estar á la cabeza de tro- pas numerosas y aguerridas, en quienes descargaba sin cesar los ímpetus de su celo, el golpe de su justicia y el rigor de su exacta disciplina, sin temer el escandaloso reproche, que pudieron hacerle sufrir instigadas de la indigencia, de la hambre, de la desnudez, y que estuvieron casi siempre condenadas, reproche de que solo pudo eximirlo el ascendiente que le habían dado el respeto, el amor y la pasión á un jefe que tomaba parte en sus miserias y se desvivía por sublevarla.s? No es valentía y superioridad de espíritu resolverse á entrar en varios y complicados proyectos, dirigidos todos[al bien ge- neral del pais, acechado siempre de rivales poderosos, que emulaban sus extraordinarios desempeños, urdían tramas á su honor, desfigura-
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bnn sus hechos, ficriminaban sus más sencillas acciones, mofaban sus virtudes y estaban siempre dispuestos <'i arrebatai-le la gloria que po- dían darle sus triunfos? ¿No es intrepidez exponerse á graves é inmi- nentes peligros en los dilatados viajes, que no rehusó emprender en prosecución de la margarita preciosa, con que deseaba enriquecer su país, y cuyo hallazgo hará su felicidad? La provincia del Norte lo vió dos veces en su seno; dos las provincias interiores: una la corto del Janeiro, y otra la de Londres, dejando en todos los pueblos hue- llas visibles de su virtud y de su animosidad. En unos insultado con la indigna propuesta de ser infiel á su patria; en otros atropellado y puesto en vergonzosa prisión, y en todos expuesto á ser el juguete de la suerte siempre voltaria é inconstante. No fué un electo de su áni- mo varonil Pero no nos hagamos interminables. Estos *y otros
que la policía dicta cubrir con el velo del silencio, son datos inequi- vocables de su valor, cuya constancia nos releva de la obligación de prueba. Estos son también unas verdades, que la moderación y ge- nerosidad del héroe que elogiamos no permitieron asomasen á los la- bios de los interesados en sus glorias queriendo dar en el vencimien- to de si mismo la más luminosa prueba de la» superioridad de su espíritu y nobleza de su corazón. Los que atenten ofuscarlas con imputaciones, que han querido contar entre los misterios de su fina política, desmienten la opinión pública, la clara voz de la fama, que ha hecho volar su nombre más allá de los mares, donde le hacen jus- ticia con arreglo á su gigante mérito. Seamos, pues, imparciales, y tomemos una parte principal en los elogios de un ciudadano que bajo todos respectos ha dado honor al país en que ha nacido, presen- tándose adornado de aquellas cualidades, que en sentir de San Cle- mente Alejandrino, constituyen á un héroe verdaderamente magnáni- mo.— Valiente espíritu, corazón grande, liberalidad generosa: magni et excelsi animi species sunt ingens spiritus, magnitudo animi, et libe- ralitas (1).
Pero este hombre tan benemérito de la patria, al fin ha muerto por- que era hombre. La muerte, que arrostró tantas veces, y que supo respetarlo; la muerte, que vió día y noche delante de sus ojos, levanta- da siempre su esqueletada mano, para descargar el golpe. La muer- te hizo presa de su vida, y arrebató á la patria este importante ciudadano, dejándola envuelta en lágrimas y luto: á esta patria que él tantas veces supo vestir de gloria. Péro no sorprendió su corazón. La vió venir con aquel mismo valor que antes la había buscado, y
(1) S. Cleu. Ales., lib. 7. stromt. circa médium.
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lejos de intimidarle su aspecto, dió ensanches á su espíritu, que can- sado de suírir los caprichos de la suerte, vió en el fin de sus dias el principio de su descanso. Apenas sus dolencias le intimaron el fallo decisivo, desaparecieron para él los dictados, que condecoraban su persona, y solo presentó á la expectación pública el titulo de cristia- no. Como tal, cerró los ojos á lo perect»dero y contentible, y los abrió para ver de cerca la eternidad. Bendito sea Dios, repetía de continuo anegado en sollozos, yo debí morir, ¡cuántas veces! penetrado de una hala, ó á los filos de una espada; pero benéfico el cielo, me ha dispensado momentos que yo debo aprovechar. ¡Oh! ¡qué bien supo aprovecharlos! Como si su corazón jamíis hubiera estado envuelto en otras ideas que las que le rodeaban en el lecho de su dolor, se re- conceníró en si mismo, é insensible á las ilusiones de una vana espe- ranza, se persuadió firmemente que era llegado el momento de cora- parecer ante el tribunal incorrupto del juez de vivos y muertos, en cuya presencia no hay viviente que pueda justificarse, y tx'ató desde luego de prevenir su juicio, juzgándose antes á si mismo. Estimula- do de su dolor, y tirado <le la cadena de sus remordimientos, se pos- tra á los pies de un' ministro de .Jesucristo, que él libremente elige, desabrocha su pecho, abre los senos de su conciencia, confiesa sus fragilidades, más con lágrimas que con palabras, y al paso que se desprende el alma del peso de sus miserias, siente que renace su es- peranza, y nada teme tanto como dejar de ser lo que es, y volver á ser lo que ha sido. Si algo le ha quedado de zozobra á su espíritu, viene á calmarla aquel mismo á quien se había ofendido como hom- bre; había confesado siempre como cristiano. Le adora humillado, lo recibe contrito, protesta públicamente la fé en que ha vivido y quiere morir, y arroja su confianza en los brazos de un Dios que tan- tos testimonios le daba de su bondad. Asi dispuesto, ingresas est viam universos carnis, dejó de existir, y con él un modelo ajustado de vir- tud: golpe fatal, que arrancará siempre lági-imas de los ojos de los patriotas despreocupados y sensatos. ¡Ah! Esta era la oca- sión de apostrofar á la muerte, reconvenirla y provocarla á que
justificase su conducta Pero esto sería insultar la Providencia.
Adoremos sus juicios, que son un abismo insondable á las luces de su moral (1). Así mueren los que convencidos con el apóstol que pasa rápidamente la figura de este mundo (2), viven en él como si no viviesen, ocupados únicamente en llenar la extensión de sus debe-
(1) Paalm. 35. v. 7.
(2) S. Paul. I. ad. corint. 7. v. 31.
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res. Así mueren los que defiriendo á la verdad revelada, creen que hay una alma inmortad, que no acaba junto con el cuerpo de pecado y que nunca han dado oído á ios delirios de los que reputan la eter- nidad en que ella va k sumergirse, una ilusión, un engaño, que han difundido los que quieren tener á los mortales pendientes de su voz, y atados á la cadena durísima de la fé. Asi mueren los que á pesar del tumulto de que viven agitados, no pierden de vista el momento de su fin, y en la calma de las pasiones se acuerdan que hay un Dios k quien temer; una religión sacrosanta, que respetar; unas verdades á que humillar su razón, y una luz inaccesible, á que deben ceder los conocimientos más sublimes. Saludables ideas, de que no pueden substraerse los necios é insensatos filósofos, y que para su confusión y tormento, se agolpan á su espíritu, en el crítico y apurado momen- to de su muerte.
iDios inmortal! Gracias sean dadas á tu paternal bondad, por- que al ilustre difunto que lloramos, quisiste prevenirlo con tu mano poderosa, para que jamás se alistase en las banderas que juran estos tardos y estultos de corazón: jamás anduviese en el consejo de los impíos; jamás se estacionase en el camino de los pecadores públicos; jamás se sentase en la pestilente cátedra de su impiedad (2). Ciuda- danos, compatriotas, que escucháis estas verdades, con que él cultivó su espíritu, id de continuo á recordarlas al sepulcro en que yace. Llevad en vuestra compañía á vuestros hijos, que son los que como él^han de figurar algún día en el teatro de este mundo político, y si alguno se atreve á pisar la losa que cubre sus despojos, detente, de- cidle luego, detente, mira que pisas las cenizas del héroe de tu patria: siste heroem calcas. Recóbrate, y advierte que en esta logobrez silen- ciosa descansa aquel ciudadano que la honró con su conducta, aquel magistrado qne la gobernó con rectitud, aquel militar que la defen- dió con firmeza, aquel patriota que perdió la vida por dársela á la patria, aquel hombre de bien que jamás le hizo traición, a.quel ame- ricano honrado, modelo de virtud y de valor. Aprended todos de él á amarla .sin interés, á servirla sin aspiración, á procurar sus glorias, posponiendo la vuestra, á sacrificar vuestra vida en las aras de la su- ya. Aprende<l á unir la política con la virtud, la cautela con la sen- cillez, la reserva con la verdad, la humanidad con la justicia, la seve- ridad con el agrado, la integridad con la condescencia, la prudencia con el valor, y el amor á la patria con todas las virtudes. Convenceos con su ejemplo, que no hay patria sin unión, no hay unión sin orden,
(1) Psalm. 1». V, 1.
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no hay orden sin subordinación, ni subordinación sin una autoridad imponente que la sostenga, unas leyes sabias que la establezcan, una religión sacrosanta que la apoye. Ved aquí las lecciones que os dió en vida, y las que os dá en los ejemplos que ha dejado de virtud y (le valor: exemplum virtutis, et forlitmlinis derelinquens. No los per- dáis un solo punto de vista. Consagradlo con vuestra imitación. Ella tejerá á vuestras sienes una corona de honor; ella os hará legí- timos herederos de su espíritu; dignos hijos del suelo americano, y ella al fin os pondrá en la senda que conduce derechamente al tem- plo de la inmortalidad y de la gloria.
CARTAS HISTÓRICAS
Fbay Cayetano Rodríguez al Dr. Agustín Molina
Buenos Aires, Mayo 10 de 1812.
Me tocas el punto de la gloriosa Asamblea de que fui in- digno vocal.
Apenas quisimos ser superiores por ocho días, ya les pare- ció que les queríamos arrebatar para siempre la supremacía. — Disol- vatur.
Lo más gracioso es que después han estampado su manifiesto lleno de mentiras y cosas en que ni hemos pensado, para acallar los
gritos del pueblo que brama con semejante hecho
Yo celebro muchísimo la disolución de la Asamblea, porque según los asuntos que pasó el Gobernador para decidirlos, nos habíamos visto amargos: tales eran la imposición de títulos á los pueblos sobre todos los ramos; la supresión de la inquisición (qué te parece?); la aprobación de la independencia de Caracas, para establecer la nues- tra, y otras semejantes, cuya decisión exigían de la Asamblea, y no
querían que ésta fuese superior
Se nos ha acusado de que queríamos levantar el partido de Saa- vedra, y de aquí el pecado imaginario
26 de Junio de 1812.
Procuren por Dios, nombrar un apoderado de ese pueblo, que tenga cabeza y le haga honor. Denle instrucciones completas é in- fúndanle pensamientos liberales para que la mezquindad de ideas no haga bastardear nuestro sistema. Aquí hay unos tontos (bien que pocos, pero tienen manejo) que creen todavía, y lo persuaden, que los pueblos interiores deben ser pupilos de Buenos Aires, y entre ellos no deben mandar sino las bayonetas, haciéndoles entrar por donde quiera la capital. Maldito sea este modo de pensar, tan contrario á
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las ideas que se han desplegado en los papeles públicos y han en- golosinado los pueblos. Nada. Cada pueblo es una parte de la sobe- berania y de todos y cada uno debe arrancarse !a voluntad con que legalice Jas acciones y ulteriores actos del gobierno. Lo demás es una maldad y echará un borrón ignominioso al sistema que se adop- ta.—Por Dios piensen de este modo. Pueyrredón piensa asi por for- tuna nuestra.
Da encanto leer el acta de la independencia de Caracas, fundada en estos principios que ya supongo habrás leído
10 de Diciembre de 1812.
Tú habrás leído mi anaci'eóntica al pasaje del Huaso. ¡Qué sonsera!
Las décimas que me atribuye Belgrano: Da un grito al
Sud, son efectivamente mías. Las hice con motivo de su triunfo, pa- ra romper una loa que se representó al pié de la pii'ámide de la pla- za, en honor de la victoria de Tucumán y del digno gefe que la había alcanzado bajo los auspicios de María
¡Cuánto mo alogro que te ame este hombre! (Belgrano).
Es buen criollo, de talento, de juicio, metido en el sistema con desin- terés; no conoce la felonía y es noble por carácter. Cuanto más lo trates, has de descubrir en él estas bellas cuaUdades. Dios reserva á los hombres para las circunstancias.
Enero 10 de 1813.
La Asamblea se acerca; veremos cuál es su fin y qué go- bierno sanciona. Gritan muchos porque la independencia se declara; otros, temiendo salir del cascarón en que estuvieron siempre metidos, dicen que aun no es tiempo. Este ha de ser un punto de discusión bastante agrio.
Aun Ies parece corto el tiempo de nuestra esclavitud y mucho rango para un pueblo americano el ser libre.
Vamos pues Fernandeando por activa y pasiva, casados con nues- tras malditas habitudes, más arraigadas que el sebo de las tripas
Febrero 10 de 1813. El 31 de Enero se abrió la Asamblea con pompa y magnificencia.
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Abril 9 de 1813.
Corre que suspende la Asamblea sus funciones por dos meses, para dar lugar k los Diputados de los pueblos del Perú á que se reú- nan. Hasta que estén todos no quieren tocar punto alguno de Cons- titución. Me agrada mucho esta deferencia con los pueblos. Este es el modo de afirmar las cosas con buenas bases y poner una barre- ra á los reclamos y resentimientos.
Mayo 10 de 1813.
Se discute fuertemente si ha de rolar la capitalia entre los
pueblos de las Provincias Unidas ó si ha de fijarse capital. No sé en qué quedarán. Muchos piensan que rolen. Todo esto me cuadra, porque van conociendo los derechos de los pueblos y que Buenos Ai- res no se trague á todos.
Noviembre 10 de 1813.
Que viva pues la Patria, eterna viva;
viva también Belgrano,
viva este americano íi quien ella debió no ser cautiva: que siempre sea feliz, siempre señora y de crudos tiranos vencedora.
Febrero 10 de 1814.
San Martín escribe con mucha animosidad, y creo que se hace cargo del ejército por reiterada renuncia de Belgrano. De éste nada sabemos aquí Esperarnos que Díaz Vélez que está al llegar, le- vantará el velo á grandes misterios que aquí se encubren y la curio- sidad de muchos. A éste lo han acribillado aquí con pésimos infor- mes de su conductn. El diablo que los entienda. Chiclana acribilla á Vélez, Ocampo á Belgrano, y éste acusa á Ocampo por abusos. Esto segundo es lo cierto. Pero han dado en que han de poner en zancos á este ente de la Rioja. Ya Nazareth potet aliquid boni scire.
Abril 10 de 1814.
Con que te ha gustado el Metastasio? Le llamas divino: lo me- rece. Creo que merece iguales elogios que el Petrarca tan decanta- do de los italianos. Yo tengo un poetita destinado, para tí, Valdés
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y no te lo he mandado porque ignoro si lo tienes. Dimelo, son tres tomitos; su autor fué amigo intimo del insigne Delio, á quien dirige canciones
Mucho siento también la novedad de Belgrano. Sus ému- los la celebrarán. Pero el tiempo levantará el velo á estas máquinas ocultas. La nobleza de Belgrano no permite fundar sospechas con- tra él. Ya conocerán su falta.
Cada dia que me levanto de cama, echo una maldición a las pa- siones de los hombres que arruinan nuestra patria, persiguiendo á sus mejores hijos. Corre también que viene Fonte preso para acá y Chiclana destorrado á Faraatina. Tú nada me dices y lo supongo falso. No permita Dios que el Tucumán se enrede y todo se lo lleve Satanás
Mayo 26 de 1814.
Ya triunfó nuestra armadilla quedando Montevideo
sin buques, sin marinos, sin puertos, sin auxilio por puerto y mar, y enteramente aislado.
Antes de ayer, vísperas del 25, célebre en nuestros fastos, se arrimaron á Buenos Aires los cuatro buques apresados, que son: la fragata Neptuno, el bergantín San José, la corbeta Paloma y otra corbeta llamada de los Catalanes, con 48 oficiales de mar y tierra y más de 500, todos prisioneros de guerra El mismo dia á la tar- de los desembarcaron á la vista de inmenso pueblo que habia acu- dido á la alameda en el bajo del Fuerte. No te puedo ponderar la emoción universal y alegría de las gentes, la burla de los muchachos, la algazara del huasismo que vinieron en tropel del campo á ser ex- pectadores del triunfo
Predicó Funes, y le entendimos tan poco y tan nada, que
no sabré decirte lo que dijo. Dicen que habló de la ticción del día. Pero como ya este hombre me desagrada, me interesa poco en saber sus cosas
Junio 10 de 1814. La patria es una nueva musa que influye divinamente.
Junio 26 de 1814.
Montevideo se entregó en los días 21, 22 y 23 del corriente
El 23 á las ánimas llegó el primer aviso por un barquillo pequeño que vino al efecto, y ayer de mañana llegaron los partes circunstan-
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ciados, que se anunciaron al alba con repiques de campanas, cañones y mil diabluras de las que inventa el gozo cuando toca en la raya de extraordinario.
Julio 26 de 1814.
Me dices que calla ini musa. No ha callado. He hecho muchísi- mas cosas. Sepulto mi nombre cuanto puedo, porque así conviene en las circunstancias en que me hallo. ¿Cómo puede callarse, cuando hablan las piedras?
Octubre 26 de 1814.
Yo he edificado mi casa sobre la inmóvil piedra de mi retiro, queriendo siquiera en esto parecer sabio y serlo para mí mismo.
Noviembre 26 de 1814.
No andes, por Dios, diseminando mis versos contra europeos. Me han de ahorcar. Respiran venganza por manos, piés y costados. Estoy poniendo en limpio mis borradores y te los enviaré para que aumentes tu colección. Lánguidos ó no, al fin son versos y están en consonancia.
26 de Octubre de 1814.
Parece que nuestras cosas van bien por el Perú, á menos
que Pezuela quiera burlar nuevamente nuestras precauciones, fingien- do retiradas y miedos que no tiene.
Supongo que Rondeau está al cabo de estos ardides, mucho más con lo pasado. Este general no ha llevado á bien la comisión de Al- vear para esos destinos, con desaire de su representación, y me dicen ha escrito á aqui al gobierno, renunciando en tal caso su comando, y de aquí se le responde que en caso de caminar Alvear para el ejérci- to, no irá como general militar, sino como representante del Gobier- no Superior.
No creo que esta salida deslumbre á Rondeau, que aun mantie- ne apesar de su moderación, los sentimientos de la toma de Montevi- deo, cuya gloria le arrebataron. Así ha escrito reservadamente á su mujer (que como tal vomitó por no empacharse) que él no ha de ma- durar peras para que otros se las coman, que una basta y no más. Me añaden que también le dice que 200 leguas antes ha de aiTojarlo para atrás en caso que vaya á tomarse el mando del ejército. No
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permita Dios desavenencias mutuas. Pero yo le hallo razón para sentirse.
Con que nuestras gentes vescilla Regís prodeunt?
He contado aquí la especie á algunos que uniéndola con la ¡dea de Fonte de avistarse con Pezuela, la hallan de mala data. Yo nunca paso ni pasaré por que quieran sucumbir voluntariamente á España. Aquí flamea aún la bandera española en el Fuerte, con rabia univer- sal. Dicen que así conviene porque no somos todavía nación recono- cida por las demás potencias. Pero sellamos dinero, que es raás¿ te- nemos armas de la Patria; hemos quitado de todas partes el busto de Fernando, y otras mil cosas. Ve si puedes salvar esta contradicción.
Diciembre 10 de 1814.
Ahora tres días salió ya Alvear con despacho de capitán
general de las provincias del Perú^hasta el Desaguadero. Va con toda BU familia, muchas provisiones de guerra y algún dinero. Dios quie- ra que orégano sea y que el Perú pase esto, á menos que sea ya ne- gociación concluida con aquellos gefes. Pero me temo un descalabro.
Enero 18 de 1815.
Dile á Moure que Belgrano que ha caminado á Londres, lleva consigo la obra del milenario del Padre Guerra para hacerla impri- mir. Este es tiro hecho.
Buenos Aires, 26 de Abril de 1815.
Gracias á Dios que podemos escribir con regularidad, libres del espionaje eterno de nuestros opresores. Cayó el malchto partido que era forzoso alabar para no ser víctimas.
Oyó Dios los clamores de innumerables infelices que lo eran ba- jo el poder de esos Faraones destinados para el castigo de Buenos Aires y de las provincias americanas del Sur. ¿Cuándo pensaron caer estos demonios en carne? Pero cayeron
Desde la repulsa de Alvear en el Perú, empezó á flaquear el ci- miento del edificio. La representación de aquel ejército hecha á Rondeau, descubrió misterios que ignorábamos y empezamos á atar cabos. Cuando Alvear emprendió viaje al ejército, se despidió aqui hasta Lima, llevando correspondencia para aquella ciudad. Esto alarmó á todos y nos dió á entender había inteligencia con Pezuela. El ejército olió sin duda la cosa y de aquí fueron también sus adver-
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tenciiis. En este intermedio se hizo colocar el mocito de Director Supremo, para llevar adelante sus ideas de dominación, y la Asam- blea compuesta de hombres á su devoción (salvo algunos), entró por esta locura para llorar adelante el partido cuyo corifeo era Alvear. Este desatino fué la última leña que se echó al fuego. Se incendió este pucMo y los circunvecinos. Empezaron á negar necesaTiamente la obediencia, respaldados de la gente de la otra banda, bajo el co- mando do Artigas que la ocupó hasta Santa Fé. Alvear que se veía con 8.000 hombres de tropa, entró en el proyecto de afianzarse, in- vadiendo á sus enemigos. Echó dos bandos horrorosos en que se ponia pena de la vida hasta por respirar contra su persona y sus de- terminaciones, y destacó 2.000 hombres á Arrecifes para contener la montonera que venía sobre nosotros, llamada por este pueblo para parapetar la insurrección (pie se meditaba. Cuando salió este trozo de ese ejército de Buenos Aires, ya había sido testigo del horroroso espectáculo que nos presentó el mocito, colgando en la horca la ma- drugada del (Ha de Rcfurrección, á un misr'rable oficial ¡i quien fusiló ocultamente dos horas antes en la cárcel, sin más causa formada que una acusación clandestina de que seducía las tropas contra él; hecho que indignó á todo el pueblo cuando volvió sobre sí. Con estos an- tecedentes salieron los ejércitos y en Arrecifes los comandantes Igna- cio Alvarez y el coronel Valdcnegvo (quien estuvo á punto de ser colgado) se echaron sobre el general Viana y otros oficiales subalter- nos, y presos los mandaron á una estancia, y en consorcio de los sol- dados negaron la obediencia á Alvear, excitándolo á que dejase el mando ó venían sobre él y el resto de su gente. Al mismo tiempo los cívicos á quienes había quedado encomendada la ciudad por la ausencia de las tropas, acampadas en San Isidro, hicieron movimien- to, y con los pocos fusiles que les habían dejado y 1300 que compra- ron ese mismo dia á los buques ingleses, se armaron para sacudir el yugo y proclamaron la libertad del pueblo. Alvear, que estaba en San Isiíh'O con el resto de las tropas, en vez de entrar en partido y calmar el cielo que se aparataba condensas nubes, se obstinó absolu- tamente y sordo á las re(-otnendaciones amistosas del Cabildo que le convidaba con 1¡> paz, determinó invadir el pueblo y derramar la san- gre de sus hermanos. Con efecto, la noche del Sábado 15 hizo mo- vimiento hacia el pueblo; pero una lluvia que fué un diluvio, le atajó los pasos y le dió Ingar para que el Domingo, conocida su iniquidad, se pusieran los cívicos en término de defensa, resueltos á sepultarse antes de entregarse á Alvear. Éste vió al fin su desengaño, obser-
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vando que de hora en hora se le desertaba su oficialidad y soldados y lo iban dejando solo, y aconsejado también por el comodoro inglés, comandante de la fragata Capitana, que salió garante de su vida, entregó el mando y se embarcó con él, donde hasta ahora permanece.
En seguida reasumió el Cabildo si mando del Pueblo, y empezó el ejercicio de su autoridad por la prisión de los compañeros de Al- vear, los Posadas, los Larreas, los Vieites y demás, entrando en la cuenta los canónigos Figueredo, Vidal y nuestro Valentín Gómez, como uno de los primeros papeles.
Se deshizo la Asamblea, y se invitará á los pueblos para un Con- greso General, como es debido, donde convenga y quizá sea en Tucu- mán. Se ha elegido de Gobernador de este pueblo á Rondeau y se le mandó diputación para que se detenga todo el tiempo que él esti- me necesario para concluir su obra del Perú, y después venga como un sujeto, quizás el linico capaz de consolidar la unión de estos pue- blos y quitar recelos que nacen aún de los vastagos que han quedado del árbol corrompido.
Mi discípulo Pérez que llamábamos el Chato, va con los pliegos, junto con el oficial Hortiguera. y hoy mismo salen por la posta. También va Laguna con ellos. Éste te contará menudamente las cosas y te horrorizarás al oír que meditaban nuestra entrega á la Pe- nínsula.
Se ha creado una .Junta de observación que ha trazade el plan para el nuevo Gobierno de las Provincias, cuyos vocales van fii-mados en esa proclama echada por ellos y están arreglando el descuaderno enorme que trajo la ambición y el despotismo. Ah! mi Agustín, qué robos tan enormes, qué injusticias! Qué corrupción de costumbres!
Qué escándalos en los mismos gobernantes y dependientes! En
las cartas que me pillaron iba mucho de esto, porque ya me rebosa- ba. Yo no sé cómo no me han ahorcado.
Mayo 18 de 1815.
El célebre Monteagudo, cuando se revolucionó ahora dos
años contra el Gobierno, en compañía de los suyos, estampó en una gaceta que cada revolución era un paso á la libertad. Supongo que si es amant^ de ella se habrá aplicado el cuento; y todos los demás siguen en la prisión. Se les está formando las causas, que estoy vien- do no sé por qué fatalidad, son interminables. En fin todo se podrá sufrir, como no vuelvan á mandarnos el Notario célebre que nos in-
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terceptó las cartas, quien llamándose viejo é inocente, echa la culpa á sus secretarios. Éstos dan cuenta imaginaria.
Todos son santos y mi capa no parece. So ha calculado por los papeles que se encuentran de Aduana y Secretaría, que han entrado al erario desde el primer 35 de Mayo, 20 millones, .sin lo que liabia pasado por alto en mano de tanto lobo. Ya podíamos haber funda- do un imperio y estamos al principio.
Al pobre de nuestro Valentín aun no le han tomado confesión; nada aparece contra él en materia de abusos y sólo se le acumula hasta ahora el haber influido visitando á Alvear en el campamento para que abocase al pueblo y entrase á sangre y fuego. Si esto, lo que él niega, reconvencido privadamente, se le veriñca, tiene el pobre con si la indignación del pueblo. Ya sufría antes la adversión uni- versal por el concepto común de partidario de la facción y principal influyente de la Asamblea y en los negocios públicos.
Junio 26 de 1815.
Recibí tu carta que empieza por la alabanza de mi oda «Día augusto de la Patria». Tú siempre lees las cosas cuando te levantas do la cama, es decir, con lagañas; cuando la hice me pareció mediana, á pocos días me pareció cualquier cosa, y no quiero leerla más por- que no me dé en rostro. Con que si al autor, que por lo común se apasiona de sus producciones, le asienta tal mal su obra, qué diremos de los demás
Junio 26 de 1815.
No se puede abrir el libro de nuestra revolución sin llorar en cada página. Qué pueblos tan estúpidos, tan tontos, tan exóticos en sus pensamientos! Ya ves las ideas liberales que ha desplegado Buenos Aires en consecuencia del sacudimiento último de los tiranos. Apesar, pues, de esto, se duda, se ataca vergonzosamente su buena fé y se hace sistema de separarse de sus ideas de unión y consolida- ción de fuerzas pax*a fijar nuestro destino. El inconstante Artigas, que acaba de asegurar con la proclama impresa, junto con el mani- fiesto de este Cabildo, dándanos las mejores esperanzas de unión, ha vuelto á sus antiguas maneras. Ha hecho un congreso en la Banda Oriental, y el gran Córdoba y la sucia Santa Fé se han dignado man- dar á él sus Diputados, para trazar el modo de separarse enteramen- te de esta capital. Se creerá esto? La consecuencia ha sido mandar
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decir Artigas á Buenos Aires que le manden 200.000 pesos, 3.000 fu- siles y cuanto sacó de Montevideo en su rendición.
Ve aquí ya animada la cosa otra vez y descubierto el plan hostil de este hombre terco.
Julio 10 de 181.5.
Ya he averiguado por qué no se publicó tu oda, aunque ha gus- tado y han sentido la casualidad. Te encargaron laureles en ella á Artigas, y como este hombre malo ha vuelto á incitliren sus antiguas - maldades y se ha concitado de nuevo el odio de Buenos Aires, me he alegrado infinito que no se haya impreso: hubiera sido detextada, co- mo ha sido la mía hecha á Alvear, antes de su caída; aunque tú y yo hemos sido suplicados para hacerlas. Nunca hagas laudatorias á su- getos particulares. El que hoy es santo mañana es diablo, y queda uno en descubierto.
.Julio 26 de 1815.
Me alegro que hayas borrado de los cascos de Laguna la
idea de federalismo extemporáneo que nos conduciría á nuestra rui- na. Qué buenos pueblos para contar con ellos en caso necesario!
Además de que el gobierno federativo es débil por su constitu- ción, lo es más con nosotros por nuestras ningunas virtudes. Cons- tituyámonos primero y desjjués pensaremos qué forma de gobierno es adaptada á nuestra situación local, al genio nacional de los habi- tantes, á nuestras relaciones exteriores y al caTácter de la Potencia éi que debemos unirnos, que pueda y deba garantir nuestras resolucio- nes; todo esto debe entrar en el cálculo para fijar la clase de gobier- no que debemos adoptar. Lo demás es loquear sin término y recla- mar derecho.'* para distribuirse en el abuso de ellos.
Septiembre 10 de 1815.
Ahora encuentras mil escollos para que el Congreso sea en Tu- curaán, Y dónde quieres que sea! En Buenos Aires? No sabes que todos se excusan de venir á un pueblo á quien miran como opresor de sus derechos y que aspira á subyugarlos? No sabes que aquí las bayonetas imponen la ley y aterran hasta los pensamientos? No sa- bes que el nombre porteño está odiado en las Provincias Unidas ó desunidas del Ilio de la Plata? ¡Qué avanzamos con un Congreso que no han de presiilir la confianza y buena fé! Si te parece que aqui mismo se desea la reunión en este pueblo, te engañas
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Dices que no hay talentos? Sobran. Yo quisiera mejores cora- zones, buena fé, amor al bien común, unión, virtmles. Esto subroga muy bien á los talentos sublimes, á los grandes ingenios, y reniego de esto cuando falta tQdo aquello
La discusión sacude á los ingenios, y liasla las piedras á golpes echan fuego.
26 de Octubre de 1815.
Corre y ha salido en la Gaceta que Bonaparte está en la
isla de Santa Elena; ya se nos va allegando. De repente ha de apa- recer en América. Quién sab(! si no es el genio que nos prepara la suerte para ñjar destino
(No expresa el raes) 18 de 1815.
Estamos con el sentimiento de la falta de razón en algu- nos pueblos que no quieren entrar en los nacionales partidos que adoptamos. Córdoba y Santa Fé se han enloquecido como sabias. Quieren hacer república aparte con el Paraguay. Por momentos me parece que no somos dignos de constituirnos ni .ser gente. Hacomo muchas locuras, y cuando pensamos con formalidad se levantan nu- blados tan gruesos y ordinarios que deben avergonzarnos.
Se habia determinado que el canónigo Zavaleta, hermano de don Clemente, en compafüa del marqués de Yavi, fuese en comisión á esos pueblos hasta Jujuy á imponerles verbalmente de estos modos de pensar, ya que no lo entienden por escrito. Pero ya á punto de .salir se ha suspendido, no sé por qué.
Julio 10 de 1817.
Estoy misticón apesar de los versos de boleras. Qué quieres que hagal Me los pidieron, y la pasión dominante es terrible.
Pero no están muy colorados. Peores son los tuyos hechos con Moldes, con el vaso en la mano, que son nefandos.
Noviembre 10 de 1817.
Sigue el Congreso. Se ha tratado estos días aquel punto del Reglamento ó Estatuto provisorio, sobre sugetar los cívicos inmedia- tamente al Director, no al Cabildo. Pero han tenido que dejarlo co- mo estaba, porque han presentido un disgusto general en el pueblo,
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que no lleva á bien tanta autoridad en el Poder Ejecutivo, temiendo que despotice
Noviembre 18 de 1817.
Ha aportado á estas playas el célebre Montcagudo. Se ha arro- jado á los piés del Director, pidiendo que lo destine á cualquier parte, con tal que sea en América. Está arrestado en un cuartel.
Mañana se paseará por las plazas como un héroe Ha traído
un libro titulado Los tres meses de América. Su autor es el famoso Deparat, cuyos discursos, estractados de la historia del Congreso de Viena, habrás leído en el Censor en algunos números. Pone por las nubes á nuestra revolución; la hace superior á la de Norte América y dice mil cosas á favor nuestro. Se va á traducir en castellano y darla á la prensa. Andan meditando hacer una medalla de oro con sus respectivos geroglificos y mandarle junto con una carta de ciudadano de las Provincias Unidas.
Lo merece
Diciembre 10 de 1817.
Me preguntas sobre los manifiestos del Congreso. Tot sunt plá- cito quot copita.
El primero en respuesta al papelote de Baltimore es obra de Serrano. Creo que le falta energía y muclias cosas que debía decir. El manifiesto de la independencia se trabajó porMedrano: lo presentó aqui y se despreció. Es porque el estilo era práctico y demasiado su- blime. Se mandó hacer otro á Passo y también se reprobó con frente serena, porque dicen que había hecho un papel jurídico y no un ma- nifiesto. ¿Cómo estará Passitos? Contémplalo. Y luego sale Sáenz con el .suyo de puros hechos y algunos falsos, y ni un derecho que abone nuestra causa; pero éste se aprueba, porque audaces fortuna jurit.
Ks el corre para mi y otros indecentes.
Pero sUentium meum irribi et tibi etiam
Acaba de llegar en un buque un mariscal de campo, Milans de Pons, catalán, con toda su familin, que ha huido de E.spaña porque estaba condenado á muerte por constitucional y compañero del gene- ral Laré qvie fué fusilado por esta causa. Qué españolesi
lia tenido aqui buena acogida.
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Octubre 3 de 1819.
Mucho me desconsuela la indecisión de los médicos acerca de la salud de Belgrano. Yo estoy que aunque la recupere no quedará capaz de empeñarse en dirigir personalmente su ejército. Qué hori- zonte tan feo se me presenta en medio del Perú cuando echando la vista por todas partes, no hallo quien reemplace á Belgrano! Tengo momentos tan aciagos y tristes, que quisiera no existir. Los hom- bres no se desmienten y al fin dan lo que son., y lo sacrifican todo á
sus viles ideas Me han dicho en reserva que hay división en el
ejército, unos por Cruz, otros por Bustos. Pero los dos juntos hacen la mitad de Belgrano.
3 de Diciembre de 1819.
Con que has topado con mis versos? Yo sigo mi protesta
y el cumplimiento de mi voto; y si alguna vez canto será sobre mi patria en luto y desolación. Tan feamente concibo las cosas. Ojalá errara mis cálculos.
Abril 10 de 1820.
En el momento que escribo está mi alma más negra que un car- bón, y maldigo como Job, el momento en que salí al mundo para ver nuestra ignominia. Así es que hasta hablar de esto me roe las tripas, y el alma se me devana cuando pienso en la absoluta dislocación de las cosas, el trastorno de todo el sistema, la anarquía espantosa en que hemos venido á parar, la vergüenza pública á que nos hemos ex- puesto á la faz del mundo entero, y el desamparo y orfandad políti- cas en que nos ha constituido la maldad inaudita de cuatro hombres resentidos. El pueblo de Buenos Aires está convertido en una hoi-da de bandidos, al extremo que es menester que cada casa tenga armas para defenderse de los mismos ciudadanos. Presenta el expectáculo más triste á los ojos sensatos.
Asi está la campaña. Así se van poniemlo los pueblos y todo va á pasar á la i'iltima total disolución. Seremos en breve presa del primero que nos quiera dominar. Han invandido el sagrado depósito del Congreso; las decisiones secretas, las comunicaciones reservadas las han echado á luz por la prensa, comprometiéndonos y compro- metiendo á las naciones que ya comunicaban con nosotros para zan- jar nuestra independencia de un modo el más honroso, etc. En fin, han echo diabluras, y de un golpe han desbaratado el trabajo de diez años de un modo incomponible
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En medio de esto he tenido el placer de nuestro hermano Dá- maso, como me escribes.
Frías también me escribe desde Santiago, aunque no me manda la carta por no exponerla.
Es imponderable el gozo que ha anegado el corazón de mi madre y de toda mi familia; cada uno se dice en los transportes de su ale- gría; inveni oragman qunm perdiderant.
Después de más de veinte años de no tener letra suya y de un espantoso olvido su cara, te parece habrá sido poco el contento de todos?
Con que pillaste mi prevaricato? Y si supieras que lie cometido algunos más ¿qué dirías? Ya te remití los versos del finado Sola, ¿qué quieres que haya?
Los malditos tentadores El corazón La costumbre
La miseria La condescendencia vil, etc., etc. Qué tales estímu- los! Mi enmienda se ha reducido á no hacerlos tan colorados punzo- nes: allá de medio color
Belgrano ha llegado acá há seis días. Está bastante malo:
du lan todos de su salud y aun de su vida. El P. Maestro Guerra también está deshauciado y sacramentado.
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Páginas
Juicio Critico III
Prólolo 1
Capitulo 1 3
Notas del Capitulo 1 1
Capitulo II 13
Notas del Capitulo II 19
Capitulo III 21
Notas del Capitulo III 33
Capitulo IV 35
Notas del Capitulo IV 49
Capitulo V 53
Notas del Capitulo V 79
Epilogo 89
Poesias 91
Poema — Consagrado al solemne sorteo celebrado en la Plaza Mayor de Buenos Aires, pai-a la libertad de los esclavos que
pelearon en su defensa 93
El sueño de Eulalia contado á Flora 96
Oda al augusto dia de la Patria 102
Oda al Brigadier Don Carlos María de Alvear 105
Oda al paso de los Andes y Victoria de Chacabuco. . . . 108
Himno en las fiestas Mayas 110
Himno á la Patria 111
Canción á la memoria del Dr. Mariano Moreno 113
Canción patriótica en celebridad del 25 Mayo de 181"í. . . 114
Canto encomiástico gratulatorio 115
Sonetos en memoria del dia 25 de Mayo de 1810 .... 116
A la memoria de Maipo 118
A una moza muy hablativa 119
A una moza pintora 119
Al partir de Buenos Aires á Tucumán 120
A la ciudad de Buenos Aires. , 120
A la memoria del Dr. D. Mariano Moreno 121
Al Rio de la Plata 121
A Moldes 122
A los colorados 122
ÍNDICE
Páginas
Canción encomiástica al General Don José de San Martin . . 122
Boleras patrióticas 123
Cuento al caso 123
Décimas 12G
El Anzuelo 127
Octava— En el dia que se instaló la Universidad de Bs. Aires . 127
Sermones 129
Sermón de la Natividad de Nuestra Señora 131
Panegírico de San Francisco de Asís y de Santo Domingo de
Guzmán 145
Elogio fúnebre de Belgrano 176
Cartas históricas 221