Digitized by the Internet Archive in 2018 with funding from Princeton Theological Seminary Library

https://archive.org/details/estudios1516unse

EDITORIAL: ' SINDICAL IZACION CAMPESINA”. GEORGES BERNANOS: “EL MUNDO DE MA¬ ÑANA”. PABLO ANTONIO CUADRA: “EN-

f

TRE LA CRUZ Y LA ESPADA”. LUIS FELIPE VIVANCO: “MANUEL MACHADO, EL POETA DE ADELFOS, 1874-1947”. KARL VOSSLER: “POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA”. ROQUE ESTEBAN SCARPA: “LAS ELEGIAS - EL DESOÑADO”. CRISTAL DE LIBRERIA.

LA AGUJA DEL TIEMPO: El porvenir del Hombre Selec¬ ción más o menos natural Delicadeza de sentimientos, o la culpa no es de nadie Lamennais de actualidad Jugando a los soldados ¿Libertad religiosa?

ESTUDIOS

Mensuario de Cultura General

Director:

JAIME EYZAGUIRRE Sub-Director : JULIO PHEL1PPI Casilla 13370 Santiago de Chile

SUSCRIPCION ANUAL EN EL PAIS . $ 85.—

EXTRANJERO . . . Dólares 3.—

NUMERO SUELTO . . . . . $ 8.40

ATRASADO . . 8.—

AÑO XV N9 168

ENERO DE 1947

A LA HORA DE ONCE

ENCONTRARA UD. UN AMBIENTE TRANQUILO Y

AGRADABLE EN

“LA NOVIA”

HUERFANOS ESQ. DE AHUMADA

“SINDICALIZ ACION CAMPESINA” (Editorial),

pág. 3. “EL MUNDO DE MAÑANA”, por Georges Bernanos, pág. 3. “ENTRE LA CRUZ Y LA ES¬ PADA”, por Pablo Antonio Cuadra, pág. 16. MA¬ NUEL MACHADO, EL POETA DE ADELFOS, 1874-1947, por Luis Felipe Vivanco, pág. 32. “LA POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA”, por Karl Vossler, pág. 41. “LAS ELEGIAS - EL DESOÑA¬ DO”, por Roque Esteban Scarpa, pág. 62. CRISTAL DE LIBRERIA, pág. 72.

I*A AGUJA DEL TIEMPO: El porvenir del Hombre, pág1. 64; Selección más o menos natural, pág:. 64; Delicadeza de sen- timientos, o la culpa no es de nadie, pág. 66; Lamennais actualidad, pág. 66; Jugando a los soldados, pág. 67; ¿liber¬ tad religiosa?, pág. 68.

+

168

ENERO DE 1947

Una gran variedad dentro de la calidad más selecta ofrecen nuestras novedades editoriales.

EL ABATE MOLINA, por Januario Espinosa. Trazos agra¬ dables y seguros, que perfilan la personalidad de uno de los pri¬ meros sabios de Chile. Un prólogo de singular riqueza histlórica, escrito por D. Francisco 'Antonio Encina, proclama el triple mé¬ rito de este libro. $ 60. Empastada: $ 100.

LOS HIJOS DEL SOL, por Rafael Emilio Housse. Historia, religión, ideales y costumbres de los indios quichuas del Perú, estudiados y descritos con la reconocida maestría del mismo autor de "Cristo Jesús". Un volumen de Biblioteca "Estrella". $ 70.

ANTOLOGIA POETICA DE RUBEN DARIO. Selección de Norberto Pinilla, realizada con gran acierto en un volumen de Biblioteca "Zig-Zag". Toda la fuerza creadora de Darío se percibe en este libro destinado a iniciar al lector en la poesía del Maestro. $ 10.

ENTRE ESPADAS Y BASQUINAS, por Hermelo Arabena W. A los Colegios Primarios y Secundarios, a las Instituciones Ajt- madas, a los Centros Obreros y a toda persona culta que ame esta tierra, ofrecemos estas Tradiciones Chilenas, fruto de ta¬ lento, de verdad e historia. Un volumen’ de Biblioteca “Estre¬ lla". $ 70.

I,A JORNADA DE LA MUERTE, por Mayne Reíd, Aven¬ turas que galopan en las praderas del oeste de Estados Unidos, entre búfalos, sol y pieles rojas. Un volumen de Colección "La Linterna". $ 10.

POR SALVAR A UNA MUJER, por Dornford Yates. Una aventura que cautiva por la simpatía de sus protagonistas, la alcurnia de los personajes y el ambiente magnífico de la Eu¬ ropa Central, en el cual se desarrolla. Un volumen de Colec¬ ción "Mi Libro". $ 10.

EL PULGAR DEL INGENIERO, por A. C. Doyle. Vuelve el talento del autor a plantear la poderosa interrogante de todas sus narraciones. Un volumen de Colección "La Linterna". $ 10. EL SEGUNDO ABC DE JUAN Y JUANITA, por Amanda Labarca H. El broche de oro de la jornada de tres mesels ini¬ ciada con "El primer abe" y gracias a la cual €£ posible la ini¬ ciación de la lectura y escritura bajo la dirección del maestro, de la madre o de .cualquier adulto. Volumen en rústica: $ 15. Edición de lujo: $ 30.

Precios: en: el exterior calcúlese U.S. $ 0.04 por cada peso chileno.

Despachamos contra reembolso para Chile, sin gastos de franqueo para el comprador. En todas las buenas librerías.

■rnií'r

EMPRESA EDITORA ZIG ZAG, S. A.

Casilla 84-D Santiago de Chile

SINDICALIZACION

CAMPESINA

Los problemas sociales, de por complejos, se oscurecen aún más cuando constituyen el campo de lucha entre intereses políticos inmediatos. Y eso es lo que su¬ cede con la sindicalización campesina.

Encierra esta cuestión, tan debatida hoy día, dos aspectos que es necesario diferenciar: su alcance electoral, y la cuestión de fondo, consistente en la necesidad de incorporar en forma más activa a la 'masa campesina en nuestra vida social. Este doble carácter complica las po¬ siciones que han adoptado frente a la materia los pode¬ rosos grupos en lucLa. Tanto los partidarios como los contrarios a la sindicalización esgrimen razones y ar¬ gumentos en muchos sentidos verdaderos, pero que, por referirse a planos distintos, no se excluyen y son incom¬ pletos. Es ese hecho, precisamente, el que da al asunto el complejo y oscuro carácter que ha tomado.

Enfocada la materia en sus líneas generales, es in¬ dudable que nuestra población campesina no ha sido in¬ corporada aún en la vida social activa. Constituye un sector que, como consecuencia del régimen de inquilinato, de. nuestra extensa geografía y de sus difíciles medios de comunicación, ha llevado un ritmo de evolución social mucho más lento que el obrero de las ciudades. Pero, por otra parte, ese mismo hecho ha permitido conservar muchos valores de gran importancia, herencia de una tradición cristiana. El “huaso" no sabrá todavía de reivindicaciones sociales, de organizaciones de resistencia, de lucha y derechos, pero, en cambio, mantiene una personalidad vigorosa y un buen sentido ya borrados en la masa gris y uniforme del obrero de la gran ciudad.

Frente a este doble hecho, los bandos se agrupan en posiciones intransigentes, que amenazan causar grave daño. El comunismo, por una parte, fiel a su criterio marxista, estima que sólo puede elevarse el nivel del cam¬ pesinado incorporándolo violentamente en la lucha social moderna. No le importan los medios; lo esencial es causar agitación y forzar a los individuos a alinearse en la lucha de clases. Y aquí aparece de manifiesto la fina¬ lidad política inmediata: no interesa el bienestar del obre¬ ro agrícola, lo que importa en su proletarización espiri-

tual y en masa, con el objeto de arrebatar fuerzas elec¬ torales.

Los daños y riesgos de semejante posición saltan a la vista. No se puede, mediante la violencia, recuperar en pocos meses el retardo de muchos años en que se encuen¬ tra un sector social. Intentar hacerlo es criminal, y causa grave injuria tanto al bien común general como al bien particular de los propios interesados. El odio, la violen¬ cia y la lucha a que son lanzadas masas relativamente in¬ capaces, no pueden sino acarrear grandes males.

Pero, por otra parte, los valores positivos que el antiguo inquilinato pueda tener y los daños que acarrea la posición marxista, tampoco justifican por parte de los patrones una actitud intransigente y w cerrada ante los in¬ tentos serios de elevar el nivel de vida de sus operacio¬ nes. El campesinado debe incorporarse a la vida social activa, y lo hará en todo caso, con o sin la voluntad de los patrones. En el primer evento, si hay una com¬ prensión justa y serena de la realidad, se habrán salvado muchos valores fundamentales: en ?1 segundo, sólo se facilitará la aplicación de la tesis marxista.

Fundamental ha sido en la historia contemporánea de todos los pueblos, inclusive Chile, la organización y desarrollo de la clase obrera industrial.' Por desgracia, como consecuencia del cerrado liberalismo imperante en el siglo XIX, ese proceso tomó desde sus comienzos el carácter de lucha de clases y los resultados negativos han sido, entre otros, la total apostasía del proletariado in¬ dustrial.

El fenómeno que se inicia en estos momentos en orden al campesinado chileno tiene el mismo alcance, y sus proyecciones en nuestra historia serán tan graves como la que ha arrojado la evolución el trabajo en la industria.

De la actuación de los patrones depende, en alto grado, que no se repita ese fatal desarrollo y que, al ad¬ quirir el obrero conciencia de sus derechos, no se destru¬ yan, al mismo tiempo, los valores morales en que debe cimentarse la grandeza de nuestra patria. Serenidad, es¬ píritu de justicia y sincera voluntad de cooperar en todo lo que sea positivo y constructivo, permitirá encarar con éxito tan trascendental período.

Pb.

EL MUNDO DE MAÑANA

V

No pretendo, en modo alguno, hablar en nombre de -Fran¬ cia. Tengo la convicción de hablar en nombre» de una gran cantidad de franceses. No esperamos gran cosa del mundo de mañana. Podemos esperar en el mundo de pasado ma¬ ñana. Despreciamos profundamente a los que, no esperando más que -nosotros, hacen, sin embargo, pública profesión de optimismo con el pretexto de que no hay que desanimar a a nadie. ¡Ay!, no se puede mantener la esperanza por me dio de mentiras, como se mantiene la apariencia de prospe¬ ridad económica por medio de la inflación. Toda inflación desemboca tarde o temprano en la quiebra.

El mundo de mañana se parecerá, verosímilmente, al de ayer. Para renovarse tendría que hacer un esfuerzo inmen¬ so, y empezar por romper un sistema de costumbres y pre¬ juicios ^que le permitieron, ‘hasta la víspera de la catástrofe, justificar sus faltas; ahorrándose así el sacrificio y la hu anulación de repararlas antes de que fuera demasiado tarde.

¿Es capaz de semejante esfuerzo un mundo agotado por una guerra de cinco años? La Historia nos responde que no. El agotamiento de la guerra puede actuar al modo de esas abun¬ dantes sangrías gracias a las cuales los alienistas del siglo XyUlI pretendían calmar a los locos furiosos. Pero el mundo se encuentra encarado con problemas tan urgentes de resol- / ver, que no podría permitirse una cura de espera, de calma, de readaptación a los tranquilos trabajos la paz. Necesi¬ ta renovarse, es decir, crear. Destruir y crear. El buen sen¬ tido más simple impide pensar que se pueda exigir nada parecido a un mundo que no solamente acaba de vivir una aventura monstruosa^ desagradable, sino que se metió en ella con inconsciencia, mejor dicho, con la más mala conciencia, experimentando hasta el último momento todos los subterfu¬ gios. todas las mentiras. No creemos que tenga el valor de renovarse. Creemos que hará algo peor qute volver a las antiguas mentiras, que inventará otras nuevas y disfrazará las viejas. Hará la comedia de la revolución, de una revo¬ lución sin riesgos, de una revolución igualitaria en la que el individuo será el que lleve las de perder, pero que refor-

6

GEORGES BBRNANOS

zara aún más el poder del Estado, pues la causa de la igual¬ dad no es la misma que la de la libertad. Hará la comedia de la revolución, arrastrará a ella a las juventudes que no piden otra cosa que dejarse convencer, que ‘hablan y se agi¬ tan mucho sin cambiar de lugar, que se definen en vez de actuar. Francia desconfia del mundo de mañana. No sabrá esperar a que los aconte cimientos justifiquen -esta descon¬ fianza. El mundo de mañana nos da serias razones para pre- ver que no será más que un compromiso. Una vez metida en este compromiso, Francia no sabrá desembarazarse de él, y se perderá en él, sin recurso. Francia piensa dejar esta vez a las Democracias el riesgo y la responsabilidad de las soluciones provisorias. Francia debe reservar el porvenir. Ante el mundo de mañana, deseo que la actitud de Francia no se preste a ningún equívoco demasiado fácil de explotar por los impostores. Deseo que esta actitud sea una actitud de rechazo. *

Este deseo no expresa ningún pesimismo. Reservar el porvenir no es desesperar del porvenir. No hay espectáculo más digno de lástima que el de esas juventudes que se va¬ naglorian de ser optimistas, porque, habiendo perdido en ab- *

soluto el sentido de la acción, creen haber hecho ya mu- cho con decir lo que ellas querían, y, sobre todo, lo que. no querían. Las generaciones que han señalado su lugar en la Historia o mejor, orientado la Historia nunca han for¬ mado programas. Así sucede con todas las fuerzas superio¬ res de la acción es decir, de la creación , comenzando por la creación artística. Un verdadero novelista que empieza un libro, parte a la conquista de lo desconocido, no domina su obra sino en la última página, y su obra le resiste hasta el final como el toro estoqueado ‘que se echa a los pies del ma¬ tador, reluciente de sangre y de espuma. Las generaciones que han hecho grandes cosas, siempre han terminado por hacer cosas que al principio no habían pensado. Desconfío de los ingenuos que tornan al mundo por una pizarra negra sobre la que se escriben fórmulas que, en caso de error, pue¬ den ser borradas con la esponja.

El problema que se plantea hoy en día, no es el problema del orden, o por lo menos, este problema está mal planteado. El problema que se plantea es el problema de la libertad. ¿So¬ brevivirá la libertad a la crisis que acaba de pasar el mundo? ¿Desaparecerá poco a poco de las leyes, de las costumbres?

EL MUNDO DE MAÑANA

7

¿Se borrará su noción poco a poco de la memoria de los hombres? Quien plantea el problema de la libertad, plantea el problema del hombre. ¿Cuál es el "valor exacto de la ma¬ teria humana sobre la que intentaremos mañana nuestras experiencias? ¿Tenemos el derecho de razonar como si es¬ tuviéramos seguros de que ella no ha sufrido ninguna alte¬ ración profunda? Millones y millones de hombres en Italia, en Alemania, en España, en Rusia, han hecho, con una es¬ pecie de entusiasmo religioso, de delirio sagrado, el aban¬ dono de su libertad y no hablo de esa libertad inferior que consiste, por ejemplo, en el derecho de disponer libremente de su tiempo , sino de la libertad de juzgar, de pensar y se han enorgullecido de pensar ciegamente como el amo ado¬ rado que juzgaba y pensaba por ellos (1). 4N0 han muerto heroicamente, alegremente, millones de hombres para guar¬ dar hasta el final el derecho de delegar su libre arbitrio en un jefe sin reservas y sin retorno, no ser más que una vo¬ luntad que se tiende, un brazo que golpea/ al servicio de un partido? ¿(Sí, o nó, respondedme? Los imbéciles fingen creer que este fenómeno ha tenido un carácter superficial y que la propaganda y la pedagogía podrán terminar con sus con¬ secuencias. Pero los millones de hombres de que acabo de hablar no actuaban así por ignorancia, y no tenían ninguna necesidad de que se les enseñara lo que es la libertad. Pertene¬ cían todos a viejas cristiandades históricas y sabían perfec¬ tamente (mucho mejor, quizás, que un obrero de M. Ford) la significación exacta de esa palabra. No despreciaban ni burlaban el nombre y la cosa, se repetían entre ellos la frase atroz de Lenin: “¿La Libertad? ¿Para qué sirve eso?”. Y otros millones de hombres a través del mundo los aprobaban y los envidiaban, abiertamente o en secreto. ¿'Hasta ese punto ha sido falseada la noción de libertad en las conciencias? Pues el fenómeno que acabamos de analizar tiene seguramente muy lejanas causas. Trasladémonos a los alrededores de 1900. Ni un hombre entre cien mil se hubiera atrevido a prever

(1) Creemos que hay un error de apreciación en Io( referente a España; España es un pueblo, una nación, donde el concepto de Libertad tiene aspectos muy diferentes de los que aun mantiene en el resto de Europa. El grito de “¡Vivan las cadenas!’’ lanzado por el pueblo es¬ pañol contra la libertad napoleónica, tenía ya un sentido mucho más profundo y difícil que el que le han querido dar los liberales y los democráticos modernos. N. del T.

8 GEORGES BERNA NOS

este fenómeno, ni siquiera a imaginarlo. Y, sin embargo, se estaba preparando. Cuando todos los intelectuales del mundo celebran el triunfo final, irrevocable, de la Democracia, el prestigio de la libertad se degradaba lentamente, sin que nos diéramos cuenta. La idea de Democracia se extendía más y más por' el mundo, hasta el punto de reinar sin discusión sobre los espíritus, pero ¿es la idea de libertad necesaríamen te solidaria de la idea de democracia? La verdad es que la idea de democracia no evocaba, desde hacía mucho tiempo más que un ideal igualitario de reformas sociales destinadas a asegurar la comodidad de las masas, bajo la tutela ere cien te del Estado. Bien podían estas masas hablar todavía, por costumbre, de la libertad de pensar, porque como su libertad de pensar no estaba ya amenazada directamente, des¬ de hacia tiempo, esas masas no le daban ningún valor, el valor que la hubiera atribuido, por ejemplo, en tiempos de la In¬ quisición. Aun más: tenían el culto de la Ciencia, del Pro¬ greso. Hubieran podido pensar contra la Iglesia, pero ¿cómo se habrían atrevido a pensar contra la Ciencia, oponer su voluntad al Progreso, expresión popular del Determinismo universal? Hemos visto nacer y propagarse en las masas po¬ pulares esa religión de la Ciencia. Al principio, parecía no tener otro > enemigo que la superstición. Pero no supimos prever que al arruinar indistintamente las supersticiones y las creencias, llegáría también a destruir una creencia esen¬ cial, indispensable, sobre la que se funda la idea de libertad: la fe del hombre en mismo. Al exaltar la Humanidad, la humillaba, aplastaba cada vez más al hombre ante la na¬ turaleza, elevaba a la Humanidad a la altura desde donde precipitaba al hombre, el mono superior en evolución; sacri¬ ficaba el hombre a la Humanidad, como el Totalitarismo lo sacrificaba al Estado, a la Nación. El culto de la Humani dad ha substituido a esa Religión del Hombre cuya más alta expresión es el Cristianismo qüe nos diviniza, quiero decir, que diviniza a cada uno de nosotros, hacer participar a cada uno de nosotros en la Divinidad, da a cada uno de nosotros, al más humilde de nosotros, un precio infinito, digno de la sangre divina.

Sacrificio del hombre a la Humanidad, de la Humanidad jal Progreso, para llegar ridiculamente al sacrificio del Pro¬ greso mismo, a la dictadura de lo económico, este fué el crimen al que quedará por siempre unido el nombre de De-

EL MUNDO DE MAÑANA

9

mocracia, forma burguesa de la Revolución. El Contrato So¬ cial de Rousseau expresa muy bien el sentimiento, o al menos el complejo de los sentimientos exaltados que ha arrojado al Antiguo Régimen en la Revolución, . no como al abismo en que debía hundirse, sino como a la cima a la que no había dejado de aspirar. La independencia del individuo frente al Estado es llevada aquí hasta 1$ paradoja, y la desconfianza hacia la Sociedad adquiere los caracteres de una condenación (el hombre nace 'bueno, la sociedad lo pervierte). Pero ya para Robespierre no se trataba sino de Estado, de Nación, y de .un Ser Supremo que sirve de caución metafísica a la na¬ ción y al Estado. La revolución había pasado, de ser popu¬ lar a ser burguesa. Pues la Burguesía siempre ha ligado su suerte a la del Estado, ún poco en el mismo sentido en que la Compañía de Jesús ha ligado la suya al poder, cada día más extenso, de la Autoridad Pontificia. ¿Acaso no se vió, pocos años después de 1879, a esa misma burguesía cola¬ borar con Napoleón, en la más furiosa tentativa de centra¬ lización que se haya visto desde los lejanos tiempos de los Antoninos y los Severos?

A veces me reprochan que no soy demócrata. No soy ni demócrata ni antidemócrata. Estimo simplemente que esa pa labra, demócrata, no ofrece nada de claro ni de satisfactorio para el espíritu. Todo el mundo ha podido y puede decirse democrático, incluso el Fiihrer y Mussolini. Los demócratas antitotalitarios son sin duda gente muy simpática. Por des¬ gracia, se niegan a ver la democracia en los hechos, es decir, en su desarrollo real. Be niegan a verla en la Historia. Para recoger una comparación ya hecha, supongamos que un ha¬ bitante de Sirio haya podido observar la evolución general de Europa y de América hasta la guerra de 1914. Imaginán¬ dolo más objetivo que nosotros, más extraño a nuestras pa siones o, mejor, de una clarividencia sobrehumana, angélica, el vocabulario pacifista de los hombres de 1900 no lo hubie¬ ra engañado. El vocabulario democrático continuaba siendo el vocabulario individualista de la Declaración de los Dere¬ chos del Hombre, pero la Democracia no estaba de acuerdo con su vocabulario, desde hacía mucho tiempo. En 1910, los impostores intelectuales hablaban el lenguaje de Rousseau, •en tanto que la legislación reforzaba por doquiera el -pode¬ río del Estado. Si hubiéramos hecho al .habitante de Sirio la pregunta siguiente: “¿Evolucionan Europa y América hacia

10

GEORGES BERNA NOS

la Democracia?”, el hombre de Sirio habría podido responder: “Yo no todavía lo que entienden ustedes por Democracia, pero, para ¡ajustarme a lo que veo, a lo que ustedes verán muy pronto, diré que el mundo evoluciona rápidamente hacia guerras económicas y militares, tan inexplicables las unas como las otras, hacia un nacionalismo ¡atroz en nombre del cual los gobiernos favorecerán abiertamente la traición de la Ciencia para con el hombre, la insurrección de la maqui¬ naria contra la humanidad”. .

Repito que lo que falsea o esteriliza toda discusión entre hombres de buena voluntad, es el equívoco entre la palabra democracia y la palabra libertad. Creemos indispensable po¬ ner en guardia a las jóvenes generaciones contra un malen¬ tendido que dentro de pocos años les costará nuevos ríos de sangre. Respeto profundamente la imagen que se forma en ellos mismos cuando pronuncian esa palabra mágica. Esta imagen absolutamente diferente de la realidad, es a mis ojos una herencia sagrada, pues, a esta imagen de justicia y de fraternidad, millones de hombres han sacrificado sus nobles vidas. Me atrevo, sin embargo, a preguntar a los hombres de buena fe: ¿Os permiten las experiencias de estos treinta úl¬ timos años conservar sobre ese asunto las ilusiones un obrero parisiense en las barricadas de 1830 ó de 1848? A pesar de los progresos de la industria, Francia aun era 1830 un gran país agrícola. Contrariamente a lo que sucedía en In¬ glaterra, la propiedad y la fortuna estaban extremadamente divididas en Francia. (Balzac ha denunciado en una de sus más famosas novelas el peligro de esta excesiva división). Los partidos políticos estaban organizados de una . manera rudimentaria, la prensa todavía en la infancia, el periódico era una empresa con frecuencia desinteresada que disponía de un capital mínimo, al alcance de cualquiera. En tal am¬ biente, la democracia hubiera podido ejercer patriarcalmente, en familia; no en las oficinas de las Sociedades Anónimas, de los Trusts, sino en la plaza del pueblo, en el café, en los talleres, por un pueblo al que la civilización capitalista no ' había arrastrado en su carrera desbocada y alucinante, y que aun tenía sus ocios. Ay, aün hoy en día la palabra democra¬ cia sigue significando para los ingenuos el gobierno ideal de la “gente humilde”. Estos inocentes no parecen darse cuenta

EL MUNDO DE MAÑANA

11

^ - 11 " lili .11 ■■ i .1 I Mi 1.1 i - - ■!■■■ ■■■■■!> "■ I* 1 '

de que la existencia de la democracia de sus sueños en un mundo como éste, no es menos inconcebible que la existencia de un ejército del siglo XVI en una guerra moderna, y que es tian ridículo para ellos esperar la instauración de la ver¬ dadera democracia, como para esperar la restauración de la monarquía de San Luis. Todo hombre dotado de un mí¬ nimo de sentido histórico debería comprender que la mística democrática sobrevive absolutamente aislada del hecho de¬ mocrático que debiera corresponderle, así como el alma se¬ parada del cuerpo. Cuando hablamos así, no tratamos de oponer definiciones tranquilizadoras: “La Democracia será esto, la Democracia será lo otro, Churchill ha dicho, Roosevelt afirma”. ¿Qué nos importan las definiciones? Un idiota de¬ bería comprender que el sufragio universal ha de cambiarse, dentro de un régimen capitalista,, en un trust como los otros, y dentro de un régimen socialista de tendencias totalitarias, en instrumento de poder al servicio del Estado: lo que era, por lo demás, en Alemania. Pues lo que ¡hizo Hitler fué un plebiscito; Hitler ha salido de las entrañas del pueblo, el pueblo también produce monstruos; más aún, es el único ca¬ paz de producirlos. ¿Se me permitirá una observación a este propósito, aun a riesgo de que nadie la comprenda? La igual¬ dad proletariza a los pueblos, los pueblos devienen masas, y las masas darán siempre tiranos, pues el tirano es la expre¬ sión de la masa, su sublimación. ¡No se hace una sociedad con masas y, sin verdadera sociedad, no es posible la libertad organizada. ¡Si queréis ser libres, comenzad por rehacer una sociedad, imbéciles!

Amigos muy queridos me habían pedido unas páginas para estos cuadernos. Aquí se las doy. Nunca he pensado en proporcionarles un programa; me contento con denunciar¬ les cierto número de imposturas. Bajo cualquier nombre que se presente, ninguna experiencia de salvación es posible en tanto que se pretenda pasar, gracias a un sistema cual¬ quiera, por leyes y reglamentos, del estado actual del mundo a un estado de seguridad y hasta de tranquilidad. Tal espe¬ ranza es absurda. Podemos ciertamente encontrar la fór¬ mula de alguna solución provisoria, pero los que nos sigan pagarán en este caso muy caro nuestro egoísmo y nuestra cobardía, y maldecirán justamente nuestra memoria. Si no nos sentimos capaces de este crimen contra el porvenir, te-

12

GEQRGES BERNA NOS

hemos que comprender desde ahora que nuestra generación, y muchas otras sin duda, deberán ser sacrificadas al trabajo de restauración necesaria, que este sacrificio les será exigido, total, es decir, que habrá de ser hecho en la angustia, en la duda, porque los nuevos caminos que vamos a abrir, cueste lo que cueste, no nos ofrecerán ningún hito, ninguna señal segura. Cuando escribo la palabra restauración, pienso evi¬ dentemente, para empezar, en los valores espirituales. Pero el mismo razonamiento sería perfectamente válido para los valores materiales. Un americano eminente- deploraba el otro día delante de la actitud de la inmensa mayoría de sus conciudadanos, que no se hacían en este momento sino una sola pregunta: cuál de los candidatos, Dewey o Roosevelt, es el más capaz de mantener los salarios más altos. Ninguna política sabrá mantener definitivamente los altos salarios, pero los electores no quieren reconocer esto. Se revuelven contra la perspectiva de una crisis dolorosa que salvaría el porvenir a expensas del presente, es decir, a expensas de ellos mismos.

El mundo realista moderno, en su repugnante avaricia, en su cruel orgullo, no sólo ha corrompido las tradiciones, las instituciones, las leyes, sino que también ha corrompido a los hombres. Para rehacer una sociedad digna de este nombre, es preciso rehacer a los hombres. Amigos católicos que leéis, vosotros diréis probablemente que esa preocupación es la nuestra, pero yo os digo que nos hemos hecho muy incapaces de esa tarea. Nos sentimos vivos entre tantos desdichados que tienen ya toda la semejanza con los muertos, y en verdad que somos vivos, si es que vivir es respirar todavía. Sería menester que fuéramos, dos veces, diez veces vivientes, que tuviéramos inmensas disponibilidades de vida: pero vivimos sobre un pequeño capital de vida, y no sabríamos sacar de él gran cosa para nuestros ¡hermanos, sin riesgo de perder el aliento, i Dios mío! Al hablar así, no trato de convencer a ninguno de aquéllos a quienes esta verdad humilla, y por eso la rechazan. Nada es más fácil que persuadirse a mismo de que se está vivo, muy vivo; basta con gesticular mucho, hablar mucho, cambiar ideas como se cambia dine¬ ro, ya que una idea llama a otra, como las imágenes en el desarrollo de los sueños. Pero apenas se examina uno lige¬ ramente a mismo, descubre fácilmente esas fuentes de

EL MUNDO DE MAN ANA

13

energía corrompida, estéril. Un artista las conoce mejor que cualquier otro, pues todo trabajo de creación consiste pre¬ cisamente en 'hacerlas retroceder, dominarlas, hacer callar a toda costa ese zumbido monótono. Cuando se piensa en el enorme, en el colosal material que la prensa, la radio, el libro ponen al alcance del ¡primero que pasa, comienza uno a darse cuenta de que del cerebro del hombre moderno, apenas deja de ejercer su actividad en el estrecho circulo de la especialidad, de la profesión, trabaja poquísimo y so¬ bre un corto número de slogans. Católicos: no basta con exaltar la 'verdad; convendría mejor saber el valor de lo que vamos a poner a su servicio. perfectamente que todo lo que escribo sobre la desvalorización del hombre moderno exaspe¬ ra a algunos de nuestros lectores. ¿Qué importa? Me equivo¬ caría solamente si al proclamar esta desvalorización para los otros, me negara a creerme yo mismo desvalorizado. Nada de eso. que no escapo a la desvalorización general, he conocido demasiado, en mi juventud, al hombre de la anti¬ gua Francia, de la antigua Europa, para hacerme ilusiones sobre este punto. Que la superioridad de esos hombres sobre nosotros, no en inteligencia por cierto, sino en carácter, o al menos en “tonus” vital, viniera solamente de las costum¬ bres, de los usos, de los hábitos, es decir, del clima moral y mental en que habían sido formados, ¿qué nos importa? En 1914, yo tenía ya veintiséis años. He vivido, pues, más de medio siglo, en un mundo en el cual, para, no hablar sino de este detalle, el uso del pasaporte no existía sino en dos países atrasados, Rusia y Turquía. En todos los demás países, tan¬ to en Europa como a un lado y otro del Atlántico, ningún policía, sin una grave razón y sin estar provisto de las auto¬ rizaciones necesarias, se hubiera atrevido a pedir sus pape¬ les a un viejo correcto rico o pobre , quien por otra parte haibría considerado esta curiosidad como un insoportable ul¬ traje a su dignidad. Es indudable que un muchacho hecho desde su infancia a chocar dócilmente, muchas veces por día, con funcionarios en general poco corteses, y que no es ni un asesino, ni un ladrón, ni un espía en resumen, que en¬ cuentra perfectamente natural que le crean por su palabra—, no puede tener al fin y al cabo, sino una mentalidad poco dife¬ rente a la de úno de los pensionarios de esas prisiones ultra-

14

GEGRGES BBRNANOS

modernas, como las que nos muestra el cine americano, y que me parecen ser la perfecta imagen de la sociedad futura.

Podrán encontrar frívolo este ejemplo. Los que así pien¬ sen demuestran simplemente la incomprensión del problema. El amor humano el amor de un ser por otro ser se mide también en ciertos detalles, en ciertos matices de actitudes que el lenguaje de los enamorados llama “atenciones”. Cuan¬ do en un país el más modesto ciudadano se revuelve instin¬ tivamente contra toda intromisión en su vida privada, esta es una señal más definitiva que cien mil discursos, conferencias o informes para la protección de las libertades indispensa¬ bles. Cuando, en 190S, se habló en Francia, por primera vez, del impuesto a la renta, muchos observadores juzgaron ab¬ solutamente imposible hacer aceptar a los franceses la in¬ tervención de la Administración encargada de controlar su cuenta bahcaria o sus beneficios comerciales. Pero, desde entonces, hemos andado mucho camino. Pronto encontra¬ remos muy natural que los médicos sean relevados de su se¬ creto profesional para permitir al Estado, como en Alemania o en Rusia, esterilizar a los transmisores de enfermedades o afecciones hereditarias. La guerra ha probado, prueba cada día, el espantoso servilismo del público frente a cualquier reglamentó o restricción. Cuando esta sociedad sea la regla tanto en la guerra como en la paz ¿para qué discutir los fundamentos jurídicos de la libertad? ¿Para qué torturar el espíritu con el fin de hallar la fórmula de nuevas insti¬ tuciones liberales? No se trata de edificar con gran trabajo instituciones liberales, sino de tener aún hombres libres que meter en ellas.

El mundo no se organiza para la paz. Se organiza para nuevas guerras. Ya escribí esto, textualmente, en un libro publicado en 1930: La Grande peur des Bien-Pensants. Este mundo se organiza para nuevas guerras, porque se siente incapaz de organizarse para la paz, de organizar la paz. En el punto de miseria universal a que hemos llegado, una ver¬ dadera paz exigiría de las naciones victoriosas una clarivi¬ dencia, una audacia, una generosidad de la que no se sienten capaces. ¿Quién de nosotros se atrevería hoy a hablar sin •reírse, de la Carta del Atlántico? El cinismo de los gobiernos se manifiesta hoy a ¡toda luz; los que amenazan, hacen res¬ tallar el látigo; los que tiemblan, no ponen el menor cuidado en ocultar su temblor. excusan de los amigos que trai-

EL MUNDO DE MAÑANA

15

cionan, y llegarán a ¡hacer un mérito de tales traiciones. El mundo no se organiza para la paz, porque no se organiza para la libertad. Cada paso dado contra la libertad, es un paso haqja la guerra.

Francia mira a este mundo, no como un enemigo al que combatir, sino como a un socio poco leal con el que es pe¬ ligroso colaborar, sino en la medida absolutamente indispen¬ sable para el bien común. Mi país ya no tiene ni ejército, ni 'barcos. Con excepción de uno solo, sus puertos magní¬ ficos están barridos por las olas, muchas de sus ciudades en ruinas, sus ferrocarriles destruidos. No se tratará, para él, de imponer a alguien su concepción tradicional de la vida, pero no debe dejarse llevar en la enorme impostura que se prepara. Debemos resignarnos valientemente a que este re¬ chazo sea mal comprendido y nuestras intenciones calumnia¬ das, aún por amigos sinceros. Pero tarde o -temprano se sabrá

%

qué servicio hemos prestado al mundo. Francia no tiene ningún medio, lo repito, para rechazar una paz con la que no estarán de acuerdo su razón ni su conciencia, pero de todas maneras puede negarle su testimonio y su caución. En¬ tre los que me leen, más de uno se dirá, sin duda: “Por. me¬ diocre que sea, ¿por qué no habremos de entendernos todos para dejar que esta paz intente, como dicen en términos de¬ portivos, “su ocasión”? Pero no es a la paz a la que dejáis una ocasión, sino a ideas falsas, a cierta concepción abso¬ lutamente falsa del orden que justamente acaba de precipitar •a la civilización en el caos. Estas ideas falsas disponen del poder material. Razón de más para que le opongamos lo que nos queda, un reducido número de ideas justas, humanas, me¬ diante las que esperamos todavía salvarnos, pero a las que nos negaríamos a sobrevivir (1).

GEOKGES BERNANOS

(1) Este ensayo fue escrito en 1944. Su actualidad adquiere ahora una potencia mayor, si cabe, que la que tuvo en la fecha de

su redacción. Bernanos, que mantiene en estos días una fuerte lucha

con los medios intelectuales y políticos triunfantes en la Francia del

momento con todos los triunfantes y gubernamentales del presente demuestra en estas líneas la clarividencia que hoy confirman, en nu¬

merosos aspectos, sus más recientes escritos de polémica, principalmente los que dirige a los intelectuales comunistas de la última hornada fran¬ cesa. N. de la R.

i

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

Hispanoamérica ha sido crucificada sobre el cruce del des¬ tino universal. Su mano izquierda está clavada en España, so¬ bre Europa, como un brazo de puente para la tradición. Su derecha está clavada en Filipinas, sobre Asia, como una orden que señala la misión.

Esa ha sido la obra de España. Colocar entre los cuatro puntos cardinales del mundo en el encuentro y la partida de cualquiera futura empresa el más claro fruto de su agonía ecuménica, el hijo de sus bodas de sangre con Roma, el mundo nuevo de la :fe y de la esperanza: ¡ Cristianoamérica !

Nuestra historia es pasión. Ocupamos la geografía como una cruz. Cruz o cruce de rutas. Cruz y cruce de sangTes. Rutas y sangres que se han unido únicamente por la Cruz.

No ocupamos la geografía como un patio de recreo ni como una plaza de comercio.

No somos el “Continente de la Libertad”.

No nos definimos por el continente, sino por el contenido.

Somos 'Hispanoamérica.

Cristianoamérica .

¿El contenido de una historia sagrada.

De una historia que comenzó en Roma, continuó en Espa¬ ña, siguió hacia América, donde se detuvo un instante de siglos a incorporar el sentido total, en rutas y sangres, de lo ecumé¬ nico, y seguirá adelante, en marcha. Como una cruzada. Como los mismos Andes, que en su quietud colosal parecen avanzar en fila, en una lenta y mitológica .peregrinación hacia la Cruz del Sur.

Para que llegara la Cruz hizo falta la espada.

Apenas olvidamos la cruz cae sobre nosotros la espada.

Pertenecemos a un mundo incómodo que se bambolea en¬ tre el templo y el cuartel. Entre la cruz y la espada.

Be nos acusa de ser fanáticos y de ser belicosos.

Hemos creído que el pueblo quiere a los curas y sigue a los militares por ignorancia y falta de civismo.

17

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA p

Nuestro pueblo sigue viviendo su historia. Y su sentido de 3a Historia es religioso y es heroico.

Valora por la cruz y por la espada.

Lo que sucede con frecuencia es que usamos la cruz y la espada para engañarlo.

Tenemos un siglo de querer educar al pueblo. Y el pueblo insiste en no educarse.

Le dan un tratamiento de laicismo, y recae en su religio¬ sidad.

Le dan un tratamiento de civismo, y en la primera decisión sigue al capitán y no al político.

El pueblo no quiere vivir sin Fe.

El pueblo no quiere moverse si no es por el heroísmo.

No queramos cambiar su tabla de valores. Démosle ver¬ daderos valores.

La fe que busca. Y la vida heroica que le satisface.

. ,Si no le damos la Verdad con toda decisión y con toda sinceridad, el pueblo, en vez de entrar a ese comedimiento cí¬ vico, a esa frialdad electoral a que parecen aspirar nuestros ideólogos democráticos, seguirá apasionadamente a quienes, in¬ ventando falsos dogmas y reduciendo lo heroico a grados primi¬ tivos de cacicato, lo engañen y confundan dándole ídolos en vez de cruz y mezquinos puñales en vez de claras espadas.

Y espada no significa guerra.

Espada no es militarismo.

Es heroicidad.

Sentido heroico de la vida y de la historia. Y este sentido sólo lo da la fe.

Y la cruz es un estado teológico. No teocrático.

Mucho se habla de un catolicismo apolítico.

Pronto se hablará de un catolicismo acivilizado.

Si hay un catolicismo personal, debe haber un catolicismo familiar. Y si lo hay familiar, debe haberlo social. Y si lo hay social, debe haberlo estatal. Y si lo hay estatal, debe haberlo universal. Y ese movimiento creciente es uno de los significa¬ dos de la palabra católico.

No hay razón para querer reconquistar las masas y no querer reconquistar los (Estados.

PABLO ANTONIO CUADRA

H8

Mientras un misionero conquista un alma, un Estado per¬ vierte mil.

Si no damos la familia al diablo, no tenemos por qué re¬ galarle el Estado al diablo.

Y esta es la política. La verdadera política.

El reino de Dios no es de este mundo. Por lo mismo, el reino de este mundo nos debe de llevar al Reino de Dios.

Creo que ya podemos dudar de aquella lamentable e hipó¬ crita consigna bélica: “Luchamos por la civilización cristiana’.’.

Porque una Civilización, o una cultura cristiana girando alrededor de Cristo , puede encamar a Pedro y también a Ju¬ das, persiguiendo a Cristo o vendiéndolo.

Puede también encarnar a Juan o a Barrabás, ya sea acom¬ pañándole dolorosamente al pie de la cruz, o bien suplantán¬ dolo para su burla y su muerte.

En este sentido, Cristo centra esa cultura, como centró también la vida entera de Israel, y aun la de todo el universo aquélla tarde espantosa de su crucifixión: como víctima.

Como blanco de nuestra saliva, de nuestros látigos, de nues¬ tros clavos, de nuestras espinas y de nuestra lanza guerrera.

Hemos hablado de “Democracias”.

Se nos ha hablado de ellas en todos los tonos del fervor.

Y es doloroso confesar que para muchos cristianos esa ¡pa¬ labra ya ha sido incorporada a la fe.

Más que romana, la Iglesia parece ser para ellos: católica, apostólica y democrática.

¡No es que yo esté en contra, como no lo está el Sumo Pon¬ tífice, de una estructuración democrática de las naciones que puedan hacerlo. ¿No es acaso democracia, en su más pura rea¬ lización, la tradición de las Cortes y los Municipios hispanos, tradición que siempre ha sido el cimiento de mis ideales po¬ líticos?

Pero no se trata de esto. Se trata de que estamos levan¬ tando del fango de una historia indecente una palabra conta¬ minada con los más sucios crímenes para envolver con ella el éuerpo de Cristo. Queremos hacer de la historia cristiana, es¬ crita por el Espíritu Santo, la historia misma de la Democracia, sucia de actos satánicos y decididamente anticatólica en sus capítulos modernos.

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

19

En América, sobre todo, existe ya una relación viva y cons¬ tante como la relación entre la Celestina y sus falsas donce¬ llas entre la estafa al pueblo, la persecución al cristiano, el despojo a la Iglesia y esa palabra ahora canonizada. Yo no dudo que podemos redimirla, pero tampoco dudo que, mien¬ tras no esté redimida, es inicuo para la memoria de los Santos y de los Mártires confundir su historia con esa otra historia tantas veces meretriz.

Nuestra democracia hispanoamericana no ha salido aún de sus dos más infames y ya seculares realizaciones: de la dicta¬ dura de Judas y de la candidatura de Barrabás.

Buscad en toda nuestra historia política democrática mía sincera proclamación del reino de Cristo e inmediatamente en¬ contraréis la sangre.

Sólo un plebiscito tiene Cristo a su favor: El plebiscito de los mártires.

Nuestra cristiana democracia no ha sido otra cosa que una renovación, brutalmente impía, de la Pasión de Cristo.

En ciertas épocas es Judas el que monopoliza las formas y doctrinas de gobierno. Epocas que casi siempre se abren con el tradicional beso al Señor en la vida privada y la consecuen¬ te entrega de Cristo a la muerte en la vida pública o estatal.

Cuestión de monedas, por un lado, y sentimiento' humano, muy humano, por otro. Porque Judas vende al Maestro, porque no está de acuerdo con su mesianismo divino. Quiere, judaica¬ mente, un leader terrenal y político. Prefiere la burocracia a la teología. Se indigna, por tanto, con Magdalena, que gasta su fortuna en un perfume para Cristo, pudiéndoselo dar a los .pobres. Humanitarismo. Los bienes de la Iglesia deben ser dados al pueblo. El fanatismo divino, el oscurantismo, debe ser perseguido. Eliminado. Proclamación material, materialista, del reino de éste mundo. Dictadura de Judas.

¿Qué es la Revolución, buscando la redención del pueblo, y crucificando al mismo tiempo al Redentor, sino el más claro signo de que la política gira en la zona de influencias de Judas?

Hace cincuenta años ¡y todavía la medida es aplicable! , una democracia para ser democracia tenía que ser antirre¬ ligiosa, laica y, si era posible, perseguidora.

20

PABLO ANTONIO CUADRA

- T - j -

Pero Judas, inevitablemente, cae en el tormento de su pro¬ pio crimen. Vimos, en el Evangelio, devolverle las monedas a

fariseos.

El acto suele repetirse.

Las monedas hoy dia se tiran en otros templos; por ejem¬ plo, en el de España. La dictadura de 'España es antidemo¬ crática. Allí el crimen es claramente visible. España no es cristiana en la medida de Judas. España esta señalada con el infame signo de la Cruz.

Por eso se arrojan sobre ella las monedas de Judas: la culpa.

¡Con el dinero de Judas es necesario comprar siempre un campo de sangre!

¿No basta, no estamos saciados ya con lo que se ha hecho en obsequio de los fariseos? ¿No nos abrió los ojos el “hacel- dama” de la guerra; no condenamos a voz en cuello y en olím¬ picos discursos la persecución de los germanos contra los cris¬ tianos y judíos; no ahorcamos a^Judas con el fascismo hasta romper la cuerda y ver esparcidas sus entrañas?

Realmente. Pero es que Cristo no presenta mayores venta¬ jas. La obra de Judas lo ha dejado atado a la columna, y en £ste momento uno de los representantes de la fuerza lo seña¬ la, no sin ironía, totalmente vapuleado: ¡Ecce Homo!

Convengamos, nos dirán, que un Cristo así con una -caña, un manto de loco, una corona de espinas es ridículo. Lo de Judas es un error. Pero Pilatos ha comprendido la situación, y Cristo no hace nada por salvarse. ¿Por qué se empeña en proclamarse la Verdad? ¿No sería mucho más ventajoso, en este momento de victoria, que se proclamara la Libertad?

Esta es, precisamente, la hora en que Barrabás entra en escena.

El cristianismo de Barrabás consiste en haber sido elegido en vez de Cristo.

Barrabás es la fácil salida, el acomodamiento cristiano, la componenda beneficiosa ante el grito de la masa azuzada o de la fuerza dominante.

Barrabás es el que encuentra la Libertad a costa de la Verdad.

Barrabás busca, al comienzo, quizá de buena fe, escapar de la condena del mundo; pero cuando el dilema se agrava, y es Cristo mismo el precio de su escape, su pecado es el de la co-

i

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

21

¡toar día, Barrabás -es el hombre que no sabe ser mártir. El perfecto burgués liberal. El nuevo demócrata cristiano.

¿No tiene consigo, completamente, la legalidad? Alguno ¡puede descubrir en él un pasado sucio, pero esto no tiene valor ante un fallo enteramente limpio y perfectamente electoral de la mayoría. Cuando la democracia escoge el error, Cristo debe someterse. Aceptar su cruz. Reanudar su pasión. .

¿Cuántos cristianos no han cometido una barrabasada? ¿Cuántos son los que han preferido la corona de espinas al gorro frigio?

Barrabasada es toda libertad a costa de la justicia.

Barrabasada es cobardía: aceptar al mundo porque su fuerza se impone, contrariando la voz del Exodo (23, 2) : “No seguirás a los muchos, ni responderás en litigio inclinándote a los más”.

Barrabasada es la democracia mayoritarla contra la de¬ mocracia solitaria del Redentor crucificado.

Barrabasada es rehuir la muerte, la mortificación de la lucha contra el mundo ¡bajo la insignia de la cruz , y dar por salvado al mundo, aceptar la salvación del mundo por sus propios sistemas y fórmulas.

Pero el mundo ya ha sido juzgado.

Todos sus regímenes e instituciones han sido llevados a juicio: los fascios han flagelado a Cristo. El Parlamento ha votado su muerte. El César la ha autorizado. La mayoría democrática ha escogido a Barrabás. El burócrata de la bolsa lo ha vendido. Lo que hizo falta ayer y hace falta ahora es espíritu para reconocer bajo la sangre y las lágrimas el divino rostro de la Verdad.

La política no basta. El mundo se ha llenado de sangre para probarlo.

Los políticos engañan. El mundo está poblado de sane¬ drines, y no es necesario probarlo.

Lo que se necesita es una revolución integral contra la integral revolución que ¡ha' hecho desandar al mundo su ca¬ mino de resurrección para colocarlo de nuevo en el calvario, entre dos ladrones.

Cambio absoluto de normas contra Judas y cambio abso¬ luto de vida contra Barrabás.

22

PABLO ANTONIO CUADRA

Ideas firmes en la Verdad. Ideas al pie de la Cruz.

Vidas entregadas a la Verdad. Vidas crucificadas.

El cristianismo o es subversivo (en el más entero y santo sentido de la palabra) o no es cristianismo.

Sea cual sea el régimen que la Historia exija para cada uno de nuestros pueblos (y conste que la obediencia a la His¬ toria es uno de los caminos para recobrar la Verdad), la re¬ dención del pueblo no se logrará con gorros frigios, hoces o martillos, sino con la tremenda presencia del Amor.

Y ese Amor está clavado en una trágica e ineludible Cruz.

Hispanoamérica necesita todo lo contrario de un catolicis¬ mo apolítico. Y lo contraño de un catolicismo apolítico no es un catolicismo político, sino una política católica.

Hispanoamérica necesita que su política tenga ese sentido creciente de ambición absoluta que expresa el catolicismo cuando el hombre es católico y no cuando el hombre es co¬ barde.

Sentido creciente de sobrepasar el catolicismo liberal de la religión dentro de casa. De sobrepasar .el catolicismo ma- ritainiano de la religión dentro de la ciudad. De sobrepasar,, incluso el catolicismo de algunos buenos patriotas, de la reli¬ gión dentro de la nación. '

Casa, ciudad y nación no han recibido un Cristo quietista, sino un Cristo crucificado. Un Cristo de brazos abiertos, que ha puesto la señal de su sangre sobre cada punto cardinal. Norte, Sur. Este. Oeste.

Un Cristo misionero/

Y América está crucificada sobre esos puntos de la san¬ grienta rosa de los vientos cristianos para una misión.

i Casa, ciudad y naciones al servicio de Cristo!

“América católica”, cantó Rubén Darío.

No se tiene ese nombre para que nuestras mujeres recen no¬ venas a los Santos.

Cristo vino a vencer al mundo.

El cristiano viene a vencer al mundo.

Y el mundo se vence en todas partes donde el mundo presenta combate.

En “el hombre inicuo y engañador” que llevamos dentro de nosotros mismos. (En el que habita la ciudad cristiana y

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

23

siembra en ella la perversidad'. En el que rige naciones y usa su poderío para destruir la libertad y la obra de la Iglesia de Dios.

Y si para el ¡hombre basta el hombre, para el mal social hace falta la obra social. Y para las naciones falta hacen las naciones.

Hispanoamérica ha nacido a la Historia para vencer al mundo. Y su primer paso es unirse para no ser vencida por el mundo.

Nadie ha dicho Estados Unidos de Hispanoamérica. Mu¬ chos, sin embargo, han dicho Hispanidad.

No se trata de una sociedad de provecho. Sino de una “unidad de destino”.

Unidad de servicio.

Si alguna vez, con lenguaje rubeniano, se ha llamado a esta unidad: Imperio, la palabra no debe tomarse en lo que tiene de antigua ni en lo que tiene de moderna, sino en lo que tiene de molesta.

Yo la usé siempre porque les resultaba desagradable a aquéllos a quienes deseaba desagradar.

A los imperialistas.

Muchos confunden la Hispanidad con el amor a España.

Muchos parecen creer que la Hispanidad es una especie de Panamericanismo español. Una doctrina de Monroe, eje¬ cutada al revés, que trata de arrancar a la tierna e ingenua Hispanoamérica de las manos de un imperialismo (yanqui) para ponerla en manos de otro imperialismo (ibérico).

Si España dejara de existir, tragada por el mar, nosotros tendríamos que ser más hispanistas aún.

Porque con España nuestro hispanismo puede recurrir a España. Pero sin España nuestro hispanismo tiene que re¬ poner a España.

No se trata de amar sentimentalmente a España, sino de continuarla. .

Amar a España es amamos a nosotros mismos.

España es tanto la madre patria de España como de Amé¬ rica.

Oranada de España es úna obra de conquista española tanto como Granada de Nicaragua. Y el hecho de que An¬ dalucía pertenezca a ‘España explica el otro hecho de que Es-

24

PABLO ANTONIO CUADRA

paña pertenezca a Nicaragua. Porque todos los nicaragüenses, como todos los andaluces, tenemos nuestros antepasados en Es¬ paña. Y si por esa razón Andalucía es ahora española, por la misma razón España es a^hora en Nicaragua nicaragüense.

He sido imperial.

Es decir: no he sido nunca imperialista, sino cristiano. Y hay que saber medir lo que significa de amor a la libertad eso de ser cristiano hasta las últimas consecuencias.

i .

Proclamamos la necesidad de la comunidad hispanoame¬ ricana movidos, precisamente, por el sentimiento anti-imperia- lista y por el sentimiento cristiano.

Nuestra libertad no puede ni debe depender de la buena o mala voluntad de los Estados Unidos o de cualquier otro gran Estado futuro. Nuestros pueblos sólo pueden obtener su plena y efectiva libertad ayuntándose en una sólida comuni¬ dad hispánica (cuya necesaria estructuración futura no estoy en capacidad de profetizar), que por sólida respete y proteja las naturales libertades y autonomías de las diversidades na¬ cionales, y por hispánica vertebre todos aquellos elementos que nos son comunes.

' . \

'Esto seria formar un ‘“frente unido”.

“Defender .la libertad contra los imperialismos”, dicho en lengua de mitin.

Pero un “frente unido”, por lo mismo que defiende la libertad, y por lo mismo que brota de una gran unidad espi¬ ritual, produce una fuerza, una (posibilidad de quehacer po¬ sitivo, una capacidad formidable de acción cuyo destino no lo dicta claramente la 'Historia.

Si existiera en el mundo una fuerza cristiana, como la que somos capaces de presentar todos los pueblos hispanos unidos, las fuerzas del mal no operarían libremente —como hoy día al servicio de la satan idad en la destrucción de la Historia y de la Civilización cristianas, sino que se verían con¬ trarrestadas, y aun posiblemente vencidas, por las fuerzas del Bien al servicio de la Cristiandad y de la reanudación de su historia.

Esto no es un abominable imperialismo cristiano, nunca empero tan abominable como un imperialismo ahti-cris- tiano, sino una comunidad de pueblos al servicio de Cristo,

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

25

que es tan agradable y santo como un hombre al servicio de Cristo.

¿Es que insistimos en una nueva Edad Media?

Soñamos más bien en una Edad, Entera que venga a com¬ pletar la Edad Media. "

Sueño lleno de dificultades y de imposibles. Y, por tanto, el sueño más grato para un hispano.

Porque para él no hay nada más posible que un imposible, ni nada más realizable que un sueño.

Esta edad que vivimos se distingue de todas las otras, por¬ que lo único que se realiza son las utopías.

De ahí que no queramos una repetición, sino una supera¬ ción de nuestra propia historia.

Nadie nos tacharía de locos si quisiéramos la aparición de otro Bolívar. /

Tenemos derecho a querer nuevos Bolívares de una nueva gesta, no tan pobre en sentido religioso como la libertadora, Sino, al contrario, riquísima en religiosidad, como lo fue aqué¬ lla en ¡heroicidad guerrera y romanticismo libertario.

¿El ideal cristiano debe, acaso por prudencia burguesa , mantener su vuelo a ras del suelo para que cualquiera caída no sea dolorosa ni incómoda?

¿Desde cuándo el vuelo de un pueblo cristiano no puede ser de cóndor, sino el pesado y rastrero vuelo de una ave de corral?

Ocupamos la geografía como una cruz.

Nuestro destino es una pasión.

Pasión por redimir la Historia.

Pasión o agonía de un gran cuerpo de pueblos en gestá, que clava manos y pies sobre el destino del mundo, y que, con su propia sangre, sangre también en cruz o ¡cruce, está elabo¬ rando algo nuevo, el hombre nuevo, la resurrección de Europa, la restauración de la Cristiandad.

Por nuestra crucifixión, por la agonía o lucha de nuestro destino, la Hispanidad tiene no sólo una dimensión vocacional, sino todas a la vez. Horizontalmente, vinculando pueblos con

26

PABLO ANTONIO CUADRA

un mismo destino. Y verticalmente, anudando razas y clases en un mismo sentido teológico de la Historia y de la vida.

La Hispanidad es demasiado dramática para ser lírica.

•Ella, sólo ella, ha heredado la dramática obligación de ha¬ cer en la síntesis de los tres grandes quehaceres de Occi¬ dente. El quehacer de Roma, por el poder. El quehacer de \ Atenas, por el saber. El quehacer de Jerusalen, por el Amor.

Y he aquí la inquietud.

Inquietud definitiva de nuestra raza.

Por eso [Bolívar, que hubiera podido ser un capitán redu¬ cidamente nacional, siente el quehacer de Roma y obra impe¬ rialmente, convirtiéndose en el soldado de todo un Continente.

Por eso Rubén, que hubiera podido ser un poeta limitada¬ mente nicaragüense, siente la vocación de Atenas, y canta ecuménicamente, como vate y profeta de toda la Hispanidad.

Por eso Hispanoamérica, el continente más abandonado para la herejía y el cisma por las incesantes inmigraciones, por el difícil problema de sus distancias cósmicas, por su ín¬ dole racial soñadora y qiesiánica, ha sido el Continente sin herejías. El Continente de la religión sin límites, sin reduc¬ ciones; porque sellada en su origen por el sello de sangre de Jerusalén, vive lo católico no sólo como idea, y como sentimien¬ to, sino como realidad física. El mestizaje ha convertido a Hispanoamérica en raza universal. Católica. '

Nuestra obra romana es lograr la unidad de civilización para influir.

Nuestra obra ateniense es lograr la unidad de cultura para trascender.

Nuestra obra jerosimilitana es lograr la unidad religiosa para misionar.

Unidad, no de suma, sino de comunión.

No aritmética, sino apasionada.

Epitalamio de la unidad: Unidad de creación.

Por eso Hispanoamérica puede sentirse europea y puede sentirse indigenista.

América comienza en los Pirineos.

Pero también Europa acaba en la Patagonia.

Lo malo de los europeístas es que sólo se sienten europeos.

ENTRE LA CRUZ Y LA ESTADA

27

Lo malo de los indigenistas es que sólo se sienten indígenas.

Son los vicios de nuestras virtudes.

Pero ser 'hispano es sentirse europeo en cuanto indigenista. Y sentirse indigenista en cuanto europeo.

El europeísta que sólo se siente- europeo no llega a sentir lo nuevo del 'Nuevo Mundo.

No es creador.

No posee el dramatismo católico que necesita la Hispani¬ dad para su gran síntesis futura.

No es hijo de los Conquistadores. (Se queda en Europa, fuera de su tiempo, fuera de su linaje).

El indigenista que sólo se siente indigenista no llega a sentir lo mundial (lo universal) del Nuevo Mundo.

Tampoco es creador.

No tiene Historia.

Tiene tan sólo Arqueología.

No es hijo de los Indios. (Se queda en la barbarie. En la‘ antropofagia intelectual, devorando al hombre español que todo hispanoamericano lleva dentro de sí).

El indigenismo revolucionario de las izquierdas es una mezcla híbrida de Marx y de Las Casas.

I±a cruz del mestizaje tiene cuatro términos:

I) El español, que se cruza con el indio, hispanizando, es decir, oocidentalizando al indio. 2) El indio que se cruza con el español, venciendo culturalmente al español y sumergién¬ dolo en el Oriente misterioso de su concepción de la vida y del mundo. 3) El español racista, que no se cruza, que se aisla ¡robinsonicamente en su cultura. 4) El indio irreductible, que se aisla cavernariamente en su primitivismo.

Existe una cruz igual de mestizaje hacia arriba. De absor¬ ción y conquista de las razas blancas inmigrantes.

América no sólo ¡tiene que hispanizar su raza de profun¬ didad que es la india.

Otros indios hay, quizá más difíciles razas de extensi- dad , que sin tener el sentido americano de la tierra, ni la elegancia espontánea de los dueños milenarios de nuestra na¬ turaleza, llegan a América con leguas y psicologías foráneas a enriquecer nuestro mundo si su absorción es perfecta, o a

PABLO ANTONIO CUADRA

cuartear la solidez espiritual de nuestra cultura si su incor¬ poración es débil o defectuosa.

En ambos mestizajes se dan los cuatro términos de la cruz. Violencia y lucha en las entrañas. Pero la Hispanidad está en el equilibrio de los dos primeros términos. En la mutua conquista. En la mutua incorporación bajo el signo cristiano.

i *

Sólo el indigenismo de las izquierdas puede ser tan absur¬ do como el hispanismo racista cifra bastarda frecuente en las derechas , que sólo toma en cuenta lo español, queriendo árbol frondoso, pero sin raíces, sin acordarse que sin mestiza¬ je la Hispanidad en América deja de ser Hispanidad. Que sin indio no hay americano, porque rompemos las conexiones (como los anglosajones del Norte que son, trágicamente, ex¬ tranjeros en su tierra) con las hondas y ricas raíces de nues¬ tra naturaleza y de su vitalidad nativa.

Recobremos al conquistador y al misionero, y recobremos al indio. De otra manera, nos perdemos con el indio (indi¬ genismo siniestro), o nos perdemos sin el indio (hispanismo racista).

Dentro de la ecuación de mestizaje la -cifra de elevación la da lo hispánico. Lo indígena da la cifra de profundidad.

En el barco de Hispanoamérica, el timonel es lo español. Y el timón lo indio.

Por tanto, una vez recobrada la dirección histórica ¡el piloto va en la altura! , el indio deja de ser arqueología para convertirse en algo vivo y sustancial para esa misma historia ¡sin el timón que va en la profundidad, rasgando la entraña misteriosa del elemento, de nada sirve el timonel! .

Norteamérica es una Europa trasplantada (Babel).

Hispanoamérica es una Europa continuada (Roma).

En la bahía de (Nueva York se levanta, sobre el ¡mar, la estatua de la Libertad.

En la altura de los Andes perfora los cielos la estatua de la Verdad.

La ciudad norteamericana es una asamblea de casas. Ciu¬ dad sin centro. Libertad de expresión y de pensamiento.

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

29

La ciudad hispanoamericana nace alrededor de un centro que es la Iglesia. Ciudad jerárquica. Pensamiento y expresión de la libertad.

Norteamérica es la civilización del “pacto social”.

Hispanoamérica es la cultura del “cuerpo místico”.

No se trata de dos mundos enemigos.

Se trata de dos vocaciones distintas.

¡En esto nos basamos para predicar y sostener ardiente-' mente la primacía del hispanismo sobre el panamericanismo.

Anteponer, en el orden de los valores culturales, el pan¬ americanismo a la Hispanidad, es conceder mayor valor a las relaciones geográficas o económicas que á las espirituales. Lo cual es un atentado contra el espíritu y una demostración de decadencia cultural.

Nosotros rechazamos la infiltración de los Estados Unidos más por cultura que por política.

Nuestra cultura es creadora, y por tanto, casta.

.Cuando la cultura no tiene ese sentido de defensa o de autoctonía, como lo llamaron los griegos , se convierte en ci¬ vilización meretriz; es decir, híbrida.

Casi todas nuestras ciudades hablan de algo nuevo. Nueva España. Nueva Granada. Nueva Segovia.

Nuestro mundo se llama Nuevo Mundo.

Nuestro hombre será el “hombre nuevo”.

Estamos en un acto de creación.

Vamos a las bodas. No al burdel.

Por esta razón, el Protestantismo no sólo es peligro re¬ ligioso. Es una ofensa política. Y más aún, una amenaza

cultural.

Y cuando lo atacámos como “disolvente de la unidad na¬ cional”, no nos referimos solamente al peligro de su proseli- tismo numérico; es decir, a la cifra de hombres que resta, de nuestra unidad, sino más bien al adulterio que comete en nuestra unidad, a la cuña bastarda que introduce dentro de nuestro proceso creador, prostituyendo una comunidad que- necesita desarrollar limpia y vitalmente su tradición cultúraJ sobre el tálamo católico.

PABLO ANTONIO CUADRA

30

Para un hispano nada hay más frío y esterilizador que la estrangulación de lo ecuménico hasta su reducción a secta.

El Protestantismo significa para el hispanoamericano la castración más Brutal. Porque, conservándole las ansias, lo reduce a un eunuco, que nunca concebirá en al “hijo del hombre”. Nuestro “hombre nuevo” queda para siempre dete¬ nido si entra al alma del pueblo este foirth control de su más honda y entrañable creación.

Atacamos al Protestantismo por lo qu^ entraña de enfria¬ miento de nuestra dramaticidad creadora.

Nada más terrible que el emparedamiento espiritual que produce una seudo- religión, a la que han tapiado las puertas sacramentales que nos daban la salida hacia Dios.

El Protestantismo es la mediocridad de una verdad a medias.

El Protestantismo es el enemigo de nuestra unidad. Es la desunión.

El Comunismo es el enemigo de nuestro destino. La falsa unión.

El uno no nos deja crear.

El otro nos lleva a una creación monstruosa.

o

El Protestantismo disgrega el “cuerpo místico”.

El Comunismo lo falsifica.

El Comunismo es el reemplazo satánico de la comunión.

Así como Cocteau llamaba al licor y al opio “los sacra¬ mentos del demonio”, así podemos nosotros considerar al Co¬ munismo como lo contrario del misterio del cuerpo místico.

El cuerpo “mítico”.

El sueño marxista de una convivencia sin misterio, de un cuerpo sin alma, de una hermandad sin Padre.

Toda la inmensa caridad del misterio católico es aplasta¬ da por Satanás contra la tierra como un insecto.

Y en vez de la Iglesia resulta el enjambre.

La comunidad trabajadora bajo la oscura ley implacable del instinto.

La crueldad infrahumana de rebajar el destino del hombre a la altura elemental del hambre y la sed.

La unión comunista produciría en América un hijo ante¬ rior a los Incas y los Aztecas.

ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA

31

Recogeríamos el ‘fruto en la boca de las cavernas.

O Comunión o Comunismo.

El Protestantismo suele disfrazarse del Panamericanismo. Con -traje (geográfico.

El Comunismo suele disfrazarse de indigenismo. En des¬ nudez histórica.

Más que defensa, la Hispanidad es permanente conquista.

Hacia fuera y hacia dentro.

Hacia fuera; en todo lo que podemos hacer e influir unidos.

Hacia dentro: en todo' lo que podemos hacer e incorporar

uniéndonos.

Cada* nación debe tratar de hacer su síntesis propia, con¬ forme las leyes comunes e históricas de esta conquista.

Cada nación conforme sus propias peculiaridades.

Porque la riqueza de nuestra unidad está en nuestra di¬ versidad.

Otros busquen ser uniformes.

Nosotros somos universales.

Uni- diversos.

i

Cada zona, cada país tiene su misión.

A sus nuevas juventudes corresponde descubrir y luego conquistar ese destino.

No ceder. No ceder. Y, nuevamente: no ceder.

No rebajar la meta del gran propósito.

Si alguno cae: entregue su -antorcha, y siga el relevo.

No se hace la Historia completa en una generación.

Cosa pequeña sería la Hispanidad si la encerráramos en nuestros años.

iSe nos iha dado el porvenir. El porvenir de veinte nacio¬ nes en haz.

Soñemos. Invitemos a los soñadores a cantar las dimen¬ siones jubilosas de esa gran fuerza futura.

Trabajemos. Invitemos a los conquistadores a emprender el camino de la aurora.

“En espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua”.

PABLO

ANTONIO

CUADRA

MANUEL MACHADO, EL POETA DE “ADELFOS” (1874-1947)

¡Ay, qué anciano soy, Dios santo!, clamó Rubén frente al mar latino en un poema memorable por la humana verdad de su doctrina, increíblemente confiada a la virgen y alegre claridad expresiva de una estrofa pequeña, tan quebrada y sonora y rigurosamente ago¬ tada en su límite formal. Qué misterio más claro el de la* palabra poética en Rubén. Tan anciano, tan viejo como el mar más viejo del mundo se sentía nuestro poeta y era tal v'ez la contemplación cercana y amiga de ese mismo mar la que le hizo tan nuestro , 'y sentía su antigüedad, su más noble y condensada ancianidad humana Adán recién nacido a la muerte a las puertas del Paraíso en roca, en aceite, en vino.

En roca: la piedra al sol de la montaña en su ma¬ teria aérea y trascendida y la piedra castigada y soñadora del acantilado. En aceite: los glaucos, unánimes, vastos y pingües olivares y el tronco partido de cada olivo, con su cigarra cantora en el día y su triste coruja durante la noche. “En vino: la cepa achaparrada y sarmentosa, pegada a la tierra, los verdes pámpanos primaverales y los racimos con áureas y rosadas transparencias del oto¬ ño, el lagar con canciones y la fresca bodega en penum¬ bra. Y en todas estas cesas, la vejez más segura, más virginal v sencilla de la voz- creadora del hombre.

También nosotros podemos decir hoy de la poesía de Manuel Machado: ¡Ay, Dios santo, pero qué vieja, qué viejísima es la poesía del más joven de nuestros poe¬ tas líricos viejísima por lírica y cómo su antigüe¬ dad se siente ¡gracias, Señor! en vino, en aceite, en roca también más de lo que a primera vista parece. Pero sobre todo en vino: en el vino más espiritual espirituoso y añejo, que es donde está la verdad. Poe¬ sía de estirpe verlainiana, de la misma solera ¿sevilla¬ na o parisiense? que la de aquel que fué, al par que el más grato y más leve, el primer lírico religioso por

MANUEL MACHADO, EL POETA ! f y¿

su sagesse, y también por su celeste epitalamio, por su bonne chanson de su tiempo.

Sentir la propia vejez personal, la de la obra, ver¬ dadera ya- y no sólo sincera, en vino. Y en aceite. Y en roca. Tres ejemplos tan distintos, tan distantes entre sí, pero tan misteriosos y evidentes todos tres. Tres ejemplos tan ejemplares para la poesía. Y, sobre todo, el vino por alado y ligero. Todo lo que tiene alas' pertenece a una raza superior. Por eso-, la intensidad lí¬ rica, eliminando los contenidos penosos, como quería Keats, le dará alas al verso para la transparencia en el vuelo de la materia trascendida, de la* carne que se bace y es su mayor encanto habitación pasajera de la gracia, de esa gracia que, según reciente declaración medio en serio, medio en broma, y más en broma cuanto más serió de Manuel Machado, es, en todos sentidos, la inspiración para el poeta. La Muse qui est la Grace, había dicho Claudel, más rotundamente y con mayúscu¬ la, al escribir sobre ella una de sus cinco grandes Odas. El vino, que es la verdad de la obra inspirada, personal y tradicional a un tiempo, podemos decir nosotros, con minúscula nada más. Y esto, no sólo para el andaluz Manuel Machado, sino para el danés Sóren Kiefkegaard. que no podía contentarse con el desvitalizado idealismo racionalista de su tiempo, al que debemos, sin embargo, algunos bienes, y también algunos males, en el orden de la cultura. (Entre paréntesis, podemos añadir, ya que hemos mencionado a .Kierkegaard, que en el terreno re¬ ligioso el protestantismo, frente al catolicismo, es una religión sin vino, es decir, para el buen catador de cal¬ dos espirituosos espirituales no es una religión) .

Sentimos la poesía de Machado, los que la senti¬ mos, vieja y antigua como el vino, como el mar más viejo del mundo. Poesía que nació, a pesar de; su breve y airosa presencia, cuando no precisamente por ella, car¬ gada más bien de siglos que de años, popular y cultísi¬ ma-, siempre fina y aristocrática, con blasón y elegancia heredados, como dijo el hermano el del mirar tan pro¬ fundo que apenas se podía ver de la suya propia.

Y este es el secreto de la verdadera poesía: la de Verlaine como la de Rubén, como la de Antonio o la ¡de Manuel Machado que en el momento de nacer sea

34

LUIS FELIPE VI V ANCO ,

v _ * . . . . ■■■•

tan vieja, que más allá o más acá de todas las modas, de todas las escuelas y todas la novelerías diga de nuevo lo que ya se dijp, como quería Unamuno, y no sólo sea nueva la de Verlaine y la de Rubén lo fueron co¬ mo escuelas y aun como modas , sino su más profunda, ya que no su única novedad, resida en su ancianidad, en su manera de expresar virginalmente las cosas, diciendo- las de nuevo. Esta virginidad de lo .viejo no quita la personalidad, al contrario, la da. Porque la personali¬ dad es tanto más fuerte cuando más hondamente arrai¬ gada está en ese cielo de la carne que es la tierra del es¬ píritu, según la enmienda que hace el mismo Unamuno de los dos famoso versos de Lope:

i

Lope de Vega, claro, de improviso: si el cuerpo quiere ser tierra en la tierra, el alma quiere ser cielo en el cielo.

Pero debe enmendársele el inciso: si el cuerpo quiere ser cielo en la tierra, el alma quiere ser tierra en el cielo.

Cuando Manuel Machado empieza a publicar sus versos está en auge la influencia en la poesía española, a través de Rubén Darío, y bien pronto, aun a pesar de él, del simbolismo francés, ese movimiento artístico- literario que a estas alturas aun no sabemos bien lo que ha sido. No lo sabemos bien, críticamente bien; pero i qué gran lección poética la del simbolismo y qué últi¬ mos aciertos espirituales del poeta están contenidos en su lección! Porque ha afinado y agilitado hasta la pura delicia musical el instrumento lírico sin olvidar lo más humano. Empleando el lenguaje crociano, podríamos decir que el simbolismo, siempre a la zaga de sus grandes predecesores, y en parte iniciadores, va sustituyendo todo lo que en el romanticismo y después en el parnasianis- mo había de poética oratoria por verdadera substancia aun verdaderos accidentes líricos. Tanto es así, que a sus incondicionales y a sus exégetas se les ha reprochado con frecuencia el que al defenderle defendieran la esen¬ cia misma de lo lírico más que a una escuela determi¬ nada. Dicho de otra manera: el simbolismo ha susti¬ tuido una retórica del sentimiento como contenido vital

MANUEL MACHADO, EL POETA

35

más sincero por una retórica de la imagen como conte¬ nido espiritual más verdadero. Pero siempre queda a pesar del famoso verso de Verlaine en su arte poética una retórica, que si no la poesía no sería en última ins¬ tancia, como lo es, una cuestión de palabras en el len¬ guaje. Así el simbolismo mantiene al hombre, como viva presencia ordenadora, frente al símbolo y reduce la poesía, que ya en Baudelaire, pero sobre todo en Rimbaud y en Mallarmé, quería ser una norma supre¬ ma de conducta, cuando no un método de conocimiento, a los límites de la. mera literatura. Por eso, en el umbral de sus creaciones literarias más que a ninguno de los tres grandes poetas citados poetas del orgullo, cada cual a su manera de decir, según la exigencia supraliteraria de su obra poética , debemos colocar, como una con¬ firmadora excepción, la humildad de Verlaine; de ese cristiano, pecador y humanísimo Verlaine, con el que nuestro Machado ha tenido voluntariamente en sus co¬ mienzos tantos puntos de contacto, más a menos super¬ ficiales o profundos.

¿Ha sido Manuel Machado simbolista? ¿Ha sido al menos, según nuestra versión española del simbolismo, modernista? En general, la crítica literaria ha contesta¬ do afirmativamente a esta pregunta; pero, al contestar que sí, no se ha dicho toda la verdad. Más verdadero sería decir que, por lo pronto, Manuel Machado ha sido desde su juventud lo suficientemente viejo por naturaleza, y también por gracia, para- poder albergar en su versv. la más noble ancianidad del simbolismo al par que su novedad más urgente. Por eso, porque fué un día tan viejo en su juventud se mantiene hoy tan joven en su vejez. Y a lo largo de sus libros, de toda su reducidad, pero suficiente obra lírica, ha venido pre¬ valeciendo lo antiguo sobre lo nuevo. Hasta que esto, lo nuevo, desaparece casi por completo siempre con¬ viene que haya una dulce reminiscencia del primer amor literario y queda entonces su poesía depurada, dicien¬ do nada más lo que ya se dijo, y hasta diciéndolo con las mismas formas métricas, populares o cultas, emplea¬ das también por el pueblo andaluz y por los demás poe¬ tas del momento.

j 4

36 LUIS FELIPE VI V ANCO

Aunque hay muchas cosas de la mujer, del placer y de la pena, de la vida y de la muerte, del vino, como es lógico, y hasta de la misma poesía, que parece que nunca habían sido dichas en español ni, por lo tanto, en ningún otro idioma hasta que Manuel Machado las dijo con sus versos, que no solamente en ellos. Y en este parecer que se funda en el dicho y no sólo en la expresión está el secreto de la personalidad, tan se¬ ñera e ingente que para la quisieran otros poetas de obra más extensa, original y ambiciosa. Porque su poe¬ sía es tan personalmente creadora como la de su herma - no Antonio, que ya es decir, y es precisamente la dife¬ rencia tan acusada de personas la* que origina la diferen¬ cia radical, de intención y de logro, que hay entre ellas. Aunque, a veces, se oigan acentos de las voces de cada uno de los dos hermanos en la voz, personalísima, del otro.

Ambas poesías, la de Manuel y la de Antonio, se mantienen en su arranque fieles a cierto subjetivismo melancólico pero no elegiaco, como el de Villaespesa y el de Juan Ramón Jiménez por esta misma fecha y a cierta soberana actitud de reserva ante el mundo, que provienen, inmediatamente, a pesar de su más remota ascendencia becqueriana, de los poemas contemporáneos de Rubén. Y ya en su arranque, ambas poesías, nos han hecho patentes dos personalidades humanas bien distin¬ tas; pero es sobre todo en el momento ineludible de la salida a la realidad del mundo exterior momento que les llega casi a la par a los dos hermanos con la madurez del corazón cuando sus voces poéticas definitivamen¬ te se separan, para coincidir, al cabo de los años, en esa heredada vejez de fondo y de forma- verdadera poesía gnómica española de sus cortas sentencias en octosí¬ labos.

Porque Antonio sale de sus Galerías y de sus So¬ ledades, de sus bellos caminos interiores en sombra, don¬ de ya está sentido, de una- vez para siempre, el paisaje castellano, a la revelación intensa y delicada, concreta¬ mente metafísica y trascendentalmente geográfica y mi¬ nuciosa* de ese mismo paisaje, ahora ya con sus hombres, en sus Campos de Castilla. Y la salida de Manuel, desde su Alma y sus Caprichos, no es única. Por una parte

MANUEL MACHADO. EL POETA

37

sane, en Museo y Apolo, a una interpretación pictórica de temas de nuestra historia y de nuestra literatura, co¬ rroborada por una visión literaria de temas de la pintura universal europea. Estos dos libros, en los que todo po¬ sible didactismo queda sometido al imperio suave de una sutil emoción estética nada más, son los más moder- , nistas, seguramente, de toda su obra lírica. Por la misma época, otro poeta, cuyo nombre está unido al de los dos hermanos, más aún que por vínculos literarios, por los de una duradera y ejemplar amistad, Antonio de Sayas, luego Duque de Ámalfi, dará en otros dos libros suyos Retratos antiguos y leyendas la versión española de los mismos temas con arreglo a la más pura ortodoxia parnasiana.

Pero, por otra parte, ha salido Manuel Machado, en su Canto hondo y algunos años después en Sevilla, a la copla popular andaluza, desnuda y libre, escuetamen¬ te imaginática, sin ' imaginería superpuesta; es decir, a la recreación personal de lo popular y anónimo poético andaluz, en la que va a ser un precursor de otras voces más jóvenes y cercanas, pero va a quedar impar —ya que los que con tanta fortuna y tanto acierto vinieron después no resultaron demasiado > aficionados a ello . Como cantor de la mujer que, bajo el cielo de Andalucía, sólo se concibe niña aun, mocita en agraz, mujer her¬ mosa, muy hermosa y muy mujer, que dijo el poeta, o ya vieja como Santa Ana - en su relación directa con el hombre.

¡Qué lejos está Manuel Machado, en su poesía po¬ pular andaluza, de toda poesía pura, pero también de todo romanticismo sentimental y estéril! ¡Qué cerca, en cambio, el poeta de “Adelfos" de mismo y sus trovos por soleares de sus “Cantares" y de su “Antífona"! En este feliz ayuntamiento de lo popular y lo culto es donde se ve bien claro que lo popular era mucho más culto todavía, y que la vpz inicial del poeta era tan vieja en medio de los refinamientos del simbolismo, porque es¬ taba llamada, irremediablemente, a cantar por soleares. ¡La Soleá! ¡La soledad! El cantar favorito del pueblo de Andalucía, como dice Becquer en el prólogo que le puso al libro de cantares de Augusto Ferrán; esa espe¬ cie de hai-kai a la andaluza, es decir, con el alma y con

38

LUIS FELIPE VI V ANCO

hombría frente a la mujer, con todo lo que hay que te¬ ner, humanamente, y que al otr o, al que es una especie de soleá a la europea, aunque nos haya venido del Japón, le falta. Su voz, desde los henchidos cuartetos en ale¬ jandrinos de “Adelfos”, estaba llamada a cantar y su pensamiento a pensar cordialmente por soleares también, qué es una manera muy española de pensar; en la que coinciden los dos hermanos.

Y esta voz popular, llena de gracia y, al par, de seriedad, que aspira al anónimo, no le abandonará ya nunca. Aunque quiera él. Los hombres son los hom¬ bres, y hay cosas en la vida . . .— abandonar, de vez en cuando, a ella . . ., para volver después más enamo¬ rado a sus brazos. Pero tampoco nos explica ella sola la producción posterior del poeta. Porque ya antes de su Cante hondo había escrito Manuel Machado un libro excepcional El mal poema , un libro que es una desviación en doble sentido, y hasta, si queréis, un mal paso, pero en el que nos revela, unida a una actitud hu¬ mana más sincera que verdadera, la esencia misma de su personalidad lírica. Sí, primero en “El mal poema” y después en Ars moriendi, es donde hay que buscar las cosas dichas por Manuel Machado de una manera más definitivamente suya. Y en el primero de esos dos libros las dice, sobre todo en octosílabos de pie quebrado, que fluyen como un arroyuelo- del agua remansada en las coplas cerradas y graves de Manrique. También Siglo de Oro, han coincidido las voces de los dos hermanos, lo mismo Antonio que Manuel nos han dejado escritos en él alguno de sus mejores poemas.

En El mal poema se ha sentido Manuel Machado demasiado cerca de la nada, o, diciéndolo a la española, de la falta de ganas de hacer nada, ni siquiera versos ni poesía, que ya preludió en “Adelfos”. Y, sin em¬ bargo, con esa falta de ganas ha hecho uno de sus me¬ jores libros. No está, en ese momento de desgana, ni siquiera- desengañado. Porque lo fugitivo lo impor¬ tante es el instante que se va no tiene la pretensión de permanecer dolorosamente en él. Y es, tal vez, ese dolor de la imposible permanencia del encanto más fugaz, el que le falta al poeta, y esta falta la que le hace calificar de malo en realidad no lo es tanto a su poema.

39

MANUEL MACHADO, EL POETA

(Hay, por otra parte, una evidente preferencia por los poetas malditos). Y en el Ars moriendi ¿no falta tam¬ bién en la memoria del corazón el dolor de haber vivi¬ do? Quisiera el poeta no haber vivido, por lo menos no haber vivido tanto, y se siente morir donde mismo no ha dejado de vivir, en la mujer, y su arte es el mis¬ mo ars amandi de toda su vida: el arte de amar un poco y dejarse amar mucho para, al final, encontrarse con que todo lo que1 no se ha dado se ha perdido. Pero la pérdida no le duele demasiado y no necesita más con¬ suelo que la galantería del más bello madrigal. Aunque eso sí, después de tan galante preparación a la muerte, y habiendo quedado lleno solamente de sospechas de verdades, no volverá a escribir más versos durante mu¬ cho tiempo.

Así, sentidos y dichos por el renunciamiento vo¬ luntario más que por la aceptación del sacrificio, sus versos profundos, aunque como en Ars moriendi hayan renunciado al sin querer divino, pueden parecer tan su¬ perficiales. ' Pero también sucede lo contrario: que sus versos más superficiales, los llamados versos de circuns¬ tancias, le resulten, por la nativa ancianidad que persis¬ te en su voz, tan profundos. Muchos versos de circuns¬ tancias ha escrito Manuel Machado, y hasta podemos decir que, a partir de su despedida prematura de la vida que no quería vivir, ha sido sobre todo un generoso, elegante y afortunado poeta de circunstancias, de elogios y dedicatorias, de álbum y de abanico. Y en todos estos versos, la estrofa más alada, la rima más feble, sirve para decir la sentencia más honda. Versos de circunstancias, sí, y hasta toda una poesía de circunstancia que sabe po¬ ner el encanto de su prestigio lírico en la alusión penosa del compromiso o del encargo. Recogidos a lo largo de los años estos versos, con el título de Dedicatorias, llenan un libro entero del tomo de sus poesías y, ade¬ más, con el mismo título una .parte del libro Phoenix, el que viene inmediatamente después, al cabo de catorce años, de Ars moriendi, y que, como indica su nombre, contiene la voz nueva del poeta, renacida de sus cenizas.

Sin embargo, esta voz, en su nueva juventud, si¬ gue siendo tan vieja, tan verdaderamente poética y per¬ sonal como antes. La misma agua sigue corriendo por

40

LUIS FELIPE VI V ANCO

el mismo cauce. La misma poesía por los mismos versos. No se trata de ninguna audaz aventura de última hora, de ninguna desdichada adaptación a corrientes más ae- tuales. Hay asombro reiterado, pero no sorpresa. Ma¬ nuel Machado sucede a Manuel Machado. Y entre los poemas de Phoenix hay uno que, al reunir en sus tres breves estrofas los temas de] ^parque, del niño y de la fuente cantora que le canta la pena sin contarle la histo¬ ria, que es sólo voz de leyenda soñada en su romanza sin palabras, nos hace tal vez más evidente que ningún otro ese misterio de antes de nacer tan cierto, pero tan arcano como el de después de morir , que hay en la mejor poesía de Manuel Machado:

Esto es sumamente serio y encierra un sentido grave La fuente tiene un misterio: dice ... lo que el niño sabe.

Porque él lo sabe, y atento a la parlera corriente, tiene lleno el pensamiento del discurso de la fuente.

... Pero no entenderás la voz demasiado oída.

Eso no se sabe más J

que al principio de la vida.

Sí, el poeta, renacido en el tiempo, es, al llegar aquí, más el mismo que nunca, de tal modo que su re¬ nacimiento no ha consistido en una renovación litera¬ ria, sino en algo tal vez más importante para la verdad de su poesía, de esa* poesía que sigue sabiendo las cosas que no se saben más que al principio de la vida en volver a regalarnos los inmaculados acentos de su más joven ancianidad humana.

Y ahora, volvamos a abrir, por su primera página, por aquélla en que está escrito el primer poema de Alma, su primer libro: “Adelfas’'. Que aquí está la vejez en roca, en aceite, en vino sobremodo; la que, hoy día, íe hace a él tan joven como poeta y tan verdaderamente lírica y humana a su poesía.

L UIS FE LIPE VIVAN C O

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

Introducción.

Se tiene por inconcuso que los grandes valores per¬ manentes de la invención poética española residen en el poema heroico, en el romance, en la novela picaresca, en El Quijote y en el teatro, lo que es tanto como decir que el más vivo hontanar de la poesía española surte de una actitud de ánimo activa, cercana a la realidad, sociable y belicosa. '

Sin duda se admite al margen de todo esto la rele¬ vante validez de los místicos españoles como autores de influjo educador y edificante, pero se considera éste, sobre todo, como algo vinculado a la época, y desde la ilustración, alicaída su virtud, hasta cierto punto. De su rica lírica religiosa, sólo se han conservado vivos unos pocos cantos devotos.

Haciendo por tal manera el finiquito, se olvida una fluencia de poesía que deriva tácita, soterraba casi, á través de los siglos: su vaso, no obstante, comunica se¬ cretamente con la linfa tumultuosa de los romances, las novelas y las comedias. Se trata de una poesía repre¬ sada, trasvenada, encenegada a trechos, poesía de la so¬ ledad, en fin, o para servirnos, en sentido lato y desdog¬ matizado, de un término teológico: poesía del quietismo. De sus conexiones y de sus formas literarias vamos a ocuparnos justamente.

La palabra soledad.

Con la palabra soledad suele designar el español la actitud exterior e íntima propia esencialmente de este género- de poesía.

Consideremos por de pronto el vocablo. La tesis de que etimológica y fonéticamente proceda de solitatem es indefendible. Tanto la conservación de la i pretónica como e en soledad (compárase solidlata = soldada - so-

42

KARL VOSSLBR

litaríum soltero) como la gran rareza de la palabra latina sólitas permiten suponer jque se trata de un pro- ducto nuevo del suelo ibérico. Sólitas en el sentido apro¬ ximado de solitudo solo ha podido señalarse, según el Thesaurus linguae latinae de Munich, en Accio, Apu- leyó y Tertuliano y siempre en singular. Incluso no es imposible que en cada uno de estos autores latinos sea la palabra elucubración de propia minerva. Es, desde luego, el caso .de Tertuliano, que le da un significado especial: Monotes et henotes, id est sólitas et unitas.-. (Tert. adversus Valentinianos 37). Según esto, el tér¬ mino español ‘'soledad’" se nos aparece como una nueva versión docta, es decir, como una creación literaria, su¬ gerida al parecer, por la lírica galaico-portuguesa me¬ dieval.

En portugués tiene la palabra una figura fonética más solariega ciertamente, aunque en modo alguno con¬ secuentemente fijada por transmisión léxica. Aparece como (1) soédade, (2) so'ídade, (3) suídade y como vocablo de cuatro sílabas, en la mayoría de los casos, en los cancioneros de los siglos XIII y XIV. Su signi¬ ficación evidencia, desde un principio, un psíquico abis- mamiento que ha de caracterizarse como una parva poe¬ tización, como algo esencialmente lírico. "Soledad”, "desamparo”, "ausencia”, adquieren en el lenguaje de los trovadores galaico-portugueses la significación ex¬ presa de "duelo”, "querella”, "anhelo ”, "querencia”,, "languidez” y "nostalgia”.

Que so’ídade de mha senhor ei . . .

Nom poss’eu, meu amigo, com vossa sóida de viver . . .

i

son formas que encontramos en el cancionero del rey Denis (1279-1325). Vossa soídade no quiere decir aquí "vuestra soledad”, sino la "nostalgia' que de vos siento por causa de vuestra ausencia” (1). En la poesía

(1) Véase Henry R. Lang “'Das Liederbuch des Konigs Denís von Portugal . Halle 1894, versos 748 y 2,078. Del mismo v. también la edición del Cancionero Gallego-Castellano, New'-iYork, 1902, especial-

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

43

portuguesa posterior se da, incluso, el caso de identificar la nostalgia que se siente por el ser ausente y querido con este mismo ser, querido y ausente.

Suidade minh'a,

quando vos vería? (Sá de Miranda) y:

Minha saüdade, caro penhor meu, a quem direi eu

tamanha verdade? (Camoens) (2).

Así adquiere la palabra suidade la significación oca¬ sional de un nombre cariñoso. Este tiene que haber es¬ tado en uso en tierras portuguesas mucho antes que en Castilla se adoptase Soledad como nombre de mujer bajo la mariana advocación de María de la Soledad.

Puede decirse que el uso desplazó completamente en Portugal la significación objetiva de la palabra como "soledad-yermo” por el sentido nostálgico y amoroso, habiéndose de recurrir para expresar aquella significa¬ ción a otros términos, como soidao, solidao, isolamento, retiro, ermo, deserto, abandono, desamparo ausencia, y al vocablo soleda|cfie, de oriundez castellana. Después que sobrevino esta diferenciación en las postrimerías del si¬ glo XV, se instala ya definitivamente el término soídade en el mundo de los sentimientos y de la subjetividad.

También la forma fonética se va modificando poco a poco. Es cierto que la vieja forma soédade se conserva en la poesía como arcaísmo hasta entrado el siglo XV, especialmente en el caudal literario galaico-portugués. Incluso modernos artífices del lenguaje como Rosalía de Castro y Curros Enríquez vuelven a usarla con tenden¬ cia restauradora. En el siglo XIII se señala la segunda forma fonética soídade; suidade, la tercera, se mantiene aún hoy viva en la poesía popular gallega:

mente la nota de la p. 199 ss. Es" muy instructivo el estudio de Ca¬ rolina Michaelis de Vasconcellos titulado “A saudade portuguesa”, 2da, ed. Porto, 1922.

(2) Michaelis de Vasc. ob. cit. p. 107 ss.

44

KARL VOSSLBR

.Meu amor, meu amorinho, ond'estas, que non te vexo? morro -me de su id a des e dia e noite em ti pensó.

(Ballesteros: Cancioneiro popular da Galiza, 1885-86).

En la zona lingüística puramente portuguesa, don¬ de, al parecer, no ha podido señalarse el término spédade, es soídade la forma más antigua. Predomina en Don Denis. Pero luego se impone el término suídade, acom¬ pañado del adjetivo suidosc. Se les suele señalar hasta fines del siglo XVI. Junto a esta forma aparece por primera vez en el siglo XIV. aunque frecuentemente sólo en el transcurso del XVI la forma portuguesa, hoy imperante, saudade, más, al parecer, con el acento concomitante sobre la u por de pronto y como vocablo de cuatro sílabas, y sólo más tarde con tres sílabas y la acentuación accesoria sobre la primera a. No puede tra¬ tarse aquí de un cambio condicionado por motivos de índole fonética. Las formas suidade y saudade compi¬ ten durante largo tiempo. La forma en au es la más popular y la que acaba siendo considerada como la for¬ ma nacional portuguesa. Ya a fines del siglo XVI es exaltada “a saudade portuguesa” como algo propio de la idiosincrasia nacional, como un distintivo de excelen¬ cia del alma lusitana y como un refinamiento del sentir, a su vez objeto de burla por parte de los castellanos (3) .

Pero dejemos esto aquí y tratemos por lo pronto de averiguar la procedencia de la fonía au y cómo se ha introducido en tan difundida palabra. Deben haber intervernido uno o varios grupos de palabras de figura fonética semejante y de valor aproximado por lo que a la significación se refiere. Se ha aludido a la voz ára¬ be saudá, “hipocondría, mal de corazón, melancolía, desánimo”: pero más a mano tenemos el grupo de pa¬ labras portuguesas saude, saudar, saudades, sanidade, salvar con las etimologías salus. salvus, sanus, por lo tanto , cuyo influio propugna muy hábilmente Carolina Míchaélis, de Vasconcéllos, refiriéndole al es-

(3) V. Carolina Michaelis de Vasconcéllos. ob. cit. p. 75 y 155.

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

45

tilo epistolar, a resonancias bíblicas, a votos y bendicio¬ nes de índole religiosa, dirigidos a amigos ausentes.

Podría, finalmente, a mi ver, argüirse el influjo de suaíve-suavis-, palabra que con afición y frecuencia se ha usado vehementemente por los trovadores provenza- les, así como más tarde, por la poesía humanística. La idea de atenuación y remisión referida a estados de ánimo se incluye perfectamente en el área de significado de la saudade portuguesa. Considérese, por ejemplo, el senti¬ do de estos versos de Dom Joam de Metieses f.

Faz me alguuma saüdade vyrem cousas aa memorea que passey, mas na verdade nam me dam pena, nem glorea.

(Cancionero geral, de Résende. Bibf, d. lie. Vereins, Stuttgart, t. 15, p. 109).

Las transformaciones, lo mismo de la forma foné¬ tica (4) que del significado de la saudade portuguesa, han de considerarse, creo, yo, dentro de la más íntima relación tanto con la historia de la poesía y en ella con la de la métrica, como con la del pensamiento lírico. Tiene razón Faria y Sousa cuando en su comentario de Camoens dice que saudade es' “palabra que se quiere ha¬ cer misteriosa eri portugués’' (5). Parecido es el mo¬ derno testimonio de Adolfo de Castro, según el que saudade viene a abarcar todo el mundo de sentimientos y pensamientos que las circunstancias de la soledad nos sugieren (6). Hasta qué punto saudade supone y expre¬ sa un sentimiento y una querencia puramente personales, individuales incluso, evidénciase, por ejemplo, por el hecho de que el diablo mismo experimente su saudade

(4) En el Diccionario Etimológico da lingua Portuguesa (Río de Janeiro, , 1932) nos da Antenor Nascentes, sub voce '‘saudade”, la bibliografía de los intentos explicativos de la forma fonética en ‘au

(5) Véase en la nueva edición crítica de “El Quijote”, por Ro¬ dríguez Marín, Madrid, 1928, t. VII, p. 354-64, el apéndice XXXV que lleva por título “Soledad = Saudade”.

(6) Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades del habla españiola, Cádiz, 1830, p. 293.

46

KARlL VOSSLBR

especial. En el Auto da barca do inferno de Gil Vicente (1517), dice el diablo al tahúr:

Mas tornemos a jogar, porque tenho saüdade de te ouvir arrenegar do "misterio da Trinidade.

(Gil Vicente, Obras, t. I, Coimbra, 1907, p. 140).

4 ‘Saudade y “morrer de amor’ es algo cuya resonan¬ cia dice Carolina Michaélis de Vasconcellos -nos llega a través de las mejores y más famosas obras de la literatura portuguesa. Algo que alienta en el delica¬ do libro de Bernardina Ribeiro y en los escritos de sus sucesores Samuel Usque y Gaspar Frutuoso; algo de que rebosa la lírica de Camoens, y buena parte de sus Lu- siadas, así como la más sentida poesía de Almeida Garret. Y esta resonancia se percibe hoy en las canciones popu¬ lares, lo mismo que en el canto del pueblo ennoblecido por los viejos trovadores galaico-portugueses (7). No es leve cosa, ni mucho menos, lo que por su parte se huelgan los portugueses de esta palabra y de la actitud psíquica y la plácida blandura vinculada a ella. Ape¬ nas se pronuncia en Portugal un discurso de circuns¬ tancias en que no se mencione y celebre la saudade como la más amable peculiaridad de la nación. Algo parecido a lo que ocurre con la ' ‘placidez’' en la Alemania me¬ ridional. Pero es que, además, en el Portugal de nues¬ tros días no sólo tenemos el saudoso, sino el saudosista. En 1912 se fundó la reviista “A Aguia”, en la que ha¬ bía de cultivarse conforme a un plan y cimentarse ideo¬ lógicamente el ultraromanticismo neo-portugués del sau- - dosismo (8). Los poetas brasileños de la. época román¬ tica y post-romántica no quedan a la zaga de los por¬ tugueses en la variación de los motivos saudosos (9). Merced a éstos y parecidos empeños, en virtud de este

(7) Car. Mich de Vas. ob, cit. p. 40 >ss.

(8) Ib id. p. 117 ss.

(9) V. Arturo Farinellí: “A” “saudade” ¡portuguesa e brasileíra, e a obra poética de Magalhaes” en las Conferencias brasileiras proferidas em Sao Paulo em 1927, Sao Paulo, 1930, p. 159,-77.

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA 47

culto sentimental premeditado, la palabra saudade que¬ lastrada hasta tal punto de valores sentimentales lí¬ ricos, que la significación originaria y objetiva quedó por completo oculta y fué olvidada. En los textos poé¬ ticos sólo he dado con un caso en que pueda percibirse una resonancia o un eco de la significación objetiva de soledad. En la estrofa 34 de la conocida égloga “Bas¬ to", de Francisco de de Miranda (1336, aproxima¬ damente), se dice:

A suidade ñaon se estrece,

Porem sofra o coracao,

(Que este é o que mais me empece) ,

Se outro senhor nao conhece Salvo justi^a e rezao (10) .

Según la coherencia del conjunto, el sentido sólo puede ser, poco más o menos, que para quien es incapaz de lisonja y la razón y la justicia sólo acata, la soledad es algo inevitable. Es evidente el castellanismo en el giro naon se estrece (la soledad no se estuerce) . *

¿Ahora bien, cuando eminentes sabios españoles co¬ mo Menéndez y Pelayo, y Rodríguez Marín, aseguran reiteradamente que la soledad castellana equivale en todo a la saudade portuguesa, aluden con ello a la sig¬ nificación en el sentido de nostalgia, Huelo y cuanto con hondura, delicadeza y copia de sentimiento y sensibi¬ lidad se relaciona. No porfiaremos, ciertamente, dema¬ siado, en este punto psicológico de su ambición nacio¬ nal. Pero el hecho es que sólo de uno a dos siglos más tarde ' aparece el término soledad en los textos castella¬ nos y que un poeta como el Arcipreste de Hita, nunca lo usa, en cuanto se me alcanza, en su “Libro del buen amor", aunque no le faltaran en verdad circunstanciales ocasiones para hacerlo. Es también digno de notarse que en el siglo XV compiten con soledad otras palabras cultas: solitud, en el sentido objetivo de soledad, en el Marqués de Santillana (N. B. A. E., t. XIX, p. 540) y en Carvajal o Carvajales; solitut (Antología de poe-

(10) (Poesías de Fr. de ¡Sa de Miranda, ed. Carolina Mich de Vasconcelos. Halle, 1885, p. 168 y el glosario p. 910 sub voce estrecer.

KARJL vossler

48

tas líricos castellanos p. Menéndez y Pelayo, t. II, Ma¬ drid, 1923, p. 188) y en Gómez Manrique (N. B. A. E., t. XXII, p. 44) : en triste solitud; soledumbre en Fray Hernando de Talayera (N. B.A. E., t. XVI, p. 37) : lugar de soledumbre; es, finalmente, decisivo, por lo que respecta a la peculiar índole de los hábitos lingüísticos propios del castellano, el hecho de que en ninguna época ni en ningún círculo literario, ni siquiera entre los poetas eróticos cortesanos, se haya sumergido y anulado la significación objetiva de la palabra sole¬ dad en la psíquico-subjetiva, en la medida en que esto ha ocurrido en portugués. Cierto que el sentido de la palabra castellana puede calar hasta honduras de “des¬ esperanza” y “desesperación”, como, por ejemplo, en los versos de Diego López de Haro:

que, después de ser perdido,

bivo en tanta soledad

que desseo no haber sido . . .

(N. B. A. E., XXII, p. 745).

Pero la resonancia objetiva no se extingue del todo. Incluso puede hacerse Jugar el vocablo con esta ambi¬ güedad, lo que sería Francamente imposible en portugués. Cuando Juan Agraz sutilmente canta:

E dexar quien te servía,

Senyona, tu soledad, más lo siento que la mía *

(Ibid, p. 210).

el doble sentido de la palabra cobra realce evidentemen¬ te: “Que quien te servía haya de abandonarte, o haya de ser abandonado por ti, esta nostalgia que de ti sien¬ to me duele más que mi soledad”. De índole semejante es el doble sentido que se insinúa cuando en el lenguaje antitéticamente sutilizado de la “Cárcel de Amor* (1492) la reina madre escribe a su hija Laureola: “Be- viré en soledad de ti y en compañía de los dolores que en tu lugar me dexas . . .” (N. B. A. E., t. VII, p. 17) : o cuando Duarte de Brito, que de preferencia componía

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

49

i. . --i . . . . « "• . . ■' ■' . . - . . . . . .

en portugués, exclama en castellano cuando en esta len¬ gua escribe una apasionada canción a su amada:

j Oh fuente de crueldad, de lloros y sentimientos, robo de mi libertad, y soledad

"de mis tristes pensamientos!

(Cancíoneiro geral de Riésende, Bibl. d. lit. Ver. Stuttgart, t. XV, 1845, p. 345).

Obsérvese que los matices, ¡objetivo-subjetivos de la significación se difluyen por completo. Hasta podría sentarse que la significación sentimental va ocasional¬ mente más lejos en castellano que en portugués, y ello, a tal punto, que el sentido de “nostalgia” y “duelo” queda a su vez empedernido y objetivado como “tor¬ mento de la nostalgia”. Ocurre así, por ejemplo, en la canción erótica del Príncipe de Inglaterra, en el “Dom Duardo”, de Gil Vicente, donde se dice:

que no duerme mi dolor, ni soledad sola una hora se me pierde.

(Obras de Gil Vicente, t. III, p. 175).

Incluso puede especificarse la significación al extremo de designarse con la palabra soledad un canto de pena o una canción de quejumbre en giros como éste de pro¬ nunciar soledad que encuentro en Guevara:

las aves roncas, quejosas pronunciado soledad con sus bozes congoxosas

(IN. B. A. E., t. XXII, p. 504).

O en parecidas expresiones en boga como cantar sole¬ dad, cantar soledades, por ejemplo, en la epístola á Jor¬ ge de Meneses de Jorge de Montemayor, (ciertamente de formación portuguesa) :

50

KARiL VOSSLBR

Y ver Juana en la fuente coger flores su soledad cantando a Catalina.

Cabalmente en estos giros vuelve a manifestarse la ten¬ dencia castellana a exteriorizar lo subjetivo y especifi¬ car, a su vez, el sentimiento. Y es así como en Anda¬ lucía, donde se cruzaron influencias galaico-portuguesas y castellanas, llegó a designarse con soledad, - solear, soleá, soleares una forma poético-musical definida. Es probable que sólo de modo titubeante y lento acabaJ ra la expresión cantar soledades asiéndose a este deter¬ minado género andaluz de las soleares. Originariamen¬ te se designaba con ella todo género de canción melan¬ cólica. Las formas definidas de las soleares de nuestros días pueden comprobarse retrospectivamente hasta el siglo XVI, por lo menos en lo que se refiere al metro. Una solear consta de tres o cuatro octosílabos que aso- nantan el segundo con el cuarto y el primero con el ter¬ cero (11). Luego, en los siglos XVII y XVIII, la de¬ voción de la Virgen de la Soledad contribuyó no poco, es cierto, al cultivo de este género y a su arraigo. Aún en la lengua de nuestros días, en los piropos de los an¬ daluces, se evidencia cuán popular era esta devoción de la Virgen de la Soledad: “¡Ay qué ojos!'” ¿te los ha prestao la Virgen de la Soledad, hija mía*’ (12). La forma musical de la solear andaluza se precisa como una “tonadilla en compás de tres por ocho y tonalidad me¬ nor, modulando a veces a su relativo mayor y haciendo una breve pausa en la subdominante del menor, para comenzar de nuevo”. En tiempos del descubrimiento y conquista de Nueva Granada (1538) ya debía ser po¬ pular esta forma. Volvemos a encontrarla hoy en Co¬ lombia. Fray Pedro Fabo del Corazón de María ha recogido á principios del siglo XX en Colombia oriental la siguiente copla:

(11) V, Francisco Rodríguez Marín: “El alma de Andalucía en sus mejores coplas amorosas”, Madrid, 1929, p. 21 y ss. y 26 ss.

(12) Véase W. Beinbauer, Ueber Piropos, en “Volkstum und Kultur des Romanen”, 7. Jahrgang, Hamburgo, 1934, p. 13»3.

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

SI

Empréstame tus ojitos para completar dos pares; que con los míos no puedo llorar tantas soledades (13).

Obsérvese la semejanza con la copla andaluza

Empréstame tus ojos, tendré dos pares; que con uno no puedo yorar mis males.

Rodríguez Marín nos da una versión tres o cuatrocien¬ tos años más vieja, procedente del Romancero general:

Si te duelen soledades del bien que alegre te estuvo, ayúdame con suspiros, del alma consejos mudos.

Además de la solear de cuatro versos se baila y canta en Andalucía, la de tres:

¿De qué te sirven los bienes mientras en el mundo vivas, si hora de salud no tienes?

Y aun tenemos una forma reducida, la llamada solea- riya:

Por ti

las horitas de la noche me las paso sin dormir.

Debo a la bondad de mi colega y amigo Augusto de Olea un disco Gramófono (H. Montes, A. E. 3192) con tres soleares. La impresión musical hace pensar en la influencia morisca, incluso en el origen moro. Esa es, por lo menos, la opinión del autor del artículo “so¬ lear" de la Enciclopedia Espasa-Calpe. Por otra parte, puede darse como cosa segura, verbal, formal, histó-

(13) Idiomas y etnografía de la región oriental de Colombia, Barna, 1911, p. 228.

5¡2

KARL VOSSL'ER

ricamente, la influencia galaico-portuguesa. Las mues¬ tras examinadas evidencian como en la solear andaluza se mezclan la chanza y la queja. Dice José Carlos de Luna -(14} que por la variedad de su estilo abarcan las soleares los temas más opuestos, y que de la queja del sentimiento torturado pueden pasar a la broma placen¬ tera, al requerimiento audaz, seguro del triunfo, a la ternura velada y no correspondida, a la exageración iró¬ nica, a la obstinación retadora, al juramento, a la im¬ precación y a la súplica. Esta mutabilidad, esta concep¬ tista duplicidad de sentido de la forma lírica menor y li¬ gera, aun boy ejerce su atracción sobre poetas lírico- epigramáticos como Manuel y Antonio Machado. De Manuel Machado, sobre todo, tenemos una serie de deli¬ ciosas soleares en tono popular:

La veredita es la misma ...

Pero el queré es cuesta abajo, y el olvidar cuesta arriba.

Me va faltando el sentío.

Cuando estoy alegre, lloro.

Cuando estoy triste, me río.

¿De qué me sirve dejarte, si dondequiera que miro te me pones por delante?

Otra prueba del mantenimiento y efectividad del sentido verbal objetivo cabe el subjetivo y en él inclu¬ so, la veo en el hecho de que de la soledad castellana no baya podido derivarse un calificativo psíquico como el saudoso portugués. Sabido es que saudoso, forma abreviada de saudadoso, no quiere decir en portugués “solitario" o “en soledad" , sino “anheloso , absorto , “nostálgico". Cierto que no han faltado intentos imi¬ tativos de la forma portuguesa, pero el soledoso, por ejemplo, que así ha llegado a formarse, ha quedado res¬ tringido al uso poético e irónico y en realidad sólo pue¬ de escribirse entrecomillado, es decir, haciendo un guiño al portugués. Soledoso suena aún como una traducción

(14) De “cante grande” y “cante chico”, Madrid, 1926, ip. 33 s_

POESIA DE ¡LA SOLEDAD EN ESPAÑA

53

y es percibido por el sentimiento lingüístico castellano como palabra forastera, y evitado. En Sudamérica pa¬ rece ser más corriente. Apenas podría hacerse la versión* literal al castellano del proverbio portugués “Ausencia tem una filha que se chama Saudade”. Lo propio sería aquí en castellano “ausencias causan olvido".

En pro de la gravitación subjetiva de la saudade portuguesa habla la circunstancia de no encontrársela, que yo sepa, aplicada en la toponimia. (A no ser que el título de una obra histórica de Gaspar Fructuoso 1552-91 - “Saudades da Terra", que cuenta el descu¬ brimiento y conquista de las islas atlánticas Porto San¬ to, Madeira, Desertas y Salvagens, quiera considerarse como nombre geográfico de dichas islas. Parece, sin em¬ bargo, que el título tiene una significación poética, a imitación de la novela de Bernardin Riveiro, “Menina e Moga" 1554-57 , célebre bajo la denominación “Historia das Saudades"). En cambio, se encuentran lugares llamados Soledade en el Brasil, en las provin¬ cias de Minas Geraes y Río Grande do Sul. Es curioso que en el radío lingüístico del castellano sólo encontre¬ mos la palabra Soledad como nombre de ciudades, vi¬ llas, aldeas y montes, en Centro y Suramérica: en Nue¬ vo México, en México, Perú, Colombia, Venezuela y Argentina (15), mientras en el solar español sólo se usa el término Soledad para designar campos, caseríos ais¬ lados, quintas y cenobios (16). De todo lo anterior se desprende que la aplicación del término Soledad a la toponimia se inició de modo vacilante y tardío y que, antes de la colonización de América, si es que se obser¬ va realmente, sólo es en casos muy aislados y con gran timidez. De la pequeña ciudad colombiana Soledad, en la provincia de Bolívar, sabemos que se llamaba antes Porquera.

(15) V. Vivíen de Saint-Martin : Noüveau Díctíonnaire de Géogr. universelle ,y el Atlas Manual de Andree, 8^ edic.

(16) En el Diccionario geográfico, estadístico e histórico de Es¬ paña de don Pascual Madoz t. XIV, Madrid, 1849 , figuran con el nombre de .Soledad un predio en las cercanías de Palma de Mallorca, un grupo de casas cerca de Ellorregui, Guipúzcoa, y una hacienda en los alrededores de Cañete, provincia de Cuenca.

54

KARL VOSSLER

Finalmente, de modo muy vigoroso, aunque tardío, ha venido a afianzar el valor objetivo de la palabra castellana soledad el hecho de que desde mediados del siglo XVIII, aproximadamente, empezara a usarse co¬ mo nombre de pila femenino, como “nombre de advo¬ cación mañana", es decir, en modo alguno, como el viejo portugués suídade, nombre ocasional de cariño, sino al igual que los demás nombres marianos, que tan archiespañoles nos suenan hoy, María de la Concepción (Concha), Asunción, Encarnación, Natividad, Visita¬ ción, Purificación, así como Rosario, Dolores, Consue¬ lo, Angustias, Socorro, etc. En cuanto se refiere al uso de estos nombres marianos en lengua castellana he ob¬ tenido preciosa información, merced al interés que bon¬ dadosamente se ha tomado en ilustrarme mi muy ad¬ mirable colega y amigo don Ramón Menéndez Pida!. A la considerada pertinencia por fuerza impertinen¬ te de mis preguntas y de mis ruegos, hizo que se realizaran investigaciones en libros parroquiales de Ma¬ drid, Zaragoza, Sevilla y Barcelona, cuyos resultados resumo muy brevemente aquí. Por nuevps e instructi¬ vos que sean los detalles, he de restringirme a lo que puede ser de utilidad precisamente para contribuir a es¬ clarecer el caso de Soledad como nombre de pila.

En contra de lo que esperaban todos los conocedores de las regiones españolas, no encontramos por vez pri¬ mera este nombre en Andalucía, la tierra de María San¬ tísima, ni en Sevilla, sede de la devoción mañana, aun¬ que en esta ciudad hubiese ya en el siglo XVII una muy famosa Cofradía de la Soledad, sino en Madrid, en el registro de un bautizo' de la Iglesia de San Sebastián, del año 1748, es decir, mucho tiempo después de ser conocidas las imágenes devotas, los santuarios y cofra¬ días de la Soledad. En 1630 se publica ya en Madrid el libro "Antonio Ares: Del ilustre origen y grandes excelencias de la misteriosa imagen de Na. Señora de la Soledad de Madrid'". No puedo decir a qué imagen se refiere este tratado, si a la "Virgen de la Solitud", ta¬ llada por Gaspar Becerra, en 1565, o a alguna otra imagen devota. Pero los antecedentes de esta costumbre de la nominación mañana se remontan a época muy

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

55

anterior. La devota consideración de la parte de Maria en los dolores de Jesús había dado motivo ya en la Edad Media a la institución de una fiesta especial, la Festum septem dolorum Beatae Mariae Virginia. En Alemania se señaló por primera vez el viernes siguiente al tercer domingo después de Pascua como fecha para esta fiesta en el sínodo provincial de 1413 celebrado en Colonia. En 1727 fue declarada de precepto general por la Igle¬ sia, señalándose el viernes después del domingo de Pasión para celebrarla (17). Ahora bien, de estos siete dolores el causado por el estado de la desolación tristísima de la Madre de Dios después del santo entierro, es el último. Y .este séptimo dolor es conmemorado especialmente el sábado santo. De donde el que también en los ejercicios espirituales de San Ignacio, se señale el séptimo día de la semana para la consideración “de la soledad de Nues¬ tra Señora con tanto dolor y fatiga”.

Planteándonos ahora la cuestión de por qué en la devota España tardaron tanto en ser usuales estos nom¬ bres marianos secundarios (no ha podido señalarse do¬ cumentalmente ninguno- antes del año 1615), de las in¬ quisiciones de Menéndez Pidal viene a inferirse lo si¬ guiente:

En tiempos de la Contrarreforma era costumbre en todo el radio de la Iglesia católica romana y no sólo en la zona religiosa española atribuir a un {santo, a un teólogo eminente o a un asceta, el sobrenombre del mis¬ terio a cuya plática, defensa, glorificación o devoción se había consagrado especialmente. Un religioso portu¬ gués del siglo XV)L se llamaba Emmanuel de Concep- tione, Juan Bautista de la Concepción en español. Soror María ab Incarnatione una carmelita francesa, etc. Con frecuencia pueden haber tenido estos atributos más el sentido de una promesa o de un voto que el de algo ya cumplido. Pasar del atributivo religioso al advocativo y apelativó es cosa fácil, algo que en medio de virtuosos profesionales del servicio divino, no tropieza con obs¬ táculos. Mucho menos natural, diríase que imposible, tuvo que haber sido para los seglares atribuirse tama-

(17) V. Ludwing Eisenhofer: Hanbduch der Katbalischcn Litur- gik, T. I. p. 596 s. Freiburg i. Br. 1932.

66

KAJRjL VOSSLEiR

ños títulos de gloria, dedicativos y “noms de batailleV Lo comente era la humilde y devota costumbre de dar a los recién nacidos, al bautizarlos, el nombre del santo del día en que habían nacido. Por necesidad de amparo y en señal de creyente confianza se hacía del natalicio el día onomástico. Mas he aquí que el año 1614 se encendió en Sevilla una enconada disputa entre las ór¬ denes mendicantes sobre la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. Las discusiones fueron tomando incremento y se propagaron por toda España. No me¬ nos de ciento sesenta impresos sobre el tema salieron $ la luz en los años 1615-65. En los años 1615-19 se celebraron grandes fiestas en honor de la ‘Inmaculada" en Sevilla, Granada, Salamanca, Baeza, hasta en Lima del Perú. En tal sazón escribió Lope de Vega, por en¬ cargo de la Universidad de Salamanca, su desenvuelta pieza festival “La limpieza no manchada’’, representada en octubre de 1618. La lectura de esta obra en la que sutilezas dogmáticas, fresca poesía popular, agreste y chancera lozanía, burla estudiantil, cantos de indios y andanzas de negros, alegorías y teatral artificio se mez¬ clan despreocupadamente, nos ofrece un trasunto, más fiel que todas las estadísticas bibliográficas, de la exci¬ tación que se había apoderado de los ánimos, prendien¬ do en el pueblo todo, con motivo de la disputa teoló¬ gica sobre la Inmaculada Concepción de María (18). Para celebrar la fiesta de la Inmaculada se había fijado ya desde el Concilio de Basilea el 8 de diciembre y en diciembre de 1615 fue bautizada, por primera vez una niña nacida en Sevilla con el nombre de María de la Concepción. Y en 1637 fue bautizada, también en Se¬ villa y con el mismo nombre, una esclava morisca. En Madrid se da el primer caso el primero de enero de 1622 en Ja Parroquia de San Sebastián. Queda ya abierta la puerta.:. A partir de 1625 y 1641, respectivamente, encontramos nombres marianos semejantes Presenta¬ ción, Asunción, Encarnación en las fes de bautismo de Madrid y Sevilla, y algo más tarde en Zaragoza y Barcelona. La creciente popularidad de estos nombres,

(18) Se incluye la obra en el t. V de las obras de Lope de Ve'ga p. p. la Academia española, Madrid. 1 895, fp. 1 95 ss.

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

57

4e los cuales Concepción (Concha) sigue siendo el más frecuente, queda evidenciada por el hecho de que se re¬ gistren los bautismos con dichos nombres marianos, en meses distintos a los correspondientes en cada caso a la fiesta preceptuada por la Iglesia. Parece que en muchos casos daban la pauta los nombres de las hermanas de los Conventos vecinos.

Otro grupo de nombres marianos trae su origen de menos dogmáticos y litigantes impulsos, 4c una devo¬ ción de índole más apacible, ya aparezcan ligados a de¬ terminados santuarios e imágenes devotas, ya reposen en momentos psíquicos y estados de ánimo atribuidos a la Santísima Virgen. No es fácil aquilatar exactamen¬ te estos motivos, porque muchas imágenes de María, es¬ tán temperamentalmente matizadas y las designa, según la expresión psíquica que representan, como , imagen "dolorosa", "misericordiosa", "auxiliadora", etc. Con frecuencia la elección del nombre de pila está determina¬ do por un acontecimiento eclesiástico, una gran proce¬ sión, etc. Así, por ejemplo, el nombre de María del Pilar, vinculado como es sabido a Zaragoza como sede de la Virgen del Pilar, aparece como nombre de pila por primera vez en Madrid, dando a ello motivo la pro¬ cesión del año 1675. A su vez otros nombres tienen un límite local, como el curioso nombre de Monserrada, que se registra ya desde fines del siglo XVI. Sólo en¬ contramos este nombre en territorio catalán, como ho¬ menaje a María del Moriteserrat. María del Sagrario es nombre solariego toledano, María de la Ailmudena ma¬ tritense, etc., etc.

En nuestra María de la Soledad por modo seme¬ jante a lo que acontece con Dolores y Angustias pa¬ recen confluir dos clases de motivos: a la memoración de los días de Semana Santa y los dolores de la Santí¬ sima Virgen, viene a unirse el recuerdo de los santua¬ rios e imágenes de Madrid, de Granada, de Sevilla, alu¬ sivos a dichos dolores. En los cuadros y en la imagi¬ nería apenas empieza a precisarse típicamente María de la Soledad antes de 1670, y ello ocurre por vez prime¬ ra en Andalucía. Pero el nombre de pila Soledad no ha podido encontrarse, hasta ahora, en los libros parro-

68

KARL VOSSLER

quiales de los siglos XVI y XVII, examinados por Menéndez Pidal. Se incluye entre los nombres maria- nos tardíos. En el conocido romance “Supuesto que me han pedido”, sobre nombres y cualidades femeni¬ nas, en el que se inserta una serie de nombres marianos, como Concepción, Dolores, Carmen, Merced, Esperan¬ za, Rosario, Pilar, Guadalupe, Loreto y Encarnación, buscaremos Soledad inútilmente. Cierto que es difícil precisar la fecha del romance, que ha llegado a nosotros en un folleto del siglo XVIII (19). Mas puede, no obs¬ tante, considerarse corno cosa segura que Soledad no pertenece a los nombres marianos motivados dogmáti¬ camente y que sólo de indirecto modo le fue preparado el terreno por la controversia sobre la Inmaculada Con¬ cepción. Por su naturaleza alude antes Soledad a la devoción burguesa, doméstica y ya un poco sentimen¬ tal del siglo XVIII, el siglo de los sainetes populares de Don Ramón de la Cruz, según observa Menéndez Pidal, a quien en esta cuestión cedemos, como es de razón, la última palabra.

La aportación de hechos, tanto en lo que se refiere al aspecto verbal como en lo que respecta a la significa¬ ción, desde el punto de vista histórico, tal como nos¬ otros,/ compendiadamente y a grandes rasgos, la hemos intentado aquí, podría fácilmente desvanecerse en la imprecisión si dejáramos de formarnos un concepto cla¬ ro de qué cosa es la soledad cabalmente. Sólo una vez amurallado el fundamento lingüístico de la palabra soledad en el terreno lógico del concepto correspondien¬ te, podremos pasar a la consideración de la historia de la poesía que se encarama y enreda en esta armazón con ,1a fronda de su ramaje y la lujuria de sus brotes.

El concepto soledad.

La soledad completa no se da en el reino de los seres vivos. Todo ser vivo tiene su mundo, su medio, en . el que crece y se desarrolla y del que sólo le arranca la muerte. Ni es lógicamente imaginable un sujeto so-

(18) V. Agustín Durán: Romancero general, B. A. E. t. XVI. p. 407 ss. (1355). '

POESIA DE LA SOLEDAD E*N ESPAÑA 69

litaría, 1 un sujejto sin objeto. Si el sujeto pensante se aísla, este acto se logra sólo a costa de hacerse a mismo objeto de su pensar, de oponer su yo a un o a un no yo, su ser así a un ser de otro modo, su unidad a una pluralidad o multiplicidad, su aquí a un allí, su ahora a un antes o después, su estado absoluto a una relación, su independencia a, una dependencia, su libertad a una vinculación, etc. Sólo se da, pues, una soledad relativa o aproximativia y nunca una soledad total, ya se aspire a ésta como fin último, o se eluda. Si el lenguaje fuera lógico nunca debería hablarse de . soledad pura y sim¬ plemente, sino de una inclinación o un desvío por lo que se refiere a ella.

Cuando nos restringimos a las circunstancias huma¬ nas solemos oponer soledad y sociedad. Ahora bien: ¿cuál de’ los dos estados ha de considerarse como el más natural? Por lo pronto el social, no hay duda. Así lo vieron los antiguos, así lo vió Aristóteles y hoy mismo nos inclinamos nuevamente a ver el caso normal y na- * tural en el hombre que vive en sociedad y a la comuni¬ dad se atiene, considerando, en cambio, al solitario como una excepción más o menos contra o extranatural. La lengua portuguesa, de la que partimos, parece también situarse en este punto de vista. Pues si el estado de so¬ ledad se equipara sin más al de anhelo, nostalgia y lan¬ guidez, tal como en eb sentido verbal de saudade ocurre y hasta cierto punto también en la palabra castellana soledad, este juego de significados ha de basarse, cierta¬ mente, en un .modo de pensar sociable y propicio a la comunidad.

Pero hay también épocas -y pueblos en que el in¬ dividuo solitario figura como norma, como prima natu¬ raleza, y se le exalta como dechado, repudiándose en cambio a la sociedad como cosa bastardeada y contra¬ natural o a lo natural remota. Son los llamados pue¬ blos y épocas pesimistas, que, por desánimo o por el desengaño de una desdichada experiencia, abominan del estado cultural de la sociedad que padecen, como, por ejemplo, los indos, la Antigüedad declinante, los días de Cristo y ¡de los estoicos, el siglo de Rousseau y Kant, así como los snobs 'primitivistas de nuestra época y,

60

KARL VOSSLBR

más o menos, los empollones desabridos de todos los tiempos. Pero es que pesimismo y optimismo no son algo absoluto, sino direcciones de nuestro saber y en¬ tender, de nuestro querer y desear. Son algo que alter¬ na en el tiempo y se templa en virtud de este cambio, al modo como los estilos de vita activa y vita contem¬ plativa se condicionan y reemplazan o se combinan. Por lo demás no siempre, ni de modo absoluto, trae lo contemplativo aparejada la cosa de la soledad, ni lo ac¬ tivo va de la mano de lo social siempre. El solitario puede mantenerse dentro de lo activo y dentro de lo contemplativo el solitario, excepcionalmente por lo me¬ nos. Claro que un hombre radicalmente activo se ads¬ cribirá, a la larga, difícilmente a la soledad, ya que a la postre advertirá que es desfavorable a’ su naturaleza, así como, viceversa, el contemplativamente predispuesto huirá de la sociedad una vez y otro, y buscará su sole¬ dad por lo menos temporalmente, encontrando en ella consuelo, recogimiento y sosiego. Con este asunto de sociedad y soledad entramos de plano en el terreno ar¬ bitrativo de las inclinaciones, de los instintos, del agra¬ do, de la llamada cuestión de gustos, y con ello también en el reino de la poesía.

A veces, sin embargo, diríase que la laxa y casi ca¬ prichosa relación de reciprocidad entre "solitario” y "social” ha de adquirir una rígida intensidad. Y ocu¬ rre esto, efectivamente, allí donde la soledad es elevada a valor religioso y petrificada en lo absoluto, es decir, allí donde es desvalorizada la vida entera con toda su multiplicidad y toda la trabazón de sus criaturas, donde el espíritu absoluto niega todo lo vivo como mengua y pecado. El budismo representa, con rigor pleno, esta creencia. El cristianismo sólo se sirve de ella ocasional¬ mente, sólo cuando se trata de quebrantar corazones en¬ durecidos, orgullos desalmados. Fué el apóstol San Pa¬ blo quien en el pensamiento cristiano introdujo las ideas de la impureza y abyección de la naturaleza humana y el concepto del pecado original, temados del pesimismo oriental y helenístico. Con ello se abrió plaza, hasta cierto límite, en el sagrado de la Iglesia cristiana a los anacoretas, a la expiación cenobítica y a formas de vida

POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA

ax

monástica. Podría tambáén determinarse conceptual¬ mente la cuestión diciendo que a los occidentales la so¬ ledad les es familiar como concepto relativo y privativo, no como concepto absoluto y universal. La soledad, por mucho que se intensifique, jamás coincide totalmen¬ te en nuestra conciencia con el concepto de la unidad del universo. Por grande que nuestra soledad sea, siempre tenemos en el propio pensamiento algo que nos acom¬ paña. Sólo en el grado de destrucción extática de la conciencia y el místico olvido de mismo coinciden soledad y unidad del universo.

Los místicos de Occidente, bajo la sugestión de los místicos orientales, aspiraron también, es cierto, a este grado último, a esta noche profunda, cabalmente en España. Ahora bien, no como base de nuestra conside¬ ración, sino como caso de confín solamente tiene im¬ portancia para nosotros esta fase. Señala el punto de crisis en el tránsito de tono pesimista al matiz optimista de la idea de la soledad, o bien el paso de la afirmación a la negación de los estados sociales y los estilos socia¬ les de vida. Dicho de otra manera, la soledad como noche mística supone para nosotros una fase de tránsi¬ to, una especie de zona oscura en la senda espiritual, y esto desde el penitente de los tiempos medios al idílico humanista y desde el ascetismo barroco a la ilustración filosófica, en una palabra:, dentro del proceso que va del desprecio del mundo a su renovación y elucidación. Pero no vamos a silenciar el riesgo de esta zona, ni a dejar de encararnos con el hecho de que frecuentemente ni aún los mejores logran consumar el tránsito, y que¬ dan en la noche de su vital negación adormidos.

(Traducción de Ramón de la Serna).

K A R L

V O S 6

L E

R

L

A S

E

L E G I

A

(EL DESOÑADO)

En el alba engendraste mi alma perdurable.

El cuerpo ya era sobre la seca tierra,

entre niebla e inocencia por las formas herido.

Fué tu voz quien condujo el destino a mis ojos, revelando al dolor la razón de la llaga.

Recliné en tu pecho mi fatiga de hombre y soñaste en mi nada estas alas que porto.

El aire y el espacio también los creaste y maduró la vida sostenida en tu sueño.

Despertar no debía, mas en mi propio cuerpo, un grito derribado clamaba por el sol.

Y dije apasionado: No quiero que me sueñes. Quiero herirme en la luz y en la tiniebla ajena,

. ser dueño del destino y el sentido profundo que en armonía tejen los actos de los hombres. Tengo alas que vibran y que en tu aire denso cual almendros de yelo se quiebran tristemente.

Y este amor, esta ansia que despierta en mi sangre quiere ser en las carnes inviolado recuerdo.

Oh, cuanto exista mi ser cantara tu presencia, pues raíz eres que para mi vida labra el sonido, la forma y el hálito de amor.

Con el lento cansancio de quien oye palabras sabidas de antemano, por el tiempo ya dichas, con la espesa fatiga del que dibuja un sueño que la primera luz destiñe con sus pasos, me olvidaste. Yo ignoré tus lágrimas: mis ojos embebidos en su claror naciente ciegos' estaban para todo llanto.

Sentí caer mis alas sobre una aurora fría, en un silencio vasto de mármoles quebrados, donde el aire paseaba en soledad absorta y la muerte brotaba donde propia vida, escondiendo su rostro tras laureles eternos.

i

Ya mis ojos se hirieron en el temprano otoño, de las luces y formas, mordidas por la sombra.

TTna luz muy triste coronó mi figura.

Tener el infinito sin amor es la nada y querer es donarnos al más incierto ensueño y en un perfil morir que no es el nuestro.

Vi mi libertad cual una ciudad desierta, como una niebla dura donde nada creciera, vi la pena, el amor, irguiendo sus espinas, el tiempo indiferente que nos deja, llevándonos, vi nombres ya marchitos, y manos desoladas, y ser sólo el recuerdo en memorias de humo.

/

R O Q U E

ESTEBAN

S c arpa

t

LA ACTJA ®iL TBilMilP1©

EL PORVENIR DEL HOMBRE.

Al cabo de un año largo, se ha llegado a saber que la bomba atómica produce efectos más duraderos y secretos que los inmediatos a su explosión. La experiencia de Bikini fué* hasta cierto punto “consoladora”. La mayoría se imaginaba que no iba a quedar ni rastros de los buques de guerra que sirvieron de blanco, y que todos los animales desaparecerían. Pero al ver que algunos barcos ni siquiera se habían hun¬ dido, y que muchos animales permanecían vivos, algunos res¬ piraron con cierto alivio. Sin embargo, los estudios médicos realizados hace poco tiempo entre los sobrevivientes de Hiro¬ shima y Nagasaki, han sido reveladores. Los efectos de la bomba atómica sobre el organismo humano, en aquéllos que aparentemente no sufrieron heridas o mutilaciones externas, son espantosos. Una influencia dañina sobre los órganos genitales, influencia oculta, de lenta y segura acción, amena¬ za a lbs hijos y nietos de los que se “salvaron” en las ciuda¬ des bombardeadas. Debilidades congénitas, ceguera, predispo¬ sición a numerosas enfermedades, esterilidad, y la amenaza de una generación nacida para la pronta muerte, es el re¬ sultado general de estas experiencias de los físicos. Es decir, que los efectos de la formidable máquina inventada para ter¬ minar guerras, han de producir en la humanidad tan nefas¬ tas consecuencias, que pueden exterminarla más dolorosa y seguramente que los propios conflictos bélicos. Delicias del progreso bien llevado y de la satisfacción intelectual del hom¬ bre soberano.

0 SELECCION MAS O MENOS NATURAL

Una de las cosas inadmisibles en el hitlerismo fué aquel culto del seudo-mejoramiento del hombre mediante procedi¬ mientos antropotécnicos e intervenciones en la íntima liber¬ tad e integridad de la naturaleza física.

Pero ahora vemos que los científicos de los pueblos ven¬ cedores empiezan a preocupare intensamente del .posible “mundo mejor” y aceptan, con otros colores, por supuesto, los principios que ayer les hacían verter lágrimas de indignación. En publicaciones francesas recientes, Georges Mounin y Jean

LA AGUJA DEL TIEMPO

65

Rostand estudian la posibilidad de una humanidad encanta¬ doramente perfecta. Rostand sostiene que “de ahora en ade¬ lante, es innegable que adoptando por nuestra cuenta los mis¬ mos métodos que se han probado en la cría de animales y en agricultura, y que nos han conducido a aumentar la can¬ tidad y calidad de la lana, carne, la leche y los huevos, podríamos, en el espacio de unas cuantas generaciones, ele¬ var de un modo muy apreciable el nivel físico e intelectual de la humanidad... Pero para obtener tal resultado con¬ tinúa el conocido biólogo francés tendremos que recurrir a procesos de selección reproductora que, bien conocidos por los criadores, permitan, partiendo de algunos individuos de “élite”, transferir a la mayoría del rebaño (esta es la pala¬ bra que usa: TROUPE AU) al menos una parte de sus cuali¬ dades hereditarias”. i

En el párrafo siguiente, muestra su repugnancia ante la posibilidad de tratar a la humanidad como a los animales, y dice que “bajo ningún pretexto consentiremos en tomarnos por bestias, aunque la biología nos asegure que éste sea el único medio de acentuar la separación entre los animales y nosotros”. Pero, acto seguido, en el mismo ensayo, termina: “A medida que se extienda la ciencia de lo hereditario, a me¬ dida que los asuntos de reproducción vayan perdiendo su ca¬ rácter de indecencia y de misterio, a medida que el hombre adquiera una visión más precisa de cuanto debe a la técnica en todos los dominios, a medida que, en su propio interés, llegue a racionalizar la procreación, tal vez se acostumbre a la idea, hoy tan chocante, de una selección humana”.

DELICADEZA DE SENTIMIENTOS, O LA CULPA NO ES

DE NADIE.

Daniel Rops ha publicado, hace unos meses, un libro ti¬ tulado “Jesús en su tiempo”, profundo, claro, documentadísi¬ mo, tratado desde un punto de vista cristiano, en el que se presenta la . vida del Redentor considerada históricamente, pero sin complacencias racionalistas, antes al contrario, ani¬ mado por una ardiente fe que se complementa con la verdad histórica y el análisis de los hechos reales. Hay un pasaje de este libro, relativo al proceso de Cristo, que dice: “El rostro de Israel perseguido llena la Historia, pero no puede hacer olvidar aquel otro rostro manchado de sangre y de escupi¬ tajos, del que la multitud judía no tuvo compasión”. Este párrafo ha suscitado varias reacciones indignadas. Primero, el profesor Jules Isaac, en una carta publicada en la revista “Europe”, ha hecho estallar el escándalo. Después, Stanislas

66

LA AGUJA DEL TIEMPO

Fumet, lo ha continuado en “Les Lettres Francaises”. Mon- sieur Fumet no desdeña colaborar con el comunismo en estos momentos. Es uno de esos casos tristes que dejan ver las crisis lamentables por que pasan los pueblos y los hombres en los años turbados y confusos que vivimos. El autor de tantas obras resplandecientes ayer por su catolicismo, ha fun¬ dado, al parecer durante la guerra, una publicación semanal y una organización por la libertad, que le va llevando, des¬ paciosa y entusiastamente, por la cuesta abajo de la compla¬ cencia colaboradora con los negadores esenciales del orden cristiano, que tiene su base imprescindible en lo sobrenatural.

Fumet, muy del momento, muy de acuerdo con su posi¬ ción de mano tendida, ataca a Daniel Rops (en el semanario comunista citado) por este párrafo. Es un párrafo antise¬ mita, que no hay derecho a escribir en estos momentos, cuan¬ do han sido vencidos los odios de raza. Fumet se olvida de aquello de “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, que no lo ha escrito precisamente M. Daniel-Rops* sino ©tro autor mucho más digno de crédito. En el alegato de Fumet aparece, con , relación al proceso de Cristo, el nombre “Gestapo”. ¡Qué delicadeza, qué humanitarismo tan sutil es éste a que hemos llegado!

* LAMENNAIS DE ACTUALIDAD.

Otro escritor católico, según dicen, es Loys Masson, que empieza a lucir en las nuevas letras francesas. Acaba de pu¬ blicar un ensayo sobre el pobre Lamennais, en el que enal¬ tece la memoria del famoso renovador v recalcitrante rebelde frente a la Iglesia, del excomulgado de la Chesnaie. El ar¬ tículo empieza con un aterrorizado grito ante la posibilidad

de que la Inquisición sea restaurada en el mundo, _ sin que

venga a cuento con una queja por “los gruñidos antisovié¬ ticos de Mr. Bevin”. Después se habla de la amenaza de una internacional negra (sin aludir para nada a la de una inter¬ nacional roja) y se coloca a Lamennais como un mártir de las ideas renovadoras. Todo está hecho con una habilidad escurridiza y resbaladiza. Se procura contemporizar, no decir nada directo contra los que condenaron a Lamennais, juzgar las cosas por fuera, pero lo cierto es que el fundador de L Avenir” aparece como una víctima del oscurantismo y co¬ mo uno de los hombres importantes que la Francia actual debe tener presentes. Que no se aleje Lamennais, es lo que pide M. Loys Masson, cuyo artículo termina con esta equili¬ brista afirmación : “Repito, para que todo equívoco sea disi¬ pado. y que aquéllos que me espían y observan (pienso en el

LA AGUJA DEL TIEMPO

67

R. P. Bar jen, de “Etudes”) queden desarmados: al hablar de Lamennais, no es que yo piense rebelarme como él y con él. Lo cito solamente como símbolo, y sin duda que no puedo encontrar otro más brillante: de un esfuerzo constante, des- interesado, estoico a pesar de los peligros, hacia una religión liberada de las incidencias temporales, mejor dicho, rejuve¬ necida. Pues este excomulgado es, a pesar de todo, el que nos muestra el camino”.

Ni una palabra sobre Lacordaire y los otros. La verdad es que para este católico que no quiere rebelarse, la Iglesia es un asunto de poco más o menos.

9 JUGANDO A LOS SOLDADOS.

Molotov pidió, hace ya unos meses, una reducción mun¬ dial de los armamentos y la abolición de la bomba atómica. Stalin declaró que los rusos no tenían más que sesenta divisio¬ nes en Europa Occidental, en tanto que, pocos días antes, anunciaba que 200 divisiones rusas, en pie de guerra, esta¬ ban apretadas desde el Báltico al Mar Negro. Las revelacio¬ nes, las acusaciones y las refutaciones se suceden en los pe¬ riódicos eslavos y anglosajones, con intermitencias de calma, cuando se dedican a hacerse carantoñas pasajeras.

De 1.700,000 hombres, los ingleses tienen 473,000 en Eu¬ ropa, 234,000 en el Cercano Oriente, 150,000 en la India y Bir¬ mania, 20,000 en las Indias Holandesas ,y 38,000 en el Japón.

Be 3.000,000 de soldados, los americanos tienen 329,000 en Europa, 26,000 en Alaska, Groenlandia e islandia, 50,000 en Corea, 29,000 en China Central, 65,000 en las Filipinas y otras islas del Pacífico, 140,000 en el Japón y 50,000 en Panamá.

Y, en fin, de 5.000,000 de hombres, los rusos mantienen 725,000 en la Europa ocupada, 946,000 en los países satélites y en las fronteras turco-iranias, 75,000 en Manchuria y 190,000 en Corea.

Ante semejante cuadro, los dos grupos presentes no de Sarán de indignarse. Los rusos argumentarán que los Esta¬ dos Unidos mantienen fuera de sus fronteras el 23 % de sus fuerzas, e Inglaterra el 54 %, en tanto que Rusia no ha en¬ viado al extranjero sino el 36 % de las suyas, a pesar de la longitud de sus fronteras terrestres. Por su lado, los anglo¬ sajones no dejarán de hacer ver que ellos no tienen más que 80 divisiones en armas, cuando Rusia mantiene 200 sólo en Europa.

Cerca de dos años después del final de las hostilidades, hay todavía en el mundo demasiados soldados, cruceros y bombarderos. Es una linda manera de llevar a cabo Desarme. .

68

LA AGUJA DEL TIEMPO

# ¿LIBERTAD RELIGIOSA?

Es continua la campaña del protestantismo por una pre¬ tendida libertad religiosa en los países católicos. Por su ex¬ cepcional autoridad damos a continuación un reciente artícu¬ lo del P. Murphy, jesuíta norteamericano, profesor de Teolo gía del Weston College de Boston, publicado en la revista ja- veriana de Bogotá.

La oposición universal de la jerarquía católica de Ibero - América a la “invasión protestante” es una auténtica reac¬ ción católica contra ía propagación de la herejía entre los hijos de Dios. Serían a la verdad pastores indignos si deja¬ ran de llamar la atención de sus fíeles acerca de la amenaza a la integridad de su fe y a nuestra unidad católica. Los pue¬ blos de Suramérica tienen tanto derecho de proponer los tér¬ minos de relaciones interamericanas como los Estados Unidos.

Los países iberoamericanos deben estar alertas contra las actuales tácticas sutiles de sus enemigos religiosos. No hay nadie que ponga en tela juicio que las Sectas protestantes han sido, son y podemos suponerlo seguirán siendo ene¬ migas del catolicismo. La estrategia actual del protestantismo consiste en hablar alto sobre libertad de religión. Muchos de ellos pretenden que el moderno movimiento por la libertad debe imputarse directamente a su influjo en el mundo. Cons tantemente están señalando a Inglaterra y Estados Unidos con sus libertades como producto del pensamiento protestan¬ te. No están, en cambio, muy prontos para proclamar todos los horrores que están abrumando a la Humanidad a causa de la libertad que pretenden haber patrocinado. Es táctica actual de los protestantes el lanzar a la Iglesia Católica a la defensa, sugiriendo e insinuando que los católicos no con¬ ceden libertad de religión, que los países católicos privan a las sectas no católicas de su derecho natural para propagar sus credos.

Un conocimiento superficial de la historia nos demostrará que los protestantes no amaron siempre en tan alto grado esta clase de libertad que ahora, a tambor batiente, predican al mundo, y que tan descaradamente exigen de los países ca¬ tólicos. Basta recordar la supresión, a veces brutal, del cato¬ licismo en Inglaterra, Noruega, Suecia, Finlandia y los Esta¬ dos Unidos para verificar que el amor a la libertad no ha sido siempre una virtud protestante. Basta recordar el ba¬ gaje de odio, de desfiguración y propaganda que amontona el protestantismo auténtico para verificar que este clamor de ahora por la libertad no es genuínamente protestante. Sería error lamentable los países o los Gobiernos de Suramérica se dejaran arrastrar por esta novísima propaganda por la li¬ bertad. El protestantismo espera con esto poner trabas a

LA AGUJA ,DEL TIEMPO

69

tos gobiernos para que se vean constreñidos a abrir las puer¬ tas de esos países a la diseminación al por mayor del pro- testantimo dívisionista. Los católicos deben recordar en todas partes una vez más el “Syllabus de Errores Modernos”, reco¬ pilado bajo Pío IX. La integridad de nuestra fe católica y la estabilidad de nuestra católica unidad pueden ser aniqui¬ ladas Lábilmente por medio de esta moderna doctrina acerca de la libertad espuria, de la que el protestante no es el úl¬ timo apóstol.

Nuestra fe católica nos enseña que nadie puede lograr el camino de salvación eterna; menos, alcanzarla en cual¬ quier religión y guiado sólo por la luz de la razón. Enseña ella que el protestantismo no es simplemente una forma di¬ ferente de^ la única verdadera religión cristiana, en la que un hombre puede agradar a Dios de la misma suerte que cuando está dentro de la Iglesia católica. El protestantismo, en todas sus múltiples formas, es una herejía, y como tal, cuando se presenta entre católicos, es nada más que un lobo vestido con piel de oveja. Y porque es una herejía carece de todo derecho delapte de Dios. No tiene derecho de existir y, por ende, no posee derecho de propagarse. Esto es lo que tenemos que sostener como católicos si creemos que la Igle¬ sia es el medio divinamente establecido para la salvación. La jerarquía de Iberoamérica merece la alabanza de todos los católicos por haber mantenido su firme posición católica acer¬ ca de este conturbador problema. Es la actitud de la Santa Sede, que ha invitado a estas sectas a volver a la unidad de la fe y a no propagar sus odiosas divisiones so capa de líber tad religiosa.

Aquí, en Estados Unidos, nosotros conocemos algo de ese amor protestante por la libertad. Nuestra historia recuerda varios ejemplos de su odio y persecución á los católicos. Uno de los más destacados ejemplos de los tiempos recientes fue la furia y la acometida protestante al catolicismo cuando Al¬ fredo Smith, católico, era candidato a la Presidencia en 1928. Los protestantes echan en olvido con gran facilidad y rapidez, sus propias tácticas al profesar ahora amor a la libertad. En la época actual la Iglesia católica es el blanco constante de los tiros de los jefes protestantes. La queja de que los go¬ biernos y los eclesiásticos de América del Sin* resisten la in¬ filtración protestante se ventila ampliamente. La jerarquía de los Estados Unidos es violentamente criticada porque ha expresado su simpatía a los Obispos de Iberoamérica en su lucha contra la amenaza protestante. Se acusa a los cató¬ licos de Norteamérica de haber forzado al Departamento de Estado a rehusar dar pasaporte a ministros protestantes que están impacientes por lanzar su última campaña divisiona-

t

LA AGUJA DHL TIEMPO

70

ria en Suramérica. Esos ministros parece que no acaban de entender que son indeseables; a quienes los países de Ibero¬ américa tienen pleno derecho de excluir, ya que amenazan el orden interno del Estado. Las revistas protestantes andan constantemente agitando la amenaza de la jerarquía católica en los Estados Unidos. En ellas se presenta a los eclesiásticos iberoamericanos como francos o secretos fascistas, aunque aquí haya un número más que regular de ministros protes¬ tantes que son simpatizantes declarados del comunismo. Constantemente vuelven sobre lo que ellos llaman el atraso e indolencia de la Iglesia en Suramérica. En ellas se pinta a los fieles de Iberoamérica como llenos de superstición e ido¬ latría. Mientras a mismos se presentan como mensajeros de la luz y de la libertad social y religiosa ante las masas oprimidas de nuestro continente. Gobiernos progresistas son para ellos los que permiten a los protestantes la entrada en sus países. Los gobiernos que les ponen coto y los excluyen se llaman retrógrados.

Sería un error fatal el que los católicos de Iberoamérica se sometieran a la definición de libertad que dan los protes¬ tantes norteamericanos. Si vosotros no aceptáis su definición de libertad al punto os señalarán a todo el mundo como ene¬ migos de la libertad por el solo hecho de hacerles) frente. Nosotros debemos mantenernos firmes en nuestra definición de libertad. Los protestantes no aceptan esta definición ca¬ tólica, porque ven claramente que ella condena su idea de libertad y su posición. No hay razón para que nosotros acep¬ temos su definición de libertad, sobre todo sabiendo como sabemos que ella se ha inventado para condenar la única religión autoritaria que queda en pie en el mundo. Hay que recordar siempre que la definición protestante de libertad no tiene nada qué ver con la verdad o la autoridad, al paso que son inseparables de nuestra definición de libertad. Nosotros sostenemos que enfrente a la verdad el entendimiento no es libre de aceptar o rechazar. Sostenemos que la autoridad, sobre todo la religión revelada, es una sabia institución di¬ vina que posee el derecho de ser obedecida. En cuanto a la verdad, muchas son las sectas protestantes que han dejado- de sostener ya que poseen toda la verdad cristiana. Por lo que atañe a la autoridad, los protestantes apelan a la Biblia y al juicio privado, lo cual viene a significar que* no existe ninguna autoridad religiosa en el protestantismo. Aquel gé¬ nero de obediencia que profesan están sometido a un Cristo forjado por ellos, no al Cristo conservado en la doctrina y en la tradición católicas y cuya autoridad fué comunicada a su Vicario en la tierra. En el momento en que nosostros rin¬ diéramos nuestra idea católica de poseer toda la verdad re

LA AGUJA DEL TIEMPO

71

«i - - - _ _ - - - ...... . . -

velada y la autoridad del Vicario de Cristo, daríamos por buena la definición protestante de libertad. Pero es tan ab¬ surda dicha definición de libertad, que hay ministros aquí en los Estados Unidos afiliados a organizaciones controladas por el comunismo, empeñadas en la extensión universal del comunismo y en la destrucción de la democracia. Son muchísimos los ministros protestantes masones que ya no profesan nada cfcel cristianismo. Tan sorprendente es esta libertad protestante que ya no logran convenir en ninguno de los grandes principios cristianos, y sólo convienen en su hostilidad a la Iglesia Católica. Debemos, pues, permanecer firmes en nuestra definición de libertad, la cual, por lo que a la verdad se refiere, no admite libertad para propagar erro¬ res. Debemos aferramos a ella, a pesar de . que se nos des¬ acredite ante el mundo como intransigentes, oscurantistas y retrógrados por parte de los protestantes.

jr &

NOVEDADES “SPLENDOR”

ESTUDIO COMPARADO DE LAS RELIGIONES, por

H. Pinard de la Boullaye (2 volúmenes) . . $.375

LA CRISTIANIZACION DE LAS EMPRESAS, por M. ' -

Brugarola . .... 60

LA ACCION SOCIAL DEL SACERDOTE, por Joaquín

Azpiazu . . i . 42

LUMUNANTU (Luz del bosque). Araucanía Misional.

Una historia novelada, por un P. Capuchino . 35

ACCION CATHOLIQUE et Action Sociale. Comipte rendu

des Cours et Conferences. Semaines Sociales du Cañada 73

TRATADO DE PSICOLOGIA EMPIRICA Y EXPERI¬ MENTAL, por José Frobes, S. I. (2 vols., con 1,500

páginas) ...: .... . 715

HISTORIA GENERAL DE LA EDUCACION, por Juan

Carlos Zuretti .... . . . , . . . 77

PROBLEMAS ACTUALES DE LA PEDAGOGIA, por

J. de la Vaissiere, Sertillanges, etc. . . . 66

GRANDES MAESTROS DE LA PEDAGOGIA CON¬ TEMPORANEA, por Francisco de Hovre . 154

EDUCACION Y EQUILIBRIO, por Kieffer . 80

LA AUTORIDAD . ÉN LA FAMILIA Y EíN LA ES¬ CUELA, por Kieffer . . . . 90

V muchos otros libros, que está recibiendo constantemente esta Librería, de Argentina, España, Francia, Canadá, etc.

LIBRERIAS Y EDITORIAL "SPLENDOR”

Santiago: Av. B. O’Higgins 1626 Cas. 3746 Tel, 89145 Valparaíso: Independencia 2042 Cas. 3296 Tel. 7168

CRISTAL DE LIBRERIA

“PARADOX, REY”, por Pío Baroja. _ Colección Austral. Es-

pasa-'Calpe Argentina. 1947.

t

Baroja tiene la virtud de la sinceridad que da a sus páginas ese tono sencillo, de cosa hecha sin técnica, caprichosamente, que las hace fácil¬ mente legibles, interesantes, sin que se pueda atribuir esa' atracción al es¬ tilo ni a lo mismo que relata, sino que procede de cierta gracia, de cierta honradez natural que amalgama la crítica y la poesía.

Baroja es un escritor con gracia, aun cuando ella toque la malicia antiamericana ("allí donde se viva naturalmente; allí donde no haya generales americanos"); un buen definidor de tipos, principales o episó¬ dicos, acusados por dos o tres rasgos de su lenguaje o de su cultura. Esta novela, libre de una técnica definida, pues está concebida en diálogo con intermedios líricos y una valoración anímica, tanto de las fuerzas de la naturaleza, como de los irracionales y los humanos, presenta de una manera fácil ese pesimismo trascendente que caracteriza la base de su pensamiento. Se le ha negado habitualmente vuelo lírico al novelista, pero quien lea con atención podrá comprobar una poesía en tono menor en su tono nostálgico o desencantado; buena prueba es el “Elogio sentimental del acordeón" que intercala en el relato. Lo que sucede es que todos re¬ paran en su sarcasmo, en sus opiniones desgarradas: "La moralidad no es más que la máscara con que se disfraza la debilidad de los instintos. Hombres y pueblos son .inmorales cuando son fuertes"; "Está bien que fundemos escuelas, pero creo que debemos establecerlas sin maestros . . . sin profesores, sin autoridad, si les parece mejor"; "El profesor es una es¬ pecie de papagayo del género Psittacus, familia de los loros"; o en el tono burlón con que resuelve la disputa salomónica de dos hombres que se disputan una suegra; "Tú, el que la quieres mal, eres el yerno. Llé¬ vate a tu mujer y a tu sruegra”. Pero, en el fondo, hay siempre un equi¬ librio entre esta realidad, mirada con un lente de desencanto y esa luz de gloria que su poesía deja caer sobre la naturaleza y algunos personajes.

La cualidad esencial de Baroja reside en que su lectura es fácil, agra¬ da aún cuando reaccionemos ante sus opiniones, interesa y entretiene. Su filosofía va escurriéndose entre los episodios y descripciones. Crei¬ mos habernos entretenido solamente y hemos tocado hondos problemas humanos. Por virtud de su maestría, pudimos compartir las vidas ajenas y crecer en sustancia vital.

S. E. S.

yzsssxaxsz

EN EL MANEJO DE NEGOCIOS O EN LA AD¬ MINISTRACION DE BIENES SIGNIFICA UN APORTE VALIOSO SERVIRSE DE UNA EX¬ PERIMENTADA Y EFICIENTE ORGANIZACION

NOS ENCARGAMOS PRINCIPALMENTE DE:

Cumplir órdenes de compra-venta de valores mobiliarios.

Atender al registro de accionistas de sociedades anónimas.

Pagar dividendos sobre acciones o debentures.

Tramitar la compra o venta de bienes inmuebles y efectuar remates de propiedades.

Urbanizar y lotear terrenos.

Controlar o dirigir la formación de sectores urbanos o barrios residenciales.

Atender a los señores CORREDORES DE PROPIEDADES en nuestro carácter de liquidadores de negocios de compra y venta ya formalizados, para los efectos de servir de depositarios del precio de compra y destinarlo a la cancelación de los gravámenes del inmueble

Servir de depositarios en la formación de comunidades que tengan por objeto la construcción de edificios para vienta de pisos y departamentos.

Administrar edificios de departamentos y en general propie¬ dades de renta.

Administrar los inmuebles a que se refiere la Ley 6071, que dispone que los pisos o departamentos de un edificio pueden per¬ tenecer a distintos propietarios.

Fiscalizar el cobro o la inversión de rentas de arrendamiento de propiedades, cuya administración está confiada a tercera per¬ sona.

Tramitar conversiones de deudas hipotecarias y otras opera¬ ciones de la misma índole.

Atender solicitudes de préstamos a largo plazo, en bonos, sobre predios urbanos o agrícolas, como representantes del Banco Hip o t eca rio - Va lp a ra í so .

Desempeñar los cargos de albacea con o sin tenencia de bienes, depositario o secuestre, liquidador de sociedades civiles anónimas y comerciales o de cualquie ’a clase de negocios. Síndico o dele¬ gado de síndico en juicios de quiebra. Guardador testamentario general, conjunto, curador adjunto, curador especial y curador de bienes.

De acuerdo con disposiciones especiales de la Ley, podemos administrar los bienes que se hayan donado o dejado a título de herencia o legado a capaces o incapaoes, pudiendo sujetarse a esta forma de administración los bienes que constituyen la legítima rigorosa durante la incapacidad del legitimario.

Disponemos permanentemente para la venta, de sitios en los mejores sectores residenciales de Santiago.

SOLICITE INFORMACIONES Y FOLLETOS EXPLICATIVOS

DEPARTAMENTO BE COMISIONES DE

Banco de Chile CONFIANZA

Segundo Pteo

IMF». “EL ESFUERZO' EYZAQUIRRE IMS. SANTI ASO

/

/

Precio: $ 8.40