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ESTUDIOS

iCARLOS VERGARA B.: “POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO ". FRAN¬ CISCO VIVES: PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL ".

JUAN M. RESTREPO: JESUS ", DE RI¬ CARDO D AVILA''— DOCTOR MANUEL F. BE¬ CA: MATERIALISMO Y ESPIRITU ALISMO EN PSICOLOGIA''.— LOS LIBROS.

RICARDO ASTABURUAGA ECHENIQUE: “SUR". JOSE LUIS CERDA: “POEMAS". MO¬ MENTOS DEL ARTE— CRISTAL DE LIBRERIA.

89

Santiago de Chile

MAYO 1940

ESTUDIOS

mensuario de cultura general

DIRECTOR:

JAIME EYZAGUüvRE

Casilla 13370 Santiago de Chile

SUSCRIPCION ANUAL EN EL PAIS . $ 42.—

EXTRANJERO . ... Dólar 1.50

NUMERO SUELTO . $ S.60

ATRASADO . $ 4.20

SE RECIBEN SUSCRIPCIONES EN LA ADMINISTRACION

HUERFANOS 972. OFICINA 501 TELEFONO 671S9

SANTIAGO DE CHILE

ATENCION: DE 16.30 a 19 HORAS.

ASO YIII N.o 89

MAYO DE 1940

ÍNDICE

SOCIOLOGIA Y POLITICA

Pág.

“POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO”, por

Carlos Vergara . . . 4

“PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL”, por Monseñor

Francisco Vives . . ... 15

LOS LIBROS: “Los precursores de Lenin”, por Maurice Paleologue, P. 22.

RELIGION Y CIENCIA

“JESUS”, DE RICARDO D AVILA SILVA”, por Juan M.

Restrepo . 24

“MATERIALISMO Y ESPIRITUALISMO EN PSICOLO¬ GIA”, por el Dr. Manuel Francisco Beca . 37

LOS LIBROS: “La Iglesia Patrística y el Milenarismo”, por Florentino Alcañiz S. J., P. 45. “Nuestro her¬ mano”, por Carmen Valle, P. 58.

LETRAS Y ARTE

“SUR”, por Ricardo Astaburuaga Echenique . 62

“AUSENCIA”, “ENCUENTRO EN EL TIEMPO”, “VOZ

SIN ESPERANZA”, Poemas de José Luis Cerda ... 67

MOMENTOS DE ARTE: Arte Español, P. 70. Pinturas de Augusto Izquierdo, P. 71.

CRISTAL DE LIBRERIA: “La infancia”, por Luis Oyar- zún, P. 72,

MAYO DE 1940

I

EN EL MANEJO DE NEGOCIOS O EN LA ADMINISTRACION DE BIENES SIGNIFICA UN APORTE VALIOSO SERVIRSE DE LA EXPERIMENTADA Y EFICIENTE ORGANIZACION.

NOS ENCARGAMOS PRINCIPALMENTE DE:

t

Cumplir órdenes de compra y venta de valores mobiliarios.

Atender al registro de accionistas o sociedades anónimas.

Pagar dividendos sobre acciones o debentures.

Tramitar la compra o venta de bienes inmuebles y efectuar remates de propiedades.

Urbanizar y lotear terrenos.

Controlar o dirigir la formación de sectores urbanos o barrios residenciales.

Atender a los señores CORREDORES DE PROPIEDADES en nuestro carácter de liquidadores de negocios de compra y venta ya formalizados para los efectos de servir de depositarios del precio de compra y destinarlo a la cancelación de los graváme¬ nes del inmueble.

Servir de depositarios en la formación de comunidades que tengan por objeto la construcción de edificios para venta de pisos y departamentos.

Administrar edificios de departamentos y en general propie¬ dades de renta.

Administrar los inmuebles a que se refiere la Ley 6071 que dispone que los pisos o departamentos de un edificio pueden per¬ tenecer a distintos propietarios.

Fiscalizar el cobro o la inversión de rentas de arrendamien¬ to de propiedades c ya administración está confiada a tercera persona.

Tramitar conversiones de deudas hipotecarias y otras opera¬ ciones de la misma índole.

Atender solicitudes de préstamos a largo plazo, en bonos, sobre predios urbanos o agrícolas, como representantes del Banco Hipotecario- Valparaíso.

Desempeñar los cargos de Albacea con o sin tenencia de bie¬ nes, depositario o secuestre, liquidador de sociedades civiles anó¬ nimas y comerciales o de cualquiera clase de negocios. Síndico o delegado de síndico en juicios de quiebra. Curador testamen¬ tario general, conjunto, curador adjunto, curador especial y cura¬ dor de bienes.

De acuerdo con disposiciones especiales de la Ley, podemos administrar los bienes que se hayan donado o dejado a título de herencia o legado a capaces o incapaces, pudiendo sujetarse a esta forma de administración los bienes que constituyen la legítima rigurosa durante la incapacidad del legitimatario.

Disponemos permanentemente para la venta, de sitios en los mejores sectores residenciales de Santiago.

SOLICITE INFORMACIONES Y FOLLETOS EXPLICATIVOS

I

DEPARTAMENTO DE COMISIONES BE BANCO DE CHILE - CONFIANZA - SEGUNDO PISO

Sociología y Política

“POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO”, por Carlos Vergara, Profesor' de Filosofía dei Derecho y de Derecho del Trabajo en la Universidad de Chile.

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,

¿ Qué actitud le corresponde asumir al cristiano frente al actual conflicto europeo ? ¿ Qué posibilidades se divisan a la reali¬ zación de una cultura de tipo cristiano? He aquí los interrogantes que se plantea el autor.

“PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL”, por Monseñor Francisco Vives, Pro-Rector de la Universidad Católica de Chile y Pro- . fesor de Filosofía del Derecho.

“La vida social supone una concepción metafísica de la vida, una doctrina, la que supone a su vez ciertos principios acerca del hombre y de su misión eivla tierra.”

LOS LIBROS

“Los precursores de Lenin”, por Maurice Paleologue. *

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Posiciones ante el conflicto europeo

Nadie puede ser indiferente ante la horrible matanza que ahora se realiza en el Viejo Mundo y que parece marcar el de¬ finitivo crepúsculo de esa civilización . Menos que nadie los cris¬ tianos, que dentro del sentido hondo de su unidad han de experi¬ mentar dentro de si el dolor de los hermanos, cualquiera que sea la raza de éstos o el ámbito geográfico en que se encuentren ubicados. Por otra parte, toda guerra lleva envuelta, a la par que apasionados problemas de orden político temporal, repercu¬ siones en el campo de los espíritus que no es posible eludir. Pre¬ cisamente a este aspecto de no escondida gravedad quiere ahora referirse nuestra revista y en su deseo de contribuir a clarificar las ideas, que la pasión partidista se esmera en envolver en densa obscuridad, ha abierto sus páginas a los hombres serenos y ha pedido a éstos su opinión libre, su autorizada línea de orientación ante estas dos interrogantes capitales: ¿Qué actitud le cabe asu¬ mir al cristiano frente al actual conflicto europeo ? ¿ Qué pers¬ pectivas de realización se divisan para una cultura de tipo cris¬ tiano ?

Hoy “Estudios” reproduce la respuesta de don Carlos Ver- gara Bravo, Profesor de Filosofía del Derecho y de Derecho del Trabajo de la Universidad de Chile, cuya infatigable obra de bien entre las clases desheredadas le1 señalan como un cruzado de la causa de la redención social y un difusor ardiente del pensamiento social de la Iglesia.

¿ QUE ACTITUD LE CABE ASUMIR AL CRISTIANO FRENTE

AL ACTUAL CONFLICTO EUROPEO?

La desorientación, la angustia y el envilecimiento progresivo a que va siendo sometida la conciencia en estos tiempos de lace- ramientos del espíritu, del sentimiento y de la inteligencia, impi¬ den al común de los mortales percibir la luz de la claridad que empieza a alumbrar los más lejanos horizontes de la vida humana; y el mayor número de hombres no tiene siquiera una clara visión de las cosas próximas, aun de las materiales en que se des¬ envuelve su cotidiana actividad temporal. Es así como los errores cometidos por gentes de ayer, son los mismos en que incurren las gentes de ahora. Parece que esto fuera como una ley que re¬ gulase el desenvolvimiento de lo humano en todos los tiempos y latitudes; sin embargo, “hoy” ha adquirido tales caracteres que tiene relieves de exactitud histórica. Entiendo por este “hoy”, lo que debemos denominar “nuestro tiempo”, es decir, el que em¬ pieza con la triple revolución de los sentimientos, de las inteli¬ gencias y de las técnicas productoras de riquezas, que se mani¬ fiesta en la Reforma, el Renacimiento y los grandes inventos y descubrimientos. Esta revolución no ha llegado a su etapa final: desde su inicial desarrollo hasta el segundo decenio de este siglo se ha planteado en su momento de tesis; hace poco se ha iniciado su fase antitética, y su desarrollo total culminará en la síntesis

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POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO 5

ansiada por la. cual se empieza a luchar tan tenazmente. Todos los momentos históricos secundarios comprendidos entre los si¬ glos XV y XX, han sido sucesivos planteamientos de procesos dialécticos menores, dentro de aquellos Grandes Procesos de re¬ novación significados por la Reforma, Renacimiento y Descubri¬ mientos. Digo secundarios, porque junto a ellos, reconociéndolos a veces como simultaneidades causales, se han presentado otros, de carácter e importancia primordiales, como la Revolución Fran¬ cesa en el orden político y la Revolución Rusa, en el orden social. De donde se puede decir que nuestro día, nuestro grande y largo día moderno, está constituido por un proceso contradictorio, todo él de antítesis, frente a la Edad o Día Histórico anterior, que habiendo roto la unidad preexistente, se ha disgregado en movi¬ mientos que por distinto modo y casi paradógicamente, tienden, no obstante su composición inorgánica, discreta y desunitiva, a bus¬ car el camino que reintegre las formas humanas, borrando o fusio¬ nando todas las antinomias biológicas, históricas y sociológicas, en la gran síntesis de la Comunidad Universal de los hombres. Esta marcha de la humanidad en busca de su forma de unidad or¬ gánica, aparecería, pues, jalonada en su vida moral, estética, in¬ telectual, política y económica y para completar los jalones de su ruta, es preciso señalar otros dos procesos fundamentales: el movimiento comunitario que significa el nacional-socialismo ale¬ mán, cuyo creciente desenvolvimiento ascensional presenciamos, y la revolución espiritualista cristiana, cuyo fermento vitalizador germina ya vigoroso en todos los cuadros humanos. Vemos tam¬ bién en estas manifestaciones, una sucesión completa, ya rpie cada una de ellas supone la que la ha precedido, hasta llegar a los dos términos, en que vuelve a aparecer el eterno dualismo que caracteriza al hombre y, consiguientemente, a todas las ma¬ nifestaciones de su actividad, que Pablo de Tarso supo expresar admirablemente en su concepción del Hombre Viejo y el Hombre Nuevo; aquél, el principio del Paganismo que en su mayor exal¬ tación y perfeccionamiento lo más que pudo alcanzar fué hacer demasiado humano a sus dioses, con lo que endiosó al Hombre y destruyó a Dios; éste, el Hombre Nuevo, que es el despertar de Cristo en el Hombre, también una especie de deificación de la criatura, pero que por inverso modo, humanizó a Dios sin des¬ truir al Hombre.

Esta es, pues, la hora del día que vivimos: la de la lucha entre el hombre que se substituye a Dios colocándose en su lugar, y el hombre que, manteniéndose siempre y solamente hombre,

cree en Dios, lo adora, lo ama, lo sirve, y con El y en El y por

El, realiza una obra divina.

Pero, apreciar racionalmente una situación humana cual¬ quiera, ya sea individual o colectiva, requiere considerarla en la totalidad de las manifestaciones de la racionalidad, esto es, de la triple serie de motivos o intereses primordiales que forman el substracto del hombre: los que conciernen al espíritu, al alma y al cuerpo; lo que equivale decir que, sin romper la unidad del

todo orgánico que somos, hay en nosotros a manera de una tri¬

ple naturaleza, cuya integridad conoceremos si analizamos sus operaciones y facultades esenciales. Estas facultades las descu¬ brimos fácilmente en un estudio atento y profundo de nuestra estructura. Así, podemos decir que en la íntima constitución de

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

nuestro ser actúan diversos principios que, a manera de centro y eje alrededor del cual gira todo un plano de. actividades, sirven de asiento a lo que debemos considerar como la total integridad de nuestra vida racional. Estos principios de orden físico, afec¬ tivo, volitivo, intelectivo, ético, estético y espiritual, son las di¬ versas esferas a través de las cuales desarrollamos toda nuestra existencia, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestra actividad toda. Contemplada así de este modo la existencia del todo unitario orgánico de nuestra persona humana, se puede jus¬ tipreciar adecuada y racionalmente, una situación y una actitud

/

determinadas, cualesquiera que sean sus sujetos actuantes o pa¬ cientes, hombres, grupos o pueblos. Tales situaciones y actitudes serán justas y humanas, si son racionales, y serán racionales, si en cada una y en todas las series de intereses esenciales y en cada una y en todas las operaciones provenientes de los princi¬ pios o facultades fundamental^, se observa tal condición de racionalidad. »

Las manifestaciones del pensamiento y de la actividad de los hombres, que constituyen el proceso de la Historia Universal, van revistiendo las formas adecuadas a los momento» históricos, de la Edad o Epoca, a las condiciones mesológicas, étnicas y de¬ mográficas, a las circunstancias económicas, y al tipo o prepon¬ derancia cultural. En este último aspecto, es necesario insistir que la “civilización occidental”, más exactamente dicho, la “cultu¬ ra europea”, en la integridad de su espíritu, de su alma y de su organismo, está formada por estos elementos vitales: griego - romano - germano - cristiano. El elemento griego que le dió sus valores estéticos y filosóficos; el romano, sus valores políticos y jurídicos; el germano, su poderosa individualidad; el cristianismo, los permanentes valores humanos de la personalidad, de la espi¬ ritualidad y de la libertad. La cultura, nuestra cultura, se inte¬ grará y seguirá el camino de su perfeccionamiento, en la propor¬ ción en que armonicen jerárquicamente sus diversos elementos constitutivos; se desintegrará y se deformará en la cantidad en que se aminore o eclipse la influencia de alguno, y peligrará su existencia en el grado en que el espíritu y el alma de la cultura estén inspirados y contenidos por uno solo de ellos; entonces, lo que es solamente una parte querrá ser el todo y si esta aspiración |,e realiza, la cultura se desintegrará en las culturas particulares iniciales de que son representativos los elementos humanos de nuestra cultura europea.

Lo que he llamado nuestro gran día moderno, no es, desde este punto de vista, otra cosa que la lucha desencadenada por la primacía del elemento germano de la cultura; así lo constatan los hechos y las doctrinas que representan el germanismo, como ser, el luteranismo, el idealismo, el nacionalismo, el marxismo y el racismo.

A la luz de las consideraciones anteriores, se puede decir cuál debe ser la posición del cristiano frente al actual conflicto europeo y qué actitud le cabe asumir.

¿ Cuáles son las manifestaciones de la vida humana en la totalidad de sus principios y facultades y de sus operaciones futí-

POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO

(laméntales, en cada uno de los dos bandos en lucha? ¿Cuál es el desenvolvimiento de los intereses individuales y colectivos en los pueblos que pelean?

La espiritualidad de la existencia y la vida de la persona humana en la integridad de su dignidad, de su libertad y de su conservación, ¿ qué respeto merecen a los contendientes ?

¿Es la guerra, en cualquiera de sus formas bélicas o no propiamente bélicas, instrumento adecuado para que la Humani¬ dad encuentre su camino, su camino que la lleve al Orden Nuevo en que adquirirá la plenitud de su desenvolvimiento?

En estas preguntas se ve que la posición del cristiano frente al actual conflicto europeo dependerá del respeto a la persona humana, a los principios y valores espirituales y de considerar la tendencia ideológica o finalista que se le pueda atribuir a las partes. Las causas, en su indagación remota, han quedado seña¬ ladas en el cuadro relativo al momento histórico que vivimos; y en sus circunstancias próximas no tienen mayor importancia para determinar una actitud. Cualesquiera que sean, favorables o contrarias a alguno de los bandos en lucha, son de insignifi¬ cancia frente al desarrollo de los sucesos y a los procedimientos de que se eche mano y a las proyecciones que pueda haber en el porvenir.

Concretado el análisis a la estructura nacional de los beli¬ gerantes, a través de la organización del Estado, de la Economía y de la Sociedad, se puede llegar a estas conclusiones:

Entre los aliados subsiste con todos sus errores y deforma¬ ciones el Estado Liberal, emergido como de fuente inmediata, de la Revolución Francesa; su Economía es el ordenamiento injusto e inmoral que ha implantado el capitalismo evolucionado en su forma actual de dictadura, económica; y la estructura de su Sociedad es la que corresponde a la concepción individualista, carente de contenido humano porque desconoce la existencia y significado de la persona y porque mantiene una estructura inor¬ gánica, atómica y no comunitaria. Su organización nacional ha llevado al máximo el desarrollo y prepotencia de los intereses individuales, permitiendo que se substituyan al bien común de la colectividad. En la escala de valores, ya sea aparentemente muchas veces, conservan siempre su primacía nominal los prin¬ cipios espirituales y aunque no se reconozca la persona en toda su integridad, ésta puede, sin embargo, aun hecha jirones a menudo, mantener su dignidad, su libertad y su conservación o, por lo menos, luchar para obtener estos derechos.

Entre los totalitarios, designación que encuadra a los go¬ biernos que han captado, en una revivencia del absolutismo de los monarcas de los siglos XVI y XVII, todos los poderes públicos, para colocarlos al servicio de un grupo político, el Partido Unico a quien incumbe la salud del pueblo, uniéndolo bajo la égida de una idea abstracta que sirve de principio inspirador y base de la estructura nacional, como la clase, la raza, la nación o la pseudo- religión, (Rusia, Alemania, Italia, España), en estos pueblos, el Es¬ tado ha adoptado una forma regresiva, histórica y moralmente, el absolutismo del Estado, al cual se subordinan totalmente la orga¬ nización de la Economía y de la Sociedad. A primera vista podría creerse que es la forma del Estado la que está subordinada a la Economía. Pero esto no sucede ni aun en el gobierno que funda-

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

menta su política en la concepción marxista del materialismo liistórico-dialéctico. En Rusia, toda la economía está sujeta a ser¬ vir los intereses, permanencia y robustecimiento del Estado Pro¬ letario, Estado de clase. Este sometimiento de la Economía al Es¬ tado estaría bien, si se tratase de un estado de Derecho, .nacional, social, orgánico-funcional; pero se trata de gobiernos, poderes gu¬ bernamentales, que al igual, por lo demás, en este punto, a los gobiernos democráticos, han absorbido al Estado y abrogádose sus funciones, ello, según el modo de pensar y de actuar del grupo (élite selecta de capacidad directiva) que constituye una auténtica oligarquía. Su organización social, igualmente, queda entregada al servicio del Estado, esto es, del Partido y a sus intereses deben servir todas las instituciones y establecimientos confesionales, cul¬ turales, científicos, educativos, etc.

Veámoslo, en uno de estos Estados, en Alemania:

Solamente hay vida colectiva, pues, en su afán de socializar al hombre, lo han despersonalizado aún a mayores extremos que en los Estados democráticos. En el camino de estas deshumaniza¬ ciones, no obstante que buscan formas humanizadoras, han exigi¬ do una nueva concepción de la vida dentro de la cual deben en¬ cuadrarse todas las manifestaciones espirituales, morales e inte¬ lectuales: la religión, la filosofía, el arte, la ciencia, la literatura; ésto sin mencionar los instrumentos de propaganda, como toda clase de prensa y publicaciones; el conformismo integral, dentro de la unificación total. Nada de desigualdades de ningún género, nin¬ guna barrera, ninguna diferencia: el mismo compás, el mismo pa¬ so, la misma marcha; la vista levantada y el brazo extendido, lle¬ vando en la frente el signo de selección racial. Una sola religión, una sola raza, una sola nación, un solo pueblo, un solo Estado, un solo partido; la igualdad absoluta dentro de la comunidad ab¬ soluta, comunidad impuesta forzadamente, no espontánea y natu¬ ral con la intimidad y fusión y conocimiento de la voluntad de ser colectiva, ni siquiera aceptada por racional, aunque angustiosa, de¬ terminación de la conciencia. Una nueva humanidad.

Todo esto parecería algo ideal, enfervorizados si no fuese que es esencialmente no humano, porque el hombre, animal racio¬ nal, ama, piensa, quiere, siente, reflexiona, tiene sensaciones y ne¬ cesidades, y por lo mismo, la variedad y la pluralidad son exigen¬ cias de su natural desenvolvimiento, y como persona humana, ne¬ cesita del pleno goce de los atributos de la personalidad, esto es, la dignidad, la libertad y la conservación de la vida.

Sin embargo, en un balance exhaustivo y comparativo de la organización de la Política, de la Economía y de la Sociedad, tal como se presentan entre los atiglo-franceses y los alemanes, se llegaría a este resultado: los objetivos próximos de la estructura que van estableciendo los alemanes,, en lo político y económico, están más de acuerdo con la justicia y la moral; se acercan más a una estructura humana y cristiana. Digo los objetivos próximos, pues, más adelante me referiré a sus miras finales, y los limito al campo político y económico, pues, en el meramente social, las realizaciones que ya señalé anteriormente, se alejan de toda con¬ cepción verdaderamente humana.

Queda todavía por apreciar el desarrollo de los sucesos y los procedimientos en uso. En estos aspectos la condenación debe ser franca, enérgica y total para ambos contendientes; no sin desconocer

POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO

y

que los pueblos, al igual que la persona humana, tienen el derecho a expandirse, a desenvolver su personalidad racional, y a un espa¬ cio vital, pero respetando tal personalidad y tal espacio, en los pequeños y más atrasados, aunque en éstos puedan intervenir, si atraviesan un estado de salvajismo o de barbarie para ejercer una racional y justa tutela jurídica y social, en el orden de la cultura y de la civilización. A este respecto, piénsese que inter¬ venir de manera tutelar, no es conquistar, ni es colonizar; éstas son formas contrarias al Derecho y a los altos intereses de la Humanidad.

La guerra no es medio adecuado para crear un nuevo orde¬ namiento de los pueblos; la guerra es la violencia trasladada del plano de la acción individual al la actividad colectiva organi¬ zada, pertrechada y equipada; es la violencia desencadenada entre naciones. Tiene, pues, en su contra todas las condenaciones que siempre merece la violencia y muchísimo mayores cuando se la erige en principio y en sistema. En este punto se ve la superiori¬ dad moral de los anglo-franceses, porque todavía no han incurrido en el crimen de lesa humanidad de constituir la violencia en prin¬ cipio inspirador y en norma de conducta, por lo menos, en el te¬ rreno de la teoría, aunque en Ja realidad aun inaparente, la prac¬ tiquen en mil formas más o menos disfrazadas o más o menos efectivas y concretas.

Las miras finales de los beligerantes es la cuestión más in¬ teresante que puede estudiarse en la actual contienda. El teleologis- mo de esta lucha ya ha quedado insinuado en el análisis de nues¬ tro momento histórico. Será, pues, cosa no muy difícil, deducir sus consecuencias. Pero estas no son en realidad meras deducciones. Si en número suficiente de casos suficientemente comprobados, constatamos también suficientemente la uniformidad con que se repite una expresión, que contiene unos mismos pensamientos, puedo inducir científicamente, que lo que veo en Ja idea clara y distinta de una cosa, debo afirmarlo de ella,

Ahora bien, en la idea clara y distinta del nacional-socialis¬ mo alemán (no me puedo referir a los anglo-franceses, porque ni unos ni otros sostienen un sistema único, ni una idea concreta, ni un determinado principio, por parte de ellos no es guerra ideo¬ lógica), veo la concepción racista, la filosofía racista, la idea- fuerza racista y en la quintaesencia del racismo, no puede verse otra idea que las que afirman todos sus teorizantes del Tercer Reich. A saber: “El alma de la raza es el valor absoluto, al cual deben subordinarse orgánicamente los restantes valores: Estado, arte, religión.” “La condición de toda educación cristiana es el reconocimiento de este hecho: no es el cristianismo quien nos ha traído una moral: el cristianismo debe sus valores durables al carácter germánico. Los valores del carácter germánico son lo que hay de eterno en el cristianismo; a ellos debe subordinarse el resto de su doctrina.” “Con el cristianismo penetfa en el mundo un valor espiritual nuevo, que reivindica el primer puesto entre las actividades humanas: el amor, la caridad. Hoy día, todo ale¬ mán sincero reconoce que con esta doctrina del amor, que abraza igualmente a todas las criaturas del mundo, sin diferenciación de razas, se daría un golpe fatal al alma de Ja Europa nórdica. La idea del amor no contiene ninguna fuerza capaz de crear un tipo de hombre. Hace degenerados, débiles, esclavos, sensuales. El sím-

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

bolo elegido por Cristo para expresar esta metafísica y esta fe en el amor, es la Cruz. Pues bien: el símbolo de la doctrina del Cor¬ dero crucificado representa para nosotros la relajación de todas .las fuerzas humanas auténticas; el crucifijo nos deprime, nos hu¬ milla; él manifiesta, como ningún otro, la oposición categórica que existe entre el cristianismo y el pensamiento nórdico.” Ya es bastante: en el pensamiento de Rosenberg, de quien son las fra¬ ses transcritas, la oposición es categórica entre el cristianismo y el racismo. Podría muy bien agregarse, o Cristo o Hitler.

¿Es ésto lo que desea en definitiva el nacional-socialismo? No cabe duda, en frases de Rosenberg. ¿Y en las de Hitler? Dice éste: “el nacional-socialismo no es un partido político, sino una doctrina. Es una filosofía completa de la vida nacional, social, religiosa, un evangelio nuevo, específicamente germánico; la mís¬ tica religiosa y la organización social, únicas capaces de colocar nuevamente a la nación alemana a la cabeza de las naciones del mundo.” El cristianismo tampoco pudo contentarse con levan¬ tar sus propios altares, tuvo que proceder a la destrucción de los altares paganos . . . Los hombres que quieren sacar a nuestro pue¬ blo alemán de su actual situación, tienen, pues, que buscar y de¬ terminar simplemente la forma de suprimir lo que existe de he¬ cho. Una doctrina llena de la más infernal intolerancia, no será destruida más que por doctrina que le imponga el mismo espí¬ ritu, que luche con la misma voluntad ávida y que además lleve en misma un pensamiento nuevo. . .” La oposición es irreduc¬ tible entre cristianismo y germanismo para el inspirador y para el organizador del nacional-socialismo.

¿ Cómo se presenta para sus propagandistas, catedráticos, sabios, juristas y demás fieles ejecutores? En frase del redactor del “Schwarze Korps”, órgano oficial de los S. S. y de la Gestapo, el cristianismo y el humanismo son dos fenómenos que “no tienen ya más que un valor histórico;. . . cosa muerta; no podríamos uti¬ lizar ni su ideología, ni su ética extraña a nuestra raza, en la construcción del futuro alemán . . . esas dos actitudes, debemos com¬ batirlas violentamente porque son peligrosas para el espíritu nór¬ dico.”

En frase del periódico “Durchbruch”, órgano del “movimiento de la fe alemana”, “puesto que la cruz debe desaparecer, voltéala alemán, líbrate de la imagen del Cristo”. Y de altos funcionarios del Estado quienes delante de los Comisarios Eclesiásticos Evangélicos, consideran “ridículo por parte del cristianismo el creer en Jesucris¬ to, como Hijo de Dios”. Y de Bergman: “Un Estado que hace leyes eugenésicas, con intención de curar al hombre alemán, antes de na¬ cer, cree ya en él Redentor nórdico, y ha rechazado ya al Cristo paciente y redentor, enemigo de la vida, creado por la imagina¬ ción de los pueblos del Sur”. Y de Walther Darré: “La conversión de los germanos al cristianismo, es decir a la doctrina de la ad¬ quisición de cualidades por la Unción, minó las bases de la nobleza germánica. . . le retiró definitivamente su personalidad propia en el terreno moral y su posición social en el pueblo . . . ”. Y de Baklur von Schirach, “aquel que sirve a Adolfo Hitler, el Fiihrer, sirve a Alemania, aquel que sirve a Alemania, sirve a Dios”. Y de Goering: “La fuerza de la raza, fuente del Derecho en Alemania, es divina”. Y de los miembros de la Academia de Derecho Alemán : “En Ale¬ mania es la raza quien crea y condiciona la moral y el Derecho”.

POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO 11

- , - . -

Y de Frank: “La voluntad del Führer debe ser el fundamento de nuestro sistema jurídico”. Y de Gerber: “La palabra del Führer y de sus inmediatos colaboradores, vale actualmente más que todo derecho adquirido y legalmente definido”. Y de Goering: “El de¬ recho y la voluntad del Führer son una misma cosa”.

Si la doctrina nacional-socialista es tan categórica en estable¬ cer la absoluta oposición con el cristianismo y la necesidad de ¡a destrucción de éste para construir una nueva Alemania y un orden nuevo en el mundo, ¿ podrá parecer temeraria mi afirmación de que el triunfo de Alemania sería un grave peligro para el cristia¬ nismo? más que esto, ¿despertar de las entrañas mismas de las potencias inferiores del hombre, fuerzas de rebelión demoníaca? Si uso los mismos términos nacional-socialistas, por ejemplo, el de anti-raza, para caracterizar lo que se oponga al racismo, necesa¬ riamente tendría que llegar a decir que el cristianismo es la anti¬ raza; y siguiendo, lógicamente, habría de decir también' que el ra¬ cismo es el anti-Cristo; no en el sentido apocalíptico, sino en el meramente histórico y filosófico de negación de la doctrina de Cristo.

En conclusión, consideradas las proyecciones que el triunfo alemán tendría en el futuro, ningún cristiano puede ser partidario de Alemania en la actual contienda; no por sus objetivos próximos, en los cuales le asiste tal vez más justicia y moralidad que a sus contrarios, sino por sus objetivos finales, que llevan necesariamente a una lucha entre el germanismo y e! cristianismo, como elementos integrantes de nuestra cultura,

¿Ahora bien, puede el cristiano permanecer como simple expec- tador? En ningún caso; su actitud debe ser eminentemente activa, dinámicamente activa, poniendo en movimiento todas sus. fuerzas, revistiéndose de ias armas de la luz y combatiendo espiritual, inte¬ lectual, moral y socíalmente para obtener la paz, poniendo en juego todos los medios posibles, de toda especie, a fin de evitar este es¬ cándalo del racismo, el mayor escándalo que ha presenciado ta humanidad y su página más negra y pecadora.. Esto, sin perjuicio de reconocer ía justicia y moralidad o por lo contrario la injusticia o la ilicitud de los sucesos particulares y episódicos de la contienda, respecto de cualquiera de los pueblos y gobiernos que luchan. Pero sin participár ni atizar, ni aplaudir las acciones bélicas pro¬ piamente dichas; pues, el cristiano es siempre pacifista; a ello lo obliga la ley de amor, el místico testamento eucarístico y los man¬ damientos de la montaña.

II. ¿QUE PERSPECTIVAS DE REALIZACION SE DIVISAN PARA UNA CULTURA DE TIPO CRISTIANO?

Primeramente, veamos algo acerca de “una cultura de tipo cristiano”. No podrá ser la actual, porque ésta se ha germanizado y perdido sus características cristianas; los elementos restantes que la integran han supeditado lo cristiano; perdido su espíritu, han quedado el alma, el cuerpo y la fuerza vital, esto es, los ele¬ mentos greco - romano - germano; deshumanizada por la pérdida de su espíritu, sufre carencia de amor, ausencia de hálito vivifi¬ cador y falta de finalidad para buscar y alcanzar la plenitud de

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

la perfección temporal La supeditación del cristianismo por los restantes elementos culturales y el predominio del espíritu no cris¬ tiano de éstos, han producido la forma actual de la cultura, forma deficiente, inadecuada, cuyo ordenamiento no constituye orden sino la apariencia de tal.

Por esto impera el más franco desorden social, político, eco¬ nómico y moral: el orden legal existente se aparta de la justicia; una juridicidad ideal que pugna por abrirse paso se divorcia pro¬ fundamente de la legalidad o superlegalidad que en el terreno de la legislación positiva o en el de la jurisprudencia y la costumbre, oponen a aquel ideal de justicia, un dique o barrera infranquea¬ ble por las propias vías legales y ordinarias.

El orden humano, - de necesaria construcción para que pueda desenvolverse una cultura de tipo cristiano, habrá de edificarse sobre esta base: aceptación, sujeción, mantenimiento y cumplimiento de los principios y normas que ya señalé desde el doble aspecto individual de la persona humana y colectivo de la estructura del Estado, de la Economía y de la Sociedad. A su vez, este nuevo orden requiere preparación y formación nuevas, una pre-cultura o modalidades que permitan la encarnación del espí¬ ritu cristiano en la forma adecuada que cree un ordenamiento racional de las sociedades.

El desarrollo de las condiciones o modalidades de prepa¬ ración y formación son premisas ineludibles para la existencia del orden humano que permita el desenvolvimiento de una cultura cristiana. La gran dificultad para ello estriba en esta necesidad de medio y de fin; para acreditarlo bastará considerar el triple pro¬ ceso que se presenta en todo momento y toda edad históricos. Efectivamente, su iniciación es un primer período de tendencia predominantemente inmaterial: la inspiran motivos morales o as¬ piraciones y exigencias que constituyen un objetivo más espiritual que material; pero, en virtud de la dialéctica de su movimiento, trocan sus objetivos y contenidos, y, a modo de reacción contra lo anterior, se inclinan preferentemente a las cosas naturales o de la materia, para concluir en una tendencia de síntesis en que los objetivos son políticos o humanos. Los llamo así, “políticos”, porque a la manera que la política de los Estados debe inspirarse en la coexistencia armónica de todas las aspiraciones y en una reali¬ zación que sea la resultante de satisfacer los anhelos de bienestar de toda la “ciudad política”, así, también en esta forma sintética deben armonizarse jerárquicamente todos los elementos y valores espirituales y materiales. Los llamo “humanos”, porque en la orien¬ tación y curso de esta fase, se descubre un principio de realiza¬ ción unitaria con miras al bien integral de la persona humana, en que todas las actividades, sin perder su individualidad y auto¬ nomía peculiares, buscan cómo constituir a la manera del com¬ puesto humano, un todo orgánico.

Este triple proceso se presenta en toda Edad y en cada uno de sus momentos históricos. Así, si queremos ubicar nuestro mo¬ mento en este gran Día moderno, como he designado a esta Edad, lo señalaríamos como el período en que se cruzan las ten¬ dencias, exigencias y aspiraciones de la tercera fase de una Edad que concluye y de la primera de otra que comienza. A aquélla, que muere, denominaría, con Lasbax, “Ciudad Natural”, o “Era de las Frisiocracias” y a la Edad que nace, “Ciudad Humana”

POSICIONES ANTE EL CONFLICTO EUROPEO

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o “Era de las Antropocracias”. Se va el momento de los intereses políticos, en que la síntesis propia de él, como tercer término de la Ciudad Natural, ha sido y se está buscando todavía por las formas nacionalistas, socialistas y dictatoriales; llega el momento de los intereses o de las manifestaciones ideales, primer término de la Ciudad Humana, en que las fuerzas obscuras del materia¬ lismo de la Ciudad Natural se presentan en formas aparentemente ideales, Bolchevismo, Fascismo, Nazismo. La fase que sucederá a ésta que nos toca en suerte vivir, se caracterizará por una ma¬ yor crudeza en las manifestaciones de la vida de los movimientos actuales ; y sólo la tercera fase de la era que empieza podría corresponder a la iniciación de la auténtica síntesis humana; esto es, a una cultura de tipo verdaderamente cristiano. De manera que antes de su advenimiento tendrán que presentarse todas las manifestaciones de la vida propia de las fases o momentos de tesis y de antítesis (primero y segundo) que debe preceder al de síntesis (tercero) de la Edad de las antropocracias.

La aplicación de estas apreciaciones al piano de la realidad actual, especialmente confrontándolas con los acontecimientos europeos, da este balance: hay que esperar un acrecentamiento de poder de las dictaduras nacionalistas, hasta que sus zonas de in¬ fluencias abarquen las mayores extensiones territoriales. Dentro de este cuadro se verá a Alemania hacer crujir a toda Europa, éjercer un poder de Arbitro Supremo, si no por el dominio polí¬ tico o económico, al menos por la dominación ideológica del Na¬ cional-Socialismo. Este invadirá a América y sacudirá otras enor¬ mes extensiones de Asia, Africa y Australia. A veces, lo hará por interpósita nación o gobierno, como Rusia, Italia, Japón, pues no se debe olvidar que de estos cuatro pueblos los dos últimos cons¬ tituyen, con Alemania a la cabeza, el Eje Totalitario, en cuya órbita se mueven, el primero de ellos que, por lo demás, trabaja por su propia cuenta, y pequeñas entidades geográficas, como España, o entes colectivos que actúan a manera de cuñas o de puntos de enlace, en casi todos los países, cada uno de ellos con estructuras rígidamente homogéneas, aunque su conjunto sea de una heterogeneidad desconcertante por sus denominaciones y ten¬ dencias aparentemente antagónicas; tales son los grupos o gru- poides nacionalistas, nacistas, fascistas, falangistas, inconfor¬ mistas, células, milicias, etc. No es improbable que todos o casi todos ellos en un momento dado, informados por la au¬ sencia de principios puramente espirituales, convergerán en un rápido movimiento insospechado, hacia el Hinterland Na¬ cional-Socialista, de tipo alemán, de tipo italiano, de tipo ruso o de un cuño nuevo que todavía puede aparecer. No habrá dispa¬ ridades en definitiva: el economismo, que es su razón de ser, y el totalitarismo, que es su filosofía, los precipitará en su común denominador materialista, que como todos los materialismos, llᬠmense filosófico, dialéctico, histórico, humanista o racionalista, habrá de concluir en un grandioso movimiento contra el cristia¬ nismo. Esto será fácil entonces, pues ya al presente, las dos más audaces realizaciones totalitarias, la de tipo nacista y la de tipo soviético, son íormps de inspiración comunista, de contenido co¬ lectivista y de realización socialista y en su esencia y actitudes transcendentes más allá de lo económico, movimientos ateístas de los sin Dios, que combaten al Cristo mismo, vale decir al Cato-

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

licismo, ya que éste representa la máxima universalización de aquél.

Véase en todo esto cómo la Historia se repite, respetando naturalmente las diferentes necesarias condiciones de tiempo, cir¬ cunstancias y lugares: hoy como hace quince siglos, nos encon¬ tramos frente a la Invasión Germánica; ayer el Cristianismo salvó los valores de las culturas greco - romana, mañana salvará tam¬ bién el patrimonio espiritual de la Humanidad. Cuando llegue ese tiempo de salvación, Alemania desempeñará en Europa el histó¬ rico papel que le corresponde y que hoy se esfuerza en destruir; realizará entonces su misión que es de paz, no de guerra; de unión, no de opresión; de congregación humana y no de conforma¬ ción y uniformismo irracionales; se verá la verdadera Alemania, a la eterna Alemania, ia de los pensadores y poetas, la de los artistas, filósofos y jurisconsultos, levantarse sobre la Alemania actual, la del feudalismo medioeval, la de la orden Teutónica, la del individualismo y del estatismo luteranos, la de los Guillermos y Bismarckes; ésta es la Alemania de Thor y las Walkirias; aqué¬ lla es la de Bonifacio y los monjes civilizadores; ésta la del Ra¬ cismo persecueionista e invasor; aquélla la del Cristianismo y la . de ¡a paz de Occidente.

Una cultura de tipo cristiano, o dicho de otro modo, nuestra cultura desenvolviéndose en la , integridad de sus elementos y en las condiciones de coordinación y subordinación según el orden jerárquico de su natural prelación, vendrá en los tiempos seña¬ lados, pues aunque lejanos, tales son las perspectivas que hemos entrevisto. Mientras tanto nos cabe a todos los hombres de buena voluntad, de concepciones espirituales, de verdadera personalidad, una tarea eminente: preparar los caminos, servir de precursores a la construcción del Orden Nuevo que ha de permitir el desen¬ volvimiento cristiano de nuestra cultura; tener fe en los destinos del hombre, no obstante los amargos trances, las pruebas durísi¬ mas y los días de heroicidad dramática que, aun en mayor grado que hoy, atravesará la Humanidad, con alternativas de regreso y de progreso, en su camino de perfección temporal.

CARLOS VERGARA BRAVO

EL IM PARCIAL

DIARIO DE LA TARDE

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DEPARTAMENTO DE PROPAGANDA EN

¡! S A N DIEGO 67

Mons. Francisco Vives.

Principios de Teología Social

Las energías que deben renovar la faz de la vtierraA tienen que proceder del interior del espíritu. (Encíclica Summi Pontificatus) .

A muchos parecerá extraño el título de este estudio; sin embargo, si se reflexiona un poco acerca del problema social, fácilmente se comprende que en su conjunto la vida social supone una concepción metafísica de la vida, una doctrina, la que supone a su vez ciertos principios acerca del hombre y de su misión en la tierra.

Al decir concepción metafísica no sólo afirmamos una idea espiritual, sino también cualquier sistema que preten¬ da ser una explicación del mundo.

Brevemente vamos a procurar precisar esos principios a la luz de la filosofía cristiana. Con frecuencia vamos a citar las Encíclicas papales para que con claridad y auto¬ ridad aparezca la doctrina de la Iglesia o sus principios de Teología social.

En una palabra, queremos establecer las normas de conducta social que se derivan del cristianismo.

1. La razón esclarecida por la fe ha creado un tipo de civilización. La comparación de la antigüedad pagana con nuestro mundo actual, nos confirma plenamente en la creencia de la profunda influencia del cristianismo en la creación de la cultura.

Es, pues, de importancia orientadora saber cuales son aquellos principios que aceptados como verdades por los pueblos encaminan a estos a un modo de vivir peculiar.

Es evidente que la creencia en Dios, la espiritualidad del alma; la creencia en la vida futura, dan a la vida hu mana un matiz totalmente diferente a aquel que ignora o niega estas verdades.

Dios y Jesucristo son la clave para comprender la vi da humana. “Por encima de toda realidad está el único v su- premo ser, Dios, creador omnipotente de todas las cosas. Juez sapientísimo y justísimo de los hombres” (1). Igno rar a Dios es el más ./grave y funesto error social: la vida humana sin El no tiene sentido ni valor. San Pablo a lo romanos les muestra los tristes efectos del olvido de

(1) Encíclica Divini Redemptoris N.o 26.

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

Dios: “dicentes se esse sapientes stulti facti sunt” ‘“los que se decían sabios pasaron en ser unos necios” (2).

Ley de la justicia divina es que el desconocimiento de su amor traiga como lógica consecuencia la degrada¬ ción y la muerte.

Y lo que decimos de Dios debemos decirlo de su Cris¬ to. ‘“Narra el Sagrado Evangelio que cuando Jesús fué cru¬ cificado, las tinieblas- invadieron toda la superficie de la tierra, símbolo espantoso de lo que sucede, y sigue suce¬ diendo espiritualmente, dondequiera que la incredulidad, ciega y orgullosa de sí, ha excluido de hecho a Cristo de la vida moderna, especialmente de la pública, y con la fe en Cristo ha sucedido también la fe en Dios”. (3)

Sustraer al hombre de la influencia de la idea de Dios y de la enseñanza de la Iglesia ha significado “hacer rea¬ parecer aún en regiones en que por tantos siglos brilla¬ ron los fulgores de la civilización cristiana, las señales de un paganismo corrompido y corruptor, cada vez más cla¬ ras, más palpables, más angustiosas. Las tinieblas se ex¬ tendieron mientras crucificaban a Jesús” (4) .

Nuestra convicción acerca del valor y trascendencia de la misión de Cristo la encontramos plenamente proba¬ da en el Santo Evangelio. ‘“No os llaméis maestro, porque uno solo es vuestro maestro, Cristo” (5) . El es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (6). “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina a obscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (7).

Jesucristo se impone con la necesidad imperiosa de re¬ conocer su evangelio como el código moral de la humani dad “Señor, ;a quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de cida eterna”! (S).

2. Para esta doctrina, el mundo, y las cosas del mun do, están en el plano de lo divino.

“Es, pues, conforme a la razón, y ella lo quiere tam bién así, que en último término todas las cosas de la tierra sean ordenadas a la persona humana para que por su me¬ dio halle el camino hacia el Creador” (9).

“Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, Cristo es de Dios” (10).

(2) Romanos 1-22.

(3) Encíclica Summi Pontificatus N.o 13.

(4) Encíclica Summi Pontificatus N.o 13.

(5) Mt. XXIII. 10.

(6) Jn . I . 9 .

(7) Jn. VIII. 12.

(8) Jn. VI. 69. 1

(9) Encíclica Divini Redemptoris. N.o 30.

(10) I Corintios III. 23.

PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL

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Si sobre Dios, Cristo y el mundo existe una doctrina que implica un concepto filosófico, y una fe, no es menos cierto que la doctrina sobre el hombre es también fundamen¬ tal.

El hombre es para el cristianismo un pequeño mundo que excede con mucho en valor a todo el inmenso muir do inanimado.

“En esta vida, como en la otra. Dios es el fin del hom¬ bre; la gracia santificante lo eleva al grado de hijo de Dios y lo incorpora al reino de Dios en el cuerpo místico de Cristo” (11).

Lo anterior no significa el olvido de una justa y or¬ denada vida social que precisamente pide y recibe de la vida sobrenatural su desarrollo y perfección.

3. Veamos ahora las aplicaciones o corolarios de los principos anteriores :

La primacía o superioridad del hombre sobre la ma¬ teria. establece la justa jerarquía de los valores. El hombre es lo primero en el mundo. El mundo entero no puede compararse con el valor de ..un alma; sin reticencias, abso¬ lutamente, Jesucristo ha dicho: “¿de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (12).

Por eso aparece, a la luz de este principio como injus¬ ta toda organización social, “en que millares de hombres buscan, en vano, trabajo honrado, que no solamente man¬ tenga su vida y la de los suyos, sino que represente ade¬ más, una necesaria y decorosa expansión de las energías complejas de la naturaleza, cuyo ejercicio mejora y honra la dignidad de la persona” (13).

A la luz de esta verdad, el más grave daño social es la pérdida de las almas; he aquí la razón principalísima por que interviene la Iglesia en la vida social”.

“Todos, casi únicamente dice Pío XI se empresio¬ nan con las perturbaciones, calamidades y ruinas tempo rales. Y ¿qué es todo esto, mirándolo con ojos cristianos, como es razón, comparado con la ruina de las almas? Sin embargo, se puede decir sin temeridad que las condicio nes de la vida social y económica son tales, que una gran parte de los hombres encuentran las mayores dificultades para atender a lo único necesario, a la salvación eterna.”

( 14) . *

La vida social, así planteada o establecida, significa el desconocimiento del verdadero y justo orden social que

(11) Encíclica Divini Redemptoris. N.o 27.

(12) S. Marc. VIII. 36.

(13) Alocución de S. S. Pío XII.

(14) Ene. Quadragesimo Anno. N.o 132.

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

pide que el hombre encuentre en la sociedad, es decir, en el orden temporal, su perfección física, intelectual y mo ral, y facilidades para su perfección sobrenatural.

“La sociedad es, pues, para el hombre y no el hombre para la sociedad11 (15).

“El aumento de bienes exteriores y materiales de cía hace poco a los Obispos norteamericanos S. S. Pío XII —debe ser estimado por las múltiples y oportunas facilida¬ des que dan a la existencia humana, pero no puede ser su¬ ficiente para el hombre que ha sido creado para altos y nobles destinos” (16). ..

El catolicismo social, afirma, pues, la primacía de lo es¬ piritual en la recta organización de la sociedad.

4. Consecuencia lógica de lo anteriormente dicho es la dignidad e inviolabilidad de la persona humana.

Ninguna doc-trina exige tanto al hombre como el cris¬ tianismo “la sustancia ética de la revelación del Sinaí y el espíritu del Sermón de la montaña y de la Cruz” (17). le colocan en el plano de la más alta moralidad ; no hay de¬ ber, por pequeño que. sea, -que no encuentre en el cristia¬ nismo el estímulo necesario y suficiente para ser cumplido y junto con señalar claros y precisos los deberes al hombre como consecuencia lógica nacen para él sus derechos que en armonía con las reglas de convivencia social crearían la ciudad perfecta de la tierra.

En la Encíclica Divini Redemptoris señala el Papa Pió XI los principales derechos del hombre (18); para el Pontí¬ fice “negarlos, abolidos o impedir su ejercicio” es un aten¬ tado contra la sociedad misma que tiene por objeto el res¬ guardo de los derechos de la persona humana.

Del análisis que puede hacerse de esos derechos vemos que de cada uno nace de un altísimio deber humano : así “el derecho a la vida, a la integridad del cuerpo, y a' los medios necesarios para la existencia” nacen de la obligación que tenemos de conservar la vida” ; “el derecho a tender nues¬ tro último fin por el camino trazado por Dios” es el corola¬ rio lógico del deber que tenemos de rendir culto a Dios ; “el derecho de asociación de propiedad y del uso de la propie¬ dad” comt> “el derecho de libertad e independencia” son el reconocimiento en la vida social del deber de trabajar, de ejercer nuestras facultades y obtener mediante el ordena¬ do ejercicio de éstas, nuestra perfección humana y sobre¬ natural .

(15) Ene. Divini Redemptoris. N.o 29.

(16) Ene. Sertum Lactitia.

(17) Ene. Summi Pontificatus. N.o 3.

(18) Divini Redemptoris. N.o 27.

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PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL

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Pero la dignidad humana no nace solo de este armonio¬ so sistema ético sino principalmente del concepto del hom¬ bre dignificado por la gracia.

El cristiano no solamente es el hombre que practica una moral ; no es sólo el hombre que realiza determinados actos del culto; ni es aquel ser que va anheloso buscando el camino de la salvación; el cristiano es el hijo de Dios: es el ser primero del mundo a quien Dios ha querido hacerlo partícipe de su vida sobrenatural y elevarlo a la dignidad de hijo de Dios.

“Mirad que gran amor nos ha mostrado el Padre : que los llamemos hijos de Dios y lo seamos en reaidad” (19).

La cónsidaración de ser el hombre un ser espiritual 10 eleva a gran dignidad y lo coloca por sobre el universo co¬ mo acertadamente lo dijo Pascal en su conocido pensa¬ miento : “el hombre es una débil caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace taita, en verdad, que se arme contra él universo, para despedazar¬ le, pues basta para matarle un vapor o una gota de agua. Pero al matarle el universo, el hombre es aun más sabio que quien le mata, porgue saoe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él, es saber mientras que el univer so no sabe nada,, toda nuestra dignidad consiste, pues, en. el pensamiento. Eso es lo que debe preocuparnos, y no el espacio o la duración que no podríamos llenar” Pensemos cuanto crece en dignidad si consideramos su condición de hijo de Dios, no sólo en sentido metáíorico sino en la es¬ plendida realidad que significa la comunicación de la gra¬ cia .

Por eso el Papa Pío XII ocupando la Secretaría de Es¬ tado en el año 1938 decía a los católicos franceses de las Se¬ manas Sociales : “los ataques a la persona humana, que en su soberana sabiduría el Creador e infinita bondad ha querido dotar de incomparable dignidad, deben necesariamente en¬ gendrar un desequilibrio y un -desorden, en los cuales los individuos y la sociedad serán las víctimas. Después del paganismo de la antigüidad no ha existido contra la perso¬ na humana una 'tan vasta conspiración como la actual. De una parte el Comunismo “despoja al hombre de la liber¬ tad”, principio espiritual de la conducta moral y quita a la persona moral su dignidad” “y de otra parte a nombre de una verdadera deformación del Estado se desconoce que el hombre en cuanto a persona posee derechos que ha reci¬ bido de Dios y que han de mantenerse incólume frente a la colectividad, sin que nadie pueda negarlos, abolirlos o simplemente despreciarlo^”

(19) S. Juan 1.a Ep. III.

1.

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

5. La eminente dignidad del hombre no es patrimonio espiritual de un grupo de pueblos, esa dignidad comprende a todos los hombres y a todos los pueblos.

De la igual dignidad parte la igualdad trascendental del género humano.

“Efectivamente la primera, página de la escritura nos narra con grandiosa simplicidad, como Dios, a guisa de co roña de su obra creadora, hizo al hombre a su imagen y se- mejenza, y la misma Escritura nos enseña que lo enrique¬ ció de dones y privilegios sobrenaturales, destinándolo a una felicidad' eterna inefable. Nos muestra, además, como de la primera pareja proceden los demás hombres, de los que nos hace seguir con plasticidad de lenguaje jamás imi¬ tado, la división en varios grupos y la dispersión por las di¬ versas parte del mundo. Aún cuando se alejaron de su Crea¬ dor, Dios no cesó de considerarlos como hijos, que según sus misericordiosos designios, todavía estaban destinados a reunirse un día nuevamente en su amistad.

Pero este común origen y destino ha de tener como consecuencia la amistad de los pueblos entre sí, y la unión en caridad de los hombres.

Así pues, “a la luz de esta unidad, de derecho y de hecho, de la humanidad entera, no se nos presentan los individuos desligados entre como granos de arena, sino por el contrario, unidos por relaciones orgánicas, armóni¬ cas y mutuas, diversas ‘según que varían los tiempos, por impulso natural y destino interno”.

Falsa es, pues, la pretendida superioridad de una ta¬ za sobre otras, y aberración parece el pretender estable¬ cer cercanía con la animalidad, negando la vida del espí¬ ritu y la posibilidad de educación a ciertos pueblos que múltiples circunstancias los han hecho perder algunas no dones fundamentales de la moral natural.

ó. La trascendencia de la doctrina nos lleva por úl¬ timo a considerar el valor áupremo que tiene en la vida hu mana la ética.

No exagera S. S. Pío XII al declarar en su ya citada encíclica que “la raíz profunda de los males que deplora¬ mos en la sociedad moderna es el negar y rechazar una norma de moralidad universal, así en la vida individual como en la vida social y en las relaciones internacionales”.

Un gobernante de la Europa hace poco declaraba a su confidente: “Hace bien en especular más sobre los vi¬ cios que sobre las virtudes de los hombres. La Revolu¬ ción Francesa hacía un llamado a la virtud. Mejor será que nosotros hagamos lo contrario... Los éxitos políti¬ cos, tal y como yo los necesito, sólo se obtienen median-

PRINCIPIOS DE TEOLOGIA SOCIAL

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te la corrupción sistemática de las clases dirigentes y po¬ seedoras... Yo hago una política de fuerza, lo que quiere decir que emplee todos los medios útiles, sin preocuparme ni por las costumbres ni por un pretendido código del ho ñor. . . La ventaja que tengo sobre esos pueblos de bur¬ gueses demócratas estriba, precisamente, en que no me detiene ninguna consideración de doctrina o de sentimien to... Nosotros-, Señor mío, aspiramos al poder con todas nuestras fuerzas y todas nuestras fibras ; temblamos de impaciencia y de codicia, y lo gritamos ante todo el mun¬ do. Sólo nosotros somos fanáticos de la dominación. La voluntad del poder no es para nosotros una mera frase, es nuestra sangre y nuestra vida... si no se tiene la volun¬ tad de ser cruel, no se lleg'a a nada . . . En todos los tiem¬ pos el poder se ha fundado en lo que los burgueses llaman el crimen... Sí, nuestro camino <?s barroso, peto no co¬ nozco a nadie que no se haya ensuciado los pies en el ca¬ mino de la gloria”.

Nosotros sabemos, sin embargo, “que la salvación de los pueblos no viene de los medios externos, de la espa¬ da, que puede imponer condiciones de paz, pero no crea la paz. Las energías que deben renovar la faz de la tierra, tienen que proceder del interior, del espíritu. El orden nuevo del mundo, de la vida nacional e interna, una vez que cesen las amarguras y las crueles luchas actuales, no deberá en adelante apoyarse sobre la incierta arena de normas mudables y efímeras, abandonadas al arbitrio del egoísmo colectivo e individual. Deben más bien alzarse sobre el fundamento inconcluso, sobre la roca inconmovi¬ ble del derecho natural y de la revelación divina. Ahí de¬ be conseguir el legislador humano el espíritu de equili¬ brio, el sentimiento eficaz de la responsabilidad moral, sin los que fácilmente se traspasan los límites entre el uso legítimo y el abuso del poder. Unicamente así tendrán sus decisiones consistencia interna, noble dignidad y sanción religiosa, y no fluctuarán a merced del egoísmo y de la pasión” (20) .

FRANCISCO VIVES

(20) Encíclica Summi Pontificatus. N.o 32.

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SOCIOLOGIA Y POLITICA

LOS LIBROS

LOS PRECURSORES DE LENIN,— -Por Maurice Paleologue . Edi¬ ciones Zig-Zag. 1940.

Obra documental, amena, sin embargo. Paleologue nos tra¬ za en limpio y agradable estilo un bosquejo de la historia rusa a partir de Pedro el Grande. Ese es el ancestro más remoto, entre los dictadores, del revolucionario que movió las obscuras fuerzas del pueblo ruso, hacia su propia entraña. Porque es eso lo que Pa¬ leologue nos quiere decir. El individuo ruso posee una extraña fa¬ cultad, una especie de locura que pone en juego todas sus turbias potencias más anímicas que musculares :, sin preocuparse de si ese juego es creación o destrucción. Con tal de manipular en pasión e intensidad todo el estado de cosas, al ruso no le impor¬ ta siquiera la idea por la cual se sacrifica: fanatismo religioso, absurdas y abstractas concepciones políticas, enrevesadas teorías de cultura. Al fin y al cabo todo parte de él y todo debe resol¬ verse en él. Sin darse cuenta, todo lo que hace el pueblo ruso va hacia mismo: daño y beneficio. Y si está en caos es únicamente porque su “psicosis revolucionaria” prima sobre todo otro orden de móviles espirituales. Lenin fué un producto ruso de primera cla¬ se que adivinó esta “psicosis”, la organizó y con ella derribó el zarismo. Es decir, trazó un camino y una meta al deseo colectivo. Pero, una vez conseguida esa meta limitada como todas las me¬ tas a que se puede llegar con medios humanos ¿ qué va a ser del pueblor ruso? se pregunta Paleologue. Su deseo, su pasión, su locura, sobrepasan todo lo que puede alcanzar, todo lo que ac¬ tualmente posee, todo lo que poseyó .Cada ruso es una energía suelta, disparada hacia un caos. Mientras no se cure su “psicosis revolucionaria”, no podrá haber un orden en Rusia, como no lo hubo ni en la “Santa Rusia”, ni en los Soviets de hoy.

Edición Zig-Zag, pulcra y bien presentada. Traducción acep¬ table.

Z.B.

i SSOOUIN A"

] Cera para pisos*: “PRESERVOL”.

! _ ._ .

| Mata moscas, etc.: “IN8ECTOL”.

f Limpia metales: “METALOL”.

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j Desinfectante: “CRESOFENOL”.

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j En almacenes, mercerías y en

AGUSTINAS 1121

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Religión y Ciencias

“JESUS”, DE RICARDO DAVILA”, por Juan M. Restrepo, Decano y Profesor de la Facultad Pontificia de Teología San¬ tiago. .

Un análisis crítico objetivo y documentado de la reciente obra de Ricardo Dávila, sobre “Jesús”.

“MATERIALISMO Y ESPIRITU ALISMO EN PSICOLOGIA”, por el Doctor Manuel Francisco Beca, Segundo Jefe de ¡a Clínica Psiquiátrica Universitaria y Miembro de la Academia de Medi¬ cina de San Lucas.

El fracaso del materialismo pai;a dar una explicación sa¬ tisfactoria a los fenómenos psíquicos.

LOS LIBROS

“La Iglesia Patrística y el Milenarismo”, por Florentino Al- cañiz, S. J.

“Nuestro Hermano”, por Carmen Valle.

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Juan M. Restrepo.

‘JESUS” de Ricardo Dávila Silva (a)

El libro que va a ocuparnos, que en Europa nada de extraño tendría, es algo extremadamente raro en Sud América : el conocimiento de tan diversas lenguas, la mag¬ nífica biblioteca fruto sólo de largos años, la lectura pacien¬ te de miles de horas, la consagración de toda una vida al estudio del argumento religioso que él supone, todo esto en nuestro continente y mucho más en un seglar es algo verdaderamente excepcional. Esa obra constituye en el campo religioso uno de los esfuerzos más importantes rea¬ lizados en lengua española durante los últimos años. Tra¬ tando el libro de la materia que me corresponde enseñar en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chi¬ le no podía guardar silencio, sobre todo teniendo en cuenta los juicios de la prensa, todos someros, y algunos parcial¬ mente errados. Queremos presentar un juicio serio, como la obra lo exige. En ella encontraremos mucho que admirar, y en los reparos cue nos veremos obligados a formular, nos guía sólo el amor a la verdad y el deseo sincero de que nuestra crítica no sólo permanezca en la serena región in¬ telectual, sino también que se halle, animada de ese espíri¬ tu de caballerosidad que brota de todas las páginas del au tor; si con él discutimos, serán discuciones entre caballe ros.

El título de la obra podría engañarnos haciéndonos creer que se trata de una vida de Cristo; no es este sin em¬ bargo el intento del autor. Su propósito lo expone con cía ridad meridiana, en el subtítulo y en el preámbulo; no pre¬ tende hacer una obra directamente positiva, sino una crí¬ tica del libro de Guignebert: Jésus” (1), que como muy bien explica D. “en el hecho forma un como índic? de todas las negaciones acumuladas durante una centuria acerca de la persona del Cristo’* (p. 11). Al darle este rum bo a su trabajo se ha dejado D. llevar de su predilección por la crítica literaria e histórica, en la que siempre ha so¬ bresalido. Ciertamente tal refutación no es inútil, pero a mi parecer no merece Guignebert que se le consagren 43b

(a) RICARDO DAVILA SILVA (LEO PAR): “Jesús, Ensayo de crítica’’. Santiago de Chile, ediciones Ercilla, 1940, en, 8.°, p. 457. (1) CH. GUIGNEBERT: “Jésus”, en la biblioteca “L’évolution de l’hunianité”, París, 1933. La Renaissance du livre, en 8.°, XVII, p. 692.

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“JESUS” DE RICARDO DAVILA

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nutridas páginas; el eximio talento y la vasta erudicción que muestra el autor chileno, hubieran hallado campo más amplio y más fructuoso si hubiera con ellos construido una obra directamente positiva sobre Jesús. Su intento exclu¬ sivo de critica lo obliga a seguir paso a paso al profesor de la Sorbona, hace al libro de muy difícil lectura, y sobre to¬ do obscurece el propio pensamiento del crítico que se pierde en enmarañadas disputas, de tal modo que en puntos de ca¬ pital importancia no llega el lector a hacerse completa luz sobre la opinión de D. Con el estudio y erudicción que la implacable, pero serena requisitoria contra Guignebert en¬ cierra, se hubiera podido escribir una magnífica vida de Cristo.

Esto no quiere decir, sin embargo, que la obra de D. carezca de interés o de valor, los tiene muy grandes, y esta¬ mos seguros de que ella va a ser de» gran provecho para aquéllos lectores -sobre todo no católicos (pie posean el valor necesario para leer seriamente las 436 páginas de discución cerrada en materias para no pocos muy ajenas de sus conocimientos habituales.

Hacer, pues, crítica, es lo que pretende D. Y en esto aparece maestro consumado. Con serenidad tranquila, coi* claridad meridiana, con erudición no pequeña, con sentido común muy raro, va analizando capítulo por capítulo, argu¬ mento por argumento, prueba por prueba, el libro de Guig¬ nebert,' y va destrozando y pulverizando sus sofismas has¬ ta demostrar hasta la saciedad que la obra francesa carece de sentido histórico, está plagada de contradicciones, y guiada sólo por prejuicios infundados, principalmente por la negación gratuita de todo lo sobrenatural. Y eso, que con absoluta honradez, antes de la refutación expone Ib con cuidadosa exactitud los argumentos del contrario, ci¬ tando sus propias palabras. En este sentido la impresión producida por el libro es magnífica, imposible demostrar más palmariamente la vacuidad de la crítica racionalista que achaca a los católicos la falta de proceder histórico, siendo así (pie ella pisotea a cada paso las leyes fundamen¬ tales de la historia, para no verse forzada a admitir reali¬ dades que sus prejuicios infundados han excluido de ante¬ mano. /

Pero, mucho más importante que este aspecto nega¬ tivo. es conocer el pensamiento de D. sobre los puntos fundamentales de la vida de Jesús. Vamos por eso a pro¬ curar sacar del denso tejido polémico los hilos (pie forman la trama de la concepción que D. tiene sobre Jesús. Y co¬ mo sería imposible realizar esta ardua tarea respecto a to das las partes de la existencia del Xazareno, concretare¬ mos nuestro estudio a tres puntos que son básicos y cap¡-

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RELIGION Y CIENCIAS

tales en toda vida de Cristo ; valor concedido a las fuentes históricas; juicio sobre los milagros, posición ante el pro¬ blema decisivo de la resurrección.

I,_ OPINION DE DAVILA SOBRE LAS FUENTES

DE LA VIDA DE JESUS

i

Las ideas del autor sobre este punto básico en toda vi¬ da de Cristo se encuentran en los primeros capítulos: “Pro¬ legómenos críticos” (p. 13-44) y “Las fuentes de la biogra¬ fía” (45-77). Estos dos capítulos son de los mejores de la obra del autor chileno, y en ellos aparecen de relieve sus excelentes cualidades de crítico.

En el capítulo de los prolegómenos, hallamos los si¬ guientes puntos importantes en el pensamiento de D. En primer lugar descarta con irrefutables razones “aquel injus¬ tificable y demoledor aserto que ve en los frutos del espí¬ ritu, en los productos de la imaginación, y del arte la mera ex cathedra interpolado ; es éste un verdadero Deus ex ma- el colectivismo creador, teoría crasa que aplicaba a los es¬ critos canónicos, los presenta a la manera de una sábana de retazos, forpiados por la selección y zurcido de trozos co¬ piados con elección y con modificación de otros escritores : triste concepción que destruye la unidad maravillosa que resplandece en esas obras. Muestra también la infundada ar¬ bitrariedad de los que para evitar toda dificultad molesta, producida por un texto, la cortan por lo sano, declarándolo ex cathedra interpolado ; es éste un verdadero Deus ex ma¬ china, cute inutiliza toda labor histórica (p. 25). El sano sem tido crítico de D. siente cómo estos orocedimientos constitu¬ yen “una concepción pseudo-literaria que consiste en impo¬ ner a los autores antiguos las ideas y métodos de composi¬ ción, las modalidades retóricas de las actuales literaturas”. . . (p. 28). No sin merecida ironía descarga después rudos gol¬ pes de muerte contra la exagerada estilometría (p.31), que quiere elevarse a la dignidad de juez, único e inapelable de la genuidad de un escrito. Con sobrada razón escribe D. : “Imposible imaginar más basto y grosero instrumento para tan sutil y delicada función de crítica y psicología” (p.31). Con ejemplos tan evidentes que nadie podrá rebatir, mues¬ tra “cuán defectuoso y falaz instrumento de análisis resulta la cuenta de las palabras y sílabas” (33) y las diferencias de estilo que se encuentran con demasiada frecuencia en los es¬ critos de un mismo autor. Indica al fin (p. 34) los gravísi¬ mos peligros del argumento ex silentio, que se presta a toda clase de abusos. Todos estos principios los aplica D. a la obra de Guignebert para probar su falta absoluta de carácter his¬ tórico,

“JESUS” DE RICARDO DAVILA

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Al adherir plenamente a D. en este capítulo, lo felicita¬ mos por la' valentía con cpie refuta teorías infundadas, que por la pseudo-autoridad de los que las defienden se habían convertido para muchos en dogmas de crítica histórica, que a pesar de las absurdas contradicciones que encierran, de¬ bían admitirse a ojos cerrados.

Siendo la crítica del valor de las fuentes de la vida de Jesús, el problema fundamental para todos los siguientes, es de suma importancia conocer el pensamiento de D. so¬ bre este punto tratado en el capítulo “Las fuentes de la biografía’’. En el caso de Jesús las fuentes decisivas son las llamadas canónicas: los Evangelios, ios Hechos de los apóstoles, las Epístolas aobre todo las de Pablo y el Apocalipsis. Comparadas con ellas, los otros documentos son fuentes muy secundarias, y por eso limitaremos nues¬ tro estudio a las canónicas.

¿Qué piensa D. del valor histórico de los escritos ca¬

nónicos?

En cuanto a los Hechos de los apóstoles ü., con mu¬ chos críticos modernos, aún no católicos, defiende abierta¬ mente que el autor de ellos es el mismo del tercer Evange¬ lio, Lucas, compañero de Pablo; en los Hechos pretende Lucas continuar el relato evangélico ; éste nos describe la persona de Jesús y su vida en la tierra, en la segunda obra nos narra los portentosos principios de la obra que había de continuar la del Redentor, la Iglesia. No es pues, de ad¬ mirar que en los Hechos no abunden los datos sobre la vi¬ da de Cristo, porque “felizmente, Lucas no se ha conforma¬ do al canon de la novísima crítica, que hace de la repetición majadera requisito fundamental de la veracidad y plenitud de la información” (p. 53). Pone con gran fuerza de relieve D. el valor histórico de ese libro al que los más recientes estudios, han demostrado conforme con los complicadísi¬ mos detalles geográficos, políticos y religiosos de la época, y lugares que describe. *

En cuanto a las Epístolas de Pablo las tiene D. por ab¬ solutamente históricas, y muestra como la falta de abun¬ dantes datos sobre la persona de -Cristo histórico era exi¬ gida por la índole de ellas; pero al mismo tiempo insiste en la falsedad de Guignebert al afirmar que -no encierran muchas circunstancias sobre la vida del Salvador (p. 54 L A la negación del valor histórico de esas cartas hechas ñor Guignebert opone D. el testimonio explícito, valiente y leal del mismo Pablo (p. 55) .

Dejando a un lado otros escritos de menor importancia, pasemos al juicio de D. acerca de los Evangelios, que son sin duda la fuente principal para la vida: de Cristo. Después de analizar todas las dificultades - acumuladas* por Guigne-

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RELIGION. Y CIENCIAS

bert para reducir esos escritas a una colección incoherente de documentos sin valor alguno (p. 58-70), condensa vi¬ gorosamente toda la argumentación del prof. francés (p. 70-71) para rebatirla con fuerza irresistible en tres, páginas, que son de las más profundas de la obra, densas de hondo sentido histórico y psicológico (p. 71-74). El argumento preferido por D. es la unidad de la persona complicadísima de Cristo, (pie se conserva una y armónica a través de esos Evangelios escritos por personas no letradas, con fines di- #versos y con independencia unos de otros : ‘‘Carácter seme¬ jante no puede ser inventado, y jamás nadie inventó uno que siquiera de lejos se le pareciese. Y si ese carácter no es ni puede ser creación de la fantasía, claro está que el persona¬ je (pie en reunió todas esas cualidades y virtudes es un ser histórico a quien sus biógrafos lian debido conocer, y de quien así han podido rendir intachable testimonio” (p. 72). Uno de los aciertos más dignos de loa en esta parte del li¬ bro de D, es la importancia trascendental que atribuye a la tradición que precedió a todos los escritos conoideos. Sm esa tradición previa existente en numerosas almas impre¬ sionadas hasta el fondo de su ser por la irresistible figura del Maestro, sin esa tradición, repito,, es imposible enten¬ der los Evangelios, que no son otra cosa que la condensa¬ ción y organización de algunas partes de ella, enderezada al fin peculiar de cada evangelista. Profundo sentido crítico manifiesta también 1). al presentar con fuerza y vigor los tí¬ tulos especiales de historicidad del cuarto Evangelio, que sin ningún motivo objetivo, y sedo por prejuicios infundados es declarado por Guignébert y por muchos otros racionalis¬ tas como escrito teológico tendencioso, desprovisto de to¬ do valor histórico.

De lo expuesto se deduce que hasta c! católico más exigente suscribiría gustoso estas ideas de D. sobre la historicidad de los escritos canónicos. Por mi parte con¬ fieso «pie estos dos son los capítulos que más me han agra¬ dado en el libro del critico chileno, (2)

(2) Aunque no entra en la materia escogida para nuestro estu¬ dio, diremos dos palabras sobre una afirmación de D. en el ca¬ pítulo “Familia de Jesús y circunstancias de su natividad”. Nos detenemos en esa afirmación, porque es una de las que más choca¬ rán a los católicos. En ese capítulo (p. 104) confunde D. dos dogmas de nuestro credo completamente distintos. A la concep¬ ción milagrosa de Cristo la llama inmaculada concepción. Esto es completamente erróneo; la Inmaculada Concepción se refiere no a Cristo sino a María. Su concepción se llama inmaculada, no por¬ que fuese concebida de modo diverso a los demás hombres, sino

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II.— MILAGROS DE CRISTO

Con interés peculiar estudié este capítulo tan impor¬ tante para conocer la tendencia de un autor. Como siempre lo que buscaba no era la refutación de GuigneberC sino el pensamiento de I> En él hay para algunos puntos completamente claros, otros permanecen en la penumbra,

Clara es en primer lugar la posición en que se coloca el crítico chileno: no pretende inquirir en la naturaleza ín¬ tima del milagro por no pertenecer a la historia, sino esta¬ blecer si los hechos narrados por los escritores canónicos existieron tal como ellos los refieren. Pulverizando las ob¬ jeciones de Guignebert, proclama la' realidad de esos hechos apoyado en razones puramente históricas: concurso de gen¬ te alrededor de Jesús, inexplicable, sin milagros, ; sobriedad admirable de la narración ; concordancia entre los evange¬ listas; conformidad de los milagros con la persona de Je¬ sús; bondad encerrada en cada prodigio; carencia de repu dio por parte de los adversarios (p. 172 y 173, compendio vigoroso de todo el pensamiento de I).). Por estos motivos con absoluta imparcialidad se declara defensor decidido de la verdad histórica de los prodigios de Cristo: según D. ellos se produjeron como los evangelistas nos los cuentan.

En cuanto a la explicación íntima y última de esos he¬ chos, la posición de D. no es clara, en todos sus puntos. De suyo, él pretiere rehuir toda explicación. Con sobrado acier¬ to declara que la determinación última de hi naturaleza del milagro no está en el campo histórico, sino en el filosófico y religioso Jp. 173-174). Con sano sentido común afirma que es absurdo negar a priori la posibilidad del milagro (p. 1/3). Pero aquí sucede, como en otros muchos casos, que

porque desde el primer momento de su ser fué, por los méritos fu¬ turos Cristo, libre de todo pecado . Pero no es ésta la cuestión a que me refiero, sino la de los hermanos de Jesús, asunto dis¬ cutido ya por innumerables autores. No me extiendo sobre este punto porque mi colega el Pbro. Daniel Iglesias, Profesor de Sa¬ grada Escritura en la Facultad de Teología de la Universidad Ca¬ tólica de Chile, publicará dentro de poco un artículo sobre él. No tiene derecho D. para afirmar que la palabra griega adelfos se de¬ ba entender en el Evangelio en el sentido de hermano; puede tener ese significado; pero como consta de lugares evidentes de la versión griega de los Setenta del Antiguo Testamento, esa pa¬ labra puede también significar otros parientes cercanos . Este sentido es muy explicable en esa versión y en el griego del Nuevo Testamento que tienen tan fuerte sabor semítico. Para saber cuál sentido tiene de hecho esa palabra hay que acudir a la tradición, a esa tradición que con tanto acierto pone de relieve el escritor- chileno. Baste indicar esta idea capital, pues dejamos su desarro¬ llo para nuestro estimado colega.

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es imposible hacer historia sin hacer al mismo tiempo algo de filosofía. Al ponerse D. en la posición ultra razonable por lo demás de lio negar a priori la posibilidad del mi¬ lagro, ya está haciendo sin querer filosofía; pues si se co¬ locase en la hipótesis de Guignebert de negar a priori esa posibilidad, el mismo problema histórico quedaría plantea¬ do en forma completamente distinta como aparece claro en el profesor de la Sorbona y en tantos otros.

Más todavía. Aunque D. afirma no querer entrar en la causa última del milagro, me parece que quizás inconscien¬ temente la toca en varias ocasiones. Creo vislumbrar a tra¬

vés del capítulo que D. aunque su pensamiento no es diᬠfano en esta parte tiene por imposible con los actuales conocimientos1 que de las leyes de la naturaleza poseemos dis¬ cernir con certeza si un hecho prodigioso constituye una verdadera excepción de esas leyes. Por diversas insinuacio¬ nes del autor me inclino a creer que, como el Dr. Alexis < Carrel y otros científicos modernos, piensa D. que esos hechos prodigiosos, cuya realidad admite, no son verdade¬ ras excepciones de las leyes, sino casos en ellas compren¬ didos. Lo que según esos autores acaece es que esas leyes son demasiado complicadas para que podamos conocerlas perfectamente, si lográramos un completo conocimiento de ellas veríamos cómo los hechos prodigiosos caben per¬ fectamente dentro de ellas. Si este fuera el pensamiento de D. no lo afirmo con certeza sobre el milagro, no se¬ ría el concepto católico. Para éste el milagro es una verda¬ dera excepción de la ley, excepción hecha sabiamente por el Legislador supremo a fin de indicar una intención espe¬ cial, superior al curso ordinario de la naturaleza. Admiti¬ mos los católicos el hecho innegable de nuestra ignorancia respecto a muchos aspectos de las leyes de la naturaleza, pero al mismo tiempo sabemos por experiencia propia y por experiencia milenaria que esa ignorancia no es absolu¬ ta, y que dentro de ciertos límites, y en determinadas cir¬ cunstancias podemos con certeza excluir la causa natural, y nos vemos obligados lógicamente a admitir intervención peculiar del Creador que todo lo domina. Algunos párra¬ fos. de D. parecen indicar que él admite este concepto, aun¬ que en otros se vislumbra más bien el contrario. No pode¬ mos definir con precisión la opinión de D. en un punto que expresamente ha querido evitar. En todo caso la posición del autor 'al admitir la verdad histórica de los prodigios de Cristo, al afirmar lo' absurdo de la negación a priori de la posibilidad del milagro, y al exaltar el poder de Dios, es ya por lo menos muy cercana a la del católico que ye en el milagro una verdadera excepción del orden natural, excep-

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“JESUS” DE RICARDO DAVILA

ción que lejos de romper la armonía del universo la engran¬ dece, mostrando la unidad entre el mundo material y el mo¬ ral al que El primero está subordinado. Si -no es está la idea D. es muy próxima y no dudamos de que su excelente vo¬ luntad y su agudo ingenio lo conduzcan al fin a ella.

III.— RESURRECCION DE CRISTO

Es ésta el punto de cisivo para juzgadle la naturaleza de la persona de 'Cristo y de la verdad de la religión funda¬ da por él : si Cristo resucitó nuestra fe reposa sobre roca m conmovible ; si quedó el Salvador aprisionado en las garras de la muerte y de la corrupción, el cristianismo es una po¬ bre religión basada en un engaño o en una impostura, y sus secuaces somos los más infelices de los hombres'. Ve¬ amos qué piensa D., sobre este punto, el más trascendental en la racionabilidad de nuestra fe.

Dos capítulos consagra el autor a esta materia: “La Resurrección” y “La fe de Pascua” (p. 331-430). Empieza D., como es natural, examinando las críticas de Guignebert contra la sepultura de Cristo. Para el profesor de la Sorbo- na el relato canónico no es histórico. Como siempre refuta ,D. vigorosamente los argumentos del francés, pero no que¬ da muy preciso su pensamiento propio, y a mi parecer in¬ curre en este punto en algunas inexactitudes. Omitiendo otras de menor importancia como las que se refieren a las vendas y al sudario (p. 339, véase Juan 19,40 y 20, 5-7), no veo que fundamento tenga D. para hablar de una sepul¬ tura oculta. Tal suposición no sólo no encuentra ningún apoyo en los textos o en la tradición, sino que se opone a ellos. Ni puede tampoco admitirse como dudoso (p. 34). el ¿que los sacerdotes sacaran el cuerpo de la tumba contra esta hipótesis arbitraria, es para argumento evidente pensar que si los sacerdotes hubieran retirado el cadáver, al ver la fuerza que tomaba la nueva religión, tan aborreci¬ da de ellos, hubiéranlo mostrado, y en esos despojos san¬ grientos hubieran ahogado en su misma cuna el naciente cristianismo.

Más, dejemos la cuestión de la sepultura que para D. tiene relativamente poca importancia, y examinemos el ar¬ gumento que él, con sobra de razón estima decisivo para probar la resurrección, el de las apariciones de Jesús a lo? discípulos. D. quiere que en este punto se distingan perfec¬ tamente las apariencias de los ángeles de las de Cristo (344).

Las apariciones de los ángeles según D. son “fenóme¬ nos del todo subjetivos, una alucinación, producto de la fan¬ tasía de los actores, y sin raíz en la realidad material (p. (344). Todas ellas son “fenómenos de autosugestión desarro-

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RELIGION Y CIENCIAS

liados en las mentes enfermizas y exaltadas (soy yo el que subrayo) de los actores'...” “Xo cabe creer en ángeles de cuyas naturalezas, caracteres, forma, atributos, de cuya ne¬ cesidad nadie tiene ni puede concebir una idea adecuada. Llamémosle seres poéticos —inexistentes, por tanto como los infinitos que se forjaran las mitologías, persa, hindú y greco-romana”... (todas estas palabras están sacadas tex¬ tualmente del autor en pág. 344). Confieso ingenuamente cpie no reconozco en estas afirmaciones a la imparcial crítica de D. ; en esta parte se apoderó de él un poco el sueño como de Homero. Comete aquí D. el pecado que con crítica impla¬ cable combate a través de todo el libro de Guignebert : deci¬ dir una cuestión histórica por prejuicios filosóficos. Porque para decidir si las visiones de los ángeles son ó no reales, no procede por los métodos de crítica histórica, sino por la afir¬ mación íilosóficQ-religiosa de que los ángeles no existen. Por un prejuicio filosófico (pie no demuestra niega la afirmación de fuentes que con tanta brillantez ha defendido como histó¬ ricas. Y lo. peor del caso es que la' afirmación de que las vi¬ siones de angeles son fenómenos de mentes enfermizas y exaltadas crea para D. una gravísima dificultad para demos¬ trar la realidad de las de ‘Cristo. Admitido ese estado enfer-, mizo y exaltado en los apóstoles, ¿quién aceptará las otras visiones como verdaderas? Y además ese aserto contradice lo cpie abiertamente afirma D. en toda esta parte sobre la sanidad mental de los apóstoles.

Examinemos, pues, el juicio de D. sobre las apariciones de Cristo qué según todos, de ser reales, forman el argumen¬ to decisivo en favor de la resurrección.

A pesar" de (pie he leído y releído estos dos capítulos no he logrado llegar a formarme una idea clara del pensamien¬ to del autor. Porque lo que dice en las páginas 345 y 364 es para absolutamente desconcertante y no puedo combinar¬ lo con todo el racionio del crítico chileno. Si nos atenemos a lo que expresa en esas páginas las apariciones de Cristo son también puramente imaginarias con la diferencia respecto a las de los ángeles que éstas se fundaban en la imaginación de un ser inexistente los ángeles y las de Cristo en el re¬ cuerdo de su persona; pero las dos eran resultado de la ima¬ ginación creadora de los discípulos y amigos del Salvador. Hablando de las apariciones de Cristo dice D. : “Se le con¬ templaba tan real como divisa uno en sueños lo que viera en la vigilia, o como persiste en la retina la imagen luminosa aún después entornados los párpados. Había respecto de Jesús una base material de visión y reconstrucción que faci¬ litó la obra creadora de los discípulos” (págs. 345, 346). De esto parece deducirse con certidumbre que las apariciones de Cristo fueron según D. un fenómeno de pura alucinación ;

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creyeron los amigos de Jesús, verlo, oírlo, palparlo; pero Je¬ sús no se presentaba a ellos; era sólo su recuerdo el (pie pro¬ ducía estas imaginaciones. Tales alucinaciones, tales imagi naciones por vividas que se las suponga no pueden probar en modo alguno la resurrección. De un ser amado (pie yace putrefacto en la tumba pueden tenerse las mismas imagina¬ ciones, sin que ese ser querido salga por eso del imperio frió de la muerte.

Y, sin embargo, en los dos capítulos consagrados a este punto parece que 1). no pretende probar otra cosa que las apariciones de Cristo fueron reales, no imaginarias. "De ser efectivas dichas apariciones resultaría (pie -en historia pura e imparcial el Maestro habría de hecho resucitado" (pág.

360) . Para que e.1 argumento tenga valor debe entenderse el término efectivo en el sentido de real, opuesto a imaginario. Lina imaginación acerca de un muerto por vivida y violenta que sea no prueba su resurrección; ésta se muestra sólo por una aparición en que sfc presenta realmente el que antes fue difunto y ahora está vivo. No veo, pues, cómo pueda conci¬ llarse toda la larga, prolija y sólida argumentación de 1).

•para probar contra Guignebert la efectividad de las aparicio¬ nes con las ideas antes expuestas. Pero el hecho es que con dialéctica invencible defiende la efectividad de esas apari¬ ciones.

Contra Guignebert demuestra ü. (pie los textos que na¬ rran las apariciones revisten todos los caracteres de veraci¬ dad y (pie consecuencia necesaria de ella es admitir que las apariciones fueron efectivas y la resurrección verdadera (pág.

361) .. Con singular acierto y fuerza va rebatiendo todas las dificultades de Guignebert. Contra la dificultad de muchos, repetida por Guignebert, de que las apariciones en Judea carecen de base histórica, muestra cómo Marcos y Mateo no las excluyen y cómo las apariciones judaicas poseen en su favor testimonios de la más anciana antigüedad (págs. 364-367). Recorre más adelante uno por uno los textos pues¬ tos en duda por Guignebert (págs. 368-379). Después de un resumen de las razones para refutar las de Guignebert (págs. 379-390), como conclusión se declara abierta y fran¬ camente defensor de las apariciones efectivas y termina esta parte con las siguientes palabras : "Si. pues, no se quiere caer en todas las imposibilidades e incongruencias de la tesis contraria, hay que aceptar como acaecimiento históri¬ co las apariciones sujetivas (soy el que subrayo) de Je¬ sús a los apóstoles" (pág. 390). Realmente esas palabras me dejan desconcertado; no a punto fijo qué entiende D. por aparición sujetiva; si es mera imaginación fundada en en el recuerdo vivido de la persona de Jesús, no veo mira qué ha roto tantas lanzas contra Guignebert que con Renán

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RELIGION Y CIENCIAS

no tendrá la menor dificultad en admitir tales apariciones meramente sujetivas. En todo caso con ellas no podrá nun¬ ca probar IX, como intenta, la resurrección de Cristo: una mera imaginación de un muerto no prueba que él haya vuel¬ to a la vida. Espero por eso que D. entienda esas aparicio¬ nes como objetivas, es decir, como causadas por Cristo vuel¬ to a la vida en cuerpo y alma. Estas solas pueden probar la resurrección que es lo que intenta el crítico chileno.

Negada por Guignebert la historicidad de los textos que narran las apariciones y consiguientemente la realidad de la resurrección le resta todavía una ardua tarea : explicar la existencia de esos textos y la de la tradición tan cercana a la muerte de Cristo; en una palabra, explicar la fe de los cristianos primitivos en la resurrección, fe a la que ninguna realidad respondía »y que era sólo un estado psicológico “puro engendro de la iantásía que da ser a sus anhelos y visiones” (pág. 397). Con proligidad minuciosa va siguien¬ do D. al profesor francés y le muestra la ineficacia de sus razones y las múltiples contradicciones en que con tama frecuencia incurre (págs. 398-429).

De toda la manera como discurre D. en estamparte, de la fuerza ‘con que en muchas ocasiones impugna la explica¬ ción de Guignebert que pretende calificar las apariciones de alucinaciones sujetivas (véase, por ejemplo, págs. 407 y 408), del valor decisivo que da a esas apariciones para pro¬ bar la resurrección, de, todo esto, juzgo como evidente que D. admite que las apariciones de Cristo fueron realmente objetivas, es deyir, causadas por la misma persona del Cru¬ cificado vuelto en cuerpo y alma a* la vida. Si no las eni en¬ diera así sería para toda la labor de D. una lucha con¬ tra molinos de viento, todos sus raciocinios serían infanti¬ les y todos sus discursos constituirían un enigma sin senti¬ do. Creo, por consiguiente, poder’ afirmar que la mente del crítico chileno es que Cristo vuelto a la vicia se presentó a sus discípulos y amigos y que esas visitas postumas abso¬ lutamente reales contituyen para D. el argumento irreira- gable de una verdadera resurrección que él quiere demos¬ trar. Cómo se componga esto con lo afirmado en las páginas 345 y 346 no lo puedo entender. Quizás la obscuridad depen¬ da del propósito decidido de D. de permanecer 'en el campo histórico sin entrar en el filosófico. Pero en este caso ese intento es imposible; no se puede probar el fenómeno his¬ tórico sin antes definirlo al menos del modo general. Para probar la resurrección por las apariciones, es preciso deter¬ minar claramente !a naturaleza de éstas, decidir si se trata de fenómenos de alucinación puramente sujetivos a los que ningún objeto real exterior responde en el momento en que se tienen* o de visiones objetivas causadas por el mismo

“JESUS” DE RICARDO DAVILA 35

Jesús redivivo q-ue aparece a sus discípulos. Seria para uu placer que el escritor chileno nos* declarase sin ambages su posición en este punto decisivo para la prueba de la re¬ surrección de jesús por el argumento de las apariciones.

Con esto damos término a nuestro juicio sobre el libro de Dávila. Hemos tenido que formular reparos no peque¬ ños, sin que ellos quiten el inmenso mérito de la obra. Dᬠvila no es católico ; pero su sano juicio* su recta intención; su amor a la verdad y su noble alma lo tienen ya muy' próxi¬ mo al catolicismo. En su elevado corazón ya se ha verifica¬ do el prodigio con que cierra su libro: “Jesús en. el fondo de toda alma humana ha descubierto un nuevo continente de moralidad y de dignificación en . que los transitorios in¬ tereses ' materiales están supeditados por la eterna tensión del espíritu hacia el ideal” (pág. 436). El amor entusiasta y delirante con que el corazón de Dávila vibra por Jesús, la idea grandiosa que tiene de su persona lo unirán cada día más profundamente a El, hasta lDg"ir.a hace» le comprender totalmente, en cuanto es dado al. hombre, el misterio de la Encarnación de Cristo y la verdad infalible de la que es su continuación viviente a través del tiempo y del espacio, la Iglesia católica.

Juan M. Restrepo S. J.

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Doctor Manuel Francisco Beca

Materialismo y espiritualismo

en psicología

“Quienes no aceptamos que la psicología pueda ser considerada con rigor dentro de las ciencias naturales, consideramos legítimo esclarecer sus problemas no sólo desde el punto de vista biológico sino también desde el filosófico.”

H. DELGADO.

“Se puede decir en cierto sentido que el materialismo es la metafísica de los que no quieren hacerla.”

A. BINET.

“Repugna instinti vamente decía Glande Bcrnard creer que la materia pueda tener la propiedad, de pensar y de sentir” y, sin embargo, “creemos que la ciencia conduce a admitir que la materia engendra los fenómenos que sus propiedades manifiestan”..., “porque confundimos las cau¬ sas de los fenómenos con sus condiciones”.

Así es, en efecto. Parece absurdo al sentido común atri¬ buir los procesos psíquicos, especialmente los intelectuales, a transformaciones de energías materiales, a intercambios físico-químicos, a productos de elaboración celular; parece un contrasentido hablar de psicología sin alma, explicarse las actividades mentales como simple resultado de leyes biológicas o aun físicas, v, sin embargo, ha habido investí- gadores, hombres con espíritu y método científico, que han pretendido interpretar los fenómenos psíquicos como efecto e producto de la materia. Han fracasado. Así como nadie se atreve ahora a sostener como antes, que la vida pueda explicarse por la tísico-química y obedecer exclusivamente a sus leyes, sino que es preciso reconocer en ella un princi¬ pio que la coloca dentro v al servicio del orden general de ia naturaleza ; así tampoco nadie osa pensar, como A. Vogt, que la idea o los afectos sean secreciones del cerebro. Se acepta siquiera un ‘vitalismo’ para tratar de comprender, la vida, y un “animismo” para explicarse lo psíquico, aun¬ que esto equivalga a una nueva incógnita, a explicar la vida por la. vicia misma y lo psíquico por lo anímico, que no es sino un sinónimo.

Es el fracaso incontesado del materialismo. Sin embar¬ go, , sus teorías Vuelven de vez en cuando a estar en boga, de un modo o de otro, en forma* disfrazada, galoneada de hipótesis científicas. Xo se trata ya de una obra como la de

MATERIALISMO Y ESPIRITUALISMO EN PSICOLOGIA 37

Ferriére, destinada exclusivamente a contradecir la psicolo- ía espiritualista, tratando de probar (pie lo psíquico es me¬ ra función cerebral, ni se trabaja con el prejuicio anti reli¬ gioso de este autor que confesara en el prólogo de su libro, famoso en el siglo XIX, titulado “El alma es la función del cerebro”, que su obra tenía por objeto “considerar al hombre no como un dios caído que recuerda los cielos, sino como un simple anillo en la cadena de los seres”.

Actualmente el materialismo aparece sólo en conclusio¬ nes deducidas de investigaciones científicas que parecen re¬ volucionar con su importancia no únicamente la ciencia ex¬ perimental. sino también la filosófica. El punto de partida, el hecho científico es exacto, y la aplicación, muchas veces honrada, pero falsa ; resultado del entusiasmo del descubri¬ dor. Ya a principios del siglo escribía A. Binet, refiriéndose al materialismo: “En la actualidad constituye una doctrina poderosa, habiéndose introducido subrepticiamente en el pensamiento de muchos sabios, sin que estos se hubieran dado cuenta de ello. Hpy infinidad de físicos y de fisiólogos que hablan y pensan como materialistas, aunque tengan el propósito de permanecer en el terreno de los hechos expe¬ rimentales y manifiestan un absoluto desdén por la meta¬ física... Se puede decir en cierto sentido, que el materia¬ lismo es la metafísica de los que no quieren hacerla”.

Así es como h&y, frente a cada nuevo descubrimiento biológico que explica una pequeña parte del rodaje de la vida, se cree abarcar un mundo entero, aun toda esa rica sinfonía v vasto panorama que es la actividad psíquica del hombre. Se descubren las secreciones internas, y surge la ilusión de ver las causas de las pasiones, del amor, del odio, de las tragedias humanas, de la emoción, del miedo, de la alegría y del dolor. Pavlov descubre los reflejos condiciona¬ dos y ‘piensa que por ellos todo se explica. “Las diferentes clases de hábitos basados en la disciplina, aprendizaje y educación escribe Pavlov no son sino una larga cade¬ na de reflejos condicionados”. Se descubren lesiones cere¬ brales en alguna enfermedad mental y se afirma que allí, en el sitio afectado, estaba el origen de la facultad psíquica perturbada, que en ese punto residiría la causa de tal o cual manifestación del espíritu.

Es que se confunden “las causas de los fenómenos con sus condiciones”, como decía Claude Bernard. Las estructu¬ ras anatómicas y los. mecanismos fisiológicos son medios de acción de un principio espiritual, son sus instrumentos, pero no son ese principio, no son ese espíritu, no son el alma. Los hechos y potencias psíquicas del hombre no pueden te¬ ner su origen en lo material,, (pie cambia, que es mutable,

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que es extenso y limitado; mientras la persona psicológica y sus actos son estables, tienen su modo individual de ser, que perdura a través de los años y los acontecimientos; y mientras el pensamiento, la conciencia, la voluntad, son co¬ sas intangibles, inextensas. La personalidad humana y sus facultades psíquicas' son, pues, superiores a un trozo de te¬ jido cerebral o a una secreción glandular, son de otro rango, de un orden más elevado, espiritual, que no puede ser el re¬ sultado de un orden inferior, material.

Sin embargo, esto que parece sencillo y de sentido co¬ mún. es problema difícil, y muchas veces mal resuelto, es¬ pecialmente para el sabio que creyendo en la omnipotencia de la investigación científica, espera de la -ciencia la expli¬ cación de las cansas últimas y universales de los fenóme¬ nos. vitales y de los procesos psíquicos.

Comenzaremos por revisar los errores o factores de error derivados de la relación entre. el psiquismo. superior y las estructuras cerebrales, o sea, los argumentos que de la anatomía normal y patológica del cerebro extrae el mate¬ rialismo para crear una psicología sin alma, que explicaría la actividad mental como causada por elementos o forma¬ ciones del cerebro.

I )esde antes de nuestra era. se creía ya que el cerebro era el órgano del pensamiento. Aristóteles participó después de esta misma opinión,- defendiendo aun la existencia de Partes especializadas dentro del cerebro, o sea, de localiza- dones, destinadas, por lo menos, a la actividad sensorial, t uando más tarde. Descartes en virtud de un espiritualismo exagerado, de un idealismo, separa el alma del cúerpo, apar¬ ta lo psíquico de lo orgánico, se produce por reacción una corriente contraria que tiende a localizar todos los procesos mentales, aun los más superiores, en relación con determi¬ nadas regiones cerebrales, como pretendía Gall, el principal intérprete de esta tendencia. Sólo mucho después del des¬ crédito en que cavó su “frenología” fué posible t}l nacimien¬ to de nuevas hipótesis localizadoras, partiendo de la anato¬ mía patológica, o mejor dicho de la anátomo-clínica, con un carácter verdaderamente científico.

Para estimar el valor del argumento materialista, adu¬ cido a este respecto, es preciso distinguir: Ungí cosa es el problema científico de la existencia de centros cerebrales re¬ lacionados con determinada función psíquica, y otra cosa es el argumento filosófico que trata de probar que si tales centros existen, en ellos radica la causa y origen de dicha función psíquica. Por ejemplo, el centroide la palabra, de Broca, sobradamente conocido, es un hecho científico de¬ mostrado, pero eso no significa que allí se origine, la palabra

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propiedad específicamente humana, sino solamente que su presencia es indispensable para que la palabra se pro¬ duzca.

Ahora bien, desde el punto de vista de la ciencia, esta comprobada la existencia de centros motores y sensitivos, desde la corteza cerebral hasta la médula espinal, de cen¬ tros vegetativos que rigen el funcionamiento de los órganos internos y del metabolismo general, en la base del cerebro, de múltiples centros correlacionadores distribuidos a lo lar¬ go del sistema nervioso. Pero no se han descubierto centros de' las facultades superiores, ni intelectuales, ni de la con¬ ciencia, ni de la voluntad. Mucho se ha hablado de la im- nortancia de los lóbulos frontales del cerebro respecto a las funciones intelectuales, pero los hechos demuestran que ni su ablación quirúrgica, ni su atrofia, son de la monta que se suponía. Las ventriculografías o radiografías practicadas previa inyección de aire en las cavidades cerebrales, permi¬ ten apreciar que en atrofias frontales de diverso grado, no siempre hay una demencia acentuada. Otro tanto demuestra la autopsia del cerebro, que puede revelar atrofias, sin que el sujeto hubiera perdido groseramente la inteligencia du¬ rante su vida. Se cita también casos de ablación quirúrgica del hemisferio cerebral derecho, 5 operados por Dandy (1928) y 3 por Gardner (1933), con sobrevida má.s o menos larga de los enfermos, uno de los cuales, perteneciente al último de los cirujanos mencionados, vivió 21 meses, sin trastornos mentales de importancia. Según Pierre Marie, lo oue la extracción de los lóbulos frontales determina es una desorientación espacial, ligada probablemente a una falta de síntesis de las impresiones espaciales de origen laberín¬ tico y visual. Las lesiones en esa región acarrearían cie-rta dificultad de la atención voluntaria. y de las operaciones de deducción y de síntesis. “Esto es interesante comenta Henri Bon, al citar tales datos, pero no podría constituir en centro de la vida intelectual”.

Esto demuestra que las funciones localizables hasta el presente son sólo sensitivas, motoras y vegetativas, que se refieren, por lo tanto, ál alma vegetativa y sensitiva, pero no al alma intelectual, no al principio de vida humana. Este principio, con sus facultades superiores, la razón y la volun¬ tad, no es susceptible de localizarse, es espiritual, como ya lo dijimos. Localizables son- sólo sus ‘instrumentos, los me¬ dios que tiene para actuar. De tal manera que, aun cuando (i psiquismo inferior pudiera explicarse como simple pro¬ ducto material, las actividades mentales superiores, propia¬ mente intelectuales, necesitan una interpretación espiritua¬ lista.

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Por otra parte, la anatomía-patológica, macro y micros¬ cópica, de las psicosis es decir, lo que se encuentra en el cerebro de los enfermos mentales, no es tan rica ni siste¬ mática como para decir que Ja anormalidad del psiquismo resulta siempre de una lesión cerebral, y después filosó¬ ficamente que la enfermedad del cuerpo ha producido una enfermedad del alma. Así, mientras en la parálisis ge¬ neral, por ejemplo, hay una clara inflamación del cerebro, en cambio en la esquizofrenia, la más frecuente y grave de las psicosis, no hay lesiones, ni siquiera microscópicas, que sean claras e intensas. Tanto es así que hoy se tiende a con¬ siderar esta psicosis que puede llevar al sujeto a la lo¬ cura furiosa, a la demencia, al delirio crónico o a la muerte. como el resultado de una alteración profunda del metabo¬ lismo general del organismo, con repercusión secundaria, sobre el cerebro y el psiquismo, sin que pueda tampoco ase¬ gurarse que éste enferme a causa de la alteración del en¬ céfalo. Lo importante en este caso no es, pues, la lesión ce¬ rebral, sino la modificación metabólica, o sea, del organismo y su nutrición en general, y la auto-intoxicación consecu¬ tiva. /

Esto último prueba, además, que no sólo el cerebro, si¬ no el cuerpo entero, tiene importancia para el psiquismo, v oue el alma informa todo el cuerpo y no únicamente a aquél. En el mismo sentido habla la influencia de las glándulas de secreción interna sobre el psiquismo, principalmente sobre los afectos y la conducta humana. Pgro, ¿no prueba esta in¬ fluencia orgánica cine el alma afecta de este modo no puede ser espiritual? El hecho de que la secreción, aumentada o dis¬ minuida de la glándula tiroides, por ejemplo, acelere o retarde los procesos intelectuales o que el estado de la hipófisis modiiique la personalidad, ¿no implica merma del rango de la inteligencia y del alma? No, de ninguna manera.

En primer lugar, en el influjo sobre la inteligencia se trata seguramente de una acción sobre el cerebro, modifi¬ cando así la condición para el desempeño de la facultad in¬ telectual, el instrumento, pero no el alma, que es su causa. En segundo lugar, la influencia de las glándulas endocrinas, del funcionamiento de otros órganos/ del metabolismo de cualquier substancia orgánica, sobre la personalidad total o la conducta, no prueba sino la posibilidad de acción del ^uerpo sobi e el alma, sin que ésta disminuya en su natura¬ leza. I i ueba la unión sustancial entre ambos principios o co-principios. pero no el desmedro de uno de ellos. Prueba la acción mutua entre lo físico, y lo psíquico, inter¬ acción que un médico más que nadie observa a cada mo¬ mento. La emoción y la angustia, por ejem>lo, producen

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cambios en la circulación sanguínea y en todo el sistema neuro-vegetativo ; una r neurosis determina parálisis crotoras y viscerales, y puede llegar a crear alteraciones orgánicas verdaderas e irreversibles. A la inversa, un hipertiroidismo produce en el psiquis un tinte especial y una aceleración de los procesos mentales; una inyección del extracto glandular correspondiente puede aumentar la virilidad o feminidad, no sólo física, sino 'también psíquica.

No puede negarse el cuerpo, como no puede negarse el alma. Negar el cuerpo o menospreciar su importancia es aceptar un alma angélica, es producir entre lo orgánico y lo psíquico un abismo que no existe, y que hace imposible la explicación de tos hechos arriba anotados. Es idealismo, es esplritualismo exagerado o mal concebido. Negar el al¬ ma es por el contrarió, •desconocer cosas tan intangibles, •pe¬ ro reales, como la conciencia y la voluntad; es aceptar un dominio incontrarrestable del organismo; es determinismo, es abolición de la voluntad y de la moral.

Tampoco cuerpo y alma pueden marchar separada¬ mente, sino en unión substancial. Lo demás es dualismo, divorcio de elementos inseparables; y tanto el dualismo ul¬ tra espiritualista o idealista de Descartes, como el dualis¬ mo materialista, o sea, la teoría del paralelismo psico-físico, son falsas concepciones de la personalidad humana, que la fraccionan, la atomizan, mientras las ciencias biológicas y psicológicas nos demuestran cada día más claramente la ^unidad del compuesto hombre, tanto en su actividad orgᬠnica como en sus procesos mentales.

Sostener con Descartes que el alma es algo superior e intangible, o defender el paralelismo psico-físico para el 'cual el pensamiento y la conciencia son epifenómenos sin valor en los actos, son pues, posiciones anacrónicas. El dualismo cartesiano ya no tiene partidarios, salvo entre ciertos psicólogos idealistas. El paralelismo aún cuenta con adeptos, debido a que es una teoría materialista que salva muchas objeciones planteadas a la otra hipótesis materia¬ lista, que es monista, que admite la unión del alma y cuer¬ po. aunque con dependencia de la primera respecto a este último, lo (pie ha valido el nombre de “causalidad psicoló¬ gica”. Respecto a ella, el paralelismo es un perfecciona¬ miento, pues como dice A. Binet al describirlo, “la idea que constituye la base de- esta doctrina lio es otra cosa que el fetichismo de la mecánica; en ella se inspira el paralelismo, como la doctrina materialista (monista), pero con más habi¬ lidad que esta última, puesto que esquiva la cuestión peli¬ grosa de la interacción de lo físico v de lo moral”. Sin em¬ bargo, no escapa al propio Binet la debilidad de esta teo-

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ría. Esquivar es no resolver el problema a que precisamen¬ te estaba abocada la hipótesis, o sea, el de la relación en¬ tre lo psíquico y lo físico.

Es preciso admitir la unidad ; pero sin que por otra parte, esto signifique confusión. Decir que alma y cuerpo se unen como una sola cosa no quiere decir que ambos son la misma cosa, ni que aquella derive de éste. El monismo y la teoría de la causalidad psico-física, que esto sostienen, son otros dos errores, tanto o más graves que cualquier dualismo.

La verdad está en el medio: ni lo psíquico sólo expli¬ ca todo y se basta independientemente del cuerpo, ni el cuerpo solo es explicación que satisfaga. Cuerpo y alma se unen en un compuesto único, se compenetran o influencian mutuamente; pero tampoco se confunden. Entre materia¬ lismo e idealismo, entre dualismo y monismo, allí está la verdad : en el llamado interaccionismo psico-físico.

Este concepto tiene gran importancia para la inter¬ pretación de los hechos psicológicos y de los actos mora¬ les. Porque de la posición filosófica frente a la unión en¬ tre alma y cuerpo, depende la apreciación psicológica de los datos que suministre la observación objetiva de los casos, y la reflexión subjetiva. En efecto, si se admite una. in¬ fluencia incontrarrestable del cuerpo, de lo orgánico, por ‘sobre los psíquico y espiritual, se caerá en el determinis- mo, biológico o psicológico. Todos seríamos esclavos abso¬ lutos de nuestra materia. La responsabilidad será, enton¬ ces, nula o despreciable. Si, en cambio, se concede impor¬ tancia exclusiva a lo espiritual y racional, . se caerá en el error del determinismo idealista, que no aceptará ninguna atenuante a la conducta, si ésta no sigue rigurosamente el dictado de la razón. Son dos extremos errados que deben evitarse. En el caso del determinismo biológico, el hombre se creerá autorizado para realizar todos los impulsos, jus¬ tificándose con el cumplimiento de una ley biológica. En el caso del determinismo idealista’ su sentimiento de culpa¬ bilidad lo absorberá y le impedirá actuar, o bién, los escrú¬ pulos y remordimientos lo llevarán a la desesperación.

Ambos deterininismos implican negación o disminu¬ ción del libre albedrío. Considerando, en cambio, en su debi¬ da jerarquía los impulsos instintivos, orgánicos en cierto sentido, y el camino que señala la razón, facultad puramen¬ te espiritual, se comprende que. e'1 hombre pueda elegir li¬ bremente, sin estar determinado absolutamente por ningu¬ no de los dos elementos, aunque influenciado por ambos, en mayor o menor grado, por uno o por otro, según los ca¬ sos y las circunstancias. En este terreno se mueve la volun-

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tad para producir un acto, o la cesación o privación de una acción determinada.

Negar el libre albedrío y la voluntad, es moda dentro de la psicología' moderna. Frente a una tendencia psicoló¬ gica demasiado idealista, se ha reaccionado cayendo en el extremo opuesto. Desde que el psicoanálisis descubrió la importancia del inconsciente, del mundo de los instintos, destronando a la Diosa Razón, antes omnipotente, parece que las facultades intelectuales, conscientes y espirituales hubieran sido borradas del mapa de la psicología. Muchos actos humanos se han explicado gracias al psicoanálisis, pero exagerando sus conclusiones, se pretende interpretar todo por el instinto, como si fuéramos solamente instinto, como si no poseyésemos un alma racional.

Para quienes conciben así la teoría psicoanalítica,* y así la aplican a la pedagogía y a la moral, la voluntad no puede ser libre, y por lo tanto, no éxiste, ni tampoco la responsabilidad. Este determinismo psicológico, que co¬ rresponde al determinismo biológico, porque el instinto es¬ en buena parte orgánicamente condicionado, tiene to¬ dos los vicios del organismo que hemos analizado a propó¬ sito de las teorías materialistas derivadas de las localizacio¬ nes cerebrales o de las ''secreciones internas. Es la resu¬ rrección del paralelismo o de la causalidad psico-física. El instinto tiene su influencia en las determinaciones del hom¬ bre, en la voluntad, pero no debe confundirse con ella ni anular su importancia. El instinto es una fuerza con que el alma actúa, impulsando al individuo, pero no es la causa única ni última de la actividad humana. Comprender el papel de las energías instintivas como único motor y cau¬ sa de todo acto v producción del hombre, es volver a caer en el error señalado por Glande Bernard, de “confundir las causas de los fenómeno* con * sus condiciones”. Es el vicio de toda i las psicologías sin alma.

Reconocer, en cambio, en el juego de la voluntad los motivos intelectuales y los móviles instintivos, es la única forma de comprender su acción; y el único modo de evitar dualismos y determinismos. Es la fórmula psicológica del interaccionismo psico-físico. o sea, la. aceptación del com¬ puesto hombre, con sus co-principios, cuerpo y alma, en ac¬ ción mutua y conjunta. Desde el punto de vista psicológico hay que agregar : hombre libre; libre para elegir entre los motivos a- los móviles que orientan o impulsan el acto vo¬ luntario. Como escribe muy acertadamente Honorio Del¬ gado: “En el acto de voluntad el yo es quien decide, y no los motivos ni los móviles, pues la volición consiste en emplear rnotu propio la causalidad del instinto según la determina- )

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ción de la idea. Por eso no puede reducirse el imperio de la voluntad al de la vida instintiva, como tampoco es legíti¬ mo identificarlo con la capacidad intelectual. Pero gracias a las ' tendencias instintivas su dinámica tiene la substan¬ cia y dirección de las fuerzas y fines propios de la natura¬ leza humana, y gracias al pensamiento logra la forma y el orden racional de los principios universales; con las ten¬ dencias promueve y diferencia la espontaneidad contin¬ gente del ser humano, con el pensamiento transfigura esa espontaneidad insertándola en el reino del espíritu ; y así. gracias al cultivo y al desarrollo de la inteligencia, la ra¬ zón no sirve sólo para facilitar y regular el comercio mate¬ rial con el mundo, sino que hace posible lograr el conoci¬ miento de los fines más altos para las posibilidades del ins¬ tinto que de otro modo permanecería ciego e incapaz de elevación, con un ordo amoris nunca actual”.

Esta es la expresión en la dinámica de la voluntad, en la instancia más específicamente humana, de la unión subs¬ tancial de alma y cuerpo formando un solo todo : el hombre.

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LOS LIBROS

"LA IGLESIA PATRISTICA Y EL MILENARISN/,0” Exposición histórica por Florentino Alcañiz, S. J., Doc¬ tor y Profesor agregado de la Universidad Gregoriana y Profesor de Teología del Seminario Pontificio Mayor Sardo.

Constituye motivo de vieja discusión entre teólogos y escri- turistas la interpretación que ha de darse a ciertos pasajes de la Sagrada Escritura relativos a la segunda venida del Señor y a la extensión y carácter del reino del Mesías. Algunos estiman que entre la derrota del Anti-Cristo y el juicio universal habrá un largo espacio de tiempo en el cual se establecerá en la tierra un reino de los santos con Cristo. Se produciría una primera resu¬ rrección de entre los muertos, simultánea con la vuelta del Señor, de los escogidos que con- El reinarían; todas las potestades de la tierra quedarían sometidas a Cristo; vendría por último la resu¬ rrección total del resto de los muertos para el juicio universal y la entrega del reino de Jesús al Padre. Esta doctrina es conocida con el nombre de “Milenarismo” (o Quiliaísmo, término griego de igual significación), en razón de los mil años que el Apocalipsis fija al reino de los santos, denominación bien impropia, sin duda, si se tiene presente la existencia de sostenedores del reino tem¬ poral de Cristo que no han recurrido para fundamentar su opinión al testimonio de ese Libro Santo, sino a otros pasajes de la Es¬ critura. Los adversarios de este sistema estiman, por su parte, que la segunda venida de Cristo, el juicio universal y el fin del mundo, ocurrirán en un solo y mismo día, no dando así espacio para un reino temporal de Jesús con sus santos.

No nos' interesa en esta ocasión exponer ni analizar los ar¬ gumentos que en pro o en contra de ambas tesis se sostienen . Nuestro objetivo no es otro que detenernos en un aspecto histó¬ rico de la cuestión debatida: ¿qué eco encontró el Milenarismo en los primeros siglos del Cristianismo? ¿cuál fué la actitud de los Padres de la Iglesia frente a esta doctrina? La respuesta que la historia a estas interrogantes es de innegable importancia. Sabemos que la Iglesia reconoce dos fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura y 1a, Tradición. Esta última, según definición de ios Concilios Tridentino y Vaticano, que reproduce el Catecis¬ mo Católico del Cardenal Gasparri, es Hel conjunto de verdades reveladas, que recibidas por los Apóstoles de labios del mismo Jesucristo, o dictadas a los mismos Apóstoles por el Espíritu Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros y han sido con¬ servadas por una continua sucesión en la Iglesia Católica” (Concilio Vaticano: ‘‘De revelatione”). Según esta definición de la Iglesia, para que una doctrina se estime incorporada a la Tradición se nece¬ sita establecer el origen apostólico de ella y su transmisión continua en el tiempo. La precisión del primer punto que ahora nos in¬ teresa obliga a conocer a fondo el pensamiento de la Iglesia en sus primeros siglos e indagar lo que los Padres creyeron y enseñaron entonces como verdad de fe. Se comprenderá aun me¬ jor cuán grande es la importancia que existe en establecer con nitidez la doctrina de los Padres, si se tienen presente estas pa-

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labras de León XIII en sil Encíclica “Providentissimus Deus”, que fijan con claridad las reglas de interpretación de la Sagrada Es¬ critura: “El Concilio Vaticano se adhirió a la doctrina de los Pa¬ dres, cuando, renovando el decreto Tridentino sobre la interpre¬ tación de la palabra divina escrita, declaró ser lki mente que “en cosas de fe y costumbres, pertenecientes a la edificación de la doctrina cristiana, se ha de tener por verdadero sentido de la Sa¬ grada Escritura, aquel que tuvo y tiene la Santa Madre Iglesia, a la cual pertenece el juzgar acerca del verdadero sentido e inter¬ pretación de las Escrituras santas; y por lo tanto, que a nadie es lícito interpretar la misma Sagrada Escritura contra este sen¬ tido o también contra el unánime consenso de los Padres”. Con la cual ley, llena de sabiduría, en ninguna manera la Iglesia re¬ tarda o coerce la investigación de la ciencia bíblica; sino más bien la mantiene libre de error, y ayuda en gran manera al ver¬ dadero progreso. Porque a cualquier doctor privado está patente un grande campo, en el cual con paso seguro se ejercite preclara¬ mente su industria de interpretar y con utilidad para la Iglesia. Ciertamente en los lugares de la divina Escritura que carecen to¬ davía de exposición cierta y definida, puede de esta manera acon¬ tecer por suave disposición de Dios providente, que con este es¬ tudio previo, madure el juicio de la Iglesia” . I

Estas sabias normas de León XIII, a la par que definen en forma concluyente que el consenso unánime de los Padres ha de estimarse como interpretación auténtica de la Escritura, dejan amplio campo de investigación a los doctores para acumular ante¬ cedentes que permitan proyectar luz sobre los pasajes obscuros de 1a, Biblia, a fin de obtener asi, según sus palabras, “que con este estudio previo madure el juicio de la Iglesia”. Entre estos puntos sujetos aun a controversia y respecto de los cuales la Cátedra in- falibre nada ha definido todavía, se cuenta el Milenarismo. Todo lo que conduzca a una recta interpretación en esta materia, cum¬ ple con los deseos de León XIII y ha de ser acogido por los ca¬ tólicos amantes de la Escritura y de la Tradición con verdadero amor. De ahí que el esfuerzo del ilustre jesuíta, P. Florentino Alcañiz, por esclarecer la posición de los Padres de la Iglesia frente al Milenarismo, constituya una actividad particularmente meritoria y muy digna de ser destacada. Hasta ahora la mayoría de los partidarios y adversarios de ese sistema se han detenido más bien a analizar el pro y ei contra de los argumentos teoló¬ gicos y escriturístieós y no han ahondado mucho en las fuentes históricas de la Patrística. Se explica así que las conclusiones a que lleguen no sean muy precisas y concordantes. Y así mientras Terrien habla de unanimidad de los Santos Padres en contra del Milenarismo (“La Gracia y la Gloria”, T. II, P. 420), Pesch, re¬ conoce la existencia de Padres milenaristas, pero afirma que la tradición patrística se inclina más bien en contra de dicha doc¬ trina (“De Novissimis”) . Resultaba pues de urgencia un trabajo expreso sobre esta materia y le ha cabido llenar este vacío al Padre Alcañiz, Doctor y Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma y del Seminario Pontificio Sardo. Su obra sobre “La Iglesia Patrística y el Milenarismo”, publicada con las debidas licencias, es el estudio más completo y documentado que hasta la fecha se ha hecho en este asunto. Su objetividad es indiscu¬ tible, pues no pretende hacer una obra de tesis teológica sino un

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trabajo de investigación histórica al través de los centenares de volúmenes que constituyen la literatura patrística. Los resultados a que llega y que expone con detenimiento én su obra, los resume Alcañiz en el capítulo VI de la misma, que creemos de interés reproducir íntegro a continuación, limitándonos a añadir a.1 pie algunas notas de ampliación del texto tomadas de otros lugares del libro y que se dan entre comillas cuando reproducen frases textuales del autor y no su pensamiento resumido.

He aquí lo que nos dice el .Padre Alcañiz sobre el Milena- rismo en los cinco primeros siglos de la Iglesia:

SIGLO 1

En el siglo I, los documentos que explican hasta cierto punto los últimos acontecimientos de la Iglesia, son milenaristas . En este siglo no aparece el antimilenarismo . El autor de uno de los dos testimonios o documentos a que hacemos referencia fué con mucha probabilidad discípulo de S. Santiago. Los dos, qué son la Didaché (1) y la Epístola de Bernabé (2), se remontan a los após¬ toles porque no tienen origen en el Apocalipsis de S. Juan (3). En ellos aparece la doble resurrección, el reino milenario, la reno¬ vación del mundo, la destrucción de los impíos, la paz, la felicidad de la Tierra, y la duración de seis mil años del mundo, hasta el advenimiento de Cristo. La Didaché y la Epístola de Bernabé nada dicen sobre otros puntos del Milenarismo.

SIGLO II

Más abundantes son en el siglo II los testimonios sobre el Milenarismo. Aparece en escena el Apocalipsis de S. Juan y le añade nuevos elementos. Otro de los discípulos de los apóstoles, S. Papías, inicia el siglo y hace suyo el juicio aprobado por los apóstoles y por los discípulos de los apóstoles sobre el Milenarismo, pero añadió algunos elementos del Milenarismo llamado grosero (4) que no están de acuerdo con lo que ellos enseñaron. Con S. Papías empezaron a mezclarse en el Milenarismo algunas cosas que en los siglos posteriores alejaron a muchos espíritus de esta idea; los banquetes y el premio que tendrán los justos resucitados, y la descripción de la felicidad de la Tierra llegaron a ser objeto

(1) Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles (70/80) . Au¬ tor de nombre desconocido y según Vacant “discípulo y amigo ín¬ timo de S . Santiago el Menor” .

(2) Documento muy estimado en la Iglesia dése los pri¬ meros siglos. Siempre los Padres consideraron al Apóstol S. Ber¬ nabé como autor de este escrito, pero hoy se ha abandonado esta opinión. El autor, “católico de origen judío discípulo de la escuela Alejandrina” es de nombre desconocido.

(3) El Apocalipsis apareció en el siglo II.

(4) A través de las distintas explicaciones del milenio pue¬ den advertirse tres corrientes: “Milenarismo grosero que consiste en creer que después de la muérte y resurrección, los justos contraerán matrimonio y procrearán hijos; tendrán la circunci- sión, sacrificios de animales y todo a lo que obliga ley de

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de fábulas. La mudanza de la Tierra ya aparece en Bernabé, pero unida a la idea de sobriedad.

Un poco después, aun cuando vivió muchos años en la misma época de S. Papías, surgió un nuevo defensor del Milenarismo, cuya doble aureola de ciencia y martirio confirió no poca autori¬ dad a esta opinión, S. Justino, noble, filósofo y mártir (ca 100/10- 163/7) . A los elementos del Milenarismo que se destacan en el siglo I, S. Justino añade otros nuevos bajo la influencia del Apo- calisis, por ejemplo, la santa Jerusalén reedificada y constituida en centro del reino milenario, y la existencia de los viadores durante el milenio (5), en los cuales viadores se cumplirán las profecías

41 Moisés. Además, cree que se cumplirá exacta y literalmente to- do lo que el Apocalipsis y Ezequiel describen de la Ciudad Santa de Jerusalén y de la abundancia y felicidad de la tierra durante el Reino del Mesías. (Montes fluirán leche y miel, etc.). El Milenarismo mitigado o espiritual nunca se refirió al matrimo- nio ni a las ceremonias de la Ley Mosaica que practicarían los justos después de la resurrección, ni a los banquetes que ten- drían a manera de premio. Lo que la Escritura dice de la Je- rusalén celestial o de la felicidad de la Tierra, lo toman en for- ma alegórica”. Rechaza todo aquello que pone en ridículo a los santos por ser inadecuado, pueril o inconveniente.

Hay una tercera corriente que es la del Milenarismo mixto, que “si bien repugna del matrimonio y de la Ley Mosaica para los justos resucitados, dice que los justos tendrán banquetes y acepta la interpretación literal* de la descripción de la Jerusa- lén que desciende del cielo”. Hay en este Milenarismo grados según los elementos que toman del Milenarismo grosero .

Muchos herejes durante la Epoca Patrística abrazaron el Milenarismo grosero. Los Padres milenaristas y los recientes qui- liastas católicos defienden el Milenarismo espiritual o mitigado. Algunos Padres muy pocos enseñaron también el Milena¬ rismo mixto.

(5) “Según los milenaristas, al tiempo del Advenimiento de Cristo habrá tres clases de hombres: La primera, de los impíos impenitentes que serán exterminados, en parte por las últimas plagas a que se refiere el Apocalipsis, y en parte por la destruc¬ ción del Anticristo. No quedará ninguno para durante el reino. De éstos está escrito: “Enviará el Hijo a sus ángeles y recogerán del mundo los escándalos” y antes “Así como se recoge la cizaña y se quema, así será en la consumación del siglo’/ (Mat. 13, -30, 40).

“La segunda será de aquellos “que no adoraron a la bestia ni a su imagen ni recibieron su señal en sus frentes y en sus manos” (Apoc. 20, 4) ¿i saber, de los hombres buenos, fervorosos e intrépidos. Estos pasarán a ser cuerpos gloriosos sin morir y “serán arrebatados” delante de Cristo en los aires y permanecerán siempre con El.

“La tercera clase estará formada por aquellos que se en¬ tregaron al Anticristo más por debilidad y temor que por perver¬ sidad e impiedad. Serán naturalmente el mayor número. Una vez restablecido el orden y manifestada la gloria y majestad de Cristo, estos hombres se arrepentirán y se convertirán a Dios sincera¬ mente. De ellos y de sus descendientes estará formada la Iglesia de los viadores durante el milenio.” '

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sobre la universalidad y el florecentísimo estado del reino mesiá- nico que se encuentran a cada paso en la Escritura. Y si S. Jus-, tino conoció los escritos de S . Papías, su sagacidad de hombre de ciencia lo libró de aceptar algún juicio erróneo formulado por /rite, Por primera vez puede desprenderse de ios escritos de S. Justino, la existencia de los antimilenaristas y no pocos en núme¬ ro. Así, pues, en el siglo- II muchos opinan a favor y muchos en contra del Milenarismo, pero S. Justino no concede a ambos los mismos derechos; está firmemente persuadido que su sentencia, es cierta y por esta razón, a ios que no la aceptan, aun cuando no se atreve en verdad a llamarlos herejes, ciertamente que los llama cristianos “que no piensan rectamente en todas las cosas”. (“Qui recte in ómnibus non sentiunt”).

Hasta aquí hemos visto el Milenarismo en Palestina por me¬ dio de la Didaché; en Asia Menor por Papías; en Roma por S. Justino, y ahora S. Teófilo Antioqueno, (ca 181/2) que con mu¬ cha probabilidad lo sostiene en Siria. Del Milenarismo de S. Teó¬ filo no sabemos otra cosa que él admitía junto con los otros mi- lenaristas, el estado plenamente feliz de, la tierra.

Mientras S. Teófilo enseñaba el Milenarismo en Siria; nue¬ vamente en Asia Menor, patria del quiliaísmo apocalíptico “una gran luminaria”, S. Melitón, Obispo de Sardes ( .1 antes de 194/5) dió un nuevo impulso al Milenarismo con su extraordinaria auto¬ ridad, de tal manera que aun en el siglo V, Genadio recuerda a los miíenaristas “Melitonianos^” . Poco después, en la misma Asia Menor, el Obispo Efesino Polícrates (ca 196), siguió con toda pro¬ babilidad los pasos de S. Melitón'. Fué hombre erudito que reco¬ rrió muchas Iglesias (6) y que insistió principalmente en la pri¬ mera resurrección de los justos.

Casi en el mismo tiempo (ca 140 ca 202) 8. Irineo, Obispo de Lyon, y sin dificultad principe de los miíenaristas en el siglo II, defendía el quiliaísmo en Francia . El Milenarismo de S . Ireneo tiene su origen en el Asia Menor, donde S . Ireneo creció siendo maestro suyo S. Policarpo. Se advierte en S. Ireneo una influen¬ cia mayor que en los otros del Apocalipsis, por ejemplo, en el cielo nuevo y en la tierra nueva, en la nueva Jerusalén que des¬ ciende del cielo después del juicio universal, etc. Tampoco faltan en S. Ireneo, vestigios del Milenarismo de Bernabé, como por ej., los seis mil años del mundo, la felicidad de la Tierra, etc. Aquí está, claro que no fué el Apocalipsis la única fuente del Milenaris¬ mo de S. Ireneo; lo cual se confirma por otra parte, porque la ligadura de Satanás y el número de mil años no se encuentran en el Obispo de Lyon. Además, S. Ireneo añadió algo nuevo, a saber, la diversidad de mansiones después dél juicio universal; y la consiguiente distribución de los hombres durante los mil años del reino por lo que sólo después del último juicio se contemplará a Dios cara a cara. Si bien hasta aquí no está del todo completo, puede decirse que son muy pocos los elementos del Milenarismo que faltan en S. Ireneo. Así vemos que recibió la influencia de S. Papías, pues habla de la comida y bebida de los justos que han de resucitar. Aunque se ha afirmado que en los siglos- 1 y II no se encuentra ningún escritor antimilenarista, esto no es exacto

(6) Gustaba de visitar las Iglesias y conversar con sus Obispos, según se desprende de sus cartas.

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RELIGION Y CIENCIA

en lo que se refiere al siglo II. S. Justino en Roma, recuerda a “muchos”; S. Ireneo en Francia, a “varios”; y todavía más dura¬ mente que S. Justino los trata S. Ireneo; aquél llamaba a los añtimilenaristas cristianos que “no pensaban en todo rectamente”, éste los llama hombres que se contradicen “ignorantes, de las dis¬ posiciones de Dios” cuyos “juicios son copiados de las ideas de los herejes”, o sea que se dejan engañar por las palabras de los herejes, que “tienen pensamiento herético”, etc. (7).

SIGLO III

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Este siglo empieza con el testimonio de un insigne milena- rista, Tertuliano (ca 160-222/3) que fué el primero en dar a co¬ nocer el Milenarismo a la Iglesia Africana . El Milenarismo de Tertuliano dista poco del de S. Justino y de S. Ireneo; sin em¬ bargo, nada dice de los viadores (es muy probable que en otra obra precedente, "La Esperanza de los Fieles” De Spe Fede- lium , (8) en que exponía detalladamente el Milenarismo, hi¬ ciera referencia a ellos) . Nada dice de la ligadura de Satanás y de la lucha entre Gog y Magog, en lo cual aparecen las huellas de S. Justino y de S. Ireneo. Es propia de Tertuliano (aunque acaso ya estaba insinuada en S. Ireneo la idea que la resurrección de los justos durante el milenio se hará poco a poco (9) . Tertuliano quita }a comida y bebida a los justos resucitados. La ciudad de JeruSalén de la cual hace mención el Apocalipsis, será el centro del reino milenario. En cuanto a todo lo que el Apocalipsis añade, Tertuliano calla y no dice si lo acepta o no. Una vez efectuado el juicio universal, los justos subirán al cielo alcanzando asi la glorificación del cuerpo que es su última perfección. El Milena¬ rismo encontró campo fértil en Africa, porque se ve que Tertulia¬ no habla de él como de un dogma comunmente aceptado, y no se encuentran en esta región, indicios de antimilenarismo.

De Africa volvemos de nuevo a Roma donde por fin encon¬ tramos al primer escritor antimilenarista, Calo, Presbítero (siglo II-III) que persiguió el Milenarismo, pero aquel Milenarismo gro¬ sero que enseñaba Cerinto (10). Pero del otro que S. Justino y S. Ireneo defendían, con toda probabilidad nada importante dijo, de otra manera Ensebio (11) que reunió los argumentos contra

(7) En sus escritos S. Ireneo afirma continuamente que su juicio sobre el Milenarismo es el juicio de los “Presbíteros” que “vieron a Juan el discípulo del Señor”-; presbíteros que “fue¬ ron discípulos de los Apóstoles”.

(8) “Esta obra, citada por el mismo Tertuliano, no ha lle¬ gado hasta nosotros.”

(9) “No todos los santos resucitarán al principio del reino, sino sólo aquellos cuyos méritos sean mayores.” En seguida irán resucitando los demás por orden de méritos .

(10) Cerinto (siglo I) Heresiarca contemporáneo de los Apóstoles. Imbuido en la Filosofía Alejandrina abrazó la religión cristiana. Enseñó, especialmente en Asia, su herejía que es una síntesis de la Filosofía Oriental, del Judaismo y del Cristianismo, en la cual hay muchos errores sobre la Creación y la Cristología. Profesaba un Milenarismo grosero, carnal y judaico.

(11) Eusebio, Obispo de Cesárea (ca 265-340) . Nació en

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el Milenarismo y que transcribió los de Caio contra Cerinto, los habría tomado también, si hubieran existido. Caio no fué quiliasta, pues atribuyó el Apocalipsis a Cerinto; antes bien, aun quiso quitar el Evangelio de S. Juan a causa de la confesión de la divinidad del Verbo que aparece en este Evangelio (12).

Por aquel tiempo (siglo II-TIT) más o menos, S. Hipólito» Mártir, defendía el Milenarismo en Roma. Era éste un Milenaris* mo propio de él. Discípulo de Ireneo, aunque pensador y filósofo independiente, establece a las almas de los justos en un lugar bajo la tierra, tranquilo y resplandeciente esperando el adveni¬ miento de Cristo, entonces, una vez efectuados la resurrección y el juicio universal, los justos con Cristo recibirán el reino en la Tie¬ rra, de donde probablemente todos de una vez, o poco a poco, pasarán al cielo.

En el tiempo en que S. Hipólito enseñaba en Roma este Milenarismo vago, en Egipto el Obispo Nepos (siglo II-III) escri¬ bía un libro a propósito para convencer, y destinado seguramente a atacar la escuela alegórica Alejandrina, en el cual enseñaba no un Milenarismo vago, sino por el contrario un Milenarismo del todo claro, de tal manera que así arrastró a las Iglesias enteras. El Milenarismo de Nepos, aparece bastante completo y es plenamente Apocalíptico; claramente expresadas están la ligadura y liber¬ tad de Satanás y la lucha entre Gog y Magog que hasta aquí nunca se habían discernido bien en los otros milenaristas . Sin embargo, para explicar estas palabras del Apocalipsis (rebelión de Gog y Magog) Nepos dice que durante el milenio habrá en los extremos de la tierra (13) algunas naciones ignorantes de Dios que vivirán sometidas a los justos, de las cuales naciones

Palestina. Tuvo “no poca influencia sobre el Emperador Constan¬ tino’’. Suscribió al Concilio de Nicea, pero y según parece, con el objeto de agradar al emperador, no se separó de los Arríanos ni usó nunca la palabra OMOXJSIOS, El Concilio ecuménico reprende du¬ ramente a Eusebio; “¿Quién ignora... que Ensebio... se haya entregado (a interpretaciones reprobables) y sus opiniones es- tén con las de aquellos que aceptan la impiedad de Arrio? Si algunos por defenderlo dijeran que Eusebio ha suscrito al Sínodo conestíamos que sea así. Pero ha honrado la verdad sólo con los labios... su corazón muy lejos está de ella. Si creyera de co- razón. . . ciertamente que pediría licencia para sus escritos. . . y daría satisfacción por sus epístolas. Pero nada de esto ha hecho. Ha quedado como Etíope, sin mudar la piel’’.

Su gran erudición histórica le ha valido el nombre de “Pa¬ dre de la Historia Eclesiástica”. Fué antimilenarista y recopiló todos los argumentos en contra del quiliaísmó, en forma que casi todos los testimonios desfavorables son tomados de la obra de Eusebio .

Es conveniente tener en cuenta que dudaba de la autentici¬ dad del Apocalipsis y que más bien se inclinaba a negársela por¬ que también recopiló los argumentos en contra.

(12) Algunos críticos piensan que Caio pertenecía a los alogos, o sea a los que negaban la divinidad del Verbo. Pero sobre esto no hay certidumbre.

(13) Apoc. XX, 7. Satanás seducirá a las gentes que es¬ tán en los cuatro ángulos de la tierra . . .

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RELIGION Y CIENCIA

estarían compuestos los ejércitos de Gog y Magog. No da comida ni bebida a los justos resucitados . *

Sin embargo, no todo el Egipto estaba a favor del Milena- rismo, ya que por el mismo tiempo en que el libro de Nepos arrastraba a las Iglesias Arsinoíticas, lo atacaba Orígenes (185/6 254/5) jefe de la escuela alegórica en la ciudad de Alejandría. Esta es la segunda persecución de los quiliaístas que aparece en la historia. Pero Orígenes de Alejandría, como Caio de Roma, se ocuparon de impugnar el Milenarismo grosero. No se encuentra en este autor ninguna palabra que se refiera al otro Milenarismo.

No así S. Dionisio, Obispo (ca 200 ca 265) que fué dis¬ cípulo de Orígenes en Alejandría. Atemorizado por el progreso del Milenarismo que el libro de Nepos había causado en Egipto, y además porque algunos se pusieran muy groseros en la inter¬ pretación de algunos puntos, invitó a los presbíteros jefes del mi¬ lenarismo a una controversia pública donde el principal entre ellos se sometió siendo testigo el propio S . Dionisio, restituyéndose así la concordia . Después escribió S . Dionisio un libro comba¬ tiendo la obra de Nepos (14) . Lo que se puede probar es que Nepos no enseñó el Milenarismo grosero; de donde se sigue que si S. Dionisio lo combatió no fué por tratarse de un Milenaris¬ mo grosero sino porque él era contrario a todo Milenarismo. Que si ésto es así, entonces puede decirse que el primer Padre que rechazó el quiliaísmo fué S. Dionisio. A pesar de todo, ésta es una cuestión obscura, puesto que acerca de ella tenemos testi¬ monios opuestos. Del mismo S. Dionisio consta que la controver¬ sia sobre el Apocalipsis fué bastante agria; algunos católicos lle¬ naron de injurias este libro y se lo atribuían a Cerinto. S. Dio¬ nisio, en cambio, creía que estaba inspirado por Dios, aunque no creía que hubiera sido escrito por S. Juan Evangelista. Final¬ mente, del testimonio de S. Dionisio se puede conjeturar que aun en Alejandría, sede de la Escuela alegórica, no había pocos mi- lenaristas .

Si nos trasladamos de Egipto a Europa central, encontra¬ mos en Hungría a 8. Victorino, Obispo Petavionense (siglo III) que según el testimonio de S. Jerónimo, defendía el Milenarismo; lo cual consta de un fragmento que se salvó de la destrucción de las obras de S. Victorino, y constaría todavía más ampliamei>te si la “Scholia Apocalypsim” (15) de S. Victorino no estuviera desfigurada por un aritimilenarista (con probabilidad S. Jeróni¬ mo) S. Victorino se acercó al Milenarismo de Bernabé*-' asignando seis mil años de duración al mundo y estableciendo en el séptimo milenio a manera de sábado, el reinado en la Tierra de Cristo con sus elegidos.

(14) Dionisio, después de declarar que los discípulos de Ne¬ pos no siguen el Evangelio y desprecian las Epístolas y causan la defección y cisma de las Iglesias íntegras, añade en otra parte de sus escritos: “Estoy admirado de la constancia de los herma¬ nos, de su ardientísimo deseo de conocer la verdad, y de su do¬ cilidad e inteligencia”.

“Ciertamente los hombres que son. cismáticos y que despre¬ cian las Escrituras no suelen ser tales como los pinta San Dio¬ nisio en estas últimas palabras.”

(15) “Comentarios sobre el Apocalipsis”.

IGLESIA PATRISTICA Y MILENARISMO 53

Mientras S. Victorino enseñaba en Hungría, en Grecia, S. Metodio, Obispo de Olimpo (250-312) pensador fecundo e indepen¬ diente, defendía el reino de mil años, que él llama “día” del jui¬ cio el día del Señor es como mil años y una vez éste ter¬ minado, alcanzada la ciispide de la glorificación del cuerpo, como ya lo decía Tertuliano, “pasaremos a la mansión que está sobre el cielo... a cosas más altas y mejores”. No habrá viadores du¬ rante el milenio, la conflagración y renovación del mundo vendrá al principio del reino. Hay razón, como se ve, para afirmar que S. Hipólito no estaba en desacuerdo con San Metodio.

Entretanto, en la Iglesia Africana probablemente Co- modiano, obispo según la opinión de algunos, (siglo III) explicaba en versos .bastante mediocres el Milenarismo puro y completo to¬ mado del Apocalipsis. Nada falta en este Milenarismo y es mi¬ tigado con excepción de una o dos expresiones que se refieren a la ciudad de Jerusalén y a la fertilidad de la tierra y que apare¬ cen sumamente materialistas . Hay viadores en los tiempos del reino y engendran hijos .

Por ,1o tanto, en el trascurso del tercer siglo de la Iglesia, se encuentran seis escritores milenaristas, tres antimilenaristas, de los cuales dos impugnan el milenarismo grosero y uno rechaza todo el milenarismo (aun cuando no se puede asegurar este caso con certeza) (16) .

SIGLO IV

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Nuevamente en la Iglesia Africana inicia el catálogo de los milenaristas uno de los principales defensores del quiliaísmo: el orador Lactancio (ca 260 siglo IV) quien expone en forma extensa y completa el Milenarismo Apocalíptico. En Lactancio no falta ninguno de los puntos principales del quiliaísmo; cree que durante el milenio no morirá ninguno de los viadores; que se con¬ servarán algunas naciones (como opinaba Nepos) “para que triun¬ fen sobre ellas los justos y las sometan a perpetua servidumbre”, que los cuerpos de los hombres que resucitarán en el milenio, re¬ cibirán plena y completa glorificación al fin del reino, que Sata¬ nás será libertado poco antes del fin . Lactancio no concede nada que sea grosero a los justos que han de resucitar, habla muy so¬ briamente de la Jerusalén celestial; pero la descripción de la fe¬ licidad de la Tierra no parece poco paradisíaca. Lactancio, que pertenecía a la Iglesia Africana en la cual como ha podido verse, el Milenarismo era comúnmente aceptado, propuso esta cuestión como cosa cierta y que se contiene en forma patente en las Es¬ crituras. El mundo durará siete milenios incluyendo el reino.

Después de Lactancio y seguramente también en Africa, Quinto Julio Hilariano (364) presenta el Milenarismo Apocalíp¬ tico en forma ' completa ¡y moderada . ''La descripción paradisíaca de la tierra que .hace Lactancio no aparece reproducida aquí; la ciudad de Jerusalén será la ciudad de los bienaventurados des¬ pués del juicio universal; habrá viadores en el reino milenario a quienes no seducirá Satanás. De éstos, sin embargo, se trata en forma obscura . Antes del advenimiento de Cristo transcurrirán seis mil años.

(16) (Este es el caso de S. Dionisio).

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RELIGION Y CIENCIA

Por ese mismo tiempo, en Italia 8. Zenón, Obispo de Verona ( _l a fines del siglo IV) “cultísimo entre ios Padres latinos” es- taba a favor del Milenarismo; eil los pocos escritos que de él nos han llegado, enseña que habrá un reino de Cristo después de su segundo advenimiento a la Tierra, distinto del reino de los cielos, y que se prolongará hasta el tiempo de la resurrección general . También declara la primera y la segunda resurrección.

En Italia, sin embargo, no todos apoyaban el Milenarismo, un contemporáneo de S. Zenón, 8. Filastro, Obispo de Brescia ( _l a fines del siglo IV) coloca a los “quilionetas” entre los heré¬ ticos. Llama quilionetas a los que enseñaban un milenarismo gro¬ sero , Del otro Milenarismo nada escribió S . Filastro, pero proba¬ blemente no era milenaxista, ya que no contaba al Apocalipsis entre los libros inspirados. Hasta aquí, como hemos visto, casi todos los autores que no aceptan el Milenarismo rechazan el Apo¬ calipsis o S. Juan Evangelista.

En este tiempo la herejía de Apolinario (17) hizo progresos es¬ parciendo muchos errores, entre los cuales se contaba el milena¬ rismo grosero y judaico, por esta razón aparecen gran cantidad de testimonios de los Padres contra los errores de Apolinario y su torpe Milenarismo. De este modo, S. Basilio Magno (ca 330- 379), 8. Gregorio Nacianzeno (ca 329-389/90) y poco después S. Epifanio (ca 315-403) combatieron los errores de Apolinario y en¬ tre ellos el Milenarismo grosero. Sobre el otro Milenarismo callan, excepción hecha de S . Epifanio, quien admite con S . Metodio, cuyas palabras transcribe, un reino de los justos en la Tierra después del juicio y conflagración “presidiendo y moderando Cristo todas las cosas”, entretanto los ángeles estarán en el cielo; los justos resucitados durante el reino tomarán “un alimento y bebida exquisitos”; en cuanto a que el fin de este reino coincida con la transmigración de los justos al cielo, nada afirma S. Epifanio; pero probablemente en ésto como en lo demás, S. Epifanio seguía la opinión de S. Metodio, según el cual, después de los mil años, los justos pasarán del reino terrestre aj reino celestial . También por Epifanio consta que en su tiempo y por lo menos en Chipre donde él era Obispo, había “algunos” que rechazaban el Apoca¬ lipsis, “muchos” lo interpretaban en forma alegórica, y en conse- queneia, muchos lo interpretaban literalmente, o sea, profesaban el Milenarismo Apocalíptico.

Mientras S . Epifanio escribía estas cosas en Chipre, en Ita¬ lia 8, Ambrosio (ca 333-397) el doctor máximo (18), establecía la doble resurrección, esto es, la primera y la segunda, y entre las dos colocaba “los tiempos” o sea un tiempo largo. La primera resurrección será, la de los justos, los cuales resucitarán para con¬ sejo y no para juicio (19), pues no serán juzgados; la segunda será, la de los impíos que no resucitaron con la asamblea de los justos, y que resucitarán para juicio. De este y de los demás indicios aparece que S. Ambrosio defendía el Milenarismo.

Poco después de S. Ambrosio, Sulpieio-Severo (ca 363-420/5)

(17) Apolinario, Obispo de Laodicea (ca 362-390) negó la integridad de la naturaleza humana de Cristo.

(18) S. Ambrosio es uno de los “cuatro doctores máximos”.

(19) “Por tanto no prevalecerán los impíos en el juicio; ni los pecadores en la asamblea de los justos”. (Salmo I,„5).

IGLESIA PATRISTICA \ MILENARISMO

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monje de Aquitania, defendía el Milenarismo en Francia. No sa¬ bemos en forma directa cómo era su Milenarismo porque todos los lugares quiliásticos de sus obras han sido suprimidos (20).

De éste es contemporáneo El Ambrosias! a (370) o “Comen¬ tarios a las 13 Epístolas de S. Pablo” de autor desconocido y que en otro tiempo se atribuyó a S. Ambrosio. Sostiene el Milena¬ rismo Apocalíptico. Opina que Gog y Magog son demonios por¬ que hombres . mortales (“naciones que están en los cuatro ángulos de la Tierra”) no podrían luchar contra los ejércitos de los san¬ tos resucitados.

En el siglo IV, por lo tanto, habiéndose levantado nuevas herejías que propagaban los errores de un milenarismo grosero y judaico, los Padres se alzaron en mayor número que en el siglo precedente, para combatir este Milenarismo grosero. Se cuentan cuatro Padres que impugnan el quiliaísmo herético; y hay siete que adhieren al Milenarismo católico, entre los cuales uno solo se cuenta en forma probable (21) .

SIGLO V

En el siglo V después de violentas y repetidas sátiras de S. Jerónimo contra el Milenarismo, los milenaristas callan, porque la gran autoridad de S. Jerónimo y de S. Agustín, impuso silencio a los quiliastas; sin embargo, el fuego ardía bajo las cenizas, se¬ gún el mismo S. Jerónimo atestigua diciendo que había una “mul¬ titud muy grande” de católicos que aceptaban el Milenarismo.

Con el siglo V empiezan las más considerables persecucio¬ nes del Milenarismo hechas por S, Jerónimo (ca 332-419), y que fácilmente le confieren la palma de príncipe de los antimilenaris- tas. Muy frecuentemente se burla del Milenarismo. Pero el qui¬ liaísmo que él ataca es el grosero y judaico. Sin embargo hay algo que decir sobre estas invectivas de Jerónimo y es que él tenía el convencimiento ciertamente muy excusable de que los Padres, tanto los antiguos como los modernos, y los católicos milenaristas profesaban el Milenarismo grosero; para S. Jeró¬ nimo sólo existía un Milenarismo en el mundo, a saber, el gro¬ sero que era común a católicos y herejes, Pero, si bien el santo Doctor atacó durísimamente el quiliaísmo, confiesa expresamente que él no se atrevería a condenarlo a causa de la reverencia que le inspiran los Padres y los mártires. Estas palabras manifiestan con claridad el respeto de S. Jerónimo por los doctores católicos. Sin embargo, dió una solución falsa a la cuestión, engañado por un error histórico (22) .

Se puede adivinar el efecto de las palabras de S. Jerónimo

(20) S. Jerónimo cita el “Diálogo Galo” de Sulpicio Severo entre las obras Milenaristas de su tiempo. Pero en este Diálogo o “Collativ” se encuentra que han sido suprimidas las partes que tratan sobre diversos puntos del Milenarismo; esto ha sido obra seguramente de algún adversario del quiliaísmo, y no es un caso único en la literatura milenarista. Sucedió lo mismo con los cinco capítulos que le dedica S. Ireneo; más aún los “Comentarios” sobre el Apocalipsis de S. Victorino que son milenaristas, fueron transformados en antimilenaristas .

(21) Sulpicio Severo.

(22) “Produce admiración que S. Jerónimo no se atreviera

56

RELIGION Y CIENCIA

en S. Agustín (354-430) . Este habría abrazado el Milenarismo que por io que se ha visto era, comúnmente aceptado en la Iglesia Africana; pero en el Libro XX sobre la Ciudad, que S. Agustín escribió después de publicar S. Jerónimo sus principales y ma¬ yores Comentarios antimilenaristas, se alejó del Milenarismo . Consta por otra parte, cuánta confianza tenía S. Agustín en la interpretación que S. Jerónimo hacía de las Escrituras (23).

El Milenarismo que enseñaba S. Agustín en un principio se acerca al de S. Metodio; el reino milenario séptimo milenio del mundo empieza después del juicio universal; en él no hay viadores, y una vez terminado, los justos subirán al cielo. Ha¬ biendo cambiado después su juicio, y como conociera mejor que *8. Jerónimo la historia del quiliaísmo, resolvió la cuestión rec¬ tamente por medio de un doble Milenarismo: el espiritual y el grosero; condena abiertamente el quiliaísmo grosero, en cuanto al espiritual afirma que es “tolerable”.

Contemporáneo de S. Agustín es Juan Casiano (ca 360 ca 435) en Francia, quien tratando al pasar esta cuestión, con¬ denó con duras palabras el Milenarismo grosero.

En aquel tiempo florecían en Egipto los errores de Apoli- nario; por esta razón S. Cirilo, de Alejandría (_|_ 444) los combate y entre ellos combate aquellos que se refieren al quiliaísmo gro¬ sero; él piensa, no obstante, que después de la resurrección, el juicio y 1a, conflagración del mundo, Cristo ha de reinar con sus santos en la Tierra y entonces se cumplirán aquellas espléndidas promesas de Isaías y otros profetas sobre el imperio del Mesías. En cuanto a si después subirán los santos al cielo, o si se que¬ darán siempre en la tierra, nada claro hay en S. Cirilo; puede decirse sí, que se inclina a esto último.

Poco después de S. Cirilo, Teodoreto, Obispo Cirense (ca 336 ca 458) combate el Milenarismo grosero de los herejes, que atribuye por error a Nepos, engañado por los escritos de Eusebio y Jerónimo. Finalmente, Genadio, sacerdote de Marsella (V) hizo una descripción del Milenarismo de los principales Padres que, salvo uno o dos errores, está muy exacta. Sostiene que él no adhiere a ningún género de Milenarismo y, de ninguna manera condena tampoco a los Padres antiguos.”

He aquí, en palabras textuales de Alcañiz, el resumen que en el capítulo VI de. su obra hace de sus averiguaciones históricas y cuyos resultados difieren bastante de lo hasta ahora sostenido por algunos autores. Al término de su libro, el ilustre investiga¬ dor jesuíta elabora un cuadro sintético que asimismo reproducimos a continuación.

Jaime Eyzagmrre.

a “condenar” este milenarismo carnal y judaico que admitía ma¬ trimonio, voracidad del vientre, circuncisión y otras cosas que él atribuye a creencia de milenaristas católicos; ¿cómo no ve que son cosas intolerables para oídos cristianos?”

En el curso de esta exposición histórica se ha probado pre¬ cisamente que sólo los herejes abrazaron el Milenarismo carnal y grosero. Habría que copiar entero un largo capítulo de esta misma obra en- que se trata de explicar la actitud de S. Jerónimo.

(23) Antes de la “Ciudad” de S. Agustín se habían pu¬ blicado los Comentarios de S. Jerónimo sobre los Profetas en que ataca durísimamente el quiliaísmo.

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RELIGION Y CIENCIA

“NUESTRO HERMANO", por Carmen Valle. Editorial San Francisco, Padre Las Casas, 1939.

En esta época de inquietudes y dolores sin medida, vuélvense los ojos a la Figura que resiste la corrupción del tiempo, que es palabra de salud y alimento de eternidad. Como nunca se multipli¬ can ahora las Vidas de Cristo, se analizan sus actitudes y se re¬ claman con vehemencia sus fuerzas. Ya son los teólogos, ya los historiadores, ya los literatos los que se detienen a rendir su ad¬ mirada ofrenda y a expresar su gemido de anhelo. Ya es sólo el amor, límpido de intelectualismos, el que arranca a la pluma la continuada súplica de esperanza. Es este el caso de Carmen Valle en su bellísima obra: “Nuestro Hermano”. ¡Qué riquísimo manojo de artista, qué olorosa plegaria, qué diáfana confianza en el Dulce Medianero que vino a guardar el fuego del cielo en los débiles cofres de la carne! Suave himno, palabra sincera que bro¬ ta por impulsos secretos y que corre en fuentes a esos golfos abier¬ tos sin medida. Carmen Valle no buscó destinar sus condiciones portentosas de estilista a cantar los pobres vuelos del hombre, a coger la música de la naturaleza y arrancar al árbol y a la flor y al nido su ritmo. Nada de eso quiso hacer. Lo dejó todo para en¬ tregarse al que es Principio y Fin de las cosas. Con el salmista, proclama ella en la primera página de su libro: “Dedico yo mi obra al Rey”. Pero al captar el Todo, vino ella a coger la parte. Cristo lo llena todo; por El y para El fueron creadas todas las cosas. Y al buscar Carmen Valle el reino de Dios y su justicia, percibió és¬ te y su añadidura, supo interpretar la, ternura del Rey y la belle¬ za que El logra reflejar en sus súbditos, en las obras de sus manos.

Y entonces, de manera insensible para ella, fué saliendo de su plu¬ ma el cántico de las criaturas, la ofrenda azul y plata de los as¬ tros, la sinfonía del -mar sin riberas, de la flor perfumada y del pajarillo multicolor. Hay ecos de San Francisco en estas páginas, que no huyen de la naturaleza, que saben encontrar el dedo de Dios en cada partícula de lo creado. ,

Y esta dependencia de todo el orbe respecto de Cristo se le presenta a Carmen Valle como una plegaria de adviento, como un grito de esperanza por el retorno presto del Amado esposo, del Rey que ha de venir en persona a tomar posesión de la heredad. Porque son sus palabras “para ser Rey nació Jesús; lo dijo ,su boca que es la puerta de toda Verdad. Y será Rey. No lo pon¬ ga en duda el mundo desgraciado. Será Rey verdadero, no escon¬ dido en el pecho de los cristianos, ni en la hostia del sacrificio . Será un Rey dominador, manso justo y magnífico”. ¡Qué fuente de dulce consuelo comunica al lector este pensamiento de Carmen Valle, tan ajustado a la liturgia de la Iglesia y tan hermanado al de las almas de los primeros cristianos que en su carrera al encuentro del Señor acogían con gozo el martirio! ¡Qué dinamis¬ mo tan extraordinario es capaz de producir la conciencia de es¬ te retorno de Jesús! Dinamismo que quiebra todos los cálculos humanos, que se funda en el ilimitado poder de la caridad y de la Gracia, y que buscá de anticipar el reino de Dios con una ac¬ tividad sin medida en beneficio de los pobres y oprimidos, la por¬ ción dilecta del Señor.

La obra de Carmen Valle es una confirmación admirable

de lo que puede dictar el Espíritu Santo a las almas sencillas que

LOS LIBROS

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se entregan con confianza y fe a beber la Santa Escritura. Todos están llamados a hartarse de este caudal y a recibir allí lo que necesitan: “Cada mente de teólogo dice la autora , de sabio, de poeta y el balbuceo aun de una ignorante mujer pueden coger, para transmitirlo a sus hermanos, un haz infinitamente pequeño de los matices de ese divino sol’’. Sí, todos, porque el Evangelio es un llamado universal a las almas, una donación sin límite. Y para dar cabida a este don. hay que presentarse vacío. No es la mayor ciencia humana lo que vendrá a proporcionar luz, sino la mayor fe, la mayor humildad, el mayor amor. El caso de Santa Teresita del Niño Jesús es bien decidor al respecto. El Evangelio es el don (je Dios a los pobres. Los que se despojan de todo, lo re¬ ciben; los ricos, en cambio, son devueltos sin nada.

La autora, vitalmente adherida al pensamiento de Roma, ha' comprendido en toda su intensidad la importancia del llamado de Benedicto XV a la lectura de la Biblia. Ella que posee una vasta cultura no ha titubeado en colocar por sobre los libros, aun más dignos y afamados, al único de total inspiración de Dios. Y al componer su maravilloso trabajo, no tuvo otra mira que “incitar a más de uno a beber en la fuente de las Sagradas Escrituras, cu¬ yas incomparables citas forman el grueso y el valor del volu¬ men’’. Ese concepto de que la Escritura es bebida y alimento del alma, que Carmen Vane señalo, no es, como podría temerse por algunos, una exageración de raíz protestante. Por el contrario, se aviene con el pensamiento de San Jerónimo de que : “Cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura de los Libros Santos; que nuestra alma encuentre allí su alimento de cada día’’ (In. Tit. 3, 9) ; y con lo que Benedicto XV subraya en la Encíclica “Spiri- tus Paraclitus”: “Lo que se ha de buscar ante todo en la Escritura es el alimento que sustentará nuestra vida espiritual, y la hará adelantar en la vía de la perfección. Con este fin San Jerónimo se acostumbró a meditar día y noche la ley del Señor y a alimen¬ tarse en las Sagradas Escrituras del pan descendido de] cielo y del maná celestial que encierra en todas las delicias”.

No es, pues, el celo hiperbólico de mentes obsesionadas, ni el peligroso contagio de doctrinas protestantes, el que lleva a Carmen Valle a amar las Escrituras como agua de vida, cómo ali¬ mento del alma, sino que el obedecimiento a un impulso de pura estirpe católico-romana. Es la autoridad de la Iglesia, la palabra misma del Papa, quien señala la Biblia como “la vía ordinaria qye lleva al conocimiento y al amor de Nuestro Señor”; quien hace su¬ yo el fuerte anatema de San Jerónimo de que “Ignorar las Escri¬ turas es ignorar a Cristo”; y quien declara de que: “Jamás cesa¬ remos de exhortar a todos los* cristianos a que hagan su lectura cotidiana de la Biblia”. El que mire, pues, con reticencias la lectura del Libro Santo, rehúsa el don del Espíritu divino, injuria a la Iglesia que ha construido con ese material toda su liturgia y el fundamento íntegro de su oración oficial, y al rebelarse contra las órdenes del Papa se transforma en un auténtico protestante.

Por su amor sin medida a la palabra de Dios y por su adhe¬ sión sin límite a la voz de orden de la Iglesia, la obra de Carmen Valle merece toda la gratitud de los cristianos y un lugar de honor entre las producciones religiosas nacionales.

Jaime Eyzaguirre

H ISTOIRE DE L A R T

DEPUIS LES PREMIERS TEMPS CHRETIENS JUSQU’A NOS JOURS

Obra publicada bajo la dirección de ANDRE MICHEL, completa en 18 volúmenes. Cada volumen con numerosos grabados, heliograbados fuera del texto, en rústica o

empastado.

TOMO I Des débuts de l’Art chrétien a la fin de la période romane* 2 Volúmenes.

TOMO II. Formation, Expantion et Evolution de I’Art gothique.

2 Volúmenes.

TOMO III. Le realisme. Les dé¬ buts de la Renaissance. 2 Vol. TOMO IV. La Renaissance.

2 Volúmenes.

TOMO V. La Renaissance en Al- lemagne et dans les pays du Nord. Formation de l’Art classi- que moderne. 2 Volúmenes. TOMO VI. L’Art en Europe au

XVII siecle. 2 Volúmenes. TOMO VII. L’Art en Europe au

XVIII siecle. 2 Volúmenes. TOMO VIII. L’Art en Europe et

en Amérique au XIX siécle et au debut du XX. 4 Volúmenes.

Librería Erciila

AGUSTINAS 1639

“EL CHILENO”

DIARIO POPULAR INDEPENDIENTE

/ v

Base kleológico-social: las normas pontificias. Independiente de todo partido político.

Fiscal ista. Noticioso. Servicio completo extranjero.

OFICINAS: ROSAS 1281

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L E T RAS Y ARTE

' ?

“SUR”, por Ricardo Astaburuaga Echenique.

“El árbol y la nube sureños: quizá eso es el sur. La eterna dualidad entre el movimiento y lo estático...”

“AUSENCIA”. “ENCUENTRO EN EL TIEMPO”. “VOZ ^IN ESPERANZA”, poemas de José Luis Cerda.

MOMENTOS DE ARTE:

Arte Español.

Pinturas de Augusto Izquierdo.

CRISTAL DE LIBRERÍA:

“La Infancia*, por Luis Ovarzún.

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SUR

A menudo atraviesa un tren quebrando y deshaciendo todo aquello de correlativo que existe entre un ambiente y otro; a me¬ nudo se oye el roncar de una sierra haciendo caer algún poderoso árbol que esconde en las estupendas tragedias araucanas; al pa¬ so del tren vemos a menudo, aquellos clamorosos árboles retorci¬ dos por un luego, como gigantescas manos pidiendo un desconocido auxilio .

Entre el tren, la sierra y el árbol quemado se desarrolla todo aquello de material e intransigente que, en el viajero común, cons¬ tituye la primera sensación al cruzar inocentemente aquella faja de tierra y árboles. ..

Si pudiéramos, materialmente, separar al observar un paisa¬ je, las diferentes impresiones que se perciben, impresiones múlti¬ ples y desligadas como si llegaran, a nuestro cerebro por diferentes vehículos, dejaríamos completamente da lado todo aquello del tren, ia sierra y el árbol quemado; colocaríamos en su verdadero y pre¬ ciso sitio, con su ancianidad, su altura invisible, sus raíces exten¬ didas, con todo su ramaje, a todos los árboles que constituyeron el sur de los españoles y de las luchas . Entonces tendríamos com¬ pletamente realizada aquella imperceptible correlación entre un ambiente y otro que el tren, la sierra y el árbol quemado quebran¬ taban .

El viajero, al internarse en un bosque horas y horas bajo los árboles, todos verdes, todos húmedos y vegetales, adquiere, poco a poco, la melancólica sensación que aquello está en realidad col¬ gado desde el cielo como un gigantesco jardín de Babilonia. In¬ finito número de lazos unen un punto invisible con la tierra. Es un enorme pájaro verde que ya va a volar pero que equellos hilos anulan su deseo y lo retienen perennemente con sus suaves coli¬ nas como dorsos de pequeños y lanudos corderitos uno junto al otro formando un rebaño inmenso y verde. Es un estiramiento ondulante y eterno hacia lo alto, como una fuga sin fin. O un caer flexible y rápido derramado en una fina lluvia por cada ár¬ bol. Más bien es una comunión viva y positiva que el viajero sien¬ te, entre la tierra y Dios . Aquello misterioso del árbol cuyo fin no 3e conoce . Aquello misterioso del cobijo obscuro y frondoso, sin horizonte. El viajero desea, en su panteísmo, adorar al medio de unión entre el misterio y su propia alma. Es una sensación mís¬ tica. Una sensación* repleta de dulzura y temor.

El árbol sureño, exquisita máquina elaboradora de toda cla- ae de parasitarias piantitas, hiedra y heléchos que poco a poco van minando su vida y salud, quedando un tronco viejo y mohoso cu¬ bierto de hojas y verdura. La tragedia de aquel que elabora y crea es destruido y minado por la creación o el producto. El árbol su¬ reño, con su extraordinaria y sucesiva creación de nuevos parási¬ tos, al levantar su corteza nos da aquel halo caliente y vegetal producto de función, aquel halo que se nos introduce en nuestra nariz hasta hacernos estornudar. Nos hace presentir la invisible elaboración de nuevas células reproductoras, el violento movimien¬ to de la savia haciendo revivir los últimos rincones internos de su

SUR

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cuerpo vegetal; pareciera que sintiéramos el movimiento de ínfi¬ mos músculos haciendo subir la sangre que se desparrama . Todo su movimiento sereno y acompasado; en general, ese ambiente generoso y selvático, nos produce, sin embargo, una tranquila im¬ presión de algo majestuoso, tradicional, que siempre está a punto de morir, como si nos sentáramos en el trono de algún famoso y aguerrido rey. No si os habéis fijado en la inmovilidad de un automóvil a cien kilómetros. Así el árbol como el sur entero. Una selva africana con el exterior de un buey rumiando.

¡Ah! la nube sureña. Femenina: maternal, abraza la tierra toda y los flancos de las montañas. Un abrazo caliente, puramen¬ te rosado, que aprieta cada colina exprimiéndole sus jugos y ocul¬ tándola ante el pavor del espacio. Masculina: toda como un cen¬ tauro, grande como la atmósfera, del cual sólo vemos el vientre. No es sucia ni desengañada de su profesión, como la de la ciudad. No es coqueta y móvil como la de los campos Es profunda y tra¬ dicional como lo que encierra.

Sin embargo, sentimos aquel humano achatamiento, por decir¬ lo así, que en todos ejerce la nube haciéndonos entrar en nuestras casas cuando se acerca o mirar tristemente los arreboles rojos y moribundos cuando se va. Tiene aquella crueldad del ser amado.

El árbol y la nube sureños: quizás eso es el sur. La eterna dualidad entre el movimiento y lo estático . Dualidad compleja e indefinible: lo estático movible y el movimiento suave y casi im¬ perceptible . El árbol y la nube se asemejan . La lucha entre el rápido crecimiento de una semilla para ver en pocas horas el ta¬ llo y el fruto; y la lenta evolución majestuosa y milenaria de lo ro¬ ñoso del árbol y la morbosidad de la nube. A veces pensamos, y el viajero seguramente lo siente, que lo humano en el Sur es la lucha entre la lluvia y el sol. ,

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LLUVIA

Un sendero angosto y zigzagueante por dulces colinas que se pierden en los árboles que siguen sus curvas. Algunos troncos en el suelo lo atraviesan, húmedos que al tocarlos exprimen delicio¬ sas gotitas de albo rocío. Silencioso y abrumador el sendero se cansa entre subidas y bajadas, algunas vertiginosas que terminan en una sonora cascada donde se limpia y se lava para emprender¬ las hacia otra. Alguna vaquilla semi-salvaje acaricia los mohosos troncos como si pensara en el pasto; algún rayo de sol se cuela por las hojas depositando en el suelo millones de briznas de luz y humedad. Se sube a un montículo y siente el grave soñar del lago recostado en el lago; se pierde y reaparece tranquilamente a qui¬ nientos metros sobre otro lago idéntico al primero creyendo que es el mismo y jugando inocentemente a la escondida. Un breve pa¬ jarito rompe el cielo y vuela hacia el norte o una cuncuna lo atra¬ viesa proporcionándole un suave cosquilleo. De vez en cuando se ensancha hasta producir una chata casita con un gallinero, y nue¬ vamente se angosta por entre los árboles y troncos caídos . El viajero siente instintivamente el deseo de reir.

Es un paisaje bello y risueño como si los lagos se elevaran por sobre todo y se unieran en una conversación finísima y extra7 humana. El sendero se obscurece con la noche y es tan límpido y

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LETRAS Y ARTE

suave que en él se reflejan las estrellas y es tan límpido y suave el lago que también en él las estrellas se reflejan sin titilar.

Una gota gruesa y salobre atraviesa el espacio depositándose en una hoja que la recibe con un estremecimiento. Luego otra co¬ mo una lágrima de Venus y otra y otra y otra. Se desparrama por el bosque la lluvia abrazadora. Cada gota se alarga hasta cons¬ tituir un fino hilo de cielo a tierra. Y los árboles llueven más que el cielo y la tierra se torna gris como los árboles y el cielo. Así ui lluvia es una multitud de paredes líquidas que se interponen ante todo teniéndolas que rasgar como con cuchillo. Es el momen¬ to en que el silencio de los pájaros con fuerza se hace notar, el quejido de los árboles aumenta ante la magnitud del esfuerzo al soportar todo aquello que cae, aquella unión entre la nube y la tie¬ rra, por su intermedio. Es el momento en que el sol aparece en la lucha quebrando las ínfimas gotitas y formando múltiples arco iris de luminosas coronas de majestad y potencia. Triunfa el sol o la nube y su lluvia. Si la nube, litieve ocho meses, si el sol, llue¬ ve dos minutos . '

Dos minutos y la última gota cae nuevamente sobre la hoja que nuevamente se estremece. Cae con cierta languidez que hace pensar en la derrota. La derrota de la nube que se aleja en hon¬ rosa retirada. La última gota de angustia y terror del moribundo ante el esplendor de un sol todavía desconocido, es algo así como el árbol frondoso de nuestro viajero que se pierde sin límites y sólo se adivina junto a nuestra alma. Ha triunfado el sol o sale la luna y todo adquiere un vaho soñoliento y ligeramente embriagador que ahuyenta el aíre y pone verde las cosas, como si todo fuera nada más que agua, agua verde en las copas de los cerros, agua azul en las puntas de las piedras. Todo se refleja en el otro y se ad¬ quiere una mirada ligeramente bizca a causa de los reflejos.

A veces también una fuerte detonación anuncia el final de la lucha, como un gong atmosférico revela la fuerza del sol y la tie¬ rra se estremece y caen las últimas gotas que vuelan en el espa¬ cio olvidando su trayectoria definida y de antemano limitada. Es así como el sol triunfa sobre la pobre lluvia de dos minutos, y es así también, como la lluvia muere tras la nube, su madre.

Ocho meses y la tierra pierde su carácter transformándose en un río de árboles y casas. Un río misterioso cuya dirección no co¬ nocemos, cuya longitud nos parece infinita y eterna; eterna nos parece su duración. Todo rueda infinitamente junto al agua pro¬ duciendo un ruido sordo y entrelazado. Ofrece una orquestación amplia y sin matices; un árbol que continuamente va cayendo has¬ ta el suelo para elevarse nuevamente con el mismo sonido que cuando cae. Su ritmo es un continuo doblegarse entre un vals y un swing.

Pierde su carácter la tierra, el de servir de marco a lo huma¬ no y adquiere una feérica idealización, al estilo de una ópera de VVagner. Una inmensa masa de carne desconocida que se traslada a otro lugar. Carne verde y gris, ruidosa y completamente fría. Ya el cobijo obscuro y el misterio de las copas de los árboles no se siente, es sólo la caída infecunda y rodante derramada por cada árbol, ya no es lluvia, es masa y muerte.

Sí, en esta grandiosa lluvia de ocho meses la tierra se torna infecunda, tanto para el animal como para el vegetal. Recibe, lo cual la aleja de su fin, el de dar. Sólo da muerte a un ambiente cu-

SUR

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ya vida entresaca el soj. Es como si la tierra tuviera miedo y se encogiera en un sobretodo gris dejando deslizar lo que afuera ha quedado. Sin embargo la humedad y lo mohoso se adquieren en es¬ te tiempo, para luego exprimirlos en suaves gotas riéndose co- quetonamente del sol. La nube se deja caer cruelmente y es un pulpo quien estruja. Todo es de una desolación magnífica y ple¬ namente humilde, en que la naturaleza se subordina al tiempo y es como un corolario de sus caprichos de niños, es decir, indetermi¬ nables.

Nuestro viajero vaga por esta lluvia de ocho meses con el sen¬ timiento constante de tener un peso sobre la cabeza.

SOL

I

IJna flauta constantemente suena desde el primer indicio de luz, con un sonido, un do, largo, perfecto y claro. Un pastor invisi¬ ble y colocado fuera de la naturaleza, es quien la toca, es un do frío y ajeno al ambiente, turbándolo y haciendo resonar ecos eté¬ reos. Súbitamente el ruido sordo e impreciso de un timbal apagan¬ do momentáneamente el de la flauta. Al mismo tiempo una masa negra se eleva pesadamente y a cierta altura se detiene, entonces el golpeteo del timbal se hace rítmico y seco, podríamos localizar su sonido. Sabemos que es una montaña sin luz lo que se ha eleva¬ do. Pero nuevamente la flauta hiere nuestros oídos y los árboles de las montañas adquieren silueta; conjuntamente un calor inde¬ finido e infinitamente tenue rodea la atmósfera. La flauta adquie¬ re también su suave calor y una ligera cadencia unida al ya ale¬ jado y rítmico del timbal. Todo continúa en esa frialdad sin aire y dolorosa, como si alguien cayera a un abismo. Así como se elevan las montañas, poco a poco se van levantando los objetos hasta los más ínfimos y el aire va saliendo de los huecos que antes ocupa¬ ban. El ruido de la flauta se va uniendo melódicamente al del oboe y los violines, prorrumpiendo en ritmos unidos en una melodía sórdida e interna. Justo es el momento en que ya se notan los de¬ dos de la mano. Las trompetas se unen a la orquesta constituyen¬ do los matices del verde al azul, nace el color. Se oye ya, todo un movimiento profuso y rico cuando la profundidad y la altura se desenlazan constituyendo el espacio que se despierta para boste¬ zar en un abismo y desperezarse en un cerro. El pastor se intro¬ duce a la escena resumiendo en el nacimiento de la luz y la fuerza de la orquesta, entonando un saludo majestuoso y como in¬ vitando a una alegría pictórica de riqueza y movimiento. El do¬ lor del primer parto se entremezcla y el saludo con el timbal re¬ suena sobrio. El agua comienza a llenar, junto al aire, el ambien¬ te y su despertar finaliza el nacimiento de la orquesta que se uni¬ fica a la tierra en cada planta no pudiéndose ya realmente aislar¬ la del concierto general e informe de la luz envolviendo los obje¬ tos. Es así como la vida se adelanta al sol, que al levantarse y apoyar su cabellera en la nube, da la impresión de un mero acci¬ dente, como un rápido y creciente sonido de violin'es en medio de la frase. Sin embargo, yendo al objeto mismo, el sol crea el volu¬ men y así es el tiempo quien nace, el tiempo pequeño del día. Las cosas adquieren sombra, estela móvil y suave, que produce tanto orgullo. El de saberse obstáculo a la luminosidad de otras, sin dar¬ se cuenta ellas mismas, que las cosas que han quedado en som-

tí6

LETRAS Y ARTE

bras adquieren formas fantásticas y profundamente propias a cau¬ sa de la sombra que de otras recibe y la suya propia. El orgullo del saberse obstáculo del mismo sol, que al parecer no puede de¬ rramar su calor de vida en todas y por todas partes. El orgullo, en fin, de saberse positivamente por medio de la sombra miembro de la tierra.

El sol trae con su calor y su volumen un hálito de carne, viva, transparente, distinta de aquella de la larga lluvia de ocho meses. Carne que no cae sino sube en un espiral humoso y verdeante que produce espejismos y da peso al aire, produciendo al introducirse en nuestros rincones pulmonares una sensación de alimento. De masa humana en las últimas células de cada objeto haciéndole bri¬ llar y refulgir. El aire es pesado por la cantidad de vida que se obliga a transportar, siendo medio de unión entre el sol y la tie¬ rra, vida animal repleta de vitaminas reproductoras, que dan lugar a la transformación viva de cada árbol produciendo aquel estor¬ nudo a nuestro viajero que levantó su corteza.

En el sol hay alegría, la de poder ver y observar todo cuanto nos rodea a nuestro antojo, recibiendo así la seguridad del sentirse rodeado de materia viva y amiga que nos impide el temor de la soledad, de la muerte, que en la lluvia percibimos. La alegría de la luz, y la alegría de recibir para dar frutos puros y nuevos, inexistentes un momento antes. Nuevamente la alegría de un co¬ bijo que oculta el espacio y la soledad.

Mari, mari, papay.

Se abren las puertas de la choza y un niñito sale desnudo a la vertiente donde trata de lavarse. Una mujer sale y da de comer a los pollos que gritan. Un hombre sale y se interna en un bosque vecino para volver con leña, se prende un fuego que no brilla, la mujer barre, el niño juega y el hombre trabaja en un vecino huer¬ to. Todo solo en medjo de la vida de la naturaleza. Y este hombre y este nino y esta mujer forman parte integrante de la naturaleza. Viven con su ritmo y no sueñan.

RICARDO ASTABURUAGA ECHENIQUE

De José Luis Cerda

A USENCIA

Yo escuché que tus ojos hablaban con cansancio de eternos viajeros, y decían de lunas extrañas, de mares sin naves ni puertos.

T e soñé por veredas lejanas, peregrina de ocultos senderos, dibujando caminos azules sobre el mapa de un vasto desierto .

Y veía en tu cuerpo recién florecido un blanco velero,

sin timones ni contramaestres , sin grumetes u sin marineros,

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galopando en los húmedos lomos de los líquidos potros del cielo.

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Yo quería salir a buscarte pero estaba clavado en el suelo.

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«

Y tenías tan nuevos los ojos, tan tibio el cabello ,

tan llenas de sangre las venas, los labios tan tiernos, que tu ausencia quemaba mi carne y cubría de polvo mis huesos.

Y dejabas mi tiempo y mi espacio tiritando de frío y de miedo.

ENCUENTRO EN EL TIEMPO

No había más mariposas que los ángeles del cielo y ya te estaba esperando centinela en mi silencio.

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Escuchábanse tus pasos deshojándose en el tiempo disfrazados en la carne de huesos que son recuerdo.

Y era yo quien encendía la sangre de tus abuelos

y hacía reír tu risa

en labios que ya están muertos.

Era yo quien anudaba tu camino y mi sendero.

i 4

Hasta cuajarse aquel día

i

en que llegaste quebrando las cartográficas redes de los mares y los vientos.

Cuando se trizó el espacio entre tu cuerpo y mi cuerpo.

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VOZ SIN ESPERANZA

Golondrinas angustiadas van , sin nafta, por mi pecho, taladrando lentamente los sótanos del recuerdo , marineras enlutadas en las rosas desiguales

de los mares y los vientos.

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Lo sabía desde siempre pero no quise creerlo :

Eran tus ojos de ausencia mensajeros de otros puertos, tus manos blancas, tan leves, prisioneras de otro cielo, y anidaban en tu boca mariposas de silencio.

T ú lo escribiste en la bi isa y yo no supe leerlo y en círculos y cuadrados, en esferas y poliedros, la presencia de tu ausencia Va amortajando mi cuerpo.

MOMENTOS DE ARTE

De] conjunto de te¬ las españolas que el señor Justo Bou expu¬ siera en la Casa Ey<- zaguirre, la que más se destacaba y que más reunía la atención del espectador, era sin duda, la Hilandera de Ignacio Zuloaga, cua¬ dro que por su profun¬ do sentido español y la recia poesía que encie¬ rra, constituye una de las grandes obras de este pintor.

Sobre un fondo uniforme y sin áurora, de colores envueltos en un verde-gris trágico y opaco, de nubes dislocadas ascendiendo a una velocidad vertiginosa hacia un infinito extraño, de montañas de estático ritmo ascendente, de casas castellanas de pequeñas ventanas descoloridas, casas de corto techo y agrupadas en rincones; sobre este fondo tempestuoso de Castilla, piedra y cielo en el ambiente, se yergue sola la Hilandera. Sobre una montaña se levanta resumiendo en su actitud el paisaje. Dos luces la iluminan, la ancha faja roja de la falda que levanta el traje verde como un viento interior y la faz escueta y sobria mirando nuevamente un infinito extraño, mientras hila con orgullo una lana sin fin.

La vieja España eternamente quieta y móvil hilando sobre una montaña.

PINTURAS DE AUGUSTO IZQUIERDO

En "Amigos del Arte” se ha realizado una exposición de óleos y gouaches del pintor señor Augusto Izquierdo, que revela claramente, por su originalidad en el color y por la fuerza en la constitución de los matices, como asimismo por la unidad de espíritu que caracteriza al conjunto, que el artista ha logrado manifestar plenamente su propia concepción pictórica.

Sus dos paisajes de costa, en que la tierra aparece sola y

desnuda bajo un cielo límpido, quebrada por sus propias colinas

que dan una impresión dolorosa, matizada con brochazos de co¬ lor obscuro que dan cabida al volumen, demuestran el recio ca¬ rácter impresionista del pintor. Una tela, denominada Paisaje en Otoño, en que una luz amarilla cae sobre un conjunto de árboles,

revela una diafanidad de color que hace adquirir cierto carácter

espiritual al ambiente del cuadro. Sus gouaches son concretas demostraciones de la sensibilidad pictórica y poética del señor Izquierdo, quien ha logrado una gran pureza y transparencia reveladoras de gran técnica .

R. A. E.

CRISTAL DE LIBRERIA

LA INFANCIA. Por Luis Oyarzún. Ediciones “Revista Nueva”, Santiago, 1940.

Desde algún tiempo hacía falta en Chile ensayos de literatura seria, honda, reflexiva. Sobrecargados con el peso de un paisaje muerto, extravagante, estereotipado, llenes de color superficial y tosca, nuestro espíritu se perdía en los senderos de la letra pura, fría; en su aspecto más lamentable, lindando con lo grosero y pe¬ gadizo del personaje, y llegando, por el lado mejor, a lo más, a cristalizarse en imágenes sin médula. La obra del joven Oyarzún trae un bagaje de pequeñas maravillas que inician un ascenso a lo profundo. Desde el primer momento entramos con respeto a un mundo bello, decorado con el leve teinblor de lo intocado. A nuestros ojos se extiende un panorama tan enorme y condensado en tantas sensaciones diminutas e inéditas, que se llega a pensar de golpe en el asombro experimentado por aquel humilde holandés que descubrió el microscopio.

Se sitúa en nuestra mente Proust, Dostoiewsky, Joyce; pero esas son figuras de muchos lados, con algo de inasible, tal vez más cósmico, más completo, más apasionado y por momentos, sin du¬ da, heroico. No. Lo de Oyarzún es más modesto, menos exalta¬ do, más familiar, de menos resonancia, si se quiere. Pequeño, y en el caos lógico de esas cimas, perdido; pero incrustado allí corrio una vetita de oro. Quizás un crítico de ceño adusto dude: el valor es el valor. Pero aquí se trata menos de literatura: es sencilla¬ mente un artista logrado. Qué más exigir? Cierto; el genio de¬ be tratar el clima total del hombre durante toda su dimensión vi-

i

tal; pero aun así, el lapso humano resumido en “La Infancia”, tra¬ ducido en gracia estética con verdad incomparable, es algo más que mera promisión: es belleza en sazón, es gesto maduro, ha ad¬ quirido carácter de estado en plenitud.

Hay un estilo propio, agradable, lento como el preludio de Chopin, ese de la gota de agua. Su voz se envuelve en pañuelos, su mirada va a extinguirse en las rendijas, dulcemente, resignada ante el advenimiento del crepúsculo. Un idioma rico, donde la más tenue visión encuentra un hermoso aposento. Oyarzún enfoca el mundo, el acontecer, el misterio, a través de un cristal hecho de niño tierno: “Es un niño lleno de miedo, en la noche”. _ Allí vi¬ gilan la ternura ,el deseo sutil e incoherente de la soledad que eternamente busca, palpando como un ángel ciego, toda expre¬ sión menuda, todo canto leve, toda pequeña sonrisa situada al fon¬ do de cada ser; seres que toman la apariencia del detalle múltiple y familiar. Todo allí es sensación, potencialidad vibrante, sensiti¬ va, nerviosa. Al principio, una pequeña y conmovedora sinfonía pastoral, donde el espíritu se estremece al contacto simple y puro de los atisbos de un niño, donde el instinto está clarificado en ple¬ nitud sensorial, en amable y grá„cil esperanza. El sol, la lluvia, la tempestad que insiste como un lamento vegetal y aéreo . . . luego, otra vez ei padre sol: . . . “De repente, una maravillosa espada de sol penetra por el resquicio de un postigo...”; el padre sol, pode¬ roso, inconfundible, evidente y aceptado, como algo infinito que forma parte de la gratitud de todo el ser. Y hay allí retazos de paisaje que son llamados de cósmica concentración: “Y la sole¬ dad detenida en los patios, y nada más que la familia reunida en torno al brasero, y afuera sólo la presión de la naturaleza, de los

CRISTAL DE LIBRERIA

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pájaros, de los árboles que ahora son inteligentemente humanos, sobrenaturales...” Y allí reposa la natural felicidad del hombre, copiosa y exuberante, y, sobre todo, íntima, estrecha, recogida simplemente como los lagos profundos. Es lo que el hombre anhe¬ la desde su sangre y se ha olvidado de buscar, distraído y ator¬ mentado en su ajetreo de grosero interés.

Si hay algo permanente y susceptible de encarar a la belleza misma en el hombre, es el sentimiento, llevado en la obra de Luis Oyarzún, a un grado muy alto , de expresión . Y aquí no se trata de un sentimiento visto de fuera y elaborado interpretativamen¬ te a través del pobre rostro. El autor se instala dentro de él, den¬ tro de lo que ha sido en fantasía, en llanto, en ansia, en suerte; en realidad confusa y primitiva, secreta e íntima. Con un acento progresivo, la belleza avanza en su lirismo penetrando los poros apretados del silencio. Hay paz, serenidad, simple contemplación, a veces. Y lo que transcurre allí es un suceso de grito religioso, atávico, todo aquello que se agolpa de súbito en el corazón del hombre, en los trances supremos, como cuando la muerte mues¬ tra de improviso su sed insaciable, cogiendo las gargantas en un llamado angustioso: infancia. Infancia; el clamor primario del comienzo, el impulso fraterno y germinal de nuestra felicidad. Y ya nadie, ahora, podrá arrebatárnosla. Nuestra niñez original en¬ caja en cada frase, expuesta como una banderita en la cumbre que había sido poco accesible. Oyarzún es el pequeño gran ar¬ tista que ha plasmado su contorno indefinido y vago, para darnos la gracia del sumergimiento, de la piedad en nuestro recuerdo más primitivo y lleno de esa obscura voluntad de persistir. Bas¬ ta hojear el libro, en un instante blanco, estúpido, desesperanzado, para retornar al mundo que yace con su pasión distante y som¬ bría en el fondo de nuestra angustia, de nuestro carácter, de nuestra médula; sepultado en nuestra orgullosa silueta de perso¬ nas trascendentes y ocupadas.

Tal vez a Luis Oyarzún le falte un ápice de fuerza; algo de fervor y exaltación que le permita ir más allá de la belleza, del arte; y sin embargo, conteniéndolos. Meterse en la encrucijada robusta y sombría del hombre, preñada de porvenires obscuros, de realizaciones intangibles y heroicas. Pero esto es ya conside¬ ración que no conviene prolongar, puesto que, la índole misma del tema escogido para su anuncio, de la obra hecha por Oyarzún, no contempla esas posibilidades de grandeza “más grande” . Sería de desear, en lo futuro, que el artista se preocupase de resolver su mirada en horizontes más dilatados y totales, más extensos en cantidad. Pues si bien Dios, todo entero, cabe en el cáliz de una anémona, es menos incomprensible y más humano, cuando se des¬ pliega en un campo de anémonas; hay una sensación de albura más penetrante a nuestros limitados medios; los que así pueden procurarnos más sugerencias.

Pero Oyarzún dice del agua: “...nos impregna de hogar co¬ mo una aureola doméstica”. Lo mismo podemos exclamar de su libro, de su poema disfrazado de novela: nos “impregna de ho¬ gar”. . . Vale decir, amor.

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