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FOLK-LORE ESPAÑOL

BIBLIOTECA

DE LAS

TEADICIOIES POPULAKES

ESPAÑOLAS TOMO II

El Folk-Lore de Madrid , por Eugenio de Olavarría y Huarte.

Juegos infantiles de Extremadura, recogidos y anotados por Sergio Her- nández de Soto.

De los maleficios y los demonios , de Fr. Juan Nyder , siglo xv. Obra verti- da del latín al castellano, por J. M. Montoto.

Director: ANTONIO MACHADO Y ÁLVAREZ

MADRID

LIBRERÍA DE FERNANDO Fl Carrera San Jerónimo , 2

1884

EL FOLK-LORE ESPAÑOL

SOCIEDAD PARA LA RECOPILACIÓN Y ESTUDIO DEL SABER

Y DE LAS TRADICIONES POPULARES

BASES

1.a Esta Sociedad tiene por objeto recoger, acopiar y publicar todos los conocimientos de nuestro pueblo en los diversos ramos de la cien- cia ( medicina , higiene , botánica , política , moral , agricultura , etc.); los proverbios , cantares , adivinanzas , cuentos , leyendas , fábulas , tradi- ciones y demás formas poéticas y literarias ; los usos , costumbres , ce- remonias , espectáculos y fiestas familiares , locales y nacionales ; los ritos, creencias, supersticiones, mitos y juegos infantiles en que se conservan más principalmente los vestigios de las civilizaciones pasa- das; las locuciones, giros, traba-lenguas, frases hechas, motes y apo- dos, modismos, provincialismos y voces infantiles ; los nombres de si- tios, pueblos y lugares, de piedras, animales y plantas; y, en suma, todos los elementos constitutivos del genio , del saber y del idioma pa- trios , contenidos en la tradición oral y en los monumentos escritos, como materiales indispensables para el conocimiento y reconstrucción científica de la historia y de la cultura españolas.

2.a Esta Sociedad constará de tantos centros cuantas son las regio- nes que constituyen la nacionalidad española. Estas regiones, son:

La Castellana. (Dos Castillas. ) La Gallega. La Aragonesa. La Asturiana. La Andaluza. La Extremeña. La Leonesa. La Cata- lana.— La Valenciana. La Murciana. La Vasco-Navarra. La Ba- lear.— La Canaria. —La Cubana. La Puerto-Biqueña, y— La Filipina. Todas estas regiones, verdaderos miembros del Folk-L ore Español, contraerán la ineludible obligación de dar cuenta de sus trabajos anua- les á todos los centros regionales análogos, á los que remitirán también un ejemplar por lo menos de todos los periódicos , revistas ó libros que publiquen. A excepción de esta obligación y de la aceptación del fin que esta Sociedad se propone , cada centro se constituirá del modo y forma que tenga por conveniente.

Si dos. ó más de las regiones mencionadas, por su homogeneidad de dialecto , analogía de costumbres , condiciones geográficas ó cualquiera otra causa análoga, desearan unirse constituyendo un solo centro, po- drán hacerlo adoptando un nombre que comprenda los de las regiones componentes , como por ejemplo : Extremadura y Andalucía , se deno- minaría Bético-Extremeñá, etc.

3.a En la recolección de materiales,. todos y cada uno de los centros del Folk-Lore que se constituyan, tendrán como principal objetivo, la fidelidad en la transcripción y la mayor escrupulosidad en declarar la procedencia de las tradiciones ó datos, etc., que recojan, utilizando, cuando el estado de sus recursos lo consienta , la escritura musical , di-

BIBLIOTECA

DE LAS

TRADICIONES POPULARES ESPAÑOLAS

R. D. CORTINA,

Academy of Languages,

Librar];. 44 W.34th ST., N. Y.

MADRID. Est. Tip. de Ricardo Fe, Cedaceros, 11

FOLK-LORE

BIBLIOTECA

DE LAS

TRADICIONES POPULARES

ES^^nsroxj^s

TOMO II

Director: ANTONIO MACHADO Y ÁLVAREZ

SEVILLA

ALEJANDRO GUICHOT Y COMPAÑÍA, EDITORES Calle de Teodosio, C3

18S4

Las obras publicadas en esta Biblioteca son propiedad de Sus autores , y esta edición de los Sres. Alejandro Guichot y Com- pañía.

EL

FOLK-LORE

DE MADRID

EUGENIO DE ÓLAVARRÍA Y HUARTE

Secretario del Folk-Lore Castellauo.

PRÓLOGO

Nada más difícil de hacer que el Folk-Lore de Ma- drid. Aquí donde acude gente de toda España, tra- yendo cada uno las preocupaciones, las creencias, los modismos, los cuentos de su provincia, el fcmdo local desaparece fácilmente, y fácilmente también pierde su carácter distintivo. En la inmensa amalga- ma de tantos y tan diversos materiales , cuesta mu- cho trabajo llegar ; por medio de ellos, ala primiti- va tradición madrileña. En este concepto, creo que la literatura oral de la Corte , será la última que se recoja ordenadamente, la última que se coleccione pa- ra poder ser estudiada con fruto.

Al aceptar la galante invitación que me ha hecho mi querido amigo el Director de esta Biblioteca, pa- ra honrar mi nombre incluyéndome en la lista de sus colaboradores, vacilé mucho en la elección de tra- bajo, pero por último, me decidí á emprender éste, que, por lo mismo que le considero más árido, le

BIBLIOTECA

juzgo más en armonía con mis escasas condiciones de folk-lorista. Queden para otros que aporten á la obra común algo mjás de lo que yo» puedo consagrar- le, un poco de buena voluntad, los trabajos amenos que ellos pueden realzar con la magia y los primo- res de su estilo. Recoger materiales, es, boy por hoy, y sobre todo en España, donde nada se ha hecho antes de ahora, el objeto preferente del folk-lorista. La locomotora, que lleva la civilización á los más escondidos lugares, es enemiga de preocupaciones;' persigue á los duendes y los fantasmas, disipa las sombras de la ignorancia, y hace pasar á través* de la niebla su penacho de nubes y su cabellera de ser- piente de fuego. Los recuerdos de ayer se borran, los prejuicios se desvanecen. La masa común va siendo meuos ignorante. Es preciso darse prisa, si se quiere llegar á tiempo de salvar del olvido mu- chas cosas que, si aisladas nos parecen nimias y pe- queñas, reuuidas y comparadas con las de otros pueblos , guardan la historia primitiva de la huma- nidad, y nos muestran al hombre viviendo en las edades prehistóricas, y dejando en sus terrores de niño, en la fórmula incompleta y falta de sentido, en el retazo de cuento maravilloso , en el juego in- fantil incomprensible, en la superstición, muchas veces absurda, las huellas de su paso por el mundo. Esta necesidad es mayor en Madrid, donde, por las razones apuntadas más arriba, las siluetas se

DEL FOLK-LOlíI

borran más rápidamente. Tipos conocieron nuestros padres, que hoy son legendarios entre nosotros.

He aquí otra de las razones que me han movido á emprender esta colección.

Poco he de decir de ella. Hubiera querido presen- tarla con algún aparato científico , formando un todo armónico, un conjunto proporcionado, un estudio completo del que pudiera deducirse alguna enseñan- za; pero aún tenemos pocos datos para eso. Quizá más adelante haga ese trabajo detenido, que exige condiciones de que en la actualidad carezco. Por aho- ra, mi único propósito es aportar materiales.

Y los aporto sin ordenarlos, tales como han llega- do á mi poder unos, tales como han ido despertando en mi memoria otros; al lado de la formulilla infan- til, los datos de una fiesta popular; junto á un mo- dismo, un cuento; al pie de una vieja superstición, los elementos de un mito moderno. En las páginas que van á seguir, no debe verse otra cosa que la cartera de un amante del Folk-Lore, que en ella guarda los datos y noticias que recoge, y un día, en una conferencia dedos horas, muestra su tesoro á un compañero de estudios. No se extrañe, pues, el des- aliño con que aparecen á la vista del público. Co-

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piados los más de ellos á la viva voz, he procurado ceñirme todo lo posible á la manera de decir de mis interlocutores, sin evitar las repeticiones en que in- currían á menudo, sin enmendar alguna que otra palabra que hubiera podido ser ventajosamente sus- tituida. El pueblo los ha dictado, y así salen á luz. Un modelo he tenido presente: el primer tomo de la excelente revista parisién Melusine, publicada en París bajo la dirección de dos eminentes folk-loristas, Kolland y Gaidoz. Lo que ellos han hecho para el Folk-Lore de Francia, he querido yo hacer para el Foik-Lore de Madrid. Por lo mismo , también he sido parco en notas, apuntando solamente las que pueden enriquecer este trabajo, y que reservo para cuando pueda hacer de él una seria recopilación, un estudio detenido. Al fin de la obra, un índice por materias, agrupará las que tengan entre íntima conexión, y permitirá las comparaciones.

FIESTAS POPULARES

El dia 1.° de año.

El día l.o del año es un día consagrado por la superstición popular. Según el pueblo, el viento que corre ese día será el que domine en todo el año ; el metal que se tenga en el bolsillo, será asimismo el que influirá en el individuo: si es oro, tendrá suerte; si plata, ya la suerte será menor; si cobre, no andará muy sobrado de dinero el infeliz. Kestos, sin duda, de esta creencia, el que en todos los jui- cios de almanaque se indique ó suponga lo que va á ser el año por el dios mitológico que antiguamente prestó su nombre al día con que el año da principio; así, si es lunes este primer día, la fortuna del afio será varia, porque así lo es también la luna; si mar- tes, la milicia tendrá en él, masque debiera, influen- cia y significación; si miércoles, será afio de comer- ciantes, porque Mercurio es símbolo del comercio y

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de la industria; si jueves, Júpiter dirigirá nuestros destinos; si viernes, el amor hará, más que otro dios del Olimpo, de las suyas; si sábado, las bellas letras crecerán en él.

También cree el pueblo que la condición de la primera persona que uno se encuentra ese día indica la suerte que al que tiene el encuentro le espera du- rante el año : mala será la fortuna si se tropieza con un pobre ; próspera y abundante si se tropieza con un rico (1).

La Iglesia celebra este día, con gran fiesta y pompa, la Circuncisión del Niño-Dios, cuyo naci- miento en Belén ha festejado no hace mucho. La misa mayor es, como el día 25 de Diciembre, de las que el pueblo llama de aguinaldo ó de panderetas, y en toda ella, al son de este instrumento y del órga- no que á la sordina le acompaña, cantan desde el coro, en honor del recién nacido, coplas de villanci- cos , que por ser obra de poetas populares en sus for- mas, aunque eruditos en sus aspiraciones, no son realmente poesías , sino engendros á que sería muy difícil encontrar un calificativo. Desdeñaron la ins-

(1) Esta creencia, según la cual el 1.° de Enero tiene in- fluencia decisiva sobre el resto del año , exisie también en Italia. Dice Pitre en sus Spectacoli e feste populare: «Per Capodanno tutto si vuole lieto e prospero ; una contrarietá qualunque riterrebbesi come di sinistro augurio, perche potreb- be , chi sa quante volte , ripetersi per tutto l'anno ; e si dice che CiC é malatu a Capudannu é malattu tuttu Vannu.

DEL FOLK-LOKE lo

piración popular , y el artificio erudito los desdeña á ellos. He aquí una de esas coplas, quizá la menos absurda, con ser de pésimo gusto, cantada este año en el colegio de las Niñas de Léganos :

Hoy le vemos como im niño entre paja , junto al buey : algún día le veremos en la Gloria como Rey.

Pero la verdadera fiesta de tal día no consiste en la ceremonia religiosa, por más que el precepto po- pular ordena que el primero de año se oiga precisa- mente misa , por si acaso en todo el año no se puede volver á oir, pues como dice el proverbio:

Con una misa y un marrano hay too el a?io.

La verdadera fiesta de este día está en la diver- sión que antes se tenía en todas las ca§as, y que ya, como todas las viejas costumbres tradicionales, se va perdiendo poco á poco : ecliar los estrechos.

¿Qué es esto?

Una diversión entretenida y honrada, con la que antes soñaban nuestras madres. En una casa desig- nada de antemano, mínense varias familias, con in- vitación á los amigos , sobre todo si hay de por me- dio niñas casaderas que son gran aliciente para to- das estas distracciones. Cuando la gente que se espe-

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ra ha llegado, y están todos los que deben asistir reunidos , se escriben en papeles separados los nom- bres de cada uno de los presentes; y dobladas luego cuidadosamente las papeletas , se separan á un lado las de los hombres y á otro las de las señoras, y se echan en dos sombreros ó en dos cajas distintas. Después de lo cual, dos personas, que generalmente son designadas por la suerte, van sacando uno á uno los papeles. A cada nombre de señora, sigue el de un caballero, y los que de este modo salen apareados, tienen gran broma aquella noche y las sucesivas, siendo esto, muchas veces, lazo formado por la ca- sualidad, que ha servido de ocasión á otro nudo más fuerte y apretado. Al día siguiente , es de rigor que el caballero obsequie á su pareja enviándola un regalo cualquiera, aunque sea de valor general- mente es una caja de dulces y las familias de la joven , que en otras circunstancias quizá tomasen á ofensa recibir un presente de un simple conocido, considerarían una falta de cortesía , por el contrario, que éste no cumpliera lo que como un deber le impo- ne la tradición. Como fácilmente se comprende, el gran aliciente de estas reuniones está en las tram- pas que hacen los que ya son novios , ó quieren ser- lo para salir con sus novias ó personas de su predi- lección , y tener así un buen pretexto para intimar con ella aquella noche, y enviarle alguna prenda de cariño al otro día.

DEL FOLK-LOKÉ

Las papeletas que en tal fiesta se usan, se venden por las calles la noche del 31 de Diciembre en pe- queños pliegos, que luego se recortan en las casas y que pregonan los vendedores con el título de Motes nuevos para damas y galanes, debiendo entenderse por nuevos una simple figura retórica, pues siempre son los mismos, verdaderos atentados contra la poe- sía y el sentido común. El juego , que así se llama, de estrechos, consta ó se compone de dos pliegos: uno que no contiene más que las papeletas encerradas dentro de una pequeña orla y en las que no hay más que llenar los blancos con los nombres de las perso- nas que toman parte en la diversión , y otro que con- tiene las mismas papeletas , con cuatro versos horri- bles en que, por lo general, la señora pide algún presente á su caballero , ó éste dirige algún piropo á su pareja.

Ni hay que decir tampoco si será motivo de chacota y algazara, cuando algún gracioso de la reunión llena burlescamente las papeletas, haciendo luego trampas para que una nina coqueta salga con el mono del Re- tiro, ó una venerable mamá con el caballo de la Plaza de Oriente. Esto , tan natural en reunión de jóvenes alegres y divertidos , compone la verdadera salsa , di- gámoslo así, de los estrechos. Lo mismo que, si hay en la reunión algún poeta, los versos que hace éste, y con los cuales sustituye los que andan impresos en los motes. En ésta; como en tantas otras fiestas po-

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pillares, la alegría y la diversión la ponen en su ma- yor paite los concurrentes, la llevan en sí. Pasan los días, y como no los separe una invencible antipatía, acuérdanse uno de otro los jóvenes que el azar apa- reó en una noche, y recuerdan con gusto ese mo- mento que los ha unido.

En las familias , el día primero de año es uno de los días del hogar. La Noche-Buena, la Pascua, el primero de año y la Epifanía, los dispersos se re- unen , comen juntos , y deseándose un buen año en el que empieza, dedican un recuerdo á los seres queri- dos que faltan por vez primera á esta fiesta de familia.

Este día es también el señalado por la costumbre en sociedad, para que los amigos se envíen tarjetas —y aun los conocidos significando por este medio que se desean un año feliz; costumbre cuyo origen no sería difícil de encontrar, pero que en esta forma es una de tantas ridiculas exigencias á que el trato de gentes nos obliga, y á las cuales nos sometemos todos, protestando desde el fondo de nuestra alma de la mala gana con que satisfacemos el tributo.

Fórmulas para pedir la lluvia.

¡ Que llueva, que llueva la Virgen de la Cueva! Los pajaritos cantan

DEL FOLK-LORE

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y las nubes se levantan.

¡Que sí! ¡Que no! ¡Que llueva á chaparrón!

Cuando llueve y hace frío , sale el arco del judío ; cuando llueve y hace sol sale el arco del Señor.

Tradición madrileña.

La calle de la Caheza.

Estos eran dos amigos que habían estado juntos en la guerra, y siempre fueron inseparables. Llega- dos á Madrid, y por cuestión de celos, uno de ellos mató á su antiguo compañero, y por más pesquisas que hizo la autoridad, no pudo averiguarse quién ha- bía sido el matador, el cual huyó el mismo día.

Pasados muchos años, y creyendo ya perdida la memoria de su crimen , volvió el agresor á España y se estableció en Madrid. Un día al siguiente de lle- gar á la Corte pasaba por delante de una carnice- ría, y vio sobre el tablero una hermosa cabeza de ternera á las que era muy aficionado y la compró, envolviéndola en un pañuelo y ocultándola bajo la

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capa, retirándose en seguida hacia su casa, para so- lazarse con su manjar favorito. Durante el camino observó que la gente se volvía para mirarle, pero no prestó atención al suceso, hasta que un alguacil se dirigió á él y le asió por un brazo, invitándole á que descubriera lo que llevaba bajo la capa y que iba de- jando un reguero de sangre por donde quiera que él pasaba. Hizo el interpelado lo que le ordenaba el aguacil , y el cabello se le erizó al ver que la cabeza de ternera que acababa de comprar habíase transfor- mado milagrosamente en la cabeza del amigo á quien había asesinado; cabeza que parecía recién separada del tronco, á juzgar por la sangre que á torrentes manaba de su cuello. Loco de terror confesó enton- ces su crimen, y sometido al fallo de la justicia, poco después expió su traición en la horca.

En memoria de este suceso prodigioso, narrado muchas veces, en romances sobre todo, la calle en que se verificó tomó el nombre de calle de la Caheza, con el cual se la conoce todavía.

Los elementos de esta tradición son comunes á otras mu- chas leyendas de pueblos separados entre sí, sucesos dis- tantes uno de otro mucho tiempo. La sangre que deja por las caUes un rastro, siguiendo el cual se descubre im crimen, abunda mucho y ha herido con frecuencia la imaginación po- pular. Sin ir más lejos , y solo por mis recuerdos de este instan- te , el sacrilegio cometido en Toledo por el judío Abisain , se descubrió del mismo modo. (V. El Cristo de la Luz en mis Tradiciones de Toledo. ) En Segovia creo haber leído que exis- te otra tradición igual en el fondo y sólo diferente en los deta-

DEL FOLK-LOEE

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lies : un sacristán roba una hostia para venderla á unos judíos que quieren escarnecerla , y el rastro luminoso que la hostia deja tras hace que el sacrilegio se descubra,

Juego infantil.

Á saltar escalones.

Así pudiera titularse, á falta de otro nombre más expresivo, un juego á que se entregan con frecuen- cia los muchachos madrileños.

El peligro que la estancia en la calle por donde transitan tantos carruajes ofrece á los niños, hace que las madres no permitan á éstos esa expansión que en los pueblos y barrios de las afueras se les otorga fácilmente. Cuando más, y siempre que en la casa dan mucho ruido , ó tienen poco aire ó poca luz —cosa en ningún modo extraña, dada la estrechez ele las habitaciones se les permite salir á jugar á la escalera. Pocos son los recursos que una escalera ofrece para jugar; pero, así y todo, los pequeñuelos se atienen á ella y de ella sacau el mayor partido para divertirse. Uno de los juegos que han inventado es el que vamos á describir , y ya hemos pomposa- mente bautizado.

Eeunidos los niños de casi toda la vecindad, em- piezan á saltar desde un escalón ó dos al descansillo. .Animados en su extraña batuda por ei calor xlel jue-

20 BIBLIOTECA

go, no falta nunca un atrevido que, queriendo apa- recer superior á los demás , dice que él salta más que ninguno, por ejemplo, seis ú ocho escalones. En se- guida le sale al encuentro un compañero, que le dice:

¿A que no? ¿A que sí?

¿Qué te apuestas á que no?

Un coscorrón apuesta natural en los chicos que no tienen muchos medios de qué disponer.

-¿Va?

—Ya.

Pues, ahora veréis.—

Y muy decidido, el valiente sube el número de es- calones apostados, y desde allí, sin reparar en el peligro, aunque con plena conciencia de su exposi- ción, salta, si es que no se arrepiente, y baja muy mohíno, dando cualquier disculpa y prefiriendo el ca- pón de la apuesta á un batacazo ]ue pudiese tener más ulteriores consecuencias ; en tal caso es reci- bido con una rechifla general por sus compañeros. Siempre, sin embargo, hay alguno cuyo amor propio padecería si dejase de hacer lo que ha apostado, y éste salta, diciendo antes, mientras toma vuelo, esta breve oración:

Santa Magdalena, que no me rompa una pierna.

Santo Tomás, que el pajarito eche á volar,

DEL FOLK-LORE

dejándose ir en el momento en que repite esta última palabra y siendo recibido por sus compañeros, que en el descansillo le aguardan para sostenerle en sus brazos y evitar que el golpe le haga daño.

Muchas veces también, el que salta toma mal sus medidas, y cae antes de llegar al descansillo, y se hace daño, y grita, y llora, y salen las madres re- negando de la vida que los hijos las hacen pasar, y cada una coje á los suyos y á empujones los mete en casa increpando á los ajenos, armándose entre ellas un guirigay que termina quedándose la escalera de- sierta y en silencio, con gran placer de los vecinos, hasta que algunas horas después vuelve la misma es- cena á repetirse.

Formulillas infantiles.

Cuando están juntos varios niños y uno de ellos encuentra en el suelo alguna prenda ú objeto de cualquiera de los otros , el que ha tenido el hallazgo dice en voz alta y con cierta cadencia:

Una cosa me he encontrado , cuatro veces lo diré , si su dueño no parece con ella me quedaré.

Al oirle , sus compañeros se registran y siempre

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parece el que la ha perdido. Si no responde, si no dice cuál es, quédase con ella el afortunado.

Entre los niños es muy común regalarse unos á otros cualquier chuchería y pedírsela al poco tiem- po, apenas estalla entre ellos cualquier disgustillo. En este caso, el que recibió el obsequio se niega á devolverlo, é invoca, en apoyo de su conducta el tes- timonio de una santa, diciendo:

Santa Pata, Santa Eita, lo que se da no se quita.

Pero no falta á su compañero otro santo á quien encomendarse, y en seguida le responde con este otro dicho:

San Andrés, San Andrés,

lo que se da se devuelve otra vez.

La disputa termina generalmente, no por la inter- vención divina de los santos invocados, sino por la intervención de los padres, que á cada cual dan lo suyo, y á más una porción de consejos que los ino- centes oyen para no cumplirlos, naturalmente.

En este último caso, el que ha tenido que devolver lo que ya creía de su propiedad, se aleja refunfu- ñando:

Al que da y quita se lo lleva la perra maldita.

DEL FOLK-LORE

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Cantares de corro.

Al pasar la barca me dijo el barquero : Las niñas bonitas no pagan dinero.

Y al volver la barca me volvió á decir : Esta morenita me ha gustado á mí.

*

Por ser aplicadita me ha dado papá ocho duros en oro que pienso gastar cuatro en una pulsera , dos en un collar y una vela á la Virgen de la Soledad, para que Dios salud á papá y á mamá.

El infierno de los niños.

En la escuela sucede muchas veces que los mucha- chos hacen alguna cosa fuera ele la regla prevenida, y bien por malicia, bien por miedo, bien por ponerse

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á buenas con el maestro, alguno, más débil que sus compañeros, cuenta al dómine la picardigüela de és- tos ó los insultos ó golpes de que durante su ausen- cia ha sido víctima. Esta delación es mal mirada, naturalmente, por todos, que amenazan al parlan- chín con el infierno, en esta copla.-

Aeusón de Barrabás , en el infierno te hallarás comiendo pan y garbanzos, y á la noche martillazos.

Frases populares.

1 El demonio tiene cara de conejo.

2 Llueve más que cuando enterraron á Zafra.

3 Hace llorar á las piedras (1).

4 Hace reír á un cerrojo.

5 Parte los corazones.

6 Suspende los sentios.

(1) El renombrado folk-lorista portugués Adolfo Coelho, dice á propósito de este modismo :

« Alguem poderla ser tentado de ver n'essa locuoáo nao um «simples facto de lmgagem, mas um echo mythico; por exem- »plo, na morte de Balder chorara todas as cousas creadas, ho- »mens, animaes, plantas e pedras. Edda de Snorr. 68.»

DEL FOLIi-LORE

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Cuentos populares.

La mano negra.

Pues señor, este era un pobrecito hombre que te- nía tres hijas ya casaderas, y la mayor parte de los días se los pasaba sin comer, por no tener con qué comprar ni siquiera un pan: á veces se iba al bosque por la mañanita temprano , recogía un poco de leña que vendía en el pueblo, y con su importe llevaba algo de comida á sus hijas; pero tan poco ganaba, que casi siempre se quedaban con la misma hambre.

Pues señor, sucedió un día que salió para ir al bosque , y al pasar por un campo vio en mitad de él una col tan grande y tan hermosa, que se paró á con- templarla:— ¡Dios mío dijo si yo cogiera esa col, qué comida tendríamos hoy y qué contentas se pon- drían mis hijas! Llevado de este pensamiento, se fué acercando á la col , que cada vez le parecía más hermosa, hasta que llegó á ella, y después de mirar- la un rato como si le pareciera mentira la buena fortuna que el Señor le deparaba, se decidió por fin á arrancarla, y cogiéndola con mucho cuidado para no romperla, tiró de ella hacia sí; pero en el mismo mo- mento oyó una voz muy fuerte que salía como de de- bajo de tierra, y decía:

¿ Quién me tira de mis barbas ?

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Más que á prisa soltó el pobre hombre la col y se apartó de ella; pero como después de esto no oyó ni vio nada que le pareciera sospechoso , empezó á pensar que todo había sido figuración suya, y como la col estaba allí, incitándole á que se la llevara, otra vez se dirigió á ella, y otra vez tiró para arrancarla; pero lo mismo que antes, se oyó la voz que decía:

¿Quién me tira de mis barbas?

Con lo cual volvió el pobre hombre á soltar la col, y separándose de aquel sitio, se apartó un buen trozo, y volvió la vista para ver si había por allí alguna persona que se estuviera burlando de él. Nada vio que le llamase la atención, y asegurado con esto, y atormentado por el hambre y por el pensamiento de que si perdía la ocasión tal vez sus hijas no tendrían qué comer y aquel día se acostasen sin cenar, tornó otra vez sobre sus pasos decidido á arrancar la col de un tirón y á irse más que ele prisa y sin volver la cara atrás. Volvió, pues, á la col, la abarcó entre sus brazos y empezó á quererla desarraigar, cuando otra vez gritó la voz de antes:

¿Quién me tira de mis barbas?

Y en el mismo momento apareció, sin saber cómo ni por dónde, un gigantón de muchas varas y aspecto miedoso, que, lanzándose hacia él, fué á matarle por la falta de respeto que había cometido, tirándole con tanto ahinco de las barbas. El pobre hombre, asusta- do, cayó de rodillas á los pies del gigante, pidiéndole

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por Dios que le dejase vivir, contándole sus desgra- cias y refiriéndole su historia punto por punto. Cuan- do el gigante le oyó decir que tenía tres hijas casa- deras, se calmó de pronto y le dijo:

Estaba poco dispuesto á perdonarte; pero, en fin, por tus hijas te perdono y aun haré tu felicidad, pero ha de ser con una condición .

¿Cuál, señor? le preguntó el pobre hombre, que no sabía lo que le pasaba.

Yo vivo aquí so!o, y sin que nadie cuide de mi casa, que es un palacio muy hermoso. Tráeme tu hija mayor, y será mi mujer, y vivirá muy dichosa, y yo te daré dinero bastante para que ya no carezcas de nada. ¿Estás conforme? Si no, te mato y santas pas- cuas.—

Mucho quería el leñador á sus tres hijas, y mucho sentía separarse de ninguna de ellas, pero consideró que si el gigante le mataba, perdía á las tres y no volvería á verlas más; además, el gigante le parecía buena persona, y creyó que con él sería su hija feliz. Así que contestó que aceptaba el trato.

Bueno, pues mañana á estas horas estás aquí con tu hija, tiras de la col, pero no tan fuerte como hoy, ¿eh?.y yo me presentaré en seguida. Ahora, to- ma y vete.

Y le alargó un bolsillo lleno de oro, desapareciendo en seguida lo mismo que había salido: sin saber cómo ni por dónde.

BIBLIOTECA

Al día siguiente, á la misma hora, se presentó el leñador con su hija en el sitio designado. Iba llorando porque la quería mucho, pero ella estaba tan contenta por lo mismo que no sabía la suerte que la esperaba, y consolaba á su padre cuando le veía muy afligido. Cuando llegaron á la col, el padre tiró de ella con mu- cho respeto, y en seguida se apareció el gigante que cogió de la mano á la joven diciéndola que allí lo iba á pasar muy bien ; dio al leñador otro bolsillo , más grande aún que el del día antes, y desapareció, de- jándole solo y muy triste que se volviera á su casa.

Se abrió la tierra para dar paso al gigante, y así llegó éste á un palacio muy grande y muy bonito que tenía; dejó á la joven en una sala magnífica y muy bien puesta, y la dijo:

: Nada te faltará aquí mientras seas buena. Todo esto es tuyo, y eres la única que aquí manda: cuan- do quieras algo pídelo en voz alta, y tendrás todo cuan- to desees. Yo te haré compañía por las noches , y todo el día estarás sola; pero hay tantas cosas que ver, que no te aburrirás. Toma esta sortija añadió dán- dole un precioso anillo que él mismo puso en un dedo de la joven y guarda cuidadosamente esta llave, que es de un cuarto que no puedes ver, y debes no hacer nada por verlo , pues yo lo sabría y te sucede- ría una desgracia.

Después de esto desapareció. Así que se quedó sola la joven empezó á registrar la casa, y cada cosa que

DEL FOLX-LORE 29

veía la gustaba más y más, como no podía ser menos, estando acostumbrada á la cabana tan pobrecita en que hasta entonces había vivido. Cuando tuvo ham- bre se acordó de lo que le había dicho el gigante, y gritó: ¡Quiero comer! y en el mismo instante apareció una mano negra, que no se sabía si perte- necía ó no á algún cuerpo; puso una mesa muy lim- pia y la llenó de manjares sabrosos. Así que la vio puesta se sentó á comer la joven, y así que acababa un plato lo retiraba la mano negra y ponía otro en su lugar. Después que comió, pensó abrir el cuarto misterioso ; pero como se lo había prohibido tanto el gigante, no se atrevió á hacerlo, aunque quedó muy disgustada. Cuando se hizo de noche pidió luz, y la misma mano negra la encendió. A poco vino el gi- gante y la dijo : ¿Estás contenta?

Sí.

¿Has hecho lo que te he dicho? —Sí.

Entonces, dame la mano y seremos buenos ami- gos si haces lo misino todos los días.

Ella le dio la mano, y el gigante, sin que la joven lo notase, la miró la sortija y se puso muy contento, pasando á su lado toda la noche muy cariñoso y com- placiente. Al otro día, en cuanto amaneció, se levan- tó y se despidió de ella, haciéndola las mismas ad- vertencias que el día antes.

80 BIBLIOTECA

—No hagas nada por ver el cuarto que está ce- rrado con esta llave, porque si lo vieses yo lo sabría y te sucedería una desgracia.

Después de lo cual desapareció , sin que , como el día anterior , pudiese verse cómo ni por dónde.

Las palabras del gigante no hacían más que exci- tar la curiosidad de la joven, que quería saber lo que había en aquel cuarto que no querían que ella viese. Mucho tiempo estuvo queriendo y no querien- do abrirle; pero por fin, después de mirar toda la casa sin que encontrase á nadie , se dijo ¡

Nadie se lo podrá decir, voy á ver lo que hay en ese cuarto. Estaré un momento nada más, y me saldré en seguida.

Y dicho y hecho ; fué al cuarto en que le habían prohibido entrar, le abrió con la llave que tenía en la mano, y entrando, vio en medio de él una especie de pozo; se acercó, pero en seguida se hizo atrás horrorizada. En aquel pozo había tal cantidad de cuerpos humanos despedazados y llenos de sangre, que casi se tocaban con la mano. Al inclinarse so- bre ellos se le cayó, sin saber cómo, la sortija que el gigante le había puesto en el dedo, y aquí fueron sus apuros. ¿Qué le diría ella al gigante cuando vi- niera y la preguntara lo que había hecho de su ani- llo? Muy repugnante era para ella el pozo, pero ha- ciendo un esfuerzo, logró coger la sortija, y salió más que á paso del cuarto , volviéndolo á cerrar cui-

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dadosamente. En cuanto llegó á su cuarto miró la sortija, y la vio manchada de sangre, se puso á lim- piarla con gran ahinco, pero por más que la restre- gaba, la mancha de sangre no desaparecía, antes al contrario, brillaba cada vez más. Limpiándola esta- ba todavía cuando llegó el gigante; sacando fuerzas de flaqueza, fué ella á recibirlo; pero apenas notó su turbación, él la miró á la sortija, y poniéndose muy furioso, la dijo:

¡Ah! ¿Conque has entrado en el cuarto, á pe- sar de habértelo yo prohibido? Bueno, pues37a verás lo que te pasa.

Y arrastrándola tras sí, se la llevó al cuarto don- de estaba el pozo, la mató sin hacer caso de sus gritos, y despedazándola luego con un hacha, arrojó al pozo sus restos ensangrentados.

Al día siguiente, el leñador vino al campo, y lle- gando á la col, tiró dulcemente de sus hojas, pre- sentándose en seguida el gigante , que le preguntó :

¿Qué quieres?

Nada, señor le contestó el buen hombre con mucho respeto venía á que me dijera V. si está contenta mi hija.

Muy contenta, y muy satisfecha, y le va muy bien; pero á veces se pone triste, porque echa de menos á su hermana ; si quisieras traer la segunda, estarían aquí muy bien , y serían muy felices vivien- do juntas.

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Bueno, señor, pues ya que ese es su gusto, ma- ñana se la traeré.

Despidióse el buen hombre del gigante , que le dio un bolsillo de dinero tan lleno como los anteriores, y se fué para su casa á decir á su segunda hija el deseo de su hermana. Al otro día, á la hora marca- da, se presentó el gigante, y dando otro bolsillo de dinero al leñador, se retiró con la segunda hija, la cual dijo, así que estuvo en su palacio:

Mira, no preguntes por tu hermana, porque la he matado yo por desobedecerme , y lo mismo haré contigo si no haces lo que te mando. En cambio, si me obedeces, serás completamente feliz conmigo, que pasaré fuera, de casa todo el día, y solo vendré por la noche. Cuando tengas hambre ó sed ó quieras al- go, pídelo, y en seguida tendrás cuanto desees.

Después la entregó , como había hecho con su her- mana, el anillo y la llave, y la dijo que la única condición que le ponía es que no tenía que abrir el cuarto de cuya puerta era aquella llave ; y con esto se retiró, dejando á la joven muy amedrentada.

Pasó el día ocupada en ver el palacio, y cada vez que quería alguna cosa la pedía, y en seguida se la daba una mano negra que aparecía, sin saber cómo, ni por donde, y lo mismo se retiraba después de ser- vir lo que la pedían. Cuando vino el gigante, le pre- guntó si había cumplido sus órdenes , la miró el ani- llo, y estuvo muy contento y cariñoso con ella, des-

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pidiéndose al otro día así que amaneció , repitiendo sus exhortaciones.

Pero apenas se vio sola la joven, que ya había pa- sado todo el día anterior muerta de curiosidad, sin- tió el mismo deseo que su hermana de ver qué era aquello que estaba tan escondido y que ella no podía mirar. Ella también se dijo, ni más ni menos que su hermana mayor :

Nadie se lo pod.'á decir. Voy á ver lo que guar- da en ese cuarto. Estaré un momento nada más , y me saldré en seguida.

Y dicho y hecho; fué al cuarto, lo abrió, y la su- cedió lo mismo, lo mismo que había sucedido á su hermana: al inclinarse horrorizada al pozo, se le ca- yó la sortija, que con mucho trabajo pudo recoger, aunque manchada de sangre, sin que luego, restre- gándola mucho, pudiera conseguir otra cosa que dar mayor brillantez á la mancha del anillo. Cuando vi- no el gigante, no hizo más que verla la cara tan pá- lida que tenía, mirarla la sortija, y exclamar, dando muchos gritos:

jAh! ¿Conque has entrado en el cuarto, á pesar de lo que yo te había dicho? Pues sufrirás la misma suerte que tu hermana.

Y llevándola arrastras al cuarto en donde estaba el pozo , la mató , destrozándola luego y echando al pozo sus pedazos.

Al otro día vino el leñador á saber cómo estaban

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sus hijas; tiró dulcemente de la col, y se le apareció el gigante, que le preguntó qué quería,

Nada, señor, venía á ver si me decía V. cómo están mis niñas.

Pues muy bien, hombre, muy bien; ¿cómo quieres que estén si no les falta nada, y todo es suyo en mi palacio? Únicamente ahora que están juntas las dos, echan mucho de menos á su hermana, y pen- sando en ella están tristes muchas veces. Si qui- sieras traerla, aunque no fuera más que una tempo- rada, no faltaría nada á su felicidad.

Mucho sintió el pobre viejo perder también á la única hija que le quedaba; pero pensó que mejor es- taría en el palacio del gigante que en su casa, y se comprometió á llevársela al otro día á la misma ho- ra, retirándose luego con otro bolsillo lleno de oro que le dio el gigante. Al siguiente día, á la hora marcada, se presentó el leñador con su tercera hija, y como las otras veces , llamó al gigante , que le dio otro bolsillo de dinero y desapareció con la joven.

Luego que el gigante se vio solo con ella en el pa- lacio, la hizo las mismas recomendaciones que había hecho á sus dos hermanas, la entregó la llave y el anillo , y se retiró , despidiéndose hasta la noche.

Era la tercera hermana más curiosa todavía que las dos mayores; pero era más lista que ellas: así, que decidió visitar en seguida el cuarto misterioso; pero habiéndole chocado el empeño del gigante en

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que no se quitase el anillo , empezó por quitárselo y dejarlo sobre una mesa; después abrió el cuarto y vio el pozo Heno de pedazos de seres humanos , entre los cuales reconoció á sus dos hermanas. Luego que se le pasó el susto, salió más que á paso del cuarto, cerró otra vez con llave, volvió á colocarse la sortija en el dedo, y empezó á recorrer las demás habitaciones del palacio, siendo servida, en todo cuanto deseaba, por la mano negra, tan solícita con ella como con sus hermanas, que antes que ella la habían ocupado. Cuando llegó la noche, vino el gigante y la miró con desconfianza, pero la vio tan tranquila, que no sos- pechó nada; la miró la sortija, y al verla tan limpia y reluciente como él se la había entregado, se puso muy contento y estuvo muy cariñoso con ella.

Veo que eres buena la dijo -porque me has obedecido, y si sigues así, verás que felices vamos á ser.

Así vivieron muchos dias. De cuando en cuando venía el leñador á preguntar por sus hijas, y siem- pre salía el gigante muy alegre, le daba más dinero, y le ponía tan contento contándole lo felices que eran sus hijas en aquel palacio tan hermoso. Cuando salía , la joven iba muchas veces al cuarto para ver á sus hermanas , pero siempre tenía la precaución de quitarse la sortija antes de entrar, así que nada co- noció el gigante.

Pero he aquí que un día que lo hizo , vio en aquel

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cuarto tan horrible una puertecita entreabierta. Co- mo no tenía miedo á nada , pasó adelante y se encon- tró en una habitación lujosamente alhajada, donde había un lecho magnífico, en el cual dormía un joven muy hermoso, cuyo pecho era un río, en el cual ha- bía muchas lavanderas lavando madejas de lana, muy atareadas , y que no hicieron caso de ella. Que- dóse suspensa la joven, y se estuvo allí gran rato cautivada por la belleza del joven dormido, de quien se había enamorado; cuando calculó que era hora de que el gigante viniera, salió más que á paso, prome- tiendo volver al otro día, como lo hizo, y lo mismo el otro, y el otro, y así muchísimos días. El gigante estaba cada vez más contento y cariñoso, y no sos- pechaba nada.

Pero una mañana entró la joven y, como de cos- tumbre, se puso á mirar al joven dormido, cuando vio que á una de las lavanderas se le escapaba de en- tre las manos una madeja que el agua se llevaba río abajo y sin que ella lo notase. Asustada, dio un gri- to, y en el mismo momento se sintió un gran tem- blor en el palacio, y desaparecieron el río y las lavan- deras, y el joven, despertado con sobresalto, se puso en pie, y yendo hacia la joven, le dijo con mucha tristeza :

¿Qué has hecho, desgraciada? Yo soy el gigan- te que estaba aquí encantado. Tu prudencia me iba á desencantar, y mañana hubiéramos podido salir de

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aquí felices para siempre; pero el grito que has deja- do escapar me obliga, al despertarme, á matarte, ó á volver á ser encantado Dios sabe hasta qué día. Sin embargo, te he tomado tanto cariño, que no. tengo fuerzas para matarte. Vivirás , yo no me desencan- taré.

Y como ella llorase mucho la consoló diciendo que le olvidase. La llevó luego junto al pozo, fué juntando cuidadosamente los pedazos de personas que en él había, y una á una fué volviéndolas á la vida, dándoles con un ungüento. Cuando todas estu- vieron resucitadas, las llevó fuera del palacio subte- rráneo, y echando una mirada muy triste á la joven, se volvió al seno de la tierra, mientras ella con sus compañeros y sus dos hermanas iban por el cam- po adelante, todos muy alegres, menos la hija menor del leñador, que en toda su vida pudo olvidarse de aquel joven tan hermoso que tan bueno había sido para ella, que con tal de no matarla consintió en no desencantarse. Ya no volvió á saberse más del gi- gante, y la col desapareció del campo, sin que la jo- ven la pudiese encontrar por más vueltas que dio pa- ra buscarla.

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Oraciones.

Al pie de la cruz sentada está la Virgen María muy triste y desconsolada porque en sus brazos tenía la prenda que más amaba, la prenda que más quería. Contemplábale sus llagas que en pies y manos tenía ; contemplábale el costado que el corazón le partía.

El que diga esta oración solo una vez cada día á la hora de la muerte verá á la Virgen María.

( Cuando pasa el Viático. )

¿Dónde vas, mi buen Jesús, tan hermoso y tan galán ?

Voy en busca de un enfermo que me ha mandado llamar. Y si me recibe en gracia le tengo que perdonar , aunque tenga más pecados que arenitas tiene el mar.

( Cuando vuelve. )

¿Dónde vas, mi buen Jesús, tan hermoso y tan galán?

DEL FOLE-LORE

Vuelvo de ver á un enfermo que me ha mandado llamar. Si me ha recibido en gracia le tengo que perdonar, aunque tenga más pecados que arenitas tiene el mar.

Comparaciones populares.

1 Es Y. más largo que dos reales de Mío.

2 Tiene más años que la jota. Que un palmar.

3 Este sitio está más solo que el día e? juicio.

4 Más borracho que una uva.

5 Más alegre que unas pascuas. G Colorado como un tomate.

7 Fresco como una rosa.

8 Pálido como un muerto.

Cómo se íorman los mitos.

La historiador él pueblo.

Los detractores del Folk-lore verán quizás un po- deroso argumento contra la fe á que nosotros le con- sideramos acreedor, en esa copla tan conocida y tan

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cantada por la Villa y Corte durante el período re- volucionario :

En el Puente de Alcolea la batalla ganó Prim y por eso la cantamos en las calles de Madrid.

Sin embargo, á poco que se considere con alguna imparcialidad, el argumento se vuelve contra los mis- mos que como arma bien templada lo emplearon.

El pueblo tiene un gran sentido común , como tiene un gran sentido práctico y un gran sentido moral, y comprende perfectamente lo que debe la revolución á cada uno de sus caudillos principales. Serrano es el ti- po del general palaciego, que no será nunca popular en las masas, prendadas de todo lo arrebatado, de todo lo que reúna más condiciones de valor personal y de energía. ¡Es un niño grande este pueblo que no se deja dominar sino por gente que, á su juicio, merezca dominarle! Topete, sin historia antes del 18 de Se- tiembre de 1868, y sin historia después, no predis- pone al entusiasmo. Prim, en cambio, era el héroe le- gendario de África, el fiel enamorado de la libertad y la democracia. La revolución era obra suya. Aún no hacía dos años, Serrano estaba entre sus persegui- dores, mientras él, á uña de caballo, corría á refu- giarse á Portugcil. De aquí que la revolución fuera Prim, y Prim la revolución. Ahora bien, la batalla de Alcolea decidió el triunfo; luego, dice el pueblo

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con su lógica irrefutable, esa batalla la ganó Prim. ¿Quién, si no el, podía ganarla?

Que la historia dice que el general no estaba allí ese día; poco importa: si él no estaba, estaba su es- píritu, y su espíritu venció. La historia fría, severa, nos da un dato que nada nos dice: el pueblo, en una sola copla de cuatro versos, nos relata la verdadera historia, la historia íntima de la revolución. Algunos años más , y no faltará quien, invocando el testimonio de su abuelo, dirá que se vio á Prim asistiendo al combate luchando sin tregua ni reposo, rechazando las balas, que al chocar con su cuerpo rebotaban cual despedidas por una fuerza superior y sobrenatu- ral; así se forma la leyenda, una leyenda que siem- pre es más verdadera y justa, siempre más explícita que la verdad misma. Así se está formando en Italia, poco á poco , el mito moderno de Garibaldi.

(V. Manliardten Melusine. vol. 1, y Salvatore Marino en el Archivio delle tradizioni popolare, vol. 1.)

He aquí por qué nosotros mismos oímos sin extra- ñeza la copla revolucionaria. Sí; Prim ganó la ba- talla de Alcolea. ¿Qué hubiera sido la revolución sin él?

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Pegas á los niños.

Acertar lo que se ha comido.

Cuando están juntos varios niños, uno de ellos, el que tiene más picardía, dice á los demás:

¿A que acierto lo que has comido hoy?

¿A que no? le responde el aludido.

Vamos á ver sigue el primero ven acá, y dándole capones en la cabeza, le diciendo, después de hacer que olfatea los nudillos con que le ha pe- gado :

has comido sopa...' has comido garban- zos...

Hasta que el paciente cae en la cuenta de que el otro se burla de él , y se separa de su amigo mal hu- morado por la broma de que le ha. hecho víctima, y llevándose las manos á la cabeza dolorida por los golpes. (1)

(1) ¿Habrá aquí, como opina Machado, algo de adivina- ción por la cabeza , como existe y ha existido la adivinación por el omóplato , las entrañas y otras partes del cuerpo ? No debe darse al olvido , que en opinión de los más acreditados folk-loristas europeos, los juegos infantiles son reliquias de viejas ceremonias, últimos restos de preocupaciones olvidadas y cultos desaparecidos. Tylor, Primitive culture, I.

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Echar humo por los ojos.

Esto lo hace siempre un grandullón con un peque- fiuelo. Dice el primero que va á echar humo por los ojos, y el segundo, á quien cuesta trabajo creerlo, le desafía á que lo haga. Entonces el mayor hace que el pequeño le ponga una mano en el pecho y que le mire bien á los ojos, una chupada al cigarro y mientras el otro, distraído, le mira, con una manóle acerca el cigarro encendido á la mano que el inocente le ha puesto bajo la garganta, y le quema. Esta brutal di- versión acaba, generalmente, con llantos.

Dicterios.

El pueblo bajo de Madrid no quiere á la clase me- dia, á cuyos miembros llama chulos aburrios, silban- tes, como si quisiera vengar en ellos alguna antigua ofensa ó tuviera envidia de su condición, poco en- vidiable realmente. En seguida que tiene con alguno una cuestión , pónese á cantarle :

Señorito e pan pringao , mete la mano en el guisao, saca los piojos kjpuñaos,

* *

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Los habitantes de Madrid son llamados gatos por sus detractores: ellos se nacen un título de honor de este dicterio, y tienen para explicarlo una curiosa tradición :

En el reinado de Alfonso VI, en una de las mu- chas conquistas de este rey, una vez que deseaba rendir una importante fortaleza, acudió á ella con cuanta gente pudo allegar, y sólo los madrileños fal- taban, retrasados por imprevista circunstancia que la conseja no se para á referir. El rey estaba furioso por la tardanza, y ya era cerca de la noche víspera del asalto cuando los madrileños se presentaron á engrosar su ejército. Acercóse al monarca el que los mandaba y le pidió alojamiento para los suyos en el campo; pero el ftey, que estaba de muy mal humor, le dijo que ya no tenía alojamiento para él, y seña- lando el castillo ó fortaleza que iban á atacar pocas horas después, le dijo:

Allí hay alojamiento para los que tan tarde se presentan en el campo.

Saludóle muy cortésmente el jefe de los soldados madrileños, que comprendió la indirecta, y yéndose para los suyos les contó lo que el rey le había dicho, añadiendo en su arenga que era preciso procurarse alojamiento para aquella noche , y buscarle en la for- taleza enemiga; después de lo cual se fué muy deci- dido á ella, seguido de todos los suyos, que llega- dos al foso, empezaron el asalto sumamente difícil,

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por estar la fortaleza cortada á pico : pero tal malfia se dieron y tal corage tenían , que trepaban por las muros agarrándose á las más leves desigualdades de las piedras. El rey, que acudió á presenciar el ataque, muy gozoso con lo que pasaba, estaba mi- rando á sus leales madrileños cómo subían por las escalas con gran arrojo y no pequeña mortandad, y volviéndose á uno que le acompañaba le decía:

Miradlos, miradlos cómo suben, ¡parecen gatos!

Envió refuerzos á poco , y la fortaleza se tomó en seguida, y aquella noche se alojaron ya en ella los madrileños, á quienes el rey dio por buenos, olvidan- do en seguida su enojo, y antes, por el contrario, muy satisfecho del efecto que había producido.

Desde entonces son llamados gatos los naturales de Madrid.

Forrnulillas iníantiles.

Cuando á una niña se la cae de entre las manos una aguja con que cosía, y no la encuentra por más que la busca, se pone á decir muy fervorosamente:

Santa Eita, Santa Rita, que parezca mi agujita.

Y naturalmente, la aguja parece en seguida.

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Requiebros.

1 i Que no te comiese un toro y cduego te arrego- miiase en mi cama 1

2 ¡Amigo, valiente proclama un prenuncia- miento!

3 | Si yo la pudiera pillar á V. ébojo el deo gor- do como al tocino !

4 ¡ A V. la echaba yo á criar que sacase bue- nas crías!

Insultos.

1 ¡Vamos, tio Morral, V. nos ha eauivocao el número !

2 ¡Calle Y., hombre, si paece su cara el prenci- pio e un pleito, que toas son deficultaes!

Juegos de corro.

Cucurucú.

Se ponen en corro niños y niñas cojidos de la ma- no y empiezan á andar, cantando:

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Pantaleón que cuántos son : Veinticinco y un capón. Herradura para la muía. Coche de oro para el moro. Cinta de plata para la infanta. ¡ Cucurucú que te vuelvas !

Y al decir esto, uno de los niños se vuelve y va dando vueltas en el corro vuelto de espaldas. La can- ción se repite, y al terminar se vuelve otro niño, y luego otro , y así sucesivamente hasta que se vuelven todos, unoá uno, en cuyo caso se da por concluido el juego.

La viudita.

Se ponen en corro las niñas y dentro de él una de ellas, que es la que hace de viuda, y canta:

¿ Quién dirá que las carboneritas, quién dirá que las del carbón , quién dirá que yo soy casada , quién dirá que yo tengo amor ?

Las del corro responden :

-L'Ó BIBLIOTECA

La viudita , la viudita , la viudita se quiere casar con el conde, conde de Cabra, con el conde se casará.

La viuda contesta :

Yo no quiero conde de Cabra, conde de Cabra triste de mí; yo no quiero conde de Cabra, conde de Cabra si no á tí.

Señala á una del corro, y ésta se queda á su vez de viuda, y la que primero lia desempeñado este pa- pel sale del centro y se une á sus compañeras.

*

Al alimón.

Se ponen las niñas divididas en dos bandos, que se colocan á corta distancia uno enfrente de otro, y entre ellas se entabla el diálogo siguiente:

Al alimón, al alimón eme se ha roto la mente.

Al alimón, al alimón mandarla componer.

Al alimón, al alimón no tenemos dinero.

Al alimón , al alimón nosotros lo tenemos.

Al alimón, al alimón ¿ de qué es ese dinero ?

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Al alimón, al alimón de cascaras de huevo.

Al alimón , al alimón pasen los caballeros.

Y los que esto dicen, que están en una fila y coji- dos de la mano, levantan los brazos ensanchándose para que pasen los niños del otro bando, después de lo cual ellos se van al sitio que éstos ocupaban antes, quedando invertidos, y vuelve á empezar el juego.

Cantares de corro.

La niña que vino de Sevilla

y trajo un delantal muy majo ,

ahora como se le ha perdido

la niña llora.

La niña cuando me ve me guiña :

la llamo , se me viene á la mano ;

la digo : Cara de sol y luna,

vente conmigo. No serás la primera que se ha venido.

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Arroyo claro,

fuente serena, quien te lava el pañuelo

saber quisiera. Cuatro morenas ;

una lo lava ,

otra lo tiende ,

otra le tira flores

y otra claveles.

Claveles , en tu jardín los tienes

sembrados , blancos y colorados ;

lechugas , ¿ para qué quieres , niña ,

tanta hermosura ?

Dichos climatológicos.

San Antón vieio gruñón mete á las niñas en un rincón.

San Sebastián, mozo galán saca las niñas á pasear.

San Antón , á las cinco sol.

¡f: *

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Por San Blas la cigüeña verás. Si no la vieres será año de nieves.

El bautizo.

El bautizo de un niño recién nacido, es una fiesta puramente de familia. Ninguna mirada extraña en- tra en el hogar donde solo los más amigos se reúnen para saladar al nuevo cristiano, y algunos para feli- citar y ver por primera vez á la parida después del alumbramiento. Dentro de las puras creencias católi- cas, el acto no puede ser más trascendental. Hasta ese momento el niño, que era un infiel, un moro ó un judío i que de ambas maneras se designa al infan- te, entra en la comunión de los fieles, y tiene ya de- recho al cariño y. las atenciones de que hasta ahora se ha visto privado. Así, hay muchas mujeres que antes del bautizo se niegan á besar al niño, porque es moro, y besar á un moro es pecado. Tanto se ha lle- gado á extremar esto, que ha dado margen á la com- pasión para que lo corrija en una superstición no menos arraigada también: el que bese á un niño no bautizado, si es el primero que lo hace, no padecerá nunca dolores de muelas. Sabido es, por otra parte, que un niño que muera sin bautizar, no puede pre- tender la entrada en el cielo: va al Limbo, lugar en

BIBLIOTECA

que no tiene pena ni gloria, dice la Iglesia, y donde, añade el pueblo, no ve luz sino el día de la Candelaria, en que ¡legan hasta él los resplandores de los cirios que acompañan en su procesión á la Virgen, y no hablan si- no el día de la Virgen de la O. De aquí la facultad que la Iglesia concede á cualquiera persona de respeto de bautizar al niño cuando hay peligro de muerte, echando sobre él el agua del socorro, que lavándole del pecado original, le facilitará la entrada en el Pa- raíso con solo atravesar de un vuelo si ha mama- do una vez siquiera por cima de las llamas del Purgatorio.

Llegado el día designado de antemano, que siem prees, por lo general, cuando ya la recién parida puede incorporarse en la cama, pasada la calentura de la leche, los que han de asistir á la ceremonia llegan con tiempo á la casa, y una vez reunidos, y á la hora á que ya se ha avisado á la Parroquia, pónense todos en marcha, á pie ó en coche, según los casos, llevando al niño la que va á ser su madri- na, que previamente, le ha regalado el faldón que ha de lucir en este acto. Eu la iglesia esperan á la comi- tiva, el cura, el sacristán y los monaguillos, se bau- tiza al niño según ritual , y el cura se cnida de ad- vertir á los padrinos las grandes obligaciones que contraen hacia su ahijado. Lo que el cura calla, y el pueblo tiene buen cuidado de decir á la madrina, es que si el niño enferma , cuando esté próximo á morirse,

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debe recibir la bendición de su madrina , pues si no su- frirá mucho. Yo he oído contar á una pobre lavande- ra el hecho de que se le murió un niño pequeño , y, sin saber qué le dolería, el angelito se retorcía en grandes convulsiones sobre el lecho hasta que llegó su madrina y le bendijo : desde que ésta entró en la habitación, el niño volvió los ojos á ella, y apenas recibió su bendición, se le calmaron los dolores y es- tuvo tan tranquilo hasta el momento de espirar. En pago de este beneficio sin duda, es opinión acredita- dísima en el pueblo , que todo niño que se muere guarda una silla en él cielo á su madrina, ¡ Todo es bullicio, animación y alegría entre los concurrentes á la fiesta. El hecho de haber ingresa- do en la Congregación cristiana, debía ser un buen presagio, y, sin embargo, la superstición dice que la boda que entra en la iglesia cuando haga en ella un bautizo un entierro), tendrá mal resultado.

Sale la comitiva á la calle, y aquí es donde em- piezan las de Caín para el padrino. Si va en coche, rodeando las portezuelas y siguiéndole por mucho que apriete el cochero, y si á pie, metiéndose entre sus piernas, y siempre con grandes y descompasados gritos, una turba de muchachos, que aumenta á ca- da paso, hasta llegar á componer un número consi- derable, va tras él pidiendo dinero y dulces para ce- lebrar también el fausto acontecimiento. Mas no lo pi- den con buenas maneras, sino soezmente y con inju-

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rias , queriendo arrancar por medio de maldiciones y deseos culpables, lo que quizá obtuvieran de otro mo- do con menos detrimento de la cultura pública y los oídos de los que aturden con sus gritos estentóreos. Mas, generalmente, van gritando desde la puerta de la iglesia hasta la casa donde entra la comitiva, y frente á la cual se para el engrosado tropel de mu- chachos :

Bateo cagao

que á rai no me han dao.

Viruta, viruta,

la madrina es una...

Viratón , viratón , el padrino es un...

Si no me dan confitura que se muera la criatura.

Hasta que el padrino sale y le echa puñados de cuartos y de dulces, que afanosos quieren recoger, arañándose y dándose trompazos, y saliendo más de uno y más de dos con sendos chichones y señales evidentes de la lucha.

No si por esta causa, ó por otra cualquiera, la hora mas comunmente usada para esta clase de so- lemnidades , es la caída de la tarde y el anochecer. (1)

(1) Se equivocaría de medio á medio el que creyese que

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En casa de los padres, por pobres que sean, siem- pre hay preparado un chocolate y unos dulces que toman los circunstantes la salud del nuevo cristia- no, y que son, generalmente, costeados por el padri- no ó la madrina , ó por los mismos padres, que al día siguiente se apresuran á enviar á aquellas personas

esta grosería de formas es exclusiva de los muchachos de Ma- drid. En tal ocasión todos, en España al menos, son tan soe- ces como los de la Corte y expresan los mismos sentimientos, casi en las mismas palabras. Basta una simple ojeada á los da- tos que tengo recogidos , para convencerse de esta verdad. En Vallecas dicen :

Bateo cagao que á mi no me han dao si cojo al chiquillo lo tiro al tejao.

y si no les echan cuartos añaden :

Roña, ron uva, que se muera el padre y la criatura.

En Cuenca:

Caigan, caigan, anises y confitura y ¡ viva la criatura !

y si su petición no es atendida;

/ Eche , eche , las tripas en escabeche!

En Toledo empiezan por decir :

Bateo chinchín , bateo chinchín, ¡ Eche el ruin! ¡Eche el ruin!

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de su mayor consideración y que no acudieron á la fiesta, cajas de dulce, en armonía con sus recursos, las cuales son como el saludo que el niño les hace en el solemne día de su primera entrada en la Iglesia. Bueno es apuntar, aunque debiera haberse dicho más

y concluyen gritando :

Si no me dan confitura, que reviente la criatura.

En Valencia:

En Salamanca:

Padrino roños qu' lia parito un gas. Ármeles y confits y m... en els dits.

Madrina roñosa, confite rabón, Dios quiera que salga el niño capón.

Si no me dan confitura que reviente laj criatura.

Si no tiran avellanas que reviente la que esta en la cama.

No se alegren, pues, los detractores de Madrid al leer la costumbre apuntada en el texto , que somos los primeros en anatematizar, y repasen la nota y añádanla las fórmulas se- mejantes que recuerden de otros pueblos. Nunca tan á propó- sito como ahora el viejo refrán español : En todas partes cue- cen liabas.

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arriba , que el niño será gracioso si en el acto de su bautizo tiene el sedero una persona de gracia. Por lo menos, así lo cree el pueblo.

También sería ésta ocasión oportuna de considerar la sal que se impone al bautizado, y discutir sobre el valor que esa materia tiene en la superstición como antítodo contra los malos espíritus. Pero esto nos lle- varía muy lejos.

Tradición popular.

El palacio de Madrid.

Siendo yo chico, recuerdo haber oído muchas ve- ces la siguiente leyenda, que como verdadera historia me referían , sentado en la plaza de Oriente , acerca del palacio real de Madrid:

Un día, el rey de España quiso que le hicieran un palacio en que pudiera vivir dignamente , y al efecto mandó que viniese á la Corte , prometiéndole grandes sumas, el mejor arquitecto que se encontrara en el mundo. Respondiendo á su deseo, llegó á Ma- drid uno muy bueno y muy nombrado, á quien el rey encomendó la erección de su Alcázar. En seguida empezó la obra, que con gran contentamiento del rey acabó en breve plazo.

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Ya estaba acabado de levantar el palacio , cuando el rey, á quien cada vez gustaba más, quiso tener la seguridad de que ningún otro soberano del mundo estaría tan bien alojado como él, y un día, próximo ya al en que iba á marcharse el arquitecto, le convidó á comer, y encerrándose con él en un cuarto le pre- guntó si podría hacer otro palacio como aquel que acababa de concluir; á lo que le contestó el arquitecto que sí. Entonces el rey le manifestó su empeño de que no hiciera otra obra como aquélla , y el arquitec- to , que estimaba su fama más que todo , se negó á darle la palabra que le exigía, á pesar de los grandes tesoros con que el soberano tentaba su codicia.

Viendo esto el rey, mandó que allí mismo aprisio- nasen al arquitecto, y le hizo sacar los ojos para que no pudiera dirigir ninguna otra obra , y cortar los brazos para que no pudiera trazar los planos , y ade- más la lengua para que á nadie pudiera comunicar sus conocimientos. Pero le señaló habitación en Pa- lacio y grandes riquezas , y todos los días le tenía sentado á su mesa, donde le daban de comer los cria- dos, porque él no podía coger la comida, y así estuvo viviendo de esa manera hasta que murió.

De trecho en trecho, y sobre los pequeños pilares que forman la cornisa que cierra la azotea del edifi- cio, se ve el busto de un hombre que, naturalmente, y como todo busto, carece de brazos y ele ojos: según el pueblo, es la efigie del arquitecto que dirigió las

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obras del alcázar, y la cual mandó poner allí el rey para honrarle, tanto en vida como en muerte.

Otra variante he oído, después, de esta leyenda, que, como digo más arriba, me fué narrada cuando tenía yo seis ó siete años. Según ella, en vista de la actitud del arquitecto, el rey le mandó matar acto continuo.

Conocida es la historia unida en toda Europa á otros mu- chos edificios célebres y monumentos notables, y que en nada esencial discrepa de la anterior. Es una curiosa supervivencia tradicional; para buscar su origen hay que pedírselo, si no á la edad prehistórica, al menos á la edad salvaje y bárbara de todos los pueblos. En Rumania , Eadul Negru se hace edificar un célebre monasterio en Argis. Cuando las obras están ya terminadas , se presenta un día y encuentra á Manoli y sus compañeros subidos á los andamios , y les pregunta si podrán hacer otro edificio como aquél. El pobre arquitecto contesta afirmativamente, y el déspota hace cortar las cuerdas que sos- tienen los andamios , y Manoli y sus compañeros caen al suelo desde una altura prodigiosa y se convierten en grandes piedras negras. En el sitio en que rebota el cuerpo de Manoli brota una fuente de agua amarga y salobre como lágrimas. Ale- xandri: Ballades populares de Bumanic.

Modismos populares.

1. Tienen las frases y modismos populares un al- cance y una penetración , que cualquier crítico super- ficial deja pasar inadvertidas , pero que examinadas detenidamente son verdaderos tesoros de inaprecia- ble observación.

GO BIBLIOTECA

Una de estas frases, y quizá de las más expresivas, es la que emplea para calificar todas las obras de la inteligencia.

Eso dice hablando de su autor lo ha sacado de la cabeza.

Es decir, que en esa obra ve él algo que no puede haber nacido espontáneamente, sino que debe ser pasto de la inteligencia, ¿ Y dónde reside ésta? Apa- rentemente, en el cerebro. Luego del cerebro ha sa- lido la obra de arte. De su cabeza la ha sacado el ar- tista para hacerla tomar forma. Con jugos de su ca- beza la da vida y la mantiene. Si acaso algún día en- ferma, será que ha trabajado mucho su cabeza. Véa- se, pues, cómo el pueblo tiene un sentido altamente fisiológico. A la obra material , grosera , la llama:

Obra de sus manos.

Pero la obra intelectual y preciosa, la obra de ar- te, la saca de su cabeza.

* *

2. Sobre este modismo,, son innumerables los ejemplos:

. Tal cosa dice uno no la comprendo: no me cabe en la cabeza.

Hablar con cabeza, es en el pueblo hablar bien, razonadamente, con juicio, sin disparatar.

Tener buena ó mucha cabeza, es ser listo, dis- puesto , inteligente.

£)EL POtK'LORÉ Ci

Á esa cabeza le falta algún tornillo, dice refirién- dose á sandeces que otro dice ó hace,

Perder la cabeza , equivale á perderla razón, á turbarse el entendimiento.

Cantares de corro.

Yo me quería casar con un mocito barbero , y mis padres me querían monjita del Monasterio. Una tarde de verano me sacaron á paseo ; al revolver una esquina estaba el convento abierto. Salieron todas las monjas, todas vestidas de negro; me agarraron de la mano y me metieron adentro. Me sientan en una silla y allí me cortan el pelo. Me empezaron á quitar los adornos de mi cuerpo, pulseritas de mis manos, aniUitos de mis dedos, pendientes de mis orejas, gargantilla de mi cuello, vestido de tafetán, delantal de terciopelo. Vinieron mis padres con mucho primor

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ine echaron el manto de la Concepción. Si voy á la torre, toco la campana, dice la abadesa que soy holgazana. Si voy á la. huerta corto el perejil, dice la abadesa que eso no es así. Entre los árboles y entre las flores hay muchos nidos de ruiseñores, unos chiquitos y otros mayores. ¿ Cómo está usté ? Para servir á usté, ¿Y usté, cómo está? Para servir allá.

*

Me he comido mi limón dulce como un acitrón que me lo dio mi majo, majo de mi corazón, que lo tengo en la cama con calentura y dolor. Sábado por la tarde me puse á considerar los que suben y bajan á San Antonio á rezar.

ML FOUIí-LOKIÍ

Bajaron tres muchachas: Muchachas, venid acá, os daré pan y queso, aceitunitas y pan. Kespondió la mayor: Yo no me puedo quedar que tengo mis amores y me vendrán á buscar. Respondió la mediana: Yo no me puedo quedar que tengo padre y madre y me vendrán á buscar. Respondió la pequeña: Yo no me puedo quedar, que tengo un tío santero y santitos me dará, que también los santeros tienen cama de nogal, colchones de damasco, sábanas de tafetán, tafetán de lo fino, de lo fino tafetán.

*

En Cádiz hay una niña que Catalina se llama.

¡Ay, sí, que Catalina se llama ! Su padre es cazaor de perros, su madre una renegada.

¡Ay, sí,

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su madre una renegada! Todos los días de fiesta su madre la castigaba

¡Ay, sí, su madre la castigaba ! porque no quería hacer lo que su padre mandaba

¡Ay, sí, lo que su padre mandaba! Un día la mandó hacer una rueda de navajas

¡Ay, sí, una rueda de navajas! La rueda ya estaba hecha, Catalina arodillada

¡Ay, sí, Catalina arrodillada! Y bajó un ángel del cielo con la corona y la palma

¡Ay, sí, con la corona y la palma! Sube , sube , Catalina, que Dios del cielo te llama,

¡Ay, sí, que Dios del cielo te llama.

Los duendes.

El duende es un diablillo familiar que se distingue por ser de todo punto inofensivo. Su principal carác- ter es la travesura. De noche hace ruido de cadenas, trastueca los muebles , se burla de las mujeres me^

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drosas , meten espanto á los chicos , pero no pierden ningún alma ni provocan al pecado. Su ocupación constante parece ser hacer ruido por las noches. Aman la soledad, y cuando ocupan una casa, no quieren dividirla con ningún vecino ; así que pronto hacen que éste se mude, si ha sido tan osado que no les ha tenido miedo.

En la Mitología Universal es fácil hallar la filia- ción del duende; todos los pueblos tienen ese ser ex- traño que no es bueno y tampoco es malo; creado pa- ra explicar cosas pequeñas que no tienen explicación, ó para servir de manto protector á delitos que que- dan en la sombra. Parecen , más bien que otra cosa, demonios-niños que no pueden hacer mal y no quieren hacer bien, y que gozan burlando á los hombres, asus- tándoles con sus travesuras é invenciones. La creen- cia en los duendes es general á toda España. Por lo común habitan casas desocupadas, edificios sombríos y medrosos, torres aisladas en el campo , etc.

Varias casas han llevado en Madrid el estigma de casa del Duende. Chaulié cita tres, una en la plazuela de Afligidos , otra en la Corredera , y otra en la calle de Juanelo. La más famosa de todas es la primera, y Capmany, en su Etimología de las calles de Madrid, trae una reseña detenida de los sucesos acontecidos en ella. Allí puede acudirse en busca de datos para am- pliar esta noticia, páginas 171-176, donde se ocupa en la calle del Duque de Liria.

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Según esta noticia , el duende era un hombre de baja estatura , con capita y sombrerete de plumas, casi aseme- jando á un enano. En algunos relatos que me han he- cho de duendes, estos son enanos bien proporciona- dos, vestidos de rojo.

Calderón, en la Dama duende, lo describe así por boca de uno de sus personajes:

Era un fraile tamañito, y tenía puesto un cucuru- cho tamaño.

Como sucedido en Madrid, he oído contar lo que pasó á una familia que tenía en su casa un duende, y por más esfuerzos que hacía la señora para dominar- se, era tal su miedo, que no tenía tranquilidad. Por fin decidió mudarse , y ya habían bajado los muebles al carro, y ya iba éste á ponerse en marcha hacia la nueva casa, cuando la señora se asomó al balcón á ver si todo estaba en orden, y vio, encima del carro, entre todos los muebles, un hombrecillo vesti- do de colorado, que la miró picarescamente, y la dijo: ¡Nos mudamos! prorumpiendo en una carcajada.

Tradición popular.

El reloj de San Plácido.

En la calle del Pez existe todavía el convento de San Plácido. A todas las horas del reloj , toca á muer-

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to la campana, lo mismo de día que de noche. A pro- pósito de ésto, cuenta el pueblo la siguiente tradición:

Remaba en España Felipe IV. Visitando un día el convento , fijóse el Rey en una hermosa novicia, muy joven y muy guapa, á la cual requirió de amores. Su pretensión fué, naturalmente, desairada, pero la in- sistencia del regio amante subió de punto con lo vio- lento de la repulsa. Tales y de tal fuerza llegaron á ser sus insinuaciones , que la joven lo confesó todo á la abadesa, y ésta, para evitar mayores males, y también paia dar una lección al Rey que así acari- ciaba la idea de un sacrilegio, concertó, de acuer- do con la joven novicia, representar una farsa de la cual saliera para el Rey el escarmiento. Un día, la joven novicia estaba avisada de que su pretendien- te vendría al convento á hora determinada con el único objeto de verla. Fué, en efecto, y al llegar, le sorprendió el toque de muerto que tañía la campana.

¿Quién ha muerto? preguntó.

Y la abadesa le respondió que aquella joven que le había interesado , y que en aquel momento se prepa- raban sus funerales. Bajó el Rey á la iglesia, y allí sobre un lujoso catafalco, vio, en efecto, el ataúd abierto que encerraba á la novicia. Lo estuvo miran- do largo rato , y después salió del convento aturdido y sin saber qué le pasaba.

Cuando el Rey se marchó fué la Comunidad á le- vantar del ataúd y volver á su celda á la joven que se

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había prestado á aquella farsa para curar al Eey de su pasión culpable. Pero cou gran espanto de todas sus compañeras , la joven estaba realmente muerta.

Enterado de todo el Key , no dudó que en estos he- chos había algo de sobrenatural que rompía el orden de las cosas , y estableció que desde entonces , y como expiación de su delito , una campana doblase á muer- to siempre que el reloj diera la hora , en memoria de su pasión sacrilega y del castigo del cielo.

La historia cuenta el suceso de modo distinto al que lo reiie- re la tradición. Lo cierto es que la farsa se llevó á cabo, pero el rey se enteró de ella , y lejos de dar el resultado apetecido, sólo sirvió para precipitar más el sacrilegio.

Frase popular.

El día del juicio por Ja farde.—* Es una fecha total- mente indeterminada, y forma que, irónicamente, es muy usada por el pueblo ; sobre todo cuando se le pro- mete alguna cosa, de cuyo cumplimiento duda. El día del juicio por la tarde, es un día, que en su concepto, no llegará nunca. Es el mismo día en que la rana ma- rá ^;efo. Formas de incredulidad, cuyo estudio es, co- mo todo aquél que al saber del pueblo se refiere, en alto grado interesante.

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DEL FOLK-LORE

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Cantares de corro.

Las hijas de Ceferino se fueron á pasear calle arriba , calle abajo, calle ele Santo Tomás. Se perdió la más pequeña, su padre la fué á buscar, calle arriba , calle abajo, calle de Santo Tomás.

Y la encontró en una casa hablando con su galán, diciéndola: Prenda mía contigo me he de casar aunque me cueste la vida; mi abuelo tiene un peral que cría las peras finas.—

Y en la ramita más alta hay una tórtola herida

que por el pico echa sangre y con las alas decía: ¡Malhaya sean las mujeres que de los hombres se fían, y no agarran un garrote y les rompen las costillas!

Me casó mi madre chiquita y bonita; con un muchachito que yo no quería. A la media noche el picaro se iba.

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Le seguí los pasos por ver dónele iba. Ya le vi entrar en é la querida; me puse á escuchar por ver qué decía, y le decir: eres mi querida y te he de comprar sayas y mantillas y á la otra muier palos y mala vida.

Me volví á mi casa triste y afligida; me puse á cenar, cenar no podía; me puse á rezar, rezar no podía; me puse al balcón por ver si venía y le vi venir por la calle arriba con capa terciada y espada tendida. Ábreme, mujer, ábreme, María, que vengo cansado de ganar la vida. vienes cansado de en é la querida.-

Del primer cachete me dejó tendida. Yo llamé al alcalde

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y al corregidor: Perdóname , María, boqnita de piñón, que por me llevan á la inquisición.

Á Atocha va una niña ¡ carabí ! , bis

hija de un capitán carabí, hurí, hura

Elisa , Elisa de Mambrú. ¡ Qué hermoso pelo lleva ! ¡ carabí ! bis

¿ Quién se lo peinará ? carabí , hurí , hura,

Elisa , Elisa de Mambrú. Se lo peina su tía ¡carabí! bis

con mucha suavidad carabí, hurí, hura,

Elisa , Elisa de Mambrú. Con peinecito de oro ¡ carabí ! , bis

y horquillas de cristal carabí, hurí, hura,

Elisa , Elisa de Mambrú. Elisa ya se ha muerto ¡ carabí ! , bis

la llevan á enterrar carabí, hurí , hura ,

Elisa, Elisa de Mambrú. La caja era de oro ¡ carabí ! bis

la tapa de cristal carabí , hurí , hura,

Elisa , Elisa de Mambrú. Encima de la tumba ¡ carabí ! , bis

un pajarito va carabí, hurí, hura,

Elisa , Elisa de Mambrú. Cantando el pío , pío ¡ carabí ! bis

cantando el pío , carabí , hurí , hura,

Elisa , Elisa de Mambrú.

No por qué, siempre que oigo ó leo este romance, me parece sentida elegía dedicada por mi poeta desconocido á la

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memoria de una joven. La repetición del nombre, cada doa versos , hace mucho efecto. La música es muy triste y caden- ciosa.

Por el apellido que se da á la joven, parece esta canción per- teneciente á la serie de cantos de corro que se refieren á Mam- brú, aquel héroe popular que se fué á la guerra y del que nadie sabe todavía si vendrá por la Pascua ó por la Trinidad.

Juegos infantiles.

Á la luna y al lucero.

Entre los niños que se entretienen con este juego, uno de ellos, designado por la suerte, hace de luna y los demás de luceros. El juego se juega por la noche, y cuando haya luna, naturalmente. El que se queda se pone en el lado de la sombra, y en el reflejo todos los demás, que, cuando se da la señal, van uno tras otro á desafiar al que se queda, el cual no puede salir de la sombra , como tampoco entrar en ella los luce- ros, pues en cuanto les coge el que hace de luna, los deja en su lugar y él pasa á formar entre los luceros. Éstos, al acercarse á la sombra, van diciendo :

A la luna y al lucero , si me pillas yo me quedo.

Naturalmente, la gracia del juego consiste en que uno y otros sean lo suficientemente listos para coger el primero y los demás para no ser cogidos. El que en la algazara general se mete en la sombra, como llegue á

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tocarle el que hace de luna, se queda, y vuelve á em. pezar el juego con la misma alegría que antes.

Este juego debe encerrar algiin sentido mítico. No hay que perder de vista que , según la opinión acreditada de los más notables folk-loristas, ya apuntada, los juegos infantiles no son otra cosa que reminiscencias de antiguas ceremonias, cuyo recuerdo se ha perdido. En éste hay todo un tratado de las re- glas de la atracción lunar.

Al milano.

Para jugar á este juego, una délas niñas— ó ni- ños — designado por la suerte , hace de milano y que- da á un lado , como si estuviera muerto , con los ojos cerrados y sin hacer movimiento alguno. Los demás se ponen uno tras otro agarrados de la cintura , y to- dos ellos á la cintura de la madre , que es la directora del juego, y, generalmente, la que tiene la idea de en- tretenerse con él. Cuando todo está en orden, canta la madre :

¿ Al milano que le dan ? La corteza con el pan. No le darán otra cosa sino una mujer hermosa. ¡Mariquita la de atrás!...

Y la última niña responde:

¿ Qué manda madre ?

Vete á ver si el milano está yívo ó muerto.

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Va la niña á cumplir su encargo , para lo cual se se- para de sus companeras, y se acerca con grandes precauciones al milano, que sigue sin dar señales de vida. Entonces grita la niña :

Muerto.

Y se une á sus companeras. Todas vuelven á dar vueltas alrededor del milano, y otra vez torna á de- tenerse y la madre á repetir :

¿. Al milano que le dan ? La corteza con el pan. No le darán otra cosa sino una mujer hermosa. ¡ Mariquita la de atrás !

Y vuelve ésta á preguntar:

¿ Qué manda , madre ?

Vete á ver si el milano está vivo ó muerto.

Esta vez el milano hace algún movimiento , y la ni- ña vuelve á su puesto , gritando :

Medio muerto y medio vivo.

Por tercera vuelven á moverse todos en torno al milano, y por tercera vez canta la madre :

¿Al milano que le dan ? La corteza con el pan. No le darán otra cosa sino una mujer hermosa. j Mariquita la de atrás!...

Í)EL FOLK-LORE 7 O

La niña aludida pregunta de nuevo :

¿ Qué manda , madre ?

Vete á ver si el milano está vivo ó muerto.

Esta vez , apenas se ha separado de sus compañe- ras, la niña vuelve corriendo á su puesto gritando:

Vivo.

Y el milano, en efecto, viene hacia ellas, haciendo esfuerzos por coger á una, que generalmente es la úl- tima. La gracia del juego consiste en que las niñas es- tén tan unidas en todos los movimientos que hace la madre para protegerlas, que formen siempre una línea recta, pues á la menor ondulación , el milano po- drá apoderarse de una niña. Cuando esto sucede, la niña que se ha dejado coger ocupa el puesto de mila- no ; la que antes desempeñó este papel entra á formar entre las hijas, y el juego vuelve á comenzar.

Oraciones.

Cuatro esquinitas tiene mi cama , cuatro angelitos guardan mi alma.

Ángel de mi guarda , dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.

Sed mi protector ,

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sed mi buena guía , sed mi defensor á todas las horas del día ; no me dejéis sola, que me perdería.

Jesús, José y María, vuestro esclavo soy, con vuestro permiso á dormir me voy.

*

Con Dios me acuesto , con Dios me levanto , con la Virgen María y el Espíritu- Santo. Si me muero perdonadme , si me duermo despertadme.

Con Dios me acuesto con Dios me levanto , con la Virgen María y el Espíritu- Santo.

Dios conmigo , yo con él; vino el ángel San Gabriel á cantar

la misa á Roma ; San Pedro le bendice , San Juan le adora.

Mira á quien esperas

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á tal hora ;

los ángeles á la puerta , el diablo ahogado y la Virgen contenta.

Supersticiones. (1)

Una estrella fugaz que en una noche serena cruza de un punto á otro del cielo, es llamada por el pueblo una estrella corrida.

Se cree comunmente que es el alma de algún perso- naje que acaba de morir.

La gente dice al verla pasar : ¡Dios te guíe y la Magdalena!

Si mientras cruza el espacio se conciben tres deseos, uno de ellos se cumple inmediatamente.

Curiosa es , en extremo , esta superstición , y , á mi modo de ver, digna de estudio detenido para el que no tengo ahora tiempo ni lugar. La idea de poner á ese astro perdido bajo el cuidado de la Magdalena , la pobre mujer extraviada que en la leyenda cristiana encontró el camino del bien, paréceme

(1) La dificultad que hemos apuntado en el prólogo para conocer la verdadera tradición madrileña, aquí donde todas las provincias envían su contingente , es mucho mayor en lo que toca á supersticiones, pues éstas no tienen el colorido local que se advierte en otras producciones populares. A no ser en una población incomunicada , es casi imposible asignar á un lugar determinado una superstición dada. Sin embargo , para acercarme en cuanto es posible á la verdad , solo mencionaré en estos apuntes las supersticiones que he oído á vecinos de Ma- drid que las tenían de sus abuelos, y de las cuales pueda ase- gurar que en la Corte se conservan y se siguen.

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muy delicada , llena de sentimiento y poesía. La última parte de la creencia popular, que es por sola una superstición, parece ser una huella del culto de los astros. La estrella fugaz es un dios que pasa; salúdale el hombre y le expone sus nece- sidades , le enuncia sus deseos : natural es que el dios atienda su reclamación.

En todo el mundo han dado las estrellas fugaces motivo á la superstición popular. Los indios las creen almas que vienen al mundo, (Monnier: Traditions comparées). En la Lorena, almas que salen del Purgatorio. (Du Chesnel, Dict. de Sup. Pojp.) Mahoma decía de ellas que son flechas inflamadas que lanzan los ángeles contra los demonios que quieren llegar hasta el trono de Dios, para sorprender sus secretos (Corán, lxviii, 5. Nota de KasimirsJci).

*

El pelo que al peinarse se cae á una persona , debe tirarse donde nadie lo pueda coger, pues si llegase á caer en manos de una gitana, podían sobrevenir ma- les sin cuento á su dueña.

Cuando queda en el suelo y alguien lo pisa, mala señal para ésta.

Quizá por la idea de que lo que pase á los cabellos de una persona le pasa á ella misma. Antiguamente se creía que si una mujer vendía sus cabellos, sentía en su cabeza todos los dolores de la persona que para usarlos en postizos los compra- se. En la composición de muchos hechizos entran los cabellos de la persona á quien se quiere hechizar, como uno de los principales ingredientes. (Migne, Sciences Occultes).

\ Quién sabe si no es un resto de esta vieja superstición la costumbre que tienen los novios de darse mechones de pelo co- mo muestras de su ternura, queriendo así significar la entre- ga de su persona! En apoyo de esta opinión mía , citaré las si- guientes palabras del célebre filósofo Herbert Spencer, que hablando del origen de las ceremonias dice : « El acto primiti- vo de sumisión, que consiste en cubrirse de polvo la cabeza, era probablemente el símbolo que recordaba el acto de incli-

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nar realmente la cabeza en el polvo ; agregúese la práctica que está en vigor en varias tribus de ofrecer á la persona que se quiere honrar un mechón de cabellos que se arrancan de la cabeza, lo que parece un modo de decir: « ¡ soy vuestro esclavo ! » Ensayos políticos y sociales , pág. 304.

Es malo mudarse á una casa recién construida por- que muere al poco tiempo una persona de la familia

Para evitar esta desgracia, debe matarse un cor- dero, llevarlo á la casa, y tenerlo en ella una noche, comiéndolo al otro día entre todos los que van á habi- tar la casa nueva.

Los que coman del cordero, no tienen nada que temer.

Proverbio : Jaula nueva , pájaro muerto.

Henos aquí frente á frente de una supervivencia curiosísi- ma. Las superstición anotada, es , ni más ni menos , resto de un salvaje respeto á las divinidades de los lugares solitarios, cuyo reposo se turbaba llevando á ellos la vida de la familia. Para aplacar á esas divinidades, era preciso sacrificarlas una víctima que se enterraba en los cimientos de la nueva funda- ción, sin cuyo requisito, los unos no tenían solidez, y la otra no llegaban nunca á término.

En todos los países se hallan vestigios de esta salvaje cos- tumbre , desparramados en leyendas , prácticas supersticiosas, tradiciones , etc. Una leyenda rumana contada por Alexandri en sus Ballades de Boumanie: El monasterio de Argis; otra servia, recogida por Dozón en sus Poesies pojpulaires serves'. la Fundación de Sentar i ; la tradición que cuenta en Italia el origen del Puente de Arta, acreditan su existencia en Euro- pa ; en Asia , en áfrica , todavía subsiste en toda su ferocidad. En la Edad Media, es el diablo quien reclama el alma del primer ser humano que atraviese por esos innumerables puen- tes que construye á ruegos de cualquier ermitaño piadoso. Cuando las costumbres se dulcificaron , se verificó una de esas sustituciones de víctimas tan comunes en la superstición popu-

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lar: los animales ocuparon el puesto del hombre; siempre era un gallo , un gato , ó un perro el que cruzaba los puentes diabó- licos , haciendo huir al espíritu de las tinieblas. Hoy día , los albaíiiies griegos tienen buen cuidado de matar un cordero so- bre la primera piedra de un edificio , porque , si no , el primero que en él entrase , moriría; en Alemania se hace que sea un gato ó un perro el que primero entre en la casa que se va á habitar; en Dinamarca se entierra vivo un caballo en los cimientos de un cementerio , y un cordero en los muros de una iglesia. (Ty- lor, Primitive culture.) La superstición apuntada más arri- ba es esta misma , perpetuándose á través de las edades y persistiendo en todas las civilizaciones. Ahora bien, ¿tiene algún significado simbólico el cordero comido en común la víspera de ir á visitar la casa ? La práctica recuerda la pascua judía, el cordero del que comieron todos los judíos antes de abandonar á Egipto , y con cuya sangre marcaron las puertas de sus casas para que no los hiriese el ángel del Señor que aquella misma noche mató á los primogénitos de los egipcios, respetando sólo á los que habían comido del cordero.

Calendario popular.

El domingo de Lázaro (1)

maté un pájaro. El domingo de Ramos

lo pelamos. El domingo de Pascua

lo eché en el ascua. Y el domingo de Quasimodo

me lo comí todo.

(1) Así llama el pueblo al Domingo de Pasión. Al que pre- cede á éste le llama Domingo meante (¿mediante?) y dice de él:

Domingo meante,

más atrás que alante

significando asi que son más los días trascurridos de la Cua- resma que los que aún quedan que trascurrir.

DEL FOLK-LOItE 81

La particularidad de esta formulilla, consiste en que los domingos de que en ella se habla están cita- dos por su orden cronológico.

Pregones.

¡Á dos reales toquillas... Quien no las compra no tiene mza!

2. Una lendrera en un real... ¿no es barata? 3. De Mñaflores

El buen requesón.

¡A cuatro cuartos

el cuarterón ! 4. De Miraflores de la Sierra, de Miraflores y á prueba.

5. ¿Hay trapo y hierro viejo que vender? ¡Trapero!

6. A cuarto la raja (1) ,

se come , se bebe y se lava la cara! 7.— Los canarios de alcoba (2). ¿ Quién lleva uno ? 8. A cuarto y á dos

caritas de Dios (3). 9. ¡ Lechero ! ¡ Leche ! ¿ Quién se olvida del lechero ? 10. Aceite , que se va el tío. ¡ El aceitero ! 11. Pan de boda, muchachas, pan de boda (4). Al rico pan de boda.

12. Miel... de la Alcarria, miel... ¡Melero!

(1) De melón ó sandía.

(2) Así pregonaba su mercancía un vendedor de muñecos. ( 3) Pequeños cuadritos de la Santa Faz que en la mañana

del Viernes Santo se venden en la plaza de Afligidos.

(4) Pan de picos ó rosr as untados con huevo y anís , que pregonan por la calle vendedores ambulantes que llevan en burro la mercancía.

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Cuento popular.

La palomita blanca.

Pues señor, éste era un príncipe, hijo de un rey, que cazando un día llegó muy cansado á orillas de un arroyo , y se puso á calmar en él la sed que tenía ; des- pués de lo cual, se levantó , y ya iba á montar de nue- vo en su caballo, cuando vio cerca de él una joven preciosa, que le miraba sonriéndose. Enamorado de ella desde el mismo momento en que la vio, la confesó su amor, y se despidió muy rendido. Al otro día vol- vió, y lo mismo hizo al siguiente, y al otro, y al otro, hasta que un día, no pudiendo aguardar más tiempo, fué allí con un ermitaño, que los casó. Pero el prínci- pe no podía casarse sin permiso de su padre , y no atreviéndose á confesarle lo que había hecho , decidió tener oculto su casamiento hasta que fuera rey , ó en- contrase una ocasión de poderlo declarar en voz alta. Por lo tanto, convino con la niña en que ella seguiría viviendo en el campo como vivía, orillas del arroyo y en el hueco de un árbol , viniendo él todos los días á verla. Así lo hicieron , y no había pasado un año toda- vía, cuando la joven tuvo un niño lindísimo, como que se parecía todo á ella, con sus ojos azules y sus cabellitos rubios. Cada vez eran mayores los deseos que el príncipe tenía de llevar á la Corte á su mujer y

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su hijo, pero no se atrevía, por más que solo esperaba una ocasión propicia para hacerlo.

Sucedió en esto que al rey aquél le declaró la gue- rra un rey vecino , y envió un ejército contra él , po- niendo al frente, como era natural, al príncipe su hi- jo, que con mucho dolor se despidió de su esposa, ju- rándola que ala vuelta la llevaría á palacio, presen- tándola como esposa á su padre. Muy triste se quedó la niña sin su marido, y se pasaba las horas muertas cuidando á su niño.

Solía ir á tomar agua á aquel arroyo una negra, muy negra y muy fea, que, por lo tanto, no hay que decir si tendría envidia á la preciosa niña rubia. Siem- pre la estaba instando para que se dejase peinar por ella, y nunca lo conseguía; pero un día, tanto y tanto lo pidió, que la mujer del príncipe no tuvo otro reme- dio que acceder á sus ruegos. Mientras la peinaba, la refirió toda su historia. Pero la negra era muy mala y en un momento en que la niña estaba distraída , fué y la clavó un alfiler en la cabeza. En el mismo instan- te , la niña se convirtió en una palomita blanca que agitó las alas y se perdió en el cielo volando , volan- do, tan alto, que ni las mismas nubes podían seguir su vuelo. La negra entonces cogió al niño, y ocupó el lugar de la joven en el hueco del árbol. Poco tiempo había pasado de esto , cuando un día volvió el prínci- pe , que había vencido á sus enemigos , y era ya rey, porque había muerto su padre, y que venía, por con-

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siguiente, á recoger á su mujer y á su hijo. Calculad su sorpresa cuando, en vez de la hermosa niña rubia que había dejado, encontró una negra, muy negra y muy fea. Por más que quiso contenerse , no pudo me- nos de preguntarla cómo había perdido los bellos co- lores que antes tenía.

El sol y la serena vuelven á la gente morena ,

le contestó la negra. Por fortuna el niño estaba allí, y el príncipe le quería mucho, así, que no vaciló más, y se llevó á la Corte á la negra , que fué declarada reina, y al niño , que fué reconocido como príncipe.

A los pocos días, se observó que una palomita blan- ca venía diariamente á los jardines de palacio, y pre- guntaba al jardinero :

Jardinerito del rey, ¿cómo le va al rey con la reina mora?

Bien , señora.

^ el niño , ¿canta ó llora?

Unas veces canta, y otras veces llora.

¡ Y yo, triste de mí, por esos campos, sola! de- cía la palomita y se marchaba volando.

Todos los días sucedía lo mismo , y tanto le chocó al jardinero, que una tarde que el rey paseaba solo pol- los jardines del palacio, se acercó á él y le dijo lo que pasaba, á lo cual, muy sorprendido , le encargó el so- berano que al día siguiente cogiese á la palomita,

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puesto que era tan mansa, y se la llevase, porque la quería ver.

Almorzando estaba el rey con la negra y el prínci- pe, que ya tenía más de dos años, cuando entró el jardinero en el comedor llevando la palomita. Apenas la vio la negra, empezó á refunfuñar, .pero el rey no la hizo caso , y dejó la palomita sobre la mesa. Enton- ces el lindo animalillo cogió un grano de arroz del pla- to del rey y otro del plato del príncipe, y volviéndose de espaldas al plato de la reina , hizo en él lo que no se puede decir. La reina se puso furiosa , y empezó á dar voces para que matasen á la palomita, pero el rey la cogió en sus manos y empezó á pasarla la mano por la cabeza; de pronto dio un grito :

Pobre animalito, tiene clavado un alfiler en la ca- beza. Esto debe hacerla mucho daño. Voy á sacárselo.

Mucho dijo la negra para disuadir al rey de su pro- pósito, pero éste era algo terco, y, sin hacerla caso, tiró del alfiler, y en el mismo instante se convirtió la palomita en la hermosa joven del arroyo, á cuyos pies cayó el rey murmurando :

eres mi mujer, eres la única á quien yo amo.

Entonces se descubrió todo : la joven contó á su es- poso lo que la había acontecido, y en vista de ello, la negra fué quemada en la plaza por hechicera aquella misma tarde , y la hermosa joven rubia reconocida como mujer del rey, y, por lo tanto, reina de aquel pueblo.

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Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado; por la chimenea se fué al tejado, y desde allí, sabe Dios dónde.

Este cuento, cuidadosamente anotado y comparado con otros similares de Inglaterra , Portugal , Italia y Francia , por Machado y Alvarez, es digno, por lo extendido que se halla, de la atención que le ha consagrado mi amigo. No traeré aquí sus eruditas conclusiones , ni mucho menos las que sobre este mis- mo asunto hace en su Mitliologie Zoologique, Gubernatis, que en su afán de ver mitos del sol en donde quiera, fuerza las con- cordancias, y saca de quicio la cuestión cuyo estudio se pro- pone.

Es en él un dato interesante el oficio que el alfiler representa. En un artículo publicado por en el periódico El Día á principios de este año , diserté largamente sobre la importancia del alfiler en la superstición popular. El alfiler, en efecto, se presenta como casamentero , en forma de ofrenda propicia á los dioses ; en Toledo , la doncella que echa uno en el altar de la Virgen de los Afligidos, se casa antes del año; las muchachas á quienes la novia reparte los alfileres que el día de la boda lleva puestos, se casan también dentro de ese mismo plazo. En manos de personas honradas es preservativo contra brujas y diablos ; empleado por la hechicera , es ingrediente indispensa- ble de toda clase de sortilegios. En las supersticiones, casi siem- pre aparece con el primer carácter; en los cuentos, en cambio, casi siempre tiene el último. La 'palomita blanca nos da una prueba de esto : la negra convierte á su enemiga en paloma por medio del alfiler ; ese mismo alfiler , sacado por el rey , hace que la joven recobre su forma humana.

Medicina popular.

En la casa donde haya una persona enferma, si sospechan sus parientes de que lo está á consecuencia de una maldición , pueden curarla del modo siguiente: se coge una jicara de agua bendita en tres iglesias di-

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ferontes, de un santo, de una santa y de otro santo, en este orden, y se le da á beber al enfermo. Después de esto , se empapa también en agua bendita uno de los pañuelos que use ordinariamente y se deja en un rincón: conforme se va pudriendo el pañuelo, va me- jorando la persona enferma que, además, debe llevar en el pecho y colocado entre dos telas, un corazón de bayeta encarnada. También se le puede curar cogiendo cinco granos de sal, y echándolos en ayunas á la lum- bre cinco días consecutivos, diciendo al propio tiempo:

Huracán , huracán, trae á mi casa el Lien y llévate el mal.

Villancicos.

Los Villancicos son coplas que en la Noche-Buena cantan los chicos al son de los rabeles, tambores y panderetas, delante del Nacimiento que brilla ilumi- nado por cien luces. La cena abundante y alegre pues esa noche; consagrada por la tradición, no se permite á nadie que ponga mala cara, y las libaciones más abundantes que de costumbre hechas en honor del Dios-Niño , lanzan á los mayores por el camino que solo debían recorrer los pequeñuelos , y chicos y grandes cantan á coro dando gritos , esos sencillos y tiernos cantares en que la poesía popular ha dejado

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impreso su carácter; cantares no aprendidos en libro alguno, que quizá no se han escrito nunca, y que son más queridos al corazón porque parecen empapados en el perfume que les prestaron al pronunciarlos los labios de nuestras madres. Son ayes de júbilo , suspi- ros que exhala el alma ante aquel humilde establo , al cual vienen en numerosa procesión los pastores de barro cocido y los reyes magos resplandecientes de papel de oro. Quizá su mérito es menor que el de otras producciones populares de la misma índole; pero ninguno que más suene en nuestros oídos como un eco del hogar quizá apagado , quizá desierto para siempre.

Esta noche es Noche-Buena y no es noche de dormir , que está la Virgen de parto y á las doce ha de parir.

Esta noche es Noche-Buena y mañana Navidad, que está la Virgen de parto y á las doce parirá.

sj: $

Ha de parir un Niñito rubio , blanco y colorado ,

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que ha de ser un pastorcito para cuidar su ganado.

La Virgen está de parto , la dio el parto en el camino ; entre la muía y el buey nació el cordero divino.

La Virgen lava pañales y los tiende en el romero, y los pajaritos cantan y el agua se va riendo.

La Virgen lava pañales y los tiende en el romero ; San José por darla chasco se los quita y va corriendo.

Todos le llevan al Niño , yo no tengo que llevarle ; las alas del corazón le llevaré por pañales.

*

¡La Noche-Buena se viene, la Noche-Buena se va, y nosotros nos iremos , y no volveremos más !

yo

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Fiesta popular.

El dia ele los Beyes.

El día de Beyes es la segunda fiesta popular del año. Pero para hablar con propiedad, la fiesta no se celebra ese día, sino la víspera por la noche.

Hay una vieja tradición enlazada á esta noche le- gendaria. Los reyes magos, Melchor, Gaspar y Balta- sar, van todos los años á Belén á adorar al Mño-Dios, y de vuelta, visitan antes á todos los niños, dejándo- les dulces y juguetes si durante el año han sido bue- nos; no dejándoles nada si, por el contrario, han sido malos y desobedientes. Esta noche, los niños se acues- tan temprano por consejo de sus padres, y antes de acostarse dejan en el balcón ó la ventana sus botitas y un poco de paja. Las botitas, para que en ellas dejen su regalo ; la paja para que la coman los pobres caba- llos, que deben ir reventados de tanto andar esa no- che. El sueño de los pequeños ángeles es intranquilo; se duermen en la incertidumbre de si vendrán ó pasa- rán de largo los re}^es magos, encontrándoles merece- dores ó no de su aprecio, y como el que más y el que menos recuerda alguna rabieta pasada, alguna re- prensión sufrida, alguna desobediencia ala mamá, ninguno las tiene todas consigo al acostarse. Se duer- men en la duda, y el que los observa atento los ve sonreir ó hacer pucheros durante su sueño, reflejo de la

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duda que les atormenta. Claro es que los reyes magos son los padres, y á eso de la media noche, el que pu- diese dominar las calles y casas de Madrid asistiría á un espectáculo curioso , oiría el rechinamiento de las maderas, el abrir y cerrar de los cristales, y vería apa- recer en los balcones, lo mismo en el piso principal del rico que en la bohardilla del pobre, la figura de los pa- dres que apilan los juguetes y dulces con que esperan sorprender tan agradablemente á sus pequeñuelos. Todo ruido, por pequeño que sea, á la madrugada, despierta á los inocentes y se les antoja el rumor de los pasos de los .Reyes que pasan por la calle ó suben á la ventana.

El primer rayo de luz del día de Eeyes ya halla despiertos á los niños. Todos los esfuerzos por rete- nerlos en la cama son inútiles. La madre misma se levanta, arrebuja en un mantón al niño y le lleva hasta la ventana; allí es la explosión de alegría más pura y más sincera de los niños, que ansiosos, que- riendo abarcar de la primera mirada todos los jugue- tes, revuelven con trémula mano el saquillo ó cestilla que, por lo general, les han dejado los Reyes. Y son de oir sus frases de gratitud, las alabanzas y pala- bras de cariño que dirigen á los Magos , y sus propó- sitos de ser buenos en todo el año que corre para ha- cerse más y más acreedores á su aprecio.

Ahora bien; ¿por dónde vienen ios reyes magos en esa noche? Por la Vía-láctea, esa inmensa nebulo-

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sa, polvo de mundos, como la llaman los sabios, y que la Mitología supuso formada por una gota de leche que se escapó al pecho de Venus un día que esta diosa daba de mamar á Cupido que jugueteaba en su re- gazo.

Puesto que los reyes magos visitan en tai día las poblaciones , natuml es que alguien vaya á esperar- los. $1 pueblo, que lo comprende así, y que de suyo es dado á divertirse, aprovecha la ocasión de pasar una buena noche. Apenas anochece, y después de ce- nar, más temprano que los demás aquel día, mínen- se algunos hombres de buen humor llevando almire- ces, cencerros, cacerolas y otros instrumentos y úti- les capaces de hacer mucho, pero mucho ruido; y en- cendiendo teas resinosas que dan aspecto fantástico á la cuadrilla que las sigue y que iluminan con fulgor siniestro las calles por donde pasan , desparrámanse por todo Madrid las distintas comparsas, recorriendo la población á grandes carreras, y ensordeciendo el viento con sus gritos y carcajadas que acompaña al eco salvaje de los cencerros y los almireces. En me- dio de la turba va uno generalmente un aguador que toma parte en la diversión por gusto ó porque le paguen el fingirlo, y lleva en hombros una larga es- calera. De trecho en trecho , y á una señal convenida de antemano, hace alto el tropel; el que lleva la es- calera la pone en el suelo; otros la sostienen fuerte- mente y él sube por los peldaños para ver si vienen

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los Beyes. Cuando grita que no, vuélvese á poner en marcha la comitiva, y listo ha de ser el vigía si no cae al suelo desde la altura en que está, pues los que sostienen la escalera mientras sube, se apresuran á dejarla, sin cuidarse para nada de si se estrellará su compañero. De aquí que éste resulte siempre con al- gún golpazo del que no ha sabido librarse, cuando no con un reuma, resultado de la zambullida que en alguna fuente encontrada al paso le han dado sus compañeros. Cada parada de éstas, y otras parciales que van haciendo en el camino, se remojan con tra- gos de lo añejo. Cuando el alba empieza á clarear- corno los Reyes magos no se dejan ver de día nadie tampoco los ha visto por la noche los que por espe- rarlos la pasaron toda en vela, se retiran á descan- sar, borrachos los más de ellos, sin fuerzas siquiera para llevar á casa los cencerros y cacerolas que no hace mucho movían con tanto ardor.

Esta fiesta nocturna, celebrada al aire libre y co- rriendo á todo correr, ciérrala serie de las inaugu- radas el día de Noche-Buena, y señala el término de la época en que pueden pedirse y darse aguinaldos, como si el pueblo, rendido ya de tanta fiesta, sintiese alguna necesidad de descanso.

Considerada como resto de antigua costumbre, ó como resto de un acto religioso que tuvo más seria significación en la antigüedad, ir á esperar Jos Reyes es digna de estudiarse en nuestros libros; pero conside-

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rado desde el punto de vista de la cultura nacional, el espectáculo de un pueblo semi-borracho y casi de- lirante que turba el sosiego con sus voces y sus rui- dos , no puede ser autorizado por quien debe velar la tranquilidad de las poblaciones. He aquí por qué desde hace algunos años los Gobiernos persiguen la costum- bre, y trabajan por hacerla desaparecer. ¿Lo conse- guirán? Sin duda alguna, dada el arma que para ello han elegido, pues exigen que cada cuadrilla saque de la Alcaldía un permiso que cuesta cinco pesetas , y el pueblo trabajador es pobre para esos gastos. Encon- trar gentes que quieran divertirse es cosa fácil; en- contrar gentes que den dinero ya es difícil. Por eso, desde que se estableció el tributo, las cuadrillas han disminuido mucho. Sin embargo, aún este año han salido algunas, y eso por sitios tan céntricos como la Puerta del Sol y la calle de Peligros.

Dentro de pocos años , cuando haya desaparecido del todo, ir á esperar los Beyes será una frase sin sen- tido. Los eruditos de mañana que busquen la razón de los modismos castellanos tendrán que quitar el polvo á muchos pergaminos para hallar el origen de esa frase que, ya que no en las costumbres, quedará en el lenguaje popular. Tal es la historia de muchas locuciones que hoy nos parecen tan extrañas como la apuntada parecerá á nuestros descendientes.

Que así perecen las costumbres , y así se cambian las instituciones , y así se modifica la índole de los

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pueblos: dejando un rastro apenas perceptible en los in-folios que cubren las paredes de una biblio- teca.

Las cerezas.

Pues señor, cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo, iban un día muy cansados. Hacía mu- cho calor y en todo el camino habían encontrado un alma caritativa que les diera un vaso de agua, ni un arroyo , por pobre que fuera , que les brindara su co- rriente. Andando, andando, el Señor, que marchaba delante, vio en el suelo una herradura, y volviéndose á su discípulo le dijo :

Pedro, coge esa herradura y guárdatela.

Pero San Pedro, que iba de un humor de mil de- monios, le contestó:

No vale la pena ese pedazo de hierro para que nos cansemos en levantarle de donde está. Déjelo us- ted ahí, señor.

Cristo, como siempre, no le argumentó nada, pero se bajó él mismo y, recogiéndola, se la guardó en el bolsillo, siguiendo después mudos y silenciosos su ca- mino.

Así anduvieron algún tiempo, cuando se encon- traron con un herrero que venía en dirección opuesta á la que ellos llevaban. El Señor trabó conversación con él, un momento que estuvieron parados, y ai

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despedirse le vendió en cuatro cuartos la herradura que acababa de encontrarse.

Siguieron andando, y á poco tropezaron con un vendedor ambulante que iba al pueblo inmediato á vender frutas. Cristo le detuvo, y con los cuatro cuartos que le habían dado por la herradura compró media libra de cerezas. A todo esto , San Pedro iba muy callado y cada vez de peor humor.

El calor apretaba; la sed era cada vez más gran- de. Pero ya no la padecían Cristo y San Pedro, sino sólo este último, porque el Señor se llevaba las cerezas á la boca, y el jugo de la fruta refrescaba sus secas fauces. El Apóstol, que marchaba penosa- mente detrás, miraba con envidia al Salvador; mas como las cerezas se habían comprado con el importe de la herradura que él no quiso bajarse á recoger, no se atrevía á pedir parte de su festín al Señor. Pero éste iba dejando caer disimuladamente una cereza de cuando en cuando , y San Pedro se bajaba con avidez á recogerla, llevándosela á la boca con el ansia de la sed que tenía. Cuando se acabaron las cerezas volvióse Cristo á su discípulo, y le dijo.-

¿Ves, Pedro, cómo nada en el mundo debe des- deñarse aunque parezca mezquino y desprovisto de valor? Por no bajarte una vez sola á recoger la he- rradura, has tenido que inclinarte muchas veces á recoger las cerezas que yo dejaba caer al suelo. Esto te enseñará, Pedro, á no despreciar nada ni á nadie-

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San Pedro no tuvo qué contestar ; bajó la cabeza y siguió humildemente al Señor en la jornada de aquel día.

Este cuento pertenece á lo que bien puede denominarse ciclo de San Pedro, conjunto de cuentos que todos empiezan con las mismas palabras: Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo... y se refieren á sucesos imaginarios acaecidos al Redentor y á su discípulo , sucesos que aprovecha el pueblo para exponer profundas ideas de moral.

Romance cantado.

Quítate de ahí, mora, hija de judía,

deja á mi caballo beber agua fría.

Ee viente el caballo y el que en él venía , que yo no soy mora

ni hija de judía.

Si fueras mora yo te mataría;

si fueras cristiana conmigo vendrías,

¡Oh, campos! ¡oh, campos! de la verde oliva ,

donde yo á mi padre la comida le traía.

Según las señas es hermana mía ; ábrame mi madre puertas de alegría, que fui á buscar novia y le traigo su hija.

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Para ser mi nuera sea muy bien venida , para ser mi hija está descolorida.

¿ Cómo quiere mi madre que color tendría si ha más de siete años que pan no comía , si no eran berros de una fuente fría?

Este romunce, recogido por en Madrid, es fragmento de otro más antiguo que se ha perdido ya en la memoria de los hombres. El sabio D* Agustín Duran, en el tomo I de su Ro- mancero general, le cita y copia de él otro fragmento que des- de Asturias le remitió un amigo suyo. Este fragmento, y el apuntado más arriba , se completan , en parte , pero siempre quedan entre ellos grandes lagunas que sería útilísimo pudie- ran llenarse algún día.

La historia que el romance refiere debió ser un hecho muy común en la Edad- Media, cuando los cristianos, á veces ven- cidos y á veces vencedores, perdían ó cobraban sus mujeres, y á lo mejor encontraban en traje moro y hecho hombre un niño arrebatado á una madre cristiana algunos años antes.

Si este romance nació en Asturias y en Asturias se ha per- dido, ¿cómo ha dejado aquí en Madrid un eco que responda al eco de las montañas asturianas ? ¿ Será posible algún día rehacer completamente el romance ? ¡ Quién sabe si en otra cualquier región de España existe otro fragmento que, unido al de Duran y al nuestro , reconstruyan la primitiva tradición !

Adivinanzas. (1)

1. Dos torres altas, dos miradores ,

(1) Todas estas adivinanzas están insertas en la Colección de Machado , aunque algunas tengan leves variantes. Véase

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mi oseainoscas

y cuatro andadores.

El toro.

2. Cuatro andantes, cuatro mamantes , un tapa-culos y dos apuntantes.

La vaca.

o. Una torre abovedada sin ventanas ni postigos ; ni me lo aciertas ni yo te lo digo.

La caña.

4. La soga del pozo de doña Petrola , extendida no alcanza y doblada sobra.

El brazo y la mano.

5. Tan grande como un maravedí y tiene un ombliguito en el cuadril.

El altramuz.

la nota que he puesto á las Supersticiones. Estas adivinanzas corren en Madrid ; pero no responderé , ni mucho menos , de que sean madrileñas.

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6. Adivinanza, adivinanza: ¿ qué bicho te pica en la panza ?

El hambre.

7. Iglesia chiquitita gente menudita , sacristán de palo, ¿ á que no me lo aciertas en un año ?

"El pimiento.

JUEGOS INFANTILES

DE

EZTEEMADUEA

RECOGIDOS Y ANOTADOS

SERGIO HERNÁNDEZ DE SOTO,

Socio del Folh-Lore Andaluz y honorario del Extremeño

AL SEN.OR .

id. x/ltzs :r,o:m::e::r,o -st espinosa,

ilustrado jurisconsulto y dignísimo p;esidente DEL «FOLK-LORE EXTREMEÑO»

A V.} que tan ardiente propagandista de las ideas folklóricas se lia mostrado en esa rica provincia , donde se meció mi cuna: á F. , que tanto ha trabajado para la constitución del Folk-Lore Extremeño y publicación de

su órgano-revista, dedico estos breves apuntes, recogidos de la tradición oral, rogándole los admita con su acos- tumbrada benevolencia , como débil prueba de la admira- ción ij cariño que le profesa su o/fino. S. S.

Q. S. M. B., Sergio Hernández de Soto.

AL LECTOR

Cuando nuestro querido amigo D. Antonio Macha- do y Alvarez, inició la idea de crear en España una Sociedad á semejanza de la inglesa, con el título de Fólk-Lore Español, nosotros que, sin tener la menor idea de que nuestro óbolo pudiera ser de alguna utili- dad para la ciencia, habíamos siempre mostrado cierta afición á aprender todos los asuntos populares conoci- dos con los nombres de tradiciones, cuentos, juegos, adivinanzas, etc., etc., concebimos la idea de reunir y trasladar al papel los juegos que habían formado la delicia de nuestra infancia. Contábamos para ello con los restos de nuestra, otras veces, no escasa memo- ria, (hoy en lamentable decadencia), y nuestros bue- nos propósitos para recoger, si era posible, todos aquellos recuerdos que el tiempo y los sufrimientos morales han hecho desaparecer, y que otras veces an- duvieron vagando, como dice el B. Lorenzo, de Eche- garay, [a) por las celdillas de la sustancia gris.

{a) O locura ó santidad. Escena II, pág. 9.

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Concebir el pensamiento y ponerlo por obra, fué todo uno , y á la verdad que no nos ha sido muy íácil la tarea de recoger, no sólo los restos por nosotros ol- vidados de algunos de los juegos, sino los datos refe- rentes á otros que no habíamos jugado ó no podíamos recordar.

Pero , como dicen que no hay cosa más socorrida que un día tras de otro, y que es más largo el tiempo que la fortuna , lo que había de suceder, sucedió, y la reco- lección de nuestros juegos, en el límite que nos había- mos trazado, llegó á su término. Pero, al llegar á este punto, vimos que habíamos contado sin la huéspeda, y esta huéspeda , tan desagradable , era la necesidad de decir algo, no sobre el origen de los juegos, que esa tarea queda reservada á otras inteligencias superio- res, sino referente al asunto. Y como carecemos, no ya de los conocimientos científicos necesarios para esta empresa, sino aun de los más elementales y rudi- mentarios , de ahí que nos asuste solo la idea de aven- turamos á hacerlo, y que nos parezca montaña inacce- sible lo que para otros sería ameno valle,

Pero la lógica se nos impone con todo el peso de su fuerza, y, puesto que no hay más remedio que pasar por esa especie de horcas candínas, vamos á decir, de la mejor manera posible , ese algo que tanto nos asusta.

El Colector.

Enero, 1884.

IPIROTOO-O

Entre ios múltiples materiales que la Sociedad del Folie -Lore se propone recoger para su archivo, uno de los más interesantes es quizás , los juegos de la infan- cia, por encontrarse palpitando en muchos de ellos el espíritu de otras generaciones, reminiscencias de tiempos que fueron, datos que serán tal vez de un va- lor inapreciable para los investigadores de la historia humana. Juegos hay cuyo origen solo pueden encon- trarse remontándose á épocas muy distantes de la nuestra, como lo ha demostrado nuestro amigo Demó- filo en un artículo que publicó en La Ilustración Espa- ñola y Americana (I), sobre el conocido juego de Be- cotín-recotún (2) , haciendo notar que ya era conocido

(1) En uno de los números correspondientes á Junio de 1883. Madrid.

(2) Es el juego nuestro de Pim, puñete, núm. 8 de la se- gunda serie, en el que los sevillanos dicen:

Recotín , recotán , De la vera, vera, van, etc. y en Zafra decimos:

María Andana, la cuartana, ¿Dónde vas tan de mañana , etc.

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en el siglo xvn con el nombre de Be codín, de codon. Según Tylor afirma en su obra titulada PrimiHve cid- ture, este juego existía ya en tiempo de Petronio (1).

Pero , ciertamente , compadecemos á los folkloristas que se dediquen á esta recolección, pues tienen mucho que trabajar, si quieren recoger algo de lo poco que ya va quedando de estos juegos, llamados, en nuestro concepto, á desaparecer en un término breve. De la- mentar es que antes de aliora no se hayan dedicado los hombres á esta clase de estudios, pues, viviendo en una época en que las costumbres no habían sufrido aún la radical transformación que han experimen- tado en el siglo xix, en que la tradición estaba aún viva, encarnada, por decirlo así, en el corazón del pueblo, hubieran podido ciertamente recoger con me- nos molestias y trabajo , un sin número de datos que, por su complejidad y exactitud, hubieran sido elemen- tos poderosos para los sabios que con ellos se propu- sieran analizar y estudiar el modo de ser de la primi- tiva historia de la humanidad.

Desgraciadamente, no ha sido así, y los que hoy se dedican á la recolección de estos materiales compren- den que hay que darse prisa, y desplegar una activi-

(1) He aquí el pasaje: «Trimalción no pareció conniover- »se por esta pérdida, abrazó al niño y le invitó á que se le su- »biera encima. El niño, sin hacerse de rogar, y corno bien «mandado, montó sobre él á cabritos, y, golpeándole las es- >> paldas con la mano . le preguntó entre gritos y risas de ale- »gría: Bucea, bucea quot siint hic.it

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dad febril, incansable, si lian de recoger siquiera al- guna parte de esos materiales ( 1 ).

Y que éstos van desapareciendo, es innegable. Hoy, cuando el recolector quiere saber algo de ellos, tiene necesidad de recurrir á uno de esos arsenales vivien- tes, de los que van quedando muy raros ejemplares, hombres ó mujeres de avanzada edad, que conservan aún el espíritu de pasadas costumbres, y que los hijos del siglo de las luces denominamos seres montados á la antigua. Si deseáis conocer algunos cuentos tradicio- nales, no los preguntéis á los niños, porque no se han ocupado en aprenderlos, de quiénes los sabían, y, cuán- do más, si cuentan algunos , son tales que no sirven á nuestro propósito. Si se les pregunta por algún juego, lo ignoran , porque han dedicado tan corto tiempo á ellos , que no les quedaron impresos en la memoria.

¿Cuál es la causa de que todo aquello que en el trascurso de muchos siglos ha venido trasmitiéndose de unos en otros, mediante la tradición oral y la práctica, desaparezca en menos de un siglo, como co- lumna de humo arrebatada por el soplo irresistible

( 1 ) Entre los pocos que se dedicaron á esta clase de estu- dios, merece especial mención el docto y erudito Kodrigo Caro, á quien tenemos mucho gusto en rendir el tributo de nuestra admiración, y un recuerdo de cariño por su precioso y útilísi- mo libro titulado , Días geniales y lúdicros , la obra más com- pleta que sobre juegos infantiles se publicó en el siglo xvn por el mencionado autor , que aprovechó para ello los elemen- tos de cultura que le ofrecían Grecia y Rorna, únicas ruentes que se conocían en aquellos tiempos.

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del huracán? La razón, á nuestro juicio , es muy sen- cilla. Todo este cambio radical creemos que es debido cala ley del progreso, mejor dicho, no á la ley, que consideramos justa, sino á la torcida interpretación que solemos darle. Procuraremos explicarnos.

La civilización ha dado un paso de gigante en lo que va del siglo xix. ¡Qué diferencia entre los siglos pasados y el presente ! La misma naturaleza parece como que toma parte y parte muy activa en esta ca- rrera vertiginosa, con que la humanidad camina des- atentada como caballo sin íreno. Al terminar el si- glo xvín y á principios del xix , los niños , por regla general, no eran hombres hasta cumplir veinte años, y nadie se extrañaba de verlos á los diez y siete ó diez y ocho, si no confundidos, porque las edades se buscan, al menos jugando con el mismo entusiasmo y á los mis- mos juegos que jugaban los que sólo contaban ocho ó diez años. Ver á las niñas de doce á quince jugando á las chinas ú otros juegos análogos , era lo más natural del mundo. Así se comprende que tuvieran tiempo, no sólo para aprender toda clase de juegos, cuentos, etc., sino para enseñarlos á su vez á los otros niños que les sucedían , conservándolos en la memoria toda la vida. ¿Qué acontece hoy? Todo lo contrario. Los niños, cuando llegan á tener doce años, parece como que se avergüenzan de practicar aquello mismo que hace me- dio siglo causaba la delicia de los muchachos de su edad: no quieren ser niños, y prematuramente pre-

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tenden ser hombres. Miran con cierto desdén á los otros niños de menor edad, como compadeciéndolos porque aún no son hombres como ellos , sin cuidarse para nada en enseñarles aquellos juegos, cuentos ó canciones que á ellos les enseñaron en los primeros anos de su infancia. Pero ¿cómo han de tener tiempo para ensenar si no lo han tenido para aprender, y si algo aprendieron procuraron olvidarlo , quizá para no recordar que han sido niños?

En cambio, hombres precoces, los veremos á todas horas echándoselas de doctores, no en las Universi- dades ó Institutos donde su aplicación sería un verda- dero progreso, sino en los cafés, las reuniones, los teatros y ios toros , ó por plazas , calles y paseos, dán- dose aires de Tenorios, amaestrados por una larga ex- periencia, adquirida no sabemos dónde, tal vez en las anteriores existencias porque sus almas habrán atra- vesado, como diría un sectario de Flammarion. A au- torizarlos la ley, creo que hasta los veríamos presen- tarse diputados á Cortes por cualquier circunscripción

Aún es más breve la infancia en las niñas, pues á íos nueve ó diez años se separan de sus companeras menores para ocuparse tan solo en el traje que han de ponerse ó han de comprarle, en estudiar sobre el. espe- jo el arte de la coquetería, y en mirar de reojo siempre que salen á la calle, para ver si algún pollo gallo) las mira ó las sigue. ¡ Como si no tuvieran y aun les sobrara tiempo de ser mujeres !

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No faltará quien al leer estas consideraciones nos tache de pesimistas y enemigos del progreso, que es- tamos muy lejos de condenar, lamentando sólo que vayan desapareciendo costumbres y tradiciones, que si bien carecen hoy muchas de razón de ser, son to- das dignas de estudio , y su conocimiento útilísimo para desechar las tinieblas en que parece envuelta una parte de la historia humana. Por eso, porque sen- timos que desaparezcan antes de ser recogidas y ar- chivadas, condenamos ese afán en los niños de que- rer ser hombres antes de tiempo, que nos lleva rápi- damente á la degeneración del hombre, y es contrario al progreso mismo, como lo es la licencia á la verda- dera libertad.

Pero, preguntamos ahora. ¿Corresponde á los ni- ños la responsabilidad de estos actos? No, cierta- mente. Ellos no pueden ser jamás responsables de se- guir un camino hacia el que les llama la inclinación y al que se sienten impelidos por el mal ejemplo de unos y ei abandono de otros. Los responsables somos real- mente nosotros, los niños creciditos, que, por todos los medios posibles, procuramos empujarlos y precipitar- los por esa pendiente que llamamos progreso, y que si es beneficiosa para el hombre que, amaestrado por la edad y la experiencia, la recorre con paso firme y seguro, es perjudicial para el niño que, impelido por ese afán inconsciente de ser hombre, se lanza sin freno y sin experiencia por esa senda que, á tomarla

DEL FOLK-LORE 113

más tarde , sería para él senda de verdadero adelan- to, pero que, recorrida prematuramente, se convierte en senda de perdición.

Siempre se ha dicho que de un niño se hace un hom- bre, pero jamás he oído decir, en la verdadera acep- ción de la palabra, que un niño sea un hombre; podrá ser, si se quiere, un hombre-niño, que en nuestro sen- tir, es menos que un niño-hombre.

I Cuántas veces hemos oído á algunos hombres y mujeres que, al ver jugando un grupo de muchachos algo desarrollados en la parte física , sin atender á su edad, los apostrofaban rudamente, cuando no les decían : « ¡ el demonio de los grandullones que están perdiendo casamiento y vienen á jugar como los ni- ños chicos 1 más valiera que dijerais á vuestras ma- dres que os buscaran novia.» Es decir, que les hacen avergonzarse de una cosa tan lícita como es el jue- go , que se lo arrojan al rostro como si fuese un delito, despertando en ellos deseos que aún se encuentran dormidos en sus almas, recriminándoles una acción tan sencilla y natural aquellos mismos que antes han sido niños y se consideran hombres formales, y que, sin duda para darles ejemplo de formalidad, sacan la petaca como cosa usual y corriente, para que un niño de ocho á diez años (algunas veces su propio hijo), eche un cigarro; y ven del mismo modo, sin extrañe- za, que otro niño de la misma edad los pare en medio de una calle, á ellos, los hombres, para pedirles fue-

8

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go. ¿Dónde nos lleva de este modo la sociedad? ¿Qué fin se propone al acortar así la época más feliz de la vida del hombre, si es que hay felicidad posible en la tierra? ¿Entiende tal vez que en esta desmoraliza- ción estriba el progreso?

Este sistema nos recuerda el que emplea el horti- cultor que, llevado por la idea del lucro, pretende tener frutos antes de tiempo. Para conseguirlo, apor- ca los árboles ó las plantas, y sujetándolos de este modo á una temperatura más alta de la que la natu- raleza puede proporcionarles, precipita su florescen- cia, cuaja el fruto y puede venderlo cuando los demás árboles no han madurado el suyo. Pero este fruto, ob- tenido por un procedimiento artificial, no alcanza la robustez y lozanía que obtienen los que por sus pro- cedimientos naturales han madurado; su sabor es acre ó insípido, cuando debió ser dulce y sabroso. No obs- tante, el horticultor ha conseguido su objeto, pero ¿á qué costa? Aquellos árboles ó plantas, obligados sin tiempo á dar sus frutos, hacen un esfuerzo extraor- dinario superior á su naturaleza, sorprendidos por ese exceso de vida para el que no estaban prepara- dos, y convertida la savia que había de alimentarlos y robustecerlos en lava ardiente que los abrasa y los consume, su organismo empieza á destruirse y arras- tran una vida lánguida, que al fin se agosta cuando sus compañeros se hallan en la plenitud de ella. Po- dréis con tiempo cortar brazos á ese íirbol para re-

DEL FOLK-LORE 115

producirlos; pero, ¿qué conseguiréis? Los árboles que de aquellos vastagos resulten, vendrán ya enfermos; por sus arterias circula el virus gangrenoso que he- redaron; sus frutos, como ellos, serán raquíticos, muriendo en flor víctimas de la anemia que los ani- quila. Este fatal procedimiento es el que la sociedad vieue aplicando á las pequeñas plantas humanas ; á los niños.

I Ay ! Cercenar así unos cuantos años á la infancia, esa época que quizá debiera ser eterna, en la que el ser humano vive sin remordimientos, sin penas, sin ani- ñes, la verdadera vida de los ángeles, para lanzarlos prematura é inconscientemente, sin preparación de ningún género, á esa otra época que se llama juven- tud, esa vida tempestuosa de las pasiones, de los deseos, de las ilusiones, y aun de los desengaños; vida, en la que suele apurarse la copa de los placeres, pero en cuyo fondo se encuentra con frecuencia el pozo de la amargura; vida, en la que casi siempre, tras cada hora de placer, encontramos un triste desenga- ño que nos destroza el alma; ¡ah!, ¡lanzará los niños antes de tiempo por esa peligrosa senda, lo conside- ramos una insensatez, un suicidio social! Visto esto, ¿qué extraño es que haya quien crea que la sociedad perece, que la raza humana degenera, y que el mun- do camina rápidamente hacia su ocaso? «Dad al Cé- sar lo que es del César » , dijo Jesús á los hebreos cuando se negaban á pagar el tributo á Roma, «dad

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al tiempo lo que sea suyo , » dice un adagio español , y nosotros decimos: dad á la infancia lo que es de la infancia, dejad ala juventud lo que le pertenece.

Se nos objetará que el enseñarlos juegos, cuentos, etcétera, no quedaba siempre encomendado á los niños, sino á las madres y nodrizas. ¡Mas, precisamente, es- ta objección viene á robustecer nuestra tesis. Sabido es, que tanto las madres como las nodrizas, salen de las niñas, y por eso, las de los tiempos pasados, po- dían enseñar los juegos y canciones que en su larga infancia habían aprendido, mientras que las de hoy, como nada casi han podido aprender, por el poco tiempo que han dedicado á esto, nada á su vez pue- den enseñar á las niñas que le suceden.

¡Cuántas veces hemos oído exclamar á algunas personas formales, tomando por adelanto lo que ver- daderamente es desmoralización, estas ó parecidas palabras: (parece mentira! ¡lo que hace el progre- so I Hoy los niños nacen sabiendo. No; no es que nazcan sabiendo; los niños nacen hoy ni más ni me- nos como han nacido siempre; lo que tiene es que otras veces los niños eran realmente niños, y mien- tras lo eran, se les dejaba entregados á sus juegos, y no intervenían en ninguno de los actos sociales de sus mayores; en tanto que hoy, no hay baile, tertu- lia, teatro, café, ni clase alguna de espectáculos pú- blicos ó privados , donde no figuren en primera fila. Así se comprende que el niño, á la edad en que em-

DEL FOLK-LORE 117

pieza á tener razón, no ignore nada, y, como nues- tras inclinaciones propenden siempre á lo malo , más bien que á lo bueno , de ahí esa precocidad que , con otros ejemplos , emplearían en instruirse y vigorizar su inteligencia, en vez de emplearla en todo aquello que los perjudica.

Afortunadamente para el Fólk-Lore, todavía exis- ten personas á quienes interrogar con fruto sobre es- tos asuntos, y no escasean les entusiastas que procu- ran recogerlos y darlos á conocer. Dígalo por nos- otros esa brillante pléyade de hombres eminentes que en todas partes se aprestan á la lucha; porque lucha encarnizada es la que vienen sosteniendo contra la ignorancia de unos , el desdén de otros y la indife- rencia de los más. Multitud de obras de relevante mérito van apareciendo á cada instante, enriquecien- do los archivos y bibliotecas del FolJc-Lore en todos los paises civilizados, y á las muchas que lleva pu- blicadas el activo y eminente mitógrafo italiano se- ñor Giusseppe Pitre , ha añadido recientemente una colección de Juegos infantiles, ilustrados con fototi- pias , que, con decir que es suya, basta para compren- der que es una obra por todos conceptos interesantí- sima.

En cuanto á nosotros, emendónos al propósito de recoger algunos materiales , siquiera sean pocos , pa- ra el Folk-Lore Extremeño, trasladamos al papel estos juegos, que tanto contribuyeron á alegrarlos días de

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nuestra infancia. Cúmplenos, sin embargo, dar alga- ñas explicaciones sobre la clasificación ad Jwc que lie- mos dado á estos juegos. Como no forman verdade- ramente colección completa, sino que solo es un pe- queño grupo , no hemos pretendido , ni mucho menos, hacer una clasificación científica; (esta tarea, obra será de otros hombres más competentes en la mate- ria), así, que sólo nos hemos ocupado en recoger es- tos materiales para remitirlos al archivo de La Re- gión Extremeña, y al clasificarlos en cuatro series, sólo lo hacemos con la idea de aclarar los conceptos y demostrar los juegos que son exclusivamente de varones ó hembras, y los que á su vez eran jugados por los dos sexos, unidos ó indistintamente. Por esto los hemos dividido en cuatro series, comprendiendo en la primera aquellos, que más que juegos, son en- tretenimientos empleados para distraer á los niños pequeños de ambos sexos , hasta los cuatro años ; en la segunda, los juegos que, comunes á niños y niñas, son jugados por unos y otros reunidos ó indistintamente, de cinco años arriba. En la tercera serie incluímos los que sólo son jugados por las niñas mayores de cin- co años, y en la cuarta, aquellos que solo juegan los varones de la misma edad. De este modo creemos fa- cilitar en algo la tarea de aquellos que, una vez reuni- dos todos los materiales análogos, se dediquen ásu

investigación,

PRIMERA SERIE.

Juegos ó pasatiempos para niños de ambos sexos, de uno á cuatro años.

En estos juegos, aunque los protagonistas son los niños, quien, como suele decirse, lleva la voz can- tante, es la madre, nodriza ó niñera, pues el niño, por solo, aún no puede pronunciar ni llevar la cuenta del juego. Para estos pasatiempos , suele po- nerse el niño en diferentes posiciones, según la re- quiera cada juego de por sí, ya acostado, sentado so- bre las rodillas, ó de pie.

1. ¿Cú? ¡tras l

Este juego es uno de los primeros con que entre- tienen á los niños. Cógelo en brazos su madre, y otra persona de la familia, se pone detrás, y, aso- mando la cabeza sobre mío de los hombros de la ma- dre, dice pa?a llamar la atención al pequeño:

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¿Cü? Éste vuelve rápidamente la cabeza hacia el lado que oye la voz, en tanto que la que está detrás muda de posición para que el niño no la vea, y le lla- ma la atención por el hombro contrario diciendo: —¡Tras!

El niño, en sus continuos movimientos, suele sor- prender algunas veces á la que le llama la atención de un lado y otro , y esto le hace reir grandemente.

Zafra. 2. El Borrlqiiito.

Se pone el niño á horcajadas ó escarranchado so- bre una rodilla, y moviendo ésta sobre la punta del pie, é imitando el trote de un asno , dice :

Arre borriquito Vamos á Belén , Que mañana es Pascua Y el otro también. (1)

Zafra.

(1) Este juego, que también es conocido en Andalucía» (Bodriguez Marín. Cantos populares españoles , t. I, p. 44* Sevilla , 1883 ) , lo trae asimismo el Sr. Maspons y Labros en su preciosa obrita titulada, Jochs de la infancia, p. 10. en esta forma :

Arri, arri tatanet caballet)

Anirém á Sant Benet ,

Comprarém un panallet

per dina , per sopa

per en Francisco no n' hi há.

DEL FOLK-LOEE 121

O.

Las tortitas.

Uniendo las palmas de las dos manos, se van dan- do palmadas para que el niño aprenda el movimien- to, y se dice:

Tortitas y más tortitas, Para madre las más bonitas. Roscones y más roscones , Para padre los coscorrones.

Zafra. Variante.

Pan, Dios; Dios, pan, Para este niñito Que es muy chiquitito , Y no puede ganar.

Méricla.

4. La Calabacita.

Cogiendo la mano derecha del niño , y dándole con ella en la cabeza, dice la madre :

El ilustre escritor portugués, Excmo. Sr. D. Theophilo Bra- ga, en un artículo titulado Os jogos inf antis en Portugal e Andalusiay publicado en el número 10 de la Revista Folk- Lore Andaluz , págs. 385 á la 392. Sevilla , 1882 , trae una ver- sión portuguesa de este juego, que dice así:

Arre burrinho Vamos a Belem Que os outros burrinhos Eil-os la' vém.

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Dale, dale, á la calabacita. Dale, dale, que está borrachita.

Zafra.

Variante.

Date, date, en la cabecita. Date , date , con una porrita. (1)

Mérida. 5.

El pon, pon.

Poniendo la palma de la mano izquierda del niño un poco ahuecada, y dando en ella unos golpecitos con los dedos unidos de la derecha, se dice:

Al pon, pon; El amerito en el bolsón. Póninelo aquí El ochavito y el maravedí.

Zafra.

(1) En Sevilla existe un juego muy parecido, que dice;

Dame las mocitas En la cabecita. Con uno canuto Con una piedrita. Dióme, dióme, dióme, Y descalabróme.

Véase el cuaderno núm. 5 del FolJc-Lore Andaluz , página 1C3, Sevilla, 1882. Art. de Machado y .alvarez.

DEL FOLK-LORE 123

Variante.

Pon , pon , El tlinerito en el bolsón. Que no se lo lleve Ningún ladrón. (1)

Mérida.

6..

El Pinino.

Cuando el niño está vestido de corto, y con objeto de que aprenda á sostenerse solo , para dar los pri- meros pasos, se le pone en un rincón arrimado á la pared, y se le dice:

Tente pinino , Beberás vino , De la bodega De tu padrino. (2)

Zafra.

(1) También es conocido en la comarca andaluza, véase la obra citada del Sr. Rodríguez Marín , 1. 1. Bimas infantiles.

El Sr. Maspons también lo trae en la pág. 12 de su bonita colección , y es como sigue :

Pon , pon , titeta pon , saca dinero, saca dinero, pon , pon , titeta pon , saca dinero de mi bolsón.

( 2 ) En Cataluña , segiin el Sr. Maspons , existe también este entretenimiento :

Peu , peuó de la Margarideta pen , peuó de la Margando.

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7.

El "Recotín.

Se sienta el niño sobre la falda, cara á cara, y co- giéndole las manos , se le mece hacia atrás y adelan- te, y al terminar la formulilla, se le inclina hacia atrás hasta quedar tendido, haciéndole cosquillas en la garganta, lo que hace reir al niño grandemente. He aquí la formulilla empleada para este juego:

Kecotín , recotán , Los maderos de San Juan Unos piden vino Y otros piden pan. Becotín , recotín , recotán. (i)

Zafra,

(9) Este juego es también muy popular en Sevilla , con la sola variación de que en lugar de decir Becotín-recotán , dicen: Aserrín- aserrán

El Sr. Maspons trae uno idéntico en la pág. 14 de su obra, que dice así:

Bim , bom , las campanas de Salom tocan á festa y fan , bim , bom.

El distinguido autor italiano Sr. D. Francisco Corazzi- ni, en su preciosa obra titulada I componimenti minori della, Letteratura popolare italiana nei principali dialetti, Bene- vento, 1877 , dedica una pequeña sección (pág. 51 á la 72) á los juegos infantiles. Entre ellos , hay tres que corresponden á

DEL FOLK-LOUE 125

8.

El Gatito.

Se cogen las manos del niño y se le van pasando por la cara de arriba abajo . dándole al final varios golpecitos seguidos, que provocan su hilaridad, di- ciendo :

Misito gato Fuistes por pescao , Tragistes poco Mal recao , mal re cao. (1)

Zafra.

los números 2 , 4 y 7 de esta serie , siendo de notar que , aunquo varían en la forma , son exactamente iguales en el íondo , cual si todos procediesen de uno ó dos prototipos. Según este autor, el núm. 2, es conocido en Siena, Venecia, Verona, Chioggiay Bolonia. El núm. 4, lo es en Toscana, Venecia, Benevento, Cefalú y Bolonia. El núm. 7, en Toscana, Móntale, Venecia, Verona, Bolonia, Urbino , Ñapóles y Benevento.

(1) El Sr. Bodríguez Marín lo trae en su obra Cantos populares , etc., t. I, págs, 43 y 44.

También en el artículo citado del Sr. D. Theophilo Braga, se halla una variante portuguesa ; hela aquí :

Bichinho gato , ¿ Comeste ja hoje ?

Sopinhas de leite

¿ Guardarte-me d' ellas ?

Guardei, guardei

¿ Onde as puzeste ? Atraz da caixa.

¿ Con que as cobriste ?

Con o rabo do gato.

¡ Sape ! ¡ sape ! ¡ sape !

12(5 BIBLIOTECA

9.

El Huevo.

Se coge la mano del niño, y empezando por el pe- queño, se cuentan los dedos, diciendo al mismo tiempo:

Este, compró un huevo, (pequeño)

Este, lo puso al fuego. (anular)

Este, le echó la sal. (del corazón)

Este, lo probó. (índice)

Y este picaro gordo (pulgar) se lo comió.

Zafra.

Variante.

Dando vueltas con el dedo índice sobre la palma de la mano del niño, y empezando á señalar después los dedos unoá uno, empezando por el pulgar, dicen:

Por aquí pasó una palomita, (en la palma) Este, la cogió. (el pulgar)

En el núm, 6 de la misma Revista FolJc-Lore Andaluz, pá- ginas 198 á la 199, en un artículo publicado por 1). Luis Palo- mo y Ruiz , Una docena de rimas infantiles , encontramos esta versión sevillana :

Mizo gato. ¿ Qué comistes ? Sopjtas en leche. ¿ Dónde las echastes ? En la cazoliya. j Zape , zapiya!

DEL FOLK-LORE 127

Este, la mató. (índice)

Este, la echó á asar. (del corazón)

Este, la sacó. (anular)

Y este picaro rapaciño (pequeño) chiquirrininino , se la comió.

Mérida.

Otra variante.

Se verifica este juego en la misma forma que el nú- mero 12, y empezando por el dedo pequeño:

. Periquito,

Su hermanito ,

Pide pan.

Este, dice que no hay

Y este dice: á 'costar , á 'costar.

Al terminar, se mueve el dedo pulgar de un lado para otro. (1)

Metida.

(1) En Cataluña existo también este juego , del que trae tres variantes el Sr. Maspons en la pág. 16 de su obrita. t%. continuación insertamos la más parecida á la nuestra :

Aquest es lo pare aquest es la mare , aquest fa las sopas , aquest se las menja todas y aquest din : ¡Piu! ¡piu! ¿ no queda res dintre del nin ?

También se encuentra en Andalucía, Véase elt. I, pág. 46 de la mencionada obra del Sr. D. Francisco Rodríguez Marín,

128

BIBLIOTECA

10.

Los ¡óbitos.

Se juntan los dedos de la mano derecha, y abrién- dolos y cerrándolos á compás, se procura que el niño imite el movimiento, diciéndole:

Cinco lobitos parió una loba , Cinco lobitos detrás de mía escoba. Cinco parió , cinco criaba , Y á todos cinco tetita les daba.

Zafra.

11.

La rabiña.

Cuando el niño puede practicar este juego , por solo, lo hace cerrando la mano derecha y pasando rápidamente el puño cerrado sobre la palma de la ma-

Según el escritor italiano ya citado , Sr. Corazzini , este juego es conocido en Venecia , Véneto , Soleto , Benevento , Friuli, Provenzala y Tedesca.

El distinguido autor italiano Sr. D. Giusseppe Pitre, en su preciosa obra recientemente publicada Giuochi fanciullescJii, Palermo , 1883 , pág. 55 , trae este juego señalado con el nú- mero 8 , y que dice así :

Chistu (il mignolo) voli pañi; chistu (T anulare) dici: 'Un cci nn 'é: chistu (il medio) dici: Va 'rrobba; chistu (l'mdice) dici: Un sácciu la via chistu (il pólice) dici: Vicchiazzu, vicchiazzu, camina cu mía! (bis)

DEL FOLK-LOBE 129

no izquierda, dándole vueltas y echando antes sobre esta última una saliva , diciendo :

Rabia, rabiña, Que tengo una pina , Que tiene piñones Y nos los comes.

Zafra.

12.

El cana del cura. Cógese el niño, y poniéndolo de pie, bien en el sue- lo ó sobre una mesa, se le coge el vestido ó se hace que él lo coja, si su edad lo permite, y levantándolo (el traje) ó sacudiéndolo, se le dice:

El ama del cura No tiene refajo , Porque si lo tiene Lo tiene debaio.

El ama del cura No tiene mandil , Porque si lo tiene

Yo no se lo vi. (1)

Zafra.

( 1 ) Recuerda esta juego uno andaluz que publicó el señor D. Antonio Machado y Alvarez , en la Revista de El Folk-Lore Andaluz, pág. 169, que dice así:

Alza la saya Hermana Francisca Alza la saya Que te salpicas. Alza la saya Hermana Isabel. Alza la saya Que quiero yo ver.

'J

180 BIBLIOTECA

lo.

El giiarrito.

Se coge el niño, y tendiéndolo boca abajo sobre la falda, se le dice:

Vecinita, ¿Me presta V. un cuchiUito?

¿ Para qué ?

Para matar este guarrito.

Se pone la mano derecha sobre el cuello del niño, á modo de cuchillo, y se sigue:

¿ Qué rne va V. á dar ? Las tripas del cagalar, Para echarlas en sal Para merendar.

Se le hacen cosquillas en la nuca.

Mérida.

14.

La libra de carne.

Se coge una mano del niño con la izquierda nuestra y con la derecha se le va señalando de abajo á arriba por todo el brazo , hasta que al llegar al hombro se le hacen cosquillas , diciendo :

Ves á la carnee ería

Que te corten una libra de carne ,

DEL FOLK-LOlíE 131

Que no sea de pecho Que es carne sin provecho. Que te corten por aquí, Por aquí, por aquí, etc. (1)

Zafra.

15. Fray Andrés.

Este juego es una especie de saínete, cuyo escena- rio es la palma de la mano derecha y los actores los dedos pulgar, de corazón y pequeño de la misma ma- no, y tiene por objeto, á más de entretener al niño, ejercitarlo en el movimiento de los dedos.

Hay que imitar la voz de tres personajes.

Fray Andrés (barba), el dedo del corazón.

La señora (dama), el dedo pulgar.

Teodora (criada), el dedo pequeño,

Los dedos índice y anular forman el arco ó puerta

(1) En la pág. 15 cíela obrita del Sr. Maspons , se en- cuentra también este juego de que nos ocupamos. He aquí el texto catalán :

Quan vagis á la carnicería no compris carn d' aquí,

ni d' aquí... ni d' aquí, sino d' aquí , que si hi ha un bon bossi. También el Sr. Machado y Alvarez publicó una versión se- villana (FuUi-Lore Andaluz, pág. 1G8), que dice así:

Cuando vayas á la carnicería Que te corten una libra de carne , Pero que no te la corten de aquí , Ni de aquí , ni de aquí ,

Sino de aquí, sino de aquí.

132

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por donde entra él del corazón , ó sea Fray Andrés. Los tres dedos actores se mueven á medida que el diálogo lo requiere, dando á la voz distintas inflexio- nes, según el que habla:

Fray Andrés. Teodora. Fray Andrés. Teodora. Fray Andrés. La señora. Fray Andrés.

La señora.

Teodora. La señora.

Teodora.

Fray Andrés.

Teodora.

¡ Tras , tras S

¿ Quién es ?

El padre Fray Andrés.

¿ Qué quiere el padre Fray Andrés ?

Hablar con su mcrce.

Que entre.

Con el permiso de V.

( Pasa el dedo del corazón por el arco formado

con el índice y el anular). Teodora , Teodora , Ves á la güerta por escarolas. ¿x\hora?... (con ironía). Calla y no me repliques, Que si voy allá , haré que piques. Replico y replicaré , en viniendo mi amo yo se lo diré. Calla, Teodora, y te compraré un vestido de última moda.

Quiero andar mejor con el c... al aire, que no ser alcahueta de ningún fraile. (1)

Zafra.

(1) Nuestro amigo el Sr. Machado y Alvaroz, en un ar- ticulo publicado en el núm. 5.° de la ya citada Bevista, pági- nas 158 á la 171 , trae una variante de este juego. También puede verse la que cita el Sr. Rodríguez Marín en sus danto* ■populares, t. I, págs. 46 y 47.

SEGUNDA SERIE

Juegos comunes á los dos sexos y que son jugados

por niños y niñas , bien separados

ó mezclados unos y otras.

1.

La Pitaera.

1¡r píti ópitaera, es uno de esos juguetes, que co- mo los que indicamos en el apéndice, se fabrican los niños por propios. Para ello toman una caña de ce- bada cuando está verde ( que como es sabido está hue- ca) y cortan uno de los canutos de cuatro á seis pul- gadas de longitud, pero cuidando de dejarle una ye- ma en la parte superior. A una pulgada de esta yema le hacen con la navaja una incisión recta hasta la tercera parte del grueso del canuto, y, torciéndola navaja en sentido horizontal , prolongan el corte has- ta cerca de la yenia. Después, introduciéndolo en la boca hasta cubrir todo el corte, soplan, y el aire que pasa á través de la cortadura, hace sonar la pitaera.

Cuaudo la caña es dura, y á causa de la perfec- ción del corte, éste se cierra tan herméticamente que no deja pasar el aire, claro está que la pitaera no to- ra . y entonces, tomando con el índice de la mano de-

181- BIBLIOTECA

recha el extremo de la parte cortada, la levantan y la dejan caer repetidas veces (con cuidado para no troncharla) á fin de que se suavice, y dejando pasar el aire , pueda éste producir el sonido que ellos buscan- Al hacer esta operación , la acompañan con la si- guiente formulilla :

Pita, pita, Margarita, Que tu madre fué á lavar, Y tu padre fué por sal , En pasando por aquí, Te dará un poquito'e pan. Pita , pita ; si no pitas Te cortaré la cabecita.

L&pitaew, más sensible á la operación que á la fórmula, suele acceder á los deseos del chico, hacien- do sonar el aire á través de la incisión, peí o el chico se queda muy creído de que la formulilla ha sido la palabra mágica que la ha hecho sonar.

Zafra.

Pijririgaña.

Se sientan los niños ó niñas en el suelo, y sóbrelas rodillas ó falda de uno que hace de director, van po- niendo las manos extendidas con el dorso hacia arri- ba los demás niños que tornan parte en el juego, y,

DEL FOLK-LORE 185

una vez en esta posición, el que dirige, dando pelliz- quitos con el dedo pulgar y el índice, va recorriendo todas las manos hasta acabar la siguiente relación:

Pin , pin , salamacatín , Vino la pollita Por su sabanita Sábana redonda. Vino por la polla , Polla del pollar. Vino por la sol , Sal menuda Para la cuba , Cuba de barro Tapa caballo , Caballo morisco Tapo tobisco.

Al decir esto último , da una palma dita sobre la mano donde ha concluido la oración, y el individuo á quien pertenece la esconde detrás de sí. Sigue el juego en la misma forma , hasta que todas las manos están escondidas. Entonces , dirigiéndose el director al primero que guardó las manos , entabla con él el si- guiente diálogo, que se repite con los demás hasta acabar el juego :

Saca, saquilla.

No quiero , que me la come la ratilla.

Saca, sacón.

No quiero, que me la come el ratón.

Sácala, sácala, que lo mando yo.

136 BIBLIOTECA

Saca la mano y sigue reproduciéndose el diálogo hasta concluir.

Zafra.

Variante.

—Pin, pin, saiamacatín , Vino la pollita Por su sabanita Sábana redonda. Vino por su polla Polla del pollar. Vino por la sal Sal de Marruecos. Vino por su trueco Trueco de avellana. Vino por Su cama Cama del monte , Alza la mano y ponte.

K medida que el director va tocando las manos, cada jugador va retirándolas, poniéndose una en la frente y otra en el pecho. Cuando lo han hecho todos, empieza el siguiente diálogo :

¿Dónde vas? A lavar.

¿Qué llevas de merienda?

Pan y acitunas.

¿ Me das una ?

No , que Uevo pocas.

¿ Me quieres lavar una camisa ?

No, que llevo poco jabón.

DEL FOLK-LORE 187

¿Qué quieres, cosquillitas ó cosquillen?

Ni cosquillitas, ni cosquillen .

Como que hasta que uo acaban las preguntas no

puede quitar las manos el preguntado, el que dirige

le hace cosquillas bajo los brazos.

Mérida.

Otra variante.

Pipirigaña

•I ligaremos á cabana.

¿ Qué jugaremos ?

Las manitas cortaremos.

¿ Quién las cortó ?

El agua que llovió*.

¿ Dónde está el agua ?

Las gaUinitas se la bebieron.

¿Dónde están las gaUinitas?

Poniendo giiebos.

¿ Dónde están los giiebos !

Los frailes se lo comieron.

¿Dónde están los frailes?

Diciendo misa

En la capillita

Con un papelito

Y agua bendita.

Van escondiendo las manos, y á partir de este punto, el juego sigue y termina del mismo modo que el núm. 1.

Zafra.

138 BIBLIOTECA

Otra,

La persona que nos contó esta variante no se acor- daba del final, y por eso la damos incompleta. El modo de jugarlo es igual á los anteriores.

Pipirigaña Jugaremos á cabana, Mariquita , Mangúela , Bárreme esta escuela. ¿ Con qué te la barreré ? Con la manita corta. ¿ Quién te la cortó ? El rey y la reina. ¿ Qué estaban haciendo ? Comiendo miajones. ¿ Quién se los comió ?

Llerena,

Otra.

Pipirigaña Jugaremos a cabana; Los perros en el monte Las cabras en la Corte. María , Maricuela , Bárreme esta escuela. No te la puedo barrer Ten^o un deo cortao.

DEL FOLK-LORE 139

¿ Quién te lo cortó ?

El hijo del Bey.

¿Dónde está el hijo del rey?

Oyendo misa.

Tapa camisa.

En este juego se ponen las manos en la misma for- ma que en los anteriores, pero se van doblando dedo á dedo, y cuando se dobla el último se ponen las manos detrás. Cuando están todas las manos guardadas, dicen :

Saca, saquilla. etc.

y sigue como en el núm. 1.

Zafra.

(Jira.

Pipirigaña

Jugaremos á cabana ¿ Cómo jugaremos ? Las manos juntaremos. Levanta las manos Que te las pican los gaUos Uno negro y otro canario.

Burguillos.

Otra.

Tengo un buey Que sabe arar

Y trompicar

Y dar la vuelta

140 BIBLIOTECA

A la redonda , Quien perdiere Que se esconda La forada, Pelegrina Turrutína.

Sigue el juego como eu el núm. 1. ( 1)

Zafra.

9 O.

El garbancito.

Este juego es una variante de los anteriores , solo que, en lugar de poner las manos extendidas, se ponen solamente dos dedos de cada mano, el índice y el del co- razón, y el director va picando dedo á dedo, y dice:

Garbancito , tostadito te vas, te vienes, Los manteles son de oro. Pincho, Pancho, Vete á tu rancho.

(1) El Sr. Machado y Alvarez, que se ha ocupado tams bien de este juego en la Revista Folk-Lore Andaluz, página- 166 y 167 , dice que nos debe la segunda versión por él inser- tada. Efectivamente, facilitamos con gusto á nuestro amigo una versión extremeña , pero no es la segunda como equivoca- damente afirma el Sr. Machado, sino la tercera, que empieza Pin , pin , etc.

También presenta tres variantes el Sr. Rodríguez Marín en sus Rimas infantiles, pág. 48 del t. I de su obra mencionada.

DEL FOLK-LORL' 141

Cuando el jugador tiene retirados los dos dedos de una mano , se la pone en la frente y después la otra so- bre el pecho, del mismo modo que en el núm. 2. Cuan- do todos han retirado las manos , se entabla el siguien- te diálogo :

¿Sabes quién ha venido?

¿Quién?

Tu padre.

¿Qué rn' ha traído?

Un vestido.

¿ De qué color ?

De cosquillitas alrededor,

Al decir esto, le hace cosquillas bajo los brazos y continúa preguntando á los otros jugadores.

Zafra.

Atojar la calle.

Se cogen los niños de la mano, y formando en earre- fflera (hilera) á lo ancho de la calle, van de arriba abajo cantando ;

Atajar la calle Que no pase nadie, Que viene mi abuelo Haciendo liñuelos. Maravilla, villa, viUa Que se hinquen de rodiUas.

142 BIBLIOTECA

Al decir esto , todos ponen la rodilla en tierra, y dicen :

Tilín , tilín. La campanita de San Agustín.

Se levantan y sigue el juego.

Zafra.

Variante.

Se juega del mismo modo, sin más variación que la fórmula que cantan :

San Serafín del monte San Serafín cortés, Yo corno buen cristiano Yo me arrodillaré.

Zafra.

. 5. Tiürinéla.

Se ponen dos niños de frente, juntan las puntas de los pies, y cogidos de las manos, echan el cuerpo ha- cia atrás cuanto lo permite el largo de los brazos, y en esta posición, empiezan á dar vueltas con cuanta rapidez les es posible, preguntando uno y contestan- do el otro :

~ ¿Cómo se llama tu padre'?

Vinagre.

¿ Y tu madre ?

DEL FOLK-LORE 143

Canela.

A la titirinela.

Canela, canela , etc.

Siguen diciendo canela, canela, hasta que se can- san ó caen mareados por la multitud de vueltas dadas por los jugadores.

Zafra, G.

Calienta-manos.

Consiste este juego en ir poniendo ios niños las ma- nos unas sobre otras, primero las izquierdas y luego las derechas , ó viceversa, y sacando la de debajo con gran dificultad, á causa de la presión que hacen las que están encima, la descarga sobre la última de arri- ba, continuando de este modo cada uno cuando le to- ca, hasta que se cansan. Este juego pocas veces aca- ba en bien por la violencia conque algunos mal inten- cionados dejan caer la mano. Por lo general, siempre acaban en llanto. ( 1 )

Zafra.

(1) En la excelente Ee vista Archivio per lo stuclio delle

tradizioni popolari , que se publica en Paíermo por los emi- mentes escritores italianos Sres. Giusseppe Pitre y ¡SaJomono Marino, (vol. I, fac. I 3' II, 188o) hay un aríiculito titulado Cinquanta giuoclii fanciullesclti monferrini , suscrito por G. Ferraro, donde puede verse el núm. xxxn, titulado Mano calda, que es exactamente igual al nuestro.

También lo trae, el Sr. Pitre en su colección con el núm. lo, pág. 61, titulado A ¡scarfa-main'.

111 BIBLIOTECA

7.

La gallina ciega.

Este juego lo empiezan dando la clima, para ver cuál se queda de gallina. Toman una piedrecita, y ocultándola en una mano, presentan las dos cerra- das , para ver si los demás jugadores aciertand on- de está. Todos van tocando en una ú otra, según les parece; si es la que no contiene nada, queda libre; pero si es que toca alguno la que oculta la china , éste la toma para darla á su vez á los que faltan, y el últi- mo que se queda con ella, á ese le vendan los ojos. Después de vendado, le dicen:

¿ Qué te se ha perdido ?

y él contesta:

Una aguja y un dedal.

Pues echa roano á buscar.

Se separan todos rápidamente, y el vendado corre de aquí para allá, procurando coger á alguno de los ju- gadores, que por su parte procuran evitarlo, pues aquél que tiene la torpeza de dejarse coger, es á su vez vendado , y tiene que tratar de coger á otro que lo reemplace. (1)

Para dar la china, tanto en este juego, como en to:

(1) En Sevilla conocen este juego con el mismo nombre que nosotros. En Cataluña, según el Sr. Maspons, (pág. 46), Be llama El Punid. He aquí la formulilla:

DEL FOLK-LOEE

dos los que hay que echar á la suerte el que ha de quedarse, emplean la siguiente formulilla:

El que da la clima: ¿ Ves y ves? (enseñándola).

El que va á elegir: Al revés.

Esconde las manos detrás de , guarda en una de ellas la china, y las presenta cerradas al otro, que antes de elegir, dice tocando alternativa y suavemen- te las dos manos, y descargando un golpe más fuerte al terminar sobre Ja mano elegida:

Esta ballesta (1) Camino me cuesta. En qué lugar , En Portugal. En qué calleja,

¿ Puput ?

¿ Que mana ?

¿D' ahont vens?

De Eoma.

¿Que m' portas?

Corona.

¿Que 'n cercas? -Mulle. —Fes tres salts

y búscala be.

En la Marca italiana, según el Sr. Nazareno Angeletti, (Saggio di giuochi e ccmti fanciulleschi delle Marche, Cu- tramontana : , 1882), se llama Mosca cieca.

También el Sr. Pitre lo cita en su colección.

Este juego es tan antiguo que lo cita ya Polux en su obra Onomasticon , (ix , 113 ) con el título de El Ciego , y lo explica del modo siguiente : «Uno de los jugadores , cerrando los ojos, dice: ¡Guardaos ! y se pone á perseguir á los otros. Aquél que se deja coger, se coloca en su lugar , y á su vez cierra los ojos. »

(1) En Cataluña , según Maspons , pág. 68, se dice:

10

14(> BIBLIOTECA

La moraleja.

Me dijo mi madre

Que pegara en esta.

Ó bien dicen esta otra:

Esta baUesta, Camino me cuesta, La pura verdad, Que dice mi madre Que en ésta estará.

¿Cuántas habas hay en \x\jabal!

Cinco.

Una, dos, tres, cuatro y cinco. ¿ Qué es esto ?

Cruz.

Abre la caja del niño Jesús.

Zafra.

También usan para echar suertes, esta otra fórmula:

Una, dona , tena , catena, quina , quineta, estando la reina, en su gabineta vino Gil, quebró el barril barril, barrón,

Sesta, ballesta lo cor me diu que prenga aquesta. El Sr. Machado, al ocuparse de esta fórmula en la Bevista ya citada, pág. 171 , llama la atención en una nota acerca de si lo de Esta ballesta, camino me cuesta, querrá decir Estaba en esta, que á no me consta.

DEL FOLK-LORE 147

cuéntalas bien, que las veinte son.

Se elimina del grupo aquel de los niños , donde aca- ba la relación. (1 )

Zafra.

s. Casita casquite. (2)

Se ponen varios niños (por lo general cinco) en otros tantos sitios determinados ; con frecuencia los ángulos de una habitación , procurando que haya un niño más que los puntos designados, de modo que to- dos tengan su sitio, excepto uno, que por la suerte, es el obligado á ir recorriendo los ángulos ocupados, uno auno, preguntando:

¿Hay casita casquilá ? Al otro lugar Que esta está ocupa.

Ó bien de este otro modo:

¿Hay candela?

A la otra escuela. ¿ Hay candela ?

Por aSlí jtt/mea.

(1) El Sr. Rodríguez Marín, en la obra que antes hemos citado, (t. I, pág. 69) trae también una fórmula igual.

(2) Casquilá , corrupción de las palabras que alquilar.

148 BIBLIOTECA

La broma del juego consiste en que los que ocupan los ángulos, tienen que andar mudándose continua- mente, aprovechando los momentos en que aquél que pregunta se aleja, y éste, á su vez, procura aprove- char un descuido de los otros para apoderarse de uno de los ángulos, en cuyo caso, el que se queda fuera, le toca^<?r7¿V candela ó buscar casa. (1)

Zafra.

(1) En Sevilla emplean para este juego, que es muy po- pular, la siguiente formulilla, que es más larga que la nuestra:

¿ Hay candela ? En la otra escuela.

¿ Hay candela ?

Por allí, por aXñjumea.

¿ Hay ceniza ? En la caballeriza.

¿ Hay luz ?

En la Vera-Cruz. En Cataluña , dice el Sr. Maspons en la pág. 81 , que se lla- ma los Quatre cantons , y es como sigue:

Teta de pa. Vesten allá. Teta de vi.

Vesten allí.

Teta de pa y forrnatge.

Vesten á mal viatge. Según Nazareno Angeletti , en Italia es conocido con el nom- bre de Forbicetta. El Sr. Ferraro lo trae también en sus jue- gos Monferrini, con el núm. VII, titulado Quatir cantun, y dice existir asimismo en Ferrara con el nombre de Quedar Cantón.

El Sr. Pitre lo trae también en su obra con el núm. 146, pág. 272, titulado .4 li quattru cantuneri , y cita las varian- tes de Catania, Catenanuova y Cianciana, con los nombres de A scancia locu, A stagna la riti y A Cantunera , respectiva- mente. He aquí la de Catenanuova ;

DEL FOLK-LORE 149

9.

Pun , puñete.

En éste , como en la mayor parte de los juegos, hay siempre uno que dirige. Los demás niños ó ni- ñas, van poniendo los puños cerrados unos sobre otros, formando una columna, y el director va seña- lando dedo por dedo, de abajo á arriba, haciendo las siguientes preguntas, á que contesta otro de los ju- gadores :

¿Cómo se llama éste ?

Pun, puñete.

¿Y éste?

Cascabelete.

¿Y éste?

Pun, puñete, etc.

Siguen repitiendo preguntas y respuestas en la misma forma, hasta que llega al último dedo, y en- tonces, señalando el hueco que forma la mano cerra- da, dicen:

1. Stagna la riti, Colpi di siti , Comu si cura la sita?

2. Ccu li mazzi Ccu li cuti, E li fórfici pizzuti. Igualmente existe en Portugal , como lo asegura el distin- guido mitógrafo portugués Sr. Leite de Vasconcellos, en sus Tradicocs populares de Portugal. (Porto, 1882).

:

Í

150

BIBLIOTECA

¿ Qué hay aquí dentro ? Oro y plata. Al que se ría, la matraca.

Al decir esto , todos retiran las manos , inflan los carrillos, y con los puños cerrados, se dan golpes so- bre ellos. Este movimiento y el aire que se escapa de la boca al sentir la presión de los puños , tiene por fuer- za que causar la hilaridad de los niños, y como alguno ha de ser el primero en reírse, á éste le toca llevar la matraca.

Pónese entonces de rodillas apoyando la cara sobre los muslos del director, el cual, haciendo jugar el brazo derecho sobre la espalda del arrodillado y dando sobre ella sucesivamente con la mano y el codo , dice:

María Andana la cuartana. Dónde vas tan de mañana, Del palacio á la cocina: ¿ Cuántos dcos tienes encima?

Pone entonces sobre la espalda los dedos que le pa- rece, y si lo acierta; concluye el juego y empieza de- nuevo; pero, sino acierta, si por ejemplo ha puesto cuatro dedos y el preguntado dice tres, sigue la mar traca en esta forma:

Si cuatro dijeras No lo perdieras Los golpes que llevastes me los dieras.

:

DEL FOLK-LORE

151

María Andana la cuartana. Dónde vas tan de mañana, Del palacio á la cocina. ¿ Cuántos dcos tienes encima'?

Y siguen así, hasta que acierta. Cuando tarda en adivinar, el que dirige procura apietar los dedos al ponerlos para que el otro por la misma presión pueda saber los que pone , y no prolongar más tiempo el cas- tigo.

Zafra.

Y arlante.

Es el mismo juego que el anterior, sin más varia- ción que la letra en la última parte del juego, que es

De codín, de codán, De la vera, vera, van, De palacio á la cocina: ¿ Cuántos cieos tienes encima?

Y si no acierta , dicen :

Si hubieras dicho... (tantos) Dijeras la verdad. De codín de codán, etc. (1)

Me riela.

(1) En la citada obra del Sr. Rodríguez Marín (Can fas populares españoles , pág. 51 á la 58), se encuentran dos ó tres variantes. La señalada con el núm. 84 es extremeña.

En Cataluña lo dividen en dos , según el Sr. M aspons. Trae el primero en las págs. 88 y 39, que dice así:

150 BIBLIOTECA

¿ Qué hay aquí dentro ? Oro y plata. Al que se ría, la matraca.

Al decir esto , todos retiran las manos , inflan los carrillos, y con los puños cerrados, se dan golpes so- bre ellos. Este movimiento y el aire que se escapa de la boca al sentir la presión de los puños , tiene por fuer- za que causar la hilaridad de los niños , y como alguno ha de ser el primero en reírse, á éste le toca llevar la matraca.

Pónese entonces de rodillas apoyando la cara sobre los muslos del director, el cual, haciendo jugar el brazo derecho sobre la espalda del arrodillado y dando sobre ella sucesivamente con la mano y el codo , dice:

María Andana la cuartana. Dónde vas tan de mañana, Del palacio á la cocina: ¿ Cuántos dcos tienes encima?

Pone entonces sobre la espalda los dedos que le pa- rece, y si lo acierta , concluye el juego y empieza de- nuevo; pero, sino acierta, si por ejemplo ha puesto cuatro dedos y el preguntado dice /res, sigue la ma- traca en esta forma:

Si cuatro dijeras No lo perdieras Los golpes que llevastes me los dieras.

ftEL FoLX-LOKE

151

alaría Andana la cuartana. Dónele vas tan de mañana, Del palacio á la cocina. ¿ Cuántos déos tienes encima'?

Y siguen así, hasta que acierta, Cuando tarda en adivinar, el que dirige procura apietar los dedos al ponerlos para que el otro por la misma presión pueda saber los que pone , y no prolongar más tiempo el cas- tigo.

Zafra.

Variante.

Es el mismo juego que el anterior, sin más varia- ción que la letra en la última parte del juego, que es como sigue:

De codín, de codán, De la vera, vera, van, De palacio á la cocina: ¿ Cuántos déos tienes encima?

Y si no acierta , dicen :

Si hubieras dicho... (tantos) Dijeras la verdad. De codín de codán, etc. (1)

Me r ida.

( 1 ) En la citada obra del Sr. Eodríguez Marín ( Cantos jjopulares csjjañolcs , pág. 51 á la 58), se encuentran dos ó tres variantes. La señalada con el núm. 84 es extremeña.

En Cataluña lo dividen en dos , según el Sr. M aspons. Trae el primero en las págs. 38 y 39 , que dice así :

152 BIBLIOTECA

10.

Tira y afloja.

Se ponen cuatro niños sujetando un pañuelo por las cuatro puntas , bien tirante, y el que dirige empie- za á pasar la mano derecha alrededor, diciendo :

¿ Que hi ha aquí *.'

OH y argent.

¿ Que 1' hi ha posat "? Lo fiU del rey.

¿ Qui 1' en treurá ?

Lo pare capellá. Aquén qui riurá

y ensenyará las dents

una bofetada haurá. La segunda parte de nuestro juego lo trae el Sr. Maspons, formando el final de otro catalán que titula Escarbat, bum, bum, y del que pone cuatro variantes. He aquí la más pare- cida :

Digodim, digodam, De la térra que podam , Si diguera , no diguera ,

que faig jo á la teva esquena'? Y si no acierta , continúan :

Punxonet haguessis dit, de penas haurias eixit , etc. Según el autor italiano Sr. Corazzini , es conocido este juego en Venecia y Benevento.

También lo trae el Sr. Ferraro , dividido como en Cataluña. El primero tiene el núm. XI y lo titula Pign pignctt, página 129, y el segundo se titula L' Indovino, número XLII, pági- na 254. Del mismo modo el Sr. Pitre trae formados dos juegos del

DEL FOLK-LORE 153

—Atira, y afloja Perdí mi caudal. Atira y afloja Lo volví á ganar. ¡Tira!

Cuando el director dice ¡tira! hay que aflojar, y

nuestro. La primera parte la titula Tuppit faigpi, núm, 14, pág. 62, y es como sigue:

Acchiana, acchiana,

Ch' é longa la scaia ;

Scinni, sciiini,

Cu P ali e li pinni.

Tuppi tuppi!

Cu' é?

Sta cea 'a battisa ?

Chi vuliti ?

L' aviti 'u crisciiiteddru ?

Apriti 'u cascuneddru.

Nun cce' é ;

L' aviti 'u criscintedru ?

La gatta s' 'u manciau. Todos : Chissi ! chissi ! chissi !

La segunda parte la trae en la pág. 169 , con el núm. 87, titulado A Caneara e bella. Trae carias formas.

En el Bearne se conoce también la segunda parte y la jue- gan en esta forma:

De coutín , de eoutáii , De las craben d' Alemán De cesél

De pournel

Quoant de comes lias darró ? Y si no acierta :

Minye cibade ! Si habes dit quate , Non patires pas autant Coum harás d' aci en dabant !

(V. Lespy, Proverbes du pays de Béarn, Enigmes et Con- tes popal, pág. 87, núm. XX. Montpellier. MDCCCLXXVÍ.

154 BIBLIOTECA

cuando dice ¡floja! hay que tirar. El que hace lo con- trario, cuando el juego es de prendas, tiene que dar una, y si no es de prendas, deja de jugar, y lo reem- plaza otro niño. (1)

Zafra. 11.

Las Una jilas de miel.

Las niñas ó niños que toman parte en este juego se ponen en cuclillas , y pasando las manos por el hueco que forman las corvas al doblar las rodillas , las cru- zan , quedando los brazos en forma de asas , y de este modo , según ellos , quedan convertidos en tinajas. De esta posición quedan esceptuados dos niños, que son el vendedor y el comprador de las tinajas. El primero se coloca á la cabeza de los que forman la mercancía,

(1) Este juego se conoce en Andalucía y Cataluña. El Sr. Maspons lo trae en su ol>ra Juegos de la infancia , pági- na 67, solamente que cuando dicen ¡tira! tienen que tirar, siendo á la inversa en Extremadura. He aquí la forma cata- lana:

Una pessa lia al talé , Que no va ,

Que no va bé...

Estírala be, (estiran).

Am olíala b é ( afloj an ) .

El Sr. Ferraro la cita también en su aiticulito del Archivío, con el núm. VIII , y lo denomina Tiramolla.

DEL POLK-LOBE 155

y el segundo se pasea de arriba á abajo, diciendo en voz alta :

¿Quién vende tinajas?

El vendedor lo oye y lo llama, entablándose entre los dos el siguiente diálogo :

¡Tío de los calzones rotos!

Si los tengo rotos, mi mujer me los coserá con una abuja y un dedal, y si no , con agua caliente,, hasta que reviente.

¿Me compra Y. una tinajita de miel?

¿ Cuánto quiere V. por ella ?

Una pulga y un piojo. (Otras veces piden dinero).

¿ Son buenas ?

¡ Muy buenas ! ¿ Pesan mucho ? Vamos á verlas.

Van cogiendo entre los dos por los brazos á los que hacen de tinajas, y aquel que les parece, se lo llevan en volandas (1) á la acera de enfrente. Ya de ante- mano, vendedor y comprador, tienen señalados cua- tro sitios que denominan, Cielo, Limbo, Purgatorio é Inferno. Además, en otro sitio, han echado sobre una piedra cuatro salivas de diferente tamaño, y han convenido mutuamente en que cada una de ellas

(1) En volandas: llevarlo cogido por los brazos en la po- sición que se encuentra y suspendido en el aire sin tocar el suelo , lo que forma las delicia,-; de los que hacen de tinajas, También se dice : llevar en vilo.

156 BIBLIOTECA

corresponda á uno de los cuatro centros menciona- dos. Allí es donde llevan la tinaja, dándole á elegir una de las cuatro salivas, y como ignora cual de ellas es el Cielo, á donde todos quieren ir, tarda en resol- ver, pues si elige el Infierno lleva una grita, reci- biendo, por el contrario, una ovación el que acierta con la que representa el Cielo. Cuando elige el con- sultado, lo conducen al sitio por él elegido, y vuelve á empezar el diálogo anterior y á coger otra tinaja. hasta que no queda ninguna por vender.

Cuando son niñas las que juegan, suelen recogerse el vestido por entre las piernas, á estilo de bomba- chos árabes , lo que ellas denominan hacerse panta- lones. (1)

Zafra.

(1) Este juego en Cataluña, según el Sr. Maspons, pági- nas 87 y 88, se denomina Las gerras, y se juega así :

Quan ne voleu D' aquesta gerra ?

Un diñé y malla ,

Una palla.

Aneu, aneu al pallé. Un cap d' águila grossa. —Aneu, aneu, que prou me costa. Un cap d' águila de pica, Aneu, aneu á roda.

Se separa el comprador y el vendedor le grita :

Jova, jo va, la perruca 'üs cau, Ajudeumela á culli si 'us plan.

\ sigue el juego en la forma del nuestro.

DEL FOLK-LORE 157

12.

Los Pollitos.

Se ponen los niños sentados en el suelo en fila, de mayor á menor. Uno de los jugadores hace de madre y otro de Mariquilla García. Hay otro que hace de hlo. La madre, paseando de arriba á abajo, dice á blanquilla.

Arrastra la suela ,

Que piquen en ella ,

Si viene el lobito ,

Échasela al más chiquito.

Se va la madre, y entretanto, llega el lobito que se lleva al más pequeño. La madre vuelve, y al ver que falta uno, dice:

Mariquilla García.

¿Mande V., madre?

¿Dónde está el otro pollito?

Se lo llevó el lobito.

Eepite la fórmula, y cada vez que sale, el lobo vie- ne y se lleva un pollito, hasta que se los lleva todos, y entonces dice:

Mariquilla García.

¿ Mande V., madre ?

¿ Dónde están los pollitos ?

Se los llevó el lobito.

¡Ay! ¿Dónde encontraré mis pollitos?

158 BIBLIOTECA

Sale á buscarlos , y empieza á preguntar:

¿ Ha visto V. mis pollitos ?

y otro contesta:

Por ahí van por la calle de las pulgas.

Todos empiezan á saltar y sacudirse la ropa, di- ciendo:

¡ ^y ' Q11® &e pulgas !

¿ Ha visto V. mis pollitos ?

Por ahí van por la calle de los perros.

¡ Uy ! qué de perros !

Y así van enumerando calles, hasta que uno dice:

Échele V. un poco de trigo, verá como vienen.

Hace como que le echa trigo , y dice:

Pito, pito, pito, pito.

Acuden todos los pollos, y acosan á la madre, que sale huyendo. Los pollos la siguen diciendo:

A pelar la madre Que tantos hijos pare.

Zafra.

13. Los pollitos de miel.

Este juego tiene mucho parecido con los dos ante- riores. Los niños se sientan en la misma forma que

DEL FOLK-LOEE 159

enelnúm. 19, excepto tres, que son: el vendedor, el comprador y el gallo , que no se vende. Entre el ven- dedor y el comprador; se entabla el siguiente diálogo:

¿ Quién vende pollos ? Tío de los calzones rotos.

Si los tengo rotos, mi mujer me los coserá con la pa- la del horno.

¿ Me compra V. este pollito ?

¿ Cuánto quiere V. por él ?

una pulga y un piojo.

Hace el vendedor la mostración de cogerle, paga y se lleva uno de los jugadores. Repite la operación, hasta que solo queda el gallo. Entonces el que hace de gallo imita el canto de este ave, y los pollitos, al oírlo, se vienen todos con él. Llega el dueño, y al ver que se lian ido, sale á buscarlos. Se llega donde los compró, y dice:

¿Ha visto V. por aquí unos pollos ? —Entre V. al corral á ver si están.

Entra y los llama, los que quieren irse con él, se

van , y los que no , se quedan.

Mérida,

14.

La reja dorada.

Cada niña ó niño toma el nombre de un metal: dada la china, a el que le toca, se pone de rodillas é

160 BIBLIOTECA

inclina la cabeza sobre la falda de el que dirige el juego , que le tapa los ojos con las manos : entonces los otros van llegando uno á uno y dándole una pal- madita en la espalda. El director pregunta quién ha dado, y si el que está arrodillado lo acierta, ocupa su puesto el que dio, si no, sigue el juego, hasta tanto que acierta, y entonces es sustituido. (1)

15.

El Columpio.

Consiste este juego en pasar una soga por un ma- dero ó viga del techo, que sea fuerte, atarla por los dos extremos á una altura conveniente , para que los pies del niño que se siente no lleguen al suelo. Una vez sentado éste en el hueco que forman los dos ca- bos de la soga, otro niño lo empuja de detrás hacia adelante, haciendo mecerse la soga con más ó menos violencia, á gusto del que se mece ó de el que da el impulso. Suele ponerse una almohada en el hueco de la soga, para que ésta no moleste. Mientras el niño se mece , otro ú otros de los que esperan , suelen cantar lo que sigue :

(1) Este juego, como todos los que no llevan al pie su procedencia , los debemos á la amabilidad de nuestro querido amigo el Sr. Machado y Alvarez , al cual le fueron á su vez fa- cilitados por el distinguido profesor de la Institución Libre de Enseñanza, Sr. D. Joaquín Sama, quien los recogió en Ta- lavera y Villanueva, pueblos de la provincia de Badajoz.

DEL F0L1Í-L0EE lGl

Eche V. la despedida De rai tía María García , Los galanes á la puerta , La mesa no está compuesta , El pucherito á la lumbre Que retumbe, tumbe, tumbe, Tanto como retumbó El pucherito se quebró. Ya vienen las monjas

Cargadas de toronjas;

Ya vienen los frailes

Cargados de costales,

Con un cochinito

Muy repeladito,

¿ Quién lo peló ?

¡ La madre que lo parió !

Sopitas y pon,

Y vete aljondon,

Que allí está la sangre

De Nuestro Señor.

¿Dónde estás?

En tablilla: (contesta el que se mece) ¿ Qué comités '

Pajarilla.

¿. Te supo bien ?

Corno una miel.

¿ Te supo mal ?

Como una sal.

Bájate, bájate,

que me quiero rescolumbiar.

Se baja aquél, y sube otro á mecerse. ( 1 )

Zafra.

(1) L. Becq de Fouquiéres (Les jeux des anciens: Pa- tomo ii IX

162 BIBLIOTECA

16.

La gata parida.

Para este juego eligen los niños una casa cuya puerta esté cerrada : se sientan en el umbral y empie- zan á empujar todos hacia el centro, unos contra otros, hasta hacer saltar á aquel de los jugadores que tiene menos resistencia para aguantar la presión. Ge- neralmente, les toca siempre salir álos del centro.

Zafra.

17.

La silla de manos.

Se ponen dos jugadores, y cogiéndose la muñeca izquierda con la mano derecha, con la izquierda que les queda libre, coge el uno la muñeca derecha del

rís, 1869) se ocupa en este juego (pág. 54) y dice que no es posible fijar el origen de este entretenimiento, que era ya co- nocido entre los persas y los griegos desde los tiempos más re- motos.

En Andalucía , además del columpio , tienen otro juego que llaman La bamba, y que solo lo juegan en el Carnaval los jó- venes de ambos sexos. Este juego consiste en atar una soga ó maroma de cáñamo , fuerte , á dos ventanas ó balcones de una caUe en las dos aceras opuestas, como para hacer ejercicios so- bre la cuerda floja. En el centro de esta bamba se sienta el ó la joven que le parece, y otros de los asistentes se encargan de mecerlos, cantando unas canciones de cuatro versos de una música especial y algo semejante á la nana, si bien algo más animada. Este juego es más peligroso que el del columpio pol- las condiciones en que se encuentra la cuerda.

DEL FOLK-LOEE

163

compañero y éste la del otro, respectivamente, forman- do de este modo, con las cuatro manos cruzadas, una especie de silla donde se van sentando los otros juga- dores que, uno á uno, son conducidos de esta manera al sitio que antes lían convenido. Al acabar, los de la silla, son reemplazados por otros dos.

Este juego lo usan como sentencia también en los juegos de prendas.

Zafra, 18. La perinola.

La perinola es un trozo de madera cuadrada, de unos tres centímetros de largo por uno y medio de es- pesor: la parte inferior está rebajada por igual, y gradualmente en sus cuatro fases, hasta acabar en punta; la parte superior tiene un corte recto, salvo el centro donde se le deja un rabito delgado, de un cen- tímetro de largo. Esta perinola, tiene marcados los cuatro frentes que quedan en la parte cuadrada del centro, con una N3 una S, una P y unaT, hechas con tinta ó quemadas. Estas letras significan Nada, Saca, Fon y Todos. Se sientan los jugadores en el Mielo al rededor de una losa, y después de echar á la suerte el que ha de ser mano, éste toma la perinola, para jugar. El juego es de interés; los niños suelen poner avellanas, bellotas, castañas, etcv pero lo más general es, alfileres. Antes de empezar, cada jugador

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pone un tanto en el fondo. Una vez que todos han puesto su tanto, el que tiene la perinola la coge por el cabito con los dedos pulgar y de corazón de la mano derecha, y haciéndola girar con fuerza, la suelta y aguarda á que pare de dar vueltas. Cuando cesa de repiar, buscando la gravedad, queda tendida, pre- sentando hacia arriba uno de los cuadros. Si es la N, (nada), pasalajpenawtfa á el niño inmediato, sin tocar- le á los tantos; si es la P, (pon), pasa también, y ade- más tiene que agregar un tanto á los ya puestos; si es la S, (saca), cede igualmente la vez, pero saca un tanto, y, por último, si sale la T, (todos), entonces lo recoge todo y tiene derecho á seguir tirando tan- tas veces, cuantas se repita esta última letra. Cada vez que sale la T, y se recogen los tantos ; hay que volver á poner de nuevo (1).

Zafra.

19.

La helloía.

Se coge una bellota, se taladra de parte á parte y se pasa un hilo por el taladro, atándolo bien. La

(1) Es muy parecido á éste el conocido en Sicilia por A la Sinnnmulidda, núm. 29, pág. 87 de la colección del señor Pitre. La diferencia consiste en que la perinola ó el dado ita- liano tiene seis fases en lugar de cuatro que tiene el nuestro , y en vez de letras están señaladas con 1 , 2 , 3 , 4 , 5 y 6 puntos respectivamente. Además tienen una tabla donde se hallan re- petidos los puntos, y que sirve para poner los tantos como en les juegos de azar.

BEL FOLE-LORE 105

puntea de este hilo, que debe ser largo, se introduce por la boca-manga izquierda de la chaqueta, hacién- dola salir por bajo del brazo. Ha de procurarse que el hilo sea fuerte, pero delgado, y que la parte del atadero esté muy disimulada, á fin de que á primera vista no se conozca. Se hace bajar la bellota hasta la mano izquierda , y con la derecha se tiene cogido el extremo del hilo disimuladamente, se acerca el niño en esta posición al compañero, y abriendo la mano le dice :

¿ Quieres una bellota ?

El interpelado va á cogerla, pero el que la ofrece tira del hilo, y la bellota desaparece bajo la manga, en tanto que el dueño sigue diciendo :

Yete á picota. Que allí está tu padre Con la camisa rota, Dale un picotazo En aquel c

El dueño de la bellota procura andar listo para que no la coja el otro niño, que, como ya sabe el juego, trata por su parte de llevársela.

Zafra. 20.

Pelear los gallos.

Consiste este juego en ponerse dos niños frente á frente, echándose aire con la boca mutuamente, y con

166

BIBLIOTECA

velocidad, y el que resiste más tiempo ese es el ven- cedor. Antes de empezar, dicen

¿A qué viene tu gallito á mi corral?

A echarlo á pelear.

21. El Milano.

i

El niño ó niña que hace de milano, se pone de pie junto á una pared con los brazos extendidos y los ojos cerrados. Los demás chicos , agarrados de la ma- no ó por la cintura, empiezan á pasearse calle arriba, calle abajo, diciendo:

Vamos á la güerta Del ton-torongil, Veremos el milano Si está muerto ó sano.

Van pasando todos mirando ai milano, que está con los ojos cerrados, y, cuando pasan todos, entre el primero y el último se entabla el siguiente diálogo:

¿Mar i quilla la de afras" Periquillo)

¿ Qué manda mi amo ?

¿Está muerto ó sano?

Muerto.

Vuelven entonces á pasar otra vez y hacen lo mis- mo, hasta que el milano abre los ojos, y dice el pre- guntado.

Vivo!

*

DEL FOLK-LORE

167

A esta voz se dispersan todos, y el milano sale corriendo tras ellos, hasta que logra coger á uno de los jugadores, y entonces éste hace á su vez de mi- lano (1).

Zafra. 22.

Echar Pajas. Esta operación, más que juego, es una forma de

(1) Los niños sevillanos juegan uno igual á éste, diferen- ciándose tan solo en el final. Denomínanlo San Miguel y el Diablo. Uno hace de San Miguel, y detrás de éste, cogidos por la cintura , se van poniendo los demás niños , y el último responde por Mariquilla la de atrás. Un poco desviado está otro niño, que es el Diablo. Cogidos los niños del modo que hemos dicho , empiezan á dar vueltas diciendo todos :

Vamos á la huerta

De toro-torongil

A ver el diablo

Comiendo peregil. San Miguel. Mariquilla la de atrás. Mariquilla. ¿Qué manda mi amo? San Miguel. Ve á ver si el diablo

Está muerto ó sano.

Mariquilla lo observa, y si ve que está con los ojos abiertos vuelve corriendo á su puesto y dice :

Sano.

En esto se presenta el Diablo y dice á San Miguel :

Diablo. San Miguel, por tus almas vengo;

Si no me las das, me las llevo. San Miguel. Pues ni te las dojr ni te las llevas.

Trata el Diablo de cogerlas , y el Ángel las defiende , hasta que se cansan y vuelven á empezar, renovándose los puestos principales.

166 BIBLIOTECA

velocidad, y el que resiste más tiempo ese es el ven- cedor. Antes ele empezar, dicen •.

¿A qué viene tu gallito á mi corral?

A echarlo á pelear.

21.

El Milano.

El niño ó niña que hace de milano, se pone de pie junto á una pared con los brazos extendidos y los ojos cerrados. Los demás chicos , agarrados de la ma- no ó por la cintura, empiezan á pasearse calle arriba, calle abajo, diciendo:

Tamos á la güerta Del ton-torongil, Veremos el milano Si está muerto ó sano.

Van pasando todos mirando al milano, que está con los ojos cerrados, y, cuando pasan todos, entre el primero y el último se entabla el siguiente diálogo.-

¿Mariquilla la ¿Ir atrás! Periquillo)

¿ Qué manda mi amo ?

¿Está muerto ó sano?

Muerto.

Vuelven entonces á pasar otra vez y hacen lo mis- mo, hasta que el milano abre los ojos, y dice el pre- guntado.

Vivo!

DEL FOLK-LORE 167

A esta voz se dispersan todos, y el milano sale corriendo tras ellos, hasta que logra coger á uno de los jugadores, y entonces éste hace á su vez de mi- lano (1).

Zafra. 22.

Echar Pajas. Esta operación, más que juego, es una forma de

(1 ) Los niños sevillanos juegan Tino igual á éste, diferen- ciándose tan solo en el final. Denomínanlo San Miguel y el Diablo. Uno hace de San Miguel, y detrás de éste, cogidos por la cintura , se van poniendo los demás niños , y el último responde por Mari quilla la de atrás. Un poco desviado está otro niño , que es el Diablo. Cogidos los niños del modo que hemos dicho , empiezan á dar vueltas diciendo todos :

Vamos á la huerta

De toro-torongil

A ver el diablo

Comiendo peregil. San Miguel. Mariqnilla la de atrás. Mariquilla. ¿Qué manda mi amo'? San Miguel. Ve á ver si el diablo

Está muerto ó sano.

Mariquilla lo observa, y si ve que está con los ojos abiertos vuelve corriendo á su puesto y dice :

Sano.

En esto se presenta el Diablo y dice á San Miguel :

Diablo. San Miguel, por tus almas vengo;

Si no me las das , me las llevo. San Miguel. Pues ni te las doy ni te las llevas.

Trata el Diablo de cogerlas , y el Ángel las defiende , hasta que se cansan y vuelven á empezar, renovándose los puestos principales.

168 BIBLIOTECA

que se valen los niños para echar la suerte, como la de dar ¡a china. Ponen tantas pajas como son los ju- gadores, teniendo cuidado de que haya una más cor- ta ó más larga, ó las dos cosas á la vez, si el juego requiere que los elegidos sean dos ; las ponen ocultas por la mano y sujetas entre los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, y cada uno va tirando de la que le parece. El que saca la más corta ó la más larga, ese es el que pierde ó gana, según de lo que se trate. (1)

Zafra. 23.

El esconder.

Después de dar la china entre los niños, el último que se queda con ella, va á esconderse al sitio desig- nado para ello. Mientras tanto, los demás niños, pro- curan ocultarse lo mejor que pueden. Cuando el pri- mero cree que es tiempo, dice: ¿ Voy? y los otros contestan : Ve... nir.

Sale á buscar á los otros, y aquél que se deja co- ger, le toca reemplazar al otro. (2)

Zafra.

(1) Este juego ó modo de echar la suerte, lo trae el se- ñor Pitre en su mencionada colección, con elnúm. 28. pág. 79, denominándolo AlV Uschidda, y dice que existe en A vola, Palermo, Catania y Kiesi, con los nombres de Far ¿silla, A la vusca y A li vuscagglii respectivamente.

(2) El Sr. Pitre lo trae en la pág, 177 de su colección con el núm. 91 . y lo titula A Bv.c.

DEL FOLK-LOEE ICO

24.

Los Rogos (1)

Se reúnen dos ó tres chicos, desgranan algunas espigas de cebada ó trigo verde, y, pelando los gra- nos, los ponen extendidos sobre una losa ó en una mesa; después, cada uno, por su orden, va tomándo- los con la lengua y comiéndoselos. Si coge dos de una vez, ó toca con la lengua la losa ó la mesa, pier- de y es reemplazado por otro de los jugadores. ínte- rin no sucede esto , sigue cogiendo y comiendo.

Zafra. 25. El Gorgojo.

Uno de los niños hace de gorgojo. En frente se po- nen los demás niños en cuclillas, con las manos co-

Es uno de los citados por Polux (IX, 117) con el nombre de Juego de ¡a huida, y lo explica de este modo: « Uno de los ju- gadores se coloca en medio de sus camaradas y cierra los ojos ó se los vendan. Los demás huyen á esconderse. El vendado se descubre y va á buscarlos, »

También lo trae el Sr. Ferraro en sus Juegos monferrinos con el núm. IV, y lo titula A seunde. Según dice este escritor, cuando los niños están escondidos, dicen : « Venite tuco , » que es equivalente á nuestro ve... nir.

En la ]\Iarca italiana, según el Sr. Nazareno Angeletti, lla- mar e Niscondic i na.

(1) Llaman bagos en Estremadura á los granos de trigo, cebada, grana, etc.

170 BIBLIOTECA

gidas por bajo de los muslos, y, uno á uno, van di- ciendo :

El gorgojo está entre penas, Y me está haciendo señas, Que me vaya allá un poquito: Allá voy con mi gorgogito.

Sin variar deposición, se va con el gorgojo dando saltos. El que se cae ó suelta las manos, se queda de gorgojo, y éste viene á reemplazarlo.

Zafra. 26.

La Pava.

Se ponen los niños en cuclillas como en el juego anterior, pero con las manos sueltas. Empiezan á dar saltos, tocándolas palmas y diciendo:

Pan, pau, pan, pan.

Cuando les parece, se acercan dos, se cogen de las manos , y sin dejar de imitar el canto de los pa- vos, empiezan á dar vueltas saltando. Como la posi- ción es violenta, concluyen por caerse, á lo que con- tribuye no poco la risa que de ellos se apodera.

Zafra.

27.

A cazar ratones.

Uno de los niños hace de madre, y está sentado; sobre sus rodillas oculta la cara aquél que le toca

DEL FOLIv-LORi: 171

por suerte. Los demás jugadores están delante colo- cados en fila. Se acerca uno y le da una palmada, vol- viéndose á su sitio; si acierta quién ha sido, cambian depuesto; si no acierta, tiene que llevarlo en cuestas un trecho que señala la madre. Este juego es muy se- mejante al titulado La reja dorada. (1)

Zafra,

28.

Lagarto pinto.

Se ponen los niños en fila ó en rueda, sentados ó de pie. En este último caso, dan vueltas agarrados siempre de la mano . y van diciendo en coro :

Lagarto pinto Vendió la vaca En veinticinco, ¿.En qué lugar? En Portugal, ¿En qué calleja? La morraleja, Agárrate niña De mis orejas.

Al decir esto, se sueltan las manos, y se cogen á las orejas de los compañeros que están al lado. Des- pués sigue el juego en igual forma:

Mérida.

(1) Este juego es conocido en Sevilla con el nombre de Yo fui.

172 biblioteca

29. La rueda de la patata.

Se colocan los niiíos en rueda, cogidos de la mano, y van dando vueltas cantando lo siguiente:

A la rueda la patata Comeremos ensalada, Lo que comen los señores Naranjitas y limones. A tus pies, á tus pies, Sentadito me quedé.

Se sientan todos á la par, y vuelven después á re- petir la rueda. (1)

Mérida.

30

El Mercado.

Uno de los niños es el vendedor, otro hace de com- prador, y los demás, puestos en fila, constituyen ia mercancía. El comprador se anda paseando, y el vendedor lo llama, diciéndole:

(1) Es muy semejante al que juegan en Sevilla llamado La rueda de ¡a alcachofa. He aquí la fórmula sevillana:

A la rueda la alcachofa. l\i me pica ni me cliofa. Pegaremos un saltito. ¡ Huy, qué bíinquito !

DHL FOLK-LORE 173

¿ Me compra V. estas velas ?

¿ Son buenas ? Véalas V.

Los niños tienen las manos cerradas , excepto los dedos índices que los tienen rectos hacia arriba , simu- lando velas, y cuando el comprador los toca, los do- blan. Éste dice:

¡ Pues , si se doblan !

Vamos á ver.

El vendedor se llega, y los jugadores conservan los dedos rectos.

¿ Ve V. cómo no se doblan ?

Ajustan las velas en un precio convencional; y al comprador se va por el dinero.

Mientras éste vuelve, los niños se convierten en jarras , y ponen las manos en la posición más adecua- da para imitar los racimos de uvas. En esto llega el compraclor; y dice:

Aquí estoy por las velas.

¿ Sabe V. que se han vuelto uvas ?

¿ Son dulces ?

Pruébelas V.

Estas son agrias.

No señor; tome V. ¿No ve V. como son dulces?

Voy por más dinero.

Mientras va y vuelve, los niños cambian de posi- ción ; y se ponen las manos en la cintura, semejando los brazos dos asas:

17-4 BIBLIOTECA

Tengo por las uvas.

Sabe V. que se han vuelto jarras.

¿ Son fuertes ?

señor , véalas V.

¡Pues si se les doblan las asas! Verá V. corno no, etc.

Sucesivamente los niños se metamorfosean en col- chones, zumbones, tinajas, etc.; procurando siempre adoptar las formas más adecuadas á los objetos re- presentados, hasta que, por último , el vendedor dice:

Sabe V. que se han vuelto perros.

¿ Muerden ?

No señor , entre V.

Tan pronto como el comprador llega á ellos, salen tras él ladrando y persiguiéndolo, hasta t[iie el vende- dor los llama.

Zafra.

31.

El Zapatilla

Se sientan los niños en hilera, con los pies extendi- dos. Otro de ellos, que tiene en la mano un zapato, se pasea de arriba á abajo por delante ele ellos , di- ciendo :

Zapatillo lindillo , lindazo, El que se descuide lleva un zapatazo.

Al decir zapatazo, todos tienen que esconder los

DEL FOLK-LOEE 175

pies, pues el que se descuida, lleva uu golpe con el zapato.

Zafra.

32.

Pahmita blanca.

Este juego, aunque admite más jugadores, por lo general son cuatro los que en él toman parte. Se divi- den en dos parejas , y se ponen una en frente de otra, una distancia de diez ó doce varas , cogidos de la mano. La primera pareja, dice:

—Palomita Manea Detente volilla, Ábreme la puerta Que v(yy á Sevilla. Ábremela bien Que voy ú correr , Ábremela más Que voy á volar.

Al terminar esta fórmula, salen corriendo las dos parejas, y al encontrarse, la segunda pareja levanta los brazos , en forma de arco , para que por debajo pa- se la primera pareja. Se colocan entonces cada una en el puesto que respectivamente lia dejado vacío la otra, y vuelven á empezar de nuevo, siendo la pa- reja segunda la que tiene que repetir lo que lia dicho y heclio la primera.

Zafra.

170 BIBLIOTECA

33.

La Sortijilla.

Se ponen todos en rueda , con las palmas de las manos juntas, pero dejando un hueco entre ellas. Otro niño está dentro del círculo , tiene las manos en la misma posición, y lleva dentro un anillo. Ya reco- rriendo el círculo y pasando las manos por entre las de los demás jugadores, y, en aquellas que le parece, deja caer el anillo. Después pregunta á uno donde es- tá, si éste no lo acierta, tiene que dar una prenda, y pregunta á otro niño. Si el preguntado acierta, toma el anillo para darlo , y el que antes lo repartía ocupa su puesto. (1)

Zafra.

34.

An trujar.

Este juego, como el que le sigue, son puramente de ca macal, y no sólo lo juegan los niños, sino que también los jóvenes de ambos sexos, las mañanas de los tres días de antruejo (carnaval). Consiste en po-

(1) En Cataluña, según el Sr. Maspons, llama L'ancll picapad/rell.

Según el Sr. Pitre, se llama este juego en Palermo A V Aned- (l a. en Polizzi A la pitronella , en líiesi A lujitali y en Li- cata A la, cliiavi.

DEL FOLK-LOKE 177

nerse los niños ó jóvenes, alternando los sexos, for- mando círculo y á cierta distancia unos de otros, y enviarse uno á otro un cántaro ú otra vasija de barro cocido , que va dando vuelta al corro. Todos procu- ran recogerlo en el aire para que no se rompa. Cuan- do alguno, por descuido ó exprofeso, lo deja caer y se rompe, los demás cogen los tiestos y salen tras él con objeto de ponérselos en la cabeza, gritando: ¡ponerle la montera, ponerle la montera! Sacan después otra vasija y sigue el juego. En Villafranca de los Barros le llaman montear.

Zafra.

35.

El toro de la soga.

Unos cuantos jóvenes, ó niños de ambos sexos, atan una soga larga por las puntas, y, cogiéndose á ella, forman un círculo, dentro del cual se encuentra uno de los jugadores , que es el toro. Si éste es niño, tiene que coger á una niña ó vice-versa. El que está dentro procura coger á otro que esté descuidado, porque el que se percata de ello, huye. Hay veces en que todos se ponen de acuerdo para tener á un juga- dor dentro del círculo largo espacio de tiempo, en cuyo caso dicen: torito, para toda la tarde. Esto es un poco peligroso, porque cuando va á coger á uno, éste huye , y los que están al lado lo imitan, temiendo

TOMO II 12

178 BIBLIOTECA

ser cogidos; sueltan la soga en un gran trecho , y ésta, cayendo á los pies del toro, le expone á caer de cabe- za. Para evitar este peligro, se ponen alternándolos dos sexos, y así, si es nina la que está dentro, solo huyen los niños, y las ninas cuando es varón el que persigue. Cuando son jóvenes los que juegan , como los días son de brema y permiten ciertas libertades, hacen entrar en el círculo á todo el que pasa por la calle, sin respetar sexo ni edad. Para ello, si la calle es ancha y el transeúnte viene por la acera , él ó la que está dentro, pide soga, en cuyo caso, los de la parte opuesta á el que pasa, avanzan para facilitar el acceso de el toro á la acera. Este juego es de tarde.

Zafra.

36.

Las naranjas.

Este juego y todos los siguientes de esta serie, son deprendas, y no son exclusivamente infantiles, toda vez que también se juegan, y con más frecuencia, en las reuniones de la gente adulta. No obstante, como también lo juegan los niños, y según hemos dicho, esta clasificación es convencional, no titubeamos en incluirlos en esta serie, sin perjuicio de que la Socie- dad del FolJc-Lore Fraxinense, á cuyo Presidente los dedicamos, les la clasificación que estime conve- niente cuando trate de estudiarlos.

BEL ÍOLK-LOfcE 170

Se colocan los niños en círculo, y el que dirige el juego entabla el siguiente diálogo con el que tiene á su derecha, que, á su vez, repite el mismo juego con el que le sigue :

Compadre, á naranjas vamos.

¿Cuántas vamos á traer?

Una para y otra para V.

Estas frases recorren la rueda, hasta que llegan al director, que vuelve á repetirlas, solo que, en vez de decir: una para mí, etc., dice:

Dos para y dos para V.

Siguen así aumentando una naranja á cada vuelta, hasta que llegan á doce. Una vez dicho este número, el director pregunta en la misma forma:

¿Compadre, no sabe V. una cosa?

¿Qué, compadre?

Que el naranjero ha venido. ¿Y qué lia dicho ?

Que las naranjas se van á deshacer.

¡ Compadre! ¿y podrá eso ser?

Ya lo verá V.

De doce, once; de once, diez; de che.v, nueve; de nueve, ocltn; de ocho , siete; de siete, seis; de seis, cinco; de cin- co, cuatro; de cuatro, tres; de tres, dos; de dos, una; hasta que él naranjero se quedó sin ninguna.

El compromiso del juego está en esta última parte,

180 BIBLIOTECA

pues hay que decirla de corrido , y el que se equivoca, paga una prenda.

Zafra. 37.

Las doce palabras torneadas.

Se ponen en la misma forma que en el juego ante- rior, y el que dirige pregunta al que está á su dere- cha, y éste le contesta:

De las doce palabras torneadas

dime la una.

La una, el niño que nació en Belén, (1) La Casa Santa de Jerusalén ,

Donde reinan el Padre , el Hijo

Y el Espíritu Santo, Amén,

Da la vuelta al corro, y después dicen:

De las doce palabras torneadas

dime las dos.

Las dos tablas de Moisés , El niño que nació en Belén , La Casa Santa de Jerusalén, Donde reinan el Padre , el Hijo

Y el Espíritu- Santo, Amen.

A cada palabra que agregan, da vuelta el corro.

De las doce palabras torneadas dime las tres.

( 1 ) En Mérida dicen :

El niño que nació en Belén de la Virgen pura.

DEL FüLK-LOKE 181

Las tres Marías, (1)

Las dos tablas de Mois'és .

El niño que nació en Belén , etc.

De las doce palabras torneadas

dime las cuatro. Los cuatros Evangelios, (2) Las tres Marías, etc.

De las doce palabras torneadas

(lime las cinco. Las cinco llagas, Los cuatro Evangelios . etc.

De las doce palabras torneadas.

díme las seis. Las seis candelas, que arden y queman

en Galilea (3) Las cinco llagas, etc.

De las doce palabras torneadas

díme las siete. Los siete dolores Las seis candelas, etc.

(1) En Mérida dicen :

Las tres Personas de la Santísima Trinidad.

(2) En Mérida:

Los cuatro Evangelistas.

( 3 ) Dicen en Mérida :

Los seis candeleros,

Í 82 BIBLIOTECA

Y así van aumentando una palabra á cada vuelta hasta que llegan á la ultima, y terminan de este modo :

—De las doce palabras torneadas díme las doce. Los doce apóstoles. Las once mil vírgenes. Los diez mandamientos. Los nueve meses. Los ocho coros. Los siete dolores. Las seis candelas que arden y queman

en Galilea. Las cinco llagas. Los cuatro Evangelios. Las tres Marías. Las dos tablas de Moisés. El niño que nació en Belén. La Casa Santa de Jerusalem. Donde reinan el Padre , el Hijo y el Espíritu- Santo, Amén.

Cuantas veces se equivoquen los jugadores, otras tantas prendas tienen que dar.

Zafra.

38. El herrerito.

Se sientan los jugadores formando círculo, y el di- rector pregunta al que tiene á su derecha; éste con-

DEL FOLK-LORE 183

testa, é imitando al director en la acción, pregunta á su vez al que le sigue :

¿Es V. herrerito como yo?

Sí, señor.

Pues mache V. con un macho Como macho yo.

Y uniendo la acción á la palabra empieza á dar gol- pes con el puño cerrado de la mano derecha sobre el muslo del mismo lado. Todos van imitándolo á medida que les toca. Una vez dada la vuelta la frase por el corro , pregunta :

¿Es Y. herrerito corno 3-0?

Sí, señor.

Pues mache V. con dos machos Como macho yo.

E imprimiendo á la mano izquierda el mismo movi- miento, empieza á machacar con las dos manos á com- pás y alternativamente. Cuando este doble movimien- to se hace general, dice que machen con tres machos, y al movimiento de las manos sigue el del pie dere- cho. Al decir cuatro machos, se mueve también el iz- quierdo, y por último, cuando dicen chico machos, el movimiento es general, pues se levantan y se sientan, sin por esto dejar de mover los pies y las manos, toda vez que el que para alguno de los machos tiene que dar prenda. Por lo general, este juego nunca se acá-

184 BIBLIOTECA

ba, por impedirlo la hilaridad siempre creciente de los jugadores. (1)

Zafra. 39.

La huerta del cura.

Se ponen los jugadores sentados en corro ó como tengan por conveniente, y cada uno de ellos toma el nombre de una hortaliza ó fruta, diciéndolo en voz alta para la inteligencia de los demás. El horte- lano dice entonces :

Yendo por mi huerta arriba por mi huerta abajo , me paré en la cabeza de la col.

La nina que ha tomado este nombre, si no quiere pagar prenda tiene que contestar inmediatamente:

Mientes tú.

¿ Pues dónde estabas ?

Yo, encima de la cabeza del cardo.

Y el cardo contesta á renglón seguido:

Mientes tú.

¿Pues dónde estabas tú?

Yo, encima de la cabeza del jjero.

El que se distrae y no contesta cuando nombran la fruta ú hortaliza cuyo nombre ha tomado, paga

(1) Este juego lo cita ya Alonso de Ledesma, que escri- bió en el siglo xvn.

DEL FOLK-LORB 185

prenda, y el que nombra una planta que no la hay en el juego, también da prenda. Sigue el juego en la misma forma que liemos indicado , hasta que todos ó la mayor parte han perdido.

Zafra. 40. La hortelana.

Se sientan los niños en la misma forma que en el juego anterior. Una niña es la hortelana, un niño el hortelano; los demás jugadores toman el nombre de una fruta ú hortaliza, con arreglo á su sexo. Las ni- ñas tienen que nombrar á los niños, y éstos á aqué- llas. La hortelana pregunta; el hortelano contesta, y á su vez los demás jugadores, á medida que los Sombran , van tomando parte en el siguiente diálogo:

Hortelana. ¡Hortelano!

Hortelano. ¡Hortelana!

Hortelana. ¿Con quien dormiría V, de mejor gana?

Hortelano. Yo, con la lechuga de mi alma.

Lechuga. ¡Vaya V. noramala!

¿V. conmigo en la cama"?

Hortelano. ¿Pues con quién de mejor gana?

Lechuga. Yo, con e\ peregil de mi alma.

Peregil. ¡Vaya V. noramala!

¿ V. conmigo en la cama ?

Lechuga. ¿ Pues con quién de mejor gana ?

Peregil. Yo, con la cereza de mi alma.

Cereza. ¡Vaya Y. noramala, etc.

180 BIBLIOTECA

Así sucesivamente van nombrando á todos los pre- sentes , incluso el hortelano y la hortelana , procu- rando siempre nombrar al que está más distraído, para que pague prenda si no contesta al punto.

Zafra.

41.

La fuente.

Se sientan los jugadores formando la rueda, y el director, cogiendo una llave por las guardas, se la da al que está á su derecha , diciendo :

Esta es la fuente redonda y por eUa pasa el agua.

Los demás hacen pasar la llave de mano en mano repitiendo estas frases, y cada vez que la llave da una vuelta, el director agrega dos versos á los ya di- chos, hasta concluir. Todo el que se equivoca ó se le olvida algo de la relación, tiene que pagar prenda. La relación completa es así:

Esta es la fuente redonda, y por ella pasa el agua. Una niña de esta calle lavaba con gusto y gana. Lava, tuerce, enjuga, y después se va á su casa. Por el amor todo se pasa. Si eres mi hermano,

DEL i'-OLK-LORE 187

dame la mano.

Si me quieres mucho ,

quítame de la boca este cucurucho.

Al decir esto, toman la llave con los dientes, y el que le toca tiene que cogerla del mismo modo. El que se ríe y la deja caer, pagar prenda.

Zafra.

42. Anoche vi á mi amor

Este juego se hace del mismo modo que el anterior, empezando siempre el que dirige, diciendo:

Anoche vi á mi amor Sentado en el tocador.

Todos van repitiendo estas palabras, y cuando ya lo han dicho todos , el director agrega :

Anoche vi á mi amor Sentado en el tocador ; Escribiendo sobre tres tablas Estas tres palabras : Quiero, deseo y aborrezco.

El mismo juego escénico se repite, y cuando ter- mina la vuelta, el director repite lo ya dicho , agre- gando además :

Quiero, á A. Deseo, á 13. Aborrezco , á C.

188 BIBLIOTECA

y nombra tres niñas cíela reunión, si es niño, ó vice- versa, cuando á aquellas les toca. Una vez que todos los jugadores han designado á quien quieren, desean, ó aborrecen, vuelven á repetir el juego, y esta vez en lugar de decir, quiero, deseo, y aborrezco V dicen: quise á Á., deseé á £., y aborrecí á C, y levantándose, van abrazando á el niño ó niña que le tocó ser aborre- cido. El que se equivoca ó se le olvida algo, paga prenda como en los demás juegos ele esta índole. Cuando los jugadores son ya jóvenes, se reemplaza el abrazo por un apretón de manos.

Zafra.

43.

El Tocador.

En este juego, el director no toma ningún nombre, los demás sí: hay tres que se llaman Jesús, demonio y hombre. Los otros han de llamarse, polvos, esencias, lohcdla, peina, ú otros útiles de tocador. Cada vez que el director nombra un objeto, tiene que levantar- se el que lo representa, y de no hacerlo, paga prenda. Así, por ejemplo, cuando el director dice.

i Jesús! ¡que demonio de hombre! tiró de la to- balla, y ha derramado los polvos , tiene que levantar- se sucesivamente, ¡Jesús! el diablo, el hombre, la toballa y los polvos.

Si dice; pero hombre, que malas esencias, el

DEL rOLK-LORE 189

hombre y las esencias tienen que levantarse. Pero cuando dice:

i Jesús I voy á tirarla peina, el espejo, los pol- vos, el ja.'ro, y á mandar al demonio á todo el to- cador.

Entonces, después de levantarse cada uno á medi- da que los van nombrando, al decir todo él tocador, se apresuran todos á levantarse, porque el que se dis- trae, paga prenda.

Mérida.

4-1.

La ¡lave de Roma.

Este juego se hace también con una llave. El di- rector la coge, y dirigiéndose á el que se sienta á su lado , le dice , dándole la llave :

Esta es la llave de Roma y toma.

Todos van repitiendo lo dicho por el director, y és- te á cada vuelta que da la llave, le va agregando un renglón de la fórmula del juego hasta concluir. He aquí toda la relación :

Esta es la llave ele Roma y toma. En Roma hay una calle, En la calle una casa, En la casa un zaguán ,

190 Í3ÍBLIOTECÁ

Zafra.

En el zaguán una cocina , En la cociua una sala, En la sala una alcoba , En la alcoba una cama, En la cama una dama , Con la dama una mesa, En la mesa una silla , En la silla una jaula, En la jaula un pajarito

que dice : Esta es la llave de Roma

y toma.

45. El Abanico.

Este juego es muy semejante á el de El Herventó sobre todo , por los movimientos que hay que ejecutar. Se sientan en la forma que tengan por conveniente, y el director le dice á el que está á su lado:

Mi marido fué á la Habana y me trajo un abanico.

y empieza á echarse aire con la mano derecha. Todos van repitiendo la frase y el movimiento, hasta que llega á el último. Entonces el director repite lo di- cho , agregando :

Por la gracia de Dios, dos.

y se echa aire con la mano izquierda. Así que le toca repetir, añade:

DEL FOLK-LOÍÍE 191

Y un San Miguel que meneaba un pie.

Empieza á mover el pie derecho , y cuando después dice:

Por la gracia de Dios , los dos ,

mueve los dos pies á la par que las manos, comuni- cando el movimiento á la cabeza cuando añade:

Una Santa Teresa , que meneaba la cabeza,

y sin dejar de mover las manos, los pies y la cabeza, empiezan á levantarse de la silla y volverse á sentar, cuando por último dicen :

Y un San Bruno , que meneaba el o....

Zafra. 40

El soldadito.

Se sientan en círculo, y el que dirige toma un ob- jeto cualquiera, y dándoselo al de su derecha, le dice:

Tome V. este soldadito Que ha venido de la guerra Aunque con trabajo.

Esta parte de relación da vuelta al corro, y al ter- minar, el primero la repite, añadiendo:

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Trae una porra en la mano Con su badajo.

Vuelve á circular por la rueda, y después el direc- tor añade :

Trae una señora con alto mono, Esta señora dice : Kikirikí, cordones cogí, Kikiricoles, cogí cordones.

Todo esto hay que decirlo deprisa, y el que se equi- voca paga una prenda.

Como complemento de estos últimos juegos, cree- mos oportuno indicar algunos de los castigos que con el nombre de sentencias se imponen á los jugadores que han pagado prenda. Estas sentencias son múltiples y variadas; entre ellas recordaremos las siguientes:

El cariñito ele Cádiz.

Tres veces que y tres veces que no.

Las calabazas.

Que contente.

Que haga ele tocador.

Que haga ele anunciador.

Que ponga tres pies en pared.

Que diga: soy, tengo y qui&ro.

Que pida para un ramo.

Y otra infinidad que pudiéramos citar; pero como no hace á nuestro propósito exponerlas todas, solo

DEL FOLK-LORE 193

explicaremos sucintamente las tres primeras para dar una ligera idea de ellas á nuestros lectores.

Una vez terminado el juego, el director, que ha sido el depositario de todas las prendas , saca una de éstas y dice :

¿ Me quieres ?

Te quiero.

Dame un dedo. ¿ Me amas ?

Te amo.

Dame la mano. ¿ Me adoras ?

Te adoro.

Dámelo todo.

Sentencio esta prenda, por lo muy agraviado que estoy, y debo de estarlo, á que haga el cariñito de Cádiz.

El dueño de la prenda sentenciada se levanta, y si es varón tiene que dirigirse á todas las jóvenes, una por una, y hacerles las preguntas siguientes, á las que van contestando las interpeladas:

El preguntado tiene que unir la acción á las pala- bras y dar sucesivamente al que lo pregunta, prime- ro un dedo: después la mano, y por último, simular un abrazo.

Terminado esto vuelve á sentarse, y el director le entrega otra prenda para que la sentencie á su vez. Este la toma y dice :

TOMO II 13

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Sentencio esta prenda , por lo muy agraviado que estoy y debo de estarlo, á que diga tres veces que y tres veces que no.

Levántase el sentenciado y se separa de la reu- nión. Los demás jugadores se aproximan unos á otros, y en voz baja convienen en la pregunta que han de someter al preguntado. Una vez puestos de acuerdo, uno de ellos dice en voz alta dirigiéndose al castiga- do: «¿Qué dices?» A lo que el preguntado ha de con- testar si ó no. Terminadas las seis preguntas , se di- cen en alta voz para que se sepa lo que ha querido y lo que ha despreciado.

El dueño de esta última prenda toma otra de ma- nos del director, y á su vez la sentencia, por ejemplo, á que haga las calabazas. Esta sentencia ofrece la particularidad de que los castigados son todos los va- rones ó todas las hembras, según el sexo á que per- tenece el dueño de la prenda. Si es varón se levantan todos los hombres y se van á la habitación inmedia- ta; entre tanto las mujeres eligen cada una un hom- bre y se sientan todas, dejando entre cada una de ellas un asiento desocupado. Los hombres tienen que entrar uno á uno y sentarse en la silla que les pare- ce, preguntando á la de la derecha: «¿Es V.?» Si la interpelada es efectivamente la que lo ha elegido, se vuelve hacia él diciendo : « Siéntese V. » Pero si no es ella, le vuelve la espalda y dice: «Bese V. con lo cual la burla es general y el jugador corre á con-

DEL FOLK-LOKE 195

fundirse con los que aguardan vez para entrar á ele- gir su pareja. Cuando todos han acertado con la suya, siguen las sentencias. Si la prenda sentenciada perte- nece á una mujer, ellas son las que tienen que salirse fuera.

Estas tres sentencias y las que le siguen se practi- can comunmente cuando la reunión se compone de jó- venes. Los niños, por lo general, tienen castigos más sencillos, entre ellos la silla de manos, llevar encues- tas á todos los de la reunión y pasar la cañería.

Del primero ya nos liemos ocupado, considerándolo como juego en el núm. 16 de esta serie, y el segundo también queda anotado en el núm. 26. El que tiene alguna más originalidad, es el de la cañería. Se ponen los chicos en columna uno detrás de otro con las pier- nas abiertas ó escarranchas, como ellos dicen, y por el hueco que forman tiene que ir pasando á gatas el castigado. Esta sentencia es la que más temen los chi- cos, pues suele no faltar algún mal intencionado que, al pasar por bajo de él, vierta aguas sobre el que va pasando. Tienen además otros castigos más insigni- iieantes.

DE LOS MALEFICIOS Y LOS DEMONIOS

LIBRO QUINTO DEL «HORMIGUERO»

esevito por el Prior Fr. Juan Nyder, del Orden de Predicador! y trasladado del idioma latino al castellano

CON INTERESANTES ADICIONES

DON JOSÉ MARÍA H0NT0T0

(Mosen Oja Timorato)

DOS PALABRAS AL LECTOR BISCBL

El interesantísimo libro que á continuación pu- blicamos es el quinto del Formicarium (Hormigue- ro) de Juan Nyder, escrito en idioma latino en la primera mitad del siglo xv. La muerte frustró el generoso designio del Sr. Montoto , de verter al idioma castellano toda esta obra , de la cual afirma con gran donaire , que ha sido hecha « para risa de los del número infinito y profunda reflexión de los pocos que piensan.» De ideas enteramente opuestas á las nuestras, creemos de nuestro deber tributar aquí un recuerdo de respeto y consideración afec- tuosos á quien fué en su vida privada modelo de caballerosidad y pundonor y llevó como literato su modestia hasta el extremo de no firmar siquie- ra su Historia de B. Pedro I de Castilla , conside- rada por los historiadores más eminentes de Europa como una verdadera honra, no sólo para su autor, sino para el país en que trabajos tan concienzudos y serios se daban á luz.

Los que consecuentes con la cultura dominante en la época en que hicieron sus primeros estudios, aprendieron á conciencia el griego y el latín, de- bieran con traducciones, análogas á las en que nos ocupamos , facilitar á las nuevas generaciones una

200 BIBLIOTECA

serie de datos indispensables para enlazar la cultu- ra de los tiempos pasados con la de los presentes. Al avalorar el Sr. Montoto con observaciones propias y notas y comentarios muy eruditos la obra que traducía, respondió á una exigencia artística que no deben desatender, al menos en nuestro tiempo todavía, los que deseen aclimatar en nues- tro suelo el estudio de la ciencia niña conocida en Europa con el nombre de Folk-Lore. El titile dul- cí, de Horacio, es una máxima para nosotros respe- table , por encerrar un precepto de verdadero sen- tido común; quien no necesitando, sin embargo; del goloso aliciente , busque sólo en este libro los materiales indispensables para su estudio , salte los comentarios y notas , en la seguridad de que éstos en nada perjudican á la pureza de los datos reco- gidos y a la fidelidad de la traducción. ¡ Ojalá que el desinteresado y valioso ejemplo del castizo escri- tor Sr. Montoto encuentre imitadores, y que resuci- ten de entre el polvo de nuestros archivos multitud de obras estimables , muertas de risa de ver que á nosotros nos falta el tiempo para estudiar á fondo el idioma en que fueron escritas , y á los que la aprendieron la generosidad bastante para auxiliar- nos, prestándonos servicios, á trueque de los inne- gables que les prestamos , dedicándonos al estudio

de las lenguas vivas í

A. Machado y Álvahez.

DEL FOLK-LORE

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RESEÑA BI0GBÁFIC0-HI8TÓEICA.

«Mientras haya paganismo entre nosotros en una ú otra forma, la ma- gia subsistirá, acomodándose quizás á las exigencias de los tiempos; pero subsistirá en el fondo la misma en el mundo.» (El Satanismo, por don Vicente Manterola ).

«A estos candidos de siempre, ad- mirados de que la humanidad sea loca , ávida de lo nuevo , propensa á lo inverosímil y amante de lo im- posible, podríamos convencer de que la sociedad del siglo xix, que tiene la preocupación de la despre- ocupación, como dice nuestro Fíga- ro ( Larra ) , no es menos ai ectaá los apóstoles de lo desconocido , ni me- nos inclinada á las ciencias ocultas, que lo fueron sus predecesores; pero baste á nuestro propósito con citar á esos incrédulos en la credulidad común los tipos de Cubí , frenólogo y magnetizador; Hume, en inteli- gencia con los espíritus; Hermán, el de los espectros y fantasmas, y los hermanos Dovenport, espiritis- tas de grande espectáculo : tipos que realizan en esta época algunos re- lieves , que hicieron tan notable en la suya al héroe de nuestro estudio.» (D. José Velázquez y Sánchez, His- toria de José Bálsamo).

Nació Juan Nyder en Alemania, en esa región de los enigmas, de las sublimes concepciones, y de los admirables delirios ; en esa región , de la que no ha sido dable hasta ahora el decidir si ha contribuido al progreso de la civilización europea con sus grandes

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pensadores , sus insignes artistas , y sus maravillosos inventos, ó si, por el contrario, ha interrumpido ese mismo progreso y retardado esa misma civilización con los absurdos de su Beforma, con sus inconcebi- bles supersticiones y con sus sistemas filosóficos, res- pecto de los cuales, no tanto llama mi atención el crecido número de los que los defienden y de los que los impugnan, cuanto la facilidad con que ceden al examen crítico y razonado de los verdaderos sabios.

Holgárame en gran manera de no dejar cosa inte- resante por decir al bosquejar la vida del autor del libro insigne; más, por cuanto en la única biografía que de él he podido proporcionarme se calla el pueblo donde por vez primera abrió á la luz sus ojos hombre tan célebre, y no sería bien el que, por dárselo al lec- tor todo hecho, yo me deshiciese andando de un lado para otro en busca de una noticia que , después de to- do, acaso no encontraría, omito ese dato histórico: consolándome empero la consideración de que no ha de ocasionar tal silencio entre las ciudades alemanas otra igual cuestión á la que sostuvieran los griegos sobre cuál había sido la que había visto nacer al buen Homero, ni á aquella con que tanto alborotaron las británicas, sobre en cuál se había mecido la cuna del más sutil de los doctores.

Más no se han olvidado las crónicas de decirnos que Juan JNÍyder descendió de una antigua familia; advertencia que no carece de importancia, supuesto

DEL FOLK-LORE 203

que por ella sabemos que el autor del insigne libro era noble, para que nada le falte de cuanto deben mere- cer la consideración y el respeto. Todo lo que es an- tiguo se tiene en gran estima, solo por su antigüedad, y eso sucede, lia sucedido siempre, y sucederá basta el fin del mundo con los linajes. May distraído debía estar el coronel Cadahalso cuando escribió que en ¡Marruecos no se tenía idea de lo que era nobleza he- reditaria, siendo así que no se ha hallado pueblo al- guno que no la haya conocido, y siendo más que sabi- do que, entre los mahometanos, se conceptúan como más excelentes los que descienden del Profeta. Quie- nes deleitándose con la sátira octava de Juvenal y las teorías democráticas, tanto más seductoras, cuanto más exageradas, no se cansan de proclamar que no hay otra nobleza que la de la virtud, me causan la misma admiración que me causaría uno que invirtie- se todas sus fuerzas en azotar al viento , y me presen- tan además una demostración palmaria de que no tienen idea verdadera de la nobleza, por no compren- der que una es la nobleza como condición social, y otra es la nobleza como cualidad moral, y que no hay incompatibilidad alguna en que un malvado sea noble.

Juan Nyder, aparte de la nobleza hereditaria, apareció desde los primeros años adornado de las vir- tudes que más pueden enaltecer á un individuo.

Advirtiendo en él sus padres grandes disposiciones para las ciencias y una decidida inclinación al estado

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eclesiástico, lo pusieron bajo la dirección del Supe- rior del Convento de Santo Domingo de Colmar, el P. Conrado de Prusia, cuyas enseñanzas aprovechó, y de civyas manos recibió el hábito religioso en el año de 1400. Entró así en aquella famosísima Orden reí i-, giosa, para cuyo completo elogio pudieran escribirse tantos elogios, que por solos constituyesen una es- cogida y numerosa biblioteca, si no bastase el decir que tuvo por padre al gran Santo Domingo de Guz- man, y contó entre sus esclarecidos hijos al Ángel de las escuelas, ese prodigio del saber, que parece haber tocado á los límites á que llegar es dado al humano entendimiento.

Pasó luego Juan Nyder á estudiar filosofía y teología á Yiena, y después á Colonia, donde fué or- denado de sacerdote. En 1418 era ya Juan Nyder Doctor en la Universidad , en la cual explicaba la Sa- grada Escritura y el Libro de las Sentencias, al mis- mo tiempo que con sus sermones cautivaba la aten- ción de los fieles.

Eligiéronlo por su Superior los religiosos de Nu- rumberg, donde trabajó sin cesar en la reforma de su Orden y en la instrucción del pueblo , para lo que le sirvió de grande auxilio el General de los dominicos, que fué á Nuremberg para visitar los conventos de di- cha Orden.

En el 1431 , fué elegido Prior del Convento de Ba- silea, puesto de tanta mayor importancia, cuanto

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205

que por aquel tiempo se reunía un Concilio general en dicha ciudad, y los padres de él determinaron ce- lebrar las sesiones en el convento mencionado.

Desde entonces la historia de Nyder va tan unida á la del Concilio de Basilea y á la de los Husitas, que no puedo menos de ocuparme en estas dos últi- mas, siquiera sea concisamente, para que no quede imperfecta la idea que debe concebirse del muchísimo valer del Prior dominico.

Para que no se me tilde de que tomo la relación des- de el huevo , ó los huevos de Leda , ha de saber el lec- tor, que por acaso lo ignore, que las predicaciones de Juan Hus y su discípulo Jerónimo de Praga contra el Papa y contra todo el clero , de tal manera soli- viantaron los ánimos del bajo pueblo de Bohemia, que un día que en la ciudad de Praga se predicaba la Cru- zada en la Iglesia Mayor , se levantaron muchos za- pateros y otros menestrales apellidando Anticristo al sucesor de San Pedro, y profiriendo mil blasfemias. La justicia echó mano de ellos, llevándolos á la cár- cel; más, puesta en armas casi toda la ciudad, acu- dió al Juez, reclamando la libertad de los presos, no sosegándose el tumulto hasta que se prometió á los amotinados lo que con tanto imperio requerían.

Sucedió , empero , que los presos fueron todos de- gollados en la misma cárcel; «y como acaso, dice un historiador, pasando uno de los herejes por la calle, viese salir sangre por un albafial , comenzó á dar vo-

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ees y á convocar el pueblo, diciendo que los presos eran muertos. Púsose al punto toda la ciudad en ar- mas. Van á la cárcel, sacan los cuerpos de los justi- ciados con grandísima fiesta , y envolviéronlos en pa- ños de brocado y seda, y írajéronlos por toda la ciu- dad cantando : « Estos son ios santos , que dieron sus cuerpos por el Testamento » . Después lleváronlos al Monasterio de Beiem , é Luciéronlos embalsamar , lla- mándolos mártires; y después los adoraron por tales. Con este desatino, comenzaron á perderlos Husitas de todo punto la vergüenza, y Juan Rus cobró entre ellos suprema autoridad, y como él, un discípulo su- yo llamado Gerónimo de Praga » .

Formando los Husitas un ejército numeroso, se pusieron bajo las órdenes y dirección del célebre Juan de Tresnón, señor Bohemio, camarero del rey Wenceslao, y el hombre más hábil que entonces se conocía en las cosas de la guerra , al cual se apellidó Zisca, que quiere decir ciego, porque lo estuvo, ha- biendo sido antes tuerto. En cuantas batallas libró, salió victorioso , sin dejar de conducir á su ejército y empeñar sangrientas luchas, á pesar de la pérdida de la vista.

Cuando este valiente se disponía á aceptar las ven- tajosas proposiciones que le hacía el emperador Se- gismundo, se halló atacado de la peste, contra la cual de nada le servía su bravura, y próximo á la muerte, encargó álos suyos, que luego que espirase, hiciesen

DEL FOLX-LOEE 207

de su pellejo un tambor, para infundir con él terror en sus enemigos ; y si esto fué una verdadera atroci- dad, no lo fué menos el que el tambor se hiciese, co- mo efectivamente se hizo.» Se ejecutó su voluntad, dice Moreri , y se vio el efecto de lo que había predi- cho; porque cuando los duques de Sajonia, el marqués de Brandebourg , y el arzobispo de Tréveris , habien- do entrado en Bohemia con un poderoso ejército, es- tuvieron á punto de dar la batalla, fueron de repente sobrecogidos los católicos de un terror tan grande, que volvieron vergonzosamente la espalda, abando- nando el bagaje y la artillería.

» Poco después los católicos hicieron otra Cruzada, dirigidos por los arzobispos Electores y por Federi- co, duque de Sajonia; pero en cuanto apareció el ene- migo, emprendieron la fuga.

» Es verdad que el tambor hecho de la piel de Zis- ca ninguna cualidad tenía que pudiese producir aquel espanto en el ánimo de los católicos ; pero la imagina- ción de los alemanes fué muy débil en aquellos lances, bien porque creyesen que el tambor estaba encanta- do para aterrarlos y ponerlos en desorden, bien por- que se persuadiesen de que los Husitas eran invenci- bles con aquella reliquia del general que tantas victo- rias había obtenido.

» Por lo demás, las tropas católicas se componían de gentes recogidas con precipitación, nada instrui- das ni experimentadas , que se espantaban fácilmente

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á la vista de los herejes, que eran aguerridos y formi- dables por el número de batallas que habían ganado.»

Otro hecho notable se cuenta de Juan Zisca, y es, que habiendo oído que unos malvados habían renova- do la herejía de los Adamitas, los cuales, en señal de inocencia , usaban la indecencia de andar desnudos, así los hombres como las mujeres; tan mal le pareció esto al indomable ciego, que los pasó á todos á cu- chillo. Algunos, sin embargo, debieron quedar de aquella detestable secta, supuesto que volvió á apare- cer, y se vio en toda su desnudez en el año de 1848. De esperares, que en otra erupción i evolucionaría, de tantas como están por venir , hagan esos verdade- ros descamisados un gran papel, y más, afiliados co- mo lo están, al comunismo, vértigo, en que, hoy por hoy, se agita la corrupción asociada á la supina igno- rancia. (1)

Eeunióse por aquellos tiempos el Concilio de Cons- tancia, tan célebre en los fastos eclesiásticos, tan

( 1 ) El primero que hace mención de los Adamitas , es San Epifanio , como nacido hacia fin del n siglo. Las impiedades

que les atribuyeron. Tener sus asambleas en un « :

entrar allí enteramente desnudos hombres y mujeres, sentán- dose revueltamente , y haciendo en tal estado sus lecturas y oraciones. Se alababan, sin embargo, de ser continentes, y aseguraban, que si alguno caía en falta, era echado de la asamblea como Adám lo había sido del Paraíso, por haber co- mido del fruto prohibido. Añade San Epifanio, que tenían horror al matrimonio , porque Adám no había conocido á su mujer, sino después de haber pecado y haber salido del Paraí- so.» (Dice, de Moreri.)

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condescendiente con las galicanas aspiraciones de siempre, y cuya lectura y estudio han producido en el convencimiento de que poco tuvieron que dis- currir Juan Hus y Gerónimo de Praga, y poco tuvie- ron que pensar después Lutero y Calvino; porque las gallinas se las había traído Juan Wideff , y la Refor- ma, que solo por antítesis puede decirse así, estaba hecha, sin más trabajo que el de tomar los huevos del Diálogo y el Triálogo, y estrellarlos en la Confesión de Ausburgo, ó en las Instituciones teológicas. «Es una cosa importante y curiosa para la historia del enten- dimiento humano, dice un autor, el seguirla genera- ción de los errores, y ver como de siglo en siglo han nacido unos de otros.» "Wideff podría decir con más razón que Erasmo: Ego peperi ovum, Lutlierus autem escludit.

Fué denunciado en dicho Concilio Juan Hus, á quien se citó para que compareciese á dar razón de sus predicaciones, y él acudió ala cita, acompañado de Gerónimo de Praga, asegurados antes uno y otro con un salvoconducto que les dio el emperador Segis- mundo; seguridad que les fué tan útil, como puede considerarse , sabiendo que los dos fueron luego en- causados , condenados y enviados á la hoguera , para donde caminaron, Juan Hus cantando el símbolo de los Apóstoles , y Gerónimo de Praga entonando los salmos. Se excusa la felonía diciéndose que el tal salvo-

TOMO II 14

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conducto era solo para el camino; pero es de creer, que si ellos asilo hubieran entendido, todavía los es- tarían hoy esperando los padres del Concilio.

Para persuadir cierto escritor de que no se usó de mucho rigor en quemar á los dos herejes , dice que ningún género de muerte hay que sea mejor de sufrir que la del fuego ; y aunque las razones que sobre esta afirmación expone no me han convencido . acaso pa- recerán á otro más que excelentes.

De lo que estoy íntimamente persuadido , es de que, aun cuando Juan Hits y Gerónimo de Praga merecie- sen la última pena, y aun cuando la muerte en medio de Jas llamas sea tan buena de sufrir como imaginar- se pueda, el haber sido engañados y haberlos puesto el engaño en poder de sus enemigos, les ha hecho acreedores á una compasión , que , en otro caso , nadie le concedería, sino sus parciales, quienes no dirían, como dicen, que la sangre de Juan Hus y Gerónimo de Praga fué derramada en la pira encendida por la traición.

Disolvióse el Concilio de Constancia, y continua- ron los Husitas cometiendo toda clase de horrores, mandados unos por Procopio Euso, llamado el Gran- de, guerrero valiente y entendido; otros por otro Procopio, hermano de aquél, y dicho el Pequeño, por- que no valía, ni con mucho, la mitad que el primero, á pesar de ser un excelente General ; y otros , por un tal Bedrico, sacerdote, que lo primero de que se cui-

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fué de amancebarse con dos mujeres, como lo han de uso y costumbre cuantos sacerdotes se hacen re- negados.

En la penúltima sesión del Concilio de Constancia se señaló la ciudad de Pavía para la celebración del Concilio próximo , que había de tener lugar en el año de 1423, como efectivamente lo tuvo; mas, por razón de la peste que allí reinaba, fué escaso el número de prelados que acudieron , lo que movió al Papa á tras- ladarlo á Sena y poco después á Basilea , donde veri- ficó su apertura el dia 23 de Julio de 1431, propo- niéndose: 1.° La reforma de la Iglesia en su cabeza y en sus miembros , reforma que hacía muchos años que se venía diciendo era de urgentísima necesidad, pero que siempre quedaba por hacer como entonces quedó, porque ni la cabeza ni los miembros querían ser reformados, ni en realidad lo fueron hasta que se celebró el Concilio de Trento, que vio la precisión de quitar á los herejes ese pretexto, si pretexto puede llamarse. 2.o La reunión de la iglesia griega con la latina, que tampoco se realizó. 3. o La conversión de los Husitas , á que se dedicó con preferencia á todo, y si bien no llegó á conseguirlo , poco le faltó para aniquilar por completo á aquellos sectarios.

No fueron del agrado del Papa Eugenio EV las intenciones que desde un principio manifestaron los Padres de Basilea, por lo que antes de que trascu- rriese medio año les mandó que se disolviesen ; pero

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ellos se resistieron á obedecer , alentados por su pre- sidente el Cardenal Juliano , que supo alarmar al So- mano Pontífice, resucitando la celebérrima cuestión de si el Papa es superior al Concilio general, ó éste es superior á aquél ; cuestión qim Bomanis stomachum movet, como dice Pedro de Marca, y en la cual estu- vieron decididamente por la negativa los Prelados es- pañoles, como lo estarían hoy; pues en lo referente al Papado jamás han formado al lado de los franceses. Sin duda por eso les atribuyó el Abad Gonjet defec- tos que no han tenido, y respirando por la herida, dijo, que nuestros teólogos habían sido muy gravosos á la Facultad de París. ( 1 )

En asunto de tan difícil solución me admira el ver con qué tono magistral, en aquel pugilato del siglo pasado entre nuestros regalistas y la Corte romana, escribía D. Gregorio Mayans y Ciscar al Camarista D. Blas Jover y Alcázar: «La verdad es, que el Con- cilio universal es superior al Papa ; pero esta verdad no se puede decir ahora en España. %

El mismo Gerson, alma del Concilio de Constancia, no se hubiera explicado en términos tan absolutos. Para ciertas doctrinas ya no había Pirineos , cuando así se explicaba Mayans, y poco tiempo subsistieron para cuantos delirios tienen trastornada á la actual sociedad.

(1) Discurso sobre el restablecimiento de los estudios, principalmente de los estudios eclesiásticos, desde el siglo xiv.

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Eugenio IV cedió, revocó las Balas de disolución que había dado y expidió otra en que declaraba que el Concilio había sido legítimamente continuado , y que lo aprobaba; de lo que, dice cierto autor, «infiere Bossuet que él honró al Concilio de Basilea y á la Iglesia universal á quien representaba dicho Conci- lio, y le hizo superior á él, pues por la condescenden- cia á sus órdenes, revocó los decretos que el mismo había publicado.» Sin embargo, téngase en cuenta que Bossuet, no por ser un grande hombre, dejaba de ser un gran francés.

Convencido el Concilio de que no había que pensar en reducir por la fuerza á los sectarios, pues cuantas veces se habían enviado ejércitos contra ellos, otras tantas habían sido dichos ejércitos completamente de- rrotados , les pareció bien intentar atraerlos por me- dio de la dulzura y la persuaden , y procuró recabar de los mismos el que enviasen sus diputados á Basi- lea, para que en aquel Sinodo se dilucidasen las opi- niones, tes quejas y las cuestiones todas, y dándose razón al que le asistiese , terminasen los conflictos, que sembraban la desolación en una gran parte de Alemania. Con este fin les fueron enviados varios nuncios, siendo uno de ellos el Prior Fr. Juan JNyder, el cual., aun cuando no había publicado el insigne li- bro, ya era conocido por su celo y sus predicaciones como un hombre eminente , y acaso el más á propósito para la misión que se le confiaba, pues por su ilus-

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tración, su talento y su prudencia, hasta se había captado la estimación de los mismos herejes, sus pai- sanos.

Si fuese á referir detalladamente todos los trabajos de Nyder para recabar de los Husitas el envío de diputados al Concilio de Basilea, muchas páginas habría de escribir; pero en obsequio á la brevedad que en esta reseña me he propuesto , limitóme á de- cir, que á las exhortaciones del sabio dominico, á sus gestiones en todas las Cortes alemanas y á sus per- suasivas cartas, se debió, sin duda, el que por fin los Bohemos enviasen sus representantes á Basilea, y que ante los Padres del Concilio expusiesen sus pre- tensiones, que eran las siguientes-. 1.a Que hubiese libertad de administrar á todos los fieles el Sacra- mento de la Eucaristía, bajo las dos especies de pan y vino. 2.a Que todos los pecados mortales , y princi- palmente los pecados públicos, fuesen reprimidos, corregidos y castigados por aquellos á quienes co- rrespondía. 3.a Que la palabra de Dios fuese predi- cada fiel y libremente por los prelados y diáconos que fuesen á propósito para ello. 4.a Que no fuese permi- tido al clero ejercer autoridad alguna secular sobre los bienes temporales.

Presentadas por los herejes estas pretensiones, que en verdad no me parecen muy exaj eradas, dice el Abad deSant Frontes y Beneficiado de Dueñas, Dr. Gon- zalo de Illescas, lo siguiente, que ciertamente no es

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para omitido : « Tornóles á replicar entonces el lega- do : Mirad, hermanos, que somos informados que sus- tentáis otras muchas conclusiones nuevas escandalo- sas , que ofenden los oídos de los católicos ; y princi- palmente nos dicen que condenáis las órdenes y reli- giones de los mendicantes, diciendo que son inven- ciones del demonio.» Levantóse entonces en pié Pro- copio, y dijo: «Es verdad, por cierto, que estas ór- denes son invenciones diabólicas , porque , pues , ni Moisés en la ley vieja , ni los Patriarcas en la ley de Naturaleza, ni los Profetas, ni Cristo en el Evange- lio las instituyeron , claro es que las halló el demonio y no otro.» No pudieron tener la risa los católicos que estaban presentes, cuando oyeron una razón tan impertinente y fuera de propósito como aquella. Y porque los herejes no se corriesen , hizo señal el Le- gado con la mano, con mucha gravedad, para que to- dos callasen, y vuelto á Procopio, dijo: «Entended, hermano Procopio, que no solamente se ha de tener por ordenación y precepto divino lo que los Patriar- cas y Profetas y Moisés y Jesucristo Nuestro Reden- tor ordenaron : también es ordenado y proveído por mano de Dios lo que la Iglesia universal, dirigida y alumbrada por el Espíritu-Santo, determina, estatuye y ordena. »

Mas, como quiera que los Husitas se hallaban divididos en varias sectas , cada una de las cuales proclamaba diferentes desatinos de los que á las de-

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más se les había ocurrido , comprendieron los Padres del Concilio que mientras no consiguiesen convencer á todas, poco ó nada adelantarían en avenirse con Procopio y los demás diputados que con ól estaban. Por esta razón volvieron á enviar sus nuncios á Bo- hemia, siendo también entonces uno de ellos el Padre Fr. Juan Nyder , de quien nos dice la biografía , de que he tomado parte de las noticias que voy refirien- do, que hallándose en Eatisbona con Juan Polemar, Arcediano de Barcelona, tuvo algunas conversacio- nes con una mujer obstinada, la cual, infecta de la nueva herejía, se dedicaba á dogmatizar, y sostenía tan tercamente sus errores, que ni la elocuencia, ni las decisivas razones de Polemar pudieron reducirla; y que de tal manera supo conducirse con ella el docto Prior, que al fin aquella desdichada abrió los ojos á la luz de la verdadera fe, haciendo abjuración.

Llegado Nyder á Praga trabajó sin descanso en la reducción de los herejes; pero ni sus esfuerzos, ni los demás nuncios hubieran conseguido cosa alguna, si al mismo Nyder no se le hubiese ocurrido otro medio más eficaz , cual fué el de separar del partido de los Husitas á los nobles y á la clase media, que no por convicción , sino por conveniencia propia se habían unido á los sectarios, de cuyos excesos y tiranía se hallaban ya bastante cansados.

A dmitido el pensamiento por el Concilio , y puesto Nycler de acuerdo con los principales de Bohemia,

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sólo hacía falta dinero para la ejecución del plan com- binado; pero lo facilitó luego el mismo Concilio, y se entregó al famoso Mainard de Nettchaux , el cual tardó poco en arrojar á ios herejes de algunas ciuda- des, sabido lo cual por el gran Procopio, ó Procopio el grande, partió éste de Basilea y se puso al frente de los guerreros Husitas. Salióle Mainard al encuen- tro, y se trabó un rudo combate que duró cuatro ho- ras, y que dio por resultado la muerte de los dos Pro- copios y la rendición de todo su ejército.

Afeo su victoria Mainard con el hecho espantoso de encerrar en unos graneros, no sólo á los herejes, que habían combatido, sino á otros muchísimos de sus partidarios que allí habían acudido engañados, y ha- cer morir quemados dentro de los graneros dichos á todos aquellos infelices.

Contando esta barbaridad el susodicho Beneficiado de Dueñas, que califica el hecho de memorable hazaña, dice: «De esta manera castigó Nuestro Señor estos malaventurados herejes, y vinieron á comenzar desde acá á arder en el fuego que los atormentará eterna- mente, en pago de las innumerables crueldades que cometieron y de la impiedad con que corrompieron nuestra sagrada religión. »

Grandes habrán sido los crímenes perpetrados por los Husitas , inmensos los estragos que causaron, in- fames é inicuos sus procederes con los católicos; pero nada de eso disculpa, á mi ver, aquella monstruosa

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hecatombe. A pesar de ella, volvió á retoñar el husi- tismo en el siguiente siglo con las demás sectas heré- ticas; prueba irrefragable de que, si bien para con- servar el orden material por algún tiempo, ha solido ser útil el excesivo rigor, jamás se consigue por ese medio la extinción de los falsos principios. Los erro- res del entendimiento, cuando no se arrancan del sue- lo donde arraigan, siempre brotarán sin cesar, á tra- vés de cuantos esfuerzos humanos se les opongan . Si la razón no se ilumina, si la conciencia no se ilustra, en vano será el que los cuerpos se quemen.

El Prior Fr. Juan Nyder, después de la tragedia de los Husitas, marchó á Viena, para aconsejar al emperador Segismundo la manera de sacar el mejor partido de la victoria , y aprovechó su estancia en aquella ciudad para promover entre los hermanos de su Orden la reforma que había de dar el resultado de la fiel observancia de la Eegla. Después se volvió á Basilea, donde continuó prestando sus servicios álos padres del Concilio , hasta que los escándalos de éste respecto á su conducta con el Papa Eugenio VI lle- garon á extremarse en tales términos , que sublevaron el ánimo de aquel religioso contra tan desatentada asamblea, convertida en un verdadero conciliábulo. No habiendo podido, á pesar de la energía de su ca- rácter, retraer á los facciosos allí reunidos de que desistieran del pensamiento que intentaban realizar, y que en efecto realizaron, de deponer al Papa legí-

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timo, se separó de ellos indignado é hizo cerrar las puertas de su convento, para que no volviesen á re- unirse en él, sin que los odios y persecuciones que le atrajo la rectitud de su proceder fuesen bastantes para hacerle desistir de lo que en lo íntimo de su co- razón reprobaba.

Dotes sobraban á Nyder para haber brillado en las mayores dignidades eclesiásticas, y no es dudoso el que , á haberlo él apetecido , hubiera sido altamente recompensado por Eugenio IV; pero á todo prefirió la tranquilidad del claustro, que le permitió entre- garse á la oración y escribir obras dedicadas todas á la salvación de las almas, hallándose entre ellas el Alf alelo del amor divino, que un autor dice que es de oro.

«Pero entre todas las obras del P. Nyder dice otro autor la que parece haberse escrito con mayor cuidado y haber retocado en los últimos anos de su vida, es una colección curiosa de diálogos, dividida en cinco libros y titulada Formicarium, hormiguero, porque el autor se sirve en ella del ejemplo de las hor- migas, para instruir en su deber á los cristianos de todas edades y condiciones. Esta obra , histórica y moral al mismo tiempo , se halla toda llena de exce- lentes máximas y de\in gran número de ejemplos, sacados de la historia sagrada y de la profana; encuéntranse en ella muchos hechos curiosos que ha- bían pasado en presencia del autor ó en su época , y

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de ellos se lian valido todos sus biógrafos para escri- bir su vida. Apenas apareció la imprenta, se apare- ció esta obra con el siguiente título : Hormiguero de Juan Nyder, ó exhortación á latida cristiana, diálogos históricos, en los que se halla con frecuencia de princi- pes, obispos, superiores, sacerdotes, religiosos, religio- sas, mendigos y mendigas , repúblicas y ciudadanos , per- sonas casadas, viudas, doncellas, y de otras muchas co- sas que se refieren , á los íncubos, la invocación de los muertos y la nigromancia . ó el avie para comunicar con los demonios. » Uno de los cinco libros de esa obra es el insigne, que ahora sale al público, para risa de los del número infinito , y profunda reflexión de los pocos que piensan. El principal mérito que me cabe al darlo á luz , es el valor que para ello se necesita en estos momentos históricos.

Murió Juan Nyder, según Moreri, en Nuremberg, después del año de 1440; mas, ¿podrá decirse que ha muerto el que incesantemente está enseñando?

VELABA PRUEBA,

En una de las trece ó catorce mil casas que forman la siempre famosa ciudad de Sevilla, reuníanse á pa- sar parte de las dilatadas noches del invierno cuatro buenos amigos , que entretenían el tiempo en todo lo que no tuviese el menor contacto con la política na- cional. Solían hacer algunas excursiones por el ex- tranjero, divirtiéndose con las metamorfosis de Gam- betta y con las vueltas y revueltas que por Europa y por Asia están dando hace tiempo los rusos y los in- gleses buscando el sitio más conveniente para encon- trarse, corno al fin se encontrarán, no si para dar- se las manos 6 para saludarse á cañonazos. .

De vuelta de estos viajes, que aun cuando solían llegar hasta el Afghanistan no por eso duraban mu- cho, sentábanse alrededor de una mesa y la empren- dían con el tresillo, que jugaban á céntimo de real el tanto, disolviéndose después la reunión apenas sona- ba la hora de las diez en el reloj de la celebérrima Gi- ralda.

Pues en la noche de un jueves del ano próximo pa- sado de 1879, juntos ya los cuatro amigos en casa

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de R. , que era donde tenían sus tertulias , antes de que otra conversación se promoviese, dijo M.

Han de saber Vds. que pasando hoy por la calle de la Feria, páreme delante de un tenducho de viejos cachivaches, entre los cuales descubrí un libro de grueso volumen , forrado en pergamino, tan vetusto como la mayor parte de los trebejos que le acompa- ñaban, y en cuyo lomo aparecía un letrero en direc- ción horizontal, escrito en caracteres góticos, tan bo- rrosos que no consentían su lectura. Movido de la cu- riosidad, acerquéme á aquellas baratijas, tomé el libro, abríle incontinenti, y leí su portada, escrita en latín, que decía: «Algunos tratados, tanto de ¡os anti- guos como de los modernos autores, acerca de las brujas y otros magos y demoniacos, y de su arte: potestad y pena, distribuidos en dos tomos, de los que el primero contiene el Martillo de malacas, de los inquisidores San- tiago Sprenger y Enrique Institor, y el Hormiguero de malcficas y de sus prestigios y decepciones del teólogo Juan Nyder. Impreso en Francfort, año de 1600. »

Pasé rápidamente la vista por algunas páginas, to- cias en letra bastardilla, diminuta y confusa, pare- ciendo además el latín hecho de encargo para deses- perar al lector, y aunque el enterarse de cuanto allí se decía no podía reputarse empresa fácil, sin embar- go, por lo mismo que se presentaba ancho campo en que descifrar geroglíficos , tarea inútil á que por mal de mis pecados siempre me llevó la afición, formé el

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propósito de adquirir la obra, y entré en ajuste con el dueño, quien, sin mucho regatear, me la cedió por cincuenta céntimos de peseta, creyendo él, como así era en realidad, que habia hecho un buen negocio.

R. ¿Cómo buen negocio, habiendo vendido el li- bro en precio tan ínfimo?

M. Sí, porque si yo no se lo hubiera comprado, probablemente se hubiera quedado siu vender, su- puesto que para los que ignoran el idioma latino era inútil, y para los que lo entienden, despreciable; pues tratando de brujas, duendes, aparecidos, endemonia- dos y de otras materias á estas análogas, era tanto como si tratara de las mayores necedades del mundo, indignas de la ocupación de todo hombre serio é ilus- trado , el cual ya sabe que cuanto sobre tales cosas se diga que no sea presentarlas como invenciones supers- ticiosas agenas de toda verdad, es proferir absurdos y engañar á los ignorantes. Tuvo, pues, fortuna e\ tendero de la Feria en que yo, que no soy serio aun cuando lo parezca, ni tampoco ilustrado , por más que en leer y estudiar he pasado casi toda mi vida, fuese tentado á enamorarme del mamotreto.

G. Y ¿qué habría tenido de particular el que cargase con las lucubraciones de los dos inquisidores y del teólogo otro de la seriedad é ilustración que us- ted dice le faltan? Por ventura, no hay hombres muy serios y muy ilustrados, los cuales no hacen otra cosa que escribir y publicar obras, en las que con toda la

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formalidad y toda la ciencia de que son capaces dis- cuten y cuestionan sobre lo que ni es ni puede ser?

M. Lo que habría tenido de particular es que quisiese alguno perder el tiempo con lo que ya está definitivamente juzgado, y sobre lo cual cada uno sabe á qué atenerse. Si hoy se escribe y se lee mucho sobre grandísimas inepcias, afirmándolas uno, impugnán- dolas otro, y teniendo todos la atención fija en ellas, consiste en que todavía no está dicho acerca de las mismas la última palabra, ó porque aun cuando en realidad sean verdaderos despropósitos, como quiera que se presentan mezcladas á veces con algunas ver- dades, fascinan á no pocos y se llevan de calle á los incapaces de discurrir.

C. ¿Con que ya es una verdad incuestionable que todo lo que se dice de brujas, duendes, aparecidos y demás de este género es pura mentira?

M. Tanto como una verdad incuestionable no diré que lo sea, al menos por definición y sentencia de juez competente; pero que lo es hoy por la opinión pú- blica, lo cual no deja de ser muy respetable.

E. Para no, porque ó todas esas cosas son verdaderas ó no lo son; si lo primero, la opinión pú- blica se equivoca hoy; y si lo segundo, la opinión pú- blica se equivocó en aquellos tiempos en que eran ge- neralmente creídas. Por manera que si no hay otro tribunal que haya dictado el fallo , bien se podía ape- lar de uno que es tan falible, sin considerar ya el

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asunto como pasado en autoridad de cosa juzgada.

M. Fuerza, y no poca, tendría lo que Y. dice, si la opinión pública de los pasados siglos, en los que una crasísima ignorancia alimentaba las supersticio- nes en todas las clases de la sociedad, fuese tan aten- dible y digna de respeto como la opinión pública de nuestros días, cuando las luces de la ilustración han iluminado todas las inteligencias.

R. Tampoco estoy conforme con eso, porque si bien no pondré en duda que en lo que comunmente se dice publico, en cuya palabra entiendo comprendidos todos ios órdenes sociales, existe en el día más ilus- tración que la que había en los siglos que nos lian precedido ; el más consiste en que se extiende á mayor número de individuos , no en que las ciencias pura- mente especulativas , en las que todo ha de venir del entendimiento, se hallen hoy á mayor altura que la que alcanzaron en aquellos tiempos en que la general opinión de hombres que fueron , son y serán tenidos por eminentísimos sabios , admitía como cierta la exis- tencia de la magia , que se ejerce por obra ó con el auxilio del demonio.

C. Todavía concedo yo menos, porque no veo que sea hoy mayor el número de personas ilustradas que el que había en tiempo de nuestros abuelos; lo que úni- camente veo es que son más los que saben leer y es- cribir, y precisamente en eso creo que está la causa de que, dadas las actuales circunstancias de la socie-

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dad, se halle la ilustración de nuestros días en un es- tado incomparablemente más deplorable que cuando eran pocos los que entendían un libro y manejaban una pluma, que á veces lo bueno se convierte en malo, aun cuando intrínsecamente nunca deje de ser bueno. Pues aparte de que la verdadera ilustración no pien- so que tanto signifique como saber mucho, sino sa- ber bien lo que conviene y se debe saber, los que no están en condiciones de cultivar las letras y las cien- cias tampoco lo están en juzgar sobre la verdad ó im- postura de lo que leen; por lo cual se dejan llevar ge- neralmente de lo que otros escribieron. Y como que entre lo que la prensa da á luz es muchísimo más lo malo que lo bueno, y como el humano linaje, por la reliquia que en él ha dejado el pecado del primer hom- bre, infinitamente más que á lo bueno es inclinado á lómalo, por precisión habremos de convenir en que cuanto más se generalice el saber leer y escribir, tan- to mayor será la difusión de los errores y tanto más se irán corrompiendo las costumbres. Acabo de leer un periódico de Madrid en el cual, refiriéndose á una estadística penal contenida en la Gaceta, dice: «Por los cuales datos se ve que entre los que saben leer y escribir y tienen una educación media , con ser mu- chísimos menos en número que los que carecen de aquellos conocimientos y de toda especie de educa- ción social y literaria, los criminales abundan de una manera extraordinaria.» ¿Puede, amigos míos,

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ser ilustrado, ni se concibe que lo sea, un pueblo co- rrompido?

Bien se me alcanza el medio de conciliario todo de manera que no creciese la inmoralidad á proporción que se aumentasen las escuelas, pues el remedio se reduce á prevenir que la prensa nada pueda estampar sin la anuencia y aprobación de personas competen- tes; pero desgraciadamente ni en lontananza diviso un ánimo valiente que acometa la curación de tal do- lencia.

M. ¿Es decir, que cree V. de absoluta necesidad la previa censura?

C. Exactamente. La había antes, aun cuando no con la generalidad y el rigor que convenía; y es lo cierto que desde que , rindiendo culto á sofísticos prin- cipios , se la ha hecho desaparecer, estamos viendo las gigantescas formas que de día en día van toman- do los vicios, al mismo tiempo que la confusión de ideas y la perversión del sentido moral llegan á tal ex- tremo , que hasta la verdadera noción de lo justo y de lo injusto parece que se ha perdido.

E. Está bien lo que V. dice, y mucho pudiera dis- cutirse sobre la materia ; mas siguiendo por ese ca- mino temo que hemos de llegar á perder el que em- prendimos.

G. Así también me lo parece, y será bien volva- mos atrás los pasos y que acaben Vds. de decirme, á fin de que me sirva de gobierno , si he de tener por

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falso y supersticioso cuanto de las brujas, duendes, endemoniados, aparecidos, etc., etc., se cuenta en los libros y fuera de ellos. Ante todo, quisiera saber qué es lo que sobre el particular ha dicho Nuestra Santa Madre la Iglesia.

M. Creo que hasta ahora, si bien en sus Códigos ha condenado , como también condenan todas las le- gislaciones civiles, el ejercicio de las artes mágicas, no se ha ocupado en definir lo que en cada una de ellas haya de verdad ; pues aunque se hace mérito del Con- cilio Ancirano y se alega un canon del mismo de du- dosa legitimidad, es común opinión que el tal canon sólo se refiere á cierta y determinada secta y no á to- das las especies de magia.

E. Pues entonces, á donde el asunto debe llevar- se es al tribunal de la razón.

M. Ya se ha llevado.

R. ¿Y qué se ha decidido?

M. Que es de fe cuanto délos endemoniados nos dicen las Sagradas Escrituras, y que es posible todo cuanto se conoce con el nombre de maleficio.

G. Bien; pero la posibilidad no supone la reali- dad, que es de lo que yo quisiera cerciorarme.

M. Eespecto ala realidad, voy á referir á uste- des lo que he leído en varios autores que~de esta ma- teria se han ocupado detenidamente, y después uste- des juzgarán.

El poder de hacer cosas extraordinarias, que están

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fuera del alcance de las facultades humanas, según la idea que de éstos tenemos, y que, por lo tanto, no se concibe como se lian hecho , es lo que se llama ma- gia, de la cnal hay dos especies, una que se dice na- tural, y otra que es verdaderamente diabólica.

Posee la primera el que sabe las virtudes natura- les de las cosas, con cuya ciencia asombra al que ig- nora esas admirables virtudes. Se dice con razón , que si vulgarmente se ignorase la virtud de .la piedra imán, y alguno la ostentara, sería tenido por mago, y lo mismo podría decirse de la electricidad, el va- por, etc. Esta clase de magia, se considera como cier- ta parte de la filosofía más secreta, la cual, cuando llega á ser comunmente conocida, ya deja de llamarse magia, y se enumera entre las demás artes.

El P. Victoria escribe que, en muchas cosas natu- rales, se hallan efectos extraordinariamente sorpren- dentes y del todo semejantes á las obras mágicas; como el de una piedra que se encuentra en el Tigris, que libra de las fieras al que consigo la lleva; el de la yerba carisia, la cual hacía que todos los hombres amasen á la mujer que la poseía; yerba que tengo para que se ha perdido, de cuya desgracia jamás se podrá lamentar bastante el bello sexo.

De otra yerba, llamada dictoneo, dicen autores muy veraces, que cuando las cabras la comían, ex- pelían las saetas que tuviesen clavadas.

Por San Agustín sabemos que había en Epiro una

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fuente, cuyas aguas quitaban la sed al que con ella las bebía; pero se la daban ardientísima al que sin ella las tomaba. El mismo Santo habla de otra fuen- te, símbolo del inconstante, la cual manaba en Ida- mea, y solía mudar cada ano cuatro colores, durando cada uno tres meses, siendo al principio rubio, luego sangrienta, después verde, y finalmente, clara y pura.

La piedra asbesto, según el mismo San Agustín, tenía la virtud de que, una vez encendida, nunca se apagaba.

Esto me recuerda lo siguiente, que leí en un libro, impreso en Trigueros el año de 1649, y cuyo autor no quiero nombrar, temiendo sean Vds. tentados de buscarlo, leerlo y perder el tiempo, como yo lo he perdido: «San Isidoro, no solo fué ilustre mago na- tural especulativo, sino también práctico, y entre las obras mágicas que hizo , fué una la que cuenta D. Lucas, Obispo de Tuy, y fué en tiempo de don Alonso el VI, y lo refiere D. Pablo de Espinosa: hizo una candela que, una vez encendida, no se podía apagar, y la hubo de poner el Santo cuando murió, y donde la hallaron mucho tiempo después los cris- tianos, que se la hurtaron con la ocasión que diré.»

Mas no creo que debo pasar adelante sin advertir, que San Agustín, después de referir muchas propie- dades naturales, que ciertamente causan admiración, y de las cuales no puede darse cuenta la inteligencia

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humana, afiade: «Tampoco yo quiero que temeraria- mente se crean todas las maravillas que relacioné, mediante á que yo no les doy tal asenso, como si no me quedase duda alguna de ellas , á excepción de las que yo mismo he visto por experiencia , y cualquiera fácilmente puede experimentar; como el fenómeno de la cal, que hierve en el agua, y en el aceite está fría; el de la piedra imán , que no cómo con un sorbo in- sensible no mueve una pajilla, y arrebata el hierro; el de la carne del pavón que no admite putrefacción; el de la paja, que está tan fría, que no deja derretirse la nieve, y tan caliente, que hace madurar la fruta; el del fuego, que siendo blanco y resplandeciente, co- ciendo las piedras, las convierte en blancas, y con- tra esta blancura y brillantez , quemando varias co- sas, las oscurece y vuelve negras. Semejante á éste es aquel prodigio de que con el aceite claro se hagan manchas negras, como se hacen también líneas ne- gras con la plata blanca; y también el de los carbo- nes , que con el fuego se convierten en otra esencia tan opuesta, que de hermosísima madera, se vuelva tan desfigurada, de dura, tan frágil, y de corruptible, en incorruptible. De estas maravillas , algunas las yo, como las saben otros muchos, y otras infinitas, que sería alargarme demasiado referirlas todas en este libro. Pero de las que he escrito en él, y no las he visto por experiencia, sino que las leí excep- ción de la fuente donde se apagan las hachas que es-

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tan encendidas, y se encienden las apagadas, y el de la fruta de la tierra de los Sodomitas, que en lo exte- rior está como madura y en lo interior como humosa), nunca pude hallar testigos que fuesen idóneos para que me informasen si era verdad. Y aunque no en- contré quien me dijese que había visto aquella fuen- te de Epiro, sin embargo, hallé quien conocía otra semejante en Francia, no lejos de la ciudad de Gre- noble. Y el de la fruta de los árboles del país de So- doma, no solo nos lo enseñan las historias fidedignas, sino que asimismo son tantos los que aseguran ha- berlo visto, que no puedo dudar de su identidad. Pero todo lo demás lo conceptúo de tal calidad, que ni me determino á afirmarlo, ni á negarlo ; sin embar- go, lo inserté, porque lo leí en los historiados de és- tos, contra quienes disputamos , para manifestarla diversidad de cosas que muchos de ellos creen , ha- llándolas escritas en los libros de sus literatos , sin que les den razón alguna de ellas los que no se dignan darnos crédito, ni aun dándoles la razón, cuando lo que supera la capacidad y experiencia de su inteli- gencia, le decimos que lo ha de hacer Dios Todopo- deroso.» En el susodicho libro impreso en Trigueros, se lee: En la naturaleza se conocen por experiencia algu- nos efectos maravillosos, sin haberse podido hallar su verdadera causa ; como lo que se lee en Solino , que Demariño en algunas ocasiones que tuvo de quererle

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sus enemigos ofender con armas , usaba de una piedra llamada camelthifcs, que se halla en la sola Isla de Córcega, la cual detiene, para que no lleguen ala persona que se halla con ella, las manos del que quie- re ofenderle. Sabida es aquella virtud del anillo de Giges, pastor de la Libia , el cual, estando repastan- do el ganado, descubrió una maravillosa cueva, y deseoso de saber lo que estaba dentro de ella, entró y halló un gran caballo de bronce en forma de sepul- cro, y encerrado en su vientre un gran gigante, y mirándole con atención, vio que en un dedo de la ma- no estaba un riquísimo anillo con una vistosa piedra, y quedóse con ella; y andando después en su poder, experimentó que , moviéndola hacia la palma de la mano , los demás pastores no le veían ; y satisfecho de esa virtud con largas experiencias que hizo, deseoso de valerse de ella para cosas de importancia, se fué á la corte del rey de Libia, tuvo traza de verse con la reina, con quien se casó, y vino á ser señor de toda la Libia. » M. —También se lee en el citado libro lo siguiente: « ¿Y quién podrá saber la causa natural de lo que refiere Mayólo, aunque no lo hallo, que, muerto el padre ó madre de familias, se mueren todas las abe- jas que se crían en la colmena, si no hay cuidado de- pasarlas á lugar distante? ¿Quién podrá descubrir la causa de que la piedra imán por un lado atraiga y por otro eche de al hierro, y por qué pierde sus

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fuerzas si le toca el zumo del ajo, ó le cubre el estiér- col del animal, y que se libre de esa suspensión de ejercicio de su virtud luego que la bañan con vino? ¿Quién sabe con ciencia cierta la causa verdadera de las crecientes y menguantes del mar, y para qué fal- tan en uno de los Mediterráneos y no en ambos? ¿Quién el número cierto de los cielos y la causa in- mediata de su regular gobierno? ¿Quién ha hallado la causa verdadera de refrescarse la sangre del cuerpo violentamente muerto , ó del miembro cortado , aun- que sea mucho después del suceso , estando presente el matador? ¿Quién sabrá por qué preceden al suceso de algunas desgracias extraordinarias en cualquier persona ó de algunas ilustres familias, señales que den noticia de ellas, aunque las personas estén muy distantes? En el estado de Ferrara, todas las veces que sucede alguna grave enfermedad á los de la fa- milia, marqueses ó príncipes, se oye en la capilla don- de está enterrada Beatriz Atestina, que era de ese linaje, un gran ruido, y el cuerpo de la difunta se halla trastornado á otro lado del que antes tenía; murió el año de 1226. Y Mayólo refiere de los huesos de San Silvestre, Papa, que siempre que ha de haber muerte de Pontífice, se despide milagroso sudor, y luchan unos con otros; y refiere de otra familia noble, que con la muerte de alguno de ella, el agua pura de cierta fuente la turba un gusano desconocido; y de otra de Bohemia, que en la muerte de alguno de ella

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aparece un personaje vestido de luto, con rostro tris- te, y caído y afligido en el semblante. Y de algunos Monasterios dice , que el lugar donde suelen enterrar- se algunos de los religiosos, aparece la figura de al- guno sin cabeza, en señal de su acelerada muerte. Y en España , es cierto lo de alguno de la familia y lina- je de los Castillas, aunque esté en las Indias, cuando se sienten golpes en la tumba del sepulcro de uno que está en Valladolid. »

M. Me parece que no hay para que yo, á ejem- plo de San Agustín, tema los juicios temerarios so- bre lo que creo ó dejo de creer de todos los portentos que Vds. acaban de oir; basta con que advierta que los he escogido entre mil semejantes que pudiera ha- ber aducido , para que teniendo Vds. ejemplos de las materias que constituían el estudio de la ciencia má- gica natural, queden convencidos de que los anti- guos que tal ciencia profesaban, si hoy viviesen, no serían llamados magos , sino doctores ó licenciados en ciencias naturales.

A esta clase de magos pertenecían los tres reyes, que de distintas regiones , fueron á Belén á adorar á Nuestro Divino Redentor; y no sería poca gloria pa- ra nuestra España , si , como algunos dicen , uno de esos reyes, salió de Cádiz ó Tarifa. Mas el primer mago de esta especie, al cual no ha llegado, ni creo llegará otro, fué nuestro primer padre, no el que para nuestra ignominia nos achacan las huecas calaveras

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del Darwinisíno y Transformismo, sino Adám, á quien no se ocultaba virtud alguna de cuantas se con- tenían en las cosas que* componen el Universo, crea- do déla nada, por Dios Todopoderoso, cuyo conoci- miento, trasmitido á las generaciones que de Adám se sucedieron, fué debilitándose poco á poco, siendo hoy sumamente difícil el alcanzar una mínima parte de él á fuerza de estudio y de experimentos; pues, á pesar de lo que se vocifera el progreso de las ciencias naturales, progreso que yo no niego, nada se sabe en comparación de lo que se ignora.

Pero dejemos esa magia natural, que ya no se lla- ma magia, entendiéndose solo con este nombre la que consiste en llevar á cabo cosas estupendas, humana- mente imposibles, con ayuda del demonio, consin- tiéndolo Dios por sus inescrutables designios. A esta pertenecen ios prodigios de Apolonio de Tiana, que competían con los milagros del Apóstol San Pablo. Esta fué la magia por cuya virtud llegó á volar aquel Simón á quien las oraciones de San Pedro hicieron caer desde la altura á que el demonio lo había eleva- do. De esa magia es de la que se dice que usaron Circe para convertir en bestias á los compañeros de Tuses , ciertas mesoneras romanas á sus huéspedes en jumentos, no quién para convertir en aves á los socios de Diomedes, y tampoco quién para tras- formar en yegua á una jovencita, que fué librada de tamaña desventura por las oraciones de San Macario.

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Finalmente, esta es la magia de que hablan el Marti- llo y el Hormiguero al tratar de los duendes, brujas, aparecidos, endemoniados, etc., designándola con el nombre de maleficio.

Sobre quién fué el primero que acudió al demonio en demanda de esa maldita ciencia, solo se procede por conjeturas, respecto á los tiempos primitivos; pero con relación á los postdiluvianos , dice el autor del libro de Trigueros: «Y aunque la magia diabóli- ca pudiera haber perecido en las aguas del diluvio universal; pero dice Casiano que la sustentó uno de los hijos de Noé que entraron en el arca, que fué Caín, gran mago, á quien su santo padre maldijo: y dice Josefo , que no atreviéndose á entrar en el arca los libros que tenía de las artes, por estar en ella su santo padre , los dejó en parte señalada de la tierra: estaban escritos en láminas de diferentes metales, que no pudiesen sujetarse á las inclemencias de las aguas, y en diferentes piedras, á quien no pudiesen ofender ni el diluvio del agua ni del fuego, que habían de sobrevenir al mundo, de que tenían noticia, deri- vada de Adám por especial revelación que Dios le hizo : y así esa mala semilla pasó á muchos sucesores de Caín, al cual, por esa acción, llamaron comun- mente autor del arte mágico, como notan San Agus- tín y Pereira: y porque la enseñó con especial cuida- do á su hijo primogénito Mjrrain, el cual, como dice San Clemente Romano , la sembró en Egipto , en Ba-

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bilonia y en Persia: á quien por eso le atribuían esas gentes el ser autor de este arte. Es el que Plinio lla- ma Zoroaste, que quiere decir vivum astnmi: astro vi- vo; porque habiendo enseñado á los persas á adorar por dios al fuego, quiso el verdadero Dios muriese á sus manos de un rayo que cayó del cielo , como dice San Gregorio Turonense y Delrío; si bien el autor principal fué el demonio, por ser esas obras endere- zadas á su honra y culto , como notó Procopio y lo refiere Eusebio, diciendo que sus dioses no solo quie- ren que los hombres gocen de esa familiaridad y feliz trato, sino que juntamente les sirvan con las cosas deque más gustan.»

Los autores del Martillo de maléficas proponen es- ta cuestión: Si hay maleficio; y después de examinar todas las razones en pro y en contra, lo deciden en los siguientes términos: «Se concluye de todo lo dicho, que es verdadera aserción católica la de que hay malefi- cios, que con él auxilio de los demonios, por el pacto he- cho con ellos, permitiéndolo Dios, pueden producir efec- tos reales maleficíales, sin excluir el que también los pue- den producir fantásticos por medios prestigiosos. »

Han de tener Vds. presente, que la obra del Mar- tillo de maléficas, fué aprobada por todos los profeso- res de Teología de la universidad de Colonia , y que no bastaría un tomo en folio para la lista de todos los sabios y santos que abundan en el mismo sentido.

Oigan Vds. algo de lo mucho bueno que escribió

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en un periódico hace pocos años cierto autor, que se propuso y llevó á cabo con toda felicidad , la tarea de defender á la Inquisición de cuanto contra la misma continuamente dicen y repiten hasta la saciedad sus enemigos.

«Reducidas las diversas artes y maneras de su- perstición que hemos referido al arte de producir efectos, no solamente maravillosos, sino superiores y desproporcionados á la virtud que respectivamente poseen los agentes del Universo, de que hacemos parte, ninguna persona docta puede ignorar que to- das las épocas del mundo, principalmente las que precedieron á la venida del Redentor, están llenas de obras y hasta de sistemas supersticiosos, queja- más podrán ajustarse ni convenir con el curso ordina- rio y regular de la naturaleza. Y es evidente que, como esos hechos se hayan producido siempre fuera de la Religión y contra ella , y no puedan ser atribuí- dos á Dios ni á los ángeles buenos que le guardaron fidelidad, por fuerza hubieron de ser causados por los áugeles malos y reprobos, los cuales, aunque ca- yeron del cielo, no perdieron su naturaleza, ni se eclipsó su inteligencia, muy superior á la nuestra , ni fueron destituidos de aquel poder extraordinario y maravilloso que ejercitan sobre las cosas sensibles, para llevar adelante, según que le es permitido, las trazas y maquinaciones de su perpetua concupiscen- cia contra la gloria de Dios y la salud de los hom-

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bres. Y ala verdad, ¿qué fueron los oráculos de la antigüedad gentílica sino hechos preternaturales, en los cuales intervenían los espíritus malos , adorados por las gentes como dioses : ¿ Omnes da geníium damio- na? Cuéntase á este propósito, que, habiendo proba- do esta verdad el docto jesuíta Baltus contra cierto famoso médico holandés, llamado Yan-Dale, el cual había escrito una disertación en que atribuía á frau- de de Jos sacerdotes las respuestas dadas por los ído- los, Eontenelle, que había traducido este escrito al francés, viendo la impugnación' victoriosa de él, dijo festivamente: Le diáble á gagné sa cause. Bastaban en este punto para engendrar en los ánimos perfecta certidumbre los testimonios de los antiguos Padres y de los escritores eclesiásticos y otros testigos muy santos, dignos de tocia fe; pero además, el carácter y procedencia satánicos de tales respuestas , se com- prueban con los mismos autores gentiles , singular- mente Celso y Porfirio, quienes hasta llegaron á quejarse del silencio de sus oráculos después del cris- tianismo, sin duda porque la propagación de esta di- vina Eeligión, les forzaba á callar: entonces pudo invertirse la sentencia de Fontenelle y decirse que el diablo había perdido su causa. (Falsa filosofía.)

« Ni eran sólo los oráculos los hechos en que se manifestaba é influía entre los gentiles el principio de este mundo ; á él únicamente pueden y deben atribuirse todos los prestigios que entonces obraba

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la magia, entre los cuales es conocido el hecho de Simón Mago, á quien fué visto elevarse sobre el aire. Xo faltaron entonces respuestas y vaticinios dictados por el mismo demonio, bajo el nombre de alguna persona ya difunta, valiéndose de medios é instrumentos para sus encantamientos y seduccio- nes, como mesas, trípodes, etc. Muchos enfermos entre los egipcios y los g.iegos dormían en los tem- plos , para que durante el sueño les fuese revelado el remedio conveniente. El sueño se producía en otras ocasiones artificialmente por el contacto de las ma- nos, según aquello que se lee en Plauto (Amphit. act. 1.) ¿Quid, si ec¡o illam iractim iangamut dormiat? Conocieron también los paganos la clara intuición con que se imaginaban ver las cosas futuras y dis- tantes, empleando al efecto algún espejo, ó por me- dio de agua trasparente, como se cuenta de aquél que con el auxilio de un cristal , mostró á un embajador inglés los reyes que habían de suceder en el trono al que á la sazón lo ocupaba,

»Viniendo ahora á los tiempos de la Edad-Media y posteriores , ofrécense en primer término á nuestros ojos aquellas extrañas mujeres, de quien se dice, y no sin fundamento, que comunicaban habitualmente con el demonio. Aunque de ellas se refieren mil fá- bulas é invenciones , sobre todo acerca1 de sus aque- larres, congresos nocturnos y reuniones sabáticas, no faltan autores, aun entre los protestantes, que

TCTjTO II 1G

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dan por cierto dicho comercio y los dichos conven- tículos; si bien otros, entre quienes se distinguió mucho el sabio jesuíta Federico Spee, atribuyen tales cosas á puras alucinaciones de la imaginación. Pero sea de esto lo que quiera. « es lo cierto, dice el doctor Perrone (en cuya excelente obra de virtute réligioni?, de donde hemos tomado las noticias que preceden, puede el lector verlas ampliadas y justificadas en los textos que allí se citan), que personas del uno y el otro sexo, pero principalmente mujeres, se hicieron reos de crímenes atroces y perniciosos de muchos modos en virtud de pacto y convención con el demo- nio, por ios cuales fueron condenados justamente al último suplicio. » Es de notar que los protestantes no se quedaron detrás de nadie en la persecución de este género de delitos.

G-. Sumamente grato me ha sido oir lo relatado por ese sabio y erudito defensor del Santo Oficio ; y lo que de todo más me ha llamado la atención, es lo que dice respecto á los oráculos, cuyas respuestas siempre había yo tenido por el resultado de las su- percherías de los sacerdotes paganos , que con ellas embaucaban á todo el mundo y sacaban pingües uti- lidades.

M— En esto se refiere el Abogado de la Inquisi- ción á lo que sobre lo mismo escribió en la obra titu- lada Falsa filosofía, el nunca bien ponderado Fray Fernando de Ceballos, ilustre monje Jerónimo, en

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el inmediato Monasterio de San Isidro del Campo; y siento, en verdad, no tener á la mano en este mo- mento dicha obra, para leer á ustedes lo que refiere en cuanto á los oráculos , que es , como todo lo suyo, de un mérito sobi esaliente.

R. Pues, siendo cosa tan buena y tan conducen- te al asunto de que tratamos, ruego á usted se tome la molestia de traer mañana el libro del Padre Ceba- llos, para proporcionarnos el placer de oir á ese cé- lebre monje.

M. Son órdenes para los deseos de cualquiera de ustedes, y no faltará aquí en la próxima noche la Falsa filosofía.

C. Resulta de lo que hasta ahora ha tenido usted la bondad de decirnos , que son muchísimos los San- tos y los sabios que afirman la existencia de la ma- gia; y supuesto que nadie ha podido demostrar que se hallan equivocados, dispénsemela señora opinión pública el que por de pronto no la siga.

R.— l\Ti yo.

(t. Pues jto, menos.

M. Démosla por abandonada nemine discrepante: pero entiéndase que, conformes con lo que han dicho en cierto dictamen tres dignísimos sacerdotes, la abandonamos « aparte de todo género de ilusiones; aparte de accidentes producidos por el desarrollo de fuerzas físicas, cuyo valores relativo; aparte de la malicia y del fraude , que han logrado su objeto para

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fines más prácticos y de mayor eficacia ; aparte de gravísimos daños ocasionados por decepciones funes- tas y miserables supercherías.»

K. La verdad es, que ha dejado de creerse en esas cosas, á medida que ha dejado de creerse en Dios.

C. ¿Tiene esto alguna explicación?

M. Y tanto como la tiene. Todo lo que constitu- ye las diferentes especies de magia, lo atribuyen los autores católicos á obra del demonio , y como no habría demonio si no hubiese Dios, para negar la existencia de este Ser Supremo, preciso era negar al mismo tiempo la de la más desgraciada de sus criaturas. Re- gla general sin excepción alguna: el que no cree en el diablo, tampoco cree en el Dios verdadero.

A propósito de esto , recuerdo que en cierta Revis- ta católica se publicaron algunos artículos sobre lo que hay de verdad en el espiritismo, y en uno de ellos, que tiene por epígrafe: «¿Qué se han hecho las viejas creencias?» se dice: «Para llegar á quitar á los hombres la creencia en Dios, se había ensayado quitarles la creencia en el diablo.» Los grandes Pa- triarcas Baile, Buile y Voltaire, habían declarado que esta era la gran dificultad que se debía vencer. «Satanás, decía Voltaire, es todo el cristianismo.» Se repetía, como hoy lo hacen los espiritistas, en to- dos los tonos y en todas las formas que el infierno y sus llamas eternas son incompatibles con la infinita

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bondad de Dios. E! miedo al diablo estaba profunda- mente arraigado en la mayor parte de las conciencias: sin embargo, á fuerza de ridículo, de sarcasmos, de chanzonetas más ó menos espirituales , se llegó á pun- to de hacerlo olvidar. «La obra más principal de Sa- tanás, ha dicho uno de nuestros más célebres orado- res , ha sido la de hacerse negar. »

E. Supuesto que, al parecer, á todos nos intere- sa y distrae agradablemente la materia de que se trata, y que de ella se .habla con extensión en el Martillo y en el Hormiguero de maléficas, me atrevo á formular la proposición de que, dando por ahora tre- gua al tresillo, tenga la bondad el Sr. de M. de leer- nos en las veladas sucesivas esos libros, ó cualquiera de ellos.

C. Felicísima sería la idea de Vd., Sr. de E., si no se ofreciese, por desgracia, la dificultad de que el idioma en que los tales libros se hallan escritos, es enteramente desconocido para mí.

G. Y para también; y en verdad que lo sien- to, porque no puede por menos, sino que entre las hojas del Hormiguero y el Martillo, se han de encon- trar cosas sumamente curiosas.

E. Cierto que ese inconveniente, que lo es para mí, lo mismo que para Yds. dos, no se me había ocur- rido, y de lamentar es el que no tenga remedio.

M. Si que lo tiene, amigos mios; porque todo se reduce á que yo les lea en castellano lo que está (js-

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crito en latín , lo cual , aun cuando no es tan fácil co- mo á alguuos parecerá, tampoco lo considero como un trabajo de Hércules.

C. Pues si tanta fortuna tenemos, desde la noche próxima se podrá dar principio á la lectura.

Así terminada la primera tertulia de estas diabóli- cas que me he propuesto relatar, se despidieron de E. sus tres compañeros.

VELADA SEGUNDA,

Reunidos de nuevo los cuatro amigos, tomó M. la palabra después de leer lo escrito por el padre Ceba- Uos sobre los oráculos y dijo: He examinado los li- bros del Martillo y el Hormiguero, y me lie conven- cido de que el primero, por su difusión, y por el esco- lasticismo del género viciado que lo informa, lia de producir en Vds. verdadero hastío, lo que no creo su- ceda con la lectura del segundo, cuyos curiosísimos diálogos no podrán menos de cautivar agradablemen- te la atención. Por esto, y porque todo lo más intere- sante que los autores del Martillo pusieron en su obra, lo tomaron del Hormiguero , me he decidido á traducir á Vds. éste, y dejar aquél. Pero ante todas cosas, con- veniente será el que haga algunas advertencias.

No es todo el Hormiguero de Fray Juan Nyder el que voy á leer, sino solo el libro quinto, que es el que tiene conexión con el Martillo , y el único que poseo, sacado de entre los trevejos de una mesa revuelta de la feria.

Aun cuando no he olvidado lo que respecto á tra- ducciones enseña Horacio, ni lo que dice el gran

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P. San Jerónimo , he de traducir palabra por pala- bra, en cuanto me sea posible; pues creo que solo de esa manera vendrá á tener la traducción el sabor, di- gámoslo así, del original. Quiero que se oiga hablar áN}Tdei\ y no á mí, y que suene la voz de la Edad-Me- dia, y no la del siglo xix. Bien, que en las traslacio- nes del hebreo al griego, ó de éste al latín, resulta hasta absurdos de traducir palabra por palabra, mas, tratándose de dos lenguas, nacida la una de la otra, de tal manera semejantes, que continuamente se confunde la madre con la hija y ésta con aquélla, no hay peligro de que la traducción palabra por palabra, tape y cubra el sentido, y sea como la grama, que con su hermosura, echa á perder y ahoga los sembrados; antes es de temer en las traducciones libres , lo que yo he visto con dolor más de una vez , á saber, que de tal ma- nera desfiguran los originales, que no los conocerían los padres que los engendraron. Esto no quiere decir que no se presenten ocasiones , y acaso á se me ofrezcan, en que sea preciso hacer alguna excepción, según el buen juicio y prudencia del traductor.

Por lo mismo que pienso ceñirme al autor en cuanto pueda, y por lo mismo que voy á traducir así, de re- pente, y como si dijéramos, y ahora se dice, al co- rrer de la pluma, no hay para qué esperar de gran- des rasgos de elocuencia, ni atildamiento en las fra- ses, ni ese artificio de períodos, con que otros, á fuer- za de líneas y de compases , deslumhran á sus lecto-

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res, sin que siempre logren ocultar los litros de óleo que ha embebido el condimento. El lenguaje de Fray Juan Nyder es sencillo , como que lo usa con un igno- rante; y fuera de que no soy un Cicerón, ni mucho menos ; y fuera de que todo lo que sale de la naturali- dad, me es repulsivo; y fuera de que no tengo pre- tensiones, ni espero que por este trabajo me hagan Patriarca de las Indias, ú otra cosa parecida; ni yo he de poner á Nyder entre los brillantes follajes de una oratoria, que no es la suya, ni Yds. habrán de exigir lo que para nada necesitan, ni acaso de- sean.

K. Venga ya el Hormiguero en la forma y mane- ra que Y. guste de dárnoslo , pues sea lo que fuere, siempre entenderemos que es la mejor, y siempre le quedaremos agradecidos, por la amabilidad con que se ha prestado á amenizar nuestros oídos.

M. Empieza Nyder su Formkarium con las si- guientes palabras del capítulo vi del libro de los Pro- verbios: « Anda, oh perezoso, á la hormiga, y con- sidera su obra, y aprende á ser sabio.

»Eila, sin tener guía, sin maestro ni caudillo, se provee de alimento durante el verano, y recoge su comida al tiempo de la siega.»

Habla en los cuatro primeros libros de las propie- dades de las hormigas, haciendo ingeniosas y doctí- simas aplicaciones, y concluye con el libro v que los editores del MaTleus Máleficarum añadieron á la obra

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de Spengei* é Institor, anunciándolo en los siguientes términos:

«Libro insigne de Fray Juan Nyder Sueco, de! Or- den de predicadores , profesor de sagrada teología é in- quisidor de la peste herética (1) sobre los maléficos y sus decepciones, escogido con singular estudio del Hormigue- ro del mismo , para la explicación del presente negocio, y añadido ahora por primera vez, por la afinidad y conveniencia con otras materias del Martillo de Malé- ficas.

CAPÍTULO PRIMEBO.

Ahora, por el librito v, acerca de las propiedades ele las hormigas , pláceme tratar de los maléficos y de sus decepciones.

Son las hormigas varias en los colores , porque unas son negras, otras rojas ó amarillas. Mas por sus colo- res puede entenderse la varia condición de los vicios, aunque los mismos animales sean de buenos, como todas las criaturas de Dios. Así como por la blancu- ra y candor de los vestidos , según San Gregorio , se acostumbró á entender la pureza y limpieza de las virtudes, así también por los colores, que se aparta- ban masó menos de la blancura, (2) se significaba la

(1) Hay quien dice que Nyder no fué inquisidor: yo no me he propuesto averiguarlo. N. del T.

(2) «La estrella blanca que en el escudo del Carmen se ve

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mayor ó menor enormidad de los vicios, como se ve por la Sagrada Escritura. ( 1 )

(2) Perezoso. Pues deseo conocer primeramente por qué medios y de qué manera son regidos , domi- nados y elementados por los demonios los maléficos, los supersticiosos y los á estos semejantes; pues no dudo de que hay varios de ellos más negros que los carbones en los vicios y en la malicia , según aquello

en medio del manto , representa al gran Patriarca y Profeta San Elias. Se le representa por una estrella, porque Elias brilló en el Carmelo, por sus muchas virtudes, como estrella en el Firmamento, y además, es aquélla blanca, no solo por- que dicho Profeta y sus sucesores vistieron de blanco , sino para indicar también con este color, como dice el abad Tri- temio , la interior limpieza y pureza de aquellos primitivos anacoretas.)) ( Revista Carmelitana de Barcelona. M*. A. S., presbítero. Vich 5 de Diciembre de 1879.)

» Concedemos á los caballeros en el invierno ó estío vesti- menta blanca (si puede ser) ; pues ya que llevan vida negra y tenebrosa, se reconcilien a su Creador por la blanca. ¿ Qué es la blancura sino una entera castidad? La castidad es seguri- dad del pensamiento y sanidad del cuerpo; y si un soldado no perseverase casto, no puede ver á Dios ni gozar de su des- canso.» (Regla de la Orden de Caballería de los Templarios.)

(1) Por eso dice San Juan , en el capítulo vi del Apocalip- sis, que vio éntrelos colores de cuatro caballos, uno negro, siendo los otros tres , uno blanco , otro rojo y otro amarillo; sobre lo cual dice la glosa que por el blanco debe entenderse la carne purísima de Cristo; por el rojo, los que bajo las apa- riencias de religión y de virtud , engañan á los hombres ; por el negro , á los que tienen vicios manifiestos ; y por el amarillo, semejante al que tiene un muerto, á los que persiguen á los hombres.

(2 ) Se designan por los conductores de los tres últimos caba- llos, otras tantas especies de demonios que rigen á los hombres malos , porque éstos todos son informados y conducidos por ciertos demonios.

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de los Threnos: « Negra, más que ios carbones, es su cara, y no son conocidos en las plazas. »

Teólogo. El alma humana, oprimida por la mole del cuerpo , en el destierro de esta vida, y cautiva en la cárcel del mismo , es burlada por muchas especies de fantasía, de las que se hablará en adelante, bas- tando por ahora decir que pueden ocurrir á los senti- dos interiores y exteriores apariencias raras y admi- rables.

unos despiertos ven cosas extraordinarias por vir- tud de la gracia divina; otros las vpd porque están viciados sus cerebros, y otros por la astucia del de- monio. De los primeros fueron algunos Profetas, de los segundos son los maniacos y de los terceros, mu- chos endemoniados.

Acontece que la clemencia de Dios, manifiesta algunas veces á grandes pecadores, las penas de las almas en la otra vida.

Los que lean á San Alberto en el libro ni de El sue- ño y la vigilia, y á Avicena y Galeno en sus Medici- nales, sabrán que del vicio y debilidad del cerebro y de melancolía, se contrae naturalmente la enferme- dad que llaman manía, sin que en ello intervenga el demonio; por cuya enfermedad aparecen al hombre muchas cosas, que no existen más que en su imagina- ción y fantasía.

De cómo los hombres son engañados en sus senti- dos por los demonios, hay innumerables ejemplos.

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Perezoso. Hemos oído algunas veces á los anti- guos, que ellos, según añonaban, habían visto du- rante la noche ejércitos de armados, y deseo saber que hay de verdad en esto.

Teólogo. Tales prodigios pronostican algunas veces futuras guerras; otras engañan con ellos los de- monios á los incautos; y otras, en fin, indican cuales sean las penas de los malos. De todos tenernos ejem- plos, así en la Sagrada Escritura, como en otras partes.

Cuando Josué entró en la tierra de promisión por primera vez para tomar á Jericó , alzó los ojos, y vio en el campo un varón puesto en pie, que le salía al encuentro -con la espada desenvainada, á quien pre- guntó: «¿Eres de los nuestros ó de los enemigos? Y él le respondió: «No, más soy el príncipe del ejér- cito del Señor, y ahora vengo.» (1) Ypostrado Jo- sué en tierra le adoró.

También cuando Eliodoro entró con el propósito de despojar el templo, apareció un caballo que llevaba un terrible ginete, adornado de los mejores vestidos, y que con los pies delanteros chocó con gpran ímpetu contra el mismo Eliodoro. El que sobre él iba llevaba armas doradas. Aparecieron al propio tiempo dos jó-

(1) En los pasages de la Sagrada Escritura que se citan por el autor del Libro insigne, natía lio puesto de mi cosecha, porque me pareció prudente poner las traducciones del P. Scio ó del Sr. Torres Amat. AT. del T.

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venes hermosos que azotaron á Eliodoro, dándole golpes sin intermisión.

Antes de la crudísima persecución de Israel, hecha por Antíoco, se vieron en toda la ciudad de Jerusa- lem , por espacio de cuarenta días , caballeros con do- radas vestiduras, huestes armadas, choques de escu- dos, multitud de gladiadores luchando, saetas lanza- das, resplandor de armas y de lorigas de todos géne- ros , por lo que todos rogaban que se convirtiesen en bien aquellos prodigios.

Hallándose en una batalla Judas Macabeo , cuando se estaba en lo más recio de la pelea, aparecieron del cielo á los enemigos cinco hombres sobre caballos adornados de frenos de oro, guiando á los judíos, y dos de ellos teniendo en medio á Macabeo, cubrién- dolo con sus armas, le guardaban de manera, que no recibió daño; y contra los enemigos lanzaban dardos y rayos, con lo que caían confusos, ciegos y llenos de turbación.

También, marchando Judas con los suyos á otra guerra, con ánimo denodado, apareció un caballero vestido de blanco con armas de oro , que iba delante de ellos vibrando una lanza.

En otra ocasión vio el Macabeo á Orias y Jere- mías, y que éste extendió su mano derecha y le dio una espada de oro, diciéndole : ■« Toma esta santa es- pada como don de Dios, con que derribarás los ene- migos de mi pueblo de Israel. »

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De la misma manera, aterrado el criado de Elíseo al ver que los sirios rodeaban en gran multitud el monte, hecha oración por el mismo Eliseo para que los ojos del criado se abriesen, vio éste el monte lleno de caballos y carros de fuego rodeando á Eliseo, quien le dijo: «No temas, pues más están con nos- otros que con ellos. »

Cosas semejantes leemos de los ejércitos de arma- dos, vistos en el aire antes de la destrucción de Je- rusalem, causada por Tito y Vespasiana; acerca de lo cual , dice Josefo en el libro último de la guerra judaica: «Sobre la ciudad estuvo una estrella, seme- jante á una espada, que se vio por espacio de un año; también se vieron en el aire cometas antes de poner- se el sol, carros de hierro por todas las regiones, ejércitos armados y muchas cosas á este tenor (1).

(1) Por lo verdaderamente admirables, no he podido resis- tir á la tentación de consignar aquí algunas.

Dice el célebre historiador citado, que reunido el pueblo para la fiesta de los Azymos, que era el día 8 del mes de Abril, á la hora nona de la noche, se difundió alrededor del Ara y del Templo una luz tan grande, que parecía un día clarísimo; lo cual duró por espacio de media hora. En la misma fiesta, sien- do una vaca conducida al sacrificio (otros traducen: Un buey: el original dice bos), parió un cordero en medio del templo. La puerta oriental del templo interior, siendo de bronce y tan pesada, que después de medio día se cerraba con mucho tra- bajo por veinte hombres y se afianzaba con fuertes llaves y barras de hierro, se abrió por sola á la hora de sexta de la noche ; lo cual , sabido por el Magistrado del templo , ordenó que se cerrase, como se hizo, no sin gran dificultad. Pocos días después de los festivos, el 25 de Mayo, se dejó ver un enorme fantasma. En el día de la fiesta que llaman Pentecostés, como

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Asimismo, antes de ser derramada ía sangre délos cristianos en Italia, en tiempo de los godos y longo- bardos, se vieron aquellos ejércitos, según refiere San Gregorio en la homilía sobre las palabras de San Lucas: Habrá señales en el sol y la luna, donde dice: « Antes de que Italia fuese extragada para ser herida por la espada gentil, vimos ejércitos de fuego que res- plandecían con la misma sangre humana que después se derramó (1).

los sacerdotes hubiesen icio al interior del templo, según cos- tumbre , para celebrar las cosas divinas , sintieron primero un movimiento y corno cierto estrépito , y después oyeron súbita- mente una voz que clamaba: Salgamos de aquí (Migremus hiñe). Cornelio Tácito, que sin duda tomó esta relación de Jo- sefo, refiere el hecho, y en vez de las palabras migremus Jiuic. pone: Excederé Déos; según el uso de la superstición romana, dice cierto autor:

Joseíb, antes de referir aquellos prodigios , hace la adverten- cia de que las cosas monstruosas de que se va á ocupar, pare- cían una fábula, si no estuviesen contadas por los mismos que las presenciaron, ni hubiesen sido confirmadas por las desgra- cias que pronosticaban. (N. del T.)

(1) Los antiguos, dice un autor, que nos dejaron la des- cripción de las auroras cósmicas, al parecer escribieron bajo la impresión del terror que les inspiraba, este fenómeno lumino- so. Lycostheno veía en él sangrientos combates entre animales feroces, ejércitos que se destruían entre sí, brillantes espadas, cabezas disformes, una fantasmagoría diabólica, en una pala- bra, mil ilusiones capaces de espantar la imaginación. ¿Serían los fenómenos de que nos habla Nyder, efectos de auroras bo- reales? Puede ser; aunque esto no impide el creer que Dios permite tales apariencias para los fines que el mismo Nyder señala. Dice el P. Feijóo que las más de las batallas aéreas no fueron más que auroras boreales. Es de sentir que no haya dicho cuáles no fueron auroras, sino verdaderas batallas. (X. del T.)

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De lo expuesto, se deduce que las apariciones de ejércitos, cuando Dios las permite, anuncian ó predi- cen futuros males de guerras, ya para dar esperanzas de victoria á aquellos que la merecieron , ya para que los malos conozcan la pena divina, ya para armar á los buenos é inocentes del escudo de la paciencia contra los acontecimientos infaustos; porque todas las cosas son dones de Dios, trasmitidas á este mundo del tesoro de la Divina Providencia.

Además, en el tiempo en que al reino de Bohemia y sus partes adyacentes amenazaba gravísimo mal, por las diferentes sectas religiosas y la frecuencia de muertes violentas, reunidos en Nuremberg muchos Obispos de Alemania, á Pedro, Obispo Augusten- se, varón digno de fe, que cerca de los límites de di- cho reino y en las horas de la noche , se oyeron en cierto valle voces y conversaciones de hombres mon- tados en caballos , vestidos de varios colores ; lo que muchos, estupefactos, interpretaban de varias mane- ras. Dos soldados atrevidos de un real poco distante del lugar de aquellos portentos, se dirigieron hacia el valle donde solían verse , queriendo saber lo que en ellos había de verdad. Antes de que se determinasen á acercarse, el uno de los militares amedrentado, dijo al otro: «Bástenos con lo que hemos visto: yo no me aproximaré, porque dicho tienen los antiguos, que ninguno debe chancearse con estas cosas. » El compa- ñero, increpándole por su cobardía, espoleó el caballo

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y se llegó á aquellos ejércitos; de los que, saliendo un guerrero, cortó la cabeza al temerario, volviéndose á los suyos, y viéndolo el que se había mostrado tími- do, huyó, anunciando el funesto suceso. Al cíía si- guiente se hallaron el cuerpo y la cabeza separados en el valle donde se habían visto los ejércitos, sin que allí apareciese vestigio alguno de hombres ni de ca- ballos, sino solamente algunas señales de aves.

Tuvimos trabajando en la iglesia de Colomiers á un pintor, que padecía tres enfermedades; porque en el color más bien se asemejaba á un muerto, que á un vivo ; estaba casi enteramente sordo , y hablaba muy balbuciente; y como yo hubiese oído que aquellas en- fermedades le habían provenido con la aparición de cierto fantasma, le interrogué acerca de ello, y me refirió lo siguiente: «Siendo joven y habiéndome es- tado casi todo el día en la tienda con mis compañe- ros, en una noche oscura me ceñí la espada y empren- dí el camino hacia otra ciudad (que me nombró) apresurándome á llegar á ella; mas estando en unas viñas, vi que salían al encuentro cosas terribles, no en el mismo camino por donde yo marchaba, sino cerca de él; por lo cual, apartándome déla vía, desnudé la espada , y animado de la fatuidad juvenil y el calor de vencer, tiré un golpe al acaso hacia el sitio del fantas- ma. Pero, sin ver á nadie, sentí en aquel instante que me traspasaba no qué viento, con el cual entonces mismo contraje las tres enfermedades que veis en mí.»

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En tiempo en que los electores del Sacro Imperio celebraban Dieta en Nuremberg, en cansas de fe, por los bienes del reino de Bohemia, se reunieron en cón- clave cierto día sobre la misma materia muchos Obis- pos y algunos Doctores, tanto de Sagrada Teología, como de Derecho Canónico. Allí estuvo el OMspo de Maguncia, el de Heriopolense y el de Augusta, y si bien recuerdo, el de Bamberg, y yo, entre éstos, el menor de todos. Separados los seglares , después de haberse dado fin al tratado de la fe, el señor de Maguncia, antes nombrado, varón de grande in- genio y digno de crédito, nos nombró á cierto militar, amigo suyo, y cuyo hijo vivía entonces, el cual, mili- tar siempre, se había mostrado en las cosas bélicas más impertérrito que la mayor parte de los nobles de la Alemania inferior; pero por su animosidad y forta- leza, tenía que sostener con otros graves contiendas, por lo que no sólo de día, sino también de noche, le precisaba salir á caballo á varias partes. Este, pues, en cierta noche, reunidos los criados, quiso cabalgar por la selva cerca del Bhin , y caminando por ella, antes de llegar al término, después del cual seguía un vasto campo, mandó á uno de sus domésticos que, acercándose á la salida del bosque , viese si había al- gunas asechanzas en el campo, pues se podía exami- nar al resplandor de la luna y de los astros. El criado, explorando poi entre las ramas de los árboles para cumplir su cometido , vio por lo largo del campo un

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ejército bastante admirable que se acercaba, montado en caballos, lo que puso en conocimiento del militar, el cual dijo: «Estémonos quietos, porque es de creer que detrás de esos vengan otros en su custodia ; á es- tos saldremos , y sabremos si los anteriores son ami- gos (t enemigos. » Poco después, dejando el militarla selva con los suyos, se fué al campo, en donde solo halló á uno montado en un caballo , teniendo otro del diestro, y que seguía de lejos á sus compañeros. Lle- gándose á él le dijo: «¿Por ventura eres mi coci- nero?» (Así se lo había parecido á alguna distancia: el cocinero del militar había muerto hacía poco). «Lo soy, señor, » contestó. «¿Qué haces ahí, preguntó el militar, y quienes son los que han pasado?» A lo que el difunto dijo-. «Esos son, señor, los nobles milita- res tales y tales (expresando muchos por su nombres propios) á quienes conviene, y á con ellos, estar esta noche en Jerusalem, porque esta es nuestra pe- na. » Y el militar volvió á preguntarle: « ¿Qué signi- fica este caballo que conduces desmontado?» Será para vuestro servicio, si queréis venir conmigo á Tierra Santa. Estad seguro de que, yendo y volvien- do por la fe cristiana, os devolveré vivo, si obedecéis á mis advertencias. Entonces dijo el militar: «En el discurso de mi vida, cosas admirables he acometido; añadiré á ellas ésta, que también lo es.» Y dejando su caballo, montó en el del difunto, á pesar de lo que para disuadirle le decían los criados, de cuya vista los

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dos desaparecieron. Al día siguiente, esperando los criados , según se había convenido , el militar y el di- funto volvieron al sitio en que se habían reunido , y éste dijo á aquél : « Para que no creáis que yo he sido un fingido fantasma, conservad en memoria mía estas dos cosas raras que os doy. » Y sacando una pequeña servilleta de salamandra y un pequeño cuchillo meti- do en la vaina, añadió: «Cuando la servilleta esté sucia, limpiadla al fuego, que no le perjudicará, y usad del cuchillo con mucho cuidado, porque el que con él fuese herido , quedará envenenado » Con esto, desapareció el difunto de la vista del militar.

De estos hechos podrá colegir el prudente lector que algunas veces se ven por los buenos y por los ma- los ejércitos nocturnos. El que desee saber más de es- tas cosas, lea la última parte del Universo del pari- siense Guillermo ( 1 ) , y verá que no me separo de lo que él dice :

Perezoso. Quiero saber ahora si las almas de los difuntos salen de sus receptáculos, y en caso afirma- tivo, cuáles lo pueden hacer, y también si es el ángel bueno ó el malo el que produce tales apariciones.

Teólogo. El santo Doctor te responde diciendo así: (Y pesa las palabras, porque están saturadas de sentencias. ) « Según disposición de la Divina Provi- dencia, algunas veces las almas separadas saliendo

(1) No lo he hallado en las bibliotecas públicas de Sevilla. -N. del T.

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de sus receptáculos , se presentan á la vista de los hombres , como prueba San Agustín en el libro del cuidado por los muertos, y lo ejemplifica en cuanto á los buenos, como en los santos en el cielo. Y puede creerse que esto sucede alguna vez respecto á los condenados , á quienes se permite aparecerse á los vi- vos para enseñanza y terror de los hombres, y tam- bién para pedir sufragios por aquéllos que están en el purgatorio, como consta en el libro cuarto de los Diálogos de San Gregorio. Porque los glorificados pueden aparecerse cuando quieren; pero otros, sólo cuando Dios lo permite, pues si las penas los opri- men, más se duelen, que se cuidan de aparecerse á los vivos. Y aunque algunas veces las almas de los santos y las de los condenados estén presencialmente donde aparecen, no se ha de creer, sin embargo, que esto sucede siempre- Algunas veces se hacen tales apariciones, ya en la vigilia, por obra de los buenos ó de los malos espíritus , para instrucción ó para en- gaño de los vivos , así como también aparecen éstos alguna vez á otros y les dicen muchas cosas en sue- ños, aun cuando conste que no están presentes, como prueba San Agustín con muchos ejemplos en el libro del cuidado por los muertos.» Hasta aquí, de Santo Tomás.

M.— Y hasta aquí, digo yo a ustedes, el capítulo primero del insigne libro quinto del Hormiguero. A los casos que él refiere de los ejércitos nocturnos y de

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muertos aparecidos, pudiera yo añadir algunos otros que he leído en varios autores, si ustedes desean oirlos.

R. Por rai parte no tema usted ser molesto, pues me pasaría sin sentir toda la noche escuchándole esas historias.

C. Lo mismo digo.

G. Continúe usted, Sr. M., y apure cuanto pue- da la materia, porque es en extremo sabrosa.

M. El Obispo de Pamplona Fray Prudencio de Sandoval, en la historia del Emperador Carlos V., refiere el siguiente suceso :

* Queriendo el cielo ó los demonios hacer demos- tración de la sangre que en vida de este príncipe se había dederramar en el mundo, en este año de 1517 por el mes de Agosto , en los prados de Bérgamo , que es en Lombardía, ocho días continuos, tres y cuatro veces al día, se vieron salir fuera de cierto bosque batallas de hombres á pie con grandísima ordenanza de 10 á 12.000 infantes cada batallón, y eran cinco los que parecían. Yiéronse á más de esto, á la mano derecha, otros escuadrones de 1.000 hombres de ar- mas, y la infantería, grandísima cantidad de tiros de artillería. Al encuentro de estas gentes , salían otras tantas con el mismo orden y armas, y en la vanguar- dia y retaguardia otras muchas compañías de gente suelta y caballeros, como capitanes, hablando unos con otros. Después, apartados un poco de intervalo,

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venían tres ó cuatro á caballo con gran pompa y so- berbia, los cuales, según las coronas y otras insig- nias reales que traían, parecían reyes, y éstos acom- pañaban á otro que parecía el más principal, á quien se humillaban todos y hacían grandísima reverencia. Estos príncipes se juntaban con otro que les esperaba en el camino, y estaban como en consejo, el cual pa- recía ser rey, á quien acompañaban infinitos prínci- pes y caballeros , y los que estaban más cerca de su persona, más mirados y respetados de todos, pare- cían embajadores.

» De allí á poco , cuando parecía que se acababa el consejo , quedaba aquel gran príncipe solo con fiero y horrible semblante, colérico, impaciente y armado en blanco; y quitándose la manopla, la lanzaba al aire de rato en rato y sacudía la cabeza, y con la vista turbada volvía el rostro atrás mirando 'el orden con que estaba su ejército. En el mismo punto, sonaban las trompetas, tambores, clarines y otros instru- mentos de guerra, con un estruendo y ruido inmenso de la artillería que disparaba, que no parecía sino el mismo infierno , que no creo menos sino que salían de allí. Veíanse infinitas banderas y estandartes con gente armada, que rompían unas contra otras con un ímpetu y ferocidad horrible, dándose golpes unos á otros tan cruelmente, que parecía se hacían pe- dazos.

» La visión era tan espantosa, que los que la vie-

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ron dicen que no sabían á qué compararla , sino á la misma muerte.

» Duraba la batalla media hora, y luego cesaba desapareciendo aquellas visiones.

» Atreviéronse algunos á llegar al mismo lugar donde se daban aquellas batallas Vieron infinitos puercos que se estaban allí un rato y luego se metían en el bosque; quedaba el campo bollado de caballos y hombres, y rodadas de carros, y muchos árboles arrancados y quemados á fuego.

» Enfermaron algunos de los que se atrevieron á ver estos demonios y los campos donde hacían tales representaciones.

» Vi esta relación escrita en una carta de Boma, que hallé en el archivo de Olla. Después la hallé im- presa en Sevilla, y dice que la escribieron personas muy graves y dignas de verdad, así á personas de Sevilla como de otras partes, y dio el aviso de ella en el castillo de Villaclara a 23 de Diciembre de 1517. Además, dice este papel impreso, que lo mismo es- cribió al Papa el Obispo de Pola, su nuncio en Ve- necia, certificando ser esto sin duda, y que la Seño- ría, para averiguarlo, envió ciertos hombres que vie- sen y examinasen el caso , y lo vieron por sus ojos, y aun hallaron ser más espantoso de lo que aquí he dicho. »

M. El Licenciado D. Francisco de Torreblanca y Villalpando, jurisconsulto cordobés, en cierta obra

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que escribió puso, con referencia á una su tía, la re- lación siguiente :

« Doña Ana de Villalpando , viuda de Miguel Je- rónimo de Torreblanca, murió en Córdoba el día 27 de Agosto de 1619 á las seis de la tarde, y fué se- pultada al 'día siguiente en el convento de San Pablo de aquella ciudad. Después, el 3 de Mayo siguiente, apareció visiblemente á Doña Antonia Villalpando, su hermana, monja bernarda en el convento de la Encarnación de Córdoba, la cual estaba orando en el coro, y la cercioró de su felicísimo estado , como ma- nifiestamente aparece de la carta que la Doña Anto- nia escribió de propia mano al Licenciado D. Fran- cisco Torreblanca y Villalpando , su sobrino, hijo de la Doña Ana, carta que ella reconoció enjuicio, bajo juramento, en el cual decía:

» Para mayor honra de Dios , le contaré á vuesa merced lo que me pasó este domingo , día de la Cruz de Mayo por la madrugada, un poquito antes del alba. Estando de rodillas sola en el coro, vide venir á mi hermana, tan linda, que no me dio ningún temor, toda resplandeciente, que no pude entender de qué podía ser, con un rostro que parecía una imagen, y me hizo una grande humillación, y no le pude hablar palabra, y ella me dijo que me quedara en hora bue- na, que en aquel punto se iba á gozar de la bienaven- turanza , que ella no había tenido otra pena más de haber estado en un campo sola; y diciéndome esto,

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desapareció. Yo quedé muy consolada, y penada por no haberle hablado: y era tan grande la luz que alumbraba la iglesia, que era para ver: y esto no lo he dicho á nadie sino á vuesa merced, para que gracias á Dios que le dio tal madre, el cual le guar- de.— En Córdoba, de la Encarnación, seis de Mayo de mil y seiscientos y veinte años. = Doña Antonia Villalpando. »

Se abrió información sobre la verdad de esta carta y aquí cuál fué el resultado :

«El Licenciado D. Juan Eamírez Contreras, del Orden de Santiago, Provisor y Vicario general de esta ciudad de Córdoba y de todo su obispado por el Ilustrísimo Fr. D. Diego de Mardones, por la gracia de Dios y de la Sede A postólica, Obispo de Córdoba, confesor de S. M. y de su Consejo, etc. : Vista la con- sulta del doctor Pedro Gómez de Contreras , canóni- go Magistral de esta Santa Iglesia Catedral, y de Pedro Aviles, déla Compañía de Jesús , Catedrático de Prima de sagrada teología, y de los hermanos Antonio Merino, del Orden de Predicadores, Maes- tro de sagrada teología, y Benito Serrano, del Or- den de Predicadores, lector jubilado de sagrada teo- logía, calificadores de la Santa Inquisición, á cuyo juicio hemos sometido que viesen y examinasen la revelación de Doña Antonia de Villalpando, monja benedictina del convento de la Encarnación de Santa Mana de Córdoba, respecto á su hermana Doña Ana

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de Villalpando , difunta, de quien afirma que se le ha aparecido visiblemente , cerciorándola de su feliz es- tado, preceptuamos y mandamos que debe recibirse y venerarse como una revelación divina, conforme al decreto del Concilio Lateranense.=Dado en Córdo- ba el día catorce de Enero del año del Señor, mil seiscientos veintiuno. = Licenciado, Juan Ramírez de Contreras. = Por mandado de mi Provisor y Vi- cario general, Felipe de Salazar, Notario. »

Por último, San Agustín en el lugar citado por Pr. Juan Nyder dice :

« Mas de tal manera se conduce la humana debili- dad que, cuando uno ha visto en sueños á un muerto, juzga haber visto su alma; pero cuando soñando ha visto á un vivo, no duda de que no se le apareció su alma ni su cuerpo, sino su semejanza, como si tam- bién de la misma manera, sin saberlo ellos, no pu- dieran aparecer, no las almas de los hombres muer- tos ; sino su semejanza.

«Es lo cierto, que hallándonos en Milán, oímos que habiéndose pedido á uno cierta deuda contraída por su difunto padre, cuyo recibo se presentaba, pero que ya por el mismo padre se había pagado sin sa- berlo el hijo, empezó éste á entristecerse, admirán- dose de que nada le hubiese dicho ni mencionase aquella deuda en su testamento. Hallándose, pues, muy angustiado, se le apareció en sueños su mismo padre , quien le indicó el sitio donde estaba el docu-

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mentó justificativo del pago, el cual, hallado y pre- sentado por el joven, no sólo rechazó la calumnia del falso crédito, sino que recogió el recibo que su padre no había recogido al satisfacer su deuda.

» Se cree ver en esto que el alma del padre se cui- dó del hijo, y fué á él en sueños para librarle de una gran molestia, enseñándole lo que ignoraba. Pero ca- si en- el mismo tiempo que esto oímos, hallándonos también en Milán , Eulogio , profesor de Retórica en Cartago, el cual fué mi discípulo en la misma arte, según él me refirió cuando volví á África, como ense- ñase á sus discípulos los libros de Retórica de Cice- rón, revisando la lección que había de explicar al día siguiente, tropezó con un lugar oscuro, y pesaroso de no entenderlo , apenas pudo dormir en toda la no- che; pero hallándose soñando, yo le expuse lo que no entendía; esto es, no yo, sino la imagen mía, sin yo saberlo, estando al otro lado del mar, haciendo ó so- ñando cualquiera otra cosa, sin cuidarme absoluta- mente de él.

» Cómo se hagan estas cosas , no lo ; pero de cualquiera manera que se hagan, ¿por qué no hemos de creer que del mismo modo se hacen cuando algu- no ve en sueños á un muerto, que cuando ve á un vi- vo, esto es, ignorándolo ambos en uno y otro caso, y sin cuidarse de quién, dónde, y cuándo sueña sus imágenes?

» Semejantes álos sueños, son algunas visiones de

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los que, estando despiertos, tienen turbados los senti- dos , como los frenéticos ó locos de cualquier especie. También éstos hablan consigo mismos, como si ha- blasen á los que verdaderamente estuviesen presen- tes, y tanto con los presentes como con los ausentes, vivos ó muertos, cuyas imágenes creen ver; pero así como los que viven ignoran que son vistos por ellos y que hablan con los mismos, pues que en realidad no están presentes ni les hablan, sino que los hombres padecen tales visiones imaginarias en sus perturbados sentidos , de la misma manera los que emigraron de esta vida , se ven como presentes por los que así se hallan afectados, estando ausentes, é ignorando de todo punto si alguno los ve imaginariamente.»

Intenta demostrar con esto San Agustín, ó per- suadir al menos , de que las que se dicen apariciones de los difuntos , no prueban que éstos se cuiden de los que aún ño han salido de este mundo.

» La visión que tuvo el discípulo de San Agustín, Eulogio, dice cierto escritor, no le parecía bastante seria y motivada á Du-Fin. ¿Qué, diría, para acertar con un texto de Cicerón , se había de aparecer en sue- ños un Obispo tan grave como San Agustín? Esta es cosa muy disonante y extraordinaria; pero sea lo que fuese al juicio de los críticos, lo cierto es que San Agustín lo cuenta por cierto , y que este Doctor esta- ba bien abastecido de principios filosóficos y teológi- cos. En verdad, que si porque las cosas no consuenan

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con las ideas que cada crítico tiene en su cabeza: si porgúela utilidad que resulta no es, su juicio, bas- tante grande y proporcionada al prodigio, se lia de desechar; si los críticos modernos tienen vinculado en sus Academias el nivel para regular estas cosas, y no le tienen los Santos Padres, Maestros y Docto- res de la Iglesia, quedarán pocas cosas ciertas en el campo de la Eeligión: porque el sentido humano, por solo, la prudencia del siglo y la filosofía, si no se auxilian con las luces de la Religión, no tienen nivel seguro para arreglar y apreciar esta especie de pro- digios. Es cierto, que á primera vista, el acertar con la inteligencia de un texto de Cicerón , no parece ob- jeto importante para presentarse en visión San Agus- tín á Eulogio; pero el hecho fué cierto, y debemos discurrir que traería su utilidad. Desde luego , el apa- recerse en sueños el espíritu de San Agustín , condu- cía para desprender del apego á las cosas materiales el sentido de Eulogio y el servicio que le hizo esta visión tiene también su importancia: el enseñar una verdad grande, que es la comunicación que tienen en espíritu unos cristianos con otros , haciendo una so- ciedad y un cuerpo: desde luego da una abertura grande para entender la inmortalidad del alma y la vida futura: y finalmente, la Religión gana terreno siempre que en algún particular se aclara una ú otra verdad. De la ilustración y persuación que logra una persona determinada, se va propagando la luz de

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unos en otros. Este orden y conexión no se entiende bien, no meditando en él con seriedad y con piedad cristiana. Esto lo saben hacer los Padres , los Docto- res y los Maestros que hay de espíritu en la Iglesia Católica; por tanto, aunque la revelación ó visión pa- rezca á ]os prudentes del siglo poco importante, si está bien atestiguado y documentado, se debe admi- tir con aprecio , reservando á los Maestros la explica- ción de ella y la significación de su utilidad. Poco á poco , y por el orden y sucesión que tiene por conve- niente la Providencia, se van esparciendo las luces por la Iglesie acerca de varias verdades que, ó esta- ban oscuras, ó no estaban bien entendidas por el co- mún de las gentes.» (1)

R. Continuaría oyendo á Y. toda la noche con muchísimo gusto , pero se hace tarde , y bien será que demos tregua hasta mañana.

M. Quédese, pues, aquí, y en la próxima tertu- lia seguiremos los pasos del singularísimo P. Nyder.

Los cuatro amigos se despidieron , y cuando á la noche siguiente de nuevo se juntaron, dio principio desde luego M., sin más preámbulos, ala lectura del capítulo ii del libro v del Hormiguero.

(1) Fernández Valcarze. Desengaños filosóficos.

VELADA TEBCEBA.

CAPITULO II.

Las hormigas que edifican sus casas fuera de las soledades y cerca de los hombres y de las bestias, padecen devastación con frecuencia; porque ya por la curiosidad de los hombres , ya por las pisadas de los animales, ya por las escavaciones de los perros, ya porque las comen las aves , y ya por otras violen- cias, son inquietadas las que fabrican su habitación en el mundo ó cerca del mundo. Les sucede como á aquel grano , que cayó cerca de la vía pública , que vinieron los pájaros y se lo comieron. (Mat, 13.) «Vi- no, pues, el malo, esto es, el diablo, dice la glosa, y arrebató lo que se había sembrado en su corazón.» Este es el campo que fué sembrado cerca del camino; así lo expone la misma verdad , Cristo.

Se han de recordar á este propósito las palabras de San Gregorio , de que se hizo mención en el capítu- lo v del libro iv de este Hormiguero, en que dice: «Se ha olvidado Stracio de que el pie conserva los huevos, y las bestias del campo los trituran. ¿Qué

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se entiende por pie, si no es el tránsito de la opera- ción, ni que se significa con la palabra campo, sino á este mundo, del que el Señor dice en el Evangelio: «Más campo es el mundo?» ¿Qué se entiende por bestia, sino el antiguo enemigo, que poniendo ase- chanzas con rapiñas, se sacia cada día con la muerte de los humanos?»

Mas por estas hormigas que colocan neciamente su casa cerca de sus enemigos, pueden entenderse aque- llos hombres que no preservan cuidadosamente sus casas y habitaciones con ceremonias eclesiásticas contra las insidias del diablo. Porque en toda habi- tación de personas fieles debe hacerse aspersión los domingos con agua bendita y tomarse sal exorciza- da; y todo fiel debe por la mañana, y muchas veces, persignarse y persignar sus cosas, guardarse libre de pecados, en especial graves, é invocar con frecuen- cia para su tutela el ángel de su guarda con el auxilio de Dios.

Perezoso. Ya conjeturo de dónde proviene qui- zás á algunos la plaga de que muchas veces haya en sus habitaciones admirables inquietudes por tumultos armados por los demonios.

Teólogo. Esas inquietudes las permite por mu- chas causas la justicia ó misericordia de Dios, y no siempre por la omisión de las prácticas dichas, sino también algunas veces para que se adquiera el méri- to de la paciencia. He aquí ejemplos de ellos.

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En la Basilea menor, poco antes del presente concilio general, tuvo su domicilio un hombre de mala vida, y bastante sospechoso acaso de malefi- cios. Éste tenía una hija, que dio en casamiento á cierto joven, teniendo á los dos en casa; y ya viejo, empezó á enfermar. Un día, señalando un escritorio á su hija y á su yerno , les dijo : « No mováis de aquí este mueble, porque, de otra manera, tendréis casti- go; » y poco después espiró el viejecillo. Pasado mu- cho tiempo, ni la hija, ni el marido de ésta, hicieron caso del mandato del padre, sino que, al trasladarse déla casa que habitaban á otra, se llevaron el escri- torio , el cual en el camino empezó á pesar tanto , aun cuando era bien pequeño , que al marido le faltaron las fuerzas, y pidió á su mujer que le ayudase. No recuerdo si ésta después abrió el escritorio ó de que modo se condujo incautamente; lo que consta es, que trasladados á la nueva casa con un niño que habían procreado, de repente la madre, como rabiosa, se arrojó sobre la cuna del niño , queriendo matarle. Viéndolo el marido, apartó con fuerza á su mujer, y comprendió que estaba poseída del demonio, el cual, al ser exorcizado , declaró que no saldría sin matar- la, como lo hizo en el mismo acto del exorcismo. Al día siguiente, yendo por la calle el marido, cayó so- bre él inopinadamente una canal, por obra, según parecía del demonio, y le hirió, dejándolo tan defor- me, que apenas parecía hombre.

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En la diócesis de Estraburgo vivían en una casa dos hermanas ; la de más edad se llamaba Margarita, y la más joven Bárbara, y las dos tuvieron propósito de castidad, por lo cual sostuvieron muchos años las insidias que el demonio les puso unas veces á las cla- ras y otras encubiertamente. De esta última manera solía seguirlas al entrar en casa, figurando la voz de una serpiente. Otras veces le gritaba al oído con so- nidos y estrépitos terribles , que llegaban á percibir- se por los vecinos.

Se acercaba , después de unos tres años , la fiesta de Todos los Santos, en la que la mayor de las herma- nas, que era muy devota, quería confesarse, y al in- tentar en la iglesia acercarse á un confesor, fué im- pelida por un espíritu maligno, con tal fuerza, que cayó al suelo. No por eso desistió aquella virgen de su propósito ; antes bien se confesó poco después , no cuidándose de la violencia del demonio , el cual fué luego á posarse algunas veces , en forma de una gran mosca, en las orejas de la más joven, otras veces en la espalda, y otras en la cabeza; y siempre que quería acercarse á ella, anunciaba su llegada con cierto so- nido á alguna distancia. Finalmente, como la herma- na más joven se fuese una noche á la cama muy aira- da, no por qué causa, llegó en seguida el demonio, que se apoderó de la virgen , y de tal manera la opri- mió la cabeza, que ella creyó haber perdido la razón. Se lo participó á su hermana mayor, que dormía allí

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junto; pero ésta de nada podía valerle. Después de esto , quedó la casa tranquila hasta la víspera y san- tas noches siguientes de la Pascua, en las que la jo- ven era vejada cruelmente ; y como viniese á ( por- que siempre tuvo el uso de la razón) la exorté á que se confesase conmigo, y habiéndose prestado á ello desde luego, de tal modo se introdujo el demonio en sus fauces, que no pudo hablar. Probé luego con ciertas palabras, si había alguna ficción oculta por parte de aquella mujer; pero me convencí, por seña- les indudables , que el diablo estaba en ella.

Perezoso. Ya que el exorcista usó de cuan- tos medios estuvieron á su alcance, para librarla del demonio, y que por entonces no se pudo conseguir: ¿cuál fué la causa de esto?

Teólogo. Por seis causas no se libra alguno: ó por la poca fe de los que están presentes, ó por los pecados de los que tienen el demonio, ó por no apli- car los remedios oportunos , ó por algún vicio en la fe del exorcizante, ó por reverencia á las virtudes que existen en otros , ó porque es para purgación y méri- to del maleficiado. De las dos primeras, tienes ejemplo en San Mateo, 17, y San Marcos 9, en el padre del hijo lunático y presencia de los discípulos de Cristo. En primer lugar, el que ofrecía y la turba carecían de fe , por lo que el padre con lágrimas rogó. « Creo, Señor, ayuda mi incredulidad, » y Jesús dijo á las turbas: « ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿has-

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ta cuando estaré con vosotros?» De la segunda, ó sea del que tenía al demonio, es á saber, el hijo, Je- sús le increpaba , porque , como al propósito dice San Jerónimo, había sido poseído por los demonios por sus pecados. De la tercera , ó sea del desprecio de los debidos remedios , aparece porque no estuvieran pre- sentes varones buenos y perfectos ; por lo que San Crisóstomo dice: «No estaban presentes las colum- nas de la fe, á saber, Pedro, Santiago y Juan; pero en la transfiguración de Cristo ya estaban presen- tes; ni habían usado del ayuno y la oración, sin los cuales dijo Cristo que no se arroja este género de de- monios. » Sobre lo cual dice Orígenes : « Si alguna vez conviniese el que nosotros nos ocupemos de curar á los que tal padecen, no nos admiremos, ni pregun- temos como á un espíritu inmundo que ha de oir , sino ahuyentemos los espíritus malignos con oraciones y ayunos.» Y la glosa añade: Este género de demo- nios, esto es, este mutismo d@ las voluptuosidades carnales á que inclinaba aquel espíritu, no se vence, si no se confirma el alma con la oración , y no se ma- cera la carne con el ajamo.» De la cuarta, ó sea del vicio del exorcista, principalmente en la fe, resultó de los discípulos de Jesucristo allí presentes; por lo que preguntando ellos después la causa de su falta de poder, Jesús les respondió: «Por vuestra incre- dulidad. En verdad os digo que si tuvierais tanta fe como un grano de mostaza, diríais á este monte:

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«Trasládate de aquí allá,» se trasladará y nada os será imposible. » Por la cual dice San Hilario que ciertamente creyeron los Apóstoles: pero aún no eran perfectos en la fe, porque, morando el Señor en el monte, y residiendo ellos con las turbas, había relajado su fe alguna tibieza.'

Resulta la quinta de las vidas de los Padres , don- de leemos que los poseídos no fueron algunas veces librados por San Antonio y que los libró su discípulo Pablo.

De la sexta se hablará después , cuando tratemos de los maleficiados.

Perezoso. Preséntame ejemplos de los que infes- tan las casas.

Teólogo. Hace ya cerca de diez años que en la ciudad de Noremberga , el convento de nuestra Or- den, llamado de Santa Catalina era reformado con extremada dificultad por siete devotas, que se tras- ladaron allí de otro lugar reformado. Todas las her- manas eran contrarias á la reforma, y tenían en la ciudad no pocos cómplices. Después que se regulari- zó la clausura, y la terca gente del sexo débil some- tió el cuello al yugo de la obediencia, vino al conven- to cierto demonio , que al principio inquietaba á al- gunas monjas por las noches con extraños sonidos, lo cual, cuando me lo. dijeron, no creí que proviniese del demonio , sino de los ratones ó lirones , ó de la debilidad de la cabeza en aquellas mujeres.

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Una noche vino el demonio, y á una de las que ha- bían permanecido rebeldes , que creo era la sacrista- na, al querer ella tocar las horas matutinas, la com- primió de tal manera, que se creyó que había que enterrarla en el mismo día. Finalmente , de tal suerte inquietaba al convento el referido demonio , que fué preciso poner compañeras á las hermanas quevigila- ban durante toda la noche, porque ninguna se atre- vía á andar sola, y estaban poseídas de tal estupor, que ni yo sabía que hacer con ellas. Sin embargo, mandé á cada una que orase pública y privadamen- te, les prodigué la paciencia y les aconsejé muchas veces que confiasen en el Señor.

Aunque en el hecho mencionado adquiriese algo la malicia del demonio, pues decían algunas monjas que en la vida que llevaban antes de la reforma nunca les había sucedido semejante cosa, sin embargo, por la gracia de Dios, más perdió el diablo que ganó en es- te juego, porque algunas rebeldes, á quienes la pie- dad de los reformadores no había podido atraer, se atemorizaron con el fantasma de tal manera, que confesaron sacramentalmente los pecados de toda su vida, depusieron los antiguos vestidos, poniéndose los prescritos por la Eegla, y se transformaron en otra vida. Viendo esto el de nonio, desistió por la gracia de Dios, y no á donde se fué.

En tiempo del Concilio de Constancia, en un Mo- nasterio de canonisas regulares, cerca de Norember-

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ga, solía cierto espíritu inquietar á muchos por las noches; pero no perturbaba á las hermanas que esta- ban dentro, sino que molestaba al capellán, y en los sitios á él inmediatos, con ruidos y pequeños golpes. Algunas veces daba en las paredes , otras se entre- tenía en burlas, sin causar daño alguno.

Cierto hermano devoto del convento y muy conoci- do en él, estando próximo á celebrarse una fiesta, concurrió para ayudar al capellán; y alojado en las habitaciones altas, ignorando por su parte lo que con el espíritu pasaba, sintió que le sustraían la túnica que cerca de tenía, y empezó á gritar: «Ladrones, ladrones, socorro. » Oyólo el campanero que dormía en la misma casa, y sospechando lo que sería, encen- dió una luz y acudió al devoto que estaba lleno de es- tupor , y se hallaron los vestidos tirados por la habi- tación; pero no pudieron encontrar el escapulario del hermano, hasta que por fin lo vieron metido en un agujero bastante pequeño que había en la pared. Pa- sado un año, ó cerca de él, desapareció aquel fan- tasma.

Perezoso. Te ruego me digas qué espíritus son los que así inquietan á los hombres; si son las almas separadas, ó los malignos espíritus de los demonios.

Teólogo. Es verosímil que no sean las almas, sino los demonios, de los que hay diferentes clases; pues algunos no pueden dañar, al menos gravemente, sino que tan solo ejercen las burlas; otros son íncubos

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ó sucubos, que oprimen por las noches álos hombres, ó los manchan con el pecado de la lujuria; y otros tienen la potestad de herir ó matar á los hombres. De ellos, dice Casiano que hay tantos espíritus inmundos, cuantos se comprueban sin duda en los estudios de los hombres. Es manifiesto que no pocos de aquellos espíritus, á quienes el mundo llama también paganos, son tan seductores y burlones, que saliendo continua- mente al paso en ciertos lugares ó caminos, no sólo se deleitan con atormentar á los transeúntes á quie- nes pueden engañar, sino que también, contentos con la burla y la ilusión, se ocupan más en fatigar que en castigar; que algunos pasan toda la noche en incuba- ciones de hombres ; que otros de tal manera son dados ai furor y á la crueldad, que no se contentan con de- jar dislacerados atrozmente los cuerpos, sino que, acometiendo con ímpetu á los transeúntes, les oca- sionan cruelísima muerte, como aquellos que se des- criben en el Evangelio de San Mateo. Guillermo, en el lugar antes citado de su tratado de universo, dice lo mismo.

M. Y no añade más el capítulo segundo.

R. Y no es poco lo que refiere; pero, si no he en- tendido mal, habla el P. Nyder de los que vulgarmen- te se dicen duendes, para cuya creencia se necesita un alma bien candida, por cierto.

M. Si él solo afirmase la existencia de los duen- des , tampoco yo lo creería ; pero es el caso que se tro-

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pieza aveces con ciertos hechos, en vista de los cua- les no puede uno menos de vacilar en su incredulidad. Por ejemplo: cuenta San Agustín que un tal Hespéri- co tenía una granja cerca del lugar donde habitaba el Santo; que los malos espíritus infestaban la casa, maltratando á los criados y animales; que para librar- se Hespérico de este trabajo, acudió á los sacerdotes que tenía San Agustín en su iglesia, quienes conju- raron á los demonios y los hicieron desaparecer de aquella granja, contribuyendo á ello porción de tierra del Santo Sepulcro, que llevaron y colgaron en una de las habitaciones de la casa.

Al referir esto, dice cierto autor: «He aquí un su- ceso de aquellos que más risa causan á los críticos del tiempo; pero, pues que para estos señores es de tanto peso la autoridad de Miguel de Montaña , que es el Sócrates y el monarca de los espíritus fuertes, me contentaré con reproducir sus palabras. » ¿Habrá, dice, hombre de tan poco pudor en nuestro siglo, que piense compararse con San Agustín en virtud, en piedad, en saber, en juicio y suficiencia? ¿Qué le fal- taba á este Santo Doctor para conocer y discernir el suceso? Ni teología, ni filosofía, ni juicio, ni penetra- ción, ni probidad le faltaban. ¿Con qué pretexto se atrevería alguno á dudar de la realidad del caso? ¿Se hará la merced de pensar que tiene alguna de estas cualidades en más grados que San Agustín?

R. En verdad que no qué contestar á esas pre-

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guntas, y que ya estoy presumiendo que no es tan ri- sible, como hasta ahora había pensado, la creencia en los duendes.

M. Pues oigan ustedes lo que, al relatar su vida, cuenta D. Diego de Torres, el cual de todo podía te- ner menos de crédulo, de preocupado y de pacato. Aunque algo largo, es bastante curioso y exprofeso; lo he tomado de mi librería para leerlo aquí esta no- che, por venir tan al propósito de lo que se trata en el capítulo 2.° que hoy había de ser objeto de nuestra velada. Dice así: «Ya estaba yo puesto de jácaro, vestido de baladrón y reventando de ganchoso , espe- rando con necias ansias el día en que había de partir con mi clérigo contrabandista á la solicitud de unas galeras ó de una horca, en vez de unos talegos de ta- baco, que (según me dijo) habíamos de transportar desde Burgos á Madrid sin licencia del Rey, sin ce- ladores y ministros ; y una tarde muy cercana al día de nuestra delincuente resolución, encontré en la ca- lle de Atocha á D. Julián Casquero, capellán de la Excma. Sra. Condesa de los Arcos. Venía éste en bus- ca mía sin color en el rostro, poseído de espanto y lleno de una horrorosa cobardía. Estaba el hombre tan trémulo, tan pajizo y tan arrebatado, como si se le hubiese aparecido alguna cosa sobrenatural. Bal- buciente y con las voces lánguidas y rotas, en ademán de enfermo, que habla con el frío de la calentura, me dio á entender que me venía buscando para que

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aquella noche acompañase á la Sra. Condesa, que ya- cía horriblemente atribulada con la novedad de un tremendo y extraño ruido , que tres noches antes ha- bía sonado eu todos los centros y extremidades de la casa. Ponderóme el tristísimo pavor que padecían to- das las criadas y criados; y añadió, que su ama ten- dría mucho consuelo y serenidad en verme, y en que la acompañase en aquella insoportable confusión y tu- multuosa angustia. Prometí ir á besar sus pies, suma- mente alegre, porque el padecer yo el miedo y la tur- bación era dudoso, y de cierto aseguraba una buena cena aquella noche. Llegó la hora, fui á la casa, en- tráronme hasta el gabinete de su excelencia, en donde la hallé afligida, pavorosa y rodeada de sus asisten- tas, y todas tan pálidas, inmobles y mudas, que parecían estatuas. Procuré apartarlas, con la rudeza y desenfado de mis expresiones, el asombro que se les había metido en el espíritu : ofrecí rondar los es- condites más ocultos, y con mi ingenuidad y mis pro- mesas quedaron sus corazones más tratables. Yo cené con sabroso apetito á las doce de la noche , y á esta hora empezaron los lacayos á sacar las camas de las habitaciones de los criados, las que tendían en un sa- lón , dQnde se acostaba todo el montón de familiares, para sufrir sin tanto horror, con los alivios de la so- ciedad, el ignorado ruido que esperaban. Capitulóse á bulto entre los tímidos y los inocentes á este rumor por juego, locura y ejercicios de duende, sin más cau-

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sa que haber dado la manía, la precipitación ó el an- tojo de la vulgaridad este nombre á todos los estré- pitos nocturnos.

« Apiñáronse en el salón catorce camas, en las que se fueron mal metiendo personas de ambos sexos y de todos estados. Cada uno se fué desnudando y hacien- do sus menesteres indispensables con el recato, de- cencia y silencio más posibles. Yo me apoderé de una silla, puse á mi lado una hacha de cuatro mechas y un espadón cargado de orín, y sin acordarme de cosa de esta vida ni de la otra, empecé á dormir con ad- mirable serenidad. A la una de la noche resonó con bastante sentimiento el enfadoso ruido: gritaron los que estaban empanados en el pastelón de la pieza; desperté con prontitud, y á unos golpes vagos, tur- bios y de dificultoso examen en diferentes sitios de la casa. Subí, favorecido de mi luz y de mi espadón, álos desvanes y azoteas, y no encontré fantasma, esperezo, ni bulto de cosa racional. Volvieron á me- cerse y repetirse los porrazos ; yo tomé á examinar el paraje donde presumí que podían tener su origen, y tampoco pude descubrir la causa, el nacimiento, ni el autor. Continuaba de cuarto en cuarto de hora el descomunal estruendo; y en esta alternativa duró hasta las tres y media de la maüana. Once días es- tuvimos escuchando y padeciendo á las mismas horas los tristes y tonitruosos golpes; y cansada su exce- lencia de sufrir el ruido , la descomodidad y la vigi-

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lia, trató de esconderse en el primer rincón que en- contrase vacío, aunque no fuera abonado á su perso- nal, grandeza y familia dilatada. Mandó adelantar en vivas diligencias su deliberación , y sus criados se pusieron en una precipitada obediencia , ya de reve- rentes, ya de horrorizados con el suceso de la última noche, que fué el que diré.

» Al prolijo llamamiento y burlona repetición de unos pequeños y alternados golpéenlos , que sonaban sobre el techo del salón, donde estaba la tropa de los aturdidos, subí yo, como hacía siempre, ya sin la es- pada,-porque me desengañó la porfía de mis inquisi- ciones que no podía ser viviente racional el artífice de aquella espantosa inquietud ; y al llegar á una cru- jía, que era cuartel de toda la chusma de librea, me apagaron el hacha, sin dejar en alguno délos cuatro pabilos una moseña de luz, faltando también en el mismo instante otras dos que alumbraban en unas lamparillas en los extremos de la dilatada habita- ción. Retumbaron, inmediatamente que quedé en la oscuridad , cuatro golpes tan tremendos , que me dejó sordo , asombrado y fuera de lo irregular y des- entonado de su ruido. En las piezas de abajo , corres- pondientes á la crujía, se desprendieron en este pun- to seis cuadros de grande y pesada magnitud, cuya historia era la vida de los siete Infantes de Lara, de- jando en sus lugares las dos argollas de arriba y las dos escarpias de abajo, en que estaban pendientes y

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sostenidos. Inmóvil y sin uso en la lengua, me tiré al suelo, y ganando en cuatro pies las distancias, des- pués de largos rodeos, pude atinar con la escalera. Levanté mi figura, y aunque poseido de horror, me quedó la advertencia para bajar á un patio, y en su fuente me chapucé y recobré algún poco del sobre- salto y el temor. Entré en la sala, vi á todos conte- nidos en su ojaldre, abrazados unos con otros y cre- yendo que les había llegado la hora de su muerte. Supliqué á la excelentísima que no me mandase vol- ver á la solicitud de tan escondido portento, que ya no era buscar desengaños, sino desesperaciones. Así me lo concedió su excelencia, y al día siguiente nos mudamos á una casa de la calle del Pez, desde la de Fuencarral, donde sucedió esta rara, inaveriguable y verdadera historia. »

C. ¿Y es digno de crédito ese Sr. Torres?

D. Yo no salgo por fiador suyo; pero es de pre- sumir que de ser el relato de su exclusiva invención, no se hubiera atrevido á publicarlo, cuando proba- blemente vivirían muchas personas que podrían des- mentirle.

El Sr. Covarrubias en sus Resoluciones propone la cuestión de si pueden los inquilinos dejar la$ casas arrendadas, por verse inquietados de tétricas imá- genes y nocturnas ilusiones y tumultos, y dice que afirma Alpheno en sus glosas á las leyes del Di- gesto que pueden los arrendatarios dejar las casas

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por justo temor de peligro, aunque éste no exista verdaderamente, y que quedan libres de pagar la renta del tiempo que no habitan la casa. >

«Por lo demás, añade, se ha controvertido una y otra vez en este tribunal de Granada, si esta res- puesta del jurisconsulto es aplicable á los inquili- nos , que emigran por ser inquietados por frecuen- tes presentaciones de terribles imaginaciones y por ilusiones de sombras y nocturnos tumultos todas las noches, y á veces de día. Apenas podían juzgar- se estas cosas por los jueces sino como fabulosas supercherías , á no haber sido plenamente probadas por tantos testigos íntegros y fidedignos; por lo cual se dio la sentencia conforme con Alpheno. »

Gr. Con todo el dolor de mi corazón interrum- po á Y., Sr. M., para hacer presente lo avanzado de la hora; y digo con todo el dolor de mi corazón, porque lo tengo de no seguir escuchando relaciones tan peregrinas.

M. Pues cierro el libro, y ya amanecerá Dios y medraremos, como dijo el otro.

TOMO II

19

ÍNDICE.

EL FOLK-LORE DE MADRID.

Págs.

Prólogo 7

Usos y costumbres.

El bautizo 51

El día 1.° de Enero 11

*ieSta8,~~El día üe Beyes 90

Tradiciones.

La calle de la Cabeza 17

Los gatos de Madrid 44

El palacio real 57

El reloj de San Plácido 66

Mitología.

Cómo se forman los mitos 39

Los duendes 64

292 BIBLIOTECA

Juegos infantiles.

Á saltar escalones 19

Cucurucú 46

La viudita * 47

Al alimón . . . 48

A la luna y al lucero 72

Al milano 73

Supersticiones.

Supersticiones 77

Medicina popular 86

Cuentos,

La mano negra 25

La palomita blanca 82

Las cerezas 95

Cantares de corro.

Al pasar la barca 23

Por ser aplicadita 23

La niña que vino de Sevilla 49

Yo me quería casar 61

Me he comido un limón 62

En Cádiz hay una niña 63

Las hijas de Ceferino 69

Me casó mi madre 69

A Atocha va una niña 71

DEL FOLK-LORE 293

Miscelánea.

Págs.

Formulillas infantiles y de lluvia 16-21-45

El infierno de los niños 23

Frases 24-68

Oraciones 38-75

Comparaciones 39

Pegas á los niños 42-43

Dicterios 43

Eequiebros 46

Insultos 46

Dichos climatológicos 50

Modismos 59

Calendario popular ........ 80

Pregones 81

Villancicos 87

Eomance cantado 97

Adivinanzas 98

JUEGOS INFANTILES DE EXTREMADURA.

Dedicatoria 103

Al lector 105

Prólogo 107

PRIMERA SERIE.

Juegos ó pasatiempos para niños de ambos sexos, de uno á cuatro años.

¿Cú?... ¡tras! 119

El borriquito 120

294 BIBLIOTECA

Págs.

Las tortitas 121

La calabacita ibidem

El pon , pon 122

El pinino 123

El recotín , 124

El gatito 125

El huevo 126

Los lobitos 128

La rabiña ib.

El ama del cura 129

El guarrito. ' 130

La libra de carne ib.

Fray Andrés 131

SEGUNDA SERIE.

Juegos comunes á los dos sexos , y que son jugados por niños y niñas, bien separados ó mezclados unos y otros.

La pitaera 133

Pipirigaña 134

El garbancito 140

Atajar la calle 141

Titirinela 142

Calienta-manos 143

La gallina ciega 114

Casita casquilá 147

Pun, puñete 149

Tira y afloja 152

Las tinajitas de miel 154

Los pollitos 157

Los pollitos de miel 158

DEL FOLK-LOKE 295

Págs.

La reja clorada 159

El columpio 160

La gata parida 162

La silla de manos ib.

La perinola 163

La bellota 164

Pelear los gallos 165

El milano 166

Echar pajas 167

El esconder 168

Los bagos 169

El Gorgojo ib.

La pava 170

A cazar ratones ib.

Lagarto pinto 171

La rueda de la patata 172

El mercado . . ib.

El zapatülo 174

Palomita blanca 175

La sortijilla 176

Antrojar . . . . ib.

El toro de la soga . 177

Las naranjas 178

Las doce palabras torneadas 180

El herrerito 182

La huerta del cura 184

La hortelana 185

La mente 186

Anoche vi á mi amor 187

El tocador 188

La llave de Roma 189

El Abanico 190

296 BIBLIOTECA

Págs.

El soldadito 191

Sentencias de los juegos de prendas 192

DE LOS MALEFICIOS Y LOS DEMONIOS.

Dos palabras al lector discreto 199

Reseña biográfico-histórica de Juan Nyder 201

VELADA PRIMERA.

Diálogos. Antecedentes del libro 221

VELADA SEGUNDA.

Prodigios, apariciones 247

VELADA TERCERA.

Hechizados , artes y maleficios del demonio .... 274

FOLK-LORE ESPAÑOL

bujo, taquigrafía, fotografía y demás medios adecuados para obtener la fidelidad en la reproducción.

4.a Para el acopio de materiales cada centro regional se subdividirá en tantas secciones cuantas ciea necesarias, y extenderá, valiéndose de la iniciativa individual y de la cooperación del Gobierno en su caso, sus socios corresponsales por el mayor número posible de los pueblos de su región , haciendo que todos envíen al centro de aquélla los mate- riales recogidos.

5.a Para la publicación de los materiales de todos géneros que se recojan y acopien, cada uno délos centros que se constituyan se valdrá de los periódicos , revistas y libros que el estado de sus fondos le con- sienta ir dando á luz , y de Exposiciones y Congresos regionales y nacio- nales. Unas y otros se verificarán cuando los recursos de cada centro lo consientan, sin fijación de época determinada. La celebración de Con- gresos nacionales será por riguroso turno de antigüedad entre las dife- rentes comarcas que formen centros de la clase de los que nos ocupan.

6.a Estos centros , no sólo publicarán los datos recogidos de la tradi- ción oral , sino que , leyendo y revisando todas nuestras obras literarias, entresacarán de ellas todos los elementos populares que contengan y se hallan declarados en la base primera, elementos que recopilados darán á conocer en forma de monografías, libros, etc. ; asimismo reim- primirán aquellos libros manuscritos ó cuya edición se haya agotado, referentes al objeto de esta Asociación , y publicarán también todas las memorias é informes relativos al Folk-Lore ( saber popular), que consideren dignos de ser conocidos.

7.a Todos estos centros regionales, á más de mantener entre sí, por los medios indicados en la base quinta , una comunicación viva y con- tinua , procurarán , por cuantos medios estén á su alcance , promover la formación de Sociedades análogas á la presente en todos los puntos del mundo en que se hable la lengua española , porque allí donde se habla nuestro idioma , allí está también el genio de nuestra patria.

8.a Siendo el objeto de esta Sociedad la reconstitución científica de la historia, idioma y cultura nacional, cada región procurará crear, dentro del límite de sus fuerzas, Bibliotecas, Conservatorios de música popular y Museos etnográficos artísticos y científicos, y remitirán un par de ejemplares de las obras que publiquen, á la Academia de la Lengua y de la Historia, y, cuando sea posible, una reproducción ó descripción de los objetos que recojan, á los Museos nacionales, como obsequio debido al Estado por su eficaz cooperación y concurso, si llegara á prestarlo.

9.a Estas bases se revisarán , corregirán y ampliarán en el primer Congreso nacional que se celebre , con el concurso de todos los centros regionales que hayan llegado á formarse , todos los cuales , como verda- deros hermanos, iguales en derecho y miembros activos del Folk-Lore Español , determinarán , si lo creen conveniente , la formación de un gran centro nacional , donde todos se hallen legítimamente represen- tados.

Sevilla, 3 de Noviembre de 1881.

Antonio Machado y Álvarez

BIBLIOTECA FOLKLÓRICA

A. GUICHOT Y COMPAÑÍA, EDITORES, SEVILLA

Biblioteca de las tradiciones populares españolas , escrita por todos nuestros mitógra- fos y folkloristas. (En los primeros volúmenes se publican, entre otros, trabajos tan importantes como Colecciones de cuentos, Fiestas y costum- bres, Supersticiones , Mitos, Folk-Lore de Ma- drid, Juegos infantiles, Folk-Lore Gallego, FolJc- Lore del Dibujo, etc.) Publicación trimestral en bonitos tomos de 300 páginas , algunos ilustrados con grabados. Precio del tomo para el suscritor. . 2,50

El Folk-Lore Andaluz, (Archivo de estudios y materiales folklóricos de la región andaluza.) Vo- lumen de 600 páginas, en 4.° mayor 15

Poesia popular , por Antonio Machado y Alva- rez. (Estudio crítico-histórico.) 2

Juan del Pueblo , por Francisco Kodríguez Ma- rín. (Historia y coplas populares.) 1

Colección de Enigmas y Adivinanzas , en forma de diccionario, por Demonio. (Contiene Adivinanzas castellanas, gallegas, catalanas, mallorquínas, valencianas, vascongadas , astu- rianas y ribagor zanas.) 3

Cantos populares españoles , recogidos y or- denados por Francisco Kodríguez Marín. Cinco tomos, en 8.° mayor, de 500 páginas, con apén- dice musical, y un Post-scriptum por Demonio. . 25

El Folk-Lore Bético- extremeño. (Archivo de estudios y materiales folklóricos pertenecien- tes principalmente á la región extremeña.') Tomo primero de 370 páginas , en 4.° mayor. (El segun- do se publica por suscrición en cuadernos men- suales) 5

Calendario popular para 1885 , compilado y ordenado por Luis Eomero y Espinosa. (Contiene Aforismos y observaciones de Cronología, Astro- nomía, Meteorología, Medicina, Higiene y Agri- cultura popular , Adivinanzas, Befranes, Fra- ses, Oraciones , Costumbres , Ceremonias, etc.).. 1

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