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FORJflNPO PflTRIft

Es propiedad del autor. Registrada conforme a la Ley.

Forjando Patria

(PRO NACIONALISMO)

MANUEL GAMIO

Presidente de la Delegación Mexicana en el II Congreso Científico

Panamericano y en el XIX Congreso de Americanistas

efectuados en Washington en 1915-16.

Inspector General de Monumentos Arqueológicos de la República

Director de la Escuela Internacional de Arqueología

y Etnología Americanas.

Profesor de Historia Patria en la Academia N. de Bellas Artes.

MÉXICO LIBRERÍA DE PORRÚA HERMANOS

3* del Reloj y 5* de Donceles O')"*^

19,6 .vK^Tu^

Tip. Cunill & Escobar, S. en C.-México, D. F.

Ñ ¡a memoria de mi Padre

Este libro, no ensalza ni condena; no predica demagogia ni conservación; tampoco navega entre dos aguas; invita simplemente a buscar la verdad; intenta remover impulsos nacionalistas e ideas gestadoras de Patria.

Sus conceptos no han sido especial- mente acomodados a las ¡diosincracias de la gleba, ni a la disciplina de castas inte- lectuales.

Este libro es colectivo, es libro para todos, porque está inspirado en la obser- vación de las diversas clases sociales.

Sus páginas no huyen de la crítica, pues estando hechas de la carne y del alma

VIII

del pueblo, justo u útil será que la mente popular las critique a su sabor.

La personalidad del autor— sin man- chas en el pasado que impongan temores al presente, ni pecados del presente que enturbien el futuro— es secundaria. Consi- déresele como deslustrada faceta que dé- bilmente refleja aspectos nacionales u co- mo sincero portavoz de necesidades y anhelos apenas expresados pero honda- mente sentidos por la población.

EL AUTOR.

FORJANPO PATRIA

En la gran forja de América, sobre el yunque gigantesco de los Andes, se han batido por centurias y centurias el bron- ce y el hierro de razas viriles.

Cuando al brazo moreno de los Ata- hualpas y los Moctezumas llegó la vez de mezclar y confundir pueblos, una liga mi- lagrosa estaba consumándose: la misma sangre hinchaba las venas de los ameri- canos y por iguales senderos discurría su intelectualidad. Había pequeñas patrias:

la Azteca, la Maya-Kiché, la Incásica

que quizá más tarde se habrían agrupado y fundido hasta encarnar grandes patrias indígenas, como lo eran en la misma épo-

ca la patria China o la Nipona. No pudo ser así. Al llegar con Colón otros hom- bres, otra sangre y otras ideas, se volcó trágicamente el crisol que unificaba la ra- za y cayó en pedazos el molde donde se hacía la Nacionalidad y cristalizaba la Patria.

Durante los siglos coloniales llamea- ron también las fraguas gestadoras de nobles impulsos nacionalistas, sólo que los Pizarro y los Ávila pretendieron cin- celar entonces patrias incompletas, ya que nada más se valían del acero de la raza la- tina, dejando apartado en la escoria el du- ro bronce indígena.

Más tarde, al alborear el más brillante de los siglos pretéritos, varones olímpicos empuñaron el mazo épico y sonoro y vis- tieron mandil glorioso. Eran Bolívar, Mo-

relos, Hidalgo, San Martín, Sucre

Iban a escalar la montaña, a golpear el yunque divino, a forjar con sangre y pól- vora, con músculos e ideas, con esperan- zas y desencantos, una peregrina estatua hecha de todos los metales, que serían todas las razas de América. Por varios

lustros se escuchó martilleo fragoroso que hacía retemblar altas sierras, agitarse fron- das vírgenes y lucir crepúsculos siempre rojos, como si la sangre salpicara hacia lo alto. En Panamá, donde se besan mares y continentes, llegó a vislumbrarse entre resplandores de epopeya una maravillosa imagen apenas esfumada de la gran Patria Americana, única y grande, serena y ma- jestuosa, como la cordillera andina.

Todavía no era tiempo. El milagro se deshizo. Aquella sublime visión. de pa- tria fué perdiéndose como las brumas del océano o las neblinas de la sierra. Pasa- ron a vida mejor aquellos varones que hoy se antojan semi-dioses homéricos.

Más tarde, durante la vida indepen- diente de esos países, se cambió de idea; ya no se iba a modelar una sola gigantes- ca patria, que cincelaran a una todos los hombres del Continente, sino mirando a la tradición se formarían patrias podero- sas que correspondieran a las divisiones políticas coloniales. Desgraciadamente la tarea no fué bien comprendida; se preten- dió esculpir la estatua de aquellas patrias

con elementos raciales de origen latino y se dio al olvido, peligroso olvido, a la raza indígena o a título de merced se constru- yó con ella humilde pedestal broncíneo, sucediendo a la postre lo que tenía que suceder: la estatua, inconsistente y frágil, cayó repetidas veces, mientras el pedes- tal crecía. Y esa pugna que por crear pa- tria y nacionalidad se ha sostenido por más de un siglo, constituye en el fondo la explicación capital de nuestras contien- das civiles.

Toca hoy a los revolucionarios de Mé- xico empuñar el mazo y ceñir el mandil del forjador para hacer que surja del yun- que milagroso la nueva patria hecha de hierro y de bronce confundidos.

Ahí está el hierro. . . ... Ahí está el

bronce .... ¡Batid hermanosl

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Las Patrias g las Nacionalidades de la América Latina

Exceptuando muy pocos países latino america- nos, en los demás no se observan las caracteristicas inherentes a la nacionalidad definida e integrada, ni hay concepto único ni sentimiento unánime de lo que es la Patria. Existen pequeñas patrias y na- cionalismos locales.

Se hace palpable la veracidad de tales afirma- ciones durante los congresos periódicos que reúnen a representantes de dichos países: el Congreso Científico Panamericano y el XIX Congreso de Americanistas efectuados en Washington en Di- ciembre y en Enero últimos, ofrecieron a este respec- to interesante y amplísimo campo de observación: en efecto, se notó que, en conjunto, las delegaciones asistentes a ambos congresos eran representantes en raza, idioma y cultura de no más que un 25% de las poblaciones de sus respectivos países: repre-

sentaban el idioma español y el portugués y la raza y la civilización de origen europeo. El 75% restante: los hombres de raza indígena, de lengua indígena, de civilización indígena, no fueron representados. Apenas si se les mencionó con criterio etnológico, como objeto de especulaciones científicas de escaso número de investigadores, pudiéndose decir que pa- ra el llamado mundo civilizado en general, pasa inad- vertida la existencia de esos setenta y cinco millo- nes de americanos ya que se desconocen los idio- mas que hablan, se ignoran las características de su naturaleza física y no se sabe cuales son sus ideas éticas, estéticas y religiosas, sus hábitos y costumbres.

Ahora bien. ¿Pueden considerarse como patrias y naciones, países en los que los dos grandes ele- mentos que constituyen a la población difieren fun- damentalmente en todos sus aspectos y se ignoran entre sí?

Para ampliar los citados conceptos y las con- clusiones emitidas, recordemos en qué consisten las características de la nacionalidad y las condiciones inherentes al concepto de patria.

Patrias y Nacionalidades.

Observando a los países que gozan de nacio- nalidad definida e integrada (Alemania, Francia, Japón, etc., etc.), se encuentran en ellos la siguien- tes condiciones: Unidad étnica en la mayoría de

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la población, es decir, que sus individuos pertene- cen a la misma raza o a tipos étnicos muy cercanos entre sí. Esa mayoría posee y usa un idioma co- mún, sin perjuicio de poder contar con otros idio- mas o dialectos secundarios. 30 Los diversos ele- mentos, clases o grupos sociales ostentan manifes- taciones culturales del mismo carácter esencial por más que difieran en aspecto e intensidad de acuer- do con las especiales condiciones económicas y de desarrollo físico e intelectual de dichos grupos. En otros términos, con variación en cuanto a forma, la mayoría de la población tiene iguales ideas, senti- mientos y expresiones del concepto estético, del moral, del religioso y del político. La habitación, la alimentación, el vestido, las costumbres en gene- ral, son las mismas, con la diferenciación más o me- nos aparente que imprimen el mayor o menor bien- estar económico de las respectivas clases sociales. Por último, el recuerdo del pasado, con todas sus glorias y todas sus lágrimas, lo atesoran los corazo- nes como una reliquia: la tradición nacional, ese pe- destal arcaico donde se yergue la Patria, vive pal- pitante y vigorosa en hombres, mujeres y niños, en sabios e ignaros, en los hijos de la gleba y en los petimetres refinados, en los altos cultores del Arte y en pobrecillos rapsodas de aldea. Y esa tradición hace el milagro de transmutarse en mil aspectos conservando siempre su unidad y su carácter tí- pico.

Los alemanes, los franceses, los japoneses, los que poseen verdadera nacionalidad, son hijos de

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una gran familia. Al viajar por sus países encon- trarán en hombres, mujeres y niños verdaderos her- manos, porque de ellos se levanta el grito solemne de la misma sangre, de la misma carne, ese grito que está por encima de todo, pues es la voz de la vida, la fuerza misteriosa que agrupa a la materia y se opone a su desintegración. En las almas de todas esas gentes hallará los mismos mirajes en que se recrea la suya. De los labios brotarán añejos co- mo vino generoso o remozadas y alígeras las pala bras de un mismo idioma, del idioma de todos. Cuando así se vive se tiene patria.

Veamos si los países que se extienden del Bra- vo a Magallanes constituyen patrias y nacionalida- des a la manera de las que arriba dejamos descritas. Como las caracteristicas y condiciones generales de casi todos los países latino americanos son análo- gas, cuando no idénticas, entre sí, nos referiremos a México como país representativo de los demás.

México país representativo de la América Latina

Antes de señalar y considerar en mismas a las pequeñas patrias que existen en México, anali- cemos las causas primordiales que explican su ori- gen.

La raza, el idioma y la civilización. ¿Ocho o diez millones de individuos de raza, de idio-

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ma y de cultura o civilización indígenas, pueden abrigar los mismos ideales y aspiraciones, tender a idénticos fines, rendir culto a la misma patria y atesorar iguales manifestaciones nacionalistas» que los seis o cuatro millones de seres de origen eu- ropeo, que habitan en un mismo territorio pero ha- blan distinto idioma, pertenecen a otra raza y viven y piensan de acuerdo con las enseñanzas de una cultura o civilización que difiere grandemente de la de aquellos, desde cualquier punto de vista?

Creemos que no, y hasta hallamos cierta ana- logía entre esa situación y la de las exrepúbli- cas sudafricanas, países en los que la nacionalidad estuvo siempre representada por la población de origen europeo quedando relegados los indígenas a la servidumbre y a la pasividad. En las demás co- lonias europeas de África sucede también que el hombre europeo, la civilización europea, sofocan y acabarán por extinguir a la vida indígena y sus ma- nifestaciones.

La separación, la divergencia de esos dos gran- des grupos sociales existió no sólo durante la Con- quista y la Época Colonial, sino que se hizo más honda en los tiempos contemporáneos, pues la In- dependencia, hay que decirlo de una vez sin reser- vas hipócritas, fué hecha por el grupo de tenden- cias y orígenes europeos y trajo para él libertades y progreso material e intelectual, dejando abandonado a su destino al grupo indígena, no obstante que es el más numeroso y el que atesora quizá mayores energías y resistencias biológicas a cambio de su es-

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racionamiento cultural. A primera vista la situación se antoja pavorosa según la hemos expuesto y los enfermos de «miopía sociológica» trasluzcan tal vez entre líneas, el vaticinio de una espantosa guerra de castas en la que probablemente no tocaría la mejor parte a la población de origen europeo. Tales temo- res serían injustificados, pues bien sabido es que la población indígena se presenta hoy como lo estaba en la Conquista, dividida en agrupaciones más o menos numerosas, que si constituyen pequeñas pa- trias por el lazo común de la raza, el idioma y la cultura, en cambio por sus mutuas rivalidades y re- cíproca indiferencia, hicieron más fácil su conquista durante el siglo XVI y causaron su estancamiento cultural en la época de la Colonia y en nuestros días.

El problema no está pues, en evitar una iluso- ria agresividad conjunta de tales agrupaciones indí- genas, sino en encauzar sus poderosas energías hoy dispersas, atrayendo a sus individuos hacia el otro grupo social que siempre han considerado como enemigo, incorporándolos, fundiéndolos con él, ten- diendo, en fin, a hacer coherente y homogénea la raza nacional, unificado el idioma y convergente la cultura.

¿a cuestión geográfica. Pudiera deducirse de lo expuesto hasta aquí, que descontando a la pobla- ción indígena, el resto, o sean los habitantes de ra- za, idioma y cultura originalmente europeos, cons- tituyen una patria y forman una nacionalidad. Esta hipótesis es insustentable, pues aparte de los fac-

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tores antropológicos discutidos arriba, el geográfico reviste una gran importancia: la causa primordial por la que México perdió el territorio que hoy está en poder de los Estados Unidos, consistió en el ale- jamiento geográfico del mismo con respecto al resto del país lo que trajo consigo divergencia y luego antagonismo en ideales nacionalistas. En el Chia- pas de hace veinte años, antes de la construcción del F. C. Panamericano, la población de raza blan- ca tendía más al sentimiento de nacionalidad centro- americana que al de la mexicana: usos, costumbres, relaciones comerciales, cultura intelectual, casi todo, llegaba con el visto bueno de aquellas regiones, prin- cipalmente de Guatemala. Los habitantes de la Baja California, particularmente los de la parte Norte ¿pueden tener el mismo concepto patriótico, que los que vivimos en el resto del país? ¿No es desolador el aislamiento en que vejetan? ¿no se ven obligados a cruzar tierra extranjera antes de pisar la región continental de su propia patria? ¿Qué sello presentan allí el comercio, la intelectuali- dad, la indumentaria, las actividades todas del vivir? Absolutamente exótico, ayankado, hay que confesarlo.

El aspecto económico. Para que una familia viva armónicamente unida, es indispensable que to- dos sus miembros disfruten de los elementos eco- nómicos que, de acuerdo con su condición, edad y temperamento, pueden suministrarles bienestar fí- sico e intelectual. Pues bien, para que una agrupa- ción de familias forme un todo armónico, constituya

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una nacionalidad, precisa que todas ellas gocen de bienestar proporcional, el cual sólo puede obtenerse merced a una situación económica equilibrada. Si, como siempre sucedió en México, unas cuantas fa- milias vivieron en la abundancia y otras, las más, sufrían el tormento del hambre, de la desnudez, del abandono intelectual, claro es que de su unión ar- tificial no pudo resultar un conjunto armónico, no pudo surgir una nacionalidad, pues en todos tiem- pos y en todos los paises, por encima de toda idea de patria y de nacionalidad, ha estado la de la pro- pia conservación.

El sistema político. Se dice que el sistema de gobierno que generalmente ha regido a México in- dependiente fué el democrático representativo, pero en realidad no sucede así porque las clases indíge- nas han sido forzadas a vivir bajo el gobierno de leyes que no se derivan desús necesidades sino de las de la población de origen europeo, que son muy distintas.

Las pequeñas patrias mexicanas

Basta con que un individuo de la capital foco característico del idioma, de la raza y de la cultura de origen europeo se dirija a Yucatán, Quintana Roo, parte de Chiapas, riberas del Yaqui, territorio Huichol y muchas otras regiones, para que se en- cuentre en ambiente extraño, más muchas veces que lo hallaría en algunos países europeos, princi-

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pálmente España: idioma, aspecto físico, usos, cos- tumbres, ideales, aspiraciones, esperanzas, placeres, todo es diferente.

Las pequeñas patrias pueden dividirse en dos grupos: aquellas cuya población es exclusivamente indígena y otras en cuya población se observa la fusión armónica de la raza indígena y de la raza de origen europeo.

Las patrias de población indígena. Pueden mencionarse, entre otras, las ya citadas arriba: Ma- ya, Yaqui, Huichol. Estas agrupaciones que poseen un nacionalismo claramente definido y caracterizado por sus respectivas lenguas, manifestaciones cultu- rales y naturaleza física, son y han sido siempre desconocidas por las agrupaciones de oiigen euro- peo, exceptuándose contadisimos antropologistas mexicanos y algunos extranjeros. Este desconoci- miento es crimen imperdonable contra la naciona- lidad mexicana, pues sin conocer las características y las necesidades de aquellas agrupaciones es im- posible procurar su acercamiento y su incorporación a la población nacional.

Yucatán tipo de patrias de población mezclada. Hace pocos meses, después de haber recorrido ese Estado, viví en Mérida y en cierta ocasión en que almorzaba en céntrico restaurant, me ocurrió pedir una botella de cerveza. ¿Extranjera o nacional? se me preguntó. Extranjera, contesté, imaginando que se me serviría cerveza alemana o americana- Pocos instantes después se presentó el criado tra- yendo en flamante charola una cerveza XX de Ori-

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zaba. ¡He dicho extranjera! exclamé un tanto amos- tazado; el moreno fámulo me miró ingenuamente sorprendido y replicó: Es la única extranjera que tenemos; si desea Ud. nacional, traeré yucateca.

Nacionalista en extremo y en ocasiones como esa, «patriotero» hasta el agresivismo, no pude me- nos que endilgar a mi absorto interlocutor dos o tres conceptos geográfico-políticos sobre Yucatán y Mé- xico y cuatro o cinco sobre la escasez de sentido de que parecía adolecer. Para vergüenza de mi amor propio metropolitano, aquel pobre mesero me dijo y me explicó tantas y tan justificadas razones, que a fin de cuentas comprendí', por más que no aprobé, que a la cerveza de Orizaba la titulen en Yucatán extranjera.

xpuesta esta digresión que no deja de ser sig- nificativa, haré ver por qué Yucatán es una de nues- tras pequeñas patrias y posee concepto nacionalista propio. En lo que es territorio yucateco, la raza in- dígena conquistada y la española invasora, han lle- gado a mezclarse más armónica y profusamente que en ninguna otra región de la República. Se nos dirá que también existen indios e individuos de sangre original europea; sin embargo, una mayoría social que autoriza la generalización, es de raza mezclada y tan esto es así, que aun cuando un yucateco no exprese el lugar de su procedencia, con sólo contem- plarlo y oír su voz se deduce ésta. En efecto, el pronunciado braquicefalismo del cráneo y la fonéti- ca peculiar a su pronunciación, proclaman a voces el origen yucateco. Pues bien, esta homogeneidad

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racial, esta unificación del tipo físico, esta avanza- da y feliz fusión de razas, constituye la primera y más sólida base de nacionalismo.

Examinemos ahora el idioma que es el siguien- te factor nacionalista: puede asegurarse que en Yu- catán la inmensa mayoría de la población rural y foránea hablan el idioma maya y la mayoría urba- na habla el español, lo que significa que todos los habitantes del Estado pueden comunicarse entre por medio de uno u otro idioma. Esto no sucede en ninguna otra región de la República.

En cuanto a costumbres, se notan convergen- cias que aunque parezcan banales son expresión de nacionalismo: todos los yucatecos, desde el encum- brado henequenero hasta el humilde cortador de es- ta fibra, visten el mismo ti aje blanco y el mismo sombrero de paja, prendas que sólo se diferencian por su calidad, no pudiéndose afirmar que eso sea exclusivamente debido al clima, pues en regiones de la República quizá más cálidas no se nota esa uni- formidad de indumentaria. Lo mismo se puede de- cir de la hamaca que es el lecho usado por todos en la península. Hay también regionalismo pronuncia- do en la música y en el baile. El aseo, la ablución diaria, constituyen característica inherente a toda la población, no obstante la escasez de agua. Por úl- timo, sorpréndanse quienes no lo saben, se ha com- puesto y se toca, cuando hay ocasión para ello, un «himno nacional yucateco.»

Comulgan las diversas clases sociales yucate- cas en un firme criterio antíestranjerista que es sen-

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sato y admisible pues no llega a la hostilidad y al agresivismo, reduciéndose a la competencia: Yuca- tán es uno de los Estados donde menos extranjeros residen, lo que explica que el capital, las industrias, la agricultura, las vías de comunicación, etc., etc., sean netamente nacionales.

El aislamiento de Yucatán coadyuva eficazmen- te al desarrollo de su nacionalismo: limítanlo las aguas del golfo en gran extensión; por el oriente y el sur las regiones inexploradas de Quintana Roo v Campeche; sólo tiene comunicación con la Repú- blica y países extranjeros por dos o tres de sus puer- tos, puertos detestables por cierto y hacia el S. O. por el ferrocarril que comunica con este Estado.

Examinemos ahora las relaciones que han exis- tido entre Yucatán y el resto de la República: de México a Yucatán solamente se dirigían antes de la Revolución, gente de teatro pornográfico, gente de tropa, gente de presidio, trabajadores forzados y gentes que a título de empleados federales iban a redondear el vientre atropellando a todo hijo de ve- cino en lo que más duele, que dicen es el bolsillo. ¿Cuándo se vio en Yucatán la flor de los capitalis- tas mexicanos, de los profesionales, de los artistas? ¡Nunca! Se consideró al rico Estado como a la ga- llina de los huevos de oro, sin darle en cambio sim- patías, ayuda material e intelectual, amor de her- manos y de compatriotas. ¿Se explica ya por qué los yucatecos constituyen una pequeña patria y han abrigado siempre legítimo concepto de nacionalidad?

La Pirección de Antropología

(Extracto de la segunda proposición formulada y presentada por el autor ante el Congreso Científico Panamericano]

Es axiomático que la Antropología en su verda- dero, amplio concepto, debe ser el conocimiento bá- sico para el desempeño del buen gobierno, ya que por medio de ella se conoce a la población que es la materia prima con que se gobierna y para quien se gobierna. Por medio de la Antropología se carac- terizan la naturaleza abstracta y la física de los hombres y de los pueblos y se deducen los medios apropiados para facilitarles un desarrollo evolutivo normal.

Desgraciadamente, en casi todos los países latino- americanos se desconocieron y se desconocen, oficial y particularmente,la naturaleza y las necesidades de las respectivas poblaciones, por lo que su evolución ha sido siempre anormal. En efecto, la minoría for- mada por personas de raza blanca y de civilización derivada de la europea, sólo se ha preocupado de

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fomentar su propio progreso dejando abandonada a la mayoría de raza y cultura indígenas. En unos ca- sos esa minoría obró así conscientemente; en otros, aunque intentó mejorar económica y culturalmente a aquella mayoría, no consiguió su objeto, porque desconocía su naturaleza, su modo de ser, sus aspi- raciones y necesidades, resultando inapropiados y empíricos los medios propuestos para la mejoría de sus condiciones. Ese sensible desconocimie nto se de- be a que la población indígena no ha sido estudiada sensatamente, pues apenas si hay roce con ella por motivos de comercio o servidumbre; se desconoce el alma, la cultura y los ideales indígenas. La úni- ca minera de llegar a conocer a las familias indíge- nas en su tipo físico, su civilización y su idioma, consiste en investigar con criterio antropológico sus antecedentes precoloniales y coloniales y sus ca- racterísticas contemporáneas.

Sentada la importancia capital que presenta la Antropología en los países latino-americanos, se abordó por el subscrito la cuestión de cómo se in- vestiga antropológicamente en dichos países.

Se demostró primeramente que esa investiga- ción no ha producido aún los frutos que eran de es- perarse si se considera el estado avanzado que pre- senta la ciencia antropológica en Europa y en Norte América. Han faltado mutuo conocimiento y con- vergencia de tendencias en los investigadores; me- todología e integración armónica en las investiga- ciones. Para concretar puede mencionarse como ejemplo a México, el país de América que ofrece

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más copioso manantial antropológico y donde pri- meramente comenzaron las investigaciones de tal carácter, ya sea empíricamente:

En México se comenzó a investigar en Etno- grafía, Arqueología, Lingüística, Folklore y otros conocimientos antropológicos desde el siglo XVI. Así, Sahagún, Duran, Alva Ixtlilxóchitl, Cortés, Bernal Díaz y otros cronistas coloniales sumi- nistran intuitivamente datos de carácter antro- pológico bien interesantes, pero, por desgracia, aislados, inconexos, de valor exclusivo y signifi- cación unilateral, si se les juzga a la luz de cri- terio científico contemporáneo. Nada debe repro- charse a aquellos hombres, pues intentaron obra de historia y no de antropología. Llegó el siglo XIX, durante el cual la Antropología adquirió ge- rarquía científica, surgiendo laboriosos investiga- dores que se han sucedido hasta nuestros días. ¿Qué obra han hecho estos últimos? Puede divi- dirse en dos partes: Ia Obra original consisten- te en investigaciones experimentales. 2a Obra de reconsideración, consistente en volver a traer a luz datos de investigadores coloniales. Aun cuan- do las investigaciones que constituyen estas dos obras están hechas con mejor disciplina científi- ca, puede asegurarse que, como las de autores co- loniales, carecen de convergencia en sus tenden- cias y de integración armónica en su agrupación, permaneciendo como ellas aisladas e inconexas, inelocuentes, provistas de escaso valor individual.

Estas declaraciones parecen suficientemente

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terminantes para que puedan permanecer dogmáti- camente exhibidas, así que es conveniente exponer algunas demostraciones convincentes.

Por ejemplo, con respecto a población, se han estudiado algunas familias indígenas y se concedió alguna atención a los elementos sociales de origen europeo; sin embargo, ese conjunto de investigacio- nes no ha remediado en nada el sensible descono- cimiento particular y oficial que reina sobre la po- blación, fracaso cuyas causas trataremos de ex- plicar:

Supongamos que se pretende establecer el co- nocimiento antropológico de la gran familia otomí, estacionada desde remotas épocas en las altas mesas. Pues bien, de acuerdo con los procedimientos hasta hoy seguidos, el investigador se dirige a un pueble- cilio formado por individuos de habla otomí y ci- ñéndose a una correcta metodología etnológica, hace la filiación de dichos individuos y procura que el manuscrito relativo aparezca en alguna publicación especialista, con lo cual queda satisfecho de su ta- rea y creyéndola terminada, se dirige a estudiar a los indivi Juos zapotecas de este pueblo o a los tepe- huanes de aquel otro. Ocurre naturalmente pregun- tar: ¿aparte del valor individual correspondiente a ese estudio, en su carácter de documento aislado, qué trascendencia puede tener si no está acompa- ñado y eslabonado con los estudios etnológicos de millares de otomís de otros pueblos y de los estu- dios fisiográficos, biológicos, arqueológicos, históri- cos y estadístico-demográficos complementarios?

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¿no es indispensable analizar también las influencias interculturales y de cruce sanguíneo producidas en cuatro siglos por la presencia de los españoles inmi- grantes?

Cuando ya se conozca científicamente el modo de ser de la gran familia otomí y el por qué de ese modo de ser, debe abordarse la meta final y prácti- ca a la que principalmente tienden las investigacio- nes antropológicas, que no son meramente especula- tivas como en ocasiones se ha dicho: hay que de- terminar las necesidades actuales de esa gran familia, deducir y suministrar medios inmediatos para reme- diarlas y establecer la observación científica de su desarrollo a fin de colaborar desde hoy al acrecen- tamiento de su futuro bienestar físico e intelectual. Para ilustrar el concepto sobre esta última etapa, nos referiremos al problema del trabajo entre los otomís: se investigará si la capacidad de producción del oto- mí es normal o anormal, estableciéndose si la anor- malidad es motivada por incompetencia física o re- sultante de voluntad consciente, estudiándose en ambos casos las causantes del fenómeno, particu- larmente desde el punto de vista de la alimentación, la cual debe adecuarse a la constitución del indivi- duo, al ambiente biológico en que se desarrolla y a la labor que desempeña. Después podrá ya, autori- zadamente, resolverse el problema desde los puntos de vista económico, político, etc., etc.

Cuando, de acuerdo con el procedimiento integral hasta aquí delineado, hayan sido in- corporadas a la vida nacional nuestras fami-

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lias indígenas, las fuerzas que hoy oculta el país en estado latente y pasivo, se transformarán en energías dinámicas inmediatamente productivas y comenzará a fortalecerse el verdadero sentimiento de nacionalidad, que hoy apenas existe disgregado entre grupos sociales que difieren en tipo étnico y en idioma y divergen en cuanto a concepto y ten- dencias culturales.

Para alcanzar tales fines el Gobierno Mexi- cano proyecta la erección de una «Dirección de Antropología» o «Instituto Antropológico Central,» que tendrá por objeto el estudio de la población nacional desde los siguientes puntos de vista y de acuerdo con depurado criterio antropológico: Cuantitativamente: Estadística. 2o Cualitativa- mente: Tipo físico, idioma y civilización o cultura. 3o Cronológicamente: Períodos precolonial, colo- nial y contemporáneo. 40 Condiciones ambientes: Fisio-biología regional.

Expuesto lo anterior, sólo nos queda solicitar que este culto Congreso recomiende como obra pan- americana de alta trascendencia la creación de ins- titutos análogos al que se acaba de mencionar, en los numerosos países americanos en los que la na- turaleza y necesidades de la población lo imponen, pues así se engrandecerán, fortalecerán y fijarán las nacionalidades de América, con lo que el pan-ame- ricanismo será realmente eficiente.

La redención de la clase indígena

Hace nueve años el autor de este libro preten- dió atacar en las columnas de la prensa capitalina, la persistencia de la «contribución personal» o «de- rechos de capitación», que se notaba entonces en diversos Estados, como amarga reliquia de la remo- tas encomiendas. Habiéndose negado todos los pe- riódicos a comentar ese asunto, el autor pudo sin embargo publicar las siguientes líneas en el maga- zine Modeni México (i) que se imprimía en Nue- va York y circulaba en México.

«Cuando admiro las grandes obras del pueblo Nipón, su precocidad y su inagotable energía, con- templo también por natural asociación de ideas, las dolientes miserias que abruman a nuestra pobre cla- se indígena.

Hurgando en las características étnico-sociales del indio se encuentran importantísimos factores

(■•) Edición Corrc-pondiente a Marzo <\e 1907.

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que podrían coadyuvar a su decisiva y trascenden- tal regeneración.

Asombra su vitalidad tanto como su naturaleza antimorbosa. Es intrigante así mismo el problema de su economía animal, pues no encontraremos sino en muy pocos países, unidades humanas cuyo ren- dimiento sea tan elevado con relación a la exigüi- dad del alimento. El indio, por último, tiene apti- tudes intelectuales comparables a las de cualquier raza.

En cambio, es tímido, carece de energías y as- piraciones y vive siempre temeroso de los vejáme- nes y del escarnio de la «gente de razón», del hom- bre blanco. Aun macula su frente el verdugón que alzara la bota ferrada del castellano conquistador.

¡Pobre y doliente raza! En tu seno se hallan refundidas la pujanza del bronco taraumar que des- cuaja cedros en la montaña, el exquisitismo ático del divino teotihuacano, la sagacidad de la familia de Tlaxcallan, el indómito valor del sangriento mexi- ca. ¿Por qué no te yergues altiva, orgullosa de tu leyenda y muestras al mundo ese tu indiano abo- lengo?

¡Pobre y doliente raza! No en vano te oprimió durante siglos un yugo tres veces tirano: el fanatis- mo gentil que deificó a tus monarcas sacerdotes; el fanatismo cristiano que si fué redentor durante las misiones, predicó después abyecto servilismo y en fin, el modo de ser brutalmente egoísta de los con- quistadores que ahogó siempre toda manifestación» por sana y elevada que fuese, si provenía de la cía-

33 se inferior. No despertarás espontáneamente. Será menester que corazones amigos laboren por tu re- dención.

La magna tarea debe comenzar por borrar en el indio la secular timidez que lo agobia, haciéndole comprender de manera sencilla y objetiva, que ya no tiene razón de ser su innato temor, que ya es un hermano, que nunca más será vejado. Para incul- car en su cerebro este civismo elementarísimo, se- rán precisos laboriosos esfuerzos y será también ne- cesario abolir, entre otros, ese negro vestigio del pasado, esa reliquia de las encomiendas: los dere- chos de capitación.

Una vez que el indio se halle exento de esa «contribución por vivir» y se sienta hombre, una vez que confíe, entonce?, concurrirá a la escuela, y una rudimentaria iniciativa le hará buscar más amplios horizontes.

Coadyuvemos todos en nuestra esfera para ver de activar la realización de tan bellos ideales.

Próximamente daremos a conocer a nuestros lectores la iniciativa que en favor de la raza desva- lida ha sido propuesta en la capital de uno de nues- tros Estados fronterizos.»

Prejuicios sobre la raza indígena g su historia

En la interesante obra «The Mind of Primitive Man» que publicó el doctor Franz Boas como reco- pilación de sus conferencias en Harvard y en Méxi- co, es digno de particular atención el capítulo inti- tulado «Racial Prejudices», en el que el ilustre Pro- fesor condena los prejuicios con que frecuentemente se considera la aptitud intelectual de las diversas agrupaciones humanas y comprueba que no existe la pretendida inferioridad innata que se atribuye a algunos de esos grupos en relación con otros, sino que es producida por causas de orden histórico, bio- lógico, geográfico, etc., etc., es decir: causas de edu- cación y medio, que al variar hacen desaparecer aquella inferioridad.

La generalización de tan lógicas ideas es indis- pensable entre nosotros que constituimos un con- junto de agregados sociales étnicamente heterogé-

38 neos, cuyo progreso no es sincrónico y no se des- arrolla en sendas paralelas sino divergentes.

El gran problema que encierra el estudio de las familias indígenas en México y el porvenir que les espera fué considerado siempre con prejuicios, em- pírica y superficialmente.

En un bando están los que conceptúan al agre- gado social indígena como una remora para la mar- cha del conjunto, como un elemento refractario a toda cultura y destinado a perecer, como un campo estéril donde la semilla nunca germinará; asertos que creen autorizar señalando el innegable estado lastimoso en que el indio se debate desde hace cua- tro siglos.

Los que predican y hacen obra indianista, enal- tecen ilimitadamente las facultades del indio, lo consideran superior al europeo por sus aptitudes in- telectuales y físicas. Dicen que si el indio no vege- tara oprimido, ahogado, por razas extrañas, habría de preponderar y sobrepasarlas en cultura: Altami- rano, Juárez y otros casos aislados de indios ilus- tres, son ejemplos que aducen para fundar sus opi- niones.

Naturalmente que ni unos ni otros están en lo justo. El indio tiene iguales aptitudes para el pro- greso que el blanco; no es ni superior ni inferior a él. Sucede que determinados antecedentes históri- cos, y especialísimas condiciones sociales, biológi- cas, geográficas, etc., etc., del medio en que vive lo han hecho hasta hoy inepto para recibir y asimilar la cultura de origen europeo. Si el peso abrumador.

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de los antecedentes históricos desaparece, que des- aparecerá cuando el indio no recuerde ya los tres siglos de vejaciones coloniales y los cien años de vejaciones «independentistas» que gravitan sobre él; si deja de considerarse, como hoy lo hace, zoológicamente inferior al blanco; si mejoran su alimentación, su indumentaria, su educación y sus esparcimientos, el indio abrazará la cultura contem- poránea al igual que el individuo de cualquier otra raza.

Resumiendo, puede decirse que todas las agru- paciones humanas poseen iguales aptitudes intelec- tuales en iguales condiciones de educación y me- dio, y que para imponer determinada civilización o cultura a un individuo o a una agrupación, debe suministrársele la educación y el medio inherentes a la cultura que se trata de difundir.

Por supuesto que la imposición de una civili- zación es mucho más rápida y fácil en un individuo que en una agrupación de individuos, pues con sólo transladar al individuo a un medio distinto en edad conveniente, se resuelve en general el problema; así, los niños indígenas de la América Española, que son enviados a educarse en Europa, adquieren to- das las modalidades exteriores y la cultura intelec- tual de los europeos, con los que se identificarían absolutamente si en ocasiones la necedad humana no los distanciara algo, por el color de su pigmen- tación. En cambio, las agrupaciones sociales pre- sentan gran resistencia para el cambio de civiliza- ción, aún en el 'caso de que se les translade a un

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nuevo medio ambiente, según se puede juzgar por las tribus trashumantes que de Arabia, Turquía, Bohemia y otros lugares, se han extendido por todo el mundo sin cambiar su tipo físico, sus costumbres, ni su lengua.

La civilización europea contemporánea no ha podido infiltrarse en nuestra población indígena por dos grandes causas: primero, por la resistencia natu- ral que opone esa población al cambio de cultura; segundo, porque desconocernos los motivos de dicha resistentencia, no sabemos cómo piensa el indio, ig- noramos sus verdaderas aspiraciones, lo prejuzgamos con nuestro criterio, cuando deberíamos compene- trarnos del suyo para comprenderlo y hacer que nos comprenda. Hay que forjarse ya sea temporalmen- te— una alma indígena. Entonces, ya podremos la- borar por el adelanto de la clase indígena. Esta tarea no es del gobernante ni del pedagogo, ni del soció- logo; está exclusivamente destinada al antropologis- ta y en particular al etnólogo cuyo apostolado exige no sólo ilustración y abnegación, sino muy princi- palmente orientaciones y puntos de vista desprovis- tos en lo absoluto de prejuicios. Esto en cuanto a los prejuicios de raza.

Respecto a la historia de las civilizaciones in- dígenas de México, anteriores a la Conquista, los prejuicios son tan numerosos y grandes, que han contribuido a hacer del interesante pasado prehis- pánico una relación errónea, fantástica e inadmisi- ble, pudiéndose afirmar, en términos generales, que la historia prehispánica de México está en forma-

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ción, pues lo que sobre particular nos ofrecen los textos de historia es erróneo, carente de perspecti- va histórica, formado y expuesto sin metodología científica.

Mencionemos, como ejemplo, las civilizaciones prehispánicas del Valle de México:

Los textos de historia patria las denominan de mil maneras; tolteca, chichimeca, colhua, aculhua, tepaneca, nahuatlaca, etc., etc.; discuten la propie- dad de esos nombres abstractos, desechan unos, con- sagran otros y hasta inventan algunos. Al termi- narse el curso, si se es estudiante, o al doblar la última hoja si lector, sucede que no se conoce el pasado nacional precolombino, pues sólo queda en la mente un enjambre de palabras indígenas de exótico fonetismo, cuya retención es tan laboriosa como inútil. En cambio, se ignoran cuáles y cómo eran realmente esas civilizaciones, se desconocen sus conceptos religiosos, sus obras de arte, instituciones religiosas, civiles y militares, sus industrias, etc., etc.

Se nos dirá que algunos textos de historia se refieren a la religión, al arte, a las costumbres de los habitantes prehispánicos; pero, juzgando justa y sin- ceramente la cuestión, creemos que sería preferible que dichos textos no abordaran tales problemas, pues su lectura desorienta todavía más que la de aquellos que nada dicen sobre el particular.

En efecto, la integración de características cul- turales que pretende hacerse, peca siempre de inar- mónica, anacrónica y heterogénea, pues se mezcla

entre lo perteneciente a civilizaciones de culturas distintas, o bien se confunden las manifestaciones culturales desaparecidas hace decenas de siglos con las que a su llegada encontró florecientes Cortés.

Se comprueba ésto con lo que ya dijimos sobre las civilizaciones del Valle de México: la historia las enumera profusamente dando de ellas más de veinte denominado íes, paro en último análisis, no las iden- tifica, ni las distingue. En cambio, la arqueología sis- temática (en este caso estratigrafía geológico_cultu- ral), ha demostrado objetivamente (por medio de la arquitectura, la cerámica, la escultura, etc., etc.), que en el Valle de México existieron tres grandes civili- zaciones.dentrode las cuales deben forzosamente re- fundirse todas aquellas que la historia ha creado de manera empírica.

Si son sensibles las deficiencias que presenta la obra de historia que hemos hecho en México des- de la conquista hasta la fecha, es aún más deplora- ble nuestro descu'do por la historia prehispánica, la cual no hemos formado no obstante la riqueza del material relativo. Esto, repetimos, es deplorable, puesto que la historia prehispánica debiera consti- tuir la base de la colonial y la contemporánea.

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Sociología g Gobierno

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El método experimental con que el sociólogo observa y registra los fenómenos sociales, es cien- tífico, pero las leyes que pretende deducir de tales principios no lo son, ya que si lo fueran sería posi- ble predecir los acontecimientos sociales y asegurar eternamente el bienestar de los pueblos, cosa que se ha intentado desde que el mundo es mundo, pero que nunca se ha conseguido.

Eso, con respecto a los pueblos en los que se ha emprendido verdadera investigación sociológica.

En México no se han formulado leyes socioló- gicas, lo que es natural, puesto que tampoco se ha emprendido la tarea preparatoria de establecer los principios integrales de esa ciencia, obtenidos por medio de experimentación científica.

Nuestros íiobernantes no necesitan empíricas leyes sociales para gobernar, pero les es indispen- sable conocer las características de los individuos y

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agrupaciones, a fin de atender conscientemente a sus necesidades y procurar su mejoramiento.

¿Conocemos a nuestras clases sociales por ri- gurosa observación experimental? No señor. Las clasificamos a ojo de buen cubero en: alta, media y baja, o bien, en caló popular: pelados, decentes y rotos, o por último, con pedantería etnológica: in- dios, blancos y mestizos.

Generalmente, nuestros gobernantes fomentan el bienestar de la clase a que pertenecen por origen, o de aquella a la que por cualquier circunstancia se han incorporado, dejando a las otras vegetar pasi- vamente. En ocasiones, el gobernante no se ha da- do cuenta de ese unilateralismo, porque, dedicado con exclusión a conocer a determinada clase social, incurre en prejuicios con respecto a las restantes y les aplica procedimientos empíricos, puesto que ig- nora sus aspiraciones y necesidades.

La pugna ha sido siempre entre la llamada cla- se alta, rica y poderosa, y la baja, que si es pobre, en cambio tiene mucho mayor poder materia!. La clase media, fuente de actividades intelectuales, de cerebros aptos para dirigir, ha vivido en una es- tira y afloja, en un constante va y ven entre las otras dos.

Todo esto depende, repetimos, de que no nos conocemos unos a otros. En páginas siguientes nos permitiremos exponer medios que ocurren para ha- cer factible ese conocimiento.

El conocimiento de la población

No pueden determinarse las necesidades de un pueblo ni por lo tanto procurar su mejoramiento sin conocer su estadística.

La estadística es una integración sistemática de las características económicas, etnológicas, bio- lógicas, etc., etc., de los individuos y de las agru- paciones humanas. El conocimiento de estas carac- terísticas conduce al conocimiento de las necesida- des de la población y sugiere los medios de aliviar- las.

En México, la estadística ha tendido a la apre- ciación cuantitativa de la población, pero casi nada a la cualitativa, lo que ha sido causa de eternos fra- casos gubernamentales. En efecto, ¿cómo obtener buenas cosechas si se desconoce la composición de las tierras, la calidad de las semillas y los métodos

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de cultivo, por más que no se ignoren las dimen- siones del campo de labranza y la cantidad de se- milla per sembrar? Pues lo mismo puede decirse en México con respecto a la estadística.

El gobernante debiera tener por guía al soció- logo: la obra del sociólogo reposa en la piedra an- gular de la estadística; la estadística a su vez se fun- da en la integración armónica de múltiples datos económicos, geográficos, etnológicos, etc., experi- mental y científicamente elegidos. Pero, cuando solamente se cuenta con datos aislados de valor empírico y cuya recopilación no es sistemática, cla- ro es que la estadística se equipara a un inventario comercial que denomina y suma objetos. Entonces el sociólogo se transforma en juglar, porque de da- tos disímbolos, inconexos, sin significación, deduce principios y leyes sociales paradógicamente correc- tas, pero falsas e inútiles en realidad. Y, lógicamen- te, sucede que si el gobernante gobierna sin con- sultar al sociólogo, lo hace mal, pero si lo consulta lo hace peor, porque es menos perjudicial gobernar al pueblo observando directa, aunque superficial- mente, sus necesidades, que viéndolas a través de empírica:; conclusiones desconcertantes.

No solamente necesitamos saber cuántos hom- bres, mujeres y niños hay en la República, ni qué idiomas hablan, ni cómo se denominan sus agrupa- ciones étnicas. Hay que conocer otros muchos da- tos: geografía, geología, meteorología, fauna y flora; todo esto, no en detalle, sino sólo en lo relativo a las condiciones de habitabilidad regional. Asimismo,

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idioma, religión, industria, arte, comercio, folklore, indumentaria, alimentación, energía muscular, tipo físico antropológicamente determinado, etc., etc.

Cuando poseamos esos datos, ya conocere- mos nuestras necesidades, aspiraciones, deficien- cias y cualidades y podrá procurarse el mejora- miento de las diversas agrupaciones étnicas que forman la población, obrando con conocimiento de causa.

La Constitución de 57, que es de carácter ex- tranjero en origen, forma y fondo, ha sido y es adap- table al modo de ser material e intelectual de un veinte por ciento de nuestra población que por san- gre y por civilización es análoga a las poblaciones europeas. Para el resto, dicha Constitución es exó- tica e inapropiada.

Es erróneo, por ejemplo, querer que una misma ley, rija al lacandón de Chiapas, que anda desnudo y vive de la caza y de la pesca en una salvaje re- gión tropical, donde no tiene más noción de patria que la constituida por sus montañas, sus mujeres y sus hijos; al fronterizo del Norte en el que se han infiltrado el idioma, la industria, las aptitudes co- merciales y demás características del pueblo norte- americano; al individuo de las altas mesas, conser- vador de las tradiciones, de los hábitos y de la reli- gión, al costeño liberal e innovador; al fronterizo del Sur cuya cultura es más centro-americana que mexicana, al indio en general, desvalido y analfa- beto, que habla distintos idiomas, vive en diversos climas y difiere en hábitos; al hombre culto, indus-

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t,rioso, de tendencias progresistas; al individuo de estirpe aristocrática que se ha educado (?) en el ex- tranjero y cuando regresa a sus lares ostenta repul- sivo hibridismo en costumbres e ideas.

Cuando el gobernante conozca bien a esos in- dividuos y a sus agrupaciones, será posible la tarea de legislar sobre su vida social. Entonces podrá for. marse una constitución general de grandes linca- mientos y leyes particulares adecuadas a las carac- terísticas étnico-sociales y económicas de nuestras agrupaciones y a las condiciones geográficas de las regiones que respectivamente habitan.

Resumiendo lo expuesto, consideramos indis- pensable, para el éxito de cualquier Gobierno que realmente quiera hacer obra eficiente y de na- cionalismo, que por todos los medios posibles sea fomentada la adquisición de datos estadísticos co- rrectos, a fin de que la población sea conocida, no sólo cuantitativa, sino también cualitativamente.

Algunas consideraciones sobre Estadística

Bases generales

La Estadística está constituida por un con- junto de datos cuantitativos y cualitativos, referen- tes a la población, a sus características distintivas innatas y a sus actividades exteriores.

2o Estos datos deben ser metódica y experi- mentalmente adquiridos para que tengan un valor legítimo y no falseen el resultado de los cálculos que con ellos se efectúen posteriormente.

3o Con estos datos y por medio de determi- nados procedimientos matemáticos, se harán com- paraciones, combinaciones y relaciones; se formarán grupos, clases y series; se obtendrán máximos y mí- nimos, promedios, medianas, porcentajes, etc., etc., expresando esto gráficamente por medio de dia- gramas cuando sea necesario.

4o La observación de estos últimos datos, por

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un personal de verdadera competencia, permitirá deducir las causas probables de ciertos fenómenos sociales desfavorables y sugerirá los medios para que éstos se tornen favorables, tendiéndose así a producir el conveniente desarrollo físico, intelectual y económico de la población.

Expuestos los anteriores lincamientos genera- les, universalmente aceptados en materia de esta- dística, examinemos en síntesis el valor positivo que presenta la obra estadística hecha en México e in- diquemos las innovaciones que para obtener futuros resultados verdaderamente prácticos podrían inten- tarse en México-

Labor estadística efectuada en México

Obra de estadística integral no se ha efectua- do en México, es decir, que ni toda la población de la República fué incorporada en los cálculos respec- tivos, ni se reunieron datos de todas sus caracterís- ticas y actividades. La recopilación de datos no se efectuó, con contadas excepciones, de acuerdo con sistemas científicos, sino empíricos, por lo que el va- lor positivo de los mismos es bien relativo. En po- cas ocasiones se hizo uso le los procedimientos ma- temáticos impuestos por la experiencia para el ma- nejo de tales datos y la deducción de consecuentes resultados, por lo que las conclusiones carecen ge- neralmente de suficiente exactitud. Por último, capítulo el más importante, la tarea estadística se

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detuvo ahí, conformándose las oficinas correspon- dientes con darle carácter meramente expositivo a los datos y resultados que se mencionan arriba, pa- ra cuyo fin se les daba a la publicidad periódica- mente. No se hizo, en efecto, aplicación práctica de las conclusiones, lo que imposibilitó la deducción de medios conducentes a producir mayor eficiencia en las actividades de la población y mejoría de sus características,' meta general de las investigaciones estadísticas.

Como investigaciones estadísticas deficientes, pueden citarse entre otras la del trabajo y la de precios de venta de artículos, especialmente los de primera necesidad. La Estadística éinico-devwgrá- fica, que es de capital importancia en los países co- mo México, donde la población es heterogénea en raza, cultura, idioma, sistema de alimentación, etc., etc., nunca suministró datos de interés, ni menos conclusiones fidedignas. La Estadística vital, osea la que explica el ascenso y descenso numérico de nacimientos, defunciones y matrimonios y sugiere los medios para disminuir las defunciones y acre- centar los nacimientos, fué objeto de mayor aten- ción, pero en esfera tan restringida que no permite generalizar.

Pecaríamos de exagerados si no hiciéramos no- tar que, no obstante las deficiencias expuestas, el material estadístico formado en tiempos pasados y existente en Oficinas Federales y de los Estados, puede todavía suministrar numerosos datos que se- rán de gran utilidad si se les selecciona e integra convenientemente.

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Se impone un criterio nacionalista para la formación de la futura Estadística mexicana.

Las bases generales sobre las que se hace obra estadística son iguales en todos los países, puesto que la naturaleza de los hombres es la misma, fun- damentalmente considerada. Sin embargo, no en todos los países se puede ni debe hacer uso de igua- les métodos estadísticos, adoptar las mismas ten- dencias, ni alcanzar resultados idénticos: En Mé- xico sería actualmente imposible hacer uso de los mismos métodos estadísticos empleados en los Es- tados Unidos, porque no contamos con los podero- sos recursos económicos que son necesarios para tal empresa y en seguida, por carecer de personal com- petente y de ayuda por parte de la población, que siempre se muestra poco dispuesta para suministrar datos. 2o En Alemania o Francia no se concede principal atención en la formación de estadísticas, a la investigación etnográfica, por presentar la po- blación relativa unidad en cuanto a raza, cultura e idioma, atendiéndose de preferencia a otros ramos estadísticos, en tanto que la heterogeneidad étnica de la población mexicana, su divergencia en ideales, sus diferentes idiomas, etc., etc., hacen indispensa- ble tender desde luego al conocimiento y caracteri- zación etnográfica de los diversos grupos sociales para hacer que sus actividades y características con- verjan y se desarrollen armónicamente y se prepa-

59 re un futuro estado de cohesión SDcial que es inhe- rente a toda nacionalidad definida y consciente. 30 En los países en que reinan ciertas condiciones bio- lógicas y la base de alimentación es el trigo, las estadísticas vitales demuestran que para que un hombre rinda producción normal de trabajo, debe acusar ante el dinamómetro determinada energía derivada de la estructura muscular. En México los resultados son otros: las razas indígenas cuya ali- mentación es a base de maíz, suministran proporción normal de trabajo, y sin embargo su escasa muscu- lación no corresponde teóricamente a aquella nor- malidad, por más que su resistencia sea notable.

Los ejemplos citados, entre otros muchos que podrían mencionarse, demuestran que la labor es- tadística que se haga en México, debe reposar en bases generales de aplicación universal, pero hay que adaptar éstas a las particulares condiciones de orden social, biológico, étnico, etc., etc., que carac- terizan a nuestra población y a los recursos econó- micos de que pueda disponerse para tal objeto.

La obra de arte en México

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Parece aventurado clasificar las manifestacio- nes artísticas existentes en México arquitectura, escultura, pintura, cerámica, orfebrería, artes deco- rativas, etc., etc. pues además de ser varias de ellas poco conocidas, difieren entre en cuanto a origen cultural, carácter, técnica y valor simbólico-

Sin embargo, conociendo ligeramente las ca- racterísticas del arte occidental, analizando los an- tecedentes artísticos prehispánicos y determinando la resultante o resultantes de las influencias mutuas de esas manifestaciones, puede hacerse la siguiente clasificación provisional, la que sin pretensión al- guna exponemos ante la crítica a fin de corregirla posteriormente.

Obra artística prehispánica.

2o Obra artística extranjera.

3o Obra artística de continuación, por incor-

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poración evolutiva. Obra artística de continuación, por incorporación sistemática.

4o Obra artística de reaparición, por copia. Obra artística de reaparición espontánea.

Obra artística prehispdnica. —Estas manifesta- ciones artísticas se produjeron en México hasta la llegada de la Conquista.

Las más interesantes si se les compara con las que presentan la misma antigüedad cultural en Oriente y Occidente son la arquitectura, el arte plumario, el arte lapidario, la metalurgia artística oro y cobre la cerámica, la decoración que es pro- fusa y original, etc., etc.

La columna con basamento, fuste y capitel; el pilar prismático de basamento piramidal; la «bóveda de salientes»; la ventana que puede llamarse ojival; el estucado y pulimento de paredes y suelos, así como los frescos murales; los pavimentos de ca- pas superpuestas de hormigón, tezontle, tepetate y cal para detener las infiltraciones en terrenos húmedos, etc., etc. Todo esto, además de otros mil detalles que la brevedad de este artículo nos obliga a omitir, denota gran observación y cono- cimiento constructivo en los arquitectos prehispá- nicos aparte del original criterio estético que se mira impreso en las maravillosas decoraciones de sus edificios. Lo mismo puede decirse de sus jo- yas de oro y plata, fundidas, batidas y «trenza- das»; de los opulentos mosaicos de pluma o de los de turquesa, cristal de roca y jade. Para con- vencerse de lo expuesto, estudíense las civiliza-

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ciones maya, azteca, teotihuacana, mixteco-zapo- teca, etc., etc.

Obra artística extranjera. Es la que se ha importado de otros países desde que comenzó la Conquista hasta nuestros días y ha sido ligeramen- te reformada por la influencia de condiciones am- bientes, pero no por el arte indígena.

Durante el siglo XVI predominó el arte es- pañol y algo, se hizo notar el flamenco y el italiano, en razón del contacto que en Europa te- nían España, Italia y los Países Bajos. Posterior- mente esa importación se extendió también a otros países, principalmente a Francia. Hoy, de todos los países cultos tenemos obra de arte.

Obra artística de continuación. Esta, que es a obra nación ai, la que más nos interesa, se forma como ya dijimos de dos maneras.

Por incorporación evolutiva. Este arte se ori- ginó y desarrolló espontáneamente desde que se hizo la Conquista. El arte español y el prehispáni- co estaban frente a frente, se invadieron uno a otro, se mezclaron y en muchos casos se fundieron ar- mónicamente. Examinando con minuciosidad estas manifestaciones artísticas, puede verse que tienen dos orientaciones claramente definidas:

El Indio, depositario del arte prehispánico, si- guió cultivándolo con fervor, pero tuvo que intro- ducir, forzosa o voluntariamente, elementos del arte español. Ejemplo de esto, son las industrias artísti- cas indígenas. En cambio, los españoles alentaban e imponían su arte invasor, pero no pudieron impe-

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dir que elementos del arte prehispánico, se incor- porasen a él. Esto puede comprobarse principalmen- te en aquitectura: La arquería de Tecamachalco, las iglesias de Coyoacán, Atzcapotzalco, Tlalnepantla y otras más, ofrecen con profusión como elementos decorativos incorporados, estilizaciones prehispáni- cas de flores, aves, plumas, motivos geométricos, etc., etc., todo lo cual puede ser identificado, exa- minando los códices y monumentos arquitectónicos, cerámicos y escultóricos de origen prehispánico.

Por incorporación sistemática. Hemos dicho que la obra artística fruto de incorporación evoluti- va, tiene dos orientaciones lo que es bien sensible, pues tal divergencia en materia de arte contribuye poderosamente a alejar a las clases sociales mexica- nas que, respectivamente, se inclinan en uno o en otro sentido. La clase indígena guarda y cultiva el arte prehispánico reformado por el europeo. La cla- se media, guarda y cultiva e! arte europeo reforma- do por el prehispánico o indígena. La clase llamada aristocrática dice que su arte es el europeo puro. Dejemos a esta última en su discutible purismo, por no sernos de interés y consideremos a las dos anteriores.

Ya es bastante con la diferencia étnica y eco- nómica que separa a aquellas dos clases sociales. El transcurso del tiempo y el mejoramiento econó- mico de la clase indígena, contribuirán a la fusión étnica de la población, pero también coadyuvará de manera eficaz, para el mismo objeto, la fusión cultural de ambas clases. Es, pues, indispensable la-

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borar en este sentido. Para ello debe sistematizarse hasta donde son posibles método y sistema en materia de arte la producción artística del indio y del individuo de la clase media. Hay que acercar el criterio estético del primero hacia el arte de as- pecto europeo e impulsar al segundo hacia el arte indígena.

Es indispensable que uno y otro conozcan los antecedentes artísticos del arte que consideran co- mo fundamental y los del incorporado. Claro es que al individuo de la clase media, corresponde primero iniciarse en la técnica y el carácter del arte prehis- pánico y del indígena contemporáneo, puesto que hoy por hoy tiene muchas más facilidades de ilus- trarse que el indio.

Cuando la clase media y la indígena tengan el mismo criterio en materia de arte, estaremos cul- turalmente redimidos, existirá el arte nacional, que es una de las grandes bases del nacionalismo.

Felizmente, esta tarea, que apenas hemos es- bozado, se inicia ya en instituciones oficiales y par- ticulares.

Obra artística de reaparición. Por copia. Comprende, la obra artística pretérita, de cual- quier género, reproducida o copiada fielmente en nuestros días.

Así, entre otros ejemplos, las reconstrucciones de la obra prehispánica, lo mismo que las copias que existen de obras de arte extranjero, pertene- cen a esta parte de la clasificación. .

Espontánea. Esta producción artística parece

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ser resultado de un fenómeno muy poco conocido cuyas causas son obscuras y complexas. Se ha no- tado por el subscripto, en la obra artística inmedia- tamente prehispánica. Mencionaremos un ejemplo: en la civilización teotihuacana que floreció en el Va- lle de México hace, probablemente, más de diez cen- turias, existen determinadas formas artísticas, las cuales desaparecieron cuando se desintegró dicha civilización, pues ya no son perceptibles entre las formas características de las civilizaciones que pue- den considerarse cerno sus sucesoras. Sin embargo, a raíz de la Conquista reaparecen esas formas. Dos formas artísticas idénticas, que aparecen en el mis- mo lugar, con un intervalo mayor de mil años, ¿tie- nen distintas causas de. formación o la ultimase origina de la primera, la continúa, no obstante que en el largo intervalo de tiempo que las separa no existe aparentemente liga alguna entre las dos?

Para darse cuenta exacta de esta clasificación, hay que examinar objetivamente la obra artística considerada en cada grupo.

El concepto del arte prehispánico

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El criterio estético occidental (')

Frecuentemente se califica de estética o de an- tiestética la producción artística arqueológica (21, pero casi nunca se explica por qué se le denomina asi. Se juzga el arte arqueológico unilateralmente, como cada uno cree que debe ser y no como es; se prejuzga, no se juzga. Esto hace que el concep- to general que tenemos del arte arqueológico, sea indefinido y nuestra obra arqueológico-artística poco conocida y estimada.

¿Dónde está el arte en lo arqueológico? ¿Deja de ser artístico un ejemplar arqueológico por el solo hecho de no despertar en nosotros igual emoción estética que una producción de arte clásico o mo-

miuos al europeo. En este articulo la palabra -arque<>lógica> equivale a prehi; pánica.

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derno? Indudablemente que nó, pues si bien por desconocimiento del ambiente arqueológico ese ob- jeto pudiera, explicablemente, no ser considerado como actualmente artístico o artístico desde nues- tro punto de vista o de acuerdo con nuestra estéti- ca, no hay motivo para que, lógicamente, se le des- poje del carácter artístico que tuvo para pueblos pretéritos. Por otra parte ¿por qué actualmente al- gunas producciones arqueológicas, parecen artísticas y otras no, por más qu¿ todas hayan poseído carác- ter artístico cuando fueron creadas?

Ante el arte no hay pueblos excluidos ni pue- blos predilectos; está en todas las latitudes y en todos los corazones; sus diversas modalidades y as- pectos, señalan el modo que de sentirlo y expresar- lo, tienen las agrupaciones humanas.

Los hombres de civilización contemporánea oc- cidental, tenemos análoga manera de sentir, de juz- gar el arte; poseemos, si cabe la expresión, un «pa- trón de estética»: un latino, un sajón, un eslavo, estamos casi siempre de acuerdo cuando decimos: «esto es artístico, bello,» lo cual se debe a que de- trás de nosotros existen tres o cinco mil años de es- cuela artística latente, cuyas tendencias han con- vergido a la unificación de nuestro criterio estético. Somos críticos de hoy y críticos de todas las civili- zaciones occidentales pasadas; un busto impresio- nista de Rodín, el sereno perfil clásico de un Antinoo, un rostro demacrado del arte cristiano medioeval, son artísticos por diferentes capítulos, pero todos despiertan en nosotros emoción estética: comprende-

mos a Rodin, porque vivimos con él, comprendemos rte de tiempos pasados, el de Grecia, el de Roma, el de Bizancio, porque la Historia, la Literatura, el Museo y otros factores educativos que constituyen nuestra gran herencia artística, nos permiten tam- bién conocer a esos pueblos, vivir su vida, abrigar sus preferencias y aversiones, sutrir con sus penas, gozar de sus placeres, alentar en su ambiente.

Pistamos preparados, dispuestos. Nuestra alma puede ser en cualquier momento helénica, romá- nica o bizantina, nuestra emotividad artística vibrará siempre al mismo diapasón que la de los hombres de aquellos tiempos y de aquellos países. Lo que queda expuesto, sobre romanos, griegos y bizanti- nos, debe aplicarse a los demás pueblos progenito- res cercanos o remotos del arte occidental: Egipto, Caldea, Asiría, Fenicia, Judea, Arabia, India, Per- sia y Asia Menor.

En resumen, puede decirse que los estados mentales que presiden a la producción de una obra artística o que se originan por su contemplación, en buena parte resultan del ambiente físico-biológico social contemporáneo a la aparición de dicha obra, así como de los antecedentes históricos relativos a los pueblos que son antecesores artísticos de aquel que la produjo.

Expuesto lo anterior, podemos ya preguntarnos ¿se puede experimentar emoción artística ante un arte, como el prehispánico, cuyas manifestaciones aparecen por primera vez ante nuestra vista?

Esto es lógicamente imposible, porque no se

puede calificar en ningún sentido aquello de que no se tiene conocimiento, y lo que por primera vez se contempla, no puede ser apreciado ni estimado su- ficientemente para calificarlo. Psicológicamente, es también imposible, porque las conexiones de estados mentales producidas por la presencia de manifesta- ciones artísticas, son fruto de la experiencia, no es- pontáneas.

Conclusiones experimentales

A fin de obtener conclusiones experimentales sobre el particular, expusimos ante observadores de reconocida cultura artística occidental, pero profa- nos en lo relativo alas civilizaciones precolombinas, diversas manifestaciones de arte pre-hispánico y di- chos observadores declararon que algunas de esas manifestaciones les parecían artísticas, en tanto que otras les eran indiferentes o hasta repulsivas. En- tonces se hizo la siguiente selección: Primero, se re- unieron en un grupo las producciones arqueológicas que no parecían artísticas ante el criterio occidental de dichos observadores (lám. i y 2). Segundo, se reunieron en otros grupos, las producciones que les parecieron artísticas (lám. 3, 4 y 5).

Hecha tal selección, naturalmente surgió esta pregunta: ¿por qué esa diferencia de criterio, si a dichos observadores les eran anteriormente desco- nocidas ias manifestaciones de arte prehispánico re- presentadas en ambos grupos?

Producción arqueológica que no parece ar-

75 tistica ante el criterio estético occidental. Las manifestaciones artísticas contenidas en el primer Krupo, (láminas i y 2), no podían haber despertado emoción estética en los observadores, por ser, como ya se expuso, lógica y psicológicamente imposible, puesto que les eran anteriormente desconocidas.

Pero, para quienes tengan antecedentes, para quienes sepan por qué y cómo surgieron estas ma- nifestaciones, sí son artísticas, tanto como las de cualquier país en cualquier época.

Consideremos rápidamente, como un ejemplo, las representaciones de tipo azteca de las citadas lá- minas i y 2.

Parece, por las informaciones relativas a esa civilización, que los individuos que la constituían, presentaban como principales características, su fa- natismo religioso, su actividad, su espíritu guerrero y su nomadismo, todo lo cual despertó siempre el odio y provocó las persecuciones de las familias con quienes tropezaban en su marcha. Las altas mesas que atravesaron en sus milenarias peregrinaciones eran generalmente estériles e inhospitalarias, pues sólo les brindaban una flora espinosa y la fauna se componía de reptiles, felinos y otros animales temi- bles. El horizonte se limitaba por serranías de que- brados perfiles y acantilados abruptos o por el zig- zag de los bosques de coniferas en los altos picos. Solamente el firmamento parecía brillar para ellos. Pues bien, ese ambiente tísico-biológico social, se expresa con relieves muy vivos en su mitología y en su arte: así se explica que sus dioses mayores hayan

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sido los del Agua y do la Guerra, símbolos antitéti- cos de sus dos eternos enemigos: los pobladores y la esterilidad de las regiones que recorrían. Por eso sus ritos eran sangrientos y fúnebres; por eso las líneas, los colores, las superficies y las masas de su decoración, de su escultura y de su arquitectura, no expresan la placidez de ánimo, el bienestar, la hol- gura que, por ejemplo, se nota en el arte teotihua- cano, sino la vida azarosa y difícil de quienes no encontrando subsistencia fácil en las abruptas y es- tériles regiones que recorrían, tuvieron que conquis- tarla arrebatándola por fuerza a otros hombres.

Producción arqueológica que parece artística ante el criterio occidental. PoJría asentarse, a priori, que la emoción artística experimentada por los observadores ante el segundo grupo de manifestaciones de arte prehispánico (láminas 3, 4 y 5), es lógica y psicológicamente im- posible de producirse, puesto que éstas son, como las del primer grupo, anteriormente descono- cidas para ellos. Sin embargo, recapacitando dete- nidamente sobre el particular, se concluye que la emoción experimentada en este segundo caso es ló- gica y psicológicamenre posible de producirse des- de cierto punto de vista y no lo es desde otro.

Expliquemos el aparente paradojismo de tales asertos. Primer punto de vista: las representacio- nes de este grupo aparecen artísticas, despiertan emoción estética en los observadores, por su seme- janza morfológica, que en casos llega a ser identi- dad, con las representaciones del arte occidental,

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arte que les es familiar, que están habituados a juz- gar, a estimar, a producir ya sentir, fcin efecto, com- párense las representaciones de las láminas 3, 4 y 5; que son de filiación prehispánica, con las repre- sentaciones de las láminas 3 bis, 4 bis y 5 bis, que son representaciones del arte occidental. Las pri- meras agradan, parecen artísticas, despiertan emo- ción estética en observadores de criterio occidental, porque, aun cuando les eran desconocidas anterior- mente se asemejan o son idénticas, morfológicamen- te, a las segundas, que ya les eran conocidas y fami- liares con anterioridad, contribuyendo por lo tanto, las primeras como las segundas, a formar en su mente lo que en psicología se denomina una «ima- gen genérica».

: undo punto de vista: No es lógico, ni psico- lógico, que dichos observadores experimenten la misma emoción estética al contemplar las represen- taciones de las láminas 3, 4 y 5 que cuando obser- van las de las 3 bis, 4 bis y 5 bis, porque si bien son iguales o parecidas, morfológicamente, dichas repre- sentaciones difieren en cuando el ambiente físico- biológico social en que se originaron y a los estados mentales que presidieron a su factura.

Consideremos como un ejemplo la cabeza de arte azteca representada en la lámina 5, la cual es generalmente conocida con la denominación de «Ca- ballero Águila». Desde el primer punto de vista es lógico y psicológico, que esa cabeza despierte en los observadores emoción estética, porque por su apa- rente aspecto clásico evoca de un golpe en su mente

todo lo análogo que anteriormente han visto perte- neciente al arte clásico, contribuye a la formación de la imagen genérica a que ya nos hemos referido. Experimentan, en fin, idéntica emoción que si con- templaran la cabeza, morfológicamente análoga, re- presentada en la lámina 5 bis, la cual realmente es una producción del arte clásico.

Desde el segundo punto de vista, no es lógico ni psicológico, experimentar tal emoción ante la es- cultura del Caballero Águila, puesto que no fué es- culpida bajo el cielo de la Argólida ni de la Campi- ña Romana, sino en las altas mesas mexicanas y no le inspiraron el alma griega o la romana, sino la az- teca.

En resumen, esa emoción, es un fraude psico- lógico, es híbrida, puesto que la originan la contem- plación de formas americanas y la evocación de ideas europeas.

El verdadero Punió de vista: Para que el Ca- ballero Águila, despierte en nosotros la honda, la le- gítima, la única emoción estética que la contempla- ción del arte hace sentir, es necesario, indispensa- ble, que armonicen, que se integren, la belleza de la forma material y la comprensión de la idea que ésta expresa. El término «Caballero Águila» es indeter- minado e inexpresivo. Debemos saber dónde y cuándo vivió y el cómo y el por qué de su vida. El Caballero Águila no es un discóbolo ni un gladiador romano. Representa el hieratismo, la fiereza, la se- renidad del guerrero azteca de las clases nobles. El escultor que lo hizo, estaba connaturalizado con la

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época de su florecimiento, fué espectador de sus combates, de sus derrotas y de sus triunfos y de todas esas visiones épicas surgió en su mente, em- bellecido y palpitante, el tipo de la raza: se mira en él la inmutabilidad, el reposo, en que parecen dor- mir ante el dolor y el placer los rostros indígenas; el cruel orgullo de los hijos de México, la cosmópolis de aquel entonces, señora y dueña de mil comarcas teñidas en sangre y extremecidas de pavor; la abstracción mental, producida por el ambiente reli- gioso de sangrientos ritos y torturas voluntarias, de eternas taumaturgías obsesionantes, de misteriosas cosmogonías

Sólo así, conociendo sus antecedentes, pode- mos sentir el arte prehispánico.

De otra manera continuará sucediendo, como hasta ahora, que los juicios emitidos sobre dicho arte, serán desconcertantes hasta llegar a lo incom- prensible y que las producciones contemporáneas hechas con motivos artísticos prehispánicos, adole- cerán de un hibridismo desolador.

El arte y la ciencia después del movimiento independentista

Concienzudas pesquizas históricas se han he- cho sobre las innovaciones de orden social y políti- co que trajo consigo la Independencia, pero poca atención se prestó a otras como, por ejemplo, las de carácter artístico y científico.

La población mexicana de origen español fué dudante la época colonial, por razones muy natura- les, análoga a la española. En España y por lo tan- to en México, las manifestaciones artísticas alcanza- ron siempre desarrollo evolutivo mucho más avan- zado que los conocimientos científicos: Por cada Hernández, por cada Álzate, que brotaban esporá- dicamente, florecían con profusión los anónimos ar- tistas que silenciosos y pacientes crearon esa alta y extensa obra de belleza que es nuestro Arte Co- lonial.

Al alborear el siglo XIX, podía notarse espe-

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cialmente, la supremacía de las actividades encami- nadas a la producción de lo bello y la deficiencia de las investigaciones científicas: La arquitectura había alcanzado tan interesante desarrollo, que en realidad no es exagerada la proverbial observación de Humboldt. Hasta los míseros poblados que no contaban más de cien almas, y se perdían encam- inados en la serranía o hundidos en el valle, deja- ban mirar edificaciones bellísimas coronadas por la brillante policromía de altos domos de azulejo y la piedra filigranada de estatuas y cruces; el románi- co, el plateresco, el barroco, el churriguera, el mu- dejar, los clásicos, muchos airosos estilos, lucían por doquier su aspecto típico, único, distinto del de los originales europeos a causa de la influencia que el criterio americano y los antecedentes históricos ha- bían ejercido. Aparte de la tendencia puramente estética que presidía a las construcciones de enton- ces, se procuró de continuo adaptarlas a las condi- ciones climatéricas regionales: techumbre alta, am- plios corredores, patios espaciosos, suelos de azulejo y ladrillo. ... Y con la misma pujanza y originali- dad florecían las demás manifestaciones de arte.

La ciencia, en cambio, vejelaba raquíticamen- te: el catolicismo ultramontano de la época y el te- mor que la metrópoli abrigaba de que nuevas luces de saber se transformaran en intentos independen- tistas al llegar a la Nueva Empana, hicieron que el progreso científico europeo fuera generalmente des- conocido en América. Para comprobar esto, examí- nese la bibliografía de lo escrito en México durante

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los siglos XVI, XVII y XVIII y se verá que en gran mayoría se refiere a teología, bellas le- tras e historia y muy poco, casi nada, es de carác- ter científico.

Al efectuarse la Independencia se inició un cu- rioso fenómeno: la emancipación del país produjo general estancamiento artístico y paralizó algunas manifestaciones de Arte Colonial. Por el contrario los conocimientos de carácter científico se difundie- ron grandemente.

¿Cuál ha sido en efecto la obra de arte produ- cida en México durante el siglo XIX? ¿Constituye un conjunto definido, típico, representativo de las distintas tendencias estéticas de la población como lo fué el Arte Colonial? Después de la Independen- cia las manifestaciones artísticas de nuestras di- versas agrupaciones nacionales continuaron pro- duciéndose, pero algunas cambiaron de carácter y otras ya no convergieron armónicamente hacia la integración de un Arte propiamente nacional. La arquitectura, por ejemplo, fué perdiendo su sello colonial: edificios de arte europeo y norteamericano suplantaron las bellas y apropiadas construcciones de siglos pasados, copiándose servilmente estilos exóticos e imponiendo forzadamente la disposi- ción de construcciones adecuadas a otros climas. De esto resultó un México arquitectónico de! si" glo XIX sin estilo ni carácter típico; de un hibri- dismo tan pronunciado que no se le ha impuesto denominación alguna que lo distinga de los perío- dos anteriores y de los que están por venir. Tan

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deplorable cosmopolitismo arquitectónico se ha exa- gerado en los primeros años del siglo XX: Por cada edificio exótico, realmente bello y adecuado a nues- tro ambiente, de los que existen en las nuevas co- lonias, se observan diez de gusto detestable y de condiciones inadecuadas a nuestio medio, bien que generalmente son productivos. Extranjeristas ridí- culos dicen que al pasear por las vias asfaltadas de esos rumbos aristocráticos, recuerdan rincones idén- ticos de ciudades europeas y norteamericanas; aser- ción falsa, pues el conjunto heterogéneo de edificios mal copiados e interpretados del México Moderno» no puede compararse en estilu ni disposición, con los de aquellas ciudades por ser en ellas típicos, ori- ginales, fruto de un proceso artístico natural y no artificialmente impuestos, mal reproducidos e ina- propiados como resultan entre nosotros.

Otras manifestaciones, como dijimos arriba, conservan su carácter, pero se han apartado, no converjen hacia la integración artística nacional, pudiéndose citar como ejemplo la producción artís- tica indígena: hilados, tejidos, cerámica, etc., etc. A fines de la época colonial, el arte indígena y el de origen español se estaban fundiendo tan armó- nicamente que ya la obra mixta resultante empe- zaba a ser comprendida por ambas razas, haciéndo- se cada vez más profusa la producción. Durante el siglo XIX, la importación de ideas artísticas euro- peas, hizo que el arte indígena fuera conservado y cultivado por la raza indígena exclusivamente, en tanto que el resto de la población degeneraba su

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criterio estético, que no ha sido otra cosa que una pobre imitación del europeo.

La investigación y el conocimiento científico comenzaron por el contrario a florecer después de la Independencia. La Revolución que hizo de Fran- cia el porta-estandarte de la ciencia, reflejó hasta México sus destellos. Se recibieron libros y publica- ciones periódicas; se adoptaron y adaptaron novísi- mas especulaciones científicas y jóvenes mexicanos fueron a educarse a esa nación trayendo al regreso brillantes luces. Por esto se ha dicho con justicia que la ciencia mexicana del siglo pasado fué hija legítima de la ciencia francesa.

La Pirección de las Bellas firtes

En México hay toda clase de Direcciones e Institutos: Dirección de Instrucción Primaria, Direc- ción de Obras Públicas, Instituto Geológico, Insti- tuto Médico, etc., etc. No había, sin embargo, una Dirección de las Bellas Artes. Santo y bueno que existan instituciones donde especialmente se culti- ven las ciencias, pero, ¿es lógico que el Arte no ten- ga en México sus altares y sus cultores?

En casi todos los países las actividades huma- nas ofrecen en expresión suprema y como última esencia, la manifestación artística. En México no sucede lo mismo. En este maravilloso país en el que, justa o injustamente, nos creemos todos tocados por la locura del arte, casi no hay producción artística, imperan la anarquía y el exclusivismo estético.

Entre nosotros hay helenistas impecables que sienten a Homero y viven con él, que sólo acatan

los clásicos módulos y las rítmicas proporciones del Partenón, que únicamente comprenden las serenas formas de Fidias. Otros comulgan con el credo es- tético de los renacimientos. Algunos aman la belle- za del arte colonial. Hay quienes se emocionan es- téticamente mirando las peregrinas creaciones de loe estetas prehispánicos. Cuéntanse también, incorpo- rados a nuestra mexicana estirpe artística, cubistas, divisionistas, futuristas y otros mal comprendidos «exotistas.»

¿Qué ha producido éste, que puede llamarse verdadero divisionismo? Que nadie se comprende, porque uno presenta como pendón en la liza, mara- villosa tanagra, el otro sonriente Donatello, el de más allá hiérático caballero águila y el «exotista» una pirámide que dice que es una madona sonriente.

Claro es que con tal desorientación, el Arte, el Arte verdadero, el Arte único, que reside por igual en la tanagra, en el Donatello, en el caballero águi- la y en la madona, sigue siendo mal comprendido y mal expresado. En síntesis, México no produce obra de arte legítimo, porque el legítimo tendría que ser el propio, el nacional, el que reflejara intensificados y embellecidos los goces, las penas, la vida, el alma del pueblo, y esto no sucederá mientras que, quie- nes están encargados de formarlo, pintores, escul- tores, músicos, literatos, caminen por sendas diver- gentes y alienten criterios exclusivos.

En dos bases principales se apoya la persona- lidad del verdadero artista: El concepto amplio, justo, sin perjuicios, del arte que cultiva, ya sea éste

93 la harmonía de la palabra, de la forma, del color o del sonido y además el conocimiento histórico o ex- perimental, o ambos, de su origen, carácter, evolu- ción y tendencias contemporáneas. 2o La educa- ción artística, integral, es decir, el conocimiento ya sea generalizado, de todas las Bellas Artes, pintura, escultura, literatura, música. Estos conocimientos hay que adquirirlos, que formarlos; lo demás, apti- tudes psíquicas y apropiadas condiciones fisiológi- cas, no se adquieren ni se forman, se nace con ellas.

En México, con honrosas excepciones, el mú- sico desconoce la bella literatura, el poeta no atina cuando califica un cuadro, el escultor desbarra si considera temas musicales o literarios.

Con justicia y dando de mano a patrioterías necias, confesemos que en nuestros cuatro siglos de vida intelectual europeizada, no ha florecido un Ve- lázquez, un Wagner, un Rodin, un Anatole France, y es probable que nunca florezcan, mientras nos empeñemos en cultivar exclusivamente modalida- des extranjeras de arte, en vez de hacerlo con las muestras, sin perjuicio de conocer también aquéllas. No compitamos, hay que suplicarlo encarecidamen- te, con los artistas extranjeros para producir arte ex- tranjero; nos ponemos en ridículo.

Debe advertirse que la Dirección de Bellas Ar- tes no tiende a crear arte, como maliciosamente se ha murmurado, sino fomentará la formación de un ambiente propicio al espontáneo surgimiento del arte nacional. Con tal objeto, apoyará material e intelectualmente a los artistas, estimulando su pro- ducción y haciéndole fácilmente abordables amplias y convergentes orientaciones estéticas.

No hay prehistoria mexicana

Así, rotundamente, puede hacerse tal afirma- ción, sin temor a'incurrir en despropósitos.

Sin embargo, no han faltado hipótesis más o menos absurdas sobre la existencia del hombre pre- histórico mexicano: «el hombre del Peñón», «el hombre de Tequixquiac», «el hombre de Chápala» y quién sabe 'cuantos otros fantásticos hombres fueron puestos a discusión, lo que si hace un cuar- to de siglo era disculpable, hoy resulta inadmisible y ridículo.

Felizmente, el pecado no fué solo de nosotros: Numerosos investigadores insistieron hasta hace poco tiempo en afirmar que existió el hombre pre- histórico americano. El más famoso entre ellos, Ameghino, empleó gran parte de su vida intentan- do demostrar la presencia de ese hcmbre remoto en las pampas argentinas. Hrdlicka, el más sabio de

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los opositores de tal teoría, demostró ya, con es- tricto método científico, que de las investigaciones efectuadas hasta hoy se deduce que el hombre americano no es prehistórico sino contemporáneo o moderno, concediendo por supuesto a estos dos últimos términos su acepción geológica. Citemos algunas pruebas:

Arte prehistórico

Los tres primeros grandes períodos geológicos de formación sedimentaria que presenta la tierra: primario, secundario y terciario, son iguales, con li- geras variaciones, en todos los continentes. En cam- bio, el período cuaternario de Europa y el de Amé- rica, presentan entre notables diferencias desde los puntos de vista paleontológico y antropológico, es decir, diferencias relativas al hombre y a los ani- males de esa remota época.

La fauna cuaternaria europea estaba caracteri- zada por caballos, bisontes, elefantes de mayor ta- maño que los actuales, osos cavernarios tan corpu- lentos como un buey, hipopótamos, renos, rinoce- rontes de dos cuernos, etc., etc., en tanto que la fauna americana se distinguía principalmente por llamas gigantescas, megaterios y gliptodontes de enorme caparazón parecido al de una gran tortuga, animales estos dos últimos cuyas reproducciones en yeso y osamentas pueden examinarse en nues- tro Museo de Historia Natural.

El hombre europeo apareció cuando existía la

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citada fauna, como se ha demostrado de varias ma- neras y principalmente por las pinturas que repre- sentan a esos animales ten las grutas prehistóricas de Francia y España), las cuales no han podido ser hechas con posterioridad, sino en aquellos primitivos tiempos, ya que los animales representados han des- aparecido de la fauna contemporánea hace millares de años o se han retirado a las regiones árticas, co- mo sucede con el reno y el «glotón».

En México y en general en América el hombre no apareció en compañía de la fauna cuaternaria compuesta de los animales tipicos que antes cita- mos y de otros como el caballo, el tapir, el castor, etc., etc., sino muchos cientos de siglos después, cuando ya habian desaparecido éstos. En efecto, en América, no se han encontrado hasta la fecha pin- turas, esculturas o grabados en roca, que represen- ten a animales de esa fauna perdida.

Características antropométricas

La forma y la capacidad del cráneo, la forma de los maxilares, dientes y otras partes de la osa- menta del hombre prehistórico europeo, difieren grandemente de las correspondientes al esqueleto del europeo contempoi áiwo y al del americano actual y pretérito, en tanto que las de estos dos últimos no difieren sensiblemente.

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Insustentabilidad de la clasificación

industrial

Los tiempos cuaternarios europeos se dividen de acuerdo con industrias características, en edad de piedra tallada.edad de la piedra pulida, edad del bron- ce y edad del hierro. Pues bien, el hombre america- no del siglo XVI usaba y producía a la vez piedra tallada, piedra pulida, y cobre y desconocía el hie- rro, confusión que no permite aventurar conclusio- nes derivadas de la clasificación de la industria ame- ricana prehispánica, en pío de la antigüedad del americano, como erróneamente se ha pretendido.

Procedencia del americano

Por último, novísimas investigaciones expues- tas en el 2o Congreso Científico Panamericano, de- mostraron que los pobladores de América proceden de Asia, cayendo así por tierra, definitivamente, la teoría del hombre prehistórico americano.

Ahora bien, si no hay hombre prehistórico en América, ni por lo tanto en México, ¿por qué se in- siste entre nosotros en titular prehistóricos los tiem- pos anteriores a la Conquista? La única institución de nuestro país que apoyando una proposición del suscrito, proscribió el empleo del término «prehisto- ria» en sus investigaciones relativas a México, es la Academia Mexicana de la Historia.

Concepto sintético de la Arqueología

iraea

Para algunos la arqueología no es mas que una manera de matar el tiempo, de investigar si Moctezuma calzaba alpargatas o sandalias y saber si Cuauhtémoc se hacía la «manicure» por mis- mo o confiaba las regias extremidades a bron :ea- das «toiletistas». Otros que la echan de sagaces murmuran que los arqueólogos andan a caza de un arcaico depósito de«infalsificables»toltecas, pues no conciben que un hombre serio halle interés en des- cubrir un montón de piedras con «monos» y je- roglíficos. Hay también quien cree que nuestras antigüedades deben conservarse «porque sí» o sim- plemente porque «son bonitas». Por último, escri- tores cuya trasnochada ironía convida al sueño, pretenden desvirtuar el concepto de la arqueología con ese proceder bien que, sólo atinan patentizar la deficiencia de su lastre científico.

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Desgraciadamente ese extravío del criterio pú- blico está justificado por el proceder de muchos far- santes qne se titulan arqueólogos con igual razón que pudieran llamarse pedicuros o astrónomos. En arqueología, como en bienaventuranza, han sido muchos los llamados y pocos los elegidos. Hay pues que desenmascarar a esa gleba intelectual que ha venido destruyendo y desprestigiando los monu- mentos de nuestro pasado.

¿Qué es Arqueología?. . . .¿La ciencia de lo an- tiguo? ¿El estudio de los viejos monumentos arqui- tectónicos .... de la cerámica arcaica .... de los ma- nuscritos indígenas? ¿Qué es Arqueología?

Hemos oído esta pregunta mil veces repetida y mil veces contestada de distintas maneras, dan- do esto idea del convencionalismo de esa palabra, cuyo significado es para algunos extenso como el océano o el firmamento, mientras que otros lo res- tringen hasta límites ridículos.

Procuremos definir, ya sea indirectamente, el significado que parece lógico puede tener entre nosotros tan discutido término.

Por Arqueología no podemos aceptar su signi- ficado literal: la «ciencia o tratado de lo antiguo», pues de hacerlo así comprendería a otros conoci- mientos referentes a lo antiguo, como paleozoología, paleobotánica, etc., etc., lo cual es inconcusamente erróneo, si nos disciplinamos a conceptos cientí- ficos modernos.

La Arqueología es parte integrante del conjun- to de conocimientos que más interesa a la humani-

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dad y que se denomina Antropología o sea «el tra- tado o ciencia del hombre». La Antropología sumi- nistra el conocimiento de los hombres y de los pue- blos, de tres maneras: Por el tipo físico. 2o Por el idioma y 30 P01 su cultura o civilización. Pues bien, el estudio de la cultura o civilización de las agrupaciones humanas que habitaron nuestro país antes de la Conquista es lo que, entre nosotros, se ha convenido en llamar Arqueología (1). En Europa, por circunstancias que no es del caso discutir en esta ocasión, difiere el concepto que reina sobre la arqueología, tanto por la extensión cronológica que se le atribuye como por sus relaciones ordinales con la prehistoria y la Historia.

Arqueología, como arriba dijimos, es el conjun- to de conocimientos referentes a la civilización de los mexicanos precolombinos. La civilización pre- colombina se caracteriza: Por sus manifestacio- nes materiales. 20 Por sus manifestaciones intelec- tuales. Se cuentan en el primero de los citados grupos la arquitectura, la cerámica, los códices o manuscritos, la escultura, la pintura, implementos domésticos e industriales, armas y, generalizando, todo objeto material que sea obra de esa civilización. Las manifestaciones del 20 grupo comprenden ideas éticas y estéticas, conceptos religiosos, conocimien tos científicos, organización de las intituciones reli-

(1) El suscrito expuso hace poco tiempo, representando a la Aca- demia Mexicana de la Historia, consideraciones sobre los verdaderos limites cronológicos de la Historia y la Arqueología, las cuales no tians- :i extensión.

loó

giosas, civiles y militares y en general todo aquello que de carácter abstracto produjeron las agrupacio- nes precoloniales.

El conocimiento de esas manifestaciones con- tribuye a explicar las características que durante la época colonial distinguieron a la población me- xicana y permite por tanto abordar autorizadamen- te el estudio de la población actual, cuyo conoci- miento constituye sin duda, el verdadero evangelio del buen gobierno.

Ya vemos cuan trascendente es la finalidad práctica de la Arqueología, que, como dijimos en un principio, no sólo tiende al conocimiento de les sis- temas manicuristas aztecas o de los adminículos pe- destres de los Moctezumas y los Cuauhtemoc.

Aspectos de la Historia

Valores de la historia. En nuestro parecer la Historia posee dos valores: el especulativo y el tras- cendente. En efecto, la Historia es, en general, el conjunto de informaciones relativas a la naturaleza, origen, carácter, evolución y tendencias de las civi- lizaciones del pasado. Cuando estas informaciones existen en las bibliotecas o en la mente de los hom- bres estática y pasivamente, el valor de la historia es especulativo. En cambio, la historia ofrece valor trascendente, si la consideramos como un copioso índice, como fuente inagotable de experiencias por medio de las cuales la humanidad ha alcanzado sus diversas etapas de florecimiento y decadencia y so- bre todo, si utilizamos esas experiencias para acre- centar el bienestar de las civilizaciones contempo- ráneas. En efecto, la atinada observación y progre- siva aplicación de esas experiencias, perfecciona e

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imprime continuada marcha ascendente a las mani- festaciones y conocimientos humanos, como sucede con el conocimiento científico que cada día es más extenso y mejor fundado. Naturalmente, no puede generalizarse a este respecto, pues hay manifesta- ciones en las que la evolución no ha sido exclusiva- mente ascendente, no obstante la influencia de las respectivas experiencias históricas, por ejemplo: el Arte y la Moral de los pueblos, florecen y decaen sucesivamente, no bastando a impedirlo toda la ex- periencia del pasado.

Aquellas experiencias constituyen por mis- mas a la historia, pero permanecen mudas, invisi- bles, si no atinamos a distinguirlas, clasificarlas y exponerlas. Son como el oxígeno del aire o como los astros de séptima magnitud, que sabemos que existen pero no podemos hacer práctico nuestro co- nocimiento si ignoramos los medios de distinguir- los, de aislarlos y caracterizarlos. Es, pues, indis- pensable saber observar, fijar y exponer las ma- nifestaciones materiales e intelectuales que en conjunto forman la historia de los pueblos.

En este artículo de simple vulgarización sería cansado para el lector y difícil para el autor, abor- dar los aspectos todos que entraña la realización de tan ardua tarea, así que sólo nos referiremos a tres de los más importantes que ofrece nuestra historia.

El Aspecto Crítico.

¿Qué límites cronológicos y geográficos corres-

I II

ponden a nuestra historia; qué puesto ocupa y qué función desempeña con relación a los demás cono- cimientos?

Estas cuestiones no han sido resueltas en Mé- xico y aunque no abrigamos la vanidad de preten- der resolverlas satisfactoriamente, nos asiste, como a cualquiera, legítimo derecho de exponer lo que pensamos sobre el particular, a reserva de acatar por anticipado las rectificaciones y censuras que justificadamente se nos hagan.

Limites cronológicos. La historia de México presenta en sus orígenes, puntos de partida más o menos alejados del presente, según sea anterior o posterior la adquisición que hayamos hecho de co- nocimientos relativos a los antecedentes de las agru- paciones sociales que han integrado e integran nues- tro país. Hay puntos de partida de nuestra historia que se remontan a decenas de siglos y hay otros que sólo están alejados algunos lustros o que aun no aparecen en la perspectiva histórica. Por ejem- plo, la cronografía maya ha llegado a ser en la ac- tualidad un conocimiento de estricto carácter histó- rico cuyo punto de partida se remonta a muchas centurias. Los antecedentes de la familia azteca de Tenoxtitlán comienzan a tener carácter histórico durante el siglo XIV, según lo atestiguan los ma- nuscritos jeroglíficos, la arquitectura, la escultura y las explicaciones que a raíz de la Conquista sumi- nistraron sobre estos monumentos, indígenas con- temporáneos. En cambio, hay agrupaciones indíge- nas como los Lacandones de Chiapas y los Huicho- 6

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les de Tepic y Jalisco que hasta el siglo pasado em- pezaron a ser conocidos históricamente; por último, existen todavía agrupaciones mayas en el Peten mexicano que son desconocidas desde cualquier punto de vista, no sólo desde el histórico.

No comienza pues nuestra historia desde que los conquistadores hispanos aparecieron en playas mexicanas, según se ha proclamado hasta hoy, sino en distintas épocas anteriores y posteriores a la fe- cha de tal acontecimiento (i).

Limites geográficos. La historia de México debe comprender directamente el estudio de los an- tecedentes de las agrupaciones sociales que consti- tuyen y constituyeron a la población del territorio mexicano e indirectamente el de los pueblos extra- ños que han influido en nuestro modo de ser o han sido influenciados por nosotros. Directamente hay que considerar a la población de nuestro actual te- rritorio; a la de Centro América hasta Panamá (Chi- riquí) que es a donde llegó nuestra influencia pre- colombina, y a la del territorio norteamericano que antes fué mexicano. Indirectamente debe tenerse en cuenta el pasado histórico de España, Repúbli- cas Sudamericanas, Estados Unidos y Francia, pues son naciones que ejercieron importante influencia en nuestra vida pretérita. Habrá además que cono- cer la historia de los demás países en general, pues

íi) Como dijimos en el artículo correspondiente a Arqueología, consideraciones más serias y no de índole vulgarizadora como es la de este libro, se expusieron en la sesión de aniversario de la Academia Mexicana de la Historia.

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remota o cercanamente todos los pueblos se han in- fluenciado entre sí.

Limites específicos. Muchos tomos en gran folio se han escrito; sendas discusiones bizantinas se emprendieron; se desgranó la elocuencia de bri- llantes discursos y aun no se consigue deter- minar satisfactoriamente el puesto que corresponde a la historia en las clasificaciones científicas, ni por lo tanto qué conocimientos están dentro de su con- cepto, ni cuáles excluye. No contribuiremos con una línea a esa pugna de sutilezas. Por nuestra parte creemos que todo lo que ha existido, tangible o in- tangible, en el mundo material o en el intelectual es «historiable». Lo importante es elegir en el mun- do ilimitado de lo historiable, lo que nos conviene para determinado fin e historiarlo sensatamente. Si, por ejemplo, somos comerciantes en cereales al- canzaremos mejor éxito si historiamos lo referente a esa actividad, pues entonces podremos conocer el por qué del éxito o del desastre de quienes nos han precedido en esa ocupación. Este ejemplo, que pa- rece que está fuera de lugar, está muy dentro de él, bastando saber, para convencerse de ello, que varios de los notables éxitos agrícolas, industriales, etc., etc., de la Alemania moderna y de otras naciones, se deben en buena parte al extenso e intenso aco- pio de antecedentes históricos hechos sobre cada una de esas actividades.

Proponemos, pues, que en las cátedras no se li- mite artificialmente el concepto y el campo de la historia, ni se le adosen empíricas clasificaciones

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memorísticas, que si al especialista ofrecen escasa utilidad, deprimen la mente estudiantil. ¿No vemos a algunos de nuestros historiadores de polendas ex- poner y confundir diariamente los términos: histo- ria, prehistoria, arqueología? ¿No brotan de labios que parecen autorizados expresiones como ésta: «fi- losofía de la historia», con igual propiedad que si a cualquier hijo de vecino se le ocurre decir «química de la historia» u «obstetricia de la historia», en vez de historia de la filosofía, de la química, de la obs- tetricia. . . . ?

Criterio integral. Nuestra historia, que debie- ra ser la integración de informaciones verídicas, re- lativas a todos los aspectos de toda la población mexicana, en todas sus etapas evolutivas preté- ritas, no es hasta hoy más que una recopilación incompleta de informaciones verídicas en veces y en otras dudosas, sobre algunos aspectos, de algu- nas agrupaciones mexicanas, en algunas de sus etapas evolutivas.

Prejuicios corrientes. Preferentemente se considera el pasado de las clases sociales de civili- zación derivada de la europea, como si no fuera de capital importancia el de la clase indígena, que es base de la población. Se emprende escasa investi- gación histórica original, repitiéndose cansadamente lo que han expuesto los investigadores primitivos o fundamentales. Se ha sido personalista en vez de generalizar la observación: presidentes, emperado- res, arzobispos, magnates, unidades sociales en fin, atrajeron la atención casi exclusiva del historiador

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y en cambio en las multitudes, cuyas acciones y reacciones son de prima importancia para el cono- cimiento del desarrollo de los fenómenos sociológi- cos, apenas se hizo hincapié. Hubo preferencias específicas: las órdenes religiosas, las políticas, las militares, fueron descritas y comentadas sus respec- tivas actividades, en tanto que ignoramos la historia de nuestras artes plásticas y de nuestros artistas, de las industrias y de los industriales, del comercio y de los comerciantes, de la agricultura y de los agri- cultores. Se ha incurrido con frecuencia en parcia- lidad, es decir, se ha intentado hacer obra histórica con criterio religioso, con criterio político, etc., etc., con lo que, claro es, se desnaturaliza el carácter de cualquier investigación; puede hacerse historia de la política, de la religión, de lo que se quiera, pero con un sólo criterio, que siempre debe ser el criterio de la verdad.

El Bello Aspecto.

Hay un aspecto de la Historia puramente des- criptivo y encaminado a instruir agradable aunque superficialmente al lector, quedando relegada a otros aspectos la consideración de inquisiciones críticas, métodos apropiados y acertados puntos de vista.

Mostremos un ensayo sobre ese aspecto de nues- tra historia, sin pretender que se le atribuya va- lor literario, de que anticipadamente advertimos carece.

México, con más títulos que cualquier otro país

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de América, ostenta un pasado grandioso que no sólo es de atractivo para el hombre de estudio, sino para cualquiera que ame el ambiente de miste- riosa belleza en donde viven las cosas que ya pa- saron.

La tradición indígena, realista, vigorosa y pin- toresca, nos deja mirar cómo era y cómo pasaba la vida de los mexicanos antes que llegara la Conquis- ta: artes originales y novísimas para nuestro criterio estético. Industria ingeniosa de múltiples manifes- taciones. Organización social complexa, fuerte y sabia. Rituales extraños en los que sangre fresca, «copalli» cristalino y goma ennegrecida, constituían la más devota ofrenda; panteón ilimitado, donde tu- vieron cabida desde el dios generador de la existen- cia hasta los cuatrocientos dioses del vino y de la embriaguez. Instituciones militares que pusieron asombro en los capitanes hispanos

Estas y otras manifestaciones reviven a nues- tros ojos a la raza vencida; percibimos el ambiente de gloria en que se hizo grande, la miramos de re- lieve, palpamos casi, su carne cobriza, oímos su ala- rido bélico, sentimos el pavor y la admiración que llevaban consigo los guerreros de Cortés cuando en la «noche triste» hallaron medida a la pujanza de ese pueblo que sabía perder la vida como arrancar- la. Asistiremos también a la imponente agonía de esos hombres que resistieron el histórico sitio de va- rios meses durante los cuales la miseria fué tal que se devoraban los insectos del lago, las culebras y hasta los cadáveres de los que murieron por hambre

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y enfermedad 1 1). Después sobrevino lo inevitable: la rendición; y el cuadro es de tal relieve que parece que lo vemos: las deidades ruedan desde lo alto del templo despostillando los angostos escalones ritua- les; el humo sagrado de los braseros polícromos no se tuerce ya en volutas caprichosas. El templo está vacío; sólo se divisa una cruz por cima de todo y a lo lejos, por canales y calzadas, reflejos como de in- cendios que envían las armaduras de los vencedo- res. Viucha sangre enrojece, como un manto real, a la ciudad que agoniza.

Entonces, Cortés, el invicto guerrero que tam- bién es administrador y estadista, continúa conquis- tando, coloniza, construye, legisla; lanza las prime- ras semillas de cultura europea en surcos americanos y en cambio arroja raudales de oro amerieano en arcones de Castilla.

Más tarde, aparecen las audiencias, en las que» más que otra cosa, se acusa, se intriga, se infama, por tal de alcanzar éste o aquel beneficio, sin parar mientes jamás, en que el triunfador recoge el botín de entre un lago de sangre, que a la postre siempre es sangre indígena; por fortuna, a la par que humi- llaciones y heridas, reciben los aborígenes el con- suelo muy grande que les imparten los misioneros. Para entonces ya se nota la fusión que empieza. Hay mezcla de sangre, de ideas, de industrias, de virtudes y de vicios: el tipo mestizo aparece con prístina pureza pues constituye el primer armonio-

(i) Sitio de Tcnoxtitlán.

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so producto donde contrastan los caracteres raciales que lo originan, siendo de verse doncellas nubiles de grandes ojos negros, blanquísimos dientes apre- tados y manos y pies diminutos, que pregonan abo- lengo indiano, mientras la undosa cabellera castaña y la tez apiñonada que cubre pelusilla de oro, son el clamor de la sangre de España. La arquitectura impuesta es arábigo-española, pero en su ejecución resulta irremisiblemente influenciada por la técnica del obrero indígena en cuya mente todavía viven los contornos y lincamientos de los teocallis y la rica ornamentación de sus palacios, de sus joyas, de sus telas: las flores que se prodigan en la ornamentación mudejar son representadas por el típico Xóchitl o flor que aparecía en los relieves y pinturas del arte pa- gano; los festones de acanto y laurel esculpidos en las jambas de las puertas resultan, si se les exami- na detenidamente, guías de plumas superpuestas idénticas a las que adornaban a la imagen de Quet- zalcoatl, la mítica «serpiente de plumas preciosas. » El Cristianismo predicado a ruegos y súplicas por los misioneros, y a tajos y mandobles por la solda- desca, todavía nos es comprendido por los catecú- menos; la madre de Dios inspira a los nativos amor y respeto porque miran en ella a su diosa de las co- sechas, a su diosa de las aguas, a su diosa de los amores; es la misma Tonatzin que ha cambíalo de vestiduras rituales.

Los virreyes, representantes absolutos de su Majestad Católica, se presentan en el escenario que dos océanos limitan; hay un Mendoza que es enér-

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gico, pero justiciero y realmente cristiano; un Velas- co que irrita a los peninsulares por el amor que otor- ga a los parias sojuzgados, quienes le llaman «Padre de los indios». Hay muchos de altísimas y precla- ras virtudes; hay empero muchos más que son in- coloros, indolentes, egoístas; que no saben o no quieren saber dónde está el oprimido y dónde el opresor. Hay, por último, un puñado de ellos cuya obra siniestra todavía parece roja por la sangre que destila. Esta época es de leyendas caballerescas, de crímenes que encubre el misterio, de misticismo exa- gerado, de enriquecimientos súbitos, de florecimien- to artístico. . . Surge la nobleza criolla, nobleza que es de sangre en veces, pero las más de fortuna, la cual adula al español, tolera apenas al mestizo y ca- si no sabe que existe el indio si no es para labrarle sus tierras y excavar en sus minas. Los conventos se cuentan por centenares y la vista tropieza de continuo con hábitos azules, blancos, negros. La Santa Inquisición afila siempre sus garras y de no- che o de día las clava en viejas carnes flácidas, en turgentes y sonrosadas donde la vida palpita tumul- tuosa o en blandas y mustias, agenas aún al grito de la pubertad. En cada esquina hay agonizantes farolillos que no alcanzan a iluminar el nicho de al- gún santo milagroso ni menos los rostros de la gen- tuza que en mitad del arroyo riñe o desbalija a al- gún viandante. Las fortunas son fabulosas: vajillas de oro para los grandes días y de plata las ordina- rias; profusión de sedas, joyas, perfumes y vinos preciosos, que vienen de Europa, de China, del Ja-

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pon, de la India La devoción, el arte y la va- nidad construyen con encaje de oro, piedra y'már- moles, palacios suntuosos que harían buen papel en la capital del reino y riquísimas catedrales que nunca se llenaban de fieles por lo espaciosas que eran

Luego de toda esa larga vida nacional, llega la Independencia con sus ampos de luz y sus torrentes de sangre; todo cambia, se transforma, se aniquila, pero a la vez todojenace, surge, evoluciona y se ele- va. Se diría una hoguera donde viejas joyas que deslustraron los siglos y macularon muchas manos, fueron depuradas hasta hacer de ellas un chorro brillante de oro purísimo con que hacer nuevas for- mas.

La primera mitad del siglo XIX no fué para México la era prometida, el período de cristalización y fortalecimiento que anhelaban y pensaron los he- roicos independentistas. Lágrimas, dolor y sangre, siguieron brotando por doquier, no obstante que el ideal glorioso de emancipación era ya realidad tangible. Nadie sabía dónde quedaba la Patria. Se peleaba por vivir y se vivía para pelear. Insana des- orientación hizo presa de todas las almas. Medio territorio que se perdía para siempre,°costó menos sangre mexicana que la vertida en cualquiera de las guerras civiles. Los~airados gritos de agonía de Chapultepec y Molino del Rey, proclamaron em- pero que aun no expiraba el honor nacional.

Tras ese drama, que el más hondo de los dra- mas patrios, siguió corriendo sangre como precio de

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luces libertadoras que venían a desgarrar las tinie- blas de muchos años pasados. La Reforma y la Constitución de 57 parecieron dos antorchas que iban a iluminar para siempre]el camino de la Patria.

Desgraciadamente, volvió a obscurecerse el ho- rizonte nacional y se adormecieron impulsos nobles apenas iniciados. Era que brillantes vestiduras ocul- taban el reverdecimiento de llagas y cánceres.

Entonces estalló la revolución de 1910 que co- mo segunda Independencia vino a derribar estruc- turas viciosas^sólo que en esta vez la piqueta de- molió más alto y cavó más hondo. La revolución aun no termina en todos sus aspectos. Hay pues que limitarse a observar y a recopilar lo que puede llamarse «material histórico palpitante», pues no son otra cosa las informaciones que se basan, no en documentos más o menosTidedignos, sino en obser- vación directa, experimental, de la existencia que se vive. Después se formará la historia de la Re- volución.

El Aspecto Objetivo.

Si se pregunta a un ciego qué concepto se ha formado del mundo en que vive, su opinión diferirá grandemente de la que tiene un hombre que ha mi- rado siempre lo que le rodea. Dirá que la emoción estética producida por la música es en él más hon- da; que estas ideas morales son más elevadas que aquéllas; que la suavidad de algunos cuerpos es grata a su tacto, mientras que la aspereza de otros

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le es repulsiva; hallará delicioso un manjar o bien detestable. En cambio desconoce las bellezas de la materia: para él no hay cielo azul, ni océano tumul- tuoso, ni montañas agrestes; no podrá conmoverse ante los gestos de dolor, de alegría, de cólera, que se miran en los rostros de los hombres. Su concep- to es incompleto, su vida está fraccionada, es me- dia vida.

Pues bien, desde el punto de vista histórico, vivimos en un mundo de tinieblas, casi no percibi- mos la pintoresca vida del pasado, nuestro concep- to es incompleto y pobre.

La evocación de cualquier etapa de la historia resulta pálida, incolora, inexpresiva, porque si bien podemos reproducir fielmente el aspecto abstracto, ideal, de ese período, nos es imposible contemplar su aspecto material. Por ejemplo, elijamos los tiem- pos de Moctezuma II: Valiéndonos de las crónicas y de los manuscritos indígenas, nos será posible co- nocer las ideas políticas de la época, las míticas, las morales, las estéticas y aun las distintas institu- ciones de carácter religioso, civil, militar y político, etc., etc. Ese es, el ambiente abstracto de la época y eso es lo que aprendemos en la escuela para olvi- darlo al abandonar ésta. Sí, en cambio, reconstrui- mos por todos los medios fotografía, pintura, escul- tura, arquitectura, objetos auténticos, etc., etc. modelos típicos de templos y palacios propiamente decorados; indumentaria pintoresca de monarcas, nobles señores, sacerdotes, guerreros, industriales y esclavos; utensilios domésticos y rituales; escenas

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y ceremonias, etc., etc Si contemplamos todo

ésto en su representación material y conocemos además las ideas que presidieron a su creación y producción, nuestro conocimiento será com- pleto, el concepto legítimo y las emociones que la belleza de ese período histórico despierta en nos- otros, vigorosas y naturalmente originadas y ar- tificiales y débiles como sucedería si sólo conocié- ramos el aspecto teórico o abstracto. Y lo que hemos apuntado sobre etapas de la vida precolombina me- xicana puede también decirse de la Colonial y de la contemporánea a la Independencia.

¿Qué puede hacerse en pro del objetivismo his- tórico?

Desde luego hay que fomentar la ampliación de los museos existentes y crear otros, implantando en ambos métodos expositivos eficientes, clasifica- ciones descriptivas adecuadas y guías o catálogos de utilidad práctica.

Además, capítulo de alta importancia, hay que empezar a escribir historia objetiva, hay que embo- rronar menos cuartillas e incluir más ilustraciones y sobre todo, debe hacerse concordar lo que se es- criba con lo que relativo a la época descrita exista en los museos o en otros lugares: objetos diversos, indumentaria, arquitectura, escultura, etc., etc.

Revisión de las Constituciones Latino-ñmericanas

En esta proposición se expuso que uno de los puntos al que los futuros cuerpos legislativos pres- tarían mayor atención, era el relativo a la iden- tificación antropológica de la población y al cono- cimiento de sus necesidades, a fin de que la Cons- titución definitiva y las leyes en general del país, suministren medios eficientes y autorizados para remediar esas necesidades y procuren el bienestar físico y moral de la población, objeto preciso de to- da ley y toda Constitución. Se hizo notar que en nuestro país, el elemento formado por individuos de raza indígena pura e individuos en los que predo- mina en alta proporción la misma sangre, constitu- ye una gran mayoría de la población total, inte- grando el resto individuos de sangre original euro- pea y aquellos en quienes la proporción de la mis- ma es considerable. Se agregó que hasta la fecha,

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las Constituciones y Legislaciones de México Inde- pendiente, habían sido derivadas exclusivamente de las necesidades de este segundo grupo y tendie- ron a su mejoría, quedando abandonada la población indígena, más radicalmente que lo fué por los legis- ladores de la monarquía española, quienes crearon por el indio y para el indio, las famosas Leyes de Indias, que constituyeron barrera poderosa en su triste debilidad, pudiéndose citar entre otros casos, la esclavitud del indio que, si no quedó libertado del todo, cuando menos nunca fué esclavo a la ma- nera que lo eran, por ejemplo, los individuos de ra- za negra. No debe olvidarse tampoco, la disposición que prohibió al Santo Oficio estrujar con sus garras al indígena como hacía con los blancos, ni la insti- tución de los egidos o comunidades que permitían al indio cultivar sus tierras patriarcalmente, conti- nuando, en muchas de sus partes, el sistema de re- partimientos comunales de origen prehispánico. Se agregó que si Imperios colonizadores, como Inglate- rra, Francia y aun España, dedicaron gran interés a la formación de las Constituciones coloniales de acuerdo con la naturaleza y necesidades de las res- pectivas poblaciones indígenas, era preciso que un gobierno democrático considerara con mayor dete- nimiento el problema de la población nacional y de la Constitución que debiera convenirle.

Se hicieron otras consideraciones secundarias para ilustrar la tesis capital, y por último, teniendo en cuenta que en la mayoría de las naciones latino americanas se impone el mismo urgente problema,

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fueron formuladas en concreto ante la Gran Comi- sión Ejecutiva, las siguientes proposiciones y se so- licitó aprobación para la resolución que aparece al final de aquéllas:

Considerando:

Que las Constituciones y leyes, en gene- ral, son o deben ser previa y experimentalmente, derivadas de la naturaleza y necesidades de la po- blación a la que posteriormente están destinadas a regir.

2o Que las Constituciones y leyes de cas¡ todos los países latino americanos, son copia más o menos fiel de Constituciones y leyes europeas o nor- teamericana?, y, por lo tanto, exclusivamente apro- piadas al elemento social que por origen, cultura o idioma, o por las tres características, es semejante a elementos sociales europeos o norteamericanos.

3o Que para naciones latino americanas, co- mo la Argentina cuya población está integrada en gran mayoría, por individuos europeos o de ori- gen europeo, es apropiada la Constitución vigente por adecuarse a la naturaleza de la población y a sus necesidades.

4o Que en los numerosos países latino ame- ricanos, que están en el caso de México, el conside- rable sumando constituido por la población indíge- na, ha quedado disgregado del conjunto nacional y constituye elemento obstaculizador por su pasivi- dad, debiéndose esta condición de equilibrio social inestable, a que el indio no puede o no quiere, con toda justicia, colaborar con la eficiencia de que es

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capaz, ya que las mismas constituciones y leyes que forzadamente lo rigen, vedan, por exóticas e inapropiadas, su desenvolvimiento.

50 Que n0 obstante que los Estados Unidos de Norteamérica cuentan solamente con doscientos cincuenta mil indígenas, se han preocupado activa- mente en procurar su favorable desarrollo por me- dio de la observación y mejoría de sus necesidades, según puede demostrarse, observando las reserva- ciones indias establecidas en aquella República.

Resolución:

Sugiérase a las Repúblicas latino americanas, en las que predomina la población indígena, la con- veniencia de revisar las Constituciones vigentes, a fin de que respondan a la naturaleza y necesidades de todos los elementos constitutivos de la población y pueda alcanzarse el desarrollo armónico e integral de la misma, fortaleciéndose así, positivamente, lo que es base del verdadero pan-americanismo.

Nuestras leyes g nuestros legisladores

En una de las proposiciones que ia Delegación Mexicana presentó ante el Congreso Científico Panamericano efectuado en Washington, se expuso la conveniencia de revisar y reformar las constitu- ciones y leyes latinoamericanas, de acuerdo con la naturaleza y verdaderas necesidades de la pobla- ción.

En este artículo vamos a referirnos a las con- diciones que deben caracterizar a nuestros legisla- dores, para que conscientemente puedan desempe- ñar su alta tarea.

Siempre, o con contadísimas excepciones, los cuerpos legislativos mexicanos Senado y Cámara Popular estuvieron constituidos por individuos que sólo de una manera teórica y nominal representa- ban (?) a los habitantes de las entidades políticas de' país: la ciudad de México y otros centros de con-

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fianza para la Federación, eran los vientres fecun- dos de donde salía a luz el más alto porcentaje de padres conscriptos, existiendo,en cambio,numerosas regiones del país que nunca estuvieron representa- das por individuos nacidos en ellas o que siquiera conocieran de oídas sus condiciones, lo que, natu- ralmente, contribuía a dar cierta preeminencia polí- tica, aun cuando fuese virtual, a algunos centros y regiones con perjuicio de otros; por esto la represen- tación era teórica. Fué nominal, sobre todo en la época porfirista, porque de todos es sabido que sus miembros carecieron de significación, reduciéndose su papel al de asistentes pasivos y somnolientos, a imbéciles sesiones narcóticas. Las leyes que empí- ricamente han regido a México Independiente, no pueden conceptuarse como tales, sino como dispo- siciones sociológicamente unilaterales y geográfica- mente localistas, puesto que su aplicación no pro- dujo el desarrollo armónico de todos los grupos so- ciales, ni el progreso paralelo de las entidades de la federación. Semejante desequilibrio, que podría apreciarse objetivamente por medio de definidas le- yes analíticas y mecánicas, es, en síntesis, una de las causas de nuestras revoluciones contemporáneas y pretéritas. Pues bien, la actual revolución de ideas, que es complementaria de la de las armas, debe tender, al restablecimiento repentino de ese equi- librio, por ser ello teórica y prácticamente imposi- ble, sino a la creación de bases fundamentales sobre las que gradualmente irá construyéndose una orga- nización nacional equilibrada y fuerte.

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Lo anteriormente expuesto se conseguirá cuan- do se cuente con una legislación verdaderamente democrática y para formar ésta, es indispensable el concurso previo de legisladores demócratas. Vea- mos qué condiciones de legitimidad democrática de- ben reunir esos legisladores o representantes para cumplir satisfactoriamente con su encargo.

Representación étnica. Para representar legí- timamente a las diversas agrupaciones étnicas de nuestra población, los legisladores respectivos deben ser nombrados por ellas y pertenecer a ellas, o, cuan- do menos estar íntimamente compenetrados con su manera de ser. Además, el mecanismo electoral exceptuando aquellos lincamientos generales relati- vos a recopilación, envío de datos, etc., etc. será el que elijan dichas agrupaciones, aunque parezca muy primitivo el de algunas en relación con el de otras. En efecto, las familias indígenas conservan profundamente arraigado.el sistema patriarcal en las nominaciones electorales, en dirimir cuestiones ínti- mas, etc., etc., no teniendo derecho la Federación ni los Gobiernos de los Estados, para obstaculizar tales procedimientos, en tanto no perjudiquen a la colectividad.

Las Cámaras nunca supieron cuáles eran las condiciones y las necesidades de los mayas en Yu- catán, Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chia- pas; de los otomís de México, Guanajuato y Que- rétaro; de los yaquis de Sonora; de los «pintos» de Guerrero; de todas esas familias de indígenas que numeran varios millones de criaturas. Tal descono-

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cimiento era explicable si se recuerda cuan reducida fué siempre la proporción de individuos de origen indígena en la representación legislativa, debiéndo- se hacer notar, que, aparte de su corto número, esos individuos eran indígenas renegados por voluntad propia o por impos;ción del medio ya que habien- do asimilado la cultura, el idioma, las aspiraciones y las tendencias de otras clases sociales, no com- prendían, no «sentían», las urgentes necesidades fí- sicas e intelectuales de sus antiguos hermanes a quienes consideraban como seres irredentos e incul- tos. Y es claro que esas familias indígenas, separa- das del concierto nacional, ignoradas por la Consti- tución, por las leyes federales y por las provincia- les y sólo tenidas en cuenta cuando se trataba de imponerles contribuciones arbitrarias, arrancarles contingente de sangre y servidumbre y engañarlas en las transacciones comerciales, sólo hallaron en su

desesperación un dilema: rebelarse o morir y

unas, como puede observarse en la Mesa Central, han estado pereciendo por degeneración; otras ya- quis y mayas vegetaron siempre en secular rebe- lión y casi todas han colaborado en la actual Revo- lución en busca de libertades, en espera del sitio y de la jerarquía que por derecho legítimo les corres- ponde en el hogar nacional.

Representación demográfica. Las Cámaras no deben estar exclusivamente formadas por ele- mentos burgueses inconscientes, como ha sucedido con frecuencia en México. Es indispensable la re- presentación directa de todos los grupos sociales:

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obreros de las ciudades, braceros de los campos, bu- rócratas, industriales, agricultores, capitalistas, gen- te de mar, ferrocarrileros, etc., etc., deben poseer, efectivamente, voz y voto en materia de legislación. De otra manera las leyes seguirán siendo, como han sido hasta hoy, unilateíales y por lo tanto inade- cuadas para el buen gobierno de todos los grupos sociales que constituyen a la Nación.

Reptesentación intelectual.— Generalmente ha prevalecido en nuestro país el prejuicio fatal de ale- jar de la política a los hombres de ciencia, periodis- tas cultos e independientes, artistas de valer, etc., etc., lo que hizo que el criterio imperante en las Cá- maras fuera siempre incoloro, mediocre, ya que ade- más de ser insignificante el número de intelectuales que las integraron, tuvieron éstos por consigna la de ver, oír y callar, en tanto que una mayoría de cre- tinos bostezaba o tejía los insulsos temas impuestos «arriba».

¿Se conciben Cámaras legisladoras sin el con- curso de elementos intelectuales, que en todas par_ tes han sido y serán la base y la cumbre del pro- greso nacional en sus múltiples aspectos?

Representación política. Hemos dejado de pro- pósito en último término lo relativo a representación política.... ¡Política!.... ¿Hemos sabido alguna vez lo que sensatamente significa ese término, y, sobre todo, lo que debe significar en nuestro medio? Sin ambajes hay que decirlo: la política, mexicana, impropiamente llamada así, fué un conjunto hete- rogéneo difícil de identificar: personalismo, lucro de

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determinados individuos y castas, adulación, temor, ambiciones ¡una hidra! Más vale que no exis- ta representación política en las Cámaras, si ha de estar integrada por políticos moldeados en las ma- trices de antaño

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La Política y sus Valores

La realización de cualquier empresa, la eficien- cia de toda obra, requieren el concurso de elemen- tos de valor real. Para que sea útil y eficiente la futura colaboración de los partidos políticos en la obra de reconstrucción apenas iniciada, es preciso que dichos partidos posean valor práctico, positivo, que ofrezcan utilidad verdadera y no aparente. Si ha de continuar reinando el viejo concepto sobre política, es preferible que no resurjan aquellos.

La Política del Pasado

En general, nuestros políticos profesionales nun- ca valieron por mismos; carecían de eficiencia in- dividual, como lo han demostrado siempre en el des- tierro, donde, con raras excepciones, viven unos de lo que antes mal adquirieron, mientras otros, que

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son los más, vegetan miserablemente, incapacita- dos del intelecto e impotentes para el esfuerzo físi- co. En tcdos los países brilla el Sol y hay trabajo para quien ama el trabajo. ¿Qué otros títulos que los de parásitos nocivos y entes oropelescos y far- santes, convienen a individuos que bajo el cielo del terruño se hacen aparecer como figuras gloriosas y al pisar otras tierras, hacen alarde de los dine- ros estafados o no atinan cuando carecen de ellos a conquistar honradamente un pedazo de pan? ¿Qué trascendencia nacional pueden tener las aso- ciaciones o «partidos» que forman anormales de ese género?

La política mexicana, sensible es decirlo, tuvo dos orientaciones convergente?, claramente percep- tibles: alcanzar poder y alcanzar riqueza, y esto por un contado número de individuos. Los medios para alcanzar tales fines, consistieron principalmente, en la adulación jerárquica, sistematizada y extendida hasta círculos que no siendo políticos, se contami- naban fatalmente. A esos medios reprobados, daban fuerza, cuando era necesario, las amenazas, los co- hechos y los sobornos.

Cuando se era rico, el dinero servía para hacer política y alcanzar poder, vanidad que sigue a la po- sesión del dinero; por entendido queda, que tal poder era ficticio, ya que de hecho se reconcentra- ba en poquísimas manos; pero, en fin, la farsa auto- sugestionaba. Cuando se era pobre, se hacía políti- ca para escalar el poder y valiéndose de él, se acu- mulaba dinero por medio de concesiones, prebendas,

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etc., etc. Una minoría de hábiles o «primates polí- ticoo» triunfaba indefectiblemente y obtenía riqueza y poder, sirviéndole de escalón una gran masa de politiquillos o politicastros que no obtenían más po- der que el problemático que les daba el fuero o la protección oficial, ni más medro que míseras limos- nas concedidas a título de subvención por empresas y servicios imaginarios, porque eso sí, la primera característica del político, era hacerse atmósfera a cargo del presupuesto, nunca al del propio peculio.

Los primates de la política siquiera lucían va- lores aparentes y se formaban a mismos: discur- sos efectistas carentes de fondo; campañas de pren- sa en las que campeaban adulación servil o insulto procaz, jamás ideas; banquetes a todas horas, y en todos los sitios, vinieran o no a cuento; sacrificio voluntario del honor oficicial y del personal; renun- cia de la dignidad humana en ridiculas mojigangas o manifestaciones pseudo-políticas, etc., constituían el mecanismo, el modo de hacer política. Los poli- ticastros, infelices por nacimiento, carneros de Pa- nurgo, eran dados a luz por obra y gracia de padri- nos más o menos intlyentes, los que, en cambio de ese alumbramiento, exigian de esas criaturas puta- tivas, vitalicia fidelidad canina. En resumen, se procuró de continuo que la vida política de quince millones de almas, estuviese consagrada a conservar rico y poderoso al pequeño grupo de pulpos políti- cos que paralizaban el desarrollo nacional.

El campo de la política, que como hemos ex- puesto, se había transformado en charca deletérea,

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fué saneado por la Revolución: hoy no existen ali- mañas que hagan política militante, o si acaso per- manecen en estado de larva, escondidas en el cieno, donde morirán pronto por falta de oxígeno; es tam- bién posible que, por mimetismo explicable, elemen- tos considerados como revolucionarios, sean gérme- nes virulentos de la política de antaño, en cuyo caso, se hace necesaria su rápida extinción.

La Política del Futuro

Los intereses. Ingenuos idealistas, deploran que la política sea en fondo y forma una pugna de intereses. Sí, pugna de intereses es, y no puede ni debe ser otra cosa la política, puesto que la vida de los pueblos está connaturalizada con los intereses materiales o abstractos, y como cada agrupación so- cial tiene el derecho de procurarse una vida mejor, y de fomentar para ello, el desarrollo de sus intere- ses, claro es que se establece una pugna estimulan- te cuando todas las agrupaciones sociales tienden hacia la mejoría de vida e intereses. ¿Por qué, en- tonces, se argüirá, es criticable la política de antaño que era representativa de grandes intereses? Preci- samente, porque esa política protegió los grandes intereses de insignificante minoría de clases e indi- viduos y desatendió y perjudicó los pequeños inte- reses de una enorme mayoría, lo que, lógicamente, trajo consigo inmediato desequilibrio, y después, el derrumbamiento de tan inestable edificación.

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Si, por ejemplo, todos los mexicanos hubieran sido «científicos» en la era de Díaz, la política que se adaptó, habría sido ideal, por convenir al bien- estar de todos, ya que fomentaba sus intereses por igual. En preconizar el establecimiento de gobier- nos que procuran impulsar y alcanzar el desarrollo y el mejoramiento armónico, paralelo y efectivo de los intereses de las diversas agrupaciones sociales, deben consistir las tendencias y los fines de la política, siendo la verdaderamente democrática la que ofrece mejores garantías a la Nación, puesto que favorece equitativamente todos los intereses.

Origen legitiyno de la política. Para no entrar en disquisiciones alambicadas, diremos que la polí- tica se divide en dos ramas divergentes, nace de dos entidades teóricamente antagónicas: El Go- bierno establecido está obligado a procurar a la po- blación, el mayor bienestar posible y debe hacérse- lo saber y palpar, para que continúe otorgándole confianza y apoyo. Debe, también, corregir las de- ficiencias justificadas que en su administración se- ñalen amigos y enemigos, En esto, sintéticamente, debiera consistir la política gubernamental. 2o La política de oposición: el término «oposición», no en. traña precisamente hostilidad hacia el gobierno es- tablecido, sino meramente oposición en cuanto a cri- terio. Esta política, debe consistir en estudiar desde convenientes puntos de vista, la naturaleza y nece- sidades de la población, a fin de conocer los mejo- res medios de procurar su mejoría. Con la posesión de tales datos, la oposición ya puede justificada-

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mente señalar las deficiencias del gobierno estable- cido y las ventajas que una nueva plataforma o pro- grama político pueden suministrar en el futuro. Por tales medios, se atrae la opinión pública el partido oposicionista más competente y apto. Así, no de otra manera, deben emprenderse campañas políti- cas.

Personalidad de los políticos. Debe ser consi- derada como ridicula, la súbita aparición de indivi- duos que sin valimiento personal alguno, son consi- derados o se consideran a mismos, como «perso- nalidades políticas», cuando sólo podría convenirles el dictado de intrigantes. Ya no es preciso, como antes, hilvanar frasecillas de relumbrón, ni escribir vaciedades, ni banquetear, para hacer política. To- do hombre que con elocuencia o sin ella, pedestre o brillantemente defienda los derechos de agrupa- ciones sociales y ataque los abusos de que sean víc- timas las mismas, es un político, militante o no, eso es secundario. Que existan en las cámaras y fuera de ellas el obrero político, el comerciante político, el capitalista político, el agricultor político, el inte- lectual político, personalidades, en fin, que repre- senten realmente, intereses definidos, ya sean ma- teriales o abstractos; pero que no se tolere la exis- tencia de «políticos-políticos», es decir, de hombres que a nada ni a nadie representan y en cambio, in- trigan, explotan y desacreditan a la Nación.

Es también indispensable, por más que la ta- rea sea muy difícil, barrer para siempre a los em- pleados públicos que para hacer y hacerse política,

147 emplean la fuerza moral y los elementos materiales del puesto que ocupan.

El vicio político mexicano que se arraigó más y cuya reaparición debe con mayor energía evitar- se, es el personalismo. Los políticos deben lu- char por el bien de las agrupaciones a que pertene- cen y por los intereses que entrañan las mismas, obteniendo, naturalmente, los beneficios proporcio- nales que les correspondan como miembros inte- grantes de aquéllas. Antes, los políticos manejaban a su albedrío a las agrupaciones que dizque repre- sentaban, encaminando sus actividades y haciénde- las converger hacia su mejoramiento personal y no al de la colectividad de que eran miembros; después soco» rían, es la palabra, a los inconscientes compa- ñeros de partido, otorgándoles la limesna de un puestecillo o cosa análoga. Hoy, las agrupaciones deben controlar a los políticos que las forman y es- pecialmente a los que las representan y no éstos a aquéllas.

La política, o lo que se llama así, fué siempre en México, semillero de corrupciones. Antes que aparezca la nueva, la verdadera política, hay que desinfectar el ambiente; hay que exigir de los futu- ros políticos, patente ampliamente legitimada de sanidad moral, de eficiencia personal y de represen- tación efectiva.

Nuestra Transición Religiosa

Cuan Jo se subyuga a un pueblo, es más o me- nos fácil para sus conquistadores infiltrarle nuevo arte, nuevas industrias, nuevas costumbres y otras manifestaciones culturales, pero es muy difícil y muy lento el hacer que acepten nuevas ideas reli- giosas. El cristianismo se impuso al paganismo y al judaismo a cambio de torrentes de sangre que tuvieron su origen en la árida cumbre del Calvario. Las sectas reformistas alcanzaron el triunfo tras de recorrer continuamente senderos espinosos y dejar en ellos las huellas de muchos mártires.

Casi todas las transiciones religiosas han teni- do por precio alguna sangrienta San Bartolomé.

¿Por qué fué relativamente fácil la transición del paganismo indígena al catolicismo español, du- rante el siglo XY1? ¿Por qué entre nosotros se ha implantado solamente el catolicismo, no obstante

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que activa— aunque inútilmente— se intentó intro- ducir el protestantismo?

La transición del paganismo indígena al cato- licismo, no encontró obstáculos porque ambos cre- dos presentaban desde el punto de vista indígena, analogías que hacían propicia la fusión religiosa. En cambio, ese paganismo y el protestantismo, eran entre heterogéneos y disímbolos en esencia y en forma.

No impusieron el catolicismo la cortante tizo- na, ni el Santo Oficio, ni la caridad de las misiones. El catolicismo no se impuso, porque si hubiera sido así, habrían corrido ríos de sangre, y bien sabido es que los intentos de rebelión de la época colonial fueran pugnas por hambre, por tierras, por opre- sión, por mil causas, pero casi nunca reyertas por móviles religiosos.

El catolicismo fué ocupando suavemente el al- ma indígena, mientras se fundían con él, se trans- formaban o morían los viejos mitos paganos.

Las ideas religiosas de las agrupaciones pre- hispánicas de México, difieren entre en cuanto a modalidades exteriores, pero en el fondo presentan analogías substanciales reveladoras de un contacto más o menos remoto, pudiéndose, por lo tanto, ele- gir como tipo para la discusión y comprobación de los anteriores asertos, cualquiera de esas religiones, por ejemplo, la azteco-teotihuacana, que ofrece in- teresantes antecedentes históricos y profusas re- presentaciones arqueológicas.

Las deidades indígenas tienen un origen abs-

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tracto que maravilla por lo fabuloso y humanamen- te inexplicable, siendo en cambio su modo de ma- nifestarse exteriormente, muy objetivo, ya que siem- pre revisten la forma humana o la de diversos ani- males y objetos. La esfera de acción de esos dioses comprende múltiples actividades de carácter intelec- tual y material claramente definidas. El culto y el ritual, son simbólicos, llamativos y complexos. Así, el dios azteca de la Guerra fué engendrado por una borla de plumas de colibrí, que cayó en el seno de su madre, piadosa mujer de Coatlán, cuando asea- ba el templo. El prodigioso infante tenía forma hu- mana pero en su pierna izquierda lucía hermoso pe- nacho de plumas de colibrí, y en el rostro el pico del mismo pájaro. Su culto era sangriento, hacién- dose notable en el complicado ritual, la comunión antropofágica, las danzas y cantos, el uso de la san- gre, del humeante copalli, déla mica, del carbón, del papel de maguey y del hule. Este dios era el numen tutelar de la Guerra, por lo que no se solicitaban de él buenas cosechas, lluvias u otras mercedes.

Insistamos en lo subdivididas que estaban las atribuciones divinas: eran 400 los dioses del pulque (no debe escandalizarnos el número de las pulque- rías actuales); el amor casto y el espúreo, la muer- te, la maternidad, la vejez, estaban presididas, de- pendían, pudiera decirse, de una o varias divinida- des, lo mismo que el aire, el fuego, el agua, los astros, las mieses y, en general, todo aquello que es tangible a los sentidos y a la inteligencia en el mundo físico y en el intelectual.

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El ilimitado número de dioses consagrados en el Valle de México, se pone de manifiesto al recor- dar el origen que les atribuye una fábula mitoló^i- cj, probablemente teotihuacana: la pareja de dioses primitivos, moradores del décimo séptimo cielo, concibió como último hijo un cuchillo de obsidiana, en vez de una criatura divina, por lo que disgusta- dos los hermanos, lo arrojaron a la tierra, en donde se estrelló en mil pedazos, cada uno de los cuales dio nacimiento a un tlamante dios.

Veamos ahora cómo se presentó y fué acogido el catolicismo.

El indio veía en la Madre de Dios la quinta- esencia, la síntesis de las deidades femeninas, la consideraba como una diosa mayor. Jesucristo in- gresó al oiimpo prehispánico como el primero de los dioses, tin cambio, el Dios padre no fué compren- dido por esos iconologistas a causa de su concepto abstracto y de su falta de representación material. Se aceptó el calendario romano de golpe, con todos sus santos y sus santas, que aun les parecían pocos al considerar el número de sus dioses propios.

Los dogmas y los misterios que traía consigo la nueva religión fueron acatados sin tratar de com- prenderlos, como se habían acatado dogmáticamen- te los misterios originales de la vieja religión. Los dioses recién llegados tenían aspecto humano y se les representaba como a los viejos dioses, en efigies de madera y de piedra o pintados con los mismos vivos colores de los códices rituales. La divinidad católica, como la pagana, castigaba y premiaba,

155 alejaba las enfermedades, salvaba las cosechas, atraía las lluvias. Por úitimo, el pomposo ritual ro- mano, en que son obligados los oros y pedrerías de las capas pluvia'es, el brillo de ¡os bronces, las as- cuas de mil cirios, las densas nubes de incienso y la imponente música religiosa, recordaba a los ven- cidos los días gloriosos en que sus sacerdotes de blancas túnicas ascendían pausadamente las esca- leras del templo, musitando oraciones y agitando banderolas de papel salpicadas con gotas de hule, mientras, arriba, los braseros sagrados humeaban sin cesar, velando los hieráticos rostros de las dei- dades, y abajo, la multitud azorada se estremecía entre un gran silencio de pavor y de fe.

Era pues lógico, que los indígenas de México, aceptaran voluntariamente el credo católico, asimi- lan Jólo a su manera y que rechazaran el protestan- tismo por parecerles abstracto, exótico, iconoclasta, incomprensible.

Nuestros Católicos

Inmensa mayoría de nuestra población profesa el catolicismo. Esto no admite negación o duda. Es axiomático. Desgraciadamente no todos son sensa- tamente católicos.

En México hay tres clases de católicos: los ca- tólico-paganos, los verdaderos católicos y los cató- licos utilitarios.

Los Católico-paganos

Aunque forman mayoría, constituyen social e intelectualmente el elmento inferior, el que requie- re veinte, cincuenta o más años para adquirir la re- ligión, el idioma y la cultura que les son indispen- sables para poder incoporarse a la civilización con- temporánea universal.

Citemos algunos casos relativos a esta mixta religión: en la sierra de Zongolica, Estado de Vera-

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cruz, diseminados en las riberas de los ríos Tontos, Coyolapan y Altototonga, hay indígenas de diver- sas filiaciones étnicas: popolocas, mixtecas, zapote- cas, etc., etc. Casi todos estos indios confirman a sus hijos, se cacan y mueren cuando las parroquias no están lejanas en el seno de la Iglesia Católica. En cambio, muchas otras ceremonias que son tam- bién de gran importancia en su vida, presentan fran- co sello de paganismo; así, cuando sus milpas em- piezan a germinar y brotan tiernos tallos, consi- deran indispensable, que algún viejo indio, guar- dián de misteriosos conjuros, preserve a la siem- bra de las alimañas voraces, especialmente del ve- nado, que en noches de luna y silencio baja de la montaña. Hemos sido testigos del curioso ritual y lo transcribimos fielmente: el uncioso indígena, genui- no sacerdote de su raza, canturrea en idioma azteca y en tono lacrimoso y suplicante, impetrando del Dios Venado que no apaciente a sus hijos, los ve- nados de la selva, en la milpa consagrada. Poco después, bajo una gran ceiba que ataja la luz de la luna, arden entre rojas brasas, pajarillos sacrificados, raspaduras de cuernos y pezuñas de venado, tiras de papel de platanillo silvestre y ambarinos granos de copalli que la mano negruzca del brujo lanza so- bre la lumbre, envolviéndose en blancos nubarrones fugaces. Esto, en el fondo, no es más que la vieja rogativa al dios de la caza, el «corazón de la mon- taña», como le llamaban los aztecas. Hemos expues- to como ejemplo un término medio, puesto que en muchos, muchísimos casos, se nota una mayor

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inclinación al paganismo, en tanto que en otros pre- domina el catolicismo, no obstante que todos caben en la denominación de católico-paganos. Entre los primeros debe contarse a las tribus primitivas: hui- choles, coras, seris, tepehuanes, lacandones, etc., etc., y entre los segundos a los indios que viven cerca de las ciudades, a la inculta gleba de las mis- mas y también porqué no decirlo a otras gentes que no son indios ni forman en la gleba, pero que comulgan con ambos en superstición pagana: Id al Museo, veréis a los dioses, verdaderos ídolos talla- dos en piedra, madera y camalote, que actualmente «usan» aquellas tribus. ¿No conocéis a los «danzan- tes» que año tras año ocurren a la Villa de Guada- lupe, a los Remedios o a Tacuba, para cantar y bai- lar en los atrios parroquiales, coronados con pena- chos de pluma y oropel, como lo hacían en los teo- callis sus antecesores? ¿jsjo sabemos todos que los guapos de Tepito y la Palma se arrodillan ante la Virgen de la Soledad, como ante bélico Huitzilo- poxtli, implorando pulso firme para esgrimir la cha- veta en próximo homicidio? ¿No hay acaso, señori- tas que suspenden de los pies a San Antonio y rancheros ingenuos que apagan la vela de San Isi- dro porque no ven cumplidas sus aspiraciones?

Todo esto es catolicismo pagano o paganismo católico, como quiera llamársele.

Los Uerdaderos^Católicos

Son creyentes firmes, sinceros, sin convenció-

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nalismos. Tienen conciencia de sus ideas y va- lor para sostenerlas. Son liberales para con los demás.

listos católicos chicotean de continuo a los mer- caderes del templo y llevan en los labios y en el co- razón aquellas dos sentencias que es tan conve- niente generalizar en nuestro país: «al César lo que es del César. ...» y «mi reino no es de este mundo.»

Con amplio criterio comprenden lo infinito de la divinidad. No aceptan que los santos alejen ra- tones y arañas o descubran agujas y dedales perdi- dos. Admiten la ciencia como es la ciencia y la re- ligión como es la religión.

Comprenden que el fanatismo ofende a Dios y a ellos mismos y huyen de los fanáticos como de la peste.

Puede considerarse como ejemplarmente moral al clero que es floración de estos católicos y como nobilísima la función social que desempeña en Mé- xico.

Respeto y garantías para los verdaderos cató- licos.

Los Católicos Utilitarios

Los pagano-católicos no son culpables de sus errores; necesitan piedad yayuJa; hay que educar- los civil y religiosamente. Los católicos verdaderos son dignos de toda estimación y respeto, ya lo diji-

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mos. En cambio, los católicos utilitarios mere- cen que la Iglesia y la Nación los arrojen de su seno.

Son los que hacen política y medran y ma- tan— cuando pueden bajo el manto de la re- ligión.

Por fanatismo, restituirian al Santo Oficio en sus funciones; por avaricia, volverían a vender a Cristo, solamente que en más dineros que lo hizo Judas; por cobardía negarían al Señor, tantas veces que no bastarían los gallos del mundo para can- tarlas,

Estos católicos producen, crean un clero de ca- marilla, el cual, naturalmente, es enemigo del de los otros, los verdaderos católicos.

Estos individuos quieren hacer triunfar sus bas- tardas ideas con rogativas y funciones religiosas, pero eso sí, no sacaran un centavo de la bolsa, ni el alfanje de la vaina, para sostenerlas e impulsarlas. Encomiendan a sus esposas, a sus hijas y a sus her- manas, la peligrosa política religioso-ministerial, en tanto que ellos, cobarde e hipócritamente, miran pasar una tras otra las cuentas del rosario.

Pero lo que más subleva e indigna, es que cuan- do estos señores ven atacados y destruidos sus ma- nejos sucios, se arrogan inmediatamente la repre- sentación de tcdos los católicos mexicanos, se es- conden entre ellos para confundirse, los colocan como baluarte o trinchera para que resistan el pri- mer choque o todos si es posible. Y por eso es muy difícil qne resulten ilesos los verdaderos católicos,

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los respetables y dignos, cuando son perseguidos los otros, los perniciosos y utilitarios.

Es muy sensible que entre nosotras no se haya popularizado una pastoral del Arzobispo de Quito, Ecuador, Sr. D. Federico González Suárez, que re- produjo la prensa mexicana hace algunos años y en la cual se lanzaba verdadero anatema contra los ca- tólicos utilitarios.

Nuestra Cultura Intelectual

Nuestras manifestaciones de cultura son y han si Jo tradicionalmente raquíticas, sobre todo en lo relativo a Bellas Artes y a Ciencias Sociales.

Esa deficiencia se debe a dos causas principa- les: la primera consiste en la heterogeneidad étnica de la población, que trae consigo la no existencia de un ambiente verdaderamente nacional que ins- pire una producción intelectual armónica y defini- da. La segunda se debe al inlelectualismo feudal, qje ha seguido siempre entre nosotros una marcha paralela a la del exclusivismo gubernamental.

Analicemos estas dos causas de nuestro estan- camiento intelectual.

Heterogeneidad étnica

La población de México está formada por tres

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clases o grupos, cada uno de los cuales aparece cla- ramente definido por sus características étnicas, so- ciales y culturales.

El primer grupo está constituido, cínicamente, por individuos de raza ,'ura indígena y por aquellos en los que predomina la sangre indígena. Desde el punto de vista social— jerárquico podría también decirse estos inJividuos han sido siempre los siervos, los parias, los desheredados, los opri- midos. Su esclavitud ha durado desde que Her- nán Cortés puso su bota ferrada en la Nueva Es- paña, hasta 1910, cuando la revolución dijo al indio que abandonara su letargo y comenzara a vivir. El indio, sin embargo, no es quien ha hecho la revolu- ción, no obstante que sus más hondas raíces germinaron y germinan todavía en la raza indí- gena, lo que es natural, por ser ésta el agregado social que más «comprimido» estuvo y por lo tanto, más dispuesto a explotar conforme a leyes dinámi- cas impuestas a las sociedades como a la materia.

¿Por qué, pues, si la población indígena es la más numerosa, la que más energías físicas posee y la que mayor esclavitud resintió, los movimientos revolucionarios nunca tomaron cuerpo ni estallaron en su seno, por más que en ella se encuentre su origen primordial? La explicación es muy clara: el indio, que siempre ha estado destinado a sufrir, siempre también estuvo dispuesto a vengar las ve- jaciones, los despojos y los agravios, a costa de su vida, pero desgraciadamente no sabe, no conoce los medios apropiados para alcanzar su liberación, le

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han faltado dotes directivas, las cuales sólo se ob- tienen merced a la posesión de conocimientos cien- tíficos y de conveniente orientación de manifesta- ciones culturales. En efecto, las sublevaciones indí- genas durante la época Colonial, fracason principal- mente por causa de dirección; la Revolución inde- pendientista se hizo materialmente con sangre in- dia, pero fué concebida y desarrollada por cerebros que no eran indios; la Reforma se efectuó de idén- tica manera, pues el caso de Juárez y otros análo- gos, constituyen excepciones que confirman nuestro postulado. La Revolución de 1910 nos permite exa- minar más de cerca la cuestión: dos clases socia- les.dos razas, contribuyeron principalmente al triun- fo. En el Norte predominaba el elemento de sangre mezclada (raza intermedia a la que nos referiremos más adelante), en tanto que en el Sur, la raza indí- gena formaba la maycría rebelde. El valor, la ener- gía, la justicia de aspiraciones, todo era semejante en los dos grupos, y, sin embargo, el del Norte fué quien, en resumen, preparó, desarrolló la Revolu- ción y consumó el triunfo, por más que los del Sur hayan derramado tanta o más sangre que aquéllos.

¿Por qué no sabe el indio pensar, dirigir, hacer sus revoluciones triunfantes, formando, como for- ma, la mayoría de la población, siendo sus energías físicas tal vez superiores y poseyendo aptitudes intelectuales comparables a las de cualquier raza del mundo?

Eso se debe al modo de ser, al estado evoluti- vo de nuestra civilización indígena, a la etapa inte-

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lectual en que están estacionados sus individuos. Veamos qué estado guarda la civilización de este primer grupo, es decir, analicemos la cultura, el bagaje intelectual de la raza indígena. Examinando las creencias religiosas del indio, sus tendencias ar- tísticas, sus actividades industriales, sus costumbres domésticas y sus modalidades éticas; consideran- do todo esto, experimental y sistemáticamente, con criterio etnológico, podrá verse que el indio conser- va vigorosas sus aptitudes mentales, pero vive con un retraso de 400 años, pues sus manifestaciones intelectuales, no son más que una continuación de las que desarrollaban en tiempos prehispánicos, sólo que reformadas por la fuerza de las circunstancias y del medio. Sucede naturalmente que, por brillan- te, por asombrosamente desarrollada que haya sido, para su tiempo, la civilización prehispánica, hoy sus manifestaciones resultan anacrónicas e inapropia- das, poco prácticas: hay indígenas que conocen hasta sorprendernos el curso del Sol, de la Luna y de otros astros; en tiempos precolombinos, estos individuos serían respetables sacerdotes-astrólogos, pero actualmente, parecen ridículos si se les instala en el Observatorio Astronómico. Los «yerberos>, indios que poseen los secretos de una extensa far- macopea vejetal, habrían pasado entonces, con toda justicia, como notabilidades médicas, en tanto que hoy nuestro cuerpo médico los desdeña y los acusa como empíricos envenenadores. Los interesantísi- mos fabulistas indios, los que relatan las aventuras del coyote, de la serpiente, del nahual, de la Luna

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y del Sol, de los bosques y los lagos, pudieran ha- ber sido insignes literatos de la corte azteca, mien- tras que hoy apenas si el focklorista les dedica todo el interés que merecen. Hay algo sin embargo, con respecto a lo cual el conocimiento durante el pasado prehispánico está a la altura del contemporáneo: nos referimos a los fenómenos psíquicos, magnetis- mo, sujestión, telepatía, etc., etc. En efecto, bien conocidos son los «brujos» indios, individuos que deb'eran ser dignos del más detenido estudio, por parte de nuestros etnólogos y psicólogos; el brujo evoca o cuando menos dice que lo hace así a los espíritus, particularmente a los de los asesinados, induciéndolos para que aparezcan ante sus asesinosf siendo entonces muy fácil, según él, descubrir a estos últimos; hace amantes a los tornadizos, pro- cura desazones, enfermedades, miserias, y aun la muerte a los enemigos, efectuando en un maniquí tedas las ofensas dedicadas a aquéllos. Las compli- cadas ceremonias empleadas por el brujo, ocultan en el fondo un conjunto de acciones y reacciones, de energías desconocidas, ni más ni menos que lo que sucede en el magnetismo, en la telepatía, en el hipnotismo. Los sabios de hoy, brujos contemporá- neos, proceden con igual empirismo en estos asun- tos que los brujos indios, que serían los sabios de la épeca prehispánica.

El indio continúa, repetimos, cultivando la cul- tura prehispánica más o menos reformada y conti- nuará así mientras no se procure gradual, lógica y sensatamente, incorporarlo a la civilización contem-

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poránea. Se ha pretendido hacer esto inculcándole ideales religiosos, vistiéndolo y enseñándole el alfa- beto, de igual manera que si se tratara de indivi- duos de nuestras otras clases. Naturalmente que ese baño civilizador no pasó de la epidermis, que- dando el cuerpo y el alma del indio como eran an- tes, prehispánicos. Para incorporar al indio no pre- tendamos «europeizarlo» de golpe; por el contrario, «indianicémonos» nosotros un tanto, para presen- tarle, ya diluida con la suya, nuestra civilización, que entonces no encontrará exótica, cruel, amarga e incomprensible. Naturalmente que no debe exa- gerarse a un extremo ridículo el acercamiento al indio.

Resumiendo lo anteriormente expuesto, puede concluirse que el indio posee una civilización pro- pia, ia cual, por más atractivos que presente y por más alto que sea el grado evo utivo que haya alcan- zado, está retrasada con respecto a la civilización contemporánea, ya que ésta, por ser en parte de carácter científico, conduce actualmente a mejores resultados prácticos, contribuyendo con mayor efi- cacia a producir bienestar material e intelectual, tendencia principal de las actividades humanas.

El segundo gtupo de población a que antes nos referimos, está compuesto por individuos de sangre mezclada, incluyendo aquellos en los que predomi- na la sangre de origen europeo, particularmente la española, que ha sido siempre la fuente de nuestro meztizage. Hsto desde el punto de vista étnico.

Socialmente, esta clase ha sido la eterna rebel-

173 de, la enemiga tradicional de la clase de sangre pu- ra o extranjera, la autora y directora de los motines y revoluciones, la que mejor ha comprendido los la- mentos muy justos de la clase indígena y aprove- chado sus poderosas energías latentes, las cuales uso siempre como palanca para contener las opre- siones del Poder.

En cuanto a la cultura intelectual, de esta cla- se, que se ha dado en llamar «clase media», pode- mos asegurar, sin temor a incurrir en exageracio- nes, que es la única que ha producido o produce intelectualmente. Desgraciadamente, esta produc- ción se hace de acuerdo con orientaciones poco na- cionalistas. En efecto, desde la época Colonial, los españoles tendieron a imponer el criterio intelec- tual europeo y en partícula--, el español. La cla- se media quedó entonces en una terrible disyun- tiva: por un lado, pesaba sobre ella, enorme- mente, el criterio cultural de la clase indígena, que, como antes digimos, ha continuado cultivando, la civilización prehispánica. Por otra parte, influía en dicha clase, el citado criterio exótico, importado e impuesto por los dominadores hispanos. El am- biente físico-biológico-social, que, en último análi- sis, es el origen de las manifestaciones intelectua- les y materiales de los pueblos, impelió siempre a esta clase a adoptar el criterio de la clase indígena y a repeler el europeo, lo que es explicable si se considera que en México la mayoría de individuos, así como la orografía del terreno, la alimentación, la población animal, la flora, los antecedentes his-

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tóricos, etc., etc., eran y son diferentes a los del viejo continente. Por otra parte, la civilización in- dígena, ademís Je ser retrasada con relación a la occidental, no estaba sistematizada, no formaba es- cuela, la guardaban y cultivaban las masas, no te- nía vulgarizadores profesionales, se le dejaba propa- gar espontáneamente. En cambio, la cultura euro- pea, además de presentar un grado evolutivo más avanzado, era difundida metódica y científicamen- te, si cabe la expresión y si se consideran la época y las circunstancias.

De esta pugna nació algo que pudiera llamarse «cisma cultural»: una gran parte de la clase media, que sentía más el ambiente en que se desarrollaba y los antecedentes históricos que la acercaban a la clase indígena, adoptó una cultura intermedia que ni es la indígena, ni tampoco la occidental. Citare- mos algunas manifestaciones de esta cultura: la mú- sica del pueblo, la que Ponce, en nobilísimo esfuer- zo, se esmera en dar a conocer, no es la música indígena, ni es la música europea; es algo interme- dio, cuya técnica, cuya parte mecánica es occiden- tal, pero que en carácter y en sentimiento, evoca fuertemente el alma indígena. Nuestros escul- tores que en Guadalajara, en México y en otros lugares hacen estatuillas de barro y cera o vasijas típicamente decoradas, son los verdaderos esculto- res nacionales, por más que el vulgo considere ton- tamente, su obra como curiosa cl'uchería. Las de- coraciones que se usan en la industria de la laca, de la loza, en la in iumentaria y en otras mil cosas, son

175 las legítimas decoraciones mexicanas, fueron inspi- radas por nuestro cielo, por nuestro suelo, por nuestras flores, por nuestros animales y hasta por las antiguas concepciones religiosas politeístas de los indios prehispánicos. Pudiera decirse otro tanto de la literatura, la arquitectura y aun del especialísimo carácter que las ideas religiosas pre- sentan en esta clase. La «cultura intermedia» se originó a raíz de la conquista, siendo necesario, pa- ra comprender perfectamente lo que aquí decimos, examinar, entre otras manifestaciones, la obra artís- tica de transición de siglo XVI. Esta cultura inter- media, como la de la clase indígena, se desarrolla sin principios, método ni facilidades, siendo natural que ofrezca deficiencias y hasta deformidades fre- cuentes, como todo aquello que tiene que florecer venciendo obstáculos. Esta es, sin embargo, la cul- tura nacional, la del porvenir, la que acabará por imponerse cuando la población, siendo étnicamente homogénea, la sienta y comprenda. No hay que ol- vidar que esta cultura es la resultante de la europea y de la indígena, o prehispánica reformada. Quien conozca el origen, la evolución y el estado actual de la cultura japonesa, encontrará justificado cuanto hemos dicho sobre nuestra «cultura intermedia».

Los «cismáticos>, como les llamamos antes, for- man la minoría de la clase media. Son los que re* chazaron de golpe la cultura indígena y abrazaron la occidental. Es indispensaple examinarlos deteni- damente: los pintores copian a Murillo, a Rubens, a Zuloaga, o lo que es peor, pintan asuntos relativos

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a Francia, a España, a Italia, a China, si se quiere, pero casi nunca a México. Los escultores escul- pen el Olimpo griego y desdeñan inspirarse en lo mexicano. Claro es que, cuando se exhiben tales obras, la mayoría queda en ayunas, porque no con- templa algo suyo, algo que esté en su vida, en su ambiente, en su alma. Hay todavía una labor artís- tica más criticable: personas identificadas con el cri- terio estético europeo intentan producir obra ar- tística valiéndose de motivos o elementos indígenas actuales y prehispánicos, sin conocer el espíritu que les dio origen, sin poseer antecedentes ar- tísticos ni históricos referentes a sus creadores, dando tojo esto por resultado, una obra artística híbrida, que nace de ideas europeas y presenta for- mas americanas.

Los arquitectos construyen habitaciones fiel- mente copiadas de las norteamericanas, alemanas, holandesas, etc., etc. (contémplense las nuevas coló - nias), que, si son apropiadas para países fríos, nu- blados, cubiertos de nieve, en México resultan exó- ticas, incómodas, tontamente elegidas.

Entre los «cismáticos» contamos con sociólogos y psicólogos de empuje, pero. ¡oh desengaño! estos señores que han leído desde Spencer y James hasta lo que nos llega en el último vapor, y que conocen al dedillo los problemas sociales de Alemania y Francia, y aun del Turquestán oja psicología de los neozelandeses, no conocen ojio] quieren cono- cer o aparentan no conocer, nada^de nuestra socio- logía y nuestra psicolología, puesto que, con conta-

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dísimas excepciones, nada se investiga ni se publica sobre nuestra población y nuestro medio. Aquí su- cede como en las cuestiones de arte: cuando el so- ciólogo o el psicólogo, intentan el estudio de nues- tro medio, los prejuicios los asaltan a cada paso, y si deducen leyes y exponen conclusiones, éstas pe drán ser aplicables a cualquier país, menes al nues- tro; resultado lógico, ya que no han descendido has- ta palpar al pueblo y asomarse a su alma, sino lo han contemplado desde lejos, desde su gabinete, a través de los autores extranjeros a quienes acatan y aceptan dogmáticamente.

En buena hora que se acepten déla civilización europea los medios, la metodología, el «cómo se ha- cen las cosas», pero no se quiera que nuestra ma- teria prima social tenga iguales moléculas y las mismas propiedades que la europea; no se pretenda que en un molde se vacíen las dos, ni que a la mis- ma meta se dirijan sus derroteros.

Esa «cultura cismática» no es, ni será nunca la nacional, ni tampoco es la occidental, pues para poseer determinada cultura, es indispensable vivir en el ambiente en que se ha originado y desarrolla- do ésta. La «cultura sismática» es patrimonio de pedantes y de imbéciles.

lil tercer grupo que integra nuestra población, está constituido cínicamente yox individuos descen- dientes inmediatos o lejanos de extranjeros estable- cidos en el país, cuya sangre se ha mezclado muy poco con la de la clase media y nada con la in- dígena.

Socialmentc, comprende a la aristocracia, cu- yos individuos cuando son rices, forman una ma- sonería medioeval de pendón y caldera, y cuando son pobres, triste es decirlo pero verídico, constitu- yen una hampa de vergonzantes inútiles.

Esta clase, en general, no posee cultura inte- lectual, por más que desde el punto de vista mate- rial viva en ambiente copiado del europeo.

¿Puede existir verdadera producción intelectual en un país en el que las tendencias culturales son anacrónicas, heterogéneas y divergentes? Creemos que nó.

El Intelectualismo Feudal

Pasando por alto los obstáculos hasta aquí ex- puestos, de carácter étnico, consideremos la cuestión desde otro punto de vista.

Frecuentementemente se critica el cacicazgo de los gobernantes, de los terratenientes, de los ca- pitalistas, pero nunca se menciona ni se flagela el cacicazgo intelectual. Sin embargo, esta plaga na- cional es bien conocida; basta que un individuo al- cance —legítima o fraudulentamente patente de intelectual, para que tome dos providencias: la pri- mera consiste en estacionarse en el grado o etapa de intelectualismo en el que lo sorprendió la consa- gración del público, ya sea esta consagración ver- dadera, o bien fruto de autosugestión. El consagra- do ya no estudiará más, no admitirá ideas ni orien- taciones nuevas, detestará el continuo avanzar de la ciencia, solamente pontificará. Semejante error es

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sensible, pero no de muy grande trascendencia, pues ai fin y al cabo, cada cual es dueño de seguir culti- vando su intelecto o de esconder la cabeza bajo el ala, como el avestruz. Mas sucede que el consagrado ya sea por méritos reales o por farsantería toma como segunda providencia la de contener, sofocar y aniquilar, si es posible, a todos aquellos que se atre- ven a entrar en «su campo», es decir, a abordar los estudios que él monopoliza.

En los buenos tiempos del General Diaz había dos o tres historiadores consagrados, de cámara, po- drían llamarse, sucediendo lo mismo con sociólogos, psicólogos, arqueólogos, pintores, etc., etc.

Los jóvenes, los que traían nuevas luces y nue- vos derroterros, los que habían abrevado la Verdad novísimamente depurada, eran repudiados, se pro- curaba desorientarlos, desalentarlos, y si persistían, se les condenaba al ostracismo intelectual, cerrán- doles las puertas de ingreso al campo de las ideas y si era menester, restándoles medios de vida.

Cuando cayó el Ceneral Díaz, se derrumbaron machos de esos pontífices de trapo, y han seguido derrumbándose, y hoy que los contemplamos gro- tescamente desenmascarados, nos admira que por tanto tiempo pudieran haber sostenido inicua tira- nía intelectual.

La heterogeneidad étnica persistirá largo tiem- po, como obstáculo para nuestra producción intelec- tual. En cambio, el intelectualismo feudal, el caci- cazgo de las ideas, está desapareciendo y debe des- aparecer en lo absoluto.

El Concepto Cultural

Cultura. . . . civilización. . . . progreso. . . . ¿Qué valor absoluto o siquiera relativo, puede atribuirse a estos términos? Venciendo la inevitable sensación de pereza que trae consigo un proyectado esfuerzo muscular, nos dirigíamos a hojear las dos arrobas de papel con las que la Real Academia fija y da esplen- dor al habla de Cervantes, mas a la postre cambia- mos de idea, quedando la respetable mole, intocada y altiva, en su anaquel de cedro. Esa consulta nos habría suministrado el concepto que sobre dichos términos se ha formado un académico o toda Espa- ña o toda Europa: pero, como nuestra cultura no es académica, ri española, ni europea, aquella apre- ciación sería exótica para nuestro criterio y anacró- nica ante el criterio sensato universal, ya que la ac- tual guerra europea ha «modernizado* el concepto cultural dándole mayor elasticidad que la que lleva hasta el rebote a una pelota de caucho.

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A cualquier mexicano que haya estado en Eu- ropa o en Norte América, ha trascendido sin duda el calificaaivo de «pueblo inculto» con que nos agra- cian por allá, ignaros, pedantes y aun pretendidos hombres de ilustración. El dicterio no es para'arran- car llanto, pero mueve a poner los puntos sobre las íes.

La moderna antropología establece que cultura es el conjunto de manifestaciones materiales e inte- lectuales que caracteriza a las agrupaciones huma- nas; pero no aventura gradaciones en cuanto a su- perioridades culturales, ni anacrónicamente clasifica a los pueblos en cultos e incultos.

La cultura se elabora por la mente colectiva de los pueblos y se deduce directamente de los ante- cedentes históricos y del medio y las circunstancias que los rodean. Es decir, que cada pueblo posee la cultura que es inherente a su naturaleza étnico-so- cial y a las condiciones físicas y biológicas del sue- lo que habita. Es insensato, que cualquier pueblo considere su «cultura» o «kultur» o «culture» su- perior a la de los demás y procure imponérselas de grado o por fuerza. Cuando se ha intentado ésto, sólo se consiguió crear una nueva cultura, producto de la fusión entre la invasora y la invadida o bien ésta última persistió,quedando aquella desintegrada ante las persistencias del nuevo medio. México ofre- ce casos típicos en tal respecto: la cultura europea ha estado pugnando inútilmente durante varios si-

por arraigarse íntimamente entre nosotros. Sin embargo, sólo en reducidos grupos sociales existe

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con vida artificial dicha cultura. En cambio, otras clases que llamaremos intermedias y son mucho más numerosas, poseen manifestaciones culturales que no son las europeas: industria, indumentaria literatura, artes plásticas y gráficas, música, concep- tos morales y religiosos, tradiciones, etc., eje, todo loqueen resumen constituye una cultura típica, es- tá alejado de los tipos culturales europeos e indíge- nas, no obstante que se deriva de ellos. Por último, las familias indígenas, que representan mucho más de la mitad de la población, ostentan cultura au- tóctona, pues no han podido o no han querido asi- milar casi nada de la cultura invasora.

Eso desde un punto de vista. Ahora, ocurre pensar si es cierto que el pueblo más culto es aquel de mayor moralidad, de mejor criterio estético, de más amplios conocimientos científicos, de más alta intelectualidad, en resumen, a la vez que rico y poderoso. Hay que confesar de plano que realmen- te un pueblo con tales superiores dotes armóni- camente reunidas, sería el más culto: pero, ¿dónde está? No existe, ni en la Roma clásica, ni en la Grecia heroica, ni en los tiempos faraónicos o en las nebulosidades cuaternarias, ha existido agrupa- ción humana que muestre esa integración preciosa, y si no contamos en casa con semejante ejemplo jetivo que sirva de base de especulación, dejamos a los pensadores futuristas ir a buscarlo a otros mun- dos. Nunca, en efecto, se ha comprobado que al mismo tiempo converjan presentando un alto grado evolutivo, las manifestaciones materiales e intelec-

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tuales de un pueblo. Parece como si una ley de compensación o equilibrio vedara alcanzar perfeccio- namiento integral a unos pueblos con respecto de otros. Citemos algunos ejemplos: al pronunciado desarrollo de riqueza de un pueblo, vienen general- mente aparejados su florecimiento artístico y una notable decadencia o relajamiento de orden moral (Egipto y Roma). Por otra parte, la experiencia his- tórica demuestra que la vida verdaderamente demo- crática de un pueblo favorece el desarrollo de las ideas éticas y debilita o paraliza el de las estéticas (República norteamericana en sus primeros tiem- pos). Como explicación complementaria de lo ante- rior debe hacerse notar que, en general, las manifes- taciones culturales no se producen de acuerdo con principios fijos, sino arbitrariamente, no pudiéndose por lo tanto establecer con ellas autorizadas compa- raciones cualitativas. Por ejemplo: el Arte no se forma por medio de reglas determinadas, sino natu- ralmente, así que no cabe en lógica correcta, decir que el de un pueblo es superior al de otro o vice- versa, pues no hay tase para establecer relatividad; lo mismo sucede con la religión, la filosofía, las cos- tumbres

En resumen, el término cultura significa, como ya dijimos, el conjunto de manifestacicnes materia- les e intelectuales que distinguen y diferencian en- tre sí a las agrupaciones humanas, pero nunca con- nota la calidad específica de dichas manifestaciones.

Quizá las ideas expuestas, escandalicen a los rutinarios y éstos nos culpen de no reconocer el

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progreso integral de la humanidad, en cuyo caso estarán en lo justo, pues francamente confesamos que desde varios puntos de vista no creemos en él: La moral humana jamás avanzó ascendentemente. Tiene altas y bajas. En todos les hombres, desde el semizoológico de hace cien mil años, hasta el con- temporáneo, ha reinado el sentimiento de egoísmo individual y social por encima de tedos los senti- mientos; la posesión abstracta o material constituye la clave, la explicación de todos los impulsos; antes se estrellaba el cráneo del enemigo para arrojarlo de su caverna y apoderarse de ella; hoy se le envenena con gases, producto de un química maravillosa, pa- ra arrancarle territorio y comercio; cuestión de mé- todos. Las más altas concepciones religiosas se in- tegran y se desmoronan sucesivamente: el intere- sante monoteísmo abstracto que el faraón Aknathon concibiera miles de años antes de Cristo, no cede en idealismo y belleza al más depurado concepto teoso- fista actual. ¿Quién puede afirmar que más tarde no reaparezcan y se generalicen de nuevo, ideas poli- teístas y otros ere Jos religiosos, como sucedió des- pués del período monoteísta de aquel faraón? El Arte florece, decae y resurge; nunca se ha podido obser- var su continua evolución ascendente. El cubismo de los salones franceses se encuentra representado con original criterio estético en las esculturas de ti- pos teotihuacano y azteca. El «expresionismo rodi- nezco» puede hallarse en las cabecitas teotihucanas de hace más de doce siglos y en las esculturas azte- cas de Tenoxtitlán. El estilismo que tanta fama ha

dado a la decoración llamada modernista, puede con ventaja, ser substituido por la profusa y origi. nalísima estilización maya.

En cuanto acostumbres puede decirse lo mis- mo: el saludar con el sombrero o con la mano, el vestir de luto, el usar condecoraciones y distintivos, etc., etc., son persistencias o reapariciones de con- vencionalismos tan antiguos como la humanidad. No cabe, pues, admitir el progreso integral ascen- dente de las manifestaciones culturales humanas, sino únicamente su progreso temporal y periódico, ya que, indefectiblemente, es seguido de la deca- dencia y la desintegración.

Como excepción que confirma la regla gene- ral, sí es de creerse en el progreso de la ciencia, en la evolución ascendiente del conocimiento cien- tífico, pues, a pesar de las afirmaciones sofísticas que aplican a la ciencia el fatal «nihil novum sub solé», nadie ha podido demostrar práctica- mente la existencia histórica de las novísimas con- clusiones físicas, químicas, mecánicas, cosmográfi- cas: Icaro, la piedra filosofal, la garrucha egipcia, el Tonalamatl o calendario ritual azteca, puede afir- marse que son los escalones inferiores, inferiorísi- mos, que han conducido al hombre en marcha as- cendente al conocimiento del aeroplano, de la tra- mutación material, del automóvil y de las órbitas astrales. Por sentado queda que la posesión del co- nocimiento científico no connota superioridad o in- ferioridad cultural en los pueblos, ya que los indivi- duos que lo poseen forman una casta de la población

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a que pertenecen, están muy alejados, mentalmen- te, de las demás clases y en cambio, los de todos los países constituyen entre sí, por su comunión de ideas, una fraternidad universal.

Proponemos, en resumen, qu^ no se denomine a los pueblos cultos o incultos, como impropiamente se ha venido haciendo, pues es tanto como califi- carlos de humanos e inhumanos, corpóreos e incor- póreos, ya que la cultura, como repetidas veces he- mos asentado, connota conjunto de manifestaciones inherentes a la naturaleza humana. La respiración, la nutrición, la reproducción, etc., etc., son mani- festaciones o fenómenos fisiológicos; la percepción, la sensación, la memoria, son manifestaciones psi- cológicas; a nadie, sin embargo, ocurre decir que la psicología o la fisiología de los mexicanos es infe- rior o superior a la de otros pueblos, ni menos que carecen de psicología o fisiología. ¿ No es pues in- genuo el llamarnos incultos o carentes de cultura?

Aceptaríamos que se dijera: el porcentaje de personas que poseen conocimientos científicos en México es muy reducido; el de individuos que no saben leer es muy grande; el arte de origen europeo no es comprendido por la mayoría de la población; la producción industrial es restringida, etc., etc. A nuestra vez contestaríamos: el conocimiento cientí- fico es deficiente en México, porque el carácter de las etapas evolutivas que atravesamos desde ha si- glos, hace imposible otra cosa; extraordinario fuera un actual florecimiento científico y lo extraordina- rio es nimio traerlo a cuento. Una mayoría de me-

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xicanos no sabe leer y escribir .... pero sabe otras cosas: produce obra literaria, musical, etc., etc, es decir, carece de una manifestación cultural, el alfa- betismo; pero posee otras. La industria mexicana es inferior en eficiencia a la europea, lo que se ex- plica por la riqueza del suelo y la consecuente fa- cilidad de subsistencia. No comprendemos el arte europeo, no lo «sentimos», hay que confesarlo; los europeos a su vez no comprenden ni sienten nues- tro arte.

En último análisis, vivimos contentos con la evolución natural que siguen nuestras manifesta- ciones culturales y con la aplicación de aquellas manifestaciones de origen europeo que nuestras ne- cesidades nos aconsejan incorporar. Imploremos pues, del Dios Cultural Extranjero, que nos haga gracia de su celo redentor y continúe imponiendo su cultura a fuerza de cañones, frascos de whiskey y misioneros sospechosos en Asia y en África o bien, diga su última palabra en Europa, sobre la pugna que por preponderar sostienen la «kultur» y la «culture».

El Idioma y el País

Hace algún tiempo se discutió largamente so- bre la posibilidad y conveniencia de depurar y uni- ficar el habla y la escritura del español en nuestro país.

El intento es digno de elogio porque entraña propósitos culturales, pero no lógico ni realizable.

En México se hablan numerosos idiomas y dia- lectos indígenas, de los cuales no nos ocuparemos aquí. Además, se hablan el español de Yucatán que es un español-maya; el de las altas mesas, influen- ciado por el azteca, el otomí, etc., etc.; el de Sono- ra, mezclado con el habla de los yaquis, el de Oa- xaca, por la de los zapotecas, etc., etc. Por último, hablamos el español anglicanizado de la línea fron- teriza del Norte, el del Bajío, con sus giros espe- ciales; el de Veracruz, con los suyos, etc., etc.

Todas estas modalidades del castellano difieren

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entre analógica, sintáctica, fonética e ideológica mente, es decir, difieren en forma, expresión y so- nido, y diferirán mientras los mexicanos no se ha- yan fundido en una raza física e intelectualmente homogénea y, para que esto suceda, es necesario que esa raza viva en una región donde las condicio- nes físicas y biológicas sean iguales para todos los individuos que la integran.

En efecto, la forma y estructura del cuerpo humano y las manifestaciones de su intelecto: arte, idioma, etc., etc., resultan directamente, de la acción de los alimentos, el clima, la flora, la fauna y la geo- logía del suelo o región que habitan. Ahora bien, las distintas regiones que constituyen nuestro país difieren climatérica, botánica, zoológica y geológi- camente y, por lo tanto, nunca se hablará, en todas las regiones de México, el mismo español, sino el que naturalmente se desarrolle y florezca en cada una de ellas.

Cuatrocientos años de experiencia, son más concluyentes que todo lo que digan literatos y gra- máticos con respecto a la pretendida unificación del lenguaje.

Por ejemplo: consideremos desde los puntos de vista social y lingüístico a los descendientes casi directos de españoles que, durante el siglo XVI emi- graron a Yucatán, hablando el español de Castilla: presentan las características fisiológicas y anató- micas que imprime el medio ambiente, hacién- dose particularmente notable la palidez que ori- gina la anemia tropical y variaciones en la forma

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del cráneo, variaciones que no sería extraño com- probar científicamente, ya que en la primera ge- neración de hebreos que se establecen en Nueva York, se han encontrado variaciones craneanas bien perceptibles.

Respecto del español que hablan, es fácilmente demostrable que difiere, por varios capítulos, del de otras regiones de México y más todavía del de la península ibérica. Su fonetismc presenta vocales obscuras, consonantes que produce el bajo paladar, consonantes interrumpidas por golpes de la glotis y otros sonidos que no existen, por ejemplo, en el es- pañol que hablamos en México o en el que hablan los Madrileños. El vocabulario usual contiene nu- merosos «mayismos». La sintaxis de la oración se encuentra en muchos casos, alterada por giros ideo- lógicos indígenas, etc., etc. Algo semejante sucede en las demás regiones del país, y se acentúa más, mientras la población de origen español está más mezclada a la aborígene y tiene más tiempo de es- tablecida en la localidad.

Que se haga entre nosotros literatura escrita en castellano de España y que sus autores la iean con prosodia impecable para oídos académicos, es plausible y digno de ologio. Pero también debemos exigir que no se intente poner trabas tarea por lo demás inútil a la literatura regional, al cultivo del español como naturalmente se habla y se escribe en cada región del país y no como unos pocos quieren que se hable y escriba en todas ellas.

Hay más estética, más realismo y mayor poder

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4e expresión, acatando esa pintoresca variedad de «españoles» de México, que si se les fundiera for- zadamente en una imposible y grotesca imitación del español de Castilla o de cualquier otro lugar.

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Literatura Nacional

No tienden a ser didácticas estas líneas. Tam- poco mal ocultan intento de crítica erudita. Van en- caminadas lisa y llanamente a exponer observacio- nes generales sobre la literatura nacional.

La fatal orientación extranjerista que ha preva- lecido en México, nuestro apego a cánones titulados clásicos, nuestra fidelidad servil a opiniones acadé- micas, todo ese falso evangelio a que rendimos cul- to en vez de hacerlo a la verdad y al sentido común, hizo que el concepto general reinante sobre litera- tura nacional adolezca de grandes deficiencias.

Dice la Real Academia que literatura es el «gé- «nero de producciones del entendimiento humano «que tienen por fin próximo o remoto expresar lo «bello por medio de la palabra. Considéranse com- «prendidas en este género la gramática, la retóri- ca, la poesía de todas clases, la novela, la elocuen-

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«cia y la historia.» De manera que quien escribe sobre otras materias que las que menciona esa ins- titución: geografía, arqueología, etnología, etc., etc., no hace obra literaria. Si este concepto que ofrece la Real Academia no parece del todo satisfactorio, menos todavía lo es el que entre nosotros reina, pues excluye de la literatura la obra histórica, llegándo- se a circunscribir el radio de aquella a la poesía y a la novela, pudiéndose citar como ejemplo, que nun- ca llamamos literatos a los cronistas de la Conquis- ta cuya prosa presenta grandes bellezas y en cam- bio concedemos entrada fraudulenta al Parnaso a muchos autores de prosa y verso detestables. El error original consiste en creer que lo bello es bello siempre que esté de acuerdo con el criterio de unos cuantos y sea medido con metro patrón como una tira de manta. En nuestro humilde concepto, lite- ratura es lo que se escribe sobre cualquier materia, sin ex:epción, pudiendo cada una de ellas presentar determinado aspecto de belleza, el cual varía con la naturaleza de los hombres y los pueblos y con el ambiente en que se desarrollan éstos.

Establecida la amplitud que,en nuestra opinión, debe conferirse a la palabra literatura, abordemos ya el tema de la literatura nacional. ¿Cómo es ésta? ¿qué libros, qué autores] la representan típi- camente?

La mayoría de los que leen, no la minoría eru- dita, cree que, con muy contadas excepciones, du- rante el período colonial sólo se escribieron áridos cronicones y fastidiosos mamotretos teológicos.

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De la época de la Independencia piensan que todas las plumas fueron exclusivamente dedicadas a reseñar a glorificar o a escarnecer el movimiento independentista. Suponen, en resumen, que en esos dos períodos fué pobre la producción literaria y rica la histórica. En cambio, opinan que la literatu- ra ha alcanzado altos vuelos desde poco antes de la mitad del si ¿lo pasado hasta estos días, juicio erró- neo que se debe a que en estos tiempos ha sido más profusa la producción de lo que infundadamente llaman bella litei atura, recayendo en el prejuicio a que antes nos referimos.

Por nuestra parte pensamos, rompiendo quizá con prejuicios que a muchos se antojan intocables, que más belleza se descubre en lo escrito durante las épocas de la Colonia y de la Independencia que en la contemporánea, lo que tal vez se debe a que los autores de aquellos períodos pretéritos ofrecen más verdad, mayor realismo, que estos últimos, da- dos frecuentemente a la ficción y al artificio, losas de plomo que encubren la belleza o la demeritan. Se aducirá que la forma de la obra literaria de los autores contemporáneos es más depurada, másele- gante, más «avanzada», que la de aquellos otros. Esto es natural que así suceda, pues la forma ha evolucionado, es decir que el hecho de que la for- ma actual sea bella, no impide que la forma litera- ria de los antiguos autores no fuera igualmente be- lla en su época; pero, la belleza esencial que reside en el fondo de la obra literaria, no envejece ni de- cae; no evoluciona; es la misma, es la eterna in-

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mutable belleza de ayer, de hoy y de mañana.

Ahora bien, repetimos, ¿cuál es según el vulgo la literatura nacionalista o mejor dicho nacional, de este decantado período literario? Quienes más se acercan a lo justo, dicen que los escritores típica- mente representados por Ángel de Campo, Payno, Fernández Lizardi, Facundo y otros, son los propia- mente nacionales. En efecto, esos escrirores son re- presentativos de las clases sociales intermedias que constituyen el grupo de lectores más numeroso de la población. Sin embargo, este número es en pro- porción a dicha población muy reducido, lo que ha- ce inaceptable la generalización ya que se excluye a una mayoría de elementos sociales que forman las grandes bases de la nacionalidad.

Hay quienes abogan por que se reconozca ca- lidad de nacionalistas genuinos a los cantores de la gleba entre los que despuntan los Vanegas Arroyo, los Juan Panadero, etc., etc. Esta pretensión es in- admisible por causas análogas a las expuestas en el caso anterior.

Es oportuno exponer algo interesante sobre los autores y los lectores de estos dos grupos: los lectores del primer grupo forman un sumando mu- cho mayor que los del segundo, pues aunque las clases medias son menores, numéricamente, que las inferiores, el número de los que leen es mucho más reducido en estas últimas que en las primeras. Así, pues, cuantitativamente, son más nacionalistas los autores del segundo grupo, pues representan una gran mayoría de la población, pero, en cambio,

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cualitativamente lo son los del primero ya que si representan menor cantidad de población, ésta es más consciente, literariamente considerada.

Para los lectores que se deleitan abrevando en fuentes literarias extranjeras, principalmente en las francesas y españolas, la literatura nacional digna de mención es aquella cuyos modelos son los Gu- tiérrez Nájera, los Tablada, los Rebolledo, los Ñer- vo. Creemos que la obra de este género es muy bella, pero no podría negarse que presenta hon- damente arraigado, un fuerte sabor exótico en esen- cia y substancia y por lo tanto carece realmente de carácter nacionalista.

Están surgiendo otros escritores de tendencias muy interesantes. Su obra nos los presenta en par- te como representantes de las clases medias y en parte de las clases inferiores, con lo que ya se com- prenderá lo trascendental de su apenas iniciada tarea.

Indianistas dados a exagerar, afirman ingenua- mente que la única producción literaria que ostenta legítimo carácter nacional es la que floreció antes de la Conquista y citan para autorizar su opinión be- llas selecciones de literatura maya, azteca, etc., etc. Creemos que tal parecer es erróneo pues no siendo literatura corriente la prehispánica, no puede pre- sentar en la actualidad carácter nacional, por más que lo haya tenido en su época. Somos sin embar- go, los primeros en reconocer su innegable belleza y en considerarla como una de las bases históricas fundamentales sobre las que habrá de formarse la

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literatura nacional. Como algunos de nuestros lec- tores quizá no están familiarizados con esa literatu- ra les aconsejamos leer las producciones de Netza- hualcóyotl que reproducen varias obras históricas y copiamos en seguida, con el mismo objeto, un pasaje del famoso «Libro Sagrado de los Quichés», relativo a la creación del universo: «todo estaba suspenso, todo en calma y silencioso, todo inmóvil y apacible; la inmensidad de los cielos estaba desierta. Y en el seno de las tinieblas fué creado el mundo, porque la naturaleza de la vida y de la humanidad consti- tuyen el corazón de aquel que a su vez es el cora- zón del cielo y cuyo nombre es Huracán el

Creador y el Formador, el Padre y la Madre de la Vida .... aquel por quien todo se mueve y respi- ra, padre y vivificador de la paz de los pueblos y de sus núcleos civilizados. Aquel cuya sabiduría ha meditado la excelencia de todo lo que existe en el cielo, sobre la tierra, en los lagos. El resplandor es el primer signo de Huracán: el segundo es el zig-zag del rayo y el tercero el trueno que retumba; y estos tres son el corazón del cielo. Son ellos quienes van a crear el mundo de acuerdo con Gucumatz, la ser- piente adornada con plumas »

La mayoría que en nuestra población actual re- presenta la raza indígena, sugiere la tentación de conferir a su literatura filiación nacionalista. En efecto, de escaso número de curiosos es conocido el asombroso número de relaciones, cantos, poemas . . . que atesoran nuestros indígenas, pero, precisamen- te, por ser casi ignorada esa literatura de quienes no

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pertenen a la raza indígena o no son investigadores de nuestra población indígena, no puede llamarse nacional.

Por las razones que hemos ido exponiendo,cree- mos que ni aisladamente, ni en conjunto, las citadas y muchas otras manifestaciones literarias a lasque sería dilatado referirse en estas líneas, constituyen propiamente lo que debe ser la literatura nacional del futuro. ¿Cómo será ésta y cómo hay que fo- mentar desde hoy su surgimiento?

Es lógico afirmar que la literatura nacional apa- recerá automáticamente cuando la población alcan- ce a unificarse racial, cultural y lingüísticamente. Para entonces sin duda las ideas éticas, estéticas y religiosas, los conocimientos científicos, las aspira- ciones, los ideales de las distintas agrupaciones del país no diverjirán como hoy sucede sino se habrán acercado y confundido. La literatura nacional pre- sentará diversos orígenes pero un solo cuerpo de exposición. El alma nacional será entonces sensible a la belleza de esa literatura ya sea indígena o es- pañol, prehispánico o colonial el origen de los epi- sodios o pasajes que despierten emoción estética. Hoy, cada agrupación mexicana posee su literatura diferente de las demás en forma y en fondo, sien- do suficiente para convencerse de ésto examinar detenidamente las actuales manifestaciones litera- rias escritas y «latentes», es decir aquellas que no están escritas pero existen y se transmiten verbal- mente, como por ejemplo las indígenas.

Como medios adecuados para colaborar desde

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hoy a la formación de la literatura nacional del fu- turo, pueden señalarse algunos en este artículo: Es de urgente necesidad publicar o cuando me- nos mandar escribir la literatura que antes titula- mos «latente», pues si no se procede así, continua- rá decayendo y terminará por desaparecer. Esta tarea que debiera ser emprendida con amor por los mexicanos, fué iniciada ya, circunstancia general- mente ignorada, por centros culturales extranjeros, los cuales interrumpieron sus labores durante el pe- ríodo revolucionario, siendo por lo tanto oportuno y patriótico que nosotros las reanudemos ya que no pudimos o no supimos iniciarlas. 2o Hay que publi- car las escasas producciones literarias de origen pre- hispánico que hoy existen casi perdidas en museos y polvosas bibliotecas, pues revisten importancia fundamental para nuestro futuro literario. 30 Con- cédase especial atención a los archivos particulares y oficiales, que contienen documentación original de la época de la colonia. Además, reimprímanse publicaciones poco conocidas del mismo período. 4o Es necesario alentar todas las manifestaciones literarias actuales, en vez de ensalzar a unas y de- primir a otras. Es, en efecto, hazaña de tontos, ridi- culizar las historietas de Vanegas Arroyo, las publi- caciones del tipo de «La Guacamaya», las patéticas composiciones que declaman troveros de plazuela y los cuentos que salen de labios de nodrizas y cria- das, pues todo eso es literatura mexicana, por más que pretendidos puristas prediquen lo contrario. 5o Hacer en general vulgarización literaria; editar

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publicaciones que por su precio, por su estilo y por las ideas que expongan, sean asequibles al mayor número de personas.

Creemos que obrando así, puede cooperarse, en parte cuando menos, a la formación de nuestra lite- ratura nacional.

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Nuestras Mujeres

Nacionales y extranjeros encomian unánime- mente las excepcionales virtudes femeninas de la mujer mexicana. Ya no vivimos en los buenos tiem- pos en que el maná caía del cielo para alimentar a pueblos elegidos y las ondas del mar formaban ba- rreras a su paso; así que deben analizarse las cau- sas naturales que hacen de nuestra mujer uno de los tipos morales más apreciables y apreciados en el mundo femenino contemporáneo, en vez de atri- buir el caso a milagrosa predilección.

Hay tres clases de mujeres: la mujer siervo, que nace y vive para la labor material, el placer o la maternidad, esfera de acción casi zoológica im- puesta por las circunstancias y el medio, la mujer- feminista, para la cual el placer es deportivo más que pasional; la maternidad, actividad accesoria, no fundamental; sus tendencias y manifestaciones mas-

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culinas; el hogar, sitio de reposo y subsistencia y gabinete de trabajo. Este tipo de mujer se originó y se ha propagado profusamente en los grandes cen- tros de población como fruto lógico del ambiente so- cial. La mujer femenina— denominación que en- cierra redundancia, pero es oportuna por su poder expresivo es la mujer intermedia, igualmente ale- jada de los dos tipos anteriores; ésta es la mujer ideal, la preferida generalmente porque constituye el factor primordial para producir el desarrollo ar- mónico y el bienestar material e intelectual del in- dividuo y de la especie. Oportunamente mencio- naremos sus características.

Tratadistas de ciencias sociales dicen que la jerarquía de la mujer corresponde al estado de civi- lización de su país; que mientras un pueblo es más inculto, mayor grado de servidumbre femenina se observa en él y cuando más avanza su cultura, en la misma proporción se reduce o desaparece esa ser- vidumbre. Según esa conclusión sociológica, casi todas las mujeres mexicanas deberían ser conside- radas como mujeres siervas, ya que en nuestra po- blación, los analfabetos suman casi un ochenta por ciento y los incultos desde el punto de vista cul- tural europeo un 95 por ciento o más. Sin embar- go, no se verifica eso entre nosotros, pues es cierto que contamos con un gran sumando de mujeres siervas, pero en menor proporción que la que co- rrespondería a la falta de cultura que acusan dichos datos. En cambio, las mujeres femeninas forman también otro gran sumando que es incomparable-

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mente superior al que teóricamente correspondería de acuerdo con la estadística sobre analfabetismo e incultura. Por último, la mujer mexicana propia- mente fe mi ni sia, no corresponde en proporción nu- mérica a la población de alta cultura de nuestros grandes centros, su presencia es esporádica, exóti- ca, su número infinitesimal. En resumen, hay en- tre nosotros menos mujeres siervas y feministas y más mujeres femeninas, que las que debían existir, dado el estado cultural que se atribuye a nuestro país.

¿A qué se debe este mentís a leyes sociológi- cas que parecen verificarse puntualmente en otros países y sociedades? Creemos que hay dos mo- tivos:

PRIMERO. El injustificado concepto de incul- to con que se califica a México, por el sólo hecho de que su civilización no es la misma que ostentan los países europeos y los Estados Unidos del Norte, lo que es algo semejante al apotegma de los creyen- tes fanáticos: «el que no esta con mi religión, está en el infierno». La cultura es relativa, como todo lo humanamente conocido, antojándose añejo en buena lógica, oír calificar de cultos e incultos a los pueblos, cuando a esta fecha aun no sabemos valo- rizar ni significar debidamente el término de «cul- tura» b el de «civilización». Siendo por lo demás secundario en este artículo el asunto propiamente ' cultural, lo dejaremos para mejor ocasión.

SEGUNDO. Las características de la herencia social de la mujer mexicana. En efecto, ¡a mujer

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mexicana de la actualidad, deriva su modo de ser del carácter, índole y naturaleza, de las dos mujeres de quienes desciende: la española y la indigena. De haber sido conquistado México por España, quinien- tos años antes de la fecha en que lo fué, el futuro femenino de nuestro país habría sido influenciado por las mujeres esclavizadas, las hembras sin per- sonalidad, que, como floración natural, producían casi exclusivamente los sombríos tiempos medio- evales. Felizmente la América surgió del misterio de los mares, cuando expiraban las últimas mani- festaciones de la Edad Media, y amanecían los glo- riosos días del Renacimiento, cuando la mujer, des- pués de Dios, iba a ser el supremo símbolo de lo adorable, de lo bueno, de lo bello; cuando las Lau- ras y las Beatrices nacían a la vida sentimental»' cuando «por el Rey y por la Dama», era mote obli- gado en caballeros bien nacidos. Fué pues la mujer europea, ya dignificada, la que vino a México y además, fué mujer española, la cual ha sido y es, sin disputa, la más femenina de las mujeres euro- peas. No insistiremos en e>to, pues doctas plumas han exaltado amplia y S3pientemente las virtudes de la mujer de España.

La Mujer fizteca

Aquél es nuestro abolengo femenino extranje- ro. Evoquemos ahora el recuerdo de nuestras ma- dres indígenas; piadosamente vivamos con ellas unos instantes. En el México del siglo XVI, había

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agrupaciones humanas, nómades y primitivas, es- pecialmente hacia el Norte, como por ejemplo, los yaquis, los seris, los coras, etc., etc., pero existían también agrupaciones de avanzada cultura como los tarascos, los zapotecas, los mayas y les aztecas, siendo natural que entre las primeras tribus, la mu- jer tuviera escasa significación social, en tanto que estas últimas naciones civilizadas, dignificaban a sus mujeres y les concedían importante papel en la organización social.

Como tipo de mujeres indígenas consideremos a la mujer azteca: La importancia del principio feme- nino en la generación de todo lo creado impresiona- ba tanto la mente de los filósofos aztecas y de sus antecesores teotihuacanos, que muy raro era el fe- nómeno físico, el objeto material o la actividad in- telectual con que no estaba i Jentificada una deidad femenina acompañando a la deidad masculina co- rrespondiente, habiendo casos en los que sólo se re- verenciaba a la divinidad femenina. En el último cielo, en el más alto, residían los grandes dioses, pa- reja divina de la que descendían los restantes dio- ses. Los mires, lagos y corrientes, eran regidos por «la diosa de las faldas consteladas de turquesas» simbolizando el color azul de las aguas lejanas. El nacimiento de las criaturas femeninas era presidido por la diosa omecihuatl «mujer doble» o «dos mu- jeres,» aludiendo este nombre, según opinan algu- nos autores, a que tanto su sexo como el de las cria- turas que nacían bajo su advocación era femenino. En el Olimpo azteca no se encontraba un Cupido

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ni ninguna otra deidad masculina del amor, existien- do, en cambio, dos diosas: Xochiquetzale, «flor pre- ciosa», patrona de los amores castos, y la vieja dio- sa que cabalgaba en una escoba de tule y encubría exclusivamente las relaciones carnales. Eran tam- bién veneradas las diosas de la muerte, de las cose- chas, de las siembras, de la fecundidad, de las in- dustrias, etc., etc. Diremos más; según la tradición, Huitzilopoxtli, el verdadero dios nacional, «el más temido y el más amado,» fué hijo de una mujer de carne y hueso, sacerdotiza de Coatlán, ni siquiera de una diosa. En un pueblo que tan intensa y pro- fusamente deificaba a la mujer, era lógico que ésta ocupara respetable jerarquía social.

La vida de la mujer azteca era pintoresca e in- teresante: el nacimiento de las criaturas femeninas estaba presidido,como ya dijimos,por la divina «mu- jer doble», cuya imagen, generalmente tallada en piedra, estaba situada cerca del petate, si la casa era humilde, o de las ricas mantas palaciegas de al- godón tejido y bordado con primor, que formaban el lecho de la enferma, así como las ofrendas y vo- tos que se hacían a la diosa por el buen éxito del alumbramiento. Terminado éste, la comadrona cu- ya pericia aparece realmente maravillosa al juzgarla a la luz de los conocimientos actuales, colocaba a la recién nacida en una pequeña cuna, efectuando en- tre otras ceremonias rituales, la de poner en sus ma- necitas un minúsculo telar, una rueca diminuta, pe- queños utensilios de cocina y otros menesteres do mésticos con lo que se consideraban consagradas

fas futuras atribuciones femeninas de la chiquilla^ No se oía nombrar en aquella época a Luisas, Mercedes o Elenas, ni a Sinforosas, Petronilas o Atenodoras. El nombre que hoy llamamos cristiano se daba a la mujer tomándolo generalmente de la naturaleza, con lo que un grupo de esas dulces vír- genes morenas, era una égloga viviente: «joya pre- ciosa», «avecilla que remonta el vuelo», «corriente mansa y cristalina», «brisa fugitiva», «flor perfu- mada» eran nombres corrientes en aquel

entonces.

La mujer azteca presentaba tres aspectos deri- vados de tres tendencias concurrentes: era mujer de hogar, mujer religiosa y mujer social. De la madre recibía las más estrictas enseñanzas morales y los más amplios conocimientos domésticos; en el padre admiraba las dotes de alto civismo y virilidad que hicieron de los aztecas el más cohorente núcleo so- cial prehispánico del siglo XVI y explican su volun- taria y casi total exterminación, cuando la patria fué arrollada bajo las plantas castellanas; los sacer- dotes le inculcaban fe, esperanza y temor por los altos destinos. Fué entonces capital virtud femeni- na la honestidad, por más que, como en todas par- tes, existían las mujeres de placer, en la inteligen- cia de que las tales, no eran generalmente mujeres casadas. La monogamia estaba generalizada, pues solamente el «tecutli» o emperador y probablemen- te algunos nobles acomodados, mantenían concu- binas secundarias, ni más ni menos que hoy lo ha- cen oficialmente en Turquía, el Comendador de

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los Creyentes y altos dignatarios y en México, pri- vadamente, todo hijo de vecino que puede afrontar el alza de los cereales para la casa grande y para la «chica». Entonces, como hoy, el marido era el ulti- mo conocedor del desacato, pero éste se publicaba luego de ser descubierto por cualquier noble o ple- beyo y despertando la indignación popular, nacio- nal, pudiera decirse, hacia que la pobrecilla culpable, caída bajo inexorable ley penal, fuera indefectible- mente lapidada por la multitud, hasta que exhalaba el postrer aliento. Era un pueblo que rendía culto al aseo y si los muros de los palacios pusieron admira- ción en los con quistadores, por aparecer «blancos, bri- llantes y pulidos, como láminas de plata»; la limpie- za de hombres y mujeres no iba en zaga; es cierto que los ritos obligaban a los sacerdotes a no intimar con el agua por algunas temporadas, cosa frecuente en la antigua gente de iglesia, siendo oportuno re- cordar que de igual modo pensaban los padres y as- cetas de occidente, cuya santidad correspondía al número de «cotas de mugre» que acumulaban. Es sí, muy sensible, que los indígenas que residen en nuestros grandes centros los de los campos per- sisten en su limpieza hayan olvidado las viejas tradiciones higiénicas, para poner en práctica el pro- verbio medioeval con tanto amor adoptado en Mé- xico: «la corteza conserva el palo.»

A la competencia culinaria de las mujeres az- tecas, debe nuestra actual cocina platillos delicio- sos: mole de guajolote, chilaquiles, tamales, enchi- ladas, manchamanteles, pato en pipián; quesadillas

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de cuitlacoche, tortas de ahuahutle, salsa de hua*

camole, nopales navegantes, pozole, tacos de juil

bebidas nutritivas como atole, chile-atole, chocolate y otras, amén del discutido pulque, cuyo descubri- miento atribuye la tradición a la famosa Xóchitl.

Las labores manuales femeninas, alcanzaban gran perfección artística: hilados y tejidos eran de dibujos tan bellos y originales que actualmente se reproducen en el país y en el extranjero, por lo in* superable de su estilización; famosos mosaicos de pluma que maravillaron a sus Majestades Católicas; finísimos tejidos en palma, de los que son burdas imitaciones los petates de hoy en día y muchas otras labores ocupaban la atención de la mujer, no debiéndose olvidar que a los hombres les estaban señalados de preferencia los azares de la guerra, las tareas agrícolas y demás atribuciones propiamente masculinas.

La educación social de las jóvenes, ofrece gran interés: no aprendían lenguas extranjeras (tarasco, maya, etc.) ni arquitectura, ni astrolo- gía, ni otras profesiones que hoy llamamos libres. En cambio, acudían al «Cuicoyan», notabilísima institución oficial, donde se enseñaban bellas ar- tes y buenas maneras. Allí se iniciaban en la mú- sica, aprendían danzas y cantos religiosos y pro- fanos y comenzaban a tratarse públicamente los jóvenes de ambos sexos, originándose futuras re- laciones amistosas y castos amores que más tar- de habían de consagrarse; virtuosos varones hacían de preceptores en el Cuicoyan. El Padre Duran y

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otros fieles cronistas de México Precolonial, relatan favorablemente sorprendidos, cuanto se refiere a es- ta singular academia.

Educándose así, crecían las doncellas, hasta que al alcanzar determinada edad, abandonaban la casa paterna, para ingresar al Calmecac (algunos autores indican que sólo las jóvenes nobles.), depen- dencia del Gran Templo, en el cual permanecían un año, iniciándose en los misterios de la religión que más tarde habrían de inculcar a sus hijos y pre- parándose convenientemente para el matrimonio. Parece que algunas permanecían siempre en el tem- plo por haber hecho voto religioso.

«Para el día de la boda dice Orozco y Berra se preparaba un gran convite. A medio día en- traban los convidados, dándoseles profusamente de comer, flores y pipas para fumar; cada uno de ellos ofrecía junto al fuego, algún don, según su clase, y los más pobres sólo maíz. Entre tanto en la casa de la novia, hacia la tarde, bañábanla, componiéndole

lo cabellos, vestíanla galanamente Colocada

sobre un petate cerca del hogar, los ancianos le ha- cían razonamientos para que supiera cumplir los nuevos deberes de su estado. Se colocaba una es- tera fina labrada de colores, cerca del hogar, que estaba encendido y cerca del cual había una vasija con copalli, delante de la estera algunas viandas. Llegada la desposada a la puerta de la calle. ... el novio salía a su encuentro, zahumándose uno al otro con braserillos en que se ponía copalli y tomándose por la mano, penetraban hasta la sala, sentándose

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sobre la estera, la mujer a la izquierda del varón. La suegra de la novia vestía a ésta un huipille. . . . la suegra del novio ponía a éste una manta anuda- da sobre el hombro. ... Se adelantaban las casa- menteras (mujeres oficialmente dedicadas a casar a la gente), y ataban la manta del novio con el hui- pilli (camisa) de la novia; era el acto solemne, el símbolo de que quedaban unidos a perpetuidad Ponían copalli (incienso indígena), en honra de los dioses. ..." La madre del esposo llegándose a su nuera la labava la boca, dejándole delante algunas viandas, entre ellas, tamales y mole. ... el esposo ponía en la boca de su consorte los cuatro primeros bocados de la comida, a lo cual correspondía, -po- niendo en la boca del varón los cuatro segundos bo- cados. ... Si en la cámara nupcial hallaban car- bón o ceniza, tenían por agüero de que no vivirían larga vida, al contrario de lo que pensaban si el en- cuentro era de un grano de maíz u otra semilla » Podrían escribirse volúmenes sobre la mujer azteca,representante de la mujer indígena, pero cree- mos suficiente lo expuesto hasta aquí, para demos- trar la importancia de nuestros antecedentes feme- ninos precoloniales, que, como dijimos en un princi- pio, mucho influyen en el carácter y en la natura- leza de nuestras mujeres contemporáneas.

La hujer Sierua

La tesis principal de este artículo, ya expuesta anteriormente, es que «en México existen menos

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mujeres siervas y feministas y más mujeres feme- ninas que las que debía de haber, dado el estado cultural, atribuido a nuestro país,» tesis cuya legi- timidad vamos a demostrar, pues deploraríamos que se la tildara de pedante o dogmática: Hay menos siervas que las que debían existir proporcional»! en- te a la población analfabeta, porque no todas las mujeres analfabetas son siervas; nuestras mujeres indígenas, que forman el grupo femenino más nu- meroso de México, no saben leer ni escribir, pero conservan más intensa y fielmente que los mismos hombres, una gran herencia de hábitos, tendencias y educación, legada por sus antecesoras precolonia- les y éstas, como arriba hemos procurado demos- trar, no e>an siervas, sino mujeres dignamente con- sideradas por sus contemporáneos. Naturalmente que las mujeres indígenas descendientes de las que en tiempos anteriores a la Conquista eran ya sier- vas, por pertenecer a las tribus primitivas de que hemos hecho mención, es probable que sigan sién- dolo mientras no cambien para ellas las condiciones del ambiente social; las mujeres actuales de los la- candones, seris, etc., etc., no pueden ser, en efec- to, otra cosa que siervas.

La servidumbre de la mujer de México, depen- de directamente del grado de inmoralidad de sus familiares y relaciones masculinas más que de su alfabetismo, raza y clase social. Son igualmente siervas la infeliz tortillera que recibe de su empul- cado hombre dos o tres palizas cuotidianas y la al- tiva dama cuyo esposo acostumbra penetrar en la

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alcoba a las luces del alba, bien cargado de razones y de «coktails». Es de notarse que en cuanto los braceros campesinos indígenas, cruzados o blan- cos— llegan a nuestras poblaciones en busca de tra- bajo, acompañados de sus familias, sus mujeres, ori- ginalmente femeninas, se tornan con frecuencia en siervas, merced a cierta alquimia social., fruto de los atracones de civilización que con un criterio fatal se dan sus esposos, que antes eran «incultos», según las estadísticas oficiales. Hay siervas por amor, hay siervas por fanatismo, hay siervas por necesidad y hay siervas por. . . . tontería, con perdón sea dicho de su majestad la Mujer.

La Mujer Feminista

Hay menos mujeres feministas que las corres- pondientes al sumando de la población culta, fuente predilecta del feminismo en todos los países, porque desde luego, es infinitesimal entre nosotros, esa población culta, si se le considera con el mismo criterio europeo con que se juzga y califica a la lla- mada inculta. Si una mano mexicana y una extran- jera manejan el rasero sociológico, resultará segura- mente que para la primera existe una amplia y só- lida cultura nacional, más o menos defectuosa, falta de método y encubierta, pero existente, que es lo esencial y que nuestras mujeres femeninas se cuen- tan en una gran proporción que pronto será notable mayoría, en tanto que para la segunda somos in- cultos y nuestras mujeres, virtuosas, laboriosas, su-

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fridas, pero. . . . pobrecillas .... ¡siervas! ¡Qué le hemos de hacer!

Entre nosotros, el feminismo no se acentúa en razón directa del progreso material e intelectual, ni de la competencia económica, como se observa en otros países, excepción que consideramos lógica- mente explicable, si se atribuye a nuestros tantas veces citados antecedentes femeninos: la mujer in- dígena fué siempre sierva o femenina; la mujer es- pañola, venida a México, ha sido exclusivamente femenina. Lógico es que nuestro feminismo sea mi- croscópico; lo contrario, sería de extrañar.

Erróneamente, se califica de movimiento femi- nista, la tendencia que se ha venido intensificando en la mujer mexicana, de procurarse bienestar por misma y de manera honesta cuando no pueden suministrárselo sus familiares. Ese modo de pensar, o mejor dicho de no pensar, es característico de los mexicanos que todavía padecen celos cavernarios; la mujer mexicana, debe decirse muy alto, no pier- de su índole femenina, al transformarse en meca- nógrafa, «médica», «abogada», dentista o depen- dienta; por el contrario, en esas mujeres debe ala- barse que, además de permanecer femeninas, hayan tenido la entereza de afrontar el sacrificio que im- pone la intensa labor diaria. Nuestro respeto más profundo para esas mujercitas de alma tan grande. El feminismo no está en la ocupación, ni en la pro- fesión, sino en el carácter; debiera denominarse «masculinismo», porque es la tendencia que tienen algunos mujeres de masculinizarse en hábitos, en

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ideas, en aspecto, en alma y . . . . hasta físicamente, si estuviese a su alcance conseguirlo. El sobresalir por cualquier concepto entre las demás mujeres, tampoco entraña feminismo: sor Juana Inés de la Cruz, no sólo descollaba con respecto a las mujeres, pues ilustres varones de letras envidiaron sus talen- tos y sin embargo era la quinta esencia de lo fe- menino. Por último, ¡a energía, el valor, la decisión, no están excluidos del carácter femenino: la invicta Corregidora de Querétaro y la heroica Leona Vi- cario, fueron esposas ideales para Domínguez y Quintana Roo. ¿Cuáles, pues, son las mujeres fe- ministas? Espinosa y comprometida es la

contestación. . . . fuera preferible entrevistar a una

veterana sufragista londinense diría más y

mejor, en dos palabras, que nosotros en veinte plie- gos .En México, hay pocas, muy pocas, es

cuanto podemos declarar, en nuestro carácter de es- clavos paladines de nuestras mujeres .... ¡aun de las feministas!

La Mujer Femenina

¡Surjan de viejos arcones tallados, arreos de gala; proclamen grandezas mil clarines de oro; im- pongan recogimiento sonoras campanillas de plata; tiéndanse brocados de seda y oro; vengan flores de todos los jardines! ¡las mujeres femeninas aparecen! Madres, esposas, novias, hermanas, amigas, están ahí. Volvamos el rostro para mirar si algo ha que- dado en el mundo .... ¡Aparece desierto! ....

Osé

Las minas, los bosques, los campos labrantíos, las industrias, y las escuelas, nos harán progresar, pero más que todo eso, contribuirá a la futura gran- deza de la nación, la obra de la mujer femenina, que será al mismo tiempo piedra angular y clave mag- na, base y coronamiento del maravilloso edificio.

Existiendo, según hemos visto, menos siervas y menos feministas, que las que leyes empíricas señalan en el número total de nuestras mujeres, se deduce como consecuencia positiva y de compro- bación aritmética, que, en cambio, debe haber, co- mo hay en efecto, una más alia proporción de mu- jeres femeninas. Hemos razonado extensamente so- bre la herencia social de la mujer femenina, como una de las causas primordiales de su gran propor- cionalidad. Examinemos ahora causas complemen- tarias presentes, veamos cuáles son sus caracterís- ticas actuales:

Lo que en síntesis, hace exepcional a nuestra mujer femenina, es su innata aptitud para cones- tar, para refundir armónica y fructíferamente, ca- racterísticas que o son antagónicas o se excluyen entre o coexisten en dirección paralela, pero que casi nunca convergen: Vive a la vez cerca de la tierra y cerca del cielo, en lo natural y en lo artifi- cial, con la materia y con el alma. AnalLémosla desde el punto de vista material, como hembra, fría- mente, sin prejuicios caballerescos: si esposa, es apa- siona ia, exclusivista, más o menos celosa; enemiga de todo artificialismo en las relaciones íntimas, sin dejar de modelarse al criterio marital del esposo;

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vive instintivamente convencida y respetuosa de la sagrada y trascendente participación que le co- rresponde en la generación y continuación de la vi- da; casta después del matrimonio, con la sencillez con que debe haber seguido siéndolo nuestra ca- lumniada madre Eva, tras de haber ingerido la ino- fensiva pero escandalosa manzana; fiel observadora de las funciones naturales de su sexo, no las exa- jera, ni las extravía, ni les pone freno forzado. Aún en la mujer caída es notable ese funcionamiento naturalista, pues son muy contadas entre estas po- bres criaturas las verdaderamente corrompidas por hondas malicias y perversiones sexuales, razones por las que a los extranjeros viciosos y a nuestros «jóvenes dorados» que regresan de «París de Fran- cia.» se les antojan sosas y desabridas. Cuando es madre, presenta la mujer femenina imperial florón de virtudes y cualidades: connaturalizada con los hijos parece que sigue unida a ellos por tangibles lazos materiales, reflejándose en su organismo los sufrimientos que padecen como si todavía los lle- vara en el seno. El sacrificio por los hijos, no es en ella, sacrificio ni obligación, sino supremo goce. Anhela posesión de salud cabal, porque de ella de- pende la de los hijos futuros. El bienestar, la fuer- za, la belleza física, la plenitud de vida actual y fu- tura de los hijos, constituyen su deseo capital, el objeto primordial de sus desvelos. ¿Qué significa todo esto, pensándolo con criterio etnológico? Nada menos que la floreciente conservación del individuo y de la especie, su desarrollo vigoroso y una futura

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vida de potentes actividades. Cuando México sea una gran nación, lo deberá a muchas causas, pero la principal habrá de consistir en la fuerte, viril y resistente raza, que desde hoy moldea la mujer fe- menina mexicana.

Examinémosla ahora, abstractamente: ¿Cuáles son su ética y su psicología? ¿Cómo mira, siente y expresa, las cosas del alma, del corazón y de la in- teligencia?

Sólo esbozaremos lincamientos superficiales; pretender lo contrario sería como criticar la Suma de Sto. Tomás en media hora. Nuestra mujer fe- menina, no tiene alta instrucción, pero conoce, sabe ver la vida y sus acciJentes, aquilata lo bueno y lo malo, lo justo, y lo injusto; hace fácil y factible lo que le es útil o conveniente y obstaculiza lo que puede serle perjudicial y nocivo. Tan clarividente habilidad, es fruto de la gramática parda que impor- tamos de España y de la astucia indígena. Envuel- ve todo con las dulces mieles de su gran corazón: su diplomacia es cristiana no maquiavélica.

La mujer precolonial, fué profundamente faná- tica en su religión pagana; la colonial era— como fruto de su tiempo exageradamente piadosa e in- tolerante; la mujer femenina de nuestros días tien- de a ser simplemente piadosa; cada día vive más cerca del buen Cristo que es manantial de amor y perdón, que del farisaísmo odioso, forjador de ana- temas, excomuniones y crueldades. ¿No es mejor que siempre haya tenido una religión más bien que una filosofía? ¿No es más sabia que nosotros al pen-

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sar así? ¿No consistirá en eso su secreto de vivir fe- liz o siquiera conforme y resignada, que es otra ma- nera de ser feliz? ¿No ha surgido novísimo movi- miento del mundo filosófico, hacia las esferas sen- timentales e idealistas que, en último análisis, for- man el dintel del mundo religioso y son la esencia del alma femenina?

No especula en ciencias, pero en almas. Su innata penetración psicológica maravilla sin ser pe- dante. Conoce a la primera ojeada el punto débil, el aspecto interesante, el momento [sicológico de las conciencias. Empíricos frenólogos han indicado, indirectamente, que nuestras mujeres como descen- dientes de las indígenas, tienen reducida capacidad mental aduciendo que su cerebro pesa más o menos gramos que el de la hotentota o la parisina y su án- gulo facial difiere en quién sabe cuántos grados y hasta minutos. Todo eso es palabrería hueca pues, en primer lugar, si se generaliza científicamente, no hay diferencias sensibles entre los cerebros de las mujeres; en segundo, pesan lo mismo pro- porcionalmente a su cuerpo que los de los hom- bres, quienes hasta hace poco habían usurpado el «trust» de la inteligencia y en tercero, está sufi- ciente y novísimamente demostrado que el volu- men y el peso cerebral, no influyen en la superio- ridad de las facultades intelectuales.

¿Por qué la mujer femenina, posee visiblemen- te desarrollado ese su famoso talento natural que también se denomina «sentido común», el cual tanto nos cautiva, así como a los extranjeros que la cono-

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cen de cerca? No sabríamos contestar, pues no de- biéndose ésto, como en el caso de sus demás carac- terísticas, a herencia de ninguna especie, yaquecs inadmisible la transmisión hereditaria de aptitudes mentales, sería difícil investigar las verdaderas cau- sas. No se generalice, por supuesto, hasta imaginar

que no existen mujeres cerradas de cabeza,

diremos así para conciliar la cortesanía con la ve- racidad.

Poetas chirles y críticos extranjeros que proba- blemente proceden de países fríos, disertan con fre- cuencia sobre las «tropicales mexicanas», sobre la ardiente sangre que corre en sus venas y los rayos de fuego que despiden sus ojos; encuentran incita- ción y voluptuosidad en sus movimientos, en sus miradas, en sus risas, en su voz y. . . . hasta en sus lágrimas. . . . ¡verdaderas odaliscas! Esto com- place un poquitito y ofende un mucho, pues tal pa- rece que hacen propaganda para que el Gran Turco vuelva hacia México sus ojos y surta sus serra- llos .... A esos poetas «tropicalistas» y a aquellos críticos que salen del refrigerador, hay que contes- tarles que andan desacertados cuando tal dicen: la mujer sierva, en especial la indígena, no es propia- mente voluptuosa, distinguiéndose más bien por su pasividad pasional y poco desarrollado erotismo. La mujer femenina siente más, pero puede medir me- jor sus instintos pasionales por gozar de educación social superior a la de aquella. La mujer feminista no es pasional o si acaso, con extravagante aspecto masculino, por lo que ponemos punto en boca, pues

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está convenido que nada referente a varones comen- taríamos en estas líneas.

Una mujer que con tan sabio y hondo instinto crea la familia y se constituye en esperanza de la raza, al mismo tiempo que hace florecer y ensan- charse de continuo en su alma soñadora, los sende- ros idealistas que conducen a la humanidad hacia el bienestar del espíritu, es la mujer suprema, la Mujer por excelencia. Así es la mujer femenina me- xicana.

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El Escudo Nacional

Una de las convenciones humanas más anti- guas, consiste en adoptar representaciones ideográ- flco-simbólicas de las características virtudes nacio- nales: la bandera y el escudo sintetizan lo que una nación es o cree ser. La bandera simboliza con sus colores las verdaderas virtudes de la raza: valor no- bilísimo, honradez, pureza, esperanza. ... El escu- do realza características que pueden o ser consi- deradas como virtudes, según el criterio de quien las juzgue: el valor exaltado hasta la ferocidad campea en casi todos los escudos; el león británico y el es- pañol, el dragón chino, el cóndor ecuatoriano, las águilas heráldicas de tantos países; todas esas ali- mañas sanguinarias cuyos oros y pedrerías refulgen en campo de polícromas sedas, no son más que ves- tigios ancestrales de cuando se aumentaban los te- mores enemigos, agregando a la natural agresividad

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y al propio empuje, arreos y disfraces de aspecto pavoroso. La destrucción es también motivo de pre- ferencia en los escudos, simbolizándola generalmen- te fusiles, cañones, espadas y lanzas. Es pues, más espiritual, más cristiana, la bandera que el escudo.

Nuestro escudo, con más derecho que el de al- gunos otros países, debiera tener verdadero carácter nacional: está foijado en el yunque de la Historia con el divino mazo de la Fábula, al sacro fuego del Arte; es de abolengo fastuoso a la vez que verídico; está dentro de la Belleza y de la Verdad.

En los pendones chinos llamea corruscante be- llísimo dragón, pero este dragón no existe ni ha exis- tido jamás. Los leones de Iberia y Gran Bretaña, son exóticos en estos países, nacieron en los jungla- res africanos y en los desiertos de Asia. El unicor- nio mitológico caracolea en las armas inglesas mer- ced a la venia de algún poeta o de un rey artista. El águila de nuestro escudo es indígena, no impor- tada; vive en él con fuero legítimo. Remotos pensa- dores y artistas de tez bronceada, aquellos estetas americanos que sentían la belleza y especulaban con la idea cuando la Conquista aún no llegaba, si- guieron absortos los raudos giros del ave imperial o la miraron épicamente posada en picachos enhies- tos. Y de ahí, de lo alto, trajeron a ese huésped majestuoso para hacerlo vivir en el arte, en la his- toria y en el cielo mítico de las tribus mexicanas. En nuestro arcaico escudo el águila no es fiera bru- tal, no encarna solamente fuerza y ferocidad, sino representa el poder noble y justiciero. Es el triunfo

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de lo que se eleva a la altura, de lo divino, del Bien (el águila), en su eterna pugna con el Mal (la ser- piente).

Sin embargo, nuestro escudo carece de carác- ter nacional: hasta la llegada de la Conquista, el Águila y la Serpiente aparecieron en alhajas, códi- ces, penachos, estandartes y relieves murales con la suntuosa originalidad hoy mal comprendida que caracteriza al arte prehispánico. De entonces a la fecha, el escudo se ha transformado, artística- mente, en algo que se antoja fragmento de decora- ción teatral: las águilas de las banderas que nos en- vían fábricas de ultramar no son siquiera decaden- tes águilas napoleónicas o romanas, sino símiles degenerados de cromos y pinturas detestables. Las cinceladas o fundidas en fornituras metálicas que ha usado el ejército, llevan generalmente aparejado algún «made in Germany» que hace repulsivo in- tentar su filiación artística. Durante el imperio de Carlos V y más tarde bajo Maximiliano, se introdu- jeron en México, águilas que tendían al tipo de es- tilización austríaco, siendo notable que esa exten- sión de arte exótico llegó hasta los últimos salvajes rincones de Tepic y Jalisco, pues todavía los indios huicholes que allí viven, decoran sus telas de lana y algodón con el águila de dos cabezas (i), influen- ciada técnicamente por el gusto aborígene. Los in- surgentes eran hombres gloriosos y venerados, pero su época no fué de florecimiento estético y menos en este capítulo, pues al contemplar casi todos los

(i) Colecciones etnográficas del Museo Nacional.

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escudos de entonces, no sabría decirse si el pajarra- co que está batiendo las alas en contracción espas- módica es águila, harpía o gallo de combate. En la época Colonial no existió el actual escudo y en las contadas ocasiones que aparece el águila, como caso de persistencia artística o reaparición esporádica» rivaliza con las anteriores por su pseudo-convencio- nalismo, pues mejor semeja mochuelo de Castilla, que águila Imperial (2). Y no se crea que hoy en día nuestro «estetismo patriótico» se haya depura- do: examínense las águilas impresas en los docu- mentos oficiales, las grabadas en billetes de Banco, las troqueladas en la moneda y se verá que no son bellas obras realistas, ni convencionalistas, ni estilis- tas. ... ni siquiera cubistas. No son obras de arte, sino diseños industriales, dibujos mecánicos, águilas inertes sin expresión ni vida, copias de segunda mano, originadas en algún ejemplar disecado, que la polilla hizo deforme.

En resumen: nuestro escudo lució profusamente su originalísima belleza desde los tiempos fabulosos hasta la llegada de la Conquista, que abolió su uso por trescientos anos, al cabo de los cuales reapare- ció, pero ya no ricamente estilizado y nacionalista como lo fuera antaño, sino exótico y vulgar, según lo hemos descrito en líneas anteriores'

Esa fatal transformación se debe a dos causas principales: Primero a que nuestras manifestacio- nes de arte han sido muy pobres y desprovistas de

(2) Medallas y documentos del siglo XVIII.

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carácter nacional en la época moderna, siendo bien sabido que el suntuoso legado que recibimos de belleza Colonial y Precolombina, comenzó a decaer lastimosamente, en los albores del siglo XIX. En seguida, a que las composiciones de nuestro escudo fueron casi siempre proyectadas y ejecutadas por industriales y no por artistas y claro es que a los amantes de lo bello, no convence el criterio estético industrial.

Antes de abordar lo que es tendencia y objeto principal de este artículo, se impone traer a cuento algunos antecedentes relativos al águila mexicana desde los puntos de vista zoológico, histórico y artís- tico: el águila, aparece profusamente entre las ma- nifestaciones artísticas de las antiguas familias me- xicanas no obstante que sólo existe en pocos esta- dos de la República. Efectivamente, en México sólo se conoce el Águila Crysaetos de Linneo, llamada Cuahutli por los aztecas, «Águila Real» en deno- minación vulgar, y «Águila Dorada» por algunos naturalistas.

La interesante obra «La Creación» (Vol. III pág. 21 1), hace la siguiente descripción de esta es- pecie:

«El águila dorada, Aquila Crysaetos, es más esbelta que las águilas Fulva e Imperialis, según puede observarse principalmente en el animal vivo; tiene la cabeza más pequeña y las alas y la cola más hargas; pero esta última no está cubierta del todo por aquéllas. El macho mide i metro de largo por 2m 40 de amplitud de alas; la hembra im 05

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por 2m 50 respectivamente; el ala plegada es de unos om. 77 y la cola tiene om. 36 a o m. 40. El ave adulta tiene el plumaje más claro, sobre todo en el pecho, en las nalgas y en las cobijas inferio- res de la cola; en la espaldilla existe una mancha blanca. La cola es de un gris ceniciento parduzco, con anchas listas negras transversales, irregularmen- te dispuestas; la faja terminal es más angosta que en la especie anterior («aquila fulva»). Sólo las dos pennas caudales externas se acortan un poco; las otras tienen el mismo largo; la parte inferior del ala es obscura y no tiene señal alguna de blanco.»

Dugés halló esta águila en Durango, Tower en Guanajuato y Bullock en regiones más septentrio- nales.

El vulgo cree, intuitivamente, que nuestro es- cudo está legítimamente apropiado y se originó en el más remoto pasado nacional, en tanto que per- sonas de mayor ilustración, pero desorientadas por la deficiencia de nuestro material histórico, lo ta- chan de inapropiado por localista, aduciendo que únicamente es adaptable a la Ciudad de Tenoxti- tlán, denominación antigua de la capital de Méxi- co. Entre las opiniones más autorizadas a ese res- pecto, citaremos la siguiente que aparece en el Dic- cionario Geográfico (1): «el más antiguo y autoriza- «do de los monumentos que nos dan aquel origen «(el del escudo), es la pintura geroglífica que repre- «senta la fundación de México; obra auténtica- y de

(1) Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los E. U. M., Vol. I, pág. 250, artículo «Armas de México».

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«invención y ejecución mexicana, conservada en la «estampa primera de la colección Mendoza (Kings- «borouhg, Antiquies of México, etc., tomo 1) llama- «da así por don Antonio de Mendoza Descu- bierto el terreno que sirvió de primer asiento a los «fundadores de México, de la manera referida en el «artículo Axolohua, el intérprete del Código Men- «docino lo describe en los términos siguientes: En «esta ocasión estaba todo anegado de agua, con «grandes matorrales de enea, que llaman «tuli» y «carrizales muy grandes a manera de bosques. Te- «nía en todo el espacio del asiento una encrucijada «de agua limpia y desocupada de los matorrales y «carrizales, la cual encrucijada era a manera de as- «pa de San Andrés según que en lo figurado (en la «estampa) hace demostración. Y casi al fin y me- «dio del espacio y encrucijada, hallaron los mexi- «canos una piedra grande o peña honda, encima un «tunal grande, en dcnde una águila caudal tenía su «manida y pasto, según que en el espacio de él es- «taba poblado de huesos de aves y plumas de di- «versos colores. ... y dando principio al origen de «su asiento y población, fué determinado por ellos «dar título al lugar llamándole Tenoxtitlán por ra- «zón y causa del tunal producido sobre la piedra». En este juicio, como en otros muchos, el vili- pendiado vulgo está más cerca de la verdad, que sus impugnadores; es la tribu azteca, fundadora de Tenoxtitlán, quien dio origen al escudo mexica- no. Muchos siglos antes, ya aparecía en la obra ar- tística indígena la composición del águila y la ser-

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píente o el águila sola: el arte de «los pueblos», el de Chalchihuites o transitorio, el Tarasco, el Zapo- teco, el Maya y otros varios, que ya estaban en de- cadente desintegración cuando todavía los aztecas no llegaban al valle de México, ofrecen la represen- tación nacional. Otro argumento consiste en que los aztecas traían ya del lejano Aztlán la fábula del águi- la y la serpiente como pretexto para establecerse en nuevas regiones. Examínense los códices, los monu- mentos arquitectónicos, y la cerámica y otros ob- jetos de las familias prehispánicas y se hallará una comprobación objetiva de lo expuesto. Por último, estudíense investigaciones que sobre temas relacio- nados con el que es objeto de estas lineas, han he- cho autorizados especialistas modernos, (i)

Seler dice que los mexicanos distinguían varias clases de águilas, siendo la más grande la «cuauh- tli» o «picigatao» de los zapotecas. Además, una águila de color gris y otra que presenta tiras trans- versales negras en fondo claro y que probablemen- te será la «itzcuauhtli». Como ya dijimos no existe más que una especie de águila en México, por lo que es de presumirse que los mexicanos considera- ban con el mismo carácter a los gavilanes, aguilillas y otras aves de presa análogas, las cuales se encuen- tran en todas \?s regiones del país.

Artistas de la forma y de la idea anteriormente vistos como quijotes de una cruzada imposible y

(i) Artículo «El Águila» (Der Adler) publicado en Zeitschrift für Ethnology iqoq, Pág. 7S4, por el Dr. Eduardo Seler.

hoy considerados como precursores de un gloricso renacimiento vernáculo, han intentado obra de arte nacional. ¿No seria patriótico que coadyuvaran esas nobles tendencias para competir en la creación de una alta obra de arte que simbolice el escudo na- cional? (i)

i Este articulo es extracto de otro publicado en la Rez'tsta de Re- vistas correspondiente al 5 de Diciembre de 1015..

La Capacidad del Trabajo

Muy debatida es la cuestión que entrañan las relaciones entre el capital y el trabajo, en casi todos los países, pero en ninguno de ellos alcanzó hasta la fecha resolución satisfactoria, no obstante que al estudiarla se consideraron concienzudamente todos sus antecedentes. Como ejemplo pueden mencio- narse las recientes huelgas norteamericanas, ingle- sas y españolas.

La resolución de ese problema ofrece en Méxi- co dificultades todavía más serias, ya que no ha si- do considerado en todos sus aspectos y antece- dentes.

Suponemos suficientemente conocidos de nues- tros lectores, principalmente de los especialistas, los motivos que hacen desconocer aquellos aspectos y antecedentes, así que sólo nos referiremos en estas líneas a uno de ellos: «la capacidad del trabajo.»

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Para calcular los salarios que justamente deben asignarse a la mano de obra empleada en una nue- va empresa, para disminuirlos o aumentarlos en una empresa ya establecida; para investigar las causas de progreso, de paralización o de retroceso, de los centros fabriles; para estimar las posibilidades de producción industrial, agrícola, minera o de cual- quier otro género en un país o en una región, es in- dispensable conocer previamente la «capacidad de trabajo» de los trabajadores empleados.

La capacidad de trabajo se justiprecia en can- tidad y calidad, existiendo por supuesto en cada país una producción tipo, que varía con la natura- leza del trabajo mismo, con las condiciones fisiográ- ficas y biológicas regionales y por último y princi- palmente, con las características, étnicas, psíquicas y económicas de las respectivas poblaciones. ¿Por qué medios podemos alcanzar en México el conoci- miento justo de lo que debe ser la capacidad de tra- bajo normal de los individuos en sus distintas ocu- paciones? Desde luego hay que considerar los an- tecedentes históricos, siendo lógico, que, por ejemplo, nuestros hiladores, tejedores, canteros, carpinteros, talabarteros, jarcieros, y otros trabajadores de abo- lengo precolonial o colonia!, estén en aptitud de producir más y mejor trabajo que aquellos que tie- nen una experiencia^más moderna como sucede con los fabricantes de implementos mecánicos e instru- mentos científicos, material eléctrico, cristalería, vi- natería, etc., etc. Esto es de observación ele- mental y tan positivo que dejamos a nuestros

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lectores el comprobar experimentalmente su ve- racidad.

En cuanto a la cuestión de raza que a renglón seguido debe considerarse, hay que advertir que lo que vamos a exponer adolece del empirismo, que por falta de datos y antecedentes, no puede menos de presentar entre nosotros tal materia. Desde el punto de vista de la capacidad de trabajo, pueden ser divididos los trabajadores mexicanos en dos gran- des grupos raciales: El que forman los individuos de raza indígena pura y aquellos de raza mezclada en quienes predomina en gran proporción la sangre indigena y 2o Los individuos de sangre original eu- ropea y los de raza mezclada en los que predomina en gran proporción la misma sangre. Los individuos del primer grupo son lentos y medianos generado- res de energías y esfuerzos pero, en cuanto a conti- nuidad, duración y resistencia de esfuerzos, sobre- pujan a los del segundo grupo. En apariencia su desarrollo muscular es inferior al de estes. Su ali- mentación es frugal y de régimen exclusivamente vegetariano teniendo por base el maíz y sus com- puestos. Los trabajadores del 2o grupo, pueden ge- nerar mayores energías que los del primero en un tiempo dado. Su desarrollo muscular aparente es mayor y su sistema alimenticio es mixto y más abundante. Debe advertirse que aun cuando no se han verificado observaciones científicas a este res- pecto, como serían la determinación dinamométrica de energías musculares, investigación químico-bio- lógica sobre suficiencia o insuficiencia alimenticia,

etc., etc., cualquiera puede comprobar prácticamen- te lo expuesto, con sólo encomendar la misma tarea, durante cierto tiempo, a un trabajador de raza indí- gena y a otro de raza blanca.

La causa que probablemente motiva más va- riaciones en la capacidad de trabajo, consiste en la diversidad de condiciones flsiográficas del territorio nacional, pudiéndose asentar que dicha capacidad presenta tantos grados como regiones distintas hay en la República: en efecto, la presión atmosférica, la precipitación pluvial, la temperatura ambiente, el estado higrométrico, etc., etc., hacen que, compara- tivamente, el cortador de henequén yucateco, el flachiquero de Apam, el cortador de guayule de Coahuila, el cortador de café de Córdoba y demás trabajadores regionales, ofrezcan diversa capaci- dad de trabajo acomodada a las características fi- siológicas y anatómicas impuestas por los respecti- vos ambientes locales.

La capacidad de trabajo está en razón directa de la situación económica de las clases trabajadoras en particular y de toda la población en general, pues o se acepta y se impone un criterio radicalmente socialista o se procura que el desarrollo sea inte- gral, es decir, que en equitativa y democrática pro- porción se fomenta el bienestar de trabajadores, bu- rócratas, profesionistas, capitalistas, de todos los elementos que, eu resumen, constituyen a la pobla- ción desde el punto de vista económico.

En vista de lo anterior y en pro de una más abundante y mejor producción de trabajo nacional,

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sugerimos que oficial y particularmente se empren- dan investigaciones de carácter científico, encami- nadas a determinar la capacidad normal de trabajo de los trabajadores mexicanos, tactor cuyo concurso es indispensable para la solución del gran problema que entrañan las relaciones del capital y el trabajo.

La Industria Nacional

Si se examinan datos sobre exportación de ma- terias primas y exportación e importación industrial, correspondientes a épocas de producción y explota- ción normal, se cae en cuenta, sin pretender emu- lar a Leroy Beaulieu, que nuestra industria es muy deficiente.

Poseemos inagotables yacimientos de los no- bles metales que dan vida a la industria moderna: hierro, cobre, plomo, antimonio, etc. . . .; abundan- tes combustibles: maderas, carbón vejetal, carbón

de piedra, petróleos, hidrocarburos gaseosos ;

materiales para construcción arquitectónica: már- moles, tecalis, ónices, canteras policromas. . . .; me- tales ricos: oro y plata. . . .; tierras para cerámica y vidriería: barros, kaolín y silicatos; gemas preciosas: perlas, turquesas, esmeraldas y ópalos. . . .; nume- rosas fibras: henequén, pita, xixe, palma. . . .; pie-

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les y carnes superiores de ganado doméstico y sil- vestre; gomas elásticas: hule, chicle ....

Poseemos, en resumen, todo aquello que puede hacer del país uno de los primeros productores in- dustriales en el mundo.

Además, son proverbiales en México y en países extranjeros las aptitudes del obrero me- xicano.

¿Si la materia prima es abundante, la mano de obra competente y el combustible profuso y varia- do, a qué se debe el estancamiento de nuestra in- dustria que debiera depender directamente de esos factores?

Desatendiéndonos de lo referente a dificultad de comunicaciones, deficiencia de relaciones mer- cantiles internacionales y otras consideraciones que también afectan, aunque en segundo término, a tan interesante cuestión, abordemos otras de más tras- cendencia.

El error fundamental consiste en haber inver- tido el carácter de la producción industrial: En vez de haber fomentado de preferencia las industrias nacionales para después implantar gradualmente las de origen extranjero, se desdeñó a las primeras concediéndose especial atención a las segundas, con lo que la producción de carácter nacional fué debi- litándose hasta hacerse deficiente, mientras que la de carácter extranjero no ha podido extenderse ni desarrollarse, no ha sido producida, comprendida ni consumida suficientemente, por razón de su exotis- mo, de su rápida imposición y de la escasez de obre-

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ros que hubieran adquirido experiencia bastante en centros industriales extranjeros.

Consideremos ambas industrias en las siguien- tes líneas.

La industria nacional típica. Es de rancio abolengo; ahonda sus raíces en el pasado más re- moto. Dicen crónicas fidedignas que cuando en la corte de los monarcas católicos, emporio universal de artes, industrias y ciencias, aparecieron objetos de la industria indígena, se alzaron clamores de ad- miración que aquilataban méritos de valía: mosaicos de pluma polícroma, mosaicos de ricas gemas; amu- letos y figulinas de obsidiana, jade y cristal de roca; filigranrdas joyas de oro y cobre, pieles adobadas con primor; tallas en madera y roca y otras mil ce- sas que sería cansado enumerar, parecieron a los cronistas de la época comparables y en algunos ca- sos superiores a las que entonces se producían en Europa.

Durante la época Colonial, las industrias euro- peas fueron implantándose lenta, evolutivamente, hasta fundirse y combinarse con las indígenas, por lo que al finalizar el siglo XV11I y a principios del XIX florecía una industria nacional de múltiples y típicas manifestaciones: la porcelana, que era origi- nalísima, se derivó especialmente de tipos chinos y españoles, hábilmente interpretados e influenciados por la aptitud y la experiencia que eran tradiciona- les en los ceramistas indios. En el preparado, en el repujado y en la decoración de pieles para montu- ras, muebles y tapices, rivalizaron, hasta fundirse

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a la postre, las enseñanzas moriscas que traían los conquistadores y las genuinamente mexicanas, de remoto origen. Las lacas para objetos y muebles, compitieron ventajosamente con las de más selecta producción china y japonesa. Las filigranas de oro y plata eran tan bellas y sólidamente acabadas co- mo las italianas. Las incrustaciones en metal hicie- ron de Amozoc el Eibar mexicano. De las mantas del Saltillo no sabría decirse si eran más hermosas que durables o viceversa. Hilados, deshilados y te- jidos de lana algodón y seda; palma y zacate teji- dos y trenzados. Esas y muchas otras industrias, hacían de la Nueva España el primer emporio in- dustrial de América.

Esa típica y vigorosa industria nacional habría evolucionado, se habría fundido con las nuevas in- dustrias extranjeras, haciendo de México actual un país industrial, si no se hubiese invertido, como an- tes dijimos, el carácter de la producción industrial. En efecto, al hacerse fáciles las comunicaciones con Europa y Estados Unidos durante el siglo XIX, in- dustrias extranjeras aparecieron profusamente, pero en vez de intentarse la fusión de éstas con las na- cionales, como se había hecho con las españolas y las indígenas, después de la Conquista, se desdeñó, se postergó, se aniquiló la producción de carácter nacional, prefiriéndose incondicionalmente a la ex- tranjera. Y puede afirmarse que a no ser por el no- ble tradicionalismo de la raza indígena y de algunos otros elementos de nuestra población, que persisten tenazmente en conservar la decadente industria na-

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cional, produciéndola y consumiéndola, habrían ad- quirido las manifestaciones de ésta, carácter histó- rico.

La indiistria de carácter extranjero. Como

lógica compensación hubiera sido natural esperar que la industria de carácter extranjero floreciera en México en proporción directa a la decadencia de la industria típica, mas no sucedió así, pues ésta no obstante su estancamiento es más importante, ca- racterizada y profusa que aquella. En efecto, ¿en qué industria de carácter extranjero hemos llegado a distinguirnos o a alcanzar siquiera producción nor- malmente comercial que satisfaga las necesidades y gustos de la población? En muy pocas.

Citemos ejemplos:

Para darnos el lujo de fabricar papel mexicano, se gastaron millones de pesos, se instalaron maqui- narias complicadas, fueron interesados en la empre- sa magnates de la política y no se pudo ha- cer papel comercial, pues bien sabido es que de no haberse grabado exagerada e injustamente al papel extranjero, esto habría aniquilado en cantidad, ca- lidad y precio, al papel nacional.

Hay optimistas que dicen que la producción de cerveza es industria nacional, mas es fácil de- mostrar que tal juicio es erróneo: la cerveza de nues- tras fábricas es hecha con malta extranjera, con lú- pulo extranjero, con maquinaria extranjera, con ca- pital extranjero y lo que es más sensible, con per- sonal técnico extranjero, de manera que en esa cer- veza solamente son nacionales, el terreno dcnde se

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asientan las Fábricas, los obreros que la envasan y los estómagos que la consumen.

En cuanto a industrias mecánicas, se ha con- seguido hacer producciones aisladas que denotan gran competencia, pudiéndose citar como ejemplo la locomotora que se exhibe en los patios del Fe- rrocarril Mexicano, pero, desgraciadamente, esa má- quina sólo puede ser considerada como modelo de lo que podrá hacerse en el futuro y no como tipo de producción industrial normal.

En casimires^y zapatos se ha avanzado bastan- te, pues la producción es relativamente abundante y de buena calidad, requiriéndose para la completa nacionalización de esas industrias, que el uso del zapato y del casimir se extiendan ampliamente en las clases inferiores, las cuales impondrían gradual- mente sus gustos característicos al estilo de la pro- ducción. Huelga decir que para que esto suceda es indispensable la previa mejoría económica de aque- llas clases sociales.

En gracia de la brevedad de estos artículos, no seguiremos considerando las industrias de carácter extranjero, pero es oportuno hacer notar que és- tas nunca traspasarán con éxito nuestras fronteras pues sería ridículo pretender que compitieran con las legítimas, así que la producción de tales indus- trias está forzosamente limitada y medida por las necesidades del consumo interior, lo que no sucede con nuestras industrias típicas, que aparte del con- sumo nacional han tenido y tendrán siempre abier- tos los mercados extranjeros.

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En efecto, por rápido que sea" nuestro progreso industrial ¿cuándo podremos obtenefáxitos comer- ciales enviando casimires de San Ildefonso a Lon- dres, z ipatos de Zetina a Boston, sombreros de Tar- dan a New York, cerveza de Toluca a Munich y rieles de Monterrey a Pittsburg o al Creussot? En cambio, sombreros y esteras de paja y palma, ce- rámica, telas decoradas con motivos coloniales o pre- hispánicos, filigranas de oro y plata. . . . todos esos innumerables objetos de nuestra industria típica, pueden ser enviados y seguramente aceptados en el mercado extranjero, porque compiten favorable- mente en calidad y precio y llevan el sello de su in- disputable originalidad.

A este particular puede exponerse una obser- vación que hicimos hace algún tiempo: cuando han venido a México caracterizados industriales extranjeros, hemos procurado conocer directa o in- directamente su opinión sincera sobre nuestra pro- ducción industrial y unánimemente se nos ha con- testado que encontraban muy interesantes las in- dustrias típicas y les parecían caricaturescas las de carácter extranjero; que las'primeras podrían abrir- se amplio mercado en el exterior, en tanto que las segundas no serían tomadas en consideración.

La verdadera industria nacional. En_nuestro buen país, donde hasta el ambiente es mordaz y la ironía afección crónica, hay que mirar hacia atrás para poder seguir adelante: no se" mal interprete lo expuesto hasta aquí/ no se diga que, como vie- jecillas de sacristía, condenamos la moderna in-

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dustria científica, ya nos la envíen de Francia, Ale- mania, o Bélgica; tampoco predicamos naciona- lización industrial ridicula, como sería preferir las «trajineras» de Santa Anita a las lanchas de gasoli- na, los arcones coloniales a las cajas de Mosler, el cuerno de señales zapatista a la telegrafía inalám- brica, el «volan-coché» de Yucatán al Fiat vertigi- noso. . . . lejos de ello; pretendemos que industrias extranjeras se implanten profusamente en México, sin por eso trasponer y obstaculizar la formación na- turalmente evolutiva de la verdadera industria na- cional que debe ser fruto de la fusión entre la tí- pica y la extranjera. Proponemos en concreto: Que se procure hacer desaparecer o atenuar- se las ridiculas tendencias exóticas que nos ha- cen preferir incondicionalmente a la industria de carácter extranjero y desdeñar a la típica. Fo- mentar en primer término la producción de esta úl- tima a fin de que no sólo se amplíe su consumo en el país, sino se satisfaga y aumente la demanda que siempre ha tenido en el exterior. 30 Aplicar la tec- no-metodología de las industrias extranjeras a las similares típicas y procurar sensatamente la fusión de ambas, como se hizo espontánea y brillantemen- te durante el período colonial. 40 Enviara nuestros obreros a centros industriales extranjeros a fin de que incorporen a su tradicional aptitud industrial ex- periencias de carácter extranjero. 50 Establecer en países extranjeros exposiciones de~"productos~ típi- cos mexicanos y en México exposiciones de las nuevas industrias extranjeras que no conocemos.

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Hecho lo anterior no pondríamos reparo sino aplaudiríamos que se pretendiera implantar en México nuevas y múltiples industrias extranjeras pues va seremos aptos para comprenderlas, repro- ducirlas y nacionalizarlas.

El Nefalismo Yanqui y el Mexicano

Irónicamente llamamos a los E. U. el país del dollar. Estas palabras no se refieren a la proverbial riqueza de esa República, sino al modo de ser de sus habitantes cuya finalidad de vida consideramos, in- justamente, como poco espiritual, utilitaria, mate- rialista y «metalizada», con exclusión de cualquier otro móvil altruista.

Que ciertos países califiquen así a los E. U., será siempre exajerado, pero siquiera disculpable, por poseer esos críticos virtudes que no presenta el cri- ticado. Pero nosotros. . . . nosotros, debemos recor- dar el proverbio de «la paja en el ojo del vecino», porque, entiéndase bien, los mexicanos somos más, mucho más materialistas y metalizados que nues- tros vecinos los yankees. Y conste que no obstante ésto, sólo conseguimos apilar montañas de centavos, mientras que los hijos del «país del dollar» que, re-

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petimos, son menos utilitarios que nosotros, apilan montañas de dólares.

Procuremos demostrar lo expuesto, arrostrando de antemano los dicterios de antipatriotismo que nos apliquen patriotas de criterio cuaternario, po- bres retardados que se enorgullecen de la patria por- que es la primera productora mundial de pulque o porque posee el Caballito de Troya

Puede establecerse, sin incurrir en grave error, que la civilización europea arraigó y floreció en Mé- xico doscientos años antes que en los E. U. Era pues de esperarse que actualmente nuestras mani- festaciones culturales fueían tan amplias e intensas como las norteamericanas, pero sucede precisamente lo contrario, pues en tanto que los E. U. ostentan avanzadas etapas culturales, nosotros (i) a ese res- pecto, aún vacilamos entre la niñez y la adolescen- cia o tcdavia no abandonamos la lactancia, como es el caso de nuestros estimables- analfabetos. Esto, como todos los fenómenos de orden social, se debe a varias y muy complexas causas, de las cuales so- lamente mencionaremos algunas.

Desde el principio de la época colonial hasta nuestros dias, no nos hemos dedicado a hacer obra de cultura sino en proporción infinitesimal. En cam- bio, nuestras actividades íe han encaminado a la satisfacción de necesidades mateiiales, de vanidoso lujo y de acumulación de caudales; vivimos tras del «business», la «chamba» o el puesto que nos sumi-

(i) Nos referimos exclusivamente a la población mexicana de origen europeo.

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nistre dinero par satisfacer esa necesidad, esa vani- dad y esa avaricia. El fracaso ha sido completo, pues ni poseemos envididiables manifestaciones cultura- les, ni tampoco riqueza, como pudiera aparentemen- te suponerse dado nuestro utilitarismo y metaliza- ción.

En los E. U. se persigue al dollar con tesón, olvidándose de todo lo demás, pero cuando se está en posesión de él, se le emplea en respetable pro- porción creando, sosteniendo e impulsando obras pro-cultura y pro-humanidad. Rockefeller ha vivi- do persiguiendo y alcanzando millones de millones de dóllares y extorsionando al pueblo, pero en cam- bio, transforma cincuenta o cien de esos millones en un centro científico, la «Rockefeller Institution*, donde se labora de continuo por mejorar las condi- ciones de la humanidad. Ahí investiga Carrel hon- dos problemas biológicos, ahí se cultivan sueros re- dentores, se idean aplicaciones de la electricidad, se perfeccionan métodos agrícolas .... y como éste centro, hay cien, mil, en los E. U., bastando decir que las grandes universidades, institutos científi- cos, hospitales, etc., etc., han sido creados y son sostenidos por altruismo, de los cazadores del dollar, por los «metalizados» cuya sequedad de alma nos complacemos en pregonar.

Nosotros con excepción de uno por mil acumulamos nuestro dinero y cuanto más es éste, más tirantes, más codiciosos nos tornamos. Si se gasta, es en lujo, pero nunca en algo que favorezca el adelanto de nuestras manifestaciones culturales

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y en la consecución de nuestro bienestar social. ¿Cuándo, nuestros magnates han fundado desinte- resadamente, escuelas, institutos de investigación» academias artísticas . . . ? ¡Nunca! ¿No es altamente vergonzoso que habiendo faltado el apoyo oficial para el sostenimiento de los planteles de educación de esta capital durante el interregno zapatista, la sociedad no haya acudido en masa a prestar ese apoyo que faltaba?

Y no se crea que sistemáticamente culpamos a los hombres originalmente acomodados, pues la cul- pa es de todos: nuestros abogados, médicos, inge- nieros, arquitectos y otros profesionistas, que no son precisamente ricos, salen de la escuela llevando el título como un pendón en la lucha por el peso. Li- teralmente puede decirse que cambian por dinero los conocimietos adquiridos. Se conforman con ha- cer lo que les enseñaron a hacer, no intentan au- mentar su conocimiento, si el intento no es produc- tivo, no contribuyen desinteresadamente con su gra- no de arena para el adelanto de la ciencia o ciencias que estudian. Se explota la profesión, no se cultiva el conocimiento. En los Estados Unidos los profe- sionistas también tienden a ganar dinero, pero en cambio investigan y se perfeccionan en la ciencia de su profesión, por la ciencia misma. Podríamos men- cionar centenares de esos profesionistas americanos que han hecho trascendentales innovaciones en me- dicina, ingeniería, leyes, filosofía, etc., etc., no pu- diéndose decir otro tanto de los profesionistas me xicanos, si no es con rarísimas excepciones.

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Por supuesto que analizando íntimamente la cuestión, se comprende que lo que hemos expuesto es debido más que a los individuos, al medio y a las circunstancias que los rodean, sin que por esto se disculpe que erróneamente tachemos a los america- nos de utilitaristas y metalizados, ya que nosotros lo somos en mayor grado.

España y los Españoles

« . . . . pueden quedar seguros su Majes- tad el Rey de España y el pueblo Espa- ñol que el Gobierno de mi cargo se ha propuesto siempre dar garantías a las personas c intereses de la importante co- lonia Ibera, lo mismo que a nuestros na- cionales, sin distinción alguna. ... \ . Carranza. Julio de ioió.

(Este articulo fué escrito hace algunos meses.) No padezco hispanofilismo agudo. No vengo a defender a España ni a sus hijos que de sobra tie- nen plumas y cerebros que lo hagan a maravilla. Soy mexicanista. Emprendí antes y hoy prosigo haciendo obra pro nacionalismo. Soy insospecha- ble. Pero. . . . vengo por los fueros del sentido co- mún maltrecho.

¿A qué y por qué se zahiere a los españoles sistemática y sobre todo injusta e innecesariamen- te? Que éste y aquél y el de más allá, españoles canallas, sean merecedores de ¡a horca y hasta de

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la hoguera, santo y bueno; mas, en buena lógica, no encaja suponer que la presencia de esos mefíticos fulanos haga de la colonia hispana, charca inmunda.

No debe atacarse a las nacionalidades sino a los individuos. Dígase en buena hora: el «gachu- pín» X es un ladrón; H es fugado de Ceuta; mas no se cometa el crimen cobarde de insultar a los españoles cuando nos duele un colmillo o nos pica un insecto. El fusilamiento de los falsificado- res fué caso típico: salvo consideraciones de huma- nitarismo universal, la Colonia aprobó de corazón la medida y creemos que nadie intentaría macular con ese lodo lavado en sangre, el buen nombre español.

El movimiento se demuestra andando y la men- tira se derrumba desmintiéndola. Investiguemos por lo pronto con buena fe que es todo lo que se ne- cesita— si hay que renegar o nó, de nuestro paren- tezco español: hay patrioteros enfermos de ignoran- cia y «tricolorismo prehispánico», descendientes quizá de Cacamatzín, Topiltzin u otro «tzin», los cuales deploran la conquista de México, quisieran que no se hubiese efectuado, suponiendo que, en tal caso, nuestro país sería actualmente una pode- rosa nación indígena, ni más ni menos que el Ja- pón. Quienes así piensan, viven en el Limbo, pues desde luego, es infantil creer que México podía ha- ber permanecido sin descubrir indefinidamente, ya que, si Cristóbal, habrían surgido fatalmente otros Colones. Pero aun aceptando el milagro de una virginidad geográfica prolongada hasta hoy, esa nación, pintoresca e interesantísima, maravilla-

277 ría por su cultura artística, por su extraña mitolo- gía, por mil otras cosas; pero estaría expuesta a caer hoy, como en 1 521, en manos de cualquier conquis- tador, ya que todas esas bellezas no serían suficien- tes para defenderla de la fuerza, que ha sido y será la última de las razones. Nuestra debilidad sería pues, mayor que lo es actualmente.

Si, teníamos que ser ineludiblemente conquis- tados, queda por analizar el destino que nos cabría si otra nación en vez de España nos hubiera sojuz- gado. Luego de aclarado este punto, no antes, po- drá caber maldición o gratitud para el destino que nos puso en manos de Fernando e Isabel. Tres na- ciones aparte de España podrían habernos conquis- tado prácticamente en aquel entonces: Francia, In- glaterra o Portugal; habrá quien diga que también Holanda; pero no es eso de tomarse en considera- ción. Como colonia francesa, no habríamos perdu- rado, pues desde hace más de un siglo estaríamos vendidos, como la Louisiana, a los Estados Unidos o éstos nos habrían tomado y ya se sabe que el sis- tema colonizador de los «pioneers», era un tanto más radical que el de los conquistadores, pues con- sistía en perseguir al indio hasta extinguirlo, de ma- nera que para esta fecha, seríamos yankees hasta los tuétanos, cosa que de solo pensada enloquece a los mexicanos, incluyendo a los señores hispanó- fobos.

En caso de haber hincado sus garras en tierra mexicana el león inglés, ocurren dos hipótesis: o bien nos hubiéramos independido durante el siglo

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XVIII como parte integrante de los Estados Unidos o quizá continuaríamos bajo el dominio inglés que indudablemente respetaría costumbres, religión, etc., etc., pero no la soberanía, es decir, que viviríamos como los de Belize, étnica y nacionalmente híbri- dos. ^No es mejor ser libre con los vicios de España que esclavo con las virtudes inglesas?

Nos queda Portugal: Respeto y admiración abrigamos por los compatriotas de Camoens y su brillante historia nacional, pero, francamente, cree- mos— y podríamos demostrar la verdad de esa creen- cia— que a través de los siglos España ha sido supe- rior a Portugal, en Arte, Ciencia, Industria, Rique- za. ¡En todo! Y claro que, colonizados por él, sería- mos hoy menos de lo que somos, aunque quizá más arrogantes.

Si pues, esas tres naciones no podían habernos hecho más felices o menos ^desgraciados de lo que nos hizo España, sólo quedan por considerar los marcianos y los superhombres de Nietzche, pero desgraciadamente, todavía no se les hacía nacer

Absuélvase ya a España del pecado original de la Conquista. Las lamentaciones retrospectivas sólo cuadran comentando la biblia, en el caso de Jeru- salem y de su artista Jeremías. Cuando se mira ha- cia atrás, debe mirarse bien.

Eso en cuanto a la España que nos conquistó. Veamos ahora si es nacionalmente saludable guillo- tinar a sus hijos, los españoles que viven con nos- otros o hay que considerarlos humanamente, como a los demás extranjeros siquiera.

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La Cuestión de Raza

Economistas, sociólogos, etnólogos y otros se- ñores sabios, han dicho hasta la saciedad que la re- dención de México sólo se alcanzaría merced a la inmigración extranjera. Suponiendo que tal aserto fuera justificable— que es diszutible cabe pregun- tar: ¿qué inmigrantes deben traerse para evitar los fracasos que mostró la experiencia? alemanes, in- gleses, franceses, italianos y otros extranjeros, lle- gan al país con el pero de su idioma exótico y luego que amasan fortuna la llevan consigo a la patria de origen, si es que no establecen su hogar entre nos- otros. En este último caso, puede asegurarse que esos extranjeros cruzaron su sangre con la de mu- jeres de clase escogida o media, pero nunca o casi nunca, con mujeres indígenas, hecho significativo que no los proclama como inmigrantes ideales (ya que la población mexicana de sangre india se cuen- ta en mayoría) algo de lo cual se debe, o quizá todo, al prejuicio de considerar como raza inferior a la in- dígena. Los españoles en cambio, no han desdeña- do cruzar sin distingos su raza con la nuestra, desde Cortés hasta estos días. ¿A quién es lógico que es- timemos más? ¿A personas cultísimas, civilizadas, ultramodernas, pero que nos contemplan con la con- miseración, el aire protector y el desdén que se con- cede a inteligentes cuadrumanos de circo o bien a gentes quizá menos avanzadas pero que nos consi- deran humanamente y no temen que de su cruce 'J

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La Cuestión Económica

No comentaremos la laboriosidad de los espa- ñoles; cualquier chusco podría imaginar que adula- mos movidos por pesetejas gachupina?, así que, p3r el contrario, simplemente critiquemos con jus- ticia. Hay un grupo de hispanos que ha hecho labor verdideramente chocante para nosotros los mexicanos y ofensiva, cenagosa, perjudicial, para sus mismos compatriotas: nos referimos a los agio- tistas, causantes directos de que el « mueran los gachupines» de Hidalgo se haya transmitido de ge- neración en generación hasta estos días. El empe- ñero, el prestamista, el traficante de la miseria, es el hombre más odiado por el pueblo en todos los paí- ses. ¿Por qué entonces el español, que ha demostra- do saber trabajar en cualquier orden de actividades» permitió que los suyos monopolizaran el odio, la porquería y las ganancias de los empeños habidos y por haber en México. ¿No es cierto que actualmente los gruñDnes ex-empeñeros tienen ya cara de gente decente? Esa es la causa honda del encono popular que es el peor de los enconos. Con respecto a los aca- paradores, los hacendados, los negreros de naciona- lidad española, estamos de acuerdo en que los hay y deben ser aniquilados, pero no puede negarse que esas alimañas existen en igual proporción entre los mismos nacionales o los demás extranjeros, cosa que no podía ser de otra manera, pues de todo hay en la viña del Señor. Si no fuera así, habría basta- do con que la Revolución hubiese extinguido exclu-

m

sivamente a los españoles para hacer de México un ardín paradisiaco.

La Cuestión Política

Detestamos el filibusterismo de cualquier na- cionalidad que sea; algunos españoles mal alimen- tados y socialmente desconocidos, se afiliaron a to- dos los gobiernos pasados, repitiéndose con tal mo- tivo el eterno «clissé»: «gachupines entrometidos», «canallas», « ¡Oh los españoles ingratos!» y otras frasecillas de drama trasnochado. Hn cambio, cono- cemos americanos, alemanes, franceses, etc., etc., gentes de representación y no pobres diablos famé- licos, que han intervenido en la cosa pública, y sin embargo, nunca criticamos en conjunto a sus con- nacionales, ni menos a la nación a que pertenecen, limitándonos a señalarlos caso por caso. ¿Es porque las corazas, los cañones .... ¡la fuerza! de los paí- ses en que nacieron esos señores, dulcifican nuestra cólera y nos hacen distinguir entre la generalización y la diferenciación? No creemos que tal sea el mo- tivo, pues dicho sea con franqueza: « tenemos lo nuestro», usando jerigonza de zarzuela.

El nuevo estado de cosas impone la justicia, por sobre de todo. En nombre de esa justicia, el español debe ser visto a través del mismo prisma que los

otros extranjeros ya que no con cierto afecto,

como quieren algunos, por aquello del parentesco. Mas ésto puede tacharse de sentimentalismo y aquí no cabe tratar asuntos del corazón, sino del pensa- miento.

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Con que salud y respeto a los españoles y el 33 constitucional a los gachupines, que son los es- pañoles dejados de la mano de Dios.

La Educación Integral

Se predica con frecuencia que de la «alfabeti- zación» de todos los mexicanos dependen el bien- estar nacional y el engrandecimiento de la patria. Desde luego, no aceptamos que el factor educativo produzca tales milagros, si no está acompañado de factores complementarios como el político, el eco- nómico, el étnico y otros a los que nos referimos en este libro. En seguida, creemos que las inyec- ciones de alfabetismo aislado que se aplicaron has- ta hoy a la población mexicana, fueron ineficaces e insuficientes, casi inútiles, porque no se concedía atención paralela a etapas educativ-as superiores, a Las que está supeditado el desarrollo de la educa- ción elemental.

Si se duda de los anteriores asertos, inquiéra- se, pregúntese a miles de compatriotas que a duras penas han llegado a leer y escribir, si ese conocí-

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miento les suministra por solo el bienestar que anhelan e investigúese por medio de observaciones estadísticas, si el florecimiento de ciertas regiones del país se presenta en razón directa o inversa del alfabetismo o si es indiferente a él.

Para que la evolución cultural de un pueblo sea normal, es indispensable que todos los elemen- tos que constituyen a la población se eduquen a la vez, y esto sólo se consigue implantando la educa- ción integral. Por ejemplo, el alto grado evolutivo que han alcanzado en Francia y en Alemania las manifestaciones culturales, se debe especialmente al sistema educativo integral impuesto en esos paí- ses a principios del siglo XIX por ilustres pensado- res como Napoleón y Von Humboldt. Si nuestra población fuera racialmente homogénea, poseyese un idioma común e iguales tendencias y aspiracio- nes, sería fácil adoptar y adaptar un plan educativo análogo al que tan buen éxito alcanzó en aquellas naciones. Desgraciadamente la heterogeneidad de nuestra población, la multiplicidad de idiomas y la divergencia en modalidades de pensamiento, hacen impracticable e imposible su implantación.

¿Debe implantarse o la educación integral en México? se preguntará al notar aparente contra- dicción en líneas anteriores. Sí, debe implantarse, pero con un previo y sólido conocimiento de la po- blación en la cual se va a implantar.

Examinemos ligeramente lo que en México se ha hecho en tal sentido y expongamos lo que en nuestra opinión podría hacerse: entre nosotros se

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enseñó a leer y a escribir al analfabeto, pero se le abandonó después, no se le hizo aprovechar esos conocimientos en la consecución práctica de una mejor vida intelectual y material; "la posesión del alfabeto no le ayudó a moderar su hambre ni a ele- var sus ideas. En México se forjan profesionistas que, con contad.is excepciones, son máquinas de hacer dinero, pero no se forman investigadores que colaboren originalmente al progreso científico, base del bienestar humano. Las normales gestaron y concibieron felizmente a maestros que Pestalozzi y Froebel habían consagrada, pero estos nuestros só- lo han podido emancipar intelectual y materialmen- te a una pequeña minoría de analfabetos que por el ambiente en que se desarrolla y por sus antece- dentes étnicos, estaba dispuesta, era apta para re- cibir educación de carácter europeo. Los demás cerebros permanecen ensombrecidos, pidiendo a gri- tos que se les eduque, pero no exclusivamente a la manera pedagógica Europea, sino de acuerdo con sus antecedente- y con las condiciones del medio en que viven.

En México hay pocos maestros formadores de maestros normalistas y los maestros de los profe- sionistas no son como debieran ser, ya que las fa- cultades de altos estudios, que es donde se forman tan altos intelectuales, no presentan todavía orga- nización definitiva, ni una marcha regular.

H ay pues que aioptar nuevas orientaciones que colaboren a la implantación déla educación integral nacionalista. Vamos a permitirnos señalar algunas:

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I. Aumentar considerablemente los fondos de la Universidad, a fin deque sean en mayor número y de más aquilatada competencia los profesores que moldearán en el futuro a los maestros de maestros y maestros de profesionistas. Urge sobre todo formar antropologistas, biólogos, historiadores, psicólogos y sociólogos, pues sin su concurso, es imposible iniciar siquiera el establecimiento de la educación integral.

2. Establézcanse, con elementos oficiales o particulares, o con ambos, centros de investigación científica análogos a los Institutos Pasteur, Roque- feller, Carnegie y otros, a fin de que nuestros hom- bres de estudio puedan dedicarse a las especulacio- nes a que se sientan inclinados.

3. Hay que crear, en las escuelas normales de la República, departamentos en los que especial- mente se formen maestros para las poblaciones in- dígenas. Estos maestros deben recibir entre otras enseñanzas, las de etnólogos competentes, por ser éstos quienes en esencia y substancia conocen a la población indígena, sus necesidades y aspiraciones.

4. Foméntese a toda costa y en toda la Re- pública, lectura que sea barata, elemental, amena, práctica y utilitaria.

Cuando a lo que se ha hecho hasta hoy en pro de la educación integral, se agreguen las ante- riores sugestionas y otras que sería largo enume- rar, la evolución cultural del país se desarrollará normal, paralela y eficientemente,

El departamento Editorial

En México, hay lectores aptos para la más am- plia y selecta producción literaria, ya sea europea, norteamericana o nacional y en cambio, existe una desoladora mayoría ignorante del alfabeto. De mu- chas maneras podría explicarse esa aparente ano- malía, pero solo nos referiremos en estas líneas a la falta de vulgarización literaria que siempre se ha hecho notar entre nosotros y a las consecuencias que ésto ha traído consigo.

Con frecuencia hemos oído afirmar a indivi- duos que han dejado de ser analfabetos, que en- cuentran poco práctico y útil, relativamente, el aprendizaje que hicieron de la lectura. Esta des- consoladora prédica que es de fatal trascendencia, encierra un fondo de verdad innegable. En efecto: cuando por falta de libros no pueden hacerse lectu- ras más avanzadas que las del silabario o el libro de

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lectura, una y mil veces repetidas, parece ocioso e mproductivo el conocimiento del alfabeto.

Sin embargo, para la generalidad de quienes aprenden a leer no queda otro recurso, pues conta- dos son los que pueden recibir más extensa educa- ción o siquiera tienen oportunidad de obtener im- presos de cualquier género. ¿A qué se debe ésto, qué directa e indirectamente contribuye a mante- ner el analfabetismo? A que en México el folleto, el libro, las publicaciones en general, han sido siem- pre artículo costoso y por ende poco adecuado a la diversidad de criterios de la población. Se ha aten- dido y eso deficientemente, a la «élite» intelectual que puede pagar lo que lee y a la niñez de las ciu- dades suministrándole textos escolares. Pero, el res- to, la gran masa que anhela atesorar conocimientos por medio de la lectura ¿no es digna de atención?

Considerando lo anteriormente expuesto, la Se- cretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes ha procedido a crear un departamento editorial que ten- drá por alta misión vulgarizar los conocimientos hu- manos entre nosotros, editando libros, folletos y pu- blicaciones periódicas, las cuales por su precio es- tarán al alcance de la generalidad de la población y por lo selecto y adecuado de su texto suministrarán enseñanzas de resultados eficientes y prácticos. Este departamento atenderá también las necesida- des de la «élite» intelectual y de la niñez escolar, según antes dijimos, pues acatando los principios nacionalistas y democráticos de la Revolución, to- das las clases o grupos sociales deben recibir el be-

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neficio cultural que de acuerdo con sus condiciones y aptitudes les corresponde. En lo sucesivo, el in- dio que a duras penas aprendió a leer en las pobres escuelas de la sierra y que aparte de su humilde silabario no- tiende donde ampliar sus rudimentarios conocimientos, podrá adquirir a precios insignifican- tes o sin costo alguno, obritas elementales de doc- trina utilitaria, pues le hablarán objetivamente de los campos que habita, del modo de sembrarlos y de cultivarlos; de los animales silvestres y domés- ticos de la región y de los productos que ofrecen; de los hombres notables y de los hechos" salientes del pasado, etc., etc. Ei obrero de las ciudades en- contrará a su vez en tales obras, consejos autoriza- dos para perfeccionarse en su industria y obtener de ella el mejor partido; sencillas reglas higiénicas que acrecienten su salud y la de sus familias; ins- trucción cívica y social que fortalezca la agrupa- ción a que pertenecen, etc., etc.

Los amantes de las bellas letras podrán ya abrevar en todas las funtes literarias de aquende y allende los mares, sin sacrificar el bolsillo con per- juicio de atenciones más urgentes.

Los chiquitines de primaria, el preparatoriano, y los estudiantes profesionales, hallarán ventajas sin cuento en la nobilísima institución.

Quizá editores judíos pongan el gtito en el cie- lo cuando el departamento editorial funcione normal- mente, pero bien pensado el asunto, no tendrían ra- zón de ser tales lamentos, pues al generalizarse en la población el afán por la lectura merced a las faci-

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lidades que dicho departamento ofrezca, no sería éste suficiente para atender las necesidades del público, que indispensablemente acudirá a los editores quie- nes venderán probablemente más que en la actua- lidad; aunque como es natural a precios razonables que imponga la competencia.

El Departamento Editorial tiene además otro objeto importantísimo y es el de eotimular la pro- ducción literaria nacional, entendiéndose que nos referimos a la literatura en su amplia acepción, es de- cir, que comprenderá lo escrito sobre cualquier ma- teria. Hasta hoy los escritores nacionales hubieron de seguir dolorosa peregrinación para lograr que sus libros fuesen editados y eso en fatales condiciones, pues además de ser reducidísimo el producto líqui- do de las obras, éstas no eran objeto de atinada pro- paganda, sino se les vendía mecánicamente, limi- tánd)se casi siempre la venta a esta Capital. En adelante, el Departamento editará las obras inéditas que a juicio de un jurado competente y desapasio- nad) mere¿can ser publicadas. En seguida hará la propaganda correspondiente en el país y en el ex- tranjero. Por último, del producto de la edición será escrupulosamente descontado el precio de la mate- ria prima y de la mano de obra y el resto se entre- gará al autor. En las ocasiones en que se crea ne- cesario se editarán gratuitamente las obras.

Otros aspectos interesantes ofrece el Departa- mento Editorial; pero se prolongaría demasiado este artículo si nos ocupásemos de ellos.

Imparcialmente puede asegurarse que entre las

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innovaciones trascendentales que la Revolución ha impuesto, la relativa al Departamento cuyas princi- pales funciones y tendencias hemos reseñado, es de las más importantes.

La Lógica de la Revolución

La Revolución no es, como la consideran cató- licos medioevales, un azote divino, ni el preferido medio de propaganda adoptado en estos tiempos por Satán. Tales calificativos sentarian mejor, de ser aceptables, a la contienda europea, donde el número de víctimas es infinitamente mayor y los medios de exterminio modernistas, variados y efi- cacísimos.

Tampoco representa la revolución el brazo ven. gador de Dios, que depura gangrenas y corrupcio- nes de dictaduras y tiranías.

Respétese a la divinidad y no se le atribuya intervención alguna en la destrucción de criaturas humanas que traen consigo las guerras y revolu- ciones, pues de hacerlo así, habrá que reconocer que el género humano es indiferente a Dios y has- ta repulsivo, ya que no obstante las rogativas que se le han hecho en pro de la paz, desde que el mun- do es mundo, las guerras, las revoluciones y el con-

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siguiente sacrificio de vidas, se sucedieron sin inte- rrupción y con creciente intensidad, hasta nuestros días.

Desde el punto de vista meramente humano, opinamos que la revolución no odia, no debe odiar a sus llamados enemigos políticos, ni estos deben odiar a aquella.

Dos grandes causas de orden histórico: la Conquista y el carácter de la dominación española, motivaron los siguientes desfavorables fenómenos sociales: desnivel económico éntrelas clases sociales, heterogeneidad de razas que constituyen a la pobla- ción, diferencia de idiomas y divergencia o antago- nismo de tendencias culturales. ristos fenómenos son a su vez los obstáculos que se oponen a la uni- ficación nacional, a la encarnación de la patria, a la producción y conservación del bienestar gene- ral. La Revolución actual y Jas de todo género ha- bidas durante nuestra vida independiente, no son otra cosa que movimientos sociales de defensa, de propia conservación, pues tienden a' transformar aquellos fenómenos, de desfavorables, en favorables al desarrollo nacional.

¿Sería sensato atribuir directamente a los revo- lucionarios, los sufrimientos sociales que indefecti- blemente trajo consigo la Revolución? ¿Seria sensa- to atribuir directamente a las dictaduras del pasado, los sufrimientos sociales que entonces se experi- mentaron? Tan insensato ncs parece atribuir cul- pabilidades en un caso como en el otro, pues ya expusimos aquellas grandes y remotas causas que

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fueron polvos de estos lodos. Por supuesto que no se eche mano ligera de este razonamiento maldicien- do de la Conquista, de España y de sus hijos, ya que, como demostramos en el artículo titulado «Es- paña y los Españoles», probablemente hubieran si- do más hondas nuestras penas de habernos con- quistado y colonizado otra nación. ¿Sobre quien, entonces, descargar la culpa, se argüirá? Sobre nadie, porque nadie es culpable, ni hay culpa en la cuestión. ¿A quien culpar, por ejemplo, de las desgracias que causa un terremoto, una inundación, una tempestad? A nadie; pues bien, nadie tampoco es culpable de las víctimas de una guerra o de una revolución, por mas que los bandos contrincantes proclamen otra cosa.

Entonces ¿para qué luchar, para qué producir sufrimientos a nuestros semejantes, si la marcha de las sociedades se rige por leyes inmutables como las que presiden a la materia? podría replicarse. A esto diremos que hay que luchar, luchar siempre, con las armas o con las ideas, como se lucha contra los elementos, aprovechando precisamente aquellas leyes y no oponiéndose a su consumación. Si de una montaña caen torrentes que inundan nuestras habitaciones o nuestros campos, no sería cuerdo pretender destruir el torrente ni la montaña, sino que se les aprovecha; se encauza el agua y se hien- de y se perfora la montaña, obteniéndose fuerza motriz, que es uno de los factores del bienestar hu- mano. De manera análoga se procede con las so- ciedades: para nuestra revolución, por ejemplo, sería

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innecesario y hasta perjudicial, aparte de imposible, aniquilar a los elementos sociales que constituye- ron a la administración durante el periodo de Díaz o de cualquier otro gobernante del pasado. La Revolución está apartando los obstáculos que se oponen al bienestar de la mayoría de la población; la Revolución colabora trascendentalmente en esta época a la creación de la futura nacionalidad y al surgimiento de la futura patria mexicana. Los in- dividuos o las clases sociales que constituyen dichos obstáculos o que indirectamente los generan, tienen que apartarse y transformarse de motu propio o serán apartados y transformados por el movimiento revolucionario.

Quienes en defensa de intereses particulares, ficticia o realmente lesionados por la Revolución, obstaculizan a ésta en vez de facilitar su marcha, laboran contra mismos, pues mientras más obstá- culos opongan al movimiento revolucionario, más intenso, profundo y radical será éste.

Ejemplo palpable de lo que decimos nos ofrece la Revolución durante su primer período titulado maderista: tirios y troyanos, revolucionarios y con- trarrevolucionarios, se empeñaron en oponer barre- ras al torrente revolucionario, comenzando por la impolítica transacción de Ciudad Juárez. Las tibie- zas, las vacilaciones, las debilidades de quienes en- tonces dirigieron la Revolución, unidas a las resis- tencias y hostilidades abiertas, que amontonaron sus enemigos, produjeron como resultante la apa- rente paralización, el momentáneo entorpecimiento

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de aquella, que a cambio de ruidosas pero inútiles manifestaciones de protesta, acumulaba energías y esfuerzos y caldeaba indignaciones y corajes. Y cuando llegó aquel momento fatal en que se creyó matar a la Revolución asesinando a Madero, la Re- volución resurgió más vigorosa, más hondamente arraigada, más radical que antes, y los que durante aquel primer período la hostilizaron porque no les sonreía y cortejaba, que era lo único que les faltaba pedirle, fueron duramente castigados por la revolu- ción triunfante del segundo período, hasta hacer que hoy ya no pretendan sonrisas sino menos lati- gazos.

El radicalismo actual, puede llegar a ser mayo r mucho mayor, si se provoca su transformación; hay que considerar a la Revolución, como un aconteci- miento natural, enteramente natural; hay que mar- char con ella y no contra ella. Oponer obstáculos a su carrera, es tanto como empeñarse en inmovili- zar el mar u obscurecer el día.

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Urgente Obra Nacionalista

Tres problemas nacionalistas merecen especial mención por su importancia actual y su trascen- dencia futura, no obstante que para el vulgo pasan desapercibidos.

Nos referimos a los pobladores de tres regio- nes de la República: Quintana Roo, 2o Región del Yaqui, 30 More/os, representantes típicos de una gran mayoría de la población.

Los Mayas de Quintana Roo, llamados indios salvajes

Los Mayas de Quintana Roo, como los lacan- dones de Chiapas, los Mayas del Peten y algunas otras agrupaciones, llamadas salvajes, son represen- tativas de los indígenas que se conservan casi en el mismo estado en que se hallaban sus anteceso-

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res cuando los sorprendió la Conquista, ya que siempre han ignorado el español y desconocido los aspectos de la civilización importada de Europa, habiéndose asimilado únicamente el uso de armas de fuego, utensilios de hierro y alcohol, triste le- gado que indudablemente hace su vida de hoy más lastimosa que lo fué antes del advenimiento del hombre blanco. Estos hombres, que viven de la ca- za y del maíz que siembran aquí y allá; que adoran sus montañas, sus ríos, sus valles y sus cielos bri- llantes; que concretan su sentimentalismo patrió- tico en el afecto a sus mujeres, a sus hijos y a su vida libre; esos hombres exijen con toda justicia, desde los días de Cortés y de Montejo hasta la fe- cha, que se les permita existir tranquilamente en el suelo en que hace tantas centurias alientan. La Nueva España era inmensa, y la República mutila- da, aún lo es; millares de kilómetros cuadrados permanecieron siempre inexplotados. Había y hay tierra para todos. Sin embargo, bajo el gobier- no de todos los virreyes y de todos los gobernantes de México Independiente, ciega codicia oficial y particular halagó a esas criaturas primitivas, las combatió después y proyectó al fin su exterminio, mirando que no conseguía aherrojarlas. Aunque la sangrienta pugna era desigual, los indios nunca ce- dieron y si bien abandonaron terreno, que pasó a manos de los blancos, todavía ocupan extensas co- marcas en las que no rige más ley que la que ellos dictan.

Pues bien, estos indígenas de pura sangre, que

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lograron hasta hoy huir el contacto de los blancos; que viven aislados merced a su belicosidad y a la difícil situación geográfica de los territorios que ocupan; que tienen idioma propio y cultura propia; que numéricamente constituyen minoría poco no- table, si se les compara con el total de la población; estos indígenas, representados por su patriarca, su sacerdote o su general no sabemos a punto fijo qué funciones representa entre ellos la suprema au- toridad— se dirigieron al Gobierno de la Revolución triunfante y declararon lo que han repetido durante cuatro siglos: que ellos no desean perjudicar a los blancos, pero quieren que éstos no los perjudiquen; que les dejen vivir su vida propia en las comarcas que legítimamente les pertenecen. Anhelos son es- tos que se antojan arrancados de las tablas de la ley mosaica y de las parábolas del sermón de la montaña. La Revolución, con hechos más que con palabras, abrió su corazón a esas justísimas peti- ciones y ordenó a sus soldados que las respetaran solemnemente y no intervinieran en la libre exis- tencia de tales tribus, debido a lo cual se observa un fenómeno extraordinario: los indígenas de Quin- tana Roo, que durante decantadas épocas de paz habían vivido en eterna lucha, laboran hoy más pacíficamente que los habitantes de otras regiones civilizadas de la República.

Ahondando en este intuitivo proceder revolu- cionario ocurre preguntar: ¿Esa libertad, ese aisla- miento, que se concede a aquellos indígenas, es tem- poral o definitivo? En el primer caso ¿por qué enga-

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ñarlos, si la Revolución no se hizo para engañar? En el segundo ¿es sensato dejar abandonadonadas a esas criaturas a un sistema de vida que por pro- pio y legítimo que sea, contribuye a retardar la fu- sión étnica, cultural y lingüística de la población? Vamos a permitirnos exponer lo que creemos hará la Revolución a este respecto: Es irrecusable que a los indígenas que discutimos asiste derecho sagra- do de conservar el terreno en que se desarrollan y continuar la existencia libre que siempre han vivi- do. Pero es también indudable que al conjunto de agrupaciones que forman la población de la Repú- blica, asiste el derecho, no menos legítimo, de evi- tar el perjuicio colectivo que traen consigo el aleja- miento material y la divergencia cultural de las mis- mas agrupaciones. De estos derechos antagónicos debe deducirse una convención mutuamente favo- rable: Hoy, que la Revolución procura resolver pro- blemas de alta urgencia, debe dejarse, como se ha hecho, que las agrupaciones indígenas de la que es típica la Maya de Quintana Roo existan libremen- te. Luego, será necesario conocer a esos indios, in- vestigar sus necesidades y establecer las condicio- nes en que puede iniciarse su incorporación, llevando siempre por mira invariable que el acuerdo que se verifique sea proporcionalmente benéfico a las par- tes contratantes y no sólo a los elementos de raza blanca, como ha sucedido hasta hoy. Es por supues- to indispensable, que para abordar y estudiar a esos indios, no se comisione a militares, comerciantes, agricultores, etc., etc., según se hizo erróneamente

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en tiempos coloniales y durante el siglo XIX, sino a especialistas que conozcan el idioma regional y sean aptos para investigar la mentalidad indígena. Autorizamos esta proposición con hechos experi- mentales: las escasas pero fidedignas informaciones que poseemos sobre la naturaleza y modo de ser de esos indígenas, sólo han sido suministradas por es- pecialistas, generalmente etnólogos extranjeros, quienes fueron recibidos en son de paz y amistad, en tanto que casi todos los que con mil pretextos intentaron sorprenderla buena fe de aquellos hom- bres llamados salvajes, enrojecieron con su sangre la tierra feraz de esas comarcas tropicales. Hay pues que iniciar desde hoy la formación de esos fu- turos especialistas o traer extranjeros, o resignarse a que continúe la indefinida y lastimosa situación del pasado. Sólo empíricamente ya que no exis- ten datos suficientes para hacerlo de otra manera puede aventurarse que la población indígena re- presentada por las agrupaciones que hemos dis- cutido, suma, como término medio, un 10% de la población total de la República.

Indios Yaquis, llamados semkMlizados

Estos indígenas de raza pura, representantes de numerosas agrupaciones similares: Tepehuanes, Tarahumaras, Huicholes, etc., etc., han estado en más amplio contacto con el hombre blanco y y por lo tanto conocen más bien que los indios sal- vajes, los perjuicios y ventajas que ha traído consi-

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go ese contacto, el cual debe haber sido fatal para ellos, puesto que con sólo hojear cualquier obra his- tórica, se verá que desde que empezaron a ser con- quistados hasta la fecha, han luchado sangrienta- mente por su bienestar, hoy unos, ayer otros, pero siempre unos u otros. Estos hombres no han tenido quién defienda sus derechos ante los hombres civi- lizados que han ejercido el poder, pues cuando algu- nos de ellos se incorporaron a la civilización de los blancos, olvidaron a los hermanos que continuaban en lucha o combatieron contra ellos. Y entre los blancos ¿quién iba a tomarlos en consideración, si no algunos investigadores científicos que nada pesaban en la balanza de la política? Por eso es que obtu- vieron mejores resultados, confiando la defensa de sus derechos al cañón de los rifles y al filo de los cuchillos de monte, argumento que para su criterio, como para el de cualquiera, es la mejor de las razo- nes, cuando no puede imperar la justicia.

No pudiendo estos indígenas evitar el contacto con el blanco por forzarlos a ello la situación geo- gráfica del territorio que han ocupado, consintieron en vivir bajo la autoridad suprema de hombres de otra raza y otras ideas, pero exigieron en primer tér- mino que no se continuara desposeyéndolos de sus tierras y en seguida que se les permitiera gobernar- te, en lo que toca a asuntos interiores, por medio de individuos de su raza, conocedores de sus necesida- des y aspiraciones. Esto solicitaron de la Revolución y la Revolución aceptó en general la propuesta y pudo comprobar en varios acasos la lealtad de los

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compromisos indígenas. Pregúntese si nó, a los je- fes del ejército, cómo es el alto papel, anónimamen- te heroico, que ha desempeñado en la Revolución el soldado de esta filiación indígena. Hay un caso que merece especial mención: los indígenas de Xcanha (Campeche), que pueden ser incluidos en el grupo que discutimos, pidieron hace algún tiem- po al Gobernador de esa entidad, lo que tantas ve- ces solicitaron sus congéneres de otras regiones del país: libertad en su gobierno íntimo a cambio de reconocer y apoyar la autoridad del Gobernador y del Jefe de ¡a Nación, condiciones que se aceptaron y cumplieron solemnemente por ambas partes. Po- cos meses después, esos indígenas de la «República de Xcanha» (así les titulan jocosamente en la re- gión) sorprendieron una expedición anturevolucio- naria y recordando el sagrado pacto que habían em- peñado, apresaron a los rebeldes y sencillamente, sin alardes ni pretensiones de recompensa, los en- tregaron a las autoridades del Estado. ¿No es sig- nificativa esta conducta de los trascendentales re- sultados que suministra la observancia de la justi- cia, la mutua estimación y el mutuo respeto, entre elementos disímbolos de la población?

¿Por qué medios puede impulsarse la incorpo- ración de estos indios, que indudablemente presentan menos resistencia que los del grupo anterior? Hay que comenzar por asegurarles la posesión de las tierras que actualmente ocupan y la devolución de las que les fueron arrancadas con anterioridad, ta- rea que ha iniciado la Revolución. Al mismo tiem-

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po, debe procurarse que su desarrollo físico, econó- mico e intelectual, se efectúe en las mismas condi- ciones favorables en que exclusivamente se ha verificado desde hace siglos el de los elementos de la raza invasora, sin que esto, naturalmente, signi- fique que su cultura original sea aniquilada a cambio de la brusca imposición de otras ideas cul- turales que ni sería posible, ni justo, ni sensato ha- cerles adoptar. Por el contrario, debe facilitárseles el desarrollo espontáneo de sus manifestaciones ge- nuinas, colaborando discretamente en la fusión evo- lutiva— no artificial de éstas con las de la raza que hasta hoy ha predominado. ¿No vemos, por ejem- plo, que entre el cúmulo de manifestaciones cultu- rales de origen europeo que profusamente se desa- rrollan entre cien millones de norteamericanos, florecen con aspecto propio y libertad absoluta, los hábitos, las ideas y la raza de doscientos cincuenta mil indígenas? Esto se debe a que en E. U. ya no predomina el viejo criterio que declaraba: «el mejor indio es el indio muerto», sino un criterio de justi- cia y de ciencia, que respeta la vida indígena, la estudia concienzudamente y la ayuda a desarrollar- se. Ahí, repetimos, la población indígena apenas representa J4 Por ciento de la población total y sin embargo, existen numerosas instituciones oficiales y particulares dedicadas a su conservación, a su multiplicación y perfeccionamiento respetando siem- pre su carácter histórico y la evolución de su civi- lización original. En México, triste contraste, la po- blación indígena constituye la mayoría de la total y

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sin embargo, los elementos de raza blanca, que han sido siempre los dirigentes, miraron de continuo al indio con desconfianza, temor o lástima ....

Calculando con inevitable empirismo, análogo a aquel en que incurrimos al referirnos al primer grupo discutido, nos atrevemos a estimar en un 20% de la población total, la suma representada por los indígenas de esta segunda división.

La Población de Morelos

¿Representa exclusivamente el zapatismo mo- relense, bandería de crimen y pillaje o entraña tam- bién anhelos tenaces de bienestar y de vida libre?

Definamos y delimitemos desde luego, los tres aspectos que caracterizan al zapatismo: en primer término está el bandidaje, que, no sólo en Morelos sino en toda la República, se enmascara para me- drar con esa y otras denominaciones. En seguida, pueden distinguirse caducos elementos supervivien- tes de régimenes pasados, los cuales aprovechando la eterna desorientación política del indígena, lo embarcan en nefastas aventuras. Por último, queda el zapatismo legítimo, que mejor podría titularse in. dianismo, ya que aquella denominación es localista y temporal y por lo tanto sujeta a desaparecer, mientras que este último persiste vigorosamente en México, desde que Cortés hincó su estandarte en las playas de la Villa Rica.

Para el bandidaje zapatista o de cualquiera otra denominación, ha resuelto emplear la Revolución el medio de que en todos tiempos y en todos países

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se hizo uso en casos análogos: exterminio sin cuartel.

En cuanto a los elementos reaccionarios del zapatismo, la Revolución los combate a título de co- rrectivo, pues bien sabe que son simples instrumen- tos mecánicos, impulsados y dirigidos por la reacción de otras regiones del país y por la que se refugia en el extranjero. Cuando esta reacción dirigente sea aniquilada, desaparecerá automáticamente el zapatismo reaccionario.

Resta por analizar el zapatismo legítimo o in- dianismo, según lo titulamos antes.

La población de Morelos es representativa de las agrupaciones indígenas de raza pura y mezcla- da, cuyos individuos, a causa de la continua e ínti- ma coexistencia con los blancos, están ya incorpo- rados a la vida de éstos, sólo que no han asimilado muchas de sus manifestaciones culturales, las que substituyen por las de su civilización original, haciéndose así una mezcla que, si en casos es fusión evolutiva, en otros resulta artificial, híbrida y no- civa yuxtaposición. Lo primero sucede cuando ellos, con la sabia intuición que trae consigo una evolución espontánea, adoptan gradualmente nue- vas manifestaciones culturales apropiadas a su na- turaleza y necesidades o bien transforman las de su civilización original, vaciándolas en los nuevos mol- des. Ha sucedido lo segundo desde el siglo XVI hasta hoy —siempre que los elementos dirigentes de raza blanca y cultura invasora, pretendieron impo- nerles de golpe, nuevo gobierno, nuevos hábitos,

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nuevo idioma, nuevas necesidades .... ¡nuevo so- plo vital! Los monarcas españoles comprendieron en parte tan funesto error y expidieron, para evitar- lo o disminuir siquiera sus consecuencias, leyes apropiadas que favorecieran el desenvolvimiento de la raza indígena y prepararan su futura incorpora- ción, pudiéndose citar a este respecto las Leyes de Indias, por medio de las cuales algo se logró con- seguir. Cuando la legislación colonial se derogó, el indio de las agrupaciones que estamos conside- rando volvió a quedar desvalido. Las leyes de Re- forma, favorecieron exclusivamente a los elementos de raza blanca, de raza mezclada y aun de pura raza indígena, cuya civilización o cultura era de origen europeo. El gran Juárez, que por su raza pertenecía a la clase indígena, pero poseía cultura de tipo eu- ropeo, es grande para el reducido sumando de po- blación que fué mejorado por sus leyes y disposicio- nes, pero para la inmensa mayoría india o mezclada, que abriga las peculiares ideas de una civilización distinta, la figura del gran repúblico carece de sig- nificación, pues su obra no fué indianista.

¿Por qué, pues, se preguntará, Juárez es con- sagrado en toda la República, si su consagra- ción es obra de un reducido sumando de la población? La respuesta es sencilla: esta mino- ría de mexicanos tiene y ha tenido siempre voz y voto, en tanto que la mayoría antes citada, no sabe, no puede, no tiene medios de expresar loque siente. Preguntad a esos millones de criaturas ¿quién es Juárez? y no sabrán contestar, aunque para al-

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gunos de ellos no sea desconocida la noble efigie za- poteca que en cromos y grabados, aparece en toda presidencia municipal y en todo palacio de gobier- no. En cambio, interrogúese al espíritu tradiciona- lista de la raza, guardián fiel del recuerdo de sus glorias y de sus tristezas y veremos que, sin hacer memoria de personajes determinados, nunca olvida las etapas salientes de su doloroso pasado: la libre y pintoresca vida prehispánica, esfumándose en la lejanía de los siglos; la Conquista destilando sangre; la caridad de algunos gobernantes hispanos y algu- nos misioneros, traducida en legislaciones modera- das; la Independencia, que al derogar esas leyes y formular otras nuevas, favorece al pequeño grupo de población dirigente y condena al abandono a la indígena. Después, un continuo desfile de gober- nantes distintos unos de otros; de nuevas leyes di- símbolas y antagónicas; de sistemas gubernamen- tales artificiosos y empíricos; un caos, en resumen, donde se han debatido por cien años los elementos dirigentes, en tanto que ellos, dueños legítimos del suelo, de sus frutos y riquezas, vegetan forzados a vivir en la pasividad y en la servidumbre o a morir como carne de cañón en disputas originadas por hombres de otra raza y otras ideas.

Citemos ejemplos de fusión cultural evolutiva: Intereses. Las agrupaciones de esta clase han sido tradicionalmente apegadas al sistema comunal en la explotación de sus intereses: siembras, cose- chas, pastoreo y cría de ganado, corte de maderas y fibras y otras tareas productivas, se efectuaron

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siempre por las comunidades, que frecuentemente reunían las funciones de propietario, explotador, arrendatario, vendedor y consumidor, verdadero mu- tualismo que si a economistas teóricos parece inco- veniente, a ellos suministró resultados prácticos, con lo que es bastante para que prefirieran tal sistema. Por supuesto, que esas agrupaciones económicas no eran reproducción fiel de las que florecieron durante el reinado de Moctezuma o de Ahuizotl, por más que ahí está su verdadero origen, sino que habían evolucionado, asimilándose todo aquello que la ci- vilización importada de España les ofrecía y la ex- periencia les aconsejaba adoptar y adaptar: herra- mientas e instrumentos en general, métodos indus- triales y agrícolas, intercambio comercial y transporte de productos, retribución proporcional de salarios y distribución de utilidades, etc., etc., todo eso, había sido transformado de acuerdo con las nuevas ense- ñanzas. Inquiérase y se comprobará que bajo el sistema comunal, los intereses indígenas se desarro- llaron favorablemente. Religión. Aunque en los artículos titulados «Nuestra Transición Religiosa» y «Nuestros Católicos», incluímos el aspecto que ofrecen las creencias religiosas de los individuos cu- yas agrupaciones estamos discutiendo y que fueron considerados como «católico-paganos», haremos aquí una exposición complementaria: el cura aborí- gene es entre ellos personaje sagrado e intocable; sus santos, «más milagrosos» que los de otras comarcas; sus iglesias, recintos privilegiados por la divinidad; sus matrimonios, sus «velorios», sus bautizos y mu-

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chas otras ceremonias, presentan hondo simbolismo y complicado ritual y están presididas a la vez por ideas de catolicismo y por viejas añoranzas paga- nas. Antes tuvieron manifestaciones de culto exter- no (la Pasión de Cristo, la fiesta de Santiago, etc., etc.) que si bien parecen ridiculas a un criterio mo- derno, para ellos eran venerables y sagradas y en nada perjudicaban a la colectividad. (i) Por último, se caracterizan por la extremada suceptibilidad con que juzgan cualquier intromisión en su mundo religioso. Gobierno. Casi todas estas agrupaciones eran gobernadas en tiempos prehispánicos por reye- zuelos patriarcales y por sacerdotes paganos; duran- te la época Colonial el gobierno superior de esas criaturas estuvo en manos de encomenderos, solda- dos y misioneros católicos, quedando siquiera la administración comunal íntima, a cargo de indivi- duos de la misma sangre, de las mismas costumbres e ideas. Desde la Independencia hasta esta fe- cha, el gobierno superior y el íntimo de estas co- munidades, ha ido de Pilatos a Herodes y de Hero- des a Pilatos, pues las más veces estuvo desempe- ñado por caciques corrompidos, civiles y militares, que pertenecían a distinta raza y abrigaban distin- tos ideales, en tanto que, en otras, los caciques eran más perjudiciales aún, pues perteneciendo a la misma raza de los gobernados, los torturaban con mayor intensidad, por estar connaturalizados con el modo

(i) Las agrupaciones indígenas norteamericanas, las de las colunias inglesas, alemanas y francesas, ejercen libremente culto exterior.

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de pensar, con los vicios y los abusos de los ele- mentos dirigentes, comprobándose palpablemente aquello de que «no hay peor cuña que la del propio palo».

Ejemplos de fusión cultural artificial.

Intereses. La Revolución ha iniciado ya la devolución de tierras que fueron arrancadas a los indígenas y procura legitimar la posesión de las que actualmente tienen. Sin embargo, hay que hacer más, hay que reconsiderar lo que empíricas leyes pretéritas establecieron; hay que derogar la prohi- bición impuesta a las comunidades en materia de propiedad y explotación de intereses. Y conste que lo propuesto no constituye tendencia retrógrada, pues experimentalmente puede comprobarse la con- veniencia que para las agrupaciones que discutimos ofrece el sistema comunal de intereses, por más que para otras más avanzadas o más primitivas, no sea apropiado. En otras palabras: los hombres no fueron creados para amoldarse uniformemente a las leyes, sino éstas se hacen de acuerdo con las necesidades de los hombres y como las agrupaciones de nuestro país, presentan diversas características y necesida- des, lógico es que las leyes ya económicas, ya de otra naturaleza sean distintas. A este respecto la Reforma alcanzó trascendental conquista y sufrió desastroso fracaso: el Clero con honrosas pero muy contadas excepciones había acaparado enor- mes riquezas que multiplicaba merced a su hábil organización comunal, la que llegó a ser tan pode-

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rosa, que se constituyó en verdadero peligro social, por cuyo motivo los reformistas, obrando cuerda- mente, decretaron la nacionalización de esos intere- ses llamados de «manos muertas» y prohibieron que las comunidades en general poseyeran en lo sucesi- vo bienes o intereses de cualquier género. Esta me- dida que fué salvadora en lo relativo al Clero se- gún lo demuestra el hecho de que casi todos los países que estaban en situación análoga han segui- do la misma conducta perjudicóconsiderablemente a las comunidades indígenas, pues una vez fraccio- nada la propiedad comunal y las funciones inheren- tes a su explotación, fué fácil a los grandes propie- tarios sorprender la buena fe de los individuos ais- lados y abusar de su desorientación, ignorancia y debilidad. Religión. Ningún teólogo, ni ningún po- sitivista demoledor, han conseguido demostrar en dónde se revela más fanatismo, si en quien rinde culto a todos los dioses o en quien los niega a to- dos, así que hay que respetar el catolicismo de es- tas agrupaciones por muy pagano que lo conceptúen los puristas. Desgraciadamente, las leyes de Re- forma incurrieron en el proyecto impolítico de des- fanatizar a estas agrupaciones, tarea inútil y peli- grosa que ha traído consigo resultados contraprodu- centes, puesto que en la actualidad el fanatismo reinante es igual o mayor. Es pues indispensable que, para que la actual Revolución se distinga de las del pasado por un liberalismo más amplio y eleva- do, no se hieran las susceptibilidades religiosas de estos creyentes.

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El alto clero ha contribuido también a hacer más difícil este problema, por favorecer a sacerdo- tes extranjeros y postergar a los indígenas, proceder que excita intensamentea los feligreses indianistas. Gobierno. Si estas colectividades cumplen con sus deberes y compromisos hacia la Federación y hacia el Estado a que pertenecen, ¿por qué no permitir- les que se gobiernen con sus sistemas propios y de acuerdo con sus necesidades, en vez de impo- nerles los sistemas de otras agrupaciones nacio- nales que, aunque más avanzados, para ellos resul- tan engorrosos convencionalismos?

Proporcionalidad de estas agrupaciones, Es- tas agrupaciones, típicamente representadas por la población de la región zapatista, suman a no dudar un 30% o 40% de la población total y como atraviesan hoy una etapa por la que forzosamente habrán de pasar las agrupaciones típicamente re- presentadas por los Mayas y Yaquis que ya discu- timos, resalta la urgente necesidad de estudiar y resolver hábilmente tan serio problema, pues está relacionado con el porvenir de cerca de las tres cuar- tas partes de la población.

Expuesto lo anterior, sólo nos queda por decir que entre las gestiones revoluciouarias que más sen- satamente han comprendido el problema zapatista e ideado los medios adecuados para resolverlo, debe mencionarse la del Gral. Pablo González, naciona- lista intuitivo y clarividente.

RESUMEN

Los actuales momentos son solemnes.

La última, la más intensa de las /¿evoluciones que durante nn siglo han conmovido a la población de la República, se apresta a resolver los múltiples problemas que entrarla la conquista del bienestar nacional, ya que las demás fracasar on en tal empe- ño, puesto que no han logrado establecer definitiva- mente ese bienestar.

A los mexicanos de buena fe, asiste el derecho y obliga el deber de colaborar en esa nobilísima ta- rea apenas iniciada, a fin de construir las bases só- lidas que sustentarán en el futuro la obra perdura- ble y gloriosa del engrandecimiento nacional.

Las mal ordenadas ideas expuestas en páginas anteriores, fueron inspiradas en la observació?i de una mayo} ia de nuestra población e interpretadas Por rio so tros, defectuosa, pero si?iceramenle, como humilde contribución al resurgimiento nacional que se prepara.

Fusión de razas, convergencia y Fu- sión DE MANIFESTACIONES CULTURALES, UNIFI- CACIÓN LINGÜÍSTICA Y EQUILIBRIO ECONÓMICO DE LOS ELEMENTOS SOCIALES, son conceptos que resumen este libro e indican condiciones que, en nuestra opinión, deben caracterizar a la población mexicana, para que ésta constituya y encarne tina Patria poderosa y mía Nacionalidad coherente y de- finida.

N PIC E

Dedicatoria V

Introducción Vli

Forjando Patria 3

Las Patrias y las Nacionalidades de la

América Latina 9

La Dirección de Antropología 23

x La Redención de la Clase Indígena .... 31 s Prejuicios sobre la Raza Indígena y su

Historia 37

Sociología y Gobierno 45

** El conocimiento de la Población 49

Algunas Consideraciones sobre Estadística . 55

^La Obra de Arte en México 63

El Concepto del Arte Prehispánico .... 71 El Arte y la Ciencia después del Movimien- to Independentista 83

La Dirección de las Bellas Artes 91

No hay Prehistoria 97

Concepto Sintético de la Arqueología . . .103

Aspectos de la Historia 109

Revisión de las Constituciones Latino- Americanas 127

Nuestras Leyes y Nuestros Legisladores . .133

La Política y sus Valores 141

Nuestra Transición Religiosa . . . . . .151

Nuestros Católicos . ........ 159

^Nuestra Cultura Intelectual 167

NE1 Concepto Cultural 183

NEI Idioma y el País 193

^Literatura Nacional 199

^Nuestras Mujeres 211

El Escudo Nacional 235

La Capacidad del Trabajo 247

La Industria Nacional 255

El Metalismo Yankee y el Mexicano . . . 267

España y los Españoles 275

xLa Educación Integral 285

El Departamento Editorial 291

La Lógica de la Revolución 299

Urgente Obra Nacionalista .... 307

Resumen , . . . . 325

■INDINO U«T NOV 1 1946

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