'Z2ZSÍZ,

VIDAS MEXICANAS

PABLO HERRERA CARRILLO

FR. JUNIPERO SERRA

CIVILIZADOR DE LAS CALIFORNIAS

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PABLO HERRERA CARRILLO

L'Q nació a Mallorca un hombre, luego umversalmente conocido, que hablaba de dos armas para la con- quista de iniieles: la "España de las Dulces Palabras Persuasivas" y la "Elspaña del Hierro Riguroso". Le na- ció a este hombre también en Ma- llorca — un aprendiz que, de las dos espadas, repudió la segunda y blan- dió siempre, graciosamente, la prime- ra. Se llamaba el maestro, Raimun- do Lulio. Se llamaba el aprendiz. Fray Junípero Serra. Con gran agudeza y exactitud, ha narrado Pablo Herrera Carrillo para las EDICIONES XO- CHILT la vida de este discípulo del Pobrecito de Asís. Es por ello este li- bro. FRAY JUNIPERO SERRA. CIVI- LIZADOR DE LAS CALIFORNIAS, uno de los más originales de la colección. Escribo "con agudeza y exactitud" decimos : dos valores a los que podríamos añadir los de hondura y ¡ plasticidad. Porque el autor supo di- i, bujar frases tan expresivas como és- ta: "Junípero llegó a Veracruz con las naves quemadas". O esta otra: "Si Hernán Cortés es la tempestad. Ju- nípero Serra es el allegretto de nues- tra sexta sinfonía". Todo el libro es de una sorprendente agilidad, sobre todo cuando en él se apela a imáge- nes tomadas de la música. Si Pablo Herrera Carrillo es un excelente inves- tigador de yertos documentos, tam- bién lo es de ocultas y vivas ri- quezas metafóricas del idioma.

FRAY JUNIPERO SERRA

VIDAS ME X I C A N A S

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FR. JUNIPERO SERRA

CIVILIZADOR DE LAS CALIFORNIAS

por

PABLO UERHERA CARRILLO

JUL31 1984

EDICIONES XOCHITL MEXICO 1943

ES PROPIEDAD

Copyright by: EDICIONES XOCHITL

México, 1943

P orta da d e

JUMO PRIETO

IMPRESO EN MEXICO PRINTED IN MEXICO

A MANERA DE PROLOGO

RISTOBAL COLON volvió a España de su

tercer viaje al Nuevo Continente con la sospe-

cha de haber andado muy cerca del Paraíso Te- rrenal y con el convencimiento de qne había descubier- to— son palabras suyas el pezón de la teta del mun- do, aquella parte de la Tierra "más alta y propincua al cielo".

Años después; con mayor fortuna que el Gran Al- mirante, el judío Antonio de León Pinelo iba a locali- zar definitivamente en América el Edén Perdido; pero adelantándose al autor de la "Historia Natural y Pe- regrina de las Indias Occidentales", Fray Bartolomé de las Casas se apresuró a poblar las tierras recién halladas con "universas e infinitas gentes", las más simples, sin maldades ni dobleces, obedientfsimae, fi- delísimas, humildes, pacientes, quietas, sin rencillas ni bullicios, nada rijosas ni querellosas, sin rencores y sin odios. . .

El Hombre de Las Casas no es precisamente el Hombre anterior a la Caída, pero resulta mejor que el

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Hombre anterior al Contrato Social que siglos despaéi inventará Juan Jacobo Rousseau.

Y con la leyenda del hombre americano natural- mente bueno, con la leyenda del Salvaje Feliz, surge también la Leyenda Xesrra contra la acción eíspañola en América.

Según cstaij leyendas, la Edad de Oro precolom- bina ftjé brutalmente destruida por la codicia de Es- - paña; porque para los que se obstinan en suponer la existencia de una idílica ecuación de hombre y natu- raleza en la América virgen, la conquista iijérica se dejjató sobre la dulzura geórgica del Nuevo Mundo de igual manera como se desata la tempestad sobre el júbilo campesino en la Sexta Sinfonía de Beethoven.

No hubo iiaraí.sos en este Continente ni antes ni después de su descubrimiento- No encontramos la vi- tda paradisíaca ni entre los indios de organización so- cial avanzada, ni entre los indios que vivían en esta- do de naturaleza.

No entre los primeros, porque ni siquiera ejt el comunismo de los Incas llega a desaparecer la explo- tación del hombre por el hombre; ni entre los segun- dos, porque cuando la conjunción de hombre y Natu- raleza es más íntima, no es el hombre de Las Casas el que se encuentra, sino el hombre de Baegert.

A las "universas c infinitas gentes" de Las Casas naturalmente buenas, puede oponerse la gente de que nos habla el misionero jesuíta Juan Jacobo Baegert en sus "Noticias de la Península Americana de Califor- nia", "desonhesta, desprevenida, irreflexiva e irrespon- sable; gente que para nada puede dominarse y que en todo sigue sos instintos naturales, igual a las bestias".

El descubrimiento del Nuevo Mundo dió margen a que se escribieran, en el terreno de la fábula, obras como "Utopía" de Tomás Moro y "La Ciudad del Sol"

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por Tomás Campanella, concepciones demasiado arti- ficiales y geométricas, sobre todo la citada en sejrun- do término, para que se tomaran en serio en la reali- dad de la organización y colonización de América-

Se ha pretendido presentarnos a Don Vasco de Quiroga como empeñado en construir en Michoacán la Ciudad de Amaurota de Tomás Moro.

Pero ¡cómo podían ser utopistas, como podían so- ñar en paraísos sobre la tierra aquellos hombres co- mo Don Vasco y su mismo pretendido maestro Tomás Moro, en cuyos oídos resonaban constantemente las palabras de San Pablo:

''Sabedores somos, mientras llevamos a cuestas la pof;adumbre del cuerpo, que somos peregrinos del Señor". "No tenemos aquí abajo ciudad permanente, «j'no que vamos en pos de la Ciudad Futura"

Pero aquellos hombres como Don Vasco (prácti- cos a pesar de sus grandes ideales o, mejor dicho, prác- ticos precisamente por sus altos ideales que los ponían a cubierto de locuras utópicas), llegaron a consi- derar la posibilidad en la América recién hallada de Una nueva organización social, lejos de las inveteradas costumbres y viciog arraigados del Viejo Mundo.

No era América, como pretendía Pinelo, el "Con- tinens Paradisi", el Continente del Paraíso Terre- nal, ni la Tierra de la Nueva Promesa; pero se pres- taba, en ciertos lugares y por cierto estado de ivio- cencia en que se encontraban algunos indígenas, para ensayar una nueva cristiandad. Así surgieron, aqui y allá, esos milagros de ore^anización social que hoy nos parecen fantásticos, como los de Fray Bartolomé do las Casas en la Vera Paz, de Don Vasco de Quiro- gia en tomo del Lago de Pátzcuaro, de las Misiones Je- suíticas en los ríos del Paraguay, y de las Misiones

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Franciscanas en los valtes ubérrimos de la Alta Califor- BÍa.

En México casi nada sabemos del milagro fran- ciscano en la Alta California, no obstante que en los Estados Unidos se han escrito obras que ja pueden considerarse como clásicas, tales como la "California Pastoral" de Bancroft y ese admirable libro de mujer que se llama "Spanish Arcadia" de Nellie Van de Grift.

El desconocimiento para nosotros de la obra fran- ciscana en Alta California tiene su explicación. Nues- tra Historia Oficial sólo es un cronicón militar que a! reg^istrar nuestras derrotas durante la guerra con los Estados Unidos, nos entera cómo perdimos Tesase Nue- vo México, Arizona y Alta California, pero no nos revela cómo se unieron un día a nuestro solar patrio tan dilatados territorios.

De las conquistas llevadas a cabo en nuestro país únicamente sabemos de las oue se realizaron a fue.?o y sangre; pero nada conocemos o casi nada de las que se consumaron sin violenciasi, sin estruendos gue- rreros, por ios caminos de la gracia. . .

La Conquista de México no termina con la con- quista de Anáhuac; la conquista de nuevos territorios se opera a través de toda la época colonial y sólo ter- mina, en vísperas de nuestra independencia de Espa- ña, con la conquista pacífica de la Alta California; conquista sin sangre y sin lágrimas, pero que no es, sin embargo, más que una continuación de la conquis- ta iniciada por Hernán Cortés.

Pues aun asentando la tesis de los negadores de España, de que la Conquista de Hernán Cortes se desató sobre nuestro país como la tempestad en la Sin- ftmfa Pastoral de Bec-thoveo, hay que convenir que, así

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como en la tempestad de aquella sinfonía los yiolines y los oboes van "llevando poco a poco la calma al am- biente sacudido", en la tempestad desencadenada so- bre el Anáhuac están ya contenidos los elementos que, purificados, y andando el tiempo, realizarán la con- quista incruenta de la Alta California*

Si Hernán Cortés es la tempestad. Junípero Serra es el "allegretto" de nuestra Sexta Sinfonía.

P. H. C.

000 DESTINO

MAS que una tempestad, la era del des- cubrimiento y conquista de América pa- rece, por momentos, un estallido, una explosión; una tremenda explosión de los im- ponderables de que se había ido cargando la Península Ibérica (España y Portugal), du- rante centurias y aun durante milenios.

El Barón de Humbolt nos habla de gran- des tesoros vegetales, "acumulados allí por el movimiento constante de los pueblos hacia el Occidente bajo la influencia de una civiliza- ción en progreso", pero para ser exactos, ten- dríamos que hablar también de otras muchas inmigraciones de muy diversa índole, opera- das con rumbo a España como centro magné- tico del mundo, como por ejemplo, la de las cifras de la matemática indue, llevadas allá por

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los árabes. En general puede decirse que en vísperas del primer viaje de Cristóbal Colón, la Península Ibérica era una arca en que todas las grandes culturas y civilizaciones de Eu- ropa, de Africa y del Asia tenían depositada una herencia para el Nuevo Mundo, formada con aportaciones de los celtíberos, de los fe- nicios, de los griegos, de los romanos, de los judíos, de los visigodos y de los sarracenos. . . Aunque el Cristianismo estaba allí detenido, representado, en espera del momento propicio para continuar su marcha triunfal siguiendo la ruta del sol.

Pero no sólo se habían amontonado y acu- mulado en España los ideales y las aspii^io- nes y virtudes más puras de la Antigüedad, del Medioevo y del Renacimento, también es- peraban las grandes concupiscencias, el "Surge et ambula!" del descubrimiento, para lanzarse al asalto de las nuevas tierras.

Esta mezcla extraña y complicada hace singularmente explosiva la época de los gran- des descubrimientos y de las grandes conquis- tas, y hace contradictoria, la historia de aque- llos tiempos, porque al lado del "Id y predicad a todas las naciones....", actúan también los tenebrosos instintos biológicos y bestiales del su per-hombre de Nietzche.

Recién llegados los conquistadores a las

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tkrras vírgenes de América, sentían relaja- dos los frenos morales y represivos que en el Antiguo Continente inhibían las concupiscen- cias de la fiera; pero la conciencia cristiana, la acción de la autocrítica que actúa siempre sobre el hombre español, logran enfrenar a la bestia y tras una lucha secular, España implan- ta en el Nuevo Mundo un eficaz y efectivo régimen de derecho.

El duelo entablado entre los teólogos por un lado y los encomenderos por otro, duelo tranzado por el jurista en etapas sucesivas así casi siempre con mayor ventaja para los pri- meros, acaba por hacer derribar toda la co- rriente histórica del imperio de la violencia al imperio de la justicia social, y si nuestra vida se inicia con las sangrientas conquistas de ese gran carnicero que es Ñuño de Gvor mán, la época de las conquistas se cierra en nuestro país con la de la Alta California conquista incruenta por ese santo que se llama Junípero Serra.

El imperativo e\^ngélico acaba por impo- nerse en la Nueva España al imperativo bio- lógico y los fueros del espíritu privan al fin sobre los fueros de la carne.

Sin embargo, no hay que desestimar ni condenar siempre la cooperación de los ins- tintos primarios: es el concurso de todas las

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enei-gías amontonadas y de todos los impon- derables acumulados en la Península Ibérica, lo que da su fuerza incontenible a la acción colonizadora y evangelizadora. Energías e im- ponderables se expanden como gases presiona- dos que rompen sus recipientes y estallan. Misioneros y aventureros son bombardeados como proyectiles contra América. Nada ni na- die puede contenerlos; vencen los mares, los desiertos, las selvas, las montañas y las nie- ves eternas. Encontramos por todas partes las huellas del paso de evangelizadores y con- quistadores como impactos de bala después de un combate; perforan el continente Ame- ricano que se les opone, en todos sentidos, y muchos tienen todavía fuerzas para lanzarse y dispersarse por las aguas y por las islas del Pacífico descubierto por Ñuño de Balboa, y al redondearse la tierra por aquellos hombres nunca jamás superados, la Historia adquiere por primera vez un sentido universal. Por eso cuando llega San Francisco a España tiene en Santiago de Compostela la suprema reve- lación de que su Orden está destinada a una actuación ecuménica.

Para entender y escribir la biografía de los individuos de aquella edad, es preciso te- ner en cuenta, además del coeficiente perso- nal de cada uno de ellos, la energía colecti-

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va, la dinámica del momento histórico, la fuerza que suma el Destino a sus voluntades, los codos que añade a sus estaturas la gran- deza de su misión, la intensidad de su voca- ción, la importancia del mensaje que están encargados de llevar a los demás.

Todo hombre tiene en mismo un valor personal que, graduado en relación al valor de cada uno de los demás hombres, fluctúa entre la cifra uno y 1^ cifra nueve ; pero además hay que agregarle a cada hombre de aquellos tiempos de epopeya todos los ceros a la derecha con que el Destino o la Providencia acrecenta su valor personal, su significación individual.

1. UN TAL MIGUEL JOSE SERRE

En el número 85, folio 63 vuelta, del Li- bro II de "Bautismos" de la Iglesia Parro- quial de la pequeña población de Petra en la Isla de Mallorca, obra la partida de un tal Miguel José Serré, que a la letra dice: "A Is 24 Nbre. de 1713 baptizó yo Barte. Lledó pre, y Vicario a Miguel Joseph Serré, fill de Antoni, y de Margta. Ferrer conjs. Foren parins Barte. Fiol y Sebastian Serré. Nas- que dit die a la una despres de Mitja Nit".

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Que traducido a nuestro idioma quiere de- cir: "iEl 24 de noviembre de 1713 bauticé yo, Bartolomé Lledó, presbítero y vicario, a Mi- guel José Serré, hijo de Antonio y de Margari- ta Ferrer, cónyuges. Fueron padrinos Barto- lomé Fiol y Sebastiana Serré. Nació el dicho día a la una, después de la media noche".

El modesto rincón de la tierra en que na- ciera este niño, la humildad y pobreza de su linaje y aun la insignificancia del dialecto o variante dialectal en que fué asentado su ad- venimiento al mundo, parecían condenarle a la obscuridad más completa; y en la obscuri- dad de su lugarejo natal creció, como tantos otros niños buenos, sin pena y sin gloria.

Francisco Torrens y Nicolau, su biógrafo y paisano, que recogió con afán "los débiles ecos de la tradición local y familiar" relati- vos a Miguel José Serré o Serra, como llega- rá a ser mas tarde su apellido; que hurgó pa- cientemente los archivos de su villa de Petra y los del Convento de San Francisco de Asís y de la Residencia de los Padres Capuchinos en la Ciudad de Palma, capital de la mencio- nada Isla de Mallorca, apenas si puede de- cimos de su biografiado que fué hijo de An- tonio Serra y Abraham y de Margarita Fe- rrer y Fornes, "pertenecientes a la humilde clase de canteros y de agricultores"; que na-

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ció, según lo cuentan documentos por él, To- rrens, consultados, en la Calle de Botelles, número 48, antes Calle de Travesa 3; que grande fué el esmero que emplearon sus pa- dres en la buena crianza del niño Miguel, es- pecialmente el de su virtuosa madre, y que, apenas pudo andar el infante, fué llevado al convento franciscano que había en Petra, de- dicado al glorioso San Bernardino de Sena, y allí aprendió latinidad y canto llano.

Tampoco de su juventud sabemos cosa mayor. Francisco Palou, su hermano en re- ligión, su conterráneo también, su confesor durante 34 años y su discípulo predilecto de toda la vida, sólo nos refiere que en cuanto tuvo la edad necesaria lo llevaron sus padres a Palma, Capital de las Islas Baleares, para que se aplicara a estudios mayores; que cur- só filosofía en el Convento de Nuestro Padre San Francisco y que acabó por tomar el há- bito de la Orden franciscana el 14 de septiem- bre de 1730, en otro convento, también fran- ciscano, el de Jesús, extramuros de la ciu- dad, a los 17 años, 9 meses y 21 días de haber nacido.

Hasta aquí, nada de extraordinario: na- da que lo señale todavía como un predesti- nado de la gloria, ¿Cómo es que el Destino o la Providencia, o el Destino y la Providencia,

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¡levaron a Miguel José Serré o Serra, de la humilde casa de su nacimiento, en Botelles 48 de la Villa de Petra de Mallorca, al "Natio- nal Statuary Hall" del Capitolio de Washing- ton, como uno de los hombres representati- vos, como uno de los forjadores de la grandeza de los Estados Unidos? En este libro se in- tenta dar una respuesta más o menos satis- factoria a semejante pregunta.

2. VOCACION

No hay en la vida de Miguel José Sen*a el brinco maravilloso de las transformaciones radicales de que nos habla José Enrique Rodó en sus "Motivos de Proteo" ; ese brinco en que el lobo se transfigura, al conjuro divino, pri- mero en rosas y luego en manso perro de San Bernardo.

No cae como San Pablo en el camino de Damasco; no escucha como el fundador de su Orden el Devuélvete !" de la voz imperio- sa de Spoleto; ni muda repentinamente de destino como Raymundo Lulio al descubrir el seno ulcerado de Ambrosia de Castelló, ni cambia por completo de rumbo como el Du- que de Gandía frente al cadáver de la Reina

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Isabel; no le hiere la gracia con la fuerza de un impacto de bala, como a Iñigo de Loyola, ni sabe de las agonías de San Francisco, con- valeciente, errabundo por las campiñas de Asís, bañado en lágrrimas y ardiendo en de- lirio en espera de que desde lo alto se le se- ñalara ostensiblemente el camino. No suplica como el Salmista: "Señor, muéstrame tus caminos; enséñame la verdad de tus sende- ros."

Parece mamar con la leche de los sénos de su madre la gracia divina; creció en su doble vocación sacerdotal y apostólica a me- dida que crecía en edad; jugando con su her- mana Juana la predilecta comienza, cate^ quizándola, su obra evangelizadora ; desde sus primeros años, nos cuenta Torrens y Nicolau, mostraba un corazón sumamente sensible a las inspiraciones de la gracia; la devoción y la piedad parecían en él conaturales, "pudien- do decii-se añade textualmente el biógrafo de su niñez que la virtud previno a la edad".

De la lectura de las hazañas de los héroes franciscanos en las crónicas de la Orden Se- ráfica y de la meditación de las vidas de los santos nos revela a su vez Francisco Pa- lón— nacieron en él, desde que era novicio, vivos deseos de imitar a aquellos héroes y santos.

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Estos deseos, fuertes desde temprana edad, pero por algún tiempo imprecisos, se enfocan definitivamente hacia la América; la lectura de la vida de San Francisco Solano, el Apóstol de las Indias Occidentales, sitúan al fin sus sueños y propósitos de apostolado en el Nuevo Mundo, y precisa en su pensa- miento y en su corazón la forma y la "téc- nica" de realizarlos.

El violín mágico del gran andariego le ga- na insensiblemente la voluntad y le enciende la resolución de pasar como el propio San Francisco Solano, que será su modelo y maes- tro de toda la vida— a evangelizar a los in- fieles de América.

Cuando San Francisco Solano hacía sus co- rrerías por lo que hoy es la provincia argentina de La Rioja, predicando el Evangelio al son de su violín maravilloso, se cuenta que los indios embrujados por aquella música nunca jamás oída le preguntaban con ingénua pero insisten- te curiosidad:

¿Quién habla así? ¿De quién es ese idio- ma de pájaros al amanecer? Y cuentan tam- bién que el santo artista en-abundo les contes- taba :

¿Y de quién ha de ser, hermanos míos, sino del Hijo de Dios que murió en la cruz por nosotros ?

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Fué en este lenguaje de pájaros al ama- necer, como llegó hasta el fondo del alma el llamado a Sen-a para el apostolado en el Nuevo Mundo; y en sus correrías por la Nue- va España, no empleará más que la mágia de su voz de orador y su canto llano para conquistar el alma de las gentes. Nunca apren- dió "solfa", como dice Palou; pero le bastó su canto llano para ganarse el corazón de los infieles de Sierra Gorda y de las Clostas de la Alta California. Ningún franciscano es age- no al arte musical de insinuarse en el corazón de los demás y Junípero, como ninguno, po- seyó ese arte.

3. LA MARCA DE FUEGO

Pero este apacible y dulce despertar hacia la vocación, había de ser sellado, en prueba de autenticidad, con una marca de fuego.

Cumplido el año de su aprobación o de noviciado en el referido convento de Jesús, extramuros de Palma de Mallorca, profesó Serra en el mismo lugar el día 15 de septiem- bre de 1731, cambiando su nombre de Miguel José por el de Junípero, en devoción y en re-

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cuerdo del más simple de los discípulos del Pobrecito de Asís.

Fué la profesión de franciscano el hecho decisivo de toda su vida. Ese día, lo extraordi- nario le señaló por primera vez indeleblemen- te para la inmortalidad.

"Viniéronme por la profesión contaba él mismo— todos los bienes. Yo en el novi- ciado estuve casi siempre enfermo, y tan pe- queño de cuerpo, que no alcanzaba al facistol ni podía ayudar a los connovicios en los que- haceres precisos del noviciado, por cuyo mo- tivo sólo empleábame el padre maestro en ayu- dar a las misas todas las mañanas; pero con la profesión logré la salud y fuerzas, y conse- guí crecer hasta la estatura media..."

Reconocen los téologos tres maneras dife- rentes de vocación, tres diversos caminos por los que puede encaminarse un alma al sacerdo- cio o al apostolado:

Primero: Una revelación formal y di- recta, verdadero mandato expreso de lo alto, que llega por el conducto de una palabra inte- rior precisa o por una voz exterior material, como en los dos caaos clásicos de San Pablo y de San Francisco. El Señor señala expresa- mente a Saulo como un predestinado cuando dice a Ananías: "porque instrumento escogí-

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do me es éste para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles".

Segundo: por un acto de la libre iniciativa del hombre mismo, fruto de elección perso- nal ayudado por la gracia ordinaria. Y ter- cero: por una inspiración divina, no expresa y terminante, pero resultado de un toque directo y especial de la gracia.

Y agregan los teólogos que aunque no ma- terializado en alguna forma o precisado en pa- labras indubitables, ese toque imprime al esco- gido un sello indeleble, una marca de fuego, uno de los Siete Dones del Espíritu Santo.

Junípero Serra no fué llamado expresa- mente por voz del Altísimo como su Padre San Francisco que escucha de viva voz, di- rectamente de los labios de un Crucifijo bizan- tino, estas palabras categóricas:

"Anda, sostén mi casa que se derrum- ba".

Pero parece evidente que hubo en él un toque directo y especial de la gracia, que lo señaló para siempre con el Séptimo Don de Fortaleza, verdadera marca de fuego que no solo lo transforma y fortifica corporalmente, como él mismo nos lo cuenta, sino que da temple increíble a su voluntad en las condi- ciones más adversas de su vida; un temple y un dinamismo que lo hacen superior a la

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suerte y a la adversidad y que lo ayudan a salvar todos los obstáculos, cumpliendo al pie de la letra este lema en mallorquino, que es el lema de su obra entei-a :

•TASSAR AVANT I MAI RETROCEDIR"

4. "¡VETE POR EL MUNDO Y MARAVILLATE!",..

Otra de las grandes influencias decisivas en la vida de Junípero Serra, además de la ya señalada de San Francisco Solano, es sin gé- nero de duda la de Raymundo Lulio.

No sabemos a punto fijo si Junípero llegó a leer alguno de los 123 libros atribuidos al gran Doctor Iluminado por el autor de la "Vi- da Coetánea". Pero ¿qué importa si no llegó a leer el libro de "Blanquema", la autobiografía novelada de su maestro; ni el "Libro de las Contemplaciones", tan discutido como enor- me; ni el de "Los Cien Nombres de Cristo", obra escrita para ser cantada; ni el "Libro de la Oración", páginas de unción y dulcedumbre; ni el "Libro de los Mil Proverbios", concebido y realizado sobre las ondas del mar Mediterrá- neo ; ni el maravilloso "Libro de las Maravillas" ?

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La obra entera, la obra viva y fecunda de Ramón Barba Florida, era clima de la Isla de Mallorca, era atmósfera que respiraban los contemporáneos de Serra, y bajo ese clima y en esa atmósfera creció Junípero, identifi- cándose con el sentido luliano, con la tradición luliana al respirarlos y vivirlos bajo el sol es- pléndido del Mediterráneo.

Y quien menciona espíritu luliano, habla de espíritu franciscano auténtico. Porque si de San Francisco pudo decirse que es aquel de entre los hombres que más se ha acercado al Jesús infinitamente dulce del Sermón de la Montaña, Raimundo Lulio es el alma más franciscana después de San Francisco.

Junípero se acercó al Pobrecito de Asís y 6e aproximó al Juéz de las Bienaventuranzas, a través del imponderable luliano y encendió su lámpara, como "el Amigo" del "Libro de Blanquema", en el fuego del Amado; y, como el propio Blanquerna, llevará mientras viva, en su sangre, un "hervor de osadía". Y aca- tando el precepto maravilloso del "Félix o el Libro de las Maravillas" :

"Conviene que te maravilles... Vete por el mundo y maravíllate".

Junípero se echa a andar por el mundo y nada ni nadie lo hará detenerse sino la gran- deza de la Bahía de San Francisco de Califor-

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nia, ante cuya belleza rematará su peregrinar, ya casi centenario y sin fuerzas para ir mar adelante, profundamente maravillado; porque maravillarse es para los discípulos de Ray- mundo Lulio, una suerte de oración, una es- pecie de plegaria.

Pero de las dos espadas necesarias según Raymundo Lulio para la conquista de los in- fieles: la Espada de las Dulces Palabras Per- suasivas y la Espada del Hierro Riguroso, Junípero sólo tomará, al ponerse en marcha, y sólo desenvainará en sus andanzas de nuevo Don Quijote por el Nuevo Mundo, la Espada de las Dulces Palabras Persuasivas.

Por eso hará suya la Regla de Oro formu- lada por Fray Bartolomé de las Casas, para llevar a cabo la verdadera conquista del hom- bre por el hombre: "El modo de mover, diri- gir, atraer o encaminar a la criatura racional al bien, a la verdad, a la virtud, a la justicia, a la fe pura y a la verdadera religión, ha de ser de un modo que esté de acuerdo con el modo, naturaleza y condición de la misma cria- tura racional: es decir, un modo dulce, blando, delicado y suave".

Ni ante los; bárbaros indios pames de la Sierra Gorda, ni ante los degenerados califor- nios que el Visitador Gálvez, Marqués de So- nora, llamará "racionales de segunda", olvida-

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Junípero esta regla de oro, este evangelio de la dignidad humana; pero más afortunado que Las Casas, más capacitado para la vida práctica y operando en condiciones más favo- rables, Junípero, realizará plenamente en la Alta California los sueños que Las Casas no pudo alcanzar a ver realizados ni siquiera en la Vera Paz.

5. JUNIPERO DECIDE VENIR AL NUEVO MUNDO

La tradición luliana era tan viva y su in- fluencia tan intensa en Palma de Mallorca por los días de Junípero Serra, que la Univer- sidad de aquella Ciudad llevaba el nombre de "Universidad Luliana" y era Raymundo Lulio el Patrón y el Doctor Iluminado de aquel centro de estudios. En la Universidad Luliana ob- tuvo precisamente Junípero Serra su grado de doctor en Teología y en la misma Universidad regenteó la cátedra de Prima, según refiere Francisco Palou.

El propio biógrafo nos dice que la Univer- sidad de Mallorca celebraba cada 25 de enero una solemnísima fiesta dedicada a su patrón y compatriota, el Beato Raymundo Lulio, y que el último año que estuvo en ella Junípero, le

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fué encomendado el panegírico del Iluminado Doctor, que escuchó la universidad formada y los hombres más doctos de la Ciudad, y cuenta además que al bajar del pulpito nuestro Juní- pero Serra, un comentarista nada apasionado del predicador exclamó entusiasmado:

' Digno es este sermón de que se impri- ma en letras de oro".

Pero Junípero Serra, a semejanza de su gran maestro Raymundo Lulio, no cabía en ningún claustro, por más gi*ande que fuera. Sentía como el andariego de la barba florida, la gran pasión por los horizontes abiertos, y el recuerdo y el ejemplo del inquieto Raymun- do Lulio empujaron a Junípero fuera de la Universidad Luliana y determinó pasar al Nuevo Mundo.

Fray Rafael Verger, que fué Guardián del Colegio de San Fernando de México y Obispo del Nuevo Reyno de León, en la Nueva Es- paña que habla de esta detenninación de Ju- nípero Serra de dejar la Universidad Luliana para venir a América, casi lamentando su re- solución: "estando muy aplaudido en su em- pleo (de catedrático de Prima) por su literatu- ra y bellas prendas escribe dejó aquélla para venir a leer a los míseros gentiles de este dilatadissimo Reyno el cathecismo y la doc- trina cristiana".

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El mismo Palou emplea igual tono al ocu- parse del propósito tomado por Junípero de venir a predicar a los gentiles: "En el tiempo en que el reverendo lector fray Junípero se hallaba en las mayores estimaciones y aplau- sos, así en la religión como afuera, y que po- dían esperarse los correspondientes honores a sus méritos, fué hecha sobre él la voz divina llamándole para doctor de las gentes, tocán- dole en el corazón para que, dejando patria, padres y santa provincia, saliese a emplear sus talentos en la conversión de los gentiles".

Aun situándose en el terreno de la gloria puramente terrenal, nada hay que lamentar porque Junípero haya dejado la celebridad de campanario de que ya gozaba en Palma de Mallorca para venir al Nuevo Mundo, por que con su determinación se incorporó a la co- rriente que había de llevarlo a un renombre que no hubiera ganado jamás quedándose en casa,

A la cifra personal, que cada quien puede fijar a su gusto, entre el número uno y el nú- mero nueve, para Junípero, con su resolución de venir a la América y su propósito de con- quistar el Alta California, colocó a la derecha de su cifra personal varios ceros que acrecen- taron su grandeza.

di

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6. EL BAUTISMO DE MAR

Aun está por hacerse el estudio histórico del papel depurador del mar en la conquista y colonización de América. Decidirse a cruzar el mar y lograr cruzarlo en aquellos tiempos en que las embarcaciones llegaban con sus pa- sajes y tripulaciones diezmadas a los puertos del Nuevo Continente, era ya una selección de los más fuertes, de los mejor capacitados pa- ra la lucha.

Ya San Agustín había dicho que el trán- sito por el mar era un bautismo: "Per mare transitum bautismo est". El tránsito del Atlán- tico consagraba a los elegidos, a los hombres fuertes que habían de forjar de nuevo la civili- zación en las tierras descubiertas.

Llegando a oídos de Junípero Serra de que en España se reclutaban misioneros para la Nueva España, comenzó a hacer gestiones, ya de acuerdo con Fray Francisco de Falou, com- pañero de convento y discípulo suyo, para que se les permitiera pasar a este hemisferio a la conversión de los gentiles. Sus gestiones re- sultaron, por de pronto, infructuosas: se le contestó que las misiones destinadas para los Colegios de Santa Cruz de Querétaro y San

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Fernando de México, estaban ya completas y en vísperas de embarcarse; pero de los treinta y tres religiosos alistados para venir a San Femando, se airepintieron cinco, escribe Pa- lou, "amedrentados del mar, que jamás habían visto, con cuyo motivo hubo lugar para nos- otros". El mar había oi>erado una primera eli- minación y dado oportunidad a los deseosos de aventura.

El 13 de abril de 1749 después de haberse despedido Junípero de sus padres, pa- rientes y amigos, pero sin revelarles su viaje, se embarcó con Palou, su futuro biógrafo, y compañero hasta la hora de su muerte, en Pal- ma de Mallorca para Málaga, a donde llegaron 15 días después. Permanecieron en Málaga 5 días y luego continuaron para Cádiz a donde llegaron el 7 de mayo, y por fin, en 28 de agos- to, según Palou, o en 29 por la noche, según Se- rra, se embarcaron en el citado puerto de Cá- diz para el puerto de Veracruz, en la Nueva España. El 30 de agosto se dieron a la vela y el 8 de septiembre estaban frente a las Islas Canarias.

Días después, el tormento de la sed hizo su aparición a bordo. Desde la festividad de Nuestra Señora del Rosario, comenzaron a racionarles el agua: "nos donaren a tots la aygua taxada", escribe Junípero en su pin-

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toresco dialecto mallorquín, añadiendo que és- ta fué la mayor tribulación de toda la travesía.

A los que perdían su tiempo lamentándose por la privación del agua, en torno de Juní- pero, éste solía decirles con sorna:

Yo he hallado un medio para no tener sed, y es el comer poco y hablar menos para no gas- tar la saliva.

La privación del agua obligó a los de la embarcación a encaminarse a Puerto Rico de arribada forzosa. Desembarcaron en San Juan el 18 de octubre y mientras se hacía la aguada. Junípero, incansable, organizó una misión pa- i*a los isleños, predicando en la Catedral. El 31 del mismo octubre se reembarcaron para Veracruz, y estando ya a la vista de este puer- to en 2 de noviembre cuando ya se imaginaban que entrarían a él esa misma tarde o al día si- guiente, sobrevino un Norte, "Vent molte fatal en estas costas", comenta nuestro héroe, que obligó a la tripulación del barco a virar pa- ra, alejarse de la tieiTa. Fueron a dar hasta la sonda de Campeche, pues se desató una espan- tosa tempestad que duró el 3 y el 4 de diciem- bre. Junípero nos la pinta como "molt fiera" y añade que el bajel hacía mucha agua y que el palo principal sólo de milagro aguantaba.

Llegó un momento en que hasta los hom- bres de mar, avezados a la lucha con los ele-

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mentos, perdieron la fe y se sublevaron contra el capitán y el piloto, exigiendo se varara el barco en las playas para que pudieran salvarse algunos; "pero nuestro Junípero Serra es- cribe Palau se estuvo en medio de tanta tempestad e inquietud de ánimo, como si des- de luego se hallara en el día más sereno; de suerte que preguntándole si sentía miedo, res- pondió que algo sentía, pero que haciendo memoria del fin de su venida a las Indias, se le quitaba luego".

Y así debía ser. Cuando el hombre está seguro de su destino; cuando está convencido de que ha sido llamado a realizar una misión, se proyecta siempre hacia el futuro y hay en él una especie de absentismo aun en los mo- mentos más peligrosos que él estima circuns- tanciales o incidentales en el curso de su ruta hacia el porvenir.

Hablando por ejemplo de los efectos del mareo a bordo, en una carta que dirigirá Ju- nípero más tarde desde Veracruz a un pariente suyo, escribe estas palabras que nos revelan cómo durante las horas de sed, durante el ma- reo y durante la tempestad, él se permite ig- norar al mar: "Y quant los demes estaven qua- xi morts, yo nuca sabut si estave en el mar y realmente es axi". Que traducido al castellano

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dice: "Y cuando los demás estaban casi muer- tos, yo nunca supe si estaba en el mar, y real- mente es así"

7. CON LAS NAVES QUEMADAS

Lo sabremos por el mismo Junípero mu- chos años después, pero es preciso que se asien- te desde ahora en esta biografía porque ello explicará de aquí en adelante, en la vida que relatamos, el empuje irresistible de nuestro héroe en todas las peripecias de su acción en la Nueva España: Junípero Seri'a llegó a Ve- racruz con las naves quemadas.

En 1773, en una carta escrita en 4 de agos- to— a su sobrino, el Padre Miguel de Petra, nos revela:

"Quando salí de essa mi amable patria, ize ánimo de dexarla no solo corporalmente. Con varias personas pudiera haber mantenido correspondencia por cartas, pues sabe V.R. que no me faltaban conocidos y amigos den- tro y fuera de la Religión; pero para haber de tener continuamente en la memoria lo dexaba, ípara que fuera el dexarlo."

Así se cortaba Junípero a sus espaldas to- da retirada; pero así también se abría por

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delante todos los caminos de México: los ya transitados que ahondaría en sus correrías de predicador entre fieles y los nuevos caminos, los abiertos hacia rumbos desconocidos, toda- vía sin meta, capaces de ser prolongados in- definidamente en las nuevas conquistas entre infieles.

00, FRAILES ANDARIEGOS

IGNACIO Ramírez, "El Nigromante": Ignacio Ramírez, el ex-claustrador, el iconoclasta de la Reforma, ha hecho en la persona de Fray Antonio Margil de Je- sús, el elogio supremo de los Frailes Andarie- gos.

Nada más bello, ni más lírico, que aquel su himno en prosa al inquieto franciscano que, según expresión de J. Jesús Núñez y Domín- guez, "hizo sentir el paso de sus sandalias vencedoras" por Querétaro, Zacatecas, Tabas- co, Yucatán, Sierra de Nayarit, Coahuila. Nuevo León, etc., etc. y que "regó una estela de confianza desde Texas a Costa Rica".

Oíd como canta el precursor y apóstol de las Leyes de Reforma al pobrecito monje inmor- tal de los pies ligeros:

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"Hace poco más de un siglo que un misio- nero llamado Fray Antonio Margil de Jesús, midió repetidas veces con sus pies y con su báculo la áspera y caliente lava que cubre el suelo guatemalteco; y ya sumergiéndose en eniermizos pantanos, ya durmiendo en espe- sos bosques, entre venenosas serpientes y ham- brientas fiei'as, buscaba a los feroces salva- jes, sufría sus injurias, provocaba sus cruel- dades; y admirándolos con su resignación y venciéndolos con su entusiasmo, los hacía caer postrados a sus pies, encender hogueras para los derribados ídolos y levantar para la cruz nuevos altares".

Con Fray Antonio Margil de Jesús a la ca- beza, forman legión en México los Fi*ailes An- dariegos "que sentían lumbre en las sanda- lias". Ante aquellos humildes hombres en marcha, retrocedían las fronteras de la bar- barie y se ensanchaban las de la Nueva España; puede decirse sin exageración alguna, que el territorio que andando el tiempo iba a ser nuestro solar patrio, al enredarse en los pies de aquellos andarines, lo mismo que una al- fombra desflecada, se iba desdoblando y ex- tendiendo hacia los cuatro rumbos cardinales.

Encendidos de un fuego interior, se ponían en camino impelidos por un doble imperativo.

Por un lado el precepto evangélico que loe

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empujaba hacia adelante: el "Id y predicad a todas las naciones". Por otra parte el señuelo de lo desconocido, el reclamo del desierto y del misterio que los llamaba a voces: el em- brujo, la tentación de un Nuevo Mundo re- cién hallado, poblado de enigmas por descifrar, de nuevos senderos por descubrir, de amplios horizontes por contemplar.

Nada más variado que esta legión de anda- riegos. Los hay de todos los tipos: "pathfin- ders" o busca-rutas como Fray Francisco Vé- lez de Escalante; sembradores de pueblos co- mo Fray Cintos ; creadores de nuevas ciudades y de instituciones nuevas como Fray Juan de San Miguel, que entonaba en las selvas mi- choacanas, en lengua tarasca, el maravilloso Cántico del Sol de Nuestro Padre San Francis- co: — "¡Alabado seas mi Dios; alabado en to- das sus criaturas, y singularmente en nuestro hermano excelso el Sol . . . Alabado seas, Señor, en la Luna y en las Estrellas, las que formas- te en los cielos claras y serenas. . . Alabado seas, Señor, por nuestra hermana el Agua, tan útil, tan humilde, tan preciosa y tan casta . . . Alabado seas, Señor por nuestro hermano el Fuego con que iluminas las noches, tan bello y agradable como indomable y fuerte!",.. Him- no que revela el espíritu franciscano que ani- maba a aquellos hombres de Dios, aún a K=?

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mismos que no pertenecían a la Orden Seráfi- ca.

Los había arrieros y constructores de ca- rreteras, como el lego inmortal Fray Sebastián de Aparicio ; marinos como Fray Andrés de Ur- daneta, soldado de las guerras de Italia, que estuvieron con Loaiza en el Maluco, nauta de los Siete Mares del mundo, que encontró la ''Vuelta de Occidente", por donde habían de llegarnos las sedas de China y las aromas de la Especiería; unos en sus viajes, como Kino al cruzar el Río Colorado, sólo llevaba en sus an- danzas el breviario, una frazada para dormir y un manojo de retama envuelto en el paño de sol como almohada para reclinar la cabeza; otros, ni aun eso; algunos como Font, cartógrafos y geógrafos insignes, llevaban su astrolabio y sus tablas de cálculo para fijar posiciones de cami- nos y de parajes propicios para nuevas funda- ciones...

Y con ellos marchaban los colonos y ganados que poblaban las tierras nuevas y con ellos iban nuevas plantas y las nuevas semillas. Francisco Piccolo cargaba a cuestas un costal de trigo por la desolación inaudita de su bien amada Baja California; Fray Jordán de Pia- monte trajo de los pensiles de Europa a las huertas conventuales de Oaxaca, la albahaca y la Rosa de Alejandría. Y aun figuraban en- tre ellos algunos que sólo parecían viajar por

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seguir el precepto de Raymundo Lulio, maestro de todos los frailes andariegos : "Conviene que te maravilles ... ¡ Vete por el mundo y mara- víllate!" Así volvió maravillado Fray Mai*cos de Niza de su entrada al Nuevo Méxi- co, con la visión de los pueblos indios converti- da en la maravilla de las Siete Ciudades de Cí- bola.

Nada ni nadie los detenía. Cuando les ce- rraba el paso un río impetuoso, por ejemplo, un milagro estaba listo para hacerlos encontrar la manera de atravesarlo, como Fray Juan Bau- tista Moya, el Apóstol de Tierra Caliente , sobre los lomos de un caimán, manso como un asno.

Caminaban hasta de noche. Si alguien les decía: "Peregrino, detente, que es de no- che", contestaban como el alquimista y trota- mundos Ramón Barba Florida: "Los cami- nos por donde el amigo busca a su Amado, es- tán iluminados de amores".

Y sin embargo, solían detenerse ; pero cuan- do el báculo de los caminantes se inmovilizaba y enraizaba para echar ramas y flores como sucedió en Tacámbaro al báculo de Fray Juan Bautista Mora, era tan sólo para plantar una huerta o formar una ciudad para el arraigo de otros, no para el an-aigo de ellos, que tenían siempre a flor de labio las palabras de San Pa-

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blo: "No tenemos aquí abajo ciudad perma- nente, sino que vamos en pos de la Ciudad Fu- tura" .

Y así iban los hermanos menores del Santo de Umbría, como los pinta el gran historiógra- fo de Guanajuato, Luis González Obregón: ^ "Descalzos, miserables de traje, pero ricos de bondad que aún ilumina nuestra gratitud".

Y acatando el verso maravilloso, "se quita- ban las sandalias para no herir las piedras del camino".

8.— FRAY JUNIPERO, EL TROTAMUNDOS DE LA PATA COJA

Tan luego como llegaron las misiones fran- ciscana y dominica a Veracruz celebrada la fiesta de acción de gracias, cuyo sermón se encomendó al Padre Serra, como era natural, dada su fama bien adquirida de orador se dieron providencias para sacar a dichas misio- nes del puerto de Veracruz, porque su mal tem- poral hacía peligi'oso prolongar la estancia de los recién llegados de Europa. Al efecto se pu- sieron al servicio de los misioneros desembar- cados los carruajes necesarios para emprender la marcha a la Ciudad de México.

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Junípero i)idió se le permitiera hacer el re- corrido a pie. Concedida la autorización, se puso en camino acompañado únicamente de otro franciscano de la Provincia de Andalucía. Así inició, desde luego, su incansable peregrinar por estas tierras, apenas desembarcado. Así se dió de alta en la legión de los Frailes Anda- riegos este singular trotamundos.

A pesar de las grandes caminatas que de ese momento emprendería incansablemente hacia todos los rumbos de la rosa de los vien- tos de México, tal vez Junípero no hubiera des- collado como el máfi prodigioso andariego de aquellos tiempos, a no haberle acontecido en el camino de Veracruz a México una desgracia que cargará de "pathos" su vida entera de viandante.

Sucedióle que una noche, durmiendo en una hacienda, sintió una picadura de mosquito en un pie; al principio aquello parecía no tener importancia, pero a fuerza de rascar y de res- tregar su punzadura, se le fué fonnando una llaga que j'^a no lo dejará en paz nunca, a lo largo de toda su existencia.

Aquella llaga, en carne viva de otro hom- bre de menos temple que Junípero, hubiera re- sultado un grillete capaz de hacerlo afeiTar a una vida sedentaria, a una inmovilización tran- quila ; en los pies de Junípero, la llaga, por el

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contrario, iba a ser como el par de alas en los tobillos de Kermes. Ella, paradójicamente, le dió una razón de ser para caminar siempre, para no estar quieto jamás.

Fray Diego de Almonte, ponderando en al- guna ocasión el heroísmo de los grandes frai- les andariegos, escribió de alguno: "No tiene fuerza para hacer piernas". A Junípero se le presentarán numerosas ocasiones en que "no tendrá fuerzas para hacer piernas"; pero co- mo se dice en la frase del pueblo, hacía de tri- pas corazón y transformaba el impedimento físico de su cojera precisamente en el motor de sus correrías. Segismundo Freud vería acaso en esto la sublimación de un complejo de inferioridad; pero nosotros sabemos bien que para el espíritu verdaderamente cristiano el dolor es una fuei'za, y los impedimentos un estímulo.

"Por las sendas escribe Raymundo Lulio en su libro "Blanquerna" iba el amigo bus- cando a su Amado; en estas sendas padecía el amigo peligros, enfermedades, ti'abajos y mu- chas dificultades para que exaltase su enten- dimiento y su voluntad. .

Por eso llegará Junípero al absurdo de de- fender su llaga como un tesoro contra los mé- dicos-cirujanos que trataran de curársela. Só- lo en los desiertos de la Baja California para

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que los indios no carguen con él sobre unas pa- rihuelas, consentirá que un arriero cure, con un lenitivo propio para curar muías, su llaga enconada por el sol y por el polvo, y seguirá adelante arrastrando por la desolación de la Baja California su pobre pata coja.

9. —"¡QUIEN NOS TRAJERA UNA SELVA DE JUNIPEROS !"

La tarde del último día del año de 1749, Ju- nípero terminó su caminata de Veracruz a Mé- xico viniendo a prosternarse ante el milagroso ayate de Juan Diego en el Santuario de Nues- tra Señora de Guadalupe. Al día siguiente se presentó al Apostólico Colegio de San Feman- do, entonces extra-muros de la capital de la Nueva España. Al recibirlo el Padre Guar- dián con los brazos abiertos, lo saludó con es- tas palabras que expresaban al mismo tiempo un deseo y una profecía, reconociendo por ade- lantado los grandes servicios que el Padre Serra iba a prestar a la Iglesia y a México :

¡Oh, quien nos trajera una selva de Ju- níperos !

El Padre Guardián de San Fernando hacía el mismo juego de palabras que siglos antes

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San Francisco había hecho refiriéndose al más simple de sus discípulos. Ponderando Nuestro Padre San Francisco la aportación del herma- no Junípero, uno de sus primeros colaborado- res, y tomando su nombre en la significación de enebro o junípero, había hecho este supre- mo elogio del fraile a quien Santa, Clara llama- ba "el juguetillo de Dios":

"¡Quién nos diera una selva de junípe- ros]"

10.— LOS APOSTOLICOS COLEGIOS DE PROPAGANDA FIDE

El Colegio de San Femando, entonces extra- muros de la Ciudad de México, a donde llegó Fray Junípero Serra de Veracruz, era uno de los tres Apostólicos Colegios de Propaganda Fide de la Nueva España.

¿Qué clase de instituciones eran estos co- legios? Zepherin Engelhardt. historiador de las misiones y de los misioneros de las Califor- nias, nos lo dice en términos precisos: "eran seminarios en que los franciscanos volunta- rios se preparaban para misionar, principal- mente entre indios". Estos seminarios, añade, "eran independientes de cualquier provincia o

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custodia, y estaban sujetos directamente al Co- misario General de los Franciscanos de las In- dias, que residía en Madrid".

El primer Colegio de Propaganda Fide que se creó en América fué el de Santa Cruz de Querétaro,

Habiendo sido electo Fray Antonio Linaz custodio por la Provincia PYanciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán para el Capí- tulo General de la Orden que había de reunir- se en 1682 en Toledo, España, aquel incansa- ble misionero (mallorquino también como Juní- pero) había solicitado de Fr. Joseph Jiménez Samaniego se le permitiera reclutar en la Ma- dre Patria doce compañeros para volver a la Nueva España con ellos "y entrar predicando por la vasta serranía de gentiles de Cerro Gor- do" o Sierra Gorda, como ahora se la conoce, abrupta región montañosa del corazón de nues- tro país, que cubre parte de los Estados de Guanajuato, Querétaro, Hidalgo y San Luis Potosí.

Ximénez de Samaniego, que era entonces el General de la Orden de San Francisco en Es- paña, le sugirió a Linaz la conveniencia de crear en Nueva España un Colegio para la pre- paración especializada de franciscanos que qui- sieran dedicarse principalmente a misionar en-

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tre infieles, y le dió patentes para que se pre- sentara con el proyecto a Su Majestad.

El Rey concedió el permiso para la funda- ción del Apostólico Colegio de Propaganda Pi- de proyectado, que debía hacerse precisamen- te en Querétaro, y no en San Juan del Río co- mo quería Linaz, por Real Cédula de 18 de abril de 1682, expedida en Aran juez.

A semejanza de este Colegio, que se llamó de Santa Cruz de Querétaro, se fundaron más tarde el de Guadalupe de Zacatecas, creado por Fray Margil de Jesús, y luego el de San Fernando de México, en la casa y huerta de! contador D. Agustín de Oliva, que se compró con limosnas.

En la Real Cédula que concedió el permiso para esta última fundación y que está fechada en San Ildefonso en 15 de octubre de 1733, se expresa por Su Majestad Católica: "He resuel- to conceder (como por la presente concedo) licencia y facultad a los citados Ministros apostólicos de la Orden de S. Francisco de la Nueva España, para que en el referido Hospi- cio, nombrado de San Femando, extramuros de México, puedan fundar y funden el mencionado Colegio Seminario de Propaganda Fide; siendo encargo de que tengan sujetos para infieles, como previenen la Bula de Inocencio Undécimo, el año de mil seiscientos «chenta y tres".

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El Colegio de Santa Cruz de Querétaro, que había sido fundado con la mira primitiva de conquistar la Sierra Gorda, no pudo llegar a realizar semejante conquista. Ella estaba re- servada al Colegio de San Fernando ; y, por es- pecial designio de la Providencia, había de en- comendarse a Junípero Serra.

11.— SERRA ES ENVIADO A LA EVANGE- LIZACION DE LOS PAMES

Cuando cinco meses después de su llegada a la Ciudad de México, y a insinuación del Pa- dre Guardián de su Colegio, se ofreció Serra a ir a la conquista espiritual de Sierra Gorda, en compañía de algunos de los franciscanos que habían venido con él de Europa, la famosa conquista era ya una empresa varias veces fa- llida.

Los misioneros del Colegio de Santa Cruz de Querétaro habían tratado de idealizar el sue- ño da Linaz de entrar a la Sierra Gorda predi- cando el evangelio, pero al llegar a ella se la habían encontrado, en parte por lo menos, ocu- pada por los padres agustinos y hubieron de volverse a su Colegio.

En realidad ni los dominicos ni los agusti-

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nos, que tenían fundadas viejas misiones en la región, lograron jamás evangelizar el corazón mismo de la Sierra, Gorda, que seguía siendo, según feliz expresión del Padre Palou , "un manchón de gentilidad en el centro de Nueva España".

Joaquín de Aguirre, un Alcalde Mayor del Mineral de Zimapab, la había dedicado años an- tes términos más duros que Palou: la había llamado "una vergüenza a sólo treinta leguas de la Corte", es decir de la Capital de la Nueva España.

El alcalde de referencia escribía en 1711 al gobierno vin'einal urgiéndole para que pu- siera pronto remedio a la gravísima situa- ción creada por los indios de la Sierra Gorda, y por los foragidos entre ellos refugiados, que bajaban de dicha sieira a robar y matar en las regiones circunvecinas. Era tanta la audacia de los indios y de los prófugos de la justicia que vivían entre ellos y los dirigían o acompa- ñaban en sus correrías, que según el propio alcalde, en el importantísimo centro minero de Zimapán, tenían que vivir sus habitantes haciendo guardias en las goteras de la pobla- ción para prevenir los golpes de los indios y bandoleros que amagaban constantemente el real de minas. Comenta patéticamente Agui- rre: "siendo sensible cosa que a la vista de esa

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corte en treinta leguas se permita vivir de es- ta manera a una cuadrilla de ladix)nes que só- lo vive de eso, pasando no sólo a robar para comer, sino cuanto pueden, y hacer cuantos da- ños les es posible'".

Manifiesta el mismo memorialista que las jurisdicciones o autoridades locales existentes en torno de la sierra, son impotentes; que se necesita una acción más grande y eficaz con- tra los bárbaros; que aunque se dieran am- plias facultades a dichas jurisdicciones para hacer la guerra a los pames y a sus aliados con todo rigor, nunca se conseguiría un triunfo sobre ellos, efectivo y definitivo, "a causa de que aun que salgan (las autoridades locales a combatirlos, la fragosidad del país los ampara por no poderse andar en él a caballo ..."

12.— CERCO Y ASEDIO DE SIERRA GORDA

Con las correrías de los indios pames y de los foragidos que bajaban de la Sierra Gorda, "el manchón de ignominia" se iba ensanchan- do. La barbarie recuperaba terreno a costa de la civilización. Los pobladores y coloniza-

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dores abandonaban sus campos y se alejaban de la sierra maldita.

Había que hacer, pues, algo en firme, y se hizo al fin. Encomendada a Don José de Es- candón la conquista y colonización de Sierra Gorda, de Tamaulipas y el Seno Mexicano, Es- candón por decreto de 23 de junio de 1743 del Virrey Conde de Fuenclara, fundó las misio- nes de Santa María del Agua de Landa, San Francisco del Valle de Tilaco, Nuestra Señora de la Luz de Tancoyol y San Francisco del Valle de Tilaco, y San Miguel de Concá, y con- gregó a los indios de Santiago de Xalpan, con la cooperación de misioneros proporcionados por el Colegio de San Femando.

Con estas misiones se puso un verdadero cerco al núcleo de la Sierra Gorda desde el cual los pames in*adiaban sus actividades des- tructoras.

"De suerte que todas ellas (leemos en un informe subscrito en noviembre de 1761, por los ministros que servían entonces aquellas misiones) hacen un círculo casi perfectamente esférico, quedando en medio una Sierra y al pie de ella y casi en medio de las cinco Misio- nes está la Villa de Gente de Razón recién fundada con el título de Nuestra Señora del Mar de Herrera".

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En torno del "manchón de gentilidad" se tendió, pues, el cordón de San Francisco. Pa- ra la dirección de las referidas misiones se en- vió allá a Fray Pedro Pérez de Mezquia, prác- tico en esta clase de fundaciones por haber estado con Fray Antonio Margil de Jesús en las misiones de Texas. Mezquia implantó en Sierra Gorda el régimen misional adoptado por los Colegios de Santa Cruz de Querétaro y Guadalupe de Zacatecas, para sus fundaciones.

Pero el medio derrotó a los primeros mi- sioneros fernandinos capitaneados por Mez- quia. "El clima de dicha sierra, escribe Palou haciendo una síntesis del fracaso , es muy caliente y húmedo, y por consiguiente, con- trario a la salud; por lo cual enfermaron en breve muchos de los misioneros, de los cuales en pocos días murieron cuatro, y otros se re- tiraron, imposibilitados, a la enfermería del Colegio, quedando solos dos de los fundadores de la misión. Como éste (el Colegio de San Femando) se hallaba entonces exhausto de misioneros, fué preciso pedir socorro a los otros Colegios de Querétaro y Zacatecas; pero como quiera que iban a suplir por el tiempo de seis meses y cumplidos estos los remudaban otros, no tenían tiempo para aprender la len- gua y éste era el gran atraso para la conquista espiritual".

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El cordón de San Francisco tendido en tomo de la SieiTa Gorda, estaba roto.

13.— EL HOMBRE PROVIDENCIAL

Se necesitaba para las misiones de Sieira Gorda un hombre excepcional que procediera en forma dianietralmente opuesta a la actitud de los últimos ministros. Un hombre, en pri- mer lugar, que quisiera sepultarse en vida allá, por todos los años que fuera necesario. Junípero Serra se enterrará cerca de 9 aiios. En sejíundo lugar, un hombi'e que quisiera y pudiera afrontar el problema de la Sierra Gor- dí?. planteado en toda su dificultad y grandeza, comenzando por la dificultad de la lengua.

Serra y sus compañeros del Colegio de San Fernando salieron para SieiTa Gorda a prin- cipios de junio de 1750, según Palou, a quien seguimos principalmente en esta parte de la vida de Junípero. De Santiago de Jalpan habían venido por los Padres a México unos indios la- dinos con caballos de silla y carga, "en aten- ción a lo dilatado del camino, lo escabroso de la mitad de la Sierra y la falt^ de agua".

Pero Junípero se negó a emprender el via- je a caballo. Descalzándose las sandalias que

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acostumbraba llevar en el Colegio, se puso en marcha a pie, en alpargatas, y cuando éstas se le deshicieron por los agrestes caminos, las substituyó con huaraches, con los huaraches de cuero crudo del indio.

Llegó a Jalpan el 10 de junio, casi arras- trándose. La llaga se le había agravado du- rante el viaje y la marcha le había sido par- ticularmente penosa por la hinchazón del pie.

Apenas llegado, se puso a la obra estudiando detenidamente la situación de las misiones, la idiosincrasia del indio y las condiciones del me- dio. Comprendió desde luego que antes de con- quistar las anfractuosidades de la serranía, había que conquistar las anfractuosidades del alma del indio y que para conseguir esto, nece- sitaba comenzar por el api-endizaje de su len- gua.

Junípero, lo cuenta él mismo con tristeza, carecía de facultades para el estudio y asimila- ción de idiomas. Pero con la ayuda de un indio mexicano que le sir\úó de lengua pame, acabó por dominar de tal manera ésta, que tradujo a ella las oraciones más usuales y el texto de la doctrina cristiana.

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14— EL PROBLEMA DE ALIMENTAR AL LOBO DE GUBIO.

Junípero por principio de cuentas compren- dió que tenía ante sí, en lo temporal, como pro- blema más apremiante (que se le volverá a presentar por segunda vez en Baja California y por tercera vez en Alta California) el proble- ma de cómo alimentar al Hermano Lobo. Es decir, el problema del Lobo de Eugubio o de Gubio, tal como lo plantea niesser Francisco en "I Fioreti" ("Las Florecillas" de San Fran- cisco), Comprendió que el indio pame, como el feroz lobo de la más bella leyenda franciscana, hacía el daño, en primer lugar por hambre. Que el pame bajaba de su sierra, como el lo- bo de Gubio bajaba del monte, a los poblados a hacer el mal, impelido por una apremiante necesidad fisiológica de subsistencia. Para po- der sellar con el indio pame un pacto de paz, era preciso asegurarle, como San Francisco le aseguró a la fiera, todo lo necesario para el sustento.

En una palabra, era necesario desterrar la miseria en que vivían los indios de Sierra Gorda, con la abundancia. Pero no con una abundancia gratuita, llovida del cielo, sino

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creada y acrecentada con el esfuerzo de los mis- mos indios.

El ijroblema de la abundancia era un pro- blema de educación, muy difícil de resolver porque el indio pame era extraordinariamente perezoso. Wigberto Jiménez Moreno cita unas palabras del Padre Soriano, que misionó entre pames, que pintaban de cuerpo entero al in- dio de cuya educación había de encargarse Ju- nípero: "el tratar con ellos dice es lento y dilatado martirio. . . raramente agradecen un beneficio. . . son muy maliciosos. . . muy flojos, y sólo les agrada andar por los montes como fieras. . /'

¿Cómo hacer trabajar a aquellos bárbaros, crecidos y viciados en la holganza? Junípero no encontró mejor medio que el de la ejempla- ridad y resolvió el problema de hacer traba- jar a los demás, trabajando él mismo en forma incansable e impresionante.

Cuenta Palou, fuente inagotable de noti- cias acerca de Serra, que "se ejercitó en el ejercicio corporal hasta no desdeñar de prac- ticar los oficios más bajos y humildes, como peón de albañil y de acarrear piedra para la fábrica de la iglesia, hacer mezcla con los mu- chachos como si fuera uno de ellos, y con los grandes acarrear madera para la dicha fá- brica, metiéndose también entre los albañiles a llenar los huecos entre las piedras con ripios

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para macizar las paredes, con un traje humil- dísimo, con el hábito hecho pedazos, envuelto en un pedazo de manto viejo, siendo así que es una tierra muy caliente; por sandalias, un pe- dazo de cuero crudo, que es el calzado de aque- llos indios, que en su lengua llaman "apats nipís", que es lo mismo que guaracha o abarca".

Asegura el mismo Palou, que viendo al Pa- dre Serra en una ocasión el Padre Pruneda, su antiguo Maestro de Mística, metido en una cuadrilla de indios que cargaban una gran viga, ayudándolos a llevarla y con su manto doblado sobre el hombro para poder dar el tamaño pues Serra era de baja estatura, el Padre lla- mó rápidamente a Palou para que contempla- ra aquel espectáculo, creyendo sorprendería a Palou.

Mire le dijo Pi'uneda a Palou, señalán- dole a Serra como anda de viacrucis y en qué traje. . .

A lo que le contestó Palou:

Eso es de todos los días.

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15.— LLENANDO LOS TROJES

En el informe ya mencionado de las misiones de Sierra Gorda, subscrito en noviembre de 1761, por los ministros que las servían en aquella época, informe que se encuentra en el Archivo Franciscano de la Sección de Ma- nuscritos de nuestra Biblioteca Nacional, se hallan varios datos interesantes, de los que re- producimos a continuación algunos.

La región encomendada a los mencionados misioneros estaba limitada al Norte por Río Verde; al Oíiente, con jurisdicción de Villa de Valles ; al Poniente, por el Real y Minas de Es- canela, jurisdicción de Villa de Cadereyta; y por el Sur, lindaba con las jurisdicciones de las Al- caldías Mayores de Zimapán y Meztitlán.

Todos los indios que componían estas mi- siones pertenecían a la nación pame, habla- ban un mismo idioma y se les había congi'e- gado procedentes de varias rancherías en que vivían dispersos y de las que "se extrajeron a los sitios más acomodados en que se funda- ron sus pueblos".

A principios, la vida de las misiones fué sumamente difícil para misioneros e indios, "porque como no se hizo contribución alguna

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de parte del Real Erario, ni en yuntas apera- das, para la labranza, ni en ganados de cría, ni en el maíz necesario, y que se acostumbra- ba dar en las reducciones nuevas, fueron inde- cibles los trabajos que en aquellos tiempos padecieron," hasta que, a base de limosnas y a costa de la propia paga de los misioneros, "se juntaron yuntas con los necesarios aperos para el cultivo de las tierras y se compraron algu- nas vacas, y ya no fué tanta la necesidad de los indios, lográndose con dicha diligencia que se minorase esta (necesidad), al paso que con el cuidado de los religiosos se acrecentaban las yuntas, y también las siembras, y consi- guientemente las cosechas. De suerte que hoy día, gracias a Dios (dicen los fernandinos) tienen los indios de estas misiones el sufi- ciente sustento para su manutención anual".

No sólo se alcanzaron a producir suficien- tes cosechas para la alimentación, sino para iniciar un creciente comercio con las semillas sobrantes, en el que se aleccionó a los indios para que cambiaran sus cereales por ganado o herramientas y vestidos.

La alimentación de los indios no solo au- mentó en cantidad, sino que mejoró en calidad, pues Junípero introdujo el cultivo de legumbres.

Los trojes de las misiones, que antiguar- mente no podían sostenerse sin la ayuda age-

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na, llegaron a almacenar cinco mil fanegas so- brantes de maíz.

16.— UN JEFE SE HA FORJADO

En el riñón de la Sierra Gorda, un jefe se estaba forjando. Junípero SeiTa se iba reve- lando como el gran organizador que alcanzaría toda la gloria y plenitud al llegarle su hora, la gran hora de Junípero, en que habría de sa- car casi de la nada toda la riqueza y grandeza que hacen de Alta California la región agrí- cola más estupenda del mundo.

Y en torno de aquel jefe, se iba formando también todo un estado mayor, el brillante es-- tado mayor de civilizadores que cooperaran con él en las Californias. Palou, Crespi, Lau- sen, Ramos de Lora, Murguía, De la Campa, Paterna . . . que figuran en la historia de Sierra Gorda, sonarán también en la historia de las Californias, Sierra Gorda sirve como de es- cuela preparatoria para la conquista de la Alta California, obra maestra del Colegio de San Femando.

Y a imitación del jefe, trabajan los demás misioneros colaboradores de Serra. En los campos agrícolas, ellos ponen el ejemplo a los

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indios dedicándose a las labores más rudas, co- mo gañanes o como mayordomos, hasta que los indios quedan habilitados y preparados, En lo espiritual, siguen también las huellas del maes- tro.

El éxito de Junípero en Sierra Gorda está en haber sabido comprender por completo al in- dio, y en haber hecho frente en su totalidad al problema de la Sierra, con un admirable conocimiento de los hombres y del medio. Po- ne Junípero a contribución su poderosa inven- tiva para ganarse al pame por cuantos medios lícitos podían aprovecharse, desde el canto y la música hasta las representaciones teatrales, Escribe y compone personalmente "coloquios" o adapta los ágenos y los hace representar a los indios en castellano y en lengua pame,

Y como coronamiento de su conquista es- piritual substituye el culto general de la Sierra Gorda a "Cachum" la Madre del Sol, por el cul- to a la Infinitamente Pura, Comprendiendo a fondo el alma del indio, artista por encima de todas las cosas y a pesar de su rudeza, reviste Serra al culto católico de esplendor inusitado y espectacular y va lentamente insinuando, mediante la magia del canto, la dulzura del cristianismo; imprimiendo a sus neófitos una "tierna y gran devoción" que se acendra en los

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cánticos predilectos, como el de "Tota Pulchra", que "aprendieran y entonaban con mucha so- lemnidad los indios".

17 LA CONQUISTA DE LA DIOSA "CA- CHUM", MADRE DEL SOL

Es en la correspondencia de Don José de Escandón donde se encuentra el mejor elogio de la obra de los fernandinos en Sierra Gorda; no sólo en las cartas en que felicita al Cole- gio de San Fernando "por el ferboroso zelo de los religiosos, que de mi orden las han admi- nistrado, cuyo esmero y fatigas me son bien notorios" (como se expresa en misiva al Guar- dián, de fecha 9 de noviembre de 1762), sino hasta en aquellas cartas en que critica y hace cargos a los misioneros de que no dejan acer- carse al corazón de la Sierra Gorda a los po- bladores y colonizadores no indios. "En Fila- co (se queja amargamente ¡Escandón en carta de fecha 28 de abril de 1751, dirigida al Guar- dián, denunciando la negativa de los misioneros a recibir pobladores no indios que es donde hay más necesidad de pobladores . . . solo hay dos fa- milias ... Si en Tancoyol, se hubieran agasa- jado y atenido (a las familias de gente de ra-

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zón que querían radicarse allí) pudieran pa- sar de ciento ..."

Estos cargos implican en realidad un su- premo elogio para la obra de Junípero y sus sucesores. Los pobladores que antes huían des- pavoridos de las cercanías de la Sierra Gor- da, iban ya hacia ella, definitivamente pacifi- cada y cristianizada, en oleadas cada vez ma- j'^ores. Era la marea creciente de la civiliza- ción en retomo que se entraba por los valles y cañadas, con perjuicio a veces de los intere- ses de los indios. Y los pames descendían de sus montañas a los pueblos y minerales cir- cunvecinos, pero ya no en son de guerra, sino en son de paz, trayendo los productos de las in- dustrias domésticas introducidas por Junípero, principalmente entre las indias pames. Apro- vechando la habilidad de manos y la dedicación y laboriosidad de las mismas, Junípero las ini- ció en las artes de hilar y de tejer a la europea, y enseñó a fabricar medias, calcetas, toallas y otras mercancías con las que aun hoy día co- mercian los indios pames . . '

De su obra material constructiva, quedan todavía para la gloria de Junípero no sólo las capillas que subsisten de pie, sino la ruina de construcciones como las de un gran acueducto de mampostería, en parte subterráneo, que lle- vaba el agua en abundancia del arroyo del

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Aguacate a la plaza misma de Santiago de Jalpan, obra atribuida por el historiador que- retano Don José Antonio Septien y Villaseñor a Serra, y que generaciones posteriores de- jaron azolvar primero y luego desmoronarse en parte.

Pero el triunfo de Junípero Serra se evi- dencia sobre todo en la entrega que le hicieron los propios indios, ya cristianizados, del ídolo que guardaban en lo mas abrupto de la sierra, una estatua de la diosa Cachum, Madre del Sol, que en vano buscaron los soldados de Don José de Escanden y que Junípero se trajo como un trofeo al Colegio de San Fernando, cuando fué llamado para hacerse cargo de las Misiones de San Sabá.

Esta deidad sanguinaria de la SieiTa Gorda, que no pudo ser conquistada con "la espada del Hierro Riguroso" de la soldadesca a principios de la colonización, fué ganada al fin por Juní- pero con "la Espada de las Dulces Palabras Persuasivas".

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18.— EL HOMBRE PROPONE Y DIOS DISPONE

La llamada de Junípero Serra a México para destinarlo al restablecimiento de la mi- sión en San Sabá, que acababa de ser arrasada por los apaches, quienes mataron a dos de sus ministros e hirieron gravemente a otro, era toda una consagración, puesto que se le con- fiaba una delicadísima comisión teniendo en cuenta su obra admirable entre los pames.

Junípero daba por hecha su salida para el Rio de San Sabá, En 29 de septienbre de 1758, tres días después de haber llegado de Sierra Gorda, escribía desde San Femando a su so- brino Miguel de Petra, capuchino de Mallorca:

"Ocho años y meses he estado ausente de este Santo Apostólico Colegio de San Feman- do de México, en donde me hallo recién llega- do de 3 días y próximo a emprender una jor- nada de más de cuatrocientas leguas a unas tierras de gentiles, donde se intenta plantar nuestra Santa Fe Católica, empleo para el cual me destina la Santa Obediencia, por lo que aca- bo de llegar llamado de las misiones de Sierra Gorda".

Pero el hombre propone y Dios es el que

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dispone en definitiva. No estaba escrito que Serra partiera, con su inseparable Palou, a las misiones de San Sabá en la remota Texas. La fecha de la partida se fué posponiendo y por muerte del Virrey Marqués de las Amarillas, en Cuernavaca a 5 de febrero de 1760, Junípe- ro no fué por fin de cuentas a sustituir a los mártires de San Sabá. La Providencia le te- nía reservados mucho más altos destinos. Ca- lifornia iba a ser el teatro de sus grandes acti- vidades.

19. EL ORADOR

Desde su regreso de Sierra Gorda hasta 1767, Junípero Serra se dedicó a la predicar ción y a misionar entre fieles, teniendo como" centro de operaciones la Ciudad de México, pe- ro llevando sus correrías de gran fraile anda- riego a un número increíble de lugares y po- blaciones: Zimapán, provincia del Mezquital, Pueblos de las Huastecas, Villa de Valles; cos- ta del Seno Mexicano, en Tabuco, Tuxpan, Ta- miahua, etc. ; Oaxaca, Tabasco, Río Verde, etc., etc.

Serra fué orador incansable toda su vida. En Palma de Mallorca y sus contomos era cons-

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tantemente solicitado como predicador. Ya he- mos hablado de él como orador académico en el seno de la Universidad Luliana. En Puerto Rico se reveló como orador de multitudes, Pe- ro es sobre todo en este período de su \ñda a que nos referimos, cuando mayores oportuni- dades tiene para dedicarse a la oratoria sagra- da.

Hasta qué alturas rayó su elocuencia, no hemos podido averiguarlo porque no hemos lo- grado dar con algunas de sus piezas oratorias que se dice andan escritas por allí de su puño y letra. Sólo sabemos de la forma exterior de sus predicaciones, que eran largas y expresa- das con vigor, en voz a veces tan alta que lle- gaba al grito ; sabemos también que su elocuen- cia era caudalosa por sus vastos y profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras que se desbordaban en sus discursos en largas ti- radas; que siempre se colocaba a la altura de sus oyentes, por más rústicos que estos fue- ran, con el uso de ejemplos, de comparaciones, de símbolos; que hablar era para él un placer que lo transfiguraba y encendía en un júbilo irradiante y contagioso; pero que cuando la magia de sus propias palabras dejaba de reso- nar en sus oídos, y se tornaba un crítico exi- gente de mismo, se lamentaba amargamen- te de lo que él tenía por ineficacia de su pala- bra para mover los corazones. Comparándose

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por ejemplo, con los demás oradores de la mi- sión en la Catedral de San Juan de Puerto Ri- co, de que hablamos muy a los principios, se dolía de que "era el unich en qui no residía aquell foch interior que inflamme las paraulas para mover el cor deis oyents", (que era el úni- co en quien no residía aquel fuego interior que inflama las palabras para mover el corazón de los oyentes).

Porque para este gran franciscano, el ideal de la oratoria sagrada era hacer sentir a los hombres lo que la elocuencia de nuestro Padre San Francisco hacía sentir a Fray Pacífico, el primer trovador de su tiempo, quien asegura- ba que después de oir al Pobrecito de Asís, sen- tíase atravesado el cuerpo por dos espadas: una de arriba abajo, de la cabeza a los pies, y otra en forma de cruz, a lo largo de los bra- zos extendidos, taladrándole el pecho . . ,

En ocasiones, nuestro predicador Fray Ju- nípero Serra, tenía arrebatos de oratoria sólo explicables en un alma profundamente francis- cana. Si un día, caminando entre Carmano y Bevagno, San Francisco se detiene con asom- bro de los hermanos Angelo y Masseo para predicar a los hermanos pájaros; si San Anto- nio de Padua, en Rimini, dirige este exordio exabrupto a los hermanos peces: "Udite la parola di Dio voi pesci del mare e del fiume...!" (Oíd la palabra de Dios, peces del mar y de

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los ríos), Fray Junípero, en la fundación de la misión de San Antonio, y después de repicar las campanas acabadas de colgar de un árbol o una horqueta, ante el asombro de los más respetuosos que en esos momentos lo tomaron a loco, se encaró a públicos invisibles, a audi- torios ausentes, para hablarles a grandes gri- tos efusivos y jubilosos.

¡ Cosa extraña ! Entonces, ante el encendido orador no se veían las multitudes, los grandes auditorios; y, hoy, en California, ante las mul- titudes en actitud de escuchar, no se ya al orador, pero aún sigue resonando la palabra maravillosa del ausente . . ,

0.

BAJA CALIFORNIA CANTA COMO LA SIRENA

DESDE las nebulosidades de su prehisto- ria, Baja California, la tentadora, no ha dejado un sólo instante, a través de los siglos, de embrujar a los hombres con su inex- plicable y fuerte hechizo. Desde que era, pa- ra los lectores de libros de caballería coma el de "Las Sergas de Esplandián" , una Isla, de la Reina Calafia, situada muy cerca del Pa- raíso Terrenal, escarpada de montañas de me- tales preciosos y habitada de amazonas ne- gras, Baja California ha sido la obsesión per- durable.

La leyenda de "El Dorado" murió con los últimos grandes conquistadores y aventureros españoles. Las Siete Ciudades de Cíbola, que jurara el visionario Fray Marcos de Niza ha-

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ber entrevisto desde lejos, en el corazón mis- terioso del Nuevo México, se desvanecieron bien pronto ante los pecadores y codiciosos ojos de los rudos soldados de Vázquez de Corona- do. Las creaciones mismas de la realidad tu- vieron un embrujo sobre las imaginaciones, más efímero que el de las fábulas de la época de los grandes descubrimientos: el Potosí es ya sólo un recuerdo, y la Valenciana, exhausta, ya no fascina con su riqueza; el Klondyke fué la fiebre del oro de un instante y los diamantes de Kimberley, la alucinación de un minuto. Sólo la inquietante, remota península. Tierra Incógnita, sigue cantando como la sirena.

En vano se ha procurado desentrañar el secreto recóndito de su fascinación. Su filtro milagroso podría decirse ha sido el mis- terio. Mientras la Baja California podría afirmarse perteneció a la Mitología, mien- tras fué Ciguatán la Isla del Tesoro, el país de las negras amazonas, los hombres la amaron, por enigmática, con una fe que fué una ce- guera, con una obstinación que fué una locura.

Hernán Cortés, el férreo conquistador, la supo amar con una pasión más ardiente y má» rendida que a la "Malinche'', y le consagró, con los últimos años de su vida, su riqueza en- tera, sus más grandes esfuerzos, compromc- tiaido todo lo ganado en la Nueva España, Y

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tras de Hernán Cortés se lanzó a la conquista imposible la turbamulta de los alucinados por la tierra baja califomiana: Francisco de Ulloa, Femando de Alarcón, Juan Rodríguez Cabrillo, Sebastián Vizcaíno, el Almirante Oto- tondo, Lunecilla, Iturbi . . .

Pero es el caso que cuando la Baja Cali- fornia vino a ser sólo una desolada realidad; cuando, gracias a los esfuerzos y exploracio- nes de Kino, Salvatierra, Ugarte, Link y Con- sag, se precisó su geografía, deslindándola del misterio, la incorregible siguió seduciendo desde lejos el corazón de los hombres.

De todos los hombres sin distinción. Por- que la Baja California ha enamorado a los mi- sioneros a la par que a los piratas y a los fili- busteros; a los hombres de empresa, lo mismo que a los hombres de ciencia ; igual a Marta la hacendosa, que a María Magdalena, la peca- dora.

Los jesuítas la amaron con uno de los amo- res más puros y desinteresados que recuerda la historia. Soñaban para ella grandes desti- nos. Baja California sería la Italia del Nuevo Mundo; su Mar Bermejo sería como un nuevo Mar Adriático, y Loreto, la Pobre Loreto, lle- garía a ser un gran foco de atracción y de ra- diación. Y cuando el Virrey La Croix los arran- có de su sueño, todavía en alta mar, convertían

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hacia ella los ojos enarenados en llanto para ver como se perdían, en la lontananza marina, los últimos riscosos picachos de su desolada, de su desnuda, de su calcinada, pero bien amada Baja California,

Filibusteros como William Walker, el de los ojos de acero, que quiso hacer de ella y de Sonora la República de las Dos Estrellas, la presentaban a la codicia de los aventureros como una presa fabulosa. Los "W.W", los Tra- bajadores del Mundo, estuvieron a punto de convertirla en una república socialista para to- dos los desheredados del mundo; los hombrea rubios de los ojos azules la creen suya por "destino manifiesto"; los hombres amarillos de los ojos oblicuos, la codician desde hace tiempo para crear en ella el "Shin Nihon", su tierra prometida, una prolongación en tierra firme de América del Imperio del Sol Na- ciente; y hasta el Judío Errante ha soñado al- guna vez en ella para hacer un alto en el cami- no, para crear allí un Hogar Israelita del Nue- vo Continente.

Naves enarbolando las banderas de todas las patrias del mundo, procedentes de todo» los rumbos de la Rosa de los vientos marinos, vinieron hacia ella atraídos por sus riquezas. Nautas ingleses siguiendo la estela de la nave pirata de Sir Francis Drake, desde Tomás Ca-

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vendish, pasando por Robinson Crusoe, hasta el capitán Wilkinson, a quien Chile bendice como un libertador y la Baja California maldi- ce como un bandolero. Bucaneros holandeses, como los pichilingues, que venían en busca de las perlas de la Virgen; barcos moscovitas, a cargar la sal para sus establecimientos de Alaska; buques bostoneros que venían a la compra de pieles de nutria y a la práctica del contrabando; veleros escandinavos, tras de sus ballenas; barcazas alemanas de enormes vientres hinchados, a cargar el cobre de las minas de El Boleo para los cables eléctricos y alambres que se estremecen como nervios con las inquietudes de la Humanidad; vapores orchilleros que arribaban al acaparamiento del parásito que producía la tintura para teñir de púrpura las vestiduras del mundo, cuando el mundo se revestía como para una fiesta im- perial . . .

Todos los Ulises de los Siete Mares de la tierra han escuchado su canto y han acudido a su reclamo sin taparse los ojos.

Y con la Baja California, el Alta Califor- nia ha compartido también la fama universal, desde que fueron, antaño, en la cartografía delirante, islas de misterio y de ensueño : "i las Californias !" ; y hoy día, aun divididas bajo di- ferentes banderas y bajo diversos gobiernos,

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signen siendo en la magia de su común des- tino, como la tierra acogedora de la antigua mitología en que se daba el loto maravilloso que mataba en las almas recién llegadas la nostalgia de las patrias de origen . . ,

20.— SERRA ES DESTINADO A LAS MI- SIONES DE CALIFORNIA

La deteiTOinación de Carlos III de expulsar de sus dominios a los Padres de la Compañía de Jesús iba a crear en la Nueva España un problema particularmente difícil: ¿cómo subs- tituir a los misioneros que se expulsarían de California?

El problema revestía singular importancia por múltiples razones. La expulsión debía efec- tuarse precisamente cuando se cernía sobre aquellas lejanas y dilatadísimas regiones el fantasma de la amenaza extranjera, principal- mente de parte de los rusos que desde Alaska se decía pretendían avanzar hacia el Sur y co- diciaban lo que entonces se llamaba por las au- toridades de la Nueva España muy vagamen- te "las costas septentrionales de la California". Por otra parte, se suponía que los Jesuítas ocultaban en la Península grandes riquezas,

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que eran allí más poderosos que en ninguna otra parte y que dominaban por completo a la población indígena. Se llegaba aún al gra- do de temerse, por algunos, que los jesuítas opusieran en la Península una resistencia armada.

Tanto el Virrey Marqués de Croix, como el famoso Visitador D. José de Gálvez, se die- ron a buscar los hombres capaces de expul- sar a los jesuítas y sobre todo de reemplazar- los. Sé determinó entonces entregar las mi- siones que habían de dejar los Padres jesuí- tas a los franciscanos del Colegio de San Fer- nando, al frente de los cuales iría Junípero Serra, electo Presidente por el Padre Guar- dián. La expedición militar se encomendó al Capitán Gaspar de Portplá, originario de Balaguer, Cataluña, dándosele el nombra- miento de primer Gobernador de California. Portolá tenía una buena hoja de servicios: se había hallado en los sitios de Demonte, Cu- neo, Tortona y Valencia del Poo; en las ba- tallas de la Madona del Olmo y de Placencia y en los reencuentros del Paso del Panaro y del Fidoni,

En 16 de Junio de 1767, salió Fray Ju- nípero Serra del Colegio de San Femando rumbo a Tepic, con los Padres Fr. Francisco Palou, Fr. Juan Morán, Fr. Antonio Martí-

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nez, Fr. Juan Ignacio Gastore, Fr. Fernando Parrón, Fr. Juan Sancho de la Torre (mallor- quino), Fr. Francisco Gómez y Fray Andrés Villumbrales.

Serra y sus compañeros llegaron a Tepíc el 21 de Agosto. Allí se les juntaron: Fr. Juan Crespi, Fr. José Murguía, Fr. Miguel de la Campa y Fr, Fermín Lazuen, procedentes de Sierra Gorda, cuyas misiones habían sido entregadas al clero secular.

El Hospicio de Santa Cruz de Tepic había sido convertido por aquellas fechas en el cuar- tel general de la movilización de las fuerzas franciscanas. ^ Allí se habían reconcentrado no solamente los femandinos que hemos mencionado, destinados a California, sino ade- más a catorce misioneros del Colegio de Santa Cruz de Querétaro, designados para las Pime- í rías; once Observantes de la Provincia de Ja- lisco que iban a Sonora y siete misioneros más de la misma Provincia de Jalisco, que se harían cargo de las misiones jesuítas de Te- pic.

La Orden de San Francisco reemplazaba a la Compañía de Jesiis en el Noroeste de Mé- xico.

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21. JUNIPERO DISPUTA A SUS PROPIOS HERMANOS LA BAJA CALIFORNIA

Ehicontrándose Serra en el puerto de Ma- tanchel, preparando con las autoridades na- vales lo relativo al embarque para la Baja Ca- lifornia, llegó a Tepic un correo con orden del Vin-ey para que la Misión de San Fer nando pasara a Sonora, con la de Querétaro; y la de Jalisco, a la California. Palou se apre- suró a comunicar a su Padre Presidente en Matanchel la orden del Virrey. Junípero se volvió inmediatamente a Tepic, "sintiendo mucho, dice Palou en sus "Noticias de la Nueva California", la inesperada novedad; el mismo efecto causó a todos nosotros ..."

Los fernandinos se reunieron a considerar el caso y acordaron que Francisco Palou y Miguel de la Campa vinieran a la Ciudad de Guanajuato, donde se encontraba entonces el Visitador Gálvez, a hablar con éste a fin de que se estuviera a lo primitivamente acorda- do. Mientras, salían para la California a subs- tituir a los Jesuítas los Padres Observantes de la Provincia de Jalisco, con la expedición militar de ocupación mandada por don Gaspar de Portolá.

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Paíou y De la Campa llegaron a la Ciudad de Guanajuato el 1'. de noviembre, al me- diodía; se alojaron en el Convento de los RR. PP. Descalzos y vieron luego a Don José de Gálvez, quien se mostró contrariado por el cambio hecho por el Virrey en el des- tino de Serra y sus compañeros, pues esto no era lo meditado y acordado, y les dió cartas para el Marqués de Croxi. Al día siguiente, Palou y su compañero se pusieron en mar- cha para la Ciudad de México, llegando a es- ta Capital el día 9. Tan luego como el Virrey se enteró del contenido de las cartas del Vi- sitador, dió contraorden, disponiendo que Ju- nípero y los fernandinos pasaran a la Baja California.

Para Serra, la suerte estaba echada.

En el mismo barco, llamado la "Purísima Concepción", que trajo de la Península al Continente a los Padres Jesuítas, salieron Serra y los misioneros del Colegio de San Femando, del Puerto de San Blas el 12 de marzo de 1768 para su destino.

El paquebot "Concepción" dió fondo en la rada de Loreto (cabecera de la California > la noche del Viernes Santo, 1'. de abril de 1768. Esa misma noche desembarcaron Juní- pero y Palou, y al día siguiente Sábado de

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Gloria, bajaron a tierra todos los demás hijos del Colegio de San Femando.

Portolá estaba bien adueñado para enton- ces de la Baja California, pero profundamen- te desilusionado porque no se encontraban iJor ninguna parte los fabulosos tesoros que se suponían acumulados allí por los Jesuítas. En compensación, tenía entregada la admi- nistración de las temporalidades de las mi- siones a comisarios escogidos entre la sol- dadesca.

El 3 de abril, Domingo de Resurrección, se cantó una misa solemne en Loreto, en ac- ción de gracias. En dicho Presidio y Misión de Loreto permanecieron Serra y Parrón. Loa demás salieron el 6 para la misión de San Francisco Xavier, de Viggé, y de allí se dis- persaron por todos los rumbos el día 8, para ir a ocupar las respectivas misiones que se les había designada por el Padre Presidente.

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22.— POLARIZACION DE FUERZAS HACIA EL NOROESTE

Hay en "Las Sergas de Esplandián", cé- lebre libro de caballería, una maravillosa no- ticia.

"Sabed que a la diestra mano de las In- dias — revela en ese libro su autor Garci Nú- ñez de Montalvo hubo una isla llamada Ca- lifornia, muy allegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fué poblada de mujeres ne- gras, sin que ningún varón entre ellas hubie- se, que casi como las amazonas era su estilo de vivir. . ."

Lo de las mujeres negras era lo de menos. Garci Nuñez de Montalvo aseguraba que la isla era por completo de oro macizo.

Esta asombrosa revelación de "Las Ser- gas de Esplandián" fué decisiva en la historia de la Baja California. Recién conquistada la Nueva España, unos indios del rumbo de Co- lima dieron las primeras vagas noticias acerca de aquella península y la imaginación desen- frenada de los descubridores y conquistadores entre ellos el mismo Don Hernán Cortés se apresuraron a identificar a la región que había descubierto Fortún Ximenez como la Is-

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la de la Reina Calafia del maravilloso libro de "Las Sergas de Esplandián".

No es por lo tanto de extrañar que Her- nán Cortés, dejando a un lado sus conquistas en el Anáhuac, se entregara de lleno en sus últimos años a la conquista de la California, que le disputaron los más grandes conquista- dores de su tiempo: Ñuño de Guzmán, Pedro de Alvarado que se vino de Guatemala con el oro del "Pirú" y una flota en busca de la is- la paradisíaca; y hasta Hernando de Soto, desde el fondo de la Florida, en la que en va- no se había buscado la fuente de la eterna ju- ventud, se sentía con derecho a la prodigiosa Isla de las Amazonas.

Desvanecida la ilusión de aquella tierra que no era de tierra sino de oro macizo, gran- des factores siguieron polarizando hacia el Noroeste de México las fuerzas pujantes de la Nueva España que surgía arrestos impe- riales. Encontrada por Fray Andrés de Urda- neta la "Vuelta de Occidente", se buscó en las Californias un puerto para el refresco de los Galeones de Manila que llegaran con los aromas de la Especiería y las porcelanas y sedas de la China, pero también con las tri- pulaciones diezmadas por el mar de Loanda. La búsqueda de los estrechos fué también otro de los motivos de polarización hacia aque-

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lias costas remotas; y, más tarde, la amena- za de los ingleses y de los rusos hicieron mon- tar guardia a nuestros estupendos marinos de la época colonial, desde San Blas hasta Alas- ka.

Y siempre, con terquedad increible, mientras hubo hacia el Noroeste tierras por descubrir, la magia, el misterio de lo desco- nocido se agitó como un señuelo ante los ojos de los aventureros.

23.— DON JOSE DE GAL VEZ SUEÑA OTRA VEZ EN EL ORO DE LA REINA CALAFIA

Don José de Gálvez sentía fuertemente la fascinación del Noroeste, Galvez había lle- gado a la Nueva España con amplísimas fa- cultades que le concedían las Cédulas de 10, 14 y 20 de mayo de 1765, de Visitador General de todos los Tribunales y Cajas Reales de es- te Reyno", con autorizaciones para "reglar el manejo y gobierno de todas las rentas y ra- mos de la Real Hacienda" y con el carácter de Intendente de los Ejércitos en América; su actuación se encaminó principalmente a acrecentar los ingresos; pero desde Europa venía obsesionado con la preocupación de los

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destinos de California. Había recogido allá todos los rumores de una amenaza extran- jera sobre la remota provincia y se había con- vencido de su importancia leyendo la "Noti- cia de la California y de su conquista tempo- ral y espiritual" del jesuíta Andrés. Marcos Burriel.

Pero la cuestión de la California la englo- baba Gálvez en un vastísimo progi'ama que elaboró para el Noroese de la Nueva Espa- ña, donde quiso formar una especie de nuevo Virreinato, descentralizándolo del de la Nue- va España, Además de la pacificación defini- tiva y colonización en gran escala de Sonora, donde estaría el centro de la nueva entidad, se impuso la resolución de crear un aposta- dero en San Blas como base de las conquistas por mar que se proponía llevar a cabo hasta conseguir la ocupación del Puerto de Monte- rrey y consolidación] del dominio de Su Ma- jestad en las costas septentrionales de la California.

Así es que tan luego como se desocupó de sus grandes labores en Guana juato, San Luis Potosí y Valladolid, se dedicó, en cuerpo y al- ma, a sus grandes proyectos en el Noroeste.

Consecuente con sus ideas de hacendista, se proponía, entre otras cosas, hacer produc- tiva la California para que no fuera una car-

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ga a la Real Hacienda, smo una poderosa fuente de ingresos. Estimaba que la Califor- nia era extraordinariamente rica, creía en el oro de la Isla de la Reina Calafia, y se enca- minó allá llevando mineros de Guana juato para emprender en gran escala la producción de metales preciosos.

Muchas de sus ilusiones resultaron falli- das, pero Gálvez provocó o acrecentó un nue- vo fenómeno de polarización de las grandes fuerzas expansionistas de la Nueva España hacia el misterio del Noroeste; fenómeno de polarización que había de llevar a Junípero hasta la tieiTa que le estaba destinada para su gloria.

24.— EL GRAN VISITADOR EN EL NOROESTE

Gálvez salió de Guadalajara para San Blas el 4 de mayo y poco después fué alcan- zado por un correo del Virrey con un despacho de Grimaldi, Ministro de la Corona, en que se ordenaba a las autoridades de la Nueva Es- paña se tomaran medidas para preservar a la California del peligro ruso. Aquello era tanto como llover sobre mojado. Llegó a San

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Blas el 13 de mayo y dedicó desde luego toda su atención a la base naval o "aposta- de«-o".

El Vin-ey escribe así a su Majestad con fecha 22 del propio mayo, acerca de este es- tablecimiento, según minuta que hemos visto en el Archivo General de la Nación: "Pa- ra formar un puerto a la mansión de los bu- ques destinados a California y Sonora, tanto para facilitar la expedición como para esta- blecer y mejorar los comercios de aquellas Provincias, filé elexido paraje cerca del río que llaman de San Blás, en la costa del Mar del Sur, entre 21 y 22 grados de latitud, a cu- yo efecto comisioné a Dn. Manuel Rivero, su- jeto capaz de disponer población, puerto y ar- senal, que me ha dado cuenta de las ventajas con que se halla en su encargo, teniendo mas de cien familias, entre ellas como ochenta de blancos que aquí llaman de españoles, en que se comprehenden de todos oficios ..."

Así se formó el Puerto de San Blas, tan íntimamente ligado con la historia de las Ca- lifornias y tan estrechamente relacionado con la estupenda hazaña de registro, explora- ción y mapeo llevada a cabo por nuestros grandes marinos de la última época del ré- gimen virreinal, a lo largo de todas las costas septentrionales, desde Monterrey a la penín- sula de Alaska.

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Al propio Eivero se habÍA encomendado la terminación de los buques "San Carlos" y "San Antonio", destinados a las comunicacio- nes con Sonora y la Península, que para aque- lla época estaban ya en servicio.

En junta celebrada por Gálvez en San Blas con el Ingeniero Miguel Costanzó, el citado Rivero, Antonio Favián Quesada y el piloto y matemático Vicente Vila, acordaron que se enviaran dos expediciones a la ocupación de Monterrey, una marítima, en los bergantines "San Carlos" y "San Antonio", y otra por tie- rra que había de salir de las misiones de la Antigua California.

El 24 de marzo de 1768 se embarcó Gál- vez para California, y después de un viaje de 40 días, escribe el historiador norteamericano Herbert Ingram Priestley, llegó a "the land of his golden dreams. a la tierra de sus sueños dorados,

Gálvez comunica al Virrey, y éste a la Corona, que la California dará mucho oro y mucha plata de sus minas inexplotadas. Por- que según Gálvez, si la California no había llegado a ser una tierra de promisión, se de- bía exclusivamente a los Jesuítas que no habían logrado hacer de los indios más que una especie de "racionales de segunda" y que sólo habían hecho de las misiones una espe-

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cié de haciendas para explotar a los indios que él, Gálvez, redimiría.

Gálvez llegó con las ideas anticlericales de su tiempo; con un ideal de colonización lo más laico posible, semejante al de Campo- manes para la Sierra Morena, en España; pero el estado de miseria a que habían redu- cido los comisarios militares de Portolá las misiones, lo hicieron acudir bien pronto en solicitud del concurso de los religiosos en la administración y fomento de los bienes ma- teriales de las misiones.

25.— FRACASO PARCIAL DE GALVEZ EN CALIFORNL^

Todos los historiadores norteamericanos de primera fila reconocen la grandeza de Juní- pero Serra y todos acaban por rendirle, al va- lorizar globalmente su obra, un cálido y ren- dido elogio.

Pero todos, o casi todos; Hubert Howe Bancroft, Theodore Henry Hitell, Charles E. Chapaman, etc, cada vez que pueden, le nie- gan o regatean el mérito o la gloria en éste o aquel episodio de la historia de la naciente Alta California.

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Hubert Ingram Priestley va mas lejos: se empeña en empequeñecer o anular la coope- ración de Serra en el plan de ocupación y co- lonización de la Alta California, para atribu- irle toda la g-loria al Visitador D. José de Gálvez. Según Priestley, Serra "had nothing to do with the conception of the plan", nada tuvo que ver en la concepción del plan.

Si Priestley se refiere a la concepción ge- neral y en el papel de la junta de San Blas de que hemos hablado, Priestley puede tener ra- zón, si se considera el primitivo proyecto, escueto, descamado, digamos como en esque- leto; pero cuando el plan hubo de ponerse en marcha y de hacerse cuajar para ser llevado a la práctica, la colaboración de Serra con Gálvez no sólo fué estrechísima, sino indis- pensable. Sin el dinamismo, sin la fuerza de voluntad y el admirable sentido práctico de Junípero, maravillosamente hermanado con su idealismo, habría fracasado como todo el res- to de lo planeado y proyectado por Gálvez en la Baja California.

Gálvez implantó en la Nueva España, y principalmente por lo que respecta a la pe- nínsula californiana, la manía, antaño desco- nocida, de quererlo resolver todo a base de decretos; el absurdo de pretender crear o modificar profundamente las cosas, legis-

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lando. El propio Priestley cuenta hasta 19 decretos lanzados por Gálvez en la Baja Ca- lifornia (y que todo el mundo puede consul- tar en nuestro Archivo General de la Nación) a favor de la Baja California y reconoce que algunos de esos decretos resultaron "con- tra" la Baja California.

Además de la impotencia de Gálvez para hacer producir a la Baja California al grado de que no necesitara de la ayuda económica del "Fondo Piadoso de las Californias", Gálvez se anotó otros muchos fracasos en aquella península.

Dispuso Gálvez que Cabo San Lucas se convirtiera en población - clave de las pose- siones españolas en el Pacífico del Norte, y no llegaron a levantarse alli más que dos mi- serables cabanas; decretó la creación de una escuela de artes y oficios para los indios, no habiendo quien lo tomara en serio ; quiso crear una especie de escuela náutica práctica y nunca pasó este deseo de un proyecto; ¿)re- tendió convertir al iKtblacho de Santa Anna en una gran villa cabecera de la Región del Cabo y en un centro minero de primer orden, mandando instalar, al efecto, maquinaria pa- ra la saca de plata y refinar oro, pero tam- poco pudo lograrse; los mineros que llevó allá desde Guanajuato para crear el auge de

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la riqueza mineral, se volvieron descorazona- dos.

"La Villa que in-tentaba fundar en la Hacienda de Santa Anna informa el mi- sionero Juan Ramos de Lora, al Virrey tam- poco ha tenido logro, ni el afecto deseado; pues aunque se compraron las casas de dicha hacienda para en ellas poner un Almacén Real para el surtimiento de este Departa- mento Sur de la California, y para que en ellas quedasen establecidos y viviesen ' los Comisarios Reales, Oficiales y Ministros de Justicia y que a continuación de dichas ca- sas se hiciesen las fábricas necesarias, para que en ellas se construyesen y armasen las má- quinas, y los artes que se habían inventado, para beneficiar los metales y las sacas de Platas, no habiéndose logrado el intento. . . dentro de muy poco tiempo quedaron aban- donadas, como las demás que allí se han fa- bricado ; por lo que sólo quedaron las casas, que eran antes de la hacienda, aunque muy mal- tratadas y amenazando ruinas... "(Archivo General de la Nación, Vol. 12 de Misiones)

Este fracaso de Gálvez era de esperarse desde que comenzó a actuar en la Península, Basta darse uno cuenta de sus críticas a los Padres Jesuítas para que se adivine su in-

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comprensión de los problemas fundamentales de la Baja California.

26.— SERRA HACE SUYO EL PROYECTO DE COLONIZAR LA ALTA CALIFORNLA

Sólo el plan de conquistar y colonizar la Alta California se salva del fracaso de todo lo proyectado por Calvez para aquellas regiones, por haberlo hecho suyo la férrea voluntad de Junípero Sena.

Recién llegado Gálvez a Santa Anna que convierte en el centro de sus actividades se apresura a escribir al Padre Presidente de las Misiones, en 12 de junio, participán- dole su llegada y pidiéndoles a dicho Presi- dente y demás ministros de las misiones "se sirvan todos darme los documentos y luces que pido y necesito, si han de recaer mis pro- videncias sobre una competente instrucción de los hechos",

Por desgracia, Gálvez no solía aprovechar las luces ajenas.

Serra y GáJvez siguieron carteándose. Algunas de las cartas del segundo al primero se conservan todavía en nuestro Museo Na- cional de Arqueología, Historia y Etnografía.

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Entre otros asuntos, Gálvez le trata lo rela- tivo a la expedición en proyecto para el Puerto de Monterrey, y le pide dos Padres para los bai'cos. Respecto de Baja California, le suplica que los Ministros de las misiones se hagan cargo de los bienes temporales de éstas, pues los comisarios militares las arruinan y le rue- ga venir a tratar con él los asuntos que lo habían llevado a tierras peninsulares.

Cuando Serra se resolvió a bajar de Lo- reto al Real de Santa Anna para tratar de vivavor y con la amplitud necesaria la ocupación Monterrey, Gálvez le escribió, en 22 de oc- tubre, celebrando su resolución y concretán- dose a añadir que, puesto que iban a "hablar de todo", le suplicaba se encaminara a Santa Anna "en derechura", ofreciéndole allí "pu- chero abundante y alojamiento estrecho".

Más tarde, por el propio Serra se sabrá cuan estrecha fué la colaboración entre Gál- vez y el propio Serra en el desarrollo del acuerdo primitivo y escueto de la Junta de San Blas para convertirlo en todo un plan de acción, organizado y viable. En carta junio 20 de 1779, Serra revela al Guardián de San Fernando "haber habitado dos meses con el vi- sitador en continuas conferencias sobre estas expediciones (a Monterrey)".

Respecto de misiones, Serra y Gálvez acor-

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daron que se fundasen tres desde luego: una en San Diego, otra en Monten'ey y la tercera en el intermedio, y que se implantara en ellas "el orden y gobierno que las de Sierra Gorda, tan del agrado del propio ilustrísimo señor" Visitador.

Claro que nadie puede desconocer la im- portancia de que Gálvez respaldara lo pro- yectado en aquel momento decisivo para la Alta Califoniia, dado su valimento e influen- cia en la corte y sus poderes casi omnímodos de que disfrutaba; pero no se crea como pudiera suponerse leyendo a Priestley que la idea de ocupar Monterrey y colonizar las costas septentrionales de la Nueva España fué original de Gálvez. Basta leer cómo em- pieza el relato oficial de la ocupación de Mon- terrey por la expedición de Portolá, para comprender hasta qué punto había sido acá-; rielada y sobada esa idea coa anterioridad.

"Después de las repetidas y costosas Expediciones dice el famoso "Extracto de' Noticias" que se mandó imprimir en México a raíz del redescubrimiento de Monterrey que se hicieron por la Corona de España en los siglos antecedentes para el reconocimiento la Costa Occidental de California por la mar del Sur, y la ocupación del importante Puerto de Monterrey, se ha logrado ahora felizmente ..."

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27.— LAS EXPEDICIONES POR MAR Y TIERRA A MONTERREY

De las expediciones acordadas en la Junta de San Blas de que ya hemos hablado, la pri- mera en organizarse y partir fué la marí- tima; pero se acordó dividirla en dos partidas o trozos.

Así es que, primero partió el "San Carlos", alias "El Toyson de Oro", del Puerto de la Paz y luego, el "San Antonio" o "El Príncipe", de Cabo San Lucas.

Don Vicente Vila, Capitán del "San Carlos", abre su diario de bitácora o de navegación con estas palabras, con las que se abre también la historia da la conquista de la Alta California :

"Del lunes 9 de Henero, al Martes 10 de 1769 años. A las doce de la noche con el vien- to de tierra por el Sur-Sur-Oeste mui floxo, zarpé el ancla y me hice a la vela con todo apa- rejo..."

Iban a bordo del "San Carlos", además de la tripulación, 25 voluntarios de Cataluña al mando el Teniente Don Pedro Fages, el ciru- jano francés Don Pedro Prat y Don Miguel Costansó "en calidad de Ingeniero según el mismo refiere y con el fin de formar allá

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el establecimiento proyectado (de Monterrey), y levantar los planos y mapas de los puertos y terrenos ..."

Llevaba el barco asi mismo esta preciosa carga que especifica Palou : "todos los utensilios de casa y campo, con las necesarias herramien- tas para laboresi de tierra y siembra de toda es- pecie de semillas, así de la antigua como de la Nueva España, sin olvidarse por estas atencio- nes de las más mínimas, como hortaliza, flores, lino.-. ."

Junípero, como es de suponerse, había ben- decido previamente a la embarcación, los tripulantes, las semillas y las plantas que flo- recerían y fructificarían en tierras de la Al- ta California, y las banderas del Rey que se deplegarían en toda su gloria, bajo su cielo.

El "San Antonio" partió el 15 de febrero del Cabo San Lucas, despachado personal- mente por Gálvez que había ido allá para re- conocerlo y carenarlo, con ese entusiasmo y ese cuidado verdaderamente ¿admirables que supo poner en todo lo referente a la organi- zación de las expediciones.

Mandaba la embarcación D. Juan Pérez, de origen mallorquino, como Junípero, de nota- bles dotes marineras. Pérez había servido en la carrera de Filipinas, a bordo de los gáleo-

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nes de Manila y más tarde había de hacerse cé- lebre como descubridor de Nutka.

Un tercer barco, "El San José", debía sa- lir más tarde con provisiones. En el "San Car- los" viajaba Fr. Femando Parrón y en el "San Antonio" iban Fr. Juan Vizcaíno y Fr. Francisco Gómez.

La expedición por tierra salió también dividida en dos grupos o trozos, pues no se quiso comprometer el éxito de las dos expe- diciones enviando todos los elementos en una sola partida por mar q en una sola partida por tierra.

El primer trozo de la expedición terres- tre salió al mando del Capitán Femando Ri- vera y Moneada, veterano de la Península, el 24 de marzo del citado año de 1769, desde un punto denominado Velicatá, al Norte de la misión de Santa María de los Angeles, la más meridional de las fundadas por los je- suítas.

Rivera y Moneada había recibido órdenes de situarse en dicho lugar con veinticinco sol- dados de cuera, tres arrieros, y cuarenta y dos indios peninsulares cristianos, que formaban la primera partida expedicionaria, en espera de que repusieran en dicho lugar, el más apropósito que se encontró por su agua y sus pastos, cuatrocientas cabezas de ganado va-

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cuno, caballar y mular destinado a San Die- go.

La segunda partida de la expedición te- rrestre salió, también del mismo Velicatá, el 15 de mayo del referido año al mando del Go- bernador de California, Don Gaspar Portolá, con varios indios californios conversos, 10 sol- dados del Presidio de Loreto y 170 muías con carga. Con Rivera y Moneada iba el Pa- dre Juan Crespi, llevando consigo o a su cuidado, con solicitud casi femenina, ias plan- tas y semillas más escogidas de la Vieja Ca- lifornia, como un presente para la Nueva.

Y con Gaspar de Portolá, llevando bajo el brazo el "Diario" del Padre Jesuíta Wences- lao Link, como guía, y arrastrando por los desiertos su pobre pata coja, iba Junípero Se- rra, el hombre del destino.

28 —JUNIPERO BESA EL SUELO DE LA BAJA CALIFORNM

Junípero Serra no podía irse de la Baja Ca- lifornia sin añadir siquiera una nueva Misión a las fundadas por los Padres de la Compañía de Jesús. La víspera de la salida del segundo y último trozo de la expedición por tierra, 14

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de mayo, primer día de Pascua del Espíritu Santo, fundó la Misión de San Fernando de Velicatá, que durante muchos años sería la base de aprovisionamientos por tierra de las nuevas misiones en la Alta California. "Re- vestido de alba y capa pluvial cuenta Pa- lou bendijo el agua y con ella el sitio y la capillita improvisada, enarboló la cruz y de- signó como Ministro de la nueva Misión a Fray Miguel de la Campa; luego cantó misa, predicando acerca de la venida del Espíritu Santo, Finalmente, cantó con su gran voz va- ronil el "Veni Creator Spíritus" supliendo la falta de órgano y demás instrumentos mú- sicos, los continuos tiros de la tropa, que disparó durante la función, y el humo de la pólvora al del incienso, que no tenían".

Junípero no había tenido hasta entonces, materialmente, tiempo para ocuparse de nue- vas fundiciones. Sólo un año, un mes y como 15 días había permanecido en la Baja Califor- nia de los Jesuítas. Había llegado a la rada de Loreto el 1°. de abril de 1768, y el 15 de mayo de 1769, se ponía en marcha desde San Fer- nando de Velicatá para San Diego. Al llegar a Baja California hubo que enfrentarse con el desastre a que habían conducido las misiones los soldados que quedaron al frente de ellas, después de la expulsión de los jesuítas, y tres

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meses después de su llegada, tuvo que empe- zar a pensar, a instancias de Gálvez, en las expediciones destinadas a Monterrey, y a partir de octubre, consagrarse de lleno con el Visitador a preparar hasta en sus más mí- nimos detalles la conquista y colonización de la Alta California.

Pero ni en los apresuramientos de la par- tida se olvidará de su bien amada tierra de la Baja California. Agobiado por el enorme tra- bajo de los preparativos de las expediciones y urgido en los últimos momentos por Por- tolá, ya en marcha, para que se le una, Se- rra encontrará todavía manera de visitar las misiones del Norte, observar lo que les hace falta y recomendar a sus Ministros, por es- crito y de viva voz, lo que en su concepto hay que hacer por cada una de ellas para su bene- ficio; y deja a Francisco Palou, su discípulo amado, en su lugar, como Presidente, entre- gándole por escrito una especie de programa general para todas las misiones, según el mis- mo Sen-a informará mas tarde al Guardián de San Fernando desde San Diego California (en julio 3 de 1769) : "Cuando yo salí de las vie- jas misiones dexé en mi salida apuntados cuantos asumptos me parecen convenir que se propusiesen a dicho Padre (Palou) para que las cosas quedasen en buen pie".

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Nunca jamás olvidará a la Baja Califor- nia; en medio de la infidelidad de la Alta California, por muchos años pensará con nos- talgia en la Península como en la Cristian- dad más próxima.

Estima que la Providencia y la Geografía señalan a las dos regiones un común destino. Comprende la necesidad que la Alta Califor- nia, recién nacida a la civilización cristiana, tiene de los indios y de los auxilios de la Ba- ja California ; pero piensa también, sin duda alguna, que con el tiempo Alta California es- tará en condiciones de pagar con creces a la Península todos sus sacrificios.

Antes de partir para San Diego besará la tierra de la Baja California, no sabemos si como despedida a la vieja cristianidad o como un ósculo de salutación a las tierras vírgenes por conquistar. El mismo nos lo cuenta. Aca- baba de fundar la Misión de San Fernando Ve- licatá, cuando le avisaron que se acercaban a «Ha los primeros indios gentiles. Entonces, al escuchar esta buena nueva, dice, "alabé al Señor besé la tierra, dando a su magestad gracias de que después de tantos años de de- searlos me concedía verme entre ellos, en su tierra". Salió al encuentro de los hombres que llegaban "enteramente desnudos, como Adán en el Paraíso antes del pecado", y les

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llenó las manos de la más rica y más dulce fruta de la Vieja California: les llenó las ma- nos de higos pasados y enmielados; y, en el dintel de la gentilidad, una esperanza cruzó por su imaginación: la de poder crear con aquellos hombres nuevos, maleables como la cera, un remedo de paraíso sobre la tierra. Y se puso en marcha hacia la nueva Arcadia que iba a fundar, una Arcadia cristiana que Nelly Sánchez Van de Grift había de bauti- zar con el hombre de "Spanish Arcadia".

29.— EL ESPIRITU ESTA PRONTO, PERO LA CARNE ES FLACA

Por el propio Junípero Serra sabemos que los impulsos a la acción le llegaban en on- das de júbilo, en oleadas de una alegría inte- rior que acrecentaba sus fuerzas. Cuando ini- ció su viaje a San Diego California, el júbilo que irradiaba su persona era patente a todos. Pe- ro en cambio las flaquezas de la carne lo en- cadenaban. Caminaba como arrastrando gri- lletes: la llaga, la vieja llaga, otra vez la lla- ga que atormentaba uno de sus pies enfermo, hacía de la marcha un martirio.

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Viéndolo de esta suerte, cuenta Palou, el Gobernador le suplicó que se devolviera.

No hable usted de esto le contestó Ju- nípero, porque yo confío en que Dios me dará fuerzas . . . Mas que me muera en el camino, no vuelvo atrás ; a bien que me enterraran, y que- daré gustoso entre los gentiles, si es la volun- tad de Dios.

Ante esta resolución, sigue diciendo Pa- lou,. y viendo Portolá que ni a pié ni a caballo podía seguir, "mandó hacer un tapextle en forma de parihuela o féretro de difunto for- mado de varas, para que acostado allí lo lleva- sen los indios neófitos de la California ..."

Más de algún fraile andariego enfermo, que no podía hacer fuerzas de piernas, viajó así, como muerto, llevado en camilla, para no interrumpir sus correrías evangelizadoras ; pero el temple de Junípero no podía consentir en ser una carga para sus hijos.

Entre los arrieros de la Expedición va un tal Juan Antonio Coronel, con fama de un tanto cuanto curandero. Junípero le suplica le una medicina para su llaga.

Padre, le contesta, soy arriero y sólo he curado las mataduras de las bestias.

Pues, hijo mío, le replica Junípero—, haz cuenta que soy una bestia y esta llaga es una matadura. . .

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Y el arriero Juan Antonio Coronel aplica a la llaga de Junípero una cura que acostum- braba aplicar a las mataduras de las muías.

Junípero logra cierto alivio que aprovecha para estudiar el terreno que a medida que se avanza se va mejorando; y va buscando y lo- calizando lugares apropiados para presas y sitios propicios para un cordón de nuevas mi- siones que, en sus sueños, habían de unir la Nueva con la Vieja California.

30.— EL ARRIBO DE LAS EXPEDICIONES A, SAN DIEGO

El primero en llegar al Puerto de San Diego, fué el Paquebot "San Antonio", alias "El Príncipe", que fondeó el 11 de abril.

Cuando en 29 del mismo mes, por la tarde, llegaba el "San Carlos" "en demanda del puerto con todo velamen", ya se lo encontró allí fondeado en Punta Guijarros. Largaron los dos barcos sus banderas, saludándose.

A las 8 de la noche, la lancha del "San An- tonio" abordó al "San Carlos" llevando a Vila la noticia de que la mitad de la tripulación de Pérez, de la cual habían muerto ya dos hombres, estaba infestada de escorbuto. Vi-

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la llegaba en peores condiciones : solo dos hom- bres de mar tenía buenos y la mitad de la tropa estaba enferma del mal de Loanda. Vila no podía dar un paso. Fr. Femando Parrón se sostenía de pié por milagro y el mismo ciru- jano don Pedro Prat "estaba en la imposi- bilidad de asistirlos (según se lee en el dia- rio de bitácora del "San Carlos"), por estar gravemente malo".

Rivera y Moneada llegó a San Diego el 14 de mayo. Portolá hizo su entrada en 1°. de julio y en 4 del mismo mes informa al Virrey De Croix:

"Hallé en este puerto a la gente de mi pri- mer trozo, tan llena de salud y fuerzas como la que traje en mi compañía; pero a la ex- pedición marítima la encontré poco menos que inutilizada; y en estado tan infeliz y deplora- ble que movía a la mayor compasión ; todos sin excepción, soldados, marineros y oficiales, es- tán tocados del escorbuto; unos enteramente postrados, otros medio tullidos; otros en pie, pero sin fuerzas ; y esta terrible enfermedad se ha llevado ya treinta y un hombres, . ." (Ar- chivo General de la Nación, Ramo de "Califor- nias", tomo 76).

El cuadro del San Diego de aquella hora, pintado por Junípero, no es menos sombrío. La visión del puerto le impresiona favorable-

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mente; le parece, como escribe a Palou, "ver- daderamente bello y con razón famoso". Pero el espectáculo de los hombres que llegaron a San Diego por mar es profundamente con- movedor. Cuenta que debido al mal estado del barrilaje del "San Carlos", "le faltó el agua inopinadamente", por lo que sus tripu- lantes arribaron a una isla en busca de agua, que resultó de mala calidad y enfermaron de escorbutoso mal de Loanda, de suerte que so- lo llegaron buenos a San Diego un marinero y un cocinero; que de los "Migueletes" o vo- luntarios catalanes, murieron 3 y gran nú- mero estaba enfermo; que los del "San Anto- nio", "que estaban por salir para Monterrey, se contagiaron al socorrer a los del San Car- los". (Correspondencia de Serra. Bibliotecá Nacional de México, Sección de Manuscritos).

Así, en plena tragedia, dió comienzo a la admirable obra colonizadora de la Alta Cali- fornia.

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31.— BUSQUEDA DE MONTERREY Y FUNDACION DE SAN DIEGO

Apenas llegado, Portóla dió providencias para seguir adelante: "el propio día de mi an'ibo escribe al Virrey propuse al co- mandante de mar Dn. Vizente Vila el seguir su viaje para Monterrey. . facilitándole los medios y 10 hombres".

Vila le contestó que aceptaría partir aun con la mitad de los hombres que le ofrecía Portolá, siempre que estos fueran marinos; pero como no le podía proporcionar más que soldados, el viaje por mar era imposible. Por- tolá determinó ir en persona y por tierra, en demanda del ambicionado puerto de Mon- terrey. La expedición salió el 14 de junio de 1779.

El Ingeniero Costansó, en su "Diaro His- tórico de los Viajes de mar y tierra hechos al norte de la California", nos describe así la pintoresca caravana en marcha hacia el Nor- te: "iba en la cabeza el Comandante con los oficiales, los seis hombres de los voluntarios de Cataluña, que se agregaron en San Diego, y algunos indios amigos, con palas, azadones, barras, hachas, y otros instrumentos de gas-

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tadores, para desmontar, y abrir paso siem- pre que se ofreciera: seguíase después la re- cua dividida en cuatro atajos, con sus arrie- ros, y competente número de soldados de Presidio, para su escolta en cada uno: venía en la retaguardia, con el resto de la tropa e indios amigos, el Capitán Don Fernando de Rivera, conboyando la caballada y mulada de remuda'

Iba también el Padre Crespi, que había de escribir un "Diario" de esta expedición, dia- rio que le ha valido este supremo elogio de Herbert Eugene Bolton : "Entre todos los gran- des diaristas que registraron las exploracio- nes en el Nuevo Mundo, Juan Crespi ocupa un lugar eminente".

Mientras, se iba fundando San Diego, Las primeras construcciones en aquel puerto fue- ron las barracas levantadas por los enfer- mos, para los agonizantes. Con los primeros cimientos se abrieron también las primeras fosas para los muertos. Los supervivientes se iban encariñando con el país recién ocu- pado, gracias al arraigo de los huesos. Los convalescientes no desertan, porque algunos de sus compañeros de fatigas se han queda- do allí a descansar definitivamente.

Pero cedamos la palabra a Costansó, que por ingeniero, tiene mas autoridad que noso-

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tros para describir las primeras construccio- nes que se hicieron: "Construyóse en las in- mediaciones de la Playa, a la parte del Este, un corto recinto formado de un parapeto de tierra y fagina, que se guarneció con dos cañones; desembarcáronse algunas velas y toldos de los Paquebots, con las que se hicie- ron dos tiendas capaces para Hospital: pu- sieron a un lado las suyas los dos Oficiales, los Padres Misioneros y el Cirujano, y hallán- dose todo en estado de recibir enfermos, se trajeron de a bordo en las lanchas, y se aco- modaron en la tienda lo mejor que se pudo".

Pero Junípero, a quien le hormigueaban las manos por trabajar, puso bien pronto ca- sa aparte.

Substrayéndose al ambiente del hospital y al derrotismo del momento, y pensando más que en la muerte en la vida y en el porvenir, a los dos días de la salida de la expedición procedió a fundar el establecimiento, y enarbolando el es- tandarte de la santa cruz, "fijándola en el sitio que le pareció más propio para la fundación del pueblo. . , . con la poca gente que existía sana, en los ratos que no era preciso asistir a los en- fermos, se fueron construyendo unas humildes barracas; y habiendo dedicado una para iglesia interina, se procuraron atraer allí con dádivas y afectuosas expresiones a los gentiles que se dejaban ver^ . . .

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Cuando es dable enviar desde el nuevo esta- blecimiento un correo por tierra a lo largo de la Baja California, Serra rinde parte a su Colegio: "Día 16 del mismo julio se fundó en la devida forma esta misión de San Diego de este puerto, y en el inicio de los libros nos nombramos mi- nistros de ellas yo, y el dicho padre Fr. Feman- do (Parrón)".

32.— LA BIENVENIDA DE LAS ROSAS

Hay una primera impresión de Junípero en suelo de la Alta o Nueva California que le du- rará toda la vida ; que lo lleva, recien llegado, a adoptar una actitud de optimismo: la impre- sión que le produce lo que pudiéramos llamar la bienvenida de las rosas.

Junípero llega a lo que será el primer esta- blecimiento de la Alta California en plena día ; el puerto, bajo un sol espléndido, le parece "verdaderamente bello y con razón famoso". Escribiendo al Guardian le hace esta primera descripción del país : "la tierra es buena y tiene un río (¡un río!... téngase en cuenta que Juní- pero llega de la Baja California, la Tierra-Sin- Ríos) y hay tantas parras naturalmente y sin- humana industria nacidas, qwe poco coí?tará

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PABLO HERRERA CARRILLO

imitar a nuestro Padre Noé. Hay muchas ro- sas de Castilla, y buenas arboledas; pero más que todo es la abundancia de las gentes. ."

¡Rosas de Castilla! Se adivina luego la in- terna y reconfortante impresión que debió cau- sar en el alma franciscana de los misioneros es- capados de los desiertos bajacalifornianos la presencia de rosas de Castilla, crecidas a la bue- na de Dios en las nuevas tierras por evange- lizar.

En la parte de la Baja California que ocu- paron los Padres Jesuítas, no debe haber habi- do rosas de Castilla, pues el P. Francisco Pic- colo hizo que le llevaran del Continente a la Península de esta clase de rosas, según es de verse por una carta que le escribió al Procura- dor de las misiones, recomendándole: "Me dice Gerónimo Palermo que dexó unas plantas de rosas de Castilla en Ravan para mi: si están de pie, Vuestra Reverencia, por quien es, me las remita. .

En cambio ya Fray Antonio de la Ascen- sión, desde el viaje de Sebastián Vizcaíno a la Alta California en 1602, se las había encon- trado en esta provincia en abundancia, prin- cipalmente en el Puerto de Monterrey, pues en su "Relación" nos dice haber visto allí "mu- cha rosa de Castilla", "lindas lagunas de agua dulce" y sierras nevadas.

También Juan Crespi nos refiere en au

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"Diario" su encuentro con ellas, al llegar a San Diego y, más comunicativo que su maestro y Presidente, nos cuenta además, la embria- guez de la bienvenida; nos refiere cómo las toma al llegar aún sin sacudirse el polvo de los largos caminos en brazadas y cómo as- pira con deleite su fragancia. Ya no le aban- donarán jamás en sus caminatas; serán siem- pre sus fieles compañeras de viaje, las verá constantemente a lo largo de los senderos y sobre todo a la vera de los arroyos y de los ríos, desde San Diego a la bahía de San Fran- cisco.

Y estas rosas de Castilla difunden en el ambiente de las tierras acabadas de ocupar por Junípero y sus compañeros, un capitoso perfume de optimismo que inspira una fe ju- bilosa en el porvenir a los recién llegados.

"Aquí no hay apaches, escribe Seira en la citada carta al Guardián, lleno de con- fianza — aquí no hay enemigos". Y le anun- cia su esperanza de que "cumplirá a Dios Nues- tro Señor en la Nueva California la palabra dada a Nuestro Padre San Francisco de que con la sola presencia de sus hijos, se conver- tirán en los últimos siglos los gentiles".

Luego añade, profetizando en firme: "Lo que digo (es que) las misiones que por acá se pongan, considero serán más ventajosas

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que las antiguas porque la tierra es buena, y mas abundantes y muchos los aguajes",

En realidad Junípero había encontrado aún antes de llegar a San Diego, arriba de Ve- licatá, en la región que por algún tiempo se llamó de la Frontera, "muy buenas tierras" y "muy buenos aguajes" y había notado en "mucho trecho atrás" la ausencia de piedras y de espinas características de la California Jesuítica, y que desde medio camino o an- tes, de Velicatá a San Diego, empezaban a presentarse "los arroyos y los valles hechos unas alamedas".

Y porque encontró parras silvestres "bue- nas y gordas", y porque "en varios arroyos del camino y del paraje en que nos encontramos, a más de las parras hay rosas de Castilla", le anuncia también a Palou una obra mas fe- cunda en la tierra al Norte de San Diego que en la península de los jesuítas, porque la nue- va tierra ocupada "es buena y muy distinta tierra de la de esa Antigua California".

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33.— ¡EL PUERTO DE MONTERREY ES UN MITO!

Mientras Fray Junípero Serra iniciaba sus trabajos en San Diego, Gaspar de Portolá y su comitiva marchaban en pos de una quime- ra. Iban en busca del famoso Puerto de Mon- terrey, descrito con amor por el piloto Gon- zález Cabrera Bueno, de la expedición de Se- bastián Vizcaíno, e idealizado por éste último con miras mercantilistas.

Llevaban, Portolá y su gente, para identi- ficar el puerto en el terreno, una copia de la descripción de González Cabrera Bueno toma- da de su "Navegación Especulativa y Prácti- ca".

La caravana subió en búsqueda infructuo- sa hasta la Bahía de San Francisco y bajó de San Francisco a San Diego repasando la cos- ta en registro más minucioso, sin encontrar el famoso puerto. Y sin embargo, dos veces, de ida y de vuelta, estuvieron en él y lo más cu- rioso del caso resulta que después de haber estado dos veces en el lugar que buscaban, dejaron en el mismo una carta enterrada al pie de una cruz haciendo constar, muy solem- nemente, que no habían dado con el lugar que

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buscaban, que era precisamente donde* ente- rraban la constancia. La carta está fechada en 9 de diciembre en Ensenada de los Pinos. ¡Ensenada de los Pinos era el Puerto de Mon- terrey! ¿Qué había pasado?

Los expedicionarios se hacían cruces: "No sabíamos que pensar escribe el Ingeniero Costansó a vista de lo que pasaba. Un puer- to tan famoso como el de Monterrey, tan ce- lebrado y ponderado a su tiempo por unos hombres de carácter, hábiles e inteligentes y prácticos navegantes, que expresamente vinie- ron a reconocer estas costas de orden del mo- narca que entonces regía las Españas, ¿cabe decir que no se ha encontrado después de las más esquisitas y vivas diligencias, practica- das a costa de muchos sudores y fatigas? ¡o será lícito pensar que se ha cegado y destruido con el tiempo?"

Portolá, en carta de 11 de febrero de 1770 al Virrey (Archivo General de la Nación, Ra- mo de "Californias", Tom. 76), hablándole de las ventajas de la expedición que duró seis me- ses y medio, enumera la de "desengañarnos que Monterrey en lo que hemos andado no existe".

El fiasco tiene su explicación bien sencilla. Las bondades del puerto habían sido exagera- das. El Capitán Don Femando Rivera parece

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sospecharse el engaño cuando al volver de la segunda exploración al puerto, expresó: "que lo que debía ser Río Carmelo es solo un arro- yo ; y lo que debía ser puerto, una pequeña en- senada, y lo que eran lagunas grandes, laguni- llas. . .".

Además, los exploradores habían sido víc- timas de una ilusión colectiva. La expedición de Sebastián Vizcaíno a las costas de Califor- nia en 1602, había tenido por objeto encontrar un puerto para el Galeón de Manila, que en su viaje a la América se acercaba a este conti- nente a la altura del Cabo Mendocino; cuando más tarde fué encontrado Monterrey, no llegó sin embargo a aprovechársele porque no resulta- ba práctico ya detenerse en dicho puerto, Mon- terrey de California siguió obsesionando a los españoles ante el peligro de que éste fue- ra ocupado por los rusos o por los ingleses, que lo codiciaban con vehemencia. Por eso Portolá y su gente no podían resignarse a creer que la mediocre ensenada que en reali- dad era Monterrey, fuera el famoso puerto anhelado por la Nao de China como Tierra de Promisión y codiciado por los extranjeros co- mo presa de valor incalculable.

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PABLO HERRERA CARRILLO

34.— VUELVE LA CARAVANA DE ESQUELETOS

Portóla ase^-tra que emprendió la marcha desde San Diego hacia el Norte en busca del Puerto de MonteiTey, con un puñado de esque- letos. Ya podrán imaginarse nuestros lectores cómo regi-esarían aquellos hombres de su ma- lograda expedición, después de haberse ali- mentado, cuando podían, durante meses, con carne de muía flaca, sin grano de sal y sin sazón alguna,

Costansó y Crespi, con idénticas palabras, nos pintan en sus "Diarios" el sobresalto y la angustia de la caravana de espectros al acer- carse de regreso, desilusionados y vencidos, al Puerto de San Diego:

"A la verdad escriben en los "Diarios" todos venían con el recelo que habiendo du- rado el rigor de las enfermedades y la mor- tandad de gente, no hubiese quedado el esta- blecimiento hecho un páramo".

No; el Real no era todavía un páramo, pero era ya más cementerio o camposanto que hospital.

Costansó asienta en su "Diario" al llegar

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a San Diego: "todos los que dexamos enfer- mos en su lecho se los había llevado Dios".

Para colmo de males, los expedicionarios fueron saludados con la nueva de que los in- dios de San Diego habían asaltado el Real el día de la Asunción de Nuestra Señora; qu« un jovencito de Guadalajara había muerto herido por los indios junto a Junípero Serra ("en el jacalito de mi habitación", dice éste) ; que habían resultado heridos durante el asal- to: el Padre Vizcaino, un herrero de Guada- lajara y un indio cristiano de la misión de San Ignacio, de la Baja California.

Sin embargo, a pesar de la primera san- gre, en el ánimo de Junípero persistía la im- presión de la bienvenida de las rosas y en me- dio de aquellos hombres sombríos y cabizba- jos, podía aun sonreír y permitirse hacer fi- nas ironías a costa de los expedicionarios. No era para menos: ¡Haber ido a Roma y no haber encontrado la Basílica de San Pedro!

Hecho el recuento de los víveres y provi- siones y calculándose que estos no podían du- rar sino hasta mediados de marzo, desconta- dos los necesarios para volverse a Velicatá, se acordó en contra del parecer de Serra, aban- donar la empresa, si para el 19 de marzo de 1770, fiesta de San José, Santo Patrón de la Expedición, no recibían auxilios, del "San

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José" O del "San Antonio" que había regre- sado a San Blas en busca de ellos.

35.— "¡PASSAR AVANT Y NUNCA RETROCEDIR!"

En esta hora crucial de la historia de la Alta California y cuando no se hablaba en el Real de otra cosa sino del regreso, Se^n re- fiere Palou, "pareciéndoles así a los oficiales como a los marinos dilatado el plazo" que iie habían fijado, Serra y Crespi determinaron quedarse aunque todos partieran.

¡No desampararían la nueva tierra par evangelizar; no darían media vuelta; cumpli- rían al pie de la letra, contra todos y contra todo, este lema de toda la vida de Junípero, que se lee en una de sus cartas en mallor- quín": ¡PASSAR AVANT Y NUNCA RETRO- CEDIR!*'

En la popularísima pieza teatral de John Steven Me. Croarty, que se representa en California al aire libre con el nombre de "Mission Play", en el primer acto, se drama- tiza el momento en que aprobando abandonar la California, Junípero se agiganta con m resolución de quedarse, determinación que

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decide en definitiva la suerte de la Alta Cali- fornia. El hecho es generalmente admitido i aun Bancroft mismo asegura que Serra y Crespi se opusieron tenazmente al abandono, Pero el gran historiador Charles E. Chapmari lo niega rotundamente. Estima que es sólo una leyenda inventada por Palou, con ánimo de exaltar a Serra y calumniar a Portolá, quien, según Chapman, nunca llegó a pensar en abandonar la empresa.

Mucho antes de que Palou escribiera en San Francisco California su magnífica "Re- lación Histórica de la Vida y Apostólicas Ta- reas del Venerable Padre Fray Junípero Se- rra", el Gobernador de las Californias, Don Matías Arniora, en un informe al Virrey que obra en el Tomo 76 del Ramo de "Californias" del Archivo General de la Nación, con el tí- tulo de "Noticias sacadas de las cartas que recibí el 2 de agosto de 1770", escribe tex- tualmente: "Día 19 de marzo se avisó desde la misión de San Diego el paquebot "San An- tonio", alias el Príncipe, que causó gran ale- gría a todos los de la Expedición de tierra, que tenían determinado esperarlo hasta el di- cho día 19 del Sr. San José, pero parece que dicho Sto. Patriarca los quiso detener con la vista del socorro para que al siguiente no se pusieran en marcha para Loreto".

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Los mismos Costansó y Fages, en carta subscrita por ambos con fecha 7 de febrero de 1770, comunican la misma noticia respec- to del abandono, aunque un tanto paliada o todavía no tan radical (pues la carta es de principios de febrero) al Visitador Gálvez, diciéndole desde San Diego: "que por acuer- do de la junta del día anterior, Portolá y Fer nando Rivera se retiran a California (es decir a la Baja California, pues todavía entonces solía llamársele California a secas) con gran parte de la tropa de esta expedición, a fin de disminuir aquí el número de bocas (Tomo núm. 66 del Ramo "Californias" del Archivo General de la Nación.

Palou, por lo tanto, no calumnió a Portolá ni inventó el episodio; y como al hablar de éste inserta en su obra una carta de Junípero en que Serra expresamente le comunica el hecho negado por Chapman, en todo caso Ju- nípero y no Palou sería el inventor de la con- seja.

Si Palou exalta la fibra de Junípero, no empequeñece a Portolá; al contrario. La glo- ria de Junípero se crece en este episodio, no por la cobardía de los hombres de armas, sino precisamente por lo que pudo haber de razo- nable, de justificado, de indicado en la deter- minación de Portolá para retirarse.

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El propio Junípero, años más tarde, en carta escrita desde San Carlos de Monterrey en 18 de julio de 1774, al Guardián y Discre- torio de San Fernando, y que obra en la Sec- ción de Manuscritos de nuestra Biblioteca Na- cional, reivindica como una gloria colectiva del Colegio el hecho de que por la actitud de sus hijos no se haya abandonado la empresa de la colonización de la Alta California, con estas palabras verdaderamente lapidarias y definitivas :

"Paréceme que si los Religiosos de San Fernando no hubiesen vuelto las espaldas pa- ra donde los oficiales seculares ponían la ca- ra, no habría mucho honor para este Santo Co- legio".

36.— LAS NUEVAS CARTAS DE RELACION

A propósito de cartas de Junípero Serra debemos advertir que para historiar su vida y sus actividades en la Alta California nos hemos valido y seguiremos valiéndonos en adelante, principalmente de sus cartas como fuente; de las cartas dispersas en casi todos los fondos documentales de importancia de la Ciudad de México y, sobre todo, de la colección que fi-

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gura en la Biblioteca Nacional. Esta colección, formada con cartas originales de Serra a los Guardianes y Discretorios del Colegio de San Femando y con copias de epístolas dirigidas a los Virreyes, fué hecha seguramente por Palou. Estas cartas son indispensables para el conocimiento de la personalidad de Juní- pero por dentro y para enterarse uno de la historia de la Alta California en sus princi- pios.

Bancroft habla despectivamente de la co- lección de cartas de Serra que existe en la Al- ta California, también formada por Palou, que contiene las misivas de Serra como Pre- sidente a los diferentes ministros de las mi- siones. La incomprensión de Bancroft se ma- nifiesta en muchos casos y particularmente en éste, en que no pudo o no supo aprovechar una fuente preciosísima para entender íntima- mente el nacimiento y desarrollo de la civi- lización cristiana en aquella región.

No queremos, al llamarlas aquí "Nuevas Cartas de Relación", parangonar los epístolas de Serra con las comunicaciones de Hernán Cortés a la Corona de España acerca de la prodigiosa conquista de Anahuac; pero de- bemos expresar que nunca se entenderá ver- daderamente la historia de la conquista y co- lonización de México por España si el ciclo de

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la literatura abierta con las Cartas de Rela- ción de Hernán Cortés no se completa con la Correspondencia de Junípero.

Entiéndase bien en qué sentido hablamos de literatura en esta ocasión, pues las cartas de Junípero no solamente están desprovistas de toda pretensión literaria, sino que apare- cen descuidadas y desaliñadas, en ocasiones a tal grado que se deja entender que el autor quiere matar toda vanidad literaria. Torrens y Nicolau, hablándonos de la oratoria de Juní- pero dice que este santo misionero tenía horror a las palabras sonoras y que su expresión era siempre llana, familiar. Escribiendo, éste pa- rece ser también su ideal. Lucha con CrespI para que éste pode de sus "diarios" todo fo- llaje de adorno, "menudencias, repeticiones y superlativos"; y lo invita a que escriba "más natural y corriente".

Pero precisamente por descuidadas y por agenas a toda intención con miras a la pos- teridad, las cartas de Junípero nos lo en- tregan por completo, porque él se entregó en ellas como un niño gi*ande, sin malicias, a pe- sar de que Bancroft, las estima escritas en cla- ve. Corre por todas ellas la vida límpida del gran franciscano como el agua clara por los cauces de un arroyo todo lleno de mansedum- bre y transparencia.

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37.— SEGUNDA BUSQUEDA, HALLAZGO Y TOMA^ DE POSESION DE MONTERREY

Como hemos visto ya por la carta de Ar- mera citada, el último día del plazo para es perar los socorros, 19 de marzo, fiesta de San José, el "San Antonio" hizo su milagrosa aparición frente al puerto de San Diego. El "San José" no llegó nunca: se lo tragó el mar, desapareció sin dejar rastro de su suerte.

El "San Antonio" dió fondo en el puerto hasta el 23 de marzo, al mando de D. Juan Pérez, con gran cantidad de provisiones, por lo que Portolá decidió emprender de nuevo la búsqueda de Monterrey, en dos expediciones' una por tierra y otra por mar.

Por tierra salió él y 20 soldados "de cuera" ' y voluntarios catalanes al mando de D. Pe- dro Fages, con fecha 17 de abril de 1770. 0>- mo capellán figuraba el Padre Crespi. La ex- pedición por mar había salido el día anterior, 16, pero Junípero se embarcó desde el 14, y con él Costansó, a bordo del "San Antonio" al mando de D. Juan Pérez,

El viaje por mar fué "penosillo", revela Junípero, y agrega "duró mes y medio caba- les, y el día 13 de mayo entramos y dimos

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fondo en nuestro pleiteado puerto". Para en- tonces ya estaba en Monterrey Don Gaspar de Portolá, pues había llegado el 13 de mayo. El San Antonio ancló en el mismo fondea- dero en que "168 años antes estuvo surta se- gún dice Costansó en su "Diario Histórico" la escuadra del General Vizcaíno, enviada por el Conde de Monterrey al descubrimiento de estas costas, de orden del Señor Don Felipe Tercero".

Las expediciones por mar y tierra se di- rigieron sin titubeos a la Punta y Ensenada de los Pinos, porque muy probablemente tanto Vila como Serra habían convencido a Portolá que, a' juzgar por las descripciones de Cabrera Bueno, dicha ensenada de los Pinos debía ser forzosamente el Puerto de Monte- rrey.

lEl día 1°. de junio se reunieron las dos ex- pediciones y en esta reunión se fijó el día 3, Domingo y Pascua de Pentecostés, para la función de la primera misa y erección del estandarte de la cruz.

"Llegó el día; dice Serra se formó capilla y altar junto a la misma barranquita y encino, todo inmediato a la playa, donde dice haberse celebrado (misa) en los princi- pios de la centuria pasada. Veníamos a un mismo tiempo al parage por distintos rumbos

»ft PABLO HERRERA CARRILLO

de mar y los de tierra, nosotros cantando en la lancha las divinas alabanzas, y los se- ñores de tierra, en sus corazones. Llegados y recibidos con repiques de campanas colgadas del encino, dispuesto todo lo necesario, habién- dome revestido de alba y estola, me andé con todos ante el altar, entoné el himno "Venicrea- tor spíritus", el cual concluido e invocada poi este medio la asistencia del Divino Espíritu por cuanto íbamos a executar, bendije la sal y el agua y nos encaminamos todos a una cruz grande prevenida y tendida en el suelo, la que entre todos levantamos; canté su bendición, la fixaraos y adoramos todos son ternura de nuestros corazones, rocié con agua bendita aquellos campos, y levantando así el estan- darte del Rey del cielo, se erigieron los de nuestro Católico Monarca celebrándose con altas voces de ¡Viva la Fe! y ¡Viva el Rey! que acompañaron repiques de campanas y tiros de fusilería y cañonazos del barco. Lue- go (para que la toma de posesión, comentamos nosotros, resultara más efectiva, más íntima, mas completa y simbólica), hicimos al pie de la cruz el entierro de un difunto marino o ca- lafate, el único que ha muerto en este barco en esta e3q>edición. Y concluido, comencé la misa cantada, que llevó después del evangelio

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SU sermón y toda fué muy acompañada de cañonazos".

Asi crecía México en la época colonial; así añadió un día a nuestro país Junípero Serra una vasta provincia, casi un imperio.

38.— ERECCION DEL PRESIDIO Y MISION DE SAN CARLOS DE MONTERREY

"Erigióse en aquella tierra —dice por su parte en el "Diario Histórico" Costapsó con- forme lo masdado, un Presidio y Misión con la Advocación de San Carlos, cooperando to- dos con igual esmero y solicitud, Tropa, Ma- rinería, y sus respectivos oficiales a los humil- des principios de tan importante Establec - miento . . . "

Descargado el paquebot, Portolá y Costansó se embarcaron de regreso a San Blas, dejando el mando al Teniente de Infantería Don Pe- dro Fages. En agosto 2 el Ingeniero Costan- só escribió al Virrey, resumiendo así su labor de los últimos días en Monterrey: "elegí el sitio que me pareció más apropósito para fun- dar el nuevo Presidio y Misión cuyas habita- ciones y oficinas trazé sobre el terreno" . . . "Antes de mi salida quedaron construidos dos

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almacenes capaces, en que cupo toda la carga del Pacabot (sic) y en donde vivían provisio- nalmente los PP. Misioneros, y el oficial co- mandante, cada cual en el suyo".

Habla también de un almacén de pólvora construido a distancia de un tiro de fusil del otro edificio, y de que levantó el mapa del puerto y terreno. (Archivo General de la Na- ción. — "Californias", 66).

89.— NACE UNA ARQUITECTURA QUE CONQUISTARA AL MUNDO

Serra tomó participación material en las primeras construcciones de Monterrey. "Aquí estoy escribe en 30 de junio de 1770 a la Reverenda Madre Sor Antonia Valladolid recién llegado y con los quehaceres de hacer una casita de palos en que vivir, que al mismo tiempo sirva de despensa y almacén ... y de Iglesia donde decir misa, todo c«n la incomodi- dad que es forzosa en tales principios".

Así, con esta construcción y las que habían quedado atrás en San Diego, Serra y sus com- pañeros iniciaban una arquitectura que andan- do los años estaba destinada a conquistar el mundo.

FRAY JUNIPERO SERRA

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Serra, espíritu altamente progresista, iba bien pronto a superarse y ya en agosto de 1772 las construcciones de la misión de San Carlos de Borromeo, trasladada, para mayor comodi- dad y para estar alejada convenientemente de la soldadesca del Presidio, a las riveras del Río Carmelo, habían crecido considerablemente.

De una minuciosa descripción que hace al Guardián de San Fernando aparece que esas construcciones eran de paredes "de gruesos pi- nos pelados, en gran parte labrados, cogidas sus rendijas con piedras o ripios"; con techos de morillos de pino y ciprés mondados, y, "so- bre ellos estiva de rajas, y después sacate, barro y tierra apretada y pisonada' '. El edificio consta ya de 6 piezas: tres celdas, una desti- nada a Capilla, otra a oficina y la tercera a sa- la de recibimiento y la troje o almacén. Toda la casa estaba "alhajada con tinajera, estan- te de libros, sillas de tixera... dos bancas... dos mesas . . . caxas ..."

Y agrega, no sin cierta satisfacción: "En substancia, hay donde vivir y encerrar lo que se nos traiga ..."

Y así irán creciendo ésta y las demás mi- siones tan luego de fundadas, constantemente. Nunca serán fastuosas, eso sí; ni siquiera los templos cuya edificación se conservará siem- pre dentro de la primitiva modestia prescrita por nuestro Padre San Francisco. Pero dentro

t34 PABLO HERRERA CARRILLO

de esa modestia mejorarán sin interrupción; crecerán con la riqueza y prosperidad ambien- te.

En algunas partes se rehicieron las iglesias hasta tres veces, antes que alcanzaran el ta- maño y la forma actuales; y, a medida que crecían las construcciones y se renovaban, la adaptación al medio era más íntima.

Al principio, en la época de las palizadas, las construcciones resultan rígidas; pero bien pronto se abandonará la madera por el ado- be, que alcanza su pleno florecimiento en la época pastoral; y en el adobe se van plasman- do con más facilidad las nuevas formas de lo que había de llegar a llamarse "Mission Style".

Arquitectos hay que niegan la existencia de semejante estilo y que niegan o regatean toda originalidad a la arquitectura franciscana en California, recordando como precedentes el cortijo andaluz y mucho más remotamente, la clavería medioeval y aún la villa romana.

Para éstos, la arquitectura misional es sólo una deducción del estilo superior urbano o ciudadano que, al descender o degenerar al plano rústico, transforma sus valores en otros propios de su función con la Naturaleza: ele- mentabilidad de la estructura, crudeza de ma- terial, simplicidad de formas, etc.

Lo admirable y desconcertante es que en esta época de la casa ideal definida por Le

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Corbussier como "une machine a habiter", "una máquina destinada a ser habitada", las ciudades modernas del mundo, donde quiera que el clima lo permite, van a buscar en esta arquitectura franciscana de Carlifornia que descendió de lo citadino a lo rústico, el modelo o la inspiración para construir sus más bellas residencias, bañadas de luz, rodeadas de jar- dines y con las puertas de par en par abiertas al aire puro.

Por el contrario, para los más comprensi- vos arquitectos norteamericanos, el estilo mi- sional es de gran originalidad, porque siendo un producto genuino del medio ambiente de Ca- lifornia, éste le ha impreso un sello indefinible, pero indeleble.

Para Blackmar, por ejemplo, la arquitectu- ra misional es "a distinctive California arqui- tecture" . Los viajeros, dice, contemplan eon asombro las interesantes estructuras que han soportado las tormentas de un siglo . . . monu- mentos de sabiduría y perseverancia de sus fundadores que procuraron no simplemente trasplantar una civilización, sino crear una nueva, sacándola de los rudos materiales con que contaban.

Newcomb va más lejos: para Newcomb el estilo misional es, por encima de todo. Califor- nia misma: sus colinas de suaves pendientes^ «US playas, sus montañas, su luminosidad.

136 PABLO HERRERA CARRILLO

"Habiendo sido díficil añade textualmen- te— venir a California artistas y artesanos, el sacerdote y los indios, con materiales humildes y manos diestras se pusieron a edificar senci- llamente, y enfrentándose sincera y resuelta- tamente con los problemas tales como los veían, fueron capaces de crear un estilo que, en el país en que fué desarrollado, ha sido ya supe- rado".

Y explica luego el por ^ué de esta supera- ción: la arquitectura misional franciscana, di- ce, "subsiste entre nosotros, como una heren- cia permanente, no sólo como ruinas muertas de las misiones, sino como presencia viva, co- mo influencia actual en la construcción de nuestros modernos edificios".

Es que Junípero no legó a la posteridad una obra maestra acabada o definitiva en arqui- tectura, sino un movimiento arquitectural.

La arquitectura misional franciscana es sin duda alguna una interpretación del medio am- biente como quieren los arquitectos norteame- ricanos más comprensivos; pero convengamos también en que es una interpretación francis- -cana, porque es el resultado de la comprensión franciscana de la naturaleza, tanto más íntima cuanto mas primitivo es el franciscanisrao.

San Francisco de Asís habría construido así, como construyeron Junípero y sus suce- sores, de haber vivido "il poverello" en el am-

FRAY JUNIPERO SERRA 137

biente de la Alta California, tan semejante

en ocasiones al ambiente del Mar Mediterrá- neo.

40.— LA NUEVA TIERRA DE PROMISION

Para describimos la desolación de la Ba- ja California, el misionero jesuita Juan Jacobo Baegert, tiene que pedir prestadas las palabras necesarias al Libro de los Salmos. La llama: "Terra deserta et inacuosa", tierra desierta, intransitable y sin agua.

Toda la Península es para él roca viva, pe- ña desnuda y crucificada, coronada de espinas. La roca "es la médula, el corazón, la substan- cia, y como quien dice, el ingrediente principal de todo el cuerpo de California".

"En cuanto a las espinas escribe el mis- mo ilustre misionero alemán su cantidad re- sulta asombrosa y hay muchas de terrible as- pecto. Parece que la maldición que Dios ful- minó sobre la tierra después del pecado del pri- mer hombre, haya recaido de una manera es- pecial sobre la California (la Vieja Califor- nia)".

Por esta desconsoladora descripción, ya po- drán imaginarse nuestros lectores el júbilo, el

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optimismo, la fe en el porvenir que exultaba en los hombres recién llegados de los desiertos bajacalifornianos a los valles prometedores de la Alta California, la Nueva Tierra de Promi- sión.

Lo que más les conmueve, lo que más les entusiasma, es la abundancia de agua. Llega- dos de "la Tierra Que No Conoce Los Ríos", cuentan, como niños, con deleite y admi- rados, las corrientes de agua:

El soldado José Velázquez, enviado desde la Alta California a la Baja California por auxi- lios, refiere que de Monterrey a San Diego "pa- só por nueve arroyos corrientes que tiran a ríos, por la abundancia de sus aguas, espacio de sus caxas y poblado de arboledas"... (Arch. Gral. Californias, Tomo 76).

Este rudo, este obscuro soldado es un obser- vador estupendo: nos da en su diario una vi- sión más comprensiva de la Alta California que el mismo gran ingeniero y admirable arqui- tecto D. Miguel Costansó. Nos habla y enu- mera hasta seis sierras (entre Monterrey y San Diego) "que por la parte del mar son ásperas y en su centro comunican paso por ser accesi- bles. Siendo las más ásperas las de Santa Lu- cia y en el Canal, las de la Conversión".

Lo demás del camino "son m«sas, cañadas, lomas tendidas, todas mati2adas de arboledas.

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y pobladas de buenos pastos de todas caliite- des, hasta la orilla el mar".

También Ck)Stans6 se entusiasma a veces y se detiene a describir y pronosticar, como cuando se ocupa de la región del Río de la Por- cíuncula, donde se levantará más tarde la ciu- dad de Los Angeles, Metrópoli del Oeste: "to- das las tierras que vimos en esta jornada nos parecieron admirables para producir toda espe- cie de granos y de frutos".

Pero es sobre todo Fray Juan Crespi, el admirable y admirado diarista de las expe- diciones, el que nos da la impresión más fres- ca, más sentida y comprensiva de las nuevas tierras: "Toda la tierra en general dice hablando de la región comprendida entre San Diego y San Francisco, en una carta al Visi- tador Gálvez que cito oe preferencia a su ''Diario" por parecerme menos conocida o iné- dita — es muy buena, muy empastada toda, muy abundante de aguajes corrientes y muy seguidos; en jornadas de dos leguas encontra- mos hasta siete aguajes de arroyos con bue- nas tomas de agua. Todo muy poblado de nu- merosa gentilidad, toda ella como lo que llevo dicho de la del Puerto de San Francisco, muy mansa, afable y al parecer dócil toda".

Agrega este dato a su descripción, que resulta todo un vaticinio: "Se han encon-

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trado once o doce ríos hasta el puerto de San Francisco y todos tienen llanuras de muchas leguas, que cada uno de por sí, podría abaste- cer ciudades grandes o Provincias".

41.— EL MOMENTO

Estas descripciones de Crespi, que Juní- pero confirmaría bien pronto en el terreno mismo, inflaman la imaginación del Padre Presidente, cuyas encendidas cartas prenden llamaradas de entusiasmo en el ánimo del Visitador Don José de Gálvez. Y ambos, Se- rra y Gálvez, bombardean al Apostólico Co- legio de Propaganda Pide de San Femando con peticiones de misioneros y más misione- ros para las Californias.

Junípero quiere que se le envíen cien por principios de cuentas. Gálvez apoya decidida^ mente las peticiones de Junípero, y urge el pronto envío de nuevas y más numerosas mi- siones.

En carta de 10 de febrero de 1770, al refe- rirle al Gardián Fray Juan Andrés el retomo de la expedición que había llegado hasta San Francisco, y había regresado ponderando la gran cantidad de gentilidad que debía ser

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evangelizada, Junípero le expresa que la no- ticia es digrna de imprimirse para enfervori- zar a la tierra entera "para poner manos a la espiritual conquista de ese nuevo mundo". Le dice "que si los cien religiosos que el Consejo Real ofreció al R.P. Pablo, los quiere Vuestra Reverencia y el Venerable Discretorio admi- tir, y pedir y remitir toditos a California, sin que quede ni uno solo en casa, yo les daré acá destino, y ahora añado que todavía serán po- cos; pero si quisieren que no les falte nada de conveniencia, uno solo que venga es so- brado".

Ante el asedio combinado de Gálvez y Se- rra, Fray Rafael Verger, el Nuevo Guardián de San Fernando, protesta. Se le prohibe a Serra comunicarse con Gálvez y se le hace ver, por Verger, que por^ su culpa, de Juní- pero, — Gálvez "nos ha molido tanto que si yo no me he tenido tieso arrastra a toda la misión".

Verger no ha adivinado la importancia de la Alta California ni se ha dado cuenta de que el momento es único, de que el momento es propicio para las grandes empresas, por- que Gálvez con toda su fuerza en la Corte puede ayudarlas eficazmente y porque en la Corte misma existe el temor de la amenaza extranjera sobre las Californias y está

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dispuesta a hacer todos los esfuerzos y sacri- ficios por salvarlas definitivamente.

Serra trata en vano de hacer comprender a la miopía de Verger la oportunidad que le brindan al Colegio de San Femando estas condiciones excepcionales para llevar a cabo una obra gigantesca en Alta California, que por su extensión y felices circunstancias, es todo un nuevo mundo por conquistar. En car- ta de 20 de junio de 1771 le escribe manifes- tándole que comprende que el Colegio nece- sita numerosos religiosos para sus atencio- nes, pero que puede haberlos para todo y que los que se envíen a Californias "no tendrá el Santo Colegio que mantenerlos"; que es pre- ciso llevar adelante la gran obra "aunque se necesiten los ministros a cent«iares, ahora que se nos ruega con ello, y se provee a las misiones con el abasto que V. R. verá por los tantos de los recibos que acabo de firmarle al Teniente. . "

Añade más adelante que si el Colegio se lo propone, lo conseguirá apelando a los me- dios que para ellos sea necesario, como traer nueva misión de España. "Yo no digo es- cribe textualmente que todo se ha de hacer en un día, pero bueno es poner la proa al buen viento".

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CONTRA OXIGENO

Todo inütil. Verger no tiene la amplitud de visión de Junípero y adopta una actitud diametralmente distinta a la de nuestro héroe que se evidencia en estas palabras que escribe a Don Manuel López de Casafonda, refiriéndose a las exigencias de Gálvez: "Re- sistiremos en cuanto fuere posible, que se malbarate la Real Hacienda, o Piadosas Do- naciones con el dorado título de propagar la fe, y extender los dominios de nuestro sobe- rano".

La gigantesca empresa de Serra y de Gál- vez le parece totalmente absurda, porque '*va sin fundamento, sin aquella madurez y cautela" con que siempre se ha procedido en casos semejantes . Y anuncia sobriamente : "si Dios nuestro Señor no obra con milagros y prodigios, no se puede esperar feliz éxito".

En cuanto a Junípero, hay que enfrenarlo, hay que maniatarlo. Serra, lo reconoce Verger , es un gran talento, se distinguió por sus bellas prendas en la Universidad de Mallorca; es ademas un celoso misionero, hombre de energía que sobresalió mucho en Sierra Gorda, "no obstante es preciso mode-

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rar su ardiente celo". Esta será la política de todos contra Serra: moderar su celo, ahogar su pasión por las grandes empresas, malograr su destino.

Rivera y Moneada dirá de él:

Nunca he visto un Padre mas celoso pa- ra fundar misiones que este Padre Presi- dente. No piensa sino en fundar misiones, no importándole cómo hayan de fundarse.

Y hasta el buen D. Matías Armora, exce- lente Gobernador de las Californias, llega a escribirles desde Santa Anna a Junípero y sus compañeros "que por el mismo Dios a quienes se sacrifican, les ruego que difieran las execuciones de sus santos deseos"... por- que si "antes de tiempo y proporción se vio- lenta la empresa, se perderá ella de un modo irreparable". Les pide que lo esperen, que irá bien pronto con refuerzos para ayudarles. Si lo hubiera escuchado, Junípero y sus com- pañeros lo estarían todavía esperando.

La lucha de Junípero contra todos es, du- rante el tiempo entero de su actuación en la Alta California, la lucha del oxígeno contra el ázoe.

Aun llegará a prohibírsele que mencione las misiones en el papel de sus cartas; casi se le veda que piense en ellas.

Ante estas exigencias, Junípero el sumiso.

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Junípero el de la Santa Obediencia, apelará en sus cartas al inalienable derecho que tiene si- quiera de soñar. A todo renuncia menos a su ensueño ; y su ensueño de toda la vida serán las misiones. Pero su ensueño será un día reali- dad, a pesar de todo.

43.— COSA DE LOCOS

Fray Rafael Verger califica la empresa de Serra-Gálvez, por absurda, bajo el palia- tivo de empresa quijotesca, como cosa de lo- cos. La condena por adelantado al fracaso. Le causa risa.

"Para ver con claridad escribe al Fis- cal Real, Don Manuel López de Casafonda, con fecha 3 de agosto de 1771 cuan digno de risa, y que mas parece función de Dn. Quijote, que cosa sería, el querer con mil pe- sos fundar una misión, hemos de asentar pri- m e r o, que la de Monterrey según la cuenta regulada de inteligentes, dista de esta Capi- tal 790 leguas; otros la estiman en 800; y es preciso llevar muchas cosas de esta Ciudad, co- mo son todas las herramientas necesarias para sembrar, como rejas, azadones, etc., cosas, etc. Para carpintería completa, como sierras gran-

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des, medianas, chicas, barrenas, azuelas, ce- pillos, escoplos, compases, punteras, marti- llos, etc. Para albañiles, del mismo modo, to- dos sus instrumentos. Todo esto es preciso e indispensable, como también todo el ajuar pa- ra comer, como ollas de cobre, cazos, platos, etc. Es fuerza hacer una casita para vivienda, una Iglesita, aunque toda sea pobre; troje para poder guardar los granos y necesarios. Es menester algún pie de ganado correspon- diente, no para una familia como de Sierra Morena, sino para un pueblo apartado mas de 200 leguas, y si hablamos de Monterrey, más de 350 de otro que pueda dar socorro, así de lo dicho como de algunas yuntas para sembrar, como muías, caballos y todo lo nece- sario para comer. . ." Sigue enumerando obs- táculos y amontonando dificultades y al final se pregunta: "¿Todo esto se ha de costear con mil pesos?"

Y agrega, desafiando colérico a Don José Gálvez, que quisiera ver a este ingenio singular aplicado a semejante empresa para ver como la llevaba a cabo. (Museo Nacional de Arqueo- logía, Historia y Etnografía. "Colección, y trasunto de varios escritos, alegatos, infoi-- mes ..." de Fr. Rafael Verger, Guardián de San Fernando).

Junípero no solo cometió un absurdo, el

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absurdo de fundar una misión en las condi- ciones tan contrarias a que se refiere Verger, sino que cometió nueve absurdos, porque fun- dó nueve misiones: San Diego de Alcalá, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo de Tolosa, San Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Sana Clara de Asís y San Buenaventura.

.Y hubiera fundado cien misiones si no se hubieran confabulado todos, por momentos hasta sus hermanos de San Femando, para enervar su pujanza y matar sus anhelos.

44.— HOMBRE DEL DESTINO

Verger quería ver como podía resolver D. José de Gálvez el problema de las funda- ciones a mas de 800 leguas de la Capital de la Nueva España. En realidad, Gálvez no ne- cesitaba trasladarse a la Alta California para resolver el formidable problema. Lo tenía resuelto de antemano; desde que en la Baja California se encontró al hombre capaz no so- lo de comprender sus proyectos, sino de hacerlos suyos y realizarlos,

Y Junípero fué el milagro mismo, única esperanza que existía, según Verger, para

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que la empresa se salvará del desastre. Juní- pero triunfó en la Alta California porque no era ni un Quijote ni un Sancho Panza, sino las dos cosas juntas en milagroso equilibrio. Ve como ninguno los obstáculos presentes y los que en el futuro han de levantársele por delante, cerrándole el paso; pero ve también clarividente, las oportunidades de la hora y las condiciones excepcionalmente ventajosas que el medio recién descubierto le ofrece. Es el hombre atento al detalle, preocupado por la minucia; pero es también el hombre de vi- sión panorámica, de vastas concepciones. Por primera vez se siente en la Alta California, ante lo ilimitado. En Sierra Gorda se le en- comendó el cerco y asedio de una región de mezquinas proporciones, sin grandes posibi- lidades. En Baja California se había puesto a su cuidado una serie de viejas misiones, de recursos limitados y en plena e irremediable decadencia. Pero en la Alta California tenía frente a él los horizontes abiertos. Aquello no era un pedazo de tierra más por añadirse a la Nueva España; era todo un mundo nuevo por conquistar.

En las márgenes de los ríos (brechas en la montaña) a uno y otro lado se abrían los valles descritos por Crespi, vastos como pro- vincias, en espera da las aglomeraciones huma-

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ñas, hervorosas y sonoras; o para decirlo a la bella manera de Rómulo Gallegos en "Canai- ma": frente a los ojos de Junípero, se abrían "las hondas lejanías de las tierras llanas, las profundas perspectivas de las tierras mon- tuosas", todavía "sin humos de hogares ni atajos de caminos, vastos silencios para inmen- sos rumores de pueblos futuros. . ."

45.— PEQUEÑECES DE JUNIPERO

Serra, es el hombre del detalle. En todo piensa, hasta en lo más mínimo. Todo lo pre- vee, hasta lo más insignificante, Dijérase que observaba la vida con microscopio. Bancroft lo tacha de autoritario porque ve en sus car- tas a los misioneros bajo su dirección, que todo lo dispone sin dejar nada a la iniciativa particular de cada ministro. No es eso. Es que Junípero, excepcionalmente previsor, está en todo hasta la minucia.

Para muestra, un botón. Veamos, por ejemplo, su "Memoria" de lo indispensable para la misión que se había de fundar en la Bahia de San Francisco. Pide a México: pri- meramente, un Divino Crucifijo "como prin- cipal objeto de predicación"; luego un lienzo

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O pintura de San Francisco, "de vara y media de alto, con su marco dorado, que venga en piezas, o en media caña" y "que sea de buen pincel"; para la misión de San Luis Obispo, pide un San Luis "con hábito apostólico que asome por bajo el roquete y se vea bien el cordón, su mitra en la cabeza, capa pluvial bien floreada y una corona real y cetro a los pies". Y tras de este Crucifijo y este San Francisco de Asís, porque para Junípero, como para Santa Teresa, "entre los pucheros anda el Señor" "seis cacitos de cobre es- tañados, para cocina y demás usos, como la- var, etc."; seis sartenes; seis ollas; una payla grande o cazo pozolero para la comida de los indios. A continuación un sinnúmero de obje- tos de lo más abigarrado: doce gruesas de rosarios, seis hachas carpinteras, dos docenas de azadones, cinco rejas castellanas calzadas, dos docenas de cueros crudos para coyundas, dos cedazos de alambre para colar atole; g:ar- lopa, cepillo y martillo de carpintero; picado- ra, cuchara y plomada, etc.

Y clavos . . . clavos . . . clavos ... De todos los tamaños, para todos los usos, como sím- bolo de su labor constructora que todavía hoy no acaba, porque los remaches que ahora se emplean en las grandes estructuras de hierro

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de los rascacielos de San Francisco Califor- nia, son nietos de aquellos clavos.

Y sin embargo, para este miniaturista, para este amante de las cosas nimias, de los parvos objetos de uso doméstico, la bahía de San Francisco, la enorme bahía Puerto de Puertos, no es dentro del plan ^gantesco de colonización sino "un escaloncito" para ulte- riores grandes conquistas, que llevarán a cabo sus sucesores.

"Veo por la postdata de Vuestra Excelen- cia —escribe con fecha 2 de julio de 1775 al Virrey y confieso la grande utilidad que tiene el pueblo y ocupación del Puerto de Sn, Francisco, como V.E. lo tiene ordenado, para las ideas sucesivas de conversiones en mayor altura, según fueren exigiendo los des- cubrimientos por mar, que V.E, con santo ce- lo ha mandado repetir; y yo, ya que mis mu- chos años pelean contra las esperanzas de su- bir tan arriba, tengo mucho consuelo en ayu- dar a poner este escaloncito, por donde su- ban los más robustos, a dilatar la gloria de Dios..."

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46.— LA GRANDIOSA CONCEPCION JUNIPERIANA

El programa mínimo e imnediato de Juní- pero es ante todo crear un cordón de misio- nes desde San Diego a San Francisco, puestas entre a tal distancia "que cada tercer día, y yendo algo ligeros, se pueda desde S. Diego hasta Monterrey (y más tarde hasta San Francisco) dormir en poblado, y asegurar la paz de toda la tierra", según lo escribe bien clara y pensadamente.

Entre San Diego y San Fernando de Velicatá propone y proyecta el establecimiento de cinco misiones de enlace, verdadero cordón umbilical que ha de unir a la Nueva California con la Ma- dre California. De esta gran cadena longitudi- nal de núcleos de civilización y cristiandad, ver- dadera espina dorsal del gigantesco plan de co- lonización, debía desprenderse "un espolón", por el rumbo de la misión de San Gabriel Arcángel, hacía el Río Colorado, para asegu- rar las comunicaciones con Sonora que juz- gaba indispensables para lograr la indepen- dencia económica de la Alta California. Pien- sa también que debe abrirse comunicación entre California y el Nuevo México.

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Junípero consideraba que eran vitales pa- ra la Alta California estas tres grandes rutas de comunicación, a saber: la ruta marina, co» base en el Apostadero o Arsenal de San Blas, para el aprovisionamiento de cereales y mer- caderías de todo género, ruta sin meta defini- da hacia el Norte, "camino de las Rusias", abierta a todo expansionismo; la ruta de emergencia y línea postal a lo largo de la Baja California, y la ruta hacia Sonora para la con- ducción de grandes masas de ganado en can- tidad suficiente para crear una gran industria agropecuaria, base para conquistas ilimitadas hacia el Norte. Escribiéndole al Virrey en carta de 31 de marzo de 1774, bajo la impre- sión del éxito que había tenido la expedición de Don Juan Bautista de Anza que había en- contrado al fin la ruta entre Sonora y la Alta California, le dice entusiasmado: "y una vez puesto esto en buen pié (se refiere a Califor- nia, enriquecida con un buen pie ganadero traí- do por la ruta de Sonora), no pediremos más ganado, más que se extiendan nuestras conquis- tas por estos rumbos hasta el fin del mundo".

Pero téngase muy en cuenta que estos gran- des propósitos, aunque llevan para Serra im- plícitos deseos de acrecentar los dominios de Su Majestad, tienen por mira ante todo y por encima de todo, la propagación del Evangelio.

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Dentro de esta vasta concepción, veamos lo que permitieron realizar a la gi'andeza de Serra la pequeñez e incompremsión de sus con- temporáneos y en especial la ruindad de las autoridades militares de California, opuestas siempre torpe y sistemáticamente a los vuelos del incansable misionero.

47.— FUNDACION DE LAS MISIONES DE SAN ANTONIO, SAN GABRIEL Y SAN LUIS

Los informes de Junípero al Virrey y al Visitador fueron fecundos, a pesar de la opo- s i c i ó n de Verger . Aprovechando la llegada de una numerosa misión de religiosos francis- canos, procedentes de España, al Colegio de San Fernando, Croix y Gálvez obtuvieron de este Colegio el envío de diez religiosos para cin- co nuevas misiones en la Alta California, entre San Diego y Monterrey, además de la de San Buenaventura ya acordada, y veinte religio- sos para la Antigua California, diez de los cuales se destinarían a las misiones de enlace entre San Femando de Velicatá y San Diego.

Los destinados para la Alta California se embarcaron en el paquebot "San Antonio" en

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2 de enero de 1771, desde San Blas a Monte- rrey. Los destinados a la Península, se embar- caron como un mes después desde el propio San Blas; los primeros, llegaron felizmente a su destino el 21 de mayo; y los segundos, des- pués de una serie increíble de peripecias y contrariedades, no pudieron. Esta última cir- cunstancia, la negativa luego de las autorida- des militares para proporcionar escoltas a las misiones proyectadas y finalmente la entrega de las misiones franciscanas de Baja Califor- nia a los Padres Dominicos, malogi-aron el proyecto de Junípero de enlazar las dos Cali- fornias con un cordón de misiones.

Con los misioneros llegados nuevamente a Monterrey, se apresuró Serra a realizar sus propósitos y el 14 de julio del mismo año de 1771, fundó con los Padres Fray Miguel Fieras y Fray Buenaventura Sitjar la misión de San Antonio de Padua, en el corazón de la Sierra de Santa Lucía. El lugar para la fundación fué seleccionado por Junípero, en un amplio Valle, bien regado y densamente poblado de pinos, robles y encinas; lugar abundante en bellotas y piñones que aseguraran la suerte de la misión, pues dada la escasez de provisiones, Serra pensó en un sitio en que la naturaleza misma proporcionara, siquiera para los prin- cipios, el primitivo alimento de los indígenas

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mientras se le daba tiempo de crear toda una agricultura en la Alta California. Fieras y Sitjar contaron a los comienzos con la coope- ración muy activa de tres marinos, un cabo y algunos soldados, en las labores temporales de la misión, pero al cabo de 4 meses, llegó Fages al lugar y al ver la adhesión de los militares a los padres, Ies mandó cesar los trabajos "sin que valieran dice Serra ruegos ni prome- sas". Y añade : "Con lo que han tenido gran- de desconsuelo los padres, porque sobre llovér- seles toda la habitación, (que con ser reducida, hasta hoy no está acabada), ellos han sido los carpinteros, los arrieros, y cada uno con su azada en la mano, con dos indios de California (Baja) que les di en la fundación, cabaron la tierra para un poco de trigo que sembraron y su pedazo de huerta" .

La cuarta misión se fundó con el nombre de San Gabriel Arcángfel a orillas del Río de los Temblores, en 8 de septiembre de 1771, por dos de los seis padres que Junípero envió por mar de Monterrey a San Diego, o sean Fray Pedro Gamboa y Fray Angel Somera.

"El paraje, observa Serra , en el con- junto de circunstancias de tierra, río, arroyos, madera, leña y demás conveniencias, es sin disputa el más excelente de todo lo descubierto. Y sin duda esta sola (misión) bien cultivada, bastaría (bastava, dice en el original) para

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mantenerse a sí, y a todas las demás". Y agre- ga; "Esta ha sido la única fundación en que no me he haya (hayga, dice el original) halla- do personalmente, porque se me faltó a la pa- labra y convenio de avisarme".

Esta misión fué sostenida con parte del numeroso ganado llegado de la Baja California a San Diego el 18 de julio para las nuevas fun- daciones. Con objeto de fundar las demás, bajó Junípero de Monterrey a San Diego y, después de una exploración de Fages y Crespi a la ba- hía de San Francisco, Serra y Fages fundaron la misión de San Luis, Obispo de Tolosa, en la Cañada de los Osos, el 1°. de Septiembre de 1772, quedando en ella de ministro el P, Fray José Caballer con dos indios cristianos de la Baja California como ayudantes, a los que se sumaron más tarde cuatro familias de indios del mismo origen.

Al día siguiente se puso en marcha Junípe- ro para el sur y estuvo de visita en San Ga- briel del 11 al 13 del mismo mes de diciembre, y el 16 llegó a San Diego.

Cuando quiso Junípero proseguir las fun- daciones, se encontró con la decidida oposición del Comandante Don Pedro Fages que ya para aquellas fechas, según expresa Palou en sus "Noticias de la Nueva California", se entro- metía de tal manera en el gobierno de las mi-

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siones "que ya quería y defendía que todo le tocara a él y no a los padres" .

Esta actitud y otros circunstancias de que se hablará más adelante, decidieron a Junípe- ro a emprender un viaje a México para entre- vistar al nuevo Virrey, Fray Antonio María de Bucareli y Ursua, quien recibió del Mar- qués de Croix, las riendas del gobierno de la Nueva España en San Cristóbal Ecatepec el 22 de Septiembre de 1771. Con este viaje se cie- rra el primer período de la época misional en la Nueva California.

48 LA PRIMERA EPOCA DE LAS MISIO- NES EN LA ALTA CALIFORNIA

El espectro del hambre se enseñorea por completo de toda la primera época misional en la Alta California. El menor retardo de los pequebotes -'San Carlos" o "San Antonio", que proveen a los nuevos establecimientos con provisiones laboriosamente transportadas des- de el puerto de San Blas, impone el raciona- miento ie los alimentos y provoca en aquellos desterrados de la civilización un verdadero es- tado de angustia.

Entonces, se vuelven los ojos hacia la An- tigua California. Durante toda esta etapa de

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ayuno forzoso para las nacientes misiones, la Península es la providencia de la Alta Califor- nia niña.

En el terreno de las conquistas espirituales, bien poca cosa se consigue. Las dos razas, la autóctona y la advenediza, conviven una al lado de otra. Se observan y se espían mutuamen- te, de cerca, muy de cerca, pero por encima de un abismo que se abre entre ambas; abismo que si ha sido franqueado en ocasiones mila- grosas por unos cuantos conversos, no se acierta aún a decir cómo ha podido ser esto, porque no se ha tendido todavía ningún puen- te seguro y permanente entre dos concepciones de la vida y del universo diametralmente dis- tintas .

Es la era de las improvisaciones que se evi- dencia sobre todo en lo recien edificado: casas que son verdaderas enramadas; palizadas pro- visionales; refugios perentorios para no vivir del todo a la intemperie; capillas como esbo- zadas; horquetas o brazos de árboles que son temporalmente las primeras torres o las pri- meras espadañas desde las que tocan las cam- panas misionales traídas de la Baja California por mar o por tierra a través de las rutas re- cien halladas.

El adobe, cuya plasticidad y docilidad per- mitirá, cuando florezca la California Pastoral, crear una arquitectura que conquistará el mun-

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do, sólo ha hecho aquí o allá su aparición espo- rádica y tímida ....

Todo es tanteo y ensayo para Robinsón, que ha tomado posesión de su Isla, pero que aún no acierta a acomodarse y adaptarse a ella.

Se paga el noviciado. Junípero relata los primeros fiascos: "se hicieron almácigos de todo, porque el Padre Juan traía muchas se- millas. Todo nació pero nada creció, y admi- rándonos de ello, vinimos después a conocer que aquella tierra, que no lo mostraba, está a su tiempo cogida del estero, y así no sabe dar sino tule y ortigas". (Se refiere a Monterrey).

Los ganados no existen aún. Sólo hay unas cuantas vacas que se miran como a las niñas de los ojos. La leche se reserva para los enfer- mos... Todavía al final del primer período, las cinco misiones fundadas están en cogollo tier- no y delicado. Serra resume su informe que presenta en México a Bucareli con estas pala- bras:

"Las misiones, según de lo dicho se infiere, están tiernas, y poco medradas, ya por nue- vas, ya por falta de medios".

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49.— ¡MADRE CALIFORNIA!

La simple, la muda geografía de la Baja California, nos da la impresión de un acentua- do franciscanismo. No únicamente por sus cactáceas, algunas de las cuales parecen, por su aspecto singular, cordones anudados, como los de los hábitos de los religiosos de la Or- den franciscana ; ni sólo por la sobriedad y mo- notonía de su paisaje, que nos hace imaginar a la Península como metida en un sayal de anacoreta, sino por su íntimo consorcio con esa clase de pobreza que tanto amó San Francisco de Asís. Pobreza fecunda que sabe sin em- bargo crear prosperidad en torno, riqueza pa- ra los demás.

Porque la Baja California se entrega toda entera, se da en oblación completa, como una madre, para que la Alta California surja, crez- ca y se colme al fin de cuentas de una asom- brosa riqueza. Arthur Walbrige North llama con razón a la Península bajacalifomiana, "The Mother of California", la madre de Califor- nia (California la ha usurpado a su madre hasta el nombre, y se da el lujo de llamarse "California" a secas, obligándonos a emplear los calificativos de Baja o Antigua para desig- nar la tien'a peninsular).

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Para la organización de las expediciones destinadas a la ocupación de Monterrey, fué preciso que el Capitán Rivera y Moneada re- quisara en todas las misiones de la Vieja Ca- lifornia ganados y provisiones de toda especie para la Nueva California. Serra y Gálvez es- cogieron de las mismas misiones los paramen- tos sacerdotales, las campanas y los vasos sa^ grados para la nueva cristiandad que iba a fun- darse, ¡ Qué más ! : fué preciso arrancar a Fray Junípero de la pobre, desierta Baja California, para crear la rica y florida Alta, California.

Con Junípero fueron allá los indios y fami- lias bajacalifornianas que sirvieron de pié pa- ra fundar casi todas las nuevas misiones.

Y durante años, los nuevos establecimientos dependen de las viejas misiones bajacalifor- nianas, y las relaciones entre unos y otros, es- tablecidas por los atajos que circulan entre San Diego y San Fernando Velicatá, son como un cordón umbilical. El Guardián y Discreto- rio de San Femando, en 27 de diciembre, piden encarecidamente al Virrey la conservación de este sistema de aprovisionamiento por medio de recuas o de atajos para un caso cualquiera de emergencia: "Este, Señor Excelentísimo, le dicen , es muy probable que suceda cada año, mientras las misiones no tomen alguna corriente. O ya sea porque el barco que anual- mente lleva las pro\nsiones de bastimentos se

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tarde demasiado ; o ya (lo que Dios no permita) se pierda; como se perdió dos años ha, el pa- quebot "San José" con toda la gente y carga".

La base de estas comunicaciones era la misión de Velicatá, pero estaba "en un hilo", según la expresión del (Gobernador D, Matías de Armora, porque la Baja California entera corría entonces peligro inminente de hundirse. Armora escribe al Virrey: "Esta península, Exmo., Sor,, no puede mantenerse a misma, como justamente se tentó cuando había me- jores proporciones que ahora, pues la peste, las plagas, las expediciones a Monterrey, y en fin la ingratitud del terreno la han puesto a dos dedos de su perdición..."

Y efectivamente, Baja California estaba al borde del abismo en aquellos aciagos días. En el Sur, el mal gálico o la sífilis diezmaba la po- blación indígena ; en el centro y en el Norte, los huracanes, las inundaciones y la langosta ha- bían asolado las sementeras y los poblados.

De todas partes recibe Armora palabras de desesperación. El Padre Francisco Palou y el Comisario de Loreto le escriben contándole los terribles "efetos del Equinoxio", "furiosos en extremo". Por los tornados y las inundaciones, Loreto, Comundú, La Purísima y San Ignacio están en ruinas. "Estos si que son trabajos y (esta sí) que es tierra de miseria digan lo que quieran los que no la han visto", aseguran a la

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vez el Presidente y el Comisario de las misio- nes bajacalifornianas.

Pero Fray Francisco Palou, Presidente de las misiones franciscanas en Baja California, no llegó a desamparar ni en los peores momen- tos a sus hermanos de la Alta California.

En 14 de agosto de 1770, Arniora le había escrito desde el Real de Santa Anna: "Supli- co a su Reverencia tome sobre su cargo el cui- dado de sostener y auxiliar continuamente las misiones y expediciones de Monterrey, valién- dose de cualesquiera caudales, y arbitrios, en el cierto concepto de que será reintegrado, y en el de que no hay otro algún sujeto en toda es- ta Península capaz de desempeñar este asun- to, como lo ha acreditado un año de experien- cias..."

Más adelante, le concreta su pedimento re- comendándole en especial Velicatá, como punto vital: "refuerce cuanto sea posible de gentes y víveres la nueva Misión de San Femando de Velicatá, así por tierra como en canoas por la bahía de San Luis Gonzaga, para que de allí se puedan sostener las nuevas conquistas de San Diego y Monterrey".

Palou le había ofrecido por escrito a Arme- ra no olvidarse de la Nueva California. Por escrito, con la misma letra que años después había de escribir la "Relación Histórica de la Vida y Apostólicas Tareas del Venerable Pa-

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dre Fray Junípero Serra", el Junípero Serra de la ciega en la Providencia, el hombre de la férrea voluntad que en los momentos más difíciles y comprometidos ponía todo lo que estaba de su parte para estar a la altura de su deber y lo demás se lo dejaba al Padre Celes- tial eon expresiones como ésta; "Obre Dios" y "Dios sobre todo".

Y la Vieja California, toda desolación, des- engaño, pasado, no abandonó a la Nueva Cali- fornia toda potencialidad, porvenir, esperanza.

50. -^BL ELEMENTO HLTMANO

Convivieron en el territorio que fué de la Nueva España culturas indígenas tan diversas, que puede decirse que oscilaron entre la cultura de los mayas de la Península de Yucatán, cuya matemática se había adelantado a la europea en la concepción del cero; y la cultura de los pericués, guaycuras y cochimíes de la Penín- sula de la Baja California, cuya matemática no llegaba a contar sino hasta veinte, es de- cir hasta donde les alcanzaban los dedos de las manos y de los pies, porque cuando su arit- mética primitiva tenía que salvar esa cifra, se agachaban aquellos indios a recoger un pu-

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ñado de tierra que luego arrojaban por diver- sos rumbos en medio de muecas y aspavientos que evidenciaban su confusión y desconcier- to al enfrentarse con cantidades que debieron parecerles infinitas.

Los Indios de la Alta California elemen- to humano con el que iba a trabajar Junípero Serra, con el que ya estaba trabajando incan- sablemente cuando emprendió su viaje a Mé- xico — se encontraban más cerca, mucho más cerca de los pericués que de los mayas.

"Todos (indios de la Baja y de la Alta Ca- lifornia) eran para el historiador norteameri- cano Theodore Henry Hittell, igualmente estú- pidos y embrutecidos excepción hecha de los indios del Canal de Santa Bárbara pero en general, parecían meros animales omnívo- ros sin gobierno y sin leyes..."

Muchos no estarán seguramente de acuer- do con la opinión de Hittell; pero todos tienen que convenir que Junípero no contaba con el material humano del que sacó Fray Bemardi- no de Sahagún, en el Colegio de Tlaltelolco, sus admirables colaboradores, aquellos indios pro- digiosos que "además de conocer muy bien su lengua nativa eran peritos en la latina y en la castellana" .

El mérito de Junípero no está precisamen- te en la originalidad de sus métodos pedagógi- cos y civilizadores \ñejos en la Nueva Espa-

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ña desde la época de Fray Pedro de Gante sino en que hubvo de enfrentarse a problemas mucho mayores que los que resolvió Gante y con elementos muy inferiores a los de que dis- puso este gran civilizador, en el corazón de la Nueva España.

Junípero hubo desde luego de enfrentarse al tremendo problema de la diversidad de len- guas o de dialectos. "Hay escribe E. W. Gifford, del Museo de Antropología de la Uni- versidad de California , más familias de len- guas habladas en California entre las tribus in- dias, que en cualquiera otra región del mismo tamaño".

Enseguida Junípero tuvo que habérselas con otro enemigo formidable : la ausencia de re- ligiones entre los indios de California. Ban- croft parece inclinado a estimar esta circuns- tancia como ventajosa para los religiosos fran- ciscanos. "Los padres misioneros afirma encontraron un campo virgen en el que ni Dios ni el demonio eran adorados".

La mayor parte de los autores de las obras de antropología publicadas por la Universidad de Berkeley parecen inclinados a creer como Bancroft que no hubo religión propiamente en- tre los indios californios. Philip Stedman Sparkman llega hasta el grado de negar el ca- rácter de deidad a "Changichnish", de cuyo

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culto entre los indios luiseños se ocupa amplia- mente el padre Fray Gerónimo de Boscana.

Sin embargo, hay algunos que, como Cons- tance Goddard Du Bois, consideran que el cul- to a "Changichnish", o "Chinigchinic", el Cuervo, era una verdadera religión.

Contra la opinión de Hittell, que asegura que los indios californios no tenían religión, ni concepto alguno de la divinidad o de la vida futura, ni ídolos, ni forma de culto, ni sacerdo- tes, ni concepciones filosóficas, ni tradiciones históricas, se ha opuesto la afirmación de Je- remías Curtin quien asegura que el indio de California, como el de todas partes creía que cualquier objeto era divino, excepto el hom- bre. Para A. L. Kroeber, acaso el mejor co- nocedor de los indios de California, estos "se encontraban en un estado animístico de pen- samiento, en el que atribuían vida, inteligencia y especial poder supernatural, virtualmente a todo ser dotado de vida o sin vida".

Sea de todo esto lo que se quiera, a nosotros nos parece que lo más acertado es clasificar a los indios de las Californias, por sus manifes- taciones espirituales y su manera de ser y de vivir, entre las culturas de los pueblos árticos de que nos habla Graebner en "El Mundo del Hombre Primitivo' ' ; culturas a las que pueden señalárseles estas cai-acterísticas : animismo,

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influjo de los chamanes o curanderos con pre- tensiones de "mediiims"; ausencia de agricul- tura, substituida por la caza y la recolección; forma exterior cupular de las casas, con fre- cuencia hundidas en tierra o mejor dicho, cons- truidas en torno y como continuación de fosos o pozos no muy profundos; nomadismo esta- cional, etc. Esta última característica no se encontraba entre los indios del Canal de San- ta Bárbara y entre los indios de algunos otros lugares que vivían en aldeas de arraigo definiti- vo; pero entre la mayoría de indios californios existía cierto nomadismo ocasionado por la necesidad de recolectar, en diferentes lugares y según las estaciones, los alimentos necesa- rios.

51.— LA TELA DE PENELOPE

Al avistarse el paquebot "San Antonio" por primera vez por los indígenas de San Diego, los indígenas presintieron el advenimiento de una nueva era. Cuenta Junípero : "según han ase- gurado, contestes los indios, ahora que se les entiende la lengua, en aquel día se les eclipsó el sol, y tembló la tierra, con lo que junto con la vista del barco, pareciéndoles excesivo pa-

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ra ballena, que a primera vista habían con- ceptuado, se turbaron en gran manera, y sos- pecharon novedad grande..."

¿Quiénes eran aquellos seres? ¿De donde salían? Si Hugo Reid no inventa y realmente supo por tradición lo que refiere, los recién lle- gados parecieron dioses o semidioses a los In- dios de Alta California ; pero cuando vieron que uno de ellos mataba un pajarito con su arma de fuego, tuviéronlos por hombres, por hom- bres malvados. Cuando los vieron desfilar montados en muías los juzgaron por hijos de muía, pues así como las mujeres indias carga- ban con sus niños, entendían que las muías también cargaban aquellos seres por sor sus crios . . .

A los hombres de la Nueva España los in- dios de la Alta Califoniia les causan impresio- nes diversas. Don Pedro Fajes, en su "Rela- ción", no mide a todos con el mismo rasero; porque a medida que recorre el país se le van presentando núcleos indígenas de diversos as- pectos: unos son de color moreno, de "mala catadura y talle, sucios y desaliñados en su tanto, y mal parecidos en todo: suspicaces, amigos de la traición y muy poco de los espa- ñoles" ; pero los habitantes del Río de los Tem- blores y los "playanos" inmediatos, los encuen- tra "blancos, pelirrubios y de buen pai'ecer";

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los del rumbo de Santa Clara, le i>arecen "de buen talle y disposiciones muy ágiles y suel- tos", y aunque parezca mentira, encuentra al- gunos indios amantes del trabajo, pero des- lucidos por "una gran codicia" y "cierta incli- nación al tráfico y al negocio", que hace pen- sar a Fajes que podría tenérseles como "los Chinos de América".

Sólo para Junípero Serra, que no a los indios con ojos de militar ni de etnógrafo, sino con ojos de misionero para quienes todos los hombres son iguales, en definitiva, porque to- dos son hijos del Padre común que fistá en los cielos, todos los nativos de la Alta California son mansos y maleables como la cera, hasta los de San Diego, que Crespi califica tan dura- mente. Por eso escribe con insistencia al Co- legio de San Fernando presentando la ocupa- ción de California como la gran oportunidad para evangelizar: "La docilidad y mansedum- bre de los gentiles convida a ello ^asegura , y aunque en algunas partes pinten algo en bron- cos, no es eso de cuydado ; . . algo se ha de to- lerar por Dios".

¿Cómo eran, en realidad, los indios de la Alta California? Desde luego no son las meras bestias omnívoras de Hittell. Jorge Vancouver, el gran navegante inglés, se acerca bastante a la verdad, cuando nos los presenta como una

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mezcla o compuesto de "estupidez y de ino- cencia". Y dentro de estos dos extremos los mi- sioneros van a enfrentarse con una movilidad y con una inconstancia y una inconsistencia espiritual que hará larga, insegura y descon- certante la labor evangelizadora.

Los indios californios que encuentra Juní- pero en Alta California, se encuentran en los primeros peldaños del primitivismo o, mejor dicho, en los últimos escalones de la degenera- ción. Por mucho tiempo los indios y los misio- neros marcharán paralelamente, sin encon- trarse; porque representan dos conceptos dis- tintos de la vida y están en planos distintos. Siguiendo a W. Wund, podríamos decir que los misioneros representaban el pensamiento oc- cidental, el pensamiento cultivado, penetrado todo él de elementos lógicos; mientras que los californios representaban el pensamiento pre- dominantemente asociativo de los pueblos na- turales. El pensamiento asociativo caótico y voluble, en que la noción de causalidad se re- duce a simple noción de coexistencia, de simul- taneidad. Para el primitivo (o para el degene- rado, diremos los que no creemos en el evolu- cionismo) basta que dos cosas se presenten a sus ojos al mismo tiempo para que se les con- sidere relacionadas. Por eso los californios, al ver al mismo tiempo a sus mujeres cargan-

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do a sus hijos y a las muías cargando a los hombres de la Nueva España, tienen a estos por hijos de muía, sin perjuicio de cambiar de parecer al cambiar de asociación de ideas.

Si a esta huidiza actitud mental de los in- dios, se agi'ega la inconstancia que les imponía el ir de aquí para allá en busca de alimentos, se comprenderá la enorme tarea que tenían frente a frente los hijos del Colegio de San P'emando.

Junípero comprendió desde un principio, que mientras no creara en la Alta California una agricultura para asegurar a los indios de una vez por todas alimento regular y abun- dante, su labor resultaría como la tela de Pe- nélope. Junípero pintará en su viaje a México, informando acerca del estado de las misiones, este tejer y destejer que caracterizó la vida misional en su primera época. Hablando de los indios que había logrado bautizar (des- pués de los esfuerzos inauditos por hacerlos comprender las verdades fundamentales del cristianismo) cuenta "cómo se daban algunas ausentadas de días" y cómo, cuando se les bus- caba o volvían por ellos mismos, daban como disculpa de su huida "la necesidad de buscar qué comer, ix)rque les parecía poca la leche de las vacas, con que los alimentábamos; y aun- que veíamos que contra tal respuesta no había

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réplica de fundamento, lo sentíamos mucho, porque venían de entre los gentiles tan otros que apenas los conocíamos".

52.— LEON QUE SOLO A LA CALENTURA SE RINDE

De esta California insegura, precaria, frá- gil, pequeña, "pequeña como una gema" pero "grande corno un destino", partió Fray Juní- pero Serra para la Ciudad de México, embar- cándose en el paquebot "San Carlos ' el 20 de octubre de 1772, en el Puerto de San Diego.

El 20 de ese mismo mes, Fages le había transcrito parte de una comunicación de Buca- reli, en que este Virrey, sorprendido por Fa- ges, ponía prácticamente a los misioneros bajo las órdenes del Comandante militar y esta ame- naza inminente para la suerte de las misiones, determinó el viaje, después que Serra lo con- sultó detenidamente con los Padres de San Die- go y de haber celebrado una misa invocando las luces de lo alto.

Bancroft señala acertadamente las razones que impulsaban a Junípero para ir personal- mente a tratar los asuntos de California con el nuevo Virrey; la ausencia del fundador y pro-

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tector de aquellas misiones, D. José de Gálvez, quien había partido para España, hacia nece- sarios los más grandes esfuerzos en la Ciudad de México para mantener vivo el interés por las nuevas misiones; por otra parte, precisa- ba un cambio de la actitud de las autoridades y de los reglamentos locales para la mejor mar- cha de la California y era preciso saber "of what stuff Bucareli was made", dice Bancrof t : de qué clase de gente era Bucareli.

Con SeiTa venía "la Hermana Llaga", compañera inseparable de sus andanzas, que los cirujanos de los barcos habían querido cu- rarle y que él había defendido como un teso- ro. Venía también un misterioso indito neó- fito que Serra traía consigo con secretos pi'o- pósitos de que se hablará más delante.

Junípero llegó a San Blas el 4 de noviem- bre. Se hospedó en el Hospicio de la Cruz de Tepic y desde allí, cayéndose y levantándose, emprendió un increíble viaje a la Ciudad de México. Enfermó en el camino de Tepic a Guadalajara; cayó en esta Ciudad en cama y estuvo a punto de morir; enfermo aún, se puso nuevamente en marcha y enfermó de nuevo de suma gravedad entre Guadalajara y Querétaro, llegando a esta última población dispuesta a sacramentarse y morir, pero sur- ge de nueve milagrcsamente y convaleciente

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de tabardillo, prosigue su viaje a México a donde llega el 3 de febrero de 1773,

El Guardián de Santa Cruz de Querétaro refirió años más tarde a Palou cómo en aquel Colegio se dió por muerto a Junípero, y este mismo, nos cuenta así las penalidades de su caminata: "esta venida a México me ha sido de mucho quebranto, pues de lo estropeado del camino llegué a la Ciudad de Guadalaxara ardiendo en calentura, a pocos días me man- daron sacramentar y estuve mucho de peli- gro; después de que la calentura continua quebró en tercianas, proseguí con ellas mi camino, y Uegé a la Ciudad de Querétaro otra vez tan caído que también me mandaron sa- cramentar".

En México siguió con estas alternativas. Fray Pablo Font escribe desde San Fernando a FYay Jaime Axaló, de la Provincia de Cata- luña, admirado de la resistencia increíble de Junípero: "tan en breve lo hemos visto muer- to como resucitado".

Tenía entonces Serra más de sesenta años; pero ni los años ni las fatigas lo habían doble- gado: "hombre de ancianidad muy venerable", describe Font en la carta de referencia, "en me- dio de su larga y trabajada ancianidad, tiene las propiedades de león, que sólo a la «alentura se rinde. , ."

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58.— COMPLETO TRIUNFO DE SERRA EN MEXICO

El triunfo de Junípero en México fué com- pleto. Pájaros del mismo plumaje, Bucareli y Serra acabaron bien pronto por entenderse. Las dimensiones de los volúmenes de esta co- lección de "Vidas Mexicanas" no nos permi- ten ocuparnos ampliamente de los resultados ob- tenidos por Junípero con su viaje a México; por otra parte, la trascendencia de estos resultados en la Historia de California fué tan grande, qu« ya los historiadores norteamericanos , conce- diéndoles toda la importancia que merecen, los tienen minucionamente estudiados y expuestos.

Habiéndole referido el Padre Serra al Vi- rrey verbalmente la situación de las misiones y las medidas que estimaba pertinente se to- maran, Bucareli suplicó a Junípero formulara por escrito sus proposiciones concretas, y Ju- nípero elevó al Virrey su famosa "represen- tación" de 13 de marzo de 1773, con 32 propo- alciones. Bucareli sometió el memorial de Serra, acompañado del parecer del Fiscal, a la junta de Guerra y de Real Hacienda la cual aprobó la mayor parte de las proposiciones de Serra.

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Una de las cosas fundamentales propues- t a s por Junípero, y aprobadas por la junta, fué la declaración de que "el gobierno, mando y crianza de los indios bautizados tocaba pri- vativamente a los padres misioneros", que- dando obligados a comportarse con respecto de los mismos indios en la forma y términos que un buen padre de familia debe compor- tarse en el manejo de su casa, educación y corrección de sus hijos.

A la llegada de Junípero Serra a Méxic«, estaba a punto de suprimirse el apostadero o base naval de San Blas ; Junípero llegó a tiem- po para salvarlo, y para salvar acaso toda la maravillosa historia de nuestras exploracio- nes marinas de Monterrey hasta Alaska; ex- ploraciones que se hicieron con San Blas co- mo punto de partida y que, de haberse su- primido, tal vez no hubieran tenido lugar, ya que gracias a Serra no sólo se conservó el Apostadero, sino que la corona lo dotó de marinos tan notables como Don Francisco de la Bodega y Quadra.

Una simple conversación de Serra con Bu- careli hizo a éste cambiar su opinión respecto de San Blas, y, a solicitud del Virrey, Serra escribió con fecha 22 de abril de 1773 su mag- nífico "Parecer sobre el modo más fácil y me- nos costoso de llevar víveres y avíos a Monte-

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rrey", que remitido a Su Magestad y unido al peligro de la amenaza rusa, determinaron la conservación del apostadero y más tarde el envío a él de 7 oficiales de marina, tenientes de navio y fragata, alférez, pilotos, cirujanos y capellanes, (Un tanto del "Parecer" obra en el Archivo Gral, de la Nación. Misiones, 12) . La enumeración de las expediciones marinas al Noroeste con base en San Blas, evidenciará la importancia y trascendencia de la opinión de Junípero que salvó al apostadero.

Expedición de Juan Pérez en 1774, que descubrió Nutka; expedición de 1775 de Bru- no Heceta, que subió hasta los 57 grados y Juan de la Bodega y Cuadra que remontó has- ta los 58; la de Ignacio Arteaga, de 1779, que llegó hasta los 60 grados; la de 1788, de Es- teban Martínez, que reconoció las costas de Alaska casi hasta el estrecho de Behring; la de 1789, del mismo Martínez, para la ocupa- ción de Nutka; la de 1790, al mando de Fran- cisco de Elíza, para fortificar Nutka, de donde salieron a su vez las expediciones de Fidalgo hasta Alaska y la de Quimper en reconoci- miento del estrecho de Fuca, y las de las go- letas "Sutil" y "Mexicana" y de Jacinto Ca- amaño, que pusieron término a la leyenda de los estrechos.

A petición de la Junta de Guerra y de

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Real Hacienda, Junípero presentó además, al Gobierno de la Nueva España, su "Informe sobre número de soldados y presente estado de las misiones de Monterrey", de fecha 21 de ma- yo de 1773 que obra también en el citado To- mo 12 del Ramo de Misiones del Archivo Ge- neral de la Nación. Este documento es uno de los más preciosos para la historia de la Alta California.

Con las representaciones de Junípero co- mo base principal, se mandó poner en vigor, por derecho del Virrey, de 24 de mayo de 1773, el "Reglamento e instrucción provisional pa- ra el auxilio y conservación de los Nuevos y anti guos Establecimientos de las Califor- nias redactado por D . Juan José de Elcheveste y que es la consagración en gran parte del pensamiento político y administra- tivo de Fray Junípero Serra.

54.— OTRA VEZ LOS RUSOS SOBRE CALIFORNIA

Junípera Serra pudo quedarse en la Ciu- dad de México a pasar tranquilamente sus úl- timos días. Lo hubieran hecho Guardián de San Fernando. Pero en sis oídos resonaba el

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canto de las Californias, el canto fascinador de las sirenas, que lo llamaban desde lejos. "Allá es mi vivir, le escribe Serra al Padre Miguel de Petra en Mallorca, avisándole que se vuelve a California , y allá espero en Dios sea mi morir". La tierra remota, por él colonizada, reclamaba sus huesos. Por su parte el Padre Font, de quien hemos hablado, escribe al Pa- dre Axaló, refiriéndose a la salida de Juní- pero para sus misiones: "Ahora vuelve a Mon- terrey, mil leguas de camino de mar y tierra, como quien no dice nada, a visitar aquellas misiones, y alegrarlas con su presencia y pro- videncias que ha alcanzado, y a presidirlas, j fundar otras hasta que muera". Todo un pro- grama.

Por el mes de septiembre de 1773 salió de México el Padre Serra rumbo a Tepic y San Blas, acompañado del P. Fray Pablo Mugár- tegui. En San Blas se preparaba la salida de dos barcos: el "Santiago", con provisiones pa- ra las misiones del Sur de la Alta California, y la nueva fragata "Santiago", alias "la Nue- va Galicia", al mando de D. Juan Pérez, a quien en las instrucciones de 24 de diciembre del mis- mo año se le ordenaba que de Monterrey, a don- de llevaría provisiones para dicho puerto y mi- siones del Norte de California, había de "tomar la altura que le pareciera conveniente con la con-

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sideración de que su caída a la costa fuera a lo menos a los sesenta grados de latitud y, hecha así la recaída, vendría siguiéndola en deman- da de Monterrey". (Arch. Gral. R. de Histo- ria — 61) . El registro de la costa tenía por objeto descubrir si había en ella estableci- mientos extranjeros, pues una carta del Con- de de Lacy, Ministro de España en Rusia, fe- chada en San Patersburgo en 7 de febrero de 1773, anunciando nuevas expediciones rusas hacia América, había puesto de nuevo a la Corona de España sobre aviso.

Junípero no tenía la intención de embar- carse en la "Santiago" porque ésta no iba a hacer escala en San Diego y él necesitaba forzosamente llegar primeramete a aquel puerto. Pero D. Francisco de Hijosa escribió al Virrey en 10 de enero de 1774, que a la vista de la nueva Fragata se había entusiasmado el Padre Presidente de las Misiones de Cali- fornia y había decidido embarcarse en ella.

Así lo hizo y según el diario de bitácora de la fragata "Santiago" (Hist. 61, del Arch. Gral. de la Nación), Pérez se hizo a la vela a la media noche del 24 al 25 de enero de 1774.

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55 ROBINSON CRUSOE VÍJELVE A SU ISLA

Junípero volvía feliz a su destierro. Había conseguido una nueva reglamentación para los nuevos establecimientos, casi a la me- dida de sus deseos, y retomaba con gran cantidad de provisiones, de instrumentos, de dtensilios, de objetos indispensables para reemprender la vida de Robinsón que había llevado en la Alta California, mejor amado para la lucha. La "Santiago" cargaba para Monterrey, entre otras provisiones y merca- derías, 1,580 fanegas de maíz, 546 de frijol, 21 tercios de garbanzo, 25 cargas de panocha, 208 arrobas de carne, 200 cargas de costales de Ixmiquilpan, etc. Y el paquebot "San Anto- nio" salía también abarrotado de carga para San Diego.

En carta de 16 de enero le dice al Guar- dián desde Tepic: "voy cargado de herreros, con poco hierro "y ningún acero"; atribuye la anomalía a error de Echeveste, pero añade que ya pidió al Síndico de las misiones, le re- mita "quince quintales de lo primero y cinco de lo segundo".

Llevaba consigo también carpinteros y

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había logrado que se decidiera a pasar a Cali- fornia el cirujano Don José Dávila para com- batir el chamanismo con la medicina y para substituir al inolvidable D. Pedro Prat, que había fallecido.

Y en la larga travesía, preparaba para sus grandes planes futuros al misterioso indito Juan Evangelista, de 15 años, de la misión de Monterrey, que había llevado a México, donde había sido confirmado por el limo. Sr. Arzo- bispo Peralta.

"Cuenta el Padre Serra que al acercarse a San Diego, comenzó a preparar a bordo del barco debidamente al indito, que había traída a México, para que difundiera en California lo que había visto. Le preguntó entonces qué se habían imaginado los suyos respecto dd origen de los soldados y misioneros, y le con- testó Juan Evangelista que unos creían que eran hijos de las muías que los cargaban ; que luego los viejos dijeron que habían salido de debajo de la tierra, que eran sus antepasados resucitados. Junípero le preguntó enseguida si después de haber estado en la Ciudad de México, y habiendo visto tanto esplendor y tanta gente vestida, seguía creyendo él en que las muías parían hombres con cotona, y el jo- ven indio le contestó: que no podía creer ya en semejantes cosas y que difundiría entre los su- yos la verdad de lo que había visto":

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Ya veremos cómo este indio se convertirá de veras entre los suyos en un Juan Evange- lista.

56. —UNA NUEVA ERA

A las 5 de la tarde del 12 de marzo de 1774, según su diario de navegación, la fra- gata "Santiago" quedó asegurada y bien ar- mada frente al Puerto de San Diego. La vís- pera habían abordado el barco Fray Vicente Fuster y el sargento Carrillo, manifestando que desde agosto estaban a media ración y que en Monterrey 'íse hallaban algo peor, porque no tenían más ahorro que la leche de las vacas y lo que hallaban cazando".

Nunca los nuevos establecimientos de- cían— habían sufrido mayor necesidad. Pe- ro aquella hambre sería la última. Empezaba una nueva edad en que la California iba ya a bastarse a misma.

A su llegada, el Padre Serra se encontró ya en la Alta California a muchos de los re- ligiosos franciscanos que habían ido allá des- pués de entregar a los dominicos las misiones que ocupaban en la Baja California. En 30 de agosto, de 1773 habían llegado por tierra a San Diego, Fray Francisco Palou con los

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Padres Gregorio Amurrio, Fermín Francisco de Lasuen, Juan Prestamero, Vicente Fuster y José Antonio Murgía.

Se cuenta que con motivo del IV Concilio de Letrán se encontraron en Roma San Fran- cisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán, y que éste le propuso a aquél: "Sois mi com- pañero. Caminad conmigo, no nos separe- mos y ninguno podrá prevalecer contra nos- otros" Entre ambos quedó sellado un pacto de amistad que el Dante cantó en su Divina Comedia. Pero entre los franciscanos de la Al- ta California y los dominicos de la Baja Cali- fornia, la amistad no fué nunca, que digamos, muy estrecha. La Baja California no fué más que la providencia de la Alta. Afortunada- mente ésta ya no necesitaba los cuidados ma- ternales de aquélla. Había llegado a su mayo- ría de edad.

En lo temporal, a la llegada del Padre Se- rra de México, a pesar de las hambres de los últimos meses debidas a una falla del paque- bot "San Carlos" , el porvenir para la Alta California era ya resueltamente risueño. Se- rra informa al Guardián desde San Diego, po- cos días después de su llegada, que San Ga- briel había levantado el año anterior 110 fa- negas de maiz. Y hablándole de esta misión y la de San Diego, agrega: "Ambas misiones

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tienen buenas y grandes cosechas de trigo". Las misiones hacia el norte, pintan no menos prósperas.

Mientras la ruta de la Baja California pare- ce cerrarse, o por lo menos estrecharse (pues los nuevos ocupantes, los Padres Dominicos si no han clausurado del todo la puerta, antaño de par en par abierta, por lo menos la han entor- nado) una nueva y grande ruta parece abrirse por el rumbo de la desembocadura del Río Co- lorado, Serra comunica en la misma carta que la expedición de Juan Bautista de Anza y del padre Fr, Francisco Carees, del Apostólico Colegio de Santa Cruz de Querétaro, (que Serra apoyó cuando estuvo en México) había encontrado al fin el camino de Sonora y la Alta California,

Con Junípero Serra, que volvía nueva y definitivamente a California, para quedarse en ella para siempre, llegaba al fin, para aque- llas tierras la prosperidad plena y fecunda.

57.— OPTIMISMO

El Padre Serra salió de San Diego rumbo a Monterrey el 14 de junio. Después de 6 días muy penosos, "por las muchas lluvias por arriba y atascaderos por abajo", llegó a la

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próspera misión de S. Gabriel. Se detuvo allí 10 días y dejó "una familia de Guadalaxara de carpintero y carpintera". En S. Diego había dejado una de "herrero y herrera". Salió el 22. El 28 se encontró con el gran explorador D. Juan Bautista de Anza, que bajaba de Mon- terrey a S. Gabriel, y, en un poblado de la ca- nal, tuvieron una larga entrevista "habiendo estado una noche juntos". El 30 llegó a S. Luis, de donde salió el 4 de mayo y el 6 llegó a S. Antonio. De aquí salió el 9 y el 11 o el 12, (pues no está muy claro el número en la carta de Junípero de donde tomamos estos datos), de buena mañana", llegó al Presidio de Monterrey y luego a la misión de San Carlos, después de un año, ocho meses y dieciseis días de ausencia, con gusto de todos", viendo dice el propio Junípero, que después de tantos tra- bajos míos y de todos, teníamos en casa re- medio de tantas penas, así por líneas de pro- visiones como de providencias'*.

En la misma carta de que nos venimos valiendo para dar estas noticias, y que está dirigida desde Monterrey, en 14 de junio de 1774, refiere Junípero: "Con la descarga de la fragata (la "Santiago", que había llegado a Monterrey) llenó el almacén sus troxes, y, por no caber todo, está hasta hoy en medio del patio del Real: un montón de más de 200

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fanegas de maíz, sin miedo de ladrones". En- seguida explica por qué no corre peligro que se roben lo que no ha podido ser guardado en el almacén: "Ya todos están hartos y sobra- dos". Añade que del Real "vienen grandes ri- meros de tortillas" que mandan los soldados a sus ahijados los neófitos de la misión, y que, aunque en ésta "se llena y vacía tres veces al día el cazo pozolero, no deja de quedarles a estos pobres su rincón donde meter las tor- tillas".

Luego se ocupa de dar la noticia de la con- tinuación del viaje de Pérez, que será como el prólogo de la admirable serie de expediciones marinas que harán el registro minucioso de las costas desde Monterrey hasta Alaska. Habla del viaje con una familiaridad y llaneza que asombra en estos días medrosos en que vivimos, encerrados dentro de las fronteras de un territorio enormemente empequeñecido, si se le compara con el que nos dejaron hom- bres como Serra. Cuenta que el 7 se hizo a la vela la fragata con los padres Fr. Juan Cres- pi y Fr. Tomás de la Peña como capellanes "de la expedición de descubrimiento que ya vul- garmente llaman acá ir a la Rusia".

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58.— LA CONQUISTA ESPIRITUAL

En el terreno de la conquista espiritual, Junípero no se muestra menos optimista.

"En esta misión escribe al Virrey desde San Carlos de Monterrey en 26 de agosto de 1774 el ver un centenar entre niños y niñas casi de un mismo tamaño, cómo rezan y res- ponden solitos a todas las preguntas de la Doctrina Christiana; cómo cantan, van vesti- dos de manta y sayal rayado, juegan conten- tos, y se pegan al Padre como si siempre lo hubiesen conocido, es expectáculo tierno y muy para alabar a Dios".

Además de la gracia divina, tres factores según Serra contribuían grandemente al cambio de actitud espiritual que se observaba en los indios. Desde luego la influencia del indito Juan Evangelista que había vuelto de México contando maravillas. Serra, profundo co- nocedor del alma colectiva, había calculado bien los efectos que tenían que producir su plan de llevar en su compañía a la Nueva España un indio testigo que diera del país de la abun- dancia, de donde habían salido los conquista- dores de la California; un indio para que tes- timoniara que el mundo era más grande de

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lo que se imaginaban los viejos de su tierra y para que volviera luego entre los suyos con- tando lo que había visto en su largo viaje por ciudades populosas y campos ubérrimos.

También la llegada de mujeres novo-his- panas en los últimos barcos, había hecho su efecto y producido una honda impresión en- tre los indios. Los hombres blancos no salían del vientre de la muías; los hombres blancos no brotaban como hongos del seno de la tie- rra. También había mujeres entre ellos y en gran número, de tal manera que no habían ve- nido en busca de las mujeres indígenas porque allá lejos les hicieran falta.

"Parece hace notar Junípero al Virrey que con las noticias que ha esparcido el indito que agasajó Vuestra Excelencia durante su estancia en México), y haber visto venir en ambos barcos (los últimos llegados a Califor- nia) mujeres del mismo porte e idioma de los hombres, han acabado de creer que hay otras tierras y que no hemos venido a buscar con- veniencias, sino trabajos para bien de ellos, y así lo han dicho varios de ellos. "Ahora creemos, dicen, ahora sí". De rancherías re- motas y embreñadas entre la sierra, van ca- da día concurriendo ..."

Junípero señala dos factores más : por una parte, el contagio mental y la imitación;

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y por otra parte, la prosperidad naciente, la riqueza a la vista, que se entraba por los ojos con el verde tierno y prometedor, de las nue- vas campiñas abiertas al cultivo: "Ven la Iglesia que está con aseo prosigue Juní- pero — ven las milpas de maíz que están tan hermosísimas; tantos muchachos y demás gen- tes como ellos, vestidos, que cantan y comen en abundancia ..."

Así soñaron la conquista de las nuevas tierras, Fray Bartolomé de las Casas, el agi- tador, y Fray Francisco de Vitoria, el creador del Derecho de Gentes.

59.— PERO FALTABA LA SANGRÉ:

Las simientes que había llevado consigo Fray Juan Crespi, con solicitud casi femeni- na, habían fructificado y florecido varias ve- ces en las nuevas misiones. Alta California había iniciado ya, en toda foiTna, su enrique- cimiento, que todavía hoy prosigue con flo- r e s extrañas . Plantas y árboles que habían esperado en España durante siglos, durante milenios, la voz de la Reina Isabel para que se pusieran de nuevo en marcha, habían lle- ga d o y arraigado en la más remota de las

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Californias, tras un larg-o y penoso peregri- nar. Para que el peral llegara a fructificar en San Diego, según Carlos Pereyra, fué preciso que se fundaran cerca de doscientas pobla- ciones que le sirvieran como de postas en su viaje hacia el Noroeste. Por tramos, el camintf de las nuevas plantas y de las nuevas semi- llas había coincidido con el sendero sangrien- to que dejó aquel grande carnicero que se lla- mó Ñuño de Guzmán . Pero, por lo g e n e r al, las rutas de dispersión coinciden con las ru- tas de la difusión del Evangelio. Las plantas y simientes siguen más bien en pos de los hombres de paz que de hombres de presa.

El Jesuíta Francisco Piccolo, el de las ro- sas de Castilla, había subido a cuestas, en un costal, por el espinazo de las bravias sie- iTas bajacalifomianas, la simiente del trigo hasta avanzadas latitudes. Caído Piccolo, un franciscano. Fray Juan Crespi, iba a recoger el costal simbólico, y cargarlo sobre sus es- paldas para llevarlo hasta la Nueva Califor- nia. Episodio común y corriente en esa Carre- ra de las Antorchas que fué en nuestro país la civilización en marcha durante la época co- lonial. De las manos de cada misionero anda- riego, moribundo, otro misionero aiTebataba el fuego sagrado para llevarlo más adelante, cada vez más adelante.

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Pero aun faltaba en la Alta California aquello que Tertuliano llamaba semillero de cristianos: faltaba la sangre.

60.— LA SUBLEVACION DE SAN DIEGO

Serra había obtenido la remoción de Fa- gas como Comandante. Para substituirlo se nombró, con repugnancia de Junípero, al Ca- pitán Don Fernando de Rivera y Moneada. Tan luego como llegó éste de la Baja Califor- nia a Monterrey, con soldados y familiares, el sábado 23 de marzo de 1774, comenzó el Presidente Serra a gestionar con él la funda ción de las nuevas misiones acordadas por Bucareli. Pero no fué sino hasta el 12 de Agosto de 1775 en que, de común acuerdo con Serra, Rivera y Moneada, se avino a la fun- dación de la Misión de San Juan Capistrano. En 30 de Octubre, el P. Lasuen dijo misa en el lugar escogido y ocho días después llegaba el P. Amurrio, de la misión de San Gabriel, con el ganado. Pero la fundación en forma hubo de suspenderse por la sublevación de los indios en San Diego.

La noche del 4 al 5 de noviembre de 1775, cerca de mil paganos rodearon la Misión de San Diego de Alcalá y después de saquear la

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sacristía y el almacén, le prendieron fuego, habiendo dado muerte al ministro de la mi- sión, Fi-ay Luis Jaime, un compatriota de Ju- nípero, y al herrero José Romero.

Cuando la noticia llegó a Monterrey, Juní- pero lanzó al saberla esta exclamación mitad de júbilo y mitad de dolor.

"¡Gracias a Dios ya se regó aquella tie- rra; ahora se conseguirá la reducción de los Dieguinos !"

Se había regado sangre mártir.

61.— RECONSTRUCCION

La llegada de la expedición de Sonora con familias y ganados para la fundación de San Francisco California, al mando del Capitán N Juan Bautista de Anza, y algunos otros asun- tos urgentes, impidieron que Junípero bajara inmediatamente a S. Diego, pero su pensa- miento estaba obsesionado por una sola pa- labra : i reconstrucción !.

El 30 de junio de 1776 logró emprender el viaje aprovechando la oportunidad que se le presentó para embarcarse en el paquebot "El Príncipe", que salió de Monterrey con carga para S. Diego.

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Junípero era muy bien querido entre la gente de mar y fácilmente pudo ganarse el concurso de la marinería para sus proyectos de rehacer San Diego. Llegado a este lugar, el Capitán del barco D. Femando Quiroz le pro- porcionó 20 marinos, el contra-maestre y car- pinteros con tiendas, armas, provisiones para varios días, adoberas, botas, barras etc.; acto continuo, "la gente de mar comenzó a traba- jar con gusto y empeño, entreverados (sic) indistintamente y sin melindre con los indios e todos los oficios".

Pero el espíritu envidioso, y mezquino del Comandante Rivera y Moneada no podía ver con buenos ojos aquella colaboración de los hombres de mar con los hombres del hábito de S. Francisco. Comenzó a echar pullas; "se dejó decir nuestro capitán que no saldría (Quiroz) con la obra". Picado el Capitán del "Príncipe", se mudó al lugar en que se recons- truía la misión con más gente y en tres días había cinco mil adobes, piedra, madera y de- más materiales necesarios, y cuando se abrían los cimientos. Rivera y Moneada mandó que se retirara la gente.

Junípero fué a verlo ; trató en vano de encontrar una fibra sensible en aquel rudo militar mediocre. Todo fué inútil. Junípero resume así su entrevista con él: "Dixe e hice

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lo que pude. D.Fernando estuvo cabisbaxo, sin decirme nada. . "

El campo fué desamparado; "lo que decían por el camino varios soldados y no soldados de acción tan cobarde escribe Junípero lo omito porque no remedia mi pena".

Se contaba más tarde que al Capitán Quiroz, lanzando un suspiro, se le oyó decir.

Estos diablos parece que tiran a que yo quiebre con los Padres.

Otra vez, una vez más, la lucha entre el ázoe y el oxígeno, La sola presencia de Juní- pero en algún lugar ozonizaba la atmósfera; pero a la "Señora Tropa", como la llamaba el Padre Serra, le había encomendado el destino la misión de entorpecer, de malograr todas las empresas del gran misionero.

62.— SOLDADOS CONTRA MISIONEROS

La Historia de la Nueva California ha si- do hasta aquí la lucha de Junípero contra D. Pedro Fages y contra D. Femando de Rivera por la fundación de nuevas misiones; la His- toria de la Nueva California va a seguir siendo en adelante la lucha de Junípero contra el propio Capitán Rivera y Moneada y el futuro

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Gobernador, D. Felipe de Nevé, por la fun- dación de más misiones. Siguiendo la vida de Junípero Serra, monótonamente irreprocha- ble, llegan momentos en que nuestro deseo de humanizarle, le busca de propósito defec- tos y errores. Tuvo unos y otros; pero no siempre se acierta a señalar los auténticos que pudo tener, sino los se le inventan o inmereci- damente se le atribuyen. Los historiadores norteamericanos como Bancroft y Chapman, trabajados inconscientemente por el deseo de humanizar a Junípero, aprovechan la brillante oportunidad que les brinda el desacuerdo de Serra con los militares para ponerse, siquiera algunas veces, en contra del hombre fastidio- samente recto.

Eso sí, para tomar partido Bancroft, un tanto a favor de Nevé, en contra de Juní- pero (hasta cierto grado) en el asunto de la prohibición de aquel a éste para administrar el sacramento de la confirmación, sin el pase impuesto por el Patronato, Bancroft se apre- sura a advertir: "Ningún ardiente hombre de iglesia, mantiene más exaltada opinión de la virtud de Junípero Serra; de su pureza de intención, de su abnegada devoción, de su in- dustria y de su celo que yo . . . Pero ..."

Confesamos que también nosotros hemos deseado, en ocasiones, estar alguna vez en

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contra de Junípero, por el mismo afán de humanizarlo. Leyendo la correspondencia del Padre Lasuén, en el Museo Nacional de Ar- queología, Historia y Etnografía, llegó un momento en que creímos poder realizar nues- tros deseos. Hay una carta de Lasuén en que el feudo entre Serra y Rivera parece resol- verse un poco favorablemente a favor del úl- timo; pues Lasuén abraza abiertamente la causa del Comandante, a quien llama: "tan christiano, tan prudente, tan discreto y tan acertado". Es cuando el Padre Lasuén quiere dejar a Junípero para irse de Capellán con Rivera y Moneada al Presidio. Pero cuando Lasuén logra su propósito de irse de capellán al Presidio, cuando trata de cerca a Rivera y Moneada, cuando se convence cómo tiene tra- bajada a la troja contra los m.isioneros, cuando se cuenta de cómo obstaculiza sistemática- mente las empresas misionales, Lasuén vuelve a Junípero, arrepentido y desilusionado, y es- cribe al Guardián que es imposible que por mediación de él, de Lasuén, se consiga el enten- dimiento entre Serra y Rivera y Moneada por la obstinación del comandante, y habla de "las ningunas esperanzas de adelantamiento alguno de estas conversiones con semejante Jefe"

El lema, que el Padre Mugártegui atribu- ye al Gobernador Nevé, cuando escribe al

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Guardián, en marzo 15 de 1779, desde San Juan Capistrano, que dicho Gobernador ha dado a sus soldados "una tan breve como ad- mirable regla para su gobierno, de que nunca sean fraileros, ni se metan en complacer, ni dar gusto a fi-ailes", parece ser no sólo la regla de Fages, Rivera y Nevé, sino la clave de la hostilidad del elemento militar a Junípero. Los pomposos nombres de Comandante y Go- bernador, resultaban desproporcionados en un país en que, fuera de las actividades de las misiones, nada existía. Los Comandantes Fages y Rivera, y el Gobernador Nevé, al principio, »o tenían sobre quienes mandar, sino sobre un puñado de soldados; por eso vi- ven celosos del ascendiente de los religiosos sobre sus escasos subordinados, por eso sien- ten impulsos de invadir constantemente la jurisdicción de los misioneros y por envidia de ver crecer laá misiones, se convierten en el peso muerto, en el lastre de la acción de Fray Junípero.

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63.— FUNDACION DE LAS MISIONES DE SAN FRANCISCO, SAN JUAN CAPISTRA- NO Y SANTA CLARA DE ASIS

Pero contra la obstinación de Rivera y Moneada y luego, contra la sorda oposición de D. Felipe Nevé, Junípero lleva a efecto su mi- sión providencial.

Encontrado el camino entre Sonora y Al- ta California, como ya hemos visto, Juan Bautista de Anza volvió por donde había llega- do, pasando a Sonora a organizar la expedición de colonos y ganado para la ocupación de San Francisco California. El 23 de octubre de 1775, salió de Horcacitas otra vez hacia la nueva California, al frente de 240 personas, entre soldados, colonos, vaqueros, mas una gran cantidad de ganado. Después de una marcha estupenda por los desiertos, llegó a la Misión de San Gabriel el 4 de enero de 1776, con 244 personas: 5 niños habían nacido durante la maravillosa e increíble caminata y sólo una mujer había muerto de parto.

Con gente de sobra para emprender la ocupación de la Bahía de San Francisco y con las órdenes terminantes de Bucareli, Rivera y Moneada, a pesar de su sistemática oposición

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de que hizo víctima al mismo De Anza, tuvo que ordenar se diera cumplimiento a las fun- daciones proyectadas; y José Joaquín Morga salió de Monterrey con las familias de solda- dos-colonos, acompañado de los Padres Palou y Cambón a fundar el Presidio y misiones or- denadas, llegando el 27 de junio de 1776. Se- gún Chapman, el Presidio de San Francisco California fué dedicado formalmente el día 17 de Septiembre de ese mismo año y la Mi- sión del mismo nombre fué fundada solemne- mente el 9 de octubre; pero el Padre Palou, fundador de la misión, la da por prácticamente establecida y fundada en 1°. de agosto.

Serra no estuvo presente en virtud de andar por el Sur tratando de restablecer la misión de San Diego y edificar definitivamente la de San Juan Capistrano.

Con la llegada en 29 de septiembre de sol- dados y elementos de la Baja California, des- pués del asalto de los indios a San Diego, soldados reclutados en Gudalajara y con- ducidos por Gillermo Carrillo , Rivera y Moneada no pudo seguir obstaculizando a Se- rra y dió su consentimiento para establecer San Juan Capistrano, saliendo el para el Nor- te, entre otras cosas para no presenciar el nuevo triunfo de Junípero.

Serra, con los Padres Fuster y Lasuén,

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se puso manos a la obra y comenzó acelerada- mente la reconstrucción de San Diego, con el concurso de los indios neófitos. Luego procedió al Norte, y acompañado de los Padres Mu- gartegui y Amurrio, se consagró a fundar definitivamente la Misión de San Juan Ca- pistrano, y cuando llegaron al lugar donde! antes había erigido Lasuén una cruz, en el primer intento de fundación, cruz que aún estaba de pie, desenterrando las campanas que habían ocultado en octubre de 1775, se improvisó una iglesia, y Junípero, dijo la pri- mera misa de la misión fundada en toda forma (Engelhardt, "The Missions and Missio- naries of California).

Urgido Rivera y Moneada por Bucareli, que ya daba por fundadas las dos misiones acordadas para la Bahía de San Francisco, después de una exploración que efectuó acom- pañado del Padre Peña, escogió un lugar que estimó a propósito "en el remate del brazo de mar del puerto de San Francisco, que corre el Sueste", como escribe Palou, y autorizó la fundación de la Misión de Santa Clara de Asís. El Padre Peña dijo allí la primer misa el 12 de enero de 1777.

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64.— EL PADRE SERRA REALIZA UN SUEÑO VIVIDO.

(En vista de la importancia que iba adqui- riendo la Nueva California y el impulso que el Gobierno de la Nueva España quería darle, así como por la conducta obstaculizadora de Rivera y Moneada al Padre Serra y a la expe- dición colonizadora de D. Juan Bautista de Anza, se tomó la resolución de que D. Felipe de Nevé, que había llegado a Loreto, Baja Califomia,en 4 de marzo de 1775, como gober- nador de las Californias, pasaba a establecer la sede de su gobierno a Monterrey, que se con- virtió con gusto de Serra, en la cabecera de aquellas provincias.

Nevé tenía instrucciones terminantes para que se establecieran las misiones intermedias entre Monterrey y San Diego en el Canal de Santa Bárbara, y se fundaran pueblos de es- pañoles. Nevé iba a fundar con gusto los pue- blos de San José en el Norte y de los Angeles en el Sur porque ello significaba al fin la co- lonización civil de la Alta California y la crea- ción de un mundo que el representante del po- der temporal podía realmente tener bajo su autoridad y a su cargo. Pero para la funda-

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ción Ide misiones se mostró tan renuente co- mo sus antecesores.

Durante su administración, Junípero sólo logró fundar la misión de San Buenaventura, realizando así uno de sus sueños más larga- mente acariciados. Junípero vivía sus sueños. Y el de la fundación de San Buenaventura lo vivió desde que en la Baja California prepa- raba con el Visitador Calvez las futuras fun- daciones, escogiendo y separando los ornamen- tos, campanas y vasos sagrados, para las nue- vas iglesias que habían de edificarse. Para él un sueño no era sólo una telaraña inconsútil; era la nebulosa de la que nacía siempre una realidad. Así, tratándose de la misión de San Buenaventura, en sueños, le había llevado su contabilidad, porque soñado le había creado ya un patrimonio; tenía escogido el lugar "ab inicio", en un bello paraje junto al mar deno- minado "la Apuesta". San Buenaventura, en el ensueño fecundo de Junípero, era una enti- dad, que no siempre entendían los extraños, el Padre Mugartegui, ponemos por caso.

Leemos en una de las cartas de Serra co- sas tan deliciosas y candorosas, como éstas, que parecen de niño que defiende el juguete predilecto :

"En lo tocante a la missión de S. Buena- ventura, sentiría mucho que después de siete años que estoy ansiando por ella, y que por

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mis manos compuse con el Padre Parrón en el Puerto de La Paz sus ornamentos y en to- do este tiempo cuidando sus cosas, que ahora por sólo ahorrar el trabajo de enviar un juego de ornamentos se ha de quedar el lienzo del Santo rodando ..."

En carta a Bucareli de 25 de diciembre de 1776, la manifiesta que para la Misión de San Buenaventura todo está listo, pues que ya va para siete años que tiene depositado el ganado en San Gabriel y sólo faltan dos cam- pañas de colgar, no porque no las tuviera desde un principio, sino que las dió para la de San Juan Capistrano. . .

Durante la administración de Nevé ocurre un acontecimiento trascendental para las mi- siones de la Alta California: esta provincia queda de derecho y de hecho, sobre todo des- pués de muerto Bucareli, bajo la Comandan- cia General de las Provincias Internas, con asiento en Arizpe, Sonora. Esta Comandancia fué creada por Gálvez, al ocupar el puesto de Ministro General de las Indias. Substraídas así las Califmias de la administración y man- do del Virrey, Serra quedó a merced de Nevé. Con él librará en sus últimos días una lucha mas grave que con Fages y Rivera: la lucha por la administración de las confirmaciones, cuestión creada por el Patronato Real fuerte-

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mente saturado ya de regalisrao borbónico, ya de regalismo francés.

Pero Nevé concede a Serra realizar su viejo sueño. Había llegado a Monterrey en 3 de febrero de 1777. En noviembre de ese mis- mo año fundó el "pueblo de españoles" de San José, con 14 familias sacadas de Monte- rrey y San Francisco; y, en septiembre 4 de 1781, el Pueblo de los Angeles, en el Río de la Porcíncula, cerca de la misión de San Ga- briel. Y no fué sino hasta febrero de 1782, cuando se decidió a hacerle el gusto a medias al Padre Serra de la fundación de la Canal. A medias, pues, sólo consintió que fuaidara la misión de San Buenaventra, y al fundarse el presidio de Santa Bárbara puso pretextos pa- ra no fundar los mismos del mismo nombre.

El Domingo de Pascua 31 de marzo de 1782, Junípero fundó solemnemente la misión de San Buenaventura en el paraje denominado "Assumpta"; dijo la primera misa bajo una enramada que se había improvisado, y vuelto hacia el mar, predicó acerca de la Resurrec- ción.

Y frente al mar, sólo separado del mismo por dos o tres campos de maíz bajo el cielo espléndido de California, entre jardines y huer- tas de árboles frutales, la contempló lleno de admiración años más tarde Vancouver y le pareció la mejor de todas, la joya de las mi-

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siones. El gran marino inglés no sabía el se- creto de aquela belleza inusitada: San Buena- ventura había sido el sueño más largamente acariciado de Junípero.

65.— JUNIPERO, PROVIDENCIA, ACTIVIDAD, EQUILIBRIO

Hemos relatado brevemente las últimas fundaciones de misiones por ser su historia bien conocida. Pero para relatar las prodigio- sas actividades de Junípero durante esta misma época, se necesitaría un libro. Por car- ta patente de 7 de febrero de 1775, que le entregó De Anza, el Discretorio había que- rido restringir sus atribuciones y hasta cierto punto maniatarlo, debido a quejas de alguno o algunos de los misioneros, que consagrados por entero y exclusivamente a sus misiones respectivas, no se daban cuenta de las nece- sidades generales de todo el conjunto de mi- siones y la conveniencia de una dirección co- mún que distribuyera los bienes y equilibrara las ventajas y desventajas. Pero Junípero Se- rra, con tacto exquisito pero decidido y enér- gico, siguió siendo la providencia de todas las misiones, su regulador y su director. En una palabra, su Presidente.

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Nada mejor para pintarnos este admira* ble papel de Junípero, que este trozo de una de sus propias cartas, de 26 de febrero de 1777, dirigida al Guardián:

"Escribí últimamente a V.R. desde la Mi- ssión de San Juan Capistrano el día 1*. de su fundación y el siguiente pasé a la de San Gabriel, hice reconocer y contar el ganado vacuno de San Buenaventura y con todo él me volví luego a dicha misión (de San Juan). Estuve en ella un mes y días, y les dexe ochenta y dos cabezas de dicha especie, que fué todo de dicha San Buenaventura; sus como doce muías y lo demás que dirá el informe de herra- mientas, víveres, etc. . . Les quedó casa hecha con puerta y llave, Iglesita adelantada, co- rral ; y nada mas de lo animal. De lo espiritual, les dejé intérprete y unos cathecúmenos, que dice el señor Gobernador ya son cuatro chris- tianitos que tienen. Salí de alli y día 6 de di- ciembre llegué a la de S. Gabriel y como dos horas después llegó el P. Mugárfegui que ve- nía de San Luis con las muías de esta misión y algunas de dicho San Luis, con víveres para la suya. Los que juntos a los que le había agenciado del almacén de San Diego, y algo de S. Gabriel, me quitaron el cuydado de cómo habían de pasar la vida. El que me quedó bueno (el cuidado) fué de la parte Mi-

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sión de S. Diego, a la que nada valió el mérito de haber mantenido tanto tiempo de las li- mosnas de otras a quien (ha) sabido bien guardar (sic) intactos sus tres mil pesos de salario, comiendo de los cuatrocientos del po- bre frayle. Ya; pero llegado que fui a S. Luis, le pude sacar tres tercios de arina para aque- llos pobres, y con la ayuda que supliqué a San Gabriel, y ahora últimamente al señor Go- bernador, espero poder seguir su trabajo. La de S. Luis dió maíz para el P. Pablo, para San Juan Capistrano, lo que pudieron llevar las muías: once fanegas de maíz y una de gar- banzo; y en mi vuelta, me las cargaron con doce fanegas para la de Santa Clara y ya las entregué al Padre Munguia".

66.— RUTINA EN LA AGONIAl

En estas andanzas; en estas subidas y ba- jadas entre Monterrey y San Francisco; y bajadas y subidas entre Monterrey y San Diego, Junípero iba siempre por los caminos como un juglar o trovero del Señor, cantando con su potente voz cánticos sencillos, accesi- bles a los indios, cristianos y gentiles, que so- lían acompañarlo en sus cantos y en sus cami-

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natas. Los indios salían a su encuentro y lo seguían luego por horas y horas y aun por días, hasta que los indios de otros poblados venían a su vez a buscarlo. Algunos se le acercaban familiarmente y poniendo sus ma- nos en sus hombros le daban la bienvenida con las únicas palabras que sabían del espa- ñol:— "¡Padre viejo !... ¡ Padre viejo!", o le gritaban, desde largas distancias, al avis- tarlo, con una especie de saludo que Junípero había difundido a todo lo largo de las costas y aún tierra adentro como el primer lazo de unión entre los núcleos indígenas, antes en constante guerra entre si. "¡Amar a Dios!"; breves palabras en español pacificador y uni- ficador.

La gran bahía de S. Francisco fué el límite de sus correrías. Estuvo por allá do¿ veces: en septiembre y octubre de 1777, y a mediados de 1784. La primera vez, cuando conoció la espléndida bahía, ante la grandiosidad y la belleza de ésta, en uno de esos transportes de admiración que son también una suerte o es- pecie de plegaria, exclamó lleno de gozo por el triunfo de haber llegado allí, y recordando el cordón de misiones que se extendía desde San Diego a Monterrey, y que no era más que una prolongación de la cadena de misiones de San José del Cabo a San Diego: "¡Gracias

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a Dios! Ya nuestro Padre San Francisco con la santa cruz de la procesión de las misiones, llegó al último término del continente de la California, pues para pasar adelante, es nece- saria embarcación".

Cuenta Palou que es a la vida de Juní- pero, toda proporción guardada, lo que "el Celano" es a la de San Francisco , que en la última visita a las misiones del norte, presen- tía ya su trance final, a la inversa del otro Don Quijote, y se preparaba a bien morir.

A poco de su regreso a Monterrey, escri- bió a todos los ministros de las demás misio- nes, llamándoles para la despedida final . . . Sólo Palou pudo acudir a tiempo; pero lo vi6 prácticar la rutina, de todos los días: cantar en el coro con los neófitos, proveer a la ali- mentación y vestido de sus indios y precticar todas las devociones y quehaceres ordinarios, con que creyó que Junípero no estaba de tanta gravedad. Por esas fechas había llegado barco al Puerto y Junípero acudió a su descarga, y de los géneros que traía comenzó a cortar con sus propias medidas los vestidos para cubrir las desnudeces de los indígenas.

Era que Junípero había domesticado el heroísmo a tal grado que lo heroico era en él una rutina cuotidiana. En su agonía misma, Junípero seguía viviendo su rutina de años

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y años. Pero Junípero agonizaba; de pie, pero agonizaba, "con mucha cargazón de pecho".

El 27 de agosto de 1784 lo visitó Palou en su celda: le halló con el breviario en la mano, rezando "Maitines" al amanecer, como era su costumbre. Luego pasó a la Iglesia por su pie, a recibir al Señor y cantó el Tamtum ergo Sacramento "con su voz natural, tan sonora como cuando sano". La noche la pasó a ratos hincado de rodillas, reclinando el pecho con- tra la cama; y a ratos sentado en ej suelo, reclinado en el regazo de los indios que habían llenado su celda para estar a su lado ¿n los últimos momentos.

Cuando sano, por los caminos, sólo había acostumbrado para dormir, tender una frazada en el suelo para apoyar sus espaldas y sobre el pecho ponía siempre antes de entregarse al sueño una gran cruz de madera que llevaba siempre consigo. El 29 amaneció al parecer aliviado. Como a las 10 fueron a saludarlo el Capitán de la fragata recién llegada, José Cañizares, y otras gentes de mar y estuvo conversando en sus cinco sentidos con ellos, sentado en una silla de cañas. . .

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67.— "LAUDATO Sil, MIO SIGNORE, PER SORA NOSTRA MORTE N ATURALE. . . "

Hacia el medio día del mencionado 28 de agosto de 1784, estando acompañado en su cel- da por los hombres de mar de que hemos hablado, interrumpiendo de pronto Junípero un largo silencio que se había hecho, se diri- gió a Palou, sumamente inquieto, con estas pa- labras :

Mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo; léame la "Recomendación del Alma" y que sea en alta voz, que yo la oiga.

Así se hizo y de los labios de su discípulo y compañero, Francisco Palou, escuchó el tre- mendo "¡ Prof iciscere !" el "¡Sal de este mun- do, alma cristiana!"... verdadero empujón hacia el abismo a la bestezuela medrosa que aún se aferra a la vida por un terco instinto de conservación.

Pero de los propios labios de su discí- pulo y compañero, oyó también las palabras apaciguadas y prometedoras:

"Que nuestra morada sea hoy en la paz y nuestra habitación en la Santa Sión",

Al terminar la lectura, sosegado ya su es- píritu, prorrumpió lleno de gozo: "Gracias

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a Dios, ya se me quitó totalmente el miedo; gracias a Dios ya no hay miedo, y así, vamos afuera".

Junípero Serra salió entonces, por última vez, a la gloria del día; deseaba sin duda des- pedirse, como San Francisco en el Monte Al- hema, del mundo circundante, del paisaje fa- miliar, de los hermanos menores.

Ya afuera, bajo el cielo y ante el mar, ele- varía a Dios el Himno del Sol, plegaria que toda alma verdaderamente franciscana canta, aun sin palabras, con sólo ponerse en contacto con la Naturaleza:

Alabado seas, mi Dios, alabado seas en todas tus criaturas y singularmente en nues- tro excelso hermano el sol. . . (que explende- ría a esa hora con toda su belleza en el cielo de la Alta California) .

Luego, recordando acaso su remota, su bien amada Baja California, donde había aprendido a estimar como en ninguna otra parte del mundo a nuestra hermana el Agua, porque en ninguna otra parte cobra el agua tanto valor y es tan franciscana, prorrumpiría interiormente en acción de gracias :

Alabado seas. Señor, por nuestra her- mana el Agua, tan útil, tan humilde, tan preciosa y tan casta . . .

Y al llegar a la parte en que San Fran-

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cisco canta a nuestra hermana la Muerte, en estrofa que añadió a su cántico en vísperas de su fallecimiento, pondría Junípero en ella todo el énfasis, todo el acento de su emoción en tramonto, para convertir su último trance en oración, su misma agonía en plegaria, y repetiría con Nuestro Padre San Francisco las palabras maravillosas:

"Laudato sii, signore, per sora nostra mor- te naturale... "(¡Alabado seas, Mi señor, por nuestra hennana la Muerte natural!)

Después de este canto interior, sin pala- bras, sentándose Junípero en una silla, cogió el "Diurno" y se puso a rezar el Oficio.

"En cuanto concluyó relata el padre Pa- lón— le dije que era mást de la una de la tarde, que si quería tomar una taza de caldo, y di- ciéndome que sí, lo tomó, y después de dado gracias, dijo:

Pues vamos ahora a descansar.

' Fué por su propio pie al cuartito donde te- nía cama y tarima prosigue su biógrafo y discípulo y quitándose sólo el manto, se re- coí-tó sobre las tablas cubiertas con la frazada, con su santa cruz arriba dicha, para descan- sar. Todos pensamos que era para dormir, su- puesto que toda la noche no había probado sueño. Salieron los señores (los marinos que habían ido a visitarle) ; pero estando (Palou)

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con algún cuidado, al cabo de un rato volví a entrar, y arrimándome a la cama para ver si dormía lo hallé como poco antes lo había dejado, pero durmiendo ya en el iSeñor..."

68.— COMO UN SUEÑO GENTIL...

Con su muerte, Junípero Serra abre otra era en la Alta California; una era nueva que Herbert Howe Bancroft llama "the Golden Age of California", la Edad de Oro de Califor- nia.

"Nunca antes o después escribe el gran historiador norteamericano, refiriéndose a la California creada por Junípero nunca an- tes ni después hubo en América un lugar en que la vida fuera como en California, un lar- go y alegre día de fiesta ("a long happy holi- day"), un lugar con menos trabajos, menos preocupaciones e inquietudes; como en los viejos y dorados tiempos, bajo el signo de Cronos o de Saturno, la cosecha de los frutos de la tierra era la carga principal de la vida y la muerte sobrevenía sin decadencia, como un sueño gentil. (. . ."and death comming wit- hiftout decay, like a gentle sleep").

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PABLO HERRERA CARRILLO

69.— JUNIPERO SERRA, CREADOR DE RIQUEZA

Phülip Stedman Sparkman, en un intere- sante estudio de la cultura de los Indios Lui- seños, que apareció en las publicaciones de Arqueología y Etnografía de las prensas uni- versitarias de Berkeley, hace una lista larga y minuciosa de la variedad casi infinita de productos de la tierra a que apelaban los in- dios de la Alta California como alimentos pa- ra matar el hambre^ La nómina demuestra que donde todo era comestible, se carecía en realidad de alimentos. De alimentos seguros y regularmente suficientes.

En ciertas estaciones había superabundan- cia de determinadas semillas o frutos silves- tres. Pero por lo general la búsqueda del sus- tento era la obsesión del año entero. Esta ocu- pación casi única de la lucha por la vida; esta preocupación fisiológica privando por encima de cualquiera otra manifestación de vida, hacían del indígena de la Alta California una especie de bestia en hambre perpétua o lo adormilaba en hartazgos efímeros. Por eso Hittell pudo escribir con ciertos visos de ra- zón que el indio era una mera bestia omní-

FRAY JUNIPERO SERRA

219

vora, "Riggers", escarbadores, llaman los nor- teamericanos a estos indios, porque se pasa- ban la vida escarbando como los osos en bus- ca de tubérculos y raíces. . .

Enfrentarse con este problema del hambre endémica fué la preocupación constante de Junípero desde el primer día que pisó la Nue- va California.

Junípero Serra, que siempre vivió en la más absoluta pobreza franciscana fué ante todo un prodigioso creador de riqueza.

Porque la pobreza franciscana se circuns- cribe a la Orden "y sólo para ella es grave y vital", como dice el Seráfico Padre San Bue- naventura, Así, (como el propio San Buena- ventura afirma de la pobreza de San Fran- cisco), la pobreza de Junípero fué copiosa- mente suficiente. . . Suplía con admirable vir- tud las cosas que faltaban, de manera que no fallaba ni el alimento, ni el agua, ni la casa, cuando faltaba la eficacia del dinero, del arte y de la naturaleza.

Porque la pobreza franciscana es da fruto oculto, pero muy abundante; es tesoro escon- dido . .

Durante los primeros años, su labor pare- cía casi infructuosa; pero luego las semillas y los ganados fueron creciendo, primero en

220 PABLO HERRERA CARRILLO

proporción aritmética, y luego en proporción geométrica.

Podría darse una idea del ritmo extraordi- nariamente acelerado, del aumento a la dobla de la riqueza agro-pecuaria de la Alta Califor- nia en torno de las misiones, reproduciendo aquí las cifras de los padrones o censos bienales que obran en el Archivo General de la Nación; pero mejor que la cifra muerta, preferimos pintar con la palabra viva y sencilla del mis- mo creador de esta prosperidad, la historia del grano de mostaza, la maravillosa historia de la parva semilla que nació difícilmente, pero que echó luego tallo y ramajes que cu- brieron la California entera.

He aquí cómo nos habla Junípero de la hora cero; de la nada casi absoluta, de la que había de sacar el prodigioso florecimiento: "Lo que aquí se ha hecho escribe allá muy a los principios, en carta a Palou de 21 de ju- nio de 1771, desde la recién fundada misión de Monterrey lo que aquí se ha hecho per parte de la misión, cuanto a campo, nada. Una huertecita hicimos aquí pegada que cer- camos, y la cabaron los indios; se hicieron almácigos de un todo, porque el P, Fray Juan (Crespi) traía (desde la Baja California) muchas semillas. Todo nació bien, pero nada creció, y admirándonos de ello, vinimos des^

FRAY JUNIPERO BERRA

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pués a conocer que aquella tierra, que no lo mostraba, estaba a sus tiempos cogida del estero, y así no sabe dar sino tule y ortigas".

Los ensayos, los tanteos, se repitieron sin descanso. Se pagó el noviciado ineludibb de la empresa nueva. Pero la oposición de la tierra iba a ser vencida a fuerza de paciencia, de observación y de trabajo.

Hablando Serra de la Misión San Gabriel, en el informe rendido en México, expone: "En medio de tantas tribulaciones, sembraron los padres el primer año su pedazo de trigo, que nació y pintaba muy bien; pero por falta de experiencia del terreno, lo sembraron en va- gial, y las muchas aguas que sobrevinieron lo anegaron, y se perdió. Lo que se logró felizmente, fué una huerta bien capaz, y cer- cada, la cual cuando yo pasé abundaba en va- rios géneros de verduras, melones, sandías, etc'. . .

10._¡ SOMOS RICXDS!

En carta a Bucareli de 2 de julio de 1775, Serra lanza desde Monterrey, un rotundo gri- to de victoria.

Junípero informa que la cosecha de la mi- sión de San Carlos, del año anterior, fué

222 PABLO HERRERA CARRILLO

abundante; que se recogieron 20 fanegas de cebada; 125 de trigo, 150 de maíz, etc.; que "los pobres neófitos han comido y comen sin escaseces"; que comienza a motejarse que los misioneros anhelan hacerse ricos; pero que dejando a los demás la libertad de hablar y de decir lo que quieran, él espera que si el año an- terior se levantaron 300 fanegas de semilla, pa- ra el año en que escribe pasarán de 600, "mien- tras — dice textualmente las bocas y rotu- ras del hábito que visto, predican nuestra pobreza".

De este triunfo no quiere compartir. Lo atribuye a la Providencia ("Dios sobre todo" es su expresión cotidiana) y al Virrey Buca- reli: "Nuestro Señor manifiesta a éste úl- timo— quiso dar a Vuestra Excelencia la gloria y el mérito de desterrar el hambre y la nece- sidad de esta tierra coa las abundantes pro- visiones con que la llena, y luego después me- tió su Divina Magestad su mano poderosa echando el resto y sello de sus piedades".

El "crescendo" de la abundancia, rebasará, poco después de la muerte de Junípero, las columnas de los padrones, de los censos, de las estadísticas. Don Francisco de Palou y Ta- mariz, a quien la codicia hizo en la época de la guerra de independencia enemigo de los misioneros, pone en conocimiento del Rey en

FRAY JUNIPERO SERRA

223

20 veinte de mayo de 1814: "Rica en produc- ciones (la Alta California), en tal exceso, que se ignora el número d.í ganado vacuno, caba- llar y de lana que existe en aquella provincia, haciéndose indispensable repetir matan-ias, sin embargo del que semanalmente se consume".

¡Qué diferencia abismal entre esta super- abundancia y la penuria inicial ! Con motivo de la llegada a la Alta California de la primera expedición de Sonora, la expedición exploradora en busca de camino, y ponderando los sacri- ficios que tuvieron que hacer entonces la mi- siones para alimentar a los expedicionarios, Junípero nos revela, en carta fechada en San Diego a 31 de marzo de 1774: "Ello sí, que lus vacas que hasta aquí hemos guardado como las niñas de los ojos, contentándonos con su leche para que multipliquen, irán haciendo el gasto para que no perezcan nuestros hermanos de la Santa Cruz (de Querétaro) de hambre"... Vancouver ve en esta abnegación y severa eco- nomía la base de la riqueza pecuaria de la Alta California.

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PABLO HERRERA CARRILLO

71.— VOCACION FRUTAL E INDUSTRIAL DE CALIFORNIA.

Hemos visto cómo vuelve Junípero de Mé- xico "cargado de herreros y de cai-pinteros" . Pero no siempre cuentan él y sus hermanos con expertos en artes y oficios. Por eso vi- ven una intensa \ida de robinsones.

"La necesidad escribe el viajero francés Duflot de Maufras los volvía industriosos; causa asombro ver cómo con tan pocos recursos, lo más frecuentemente sin obreros europeos, con la ayuda de poblaciones salvajes, de una inteligencia casi nula y con frecuencia hostiles, hayan podido ejecutar, independientemente de sus trabajos de gran cultura, otras obras con- siderables de arquitectura, de mecánica, tales como molinos, máquinas y utensilios, puentes, rutas, canales de irrigación" . .

Pero estos improvisadores no se conten- taban con lo que les enseñaba la lucha por la vida; se preocupaban por transmitir los cono- cimientos adquiridos a los indios y colonos. De allí su estupenda labor educativa, que ha sabido apreciar debidamente Herbert Eugene Bolton. El gran historiador dice que la capilla era sólo una pequeña parte de la planta de la

FRAY JUNIPERO SERRA

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misión; "en cada misión bien desarrollada advierte había un establecimiento indus- trial en el centro. No ha sido el educador mo- derno del siglo XX quien primeramente in- ventó el entrenamiento manual escolar en América. Dos o tres siglos antes de este edu- cador, los misioneros franciscanos y jesuítas habían hecho ensayos con éxito de esta clase de instrucción sobre las dos terceras partes del hemisferio occidental".

El éxito de estos ensayos, lo evidenciaron las huertas y los talleres de las misiones, de los que arranca la doble vocación frutal e in- dustrial de la Alta California.

Los invasores norteamericanos de 1846 47, se admiraban a medida que avanzaban en la tierra conquistada de California, de las grandes huertas cultivadas por los religiosos. Hablando de la misión de San Luis Obispo, Ewin Bryant en su libro "What I Sow in Cali- fornia", nos cuenta: "Hay allí grandes jar- dines, cercados por altos y substanciales mu- ros, que contienen una gran variedad de ár- boles frutales y de arbustos. Vi naranjos, higos, palmas, olivos, parras..."

En S. Fernando, vio reunidas la mayor parte de las frutas y muchas de lasi plantas de los climas templados y subtropicales, y.

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PABLO HERRERA CARRILLO

aunque no era ya la estación, vió que las ro- sas estaban en plena floración.

Tanto Bryant de Norte a Sur, como Du- flot de Maufras de Sur a Norte, fueron visi- tando los grandiosos falansterios que eran las misiones, cuando la secularización de Gómez Farías los había ya paralizado. Y ambos se sobrecogen de admiración ante la visión de las enormes salas desiertas, llenas todavía de la ruda, de la primitiva, pero para su época y su medio eficiente maquinaria, abando- nada bajo los techos ya en ruinas y asediada por todas partes por la desolación del desierto que iba conquistando de nuevo la California.

72.— LA ARCADIA CRISTIANA

"Con tanta riqueza escribe Duflot de Maufras se concibe fácilmente que los in- dios hayan sido dichosos, bien alimentados y bien vestidos. . . "

El resultado de tanta riqueza material, parejamente desarrollada con una riqueza es- piritual, fué la creación de una especie de "Ar- cadia Feliz", "Spanish Arcadia" la llama Ne- Uie Sánchez van de Grift, quien le dedica un libro. Pero esta Arcadia no es como el Paraí-

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ío Guarani, de las misiones jesuítas del Para- guay, un Edén cerrado a los blancos, sino un abierto edén abierto a todos los hombres aún los marinos de todo el mundo, gente que caía sin arraigo bajo el hechizo de esta tierra, es- cribe Nellie Sánchez van de Grift, y como los antiguos comedores de loto, olvidan su hogar y su familia y se quedan a vivir al amparo de las misiones.

Hemos leído todos o la mayor parte de los ataques que se han hecho a los misioneros franciscanos de California, por nacionales y extranjeros: hemos visto el tremendo volu- men número 12 de 1 "'Ramo" del Archivo Ge- neral de la Nación; los ataques del obispo de Guadalajara a los subordinados de Palou, las recriminaciones del Padre Horm a sus herma- nos encabezados por Lasuén el admirable, y hemos visto los cargos que, repitiendo lo dicho por el Padre Horra, sin originalidad alguna, formula José María Padres, hechura de Gó- mez Farías, contra los misioneros de Califor- nia para adueñarse de la enorme riqueza por ellos acumulada; pero contra estas críticas exageradas, contra estos ataques infundados o acusaciones interesadas, se levanta el tes- timonio de hombres de todas las naciones, de todos los credos, de todas las condiciones. Desde el aristócrata Langsdorff, aúlico con-

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PABLO HERRERA CARRILLO

se j ero del Zar de todas las Rusias, hasta J.B. Dy, cazador trampero del Kentucky, pasando por el capellán protestante Walter Colton y por Harrinson G. Rogers, "a sataunch Calvi- nist", un convencido Calvinista, compañero de Jedeiah Smith. El elogio de la California Pastoral, como la llama Bancroft, se escapa espontáneo, o forzado, a pesar de todas las reservas, de los labios de Vancouver, de La Perousse, de Alcalá Galiano, de Malaspina, etc: y hasta de los hombres del "Rurik", Y con el testimonio de todos estos visitantes de California, puede afirmarse, plenamente, que Junípero logró crear una Arcadia Cristiana, una Utopía como no la soñó Tomás Moro, una Ciudad del Sol sin las rigideces geométricas y absurdas de Campanella: un remedio de pa- raíso que acaso no tiene paralelo en la histo- ria del mundo.

73.— "ALLEGRETO-' DE LA' SINFONIA PASTORAL

"Los californios eran el pueblo mas dicho- so de la tierra, escribe el trampero kentuc- kiano J. Dy Gastan, su tiempo en un continuo círculo de placer y de fiestas, alegría y feli- cidad". Y añade que California era el país sin

FRAY JUNIPERO SERRA

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pobres; "Si alguna persona se presentaba tan pobre que no tuviera un caballo que montar, algún pariente o compadre le daba una esplén- dida montura, algún otro una silla, brida, reata y espuelas; un tercero una vaca lechera; algún otro un buey para comer, y así por el estilo; no había una necesidad que no pudiera satisfacerse. .

Para Walter Colton, no ha habido pueblo alguno que haya gozado tan completamente de la vida como los californios de la California Pastoral,

La exclamación de William Heath Davis, es la exclamación de todos los que vivieron entre aquellos hombres de la Arcadia Cristiana de Junípero: "Los nativos de California, son el pueblo más feliz que haya yo visto jamás*.

Vivieron los californios, indios y novo-his- panoamericanos , tan jubilosamente su vida, tan llevaderamente, y en tal estado de inocencia paradisíaca, que parecen substraídos a la mal- dición bíblica: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente"; el trabajo se hace sin fatigas, sin sobresaltos, sin angustias, y por momen- tos, es difícil decir donde termina la labor y donde comienza la fiesta, porque se entremez- cla el trabajo con el pasatiempo.

Hablando Nellie Sánchez van der Gift de los "rodeos" anuales, tiene esta significativa expresión: "one hardly knows whether to list

230 PABLO HERRERA CARRILLO

them, among ocupations or amusementá" ; no acierta uno donde clasificarlos, si entre las ocu- paciones o entre las diversiones.

Hasta lavar la ropa era una fiesta advier- te la misma autora y reproduce el relato de Doña Guadalupe Vallejo: Ir a lavar la ropa en común era un pretexto para ir a hacer días de campo, comer en reunión, bailar al atar- decer bajo las arboladas, y regresar en lentas carretas de bueyes, con los niños dormidos y cantando bajo la luna o bajo las estrellas.

Y lo mismo eran las ocupaciones de los in- dios: mitad trabajo, mitad fiesta, casi siem- pre con sentido religioso cuando eran las más trascendentes de la vida, como las de la reco- lección. En las cosechas de trigo, por ejem- plo — las últimas espigas segadas eran atadas en forma de cruz y llevadas en procesión por los indios hacia las iglesias, cantando y bajo el repique de las campanas echadas a vuelo, y salía a su encuentro el misionero debidamente revestido, con cruz alta, ciriales, incensario e hisopo para bendecir el nuevo grano de las eras y de los trojes henchidos.

FRAY JUNIPERO SERRA

74. —OLVIDO Y GLORIFICACION

La obra de Junípero no perdura en la Alta California como ruina, sino como cosa viva: se nota en la Nueva California, desde San Diego a San Francisco, la presencia ambiental de Junípero, como notó Ozanam la presencia de San Francisco en Asís y como todo el mundo puede sentir la presencia de Don Vasco de Qui- roga en torno de nuestro lago de Pátzcuaro.

Para los norteamericanos sigue tan viva la obra de Junípero, que todo el florecimiento actual de California no les parece sino una con- tinuación de lo realizado por aquel gran mi- sionero.

Por eso, a la inversa de nosotros que lo hemos olvidado totalmente; ellos lo han glori- ficado.

Lo más tremendo de los efectos del estado de espíritu que nos llevó a nosotros a la pér- dida de aquellas lejanas provincias, no fué la merma de nuestro territorio, sino la pérdida de los valores morales que se necesitan para que un pueblo acierte a dar con sus verda- deros héroes y con sus auténticos grandes hom- bres.

232 PABLO HERRERA CARRILLO

Los norteamericanos han sabido com- prender al Padre Serra y hacerlo suyo.

El Presidente de los Estados Unidos, con autorización del Congreso nacional, había in vitado a cada uno de los Estados de la Unión a enviar al hall de la Casa de los Representan- tes del Capitolio de Washington dos estatuas, en mármol o en bronce, de sus ciudadanos muer- tos más ilustres por su renombre histórico c más notables por sus servicios cívicos o mi- litares. Cuando el Estado de Califoraia con- sidró llegado el caso de aceptar la invitación, por "Resolución" adoptada por el Senado en V. de abril de 1927 y por la Asablea en 21 del mismo mes, acordó enviar al National Statuary Hall del Capitolio de Washington a Junípero Serra y Thomas Starr King.

Y el Estado de Califoraia envió así al Ca- pitolio de Washington, la estatua en tamaño heroico que levanta su cruz entre los más altos creadores de la gi'andeza de los Estados Uni- dos.

Isidore B. Dockweiler, en el discurso de dedicación de la estatua, pronunció en sínte- sis este supremo elogio del humilde francisca- no: fué un hombre de grandeza en la simpli- cidad, de triunfo en el desaliento; su marca inextinguible perdura en la faz de California;

FRAY JUNIPERO SERRA

233

justicieramente se levanta aquí su estatua pa- ra edificación del futuro, en medio de los in- mortales de nuestra Nación; su memoria no perecerá y su nombre será bendito de genera- ción en generación.

I

INDICE

A manera de Prólogo 7

000.— DESTINO 12

1. Un tal Migoiel José Serré 17

2. Vocación 20

3. La marca de fuego 23

4. ¡Vete por el mundo y maravíllate! 26

5. Junípero decide venir al Nuevo Mundo. .. 29

6 El bautismo de mar. 32

7. Con las naves quemadas 36

00. Frailes Andariegos 39

8 Fray Junípero, el trotamundos de la pata

coja 44

9. ¡"¡Quién nos trajera una selva de junípe- ros"! 47

10. Los Apostólicos Colegios de Propaganda

Fide. 48

11. Berra es enviado a la evangelización de los

Pames. 51

12. Cerco y asedio de Sierra Gorda 53

13. El hombre providencial 56

14. El problema de alimentar al lobo de Cubio. 58

15. Llenando los trojes 61

16 Un jefe se ha forjado. 63

17. La conquista de la Diosa Cachum, Madre

del Sol 65

18. El hombre propone y Dios dispone 68

19. El orador 69

0. Baja California canta como la Sirena. 73

20 Serra destinado a las Misiones de Califor- nia 78

21. Junípero disputa a sus propios hermanos

la Baja California 81

22. Polarización de fuerzas hacia el Noroeste 84

23. D. José Gálvez sueña otra vez en el oro de

la Reina Calafia 86

24. El gran Visitador en el Noroeste 88

25. Fracaso parcial de Gálvez en California. 91

26. Serra hace suyo el proyecto de colonizar

la Alta California 95

27. Las expediciones por mar y tierra a Mon-

terrey 98

28 Junípero besa el suelo de la Baja Califor- nia. 101

29. El Espíritu está pronto, pero la Carne es

flaca 105

30. El arribo de las expediciones, a San Diego. 107

31. Búsqueda de Monterrey y fundación de

San Diego 110

32. La Bienvenida de las rosas 113

33. ¡El puerto de Monterrey es un mito!. .. 117

34. Vuelve la caravana de esqueletos. 120

35. "Passar avant i mai retrocedir" 122

36. ^Las nuevas Cartas de Relación 125

37. Segunda búsqueda, hallazgo y toma de po-

sesión de Monterrey 128

38. Erección del presidio j misión de San Car-

los de Monterrey 131

39. Nace una arquitectura que conquistará al

mundo 132

40. La Nueiva Tierra de Promisión 137

41. El momento 140

42. Azoe contra oxígeno 143

43 Cosa de locos 145

44. ^Hombre del destino 147

45. Pequeñeces de Junípero 149

46. La grandiosa concepción juniperiana. .. 152

47. Fundaciones de S. Antonio, S. Gabriel y

S. Luis 154

48. La primera época de las Misiones en la

Alta California 158

49. ¡Madre California! 161

50. El elemento humano. 165

51. La tela de Penélope 169

52. León que sólo a la calentura se rinde 174

53. Completo triunfo de Serra en México.. .. 177

54. Otra vez los rusos sobre California 180

55 Robinson Cnisoe vuelve a su isla 183

56. Una Nueva Era 185

57. Optimismo 187

58. La Conquista Espiritual 190

59. ^Pero faltaba la sangre 192

60. ^La sublevación de San Diego 194

61. Reconstrucción 195

62. Soldados contra misionei'os 197

63. Fundación de S. Francisco, S. Juan Caspis-

trano y Sta. Clara de Asís 201

64. ^El Padre Sena realiza un sueño vivido.. 204 65 Junípero, providencia, actividad, equilibrio. 208

66. : Rutina en la agonía 210

67. "Laúdate sii, mió Signore, per Sora Nostra

M'orte Naturale" 214

68 Como un sueño gentil .. 217

69. Junípero Serra, creador de riqueza 218

70. iSomos ricos! 221

71. Vocación frutal e industrial de California. 224

72. La Arcadia Cristiana 226

73. ^"Allegreto" de la Sinfonía Pastoral 228

74. Olvido y glorificación. 231

9e termino de imprimir esta obra el dia 21 de mato de 1943, en los talleres de

IMP. G RAF OS.

EN México, D. F.

VIDAS MEXICANAS

1. HERNAN CORTES, CREADOR DE concelos-

LA NACIONALIDAD, por Josó Vas-

2. DOÑ(A MARINA, LA DAMA DE LA CONQUISTA, por Federico Gómez de Oi'ozco.

3. GASTON DE RAOUSSET, CONQUIS- TADOR DE SONORA, por Joaquín Ramírez Cabanas.

4. DESASOSIEGOS DE FRAY SER- ViANDO, por Eduardo de Ontañón.

C. FRAY BARTOLOME DE LAS '^.'A- SAS. ET. CONQUISTADOR CON- QUISTADO, por Agustín Yañez-

6. MANUEL ACUÑA, POETA DE SU SIGLO, por Benjamín Jarnós.

7. PONCIANO, EL TORERO CON BIGO- TES, por Armando de María y Campos.

8. FRAY JUNIPERO SERRA. CIVILI- ZADOR DE' LAS CALIFORNIAS, por Pablo Herrera Camilo.

PROXIMAMENTE:

AMADO ÑERVO, por Bernardo Ortiz de Montellano.

SAN FELIPE DE JESUS, por Eduardo Enrique Ríos.

JUAN N. ALiMONTE REGENTE DEL IMPERIO, por Rafael F. Muñoz-

JUAN DIEGO, por Antonio Pompa y Pom- pa.

Y otras obras del mayor interés, escritas por los mejores biógrafos.