"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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ARNOLDO CANCLI1VI
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
ALLEN GARDINER Y LAS MISIONES EN PATAGONIA
EDITORIAL "LA AURORA" CORRIENTES 728. BUENOS AIRES
CASA UNIDA DE PUBLICACIONES APARTADO 97 BIS. MEXICO D. F.
La figura de la rapa reproduce un dibujo del Capitán Parker Snow sobre la primera visita del "Alien Gardiner" a la Bahía de Wulaia. (Cap. I, 3» pane.)
Queda hecho el depósiru que previene la ley 11.723.
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IMPRESO EN LA ARGENTINA
PRINTED IN ARGENTINA
PROLOGO
Creemos que, al dar conocer este trabajo, cumplimos con el deber de llenar un grave vacío. No hay aún en castellano una obra que relate en su totalidad la vida del gran siervo de Dios que fué Alien F. Gardiner y, menos aun, el heroísmo y la laboriosidad de sus continuadores en Tierra del Fuego y la Patagonia.
Sería errado decir que no se haya escrito absolutamente nada al respecto. Existen dos pequeños folletos que presentan un resumen de la vida de Gardiner, publicado el uno hace años en Madrid y el otro, más reciente, en Buenos Aires. Además debe citarse la parte que el doctor Armando Braun Menéndez dedica a los esfuerzos misioneros, especialmente en su "Pequeña Historia Fueguina''', trabajo que tiene el mérito de haber sido el primero en ordenar y dar a conocer a nuestro piiblico buena parte de los materiales existentes en inglés sobre la historia que es el tema de estas páginas. Igualmente, entre la gran cantidad de obras que se han escrito sobre la Patagonia, se encuentran referencias y datos aislados sobre la misión, inexactos o confusos en una gran proporción. Pero, en general, se suele callar la labor realizada por Gardiner y sus sucesores; aun nos atrevemos a decir que, al impulso de intereses creados, ciertos autores hacen un deliberado silencio sobre tan fundamental aspecto de la historia patagónica. Esta situación ha hecho que actualmente, en nuestro país, los nombres de Gardiner, Stirling, Schmidt, Bridges y los demás héroes de este relato residten absolutamente desconocidos.
Una tras otra han ido apareciendo en nuestro idioma, extensas y documentadas biografías de los pioneers del Evangelio en estas tierras. El nombre de Gardiner y sus continuadores es
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hoy quizá el único ausente de esa lista. Más aun, de la gran obra realizada por los sucesores del -fundador de la Sociedad Misionera de Sud América en las tierras australes no existe tampoco una historia completa en inglés o en cualquier otro idioma. Todo ello nos hizo pensar que era nuestro deber de evangélicos y argentinos el llenar ese claro.
Como evangélicos , porque al ser amantes de la obra misionera en todo el mundo y sentir el deseo de hacerla conocer a nuestro pueblo, creemos lógico hacerlo primeramente con los que lucharon en nuestro país. Como argentinos, porque debemos reconocimiento a aquellos que lo dejaron todo por traer a estas regiones el Mensaje de paz y de amor y entregaron así a nuestra patria un cúnnúo de cristianos fieles y de ciudadanos titiles, junto con una zona de su suelo, pacificada y próspera.
Diversos acontecimientos han puesto a nuestras tierras del Sur en un primer plano en el interés público y ello acrecienta la urgencia del estudio de ¡a gloriosa historia del Evangelio en esas regiones. Además, la proximidad del 6 de septiembre de /pj/, cuando se cumplirá el centenario de la muerte de Alien Gardiner, dará a este libro el sentido de un justiciero aunque tardío homenaje, que los argentinos rendiremos al primero de los que dieron sus vidas por rescatar las almas de nuestro pueblo.
Al abrir las páginas de este libro, el lector las encontrará divididas en varias partes.
La primera tiene simple carácter de introducción: una introducción de carácter geográfico en primer término, para que sea vías fácil comprender los hechos al poder ubicarlos en su escenario natural y luego una introducción de orden histórico, basada en especial en ciertos hechos que guardan una relación íntima con los que constituyen nuestro tema fundamental.
Las dos partes que siguen ocupan la casi totalidad del libro.
La segunda es, exclusivamente, la biografía de Alien Gardiner, que concibió, preparó y comenzó la labor misionera en nuestro Sur. Viéndonos competidos a no recargar esta parte de nuestro relato, nos hemos ocupado primor di almente de la labor des-
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arrollada por él en ¡os países sudamericanos, lo que nos obliga a dar del resto de su vida una visión algo más rápida.
La historia de este hombre, en quien el espíritu prevalecía sobre la materia en forma tan extraordinaria, será un mensaje para todos; la descripción del pasado de estos países permitirá aumentar conocimientos de orden histórico y la gloriosa lección de su muerte servirá como inspiración y consuelo a quienes conozcan la verdad del Evangelio y como demostración de su poder a quienes no la conozcan.
La tercera parte es la historia de la misión en Tierra del Fuego. Hemos dedicado además dos capítulos a la Fatagonia, por la indestructible relación existente entre ambos campos de labor. Se reivindican aquí nombres injustamente olvidados de siervos de Dios que dieron su vida por amor a nuestro país. Se podrá leer en esas páginas, no sólo una historia llena de tesón y de heroísmo, sino que también será dable conocer los primeros pasos de la instalación de miestra soberanía en esas regiones entonces inhospitalarias, que habían sido abiertas a aquélla por el esfuerzo de los misioneros.
En el núcleo de apéndices que cierran el libro, hemos colo- cado diversos grupos de documentos. Lo más importante es, quizá, lo que se agrupa en el cuarto y el quinto, referentes a la instalación del gobierno argentino en Ushuaia y a las opiniones de distintas personalidades, que desvirtúan en absoluto ciertas versiones tan gratuitas como infundadas, que comenzaron a circular hace muchos años y que aun no han desaparecido completamente, a pesar de que ningún autor serio las haya reco- gido, sobre desavenencias con el gobierno nacional, nulidad del trabajo realizado, etc.
En un trabajo de esta índole, la referencia a las fuentes empleadas es un detalle fundamental. La falta de materiales y la extrema dificultad para conseguir otros han sido grandes trabas, pero finalmente hemos conseguido superarlas, después de estudiar prácticamente la totalidad de los libros y demás publicaciones que se refieren, de una manera u otra, a nuestro tema. Un viaje realizado a Tierra del Fuego y el contacto con
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varios descendientes de los últimos misioneros nos permitieron obtener ciertos datos y aclarar determinados problemas, que de otra manera hubieran permanecido oscuros o confusos.
Hemos insertado al final la lista de las obras consultadas. En realidad, esta lista debiera ser mucho más amplia, pero la hemos reducido a lo indispensable, ya que luego de estudiar todas las obras sobre Tierra del Fuego que nos ha sido posible obtener en diversas bibliotecas públicas y privadas, hemos colocado en la bibliografía sólo aquellas que han aportado o corroborado los datos que aparecen en este libro.
Es nuestro deber en este punto expresar nuestro agradeci- miento a quienes nos proporcionaron alguna ayuda para hacer factible nuestra labor. En especial, debemos mencionar, a tres personas: el doctor Armando Braun Menéndez, poseedor de una notable ''Biblioteca patagónica" , que puso a nuestra dispo- sición; el señor Arturo Eider, misionero en China, que recopiló en Inglaterra los datos que sirvieron de base al último capítulo; y el señor Guillermo Bridges, hijo del adalid de la misión en Ushuaia, que con su hospitalidad y las informaciones facilitadas en Harberton, Tierra del Fuego, nos permitió incluir aquí muchos elementos aun inéditos.
La finalidad que nos ha movido ya ha sido expresada al principio. Es nuestro deseo, pues, que este trabajo sirva para dar a conocer una página olvidada de nuestra historia, para honrar la memoria de los mártires y los pioneers que se sacri- ficaron por nuestro Sur, por ir "hasta lo último de la tierra" ', para inspirar especialmente en la juventud el deseo de ser más fieles y consagrados a Cristo y para colaborar en el engrande- cimiento del Reino de Dios, a quien queremos que sea dada así toda la honra y la gloria.
El Autor.
CONTENIDO
PROLOGO
PRIMERA PARTE: Introducción.
Capítulo I. Tierra del Fuego y sus habitantes.
Descripción general. Regiones naturales. Fauna y Flora. Clima.
Razas indígenas. Costumbres de los yaganes
Capítulo II. Fitz Roy y la primera tentativa misionera en Tierra del Fuego (1830-1834).
Fitz Roy y el Beagle. Cuatro rehenes indígenas llevados a Inglaterra. Regreso. Dejados con el misionero Matthews. Fra- caso de la tentativa
SEGUNDA PARTE: Biografía de Allen F. Gardiner
Capítulo I. Dos vocaciones diferentes (1794-1834).
Primeros años. Vocación de marino. Conversión. Fallecimien- to de la esposa. Vocación misionera
Capítulo II. Ministerio en Sud Africa (1834-1837).
Viaie en busca de zulúes. Entrevista con Dingarn. Maestro en Port Natal. Viajes a Inglaterra. Francisco Owen. Entre los indígenas. Guerra de los zulúes y los boers. Retirada de Grahamstown
Capítulo III. Entre los indios de Chile (1838-1839).
Situación en Buenos Aires y Mendoza. Los gauchos. Venta de Biblias. Los indígenas del Bío-Bío. Los fuertes de Arauco. Fracaso en el lago Raneo y en Queule
Capítulo IV. En Fapúa, Chiloé y Magallanes (1839-1843).
Intento de obtener permiso para radicarse en Papúa. Fracaso. Otra vez en Chile. El fraile Manuel. Fracaso en Chiloé. El "adiós a Chile". En las Malvinas. Indios fueguinos. Encuentro amistoso con los jefes San León y Wissale. Viaje a Ingla- terra ,
Capítulo V. Vendiendo Biblias en la Argentina (1843-1844).
Situación bélica en el Río de la Plata. Viaje a Córdoba v San- tiago del Estero. Venta de libros en Santiago y Tucumán. Diversas experiencias. Regreso a Inglaterra
Capítulo VI. Segundo viaje a Magallanes (1844-1845).
Fundación y organización de la Sociedad Misionera de la Pa- tagonia. Roberto Hunt. En Puerto Oazy. Mariano y Cruz. Hostilidad de Wissale. El padre Domingo. Partida de Ma- gallanes 57
Capítulo VIL En Bolivia (1845-1847).
Gardiner resuelto a continuar adelante. Federico González. Viaje a Bolivia. Ayuda del general O'Connor, el gobernador Estensoro y el diputado Carrizo. Visita a los indios. Traslado a Chuquisaca. Entrevista favorable con el presidente. Regre- so a Inglaterra. Abandono de la empresa 61
Capítulo VIII. Primer viaje a Tierra del Fuego (1848).
Provecto para una misión en Tierra del Fuego. Propaganda. La isla de los Estados. Grandes dificultades. Los indígenas. Regreso 65
Capítulo IX. La victoria sobre la muerte (1849-1851).
Propaganda. Nuevos planes. Ricardo Williams, Juan Maidment y demás compañeros. Viaje a Picton. Exploraciones en el canal. Radicación en Puerto Español. Carteles en Banncr. El escorbuto y el hambre. Muerte de Badcock. Poesías v ano- taciones en el diario de Gardiner y Williams. Sufrimientos. Fe inquebrantable. El fin 68
Capítulo X. El anuncio luctuoso (1851-1852).
Causas del retraso. Hallazgo de los restos por el John Davi- son y el Dido 91
TERCERA PARTE: La obra de la misión en el sur argentino
Capítulo I. Primeros trabajos de la misión (1852-1855).
Impresión desfavorable causada por la muerte de Gardiner. Resolución de continuar el trabajo. Opiniones autorizadas. El Alien Gardiner. La isla Keppel. Primer viaje a Tierra del Fuego. Encuentro con Jemmy Burton 99
Capítulo II. Despard y la obra en Keppel (1856-1859).
Actitud de Snow. Nuevos misioneros. Jemmy Button en Kep- pel. Otros indígenas. El trabajo en la isla. La masacre de Wulaia 109
Capítulo III. La obra bajo la dirección de Stirling (1859-1868). Stirling ocupa el lugar de Despard. "El viaje del perdón". Entierro de los misioneros asesinados. Viaje a Inglaterra con cuatro indígenas. Primeros bautismos 119
Capítulo IV. El "Centinela de Dios" en Ushuaia (1868-1869).
Experimento en Lauaia. Stirling resuelve radicarse en Ushuaia.
Descripción del lugar y la instalación. Peligros. Protección
divina. Trabajo y enseñanza. El premio 128
Capítulo V. Primeras experiencias entre los patagones (1857-1851).
Antecedentes. Ofrecimiento de Schmidt. Primer viaje. Juan F.
Hunziker. Segundo viaje. Trabajos lingüísticos 135
Capítulo VI. Establecimientos en Santa Cruz y Río Negro (1862- 1897).
Establecimiento provisorio en el Santa Cruz. Terrible soledad. Entrevistas con los indios. Patagones. Viedma, San Javier y
el Napostá. Obra de Humble hasta su muerte 142
Capítulo VII. Desarrollo de la obra en Ushuaia (1869-1884).
Ordenación y casamiento de Bridges. Juan Lawrence, Santiago Lewis y Jacobo Resyek. Progresos en Ushuaia. Bautismos. Nuevos misioneros. Ayuda a náufragos y expedicionarios. Bove y Martial 153
Capítulo VIII. La vida en una estación misionera (1869-1884). El trabajo. Incidentes. La cuestión del comercio. Educación religiosa: reuniones diarias, dominicales v especiales. La escue- la. El orfanatorio. Otros lugares de trabajo. Personalidad de Lawrence y Bridges. Su obra y sus ideas. El diccionario yagan y las traducciones de las Escrituras .... 167
Capítulo IX. Establecimiento del gobierno argentino (1884-1886). Cuestión de límites con Chile. El tratado de 1881. La División Expedicionaria al Atlántico Sud. Amistosas relaciones de mi- sioneros y argentinos. La subprefectura. El problema de la bandera. Dificultades. Epidemias. Renuncia de Bridges 180
Capítulo X. Ultimos esfuerzos de la misión (1887-1916).
Aspinall en Ushuaia. Nueva estación en Wollaston. Traslado a Tekenika. Visita del general Roca. La obra en Ushuaia, Tekenika y Keppel. Extinción paulatina de los indios. Cierre de las estaciones. Traslado final a Navarino. Williams en Río Douglas. Conclusión 191
A MODO DE EPILOGO
Breve reseña de la obra de la Misión en otras regiones 207
APENDICES:
I. Documentos sobre la muerte de Gardiner y los suyos 217
II. Instrucciones a los primeros misioneros 223
III. Documentos relativos a la masacre de Wulaia 225
IV. Documentos relativos a la toma de posesión de Tierra del Fuego por el gobierno argentino 228
V. Juicio de distintas personalidades sobre la misión 236
VI. Resumen del debate en la Cámara de Diputados sobre cesión
de tierras a Bridges 247
Principales Obras Consultadas 253
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Primera Parte INTRODUCCION
I
TIERRA DEL FUEGO Y SUS HABITANTES
Descripción general. - Regiones naturales. - Fauna y flora. - Clima. - Razas indígenas. - Costumbres de los yaganes.
La Tierra del Fuego es un extenso y compacto archipiélago, de cerca de ochenta mil kilómetros cuadrados de «tensión, que se encuentra al sudeste del Estrecho de Magallanes. Lo forman la Isla Grande o Tierra del Fuego, propiamente dicha, y numerosas otras islas ubicadas al sur de la primera. Las dos mayores son Hoste y Navarino, separadas de aquélla por el célebre canal que recibe el nombre de Beagle y que tiene una importancia fundamental en la historia misionera. Entre las demás, merecen citarse las islas gemelas de Picton, Nueva y Lennox, al este de Navarino, actualmente en litigio entre la Argentina y Chile; la isla de los Estados, en el extremo oriental, desolada y desierta; los archipiélagos Wollaston y Hermite, que rematan el Cabo de Hornos, también deshabitados; las islas Gordon, Clarence, y otras alrededor de Hoste, que sería largo e inútil enumerar.
A pesar de la terrible fama que soporta, Tierra del Fuego es un país admirable por su riqueza y su hermosura. Puede decirse que la forman dos zonas distintas y separadas entre sí, casi completamente, por el lago Fagnano o Cahmi y el Seno del Almirantazgo. La que se encuentra al norte es la más rica y en todo semejante a la Patagonia Austral, con sus grandes estancias de ovinos centralizadas en Río Grande, del lado argen- tino, y en Bahía Porvenir, del lado chileno.
La otra parte es mucho más pobre, pero en cambio muchí- simo más hermosa. Es también la que nos interesa más direc- tamente, pues en ella se desarrolla la historia que vamos a relatar
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en estas páginas. De mucho menor extensión, está totalmente ocupada por las últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes que llegan desde el lago hasta la costa del Beagle. Sólo en pocos lugares, como Ushuaia, Remolino y Harberton, queda una zona intermedia entre la montaña y el mar. En estos casos se la aprovecha, por lo general, para la cría de ovejas.
Sobre la cordillera se ubica el bosque, desde una línea de altura bien determinada hasta casi la orilla. Estos bosques de robles fueguinos, coihues, leñaduras, etc., representan la prin- cipal fuente de recursos de la región y contribuyen a embellecer más el paisaje.
La fauna de la región es abundante pero no variada. Lo más notable son las aves marinas: gaviotas, avutardas, patos, petreles, shags (especie de cormoranes), etc. Abundan los lobos marinos y los peces. Los únicos mamíferos silvestres son los guanacos, porque los zorros se han extinguido debido a la caza.
El clima, con ser riguroso, no es intolerable. En verano suele pasar de los 20° C. y es muy agradable; en invierno la temperatura baja en forma pronunciada y todo se cubre de nieve, aunque el mar no llega a congelarse. La lluvia y el viento son fenómenos casi diarios, pero no con la intensidad que sería de temer en una latitud tan elevada.
Toda esta zona se encuentra prácticamente desierta. Sólo la ocupan el pequeño pueblo de Ushuaia, varias estancias de poca importancia desde Vendegaia hasta Bahía Aguirre y algunas otras en menor número en Navarino, que forman la avanzada más austral del territorio ocupado por el hombre, excepción hecha del establecimiento ballenero de Georgia del Sur, de la estación meteorológica argentina en las islas Oreadas y de las bases de distintos países en la Antártida; en ninguno de estos casos se trata de pobladores permanentes.
Todos estos establecimientos, con excepción de Ushuaia, se formaron después de la llegada del gobierno argentino en 1884. Pero antes el territorio no estaba desierto. Poblaban la actual Tierra del Fuego cuatro razas de indígenas: los onas, los haush, los yaganes y los alacalufes. Las dos primeras tribus eran
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llamadas "de tierra" y las dos últimas "de canoa", por las costumbres de cada una. Los haush se extinguieron antes de la llegada del hombre blanco, exceptuando los misioneros. De los onas, los más numerosos quizá entonces, tampoco nos ocu- paremos, ya que vivían en la parte norte de la isla y no han de aparecer en la historia de la misión sino muy ocasionalmente; eran tribus nómades que se ponían en contacto con los yaganes en algunos lugares como las bahías Slogget y Harberton; eran de costumbres estrictamente terrestres. Los hábitos de los ala- calufes, habitantes del Estrecho de Magallanes y sus adyacencias, y los de los yaganes, que ocupaban el Beagle y los demás canales al sur, eran muy semejantes y por eso hablaremos sólo de los últimos que son quienes tienen la parte principal en nuestro relato.
El nombre de yaganes les fué dado por el misionero Tomás Bridges, quien lo derivó de la palabra indígena Yahga, nombre de un lugar de la angostura Murray, entre las islas Navarino y Hoste, porque ese lugar era considerado el centro de su habitat y donde el idioma se hablaba en la forma más pura. En realidad el nombre no debería pronunciarse yagan sino iáhgan.
Se los ha llamado también "indios de canoa" y es una buena denominación porque habían hecho de sus embarcaciones su principal sistema de vida. En ellas recorrían los canales, dete- niéndose en algún punto donde levantaban sus chozas y pasaban un tiempo cazando guanacos y comiendo mejillones. Las con- chas de estos últimos eran arrojadas a los costados de los ivig- wams y se formaban así montículos de un metro o más de altura que aun hoy se ven en muchas partes. Luego, después de un tiempo que oscilaba de varios días a algunos meses, reco- gían sus enseres, colocaban el fuego sobre un trozo de césped y llevaban todo a la canoa que la india traía desde donde había sido amarrada a las grandes algas marinas, unos metros agua adentro. Ella era también quien remaba y la única que sabía nadar; los hombres lo ignoraban, prácticamente en todos los casos.
No usaban vestido alguno a pesar del frío y de la nieve.
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A veces se echaban sobre las espaldas un cuero de guanaco o lobo marino que habían cazado y devorado poco antes.
Para cazar utilizaban flechas de sólo cincuenta o setenta centímetros, pero muy bien construidas, más anchas en su parte media para evitar que se quebraran, con una pluma incrus- tada en la parte trasera y una punta de piedra tallada a mano con un hueso de guanaco; cuando trabaron relación con el hombre blanco las hicieron de vidrio.
Ningún investigador ha logrado averiguar sus ideas reli- giosas y es lógico suponer que fueran muy rudimentarias. Los onas, por el contrario, tenían gran número de relatos mitoló- gicos y leyendas.
A pesar de la vida primitiva que llevaban probaron repeti- das veces en la misión de Ushuaia que no eran incapaces. Sin embargo, ha sido imposible quitar la idea de su degradación intelectual, de la que es culpable más que nadie el naturalista Darwin, que los conoció en 1834 y cuyas opiniones y re- tractación se encuentran en el apéndice.
Sobre el idioma, el gran misterio de ese pueblo, se hablará más adelante y a lo largo del relato irán apareciendo otros detalles.
Presentados en esta forma, lo más concisa posible, el país y sus habitantes, pasaremos a estudiar un hecho que sirve de introducción a la historia misionera de Tierra del Fuego: los viajes de Fitz Roy.
II
FITZ ROY Y LA PRIMERA TENTATIVA MISIONERA EN TIERRA DEL FUEGO (1830- 1834)
Fitz Roy y el "Beagle". Cuatro rehenes indígenas llevados a Inglaterra. Su educación. Regreso. Dejados con el misionero Mattheivs. Fracaso de la tentativa.
El 22 de mayo de 1826 partían de Plymouth, el Adventure
y el Beaglc, buques hidrográficos de Su ¿Majestad Británica,
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con el encargo de efectuar el relevamiento de las costas de la Patagonia y Tierra del Fuego. Este viaje, o mejor dicho esta serie de viajes que duró diez años, es un antecedente directo de la labor de las misiones en esas regiones y es imposible pasarlo por alto.
En febrero de 1830, el Beagle se encontraba en Tierra del Fuego, fondeado frente al cabo Desolación, esperando el re- greso de una ballenera que había sido destacada para reconocer la zona. Pero, en vez de ella, los que la ocuparon volvieron trayendo una mala embarcación improvisada, pues la otra les había sido robada por los indios. Como este episodio podía ser- vir de aliciente a los salvajes en su deseo de hostilizar a la tripulación, el capitán Fitz Roy resolvió capturar a varios indí- genas como rehenes. Así lo hizo, pero durante la noche los indígenas eludieron la vigilancia y escaparon. A bordo que- daron sólo tres niños que fueron devueltos a tierra, con excep- ción de una simpática indiecita de unos nueve años, de aspecto tan agradable que Fitz Roy quiso retenerla y tratar de enseñarle inglés. Se le puso el nombre de Fueguia Basket (canasta) en recuerdo de la canoa que la había llevado, la que según los marinos parecía una canasta.
Poco después subió al Beagle otro grupo de fueguinos; uno de ellos a quien llamaron York Minster, por un promontorio cercano de ese mismo nombre, resolvió quedarse a bordo; después de unos momentos de incertidumbre, el indio se llenó de ánimo frente a una abundante comida que devoró con avidez; luego, permitió que se lo vistiera.
Algunos días después el buque fué asaltado por una banda de indígenas, uno de los cuales fué capturado y se resolvió mantenerlo también a bordo. A éste se le dió el nombre de Boat Memory (Recuerdo del Bote) para conmemorar el ci- tado episodio.
El grupo se completó con un muchachito, de unos catorce años y de agradable aspecto, que fué cambiado a su padre por un botón de nácar; de allí vino su nombre de Jemmy Button. Era el más joven de los cuatro, exceptuando a la pequeña Fue-
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guia. York tendría unos veinticinco años; era grandote y hosco. Boat Memory, muy robusto y cordial, aparentaba unos veinte años. El propósito de Fitz Roy era llevarlos a Inglaterra para darles allí toda la enseñanza que fuera posible. El 14 de octubre de 1830, después de un viaje lleno de peripecias, llegaron nue- vamente al lugar de partida y los cuatro indígenas fueron con- ducidos a tierra.
El capitán mismo los tomó a su cargo pero, a los pocos días y a pesar de haber sido vacunados, enfermaron de viruela. Fue- ron internados en el Hospital Naval donde, aunque los rodearon de cuidados, Boat Memorv murió rápidamente.
Los tres que se salvaron fueron llevados a la casa de Gui- llermo Wilson, pastor de Walthamstown, que se encargó de ellos durante los tres años que permanecieron en Inglaterra. Se les dió toda la instrucción posible, especialmente sobre las verdades cristianas fundamentales y el idioma inglés, además de algunas nociones de carpintería, jardinería y otros conoci- mientos que podrían serles de utilidad. Los dos jovencitos pro- gresaban rápidamente demostrando tener una inteligencia muy desarrollada. York Minster, por el contrario, odiaba el estudio y su carácter hosco e indolente a menudo podía más que la paciencia de su maestro. Sólo aprendía algo de mecánica.
Los indiecitos pronto se hicieron famosos en todo el país y hasta el rey Guillermo IV expresó su deseo de conocerlos. Fueron llevados a su presencia y aquellos dos representantes de "la raza más baja de la especie humana", como los llamaría Darwin, supieron comportarse con toda corrección y a la altura de la celosa etiqueta inglesa. Su Majestad la reina Ade- laida quedó encantada con la pequeña Fueguia a quien regaló una gorra de batista que ella le colocó personalmente, un anillo y una suma de dinero.
Pero llegó el momento del regreso y los indígenas fueron llevados nuevamente al Beagle que los devolvería a su patria. Junto con ellos se embarcó un joven, Ricardo Matthews, que había sido recomendado por la Sociedad Misionera de la Igle- sia (Anglicana), cuando el pastor Wilson sugirió la idea de
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que un misionero tratase de establecerse en los canales fue- guinos, junto con los protegidos de Fitz Roy.
A este joven se le dio una carta con instrucciones relativas a su tarea. Uno de sus párrafos dice así: "Esperamos que al entrar en esta empresa hayáis sido influido por un sincero deseo de promover a la gloria de Dios y bien del prójimo. Estos son los fines que tienen en vista los amigos que os han ayudado y quienes esperan que, por la gracia de Dios, los tendréis constantemente ante vuestra vista. Los medios a em- plearse para el cumplimiento de estos dos fines pueden resu- mirse en muy pocas palabras. Se trata de que el hacer a estas criaturas todo el bien que podáis, en toda forma posible, se convierta en vuestro estudio y en vuestro propósito. Mos- trándoles esto con la totalidad de vuestro espíritu y de vuestra conducta, ganaréis su confianza, obtendréis influencia sobre ellos, sin lo cual no debéis esperar éxito. Pero no es fácil ob- tener una línea de conducta como ésa. Para poder hacerlo debéis ser "poderoso en la gracia de Jesucristo" y esta gracia debe ser demostrada con diligente oración y meditación en la palabra de Dios. En esto descansará vuestra fuerza y de ello, si Dios lo quiere, resultará vuestro éxito. Caminad junto al Señor y Su Nombre será glorificado en vos. Siguiendo este camino estaréis seguro de lograr su bendición v podéis dejar todas las cosas en sus manos."
Fitz Roy recuerda con ironía que no les fué posible llevar la "pesada carga de vestuarios, herramientas, loza, libros y de- más cosas que las familias de Walthamstown y otras personas de buen corazón les habían regalado".
El 22 de enero de 1833 se encontraban fondeados en la bahía de Wulaia, isla de Navarino, donde se esperaba encon- trar a la tribu de Jemmy Button.
Durante el viaje se había visto que ambos indígenas pre- tendían a la pequeña Fueguia y que ella se inclinaba al joven- cito, pero los marinos, temiendo que York Minster asesinara a su compatriota, casaron a la indiecita con el hombrón que, de otra manera, se hubiera tornado peligroso.
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Al día siguiente de la llegada, apareció una tribu que el natu- ralista Carlos Darwin, que formaba parte de la expedición, llamaría de Tekenika, nombre de una bahía en la cercana isk Hoste. Aunque Jemmy no los conocía personalmente, pudo establecer contacto amistoso con ellos y los marinos bajaron a tierra, decidiendo Fitz Roy que ése sería el lugar donde se establecería Matthews, con los tres indígenas civilizados.
El 24 apareció la familia de Jemmy, quien reconoció de lejos la voz de su hermano mayor, pero una vez con ellos, no hizo grandes demostraciones de alegría. Darwin dice que "su primera entrevista fué menos interesante que la de un caballo con alguno de sus antiguos compañeros". Agrega que "se contentaron con mirarse bien a la cara durante algún tiempo v la madre regresó inmediatamente a su canoa para ver si fallaba algo en ella".
Luego edificaron tres ivigwams: uno para Matthews, otro para los flamantes esposos y el último para Jemmv y los suyos que se habían hecho populares entre la tripulación, especial- mente los dos hermanos mayores a quienes se llamó Tommy v Harrv Button. También hicieron un par de huertos.
E! 27 desaparecieron todas las mujeres y los niños y, como habían ocurrido algunos incidentes, era de temerse algo malo. Oigamos nuevamente a Darwin: "Para evitar el riesgo de una batalla que no hubiera dejado de ser fatal para algunos salvajes, el capitán Fitz Roy creyó que lo mejor sería ir a pasar la noche a una ensenada vecina. Matthews, con su valor tranquilo, seguro de sí mismo, lo que era más notable ya que no tenía apariencia de tener un carácter en exceso enérgico, resolvió quedarse con nuestros fueguinos que decían no sentir temor alguno por sí mismos. Los dejamos solos para pasar aquella noche."
Cuando regresaron al día siguiente, los encontraron sanos y salvos y entonces el capitán resolvió partir para explorar el canal Beagle, dejando que Matthews con su pequeña colonia probara la posibilidad de establecerse allí definitivamente.
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El 6 de febrero estaba de regreso. Permitamos a Darwin trazar el cuadro de lo ocurrido. "Llegamos a Wulaia; Matthews se quejó tan vivamente de la conducta de los fueguinos que el capitán Fitz Roy resolvió que regresara con nosotros a bordo del Beagle; más tarde, lo dejamos en Nueva Zelandia donde su hermano era misionero. Ni bien partimos, los indígenas empezaron a despojarlo de cuanto tenía, llegando de continuo nueva bandas de fueguinos. York y Jemmy habían perdido muchas cosas y Matthews casi todo lo que no había tenido precaución de enterrar. Al parecer los indígenas habían roto o desgarrado todo aquello de que se habían apoderado, repar- tiéndose los pedazos. Matthews estaba jadeante de fatiga; no- che y día los indígenas lo rodeaban haciendo un ruido ince- sante en torno de la casa e impidiéndole dormir. Un día ordenó a un anciano que dejara de acecharlo, pero éste volvió en seguida con una enorme piedra en la mano; otro día una banda entera acudió armada de piedras y garrotes y Matthews se vió obligado a apaciguarlos a fuerza de regalos. Otros, por fin, quisieron despojarlo de sus vestidos y depilarlo por com- pleto. Creo que llegamos con el tiempo justo para salvarle la vida."
Así fué abandonada aquella primera tentativa de evangeli- zar a los fueguinos. Matthews volvió a bordo y la tripulación del Beagle se despidió de sus amigos fueguinos.
Después de recorrer los canales durante un año, retornaron al mismo lugar el 5 de mayo de 1834. No mucho después reapareció Jemmy Button, pero estaba irreconocible. Veamos cómo el citado naturalista describe el encuentro: "Ese hombre es nuestro Jemmy, hoy día un salvaje flaco y huraño, con los cabellos en desorden y desnudo por completo, excepto un trozo de manta colocado alrededor de la cintura... Lo habíamos dejado grueso y limpio, bien vestido; jamás he visto cambio tan completo y triste." ¡Y pensar que era el mismo que en el viaje no salía a cubierta sin corbata y guantes blancos y co- rría a su camarote si caía una mancha en sus inmaculadas botas! Se le ofreció unirse de nuevo a ellos, pero no aceptó; la
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razón parecía ser una india, que según Darwin era "joven y linda", y a la que presentó como su esposa.
York y Fueguia habían huido a su tierra, más al norte, des- pués de robar a Jemmy una gran cantidad de cosas. Años después, en 1842, un ballenero de las Malvinas se sorprendió, cuando en uno de los canales fueguinos apareció una india diciendo: "How do you do?, how do you do?" y que podía hablar en inglés con cierta facilidad. Contó su historia v re- sultó ser "la pequeña Fueguia" como se llamaba a sí misma.
Para terminar, citemos las palabras con que Darwin relata la despedida de Jemmy: "Todos nosotros experimentábamos cierta pena al pensar que le estrechábamos la mano por última vez y no dudo que actualmente será tan dichoso o quizá más que si no hubiera dejado nunca su país. Cada cual debiera desear que la noble esperanza del capitán Fitz Roy se realice y que, en agradecimiento por los numerosos sacrificios que él hizo por estos fueguinos, algún marinero náufrago reciba ayuda v protección de los descendientes de Jemmy Button v su tribu.
"Cuando éste llegó a tierra, encendió una hoguera en señal de último adiós, mientras nuestro navio proseguía su ruta hacia alta mar." (*).
(!) Viaje de un naturalista alrededor del mundo, cap. X.
SEGUNDA PARTE
BIOGRAFIA DE ALLEN F. GARDINER
I
DOS VOCACIONES DIFERENTES (1794- 1834)
Primeros años. Vocación de marino. Conversión. Fallecimiento de la esposa. Vocación misionera.
Entramos ahora a relatar la vida del personaje principal de nuestra historia, vida de intensa labor sobre la que debiera escribirse mucho más de lo que cabe en las páginas que le vamos a dedicar.
Su nombre fué Alien Francisco Gardiner y nació en Basil- don, condado de Berkshire, Inglaterra, el 28 de junio de 1794. Su hogar fué un modelo de piedad cristiana donde la oración y la lectura de la Biblia eran pan diario. Las impresiones que el pequeño Gardiner recibió fueron intensas y duraderas, pues no se borraron nunca a pesar de haber pasado muchos años alejado del hogar.
Desde sus primeros años, demostró una inclinación irresis- tible hacia la marina a pesar de que ello no agradaba a su padre. Entre sus ocupaciones favoritas estaba la de trazar planes para impedir a la flota francesa la entrada a la base de La Rochelle, o la de copiar un vocabulario de los negros mandingas que encontró en un libro de viajes del célebre explorador inglés ¡VIungo Park. Su fantasía infantil lo hizo ir más lejos, pues una noche su madre lo encontró durmiendo en el suelo junto a la cama; cuando lo interrogó sobre tan extraño proceder, el niño respondió que quería acostumbrarse a la vida de marino. Hay que tener en cuenta que entonces no se contaba con los confortables camarotes de nuestros días y que aun las habita- ciones de los oficiales eran incómodos cuchitriles.
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Por fin, fué vencida la oposición de su padre y, a los trece años, entró en el Colegio Naval de Portsmouth, donde estu- dió un par de años, haciéndose a la mar por primera vez en 1810, a bordo del Fortune.
Poco después, fué trasladado al Phoebe. que salió en busca del corsario norteamericano Essex, con el que sostuvo un terri- ble encuentro, frente a Valparaíso. Habiendo vencido los in- gleses, Gardiner fué uno de los oficiales encargados del navio derrotado.
Ese mismo año perdió a su madre. Este fué un golpe te- rrible porque ella y la religión estaban indisolublemente unidas en su corazón. Se sintió desconsolado al saber que ya no lo acompañarían las oraciones de ese ser querido v, aunque nunca cayó en pecados graves, se alejó poco a poco de la estricta lí- nea de conducta que le enseñara aquélla.
Su carrera de marino duró veinticuatro años v no es im- posible relatarla ni aun en su aspecto más general; nos limi- taremos a lo que pueda sernos de más interés.
Su vida espiritual se asemejaba a un navio que subía v bajaba por las olas; en ciertos momentos, sentía el deseo de volver a la abandonada lectura diaria de las Escrituras, pero en otros se apresuraba a esconder el sagrado volumen cuando oía pasos que se acercaban, por miedo a ser descubierto. Es- tando en Penang, cerca de Singapur, en el año 1820, recibió dos cartas que le produjeron una fuerte impresión: una era de su padre y desgraciadamente no ha llegado hasta nosotros; la otra de una dama que lo conocía desde la infancia y le profe- saba un gran afecto. Veamos algunos de los párrafos:
"Espero, querido Alien, que el largo tiempo que hace que nos conocemos y mi amistad con su apreciada madre sean una excusa suficiente para la libertad que me tomo v que estas consideraciones lo induzcan a leer con cuidado las observa- ciones que voy a hacer. Por lo menos, estará convencido de que nada, fuera de un aprecio desinteresado por su verdadero bienestar, me ha inducido a dar este paso v, haga o no caso de
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mis observaciones, estoy segura que creerá en la sinceridad de mi motivo.
"Permítame entonces, mi estimado Alien, señalarle como si fuera mi propio hijo el que estuviera en las mismas circuns- tancias, que a menos que su alma esté bien con Dios, todo lo demás es simple vanidad; la mayor felicidad terrenal puede sólo producir una felicidad temporal y la misma certeza de su naturaleza transitoria debe prevenirnos de adjudicarle el carácter de un gozo verdadero. Sólo el creyente sabe qué es realmente la felicidad, ya que no puede quitársela ninguna si- tuación de enfermedad o desfallecimiento. Multitudes la han recibido y multitudes la están gozando ahora, ¿por qué en- tonces ha de pensar que no merece atención?, ¿por qué ha de despreciar el ofrecimiento del Evangelio?"
La lectura de estos párrafos y de los que seguían, formando una larga carta, provocaron en su ánimo una impresión imbo- rrable, que traería resultados decisivos algo más tarde.
Poco después llegaba a Manila, capital de las Filipinas, entonces colonias españolas, y es interesante citar su opinión sobre la religiosidad de la población: "La mayor parte del pueblo son indígenas y todos profesan el cristianismo. Es im- presionante lo popular que la religión romana ha sido siempre entre los paganos y cuán fácilmente es colocada sobre el paga- nismo, con el que está relacionada en muchos aspectos. Se trata sólo de hacer a un lado un grupo de imágenes rudas e inexpresivas y adoptar otras de forma más atractiva; cambiar troncos por santos y convertir la religión en una agradable dramatización; el indígena no tiene conciencia de otra dife- rencia."
Poseemos una carta que el padre dirigió más o menos en la misma época a la hermana de Alien, y en la que comenta otra que recibiera de él quien, en ese momento, se encontraba en el otro extremo del mundo. Uno de sus párrafos dice así: "Pero lo que me produjo más satisfacción que la que puedo expresar es que por varios acontecimientos y por una carta mía que de- bió alcanzarle en Spithead, pero que sólo llegó a sus manos en
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Penang, ha sido impulsado a rever su vida pasada y su mente parece haber girado hacia lo religioso. ¡Quiera Dios que esas impresiones sean profundas!"
El 20 de septiembre de 1821, llegó a Valparaíso a bordo del Dauntless. Dos noticias llamaron su atención: la muerte de Napoleón y la victoriosa campaña de San Martín, que acababa de entrar en Lima, dejando a Lord Cochrane sitiando el Callao. Aprovechando los días que se detuvieron allí, hizo un largo paseo por los alrededores, llegando hasta Santiago y la cor- dillera.
El 27 de octubre se embarcaron hacia el Callao. Al llegar Gardiner encontró a la población muy agitada por los aconte- cimientos militares y la tuga de Cochrane con el dinero que él creía pertenecer a sus hombres. Gardiner recorrió la ciudad de los virreyes que le resultó "superior a Santiago en cuanto a tamaño, riqueza y población" y visitó la sede de la inquisi- ción que San Martín había hecho cerrar. Más que los instru- mentos de tortura lo impresionó la declaración de un monje que le dijo que "a menudo los pobres eran enterrados sin ataúd ni rezo, porque las misas no se podían leer si no se pagaban".
Todos los sábados había una recepción en el palacio y Gardiner asistió a dos de ellas, en las que el centro era el general San Martín; el marino lo describe como a un hombre "de unos cuarenta años, alto, robusto, de un aspecto de con- tinencia pensativa y algo melancólico, pero de una mirada profunda y penetrante."
De Lima, viajaron a Tahití donde se podía ver, como en pocos lugares del orbe, el fruto maravilloso de la obra misio- nera. Como llegaron en domingo, no salió a recibirlos ninguna canoa, porque los indígenas guardaban celosamente el día del Señor. Por la tarde, asistieron a un culto donde había unos doscientos veinte asistentes y que les impresionó por lo orde- nado. Luego visitaron la cercana isla de Huhaine, donde la obra de Dios era más nueva pero no menos estable, pues en- contraron que los domingos se congregaban hasta mil doscien- tas personas.
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Este viaje fué de enorme bendición para su vida, porque como dice John Marsh, su cuñado v principal biógrafo, "su viaje hacia el hogar se transformó en un viaje hacia el cielo". De sus notas diarias y de sus cartas deducimos su enorme inte- rés por las cuestiones espirituales y, a poco advertimos clara- mente que su viaje había cambiado de rumbo. Veamos si no Jo que escribió en la Ciudad del Cabo: "La última vez que visité esta colonia yo iba por el camino ancho y me apresuraba con pasos rápidos y largos hacia la ruina eterna. Bendito sea el nombre de Aquel que nos amó y se dió a sí mismo por nos- otros, pues un gran cambio se ha producido en mi corazón y ahora puedo tener placer y satisfacción oyendo y leyendo la Palabra de vida y escuchando ese medio de gracia. Creo cier- tamente que esta alteración ha sido producida por el Espíritu de Dios; no me detendré ni un momento en hacer notar el contraste, sino para dar alabanza a su misericordioso Autor, sin el cual yo hubiera sido arrastrado a la fatal acechanza de la orgullosa confianza en uno mismo."
El 22 de octubre de 1822 llegó a la patria y una semana después se ofreció a la obra misionera, impresionado por lo realizado en Tahití y deseando que ello se repitiera entre los paganos de Sud América, hasta entonces abandonados. Sin embargo, la Sociedad Misionera de Londres a la que expuso sus planes no los aprobó y Gardiner vió cerrarse el camino que él creía su obligación seguir. Veamos lo que dice al respecto: "Esta mañana fracasé en mi empeño de ser admitido en el mi- nisterio, pero, ¿debo desanimarme por eso? Si se hubiera hecho mi voluntad en vez de la de Dios, mi misma posición hubiera sido una acechanza. Me ha sido negado para alguna sabia fi- nalidad. Que esta circunstancia obre para mi bien, enseñándome humildad y resignación, obligándome a buscar con más ansie- dad al Señor en oración ferviente, para conocer y poder hacer Su voluntad, aunque sea contraria a mi limitada visión."
El 1? de junio del año siguiente se casó con Julia Susana Reade que, según Marsh, "era una joven tan admirable por su mente y su aspecto, como por su carácter religioso". Fué ma-
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dre de cinco hijos, de los cuales sólo dos sobrevivieron a su padre.
En 1825 fué llamado otra vez al servicio activo. Varios años pasó entonces navegando por todos los mares.
Retomemos el hilo de su viaje en los primeros meses de 1833. Estaba de nuevo en Inglaterra, junto a su esposa a quien amaba ardientemente y por quien agradecía siempre al Crea- dor; ella había caído gravemente enferma. El 11 de mayo, Gardiner anotaba lo siguiente en su diario: "Bondadoso Se- ñor, libra de dolor y sufrimiento a mi querida Julia si es tu voluntad y llénala más y más por medio de tu Santo Espíritu morando en ella, del gozo de tu presencia en las mansiones de eterna bendición, que Tú has preparado para tu pueblo redimido. Dale, Señor, tu poder y tu estimulante presencia en su paso por esta vida mortal y un abundante gozo en su Señor, sea cuando fuere, que Tú creas conveniente llamarla a ti."
Una semana más tarde, agregaba: "Mi querida Julia está ahora, según las posibilidades humanas, al fin de su peregrina- ción terrenal". Y así fué. En medio de la alegría que le pro- vocaba la esperanza de una patria mejor, aquella fiel sierva de Dios terminó sus días en la tierra.
Esto fué un golpe terrible para Gardiner, pero no perdió por eso su fe. Veamos lo que escribe un mes después: "En los últimos doce meses, el Señor en su sabiduría y justicia, ha creído bien llevarse de mi lado a una tía muy allegada, a un hijo muy querido y a mi tierna y afectuosa esposa. Me han sido arrebatados los consuelos terrenales y paso mis días en la tristeza. ¡Bendito sea Dios! Él me recuerda que no somos más que polvo. En mi profunda aflicción, Él no me ha dejado sin muchas y grandes fuentes de bienestar."
Este dolor le llevó a comprender mejor que debía entregar su vida al Redentor para llevar su palabra a alguno de aquellos pueblos que había visto lejos de Él en tantas partes del mundo.
Sus pensamientos se dirigieron al Africa, el pobre conti- nente abandonado por todos, menos por quienes lo explotaban. Dirigió su vista hacia la colonia del Cabo y la vió temerosa
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ante la invasión de los cafres. Sabía que más allá de estas tribus estaban los zulúes y muchas otras naciones que aun no habían recibido el mensaje de paz y resolvió ir allá.
El último domingo que pasó en su patria antes de salir escribió: "Señor, adáptame para la labor que Tú me has incli- nado a tomar. Siento mi total insuficiencia y miraré sólo a ti buscando poder y guía."
El 11 de noviembre de 1834, dos días antes de llegar a Ciudad del Cabo, terminaba así su anotación diaria: ''Habiendo puesto mi mano en el arado, que nunca me vuelva atrás. Que tu poder se perfeccione en mi debilidad."
Con estas palabras, Alien Gardiner entraba de lleno en el camino de su segunda y más profunda vocación, de la que nunca volvería atrás.
II
jMINISTERIO EN SUD AFRICA 1834- 1837
Viaje en busca de los zulúes. - Entrevista con Dingarn. - Maes- tro en Port Natal. - Viajes a Inglaterra. - Francisco Owen. - Entre los indígenas. - Guerra de los zulúes y los boers. - Retirada de Grahamstovon.
En el momento de la llegada de Gardiner a la Ciudad del Cabo, era gobernador de la colonia Sir Benjamín D'Urban y la situación era bastante desagradable, pues se temía una in- vasión de los cafres, que habían sido expulsados recientemente de sus posesiones.
El 1? de noviembre de 1834, Gaidiner llegó al Africa dis- puesto a trabajar por su Señor. Sin perder tiempo, inició la marcha hacia el interior en busca de los indígenas a quienes quería enseñar.
El viaje fué muy lento debido a las extraordinarias difi- cultades. No había caminos ni puentes y debía utilizar una
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carreta. El peligro había aumentado considerablemente pues estaban en guerra.
Por fin, la caravana de la que formaba parte llegó a Port Natal, en el actual estado de ese nombre, el 26 de enero del año siguiente.
Pocos días después, el misionero estaba a la vista de los kraals o villorrios indígenas. Recordándolo, escribía: "Nunca olvidaré el interés con que descubrí el primer rizo de humo elevándose en una distante aldea. Olvidé todas las fatigas al encontrarme en tierra zulú y agradecí a mi Dios por haber prosperado mi camino."
En el momento de su llegada, gobernaba un usurpador lla- mado Dingarn que había llegado al poder asesinando al rev, su hermano Charka o Chakka.
La historia de estos personajes, desgraciadamente mezclada con una fantasía fabulosa, está relatada en la novela Nada the Lily del novelista inglés Rider Haggard. Se describe allí la visita de un misionero a la corte y es de suponer que se trata de Gardiner.
Cuenta nuestro biografiado que Dingarn quiso saber el porqué de su visita; entonces él le explicó algunas de las ventajas que el cristianismo había traído a otros países. Cuando pidió permiso para establecerse allí, no se lo negó; pero después de algunas evasivas, le dijo que volviera al día siguiente acompañado de otra persona.
Tres días después, se realizó la segunda entrevista. Dingarn abrió la conversación preguntando: "¿Ha traído usted el Li- bro?". Gardiner extrajo el Nuevo Testamento de un bolsillo. ''Lea", ordenó el monarca y el misionero le leyó varios pasajes que mostraban el poder y la sabiduría de Dios. El rey hizo luego una serie de preguntas que parecían encerrar un verda- dero interés. Sin embargo, cuando se volvía al punto inicial — el permiso para establecerse — , retornaba a las evasivas. Finalmente le indicó que se dirigiera a Unthello y Tambuza, sus indunas, algo así como ministros de gobierno.
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Estos dignatarios se mostraron muy ofendidos porque Gar- diner no había consultado con ellos antes que con Dingarn e hicieron todo lo posible por molestar al misionero, obligándolo a ir varias veces y haciendo que los negros se burlaran de él al pasar. Mientras tanto, llegó la noticia de que Gonjuana, el hermano del monarca, había tramado una conspiración y en la sangrienta represión que le siguió se olvidaron del misionero.
Por último, Gardiner resolvió poner fin a esa situación que parecía no terminar nunca y pidió una audiencia con Dingarn. Fué enviado otra vez a los indunas; éstos estaban bailando y no se los podía molestar. A la mañana siguiente, se levantó el campamento, porque el pueblo cambiaría de residencia; Gar- diner resolvió seguirlos.
Finalmente, consiguió la anhelada antrevista, que fué muy breve. El misionero abrió el Nuevo Testamento, pero los in- dunas declararon que no deseaban aprender nada allí y agre- garon que se podía quedar si les enseñaba a manejar armas de fuego y si no, no. Por todo comentario Dingarn dijo: "No voy a cambiar la decisión de mis indunas."
Esto significaba el más completo fracaso, pero Gardiner no se desanimó y al emprender el regreso escribió: "Bien se ve que los caminos de Dios no son nuestros caminos; por estos fracasos, Él no sólo prueba y prepara los instrumentos que se digna utilizar, sino que también nos muestra que sus propósitos van a madurar y desenvolverse sin la ayuda de aquéllos." Poco después de llegar a Port Natal, recibió esta carta:
"Port Natal, 14 de marzo de 1835.
"Señor: Nosotros, los abajo firmantes, lamentamos la des- favorable recepción que usted ha tenido por parte de Dingarn y para que usted se forme una estimación acerca de nuestros sentimientos, declaramos que la presencia de un establecimiento misionero en Natal, cuyo objeto fuera enseñar industria y re- ligión, encontrará todo el apoyo que podamos darle." Fir- maban ocho residentes británicos.
Gardiner aceptó el ofrecimiento v empezó a dar instruc-
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ción religiosa a los niños blancos y africanos de la región en un lugar que llamó Berea, por el enorme interés que ponían sus alumnos en el estudio de las Escrituras.
Algunos meses después, volvió a ver a Dingarn. Le llevó una cantidad de regalos que interesaron mucho al monarca, especialmente un pequeño telescopio que pronto aprendió a manejar. Cuando se llegó otra vez a la propuesta de Gardiner de quedar allí, el rey volvió a las evasivas- Cuestiones relacionadas con el bienestar del naciente esta- blecimiento, llevaron por tercera vez al misionero a visitar al reyezuelo. A fin de evitar complicaciones, éste resolvió en- tregar a los pobladores de Port Natal un pequeño territorio entre los ríos Tugaba y Unzinkolu; además, Dingarn resolvió que sólo podían quedar en sus dominios aquellos comercian- tes que hubieran sido autorizados por Gardiner.
Estas resoluciones necesitaban la ratificación del goberna- dor, Sir Benjamín D'Urban, que residía en la localidad de Grahamstown y el misionero resolvió ir allá.
Después de un largo y penoso viaje, supo que el gober- nador se encontraba en Port Elisabeth, algo al sur, sobre la costa. Cuando D'Urban se enteró del tratado lo aprobó am- pliamente y envió una carta a Dingarn por medio de un barco que se dirigía a Port Natal.
Gardiner resolvió no regresar inmediatamente allá, sino volver a Inglaterra para tratar de conseguir ayuda de la So- ciedad Misionera de la Iglesia (Anglicana) lo que hizo en el Liverpool, un pequeño navio, regalo del imán de Moscat a Su Majestad Británica.
Después de solucionar grandes dificultades, especialmente la falta de un obrero capacitado para ese campo, la Sociedad aceptó el ofrecimiento. El 24 de diciembre de 1836, Gardiner se embarcó de regreso a Sud Africa. Varios días antes había contraído segundas nupcias con la hija del pastor Eduardo Garrad Marsh, de Hampstead, y ella, junto con los tres hijitos
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de su primer matrimonio, le acompañaron en este viaje al continente negro.
Viajaba también el nuevo misionero, Francisco Owen, acompañado por su esposa y una hijita.
Poco después de su llegada a tierra africana, Gardiner sufrió una severa prueba con la muerte de su hija mayor, una hermosa niña de doce años; había ido decayendo poco a poco y la esperanza de que el viaje por mar la restableciera había des- aparecido. Finalmente, el 11 de mayo de 1837 su alma voló al Creador y su cuerpo fué sepultado en Berea.
Los misioneros fueron a visitar a Dingarn, a quien encon- traron sentado en una roca mirando con su largavista a todos los que se acercaban. Después de entregar al gobierno britá- nico el territorio que antes había dado a Gardiner, autorizó a Owen a establecerse entre los zulúes en un lugar llamado Unkunginglose; Gardiner lo dejó allí. Luego se dirigió a ocu- par un lugar escogido sobre el pequeño río Untongata, y al que llamó Hambanati, que significa "Con nosotros Dios".
Owen acompañó a los salvajes en sus viajes predicándoles por medio de un intérprete, en reuniones a las que a veces asistieron los mismos indunas. Dingarn le pidió que organi- zara una escuela para los niños y al conseguirlo ordenó que todos los pequeños concurrieran.
Este mismo misionero tradujo trozos de la Biblia al idioma de los zulúes.
Mientras tanto, Gardiner efectuaba un trabajo similar en Hambanati a donde llegó acompañado de un nuevo misionero, Mr. Flewetson, que iba con su esposa.
Pronto comenzaron las dificultades, especialmente para Owen. Al principio, fueron los entredichos entre Dingarn y el célebre monarca negro Moselakatse, amigo del gran misio- nero Roberto Moffat, que fueron solucionados antes de llegar a la guerra. Esta llegó, sin embargo, pero no con las tribus vecinas, sino con los boers, o sea los descendientes de los pri- meros colonos holandeses, los que, huyendo de los ingleses,
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con quienes estaban en constantes dificultades, entraron en te- rritorio zulú, solicitando la donación de algún terreno para habitar.
Sus emisarios se presentaron dos veces a la corte de Din- garn y ambas fueron magníficamente tratados, pero en cierto momento, el reyezuelo desconfió de ellos v, mientras estaban sentados conversando, fueron asesinados a mansalva. Owen no se enteró de esta atrocidad hasta que Dingarn le mandó decir que se estuviera tranquilo pues no corría peligro.
Poco después, otros boers se unieron con los colonos de Port Natal para la guerra contra los zulúes y los misioneros tuvieron que dirigirse donde pudieran estar protegidos por los ingleses. Owen v Hewetson se quedaron en Port Natal pero Gardiner se fué hasta Port Elisabeth. Estando allí comprendió que las posibilidades de trabajar entre los zulúes habían ce- sado, por lo menos por un tiempo, v sintió que el Señor lo llamaba a otro campo: los indígenas del sur de Chile que había conocido mientras estaba en la marina.
Sin embargo, su trabajo no fué en vano. Aun muchos años después, viajeros y misioneros encontraban a muchos indígenas que recordaban a Gardiner, algunos de los cuales se habían entregado al Dios verdadero.
El pequeño villorrio que él dejó organizado en Port Natal ha crecido extraordinariamente v es hov una de las más im- portantes ciudades de Sud Africa. Su nombre fué sustituido por el de D'Urban y actualmente se la llama Durban. En la municipalidad se ha colocado una placa de bronce con la efigie de Gardiner y esta inscripción: Natal centenary ¡824-1924. Voundcr of Durban 1835. Captain Alien F. Gardiner R. N. (Centenario de Natal 1824-1924. Fundador de Durban, 1835. Capitán Alien F. Gardiner R. N).
Sin sospechar los resultados de su labor, Gardiner abandonó Sud Africa en la goleta Velocity, que viajaba de Table Bay a Río de Janeiro.
III
ENTRE LOS INDIOS DE CHILE 1838-1839
Situación en Buenos Aires y Mendoza. - Los gauchos. - Venta de Biblias. - Los indígenas de Bío-Bto. - Los fuertes de Arauco. - Fracaso en el lago Raneo y en Queule.
Después de detenerse unas tres semanas en Río, Gardiner y su familia se dirigieron a Montevideo a donde llegaron el 24 de julio de 1838. Al día siguiente, se embarcaron rumbo a Buenos Aires en el vapor Rosa. En esos momentos, el tirano Rosas se encontraba en dificultades con el gobierno francés, lo que había determinado el bloqueo del puerto de Buenos Aires, aunque se permitía el viaje de un barco por semana.
Después de desembarcar por medio de un lanchón y un carro, se pusieron a la tarea de buscar alojamiento, que en- contraron pocos momentos antes de desatarse una terrible tor- menta. Pronto entraron en relación con distintas personas, especialmente con el pastor anglicano, reverendo Armstrong, que les ayudó a comprender los problemas de esos lugares. De Ja situación religiosa en Buenos Aires, Gardiner escribió lo siguiente:
"A pesar del resurgimiento en la orden de los jesuítas y del subsidio que reciben del gobierno nacional, es un hecho alentador que la venta o distribución de la Biblia y otros libros religiosos no esté prohibida. Aunque, al mismo tiempo, se sobreentiende que la predicación en público en castellano, o cualquier otro intento de instruir al pueblo en las verdades cristianas, tal como surgen de las Escrituras sin mutilar, encon- trará decidida oposición."
El 10 de diciembre Gardiner inició el viaje hacia Mendoza en una diligencia que tardó catorce días, sin contar los do- mingos, para llegar a su destino. Cerca de Lujan una lluvia
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muy fuerte anegó el vehículo en tal forma que los pasajeros tuvieron que abrir un agujero en el piso para desagotarlo.
Cuando llegaron al pueblo, el cura párroco fué a entrevis- tarse con Gardiner con la única misión de cambiar el dinero en papel por monedas de plata. "Tuve mucha lástima por él y más por su rebaño", fué el comentario que hizo Gardiner sobre tal hecho, en un pequeño libro que escribió sobre este viaje.
Viajaban muy rápidamente pues temían el ataque de los indios, de los que se veían señales desde Río Cuarto; contra ellos se había dirigido seis años antes la primer campaña del desierto. Sobre los gauchos, Gardiner hace algunas interesan- tes observaciones que transcribimos:
"El carácter salvaje y parecido al de los bandidos de estos semi bárbaros descendientes de los primeros pobladores espa- ñoles, no puede dejar de llamar la atención del viajero; por cierto que ellos constituían el único descanso para la monoto- nía y los observábamos con no poco interés, cuando se dete- nían mudos ante el corral o se los veía galopando hacia las solitarias postas de nuestra ruta. Invariablemente los encon- trábamos bien educados, pero mucho más sucios que los boers del sur del Africa y viviendo con muchas menos comodidades. Casi siempre se podía conseguir leche, pero como no tienen huertas, salvo en Luján y en San Luis, en ningún caso pudimos conseguir verduras, fuera de cebollas. La forma en que cui- dan a sus caballos no es en realidad tan bárbara como nos la habían descripto. Por cierto que cabalgan admirablemente y cuando se ve a uno de estos gauchos salvajes persiguiendo a un avestruz a toda carrera, como los vimos una vez, no se sabe qué admirar más: si la velocidad del caballo o la pericia del jinete, revoleando el lazo y lanzando las boleadoras lejos, de- lante suyo."
En Mendoza, Gardiner ofreció al librero don Jorge Gómez una cantidad de Biblias y Nuevos Testamentos que aceptó gus- toso; pero los devolvió varios días después declarando que eran invendibles.
Entonces resolvió regalarlos y al anunciar este propósito se
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llenó de gente el patio de la casa donde paraba, que — hecho extraño e incomprensible — era la mansión veraniega del fraile Aldao que se arrogaba el título de general, pues así lo presenta Gardiner, y que era el "gobernador" o mejor dicho, el cau- dillo de la provincia.
Las primeras Biblias las regaló al señor Gómez y a una sobrina y las últimas a un grupo de veintidós personas que, ya antes del desayuno, las estaban esperando; no alcanzaron para todos y una joven se puso a llorar al ver que se quedaba sin nada. Un día antes de partir, Gardiner recibió una nota de un preceptor de una escuela que le decía que dos de sus alumnos estaban entre los beneficiados y le agradecía el regalo con los mejores augurios. También repartió gran cantidad de tratados.
El 12 de octubre, nuestros amigos partieron hacia Chile montados en muías y en caballos.
Gardiner termina la parte de su libro que se refiere a la Argentina con esta oración: "Plegué al Señor abrir el camino para la entrada abundante de su palabra, no sólo en este país de oscuridad en cuanto a las Escrituras, sino también en las almas del pobre pueblo mal guiado y apresurar el tiempo cuan- do el hombre que peregrina pueda leer por sí mismo y no tener más ídolos por pastores". Agradezcamos a Dios porque aun cuando se ha necesitado un siglo, esta oración ha sido contestada y hoy la Biblia circula libremente por todo el país.
El cruce de la cordillera se hizo por el paso de Uspallata y requirió ocho días de viaje, bastante penosos, especialmente para los niños. El viaje a Santiago ocupó otras tres jornadas. Luego se dirigieron al sur, pasando por Talca, Chillán y Con- cepción donde se iban viendo, cada vez con más terrible evi- dencia, las señales del terremoto de 1835.
Junto a la última ciudad mencionada, desemboca el río Bío- Bío que era entonces la frontera con los indios, quienes se en- contraban en relaciones pacíficas con los blancos. Dejando allí a su familia, Gardiner acompañado por un guía llegó al pueblo de San Carlos, donde le indicaron que fuera a un lugar lia-
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mado Piligen, pues era el establecimiento indígena más cer- cano.
La primera persona que vieron al llegar fué al cacique Corbalán, que venía a caballo, cubierto con un poncho rojo. Los recibió con amabilidad y ordenó que se sacrificara una oveja para agasajar a los visitantes.
Fueron conducidos a la choza del jefe, donde el misionero explicó su propósito de enseñarles la palabra de Dios. Corbalán escuchó atentamente e hizo algunas preguntas sobre el con- tenido de la Biblia y sobre la situación del alma después de la muerte. Finalmente, decidió convocar a los jefes vecinos a una asamblea, lo que hizo al día siguiente.
Puede decirse que esta reunión fué de mera cortesía, ya que se limitó al cambio de regalos. Gardiner tenía preparados al efecto pañuelos de colores y botones de bronce que repartió entre los indígenas. Corbalán, el más importante del grupo, resolvió mostrar las aldeas vecinas al extranjero y todo termi- nó allí.
Más tarde, el misionero eligió un lugar que le pareció apro- piado y se dirigió a hablar con el jefe al que encontró muy cambiado, pues no sólo había dejado de ser amable, sino que retiró su anterior aprobación al plan de Gardiner. Todo esto tenía su origen, sin duda, en una reunión que había tenido un poco antes con los otros jefes, donde se habían convencido del peligro que significaba permitir la entrada de un extranjero entre ellos, pues la tribu vecina, los huilliches, no deseaba tener ninguno cerca.
Gardiner, muy desanimado, volvió a Concepción dispuesto a tentar la situación entre los indios del Arauco. Sólo tres días se detuvo en la ciudad y luego partió al lugar que era un fuerte chileno en cuyos alrededores vivían los indígenas.
Pero allí tampoco le fué posible radicarse porque las auto- ridades no lo permitían. Poco tiempo antes, un naturalista francés, monsieur Gay, había sido obligado a retirarse.
Entre Concepción y Chiloé, había una cadena de veinti- cinco fuertes donde además de los soldados vivía un sacerdote
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que teóricamente ejercía el ministerio entre los indios, lo que era imposible por la enorme suspicacia de los presuntos dis- cípulos.
Las autoridades chilenas habían conseguido establecer rela- ciones amistosas con gran número de jefes, a los que pasaban un subsidio periódico. Cuando uno de ellos iba en busca del dinero, se trataba de convencerlo para que recibiera el bau- tismo. Si era posible, se le daba algún nombre resonante como Sebastián o Hermenegildo y se le consideraba cristiano. Esa era toda la labor misionera de los frailes.
Comprendiendo la imposibilidad de trabajar allí, Gardiner volvió nuevamente a Concepción y de allí fué a Talcahuano donde se embarcó con su familia, rumbo a Valdivia, el 19 de enero de 1839.
Luego de seis días de viaje llegaron a destino, donde nues- tro héroe recibió el nombre de "el botánico" pues se creía que sus propósitos eran los mismos que los de monsieur Gay.
Los indios de los alrededores pasaban por ser independien- tes pero poco a poco iban entrando bajo la influencia chilena.
De Valdivia, Gardiner viajó río arriba hasta Arique y luego a caballo hasta Quilchinca, donde dejó a su familia; de allí con- tinuó hasta el lago Raneo, junto al cual residía la tribu del cacique Neggiman, a quien encontró muy pronto. La con- versación resultó muy halagüeña. A la pregunta de si podía quedarse a vivir con ellos, el indio contestó: "Oh, sí, por su-^ puesto, si usted me trae una carta de don Francisco". Gardiner estaba encantado; don Francisco era el comisario con quien había hablado poco antes y quien le había asegurado que no tendría dificultades. Pero el misionero ignoraba una cosa: un fraile llamado Manuel, de Valdivia, al oír que "el botánico", un hereje, quería establecerse entre los indios, fué a conversar con el comisario para mostrarle el peligro que ello implicaba. Sin embargo, cuando Gardiner se presentó con las buenas noticias, don Francisco resolvió cumplir su palabra y darle la carta. Pero cuando estuvo otra vez delante de Neggiman, éste le pre-
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guntó cuánto tiempo pensaba quedarse. El misionero le con- testó que quería aprender el idioma y luego trabar relación con los suyos, lo que posiblemente ocuparía ''doce lunas". El jefe le contestó que sólo podía quedarse "una luna". Gardiner nunca supo cuál fué la influencia secreta que hizo cambiar de opinión a Neggiman, pero fray Manuel confesó años después que él había sido el causante.
Todavía quedaba una esperanza: los huilliches, que vivían algo más al norte y eran realmente independientes.
El 4 de febrero partió de Quilchinca hacia Queule. Al lle- gar, fué rápidamente conducido a la presencia del cacique Wy- kepang. Gardiner le explicó que se proponía seguir hacia el norte pero el cacique le hizo saber que eso no le sería permi- tido. El misionero trató entonces de interesarlo en la Palabra de Dios, ofreciéndose a quedarse allí, pero Wykepang le de- claró terminantemente que no quería tenerlo en su territorio. El cacique averiguó que Gardiner no respondía "a los españo- les" y por eso le permitió pasar allí la noche y nada más, pues, según dijo, los huilliches habían resuelto no permitir la presencia de extranjeros en su tierra. Esto concordaba con lo dicho por Corbalán y Gardiner comprendió que era cierto.
Al irse, Wykepang lo despidió amablemente asegurándole que si otra vez volvía, hablando no en español, sino en el idioma indígena, su presencia iba a ser autorizada.
Volvió a Quilchilca y de allí a Valdivia. Comprendió que sus planes de trabajo en Chile habían fracasado y resolvió buscar otro campo que ya estuviera blanco para la siega; tomó un mapa del mundo y lo estudió como quien lo hace con su propio país y resolvió ir a las antípodas con la facilidad con que el po- blador de una ciudad resuelve ir a los suburbios. Su espíritu de incansable marino !e hacía ver próximo cualquier lugar al que se pudiera ir por mar.
Fué con los suyos a Valparaíso y allí se embarcó rumbo a Svdney para seguir a Nueva Guinea.
IV
EN PAPUA, CHILOE Y MAGALLANES 1839- 1843
Intento de obtener permiso para radicarse en Papúa. - Fracaso. Otra vez en Chile. - El fraile Manuel. - Fracaso en Chiloé. El "Adiós a Chile". - En las Malvinas. - Indios fueguinos. - Encuentro amistoso con los jefes San León y Wissale. - Viaje a Inglaterra. «.
El 29 de mayo Gardiner y los suyos se embarcaron en Val- paraíso rumbo a Sydney, Australia, donde llegaron el 14 de septiembre. Tenía el propósito de dirigirse a Nueva Guinea donde, hasta ese momento, no había misión establecida y para eso empezó a trasladarse a Dili, en la zona portuguesa de la isla Timor. Luego de parar en Koepang, en la parte holandesa, resolvió ir a Ternate, capital de las Molucas, y tramitar allí el permiso para radicarse entre los indígenas. Las dificultades para viajar obligaron a hacer un largo recorrido por Amboina y Filloto, otras islas del aixhipiélago, pero estas incomodidades fueron un medio que Dios usó para salvar sus vidas, porque entre tanto el volcán de Ternate había hecho erupción y provocado un destrozo enorme en los alrededores.
Luego de llegar al lugar deseado, visitaron los pueblos de Manado y Tondano, en Célebes, donde había varios misioneros holandeses establecidos. Después de una larga espera, Gardiner pudo hablar con el gobernador de las Molucas, pero de la conversación no resultó nada definitivo. El misionero resolvió ir a Batavia para gestionar el permiso ante el gobernador ge- neral, a quien hizo el pedido en la forma correspondiente. Des- pués de aguardar seis días, fué llamado al palacio real donde se le dijo lo siguiente:
"Se me ordena que le comunique que sólo a los ciudadanos holandeses se les permite ir a los lugares que usted ha pedido permiso para visitar."
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Lo único que había que agregar era que, desde 1834, no se otorgaban cartas de ciudadanía.
No había nada que hacer allí y por otra parte el horrible cli- ma había quebrantado su salud en forma tal que demostraba la imposibilidad de quedarse. Gardiner resolvió volver a Chile y hacer un nuevo intento de radicarse entre los indios del sur de ese país. Después de un largo viaje, llegó con los suyos a Valparaíso el 10 de mayo de 1841, con lo cual, luego de dar la vuelta al mundo, volvía al lugar de donde había partido.
Su propósito era dirigirse a los valles de la cordillera donde vivían los pehuenches y su primer intento fué hecho en tal sentido, tratando de llegar al paso Planchón entre Talca y San Fernando. Sin embargo, ante la imposibilidad de encontrar guía e intérprete, tuvo que volver a Valparaíso con la resolu- ción de ir a la isla de Chiloé.
Pasó un tiempo antes de conseguir el permiso necesario, que empleó en hacer circular la Biblia y algunos folletos. Este car- gamento había llegado a Valparaíso durante su ausencia y el pedido de permitir el paso por la aduana de un cajón de "Biblias y otros libros religiosos" fué el primero de esa natura- leza que se hizo en Chile.
El 5 de mayo la familia Gardiner partió de Valparaíso en el vapor Dos Hermanos que llegó a San Carlos, en Chiloé, unos diez días después. A bordo viajaba también nuestro conocido, el fraile Manuel, que había hecho fracasar el intento de Gar- diner de establecerse en el lago Raneo.
Una vez en San Carlos, el fraile comenzó a difamar al re- cién llegado, diciendo que era un hombre peligroso que venía a conturbar los espíritus de los fieles y hacer prosélitos para un credo herético; pronto las murmuraciones del pueblo lo convirtieron en un obispo excomulgado y en el culpable del robo de una hostia.
Mientras tanto, Gardiner hizo averiguaciones referentes a un posible viaje a la cordillera, pero cuando hubo descubierto la mejor forma de hacerlo no pudo encontrar gente que se pusiera a sus órdenes por temor a la herejía. En ese momento,
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el fraile Manuel se dió cuenta que había ido demasiado lejos y, antes de partir de San Carlos, fué a visitar a Gardiner y le dijo: "Seamos amigos. Usted quiere un diccionario chilidugan: pues aquí tiene uno". Dicho y hecho; de debajo de su sotana sacó un librito que no era posible conseguir por estar completa- mente agotado y que fué recibido con toda suerte de agra- decimientos.
Los rumores desaparecieron tan rápidamente como habían circulado y la gente comenzó a visitar a Gardiner y a decirle al oído: "En secreto, señor, yo estoy de su lado", creyendo que el misionero tenía planes políticos. El se ümitaba a rega- larles Biblias y folletos, comprendiendo que por el momento era inútil todo intento de evangelización donde reinaba la iglesia de Roma. En esos días, escribió en su diario estas pa- labras que marcan un punto fundamental de su vida:
"Habiendo abandonado por fin toda esperanza de alcanzar la poblado?! india donde es más civilizada y menos migratoria, mis pensamientos se han vuelto necesariamente hacia el sur. Afortunadamente para nosotros, y espero que para los pobres indios, las islas Malvinas están ahora bajo la bandera británica y aunque el establecimiento es pobre, es la base de una gran cantidad de balleneros y barcos loberos que frecuentan el estrecho de Magallanes. Los patagones de Gregory Bay, en la parte noreste del estrecho, han demostrado siempre una amis- tosa disposición hacia los extranjeros y es particularmente ha- cia ese lugar al que estoy dirigiendo mi atención por ahora. Nos proponémos ir a Berkeley Sound, en las Malvinas. Haremos de este lugar nuestra residencia intentando viajar en un lobero y pasar el verano entre los patagones. ¿Quién puede decir que las islas Malvinas, tan admirablemente situadas para el propósito no lleguen a ser la llave de los aborígenes, tanto de la Patagonia como de Tierra del Fuego?"
Estas últimas palabras extresan el anhelo que había de llenar todo el resto de su vida y la vida de sus sucesores durante mu- chos años.
La familia Gardiner volvió a Valparaíso y de allí fueron a
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Santiago, mientras el misionero iba a Quillota a vender Bi- blias. Pronto estuvo de regreso y se despidió definitivamente de Santiago con una hermosa poesía, que pierde gran parte de su belleza con la traducción que transcribimos:
ADIOS A CHILE
¡Adiós a ti ahora! Como un sueño ha pasado. He de mirar tu belleza y mirarla hasta el fin. Tu selvatiquez es orden, tu aspereza es gracia y estos cuadros vendrán a menudo a la memoria, que quizá el tiempo dañe pero no podrá borrar.
Hondos son los rastros de Su gran sabiduría, Su voluntad canta el monte de nublada cresta y el nombre de Jehová en todo Chile resuena; vendimias y cosechas sus mercedes proclaman y las selvas y valles el mismo eco repiten.
Cada cráter como un faro que el cielo taladra,
cada valle de lava, por temblores hendido
un relato contiene, aquí tan bien registrado,
que del que es Señor de la tierra y del mar y del aire,
de su juicio nos habla y a prepararnos nos llama.
Mas, ¿qué son ellos si no se disipa la niebla
y la conciencia es esclava, hundida en las tinieblas,
y un cruciforme leño se exalta, en lugar
de Aquel que por pecadores ha muerto y sufrido
y para vivos y muertos se compra el perdón?
Hombre blanco, aunque sea tu esclavo, desafíate el indio;
esgrimiendo la lanza, su frontera defiende,
pero su valor es vano (aunque es libre cual aire),
cuando arrojas sobre él las cadenas que tú usas
y le quitas la luz que impartirle debieras.
Señor, la mañana apresura y cumple tu dicho, rompe con tu luz la niebla, tu espíritu infunde; aun ahora, haz que algún rayo del día que llega se agite y mueva sobre el torreón de los Andes hasta que el sol, con sus rayos, las sombras destroce.
Santiago, 23 de octubre de 1841.
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Un mes después de esta fecha partieron en el vapor Juana que llegó a Puerto Luis, en las Malvinas el día de Navidad. Gardiner pensó que si llegaba a Puerto Stanley le sería fácil encontrar una embarcación para trasladarse al continente, pero descubrió que le era imposible hacerlo. Por último, resolvió trasladarse a una pequeña isla, la más occidental del archipié- lago, llamada New, donde paraba la mayoría de los balleneros y loberos que se dirigían a la Patagonia. Para ir hasta allí empleó un barco llamado Montgomery tan desvencijado que el propio dueño no quería embarcar al misionero. Ya en la isla New, donde llegó con un criado, encontró varios balle- neras, pero ninguno quiso ponerse a sus órdenes porque estaban en la época más propicia para la caza de ballenas y no les convenía abandonarla.
El capitán de uno de esos barcos le habló de un criollo llamado San León, que vivía con los indígenas del estrecho desde hacía doce años y que tenía sobre ellos gran influencia, debido, sobre todo, a que en cierta circunstancia había desafiado a un brujo y le había dado muerte de un tiro.
Finalmente, el patrón del Montgomery se ofreció para lle- varlo en su destartalada embarcación, previo pago de doscientas libras esterlinas. Gardiner aceptó, aunque era exponer la vida, pero se negó a pagar más de la mitad del precio exigido.
Hechos a la vela, entraron en el estrecho cinco días después y se detuvieron frente a la costa fueguina. Por todas partes se veían guanacos pero no indígenas; Gardiner resolvió ir a tierra y prender fuego para llamar la atención. Poco después apareció un grupo de onas, cubiertos de pieles, quienes se detuvieron a cierta distancia y encendieron una hoguera. El misionero no quería alejarse mucho del bote y entonces echa- ron más combustible y, al agrandarse las llamas hicieron señas a los nativos. Estos se acercaron y recibieron con agrado las chucherías que les regalaron: pañuelos de colores, espejitos, cortaplumas, etc. Gardiner les dirigió algunas frases en caste- llano y unas pocas que conocía en tehuelche, pero fué en vano.
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Johnson, el criado de Gardiner, se puso en marcha hacia el bote, lo que fué recibido con gran alegría por los nativos, que hicieron señas al misionero invitándole a seguirle. Como no había otra cosa que hacer, resolvió complacerles y volvió a embarcarse.
Al día siguiente, entraron en Gregory Bay (actualmente Ba- hía de San Gregorio) (x) y Gardiner y Johnson fueron a tierra, üe acuerdo a las indicaciones que le habían dado en la isla New, caminó unos doce kilómetros pero encontró sólo las señales del campamento, aunque no a los indígenas, a quienes vió desde una altura en un lugar llamado Puerto Oazv, hacia donde se dirigió el Montgomery.
Al día siguiente, varios nativos fueron a bordo y luego todos Dajaron a visitar el campamento. Sentado en medio de un gran número de patagones, estaba San León, con quien Gardiner sostuvo una conversación en castellano. No objetó la idea de que se estableciera allí, pero le señaló el hecho de que faltaba gran parte de la tribu y el misionero resolvió esperarla.
Trajeron a bordo una carpa y la armaron para dormir en ella. La primera noche no pudieron hacerlo pues un grupo de perros parecía decidido a devorarse las partes de cuero de la tienda. La segunda, fueron sorprendidos por un gigantesco indígena que entró en la carpa y dijo: "/ go sleep" (Voy a dormir) y se echó a hacerlo; Johnson le hizo un discurso en inglés, pero sin resultado; Gardiner tuvo éxito en una forma más sencilla: tocó al patagón con la mano, señaló la puerta con la otra y dij lo más claramente posible una de las palabras
(1) Dos jóvenes misioneros norteamericanos — Titus Coan y Gui- llermo Arms — estuvieron en Gregory Bay entre el 14 de noviembre de 1833 y el 25 de enero de 1834, con el fin de estudiar la posibilidad de que la Junta Americana de Comisionados para Misiones Extranjeras co- menzara obra allí. Convivieron todo ese tiempo con los indios, hasta que les rescató una goleta inglesa. Por informes errados, creyeron muy reducido el número de los patagones e informaron en contra de la conveniencia de ese trabajo. Arms fué a la India y Coan llegó a ser el héroe de las misiones en Hawai.
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inglesas que el indio parecía conocer: "G<?" (Vayase); el intruso salió sin decir una palabra.
San León pidió que le permitieran ir hasta Puerto Hambre en el Montgomery en busca de leña v Gardiner accedió al pe- dido. Durante su ausencia la comunicación con los indios era casi imposible pues debía limitarse a monosílabos y breves ex- presiones. Sin embargo, en todo momento fueron atentos con el misionero, aunque observaban todos sus movimientos con gran curiosidad. Mientras tanto, llegó otra tribu a las órdenes del cacique Wissale, hombre robusto que trató a Gardiner de la manera más amable posible; le contó que venía del río Negro donde ocho meses antes había comprado ciento veinte caballos. Acompañaba a Wissale un negro norteamericano llamado Isaac, que tres años antes había desertado de un ballenero en el río Gallegos y que resultaba mejor intérprete que San León.
Wissale e Isaac visitaron a Gardiner en su tienda y el jefe recibió un buen número de regalos. Luego accedió al pedido del misionero de quedarse con ellos.
El día siguiente era domingo y, con la presencia de Johnson y tres hombres del barco, se celebró un servicio religioso. Gomo la conducta de los indígenas era tan amistosa, Gardiner resolvió ir en busca de su familia y dejando sus cosas al cuidado de San León y de Wissale volvió al Montgomery que en dos días lo transportó a la isla New y de allí a Puerto Luis. En este lugar se encontraban, entre otras, dos embarcaciones famosas, el Erebus y el Terror, que al mando del capitán Ross hacían una célebre exploración por el continente antártico.
Gardiner había planeado ofrecer sus servicios a la Sociedad Misionera de la Iglesia (Anglicana), pero, al enterarse allí de que dicha Sociedad se encontraba en dificultades económicas y no deseaba extender su campo de acción, resolvió ir a Ingla- terra para interceder en favor de sus amigos patagones. Luego de despedirse de las autoridades se embarcó en el Sociedad junto con su familia, el 28 de octubre de 1842.
V
VENDIENDO BIBLIAS EN LA ARGENTINA 1843 - 1844
Situación bélica en el Río de la Plata. - Viaje a Córdoba y San- tiago del Estero. - Venta de libros en Santiago y Tucumán. Diversas experiencias. - Regreso a Inglaterra.
Una vez llegado a su patria, Gardiner renovó, personalmente y por carta, su pedido a la Sociedad Misionera de la Iglesia (Anglicana), pero, como las dificultades financieras de la mis- ma no habían desaparecido, su solicitud fué rechazada. Presentó su pedido igualmente a la Sociedad Wesleyana y a la de Lon- dres, pero también fracasó.
En vista de estas circunstancias, Gardiner resolvió hacer una pausa en sus esfuerzos por la Patagonia y dedicarse a la venta de Biblias en el interior de la Argentina, especialmente en las provincias de Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán, donde, hasta entonces, nunca había llegado al pueblo la Palabra de Dios.
El 8 de septiembre de 1843 se embarcó en Falmouth, rumbo al Río de la Plata, donde se estaban desarrollando trágicos sucesos. Montevideo había sido sitiada por tierra por las tropas del tirano Juan Manuel de Rosas, que apoyaban al caudillo uruguayo Oribe, y bloqueada por mar por la escuadra del almirante Brown. Al llegar Gardiner, se oía el cañoneo desde lejos. En esos días difíciles, el fiel siervo de Dios se retiró a su camarote y escribió estas palabras en su diario:
"Nos estamos acercando rápidamente al país donde espero que me será permitido hacer llegar la Palabra de vida a muchos que aun permanecen quietamente a la sombra de la oscuridad papal.
"¡Luz del mundo! Levántate en gloria y haz que tus rayos de salud desciendan. Sobre esta tierra brillen, do moran las tinieblas; el velo de la muerte en tu piedad levanta.
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Remueve los obstáculos que la vista nublan de aquellos que, ciegos, a los ciegos guían y en el bendito Libro, que aun no poseen, haz que su Vida encuentren, y su todo.
Doquiera tu Palabra sea con fe
cual pan sobre las aguas arrojada,
hazla allí, Señor, adelantar,
y al terco y pétreo corazón quebranta.
Aunque tarde en llegar, no podrá ser que vuelva tu Palabra a ti vacía. Sólo tus ojos podrán el fruto ver. Quizá mucho dure el humeante pabilo
mas la escondida llama nada extinguir podrá, pues Tú por ella noche y día velarás. Tu nombre exalta, Señor, tu obra apresura, y soberanos muéstranos tu gracia y tu poder.
Después de vencer las dificultades que provocaba la si- tuación, Gardiner llegó a Buenos Aires, a principios de no- viembre de 1843. Se puso de inmediato al trabajo, haciendo traducir cuatro folletitos e imprimiendo dos de ellos.
Se relacionó con un librero inglés, para averiguar qué posi- bilidades había de vender Biblias en castellano, y el hombre le contestó que había tenido una cantidad, pero que no había podido venderlas: su tapa, en vez de ser roja, era celeste y es cosa sabida que el celeste era el emblema de los unitarios, enemigos de Rosas, mientras que el encarnado era el color del omnipotente tirano.
El 11 de noviembre comenzó el viaje al interior, en una diligencia, incómodo por las tormentas y los grandes temores que provocaba la proximidad de los indios, que en los últimos tiempos habían reanudado sus expediciones guerreras. Doce días después de partir, vieron a lo lejos, con el alivio imagina- ble, la silueta de las sierras de Córdoba. Antes de llegar a la ciudad tuvieron que detenerse frente a un río, el Segundo posiblemente, que había crecido en forma extraordinaria. Gar- diner se vió obligado a pasar la noche en una posta. Poco después llegaron también al lugar un caballero y su hijo, que
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ARNOLDO CANCLINI
pidieron de quedar allí. Era el doctor Gordon, médico inglés radicado en Córdoba, que se ofreció para ayudar al misionero.
El mismo día que llegaron, fué en busca de su nuevo amigo y éste lo acompañó en una entrevista con el gobernador, quien le dió sendas cartas para los de Santiago del Estero y Tucumán.
Tan pronto le fué posible, Gardiner reanudó su viaje hacia el Norte, rumbo a Santiago, adonde llegó después de ocho días en diligencia. En una casa de postas de un lugar llamado Jua- nillas, un arriero le pidió algunos tratados, al ver que los estaba repartiendo al maestro de postas, diciendo que deseaba hacerlos circular en la población de Loreto donde vivía.
Provisto de cartas de presentación del doctor Gordon, Gar- diner fué tratado con mucha amabilidad y el mismo día de su llegada pudo comenzar la venta de Biblias y demás libros. Es- tos despertaron gran interés v, en poco tiempo, se reunió un público numeroso que revisaba los cajones sin dar señas de irse. Hasta las once de la noche no fué posible para el viajero retirarse a descansar.
Al día siguiente, poco después del desayuno, llegaron unas damas y luego unos frailes, que preguntaron por novelas y libros de medicina, pero que no aceptaron la Biblia. Pronto la habitación se llenó de compradores que revisaban los libros y los compraban, haciendo imposible llevar una cuenta ordenada de las ventas. Un caballero, llamado José María López, viendo esto, se ofreció para ayudarle, dedicándose a atender al pú- blico, mientras Gardiner anotaba las ventas. Sin embargo, al terminar el día, la pieza se encontraba en un desorden espan- toso, con libros desparramados sobre el piso y los muebles, por lo que López trajo dos mesas para facilitar la venta y el registro.
Muy de madrugada arreglaron todo y separaron dos cajones de libros para Tucumán y los ataron. Mientras lo hacían, tenían que atender a múltiples visitantes que preguntaban a qué hora se abría el negocio. Antes de comenzar a vender, Gardiner fué a ver a un médico, porque tenía la garganta dolorosamente inflamada; se había sentido mal desde Buenos Aires, pero, de- seoso de llegar hasta allí, no se había detenido a curarse y, no
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pudiendo tolerar más el dolor, fué en busca del facultativo, que le indicó la conveniencia de hacerse curar inmediata- mente. Gardiner pensó en los clientes que le esperaban y decidió dejar el cuidado de su garganta para cuando estuviera en Tucumán.
Cuando llegó a su casa, encontró a muchas personas aguar- dándole. La venta fué haciéndose rápidamente y la pieza se fué llenando de tal manera que los que entraban difícilmente podían salir. Fué necesario cerrar las puertas y quedar a os- curas durante un buen rato hasta que se alejó el público que estaba afuera.
El gobernador, que era entonces el caudillo Felipe Ibarra, mandó pedir un folletito, especificando el título. Una dama ocupó el lugar de López, cuando éste tuvo que retirarse, y fué de mucha utilidad. Una anciana se lamentó al no poder leer la Biblia, porque estaba impresa en tipos muy pequeños y Gardiner entonces le prestó un lente de aumento; ella nunca había intentado el sistema y exclamó con alegría: "¡Ahora puedo leer! ¡Ahora puedo leer!". Como el lente le fuera regalado, quedó muy contenta.
El viaje a Tucumán duró desde un sábado a la tarde hasta un lunes a la noche, pues Gardiner acostumbraba no viajar los domingos.
Antes de dedicarse a la venta de libros, fué a visitar al go- bernador y luego atendió su garganta enferma. Cuando llegó la hora de vender sólo aparecieron unos niños que miraban con curiosidad, pero pronto se acercó mucha gente, hasta colmar la pieza. Se vendieron muchos libros v folletos y algunas Bi- blias. El resto, incluyendo doscientos Nuevos Testamentos, fué entregado a un librero llamado don Manuel, que se com- prometió a venderlos.
El domingo fué a verlo un oficial de policía, quien, con mucha amabilidad, le informó que el cura había prohibido la lectura de los libros que vendía el hereje extranjero. Gardiner le dió un ejemplar de cada uno y le informó dónde estaban los demás. Un rato después, llegó don Manuel, diciendo que
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el oficial había ido a su casa, había revisado los libros y había declarado que podía continuar vendiéndolos; la policía no prohibía su circulación.
Por la tarde, Gardiner recibió una gran sorpresa cuando el mismo cura de quien se decía que había predicado en contra suya, fué en busca de libros y se comportó con la mayor ama- bilidad y cortesía. Una señora, llamada doña Teresa, fué poco después y explicó que no había sido el cura, sino un auxiliar de San Francisco quien había prohibido "a los ignorantes" que leyesen los libros del extranjero.
Antes de volver, Gardiner había escrito en su diario, agra- deciendo a Dios porque el éxito había sido mayor que el esperado, en los términos siguientes:
"Y ahora que he llegado al punto más lejano de mi viaje al norte, deseo hacer constar la bondad y la misericordia del Señor mi Dios, que me ha seguido por todas partes. Nada malo me ha ocurrido, a mí o a quienes viajaban conmigo. Amigos amables, de quienes siempre tuve necesidad, aparecían delante de mí y el Señor ha permitido que sea abierta una puerta para la entrada de los libros que he traído entre este pueblo.- ¿Qué he de devolverle por estos beneficios? Señor, hazme agradecido y dame gracia para dedicar todo lo que tengo y todo lo que soy a ti, de quien proceden todas las bendiciones."
A su regreso a Santiago del Estero, el señor Angel Ca- rranza, que lo recibió en su casa, le informó que los sacerdotes católicos habían prohibido la venta de los libros y don José María López confirmó la noticia. El señor Carranza fué inme- diatamente a entrevistar a Ibarra, el gobernador, quien declaró que la venta no había sido prohibida. Al saberlo, este fiel amigo de Gardiner fué a lo de don José María, le compró todas las Biblias que le quedaban y en presencia del misionero vendió un ejemplar.
Luego éste reinició su viaje al sur y después de algunas peripecias llegó otra vez a Córdoba el 30 de septiembre. En esta ciudad tuvo un acceso de fiebre, provocado por la infla-
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mación de la garganta, lo que lo obligó a postergar durante quince días su partida a Buenos Aires. Este viaje era bastante peligroso, porque habiéndose enterado los indios de que el ejército estaba ocupado con la guerra en el Uruguay, compren- dieron que podían obrar con impunidad, por lo que asaltaban frecuentemente pueblos y viajeros, ayudados no pocas veces por gauchos que, en número bastante crecido, vivían casi al margen de la ley.
De Buenos Aires, Gardiner pasó inmediatamente a Monte- video, donde trabó relación con mister Birch, el capellán in- glés, y con el señor Samuel Lafone, conocido comerciante, con quien habló de sus planes de evangelizar a los paganos de la Patagonia. Sus nuevos amigos le aseguraron que, de llevarse a cabo estos planes, podría contarse con unas cien libras ester- linas anuales (de mil quinientos a dos mil pesos argentinos), a ser recolectadas entre las congregaciones protestantes en Mon- tevideo, Buenos Aires, Río de Janeiro y Valparaíso. Se embarcó entonces otra vez rumbo a Inglaterra, donde llegó exactamente siete meses después de su partida.
Es interesante señalar que este viaje de Gardiner fué el primer trabajo de venta de Biblias y libros evangélicos en el norte argentino y el primero en todo el país desde los viajes de Diego Thompson en 1818.
VI
SEGUNDO VIAJE A MAGALLANES 1844- 1845
Fundación y organización de la Sociedad Misionera de la Pa- tagonia. - Roberto Hunt. - En Tuerto Oazy. - Mariano y Cruz. - Hostilidad de Wissale. - El Padre Domingo. - Par- tida de Magallanes.
Los resultados de esta gira por el interior de la Argentina hicieron que Gardiner se resolviera a hacer todo lo posible
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por formar una Sociedad Misionera cuya única finalidad fuera la evangelización de Sud América, comenzando por la Patagonia.
Por razones familiares, se radicó en la localidad de Brighton y allí comenzó su trabajo, con el cual obtuvo un éxito notable. Publicó sus antiguos llamados, los envió a sus conocidos, re- unió a quienes se mostraron dispuestos a avudarlo y el 4 de julio de 1844 organizó la primera reunión en la que colectó quinientas libras; en ella, se nombró una comisión que llevaba el nombre de Sociedad Misionera de la Patagonia. Estaba for- mada por las siguientes personas: Gardiner como secretario; Sir T. W. Bromefield como tesorero; los pastores C. D. Mait- land, Santiago Vaughan, R. S. Smith, E. Eardley Wilmot, el Dr. Bodley y el señor Curwen Christian. En general fueron adop- tados los reglamentos de la Sociedad Misionera de la Iglesia.
El deseo era enviar a un pastor ordenado, pero en vista de que habían pasado cuatro años desde la visita de Gardiner a Wissale v los suyos, se resolvió aceptar el ofrecimiento del señor Roberto Hunt, director de una escuela de Kendal y enviarlo junto con Gardiner en busca de los antiguos amigos de éste, quien tenía grandes temores debido a la reciente fun- dación de un establecimiento chileno en Puerto Hambre, que podía ejercer mala influencia en los aborígenes.
Poco después, los dos misioneros, embarcados en la Rosalie atravesaron el Atlántico y se establecieron en Puerto Oazy con tres pequeñas chozas: una como almacén, otra como cocina y la tercera para dormir. Luego la Rosalie se fué, dejándolos solos. Esto era en febrero de 1845. Al llegar, encontraron una choza ocupada por una familia fueguina que al parecer era completamente inofensiva; dos días después llegó desde Puerto Hambre un desertor chileno de nombre Mariano. Contó que había huido con un compañero llamado Cruz, pero que habían reñido en el camino y que su compañero lo había dejado, re- uniéndose a una tribu de patagones; él continuó solo pero cayó en manos de "indios bravios" que le robaron todo lo que llevaba,
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Esa misma tarde, el fueguino de la choza, que poco antes se había ido, regresó en compañía de dos patagones, a quienes Mariano acusó de ser los ladrones. Para sorpresa de todos, los patacones reconocieron que era verdad y devolvieron lo robado.
Mariano contó que la tribu de Wissale estaba muy disminui- da, sobre todo porque San León, el aventurero cacique de la otra tribu, había trabado relación con los chilenos y se había convertido en un importante jefe. Contó también que en Puerto Hambre vió al padre Domingo que había comenzado a con- vencer a los indios que se hicieran católicos.
Esta información no era nada agradable y, para saber el grado de veracidad que había en ella, los dos misioneros se pusieron en marcha en busca de los patagones. Fué un viaje agobiador; debían caminar por un árido desierto, soportando el frío de la noche y cazando duránte el día para conseguir así algo de comer. En cierta ocasión, Hunt estaba tan exhausto que se echó en tierra, imposibilitado de caminar, mientras su compañero iba en busca de agua. "Era tan solitario el lugar, tan salvaje y desolado, mientras peligros invisibles los rodeaban y dificultades inesperadas surgían a cada paso, que era inspi- rador mirar el cielo de medianoche y señalar el recorrido de la gloriosa Cruz del Sur." (*)
Por fin, se hizo evidente que Hunt no resistiría todo el viaje y volvieron a Puerto Oazy donde encontraron sus cho- zas en buen estado. Cinco días después, aparecieron Wissale y su gente. A primera vista se notaba que el informe de Mariano era cierto; de los ciento veinte caballos que tenían en 1842, apenas quedaban diez o doce y la tribu tenía sólo unos setenta miembros. San León se había ido con casi toda la gente y el trato con los chilenos los había empobrecido. El propio cacique y su familia sufrían hambre y devoraron ávi- damente las galletas que Gardiner les dió.
Los dos misioneros se acordaron del desertor Cruz y dedu- jeron que estaba entre los indios, aunque no lo habían visto.
(!) De la biografía de Gardiner por John Marsh,
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Wissale había cambiado mucho por la influencia de ese hom- bre y al día siguiente exigió que le dieran más comida, eno- jándose grandemente porque no lo hacían en la forma que él creía conveniente.
Gardiner resolvió definir la situación con rapidez y, des- c OIA3JJB as ou 31bssTjY\. 'ope¡ ns b zar) b opuaiuaj oj^ 'so\p 3J3U3 BJ3iD3|qBas3 as OJ3S3BUI un anb Euanb uub is 9aunSajd 3¡ 'sBsauiojd sns X jotjsjub bjtsia ns oipui \e JBpjooaJ sp sand negarse.
Al mismo tiempo, llegó de Valparaíso el barco mercante Comodore, cuyo capitán exigió al cacique una clara definición; éste la dió ratificando que "su corazón estaba con su hermano, el capitán Gardiner".
El mismo día de la partida del Comodore, Wissale volvió a sus exigencias de alimentos, alcohol y tabaco, enfureciéndose al no recibir lo que pedía. En cierta ocasión llegó a amenazar con usar su puñal y en otra fué a su tienda, trajo algunas cosas que le habían dado y las echó delante de los misioneros asegurán- doles que no recibiría más nada de ellos.
Poco después llegó otro barco, el Ancud, a cuyo bordo viajaba el padre Domingo que mostrara tanto celo en ganar a los indios al catolicismo. Era una persona amable, indígena él mismo, preparado a propósito para el trabajo entre su raza.
El capitán del Ancud, hombre muy gentil, ofreció a Gar- diner y a Hunt llevarlos a Puerto Hambre, pero ellos recha- zaron la oferta. Sin embargo, la hostilidad creciente de Wis- sale convenció a los misioneros de que su obra allí sería im- posible.
Mientras el Ancud estaba aún allí, llegó el Ga?iges desde Valparaíso rumbo a Inglaterra. En él se embarcaron los mi- sioneros, que llegaron a su país en junio de 1845.
Hunt se ofreció posteriormente a la Sociedad Misionera de la Iglesia continuando así su labor misionera hasta su muerte, acaecida en 1887.
VII
EN BOLIVIA 1845 - 1847
Gardiner resuelto a continuar adelante. - Federico González. - Viaje a Bolivia. - Ayuda del general O'Connor, el gober- nador Estensoro y el diputado Carrizo. - Visita a los indios. Traslado a Chuquisaca. - Entrevista favorable con el pre- sidente. - Regreso a Inglaterra. - Abandono de la empresa.
El fracaso de Gardiner y Hunt en la Patagonia trajo un gran desaliento en Inglaterra, porque se habían puesto grandes esperanzas en la amistad de Wissale; ahora que el recurso había fracasado, daba la impresión de que no había más nada que hacer.
Gardiner, en cambio, no era hombre de amilanarse ante las dificultades. Su vida era prácticamente una serie de fracasos: en Africa, en distintas partes de Chile, en Papua y en Maga- llanes y, sin embargo, él seguía adelante. Con indiscutible re- solución, escribió las siguientes palabras: "Cualquiera que sea la resolución que ustedes (el comité) tomen, yo he resuelto volver otra vez a Sud América y no dejar una piedra sin re- mover, ni un esfuerzo sin probar para establecer una misión protestante entre los aborígenes. Ellos tienen derecho de ser instruidos en el Evangelio de Cristo. Mientras Dios me dé fuerza, los fracasos no han de acobardarme. Esta es mi firme resolución: volver y realizar nuevos intentos entre los indí- genas del interior, donde sea posible encontrar una puerta abierta que hasta ahora haya escapado a mi penetración, a tra- vés de los americanos de habla española, aun en Tierra del Fuego, si es el único territorio que nos es dejado como última tentativa. Estoy dispuesto a hacer eso por mi propio riesgo, quiéralo o no la Sociedad. Jesucristo ha dado una orden: Pre- dicar el evangelio hasta lo último de la tierra. Él proveerá para el cumplimiento de su propio deseo. Obedezcámosle."
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ARNOLDO CANCUNI
Ante semejante resolución, el Comité no podía echarse atrás y no lo hizo. Un joven protestante español, Federico Gon- zález, había entrado al servicio de la Sociedad para ir a la Patagonia, pero como ese proyecto fracasó, Gardiner se ofreció para pagarle los gastos si lo acompañaba a Bolivia que era el nuevo campo que había vislumbrado. La Sociedad lo ayudó con cincuenta libras y ambos misioneros partieron en el vapor Plata hacia Montevideo, el 23 de septiembre de 1845.
Como le era imposible permanecer inactivo, Gardiner apro- vechó el viaje para perfeccionar sus conocimientos del idioma castellano y celebrar servicios religiosos a bordo, a los que, para su gran satisfacción, concurría toda la tripulación, salvo, claro está, el encargado del timón.
El 27 de noviembre llegaron a Montevideo, en el momento en que el tirano Rosas se veía envuelto en un conflicto con Francia e Inglaterra. La flota de esos dos países bloqueaba el puerto de Buenos Aires y en esa época se encontraba remon- tando el río Paraná, después de forzar el Paso de Obligado en la batalla del mismo nombre.
En Montevideo, Gardiner encontró al doctor Gordon, su amigo de Córdoba, a quien preguntó qué suerte habían corrido las Biblias y Testamentos que había dejado en aquella ciudad. Le fué triste oír que los frailes habían recogido todas las que Ies fué posible y las habían quemado en el patio interior de una iglesia en presencia de todo el clero.
Como era imposible ir a Bolivia por la vía del Paraná, Gar- diner s© embarcó en el vapor Alciope que lo llevó a Valparaíso; de allí fué a Cobija, puerto que entonces estaba en manos de Bolivia. Luego -comenzaron el viaje hacia Tarija, que debía hacerse a lomo de muía, por lo que resultaba muy cansador, al extremo de que González tuvo que quedarse a descansar en Calama, alcanzando otra vez a Gardiner en Atacama. En Rin- conada los sorprendió el carnaval y muy a su pesar tuvieron que detenerse; cuando hubo desaparecido la borrachera del gobernador que debía darles el permiso y la del arriero que
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debía conducirlos, los dos misioneros siguieron el camino hacia Rodio y Yavi, para llegar finalmente a Tarija.
En esta última ciudad fueron muy amablemente atendidos por el gobernador O'Connor, un oficial irlandés al servicio de Bolivia, que se alegró de poder hablar inglés después de muchos años. Luego Gardiner fué hasta el Pilcomayo, más allá del cual "los indígenas eran tan independientes del gobierno bo- liviano como los chinos", según decía el general O'Connor, aunque mantenían relaciones amistosas con las autoridades. El mismo militar ofreció a Gardiner una casa que tenía a orillas del Pilcomayo, lo que favoreció mucho los planes del mi- sionero. El 21 de mayo estaba frente al río y dos días después, no pudiendo hacerlo de otra manera, se lanzó al agua y lo cruzó a nado dejando atónitos a los nativos que nunca habían visto a un blanco nadando con tanta agilidad. Ya en la otra orilla, recorrió varias aldeas tratando de conseguir de algún cacique el permiso para establecerse entre ellos, pero ninguno deseaba "que un cristiano fuera a vivir allí" y le contestaban con evasivas.
Mientras tanto, la enfermedad de González se había agra- vado y el joven español tuvo que quedarse en Caraparí donde Gardiner fué a verlo, cayendo enfermo también él. En vista de esto resolvieron seguir viaje hasta San Luis donde esperaban ser mejor atendidos; allí encontraron a Sebastián Estensoro, el gobernador de la frontera y senador nacional, que se interesó por los proyectos y prometió su ayuda.
Luego fueron a Tarija, donde el fiscal, doctor Carrizo, los recibió en su casa prometiéndoles que presentaría los proyec- tos a la cámara de diputados a la que pertenecía. Cuatro días después, el amable huésped partió hacia Chuquisaca llevando el pedido al gobierno y una carta para el doctor Masterson, el cónsul británico en Bolivia.
Cuando éste se enteró del proyecto, envió una carta a Gar- diner advirtiéndole del peligro que corría debido al fanatismo de los habitantes, que no vacilarían en asesinarle o envenenarle,
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ARNOLDO CANCLINI
antes que permitir la propagación de sus ideas; le pedía final- mente que reconsiderara su actitud y abandonara el proyecto.
El 24 de setiembre de 1846, el diario de Gardiner presenta estas palabras: "Nuestra petición ha sido devuelta con una ne- gativa. Ha sido entregada al Congreso y la decisión está fe- chada el 19 de septiembre. El doctor Carrizo expuso su pesar por nuestro desengaño y nos asegura que tanto el Presidente como el Ministro del Interior accederán de buena voluntad al pedido que hemos hecho". En la misma cana menciona la muerte repentina del doctor Masterson.
En vista de ello, Gardiner se puso en camino a Chuquisaca y llegó el 30 de septiembre, encontrando la ciudad conmovida por la reciente muerte del arzobispo, circunstancia que le im- pidió la entrevista inmediata con el presidente.
Dos días después, Gardiner, acompañado por el doctor Ca- rrizo, logró ver al Ministro del Interior, don Pedro Guerra y al presidente Ballivián, que aseguraron al misionero que no había nada que se opusiera a permitir la ejecución de sus planes que habían sido ligeramente modificados.
Gardiner resolvió volver a Inglaterra, para mandar desde allí a otro misionero que colaborara con González, a quien dejó en Potosí.
El 18 de febrero de 1847 estaba de regreso en Southampton y poco después se ponía en contacto con la sociedad, que resol- vió enviar a Bolivia al señor Robles, otro protestante español. Desgraciadamente, mientras Robles estaba en viaje estalló una revolución en Bolivia que derrocó al gobierno liberal e hizo imposible la obra que los dos jóvenes españoles se proponían llevar a cabo. La Sociedad les ordenó abandonar la empresa y así lo hicieron.
VIII
PRIMER VIAJE A TIERRA DEL FUEGO 1848
Proyecto para una misión en Tierra del Fuego. - Propaganda. La isla de los Estados. - La bahía Banner. - Grandes difi- cultades. - Los indígenas. - Regreso.
Desde hacía mucho tiempo, Gardiner maduraba la idea de trabajar entre los indígenas de Tierra del Fuego y este deseo no desapareció ni aun estando en Bolivia, como lo prueban numerosas referencias que hace a ello en su diario. Una vez terminado, al parecer satisfactoriamente, su último intento, volvió a insistir ante el comité, que se mostró reacio a sus planes. Pero, si era difícil hacer avanzar al comité, más difícil resultaba hacer retroceder a Gardiner. Cargando con sus ma- pas y su entusiasmo, recorrió toda Inglaterra y Escocia ha- blando de los abandonados hermanos fueguinos. Su ardor era contagioso y muchos que antes miraban su plan como una utopía, comprendieron que era realizable y le prestaban ayuda.
Sin embargo, no todo eran rosas; muchas veces sólo con- siguió reunir un público muy escaso y en una ocasión no con- currió nadie a la anunciada conferencia; después de aguardar un rato, Gardiner guardó sus mapas y se fué, encontrándose en la calle con un conocido que, después de disculpar su propia ausencia, preguntó cómo había estado la reunión. "No muy buena, pero mejor que otras veces", fué la respuesta. "¿Cuántos oyentes tuvo?", le preguntó entonces el amigo, a lo que Gar- diner contestó sencillamente: "Ninguno, pero es mejor no tener reunión a tenerla mala."
Finalmente tuvo que convencerse de que no conseguiría reunir los fondos para una expedición bien organizada v en- tonces resolvió presentar al comité un plan de menos exi- gencias que, con éxito o sin él, sería un paso adelante y una correcta fuente de información.
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ARNOLDO CANCLINl
Se proponía llevar consigo dos marineros y un carpintero, con un bote, dos chozas y provisiones para seis meses. Eligió para establecerse la isla de los Estados desde donde podría alcanzar fácilmente tierra firme. El comité consintió y él hizo todos los preparativos. Consiguió los hombres, entre los que se encontraba el carpintero José Erwin.
El 7 de enero de 1848, todos se embarcaron en la Clymene que iba desde Cardiff a Paita, Perú, y a las nueve semanas estaban a la vista de la isla de los Estados. El tiempo estaba tan tempestuoso que hacía imposible entrar al puerto Van- couver, que era el elegido y Gardiner resolvió entonces cam- biar el sitio y establecerse en la isla Lennox o en Picton, más al oeste y al sur de la isla grande.
Al día siguiente, estuvieron en la isla Lennox y de allí fueron en bote a una ensenada en la costa norte de Picton, a la que Gardiner llamó Banner Cove (Ensenada de la Bandera); una pequeña isla que la cierra fué llamada Garden (Jardín) por su hermoso aspecto. En algunos mapas argentinos la isla apa- rece con el nombre de Gardiner, lo que se debe a un error aun- que nada sería más justo que perpetuar esa denominación.
Bajaron a tierra para pasar allí la noche. A la mañana, el jefe del grupo leyó el capítulo treinta y cinco de Isaías y luego dirigió una oración. Después abrieron un par de latas de carne conservada y encontraron que estaban echadas a perder, por lo que la ración se vió reducida a galletas.
Fueron entonces nuevamente a Lennox en busca de la Clymene lo que les costó nada menos que quince horas de remo, por lo tempestuoso del tiempo. Al llegar a la isla, no le hicieron en el mismo lugar donde estaba el barco y se vieron obligados a hacer un fatigoso viaje por tierra, después de comerse la última de las galletas.
La gente de la Clymene se dedicó por su parte a la búsqueda del grupo, pero sólo se pudo guiar cuando vió una hoguera que habían encendido para secar sus ropas; finalmente, a las nueve de la noche, nuestros amigos volvieron a bordo, después de dos días y tres noches de ausencia.
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Al día siguiente, fué recuperado el bote y aparecieron los primeros fueguinos, que subieron a bordo; las mujeres iban apenas cubiertas y totalmente desnudos los hombres.
Luego, la Clymene fué a Banner donde dejó nuevamente el grupo que comenzó a edificar un depósito. Apenas lo habían terminado, aparecieron una cantidad de salvajes, que aunque no se mostraron decididamente hostiles, eran tan ladrones que se hacía necesario estar constantemente cuidando los alimentos.
Mientras Gardiner estaba escribiendo su diario, entró un salvaje y tomando el tintero lo volcó sobre el papel. Era abso- lutamente imposible dejarlos entrar en la casa; hacían señas a los blancos para que se fueran a dormir, con el evidente propósito de entrar al depósito y robarles todo lo que fuera posible.
Gardiner pensaba en lo que ocurriría cuando volvieran los salvajes en grandes grupos; mientras unos y otros estuvieran en número más o menos parejo contaban con una relativa seguri- dad, pero si ios salvajes llegaban a ser muchos más, era difícil prever qué ocurriría. Mientras tanto, no se podían alejar ni a pescar ni cazar. Con gran dolor, el misionero comprendió que había fracasado una vez más, porque era imposible permanecer en ese lugar con tan escasos medios y resolvió regresar. Antes de hacerlo, soltaron una pareja de cabras y plantaron algunas verduras. Luego la Clymene reanudó la navegación hasta el Perú.
Ya en viaje, Gardiner volvió a su compañero inseparable, su diario, y en él esbozó el siguiente plan:
"Hay sólo un método seguro y eficaz para vencer la grave dificultad, que es el único impedimento para el intercambio con estos pueblos bárbaros . . . Una misión fueguina, por el mo- mento, debe necesariamente ser flotante. En otras palabras, un barco misionero anclado en el estrecho debe ser el sustituto de una casa misionera levantada en la orilla.
"No es necesario un gran velero. Recomendaría un queche o bergantín de unas ciento veinte toneladas, con un capitán y siete hombres. Debe llevar provisiones para doce meses, pero las tres cuartas partes deben ser dejadas en las Malvinas, a
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ARNOLDO CANCLINI
donde deben llevarse más provisiones desde Inglaterra según lo requiera la oportunidad, y dejadas a cargo de un agente nom- brado al efecto. Sería recomendable que el barco misionero tocara en las Malvinas cada tres meses a fin de llevar las cartas y diarios y recibir comunicaciones desde Inglaterra."
El 17 de mayo llegaron a Paita; Gardiner viajó un poco por el Perú y luego se reembarcó una vez más rumbo a Inglaterra, para llegar a Southampton el 4 de agosto de 1848.
IX
LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE 1849 - 1851
Propaganda. - Nuevos planes. - Ricardo Williams, Juan Maid- ment y demás compañeros. - Viaje a Picton. - Exploraciones en el canal. - Radicados en Puerto Español. - Carteles en Banner. - El escorbuto y el hambre. - Muerte de Badcock. Poesías y anotaciones en el diario de Gardiner y Williams. Sufrimientos. - Fe inquebrantable. - El fin.
Gardiner no consideraba que su último viaje hubiera sido un fracaso; había sido, sencillamente, una exploración necesaria del terreno. Por esa misma razón, al volver a su país, reinició la propaganda en favor de la misión en Tierra del Fuego.
Cuando oyó hablar del éxito de los moravos en Groenlan- dia se trasladó a Herrnhut, en Silesia, donde estaba la sede de la misión, para interesarla en su proyecto. Pero los moravos habían resuelto comenzar obra en Australia y en la costa de los Mosquitos, Honduras, y no podían ocuparse de otro esfuerzo. En 1850, recibió la respuesta definitiva, que era negativa.
De regreso a Inglaterra, la Misión lo autorizó para iniciar la recolección de fondos y él reinició entonces sus viajes por In- glaterra. En uno de ellos conoció al pastor Jorge Pakenham Dcspard, de Redlands, cerca de Bristol, hombre de extraordi- nario coraje y energía además de una gran piedad, quien sería,
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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en el futuro, el alma y corazón de la misión. Cuando el doctor Ritchie, designado secretario de la misión en lugar de Brome- field, que había renunciado a su cargo por razones de salud, se vió obligado a su vez a hacerlo por la misma causa, el puesto vacante fué ofrecido a Despard, quien lo ocupó definitivamente en marzo de 1850.
Como, a pesar de todos los esfuerzos, parecía imposible re- unir todos los fondos necesarios, Gardiner cambió, a su vez, los planes y propuso que en lugar de comprar un bergantín, se adquiriesen dos lanchas de veintiséis pies (ocho metros) de largo, dos falúas y provisiones para seis meses. Proponía tam- bién que como tripulación se emplearan pescadores de Cor- nualles, acostumbrados a las lides del mar de Irlanda y del canal de la Mancha. Con estas embarcaciones, se proponía ir a Wulaia en la isla Navarino, en busca de Jemmy Button, el protegido de Fitz Roy, dejado allí en 1831. Finalmente, el plan fué acep- tado y se autorizó a Gardiner a hacer lo que él juzgara opor- tuno. Cuando él creía ya imposible reunir los fondos nece- sarios, miss Jane Cook, una dama de Cheltenham, hizo una donación de setecientas libras, que solucionó el problema fi- nanciero.
Luego se publicaron avisos en los periódicos religiosos, pi- diendo voluntarios para ocupar el puesto de catequista o maes- tro de religión en la peligrosa misión.
Este aviso cayó en manos de Ricardo Williams, cirujano de Burslen, que tres años antes había dejado de ser ateo e ingre- sado en la iglesia metodista. Tenía treinta y cinco años y era soltero. Habiéndose presentado al comité, previo un examen teológico, fué aceptado. Juan Maidment, el otro catequista, fué recomendado por la Asociación Cristiana de Jóvenes de Londres y también fué aceptado.
El resto del grupo lo formaban el carpintero José Erwin, que había acompañado a Gardiner en su viaje anterior, y tres marineros de Mousehole, cerca de Penzance, en el extremo de Cornualles, los tres de nombre Juan: Badcock, Bryant y Pearce, que habían vivido juntos su vida de pescadores y de cristianos.
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ARNOLDO CANCLIN1
Las lanchas y los botes fueron construidos en Liverpool; a las dos primeras se las llamó Pioneer y Speedivell. Embarcados en el velero Ocean Queen, que iba de Liverpool a San Francis- co, los ocho componentes del grupo partieron el 7 de septiembre de 1850 hacia las orillas de las que no regresarían jamás. Re- cordando ese momento, mister Ritchie decía: "Parecían llenos de esperanza y animados por un celo elevado y santo hacia la gran causa en que estaban por ingresar, y a juzgar por sus miradas llenas de vida y animación, estaban también preparados como no lo estuvo otro hombre, para las fatigas v privaciones que tenían por delante."
El 29 de noviembre, Williams escribía en su diario: "Vier- nes 29 de noviembre. Hov a la una v media de la madrugada tuvimos la primera vista de las montañas de Tierra del Fuego. Alrededor de las cuatro y media el capitán Gardiner me des- pertó, diciendo que la tierra estaba a la vista. Me levanté y fui a cubierta. Por cierto que allí estaba la Tierra del Fuego; sus montañas y picos nevados surgían entre los vapores del cielo matutino y Ia tierra de Fueguia nos lanzó una débil y fría sonrisa."
Al día siguiente, expresaba así su primera impresión del territorio fueguino: "Sin duda, Fueguia, la tierra de las tinie- blas, el país de la oscuridad, presenta una escena de salvaje desolación. La tierra y el clima se complementan: la una ás- pera y desolada, el otro oscuro y tempestuoso. Unas pocas, sólo unas pocas sonrisas estimulantes ha irradiado el sol y las frías nieves de las rudas moles de la isla de los Estados presentan un aspecto antinatural y parecen cada vez más pálidas bajo la influencia vivificadora de la luz. Si así es el país y así es el clima, tenemos razón para esperar que la gente no se quedará corta en su congruencia con ambos. . . ¡Qué diferen- cia hav entre lo que se aprende levendo y lo que se adquiere por la experiencia personal de las cosas! ¿Es que he de ate- morizarme? No; la hora ha llegado v aunque nunca había imaginado lo que habría de encontrar, no estov desapercibido en lo más mínimo para la lucha, porque no debo aferrarme a
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mis propias fuerzas sino prepararme yo mismo para el en- cuentro."
El 4 de diciembre encontramos expresiones de más ánimo: "Ciertamente de gracia me ha bendecido el Señor sacando de mí toda duda, removiendo todo temor, confirmando mis es- peranzas y fortaleciendo mi corazón. Por su gracia, he podido subyugar mi corazón alegre y voluntariamente a una completa obediencia y entregarle a Él todo mi ser para que haga con- migo como bien le pareciere. He visto claramente que todo ha sido ordenado por Dios v que Él coronará el trabajo con abun- dante éxito."
Al día siguiente, fondearon en la bahía Banner, en Picton, y los tripulantes fueron a tierra en busca de cabras; de las dos que cazaron una resultó ser Nancy, una de las que Gardiner había dejado en su viaje anterior. Mientras tanto, en la isla Garden, se veían tres familias indígenas entregadas a la pesca.
El 6 fueron a tierra y construyeron sus chozas y el 7 le- vantaron a su alrededor un cerco muy resistente, al que sólo dejaron una pequeña abertura.
La Ocean Queen estuvo fondeada en Banner hasta el 19 de diciembre; partieron no sin antes hacer una reunión de despe- dida a bordo y, como buenos marinos, vitorearon los nombres de los que quedaban.
Se recordará que el plan de Gardiner era ir hasta Wulaia y, para ello, el mismo día que quedaron solos comenzaron a buscar un puerto en la costa norte del Beagle. Embarcados en las lanchas descubrieron un lugar abrigado que llamaron Brome- field. Esta pequeña expedición resultó terriblemente azarosa, pues las dos lanchas se separaron y sus ocupantes temieron por la suerte de los que viajaban en la otra. El resultado fué la pérdida de los botes y el ancla del Speedivell.
Hicieron un nuevo viaje a Bromefield y, como no tenían botes, se quedaron fondeados. Al amanecer, los despertó una gran gritería y se encontraron con que el Pioneer estaba va- rado y que un gran número de indígenas los miraba desde la costa. El Speedivell no estaba a la vista. Gardiner y sus com-
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ARNOLDO CANCLINI
pañeros — Maidment, Pearce y Brvant — bajaron a tierra con armas en la mano y se arrodillaron a implorar la bendición di- vina. Hicieron algunos regalos a los nativos, pero fué imposi- ble trabar relación con ellos; pronto apareció el Speedivell que se había retrasado y, cuando la marea reflotó a su compañero, volvieron a Banner.
Comprendiendo que les sería difícil navegar con las lanchas tan cargadas, resolvieron enterrar todo lo que les fuera posible. Al vaciar el Speedivell, hicieron una terrible comprobación: no tenían más que un frasco y medio de pólvora. El resto no había sido desembarcado de la Ocean Queen. Privados así de alimentarse con lo que pudieran cazar, escondieron cuidado- samente las provisiones que habían adquirido un valor extra- ordinario.
Pronto tuvieron que abandonar la idea de comerciar con los nativos v aun de entenderse con ellos porque, para su desasosiego, los fueguinos se estaban provevendo de lanzas y de grandes piedras, lo que hacía presumir que no tenían buenas intenciones.
Los misioneros se dirigieron rápidamente a puerto Lennox, pero como no era suficientemente seguro para las embarca- ciones, volvieron a Bromefield. Esta vez el viaje les fué fácil, pero al llegar encontraron tan gran número de indígenas que Gardiner resolvió navegar hacia el este y refugiarse en Puerto Español.
Este lugar se encuentra dentro de la gran bahía llamada Aguirre y no es visible desde los barcos que pasan por el canal. Es poco protegido y desolado y por eso no se encontraba en la ruta de los barcos que hubieran podido prestarles auxilio. Se ha criticado esta resolución de Gardiner, que aparentemente contradice su habitual prudencia y capacidad, pero no es así y la elección de ese lugar tan desagradable tenía una importante razón de ser. Dado que Puerto Español estaba alejado del canal y no ofrecía medios de subsistencia era lógico suponer que los indígenas no lo visitaban v así era en efecto. Protegidos de tal modo de los nativos, que eran el más grave peligro de la
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región, Gardiner y los suyos podían, cuando lo necesitasen, ir en busca de las provisiones que habían dejado en Banner a pocas horas de navegación.
Dentro del puerto, encontraron una hermosa ensenada que llamaron Earnest Cove (Ensenada Ferviente), donde desem- boca un río de poca extensión, al que pusieron el nombre de Cook en homenaje a la dama que había hecho posible el viaje. Esto ocurría a fines de enero.
El 1"? de febrero se desencadenó un fuerte huracán dentro del puerto y el Fioneer fué arrojado contra las rocas y luego contra las raíces de un árbol que yacía en la playa. Los ocu- pantes se refugiaron momentáneamente en una caverna que recibió el nombre de Pioneer, pero más adelante volvieron a la embarcación que fué trasladada más arriba y completada con una carpa.
Pronto una nueva desgracia los obligó a confirmarse en el plan de no irse de allí: la enfermedad. Williams fué el primero que se sintió atacado por violentos escalofríos que evidenciaron síntomas de escorbuto. Poco después, Juan Badcock presen- taba idénticos síntomas. A fin de dejar más lugar a los enfer- mos, Gardiner se hizo un pequeño refugio con sogas y lonas bajo una roca prominente v lo llamó "H ermita ge" (Ermita), pero fué destruido por el fuego con el que inútilmente pro- curaba calentarse.
En un momento en que Williams se encontraba algo me- jorado, fueron todos a Banner con un doble propósito: traer las provisiones que habían enterrado allí y dejar alguna señal para los barcos que pudieran pasar. Recuperaron un barril de carne de cerdo salada y tres de galletas, pero cuando fueron en busca de las cabras de la isla comprobaron que habían des- aparecido. Luego enterraron varias botellas, dentro de las cuales pusieron sendas notas que decían lo siguiente: "Hemos ido a Puerto Español que está en la isla grande, no lejos del cabo Kinnaird. Tenemos enfermos a bordo, nuestras provi- siones están casi completamente terminadas y si no somos ayu- dados pronto, moriremos de hambre. No pensamos ir a la isla
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ARNOLDO CANCL1N1
de los Estados, sino quedar en una isla del costado oeste de Puerto Español hasta que el velero venga en nuestra ayuda."
Sobre el lugar, colocaron estacas y pintaron cruces blancas en el suelo; después, en dos rocas pusieron los siguientes car- teles con grandes letras: "Id a Puerto Español" v "Nos encon- traréis en Puerto Español."
Antes de que pudieran concluir este trabajo, fueron moles- tados por los indígenas que llegaron a cortar la amarra de la balsa que les servía de bote de desembarco v que sólo pudo ser recuperada después de grandes esfuerzos.
Volvieron a Puerto Español para reiniciar la vida en una terrible rutina. Los dos enfermos fueron colocados en un cama- rote del Speedivell v Brvant v Ervvin ocuparon el otro. Gar- diner, Maidment v Pearce se quedaron en el Pioneer, techado con una carpa.
Sobre ellos cavó el invierno. Era el invierno fueguino, con sus huracanes, sus ventizcas y nevadas, duras de soportar para cualquiera, pero terribles para aquellos hombres enfermos v hambrientos. Sin embareo, su fe no decaía. El 18 de abril, cuando Brvant enfermó, Williams escribió en su diario: "Aun- que estamos pobres v débiles, nuestra vivienda es un verdadero Bethel para nuestras almas v Dios está aquí, consolación ésta que sentimos v sabemos. . . El capitán, que misericordiosamente conserva buena salud, vino sin míster Maidment, que está en- fermo, para el culto de hov, viernes santo . . . Esta noche, un hielo duro como una garrapiñada blanca, cubre el techo."
Pocos días después, una terrible tempestad derribó la carpa del Pioneer y Gardiner, Maidment v Pearce tuvieron que vol- ver a la caverna para su seguridad. El Speedivell fué fondeado en el río Cook, por lo que ambos grupos estuvieron más sepa- rados uno del otro. Pearce fué el último que quedó a cuidar de los enfermos pues Badcock estaba cada vez peor.
Fueron probados todos los métodos de pesca que podían intentarse con los reducidos medios que poseían, pero dieron muv poco resultado. Capturaron un zorro, al que cocinaron v comieron completamente. El 8 de mavo el diario de Gardiner
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dice lo siguiente: "Caverna Pioneer, 8 de mayo de 1851. «Si anduviese yo en medio de la angustia, tú me vivificarás; por tanto a ti, oh Jehová Señor, miran mis ojos; en ti he confiado.» Salmo 138:7 y 141:8." Luego continúa con párrafos que en el idioma original, están en poesía:
"Aunque les acontezca cualquiera de los males terrenales
en medio de la tormenta, seguros van;
llenas de paciencia están sus almas.
Hijos de aquel cuyo vigilante ojo
a los cautivos mira cuando claman,
¿por qué temen al inminente mal?
Que todos sus cabellos están contados saben
y que ni un pequeño gorrión ha de caer
sin la soberana voluntad del Padre.
Aunque en derredor todo sea tinieblas y tristeza
y no aparezcan ni estrellas, ni sol, ni luna
y se seque todo Cherith terrenal,
al espíritu que cae la fe levanta
y endulza toda copa amarga
y un saludo ve en cada nube.
El Señor que dio, sin duda quitar puede mas no quebrará la cascada caña, pues no ignora que polvo somos. Comida y aceite pueden faltar,
por mucho tiempo prevalecer podrá la tormenta arrasadort, pero aun así en su promesa creyendo seguiremos.
Cuando algo nos niega en su sabiduría,
con un don más precioso lo su ole por su gracia:
una paz que el mundo no puede dar jamás.
Aunque nada nos quede, abandonados no estamos;
quédanos aún lo más precioso:
la roca de la cual brota el agua de la vida.
Venga pues lo que viniere, humildemente esperamos
pues nunca extendió su brazo demasiado tarde;
la promesa no fallará; fallar no puede.
Aunque oscura sea la noche, la mañana ha de brillar;
a los suyos no olvidará el Señor.
La plegaria de fe ha de prevalecer
y hemos de estimar dulce la prueba
que nos ha postrado para esperar a sus pies."
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ARNOLDO CANCL1NI
El 23 de mayo, acostado en el lecho del que no habría de salir, Williams escribió estas palabras admirables, inexplicables para quien no alcance a comprender su fe en Dios: "Oh Jesús bendito, Mediador e intercesor; en tus manos encomiendo a mis amados; prevalece Tú eficazmente ayudando a cada uno para que todos reciban tu Santo Espíritu y el don de la vida eterna como bendición propia y dales también la gloria sem- piterna del Padre en un mundo sin fin. Amén. Ah, soy feliz día y noche, hora por hora. Dormido y despierto soy feliz más allá de lo que pueden expresar las palabras y del pobre alcance de mi lenguaje; mi alegría está con Aquel cuyos goces han estado siempre con los hijos de los hombres. Mi corazón y mi espíritu están en el cielo de los benditos. He sentido cuán santa es tu compañía, he sentido cuán puro es tu afecto y me he lavado en la sangre del Cordero y he pedido al Señor mi vestidura blanca para que yo también pueda estar comprendido en el brillo del día y estar con los hijos de luz"
A fin de mes, otra tormenta estuvo a punto de destrozar los restos del Pioneer que fueron cambiados de lugar, pero la Palabra de Dios permanece para siempre y en el diario de Gar- diner aparecen citados estos versículos, seguidos de una nueva prueba de su inspiración poética. "Aguarda a Jehová, esfuérzate v aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová." (Salmo 27:14.)
"En el cielo descansan los peregrinos cristianos,
donde todos son santos, todos son benditos,
donde no hay noche,
ni sol ni luna podrá agregar un rayo
a ese día refulgente y sin fin,
donde todo brilla
y los santos contemplan con rostro ansioso ía gloria de la gracia redentora.
¿Y por qué ha de haber noche aquí abajo,
aun en este mundo de pecado y llanto
donde habitan los cristianos?
Cuando Egipto sufrió aquella noche tenebrosa,
en Gosén todo era claridad y brillo
y la alegría pudo manar
de los corazones agradecidos guardados en seguridad cuando en su redor el juicio todo lo arrasaba.
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Dejemos que alienten nuestros espíritus estas dulces palabras
que salvaron los temores de los discípulos:
"No temáis. El, que pudo calmar la tempestad,
puede guardar nuestras almas en perfecta paz,
si en El reposamos y reconocemos que debemos esperar
pues ninguna bendición llega demasiado tarde."
Caverna Pioneer, 4 de junio de 18$ 1.
Cuatro días después, la red que usaban para pescar fué des- trozada por el hielo; el único comentario de Gardiner fué el siguiente: "Así ha visto bien el Señor destruirnos otro medio de subsistencia, sin duda para hacer más evidente su poder y para mostrarnos que toda ayuda viene directamente de Él."
La siguiente poesía, escrita el 10 de junio, está encabezada por dos versículos: "La noche ha pasado y ha llegado el día", Romanos 13:12, y "Corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta, puesto los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús." Hebreos 12:1-2.
"Cuando marchan a la tierra celestial los peregrinos
viajando a través de la selva
con acechanzas a cada paso chocan;
en derredor presionan astutos enemigos,
en su camino surgen cruces
hasta el punto final del viaje.
Hasta que la noche del dolor haya pasado, tormentas y tribulaciones marcan el camino, pero confiamos llegar finalmente a las brillantes regiones de un día infinito donde santos redimidos el rostro adoran, el rostro que pecados y tristezas quita.
Adelante, pues: avanzando seguiremos con alegría, aunque débiles y abatidos.
Menos duro es el viaje, con cada conflicto vencido; un camino más fácil nuestra ruina provocar podría. Las tribulaciones endulzan la promesa y al trono de misericordia nos acercan.
¡Cuán pocos son los males que hemos soportado' ¡Cuan hviana la carga que llevamos!
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ARNOLDO CANCLINI
La gracia endulza la más amarga prueba
Del mas oscuro cielo la fe puede correr el velo
y nuestra pérdida tórnala en ganancia.
y hacer que al Padre Celestial cercano le veamos.
Por brazos sempiternos levantadas,
las almas confiadas caer no pueden;
salvas ya en el arca, no les alarman las tormentas
o si a la margen del Jordán están
y Satán aun allí las quiere perseguir,
seguras Cristo las mantendrá.
Ciñamos pues de nuevo nuestros lomos
y apoyémonos en nuestro Guía celestial.
No confiamos en carnal brazo
y de bandera nos proveerá el Señor;
y cada prueba que encontremos
más cerca de sus pies nos llevará.
Y cuando lleguemos a la feliz orilla
y estemos en presencia de Emmanuel,
confesar habremos, si antes no lo hubiéremos hecho,
que con amor y sabiduría planeado todo estaba
y que si de un castigo nos hubiera privado,
de una bendición menos participado hubiéramos."
Al día siguiente, Erwin cayó enfermo y, fuera de Gardiner, todos notaban ya terribles síntomas. La poca pólvora que les quedaba era empleada con el mayor cuidado; en dos ocasiones, dieron muerte a cinco avutardas con una sola carga de perdi- gones, que usaban únicamente en el caso de que las aves estu- vieran muy juntas.
El 16 de junio, aparece otra poesía en el diario del capitán:
"Coraje, camaradas, ¡avanzad!
No dejéis que desvanecedoras tormentas os desmayen.
Las selvas cruzar debemos
antes de alcanzar el final del viaje.
Delante nuestro se extiende una bendita orilla
do jamás atacan ni pecado ni dolor.
No hay camino áspero ni atemorizador
ni áridas selvas espinosas,
sino torrentes de vida que fluyen cercanos
y Uno más próximo, que nuestros pasos guía.
Sólo la incredulidad oculta
las bendiciones que nuestro Dios provee.
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA" 79
En la más oscura noche de aflicción, cuando nuestra calabacera terrenal se seca su más suave vuelo el espíritu realiza y a la región de un día sin fin se remonta. En esa pura luz se siente sereno y calmo el atribulado espectador.
Porque saber es nuestro privilegio
que cualquier sufrimiento sea el que soportemos, N es la mano de un Padre la que aplica el golpe; es sólo la señal de hijos que llevamos.
Tomad coraje, pues, el viaje es corto; estas livianas aflicciones pronto cesarán; aquí lejos por la gracia traídos hemos sido, y la gracia aun vigila nuestros pasos."
La última de estas poesías fué escrita cuando ya admitía lo terrible de la situación y la posibilidad de que el barco de soco- rro no llegase. Dice así:
"Señor, a tus pies caigo humildemente y te entrego todo cuanto tengo. Todo lo que en tu amor reclamas que falte es mejor por cuanto es tuyo.
Y finalmente, sobre la roca eterna
he de oír golpear la tempestad;
la copa que mi Padre celestial prepara,
aunque amarga ahora, pronto dulce habrá de ser.
Mas si han de romperse sobre mí tus olas,
cuando llegue el sufrimiento, la necesidad o el dolor,
esta sola petición haré:
que arda mi fe y permanezca mi amor permite.
Manténme en la hora de la prueba,
no permitas en mí pensamiento murmurador;
hazme sentir tu poder vivificante
y a alabar las cruces aprenderé."
Una semana más tarde, el 28 de junio, era el cumpleaños de Gardiner y, al recordarlo, escribía estas palabras en su diario:
"¿Quién soy yo, Señor Dios, para que Tú me traigas aquí?" (2 Samuel 7:18). Estamos ahora por la Providencia en circuns-
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ARNOLDO CANCLINI
tancias que ponen en prueba al hombre . . . pero yo no voy a estar ansioso por eso; estamos ahora en el servicio del Señor y Él está lleno de gracia y compasión. Aunque tengamos tristeza, tendrá compasión según sus bondades. Yo sé que está escrito: "A aquellos que buscan a Dios no les faltará ninguna cosa que sea buena" y otra vez "Cualquier cosa que el Señor en su bon- dadosa providencia nos quite, no es más que lo que Él nos ha dado". Pero aun te ruego que, si es tu voluntad, mires con compasión a mis compañeros y a mí, maltratados por falta de alimentación, y nos proveas con lo necesario, pero, si no es así, que se cumpla tu voluntad. Pueda yo aprender sumisión com- pleta de mi voluntad a la tuya, que todo orgullo muera en mi corazón. Señor, te ruego que Tú seas honrado en mí, sea para vida o para muerte, y que nunca me aparte de ti. Sosténme por tu gracia y guárdame de tribulaciones, de murmurar y de no creer y que el sincero lenguaje de mi corazón sea en toda cir- cunstancia el de "Dios dió, y si el Señor ve bien sacar a cual- quiera de su bienestar y quitarle todo, aun así, santificado sea el nombre de Dios; Él hizo todo bien". Una petición más ele- varé a tu trono de gracia, oh Señor bondadoso: ruégote que prepares un camino para que tu siervo pueda llegar a los pobres paganos de estas islas. . . Concede, oh Señor, que seamos ins- trumentos en tus manos para empezar esta gran tarea; pero si Tú ves que en tu providencia somos obstáculos en tu camino y que debemos sufrir y morir aquí, te ruego que alces a otros y mandes obreros a esta mies. Que sea para la manifestación de tu gracia y de tu gloria, pues nada es imposible para ti. . . v llegue pronto el día en que el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo sea manifestado, no aquí únicamente, sino en todas partes, en cada nación, pueblo y tribu y sean levantados ruegos v gracias y ofrendas puras de las multitudes que están ahora en la oscuridad."
Mientras escribía estas palabras, la muerte se había posado en el Speedivell; Juan Badcock habría de ser ia primera víc- tima. Estaba echado en la cabina, junto a Williams y, al sentir que llegaba su hora, pidió a su compañero que cantara un
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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himno con él. De sus débiles labios partió la famosa tonada que acompaña a las palabras de Wesley:
¡Elévate, alma mía, elévate! ; Sacude tus temores!
El cruento sacrificio se presenta en mi ayuda. Delante del trono está mi certeza. Mi nombre está escrito en sus manos.
Pocos minutos después, su alma había llegado delante del Trono y, al día siguiente, su cuerpo fué enterrado en un lugar cercano. El 30 de junio, Gardiner y Maidment fueron desalo- jados de la caverna por la marea. Fueron al Pioneer, pero, como la pleamar amenazaba con arrastrarlo, se refugiaron debajo de una roca. El mar continuó avanzando y tuvieron que ir al bos- que donde no podían protegerse de la lluvia. A duras penas llegaron al Speedivell, donde el fiel Erwin insistió en dar su lecho al hombre que amaba y él, enfermo como estaba, pasó la noche levantado junto a Bryant. Apenas lo permitió la marea, Gardiner y Maidment volvieron al Pioneer.
La situación se iba haciendo cada vez más difícil. El 4 de julio el capitán escribió lo siguiente, respecto a las provisiones: "Nuestra parte de carne y galleta (lo de la caverna) terminó el miércoles, de modo que ahora nos queda medio pato, alre- dedor de media libra de carne salada, otro tanto de té en mal estado, una pinta de arroz, dos panes de chocolate, dos pintas de papa, a lo que quizá se deba agregar seis ratones. La inclu- sión de estos últimos en la lista de nuestras provisiones quizá extrañe a alguno de nuestros amigos si llega a sus oídos pero, en la situación en que estarnos, participamos de ellos con gusto y hasta ahora hemos comido varios; son tiernos y tienen gusto a conejo. Pero, al notar nuestras necesidades no he de terminar sin expresar gracias a Dios por las mercedes que ha otorgado a cada uno de mis sufrientes compañeros que, con la mayor alegría, lo soportan todo sin una murmuración, aguardando pacientemente el tiempo del Señor para que Él los libre, listos, si esa fuere su voluntad, a languidecer y morir aquí, sabiendo
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ARNOLDO CANCL1NI
que cualquier cosa que Él haya señalado será para su bien. Mi oración es que el Señor, nú Dios, sea glorificado en mí, en cualquier cosa que nos ocurra en la vida o en la muerte."
Posiblemente fué en uno de esos días que uno de ellos pintó una mano señalando la caverna, debajo de la cual fué puesta esta inscripción: "Salmo 62:5-8." Estos versículos dicen: "Alma mía en Dios solamente reposa; porque en Él es mi esperanza. Él solamente es mi fuerte y mi salud, es mi refugio no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está la roca de mi fortaleza y mi refugio." En los diarios este hecho no aparece señalado pero, en la Biblia de Gardiner, están marcados estos dos versículos y al lado dice: "Julio 5 de 1851" y al fin del sagrado volumen hay una hoja en blanco con la misma cita v estas palabras: "Caverna Pioneer, 5 de julio de 1851."
A fin de mes la salud había mejorado en general. Envin se consideraba sano y Brvant estaba bastante mejor; Pearce esta- ba bastante débil pero podía avudar a sus compañeros en la tarea de juntar mejillones, lapas y cachiyuyos, especie de alga co- mestible de gran tamaño, muy abundante en los mares antár- ticos. También comían una especie de apio silvestre. Colgaron un mantel de la rama de un árbol para llamar la atención de alguien que pudiera pasar.
El 27 de julio encontramos la nota más breve del diario de Gardiner: "Mr. Maidment encontró un pescado pequeño cerca de la caverna; era del tamaño de un arenque pero total- mente sin escamas y de color plomizo."
El diario de Williams termina con las siguientes palabras: "Mucho más podría agregar, pero los dedos me duelen de frío y debo envolverlos en ropa, pero mi corazón, mi corazón está ardiente, ardiente con agradecida alabanza y amor a Dios, mi Padre y mi Redentor."
Llegamos así al mes de agosto. Preferimos dejar ahora la palabra al propio Gardiner. Reproducimos completo el último mes de su diario porque creemos que su sencillez y profundidad relata la historia con más claridad v emoción de lo que podría- mos hacerlo nosotros.
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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"7 de agosto. — Hace once meses que partimos de Inglate- rra a este país y hemos sido benignamente preservados de muchos peligros y tribulaciones. El Señor en su providencia, ha creído bien traernos muy bajo y remover muchas de las bendiciones de las que habíamos sido partícipes, pero todo es por su infinita sabiduría, misericordia y amor. Estos períodos de aflicción están todos señalados, medidos y limitados por un Dios de misericordia que no aflige por placer sino para nuestro bien. Conoce nuestra condición, acuérdase que somos polvo y con cada prueba que imparte a aquellos que ponen su alma en Él, ha de fortificarles suficientemente para su día. ¡Cómo he de abrevar los múltiples dones de Dios! ¡Qué inconsciente de las comodidades diarias que he experimentado, indigno aun de la menor de ellas! Señor, ten misericordia de mí, pecador. Permite que sea humillado bajo tu mano poderosa, profunda- mente sensible de mi necesidad de castigo, que no sea tentado por Satanás a quejarme o a despreciar o fracasar, sino a esperar en ti en la posición de un suplicante por la gracia para apro- vechar ésta o cualquier otra disposición de tu providencia. Sé, oh Señor, que hay una profunda necesidad de esta prueba por- que si no Tú no la hubieras enviado, y humildemente te suplico que me otorgues todo el beneficio que Tú me has designado por medio de ella. Haz que me mire en la luz de tu Santa Palabra, que registre y pruebe mi corazón por ella y que tu Santo Espíritu obre en mí la gracia de la verdadera contrición y renueva en mí los dones de amor, fe y obediencia . . . No dejes caer a esta misión aunque no nos sea permitido trabajar en ella, sino levanta otros obreros que puedan llevar la verdad salvadora de tu Evangelio a estos pobres ciegos paganos que hay a nuestro alrededor . . . Apresura el tiempo en que pueda ser dicho de ellos que son un pueblo preparado para el Señor y que, cuando el último día, Tú recojas tus joyas, haya muchos de ellos brillando como las estrellas en el reino de los cielos, envueltos con blancos vestidos y con palmas en las manos rin- diéndote alabanzas y honor y gloria y poder en Aquel que los amó y se dió a sí mismo por ellos. Concede estas humildes peti-
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ciones, te lo imploro oh Señor, por la gracia de nuestro Salvador Jesucristo. Amén. Pioneer Cave. 7 de agosto, 1851.
"/^ de agosto, jueves. — El último domingo, el 10, me sentí tan débil que guardé cama durante todo el día pero ansiando estar levantado tanto como sea posible, sobre todo por míster Maidment. Fui a la caverna los tres días siguientes pero ayer me di cuenta de que el esfuerzo de entrar y salir de nuestro bote y caminar aun esa corta distancia era demasiado para mí y sólo sirve para reducir la poca fuerza que me resta.
"Hoy estoy necesariamente compelido a guardar cama, con poca esperanza de volver a dejarla, a menos que plazca al Señor, en su misericordia y compasión, socorrernos y concedernos el alimento que tanto necesitamos. Lamento esto no por mí, sino porque ello reporta una carga adicional sobre mi amable y ciertamente fraternal compañero que, a menudo, trabaja infa- tigablemente más allá de sus fuerzas para procurar lo necesario para nuestra subsistencia y comodidad.
"A Él debo considerarlo como el instrumento humano a quien debo agradecer por tales cosas, ya que estoy acostado y relativamente sin ayuda y, debido a su estado de debilidad, debo serle una carga y una prueba severa. Pero el Señor ha sido muy bemgno con nosotros; nos han sido provistos alimentos y com- bustible y gozamos de muchas bendiciones, especialmente en la posibilidad que ha sido dada a nuestro compañero de proveer para nuestro mantenimiento, lo que hace siempre con mucha incomodidad para sí, pero siempre con la mayor voluntad. En esto debo señalar la mano de mi benigno Padre Celestial que sabe lo que necesitamos y que ha creído bien, en su sabiduría, llevarnos muy abajo. Él no aflige voluntariamente, hay en todo una necesidad y oro por gracia para recibirlo como un mise- ricordioso medio de llamar al recuerdo al pecador, derribando al orgullo y haciéndome esperar más implícitamente en mi Dios.
"Mi oración a Él es que si, en su abundante compasión, Él ve bien no levantarme con fuerza y prolongar mis días, yo sea más agradecido por sus bondades y sea fiel mayordomo de todo lo que ponga a mi cargo, considerándome a mí y a todo lo
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que poseo, no como mío sino como algo suyo, por lo que habré de rendir cuentas.
"Viernes 15 de agosto. — Hace unos dos meses arranqué algo de hierba de las rocas, la que fué hervida como experimento, por si llegaba el caso de que nos faltara alimento. Resultó ser tolerablemente suave, apetitosa y fácilmente masticable. No pensamos más en ella hasta hace unos días, cuando Mr. Maid- ment encontró dificultad en conseguir lapas y mejillones y los viejos tallos de apio se están poniendo de muy mal sabor y desagradables. Con un poco de práctica en cocinar esta hierba hemos descubierto que es un sustento de lo más providencial. La herviremos hasta convertirla en gluten y no puede dejar de ser muy nutritiva. Ahora es mi principal dieta, ya que las lapas sólo pueden conseguirse en períodos especiales, cuando la marea está alta. La hierba crece en pequeñas ramitas sobre las rocas, tiene una hoja delgada, alechugada y semitransparente y al romperla parece repollo picado, aunque de color verde oliva. Debo agradecer a mi Padre celestial por dirigirnos a ella y proveernos de una dieta tan agradable en nuestra actual ne- cesidad. Esta hierba, que ahora llamamos la hierba de jalea, llegó providencialmente a nuestra olla y descubrimos que se disolvía formando una pulpa glutinosa. Mr. Maidment, que amablemente se ocupa de cocinar, fué inducido a hervirla se- paradamente y así fuimos misericordiosamente provistos de este alimento inesperado y nutritivo. No es improbable que algún día se convierta en artículo de comercio.
"25 de agosto. — El sábado a la tarde vino Pearce (del Speed- ivell) trayendo tristes noticias: José Erwin está decayendo rá- pidamente y no ha hablado desde el día anterior. Mr. Williams lo considera más allá del poder de la ayuda humana. Ayer (24) Mr. Maidment fué hasta el río Cook y encontró que había sido removido de entre nosotros y entrado al descanso eterno a las seis de la tarde. Así uno y otro de nuestro pequeño grupo misionero son reunidos por el Buen Pastor en una heredad mejor, para tareas más elevadas y gloriosas. Los tiempos de nuestras vidas están en sus manos y Él puede levantar a otros
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mejor calificados que nosotros para entrar en estas labores. No podrá haber un agente más activo, consciente y verdaderamente eficiente que nuestro profundamente lamentado carpintero que acaba de partir. Dos veces me ha acompañado a Tierra del Fuego y en todas las ocasiones demostró ser digno de mi mavor confianza y estima. La Sociedad ha sufrido una pérdida que será difícil reparar adecuadamente.
"La hierba de jalea se nos ha hecho últimamente tan indige- rible que apenas podemos tomarla, por lo que nos vemos redu- cidos al caldo de mejillones, con algunas lapas ocasionales. Esta hierba actúa diferentemente según las distintas constituciones. Míster Maidment la ha encontrado muy laxante por lo que ha debido abandonarla. Yo sólo puedo comer la parte blanca de las lapas que es muy nutritiva.
"27 de agosto. — Mr. Maidment fué al río Cook para cele- brar los oficios fúnebres en la tumba de nuestro carpintero, pero no encontró nada preparado.
"Otra brecha ha sido hecha entre nosotros por la providen- cia de Dios. Juan Bryant, que por mucho tiempo estuvo deca- yendo, murió ayer. En ese momento no había nadie con él; estaba en la cama y allí lo encontraron en la mitad del día, habiendo abandonado su tabernáculo terrenal y no dudamos que ahora está gozando con fruición de la bendición de la presencia de Dios, junto con los otros lamentados siervos de la misión que ya han partido.
"Juan Pearce está muy débil. Estamos separados casi por completo ya que no hay más que uno aquí y otro en el río Cook para conseguir leña, cocinar y suplir las necesidades de los que están imposibilitados de abandonar sus respectivos botes y ambos estarían mejor en sus camas que soportando las fatigas de tan abrumadores trabajos. Pero el Señor es muy misericor- dioso y de tierna compasión; conoce nuestras fuerzas; señala y mide todas sus dispensaciones aflictivas y cuando su tiempo haya llegado Él nos removerá a su reino eterno y glorioso o sustentará nuestros languidecientes cuerpos con alimento con- veniente. Oro para que en cualquier estado en que por su sabia
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y benigna providencia yo sea colocado, esté contento y espere pacientemente el desarrollo de su justa voluntad para conmigo, sabiendo que Él hace bien todas las cosas."
Solo en su bote dormitorio, Gardiner escribió una carta de despedida a su hijo, fechada el 27 de agosto de 1851, en En- senada Earnest, Tierra del Fuego. Daremos de ella algunos párrafos:
"El Señor en su providencia está tomando en su seno a uno y a otro de nuestro pequeño grupo misionero y no sé con qué prontitud ha de llamarme con su gracia abundante y su amor redentor, a unirme a la compañía de los santos allá arriba, donde duran los goces para siempre. Es mi deseo, sin embargo, preparar esta carta para ti, para que tengas la última prueba de mi afecto por ti y mi fervoroso deseo por tu bienestar temporal y espiritual ... Si pluguiera al Señor inclinar tu cora- zón para que te dieras al ministerio del Evangelio, luego de las Sagradas Escrituras y los libros devocionales, haz del griego y del hebreo tus principales estudios: el último no debe ser omitido por ninguna razón. La botánica es un estudio muy útil y agradable; si te fueras lejos, el conocimiento de las plantas y sus propiedades te será muy provechoso. También algo de medicina ... El próximo punto es tu profesión y ha llegado ahora el momento en que debe ser elegida. Es un asunto muy grande para decidirlo con rapidez; será el punto en que ha de girar tu vida y tu futura felicidad dependerá en mucho de la elección que hagas. Cuídate de seguir tus propias inclinaciones demasiado de cerca. Hay un solo método de llegar a una con- clusión satisfactoria. Pon todo el asunto delante del Señor, como Ezequías, pídele consejo y no te apoyes en tu propio enten- dimiento y tarde o temprano encontrarás un camino abierto delante de ti, si pides su enseñanza y guía. Cuando finalmente hayas decidido esto, entonces sigue el mismo camino en relación con la esfera particular a que hayas de dedicarte. Pero, te hago afectuosamente esta advertencia: no pienses en entrar al minis- terio del Evangelio a menos que sientas conscientemente que estás constreñido por el amor de Cristo y el sincero deseo de
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ganar almas para Él. . . Tu abuelo me dio esta orden que te re- pito: «Lleva una vida útil» y agregaré: «Toma la Palabra de Dios como tu guía y constátala diligentemente, con oración al Espíritu Santo para que abra tu entendimiento», porque no es el mero conocimiento de su contenido, extendido, aclarado o criticado, lo que te llevará seguro a través de las trampas y ten- taciones de este mundo pecador, sino cuando es recibida como la leche de la Palabra por la que nuestras almas son diaria- mente nutridas y fortificadas; entonces, y sólo entonces, crece- mos por ella y estamos preparados para los cuidados y fatigas de la vida y somos renovados en nuestro hombre interior; así estamos capacitados para comprender la doctrina que profesa- mos y llegar gradualmente a encontrar aquella heredad inco- rruptible e inmaculada que no pasa, reservada para los que viven por la fe en el Señor Jesucristo."
Al día siguiente, redactó una afectuosa despedida a su hija y el 29 escribió una carta a su esposa en la que le decía:
"Si me fuera concedido un deseo para el bien de mis pró- jimos, sería el de que la Misión de Tierra del Fuego fuera pro- seguida con vigor, junto con el trabajo en Sud América, espe- cialmente entre la rama Chilidugu (los indios del sur de Chile). Pero el Señor dirigirá y lo hará todo, porque los tiempos y las sazones son suyos y los corazones de todos están en sus manos."
No hay nada registrado en el diario el domingo 30 de agosto, pero en su libro de oraciones quedan papeles que se- ñalan las lecturas de ese día. Tampoco se mencionan los dos siguientes, pero sabemos que el 2 de septiembre terminó un extenso documento que constaba de las siguientes partes: "Es- bozo de un plan para conducir las futuras operaciones en Tie- rra del Fuego", "Fragmento de un llamado a los cristianos bri- tánicos en ayuda de América" y "Fragmento de un pedido al gobierno para ayuda de la Misión". Este largo memorándum, publicado más tarde por el secretario de la Sociedad, explicaba la forma en que él creía que debía continuarse el trabajo. Fun- damentalmente, la idea era fundar un establecimiento en las islas Malvinas, llevar allí algunos nativos, enseñarles inglés y apren-
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der de ellos el idioma fueguino, para tener así una entrada al resto de los indígenas. Además aconsejaba la compra de una goleta o un bergantín de unas cien toneladas para ser usado como barco misionero.
El resto del diario está escrito con lápiz y comienza tres días antes de su muerte. Es lo que sigue:
"3 de septiembre, miércoles. — Mr. Maidment volvió (de enterrar a José Envin y Juan Bryant) completamente exhausto. El día era malo: nieve, cellisca y lluvia. Desde ese día, no se ha restablecido física y mentalmente. Deseando evitarle la mo- lestia de atenderme y por mutua comodidad, le propuse, en lo posible, ir al río e instalarme en el bote. Esto fué intentado el sábado pasado. Sintiendo que no me sería posible hacerlo sin muletas, Mr. Maidment me hizo un par (dos ramas con hor- quetas) con mucha amabilidad aunque con no poco esfuerzo para su débil estado. Partimos juntos, pero pronto descubrí que no tenía fuerzas para seguir y me vi obligado a regresar antes de llegar al arroyo en nuestra propia orilla. Mr. Maidment es- taba tan exhausto ayer, que no se levantó de su lecho hasta me- dio día; por consiguiente, no he probado nada desde ayer. No puedo dejar el lugar en que estoy y por eso no sé si él está aún en la carne o gozando de la presencia del Dios misericor- dioso, a quien sirvió tan fielmente. Escribo esto a las diez de la mañana. Bendito sea nú Padre celestial por las muchas bendicio- nes que estoy gozando: un lecho confortable, ningún dolor, ni aun las apreturas del hambre a pesar de estar excesivamente débil; sólo que es un gran esfuerzo, pero estoy por su gracia abundante conservado en perfecta paz, refrescado con la me- moria del amor de mi Salvador y en la seguridad de que todo está sabia y misericordiosamente señalado y oro para que pueda recibir toda la bendición que sin duda ha sido designada para que yo goce. Todo mi cuidado está puesto en Dios y sólo es- pero su tiempo y su buena voluntad para que Él disponga de mí como crea mejor. Que yo viva o muera, queda en sus manos. Encomiendo mi cuerpo y mi alma a su cuidado y providencia y oro con fervor para que tome misericordiosamente bajo la
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sombra de sus alas a mi querida esposa y a mis hijos; que los conforte, los guíe, los fortalezca y santifique en todo; que po- damos todos juntos, en un mundo resplandeciente y eterno, alabar y adorar su bondad y su gracia, al redimirnos con su preciosa sangre y sacarnos como de las brasas del fuego para gozar de la adopción de hijos y hacernos herederos de su reino celestial. Amén.
"4 de septiembre, jueves. — Ya no hay lugar r dudas de que mi querido compañero de labor ha terminado sus sufrimientos terrenales y se ha reunido a la compañía de los redimidos, en la presencia del Señor, a quien sirvió tan fielmente. En estas circunstancias fué una providencia misericordiosa que él de- jara el bote, pues yo no hubiera podido mover el cuerpo. Dejó algo de peppermint, que yo he mezclado, lo que ha sido un gran alivio, pues no me quedaba nada para beber. Temiendo que pudiera sufrir de sed, oré al Señor que me fortaleciera para poder conseguir algo. Benignamente contestó mi pedido y ayer me sentí capaz de salir y recoger una cantidad suficiente de agua que goteaba de la popa del bote por medio de uno de mis chanclos de goma. ¡Cuántas bendiciones estoy recibiendo de las manos de mi Padre Celestial! ¡Bendito sea su santo nombre!"
nj de septiembre , viernes. — Grandes y maravillosas son las gracias de amor de mi bondadoso Dios. Me ha preservado has- ta ahora y durante cuatro días aun sin alimento corporal, sin ningún sufrimiento de hambre o de sed."
Aquí terminan las anotaciones del diario. Tenemos aun una carta que escribió a su compañero del otro barco, también con lápiz, v que fué encontrada en la playa, descolorida y ras- gada. Se ha borrado en parte, pero su contenido ha sido re- construido en la siguiente forma:
"Mi querido Mr. Williams:
El Señor ha creído bien llamar al hogar a otro de nuestra pequeña compañía. Nuestro querido hermano que ha partido dejó el bote el martes a mediodía y no ha vuelto desde enton- ces; sin duda, está en la presencia del Redentor a quien sirvió tan fielmente; aun un poco más v por su gracia podremos re-
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unirnos a aquella bendita muchedumbre a cantar alabanzas a Cristo por la eternidad. No tengo ni hambre ni sed, a pesar de cinco días sin comer; maravillosa gracia de amor, a mí, pecador.
Su afectuoso hermano en Cristo.
Alien F. Gardiner
6 de septiembre de 1851." ¡Cuesta creer que estas líneas havan sido escritas por un moribundo a alguien que va hacía varios días que había dejado de existir!
Posiblemente, Gardiner murió ese mismo día y, ante ello, creemos acertado repetir aquellos versículos del Apocalipsis, que su cuñado y primer biógrafo, John W. Marsh, agregó como único comentario a tan glorioso fin.
"Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los man- damientos de Dios y la je de Jesús. Y oí una voz del cielo que me decía: Escribe: Benditos los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen. No tendrán más hambre, ni sed porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas, y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos.''''
EL ANUNCIO LUCTUOSO 1851 - 1852
Causas del retraso. — Hallazgo de los restos por el "John Davison" y el "Dido"
Al ver el terrible fin de aquellos heroicos misioneros, nos sobreviene una duda: ¿por qué no llegó el barco que habría de socorrerlos?
En fecha oportuna, Gardiner había encargado al Señor Sa- muel Lafone, de Montevideo, que algún tiempo después en-
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viara a Banner un navio con provisiones en previsión de cual- quier eventualidad. Pero la falta de éste tenía su explicación: Lafone había enviado ya dos barcos con dicho encargo, uno en enero y otro en junio o julio, pero el primero naufragó en una tormenta y el segundo no cumplió las órdenes recibidas y cambió de rumbo.
Sólo veinte días después de la muerte de Gardiner, par- tió de Montevideo el John Davison, que habría de cumplir con su cometido, aunque ya era demasiado tarde. Iba al mando del capitán norteamericano Guillermo Smiley, que habría de tener una larga actuación en los mares del sur, lo que le reportaría el nombramiento de cónsul.
El 21 de octubre llegaron a Banner, donde encontraron pintado en la roca el cartel en que los misioneros declaraban haber ido a Puerto Español. Luego, siguiendo las instrucciones cavaron al pie de la roca y encontraron dentro de una botella una nota explicativa.
Al día siguiente, presintiendo lo peor y a pesar del hura- cán que estaba soplando, Smilev fué apresuradamente al lugar indicado. "Corrimos a Puerto Español", dice en su diario.
Apenas llegaron encontraron al Speedivell y al bajar a tie- rra se presentó a su vista "un espectáculo horrible en extremo". En medio de la confusión de herramientas y papeles, yacían los cadáveres de Williams v Pearce; cerca de allí estaba ente- rrado Badcock. Sobre la playa, también estaba el diario del pri- mero, milagrosamente conservado; por él se enteró Smiley de los detalles de aquella tragedia.
Mientras tanto, la tormenta se hacía cada vez más y más amenazadora y era peligroso permanecer en aquel lugar poco protegido. Enterraron apresuradamente los cadáveres y par- tieron en busca de una bahía más segura. "Los dos capitanes que iban conmigo en el bote lloraron como niños ante el es- pectáculo", declara Smiley. Estaba también, en calidad de ofi- cial, el marino argentino Luis Piedrabuena, que llegaría a ser famoso; igual declaración hace éste en su diario, agregando que
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"los marinos se lloran porque en la desgracia son siempre her- manos".
La tempestad los obligó a alejarse a pesar de sus deseos de buscar el resto del grupo, sobre cuya suerte había muy pocas dudas. El capitán lo comunicó a Lafone, agregando que Gardi- ner había cometido un error al quedarse allí, sin intentar llegar a las Malvinas o a algún otro sitio donde pudieran ser más fácilmente descubiertos.
Sin embargo, él mismo reconoció posteriormente que en el estado de enfermedad en que -se encontraban les hubiera sido imposible. La elección del lugar ha sido y es aún muy criti- cada. La bahía Aguirre es uno de los puntos más desolados de la costa fueguina y muy poco apta para navios de cierto cala- do; además, Puerto Español se encuentra fuera de la vista de los barcos que pasan por el canal Beagle. Pero todo tiene su explicación: Gardiner y sus compañeros huyeron de Banner por la hostilidad de los indígenas y les era necesario, por lo tanto, radicarse donde no fueran molestados por ellos. ¡La bahía Aguirre era un lugar tan carente de recursos que ni los salva- jes lo frecuentaban! Esa fué la razón por la que escogieron aquel punto, detalle que muy pocos comprenden y que les aho- rraría su perplejidad ante lo que creen un error en un marino experto como Gardiner.
Mientras tanto, en Inglaterra, la ansiedad del comité de la Misión era cada día mayor ante la carencia de noticias y la im- posibilidad en que se encontraban de ir en busca de los que ha- bían partido a Tierra del Fuego. Finalmente, resolvieron pedir ayuda al gobierno, y el Almirantazgo británico, que no podía olvidar los fieles servicios prestados por Gardiner, envió el na- vio de Su Majestad Dido, a las órdenes del capitán Morshead, que partió de las Malvinas el 6 de enero de 1852 y llegó a Banner el 19 del mismo mes sin tener noticias del descubri- miento hecho por el John Davison hacía algo más de dos meses.
Vieron también el cartel de la roca, pero no encontraron las botellas porque Smiley las había retirado, pero igualmente fueron a Puerto Español.
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Apenas llegaron, vieron un bote en la playa, que resultó ser el Pioneer. Fueron enviados dos oficiales que volvieron al poco rato con los papeles y la noticia de que habían encontrado los cadáveres de los misioneros. Al día siguiente, el capitán Morshead bajó a inspeccionar personalmente el terreno. Los restos de Gardiner estaban junto al bote, del que posiblemente había salido y no tuvo fuerzas para volver a entrar; Maidment fué encontrado dentro de la caverna a la que fueron dirigidos por la mano pintada en la roca, debajo de la cual se habían puesto los versículos del 5 al 8 del Salmo 52.
Se encontró el diario de Gardiner y algunas líneas de Maid- ment, sorprendentemente conservados. No puede explicarse hu- manamente la forma cómo aquellos papeles, sometidos a la lluvia, al viento y a la nieve, no sólo no fueron deshechos y dispersos, sino que, con pocas excepciones, quedaron en per- fecto estado.
De Maidment no se encontró diario, sino algunas páginas escritas en versos no muy pulidos. En una de ellas, traducida literalmente, decía:
"Ven, oh alma mía. levántate y reposa sobre el eterno amor; olvida esta transitoria escena y alaba las alegrías de lo alto.
Aunque una espesa nube ha escondido mi alegría
por su todopoderosa voluntad,
sus bondades no pueden dejar de manar;
mi Dios aun es clemente.
Aunque mi pan cotidiano haya faltado
yo sé de quién viene,
y sus fieles promesas
son cada día las mismas,
sus palabras las mismas para siempre.
Sí, bendito pensamiento, ellas no pueden faltar aunque la tierra y el cielo se deshicieren."
Todos estos documentos fueron colocados en un cofre de hierro para ser presentados al Almirantazgo, que posteriormen-
"HASTA LG ULTIMO DE LA TIERRA
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te los presentó a la misión, cuyo secretario, Jorge Pakenham Despard, habría de publicarlos.
Los restos de los misioneros fueron recogidos y enterrados el 22 de enero, efectuándose un oficio religioso apropiado, mientras las banderas del Dido y de los botes ondeaban a me- dia asta y la artillería del barco disparaba las tres salvas que correspondían a Gardiner por su graduación naval.
Al mediodía, el barco se alejaba nuevamente de aquellas tierras, para dirigirse a Valparaíso, desde donde comunicaron a las autoridades inglesas su actuación, cerrando así el último capítulo de tan trágica historia.
Vista de Puerto Español.
Jorge Packenham Despard. Waite H. Stirling, con Urupa, Threeboys, Sisoi y
Jack en Inglaterra.
Tomás Bridges.
Juan Lawrenee.
TERCERA PARTE LA OBRA DE LA MISION EN EL SUR ARGENTINO
I
PRIMEROS TRABAJOS DE LA MISION 1852-1855
Impresión desfavorable causada por la muerte de Gardiner. — Resolución de continuar el trabajo. — Opiniones autorizadas. — El Alien Gardiner. — La isla Keppel. — Primer viaje a Tierra del Fuego y encuentro con Jemmy Button
Las noticias del desastre que hemos relatado se difundieron rápidamente al llegar a Inglaterra y la prensa se hizo eco del clamor popular que manifestaba los más encontrados sentimien- tos. Podemos citar, por ejemplo, a la revista Illustrated hondón Neivs que el 8 de mayo de 1852 publicó un par de páginas con noticias y dibujos del hallazgo de los restos.
Junto con expresiones de dolor y piedad, llegaban a las autoridades de la misión y especialmente al secretario honora- rio, el pastor Jorge Pakenham Despard, críticas de toda ín- dole. Había quienes opinaban que la misión en sí era un error y otros que sólo se había fallado en el método, en forma ver- gonzosa. Se acusaba a los misioneros de falta de organización y previsión para esfuerzos que no sólo habían costado una can- tidad de dinero, sino también la vida de siete hombres que po- drían haber sido útiles a Dios en su patria, en cualquier otra forma.
Pero, para Despard y los demás, las críticas no tenían im- portancia. Su preocupación era sólo una: si debía continuar o no la misión en la Patagonia y Tierra del Fuego. Se resolvió consultar la opinión de quienes podían comprender la situa- ción y se comenzó por el capitán Morshead, quien, al mando del Dido, había descubierto los restos de Gardiner. Dicho ma-
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riño escribió una carta a Despard en la que decía: "En lo que respecta al capitán Gardiner y a su grupo, nadie debe llorar por ellos porque sus sufrimientos han terminado y están gozan- do de un mundo más brillante y más feliz, en la presencia de Aquel a quien sirvieron tan fielmente. Sólo puedo decir que no creo que usted o la Sociedad deban desanimarse para con- tinuar en lo posible la causa en la que se han embarcado, y el éxito final es tan cierto como evidente el estado de degradación de los nativos. Su estado es un perfecto descrédito para la época en que vivimos, estando a pocos cientos de millas de una co- lonia inglesa. Han de superarse muchos obstáculos y los pri- meros esfuerzos del capitán Gardiner son ahora los faros más seguros para evitar muchas de las dificultades con las que él tuvo que luchar. La isla Picton fué bien elegida y la ensenada Banner es un hermoso ancladero. Dejar las provisiones en las Malvinas fué un error. El capitán Gardiner y la Sociedad, en otros asuntos, parecen haberse desempeñado bien, de acuerdo a las circunstancias."
Frente a este testimonio y a palabras semejantes que el capitán Alorshead incluyó en su informe al Almirantazgo, sólo quedaba un camino a seguir y Despard asumió la responsabi- lidad publicando su relato con las siguientes palabras: ''Con la ayuda de Dios, la Misión de Tierra del Fuego será mantenida". Además reunió una serie de documentos que se referían a la historia de la misión, incluyendo los diarios de Gardiner y de Williams, publicándolos bajo el título de Hope deferred, not lost (Esperanza postergada, pero no perdida), nombre que era, sin duda, un retrato de su carácter.
Mientras la Sociedad estudiaba el plan dejado por Gardiner sobre la creación de un establecimiento en las islas Malvinas para educar indígenas llevados desde Tierra del Fuego, Des- pard recibió dos comunicaciones de importancia: una del se- ñor Lafone, de Montevideo, de quien conocemos los esfuerzos por socorrer a los misioneros y otra del capitán J. Sullivan, conocido marino de los mares australes, recién llegado de las Malvinas, donde había estado actuando como inspector naval.
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Ambas coincidían en forma tan admirable con la del capitán Morshead que eran prácticamente de idénticas ideas.
Finalmente, se aceptó el plan antedicho y para ello se re- solvió la construcción de una goleta que llevaría el nombre obli- gado: Alien Gardiner. Esta embarcación serviría tanto de mo- numento flotante como de medio para cumplir con los deseos del fundador de la misión.
Se pensó que era conveniente consultar al capitán Fitz Roy y su respuesta se condensa en estas palabras: "Me parece que el plan es factible y relativamente seguro; que ofrece una mayor perspectiva de éxito que la mayor parte de las empre- sas misioneras en sus comienzos y que sería difícil sugerir uno menos objetable."
Además se recibió una carta del capitán Nicholls, que ha- bía llevado la primera noticia de la muerte de los misioneros. Decía así: "Creo que su misión es practicable y muy deseable, si es dirigida sabiamente".
Por fin, el 19 de noviembre de 1853, se puso la quilla a la goleta en los astilleros de Dartmouth, elevándose una oración en agradecimiento por aquella gracia divina.
El 11 de junio del año siguiente estaba terminada y se rea- lizaba a bordo una ceremonia para dedicar el navio a la obra del Señor. El Alien Gardiner era un bergantín-goleta de tan sólo ochenta y ocho toneladas, 19.50 metros de eslora, 4.75 de manga y 3.05 de calado. Las embarcaciones de este tipo tienen dos palos con un aparejo de velas cangrejas, completado con dos vergas en el trinquete para juanete y gavia.
Poco después se publicó en el Times un anuncio en el que se pedía un capitán para el barco y un clérigo para hacerse cargo del establecimiento que se fundaría en las Malvinas.
Para este último puesto, se presentó el joven James Garland Phillips, nacido en Bermondsey, de veinticinco años. Como aun no había recibido las órdenes, se resolvió que desempeña- ría las funciones de maestro catequista y que la superinten- dencia sería ejercida por el cirujano, míster Ellis, hasta tanto se encontrara la persona apropiada.
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El capitán apareció en la persona de Guillermo Parker Snow, marino competente que acababa de regresar de un viaje de dos años por Oriente y, que según él mismo declara, escribió obedeciendo a un impulso momentáneo que sintió al leer el anuncio del Times a pesar de su deseo de gozar de un des- canso que consideraba merecido.
Se firmó con él un contrato de tres años y se rechazó su oferta de trabajar gratuitamente; en cambio, se accedió a su deseo de llevar a su esposa consigo, la que, según Snow, fué de mucha utilidad. Se le encargó que buscara a los tripulantes con la exigencia de que todos debían ser creyentes, lo que puso en aprietos al capitán porque la piedad de los marinos no siem- pre es muy profunda. Además viajaban Ellis, Phillips, el carpin- tero Dyas y el albañil Webber, que componían el llamado land- party, gente de tierra.
El 19 de octubre se celebró en Bristol, adonde se había llevado el barco, la reunión de despedida en la que se elevaron oraciones pidiendo la ayuda del Señor y en la que se dieron a Snow y a Phillips las instrucciones que figuran en otra parte de este libro. La partida se efectuó cinco días después y la goleta puso rumbo a Madeira (adonde llegaron el 15 de no- viembre.
Una semana después estaban en San Vicente, en las islas de Cabo Verde, y el 10 de diciembre cruzaban el ecuador. Dos días más tarde, pararon en la pequeña isla Fernando de No- ronha, donde funcionaba un presidio brasileño y allí tuvieron oportunidad de regalar varias Biblias a las autoridades v a los reclusos.
Después de parar en Río de Janeiro llegaron r las Malvinas el 28 de enero, frente a Puerto Egmont, lugar donde estuvo el primer establecimiento inglés del archipiélago. Como el mal tiempo les impedía entrar, Snow resolvió detenerse en una bahía llamada Keppel, frente a una pequeña isla del mismo nombre.
Había llegado hasta allí con el encargo de encontrar un lugar donde establecer la sede de la misión y se había insinuado uno llamado White Rock Harbour o Puerto de la Roca Blan-
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ca, aunque con libertad de elegir cualquier otro, siempre que estuviera en la isla occidental o en sus proximidades. Después de recorrer el islote de Keppel, tanto Snow como los misio- neros estuvieron de acuerdo en que aquél era un buen punto para fijar el establecimiento. Su pequeño tamaño era una ven- taja; tenía un buen puerto natural, estaba cubierto de exce- lentes pastos y se encontraba alejado de Puerto Stanley, la capital, donde había cierto número de establecimientos de pesca, cuya posible influencia perniciosa sobre los indígenas querían evitar a toda costa los miembros de la Sociedad.
La isla tenía cinco kilómetros de circunferencia y era muy montañosa, culminando con un pico también llamado Keppel. Tenía tres pequeños lagos de agua potable y estaba cubierta de arbustos y pastos. Miles de aves acuáticas eran hasta enton- ces sus únicos pobladores. En el lado oeste presentaba una bahía que fué llamada Comité en homenaje a la Misión y un costado de ella fué elegido para levantar los futuros edificios del establecimiento que recibiría el nombre de Cranmer.
El 5 de febrero de 1855 se tomó posesión de la isla. Es ne- cesario aclarar que las autoridades de la Misión habían reci- bido de Inglaterra una autorización de las autoridades britá- nicas para hacerlo en condiciones realmente extraordinarias. El Alien Gardiner fué empavesado y todos los tripulantes ba- jaron a tierra, con excepción del cocinero hindú, que estaba enfermo. En un mástil construido ad hoc se izó la bandera británica y, después de una oración, el doctor Ellis y el capitán pronunciaron sendos discursos. Aquella jornada feliz terminó en forma desagradable, pues un marinero arrojó un papel en- cendido provocando un incendio de los arbustos que no se extinguió sino al cabo de quince días.
Poco después, se edificó una casa provisional y se lleva- ron a tierra algunas ovejas y algunos cerdos y aves de corral que se habían traído para formar la futura granja de la isla. El 28 de marzo se puso la piedra fundamental de la casa de- finitiva.
Mientras tanto, el Alien Gardiner había hechc un viaje a
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Stanley, tocando en varios puntos como White Rock Harbour, San Carlos, Port Williams. En la ciudad se ratificó con las au- toridades coloniales la compra de Keppel.
El 5 de abril partieron hacia Montevideo, donde trabaron relación con el señor Lafone. Luego hicieron dos viajes más a Stanley y otro a Montevideo, en busca de materiales.
Finalmente, el 11 de octubre, llegó el ansiado día de par- tir rumbo a los canales fueguinos.
Después de cruzar por el estrecho de Lemaire, la goleta entró en Puerto Español, escenario de los sufrimientos y la muerte del fundador de la misión. Al acercarse vieron restos del Pioneer, cuerdas y aparejos desparramados por todas par- tes; sobre un árbol cercano se encontraba aún el cartel que había pintado la gente del Dido.
A pocos pasos, se encontraron algunos restos humanos que indudablemente pertenecían a los infortunados misioneros y que habían quedado sin enterrar. Una vez recogidos fueron colocados dentro de la tumba, mientras Phillips leía un servi- cio religioso apropiado; después de entonar algunos himnos acordes con la ceremonia, se procedió a fijar una placa en el árbol más cercano a la tumba. Su inscripción era la siguiente:
Consagrada a la memoria de los
lamentados mártires misioneros
Alien F. Gardiner, capitán, R. N. Ricardo Williams, cirujano Juan Maidment, catequista José Erivin, carpintero Juan Bryant, marinero Juan Badcock, ídem, Juan Peacock, tde?n,
quienes después de muchas fatigas y privaciones pro- vocadas por la falta de alimentos, abandonaron esta
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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vida entre el 28 de junio y el 6 de septiembre de 1851. Sus restos están enterrados cerca de aquí.
Esta inscripción ka sido erigida (es ?naravilloso decirlo y admirable señalar los caminos inescrutables de la providencia divina) por el capitán y la tripulación de un barco construido de acuerdo a los deseos del arriba ?nencionado capitán Gar- diner y bautizado con su nombre; el catequista presente en la erección lee el servicio apropiado para la ocasión, todo bajo la dirección de la Sociedad Misionera de la Patagonia o de Sud América a la que pertenece el barco y de la que fué fun- dador el capitán Gardiner.
Siguen los nombres de las autoridades de la Misión y la fecha: 19 de octubre de 1855, o sea el aniversario de la des- pedida de Inglaterra. Es interesante observar el nombre que se da a la Misión: "Sociedad Misionera de la Patagonia o de Sud América". Es esta una transición antes de adoptar definitiva- mente el de "Sociedad Misionera de Sud América", que se usa- ría en el futuro.
Una vez colocada la placa, Snow dijo unas palabras apro- piadas y luego todos se fueron menos él y su esposa, que que- daron durante un rato "con los sentimientos y las ideas que el lector puede suponer", según expresión del mismo capitán.
Más tarde el matrimonio recorrió los alrededores, espe- cialmente la cueva del Pioneer, donde encontraron restos de ropa e instrumentos marítimos; en el lugar donde supusieron que estaban enterrados Pearce y Erwin elevaron una oración.
De Puerto Español, el Alien Gardiner fué a la bahía Ban- ner, donde, por primera vez, tuvieron contacto con los nati- vos, por medio de una familia compuesta de cinco personas que subió a bordo. La goleta recorrió toda la bahía y vió a lo lejos los carteles dejados por Gardiner y también a n gran número de indígenas.
Luego visitaron la isla Lennox y de allí volvieron al ca- nal Beagle para ir a la bahía de Wulaia. Se recordará que en este lugar el capitán Fitz Roy había dejado durante unos días
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al misionero Matthews, junto con unos indios que habían sido llevados a Inglaterra, de los cuales más tarde sólo encontraron al joven a quien habían llamado Jemmy Button. Pues bien, el Alien Gardifier iba en busca de este indígena en la esperanza de que a pesar de los veintitrés años transcurridos, no se hu- biera olvidado del inglés, para tener así un medio cómo apren- der el idioma fueguino. Además, no debe olvidarse que los yaganes eran nómadas v que si se radicaban en un lugar era sólo momentáneamente. La única esperanza que tenían de dar con él era la de que su tribu visitara Wulaia periódicamente y encontrarlo allí o por lo menos a algún indígena que diera alguna noticia de él.
El 1^ de noviembre el Alien Gardiner fondeó ante la isla Button, frente a la bahía de Wulaia. Ahora dejaremos al capitán Snow que relate los hechos que sucedieron a continua- ción, según los encontramos en el libro que escribió años más tarde:
"Cuando me detuve en la isla Button, frente a Woollya (forma inglesa antigua de escribir Wulaia y que equivale en pronunciación), se observaba gran número de nativos desde la costa junto a algunas canoas, ninguna de las cuales dejó la costa. Se me ocurrió que, si Jemmy Button todavía vivía, era posible que estuviera en esa isla en lugar de estar en Wulaia y para darle — así lo esperaba yo — alguna referencia de qué y quiénes éramos, hice izar los colores británicos hasta la punta del mástil. Ni bien fueron desplegados y comenzaron a flotar en el aire, pude ver a una o dos canoas navegando a remo rá- pidamente hacia nosotros, mientras que por lo menos algunos centenares de nativos se reunían en grupos sobre algunas al- turas a lo largo de la bahía frente a la que estábamos pasando. Como se puede suponer, yo estaba muy ansioso.
"Sin embargo, no hice bajar las velas hasta que una de las canoas, adelantándose a las otras, llegó a cierta distancia de nos- otros y aun entonces yo estaba tan cerca de la costa que sólo detuve el barco un momento, mientras me colocaba en una pía-
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taforma y gritaba a los nativos: «Jemmy Button, Jemmy But- ton». Para mi infinita sorpresa y alegría, hasta el punto de de- jarme mudo por un momento, uno de los cuatro hombres de la canoa contestó: «Yes, yes, James Button»; y al mismo tiem- po señaló la segunda canoa que se había puesto a su lado. Co- rrer al timón, poner el barco de acuerdo al viento, arriar las velas, llamar a toda la gente que en ese momento estaba co- miendo y poner la proa hacia la isla Button, fué trabajo sólo de un instante y, por un momento, sonó tan extraño en mi oído el idioma inglés en los labios del nativo, que fui incapaz de evitar una confusión momentánea. Mi esposa, Mr. Phillips y los oficiales corrieron a cubierta, dejando el té, y creo que por un momento todos estábamos tan atónitos ante semejante rea- lización de nuestros ardientes deseos — y allí en vez de en Woollya como habíamos esperado — que no había nadie a bor- do que no se sintiera mudo de repente. En uno o dos segundos más, Jemmy Button, el mismo hombre en persona, el prote- gido del capitán Fitz Roy, aquel en quien nuestra misión apo- yaba la mayor parte de nuestras esperanzas, estaba a nuestro lado, bien y alegremente, dándonos la bienvenida con pala- bras entrecortadas en mi propia lengua. Un momento después estaba a bordo del Alien Gardiner, dando la mano de corazón y tan amistosamente como si nos hubiera conocido durante años. Antes de llegar a bordo, viendo que no había nada pre- parado para que subiera gritó: «Where's the ladder? Jam-es Button me» (¿Dónde está la escala? Yo, James Button) y tu- vimos que arrojarle una soga para que subiera, dejando la escala preparada inmediatamente después. La gran excitación que produjo su llegada fué mostrada por la tripulación en diversas formas que expresaban su ilimitado asombro. Era, por cierto, de lo más extraño v afortunado, y ustedes que sienten como nosotros la mano del Altísimo en ello, no pueden dejar de re- conocerlo, como lo hicimos nosotros. . .
"El debía estar tan afectado como nosotros, se debía acor- dar de muchas cosas y era evidente que eso le ocurría; decía lo que quería como si su lengua se estuviera aflojando y las pa-
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labras acudieran a su memoria sólo después de pensar un mo- mento.
"No tenía una conversación fluida* sino observaciones cortadas y preguntas breves en nuestro idioma que demostraba no haber olvidado y que parecía haber enseñado a su esposa y a sus hijos. «E?igliss countrie; flag yes; me knoiv, very good; captain Fitz Roy; Bynol; Bemiet; Walthamstoiv; Wilson; very pretty bird; my ivife very good looks; bright coloured; all good in Ingliss countrie; long ivay off; me syck in hamnock; very bad; big ivater sea ivant braces.» (País inglés; bandera; sí; mí sabe; muy bien; capitán Fitz Roy; Bynoe; Bennet (gente del Beagle); Walthamstow (lugar donde vivió en Inglaterra); Wil- son (su maestro); muy lindo pájaro (un canario de Snow); mi esposa muy buena presencia; colores brillantes (en las me- jillas); todo bueno en país inglés; viaje largo; mí enfermo en hamaca; muy malo; mar de agua grande; quiero tiradores (al dársele un par de pantalones que había pedido cuando vió a la señora Snow). Muchas otras observaciones salían de sus labios. Jemmy (se llamaba a sí mismo Jam-es Button) fué fácilmente reconocido, lo mismo que sus hermanos, por el retrato que de él dejó el capitán Fitz Roy en su relato."
Presentó a su segunda esposa, muv joven y bonita, y a sus tres hijos cuando le preguntaron cómo se llamaba el mavor, entendió cuántos hijos tenía y contestó Three boys (tres muchachos) y desde ese momento el jovencito recibió el nom- bre de Threeboys.
Cuando lo llevaron a comer, se encontró de nuevo con la esposa de Snow, una Ingliss lady (dama inglesa) y pidió que le dieran km fe to cut meat, and, and. .. (cuchillo para cortar carne y... y...) el nombre del tenedor se le había ido de la memoria.
Para hacer resaltar lo extraordinario del hecho de que el indígena recordara el inglés aprendido hacía tanto tiempo, po- demos citar el caso del misionero Livingstone que, después de dieciséis años de permanencia en el Africa, había olvidado prác- ticamente su propio idiovia.
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Además, en 1833, Fitz Roy declaraba que, al volver a Wulaia, Jemmy Button encontraba grandes dificultades para recuperar su lengua nativa.
Llegó el momento supremo. Le ofrecieron llevarlo a Kep- pel, junto con su familia y para sorpresa y descorazonamiento de todosi, se negó rotundamente. Toda insistencia fué inútil y lo mismo ocurrió con los suyos. Al parecer, habían desapare- cido las esperanzas inmediatas de los misioneros y no tuvieron más remedio que dejarlo volver a tierra.
Al día siguiente, se presentó otra vez en el barco para des- pedirse, junto con alguno de sus familiares que habrían de recibir nombres ingleses; su hija Mary, su tío Joseph, sus her- manos Tommy y Harry, luego llamado Billy. A algunos de ellos volveremos a encontrarlos más adelante. Se les dió cuanto de regalable había a bordo y todos se fueron definitiva y ale- gremente.
Ya no había por qué quedar en Wulaia y el Alien Gardi- ner partió de inmediato, por la ruta del Cabo de Hornos, no sin antes explorar algunos otros puntos, como la bahía Packsaddle e.i la isla Hoste, la bahía Gretton en Wollaston y otros lugares, para llegar finalmente a Puerto Stanley.
II
DESPARD Y LA OBRA EN KEPPEL
. 1856-1859
Actitud de Snow. —t Nuevos misioneros — Jemmy Button en Keppel. — Otros indígenas. — El trabajo en la isla — La masacre
de Wulaia
Al llegar a Stanley, Snow recibió del gobernador el encar- go de ir a Montevideo en busca de la correspondencia, pero antes de hacerlo, fué a Keppel para llevar las noticias de su viaje.
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El cirujano Ellis le comunicó entonces que había resuelto renunciar debido a su poca salud e igual actitud asumió Web- ber, el albañil, quienes solicitaron a Snow que los llevara al continente. Phillips y Dyas debían, por consiguiente, quedar solos en la isla, y esto pareció muy poco seguro al capitán que así se los dijo. En vista de que ellos se negaban a abandonar el lugar, fué a Stanley a pedir instrucciones al gobernador, quien le comunicó que lo hacía responsable de lo que pudiera ocu- rrir a los dos hombres.
Snow, puesto así en una situación muy incómoda, volvió a Keppel e invitó a Phillips y a Dyas que fueran a bordo. Una vez arriba, hizo izar el bote en que habían llegado y los con- minó a que fueran con él. Ninguno de los dos cedió ante los argumentos y las amenazas del empecinado capitán, quien se vió obligado a dejarlos volver a tierra, llevándose cuatrocientas libras de galleta y trescientas de carne salada.
La noticia de esta actitud de Snow, junto con otras an- teriores y posteriores, tendientes a aumentar su autoridad, lle- garon finalmente a oídos del Comité, que no se imaginaba cómo solucionar tan grave problema.
Dado que no parecía posible encontrar un superintenden- te apropiado para Keppel, Despard se ofreció para ocupar ese puesto y fué aceptado. El 2 de junio de 1856 partió de Ply- mouth en el Hydaspes; iban con él: Juan Furniss Ogle, que ha- bía hecho a la misión una donación de quinientas libras y que volvería a poco de llegar, para radicarse como misionero t Orán, Argelia; Alien W. Gardiner, de veinticuatro años, único hijo varón del fundador de la misión; Carlos Turpin, de dieci- nueve años, también como misionero; Teófilo Schmidt, de veinticuatro años, alemán, para actuar de intérprete, cuando aprendiera la lengua fueguina; Foster como carpintero y Gui- llermo Bartlett y su esposa, para encargarse de la granja en Keppel. También viajaban la esposa de Despard y sus dos hijos adoptivos, Tomás Bridges y Francisco Jones, de trece y dieci- séis años respectivamente. De la historia posterior del último sólo sabemos que murió tempranamente.
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Después de ochenta y dos días de navegación, llegaron a Stanley el 30 de agosto y allí encontraron al Alien Gardiner. Snow se negó a transportar en la goleta los víveres que Des- pard había traído y éste, entonces, los llevó en otro barco. Al volver, el capitán desconoció nuevamente su autoridad y el superintendente resolvió destituirlo y tomar el mando de la nave. Luego fué a Montevideo en busca de nueva tripulación, el nuevo capitán se llamaba Bunt.
Luego todo el grupo fué a Keppel, adonde llegaron el 20 de octubre, día en que terminaron para Phillips y Dyas los ocho meses de soledad que habían pasado.
Entonces se empezó a trabajar intensamente en las casas y ' en las quintas con sus cercos, para lo que no fué necesario emplear a nadie, pues los mismos misioneros lo hicieron gusto- samente. Comenzaban el trabajo a las seis y media y sólo lo interrumpían de noche para practicar la lectura en castellano, hebreo, griego y latín. Una vez por semana, Schmidt les daba lecciones de música. El sábado a la tarde y el domingo no se trabajaba.
De esta época es la conversión de J. E., un vasco que co- menzó a leer la Biblia junto con Gardiner, hijo, y que, según se dice, antes había sido "un siervo del pecado".
El 4 de febrero, Despard y Gardiner iniciaron la primera recorrida por Tierra del Fuego, visitando en tres meses Puerto Español y las bahías Banner, Bromefield y Lennox.
Ese mismo año, el superintendente hizo un viaje a Río de Janeiro en busca de materiales y otro a Montevideo para con- seguir una nueva tripulación, ya que la anterior se había en- ganchado sólo por un año. Phillips hizo un viaje a Inglaterra, de donde volvió con su flamante esposa.
El 8 de noviembre, Gardiner y Turpin estaban nuevamente en Wulaia. Salieron a recibirlos varias canoas, encabezadas por una cuyo ocupante llegaba cantando "Hillo, hoy, hoy"; se le preguntó por Jemmy Button y el indígena señaló la isla Button.
Al día siguiente, apareció Mary, la hija del indio requerido;
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le mostraron todos los regalos que habían traído para él por lo que la muchacha se resolvió a salir en su busca. Por fin, llegó Jemmy diciendo que "su chica había tenido que remar mucho para dar con él porque estaba long, long zxcay (muy, muy lejos)".
La jovencita demostraba estar muy cansada, pero se alegró mucho al recibir algunos regalos. Su padre fué luego con Gardiner a tomar café con pan y manteca, como en sus días en Inglaterra, y habló mucho de Darwin y del cirujano del Beagle, llamado Bynoe. Luego el misionero fué con él a tierra y le ayudó a cortar estacas para arreglar su choza, mientras el indígena le contaba que un barco inglés había naufragado en el territorio de otra tribu y que todos sus tripulantes habían sido muertos.
Al día siguiente, él y su hijo Threeboys estuvieron presen- tes en el culto a bordo y, para sorpresa de los que le rodeaban, aceptó ir a Keppel. Las esperanzas de los misioneros se reini- ciaron y comprendieron que el Señor estaba con ellos.
El trece era domingo y, en vista de ello, los misioneros no querían comerciar con los indígenas, pero éstos no lo sabían y se acercaron al barco con sus canoas. Como Jemmy estaba a bordo, le pidieron que dijese a sus amigos que se fueran y él entonces les gritó, no en vagan, sino en su mal inglés: "Yon go aivay, church, by and by, no go to-day" (Ustedes vayanse, iglesia, después, no ir hoy). Pero los demás entendieron e hi- cieron caso.
Finalmente partieron el 24 de noviembre, llevando a Jem- my, a su esposa y a sus tres hijos.
Así se comenzó el trabajo en Keppel. La familia Button quedó allí todo un año, comportándose muy bien y demostrando, especialmente Jemmy, mucha cortesía. Traía a Despard pes- cados o flores silvestres por cualquier chuchería que le rega- laban. Progresó mucho en su inglés, recuperando buena parte de lo que había perdido, aunque se señala que entendía mucho más de lo que hablaba. Cuando le preguntaron si volvería al establecimiento decía: "Quizá, más adelante, mí no decir ahora".
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En los primeros tiempos se mostraba bastante perezoso y no llevaba la leña a la casa si no estaba muy cerca. Un día, Des- pard lo reprendió diciéndole: "James, Dios ama a los hombres buenos; los hombres buenos no son haraganes". El indio movió la cabeza, como para señalar que había entendido y se puso a trabajar, siendo desde ese momento todo un modelo en ese aspecto.
El 16 de noviembre de 1858, el Alien Gardiner, comandado esta vez por el capitán R. S. Fell, emprendió su tercer viaje a Wulaia. Iban en él Despard, Phillips, Turpin, Jemmy y los suyos. Este último no hacía nada por ocultar su alegría de dejar Keppel. Llegó a tanto su ansia de volver a la patria que, cuando la goleta tuvo que detenerse antes de llegar a Wulaia, pidió que lo dejaran ir allá en un bote. Varios días después los misioneros volvieron a encontrarle. Ya en Wulaia, se comenzó la tarea de construir una casa de madera, que les sirviera de albergue en el futuro. Se preparó una gran cantidad de plum- pudding (budín inglés) y de pan de miel, que el capitán re- partió a los indios. El 1 9 de enero zarparon de regreso, llevan- do a bordo a nueve fueguinos, cuyos nombres — según la ortografía inglesa— y datos personales eran: Mackoo-allan (Tommy Button), treinta y seis años; Wendo-gyappa, su es- posa; Macqualwence (Billy Button), treinta y tres años; Winni- gowen-kippen, su esposa; Luccagenges, doce años; Okokko- wenshey, quince años; Schwya-muggins, veinticuatro años; Du- thry-wyell-keepa, su esposa; Kiata-gatta-mowky-keepa, su hijita de dos años.
Los tres últimos pertenecían a una tribu "oen", que vagaba por la bahía del Buen Suceso y la isla Lennox, según los mi- sioneros, y posiblemente eran haush. Los demás eran de Wulaia.
Con todos estos indígenas, la vida en Keppel tomó un as- pecto diferente y de mayor actividad.
A las siete de la mañana, Phillips iba a la casa de los indios llamada Red House (Casa Roja) porque era de ladrillo; los des- pertaba con un "Shrma moría" ("Mañana agradable" o sea "buenos días") y luego ordenaba "Chillursh makullah" ("Lá-
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vense la cara"). Posiblemente no de muy buena gana, los indí- genas obedecían; se les había dado jabón para hacerlo, y fué notable el enorme trabajo que les costó acostumbrarse a usarlo. Entonces Phillips decía: "Ushtandum ushtar" ("Péinense el cabello") y todos lo hacían lo mejor posible.
A las ocho, la campana llamaba a tomar el desayuno, que era acompañado con galletas. Mientras estuvo Jemmy Button se les dió un bife, manteca y pan dos veces por semana, pero luego se vió que tanto lujo incitaba a los indígenas a la molicie, sin que ganaran algo en otro aspecto.
Después de comer, el misionero elevaba una oración, en la que mezclaba todas las palabras yaganes que le era posible, a fin de acostumbrar a los huéspedes a la idea de dirigirse a Dios. Cuenta él mismo que en cierta ocasión lo omitió y que durante el día, mientras estaban trabajando Billy Button lo tocó en el hombro, señaló hacia arriba y le dijo "God-pray" ("Dios, orar"), luego juntó las dos manos y agregó "No speak you God" ("No habló usted a Dios"). Entonces todos se sacaron las gorras y oraron allí mismo.
Después cantaban un himno, que Phillips les enseñaba pa- cientemente: "Dios es nuestro Tagacola" (Amigo), cuya es- trofa tenía la música del himno infantil "Niños, ¿vendréis con- migo a un mundo de fulgor?" y el coro la muy conocida "Glory, glory, hallelujab" usada en el himno en castellano "Gloria a ti, Jesús divino".
A las nueve y media, la señora de Phillips hacía levantar a las mujeres mientras los hombres trabajaban. No se los podía obligar a hacer mucho porque se cansaban muy pronto y se iban a la casa.
A las once, recibían su retribución en bizcochos con miel, que ellos llamaban "biscuit amague?'' (bizcocho dulce). Po- nían la miel en un jarro de lata y deshacían sobre él el bizcocho, que después llevaban a la boca con un cuchillo. Comían pri- mero los hombres y luego sus esposas se ocupaban de lo que quedaba. Los domingos había doble ración.
Mientras tanto, Phillips hacía lo posible por progresar en
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la lengua nativa, pero aseguraba que era muy difícil y que no se parecía a ninguna otra conocida. Despard declaraba haber registrado unos mil vocablos, pero que no descubría la gra- mática.
El 4 de febrero del mismo año, el Alien Gardiner partió nuevamente, pero esta vez con rumbo diferente. Se dirigía a Punta Arenas, establecimiento chileno en el estrecho de Ma- gallanes, y en él viajaba el misionero Schmidt. Además, se llevaban de marinero al joven Okokko wenskey, a quien desde ese momento en adelante llamaron sólo Okokko. Se dice que la esposa de Billy lioraba al verlos irse. A fin de no cortar el hilo de nuestra historia nos referiremos a este viaje en otro capítulo.
La goleta volvió al poco tiempo y restituyó a Okokko a la colectividad. Tanto éste como Luccagenges, cuyo nombre abreviaron en Lucca, eran los favoritos de Phillips y su esposa, porque eran los más jóvenes y demostraban una mayor inte- ligencia. Hacían gala de una educación muy cuidada y nunca olvidaban sus "muchas gracias" o "buenos días". Siempre oraban dando gracias antes de comer y hacían lo mismo antes de acostarse. Lucca había aprendido a escribir con mucha co- rrección y también a calar madera. Bartlett alababa la habili- dad de Okokko en cuestiones agrícolas.
En el mes de octubre, fueron a vivir en la casa de los mi- sioneros que comenzaron a llamarlos Robert y James, pero estos nombres no prosperaron. Ese mismo mes regresaron a Wulaia; la goleta partió para su cuarto viaje a ese lugar, que había de ser también el más célebre.
El capitán Fell continuaba en su cargo y un hermano suyo llamado Juan, era el primer oficial. Phillips era el único mi- sionero. Viajaban además Alfredo Colé, el cocinero; Johnston, carpintero y cuatro marineros: Hugo M'Dowell, conocido por Hewey y tres suecos, llamados Jahnsan, Braun y Peterson. Los nueve nativos que habían pasado el año en Keppel volvían a su patria.
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Esta vez el viaje tenía una nueva finalidad. Veamos como lo expresa Despard en sus instrucciones a Phillips:
"Le encargo que tome a su cuidado los servicios religiosos en el Alien Gardiner y le recomendaría que, si el tiempo lo permite, usted dirigiera uno en tierra el domingo a la mañana y a la tarde, para que los nativos puedan asistir y provocar así su deseo de averiguación."
Tres meses más tarde, el Alien Gardiner aun no había vuelto y en la misión se sintieron serios temores, pero no podían hacer nada porque no tenían ninguna embarcación disponible. Ape- nas le fué posible, Despard fué apresuradamente a Stanley y expücó lo que ocurría. Se encontraba allí casualmente el cón- sul americano, capitán Smiley, el que encontrara los restos de parte del grupo de Gardiner en el río Cook y éste dispuso partir inmediatamente con el navio Nancy en busca de los misioneros.
Al llegar a Wulaia, cuando ya se podía ver al Alien Gar- diner, apareció una canoa con un hombre blanco, vestido a medias y presentando un lamentable aspecto. Una vez que fué subido a bordo, se comprobó que era Alfredo Colé, el cocinero de la goleta misionera. Se le interrogó y Smiley pudo escuchar entonces una historia terrible. Veamos lo que hubía sucedido.
El 19 de noviembre de 1859, el Alien Gardiner había llegado felizmente a Wulaia y veinticuatro horas más tarde, los tripu- lantes bajaron a tierra para buscar leña.
Un par de días después, se hizo entre los indígenas un re- parto de ropas y comestibles. Entre los que habían subido a bordo, estaba Jemmy Button, quien pretendía que se le diera más que a los otros.
Cuando vió que no se lo complacía con la prontitud que él creía necesaria se ofendió y volvió a tierra. Poco después se comprobó que habían desaparecido algunas cosas del barco y el capitán Fell dispuso que se revisaran los paquetes de los indígenas, sin saber que eran muy celosos de su propiedad. Cuando llegó el momento de abrir el bulto de Schwya-mug- gins — cuyo verdadero nombre era Schwaia-mugunjiz — , éste
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se enfureció y agarró por el cuello al capitán tratando de aho- garlo.. Por fortuna, Fell era un hombre fuerte y consiguió li- brarse de su agresor. A fin de evitar incidentes más graves, se hizo que todos los fueguinos abandonaran el barco.
El 6 era domingo y Phillips recordó las instrucciones de Des- pard. No cabía duda que la situación aconsejaba no ir a tierra, pero él quería cumplir y lo hizo. Alrededor de las diez y me- dia de la mañana, toda la tripulación, exceptuando a Colé, que quedaba de guardia, fué a la casa construida el año anterior, seguida por unos trescientos indígenas que se ubicaron alrededor.
Cuando todos hubieron entrado, los nativos se apoderaron de los remos de los botes y los llevaron a una choza. Mientras tanto, el servicio había comenzado con el canto del himno "De heladas cordilleras". Habían pasado pocos minutos, cuando un nativo enarboló un garrote y lo descargó sobre la cabeza del viejo Hewey que cayó muerto instantáneamente. Sin duda, ésa era una señal convenida de antemano, pues en ese momento todos se arrojaron sobre el indefenso grupo que, sin embargo, alcanzó a salir de la casa. Tras ellos se lanzaron los nativos enarbolando palos y grandes piedras que arrojaban con cer- tera puntería y armando una descomunal algarabía. "La casa estaba a unas doce yardas de la orilla", contaba luego Colé a las autoridades de las Malvinas, "y antes de llegar a la costa ya habían caído casi todos, excepto mister Phillips y un sueco, que trataron de botar una canoa. Entonces, Billy Button, uno de los hombres cuyas cosas habían sido registradas, levantó una piedra y la arrojó a mister Phillips golpeándolo en la cabeza y haciéndolo caer al agua". El capitán Fell y su hermano yacían en la playa uno junto al otro. Todo había durado pocos minutos.
El cocinero declaró haber visto a Tommy y Billy Button participando activamente en la masacre, pero no a Jemmy, aunque aseguraba que él había sido el instigador, enfurecido al no recibir más regalos que los otros.
Algo alejado, Okokko lloraba y se restregaba las manos, desesperado por no haber podido evitar el desastre que había caído sobre sus amigos. Luego pidió a los de la Nancy que lo
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llevaran a Keppel y ellos lo hicieron no sólo con él, sino tam- bién con su flamante esposa, llamada Camilena. El mismo jo- ven contó que las mujeres que habían estado en las Malvinas lloraban amargamente durante la matanza.
Colé sospechó que él sería la próxima víctima y echando rápidamente al agua la falúa del barco, remó con desespera- ción hacia un lugar apartado de la orilla. Se internó en el monte y trepándose a un árbol se quedó allí cuatro días, hasta que tuvo que ir a la costa en busca de algo que comer, aunque lo hizo lo más lejos posible del lugar donde estaban los But- ton y su tribu. Doce días después fué capturado por otro grupo de salvajes, que no le hizo ningún daño y que se limitó a quitarle toda la ropa menos el cinturón y un aro. Con ellos recorrió la costa hasta que, a los diez días, se encontraron con los autores de la masacre. Jemmy y Tommy lo recibieron muy bien, le dieron algunas ropas y lo trataron con muchas atenciones. Durante el tiempo que pasó con ellos, le contaron otros detalles de la masacre y le dijeron que Jemmy habír: dormido en la cabina del capitán Fell y había sacado del barco todo lo que le había sido posible. Cuando pudo subir a bordo, comprobó que era cierto, pues del Alien Gardiner práctica- mente no quedaba sino el casco y los mástiles.
Cuando el capitán Smiley se hubo enterado de los terribles pormenores, bajó a tierra en busca de los restos de los misio- neros; pudo hallar los de seis de ellos, a los que dió sepultura provisional. Okokko dijo que los otros dos habían sido devo- rados por los zorros.
Jemmy y Tommy hicieron todo lo que pudieron por ayu- dar a los hombres de la Nancy, comenzando por devolver los botes del Alien Gardiner. El capitán señaló especialmente la conducta del segundo, que no dejaba de trabajar acarreando agua y leña. Sin duda, aquellos bribones se querían comprar la buena voluntad del capitán Smiley, para que si se hacían ave- riguaciones ellos no quedaran tan mal parados.
Finalmente, el capitán hizo subir a bordo a Jemmy v remol- cando al Alien Gardiner, volvió a Stanley. El gobierno coló-
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nial interrogó a Colé y al indígena, pero poco nuevo wdo ob- tenerse
Para los misioneros aquello fué un golpe terrible; sin em- bargo, su fe no decayó y para comprobarlo nada mejor que anotar las palabras de Despard al referirse a ese suceso:
"Mister Phillips, el capitán Fell y los cuatro marineros y los pilotos han sido masacrados por los nativos de Wulaia. Séame permitido detenerme y llorar y orar, ahora que he escrito estas terribles palabras. Orad al Señor para que no les impute este pecado. No lloréis por los muertos, llorad por los vivos. No lloréis por los muertos en Cristo, llorad por las viudas enluta- das, llorad por las madres privadas de los hijos que eran su sostén. Dios nos ha probado en el horno de la aflicción ¡Que su obra pueda ser completa! ¡Que el Señor de la mies envíe a otros obreros para ocupar el lugar dé aquellos que él ha tomado e incline a la contrición a estos pobres pecadores de los gentiles, para que ellos estén preparados para recibir su palabra!"
III
LA OBRA BAJO LA DIRECCION DE STIRLING
1859 - 1868
Stirling ocupa el lugar de Despard. - "El viaje del perdón". - Entierro de los misioneros asesinados. - Viaje a Inglaterra con cuatro indígenas. - Primeros bautismos.
El hecho que hemos relatado tuvo un efecto fácil de ima- ginar. Los viajes a Wulaia se suspendieron durante varios años y, prácticamente, el establecimiento de Keppel hizo muy poco durante aquel tiempo, pues sólo vivían allí, fuera de los misio- neros, Okokko, Camilena y sus dos hijitos. Merece ser citado el hecho de la partida de Alien Gardiner, hijo, en agosto de
0) Ver en el Apéndice las declaraciones de Alfredo Colé y Jemmy Butrón.
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1860, con destino a Lota, Chile, en la misma zona donde había trabajado su padre (1).
En 1862, Despard resolvió llevar el Alien Gardiner a In- glaterra para que fuera reparado v partió dejando a su hijo adoptivo, Tomás Bridges, momentáneamente a cargo de la misión.
En agosto el barco iniciaba el regreso, alargado y perfec- cionado en muchos detalles, pero sin traer a Despard, que se había retirado, sino a un nuevo superintendente, destinado a hacerse famoso. Nos referimos a Waite Hockin Stirling, que había sido secretario de la misión y que iba a hacerse cargo del establecimiento de Keppel, a pesar de que su salud era tan precaria, que los médicos no le daban sino pocos años de vida.
Stirling había nacido, en 1829, en una familia muv distin- guida. Terminados sus estudios religiosos, fué ordenado en la iglesia anglicana en 1852. Pronto entró en contacto con la Sociedad Misionera de la Patagonia, por medio de Despard v Marsh, ocupando el puesto del primero, cuando éste fué a Keppel. En 1853, contrajo enlace; de su matrimonio nacieron un niño, muerto prematuramente, y dos niñas. Los cuatro par- tieron a las Malvinas, al regresar Despard a Inglaterra. Además viajaban como nuevos misioneros, Tom Stirling, hermano del anterior y futuro capitán del Alien Gardiner; Andrés Lett y Juan Andress, para trabajar en la Patagonia, y R. R. Rau, alemán, además de una mirse para las niñas del superintendente.
Interrumpieron su viaje durante tres semanas al llegar al Río de la Plata, para recolectar fondos entre las colectividades inglesas de Montevideo, Buenos Aires y Santa Fe. Se detu- vieron igualmente en Carmen de Patagones, donde quedaron Lett y Andress y en la desembocadura del río Santa Cruz, para estudiar la zona; luego, reiniciaron el viaje.
Llegaron a Keppel el 30 de enero. Dos agradables sorpresas tuvo Stirling al llegar al lugar de trabajo. Una era el gran ade- lanto hecho por Tomás Bridges en el estudio del vagán, me-
(*) Ver "A modo de epílogo" al final.
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diante la ayuda de Okokko. Según Stirling, tenía ya "la llave del idioma fueguino" para entrar en aquella tierra. La otra sorpresa eran las civilized manners del citado indígena, espe- cialmente su ingenio, sus maneras agradables y su alegre risa.
Ese mismo año, se reiniciaron los viajes a Wulaia. Stirling y Bridges participaron del primero, no sin cierto temor de lo que podría ocurrir. En la bahía Packsaddle, un hombre llamado Chingaline se alegró mucho al oír cantar al grupo y pidió que repitieran. Dirigidos por Bridges y Okokko, entonaron los himnos "Alabad a Dios, de quien vienen todas las bendiciones" y "Desde los Himalayas".
Luego ambos le explicaron sus intenciones y el indígena resolvió pedirles que llevaran a su hijo Urupatusalum, de unos catorce años, que sería llamado Urupa en adelante, y que, según Stirling, "tenía una boca lo suficientemente grande como para mostrar un envidiable conjunto de blancos dientes". Era muy gentil y de muy buen genio. La última recomendación que le hizo Chingaline fué que no bajara en Wulaia porque tenía miedo de la tribu que vivía allí. Realmente, no era un dato como para animar a los misioneros.
Cuando llegaron a dicha bahía, Okokko y Bridges se diri- gieron a los indios desde cubierta y, por primera vez, directa- mente en su idioma. Sin embargo, los salvajes se mostraban recelosos, pues temían que los blancos hubieran vuelto en busca de venganza para sus muertos. Pero pronto comprendieron que se habían equivocado, cuando overon a Bridges que les hablaba del amor de Dios y del perdón de las ofensas. En un momento, sin embargo, se intranquilizaron; fué cuando les habló de la resurrección, pues temieron que Garland Phillips y el capitán Fell se levantaran para pedirles cuentas por su muerte, pero fué fácil para el misionero hacerles comprender a qué se re- fería. Luego, Okokko y su esposa recorrieron las chozas ex- plicando cuáles eran los deseos de los misioneros.
Con aquel viaje, muy bien llamado "el viaje del perdón", se volvió a lograr la confianza de los fueguinos y las relaciones anteriores se restablecieron; más aún, hubo tantos indígenas que
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querían ir a Keppel, que el barco no daba abasto, v sólo pu- dieron llevar a once.
Con ellos se reinició la labor en la isla. Poco después, lle- garon tres patagones, un hombre con una hija v un hijo, que se agregaron al grupo y pronto demostraron ser más inteli- gentes que los fueguinos; sin embargo, aunque ellos mismos se daban cuenta de esta diferencia, no molestaban a los demás haciendo gala de su saber.
Todas las mañanas se realizaba un servicio religioso, que los indios no entendían por completo al principio, pero al que prestaban gran atención. Luego se daban las clases, a cargo de Bridges y Rau: una para los niños, que era la más difícil, por el poco conocimiento de inglés que tenían y porque era nece- sario usar ese idioma para expresar las verdades espirituales ya que el yagán carecía hasta entonces de los términos necesarios. También les enseñaban himnos y versículos bíblicos de memo- ria. Al principio, los más inteligentes se burlaban de la torpeza de los otros. Se dió el caso de que uno pronunciara mal el inglés y alguno de sus compañeros dijera que "rebuznaba como un pingüino". Los más inteligentes aprendían a leer y escribir. En cuanto a la parte religiosa, es muv difícil saber la impresión que les producía, pues aunque creían fácilmente cuanto se les decía, no parecían experimentar un cambio profundo.
A las once de la mañana, se comenzaba el trabajo y ;il atardecer había una nueva clase. Los misioneros se admiraban del interés de los indígenas por la música v la facilidad con que captaban cualquier tonada.
Hacerles trabajar era cosa difícil. Sin embargo, Bartlett era un hombre tan hábil que encontraba cómo lograrlo, aunque a veces sus métodos eran un tanto personales. Por ejemplo, cuan- do estaban recogiendo papas y los veía demasiado indolentes, tomaba una y la lanzaba contra algunos de sus colaboradores. Aquello era la señal, va conocida, para una "guerra de papas", en la que todos tomaban parte con entusiasmo, mientras in- conscientemente desenterraban las "municiones". A una señal
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de Bartlett, la guerrilla terminaba y recomenzaban el trabajo, esta vez con más bríos.
Sólo llevaban mujeres casadas, porque las costumbres fue- guinas se oponían a la partida de las niñas. Las esposas de los misioneros y de Okokko les daban clases, aunque no se les enseñaba tanto como a los hombres.
El 18 de febrero de 1864 se inició el regreso a Wulaia, llevando a Okokko y su familia, quienes habían resuelto esta- blecerse entre sus connacionales. Antes visitaron la bahía Gret- ton, en la isla Wollaston, cerca del Cabo de Hornos, donde trabaron relación con los indígenas.
Al llegar a Navarino, tuvieron una desagradable sorpresa, al encontrar que una terrible epidemia había hecho estragos en- tre los indígenas. Jemmy y Billy Button habían muerto; Tom- my estaba muy impresionado y tanto él como Threebovs, su- bieron a bordo para contar su dolor a Stirling. También ha- bían desaparecido los parientes de Camilena, los tíos y primos de Lucca y la madre de Urupa. En todos los rostros se veía una penosa impresión v los indios andaban errantes de un lugar a otro en silencio o sollozando. Muy pocos había que no hubieran perdido algún pariente.
Participaba de ese viaje el joven Rau, quien se había ocupado de formar un léxico de las palabras usuales del idioma yagan y que al estar en Wulaia, continuó su. trabajo. Durante muchos años, no se supo qué había sido del manuscrito de ese voca- bulario, hasta que apareció en poder del señor Jorge Claraz, un amigo de la misión que vivía en Carmen de Patagones, a quien Rau lo había regalado. Claraz, a su vez, lo facilitó al Museo de La Plata, en cuya revista fué publicado por el inves- tigador Félix F. Outes, junto con algunos datos sobre Rau, obtenidos por medio de Claraz. El vocabulario consta de 521 voces y 29 frases. Rau se separó de la misión en 1866.
Aquella visita a Wulaia tuvo también para los misioneros un motivo de duelo. Habiendo descubierto Rau los restos de los que fueran muertos en la masacre de 1859, se les dió se- pultura definitiva el 11 de marzo de 1864. Los del capitán y
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Garland Phillips eran inconfundibles. Sobrecogidos por una emoción que es fácil imaginar, los tripulantes del Alien Gar- diner rodearon la fosa, en la que echaron sendos puñados de tierra, mientras la bandera de La goleta ondeaba a media asta. Stirling dirigió una sencilla ceremonia en la que cantaron el himno que dice:
Cuando nuestras cabezas se inclinan de dolor, cuando manan nuestras lágrimas amargas, cuando lloramos al perdido, al amado: Jesús, Hijo de David, óyenos.
Para finalizar se elevó una oración que merece ser repro- ducida: "Concede, Señor, que en todos los sufrimientos, que tengamos aquí en la tierra por el testimonio de tu verdad, miremos al cielo con inmutable resolución y esperemos por fe la gloria que nos será revelada y que, llenos del Espíritu Santo, aprendamos a amar y a bendecir a nuestros perseguidores, según el ejemplo de tu primer mártir, San Esteban, que oró a ti por sus asesinos, oh bendito Jesús, que estás a la diestra de Dios para socorrer a todos aquellos que sitfren por ti, nuestro solo Mediador y Abogado."
Luego los dos cañoncitos de la goleta despidieron con una salva los restos de los mártires. Okokko v Lucca, que estaban presentes, se mostraban muy impresionados, al igual que Three- boys.
Esa noche, al leer el trozo bíblico que correspondía a la fecha, notaron con asombro que no hubiera podido ser más apropiado para aquel triste momento: "Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor toda lágrima de todos los rostros" (Isaías 25:8).
Tommy Button subió varias veces más a bordo, muy agra- decido por las atenciones que había recibido. Sin embargo, su presencia era un motivo de aflicción para Stirling que le veía "en un grado muy inferior y con su mente aun muy oscura". Con todo, prestaba mucha atención cuando oía leer la Biblia y se notaba que hacía un esfuerzo para entender todo lo que su
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inteligencia le permitía. Después de unos días, apareció Chin- galine, que se llevó a su hijo, con la consiguiente costernación de Threeboys y de Lucca, que no dejaban de preguntar por él. Poco después, los misioneros les encontraron nuevamente en Packsaddle y Chingaline les pidió que volvieran a llevarlo, im- presionada por el relato del muchacho.
Al volver también fué con ellos un sobrino de Jemmy But- ton, que había perdido a su padre y que se esforzó por demos- trar su afecto a Stirling. Este le apreciaba de tal manera, que su esposa llamaba al indiecito "el hijo adoptivo de mi marido". Como su nombre indígena Mamastugadagenges, era muy com- plicado, se le llamó Jack.
Luego construyeron una casa para Okokko y los suyos y les proveyeron de cabras y semillas; se despidieron con un culto y al irse los misioneros, el indígena les pidió que siempre oraran por él.
Volvieron al año siguiente para encontrar que la casa y todo lo demás de Okokko había sido incendiado por algunos salvajes celosos. Aquél se encontraba terriblemente descorazonado y lamentaba sobre todo la pérdida de su Biblia y su libro de oraciones. Se resolvió llevarlo nuevamente a Keppel y esperar un tiempo más antes de intentar un establecimiento de esa naturaleza. También se llevaron a otro indígena, cuyo nombre abreviaron en Pinoia, y a su esposa, quienes habían de quedar allá cuatro años. Otros dos muchachos llamados Tirshof y Yesefwaenges también les acompañaron. En las Malvinas esta- ban ya Okokko y Lucca con sus familias, Jack, Threeboys y Urupa, por lo que era imposible llevar a alguien más.
Ese mismo año, 1865, Stirling hizo su primer viaje a Ingla- terra y aprovechó la oportunidad para llevar consigo a cuatro de sus discípulos fueguinos: Urupa, Threeboys, Jack y Sisoi, indio éste en quien Stirling vió dotes especiales, lo que con- firmó luego su historia. Estuvieron en Europa desde el 11 de agosto hasta el 9 de enero del año siguiente. No es necesario describir la admiración que sentían los indiecitos antes las gran- des ciudades, los vehículos y todas las maravillas de la civili-
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zación. Los dos mayores pronto aprendieron a desenvolverse solos y no temían perderse en las intrincadas calles de Lon- dres, porque se orientaban en la misma forma qu en un bosque de su patria.
Todos los días se les daba instrucción, que comenzaba con la lectura en voz alta de un trozo de las Sagradas Escrituras en inglés. Además se les enseñaba todo lo que la civilización europea podría darles para ayudarles a vivir en su atrasada tierra; en especial, se les impartían nociones de agricultura.
Muy a menudo, iban a alguna reunión donde se les hacía cantar, repetir Salmos o el Padre Nuestro o hablar en yagan. El obispo de Cork, que presidía una gran reunión en esa ciu- dad, en la que Threeboys cantó un himno, dijo: "De todo lo que he oído esta noche, lo que recordaré durante más tiempo es lo que estaba impreso en el rostro de este muchacho y en el tono de su voz, cantando dulce y ardorosamente las notas de su selva nativa. Hay tanta ternura y dulzura en ello que demuestra que él puede decir con nosotros "Dios es mi Padre, el cielo es mi hogar y la Eternidad mi vida". Estuvieron presentes en la reunión anual de la misión, en Birmingham, ocasión en que el comité declaró que ése era un momento histórico para la Socie- dad. En esa oportunidad (19 de enero de 1868), se cambió el nombre de la misma por "Sociedad Misionera de Sud América".
En febrero estaban de regreso en Montevideo. Desde en- tonces el mal tiempo les fué muy adverso y dañó su salud.
El que primero sufrió las consecuencias fué Urupa. Su enfermedad adquirió rápidamente graves contornos y sirvió para demostrar que cuanto se le había enseñado era semilla fruc- tífera, caída en buena tierra. Stirling escribió en esos días: "Sus pensamientos están muy inclinados a las cosas celestiales y me ha hecho su confidente para decirme que lo que más le agrada es tener más de Cristo en sí".
Un día pidió ser bautizado; el misionero comprendió que estaba en condiciones de serlo y le complajo, dándole el nombre de Juan Alien Gardiner. El primero lo eligió el mismo Urupa,
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porque "Juan era el discípulo que más amaba Jesús". Este muchacho fué, pues, el primer yagán bautizado.
Los marineros, que se interesaban por su estado, se emocio- naban al ver su profunda fe y uno de ellos llegó a decir: "De- searía estar tan preparado para morir como este muchacho".
Una noche se sintió morir y pidió que los dos Stirling, el misionero y el capitán, fueran a su lado, para despedirse de ellos. Pasaron largo rato en oración, que el moribundo coro- naba con un débil "amén"; luego repitió íntegramente el Padre- nuestro. A la una de la mañana, entregó su alma al Señor y tres días después, el 5 de abril, fué enterrado en Keppel.
Cuando, poco después, se enteró su padre, se enojó terri- blemente, porque dudaba de la veracidad del relato pero se calmó cuando el mismo Threeboys le habló. Luego le entre- garon las pocas cosas que habían sido de su hijo.
La noche del 28 de septiembre, el Alien Gardiner, que na- vegaba con las luces apagadas, chocó con el barco italiano Elvizia, que tampoco estaba iluminado. Las averías no fueron de gran importancia, pero se tardó todo un mes en reacondicio- narlo. Luego partieron otra vez hacia Wulaia.
Durante esos días enfermó Threeboys y, como su estado se agravaba, resolvieron dirigirse rápidamente a Puerto Stanley. Era un joven muy reservado y no hablaba de su fe con tanta claridad como Urupa, pero Stirling tenía la seguridad de que su alma estaba salvada. También quiso ser bautizado y, con Tomás Bridges como único testigo, se realizó la ceremonia en la que se le dió el nombre de Jorge Pakenham Despard, a quien recordaba con cariño. Sus sufrimientos eran muy gran- des y pasó sus últimos días en constante delirio; en su incons- ciencia repetía el Padrenuestro, los himnos y todo lo que le habían enseñado. Murió en alta mar y fué sepultado en Stanley.
Sisoi fué llevado a Wulaia y su padre no le permitió volver con sus amigos; el muchachito se quedó, mirando con nostalgia a la goleta que se alejaba.
Jack, que era huérfano, fué llevado con los misioneros. Okokko seguía en Keppel, junto a Bridges, a quien enseñaba
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yagan a cambio de inglés, que aprendía con asombrosa facili- dad. También estaba Lucca, desde 1863. A partir de esa fecha, fueron llevados allí cuarenta y cinco indígenas, en grupos de siete a diez, que era la capacidad máxima del barco.
En esa época, Stirling comprendió que se debía cambiar de sistema porque, aunque el trabajo que se efectuaba era útil, sus resultados eran lentos y no compensaban los esfuerzos y los gastos. Se vió que era necesario acercarse más a los indios y para eso había una sola solución: radicarse entre ellos. Y así se hizo.
IV
EL "CENTINELA DE DIOS" EN USHUAIA 1868 - 1869
Experimento en Lauaia. - Stirling resuelve radicarse en Ushuaia. Descripción del lugar y la instalación. - Peligros. - Protec- ción divina. - Trabajo y enseñanza. - El premio.
Evidentemente, de acuerdo con la experiencia recogida, era muy peligroso que un hombre blanco se radicara en tierra firme en cualquier punto del archipiélago, por lo que se resolvió hacer un experimento con algunos de los indígenas civilizados.
Así fué como, en el año 1868, el Alien Gardiner dejó a Okokko, Lucca, Pinoia y Jack en un lugar en el extremo norte de Navarino, que en los escritos de los misioneros es llamado Liwya y, en los mapas actuales, Lauaia, que es prácticamente lo mismo, si la primera palabra se lee con la fonética inglesa. En la caleta de ese nombre, se construyó una choza de madera para los cuatro nativos y se les proveyó de semillas, cabras v ovejas, las que sin duda, fueron los primeros ejemplares ovinos introducidos en Tierra del Fuego, para llenarla luego de ri- queza. Antes de partir, se celebraron tres cultos, a la mañana y a la noche en el barco y a la tarde en tierra.
Luego fueron a Wulaia, donde encontraron a Sisoi, que
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todavía vestía restos de ropa inglesa. Fué una gran alegría para los misioneros comprobar que no se había olvidado de leer y que recordaba un himno y el Padrenuestro.
Stirling comenzó a dar a algunos indígenas algo así como un certificado de buena conducta, envuelto en una bolsita im- permeable; de un lado figuraba el nombre del portador, acla- rándose que se podía confiar en él y del otro se explicaba a los marinos extranjeros la forma de tratar a los indios, o sea con amabilidad y sin ofenderlos. Además se agregó el versículo que dice: "Porque ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesu- cristo, que por amor de nosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos". Por su- puesto, al principio estos documentos fueron distribuidos en poca cantidad, pero luego se hicieron cada vez más abundantes.
En este viaje, llevaron a Keppel, por primera vez, varias niñas, cuya enseñanza estuvo a cargo de la señora de Bartlett. Algunos meses después, volvieron a Lauaia y Stirling describe así la visita: "Encontramos a nuestros indígenas en posesión de su rústica propiedad hogareña y de sus cabras, a pesar del duro invierno" y, a continuación, anuncia una increíble decisión en estas palabras: "He resuelto probar una residencia en tierra y con ese propósito he ordenado traer de Stanley una casa de madera (de más de veinte pies de largo, seis de alto y diez de ancho). El motivo que tengo para vivir en tierra es el de tener una influencia directa sobre los naturales, mostrar mi confian- za en ellos, despertar una disposición más general y permanente para adoptar nuestros caminos y escuchar nuestra instrucción y tener a los indios diariamente en la zona del templo y de la enseñanza cristiana. Implorando la guía y el favor divinos, entrará mi corazón en este deber" .
Aquella heroica decisión se llevó a cabo. Stirling escoció para radicarse la bahía de Ushuaia en la isla grande, frente a Lauaia, porque era el lugar más frecuentado por las canoas de los fueguinos, que se establecían allí con frecuencia. Esa zona habría de ser en adelante el eje de la obra misionera en Tierra del Fuego. Se encuentra frente a la bahía más extensa de
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la costa sur y su nombre significa en yagán "Puerto interior hacia el oeste" Está cerrada por la gran península de Usi- naia, que hoy recibe el nombre de Península de la Misión, y que se encuentra desprovista de bosques, en lo que constituye una excepción casi única. En el resto de la costa, los árboles llegaban hasta el mar y hacían muy difícil establecerse allí. Por el norte y por el este, la bahía está bordeada de montañas, que forman parte de la cadena Martial y que presenta algunos picos notables, como el Olivia, uno de los más altos del terri- torio. La península es ondulada y desnuda cubierta en algunas partes por matas de arbustos.
Allí levantó Stirling su casa, mirando a la bahía, frente al lugar en que hoy se encuentra el pueblo. Cuanto había en Lauaia fué llevado allí en enero de 1869, junto con los indígenas civilizados, a saber: Okokko y Camilena, Lucca y su esposa Anibutchiakeepa; Ycaif, hermano de Lucca; Jack y su esposa; Lauaiagenges, cuñado de Threeboys y su esposa; Pinoia, Wa- daradaga, Tirshof, Otabush y Mugatelasenges.
El 13 de enero partió el Alien Gardiner, dejando al heroico misionero en tierra. Stirling vino a ser así el primer hombre blanco que vivió no sólo en Ushuaia, sino en todo el archipié- lago fueguino. Había pasado la última noche a bordo, ya que su casa no estaba terminada del todo. Luego escribía al respecto:
"De modo que me quedé a bordo, no lamentándolo del todo, ya que el día había sido de lluvia incesante y muv nublado. Temprano a la mañana siguiente, los hombres fueron a tierra a terminar mi casa y en seguida después del desayuno desem- barqué con el resto de mis cosas para quedar en Ushuaia". El se ocupó personalmente de un estante para los libros y de una casilla para "Fly" (Mosca), su gran perro guardián. Parte de su ropa quedó en el barco, para tener con qué vestir en caso de ser robado.
Luego que terminó de descargar, el Alien Gardiner partió
(J) De entre las varias traducciones de la voz "Ushuaia" preferimos la de D. Lucas Bridges, que conoció como ningún otro el idioma yagán.
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hacia Keppel y no volvió sino veintiocho días después. Srirling escribía:
"Me encontré solo, sin nadie más que los fueguinos a mi alrededor y me puse con diligencia al trabajo. En la excitación del desembarco y el transporte y acomodo de las provisiones, me olvidé de almorzar, pero ha pasado mucho tiempo, desde el desayuno y el sol se está poniendo hacia el oeste (no tengo reloj, por lo que aprecio el tiempo de acuerdo al paso del sol sobre las montañas). Por eso detuve mi trabajo y busqué té, bizcochos y huevos para mi primer comida en Tierra del Fuego.
"Jack, que es bien conocido en Inglaterra, fué puesto como cocinero y, una vez lista la mesa, con sus tazas y platos, mis amigos educados en Keppel fueron invitados a compartir mis provisiones.
"Dimos las gracias y nos sentamos en sillas o bancos hechos a la carrera, o en el suelo, tan alegre y ordenadamente como si hubiera sido en Inglaterra. Los otros nativos no podían disi- mular su curiosidad ante la extraña escena. Primero uno, luego otro, espiaban por la ventana, aunque trataban de disimular su curiosidad para no molestarme". En otra oportunidad, mien- tras estaba escribiendo junto a la ventana, vió a un indio del lado de afuera, apuntándole con su arco y su flecha. El mi- sionero continuó escribiendo después de mirarle profundamen- te y un rato más tarde cerró con tranquilidad la ventana. El aspecto del salvaje era terrible, por su rostro oscuro y sus ca- bellos desgreñados; Stirling le bautizó Blackbird (Pájaro Negro).
Después de aquella cena, envió a los indígenas amigos a buscar mejillones a la costa; un momento después llegó corriendo una mujer, gritando que había una pelea. Las provisiones que habían sido dejadas a aquel grupo habían provocado de tal modo los celos de los restantes que habían resuelto atacarles. Stirling salió apresuradamente y se colocó en medio de ambos bandos; bastó su presencia y su penetrante mirada para que los agre- sores regresaran a sus chozas. El valiente misionero siguió a los autores del desorden hasta los ivigwams y allí los increpó por su proceder. Esa había sido la prueba de fuego para su propia
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seguridad; si su intervención hubiera fracasado, su vida hubiera estado desde entonces en un peligro creciente, pero al vencer sólo con el brillo de sus ojos, dejó sentada su autoridad que no fué discutida jamás.
El 20 de enero, una semana después de haber sido dejado allí, escribía: "Hoy se cumple una semana que el Alien Gar- diner partió de Ushuaia v por la misericordia de Dios, he estado seguro y cómodo ya siete días en estas apartadas re- giones. . .
"Mientras me paseo al atardecer por delante de nú choza, me imagino que soy un centinela — un centinela de Dios, creo — radicado en el puesto de avanzada más austral de su gran ejército.
"Un suave toque del cielo domina mi corazón de alegría y olvido mi soledad, pensando en el privilegio de serme permitido estar aquí en el nombre de Cristo. Es cierto que, a veces, cuan- do, pensando en ustedes (sus hijitas) miro los rostros de los niños, me pregunto por qué haya debido dejarlas a ustedes por ellos y, si no pudiera ver más allá de sus rostros, tendría una pobre respuesta para mi corazón, pero a través de toda la suciedad y el salvajismo de sus miradas, trato de ver el rostro de Jesiis y de amarles en Su nombre, Pienso en el tierno amor y cuidado de que ustedes gozan y de ese modo mi alma se solaza con didees pensamientos de los bondadosos dones de Dios, nuestro Padre."
En la misma carta, que fué escribiendo día a día, contaba cómo aquella primera noche, junto a los quince indios fieles, realizó una reunión de oración para agradecer la ayuda divina. Poco después hubo una nueva alarma, porque gente extraña quiso robar víveres, pero el peligro pasó rápidamente. El mis- mo Stirling confiesa que entonces tuvo en su mente estas dos alternativas: confinarse en su choza para enseñar a los indí- genas leales o llevar a cabo un intenso trabajo dentro y fuera de su morada. Eligió lo último, aunque era lo más peligroso.
Desde esos días, se introdujo en esa especie de reducción
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una apariencia de ley y orden, según la expresión del propio misionero. A las siete y media de la mañana se comenzaba el trabajo de cortar leña, construir quintas, acarrear agua, etc., no sin antes elevar una oración y mantener una clase de instruc- ción cristiana, en la que se exhortaba a los indígenas a mantener la pureza en la vida y a alejarse del pecado. Además se cele- braba diariamente un sen-icio religioso, que constaba del canto de un himno, la repetición del credo, la lectura de un trozo bíblico y una oración. Se daba ■ alimento a quienes trabajaban V la violencia y el robo se condenaban con una semana de ex- clusión de una de las chozas que era la privilegiada; cuando el delito era grave, la pena aumentaba. Esto que parece pueril, tenía un gran efecto sobre los indios, hasta el punto que uno de ellos, al ser castigado, amenazó con matar al misionero, pero cuando sus compañeros se enteraron, le dijeron: "Si tú lo matas a él, nosotros te mataremos a ti". ¿Qué mejor prueba del cariño y del respeto que tenían para con el esforzado misionero? Uno de los individuos que más trabajo ocasionaba era Schwya-mug- gins, uno de los presuntos culpables de la masacre de Wulaia, que era irascible y belicoso.
Además se trataba de enseñarles las normas elementales de educación, como ser el aseo personal, sobre el que se insistía mucho, y el saludo, estableciéndose que no se permitía entrar en la cabaña de Stirling al que no lo hubiera hecho.
Sobre el resultado de su enseñanza, el misionero escribía:
"Que hay obstáculos para que se unan a la familia de Dios puede suponerse fácilmente, pero no hay duda de que esta forma de atraerles a Dios y a la santidad ha impresionado sus corazones más efectivamente que cualquier otra cosa que yo haya visto.
"Los servicios regulares de la mañana v del atardecer tienen un efecto evidente sobre todos. La autoridad de la Palabra de Dios y de la Ley de Dios; el amor de Dios revelado en Cristo; Cristo nuestro ejemplo, brillando como la luz de un faro entre las oscuras aguas de la 'culpa y la miseria del hombre; el don prometido del Espíritu santificador, todo esto no podría dejar de modificar considerablemente la rudeza e ignorancia aun
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de la vida fueguina, como se lo puede comprobar cada día, que trae testimonio de estas cosas.
"De hecho, atribuyo la continencia de estos nativos y su lealtad a las promesas y su prontitud en realizar todos mis deseos, todo a esta enseñanza constantemente reforzada.
"De tal modo, durante la adoración matutina siento una especie de garantía de un día ordenado y próspero. La disci- plina de la oración se ha manifestado en la forma en que ha sometido a los nativos — más o menos — a deberes que hasta ahora les eran extraños y desconocidos."
Muchos otros fragmentos de su diario durante ese período se refieren a sus luchas, al trabajo manual que realizaban o planeaba y a los planes para el futuro de la misión.
En otra oportunidad, se produjo un nuevo incidente, que encontramos relatado sólo con estas palabras:
"Ha tenido lugar otro combate, que me atemorizó grande- mente. El grupo ofendido dice que volverá con una partida de indios de tierra (onas). De ser así, esto resultará malo para la misión y puede llevar al saqueo de la estación. Por supuesto que si no se les resiste, robarán todo lo que puedan. Para con- ciliar a los invasores, los nativos locales quizá se unan en un ataque a mi casa, mas nosotros estamos bajo la buena vigilancia de Dios y no temo mal alguno". Afortunadamente, sus temo- res no llegaron a hacerse realidad.
Mientras todo esto sucedía, el Alien Gardiner estaba fon- deado en la bahía, pero sus hombres tenían orden de no bajar a tierra. En julio fué otra vez a Keppel, en busca de provisio- nes y, al volver, casi un mes más tarde, traía a Stirling una no- ticia extraordinaria: la Iglesia Anglicana había resuelto nom- brarlo su primer obispo para Sud América, con sede en las Malvinas, mostrando así el reconocimiento que su actividad y heroísmo merecían.
Partió entonces, dejando las cosas de Ushuaia al cuidado de sus amigos indígenas, y fué en seguida a Inglaterra, donde el 21 de diciembre fué consagrado como primer obispo anglicano para Sud América, en la Abadía de Westminster.
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Fué obispo hasta 1900, fecha en que renunció porque su edad avanzada no le permitía seguir viviendo en el desagradable clima malvinero. La actividad desplegada durante esos treinta años fué extraordinaria. No se limitó a las Malvinas, en cuya capital logró hacer edificar una hermosa catedral, sino que se extendió a buena parte de Sud América. Bajo su dirección la Sociedad buscó nuevos campos y trabajó en la Patagonia, en el sur de Chile y el corazón del Chaco paraguayo. El veterano obispo visitó todos estos campos de labor, internándose tanto en los frígidos canales fueguinos, como en las intrincadas sel- vas tropicales.
Al retirarse del obispado de Sud América, volvió a Ingla- terra donde se radicó en Wells, a cargo de la iglesia del lugar, hasta que falleció el 18 de noviembre de 1923.
V
PRIMERAS EXPERIENCIAS ENTRE LOS PATAGONES
1857 - 1861
Antecedentes. - Ofrecimiento de Schmidt. - Primer viaje. - Juan H. Hunziker. - Segundo viaje. - Trabajos lingüísticos.
En 1853, el navio inglés Vexen, al mando del comandante Bernard, llegó a Punta Arenas para investigar el saqueo de un barco de la misma nacionalidad, naufragado en las cercanías. La acusación recaía sobre la tribu de un célebre cacique pata- gón, llamado Casimiro Biguá o Vibá, que fué llevado a bordo. El indio juró ser inocente y se declaró amigo de los ingleses, demostrando interés por que sus "ignorantes paisanos" fueran instruidos en el cristianismo.
Casimiro es uno de los personajes más interesantes en la his- toria de la Patagonia del siglo pasado. Se asegura que su padre era un francés llamado Vibois; fué entregado por su madre a algunos pobladores del río Negro que le instruyeron, hasta que se fugó para dedicarse a la vida nómade. El gobierno chileno
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le dio el título de capitán de su ejército v le pagaba el sueldo correspondiente, lo que no le impidió ofrecer sus servicios a la Argentina, en momentos de tirantez entre ambas naciones, al hacer un viaje a Buenos Aires con Piedrabuena, en el trans- curso del cual entrevistó al presidente Mitre, quien le dió el grado v el sueldo de teniente coronel, junto con el título de jefe principal de las tribus patagónicas. Además, Casimiro reci- bió instrucciones de concentrar la indiada para una eventual ocupación militar del Estrecho; vendo más allá de lo acor- dado el cacique llegó a hacer una impresionante demostración en Punta Arenas. Al decir de un historiador, si hubieran tenido tiempo, quizá Casimiro hubiera alcanzado el generalato chi- leno... El célebre viajero inglés Musters habla largamente de él en su obra "Vida entre los patagones".
Al volver el Vexen a Inglaterra, el Almirante británico in- formó a la Sociedad Misionera de Sud América sobre el pedido de Casimiro v desde ese momento este hecho fué tenido muv en cuenta al trazarse todos los planes.
Debieron pasar, sin embargo, varios años antes de que fuera posible hacer algo concreto. En enero de 1857, el Alien Gar- diner partió de Keppel para reconocer la zona de Magallanes. El 28 de febrero estaba de regreso y no constan los resultados del viaje.
Un año más tarde, el 23 de enero de 1858, volvía a partir llevando a Alien Gardiner, hijo, Carlos Turpin y Teófilo Schmidt. El 9 de marzo fondearon en la caleta Bougainville, al sudeste de la península de Brunswick, donde vieron un grupo de indios, que posiblemente eran alacalufes y con quienes tra- baron relaciones amistosas. El 18 del mismo mes estaban en Punta Arenas, donde se encontraba la tribu de Casimiro. Era entonces sólo un grupo muv pequeño v, en busca de otro mavor, visitaron las bahías de San Gregorio v Oazy que años antes recorriera el fundador de la misión, sin encontrar indí- genas. A fines de mes estaban de regreso en Keppel.
Gardiner, hijo, recomendó ardientemente la isla Isabel, ubi- cada algo al norte de la población, en el estrecho de Magallanes,
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esto es a escasa distancia tanto de la Patagonia como de Tierra del Fuego, o sea de las tribus tehuelches, onas y alacalufes. Sus condiciones geográficas eran excelentes y su único inconve- niente era la vecindad con los establecimientos chilenos, cuyo recelo ya se dejaba entrever.
El hombre para aquel trabajo que, como se verá, era más bien una aventura, apareció en el joven Teófilo Schmidt. Al volver del viaje precitado, escribió a la misión ofreciéndose en estos términos:
"Me ofrezco para ir entre los patagones como catequista {no como traductor) , vivir con ellos en sus toldos, compartir su comida y sacrificar las comodidades de que gozo aquí, si al menos otro hombre, que quiera servir a su Señor y Maestro en Su causa, quisiera venir y ofrecerse para ir conmigo". Juzgaba necesario convivir con ellos unos seis meses para apren- der el idioma y luego continuaba: "Habiendo adquirido algu- nos conocimientos de su lengua y mostrándome amable v afec- tuoso con ellos, podré, con la bendición de Dios sobre mis propósitos, persuadir a algunos a darme a sus hijos, que quizá podremos llevar a Cranmer para ser educados de acuerdo a los planes de la Sociedad."
Como la misión no se expedía tan prontamente como él lo creía necesario, volvió a escribir insistiendo. "Deseo ir", decía, "y hacer un intento de vivir con ellos y espero que pronto podré hablarles en su propia lengua, al menos en un período razona- blemente corto". Finalmente, la misión aprobó sus planes.
Antes de seguir, digamos que Schmidt había nacido en Wur- temberg, Alemania, y que se había educado en el colegio de Aarau, en Suiza. Luego siguió sus estudios religiosos en la Mi- sión de Peregrinos de San Chrischona, colegio establecido en 1815 por la Misión de Basilea para preparar sus obreros. Al en- trar al servicio de la Sociedad Misionera de Sud América, tenía sólo veintidós años y lo hizo en carácter de lingüista, título qui- zá un poco altisonante, ya que hasta ese momento, el joven po- seía únicamente cuatro lenguas 'europeas. Sin embargo, demos-
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tró que tenía una capacidad especial para ese tipo de trabajo, en vista de la labor realizada posteriormente.
Como no había aparecido aún un compañero de tareas, Schmidt partió solo de Keppel el 4 de febrero de 1859 y, des- pués de un accidentado viaje, llegó a Punta Arenas a fines de marzo. Se encontraba allí un gran grupo de indios, al mando del cacique Ascaik. El gobernador Jorge C. Scvthe, dinamarqués, que demostró siempre simpatía a la obra misionera, puso a Schmidt en contacto con los tehuelches, que se mostraron curio- samente suspicaces. Había entre ellos, por lo general, uno o más blancos, pero que casi siempre eran fugados de la justicia, bandoleros o marinos desertores; era sumamente extraño que la autoridad apadrinara a quien quisiera ir a vivir con ellos, máxime en tal caso en que sus propósitos les resultaban bastante oscu- ros. Además surgieron influencias de personas pocos escrupu- losas, que se esforzaban por obstaculizar el viaje, pero sus in- tentos fracasaron y Schmidt partió con los indios el 23 de abril. C1)
Al principio descendieron a lo largo de la costa, para inter- narse luego y permanecer errando unos tres meses en las vecin- dades de San Gregorio. En Dungeness — que es el Finisterre de la Patagonia sobre el Atlántico — , lugar tormentoso por excelen- cia, encontraron un barco recién embarrancado. Los indios en- contraron allí gran cantidad de alcohol, con el que se emborra- charon; sobrevino entonces una gresca descomunal al repartirse
(!) Años más tarde, el viajero inglés Jorge Musters realizó un viaje muy similar con la tribu de Casimiro; su relato es sumamente inte- resante y confirma la descripción que de los indígenas hicieron los misioneros. Existe traducción castellana del libro con el título "Viaje entre los patagones". Otro relato clásico es el del francés Augusto Guinnard, que fué apresado por los salvajes y que hizo entre ellos una dura vida de esclavitud; sin embargo, debe tenerse en cuenta que, aun- que el libro lleva el nombre "Tres años de esclavitud entre los pata- gones", sus captores no fueron de esa raza, o sea de los llamados te- huelches, sino más bien puelches, que vivían en el sur de la actual pro- vincia de Buenos Aires y en la zona de los ríos Negro y Colorado, al norte de la Patagonia.
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la carga, pero afortunadamente el misionero no sufrió daño alguno.
Seis días más tarde, partieron hacia el norte y en Güer Aike, sobre el río Gallegos y cerca del Coig o Coyle, en el actual territorio de Santa Cruz, encontraron las tribus de los caciques Casimiro, Kailé y Watchy, que venían del río Negro. La tribu de Casimiro estaba muy disminuida, pues sólo tenía unos cien individuos. Todos juntos volvieron al lugar del naufragio y las escenas cruentas se repitieron.
Finalmente, el seis de octubre estaban de regreso en Punta Arenas. En aquellos cuatro meses, Schmidt había trabajado acti- vamente por ganar la confianza de los indios y formar un voca- bulario de su idioma. Posiblemente, al principio, se entendían en castellano, que los caciques solían hablar y que él había estudiado en Europa. Recogió asimismo numerosas observaciones de ca- rácter etnográfico sobre los tehuelches y anotó muchas de sus costumbres; llevaba cuidadosamente un diario, en el que iba des- cribiendo los lugares por donde pasaba. Fué el primer viajero blanco que recorrió el curso del río Coig, y que además lo* describió, con una admirable precisión.
De acuerdo con lo planeado, el Alien Gardiner debía haber estado esperándolo, pero en realidad no había llegado. Schmidt comenzó a inquietarse después de un tiempo de espera y las noticias que recibió finalmente no podían servir para tranquili- zarle: el grupo misionero que viajaba en el Alien Gardiner había sido masacrado en Wulaia y el barco estaba prácticamente des- mantelado. Estos acontecimientos dificultaban grandemente el trabajo, haciéndolo casi imposible; Schmidt recibió entonces ins- trucciones de ir a Inglaterra, para discutir sus planes con el Co- mité. La vida del desierto había resentido su salud, por lo que aceptó gustoso la idea. Mientras tanto, había surgido otra difi- cultad con la muerte de su amigo indio Ascaik.
En esa misma época, apareció un compañero de labor. Se trataba del joven suizo Juan Federico Hunziker, nacido en el cantón de Argovia y educado también en Aarau y en San Chris- chona, donde había conocido a Schmidt. El 23 de febrero de
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1860 fué aceptado y el 29 de agosto llegaba a Keppel, donde quedó esperando a su futuro compañero, que aun estaba en In- glaterra, porque los medios de regresar eran sumamente escasos.
Ardía en su interior por comenzar el trabajo y lo demostra- ba escribiendo: "Que pronto llegue el tiempo cuando pueda unirme a él (Schmidt) v cuando, en amor fraternal, podamos realizar la obra del Señor entre los patagones". Otra vez expre- saba: "Ale alegro al prever el tiempo cuando Mr. Schmidt llegue aquí a Cranmer y vayamos, tomados de la mano, a la Patagonia, para usar nuestro tiempo y ser usados por el Señor". Mientras tanto, estudiaba fonética y practicaba equitación en el caballo que Casimiro regalara a Gardiner, hijo, en 1858.
El 12 de enero de 1861 Schmidt llegó a Keppel, llevando una gran cantidad de chucherías para obsequiar a los indios y algu- nos elementos de instrucción. Hunziker expresó su satisfacción por la llegada de su compañero en estas palabras: "iMr. Schmidt y yo nos sentimos muy felices juntos, en perfecta unidad. Me siento muy agradecido al Señor, que me permite tener junto a mí un compañero de trabajo experimentado, con quien tengo comunión en oración".
El 9 de julio se encontraban ambos en Punta Arenas. Mien- tras esperaban a los indios, Hunziker aprovechó el tiempo para hacer una excursión a la caleta Bougainville. El gobernador les recibió con gran amabilidad. Previamente había escrito a la mi- sión ofreciendo sus servicios, en estas palabras: "Si, por medio de mi influencia sobre los indios, puedo ser de alguna utilidad a estos dos jóvenes, que van adelante a preparar el camino para predicar la Palabra de Dios, en lugares donde nunca se la oyó antes, pueden ustedes estar seguros que haré cuanto esté a mi alcance para garantizar su seguridad y proveerles en lo que pue- da serles necesario". Al respecto, había logrado que Gemoki, hijo y sucesor de Ascaik, se hiciera responsable de la seguridad personal de los misioneros; el cacique cumplió celosamente su promesa ya que fué "muy amable en su carácter y muy gentil en sus maneras". En la misión solían llamarle Gentlevian John (el Caballero Juan).
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Durante el mes de julio, llegó la tribu de Casimiro, quien aceptó la compañía de los misioneros y partió con ellos el 27 del mismo mes. Comenzó una nueva peregrinación por la Patagonia austral. Generalmente, los indios erraban desde Punta Arenas, donde comerciaban con los chilenos, hasta Carmen de Patago- nes, donde lo hacían con los argentinos, ya que en el resto de la Patagonia no existía aún pueblo alguno; en las rías encontraban a veces barcos loberos, con los que también traficaban.
En este caso, sin embargo, no fueron tan al norte. El 17 de agosto llegaron a Güer Aike, que era uno de los puntos habitua- les de reunión, donde encontraron a Gemoki con su tribu, como así también las de los caciques Crimen y Cabolo. En octubre estaban en Warenken Aiken, sobre el Coig, desde donde em- prendieron el regreso.
Schmidt y Hunziker hacían mientras tanto lo posible por influir religiosamente en los patagones. Todos los días realizaban ante su vista un breve culto, que, según ellos mismos confesa- ban, despertaba poco interés entre sus rudos compañeros de nomadismo. Casimiro les entregó a sus dos hijos para que los educaran, pero resultaron ser perezosos y despreocupados. El menor, llamado Gálvez, parecía ser un poco más aplicado; cuando Musters lo conoció ocho años después aun recordaba un himno evangélico. Fué asesinado en 1876 y su esqueleto está en el Museo de La Plata.
El 9 de octubre recruzaron el río Gallegos y un mes después estaban de regreso en Punta Arenas.
Fueron de allí a Keppel donde quedaron unos cinco meses, preparando debidamente el vocabulario que había recogido. Ha- bían logrado reunir unos mil vocablos. Con ellos se publicó en Bristol, poco después, una pequeña obra, bajo el título de Vocabulary and rudiments of Grammar of the Tsoneca len- guage. Llevaba el nombre de Schmidt, posiblemente por ser el lingüista oficial de la misión. La edición debió ser muy limi- tada, ya que prácticamente ha desaparecido por completo. Años más tarde, el señor Jorge Claraz, que mantuvo cordial amistad con ambos misioneros en Patagones, envió al Museo de La
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Plata, un manuscrito, atribuido a Hunziker, y que reproduce el vocabulario de Bristol. Además existe en la biblioteca del Mu- seo Mitre, en Buenos Aires, otro manuscrito, con un breve vocabulario y gramática tehuelche, esta vez bajo el nombre de Schmidt; el general Bartolomé Mitre dedica noventa y dos páginas de su "Catálogo Razonado de la Sección Lenguas Ame- ricanas" a la transcripción y comentario de esa obra.
Con todos estos elementos, dos investigadores del Museo de La Plata estudiaron a fondo el fundamental aporte hecho por ambos misioneros a los conocimientos lingüísticos sobre los indios patagónicos. Uno fué el doctor Roberto Lehmann-Nit- sche, quien publicó en un volumen aquellos dos vocabularios, con un estudio previo, como contribución al XVII Congreso Internacional Americanista, reunido en Buenos Aires, en 1910. Además, el doctor Félix F. Outes estudió cuidadosamente aque- llos materiales y otros que le fueron facilitados por el señor Claraz o que figuran en las publicaciones de la misión, dando luego a conocer varios extensos y bien documentados artículos, que aparecieron primero en la Revista del Museo de La Plata v en forma de folletos varios de ellos luego.
Además, Schmidt realizó también la traducción del Padre- nuestro al tehuelche, que fué publicada por Outes, junto con el versículo 8 del salmo 2.
Terminada esta etapa preparatoria, la misión se dispuso a co- menzar un trabajo que trajera resultados más efectivos.
VI
ESTABLECIMIENTOS EN SANTA CRUZ Y RIO NEGRO
1862 - 1897
Establecimiento provisional en el Santa Cruz. - Terrible soledad. - Entrevista con los indios. - Patagones, Viedma, San Javier y el Napostá. - Obra de Hnmble hasta su muerte.
En abril de 1862, Schmidt v Hunziker estaban nuevamente en Punta Arenr.s, pero encontraron que la situación había cam-
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biado fundamentalmente, pues Scythe ya no estaba allí y el nuevo gobernador, no sólo no los favorecía, sino que también había llevado consigo a dos curas para que adoctrinaran a la población. Era necesario, por lo tanto, cambiar de base de ope- raciones. Volvieron ambos rápidamente a las Malvinas y allí se les autorizó para intentar un establecimiento provisional en la desembocadura del río Santa Cruz.
El Alien Gardiner se encontraba en viaje a Inglaterra, lle- vando a Despard de regreso, y a fin de no desperdiciar tiempo, fletaron la goleta Tilton, que les dejó en tierra el 17 de mayo. El lugar elegido fué una parte de la ría, llamada Weddel's Bluff, donde existía un cañadón, protegido contra el viento, con abun- dancia de agua potable, leña y caza, en forma de guanacos y ñandúes. Actualmente, ese lugar recibe el nombre de Cañadón de los Misioneros y tiene gran importancia en la historia de la región, ya que allí se levantó luego la primera población del territorio de Santa Cruz, con el mismo nombre.
El 2 de junio empezaron a levantar una casa desarmable de madera y otra más pequeña, como almacén. Celebraban un culto todas las mañanas y trabajaban ardorosamente todo el día; parte de sus planes en cuanto a abastecimientos fracasó prematuramen- te al emigrar la mayor parte de la caza y al no resultar un inten- to de cultivo. El 2 de julio, el Tilton levó anclas, dejando solos a Schmidt, Hunziker y Guillermo Gardiner. (*)
Empezaron éstos una nueva aventura, pero de tipo muy dis- tinto a las anteriores: la soledad. Ante ellos se extendía sólo el desierto patagónico, plano como una mesa y barrido por vientos constantes, que levantaban polvaredas insoportables. Los prime- ros días tocaron allí algunos barcos loberos, pero luego vol- vieron a quedar solos, esperando por más de dos meses en esas condiciones. Para matizar aquel tiempo, se dedicaban al estudio y a las observaciones meteorológicas. Tres veces por día regis-
(!) No nos ha sido posible averiguar quién era el último de los nombrados, o si tenía alguna relación con Alien Gardiner. Este episodio es su única aparición.
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traban la temperatura, el estado del cielo y la dirección y fuerza del viento.
Un indio, que servía como marinero en el barco, les había dicho que a menudo acampaban algunas tribus en la ribera nor- te, más al interior, y efectivamente por allí aparecieron algunas columnas de humo, señal indubitable de un grupo humano. El 16 de septiembre llegó un grupo de indios, procedentes del río Negro y en marcha hacia el Gallegos.
Schmidt se les unió como medio de encontrar a Casimiro o Gemoki. Partieron seis días después y el 8 de octubre, a orillas del Gallegos se unieron con la tribu de Casimiro.
Todos juntos fueron hasta Punta Arenas, donde los tehuel- ches compraron alcohol y provisiones. Estas últimas se encon- traban en malas condiciones; un buen número se intoxicó con ellas y aun Schmidt debió sufrir las consecuencias.
Habiendo obtenido la promesa de Casimiro de ir a visitarlos en un plazo de dos meses y de confiarles tres niños de su tribu, el misionero volvió al Santa Cruz, adonde llegó a principios de diciembre. Tuvo entonces una sorpresa desagradable. La espan- tosa soledad había trastornado un tanto a Hunziker, que no le reconoció y le preguntó si hablaba inglés o castellano. Afortu- nadamente recuperó la razón poco a poco y en un tiempo breve.
Mientras tanto, las provisiones se estaban agotando. Habían esperado contar con abundante caza y habían errado además el cálculo de lo que dejó el barco al irse, de modo que la situa- ción comenzó a tornarse delicada.
En esa época, el 19 de enero, se presentó en el lugar el Alien Gardiner, que traía a los Stirling y a Rau.
Antes de llegar allí se habían detenido en la desembocadura del río Negro, donde existían dos poblaciones: Carmen de Pata- gones, en la ribera norte, y Viedma, en la sur. Desde 1860, por lo menos se había planeado establecer a algún misionero en ese punto, que era el más austral ocupado por población blanca sobre el Atlántico, "para mantener contacto con los indios y, luego de obtener su confianza, tratar de ganarles para Cristo".
El 6 de junio de 1862, en la reunión anual de la misión, Stir-
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ling informó que se habían encontrado dos candidatos para el río Negro: Francisco Neville Lett, de origen irlandés, y Juan Andress, otro ex-alumno de San Chrischona. "Son hombres de diferente temperamento e indudables méritos", dijo entonces, "que una vez combinados en espíritu de amor, se contrabalan- cearán y suplementarán el uno al otro; espero, por lo tanto, que su ubicación en el Carmen resulte satisfactoria".
El establecimiento de una estación misionera en el lugar te- nía un aspecto completamente distinto al que habían tenido los de las Malvinas, Tierra del Fuego o Santa Cruz. En efecto, en el primer caso estaban en tierras ocupadas por Inglaterra, de cuyo gobierno se había obtenido el permiso correspondiente. En los otros dos, era difícil saber bajo qué soberanía se encon- traban, ya que toda esa región era hasta entonces res nullius, re- clamada tanto por argentinos como por chilenos, en una larga disputa, más o menos vivida, que no se solucionó hasta 1881. No había, por lo tanto, en esos casos, necesidad de solicitar per- miso a ningún gobierno; más aún, no era conveniente hacerlo, porque una actitud tal comprometería la buena voluntad Acl otro para con la misión.
En el río Negro, la situación era distinta por primera vez, ya que allí existían autoridades de otra nación. La actitud que estas asumirían era una incógnita. Afortunadamente, fur cuanto podía esperarse.
El 2 de diciembre de 1862, el Alien Gardiner fondeó en el puerto de Carmen de Patagones. La presencia de varios misio- neros protestantes, dos de los cuales pensaban establecerse allí, causó no poco revuelo. El juez de paz, que era a la vez presi- dente de la municipalidad y la máxima autoridad del pueblo, convocó apresuradamente a la corporación municipal para dis- cutir el problema. Según consta en el libro de actas, se discutió largamente si tales misioneros podían establecerse en ese lugar y, al saberse que el objeto de la misión no era otro "que el de aprender el dialecto de los indios, instruir a los que quisieren seguirlos e internarse entre los salvajes para convertirlos en sus creencias", acordaron por mayoría: "Que por la Constitución
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estaba garantida la libertad de cultos en toda la Confederación, por lo que no podía entrometerse la Municipalidad a coartarla; que se participase el hecho al Superior Gobierno, sujetándose a lo que él decretase a este respecto".
Stirling mismo tuvo cuidado de escribir al Ministerio del In- terior, informando del comienzo de su obra. En la respuesta, se le otorgó amplia libertad y se le aseguró apoyo moral.
El 12 de diciembre el barco prosiguió hacia el Santa Cruz, donde se detuvo hasta el 28 de enero, mientras esperaba la pro- metida aparición de Casimiro y los suyos. Entre tanto, Rau diri- gió la construcción de un huerto y una represa para regarlo. Luego el Alien Gardiner se fué, dejando solos otra vez a los misioneros, aunque Stirling abrigaba serios temores por la salud de Hunziker.
Nuevamente pasaron casi cuatro meses en esa situación. El 18 de mayo aparecieron simultáneamente el Alien Gardiner y varios cientos de indios, al mando de Gemoki y Casimiro. Entre ellos se hizo un reparto de café y galletas, al que los patagones respondieron con un pedido de brandy, pues no concebían un barco sin alcohol en abundancia. Se les hizo conocer el deseo de tener una conferencia con los jefes y la sugestión fué aceptada.
Llegada la hora, todos se sentaron sobre el suelo. Stirling ocupó el lugar principal y Casimiro, que ejercía la representa- ción de los indios, se ubicó enfrente suyo. Schmidt, oficiando de intérprete, se puso a la derecha, y Gemoki a la izquierda. Se hicieron demostraciones de amistad, inclusive el cambio de re- galos; los misioneros recibieron tres quillangos. Stirling explicó que su propósito no era "ocupar el territorio, poner de mani- fiesto el poder extranjero, ni aun comerciar, sino enseñarles acerca de otra vida v de un mundo mejor más allá de la tumba".
Ambos caciques demostraron comprender lo que se les decía, pero se mostraron reticentes en cuanto a promesas definitivas, aunque sin oponerse a que los misioneros se establecieran en su territorio. Reiteradamente, Casimiro declaró que el lugar era malo en caza y que, si bien él deseaba que los niños fueran edu-
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cados, los demás no opinaban igual. La opinión que se formó Stirling fué que estaba tratando de buscar algún medio de apro- vecharse de ellos para cimentar su propia autoridad.
Más tarde, para fortalecer aun más las buenas relaciones, ambos caciques visitaron el Alien Gardiner.
Un jefe secundario, llamado Platero, pidió que lo llevaran a las Malvinas, pues deseaba conocer al gobernador. Su deseo fué complacido y junto con él viajaron sus hijos: Belonkon, de dieciocho años, y Mariquita, de veintidós. Esta falleció en el viaje de regreso y las atenciones que los misioneros tuvieron para con ella hicieron que Platero les cobrara un gran afecto, a pesar de las grandes demostraciones de pesar que hizo al perder a su hija.
También viajaron a Keppel, Schmidt y Hunziker, para repo- ner algo de sus fuerzas gastadas. El último estaba tan envejecido que sus amigos casi no le reconocían. En el Santa Cruz que- daron, a cargo de la casa, Guillermo Gardiner y el marinero Mateo Paravich.
Stirling fué hasta Patagones y allí indicó a Lett que visitara la otra estación y que, luego de anunciar a los indios el próximo regreso de los misioneros, fuera a Keppel a informar. El 10 de agosto, llegó a las Malvinas, después de cumplir su misión.
El 22 del mes siguiente, Schmidt y Hunziker estaban de regreso con los dos patagones amigos. Se encontraron con la desagradable sorpresa de que los indios se habían ido tras un lobero norteamericano que les había vendido aguardiente. Se produjo una borrachera general y los patagones declararon que no mantendrían relaciones con quienes no comerciaran en alcohol.
Aquello hizo afianzar en los misioneros la idea que ya se había formado de que era inútil permanecer en aquel lugar. Por otra parte, una terrible sequía que prevalecía entonces lo hacía casi imposible. Desarmaron la casa, embarcaron todo en el Alien Gardiner y, junto con Platero y Belonkon que no que- rían separarse de ellos, fueron al río Negro.
En ese lugar, continuaban su trabajo Lett y Andress quienes
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pocas semanas después de su llegada, se habían trasladado al "pueblo del Sur" como generalmete se llamaba a Viedma, por- que parecía más favorable al Evangelio, tenía un mayor contac- to con los indios tehuelches, araucanos y puelches y no estaba tan dominado por la influencia de los dos curas que les hacían la guerra en Patagones, recorriendo el pueblo para prohibir la lectura de la Biblia.
Con frecuencia iban allí los indígenas o acampaban en las ve- cindades; los curas les hablaban en contra de los misioneros evangélicos, desarrollando así más aún su natural suspicacia. Las tribus que más a menudo visitaban la región eran las de los caci- ques Roque y Calfucurá, el más famoso en la historia patagónica, que tenía "un ejército de seiscientas a dos mil lanzas".
Era entonces aquel lugar uno de los "últimos rincones de la tierra" donde, como luego sucedería en algunas islas del Pací- fico, se refugiaban lejos del mundo o de sus conciencias, gentes de todas partes. Así vemos que, entre el heterogéneo público de los misioneros, se contaban desde indios y criollos hasta el hijo de un pastor suizo, y la hija de uno inglés.
Schmidt y Hunziker hicieron un viaje a Europa para repo- ner su salud, que había sufrido gravemente. El segundo volvió luego a establecerse con Lett, aunque se radicó en un lugar más distante llamado San Javier, en el punto conocido por Po- trero Grande, donde se armó la casa que había estado en el Santa Cruz v que era visitada por el cacique araucano Chingo- leo, el puelche Sinchel y algunos otros. Allí estableció una escuela, para la que logró la asistencia de algunos indiecitos.
Estuvo trabajando en ese lugar hasta fines de 1866. El 20 de diciembre llegó a las Malvinas y se separó de la misión, por no estar completamente de acuerdo con los métodos empleados por Schmidt, que eran oficialmente aprobados por el comité. Según su amigo Claraz, Schmidt se resistía a atraer a los indí- genas con regalos, pues quería que "acudiesen espontáneamente en busca de la verdad y del Dios único y sintiesen, por sí mis- mos, la necesidad de aprender". Hunziker, por su parte, opinaba que era necesario civilizarles y educarles primero y luego incul-
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caries las doctrinas cristianas que, a su juicio, no podían resul- tarles atractivas en su estado de salvajismo nómade. Con su carácter amable y su entereza varonil, se adaptó muy bien al medio, logrando bastante ascendiente sobre los indígenas, pero su obra no dejó mayores resultados visibles. Un ejemplo típico fué el de un jovencito patagón a quien tuvo en su casa durante mucho tiempo, pero que terminó fugándose para vivir errante por el desierto.
Esta diferencia de ideas ha sido general en todas partes del mundo v en todas partes también la experiencia ha demostrado la falsedad de la aparente lógica de los que han pensado como Hunziker. Los casos de Hans Egede en Groenlandia, Samuel jMarsden en Nueva Zelandia y otros son los más conocidos.
Durante su permanencia en San Javier, Hunziker compiló un vocabulario y fraseado puelche, con la ayuda de Sinchel y de algunos indios del cacique Chagallo o Chagaya. Este vocabula- rio fué publicado años más tarde por el doctor Outes.
El ex-misionero vivió un tiempo como capellán en las Mal- vinas y, después de casarse, se trasladó a Minnesott- en los Esta- dos Unidos.
Mientras tanto, Schmidt también había vuelto de Europa, con su flamante esposa y un nuevo misionero, el médico Jorge Arturo Humble, egresado de Oxford y con grandes dotes musi- cales. De acuerdo a las instrucciones recibidas, se establecieron junto al caserío de "la Guardia", a orillas del arroyo Napostá, en el sur de la provincia de Buenos Aires, cerca al lugar que" hoy ocupa la ciudad de Bahía Blanca. En las vecindades mero- deaban las tribus de los caciques Ancalao, Linares y Coila, para las que instalaron una escuela. Su intento fracasó, porque los indios se negaron a ir y, en vista de ello, ambos misioneros se trasladaron al río Negro.
Llegaron a Patagones en abril de 1864, para encontrar que la actividad del cura había cesado, debido a los pocos resultados que obtenía, ya que no consiguió que la gente rechazara las Biblias. En los últimos tiempos, dió permiso para leer el Libro
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prohibido y al morir fué atendido por el único médico del lu- gar: Humóle.
Poco después, Humble debió asistir a otro paciente muy distinto del anterior. La esposa de Stirling, que había acompa- ñado estoicamente al misionero en todas sus luchas, fué atacada por una grave enfermedad, de la que fué imposible salvarla. El 16 de octubre de 1864 entregó su alma al Señor.
Cuando los misioneros comprendieron que su fallecimiento estaba próximo, decidieron comenzar los trámites para conseguir un trozo de tierra en el cementerio. Este era aún una institu- ción religiosa y su administración estaba en manos del cura, por lo que el entierro de la esposa de un obispo protestante cons- tituía todo un problema. Stirling se dirigió entonces a la Cor- poración Municipal, solicitando un trozo de tierra en el cemen- terio en construcción.
La opinión del cuerpo fué unánime. Uno de sus miembros, don Marcelino Crespo, fundó su voto en los términos siguien- tes, según figuran en el libro de actas: "Que, sin embargo de no ser suficiente perito para deslindar un asunto de esa naturaleza, v hallándose en Buenos Aires el señor Cura, se permitía recordar las palabras que había tenido ocasión de oír de boca del Ilus- trísimo Señor obispo en su último viaje a la Capital, por Febrero de este año, con motivo del pedido de orden para bendecir un cementerio nuevo que un individuo le formulaba y que eran éstas: 'ahora no se puede bendecir en general un cementerio porque era de necesidad dar a todos sepultura, sin dejar de distinguir los méritos y virtudes de nuestra Santa Religión', que agregando el señor Obispo alguna palabra más, comprendió que su mente era limitar la bendición a la sepultura del Católico, Apostólico, Romano, que por este antecedente y el de no estar bendecido el cementerio que se estaba construvendo era de opinión que se le cediera un pedazo de tierra para sepultura en un paraje, donde si resultase algún inconveniente, se pudiera levantar una pared que dividiera el Cementerio y así podría quedar un lugar para otros casos iguales".
A continuación, el acta dice: "El municipal don Felipe Rial
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fué de igual parecer, no obstante lo delicado y celoso que el señor Cura Tomatis se había mostrado en cuanto a la Misión Protestante Inglesa, pero que no temía asegurar que la mayor parte de este vecindario había mostrado buena disposición y mostraría su aquiescencia por generosidad humanitaria".
Finalmente, el acta dice: "Por todo lo cual se resolvió con- ceder sobre la izquierda de la Cruz, e inmediata a la pared, las varas suficientes para la sepultura de la señora Kurjes (*) y otros que pudieran ocurrir". Este documento y el que se refiere a la instalación de los misioneros se encuentran en el libro "Crónica de Carmen de Patagones entre los años 1852- 1855", al cual remitimos a quien quiera conocer la vida de la población en esa época.
El acto del sepelio fué extraordinario por la cantidad de público v por lo caracterizado del mismo, que revelaban lo exacto de las palabras del municipal Rial; el Juez de Paz, la máxima autoridad del pueblo, estuvo presente en la ceremonia religiosa. Este fué el origen del cementerio de disidentes de Patagones, donde la misión enterró sus muertos en el futuro. El avance del pueblo ocupó posteriormente ese lugar y el ce- menterio desapareció.
En 1867, la mala salud de Schmidt le obligó a abandonar Patagones para dedicarse al pastorado de la colectividad pro- testante de Fray Bentos, hasta 1874 cuando le fué necesario volver a Europa, pues su salud no había mejorado.
Humble continuó solo el trabajo. Fué construida una es- cuela y un consultorio médico y, como ambas cosas eran las únicas que había en el pueblo, sus oportunidades para hablar del Evangelio eran muy numerosas. El 13 de agosto de 1865 se inauguró el templo de Viedma y cuatro días después la casa del misionero, todo ello construido con fondos recolectados en Buenos Aires. En la primera oportunidad, el templo estaba colmado de público, a pesar del mal tiempo reinante.
El misionero hacía también frecuentes visitas a los indios, a
í1) No sabemos por qué se llama así a la señora de Stirling.
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quienes predicaba la Palabra de Dios, que en muchos casos interesaba vivamente a los aborígenes. También se celebraban reuniones en castellano y en 1867, Humble informaba que con- currían a ellas unas treinta personas.
La obra continuó así durante mucho tiempo sin grandes no- vedades. En agosto de 1867, llegó a acompañarle W. T. Coombe, que había trabajado en Lota, en el sur de Chile, pero dejó el lugar al año siguiente para ir a ocuparse de la obra entre la co- lectividad británica de Rosario.
El 19 de agosto de 1867, Humble se casó en Buenos Aires, con la señorita Williams, perteneciente a una de las familias galesas que se habían dedicado a la colonización del Chubut. De ese matrimonio nació un hijo que llegó a ser secretario- tesorero de la gobernación y, en una ocasión, gobernador in- terino.
Todo continuó normalmente hasta 1892, cuando los salesia- nos edificaron un hospital en Patagones y la población se apartó entonces de Humble, que dejó de ser el único médico del lugar, para convertirse en el objeto de los ataques de los sacerdotes católicos. Desde ese momento, desapareció su pú- blico "español" e indígena, para limitarse a algunos ingleses, alemanes y dinamarqueses que vivían allí v a los galeses que abandonaban las colonias del Chubut.
El 4 de noviembre de 1893 escribía lo siguiente a las auto- ridades de la misión:
"En relación con este lugar, tengo muy poco que hacer, tanto de capellán como de médico. Este estado de cosas, sin embargo, no es del todo un motivo de pesar, porque estoy sin- tiendo el peso de los años; después de cuarenta años de vida profesional, es natural que sienta deseos de descanso; hasta ahora, yo y mi puesto parecemos ser el uno para el otro".
Esta situación se mantuvo hasta agosto de 1897, cuando falleció este esforzado y valiente misionero, que había traba- jado durante treinta y tres años consecutivos en aquel lugar.
La misión no crevó oportuno mantener una estación en esa zona tan poco fructífera v, por eso, el fin de la vida de
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Humble, marcó también el fin de la misión en tierras de la Patagonia continental.
VII
DESARROLLO DE LA OBRA EN USHUAIA 1869- 1884
Ordenación y casamiento de Bridges. - Juan Lawrence, Santia- go Lewis y Jacobo Resyek. - Progreso en Ushuaia. - Bau- tismos. - Nuevos misioneros. - Ayuda a náufragos y expedi- cionarios. - Bove y Martial.
Volvamos a retomar el hilo de nuestro principal relato, que habíamos abandonado cuando Stirling era llamado a Europa para ser consagrado obispo. Poco tiempo antes, el 3 1 de octubre, Bridges había partido con igual destino, también para ser or- denado, ya que la misión creyó que así era conveniente, dado el puesto que debía ocupar en el trabajo de la misma.
Se le encargó que buscara un carpintero y un horticultor. El primero apareció en la persona de Santiago Lewis, cuya joven esposa, Eleonora Britten, había dado a luz poco antes a su primogénito, llamado Guillermo. El jardinero Juan Law- rence, especializado en el cultivo de rosas, se ofreció para ocu- par el otro puesto; también era casado y con un hijo pequeño. Estas seis personas partieron de inmediato hacia las Malvinas, siendo seguidas poco después por Bridges, que iba acompa- ñado por su flamante esposa, María Ana Varder, nacida efl Harberton, condado de Devon, de ascendencia holandesa.
Estando en una reunión en Bristol, el misionero se encontró por primera vez con aquella joven de su edad — veinticuatro años — y rápidamente comprendió que había encontrado a la compañera de su vida. Cinco semanas después, el 7 de agosto, se casaron, un par de días antes de la partida hacia Tierra del Fuego. Ambos se complementaban magníficamente, pues si él era activo y enérgico, casi diríamos severo, ella era más in-
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clinada al trabajo tranquilo de la enseñanza — era maestra — y más afecta a la tolerancia y al perdón. En Montevideo encon- traron a Stirling, que iba hacia Inglaterra, y que les relató la situación en Keppel y Ushuaia. En Stanley nació su hija María; de allí fueron a Keppel, donde encontraron que Bartlett, no esperándolos aún, se había ido a Ushuaia a dirigir la cons- trucción de quintas. En la isla, además de la señora y los niños de Bartlett, había tres indios (Cushinjiz, Gyammanacol y Shi- fanjiz) y un nuevo misionero, llamado Jacobo Resyek. Era éste un cristiano mulato, nacido en la Guayana Británica, que ejercía las funciones de maestro y predicador de la pequeña colonia y cuya naturaleza taciturna y meditativa en extremo, era tan notable, que a primera vista, daba la impresión de ser sordo.
El joven Bridges, que contaba sólo con unos veintiséis años, iba a hacerse cargo de la superintendencia de la misión y es lógico, por lo tanto, que digamos algo sobre él. Se recordará que su presencia en el Sur, se debía al hecho de ser hijo adop- tivo de Jorge Pakenham Despard. Su involuntaria relación con dicho pastor se debía a que, siendo un niño de dos años, fué encontrado solo sobre un puente, abandonado por su familia. Para sorpresa de todos se comprobó que, a pesar de su edad, ignoraba completamente el inglés y, por ese detalle y algunos rasgos fisonómicos, muchos suponen que era de origen latino, quizá francés o italiano. En la imposibilidad de averiguar su nombre se le llamó Bridges, porque bridge, en inglés significa "puente". Es ésta una demostración más de que los caminos de Dios son distintos a los que el ser humano escogería y que Él puede hacer un gran hombre de aquel a quien quizá desprecien los demás.
Habiendo llegado con Despard a Keppel en 1856, se dedicó ardorosamente al estudio del idioma yagán, para lo que demostró tener una capacidad especialísima y, en 1862, cuando su padre adoptivo volvió a Inglaterra, quedó interinamente a cargo del establecimiento, aunque sólo tenía diecinueve años. Todo le señalaba como el mejor sucesor de Stirling y así lo comprendió el comité que, una vez ordenado, le confió ese delicado cargo.
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Cuando llegó a Keppel, hacía seis días que había partido Bartlett, rumbo a Ushuaia, donde permaneció tres semanas. Al volver presentó un informe en el que decía: "Los nativos se comportaron extraordinariamente bien. Conté más de cua- renta canoas y había alrededor de doscientas cincuenta perso- nas. Preguntaron mucho por usted y estaban ansiosos por saber si volvería."
En diciembre, todos los misioneros estaban reunidos en Keppel, siendo nueve en total: los matrimonios Bridges, Law- rence, Lewis y Bartlett y el operario Resyek.
Este último y Lewis fueron a Ushuaia a preparar las ins- talaciones definitivas junto con un labrador llamado Phillips. El Alien Gardiner realizó desde ese momento gran cantidad de viajes entre Keppel y Ushuaia, llevando y trayendo misione- ros y materiales. Lawis volvió a las Malvinas en busca de su esposa y, mientras tanto, la estación quedó a cargo de Bridges y Resyek. En mayo de 1871, Lewis y señora llegaron para radicarse definitivamente en Ushuaia, de modo que ella fué la primer mujer bla,nca que vivió en Tierra del Fuego. En el viaje llevaban aves, caballos y otros animales, pero sólo sobre- vivieron dos cabras.
Allí nació meses después, el segundo hijo de Lewis, a quien llamaron Frank Ushuaia, y que, con los años, habría de con- vertirse en pioneer de la colonización de Santa Cruz. Este niño, el primero de raza blanca que nació en el archipiélago, era muy rubio y esto llamaba mucho la atención de los indí- genas, que, desde hacía tiempo, pedían permiso para tocar los cabellos dorados de la madre. Viendo al bebé, uno de los nativos, con la intención de decir un cumplido, exclamó pal- pando su cabecita: "Parece cabra".
El primer invierno fué muv riguroso para los tres valien- tes misioneros y sus dos niñitos. Las provisiones se agotaron y se vieron precisados a vivir de pescado, mejillones y hongos. Muy a menudo, la señora de Lewis debía quedar sola, cuando su marido y Resyek iban de caza o exploración. En uno de estos- viajes, Lewis descubrió el lago que los indígenas llamaban
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Cahmi y que hoy recibe el nombre de Fagnano, porque ge- neralmente se cree que su descubridor fué un misionero salesiano, lo que es un error. Además fué el primer hombre blanco que navegó por sus aguas.
Para ganar la amistad de los indígenas, los misioneros les regalaban ropas que a menudo no sabían usar, ya que hacían tres o cuatro pedazos de cada saco y se ponían una pierna de pantalón cada uno.
En septiembre del mismo año, Bridges y Lawrence, con sus esposas, llegaron a acompañarles, en momentos en que había allí alrededor de trescientos indígenas.
Al llegar Bridges a Ushuaia, tuvo la grata sorpresa de en- contrar a Sisoi, uno de los indígenas que Stirling había llevado a Inglaterra. Mientras sus compañeros de viaje estaban en Lauaia, fué a visitarlos e igual cosa hizo cuando Stirling estaba en Ushuaia y, si no fué a radicarse con ellos, era porque amaba mucho a su padre, de quien no se quería separar. Cuando Brid- ges visitó la estación en julio de 1870, lo encontró allí porque su progenitor había muerto poco antes; el misionero le entregó entonces un Nuevo Testamento que le habían mandado algunos amigos que dejara en Inglaterra. Lucca le aseguró que el joven tenía "una maravillosa pureza de carácter v un temperamento muy dulce".
El domingo siguiente, Sisoi dirigió el canto y, al terminar, le correspondió hacer lo mismo con la recitación del Padre- nuestro. Una semana después, Bridges tuvo con él y con Okok- ko y Lucca una reunión privada en la que leyeron Mateo 24: 34 y el misionero oró por ellos, luego de hablarles con más inti- midad de la que usaba frecuentemente.
Durante esos meses, se inició la construcción de una casa de hierro, que Stirling había hecho llevar desde Inglaterra y que, por eso, recibió su nombre. La casa que usaban anteriormente fué convertida en capilla, en la que se celebraban las clases v los servicios religiosos.
Poco antes de la llegada de Bridges, se produjo en el lugar una batalla campal entre indígenas; los misioneros, temiendo
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ser atacados, se encerraron en una casa. Lewis con una escopeta y Resyek con un hacha, ya que no tenían más armas, se pusieron de guardia en las puertas, pero fueron respetados. So- bre el campo quedaron tres muertos y gran número de heridos a quienes socorrieron los misioneros.
En marzo de 1872, Stirling les hizo una visita. Después re- lató sus impresiones con las siguientes palabras: "En Ushuaia encontramos que en el grupo misionero, todos estaban bien y alegres. Externamente, la apariencia del incipiente estableci- miento es muy prometedora. La "casa de Stirling" ocupa una buena posición e inmediatamente junto a ella, al frente y de- trás, se encuentran las huertas de los residentes que están ad- mirablemente bien cuidadas. Un trozo de tierra de cinco acres y medio, con un cerco alrededor, pertenece a seis familias na- tivas. Este terreno ocupado por quintas forma el último plano del establecimiento, que se compone de la "Casa de Stirling", la "Casa de Islee" y una diminuta capilla. Entre estos edificios, se encuentran diseminadas varias chozas de las mejor construi- das. Más atrás hay un campo de dos acres y medio con un tambo, todo bien cercado."
En esa ocasión, Stirling tuvo la alegría de bautizar a treinta y seis creyentes indígenas, incluyendo a Okokko, Lucca, Pi- noia y Sisoi, y de casar a siete parejas. También fué bautizado ese día Blackbird, el indio que intentó atentar contra la vida de Stirling en su período de soledad. Estas ceremonias se lle- varon a cabo al aire libre con un público de unas ciento cin- cuenta personas.
Los nativos bautizados organizaron espontáneamente cultos vespertinos en algunas casas donde se reunían para orar y can- tar. Stirling asegura que una de esas reuniones fué "la reunión de oración más tocante y alentadora de su vida". Según él mismo contaba, las oraciones eran "hermosas en la construc- ción, profundamente reverentes en el tono, elocuentes en la expresión y llenas de emoción".
La primera de estas reuniones se realizó por sugestión de un nativo llamado Maracol y de ella tenemos un relato dejado por
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Lewis. Eran treinta y cinco en total y comenzaron cantando el himno "Roca de la eternidad". Luego Okokko, llamado ahora Jorge Despard, "imploró la ayuda divina para sí y para todos los que habían sido bautizados, y pidió una bendición para Despard, Stirling y los otros miembros de la misión que él conocía, mencionando a cada uno por su nombre. También pidió a Dios que hiciera que su pueblo escuchara y ayudara a Bridges y a todos los que vinieran a enseñarles, terminando con (como él la llamaba) "la oración de Jesús".
Lucca, que había recibido el nombre de Esteban, dió gra- cias porque, aunque en un tiempo habían sido paganos, enton- ces eran cristianos y pertenecían a la familia de Dios.
Maracol, llamado Stirling, se dirigió humildemente a Dios como a su padre, dándole gracias "porque dió a la muerte a su único Hijo para que ellos pudieran ser salvos" y agregó que quería vivir mejor y agradar al Señor.
Pinoia, bautizado Alien Gardiner, oró "con palabras más flúidas y ordenadas, porque para él orar no era una novedad.
Uno de ellos, llamado William Bartlett, recordó en su ora- ción la masacre de Wulaia y pidió que los misioneros no fueran molestados, sino que fueran protegidos por los hermanos cris- tianos.
El nombre de John Marsh fué dado a Sisoi, que "con su voz reposada y sumisa, pidió a Dios que los preservara durante la noche y les ayudara a sobreponerse de la pereza y muchos otros pecados y a ser buenos".
Mientras tanto, el trabajo de Keppel continuaba como de costumbre. Los párrafos siguientes son de una carta de Stirling, fechada el 30 de noviembre de 1869. "Al llegar a Keppel, me agradó y sorprendió mucho el aspecto decente y agradable desde todo punto de vista de nuestros indígenas. Ahora hay siete en Cranmer. Sus nombres son: Cwisenasen y su esposa Cushinjizkeepa; Liwianjiz y su esposa Pasawulakilirkeepa. Ja- cob Resyek, natural de la Guayana Británica, se conduce muy bien y muestra gran constancia en enseñar a los nativos y aprender su idioma, en el que ha hecho grandes progresos.
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Pienso llevarlo a Ushuaia cuando transportemos la "Casa de Stirling". El desea ir.
"Todos los días a las 8,45 de la mañana, nos reunimos para las oraciones matutinas, en las que siempre se canta un himno, se lee un trozo de la Santa Palabra de Dios y nos entregamos a la oración y el agradecimiento. Después de la oración, hay clase durante una hora para los nativos y los niños ingleses, dirigida algunas veces por Jacob y otras por mí. Luego los indígenas hacen el trabajo que corresponde hasta la hora del almuerzo. Una hora para el almuerzo, de una a dos, trabajo hasta las cinco y media. Escuela para niños ingleses de tres a cinco, dirigida tanto por mí como por la señora de Bridges. Jacobo Resyek, salvo en las horas de clase asiste regularmente al trabajo."
En Keppel estaban los esposos Bartlett con sus cinco hijitos, todos nacidos en las Malvinas. Resyek y los Bartlett fueron trasladados más tarde a una nueva estación misionera que se abrió sobre el río Purús, uno de los más lejanos afluentes del Amazonas, en el interior del Brasil, donde trabajaron durante algunos años, hasta que la falta absoluta de comunicaciones y otras dificultades insuperables mostraron la conveniencia de abandonar ese esfuerzo.
A Ushuaia llegaron nuevos misioneros: en 1873, Joanna Var- der, hermana menor de la señora de Bridges, y en 1875, Ro- berto Whaits, con su esposa y una hija joven. El era un arte- sano hábil y muy preparado. Su laboriosidad era extraordina- ria; montó una carpintería y una fragua, que atraía grande- mente la atención de los indios y de los hijos de los misioneros.
Lewis y su esposa volvieron a Keppel en 1873. El primero había ido unos meses antes a Wulaia, en busca de los restos de los misioneros asesinados en 1859; estuvo de regreso el 2 de noviembre y luego la parte mortal de los mártires fué sepul- tada en el cementerio de la misión. El lugar de los Lewis fué ocupado por los Lawrence, que tenían también dos niños.
Poco después, acaeció la muerte de uno de los indígenas que más habían actuado hasta entonces: Jack. Llegado a
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Ushuaia, desde Keppel, con Lawrence, había gozado siempre de poca salud y el 10 de mayo de 1874, en plena juventud, su alma voló al Creador, en quien creía firmemente. Fué él uno de los muchos familiares de Jemmy Button que llegó a conocer al Señor y a servirle fielmente. Como ya hemos relatado, cuando aquel indígena estuvo en Keppel en 1857, tenía tres hijos. El primero, Threeboys, había muerto tempranamente, poco después de ser bautizado, siendo el segundo en pasar por esa ceremonia.
La hija, que tenía unos siete años cuando estuvo en Keppel, fué bautizada el 20 de julio de 1874 y recibió entonces el nom- bre de Hester; el mismo día se casó "legalmente" con su esposo Liwia, bautizado en esa ocasión como Felipe. El hijo de ambos, Jorge, nacido en Keppel, llegó a ser uno de los indígenas más preparados y fué maestro de la misión tanto en Ushuaia como en Keppel, hasta 1900, cuando falleció. Su padre también mu- rió tempranamente y su madre se casó nuevamente en 1882 con Roberto Yenowa, bautizado en 1872, que tuvo también una destacada actuación y que sirvió de piloto en el barco argentino "Villarino"; murió también en 1900, siendo seguido por su esposa en marzo del año siguiente.
El tercer hijo de Jemmy Button, Hashwian, que fuera a Keppel teniendo pocos meses, fué bautizado en 1875 y recibió el nombre de Edmundo.
Otros indígenas que se destacaron fueron Federico Hamaca, bautizado en 1874; Enrique Katannash, que hizo un viaje a Inglaterra, y nuestros conocidos Jorge Okokko y su hijo Cranmer, nacido en Keppel, su esposa Sara Camilenna, Esteban Lucca, Alien Pinoia, John Sisoi y Stirling Maracol, que eran los más activos y preparados; Okokko se destacaba especial- mente por su instrucción aunque Lucca lo aventajaba en mate- máticas y Sisoi, que tenía muy buena voz, era el director del coro. Cranmer Okokko era el que mejor hablaba inglés.
El número de indígenas bautizados nunca era muy grande, lo que no debe mirarse como muestra de fracaso sino de pru- dencia por parte de los misioneros. Un yagán no era bautizado
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hasta que se tenía plena seguridad de que había sido convertido y regenerado; para probarlo, se puede citar el caso de Ha- maca quien, junto con su esposa, pidió de ser bautizado en julio de 1873, al mismo tiempo que Liwia, pero a quien Bridges no se lo permitió, a pesar de lo reiterado de su pedido y de ser un indígena de buena conducta, hasta noviembre de 1874.
Teóricamente, la parte del trabajo que correspondía a cada misionero había sido bien delineada. Bridges se ocupaba de la parte espiritual, Lawrence de la escuela, Whaits y su señora del asilo de huérfanos y las otras mujeres de la enseñanza a las indias y de las tareas específicas de su condición de amas de casa. No era posible conservar estrictamente esa división y todos los misioneros trabajaban alegremente en todo lo que podían. De la forma en que se realizaba el trabajo hablaremos en el capítulo siguiente.
La vida en Ushuaia era monótona y rutinaria, interrumpida sólo por visitas esperadas o inesperadas. La más grata de todas era, seguramente, la del Alien Gardiner, que les transportaba las provisiones necesarias y, a veces, llevaba consigo la agra- dable sorpresa de la visita del obispo Stirling, que gozaba de general aprecio entre blancos e indios. Aquellos viajes del barco misionero, a pesar de su frecuencia, solían no ser fáciles, dado que esa zona es una de las peores del mundo para la navegación. En más de una ocasión las tormentas amenazaron con hundir a la pequeña embarcación; un ejemplo fué el del viaje cuando Bridges y los suyos fueron a establecerse en Ushuaia, ocasión en que tardaron cuarenta y un días para llegar allí desde Kep- pel, porque el Alien Gardiner fué lanzado dos veces fuera del estrecho de Lemaire por las tormentas y, en uno de los casos, tuvo que refugiarse en la bahía de Buen Suceso.
El veterano Alien Gardiner fué vendido en 1874 y en su lugar se compró otra embarcación de sólo cuarenta y una to- neladas, porque el presupuesto de la misión no podía pagar el gasto que producía el anterior. La pequeña figura del barco, que había sido un pesquero en el mar del Norte, hacía reir a los lobos de mar de la zona, que al encontrarse con él en el
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océano, lanzaban exclamaciones de burla, tales como "Eh, chico, ¿tu mamá sabe que has salido solo?"
Diez años más tarde, volvió a comprarse un barco mayor, de ochenta y cuatro toneladas, que también se llamó Alien Gardiner. Estos dos últimos navios estuvieron veinte años a las órdenes del capitán Willis.
Lo más frecuente era la llegada y partida de grupos de indígenas que, en varias canoas, iban casualmente o en busca de alimentos y ropas. A veces aparecían viejos conocidos, de los que quizá el caso más interesante es el de Fueguia Basket, la indiecita llevada a Inglaterra por Fitz Roy en 1831 y de la que no se tenían noticias desde 1842. Llegó a Ushuaia en mayo de 1873 y quedó allí durante cinco días. Venía con un grupo de alacalufes, a los que se había agregado posiblemente ya en los tiempos de Fitz Roy, desde un lugar llamado Lushuf, en un canal al sudoeste del Beagle. La acompañaba su segundo es- poso, porque el famoso York Minster había sido asesinado no mucho antes; el de 1873 tenía sólo veinte años, aunque ella tenía unos cincuenta. Estaba "fuerte y bien", asegura Bridges, pero había olvidado casi completamente su inglés y era "poco comunicativa y poco ingeniosa". Junto con el idioma, había perdido todas sus ideas religiosas y gran parte de las costumbres de la civilización, hasta el punto de no recordar para qué era una silla. Los misioneros le hablaron de la alegría que les producía verla, de la gente de Inglaterra que ella había co- nocido y del amor de Dios al cuidarla tanto tiempo y al permitirle sobrevivir a sus compañeros de viaje. Lo único positivo que quedó de su visita fué la buena cantidad de términos del lenguaje alacaluf, completamente distinto del ya- gan, que Bridges pudo aprender de su conversación con ella.
En marzo de 1883, o sea diez años después, aquél supo que Fueguia estaba muy gravemente enferma en la isla London y fué a visitarla, encontrándola moribunda. Con ella se extinguió el último de los cuatro protegidos de Fitz Roy.
En diciembre de 1875, tuvieron otra visita interesante. Se trataba de Schwva-muggins, el único de los indios del primer
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grupo que había estado en Keppel, cuya suerte se ignoraba. Bridges relata que era de temperamento violento, lo que con- cordaba con su conducta anterior, que culminó en su intento de estrangular al capitán Fell. En enero de 1882, llegaron a Ushuaia las noticias de su muerte.
A veces, se producía también la visita de un navio lobero o ballenero, inglés o norteamericano por lo general, y con una frecuencia que impresiona, llegaba igualmente la noticia del naufragio de alguna de estas frágiles embarcaciones. Los mi- sioneros se apresuraban a auxiliar a la tripulación, con el Alien Gardiner cuando éste estaba cerca, o con algunos botes de que disponían, en caso contrario, y a darles hospedaje en la misión, hasta que otro barco los recogía y devolvía a las Malvinas o Punta Arenas.
En 1882, el visitante tuvo un carácter muy especial. Se tra- taba del capitán Giácomo Bove, que había sido enviado desde Itaüa, al mando de la Golden West, bajo los auspicios del Ins- tituto Geográfico Argentino. Este célebre marino, nacido en Maranzana en 1852 había viajado por China, Japón y Filipinas y había partido de su país el 19 de diciembre de 1881. Llegó a Ushuaia en la tercera semana de mayo y fué recibido con alegría y amabilidad por parte de los misioneros. Bridges le acompañó en sus recorridas y Bove quedó maravillado de los conocimientos del misionero y le pidió que lo acompañara en su viaje hasta la bahía Slogget, a unos ciento cincuenta kiló- metros de Ushuaia.
Despard y Lucas, los dos hijos mayores de Bridges, le acom- pañaban, siendo al segundo a quien debemos el relato del in- fortunado viaje. Al llegar a Slogget, el barco se vió en medio de una tormenta, durante la cual encalló contra la costa. Brid- ges, con su calma habitual, al comprender lo que iba a ocurrir, se encerró con sus hijos en el camarote, hasta que pasó el peligro. Luego, los marinos fueron a tierra; el misionero tomó a Lucas por las muñecas y lo balanceó arrojándolo con fuerza hacia Reverdito, el valet de Bove, con tan poca suerte que el
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niño cayó sobre los guijarros y las algas. Luego tomó a Des- pard bajo el brazo, se colgó de una soga y se balanceó, pero tuvo que repetir la operación, porque la primera vez sólo pudo dejar en tierra a su hijo.
Una vez que Bridges hubo desembarcado resolvió que lo mejor era pedir auxilio a Ushuaia y así se hizo. Se envió a un marinero a la misión en un bote, acompañado por el pequeño Despard para servirle de intérprete por si resultaba necesario bajar a tierra y tratar con los indígenas. Tanto temor tenía el hombre a los fueguinos que llegó a Ushuaia sin haberse de- tenido ni una vez.
Mientras llegaba la ayuda, Bridges trabó relación con al- gunos onas, que habían llegado hasta allí y de quienes obtuvo la promesa de que irían a visitarlo a la misión. Como la pro- mesa no se cumpliera, él mismo intentó más tarde cruzar la cordillera, pero no le fué posible. El Alien Gardiner fué entonces a Slogget y, después de recoger a los náufragos, los llevó felizmente de regreso.
El gobierno italiano mandó a las autoridades de la misión una carta agradeciendo su ayuda, carta que acompañó con una medalla de oro que representaba de un lado la efigie del rey Humberto I, con su nombre, y del otro una inscripción que decía: "Demersis aequore nautis amilit r eligió saluterrf' (La religión ha traído salvación a los marinos sepultados en el mar). Además, el capitán Bove escribió un libro sobre su viaje, en el cual incluyó elogiosos párrafos sobre la misión, que transcri- bimos en el apéndice.
Al año siguiente, por primera vez, visitó Ushuaia un barco de guerra; se trataba de la fragata francesa Romanche, que llevaba a bordo a la misión científica del Cabo de Hornos, a las órdenes del capitán Luis Fernando Madrid, cuyo nombre ha sido dado a la cordillera que rodea Ushuaia. El móvil principal del viaje era el de observar el paso de Venus sobre el sol, que ocurrió ese año, pero también se hicieron numerosos estudios de carácter meteorológico, botánico, zoológico, antropoló-
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gico, geológico, etc. Los resultados constan en nueve grandes tomos, bien documentados e ilustrados, bajo el nombre Mission Cientifique du Cap Horn; gran parte de las fotografías de indí- genas fueguinos que circulan aún hoy son tomadas de esa notable obra.
La expedición se ubicó en la bahía Orange, al sur de Hoste, pues era el punto más adecuado para cumplir su cometido. Bridges colaboró activamente con ellos y sus observaciones anteriores les fueron de gran utilidad. El capitán Martial afir- ma en el primer tomo que "los servicios que presta la misión a los navegantes merecen el reconocimiento de todas las naciones".
Desde hacía algunos años, Bridges sufría de una enferme- dad estomacal, que se supone que fuera un cáncer y que pro- vocó su muerte relativamente prematura. En 1880 había sufrido un ataque tan serio que los médicos de Punta Arenas le orde- naron que descansara una época; para ello fué a Inglaterra con su familia, pasando quince meses en su patria.
Durante la permanencia de la Romanche, sufrió el segundo ataque grave. El doctor Hyades, miembro de la expedición, fué a Ushuaia v le cuidó afanosamente hasta que pasó el peli- gro. También había pasado varios días en el lugar, revisando a los indios.
Mientras los franceses estaban en la bahía Orange, vieron llegar un día tres botes cargados de gente. Eran veintidós náufragos de un barco alemán, perdido en las inmediaciones, y a quienes conducía el indio cristiano Cushinjiz, que había estado en Keppel y Ushuaia. Fué posible entenderse entre su mal inglés y el no mucho mejor del capitán y Ies ofreció llevarlos a la misión, hacia donde querían dirigirse los náufragos de acuerdo con las instrucciones de la guía del Almirantazgo Bri- tánico. Fueron llevados a Ushuaia, donde quedaron durante bastante tiempo a la espera del Alien Gardiner, que les llevó a Punta Arenas. Durante esa época, hicieron todo lo que estuvo a su alcance por ser útiles a aquellos a quienes debían la vida, reparando los botes, trabajando en las quintas, etc.
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La expedición francesa llevó a cabo parte de la tarea que nadie se ha ocupado de terminar: dar a algunos lugares el nom- bre de los valientes misioneros que los civilizaron. A una cadena de pequeñas islas que cierran la, bahía de Ushuaia se la llamó Bridges y a cada una de las principales se le dió el nombre de uno de los miembros de la familia: Willie, Despard, Lucas, Berta, Varder; lo mismo se hizo con las familias Whaits y Lawrence en los islotes que bordean Navarino frente a Lauaia. Además se dió el nombre de Bartlett a un cabo y un islote frente a Navarino.
A fines de 1883 y principios de 1884, se hizo presente otra vez el capitán Bove, que venía acompañado por el alférez de navio argentino Juan M. Noguera; éste le servía de ayudante y su función era estudiar aquella región que había sido adju- dicada a la Argentina en el laudo con Chile. Al igual que las oportunidades anteriores, Bridges les prestó toda la ayuda po- sible y la gratitud de los exploradores fué muy grande; prueba de ello es la conferencia que, a manera de informe, pronunció el alférez Noguera ante el Instituto Geográfico Argentino el 2 de julio de 1884 y de la cual se transcriben en otro lugar los fragmentos que se relacionan con la misión.
En septiembre del mismo año, fondeó en la bahía la División Expedicionaria al Atlántico Sud, al mando del comandante Laserre, pero, dada su fundamental importancia hablaremos de ella en otro capítulo.
Es interesante consignar, en otro orden de cosas, que en ju- nio de 1884, Bridges hizo un viaje por los canales censando a la población indígena. El resultado fué el siguiente: 273 hom- bres, 314 mujeres y 358 niños, lo que sumado a los cincuenta y cinco huérfanos de la misión, hacía un total de exactamente mil individuos. Evidentemente el número de yaganes disminuía con rapidez; en 1830, Darwin había calculado la existencia de unos tres mil. Además de su disminución natural, otras causas, que se verán luego, aceleraron la extinción de la raza.
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VIII
LA VIDA EN UNA ESTACION MISIONERA 1869- 1884
El trabajo. - Incidentes. - La cuestión del comercio. - Educa- ción religiosa: reuniojtes diarias, dominicales y especiales. - La escuela. - El orfanatorio. - Otros lugares de trabajo. - Personalidad de Laxcrence y Bridges. - Su obra y szis ideas. El diccionario yagan y las traducciones de las Escrituras.
Hemos dicho ya que la vida de la misión tomó un carácter rutinario, pero trataremos igualmente de describirla a grandes rasgos.
El horario de trabajo cambió varias veces con el correr de los años, pero podemos dar como ejemplo el que regía en el verano de 1876. Todos se levantaban a las cinco menos veinte de la mañana v, antes de desayunarse a las seis, los misioneros dedicaban un rato a la lectura de la Biblia y a la oración en conjunto. A la hora citada, tocaba una campana para llamar a los indígenas quienes, luego de comer, se dedicaban a sus trabajos. Algunos cuidaban las cabras y vacas que se utilizaban para el consumo y otros cultivaban las huertas que todos tenían detrás de su casita. En algunas ocasiones, se construían cercos o caminos, por ejemplo desde la iglesia hasta la playa. De nueve a diez, se celebraba un culto para implorar la bendición divina durante el día y luego se daba alguna enseñanza a los hombres y mujeres, que después volvían a su trabajo. A la una de la tarde, otra campana llamaba a almorzar v de dos a cinco y media se trabajaba nuevamente.
Los sábados a la tarde y los domingos eran días de descanso.
Los indígenas recibían pago por su trabajo, no en dinero, sino en ropas, alimentos y útiles. De la misma manera se les pagaban las pieles de zorro o nutria que algunos traían desde lejos. Para mayor seguridad sólo se daba al indio parte de}
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valor presumible de la pieza; luego se enviaba ésta a las Mal- vinas, donde las vendía un comerciante llamado Jorge Dean, fiel amigo y colaborador de la misión y si lo que éste pagaba, era más de lo que se había dado al portador, se le entregaba dicho excedente.
Son ridiculas, pues, las acusaciones que algunos han querido hacer y hacen todavía de que la misión existía únicamente con fines comerciales. El mantener a cuatro o cinco familias de misioneros y algunas de indios, lo que se pagaba a éstos por su trabajo y el crecido gasto del Alien Gardiner, representaba una cifra extraordinariamente mayor de lo que podía resultar por la venta de algunas pocas pieles. El ganado que tenían era sólo para el consumo y no podía ser de otra manera, ya que no existía mercado para la venta (1).
Verdad es que sólo sabemos de dos libros en que se haga tal acusación. Uno es del periodista José Alaría Eizaguirre, argen- tino, que lo incluyó, junto con otros errores de información v criterio, en su libro: "Tierra del Fuego. Recuerdos de un viaje al extremo austral de la República Argentina". El otro es del norteamericano John R. Spears, en la obra "The Gold Diggings of Cape Horn", en la que se critica acerbamente a la misión por no pagar en metálico a los indios. Qué hubieran hecho los indios con el dinero es un problema que, en su ofus- cación criticadora, no se preocupa de solucionar. Que el pago no era mezquino lo prueba el caso del indio Samuel Manteen, que tenía veinte cabezas de ganado de su propiedad.
Aunque careciéramos de otros elementos de juicio nos bas- taría confrontar la opinión de los citados señores Eizaguirre v Spears, con la de grandes personajes como Roca, Darwin, Pay- ró, etc., que señalaremos en su oportunidad.
(!) Prueba de ello es el siguiente párrafo del informe presentado por el gobernador argentino Pedro Godoy algunos años después: "Este señor (Bridges) en veinte años de establecimiento en Ushuaia, no había introducido más animales que los que necesitaba para su consumo, pero inmediatamente de recibir la tierra que le donó el Gobierno, ha fun- dado un establecimiento que no vale menos de 6,000 £, sin contar el campo".
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La ropa que se daba a los indios como pago o regalo solía ser donación de los contribuyentes de la misión en Inglaterra que obsequiaban sus prendas usadas, en buen estado. En re- lación con esto, es interesante relatar que, én 1876, creció en los alrededores una especie muy delicada de césped, comple- tamente nuevo; la única explicación que fué posible dar al fe- nómeno estaba en la posibilidad de que las semillas hubieran sido llevadas hasta allí en la suela de algunos zapatos de tenis, regalados por un amigo de Inglaterra.
Se trató siempre de enseñar a los indios el gasto enorme que su mantenimiento costaba a los hermanos europeos y, en ciertas ocasiones, hacían colectas, en las que indígenas y mi- sioneros incluían su donación. Por ejemplo, cuando en 1884, se compró un nuevo Alien Gardiner, gran número de indios dió su contribución que a veces era muv pequeña. Tal es el caso del niño Clemente Wiyelin, que dió el equivalente de seis peniques
La parte fundamental de la obra era, por supuesto, la es- piritual. Además de las reuniones diarias ya citadas, todos los domingos se celebraban dos servicios religiosos: uno a las diez de la mañana y otro a las tres de la tarde. Se cantaba al son de un armonio tocado por la señora de Bridges o su hermana, se oraba, se leía un trozo de las Escrituras y luego Bridges pro- nunciaba un sermón en yagán. A veces hablabla otro misio- nero y, en ciertas ocasiones, algún indio.
Mientras estuvo Bridges, los himnos se cantaron en inglés, pues los indígenas aprendían rápidamente la pronunciación y captaban perfectamente su significado. Su gusto por el canto era extraordinario; entre los himnos que más les gustaban, pue- de citarse a "Cariñoso Salvador", "Roca de la eternidad", "Sol
(!) Este indio es uno de los cuatro sobrevivientes de la misión. Hoy tiene más de 70 años y es conocido por Clemente. R. Rojas habla de él en "Archipiélago", con un nombre supuesto. Los otros son dos hermanas, Adelaide y Gertrude Whaits, que viven en Puerto Róbalo y la vieja Mary que está hoy en Wulaia y que vivió en Tekenika. Todos recuerdan bastante inglés.
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de mi ser", "Despierta y canta, loores da", "Oíd un son en alta esfera", etc.
La asistencia era muy variable, porque dependía del nú- mero de canoas que estuvieran en la bahía. Disminuía en ve- rano cuando los indios se iban a cazar y aumentaba en invier- no, cuando se llegaban a Ushuaia en mayor número, en bus- ca de ropas y alimentos. Podemos dar como ejemplo, los úl- timos seis meses de 1874, en que el número de indígenas varió entre cinco en un día de noviembre y noventa y cinco en uno de agosto. Concurrían, por lo general, más hombres que muje- res e iban también bastantes niños.
Aparte de las reuniones citadas, se celebraban otras para la Santa Cena, con los indios bautizados, de oración y de en- sayo del canto. Desde un tiempo antes de los bautismos, se daba clase a los serían nuevos miembros.
Había también algunas ocasiones especiales, sobre todo cuando se realizaban bautismos y para Navidad en que la con- currencia aumentaba mucho; por ejemplo, en 1876, hubo dos- cientos setenta y seis en la fiesta de Navidad.
Bridges cuenta que, para esa fecha de 1872, cuando aun Lewis estaba con ellos, a las cinco y veinte de la mañana fué des- pertado por los indígenas, que cantaban "Oíd un son en alta esfera", dirigidos por Lewis y su esposa. Con toda seguridad, cuando Mendelssohn escribió esa célebre melodía, no llegó la pensar que se la entonaría en tan lejano confín de la tierra. En la reunión hubo un número récord — ciento veinticuatro — hasta el punto de que fué necesario abrir puertas y ventanas para que se renovara el aire. Después de un breve discurso de Bridges, cantaron nuevamente "Oíd un son en alta esfera" y otros himnos y luego el misionero elevó una oración. Se ento- nó "Venid, fieles todos", se escuchó otro discurso sobre el placer que produce el servir a Dios y se terminó el culto con otra oración. "Gran interés y atención eran evidentes", escribía Bridges en su diario de ese día "y estoy seguro que mucho, mucho bien ha resultado y resultará de la enseñanza y la predi- cación de hoy".
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A la tarde, todos se echaron sobre el pasto y los nativos recibieron regalos: líneas de pesca, canastas, etc., y un trozo de torta para cada uno. Todos estaban contentos y se comporta- ban ejemplarmente, según declaración de Bridges, que termina su relato diciendo: "Pasamos una muy feliz Navidad y espe- ramos que para los nativos haya sido lo mismo".
Lógicamente, los misioneros celebraban también reuniones privadas, en la que se prestaba especial atención a la oración. Los indios también hacían cultos de familia, en los que ora- ban, cantaban y leían un trozo de las Escrituras en la traduc- ción de que hablaremos más adelante.
Además de la enseñanza religiosa, se les daba enseñanza ge- neral sobre todo a los niños. Dentro del horario ya citado, la escuela para los pequeños ocupaba toda la mañana de diez en adelante. En esos momentos las clases se daban en dos cur- sos diferentes, de acuerdo a la edad y adelanto de los discí- pulos. Oficialmente, el maestro era Lawrence, pero Bridges ayudaba a menudo y también Lewis, que era muy preparado, y que por eso fué llevado a ocuparse de la escuela de Keppel. La iglesia servía también de aula y los hijos de los misioneros iban a la misma clase que los indígenas; un gran pizarrón ocu- paba el frente y los alumnos tenían pequeñas pizarras indivi- duales.
Una prueba del adelanto de los alumnos la tenemos en el relato de Bridges que, en 1877, contaba que los pequeños sa- bían leer y escribir correctamente, contar para adelante y para atrás, con números ordinales y cardinales, conocían los nom- bres de los días y los meses y sabían los de los países de Amé- rica, sus ciudades y ríos principales, su idioma y sus importa- ciones y exportaciones. En esa fecha, el alumno más adelan- tado era Cranmer Okokko.
Uno de los sistemas de enseñanza que más interesaba a los indios era, sin duda, la linterna mágica, aunque las colecciones de diapositivos debían ser pasadas repetidamente.
Las señoras de Bridges y Lawrence y la señorita Varder
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daban a las indias clases de costura, cocina y otros menesteres domésticos.
El trabajo fundamental de los esposos Whaits y su hija era el de encargados del asilo de huérfanos. El número de inter- nados era sumamente variable; en 1881 era de veintitrés. Los dos misioneros, que eran de un carácter muy piadoso, demos- traron ser ideales para esa obra, a la que se entregaron de lleno. Daban clases exclusivamente para los internados, ayudados por su hija. El orfanatorio consistía de una gran sala, bien calen- tada, dos dormitorios, una cocina y varios anexos, inclusive una gran sala para albergue de náufragos. La capacidad máxima era de cuarenta niños.
Además de la obra en Ushuaia, la misión había colocado ganado y plantado quintas en otros lugares como Yendegaia y Lapataia, más al oeste en el Beagle, y en Packedaia, sobre el lado este de la isla Gable. A esos lugares se hacían visitas muy frecuentes, especialmente a Gable, por lo que casi puede de- cirse que constituía un segundo establecimiento. Cada visita del Alien Gardiner se aprovechaba para ir a estos v otros puntos, para predicar a los indígenas y tratar de convencerlos de que fueran a Ushuaia.
Bridges tenía un bote muv fuerte con el que recorría los canales y, en más de una ocasión, debía estar fuera de su casa durante varios días, pues no temía dormir a la intemperie o con los indios.
En uno de esos viajes, soltó varias parejas de conejos en las islas más pequeñas del Beagle. Poco años después, los hom- bres del navio Sirius cazaron en un solo lugar seiscientos ani- males, descendientes de una sola pareja. Bridges comprendió que por el mismo hecho de su reproducción extraordinaria, no convenía soltarlos en tierra firme o en las islas más grandes, por el peligro que representaban para los futuros colonos, que entonces eran sólo una lejana posibilidad.
Las visitas de algunos escasos grupos y los viajes del Alien Gardiner eran las únicas oportunidades para ponerse en con-
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tacto con los onas y con los alacalufes. Estos últimos iban a la misión con cierta frecuencia y Bridges hablaba bastante bien su idioma, pero las relaciones con los onas eran menos frecuen- tes, por lo que los misioneros expresaban constantemente su anhelo de que se abriera una nueva estación entre ellos, idea que desgraciadamente no fué posible llevar a la práctica.
Los indios que vivían siempre en la misión eran de hábitos más o menos pacíficos, pero algunos de los nómadas resulta- ban no serlo tanto y a veces se producían episodios un tanto desagradables, como robos de comida o utensiüos, grescas, dis- cusiones, etc. Alguno de los misioneros corría inmediatamente al lugar y hacía renacer la paz con energía. En una de esas oca- siones, Bridges recibió el único golpe que había de recibir de manos indias, cuando el remo con que una mujer intentaba golpear a otra cayó involuntariamente sobre el hombro del mi- sionero, lo que avergonzó grandemente a la india que se apre- suró a pedir disculpas. A menudo, alguno de los contendientes salía herido y había que curarlo, aunque ninguno de los misione- ros había estudiado medicina.
La idea del asesinato era para los indios de la misma grave- dad que para los europeos y, llegado el caso, el criminal era muy mal mirado por el resto de su gente. Afortunadamente, no ocurrió ningún homicidio en la misión, aunque un indio falleció a consecuencia de un golpe que otro le dió para fu- garse con su mujer. Sin embargo, el mismo Bridges fué ob- jeto de un atentado. En cierta ocasión, reprendió severamente al indio Harrapuwaian, que había sido descubierto robando, y éste juró matarlo. Otros indios avisaron a Bridges que el indio pensaba ir a asesinarlo, simulando que iba en busca de un biz- cocho. El misionero no creyó que el informe fuera exacto, pero, horas más tarde, Harrapuwaian golpeó a su puerta y efectivamente le pidió un bizcocho; traía una mano escondida bajo una piel de guanaco que le cubría los hombros. Rápida y decididamente, Bridges metió su mano bajo el abrigo y le tomó fuertemente la muñeca, obligándole a soltar un hacha pequeña que llevaba, con un propósito indudable. Reconvino severa-
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mente al indio por su actitud ... y le devolvió el hacha. El ase- sino fracasado se alejó y no volvió a vérsele.
Los casos de grescas entre grupos adversos eran los más pe- ligrosos. En cierta ocasión, fué muerto un indígena a unos tres kilómetros de la estación y, justa o injustamente, los indios que vivían allí fueron acusados del crimen. Rápidamente, se formó un grupo de canoas en las que se embarcó cierta cantidad de yaganes que se disponían a vengar la ofensa; cuando la noticia llegó a Ushuaia no pocos de sus habitantes también se arma- ron y salieron en busca de los agresores. Bridges no lo supo sino un rato más tarde y de inmediato salió tras ellos para impedir la pelea. Varias horas después, no habían vuelto ni el misionero ni los indios y es natural que su esposa sintiera serios temores, pues se había hecho de noche. Venciendo su naturaleza, tran- quila y pacífica, la señora de Bridges tomó un revólver — era la primera vez que enarbolaba un arma — y salió en busca de su esposo, ordenando al resto que nadie se moviera de la casa. Subió a un montículo cercano y alcanzó a distinguir un grupo que se acercaba a la luz de antorchas que ellos mismos lleva- ban. Cuando estuvieron más cerca, pudo ver que venían llo- rando a gritos sobre un cadáver, que transportaban en unas parihuelas. Los más lúgubres augurios pasaron por su mente, augurios que sólo se disiparon cuando Sisoi, que presidía el grupo, le gritó que a él no le había ocurrido nada y que vol- vería al día siguiente. Luego le dió una nota escrita en una hoja arrancada del libro de apuntes de Bridges, en la que le decía que no tuviera miedo, pues él se quedaría con los indios toda la noche para evitar el choque; el muerto lo había sido en un combate individual. Efectivamente, la lucha no se produjo y Bridges volvió al día siguiente.
Otro elemento de la vida de la misión eran los hijos de los misioneros. Los Whaits tenían una hija ya señorita. En la familia Lawrence había cuatro niños y seis en la Bridges. La vida de aquellos niños era única en el mundo, vida en la que debían mezclar las "penurias" de la escuela, junto con los pe- queños fueguinos, a las dichas de una existencia al aire libre y
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nada exenta de aventuras. Por supuesto que había entre ellos, como en todas partes, hombrecitos en pequeño, como Despard Bridges y Martín Lawrence, los mayores de las familias res- pectivas y compañeros de sus padres, hasta picaros y travie- sos como Federico Lawrence, que tiraba tizas al maestro, y Guillermo Bridges — a quien llamaban Willie — , que tenía por inseparable secuaz para sus travesuras a la pequeña Minnie Law- rence, con quien años más tarde habría de casarse.
Dos hombres eran toda el alma de la misión: Bridges y Lawrence, cristianos muy consagrados ambos, pero, sin em- bargo, muy diferentes en su carácter.
El segundo era casi un espíritu místico y meditativo, ex- traordinariamente tranquilo, a quien no era posible conmover intensamente. Bridges decía de él, con cariño: "No puedo des- pertar al hermano Juan".
El superintendente, en cambio, era un hombre eminente- mente práctico, aun en cuanto a las cosas espirituales. A él po- dían aplicársele las palabras de David: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado", porque daba más valor a los sen- timientos piadosos y a las convicciones de la fe, que a las cere- monias que formaban parte de sus creencias anglicanas. Mucho cuidó de enseñar eso a los indios y a sus hijos, declarándoles que mucho arrodillarse y levantar las manos al cielo, valía menos que elevar un pensamiento de gratitud cuando el bote respondía en una maniobra difícil o pensar "Gracias, Señor, por el lindo caballito que me has dado", cuando el animal ->rteaba con éxito algún peligro.
Gran admirador de la naturaleza, encontraba en ella "los rastros de la divina sabiduría", según la frase de Gardiner, y repetía siempre a los suyos que, si alguna vez entraba en su co- razón la incredulidad, salieran de la casa y se echaran sobre el pasto para estudiar las grandes maravillas que hay en cada hier- ba imperceptible y en cada minúsculo insecto. Veía la demos- tración de la Providencia, aun en aquellas cosas que para el común de los hombres resultan molestias. Por ejemplo, en las
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mareas, de las que no veía los inconvenientes, sino sus efectos provechosos: ayuda a desembarcar al marino cuando está alta y al náufrago a recoger mariscos que precisa para su sustento cuando baja. Hacía notar que el verano y el invierno habían sido diseñados sabiamente por el Creador, que preservaba las hojas de varias especies de árboles durante todo el año para ale- grar así la estación fría.
El capitán Martial le describió en estas palabras: "Dotado de un carácter enérgico y emprendedor, une a su fuerza de voluntad un sentido práctico muy desarrollado".
Quizá mucho de ello se debiera al hecho de ser por com- pleto lo que ha dado en llamarse un self-made-man. Es extra- ordinaria la cultura acumulada por ese hombre que había vivi- do apartado en el último rincón del mundo desde los trece años. En su biblioteca figuraban junto a las grandes obras de la literatura universal y a tratados científicos, comentarios de las Escrituras y estudios de crítica textual de la misma en sus idiomas primitivos. Dominaba especialmente las ciencias na- turales para las que parecía tener un don especial. Ha sido, sin duda, el primer clasificador metódico de la flora y la fauna fueguinas y cuantos han escrito sobre Tierra del Fuego des- pués de él han debido basarse en sus escritos o en sus datos verbales. Roberto J. Payró, el conocido escritor argentino, dice al respecto en el capítulo décimo octavo de "La Australia ar- gentina": "Probablemente a él se deben muchos de los infor- mes publicados luego por otras personas que, en cortos viajes, no estaban en condiciones de recoger muchos elementos. De ahí el parecido que existe entre unos y otros trabajos, aunque sea lógico que la observación de una sola cosa por varios obser- vadores dé resultados diferentes en los detalles, si todos son de buena fe y con espíritu de verdad".
El primer trabajo de Bridges fué uno titulado "Tierra del Fuego y su pueblo", publicado en 1869 en la revista de la mi- sión; luego produjo artículos y conferencias, de las que pue- de destacarse la que dió en el Instituto Geográfico Argentino, pero nunca escribió una obra de gran envergadura, aunque,
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como hemos visto, sus observaciones han estado lejos de per- derse.
Algo nos ha dejado, sin embargo, que es de gran valor y que sólo él podía hacer: el diccionario del idioma yagan.
Antes de referirnos a la obra, es necesario que digamos unas palabras sobre el idioma mismo. Darwin había dicho en 1834 que apenas merecía el nombre de lenguaje articulado y que se parecía al ruido que emite un europeo al hacer gárga- ras. A pesar del respeto que debe merecer el gran naturalista y de que el yagán no es precisamente un idioma de sonido dul- ce, no sabemos si reír o asombrarnos ante semejante declara- ción, ya que dicha lengua tenía por lo menos treinta y dos mil vocablos. Es éste uno de los misterios de la lingüística que po- drá explicarse en parte, pero que jamás ha de ser aclarado com- pletamente. Se dice que su forma de vida, que le obligaba a guarecerse en su wigivam, durante las casi constantes tormen- tas, y a pasar el rato conversando, es una de las razones para tal prodigio, ya que los relatos que vivían imaginando aguza- ban la significación de los términos. Como punto de compara- ción podemos dar los siguientes datos: un hombre común de nuestros días suele desempeñarse con un vocabulario de algu- nos centenares de palabras; en una persona culta, llega quizá a cuatro o cinco mil y en todo Cervantes alcanza la cifra récord de dieciséis mil; esto es en castellano, ya que varía con cada idioma, aunque sólo ligeramente. ¿Cómo es posible que los se- res más atrasados de la tierra poseyeran un vocabulario doble del de Cervantes? No se sabe. Alguien ha hecho notar también que, sin ninguna duda, Darwin, que es el autor de la leyenda de su degradación lingüística, no alcanzaba ni con mucho a esa cifra.
La fonética del yagán es muy peculiar y casi imposible de captar para las gargantas europeas. Abunda en sonidos vocáli- cos, de muy ligero matiz y con diferencias de duración muy marcadas. En algunos idiomas clásicos y modernos en que tam- bién ocurre eso, suele ser una guía para la acentuación, que generalmente rehuye las sílabas señaladamente breves, pero en
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yagan no sucede así y suele suceder que un sonido vocálico extraño, sea muy breve y acentuado al mismo tiempo, por lo que es muy difícil de pronunciar. Hágase la prueba, por ejem- plo, con el término atega (partir por mar); la e no tiene el sonido castellano sino el de algunas aes inglesas, entre a y e y, por ende, es sumamente breve y muy acentuada.
Además, la gran variedad de matices semánticos muy suti- les, aumenta la dificultad. Existe, entre las palabras que se re- fieren a morder, una que quiere decir "encontrar algo duro cuando se mastica algo blando". Pongamos varios ejemplos, aclarando que la grafía no es equivalente, en gran parte de los casos, por no haber letra correspondiente en nuestro abece- dario.
l. — arrápu, llegar embarcado; apata, llegar por tierra; agu-máchi, llegar volando.
l. — ucu, tirar una flecha (de aiacu, flecha); gaia, tirar un arpón (de shaia, arpón); shábina, tirar con honda (honda, mátana); ■ poóna, tirar una piedra (piedra, jaief); upáshculu, tirar con rifle (literalmente: permitir ex- plotar).
3. — mocus, hermano mayor; ivaiamon, hermano menor.
Llama la atención la ausencia de términos genéricos. Así, por ejemplo, no existen las palabras llegar, tirar, hermano, tío (hay tío paterno y tío materno), etc. Tampoco existen equiva- lentes para pez y ave, ya que cada pez y cada ave tienen su propio nombre. Además llama la atención la diversidad de raí- ces para expresar una misma idea y las múltiples formas de de- rivación (ver ejemplo 2).
Bridges aseguraba que se trata de un idioma muy antiguo y como prueba, señalaba la presencia de palabras compuestas,
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de uso corriente, cuyos componentes han desaparecido. Así, por ejemplo, sbaganiküpa significa "niña" y kiipa, "mujer" (1), pero no existe la palabra shagani.
Con una paciencia que sólo su vocación misionera podía darle, Bridges se puso a la tarea de compilar un diccionario y una gramática del idioma yagan, con un criterio altamente científico. Fué necesario reducirlo a la escritura, crear sig- nos nuevos y combinar los varios sistemas fonéticos que co- nocía.
Su primera compilación contenía 23.000 vocablos, pero a su muerte, llegaba ya a los 32.000. Las peripecias sufridas por el manuscrito de esta obra son tan múltiples y variadas que no las podemos enumerar totalmente. Su publicación fué confiada al célebre explorador Federico A. Cook, que pretendió haber descubierto el polo norte — lo que luego reconoció no ser verdad — y que llegó a Tierra del Fuego en 1897, después de la muerte de Bridges, con la expedición austral belga.
Este hombre quiso realizar su segundo gran engaño, pu- blicando el diccionario con su nombre, pero la oportuna in- tervención de don Lucas Bridges, hijo del misionero, se lo im- pidió. Cuando ya se estaba por imprimir en Bruselas, se desató la primera guerra mundial, se detuvo la publicación y el ma- nuscrito se perdió, hasta 1929, cuando apareció en manos del doctor Ferdinando Hestermann, profesor de la universidad de Münster, Alemania. Era éste un eminente filólogo, a quien, junto con el doctor Martín Gusinde, se encargó la publicación de la obra. Se colocó todo el sistema fonético anthropos y se imprimió en Muling, Austria, por cuenta de la familia Bridges, una edición reducida de trescientos ejemplares, para circulación privada y es, por lo tanto, muy escaso. Existe un ejemplar en !a Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
El manuscrito se extravió durante la segunda guerra mun- dial, pero al fin de la misma fué encontrado en la cocina de una
(!) Esta palabra aparece al final de casi todos los nombres femeni- nos, aunque escrito "Keepa", según la ortografía inglesa.
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casa de campo, donde el doctor Hestermann lo había escon- dido. Finalmente, fué depositado en el Museo Británico.
Como ya hemos adelantado, Bridges realizó también la traducción de parte de las Escrituras. Lo primero fué el Evan- gelio de San Lucas, publicado en 1881, al que siguieron los Hechos de los Apóstoles, en 1883, y el Evangelio según San Juan, en 1886. La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera im- primió mil ejemplares de cada uno.
Fueron distribuidos entre los indígenas, que lo leían en sus casas, y utilizados en la escuela y en la iglesia. En la ac- tualidad están completamente agotados y hay pocos ejem- plares subsistentes.
Siendo este diccionario y estas traducciones lo único que se haya escrito e impreso en idioma vagán, su importancia no necesita ser destacada, ya que el idioma puede darse por des- aparecido.
IX
ESTABLECIMIENTO DEL GOBIERNO ARGENTINO
1884-1886
Cuestión de límites con Chile. — El tratado de ¡88i. — La ''División Expedicionaria al Atlántico Sud". — Amistosas rela- ciones de misioneros y argentinos. — La sabprefectura. — El problema de la bandera. — Dificultades y epidemias. — Renuncia
de Bridges
Como ya hemos adelantado, el 28 de septiembre de 1884 fondeó en la bahía de Ushuaia la llamada "División Expedicio- naria al Atlántico Sud", enviada por el gobierno argentino para tomar posesión de aquellos lugares. Necesario es, pues, reseñar brevemente los hechos que condujeron a esa situación.
La cuestión de límites argentino-chilena tuvo su causa in- mediata en la fundación por parte del gobierno de Santiago de la población de Puerto Hambre, luego Punta Arenas, en 1843.
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Como consecuencia de las negociaciones producidas por la protesta argentina, se firmó el tratado de 1856, por el cual se establecía como límite el que existiera entre el Virreinato del Río de la Plata y la Capitanía General de Chile, de acuerdo a la doctrina del uti possidetis. Sin embargo, Chile continuó realizando intentos por ocupar parte de la Patagonia atlántica, lo que llevó al tratado del 23 de junio de 1881, según el cual la línea de altas cumbres y el divortium aqiiciram serían el futuro límite. Nuevas dificultades surgieron al intentarse la ubicación definitiva de los confines, dificultades que estuvieron a punto de provocar la guerra entre ambos países. Esta situación se prolongó hasta 1902, cuando se trazó el límite definitivo por laudo del rey Eduardo VII de Inglaterra.
Como no podía aplicarse a Tierra del Fuego el límite cor- dillerano, se acudió a un artificio salomónico por el cual se dividió la isla grande por el meridiano de los 62 grados 34 mi- nutos, desde el cabo de Espíritu Santo hasta el canal de Beagle, quedando para Chile la parte occidental y para la Argentina la oriental. Las islas Navarino y Hoste y los archipiélagos de Wollaston y Hermite quedaban en poder de Chile y las que existen al este del Cabo de San Diego a la Argentina; esto comprende solamente a la isla de los Estados y algunas meno- res, incluyendo según algunos a las Georgia del Sur, Sandwich del Sur, Shag y Oreadas del Sur, que están muy alejadas y son reclamadas también por Gran Bretaña. Quedaba por dicta- minar — y queda aún — la soberanía sobre las islas Picton, Nue- va y Lennox, entre Navarino y la isla grande. Actualmente Nueva y Lennox están deshabitadas y en Picton existen una estación meteorológica chilena y una pequeña estancia, cuyo arriendo cobra el gobierno del mismo país.
Los dos viajes del capitán Giácomo Bove a que nos he- mos referido en el capítulo séptimo fueron el. primer reflejo del tratado de 1881 en las regiones fueguinas, pues el desco- nocimiento sobre esos lugares era tan grande que resultaba im- prescindible hacer viajes de estudio antes de realizar la ins- talación del gobierno.
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Finalmente, de acuerdo a una resolución del general Roca, entonces presidente de la República, bajo las órdenes del co- modoro Augusto Laserre, partió de Buenos Aires la ya citada División Expedicionaria al Atlántico Sud, que llegó a San Juan del Salvamento, en la costa norte de la isla de los Estados, en abril de 1884. Componían la expedición varias embarcaciones de poco tamaño: la cañonera "Paraná", el buque escuela "Cabo de Hornos", el transporte "Villarino", el aviso "Comodoro Py" y los cúteres "Patagones" y "Santa Cruz" (1). Como hace notar Braun Menéndez, todas estas embarcaciones puestas en fila no cubrirían el largo de uno de los actuales acorazados ar- gentinos. El comodoro Laserre era un distinguido oficial de la marina argentina, de origen francés, que había realizado sus estudios náuticos en el Instituto de Loriol, Francia.
De abril a septiembre de 1884, la expedición permaneció en San Juan del Salvamento, donde se instaló la primera sub- prefectura austral argentina y un faro que señalara la entrada a aquel puerto seguro.
El domingo 28 de septiembre, los habitantes de la estación misionera fueron presa de gran excitación al ver entrar a su bahía, por primera vez, a cuatro barcos simultáneamente. To- dos corrieron a la playa y preguntaron ansiosamente a los misioneros qué ocurría; por supuesto, éstos no podían contes- tarles. Por su mente, pasaron aun ideas de temor al ver que entre los visitantes había barcos de guerra, pensando en la po- sibilidad de que su amada estación fuera ocupada militarmente, como consecuencia de algún conflicto internacional que muy bien podían ignorar por el aislamiento en que vivían.
Bridges, Lawrence, Whaits v varios indios subieron a un bote y se dirigieron al "Villarino", que era el de mayor tamaño. Desde a bordo, el capitán Spurr, que evidentemente se había documentado antes de viajar y conocía sus nombres, les gritó:
(*) En San Juan del Salvamento, se agregaron otras naves menores, que quedaron allí. Hasta Ushuaia llegaron las precitadas, excepto la "Cabo de Hornos".
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"El otro barco, señor Bridges!", señalando la "Paraná", don- de viajaba Laserre, por ser la nave capitana.
El comandante les recibió con toda amabilidad y, después de conversar largamente, ambos grupos se separaron con la mejor impresión y la actitud posterior de todos lo confirma.
En su carta del cuatro de octubre, al escribir a las auto- ridades de la misión, Bridges decía lo siguiente: "El jefe de la expedición es el comodoro Laserre, que nos ha tratado con la mayor amabilidad y se muestra sinceramente solícito por el éxito de nuestra misión. Todos los oficiales de la expedición nos han hecho cuanto favor les ha sido posible y hemos reci- bido con gran placer el establecimiento del pabellón argen- tino ... Se me ha hecho saber, con toda gentileza, que debo so- licitar todo servicio que ellos puedan prestarnos y que nos- otros necesitemos y el comodoro Laserre ha declarado que tiene instrucciones de su gobierno para dar a la misión toda la ayuda necesaria. Para abreviar, estamos grandemente satis- fechos con nuestros visitantes y, por supuesto, hemos dado toda la ayuda que nos ha sido posible".
Relata también cómo se intercambiaron regalos de cosas útiles y cómo recorrieron juntos la bahía para escoger un buen lugar para la subprefectura. Además, dos médicos de la ex- pedición se prestaron para revisar a todos los indios. Otros miembros de la escuadra argentina repararon los botes de la misión. Laserre obsequió un pequeño faro, para ser colocado en el puerto de la misión; Sisoi fué el encargado de vigilarlo.
Embarcado en el "Comodoro Py", Bridges recorrió los alrededores, llegando hasta la isla Dawson, para buscar dónde establecer una misión entre los onas.
A pesar de lo grato de la situación, no escapó a la penetra- ción de los misioneros el gravísimo peligro que representaba para sus indios, el nuevo contacto con hombres de nuevas ideas ... y nuevos vicios. Bridges envió entonces a Laserre unas sugestiones para el gobierno del lugar y las relaciones mi- sionero-gubernativas y, basado en ellas, el comandante redactó un reglamento, que junto con otros documentos de interés
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figuran en el apéndice correspondiente. A fin de evitar posi- bles incidentes, se estableció que, para que los marinos argen- tinos pudieran ir a tierra necesitaban permiso de Laserre tanto como de Bridges. En todas partes del mundo, la influencia del choque con la raza blanca ha sido nefasta v era necesario evi- tar que las nuevas circunstancias produjeran el fracaso de la obra.
Un detalle fundamental fué la entrega de la bandera. El jefe argentino mandó un pabellón nacional, junto con el regla- mento para su uso v Bridges ordenó que inmediatamente fuera izado en el mástil de la misión, en el que hasta entonces había flameado la bandera de la misma, que don Lucas Bridges des- cribe así en su autobiografía: "Una bandera compuesta, no muv distinta al Unión Jack (nombre popular de la enseña británica), utilizada para evitar cualquier sugestión de aspira- ciones imperialistas".
El 12 de octubre se realizó solemnemente la inauguración de la subprefectura, en un punto cercano a la plava que hace unos años fué declarado solar histórico. Ante un piquete de treinta hombres, los oficiales y los misioneros — invitados de honor — escucharon la palabra de Laserre, que declaró "so- lemne v oficialmente inaugurada la primera subprefectura en estos territorios, que representará en ellos la autoridad argen- tina y ejercitará nuestra propiedad"; además recordó el hecho de que en aquel día se cumpliera el cuarto aniversario de la asunción del mando por parte del general Roca. Luego se izó el pabellón argentino, al mismo tiempo que se disparaban los veintiún cañonazos de reglamento desde la "Paraná" y los sol- dados, junto con los indios, lanzaban vítores. El teniente Vira- soro v Calvo fué puesto a cargo de la subprefectura; Bridges hace grandes elogios de su caballerosidad y recuerda que había estudiado durante seis años en Brighton, Inglaterra. Además, cita con agrado el hecho de que la mavoría de los treinta hom- bres escogidos para quedar allí hablaran inglés.
El 30 de octubre, Bridges informaba a la misión en Ingh- terra sobre los acontecimientos y agregaba: "La subprefectura
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ha sido establecida tan feliz y sabiamente que nos alegramos sinceramente, viendo las grandes ventajas que aumentarán para los nativos y, en consecuencia, a la misión. Toda asistencia po- sible nos ha sido prometida y hasta ahora nos ha sido dada . . . El establecimiento de la subprefectura será ciertamente de ayuda para mantener en orden a los nativos de malas inclina- ciones, pues hemos sentido muchas veces la necesidad del poder que ha venido a gobernar esta solitaria posesión y de una garantía para todos de la seguridad de la vida y la propie- dad, que son grandes incentivos para la industria v la inde- pendencia".
Poco después, la División Expedicionaria se dispersó, par- tiendo algunas de las embarcaciones hacia Punta Arenas, mien- tras que el "Villarino" lo hizo hacia el Atlántico. Uno de los cúters quedó en Ushuaia.
De acuerdo con las cartas enviadas por los misioneros, se descubre su enorme satisfacción por haber encontrado defi- nitivamente una bandera bajo la cual protegerse; prueba de su sinceridad son los trozos transcriptos, que fueron escritos como informes oficiales al comité v no como propaganda para el público.
Hasta entonces, estaban prácticamente en tierra de nadie, va que ninguna de las dos naciones interesadas había hecho acto de posesión alguno para no herir los sentimientos de la otra, la toma de posesión por parte del gobierno argentino, quitó, pues, a los misioneros tal sentimiento de orfandad política.
Es éste el momento de aclarar un detalle que es muy usa- do por los detractores de la misión: el problema de la bandera. Es vox popidi actualmente en Ushuaia que en la misión flamea- ba la bandera inglesa y qua la expedición argentina fué con el deliberado propósito de hacerla arriar y evitar así el expansio- nismo británico sobre territorio nacional. Qué origen tiene esa versión es imposible saberlo.
Que la finalidad de la División Expedicionaria v menos su espíritu no eran ésos puede deducirse fácilmente de lo que
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hemos relatado y de los documentos que se insertan más adelante.
No podemos negar categóricamente que alguna vez hava habido en Ushuaia una bandera inglesa, pero podemos dar este dato: después de haber leído los relatos de todos los viajeros, amistosos, indiferentes o enemigos de la misión, todos los in- formes publicados en la revista de la misma, la documentación oficial argentina y todo cuanto pudiera darnos una pista sobre este problema no hemos encontrado citada una sola vez la ban- dera inglesa flameando en Ushuaia. De dónde salió esa versión lo ignoramos ya que no está documentada. Es posible que se deba al parecido que había entre la enseña de la misión — que es descripta en distintas maneras — y la británica. Puede que sea también porque en la misión había una bandera inglesa, hecho perfectamente lógico porque todo extranjero lleva una bandera de su patria consigo si piensa que no volverá más a ver su suelo natal.
Hay una oportunidad especial en la historia de la misión en el Santa Cruz, cuando se dice que fué izada la bandera británica. Además, Stirling cuenta en su diario que, cuando estuvo en Ushuaia, construyó un mástil y se fabricó una "ban- dera" que consistía en una cinta azul, una blanca v una roja, que eran tanto los colores de la misión como los de Inglaterra.
Pero deducir de estos hechos la idea de que la misión era sólo una avanzada del imperialismo británico es simplemente ab- surdo. La historia de la misión en la Patagonia es una prueba definitiva. El primer lugar elegido, el Santa Cruz, era el único que frecuentaban barcos argentinos en toda la costa al sur de Patagones. Luego, la misión se trasladó al único punto donde la soberanía argentina estaba indudablemente establecida: Car- men de Patagones; quien tenga propósito de ocupar una re- gión no comenzará por establecerse en el único lugar poblado de la zona, con tropas acantonadas, y un fuerte sentimiento nacionalista, como resultado de la lucha contra el indio y una heroica acción contra una flota del Brasil durante la guerra con ese país. Las gestiones ante el gobierno con referencia a la
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misión en Río Negro — donde Musters nos dice que también Humble tenía una bandera — son otra prueba que demuestra el respeto del comité por la autoridad argentina.
Pero supongamos que, efectivamente, la misión enarbolaba bandera inglesa. Braun Menéndez acepta la idea, sin estudiar a fondo el problema, y comentándolo con estos términos:
"A pesar de tanto informe favorable de cuantos llegaron a los parajes donde estaba establecida la misión y pudieron comprobar allí sus ventajas en el orden civilizador y sus be- neficios humanitarios, no dejó de deslizarse sotto voce una preocupación nacionalista, nacida en la circunstancia de que se veía flameando sobre el caserío que ocupaba la misión el pabellón británico. Esta suspicacia era tan absurda como in- fundada. Los misioneros aunque eran subditos ingleses y de- pendían en lo espiritual del obispo de las islas Malvinas, nunca tuvieron intenciones políticas o de penetración o colonización británica. La circunstancia de que ondeara en el mástil de la misión la bandera inglesa nada podía significar desde que has- ta 1881 sobre aquella región no ejercían soberanía ni Chile ni la República Argentina; aquel pabellón sólo les recordaba la patria ausente." (Pequeña Historia Fueguina, primera parte, nota 33.) Es claro, pues, que aun cuando los misioneros hayan enarbolado esa bandera sólo hacían lo que hubiera hecho cual- quiera al llegar a un país que no tiene dueño: izar la bandera de su patria, va que no existe otra para izar.
Además, la pretensión de que la misión había sido esta- blecida allí con fines expansionistas es ridicula, pues revela una grave ignorancia de orden histórico, táctico y eclesiástico. Si bien es cierto que la misión era de procedencia anglicana —la Iglesia oficial inglesa — no era ni es la sociedad misionera más importante de esa confesión; entre las varias que la preceden en magnitud debe citarse la que se llama precisamente "Socie- dad Misionera de la Iglesia" y que tiene cierto carácter de órgano misionero oficial anglicano, aunque se gobierna indepen- dientemente. Al referirnos al orden táctico e histórico, que- remos señalar el absurdo que se pretende cuando se quiere que
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una potencia tan hábil en extenderse por todo el mundo se haya servido en este caso exclusivamente de un pequeño grupo de media docena de misioneros, sin armas ni dinero, en lugar de enviar tropas o, al menos, colonos. La lección de la histo- ria es clara al respecto y basta a los argentinos recordar cómo la misma Gran Bretaña se apoderó por la fuerza de las islas Malvinas, a pesar de estar ocupadas por autoridades argenti- nas, para comprender que, si hubiera querido apoderarse de una región de importancia estratégica tan grande antes de la apertura del canal de Panamá, hubiera hecho algo más que colocar varios misioneros y una bandera... (1).
Desgraciadamente, la rígida división, tanto geográfica como administrativa no se cumplió. Y si hemos dicho "desgra- ciadamente" es porque el contacto con la raza blanca sólo sir- vió para llevar enfermedades v vicios a los indios. En ningún momento dudaremos de la sinceridad de las autoridades nacio- nales o del comandante Laserre, como así tampoco de los de- más oficiales argentinos de los primeros tiempos, pero no po- demos decir lo mismo de la tropa v el personal subalterno. Lo que ocurrió en Tierra del Fuego ha sido simplemente lo que ha ocurrido en todas partes del mundo, donde se ha ins- talado el europeo, que ha terminado, tarde o temprano, con la energía de las demás razas, cuando no con su existencia misma; en nuestros días, ya podemos decir de los fueguinos esto último.
Primeramente, la presencia de los nuevos habitantes se hizo sentir por enfermedades hasta entonces desconocidas en Tierra del Fuego. Mientras Bridges se encontraba en viaje a la isla Dawson, se produjo una epidemia de sarampión y el cuadro que encontró a su regreso fué realmente pavoroso.
O) Al aparecer en una revista de Buenos Aires un artículo descri- biendo cómo fué arriada la bandera inglesa en Ushuaia, el autor entre- vistó al que lo firmaba, preguntándole qué documentos había consultado. Lo único que obtuvo fué saber que todo estaba basado en "recuerdos de familia" . . .
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Lawrence, que había quedado a cargo de la misión, escri- bía lo siguiente:
"Lo que hemos sufrido y experimentado durante las úl- timas semanas es más de lo que podemos describir. En pocos días, después que Mr. Bridges nos dejó, la fatal enfermedad se esparció por todas las casas y ivigwams, aun a nuestros niños. En un momento, casi todos los nativos estaban en tan deses- perada condición, que difícilmente podía encontrarse quien nos ayudara. Providencialmente, el Alien Gardiner estaba con nosotros y Mr. Whaits y yo, que no hubiéramos podido hacer solos el trabajo necesario, hemos encontrado así la ayuda im- prescindible".
La epidemia duró alrededor de tres meses y los misione- ros calcularon que, en ese período, murió la mitad de la po- blación yagana.
A principios de 1885, llegaron a Ushuaia dos auxiliares para la misión: la señora de Hemmings, consagrada mujer, viuda, que habría de ocuparse del asilo, y un carpintero lla- mado Burleigh, con su esposa, que debieron volver casi en seguida a Keppel.
En esa época llegó también el primer gobernador argen- tino, el capitán de fragata Félix Mariano Paz, que ejerció su cargo hasta el 6 de junio de 1890. El capitán Paz se mostró siem- pre un buen amigo de los misioneros y creía conveniente tras- ladar la sede del gobierno a la isla Gable, pero tal cambio no llegó a efectuarse.
En 1886, se hizo un nuevo censo de los indígenas, que arrojó un total de 397 yaganes en todo el archipiélago. La disminución era tan rápida como evidente y no se ha detenido. Hace algunos años, Gusinde pudo contar sólo cuarenta y tres individuos y en 1946 el número había descendido a vein- tiocho, amén de un reducido grupo de mestizos. Poco después del citado censo de 1886, se produjeron algunas leves epidemias de neumonía, escrófula y tuberculosis, matando a gran número de indios, inclusive a Cranmer Okokko. La tuberculosis sub-
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siste entre los escasos remanentes de la raza. En las pocas sema- nas que el autor estuvo en Tierra del Fuego, falleció de esa en- fermedad una mujer relativamente joven y se suicidó un mu- chachito, al notar el avance del terrible mal en su organismo.
A fines del mismo año 1886, Bridges hizo un viaje a In- glaterra, adonde llegó en noviembre. Estando allí, luego de meditar seriamente su resolución, presentó la renuncia a su cargo de misionero. Se basaba la misma en el hecho de que el reducido número de yaganes que quedaban entonces, no jus- tificaba los grandes gastos que tenía la misión. A pesar de que aclaraba que dejaba de pertenecer a la misma, hacía pa- tente su deseo de seguir trabajando por los yaganes, en la forma que creía que resultaba más conveniente dada la nueva situación: proporcionándoles trabajo. Bridges comprendía que la atracción que la incipiente población blanca ejercía sobre los nativos debía ser contrarrestada y creía que eso sólo podía lo- grarse de aquella manera. Para ello aceptó la donación de ocho leguas cuadradas de terreno que le hizo el gobierno argentino en premio a los importantes servicios prestados a la nación. La ubicación de las mismas era inmejorable, pues se encuentran a la salida del canal de Beagle e incluyen la isla Gable y otras menores. Son una excelente tierra de pastoreo, la única de tal extensión que existe en la parte sur de la isla. Además, Brid- ges adoptó la ciudadanía argentina.
Aunque formalmente ya no pertenecía a la misión, conti- nuó ayudándola con frecuentes visitas y de otras maneras. Die- ciocho familias yaganas fueron a establecerse definitivamente en la estancia que fundó con el nombre de Harberton, que era el nombre del pueblito nativo de su esposa, quedando así bajo la influencia cristiana del ex misionero y de su familia. Además, numerosos indios acudían a trabajar esporádicamente, desde todas partes y de los canales v aun onas del norte, que cruzaban la cordillera.
Bridges organizó con ovejas llevadas desde Inglaterra el primer establecimiento ganadero de la región. La obra que rea-
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lizó allí es realmente admirable y no puede describirse. Traba- jando con tesón y sacrificio, consiguió que aquella región aban- donada le rindiera una fortuna de bastante importancia (x).
Falleció a la temprana edad de 56 años, en 1898, en mo- mentos en que estaba de viaje en Buenos Aires, a raíz de una enfermedad estomacal que le había hecho sufrir grandemente desde mucho antes. Sus restos están sepultados en el Cemente- rio del Oeste, en Buenos Aires.
X
ULTIMOS ESFUERZOS DE LA MISION 1887 - 1916
Aspinall en Ushuaia. - Nueva estación en Wollaston. - Tras- lado a Tekenika. - Visita del general Roca. - La obra en Ushuaia, Tekenika y Keppel. - Extinción paulatina de los indios. - Cierre de estaciones. - Traslado final a Navarino. - Williams en Río Douglas. - Conclusión.
La renuncia de Bridges señaló el comienzo de la última etapa de la obra misionera en Tierra del Fuego. El 19 de fe- brero de 1887, en el mismo navio en que aquél volvía a Sud América, partía su sucesor, el médico Edwin C. Aspinall, que iba a hacerse cargo de la superintendencia de la misión en Ushuaia.
Además, cinco meses después, salían también para el sur el carpintero William Ince y su esposa, que se radicaron en la capital fueguina; ella falleció allí a principios del año siguiente.
(!) Gran parte de los que aseguran que los misioneros sólo tenían el propósito de enriquecerse, se basan en esto, sin comprender que Bridges sólo tuvo dinero después de renunciar a la misión, que pagaba sueldos muy bajos.
Además, nos permitimos preguntar por qué no se hace igual crítica a los salesianos que establecieron una gran estancia para los onas, cerca de Río Grande, y que se mantiene aún, a pesar del escaso número de indios sobrevivientes. Y ello sin ocuparnos de las protestas que a su tiempo se formularon oficialmente por el trato dado allí a los indígenas...
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Cuando Aspinall llegó a Ushuaia en el Alien Gardiner, los misioneros hicieron una gran fiesta, a la que se invitó a las autoridades argentinas. Se tomó té y se cantaron himnos. Los breves discursos fueron traducidos al castellano. Aspinall des- tacó la amistad argentino-británica y gubernativo-misionera, simbolizadas en las dos banderas que adornaban la habitación. El gobernador, por su parte, expresó su deseo de que esa amis- tad continuara. Además, el recién llegado hizo lucir el mate- rial nuevo que traía para la misión, en el que figuraban un microscopio y una linterna mágica.
Esta fiesta era la retribución de los misioneros a una in- vitación similar, hecha por los argentinos, para celebrar juntos la fiesta patria del 25 de Mayo. Los misioneros, junto con los indios y los huérfanos del asilo, concurrieron al izamiento de la bandera, saludada por una salva de cañonazos. A la tarde hubo distintos juegos artéticos y a las 18 todos cenaron con el go- bernador, oportunidad en la que se pronunciaron algunos dis- cursos, similares a los de la ocasión precitada. Al regreso, va- rios oficiales argentinos acompañaron en bote a los visitantes; Lawrence escribía luego a la misión: "Volvimos a casa sin- tiéndonos muy agradecidos por tales muestras de respeto y estima".
Pocas novedades ocurrieron en el resto del año 1887. As- pinall y Lawrence recorrieron el norte de Navarino, visitando a los indígenas. Además, las reuniones en Ushuaia se cele- braban como siempre, incluso un ensayo de canto con los in- dios; al respecto, puede agregarse que en diciembre llegó un armonio para la misión, que fué costeado en parte por las dona- ciones de los mismos nativos. Un día se celebraron veintisiete bautismos y once casamientos. Para Navidad tuvo lugar la acostumbrada fiesta, con unos ciento cincuenta indios presen- tes. En la escuela había veintiséis alumnos y en el asilo, quince huérfanos. Ese mismo año, Whaits y su esposa fueron a ocupar- se del trabajo en Keppel, que continuaba sin variantes.
Todo continuó de ese modo, sin novedades, hasta prin-
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cipios de 1890, cuando hubo una epidemia de tifoidea y otra muy grave de viruela, llevada por un argentino del navio Tyr. En poco tiempo falleció la tercera parte de la población indí- gena; la iglesia fué convertida en hospital y las pertenencias de los enfermos fueron quemadas. La devoción puesta de ma- nifiesto por la señora de Hemmings y el indio Katannash son dignas de recordarse. Esa epidemia impidió un viaje a la región habitada por los onas, que Aspinall se proponía realizar en compañía de Paz, por invitación de este último.
Lamentablemente, estas amabilidades del gobernador no siempre correspondían a actitudes similares de sus subordina- dos, quienes, con o sin intención, provocaban constantes pre- ocupaciones a los misioneros, especialmente por su persisten- cia en tentar a los indios con tabaco, alcohol y otros vicios aun más graves. La naturaleza de los yaganes era muy débil, tanto física como moralmente, y con mucha facilidad caían en el vicio, que les llevaba a la enfermedad y posteriormente a la muerte prematura. Con todo acierto, un oficial de la División Expedicionaria había profetizado que los hombres que irían allí serían de "esa recua de atorrantes que sacan de los caños de la capital".
No sin razón, ya en julio de 1887, Lawrence escribía al comité estas palabras amargas: "Se dice que los argentinos pien- san trasladar su sede a la bahía del Buen Suceso; si es así, bueno y bien, pero si no, entonces sería mejor que la misión dejara Ushuaia y fuera a la isla Picton, donde estaría libre de las mo- lestias por parte de las autoridades argentinas". Aquel deseo de traslado existía en realidad y se habló de él con insistencia, aun antes de la ubicación en Ushuaia, pero no llegó a concretarse.
Al año siguiente de las epidemias ya mencionadas, en 1891, el hijo del maestro argentino llevó la tos convulsa que conta- gió a gran número de indios.
Poco después, Lawrence fundó la "Sociedad de Abstinen- cia Total". Celebró una reunión especial, para la cual colocó en las paredes del templo lemas apropiados, como: "No beber
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más", "No, ni una copa", "Tenga coraje para decir «No»", etcétera. Okokko pronunció un discurso alusivo.
Mientras tanto, el número de huérfanos en el asilo había disminuido a cuatro o cinco.
Toda esta situación había hecho que las autoridades de la misión resolvieran reactivar la vida de la misma en Tierra del Fuego, abriendo una nueva estación. Para escoger el lugar, se tuvo en cuenta muy especialmente la distancia desde los luga- res donde hubiera habitantes blancos. Por eso se eligió uno de los puntos más lejanos posibles de Ushuaia: la isla Bayly, en el archipiélago Wollaston, muy cerca del Cabo de Hornos. La obra misionera en Tierra del Fuego había sido la más austral del mundo y esta estación fué el punto más al sur que fuera alcanzado. Además se tuvo en cuenta para la elección que ha- bía allí cierto número de indígenas que se dedicaban a la caza de nutrias, animal casi extinguido actualmente.
Luego de obtenerse la cesión del terreno por parte del go- bierno chileno, el nuevo lugar de trabajo fué inaugurado el domingo 14 de octubre de 1888. Se hizo una reunión, con un grupo de cuarenta y cinco indios, luego de izar la bandera chi- lena, durante la que se cantaron himnos v pronunció un dis- curso el futuro encargado de la estación, llamado Burleigh.
Presenta este hombre una de las mayores dificultades al historiador de la misión fueguina. Se trataba de un carpintero que había llegado a Keppel en 1877, contratado como tal y no como misionero. Iba con él su esposa, cristiana consagrada, y una pequeña hijita llamada Katie; estando en Bayly, había de nacerles otro hijo. Difícil es comprender a qué se debió el cambio de ubicación y trabajo que dieron las autoridades de la misión a Burleigh. Su conducta adolecía de numerosas irre- gularidades y provocaba continuos disgustos a sus compañeros; sobre él se señalan hechos muy delicados, pero que difícilmente habrán llegado a saberse en Londres. Los informes de Burleigh desde Bayly eran casi únicamente quejas por la inconstancia de los nativos y por el clima, que, no puede discutirse, es el
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peor del mundo: en un año llovió durante trescientos días y hubo veinticinco temporales.
En junio de 1891, la señora Hawkes y su hijo fueron tam- bién a Wollaston y poco después lo hizo un nuevo misionero llamado José Pringle, sobre quien cayó el mayor peso de la tarea, pues aquellos dos regresaron pronto.
El clima de la zona hizo necesario el traslado de la esta- ción a un lugar más hospitalario y se escogió para ello un punto ubicado en la costa sur de la bahía de Tekenika, en la isla Hoste, lugar al que en 1901 el barco chileno "Presidente Errá- zuriz" bautizó con el nombre de "Bahía Alien Gardiner". El traslado se hizo en septiembre de 1892. Tekenika no era el nombre indígena del lugar. Esa palabra significa "difícil de entender" y probablemente esto implica que el primer nativo a quien le preguntaron el nombre no entendió la pregunta y así lo dijo.
La desagradable situación provocada por la conducta de Burleigh terminó súbita y trágicamente. Digámoslo con las palabras de su esposa en una carta del 23 de diciembre de 1893, en la que se lee: "En verdad que tengo noticias, muy, muy tristes para narrarles. Mi esposo se ahogó esta tarde en la bahía. No puedo decir más nada. Había estado muy asustado con unos mineros que se habían ido hace poco y hoy, sábado, deseaba un poco de descanso; salió a pasear en bote y, en al- guna forma misteriosa, debe haber caído por la borda-, yo no sé. Quiera Dios ayudarme a mí y a mis queridos hijos". Su cráneo fué extraído del agua bastante tiempo después y lle- vado a Stanley, donde fué colocado en la catedral.
Además del trabajo en Ushuaia y Tekenika, continuaba la obra en Keppel, adonde eran llevados regularmente grupos de jóvenes indígenas para su educación. En 1893, había vein- tiuno, a cargo del matrimonio Whaits y de una pareja indígena, Jorge Lywia, nieto de Jemmy Button, y su esposa. La orga- nización y el funcionamiento eran sustancialmente iguales a los de otras épocas y no hay razón para repetirlo.
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Todo siguió su rumbo normal, casi podríamos decir mo- nótono, en los tres lugares. Aspinall fué trasladado a Stanley, a ocuparse de la iglesia de la población. Pringle hizo un viaje a Inglaterra, donde se casó, y volvió con su esposa, que re- sultó ser un valioso auxiliar. Én octubre de 1894, fueron nom- brados como nuevos misioneros el pastor Juan Williams y se- ñora, que quedaron durante un tiempo a cargo de la iglesia de Punta Arenas, antes de ir a Tierra del Fuego. La esposa v los hijitos de Burleigh volvieron a Inglaterra.
El 19 de febrero de 1895, la señora de Hemmings explicaba la vida en Tekenika en los siguientes términos: "Los chicos se levantan alrededor de las seis y, cuando han prendido el fuego, me levanto yo; ocupan el tiempo antes del desayuno en hilar v es un hermoso espectáculo verlos en grupo, todos hilando. A las ocho, el desayuno; después, lección de la Bi- blia, antes de ir al culto, leyendo un versículo cada uno. Tengo cinco chicos que pueden unirse en la lectura. Después del culto, les enseño a leer y escribir durante una hora y, a los cinco más adelantados, aritmética. Suman bien y están aprendiendo a multiplicar. Las niñas mayores se ocupan del trabajo de la casa, mientras otras van por las colinas con su hilado o tejido: después del almuerzo, media hora de juego, otra vez lecciones, se prepara la cena, se come, se tienen ora- ciones y a la cama". Los cultos se celebraban en la llamada "Casa de Stirling", que había sido llevada desde Ushuaia; asis- tían unos cincuenta indios.
Mientras tanto, las autoridades argentinas habían sido cam- biadas dos veces. El capitán Paz, que era interino, fué sucedido por el doctor Mario Corncro, que sólo gobernó hasta mayo de 1895. Su sustitución se debió a las dificultades que tuvo con el célebre minero Julio Popper, que venció en un pleito con Cornero, acusándolo de anormalidades administrativas. Pop- per es un personaje sumamente interesante; era él quien en realidad gobernaba todo el norte de la isla, al punto de haber mantenido una guardia militar y haber acuñado monedas e
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impreso estampillas de correo. En Buenos Aires se le tenía en alta estima por sus conocimientos científicos y sus dotes li- terarias (J).
El sucesor de Cornero fué el teniente coronel Pedro Godoy, cuyo nombre lleva hoy una de las tres calles de Ushuaia. Fué un gobernante hábil y progresista y se mostró siempre amigo de los misioneros, a quienes trató de favorecer, por ejemplo, prohibiendo la venta de alcohol a los indígenas; demás está decir que su orden no fué cumplida. El 22 de diciembre de 1897, Godoy mandó una nota a Lawrence para felicitarle por el jubileo de la reina Victoria. Poco después de su llegada, or- denó un censo de hombres y animales domésticos en todo el territorio, censo que informó sobre la presencia de 203 blancos, inclusive 19 mujeres y 110 nativos.
Al año siguiente, se produjo el fallecimiento de tres perso- nas vinculadas a la misión: Tomás Bridges y las esposas de Lawrence y Whaits.
A principios de 1899, se produjo en Ushuaia un hecho extra- ordinario, que no ha vuelto a repetirse: la visita del presidente de la república. Se trataba del general Julio A. Roca, que visitaba la zona, con motivo de haberse reunido con su colega chileno en el llamado "abrazo del estrecho" en Punta Arenas. Antes de llegar a Ushuaia, Roca se detuvo en Harberton, donde encontró a la familia de Bridges. Aunque no existe documento al respecto, podemos dar como bien cierto el dato de que el presidente ofreció a Despard Bridges la gobernación del terri- torio, que éste rechazó, tal como dijo haber hecho su padre anteriormente; don Guillermo Bridges, hijo del misionero, nos mostró con cierto orgullo el lugar en que, echados sobre el pasto, en una pequeña loma de Harberton, Roca, a quien acom- pañaban dos ministros, hizo el citado ofrecimiento.
En Ushuaia, Lawrence fué presentado inmediatamente al primer mandatario, que visitó luego la misión con Godoy y los
(!) Quien quiera conocer más detalles sobre Popper, historia que escapa a este libro, puede leer "Julio Popper, el dictador fueguino", de Armando Braun y Menéndez.
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ministros. Le fué regalado un Evangelio a cada uno, después que recorrieron la capilla y las chozas. Las autoridades hicieron obsequios en dinero a los indios y luego mandaron ropas y botas. A la tarde, se corrieron regatas en la bahía, con un premio de doscientos pesos donados por el presidente. La canoa vencedora iba tripulada por Pringle, dos hijos de Lawrence y tres yaganes. Antes de irse, Roca les aseguró que la tierra no les sería quitada.
Ese mismo año, los ya citados hijos de Lawrence se esta- blecieron con una pequeña estancia en un lugar llamado Puer- to Remolino, a treinta kilómetros de Ushuaia. Una montaña situada en esa zona lleva hoy el apellido del misionero.
Como regalo de comienzo de siglo, Pringle recibió en Te- kcnika una colección de placas de proyecciones. Un indio envió úna carta de agradecimiento a la donante, Miss Clara T. Tarner, que transcribimos textualmente:
"Estimada dama: Le agradecemos mucho por habernos en- viado tantos hermosos cuadros para linterna pensamos que usted es muy amable v queremos pensar en usted cuando vemos la linterna mágica. A todo mi pueblo le gusta ver hermosos cuadros de linterna mágica, porque ellos nos enseñan muchas cosas cuando tenemos noche oscura. Mr. Pringle nos muestra las figuras y nos gusta ver sobre la Biblia. Todos nosotros le agradecemos mucho y oramos a Dios que la Bendiga, su Ami- go Charles OEsulupulunjiz".
Al año siguiente, Aspinall, que estaba en Stanley desde 1887, fué a vivir a Irlanda.
A fines de 1901, Lawrence que era el único misionero que quedaba en Ushuaia, fué a radicarse con sus hijos a Remolino, donde habían obtenido la cesión definitiva por parte del Con- greso de una fracción de tierra; desde allí iba todos los domin- gos a atender las reuniones. Su presencia permanente en la población parecía no tener ya utilidad pues el número de indígenas que vivían allí raramente pasaba de veinte.
En Tekenika el número era algo mayor, pero de todos mo- dos era de sólo unas sesenta o setenta personas. La señora de
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Pringle escribía: "Con seguridad los yaganes están desapare- ciendo. Los alacalufes están casi extinguidos. Los onas, que son fuertes cazadores, son muertos a tiros por los ganaderos y en consecuencia las mujeres están en mayoría". La salud de Pringle le obligó a salir de Tekenika y su puesto fué ocupado por Williams que aun estaba en Punta Arenas y que llegó allí el 22 de marzo de 1901.
Poco después, Lawrence escribía en términos muy tristes sobre la decadencia de los yaganes. Decía entre otras cosas: "Parece casi imposible humanamente hablando, hacer algo por ellos. Las dificultades son siempre muy grandes; hay una po- derosa influencia rodeándoles, contraria a sus mejores inten- ciones y muchos ceden pronto a la tentación y, como son débiles y enfermos, sucumben rápidamente a la enfermedad . . . Las muertes son muy frecuentes, teniendo en cuenta que los yaganes son tan pocos. Hace poco murió uno de los descen- dientes del célebre Jemmy Button, cuyo nombre era Edmundo Button Hashway-an, de unos cuarenta años". Efectivamente, los informes que enviaban los misioneros estaban llenos, sin ex- cepción, de noticias de muertes, muchas de ellas prematuras.
En 1903, visitó esos lugares Sir Thomas Holdick, jefe de la comisión británica de arbitraje, quien alabó grandemente el tesón de los misioneros. Ese mismo año, las costas fueguinas fueron conturbadas por algunos hechos sangrientos, que no afectaron directamente a la misión. Existía desde tiempo antes, en la isla de los Estados, un presidio militar, que fué trasladado ese año a la zona de Ushuaia, a unos doscientos metros de donde se encontraba la misión y algo alejado del presidio de crimi- nales comunes, que se encontraba en otra parte y que quedó allí hasta 1947. Los presos de la isla de los Estados promovieron un grave levantamiento durante el traslado y un buen número consiguió fugarse. Tanto en la lucha, como en la persecución y el apresamiento de los prófugos, corrió abundantemente la sangre y hubo varios muertos, hechos que en su hora impresio- naron mucho a la opinión pública de todo el país.
En 1904, Williams escribía con muy poca satisfacción que
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se habían descubierto yacimientos carboníferos en la zona de Tekenika; ello implicaba la llegada más o menos lejana, pero segura, de mineros blancos, con todos sus vicios y entonces aquella región dejaría de ser "el único lugar donde los indí- genas son tratados amablemente, donde siempre están bajo in- fluencia cristiana y ordinariamente lejos de la tentación de la bebida".
Ese mismo año, el obispo Everv, sucesor de Stirling, visitó los varios lugares donde había misioneros y recomendó que, en vista de que Tekenika había dejado de estar lejos de la influencia argentino-chilena, era conveniente que la estación fuera trasladada. Se hacía ya evidente que era necesario en- contrar para los yaganes una ocupación permanente que pu- diera contrarrestar la nefasta influencia de marinos, colonos v mineros, que ya pululaban por todas partes. Era imposible, por lo tanto, pensar en aislar a los indios de la tentación, sino que debía hacerse hincapié en una mavor pureza para resistir el vicio. Además, el obispo recomendaba elegir un lugar en Na- varino o Picton, porque estaban bajo la soberanía de los chi- lenos, que siempre los habían tratado más deferentemente.
En Ushuaia, los problemas tenían un carácter mucho más agudo, pues aun la parte material estaba gravemente dañada. La ausencia de un misionero permanente allí había hecho que todo fuera arruinándose o robado. Uno de los detalles que más impresionaron al obispo fué la falta de cerco en el cemen- terio donde, junto con los indios, vacían los restos de los misioneros muertos en Wulaia, ya que pensaba en la posibili- dad de que algún día fuera levantado allí un monumento a su memoria Decía además que "tras los oficiales, llegaron sol- dados, marinos, negociantes, buscadores de oro, enfermedades, vicios v tentaciones antes desconocidas".
(!) Actualmente, no sólo no existe tal monumento, sino que ni si- quiera es posible saber dónde se encuentran los restos de los misioneros y aun si todavía descansan bajo tierra. El lugar del cementerio está ocu- pado actualmente por las obras del aeródromo de la futura base aero- naval de Ushuaia y el autor ha conversado con algunas personas que se han entretenido en revolver el suelo en busca de restos humanos.
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En mayo de 1906, Williams escogió como lugar para tras- ladar su estación misionera un punto de la costa oeste de Na- varino, en la desembocadura del río Douglas. El traslado se hizo con la ayuda de un pequeño barco que facilitó el gobierno chileno en la primavera del mismo año.
En la misma época, entre los numerosos fallecimientos in- formados, se encuentra el de Jorge Despard Okokko, el indí- gena más célebre de la misión, y que era todo un símbolo de su historia. Había sido llevado a Keppel en 1858, cuando tenía quince años, con el primer grupo de indígenas trasladados a las Malvinas; había llorado al ver asesinar a los misioneros en Wulaia v había ayudado a enterrarlos; durante muchos años colaboró en todo el trabajo de la misión y era, desde muchos años antes de su muerte, el indígena más anciano y uno de los pocos que tenía nietos. Tan raro era esto, por lo prematuro de la muerte entre los yaganes, que su rico idioma no poseía la palabra "abuelo".
El traslado renovó algo el entusiasmo de los indígenas por la misión y muchos fueron a Río Douglas, desde todas partes de Navarino e islas vecinas. En Ushuaia, por el contrario, a principios de 1907, fué necesario suspender las reuniones por- que no quedaba ningún indígena en los alrededores.
A fines del mismo año, el obispo visitó nuevamente la zona v quedó gratamente impresionado por la nueva estación, aun- que reconocía que "el carácter del trabajo, pastorear el resto de una raza agonizante, no es de los que dan resultados im- presionantes, y hay fracasos y desalientos ahora como en el pasado. Sin embargo, cuando pensamos en lo que eran estas gentes en el pasado y vemos lo que son ahora, civilizados, de- centes, deseosos de trabajar y adorar a Dios, nos damos cuenta que, por Su gracia, ha sido hecho mucho". La población indí- gena en el lugar variaba de veinte a ciento treinta.
Sin embargo, este viaje del obispo Every marcó claramente el principio del final. Comprendiendo que ya no había posibi- lidades de que se reavivara la obra en Ushuaia y que el mante- ner allí las instalaciones sólo servía para que éstas se averiasen,
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ordenó que la capilla fuera desmantelada y, junto con el resto del material, fuera enviada a otros puntos donde pudiera ser más útil. Así, silenciosamente, terminó aquella obra que había durado casi cuarenta años, llenos de tesón y de heroísmo. Con ello terminó igualmente la relación de Lawrence, ya muy anciano, con la misión; se radicó definitivamente en Remolino y sus descendientes viven aún en Tierra del Fuego.
Desde ese momento, las noticias tanto de Río Douglas como de Keppel son muy escasas y carentes de novedades. De 1909 a 1911, estuvo en Río Douglas, ayudando a los esposos Williams, otra misionera llamada Miss Vernam. El trabajo seguía siendo el mismo, rutinariamente casi, excepto por el número de in- dígenas en constante descenso.
El 28 de julio de 1911 fué clausurada la estación de Keppel, que ya no tenía razón de ser, pues no había más indígenas para llevar allí. Conjuntamente con el cierre, se produjo el retiro de Whaits, después de treinta y seis años de trabajo.
No hay prácticamente nada que relatar de los cinco años siguientes. En 1913, Williams hizo un viaje a su patria, única variante que tuvo su vida en aquel período, durante el cual no tuvieron ningún visitante en su lugar de trabajo, que era la estación misionera más austral del mundo. Es fácil compren- der la grandeza del misionero que se lanza a los peligros y triunfa sobre el mal y el paganismo, pero pocas veces se hace justicia a la constancia de siervos de Dios que, como Williams y su esposa, trabajan ininterrumpidamente durante largos años, completamente aislados del mundo y viendo que el número de los suyos decae inexorablemente por causas que escapan a sus medios.
El momento definitivo no podía tardar en llegar. En 1916, leemos el siguiente informe en el órgano de la misión:
"La misión fueguina ha sido objeto de mucha oración y ansiosos pensamientos. Como se ha hecho inevitable desde hace varios años, durante los cuales se iba aproximando rápidamente la hora en que debía darse por terminada la histórica obra (debido al constante decrecimiento de la población yagana),
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el Comité, luego de las más cuidadosas consultas ha decidido que debe cerrarse la misión en Río Douglas. Una misión no se clausura en un día y podrán pasar aun varios meses antes de que Mr. Williams y su familia dejen por completo el tra- bajo al que se han dedicado tan íntegramente. Agradecemos a Dios por lo que Él ha hecho por medio de los agentes de la Sociedad y confiamos en que Él nos mostrará otros campos más necesitados. Nuestras obligaciones no son ahora menores: son mayores".
Varios meses después, Williams informaba que las pertenen- cias de la misión ya estaban a disposición de las autoridades de la misma. AI igual que Bridges y Lawrence, prefirió quedar allí, en Río Douglas, donde formó una pequeña estancia que pertenece hoy a uno de sus hijos.
Habían pasado exactamente tres cuartos de siglo desde el viaje de Gardiner y sesenta y un años desde el comienzo efec- tivo de la obra. La misión fueguina terminaba entonces su co- metido prácticamente junto con la raza que había ido a ganar para el reino de Dios.
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Habiendo llegado al fin de nuestro relato, ¿qué ocurre si nos detenemos un poco a meditar en él? Quizá a algunos les surja aquella terrible duda que asaltó al pueblo inglés cuando ocurrió el sacrificio de Gardiner y sus compañeros y se sienta tentado a decir: "¿Para qué?" O más explícitamente: "Dado que los indios yaganes se han extinguido casi por completo, ¿no es lógico decir que la misión ha fracasado, ya que, a pesar de su trabajo, ha desaparecido toda una raza? ¿No han sido en vano los sacrificios de Puerto Español y Wulaia? ¿Y la vida de tantos hombres útiles insumida en aquellas latitudes para evangelizar indios que morirían al fin? Aquel dinero, ¿no po- dría haberse gastado en campos más fructíferos?"
Sinceramente creemos que estas dudas no pueden durar mu- cho en los pensamientos de nadie que vuelva a meditarlas a la luz del conjunto de la historia.
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En primer lugar, no puede criticarse a la misión, por no haber hecho lo que nunca se propuso hacer. Como todas las misiones del mundo, la de Tierra del Fuego tenía como propó- sito el predicar el Evangelio para llevar vida eterna a los indios v no para evitar el fin de una raza, que evidentemente va estaba en vías de extinción antes de su llegada, lo que en cierta manera, podía dar un carácter de mayor urgencia a la nece- sidad de predicarles. Por supuesto, eso no significa que los misioneros descuidarían el bienestar material de los fueguinos y el adelanto que les llevaron es prueba de ello; además, es evidente que no fué ese adelanto el que provocó su fin. Las epi- demias y los vicios que otros blancos llevaron y que ningún ser humano podía detener entonces, uniéndose a su natural decadencia provocaron su extinción.
Debe recordarse asimismo que no fueron los yaganes la única raza fueguina que haya corrido tan triste suerte. Lo mismo ha sucedido con los onas y los alacalufes, entre los que no trabajó la misión evangélica, sino los salesianos, sacerdotes católicos que aun mantienen sus establecimientos ganaderos en la región. Digno de notarse es, igualmente, que la extinción de las razas aborígenes es un fenómeno de todo el mundo, que reconoce como origen, casi siempre, las matanzas y los vicios introducidos por hombres blancos.
La actitud de interrumpir un trabajo que, en realidad, estaba dejando de existir fué una prueba de honestidad por parte del comité, que no quiso simular ante sus colaboradores, forzán- doles a dar dinero y obreros para trabajar entre indios que ya casi no existían.
Hemos dicho antes que la finalidad de la misión fueguina fué exclusivamente la de predicar el Evangelio. Luego de hacer tal declaración, podríamos detenernos diciendo que Cristo or- denó a los suyos: "Id por todo el mundo y predicad el Evan- gelio a toda criatura". No nos corresponde juzgar si debemos ir o no a tal o cual región de la tierra: nos corresponde ir, luego de consultar al Señor si en Su sabiduría, Él cree llegada la hora. Jeremías se lanzó a predicar, aun sabiendo que su mensaje
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no sería oído, pero Dios se lo ordenó así y él obedeció. Lo mismo hicieron Alien Gardiner y sus sucesores y a nosotros sólo nos resta admirarles por haber escogido para arar la parte más rocosa de los campos de nuestro Señor o, dicho de otra manera, cumplieron la parte de su mandato, lo que dice: "y hasta lo último de la tierra".
En la "Noticia Preliminar" de su "Pequeña Historia Fue- guina", Braun Menéndez hace esta observación: "Al hacer, pues, el balance de tanto caritativo empeño, caemos en la cuenta de que sólo podemos reconocerles a los misioneros de este grande único mérito: el de haber retardado y confortado la agonía inevitable de una raza y haberle hecho ganar a los indígenas el cielo".
Verdaderamente, no es posible otorgar a los misioneros un elogio mayor: no hay mérito más grande que el de mostrar a tm alma perdida el camino de los cielos y permitirle así en- contrar su salvación eterna. Si todos los sufrimientos, toda la sangre derramada y todo el dinero gastado en Tierra del Fuego sirvieron para llevar la salvación a un solo yagan, el esfuerzo y el sacrificio no habrían sido en vano, porque un alma es eterna, aunque sea la de un pobre fueguino, y todos los cuerpos y riquezas son perecederos, aunque sean de destacados europeos. Y sabemos que no fué uno solo, sino que fueron muchos los indios que conocieron el buen camino por medio de los mi- sioneros. Absurdo es, por lo tanto, pensar que el trabajo haya fracasado. Y aun cuando no se hubiera logrado la salvación de ningún nativo — como ha ocurrido en otros campos — no es posible criticar a quienes lo dejaron todo por obedecer a Dios y amar a sus prójimos más que a sí mismos.
Pero hay más aún. El hecho de que nuestro trabajo se limite a la obra en la Patagonia puede provocar una falsa idea sobre lo que es en realidad el trabajo realizado por la Sociedad Misionera de Sud América. La sangre de aquellos mártires de Tierra del Fuego ha sido la simiente de iglesias en muchas partes. Aquél fué en realidad grano de trigo que cayó en tierra y murió y llevó mucho fruto, según las palabras de Nuestro
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Señor. Aquella obra fué en verdad la primera, pero no la única. Otros campos de labor han visto y ven aún multiplicarse el fruto del trabajo que se comenzó en el Sur. Sin aquel prin- cipio duro y difícil, todo lo otro no se hubiera hecho y ello es una prueba de que los esfuerzos de Gardiner, Williams, Des- pard, Phillips, Stirling, Schmidt, Hunziker, Bridges, Lawrence, Lewis, Whaits y todos los demás no sólo no han sido en vano, sino que han traído mucho fruto y fruto de vida eterna. Y es para corroborar esto último que hemos agregado, a modo de epílogo, algunos pormenores, extremadamente condensados, de lo que I2 misión ha hecho y hace en otras regiones.
A MODO DE EPILOGO
BREVE RESEÑA DE LA OBRA DE LA MISION EN OTRAS REGIONES
En el sur de Chile.
Se recordará que Alien Gardiner, el fundador de la misión había intentado predicar entre los indios del sur de Chile desde 1838 hasta 1841, pero que todos sus intentos habían fracasado, debido a la hostilidad de la iglesia católica y al recelo de los indígenas. Se recordará igualmente que, en 1860, su hijo Alien W. Gardiner fué enviado desde Keppel, para intentar la fun- dación de una misión entre los araucanos. A pesar de sus nu- merosos esfuerzos, aquello le resultó imposible y tuvo que radicarse entre los mineros del cercano pueblo de Lota, llegando a ser capellán de la comunidad. De vez en cuando, de acuerdo a las circunstancias, hacía viajes misioneros entre los indios. En 1870, su salud le obligó a abandonar la región para ir a trabajar en la viña del Señor en Australia, donde murió el 11 de diciembre de 1878.
Allí nació su hijo Guillermo Reade, quien en 1890 resolvió ir como médico misionero para abrir la obra entre los mapuches, pero falleció de tifoidea en Valparaíso, antes de poder llegar a destino. Tres generaciones habían fracasado en su intento de alcanzar a esos indígenas, pero ese anhelo no fué en vano porque la obra entre los araucanos comenzó poco después.
En 1894, jubileo de la misión, se levantó en Inglaterra una ofrenda, destinada a crear la misión en Araucania y, al año siguiente, cuatro misioneros llegaron a la zona, bajo la direc- ción del pastor Carlos A. Sadleir.
La pequeña localidad de Cholchol fué escogida para empezar
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el trabajo, en vista de que estaba rodeada por poblaciones indí- genas. Debido a que las viviendas de éstos estaban muy dise- minadas, fué preciso dar a la obra un carácter itinerante, esta- bleciéndose así una profunda amistad con los nativos. En es- pecial, se hacía lo posible por ganar al jefe de cada tribu, para entrar así con más facilidad a los demás; el caso más famoso es el del cacique Ambrosio Paillalef, que ayudó mucho a Sadleir en la traducción de las Escrituras.
En 1896, se inauguró un pequeño dispensario en Cholchol, lo que atrajo a gran número de indios, deseosos de asistencia médica. Más tarde, se abrió un colegio internado para niñas, que hoy cuenta con más de doscientas cincuenta alumnas, y en 1906 fué creado otro para varones. El problema de alcanzar a la población nativa diseminada se ha solucionado en parte con la creación de escuelas rurales, que existen actualmente en nú- mero de treinta y además con la compra de una carreta que, tirada por bueyes, recorre la zona.
Además de la estación de Cholchol, se crearon las de Ma- quehuel, a unos treinta kilómetros de la primera, y la de Te- muco, que rápidamente se convirtió en la principal.
En 1933, por iniciativa propia, los indios fundaron la So- ciedad Misionera Araucana, para realizar obra de evangelización y recolectar fondos para maestros nativos.
Actualmente existen unos veinte mil indígenas y la necesi- dad de trabajar entre ellos continúa tan grande como en el primer momento. La obra sigue adelante v confiemos en que así será por mucho tiempo.
En el Chaco Paraguayo.
En 1886, llegó a Montevideo un joven misionero llamado Wilfredo Barbrooke Grubb, que es quizá el más célebre de los que han trabajado con la misión. Estando allí oyó hablar de las enormes masas de indios que vivían en estado completa- mente salvaje en las selvas de la región conocida por "el Chaco", que ocupa una extensa zona de Argentina, Paraguav v Bolivia,
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y sintió un gran deseo de ir a predicarles el Evangelio. Pero recibió la orden de seguir a las Malvinas y por eso quedó en Keppel hasta 1889, cuando se le autorizó para ir al Paraguay. Stirling dijo en esa oportunidad: "Si este joven sobrevive, será llamado el Livingstone de Sud América". Su profecía llegó a cumplirse.
Grubb representa al misionero por antonomasia. El fundó la misión en el interior del Paraguay y le imprimió su persona- lidad, dejándola sólidamente organizada. Comprendió que el carácter nómade de los indígenas era un obstáculo insuperable para su evangelización y, a fin de lograr que hicieran vida se- dentaria, les enseñó las primeras nociones de agricultura y ga- nadería, formando así a su alrededor una gran colonia de aborí- genes de la tribu de los lenguas. El primer nombre de la colonia fué Thlagnasinkinmith, que se cambió por Nakte-tingma y» fi- nalmente, por Makthlawaiya.
Las dificultades fueron enormes, dado el recelo de los indios. En cierta ocasión, uno de ellos atentó contra la vida de Grubb, dejándole en la selva, agonizando con una lanza clavada en la espalda. Pero, poco a poco, la paciencia y la bonhomía del misionero fueron ganando a los desconfiados indígenas.
Otros fueron a ayudarle, destacándose entre ellos Andrés Pride, Guillermo Sanderson y Ricardo J. Hunt. El primero comenzó en 1899 la obra entre los suhin, donde el segundo fundó la estación de Nanawa. La guerra entre Paraguay y Bolivia arrasó en 1933 con todas las instalaciones que no fueron tras- ladadas o no pudieron serlo a la nueva estación en Nakte-amyip.
En Campo Flores, entre los sanapanas, se estableció otra es- tación que también debió sufrir las consecuencias de la guerra del Chaco. En 1939, fueron bautizados allí los primeros indios convertidos.
Hunt hizo un profundo estudio del idioma de los lenguas, al que redujo a escritura, traduciendo luego los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y el Génesis. Pride se destacó por su gran capacidad como conductor, tanto material como espiri- tual, en las colonias agrícolas. El adelanto llevado a los indi-
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genas fué tan notable que, en cierta oportunidad, el presidente de la República expresó públicamente su aprecio por los es- fuerzos de la misión, que llevó (Jrden y paz a una región del Chaco, donde anteriormente un hombre blanco no podía viajar sin riesgo para su vida.
Un numeroso grupo de evangelistas nativos colabora activa- mente con los misioneros, llevando el Evangelio a aldeas dis- tantes. Se ha desarrollado también una importante obra mé- dica, labor en la que se destacó el misionero Eduardo G. Bernau.
En el norte argentino.
Una vez que se hubo establecido firmemente la obra de evangelización en el Chaco paraguayo, la misión resolvió co- menzar el trabajo más al sur, estableciendo una cadena de esta- ciones misioneras que atravesara todo el Chaco argentino, desde los Andes hasta el Paraguay. La zona a ocuparse com- prendía pues el territorio de Formosa y parte de la provincia de Salta.
En 1911, un grupo de misioneros realizó un viaje de ex- ploración en la provincia de Jujuy, donde trataron a los indios en los ingenios azucareros. Otros viajes similares se llevaron a cabo en los dos años siguientes, con el objeto de trabar rela- ciones amistosas con los indígenas y formar un vocabulario y una gramática de cada uno de los cuatro idiomas de la región: mataco, toba, choroti y churupi.
El 4 de diciembre de 1914, el primer grupo de misioneros llegó a Algarrobal, sobre el río Bermejo, a unos cuarenta v cinco kilómetros de Embarcación, la localidad más importante de la zona, en la provincia de Salta. Grubb estaba entre ellos y fué quien se ocupó de conseguir algunos indios que se radicaran junto a las primeras casas de la misión. Pocos meses después, vivía allí un grupo de seis familias.
Al año siguiente, se organizó una escuela, que debió sobre- llevar grandes dificultades por la falta de materiales. Sin em- bargo, numerosos indiecitos aprendieron allí a leer y escribir
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en castellano y mataco, algunas nociones de aritmética y geo- grafía argentina, canto de himnos, historias bíblicas y ejer- cicios físicos. Al igual que en Paraguay, se estableció una granja, para dar trabajo a los indígenas que se radicaran allí. Se construyó asimismo un dispensario, para atender a los en- fermos que acudían desde una extensa zona.
La obra se fué extendiendo paulatinamente desde Algarro- bal hacia el Paraguay y se fundaron otras estaciones misioneras en Selva San Andrés, San Martín, El Yuto, El Carmen, San Patricio, Pozo Yacaré y Sombrero Negro. En todos estos lu- gares se ha establecido un trabajo semejante al de Algarrobal, aunque algunos no cuentan con misionero radicado.
Es digna de destacarse la labor lingüística de los misioneros. Hunt hizo una gramática mataca, que fué publicada por la Uni- versidad de Tucumán, y tradujo al mismo idioma los Evange- lios y los Hechos. El misionero Tebboth recopiló un vocabu- lario toba, que es la obra más importante sobre la materia y que, por ello, fué publicado también por dicha Universidad (*). La obra educacional ha provocado el interés de las autoridades, como así también la preparación de obreros hábiles en distin- tos ramos.
Muy notable es también la obra médica. En San Patricio se ha establecido un bien instalado dispensario, llamado Joy Me- morial, donde no sólo se han realizado curaciones, sino que también se han llevado a cabo investigaciones de importancia, particularmente sobre el mal de Chagas, una enfermedad muy
X1) Es oportuno recordar que también se deben a los misioneros de esta misión, la gramática tehuelche de Schmidt, los trabajos de Hun- ziker y el diccionario yagan de Bridges, que son obras fundamentales del punto de vista lingüístico, lo que, agregado a los ejemplos precitados, basta para demostrar el importante aporte que se ha hecho al conoci- miento de los idiomas indígenas, que indiscutiblemente no ha sido su- perado.
Además debe señalarse que las únicas traducciones de las Escrituras en idiomas indígenas de la Argentina, el Paraguay y Chile fueron hechas por estos misioneros. Además de las mencionadas en yagán, mataco y lengua, existen: el Evangelio según San Marcos en toba, los Evangelios y los Hechos en mapuche y el Nuevo Testamento en guaraní.
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común en la zona, las que han merecido las felicitaciones oficiales.
Lo más digno de mención es, sin duda, el aspecto moral y espiritual. Antes de la llegada de los misioneros, reinaba la superstición y la brujería, que han ido desapareciendo para dar lugar a bien organizadas colonias de indios que no se em- borrachan, no roban, llevan una ordenada vida familiar y social y, lo que es más importante, se reúnen para adorar a Dios "en espíritu y en verdad".
Otros trabajos de la misión.
Hemos reseñado ya, en forma por demás breve, los princi- pales aspectos de la obra de la Sociedad Misionera que nos ocupa. Hay aún, sin embargo, ciertas actividades que no cería justo pasar por alto.
La misión estuvo particularmente activa entre los británicos residentes en Sud América y sus descendientes. Entre los co- lonos galeses del Chubut, colaboró en un tiempo, mediante obra espiritual y educativa y otro tanto fué hecho en distintas localidades argentinas y uruguayas. Una actividad de carácter diferente fué la realizada conjuntamente con la Misión para Marineros en Buenos Aires, con la que colaboró durante va- rios años.
Si por algo se ha hecho conocer entre el pueblo argentino su labor es por el trabajo entre los niños. Aun existe en la lo- calidad de Los Cocos, en la región serrana de la provincia de Córdoba, un gran asilo, que fué fundado por el misionero W. T. Blair, y que recibe el nombre de Alien Gardiner Memorial Homes, continuación de una obra del mismo nombre fundada en 1907 en Rosario.
Pero, fuera de toda duda, ninguno de los que sirvieron en las filas de la Sociedad Misionera se ha hecho tan famoso como William C. Morris, que es posiblemente la personalidad evan- gélica más conocida y honrada entre el pueblo argentino. Morris llegó a la Argentina a los siete años, en 1871, y luego de una
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niñez difícil y de unos años de pastorado en la Iglesia Meto- dista, pasó a colaborar con la obra de los sucesores de Gardincr. Al hacerlo, se ofreció para que lo enviaran al lugar donde fuera más necesario y se escogió entonces para él el barrio de Pa- lermo, al que entonces llamaban "Tierra del Fuego", por lo inhóspito y atrasado. Bandas de malhechores y de muchachos sin ley pululaban por aquellos parajes y entre ellos obtuvo el futuro apóstol de la niñez su primeros triunfos.
Allí estableció su primera "Escuela Evangélica Argentina" y, poco a poco, su obra se fué extendiendo. En 1930, contaba con diez escuelas primarias, en distintos barrios, cinco escuelas nocturnas, una escuela de telegrafía, una de mecanografía, una de artes y oficios, bibliotecas escolares laboratorios y museos, tres canchas de deportes, asociaciones de madres y ex alumnos (ésta aun existe), banda escolar y el Hogar "El Alba", para niños internos. Sería largo enumerar la lista de personalidades argentinas que se formaron en estas instituciones y mucho más aún las que, por la influencia de aquel hombre extraordi- nario encaminaron su vida por los senderos de Cristo. Además el aspecto espiritual de la obra estaba representado por el templo "San Pablo", en Palermo, y cuatro capillas en distintos lugares. La inscripción en las escuelas diurnas era de unos siete mil alumnos y, en total, pasaron por ellas, ciento setenta mil niños.
Morris falleció en 1932, y a su muerte, el Estado tomó po- sesión de las escuelas, en vista de su grave situación financiera. El Hogar "El Alba" continuó sus actividades en el local que creara Morris, hasta que fué expropiado en 1949. Una gran escuela primaria y una calle en el barrio de Barracas llevan su nombre, para perpetuar su memoria en la ciudad de Buenos Aires.
APENDICES
APENDICE I
DOCUMENTOS SOBRE LA MUERTE DE GARDINER Y LOS SUYOS
Informe de Samuel Lafone al Comité de la misión en Londres
(De "Providence traced in the Early History of three Barbarians"). Montevideo, 4 de diciembre de 1851.
Tuve la oportunidad de mandar un pailebote americano muy veloz, el /. E- Davison, del capitán Smiley. Por consiguiente, le di instrucciones para que visite el lugar y ayude al capitán Gardiner y a su gente en cualquier cosa que pudieran necesitar. Tiene usted ahora la triste obli- gación de comunicar a sus amigos en Inglaterra los resultados de la bús- queda y he de violar ante ustedes mi deber de transmitirles en la forma más suave posible lo ocurrido.
El barco volvió aquí el lunes pasado, trayendo noticias que me de- jaron estupefacto y deprimido fuera de toda medida. Les envío un docu- mento escrito por uno de los capitanes.
Se trata de un extracto del diario del capitán Guillermo H. Smiley. sobre su viaje de ida y vuelta de Montevideo a Picton.
"21 de octubre. Llegamos a la Bahía Banner, isla Picton. Vimos pin- tados en las rocas, a la entrada de la bahía "Idos a Puerto Español". Ha- biendo bajado a tierra, encontramos una carta del capitán Gardiner, di- ciendo: "Como los indios son tan hostiles aquí, nos hemos ido a Puerto Español".
u22 de octubre. Fuimos apresuradamente a Puerto Español. Soplaba un fuerte ventarrón. Fuimos a tierra y encontramos el bote sobre la playa, con una persona muerta adentro, que suponemos sea Pearce, porque cortamos su nombre de su ropa; otro fué encontrado sobre la playa; otro enterrado, que es Juan Badcock. Estos, tengo muchas razones para creerlo son Pearce, Williams y Badcock. El espectáculo era horrible en
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extremo. Libros, papeles, medicinas, ropas y herramientas sembrados sobre la playa y en la cubierta y el interior del bote. Por el diario descubro que el 22 de junio se les habían acabado las provisiones y estaban cas> consumidos por el escorbuto . . . Mr. Williams no escribió desde el 22 de junio... No estoy seguro si el capitán Gardiner, Mr. Maidment y los otros dos están muertos o vivos, porque pertenecían al otro bote que se ha perdido. Pero no teníamos tiempo de buscar la ensenada en la que ellos estaban viviendo, o hacer nuevas búsquedas, porque el huracán cayó en forma muy intensa. Apenas nos dió tiempo para enterrar los cadáveres en la playa y volver a bordo. El huracán continuó aumentando tanto que nos zafó de nuestro anclaje y nos llevó más afuera. La ce- llisca y las tormentas de nieve eran terribles.
"Domingo 26. Nos hicimos a la vela e intentamos llegar a la isla de Año Nuevo... Tuve que abandonar la idea de hacer nuevas búsquedas y además perdí un ancla. No encontré diario de Gardiner o de Maid- ment. Qué pensar sobre ellos apenas si lo sé. Es un misterio que todavía está por ser revelado. Los dos capitanes que estaban conmigo en el bote lloraban como niños ante el espectáculo. Descubrí que habían dejado su pólvora en el Ocean Queen . . .
"El bote está en Puerto Español, en el río, en el extremo oeste de
la bahía. El otro bote se ha perdido cerca, más al sur, como se ve en
el diario y allí, espero, se encontrarán algunas noticias de ellos, si se las busca debidamente.
"Nunca he encontrado, en toda mi vida, semejante fortaleza cristiana, semejante paciencia y resistencia como en estos pobres e infortunados hombres. Ni siquiera han murmurado alguna vez; parecían resignados... No tuvieron descanso; fueron obligados a ir de un lugar a otro por los indios, siempre con miedo y temor. Agregad a esto las largas noches tormentosas y terribles, con hielo casi perpetuo y nieve y encerrados en un pequeño bote, tan cargado que casi no había lugar para moverse, sin alimento y con esa terrible enfermedad, el escorbuto, y entonces podréis juzgar parcialmente su situación. Apenas puedo creer que vivan los restantes, pero no tengo ninguna evidencia de su muerte y es mi deber (es el deber de cualquiera) hacer una nueva búsqueda.
"W. S. Smiley" Goleta americana /. E. Davtson Nueva York.
"P. D. — Mi opinión y también la del capitán Nicholls es que, con los preparativos necesarios, ellos hubieran podido ir seguros a las islas Malvinas, a Puerto Hambre o a la costa de la Patagonia. Yo he hecho más que eso en una ballenera en diferentes ocasiones."
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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Despacho al Almirantazgo Británico del contraalmirante
Moresby
(Reproducido en Times del 29 de abril de 1852). (De "Providence Traced") H. M. S. Portland
En Valparaíso, 21 de febrero de 1852.
Señor:
Incluyo el informe del capitán Morshead sobre la muerte por inani- ción del comandante A. Gardiner y el resto del grupo enviado por la Sociedad Misionera de la Patagonia, en septiembre de 1850, a la isla Picton, la extremidad meridional de Sud América.
Vuestras señorías lamentarán profundamente el destino de estos devotos misioneros, pero esta lección de experiencia tendrá su efecto. La fervorosa aplicación de mentes confiadas a la propagación del cris- tianismo debe, en un clima como el del Cabo de Hornos, considerar primero la localidad desde donde su subsistencia pueda estar asegurada. He deseado que el capitán Morshead empaquete cuidadosamente los restos (de documentos) que ha recolectado, y ellos serán enviados con posterioridad al Almirantazgo con la Daphne. Los que pueden ser en- viados por correo van adjuntos.
Fairfax Moresby Contraalmirante y comandante en jefe
Despacho al Almirantazgo Británico del Capitán W. H. Morshead
(De "Providencia Traced" . . . )
H. M. S. Dido, en alta mar 22 de enero de 1852, Cabo de Hornos, 30 millas al oeste
Sir:
En cumplimiento de órdenes de los Lores Comisionados del Almi- rantazgo, fechadas el 25 de octubre de 1851, ordenándome determinar la suerte del capitán Gardiner y su grupo misionero en Tierra del Fuego, en mi viaje al Pacífico, es mi triste deber notificar, para conocimiento de sus señorías, que todo el grupo ha muerto de inanición . . .
19 de enero. Habiéndose moderado el viento durante la noche y desviado hacia el noroeste, levé anclas a las 4 de la mañana e intenté el paso por el estrecho de Goree, recorrí la costa sudoeste de la isla Picton y, pasando el cabo Marie, fui a la costa noreste de la isla. Como
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el viento soplaba nuevamente, sólo tarde pudimos remolcar el barco a su amarradero en una ensenada formada por un islote en la costa, llamada "Ensenada Banner" por el capitán Gardiner, que es también la escena de sus tribulaciones terrenales.
El día siguiente, 20 de enero, fué ocupado en recorrer la costa y la isla adyacente, y, después de muchas horas de infructuosa búsqueda, sin una sola señal del grupo, y cuando estábamos por abandonar, se vio cierta inscripción en una roca, a través de un río, hacia la que fuimos inmediatamente y encontramos escrito: "Id a Puerto Español". En otra roca cercana, leímos: "Nos encontramos en Puerto Español".
En vista de ello, a la mañana siguiente, 21 de enero, partí temprano hacia Puerto Español y entré a las siete de la tarde del mismo día. Nuestra atención fué atraída primero por un bote volcado sobre la playa, alrededor de una milla y media hacia adentro desde el cabo Kinnaird; estaba soplando un viento muy frío del sur y el barco se mantuvo muy bien al ancla. Mandé de inmediato al teniente Pigott y a Mr. Roberts, el oficial, a reconocer y volver en seguida, pues estaba ansioso por llevar nuevamente al mar al barco para seguridad durante la noche; volvieron pronto, trayendo algunos libros y papeles, habiendo descubierto los cuerpos insepultos del capitán Gardiner y de Mr. Maid- ment.
De los papeles encontrados, se deduce que Mr. Maidment estaba muerto ya el 4 de septiembre y que el capitán Gardiner posiblemente no pudo sobrevivir al 6 de septiembre de 1851. En uno de los papeles estaba escrito en forma legible, pero sin fecha: "Si camináis a lo largo de la costa una milla y media, nos encontraréis en el otro bote, halados en la boca de un río a la cabecera del puerto, del lado sur. No os detengáis, estamos muriendo de hambre".
Con esta triste evidencia, era imposible irse aquella noche aunque el tiempo estaba muy amenazante...
Bajé a tierra la mañana siguiente, 22 de enero, y visité el lugar donde yacían el capitán Gardiner y su camarada y luego fui a la cabecera del puerto con el teniente Gaussen, Mr. Roberts y Mr. Evan Evans, el cirujano. Encontramos un bote naufragado, con parte de sus aparejos y pertrechos, con cantidades de ropa y los restos de dos cuer- pos, que doy por sentado que son los de Mr. Williams (cirujano) y Juan Pearce (pescador de Cornnallcs) ya que los papeles mostraban claramente la muerte y entierro del resto del grupo misionero.
Los dos botes estaban, pues, separados por una milla y media. Cer- ca de aquél donde yacía el capitán Gardiner había una gran caverna, a la que él llamó "Caverna Pioneer.", donde guardaban sus pertrechos v dormían ocasionalmente, y en esta caverna fué encontrado el cuerpo de Mr. Maidment.
Entre los papeles del capitán Gardiner, extracto lo siguiente: "Mr. Maidment estaba tan exhausto ayer, que no se levantó de su lecho hasta mediodía y no lo he visto desde entonces". Otra vez, el 4 de septiembre, aludiendo a Mr. Maidment, escribe: "Fué una misericordiosa providen-
''HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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cia que él dejara el bote, porque yo no hubiera podido mover el cuerpo". El cuerpo del capitán Gardiner yacía junto al bote, que aparentemente, había dejado y, estando muy débil para trepar otra vez al interior, mu- rió a su lado. Fuimos dirigidos a la caverna por una mano pintada sobre las rocas, con el Salmo 62:5-8, escrito debajo. Sus restos fueron recogi- dos y enterrados juntos cerca del lugar y el servicio fúnebre fué leído por el teniente Underwood. Una pequeña inscripción fué colocada en la roca cerca del lugar. Las banderas de los botes y barcos estaban a media asta y tres descargas de mosquetería fueron el único tributo de respeto que pude dar a este hombre de excelsa mente y a sus devotos compañeros, que murieron en la causa del Evangelio por la falta de sustento temporal, y antes de mediodía, la Dido reanudaba satisfacto riamente su viaje. . .
W. H. Morshead Capitán
Trozo de una carta del pastor Guillermo Armstrong a la misión
(De "Providence Traced"...)
Impresionantes trozos del diario escrito por el capitán Gardiner fueron recogidos, preservados de la destrucción, según parece, en la forma más asombrosa, a pesar de los cuatro meses de exposición a los efectos de los vientos, lluvias y mareas y a los nativos; sin embargo, media hoja de papel, completamente saturada de agua, rasgada y des- gastada por la fricción contra las rocas, teniendo sólo las marcas del lápiz del capitán Gardiner, contiene en su mayor parte, palabras tan inteligibles como cuando fueron escritas. Todo ello fué cuidadosamente recogido por el capitán Morshead e incluido en los despachos del Al- mirantazgo.
Fragmento del diario del joven Luis Fiedrabuena.
Luis Piedrabuena llegó a ser más ade- lante el más destacado marino argentino en la Patagonia, a quien se deben buena parte de las exploraciones de costas y ríos australes. Siendo aún jovencito par- ticipó en la expedición del capitán Smiley.
(De "Apuntes biográficos de Piedrabue- na", por Cándido Eyroa, Boletín del Centro Naval. Buenos Aires, 1883). Efectivamente, encontramos una botella que contenía un papel es- crito por el señor Gardener, jefe de los misioneros que, en más o menos
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términos decía lo siguiente: "Hemos tenido que abandonar Peter Island, huyendo en las dos embarcaciones que teníamos. Vamos con destino a Spanis Harbour". Al otro día del encuentro de la botella zarpamos para el puerto mencionado por Mr. Gardener en su aviso, para cuyo efecto tomamos el canal Beagle.
A las 8 p. m. del mismo, después de navegar en dicho canal unas cuarenta millas, alcanzamos a distinguir los topes de los palos de una embarcación en los cuales nos parecía ver una bandera flameando.
Al aproximarnos, pudimos ya distinguir fácilmente al buque de los misioneros, varado en la playa. Nosotros muy contentos fuimos con dos botes a tierra y ¡cuál no sería nuestra sorpresa al encontrar tirados sobre la playa tres cadáveres, entre los cuales había uno con un brazo menos y todo su cuerpo mutilado! Este espectáculo en aquellas soli- tarias y misteriosas playas, fué para nosotros mucho más doloroso cuan- do al examinar una de las embarcaciones varadas en la playa, encon- tramos en su fondo cuatro cadáveres más, revelando en sus demacrados rostros una muerte espantosa! ¡Los infelices habían perecido, sin duda, luchando con los elementos y el hambre!
Al siguiente día de tan inesperado hallazgo, cumpliendo con un deber humanitario, tan sagrado para los que arrastramos nuestras vidas sobre las olas, dimos sepultura a todos ellos, tributándoles como auxilio religioso, plegarias que salían de nuestros labios, tan mudos como nues- tras lágrimas. Los marinos se lloran porque ellos en la desgracia son siempre hermanos.
En la misma playa encontramos el diario que los misioneros lleva- ban por cuya lectura nos informamos que los otros siete hombres, in- cluso el comandante Gardener, se habían perdido en el cabo Kinnard (Bahía Aguirre) cuyo incidente se hallaba en el diario, relatado en estos términos: "Después de haber hecho Mr. Gardener algunas bordadas en la lancha que piloteaba, se abordó por un descuido del timonel con la otra lancha en que iban los otros misioneros y a consecuencia de este abordaje y del fuerte viento que reinaba aquel día la lancha de Gardener se fué sobre los arrecifes de la costa, perdiéndose las embarcaciones y sus tripulantes".
A consecuencia del fuerte viento que esa tarde nos sorprendió, el cual más de una vez puso en peligro nuestra embarcación, no nos fué posible, a pesar de nuestros esfuerzos, ir a reconocer la costa, para ver de encontrar los restos de la lancha de Gardener y sepultar los cadá veres. El mismo temporal nos obligó a salir el mismo día de la Bahía, lo que al fin conseguimos después de mucho trabajo, salvando los in- mensos escollos que se hallan sembrados en la bahía.
APENDICE II
INSTRUCCIONES A LOS PRIMEROS MISIONEROS
Frag?ne?itos de las del capitán Parker S?iow, dadas el 19 de agosto de 1854- i)or el comité de la misión
(De "A Two Years Cruisse off Tierra del Fuego, the Falklands Islands, Pa- tagonia and in the River Píate: A Na- rrative of Life in the southern seas", del capitán Guillermo Parker Snow.)
Señor:
Al poner a su cargo el yate de la misión, el comité expresa la más alta confianza, que reposa en su capacidad y precaución de marino y en sus principios de cristiano que espera que nunca serán desplazados.
Por consiguiente, usted es investido con autoridad para hacer con el velero cuanto sea necesario para su segundad y eficiencia. Usted se encargará del cuidado de los almacenes y del contralor de los oficiales y tripulantes de a bordo y, cuando el personal de tierra de la misión esté en el velero, deben ellos obedecer sus órdenes, como se les expresará en las intrucciones que recibirán.
Como el Alien Gardiner es un yate misionero, el comité ordena que sea empleado sólo en ese sentido en la forma que usted considere apropiada para promover el cumplimiento de los objetos en vista, esto es la instrucción y civilización de los nativos de Sud América. Usted debe mantenerse siempre preparado para llevar a los misioneros a Tierra del Fuego y Patagonia, con el propósito de visitar a los nativos y ayudar- les a relacionarse con ellos y llevar a la estación a cualquier persona que ellos induzcan a acompañarles.
El comité espera que usted estará dispuesto a ayudar al personal de tierra con su ayuda particular y el empleo de su tripulación, siempre que las necesidades del velero no los necesiten y el grupo misionero re- quiera tal esfuerzo adicional.
Se considera deseable que se dirija a Wulaia tan pronto como la
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misión esté preparada en alguna forma y el sacerdote, el catequista o uno de ellos puedan acompañarlo.
Aprovechará usted igualmente la primer oportunidad para ir a Gre- gory Bay y buscar a Casimiro, el cacique patagón, y por sus buenos oficios establecer amistosas relaciones con su tribu.
Al catequista Garland Phillips.
(De "The Missionary Martyr of Tierra del Fuego", de G. W. Phillips).
Señor:
El Comité de la Sociedad Misionera de la Patagonia tiene el placer de confirmarle en el nombramiento de catequista y le comunica ahora sus directivas para su guía general en el trabajo de esta misión. Le encargan el deber de buscar a los nativos de Tierra del Fuego y Patagonia, de comunicarse con ellos por cualquier medio que el Espíritu de Dios le sugiera como factible y de persuadir a algunos a acompañarle a la estación de las Malvinas. Utilizará todas sus fuerzas para aprender su idioma y sistematizarlo una vez aprendido. Practique con ellos la mayor paciencia y tolerancia y enséñeles lo bueno y lo correcto con su propio ejemplo. El comité debe dejar que las determinaciones particulares le sean señaladas por su buen sentido y su sentimiento cristiano, bajo la guía del espíritu de sabiduría y amor. Actuará como capellán a bordo y en la estación hasta que llegue el misionero ordenado y entonces habrá de considerarse asistente de aquél. Será también parte de su trabajo el enseñar a los miembros de la misión más jóvenes y menos instruidos, por medio de clases bíblicas. El comité le considera la persona apropiada, en ausencia de un clérigo, para conducir los oficios divinos el domingo y para requerir de todos su asistencia al mismo, debiendo recordar que, como representante de una sociedad de la Iglesia Establecida de Ingla- terra e Irlanda, lo más conveniente es que en el servicio se use la liturgia.
En conclusión, el comité le ruega que sea ferviente y constante en la oración. El cristiano ha de ser una lámpara para iluminar con la luz de la gracia, pero no podrá brillar si su alma no está completamente re- frescada y llena por medio de la comunicación de gracia y verdad, buscada y obtenida por la oración a Dios, el generoso dador de todo lo bueno. Haga de la Biblia su constante amigo y consejero y acuda a ella en todas las discusiones y dudas. Mantenga en vista la perspectiva de una esfera de utilidad más elevada y lea libros en que aprenda teología, exposición bíblica y evidencias cristianas, que lo calificarán para su ordenación.
APENDICE III
DOCUMENTOS RELATIVOS A LA MASACRE DE WULAIA
Declaración de Alfredo Colé, cocinero del "Alien Gardiner"
(Dada por el sobreviviente de la masacre, ante W. H. Smi- ley, cónsul americano, el 2 de marzo de 1860, tal como se encuentra transcripta en la obra "The Missionary Martyr of Tierra del Fuego").
Alfredo Colé vino personalmente y se presentó ante mí y, habiendo jurado debidamente, declaró lo que sigue:
Que él tiene 23 años y era cocinero en la goleta Alien Gardiner en su viaje de la isla Keppel a la isla Button con el propósito de devolver nueve nativos y que partieron de Port Stanley el día 25 de octubre de 1859 y llegaron a Woollyah el día 1° de noviembre y que el 2 bajaron a tierra los nativos y se comenzó a cortar madera y hacer huertas, etc.
El viernes 4, se notó que los indígenas se reunían y se vió a Jemmy Button muy disgustado al no obtener muchas cosas tan pronto como esperaba, y descubrimos que los naturales habían robado algunas cosas y revisamos sus cosas antes que abandonaran el velero. Esto pa- reció agitar a los naturales y cuando el capitán Fell fué a revisar sus cosas, Schwyamuggins lo agarró por el cuello. El capitán Fell lo golpeó. Todos fueron a tierra sin sus cosas, excepto Tommy y su esposa. La misma tarde agarraron sus cosas y fueron a tierra. El domingo siguiente todos menos yo fueron a la iglesia en la orilla; poco después que ellos bajaron, vi a los naturales que sacaban los remos del bote y pocos minutos más tarde, vi a los hombres corriendo hacia la orilla y a los naturales persiguiéndoles con cachiporras y derribándoles a golpes sobre la playa con cachiporras y garrotes. Mr. Phillips y uno de los otros hombres trataron de botar una canoa pero fué derribado por William Button (Billy).
Vi a todos menos al viejo Hewey muertos en la playa y un mucha- cho me contó que fué muerto en la casa. Bajé la falúa y salté dentro y escapé hacia el monte. Una canoa salió a darme caz pero entré al monte y me trepé a un árbol y estuve cuatro días antes de volver a la playa. Doce días después encontré a algunos naturales que me llevaron
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consigo, pero que me quitaron toda la ropa, dejándome sólo el cinturón y un aro. Querían arrancarme la barba, pero no lo hicieron. Estuve diez días desnudo con estos naturales, mientras me llevaban de regreso adonde estaba la goleta, donde Jemmy y Tommy Button me dieron algunas ropas.
Entonces fui a bordo y la encontré hecha un verdadero naufragio. Todo lo que tenía aspecto de hierro había sido quitado, las lámparas de cubierta sacadas de allí, los arrufos arrancados del aparejo, las velas quitadas y cortadas, las sogas de los pernos quitadas de las vergas.
No había ni señas de las provisiones. No quedan más que el casco y los mástiles; los bicheros están cortados en pedazos para sacarles el hierro. La rueda fué sacada y la escalera de la cabina está retorcida hacia arriba.
Desde entonces quedé con los naturales hasta que vi a la Nancy y exhalé un suspiro.
Fui tratado con más amabilidad por Tommy que por cualquier otro y creo sinceramente que la causa de la masacre fue que Jemmy Button estaba celoso de que los otros tenían más de lo que él pensó que tenían derecho; y creo firmemente que estuvo a la cabeza de todos los acontecimientos.
No sé qué se hizo con los cadáveres: si fueron comidos, quemados o arrojados al mar. Uno de los muchachos me contó que Jemmy peleó y que arrojaron los cadáveres al mar. Jemmy me contó que había otro hombre vivo además de mí. No lo creo porque debiera haber oído decir algo más a algún otro. Los muchachos me dijeron que habían muerto a todos.
El declarante no declaró más nada. (Firmado) Alfredo Colé. Fir- mado en mi presencia, este segundo día de marzo de 1860. (Firmado) W. H. Smiley, cónsul de los Estados Unidos.
Declaraciones de Jemmy Button
(Estas declaraciones se encuentran insertadas, en un inglés incoherente en la obra mencionada; se las transcribe tra- ducidas lo más fielmente posible).
Oficina de la Secretaría Colonial, Islas Malvinas, 12 de marzo de 1860.
En la presencia del gobernador Moore, el capellán colonial y el capitán Smiley, el abajo firmante, Jemmy Button, declara:
"Yo estuve en la isla Keppel cuatro lunas, con esposa e hijos. No gustar detenerse (*); no querer; no gustar. Despard dice "Vete, Jemmy, eres viejo; tus chicos se detienen". Chicos no querían detenerse en Wool- lyah (2); querer volver con usted (señalando al capitán Smiley); todos querer volver VVoollyah. (Uno de los presentes pregunta: "¿Mister Des- pard le pidió que vaya a Keppel?"). Mister Despard dijo: "Ve dos
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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veces a Keppel, dos veces por año Woollyah; cazas pescado con ianza en Keppel, no agarrar lobo, agarrar pescado, gran pescado (a)". Yo no los vi revisar los buitos; el muchacho de nuestro país muchacho muy enojado cuando Despard revisó los bultos (4). Hombres del país de Oen mataron al capitán Fell, iguales en todo a los patagones, hombres de arco y flecha. Mi país en canal pequeño, otros desde aguas gran- des (6); mi país en Woollyah, el de ellos cerca de Patagonia. Muchachos del país de Oen dicen nosotros no matar ustedes, ustedes se van, nosotros matar a ellos. Yo ver capitán Fell muerto, carpintero; otro hombre vió uno muerto; yo no ver mister Phillips muerto. Yo puse cuatro en el suelo (6). Yo no ver los otros. Yo voy a mostrar capitán bmiley. Yo no ver nadie vivo; yo pienso uno escapó; huyó. Yo enterrar capitán Fell y el carpintero y otros dos suecos. Yo no dormir en goleta, andar corriendo en tierra; no más sueño, andar corriendo. Yo estuve todo alrededor isla, no ver hombre blanco; nosotros buscar cuerpo capitán Fell mi hermano decir, todos en el suelo cerca casa mi hermano cavó. Cada tribu habla diferente, mujer en Wollyah es kiipa; mi tribu tiene quince años (contando con los dedos). Gente de York no hablar VVooilyah (7) país de Oen no hablar (se refiere a la isla Lennox), ellos no hablar; país de York dos barcos rotos hace mucho; hombres de York comer hombres, scratch country (8). Mi hermano quizá volver a Kep- pel; yo tuve bastante de ello. No querer volver (acompañado de una seña para decir "no", posteriormente agregó): muchacho de mi país no querer volver a Keppel".
Registrados el día y año ya mencionados, de labios de Jemmy But- ton, tanto como pudo ser entendido o pudo hacérsele entender nuestras preguntas.
(1) Término usado: stop. Aparece varias veces y, sin duda, Jem- my quería significar estar o quedarse.
(2) Forma inglesa antigua de escribir Wulaia.
(3) Quiere describir la abundancia de la isla. La carne de lobo es muy desagradable y el pescado siempre era preferido.
(4) Se refiere a Schwya muggins, pero se equivoca al nombrar a Despard que no estaba presente.
(5) El Océano Atlántico. Está intentando hacer caer la culpa sobre los onas que, a veces, hacían incursiones a la parte sur de la isla.
(6) Yo enterré.
(7) Gentes de York: los alacalufes.
(8) Expresión intraducibie. Scratch: rascar, raspar, arañar; country: tierra, país.
APENDICE IV
DOCUMENTOS RELATIVOS A LA TOMA DE POSESION DE TIERRA DEL FUEGO POR EL GOBIERNO ARGENTINO
(De la Memoria del Ministerio de Guerra y Marina para el año 1885).
Informes sobre la División Expedicionaria al Atlántico Sud
Buenos Aires, noviembre 15 de 1884.
A S. E. el Sr. Ministro de Guerra y Marina, General D. Benjamín Victorica.
Tengo el honor de dar cuenta a V. E. que hoy, a las 3 h. 30 m.p.m. fondeé la Cañonera "Paraná" en el puerto de esta Capital.
En cumplimiento de lo ordenado por V. E. en las últimas notas que tuve el honor de recibir en el puerto de "San Juan del Salvamento" apresuré la carga de todo el material que necesitaba para la construc- ción en la Tierra del Fuego y una vez que quedó esto terminado, zarpé de Los Estados con el "Paraná", el "Villarino", el "Comodoro Py", y el "Patagonia" con rumbo al Canal Beagle, dejando en la Subprefectura ya establecida en la Isla el "Santa Cruz" y el "Buenos Aires", ambos bu- ques a las órdenes del Capitán Villarino, encargado accidentalmente de aquella Repartición en ausencia del titular, Capitán Méndez, Comandante del "Comodoro Py", fondeando todos los buques anteriormente citados, sin novedad, en el puerto de Oshovia (en donde, de muchos años atrás, se halla establecida la Misión Inglesa de la Tierra del Fuego) el día 28 de septiembre.
Pocos momentos después de haber fondeado se presentó a bordo el superintendente de la Misión, Reverendo D. Thomas Bridges, acompa- ñado de los otros dos misioneros, señores Whites y Lawrence y después de una detenida conferencia con el primero, le pasé la nota cuya copia legalizada forma el anexo A.
Los anexos C. D. E. F. H. y K., impondrán a V. E. de las medidas tomadas antes de mi partida de ese punto, a fin de regimentar la forma a
HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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que quedó sujeto el poder de las autoridades argentinas que quedan allí, en posesión de nuestro territorio, para cualquier caso que pudiere ocurrir y respectivamente en sus relaciones con la Misión e indígenas catequizados.
Augusto Laserre.
A
Al Rdo. Sr. Thomas Bridges, Sub -Intendente de la Misión de este puerto-
Las ideas de ilustración y progreso que animan al Gobierno Argen- tino y que, al servirle de regla de conducta han colocado a la Nación en el elevado rango de civilización a que ha llegado, le han hecho apreciar debidamente la importancia de los servicios que la Misión aquí establecida puede seguir prestando en la benéfica y cristiana obra de la catequización de los naturales de esta parte de nuestro territorio y en su virtud me es agradable participar a Vd. que el Exmo. Gobierno al comisionarme para establecer la Subprefectura Marítima de Tierra del Fuego e Isla de los Estados, me ha recomendado muy especialmente ofrezca a Vd. y le preste todos los auxilios y ayuda que pudiere necesitar durante mi permanencia aquí, dejando órdenes en igual sentido a mi partida, al Jefe de esta Subprefectura, creada con propósitos iguales a los que han traído a Vdes. a estas desiertas costas y nevadas montañas.
Por mi parte, Rev. señor, penetrado de los beneficios de su misión sagrada, debo manifestarle la seguridad de la decidida protección de mi Gobierno en todos aquellos casos compatibles con las leyes que rigen a nuestro país y me complazco en ofrecer a Vd. mis servicios, saludán- dole con mi más cordial consideración.
Es copia fiel
Augusto Laserre. Carlos Béccar.
B
ACTA
En la Bahía de Oshovia, a doce de Octubre del año mil ochocientos ochenta y cuatro, reunidos los señores Jefes y Oficiales de la División Espedicionaria del Atlántico Sud, los empleados de la Sub -Prefectura .Marítima de la Tierra del Fuego, el Reverendo Thomas Bridges, Super- intendente de la Misión Sud-Americana en esta estación, don Roberto VVhaits y don Juan Lawrence, catequizadores en la misma Misión, esta- blecida en esta Bahía, el señor Jefe de la División, Coronel don
Augusto Laserre, declaró solemne y oficialmente inaugurada la Primera Subprefectura en estos territorios, que representará en ellos la autoridad
Argentina y ejecutará nuestros propósitos, a cuyo efecto puso en
posesión de los cuatro edificios construidos con ese objeto al Sub-Prefecto, nombrado por el Exmo. Gobierno de la Nación y acto continuo se izó el
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ARNOLDO CANCL1N1
pabellón Argentino con los honores prescriptos, haciéndose por la caño- nera "Paraná" Xina salva de veintiún cañonazos, con lo que se dió por terminada la ceremonia de la instalación definitiva, efectuada en el día del cuarto aniversario de la recepción del actual Gobierno de la Nación a cuyos civilizadores esfuerzos debe el país y el mundo marítimo la creación de este importante y humanitario establecimiento. En fe de lo cual firmamos todos los presentes esta acta.
Firmados: Augusto Laserre - Thomas Bridges - Lázaro Iturrieta - John Lawrence - Robert W. Whaits • José C. Maymó • D. J. Ford. - Carlos Méndez. - Gur llermo S. Mac Carthy - A. Alvar ez - Juan P. Saenz Valiente - A. Viraso- ro y Calvo - Macedonio Bustos - Luis Figne - Miguel Jasidakis - Angel C. Montero - Pedro F. Reyes - Eduardo José Pozzo - Francisco Ganibini - William Jiler - John Craig - Thomas Earnshard - J. Pnanaticos • Giacomo D. Gregori.
Es copia fiel
Carlos Béccar.
C
El Anexo C contiene instrucciones al Subprefecto de la Isla de los Estados; no se transcribe por no tener referencia con la misión.
D
Comunicación oficial de la llegada de regreso a Buenos Aires (no se transcribe).
Bahía Oosovia, Octubre 12 de 1884.
Al Reverendo Thomas Bridges, Super-Intendente de la Misión en este puerto.
Debiendo tener lugar en el día de hoy a 1 h.p.m. la inauguración oficial de la Sub-Prefcctura creada por ley del Honorable Congreso Argentino para la Tierra del Fuego y establecida por la División a mis órdenes en esta Bahía; tengo el agrado de invitar a Vd. y demás señores que forman el personal de la Misión a acompañarme en esa ceremonia, esperando se dignarán Vds. firmar con el que suscribe, y todos los Jefes y oficiales que componen el cuerpo militar el documento en que cons- tará el acto de la definitiva instalación de la Subprefcctura establecida.
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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Esta oportunidad me proporciona el placer de reiterar a Vd. la expresión de todo mi aprecio.
Augusto Laserre. Oshovia, Octubre 19 de 1884.
Al Comandante Militar de las Sub-Prefecturas Marítimas de Isla de los Estados y Tierra del Fuego, Capitán D. Carlos Méndez.
Considerando que la firme voluntad del Gobierno de la Nación es proteger por todos los medios posibles la Misión establecida en este puerto en razón de sus fines humanitarios y civilizadores, que tanto armonizan con sus ideas progresistas de colonización y, considerando, también, que, establecida la Sub-Prefectura en paraje tan cercano al que ocupa la Misión, es necesario reglamentar las relaciones entre el personal subalterno de la Sub-Prefectura y de los buques de la Nación con los indios catequizados, alimentados y vestidos por los Misioneros y evitar en cuanto se pueda, todo motivo de queja, de una u otra parte, estable- ciendo el mutuo respeto y consideración: el Jefe que suscribe reco- mienda a Vd. para que a su vez lo haga a sus subalternos y lo comunique al Superintendente de la Misión en este punto, el más exacto cumpli- miento a las estrictas disposiciones que a continuación se expresan:
1» Ningún individuo perteneciente a la Sub-Prefectura o a los bu- ques, de Contramaestre abajo, podrá pasar el arroyo situado al Oeste de la Sub-Prefectura y a su inmediación, sin previo permiso del Jefe de ésta, quien lo concederá de acuerdo con los Misioneros.
2» El Comandante Militar, así como el Sub-Prefecto, atenderán toda queja que interpusieran indios, o alguno de los Misioneros por tropelías u otros abusos cometidos con ellos y en los casos debidamente probados, ordenarán un severísimo castigo con arreglo a la gravedad de la falta.
3» Todo trabajo personal de cualquier indígena catequizado deberá ser siempre remunerado y en ningún caso impuesto, requiriéndose para ocupar los indígenas a que se hace referencia, permiso de los Misioneros.
4» A fin de fomentar el desarrollo de la colonización pastoril, cuya base existe ya implantada en esta parte de la Tierra del Fuego y siendo indispensable para obtenerlo, sujetarse a lo que establece el código res- pectivo, se observará y hará observarse por todos un profundo respeto a la propiedad de cada uno, atendiendo y haciendo justicia a toda queja por robo de animales, cuereadas, carneadas, etc., sean quienes fueren los autores del delito, así como la invasión del domicilio o terreno, ocupado actualmente por indígenas en sementeras, pastoreo, etc.
5» Se prohibirá bajo penas severas, el tráfico de bebidas espirituosas ya sean importadas u obtenidas por cualquier otro medio.
6» Queda prohibido todo negocio de compra o venta con los indios catequizados sin anuencia de los Misioneros.
7» Las autoridades establecidas, harán efectivas las disposiciones del Exmo. Gobierno, prohibiendo la extracción de productos de todo género de estas costas, así como la pesca y caza en el radio de su jurisdicción.
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ARNOLDO CANCLINI
8» La mansedumbre de los indígenas, así como su extremada miseria, impone a todos el deber de auxiliarlos en lo posible, contribuyendo cada empleado en lo que pueda a su civilización.
Dios guarde a Vd.
Augusto Laserre.
E
Bahía Ooshovia, Octubre 18 de 1884.
Al Reverendo Thomas Bridges, Super intendente de la Misión en este puerto.
Según lo acordado entre nosotros, tengo el agrado de remitir a Vd. el faro con el combustible necesario para su iluminación y enseres co- rrespondientes, el que colocado en el punto convenido, servirá de guía a los desgraciados náufragos que necesiten de los socorros que se en- cuentran en esta Bahía.
Le adjunto también, Reverendo señor, en copia legalizada, el Decreto del Exmo. Gobierno de la Nación reglamentando el uso de la bandera Nacional y de los pabellones de las naciones amigas, en todo el territorio de la República y como pienso que la Misión no poseerá bandera hecha ni género para hacerlas, le ruego se sirva admitir las piezas de lanilla que le remito para la confección de las banderas Argentinas.
Saludo a Vd. atentamente.
A. Laserre.
F
(De este documento y de los dos siguientes se incluye en la Me- moria primeramente el original inglés, seguido en los tres casos por la traducción oficial, que es la que transcribimos):
Ooshovia, Tierra del Fuego, Octubre 29 de 1884.
Al Coronel Laserre, Jefe de la División Espedicionaria del
Atlántico del Sud. Querido señor:
Con mucho placer agradezco los siguientes regalos y donaciones de su Excelencia:
1» La colocación del faro en una posición visible de nuestra estación desde el 10 del corriente con todo lo necesario para ocho meses según creo, prueba de ser muy buena luz, visible a ocho ó diez millas y será de mucha utilidad a los buques que se acerquen al puerto.
2» La donación de un lio de lanilla azul y blanca para la confección de banderas Argentinas para ser usadas en nuestra estación, las que usa- remos con agrado por ser las de un Gobierno establecido y especialmente por la instalación de la Sub-Prefectura, que nos trae asistencia muy ma-
HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA" 233
terial de todo género y comunicación a vapor regular y frecuente con el mundo.
3» El decreto que acompaña la lanilla sobre el uso debido de las banderas nacionales y estrangeras que será, naturalmente, fielmente cum- plido.
4» Una copia del reglamento para el gobierno de todo asunto local en Ooshovia el cual está en todas sus partes de acuerdo con nuestras ideas, y prueba estar bien pensado para que continúe la paz, el orden y el progreso de todos. Este reglamento tendrá nuestra mayor cooperación y será fielmente cumplido por todos los indígenas bajo nuestra influen- cia, pues están convencidos de la necesidad que hay de leyes dictadas por una potencia competente para exigir su cumplimiento.
5' El benévolo permiso que me ha sido concedido para permitir a los indígenas la pesca de lobos en toda estación, lo que constituye sus únicos medios de subsistencia natural y legal.
Para concluir deseo expresar cordialmente S. E. nuestra general aprobación y admiración por toda su conducta: por la ayuda generosa que usted nos ha dado y prometido; por la manifestación de su aprecio por nuestros trabajos y del progreso hecho por nuestra gente.
Nuestro deseo es ver prosperar en todo sentido la Sub-Prefectura y que sea su Excelencia feliz en el recibo de buenas noticias de su ade- lanto y utilidad.
Su fiel servidor y amigo.
Misionario Super-intendente en Ooskovia Thomas Bridges
G
Sociedad de Misioneros Sud-Americana
Ooshovia, Tierra del Fuego, Septiembre 30 de 1884.
A S. E. el Comandante de la División Expedicionaria al Atlántico del Sud. Querido señor :
En contestación a su cariñosa comunicación de ayer le doy la segu- ridad de mi aprecio por las buenas intenciones del Gobierno Argentino con respecto a esta misión y territorio, país en el cual he estado ocu- pado tanto tiempo y en el cual me hallo tan interesado. Además la expresión de su aprecio por los servicios de esta Misión Cristiana (me- jorando el estado de los Fueguinos), es muy de mi agrado y también los propósitos benévolos de su gobierno para llevar adelante estos servicios conjuntamente con los oficiales de esta sociedad.
Por nuestra parte aseguramos a Vd. y a su Gobierno que es nuestro fervoroso propósito lograr hacer de estas tribus una comunidad, gober- nada por leyes, honrada, industriosa y feliz, y apreciaremos mucho toda asistencia que Vd. pudiera concedernos y especialmente las oportunidades
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ARNOLDO CANCL1N1
que su presencia y repetidas visitas nos proporcionará para comuni- caciones más regulares y frecuentes con el mundo, y para poder obtener las provisiones necesarias.
En la esperanza ardiente de que el Gobierno Argentino prosperará con felicidad y obtendrá honor como potencia cristiana importante en el mundo, asegurando la prosperidad de todos sus subditos, viéndola progresar en todo lo que es noble.
Estos son los ardientes deseos de su humilde servidor.
Deseándole Ilustre señor, toda prosperidad en sus deberes, me siento anheloso por adelantar en lo posible sus buenas intenciones. .
Suyo fielmente.
Thomas Bridges Superintendente de la Misión Fueguina
H
Ooshovia, Octubre 11 de 1884.
Querido señor:
Me ha proporcionado mucho placer recibir sus congratulaciones por el éxito de nuestra espedición de ayer que fué feliz y próspera.
Me entero con mucha satisfacción de su propósito de mandar unos oficiales en el "Comodoro Py" y desearía aprovechar esta oportunidad tan buena para poder servir a la Misión y a la Espedición al mismo tiem- po. Con el permiso bondadoso de usted nos acompañarán el señor Law- rence o el señor Whites y seremos muy afortunados en contribuir a aumentar los conocimientos de los oficiales Argentinos con respecto a este territorio. Propondría, si fuese conveniente, la partida del "Comodoro Py" el martes o el lunes y volver el miércoles antes del anochecer. Pro- pongo dar la vuelta a la isla Navarin; también ir hasta la cabeza de Pon- somby Sound, paraje de mucho interés, el que habiéndolo pasado yo, puede Vd. confiar en mi practicage.
Daríamos vuelta al Navarin por vía de la angostura de Murray vol- viendo a este por el Este.
También desearía llevar algunos indígenas para utilizar sus conoci- mientos locales.
Esperando que Vd. se encuentre en buena salud, de Vd., querido señor, fielmente,
Thomas Bridges.
SUGESTIONES DE BRIDGES PARA EL GOBIERNO DE USHUAIA
Estas sugestiones, enviadas al coronel Laserre, se encuentran transcriptas en The South American Missionary Maga- zine, y es interesante su semejanza con el reglamento que figura en el Anexo E de la Memoria del Ministerio.
HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA" 235
1. Prohíbase estrictamente la venta de toda bebida intoxicante, espe- cialmente las alcohólicas e igualmente la venta de tabaco a los nativos.
2. Castigúese severamente la ebriedad tanto en los nativos como en los argentinos.
3. Castigúese severamente la inmoralidad, cuando se haya hecho un agravio y, una vez probado el caso, de acuerdo a la gravedad de la falta.
4. Pediría como un favor especial que el trabajo obligatorio cesara en la Prefectura los domingos y que el día del Señor sea de descanso y orden.
5. Asimismo, para el bienestar de los miembros de la subprefectura, podría concederse medio día del sábado. Tal ha sido desde el principio nuestra costumbre.
6. Súplanse por nuestra parte todas las necesidades de los miembros de la subprefectura, siempre que nos sea posible y que sea solicitado nuestro servicio en un momento establecido, preferiblemente el sábado a la tarde que es asueto para nuestros hombres y sea ese día (como regla) el único momento en que se les permita visitar la estación.
7. Como parte del personal de la subprefectura habla inglés, podría ser alentado para asistir a nuestro servicio religioso los domingos a las 11.30.
8. En relación con el pago de nuestros nativos, ¿podría sugerir que el salario fuese entre uno y seis peniques por día de trabajo?
9. Como la tentación de robar ganado será grande, convendría con- siderarlo una falta grave.
10. Para los nativos solicito igualmente que sus tierras de labranza y pastoreo le sean aseguradas permanentemente y que su transferencia sea declarada ilegal.
Esperando que estas recomendaciones se recomendarán a sí mismas ante el buen juicio de Su Excelencia y el de sus dignos Presidente y Con- greso y deseando que sean incluidas en nuestras leyes locales, queda su humilde servidor,
Thomas Bridges
APENDICE V
JUICIOS DE DISTINTAS PERSONALIDADES SOBRE LA MISION
Del naturalista Carlos Darivin
Este célebre hombre de ciencia, fiel cris- tiano a pesar de la opinión general, cono- ció a los fueguinos en su viaje alrededor del mundo (Parte I, cap. II), y llegó a la opinión que eran la raza más atrasada de la tierra y que la obra misionera entre ellos era inútil. La evidencia le hizo cam- biar de opinión como lo atestiguan las si- guientes declaraciones, que tomamos de la obra "Bishop Stirling of the Falklands"-
En la Asamblea Anual de la Sociedad Misionera de Sud América, el 25 de abril de 1885, el arzobispo Benson, en su discurso, expresó que la obra de la misión "atrajo la atención de Carlos Daruin e hizo que, buscando las maravillas del reino de la naturaleza, encontrara que hay otro reino, tan maravilloso y más duradero ... y esto le llevó a prestar su ferviente apoyo y gratitud hacia la misión".
El Director del periódico Daily News expresó sus dudas sobre esta declaración y recibió en cambio la siguiente carta del Almirante Sullivan, que es decisiva en el problema, al proporcionar detalles va- liosos y precisos 0) :
Al Director del "Daily News" Señor:
Su artículo, en el Daily News de ayer, me impulsa a proporcionarle una correcta explicación de las relaciones entre la Sociedad Misionera de Sud América y el señor Carlos Darwin, mi viejo amigo y compañero de viaje durante cinco años.
He estado íntimamente relacionado con la Sociedad desde la época de la muerte del capitán Alien Gardiner, y el señor Darwin me había expresado frecuentemente su convicción de que era completamente inútil mandar misioneros a un tipo de salvajes como los fueguinos, pro- bablemente los más degradados de la raza humana. Siempre le había
(1) Darwin no contestó personalmente, porque había fallecido en 1882.
' HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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respondido que yo no creía que existieran seres humanos tan degradados como para no comprender el simple mensaje del Evangelio de Cristo.
Después de muchos años — creo que alrededor de 1869, pero no puedo encontrar la carta — me escribió que los informes recientes de la misión le probaban que él había estado en el error y yo en la verdad, al estimar el carácter de los nativos y la posibilidad de hacerles bien por medio de misioneros. Me pedía además que haga llegar a la misión un cheque adjunto por cinco libras esterlinas, como prueba del interés que tenía en ese trabajo.
(Nota: El 9 de febrero de 1867, Carlos Darwin donó a los fondos de la Sociedad, por intermedio de su viejo amigo, el Almirante B. J. Sullivan, la suma de £ 5).
El 30 de enero de 1870, Darwin escribió:
"El éxito de la misión en Tierra del Fuego es sumamente maravi- lloso, y me encanta, ya que yo siempre había profetizado el absoluto fracaso. Es un éxito grandioso. Ale sentiré orgulloso si su Comité cree bien elegirme miembro honorario de su Sociedad".
En la misma carta, respondiendo a una observación mía sobre el éxito de sus hijos, decía: "Gracias a Dios, todo me produce una gran satisfacción".
El 6 de junio de 1874, escribió:
"Estoy muy contento de oir un informe tan bueno de los fueguinos, lo que es maravilloso".
Y el 10 de junio de 1879:
"El progreso de los fueguinos es maravilloso, tanto que de no haber ocurrido, me hubiera parecido completamente imposible".
Y el 3 de enero de 1880:
"Sus extractos (de un libro diario) sobre los fueguinos son suma- mente curiosos y me han interesado mucho. Siempre he dicho que el progreso del japón era la mayor maravilla del mundo., pero declaro que el progreso de Fueguia es casi igualmente maravilloso".
Y el 20 de marzo de 1881:
"El informe sobre los fueguinos no sólo me interesó a mí, sino también a toda mi familia. Es verdaderamente maravilloso, lo que usted ha sabido sobre el señor Bridges en cuanto a la honestidad y el lenguaje de los fueguinos. Verdaderamente, yo no hubiera predicho que un solo misionero en todo el mundo hubiera podido hacer lo que se ha hecho".
Y el l9 de diciembre de 1881, enviándome su suscripción anual, para el orfanatorio de la estación misionera, escribió:
"A juzgar por el Missionary Journal, la misión en Tierra del Fuego, parece proseguir muy maravillosamente bien".
Tengo sumo placer en enviarle estos particulares. Quedo, pues, su seguro servidor,
B. J. Sullivan. Vicealmirante.
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ARNOLDO CANCLINI
Del capitán Guillermo Parker Snow
Parker Snow fué el primer capitán del Alien Gardiner (Parte III, Cap. I) y como tal, tuvo grandes dificultades con la mi- sión por sus actitudes personalistas, por lo que fué exonerado. Escribió un libro cri- ticando tendenciosamente a la misión, pero posteriormente reconoció sus errores, lo que puede probarse con los siguientes tro- zos del discurso que pronunció en la Asam- blea Anual en 1886, que aparece en el nú mero correspondiente de The South Ame- rican Missionary Magazine.
Ha habido dificultades, caídas y tinieblas. Yo mismo he estado en tinieblas, pero, gracias a Dios, al fin he visto la luz. Como fruto de las amabilidades de los amigos de la misión, estoy como si hubiera nacido de nuevo una vez más antes de cerrar los ojos. Yo y mi pobre esposa, aquí presente, que estuvo conmigo en aquel peligroso viaje, a menudo pensamos en los trabajos de aquellos que aun están allá. Como marino, puedo referirme a la gran clarividencia y a la gran habilidad del capitán del barco, que ha hecho con un pequeño velero algunos viajes dignos de recordar. Hay a mi alrededor marinos que apenas pueden comprender las enormes dificultades con que ha tenido que luchar a menudo en aquella tempestuosa porción del globo. Cuando vi el Cabo de Hornos
E)or primera vez hace cincuenta años, el tiempo era calmo y agradable y as aves de tierra venían hacia nosotros. Nuestras jarcias estaban tan heladas, que parecían de hierro y cuando teníamos un hombre en el mástil, había que mandar a otros para que lo bajaran, porque estaba casi endurecido. No es, por consiguiente, un trabajo común el que se lleva a cabo en esa región (Aplausos). El trabajo no es tan atribulador en Africa, Asia, Australia o con los isleños de Polinesia. He vivido entre ellos y nunca he sufrido ningún daño de manos de una de esas amadas criaturas. Cuando mi esposa y yo vivimos en medio de quienes eran literalmente caníbales, tan lejos estaban de herirnos, que siempre trata- ron de hacernos todo el bien que podían. ¿Y por qué? Porque los mirá- bamos como criaturas humanas. Teníamos para con ellos la misma ama bilidad que para con la gente blanca (Aplausos) ... El profesor Darvvin ha hecho una declaración. Estuve en contacto con él varias veces y, justamente antes de morir, me escribió una carta de la que sólo he de haceros oir un extracto ya que el tiempo es algo muy importante. Dijo. "Espero que usted tenga éxito en publicar sus noticias. Usted vió mucho más de los nativos que yo, pero aunque diferíamos, posiblemente usted tenía razón. Por cieno que el éxito del establecimiento misionero allí (en Ushuaia) prueba que yo me había formado una idea muy errada
'HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA"
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de la naturaleza y capacidad de los fueguinos". Luego hace algunas de- claraciones deseando éxito a la causa misionera en Sud América... Ojalá pueda esta sociedad seguir llevando a cabo durante mucho tiempo la postrer voluntad y las últimas oraciones de Alien Gardiner y preparar así hombres para un mundo resplandeciente donde las lágrimas serán quita- das de todos los ojos y os pido fervientemente que mantengáis el trabajo que está realizando esta excelentísima sociedad, no sólo en Fueguia, sino en toda Sud América. (Aplausos).
Del capitán Giácomo Bove
Estos fragmentos pertenecen al informe preliminar del jefe de la primera expedi- ción que visitó Ushuaia bajo el auspicio argentino, publicado con el nombre de Expedición Austral Argentina- En las pá- ginas 132 y 135 se refiere a la misión.
Después de la fundación de la misión en Usciuanaia son muy raro! los combates en el canal de Beagle. Los mismos alacalufes que ante! hacían excursiones por este lado del Uemon Asciaga robando y matan- do a todos los Iagan que encontraban, ahora es muy difícil que pasen la isla Stewart y viven en perfecta amistad con los Iagan limítrofes.
Solamente los habitantes del Este (Seiuscaiaga-Isnian, etc.) y los de Addu-naia (New Year Sound) se combaten todavía atrozmente y a me- nudo llega a la misión la triste noticia de las matanzas habidas. Pero también en aquellas lejanas tierras la palabra de Cristo empieza a hacerse oír y llegará el día en que acabarán los rencores y todos se considerarán como hermanos.
La presencia de los misioneros ingleses en la Tierra del Fuego ha, sin duda, modificado, el carácter de una gran parte de los habitantes del canal de Beagle y el progreso es tan rápido y son tantos los sacri- ficios de los misioneros que, creo, entre pocos años se podrá decir de todos los fueguinos lo que hoy se dice de Pallalaia: fué uno de los más belicosos, de los más deshonrados, de los más supersticiosos de la Tierra del Fuego; pero hoy vive a la sombra de la cruz, modelo de virtud, ejemplo de trabajo.
Además, en la Memoria del Ministerio de Guerra y Marina, presentada al Con- greso Nacional en 1884, se incluye el in- forme del segundo viaje de Bove al Sur, donde al referirse a la misión, dice ío si- guiente:
Respecto a la Misión inglesa en el territorio argentino está ubicada
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en el canal de Beagle a diez millas de distancia del confín chileno, y a más de lo que pude saber al respecto resulta que aquella misión quisiera establecerse en la Isla Navarino, donde el clima es más benigno, es- tando esta última frente al Norte.
La misión inglesa es, sin embargo, muy humanitaria.
Ya recogió centenares de náufragos y puedo asegurar a V*. S. que el Gobierno Argentino hará una cosa humanitaria atendiendo, como me jor pueda, a la misión inglesa.
Una estación argentina en el interior del Canal de Beagle sería, se- gún mi opinión, superflua, siendo que los ingleses hacen muy buen uso de las concesiones que les hace el Gobierno Argentino.
Del guardiamarina Juan M. Noguera
Este oficial argentino formó parte de la segunda expedición de Bove. A su regreso pronunció una conferencia en el Instituto Geográfico Argentino el 2 de julio de 1884. Extractamos los párrafos que se refieren a la misión.
Al otro día entramos en el canal de Beagle, navegando por primera vez desde las diez a. m. aguas argentinas. Pasamos la bahía Lapataya en calma, pero algunos fuertes chubascos del Oeste nos hicieron alcanzar la bahía de Ushuaya donde está establecida la misión.
La bandera neutral de la misión — una bandera roja con cruz blan- ca — se izó saludándonos. Aquí es oportuno un detalle: El Rescue llevaba bandera chilena, si ésta hubiera sido argentina, la bandera izada por la misión hubiera sido argentina. Hay el antecedente, por eso lo afirmo. Parece que los Misioneros tienen temor de herir la susceptibi- lidad chilena, aunque es indiscutible que están en territorio argentino, como lo reconocen sin ambajes, ante los buques argentinos!
La Misión progresa en el modo y forma que puede progresar un establecimiento de este género. La lucha por el convencimiento y la constancia contra la prevención, la molicie y la inconstancia de seres salvajes de la talla de los fueguinos es altamente honrosa y se reco- mienda a la sola enunciación.
Mucho han conseguido y siguen consiguiendo y esperan conse- guir más.
La vida orgánica de la Misión ya está contada. Cuatro misioneros, tres con familia y uno sin ella, que han elegido la península más feraz de toda la región.
A la verdad que es admirable. No he visto hortalizas tan colosales como las que allí se producen y sólo excepcionalmente se ven animales
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA" 241
tan corpulentos como cada uno de los doscientos vacunos que pastan en los campos elegidos por los misioneros.
Los reverendos se empeñan después de estas muestras, en ponderar al expedicionario argentino — entiéndase bien — lo inservible de esos terrenos, sin dar muestras de pensar en su abandono!
Afán innecesario porque es indudable que la magnitud de su obra vale para la República Argentina muchísimo más que esas tierras que ellos han hecho valer con suma gloria para sí mismos.
Los fueguinos de la misión viven en chozas los más atrasados; que los que progresan material e intelectualmente, tienen sus casillas d" madera, premio a que se hacen acreedores. Hay trabajo para todo el que quiera trabajar y se dan alimentos y ropas en pago y premio a la aplicación. Nada más sencillo y eficaz ni ningún estímulo como el ejemplo que tiene algunos compatriotas, industriales bien acomodados (se entiende que relativamente) aunque no es poco decir en elogio del señor Bridges y sus compañeros que hay carpinteros, hortelanos y ase- rradores fueguinos de muy buena escuela!
La Misión está bien donde está y, con su bandera roja con cruz blanca para los extraños, o con la celeste y blanca para los argentinos, significa que el núcleo primero de civilización de ese extremo del continente que nos pertenece y que tenemos el deber de civilizar, aprovechándolo para la vida de la patria en lo que valga, así como para la vida universal a que debemos también nuestro contingente!
El 25 de marzo a las once de la mañana me hice a la vela, de la Misión, con rumbo al Este marchando aquel día veinte y tantas millas que dista la isla Gable en que existe una semi-civilización introducida por los misioneros. Buena tierra, como la de la Misión, hermosas hor- talizas y grandes animales vacunos.
Por fin las sombras se disiparon amaneciendo un día hermoso, en el cual íbamos a ser testigos de un espectáculo edificante.
Nuestro compañero, el digno Á-lisionero inglés, iba a cumplir uno de sus sagrados y evangélicos deberes.
A la verdad que la escena era conmovedora. En medio de aquel grupo extraño de seres salvajes, apenas cubiertos con pieles de guanaco, formando contraste con nuestro grupo, cubiertos con los confortables abrigos inventados por la industria humana, se destacaba la severa fi- gura del Misionero, como rodeado de una simpática y atrayente aureola.
Un traje severo había reemplazado al ordinario y un ademán me- surado y expresivo había sucedido al exigido por las faenas diarias: ;Era otro hombre!
Su voz llena de dulzura se elevó, tocando sin duda sus palabras los corazones de aquellos seres elementales, pues que pocos momentos des-
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ARNOLDÓ CANCL1NI
pués, todos inclinaban la cabeza, oyendo en esta actitud la predicación en su idioma que prolongó durante una hora nuestro digno compañero de expedición.
No puedo explicar la conmoción que dominó mi espíritu al con- templar esa escena solemne en aquella latitud avanzada, al aire libre y en medio de aquel elemento extraño y al parecer refractario a todo sentimiento elevado. Los ecos repetían las últimas palabras del Misio- nero que contemplaba el cielo, arrobado en su meditación, y los fue- guinos aun no volvían del ensimismamiento que aquel lenguaje le¿ provocaba.
Algo quedó en ellos de la evangélica palabra, pues los vimos luego llegarse al misionero y rodearlo siempre como un ser evidentemente superior!
¡Oh!, son muy impresionables, nos decía nuestro compañero, pero muy inconstantes.
Desde ese momento las atenciones de los fueguinos se multiplicaron y sin duda, si hubiera sido posible, la tribu entera habría seguido nues- tra excursión.
Del capitán Luis Fernando Marital
El jefe de la Expedición Científica fran- cesa al Cabo de Hornos escribió el pri- mero de los nueve tomos de la obra que fué el fruto de las investigaciones dedicán- dolo al historial de sus trabajos. Un capí- tulo de 15 páginas está dedicado a la mi- sión, a su historia y descripción. Trans- cribimos la parte más interesante. Todo a lo largo de la obra se encuentran referen cias a las investigaciones de Bridges, espe cialmente en el Tomo VII, escrito por los sabios Hyades y Deniker, sobre Antro^o logia, donde constan expresiones semejan tes a las que siguen.
Los resultados de nuestras observaciones bastan para hacer compren- der los considerables progresos que han sido hechos ya por la misión; en todo caso, proporcionan un argumento decisivo en favor de la per- fectibilidad de esta raza. Existe evidentemente una diferencia entre el fueguino de Ushuaia y el que aun se encuentra en otras partes del archipiélago. El salvaje vagabundo y saqueador, estudiado por Darwin, se ha fijado al suelo y respeta la propiedad; su modo de andar ya se ha modificado y al no vivir más, como antes, siempre encogido, aun sus formas no tardarán en cambiar. Se comprende pues la ayuda prestada por el gran naturalista, quien no ha dejado de alabar la obra civilizadora
"HASTA LO ULTIMO DE LA TIERRA
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realizada por la misión, obra que él había declarado por adelantado imposible e irrealizable. Conviene agregar que la influencia moraliza- dora ejercida por los misioneros no se circunscribe sólo a sus vecin- dades, sino que se extiende sobre toda la población de estas islas. En todos los lugares que hemos recorrido, hemos encontrado pruebas de esta influencia; a menudo hemos sido informados, a gran distancia de Ushuaia sobre hechos que sucedían en el establecimiento; así, por ejem- plo, en la extremidad del brazo sudoeste del canal de Beagle, los natu- rales nos hicieron saber que el obispo, señor Stirling, había llegado desde las Malvinas, en el Alien Gardiner, y que había hecho llevar el ganado de la isla Gable a Ushuaia. Sólo se confirmó luego la segunda pane de estas noticias, pero la distancia a que lo supimos prueba la importancia que los naturales atribuyen a lo que concierne a la misión, al mismo tiempo que la rapidez y frecuencia de las comunicaciones entre ellos. Esta influencia, que quizá se deba al interés que los misioneros han testimoniado a estos naturales que son víctimas de las injusticias de cier- tos pescadores, está lo suficientemente comprobada hoy como para que se pueda viajar sin aprensión entre los yaganes. Se entiende que esta confianza no implica el completo abandono de las medidas de precaución que se deben observar siempre en medio de poblaciones salvajes.
Uno de los principales medios de moralización empleados por los misioneros consiste en la educación que dan a los niños de ambos sexos, huérfanos o abandonados por sus familias. Son instruidos y educados por una institutriz que les enseña algunas nociones de la vida civilizada, costura, cocina, lavado, etc., al mismo tiempo que lectura y escritura. A veces, estos buenos principios no bastan para extirpar los instintos independientes y salvajes de estos naturales; a menudo el niño, sobre todo la niña, llegada a la edad adulta, abandona el establecimiento y vuelve a la vida libre y vagabunda, pero lleva consigo los gérmenes de la civilización y el conocimiento de algunas artes manuales que le hacen más accesible el bienestar y el progreso.
Del Almirantazgo Británico
A partir de 1870, los libros y mapas pu- blicados por el Almirantazgo Británico te- nían la siguiente observación:
La estación misionera de Ushuwia ha sido establecida en el lado oeste del canal de Beagle, en la ensenada de una pequeña península, al noroeste de la angostura Murray o entrada norte del seno Ponsomby y ha sido usada como lugar de refugio y socorro para marinos náufra- gos en las vecindades del Cabo de Hornos.
Si un barco es abandonado al oeste del Cabo de Hornos, el camino más directo para los botes es pasar al este del falso Cabo de Hornos y a través del seno Ponsomby, usando la isla Packsaddle como parada,
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ARNOLDO CANCUNI
donde se considera que puede confiarse en los naturales, aunque evitando comunicación con los nativos del seno Ponsomby, hasta la parte norte, pues se dice que son muy hostiles.
Más adelante, luego del establecimiento de la estación en Tekenika, la nota res- pectiva fué redactada en la siguiente forma:
Debido a la influencia de los misioneros se ha efectuado un gran cambio en el carácter de los nativos en general y puede confiarse en los yaganes desde el cabo de San Diego hasta el Cabo de Hornos y de allí a la península de Brennock.
Los nativos del seno New Year están igualmente en comunicación amistosa con la estación misionera en Tekenika y también los nativos alrededor de la bahía de Nassau y en el canal de Beagle, dentro de las mayores posibilidades ayudarán a los marinos naufragados para llegar al establecimiento más cercano.
En caso que un velero deba ser abandonado al oeste del Cabo de Hornos, los botes deben intentar llegar a Tekenika.
De un oficial de la División Expedicionaria al Atlántico Sud
Estos párrafos forman parte de un ar- tículo publicado por uno de los miembros de la expedición del comandante Laserre, en el diario "La Prensa" del 22 de octu- bre de 1884. Se transcribe sólo lo refe- rente a la misión.
Llegamos a "Ushuwaia", misión inglesa, a las 4 p. m. de la tarde, e inmediatamente de fondeados los buques de la División se presentó un bote con seis remeros indígenas, tan bien vestidos y adiestrados como los marineros de nuestros mares; en la popa de la embarcación, veíanse seis caballeros muy decentemente vestidos y de aspecto muy distinguido; estos señores fueron recibidos por el jefe de la Expedición con las aten- ciones que le son peculiares.
Ninguno habla el castellano, pero Mr. Bridgcs, que es el jefe de la misión — hombre de unos 45 años, trigueño, bajo de estatura, ojos vi- vos, semblante que revela un conjunto de dulzura perspicaz y fuerza de voluntad a toda prueba — presentóse a sí mismo y a sus compañeros de abnegación, dos de los cuales son maestros de primeras letras, carpintería, herrería y agricultura; directores, en fin, de la escuela de artes y ofi- cios establecida con el objeto de transformar a los salvajes fueguinos en hombres y mujeres útiles a la civilización. Los tres restantes son
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hijos de los tres primeros, muchachos de 10 a 12 años nacidos en la misión, simpáticos, robustos y esmeradamente vestidos.
Ushuaia, donde se halla establecida la misión, es una legua de tie- rra baja, ligeramente ondulada, que tiene una superficie de treinta millas aproximadamente; una capa eminentemente vegetal, siempre cubierta de buen pasto, que mantiene la hacienda que posee la colonia; produce bien la papa, nabo, repollo, lechuga; entre otros frutales vi guindos, peros, manzanos; entre las flores, rosas, claveles, violetas y otras más comunes; el señor Bridges recibirá este año nogales y castaños que tiene la seguridad darán buenos resultados.
La colonia indígena se compone de cuarenta familias que forman 330 personas; doscientos hablan inglés y visten ropa de paño; cuarenta o cincuenta niños asisten a la escuela y muchos de ellos saben leer y escribir; algunos son carpinteros, otros herreros, los más agricultores; poseen doscientas vacas, que también les ha proporcionado la misión. Los que se portan mejor son estimulados con útiles de servicio do- méstico. Algunas familias ya tienen un servicio completo, hasta de tazas de té.
Los edificios son de madera; los habitados por los misioneros son tan cómodos y habitables como los de La Plata. Hay una iglesia, que también es escuela, espléndido salón de veinte por diez metros, con veinte bancos de cinco asientos cada uno, una pequeña tribuna y una muy buena estufa en el centro. Un gran cuadro representando el nacimiento del niño Jesús y el acto del bautismo en el Jordán, tres mapas geográficos y dos letreros de alabanzas a Dios terminan el or- nato del templo de esa austera civilización inglesa.
Otro edificio igual al anterior, sirve de Escuela de artes y oficios. Otro de menor capacidad es depósito de víveres v ropa de abrigo, de cuyos artículos la misión está bien abastecida. Vienen en seguida las tres casas de los señores misioneros. Todos los edificios están en línea recta, con jardines llenos de plantas y flores en su frente. Las casas de los colonos son más reducidas y ocupan ocho manzanas bien delineadas y separadas por calles anchas de veinte metros. Cada casita tiene su pequeña quinta de legumbres.
Las familias aun no sometidas al trabajo viven en chozas por los alrededores y no disfrutan de las comodidades sino a medida que se van haciendo acreedores a ellas por su laboriosidad y buena conducta. El mejor, de los colonos tiene ya diez vacas y dos cuadras de tierra cultivada, con buena casa.
Al día siguiente, se eligió el sitio para establecer la Subprefectura. El coronel Laserre tuvo una feliz idea, resolviendo fundarla puerto por
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medio de la colonia, pues así no neutralizará la influencia moral que ejerce la misión sobre los indios con los ejemplos poco edificantes que pudieran dar esa recua de atorrantes que se sacan de los caños de la capital para fundar aquellos establecimientos.
El Io de octubre se dió principio a la construcción de los casuchos, que no harán por cierto mucho honor a la civilización argentina, si se comparan con los llevados allí por pobres misioneros . . .
Del escritor Roberto J. Payró
El prestigioso literato argentino visitó Tierra del Fuego a fines del siglo pasado y escribió luego un libro de impresiones titulado La Australia Argentina. Frecuen- temente se refiere a la misión; reprodu- cimos un trozo del capítulo XVIII y otro del capítulo XXIII.
Probablemente a él (Bridges) se deben muchos de los informes pu- blicados luego por otras personas que, en cortos viajes, no estaban en condiciones de recoger muchos elementos. De ahí el parecido que existe entre unos y otros trabajos, aunque sea lógico que la observación de una sola cosa por varios observadores, dé resultados sólo diferentes en los detalles, si todos son de buena fe y con espíritu de verdad.
Arribamos a la península, cuyas costas bajan rápidamente hacia el mar, terminando en una playa suave, que cubren las grandes marean. El camino ancho y bien conservado sube la colina, en que se alzan el templo y los edificios de la misión, el pequeño chalet rodeado de flores v plantas de adorno de Mr. Lawrence y su familia, las casas de los indios, las dependencias, etc. Fuimos directamente al templo, donde va estaba reunida una concurrencia por lo menos curiosa por lo abigarrada. Las señoras de Godoy, de Aróstegui, de Lawrence, otras damas de la mi- lión, algunos ingleses, el primer maquinista del Villarmo, casado con una de las hijas del pastor v que estaba allí con licencia, nosotros v detrás indios, indias e indiecillos, vestidos a la europea con un desaliño y una extravagancia verdaderamente fueguinos.
El reverendo Lawrence ocupó la cátedra y comenzó la lectura, en inglés, del evangelio del día. Por las enormes ventanas entraba una luz tranquila y amable; en las paredes brillaban grandes carteles con pnisajrs de colores vivos e inscripciones morales y religiosas. Los fieles estaban sentados en bancos de madera, frente a los cuales había un reclinatorio.
Concluido el evangelio, comenzaron los cánticos, en coro, tomando
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también parte en ellos algunos indios e indias, con bastante ajuste y siguiendo sin dificultad los acordes del armonio que los acompañaba.
Entre los cánticos h izóse notar uno en lengua yagan, cuyas dos pri- meras estrofas decían así.
Jesús jai a cush-gai-ata Ennu jai ai-aw-la Baible endaige a va roun Le cuyah-ge-gay-at-a.
^ Ye-ca-ci-yu-al-am-iim Ci chin-ah-cin-aanush Ci-yu-al-a mai-aiv-ana Cunyin mush a-bi-la.
Luego un sermón, una oración en yagan y en castellano por la prosperidad de las autoridades de nuestro país, etc., etc. y los oficios se concluyeron.
En la puerta se reunió con nosotros el reverendo Lawrence, que nos invitó con mucha galantería a tomar una taza de té.
La salita, llena de libros, paisajes, fotografías, publicaciones ilus- tradas, muebles confortables, daba la ilusión de que nos hallábamos en las proximidades de Buenos Aires, en una de las mansiones inglesas de Lomas o Temperley, y no en plena Tierra del Fuego y rodeados por todas partes del desierto. Mientras Mrs. Lawrence y sus hijos se ocupaban de preparar el té y las excelentes tostadas con manteca del día, el reverendo me dió a conocer brevemente la historia de la misión, en la que no falta la nota dramática.
APENDICE VI
RESUMEN DEL DEBATE DE LA CAMARA DE DIPUTADOS SOBRE CESION DE TIERRAS A BRIDGES
El 27 de septiembre de 1886, se leyó por secretaría, entre los asuntos entrados del Senado, un proyecto de ley concediendo un área de tierras en la Gobernación de Tierra del Fuego.
El diputado Lucio V. Mansilla, por Bue- nos Aires, autor de "Una excursión a los indios ranqueles", pide que se lo trate sobre tablas. Al fundamentar su pedido, dice:
El señor secretario acaba de comunicarnos que el Senado ha pres- tado su sanción a un proyecto de ley remitido por el Poder Ejecutivo; referente a una solicitud hecha por el venerable pastor protestante, don Thomas Bridges, residente en la Tierra del Fuego desde hace casi vein- te años.
Este hombre singular es un modelo de virtudes; tiene la unción ver- daderamente cristiana del misionero; es un precursor de esa civilización que tanto nos empeñamos en desparramar por nuestros desiertos y sobre los cuales flamea ya, felizmente, la bandera de la patria, sin riesgos para los que quieran ir a habitar comarcas tan ricas y fecundas en todo sentido.
Este señor Bridges en una época oscura, en que la Tierra del Fuego no llamaba absolutamente la atención de nadie, sintió algo pare- cido a una inspiración, y se refugió entre los salvajes de aquella región. Ha vivido en contacto con ellos; y, ¡singular fenómeno! ha bastado la presencia de un hombre ungido por el espíritu cristiano para que esos indios hablen una lengua que no es la del aborigen: el inglés.
Este misionero es un tipo interesante bajo todo aspecto.
He dicho que es virtuoso. Voy a suministrar en apoyo de este aserto un dato curioso. Ha venido del viejo continente a estas regiones
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ARNOLDO CANCL1N1
y es joven aun, apenas algunos cabellos blancos embellecen su frente. ¡Recién aquí, por primera vez, ha visto el espectáculo de un teatro! Es un hombre puro por su vida y su pensamiento.
Se apoya que se trate sobre tablas. Se pone a discusión. El diputado José M. Estrada, conocido adalid del catolicismo, habla largamente en contra del proyecto, basándose en que la Constitución ordena- ba al Congreso "la conversión de los in- dios al catolicismo" i1) y que, por lo tan- to, favorecer a un misionero protestante "es vejatorio de la soberanía nacional", ya que el tal pertenece a una secta cuyo jefe es la reina Victoria. En su opinión es la- mentable que los indios hablen inglés. Man- silla le contesta, diciendo entre otras cosas:
Y me sorprende que tenga algo que hacer con la misión del vene- rable Bridges la reina de Inglaterra.
¡No corremos ningún peligro, señor Presidente, de que la pérfida Albión pretenda inmiscuirse, por esta circunstancia casual, en las cosas de la República Argentina (2)!
Niega que sea pertinente la cita de la Constitución, porque cuando Bridges des- embarcó en esa región "eran problemíri- cos nuestros derechos" y porque al ha- cerlo no servía "a los fines de ninguna sociedad organizada". Le defiende igual- mente por haber enseñado su lengua ma- terna y agrega:
Termino, señor Presidente, esperando que la Cámara haga un acto de justicia en honor de un ciudadano argentino que profesa la religión de su conciencia, y que no por no ser la religión de mi honorable co- lega, deja de ser uno de los buenos entre los buenos, un hombre de bien, un hombre cuya mano se puede estrechar, seguro de que en su corazón no se abrigó jamás la perfidia ni la deslealtad, un hombre de trabajo que puede enseñar al ocioso de todos los vientos a hacer prác-
(1) Este inciso fué suprimido en 1949.
(2) Esta expresión violenta demuestra que Mansilla, opinión neu- tral y responsable, estaba seguro del carácter apolítico de la obra mi- sionera, sobre lo que evidentemente estaba documentado.
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tica la doctrina del evangelio: regarás la tierra con el sudor de tu rostro, y es con ese sudor con el que encontrarás el pan para tus hijos.
Estrada expresa su temor porque los in- dios aprendan inglés y estén bajo una re- ligión que depende de la reina de Ingla- terra. Se declara libre el debate y Mansilla señala que el mundo no ha sido conquis- tado por el catolicismo sino por la cruz "sobre la cual derramó su sangre por la humanidad el que no era católico ni pro- testante, el que quiso ser y fué redentor de aquellos que habían pecado y escanda- lizado al mundo con sus errores!".
Interviene en el debate el diputado Pe- dro Goyena, conocido también por su ca- tolicismo intransigente, que acababa de llegar y reconoce no conocer el tema en discusión; hace largas consideraciones so- bre la religión en general. Le refuta el diputado Nicolás A- Calvo, quien declara que la Constitución no dice que el no ca- tólico no tiene derechos porque entonces "sería un solemne disparate". Agrega con- sideraciones sobre Bridges, inclusive:
Ha logrado civilizar cuatrocientos o quinientos fueguinos; no les ha enseñado sino la religión de Cristo, pues ¿a quién se le ocurre que un fueguino, un patagón, va a conocer lo que es la transustanciación, o si la concepción de la Virgen es inmaculada o no, o si el Papa es o no infalible? ¿A quién se le ocurre que ha de llevarse a los indios, otra cosa más que nociones, en términos generales, de los grandes adelantos, de las grandes mejoras producidas por la religión cristiana?
Estrada vuelve a expresar sus temores de que la misión tenga sólo propósitos "po- líticos y económicos" v no religiosos, aun- que sin explicar por qué C1). Habla luego el diputado cordobés José Miguel Olmedo,
(1) Es interesante esta observación de Estrada. A pesar de su insi- nuación sobre un posible aspecto político, no logró abonarla con datos concretos, lo que prueba que esos datos no existían. No es concebible que de ser cierto lo que algunos dicen hoy que existía gran recelo por la existencia de una supuesta bandera inglesa en la misión, Estrada no lo supiera, pues si no, no lo hubiera dejado de lado al argumentar.
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ARNOLDO CANCUNl
quien aclara que los terrenos serán conce- didos al colono y no al pastor protestante, al que ha cumplido con el deber que era de los argentinos, de ir a civilizar a los indios, les ha dado elementos de trabajo v de subsistencia, convirtiéndolos "de inúti- les y de belicosos, en mansos y en pro- ductores", agregando que "si como este ciudadano nos vinieran millares y millo- nes, sería una bendición de Dios este país". Goyena le contesta, basándose especialmen- te en ideas generales sobre religión. Al decir que los misioneros católicos también irían, se produce un cambio de palabras, al interrumpirle Olmedo exclamando que "no se presenta ninguno".
Federico de la Barra observa que nadie negaría a Bridges el derecho de comprar- los y que no tendrá influencia en la Ar- gentina "que la reina toque las campanas en Westminster". El diputado santiague- ño Cayetano Carbonell recuerda que no hubo reparo en favorecer a los galeses del Chubut, también protestantes. Sobre el as- pecto político, refiere lo siguiente:
Por otra parte, voy a permitirme traer al recuerdo de la Cámara un antecedente de carácter histórico, que desvanecerá, puede decirse, todas las dudas en lo que respecta a nuestros derechos jurisdiccionales, pueda abrigarse por el porvenir.
En 1876 ó 1877. cuando la cuestión de límites con Chile atravesaba por su período álgido, v nuestros derechos acerca de la Tierra del Fuego eran discutibles, el reverendo señor Bridges fué el primero en apresurarse a reconocer nuestra legítima propiedad acerca de esa tierra.
El diputado Francisco J. Figiteroa pre- gunta cuánto vale esa tierra y Calvo le dice que lo que valdría en la luna. Fi- gucroa hace moción de cerrar el debate, que es aceptada.
Se vota el proyecto y se aprueba, pri- mero' en general y luego en particular. No consta el número de votos.
(Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, ¡886, Tomo /, págs. Mp-ioij).
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Se terminó la impresión de este libro el día 16 de agosto de 1951 en los Talleres Gráficos "Yunque" Pozos 968 — Buenos Aires
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