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COLECCIÓN DE LIBROS RAROS Ó CURIOSOS
QUE
TRATAN DE AMÉRICA
TOMO SEXTO
HISTORIA DEL ALMIRANTE
DON CRISTÓBAL COLÓN
EN LA. CUAL SE DA PARTICULAR
Y VERDADERA RELACIÓN DE SU VIDA, DE SUS
HECHOS, Y DEL DESCUBRIMIENTO
DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
LLAMADAS NUEVO-MUNDO.
ESCRITA POR
DON FERNANDO COLÓN, su hijo.
REIMPRÍMESE CON UN ESTUDIO ACERCA DEL AUTOR Y SUS OBRAS
SEGUNDO VOLUMEN
s-Q.oU^
MADRID: 1892-
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v. ^
ESTUDIO BIOGRÁFICO Y BIBLIOGRÁFICO
ACERCA DE
D. FERNANDO COLÓN
SUMARIO
1. Vida de D. Fernando Colón. — II. Sus obras. — III. Su testamento, como fuente de conoci- miento de su vida y de sus obras. — IV. La afa- mada biblioteca de Ü. Fernando Colón. — V. Cuestión crítica acerca de la Historia del al- mirante D. CRISTÓBAL COLÓN. — VI. JuicioS aCCt-
cadel valor histórico y literario de esta obra.
I. —Vida de D. Fernando Colón. — La vida de D. Fernando Colón dista mucho de ser tan conocida como lo es la de su padre.
La vida de éste es una vida verdaderamente legendaria, que simboliza las más grandes con- quistas junto á los más grandes infortunios; y no hay pueblo, aunque no sea tan impresionable y tan amante de sus glorias como el nuestro, que no estereotipe en su memoria los infortunios de
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sus sabios y las conquistas de sus héroes. Apa- sionadamente solidario de unos y otros, hace suyos sus triunfos y sus glorias, como sus des- gracias y dolores. Y como por una invencible fa- talidad este es el pedestal sobre que se elevan sus más grandes hombres, la historia de Cristó- bal Colón es una historia legendaria y verdade- ramente popular.
No así la de su hijo D. Fernando, autor de la obra á que acompaña este Estudio. Y, sin em- bargo, la figura de D. Fernando Colón es de una magnitud colosal en la historia de nuestros des- cubrimientos y en los descubrimientos de nues- tra historia. El padre fué el héroe. El hijo, el his- toriador. La epopeya es del padre. La historia, del hijo. El uno realizó, y el otro escribió, la Odisea de sus viajes, y el poema de sus descubri- mientos. Y, sin la Historia del Gran Abnirante, descubridor, sin este gran cuadro trazado á la pluma por D. Fernando, coetáneo y testigo de muchos hechos, personaje y narrador de esta epopeya, no se hubiera conservado, á través de los siglos, la homérica figura del gran revelador que hizo surgir un Nuevo-Mundo del seno des- conocido del Atlántico.
D. Fernando Colón fué hijo natural de Cris- tóbal y de D.^ Beatriz Enríquez. señora de alta alcurnia. Nació en la ciudad de Córdoba el 15
de Agosto de 1488. Esta, al menos, es la fecha admitida como verdadera; la que resulta de las doctas investigaciones de D. Martín Fernández de Navarrete, en su Coleccien de Viajes, y la que consta en un manuscrito de letra de D. Fernan- do, que se halló en la Biblioteca Colombina, no obstante la opinión de Washington Irving, en su Vida de Cristóbal Colón, que fija esa fecha en 28 de Septiembre de 1488, y ciertos papeles origí- nales, existentes en la iglesia de Sevilla, que hi- cieron creer á D. Diego Ortii de Zúñiga que fué en 29 de Agostd de 1487.
Los Reyes Católicos, al emprender Cristó- bal Colón su viaje, en 3 de Agosto de 1492, ad- mitieron á su hijo D. Diego entre los pajes del príncipe D. Juan; y este honor le debió ser con- cedido también á D. Fernando, probablemente al regresar de su primera expedición, no obstan- te lo ilegítimo de su origen; recibiendo la esnae- rada enseñanza que á dicho príncipe, juntamente con los primogénitos de los ricos-hombres, dio el sabio Pedro Mártir de Anglería, hasta que le fué concedida en 1501, la embajada de Ve- necia.
Cristóbal Colón profesó apasionado amor á sus hijos, y tal vez el nacimiento de D. Fernan- do fué la circunstancia decisiva para que no abandonase á España y para que cupiese á los
españoles la gloria de descubrir el Naevo-Mun- do. En la relación de su primer viaje, y al des- cribir el inminente peligro de muerte en que se hallaba el 14 de Febrero de 1493, en medio de la más furiosa tormenta, Cristóbal Colón se ol- vida de los horrores que le rodean, para recor- dar afligido y cariñoso á los dos hijos que teme dejar huérfanos en Córdoba, sin que sus servi- cios )' sus descubrimientos puedan asegurar su vida y cimentar su porvenir. Se cree — y así lo lo supone Herrera — que, al emprender su segun- do viaje, dejó á sus hijos en compañía del prínci- pe D. Juan, donde los visitó su tío Bartolomé, que por aquel tiempo vino á reunirse con su her- mano, sabiendo su fortuna. Ello es que Colón no se separó de sus hijos mientras permaneció en España, y que los llevó á Cádiz, al darse á la vela para su segundo viaje, en Septiembre de 1493.
Oviedo afirma, en su Historia de Indias, que el príncipe D. Juan favoreció á ambos hijos de Colón y los distinguió sobre los otros pajes. En el palacio del príncipe se hallaban cuando se celebraron sus bodas con Margarita, hija del emperador Maximiliano, fiestas á que contribu- yó á dar lustre y esplendor el regreso de Colón, de su segundo viaje, con cuantas curiosidades y riquezas había logrado atesorar. Ocasión fué ésta en que el insigne Almirante pudo gozar
largo tiempo la grata compañía de sus hijos, pues tardó más de un año en poder emprender una nueva expedición á las Indias, por la penu- ria en que guerras y bodas ponían al Tasoro.
Murió D. Juan, arrebatando su muerte las más lisonjeras esperanzas y despertando los más negros temores, por ver en lontananza á la nación regida poi extranjeros. Hallábanse en Sevilla los hijos de Colón, quien, viendo los obstáculos que oponía á su embarque el arce- diano D. Juan de Acuña, su enemigo capital y cabeza del partido que le era hostil, los envió de nuevo á la corte, en 2 de Noviembre de 1497. La Reina los tomó á su servicio, en la misma calidad de pajes que tenían con el prín- cipe, y siguieron oyendo las doctas lecciones de Pedro Mártir de Anglería. D. Fernando estudió hasta los 13 años, y con los más brillantes resul- tados, los principios de la literatura y de las ciencias, y á esa edad decidió su padre dedi- carle á vida más activa, sobre todo a la navega- ción, que es escuela que enseña lo que no se halla en los libros.
Preparábase Cristóbal Colón á su cuarto viaje, en Mayo de 1502, y proponíase hallar un estrecho que debería abrir camino á los mares más remotos y facilitar el dar la vuelta al mun- do. Y decidió que le acompañase su hijo don
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Fernando, que era su hijo predilecto, tal vez por el acendrado cariño que la ancianidad profesa á la juventud, tal vez por la misma ilegitimidad de su nacimiento, circunstancia de mucho peso en aquella época. Los Reyes Católicos accediC' ron á su deseo, y Colón tuvo la satisfacción de llevar á cabo su viaje, gustando todas las dulzu- ras del amor filial, bálsamo que pudo en parte cicatrizar las heridas del pobre navegante que, aislado y vendido, había sentido siempre el va- cío bajo sus pies y el vacío en su corazón.
Colón se hizo á !a mar, en el canal de Cádiz, con cuatro embarcaciones de gavia y 140 hom- bres de tripulación. D. Fernando fué con su tío, D, Bartolomé, á Arcilla, en socorro de los por- tugueses, sitiados por los moros. Pasaron des- pués por la Gran Canaria, la isla Dominica, la de los Caribes y la de San Juan, con rumbo á la de Santo Domingo; y, creyendo hallar el estre- cho derecho, hacia Veragua y Nombre-de-Dios, un terrible temporal separó las naves, y cada tripulación creyó haber naufragado las demás.
Son indecibles los contratiempos azaroros que sobrevinieron á los audaces expedicionarios, para fortificar, como por providencial misión, los lazos del cariño del Almirante. Reunidos en el puerto de Azua, fueron al Brasil, huyendo de otra tempestad, pronosticada por el célebre na-
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vegante. Fueron sucesivamente á las islas de Po^ zas, á la de Guanaga, no lejos de Honduras, don- de adquirieron noticias interesantes de Nueva- España; pero, insistiendo en su designio de des- cubrir el estrecho de tierra firme, para abrir la navegación al mar del Sur, determinó «por su mal» seguir el rumbo de Oriente hacia Veragua. Descubrió la punta de Casinas, llegó hasta el cabo de Gracias-d-Dios y llamó á esta costa la de Oreja, tomando posesión de aquella tierra á nombre de los Reyes Católicos.
Este viaje fué una verdadera odisea de des- gracias. Durante 88 días, vivieron envueltos en la más furiosa tormenta, sin ver la luz del sol, ni siquiera el fulgor de las estrellas, y en navios que amenazaban sumergirse en el fondo de los mares. Colón, postrado en cama, los gobernaba con inteligencia y con valor. Afligíale sobrema- nera la incierta suerte que corría su hermano,, que le acompañaba á su pesar; y su hijo, expues- to en edad tan tierna á tan horrendos peligros. Pero era éste su consuelo, por la entereza con- que avisaba á los demás, «como si hubiese na- vegado 8o años», según sus mismas palabras. Baste decir, para abreviar la relación de tan aza- roso viaje, que dobló el cabo de Gracias-á-Dios, estuvo en Portobello, denominó á la inmediata á Veragua, la costa de los Contrastes, y fusron á la
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Jamaica, donde sin medios de salir de la isla, si no traían de la Española un navio que los tras- portase, se realizó la empresa, verdaderamente épica, de hacer la travesía entre arabas en una débil canoa, hazaña llevada á cabo por el intré- pido y leal Diej^o Méndez, acompañado de Bar- tolomé Fiesco, «gentil-hombre genovés», según dice D. Fernando.
Y, después de penalidades y peligros sin nú- mero; después de arrostrar las iras de los mares y las de los turbulentos tripulantes; después de verse diezmados por las enfermedades y las mi- serias, embarcaron en la nave comprada por Méndez, entraron en la isla de Santo Dovúngo (13 de Agosto de 1504), y emprendiemii el via- je de regreso á España, sufriendo contrarieda- des indecibles, con el navio desarbolado, rota la contramesana, y navegando 200 leguas en tan lamentable estado, hasta arribar á Sanlúcar, el 7 de Noviembre. El joven D. Fernando fué con su tic Bartolomé á la corte, donde se sabe, por una carta de Colón al P. Gorricio, y por Nava- rrete, en sus Viajes, que aún permanecía en 4 de Enero subsiguiente.
D. Fernando acompañó también á Colón en su cuarto viaje, el más azaroso y desastroso de cuantos emprendió el Almirante. Merced á sus solícitos cuidados y á sus desvelos cariñosos.
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pudo en parte endulzar las penalidades dt aquel titán de los mares que, postrado en cama, víctima de tantas injusticias, triunfantes sus ene- migos y muerta Isabel, su protectora, sobrevivió difícilmente año y medio á su última expedición. En sus últimas disposiciones, después d© pro- curar cumplir con L).^ Beatriz Enríquez los de- beres que le imponía su conciencia, llamó á su hijo D. Fernando, al moyorazgo que fundó, fal- tando la línea, de D. Diego; y después de un pro- ceso famoso contra el Fisco, el casamiento de D. Diego con D.^ María de Toledo hizo conse- guir la realización de sus deseos.
D. Fernando Colón acouipañó asimismo al nuevo Almirante, D.Diego, en su viaje al Nuevo Mundo (9 de Junio de 1509.) Pero, contrarresta- da por D. Fernando su autoridad, establecien- do la Audiencia en Santo Domingo, D. Fer- nando Colón escribió dos documentos notables, que existen originales en el archivo de los duques de Veragua, á saber: el primero, proponiendo como presidente de aquella Audiencia á su her- mano D. Diego, en virtud de su dignidad de Almirante, y expresando cuáles deberíar jer sus atribuciones y emolumentos; y el segundo, en defensa del derecho de D. Diego, en grado de suplicación de las causas civiles y criminales de Indias.
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Los vastos talentos de D. Fernando eran muy conocidos en la corte y apreciados por el Rey. Así es que no permaneció mucho tiempo en las Indias, pues consta que en 151 2 se halla» ba en Europa. No anhelaba ya viajar por los países nuevos, que conocía por sus repetidas ex- pediciones, sino por los países cultos, para ate- sorar nuevos conocimientos. Sus nuevos viajes no fueron solo por Europa, sino que se extendie- ron también al Asia y África. Lamentable es — dice D. Eustaquio Fernández de Navarrete en el tomo XVI de la Colección de documentos inédi- tos para la Historia de España — que los escrito- res contemporáneos, tan difusos á veces en co- sas de poca importancia, hayan pasado tan de ligeio en éstas, que debían interesar á la poste- ridad; y más lamentable aún que, ya que no qui- sieron extender su pluma en esta materia, deja- sen por culpable incuria perderse los libros, que es- cribió el estudioso viajero, de cuanto vio y observó en estos viajes. Trascribimos literalmente el texto de tan erudito autor, y subrayamos algunas de sus frases, sobre que más adelante volveremos, para no deducir de la pérdida de esta Historia el ser apócrifa tal obra.
Sábese, por una nota autógrafa en un Juve- nal de su afamada biblioteca, que estuvo en Roma los tres últimos meses de 1512, Sábese
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asimismo, por su citada Historia, que estuvo también en Cugureo, donde existían dos her- manos Colombos, algo parientes suyos. Y se sabe también algo relativo á su modo de viajar, por cierta cláusula de la instrucción que dejó en su testamento, respecto al sostén y fomento de su biblioteca. También volveremos á hablar de esta laminosa cláusula, al tratar de la autenti- cidad de e3ta su obra.
Consta que D. Fernando hizo otro viaje al Nuevo-Mundo, y debió ser en los años compren- didos entre el 15 12 y el 1520. En este año acompañó á Alemania al Emperador, de quien recibió diferentes donaciones y mercedes. Asis- tió á la célebre dieta de Worms, y no pudo vol- ver á España por causa de las guerras de Fran- cia. Aconsejó al Rey viniese por mar, en un es- crito intitulado Forma de navegación para el alto y felicísimo viaje del Emperador, desde Flandes á España. Fué también á Londres, donde «es de creer — dice el erudito autor citado — aprovecha- se la ocasión para aumentar el caudal de su sa- ber, visitando las oficinas de los libreros y reco- rriendo los monasterios y abadías en busca de obras impresas y códices olvidados.» — Sábese, por una cláusula del testamento de D. Fernando, que llegó con el Emperadora Santander (16 de Julio de 1522.)
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La pretensión de los portugueses á las islas «del Maluco.» descubiertas por Fernando deMa- gallanesyjuan Sebastián de Elcano, hizo que D. Fernando Colón, con Simón de Alcazaba y el doctor Sancho Salaya, como astrónomos; Pero Ruiz de Villegas, F. Tomás Duran y el capitán Elcano, como marinos; y los licenciados Acuña, Pedro Manuel y Barrientos,comoletrados, fuese á la célebre Junta que, para dirimir estas cues- tiones, se reunió en la frontera, entre Elvas y Ba- dajoz. Aquellos hombres debían dividir y repar- tir el mundo, entre España y Portugal. Y don Fernando demostró la superioridad de sus vas- tos conocimientos, siendo notabilísimo para su época el escrito suyo que en esta llamaríamos «de conclusiones,» y su Memorial A los letrados, reunidos en Badajoz, para que exclarecieran los puntos de Derecho que ocasionaban las ideas más erróneas. — Baste en este punto decir que los astrónomos y pilotos españoles dieron su parecer qtie se conserva original de letra de D. Fernando^ demostrando el indisputable derecho de España á las Molucas. — Navarrete, en su Colección de Viajes^ conserva preciosos documentos relativos á esta célebre polémica.
También en 1524 escribió D. Fernando el de- recho de la Corona de Castilla á la conquista de las provincias de Persia, Arabia, Indias, Ca-
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líente y Malaca, y demás territorio usurpados por el Rey de Portugal al Oriente del cabo de Bue- ña-Esperanza.— Es un documento notabilísimo. D Fernando anhelaba el retiro tranquilo que seduce á todos los hombres de letras, resistién- dose á las solicitudes y promesas de príncipes extranjeros, deseosos de utilizar los caudales de su saber. Así es que en 115 2 6 había fijado su re- sidencia en Sevilla, donde las ingratitudes de España para con el revelador de un Nuevo- Mundo; las amargas lecciones del proceso de su tio el Almirante con el Fisco; y los severos ejemplos aprendidos en sus viajes y en sus estu- dios, le decidieron á consagrar todos los días de su vida al cultivo y al fomento de las ciencias y las letras.
Intentó fundar el Colegio Imperial^ para ense- ñanza de la matemática y la náutica, llevando allí su renombrada biblioteca. Y solo dejó su apa- cible retiro en 1529, llamado por el Emperador á la cortepara consultarle sobre arduos negocios. Uno do ellos debió ser relativo á las Molucas, pues de ese año hay suyo un Apuntamiento sobre la demarcación del Maluc» y sus islas.
Pasó en su retiro los últimos diez años de su vida, teniendo la satisfacción de que se perpe- tuasen en su familia las riquezas y los honores que le conquistaran sus conquistas y de obtener una
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pensión de quinientos pesos anuales sobre la is- la de Cuba. Y después de consagrar mucho tiem- po á su testamento, documento de inapreciable valor, á que dedicamos punto aparte, falleció el 13 de Julio de 1539, cubriéndose el rostro de ce- niza, y murmurando aquellas memorables pala- bras: yl/^w^«/t;, homo^ quiapulvis es^et in pulverem- su rtverierié.
Según sus deseos, so le enterró en la cate- dral de Sevilla. En la lápida de su sepulcro hizo esculpir el escudo de su padre, y un epitafio con- cebido en estos términos:— «Aquí yace don «Fernando Colón, hijo de don Cristóbal Colón, «primer Almirante que descubrió las Indias, »que siendo de edad de 50 años, 10 meses y »i7 días, y habiendo trabajado lo que pudo por >el aumento de las letras, falleció á 12 días »del mes de Julio de 1539, 35 años después del «fallecimiento de su padre. — Rogad á Dios por » ellos.» — Este epitafio, en que campean la sencillez y la modestia, fue sustituido por otro en latín ampuloso, por disposición de sus alba- ceas, que puede verse en los Anales de Sevilla^ de Zúñiga.
Consignemos con el mayor placer que el se- pulcro de D. Fernando Colón, se conserva por honra nuestra, honor y suerte de pocos hombres ilustres de España, cuyas ignoradas cenizas, ya-
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con por lo general, en la fosa común de los ce- menterios, ú en los osarios anónimos de nues- tras bóvedas.
II. Obras de D. Fernando Colón. — La obra principal, consideradapor excelencia como única, que legó á la posteridad tan distinguido personaje, fué la que parece se intitula, y así la llaman el doctísimo D. Nicolás Antonio y otros eruditos antiguos y modernos. Historia del Almirante D. Cristóbal Colón, á que acompa- ña este breve Estudio Biográfico y bibliográfi- co.— Y decimos «considerada como única», porque haservido comodepedestalá la figura de D. Fernando, que ha debido á esa obra tanta fama por lo menos, como á sus viajes, vastos co- nocimientos y afamada biblioteca, prototipo y dechado de las de aquella Edad.
Imposible parece que una obra que ha ser- vido, á través de los siglos, para cimentar sólida- mente la merecida fama de su autor, pasando su autencidad por incontrovertible, haya sido injusta y apasionadamente impugnada, como tratando de arrebatar á los españoles conquista- dores, la gloria de españoles historiógrafos. Y, sin embargo, ha sucedido así, armándose una verdadera campaña contra esa obra luminosa.
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que ha deparado á su autor una reputación uni- versal.
Sin adelantar, pues, los razonamientos que pertenecen á las cuestiones de crítica
HISTÓRICA, BIBLIOGRÁFICA Y LITERARIA, RELATIVAS
k ESTA OBRA, es preciso consignar aquí que, de la pérdida del manuscrito de esta Historia, pues no parece verosímil que llegara á impri- mirse en español, se ha deducido infundadamen- te, que la obra en español no ha existido, ó no fué escrita por el hijo preclaro del Almirante,
La obra en cuestión que, como su autor, ha ido del Viejo al Nuevo-Mundo, y es conocida desde el sitio en que se escribió ó se publicó hasta los confines que en ella por primera vez fueron descritos, sabemos que fué dada á luz en italiano, y se intituló: Historie del Sr. D. Fer- nando CoLOMBO, fielle qualé s'ha particolare, et vera relaíione della vita, et dé fatti dell'Ammira' glio D. Christo/oro Colombo^ suo padre: Et dello scorprimentOy ch' egli fcce dcll'Indie Occidentali^ deiie Mondo Nvovo, hora possedute dal Sereniss. Re Católico: Nuovamente di lingua spagnuola iradotte, ?ielle Italiana dal S. Alfonso Vlloa. Vcneiia^ i¿yi.--Apresso Francesco de Franceschi Sánese: en S.** con i6 hojas sin numerar y 247 fo- lios:
Se volvió esta obra á reimprimir en italiano^
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en las siguientes fechas y ciudades: Milán, 1614, en 8.° Venecia, 1618, 1672, 1676, 1678, 1685 y 1707, las seis ediciones en 8.°
En París se publicó una edición en 1681, cuya traducción al- francés hizo C Cotolendy.
Posteriormente se han hecho varias edicio* nos en diversos idiomas extranjeros que consi- deramos ocioso rcacñar.
El infatigable sabio español D. Andrés Gon- zález Barcia, tradujo esta obra de la versión he- cha al italiano por Ulloa y la publicó al frente de sus Historiadores primitivos de Indias que apa- recen impresos en Madrid en el año 1749, y has- ta hoy aquel ha sido el único texto castellano que hemos tenido, de una obra que es un verdadero tesoro para la historia de España.
La importancia de esta obra es fácil de comprender. El escritor es el hijo del descu- bridor del Nuevo-Mundo, y le acompañó en al- gunos de sus viajes. Es uno de los primeros autores que ha narrado nuestras conquis- tas, el narrador, es testigo de los hechos y conocedor de los sitios que describe. Es via- jero y explorador, historiador y personaje. Su obra ofrece todo el interés de lo desconocido, de la fábula convertida en realidad, de las mara- villas de un Nuevo-Mundo, conquistado por un pu- ñado de ilusos, conducidos por «un visionario.
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La historia del Almirante era por demás dramática. Era una vida legendaria, que no se perdía entre las sombras de la tradición, ni en- tre las nebulosidades de la fábula. Representa- ba la lucha del genio con la naturaleza; de la ciencia, contra la superstición; de la voluntad más indomable, contra las más bastardas pasio- nes. Allí había de todo. Luminosos pensa- mientos, proféticas adivinaciones, presentimien- tos del corazón, revelaciones de la mente, auda- cias del aventurero, heroismos del -inspirado, noblezas del desinterés, vilezas de la ambición, tempestades de la naturaleza, borrascas del es- píritu, esperanzas lisongeras, peligros aterrado- res, tras un m'mdo viejo poblado de miserias y de engaños, un mundo nuevo lleno de promesas seductoras y preñado de fabulosas riquezas-,.. La historia de Colón, más que historia, era una epopeya y debía, como él, dar vuelta al mundo...
Es innecesario, por lo tanto, insistir en la importancia de esa obra y en el éxito — como se dice hoy — que debió alcanzar con su publi- cación. Y es igualmente ocioso hablar de su trascendencia, porque las circunstancias todas de D. Fernando Colón, autor y actor, historia- dor y personaje, la convirtieron en fuente histó- rica, de pureza prístina y de abundancia inago-
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table, para la vida de Colón y la relación de sus conquistas. Seiía, pues, ofender la ilustra- ción de los lectores, encomiar la importancia y trascendencia de esta Historia, en que se han basado, cuando no calcado, todas las relativas al descubrimiento del Nuevo-Mundo.
De otras obras de mayor ó menor extensión, pero al fin obras de su privilegiada inteligencia, queda dicho algo en los ligeros apuntes biográ- ficos que preceden á este punto. Hállanse noti- cias dispersas en diferentes obras, que pueden facilitar un verdadero trabajo bibliográfico. Para nuestro objeto basta consignar aquí que las principales obras que pueden citarse de D. Fer- nando Colón son las siguientes:
Propuesta ó proyecto de Audiencia Real en Santo Dofningo de la isla Española^ bajo la presi- dencia del Almirante de las Indias, hecho por don Hernando Colón. — Manuscrito de D. Fernando, custodiado en el archivo de los duques de Ve- ragua, publicado en la Colección de Documentos inéditos para la Historia de España, tomo XVI.
Papel de D. Fernando Colón (que de su mis- ma letra dice que es el mejor que escribió en esta materia) acerca del derecho que, como Almi- rante y virey, debía tener su hermano^ en el grad» de suplicación de las causas civiles y criminales que se seguían en los tribunales de Lidias. — Manuscri-
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to de don Fernando, en el citado Archivo.
Forma de navegación para el alto y felicísimo viaje del Emperador, desde Flandes á España — Escrito presentado al Emperador en Mayo de 1522, según aparece en varias obras.
Sobre la forma de descubrir y poblar en la parte de las Indias. — Tratado, perdido hoy, que debió escribir al regresar á España, y volver de Flandes el Emperador.
Apuntamiento sobre la demarcación del Malu- co y sus islas, firmada por les seis jueces de la capi' tulación^ para empeñar estas islas á Portugal. — Manuscrito que cita Bá/cia, como existente en el Archivo de Simancas, y que debe ser de 1529.
Declaración del derecho que la Real Corona de Castilla tiene á la conquista de las provincias de Persia^ Arabia; India, é de Calicud é Malaca^ et cétera, etc., y dirigida á S. C. Majestad el Em- perador nuestro señor, año de IJ2^. — En la Colec- ción de Viajes^ por Navarrete, t. IV, núm 37.
Coloquio sobre las graduaciones diferentes que las cartas de Indias tienen. En la Colección, de Muñoz.
Colon de concordia, en tres libros diviso, en el primero de los cuales se mostró que en nuestros días sería todo el mundo de Oriente á Occidente por todas partes navegable.^ y la fortna qtie en ello se debía tener: en el segundo se dijo que por todo el
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immdo asimcsmo en nuestros dias seria la palabra del Evangelio divulgada y recibida; y en el tercero se probó que el universal imperio había de ser á la Corona de España concedido. — Créese que es la primera obra que escribió, y acerca de él hay esta nota de D. Fernando: — «El original del li- bro que yo hice y envié al cardenal D. Fray Francisco Ximénez en Sevilla, año de 151 1, di- cho Colón de Concordia, divídese en dos tracta- dos. Es in folio manuscriptus.»
Memorial de D . Hernando Colón á los diputa- dos letrados, en la Junta de Badajoz, para que de- claren lo relativo al derecho de S. M. al dominio y perienencia del A faliico. -Este documento, como el siguiente, existen en el Archivo de Indias, y están publicados por Navarrete, en la Colec- ción de viajes, t. IV, números 34 y 36
Memorial de D. HerjtUttdo Colón á S. M. Ca- tólica, respecto á su librería.-'Si'va fecha, pero debe de ser de 1537, en que el Emperador le concedió la pensión anual de 500 pesos, para realizar su deseo de dar carácter de perpetuidad á la Biblioteca Colombina, donde se conserva este códice.
Catálogo de Estampas, en que describe una colección escogida con gusto artístico. Manus- crito que parece haber pasado á Inglaterra.
Ferdinandi Colón varii Rithmi et cuntilenoe ma-
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nu et hispánico sermone scripsif. -Este libro, perdi- do hoy, existió en la Biblioteca Colombina, y no es probable vuelva aballarse. Pero hay copia en un manuscrito de la Biblioteca del Palacio de Madrid, descrito por el marqués de Pidal en su Prólogo al Cancionero Ae Juan Alfonso deBae- na. Henry Harrisse ha dado á luz algunas de es- tas composiciones en su obra D. Fernando Colón, historiador de s?i padre; y, sin embargo de incluir entre ellas la «Canción de la maldición», dice en otra obra — Excerpta Colombiniana, Bibliogra- phie de quatre cents pieces gothiques franfaises^ Haliennes et latines-o^e todas esas composicio- nes son de carácter religioso. --¡Así se escribe la historia... de nuestias letras y nuestras conquis- tasl
Testamento de D. Fernando Colón. -Yvíé otor- gado ante el escribano Pero de Castellanos, en 12 de Julio de 1539; lo sacó .sluñoz de la copia auténtica que en 78 páginas se conserva en el Archivo general de la patriarcal iglesia de Sevi- lla, y lo ha publicado la mayor parte de colecto- res y autores que tratan de la vida y hechos de Colón. Es un documento de tal importancia his- tórica y literaria, y tan luminoso para cuanto concierne á la vida y á la biblioteca de D. Fer- i Dando Colón, que se trata en punto aparte — el subsiguiente — de este brevísimo Estudio.
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De todo lo dicho en esta ligera reseña biblio- gráfica, se deduce el gran valor de las obras de Colón, para la historia de nuestros descubri- mientos. D. Fernando Colón fué historiador, ju- rista, bibliófilo, artista, poeta... Y bueno es con- signarlo, ya que solo es conocido por la Histo- ria DEL Almirante, y tiene méritos sobrados y gloriosos para conquistar ante la posteridad to- dos esos títulos.
Algunas de sus obras sirvieron para deci- dir gravísimas cuestiones internacionales, y su parecer fué de gran peso en asambleas, como la de Elvas ó Badajoz, en que se trataba, si así puede decirse, de dividir el mundo y repartirlo entre dos monarcas que se le disputaban. Y don Fernando Colón, de quien se asesoraban los sa- bios y á quien consultaban y solicitaban los príncipes, merece por sus obras la justa estima- ción que de propios y extraños tuvo en su época.
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III. — El testamento de d. Fernando colón
COMO FUENTE DE CONOCIMIENTO DE SU VIDA Y DE
SUS OBRAS.— Ante todo conviene consignar que el testamento de D. Fernando es la obra del perfecto caballero de sus tiempos, en que bri- lla la nobleza y la piedad, y en que han deja- do su sello hondamente grabado, una bondad
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inagotable, una ilustración vastísima y una con- ciencia escrupulosa.
Obra á la que indudablemente consagró largas meditaciones, todo está previsto y orde- nado, desde los asuntos de mayor trascenden- cia hasta las cosas al parecer más nimias. Y el espíritu de detenida observación y minucioso análisis, propio de su autor, se revela hasta en los detalles más pequeños, y deja en todos sus pa- sajes un rastro luminoso que sirve para orientar no pocas veces al bibliófilo y al historiador.
Tiene, además, otra circunstancia de gran valer en los testimonios históricos: la de servir para la Historia, sin ser expresamente escrito para ella. Por ejemplo: hoy sabemos, ó deduci- moj, que D. Fernando fué hombre de gran esta- tura y corpulencia, porque él mismo determinó en el testamento, con su prolijidad acostumbra- da, las dimensiones del cuadrángulo y de la losa de su sepultura. — Hay, como este, innu- merables pasajes ó cláusulas de su testamento, que arrojan mucha luz sobre puntos obscuros ó ignorados.
Puede decirse que el espíritu que informa — según frase hoy corriente — todo ese testamento es el de la piedad y el de la ilustración, el de la filantropía y el de la ciencia. Es un documento en que se trata de dos grandes legados: el de
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una fortuna, y el de una librería. Es una escritu- ra en que se trata de repartir dos caudales: el de una herencia, y el de una biblioteca. Con la di- ferencia, esto no obstante, de que el caudal de dinero se ha de repartir, por deuda ó por he- rencia, y puede decirse que muere poco después del testador; y el caudal de libros, más preciado que el anterior para tan apasionado bibliófilo, se ha de conservar y fomentar, por diferentes medios cuidadosamente previstos y ordenados, y ha de sobrevivir á su fundador luengos siglos, siendo un riquísimo tesoro paralas ciencias y Jas letras.
Bastará un lijero examen de tan luminoso documento, para demostrar la exactitud de__esta afirmación.
El testamento principia con la acostumbrada invocación y protestación de la fé católica. — El hombre ha de morir; y, como «del tiempo y lu- gar non tenemos sertinidadn el buen D. Fernan- do delibera hacer su testamento y declarar su última voluntad, estando «sano de salud corpo- ral al tiempo que este mi testamento comencé á ordenar; como parece por lo que de mi mano está escrito, lo qual non pude proseguir ni efectuar por muchos ympedimentos que e teni- do, y embarazos sobre mi hacienda...» — Y aquí conviene notar que esta circunstancia no em-
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pece para que D. Fernando ordene su testa- mento con la lucidez y la prolijidad que se reve- lan en tan notable escrito.
D. Fernando dispone que sea enterrado en la iglesia de Sevilla, ó en los lugares sagrados que designa. La muerte no debe ser causa de tristeza ni temor, y quiere que se le diga una misa de Angeles, con ornamentos blancos ó de color, «para denotar el alegría que deve tener el que sale de la cárcel de este mundo...» Por esto encarga que ninguno, por hacerle merced, «llevará loba ni capirote de luto, ni capilla, bien que podrá investido de negro el que quisiere...» Es claro que hay las disposiciones piadosas, ó eclesiásticas, de la época, desde las misas que se deben decir el día de su enterramiento, has- ta la cera que se ha de repartir y quemar, las limosnas que han de distribuirse, las exequias que han de celebrarse, y otras prácticas para con órdenes y hospitales, que no interesan para nuestro fin.
Los débitos y créditos son objetos preferen- te de su atención. Y, merced á esa escrupulosi- dad que se nota en todo el documento, se sabe la fortuna de D. Fernando Colón — su «balance,» que diríamos hoy — al ocurrir su muerte. Efec- tivamente; según el testamento, contaba:
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Por mandas. . . . 450,221 Por deudas 1.700,319
Un total de . . . . 2.150,540 Por créditos 2.571,208
Quedando un remanente de... 420,668 ma- ravedises, á los que había que agregar, según nota del mismo testador, lo que en las Indias se cobraba por el. P«ro <no lo declaro aquí» dice D. Fernando, y sigue con la institución de testamentario y albaceaj á favor del licenciado Marcos Felipe, de quien se conserva una curio- sa Declaración para la ejecución del testamento. En todo este capítulo de deudas se revela muy á las claras la rectitud ejemplar, y la escru- pulosidad de conciencia qne caracterizaba á don Fernando. Manda, «por descargo de inciertas deudas que podría tener,» se reparta cierto nú- mero de ducados «á los pobres mendicantes » Ordenó que se pagase á sus criados el salario, y se les gratificare ó <dé de gracia la tercia parte de lo que pudo montar su salario desde el tiem- po que me sirven.» Los criados le merecen ade- más otras atenciones, y hasta se ocupa de hacer- los pasar al servicio de su heredero. Asigna á un paje cierta cantidad de ducados, «para ayu-
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da á estudiar gramática y escribir » Dispone que se paguen todas sus deudas, si bien examinan- do detenidamente en los testamentos «la forma y letra, porque ya a auido personas que la an yntentado de contrahazer,> y cree firmemente no deber más que lo que en la escritura expresa, aunque lo? mercaderes «se quedan algunas ve- zes con las zédulas y obligaciones por chanze- lar.» — Por último: buena prueba de lo escrupu- loso de su conciencia, son las advertencias para el pago de ciertas mandas á un criado, la orden de indemnizar á un proveedor, sentenciado por no cumplirle un contrato de ladrillos, y á un arriero que le alquiló en Santander un mulo «que estaba muy debilitado» y que «no se pudiendo tener, rodó por una questa abaxo, y murió; > dato que, merced á la minuciosidad antes ad- vertida, sirve para demostrar que el año 1522 es- tuvo D. Fernando en Santander, «quando vol- vió el Emperador nuestro señor de Flandes.>
La conservación y el fomento, la prosperidad y lustre de su afamada biblioteca fué objeto de predilección en la vida de D. Fernando; y fiel trasunto de esa predilección es su testamento. — «Mando — dice en él — que con todos mis libros se haga lo que yo, con el ayuda de nuestro Se- ñor, dexare más largamente ordenado é firmado de mi nombre en cada plana. «Y quiere que los
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haya en depósito D. Luís Colón, su sobrino, y después sus herederos, y sucesores en el Almi- rantazgo; pero solamente «entretanto y hasta tan- to que guardaren las condiciones é institucio- nes que aquí serán por mí expresadas, porque- luego que las quebrantaren sucederán en el di- cho depósito las iglesias é monasterios que aqui abaxo serán por su orden expresadas.»
Para la sustentación y aumento de su biblio- teca, deja «anexado el remaniente» de sus bie- nes, debiendo venderse cuanto posee, pagadas sus mandas y sus deudas, y aplicarse á esos fines ú obligar el heredero sus bienes por esa canti- dad, para cumplir la voluntad del testador. A esa sustentación y aumento se aplicará la renta de cada año, y «si pasare un año en pos de otro sin la gastar, que yncurra en comiso y pierda el ac- ción del dicho depósito y de la renta á él ane- xada».,.—^Cada año se deberían comprar, en Se- villa ó en Salamanca, los libros que no tuviere, ó tuviere incompletos, la biblioteca, así impre- sos como manuscritos, no invirtiendo en estas adquisiciones más que la mitad de dicha renta; «porque la otra mitad se gastará en enquader- naciones, é bancos, é cadenas, é otros aderezos de la librería.» Sin embargo para el caso en que la renta llegue á treinta mil maravedís, estatuye que se divida en tres partes, asignan do la prime-
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ra á adquisición de libros; la segunda á gastos de la biblioteca; y la tercera «al mejor latino que se opusiere á la probenda, con que sea obligado á proseguir las tablas de autores y de ciencias, y epítomes é materias, conforme al arte qud dexo instituida, é que en esto empleen cada día dos oras.» — Se ve, pues, que D. Fernando Colón empleando el lenguaje moderno, presupuestó los gastos de adquisición de obras y entreteni- miento de su biblioteca, y se ocupó de dotarla con un bibliotecario, que debería sólo ser un «buen latino> y trabajar no más que doshoras al día — siempre en nuestras bibliotecas fué poco- el trabajo — para formar los índices «de autores y materias.»
Las cantidades asignadas para esos fines de- berían aumentarse en la proporción que la renta y el sueldo del («letrado ó letrados,» en la de veinte ducados por cada hora más que dediquen á sus tareas; sin que el número de esas horas pueda exceder de seis, cporque es de presumir que no trabajará como deve tan luengo tiempo.» — Véase como los ministros de Fomento, pue- den hallar ideas apreciables, para reglamentar los trabajos de los Archiveros-Bibliotecarios, na- da menos que en el testamento de D. Fernando Colón.
Al tratar por separado de la afamada biblio-
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teca de D. Fernando de Colón, h^brá ocasión de tratar más extensamente de cuanto acerca de ella dejó estatuido. — Lo dicho aquí, bastará pa» ra comprender el cariñoso interés con que pro- ^veyó á dotar á España, de un depósito de cuan- tos libros, impresos ó manuscritos, eran más im- portantes en su época y pudieran serlo en lo su- cesivo.— Y bastará principalmente para confir- mar la importancia que concedemos al testa- mento de D. Fernando Colón, como fuente de conocimiento de inapreciable valer, y documen- to luminoso Jq^^ esclarecer puntos importantísi- mos, obscuros ó ignorados, de su vida y de sus obras.
IV. — La afamada biblioteca d« D. Fernán- DO Colón. — La casa y librería del hijo del Al- mirante merece unánimes elogios á los autores más notables de aquella época.
El licenciado Marcos Felipe, en sus Declara- ciones al testamento de D. Hernando Colón^ dice textualmente: — «Emprendió cosas grandes y de mucha alteza, entre las cuales, la una fué que hizo juntar todos los libros de todas las lenguas
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y facultades que por la cristiandad y fuera de ella se pudieron hallar.»
El ilustre caballero Pedro Mexía, en su Silva de varia lección dice, hablando de D Fernando, que ano es de olvidar el cuidado y provisión con que, sin ser hombre de grandes rentas ni estado, sino por ser varón docto y de varia lec- ción, con mediano patrimonio tuvo... de juntar y hacer libreria en esta ciudad de Sevilla, para lo cual, él por su persona, anduvo todo lo más de la cristiandad, buscando y juntando libros, y tenía propósito de buscar todos lo- "aás que pu- diesen ser habidos; lo cual, atajado por la muer- te, no pudo cumplir.»
Juan de Malara, en el Recibimiento que hizt la ciudad de Sevilla d Felipe 11^ después de des- cribir la casa y huerta de D. Fernando, añade- — «Juntó en ella copia de casi 20. oco libros; espe- rábase allí un verdadero monte Parnaso, así por la frescura de la huerta, como por la casa y mul- titud de libros; la cual está agora — la obra está impresa en 1570— en la iglesia mayor de Sevi- lla, en una pieza que corre desde la torre hasta el sagrario. >
Desde la Edad Media, hubo Reyes y Prínci- pes é ilustres personajes que fundaron importan- tes bibliotecas. Pero ninguno consagró, como D, Fernando Colón, toda su fortuna y todos sus
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desvelos para formar una biblioteca con carác- ter público, según decimos hoy. Y es de adver- tir que, no sólo se propuso coleccionar los gran- des volúmenes de obras más notables en las ciencias y en las letras, como generalmente ha- cían los bibliófilos, sino que, adelantándose á su época, reunió también todos esos pequeños opúsculos, esos cuadernos de pocas hojas, mal cosidos y peor conservados, que difícilmente hallaban sitio en las más ricas bibliotecas.
No es necesaria aquí una descripción de la Biblioteca Colombina, que puede hallarse en la mayor parte de las obras que tratan de D. Fer- nando. A ellas remitimos á los eruditos lectores, que podrán hallar preciosos y numerosos deta- lles acerca de su extensión, adorno, suscripcio- nes y cuantas curiosidades, son honesto recreo de ilustrados arqueólogos, renunciando á su enumeración por el espacio limitado de este corto Estudio.
La Bibliotea Fernandina, pues así se llamó, estuvo abierta á todos los sabios de Europa, de que gustaba rodearse D. Fernando, y á quienes concedía franca y cordial hospitalidad. Por esta razón aparece citada con merecido elogio por los varones más ilustres de su época.
D. Fernando escribió un Memorial á Su Ma- jestad Católica, respecto ásu librería, que «escrita
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toda de su mano— dice Juan de Loaisa, en su «Introducción j> al Catálogo que formó de la Colombina — está en la librería de D. Juan Suá- rez de Mendoza, a donde parece lo compró. {Nota bene). Francisco Porras de la Cámara, pasando después á poder de Domingo de Urbi- zu. — En este Memorial^ publicado en varias obras, se desenvuelven los nobles propósitos que animaban á D. Fernando. Se proponía re- unir todos los libros de la cristiandad, y de fue- ra de ella, y hacer que apara siempre se bus- quen y alleguen los qne de nuevo sobrevinie- ren.» Esos libros deberían servir «para beneficio común y para que traya refugio donde los letra- dos puedan recurrir á cualquier duda que se les ofreciere.» Para ello, «el dicho D. Hernando Colón, juntamente con los ministros y personas de letras que consigo para ello tiene, reduce á orden alfabético todos los autores que ha habi- do, y se prosigue y proseguirá en los que hubie- re.» Expone que «hacen otro libro diviso por título de las ciencias generales.» Otro ten que se dice y refiere la summa y sentencia de lo que cada libro contiene, que, en efecto, es un epíto- me ó argumento de tal libro: y otro de «Propo- siciones», porque hay personas que para leer públicamente ó predicar, ó para componer obras, querrían tener quien les enderezase, ó les
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propusiese las materias de que piensan de tra- tar y no tienen noticia de los lugares do lo po- drían hallar.» Informa que los libros de proposi- ciones ó materias «están sacados más de 3.500 libros en quince años que há que en ello se en- tiende», dato que hace el mayor elogio de su ac- tividad; y para continuar este importante traba- jo, «suplica el dicho D. Hernando á V. M. que, atento al buen fin que se enderezan... sea servi- do de aceptar la merced que para ello suplica de la perpetuidad de los 500 pesos, que, para ayuda de lo susodicho, de por vida se le hace merced.
Mucho se ha discutido acerca del número de volúmenes, impresos y manuscritos, que lle- gó á reunir D. Fernando. «Heredóle también — dice su bibliotecario el bachiller Juan Pérez— ^ de 15.370 libros, cifra en verdad considerable para aquel tiempo, que ninguna biblioteca ha- bía podido reunir, y que parece la más confor- me con la suma que arrojan los volúmenes ins- critos en el catálogo más completo— el Jibece- darium B=de la antigua Colombina. — Gomara, en su Historia general de las Indias^ reduce ese número á 12 ó 13.000; mientras que Pero Me- xía, en su Silva de varia lección^Xo eleva á más de 20.000. El erudito D. Nicolás Antonio, en su Biblioíheca Hispana Nova trascribe de Alfonso
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García Matamoros, y de su tratado De Academiis et do di s Hispanice viris, este itasaje. Hasdnum fopia- rioopere exornavit,ubi construeta quan amplísima bibliotheca^ guce XX millio librorum dicitur ha- buissCf tun amucis dotata reddiíibus, ut non quo- íidianis libroram accessionibus aucta periret, vita cum siudius termitiavit. — Debemos, pues, acep- tar la opinión del primero de nuestros bibliófi- los, explicando las diferencias que existen en las cifras que traen los autores por las pérdidas y otros accidentes tan frecuentes, y más en otros tiempos, en toda clase de bibliotecas.
Al hablar del testamento de D. Fernando, queda consignada la previsión con que procuró formar y enriquecer su afamada biblioteca. Pe- noso nos es omitir varias de las cláusulas de ese precioso documento, y haber de concretarnos á reseñar muy en extracto algunos notabilísimos pasajes.
D. Fernando instituyó que hubiese «Visita- dores», ó visitas de inspección, en el lenguaje de hoy. Las faltas debían ser pagadas por el «Sepvictario.» Los libros, colocados con las precauciones que se tienen en nuestros días, para librarles de sus mayores enemigos, que son el polvo, la humedad y la polilla. Es de notar el cuidado que pone en que no sean sustraídos, y las reglas que á este efecto dicta, «pues que ve-
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mos — dice — que es imposible guardarse los li- bros, aunque estén atados con cien cadenas. » Muestra el mayor empeño en que se conserve su memoria, por lo que «en la primera tabla de cada libro dirá: D. Fernando Colón, hijo de D. Xristoval Colón, primero Aimirante que des- cubrió las Indias, dexó este libro para uso e pro- vecho de todos sus próximos; rogad á Dios por él . » Y también es de notar que, no obstante su noble deseo de hacer pública su biblioteca, como revela muy á las claras esa frase «para uso e provecho de todos sus próximos», no se cumplieron sus deseos generosos, pues el cabil- do de Sevilla la encerró bajo triple llave, á juz- gar por las palabras del maestro Argote de Mo- lina que — en su Aparato para la Historia de Se- villa,— dice terminantemente, hablando de sus li- bros; «Agora están encarcelados en una sala alta de la nave del Lagarto, no siendo á nadie de provecho lo que se dejó para aprovechamiento y estudio de los ingeaios.» Conviene no olvidar que estas palabras no son de ningún moderno demagogo, enemigo por ende de todos los ca- bildos, sino de un autor sesudo que floreció en pleno siglo XVI Ci 5 1 9-1 5 90.)
No olvidó detalle alguno útil, ni instrucción provechosa á los «sumistas» para la adquisición de libros, cambio de duplicados y cuanto con-
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viene al fomento y riqueza de una biblioteca bien montada. Como evidente prueba de esa previsión y curiosidad bibliográfica que ha de ser del agrado de todo buenamente de los li- bros, transcribiremos un pasaje que demuestra cuan bien conocía á los libreros «gruesos», como él los denomina, y que siempre estos apreciables bibliopolas han padecido de parecidas enferme- dades. Dice así: — cque no tomen ni escojan li- brero para proveerse, de los gruesos é caudalo- sos, lo uno porque no tratan ni curan de las obrillas pequeñas, ni de coplas ni refranes — — conviene no olvidar lo que apuntado queda acerca de cc)\qzz\oxí2íX opúsculos — é otras cosillas que también se han de tener en la librería: lo otro porque, como son ricos, dan de lo que tie* nen de su tienda, é no quieren ir, ni enviar á sa- ber qué cosas ay en las otras: lo otro, porque si tuviesen algunas obras gruesas, aquéllas no se pueden encubrir, é do quiera se alian, y en las pequeñas hay más dificultades, en las buscar, y también porque un librero grueso no hará tan- to caso de aquella poca compra, como el peque- ño, ni querrá tener memoria de los libros que a enviado para no tornar á enviar los mesmos otra yez, según que la an de tener; es á saber: que cada qual de los dichos libreros asentará en su cuaderno las memorias ó pilizas de los libros.
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que envía, para tener cuenta é razón dellos siem- pre, é no los torna.r á enviar otra vez.»
Lo dicho puede bastar para comprender con qué esmero proveía D. Fernando al sostén y fo- mento de su afamada biblioteca. Y no sin pena, aunque el lector ilustrado lo conoce, renuncia- mos á la enumeración de otras juiciosísimas ob- servaciones, precisados á encarcelar nuestros pensamientos en un corto número de páginas.
V. Cuestión crítica acerca de la Historia del Almirante D. Cristóbal Colón. — El gran valor que tiene para la Historia de las Indias la obra de L>. Fernando, nos obliga á tratar este punto, quizá con demasiada extensión.
Antes de pasar á citar las respetables autori- dades que sostienen con firmes fundamentos, que esta obra fué sin disputa escrita por el hijo del descubridor del Nuevo-Mundo, vamos á ha- cer el examen de Don Fernando Colón, historiador de su padre, ensayo crítico, por el autor de la Bi- blioteca americana vetustissima, (Henry Harrisse) publicado en Sevilla por la Sociedad de Biblió- filos andaluces, en 1871. Este libro sólo tiene
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por objeto demostrar que son ciertas las tres afirmaciones críticas siguientes, que su autor ha- ce gratuitamente:
I.* Que la Historia impresa en Venecia en 1 57 i; no fué escrita por D. Fernando Colón.
2.* Que Alfonso de UUoa, usando de una supercheiía iiteraiia, debió él lulsmo forjar la historia que dio á luz como traducida del espa- ñol, manifestando que era original de D. Fer- nando .
3.3 Que, «pasando por un tamiz muy espeso la versión de Ulloa, segregando del libro las axageracioues, las adiciones torpes, las interpo- laciones, descripciones retóricas, y toda la parte polémica, es cierto se podría llegar a un residuo de algún valor, cuyo origen prevenga de docu- mentos originales, perdidos hoy.» (i)
No podemos resignarnos á creer que los hos- pitalarios bibliófilos andaluces consinties en que en una publicación por ellos costeada, se impri- miera un libro cuyo pensamiento capital es arre- batar á un hijo de Córdoba — que legó á Sevilla la Biblioteca Colombina — la gloria de ser histo- riador del primer navegante de su siglo: pues para el caso probable de que el original caste- llano no aparezca nunca, intentó desacreditar el
(i) Don Fernando Colón, Sevilla. 1871, pág. 91.
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texto que más confianza puede inspirarnos, con objeto de quitar á los españoles parte de la in- mensa gloria que tenemos, por ser á un tiempo historiadores y civilizadores.
Del modo más convincente y breve po- sible trataremos de hacer ver al Sr. Harrisse lo errado que anduvo, cuando, acaso dominado por la impresión del momento hizo tan desatina- das afirmaciones.
Respecto á la primera afirmación, los cuatro fundamentos que el buen norteamericano alega, son: que D. Fernando Colón no cita en ninguno de los extensos catálogos que de los libros de la Colombina formó, la historia de su padre, que la única explicación que dan los críticos de nuestros días respecto al modo con que llegó el original á poder de Alfonso de Ulloa, está to- mada de la Introducción redactada por Gio Bat- tista Sporno, para el Codex, publicado por orden del Con;ejo Municipal de Genova en 1823, y qne dicha explicación es á todas luces falsa, porquj los datos en ella contenidos son inexac- tos p r muchos conceptos.
ihiG ninguno de los primeros historiadores de Indias cita la Historia del Almirante, escrita por su hijo, y que pues las noticias que se ha- llan en la Historia, no responden á la idea que había hecho concebir, no queda la más remota
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duda — dice— de que no está escrita por el pre- claro hijo de Colón.
Iremos rebatiendo uno á uno estos cuatro asertos del exigente crítico americano.
Si el autor de la Biblioteca Vetusüssima nos dijese los meses, semanas ó días que había em- pleado en leer los diez volúmenes que de los libros qne D. Fernando reunió, existen en la Co- lombina, acaso pudiéramos darle algún crédito^ pero entretanto nos permitirá que no conceda- mos ningún valor á su afirmación, porque pudie- ra suceder que en aquellas hojas, apesar de es- tar algo borrosas alguien hubiese hallado citada la tan preciada Historia, que no logró ver el ilustre abogado de Nueva York.
Si la explicación contenida en el Códice Diplo- mático colombo americano, impreso enVenecia, en 1823, resulta en todas sus partes falsa, debemos dar las gracias al Sr, Harrisse por haber descu- bierto, con tan buen tino, las inexactitudes que se hallan en dicho Oí/ií.v sobre todo en la parte re- lativa á D. Luis Colón que con tan gran copia de datos ha tratado, y por lo tanto en todo ese punto estamos con él de acuerdo: mas franca- mente, confesamos, que porque sea falsa la ex- plicación que da GioBattista Sporno, no vamos á creer como en artículo de fé, que es opócrifa la
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edícióa veneciana y no existió nunca original es- pañol.
Si entre los historiadores de Cosas de Indias que escribieron antes de 157 1, y que el señor Harrísse consultó no hay ninguno que cite la obra que nos ocupa, entre los consultados por otros eruditos sí los hay.
Tenemos la convicción de que el manuscrito original de D. Fernando existió; y vamos á per- mitirnos hacer una suposición — que, en el terreno de la hipótesis, creemos que será algo más fun- dada que las que en el estudio crítico se hacen, — tocante á la persona que debió tener el original castellano de la Historia de Colón, después de la muerte de su autor.
Fray Bartolomé de las Casas, que desde 1527 venía escribiendo de asuntos de Indias, estaba en México á principios de 1539 (i)yprecisamen- to cuando D. Fernando Colón se hallaba en pe- ligro de muerte, dirige su rumbo á España, y donde primero va, es á Sevilla, y llega en el mo- mento crítico que D. Fernando Colón acababa d© entregar su alma á Dios. Es lógico suponer que el manuscrito original lo recogiese el célebre domi- nico, para utilizarlo, como así lo hizo; y pues la
(1) DocHinenUs inéditos ¿*r» la Historia d» Es^*Ha,tom» LXX, Páfi- 154-
Historia de las lndias^<\\xQ estaba escribiendo, no la acabó hasta los últimos años de su vida, supo- nemos le guardaría cual joya de gran precio, y por esa causa es casi seguro que no pudieron consultarlo los demás historiógrafos del Nuevo Mundo.
Nos induce á esta suposición lo que dice el mismo Las Casas en el capítulo II, pág. 44, de su historia, refiriéndose á los papeles de Colón «y »de estos escritos del Almirante tengo yo en mi spoder al presente hartos.»
Que los datos que se hall? 1 en la Historia, no correspondan á la idea que de ella se había for- mado el exigente crítico, no quiere decir nada, porque si á él le parecieron pocos y malos á su compatriota Washington Irving, le parecieron muchos y buenos; por lo que sacamos en conse- cuencia que de lo que puede dudarse es de lo que afirmó el Sr. Harrisse,
Tocante á la según da afirmación de que pu- do muy bien ser una superchería literaria deUlloa que era una especie de aventurero, y dio como traducción del español, una obra fraguada por él, estamos muy distantes de opinar como Henry Harrisse. Por el contrario, creemos que á un lite- rato que desde 1546 á 1577 se ocupó en reim- primir libros en español y en hacer traducciones del portugués y del español al italiano, le fué
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materialmente imposible ser una especie deaventU' rero y mucho menos dar como original de otro, una obra escrita por él, como afirma con harta imprudencia en las páginas 53 y 54 de Z>. Fer- nando Colon^ el autor de la Biblioteca atuericana Vetustíssivia.
En cuanto á la tercera, peregrina opinión del Sr. Harrisse, de que la versión de UUoa está llena de adicciones torpes, de exageraciones, descrip- ciones retóricas y de polémicas inoportunas di- remos, que, quien escribe estas líneas ha leído muy concienzudamente tres veces los CVIII ca- pítulos que constituyen la obra de D. Fernando y no ha hallado ningún defecto de los que con tanta perspicacia vio el poco tolerante crítico.
No dejamos de admirar en el autor de Don Fernando Colonia, perspicaz vista que tuvo, cuan- do quizá leyendo la Historia tina sola vez logró ver tantas faltas y tan pocos méritos, donde otros habían visto tantos méritos y tan pocas faltas, no tendría en cuenta que era la obra de un hijo que escribía en el siglo XVI de cosas de su padre.
Pero dejando para el subsiguiente punto la tarea de mostrar las bellezas que contiene la obra que hoy sale de nuevo á luz, con que ha de quedar cumplidamente rebatida la cuar- ta afirmación del Sr. Harrisse, pasaremos á
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citar las autoridades que se pueden alegar en pro de la autenticidad de la Historia del Al- mirante D. Cristóbal Colón, que con tanta saña trató de destruir, él tantas veces mencionado escritor yankee.
A poco de imprimirse el estudio que nos ocupa, refutó M. D'Avezac con bastante tino los reparos que se hacían en la obra apadrinada por los bibliófilos andaluces sin poder oponer al Sr. Harrisse la prueba directa á sus errores (i.)
D. Antonio María Fabié, académico de la His- toria, en la Vida y escritos de Fray Bartolomé de las Casas, (2) emplea 14 páginas en demostrar la autenticidad de la Historia de Colón y hacer ver al Sr. Harrisse cuan equivocado estaba al publicar en Sevilla su Ensayo critico, demuestra de un modo que no deja lugar á dudas que la obra que desde hace 320 años ha corrido co- mo escrita por él, no pudo serlo por otro que por el insigne hijo del Almirante.
Uno de los varios textos que el ilustre ex- ministro de Ultramar trae á cuento, es la Histo- ria general de las Indias, de Frajr Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa, en la que se ha-
íi) Bulletin de I* Societi de Geogym^hie, de Farts\'Oci\x^rc y Noviembre de 1873.
(2) Colección de documentos inéditos para la Historia de Éspa- Ba; tomo LXX, págs. 360 á 373.
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lian capítulos enteros que son á la letra origina- les de D. Fernando, y así lo declara en varios pasajes de su obra el apóstol de los Indios.
De la obra del célebre dominico, con dis- creción y acierto, entresaca el Sr. Fabié varios capitulos, cotejando el texto del Padre Las Ca- sas, escrito hacia 1550, con el de la versión de ülloa, impresa en 157 1, con cada texto en una columna, prueba, que, necesariamente, debió existir antes que el italiano, el escrito en lengua española, y con excelente criterio consigue el se- ñor Fabié «alegar las pruebas directas de la au- tenticidad déla Historia de Colón, escrita por su hijo, sin que sea posible que nadie que esté en su su cabal juicio venga á remover, ni mucho menos intente destruir, lo que con razón se tiene por pie- dra angular del edificio déla Historia del N nevo- Mundo. Jt Opinión tan respetable que aunque no hubiera como hay otras muchas, bastaría por sí sola para demostrar la indiscutible autenticidad de la Historia del Almirante.
D. Cesáreo Fernández Duro, en su informe sobre Colón y Pinzón, presentado á la Real Aca- demia de la Historia (i), dice, después de acer-
(i) Memorias de la Real Academia de la Historia; toma X, pá.> giaas 277 á 280.
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tadas observaciones acerca del estudio del críti- co norteamericano, que, «no obstante el justo crédito que tiene el Sr. Harrisse en la república de las letras, propagó la idea de que era apócri- fa la obra de Colón y en este concepto se for- muló uno de los temas que habían de discutirse en el Congreso Geográfico de Viena, en 1881; allí, combatió la no autenticidad D. Martín Fe- rreiro en memoria que tradujo y autorizó con su valiosa opinión el célebre historiador César Cantú, y que reprodujo la sociedad Geográfica de Madrid (i) con cita de documentos pertene- cientes á la Biblioteca de esta Academia, en que la obra de Colón se menciona. Simultánea- mente se trató el asunto en el Congreso de Americanistas celebrado en Madrid, en 1881, (2) repitiendo allí de viva voz el Sr. Fabié lo que había escrito en la Vida de Fray Bartolomé de las Casas. ^ Y concluye el Sr. Fernández Duro: «no en vano se ha considerado perdido desde Muñoz y Navarrete, el manuscrito de la Historia de Colón, que sería precioso para los asuntos de que voy tratando.» Esta opinión co-
(i) 'Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, tomo XI páginas 353 y 354.
(a) Actas del Congreso de Americanistas, celebrado ce Maan4 en x88i, tomo I, págs. 113 á 116.
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rroborada en otros escritos del diligente acadé- mico, da mucha fuerza á nuestros argumentos. Don Martín Ferré iro, secretario de la socie- dad geográfica de Madrid, termina su memo- ria de este modo: «Creo, pues, que apesar déla desaparición del original, no puede dudarse de la autenticidad de la Historia de D. Fernando Colón», opinión digna por todo extremo de te- nerse en cuenta.
Otras muchas autoridades pudiéramos citar pero nos parece ocioso, siendo de tanta valía las ya apuntadas; más no queremos terminar este punto sin antes consignar, que en una obra pu- blicada recientemente por Henry Harrise, (i) ha- blando este señor de D. Fernando Colón, dice «que fué cosmógrafo, jurista, bibliófilo y literato; amante de las artes y cultivador de la poesía. V que se le atribuye también una Historia de su padre cuyo texto espaíiol se ha pejuiido. » Subrayamos es- tas últimas palabras porque las consideramos co- mo una retractación del autor del Ensayo critico
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(i) Excerpta Colombiniana. — Bibliographie de quatre cents pieces gothiques francaises, italiannes et latines du commencemernt dt) XVI sieelc. París H. welter, 1887. pág. 23.
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VI. Juicios acerca del valor histórico Y LITERARIO DE ESTA OBRA. — En diferentes ©•critos se hallan noticias que pueden facilitar los materiales para ün verdadero trabajo cri- tico, más para nuestro objeto bastará consignar aquí la opinión que mereció al muy erudito don Andrés González Barcia, al historiador D. Juan Bautista Muñoz, á D. Martín y D. Eustaquio Fer- nández de Navarrete, y al compatriota de Hen- ry Harrisse Washington Irving.
Barcia, en las adiciones á la Biblioteca Occi- denial, náutica y geográfica, de Pinelo, dice, que la obra del P. Charlevoix, intitulada Histo- ria de la isla Española de Santo Domingo^ es in- ferier, con estar escrita muchos años después y ser cuatro veces más extensa, á la del hijo de Colón: y que queda muy por bajo del pequeño volumen escrito por D. Fernando.
Muñoi, en el prólogo del tomo I do su exce- lente Historia del Nuevo-Mundo, único que se publicó, dice lo siguiente: <Este libro es el más importante para el tiempo de que tratamos, pues conserva todo lo sustancial de los papeles del descubridor, y á la letra varios fragmentos escogidos con pulso y delicadeza. Confieso de- berle mucho, y debiérale más á no haber adqui-
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rido buena parte de los que él disfrutó, ya ínte- gros, ya en relación prolija.»
D. Martín Fernández de Navarrete, en la Co- lección de viajes, tomo I, dice que «D. Fernan- do Colón llegó á ser hombre docto y curioso, manejó con mucho tino y discernimiento los li- bros y documentos de su padre para escribir la Historia de su vida y de sus gloriosas empresas. Quiso un día ilustrar la verdad de los hechos que ya empezaba á oscurecerse en la pluma de otros escritores. Sobre el origen de la familia y patria del almirante procedió con alguna reserva expo- niendo las opiniones agenas sin declarar la suya propia. Con ella hubiera evitado tal vez los dis- gustos y controversias que en nuestros tiempos han agitado muchos literatos de Italia. Igual circunspección guardó en algunos otros sucesos, pero erí los que refiere habló siempre con ver- dad y exactitud, salvo alguna equivocación fácil de discernir en buena crítica.»
D. Eustaquio Fernández de Navarrete (i), dice: «Que sus lunares son pocos y algunos de ellos, quizá obra de los traductores, y muchas las cualidades buenas obra solo del autor. Siem- pre que su clara razón y alma recta lo sobrepo-
(i) Documentos inéditos para la Historia de España, tome XVl, Pág. 349-
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nen á las pasiones, que es muchas veces, reco- bra su dignidad de historiador, manejando los manuscritos sobre que trabaja con la mayor cir- cunspección y discernimiento; no nos exalta las hazañas de su padre con exagerado entusiasmo, no se ensaña con sus detractores, y cuando re- fiere las persecuciones é injusticias con que le aquejaron se expresa con más moderación y tem • planza que puede esperarse de un hijo.» Y con- cluye el docto académico su notable juicio, di- ciendo «que podrán escribirse otras más elegan- tes y amenas; más filosóficas y profundas; pero el que quiera conocer los hechos sin el aumento y realce que les dan los siglos, y que obligan con frecuencia á formar juicios exagorados ó inexactos al historiador que escribe en época le- jana de los sucesos; el que desee juzgar clara y distintamente del concepto que de tan prodigio- sos descubrimientos formó el siglo en que acae- cieron, nada puede encontrar que equivalga á la Historia de D. Fernando,»
Por último el historiador americano Washing- ton Irving, en la obra que de la Vida y viajes de Cristóbal Colorí, escribió, califica el libro del hijo del Almirante de obra preciosa y sostiene que es la piedra fundamental de la historia del Mundo Americano.
Nuestra opinión es que, como la obra fué es-
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crita en circunstancias en que se trataba de es- catimar á Colón parte de los timbres adquiridos en el descubrimiento, debió necesariamente ser apasionada. Bajo este punto de vista debe considerarla el historiador. Que en todas las pa- ginas de la obra del hijo se cita al padre repetidas veces, excusamos decirlo; en tanto que á los demás españoles que tomaron parte tan directa en las diversas expediciones, — excepción hecha de Diego Méndezy Alonso de Ojeda,— no se les cita sino bajo el común nombre de cris- iianos: ó si algún hecho señalado obliga á don Fernando á citar á alguno, aprovecha la ocasión para mencionarle, sí, pero con detrimento.
Prueba más que podemos alegar en favor de la autenticidad del libro que hoy nuevamente se reimprime; pues ¿quién sino D. Fernando podría mostrar tanto interés en ensalzar al Almirante con perjuicio de todos los demás audaces expe- dicionarios?
La pasión resalta en todas las páginas escri- tas por D. Fernando Colón; por eso el historia- dor, que es ante todo actor apasionadísimo, por ser hijo del principal personaje de la epopeya, á despecho de la verdad histórica que le impone la más severa neutralidad, á veces en vez de olvidarse de quién es, para ser solo fiel narrador, no aparta la vista del Almirante, su familia y sus
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creencias. Y en tanto que al héroe le envuelve en nubes de gloria y lo eleva hasta el cielo, á sus émulos y enemigos los rebaja y ennegrece, ó todo lo más les concede la grandeza que pueden tener los envidiosos ó los malvados.
En cuanto al valor literario de esta obra, di- remos que sin artificios retóricos ni afectación, de una manera sobria, esta toda ella hermosa- mente escrita y sentida, y en todas las páginas brilla con mucha pureza el idioma castellano.
Véase una muestra del modo con que se des- criben las costumbres de los habitantes de aque- llas islas á la llegada de los españoles:
«Volviendo á nuestro descubrimiento, digo •que habiendo llegado á la isla de Guanara, »mandó el Almirante al Prefecto, D. Bartolomé »Colón, su hermano, qu3 fuese á tierra con dos «barcas, en la cual, hallaron gente semejante á » la de las otras islas, aunque no con la frente »tan ancha; vieron también muchos pinos y pe- •dazos de tierra, llamada Calcide, con la cual se >funde el metal, y de que algunos marineros, «pensando que era oro, cogieron algunos y los »tuvieron mucho tiempo escondidos. Hallándo- »se el Prefecto en la isla, con deseo de saber «sus secretos, quiso su buena suerte que llegase >una canoa, tan larga como una galera y de ocho pies de ancho, toda de una pieza y de la
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«misma hechura que las demás, la cual venía car- »gada de mercadurías, de las partes Occidenta* »le3 hacia Nueva-España; en medio de ella ha- • »bía un bulto de hojas de palma; no diferente »dcl que traen las góndolas en Venecia, que »llaman los venecianos Fclzi, el cual defendía »lo que estaba debajo, de manera qun no podían ohacer daño á nada de lo que iba dentro, las nllu'/ias ni las tempestades; debajo de este bulto «estaban los hijuelos de las mujeres, los mué- «bles y las mercadurías. Los hombres que la «guiaban, aunque eran 25, no tuvieron ánimo «para defenderse contra las barcas que los si- »guieron: tomada la canoa sin contraste fué lie-- «vada á los navios, donde el Almirante dio mu »chas gracias á Dios, viendo que era servid >■ »de darle muestra de todas las cosas de aquella- ntierra. en un instante y sin trabajo, ni peligro «de los suyos, y luego mandó sacasen de ella lo «que le pareció tenía mejor vista, como algunas >colchas y camisolas de algodón, sin mangas, ^labradas y pintadas con diferentes colores, la- «bores y algunos pañetes, con que cubrían sus «vergüenzas, de la misma labor, y algunas man-> i>tas con que se tapaban las indias de la canoa, «como suelen hacerlo las moras de Granada, «espadas de madera largas, con un canal en «cada parte, de filos de pedernal, que entre gen-
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)>te desnuda cortan como acero, y las hachuelas «para cortar leña eran semejantes á las de pie- »dra,qae tienen los demás indios, pero de metal, odel cual traían sonajas y crisoles para fundirle, «traían para bastimentos raíces y granos, como »los que co nen los de la Española y cierto vino »hecho de maíz, semejante á la yerba de Jngla »terra y muchas almendras de las que usan por »moneda en la Nueva-España, las cuales pare- »ció que estimaban mucho, porque cuando fue- »ron puestas las cosas que traían en el navio wnoté que cayéndose ale;unas de estas almen- »dras, procuraban todos cogerlas como si se «les hubiera caído un ojo, en cuyo tiempo pare- »cía que no podían acordarse de sí, viéndose sa- Dcar presos de su canoa, á nave de gente tan ex- »traña y feroz como somos nosotros, respecto »de ellos, aunque es la avaricia de los hombres »tant-i, que no debemos maravillarnos, de que ''«los indios la antepusiesen al miedo y al peli- »gro en que estaban; asimismo, digo que debían «estimar mucho su honestidad y vergüenza, por- »que si sucedía, que al entrar en las naves las ¡►mercaderías, se le desprendía á alguno; los pa- «ñetes con que se tapaban, llegaba un indio y »ponía la mano encima para taparle, y no la qui- i)taba hasta que se componía. Las mujeres se cu- wbrían el cuerpo y la cara, como hemos dicho
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»que hacen las moras de Granada, lo cual movió »al Almirante á tratarlos bien y á restituirles la Bcanoa y á darles algunas cosas, en trueque de »las que les había tomado para muestra y no de- »tuvo consigo sino á un viejo llamado Jumbe, al >parecer de mayor autoridad y prudencia, que »los otros, para informarse de las cosas de la tie- »rra, aunque algunos se brindaban á tratar con »los cristianos, tan pronta y fielmente, como el »indio lo hizo en todo el tiempo que nosotros «anduvimos corriendo todo el país, donde su «lengua se entendía y cuando llegamos á donde «hablaban otra lengua, el Almirante le premió, idándole algunas cosas, y le envió á su tierra «muy contento, lo cual sucedió antes de llegar «al cabo de Gracias-d-Dios, enla costa de la Ore- ■i ja, de que se hará mención.»
Y más adelante, en el capítulo XC, dice: «En esta costa saltó el Prefecto en tierra, la >mañana del día 14 de Agosto año i5«2 con las «banderas y los capitanes, y otros muchos de la larmada á oir misa, y el miércoles siguiente, «yendo las barcas á tierra para tomar posesión «de aquella región en nombre de los Reyes Cató- »licos, nuestros señores, concurrieron á la playa «más de 100 indios, cargados de bastimentos smirando á los nuestros, los cuales, luego que ■llegaron presentaron lo que traían al Prefecto y
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»se volvieron atrás sin hablar palabra. El Prefec- >to mandó entonces que se les diesen cascabeles, . Dcuentas y otras cosiUas, y les preguntó por se- rnas sobre las cosas de aquella región y por el «intérprete referido, aunque por hacer poco »tiempo que estaba con nosotros no entendía »b¡en á los cristianos, por la distancia, aunque apoca do su tierra á la Española, donde muchos »de los navios, habían aprendido lo indiano, y «entendía más á los mismos indios, pero que- »dando satisfechos estos de lo que se les había »dado, volvieron al mismo lugar al día siguiente «más de 200 cargados de varias suertes de bas- • «tinientos, con gallinas de tierra que son mejor »que las nuestras, ánades, peces tostados, habas »coloradas y blancas, semejantes á los fresóles, »y otras cosas nada diferentes de las de la Espa- >ñola, la tierra estaba muy verde y hermosa «aunque baja, habí;< en ella muchos pinos, enci- »nas y palmas de siete suertes, mirabolanos, que íllaman hovos en la Española, y casi todas las «otras frutas que se hallan en aquella isla. Así »mismo había muchos leopardos, ciervos y tara- »bién de los peces que hay en las islas y no se «conocen en Castilla. La gente de este país era «casi de la disposición de la de las otras islas, «pero no tenían las frentes anchas, ni mostraban «tener religión alguna; hay entre ellos lenguas.
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wdiíerentes y regularmente andan desnudos aun- »que traen cubiertas sus partes; algunos usan «ciertas camisolas, como las nuestras, que lle- »gan al ombligo y sin mangas, traen' labrados »los brazos y el cuerpo de labores moriscas, he- »chos con fuego que les hacen parecer extraños, jty algunos traen leones pintados, ciervos, casti- »llos con torres y otras figuras diversas, en lugar »de birretes traen los más algunos pañuelos de «algodón blancos y colorados y otros traen pen- »dientes sobre la frente algunos mechones de ncabellos: pero cuando se compouen para algu- »na fiesta se tiñen la cara, unos de negro, otros »de colorado, algunos se ponen rayas de varios «colores en la cara, otros se ponen en ella picos «de avestruces, otros dan de negro á los ojos y »así se adornan para parecer hermosos, aunque »verdaderamente parecen diablos.
Después, en el capítulo XCI, hace la hermo- sa descripción siguiente:
«El domingo á 25 do Septiembre siguiendo «así al Mediodía, surgimos en una isla llamada i>Qu¿ribiri y un pueblo de tierra firme llamado •nCariai^ que era de la mejor gente, país y sitio »que hasta allí habíamos hallado, asi porque era «alta la tierra, de muchos ríos y copiosa de árbo- «les altísimos, como porque era la dicha isla, esr ípesa llena de muchas manchas de árboles, así
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»de palmitos y mirabolandos,como de otras mu- »chas especies, por lo cual la llamó el Almirante »la Hticiia, dista una legua pequeña de Cariai, y »está cercana á un gran río donde concurrió infi- »nita gente de aquel contorno, muchos con arcos »y flechas y otros con bastoncillos de palma, ne- ngros como la pez y duros como hueso, cuya »punta estaba armada con espinas agudas de pe- »ces; otros con mazas ó gruesos bastones, los »cuales habían venido allí con ánimo de querer «defender la tierra; traían los hombres trenzados ílos cabellos y revueltos á la cabeza, y las muje- «res cortados como nosotros; viendo que e'ramos «gente de paz. mostraron gran deseo de querer «trocar nuestras cosas con las suyas, que son ar- »ma?, cobertores de algodón, camisas de las re «feridas y agujillas de Guanines, que es oro muy «bajo, el cual traían colgado al cuello como nos- »otros traemos el Agnus Dei, ú otra reliquia, «poro los cristianos ni aquel día, ni el siguiente «quisieron salir á tierra, ni el Almirante per- «mitió que se les tomase cosa alguna para que »no les tuviesen por hombres que deseaban lo >quc ellos tenían, antes les hizo dar muchas de «nuestras cosas.
«Los indios cuanto más veían que hacíamos ,,poco caso de rescatar, lo deseaban más,hacien- ;,do muchas señas desde tierra y extendiendo los
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^cobertores ¡como banderas, convidándonos á „que desembarcásemos, viendo finalmente que jjHÍnguno salía á tierra cogieron todas las cosas j.quo se les había dado y muy bien atadas las „pusieron en el mismo sitio dondehabían ido las „barcas á recibirlos y allí las hallaron los nues- „tros el miércoles que saltaron á tierra, y porque „los indios, vecinos á este lug ir, creían qae los „cristianos no se fiaban de ellos, enviaron á las „naves un indio viejo, de venerable presencia „con una bandera puesta en una asta, y dos mu- „chadas una de 8 años y otra de 14, las cua- „les metidas en la barca, hizo señal de que los „cristianos podían desembarcar seguramente y „por los ruegos de ellos salieron á tomar agua; „los indios estaban con gran cuidado de no hacer „señal ni otra cosa de que se espantasen los cris- „tianos, y cuando después los vieron volverse „á los navios, les hacían muchas señas para que „llevasen consigo los mozos que traían al cuello „Guaninis, y á instancias del viejo que los guiaba „fuimos contentos de traerlos, en lo cual solo „mostraban más ingenio de el que hasta entonces „se había visto en otros; pero en las muchachas ;,se observó una gran fortaleza, porque viendo los ^cristianos de tan extraña vista, trato y gencra- „ción, no dieron muestra de sentimiento, ni de „triateza, manteniéndose siempre con semblante
„alegre y honesto, y así fueron muy bien tratadas „por el Almirantey las hizovestir y comer, y des- „puéslas hizo llevar atierra, donde estaban 50 in- „díos y las recibió el viejo que las había traído, „alegrándose mucho con ellas. Volviendo aquel „mismo día las barcas á la ribera, hallaron los „mismosindios con las muchachas, las cualesres- „tituyeron á los cristianos todo lo que les habían »dado sin quedarse con cosa alguna. El día si- Dguiente salió el Prefecto á tierra para informarse »de estas gentes, y luego se le llegaron dos de los »más honrados á la barca donde estaba y tomán- »dole en medio por los brazos le hicieron sentar »en la yerba de la ribera, y preguntándoles algu- »nas cosas, mandó al escribano de la nave que «escribiesen lo que respondían, pero viendo »el papel y la pluma se albororaron de forma »que la mayor parte de los indios echó á huir »de miedo, al parecer de ser hechizados con apalabras ó señales, aunque verdaderamcn- „te ellos nos parecían á nosotros grandes he- „ch ¡ceros y no sin alguna razón, pues cuan- „do se acercaban á los cristianos esparcían „por el aire cierto polvo, á su vuelta y con „perfumes que echaban del polvo, hacían que „el humo fuese hacia los cristianos; demás „que el no querer recibir ninguna cosa, si- „no es restituirla, mostraba bastantemente la-
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„sospecha referida, pues según suele decirse^ „piensa el ladrón que todos son de su condi« „cíón.„
Madrid 23 de Marzo de 1892,
CONTINUACIÓN
DE LA
ESCRITURA
DE FRAY ROMÁN (paNE) DEL ORDEN DE SAN GERÓNDIO.
XVIII.
Cómo se vengan los parientes, sabida la res- imesta de los muertos.
Júntanse un día todos los parientes del muer- to, y esperan el Buhuitihu que le asistió, y le dan tantos palos, que le rompen las piernas, brazos y cabeza; de suerte que le machacan todo y le dejan así, creyendo que es muerto; por la noche dicen que vienen muchas culebras de diversas maneras, blancas negras, verdes y de otros ma- chos colores y lamen la cara y todo el cuerpo del dicho médico, que dejaron por muerto, y así VOL. II. I
2 FERNANDO COLÓN
se queda dos ó tres días; mientras está alli di- cen que los huesos de las piernas y de los bra- zos vuelven á juntarse y se soldán y que se le- vanta y vuelve andando poco á poco á su casa y los que le ven, le preguntan diciendo: «¿A^í> es- tabas tú muerto} t> Y él responde que los Cernís habían venido en su socorro, en forma de cule- bras, y ios parientes del muerto muy irritados, porque creían haber vengado la muerte de su pariente, al verle vivo se desesperan y procuran haberle á las manos, para matarle, y si le pueden cojer otra vez, le sacan los ojos y los testículos, porque dicen que ninguno de estos médicos puede morir por muchos palos y heridas que le den, si no le hacen esto.
Cómo saben lo que quieren, de los que queman y cómo se vengan.
Cuando descubren el fuego, el humo sube hacia arriba, hasta que le pierden de vista y re- china al salir del horno, vuelve después hacia abajo y entra en casa del Buhuitihu, y al in s-
MlSTORfA DEL ALMIRANTE 3
tante enferma, porque no guardó dieta y se lle- na todo de llagas y se pela todo el cuerpo, lo cual tienen por señal de no haber guardado die- ta y haberse muerto el enfermo por esto, y así procuran matarle como se ha dicho del otro, es- to es lo que suelen hacer en estos casos.
XIX.
Cómo hacen y tienen los Cernís de piedra, ó de 2Jalo.
Los de piedra se hacen de este modo: Cuan- do alguno camina dice que vé algún árbol, el cual mueve la raíz, se para el hombre con gran miedo, y le pregunta lo que es aquello y le res- ponde: Yo me llamo Buhuitihu^ y ese te dirá quién soy yo. Vá el indio al médico y le dice lo que ha visto y el bruto hechicero, vá corriendo al instante al árbol de que le ha hablado el otro; y se sienta junto á él y toma la Cogioba, como hemos dicho en la historia de los cuatro herma- nos. Hecha la Cogioba, se levanta en pie y refie- re todos sus títulos, como si fueran de un gran señor y le pregunta: ¿Dime quién eres? ¿y qué haces aquí? ;Qué quieres de mí? ¿Por qué me has
4 FERNANDO COLÓN
hecho llamar? ¿Dime si quieres que te corte ó venirte conmigo, que yo te daré una casa con una heredad? Entonces el árbol ó Cemis, hecho • ídolo, ó diablo, le responde diciéndole la forma en que quiere que lo haga y él le corta y labra en el modo que le ha ordenado, le fabrica su casa con la posesión y le hace la Cogioba mu- chas veces al año, cuando le hace oración, para agradarle y preguntar ó saber algunas cosas malas ó buenas del dicho Cemis, y también para pedirle riquezas,
Cuando quieren saber si alcanzan victoria de sus enemigos, van á una casa donde no en- tran más que los indios principales, y su señor es el primero que hace la Cogioba, y toca; en tanto que hace la Cogioba, ninguno de los que están en sü compañía habla hasta que el Cacique aca- ba de hacerla; en habiendo acabado hace su ora- ción, está un poco de tiempo con la cabeza vuelta y los brazos sóbrelas rodillas; luego álzala cabe- za mirando al cielo, y habla; entonces todos responden á un tiempo en voz alta, y habiendo hablado todos dando gracias, cuenta la visión que ha visto embriagado con la Cogioba que había tomado por las narices, la cual se sube á la cabeza, y dice haber hablado con el Cemis y que han de alcanzar victoria, ó que huirán los enemigos, ó que habrá gran mortandad, ó gue-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 5
rras, ó hambre, según lo que se le ocurre estan- do borracho. Considerad como tendrá el juicio y la cabeza, porque ellos mismos dicen que les parece que ven las casas vueltas de arriba á abajo, y que los hombres andan con la cabeza, los pies hacia el cielo. Esta Cogioba la dan también á los Cemis de piedra y de palo, como á los cadáveres, que hemos dicho arriba.
Son los Cemis de piedra de diversa manera; algunos dicen que son los que sacan los médi- cos del cuerpo á los enfermos, y tienen por se- guro que son los mejores para hacer parir las preñadas; hay otros que hablan, que tienen figu- ra de un nabo gordo, con las hojas extendidas por tierra y largas como las de las alcaparras, las cuales regularmente tienen forma de ho- jas de olmo, otros tienen tres puntas y creen ser producidas de la yuca; son semejantes al rábano, y otras tienen seis ó siete puntas, que no sé á qué compararlas, por no haber visto una semejante á ellas en España ni en otra parte. El tallo de la yuca es de un estado de alto. Di- gamos ahora la creencia que tienen en lo que toca á los ídolos y á los Cemis, y de los gran- des engaños que reciben de ellos.
FERNANDO COLÓN XX
De los Cernís, Btigia y Braidama,
Dicen que cuando hubo aquí guerras, que- maron al Cemis Bugia, y lavándole después con zumo de yuca, le crecieron los brazos y el cuer- po y le nacieron los ojos otra vez; la yuca era pequeña y con el agua y el zumo referido, la la- vaban para que engordase y afirman que daba enfermedades á los que habían hecho este Ce- mis, por no haberle llevado de comer yuca. Te- nía por nombre este Cemis, Braidama^ y cuando alguno enfermaba llamaban al Buhitihu, y lo preguntaban de que había procedido su enfer- medad, y respondía que Braidama le había en- viado de comer con los que tenían cuidado de su casa y esto decía que se lo había dicho el Cemis Braidama.
HISTORIA DEL ALMIRANTE
XXI.
Del Cemis de Guamorete.
Dicen que cuando hicieron la casa de Gua- morete, el cual era hombre principal, pusieron un Cemi, que él tenía, y se llamaba Corocote, encima de la casa, y cuando tenían guerra entre ellos y los enemigos de Guamorete, abrasaron la casa en que estaba Corocote, dicen que en- tonces se levantó en alto el Cemi. y se fué á distancia de un tiro de ballesta, y que cuando estaba sobre la casa, bajaba y dormía con las mujeres, y después de muerto Guamorete vino el Cemi, á poder de otro Cacique, y todavía dormía con ellas, y dicen más, que en la cabeza le nacieron dos coronas, por lo cual decían: «pues que él tiene dos coronas, cierto es ser hi- >jo de Corocote,» y esto lo tenían por ciertísi- mo. Después tuvo este Cemi, otro Cacique lla- mado Guatabanex, y su lugar se llamaba Sar caba.
FERNANDO COLON
XXII.
De otro Ccmis, que se llamaba Opigielguo- viran.
Este le tenía un hombre principal que se lla- maba Cavavaniovava, que tenía muchos vasallos. Dicen que este Cernís tenía cuatro pies como de perro, y es de palo, y que muchas veces por la noche salía fuera de casa y se iba á las selvas, donde iban á buscarlo y le traían atado con sogas, pero él volvía á las selvas; y cuando los cristianos llegaron á la Española, dicen que se escapó y se fué á una laguna y que por las huellas le siguieron, pero que no le vieron mas ni saben otra cosa de esto. Como lo compré lo vendo.
XXIII.
De otro Cemis que se llama Guahancex.
Este Guabancex estaba en tierra de un gran Cacique de los más principales, llamado Auma-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 9
tex, el cual Cemis, es mujer y dicen que tiene otros dos en su compañía, el uno es pregonero y el otro recogedor y gobernador de las aguas; y cuando Guabancex se enfurece dicen que ha- ce mover el viento y el agua y echa por tierra las casas, y derriba los árboles; este Cemis dicen que es mujer, y hecho de piedra de aquel país y los otros dos que están en su compañía, el uno se llamaba Guatauba, y es pregonero, porque van los dos por mandato de Guabancex áque todos los Gemines de aquella provincia, ayu- den á hacer mucho viento y agua. El otro se lla- ma Coatrisquta, que dicen recoge las aguas en los valles entre las montañas , y después las deja correr, hasta que con las avenidas destru- yen el país; lo cual tienen ellos por muy cierto.
XXIV.
De lo que creen de otro Cemix, que se llama Taraguhaol.
Este Cemis es de un principal Cacique de la Española y es ídolo á quien dan diversos nom- bres, el cual fué hallado del modo que conta-
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ré. Dicen que en los tiempos pasados no sabea cuanto hace, un dia andando á caza dieron con cier- to animal, que huyendo, corrierron tras élyse les metió en un hoyo, y estándole mirando, vieron una viga que parecía que estaba viva; viendo es- to el cazador fué á avisar á su señor, que era Cacique y padre de Guayaronel y le dijo lo que había vi.>?to, fueron allá y hallaron lo que el ca- zador decía, y junto á aquel trono le fabricaron una casa; dicen que sale de ella diversas veces, y va al sitio de donde le habían traído, ó cerca de él, por lo cual él señor referido ó su hijo Gua- rayonel, le enviaron á buscar y le hallaron es- condido y otra vez le ataron y le metieron en un saco, y con todo esto andaba como antes, lo cual tiene por cosa ciertísima aquella gente ig- norante.
XXV.
De lo que afirmaban.
Uno de estos Caciques se llamaba Caciba- quel, padre desdicho Guarayonel, y el otro Gama- nacoel; decían que aquel gran señor que está en
HISTORIA DEL ALMIRANTE I I
el cielo como en el principio del libro va escri- to; es Cacibu, que hizo una abstinencia en este lugar, que comunmente hacen todos los indios, porque están encerrados seis ó siete días, sin comer otra cosa que zumo de yerbas, con el cual se lavan también. Acabado este tiempo to- man alguna cosa que les sirve de alimento y mientras han estado sin comer, aseguran haber visto alguna cosa, que desean, por la debilidad, que tienen en el cuerpo y la cabeza, y todos ha- cen este ayuno, á honra de los Cemis que tie- nen, para saber si alcanzarán victoria de sus ene- migos, ó por adquirir riquezas, ó por cualquiera otra cosa que desean , y dicen que este Cacique habiendo hablado con Jocawaghama, le había dicho que cualquiera que después de su muerte quedase vivo, gozaría poco su dominio, porque vería en su tierra una gente vestida, la que ha- bía de dominarlos y matarlos, y hacer que se mu- riesen de hambre; ellos pensaron primero que éstos habian de ser los Caníbales, pero conside- rando que no hacian otra cosa, sino hurtar y huir, creyeron, que sería otra gente la que de- cía el Ccmis; y ahora creen que es el Almiran- te y la gente que trae consigo.
Quiero ahora contar lo que vi y pasó cuan- do yo y otros frailes estábamos en Castilla; y yo Fray Román, pobre heremita, quedé y me fui á
12 FERNANDO COLÓN
la Magdalena, á una fortaleza, la cual hizo fabri- car Don Cristóbal Colón, Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, por mandato del Rey Don Fernando y de la Reina Doña Isabel, nuestros señores.
Estando, pues, en aquella fortaleza en com- pañia de Artiaga, capitán de ella, por mandado de D. Dristóbal Colón, quiso Dios iluminar con la luz de la Santa fé Católica, toda una casa de la gente principal de la dicha provincia Mag- dalena, la cual se llamaba antes, MaroUs y el señor de ella Guavavoconel^ que quiere decir hi- jo de Guavaenechm\ en esta casa viven sus cria- dos, ó servidores y favorecidos, que por sobre- nombre tienen, el de Jauva Variu, y entre todos eran diez y seis personas, parientes todos y en- tre ellos cinco hijos varones, de éstos uno mu- rió y los otros cuatro recibieron el agua del San- to Bautismo; y creo que murieron mártires, co- mo se vio en su muerte y constancia; el primero que recibió la muerte ó el agua del Santo Bau- tismo, fué un indio llamado Gunticaba, que des- pués se llamó Juan. Este fué el primer cristiano que padeció cruel muerte y cierto me parece que la tuvo de mártir, porque he oído algunos que se hallaron en ella, que d ecía: Dios Aboriadacha, que quiere decir,j'* soy siervo de Dios, y así mu- rió su hermano Antonio, y con el otro diciendo
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lo mismo que él. Toda la gente de esta casa es- tuvo en mi compañía y hacían cuanto me agra- daba; los que quedaron vivos y viven hoy, son cristianos, por ahora, del referido Don Cristóbal Colón y ahora hay muchos más cristianos por la gracia de Dios.
Digamos ahora lo que nos sucedió en la is- la de la Magdalena, y hallándome en ella vino el dicho señor Almirante en socorro de Artiaga y de algunos cristianos, que estaban sitiados por los enemigos, subditos de un Cacique que se llamaba Caonao, y me dijo el Almirante que en la provincia de la Magdalena, Marolis tenía di- versa lengua que la otra y que no la entendían en toda la tierra, pero que yo fuese á estar con otro Cacique, llamado Guarionex, señor de mu- cha gente, cuya lengua se entendía por toda aquella tierra; con lo cual, de su orden me íuí á estar con el dicho Guarionex, aunque es verdad que yo dije al señor Gobernador D. Cristóbal Colón: «Señor, ¿cómo quiere V. S. que yo vaya »á estar con Guarionex, no sabiendo otra lengua sque la del Marolis? déme V. S. licencia para sque venga conmigo alguno de los de Huhuici», que después fueron cristianos y sabían ambas lenguas, lo cual me concedió, y me dijo que lle- vase conmigo á quien yo más quisiese, y Dios por su bondad me dio por compañero el mejor
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de los indios y el más práctico en la santa fé católica, y después me le quitó; sea Dios bendi- to, que me le dio y me le quitó, que verdadera- mente yo le tenía por mi buen hijo y hermano, y era el Juai Cabana que después fué cristiano y se llamó Juan; de las cosas que pasamos aquí, yo, po- bre hermitaño, no diré cosa al3una, y como parti- mos yo y Juan Cabanay fuimos á la Isabela y es- peramos al señor Almirante, hasta que volvió del socorro que dio á la Magdalena; y luego que llegó fuimos á dondj nos había mandado, en compañía de uno que se llamaba Juan de Agia- da, á cuyo cargo estuvo una fortaleza; el Gober- nador D. Cristóbal Colón, hizo fabricar á media legua t-'c donde nosotros habíamos' de residir, y mandó el señor Almirante al dicho Juan de Agiada, que nos diese de comer de lo que tenía en la fortaleza, la cual se llamaba la Concep- ción, estuvimos con aquel Cacique Guarionex dos años enseñándole siempre nuestra santa fé católica y las costumbres de los cristianos, y al principio mostró buena voluntad y dio esperan- za de hacer todo lo que quisiésemos y de ser cristiano, diciendo que le enseñásemos el Padre Nuestro, el Ave-María y el Credo, que aprendie- ron muchos de su casa, y él cada mañana decía sus oraciones y hacía que las dijesen todos los de su familia, pero después se enfadó y dejó es-
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te bilpn propósito, por culpa de otros principa- les de la tierra, que le reprehendían que quería obedecer á la ley cristiana, siendo así que los cristianos eran perversos, y le tenían tomada su tierra por fuerza, por lo cual le aconsejaban, que no cuidase más de las cosas de los cristianos, sino que se concordasen y conjurasen á matar- los, porque no era posible satisfacerlos y ha- bían determinado no seguir sus acciones en mo- do alguno.
Viendo nosotros que se distraía y que olvi- daba lo que le habíamos enseñado, resolvimos dejarle é irnos á donde pudiésemos hacer más fruto, enseñando á los indios y amaestrándolos en las cosas de la santa fé, y así fuimos á otro Cacique principal, el cual nos mostraba buena voluntad diciendo quería ser cristiano, el cual se llamaba Maviatúe. Al segundo día que partimos del pueblo y habitación de Guarionex, para ir á la tierra del referido Maviatúe, yo, Fr. Román Pa- ne, pobre heremitay Fr. Juan Borgoñón, del or-> den de San Francisco y Juan Mateo, el primero que recibió el bautismo en la Española, la gente' de Guarionex fabricaba una casa cerca de otra de la oración, en que dejamos algunas imáge- nes para que se arrodillasen y rogasen delante de ellas y tuviesen este consuelo los Catecúme- nos, que eran la madre, hermanos, y parientes del
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dicho Juan Mateo, primer cristiano, á quier se juntaron otros siete y después todos los de su casa se hicieron cristianos y perseveraron en el buen propósito, según nuestra santa fé, de ma- nera que toda la casa referida quedaba en guar- da de la oración y de algunas posesiones que yo había labrado y hecho labrar.
Habiendo quedado estos en guarda de la di- cha casa, el segundo día después que partimos, fueron seis hombres á ella, y de orden de Gua- rionex les dijeron á los siete Catecúmenos que habían quedado en custodia, que tomasen las imágenes que Fr. Román les había dejado para guardar y las rompiesen y descuartizasen, por- que habiéndose ido Fr. Román y sus compañe- ros, no sabrían este hecho. Aquellos seis cria- dos de Guarionex, que fueron á la casa de ora- ción, hallaron seis niños que la hacían guardia, y temiendo lo que después les sucedió, los mu- chachos, adiestrados, dijeron que no querían que entrasen, mas ellos entraron por fuerza y quitaron y se llevaron las imágenes.
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XXVI.
De lo que sucedió con las imágenes^ y el mi- lagro que Dios hizo para mostrar su poder.
Luego que salieron de la casa de la oración, las enterraron y pisaron encima diciendo: j4/w- rci serán buenos y grandes tus frutos, y esto por- que hicieron esta maldad en un campo bien labrado, diciendo Que no seria bueno el frut» p»rque estaba sembrado allí todo, por vituperio. Visto esto por los muchachos que guardaban la casa de oración, por orden de los Catecúme- nos, fueron luego á sus mayores, que estaban en sus haciendas, y ios dijeron que la gente de Gua- rionex había destrozado y vituperado las imáge- nes; oído esto por ellos dejaron lo que estaban haciendo y fueron gritando, á hacerlo saber á D. Bartolomé Colón, que entonces tenía el go- bierno por su hermano el Almirante^ que había vuelto á Castilla; el cual, como virrey y gober- nador de la isla, fulminó proceso contra los mal- hechores, y sabida la verdad, hizo quemar los dc-
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lincuentes, pero no por esto los demás subditos depusieron el mal ánimo de matar un día á los cristianos, señalando, en el que iban á pagar el tributo; pero ese mismo día, descubierta su trai- ción, fueron presos todos los que iban conjura- dos, y sin embargo perseveraron en el mismo propósito, dando muerte á cuatro hombres y á Juan Mateo y Antonio, su hermano, los cuales habían sido bautizados, y después fueron donde estaban las imágenes y las hicieron pedazos. Pa- sados algunos dias, mandó el señor de aquel cam- po sacar el Agí, que son raíces semejantes á los nabos y á los rábanos, y en el lugar donde estaban enterradas las imágenes habían nacido dos ó tres Agis, como si los hubiesen puesto uno encima de otro, en forma de cruz, ni era posible que kombre alguno hallase cruz semejante, pero la encontró la madre de Guarionex, que era la peor mujer que yo conocí en aquellas partes, la cual lo tQVO por gran milagro, y dijo al castella- no de la fortaleza de la Concepción: — «Dios ha hecho este milagro donde estuvieron enterradas las imágenes, y él sabe por aquí.> — Digamos aho- ra cómo se hicieron cristianos los primeros que recibieron el santo bautismo, y lo que es necesa- rio ejecutar para hacerlos cristianos á todos. Es cierto que la isla tiene gran necesidad de gente para castigar los señores que no quieren entrar
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en que aquellos pueblos entiendan las cosas de la santa fé católica, y " J..» los enseñar, y pueden decir con verdad, qtie ni pueden ni saben con- tradecirlos, y que me he fatigado por saberlo para tener certidumbre de ello, como se colegi- rá de lo que hasta ahora hemos referido, y al buen entendedor bastan pocas voces.
Los primeros cristianos de laisla Española, son los que hemos dicho arriba, conviene á ' saber, Ganauvariu, en cuya ^a^a hal)ía diecisiete perso- nas,que todas seb iuiiza,io.i, haciéndoles conocer I que hay un Dios, el cual hizo todas las cosas y crió el cielo y la tierra, lo cual fácilmente creían, pero con otros habia necesidad de más eficacia é ingenio, porque no todos somos de una misma naturaleza, puesto que si aquellos tuvieron buen principio, y mejor fia, no les sucedería á otros así que suelen empezir bien y después se burlan de lo que les han enseñado, por lo cual se necesita de fuerza y de castigo. El primero que recibió el santo bautismo en la isla de la Española fué Juan Mateo, que se bautizó el día del evangelista San Mateo, del año 1496, y después toda su casa, donde hubo muchos cristianos, y hubiera más si hubiesen tenido personas que los enseñasen y que les refrenasen, y si alguno pregunta por qué tengo por tan fácil este negocio, digo, que por- que lo he visto con experiencia, y especialmente
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en un Cacique principal llamado Mahuviaiivire, el cual ha más de tres años que continúa en la buena voluntad de querer ser cristiano y ofrece que no tendrá más de una mujer, porque suelen tener dos y tres, y los principales diez, quince y veinte.
Esto es lo que yo he podido comprender y saber acerca de las costumbres y ritos de los indios de la Española, por la diligencia de que he usado, por lo ciial no pretendo ninguna utili- dad espiritual ó temporal; plegué á Dios nuestro Señor que si esto es para su servicio, me dé gra- cia para poder perseverar, y si no me quite el entendimiento.
FIN DE LA OBRA DEL POBRE HEREMITA FR. ROMÁN PANE.
CAPÍTULO LXII.
Cómo el Almirante volvió á España á dar
cuenta á Zo>* R'.ys Católicos, del estado en
qus había dejado la isla.
Volviendo á lo principal de nuestra histo- ria, digo que el Almirante habiendo ya paci- ficado la isla, y fabricado la ciudad de la Isabela, aunque pequeña, y tres fortalezas por la tierra, resolvió volverse á España á dar cuenta á los Reyes Católicos de mu- chas cosas que le parecía convenían á su real servicio, especialmente por ocasión de muchas personas mal inclinadas y mordaces, que movi- das de envidia y malignidad, no dejaban de in- formar mal á los Reyes de las cosas de las In- dias, en deshonor y perjuicio del Almirante y
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de SUS hermanos: por lo cual se embarcó el jue- ves lo de Marzo del año de 1496, con doscien- tos cristianos y treinta indios, y al amanecer ten- dió las velas en el pnerto de la Isabela y vol- teando con vientos Levantes, partió por la cos- ta abajo, con dos carabelas; la una llamada Sania Cruz, y la otra la Niña, que eran las mis- mas en que había ido á descubrir la isla de Cuba, pero porque los vientos eran por la mayor parte Levantes, viéndose con necesidad de bastimen- tos, y con la gente muy flaca y afligida, tuvo propósito de v^ver hacia Mediodía, y tomar tie- rra en las islas de los caribes el día 6 de Abril y con efecto, llegó á ellas en tres días y dio fon- do, en Marigalante, el sábado á 9 de Abril; y el día siguiente, porque no tenía costumbre de levar áncoras, estando en puerto los domin- gos por lo que murmuraba la gente, de que yendo á buscar de comer, no debían observar las fiestas con tanta puntualidad; y así fué á surgir á la isla de Guadalupe y envió las barcas á tie- rra bien armadas, pero antes de llegar, salieron del bosque muchas mujeres armadas con arcos, flechas y penachos, en acción de querer defen- der la tierra, por lo cual y también porque el mar estaba alborotado, los de las barcas, sin lle- gar á tierra enviaron dos indios de los que traían de la Española, nadando, de los cuales las mu-
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jeres, se informaron particularmente de los cris- tianos, y habiendo entendido que no buscaban más que bastimentos á trueque de las cosas que llevaban, dijeron que fuesen á la otra parte del Norte, con los navios donde estaban sus maridos, los cuales les proveerían de todo lo que quisie- sen; navegando bien cerca de tierra, vieron en la orilla mucha gente cargada de arcos y fle- chas, los cuales disparaban sobre los nuestros, con gran atrevimiento y ruido, aunque en vano porque no alcanzaban las flechas, pero viendo que las barcas armadas querían tomar tierra, se retiraron los indios á una emboscada, y cuando ya llegaban á ella, los embistieron para impedir el desembarco. Pero espantados de las escope- tas, que se disparaban desde las barcas, se vie- ron precisados á retirase al bosque, abandonan- do sus casas y haciendas, en las cuales entraron los cristianos robando y destruyendo lo que ha- liaban, y porque sabían el modo de hacer su pan, empezaron á manejar la masa y hacer pan, de modo que se hizo la provisión que necesita- ban. Entre otras cosas que hallaron en las ca- sas, había papagayos grandes, miel, cera y hie- rro, de que tenían hachuelas, conque partían las cosas, y telares como de tapetes en que te« jian sus camas; las casas eran cuadradas, no re- dondas como en las demás islas se usa, y en
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una de ellas fué hallado un brazo de hombre, puesto á asar en un asador.
En tanto que se hacía el pan, envió el Almi- rante cuarenta hombres por la tierra á saber al- guna cosa de ella, y su disposición y calidad, los cuales volvieron al día siguiente con diez mujeres y tres niños presos; la demás gente hu- yó y entre las presas había una que era mujer de un Cacique que apenas la podia alcanzar un Ca- nario velocísimo y atrevidísimo, que de Cana- rias había llevado consigo el Almirante y aún se hubiera escapado, sino como la india le vio sólo, pensó prenderle y habiendo llegado á luchar, el Canario no podía resistirla, y si no llegan los cris- tianos en su socorro le ahoga. Estas indias traen las piernas fajadas con algodón hilado, para que parezcan gordas, y llaman Cairo á este adorno, el cual, tienen por gran gentileza, y se le aprie- tan de tal suerte que si por algún motivóse desfa- jan queda la parte de pierna desfajada muy del- gada.
En Jamaica usan de lo mismo, hombres y mu- jeres, y aún se fajan los brazos, hasta el sobaco; esto es, la parte más delgada á modo de los braones, que usábamos antiguamente nosotros. Son asimismo estas mujeres gordísimas, y había alguna de brazo y medio y más de gordura, y en lo demás eran proporcionadas, y cuando los
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hijos pueden tenerse en pié, los dan un arco pa- ra que aprendan á flechar, y todas traen los ca- bellos largos y sueltos por la espalda sin traer nada de su cuerpo cubierto. Contaba la Señora ó Cacica cautiva, que toda aquella isla era de mujeres, y que las que no habían querido dejar llegar las barcas á tierra eran mujeres excepto cuatro hombres que se habían hallado allí casual- mente, de otra isla; porque en cierto tiempo del año solían venir á deleitarse, y que esto lo hacían también las de otra isla, que llaman Matinino, de las cuales refería lo mismo que se cuenta de las amazonas, el Almirante lo creyó por lo que vio en esta India y por el ánimo y fuerzas que mos- traron; y también dicen que parece que tienen más razón, que las de las otras islas, porque en otros lugares no sabían más de cuenta de tiempo que ser el día lo que duraba el sol, y la noche la luna, pero estas indias contaban los tiempos por las otras estrellas, diciendo cuando el carro se levanta, ó tal estrella va al monte, entonces es tiempo de hacer esto ó aquello.
CAPITULO LXIII.
Cómo el AI>mrante partió á Castilla desde la isla de Guadalupe.
Después de haber hecho todo el pan que bas- taba para veinte días, con otro tanto que tenían en los navios, determinó el Almirante seguir su viaje á Castilla, pero viendo que aquella isla era como una escala y puerta á las demás islas, qui- so primero dejar contentas aquellas indias, con algunas dádivas, en satisfacción de los daños que las habían hecho, y así mandó ponerlas en tierra excepto la Cacica, la cual quedó contenta en ir con el á Castilla, trayendo una hija suya, en compañía de los demás indios que se traían de la Española, uno de los cuales era el Rey Caonabo, de quien se había dicho que era el mayor y de más nombre d«
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la isla y este porque no era natural de ella, sino de los Caribes, y por eso la Cacica quiso venir á Castilla con el Almirante, el cual, después que se proveyó de agua, pan y leña, dio al viento las velas, miércoles á 20 de Abril y partió de aque- lla isla de Guadalupe, con viento escaso y mu- chas calmas, prosiguió su viaje, navegando por el grado 22, cuando más ó cuando menos, según los vientos requerían, porque entonces no se te- nía experiencia de meterse bien hacia el Norte para hallar los vientos vendábales, por lo cual ha- biendo navegado poco, y siendo la gente mucha, empezaron á 20 de Mayo, á padecer gran tribu- lación por falta de bastimentos, que era tanta, que solo le daba á cada uno, de ración, seis on- zas de pan, y cuartillo y medio de agua, sin otra cosa, y aunque iban ocho ó diez pilotos en aque- lla carabela, ninguno sabía dónde estaban, sino el Almirante que tenía por muy cierto estar un po- co al Occidente de las islas de los Azores de que daba razón en su itinerario, diciendo: «Esta ma- »ñana Noruestaban las agujas flamencas, como ■suelen, una cuarta y la Ginovesas, que solían «conformarse con ellas no Noruestaban sino po- »co y en adelante habian de Noruestar yendo al «Leste, que es señal que nos hallábamos cien le- >guas, ó poco más al Occidente de las islas de »los Azores, porque cuando estuviéramos á cien-
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»to, entonces estaba el mar en poca yerba de »ramillos esparcidos y las agajas flamencas, No- •ruestaban una cuarta, y la Ginovesas, herían el wNorte y cuando estuviéramos más al Leste-Nor- >deste harían alguna cosa.» Loque se verificó de repente, el domingo siguiente á 22 de Mayo, de cuyo indicio y de la certidumbre de su pun- to conoció eutoaces que se hallaba cien leguas distante de los Azores, de que se maravilló él I mismo, y atribuíala razona la diferencia del imán con que se templan las agujas, porque hasta aquella h'nea todas Noruestaban una cuarta, y aquí las unas perseveraron y las otras que eran las Ginovesas, herian la estrella d^l Norte justamen- te y lo mismo se verificó al día siguiente 24 de Mayo.
Siguiendo su viaje, miércoles á 8 de Junio, andando todos los pilotos como ciegos y perdi- dos llegaron á viota de Odimira, que está entre Lisboa y el cabo de San Vicente, habiendo pa- sado muchos dias, que todos loi otros pilotos se acostaban siempre á tierra, excepto el Almirante que la noche antes templó la furia de las velas con temor del peligro de tierra, diciendo que hacía esto, porque yase hallaban al Cabo de San Vicente, de lo cual se reían todos, afirmando algu- nos, que estaban en el canal de Flandes, y otros^en Inglaterra; y los que erraban menos decían que en
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Galicia, y por esto no debían amainar, pues me- jor era perecer en tierra, que morir en la mar del hambre que padecían, la cual fué tan grande, quemuchos querían comerse los indios quetraíany otros por reservar lo poco que se les daba, que- rían que fuesen echados en el mar como lo hu- bieran hecho si el Almirante, no mostrara gran rigor para evitarlo, considerando que eran sus prójimos y cristianos y que en razón no se de- bían tratar menos bien que á los demás, por lo cual plugo á Dios premiarle, con darle, á la ma- ñana siguiente la tierra, que él les había prome- tido, de que resultó, que después, fué tenido por sapientísimo y divino, en la navegación, por la gente de mar.
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CAPITULO LXIV.
Cómo el Almirante llegó á la corte y de la expedición que le encomeniaron los Reyes Ca- tólicos á su vuelta á las Indias.
Llegado el Almirante á tierra de Castilla, empezó prontamente á disponer su partida para la ciudad de Burgos, donde fué bien recibido de los Reyes Católicos, que estaban, allí á celebrar las bodas del serenísimo Príncipe D. Juan su hijo, con madama Margarita de Austria, hija del Empe- rador Maximiliano, que había entonces llegado y había sido recibido solemnemente con la mayor parte de señores, y la mejor y más ilustre gen- te que hasta entonces se había visto junta en Es- paña; pero las particularidades y grandezas de
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esta función, aunque yo estuve presente, por ser paje del referido Príncipe, no las contaré, así porque uo pertenecen á la historia, como porque los cronistas de sus Altezas tendrán este cuida- do; y volviendo á lo que toca al Almirante, digo que habiendo llegado á Burgos, hizo un gran presente á los Reyes Católicos, de muchas cosns y muestras que traía de las Indias, así de diversidad de pájaros y animales, como de árboles, plantas, instrumentos y otras cosas de que los indios se sirven en sus casas y placeres, y así mismo de muchas máscaras y cintas con varias figuras, ea las cuales, en lugar de ojos y orejas, solían po- ner los indios hojas de oro, y además mucho oro en grano, como le produjo la naturaleza, peque- ño y grueso como habas y garbanzos y algunos granos como huevos de paloma, bien que des- pués no fué tan estimado porque se halló peda- zo grande de oro que pesaba más de treinta li bras, pero entonces, con la esperanza de lo que habría después, se estimaba por gran cosa, y como tal lo recibían los Reyes Católicos con mucha alegría y lo tuvieron en gran servicio .
Después que el Almirante hizo la relación de todo lo que pertenecía al beneficio y población de las Indias, quería volverse á ellas prontamen- te, con temor de que faltando él, sucediese al- gún desastre ó desventura, mayormente cuando
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do¡había dejado la gente en gran necesidad demu- chas cosas que habían menester todos para su ma- nutención; pero aunque él hizo su instancia en esto, como las cosas de la corte suelen ir des- pacio, no pudo ser despachado tan brevemente, que no pasasen diez ú once meses antes de al- canzar la expedición de dos navios, que fueron delante con socorros, de que era capitán Pedro Fernández Coronel,
Partieron estos en el mes de Febrero del año 1498 y el Almirante quedó solicitando el resto de la armada que para su vuelta de las Indias era necesaria; pero no pudo tan presto ver el fin sin que pasase más de un año, estándose para esto en Burgos y en Medina del Campo, donde estando la corte el año de 1499, le concedieron los Reyes Católicos muchas gracias y provisio- nes, no solo pertenecientes á sus negocios y es- tado, sino es al buen gobierno y provisión de las cosas de Indias, de lo cual quiero aquí hacer re- lación para que se sepa la buena voluntad que los Reyes Católicos tuvieron entonces de gratifi- car sus méritos y servicios y cuánto se mudó es- to después, por las malas informaciones de envi- diosos y malignos, que motivaron le hiciesen tan- tos agravios como diremos después. Pero vol- viendo á su partida desde la corte á Sevilla, di- go que aun aquí, por culpa del mal gobierno de
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los ministros reales, y especialmente de un don Juan de Fonseca, arcediano de Sevilla, se detu- vo el despacho de la armada, mucho más de lo que convenía, de que nació que el dicho D. Juan, que fué después arzobispo de Burgos, tuvo con- tinuadamente odio mortal al Almirante, y á sus cosas y se hizo cabeza de los que trataban de ponerle en desgracia de los Reyes Católicos, y aun D. Diego, mi hermano, y yo que habíamos servido de pajes al Príncipe D. Juan, que había muerto entonces, participamos de su tardanza, y no quedamos exentos de la corte hasta que al tiempo de su partida nos envió, á ii de Noviem- bre del año de 1499, desde Sevilla, á servir de pajes á la serenísima Reina doña Isabel, de glo- riosa memoria.
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CAPÍTULO LXV.
Cómo el Almirante salió de Castilla á desoí- brír la tierra firmí de Paria.
Siguiendo, pues, el Almirante su expedición á fuerza de brazos, con mucha diligencia se hizo á la vela en el canal de San Lucar de Barrame- da, á 30 de Mayo de 1498, con seis navios carga- dos de vituallas y otras cosas necesarias á la pro- visión y socorro de la gente de la población de la Española; y el jueves á 7 de Junio llegó á la isla de Puerto Santo, donde oyó misa y se quedó á proveer de agua, leña, y lo demás que necesita- ba y luego siguió su camino el mismo día, á la vuelta de la Madera, á donde llegó el día siguien- te, á 10 de Junio y en la villa de Funchal, se
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le recibió muy bien y se le trató mejor por el capitán de aquella isla, con el cual, estuvo algu- nos días para prevenirse, délo que habia menes- ter hasta el sábado después de mediodía, que se hizo á la vela, y el martes 19 de Junio llegó á la Gome'a, donde halló un navio francés, que había apresado, dos naves castellanas, el cua? luego que vio la armada del Almirante, huyó, y éste creyendo que fuesen navios mercantiles y que huian de miedo, imaginando acaso, que fuese francés, no cuidó de seguirlos, hasta que estan- do yamuy lejos, habiendo sabido ciertamente lo que era, envió tras ellos tres de sus navios y con el miedo que tuvieron de ellos los franceses, de- jaron uno de los apresados y huyeron con los otros dos, sin que los del Almirante pudiesen al- canzarlos, y también pudieran haberse llevado el otro, sino le hubieran abandonado porque cuando el Almirante apareció en el puerto, no tuvieron lugar con el miedo y la turbación de prevenirle de la gente necesaria; de modo que en él no ha- bía sino cuatro franceses y seis españoles, los cuales viendo el socorro que les venía se alza- ron contra los franceses, y los metieron debajo de cubierta, con el auxilio de los navios del Al- mirante y volvieron con élal puerto, dejándosele el Almirante á su patróny hubiera castigado á los franceses á no haberse interpuesto el gobernador
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Alvaro de Lugo, y todos los de la tierra, los cua- les se los pidieron, para trocarlos por los seis vecinos que se llevaban los franceses prisione- ros, y él se los dio de muy buena gana.
Apresurando después su expedición, se hizo á la vela el jueves 21 de Junio, la vuelta dejla Is- la 'de Hierro, y desde aquí determinó enviar tres navios de los seis de su armada, la vuelta de la Española, é ir con los otros tres á la vía de las islas de cabo Verde para tomar desde alli su viaje derecho, y descubrir la tierra firme: con esta determinación eligió capitán en cada uno de los navios que iban á la Española, uno llamado Pedro de Arana, sobrino del otro Arana, que murió en la Española. Otro Alonso Sánchez de Carvajal, vecino de Baeza, y el tercero un pa- riente suyo llamado Juan Antonio Colón; dióles particular comisión de lo que habían de hacer, mandando que tuviesen por semanas el gobierno general, con lo cual tomó su camino, la vuelta de las islas de cabo Verde y los capitanes de allí á laEspañola; pero porque el clima por donde en- traba era entonces enfermo, le dio de repente un dolor terrible de gota en una pierna y cuatro días después una gran calentura, pero sin embar- go de su indisposición, tenía la cabeza firme y notaba con diligencia todos los espacios que na- vegaba y las mudanzas de los tiempos, como
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había observado desde el principio de su viaje y prosiguiéndole el miércoles 27 de Junio, vio á la isla de la Sal, que era una de las de cabo Ver- de y pasando cerca de ella fué á otra isla llama- da áe Buena Visía, nombre verdaderamente dis- tante de la verdad, porque es melancólica y mi- serable; echó,las anclas en un canal á la banda del Loaste cerca de una isleta que allí yace, y veci- na á seis ó siete casas, de los que habitan la isla y de los Leprosos que van á ella para sanar.
Del mismo modo que los navegantes tienen gran alegría cuando descubren tierra, así se alegran los miserables que viven allí cuando ven algún navio, por lo cual fueron todos á la orilla á ha- blar con los del Almirante; enviaba en la barca á proveerse de agua y sal, y viendo que eran castellanos, el portugués que cuidaba de aque- lla isla, por su dueño, fué luego á los navios á hablar al Almirante, ofreciéndole todo lo que pedía, de lo cual el Almirante le dio las gracias y mandó que se le tratase muy bien y se le diese algún refresco, porque por la esterilidad de la tierra, que sólo tiene abundancia de cabras, vi- ven en gran miseria sus vecinos, y deseando sa- ber el modo cómo se curaban los enfermos, se lo preguntó al portugués, el cual respondió, que allí el aire y el cielo eran muy templados y que esta era la primer causa de la salud, que la se-
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guada procedía de lo que comían, porque había gran abundancia de tortugas que comían los en- fermos y se huntaban con su sangre, y que en poco tiempo continuando este medicamento, sa- naban, aunque los que nacían con la lepra, tar- daban mucho más tiempo en convalecer; y la causa de haber allí tantas tortugas, era ser toda la costa playa arenosa, donde en los meses de Junio, Julio y Agosto venían las tortugas de la tierra firme de Etiopia, y la mayor parte de ellas eran tan grandes como una rodela, y que todas las tardes salían a dormiryá desovar en la arena, y por la noche salían los cristianos á lo largo de la playa con hachones encendidos ó linternas, buscando las señales que hacen en la arena y siguiéndolas hasta que dan con la tortuga, la cual cansada de tan largo camino, duerme tan pro- fundamente, que no siente al cazador, el cual la vuelve boca arriba, sin hacerla otro mal y va á buscar otra, porque ellas no pueden volverse ni moverse del lugar donde las dejan por su pe- sadez; y en habiendo dejado así las que quieren, vuelven al día siguiente á escoger las que les agradan, y dejando que se vayan las chicas, se llevan las grandes para comer. En tan gran mi- seria viven los enfermos sin otro alivio, ni otra comida, que ser la isla muy seca y estéril, sin ár- boles ni agua, pues beben solamente de unos po-
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zos de agua muy gorda y salada y aún el que guardaba la isla y cuatro compañeros, que esta- ban con él no tenían más oficio, que matar ca- bras y salarlas para enviar á Portugal . Decía ha- ber tanta abundancia de estas cabras en los mon- tes, que algunos años valían tres ó cuatro mil ducados y que todas se habían multiplicado, de ocho que había llevado el señor de la isla, lla- mado Rodrigo Alonso, escribano de entrada del Rey de Portugal, y que muchas veces los cazado- res estaban cuatro ó cinco meses sin comer pan ni otra cosa que la carne de ellas ó pescado, por lo cual estimaba mucho el refresco que los ha- bía hecho dar, y al instante partió con sus com- pañeros y algunos de los navios, á la caza de ca- bras, pero viendo que se requería mucho tiem- po para matar las que era menester, no quiso de- tenerse el Almirante, por la mucha prisa que te- nía por lo cual, el sábado, último día de Junio, navegó á la isla de Santiago; que es la principal de cabo Verde, á donde llegó el día siguiente á la hora de vísperas y se quedó cerca de una Iglesia, desde donde envió á tierra á comprar al- gunas vacas ó bueyes, para llevarlos á la Espa- ñola. Pero viendo la incomodidad que había para proveerse, con la prisa que era menester y el daño que se le seguía de la dilación, resolvió no esperar más, especialmente porque temió
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que siendo aquella tierra enferma, cayese mala la gente, y así dice que después que llegó á aque- llas islas, no vio cielo ni estrellas por estar cu- biertas con nieblas y tan espesas y calientes, que las tres partes de la gente de la isla, estaba enferma y todos andaban con mal color.
CAPÍTULO LXVl.
Cómo el Almirante partió de las islas de Cabo
Verde, á buscar la tier^'a finne, y del
gran calor que padeció y la claridad que
daba el Norte.
Partió el Almirante, la vuelta de Sudoeste, sábado 5 de Julio con designio de navegar has- ta meterse debajo de la línea Equiuocial, y de allí seguir su viaje á Occidente, hasta hallar tie- rra ó ponerse en paraje desde donde poder atra- vesar á la isla Española, mas porque entre aque- llas islas son muy grandes las corrientes hacia el Norte y el Noroeste, no pudo navegar como que- ría, y el sábado 7 estaba á vista de la isla del Fuego, que es una de las de Cabo Verde, la cual dice que es tierra muy alta hacia Mediodía, y
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que de lejos parece una grande iglesia que tiene canapanario, y es un altísimo pico ó precipicio, de donde cuando quieren soplar Levantes, suele salir gran fuego, como sucede en Tenerife, en Vulcano,y en el Mongibelo, y siendo esta la últi- ma tierra de los cristianos que vio, siguió su via- je hasta que se halló á distancia de cinco grados de la Equinocial y allí le calmó el viento, ha- biendo navegado continuamente con la niebla que hemos dicho, duró la calma ocho días, con tan excesivo calor, que se abrasaban los navios y ninguno podía estar debajo de cubierta, de suerte que si no fuese porque alguna vez llovía, ó el sol se nublaba , imagino que todos hubieran sido abrasados, con los navios porque el primer día de calma, quefué claro, era tan grande el calor, que no hubieran podido tener ningún remedio, si Dios no los hubiera socorrido con la lluvia y con lasnieblas referidas, por lo cual, habiéndose apar- tado un poco hacia Occidente, y hallándose ya el Almirante siete grados distante á la Equinocial, resolvió no inclinarse más hacia Oriente, sino es navegar derechamente á Poniente, por lo menos hasta ver si el tiempo se fijaba, pues con la ocasión del calor había perdido muchos vasos y los cercos de las botas se rompían, ardía todo el trigo y los bastimentos que llevaban, y siendo ya mediado Julio, tomó la altura del Polo, con
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mucha diligencia y grande certidumbre y halló grandísima y maravillosa diferencia de lo que solía suceder en el paralelo de los Azores; por lo cual, estando allí las guardas en el brazo de- recho, esto es, á la banda de Oriente, estaba entonces la estrella del Norte más baja, y desde aquí se iba alzmdo de manera que cuando las guardas estaban sobre la cabeza, se alzaba en- tonces dos grados y medio, y cuando pasaba de aquí, volvía á bajarse por los mismos cinco gra- dos que había subido, lo cual, dice que experi- mentó muchas veces, con gran diligencia y con tiempo muy conreniente, para verificar lo que en el sitio donde se hallaba de la tórrida zona, le sucedió muy al contrario, porque estando las guardas en la cabeza, hallaba que el Polo había subido seis grados y cuando las guardas pasa- ban al brazo izquierdo, en el término de seis ho- ras, halló el Norte, once grados alto la estrella, y por la mañana que las guardas habían pasado á á los pies, aunque no se veía por la bajeza del Polo, se hallaba la tramontana seis grados alta, de manera que la diferencia era de diez grados y hacía círculo, cuyo diámetro eran diez, no ha- biendo allá sino cinco, bajando de la positura, por estar ella en el brazo izquierdo el más bajo y aquf en la cabeza, parecióle que era muy difí- cil de comprender la razón, y no comprendién-
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dola cumplidamente hasta que coasideró más sobre esto, dice que le parece que en lo que to- ca á la descripción del círculo de la estrella, se podía decir que en lo equimocial se ve justa- mente y cuantomás va hacia el Polo parece me- nor, porque se toma el cielo más oblicuo, y ^en cuanto al Noruestear, creo que la estrella tenga la claridad de los cuatro vientos, como tienen también los imanes, que si se tocan con el Levan- te mostrarán el Levante, y de otro modo el Po- niente ó el Septentrión, ó el Mediodía y por esto el que hace las agujas, cubre con paño el imáa de manera que no quede fuera si no es la parte Septentrional de ella; esto es lo que tiene virtud de mover el acero á herir el Norte.
CAPITULO LXVn.
Cómo el Almirante descubrió la isla de la Tri- nidad y vio la tierra firme.
Martes último de Julio del referido año de 1498, habiendo navegado el Almirante muchos dias hacia Occidente, pensando que quedaban las islas de los caribes al Norte, determinó dejar aquel camino y volver á la Española, no sólo porque tenía mucha necesidad de agua, sino por- que todos los bastimentos se le destruían, y por- que pensaba, si en su ausencia hubiese sucedido algún desorden ó sedición entre la gente que ha- bia dejado en ella, como con efecto había sucedi- doy por quien diremos adelante, con que dejando la vía de Occidente tomó la del Norte, parecién-
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dolé que desde allí podría tomar alguna isla de los caribes, donde se refrescase la gente y hi- ciese agua y leña, de que tenía gran necesidad; navegando una mañana por este camino, quiso Dios que á la hora de medio día, viese tierra al Occidente un marinero de Huelvallamado Alonso Pérez Nicardo, que se había subido á la Gavia la cual estaba á quince leguas de distancia y fueron tres mogotes juntos, á un tiempo, bien que poco después reconocieron que la misma tierra se estendia hacia el Nordeste, cuanto podía alcan- zar la vista, y no daba muestras de que se vie- se el fín de ella, de lo cua\ dieron todos muchas gracias á Dios, rezaron la salve y otras oracio- nes dev )tas que suelen los marineros decir en tiempo de tormentas, ó alegrías, y el Almirante la puso por nombre la isla de la Trinidad\ así por tener pensamiento de poner este nombre á la primer tierra que hallase, como porque le pa- recía que en esto daba gracias á Dios, que le ha- bia mostrado los tres mogotes, todos á un mismo tiempo, como ya hemos dicho; después navegó la vuelta de Occidente, para ir á un cabo que se vela á mediodía caminando por la parte austral de la misma isla, hasta que fué á dar fondo pa- sadas cinco leguas de una puerta, que llamó de la Galera, por una roca que estaba cerca de ella, y de lejos parecía una galera: navegando ala vela, y
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porque no tenía más que una bota de agua para toda la gente de su navio, y los otros tenían la mismanecesidad, no hallando comodidadde co- ger agua, el miércoles siguiente por la mañana siguiendo prontamente el mismo viajo á Occiden- te, fué á parar á otra punta, que llamó de la Pla- ya^ donde con grande alegría desembarcó la gen- te y tomaron agua en un bellísimo arroyo; pero en todo aquel contorno no hallaron gente, ni pueblo alguno, aunque por toda la costa, que dejaban atrás habían visto muchas casas y pue- blos, verdad es que hallaron pisadas de pescado- res, que habían huido dejándose algunas cosi- llas que servían para pescar. Hallaron también muchas huellas de animales, que parecían de ca- bras y vieron los huesos de una, pero porque en la cabeza no tenía cuernos creyeron que podía ser de algún gato mamón ó mono, como después lo supieron, por haber visto en Paria muchos ga- tos semejantes. Este mismo día que fué el i .** de Agosto, navegando entre las dos puntas referi- das, sobre la maiio izquierda, la vuelta del Me- diodía, vieron la tierra firme á 25 leguas de dis- tancia aunque pensaron que era otra isla, y cre- yéndolo así el Almirante la puso por nombre Is- la Santa. La tierra que desde la Trinidad vieron, esto es, desde la una punta á la otra, estaba dis- tante treinta leguas del Leste á Oeste, sin puer-
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to alguno pero todo el país era muy hermoso y y les árboles, hasta el agua, con muchas pobla- ciones, casares y grandísima amenidad, cuya jornada pasaron en brevísimo tiempo porque la corriente del mar era tan veloz hacia Occidente, que parecía un río rápido, así de día como de no- che y á todas horas, no obstante que el agua crecía y menguaba por la playa, más de sesenta pasos á la marea como suele suceder en San Lucar de Barrameda cuando se hinchan las aguas, perqué por más que éstas se alzan y se bajan no dejan nunca de correr hacia el mar.
CAPÍTULO LXVIII.
Cómo el Almirante filé á la punta del Arenal, y vinieron á hahhuie en una canoa.
Después que vieron que no podían tomar len- gua de la gente de la tierra, en la punta de la Playa, y que no había comodidad para abastecerse de toda el agua que era necesaria, ni remediar los navios, ni haber bastimentos, siguió el Almirante su viaje el día siguiente, que fué á 2 de Agosto hacia una punta, que parecía ser la Occidental y aquella isla la llamó del Arenal, y surgió en ella pareciéndole que los Levantes que corren en aquellas partes, no darían tanto trabajo á las bar- cas, en ir y volver á tierra, y antes que llegasen á esta punta, viniendo por su camino empezó á
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seguirles una canoa, con veinticinco indios, los cuales se pararon á un tiro de bala de los navios hablando á gritos, pero no se les entendía nada, aunque se podía discurrir que preguntasen, qué gente éramos y de donde veníamos, como pre- guntaban los demás indios; y no habiendo modo de persuadirlos con palabras, que se llegasen á los navios; empezaron á enseñarles diferentes cosas para ver si las codiciaban, como bacías de metal, espejos y otras cosas semejantes, que sue- len eátimar mucho los indios, pero aunque se acercaron algún poco, viendo estas cosas se vol- vían atrás, y apararse como que dudaban, por lo cualytambién para alegrarlos con alguna fiesta, y provocarles avenir mandó el Almirante subir ala popa, al tambor y otro que cantase con un tímpano yalgunos mozos que hiciesen una danza. Visto es* to por los indios, de repente se pusieron en acto de pelear, embrazando las rodelas que llevaban y con los arcos y las flechas, empezaron á tirar á los que danzaban, los cuales dejando la danza empezaron á tirarlos con las ballestas, de orden del Almirante, porque no quedasen sin castigo, ni despreciasen los cristianos; de modo que cos- tó á los indios mucho el retirarse, pero siguieron á lo largo, á otra carabela llamada la Vachina^ á la cual se acercaron, sin miedo ni tardanza y el piloto entró con ellos en la canoa; los dio algu-
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lias cosas que los agradaron mucho, y dijeron que cuando estuvieran en tierra, les traerían de sus co- sas y de su pan, con lo cual se fueron á tierra y no quisieron prender á ningún indio, por dudar si se disgustaría el Almirante. La relación que dieron de ellos, fué que era gente muy bien dis- puesta ymks blanca que la de las otra? islas, que traían los cabellos largos como mujeres, atados con algunas cuerdecillas y que cubrían con pañe- tes sus partee.
CAPÍTULO LXIX.
Del peligro que corrieron los navios al pasar
por la Boca de la Sierpe, y cómo se descubrió
Paria, que fué el jyrimer descubrimiento déla
tierra firme.
Luego que surgieron los navios on la punta del Arenal, envió el Almirante las barcas á tierra á por agua y tomar lengua; pero ni uno ni otro consiguieron por ser muy baja la costa, y despoblada, por lo cu -1 mandó el día siguiente que fuesen á hacer hoyos en la arena, y los ha- llaron hechos, llenos de muy buena agua, y cre- yéndolos obra de pescadores, y habiéndose pro- yeido del agua que había menester, resolvió el Almirante pasar á otra boca, que se veía desd» allí hacia el Norueste, ala cual llamó después la
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. Boca del Dragón, á diferencia de la en que se, hallaba, que llamó Boca de la Sierpe^ las cuales formaban las dos puntas occidentales de la Tri- nidad, con otras dos de la tierra firme, y casi estaban al Norte y Mediodía, la una de la otra. En medio de la que el Almirante estaba surto, había un alto escollo que llamó el Gallo^ y por esta Boca ó canal que llamó boca de la Sierpe, salía el agua continuamente hacia el Norte con tanta fuerza como si fuese la boca de un gran río, de lo cual y del espanto que tuvieron, pro- vino el nombre que le dieron, porque estando ellos asegurados sobre las anclas, vino un golpe de corriente de la banda de Mediodía, con mu- mucho mayor ímpetu de lo acostumbrado, y gran ruido, porque salía por dicha boca, la vuelta del Norte, y del golfo que ahora llaman de Pa- ria, salía otra corriente opuesta á la referida, y se encontraban como peleando, y con grandísi- mo estruendo se levantaban en alto, á modo de un gran monte ó cordillera,, á lo largo de aquella boca, y este monte venía la vuelta de los naríos con gran espanto de todos, que te- mían que los tragase; pero permitió Dios que pa- sase por debajo, ó por mejor decir, que se levantó en alto sin hacerles dafto, bien que á un navio le echó las anclas en tierra, y le apartó del lugar en que estaba, sin qu« pudiese huir con las velas de
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aquel peligro, en que tuvo grandísimo miedo la gente, de ahogarse.
Pasada de repente la furia de la corriente, viendo el Almirante el riesgo á que estaba expuesto en aquel lugar, tomó su camino ha- cía la Boca del Dragón, que está entre la punta del Norte occidental de la Trinidad y la orien- tal de Paria; pero entonces no salió por ella, an- tes siguió la costa austral de Paria, navegando hacia Occidente, porque pensaba que era isla, y esperaba hallar por dónde salir á la parte del Norte, hacia la Española, y aunque por aquella costa de Paria, había muchos puertos, no quiso entrar en ninguno porque era puerto todo el mar, y estaba rodeado por todas partes de la tierra firme.
CAPITULO LXX.
Cómo se hallaron en Paria muestras de oro y perlas y gente de buena conversación.
Hallándose, pues, el Almirante surto, á cinco de Agosto, y teniendo devoción de no levantar las anclas en semejante día, que era domingo, envió á tierra á las barcas, donde hallaron mu- cha fruta de la misma que en las otras islas; gran número de árboles, é indicios de gente que huía de miedo de los cristianos; pero no que- riendo perder más tiempo, siguiendo su viaje la costa abajo 15 leguas, sin entrar en puerto algu- no, por temor á que los temporales no le deja- sen salir, dio fondeen el Cabo de las dichas 15 le-
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guas en la costa, y llegó de repente una Canoa á bordo de la carabela, llamada el Correo^ con tres hombres y conociendo el piloto cuánto de- seaba el Almirante tener lengua de aquella gen- te, fingió querer hablar con ellos y se dejó caer en la Canoa, y la gente del navio cogió á los tres indios, con la barca y los llevó al Almiran- te, el cual les acarició mucho y con muchas dá- divas los volvió á enviar á tierra, en la cual se veía gran cantidad de indios, los cuales, oyendo la buena relación que los tres hicieron, se fue- ron todos á los navios, en sus Canoas, á trocar las cosas que tenían, que eran como las de las otras islas descubiertas antes, aunque no había Tablachinas ó rodelas, ni yerba envenenada para las flechas, la cual no usan estos indios, sino los caribes que tienen costumbre usar de ellas.
La bebida de estos indios era un licor blan- co como leche, y otros que tiraban á negro, que sabían á vino de agraces, ó uvas mal madu- ras, bien que no se pudo saber de qué fruto le hacían; traían paños de algodón de varios co- lores, bien tegidos, mayores y menores, y lo que más estimaban de nuestras cosas, era el axofar y los cascabeles, y parecía que la gente era más tratable y política que la de la Españo- la; cubren sus partes con un paño de los que
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hemos dicho, de varios colores, y traen otro re- vuelto en la cabeza. Las mujeres andan con ella descubierta y lo demás del cuerpo, lo cual usan también en la Trinidad; no se vio allí cosa útil sino algunos espejillosde oro que traían al cue- llo, por lo cual, y porque el Almirante no podía detenerse á inquirir los secretos de la región, mandó tomar seis indios, y siguió su viaje á Oc- cidente creyendo siempre que aquella tierra de Paria, á quien llamó isla de Gracia^ no fuese tierra firme; poco después vio que se les mos- traba otra isla al Mediodía, y otra no menor al Poniente, toda de tierra muy alta, con los cam- pos sembradosy muy poblada, y los indios traían al cuello más espejos que los antecedentes, y muchos guaninis, que es oro muy bajo, el cual decían que nacía en otras islas occidentales po- bladas de gente que come hombres, y las mu- jeres traían en los brazos hilos de él, entre sus perlas gordas y delgadas, muy bien enhiladas, de las cuales rescataron alguna para enviárselas á los Reyes Católicos, y preguntados que dónde hallaban aquellas cosas, afirmaron, en las con- chas de las ostras que se pescaban al Poniente de la tierra de Gracia, y detrás de él, hacia el Norte, por lo cual el Almirante se detuvo allí para alcanzar mayor certeza de tan buena mues- tra, y envió á tierra las barcas, en la cual estaba
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taba toda la gente del país que había concurrido á la novedad, y se mostró tan doméstica y tan tratable, que importunaron á los cristianos, á que fuesen con ellos á una casa no muy distante, en la cual les dieron de comer, y mucho de su vino; algunos desde aquella casa, que debía de ser el palacio del Rey, los llevaron á otra de su hijo donde hicieron con ellos lo mismo. Todos estos indios, generalmente son más blancos que cuantos se habían visto hasta entonces, de me- jor cara y disposición, con los cabellos cortados por medio de la oreja al uso de Castilla, de és- tos se supo que aquella tierra se llamaba Paria, y que tenían gusto de ser amigos de los cristia- nos, con que se separaron de ellos los nuestros, y se volvieron á los navios.
CAPÍTULO LXXI-
Cómo el Almirantii salió de la Boca del Dragón, y del riesgo en que se vio.
Siguiendo el Almirante su camino al Oeste hallaba cada vez menos fondo en el mar, tanto que navegando porcuatro ó cinco brazas, habían llegado á hallar dos y media solamente, en baja mar, porque el crecer y menguar del agua, era de diferente modo del de la isla de la Trini • dad, porque en ella crecía el agua tres brazas, y aquí que era cuarenta y cinco leguas más á Oc- cidente, no crecía más de una; allá era el agua
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medio dulce, 7 aquí como la del río. Viendo el Almirante esta diferencia y el poco fondo que los navios hallaban, no se atrevió á pasar ade- lante con el suyo, el cual requería tres brazas de agua, y era de cien toneladas, y así surgió en aquella costa, que era segurísima por ser puerto en forma de herradura, rodeado por todas par- tes de aquella tierra, y envió una carabelilla que llamaba el Correo, á saber si por entre aque- llas islas había paso á Occidente, la cual habien- do navegado poco, volvió al día siguiente, 11 de Agosto, diciendo que al fin occidental de aquel mar, había una boca de dos leguas, de Mediodía al Norte, y dentro uu golfo redondo con otros cuatro golfillos, cada uno á su lado, y que de cada uno de ellos salía un río cuya agua hacía dulce casi átoda la de aquel mar y que aun la de allá dentro era más dulce que la del sitio donde se hallaba el Almirante, añadiendo que aquellas tierras, que mostraban ser islas, eran verdaderamente una misma tierra continente, y que en todas partes habían hallado, cuatro ó cin- co brazas de fondo y tanta yerba de la del golfo que apenas habían podido pasar por ella, conque estando el Almirante muy cierto de no poder sa- lir por la vía de Occidente, volvió el mismo día hacia Oriente, con ánimo de salir por el estre- cho que se le había mostrado entre la tierra de
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Gracia, que llaman Paria los indios, y la Trini- dad, el cual estrecho al Levante, está á la pun- ta de la Trinidad, que él llamó Cabo Boto, que quiere decir no perfecto, y al Poniente, á la punta de la isla de Gracia, que llamó punta de la Lapa, y en medio están cuatro isletas; el mo- tivo de haberle puesto el nombre de Cabo del Dragón fué porque verdaderamente es peligro- so, por la furia del agua dulce, que por él quie- re salir al mar, de que ocasionaban tres ondas de mar grueso, y de gran rumor, las cuales se ex- tendían de Levante á Poniente por toda la boca referida, y porque al tiempo que salió por ella le faltó viento, se halló en grandísimo peligro de que las corrientes diesen con él ea las rocas ó en la arena donde pereciese, tuvo razón en llamarle con nombre correspondiente á la otra boca, en la cual no se vio en menor peligro, como hemos dicho; pero quiso Nuestro Señor, que de aquí donde tenía más miedo, le viniese el remedio, y que la misma corriente le sacase salvo, por la cual sin otra tardanza, lunes á 13 de Agosto, empezó á navegar hacia Occidente por la costa del Norte de la misma Paria, para atravesar después á la Española, dando muchas gracias á Dios que le libraba de tantos trabajos y riesgos, mostrándole siempre nuevas tierras llenas de gente doméstica y de gran riqueza.
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especialmente aquella que tenía por ciertísimo, que fuese tierra firme, por la grandeza del golfo, de las perlas y de los ríos que saltan de él y del mar, el cual todo era de agua dulce, y por autoridad de Esdras, que dice en el capítulo 8 del cuarto libro, que de siete partes de la esfera está una sola cubierta de agua, y porque todos los indios de las islas de los Canibales, le ha- bían dicho que á la parte del Mediodía había una grandísima tierra firme.
CAPÍTULO LXXII.
Cómo el Almirante atravesó desde la tierra firme, á la Española.
Navegando el Almirante al Occidente de la costa de Paria, se iba cada instante alejando de ésta, la vuelta del Norueste, porque las calmas y las corrientes le echaban hacia aquella parte; de manera que el miércoles á 15 de Agosto, dejó el Cabo que llamó de las Conchas^ al Me- diodia, y al Poniente la Margarita, que es una isla á la cual puso este nombre, acaso inspirado de Dios, porque cerca de ella estaba la isla da Cubagua, de la cual se ha sacado innumerable cantidad de perlas, por esto también en la Es- pañola volviendo de Jamaica, puso nombre á al-
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gunos montes todos de oro, y después se halló en ellos la mayor cantidad y granos de oro que de aquella isla se ha traído á España. Volvien- do á su viaje digo que siguió su camino por seis islas, que llamó las Guardias y otras tres que estaban más al Norte y llamó los Ttsiigos\ y aunque todavía se descubría mucha tierra al Poniente de la misma costa de Paria, dice el Almirante que nunca podría dar la puntual cuenta que deseaba de tales particularidades, porque del continuo velar, tenía los ojos vueltos sangre y se veía precisado áanotar la mayor parte de sus cosas, por relación délos pilotos y marine- ros que andaban con él. Asimismo dice que aque- lla misma noche que fué jueves, i6 de Agosto, no habiendo hasta entonces noruestado la agu- ja, noruestearon más de cuarta y media, y algu- nas veces medio viento, sin que pudiese haber en esto error, porque habían estado siempre muy vigilantes en anotarlo, y con la admiración de ello y desconsuelo de que les faltase como- didad para seguir la costa de tierra firme, na- vegaron casi todo aquel viaje al Norueste, hasta que el lunes, á 20 de Agosto, dio fondo el Al- mirante entre la Beata y la Española y desde aquí envió con algunos indios cartas al prefecto su hermano, haciéndole saber su venida, y buen suceso aunque estaba maravillado de verse tan
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al Poniente: pues aunque conocía más débiles las fuerzas de las corrientes, no pensó que fueso en tanto grado, por lo cual, aunque no le falta- ban las vituallas del todo, subió luego hacia Oriente, la vía de Santo Domingo, en cuyo puerto ó río, entró á 30 de Agosto, porque el prefecto había destinado á este sitio el de la ciu- dad hacia la parte de Oriente del río, donde hoy está, y la llaman Santo Domingo, en memo- ria de su padre que se llamaba Domingo.
^-j^¿^
VOL. II
CAPITULO LXXIIl
De la rebelión y sublevaciones que halló el Almirante en la ^sjyaíiola, por la maldad de Roldan, á quien había dejado por jue2 gene- ral en ella.
Habiendo llegado el Almirante a la ciudad de Santo Domingo, con la vista casi perdida, de las vijilias desaforadas que había tenido conti- nuamente, esperó descansar de los trabajos que había padecido en aquel viaje, y que hallaría mucha paz entre su gente; pero le sucedió todo al contrario; porque todas las familias de la is- la, estaban en gran tumulto y sedición, por lo cual gran parte de la gente, de la que dejó, era ya muerta, y no habían quedado allí más que 1 6o hombres, llenos de mal francés. Otros mu-
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chos se habían rebelado con Roldan. No halló allí más de los tres navios que había enviado de Canarias con socorro, como hemos dicho. Y así será necesario que demos cuenta ordenadamen- te, para seguir y cumplir el hilo de la historia, empezando desde el día en que el Almirante se partió á Castilla, que fué en el mes de Marzo del año de 1496, habiendo pasado treinta meses hasta el día de su vuelta.
Al principio de este tiempo, con la espe- ranza de que volvería presto, estuvo la gente sosegada por considerarse en breve socorrida; pero luego que pasó el primer año, faltándola todas las cosas de Castilla, y creciendo las en- fermedades y trabajos, aunque descontenta de lo que le sucedía y sin esperar alivio de mejorar en adelante, se mantenían sosegados, pero no se sabían las quejas de muchos que estaban des- contentos, entre los cuales no faltaba quien los incitase y procurase hacerse cabeza, de que tocó la suerte entonces á Francisco Roldan, natural de Torre-Ximeno, á quien había dado el Almi- rante mucha reputación y autoridad entre los in- dios y los cristianos, con dejarle por juez mayor, que no era menos obedecido que su misma per- sona, de lo cual se puede presumir que entre él y el prefecto que había dejado por gobernador faltase aquella entera voluntad que requería el
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bien público, como se conoció en adelante, por el tiempo y la experiencia, por lo cual tratando el Almirante de volver ó enviar socorro á las Indias, empezó Roldan á dirigir el pensamiento para apoderarse de la isla, proponiendo matar á los hermanos del Almirante que eran las per- sonas en quien podía hallar mayor resistencia, y para este hecho esperaba ocasión.
Sucedió que el prefecto, fué á una provincia occidental que se llamaba Suraña, distante 8o leguas de la Isabela, donde quedó Roldan en su lugar, aunque debajo del gobierno de Don Die- go, hermano segundo del Almirante; esto enfa- dó de modo á Roldan que en tanto que el pre- fecto ordenaba al rey de aquella provincia que pagase á los Reyes Católicos el tributo que el Almirante había impuesto á todos los indios de aquella isla, empezó Roldan secretamenteá traer algunos á su partido, pero no se atrevió de re- pente á levantarse, ni sin inventar algún motivo, y así tomó por fundamento, para abrirla puerta á su rebelión, una carabela que estaba en la Isa- bela que había mandado hacer el prefecto para enviarla á Castilla, y si fuese menester, la cual es- taba en tierra por falta de jarcias, y los aparejos necesarios para hecharla al agua, fingió y publi- có Roldan que era otro el motivo, y que convi- niesen todos en que se echase al mar luego, pa-
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ra venir algunos de ellos á Castilla á dar cuenta de sus trabajos, y so color del bien común, hacía gran instancia para que la echasen al agua, lo cual resistía Don Diego, por faltarla todo lo re- ferido; de que resultó que Roldan empezó á tra- tar con más aliento y desvcgüenza con algunos secretamente que echasen al agua la carabela, aunque no quisiera Don Diego, diciendo á los que eran de su parte que si el prefecto y su her- mano se desagradaban de esto, era porque que- rían mantenerse con el señorío de la Tierra, y tenerlos siempre sujetos, sin que hubiese allí na- vio para poder hacersaber á los Reyes Católicos su rebelión y tiranía, y puesto que sabían y era muy claro cuan crual y terrible era el prefecto, y la mala y desventurada vida que los daba, ha- ciéndolos labrar tierras y fortalezas, estando ya sin esperanza de que el Almirante trajese soco- rro alguno, era bien hecho que se apoderasen de la carabela y procurasen su libertad, sin per- mitir que so color del sueldo, que nunca se les pagaba, viviesen sujetos á un estraño, pudiendo gozar de una vida quieta y sosegada, y al mismo tiempo útilísima, pues todo cuanto se rescatase y trocase en la isla lo partirían igualmente y se servirían de los indios como quisiesen, sin que los tirasen del freno, como hasta entonces, pues no se les permitía tomar para mujer una india,
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que les agradase, y demás de este precepto los hacían guardar los tres votos de religión, sin que Jes faltasen ayunos y disciplinas, coa las cár- celes y los castigos, que por el menor exceso se les daban; así, pues él tenía la vara de la aurori- dad del Rey se aseguraba de todo lo que pudie- se suceder, sin que pudiese seguirles perjuicio alguno de todo lo referido, exortábales á que hi- ciesen loque les aconsejaba, pues no podían errar. Estas y otras semejantes palabras procedidas del aborrecimiento que tenía al Prefecto y la es- peranza de la utilidad, llevaron tantos á su devo- ción, que habiendo vuelto el Prefecto un dia; desde Suraña á la Isabela, determinaron algunos darle de puñaladas, teniéndolo por tan fácil que habían prevenido un cordel para colgarle des- pués de muerto, la causa de moverse á esta mal- dad fué el haber preso entoiices á Baraona, gran amigo de los conjurados; y si Dios no hubiera inspirado, el ánimo del Prefecto para no proce- der á la ejecución de la justicia, sin dúdale hu- biera muerto entonces.
CAPITULO LXXIV.
Cómo Roldan intentó sublevar la ciudad de la Concepción, y saqueó la Isabela.
Viendo Roldan que no había conseguido la muerte del Prefecto como deseaba, y descu- bierta ya, su conjuración, determinó apoderarse de la tierra y de la fortaleza de la Concepción, pareciéndole que de este modo sería muy fácil sujetar la isla.
Para ejecutar lo referido, le fué muy del caso, hallarse vecino á la ciudad, porque mien- tras el Prefecto estaba fuera )e había enviado D. Diego con 40 hombres á pacificar los indios que se habían levantado en aquella provincia, con intención de apoderarse de la misma ciu-
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dad y dar muerte á los cristianos, de modo que Roldan, so color de remediar este insulto y castigarlos, juntó su gente en la estancia de un cacique suyo llamado Marche^ para ejecutar su propósito en llegando la ocasión; pero tenien- do alguna sospecha de lo que había de suceder el castellano de la fortaleza, Ballester, la puso buena guarda y envió á decir al Prefecto, el riesgo en que se hallaba, el cual con gran pres- teza fué á meterse en la fortaleza con la gente que pudo juntar.
Estando ya claramente descubierta, la con- juración de Roldan, vino á ella con salvo- conducto, más por considerar el daño que po- díahaber hecho, ál Prefecto, que por la voluntad de concordarse con él, y con mayor irreveren- cia y desvergüenza de lo que convenía, protestó al Prefecto, que mandase echar la carabela al agua, ó le diese licencia de echarla, que él con sus amigos lo ejecutaría; irritado el Prefecto de estas palabras, le respondió con alguna tem- planza, que él y sus amigos no eran marineros ni sabían lo que en semejante caso se hacía, ne- cesaria y razonablemente, y que aunque consi- guiesen echarla al agua no podían navegar en ella por falta de jarcias y otros aparejos, y que esto, solo era querer poner en peligro la gente, y la carabela, y porque el prefecto entendía
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esto como hombre de mar y no siendo ellos marineros no lo comprendían, siguiendo varios pareceres.
Pasadas estas, y otras razones de desagrado, Roldan se faé enojado sin querer deponer el empleo, ni estar ajuicio como se lo decía el prefecto, respondiéndole que haría uno y otro cuando el Rey, por quien estaba en la isla se lo mandase, pues que sabía que él no podía hacer justicia por el odio que le teaía, y que á tuerto ó á derecho, buscaría ocasión de matarle ó ha- cerle alguna injuria vergonzosa, y en tanto por hacer lo que la razón pedía, iría á residir donde le mandase, pero señalándole el prefecto, la es- tancia del cacique Diego Colón para que estu- viese en ella, lo rehusó con el pretexto de que no tenía bastimentos para mantener su gente, y que él buscaría lugar más acomodado, y así tomó el camino á la Isabela, acompañado de sesenta y cinco hombres, y viendo que no podía echar al agua la carabela dio á saco el almacén, ro- bando él y sus secuaces las armas, paños y vi- tuallas que quisieron, sin que pudiese evitarlo D. Diego Colón que estaba en la ciudad, el cual hubiera padecido gran peligro, á no haberse retirado á la fortaleza con algunos criados, aun- que del proceso que después se fulminó sobre estos excesos, consta por algunos testigos que
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Roldan le prometió obediencia porque tomase la voz contra su hermano, pero no admitiendo esta proposición D. Diego, ni pudiendo Roldáa hacerle mal, temiendo el socorro que enviaba el prefecto, se salió de la plaza con todos los amotinados, llevándose los ganados que estaban en sus cercanías, mataron los que quisieron para comer y se proveyeron de bestias para el viaje que destinaban á la provincia de Suraña (d® donde poco antes había venido el Prefecto) con intención de quedarse allí por ser la tierra más deliciosa y abundante de la Isabela, y sus indios, respecto de los demás pueblos de la Española, gente de mucho juicio y sabiduría, especial- mente porque las indias eran las más hermosas, y de más agradable conversación que las otras, que era, lo que más los incitaba á ir á la refeiida provincia y mantenerse en ella; más por no de- jar de probar sus fuerzas, antes que el Prefecto aumentase los suyos para darles digno castigo, determinaron pasar á la Concepción y sorpren- derla, matando al Prefecto, que estaba dentro, y cuando este intento se malograse, sitiarla.
Luego tuvo el Prefecto aviso de lo que tra- taban, y se previno á la defensa, animando á los suyos con palabras, ofreciéndoles muchas dádi- vas y dos esclavos á cada uno, para que los sir- viesen, aunque bien reconocía que la mayorparte
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de los que estaban con él, crtiaT.ban mucho la buena vida que Roldan prometía á los suyos y que muchos oían de buena gana los recados que les enviaba, por lo cual tenía Roldan espe- ranza de que todos se pasasen de repente á su partido y era el motivo de haberse atrevido á emprender y proseguir esta empresa; pero no le salió como pensaba, porque el Prefecto, de más de haberse prevenido, como dijimos y de ser hombre de gran valor, y tener la gente más firme á su devoción, estaba resuelto á hacer con las armas lo que la razón y el buen consejo re- querían, por lo cual puesta en orden su gente, salió de la playa para embestirle en el camino.
CAPITULO LXXV
Cómo Roldan incitó á los indios de la tierra
contra el Prefecto, y se volvió con su gente á
tSuraña.
Viendo Roldan tan mudado el fin de su es- peranza y que ninguno de los del Prefecto se pasaba á él, resolvió retirarse con tiempo y se- guir su primer camino á Suraña, no teniendo ánimo de esperarle, aunque alargando la lengua para hablar de él vituperosamente por todos los pueblos y villas que pasaba, provocándolos á odio y rebelión contra el mismo Prefecto. De- cíales que la causa de apartarse de su compa • nía, era por ser hombre terrible y vengativo contra los cristianos y los indios, que era into- lerable su avaricia, por las mucha s cargas y tri
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butos que imponía (cuya cantidad si ellos la hu- biesen sacado importaría mucho más) aunque fuese contra la voluntad de los Reyes Católicos, que no pedían á sus subditos sino es la obedien- cia y libertad, manteniéndoles en paz y justicia y que si temían poder defenderse, él con sus amigos, y otros que le quisieran bien, los ayudaría y se declararía protector y defensor de ellos.
Dicho esto, determinaron prohibir la paga del tributo impuesto, de que resultó no haberse podido cobrar de los indios que vivían lejos del Prefecto, ni aún se cobró de los demás vecinos porque no se irritasen, y siguiesen el levanta- miento; pero esta cortesía que vieron, no pudo ayudar tanto, que habiendo salido el Prefecto de la Concepción, dejase Guarionex, que era el cacique superior de la provincia, de resolverse á sitiar la villa y la fortaleza, y dar muerte á los cristianos que la guardaban, y para conseguirlo mejor, juntó á todos los caciques, sus parciales, y trató secretamente con ellos de que cada uno matase á los que tuviese en su provincia, por- que como las tierras de la Española no son tan grandes, que puedan mantener mucha gente, se veían precisados los cristianos á repartirse en cuadrillas ó compañías de ocho ó diez, en cada tierra. Esta determinación dio esperanza á los indios de que asaltándolos de improviso á un
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tiempo, bastarían para no dejar á ninguno vivo, pero como para señalar el tiempo y ordenar las cosas, que se debían ejecutar no tienen números ni saben contar sino por los dedos, resolvieron que á la primer luna llena, cada uno estuviese prevenido y pronto para matar sus cristianos.
Teniendo ya en orden Guarionex, sus caci- ques, uno de ellos y el principal, ambicioso de reputación, teniendo el negocio por muy fácil y no siendo tan buen astrólogo que supiese la entrada de la luna nueva, embistió en su tierra antes del tiempo en que estaban todos concor- des, pero le hicieron salir de ella huyendo y maltratado, y creyendo hallar ayuda en Gua- rionex, encontró su ruina, porque éste le casti- gó con la muerte, que tenía merecida, por ha- ber dado causa á que fuese descubierta la con- juración y los cristianos avisados; no fué poco el dolor que los rebeldes tuvieron de este des- orden, porque según se dijo, habían armado esta trama con su noticia y favor, y por esto se habían acercado á ver si Guarionex ponía las cosas en términos de que uniéndose á él, pu- diesen destruir al prefecto; pero viendo que no les había salido bien su intención, no quisieron asegurarse en la provincia donde estaban; antes se volvieron á Suraña, publicando que eran los protectoies de los indios, aunque sus obras y
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voluntad eran de ladrones, sin que Dios ni el mundo los templase con otro freno, que el de su desordenado apetito, pues cada uno robaba lo que podía y Roldan, su cabeza, más que to- dos persuadiendo y mandando á los indios prin- cipales y á cada Cacique que recogiesen cuanto podían, porque él quería defender á los indios y á los rebelados, libertándolos del tributo que había impuesto el Prefecto; siendo mucho más lo que él les quitaba; so color de la libertad re- ferida, pues solamente de un Cacique que se llamaba Mamicautex, tomaba cada tres meses una calabaza en que cabían tres marcos de oro fino, y para mayor seguridad de la paga, tenía consigo á título de amistad, un hijo y un nieto suyOt y ninguno se admire de que reduzcamos los marcos de oro á medida de calabazas, pues lo hacemos paramostrarqueen semejantes casos usaban medidas los indios, porque peso, no le tuvieron jamás.
CAPITULO LXXVI.
Cómo llegaron navios de Castilla con basti- mentos y socorro.
Estando los cristianos todavía divididos, co- mo hemos dicho, y tardando mucho en llegar navios de Castilla con socorro, ni el Prefecto ni D. Diego, podían mantener sosegada la gente que les había quedado, porque siendo los más de ellos gente baja, deseosos] de la vida y del buen tiempo que R.oldán les ofrecía, aunque no estaban abandonados, temían el castigo de los delincuentes, lo que les hacía tan innobedientes que era poco menos que imposible hallar cami- no para sosegarlos, lo cual era causa de tolerar los insultos de los rebelados; más queriendo el Sumo Dios darles algún alivio en debates tan
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arriesgados, hizo que llegasen finalmente los dos navios que hemos dicho arriba, que un año des- pués de la venida del Almirante á Castilla, se habían enviado, no sin grande instancia y solici- tud de el mismo en la corte, el cual consideran- do la calidad de la tierra, la naturaleza de la gente que había dejado: el gran peligro que po- día originarse de su tardanza, instó y consi- guió de los Reyes Católicos, que se enviasen de- lante aquellos dos, de los diez y ocho navios que se le había mandado armar. La llegada de estos navios, asi por el socorro de gente y de bastimento, como por la certidumbre que se tuvo de que el Almirante estaba salvo en Espa- ña dio ánimo y vigor á los del Prefecto para ser- vir con mayor fidelidad y temor del castigo á los de Roldan, los cuales deseosos de saber las novedades y de proveerse de lo que les faltaba resolvieron irse á Santo Domingo, donde los na- vios habían llegado con esperanza de traer al- gunos a su devoción y sabiendo el Prefecto su venida, estando mas cercano al puerto, salió á impedirlos el camino; y puestas buenas guardias en los pasos, fué al puerto á ver, los navios y á dar la orden necesaria en las cosas de aquel lu- gar y deseando que el Almirante hallase sose- gada la isla, y quietos los rumores, volvió á pro- poner á Roldan, que se hallaba seis, leguas dis- VoL. II. 6
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tante con su gente, nuevas condiciones, las cua- les envió con el capitán, que había venido en los navios, llamado Pedro Fernández Coronel, así por ser hombre honrado y de autoridad, como porque esperaba que sus palabras tuviesen mayor eficacia, pues como testigo de vista, podía ase- gurarle la llegada, y el buen recibimiento que se había hecho al Almirante en España y la pronta voluntad que los Reyes Católicos mostraban de engrandecerle; más los principales de la conju- ración, temiendo que este embajador hiciese im- presión en los ánimos de los reboltosos, no le quisieron dejar hablar en público, antes bien le recibieron con las ballestas y saetas en el cami- no, y así sólo pudo decir muy pocas palabras á los rebeldes, que señalaron para oirle y sin tomar otra resolución, se volvió y los rebeldes se fueron al alojamiento que tenían en Suraña, no sin recelo de que Roldan y algunos de los prin- cipales de la compañía escribiesen á los amigos que tenían entre la gente del Prefecto, rogándo- le encarecidamenie que cuando llegase el Almi- rante, fuesen buenos]intercesores por ellos, pues sus justas quejas no eran contra él, sino contra el Prefecto. Tan deseosos estaban todos de vol- ver á su gracia y obediencia.
CAPÍ TU LO LXXVII.
Cómo los tres navios que el Almirante envió
desde Canarias, llegaron donde estaban Roldan
y los rehelados.
Pues hemos hablado de la llegada de los na- vios que el Almirante ennvió desde Castilla á la Española, será bien que tratemos de los tres que partieron de las Canarias, los cuales, siguiendo su viaje con buen tiempo llegaron á las islas de los Caribes, que son las primeras que encuen- tran los navegantes, para ir al puerto de San- to Domingo; pero como los pilotos no sabían navegar, también como ahora se acostumbra, en aquellos mares, no supieron hallar aquel puerto, se dejaron llevar de las corrientes al Oc-
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cidente abajo, hasta que dieron fondo en la pro- vincia de Suraña, donde estaban los rebelados los cuales luego conocieron que venían los na- vios fuera de camino, y que no sabían nada en cuanto á su levantamiento, y así entraron algunos en los navios fingiendo que estaban en aquella provincia por comisión del prefecto para apro- vecharse mejor de bastimentos y tener en paz y sujeción los indios de aquel pais; pero porque es muy fácil publicarse el secreto de muchos, al instante que Alonso Sánchez de Carvajal, que era el más práctico de los capitanes de los na- vios, presumió la rebelión y discordia, empezó á tratar de paz con Roldan, pensando reducirle á la obediencia del prefecto, aunque sus persua- siones no tuvieron el efecto que deseaba, por la conversación y familiaridad que habían tomado los rebeldes en los navios; por lo cual Roldan había tomado secretamente palabra á muchos de los que nuevamente venían de Castilla, de que se quedarían en su compañía, con cuya ventaja pro- curaba hacerse mayor, y así Carvajal, viendo la materia mal dispuesta, y que no podía concluir lo que pedía, resolvió con consejo de los otros dos capitanes, que la gente que llevaban para la- brar las tierras, minas y otros oficios, fuese por tierra á Santo Domingo, por que siendo el mar, los vientos, y las corrientes muy contrarias á la na-
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vegación que habían de llevar, sucedería no acabar el viaje en dos ó tres meses, de que se seguiría no solo consumir los bastimentos, sino enfermar la gente, y perder el tiempo sin utili- dad del fin, y servicio á que habían venido.
Tomada esta resolución tocó á Juan Antonio Colón, el viaje y el cargo de la gente, que era de cuarenta hombres, á Arana volverse á los na- vios, á Carvajal mantenerse en tierra por si po- día hallar modo de concordia; y poniendo en orden su partida Juan Antonio Colón, el día se- gundo que desembarcaron los trabajadores ó vagabundos con más propiedad, que iban á tra- bajar en lo que hemos referido, se pasaron á los rebelados, dejando á su capitán con seis ó siete hombres que quisieron quedarse con él. Vista se- mejante traición fué el capitán á buscar á Rol- dan, sin temer ningún peligro, y le dijo, que dando muestras de estimar y solicitar el servicio de los Reyes Católicos, no era razonable que consintiese que la gente que había venido á po- blar, sembrar la tierra y cuidar de sus ministe- rios con salarios que ya habían recibido, se que- dase allí y perdiese el tiempo, sin hacer nada de lo que era de su obligación y que si él los hubiera echado de sí, diera indicio de que sus obras eran semejantes á sus palabras, pero que de estarse allí seria causa de división, y la des-
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gracia del prefecto, más que la voluntad que te- nía de ínpedir el bien público y el servicio de sus reyes, pero como á Roldan y sus secuaces les estaba mejor lo que había sucedido, así por salir con su intento como porque el delito de muchos suele disimularse fácilmente, se escusó diciendo, que él no podía hacerlos fuerza y que su compañía era monasterio de observancia, que no podía negar al hábito ninguno, de ma- nera que viendo Juan Antonio Colón, no ser prudencia entrar en el riesgo sin esperanza de remedio, instando importunamente, determinó volverse á los navios con los pocos que le se- guían, y para que no sucediese lo mismo á la gente que había quedado, ambos capitanes, par- tieron luego con los navios á Santo Domingo, con tiempo tan contrario á su viaje como habían te- mido, por lo cual tardaron muchos días, y per- dieron los bastimentos, y el navio de Carvajal recibió mucho daño en un banco de arena, en que perdió el timón y se abrió, entrando en él tanta agua que apenas podía llevarle consigo.
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capítulo Lxxvm.
Cómo los capitanes hallaron al Almirante en Santo Domingo.
Llegados á Santo Domingo los capitanes y los navios que volvieron de Suraña, hallaron al Almirante de vuelta de tierra firme y bien in- formado del estado de los rebelados, y vistos los procesos que el prefecto había formado con- tra ellos, bien que constaba ser verdadero todo el delito y digno de severo castigo, le pareció ha- cer nueva sumaria de todo y formar nuevo pro- ceso para dar cuenta á los Reyes Católicos de lo que pasaba, y por otra parte determinó usar cuanta templanza pudiese, dando orden de re- ducirlos á la obediencia con destreza. Por lo cual,
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y por queni estos ni otrospudiesen quejarse de él, y decir que los tenía por fuerza en la isla, man- dó á 12 de Septiembre echar bando, en nombre de los Reyes Católicos, en que se daba licen- cia á los que quisiesen volverse á Castilla, pro- metiéndoles pasaje y bastimentos, y siendo avi- sado por otra parte que Roldan venía la vuelta de Santo Domingo con parte de su gente, man- dó á Miguel Ballester, Castellano de la Concep- ción que guardase bien aquella tierra y fortale- za y que si Roldan viniese por aquella parte le dijese que había recibido gran pesadumbre de sus trabajos y de todas las cosas pasadas, y que no quería se hablase más de ello, concediéndo- le perdón general, y que incontinenti fuese don- de estaba el Almirante sin ningún miedo, parii que con su consejo, le proveyese lo que tocaba al servicio de los Reyes, y que si le parecía era necesario algún salvo conducto, se le enviaría cuando se lo pidiese; Ballester respondió en 14 de Febrero, que sabía de cierto que al día si- guiente llegaría Riquelme á la villa de Bo- nao, y que Adriano y Roldan que eran los prin- cipales, se le juntarían dentro de siete ú ocho días, en cuyo tiempo podría prenderle en aquel lugar .
Por lo cual, habiéndoles hablado en con- formidad, de la comisión conque se hallaba, los
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halló muy duros y descorterses, diciendo Rol- dan: «Que él no había venido allí á tratar de ajus-. »te, ni quería ni tenía necesidad de paz, porque «tenía al Almirante y á su estado en la mano, pa- »ra mantenerle y destruirle como le pareciese, y »que no hablasen de pactos ni ajustes hasta que »sele restituyesen todos los indios presos enelsi- »tio de la Concepción, pues el haberse juntado »había sido en servicio del Reyy parafavorecer- »le y con el seguro de su palabra » Otras cosas dijo, manifestando no querer componerse, sino con gran ventaja suya, y para tratar de ello, pe- día que el Almiraníe enviase á Carvajal, porque no quería tratar con otros, sino con él esté ne- gocio, por ser hombre llegado á la razón y muy prudente como había experimentado cuando llegó á Suraña con los tres navios de que hemos hablado. Esta respuesta causó al Almirante al- guna sospecha contra Carvajal y no sin grandí- simos motivos. El primero porque antes que Car- vajal llegase á Suraña, donde entonces estaban los rebeldes, habían escrito muchas veces y en- viado á los amigos que estaban con el Prefecto diciéndoles que en llegando el Almirante, ven- drían á ponerse en sus manos, persuadiéndoles á que fuesen buenos intercesores para apla- carle.
El segundo, porque si hicieron esto luego
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que supieron haber llegado los dos navios en socorro del Prefecto, con mayor razón debían hacerlo sabiendo la llegada del Almirante, sino lo impidiese la larga conversación que ha- bía tenido Carvajal con ellos. El tercero, porque si hubiese querido hacer lo que debía, podía de- tener en su carabela preso á Roldan y á los prin- cipales de su compañía prisioneros, que estuvieron dos días en ella sin seguridad alguna. El cuarto porque sabiendo como sabía muy bien que eran rebeldes, no los debía haber dejado comprar en los navios cincuenta y cuatro espadas y once ba- llestas que habían comprado. El quinto, porque teniendo indicios de que la gente que había des- embarcado con Juan Antonio Colón, para ir á Santo Domingo, se queria pasar á los reboltosos debía haber escusado el desembarco; ó ya que se había pasado, procurar restaurarla con más solicitud. El sexto, porque andaba publicando que había ido á las Indias, por compañero del Almirante, y para que sin él no hiciese cosa al- guna, porque se temía en Castilla que el Almi- rante hiciese alguna cosa mala. El séptimo, por- que Roldan había escrito al Almirante con el mismo Carvajal, que por. consejo suyo había ido con su gente á Santo Domingo, para estar más vecino y tratar de convenio, cuando el Almiran- te llegase á la Española y que no conformando-
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se con él y los hechos con la carta, parecía que más le había hecho ir para que si el Almi- rante tardase ó no viniese, pudiera él como com- pañero del Almirante y Roldan como juez, go- bernar la isla á despecho del Prefecto. El octavo, porque cuando los otros dos capitanes se fueron por mar con las tres carabelas, fué por tierra á Samo Domingo, con guarda de los amo- tinados y la compañía de Gamiz, uno de los principales que había estado dos días, y dos no- ches con él en su navio, y le acompañó hasta seis leguas de Santo Domingo. El noveno, por- que siguió á los rebeldes cuando llegaron á Bonao enviándoles muchos refrescos y regalos. El décimo y último motivo, fué porque fuera de que los rebeldes no querian tratar de convenio con otros, sino con él, todos decían á una voz, que si hubiesen tenido precisión, le hubieran elegí- do por su capitán. Pero considerando el Almi- rante, por otra parte, que Carvajal era prudente, sabio y noble y que cada uno de los indicios re- feridos podía tener satisfacción y no ser verdad lo que le habían contado, estimándole por perso- na que no haría cosa que no debiese, con gran deseo de extinguir este indicio, determinó con- ferir con todos los principales que estaban con él la respuesta que se había de dar á Roldan para tomar resolución en lo que se debía hacer
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y estando concordes todos, envió á Carvajal y á Ballester, para que tratasen de ajuste; pero no trajeron otra respuesta de Roldan sino: —«que no '»habiendo traído los indios que habia pedido, no «quería tratar de acuerdo en otra forma,» — á cu- yas palabras satisfizo Carvajal con su prudencia, é hizo á todos tan buenos razonamientos, que movió á Roldan y á otros tres ó cuatro de los principales, á ir á ver al Almirante y hacer el ajuste. Esto desagradó mucho á los demás re- beldes, y en taato que Roldan y los demís, to- maban los caballos para ir con Carvajal á ver al Almirante,le asaltaron diciendo: — «Que no que- »rían que fuese en manera alguna y que si se ha- »bía de hacer ajuste y convenio, se hiciese en es- «crito, para tener patente á todos lo que se tra- »tase.í — De manera, que después que sobre esto estuvieron algunos días detenidos, á 15 de Oc- tubre escribió Roldan al Almirante, con con- sentimiento de todos los suyos, una carta en que atribuia al Prefecto la causa y culpa déla división diciendo al mismo Almirante que, no habién- dole dado seguro por escrito para irle á dar cuenta de lo sucedido, habían resuelto hacerle saber por escrito las condiciones que pedían, que eran el premio de las obras hasta entonces he- chas, como se verá más adelante, pero aunque fuese lo que pedían exorbitante y vergonzoso
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el día siguiente escribió Ballester, al Almirante alabando mucho la eficacia de las persuasivas razones de Carvajal, diciendo que si no habian te- nido fuerza para remover aquella gente de sus malignas proposiciones, ninguna otra cosa basta- ría sino concederles lo que pedían, porque los veia tan animados, que tenía por cierto que se pasa- ría á ellos la mayor parte de los que estaban con su señoría ilustríma, y cuando tuviese confianza de sus criados y de la gente de honra, que es- taba con el no eran bastantes contra tanto núme- ro que cada dia se iba aumentando con los que seles pasaban.
Ya el Almirante había reconocido esto por experiencia, pues cuando Roldan estiba cerca de Santo Domingo, pasó muestra de la gente que había de pelear con él, si fuese necesario, y ha- bía notado que finguiéndose unos cojos y otros enfermos, no se habían hallado más de 70 hom- bres, entre los cuales no había 40 de que fiarse, por esto al día siguiente que fué á 18 de Octubre del mismo año de 1498, Roldan y los principa- les que quisieron venir ccn él, á ver al Almirante, le enviaron una carta firmada de ellos diciéndo- oque para asegurar su vida se habían separado del Prefecto, que andaba buscando modo de matarlos, y que siendo servidores de su señoría ilustrísima, cuya venida esperaban como de suje-
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to de quien recibiría en servicio, lo que habían ejecutado por su. propia obligación, pues habían impedido á la gente hacer daño en las cosas de su señoría como pudiera; pero después que ha- bía llegado, no sólo no lo agradecció, pero ins- taba en procurar la venganza y causar los daños por hacer con su honra lo quo habían deterini- nado de hacer, y tener libertad de hacerlo, le quitaban la licencia y su servicio.» — Antes que esta carta se entregase al Almirante, había ya respondido á Roldan, por medio de Carvajal que la había enviado, refiriendo la confianza que siempre había tenido en él, la buena relación que de su persona había hecho á los Reyes Ca- tólicos y diciéndole no le había escritf), temien- do algúii inconveniente si viesen su carta los del vulgo, y le causase algün daño y por esto en lu- gar de firma y escritura, le había enviado aquel sujeto, de quien él sabía cuanto se fiaba, á quien podía estimar como si fuera su sello, que era el castellano Ballester, por todo lo cual viese lo que era más de razón ejecutar, que á todo le hallaría prontísimo y de repente mandó á i8 de Octubre, partiesen á Castilla cinco navios, en los cuales enviaba á decir á los Reyes Católicos con mucha particularidad todo lo que pasaba y que había detenido aquellos navios, creyendo que Roldan y los suyos se embarcarían en ellos
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como habían publicado antes, y que los otros tres que habían tenido consigo era menester po- nerlos en orden para que partiesen ellos, con el prefecto á seguir el descubrimiento de la tierra firme, de Paria, y á poner en orden la pesca y el rescate de las perlas, cuya muestra enviaba con Arogial.
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CAPITULO LXXIX.
Cómo Roldan fué á ver al Almirante y no quiso entrar en ningím acuerdo con él.
,- Recibida la carta del Almirante, por Roldan, respondió al tercer día, manifestando quería ha- cer todo lo que se le mandaba; más porque su gente no consentía que fuese á verle sin bastan- te seguro, le rogaba se le enviase según la mi- nuta que remitía firmada por él y sus principa- les. Al instante le envió el seguro el Almirante, á 26 de Octubre y luego fué Roldan, más con intención de atraerse algunos del Almirante, que de concluir nada, como se reconoció de las co- sas disparatadas que pedía, por lo cual se volvió
f sin ajustarse diciendo que se lo participaría á su
HISTORIA DEL ALMIRANTE 97
gente y según lo que determinasen le escribiría; y para que hubiese alguno que por parte del Al- mirante tratise y asegurase lo que fuese deter- minado fue con él, un mayordomo del Almirante, llamado Salamanca.
Después de muchas razones, envió Roldan una escritura de concordia, para que el Almiran- te la firmase, escribiendo en 6 de Noviembre, que lo contenido en ella, era lo que había podi- do recabar con su gente, y que si su señoría ilustrísima lo concedía, volviese á enviarla á la Concepción, porque la falta de bastimentos le precisaba á salir de Bonao, y que esperaría la resolución hasta el lunes siguiente. Habiendo visto el Almirante esta respuesta, y consideran- do los disparatados capítulosque pedían, de nin- guna manera quiso concederlos porque no fuese despreciada la justicia, ni cediese en deshonra suya y de sus hermanos, pero porque no tuvie- sen motivo de quejarse y dijesen que procedía en este caso con rigor, mandó á ii de Mayo, publicar un seguro que había de estar fijado 30 días como lo estuvo á las puertas de la fortale- za, cuyo tenor era: Que por cuanto estando él en Castilla habían ocurrido varias diferencias entre el prefecto, el juez Roldan y otros que habían huido con él, sin embargo de todo lo re- ferido, todos en general y cada uno de por sí,
VOL. II. 7
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pudiesen venir á servir á los Reyes Católicos, como si nunca hubiese sucedido nada, y que á cualquiera que quisiere volverse á Castilla, se le daría en qué pasar á ella, y orden para que le pagasen el sueldo, como se había acostumbrado con los demás, lo cual se ejecutaría, si dentro de 30 dias compareciesen ante el Almirante, para gozar de esta seguridad, protestando que si no comparecían en el dicho termino, proce dería en justicia contra ellos, luego al punto en- vió á Carvajal á Roldan, con este seguro firmado dándole por escrito sus razones por qué no po- día ni debía firmar los capítulos que le había enviado, y haciéndole memoria, de lo que era más honesto que ejecutase si quería hacer lo que pedía el servicio de los Reyes. Partióse Carvajal á la Concepción á ver á los sublevados que estaban muy altivos y soberbios, riéndose del salvo conducto, y diciendo que presto se le pediría el Almirante á ellos. Todo esto pasó en tres semanas, en cuyo tiempo so color de prender un hombre que Roldan quería ajusticiar, tuvieron sitiado al castellano Ballester en la fortaleza, y le quitaron el agua creyendo que por falta de ella se rindiese, mas con la llegada de Carvajal levantaron el sitio, y después de mu- chas alteraciones, que hubo de todas partes, concurrieron é hicieron el seguro siguiente:
CAPÍTULO LXXX.
FA ajmte hecho cutre el Ábnirante, Roldan y los amotinados.
Lo que se acuerda y capitula con el juez Francisco Roldan y su compañía para su despa- cho y viaje á Castilla, es lo siguiente:
«Primeramente que el señor Almirante le haga dar, dos buenos navios, bien aprestados al parecer de marineros puestos en el puerto de Suraña, por estar allí la mayor parte de la gen- te de su compañía, y por que no hay otro puer- to más cómodo, para componer y aparejar bas- timentos, y lo demás que sea necesario, en los cuales se embarcará el dicho juez con los de su
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aquel peligro, en que tuvo grandísimo miedo la gente, de ahogarse.
Pasada de repente la furia de la corriente, viendo el Almirante el riesgo á que estaba expuesto en aquel lugar, tomó su camino ha- cia la Boca del Dragón, que está entre la punta del Norte occidental de la Trinidad y la orien- tal de Paria; pero entonces no salió por ella, an- tes siguió la costa austral de Paria, navegando hacia Occidente, porque pensaba que era isla, y esperaba hallar por dónde salir á la parte del Norte, hacia la Española, y aunque por aquella costa de Paria, había muchos puertos, no quiso entrar en ninguno porque era puerto todo el mar, y estaba rodeado por todas partes de la tierra firme.
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CAPITULO LXX.
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Cómo se hallaron en Paria muestras de oro y perlas y gente de buena conversación.
Hallándose, pues, el Almirante surto, á cinco de Agosto, y teniendo devoción de no levantar las anclas en semejante día, que era domingo, envió á tierra á las barcas, donde hallaron mu- cha fruta de la misma que en las otras islas; gran número de árboles, é indicios de gente que huía de miedo de los cristianos; pero no que- riendo perder más tiempo, siguiendo su viaje la costa abajo 15 leguas, sin entrar en puerto algu- no, por temor á que los temporales no le deja- sen salir, dio fondo en el Cabo de las dichas 15 le-
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guas en la costa, y llegó de repente una Canoa á bordo de la carabela, llamada el Correo, con tres hombres y conociendo el piloto cuánto de- seaba el Almirante tener lengua de aquella gen- te, fingió querer hablar con ellos y se dejó caer en la Canoa, y la gente del navio cogió á los tres indios, con la barca y los llevó al Almiran- te, el cual les acarició mucho y con muchas dá- divas los volvió á enviar á tierra, en la cual se veía gran cantidad de indios, los cuales, oyendo la buena relación que los tres hicieron, se fue- ron todos á los navios, en sus Canoas, á trocar las cosas que tenían, que eran como las de las otras islas descubiertas antes, aunque no había Tablachinas ó rodelas, ni yerba envenenada para las flechas, la cual no usan estos indios, sino los caribes que tienen costumbre usar de ellas.
La bebida de estos indios era un licor blan- co como leche, y otros que tiraban á negro, que sabían á vino de agraces, ó uvas mal madu- ras, bien que no se pudo saber de qué fruto le hacían; traían paños de algodón de varios co- lores, bien tegidos, mayores y menores, y lo que más estimaban de nuestras cosas, era el axofar y los cascabeles, y parecía que la gente era más tratable y política que la de la Españo- la; cubren sus partes con un paño de los que
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hemos dicho, de varios colores, y traen otro re- vuelto eii la cabeza. Las mujeres andan con ella descubierta y lo demás del cuerpo, lo cual usan también en la Trinidad; no se vio allí cosa útil sino algunos espejillosde oro que traían al cue- llo, por lo cual, y porque el Almirante no podía detenerse á inquirir los secretos de la región, mandó tomar seis indios, y siguió su viaje á Oc- cidente creyendo siempre que aquella tierra de Paria, á quien llamó isla de Gracia, no fuese tierra firme; poco después vio que se les .mos- traba otra isla al Mediodía, y otra no menor al Poniente, toda de tierra muy alta, con los cam- pos sembradosy muy poblada, y los indios traían al cuello más espejos que los antecedentes, y muchos guaninis, que es oro muy bajo, el cual decían que nacía en otras islas occidentales po- bladas de gente que come hombres, y las mu- jeres traían en los brazos hilos de él, entre sus perlas gordas y delgadas, muy bien enhiladas, de las cuales rescataron alguna para enviárselas á los Reyes Católicos, y preguntados que dónde hallaban aquellas cosas, afirmaron, en las con- chas de las ostras que se pescaban al Poniente de la tierra de Gracia, y detrás de él, hacia el Norte, por lo cual el Almirante se detuvo allí para alcanzar mayor certeza de tan buena mues- tra, y envió á tierra las barcas, en la cual estaba
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taba toda la gente del país que había concurrido á la novedad, y se mostró tan doméstica y tan tratable, que importunaron á los cristianos, á que fuesen con ellos á una casa no muy distante, en la cual les dieron de comer, y mucho de su vino; algunos desde aquella casa, que debía de ser el palacio del Rey, los llevaron á otra de su hijo donde hicieron con ellos lo mismo. Todos estos indios, generalmente son más blancos qu© cuantos se habían visto hasta entonces, de me- jor cara y disposición, con los cabellos cortados por medio de la oreja al uso de Castilla, de és- tos se supo que aquella tierra se llamaba Paria, y que tenían gusto de ser amigos de los cristia- nos, con que se separaron de ellos los nuestros, y se volvieron á los navios.
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CAPÍTULO LXXI-
Cómo el AlmiranU salió de la Boca del Dragón, y del riesgo en que se vio.
Siguiendo el Almirante su camino al Oeste hallaba cada vez menos fondo en el mar, tanto que navegando por cuatro ó cinco brazas, habían llegado á hallar dos y media solamente, en baja mar, porque el crecer y menguar del agua, era de diferente modo del de la isla de la Trini • dad, porque en ella crecía el agua tres brazas, y aquí que era cuarenta y cinco leguas más á ©c- cidente, no crecía más de una; allá era el agua
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medio dulce, y aquí como la del río. Viendo el Almirante esta diferencia y el poco fondo que los navios hallaban, no se atrevió á pasar ade- lante con el suyo, el cual requería tres brazas de agua, y era de cien toneladas, y así surgió en aquella costa, que era segurísima por ser puerto en forma de herradura, rodeado por todas par- tes de aquella tierra, y envió una carabelilia que llamaba el Correo, á saber si por entre aque- llas islas había paso á Occidente, la cual habien- do navegado poco, volvió al día siguiente, ii de Agosto, diciendo que al ñn occidental de aquel mar, había una boca de dos leguas, de Mediodía al Norte, y dentro uu golfo redondo con otros cuatro golfiUos, cada uno á su lado, y que de cada uno de ellos salía un río cuya agua hacía dulce casi átoda la de aquel mar y que aun la de allá dentro era más dulce que la del sitio donde se hallaba el Almirante, añadiendo que aquellas tierras, que mostraban ser islas, eran verdaderamente una misma tierra continente, y que en todas partes habían hallado, cuatro ó cin- co brazas de fondo y tanta yerba de la del golfo que apenashabían podido pasar por ella, conque estando el Almirante muy cierto de no poder sa- lir por la vía de Occidente, volvió el mismo día hacia Oriente, con ánimo de salir por el estre- cho que se le había mostrado entre la tierra de
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Gracia, que llaman Paria los indios, y la Trini- dad, el cual estrecho al Levante, está á la pun- ta de la Trinidad, que él llamó Cabo Boto^ que quiere decir no perfecto, y al Poniente, á la punta de la isla de Gracia, que llamó punta de la Lapa, y en medio están cuatro isletas; el mo- tivo de haberle puesto el nombre de Cabo del Dragón fué porque verdaderamente es peligro- so, por la furia del agua dulce, que por él quie- re salir al mar, de que ocasionaban tres ondas de mar grueso, y de gran rumor, las cuales se ex» tendían de Levante á Poniente por toda la boca referida, y porque al tiempo que salió por ella le faltó viento, se halló en grandísimo peligro de que las corrientes diesen con él eu las rocas ó en la arena donde pereciese, tuvo razón ca llamarle con nombre correspondiente á la otra boca, en la cual no se vio en menor peligro, como hemos dicho; pero quiso Nuestro Señor, que de aquí donde tenía más miedo, le viniese el remedio, y que la misma corriente le sacase salvo, por la cual sin otra tardanza, lunes á 13 de Agosto, empezó á navegar hacia Occidente por la costa del Norte de la misma Paria, para atravesar después á la Española, dando muchas gracias á Dios que le libraba de tantos trabajos y riesgos, mostrándole siempre nuevas tierras llenas de gente doméstica y de gran riqueza.
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especialmente aquella que tenía por ciertísimo, que fuese tierra firme, por la grandeza del golfo, de las perlas y de los ríos que saltan de él y del mar, el cual todo era de agua dulce, y por autoridad de Esdras, que dice en el capítulo 8 del cuarto libro, que de siete partes de la esfera está una sola cubierta de agua, y porque todos los indios de las islas de los Canibales, le ha- bían dicho que á la parte del Mediodía había una grandísima tierra firme.
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CAPÍTULO LXXII.
Cómo d Almirantí} atravesó desde In tierra firme, á la Española.
Navegando el Almirante al Occidente de la costa de Paria, se iba cada instante alejando de ésta, la vuelta del Norueste, porque las calmas y las corrientes le echaban hacia aquella parte; de manera que el miércoles á 15 de Agosto, dejó el Cabo que llamó de las Conchas^ al Me- diodía, y al Poniente la Margarita, que es una isla á la cual puso este nombre, acaso inspirado de Dios, porque cerca de ella estaba la isla de Cubagua, de la cual se ha sacado innumerable cantidad de perlas, por esto también en la Es- pañola volviendo de Jamaica, puso nombre á al-
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gunos montes todos de oro, y después se halló en ellos la mayor cantidad y granos de oro que de aquella isla se ha traído á España. Volvien- do á su viaje digo que siguió su camino por seis islas, que llamó las Guardias y otras tres que estaban más al Norte y llamó los Ttsttgos; y aunque todavía se descubría mucha tierra al Poniente de la misma costa de Paria, dice el Almirante que nunca podría dar la puntual cuenta que deseaba de tales particularidades, porque del continuo velar, tenía los ojos vueltos sangre y se veía precisado áanotar la mayor parte de sus cosas, por relación délos pilotos y marine- ros que andaban con él. Asimismo dice que aque- lla misma noche que fué jueves, 16 de Agosto, no habiendo hasta entonces noruestado la agu- ja, noruestearon más de cuarta y media, y algu- nas veces medio viento, sin que pudiese haber en esto error, porque habían estado siempre muy vigilantes en anotarlo, y con la admiración de ello y desconsuelo de que les faltase como- didad para seguir la costa de tierra firme, na- vegaron casi todo aquel viaje al Norueste, hasta que el lunes, á 20 de Agosto, dio fondo el Al- mirante entre la Beata y la Española y desde aquí envió con algunos indios cartas al prefecto su hermano, haciéndole saber su venida, y buen suceso aunque estaba maravillado de verse tan
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al Poniente: pues aunque conocía más débiles las fuerzas de las corrientes, no pensó que fuese en tanto grado, por lo cual, aunque no le falta- ban las vituallas del todo, subió luego hacia Oriente, la vía de Santo Domingo, en cuyo puerto ó río, entró á 30 de Agosto, porque el prefecto había destinado á este sitio el de la ciu- dad hacia la parte de Oriente del río, donde hoy está, y la llaman Santo Domingo, en memo- ria de su padre que se llamaba Domingo.
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CAPITULO LXXIU
De la rebelión y sublevaciones que halló el Almirante en la española, por la maldad de Roldan, á quien había dejado 'por jueS gene- ral en ella.
Habiendo llegado el Almirante á la ciudad de Santo Domingo, con la vista casi perdida, de las vijilias desaforadas que había tenido conti- nuamente, esperó descansar de los trabajos que había padecido en aquel viaje, y que hallaría mucha paz entre su gente, pero le sucedió todo al contrario; porque todas las familias de la is- la, estaban en gran tumulto y sedición, por lo cual gran parte de la gente, de la que dejó, era ya muerta, y no habían quedado allí más que 1 6o hombres, llenos de mal francés. Otros mu-
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chos se habían rebelado con Roldan. No halló allí más de los tres navios que había enviado de Canarias con socorro, como hemos dicho. Y así será necesario que demos cuenta ordenadamen- te, para seguir y cumplir el hilo de la historia, empezando desde el día en que el Almirante se partió á Castilla, que fué en el mes de Marzo del año de 1496, habiendo pasado treinta meses hasta el día de su vuelta.
Al principio de este tiempo, con la espe- ranza de que volvería presto, estuvo la gente sosegada por considerarse en breve socorrida; pero luego que pasó el primer año, faltándola todas las cosas de Castilla, y creciendo las en- fermedades y trabajos, aunque descontenta de lo que le sucedía y sin esperar alivio de mejorar en adelante, se mantenían sosegados, pero no se sabían las quejas de muchos que estaban des- contentos, entre los cuales no faltaba quien los incitase y procurase hacerse cabeza, de que tocó la suerte entonces á Francisco Roldan, natural de Torre-Ximeno, á quien había dado el Almi- rante mucha reputación y autoridad entre los in- dios y los cristianos, con dejarle por juez mayor, que no era menos obedecido que su misma per- sona, de lo cual se puede presumir que entre él y el prefecto que había dejado por gobernador faltase aquella entera voluntad que requería el
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bien público, como se conoció en adelante, por el tiempo y la experiencia, por lo cual tratando el Almirante de volver ó enviar socorro á las Indias, empezó Roldan á dirigir el pensamiento para apoderarse de la isla, proponiendo matar á los hermanos del Almirante que eran las per- sonas en quien podía hallar mayor resistencia, y para este hecho esperaba ocasión.
Sucedió que el prefecto, fué á una provincia occidental que se llamaba Suraña, distante 8o leguas de la Isabela, donde quedó Roldan en su lugar, aunque debajo del gobierno de Don Die- go, hermano segundo del Almirante; esto enfa- dó de modo á Roldan que en tanto que el pre- fecto ordenaba al rey de aquella provincia que pagase á los Reyes Católicos el tributo que el Almirante había impuesto á todos los indios de aquella isla, empezó Roldan secretamenteá traer algunos á su partido, pero no se atrevió de re- pente á levantarse, ni sin inventar algún motivo, y así tomó por fundamento, para abrirla puerta á su rebelión, una carabela que estaba en la Isa- bela que había mandado hacer el prefecto para enviarla á Castilla, y si fuese menester, la cual es- taba en tierra por falta de jarcias, y los aparejos necesarios para hecharla al agua, fingió y publi- có Roldan que era otro el motivo, y que convi- niesen todos en que se echase al mar luego, pa-
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ra venir algunos de ellos á Castilla á dar cuenta de sus trabajos, y so color del bien común, hacía gran instancia para que la echasen al agua, lo cual resistía Don Diego, por faltarla todo lo re- ferido; de que resultó que Roldan empezó á tra- tar con más aliento y desvc-güenza con algunos secretamente que echasen al agua la carabela, aunque no quisiera Don Diego, diciendo á los que eran de su parte que si el prefecto y su her- mano se desagradaban de esto, era porque que- rían mantenerse con el señorío de la Tierra, y tenerlos siempre sujetos, sin que hubiese allí na- vio para poder hacersaber á los Reyes Católicos su rebelión y tiranía, y puesto que sabían y era muy claro cuan cruil y terrible era el prefecto, y la mala y desventurada vida que los daba, ha- ciéndolos labrar tierras y fortalezas, estando ya sin esperanza de que el Almirante trajese soco- rro alguno, era bien hecho que se apoderasen de la carabela y procurasen su libertad, sin per- mitir que so color del sueldo, que nunca se les pagaba, viviesen sujetos á un estraño, pudiendo gozar de una vida quieta y sosegada, y al mismo tiempo útilísima, pues todo cuanto se rescatase y trocase en la isla lo partirían igualmente y se servirían de los indios como quisiesen, sin que los tirasen del freno, como hasta entonces, pues no se les permitía tomar para mujer una india,
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que les agradase, y demás de este precepto los hacían guardar los tres votos de religión, sin que les faltasen ayunos y disciplinas, con las cár- celes y los castigos, que por el menor exceso se les daban; así, pues él tenía la vara de la aurori- dad del Rey se aseguraba de todo lo que pudie- se suceder, sin que pudiese seguirles perjuicio alguno de todo lo referido, exortábales á que hi- ciesen loque les aconsejaba, pues no podían errar. Estas y otras semejantes palabras procedidas del aborrecimiento que tenía al Prefecto y la es- peranza de la utilidad, llevaron tantos á su devo- ción, que habiendo vuelto el Prefecto un diaj desde Suraña á la Isabela, determinaron algunos darle de puñaladas, teniéndolo por tan fácil que habían prevenido un cordel para colgarle des- pués de muerto, la causa de moverse á esta mal- dad fué el haber preso entoiices á Baraona, gran amigo de los conjurados; y si Dios no hubiera inspirado, el ánimo del Prefecto para no proce- der á la ejecución de la Justicia, sin duda le hu- biera muerto entonces.
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CAPITULO LXXIV.
Cómo Roldan intentó sublevar la ciudad de la Concepción, y saqueó la Isabela.
Viendo Roldan que no había conseguido la muerte del Prefecto como deseaba, y descu- bierta ya, su conjuración, determinó apoderarse de la tierra y de la fortaleza de la Concepción, pareciéndole que de este modo sería muy fácil sujetar la isla.
Para ejecutar lo referido, le fué muy del caso, hallarse vecino á la ciudad, porque mien- tras el Prefecto estaba fuera le había enviado D. Diego con 40 hombres á pacificar los indios que se habían levantado en aquella provincia, con intención de apoderarse de la misma ciu-
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dad y dar muerte á los cristianos, de modo que Roldan, so color de remediar este insulto y castigarlos, juntó su gente en la estancia de un cacique suyo llamado Marche, para ejecutar su propósito en llegando la ocasión; pero tenien- do alguna sospecha de lo que había de suceder el castellano de la fortaleza, Ballester, la puso buena guarda y envió á decir al Prefecto, el riesgo en que se hallaba, el cual con gran pres- teza fué á meterse en la fortaleza con la gente que pudo juntar.
Estando ya claramente descubierta, la con- juración de Roldan, vino á ella con salvo- conducto, más por considerar el daño que po- díahaber hecho, ál Prefecto, que por la voluntad de concordarse con él, y con mayor irreveren- cia y desvergüenza de lo que convenía, protestó al Prefecto, que mandase echar la carabela al agua, ó le diese licencia de echarla, que él con sus amigos lo ejecutaría; irritado el Prefecto de estas palabras, le respondió con alguna tem- planza, que él y sus amigos no eran marineros ni sabían lo que en semejante caso se hacía, ne- cesaria y razonablemente, y que aunque consi- guiesen echarla al agua no podían navegar en ella por falta de jarcias y otros aparejos, y que esto, solo era querer poner en peligro la gente, y la carabela, y porque el prefecto entendía
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esto como hombre de mar y no siendo ellos marineros no lo comprendían, siguiendo varios pareceres.
Pasadas estas, y otras razones de desagrado, Roldan se fué enojado sin querer deponer el empleo, ni estar ajuicio como se lo decía el prefecto, respondiéndole que haría uno y otro cuando el Rey, por quien estaba en la isla se lo mandase, pues que sabía que él no podía hacer justicia por el odio que le tenía, y que á tuerto ó á derecho, buscaría ocasión de matarle ó ha- cerle alguna injuria vergonzosa, y en tanto por hacer lo que la razón pedía, iría á residir donde le mandase, pero señalándole el prefecto, la es- tancia del cacique Diego Colón para que estu- viese en ella, lo rehusó con el pretexto de que no tenía bastimentos para mantener su gente, y que él buscaría lugar más acomodado, y así tomó el camino á la Isabela, acompañado de sesenta y cinco hombres, y viendo que no podía echar al agua la carabela dio á saco el almacén, ro- bando él y sus secuaces las armas, paños y vi- tuallas que quisieron, sin que pudiese evitarlo D. Diego Colón que estaba en la ciudad, el cual hubiera padecido gran peligro, á no haberse retirado á la fortaleza con algunos criados, aun- que del proceso que después se fulminó sobre estos excesos, consta por algunos testigos que
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Roldan le prometió obediencia porque tomase la voz contra su hermano, pero no admitiendo esta proposición D. Diego, ni pudiendo Roldan hacerle mal, temiendo el socorro que enviaba el prefecto, se salió de la plaza con todos los amotinados, llevándose los ganados que estaban en sus cercanías, mataron los que quisieron para comer y se proveyeron de bestias para el viaje que destinaban á la provincia de Suraña (de donde poco antes había venido el Prefecto) con intención de quedarse allí por ser la tierra más deliciosa y abundante de la Isabela, y sus indios, respecto de los demás pueblos de la Española, gente de mucho juicio y sabiduría, especial- mente porque las indias eran las más hermosas, y de más agradable conversación que las otras, que era, lo que más los incitaba á ir á la refeiida provincia y mantenerse en ella; más por no de- jar de probar sus fuerzas, antes que el Prefecto aumentase los suyos para darles digno castigo, determinaron pasar á la Concepción y sorpren- derla, matando al Prefecto, que estaba dentro, y cuando este intento se malograse, sitiarla.
Luego tuvo el Prefecto aviso de lo que tra- taban, y se previno á la defensa, animando álos suyos con palabras, ofreciéndoles muchas dádi- vas y dos esclavos á cada uno, para que los sir» viesen, aunque bien reconocía que la mayorparte
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de los que estaban con él, c-tim'.ban mucho la buena vida que Roldan prometía á los suyos y que muchos oían de buena gana los recados que les enviaba, por lo cual tenía Roldan espe- ranza de que todos se pasasen de repente á su partido y era el motivo de haberse atrevido á emprender y proseguir esta empresa; pero no le salió como pensaba, porque el Prefecto, de más de haberse prevenido, como dijimos y de ser hombre de gran valor, y tener la gente más firme á su devoción, estaba resuelto á hacer con las armas lo que la razón y el buen consejo re- querían, por lo cual puesta en orden su gente, salió de la playa para embestirle en el camino.
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CAPITULO LXXV.
Cómo Roldan incitó á los indios de la tierra
contra el Prefecto, y se volvió Gon su gente á
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Viendo Roldan tan mudado el fin de su es- peranza y que ninguno de los del Prefecto se ^ pasaba á él, resolvió retirarse con tiempo y se- guir su primer camino á Suraña, no teniendo ánimo de esperarle, aunque alargando la lengua para hablar de él vituperosamente por todos los pueblos y villas que pasaba, provocándolos á odio y rebelión contra el mismo Prefecto. De- cíales que la causa de apartarse de su compa • nía, era por ser hombre terrible y vengativo contra los cristianos y los indios, que era into- lerable su avaricia, por las mucha s cargas y tri
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Dicho esto, determinaron prohibir la paga del tributo impuesto, de que resultó no haberse podido cobrar de los indios que vivían lejos del Prefecto, ni aún se cobró de los demás vecinos porque no se irritasen, y siguiesen el levanta- miento; pero esta cortesía que vieron, no pudo ayudar tanto, que habiendo salido el Prefecto de la Concepción, dejase Guarionex, que era el cacique superior de la provincia, de resolverse á sitiar la villa y la fortaleza, y dar muerte á los cristianos que la guardaban, y para conseguirlo mejor, juntó á todos los caciques, sus parciales, y trató secretamente con ellos de que cada uno matase á los que tuviese en su provincia, por- que como las tierras de la Española no son tan grandes, que puedan mantener mucha gente, se veían precisados los cristianos á repartirse en cuadrillas ó compañías de ocho ó diez, en cada tierra. Esta determinación dio esperanza á los indios de que asaltándolos de improviso á un
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tiempo, bastarían para no dejar á ninguno vivo, pero como para señalar el tiempo y ordenar las cosas, que se debían ejecutar no tienen números ni saben contar sino por los dedos, resolvieron que á la primer luna llena, cada uno estuviese prevenido y pronto para matar sus cristianos.
Teniendo ya en orden Guarionex, sus caci- ques, uno de ellos y el principal, ambicioso de reputación, teniendo el negocio por muy fácil y no siendo tan buen astrólogo que supiese la entrada de la luna nueva, embistió en su tierra antes del tiempo en que estaban todos concor- des, pero le hicieron salir de ella huyendo y maltratado, y creyendo hallar ayuda en Gua- rionex, encontró su ruina, porque éste le casti- gó con la muerte, que tenía merecida, por ha- ber dado causa á que fuese descubierta la con- juración y los cristianos avisados; no fué poco el dolor que los rebeldes tuvieron de este des- orden, porque según se dijo, habían armado esta trama con su noticia y favor, y por esto se habían acercado á ver si Guarionex ponía las cosas en términos de que uniéndose á él, pu- diesen destruir al prefecto; pero viendo que no les había salido bien su intención, no quisieron asegurarse en la provincia donde estaban; antes se volvieron á Suraña, publicando que eran los protectoies de los indios, aunque sus obras y
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voluntad eran de ladrones, sin que Dios ni el mundo los templase con otro freno, que el de su desordenado apetito, pues cada uno robaba lo que podía y Roldan, su cabeza, más que to- dos persuadiendo y mandando á los indios prin- cipales y á cada Cacique que recogiesen cuanto podían, porque él quería defender á los indios y á los rebelados, libertándolos del tributo que había impuesto el Prefecto; siendo mucho más lo que él les quitaba; so color de la libertad re- ferida, pues solamente de un Cacique que se llamaba Mamicautex, tomaba cada tres meses una calabaza en que cabían tres marcos de oro fino, y para mayor seguridad de la paga, tenía consigo á título de amistad, un hijo y un nieto suyOi y ninguno se admire de que reduzcamos los marcos de oro á medida de calabazas, pues lo hacemos paramostrarqueen semejantes casos usaban medidas los indios, porque peso, no le tuvieron jamás.
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CAPITULO LXXVI.
Cómo llegaron navios de Castilla con basti- mentos y socorro.
Estando los cristianos todavía divididos, co- mo hemos dicho, y tardando mucho en llegar navios de Castilla con socorro, ni el Prefecto ni D. Diego, podían mantener sosegada la gente que les había quedado, porque siendo los más de ellos gente baja, deseosos) de la vida y del buen tiempo que Soldán les ofrecía, aunque no estaban abandonados, temían el castigo de los delincuentes, lo que les hacía tan innobedientes que era poco menos que imposible hallar cami- no para sosegarlos, lo cual era causa de tolerar los insultos de los rebelados; más queriendo el Sumo Dios darles algún alivio en debates tan
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arriesgados, hizo que llegasen finalmente los dos navios que hemos dicho arriba, que un año des- pués de la venida del Almirante á Castilla, se habían enviado, no sin grande instancia y solici- tud de el mismo en la corte, el cual consideran- do la calidad de la tierra, la naturaleza de la gente que había dejado: el gran peligro que po- día originarse de su tardanza, instó y consi- guió de los Reyes Católicos, que se enviasen de- lante aquellos dos, de los diez y ocho navios que se le había mandado armar. La llegada de estos navios, asi por el socorro de gente y de bastimento, como por la certidumbre que se tuvo de que el Almirante estaba salvo en Espa- ña dio ánimo y vigor á los del Prefecto para ser- vir con mayor fidelidad y temor del castigo á los de Roldan, los cuales deseosos de saber las novedades y de proveerse de lo que les faltaba resolvieron irse á Santo Domingo, donde los na- vios habían llegado con esperanza de traer al- gunos a su devoción y sabiendo el Prefecto sa venida, estando mas cercano al puerto, salió á impedirlos el camino; y puestas buenas guardias en los pasos, fué al puerto á ver, los navios y á dar la orden necesaria en las cosas de aquel lu- gar y deseando que el Almirante hallase sose- gada la isla, y quietos los rumores, volvió á pro- poner á Roldan, que se hallaba seis, leguas dis- VoL. II. 6
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tante con su gente, nuevas condiciones, las cua- les envió con el capitán, que había venido en los navios, llamado Pedro Fernández Coronel, así por ser hombre honrado y de autoridad, como porque esperaba que sus palabras tuviesen mayor eficacia, pues como testigo de vista, podía ase- gurarle la llegada, y el buen recibimiento que se había hecho al Almirante en España y la pronta voluntad que los Reyes Católicos mostraban de engrandecerle; más los principales de la conju- ración, temiendo que este embajador hiciese im- presión en los ánimos de los reboltosos, no le quisieron dejar hablar en público, antes bien le recibieron con las ballestas y saetas en el cami- no, y así sólo pudo decir muy pocas palabras á los rebeldes, que señalaron para oirle y sin tomar otra resolución, se volvió y los rebeldes se fueron al alojamiento que tenían en Suraña, no sin recelo de que Roldan y algunos de los prin- cipales de la compañía escribiesen á los amigos que tenían entre la gente del Prefecto, rogándo- le encarecidamenie que cuando llegase el Almi- rante, fuesen buenos]intercesores por ellos, pues 3US justas quejas no eran contra él, sino contra el Prefecto. Tan deseosos estaban todos de vol- ver á su gracia y obediencia.
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CAPÍTULO LXXVII.
Cómo los tres navios que el Almirante envió
desde Canarias, llegaron donde estaban Roldan
y los rehelados.
Pues hemos hablado de la llegada de los na- vios que el Almirante ennvió desde Castilla á la Española, será bien que tratemos de los tres que partieron de las Canarias, los cuales, siguiendo su viaje con buen tiempo llegaron á las islas de los Caribes, que son las primeras que encuen- tran los navegantes, para ir al puerto de San- to Domingo; pero como los pilotos no sabían navegar, también como ahora se acostumbra, en aquellos mares, no supieron hallar aquel puerto, se dejaron llevar de las corrientes al Oc-
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cidente abajo, hasta que dieron fondo en la pro- vincia de Suraña, donde estaban los rebelados los cuales luego conocieron que venían los na- vios fuera de camino, y que no sabían nada en cuanto á su levantamiento, y así entraron algunos en los navios fingiendo que estaban en aquella provincia por comisión del prefecto para apro- vecharse mejor de bastimentos y tener en paz y sujeción los indios de aquel pais; pero porque es muy fácil publicarse el secreto de muchos, al instante que Alonso Sánchez de Carvajal, que era el más práctico de los capitanes de los na- vios, presumió la rebelión y discordia, empezó á tratar de paz con Roldan, pensando reducirlo á la obediencia del prefecto, aunque sus persua- siones no tuvieron el efecto que deseaba, por la conversación y familiaridad que habían tomado los rebeldes en los navios; por lo cual Roldan había tomado secretamente palabra á muchos de los que nuevamente venían de Castilla, de que se quedarían en su compañía, con cuya ventaja pro- curaba hacerse mayor, y así Carvajal, viendo la materia mal dispuesta, y que no podía concluir lo que pedía, resolvió con consejo de los otros dos capitanes, que la gente que llevaban para la- brar las tierras, minas y otros oficios, fuese por tierra á Santo Domingo, por que siendo el mar, los vientos, y las corrientes muy contrarias á la na-
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vegación que habían de llevar, sucedería no acabar el viaje en dos ó tres meses, de que se seguiría no solo consumir los bastimentos, sino enfermar la gente, y perder el tiempo sin utili- dad del fin, y servicio á que habían venido.
Tomada esta resolución tocó á Juan Antonio Colón, el viaje y el cargo de la gente, que era de cuarenta hombres, á Arana volverse á los na- vios, á Carvajal mantenerse en tierra por si po- día hallar modo de concordia; y poniendo en orden su partida Juan Antonio Colón, el día se- gundo que desembarcaron los trabajadores ó vagabundos con más propiedad, que iban á tra- bajar en lo que hemos referido, se pasaron á los rebelados, dejando á su capitán con seis ó siete hombres que quisieron quedarse con él. Vista se- mejante traición fué el capitán á buscar á Rol- dan, sin temer ningún peligro, y le dijo, que dando muestras de estimar y solicitar el servicio de los Reyes Católicos, no era razonable que consintiese que la gente que había venido á po- blar, sembrar la tierra y cuidar de sus ministe- rios con salarios que ya habían recibido, se que- dase allí y perdiese el tiempo, sin hacer nada de lo que era de su obligación y que si él los hubiera echado de sí, diera indicio de que sus obras eran semejantes á sus palabras, pero que de estarse allí seria causa de división, y la des-
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gracia del prefecto, más que la voluntad que te- nía de inpedir el bien público y el servicio de sus reyes, pero como á Roldan y sus secuaces les estaba mejor lo que había sucedido, así por salir con su intento como porque el delito de muchos suele disimularse fácilmente, se escusó diciendo, que él no podía hacerlos fuerza y que su compañía era monasterio de observancia, que no podía negar al hábito ninguno, de ma- nera que viendo Juan Antonio Colón, no ser prudencia entrar en el riesgo sin esperanza de remedio, instando importunamente, determinó volverse á los navios con los pocos que le se- guían, y para que no sucediese lo mismo á la gente que había quedado, ambos capitanes, par- tieron luego con los navios á Santo Domingo, con tiempo tan contrario á su viaje como habían te- mido, por lo cual tardaron muchos días, y per- dieron los bastimentos, y el navio de Carvajal recibió mucho daño en un banco de arena, en que perdió el timón y se abrió, entrando en él tanta agua que apenas podía llevarle consigo.
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CAPÍTULO LXXVni.
Cómo los capitanes hallaron al Almirante en Santo Domingo.
Llegados á Santo Domingo los capitanes y los navios que volvieron de Suraña, hallaron al Almirante de vuelta de tierra firme y bien in- formado del estado de los rebelados, y vistos los procesos que el prefecto había formado con- tra ellos, bien que constaba ser verdadero todo el delito y digno de severo castigo, le pareció ha- cer nueva sumaria de todo y formar nuevo pro- ceso para dar cuenta á los Reyes Católicos de lo que pasaba, y por otra parte determinó usar cuanta templanza pudiese, dando orden de re- ducirlos á la obediencia con destreza. Por lo cual,
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y por que ai estos ni otros pudiesen quejarse de él, y decir que los tenía por fuerza en la isla, man- dó á 12 de Septiembre echar bando, en nombre de los Reyes Católicos, en que se daba licen- cia á los que quisiesen volverse á Castilla, pro- metiéndoles pasaje y bastimentos, y siendo avi- sado por otra parte que Roldan venía la vuelta de Santo Domingo con parte de su gente, man- dó á Miguel Ballester, Castellano de la Concep- ción que guardase bien aquella tierra y fortale- za y que si Roldan viniese por aquella parte le dijese que había recibido gran pesadumbre de sus trabajos y de todas las cosas pasadas, y que no quería se hablase más de ello, concediéndo- le perdón general, y que incontinenti fuese don- de estaba el Almirante sin ningún miedo, para que con su consejo, le proveyese lo que tocaba al servicio de los Reyes, y que si le parecía era necesario algún salvo conducto, se le enviaría cuando se lo pidiese; Ballester respondió en 14 de Febrero, que sabía de cierto que al día si- guiente llegaría Riquelme á la villa de Bo- nao, y que Adriano y Roldan que eran los prin- cipales, se le juntarían dentro de siete ú ocho días, en cuyo tiempo podría prenderle en aquel lugar .
Por lo cual, habiéndoles hablado en con- formidad, de la comisión conque se hallaba, los
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halló muy duros y descorterses, diciendo Rol- dan: «Que él no había venido allí á tratar de ajus-. »te, ni quería ni tenía necesidad de paz, porque wtenía al Almirante y á su estado en la mano, pa- »ra mantenerle y destruirle como le pareciese, y »que no hablasen de pactos ni ajustes hasta que »sele restituyesen todos los indios presos en el si- »tio de la Concepción, pues el haberse juntado »había sido en servicio del Rey y para favor ecer- »le y con el seguro de su palabra » Otras cosas dijo, manifestando no querer componerse, sino con gran ventaja suya, y para tratar de ello, pe- día que el Almiraníe enviase á Carvajal, porque no quería tratar con otros, sino con él esté ne- gocio, por ser hombre llegado á la razón y muy prudente como había experimentado cuando llegó á Suraña con los tres navios de que hemos hablado. Esta respuesta causó al Almirante al- guna sospecha contra Carvajal y no sin grandí- simos motivos. El primero porque antes que Car- vajal llegase á Suraña, donde entonces estaban los rebeldes, habían escrito muchas veces y en- viado á los amigos que estaban con el Prefecto diciéndoles que en llegando el Almirante, ven- drían á ponerse en sus manos, persuadiéndoles á que fuesen buenos intercesores para apla- carle.
El segundo, porque si hicieron esto luego
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que supieron haber llegado los dos navios en socorro del Prefecto, con mayor razón debían hacerlo sabiendo la llegada del Almirante, sino lo impidiese la larga conversación que ha- bía tenido Carvajal con ellos. El tercero, porque si hubiese querido hacer lo que debía, podía de- tener en su carabela preso á Roldan y á los prin- cipales de su compañía prisioneros, que estuvieron dos días en ella sin seguridad alguna. El cuarto porque sabiendo como sabía muy bien que eran rebeldes, no los debía haber dejado comprar en los navios cincuenta y cuatro espadas y once ba- llestas que habían comprado. El quinto, porque teniendo indicios de que la gente que habíades- embarcado con Juan Antonio Colón, para ir á Santo Domingo, se queria pasar á los reboltosos debía haber escusado el desembarco; ó ya que se había pasado, procurar restaurarla con más solicitud. El sexto, porque andaba publicando que había ido á las Indias, por compañero del Almirante, y para que sin él no hiciese cosa al- guna, porque se temía en Castilla que el Almi- rante hiciese alguna cosa mala. El séptimo, por- que Roldan había escrito al Almirante con el mismo Carvajal, que por. consejo suyo había ido con su gente á Santo Domingo, para estar más vecino y tratar de convenio, cuando el Almiran- te llegase á la Española y que no conformándo-
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se con él y los hechos con la carta, parecía que más le había hecho ir para que si el Almi- rante tardase ó no viniese, pudiera él como com- pañero del Almirante y Roldan como juez, go- bernar la isla á despecho del Prefecto. El octavo, porque cuando los otros dos capitanes se fueron por mar con las tres carabelas, fué por tierra á Santo Domingo, con guarda de los amo- tinados y la compañía de Gamiz, uno de los principales que había estado dos días, y dos no- ches con él en su nivío, y le acompañó hasta seis leguas de Santo Domingo. El noveno, por- que siguió á los rebeldes cuando llegaron á Bonao enviándoles muchos refrescos y regalos. El décimo y último motivo, fué porque fuera de que los rebeldes no querian tratar de convenio con otros, sino con él, todos decían a una voz, que si hubiesen tenido precisión, le hubieran elegi- do por su capitán. Pero considerando el Almi- rante, por otra parte, que Carvajal era prudente, sabio y noble y que cada uno de los indicios re- feridos podía tener satisfacción y no ser verdad lo que le habían contado, estimándole porperso- na que no haría cosa que no debiese, con gran deseo de extinguir este indicio, determinó con- ferir con todos los principales que estaban con él la respuesta que se había de dar á Roldan para tomar resolución en lo que se debía hacer
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y estando concordes todos, envió á Carvajal y á Ballester, para que tratasen de ajuste; pero no trajeron otra respuesta deRoldán sino: —«que no ■^habiendo traído los indios que habia pedido, no »quería tratar de acuerdo en otra forma, > — á cu- yas palabras satisfizo Carvajal con su prudencia, é hizo á todos tan buenos razonamientos, que movió á Roldan y á otros tres ó cuatro de los principales, á ir á ver al Almirante y hacer el ajuste. Esto desagradó mucho á los demás re- beldes, y en tanto que Roldan y los demís, to- maban los caballos para ir con Carvajal á ver al Almirante, le asaltaron diciendo: — «Que no que- »rían que fuese en manera alguna y que si se ha- »bía de hacer ajuste y convenio, se hiciese en es- »crito, para tener patente á todos lo que se tra- »tase.í — De maaera, que después que sobre esto estuvieron algunos días detenidos, á 15 de Oc- tubre escribió Roldan al Almirante, con con- sentimiento de todos los suyos, una carta en que atribuia al Prefectola causa y culpa déla división diciendo al mismo Almirante que, no habién- dole dado seguro por escrito para irle á dar cuenta de lo sucedido, habían resuelto hacerle saber por escrito las condiciones que pedían, que eran el premio de las obras hasta entonces he- chas, como se verá más adelante, pero aunque fuese lo que pedían exorbitante y vergonzoso
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el día siguiente escribió Ballester, al Almirante alabando mucho la eficacia de las persuasivas razones de Carvajal, diciendo que si no habían te- nido fuerza para remover aquella gente de sus malignas proposiciones, ninguna otra cosa basta- ría sino concederles lo que pedían, porque los veia tan animados, que tenía por cierto que se pasa- ría á ellos la mayor parte de los que estaban con su señoría ilustríma, y cuando tuviese confianza de sus criados y de la gente de honra, que es- taba con el no eran bastantes contra tanto núme- ro que cada día se iba aumentando con los que seles pasaban.
Ya el Almirante había reconocido esto por experiencia, pues cuando Roldan estaba cerca de Santo Domingo, pasó muestra de la gentetjue había de pelear con él, si fuese necesario, y ha- bía notado que finguiéndose unos cojos y otros enfermos, no se liabían hallado más de 70 hom- bres, entre los cuales no había 40 de que fiarse, por esto al día siguiente que fué á 18 de Octubre del mismo año de 1498, Roldan y los principa- les que quisieron venir con él, á ver al Almirante, le enviaron una carta firmada de ellos diciéndo- oque para asegurar su vida se habían separado del Prefecto, que andaba buscando modo de matarlos, y que siendo servidores de su señoría ilustrísima, cuya venida esperaban como de suje-
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to de quien recibiría en servicio, lo que habían ejecutado por su. propia obligación, pues habían impedido á la gente hacer daño en las cosas de su señoría como pudiera; pero después que ha- bía llegado, no sólo no lo agradecció, pero ins- taba en procurar la venganza y causar los daños por hacer con su honra lo que habían determi- nado de hacer, y tener libertad de hacerlo, le quitaban la licencia y su servicio.» — Antes que esta carta se entregase al Almirante, había ya respondido á Roldan, por medio de Carvajal que la había enviado, refiriendo la confianza que siempre había tenido en él, la buena relación que de su persona había hecho á los Reyes Ca- tólicos y diciéndole no le había escrito, temien- do algüii inconveniente si viesen su carta los del vulgo, y le causase algün daño y por esto en lu- gar de firma y escritura, le había enviado aquel sujeto, de quien él sabía cuanto se fiaba, á quien podía estimar como si fuera su sello, que era el castellano Ballester, por todo lo cual viese lo que era más de razón ejecutar, que á todo le hallaría prontísimo y de repente mandó á i8 de Octubre, partiesen á Castilla cinco navios, en los cuales enviaba á decir á los Reyes Católicos con mucha particularidad todo lo que pasaba y que había detenido aquellos navios, creyendo que Roldan y los suyos se embarcarían en ellos
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como habían publicado antes, y que los otros tres que habían tenido consigo era menester po- nerlos en orden para que partiesen ellos, con el prefecto á seguir el descubrimiento de la tierra firme, de Paria, y á poner en orden la pesca y el rescate de las perlas, cuya muestra enviaba con Arogial.
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CAPITULO LXXIX.
Cómo Roldan fué á ver al Almirante y no quiso entrar en ningún acuerdo con él.
.1. Recibida la carta del Almirante, por Roldan, respondió al tercer día, manifestando quería ha- cer todo lo que se le mandaba; más porque su gente no consentía que fuese á verle sin bastan- te seguro, le rogaba se le enviase según la mi- nuta que remitía firmada por él y sus principa- les. Al instante le envió el seguro el Almirante, á 26 de Octubre y luego fué Roldan, más con intención de atraerse algunos del Almirante, que de concluir nada, como se reconoció de las co- sas disparatadas que pedía, por lo cual se volvió
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gente y según lo que determinasen le escribiría; y para que hubiese alguno que por parte del Al- mirante tratise y asegurase lo que fuese deter- minado fue con él, un mayordomo del Almirante, llamado Salamanca.
Después de muchas razones, envió Roldan una escritura de concordia, para que el Almiran- te la firmase, escribiendo en 6 de Noviembre, que lo contenido en ella, era lo que había podi- do recabar con su gente, y que si su señoría ilustrísima lo concedía, volviese á enviarla á la Concepción, porque la falta de bastimentos le precisaba á salir de Bonao, y que esperaría la resolución hasta el lunes siguiente. Habiendo visto el Almirante esta respuesta, y consideran- do los disparatados capítulosque pedían, de nin- guna manera quiso concederlos porque no fuese despreciada la justicia, ni cediese en deshonra suya y de sus hermanos, pero porque no tuvie- sen motivo de quejarse y dijesen que procedía en este caso con rigor, mandó á ii de Mayo, publicar un seguro que había de estar fijado 30 días como lo estuvo á las puertas de la fortale- za, cuyo tenor era: Que por cuanto estando él en Castilla habían ocurrido varias diferencias entre el prefecto, el juez Roldan y otros que habían huido con él, sin embargo de todo lo re- ferido, todos en general y cada uno de por sí, VOL. II. 7
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pudiesen venir á servir á los Reyes Católicos, como si nunca hubiese sucedido nada, y que á cualquiera que quisiere volverse á Castilla, se le daría en qué pasar á ella, y orden para que le pagasen el sueldo, como se había acostumbrado con los demás, lo cual se ejecutaría, si dentro de 30 dias compareciesen ante el Almirante, para gozar de esta seguridad, protestando que si no compirecían en el dicho término, proce dería en justicia contra ellos, luego al punto en- vió á Carvajal á Roldan, con este seguro firmado dándole por escrito sus r^izones por qué no po- día ni debía firmar los capítulos que le había enviado, y haciéndole memoria, de lo que era más honesto que ejecutase si quería hacer lo que pedía el servicio de los Reyes. Partióse Carvajal á la Concepción á ver á los sublevados que estaban muy altivos y soberbios, riéndose del salvo conducto, y diciendo que presto se le pediría el Almirante á ellos. Todo esto pasó en tres semanas, en cuyo tiempo so color de prender un hombre que Roldan quería ajusticiar, tuvieron sitiado al castellano Ballester en la fortaleza, y le quitaron el agua creyendo que por falla de ella se rindiese, mas con la llegada de Carvajal levantaron el sitio, y después de mu- chas alteraciones, que hubo de todas partes, concurrieron é hicieron el seguro siguient';:
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CAPÍTULO LXXX.
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El ajmte hecho entre el Almirante, Baldan y los amotinados .
Lo que se acuerda y capitula con el juez Francisco Roldan y su compañía para su despa- cho y viaje á Castilla, es lo siguiente:
«Primeramente que el señor Almirante le haga dar, dos buenos navios, bien aprestados al parecer de marineros puestos en el puerto de Suraña, por estar allí la mayor parte de la gen- te de su compañía, y por que no hay otro puer- to más cómodo, para componer y aparejar bas- timentos, y lo demás que sea necesario, en los cuales se embarcará el dicho juez con los de su
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compañía, y placiendo á Dios seguirá su viaje la vuelta de Castilla.
»Que así mismo le hará dar su señoría un mandamiento para que sea pagado el sueldo, que hasta el día de la fecha se debiese á todos, y cartas de lo bien que habían servido, para los Reyes Católicos, y para que se les mande pagar. j>Asi mismo hará que se les den los esclavos, de la merced que se hizo á la gente, por los tra- bajos que ha padecido en esta isla, y por el ser- vicio que ha hecho, con nota de la merced de ellos, y porque algunos de la compañía tienen mujeres preñadas ó paridas, si quisieren irse con ellos, sea en lugar de los esclavos que ha- bían de llevar, y los hijos sean libres y los lle- ven consigo.
»Item, que su señoría les hará poner en dichos navios todos los bastimentos que necesitaren para el dicho viaje, del mismo modo que los dan á otros, y por que no podrán ser proveidosde pan se da licencia al juez y á su compañía, para que se provean en aquella tierra y que les sean dados 30 quintales de bizcochos, y habiéndole, 30 cos- tales de trigo para que si se pudriese el Cazabi, que podría suceder fácilmente, puedan socorrer- se con el referido pan de trigo.
«Demás de esto dará su señoría seguro á las
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personas que faeren á solicitar despachos para el sueldo.
»Item, que por cuanto á algunos de los que están con el juex les han quitado y embargado alguna hacienda, mandará su señoril que todo se les satisfaga,
oltem, que su señoría dará cartas para los Re- yes Católicos, haciéndoles saber que los puer- cos de dicho juez, se quedaban en la isla para pro- visión de la gente que está en ella, hasta en nú- mero de 1 20 grandes y 230 chicos, suplicando á sus Altezas, que se los manden pagar en el pre- cio que los pudiera haber vendido en la dicha isla, los cuales le fueron quitados por Febrero del año pasado de 1498.
«Que su señoría dará al dicho juez una paten- te para que pueda vender algunas cosas suyas, ^ que será preciso vender para irse, ó hacer de ellas loque le pareciere ó dejarlas por suyas en la isla á quien le parezca que las gobierne me- jor.
»Que su señoría mandará á los jueces que de- terminen luego el caso del caballo.
»Que su señoría si reconociere ser justas las cosas de los nuestros de Salamanca, escribirá al dicho Juez que se lo haga pagar.
» Ítem, que se hablará con su señoría en cuan- to á los esclavos de los capitanes.
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«Asi mismo que por cuanto el dicho juez y su compañía temen que su señoría ú otra perso- na por él, les dé algún enojo, con los demás na- vios que quedan en la isia, hará seguro prome- tiendo en nombre de los Reyes Católicos y por su fe y palabra de hijo dalgo según costumbre de España, que su señoría ni otro, no les causará enojo ni perturbará su viaje.
>Visto por mí este ajuste, hecho por Alonso Sánchez de Carvajal y Diego de Salamanca con Francisco Roldan, y con su compañía á 21 de No- viembre del año de 1498, soy contento de ob- servarle en la forma que en él se contiene; con condición que el dicho Roldan, ó cualquiera de su compañía en cuyo nombre firmo y confirmo la capitulación dada álos referidos Alonso Sánchez de Carvajal y Diego de Salamanca, y todos los demás cristianos de la isla de cualquier grado ó condición, no recibirán á otro ninguno en su compañía, yo, Francisco Roldan, juez, por raí y por todas las personas que estín en mi com- pañía, prometo' y doy mi fe y palabra de que serán observadas y cumplidas las cosas arri- ba contenidas, sin que intervenga otra cautela, sino la lealtad de la verdad conforme se contie- ne aquí; guardando su señoría todo lo que entre el señor Alonso Sánchez de Carvajal, Diego de
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Salamanca y yo, se ha tratado y acordado como lo tienen por escrito.
»Y lo primero que desde el día de la data de esta, hasta que venga la respuesta de lo refe- rido, que será en el término de diez días, no re- cibiré persona alguna de las que están con el señor Almirante.
«ítem, que desde el día que se me llevare y entregare la dicha respuesta en la Concepción, con el despacho de lo acordado y afirmado por su señoría, que será en los diez dias referidos, dentro de los primeros, cincuenta siguientes, nos embarcaremos á la vela, en buen hora para Castilla.
nltem, que ninguno de los esclavos de la mer- ced, que se nos ha concedido será llevado por fuerza.
»Item, que no habiendo de estar el señor Almi- rante, en el puerto donde vamos á embarcarnos, la persona ó personas que enviare su señoría, sean honradas y respetadas ó ministros de los Reyes Católicos, ó suyos á los cuales se dará cuenta y razón de lo que se embarcare en las dichas carabelas, para que tomen memoria ó ejecuten lo que pareciere á su señoría, y para en- terarse de las cosas, que estuviesen en nuestro poder pertenecientes á los Reyes. Todas las cuales cosas se entienda, deber ser fumadas y
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ejecutadas en la forma que las llevan en escri- to el dicho señor Alonso Sánchez de Carvajal y el dicho Diego de Salamanca cuya respuesta es- pero en la Concepción, dentro de lo-" primeros ocho días siguientes, y si no viniere, no quedare obligado d cosa alguna de lo que se ha dicho.
»En fé de lo cual y por mantener y observar por mí y por todos los de mi compañía lo que he dicho, firmé esta escritura de mi mano.
apecha en la Concepción hoy sábado i6 de Noviembre de 1498.»
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CAPITULO LXXXl.
Cómo después del ajuste se fueron á Suraña los rebeldes, diciendo que querían embarcarse en los dos navios enviados por el Almirante.
Después de acomodadas las cosas como se ha dicho, volvieron Carvaj il, y Salamanca, á Santo Domingo, para que el Almirante firmase los capitules referidos, como lo hizo por su in- tercesión á 21 de Noviembre y concedió de nuevo seguro y licencia á los que no quisiesen ir á Castilla con Roldan, para que se viniesen á él, prometiéndoles sueldo ó vecindad, lo que más quisiesen y que los demás pudiesen ir á nego- ciar á Santo Domingo, libremente como les agradase, cuyo despacho entregó Ballester en 24 de Noviembre, á Roldan, y á los de su com-
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pañía eu la Concepción, y con él tomaron su camino hacia Suruña, á disponer las cosas de su partida, como se conoció después y aunque el Al- mirante en cierto modo reconociese la maligni dad y sintiese el dolor de ver impedido el servi- cio del Prefecto, en la continuación del descubri- ?miento de la tierra firme de Paria, y el disponer la pesca y rescate de las perlas, dándoles aque- llos navios, no por esto quiso dar motivo á que le culpasen los rebeldes, de que los negaba el pasaje ofrecido: por *o cual empezó luego á pre- parar los navios, según estaba capitulado, aunque su despacho se dilataba algo por la pe- nuria de las cosas que se necesitaban, y para su- plirlas sin perder más tiempo, mandó á Carva- jal que fuese por tierra á Suraña, para que en tanto que llegaban los navios, tuviese dispuesta prontamente su partida y el despacho de la gen- te, conforme á la amplia comisión que llevaba.
Resolvió también ir al punto á.la Isabela, á visitar y asegurar la tierra, dejando á I). Diego, su hermano, en Santo Domingo, para que prove- yese lo que fuese necesario, y así después de su partida, salieron á fin de Enero, las dos carabe- las, proveídas de todo lo necesario para recoger á los rebelados; pero habiéndolas sobrevenido una gran tormenta se vieron precisadas á quedar- se en otro puerto, hasta fin de Marzo, y porque
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la carabela Niña, que era una de ellas, estaba en peor estado, y requería mayor remedio, en- vió el Almirante orden á Pedro de Arana, y á Francisco de Garay, con la otra llamada Santa Cruz, á Suraña, en la cual fué después Carvajal, y no por tierra, en este viaje tardó once días, y halló la otra carabela llamada Santa Cruz, que esperaba í Uí.
CAPÍTULO LXXXII.
Cómo los rebelados mudaron d-i propósito, en
ir á Castilla c hicieron nuevo ajuste con el
Almirante.
En este medio tiempo, tardando las carabe- las tanto y no queriendo embarcarse la mayor parte de la gente de Roldan, tomaron por moti- vo para quedarse en la tierra, la tardanza, echan- do la culpa al Almirante porque no las había despachado, con la brevedad que había podido. Sabiendo esto el Almirante escribió á Roldan y á Adriano, exhortándoles con buenas razones, á cumplir lo capitulado, y á no desviarse de la obe- diencia, demás que Carvajal que estaba con ellos en Suraña, hizo una protesta ante un nota- rio llamado Francisco de Garay, que después
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fué gobernador de Panuco y Jamaica, á los rebe- lados, diciendo aceptasen los navios, que enviaba el Almirante proveídos de todo, y se embarca- sen, según los capítulos. Pero ellos no quisieron aceptarlos, por lo cual á 25 de Abril les mandó se volviesen á Santo Domingo, porque los echa- ban á perder las culebras, y la gente que traían padecía falta de bastimentos. No se les dio nada de esto á los rebelados, antes se alegraron y en- soberbecieron bastantemente, viendo que se ha- cía tanto caso de ellos, de suerte no solo no agra- decieron la templanza del Almirante, antes es- cribieron que él tenía la culpa de que se queda- sen, porque quería vengarse de ellof=-, siendo éste el motivo de enviar tarde las carabelas, y en tan mal estado que era imposible que pudiesen lle- gar á Castilla, y que aunque fuesen buenas y bien proveídas, traían ya consumidas las vitua- llas, sin que pudiesen bastar las que habían que- dado para tan largo tiempo y siendo esto cierto habían determinado esperar remedio de los Reyes Católicos. Con cuya respuesta se vol- vió Carvajal á Santo Domingo por tierra, y al tiempo de su partida le dijo Roldan, que si el Almirante le enviaba otro seguro, iría á verle, por si podía hallarse medio de ajuste, que fuese á satisfacción de ambos, como se lo escribió Carvajal al Almirante, desde Santo Domingo, á
no lERNANUO COLÓN
15 de Mayo, y á 21, le respondió agradeciéndole los trabajos que padecía por este negocio, y le envió el seguro que pedía con una carta para Roldan, aunque breve, larga de eficaces senten- cias, exhortándole á la quietud, obediencia y servicio de los Reyes Católicos, y habiéndole respondido, el Almirante volvió á escribirle más dilatadamente á 29 de Junio.
El día 3 de Agosto, seis ó siete délos principa- les rebelados que estaban con el Almirante le en- viaron otro seguro para que pudiese ir á tratar con suseñoría, pero porque la distancia era mucha, y conveniente que el Almirante visitase la tierra, resolvió ir con dos carabelas al puerto de Azua, en la lni^:ila isla Española, al Poniente de Santo Domingo, para acercarse á la provincia en que estaban los rebelados, de los cuales vinieron mu- chos al dicho puerto. Llegó el Almirante con sus navios á él, casi á fin de Agosto, y empezó á tratar con los principales, persuadiéndoles á que desistiesen de su desventurado propósito, prometiéndoles todi merced y favor, lo cual dijeron harían si el Almirante les concedía cua- tro cosas. La primera, que con los primeros na- vios que viniesen á Castilla, había de enviar á 15 de ellos. La segunda que á los que se queda- sen en la isla, había de darles casas y tierras por su sueldo. La tercera que publicase bando,
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de que todo -lo qae había sucedido en las tur- baciones, procedía de testigos falsos, y culpa de algunos malignos La cuarta, que el Almirante nombrase nuevamente por juez perpetuo á Rol- dan. Capitulado esto entre ellos, se volvió Rol- dan á tierra desde la carabela del Almirante, y envió los capítulos á su gente tan á su modo que al fin de ellos decía que si el Almirante faltase á alguna cosa de ellos sería lícito hacér- selos guardar por fuerza, ó por la vía que mejor les pareciese.
El Almirante deseoso de ver el fin de tantas dificultades, y considerando, que sobre esta re- volución habían pasado dos años, y que aumen- tándose siempre permanecían en su rebelión, y viendo que algnnos de los que estaban con él se atrevían á juntar cuadrillas y á conjurarse unidos para andar por otras tierras de la isla del mismo modo que Roldan había hecho, re- solvió firmarlos de cuarquier modo que fuesen y dio dos patentes; una a Roldan, de juez perpe- tuo, y otra que contenía las cosas referidas, y demás de esto lo que había enviado anteceden- temente concedido, cuya copia dejamos puesta arriba; y con efecto el martes 5 de Noviembre empezó Roldan á ejercer su jurisdicción, y eligió por juez del Bonao, como le pertenecía, á Pe- dro Riquelme, con facultad de castigar los reos
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criminales, excepto los de pena capital que ha- bía de enviar á la fortaleza de la Concepción para que Roldan los sentenciase; y porque el discipulo no tenía mejor intención que el maes- tro, quiso luego fabricar una casa fuerte en el Bonao, pero se lo estorbó Pedro de Arana, co- nociendo claramente que era contra el servicio debido al Almirants.
CAPÍTULO LXXXIV (i).
Cómo viidto Oj^Aii dd descubrimiento ocasio- nó nuevos alborotos en la Española.
Volviendo al hilo de nuestra historia, digo, que compuestas ya las cosas de Rolda'n, nombró el Almirante un capitán con gente para que co- rriese la isla, sosegando y reduciendo los Indios al tributo, con orden de que estuviese sobre aviso para que luego que sintiese alguna rebe- lión, tumulto de cristianos, ó señal de levanta- miento de indios, fuese prontamente á castigar- le y lo remediase. Esto lo hizo con intención de venirse á Castilla, y traer consigo al prefec-
(i) Por error tipográfico sin duda, se omitió en la impresión de 1749 el número del e»p¡tulo LXXXIII, y por no variar nada,- se omite aquí también.
VoL. II. 8
114 FERNANDO COLÓN
to, porque dificultosamente se olvidarían las co- sas pasadas, si quedase en el gobierno.
Estando disponiendo su partida llegó á la isla Alonso de Ojeda, que venía de descubrir con cuatro navios, y porque semejantes hombres navegaban á la ventura, entró á 5 de Setiembre de 1499 en el puerto quo llaman los cristianos del ^ríZí// y los indios Tachitio, con intención de cargar en él, de indios, y en tanto que es peraba hacer tales cosas, se entregó á hacer mal, y para mostrar que era naiembro del obispo Fonseca, que hemos dicho, solicitaba levantar otr» nuevo tumulto, publicando que la reina doña Isabel estaba cercana á morir, y que faltando, no habría quien favoreciese al Almirante y que en su perjuicio haría él cuanto quisiese, por ser verdadero, y fiel servidor del dicho obispo, su enemigo ,
Con esta fama y engaño, empezó á escribir á algunos que aún no se habían sosegado de las turbaciones pasadas y á tener inteligencias con ellos; pero sabiendo Roldan, sus obras y mala intención, fué contra él con veintiséis hombres de orden del Almirante á impedir el daño que \ pensaba, y á 29 de Septiembre, estando áleguay media de él, supo que se hallaba con quince hombres en la tierra de un cacique llamado -<^«/- guayagua, haciendo pan y bizcocho; con cuyo
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aviso caminó aquella noche para cogerle de im- proviso, pero entendiendo Ojeda que Roldan le seguía, haciendo de él, ladrón fiel, viendo que no le podía resistir, fué á encontrarle diciendo: que la gran necesidad de bastimentos que tenía le habían llevado aquel lugar para proveerse de ellos, como en tierra de los Reyes sus señores, sin intención de hacer mal á nadie, y dándole cuenta de su viaje, dijo que venía de descubrir por la costa de Paria al Occidente, seiscientas le- guas, donde había hallado gente, que peleaba con los cristianos, con igual partido, y que le ha- bían herido veinte hombres, por lo cual no pudo valerse de las riquezas de la tierra en que había hallado ciervos, conejos, pieles y garras de ti- gres y guaninis, que mostró á Roldan en las ca- rabelas, asegurándole querer ir luego á Santo Domingo, á dar cuenta de todo al Almirante, que entonces estaba con gran cuidado por haberle •escrito Pedro de Arana, que Riquelme, juez del Bonao, por Roldan; so color de hacer una casa para sus ganados, había elegido un montecillo fuerte para hacer desde él, con poca gente cuanto mal pudiese, y que él se había puesto á estorbár- selo, sobre que había hecho causa Riquelme con testigos, y enviándolo al Almirante, quejándose de la fuerza que le hacia Arana, y suplicándole la remediase, para que no hubiese algún desór-
lió FERNANDO COLÓN
den entre ellos; porque aunque el Almirante co- nociese que no estaban del todo sosegados sus pensamientos, le pareció, bastaba mantener la sospecha^ no descuidándose de estar sobre aviso, creyendo que sería bastante remediar el manifiesto error de Ojeda, sin fomentar, el que con la disim .elación debía tolerarse.
Procediendo Ojeda, en su mal propósito, en el mes de Febrero del año de 1500 precedida licencia de S-oldán, se fué con sus navios á Su- raña, donde vivían muchos de los que se habían rebelado, siendo la avaricia y la utilidad, el ca- mino más cierto para incitar á todo mal; empe- zó á publicar entre aquella gente que los Reyes Católicos le habían hecho consejero del Almi- rante, con Carvajal, para que no le dejasen ha- cer cosa que no les pareciese ser del real servi- cio, y que una de las cosas que le habían manda- de, era que luego pagase en dinero de contado á todos los que estaban sirviendo al Rey, en la isla, y que, pues el Almirante, no era tan discre- to, que se moviese á b icer esto, ofrecía ir á San- to Domingo con ellos y precisarle á que los pa- gase, y si les pareciese, después echarle de la isla, vivo ó muerto, porque no debían fiarse del ajuste, ni de la palabra que los había dado, pues no la mantendría, sino, en cuanto no pudiese más.
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Con esta oferta resolvieron muchos seguirle, y con su favor y ayuda dio una noche en los que no quisieron admitirla, y hubo muertos y heridos de ambas partes, y porque tenían por cierto que reducido Roldan al servicio del Almirante, no entraría en la nueva conjuración determinaron prenderle de improviso, mas sabiéndolo Roldan fué con bastante gente adonde es'aba Ojeda para remediar sus desórdenes, ó castigarle, se- gún le pareciese convenía, mas Ojeda no le espe- ró, antes de miedo se retiró á sus navios, y Rol- dan desde tierra y el otro desde el mar, trata- ban del sitio donde habían de avocarse, temien- do cada uno en ponerse debajo de la mano del Otro.
Viendo Roldan que Ojeda no se fiaba de él, ofreció ir á hablarle en sus navios, y para ello le envió á pedir la barca, que se la envió con bue- na guardia, y habiendo recibido en ella á Rol- dan con seis ó siete de los suyos, cuando esta- ban más seguros cargaron sobre los de Ojeda, Roldan y los suyos con las espadas desnudas, y matando algunos, é hiriendo á otros, se apodera- ron de la barca, y se volvieron con ella á tierra, no dejándole á Ojeda sino un batel para servi- cio de los navios, en el cual vino á avocarse con Roldan, y escusándose de sus excesos, restituyó algunos honabres que había tomado por fuerza
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para que le restituyesen la barca con su gente, di- ciendo que si no la restituía, perecerían todos,. y los navios, por no tener otra, con que gobernar- los. Roldan se la volvió porque no tuviese mo- tivo de quejarse, ni dijese que por su causa se perdía, tomando primero seguridad y promesa de que dentro de cierto tiempo, saldría de la Es- pañola, y así se vio precisado á hacerlo, por la buena guardia que puso en tierra Roldan.
Es dificultoso desarraigar la cizaña sin que vuelva á nacer, así la gente mal habituada vol- vió á caer en sus errores, como sucedió á una parte de los rebelados, pocos días después que Ojeda había partido, pues hallándose un D. Fer- nando de Guevara, como sedicioso, en desgracia del Almirante, y juntándose con Ojeda por sus delitos, con gran aborrecimiento á Roldan, por que le había impedido casarse con una hija de Canua, que era la principal reina de Suraña, em- pezó á juntar muchos conjurados, para prender- le y sucederle en hacer mal, é incitó especial- mente á Adriano, uno de los principales, con otros dos hombres de mala vida, los cuales á mediados de Junio del año de 1500, dispusie- ron la prisión ó la muerte de Roldan, pero sien- do este muy advertido, después que supo el tra- tado se portó tan bien que prendió á D. Fer- nando, á Adriano y á los principales de su
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cuadrilla, y avisó al Almirante lo que pasaba, pidiéndole dijese lo que había de hacer con los presos, el cual le respondió, que pues sin motivo habían intentado alterar la tierra, hiciese justicia correspondiente ásus delitos, según dis- ponían las leyes, pues sino se daba algún casti- go sería destruirlo todo. Luego lo puso el juez en ejecución, y hecha la causa contra ellos, mandó ahorcar á Adriano como autor y princi- pal cabeza de la conjuración, desterró á otros según sus delitos, y dejó en la prisión á D. Fer- nando, hasta que á 13 de Junio, se le entregó con otros presos á Gonzalo Blanco, para que los lle- vase áTá vega donde estaba el Almirante.
Este castigo sosegó la tierra, y los indios vol- vieron á la obediencia y servicio de los cristia- nos, y se descubrieron tantas minas de oro, que los castellanos dejaban el sueldo real y se reti- raban del servicio, tratando de vivir por sí, apli- cándose á sacar oro industriosamente á su cos- ta, dando al rey la tercera parte de lo que ha- llaban.
Tanto creció la aplicación, que hubo per- sona que recogió en un día cinco marcos de granos de oro, bastante gruesos, entre los cua- ' les hubo uno que pesó 196 ducados. Los indios estaban obedientes, con gran miedo del Almi- rante, tan deseosos de contentarle, que pensan-
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do que le hacíaa algún servicio se hacían cris tianos voluntariamente, y si algún indio princi- pal tenía que parecer ante él, procuraba venir vestido, por lo cual y para mayor quietud deter- minó el Almirante, visitar la isla en persona, y el miércoles 20 de Febrero de 1499, partió coa el prefecto de Santo Domingo, y llegaron á la Isabela á 19 de Marzo, de donde salieron á 5 de Abril, y llegaron á la Concepción el mar- tes siguiente, desde donde partió el prefecto á Suraña, el viernes 7 de Junio.
El día después de Navidad de 1499, escribió el Almirante «habiéndome dejado todos, fui em- bestido con guerra por los indios, y por los ma- los cristianos, y llegué á tal estremo, que por huir la muerte, dejándolo todo me metí en el mar, en una carabela pequeña; entonces me socorrió Nuestro Señor, diciendome: Oh Jiombre de poca fe, no tengas nútdo^yo soy. y así derramó mis enemigos y me mostró como podía llenar mis ofertas: ¡Oh infeliz pecador, yo que lo hacía pender todo de la esperanza del mundo.»
A 3 de Febrero de 1500 determinaba el Al- mirante ir á Santo Domingo con ánimo de aper- cibirse para volver á Castilla á dar cuenta de todo á los Reyes Católicos.
CAPITULO LXXXV.
Como por informaciones falsas y fingidas quejas de algunos, enviaron los Retjes Católi- cos, un juez á las Indias para saber lo que pasaba.
En tanto que las referidas turbaciones suce- dían como se ha dicho, muchos de los rebela- dos con cartas desde la Española, y otros que se habían vuelto á Castilla, no dejaban de presen- tar informaciones falsas á los Reyes Católicos y á los de su consejo, contra el Almirante y sus hermanos diciendo que eran muy crueles é inca-
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paces pira aquelgobierno, así por ser extranjeros y ultramontanos, como porque en ningún tiempo se habían visto en estado de gobernar gente honrada, afirmando que si sus altezas no ponían remedio, sucedería la última destrucción de aquellos países, los cuales cuando no fuesen destruidos por su perversa administración, el mismo Almirante se rebelaría y haría liga con algún Príncipe que le ayudase pretendiendo que todo fuese suyo, por haber sido descubierto con su industria y trabajo, y para salir con este inten- to, escondía las riquezas, y no permitía que los indios sirviesen á los cristianos, ni se con- virtiesen á la fé, porque acariciándolos esperaba tenerlos de su parte para hacer todo cuanto fue- se contra el servicio de sus altezas. Procedían éstos y otros semejantes en estas calumnias con tan grande importunación á los Reyes Católicos, diciendo mal del Almirante, y lamentándose de que había muchos años que no pagaba sueldos, que daban qué decir á todos los que entonces estaban en la corte. Era de tal manera que es- tando yo en Granada, cuando murió el serenísi- mo príncipe D. Miguel, más de 50 de ellos como hombres sin vergüenza, compraron una gran cantidad de uvas y se metieron en el patio de la Alharabra, dando grandes gritos, diciendo que sus altezas y el Almirante los hacían pasar
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la vida de aquella forma, por la mala paga, y otras deshonestidades é indecencias que repe- tían.
Tanta era sü desvergüenza, que cuando el Rey Católico salía, le rodeaban todos y le cogían enmediodiciendo:iPa^úr,/dr^úr, y si acaso yoymi hermano, que éramos pajes de la serenísima Reina pasábamos por donde estaban, levantaban el grito hasta los cielos diciendo: — Mirad los hi- jos del Almirante, los Mosquitillos de aquel que ha hallado tierras de vanidad, y engaño para sepulcro y miseria délos hidalgos castellanos, — añadiendo otras muchas injurias por lo cual ex- cusábamos pasar por delante de ellos.
Siendo tantas sus quejas y las importunacio- nes que hacían á los privados del Rey, determi- nó enviar un juez á la Española, para que se in- formase de todas las cosas referidas, mandándo- le que si hallase culpado al Almirante, según las quejas expresadas, le enviase á Castilla y quedase él en el Gobierno. El pesquisidor que para este efecto enviaron los Reyes Católicos, fué un Francisco de Bobadilla, Comendador de la Orden de Calatrava, muy pobre, por lo cual se le dio bastante, y copiosa comisión en Madrid á 21 de Mayo del año de 1499; llevaba firmas del Rey en blanco, para llenarlas adonde le
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pareciese, yen la Española, que le diesen todos fa- vor y auxilio. Con este despacho llegó á Santo Domingo á fin de Agosto del año de 1500, cuan- do el Almirante estaba poniendo orden en las co- sas de aquella provincia, donde el Prefecto ha- bía sido embestido por los rebelados, y donde estaba mayor número de indios y de mejor cali- dad y razón que todos los demás de la isla; de manera que no hallando Bobadllla cuando llegó, persona á quien tener respeto, lo primero que hizo fué entrarse á vivir en el palacio del Almi- rante, y servirse y apoderarse de todo lo que ha- bía en él, como si le hubiera tocado por legíti- ma sucesión y herencia, y recogiendo y favore- ciendo después á todos loS que halló de los re- belados, y á otros muchos que aborrecían al Al- mirante, se declaró al punto por gobernador, y para adquirir la gracia del pueblo , echó bando, ha- ciendo francos á todos por 20 años, y envió á protestar al Almirante, que sin dilación alguna viniese á donde él estaba, que convenía al ser- vicio del Rey, y en confirmación de ello le en- vió con Fray Juan de la Sera, una carta á 7 de Septiembre del tenor siguiente:
«Don Cristóbal Colón, nuestro Almirante del sMar Occeano, hemos mandado al Comendador »Franscisco de Bobadilla, portador de ésta, que »os diga algunas cosas de nuestra parte, por lo
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«cual os rogamos le deis fé y crédito, y obedez- »cais. Dada en Madrid á 2 1 de Mayo del año de »i499. Yo el Rey. Yo la Reina, por mandado de »sus altezas, Miguel Pérez de Almazón.»
CAPITULO LXXXVI.
Cómo el Almirante fué preso y enviado á Cas- tilla, con grillos juntamente con sus her- manos.
Luego que vio el Almirante la carta de los Reyes fué prontamente á Santo Domingo, don- de ya estaba el dicho juez, descoso de mante- nerse en el Gobierno y sin tardanza alguna ni in- formación jurídica, á primero de Octubre del año de 1500 le hizo poner preso en un navio con su hermano D. Diego, y con grillos y buena guardia, mandando debajo de gravísimas penas que ninguno hablase de cosa que les pertenecie- se. Después, como se dice de la justicia de Pedro Grullo, empezó á formar proceso contra ellos,
HISTORIA DEL ALMIRANTE 1 27
recibiendo por testigos á los rebelados enemigos suyos, y favoreciendo é incitando públicamente á los que venían á decir mal de él, los cuales de- ponían tantas maldades y delitos, que sería más que ciego, quien no conociese que los dictaba la pasión sin alguna verdad, por lo cual los Reyes Católicos no los quisieron recibir, arrepintiéndo- se mucho de haber enviado aquel hombre con semejante cargo, y no sin justa razón, porque este Bobadilla destruyó la isla, y gastó las rentas y tributos Reales; para que todos le ayudasen, publicando que los Reyes Católicos no querían otra cosa que el nombre del dominio, y que todo el útil fuese para sus subditos pero no por esto perdía nada de su parte, antes acompañándose con los más ricos, y poderosos, daba sus indios para los servicios, con pacto de participar todo cuanto ganasen con ellos, y vendía en pública al- moneda las posesiones y heredades que el Almi- rante había adquirido á los Reyes Católicos, di- ciendo— que los Reyes no eran labradores, ni mer- caderes, ni querían aquellas tierras para su utili- dad, sino para socorro y alivio de sus vasallos. — Con este pretexto vendía todo, procurando por otra parte que lo comprasen algunos de sus com- pañeros, por dos tercias partes menos de lo que valían, y aún haciendo estas cosas no atendía á las de justicia, ni á otro respeto, que hacerse rico
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y ganar el afecto del pueblo, porque aún tenía miedo de que el Prefecto, que todavía no había vuelto de Suraña, le impidiese, y que procurase con las arnnas librar al Almirante, como si en esto sus hermanos no hubieran tenido grande prudencia, por lo cual el Almirante envió al punto á decir, que por servicio de los Reyes Católicos y por no alborotar la tierra fuesen á él pacíficamente, puesto que llegados á Castilla al- canzarían más fácilmente el- castigo de tan raro sujeto, y el remedio de los agravios, que les ha- cía, pero ni por esto dejó Bobadilla de prender- le, con sus dos hermanos, consintiendo que los malvados y populares, ilijesen mil injurias contra él, por las plazas, y que tocasen cuernos junto al puerto donde estaban embarcados, demás de muchos libelos infamatorios, que estaban puestos en las esquinas, de modo que, aunque supo que Diego Ortiz Hospitalero, había hecho y leído un libelo en la plaza, no sólo no le castigó, pero mostró grande alegría de ello, por lo cual cada uno se ingeniaba á darse á conocer por valiente en tales cosas, ni al tiempo de la partida del Al- mirante temiendo que se volviese á tierra nadan- do, dejó de decir al piloto, llamado Andrés Martín, que se le entregase al obispo D. Juan de Fonseca, pava dar á entender que con su favor y consejo ejecutaba todo aquello; bien que des-
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pues estando en el mar, conocida por el patrón la malignidad de Bobadilla, quiso quitar los gri- llos al Almirante, pero él jamás lo consintió di- ciendo que pues los Royes Católicos mandaban por su carta ejecutase, lo que en su nombre le mandase Bobadilla y que por su autoridad y co- misión le h'ibía puesto los grillos, no quería que otras personas, que las mismas de sus altezas, hi. ciesen sobre todo ello lo que les agradase; pues tenía determinado guardar los grillos para reli- quias y memoria del premio de sus muchos ser- vicios, y así lo hizo porque yo los vi siempre en su retrete y quiso que fuesen enterrados con él.
El día 20 de Noviembre del año de 1500 escribioal Reyquehabía llegado áCadizysabi'.^n- do el modo como venía, luego dieron orden para que le pusiesen en libertad y le escribieron cartas llenas de benignidad, manifestando mucho desagrado por sus trabajos y de la descortesía que había usado Bobadilla, diciéndole que pa- sase á la corte, donde serían atendidos sus ne- gocios y sería despachado con mucha brevedad y honra.
En todas estas cosas, yo no debo culpar á los Reyes Católicos, sino en haber elegido para aquel cargo á un hombre maligno, y de tan poco saber, porque si fuese hombre que supiese usar de su oficio, el Almirante se hubiera alegrado de
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SU ida, pues había suplicado por sus cartas, que enviasen á alguno para que hiciese verda- dera información de la maldad de aquella gen- te, y de los desmanes que cometía, para que fue- sen castigados por otra mano, no queriendo él por haber tenido origen los alborotos con su hermano, proceder con el rigor, que hubiera usado, en caso sin sospecha y aunque pueda de- cirse, que sin embargo de que estuviesen mal informados los Reyes Católicos, del Almirante no debían enviar áBobadilla con tantas cartas y fa- vor, sin limitarle la comisión que le daban, puede responderse que no fué maravilla que lo hicie- sen así, porque eran muchas las quejas dadas contra el Almirante como va referido.
CAPÍTULO LXXXVn.
Cóm$ el Almirante fué á la corte, á dar cuenta de sí, á los Reyts Católicos.
Luego que los Reyes Católicos, supieron la venida y prisión del Almirante, dieron orden á 17 de Diciembre, de que fuera puesto en liber- tad y escribieron que fuese á Granada, donde fué recibido de sus altezas, con semblante ale- gre y duices palabras, diciéndole que su prisión no había sido hecha con su orden, ni voluntad, antes, les había desagradado mucho y que lo pre- verían de modo que serían castigados los culpa- dos y se le daría entera satisfacción; con estos y otros favores; mandaron entonces que se aten- diese á sus negocios y en suma fué su resolución que se enviase á la Española un gobernador que desagraviase al x\lmirante y á sus hermanos,
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que se prendiese á Bobadilla, y que volviese to- do lo que le había quitado, formando proceso sobre las culpas de los rebelados y castigando sus delitos conforme los hierros que hubiesen cometido: envióse al gobierno á Nicolás de Ovan- do, Comendador de Lares, hombre de buen jui- cio y prudencia, bien que como después se vio se apasionó mucho en perjuicio de tercero, guian- do sus pasiones con astucias cautelosas, y cre- yendo á los sospechosos y malignos, ejecutándo- lo todo con crueldad y ánimo vengativo, de que da testimonio la muerte de los ochenta Reyes; pero volviendo al Almirante digo que como en Granada quisieron los Reyes Católicos enviar á Ovando á la Española, les pareció se- ría conveniente volviese el Almirante á otro via- je de que se le siguiese algún provecho y estu- tuviese ocupados hasta que el Comendador so- segase las cosas y tumultos de la Española, por- que les parecía muy mal tenerle tanto tiempo, fuera de su justa posesión sin causa; pues de la información remitida por Bobadilla, resultaba la malicia y la falsedad de que estaba llena sin que contuviese cosa, porque debiese perder su Estado; pero porque en la ejecucién de esto, ha- bia alguna dilación y corría ya el mes de Octu- bre del año de 1500 y los maliciosos lo dila- taban también, hasta ver la nueva información
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determinó el Almirante hablar al Rey y pedirle le prometiese defenderle, y guardarle de sus riesgos lo que después hizo también por cartas, y así cuando estaba para partir al viaje se lo prometieron por una carta que contiene estas palabras: «Y ser cierto que vuestra prisión nos ha desagradado mucho, como vos lo visteis bien, y lo conocieron todos; pues luego que lo supi- mos, proveímos de buen remedio, y sabéis con qué honra y respeto hemos mandado que os tratasen siempre, y por hacerlo ahora mayormen- te y honraros y trataros mejor, os prometemos que las mercedes concedidas por nos, os serán guardadas íntegramente, según la forma y te- nor de nuestros privilegios, los cuales sin con- tradicción gozareis, vos y vuestros hijos como la razón pide, ysinecesario fuere confirmarlos de nuevo, los conñrmarem sy mandaremos después poner en posesión á vuestro hijo, porque en ma- yores cosas que esta, deseamos honraros y favo- receros y estad cierto, que de vuestros hijos y hermanos tendremos el cuidado, que pide la ra- zón. Lo que se ejecutara después de haber par- tido vos, en hora buena, por lo cual se dará el empleo á vuestro hijo, como va expresado, y os rogamos que no deis dilación á vuestra partida. Dada en Valencia de la Torre á 14 de Marzo del año de 1502.»
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Estas ofertas y palabras le escribieron los Re- yes, porque el Almirante estaba resuelto á no empeñarse más en las cosas de Indias, sino es descargarse con mi hermano, en lo cual sentía bien; porque decía que si sus servicios no eran bastantes para castigar las maldades de aquella gente, menos bastarían los que hiciese en ade- lante, pues la principal cosa que había ofrecido antes que descubriese las Indias, la había ya cumplido, que era mostrar que allí había islas y tierra firme á la parte Occidental, que el cami- no era fácil y navegable, la utilidad manifiesta, y las gentes muy domésticas y desarmadas, conque habiendo verificado por su persona todo lo re- ferido, ya no le faltaba mas, sino que sus alte- zas siguiesen la empresa enviando gente que buscase y procurase entender los secretos de aquellos paises, porque estando ya abierta la puerta, cualquiera podría seguir la costa, como hacían algunos que impropiamente se llamaban descubridores, sin considerar que no han descu- bierto alguna nueva región, sino seguido la descubierta, después del tiempo en que el Almi- rante les enseñó las dichas islas y la provincia de Paria, que fué la primera tierra firme, que se halló. Mas habiendo tenido el Almirante, siem- pre grande inclinación á servir á los Reyes Cató- licos, y especialment' á la serenísima Reina,
HISTORIA DEL ALMIRANTE 1 35
aceptó gustoso volver á sus trabajos, y hacer el viaje, que adelante diremos, pues tenía por cierto que cada díase descubrirían cosas de gran riqueza, como escribieron sus altezas el año de 99, hablando así: *E1 descubrimienio no de »be dejarse de continuar, por que hablando ver- ndad, sino en una hora, se hallará en otra, alguna »cosa importante.» Como ya se ha mostrado con el de Nueva España y el Perú, bien que enton- ces como suele suceder á la mayor parte de los hombres, ninguno creyese lo que decía; pero es cierto que ninguna cosa dijo que no saliese ver- dadera, como dicen los Reyes Católicos en una carta que le escribieron desde Barcelona á 5 de Setiembre del 93.
^^^^;*i'^^A';ft^i?¿^^S<>jr¿i<'>t;^s!<'A'A'^
CAPÍTULO LXXXVIII.
Cómo el Almiranto salió da Granada para ir
á Sevilla, á hacer la armada necesaria para
SIL descubrimiento.
Bien despachado el Almirante por los Reyes Católicos, salió de la ciudad de Granada á la de Sevilla, el año de 1502, y luego que llegó solici- tó con tanta prisa la armada, que en breve tiem- po se aprestaron con armas y vituallas cuatro navios de Gavia, de 70 toneladas de porte el ma- yor, y el menor de 50, con 140 hombres entre grandes y pequeños, de que yo era uno; y á 9 de Mayo de 1502, nos hicimos á la vela en el canal de Cádiz, y fuimos á Santa Catalina des-
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de donde partimos el miércoles once y al se- gundo día faimos á Arcilla, á socorrer á los por- tugueses que se decían estar muy apretados, pe- ro cuando llegamos, ya los moros habían levan- tado el sitio, por lo cual el Almirante envió al prefecto don Bartolomé Colón, su hermano, y á mí, con los capitanes de los navios á tierra, á visitar al capitán de Arcilla, que habían herido los moros en un asnlto, el cual dio muchas gra- cias al Almirante de esta visita y de las ofertas que le hacía, á cuyo efecto le envió algunos caballeros que tenía consigo, parte de los cuales eran parientes de doña Felipa Aluñiz, su mujer, que dijimos murió en Portugal.
El mismo día nos hicimos á la vela y llega- mos á la Gran Canaria á 20 de Mayo, surgimos en las isletas y á 24 pasamos á Maspalomas, que está en la misma isla, para tomar el agua y leña, que eran necesarias para el viaje, de aquí parti- mos la noche siguiente á la India, con próspero viaje, como quiso Dios, de modo que sin calarlas velas, llegamos á la isla de Ma inino á 15 de Ju- nio por la mañana, con bastante alteración de mares y vientos, En esta isla, según la necesidad y costumbre de los que van desde España quiso el Almirante que refrescase la gente y tomase agua y leña y lavase su ropa, hasta el sábado, que pasamos al Occidente de ella, y navegamos
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á la isla Dominica, que está distante diez leguas desde aquí; discurriendo por las islas de los ca- ribes, fuimos á Santa Cruz y á 24 del mismo mes pasamos á la parte de Mediodía, de la isla de San Juan, y de allí tomamos el camino de Santo Domingo, porque el Almirante tenía ánimo de trocar uno de los cuatro navios que llevaba, que era poco velero, y que navegaba menos y no po- día sostener las velas, si no se metía el bordo hasta cerca del agua, de que resultó bastante da- ño en aquel viaje, dado que la intención del Almirante, cuando venía por el golfo, era de ir á reconocer aquellay seguir la costa, hasta dar en el estrecho,que tenía por cierto haber hacia Veragua y el Nombre de Dios, pero el defecto del navio le precisó á ir á Santo Domingo para trocarle por otro bueno y porque el Comendador Lares, que gobernaba la isla de orden del Rey, para tomar cuenta de su administración á Bobadilla, no se turbó nada con nuestro improvisado arribo.
El miércoles á 29 de Junio, habiendo ya en- trado en el puerto, envió el Almirante á Pedro de Terreros, capitán de uno de los navios para hacerle saber la necesidad que tenía de mudar aquel navio, y que así por esto como porque ellos temían una gran desgracia que esperaba, deseaba estar en aquel puerto para salvarse, ha- ciéndoles entender, que por ocho días no deja-
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se salir la Armada, que había de salir de él, por- que correría gran riesgo; pero el sobredicho Co- mendador, no quiso consentir que el Almirante entrase en el puerto y mucho menos que dejase salir la armada que debía paríir para Castilla la cual era de veintiocho navios, y debía condu- cir al Comendador Bobadilla, que había preso el Almirante, y á sus hermanos, á Francisco Rol. dan y á todos los otros que se habían sublevado contra ellos, y aquellos de quien éstos habían recibido tanto mal, á todos los cuales quiso Dios cegarles los ojos y el entendimiento para que no admitiesen el buen consejo, que los dio el Almirante. Yo tengo por cierto que es- to fué providencia divina, porque si arribaran estos á Castilla, jamás serían castigados según merecían sus delitos, antes bien, porque eran fa- vorecidos del obispo, hubieran recibido muchos favores y gracias, á cuya causa embarazó su sali- da de aquel puerto hacia Castilla, porque llegan- do á la punta Oriental de la Española, una gran tormenta les embistió de tal manera, que sumer- gió la nave Capitana, en la cual venía Bobadilla con la mayor parte de los sublebados, é hizo tanto daño en los otros navios, que no se salva- ron sino es tres ó cuatro detodos los veintiocho en aquel tiempo que fué el jueves último de Ju- nio, habiendo el Almirante previsto semejante
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desgracia, por que les había sido negado el puerto, para su mayor seguridad, se retiró lo me- jor que pudo hacia tierra, guareciéndose coa esta, no sin mucho dolor y disgusto de la gente de su armada á quien porque venía en su com- pañía, faltaba aquel acogimiento, que aún se ha- ría á los estraños, cnanto más á ellos, que eran de una misma nación, por lo que temían no les sucediese en adelante lo mismo, si algiuia des- gracia les sobreviniese, yaunque el Almirante sin- tiese interiormente el mismo dolor, se lo aumen- taba, más la injuria é ingratitud usada con ellos en la tierra dada por el, en honra y exaltación de España donde le fué negada la entrada y el re- paro de su vida, pero con su prudencia y con su buen juicio se mantuvo con su armada hasta el día siguiente y creciendo el temporal y so- breviniendo la noche con grandísima obcuridad partieron tres navios de su compañía, cada uno por su rumbo, cuya tripulación, aunque corrió gran riesgo, todos y ca Ja uno de ellos, discu- rrieron que los otros hubiesen naufragado, los que sin embargo, padecieron verdaderamenle, fueron los del navio Satito^ el cual por conser- var la lancha, conque había ido á tierra el capi- tán Terreros, la llevó atada á la popa con los ca- bles vuelta, hasta que fué precisado á dejarla y perderla, por no perderse á sí mismo; pero mu-
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cho mayor fué el peligro de la carabela Bermu-^ dez, la cual habiéndose hecho al mar, entró en las aguas hasta la cubierta, .de donde bien se deja conocer que solicitaba, con razón, el Al- mirante trocarla, y todos tuvieron por cierto, que el Prefecto, su hermano, después de Dios, la hubiese salvado con su saber y valor, porque, como hemos dicho arriba, no se hallaba enton- ces hombre más práctico que él, en las cosas del mar; de manera que habiendo padecido todos los navios gran trabajo, excepto el del Almiran- te quiso Dios volverlos á juntar el domingo si- guiente, en el puerto de Azúa, á la banda del Me- diodía, de la Española, donde contando cada uno sus desgracias, se halló que el Pi efecto, ha- bía padecido tan gran riesgo, por huir de tierra con marinero tan práctico y el Almirante, no, por haberse acercado como sabio astrólogo al para- je de donde no podía venirle daño, por cuyo motivo podían culparle los que le aborrecían de que había tramado aquella borrasca, por arte mágica para vengarse de Bobadílla y de los de- más enemigos suyos que iban en su compañía, viendo que no solo no había peligrado alguno de los cuatro de su armada sino que de veintiocho que habían partido con Bobadilla, uno solo lla- mado la Guchia que era el peor, siguió su viaje á Castilla y llegó á salvamento, con 4.000 pesos
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FERNANDO COLÓN
de oro que el factor del Almirante le enviaba de susrentasy á Santo Domingo, volvieron otrostres, que se salvaron de le tormenta maltratados y destruidos.
CAPÍTULO LXXXIX.
Cómo el Almirante salió de la Española,
siguiendo su viaje y descubrió las islas de los
Guanacos.
En tanto, dio el Almirante en el puerto de Azua, lugar á su gente para que pudiese respirar de los trabajos padecidos en la tempestad, y siendo uno de los deleites que da, el mar, cuan- do no hay otra cosa que hacer, pescar, entre las muchas especies de peces que sacaron, se me acuerhan dos, uno de gusto, y otro de admira- ción, el primero, llamado Esclav'ma^ grande, al cual hirieron con un tridente los de la nave Viz- caína, que iba durmiendo en el agua, y aferró de modo que no pudo librarse, y atado después con una gruesa maroma, al banco del batel, le traía
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tras sí, ya despierto, tan velozmente por aquel puerto, que ya aquí, ya allí, parecía una saeta, de suerte que la gente de los navios que no sabía lo que era, estaba espantada, viendo andar sin re- mos el batel de aquella forma, hasta que se aho- go el pez y le llevaron á bordo de los navios, á donde le sacaron con los ingenios que sacan las cosas pesadas . El otro pez fué tomado con otro ingenio, llámanle los indios Alanaíi, y no le hay en la Europa, es tan grande como una ternera, y su carne semejante en el sabor y color, y acaso algo mejor y más suave, de donde los que afir- man que hay en el mar, todas las especies de animales terrestres, dicen que estos peces son verdaderamente becerros, pues por dentro no tienen forma de pez, ni se mantienen de otra cosa que de la yerba que pacen en las orillas. Volviendo ahora á nuestra historia, digo que después que el Almirante vio que su gente esta- ba algo descansada y los navios aderezados, sa- lió del referido puerto de Azua, y fué al del Bra- sil que los indios llaman Gíoachemo^ para librar- se de otra tempestad que había de suceder, par- tió después á 14 de Julio de este puerto, con tan mal bonanza, quenopudiendo seguir el cami- no que quería, le echaron las corrientes, á algu- nas islas muy pequeñas y arenosas, cerca de Ja- maica, á las cuales llamó las Pozas, porque no
Historia del almirante 145
hallando agua en ellas, hicieron muchos pozos en la arena, de que se abastecieron para servicio de los navios, y luego navegando hacia tierra fir- me, la vuelta del Mediodía, llegaron á ciertas is- las aunque no tomaron tierra, sino es en la ma- yor que se llamaba Guanara, por lo cual los que después hicieron cartas de marear las llamaron á todas islas de Guanaros, que están 12 leguas distantes de la tierra firme, cerca de la provin- cia que se llama ahora Cabo do Onduras, aun- que el Almirante la llamó entonces Cabo de Casillas, pero porque los que hacen estas car- tas sin andar por el mundo, incurren en grandí- simos errores, los cuales ahora que me ocurre, quiero referir, aunque rompa el hilo de mi his- toria.
Estas mismas islasy la tierra, laponen en sus cartas de marear, como si en efecto fuesen tierras distintas y siendo el cabo de Gracias á Dios, el mismo que llaman con otro nombre, y una cosa misma ambos, los hacen dos. La causa de esto es porque después que el Almirante descubrió estas regiones, Juan Díaz de Solís, por cuyo ape- llido se llama el Río de la Plata, Rio de Solís (por haberle muerto allí los indios) y Vicente Yañez, que fué capitán de un navio, en el primer viaje del Almirante, cuando descubrió las Indias,
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fueron ambos juntos á descubrir el año de 1508, con intención de seguir la tierra que había des- cubierto el Almirante, en el viaje de Veragua, hacia Occidente, y siguiendo estos casi el mismo camino, llegaron á la costa de Caria y pasaron cerca del cabo de Gracias á Dios, hasta la pun- ta de Casinas, que ellos llamaron de Onduras, y á las dichas islas de los Guanaros, dando como hemos dicho el nombre de la principal á todas! de aquí pasaron, después más adelante no que- riendo confesar que el Almirante hubiese estado en ninguna de aquellas partes para atribuirse aquel descubrimiento, y mostrar que habían ha- llado un gran país, sin embargo de que un pilo- to suyo llamado Pedro de Ledesma, que había ido antes con el Almirante al viaje de Veragua, les dijese que él conocía aquellas regiones, y que eran de las que él había ayudado á descubrir al Almirante, y así me lo refirió él mismo, lo cual demuestran la razón y designio de las cartas, porque se pone dos veces una misma cosa, é isla de una misma suerte y en una misma distancia, por haber pintado aquellas tierras de la misma for- ma que eran, pero decían que estaban más ade- lante, de lo que había descubierto el Almirante, de manera que una misma tierra, está dos veces situada en la carta, y queriendo Dios, lo mostra-
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rá más adelante el tiempo y cuando se navegue más aquella costa, pues no se hallarán, sino es una vez, tierras de aquella forma.
Pero volviendo á nuestro descubrimiento, digo qne habiendo llegado á la isla de Guanara, man- dó el Almirante al Prefecto, D. Bartolomé Co- lón, su hermano, que fuese á tierra con dos bar- cas, en la cual hallaron gente semejante á la de las otras islas, aunque no con la frente tan an- cha; vieron también muchos pinos y pedazos de tierra, llamada Calcide^ con la cual se funde el metal, y de que algunos marineros, pensando que era oro, cogieron algunos y los tuvieron mucho tiempo escondidos. Hallándose el Prefecto en la isla, con deseo de saber sus secretos, quiso su buena suerte, que llegase una canoa, tan larga como una galera y de ocho pies de ancho, toda de una pieza y de la misma hechura que las de- más, la cual venía cargada de mercaderías, de las partes Occidentales hacia Nueva-España, en medio de ella habia un bulto de hojas de palma, no d: urente del que traen las góndolas en Vene- cía, f. je llaman los venecianos Felzi^ el cuil de- fendía lo que estaba debajo, de manera que no podían hacer daño á nada de lo que iba dentro, las lluviasni las tempestades, debajo de este bulto estaban los hijuelosde las mujeres los muebles y
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lasmercadeiías. Los hombresquelaguíaban aun- que eran 25 no tuvieron ánimo para defenderse contra las barcas que los siguieron: tomada la canoa sin contraste fué llevada á los navios, don- de el Almirante dio muchas gracias á Dios, vien- do que era servido de darle muestra de todas las cosas de aqueUa tierra, en un instante y sin trabajo, ni peligro de los suyos, y luego mandó sacasen de ella lo que le pareció tenía mejor vista, como algunas colchas y camisolas de al- godón, sin mangas, labradas y pintadas con dife- rentes colores, labores, y algunos pañetes, con que cubrían sus vergüeuzas, de la misma labor y algunas mantas con que se tapaban las indias de la canoa, como suelen hacerlo las moras de Gra- nada, espadas de madera largas, con un canal en cada parte, de filos de pedernal, que entre gente desnuda cortan como acero, y las hachue- las para cortar leña, eran semejantes á las de piedra, que tienen los demás indios, pero de metal, del cual traían sonajas y crisoles para fun- dirle, traían para ba^tinentos raíces y granos, como los que comen los de la Española y cierto vino hecho de maíz, semejanFe á la yerba de Inglaterra y muchas almendras de las que usan por moneda en la Nueva-España, las cuales pa- reció que estimaban mucho, porque cuando fue- ron puestas las cosas que traían en el navio noté
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que cayéndose algunas de estas almendras, pro- curaban todos cogerlas como si se les hubiera caído un ojo, en cuyo tiempo parecía que no po- dían acordarse de sí, viéndose sacar presos de su canoa, á nave de gente tan extraña y feroz como somos nosotros, respecto de ellos, aunque es la avaricia de los hombres tanta, que no debe- mos maravillarnos, de que los indios la antepu- siesen al miedo y al peligro en que estaban; asi- mismo, digo que debían estimar mucho su ho- nestidad y vergüenza, porquasi sucedía, que al en- trar en las naves las mercaderías, se le despren- día á íflguno, los pañetes conque se tapaban, llegaba un indio y ponía la mano encima para taparle, y no la quitaba hasta que se componía. Las mujeres se cubrían el cuerpo y la cara, como hemos dicho que hacen las moras de Granada, lo cual movió al Almirante á tratarlos bien y á restituirles la canoa y á darles algunas cosas, en trueque de lasque Icshabía tomado para muestra yno detuvo consigo sinoá un viejo llamadoy^?///?^^, alparecerde mayor autoridadyprudencia, que los otros, para informarse de las cosas de la tierra, aunque algunos se brindaban á tratar con los cristianos, tan pronta y fielmente, como el indio lo hizo en todo el tiempo que nosotros anduvi- mos corriendo todo el país donde su lengua se entendía y cuando llegamos á donde hablaban
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FERNANDO COLÓN
Otra lengua, el Almirante le premió, dándole al- gunas cosas, y le envió á su tierra muy contento, lo cual sucedió antes de llegar al Cabo de Gra- cias á Dios, en la costa de la Oreja, de que se hará mención.
CAPITULO XC.
Cómo el Almirante no quiso ir á la Española
sino volver hacia Oriente, bajando á Veragua
y al estrecho de tierra firme.
Aunque el Almirante supo por los indios de aquella canoa, las grandes riquezas , la política é in- dustria que había en los puertos de las partes Occidentales de la Nueva España, no quiso ir allá, pareciéndole, que estando aquellos paises á Sotavento, podía navegar á ellos desde Cuba, cuando le tuviese mas conveniencia, antes siguió su designio á descubrir el estrecho de tierra fir- me para abrir la navegación del mar de Medio- día, de que tenía gran necesidad para descubrir las tierras de la Especería, y así determinó se- guir el camino de Oriente, hacia Veragua, y el
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Nombre de Dios, donde imaginaba y creía estu- biese el estrecho referido, como en efecto esta- ba, pero se engañó en la inteligencia, porque él no pensó que fuese estrecho de tierra como son otros, sino de mar, que pasase como boca de un mar á otro, de cuyo error podía ser causa la equivocación del nombre, porque diciendo el estrecho de tierra firme está en Veragua, y en Nombre de Dios, podía entenderse de agua ó de tierra, y el tomaba esta por lo más común y porque lo deseaba más; bien que aquel estrecho de tierra es no menos la puerta por donde se comunican tantos mares y hin sido descubiertas y traidas á España tantas riquezas, porque no fué voluntad de Dios que una cosa tan grande y de tanta importancia se descubriese de otro modo, después que tuvo conocimiento de Nueva Espa- ña, por los indios de aquella canoa, y para bus- car el dicho estrecho, no habiendo en aquellas islas de los Guanacos, cosa estimable, sin tar- danza alguna navegó de tierra firme á la punta que llamó de Carinal, por que había en ella muchos árboles que producían unas manza- nillas algo arrugadas con hueso esponjoso, buenas para comer y especialmente coci- das, á las cuales llamaban Casina los indios de la Española, y por que no se veía en aquella tierra cosa de que poder hacer caso, no quiso
HISTORIA DEL ALMIRANTE 1^3
perder tiempo el Almirantre entrando en un gran golfo que allí se forma, sino seguir su Ca- mino la vuelta del Leste, á lo largo de la costa que corre al mismo rumbo en el cabo de Gra- cias á Dios, la costa muy baja y de playa muy limpia, los inlíos mis cercanos a los Casinas traian en la espalda las referidas camisolas pin- tadas y los pañetes delante, hacen coracinas de algodón colchadas, que bastan para defensa de sus picas, y aun puedenresistir algunos golpes de nuestras armas, pero los que están más á Orien- te, hacia el Cabo de Gracias á Dios, son casi ne- gros bestiales, andan desnudos, y en todo son mfiy rúslicos, y como decía el indio Jumbe, co- men carne humana, y peces crudos, tal como los matan, y traen las orejas agujereadas con tan anchos agujeros, que podía pasarse por ellos un hncvo de gallina, de que resuHó llamarla el Al- mirante la costa de Oreja.
En esta costa saltó el prefecto en_ tierra, la mañana del día 14 de Agosto año 1502 con las banderas y los capitanes, y otros muchos de la armada á oir misa, y el miércoles siguiente, yendo las barcas á tierra para tomar posesión de aquella región en nombre los Reyes Católicos, nuestros señores, concurrieron á la playa más de loo indios, cargados de bastimentos mirando á los nuestros, los cuales, luego que llegaron pro-
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sentaron lo que traian al prefecto y se volvieron atrás sin hablar palabra. El prefecto mandó en- tonces que se le diesen cascabeles, cuentas y otras cosilias, y les preguntó por señas sobre las cosas de aquella región y por el inte'rprete refe- rido, aunque por haber poco tiempo que estaba con nosotros no entendía bien á los cristianos, por la distancia, aunque poca de su tierra á la Española, donde muchos de los navios, habían aprendido lo indiano, y entendía más á los mis- mos indios, pero quedando satisfechos estos de lo que se les había dado, volvieron al mismo lu- gar al día siguiente más de 200 cargados de va- rias suertes de bastimentos, con gallinas de tie- rra que son mejor que las nuestras, ánades, pe- ces tostados, habas coloradas y blancas, seme- jantes á los fresóles, y otras cosas nada diferen- tes de las de la Española, la tierra estaba muy verde y hermosa aunque baja, había en ella mu- chos pinos, encinas y palmas de siete suertes, mirabolanos, que llaman hovos en la Española, y casi todas las otras frutas que se hallan en aquella isla. Así mismo había muchos leopar- dos, ciervos y también de los peces que hay en las islas y no se conocen en Castilla. La gente de este país era casi déla disposición déla de las otras islas, pero no tenían las frentes anchas, ni mostraban tener religión alguna; hay entre ellos
HISTORIA DEL ALMIRANTE 155
lenguas diferentes y regularmente andan desnu» dos aunque traen cubiertas sus partes; algunos usan ciertas camisolas, como las nuestras, que llegan al ombligo y sin mangas, traen labrados los brazos y el cuerpo de labores moriscos, he- chos con fuego que les hacen parecer estraños, y algunos traen leones pintados, ciervos, casti- llos con torres y otras figuras diversas, en lugar de birretes traen los más algunos pañuelos de al- godón blancos y colorados y otros traen pendien- tes, sobre la frente algunos mechones de cabe- líos: pero cuando se componen para alguna fies- ta se tiñenla cara, unos de negro, otros de colo- rado, algunos se ponen rayas de varios colores en la cara, otros se ponen ea ella picos de aves- truces, otros dan de negro á los ojos y así se adornan para parecer hermosos, aunque verda- deramente parecen diablos.
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CAPÍTULO XCI.
Cómo el Almirante ¡ja ■^ó la costta ele Oreja por
el Cabo de Gracias á Dios y llefió á Caria y de
lo que vio é hizo allí.
Navegó el Almirante por la costa de Oreja á poniente al Cabo do Gracias á Dios, el cual fué llamado así porque no habiendo desde las puntas de las Casinas más de 6o leguas, se pa- deció mucho en caminar 70, por la contrarie- dad de los vientos y de las corrientes, y siem^ pre á la bolina, saliendo de un bordo hacia el mar y volviendo de otro á tierra, ganando mu- chas veces con el viento, y perdiendo otras, se- gún era abundante y escaso en las vueltas que se daban, y si no hubiera sido la costa de tan bue-
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nos surgideros como era, hubiéramos tardado más en pasarla, pero porque era limpia, y media legua de ella, tenía el mar dos brazas de fondo, y á la legua de distancia, cuatro, teníamos gran comodidad para dar fondo de noche ó cuando era poco el viento, y por causa de buen fondo bien que con dificultad fué navegable el ca- mino.
Después cuando á 14 de Setiembre llegamos á dicho Cabo, viendo que la tierra volvía al Me- diodía y que con los vientos levantes que allí reinaban y nos habían sido tan contrarios, po- diamos navegar cómodamente en nuestro viaje dábamos todos generalmente muchas gracias á Dios, y por esto en su memoria llamó el Ahni- rante á aquel cabo, Cabo de Gracias d Dios, poco másadelente de él, pasamos por algunos bancos peligrosos que salían al mar, cuanto alcanzaba la vista, y siéndonos necesario tomar agua y leña, el sábado á 16 de Setiembre, envió el Almiran- te las barcas á un río que parecía profundo, y te- nía buena entrada pero habiéndose ensoberbe- cido los vientos éhinchádose el mar, rompiendo contra la corriente de la boca, embistió á las barcas con tanta violencia, que se anegó la una y pereció toda la gente que iba en ella, por lo cual la llamó el Almirante Rio de la Desgracia^
158 FERNANDO COLÓN
en este río y su contorno había cañas tan grue* sas como el muslo de un hombre.
El domingo á 25 de Septiembre siguiendo así al Mediodía, surgimos en una isla llamada Quiribiri y un pueblo de tierra firme llamado Curiar ^ que era de la mejor gente, país y sitio que hasta allí habíamos hallado así porque era alta la tierra, de muchos ríos y copiosa de ár- boles altísimos, como porque era la dicha isla es- pesa llena de muchas manchas de árboles, así de palmitos y mirabolandos, como de otras mu- chas especies, por lo cual la llamó el Almirante la Hucita, dista una legua pequeña de Cariai, y está cercana á un gran río donde concurrió infini- ta gente de aquel contorno, muchos con arcos y flechas y otros con bastoncillos de palnir!, negros como la pez y duros como hueso, cuya punta es- taba armada con espinas agudas de peces; otros con mazas ó gruesos bastones, los cuales habían venido allí con ánimo de querer defender la tier- ra, traian los hombres trenzados los cabellos y re- vueltos ala cabeza, y las mujeres cortados como nosotrosviendo que eramos gente de paz, mostra- ron gran deseo de querer trocar nuestras cosas con las suyas, que son armas, cobertores de al- godón, camisas de las referidas y agujillas de Guanínes, que es oro muy bajo, el cual traían colgado al cuello como nosotros traemos el Ag-
historía del almirante 159
ñus Dei, ú otra reliquia, pero los cristianos ni aqueldía, ni el siguiente no quisieron salir á tierra, ni el Almirante permitió que se les tomase cosa alguna para que no les tuviesen por hombres que deseaban los que ellos tenían, antes les hizo dar muchas de nuestras cosas.
Los indios cuanto má? veían que hacíamos poco caso de rescatar, lo deseaban más, hacien- do muchas señas desde tierra y extendiendo los cobertores como banderas, convidándonos á que desembarcásemos, viendo finalmente que ninguno salía á tierra cogieron todas las cosas que se les habían dado y muy bien atadas las pusieron en el mismo sitio donde habían ido las barcas á recibirlos y sUí las hallaron los nues- tros el miércoles que saltaron á tierra, y porque los indios, vecinos á este lugar, creían que los cristianos no se fiaban de ellos, enviaron á las naves un indio viejo, de venerable presencia con una bandera puesta en una asta, y dos mu- chachas una de 8 años y otra de 14, las cua- les metidas en la barca, hizo señal de que los cristianos podían desembarcar seguramente y por los ruegos de ellos salieron á tomar agua; los indios estaban con gran cuidado de no hacer señal ni otra cosa de que se espantasen los cris- tianos, y cuando después los vieron volverse á los navios, les hacían muchas señas para que
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llevaseii consigo los mozos que traían al cuello Guaninis, y a instancias del viejo que los guiaba fuimos contentos de traerlos, en lo cual no solo mostraban más ingenio de él que hasta entonces se había visto en otros; pero en las muchachas se observó una gran fortaleza, porque viendo los cristianos de tan extraña vista, trato y genera- ción, no dieron muestra de sentimiento, ni de tristeza, manteniéndose siempre con semblante alegre y honesto, y así fueron muy bien tratadas por el Almirante y las hizo vestir y comer, y des- pués las hizo llevar á tierra, donde tstaban 50 in- dios y las recibió el viejo que las había traído, alegrándose mucho con ellas. Volviendo aquel mismo día las barcas á la ribera, hallaron los mismos indios con las muchachas, las cuales res- tituyeron á los cristianos todo lo que les habían dado sin cjuedarse con cosa alguna. El día si- guiente salió el Prefecto á tierra para informarse de estas gentes, y luego se le llegaron dos de los más honrados á la barca donde estaba y tomán- dole en medio por los brazos le hicieron sentar en la yerba de la ribera, y preguntándoles algunas cosas, mandó al escribano de la nave que escri- biesen lo que respondían, pero viendo el papel y la pluma se alborotaron de forma que la mayor parte de los indios echó á huir de miedo, al parecer de ser hechizados con palabras ó se-
HISTORIA DEL ALMIRANTE l6l
nales, aunque verdaderamente ellos nos pare- cían á nosotros grandes hechiceros y no sin al- guna razón, pues cuando se acercaban á los cris- tianos esparcían por el aire cierto polvo, á su vuelta y con perfumes que echaban del polvo, hacían que el humo fuese hacía los cristianos; demás que el no querer recibir ninguna cosa, sino es restituirla, mostraba bastantemente la sospe- cha referida, pues según suele decirse, piensa el ladrón que todos son de su condición.
Habiéndonos detenido aquí más de lo que requería la presteza del viaje, prevenidos y apres- tados los navios de todo lo que necesitaban, mandó el Al mirante el domingo 2 de Octubre que saliese el Prefecto atierra con alguna gente, á re- conocer los pueblos de los indios, sus costum- bres y su naturaleza, con la calidad del país, y lo más notable que vio, fué que dentro de un palacio grande de madera, cubierto de cañas, tenían se- pulturas y en una de ellas había un cuerpo muer- to, embalsamado, en otra, dos sin mal olor, en- vueltos en algunos paños de algodón, y sobre las sepulturas había una tabla, en que estaban algunos animales esculpidos, y en algunas la figu- ra del enterrado, cuyo cadáver estaba adornado de muchas joyas, de guaninesy cuentecillasyotras cosas que eran lo que más estimaban, y viendo que estos indios eran de más razón que los que hasta
VOL. II. II
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allí habían hallado, mandó el Almirante que co- giesen alguno, para saber los secretos de la tie- rra y de siete que cogieron eligió dos principa- les y dio libertad á los otros cinco, con algunas dádivas, habiéndolos tratado muy bien para que no se alborotase la tierra, y diciéndolos quería llevarlospor guía en aquella costa, y que después los daría libertad; pero creyendo los indios que habían sido presos por avaricia y ganancia nues- tra, al siguiente día llegó de repente mucha gen- te á la playa, con sus guaninis y mercaderías para rescatarlos, y enviaron cuatro embajadores á la Capitana, para tratar del rescate, por el cual prometieron algunas cosas y llevaron de regalo dos puerquecillos de la tierra, que aunque son pequeños son muy bravos, el Almirante vien- do la prudencia de esta gente, entró en ma- yor deseo de tratarlos, y no quiso partir de allí sin tomar lengua, no dando oídos á sus ofertas y mandó que á los embajadores se les diesen algu- nas cosillas, para que volviesen más satisfechos, y les fuesen pagados los puercos, con los cuales sucedió el caso siguiente:
Entre otros animales de aquella tierra hay al- gunos gatos de color gris, con la cola muy larga y tan fuerte, que cogiendo alguna cosa con ella, parecía que estaba atada con una soga; an- dan éstos por los árboles, saltando de uno en otro
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y cuando dan el salto, no solo se agarran á las ra- mas con las manos, sino con la cola, de la cual muchas veces se quedan colgando, como por ju- guete y descanso; sucedió que un ballestero trajo, de un bosque, uno de estos gatos, echán- dole de un árbol abajo y porque estando en tie- rra se puso tan feroz que no se atrevió á acer- carse á él, le cortó un brazo de una cuchillada y trayéndole herido, se espantó en cuanto le vio, «n buen perro que teníamos, pero mayor miedo dio á uno de los puercos que nos habían traído que en cuanto vio al gato, echó á huir mostran- do grande miedo, lo cual nos causó estraña ad- miración, porque antes que sucediese esto, el puerco embestía á todos y no dejaba al perro quieto en la cubierta, por lo cual mandó el Al- mirante que le arrimasen al gato, el cual viéndo- le cerca, le echó la cola y le rodeó, y con el bra- zo que le había quedado sano, le agarró para morderle, y el puerco chillaba de miedo fuerte- mente, de que venimos en conocimiento, que se- meja, tes gatos, deben de cazar en aquella tierra como los lobos, y los lebreles en España,
CAPÍTULO XCII.
Cómo el Almirante partió de Cariai y fué a Zerabora y Veragua, navegando hasta que lle- gó á Portobelo, cuyo viaje fué por costa muy fructífera.
El miércoles después á 5 de Octubre, se hizo el Almirante á la vela y arribó al canal de Zerabora, que tiene seis leguas de largo y más de tres de ancho, en el cual hay muchas isletas y tres ó cuatro bocas muy apropósito para entrar y salir con todos tiempos, las naves van por den- tro de estas islas entre una y otra, como por una calle tocando las cuerdas de los navios en las ramas de los árboles. Luego que surgimos en este canal, fueron las barcas á una isla donde había en tierra veinte canoas y los indios en la
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ribera desnudos como nacieron, y solo tenían un espejo de oro al cuello y algunos traían una Águila de Guanin, los cuales sin mostrar miedo, pidiéndolo, los dos indios de Cariai, trocaron al instante espejo que pesó diez ducados, por tres cascabeles y dijeron haber gran abundancia de aquel oro y que se cogia en la tierra firme muy cerca de ellos y así, á 7 de Octubre fueron á tie- rra firme las barcas, donde habían hallado diez canoas llenas de indios, porque no quisieron res- catar los espejos con los nuestros, fueron presos dos de los más principales para que el Almirante se informase de ellos, por medio de sendos in- térpretes; el espejo que traía uno, pesó 14 duca- dos y el Águila del otro 22; decían éstos indios que á una ó dos jornadas, tierra adentro se re- cogía mucho oro, en algunos lugares que nom- braban, que en aquel canal había mucho pes- cado y en tierra muchos animales, de los que decimos haber en Canaria, y gran cantidad de las cosas que comen, como raíces de yerbas, grano y fruta; los indios andaban teñidos de varios colores, blanco, negro y colorado en la cara y en el cuerpo y desnudos con un pañillo corto de algodón delante.
De este canal de Zerabora, pasamos á otro que confina con él, y se le parece en todo, llama- do Aburema\ después á 17 del mes, salimos á
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Masancho, para seguir nuestro viaje y llegando á Guaiga, que es un rio, distante doce leguas de Aburema, envió las barcas á tierra el Almirante, desde las cuales vieron má-;|de ci en indios, en la pla- ya cuando.iban, y fueron embestidos de ellos furio- samente, entrándose en el agua hasta la cintura vibrando sus lancillas y tocando cuernos yun tam- bor, en acto de guerra, para defender la región echando el agua salada hacia los cristianos y mas- cando yerbas y escupiéndolas, pero los nuestros no se movieron, procurando aquietarlos, como se hizo, y Analmente se llegaron á rescatar los espejos que traían al cuello, cada uno por dos ó tres cascabeles y se ganaron dieciseis espejos de oro fino, que valían 150 ducados; volvieron el día siguiente, viernes 29 de Octubre á tierra, las barcas, para rescatar y antes que saliesen á tierra, llamaron á algunos indios que estaban en algunas ramadas, hechas en la marina aquella no- che, para guardarla tierra, temiendo que los cris- tianos la tomasen para darles algún disgusto; pero aunque los llamaron muchas veces, ningún indio quiso venir á las barcas, ni los cristianos ir á tierra sin saber prime ro el ánimo en que es- taban, pues como se supo después, los esperaban con ánimo de embestirlos cuando desembarca- sen y viendo que no salían empezaron á tocar los cuernos y el tambor, y con mucha grita sal-
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taron en el agua, como el día antes hasta llegar cerca de las barcas, haciendo demostración de tirar sus lanzas, sino se volvian á los navios, de cuya acción mal satisfechos los cristianos, para que los indios no tuviesen tanto atrevimiento ni los despreciasen, hirieron á uno en un brazo con una flecha y dispararon un cañón de que fué tanto el miedo, que todos se volvieron huyen- do á tierra, entonces desembarcaron cuatro cris- tianos y habiéndoles llamado, dejando las armas vinieron hacia nosotros con mucha seguridad y rescataron tres espejos diciendo que no traían más, porque venían prevenidos á pelear y no á rescatar.
Pero como el Almirante no cuidaba en este viaje más que de adquirir muestra de las cosas que había en la tierra, abreviando el camino pa- só á Cateva, sin dilación, y echó las anclas á la entrada de un gran río; veíase que los indios se llamaban concuernosy tambores para juntarse, y que después enviaron a las naves una canoa con dos hombres, loscuales, habiendo habla do con el indio que se había tomado enCariai, entraron al instante enla Capitana, muy seguros y dieron al Almirante dos espejos de oro que traían al cuello como les había aconsejado el indio referido , y el Almirante les dio algunas cosillas de las nues- tras. Vueltos á tierra estos dos, vino á los navios
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otra canoa con tres, y sus espejos al cuello, los cuales hicieron lo misnno que los dos primeros, y trabando amistad, salieron los nuestros á tie- rra, y hallaron muchos indios con su rey, que no se diferenciaba de los demás, sino en estar cu- bierto con una hoja de árbol, porque llovía mu- cho, y para dar ejemplo á sus vasallos, rescató primero un espejo y luego les dijo, que rescata- sen los suyos, y en todos fueron 19 de oro fino; aquí fué la primera vez que se vio en las Indias señal de edificio, esto es un gran pedazo de es- tuco que parecía estar labrado de piedra y cal, de que mandó el Almirante tomar un pedazo en memoria de aquella antigüedad.
Desde allí pasó hacia Oriente y llegó á Cobrara, cuyos pueblos están situados cerca de los ríos de aquella costa, y porque no salía gente á la playa, y el viento era muy bueno, pa«ó por cin- co pueblos de mucho rescate, entre los cuales era uno Veragua, donde decían los indios que se cogía el oro, y se hacían los espejos, y el día siguiente llegó á un pueblo que se llama Cjilnga, donde según decía el indio de Ca- riai, se acababa la tierra de rescate que tenía principio en Zerabora, en que hay 50 leguas de costa y sin detenerse el Almirante, navegó hasta que entró en Portobelo, al cual puso este nombre, porque es muy grande, muy hermoso y
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poblado, y tiene alrededor gran país cultivado; entró en él á ii de Noviembre, por entre dos isletas y dentro de él pueden las naves acercar- se á tierra, y si quieren salir volteando, pueden; la región que está alrededor de este puerto, es más alta y no muy espesa, bien labrada y llena de casas, distantes unas de otras un tiro de piedra, ó de ballesta, y parece una cosa pintada y lamas hermosa que se ha visto.
En 7 días que estuvimos aquí llenos de llu- vias y malos tiempos venían á los navios canoas de todo el contorno á rescatar bastimentos, ovi- llos de algodón hilado, muy bello que daban por cosillas de latón.
CAPÍTULO XCIII.
Cómo el Almirante llegó al puerto de Basti- mentos y alNomhre dt Dios, y estuvo hasta que entró en el del Retrete.
Miércoles á nueve de Noviembre salimos de Portobelo; y navegamos ya vía de Levante ocho leguas, pero el día siguiente volvimos atrás cua- tro leguas, forzados de el mal tiempo, y entramos en las isletas, cerca de tierra firme donde está Nombre de Dios, y porque todos aquellos con" tornos é isletas estaban llenas de maizales, se las puso pornombre puerto de Bastimentos don- de queriendo un batel nuestro, bien armado, to- mar lengua en una canoa, creyendo los indios que querían hacerles algún pesar, viéndole ya á un tiro de piedra, se echaron todos al agua, pa-
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ra huir nadando, como lo consiguieron y aunque el batel bogó mucho no pudo llegar á alguno en media legua, que los persiguió, porque cuando le alcanzaba, se sumergía como hacen los pájaros de agua, y de allí á un rato volvía á salir en otro sitio distante un tiro ó dos de ballesta, y era co- sa de gran diversión ver cómo el batel se fatiga- ba en vano, y al fin se vio precisado á volverse vacío; estuvimos aquí hasta 23 de Noviembre, componiendo los navios y los botes y partimos este día hacia Oriente, hasta una tierra que lla- maban G^//;/¿rtó<7, del mismo nombre que otrasitua- da entre Veragua y Ceragua y llegando las bar- cas á tierra, hallaron en la playa más de 300 in- dios, con deseo de trocar bastimentos y algu- nas muestras de oro, que traían colgando de las orejas y de la nariz.
Pero sin detenernos, el sábado á 26 de No- viembre, entramos en un puertecillo que se lla- mó el Retrete^ porque no cabían en él más de cinco ó seis navios; su entrada era por una bo- ca de quince ó veinte pasos de ancho, y ambos lados eran rocas que salían del agua, como punta de diamante, y era tan profundo el canal por el medio que acercándose ala orilla un poco sepo* dia saltar desde el navio en tierra, lo que fué la causa principal de que no pereciesen los navios en la angostura de aquel puerto, de que tendrían
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la culpa los que fueron á sondarle antes de en- trar los navios, los cuales mintieron por desem- barcar deseosos de rescates, si los indios, hu- bieran querido, viendo que los navios se habían acercado á la orilla; estuvimos en este puerto nueve días, con tiempo revuelto y turbado; en los primeros venían los indios muy pacíficamea- te á rescatar sus cosillas; pero viendo después salir á los cristianos secretamente de los navios se retiraron á sus casas; porque los marineros, como gente disoluta y avarienta, les hacían mu- ches ultrajes, lo cual dio causa á que los indios se alterasen de tal forma, que se rompió la paz, que con ellos teníamos y hubo algunos reencuen- tros entre ambas partes, hasta que creciendo los indios cada día más en número, tomaron ánimo de llegar á los navios, que como hemos dicho estaban con el bordo en tierra, creyendo poder- los hacer daño, cuyo designio les hubiera sali- do falso si el Almirante no hubiese atendido siempre á pacificarlos con paciencia y cortesía, pero viendo después su soberbia, y arrogancia pa- ra meterlos miedo hizo disparar alguna pieza de artillería, á cuyo estruendo correspondían con gritos, dando fuertemente de palos á las ramas de los árboles, haciendo grandes amenazas, para mostrar que no tenían miedo de aquel gran ruido, porque creian verdaderamente que aquellos tro-
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nidos solo eran para causar espanto, y por esto, y porque no tuviesen tanta soberbia, ni desprecia- sen á los cristianos, mandó el Almirante disparar una pieza de artillería con ira una cuadrilla de in- dios que estaban en un altillo, y dando la bala en ella, les hizo conocer era burla tan pesada el ra- yo como el trueno, con lo cual después no se atrevían á salir de los montes. Era la gente de de esta tierra la más bien dispuesta que hasta en- tonces se había visto entre los indios, porque eran altos, secos, no tenían los vientres hincha- dos y de buena cara; la tierra estaba toda llena de yerbecilla, pocos árboles y en el puerto había grandísimos caimaneso cocodrilos, los cuales sa- len á estar y dormir en tierra, y esparcen un olor tan suave, que parece del mejor almizcle del mundo pero son tan carniceros y tan crueles; que si en- cuentran algün hombre durmiendo en tierra, le cogen y se le llevan al agua para comérsele, aun- que cuando son embestidos, temen y huyen. Hay de estos caimanes en otras muchas partes de las Indias, que afirman algunos ser estos co- codrilos como los del Nilo.
CAPÍTULO XCIV.
Cómo volvió el Almirante hacia Occidente, por la fuerza de los temporales, á saber de las mi- nas é informarse de Veragua.
Viendo el Almirante que la violencia de los tiempos. Levantes yNordestes, no cesaban,y que no podía rescatar con aquellos pueblos, deter- minó el día 5 de Diciembre volver á certificar- se de lo que le decían los indios de las minas de Veragua; y así aquel día fué á dormir á Portobe- lo, diez leguas hacia Occidente y siguiendo otro día su camino, fué embestido de un viento Oes- te, contrario á su nuevo designio, pero bien prós- pero, para el que había tenido 3 meses antes y por- que no creyó que durase este tiempo, no quiso mudar viaje si no pelear algunos días, porque
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eran los tiempos instables y ya que vino un poco de buen viento apropósito para ir á Veragua, le sucedió otro contrario, que le precisó á volver ha- cia Portobelo y cuando imaginaba dar fondo en el puerto volvía el viento á mudarse, contrario al que necesitábamos y á veces con tantos truenos y relámpagos que no se atrevía la gente á abrir los ojos, y paiecía que los navios se hundían y que el cielo se venía abajo, algunas veces se conti- nuaban tanto los truenos, que creían que alguna nave de la compañía disparaba la artillería pi- diendo socorro, y otras se resolvia el tiempo, en tanta lluvia, que en dos ó tres días no dejaba de llover abundantemente, de modo que parecía un nuevo diluvio, por lo cual, ninguno de los navios dejaba de padecer gran trabajo, y estar medio desesperados, viendo que no podían re- posar media hora, bañaba continuamente de agua y caminando ya á una parte, ya á otra con- trastando con todos los elementos ytemiendo de todos; pues en temporales tan espantosos, te- mían el fuego por los rayos y los relámpagos; el aire, por su furia; el agua, por las olas; y la tie- rra, por los bagíos y escollos de costa no cono- cida, que suelen hallar los hombres cerca del puerto, donde esperaban descansar; y por no sa- ber la entrada bien, se tiene por mejor contratar con los otros elementos, de los cuales se participa
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menos daño, y fuera de estos miedos tan diver- sos, sobrevino otro de no menor peligro, y admi- ración, que fué una manga de agua que pasó el martes 13 de Diciembre, por entre los navios que sino la cortan, diciendo el Evangelio de San Juan, no hay duda que anegara lo que cogiera debajo; porque como hemos dicho, tira el agua así hasta las nubes, en forma de columna, más gruesa que una bota, torciéndola como torbelli- no; esta misma noche perdimos de vista el navio Zatizonoy cox\ buena fortunavolvímosá verle, des- pués de 8 días obscurísimos, aunque sin batel por- quehabía corridogran peligro y aunque vecino á tierra, había echado un ancla; y para librarse de perecer, se vio precisado á cortar la gúmena y perderla; entonces se conoció que las corrien- tes de aquellas costas se conformaban con los temporales y que entonces andaban con el den- tó hacia Levante, corriendo al contrario cuando reinaba Levantes, que corrían hacia Occidente, porque parece que las aguas siguen aquí el curso de los vientos que soplan más.
Con tales contrariedades de mar y de viento, perseguida la armada con tanta fuerza que la te- nían medio desmembrada, sin poder ninguno hacer más por los trabajos padecidos, se logró al- gún descanso, en un día ó dos de calma en que vi- nieron á los navios tantos tiburones, que casi po-
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nían miedo especialmente á los agoreros, puesto que como se dice de los buitres que pronostican donde hay cuerpo muerto y penetran por el olor machas leguas de distancia; esto mismo pensa- ron algunos que sucede á estos tiburones, los cuales cogen el brazo y la pierna de la persona con los dientes, y la cortan como una sierra, por- que tienen dos órdenes de dientes como ella; fué tanta la pesca que hicimos de estos pescados con el anzuelo de cadena, que por no poder ma- tar más, los dejábamos en el agua, y es tanta la golosina suya, que no sólo comen toda carona, pero hasta los paños colorados que se ponen en los anzuelos para pescarlos, y yo vi sacar del vientre de un tiburón una tortuga que vivió des- pués en el navio, de otro la cabeza de un tibu- rón, que habíamos cortado y echado al mar por no ser buena comida, la que se engulló el tibu- rón, y nos pareció cosa fuera de razón que un animal se tragase una cabeza, de la grandeza de la suya, pero no es de maravillarse, porque tie- nen la boca rota casi hasta el vientre, aunque al- gunos lo tuviesen por mal agüero y otros por mal pescado, todos nos hicieron la honra de co- merlos, por la penuria que teníamos de vituallas, pues habían pasado más de ocho meses corrien- do el mar, en que se habían consumido todas las carnes y pescados que habíamos sacado de
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España, y con los calores y la humedad del mar se había llenado de gusanos el bizcocho, y así Dios me ayude, que vi muchos que esperaban á la noche para comer la mazamorra,, por no ver los gusanos que tenía y otros estaban ya tan acos- tumbrados á comerlos, que aún no quitaban los gusamos aunque los viesen, porque si se detuvie* sen á esto, perderían la cena.
El sábado, á 17 del mes, entró el Almirante en un puerto tres leguas al Oriente del peñón, que los indios llamaban ffiiiva, era como un gran canal donde descansamos tres días y sal- tando en tierra vimos á los moradores habitar en las copas de los árboles como p:íjaros, atra- vesando algunos palos de un ramo á otro, para fabricar allí sus cabanas, que asi pueden lia-, marse mejor que casas, y aunque no sabíamos el motivo de esta novedad, juzgamos que proce- diese del miedo de los grifos, que hay en aquel país, ó de los enemigos, porque en toda aquella costa de una legua á otra hay grandes enemista- des. A 20 del mismo mes, partimos de este puerto con bonanza poco segura, porque apenas salimos al m^r, cuando volvieron á molestarnos los vientos y las tempestades, de manera que nos vimos pre- cisados á entrar en otro puerto, del cual salimos al tercer día, con muestra de buen tiempo; pero como quien espera al enemigo en algún sitio
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para matarle, luego nos embistió mal tiempo, de modo que nos llevó casi al Peñón, y teniendo es- peranza de entrar en el puerto donde nos había- mos refugiado primero, como si jugase con nos- otros nos embistió á la boca del puerto tan con- trario viento, que nos precisó á volver hacia Ve- ragua, y estando parados en la costa del misa o río, volvió el tiempo tan violento que si tuvo al- guna prosperidad, fué permitirnos poder tomar aquel puerto, de cuya boca antes nos habíamos retirado el día 12 del mes de Diciembre, y aquí estuvimos desde el día segundo de Navidad hasta 3 de Enero del año siguiente de 1503, que, compuesta aquí la nave Gallega, y la provisión de maíz, agua y leña, volvimos al camino de Veragua con bien malos y contrarios vientos y se mudaban en peores, como el Almirante mu- daba su camino; esto fué cosa muy extraña y ja- más vista; pero yo no hubiera repetido tantas mutaciones, si además de hallarme presente, no lo hub'ose visto escrito por Diego Méndez, el que naveg) con las canoas desde Jamaica, de que ade- lante se hará mención, el cual también escribió este viaje, y en la carta que el Almirante envió por él á los Reyes Católicos, por la cual conoce- rá el lector, pues está impresa, cuanto padeci- mos y cuánto persigue la fortuna á los que debía dar prosperidades.
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Pero volviendo á las mudanzas'y contrariedades de los tiempos y del viaje, que tanto trabajo nos costó entre Veragua y Portobelo, por lo cual se llamó aquella costa después, la Costa de los Contrastes; digo que el jueves de la Epifanía, dimos fondo cerca de un río que los indios lla- man Kiebra, y el Almirante le llamó Belé?t, por- que en aquel día llegaron los tres magos, á aquel lugar y al punto hizo sondar la boca de aquel río y de otro que estaba más á Occidente, que los indios llamaban Veragua, y halló su entrada muy baja, y la de Belén con cuatro brazas en plena mar, entraron con las barcas en el río de Belén, y llegaron hasta el pueblo donde tuvieron noti- cia había minas de oro, aunque al principio, no solo no querían los indios hablar, pero se jun- taban con sus armas, para impedir el desembar- co de los cristianos, yendo nuestras barcas al día siguiente al río de Veragua, los indios de aquel pueblo hicieron lo mismo que los antece- dentes no solo en tierra, sino en el mar, que- riendo defenderse coa las canoas; pero dicién- doles un indio de aquella costa que iba con los cristianos y los entendía algún poco, que éramos buena gente y no tomábamos nada sin pagarlo, se sosegaron un poco y trocaron 20 espejos de oro y algunos cañoncillos y granos de oro, sin fundir quepara darles más estimación, decían que
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se cogían lejos de allíyque cuando lo ejecutaban no comían ni llevaban mujeres consigo, que es lo mismo que decían también los de la Españo- la cuando se descubrió.
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CAPÍTULO XCV.
Cómo el Almirante entró con sus navios en el
rio de Belén, y determinó fundar un pueblo^
y dejar allí al Prefecto, su hermano.
Entramos en el rio de Belén con la Capita- na y la Vizcaina, el lunes 9 de Enero, y al ins- tante vinieron los indios á rescatar lo que tenían, especialmente pescado, que á ciertos tiempos entra en aquel río del mar, que parece increible á quien no lo ve, donde trocaron algún poco de oro por vino de manzanas; lo que valía más lo daban por una cuenta ó por una campanilla. El día siguiente entraron los otros dos navios 'que no habían entrado antes, que por haber poca agua en la boca, les fué preciso esperar la cre- ciente, aunque no crece allí el mar en la mayor
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marea sino media braza, y porque Veragua te- ma gran fama de minas y grandes riquezas; al tercer día de nuestro arribo se embarcó el Pre- fecto en las barcas para entrar por el río é ir hasta el palacio de Quibio, que así llaman los in- dios á sus reyes. Sabida por el cacique la veni- da del Prefecto, faé con sus canoas por el río abajo á recibirle, y se trataron con mucha cor- tesía y amistad, dando uno á otro las cosas que más estimaban, y habiendo estado después un gran rato en conversación, se retiró cada uno á los suyos con gran quietud y paz, y al día si- guiente fué Quibio á los navios á visitar al Almi- rante, y habiendo estado más de una hora en conversación, el Almirante le dio algunas cosas y los suyos rescataron oro por cascabeles, y se volvió sin ceremonia alguna por el camino que vino.
Estando nosotros muy contentos y seguros el martes á 24 de Enero de repente creció el río de Belén, tanto que sin poder repararlo ni echar las gúmenas en tierra, hirió la furia del agua á la Ca- pitana con tanta furia que rompió una de sus an- clas y se echó con tanto ímpetu, sobre la nave Gallega que estaba á su popa que del golpe que dio la rompió la contramesana y aquí apartán- dose la una de la otra corrieron á todas partes con tan extraña furia, que estuvieron en peligro
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de perderse con toda la armada; creían algunos que la ocasión de esta creciente fuesen las gran- des y continuas lluvias que hubo aquel invierno en aquella tierra, sin que cesase ni un día, aun- que si fuese así, hubiera la creciente engrosado poco á poco y no venir de repente con tanta fu- ria, por lo cual se sospechaba que fuese algún gran turbión que descargó sobre los montes de Ve- ragua, á los cualesllamó deSan Cristóbal elAlmi- rante, porque lo más alto de ellos entraba en la región del aire, donde se engendran las impre- siones, por lo cual en su altura no se ven nubes porque están más bajas, y quien le viere dirá que es una hermita, y está por lo menos 20 le- guas áj tierra adentro enmedio de muchas montañas, y allí creimos haberse originado esta creciente, la cual hizo tanto daño, que el me- nor peligro fué, que aunque podíamos por la cre- ciente salir á lo largo del mar qne estaba media milla distante, era tan cruel la tempestad, que andaba en él, que si hubiéramos salido en po- co tiempo nos hubiera hecho pedazos, y esta tempestad duró tantos días que pudimos asegu- rar y armar bien á los navios, y rompían las on- das con tanta furia contra la boca del río, que no podían las barcas salir de él á correr la cos- ta y reconocer la tierra para saber dónde esta- ban las minas, y elegir el mejor sitio para fun-
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dar un pueblo, porque tenía determinado el Al- mirante dejar aquí al prefecto con la mayor parte de lo gente, para que poblasen y sujetasen aquella tierra, hasta que él fuese á Castilla, para enviarles socorro de gente y vituallas; con este designio, habiendo abonanzado el tiempo á 6 de Febrero, envió al prefecto por mar con 68 hom- bres á la boca del río Veragua, que distaba una legua de la de Belén, y navegaron por el río aba- 'jo otra legua y media, hasta el pueblo del caci- que donde estuvieron un día, informándose del camino de las minas; el miércoles siguiente anduvieron cuatro leguas y media, y fueron á dormir cerca de un río que pasaron cuarenta y cuatro veces; el día siguiente caminaron legua y media hacia las minas que les enseñaron los indios que los había dado por guia el Quibio y en el espacio de dos horas después que llega- ron, cada uno cogía oro entre las raices de los árboles, que son altísimos en aquel pais y llegan al cielo; estimóse mucho esta muestra porque ninguno de los que iban llevaban instrumentos para sacar el oro, y no siendo su viaje más que para informarse de las minas, se volvieron muy alegres á dormir á Veragua, y el día siguiente los navios, que aunque es verdad como se supo después, que estas minas no eran de Veragua sino es de Urira^ que es un pueblo de enemigos,
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FERNANDO COLON
y que las de Veragua están más cerca, y porque tienen guerra todos los pueblos, mandó el Quibio para darlos pesar, que fuesen allá los cristianos con sus guías, para que les entrase an- sia de ir á aquellas minas y dejar las suyas.
CAPÍTULO XCVI.
Cómo el prefecto visitó algimoa pueblos de la
provincia y las cosas y costumbres de los i>i~
dios de aquella tierra.
Jueves á 26 de Febrero del año referido d« 1503, entró el prefecto en la tierra con 69 personas y con 14 por mar en una barca; el día siguiente por la mañana llegaron al río de Urira, que dista 7 leguas del de Belén, hacia Occiden- te y á una legua del pueblo, cuyo cacique le vi- no á encontrar con 20 personas para recibirle^ y le pres entó muchas cosas de las que comen y se trocaron algunos espejos de oro; mientras es- taban allí el cacique y sus principales se me- tían en la boca una yerba seca y la mascaban, y á veces tomaban también cierto polvo que lie-
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vaban juntamente con la yerba seca que es mu- cha barbaridad; habiendo estado después en es- te sitio un rato, los indios y los cristianos fueron al pueblo donde había mucha gente, que los sa- lía á ver, señaláronles una casa donde se aloja- sen, presentándoles muchas cosas de comer; de allí á poco vino el cacique de Dururi, que es otro pueblo vecino con muchos indios, los cua- les también traían espejos para trocarlos, y de es- tos y de aquellos entendieron que en la tierra adentro había muchos caciques que tenían gran abundancia de oro y degente armada como nos- otros; mandó el Prefecto al siguiente día, que la mayor parte de la gente se volviese por tie- rra á los navios y siguió su viaje con 30 hom- bres hacia Yubraba donde había mas de seis le- guas de maizales, que son como los trigos y des- de aquí fueron á Cateba, otro pueblo, y en am- ibos tuvo buena acogida, y le dieron bastimentos [^rescatando algunos espejos de oro, los cuales como hemos dicho, son como patenas de cáliz, mayores ó menores, de doce ducados de peso, Otros'mayores, y muchos menores, los cuales traen al cuello como nosotros el Agnus Dei ú otra re- liquia, y porque entonces el Prefecto se había alejado mucho de los navios sin haber hallado por toda aquella costa, puerto alguno ni río tan grande como el de Belén, se volvió por el mis-
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mo camino á 14 de Febrero, para fabricar su habitación con muchos ducados de oro; proce- dióse con los rescates, al punto que llegó se dio prontamente orden, á que se quedasen con 80 personas y empezaron luego á fabricar casas á la ribera del río Belén, que estaba distante de la boca, un tiro de arcabuz, pasado un foso que está á mano derecha entrando por el río, en cu- yaboca se levanta un montecillo, las casas eran de madera cubiertas de hojas de palmas, que nacen en la playa; se hizo también otra casa grande que sirviese de tienda y almacén, en la cual se puso mucha pólvora, artillería y basti- mentos, y otras cosas necesarias para el sustento de los pobladores y de lo que era más preciso como vino, bizcocho, aceite, vinagre, queso y muchas legumbres, porque no había allí otra co- sa que comer; estas cosas dejaban aquí como en parte más segura que en la nave Gallega, que había de quedar con el Prefecto para valerse de ella en mar y tierra con todos aparejos de redes y anzue- los y otras cosas necesarias á la pesca, porque como hemos dicho, hay en aquella región mu- cho pescado y en todos los ríos á los cuales, y á la orilla del mar, van en ciertos tiempos del año, como de paso, ciertas especies de peces, de los cuales toda la gente del país se provee más que de carne, porque aunque hay allí varias es-
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pecies de animales, no bastan al ordinario sus- tento de la gente; las costumbres de estos indios son, comunmente, semejantes á los de la Españo- la é islas vecinas, pero estos de Veragua y del contorno cuando hablan uno con otro, se ponen de espaldas, y cuando comen, mascan siempre cierta yerba, lo cual creemos ser causa de tener los dientes gastados y podridos; su comida es pescado que pescan con redes y con anzuelos de hueso, que los haccn de las conchas de las tortugas, cortándolas A filo y lo mismo hacen en las otras islas.
Usaban de otro modo de pescar algunos pe- ces tan pequeños como los más pequeños, que llaman T¡¿¿ en la Española, éstos & ciertos tiem- pos con 'jarren con las lluvias á las oriüa-,, perse- guidos de los peces mayores, con tanta ansia, que se ven precisados á subirse á la superficie del agua, en la cual los pescan los indios con es- teras pequeñas y con redes muy chicas, así co- gen cuantos quieren y los envuelven en hojas de árboles del mismo modo, que conservan los boticarios sus confecciones y después tostados en el horno, se conservan por tiempo largo; usan también de una red de pescar sardinas, como hemos dicho de las pescas de otros, por- que este pez huye á tiempo de los peces gran- des, con tanta velocidad y miedo, que saltan
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la playa seca dos ó tres pasos, con que no tienen que hacer más que cogerlos; pescan también de otro modo las sardinas, pues en las canoas, desde la popa á la proa ponen un bulto de ho- jas de palma, de tres brazas de alto, después van navegando por el río haciendo mucho ruido y dando con los remos en el bordo, porque las sardinas para salvarse del pez que las persigue, saltan la canoa y ponen aquella altura para que caigan en ella y así toman cuantas quieren los Uris, las Lachías y aún las Lisasyá^t otras suertes de peces, vienen en otros tiempos y es cosa ma- ravillosa ver, que al tiempo de! paso por aque- llos ríos tomen tan gran cantidad y la conserven tanto tiempo tostada; tienen también para su alimento mucho maíz, que es cierto grano que nace como el mijo, con una espina pitañocha, de que hacen vino tinto y blanco como la cer- veza en Inglaterra, y allí echan lo que les parece, según lo que más les agrada y sale de buen sa- bor; hay vino raspago, hacen otro vino de unos árboles que parecen palmas, y yo creo que sean especies de ellas, aunque son lisos como los otros árboles y tienen en el tronco muchas es- pinas tan largas como las del puerco-espín, de la médula de estas palmas, son como palmitos, apre- tándola y esprimiéndola sacan el zumo de que ha- cen el vino y cociéndole en agua, echándola sus es-
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pecies, le tienen por muy bueno y precioso; tam- bién hacen otro vino del mismo fruto que hemos dicho, que se halló en la isla de Guadalupe, el cual es semejante á una pina gruesa y la planta se siembra en campos anchos, donde sale un gran pimpollo que echa encima la misma pina, como sucede en los tallos de la lechuga, la cual planta dura tres ó cuatro años, dando siempre fruto; hacen vino también de otras suertes de frutas, especialmente de una que nace en árbo- les altísimos tan grandes como cedros y cada uno tiene dos, tres y cuatro huesos, al modo de nuez, aunque no es redonda, sino como el ajo ó la castaña, la corteza de este fruto es como la de la granada y se pirece á ella cuando está quitada del árbol aunque no tiene coronilla, y su sabor es como de persigo ó pera muy bue- na, de éstasunas son mejores que otras, como su- cede en las demás frutas y también las hay en las otras islas y los indios la llaman Maviei.
CAPÍTULO XCVII.
Cómo para seguridad del pueblo de los cris- tianos, fué preso el Qaihio con muchos prin- cipales indios y cómo huyó por negligencia de los que le guardaban.
Ya estaban en orden todas las cosas de la po- blación con'diez ó doce casas cubiertas de paja y el Almirante pronto para partir á Castilla, cuan- do el rio, que antes por la soberbia de las aguas, nos había puesto en gran peligro, ahora nos pu- so en mayor, por la falta do ellas, que habiendo cesado ya las lluvias de Enero con el buen tiem- po, se cerró la boc* d»l rio con la arena, de modo que aunque estábame* dentro tenía cua- tro brazas de agua, qu« era muy poca para la
voL. n 13
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que se necesitaba; cuando quisimos salir tenía media braza, conque quedamos encerrados den- tro sin remedio alguno, porque era imposible sacarlos navios por la arena, y aun cuando hubiéra- mos tenido máquinas para hacerlo, estaba el mar tan revuelto, q'ie si la menor ola le arrojase á la orilla, haría pedazos los navios, especialmen- te los nuestros, que parecían una colmena agu- jereados todos por las culebras, por lo que nos encomendamos á Dios, pidiéndole nos diese lluvia, como antes le habíamos pedido sereni- dad, porque sabíamos que lloviendo, llevaría agua el rio y se abriría la boca, como sucede en aquellos rios y habiendo tenido noticia, por el lengua, de que el Quibio ó Cacique de Veragua había determinado venir en secreto á quemar las casas y dar muerte á los cristianos, que los tenían muy enfadados por haber poblado en aquel río, pareció conveniente prenderle, co« todos sus principales y enviarlos á Castilla, para castigo suyo y ejemplo y miedo de los otros y que su pueblo quedase en servicio de los cris- tianos, y para hacerlo fué el Prefecto con seten- ta y cuatro hombres al pueblo de Veragua el día 30 d© Marzo, y aunque llamo pueblo, es de advertir que en aquella tierra no hay casas jun- tas, que sus habitaciones son como en Vizcaya, distantes unas d« otras.
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Cuando el Quibio supo que llegaba el Prefec- to, empezó á decir que no fuese á su casa que estaba en una colina sobre el rio Veragua y pa- ra que ro se huyese de miedo, determinó el Pre fecto ir á ella con cinco hombres, dejando or- den á los demás, que viniesen detrás dos á dos distantes unos de otros, y que en oyendo dispa rar un arcabuz, cercasen la casa de manera que no escapase ninguno.
Habiéndose acercado el Prefecto á la casa, le envió otro recado el Quibio diciéndole que no entrase en ella, que él saldría á hablarle, aun- que estaba herido de una flecha; esto lo hacen así para que no vean sus mujeres, porque son celosísimos y por esto salió hasta la puerta y se sentó en ella, diciendo que llegase á él, solo el Prefecto el cual lo hizo así, dando orden á los de más deque luego que él le agarrase de un brazo embistiesen.
Habiendo llegado al Cacique, le preguntó por su enfermedad y otras cosas de la tierra, por medio de un indio que tenían, que habían pres ) más de tres meses antes, cerca de allí y andaba con nosotros doméstica y voluntaria- mente, el cual tenía entonces gran miedo por él amor que nos tenía, sabiendo que el Quibio de- seaba mucho matar á los cristianos, y porque no conocía aún nuestras fuerzas, creía se podría salir
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con ello fácilmente, por la multitud de gente quehabía en la provincia, pero el Prefecto sectii- daba poco de su temor y fingiendo querer ver donde tenía el Cacique la herida, le cogió del brazo y como ambos tenían gran fuerza, el Pre^ fecto le sugetó, hasta que llegaron los cuatro, y hecho esto, mandó disparar el arcabuz y co- rrieron todos los cristianos de la emboscada, á su casa, donde había cincuenta personas gran- des y pequeñas, de que se prendió la mayor parte, sin haber herido á ninguno; porque vien* do á su Rey preso no quisieron ponerse en de- fensa; había entre estos algunos hijos y mujeres del Quibio y otros indios principales que prome- tían grandes riquezas, diciendo que en un bos- que cercano había un gran tesoro y que todo le darían por su rescate, pero no contentándose el Prefecto con aquella promesa, resolvió que, antes que se juntasen los del contorno, se en- viase á la nave, preso á Quibio juntamente con su mujer é hijos y con los otros principales, y quedarse ellos allí, con la mayor parte de lagente para ir contra sus vasallos y parientes que ha- bían huido, tratando después con los capitanes yla gente honrada, á quien se debía encomendar lagente que le llevase hasta la boca del rio; se le entregó á Juan Sánchez de Cádiz, piloto y hom- bre muy estimado, porque se ofreció á condu
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cirle, llevando al Cacique con los pies y manos atadas: y advirtiendo á este que le conducía, que tuviese cuidado de que no se escapase, respon- dió quería que le pelasen las barbas si huía; to- móle á su cuidado y partió con él, rio abajo de Veragua y estando ya distante media legua, em- pezó el Quibio á lamentarse mucho de llevar atadas tan fuertemente las manos, de manera que movía á piedad á Juan Sánchez, y le desató del banco de la barca donde iba atado, teniéndole por el cabo, por lo cual viendo Quibio de allí á poco tiempo, que estaba entretenido Juan Sánchez en otra cosa, se echó al agua y no pu- diendo tener firme el cabo Juan Sánchez, !e de- jó por no caer en el rio con él, y llegada la no- che con el rumor de los que andaban en la bar- ca no pudieron ver ni oir donde había tomado tierra, de modo que no supieron más noticia de él, como si-fuese un peñasco que había caído en el agua y para que no sucediese lo mismo con los otros presos, siguieron su camino las naves, con bastante vergüenza del descuido é inadver- tencia. El día siguiente que fué i.* de Marzo viendo el Prefecto la tierra montuosa, llena de ár- boles y que no había ya pueblo ordenado, sino unacasa en un collado yotra en otro y que sería muy dificultoso andar de lina parte á otra bus- cando los indios, resolvió volverse á los navios
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con SU gente sin traer ninguno de los suyos muerto ó herido y presentó al Almirante, los despojos de la casa del Quibio que valdrían 300 ducados en espejos, aguilillas y canillas de oro que se meten en hiladas en los brazos y alrede- dor de las piernas, y cordoncillos de oro, que á modo de corona se rodean la cabeza, todo lo- cual se partió y sacado el quinto para los Re- yes Católicos, repartió lo demás entre los que habían ido á la función y al Prefecto, en señal de la victoria le dio una corona de las que hernos dicho.
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CAPITULO XCVIII.
Cómo habiendo partido el Almirante para
Castilla, asaltó el Quibio al pueblo de los
cristianos en cuyo combate hubo muchos muer'
tos y heridos.
Proveídas entonces las cosas pertenecientes al mantenimiento del pueblo y á las constitu- ciones y estatutos que para su gobierno había hecho el Almirante, quiso Dios que lloviese tanto que creció el río de modo que volvió á abrirse la boca, por lo cual resolvió el Almiran- te partir luego á la Española con tres navios para enviar socorro con la mayor diligencia, y así esperando bonanza y calma, porque el mar ni rompiese ni batiese la boca del río, salimos con
200 FERNANDO COLÓN
los dichos navios llevando las barcas delante, aunque ninguno quedó tan limpio, que no arras- trase por tierra, que si no fuese arena movible se- ría aun en la bonanza peligroso; hecho esto/ al instante pusimos con gran presteza dentro lo que habíamos sacado para aligerar los navios al tiem po de la salida, y esperando de este modo á la larga costa, á una legua de la boca del río, el tempo para navegar, quiso Dios milagrosamente que hubiese motivo para enviar la barca de la Capitana á tierra, así por agua como por otras cosas necesarias y fué el caso que viendo los indios del Quibio que estando los navios fuera no podían dar socorro á los que quedaban en la fortaleza, al punto mismo que llegó la barca á tierra, asaltaron el pueblo de los cristianos, no habiendo sido descubiertos por lo intrincado del bosque, hasta que estuvieron a diez pasos de las casas; daban al embestir grandes gritos, tirando lanzas á los que veían y á las casas, que estando cubiertas con hojas de palmas, las pasaban fácil- mente de un lado al otro y alguna vez herían á los que estaban dentro, por lo cual estando los nuestros desproveídos y muy ajenos de esta no- vedad, hirieron cuatro ó cinco, antes de poner- los en orden para resistir; el Prefecto que era hombre de gran corazón, se opuso á los enemi- gos con una lanza, animando á los suyos y em-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 201
bistiendo animosamente á los indios, con siete ú ocho que le seguían con tanta pujanza, que los hicieron retirar hasta el bosque, que como he- mos dicho, estaba cercano á las casas; volvieron desde él á hacer algunas escaramuzas los indios, tiranio sus azagayas y retirándose después como en el juego de cañas hacen los españoles, hasta que concurriendo entonces muchos cristianos fueron los indios castigados con las espadas, y por un pe- rro que los perseguía fieramente conquese pusie- ron en fuga, dejando muerto un cristiano y siete heridos, y entre ellos al Prefecto con una lanza en el pecho; de este peligro se aseguraron bien, dos cristianos cuyo caso por contar la graciosi- dad de uno, que era italiano, y Lombardo, por la severidad de otro que era castellano se debe contar y fué así: El Lombardo, llamado Sebas- tián, iba huyendo furiosamente á esconderse en una casa, á quien dijo Diego Méndez, de quien se hará mención más adelante: «Vuelve, vuelve atrás, Sebastián; ¿dónde vas? á quien respondió déjame andar, diablo, que yo voy á poner en salvo mi persona; el español era el capitán Die- go Tristán, á quien el Almirante había enviado con la barca á tierrra, el cual no salió fuera con su gente como si estuviera preso en el río, don- de era la bulla y habiéndole preguntado algunos y reprendido de otros, de que no salía a ayudar
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á los cristianos, respondió á los que estaban en tierra, porque de miedo no se retiren á la barca: si yo me acerco á la ribera, y perecerán todos; pues perdida la barca el Almirante tendrá des- pués peligro en el mar, y por esto no quería ha- cer sino lo que le habían mandado, que era car- gar agua y leña, á lo menos hasta que viese que los de la población tenían más necesidad de su socorro, y queriendo al punto tomar el agua para dar al Almirante cuenta de lo que pasaba, de- terminó ir por el río abajo á tomarla hasta donde no se mezclaba el agua dulce con la amarga, aunque algunos le protestaron no hiciese aquel viaje, por los grandes daños que podían acaecer- ía délos indios y sus canoas á que respondió que no temía aquel riesgo y que por esto había to- ^ mado tierra, y era enviado del Almirante y así siguió su camino el río abajo, que es muy pro- fundo por dentro y muy cerrado de ambas par- tes, poblado de árboles que llegan hasta el agua, y tan espesos que apenas se podía tomar tierra, salvo en algunos sitios de los caminos que ve- nían al río, ó donde se acababan las sendas de los pescadores y donde ellos esconden sus canoas.
Al instante que los indios le vieron cosa de una legua el río abajo distante de la fortaleza, salieron de ambas partes, las más espesas, con
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SUS barquillas ó canoas y con grande grita le asaltaron por todas partes tocando cornetas, con mucha ventaja y atrevimiento, porque siendo sus canoas ligerísinias, que un solo indio basta para gobernarlas y guiarlas á cualquier parte, espe- cialmente las que son chicas ó de pescadores, venían en cada una tres ó cuatro indios, uno bogaba y los otros vibraban las lanzas y los dar- dos, contra los de la barca, y llamólos dardos y lanzas por el tamaño que tienen, que ellos ver- daderamente son astas y como no tienen hie- rro, las ponen á las puntas espinas ó dientes de pez.
No habiendo en nuestra barca sino siete ú ocho hombres que bogaban con dos ó tres sol- dados, no podían reparar los golpes de las mu- chas lanzas que los tiraban, con que necesita- ron de dejar los remos, y tomar las rodelas; pero era tanta la multitud de indios que llo- vía de todas partes, que arrimándose con las ca- noas y rttirándose cuando los parecía hirieron la mayor parte de los cristianos y especialmente al capitán, con muchas heridas, y aunque estuvo siempre firme, animando á los suyos no le ayu- dó nada, porque le tenían sitiado por todas par- tes sin poderse mover ni valerse de los mosque- tes, hasta que á lo último le hirieron en un ojo con una lanza grande, á cuyo golpe cayó de re-
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pente muerto, y á todos los otros les sucedió lo mismo, sino es aun botero de Sevilla, llamado Juan de Moya, cuya buena suerte quiso que en- medio de la batalla cayese en el agua y nadando por debajo salió á la orilla sin que nadie le vie- se y por entre la espesura de los árboles llegó á la población á contar el suceso de que se espan- taron de tal modo los cristianos, que viéndo- se tan pocos y heridos la mayor parte, y algunos de los compañeros muertos, yestar el Almirante en el mar, sin barca, con el riesgo de no poder llegar á donde pudiese enviar socorro, determi- naron de no quedarse donde estaban y así al al instante, sin obediencia, ni otra orden, hubie- ran partido de allí si no se lo impidiese la boca del río, la cual con el mal tiempo se había vuel- to á cerrar, porque no solo no podía salir por ella el navio que había quedado, pero ni una barca, porque el mar lo rompía todo, ni hubo i persona que pudiese dar aviso al Almirante de 1 o que les había sucedido; pero él no corría menos riesgo en el mar, en cuya playa estaba surto, por no tener barca y estar con tan poca gente, por la que le habían muerto, por lo cual él y todos nosotros estábamos en el mismo tra- bajo y confusión que los que estaban en el fuer- te, los cuales por el suceso del combate pasado y por ver venir el río abajo los muertos llenos
HISTORIA DEL ALMIRANTE 20$
de heridas y seguidos de los cuervos que venían sobre ellos graznando y volando, lo tomaron todo por agüero desdichado, con temor de que les sucediese lo mismo que á los otros; mayor- mente viendo que los indios estaban muy so- berbios con la victoria y no los dejaban sosegar un instante por la mala disposición de la pcbla- ción y es de creer que todos hubiéramos sido xnuy maltratados sino se hubiese tomado por buen remedio ir á una gran playa escombrada á la parte de Oriente, donde fabricaron un baluar- te con las botas y otras cosas que tenían, plantan- do la artillería en lugares convenientes, conque se defendían, porque los indios no se atrevían á salir del bosque, por el daño que recibían de las bombas.
CAPÍTULO XCIX.
{Jomo h'iyeroii los indijs que estaban presos
en las naves y el Almirante supo la derrota
de los de tierra.
Mientras sucedían en tierra estas cosas, se pasaron diez dias, los cuales estuvo el Almiran- te con gran desvelo y sospecha de lo que hu- biese sucedido, esperando de instante en ins- tante, que sosegase el tiempo para enviar la otra barca, á saber la ocasión de la tardanza de la primera; pero siéndonos contraria en todo la fortuna, no quiso que supiésemos los unos de los otros y por aumentar el trabajo, sucedió que los hijos y parientes delQuibio, que venían pre- sos en la nave Bermuda para traerlos á Castilla, procuraron libertarse de el modo siguiente: por
HISTORIA DEL ALMIRANTE 207
la noche los metían debajo de cubierta, y estan- do la escotilla tan alta que no podían llegar á ella, se olvidaron los guardas de cerrarla, por la parte de arriba, porque encima dormían algu- nos nmarineros, lo que dio causa á los indios á discurrir escaparse; así le recogieron poco á po- co todos los cantos del lastre, y los pusieron á la boca de la escotilla, haciendo un gran mon- tón, y luego todos juntos subidos en él, y po- niendo las esp.-íldas por debajo, abrieron con fuer- za una noche la escotilla derribando los que dor- mían encima, y saltando fuera prontamente; al- gunosdelosprincipalesindiosse echaronal agua; pero habiendo concurrido la gente al rumor no pudieron hacerlo otros, y así habiendo luego ce- rrado la escotilla los marineros con su cadena empezaron á hacer mejor la guarda, por lo cual desesperados los que no se habían podido esca- par con los compañeros, los hallaron ahorcados por la mañana con los cabos que pudieron ha- ber, y como tenían poca altura, unos se ahorca- ron de rodillas, y otros tirando con los pies el lazo, de modo que de los presos de aquel navio ninguno quedó que no fuese muerto ó huido, y aunque semejante pérdida no fuese de conside- rable daño de los navios, sin embargo se temía que pudiese aumentar las desgracias á los de tierra su muerte ó fuga; por si se quedaban en
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aquella tierra con los cuales haría paz Qui'bio voluntariamente para rescatar sus hijos, y vien- do que ahora no tenian prenda alguna para ha- cerlo, se juzgaba que haria fuerte guerra á los cristianos. Hallándonos pues con tantos daños y desgracias muy atribulados y á discreción de los Gúmenas, con las cuales estábamos surtos sin saber nada de tierra, no faltó quien se mo- viese á decir, que pues aquellos indios para sal- var solamente la vida, se habían arriesgado á echarse al mar, á una legua de distancia de tie- rra, ellos por salvarse así mismos, y á tanta gen- te, se arriesgarían á tomar tierra nadando si con la barca que quedaba, queera la de la nave Ber- muda, los llevasen hasta donde las ondas no rom- pían, solo había aquella barca porque la déla Viz- caína, ya hemos dicho que se perdió en el com- bate, y en todos los tres navios no había más que la referida para las necesidades de ellas. Viendo el Almirante el buen ánimo de estos marineros, convino en que ejecutasen su ofrecimiento y la referida barca los llevó hasta un tiro de arcabuz de tierra, á la que no podía arrimarse más sin gran riesgo por lo grueso de las olas que rom- pían contra la playa, y desde aquí solo se echó al agua Pedro de Ledesma, piloto de Sevilla, y con buen corazón, ya encima ya debajo de las olas llegó finalmente á tierra donde supo el es-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 309
tado de los nuestros, y como oyó que decían auna voz, que de ningún modo querían quedar vendi- dos, y sin remedio como estaban, suplicando al Almirante que no se fuese sin recogerlos, por- que dejarlos era dejarlos condenados á muerte, y más entonces que con las sediciones, ni obe- decían al prefecto ni á los capitanes, y que todo su estudio y aplicación era ponerse en orden para cuando abonanzase, tomar alguna canoa y embarcarse, pues con una barca sola que les ha- bía quedado, no podían hacei esto cómodamen- te y qne si el Almirante no los recogiese en el navio qme les había quedado, hubieran procurado salvar las vidas y ponerse al arbitrio de la fortuna antes que estar á la discreción de la muerte que aquellos indios crudos, carniceros, habrían queri- do darlos. Con esta respuesta volvió Pedro de Ledesma á la barca que le esperaba, y de allí á los navios donde contó al Almirante lo que pa- saba.
VoL. II. 14
CAPITULO C.
Cómo el Almirante recogió su gente que ha"
hía dejado en Belén y después atravesamos á
Jamaica.
^ Luego que supo el Almirante la derrota, tumul- to y desesperación de la gente, resolvió aguar- darlos, para recogerlos, aunque no sin gran pe-
^ligro, porque tenía sus navios en la playa, sin reparo alguno, ni esperanza de salvarse, si el tiempo empeorase; pero quiso Nuestro Señor, que en el término de ocho días que estuvo allí abonanzase el tiempo, de modo que los de tie- ría pudieron empezar á recoger sus haciendas en la barca, que tenían en gruesas canoas, pues- tas bieu en orden, y atadas unas con otras, para
' que no se volcasen, y deseando cada uno, no ser delosúltimos, sedierontantaprisaqueendos días no dejaron en tierra cosa alguna, sino el casco
HISTORIA DEL ALMIRANTE 211
del navio, que por estar todo agujereado de las culebras, no podía navegar, y así con gran ale- gría de vernos todos juntos, nos hicimos á la ve- la llevando el viaje de Levante, la costa arriba de aquella tierra porque aunque los demás pilo- tos decían, que tomando la via del Norte podía- mos volve/ á Santo Domingo, sólo el Almirante y el Prefecto, su hermano, conocian que era ne- cesario antes de atravesar el golfo que está entre la tierra firme y la Española, navegar un buen pedazo, siguiendo la costa arriba, lo cual tenía muy descontenta á la gente, que les parecía, que- ría volverse el Almirante á Castilla; camino de- recho, sin navios y bastimentos suficientes al via- je, pero como él sabía mejor lo que le conve- nía, seguimos nuestros viaje hasta llegar á Por- tobelo donde nos vimos precisados á dejar la nave Vizcaína, por la mucha agua que hacía, y porque todo su plan estaba consumido y roto por las culebras, y siguiendo la costa subimos, hasta que pasamos el puerto del Retrete y el de una tierra que tenía muchas isletas, á las cuales llamó el Almirante las Barbas pero los indios y los ¡;ilotos, llamaron á todo aquel contorno, del Cacique Pocorosa, desde aquí pasaudo más ade- lante al fin que vimos de la tierra firme, llamó Mármol, que es el espacio que estaba á diez le guas de las Barbas.
212 FERNANDO COLÓN
Después, el lunes i.' de Mayo del mismo año de 1503 tomamos la vía del Norte con vien- tos y corrientes de la vanda de Levante, porque procurábamos siempre navegar más al viento que podíamos. Todos los pilotos decían que ya habríamos pasado el Oriente de las islas de los caribes; sin embargo, el Almirante, temía no po- der surgir en la Española, y esto se verificó por- que el miércoles 10 del mismo mes de Mayo, dimos vista á dos islas, muy pequeñas y bajas, llenas de tortugas, de las cuales estaban llenas alrededor, que parecían escollos, por lo cual se llamaron estas islas las Tortugas y pasando de largo la vía del Norte, el viernes siguiente por la tarde á treinta leguas de aquí arribamos al jar- din de la Reina, que es nna cantidad muy gran- de deislctas, situadas al Mediodía de la isla de Cuba; estando surtos en este paraje diez leguas distantes de Cuba con bastantes hambres y tra- bajos, porque no teníamos que comer más que vizcochos y algún poco de aceite y vinagre fati- gados de día y de noch-.-, para sacar el agua con tres bombas porque los navios se iban á fondo por los muchos agujeros que los habían hecho las culebras. Sobrevino de noche una gran tem- pestad en que no pudiendo la Bermuda mante- nerse sobre sus anclas, cargó sobre nuestra na- ve y jompió toda la proa, aunque no quedó
MISTOR/A DEL ALMIRANTE 213
ella sana del todo, porque perdió casi toda la popa, hasta cerca de la Limeta y con gran traba- jo, por la mucha agua y viento, quiso Dios que se apartasen una de otra, y echadas al mar to- das las anclas y las gúmenas que tenían, nada bastó para afirmar la nave y cuando amaneció, hallamos el cabo tan cortado, que se mantenía solo en un hilo de suerte que si dura una hora más la noche, hubiera acabado de cortarse, ma- yormente siendo aquel sitio áspero y lleno de escollos, y que no podían huir de dar en algu- no, pues los tenían por popa, no obstante quiso Dios librarnos, como nos había librado de otros muchos peligros, y así partiendo de aquí, con bastante fatiga , fuimos á un pueblo de indios en la costa de Cuba, llamado Macaca^ donde ha- biendo tomado algún refresco, partimos á Ja- maica, porque los vientos de Levante y las gran- des corrientes, no nos dejaban ir á la Española, mayormente estando los navios tan agujerea- dos, como hemos dicho: pero de día ni de no- che no dejábamos de trabajar en sacar el agua con tres bombas, de las cuales, si se ronapía al- guna, era preciso que mientras se aderezaba sir- viesen de lo mismo las calderas, con todo esto la noche antes de la vigilia de San Juan, creció Jel agua tanto, que no había remedio de vencer- la, porque llegaba hasta la cubierta y con gran
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fatiga nos mantuvimos así, hasta que venido el (lía tomamos en Jamaica, el puerto Bueno, y aun- que lo es para reparar los navios, ni tenía agua para poder recogerse, ni pueblo alguno alrede- dor; pero remediando esto lo mejor que pudi- mos, pasado el día de San Juan partimos á otro puerto más hacia Oriente, llamado San Gleria cubierto de rocas y habiendo entrado dentro, no pudiendo sostener más los navios, los enca- llamos en tierra lo mejor que pudimos, acomo- dando uno cerca de otro á lo largo, bordo con bordo, y con muchos puntales á una y otra par- te los pusimos tan fijos, que no se podían mo- ver; y así se llenaron de agua hasta la cubierta, sobre la cual en el castillo de popa y en la proa se hicieron estancias, donde pudiese la gente alojarse, con intento de hacernos aquí fuertes si los indios quisiesen hacernos algún daño, pues en aquel tiempo la isla no estaba aún poblada, ni sugeta á los cristianos.
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CAPÍTULO CI.
Cómo el Abnirante envió en canoas á dar
aviso desde Jamaica d la Española y de que
se había perdido con su gente.
Estando fortificados los navios de este modo distantes un tiro de ballesta de la tierra de los indios que era buena y doméstica gente, lle- garon luego en canoas á vendernos sus cosas y bastimentos por el deseo que tenían de adqui- rir las nuestras, para que no hubiese disputa al- guna entre los cristianos, y ellos en la compra, ni les llevasen más de lo honesto y tomasen los otros lo que debían haber, nombró el Almirante dos personas que tuviesen cuidado de los resca- tes que llevasen, y que todos los días los divi- diesen por suertes entre la gente del navio,
2l6 FERNANDO COLÓN
porque entonces no teníamos en los navios cosa alguna con que sustentarnos, pues nos habíamos comido la mayor parte de previsiones, la otra se había podrido, y la otra perdido al tiempo de embarcarse en el río de Belén, donde con la prisa y la gana de «mbarcarse, no se había podi- do recoger todo lo que se quería y para soco- rrernos de comida, quiso Nuestro Señor llevar- nos á aquella isla, abundante de bastimentos, bastantemente poblada, de indios deseosos de rescatar con nosotros, por lo cual venían de to- das partes á traernos cuanto tenían y para que los cristianos no saliesen en cuadrillas por la isla se quiso el Almirante fortificar en el mar, y no acercarse á tierra porque siendo nosotros por naturaleza poco obedientes, ni el castigo ni el Prefecto bastarían á tener quieta la gente, ni aún impedirla que fuese á correr los lugares y casas de los indios, para quitarles lo que habían ad- quirido, y despreciasen los hijos y las mujeres de donde después nacerían muchas contiendas y tumultos, de que resultaría hacernos enemi- gos, y quitándoles por fuerza los bastimentos, se padecería entre nosotros gran necesidad y tra- bajo lo cual no sucedió, porque la gente estaba en los navios, de donde no podía salir sin licen- cia, y dejándolo anotado; esto satisfizo mucho á los ¡«dios, que por cosas de poquísimo precio,
HISTORIA DEL ALMIRANTE 2x7
nos traían cuanto necesitábamos, porque sí traían una ó dos hutías, que son como conejos, les dábamos en recompensa un arete de aguje- ta; si traían hogazas de pan, que llamaban cazabí, hechas de raíces de yerba, les daban dos ó tres cuentas de vidrio, verdes ó coloradas, y sí traían alguna cosa en gran cantidad, se les daba una campanilla, y tal vez al Rey y á los caciques un espejillo, algún birrete colorado, ó unas tenazas, lo cual les era cosa muy agradable; con este orden de rescate estaba la gente muy abastecida y abundante de todo lo que había menester, y los indios, sin enfado, en nuestra compañía y vecindad.
Pero siendo necesario buscar modo para volver á Castilla, juntó el Almirante á los capi- tanes y otros hombres de su mayor estimación, para tratar con ellos el modo de salir de aquella prisión y que á lo menos volviesen á la Españo- la, porque estarse allí con esperanza de que algún navio arribase, era una necedad sin térmi- nos algunos de razón, y era imposible pensar en fabricar allí alguno de nuevo, porque ni tenían instrumentos ni maestranza, que bastase á hacer cosa buena, sino es en tiempo muy dilatado ó que no fuese apropósito para navegar, según los vientos y corrientes que reinan entre aque- llas islas y van al Occidente; antes se per-
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dería el tiempo y procurarían nuestra ruina, en lugar de impedirla, y así después de mu- chas consultas, determinó el Almirante en- viar á la Española á decir que se había perdido en aquella isla y que le enviasen un navio con municiones y bastimentos; para esto eligió dos sujetos de quien se fiaba mucho y que lo ejecutarían con gran puntualidad y con gran corazón, digo con gran corazón, porque parecía temerario el paso de una isla á otra, é imposi- ble hacerle en canoas, como era preciso, por- que son barcas de un madero cabado, como queda dicho, y hechas de modo que cuando es- tán bien cargadas, no salen una cuarta sobre el agua, demás que era necesario que para aquel paso fuesen medianas, que si fueran chicas, se- rían muy peligrosas y si grandes no servirían por su peso á viajes largos, ni podrían hacer el que se deseaba. Escogidas, en fin, dos canoas á pre- pósito para lo que queríamos, mandó el Almi- rante en Julio de 1503, que fuese en una de ellas Diego Méndez de Segura, escribano mayor de la Armada, con seis cristianos y diez indios, que bogasen, y en la otra envió á Bartolomé Fiesco, gentil hombre genovés, con otra tanta compañía, para que luego que Diego Méndez es* tuviese en la Española, siguiese sin parar su ca- mino á Santo Domingo, que distaba de dond«
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estábamos casi 250 leguas y que volviese Fiesca á traer noticia de que el otro quedaba puesto en salvo, para sacar de dudas y temores de si le había sucedido alguna desgracia, la cual de- bía temerse mucho, considerando como hemos dicho, la poca resistencia de una canoa en cual- quiera alteración de mar, y especialmente ha- biendo dentro de ella cristianos, porque yendo indios solos no habría peligro tan grande, pues son tan diestros que aunque se les aneguen las canoas en medio del golfo, las vuelven á ende- rezar, nadando, y se meten en ellas; pero por- que la honra y la necesidad hacen emprender los mayores peligros, tomaron los referidos su camino por la costa abajo de la dicha isla de Jamaica, ravegando hacia Oriente, hasta que llegaron á la punta Oriental de la isla, que lla- man los indios Aaitiaquique, por un cacique de aquella provincia llamado así, que está á 34 le- guas de Maima^ que era el lugar donde nosotros estábamos fortificados, porque para atravesar de una isla á otra era menester navegar 30 leguas sin haber en el camino, sino una islcta ó esco- llo, que dista ocho leguas de la Española, y fué necesario para pasar por tal golfo, en semejan- tes bajeles, que esperasen aquí una gran calma, la cual quiso Dios viniese en breve. íabiendo metido cada indio en las canoas su calabaza de
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agua y algunas especies de que usan, y el caza- bi, y entrando en ella los cristianos, con sus ro- delas y bastimentos, que necesitaban, se echa- ron al mar, y el Prefecto que había ido con ellos al Cabo de Jamaica, por evitar que los indios de la isla no les impidiesen el viaje en algún modo, se estuvo allí hasta que venida la tarde los perdió de vista, y se vino poco á poco á los navios, persuadiendo de camino á la gente del país á que recibiese nuestra amistad y comuni- cación.
CAPÍTULO CU.
Cómo se rebelaron los Porras con gran parte
de la gente contra el Almirante, diciendo que
$e iban á Castilla.
Partidas las canoas á la Española, empezó á enfermar la gente que quedaba en los navios, así délos grandes trabajosquehabian padecido en el camino, como déla mudanza de comidas, por- que entonces no comían nada de Castilla, ni bebían vino, ni tenían carne fuera de algunas hu- tías que alguna vez podían rescatar, de modo que pareciendo los que estaban sanos áspera vi- da y estarse tan largo tiempo encerrados, mur- ■auraban entre ellos diciendo que el Almi- rante no quería volver á España, porque los re- yes le habían desterrado y que á la Española po-
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día ir menos, pues al venir de Castilla se le ha- bía prohibido la entrada en aquella isla y que los que había enviado en las canoas iban á Es- paña para que hiciesen sus negocios y no para que trajesen navios ni otro socorro, y que entre- tanto que negociaban con los Reyes Católicos, quería él estarse allí obedeciendo su destierro, porque si fuera otra cosa ya hubiera vuelto Bar- tolomé Fiesco, como se había publicado que ha- bía de volver. Demás que no tenían certidumbre de que el, y Diego Méndez no se hubiese ahogado en el tránsito, y si fuese así jamás tendrían soco- rro ó remedio si ellos no se disponían á procu- ^ rarle por sí mismos, pues el Almirante no se ha- llaba en situación de ponerse en tal camino por las referidas causas, y por la gota que tenía en todo el cuerpo que casi no podía moverse en la cama, y bien lejos de meterse en trabajos y pe- ligros de pasar en canoas á la £spañola,y así debían resolverse con ánimo determinado, pues se ha- llaban sanos antes de caer malos como los demás, lo cual el Almirante no podía prohibir- los, y puestos en la Española serían recibidos, tanto mejor cuanto en mayor peligro le hubie- sen dejado por el odio y la enemistad que le te- nía el Comendador de Lares, entonces gober- nador de la isla, y que en yendo á Castilla, ha- llarían al obispo don Juan de Fonseca que les
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favorecería, y aun el tesorero Morales, el cual porque tenía por dama tina hermana de los Po- rras que eran las cabezas de la conjuración en las naves y los que más incitaban á todos, te- nían por cosa cierta que serían muy bien acogi- dos de los Reyes Católicos, delante de los cua- les se atribuiría siempre la culpa al Almirante como había sucedido en la rebelión de la Es- pañola con Roldan, y que ellos más presto le prenderían para quitarle los papeles que tenía que obligaban á observar loque estaba capitula- do con él; con estas cosas, otras semejantes, y las repetidas persuasiones que unos á otros se hacían, la esperanza y sedición délos hermanos Porras, uno de los cuales era capitán de la nao Berrauda y el otro contador de la armada; fir- maron la conjuración48, recibiendo á Porras por capitán y cada uno se previno para el día y hora que determinaron todo lo que era más nece- sario.
Estando los rebeldes en orden y con las ar- mas á II de Enero por la mañana, salió á la popa del navio donde estaba el Almirante, el capitán Francisco de Porras, y le dijo: — «Señor, »¿qué quiere decir, que no queráis ir á Castilla y »que os agrade tenernos aquí átodosperdidos? — *; á que el Almirante sintiendo tan arrogantes pa- labras y tan fuera de la costumbre con que solía
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hablar, sospechó lo que podía ser y le respon- dió con gran disimulación y sosiego, no hallar modo de poder pasar, hasta que los que habían ido con las canoas, le enviasen navio en que ir y que más que ninguno deseaba la ida, por su bien particular y general de todos aquellos de quien debía dar cuenta;pero quesi pareciese otra cosa, como en otras ocasiones se habían reducido los capitanes y los hombres principales á exponer lo que sentían y conviniese también entonces y cuanlas más veces fue se necesario, lo mandaría eje- cutar, para que cada uno discurriese en este negocio. A que replicó Porras no haber ya tiem- po para tantas palabras, sino que se embarcase luego ó se quedarse con Dios y con esto vol- viendo la espalda, repitió en voces altas: — «Yo me voy áCastilla conlosque quisieren seguirme — » i cuyo tiempo todos los secuaces que estaban presentes, empezaron ág.'itar fuertemente dicien- do:-í<Queremosircontigo,queremo3 ir contigo--» y saltando unos por una parte y otros por otra ocuparon los castillos y las gavias con las armas en la mano, sin orden ni juicio, gritando unos [muera! y otros ¡A C(ts¿i.'¡a, á Casi illa] y otros señor capitán ^qué haremos} y aunque el Al- mirante entonces estaba en la cama tan postrado de la gota, que no podía tenerse en pié, no pudo contenerse sin dejar de levantarse.
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para andar cojeando, por entre aquel ru- mor, más apenas le vieron tres ó cuatro de los más honrados servidores suyos; cuando se abra- zaron á él, porqne la gente sublevada no le ma- tase y le volvieron con gran trabajo á la cama, después fueron al Prefecto que se había opuesto con ánimo valeroso y una lanza en la mano, la cual le quitaron por fuerza, y le llevaron con su hermano, rogando al capitán Porras, que se fue- se con Dios y que no quisiese hacer tan malas cosas que tocasen á todos y que bastaba que no^, hubiese impedimento, ni resistencia para su par- tida, que si fuese causa de la muerte del Almi- rante, no podía esperar sino un gran castigo, sin esperanza de utilidad alguna. Sosegado un poco el tumulto, tomáronlos conjurados diez canoas que estaban atadas al bordo de los navios, las cuales había hecho el Almirante buscar y com- prar en la isla, para valerse de ellas en lo que fuese necesario por no quitárselas á los indios, ni darles motivo de disensión con los cristianos; embarcáronse en estas con tanta alegría como si hubieran desembarcado en algún puerto de Castilla, por lo cual otros muchos que ignora- ban la traición, desesperados de ver que se que quedabancomo pensaban, abandonados, llevando la mayor parte y los más sanos con sus haciendas, entraron con ellos en las canoas, con tantas lá-
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grimas y dolor de los pocos fieles servidores del Almirante y de muchos enfermos que había que imaginaban quedaban para siempre perdidos to- dos y sin alivio alguno, y no hay duda que si toda la gente hubiera estado sana, no hubieran quedado veinte hombres con el Almirante, el cual salió á confortar su gente con las mejores palabras, que le dieron el tiempo y el estado de sus cosas.
Los rebelados con su capitán Francisco Po- rras, siguieron en las canoas su viaje hasta la pun- ta de Levante, por donde atravesaron Diego Méndez y Fiesco á la Española y por todas par- tes por donde pasaban hacían muchas injurias á los indios, quitándoles por fuerza los basti- mentos y todo lo que les agradaba, diciéndoles que fuesen al Almirante que se lo pagaría y que si no lo pagase les daban licencia para que le ma- tasen, en que harían lo que más conveniente les fuese, porque no solo le aborrecían los cristianos pero él era la causa de todo el mal de los indios de toda la isla, y que lo mismo haría con ellos, sino se remediaban con su muerte; pues con es- te designio, se quedaba á poblar aquella isla; caminando de este modo hasta la punta Orien- tal de Jamaica, al primer buen tiempo y calma se pusieron á pasar á la Española llevando consi- go algunos indios que bogasen, pero porque los
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tiempos estaban poco firmes y las canoas muy cargadas, navegaban poco y estando á cua- tro leguas de tierra se volvió el viento contrario lo cual les causó tan grande miedo que deter- minaron volverse á Jamaica y sucedió, que como no estaban diestros en gobernar canoas, entró un poco de agua sobre el bordo y tomaron por remedio alijerarlas, arrojando al mar cuanto lle- vaban sin dejar más que las armas y comida bas- tante para volver; pero refrescando el viento y pareciéndoles correr algún riesgo, para alije- rarlas más, determinaron echar á los indios en el mar, como lo ejecutaron con algunos, y á otros que fiados en saber nadar, se habían echa- do al mar, por el temor de la muerte y ya muy cansados se llegaban al bordo de las canoas pa- ra respirar un poco, les cortaban las manos y les hacían otras heridas y así mataron i8 no de- jando vivos sino algunos que gobernasen las ca- noas, porque ellos no sabían hacerlo y es bien cierto I [ue si la necesidad que tenían de ellos no los precisara á conservarlos, habrían pues- to e i efecto por entero la crueldad ma- yor ijue se puede pensar, no dejando ningu- no de ellos vivo, en premio de haberlos sa- cado con engaño y ruegos para servirse de ellos en tan importante viaje. Llegados á tierra hubo divwsos pareceres entre ellos, porque unos
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decían que era mejor ir á Cuba y que desde allí donde estaban, podían tomar los vientos Le- vantes y las corrientes á medio flanco y pasand» de esta forma con prontitud y sin trabajo podrían atravesará la Española, de una tierra á otra, na sabiendo que estaban diecisiete leguas distan- tes; otros decían ora mejor volver á los navios y ponerse en paz con el Almirante ó quitarle por fuerza lo que había quedado de armas y rescate: otros fueron de opinión que antes que se inten- tase alguna cosa de estas, se esperase allí algu- na bonanza ó calma para volver á aquel paso, lo cual tuvieron por mejor, y permanecieron en aquel pueblo de yivamachiche^ más de un mes esperando el temporal, y destruyendo la tierra; venida la calma, volvieron á embarcarse otras dos veces, pero sin efecto porque los vientos les eran contrarios, por lo cual desesperados de con- seguir semejante paso, de pueblo en pueblo, se fueron hacia Poniente muy disgustados, sin ca- noas y sin consuelo, comiendo á veces lo primero que hallaban y otros tomándole á discreción, se- gún el poder ó resistencia que hacían los Caci- ques por donde pasaban.
CAPITULO CIII.
De lo que hizo el Almirante después que los
sublevados partieron á la Española y de sic
advertencia para valerse de un eclipse.
Volviendo ahora á lo que hizo el Almirante, partidos fos sublevados, digo que hizo solicitar que á los enfermos que habían quedado con él se les diese el vizcocho que necesitasen para su curación y que los indios fuesen también trata- dos, que no dejasen detraer las vituallas que nos traían, con amistad y deseo de nuestro rescate, en que se puso tanta diligencia y se atendió tan- to al modo, que en breve tiempo, sanaron los cristianos, y algunos de los indios prosiguieron en proveernos; pero porque son gente de poco trabajo para cultivar campos grandes, y consu-
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míamosnosotrosen un día más que ellos en vein- te, habiéndoles faltado entonces el deseo de nues- tros rescates que ya estimaban en poco abra- zando el consejo de los conjurados, pues veían tan gran parte de los nuestros contra nosotros perdieron el cuidado de traernos las vituallas que necesitábamos, por lo que nos vimos en su- mo trabajo pues si queríamos tomarlo por fuer- za, era necesario que saliésemos todos á pelear dejando al Almirante que estaba gravemente enfermo de su gota, á gran riesgo en los navios, y esperar á que de voluntad nos proveyesen era apetecer más miseria cada día, pues les dába- mos diez veces más rescate, que al principio, y sabían muy bien hacer su negocio, pareciéndo- les tenían muy segura su ventaja por lo cual no sabíamos de qué modo valemos, pero como Dios nunca olvida á quien se le encomienda, co- mo lo hacía el Almirante, le advirtió el modo que debía emplear para estar proveído de todo y fué éste:
Acordóse de que en el tercer día, había de haber un eclipse de luna desde la primer noche y mandó que un indio de la Española que esta- ba con nosotros llamase á los indios principales de la proviTicia, diciendo quería hablar con ellos en una fiesta que había determinado hacer; ha- biendo venido el dia antes del eclipse los caci-
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ques, les dijo por el intérprete que nosotros éra- mos cristianos y creíamos en Dios que habitaba en el cielo y nos tenía por subditos, el cual te- nía cuidado de los buenos y castigaba á los ma- los, y que habiendo visto la rebelión de los cris- tianos, no los había dejado pasar á la Española como había pasado Diego Méndez y Fiesco, por que habían padecido los peligros y trabajos que eran notorios en la isla, y lo mismo lo quetocaba á los indios; viendo Dios el poco cuidado que te nían de traer los bastimentos por nuestra paga y rescate, porque estaba tan irritado contra ellos, que tenía resuelto enviarles una grandísima ham- bre y peste, y porque no le creían, quería darles una evidente señal de esto en el cielo para que más claramente conociesen el castigo que les vendría de su mano, y que si aquella noche es- tuviesen con gran atención al salir la luna que la verían venir airada, é inflamada, denotando el mal que quería Dios enviarlos; acabado el razo- namiento se fueron los indios unos con miedo y otros creyendo sería cosavana; pero empezando después al salir la luna, el eclipse, cuanto más iba creciendo, se iba aumentando más, tenían gran atención á esto los indios, y les causó tan grande asombro y miedo que venían corrien- do por todas partes á los navios cargados de vituallas, con grandes llantos y gritos, rogan-
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do al Almirante rogase á Dios en todos modos que no ejecutase su ira contra ellos, prometien- do que en adelante le' traerían con gran diligen- cia todo cuanto necesitase; áque el Almirante les dijo quería hablar un poco con su Dios, y se en- cerró en tanto que el eclipse, crecía y los in- dios gritaban que debía ayudarles y cuando el Almirante reconoció acabarse la creciente del eclipse y que volvería á aclarar, salió de su cámara diciendo que ya había rogado á su Dios y hecho oración por ellos, y que le ha- bía prometido en su nombre que serían bue- nos en adelante y tratarían bien á los cristia- nos trayéndolos bastimentos y las cosas pre- cisas y necesarias y que Dios los perdonaba, y en señal del perdón verían que se pasaba la ira é inflamación de la luna; los indios viendo el efecto correspondiente á sus palabras daban mu- chas gracias al Almirante y alababan á su Dios; y así estuvieron hasta que pasó el eclipse. De allí adelante tuvieron gran cuidado de proveer- nos d» cuanto nccesitáb^imos, alabando conti- nuamente al Dios de los cristianos, porque los eclipses que habían visto alguna otra vez, ima- ginaban que sucedían en gran daño suyo, y no sabiendo su causa ni que fuese cosa que ha de suceder á ciertos tiempos, ni creyendo que nin-
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guno pudiese saber en la tierra lo que pasaba en el cielo, tenían por cosa ciertísima que el Dios de los cristianos se lo había revelado al Almi- rante.
CAPÍTULO CIV.
Cómo entre los que hahíaii quedado con el Al- mirante se levantó otra conjuración, la cual se sosegó con la venida de una carabela española.
Habiendo pasado ocho meses después de la partida de Diego Méndez y Bartolomé Fiesco, sin que se hubiese tenido noticia de ellos, esta- ba la gente del Almirante con mucho pesar, sos- pechando algunos que el mar los había anegado, otros afumaban que los ' indios de la Española los habían muerto, y otros que habían perecido en el camino, por enfermedades y otros trabajos porque desde la puerta mas vecina de Jamaica hasta Santo Domingo donde habían de ir á por socorro había más de ico leguas, de montes ás-
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perísinios por tierra y de mala navegación por mar, por las nnuchas corrientes y vientos contra- rios que reinan siempre en aquella costa; y para aumentar más la sospecha alegaban que algunos
indios habían visto un navio trabucado y llevado por la furia de las corrientes por la costa de Ja- maica abajo, lo que se había sembrado tanto por los sublevados para cortar del todo la espe- ranza del alivio á los que estaban con el Almi- rante; pues teniendo ellos entonces por cierto que no podía llegar socorro alguno, un maestro llamado Bernardo Especial, valenciano, y otros dos compañeros llamados Zamora y Villatoro, hicieron secretamente otra conjuración para ejecutar lo mismo que los primeros, pero vien- do Nuestro Señor el gran riesgo en que estaba el Almirante, quiso remediar esta segunda sedición con la venida de un carabelón el cual enviaba el gobernador de la Española: llegó este bajel cierto día por la tarde cerca de los navios que estaban anagádos, y su capitán llamado Diego de Escobar, fué en barca á visitar al Almirante, diciéndole que el Comendador de Lares Gober- nador de la Española se le encomendaba mucho y porque no podía enviarle presto navio que. bastase para llevar toda aquella gente, le había enviado á visitarle en su nombre, y le presentó un barril de vino y medio puerco salado, con
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lo cual se volvió á la carabela y sin tomar cartas de ninguno se partió aquella noche.
Consolada la gente con esta venida disimu- ló el tratado que tenía ordenado, aunque se ma- ravillaron y sospecharon mal de la prisa con que vino el capitán, y secreto conque había vuelto, y creyeron fácilmente que el comendador mayor no quería que el Almirante pasase á la Españo- la, el cual valiéndose de esto les decía, que él lo había dispuesto, como había sucedido por- que no querían partir de allí, sin llevarlos á to- dos juntos, á que no bastaba aquella carabela, ni quería que de su estado se siguiesen otras pláticas é inconvenientes por causa de los suble- vados; pero la verdad era que el Comendador mayor temía y dudaba que vuelto el Almirante á Castilla, debían restituirle los Reyes Católicos su Gobierno y era necesario que él le dejase; poi esto no quiso proveer oportunamente todo lo que pedía, para que el Almirante pasase á la Española, y había enviado á aquella carabela de espía para saber con disimulo el estado del Al- mirante y de qué modo podría obrar para no perderse, lo que se conoció; de lo que le suce- dió á Diego Méndez, el cual envió escrito su viaje con el carabelón, que había sido de esta manera.
CAPÍTULO CV.
Cómo se supo lo que había sucedido en sit viaje d Diego Méndez y á Fiesco.
Partiendo Diego Méndez y Fiesco, de Ja- maica, en sus canoas aquel día, que tuvieron buen tiempo de calma, con el cual navegaron hasta la tarde, esforzando y animando á los in- dios á bogar, con aquellas palas de que usan en lugar de remos, y siendo el calor más intenso para refrigerarse y remediarse se arrojaban al mar para nadar un poco y luego volvían frescos al remo, y navegaudo de este modo y cayendo al agua al ponerse el sol, perdieron de vista la tierra y mudándose de noche la mitad de los in-
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dios y de los cristianos para bogar y hacer guar- da, aunque los indios no tenían intención de co- meter traición, navegiron toda aquella noche sin parar, de modo que con la venida del día estaban todos muy cansados; pero animando cada UQO de los capitanes á los suyos y toman- do ellos mismos alguna vez los remos, descan- sandos algo y restaurando el vigor perdido de la noche pasada, volvieron á su trabajo, no viendo más que agua y cielo, que era bastante para afligirlos mucho, y de ellos podíamos de- cir lo que de Tántalo, que teniendo el agua una cuarta distante de la boca, no podía quitarse la sed como sucedía á aquéllos, los cuales estuvie- ron en grandísimo trabajo. Por esto y por el mal goincrno de los indios que con el gran ca- lor del día y de la noche pasada se bebieron todo el agua sin mirar á lo de adelante. Todo trabajo y calma era insoportable cuanto más se levantaba el sol en el día segundo de su parti- da, tanto más crecí i el calor y la sed en todos: de manera que al mediodía les faltaban á todos las fuerzas, y como en tales tiempos deben su- plir la falta de los pies y las manos, el cuidado y vigilancia del capitán, hallaron dos barriles de agua con dichosa suerte los capitanes, y con esto socorriendo con algunas golillas á los in- dios, los sostuvieron hasta el fresco de la tarde, "^
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alentándolos y asegurándolos que presto llega- rían á una isleta llamada Navaza, que estaba en el viaje á ocho leguas distante de la Española, porque además de la gran fatiga, de la sed y de haber bogado dos días y una noche, tenían per dido el ánimo, por imaginar que habían errado el camino, aunque segúa su cuenta, habían na- vegado entonces 20 leguas y á su parecer de- bían haberla visto, pero lo cierto es que los en- gañaba la fatiga y flojedad que tenían, porque bogando muy bien una barca ó canoa, no puede hacer un día y una noche, más viaje que 10 le- guas, y porque lasaguasdesdejamáicaá la Espa- ñola, son contrarias al viaje, que siempre suele pensarse más dilatado, por el que padece más, de manera que venida la tarde, habiendo echa- do en el mar uno que había muerto de sed, es- tando otros tendidos en el plan de la canoa, se hallaban tan atribulados de espiritas, tan débi- les y sir fuerzas, que no hacían casi ningún ca- mino, pero sí poco á poco tomando alguna vez agua del mar para refrescar la boca que podía- mos decir que es remedio que usó nuestro Se- ñor, cuando dijo sitio; siguieron como podían, sin que la segunda noche hubiesen visto tierra. Pero como eran enviados por los que Dios quería salvar, les concedió la gracia que necesi- ban en tan gran trabajo, permitiendo que Diego
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Méndez viese al salir la luna, que salía sobre tierra, porque la cubría una islcta, á modo de eclipse y de otro modo no hubieran podido ver- la porque era muy chica y ser la hora que era; esto les causó grande alegría, confortándolos y enseñándolos la tierra, y les dio tan grande áni- mo, habiéndoles repartido antes un poco de agua del barril, que bogaron de modo que á la mañana siguiente se hallaron sobre la isla, la cual decían distaba ocho leguas de la Española, llamada Navaza, hallaron que era toda de piedra viva alrededor, y de media legua de circuito, y desembarcados donde mejor pudieron, dieron muchas gracias á Dios por tanto socorro, y por- que no había en ella agua dulce viva, ni árbol sino peñascos, anduvieron de uno en otro recO' giendo con calabazas el agua llovediza, que ha- llaban, de que Dios les dio tanta abundancia, que fué bastante para llenar los vientres y los vasos y aunque algunos advertían á los otros bebiesen con regularidad, ansiosos con la sed se hartaron algunos indios y se murieron allí, y otros enfermaron.
Habiendo descansado aquel día hasta la tar- de en la isla recreándose y comiendo lo que hallaban en la orilla del mar, porque Diego Méndez había llevado consigo los instrumentos de sacar lumbre con mucha alegría de estar á la
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vista de la Española y porque no les diese al- gún mal tiempo, dispusieron dar fin al viaje, y volviéndole á embarcar, tomaron en derechura hacia el Cabo de San Miguel, donde sin tanto trabajo llegaron al día siguiente, que era el cuar- to que habian salido, de Jamaica.
Quería Bartolomé Fiesco volver desde allí, á dar cuenta al Almirante del viaje y suceso de su navegación, como lo había ofrecido; pero los españoles é indios que habian de venir con él se hallaron tan cansados y decaídos del traba- jo de los riesgos antecedentes, que ninguno pudo seguirle y Diego Méndez continuó su vía- je por tierra con gran prisa, y atravesando mu- chos montes llegó á la provincia de Suraña don- de estaba el comendador de Lares, Nicolás de Ovando, el cual le recibió con muestras de ale- gría y compasión, ofreciéndole socorrer al Almi- rante prontamente, dándole ¿ entender con pa- labras muy sentidas, la lástima que le causaba el estado en que quedaba; pero se conocía que era disimulación, pues dilató mucho tiempo cumplir lo que manifestaban sus palabras, no obstante la continuada importunación de Diego Méndez y las instancias que con diferentes razo- nes hacía todos los días y al fin, después de mu- chos ruegos le permitió ir á la ciudad de Santo •omingo á comprar un navio, y abastecerle á VOL. 11. 16
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costa del Almirante para enviársele, como lo ejecutó Diego Méndez, el cual después fué á Castilla para dar cuenta á los Reyes d* nuestra última naveojación.
^^^^^s^^^^
CAPÍTULO CVÍ.
Cómo los rebelados se volvieron contra el Al- mirante, no queriendo entrar en ajuste al- guno.
Viendo Porras y su gente la mala ventura que se les seguía de estar fuera de la obediencia, y [ hartos de las iniquidades que hacían contra los indios, los cuales les daban de comer por mie- J^do, determinaron irse al Almirante, y luego que l^lo supo, previno que no se tratase con ellos, al- •"guros les persuadían que no redujesen á la gente l^á arrepentirse de lo hecho, imaginando, como en efecto era, que el Almirante les enviaría per- dón general; pero no pudo detener tanto la gen- te que no supiese las novedades, la venida de la carabela, la salud y buen estado de los que
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estaban con el Almirante y las ofertas que les hacían, y con efecto, fueron dos ofre- ciendo el perdón y después de muchos con- sejos que tuvieron entre ellos, en que con- currían los principales, fué la resolución que no querían fiarse del salvo conducto y per- dón que les enviaba, sino que voluntariamente andarían por la isla con quietud, si el Almirante prometiese darles un navio, si viniesen dos, y si no viniese más de uno, la mitad; y entre tan- to, porque habían perdido sus haciendas y res- cates en el mar, que partiesen con ellos lo que tenían, á que respondiéronlos que habían huido, que no eran condiciones razonables las que pro- ponían, é interrumpiéndolos, que dijeron que pues esto no se les concedía, por voluntad, que ellos lo tomarían por fuerza á discreción suya, conlo cualdieronlicenciaá los embajadores para que se fuesen, interpretando en mala parte las ofertas del Almirante y diciendo á sus secuaces, que era hombre cruel y vengativo, y que aunque no debiesen temer del, que tuviese atrevimien-J to para hacer ninguna cosa en sü daño por los favores que tenían en la corte, con todo eso era razonable quisiese tomar venganza de los otros, so color y con nombre de castigo, y que por esto Roldan y sus amigos no se habían fiado de él ni sus ofertas en la Española, y les había salido
HISTORIA DEL ALMIRANTE 245
bien, habiendo sido tan favorecidos, que le en- viaron con grillos á Castilla y que no tenían " ellos menos causa ó esperanza de hacerlo, y para borrar cualquier concepto, que se íurmase en la venida de la carabela con las novedades de Diego Méndez, daban á entender á todos que la que había venido no era carabela verdadera sino fingida y fabricada por Nigromancia, por que el Almirante sabía mucho de aquel arte y era verosimil que si realmente fuese carabela, no hubiese tratado más la gente que venía en ella, con la del Almirante ni que se desaparecie- se tan presto, antes también era creible que cuando fuese carabela se hubiese embarcado en ella el Almirante, con su hermano y su hijo; con estas y otras semejantes palabras dirigidas al mismo propósito, volvieron á confirmarse en su rebelión, y se apresuraron después á resolverse á ir á los navios y tomar por fuerza lo que ha liasen, haciendo prisionero al Almirante.
CAPÍTULO cvn.
Cómo habiendo llegado los rebeldes cerca de
los navios, salió el prefecto á darlos batalla y
los venció prendiendo al capitán Porras.
Perseverando los rebeldes en su mal ánimo y propósito, llegaron hasta un cuarto de legua de los navios á un pueblo de indios llamado Afa¿- ma, donde después se pobló una ciudad llama- da Sevilla. Entendida por el Almirante la inten- ción conque venían, resolvió enviar contra ellos al Prefecto su hermano, para que con buenas palabras los redujese á juicio y arrepentimiento; pero con compañía bastante para que si quisie- sen ofenderle, pudiese resistirlos; con esta de- terminación sacó el Prefecto 25 personas bien
HISTORIA DEL ALMIRANTE 247
armadas, dispuestas á pelear en cualquier caso; habiendo llegado á un tiro de ballesta del pue- blo marchando por una colina, descubiertos por los rebelados, enviaron á los dos que habían ido con la embajada, primero para que volviesen á protestarles la paz, yquesinhacerdaño se aboca- se el capitán con ellos quietamente, porque no era menos el número de los rebeldes, ni infe- riores en valor á los otros, por ser casi todos marineros, se persuadieron los rebelde? á que los que venían con el Prefecto fuese gente dé- bil que no se atrevería á darlos batalla, por lo cual no quisieron que les hablasen los embaja- dores antes con las espadas desnudas y las lan- zas que tenían en las manos, hechos un escua- drón, empezaron á dar gritos diciendo, ¡tnata, tnatal y asaltando al escuadrón del Prefecto, habiendo jurado seis de los rebelados que eran tenidos por los más valientes, de no apartarse uno de otro, sino juntarse contra la persona del Prefecto, porque muerto él no había que hacw cuenta de los demás; pero quiso Dios qu« todo les sucediese al contrario, porque fueron tan- bién recibidos, que al primer encuentro caye- ron en tierra cinco ó seis, la mayor partt d# los que venían conjurados contra el Prefecto, ©i cual dio sobre los enemigos con tanto valor que en poco tiempo fué muerto Juan Sánchez d«
248 FERNANDO COLÓN
Cádiz, de quién huyó Quibio, y un Juan Barba, que fué el primero á quien yo vi sacar la espada después de su rebelión; y otros muchos queda- ron en tierra mal heridos y preso el capitán Francisco de Porras. Viéndose tan mal tratados, como gente vil y rebelde echaron á huir á quien más podía; el Prefecto quiso seguir al alcance, pero algunos de los principales le dijeron que era bueno el castigo, pero no con tanta severi- dad y no convenía matar muchos, porque los in- dios no entrasen en consideración de poder dar sobre los vencedores pues ya se habían todos puesto en arma, esperando el suceso del com- bate, sin arrimarse á una, ni á otra parte; tenien- do por seguro este consejo recogió su gente el Prefecto y se volvió á los navios con el capitán y otros presos, donde fué bien recibido del Al mirante su hermano y de los que habían que- dado con él, dando muchas gracias á Dios de tanta victoria precedida de su mano, en que los soberbios y malos aunque eran muy fuertes, ha- bían recibido su castigo y perdido la soberbia sin que de nuestra parte hubiese herido alguno, sino es el Prefecto en una mano, y un maestre- sala del Almirante, que de una herida leve d« una lanza, murió.
Pero volviendo á los rebelados, digo que Pedro de Ledesma, aquel piloto de quien diji-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 249
mos que había ido con Vicente Yáñez, á. Hondu- ras, y que fué á tierra nadando en Belén, cayó el día de la batalla por unos barrancos abajo y estuvo oculto hasta el siguiente por la tarde, que no sabiendo nadie de él, sino los indios, é ignorando éstos cómo cortaban nuestras espa- das, le abrían con las flechas las heridas, de las cuales tenía una en la cabeza, que se le veían los sesos, otra en la espalda, de que tenía col- gando el brazo, otra en un muslo, casi cortado el hueso, y otra en el pié, como si le hubieran cortado una soleta, desde el carcañal á los dedos del pié; con tantos males, cuando le enfadaban los indios los decía: dejadnu^porqiie si me levan- to haré, etc., y con estas amenazas huían los indios de miedo; pero habiéndose sabido esto «n los navios fué traído á una casa de paja, cerca de ellos, donde los mosquitos y la hu- medad bastarían á acabarle aquí. En lugar de trementina que era necesaria, le quemaban con aceite las heridas, que eran tantas, demás de las que hemos referido, que juraba el cirujano que en los primeros ocho días que le curó, siempre hallaba nuevas heridas, y por último sanó, habiendo muerto un maestresala de quien n» se temía esta desgracia. El día siguiente que era el lunes 30 de Mayo, los que habían huido en» viaron un memorial al Almirante suplicándole
250 FERNANDO COLÓN
humildemente que usase con ellos de misericor- dia porque estaban arrepentidos de lo que ha- bían hecho y querían volver á su obediencia; concediólo el Almirante á todos y los dio per- dón general con calidad de que el capitán que- dase preso como lo estaba, para que no diese causa á nuevo tumulto y resolvió enviar á un ca- pitán con mercaderías á rescatar por la isla y á mantenerla en justicia hasta que viniesen los na- vios que se esperaban acompañados de esta gen- te, porque si se juntaran con los de los navios habría frecuentes palabras desagradables entre unos y otros, de que nacen ruidos y hacen revi- vir las injurias olvidadas ó disimuladas, de que resultan después nuevas cuestiones y tumultos y además de esto porque no parecía posible, que se pudiese alojar, con conveniencia, tanta gente •n los navios, ni mantenerse porque empezaban á padecermucho por falta de bastimentos los que estaban allí.
CAPÍTULO CVIII.
Cómo el A/iiúrante pasó d li Española ij de allí á Castilla, doile fué Nuestro Seíiov ser- vido de llevarle á su Santa Gloria en Valla-' dolid.
Reducidos á la obediencia los cristianos y los indios, tuvieron estos cuidado de proveerlos por rescates en que pasaron algunos días y se cumplió un año, que habíamos llegado á Jamai- ca. En este tiempo llegó una nave que había com- prado Diego Méndez y abastecido en Santo Do- mingo, con caudal del Almirante, en el cual se embarcaron, amigos y enemigos y á 28 de Junio nos hicimos á la vela con bastantes trabajos, por ser muy contrarias continuamente las corrientes y los vientos como hemos dicho, que lo son siempre al volver de Jamaica á Santo Domingo,
252 FERNANDO COLÓN
en cuyo puerto entramos con el mayor deseo de descansar á 13 de Agosto de 1504 donde el go- bernador referido, hizo gran recibimiento al Al- mirante, y le dio su casa para alojarse y como si esta fuese la paz del Escorpión, por otra parte dio libertad á Porras, que había sido cabeza de la rebelión y procuró castigar á los que intervi- nieron en su prisión y quiso entrometerse á juz- gar otras cosas y delitos que solo tocaban á los Reyes Católicos, que eran los que habian enviado al Almirante por capitán general de la armada. Hacía el gobernador estos obsequios al Almirante con falsas risas y disimulos en su presencia y du- ró esto hasta que se compuso nuestro navio y se fletó una nave, en que se embarcaron el Almi- rante, sus parientes y criados, quedándose la ma- yor parte de la otra gente en la Española.
Haciéndonos á la vela á 12 de Septiembre, sa- limos por el rio dos leguas al mar, donde se hundió el árbol del navio bástala cubierta y nos- otros seguimos el viaje á Castilla, en el cual ha- biendo tenido buen tiempo, casi al tercio del golfo, nos embistió tan terrible tempestad, que puso á la nave en gran riesgo, y el día siguiente sábado 19 de Octubre, habiendo ya bonanza y estando descansados, se rompió el árbol mayor en cuatro pedazos, pero el valor del Prefecto y el ingenio del Almirante que se hallaba, enton-
HISTORIA DEL ALMIRANTE 253
ees en la cama postrado de la gota, hallaron re- medio haciendo un árbol más chico de una ente- na, y fortificando la mitad del quebrado, con cuerdas y madera de los castillos de popa y de proa, los cuales deshicimos. En otra tempestad se nos rompió la contramesana y así quiso Dios que navegásemos unas 700 leguas, al fin de las cuales, llegamos al puerto de San Lucar de Barrameda y de allí fuimos á Sevilla donde descansó algo el Almirante de sus trabajos, has- ta el mes de Mayo de 1505, que fué á la corte del Rey Católico, porque ya el año antecedente había pasado á mejor vida la gloriosa Reina Doña Isabel, infelicidad que sintió el Almirante con grandes des mostraciones, porque era l.i que le mantenía y favorecía, habiendo hallado siem- pre al Rey poco apacible, aún contrario á sus ne- gocios, lo cual se vio más claro en la acogida que entonces le hizo, pues aunque en la apa- riencia le recibió con buen semblante y fingió volverle á poner en su estado, tenía voluntad de privarle totalmente , si no lo hubiese impe- dido la vergüenza que como dicen tiene gran fuerza en los ánimos nobles. Su alteza misma y la SerenísimaReina, leenvia- ron cuando partió á su viaje; pero dando enton- ces las Indias y sus cosas, muestra de lo que ha- bían de ser y viendo el Rey Católico la mucha par-
254 FERNANDO COLÓN'
te que en ellas tenía el Almirante, en fuerza de lo capitulado con él, intentaba quedarse con el ab- soluto dominio de ellas, y proveer á su voluntad los oficios que le tocaban, por lo cual empezó á mandar se le propusiesen nuevos capítulos de re- compensa, á lo cual no dio lugar Dios, porque en- tonces el Serenísimo Rey Felipe I, vino á reinar á España y al tiempo que el Rey Católico salió de Valladolid á recibirle, el Almirante quedó muy agrabado de gota y otras enfermedades que no era la menor el dolor de verse caído de su po- sesión, y en estas congojas dio el alma á Dios el día de su Ascensión á 20 de Mayo de MDV, en la referida villa de Valladolid, habiendo re- cibid) aates todos los Sacramentos d í la igle- sia y dicho estas Ultimas palabras: IN MANQS TUAS, DOMINE, COMENDO SPIRITUM MEUM, el cual por su alta misericordia y bon- dad, tenemos por cierto que le recibió en su gloria; AJ quan no i perducat. Amen.
Su cuerpo fué llevado después á Sevilla y enterrado en la iglesia mayor de aquella ciudad con pompa fúnebre y de orden del Rey Católi- co, se puso para perpetua memoria de sus mara- villosos hechos, en el descubrimiento de las In- dias, un epitafio en Español que decía: A Castilla y á León nuevo mundo dio Colón,
historía del almirantü: 255
Palabras verdaderamente dignas de gran con- sideración de agradecimiento, porque ni en an- tiguos ni modernos se lee de ningunos, que haya hecho eslo, por lo cual quedará memoria eterna en el mundo, de que él fué, el primer descubri- dor de las Indias Occidentales, como también que tiempos después fueron á la tierra firme Hernando Cortes y Francisco Pizarro, descu- briendo muchas otras provincias y reinos gran- dísimos, pues Cortés descubrió la provincia de Yucatán llamada Nueva España, con la ciudad de Méjico poseídas entonces del Gran Motezuma, Emperador de aquellas tierras y Pizarro descu- brió el reino del Perú, que es grandísimo y de muchas riquezas, usurpado por el gran Rey Ata- balipa, de cuyas provincias y reinos se conducen á España tantos navios cargados de oro, plata, brasil, grana, azúcar y otras muchas cosas de gran valor fuera de las perlas, y otras piedras preciosas por las cuales España y sus Reyes flo- recen con abundancia de riquezas.
LAUS DEO
índice
VOLUMEN PRIMERO
PÁGINAS.
Proemio del autor i
Cap. i. — De la patria, origen y nom- bre del Almirante D. Cristóbal Co- lón 3
Cap. II. — De los padres del Almiran- te y su condición, y la relación falsa de cierto autor, llamado Justi- niano, sobre los ejercicios que te- nía antes que fuese Almirante. .... 7
Cap. m. — De la disposición del cuerpo del Almirante y de las cien- cias que aprendió 14
Cap. IV. — De los ejercicios en que
Vgl. II. 17
258 ÍNDICE
Páginas.
se ocupó el Almirante antes de ve- nir á España i6
Cap. V. — De la venida del Almirante á España y lo que le sucedió en Portugal, de que resultó el descu- brimiento de las Indias, que hizo . . 21
Cap. vi. — La principal razón y causa que movió al Almirante á creer que podían ser descubiertas las In- dias • 27
Cap. VII. — La segunda causa que mo- vió al Almirante á descubrir las In- dias 31
Cap. VIII. — La tercera razón que mo- vió al Almirante en cierto modo, á descubrir las Indias 42
Cap. IX. — Que los españoles no han tenido ningún antiguo señorío om las Indias, contra la opinión d« Gonzalo de Oviedo, que procura probar lo contrario 49
Cap. X. — El Almirante rompe con el Rey de Portugal, sobre la proposi- ción que le había hecho de descu- brir las Indias 57
Cap. XI.— Sale de Portugal el Almi-
ÍNDICE 259
Páginas.
rante, pasa á Castilla y proposicio- nes que hizo á los Reyes Católicos D. Fernando y D." Isabel 61
Cap. XII. — Como no quedando de acuerdo el Almirante con el Rey de España, determinó ofrecer á otro su empresa , . ge
Cap. XIII. — Cómo el Almirante vol- vió al campo de Santa Fé, y no ha- biendo conseguido nada de los Re- yes Católicos, se retiró 67
Cap. XIV. — Cómo los Reyes Católicos mandaron volver al Almirante, y le otorgaron lo que pedía 70
Cap. Xiy. — Cómo el Almirante armó tres carabelas para hacer la empre- sa de su descubrimiento 73
Cap. XV. —De cómo el Almirante lle- gó á Canarias donde proveyó á sus navios de todo lo que necesitaban. 75
Cap. XVI. — Cómo el Almirante salió de la isla de Canaria í seguir su viaje ó daj principio á. su descubrí- miento y lo que le sucedió en el Occeano y observaciones primeras d© la variación de la aguja 70
2^ Índice
PAGINAS.
Cap. XVII. — De las aves y otras se- ñas, que denotaban tierras cercanas, que encontró el Almirante en su viaje 82
Cap. XVni. — Del cuidado con que todos procuraban ver las señales en el mar, y el deseo de tomar tierra 85
Cap. XIX. — Cómo la gente murmu- raba con deseo de volverse y vien- do otras señales y muestras do tie- rra, navegó á ella más alegre í 9
Cap. XX. — Cómo prosiguieron rien- do los indicios y señales ya referi- dos y otros mejores con que tuvie- ron algún consuelo 94
Cap. XXI. — Cómo el Almirante vio la primer tierra, que fué una isla llamada de los Lucayos 99
Cap. XXn. — Cómo el Almirante tomó tierra y posesión de ella en nom- bre de los Reyes Católicos 102
Cap. XXIII. — De la calidad y costum- bres de aquella gente que vio el Almirante en la isla referida 104
Cap.XXIV. — Cómo el Almirante pasó
ÍNDICE »6r
Páginas.
de aquella isla y fué á ver otra. . . . io8
CAp. XXV. — Cómo el Almirante pasó A otras islas, que desde la Fernan- dina se veían 113
Cap. XXVI. — Cómo el Almirante descubrió la isla de Cuba, y las cosas que en ella halló 116
Cap. XXVn. — Cómo volvieron los cristianos y lo que dijeron haber visto 119
Cap. XXVIII. — Cómo el Almirante dejó de seguir la costa occidental de Cuba y se volvió á Occidente hacia la isla Española 123
Cap. XXIX. — Cómo el Almirante volvió á seguir el camino hacia Oriente, á la isla Española, y que uno de los navios se apartó de su compañía 126
Cap. XXX. —Cómo el Almirante atravesó la Española, y de lo que vio en ella 130
Cap. XXXI.— Cómo el principal Rey de aquella isla vino á los navios, y de la grandeza con que venía 135
Cap. XXXII. — De cómo el Almiran-
a62 ÍNDICE
Páginas,
te perdió su navio en algunos ba- gíos por negligencia de los marine- ros y de lo que le ayudó el Rey de aquella isla 139
Cap. XXXIII.— Cómo el Almirante resolvió poblar en la tierra de aquel Rey y la llamó el pueblo de Nari- dad 144
Cap. XXXIV.— Cómo el Almirante partió á Castilla y encontró la cara- bela de Pinzón 149
Cap. XXXV.— Cómo hacia el golfo de Samaná sucedió la primer bata- lla entre indios y cristianos 153
Cap. XXXVI.— Cómo el Almirante partió á Castilla, y por tempestad se apartó de su compañía la cara- bela aPinta> 158
Cap. XXXVIL— Cómo el Almirante llegó á las islas de los Azores j los moradorea de Santa María le quita- ron la barca con la gente 164
Cap. XXXVIll.— Cómo el Almirante padeció otra tempestad y al fin re- cuperó la gente con la barca 167
Cap. XXXIX.— Cómo el Almirante
ÍNDICE 263
Paginas.
partió de la isla de los Azores y llegó con tempestad á Lisboa 173
Cap. XL. — Cómo los de Lisboa iban á ver al Almirante como cosa ma- ravillosa, y cómo fué á ver al Rey de Portugal 176
Cap. XLL — Cómo el Almirante se partió de Lisboa para venir á Casti- lla por mar 1 80
Cap. XLII. — Cómo se determinó que el Almirante volviese á poblar la isla Española con gruesa armada y se alcanzó la aprobación de la con- quista, del Papa 183
Cap. XLin. — Privilegios concedidos por los Reyes Católicos al Almi- rante 185
Cap. XLIV. — Cómo el Almirante partió de Barcelona á Sevilla, y de Sevilla á la Española 197
Cap. XLV. — Cómo el Almirante par- tió de la Gomera, y atravesando el Occéano, halló las islas de los Ca- ribes 200
Cap. XLVL — Cómo el Almirante descubrió la isla de Guadalupe, y
264 ÍNDICE
Páginas.
lo que vio en ella 203
Cap. XLVII. — Cómo el Almirante partió de la isla de Guadalupe, y de algunas islas que encontró en el viaje 210
Cap. ILVm.— Cómo el Almirante llegó á la Española y supo la muer- te de los cristianos 213
Cap. XLIX. — Cómo el Almirante fué á la isla de Navidad y la halló que- mada y despoblada, y cómo habló con el Rey Guacanagari 216
Cap. L. — Cómo el Almirante dejó el puerto y ciudad de la Navidad y fué á poblar la que llamó Isabela. . 221
Cap. LI. — Cómo el Almirante fué á la provincia de Cibao, donde halló las minas de oro y fabricó la fortaleza de Santo Tomás 228
Cap. LII. — Cómo el Almirante se vol- vió á la Isabela y halló ser muy fértil aquel terreno 232
Cap. luí. — Cómo dejando el Almi- rante bien dispuestas las cosas de la isla, fué á descubrir la de Cuba, creyendo era tierra firme 238
ÍNDICE 2Í$
Páginas-
Cap. LIV. — Cómo el Almirante des- cubrió la isla de Jamaica 242
Cap. LV. — Cómo el Almirante volvió de Jamaica á seguir la costa de Cuba, creyendo todavía que fuese tierra firme 245
Cap. LVI. — Del gran trabajo y fatiga que tuvo el Almirante navegando entre infinitas islas 250
Cap^ LVll. — Cómo el Almirante dio vuelta á la Española 254
Cap. LVIU. — De la grande hambre y trabajos que padeció el Almirante con su gente y cómo volvió á Ja- maica 258
Cap. LIX. — Cómo el Almirante des- cubrió la parte Meridional de la Española, hasta que volvió por Oriente á la villa de la Navidad. . . 262
Cap. LX. — Cómo el Almirante sojuz- gó la Española y dio providencia para que fuese útil 267
Cap. LXI. — De algunas cosas que se vieron en la isla, y de las costum- bres, ceremonias y religión de los indios • 276
a66 ÍNDICE
Páginas.
Escritura de fray Román (Pane) del orden de San Gerónimo. — De la antigüedad de los indios, la cual, como sujeto que sabe su lengua, recogió con diligencia, de orden del Almirante. 281
§ 1, — De qué parte vinieron los in- dios, y de qué modo 282
§ II. — Cómo se dividieron los hom- bres de las mujeres 283
§ III.— 284
§ IV.— 284
§ V. — Que llevaron después otra vez mujeres de la Española 285
§ VI. — Que Guagugiona volvió á Canta, de donde había sacado las mujeres 286
§ VII. — Cómo fueron mujeres otra vez á la isla de Ahiti, ó Española. 287
§viii. — Cómo hallaron medio para que fuesen mujeres 288
§ IX. — Cómo dicen fuese hecho el mar 289
§x.— 290
§ XI. — De lo que pasó á los cuatro hermanos cuando huyeron de Jaya. 291
ÍNDICE 267
Páginas.
§ XII. — Como dicen que andan va- gando los muertos y como son, y de lo que hacen 193
§ XIII. ^ — De la forma con que se tra- tan los mueitos 294
§ XIV. — De donde procede lo refe- rido, y por qué lo creen 295
§ xv.^ — De las observaciones de es- tos indios Buhutibus, y cómo hacen profesión de medicina, y enseñan á la gente y la engañan en las curas. 296
§ XVI. — De lo que hacen los Buhiti- bus 297
§ XVII. — Como algunas veces se han engañado los dichos médicos 300
VOLUMEN SEGUNDO
§ XVIII. — Cómo se vengan los pa- rientes, sabida la respuesta de los muertos
Cómo saben lo que quieren, de los
a6S ÍNDICE
PÁGINAS'
que queman y cómo se vengan .. . . 2
§ XIX. — Cómo hacen y tienen los Cemis de piedra, ó de palo 3
§ XX. — De los Cemis, Bugía y Brai- dama 6
§ XXI. — Del Cemis de Guamorete . . 7
§ XXII. — De otro Cemis, que se lla- maba Opigielguoviran 8
§ xxiii.— De otro Cemis que se lla- ma Guabancex 8
§ XXIV. — De lo que creen de otro Cemis que se llama Taragubaol. . . 9
§ XXV. — De lo que afirmaban 10
§ XXVI. — De lo que sucedió con las imágenes, y el milagro que Dios hizo para mostrar su poder 17
Cap. LXII. — Cómo el Almirante vol- vió á España á dar cuenta á los Re- yes Católicos, del estado en que había dejado la isla 21
Cap. LXIII. — Como el Almirante par- tió á Castilla desde la isla de Gua- dalupe 26
Cap. LXIV.— Cómo el Almirante lle- gó á la corte y de la expedición que le encomendaron los Reyes Católi-
Índice 269
Páginas.
eos á su vuelta á las ludias 30
Cap. LXV. — Cómo el Almirante salió de Castilla á descubrir la tierra fir- me de Paria 34
Cap. LXVI. — Cómo el Almirante par- tió de las islas de Cabo Verde, á buscar la tierra firme, y del gran ca- lor que padeció y la claridad que daba el Norte 41
Cap. LXVII.— Cómo el Almirante descubrió la isla de la Trinidad y vio la tierra firme 45
Cap. LXVIII. — Cómo el Almirante fué á la punta del Arenal, y vinieron á hablarle en una canoa 49
Cap. LXIX. — Del peligro que corrie- ron los navios al pasar por la Boca de la Sierpe, y cómo se descubrió Paria, que fué el primer descubri- miento de la tierra firme 52
Cap. LXX, — Cómo se hallaron en Pa- ria muestras de oro y perlas y gen- te de buena conversación 55
Cap. LXXI. — Cómo el Almirante sa- lió de la Boca del Dragón, y del riesgo en que se vio 59
87© ÍNDICE
Páginas.
Cap. LXXII. — Cómo el Almirante atravesó desde la tierra firme á la Española 63
Cap. LXXIII. — De la rebelión y su- blevaciones que halló el Almirante en la Española, por la maldad de Roldan, á quien había dejado por juez general en ella 67
Cap. LXXIV.— Cómo Roldan intentó sublevar la ciudad de la Concep- ción, y saqueó la Isabela 71
Cap. LXXV.— Cómo Roldan incitó á los indios de la tierra contra el Prefecto, y se volvió con su gente á Suraña 76
Cap. LXXVl. — Cómo llegaron naríos de Castilla con bastimentos y so- corros 80
Cap. LXXVII. — Cómo los tres navios que el Almirante envió desde Ca- narias, llegaron donde estaban Rol- dan y los rebelados 83
Cap. LXXVII. — Cómo los capitanes hallaron al Almirante en Santo Do- mingo 87
Cap. LXXIX.— Cómo Roldan fué á
ÍNDICE 271
Páginas.
ver al Almirante y no quiso entrar
en ningún acuerdo con él 96
Cap, LXXX.=— El ajuste hecho entre el Almirante, Roldan y los amoti- nados 99
Cap. LXXXI.— Cómo después del ajuste se fueron á Suraña los rebel- des, diciendo que querían embar- carse en los dos navios enviados por el Almirante 105
Cap. LXXXII^ — Cómo los rebelados mudaron de propósito, en ir á Cas- tilla é hicieron nuevo ajuste con el Almirante 108
Cap. LXXXIV.— Cómo vuelto Ojeda del descubrimiento ocasionó nue- vos alborotos en la Española 113
Cap. LXXXV.— Cómo por informa- ciones falsas y fingidas quejas de algunos, enviaron los Reyes Católi- cos, un juez á las Indias para saber lo que pasaba 121
Cap. LXXXVI.— Cómo el Almirante fué preso y enviado á Castilla, con grillos juntamente con sus herma- nos 126
272 INBICE
Páginas.
Cap. LXXXVII.— Cómo el Almirante fué á la corte, á dar cuenta de sí, á los Reyes Católicos 131
Cap. LXXXVIII.— Cómo el Almiran- te salió de Granada para ir á Sevi- lla, á hacer la armada necesaria pa- ra su descubrimiento 136
Cap. LXXXIX.— Cómo el Almirante salió de la Española, siguiendo su viaje y descubrió las islas de los Guanacos 143
Cap XC. — Cómo el Almirante no qui- so ir á la Española, sino volver hacia Oriente, bajando á Veragua y al es- trecho de tierra firme 151
Cap. XCI.—- Cómo el Almirante pasó la costa de Oreja por el Cabo de Gracias á Dios y llegó á Caria y de lo que vio é hizo allí 156
Cap. XCII. —Cómo el Almirante par- tió de Cariai y fué á Zerabora y Veragua, navegando hasta que lle- gó áPortobelo, cuyo viaje fué por costa moy fructífera 164
Cap. XCIII.— Cómo el Almirante lle- gó al puerto de Bastimentos y al
ÍNDICE 2f3
Páginas.
Nombre de Dios, y estuvo hasta que entró ea el del Retrete 170
Cap. XCIV.— Cómo volvió el Almi- rante hacia Occidente, por la fuer- za de los temporales, á saber de las minas é informarse de Veragua. ... 174
Cap. XCV. — Cómo el Almirante en- tró con sus navios en el rio de Be- lén, y determinó fundar un pueblo, y dejar allí al Prefecto, su her- mano 182
Cap. XCVI. — Cómo el prefecto visi- tó algunos pueblos de la provincia y las cosas y costumbres de los in- dios de aquella tierra 185
Cap. XCVll, — Cómo para seguridad del pueblo de los cristianos, fué preso el Quibio con muchos princi- pales indios y cómo huyó por ne- glig'-'.icia de los que le guardaban. 193
Cap. XCIll. — Cómo habiendo partido el Almirante para Castilla, asaltó el Quibio al pueblo de los cristianos en cuyo combate hubo muchos muertos y heridos 199
Cap. XCIX. — Cómo huyeron los in-
voL.n. 18
274 ÍNDICE
Páginas.
dios que estaban presos en las na- ves y el Almirante supo la derrota de los de tierra 206
Cap. C. — Cómo el Almirante recogió su gente que había dejado en Be- lén y después atravesamos á Ja- maica 210
Cap. CI. — Cómo el Almirante envió en canoas á dar aviso desde Jamai- ca á la Española y de que se había perdido con su gente 213
Cap. CII. — Cómo se rebelaron los Porras con gran parte de la gente contra el Almirante, diciendo que se iban á Castilla 221
Cap. CIIl. — De lo que hizo el Almi- rante después que los sublevados partieron á la Española y de su ad- vertencia para valerse de un eclip- se 229<
Cap. CIV.— Cómo tutre los que ha- bían quedado con el Almirante se levantó otra conjuración, la cual se sosegó con la venida de una cara- bela española 234
Cap. CV. — Cómo se supo lo que ha«
ÍNDICE
bía sucedido en su viaje á Diego
Méndez y á Fiesco ^37
Cap. CVL— Cómo los rebelados se volvieron contra el Almirante, no queriendo entrar en ajuste alguno. a43 Cap CVIL— Cómo habiendo llegado los rebeldes cerca de los navios, salió el Prefecto á darlos batalla y los venció prendiendo al capitán
240
Porras
Cap CVIII.— Cómo el Almirante pa- só á la Española y de allí á Casti- lla, donde fué Nuestro Señor serví- do de llevarle á su Santa Gloria a 20 de Mayo de MDVI ^51
TOMOS PUBLICADOS
I. X.exQ'¿, Conqiiisia dfl Perú (1534) 2 pe- setas.
II. Acuña, Xuevo descubritniento del gran rio de las Amazonas, 4 pesetas.
III y IV. Rocha, Tratado del origen de los Indios occidentales del Perú, Méjico, Santa Fe y Chilt, 2 volúmenes, 6 pesetas.
\' y VI. Historia del Almirante de las Indias don Cristóbal Colón, escrita por D. Fernando Colón, su hijo; 2 volúmenes, 6 pesetas.
EN PRENSA
Vil. Ruiz Blanco, Conversión del Piritú, de indios Cumafiagotos y Palenques.
VIII. Arte gramatical de la lengua yunga que hablan los indios de los valles de Iruxillo, en el Perú^ por D. Bernardo de la Carrera. (Li- ma 1644.)
IX. Vargas Machuca, Milicia y descripción de las Indias.
Se acabó de reimprimir este segundo volumen de la Historia del Almirante de las Indias Don Cristóbal Colón, en Madrid, en la imprenta de Tomás Minuesa, calle de Juanelo, número diez y nueve á veinte y tres días del mes de Marzo de mil ocho- cientos noventa y dos.
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