"'^'l^^MZ^Mi^'%

* '■' W

W: .'^

'^.r.h

W 1.

^ ,,., '•^r-., ^

■.^^..^

Blr-; '^««fcX'í/^iMÍ^ .

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

BIBLIOTECA SELECTA DE CLÁSICOS ESPAÑOLES

GUERRA DE CATALUÑA

DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

MADRID

LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO

Calle del Arenal, ii.

GUERRA DE CATALUÑA

Conturbatíe suni Gentes, ei incUnata sunt Regna Dedit vocem suam, mota est ierra,

Ps. 43.

HISTORIA

DE LOS

MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN

Y GUERRA DE CATALUÑA

EN TIEMPO DE FELIPE IV

QUE BAJO EL NOMBRE DE «CLEMENTE LIBERTINO»

ESCRIBIÓ

DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

NUEVAMENTE PUBLICADA

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

MADRID, 1912 LIBRERÍA DE LOS SUC DE HERNANDO

IMPRESORES Y LIBREROS DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Arenal, 11.

L

740411

UfiívEnsiiy Or tokonto

y

INTRODUCCIÓN

Don Francisco Manuel de Meló, cuya gloria com- parten con igual derecho Portugal y España, porque en portugués y en castellano escribió con tal pureza y elegancia que en ambos idiomas es proclamado clá- sico, fué uno de los ingenios más cultos y fecundos del siglo xvii. En su tiempo gozó de gran fama; después no se le ensalzó como era justo. En Portugal se imprimieron durante el siglo xviii algunas de sus obras, y en los últimos años del xix y primeros del presente ha tenido panegiristas entusiastas, aunque no por completo enterados de su vida. Entre nos- otros sólo se ha difundido la Guerra de Cataluña, que ahora, bajo el amparo de la Real Academia Espa-

(i) El carácter de vulgarización que, conforme al propósito de la Real Academia Española, tiene esta Biblioteca, y la poca extensión que se debe dar á las Introducciones que preceden á sus tomos, no permiten hacer aquí el estudio detenido y completo de la gran figura literaria de Meló; tarea ciertamente reservada á quien pueda realizarla con más autoridad. Persuadido de ello, el autor de las líneas que siguen se limita á dar noticia de la vida y obras castellanas del insigue escritor.

INTRODUCCIÓN

ñola, sale de nuevo á luz, limpia de los descuidos y erratas que afean las ediciones pasadas.

Cuanto produjo Meló, principalmente los libros en prosa, es de gran valor literario. No ha habido, sin embargo, investigador, erudito ni crítico de alto vue- lo que le consagre un estudio digno de él (i), si bien es cierto que la abundancia y variedad de sus traba- jos hacen difícil la empresa; mas harto merece que quien tenga fuerzas para ello las emplee en su exa- men y alabanza. Todo lo que brotó de su pluma re- vela un entendimiento de primer orden, hondo cono- cimiento de la cultura de su época, no poca audacia de pensamiento, y aunque concebido la mayor parte en la estrechez de una prisión, aparece iluminado por cierta generosa y apacible serenidad de espíritu, y está realzado por ese sentimiento de lo bello al tra- vés del cual observa el artista verdadero cuanto le rodea, hermoseando hasta el relato de la propia des- dicha.

Su vida es tan interesante que parece novela. La Naturaleza se mostró pródiga con él otorgándole facul- tades excepcionales de pensador y de literato; la For- tuna le trató sin piedad sometiéndole á durísimas pruebas: ésta con sus injurias, aquélla con sus favo- res, le hicieron digno juntamente de admiración y de

(i) Quedan, uaturalmentc, exceptuados de esta apreciación los breves y admirables párrafos que le dedicó Menéndez y Pela- yo en la Historia de las ideas estéticas y en su Discurso de ingreso en la Academia de ¡a Historia.

INTRODUCCIÓN

lástima. Fué soldado, político, diplomático, filósofo, moralista, historiador, poeta lírico y autor dramático; asistió á campañas, frecuentó cortes, desempeñó em- bajadas, sirvió á reyes y brilló en academias literarias; encausado como reo de asesinato á consecuencia de una aventura amorosa, estuvo preso nueve años y sufrió seis de destierro; en la cárcel están escritas mu- chas de sus obras y miles de cartas donde su hombría de bien parece transparentarse; padeció grandes tri- bulaciones, mas hoy la conciencia del lector rechaza la posibilidad de que cometiera aquel delito, y se complace viendo probado por sus modernos biógra- fos lusitanos que el proceso injusto y la iniquidad contra él desplegada, lejos de infamar su memoria, la hacen simpática, porque fueron venganza de pode- roso: tan en lo alto de la jerarquía social estaba su enemigo, que sólo con hacerse sordo á las quejas del preso prolongaba su cautiverio. Pidiendo justicia, implorando piedad, doblegándose á las exigencias políticas y á veces al vanidoso capricho de quien podía imponerse á mansalva, es decir, en medio de la mayor aflicción de espíritu, escribió sobre tantas y tan varias materias, que en ellas abarca desde lo más transcendental y de más difícil estudio para el en- tendimiento hasta lo que por travesura y donaire del ingenio trae la risa á los labios. Tiene tratados donde la moral ascética se hermana con la doctrina estoica; apologías de santos cuya vida ejemplar es ocasión para el análisis de la virtud; discursos políticos y de arte militar, fruto de la experiencia recogida en los

INTRODUCCIÓN

consejos de los palacios y las tiendas de los campa- mentos; narraciones históricas en que la erudición de lo estudiado se completa con la experiencia de lo visto; comedias y novelas de las que pedía el gusto dominante en los corrales y los mentideros de Madrid y de Lisboa; composiciones para certámenes de aca- demias; versos inspirados por la pasión ó la galan- tería; estudios de crítica literaria, que deleitan por su amenidad ó sorprenden por su independencia de juicio, y libros de esa filosofía vulgar preñada de en- señanza que el espíritu de observación recoge de los diálogos de la gente culta y, sobre todo, del lenguaje del pueblo. Discurrió de lo transcendental y grave con poderosa inteligencia, de lo trivial y menudo con certero instinto cómico; y aunque sin librarse de los errores políticos y literarios de su tiempo, en todo mostró ser un cerebro privilegiado y también un co- razón magnánimo, pues sólo por una gran bondad de alma se explica que escribiera sin ensombrecerse ni agriarse á pesar de su prolongada prisión y su triste destierro.

Nació en Lisboa en 1608 (i), de origen tan noble,

(i) Todos sus biógrafos afirman que nació en i6ii, pero el ilustrado catedrático de la Universidad de Manchester, Edgar Prestage, á quien se deben interesantísimos estudios y la publi- cación de muchos documentos referentes á Meló en el Archivo ííistórico Portugués (1909), nos comunica, hallándose ya muy avanzada la impresión de este volumen, que ha encontrado la partida de bautismo del gran polígrafo, la cual prueba que nació en 1608.

INTRODUCCIÓN

que cuando se vio perseguido pudo decir, en un pa- pel de que se hablará más adelante, dirigiéndose al rey Juan IV y refiriéndose á la casa de Braganza: «Desde que en ella entró el Señor Infante Don Duar- te, bisabuelo de V. M. por casamiento con la Señora Infanta Doña Isabel, hasta el día presente, puedo demostrar que ninguno de los señores de esta real casa dejó de nacer y criarse en brazos de parientes míos» (i). Estudió con los jesuítas, siendo discípulo del célebre maestro Baltasar Téllez, y al quedar huér- fano de padre abrazó la carrera militar. «La libertad mejor que otro respeto escribía algunos años des- pués á su amigo Don Francisco de Quevedo Ville- gas — me trujo más presto á la vida de las armas (si tal inquietud se puede llamar vida): de diez y siete fui soldado; seguíla hasta ahora» (2). Alistado, según unos biógrafos, en los tercios que se formaban por entonces con destino á los Países Bajos; protegi- do, según otros, por el conde de Linares en Madrid, donde vino á pretender empleo, fué destinado á la armada española, y se embarcó el año de 1626 en La Coruña con la expedición que al mando del general

(i) Carta de guía de casados, por Don Francisco Manuel. Nova edigao, can uin prefacio biographico enriquecido de doctiinentos iné- ditos, por Camilo Castcllo Branco, pág. 18. Porto, 189S, 8.°

(2) Don Francisco Manuel : Primeira parte das cartas familia- res. Roma, por Felipe María Mancini, 1664, 4.° Centuria segunda, carta L, pág. 224. Inserta también en el tomo II, pág. 563, de las obras de Quevedo de la Biblioteca de Autores Españoles, de Riva- deneyra.

INTRODUCCIÓN

Don Manuel de Meneses debía, primero, salir en de- manda de las flotas de Indias y, luego, llevar refuer- zos á los ejércitos de Flandes.

Naufragó la escuadra en aguas de San Juan de Luz; la catástrofe fué horrorosa y de ella cuenta Meló, que iba embarcado con el almirante en la capitana, el epi- sodio siguiente: «Asistí dice con Don Manuel casi toda la noche de aquella tribulación porque le debía amor y doctrina: y queriéndose él mudar el traje, como todos á su ejemplo hicimos, ornándose cada cual con lo mejor que tenía, porque muriendo como esperaba fuese la vistosa mortaja recomenda- ción para una honrada sepultura, en medio de esta obra y consideración á que ella excitaba, sacó Don Manuel los papeles que consigo llevaba, de entre los cuales abrió uno, y volviéndose hacia (que ya daba muestras de ser aficionado al estudio poético) me dijo sosegadamente: <Este es un soneto de Lope >de Vega, que él mismo me dio cuando vine ahora >de la Corte: alaba en él al cardenal Barbarino, lega- »do á látere del Sumo Pontífice Urbano VIH.» A estas palabras siguió la lectura de él, y luego su juicio como si lo estuviera examinando en una serena aca- demia, tanto que, por razón de cierto verso que pare- cía ocioso en aquel breve poema, discurrió enseñán- dome lo que era pleonasmo y acirologia y en lo que se diferencian, con tal sosiego y magisterio, que siempre me quedó vivo el recuerdo de aquella acción como cosa muy notable, siendo todo exjílicado con tan buena sombra, que infundió en gran olvido

INTRODUCCIÓN

del peligro.» Tal era el temple de aquellos admira- bles soldados (i).

Salva por fin la nave, el general confió á Don Fran- cisco el encargo de dar sepultura á más de dos mil cadáveres que flotaban ante la embocadura del puer- to y que el mar iba arrojando á las playas. Fracasa- da la expedición volvió á la Corte, pretendiendo en ella, y luego en Lisboa, nuevo empleo hasta 1637.

En Portugal se hallaba este mismo año al estallar los motines de Évora, primeros chispazos de la inde- pendencia lusitana, cuando el duque de Braganza, que ya comenzaba á hacerse sospechoso al gobierno de Felipe IV, le mandó desde Villaviciosa, lugar de su señorío, que fuese á Madrid para informar al Rey y al Conde-Duque de cuanto allí estaba pasando. Poco después, sin duda durante su permanencia en

(i) Meló refiere el caso en sus EpanápJioras de varia historia portuguesa, 4.°, Lisboa, 1676, pág. 249, de donde lo tomó el autor de su biografía publicada en la edición de la Guerra de Catalu- ña hecha por Sancha en 1808; pero el soneto no se encuentra entre las poesías de Lope. Tal vez se trate, no de un soneto, sino de alguna de las dos composiciones siguientes : Canción en la ett- irada del Il'noy /¿mo Señor el Cardenal D071 Francisco Barberino, legado á látere de N^'o S»io pre Urbano VIH en los reynos de Es- paña. — Canción en la acción de llevar el S'»" Sacramento el 11^^° y Rev"^" Señor el Cardetial Don Francisco Barberino, legado á látere de A^'o 5'"<í P<^ Urbano VIII en los reynos de España. —Ambas se publicaron en el tomo IV de las Obras sueltas de Lope de Vega. Madrid, Sancha, 1776: la primera salió en pliego suelto en 1626 y se insertó también en el tomo XXXVIII, pág. 351, de la Biblio- teca de Rivadeneyra, Obras no dramáticas de Lope.

INTRODUCCIÓN

Madrid, fué nombrado para que acompañase á Évora á Don Miguel de Noroña, conde de Linares, el cual llevaba la misión de apaciguar los pueblos inquietos y comunicar al Braganza los acuerdos de la Junta de San Antón que en dicha ciudad se había formado. No salió airoso Linares en la negociación y, quedándose en Lis- boa, ordenó á Meló que pasase á Villaviciosa, expli- case al Braganza lo sucedido y tomara luego la vuelta de Madrid para enterar de todo al Conde-Duque.

Al llegar á este punto conviene hacer dos obser- vaciones: una que naturalmente se desprende de lo referido; otra para fundar en ella más adelante las reflexiones que sugiere : la primera, que Meló, á pe- sar de sus pocos años, era considerado como hombre de superior capacidad, pues por tales gentes y en empeños tan graves se le empleaba; la segunda, que todavía por aquel tiempo no era hostil al ministro de Felipe IV. Para probar esto último basta decir que en la dedicatoria al Linares del manuscrito de su PoU- iica militar hizo un hiperbólico elogio del privado, y que, pareciéndole poco, al imprimir el mismo libro en 1638, puso á su frente una segunda dedicatoria al propio Conde-Duque, quien no mucho después, al formarse el ejército que había de pacificar á Portugal, le confió el mando de un tercio de quinientos hom- bres. No pudiendo Meló reunir el número con la re- cluta hecha en tierra portuguesa, pasó á Castilla para completarlo; mas apenas lo consiguió, cuando llega- ron nuevas de que el Infante Cardenal, gobernador de los Países Bajos, pedía refuerzos con que hacer

INTRODUCCIÓN

frente á los enemigos de España, y allá tuvieron que ir las tropas que, de permanecer en la Península, hu- bieran sofocado en su comienzo la rebelión de Portu- gal, harto más funesta que la de Flandes.

Hechas las levas reales y de señores, y reunidos sus contingentes en los puertos de Galicia, corres- pondió á Meló tomar el mando de uno de los tercios, compuesto de 5 70 portugueses y 600 castellanos. Es- taba ya disponiéndose para embarcarse en La Coru- ña, cuando la plaza fué atacada por la escuadra fran- cesa, al mando del arzobispo de Burdeos, Enrique de Sourdis, famoso por su genio levantisco y su rivalidad con el duque de Epernon. Refieren los papeles de aquel tiempo cómo se apercibieron los nuestros á la defensa entorpeciendo la entrada del puerto con «una gran cadena de ciento sesenta mástiles grue- sos, bien trincados con fuertes gúmenas y argollas de hierro», y de qué modo se dispusieron las cosas para rechazar el ataque, confiándose á Meló la defensa de las trincheras de la costa. Mayor que la confianza inspirada á los españoles por el insólito recurso de la cadena, fué sin duda el recelo con que la vieron los franceses, quienes, renunciando á La Coruña, hicie- ron un rápido desembarco en El Ferrol, donde halla- ron gran resistencia; el mar, al mismo tiempo, se en- crespó furiosamente, y tras pocas horas de lucha, en que llevaron la peor parte, tuvieron que acogerse á los barcos. Pudo entonces la escuadra española ace- lerar la partida para Flandes, y tal exceso de traba- jo ocasionaron á Meló los preparativos, que le costó

INTRODUCCIÓN

estar enfermo muchos meses. Aun así, fué de los que partieron formando parte de la escuadra de Oquendo, que luchó primero con la de Holanda, capitaneada por Tromp, y luego con la perfidia de Inglaterra, la cual se negó á entregar á los españoles la pólvora que le habían comprado y pagado, hasta después de saber que los holandeses estaban bien apercibidos y pertrechados (i). Llegó por ñn á Flandes; mas no paró allí mucho tiempo, pues á consecuencia de cierto disgusto que tuvo con un personaje, el Car- denal Infante le mandó á Alemania con una misión diplomática. Cumplida ésta, regresó á España, enfer- mo todavía, siendo nombrado gobernador de Bayona de Galicia y designado para formar parte de la Junta de Cantabria, establecida en Vitoria, desde la cual se organizaba la guerra contra Francia; nueva demos- tración del aprecio quede sus facultades se hacía: él mismo dice «haber asistido en aquella ciudad algu- nos meses á las órdenes de esta Junta, que también confería con los generales y á veces determinaba con- tra su parecer» (2).

Agravadas por entonces las alteraciones de Cata-

(i) Los tremendos é infortunados combates que libró la escua- dra de Oquendo están descritos por Meló, de orden del Cardenal Infante Don Fernando, en su ya citado libro EpanápJwras de va- ?'ia historia portuguesa, con el título de El conflicto del canal. IV. EpanápJiora bélica.

(2) Aula política, Curia militar. Epístola declamatoria ao Scre- nissimo principe Don Theodosio y Política militar, de Don Francis- co Manuel de Meló. Lisboa, por Mathias Peregra, 1720. Pág. 82.

INTRODUCCIÓN

luna, se le destinó á las órdenes del general marqués de los Vélez, que mandaba el ejército castellano (i). Todos sus biógrafos coinciden en afirmar que su jui- cio y su consejo eran por aquel caudillo tenidos muy en cuenta, y no sin orgullo lo recuerda él, años más tarde, diciendo: «El rey Don Felipe y sus ministros, siendo su corte tan abundante de soldados, quísome escoger, con trece años de edad menos de los que hoy tengo, para asistir á la persona del marqués de los Vélez en la más importante guerra que tuvo Espa- ña... Aun hay en este reino muchas personas de las que en ella se hallaron, que pueden decir la mano y autoridad que yo tenía en aquel ejército, igual á la de los mayores cabos de él; sin mi parecer no andaba un solo paso quien lo gobernaba, tanto, que todavía guardo algunas cartas de los mayores oficiales en que me dicen (sea cortesía ó experiencia) que luego que yo falté de allí todo fué desconcierto y perdición» (2). No son muy modestas tales afirmaciones, mas tam- poco debe creerse que pequen de exageradas, pues en su relato de la guerra fué luego diciendo (y allí lo hace con la mayor modestia) las ocasiones en que in-

(i) Claramente lo dice él mismo en este libro : «Partióse (el marqués de los Vélez) con pequeña compañía y sin oficial alguno de la guerra ú otra persona particular más del maestre de campo Don Francisco Manuel, á quien el Rey había enviado desde el ejército de Cantabria para que le asistiese.» Pág. 167 de la pre- sente edición.

(2) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria, etc. Páginas 123 y 124.

INTRODUCCIÓN

tervino, demostrando la importancia de éstas que realmente estaba con su jefe en gran predicamento. Así, por ejemplo, después de la embestida y toma del CoU de Balaguer, resistiéndose el marqués de los Vélez á seguir avanzando con el grueso del ejército mientras quedase desamparada parte de la infante- ría que había bajado á rendir unas torres situadas en la marina, «envió, por el maestre de campo Don Francisco Manuel, á comunicar su intento al Torre- cusa» (i). Poco después, cuando el ejército tomó la casa fuerte llamada Hospitalet, un soldado del tercio de Don Fernando de Ribera se encontró entre las ropas del conde de Zavallá, que lo había defendido, cierto libro ensangrentado, en el cual este jefe apun- taba las órdenes que daba y recibía para la campaña: «Contenía tantos secretos y tan provechosos para el servicio del Rey Católico, que podemos decir que en él se halló un retrato de los ánimos de sus enemigos y un cofre de sus secretos.» Disputaron por la pose- sión del Ubro Ribera, el cual deseaba, según Meló, mandárselo al Conde-Duque como lisonja digna de buen pago, y el marqués de los Vélez, en cuyas ma- nos debía parar por ser jefe supremo del ejército; porfiaron, y á punto estuvo el general de prender al Ribera; «pero la industria de algún medianero, á quien uno escuchaba con amor y otro no sin respe- to — dice Meló , pudo acomodarlo todo. El libro fué traído al Vélez, y de él se sacaron noticias impor-

(i) Pág. 211 de esta edición.

INTRODUCCIÓN

taiites á la guerrai' (i). El historiador no lo expresa claramente; mas por el modo de decirlo, callando el nombre, parece dar á entender que el medianero fué él, y los que le escuchaban, «uno con amor y otro no sin respeto», su jefe, el marqués de los Vélez, y su camarada Ribera. En el cerco de Cambríls, el Mar- qués le comisionó para que, en compañía del mismo Ribera, ajustase la entrega de la plaza, y él fué quien, desde el pie de la muralla, donde llegó con otros ca- pitanes, volvió á darle cuenta de lo pactado (2). Meló habla también de sí, aunque no explícitamente, al referir cómo fué preso en cuanto llegó al ejército la noticia de haberse Portugal declarado independiente. Cuando con más empeño procuraba él gobierno de Felipe IV sofocar la insurrección de Cataluña, esta- lló la de Portugal : siendo notorio que ambas fueron astutamente atizadas por Richelieu y favorecidas por gran parte del clero (3), era lógica la sospecha de que

(i) Págs. 213 y 214 de esta edición.

(2) Pág. 225 de esta edición.

(3) Es digno de estudio que, no obstante haber sido Felipe IV muy piadoso y el Conde-Duque tan devoto como dan á entender algunos papeles de aquel tiempo (*), fueran ambos tan combati-

(*) «El señor Conde-Duque ha estado la Semana Santa en el Buen Retiro, y allí le han predicado todos los predicadores de opinión, y día ha habido de tres sermones; bravo estómago de engullir sermones.» (ñleinorial histórico. Cartas d¿ jesuítas, tomo I, página 168.) «Todas las mañanas, de cinco á seis, está el señor Conde-Duque en la tribuna de Nuestra Señora de Atocha con suma devoción, y con efecto, es tan grande como lo manifiestan sus piadosas y altas voces y sollozos, oyendo misas, que los que le oyen, que son muchos, salen edificadísimos.» (Memorial histó- rico. Cartas de jesuítas, tomo TU, pág. 313)

INTRODUCCIÓN

estuviesen relacionadas, y como en el ejército caste-

dos por los eclesiásticos seculares y regulares. Los de Portugal inspiraban tanto recelo al Rey y á su valido, que en 1 637, cuando las alteraciones de Evora, y con la esperanza de que contribuyesen á apaciguarlas, convocaron en Madrid una junta á que fueron lla- mados, además de algunos caballeros nobles, los arzobispos de Braga, Evora, Lisboa, y doce religiosos de Santo Domingo, San Agustín y la Compañía. (Memorial histórico. Cartas de jesuítas, tomo II, pág. 185.) «Vinieron, según se dijo, á ser reprehendidos: los primeros, de lo poco que hicieron en servicio del Rey; los no- bles, de que no se opusieron totalmente á la plebe y tomaron contra ellos las ai-mas para reprimir la rebelión; y los religiosos, porque en lugar de predicar el Evangelio, reprehender los vicios y refrenar los pueblos, los concitaban á mayores rumores y levan- tamientos, de que en las pláticas de semejantes materias al mayor ministro quejarse de los frailes de aquel reyno.» (Bernabé de Vibanco (*) : Historia de Felipe IV, libro VI.)

Y no debió de ser muy franca la actitud que aquellos prela- dos y religiosos observaron en la junta, cuando no se les autorizó para regresar á Portugal hasta 1639. Posteriormente, en 17 de diciembre de 1640, coronado ya el duque de Braganza, el Conde- Duque, de orden de Felipe IV, reunió á ochenta entre prelados y caballeros portugueses que por entonces había en Madrid, y amén de abominar del Braganza les amonestó á que siguieran fieles á Castilla, y «también les propuso viesen lo que se había de hacer para asegurar en servicio de S. M. la gente portuguesa que estaba en el ejército de Cataluña, pues entendía que el de Braganza había enviado emisarios secretos para corromperlos y hacer se pasasen al enemigo.» (Memorial ¡listórico. Cartasdejesiiítas, tomo IV, pág. 102.)

Fray Antonio Seyner, en su curioso libro Levatita miento de

(*) De esta hostilidad desplegada contra Castilla por los pre- dicadores portugueses han liablado también los historiadores de nuestros días. Véanse, por ejemplo, las páginas 313 y 321 de la Historia de la decadencia de España, por Cánovas del Castillo. Se- gunda edición.— Madrid, 1910.

INTRODUCCIÓN

llano había muchos portugueses (i), se desconfió de ellos, principalmente de los de alta graduación. Don Francisco, que era maestre de campo, fué preso y conducido á la Corte. Cuatro meses duró su encar- celamiento, pero no pudiendo probarse nada en con- tra suya, no sólo fué puesto en libertad, sino que para indemnizarle del perjuicio sufrido, se le otorgó una renta superior á la hacienda que poseía en Por-

Porhtgal, dedicado al confesor de Felipe IV, Fray Juan de Santo Tomás, é impreso en Zaragoza en 1664, da cuenta, como testigo de vista, de lo que hicieron los jesuítas para favorecer y afianzar el éxito de aquella sublevación contra España. (Libro II, capítu- lo III.) Dice que fueron el medio tínico que tuvieron los conspira- dores para lograr su propósito (pág. 41); que «antes de llegar el Duque á Lisboa ofrecieron al Gobierno su plata y hacienda para la guerra que se esperaba»; cita los nombres de los que predica- ron en este sentido, copiando trozos de sus sermones; cuenta que «hicieron armar todos los estudiantes de sus aulas, cada uno con- forme la edad que tenía, y divididos en compañías con sus capi- tanes hicieron un alarde muy vistoso cuanto ridículo, y pasando por palacio con ellos, dijeron: «Estos soldados cría la Compañía de Jesús para servir á V. Majestad en defensa de sus reinos» (página 43). Por último, dedica entero el capítulo V á referir «lo que hizo el provincial del Brasil y de la traza que se dio para que se rindiese á la obediencia del duque de Braganza todo el Río Xaneiro».

Respecto de la intervención del clero en la revolución de Ca- taluña, basta recordar que el principal agitador fué el canónigo Claris, y que organizó las fuerzas mih tares del Principado el oidor eclesiástico Ferrant.

(i) Seis mil mandaba el maestre de campo Don Simón Mas- careñas. (Avisos de Pellicer. Semanario erudito, tomo XXXI, pági- na 196.)

INTRODUCCIÓN

tugal (i) y fué nombrado gobernador de Ostende. Indudablemente, quedó entonces clara su inocencia, y es fama que al salir de la prisión le recibió el Conde- Duque diciéndole: «Caballero, ello ha sido un error, pero error con causa. Bien se acordará lo que me dijo en el Prado; pues ¿para qué pudo ser bueno acreditar tanto acciones contingentes? ¿No se ve cuáles se nos volvieron su duque de Braganza, su marqués de Fe- rrara y su conde de Vimioso?»

Los biógrafos lusitanos de Meló afirman, sin em- bargo, que fué uno de los primeros que conspiraron á favor de la independencia de Portugal, y él mismo se gloría de ello en diversos escritos, pero en tales circunstancias (como se verá luego), que se debe dudar de su propio testimonio; siendo éste uno de los casos en que lo documental puede tener menos fuerza probatoria que el juicio fundado en la obser- vación atenta de los hechos. En cambio es inn-egable que al recobrar la libertad partió de Madrid y abrazó aquella causa. Para favorecerla acudió al Consejo de la Paz celebrado entre Portugal y la corte de Inglaterra, «asistiendo dice á nuestros embajadores con al- guna utilidad de la reputación de este reyno; porque viendo aquellos ministros que personas de grandes puestos luego al principio dejaban el servicio del rey de Castilla y se pasaban al de Su Majestad, crecía por instantes la estimación de los negocios de Portu-

(i) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria. Lis- boa, 1720, pág. 116.

INTRODUCCIÓN

gal» (i). Después ayudó en Holanda al apresto de la armada prevenida en auxilio del nuevo reino, volvió á Lisboa llevando un socorro de la mayor importan- cia, consistente en hombres, embarcaciones y armas, y durante dos años permaneció entre la corte y el ejército de Juan IV, quien más de una vez pare- ció mostrársele agradecido en cartas que mandaba escribirle, pero sin darle recompensa ni empleo proporcionado á lo que él se esforzaba en su ser- vicio.

En este período de la vida de Don Francisco Ma- nuel de Meló surge su procesamiento, cuya causa quedó por mucho tiempo envuelta en sombras : sólo se sabía que, á consecuencia de un suceso misterio- so, fué encarcelado y extraordinariamente prolonga- da su prisión, ignorándose el motivo de tal encono hasta que no hace muchos años lo han aclarado algu- nos eruditos portugueses. De sus investigaciones resulta con todos los caracteres de verdad exigibles, cuando los hechos tienen, como en este caso, sabor marcadamente novelesco, que fué víctima de una de esas tremendas iniquidades con que la realidad aventaja á la imaginación de dramaturgos y nove- listas.

Vivía por aquel tiempo en Lisboa Don Gregorio Taumaturgo de Gástelo Branco, conde de Villanueva de Portimao y guardia mayor de Juan IV : casó este

(i) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria. Lis- boa, 1720, pág. 117.

INTRODUCCIÓN

caballero con su sobrina Doña Blasa de Villena, hija del conde de Sortela: fué la dama infiel á la fe jura- da, la delató un paje llamado Francisco Cardoso, y Don Gregorio la encerró en el monasterio de Santa Ana, donde murió al cabo de dos años. Contrajo se- gundas nupcias con Doña Guiomar de Silva, hija del conde de Odemira, y tuvo con ella tan mala suerte como con su antecesora. Delatada también Doña Guiomar por el mismo Cardoso, la envenenó; y te- miendo que quisieran vengarla sus parientes, huyó á Castilla. Incapaz de escarmiento, regresó el Conde á Portugal en 1640 para casarse con Doña Mariana de Alencastre, beldad muy celebrada por los poetas de su tiempo y, según escriben los portugueses, senhora de niuito bem facer a qimn Ih'o pedia, la cual se dejó cortejar por Juan IV y por Don Francisco Manuel de Meló. Rondábala éste una noche, ocultándose por los rincones del patio de las columnas de palacio, cuando viendo á un caballero dirigirse hacia cierta escalera próxima á las habitaciones de la dama, le cortó el paso; y, obligándole á sacar la espada, cerró con él al mismo tiempo que le preguntaba quién era. El Rey, que á menudo hablaba con Don Francisco, le cono- ció por la voz, mas tuvo buen cuidado de no contes- tar para no verse descubierto, y riñeron, hiriéndose levemente. Doña Mariana, que acaso á uno esperaba amante y á otro temía celoso, oyendo el chocar de los aceros apareció con luz en la meseta de la esca- lera, y entonces huyeron ambos por distinto sitio: Don Francisco sin haber logrado enterarse de quién

INTRODUCCIÓN

era su rival, y el Rey habiendo conocido á quien tuvo la audacia de detenerle espada en mano. Meló, pe- cando luego de imprudente, fué espiado y descu- bierto por el infatigable Cardoso, que en pago de sus anteriores servicios era ya mayordomo, y que por tercera vez dio noticia de su desventura al mari- do engañado; éste amenazó de muerte á su esposa, y ella apartó á Meló de revelándole el riesgo que corrían. Mas no pararon aquí las cosas, porque al mismo tiempo que velaba por la maltrecha honra de su señor, Francisco Cardoso tenía amores con la mu- jer de un arrendatario de foros de la casa de Villa Nova, llamado Marco Ribeiro, el cual hizo que tres criados suyos lo mataran. Presos los asesinos de Car- doso y puestos á cuestión de tormento, declararon, confesando quién les había ordenado el crimen; y he aquí ahora cómo sigue refiriendo este tejido de infa- mias y vilezas el publicista portugués que las ha puesto en claro: «No obstante, el Conde, comunican- do su tercera desgracia al Rey, atribuyó la muerte de su fiel criado y amigo á Don Francisco Manuel, por sugestión de la Condesa, cuyo delito le denunció el mayordomo asesinado. El Rey no impugnó la hipó- tesis, antes la robusteció consintiendo en el mismo parecer. Nuevamente atormentados los asesinos, el dolor y la insinuación de los inquisidores les arranca- ron la calumnia que hacía cómplice á Don Francisco Manuel de Meló. Preso, procesado y condenado, el inocente quedó irremisiblemente perdido. Después el Conde, no contento con venganza tan pobre en

INTRODUCCIÓN

comparación de las que él tenía por costumbre, y como aún le quedase un resto del veneno con que mató á Doña Guiomar de Silva, se lo administró á Doña Mariana de Alencastre con igual éxito, murien- do la Condesa poco después del denunciante. No po- demos desear ya más claridad en el misterio que tan- to hizo meditar y conjeturar durante el curso de casi dos siglos y medio. Lo traslado, poco más ó menos, textualmente copiado del códice genealógico de Ca- bedo, que dice haber conocido á todos ó casi todos los que figuran en la horrenda tragedia, designando por sus nombres aun á los tres matadores, que mu- rieron en la horca después de haber dicho en la ca- pilla que ni de vista ni de nombre conocían á Don Francisco Manuel de Meló» (i).

Su encarcelamiento fué larguísimo; pero era hom- bre de tan firme vocación literaria, que buscó con- suelo en el trabajo: de esta época es la mayor parte de sus libros; y además, como aferrándose á la vida, procuró mantenerse en comunicación constante con el mundo escribiendo una cantidad asombrosa de cartas. «En los primeros seis años de mi prisión dice (2) escribí veintidosmil seiscientas cartas. ¿Qué

(i) Carta de Guía de casados, por Don Francisco Manuel. Nova edigao com tan prefacio biographico enriquecido de dotumentos inédi- tos, por Camilo Castello Branco. Porto, 1898, 8.°, pág, 49.

(2) Primeira parte das cartas familiares, de Don Francisco Ma- nuel. Roma, 1664, por Felipe María Mancini. Carta do autor a os leitores, en los preliminares, sin paginación.

INTRODUCCIÓN

será hoy siendo doce los de preso y muchos los de desdichado?» (i).

Antes de que Castello Branco pubUcase las reve- laciones contenidas en el códice de Cabedo, otros escritores explicaban de diferente modo la causa de tamaña iniquidad diciendo que Doña Mariana, «acon- sejada por el Rey, se fingió partidaria de Castilla y exigió de su amante la confesión de que lo era y la promesa de ayudarla en sus proyectos, si quería que ella le correspondiese; confesión y promesa que más apasionado que prudente hizo, y comunicadas (si no fueron oídas por espías) al celoso monarca, dieron por resultado la prisión, que cohonestaron atribuyendo á Meló la muerte de un criado de dicha dama, que apareció asesinado en la misma noche en que acaeció una ú otra escena de las referidas» (2). En ambas ver- siones, la conducta de Juan IV es igualmente odiosa.

Meló fué encerrado en la Torre da Cabega Secca,

(i) Siu embargo de afirmación tan clara, Inocencio Francisco da Silva, en su edición de la obra de Meló Feira dos anexins, Lis- boa, 1875, demuestra que sólo estuvo preso nueve años. «No hay duda escribe refiriéndose al aserto de nuestro autor de que su prisión se verificó el 19 de noviembre de 1644. Es igualmente indudable queya estaba libre el 29 de agosto de 1653, pues en ese día fecha en el lugar de Luz la conclusión y remate de su Aula política. Luego, por buena aritmética, entre ambas fechas transcu- rren apenas nueve años no completos, y no los doce que se ha querido suponer.»

(2) García Peres : Catálogo razonado biográfico y bibliográfico de los autores portugueses que escribieron en castellano. Madrid, 4.", 1890, pág. 365.

INTRODUCCIÓN

de Lisboa, y entre confiscaciones y multas perdió casi todos sus bienes, pasando tales privaciones que sus cartas reflejan honda amargura: en una de ellas pide leña para el invierno y habla de vender sus casas y hasta sus libros (i).

Al cabo de seis años fué condenado en segunda instancia á destierro perpetuo en la India y pago de 2.600 ducados de costas.

Durante el proceso escribió pidiendo protección á los grandes magnates á quienes en sus viajes había conocido, entre ellos al príncipe de Orange, al mar- qués de Brienne, á Mazarino y á la reina Doña Ana de Austria, logrando, por mediación de ésta, que su hijo Luis XIV le mandara una carta para Juan IV, en la cual, á 6 de noviembre de 1648, le decía: «Más por cuanto es hidalgo de merecimiento y porque los ser- vicios que nos hizo en nuestros ejércitos nos convi- dan a compadecernos de la desgracia que le ha suce- dido, escribimos esta carta á V. M. para rogarle, con todo el afecto que nos es posible, le quiera conceder la gracia que le es necesaria para que no cumpla tal condena; lo que me será testimonio del caso que V. M. quiera hacer de mi recomendación» (2); y tuvo Meló tanta delicadeza, y también tal conocimiento del co- razón humano, que algún tiempo después, dirigiéndo-

(i) Cartas fainiUares. Roma, 1664. Centuria primera, car- ta XCIII, pág. 119.

{2) Carta de guía de casados. Porto, iSgS. Prefacio de Castello Branco, pág. 34.

INTRODUCCIÓN

se á Juan IV, le decía: «Fui tan atento al gran decoro que debía á la justicia de V. M., que habiendo yo recibido esta carta del rey cristianísimo para V. M., que con tanta razón podía confiar mucho, evité que fuese presentada á V. M. por manos de algún minis- tro de Francia, mandándosela yo á V. M. por las del secretario del proceso, á fin de no obligar á V. M., contra su dictamen, á alguna correspondencia con aquella corona, aun á trueque de mi provecho.» Y hermanando el brío con la discreción, añadía en el mismo escrito : « Tengo enemigos descubiertos y ocultos; sábelo, conócelos V. M. Tomo á Dios por testigo de que no merezco el odio de ninguno ni de nadie. Y aún no descansan de fulminar en daño mío. No me vale para con ellos callar y sufrir; mas para con Dios y para con V. M. mucho espero que me valga» (i).

Poco le sirvió la protección de Ana de Austria. Tres años más estuvo preso y escarnecido con la esperanza de la libertad que se le prometía y no se decretaba: «Lo mismo me prometieron la semana pasada. Ya no comprendo las palabras de los prínci- pes— dice tristemente : puede que con la semana se pase la memoria de la promesa» (2). Toda la mer- ced que se le hizo consistió en trasladarle en 1650

(i) Carta de guía d¿ casados. Porto, 1898. Prefacio de Castello Brauco, págs. 35 y 40.

(2) Cartas faiiúliares. Roma, 1664. Centuria tercera, car- ta XXXI, pág. 366.

INTRODUCCIÓN

desde la Torre Vieja al Castillo de Lisboa. Concedió- sele después tercera instancia, y en vez de ser deste- rrado á la India lo fué al Brasil, para donde debió de salir, según Inocencio Francisco da Silva, hacia fines de 1653 (i).

Mientras le tuvo preso no cesó el Rey de encargar- le la redacción de trabajos diversos en defensa de sus derechos á la corona, en loor de su familia y hasta para realce de sus aficiones y gustos personales. En- carcelado escribió primero el Eco político (2) en res- puesta á un libro publicado en Castilla contra la casa de Braganza; luego el Manifiesto de Portugal {"^ con ocasión de cierta tentativa de regicidio cometida por un tal Domingo de Leyte, cuyo brazo, según los por- tugueses, habían armado los ministros españoles; más tarde le ordenó que compusiese la Vida del duqiie Don Teodosio de Braganza, su padre (4); después le indujo á escribir las de los reyes portugueses para

(i) Según el documento XIX de los publicados por Edgar Prestage en el Archivo Histórico Portugués (1909), por alvará de 4 de diciembre de 1652 se manda ejecutar la sentencia de destie- rro perpetuo al Brasil, con agregación de las pecuniarias, y sin gue sea más oído en alegación alguna que en la causa hiciese.

(2) Ecco polytico, responde en Portugal á la voz de Castilla y sa- tisface á su papel anonyino, ofrecido al rey Don Felipe el Quarto, etcétera, publícalo Don Francisco Manvel. Lisboa, por Paulo Craesbeeck, 1645.

(3) Manifiesto de Portugal, escrito por Don Francisco Manvel. Lisboa, por Paulo Craesbeeck, 1647.

{4) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria. Lis- boa, 1720, pág. 120.

INTRODUCCIÓN

que se publicaran con las medallas de los mismos (i), y, como si todo esto fuera poco, continuamente dis- puso el vengativo Juan IV que se le encargaran dictá- menes, consultas é informes relacionados con las ope- raciones de la guerra: «Desde que fui preso dice en la Epístola declmiiatoria no hubo hora que pasase ocioso en servicio de la guerra, ya en armadas, ya en galeras, 'ya en ejércitos, hallándome en las mayores ocasiones de este tiempo, por donde vine á adquirir tan buena práctica de las materias militares, que las opiniones que tuve y escribí acerca de ellas fueron seguidas por los mejores» (2). Así transcurrió aquel largo y cruel cautiverio : el preso protestando de su inocencia, suplicando nuevas instancias y pidiendo justicia; el soberano desoyendo sus quejas y man- dándole trabajar.

En tales circunstancias, unas veces dirigiéndose á su rencoroso rival, otras al príncipe Don Teodosio, su hijo, para que intercediese por él, es cuando Aíelo trae á plaza y alega antiguos servicios en pro de la casa de Braganza: al cabo, primero, de seis años de cárcel, y luego de otros tres, arruinado é intelectual- mente explotado, teniendo sobre la tremenda ame- naza del destierro á la India, entonces se esfuerza en probar que fué de los primeros que conspiraron para

(i) Carta de guía de casados. Porto, 1898, pág. 30, y Cartas familiares. Roma, 1664. Cuarta centuria, carta Lili, pág. 577.

(2) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria. Lis- boa, 1720, pág. 123.

INTRODUCCIÓN

ceñir la corona á quien le estaba persiguiendo. Ven- cido al largo padecer, conturbado por la esperanza de la libertad, dice que mientras sirvió á Felipe IV y aceptó empleos de su gobierno en la época de los motines de Évora, contribuyó con sus gestiones á en ganarlos para que no desconfiasen de aquel mismo duque de Braganza en cuyas manos vino desdichada- mente á caer, y que por vengar un agravio personal, siendo ya rey, le oprimía tan cruelmente. Los moder- nos biógrafos portugueses de Don Francisco Manuel de Meló, apoyándose en su propio testimonio, lo ad- miten por cierto; alguno hasta le ensalza por ello (i); de modo que, á trueque de darle anticipado galardón de patriota, el cual no ha menester, pues luego sirvió con acrisolada lealtad á su país, le rebajan y empe- queñecen como caballero y como hombre; porque si alzarse bravamente á cara descubierta contra cual- quier señor puede ser digno de alabanza ó disculpa, por el contrario, utilizar el favor de un gobierno para servir á su enemigo, siempre merecerá nombre de traición. No es creíble, según antes hemos indicado, que mientras sirvió en Castilla le fuese fácil enga- ñar á Felipe IV y á su ministro, cuando éstos, en 1637, le mandaron á Portugal con el conde de Lina- res; no se concibe, si ya entonces tramaba revol- verse contra ellos, que al dedicar por aquel mismo tiempo su libro Política militar al dicho Linares ha- blara en la dedicatoria de «la celosísima providencia

(1) Pinheiro Chagas: Diccionario popular, 8." vol. Lisboa, 1881.

INTRODUCCIÓN

del Conde-Duque >, á quien llama «segundo móvil de la esfera de esta monarquía, continuo solicitador de sus felicidades (i) y verdadero índice de los ánimos ilustres que la florecen»; si realmente conspirase no se hubiese atrevido á dedicar, como hizo al año si- guiente, la misma obra al propio Conde-Duque. For- zoso es reconocer que á poco que éste desconfiase de Meló no le sacara de la Junta de Cantabria man- dándole al ejército de Cataluña con empleo de maestre de campo para ser nada menos que con- sejero del marqués de los Vélez; y por último, cuan- do al ocurrir la sublevación de Portugal fué traí- do preso á Madrid porque su origen portugués le hacía sospechoso, si existieran contra él cargos de importancia no le hubiera soltado, dándole para in- demnizarle mayor renta de la que en su tierra per- día y nombrándole gobernador de Ostende. Por todo lo cual no es desatinado, en la humilde opinión de quien esto escribe, suponer que hasta aquella época de su vida permaneció ñel á Felipe IV y á España, y que sólo después de triunfar la revolución abrazó la causa de la independencia portuguesa, aceptando el hecho consumado. Á ello le impulsarían el espec- táculo de la infausta política de Olivares, que tan de cerca acababa de ver en Cataluña; la impresión que en su ánimo produjese el fácil entronizamiento del

(i) Aula política, Curia militar, Política militar, Lisboa, 1720, página 145.

INTRODUCCIÓN

Braganza, de quien era deudo, causa ésta por sola bastante á ser siempre mirado con recelo en Castilla; y, finalmente, la irritación y el enojo que le causase la manera de haber sido preso y llevado en hierros á Madrid hallándose con mando en el ejército: así se explica que al verse en libertad sirviese al nuevo mo- narca, ya acudiendo á Lisboa, ya trabajando á favor suyo en Inglaterra y en Holanda. Pero existe un ve- hementísimo indicio olvidado por sus biógrafos por- tugueses, casi una prueba, de que, á pesar de sus pos- teriores encarecimientos y protestas de dinastismo, fué recibido con prevención y temor al llegar á Por- tugal. El Gobierno lusitano que se acababa de esta- blecer no tuvo la menor confianza en él, ni le trató como á los que de mucho tiempo atrás venían cons- pirando á favor del Braganza. He aquí lo que dice un contemporáneo suyo, autor de un curiosísimo libro, que vivía por entonces en Lisboa: «En este mes ó en el siguiente de abril (1642) llegaron á Lisboa huí- dos del servicio del Rey nuestro señor (Felipe IV) los caballeros que aquí referiré: Alvaro de Sosa, á quien Su Majestad (pocos días antes) había hecho merced de darle título de conde. Don Manuel de Castro, á quien Su Majestad había honrado con hacer- le de la llave del Serenísimo Infante Cardenal y maes- tre de campo en Flandes. Don Francisco Manuel (es decir, Meló), á quien Su Majestad enviaba á Flandes con plaza de maestre de campo, con dos mil escudos cada año sobre todo sueldo. Viniéronse de Madrid Don Juan de Sosa, Francisco Muñiz de Silva y el

INTRODUCCIÓN

padre Francisco Manso de la Compañía. No recibie- ron con gusto en Lisboa algunos de los referidos, en especial á los dos maestres de campo, porque les pa- reció hacían á dos visos, y así nunca les fiaron fron- tera ni vaso de pelear. Dijo Don Francisco Manuel en conversaciones públicas había persuadido mucho al hijo mayor del conde de Linares se pasase con él á Portugal y gozase con quietud su estado, que todo lo demás era cosa de burlas, y que el hijo del Conde le había respondido que á los caballeros como él no se les podían proponer acciones tales, y que el estar en reyno extraño (era en Inglaterra) le detenía para no responder con más empeño. Que él no conocía hubiese otro rey á quien servir, si no es al que jura- ron sus antepasados y servía su padre. Hasta estos lances añade el autor fui testigo de vista; que me hallé á todo ya por antes, ya por las personas que me traían escrito todo lo que pasaba así en la ciudad como en Palacio» (i). Según este relato, Meló procuró atraer al partido de Juan IV precisamente al hijo de aquel conde de Linares que le había protegi- do y con quien fué enviado á Villaviciosa en 1637, el cual harto debía conocer su opinión si por aquel tiem- po hubiera ya sido el gran escritor agente secreto del Braganza y enemigo de Castilla: si esto último fuera cierto, ^'qué necesidad tenía de hacer semejante alar-

(i) Fray Antonio Seyner : Historia del levantamiento de Portu- gal.—Z^Lrígoza^, 1644, 4.°, por Pedro Lanaja. Pág. 269.

INTRODUCCIÓN

de de proselitismo? Más lógico es pensar que á ello le impulsaron el enojo por la prisión que acababa de sufrir en Madrid y el exceso de celo propio de quien procediendo del campo contrario desea congraciarse con su nuevo señor. Como hombre de escaso valer moral pinta la Historia al duque de Braganza y des- piadado fué para Meló; mas sería preciso suponerle de perversidad verdaderamente monstruosa si todo el daño que le causó lo hiciese á sabiendas de que hubiera sido uno de los primeros parciales que tuvo para sentarlo en el trono. Lo que está fuera de duda es que no le inspiró confianza.

De allí en adelante comienzan las grandes penali- dades del escritor insigne: sobrevienen y se suceden su malhadado amorío con Doña Mariana de Alencas- tre, la calumnia, la prisión, la odiosa conducta de Juan IV, y entonces, para salvarse, invoca como mé- ritos y servicios positivos las meras circunstancias y las ocasiones en que pudo prestarlos. De ello nos persuadimos, aunque cause pena el apocamiento de la víctima ilustre frente á Ja desgracia, observando que en cuanto escribe mientras está preso, y según se prolonga la prisión, van aumentando las protes- tas que hace y los recuerdos que invoca de haber conspirado á favor del Braganza desde mucho tiem- po atrás; y va también creciendo su acritud de len- guaje al referirse á Castilla y á su rey, como si de este modo esperase ablandar á quien le oprimía. En 1645 publica la Guerra de Cataluña, y en este libro habla del rey de España con mesura y respeto; de

INTRODUCCIÓN

Olivares, con prudente severidad: en 1646 sale á luz el Eco político (i), y en sus páginas aumenta la hosti- lidad á Castilla y á los ministros de Madrid: en 1647 el Manifiesto de Portugal contiene ya violentos ata- ques contra Felipe IV: en 1650 envía á su persegui- dor el Memorial (2), cuyos principales párrafos van encaminados á probar que siempre fué partidario suyo: en 1653 dirige al príncipe Don Teodosio la Epístola declamatoria^ extremando y recalcando en ella la exposición de aquellos méritos de antaño y la enemiga contra España. La gradación no puede estar más clara ni ser más elocuente; pasan los años, la libertad no llega, y á los latidos de dolor correspon- den el tono y la tendencia de las quejas. Y, sin em- bargo, hay en el fondo de sus escritos tal nobleza de pensamiento y tanta dignidad en su estilo, que ni aun la sumisión y la lisonja, hijas bastardas del abatimien- to con que pide clemencia, llegan á empequeñecer su figura; como no merman la grandeza de alma de Que- vedo las súplicas que dirige al Conde-Duque desde su calabozo de San Marcos. Finalmente, aunque resul- tara demostrado que Meló conspirase en aquella épo- ca, algo atenuaría su culpa la consideración de que entonces era general el descontento en España. No

(i) Aunque esta obra aparece impresa en 1645, las licencias definitivas para que pueda circular, según puede verse en sus preliminares, son de enero de 1646.

(2) Es interesantísimo, y lo publicó íntegro Castello Branco en su ya mencionada edición de la Carta de guía de casados, Porto, 1898.

INTRODUCCIÓN

simples caballeros como él, sino grandes señores atentan contra el poder y la persona de Felipe IV: el marqués de la Vega de la Sagra y Don Carlos Padilla suben al patíbulo por rebeldes; el duque de Híjar, acusado de querer alzarse con Aragón, sufre tormen- to; el marqués de Ayamonte muere en el cadalso á consecuencia de la trama urdida para hacer á Anda- lucía república independiente, por lo cual se dijo:

Justamente se quería El de Medina-Sidonia Alzar con algunas tierras, Pues que han de perderse todas;

y hasta del gran duque de Osuna se sospechó que soñaba con el trono de Ñapóles, atreviéndose Villa- mediana á escribir de él:

Antes, por respetos buenos, Fué tan humilde, que el rey Le dio oficio de virrey, Y aspiró á dos letras menos.

Difícil sería hoy poner en claro cuáles de estos magnates obraron por censurable ambición ó espíri- tu levantisco, y cuáles movidos por su amor al bien público, que alguno habría.

De modo que si Don Francisco Manuel de Meló hubiera sido de los primeros partidarios del Bragan- za, debiera contársele entre los muchos españoles que consideraron funesta la incapacidad de Felipe IV y de Olivares; y si bajo la presión del dolor, tras largos años de cautiverio alardeó, acaso sin fundamento, de

INTRODUCCIÓN

haber contribuido al triunfo de quien podía devolverle la libertad , no merecería tampoco más agria censura que tantos otros varones sabios y justos á quienes antes doblegó la maldad ajena que la propia flaqueza.

Trocada la cárcel en destierro, salió para el Brasil, según queda dicho, en 1653, y ni aun allí debió de tratársele con gran piedad, porque el tercero de sus Apólogos dialogales aparece fechado en 1657 en Mi- nas-Novas, lugar que llama destierro de desterrados. Murió Juan IV en Í656, y en 1659, indultado por Alfonso VI (i), al cabo de seis años de expatriación, volvió el infeliz á Lisboa, donde permaneció hasta 1662, pues consta que por entonces presidió la Aca- demia de los Generosos (2).

En esta época el mismo Alfonso VI le confió una misión secreta cerca del Papa, encaminada al arreglo de ciertas cuestiones eclesiásticas que dificultaba la influencia española: fué bien pagado, y aprovechando la estancia en Roma imprimió allí parte de sus obras.

(i) En sus últimos años, quizá por encargo de Alfonso VI, ó por la gratitud que le debía, publicó con nombre supuesto los dos opúsculos siguientes, en el primero de los cuales dice que aquel rey le levantó el destierro: a' Declaración que por el reyno de Portugal ofrece el doctor Gerónimo de Santa Cruz á todos los reynos y provincias de Europa. lAshoa., por Antonio Craesbeeck, 1663. b) Demostración que por el reyno de Portugal agora ofrece el doctor Gerónimo de Santa Cruz á todos los reynos y provincias de Europa en prueba de la DECLARACIÓN por el mismo autor y por el mismo reyno. Lisboa, 1664.

(2) Fundada por Don Antonio Alvarez da Cunha en 1647.

INTRODUCCIÓN

Comisionóle también aquel rey para que gestionara su boda con la hija del duque de Parma, y esto ex- plica que viajara de incógnito bajo el nombre de el caballero de San Clemente (i). Vivió luego en Lyon, donde editó sus Obras métricas : créese que de Fran- cia volvió directamente á Lisboa, residiendo después en Alcántara, «desde 1659, y que allí falleció el 13 de octubre de 1666, según la opinión tenida por mejor averiguada» (2). Murió soltero; fué amado por una dama llamada Doña Luisa de Silva, de la cual tuvo un hijo, Don Jorge Diego Manuel, que pereció en la batalla de Senef (1674), ganada por el príncipe de Conde al de Orange y una de las más sangrientas del siglo XVII, En sus últimos años consiguió un breve

(i) Inocencio Francisco da Silva, en los preliminares de su edición de la /v/Vrt dos anexhts, pág. XXX, Lisboa, 1875, alude á ello del siguiente modo : «El padre Manuel Godino, en la Rela- ción de su viaje, cap. 30, refiriendo el encuentro que en julio de 1663 tuvo con él en Marsella, dice así: «Fui luego visitado por »el Señor Don Francisco Manuel, el cual, con el nombre supues- »to de Monsieur le Chevalier de St. Cleimnt, pasaba á Roma re- »comendado á todos los príncipes y repúblicas amigas por cartas «patentes de los señores reyes de Inglaterra y de Francia. No es «creíble el gusto que me causó la visita de este hidalgo: sólo lo »puede considerar quien sobre apreciar sus estimables prendas, »haya gozado de su admirable conversación; quien liubiere leído »sus ingeniosos libros; quien de su singular juicio forme aquel «concepto que de él todo el mundo tiene; quien esté obligado de »su primor como yo lo estoy; porque todas estas cosas juntas fue- >ron los motivos de mi gusto en aquella visita.»

(2) Feira dos anexins. Edición de Inocencio Francisco da Sil- va. Preliminares, pág. XLIV.— Lisboa, 1875.

INTRODUCCIÓN

para legitimar á Don Jorge, y nombró tutor suyo á su criado Antonio Valera, á quien había ya designado como testamentario (i). El mero hecho de encomen- dar á persona de tan humilde condición la tutela de un hijo y el haberse alistado éste bajo las banderas del rey de Francia, como renegando de Portugal, ex- presan con elocuencia las amarguras del escritor insigne, cuya hombría de bien van poniendo en claro los investigadores de nuestros días.

Don Francisco Manuel de Meló publicó la Guerra de Cataluña con el seudónimo de Clemente Libertino, en Lisboa, en 1645, estando ya preso, y se la dedicó al papa Inocencio X. En una de sus obras postumas, por cierto de mérito singular y aún no traducida al castellano, refiere que Felipe IV encargó al general marqués de los Vélez que mandase escribir la relación de la campaña á la persona más hábil que hubiese en el ejército, siendo él designado; después cuenta su prisión, y añade: «Continué la escritura comenzada de ese libro, y porque á este tiempo andaban por el mundo muchas falsas opiniones de un tan grave ne- gocio, entiendo hacer servicio á la república manifes- tándolo tal como fué, y no como el odio ó el amor (que son dos grandes pintores) lo habían pintado en el lienzo de la eternidad con mano diferente. Cuando

(i) Cartas d¿ Don Francisco Manuel de Meló escritas á Antonio Luis de Acevedo, publicadas con introducción y notas por Edgai Prestage, catedrático de la Universidad de Manchester, pág. 52. Lisboa, 191 1.

INTRODUCCIÓN

se comenzó, el libro estaba ofrecido al rey de Casti- lla; cuando se acabó debía ofrecérselo al re}^ de Por- tugal: dirimió esta contienda el discurso acogiéndo- me á la Iglesia y haciendo que el libro fuese puesto á los benditos pies de la santidad de Inocencio X por mano de Jerónimo Bataglino, mandándose colo- car el primer ejemplar en la librería del Vaticano.» Añade cómo, para evitar que un portugués, castiga- do y vejado en Castilla, pareciese sospechoso, usó el seudónimo de Clemente Libertino, y dice: «Porque á no tener el nombre que tengo, ése hubiera de ser el mío, siendo Clemente el santo titular de mi nacimien- to, lo cual tengo por el más estimado horóscopo y ascendiente; Libertino, porque era entre los romanos el nombre de los hijos de esclavos libertos; así, alu- diendo á la libertad que ya gozaba mi patria, hice de ello blasón y apellido: si en todo erré, bien puede ser culpa de la elección, que pertenece al juicio, no del propósito, que es hijo de la voluntad» (i). En carta dirigida al doctor Juan Bautista Moreli, escribe lo si- guiente: «Dentro de una torre donde por mis desgra- cias (y aun por las ajenas) ha seis años que vivo des- pués de haber peregrinado muchos por el mundo, ¿qué espíritu podrá sobrarme para emplear en la con- sideración política ó el estudio histórico? Con todo, vencido del natural, hurté á mis querellas algunos

(i) Apólogos dialogaes, obra postuma de Don Francisco Ma- nuel de Meló, págs. 400 á 402. Lisboa, por Mathias Pereyra da Silva, 1 72 1, 4.°

INTRODUCCIÓN

ratos en los cuales, recordando lo que había visto, pude sacar á luz aquel informe parto de la Historia ae Cataluña, lleno de imperfecciones, como su dueño. Mas no si la propia coyuntura que bastó á su error será bastante á mi disculpa. Esta, con otras mayores causas, hicieron como yo le prohijase á un nombre supuesto. Creo no ha perdido nada el libro faltán- dole mi nombre, ni mi nombre faltándole el libro; pero para reconocer las honras que vuestra señoría hace á Clemente Libertino, está muy obligado Don Francisco Manuel» (i).

En el mismo siglo xvii, y también en Lisboa, se hicieron dos nuevas ediciones de la Guerra de Cata- luña, una en 1692 y otra en i6g6 (2).

Era natural que esta obra produjese honda impre- sión cuando se publicó; á ello contribuirían, sin duda, la importancia de los sucesos que describe, cuyas consecuencias todavía por entonces traían á Francia

(i) Primeira parte das cartas familiares. Centuria primera, car- ta VIII, pág. 12. Roma, por Felipe María Mancini, 1664.

(2) Así lo afirman casi todos los bibliógrafos. Conviene, sin embargo, decir que la de 1692, ó no llegó á hacerse, ó es hoy mucho más rara que la primera de 1645. Es, adamas, digno de notarse que en la de 1696 se publicaron juntas las licencias para ésta y para la de 1692, como si por no haberlo hecho antes se quisieran aprovechar entoces: la de 1696 no dice que sea tercera edición: finalmente, parece raro que en cuatro años (1692 á 96) se hiciesen dos nuevas ediciones. Don Domingo García Peres en su notable Catálogo razonado biográfico y bibliográfico de los auto- res portugueses que escribieron en castellano (Madrid, 1890, 4.°), no cita la de 1692.

INTRODUCCIÓN

y España en guerra, su mérito literario, lo conocido que era el autor en las cortes de Europa, y hasta la piedad que había de inspirar por sus desdichas. Aun- que con modestia, el mismo Don Francisco se com- place en consignar el éxito que obtuvo poniendo en El hospital de las letras, y en boca de Justo Lipsio, estas palabras : «Vuestro libro corre por Europa con honrada opinión; lo citaron los más de los autores que os sucedieron, y al presente se tradujo en Fran- cia con mucho aplauso» (i).

Fué Meló tan leído y elogiado en su tiempo, que el autor de la Epístola puesta á modo de prólogo en sus Obras rnétricas pudo decir, con razón, aludiendo pri- mero á sus grandes facultades de escritor y luego á los que se habían aprovechado de sus escritos : «Mira, pues, lo que de estimar es una pluma que, jamás ociosa, salió desde su nido á remontarse por las alturas de ajenos idiomas de suerte que, á juicio de los propios ingenios castellanos, hizo miedo á los más cultos y cultivados, dentro de su estudio propio. Pregúntaselo al aplauso y á la utilidad no sólo de España, mas de Italia y aun de Francia, donde pocos tiempos ha se tradujo con elegancia su Cataluña; pre- gúntalo á los autores de estos tiempos, y te dirán que se aprovechó de su historia, en la suya, Juan Bautista Morelli; de su política, Don Fernando de Molina, en sus Apologéticas i>; y á continuación prueba cuan gran- de era la fama literaria de Meló refiriendo que los es-

(l) Apólogos dialogacs, pág. 402.— Lisboa, 1721, 4.°

INTRODUCCIÓN

tudiantes que en el Mayor Colegio Romano se pre- paraban para las misiones de España aprendían la lengua castellana en uno de sus libros : El Fénix de África (i). La amistad que le unió á Quevedo contri- buiría indudablemente á que fuese conocido por los poetas españoles (2) : Barbosa cita varios autores por- tugueses que le prodigan elogios en el estilo confuso y retorcido que privaba entonces, pero inspirados en

(i) Epístola á los lectores, que precede al Tercer coro de las Mu- sas. Obras métricas. León de Francia, por Horacio Boessat y George Remevs. 1665.

(2) «Estos dos poetas (Quevedo y Meló) dice el autor de la Epístola citada en la nota anterior parece que, como del nom- bre, participaron también de alguna secreta comunidad de influ- jos, de que por ventura pudo proceder la buena amistad que se guardaron, y consta de algunos versos y cartas que se hallan de imo y otro, y se podían hallar más si el tiempo y desconcierto de la fortuna de los dos no las hubiese desviado. Todavía yo de boca del autor que aquel su soneto moral de las Primeras Aliisas que empieza :

Con viva admiración, con fe segura

lo escribió el Melodino al Quevedo por el tiempo que este autor publicó un libro llamado La cuna y la sepultura, á quien respon- dió Quevedo con una gallarda epístola cuyo primer período dice así: «Leí su soneto de usted y un gran libro en solos catorce ren- glones.» Véase, además, la carta de Meló á Quevedo ao principio da sua amizade (Cartas familiares. Centuria segunda, carta L, pá- gina 224. Roma, 1664), también publicada en el tomo II, pági- na 563, de las obras de Quevedo en la Biblioteca de Autores Espartóles, de Rivadeneyra. Meló llama á Quevedo «o meu Quevedo» (Cartas familiares, Roma, 1664. Centuria segunda, car- ta LXXI, pág. 258), y le dedica en la Fistulia de Urania la epís- tola sexta. Obras métricas, pág. 106. León de Francia, 16Ó5.

INTRODUCCIÓN

la más respetuosa admiración (i) : Pellicer hizo men- ción de los Apólogos dialogales (2): finalmente, tan estimado era por los literatos españoles del siglo xviii, que la Real Academia Española le consideró como autoridad en materia de lenguaje desde 1729 (3). A pesar de todo esto cayó en tal olvido, que Capmany no lo citó al publicar en 1777 la primera edición de sn Filosofía déla elocuencia, ni al imprimir en 1794 el tomo V del Teatro criüco-histórico de la elocuencia española, donde copia trozos de los mejores prosistas contemporáneos de Meló.

Es, sin embargo, creencia general entre los biblió- grafos que Capmany fué quien poco después halló y sacó del olvido este libro de la Guerra de Cataluña, pues en un agrio Manifiesto (4) contra el gran poeta

(i) Barbosa Machado : Biblioteca Lusitana, tomo II, pág 184. Lisboa, 1747. En la lista de obras manuscritas de Meló que pu- blica el mismo Barbosa, tomo II, pág. 187, cita una titulada Ver- dades pintadas e escritas, y añade : « Constaba de cien empresas morales dibujadas por su mano é ilustradas con discursos. Cuan- do estaba componiendo esta obra le llegó á las manos el libro de las Empresas políticas y morales, de Don Diego de Saavedra, y en ellas halló catorce con el mismo cuerpo y letra y alegorías, sin haberse nunca comunicado con aquel insigne político.»

(2) Pellicer, edición de Don Quijote. Madrid, 1794; tomo I, página 104.

(3) No está Don Francisco Manuel de jMelo en las listas de los tomos I, III y IV del Diccionario de Autoridades, pero en las de los tomos II, V y VI.

(4) Manifiesto de Don Antonio de Capmany en respuesta á la contestación de Don Manuel Josef Quintana. Cádiz, Imprenta Real, 1811.-4.°, folleto de 30 páginas.

INTRODUCCIÓN

Quintana, después de echarle en cara otros favores, dice : «¿Quién fué el primer literato como hombre de fino gusto á quien hice conocer y leer en Madrid el rarísimo exemplar de la Historia de la guerra y revo- lución de Cataluña, por Clemente Libertino, que, últi- mamente reimpresa, ha llegado á Cádiz? (i). Yo fui el primero que tuve en mi poder un exemplar; y enamorado de su dicción y eloquencia no quise pri- varme del gusto de que V. S. se saborease en ella, á fin de que se aficionase á la prosa é hiciese progre- sos en un estudio en que yo gozaba ya de alguna re- putación. »

La circunstancia de haber asistido Meló á muchos de los sucesos que narra, sus alardes de imparciali- dad y el coincidir otros historiadores con gran parte de sus noticias y afirmaciones, hicieron que esta obra fuese universalmente considerada como digna de cré- dito; pero en nuestros días se ha puesto en duda su veracidad. Don Celestino Pujol y Camps, autor de notables estudios arqueológicos y de un interesante libro sobre Gerona en la revolución de 1640, al ingre- sar en la Academia de la Historia dedicó su discurso de recepción á fijar el valor que debía concederse al

(i) Se había reimpreso en 1808. Es, por tanto, lógico suponer que la encontró entre el año de 1794, en que acabó de publicar el Teatro crítico-histórico de la elocuencia española, donde no la menciona, y el de 1808. Esta edición, hecha por Sancha, es la que ha vulgarizado el libro, á lo cual contribuyó Capmany repro- duciendo varios trozos en la segunda que hizo en Londres, y en 1812, de su ^Filosofía de la elocuencia.

INTRODUCCIÓN

relato del gran prosista como documento histórico, sosteniendo que es -<un notabilísimo trabajo en que la idea política, velada cuidadosamente con el manto del arte, nos ofrece, á vueltas de muchas verdades, no menores errores, mal ocultas ojerizas, calculados silencios, premeditadas inexactitudes» (i); y lanzó sobre Meló la acusación de haber callado unos suce- sos é invertido el orden en que ocurrieron otros, dis- tribuyéndolos en la narración caprichosamente.

No es de mi incumbencia refutar una por una tales afirmaciones, ni aquilatar lo que en ellas queda plena- mente demostrado y lo que deja lugar á dudas. Nota- bles cultivadores tiene entre nosotros la investigación histórica, y ellos deben intentarlo, aunque seguramen- te entorpecerán su labor ó la harán punto menos que imposible la misma abundancia de materiales manus- critos é impresos que se conservan de aquel período, las opuestas pasiones que los dictaron y las mil con- tradicciones de que están plagados los libros y pape- les de catalanes, castellanos y extranjeros. La prue- ba de las dificultades que tal empeño presenta está precisamente en lo que le ocurrió al Señor Pujol y Camps, quien, á pesar de su perspicacia, claro juicio y noble deseo de conseguir la verdad, incurrió en varios errores. Por ejemplo: dice que Meló, al referir lo sucedido en la junta convocada en Madrid por el

(i) Meló y la revolución d¿ Cataluña en 1640. Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública de Don Celestino Pujol y Camps. Madrid. Tello, 1886, pág. 11.

INTRODUCCIÓN

valido de Felipe IV para acordar cómo se había de combatir la rebelión, alteró el parecer del conde de Oñate, atribuyéndole el papel de defensor de los catalanes. Para corroborar su aserto publica el voto escrito por el prudente consejero (i);pero en el mis- mo documento puede verse que aquella afirmación no está bien fundada. Lo que allí dice Don Iñigo Vélez de Guevara es que su opinión fué «que se tra- tase de la seguridad de aquella provincia antes y en primer lugar que de su castigo » : habla repetidas ve- ces de «castigos moderados»; de componerse con los catalanes, «dejando la provincia en el estado anti- guo ó con poca diferencia»; «lo que la guerra consu- mirá de gente y dinero añade hará tan gran falta en Flandes, Italia, la mar y demás partes que en el frangente que se hallan aquellas cosas ocasione pér- didas irreparables, lo cual no sucediera por mucho que Vuestra Majestad se sirva de perdonar á los ca- talanes, siendo cierto que el tiempo traerá muchas ocasiones para asentar aquellas cosas, y el presente es el peor que casi se puede imaginar para debelar á Cataluña unida con Francia»; y termina con estas palabras : «Siendo, según mi corto sentir, conveniente y aun necesario el ajustarse á lo que no se pudiere' rehusar, pues al fin viene á ser menos daño reducir aquella provincia al servicio de Vuestra Majestad, en la forma que se pudiera, que tenerla enemigos (sic).-» Esto escribió el conde de Oñate, mostrándose parti-

(i) Pujol y Camps: Discurso citado, págs. 79 á 81.

INTRODUCCIÓN

dario de la mayor templanza: de suerte que la oración puesta en sus labios por el historiador no está en contradicción con su voto: Meló no hizo más que deducir las consecuencias de la opinión del procer, amplificándola en hermosos períodos, llenos de sen- satez y poesía, para persuadir y conmover, formu- lando en admirable prosa lo que aquél había mani- festado con claridad, pero sin primor y hasta con poca sintaxis. Aconsejaba el Oñate que no se empeo- rase la situación para que el Rey pudiera acudir á los peligros que amenazaban á España; sin que por esto pueda creerse que se mostrara defensor de los cata- lanes, pues en el mismo papel pedía «que se cons- truyese en Barcelona una buena cindadela», y esta era la cosa que ellos veían con mayor enojo.

Erró también el Señor Pujol y Camps al decir que Meló estuvo en la batalla de Montjuich (i). Rendida Tarragona al ejército castellano, y después de verifi- cada la entrega de la plaza al general marqués de los Vélez, llegaron á manos de éste los pliegos de Madrid en que el Rey le comunicaba el alzamiento de Portu- gal. «Con extrañeza y admiración dice Meló fué recibido en el ejército este gran suceso de Portugal, aunque pareció más grande en la variedad y recato con que se trataba. Poco después se conoció en seña- les exteriores, habiéndose preso por órdenes secretas algunas personas de aquella nación y alguna de esti- mación y partes que se hallaba en el ejército, cuya

(i) Pujol y Camps; Discurso citado, págs. 12 y 71.

INTRODUCCIÓN

gracia cerca de los que mandaban la pudo hacer más peligrosa» (i). Con estas palabras se alude el histo- riador dando cuenta de su prisión, y á partir de aquel momento ya no dice que interviniera en los sucesos, ni habla como testigo de vista. «Apenas llegó á Cas- tilla la nueva de la felicísima aclamación de Vuestra Majestad escribió posteriormente dirigiéndose á Juan IV , cuando por primera diligencia me mandó prender el rey Don Felipe en Cataluña, donde estaba sirviendo con buen lugar y aplauso» (2); y algunos años después lo recuerda diciendo al príncipe Teo- dosio : «Porque el mismo correo que llevó la noticia al ejército de Cataluña, en que me hallaba, de que este reino se había librado del yugo castellano, ese mismo correo (como si la venganza mucho convinie- se) llevó la orden para que yo fuese preso y llevado en hierros á Madrid» (3). Queda, pues, demostrado que su prisión se verificó á raíz de la toma de Tarra- gona, ocurrida el 24 de diciembre de 1640, y como el asalto de Barcelona fué el 26 de enero del año si- guiente, está claro que no pudo presenciarlo.

Era natural que Meló errase en algunos puntos de la narración, porque escribió tres ó cuatro años des- pués de sucedidas las cosas, cuando ya estaba preso

(i) Pág. 256 de esta edición.

(2) Memorial á el-rey D. yuan IV N S offereceo D. Francisco Manoel de Mello: íntegramente publicado por Camilo Castello Branco en su edición de la Guía de casados, pág. 10. Porto, 1898.

(3) Aula política, Curia militar, Epístola declamatoria. Lis- boa, 1720, pág. 112.

a

INTRODUCCIÓN

en Lisboa, y ni tendría muchos datos á mano ni en todo pudo serle fiel la memoria. Es innegable que utilizó informes incompletos respecto de algunos lan- ces y episodios. Así, el sitio de Salses no duró siete meses, como dice, sino tres y medio: la llegada y embestida de los tercios reales á Perpiñán están des- critas de modo diferente por escritores modernos bien documentados, como Henry en su Historia del Rosellón: omitió que al llegar á aquella misma ciudad el virrey Cardona, mandó prender al marqués Xeli: se equivocó al decir que cuando se supo en Barcelona el paso del Coll de Balaguer por el ejército castellano enviaron los catalanes á buscar á Mr. de Espernan, pues lo cierto es que ya se encontraba entre ellos: otros escritores, como Bernabé de Vibanco (i), Ram- ques (2), Luca Assarino (3) y el autor de la Crónica del Platero (4), cuentan con más riqueza de pormeno- res diversos episodios: podrá, en fin, la crítica, me-

(i) Bernabé de Vibanco : Reynado de Felipe IV.

(2) Cataluña defendida de sus émulos é ilustrada de los hechos de fidelidad y servicios á sus reyes, por el Dr. Antonio Ramques (anagrama del apellido del autor, que fué Fr. Antonio Marqués, del orden de San Agustín). Lérida, por Enrique Gastan, 1641, en 4.°

(3) Luca Assarino : Delle rivolutione \ di Catalogna \ libri due \ descrita \ da. Bologna, Andrea Salmincio, 1645. Andréu, en su Catálogo de una colección de impresos referentes á (^ataluña, cita otra edición de este libro hecha también en Bolonia y en 1648 por Giacomo Monti.

(4) Publicada en el iMeinorial Histórico Español, tomo XX. 1888.

INTRODUCCIÓN

diante nuevas investigaciones, llegar á precisar mejor el orden ó la forma en que se desarrollaron algunos sucesos; pero en la totalidad y conjunto de la narra- ción, en el modo de hacernos comprender y sentir la índole y los caracteres de aquella guerra, es du- doso que nadie arrebate á Don Francisco Manuel de Meló la gloria que le corresponde, porque supo es- cribir de mano maestra el cuadro de los horrores co- metidos casi en igual medida por castellanos y cata- lanes, acertando á representar la bárbara lucha como pudiera haberlo hecho un gran pintor de batallas que fuese al mismo tiempo profundo pensador. Y nadie le negará tampoco la perspicacia y la lucidez política con que observó aquellos acontecimientos, comentán- dolos con juicios y consideraciones que por ser aná- loga la situación, aunque no tan grave, pudieran apli- carse á recientes y lamentables discordias.

Hay en esta historia pasajes donde su tempera- mento artístico le hace sentir y reflejar con extraor- dinaria intensidad lo que vio, mas sería temerario acusarle de doblez ó perfidia. Dice el insigne Menén- dez y Pelayo que «en inquirir y retratar afectos» nin- guno fué tan hábil como el portugués Don Francis- co Manuel, atento siempre á mostrar «los ánimos de los hombres, y no sus vestidos de seda, lana ó pie- les», como él mismo escribe. Más que de historia tie- ne la suya de folleto político de acerbísima oposición, hábilmente disimulada con apariencia de histórica mansedumbre. Como el asunto era contemporáneo y las pasiones de sus héroes no distintas de las que á

INTRODUCCIÓN

él le inflamaban, acertó á fundir el color del asunto con los colores de Tácito, haciendo á Pau Claris ten- tar las llagas de nuestra monarquía, «no sin dolor y sangre». De donde resultó una obra excepcional, ó más bien única, de tétrica y solemne belleza, rica en amarguras y desengaños, aguzados con profundidades conceptuosas, donde la misma indulgencia tiene tra- zas de lúgubre ironía, no de censor, sino de enemigo oculto, y donde encontró voz, por caso único en nues- tra literatura, la tremenda elocuencia de los tumul- tos populares» (i). Pero, según el mismo Menéndez y Pelayo escribe pocos párrafos antes en el discurso admirable de donde está tomado el juicio que pre- cede, «la vida humana es un drama y el historiador aspira á reproducirla. Puede ser crítico, puede ser erudito mientras reúne los materiales de la Historia y pesa los testimonios é interroga los documentos; pero llegado á escribirla no es más que artista, y no tanto quiere dar lecciones, aunque lo anuncie en fas- tuosos proemios, como reproducir formas y colores, y aun más que estos accidentes externos ó pintores- cos de la vida, la vida moral que palpita en el fon- do» (2). Pues de esa vida que Meló se esforzaba en reflejar procede aquella lúgubre ironía, la cual tiene mucho más de amargura reconcentrada, pronta á des-

(i) Menéndez y Pelayo : Estudios de crítica literaria. Primera serie, pág. 117. Colección de Escritores Castellanos. Segunda edi- ción.— Madrid, 1893.

(2) Menéndez y Pelayo : Obra citada, pág. 108.

INTRODUCCIÓN

bordarse en frases punzantes y mordaces, que no de odio verdadero, sentimiento impropio de quien, ha- llándose preso, prodigaba cartas y memoriales pidien- do favor para otros más infelices que él (i). A veces, por su condición de poeta se expresa con vehe- mencia excesiva, ó, como todo hombre de superior ingenio cuando se ve oprimido, combate con caute- losa astucia lo que no puede á cara descubierta; pero su juicio es siempre sereno, prudente su censura. Y no pecaba de rencoroso : la prueba es que, al referir cómo el Conde-Duque apremiaba con insensatas ór- denes al marqués de los Vélez para que Barcelona fuese expugnada, proclama la incapacidad del valido y pone de relieve su ignorancia del arte de la gue- rra, pero sin mostrar ensañamiento, limitándose á es- cribir estas reposadas palabras, por cierto llenas de verdad : «Son testigos los ojos de Europa de que en aquel célebre bufete, tan venerado de la adulación es- pañola, se han escrito muchas más sentencias de per- dición que instrucciones de victorias» (2). Aunque hubiese empleado mayor severidad no se le pudiera tachar de injusto: si recordó que él también le había lisonjeado en otro tiempo, fué gran discreción la suya; si quiso olvidarse de que Olivares mandó llevarle en hierros á Madrid, fué nobleza; si pensó que cuando él escribía el favorito estaba ya caído, fué magnanimi-

(i) Véase la página 9 de las Cartas de Meló, publicadas por Edgar Prestage, y de que ya hemos hecho mención. (2) Pág. 287 de esta edición.

INTRODUCCIÓN

dad. Lo que gotean las páginas de este libro, llenas de horror y espanto, es la amargura de la realidad, la tristeza de los días aciagos padecida por un gran artista obligado á presenciar el espectáculo de cam- pos asolados, pueblos entrados á saco, hospitales vio- lados, y sobre todo de hombres faltos de buena fe y de piedad que mienten y matan, profanando por igual en ambas parcialidades, Cataluña y Castilla, la no- bleza de las mismas causas que defienden.

Si la Guerra de Cataluña ha podido ser discutida como obra histórica, acaso con algún fundamento, porque del tiempo á que se refiere existen noticias apasionadas, incompletas y contradictorias, nadie ha puesto en tela de juicio su mérito literario; y en ver- dad que, exceptuando la Guerra de Granada, de Don Diego Hurtado de Mendoza, ninguna de nuestras his- torias de sucesos particulares le lleva ventaja en la claridad de la exposición, en el vigoroso realismo con que están trazadas las figuras de los personajes que intervienen en ella, ni en la riqueza de color que ani- ma sus episodios, semejantes á escenas de un pavo- roso drama. De la Conquista de Méjico, de Don Anto- nio de Solís, se ha dicho que es una novela heroica; no se podría afirmar lo mismo de la Guerra de Cata- luña. Las hazañas inmortalizadas por Solís eran pro- pias de héroes; las que le tocó referir á Meló fueron, aunque terribles, luchas vulgares de soldados : la Con- guista de Méjico tiene el encanto de la indudable re- lación que existe entre la magnitud de los hechos y la pompa con que están descritos; el autor, sin faltar

INTRODUCCIÓN

á la verdad, pudo atribuir á sus caudillos proporcio- nes de colosos; Meló, respetándola, no pudo redimir de su triste medianía á los virreyes y capitanes que conoció de cerca: en el libro de Solís aun son los hom- bres superiores á la narración; pero la incapacidad de Olivares y la vituperable sumisión del Principado á Luis XIII están faltas de toda grandeza y poesía; aquí la belleza del relato prevalece sobre las miserias de la política inhábil y de la guerra despiadada; procede del temperamento artístico de Meló, que observa la vida con sentido profundamente reaUsta y la pinta y la comenta con verdadero dominio del idioma.

Su estilo no es, sin embargo, aquel admirable con- junto de sencillez, número y armonía que infunde poderoso encanto á los prosistas de fines del siglo xvi; no está entre sus cualidades la ingenuidad de las cró- nicas monásticas ni la dulzura de expresión que tienen las obras de los místicos y con que se deleita aún el lector que no comparte su fe. Los tiempos eran otros: el castellano, después de llegar á su más alto grado de perfección, no pudiendo mejorar, comenzó á de- caer; pero como corriente caudalosa que antes de despeñarse y enturbiarse forma un amplio remanso donde las aguas guardan todavía reposo y transparen- cia, tuvo un corto período durante el cual conservó gracia y majestad: á este período pertenece el autor de la Guerra de Cataluña. Sus excelencias principales son la claridad y el vigor: expone y describe sobria- mente; no es conciso porque de intento escatime pa- labras para parecer lacónico, sino porque usa sólo las

INTRODUCCIÓN

más adecuadas; ni es enérgico porque aplique voces altisonantes, sino porque emplea las más severas. Mer' ced á este conocimiento del lenguaje y á este acierto instintivo, pinta las personas, los lugares, las cosas y las acciones de modo que mientras los ojos leen pa- rece que están viendo lo descrito. Si discurre ó argu- menta sus conceptos se suceden tan bien encadena- dos y tan gallardamente dichos, que nos persuade ó nos conmueve, y si quiere disimular su propósito sabe también dejarnos inciertos y dudosos; mas esta aptitud para llegar al alma del lector mediante la pro- piedad y belleza de la expresión, es en él menos po- derosa al exponer sus propias ideas que cuando narra y comenta hechos. Describa ó retrate, explique ó razone, construye cuidadosamente los párrafos, y es tan correcto en lo que dice con llaneza como cuando levanta el vuelo. Ya evita las repeticiones, redundan- cias ó giros vulgares, ya los deja si considera que con este desaliño gana verosimilitud la pintura ó adquie- re fuerza el razonamiento, pero su pluma no se avi- llana nunca: si las exigencias del asunto le obligan á tratar cosas humildes, toca aun las más plebeyas sin suciedad ni bajeza; y resarciéndose de aquella impo- sición, que tolera aunque le desplace, torna pronto á vestir las ideas con la gravedad y decoro que le son peculiares. Más á menudo de lo que la sobriedad aconseja (y esto es en él característico), se complace en terminar los períodos con breves y rotundas sen- tencias, donde, como sacando enseñanza de los acon- tecimientos ó exprimiendo el jugo á las acciones y

INTRODUCCIÓN

los pareceres ajenos, condensa y formula el juicio propio en frases de tan espontánea corrección unas veces, y otras tan artísticamente compuestas, que con este primor cobra más empuje la verdad ó se hace más venerable la justicia. Sus pensamientos, arroja- dos en las páginas á granel, suelen ser hermosísimos; si se coleccionaran en un florilegio palidecerían junto á ellos muchos de los que han inmortalizado á los más grandes moralistas franceses del siglo xvii : algunos recuerdan toda la desengañada amargura de La Ro- chefoucauld, otros tienen acentuado sabor estoico, no pocos descienden en línea recta de la dulce melan- colía de nuestros místicos, abundan los que hacen pa- recer el alma de Meló hermana gemela de la de Que- vedo, y todos, por su misma diversidad, que abarca desde el pesimismo más desconsolador hasta la más robusta esperanza en los destinos del hombre, reve- lan el poder de su inteligencia y la riqueza de su sen- tido poético. En otras obras suyas, no en la Guerra de Cataluña, tal abundancia de sentencias y apoteg- mas degenera en amaneramiento: no faltará razón á quien diga que sería en esto peligroso modelo para imitado ciegamente, porque el exceso de énfasis y gravedad, en él disculpable por lo que tiene de natu- ral y sincero, no se podría sufrir siendo afectado y de reflejo.

Una de las principales cualidades del estilo de Meló consiste en lo bien que revela su personalidad, en la íntima relación que parece existir entre la índole de su ser moral y sus modos de expresión; conocidos

INTRODUCCIÓN

los tristes accidentes de su vida, creemos darnos cuenta de lo que influyeron en sus facultades de escritor, las cuales no proceden exclusivamente del conocimiento del idioma.

Á pesar de su larga prisión no escribió como aisla- do del mundo en una celda abarrotada de infolios; antes al contrario, da señales repetidas de haber pe- regrinado por muchas tierras viendo el rostro y la espalda á la Fortuna. Sus cartas, reveladoras de un ingenio finísimo, prueban que alternó con proceres y sabios, y que pudo dirigirse á príncipes y reyes sin ser de ellos desconocido : sus obras, particularmente la Feira dos anexins, atestiguan que se codeó con el pueblo é hizo minucioso estudio de su lenguaje. Cier- to que fué consumado humanista, adorador de lo clá- sico hasta donde su espíritu cristiano permitía; los grandes autores de la antigüedad y de su época le fueron familiares; pero todavía más que con ellos se rozó con sus contemporáneos, y á juzgar por su ex- periencia del mundo, seguramente los corazones le enseñaron más que los libros.

Por eso es tan gran maestro en el arte de retratar hombres : cuatro rasgos le bastan para mostrar lo que mejor les caracteriza y descubrir lo más hondo de su conciencia con la rápida indicación de sus vir- tudes ó sus vicios : traza las figuras con tal circuns- pección y pulso tan firme, que en poquísimas líneas deja á los buenos ensalzados, sin mancharlos con la lisonja, y á los infames maltrechos, casi sin que pue- dan darse por ofendidos : de un mismo individuo

INTRODUCCIÓN

señala lo digno de alabanza y lo que merece censura, reconociendo que nadie es completamente justo ni del todo perverso; y con hábiles reticencias, donde se adivina lo que piensa, siempre sugiere más de lo que dice.

Quien quisiera comparar á Meló con otros prosis- tas de su época, probaría fácilmente que Don Fran- cisco de Moneada es menos correcto, Don Carlos Coloma no tan claro, Saavedra Fajardo más concep- tuoso, Baltasar Gracián en mayor grado artificioso, el jesuíta Nieremberg de gusto no tan puro. En la va- lentía de la expresión y en la riqueza de matices con que esmalta el lenguaje sólo le aventaja Quevedo.

De sus obras escritas en portugués, hay una que por haber sido traducida al castellano no queremos pasar en silencio : la titulada Carta de guia de casados. Es un ramillete de avisos y consejos referentes al ma- trimonio, en el cual alternan las observaciones graves y las anécdotas chistosas, los juicios sesudos y los episodios cómicos, todo sazonado por ese gracejo de pura raza española, serio en el fondo, bromista en la forma, que entre burlas y veras sabe dar lecciones de sensatez y de cordura.

Para apreciar á Meló en todo lo que vale como es- tilista no basta la Guerra de Cataluña, porque en ella sólo pudo desplegar condiciones de narrador: la pin- tura de una lucha cuyos impulsos eran, casi exclusi- vamente, la pasión política y el ardor guerrero, se prestaba poco al lucimiento de otras facultades: era inevitable que el relato adoleciese de la monotonía

INTRODUCCIÓN

causada por la descripción continua de disturbios, tumultos, marchas y combates, interrumpidos por juntas de magistrados y capitanes, en cuyos discur- sos y arengas se suceden análogos razonamientos. Las demás cualidades que completan su personali- dad acaban de manifestarse en obras donde la materia tratada le permitió exponer ideas y hacer gala de sentimientos que, originados por otros afectos del ánimo y otros móviles de las aspiraciones humanas, le dieron ocasión de mostrar mejor su alteza de pen- samiento, su fina perspicacia, su fuerza dialéctica, su sagaz ingenio, su hondo sentido crítico y un instinto poético particularmente digno de observación y ala- banza, porque procede, antes- que del vulgar predo- minio de la imaginación, de cierto modo propio de percibir y reflejar la belleza moral.

No es necesario advertir que estas obras á que nos referimos están fundadas en principios é ideales opuestos al espíritu de nuestro tiempo; para juzgar- las imparcialmente hay que leerlas sin olvidar cuando fueron escritas: examinen otros y acepten ó rechacen sus doctrinas : á los que amamos el castellano por mismo nos basta para gozar con ellas el poderoso en- canto de una forma literaria en que la lengua caste- llana conserva brío y decoro de gran señora y que, si no es ya la prosa impecable de medio siglo antes, está todavía llena de dignidad y nobleza.

Los libros de Meló que muestran más cumplida- mente sus facultades de escritor son la Victoria del hombre, tratado de moral donde se confunden las as-

INTRODUCCIÓN

piraciones del misticismo que endereza el alma á la vida espiritual y los preceptos del ascetismo que hace práctica la perfección cristiana; El Mayor Peque- ño y El Fénix de África, vidas de San Francisco y San Agustín, escritas, no en forma narrativa, sino con carácter apologético. En los tres se observan, como principales excelencias, el arte de construir concisamente las frases y redondear con cierta armo- nía los períodos, de suerte que el concepto adquiera fuerza no sólo por su sentido, sino hasta por su soni- do, y el certero golpe de vista para escoger y enca- jar oportunamente las voces que con más claridad y vigor expresan la idea ó producen la visión del objeto descrito. Sus defectos son también los mismos, é hijos todos de aquella manía retórica que afeó la literatura de la época y de la cual no se libraron por completo ni aun ingenios tan poderosos como Lope y Alarcón. Igual censura se puede aplicar á Meló como poeta lírico. Cuanto contienen sus Obras Métricas, salvo algunos sonetos, romances y fragmentos de epísto- las, peca por falta de claridad y sobra de artificio : hasta los sentimientos más espontáneos y sinceros quedan allí obscurecidos por el inmoderado afán de mostrar agudeza : la gracia, la ternura, el amor, la energía, cuantos afectos y pasiones caben en el co- razón y en la mente, están sofocados por el abuso de antítesis, hipérboles, paronomasias, equívocos y re- truécanos : de igual suerte que en un vicioso estilo de ornamentación arquitectónica, triunfante algunos años más tarde, las líneas razonadas, severas y ele-

INTRODUCCIÓN

gantes desaparecen bajo la profusión de hojarasca que pesa por exceso de adorno y abruma sin crear verdadero aspecto de riqueza, así el decir fácil y pri- moroso, en parte ingénito y en parte adquirido por Meló mientras anduvo en cortes y palacios, se pierde en sus composiciones aplastado por el enojoso con- ceptismo; pero de cuando en cuando, á modo de protesta instintiva contra aquel delirio, surgen en sus versos frases sueltas y pensamientos aislados henchi- dos de dulce ó robusta poesía, donde la sinceridad y el buen gusto pugnan por prevalecer sobre una moda insensata y ridicula.

Tal es, trazada á grandes é imperfectos rasgos (como en ligero apunte que sugiera á mejor artista el deseo de hacer un gran retrato), la interesante figura de Don Francisco Manuel de Meló. El recuerdo de sus errores de político, si fueron ciertos, borrado queda en la lejanía de los siglos y también por la piedad que merecen sus desdichas : debemos creer que su alma no está en los libros que le dictó la pa- sión de partido, sino en aquellos otros inspirados por su rectitud de moralista y su sereno juicio de filósofo. Para que le tengamos por maestro nada importa su ori- gen: nació en tierra que ya no es nuestra, pero cuan- do lo era; cuando todavía las nobles quinas lusitanas esmaltaban el blasón de España: en español compuso casi mayor número de obras que en portugués, y aun las mismas en que recibió inspiración de la turbu- lencia de los tiempos y en ai)ariencia le apartaron de nosotros, le hicieron más nuestro, porque atestiguan

INTRODUCCIÓN

y prueban que su personalidad literaria es fruto de la fecunda cultura española de los siglos xv y xvi, tan poderosa como nuestras banderas; ella le infundió su espíritu: por haberla sentido y reflejado fielmente en su forma de expresión más noble y eficaz, que es el idioma, llegó á ser uno de los escritores en cuyo estilo mejor se muestran el vigor, la riqueza y la armonía de la lengua castellana.

Jacinto Octavio Picón.

ADVERTENCIAS

Esta edición reproduce fielmente la primera (Lisboa, 1645), respetando los pocos arcaísmos empleados por Meló que dan á su prosa tan castizo sabor, sin más alte- raciones que corregir las erratas evidentes.

Hemos suprimido las breves pero innecesarias varian- tes introducidas en la edición de Sancha, de 1808, las cuales aparecen repetidas en todas las posteriores.

Siendo cortísimo el número de palabras usadas por el autor que no figuran en el Diccionario de la Academia, no se ha formado vocabulario de ellas, pero van puestas en nota al pie de la página correspondiente.

El índice está compuesto á semejanza del que tiene la edición de 1808, pero con más fidelidad, con las notas marginales que lleva la primera, cuya portada publica- mos, algo reducida.

Han sido inútiles cuantas diligencias hemos practicado para encontrar el retrato del autor de la Gzierra de Cata- hiña,

El que figura en la edición de este libro hecha por Don J. M. Ferrer en París, 1826, y luego en la de Barcelo- na, 1842, tomado de la obra Coro de las musas, por el capitán Miguel de Barrios, Amsterdam, 1672, no es el del historiador, sino el del diplomático portugués y primo suyo Don Francisco de Mello, a quien dedicó su Carta de giiia de casados. Del Coro de las musas se citan dos edicio- nes más: una de Amberes, 1694, con el mismo retrato, y otra, sin él, de Bruselas, 1672.

OBRAS PUBLICADAS EN CASTELLANO

DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Doce sonetos por varias acciones en la nmerte de Doña Inés de Castro, mujer del Principe Don Pedro de Portugal. Lisboa, por Matheus Pinheiro, 1628; 4.°

Política fnilitar en avisos de goierales. Escrita al Conde de Lidiares, Marqués de Viseo, capitán general del mar Océano. Madrid, por Francisco Martínez, 1638; 4.° (Reim- presa con el Aula política en 1720, en 4.°, en Lisboa, por Mathias Pereira da Silva.)

Historia de los movimientos, y separación de Cataluña; y de la guerra entre la Majestad Católica de Don Felipe el Cuarto Rey de Castilla y de Aragón y la Diputación ge?teral de aquel Principado, dedicada, ofrecida y consagrada á la Santidad del Beatísimo Padre Inocencio Décimo, Pontí- fice Sumo Máximo Romano. Escrita por Clemente Liber- tino, en San Vicente, año 1645, por Paulo Craesbeeck, impresor de las Ordenes militares; 4.°. Siete hojas sin numeración, que contienen la dedicatoria al Papa y el prólogo, que comienza: Hablo á qtíicn lee, y 165 folios.

OBRAS DEL AUTOR

La misma. Lisboa, 1692 (?). Véase la nota 2.^ de la página XLIII de la presente edición.

Lisboa, 1696, 4.°, por Bernardo da Costa de Car- valho. (Contiene las licencias para ésta y para la de 1692.) Cuatro hojas sin numeración, con la dedicatoria al Papa y el prólogo, y 165 folios.

Madrid, 1808, 8.°, por Sancha; XXVI-475.

París, 1826, 32.°; dos tomos, por Gaultier-Laguionie.

París, 1840, en 4.° {Tesoro de historiadores españoles), por Baudry.

Barcelona, 1842; 8,° (con la continuación hasta ter- minar la guerra, por Don Jaime Tió, pues sabido es que Meló no escribió más que los sucesos del primer año). Es el tomo II del Tesoro de autores ihistres. Imprenta de Oliveres.

Madrid, 1876; 4.°. Biblioteca de Autores Españoles. Tomo 21 de la colección y i.° de los Historiadores de s7icesos particulares. Rivadeneyra.

Madrid, 1878. Biblioteca Universal {con la continua- ción de Tió). Tomos 46, 47 y 49.

Madrid, 1883; 8.°. Biblioteca Clásica, tomo LXV (con la Política militar).

Ecto Politico responde en Portugal á la voz de Castilla y satisface á wi papel anónimo ofrecido al Rey Don Felipe el Cuarto, &>"; publícalo Don Francisco Manuel. Lis- boa, 1645, por Paulo Craesbceck; 4."

OBRAS DEL AUTOR

Manifiesto de Porhigal, escrito por Don Francisco Ma- nuel.— Lisboa, 1647, por Paulo Craesbeeck; 4.°

El fitayor pequeño. Vida y muerte del serafín humano Francisco de Assis. Lisboa, 1647 y 1658; 12.° Alcalá, 1688; 4.°

El Fénix de África Agtistino Aiirelio, Obispo hyponense. Primera parte: Agustino filósofo. Lisboa, 1648, Segunda parte : Agustino santo, 1649; 12.°

Las tres musas del -Meló diño. Lisboa, 1649; 4'°- Oficina craesbeeckiana. (Contiene dice Inocencio Francisco da Silva parte de sus composiciones poéticas, todas en castellano. Libro de poco ó ningún valor, en vista de la nueva y completa edición que se hizo con el título de Obras Métricas.)

Pantheon d la inmortalidad del nombre Itade. Poema trágico. (Versos á la memoria de Doña María de Ataide, de cu5'^o apellido se forma el anagrama Itade.) Lisboa, 1650; 12.°. Oficina craesbeeckiana. (Se reimprimió en las Obras Métricas.)

Obras Morales. Roma, 1664, 4.°, por Falco y Varesio. Tomo primero, en dos volúmenes : en el primero está La victoria del hombre, con veinte hojas de preliminares sin numei'ar y 485 páginas; el segundo contiene El Fénix de África; primera parte con 237 páginas; segunda parte de la misma obra con 248 páginas, y El mayor peqtieño, con 184 páginas.

Obras Métricas. León de Francia, 1665; 4.°. Seis hojas de preliminares sin numerar y 175 páginas. (Contiene Las

OBRAS DEL AUTOR

ires musas, El fantlieon, Las musas portuguesas y El tercer coro de las musas.)

Aula política. Curia militar. Epistola declamatoria ao Serenisimo Principe Dojí Theodosio y Politica juilitar. Lisboa, 1720, 4.°, por Mathias Pere)'Ta da Silva. (El Aula política y la Epístola declamatoria están en portugués; la Política militar, en castellano.

Declaración que por el ?-eyno de Portíigal ofrece el doctor Gero'nimo de Santa Cniz á todos los reynos y provi7icias de Europa, co?ttra las calutmtias publicadas de sus ¿mallos. Lisboa, 4.°, por Antonio Craesbeeck y Mello, 1663. (Da Silva, en su Diccionario bibliográfico portugués, tomo II, página 439, dice que este folleto se publicó en 1633, y García Peres, en su Catálogo^ pág. 366, dice que en 1683; pero fué seguramente en 1663.)

Demostración que por el rey no de Portugal agora ofrece el doctor Gero'nimv de Santa Cruz d todos los reynos y provin- cias de Europa en prueba de la Declaración, por el mismo autor y por el mismo reyno. Lisboa, 1664, 4.° (Da Silva y García Peres atribuyen á este folleto la fecha de 1644, cuando forzosamente ha de ser posterior al que le pre- cede, y al cual sirve de demostracio'n. Además, refirién- dose al primero, dice el autor en uno de los primeros párrafos: «Dejamos el año pasado, lector (amigo ó enemi- go), si te acuerdas, las provincias de Portugal...)

Carta de guia de casados y Avisos para palacio. Versión castellana del idioma portugués. Madrid, 1724, 8.° (La segunda de estas obi-as no es de Don Francisco Manuel de Meló, sino de Luis de Aureu de Mello.)

OBRAS DEL AUTOR

La relación de sus obras inéditas en castellano puede verse en la Biblioteca Lusitana, de Barbosa. Lis- boa, 1747, tomo II, y en el Diccionario Bibliographico Por- tugués, de Inocencio Francisco da Silva. Lisboa, 1859, tomo lí.

Entre ellas figuran tres novelas, que son : El verano en Cintra, Las noches osairas y La dama negra, y cuatro co- medias : Laberinto de amor. Los secretos bien guardados, De burlas hace amor veras y El dómine Lucas, citadas también por Barrera en su Catálogo del teatro antiguo español. Madrid, 1860.

Véase, finalmente, la lista dada _por el propio Meló en el tomo primero de sus Obras Morales, ya mencionado.

H

DE .LOS

MOVIMIENTOS,

Y

F P A u A

DE G A T A L y Ñ Aj

y déla Guerra erstre

LAMAGESTAD CATÓLICA . . de Don Felipe el Cuarto R.ey de Caílilla;, y de ArsgcOí

de ¿íjt4é! Trmcipado,

DEDICAD A, OFRECIDA.Y CONSAGRADA a ia Santidad del Bsatifimo Padre

INOCENCIO

PONTÍFiCE .SVMO MÁXIMO ROMANO.

Efcrira 902Í CLEME-NTB LI3B2rmO.

En San Vicente. Afio 1 64

Por Paulo CraesbeecK Impreíor de las

Ordeacs Müisarcs. '

PADRE SANTO :

Vertiendo sangre el pueblo cristiano puso Dios á Vuestra Santidad en su silla para que la detenga y la restañe; todos así lo creemos y esperamos. Obede- ce la sangre á la virtud de una piedra beneficiada del sol; para, y se reprime: lo mismo ha de ser ahora por el valor de la Piedra angular de la Iglesia, depósito de las influencias del sol más poderoso. Ya no es es- peranza, sino fe. ¿Quién lo duda, cuando en medio del diluvio de los intereses humanos sale la Paloma de Vuestra Santidad asegurando al Universo que no puede faltar quien tiene por blasón la paz y por ofi- cio dar la vida por ella? Contémplese Vuestra Santi- dad, y se hallará cercado de obligaciones; no cuá- les mayores, su dignidad ó su nombre : ella de amor de Padre, él de justicia de Inocente: pues de las del tiempo, ¿qué diremos? Nació Cristo en edad pacífi- ca. Vuestra Santidad en siglo turbulento: misteriosa confianza hace Dios de su gran espíritu de Vuestra Santidad, pues ahora le envía y le entrega su poder: esto es decir á Vuestra Santidad que el que se des- viare de las llaves de Pedro tema el montante de Pablo. De un mismo metal son fabricadas las dos ce- lestiales insignias, entrambas propias á la poderosa mano de Vuestra Santidad. Al que no acude á la voz reduzca el cayado: así lo usa el Pastor, y el Pastor

DEDICATORIA AL PAPA INOCENCIO X

bueno no desampara por la asistencia de otras la oveja más apartada, cuyos religiosos balidos le lla- man fielmente. Y porque naciendo Vuestra Santidad, como ha nacido, á la quietud de los fieles, necesita de muchas verdades que han de ser el material con que debe obrarse este candido Templo de la Paz pú- blica, informándose de las razones ó sinrazones de las gentes, yo, pequeño entre los más, ofrezco á los ben- ditos pies de Vuestra Santidad esta humilde Historia de la separación del Principado de Cataluña, y su pri- mer rompimiento en guerra con el Rey Católico Don Felipe el Cuarto, como origen de los grandes aconte- cimientos de España; de la cual separación y guerra tomaron también motivo los mayores negocios de Europa, que de importantes ó mortales sólo aspiran á los remedios de la Iglesia. Á Dios llamo por juez de mi intención, y espero conocer ha oído mi ruego según el acogimiento que Vuestra Santidad fuere servido mandar hacer á mis escritos, que por des- tinados desde su principio á Vuestra Santidad se excusaron á príncipes y reyes, á quienes podía ofre- cerlos el amor ó el respeto. Empero pues yo llegué á coronar mi edificio del gran nombre de Vuestra Santidad, ¿qué otra cosa me queda que pedir. Beatí- simo Padre, después de la apostóUca bendición, sino que Dios prospere y santifique la vida y persona de Vuestra Santidad para consuelo y quietud de los fieles? Escrita en San Vicente á lo de octubre, año segundo de vuestro pontificado, y del Señor, 1645. Padre Santo : Besa humildemente los sagrados pies de Vuestra Santidad

Clemente Libertino,

HABLO A QUIEN LEE

Si buscas la verdad, yo te convido á que leas; si no más del deleite y policía, cierra el libro, sa- tisfecho de que tan á tiempo te desengañe.

Ni el arte ni la lisonja han sido parciales á mi escritura; aquí no hallarás citadas sentencias ó afo- rismos de filósofos y políticos; todo es del que lo escribe. Muchos casos se refieren de que las puedes formar, si con juicio discurres por la natu- raleza de estos sucesos: entonces será tuyo el útil, como el trabajo mío, sacando de mis letras doctrina por ti mismo; y ambos así, nos llamare- mos autores, yo con lo que te refiero, con lo que te persuades.

Ofrezco á los venideros un ejemplo, á los pre- sentes un desengaño, un consuelo á los pasados. Cuento los accidentes de un siglo que les puede servir á éstos, aquéllos y esotros con lecciones tan diferentes.

HABLO A QUIEN LEE

Algunos condenarán mi Historia de triste. No hay modo de referir tragedias sino con términos graves. Las sales de Marcial, las fábulas de Planto, jamás se sirvieron ó representaron en la mesa de Livio.

Si alguna vez la pluma corriere tras la armonía de las razones, certificóte que en nada entró el ar- tificio, sino que la materia, entonces más deleita- ble, la lleva apaciblemente.

Hablo de las acciones de grandes príncipes y otros hombres de superior estado : lo primero se excusa siempre que se puede, y cuando se llega á hablar de los reyes, es con suma reverencia á la púrpura; pero esa es condición de las llagas, no dejarse manejar sin dolor y sangre.

Muchos te parecerán secretos; no lo han sido á mi inteligencia; ninguno juzga temerariamente, sino aquel que afirma lo que no sabe. No es se- creto lo que está entre pocos; de éstos escribo.

Llamo á los soldados del ejército del rey Don Felipe algunas veces católicos, como á su rey; no se quejen -los más de esta separación; sigo la voz de historiadores. Otras veces los nombro Españo- les, Castellanos ó Reales; siempre entiendo la mis- ma gente. Para todos quisiera el mejor nombre.

Procuro no faltar á la imitación de los sujetos cuando hablo por ellos, ni á la semejanza cuando hablo de ellos. En inquirir y retratar afectos, po-

HABLO A QUIEN LEE

eos han sido más cuidadosos; si lo he conseguido, dicha ha sido de la experiencia que tuve de casi todos los hombres de que trato. He deseado mos- trar sus ánimos, no los vestidos de seda, lana ó pieles, sobre que tanto se desveló un historiador grande de estos años, estimado en el mundo.

Si en algo te he servido, pídote que no te en- trometas á saber de más de lo que quiero de- cirte. Yo te inculco mi juicio como le he recibido en suerte; no te ofrezco mi persona, que no es del caso para que perdones ó condenes mis escritos. Sino te agrado, no vuelvas á leerme; y si te obli- go, perdonóte el agradecimiento; no es temor, como no es vanidad. Largo es el teatro, dilatada la tragedia; otra vez nos toparemos; ya me cono- cerás por la voz, yo á ti por la censura.

-f

HISTORIA

DE LOS

MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN

Y GUERRA DE CATALUÑA

LIBRO PRIMERO

Intereses y discordias entre España y Francia. Progresos de las armas católicas y cristianísimas en Flandes, Francia é Italia. Ocupación de Tierra de Labor. Sitios, embestidas y tomas de Leucata, Fuenterrabía, Coruña y Salses. Guerra y ejérci- tos en España, origen de escándalos y alborotos en Cataluña. Descripción de aquella provincia. Violencias en su gobier- no.— Descontento común. Prisión de sus ministros. Entrada de los segadores. Movimientos de Barcelona. Muerte del Santa Coloma, virrey del Principado.

Yo pretendo escribir los casos memorables que en nuestros días han sucedido en España, en la provin- cia de Cataluña, cuyos movimientos alteraron todo el orden de la república, á vista de los cuales estuvo pendiente la atención política de todos los príncipes y gentes de Europa.

Grandísima es la materia; y aunque la pluma, infe- rior notablemente á las cosas que ofrece escribir, po-

1

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

día en alguna manera hacerlas menores, ellas son de tal calidad, que por ningún accidente dejarán de ser- vir á la enseñanza de reyes, ministros y vasallos.

Desobligado y libre de toda afición ó violencia, pon- go los hombros al peso de tan grande historia. Hablo, dichosamente, de príncipes á quienes no debo lison- jear ó aborrecer, y de naciones que conozco por buenas ó malas obras, con certísimas noticias de los sucesos, porque en muchos tuvo parte mi vista, y en todos mis observaciones, no sólo como inclinación, mas como precepto.

Primero este motivo, después el temor de que es- tas cosas lleven y hayan de correr la misma infelici- dad que las pasadas entre la conversación y memo- ria de los hombres, me obligó á escribirlas.

Castellanos, franceses, catalanes, naciones, minis- tros, repúblicas, príncipes y reyes de quienes he de tratar, ni me hallo deudor á los unos, ni espero me deban los otros : la verdad es la que dicta, yo quien escribe; suyas son las razones, mías las letras; por esto no soy digno de acusación ni de alabanza : sirva esta religiosa igualdad, jamás alterada en mis escritos, al desagravio ó desobligación de los que llegaren á leerme, quejosos ó agradecidos; bien que la variedad de los sucesos y de los juicios á que ellos sirven de ocasión, fácilmente dará á entender cómo no callo el error ó alabanza de ninguno.

Quien retrata, tan fielmente debe pintar el defecto como la perfección : tampoco el severo espíritu de la historia puede guardar decoro á la iniquidad; empero

GUERRA DE CATALUÑA

si siempre hubiésemos de escribir acciones serenas, justas y apacibles, más les dejáramos á los venideros envidia que advertimiento. No sólo sirven á la repú- blica las obras heroicas; el pregón que acompaña al delincuente también es documento saludable, porque el vulgo, entendiendo rudamente de las cosas, más se persuade del temor del castigo que se eleva á la es- peranza del premio.

Yo quisiera haber escrito en los tiempos de gloria; mas pues que la fortuna, dejándoles á otros para es- cribir los gratísimos triunfos de los Césares, me ha traído á referir adversidades, sediciones, trabajos y muertes, en fin, una guerra como civil y sus efectos lamentables, todavía yo procuraré contar á la poste- ridad estos grandes acontecimientos de la edad pre- sente con toda claridad, cuidado y observación, que aunque la materia sea triste, pueda igualar su ejem- plo con las más agradables y provechosas.

Tuvo la guerra presente de España y Francia no pe- queños ni ocultos motivos, públicos ya en los papeles, y más en las acciones de entrambas coronas; pero sin duda yo habré de contar por el más urgente el gran valor de una y otra nación, que no cabiendo en los tér- minos de la templanza, desde los siglos de sus pasados reyes hasta nuestros días, resultó algunas veces en soberbias y escándalos. Ayudáronse del interés, ému- los de la gloria ó del dominio, que es el 'espíritu vi- viente en las venas del Estado, y ministrando la ve- cindad en que la Naturaleza puso estas dos famosas provincias muchas ocasiones de discordia, eso mismo,

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

que debía servir á la amistad y alianza, era sobre lo que se fundaba la queja ó injuria; de tal suerte, que ni la conformidad de religión, ni los vínculos de la sangre, ni la bondad y virtud de los príncipes, fué bastante para conformar sus ánimos ni los de sus mi- nistros, aun contra el clamor universal de los vasa- llos, que, ó menos informados de los resentimientos, ó menos sensibles en ellos, públicamente pedían y deseaban la paz. g Propusieron conseguirla por medio de la guerra, persuadidos de otros ejemplos; y después de varios casos con que cada uno ofendía la misma justifica- ción que mostraba querer defender, comenzó á tem- blar Europa de los estruendos y aparatos de armas que hacían españoles y franceses. 10 Mostráronse el año de 635 las banderas de Francia formidables á todo el País Bajo; fué roto el príncipe Tomás de Saboya; entraron en Tirlemon, sitiaron á Lovaina, amenazaron á Bruselas y á Italia, embestida Valencia del Pó, y la Valtelina ocupada, con otros al- gunos sucesos favorables á franceses; pero no sin des- cuento (i) de los españoles, que no con menos dicha penetraron la Francia, ganaron la Capella, Chatelet, Landrecí y Corbía en la Picardía, desearon París, de fendieron la misma Valencia sitiada, y poco después, desesperando de mayor empresa, se hicieron dueños de las islas de San Honorato y Santa Margarita.

(i) Descuento por desquite : acepción que falta en el Dicciona- rio de la Academia.

GUERRA DE CATALUÑA

1 1 Era ya voracísimo el fuego de la guerra, más en- cendido en los ánimos acomodados á toda ruina; así, creciendo el enojo en la contradicción de los sucesos, hubo entonces el odio de arrebatar para las accio- nes que antes sólo ejecutaba la ira.

12 Continuóse como externa aquella inquietud por casi dos años, sin que los pueblos vecinos de España y Francia llegasen á experimentar sus costosos movi- mientos; porque aunque se guardaban con el cuidado conveniente, según lo deben hacer los que no quieren hallarse en el súbito peligro, todavía de una ni de otra parte se había dado hasta aquel punto ocasión al escándalo. Alteróse, en fin, el temperamento de todo el cuerpo de las dos coronas, y comenzaron á padecer los efectos de su dolor sus miembros más apartados,

1 3 Era aquel año Virrey de Navarra Don Francisco de Andía é Irazabal, marqués de Valparaíso, hombre que jamás excusó de hacerse agradable á aquellos de quienes dependía. Había descubierto en pláticas y escritos en el ánimo de Don Gaspar de Guzmán, Con- de-Duque de Sanlúcar, portentoso favorecido del Rey Católico, cierto género de contrariedad á la corona francesa y acciones del cardenal Armando Juan de Plessis (dicho comúnmente Richelieu), primer minis- tro también de aquel reino, y sobre todos valido de la Majestad Cristianísima. Juzgó que el mejor camino de introducirse en la voluntad del Conde, era facilitar- le los medios de venganza (i). Negoció secretamente

(i) La edición de 1808 dice de la venganza.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

los empleos de las armas españolas, y de improviso bajó los Pirineos, seguido de algunos trozos de gen- te mal armada, á que dudamos llamar ejército. Enten- diéronlo los franceses cuando se hallaba ya destru- yendo y ocupando á Siburo, San Juan de Luz, Socoa y la Tapida, lugares de la Gascuña, en la tierra que llaman de Labor, que es aquella que yace de esotra parte de los Pirineos, y se termina á Poniente con el mar Cantábrico. Era su (i) poder del Valparaíso más proporcionado al descuido de aquella provincia, que no á sus fuerzas: recogiéronse los que se retiraban de la campaña á Bayona, primera ciudad de la Gascuña, puesta al principio de las Laudas; intentó ganarla por sorpresa, desvanecióse su designio, porque ha- biéndose detenido antes en lo que no tenía dificultad» faltó primero la ocasión, que el Marqués se valiese de ella. Volvióse, en fin, forzado de las prevenciones que ya hacían los franceses: ejecutólo pocos días después de su entrada, sin que de su empresa se luciese otro efecto que haber llamado la guerra hacia aquella parte donde no convenía. Presidió los pues- tos, obligando las armas de su rey á mayores empe- ños. Esta diversión impracticable, segiin después la acusó la experiencia, podremos contar por el primer paso que dio España en su misma ruina, porque de ella tomaron motivo todos los sucesos y accidentes que poco tiempo después turbaron la serenidad del Estado.

(i) En la edición de iSoS dice era el poder.

GUERRA DE CATALUÑA

14 Crecía la oposición de parte de los franceses por cobrar sus lugares, y cada día se reconocía más en España el yerro de habérselos retenido. Intentaron enmendar el desorden pasado, y trazaron otro mayor para remediar el primero. Pareció se debían dejar los puestos ocupados en Francia, y se obró la retirada con tan poca atención como la empresa. No hay caso monstruoso á los principios, á que no sigan fines des- ordenados. Retiráronse los españoles á tiempo que sólo su elección podía obligarlos, dejando de la mis- ma suerte que estaban las fortificaciones, que habían fabricado con gran peligro y dispendio; dejaron las provisiones y víveres prevenidos para su misma de- fensa, y lo que es más, mucha parte de la artillería; cosa que, por increíble á los franceses, con temor gozaban de su utilidad.

15 Pasó adelante la atención y deseo de venganza con que el Conde-Duque disponía inquietar y diver- tir al Richelieu en la paz interior de su provincia, y de los intereses que mostraba en la guerra del Artois y Lombardía.

16 Juzgóse que la Leucata, postrer lugar del Langue- doc, ó por más vecino á España, ó también por más descuidado de las armas, podía ser á propósito para la embestida: encargóse la empresa á Don Enrique de Aragón, Duque de Cardona y de Segorbe, enton- ces Virrey de Cataluña, para que, asistido del Conde Juan Cerbellón, ilustre soldado milanos, con buena parte de infantería y caballería, obrasen la interpresa ó sitio, si fuese necesario, casi infaliblemente.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

17 Fué sitiada Leucata, porque la ocasión no dio lu- gar á que se apretase por términos más breves, y des- pués que á juicio de los españoles no podía resistirse, fué socorrida por los de Narbona y Tolosa tan osa- damente, que, siendo los católicos acometidos en sus mismos cuarteles, fueron rotos con gran pérdida de gente y no pequeña nota en la opinión.

18 No tardó mucho el ejército cristianísimo en dar vista á la provincia de Guipúzcoa, gobernado por Enrique de Borbón, Príncipe de Conde, hombre en todos tiempos más esclarecido que afortunado: pasó los linderos de la Francia con poderosa mano (i), que obedecían hasta veinte mil combatientes. Viendo Es- paña entonces las Uses de sangre, que ya la antigua paz y deudo habían vuelto de oro, sitió á Fuenterra- bía, plaza de opinión en la Cantabria, y después de un riguroso asedio perdió la empresa, el poder y los intentos, habiéndola socorrido contra toda esperanza los ejércitos de Don Juan Alonso Henríquez de Ca- brera, Almirante de Castilla, y de Don Pedro Fajardo de Zúñiga y Requeséns, Marqués de los Vélez, por la industria de Carlos Caraciolo, Marqués de Torrecusa, su Maestre de Campo general,

19 En este estado se hallaban los negocios de la gue- rra interior de España al fin del año de 638 (el que entre todos pudo llamar dichoso aquella monarquía); pero aunque sus armas triunfasen victoriosas, érales imposible poder cubrir y asegurar las provincias dis-

[i) La edición de 1808 dice ú la que obedecían.

GUERRA DE CATALUÑA

tantes. Con esta ocasión la tuvieron los franceses el año siguiente de ocupar á viva fuerza el castillo de Salses (dicho de los geógrafos Salsulca), y última pla- za del Rey Católico en el condado de Rosellón : no pudo resistirse á la furia del contrario, que añadiendo al valor natural la injuria del suceso de Fuenterrabía, obraba en Salses como desconfiado y como valeroso. Ganóse en pocos días, mostrando la fortuna más aquella vez, cómo no vinculó las victorias á ninguna nación.

20 La bizarría española, contra el común sentimiento de los prácticos, que no aconsejaban la guerra aquel año (eran ya (i) los últimos meses de 639), no se aco- modó á sufrir un corto espacio ese lunar en el rostro de su república, feísimo á los ojos de los atrevidos, mucho más que á la consideración de los cuerdos.

21 Armó grueso ejército el Rey Católico, cuyo mando entregó á Felipe Espinóla, Marqués de los Balbases, Comendador mayor de Castilla, que poco antes había dejado el reposo de su república, Genova, en que también se había empleado poco después de grandes ocupaciones de la guerra. Es (2) Felipe hijo de Am- brosio, discípulo de aquel gran maestro: ^cómo se puede creer habrá faltado á la herencia de la sangre y de la doctrina? Con esto juzgo llamarle dignísimo capitán del príncipe que quisiere servir.

22 La plaza fortificada nuevamente, gobernada por

(i) En la edición de 1808, /¿^r ser ya. (2) En la edición de 1808, siendo Felipe.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

hombre experto cual era Mr. Espernan, á quien fué encomendada su defensa; la sazón del año, extrañí- sima al manejo de las armas; el grueso del ejército español, formado de gente más lustrosa que robusta, todo junto fué causa de que se dilatase el sitio y de que las tropas católicas fuesen heridas de terribles enfermedades. Hubo, en fin, de rendirse la plaza, capitulando los franceses briosamente: obtuvieron con todo, el castillo de Opol, fuerza poco considera- ble, y que por cosa sin nombre olvidaron ó disimula- ron los españoles. Ahora lo podremos advertir no sin misterio, porque parece que en haberle dejado obe- diente á Francia se denotó la posesión que su Rey conservaba de toda aquella tierra, que poco después le había de llamar señor. 23 Casi en estos días la armada naval del Cristianísi- mo, á cargo de Enrique de Sordis, arzobispo de Bur- deos, dio fondo en La Coruña, que pudiendo des- truir se contentó con amenazar. Detúvose algunos, embarazada quizá en las muchas ocasiones que se le ofrecían, ó de abrasar la armada católica que se ha- llaba en el puerto, inferior á su número y fortuna (mandada de Don Lope de Hoces, que el año antes había recibido incendio por el mismo contrario), ó de escalar la plaza, que aunque bien guarnecida de soldados no pudiera resistirse á un daño grande, por falta de municiones. En medio de esta duda se le- vantó un gran temporal contra el uso de naturaleza, cuyo brazo p.eleó por España, gobernado de la Divina Providencia; obligóla el viento furioso á que se reco-

GUERRA DE CATALUÑA

giese en sus puertos con mayor espanto que peligro. Reparóse, y salió á navegar segunda vez la vuelta de España; asombró toda la costa de Vizcaya, y desem- barcando en las cuatro villas arruinó Laredo, intentó Santander (i), abrasó sus astilleros, y amenazada nue- vamente del tiempo, aún más que del enemigo que ya salía á buscarla con la infelicísima flota de Don Antonio de Oquendo, se volvió á Francia poco rica de triunfos.

24 La variedad de esta guerra, diferente todos los años, fué causa de que las tropas y ejércitos del Rey Católico hubiesen de revolverse muchas veces de unas provincias en otras, conforme el enemigo mos- traba querer acometerlas, y que á estos sus tránsitos y pasajes se siguiesen los robos, escándalos é insul- tos que trae consigo la multitud y libertad de los ejércitos. En otras partes llegaban á ser con más ex- ceso insufribles, por la larga asistencia en ellas, de tal suerte que unos y otros pueblos no cesaban de gemir con el peso de la molestia en que los ponían sus armas propias. Era de todas Cataluña, como la más ocasionada, la más afligida provincia.

25 Habíanse mostrado los catalanes á los principios de la guerra con demasiada templanza : primero tu- vieron intento de que se les fiase la defensa de sus plazas; fundábanlo en su práctica y valor, atentos á aquella máxima de naturaleza de que cada uno sabe lo que basta para su conservación; ofrecían no

(i) En la de 1808, arruinó á Laredo, lo intentó en Santander.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

perdonar á gastos ó contribuciones en beneficio de su república; aseguraban al Rey cualquier invasión por aquella parte; esquivábanse de que entre ellos se introdujesen armas extrañas; juzgaban como ex- tranjeros los que no eran ellos mismos; en fin, pen- saban que en ofrecerlo así servían al Príncipe y á la Patria.

26 Hízose esta proposición implaticable (i) á los Con- sejos por algunos respetos, todos encaminados á la poca satisfacción que se tenía de los catalanes, de quienes el Rey conservaba alguna memoria cerca de la entereza con que había sido tratado el año de 632, cuando fué á celebrar sus Cortes. Ayudaban esta poco digna recordación las diligencias del Conde- Duque, humanamente ofendido de que la nobleza catalana y buena parte de la plebe se declarasen en favor del Almirante de Castilla, cuando en Barcelona sucedieron las contiendas entre el mismo Almirante y el Conde-Duque. De otra parte, Jerónimo de Villa- nueva, Protonotario de Aragón, favorecido del Con- de, tampoco daba calor á los negocios públicos del Principado, ó fuese lisonja á su dueño, que reconocía desaficionado, ó venganza particular á que le llevaba su propio afecto.

27 Juzgándose el celo sospechoso, siguióse natural- mente á la duda el desagradecimiento; de modo que á un mismo tiempo aquella atención que no se tuvo á su servicio desobUgó á los catalanes de proseguirle,

(i) En la de 1808, impracticable.

GUERRA DE CATALUÑA 1 3

y puso á los ministros reales en cierto género de des- confianza. Y si por entonces aquéllos no justificaron su intención afectuosa y sencilla, éstos no dejaron, por lo menos, de medir y observar sus fuerzas para lo venidero.

28 En esta opinión estaban las cosas públicas del Principado cuando llegó la nueva de que los france- ses habían ocupado á Salses : pedía la necesidad pron- tísimo remedio, y no se hallaban en Castilla todos los medios proporcionados á la guerra. Pareció que esta ocasión habría de ser la piedra de toque donde se daría á conocer la fineza de Cataluña, porque de su pérdida ó de su ganancia siempre sacaban convenien- cia, y ayudándose de ellos como de buenos vasallos, y dándoles, por otra parte, causa á que templasen su orgullo, abatiendo sus fuerzas si acaso fuesen ellos los que pretendían averiguar alguna sospecha. Con esta ocasión, concedieron una como igualdad con el Espinóla en el mando de la empresa al Virrey de Ca- taluña. Era en este tiempo Don Dalmáu de Queralt, conde de Santa Coloma, que algunos años antes fué reputado por atentísimo repúblico, y como tal que- rido de su pueblo.

2Q Con esta elección se consiguieron asaz particulares servicios; porque los catalanes, ó ya olvidados del primer desprecio ó solicitados por la industria del Conde, ó también porque las quejas de los príncipes en los hombres no duran más de lo que ellos mismos se lo permiten, acudieron vivamente á la ocasión con grueso número de vasallos y copiosísima provisión de

t4 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

víveres : cuéntase este por el más abundante ejército que España formó dentro de sí, cuya prosperidad se' fundó sobre la industria de los catalanes.

30 Concurrieron al servicio de Salses grande parte de la nobleza y mucha de la plebe : los mismos castella- nos, sin atención á los extremos del Principado, esti- man en treinta mil plazas las que pagó y mantuvo Cataluña en los siete meses que duró el sitio, hacien- do repetidas levas de infantería y continuas conduc- ciones de gastadores -para manejo y fortificación del ejército.

31 Tanto fué el caudal con que entró en la empresa; y con la misma proporción que ayudó al número, sir- vió también al peligro. Hallábanse en el fin de la gue- rra por todas sus provincias muchos huérfanos y viu- das, cuyos padres y esposos habían servido al alimen- to de aquella bestia insaciable que se sustenta en la sangre de los humanos; sus llantos y clamores carga- ban sobre su añigida república, que lastimada de ellos, tuvo poco lugar de alegrarse con los vivas del triun- fo que indivisiblemente gozaba Castilla, como si sola ella hubiese merecido el aplauso.

32 Los catalanes, poco acostumbrados en la edad pre- sente al servicio militar de sus príncipes, juzgaban por de singular fineza sus empleos, que sin duda pa- recieran grandes, aun en las naciones más belicosas y opulentas. Con este aprecio esperaban atentísima- mente los premios y gratificaciones, por ser cosa na- tural que el mérito engendre la esperanza. Y si cuan- tos después llegaron á publicar los servicios de aque-

GUERRA DE CATALUÑA 15

lia nación los acordaran antes de la queja, no les fal- tara el consuelo á tiempo que se excusara la descon- fianza; empero, ó fuese que los ministros á cuyo car- go estaban estas informaciones tardasen en hacerlas al Rey, ó que juzgando diferentemente de la acción contasen la deuda por de menor calidad, ó que tam- bién, como sucede en las Cortes, aquel expediente no hallase en los ánimos la sazón y fuerza que las más veces falta en los negocios ajenos (como si el pagar servicios y obligaciones no fuese el más propio nego- cio de los reyes), y se determinase para otro tiempo el premio de aquella gente, dicen ellos, y la verdad lo confirma, que no solamente tardaron las mercedes y gracias, pero que ni un ligero ó vano agradecimien- to de sus aciertos reconocieron jamás; y sin duda, si no se les negó con artificio, la suerte que ya lo iba encaminando á otros fines, ordenó que el desprecio de los mayores disimulase aquella grande obligación. Esta experiencia volvió á despertar en ellos, si no un arrepentimiento de lo pasado, un propósito de no tentar con nuevos méritos segunda vez la fortuna; así, fué común el interior descontento introducido en el ánimo de todos. Si llegasen á conocer los príncipes qué baratamente compran la afición de los vasallos y lo mucho que vale el aplauso universal de las gentes, ninguno llegara á ser remiso, cuanto más á parecer ingrato. 7-2 No se juzgaban todavía por acabadas las cosas de Francia con la recuperación de Salses, porque aun después de su cobro quedaba la guerra en el mismo

1 6 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

estado que antes de perdida: su victoria también había dado ocasión á mayores pensamientos en el Conde-Duque, que ya entonces juzgaba por corta fe- licidad sólo la conservación de su imperio : el invier- no riguroso, la gente fatigada y enferma del trabajo de la campaña, vivamente pedía lugar de cura y des- canso: las conveniencias no permitían se apartasen tanto las armas que las tropas fuesen reducidas á Castilla, ni su gran desmayo daba tiempo para que se pudiese pensar el modo de acomodarlas.

34 En esta consideración ordenaron el Espinóla y Santa Coloma que, guarnecidas las plazas de la fron- tera, conforme pedían las ocasiones presentes, lo res- tante del ejército se repartiese por el país en varios cuarteles, según la capacidad de los pueblos. Salió esta resolución molestísima á los catalanes, que ha- bían sufrido el pasado hospedaje con gran paciencia, esperando que con la mejora de las armas católicas saldrían de gran opresión, aliviándose de las milicias que tantos años habían agasajado contra su natural, y perturbación de sus fueros. Empero viendo que nuevamente se comenzaban á acomodar para prose- guir la guerra, no se hallaba entre ellos hombre algu- no que con templanza supiese llevar aquel accidente, á que tampoco ninguno podría resistir.

35 Cumplióse, en fin, la disposición de los cabos; y los catalanes, que ya obedecían, antes rabiosos que aten- tos, asentaron más este peso por nueva partida en el gran memorial de sus agravios.

36 Pasó adelante el daño, porque hallándose las ren-

GUERRA DE CATALUÑA 1 7

tas reales en sumo aprieto, procedido del continuado dispendio de la guerra, siguióse que los socorros or- dinarios de los soldados no corriesen entonces con aquella igualdad y concierto que pide la infalible necesidad de los ejércitos. Era fuerza que á la falta común en que se hallaban todos se siguiese nueva inquietud y discordia, que habiendo tomado tantas veces motivo en la ambición y demasía, no era mucho que entonces se ocasionase en la miseria y hambre de la gente. Llegaban estas noticias á Barcelona y á los cabos, y al principio no parecieron otra cosa que alguna de aquellas ordinarias contiendas entre solda- dos y paisanos, achaque para que ninguna prudencia halló remedio. 37 Crecían cada instante las cartas y las quejas, ya de los ministros de la provincia, ya de los soldados del ejército. Quejábanse éstos, oprimidos de su continua miseria, juzgando por excesivo trabajo el que pade- cían cuando los enviaban al descanso; acusaban la dureza de sus patrones y aun su soberbia, que los trataban como esclavos, no como compañeros; justi- ficaban su causa con que no pedían más de lo lícito (su gran aprieto podrá ser les hiciese parecer corta cualquiera demostración oficiosa). Aquéllos se queja- ban de la insolencia militar; representaban su codicia y trato violentísimo; hacían memoria del sufrimiento pasado; decían que su pobreza, y no su impaciencia, lo rehusaba; que ellos acudían aún con más de lo po- sible, pero que la ingratitud y libertad de los huéspe- des ahogaba todos los medios de su industria.

2

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

38 Oíanse los clamores de unos y otros, que esto pa- recía entonces lo más que se podía hacer por ellos, y en medio de las dudas y quejas, ninguna cosa se ad- vertía competente á la templanza, si no era el mos- trarles lástima á cada uno; que este es el más fácil medio para aplicar á aquellas cosas que no tienen remedio.

39 El de Santa Coloma, combatido á un mismo tiempo de celo del servicio de su Rey y de compasión de sus naturales, inclinaba diferentemente el ánimo, según lo llevaba la fuerza de la razón: algunas veces repren- día los excesos y libertad de la soldadesca, y otras se convertía contra los mismos moradores; pero los catalanes, celosos de entender que en su corazón tuviesen lugar otros respetos que los que debía á la conservación de su Patria, y creyendo también que su fortuna crecía con las ruinas de la república, por instantes mudaban en aborrecimiento la primera afi- ción que le tenían.

40 El Espinóla procuraba la conservación de su ejér- cito, juzgando que á su oficio no tocaba arbitrar los medios del descanso y sosiego del Principado (propia fatiga al espíritu del Santa Coloma), y persuadido de algunos hombres más prácticos que amantes de la nación catalana (y entre ellos de Don Juan de Benavi- des y de la Cerda, veedor general de la provincia), disponía á este tiempo en gracia de la hacienda real un gran negocio, á que mejor pudiéramos llamar mina secreta, que después arruinó la paz común de Cata- luña.

GUERRA DE CATALUÑA I 9

41 Tratóse por algunos días aquella negociación en consultas y papeles secretísimos; era de hermosa apariencia en orden á la utilidad del Príncipe, y com- prendía interiormente riesgos á la república, como después lo dieron á conocer sus efectos; las conve- niencias agradables no hicieron lugar á que se pene- trase con la consideración hasta el peligro; así, en corto espacio de tiempo, se pensó, se consultó, se aprobó y caminó á su ejecución.

42 Había el Espinóla manejado los ejércitos de Milán; tenía más conocimiento de la gran substancia y fer- tilidad de aquella tierra de lo que alcanzaba de la cortedad ú opulencia de los catalanes, y de tal suer- te se llevó y dejó llevar, lisonjeado de aquel pensa- miento, que asentó consigo y los otros, podría conse- guir que la provincia acudiese á mantener el ejército católico, como lo hacen los gruesísimos pueblos de la Lombardía. Así, habiendo alcanzado la permisión y aun el agradecimiento del Rey, sin otra prevención ó diligencia, facilitando la ley en el ejemplo y forti-

.ficándola, á su parecer insuperablemente, en las mis- mas armas que le obedecían, despachó con prontitud órdenes á los pueblos y cuarteles para que sirviesen con el socorro ordinario á las tropas de su alojamien- to; señaló bocas (i) á los oficiales y soldados, canti- dades de forrajes á la caballería, separó los cuarteles al tren y bagajes; en fin, distribuyendo los despa- chos conforme la ciencia militar, si él no faltara á la

(i) Señalar bocas, lo mismo que señalar raciones.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

templanza, como no faltó á la disciplina, no pudié- ramos negar que había hecho un gran servicio á su señor.

43 Acudieron a embarazar este primer efecto las uni- versidades, donde primero llegó el aviso; empero el Espinóla, por moderar su queja, las dio á entender que ni su intención ni la del Rey era obligarles a que diesen más á los soldados de lo que daban de antes; que era sólo arbitrarles un medio que sirviese como de tasa á su codicia de ellos y de moderación á la liberalidad de los pueblos; que no se hacía más de mudar el nombre, llamando contribución á lo que primero se pudo llamar cortesía; que la estrecheza de los tiempos presentes no daba lugar á que el Rey dejase de valerse de tan buenos vasallos; que el be- neficio de aquellas armas era más propio de Cataluña que de Castilla, pues se oponían á la invasión de sus enemigos; que el soldado hace al labrador arar y re- coger seguro; no menos el labrador debe hacer que el soldado pelee satisfecho; que el tiempo del servi- cio sería cortísimo; que apenas conocerían el peso cuando ya se le quitarían del hombro; que la necesi- dad era tan grande, que por fuerza les habría de tocar alguna parte; que cuando es inmensa la carga, mu- chos brazos la facilitan y hacen ligera; finalmente, que la voluntad de los reyes, y con la razón á las espaldas, siempre es digna de obediencia.

44 Así pensó persuadirlos el Marqués; pero ningún advertimiento ó dulzura fué capaz de templar el eno- jo y rabia de aquella gente en la proposición señala-

GUERRA DE CATALUÑA

da, y mucho más cuando últimamente lo escucha- ban como precepto.

45 Rompieron con furia y desorden en desconcerta- das palabras y algunos hechos de mayor desconcier- to : entonces hacían larguísima lista de sus progresos y servicios, celebraban sus obras, exageraban su pa- ciencia : luego cotejaban los méritos con las merce- des, y toda esta cuenta venía á parar en endurecerse más en su propósito : los más atentos clamaban la libertad de sus privilegios, revolvían todas las histo- rias antiguas, mostraban claramente la gloria con que sus pasados habían alcanzado cuanta honra hoy per- dían con vituperio sus descendientes. Algunos, con más artificio que celo, daban como un cierto género de queja contra la liberalidad de los reyes antiguos, que tan ricos los habían dejado de fueros, cuya reli- giosa defensa ya les costaba tanta injuria y peligro.

46 Los soldados, gente por su naturaleza licenciosa, fortalecidos en la permisión, no había insulto que no hallasen lícito : discurrían libremente por la campa- ña sin diferenciarla del país contrario, desperdician- do los frutos, robando los ganados, oprimiendo los lugares: otros, dentro de su propio hospedaje, violen- tando las leyes del agasajo, osaban á desmentir la misma cortesía de la naturaleza. Unos se atrevían á la hacienda, disipándola; otros á la vida, haciendo contra ella; y muchos fulminaban atrozmente contra la honra del que los sustentaba y servía. Toda la fatigada Cataluña representaba un lamentable teatro de miserias y escándalos, tan execrables á la con-

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

sideración de los cristianos como á la de los polí- ticos.

47 Disculpábase cada cual con la aflicción de la ham- bre que el ejército padecía comúnmente, como si los delitos y desórdenes fuesen medios proporcionados para alcanzar la prosperidad. El natural aprieto á que nos reduce la miseria humana, casi no hay acción que nos evite; empero de tal suerte nos debemos valer de esta infelicísima libertad, que no nos hagan pare- cer brutos esas mismas pasiones que nos hacen pare- cer hombres.

48 Los que mandaban las tropas reales, fatigados de la misma falta ó de la misma ambición, ni enmenda- ban los soldados ni daban satisfacción á los paisanos; gran culpa de los que tienen ejércitos á su cargo, permitir toda la libertad de que pretende valerse la juventud y descuello de los que siguen la guerra; bien es verdad que la milicia afligida está incapaz de ninguna disciplina: el descuido de éstos ó su artiñcio- so silencio despertaba más las quejas de todo el Prin- cipado, y en pocos días, aunque asentado sobre mu- chos casos, ocupó la discordia de tal suerte los áni- mos de los naturales, que ya ninguno buscaba el re- medio, sino la venganza.

49 Á este tiempo el Espinóla, llamado de mayores ocupaciones, ó de su mayor dicha, había dejado el régimen de las armas. Suerte es, y no injuria, depo- ner (i) la espada enflaquecida para que se rompa en

(i) En la edición príncipe, de poner, por evidente errata.

GUERRA DE CATALUÑA 23

manos del segundo diestro que la coge ambicioso : uníase todo el mando en el Santa Coloma, que, apro- piándose más en el patrocinio de los soldados, al mismo tiempo que se afirmaba en el bastón de gene- ral, resbalaba en la silla de virrey; tan contrario con- cepto habían formado de su celo ya los naturales.

50 Entendíase exteriormente, y no sin buenos funda- mentos, que este modo de gobierno podría ser el más suave á la provincia, porque llevando el ejército á las manos de su natural, no podría haber la ocasión de queja que pudiera, trayendo el Principado al gobierno del extranjero. Pero esto mismo era en el Santa Coloma un nuevo estudio que le desvelaba en hacerse más agradable á los soldados que á los pai- sanos, temiendo, podrían decir ellos, que su corazón era sólo de sus patricios. Los catalanes con el mismo temor observaban diferente atención en el Santa Coloma para las materias del ejército que para la conservación de la provincia; y á la verdad él desea- ba satisfacer los forasteros, llevado de la razón que enseña cuan importante es á los hombres grandes el aplauso y gracia de las armas, que tantas veces en el mundo, no sólo han hecho famosos algunos en su misma esfera, sino que los han subido hasta la majes- tad del imperio.

5 1 Esta consideración por ventura le incitó á granjear la gracia y voluntad de los soldados, ó porque juzgan- do la razón más de su parte pretendía emplearse en su desagravio. Eran continuas las lástimas que cada día parecían por los Tribunales y Audiencias, repe-

24 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

tidas por las voces y plumas de abogados en Barce- lona, y confirmadas con llantos y clamores de los pobres.

52 Publicábanse cada vez más y mayores delitos de la soldadesca, escribíanse procesos, sacábanse manifies- tos, ofrecíanse memoriales, hablábanse en las plazas, motejábanse en las conversaciones y acusábanse des- de los pulpitos. Todo el escándalo y descontento de los nobles y plebeyos tenía por objeto la opresión de su Patria; otras veces las exequias y lutos tristísimos daban testimonio de muertes y desastres continuos. Fué entre todas profundamente sentida la de Don Antonio Fluviá, á quien habían abrasado en un casti- llo suyo algunas tropas de caballería napolitana, á cargo de los Espatáforas (i); bien que entre los espa- ñoles y los catalanes hubo gran diferencia en contar los principios del caso, refiriéndole cada cual como más se acomodaba á su razón. Mas no era este sólo el delito escandaloso : muchos y varios se referían, don- de podemos pensar que ni en todo los unos fueron culpados, ó inocentes los otros; mas antes que, como entre ellos sembró el odio el fértilísimo grano de su discordia, tales se podían esperar las cosechas de turbación y desconsuelo universal.

i;3 Mirábalo ya con recelo de mayor daño el Santa Coloma, y pensando evitar muchas ocasiones al des-

(i) Se refiere á los capitanes Don Fadrique y Don Mudo Spa- táfora, hermanos, que murieron posteriormente en la batalla de Montjuich.

GUERRA DE CATALUÑA

abrimiento de los naturales, tuvo por cosa convenien- te que las quejas comunes de los soldados no corrie- sen con el estilo de la curia punitiva, juzgando, se- gún la experiencia, que muchas de las acusaciones eran falsas, y que de las verdaderas no sería conve- niente vivir escrita la memoria de tan torpes aconte- cimientos. Persuadido de este discurso, mandó por el doctor Miguel Juan Magarola que ninguno de los abogados de Barcelona pudiese asistir á las causas ordinarias de paisanos contra soldados. Fué esta la cosa más sensible para los afligidos, pues es verdad que el último desconsuelo del miserable es quitarle hasta la voz para pedir el remedio. Al rigor de este mandamiento comenzaron á esforzar las voces los quejosos, como sucede al agua que, detenida por algún espacio, revienta por otra parte ó sale por aquélla con mayor ímpetu. 54 Vanas salían y contrarias las diligencias encami- nadas á la salud pública: vivían todos los pueblos en temor y aborrecimiento de los soldados, estre- mecidos con el incendio del Fluviá. Corría fama en Santa Coloma de Farnés, lugar del vizconde de Joch, que el tercio de Don Leonardo Moles caminaba á des- truirle, porque entonces entre el hospedaje y la rui- na no había ninguna diíerencia; si bien ellos propia- mente temían que los napolitanos pretendiesen ven- garse, como amenazaban, de los agravios recibidos en otro pueblo vecino. Procuró el Vizconde, en Bar- celona, desviar el peligro de los suyos; pero no pudo alcanzar otro medio que haberse enviado contra el

26 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

mismo lugar un alguacil real dicho Monredón (es en Cataluña este oficio de mayor estimación y dignidad que en Castilla). Era él hombre de naturaleza asaz acomodada á su intento, soberbio y áspero. Llegó publicando amenazas, pretendió culpar y castigar sin reservar ninguno, siendo la primera parte de su pre- venido castigo alojar en la villa todo el tercio del Moles : advertidos, pues, de su enojo los moradores por la experiencia de otras demasías, comenzaron á dejar el lugar, retirándose á la iglesia. Desesperóse el Monredón, reconociendo cómo los vecinos iban escapándose de sus manos, y mandó públicamente fuesen quemadas las casas que sus moradores desam- parasen. A este terrible mandamiento se opuso algu- no, que los catalanes afirman ser forastero, y aunque natural, ni por eso olvidado como indigno; pero él, arrebatado de su furor, le disparó una pistola á los pechos. Sus criados y otros que le seguían, imitando la barbaridad de su dueño, como á la seña militar oyéndola, se arrojaron á embestir la plebe descui- dada y temerosa; trabóse la pendencia entre éstos y aquéllos, con muerte y sangre de algunos naturales. Engrosóse su número, ya con mayores intentos que la defensa; retiróse el Monredón á una casa, donde pensó escaparse; cercáronsela los ofendidos, y pegán- dola fuego, ni el partido de la confesión, que pedía, quisieron concederle. 55 La nueva de este suceso prosiguió en irritar y re- volver el ánimo de los reales, dándole al Santa Colo- ma desde aquel punto más cuidado las cosas, como

GUERRA DE CATALUÑA 27

aquel que ya tocaba con las manos lo que hasta en- tonces miraba como desde lejos el discurso. Envió contra el pueblo uno de sus oidores, á cuyas lentísi- mas diligencias se consiguió la entrada en la villa por los soldados de Moles, y después su ruina: fueron quemadas y derribadas poco menos de doscientas casas. No perdonó su furia á la iglesia consagrada á Dios, como ya dicen se había atrevido en el incendio lamentable de Río de Arenas, ó fuese sacrilega ma- licia de algún hereje disimulado en el ejército católi- co, ó inevitable peligro de los que se trae consigo la guerra, digno siempre de lágrimas, y que yo llego á escribir con moderación, según lo que he visto y oído, por no escandalizar la memoria del que leyere con la recordación de este abominable suceso. Tampoco es mi propósito ofender el nombre ó justificación de los que en ello se dice han tenido parte: quede la verdad sin injuria y sin mancha la inocencia, y desengañe el tiempo á la posteridad, ya que nosotros padecemos la duda. 56 Contenía el campo católico, demás de los tercios españoles, algunos regimientos de naciones extranje- ras, venidos de Ñapóles, Módena é Irlanda, los cua- les no sólo cumplidamente constan de hombres natu- rales, mas antes entre ellos se introducen siempre muchos de provincias y religiones diversas: los tra- jes, lengua y costumbres diferentes de los españoles, no tanto para con la gente común, los hacía reputar por extraños en la Patria, sino también en la ley: este error, platicado en el vulgo (que de su parte de ellos

28 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

alguna vez se ayudaba con demostraciones escanda- losas), vino á extenderse de tal suerte, que casi todos eran tenidos por herejes y contrarios á la Iglesia. Mi- raban con estos ojos los catalanes sus demasías, con- tando como delitos muchas ligerezas y apariencias dignas de desprecio, en que no hubieran reparado los ojos acostumbrados á mirar la desenvoltura de los ejércitos.

57 Había el Santa Coloma dado cuenta por muchas veces al Rey de la turbación de aquella provincia; había significado sus quejas, ofreciendo uno de dos medios para moderarla: eran, ó aliviar los moradores de los alojamientos y contribuciones, á que no se acomodaban y no podían llevar, ó también que las tropas se engrosasen á tal número que los soldados fuesen superiores á los naturales, por que su temor los tuviese obedientes.

58 No dejó de causar novedad en los ministros del Rey Catóhco el estilo del Santa Coloma: algunos llegaron á presumir que representaba el segundo remedio, porque considerándole extraño é imposible, su dificultad los obligase á usar del primero, que era sin falta el más conforme á su deseo.

5g El Espinóla también, al lado del Conde-Duque, le hacía entender que su industria había ya facilitado todas las dudas del país, y que el Santa Coloma las volvía á platicar, por que se conociese que en todas las acciones y finezas del Principado tenía parte. Lle- vados de este discurso, y siempre con incredulidad de su mayor daño, le respondían sin determinar el

GUERRA DE CATALUÑA 2C)

fin de estas cosas; antes con modos y palabras ge- nerales, llenas de duda ó artificio, llegaban, cuando mucho, á decirle castigase los culpados sin excepción de dignidad ó fuero; que averiguase los delitos por jueces desapasionados; dejábanle en mayor confusión las respuestas que su misma duda.

60 Entonces los diputados de la provincia, persuadi- dos de su celo y obligaciones, con acuerdo de los más prácticos en la república, entendieron que por razón de su oficio les tocaba acudir por la generalidad opri- mida de diferentes excesos. Ofrecióse por parte del Principado delante el Virrey el diputado militar Fran- cisco de Tamarit, voz de la nobleza catalana; repre- sentó las ofensas y opresiones recibidas, pidió el re- medio, protestó por los daños comunes, y con brío no desigual al comedimiento, enseñó (como desde lejos) algunas misteriosas razones, que todas se apli- caban á mostrar la gran autoridad de la unión y po- der público.

6 1 Recibióle el Santa Coloma con severidad, respon- dió gravemente, y poco después aumentó su turba- ción la segunda embajada de Barcelona; una 'y otra encaminadas á un mismo fin, fundadas ambas en unas mismas quejas, adornadas con las propias razones y ministradas de un semejante espíritu.

62 Creció con la ocasión su desplacer, y juzgando que si desde los principios no cortaba las raíces á aquella planta de la libertad, que ya temía nacida, podría ser después durísima de arrancar, y cuya sombra cau- saría abrigo á una miserable sedición en la Patria,

30 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

resolvió mandar á la prisión, ejecutándolo luego, al diputado Tamarit, como persona principal en el magis- trado, y por la ciudad á Francisco de Vergos y Leo- nardo Serra, entrambos votos del Consejo de Ciento; y que contra el diputado eclesiástico procediesen los jueces del breve apostólico impetrado á este fin, por que la riguridad usada con los mayores excusase el castigo de los pequeños.

63 Sintiólo interiormente la ciudad, aunque sin voces, que las más veces el silencio suele ser efecto del ma- yor dolor. Cualquiera guardaba en su ánimo la afren- ta de su república, como si él solo fuese el ofendido, proponiendo consigo mismo el desagravio común, que porque le deseaban igual á la injuria, ninguno se determinaba á vengarse por solo.

64 Dio el Santa Coloma aviso al Rey de la demostra- ción hecha en Barcelona, y no sin vanidad de lo obra- do, decía del silencio en que la ciudad se hallaba á vista de su resolución, y cómo ya ninguno osaría á declararse en favor de la república; que procedía en formar el proceso y averiguar la culpa; que el casti- go podría quedar al arbitrio real. Llegó á entender que en esta acción cobraba todo el crédito dudoso al juicio de los otros ministros, que no le podrían argüir flojedad alguna que no satisficiese la deliberación de haber castigado los más poderosos; en fin, esta dili- gencia, en su ánimo, fué más sacrificada á la lisonja que á la equidad. No dejó de agradecérsela el Rey, ordenándole que unos y otros reos fuesen reducidos á prisión áspera, mientras se pensaba el castigo con-

GUERRA DE CATALUÑA 3 1

veniente ó se pasaban al castillo del Perpiñán. Satis- fízose su mandamiento, volviendo á renovar entonces la provincia las antiguas llagas de su afrenta; y como desde el corazón se comunica la vida ó la muerte á las más partes del cuerpo, así desde Barcelona, como corazón del Principado, se derivaba el veneno de la injuria por todas sus regiones en cartas y avisos con tanta prontitud, que en breves días el ánimo de todos parecía gobernado de una sola pasión,

65 Estiman los catalanes notablemente sus magistra- dos, y sobre todos, aquellos que representan la auto- ridad suprema de la república, como los romanos á sus dictadores: no podían mirar sin lágrimas sus ma- yores arrastrando los hierros, en que los oprimía la violencia de su señor : lloraban su libertad como per- dida, y todos temían el castigo á proporción de su fortuna. Encendíase con cada acción el mortal odio contra la persona del Virrey; entendían que la gracia común lo había subido á la dignidad; cuanto más lo juzgaban obligado, tanto más ingrato les parecía; mi- rábanle con ceño de parricida, y todo su pensamiento se empleaba en cómo les sería posible arrojar de su gobierno aquel hombre que tan mal había usado de sus aplausos.

66 De este vivísimo deseo de venganza resultaron miserables efectos en toda Cataluña, porque siendo ya común el odio entre naturales y soldados, ninguno buscaba otra razón para dañar al contrario que el ser de éstos ó aquéllos. Llegábase el tiempo de disponer las cosas de la guerra aquel año, y las tropas se co-

32 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

menzaban á revolver en sus cuarteles para marchar donde les era señalado; pero los catalanes, que ya pensaban eran públicos sus propósitos, mostraban temerlas como enemigas. De la misma suerte los sol- dados, sin aguardar otra averiguación más del temor de los naturales, los ofendían y robaban sin piedad alguna.

67 Marchaban las compañías de unos lugares á otros, y salían á recibirlas armados los paisanos, como á gente contraria; en otras partes los agasajaban fea- mente contra las leyes naturales, y, como en la casa de Thiestes, desde la mesa pasaban á la sepultura: unos pueblos pagaban tal vez la insolencia de otros con incendios, muertes y vituperios; corrían por todo el país ríos de sangre, cuyo movimiento no obedecía á ningún poder ó industria. Bien procuraba el Santa Coloma impedir los excesos, aunque no sabía de todos (esta es la primera calamidad que padecen los males de la república); empero no se hallaba medi- cina de tan fuerte virtud que templase el poder de la malicia común, y los accidentes llevados de la vio- lencia de otros venían á hacer una sucesión de de- sastres, como cosa natural é infalible.

68 Hallóme ahora obligado á dar alguna noticia de Cataluña (para que mejor se entienda lo que habré de decir después, tocando en sus antigüedades), del natural y costumbres de sus moradores, y otras cosas que pertenecen á mi historia; todo procuraré hacer en cortísima digresión. No ofenda mi brevedad la grandeza de esta provincia, ni mi juicio embarace la

GUERRA DE CATALUÑA 33

noticia de los más bien informados; bien que yo en procurarlas certísimas, de lo que no vi, he cumplido con mi obligación y quizá con mi deseo.

69 Es Cataluña la provincia más oriental de España, puesta por los romanos en la Citerior, después en la Tarraconense, nombre derivado á su tercera parte de la antigua ciudad de Tarragona, famosa en aquellas edades, y en ésta célebre por sus militares aconteci- mientos. De los pueblos celtas ó celtíberos fué lla- mada Celtiberia; pero en siglos más próximos, entre godos y alanos que la ocuparon, mudó el primer nom- bre, llamándose, de las naciones dominantes, Gotia Alania ó Gocia Alonia, y ahora Catalunia ó Cataluña, obedeciendo á los tiempos en la variedad de los nom- bres como en la del imperio.

70 Tiene á Levante la Galia, dicha Narbonense, de quien la dividen los Pirineos, famosos montes de Eu- ropa que unos denominan de Pj>r, voz griega que sig- nifica fuego, y le fué aplicada por su memorable in- cendio; otros, de un antiguo rey en España llamado Pyrros. A Poniente confina con Aragón y parte de Valencia: apártalos en ciertos lugares el río Ebro, pero en otros pasan allende sus aguas algunos pue- blos de Cataluña. Por el Septentrión la toca Navarra y el Bearne, y se acaba en el mar Mediterráneo por el lado que mira á Mediodía. Divídese toda la tierra en cinco provincias diferentes, que algunas de ellas tuvieron diferente señorío : las más célebres son Ca- taluña, de quien habemos dicho; Rosellón, llamado Rhusino; Cerdaña,. que es la antigua Sardonum; des-

34 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

pues Conflent y Ampurdán. Ahora se comprenden todas en el condado de Barcelona, cuyo estado, se- gún las historias, tuvo principio en Ludovico Pío, hijo de Carlo-Magno, año del Señor 814, si bien aque- lla ciudad, con algunas otras de su dominio, se cuen- tan entre las dudosas fundaciones de Hércules ó Amílcar Barcino, como otros dicen: juntas sus pro- vincias hacen un Principado, siéndoles común á sus naturales una lengua, un hábito y unas costumbres en que se diferencian poco de los narbonenses ó len- guadoques (i), de quienes se han derivado. yi Son los catalanes, por la mayor parte, hombres de durísimo natural; sus palabras pocas, á que parece les inclina también su propio lenguaje, cuyas cláusu- las y dicciones son brevísimas: en las injurias mues- tran gran sentimiento, y por eso son inclinados á venganza: estiman mucho su honor y su palabra; no menos su exención, por lo que entre las más nacio- nes de España son amantes de su libertad. La tierra, abundante de asperezas, ayuda y dispone su ánimo vengativo á terribles efectos con pequeña ocasión: el quejoso ó agraviado deja los pueblos y se entra á vivir en los bosques, donde en continuos asaltos fati- gan los caminos; otros, sin más ocasión que su propia insolencia, siguen á estotros; éstos y aquéllos se man- tienen por la industria de sus insultos. Llaman co- múnmente andar en trabajo aquel espacio de tiempo

(i) Lenguadoque, natural de la región del Languedoc. Voz que no está en el Diccionario de la Academia.

GUERRA DE CATALUÑA 35

que gastan en este modo de vivir, como en señal de que le conocen por desconcierto: no es acción entre ellos reputada por afrentosa; antes al ofendido ayu- dan siempre sus deudos y amigos. Algunos han teni- do por cosa política fomentar sus parcialidades por hallarse poderosos en los acontecimientos civiles: con este motivo, han conservado siempre entre los dos famosos bandos de Narros y Cadells, no menos celebrados y dañosos á su Patria que los Güelfos y Gibelinos de Milán, los Pafos y Médicis de Florencia, los Beamonteses y Agramonteses de Navarra, y los Gamboínos y Oñasinos de la antigua Vizcaya,

72 Todavía se conservan en Cataluña aquellas dife- rentes voces, bien que espantosamente unidas y con- formes en el fin de su defensa: cosa asaz digna de notar, que siendo ellos entre tan varios en las opi- niones y sentimiento, se hayan ajustado de tal suerte en un propósito, que jamás esta diversidad y antigua contienda les dio ocasión de dividirse; buen ejemplo para enseñar ó confundir el orgullo y disparidad de otras naciones en aquellas obras cuyo acierto pende de la unión de los ánimos.

73 Habitan los quejosos por los boscajes y espesuras, y entre sus cuadrillas hay uno que gobierna, á quien obedecen los demás. Ya de este pernicioso mando han salido para mejores empleos Roque Guinart, Pe- draza y algunos famosos capitanes de bandoleros, y últimamente, Don Pedro de Santa Cicilia (i) y Paz,

(i) En la edición de 1808, Santa Cilia.

36 FRANCISCO MANUEt DE MELÓ

caballero de nación mallorquín, hombre cuya vida hicieron notable en Europa las muertes de trescien- tas y veinticinco personas, que por sus manos ó in- dustria hizo morir violentamente, caminando veinti- cinco años tras la venganza de la injusta muerte de un hermano. Ocúpase estos tiempos Don Pedro sir- viendo al Rey Católico en honrados puestos de la guerra, en que ahora le da al mundo satisfacción del escándalo pasado.

74 Es el hábito común acomodado á su ejercicio; acompáñanse siempre de arcabuces cortos llamados pedreñales, colgados de una ancha faja de cuero que dicen charpa, atravesada desde el hombro al lado opuesto. Los más desprecian las espadas como cosa embarazosa á sus caminos; tampoco se acomodan á sombreros, mas en su lugar usan bonetes de estam- bre listados de diferentes colores, cosa que algunas veces traen como para señal, diferenciándose unos de otros por las listas; visten larguísimas capas de jerga blanca, resistiendo gallardamente al trabajo, con que se reparan y disimulan; sus calzados son de cáñamo tejido, á que llaman sendallas; usan poco el vino, y con agua sola, de que se acompañan, guardada en vasos rústicos, y algunos panes ásperos que se llevan, siempre pasados del cordel con que se ciñen, cami- nan y se mantienen los muchos días que gastan sin acudir á los pueblos.

75 Los labradores y gente del campo, á quien su ejer- cicio en todas provincias ha hecho llanos y pacíficos, también son oprimidos de esta costumbre; de tal

GUERRA DE CATALUÑA 37

suerte que unos y otros todos viven ocasionados á la venganza y discordia por su natural, por su habita- ción y por el ejemplo. El uso antiguo facilitó tanto el escándalo común, que templando el rigor de la justi- cia, ó por menos atenta ó por menos poderosa, táci- tamente permite su entrada y conservación en los lugares comarcanos, donde ya los reciben como ve- cinos.

No por esto se debe entender que toda la provin- cia y sus moradores vivan pobres, sueltos y sin poli- cía; antes por el contrario, es la tierra, principalmen- te en las llanuras, abundantísima de toda suerte de frutos, en cuya fertilidad compite con la gruesa An- dalucía, y vence cualquiera otra de las provincias de España: ennoblécenla muchas ciudades, algunas fa- mosas en antigüedad y lustre : tiene gran número de villas y lugares, algunos buenos puertos y plazas fuertes: su cabeza y corte, Barcelona, está llena de nobleza, letras, ingenios y hermosura; y esto mismo se reparte, con más que medianía, á los otros lugares del Principado. Fabricó la piedad de sus príncipes, señalados en la religión, famosos templos consagra- dos á Dios. Entre ellos luce, como el sol entre las estrellas, el santuario de Monserrate, célebre en to- das las memorias cristianas del universo. Reconocen el valor de sus naturales las historias antiguas y mo- dernas en el Asia y Europa: (¡África también no se lo confiesa? Es, en fin, Cataluña y los catalanes una de las provincias y gentes de más primor, reputación y estima que se halla en la grande congregación de

38 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

estados y reinos de que se formó la monarquía espa- ñola.

n Andaba en este tiempo más viva que nunca en el Principado la plática de las cosas públicas, que cada uno encaminaba según su intención ó noticia; aunque generalmente la cólera de los naturales, persuadidos de su efecto, daba poco lugar á distinguir la razón del antojo. Habían los casos presentes sacado mu- chos hombres de sus casas, algunos ofendidos y otros temerosos; vivían éstos retirados, según su costum- bre y continuo deseo de inquietud y venganza; en- grosábase cada día con esta gente el número de los que infestaban la campaña, de suerte que su fuerza y atrevimiento era bastante á poner en cuidado cual- quiera de los pueblos pacíficos; empero ellos, espe- rando la ocasión favorable que ya les traía el tiempo, se disimulaban más de lo que se comedían.

j-8 Crecía con las ocasiones la furia del pueblo, hasta que en 12 de mayo rompió tumultuosamente las cár- celes, sacando al diputado militar y otros oficiales del común de la prisión pública, de que avisados los más acudieron al remedio de mayor daño sin artifi- ciosa diligencia: los inquietos, como triunfantes, ame- nazaban las casas de Santa Coloma y marqués de Vi- llafranca; fué como proemio aquel día á la obra que ya determinaban. Habíanse retirado los dos á la Ta- razana, donde, asistidos de los conselleres y algunos caballeros, salieron libres, excusando aquella vez el peligro á la injuria.

79 Había entrado el mes de junio, en el cual, por uso

GUERRA DE CATALUÑA 39

antiguo de la provincia, acostumbran bajar de toda la montaña hacia Barcelona muchos segadores, la mayor parte hombres disolutos y atrevidos que lo más del año viven desordenadamente, sin casa, oficio ó habitación cierta : causan de ordinario movimientos é inquietud en los lugares donde los reciben; pero la necesidad precisa de su trato parece no consiente que se les prohiba: temían las personas de buen áni- mo su llegada, juzgando que las materias presentes podrían dar ocasión á su atrevimiento en perjuicio del sosiego público.

80 Entraban comúnmente los segadores en vísperas del Corpus, y se habían anticipado aquel año algu- nos: también su multitud, superior á los pasados, daba más que pensar á los cuerdos, y con mayor cui- dado por las observaciones que se hacían de sus rui- nes pensamientos.

8 1 El de Santa Coloma, avisado de esta novedad, pro- curó, previniéndola, estorbar el daño que ya antevía : comunicólo á la ciudad, diciendo le parecía conve- niente á su devoción y festividad que los segadores fuesen detenidos, por que con su número no tomase algún mal propósito el pueblo, que ya andaba inquie- to; pero los conselleres de Barcelona (así llaman los ministros de su magistrado; consta de cinco personas), que casi se lisonjeaban de la libertad del pueblo, juzgando de su estruendo habría de ser la voz que más constante votase el remedio de su república, se excusaron con que los segadores eran hombres llanos y necesarios al manejo de las cosechas; que el cerrar

40 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

las puertas de la ciudad causaría mayor turbación y tristeza; que quizá su multitud no se acomodaría á obedecer la simple orden de un pregón. Intentaban con esto poner espanto al Virrey para que se tem- plase en la dureza con que procedía; por otra parte, deseaban justificar su intención para cualquier su- ceso.

82 Pero el Santa Coloma ya imperiosamente les mos- tró con claridad la peligrosa confusión que los aguar- daba en recibir tales hombres; empero volvió el ma- gistrado por segunda respuesta que ellos no se atre- vían á mostrar á sus naturales tal desconfianza; que reconocían parte de los efectos de aquel recelo; que mandaban armar algunas compañías de la ciudad por tenerla sosegada; que donde su flaqueza no alcanza- se, supliese la gran autoridad de su oficio, pues á su poder tocaba hacer ejecutar los remedios que ellos sólo podían pensar y ofrecer. Estas razones detuvie- ron al Conde, no juzgando por conveniente rogarles con lo que no podía hacerles obedecer; ó también porque ellos no entendiesen eran tan poderosos, que su peligro ó su remedio podía estar en sus manos.

83 Amaneció el día en que la Iglesia Católica celebra la institución del Santísimo Sacramento del altar; fué aquel año el 7 de junio : continuóse por toda la maña- na la temida entrada de los segadores; afirman que hasta dos mil, que con los anticipados hacían más de dos mil y quinientos hombres, algunos de conoci- do escándalo: dícese que muchos, á la prevención y armas ordinarias, añadieron aquella vez otras, como

GUERRA DE CATALUÑA 4 1

que advertidamente fuesen venidos para algún hecho grande.

84 Entraban y discurrían por la ciudad; no había por todas sus calles y plazas sino corrillos y conversa- ciones de vecinos y segadores; en todos se discurría sobre los negocios entre el Rey y la provincia, sobre la violencia del Virrey, sobre la prisión del diputado y consejeros, sobre los intentos de Castilla, y última- mente, sobre la libertad de los soldados: después, ya encendidos de su enojo, paseaban llenos de silencio por las plazas, y el furor oprimido de la duda force- jaba por salir asomándose á los efectos, que todos se reconocían rabiosos é impacientes : si topaban algún castellano, sin respetar su hábito ó puesto, lo miraban con mofa y descortesía, deseando incitarlos al ruido; no había demostración que no prometiese un miserable suceso.

85 Asistían á este tiempo en Barcelona, esperando la nueva campaña, muchos capitanes y oficiales del ejér- cito y otros ministros del Rey Católico, que la gue- rra de Francia había llamado á Cataluña; era común el desplacer con que los naturales los trataban. Los que eran más servidores del Rey, atentos á los suce- sos antecedentes, medían sus pasos y divertimien- tos, y entre todos se hallaba como ociosa la libertad de la soldadesca. Habían sucedido algunos casos de escándalo y afrenta contra personas de gran puesto y calidad, que la sombra de la noche ó el temor había cubierto; eran, en fin, frecuentísimas las señales de su rompimiento. Algunos patrones hubo que, compa-

86

42 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

decidos de la inocencia de los huéspedes, los aconse- jaban mucho de antes se retirasen á Castilla; tal hubo también que, rabioso con pequeña ocasión, amenaza- ba á otro con el esperado día del desagravio público. Este conocimiento incitó á muchos, bien que su calidad y oficio les obligase á la compañía del Conde, á que se fingiesen enfermos é imposibilitados de se- guirle; algunos, despreciando ó ignorando el riesgo, le buscaron.

87 Era ya constante en todas partes el alboroto; los naturales y forasteros corrían desordenadamente; los castellanos, amedrentados del furor público, se escon- dían en lugares olvidados y torpes; otros se confia- ban á la fidelidad, pocas veces incorrupta, de algunos moradores, tal con la piedad, tal con la industria, tal con el oro. Acudió la justicia á estorbar las primeras revoluciones, procurando reconocer y prender algu- nos de los autores del tumulto; esta diligencia, á pocos agradable, irritó y dio nuevo aliento á su furor, como acontece que el rocío de poca agua enciende más la llama en la hornalla (i).

88 Señalábase entre todos los sediciosos uno de los segadores, hombre facineroso y terrible, al cual que- riendo prender por haberle conocido un ministro inferior de la justicia, hechura y oficial del Monre- dón (de quien hemos dicho), resultó desta contienda ruido entre los dos: quedó herido el segador, á quien

(i) Hornalla no está en el Diccionario de la Academia. En la edición de 1808, hortiaza.

GUERRA DE CATALUÑA 43

ya socorría gran parte de los suyos. Esforzábase más y más uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los segadores. Entonces, algunos de los soldados de milicia que guardaban el palacio del Virrey, tira- ron hacia el tumulto, dando á todos más ocasión que remedio. Á este tiempo rompían furiosamente en gri- tos; unos pedían venganzas; otros, más ambiciosos, apellidaban la libertad de la Patria; aquí se oía: «¡Viva Cataluña y los catalanes! >; allí otros clamaban: «¡Mue- ra el mal gobierno de Felipe!» Formidables resonaron la primera vez estas cláusulas en los recatados oídos de los prudentes; casi todos los que no las ministra- ban las oían con temor, y los más no quisieran haber- las oído. La duda, el espanto, el peligro, la confusión, todo era uno; para todo había su acción, y en cada cual cabían tan diferentes efectos; sólo los ministros reales y los de la guerra lo esperaban, iguales en el celo. Todos aguardaban por instantes la muerte (el vulgo, furioso, pocas veces para sino en sangre); muchos, sin contener su enojo, servían de pregón al furor de otros; éste gritaba cuando aquél hería, y éste, con las voces de aquél, se enfurecía de nuevo. Infamaban los españoles con enormísimos nombres, buscábanlos con ansia y cuidado, y el que descu- bría y mataba, ése era tenido por valiente, fiel y di- choso.

Las miUcias armadas con pretexto de sosiego, ó fuese orden del Conde, ó sólo de la ciudad, siempre encaminada á la quietud, los mismos que en ellas debían servir á la paz, ministraban el tumulto.

44 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

90 Porfiaban otras bandas de segadores, esforzados ya de muchos naturales, en ceñir su (i) casa del Santa Coloma: entonces, los diputados de la General, con los conselleres de la ciudad, acudieron á su palacio; dili- gencia que más ayudó la confusión del Conde, de lo que pudo socorrérsela : allí se puso en plática saliese de Barcelona con toda brevedad, porque las cosas no estaban ya de suerte que accidentalmente pudiesen remediarse: facilitábanle con el ejemplo de Don Hugo de Moneada en Palermo, que por no perder la ciudad la dejó, pasándose á Mesina. Dos galeras genovesas en el muelle, daban todavía esperanza de salvación. Escuchábalo el Santa Coloma, pero con ánimo tan turbado, que el juicio ya no alcanzaba á distinguir el yerro del acierto. Cobróse, y resolvió despedir de su presencia casi todos los que le acompañaban, ó fuese que no se atrevió á decirles de otra suerte que esca- pasen las vidas, ó que no quiso hallarse con tantos testigos á la ejecución de su retirada. En fin, se ex- cusó á los que le aconsejaban su remedio, con peli- gro, no sólo de Barcelona, sino de toda la provincia: juzgaba la partida indecente á su dignidad; ofrecía en su corazón la vida por el real decoro: de esta suerte, firme en no desamparar su mando, se dispuso á aguar- dar todos los trances de su fortuna.

Qi Del ánimo del magistrado no haremos discurso en esta acción, porque ahora el temor, ahora el artificio,

(i) En la edición de 1808, la casa.

GUERRA DE CATALUÑA 45

le hacían que ya obrase conforme á la razón, ya que disimulase según la conveniencia. Afírmase, por sin duda, que ellos jamás llegaron á pensar tanto del vulgo, habiendo mirado apaciblemente sus primeras demostraciones.

92 No cesaba el miserable Virrey en su oficio, como el que con el remo en la mano piensa que por su traba- jo ha de llegar al puerto; miraba, y revolvía en su imaginación los daños y procuraba su remedio : aquel último esfuerzo de su actividad estaba enseñando ser el ñn de sus acciones.

Q2 Recogido á su aposento, escribía y ordenaba; pero ni sus papeles ni sus voces hallaban reconocimiento ú obediencia. Los ministros reales deseaban que su nombre fuese olvidado de todos; no podían servir en nada: los provinciales, ni querían mandar; menos obedecer.

94 Intentó por última diligencia satisfacer su queja al pueblo, dejando en su mano el remedio de las cosas públicas, que ellos ya no agradecían, porque ninguno se obliga ni quiere deber á otro lo que se puede obrar por mismo; empero ni para justificarse pudo hallar forma de hacer notoria su voluntad á los inquietos, porque las revoluciones interiores, á imitación del cuerpo humano, habían de tal suerte desconcertado los órganos de la república, que ya ningún miembro de ella acudía á su movimiento y oficio.

Á vista de este desengaño, se dejó vencer de la consideración y deseo de salvar la vida, reconociendo últimamente lo poco que podía servir á la ciudad su

95

46 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

asistencia, pues antes el dejarla se encaminaba á la lisonja ó á remedio acomodado á su furor. Intentólo, pero ya no le fué posible, porque los que ocupaban la Tarazana y baluarte del mar, á cañonazos habían hecho apartar la una galera, y no menos, porque para salir á buscarla á la marina, era fuerza pasar descu- bierto á las bocas de sus arcabuces. Volvióse segui- do ya de pocos, á tiempo que los sediciosos, á fuer- za de armas, atropellaban las puertas : los que las de- fendían, entendiendo la causa del tumulto, unos les seguían, otros no lo estorbaban.

96 Á este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo; muchas se ardían, muchas se arruina- ban, á todas se perdía el respeto y se atrevía la fu- ria; olvidábase el sagrado de los templos; la clausura é inmunidad de las religiones fué patente al atrevi- miento de los homicidas; hallábanse hombres despe- dazados sin examinar otra culpa que su nación; aun los naturales eran oprimidos por crimen de traidores : así infamaban aquel día á la piedad, si alguno abría sus puertas al afligido ó las cerraba al furioso. Fue- ron rotas las cárceles, cobrando no sólo libertad, mas autoridad los delincuentes.

g7 Había el Conde ya reconocido su postrer riesgo, oyendo las voces de los que le buscaban pidiendo su vida; y depuestas entonces las obligaciones de gran- de, se dejó llevar fácilmente de los afectos de hom- bre: procuró todos los medios de salvación, y volvió á proseguir en el primer intento de embarcarse; salió

GUERRA DE CATALUÑA 47

segunda vez á la lengua del agua, empero como el aprieto fuese grande y mayor el peso de las afliccio- nes, mandó se adelantase su hijo con pocos que le seguían, por que llegando al esquife de la galera, que no sin gran peligro los aguardaba, hiciese como lo esperase también; no quiso aventurar la vida del hijo, porque no confiaba tanto de su fortuna. Adelantóse el mozo, y alcanzando la embarcación, no le fué posi- ble detenerla (tanta era la furia con que procuraban desde la ciudad su ruina) : navegó la galera, que le aguardaba fuera de la batería. Quedóse el Conde mi- rándola con lágrimas, disculpables en un hombre que se veía desamparado á un tiempo del hijo y de las esperanzas; pero ya cierto de su perdición, volvió con vagarosos pasos por la orilla opuesta á las peñas que llaman de San Beltrán, camino de Monjuich.

A esta sazón, entrada su casa y pública su ausen- cia, le buscaban rabiosamente por todas partes, como si su muerte fuese la corona de aquella victoria; to- dos sus pasos reconocían los de laTarazana: los mu- chos ojos que lo miraban caminando como verdade- ramente á la muerte, hicieron que no pudiese ocul- tarse á los que le seguían. Era grande la calor del día, superior la congoja, seguro el peligro, viva la imaginación de su afrenta; estaba sobre todo firmada la sentencia en el tribunal infalible: cayó en tierra cubierto (i) de un mortal desmayo, donde, siendo

(i) Acepción figurada del verbo cubrir, que no está en el Diccionario de la Academia.

48 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

hallado por algunos de los que furiosamente le bus- caban, fué muerto de cinco heridas en el pecho. 99 Así acabó su vida Don Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, dándole famoso desengaño á la am- bición y soberbia de los humanos, pues aquel mismo hombre, en aquella región misma, casi en un tiempo propio, una vez sirvió de envidia, otra de lástima. ¡Oh grandes, que os parece nacisteis naturales al imperio'- ¿Qué importa, si no dura más de la vida, y siempre la violencia del mando os arrastra tempranamente al precipicio? (i). 100 No paró aquí la revolución; porque, como no tenía fin determinado, no sabían hasta dónde era menester que llegase la fiereza. Las casas de todos los minis- tros y jueces reales fueron dadas á saco, como si en porfiadísimo asalto fueran ganadas á enemigos. Em- pleóse más el furor en el aposento de Don García de Toledo, marqués de Villafranca, general de las gale- ras de España, que algunos días antes había dejado aquel puerto: tenían largas noticias del Marqués por la asistencia que hacía en la ciudad; aborrecían entra- ñablemente su despejo y exquisito natural: pagaron entonces las vidas de sus inocentes criados el odio concebido contra el señor. Aquí sucedió un caso ex-

(i) De esta jornada, conocida en la historia por el Corpus de Sangre, y de la muerte de Santa Colonia, dan más pormenores la Crónica de Miguel Paret, publicada en el Memorial Histórico Es- pañol, y los Anals Consülars, Ms. que se guarda en el Archivo de la Corona de Aragón.

GUERRA DE CATALUÑA 49

traño asaz, en beneficio de la templanza: toparon los que desvalijaban la casa, entre sus alhajas, un reloj de raro artificio, que, ayudándose del movimiento de sus ruedas (encerradas en el cuerpo de un ximio, cuya figura representaba), fingía algunos ademanes de vivo, revolviendo los ojos y doblando las manos in- geniosamente. Admirábase la multitud en tal nove- dad, ciega dos veces del furor y de la ignorancia; y creyendo ser aquella alguna invención diabólica, de- seosos de que todos participasen de su propia admi- ración, clavaron el reloj en la punta de una pica; así, discurriendo por toda la ciudad, le enseñaban al pue- blo, que le miraba y seguía igualmente lleno de asom- bro y rabia: de esta suerte caminaron á la Inquisición y le entregaron á sus ministros, acusando todos á voces el encanto de su dueño; ellos, bien que reco- nocidos del abuso vulgar que los movía, temerosos de su desorden, convinieron en su sentimiento pro- metiendo de averiguar el caso y castigarle como fue- se justo.

loi La gente que llevó tras esta novedad, y el tiem- po que se gastó en seguirla, alivió mucho el tumulto : por otra parte, se empleaban otros en acompañar y aclamar de nuevo al diputado Tamarit y conselleres que recibiendo del vulgo el aplauso como la libertad poco antes, discurrían por las plazas llevados en hom- bros de la plebe: ocupó este ejercicio gran parte del día, mas no por eso le faltaban al tumulto voces, ma- nos, armas y delitos.

102 El convento de San Francisco, casa en Barcelona

4

50 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

de suma reverencia, ofrecía con su autoridad y de- voción inviolable sagrado á los temerosos : acudieron muchos á buscarle; esto mismo dio motivo de crecer el ardor de los inquietos. Hicieron los religiosos algu- nas diligencias más constantes de lo que permitía su profesión, bien que cortísimas para resistir las fuer- zas contrarias: pretendieron quemar las puertas, y venciéndolas en fin, entraron espantosamente; fueron en un instante hallados y muertos con terrible inhu- manidad casi todos los que se habían retirado, y en- tre ellos algunos hombres de gran calidad y puesto : éstos son los que podríamos llamar dichosos, acaban- do en la casa de Dios y á los pies de sus ministros. Tal hubo que pidiendo entrañablemente confesión, se la concedieron; pero luego, impaciente el contrario, salpicó de inocente y miserable sangre los oídos del que en lugar de Dios le escuchaba; otros, medio muertos por las calles, acababan sin el refugio de los sacramentos : alguno pudo contar infinitos homicidas, pues comenzándole á herir uno, era después lastimo- so despojo al furor de los que pasaban: á otro em- bestían en un instante innumerables riesgos; llegando juntas muchas espadas, no se podría determinar á qué mano debía la muerte; ella tampoco, como á los de- más hombres, los aseguraba de otras desdichas. Mu- chos después de muertos fueron arrastrados, sus cuerpos divididos, sirviendo de juego y risa aquel humano horror que la Naturaleza reUgiosamente dejó por freno de nuestras demasías: la crueldad era de- leite, la muerte entretenimiento : á uno arrancaban la

GUERRA DE CATALUÑA 5 1

cabeza, ya cadáver, le sacaban los ojos, cortaban la lengua y narices; luego, arrojándola de unas en otras manos, dejando en todas sangre y en ninguna lástima, les servía como de fácil pelota: tal hubo que topan- do el cuerpo casi despedazado, le cortó aquellas par- tes cuyo nombre ignora la modestia, y acomodándolas en el sombrero hizo que le sirviesen de torpísimo y escandaloso adorno.

103 Todo aquel día poseyó el delito repartido en enor- mes accidentes, de que cansados ya los mismos ins- trumentos del desorden, pararon en ella, ó también porque con la noche temieron de los mismos que ofendían, y aun de propios.

104 Éstos son aquellos hombres (caso digno de gran ponderación) que fueron tan famosos y temidos en el mundo, los que avasallaron príncipes, los que domi- naron naciones, los que conquistaron provincias, los que dieron leyes á la mayor parte de Europa, los que reconoció por señores todo el Nuevo Mundo. Éstos son los mismos castellanos, hijos, herederos y des- cendientes de estotros, y éstos son aquellos que por oculta providencia de Dios son ahora tratados de tal suerte dentro de su misma Patria por manos de hom- bres viles, en cuya memoria puede tomar ejemplo la nación más soberbia y triunfante. Y nosotros, vién- doles en tal estado, podremos advertir que el Cielo, ofendido de sus excesos, ordenó que ellos mismos diesen ocasión á su castigo, convirtiéndose con faci- lidad el escándalo en escarmiento.

105 Al otro día, atemorizada la ciudad del rumor pa-

52 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

sado, y manchada de sangre de tantos inocentes, ama- neció como turbada é interiormente llena de pesar y espanto. Hizo celebrar sus funerales por el Conde muerto, llena de tristísimos lutos en demostración de su viudez, y en pregones y edictos públicos ofreció premios considerables al que descubriese el homicida. io6 Dio luego la Diputación cuenta al Rey Católico de lo sucedido el día del Corpus : disculpaba los minis- tros provinciales; dejaba toda la ocasión á la parte del Virrey, cuya inconsiderada entereza á los princi- pios había revuelto los ánimos de los atrevidos; ha- blaban templadamente del alboroto y con gran exa- geración de su sentimiento negaban la violencia en la muerte del Conde; antes, acomodándolo á acciden- te natural, se quejaban del temor que le trajo á aque- llos términos; en fin, llenos de lágrimas, más pedían el consuelo que el remedio; y entretanto proseguían en sus averiguaciones, por excusarse, si les fuese po- sible, del escándalo que un tal suceso podía haber dado en el mundo.

FIN DEL PRIMER LIBRO

LIBRO SEGUNDO

Tortosa sigue la inquietud de la provincia. Gobierno del Car- dona. — Sus acciones y muerte. Junta el Arce las armas rea- les. — Su camino. Asalto de Perpiñán. Obispo de Barce- lona, nuevo virrey. La Diputación envía embajada al Rey Católico. Efectos de ella. Previene el Conde-Duque gran junta cerca de los negocios del Principado. Sus proposicio- nes y pareceres. Resuélvese la guerra.

Pública la revolución de Barcelona por todo el Principado, estimuló terriblemente los ánimos de sus moradores á imitarle, juzgándose por mejor natural aquel que con más libertad perturbase su república: esta pasión, aunque apoderada de todos, como suce- siva á la queja, tuvo particularmente su fuerza en aquellos pueblos donde se hallaba alojado parte del ejército católico, que, como más ocasionados, eran los más expuestos á la contienda y sinrazón de los hués- pedes. Lérida, Balaguer y Gerona, todas ciudades principales, y otras villas, continuaron duramente el tumulto comenzado antes de la muerte del Conde; aunque también en algunas con poca más causa que el despecho é interior contrariedad entre las dos na- ciones, eran los miserables castellanos asaltados, arro- jados y perseguidos de todas partes, de todas perso- nas y á todos tiempos; ni la campaña ni la soledad los aseguraba, antes allí parecía mayor el riesgo.

54 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Ocupaban entonces el castillo de la ciudad de Tor- tosa, última población de Cataluña, puesta sobre el Ebro, fronteriza al reino de Valencia, tres mil solda- dos bisónos y desarmados á cargo de Don Luis de Monsuar, baile general del Principado (es allá baile como recibidor y administrador de todo lo tocante al Rey), y era Don Luis uno de los hombres que verda- deramente amaban el servicio de su príncipe. Fué avisado prontamente de los movimientos que la ciu- dad prevenía; trató de recoger consigo al castillo al- gunas municiones y bastimentos que hasta entonces confiadamente se estaban esparcidos por todo el lu- gar; intentólo con artificio, pretendiendo manejarlos aquella noche, para lo que le ayudaba mucho un ca- ballero natural de la misma ciudad, de apellido Oli- veros, en extremo aficionado al partido del Rey; em- pero siendo descubierta su intención, acudió el pue- blo á pedirle se detuviese en aquella diligencia.

Deseaba el Monsuar apoderarse de las municiones y pertrechos de guerra, porque hallándose con tres mil infantes, que con ellos podría armar, no dudaba hacerse dueño de la ciudad y mantenerla á devoción del Rey Católico contra todo el Principado, esperan- do ser por instantes socorridos de Aragón y Valen- cia. Excusóse con buenas razones á la demanda del vulgo, que ya impaciente de la duda, con súbito motín había revuelto los ciudadanos: fueron de im- proviso asaltados los soldados inocentes sin armas ni intentos (hasta entonces ignoraban la determinación del Monsuar); salvólos su inocencia, y recibiendo la

GUERRA DE CATALUÑA 55

vida y la libertad de mano de los sediciosos, fueron enviados á diferentes partes, habiendo jurado prime- ro no volver á Cataluña, con pena de la vida. Empleó- se toda la furia contra el baile y veedor general que allí asistía, por nombre Don Pedro de Velasco, que topando una grande cuadrilla de los inquietos, fué muerto y despedazado.

Al tumulto de la ciudad acudieron piadosamente los párrocos y cabildo, sacando de cada iglesia en procesión el Santísimo Sacramento, cuya sacrosanta presencia templó milagrosamente el furor, que ame- nazaba grandes daños en vidas, honras y haciendas. Muchos hombres, perseguidos de la plebe, corrían y se escapaban asidos de las varas del palio; otros, cu- biertos de las mismas ropas de los sacerdotes; entre todos fué señaladamente dichoso el Monsuar, de quien más que de ninguno deseaban venganza : esca- póse siendo embestido de muchos, y topando al Señor, se echó á los pies del ministro; hasta aquel lu- gar violaron las espadas, y fué defendido con la pro- pia custodia; reconoció la muerte al Autor de la vida, y detúvose, abriendo los ojos la misma ceguedad : en esta forma, siempre cubierto de la casulla sacerdotal, bien que siempre perseguido é infamado del pueblo, llegó á la iglesia y escapó la vida, prosiguiéndose el tumulto hasta otros excesos.

No se oía á este tiempo por toda Cataluña y sus pueblos más que los temerosos vías f oras (usan de este modo de decir los catalanes en sus furiosos con- cursos, que suena en romance sal de aquí). A la señal

56 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

de esta voz eran los soldados católicos embestidos terriblemente en sus cuarteles de todo el villanaje comarcano, que el ejemplo de Barcelona concitaba contra los reales : su descuido aumentó en gran parte la fuerza de los contrarios; alguno podía temer, pero los más confiaban: el primer aviso fué el daño (hablo de los lugares antes pacíficos); muchos hombres mu- rieron lastimosamente, suelta ya é incorregible la crueldad de los rústicos.

Alojaban los tercios del marqués de Mortara, Juan de Arce, Don Diego Caballero, Don Leonardo^ Moles y el de Módena en los lugares del Ampurdán y la Selva, antes de la muerte del conde de Santa Colo- ma; y ausente el de Mortara, era el más antiguo el Arce, gobernador del regimiento de la guardia del Rey, por cuya prerrogativa superentendía á los otros: su tercio, como el más favorecido, el más soberbio, y de eso el más insolente, ejecutaba los mayores escán- dalos. Era el Arce hombre industrioso y severo, her- mano de ministro acreditado, corto de razones, esti- mado por virtuoso y entero; obraba como quien no temía, disimulando la libertad de los soldados para con los paisanos, en descuento (i) de que le fuesen obedientes al manejo militar.

Siendo el más aborrecido, fué el que primero ex- perimentó el furor de los contrarios; así, anticipán- dose al peligro, se retiró á un convento dos leguas de la villa de Olot, alojamiento del Mortara, con quien

(i) Véase la nota de la página 4.

GUERRA DE CATALANA $^

pretendió juntarse; fortificóse como le fué posible, acudió á su socorro parte del otro regimiento, y pudo defenderse : llegaban los paisanos á número de tres mil, con cuyas bandas, llenas más de osadía que orden, fué escaramuzando hacia las puertas de Gero- na, ciudad famosa, dicha de los antiguos Geranda, donde se le juntaron los otros tercios, con los cuales se hizo grueso de cuatro mil infantes.

Eran las doce de la noche cuando las primeras com- pañías de los católicos se descubrieron junto á las puertas de la ciudad, que, estremecida con el suce- so, y aún más temerosa quizá de sus pensamientos, tocó al arma; acudió todo el pueblo, fué fácil la resis- tencia después de una grande confusión. El Arce, en medio de estas demostraciones, no se afirmaba en el modo de haberse con los naturales (esta duda opri- mía á cuantos gobernaban las armas del Rey); de todo y en todo consideraba el daño; peligroso estado para el que es fuerza resolverse, cuando ni la ira, ni la pa- ciencia, ni la moderación, aseguran el fin de las ac- ciones.

Dejaron á Gerona, no sin desorden y muerte de dos capitanes, y siendo avisados por un castellano de que en el pan se trataba de administrarles veneno, tomaron el camino de San Felíu por el lugar de Cal- das, donde recibiendo más infantería, crecía con su número su miseria de San Felíu á Blanes; pero los villanos (así suelen llamar la gente de guerra á la del campo), por no perder diligencia encaminada á la ruina, se emboscaron entre San Felíu y Blanes poco

58 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

más de doscientos tiradores, que á su tiempo asalta- ron las tropas católicas : duró la escaramuza algún es^ pació, y fueron rotos los naturales, pero sin daño con- siderable.

10 Mientras los tercios se movían, como habernos di- cho, parte de la caballería acuartelada más á los con- fines de Aragón, á cargo de Felipe Filangieri, caba- llero napolitano, pudo salvarse con faciUdad, dejando de noche improvisamente sus cuarteles, y entrándo- se en aquel reino, donde sus tropas fueron bien aco- gidas, juzgándolas ya iguales en la pérdida á las otras.

11 Gobernaba Don Fernando Cherinos de la Cueva, con título de comisario general, más de otros cuatro- cientos caballos andaluces y extremeños que había conducido á Cataluña: era su alojamiento en Blanes; llegó primero á experimentar parte de los movimien- tos del Principado; trató de recogerse luego, y cami- nando á la ciudad, aquella misma diligencia que pu- diera salvarle, vino á servir de su mayor daño: reco- nocían los lugares su poder y orden, y juzgando di- ferentemente de sus designios, entendieron preten- día vengar los rumores de Barcelona: juntáronse por toda la campaña algunas bandas copiosas de gente suelta, tomaron los montes por donde había de hacer sus marchas, y en las angosturas de los valles bajaban á ofenderle. El Cherinos, hombre naturalmente inex- perto, no supo acomodarse á la defensa: recibía el daño como de enemigos, y no acababa de ofenderlos como contrarios; entretúvolos algunos días; no se atrevió á romper, ó no pudo cuando se determinó.

GUERRA DE CATALUÑA 59

porque los catalanes, más resolutos (i), aprovechán- dose de la duda, cargaron impensadamente sobre sus tropas, y degollando la mayor parte de ellas, se hi- cieron dueños de sus caballos y armas, escapándose pocos de la prisión ó de la muerte. Fué esta pérdida de grande consideración á las armas católicas, y la primera suerte del Principado.

12 El Arce y Moles, á quienes cada día llegaban nue- vas de las ruinas de sus compañeros, no les pareció conveniente ni segura la asistencia de Blanes: desea- ban acercarse á Rosellón; pusiéronlo en efecto; pero los soldados, que se olvidaban ya del agasajo de la villa, acordándose sólo de lo que oían de los otros, dieron saco al arrabal y talaron la campaña: no los si- guieron los catalanes, aunque pudieron; con lo cual ellos, cobrando nuevo orgullo en su detención, abra- saron á Montiró y Palafrugell, lugares de su camino: los mismos daños recibió Rosas en su término, Aro, Calonge y Castelló de Ampurias en casas, árboles y frutos.

1 3 Cogían los soldados algunos paisanos, y los presen- taban al Arce, que mostrando compadecerse de ver- los, lo decía con tales razones, que ellos, interpre- tando su indignación primero que su piedad, cuando después topaban otros los ahorcaban ó mataban á pu- ñaladas, dando por excusa de su inhumanidad que aquello quería decirles su gobernador, mandándoles que no se los trajesen delante : tal era el furor de unos

(i) En la edición de 1808, resueltos.

6o FRAKCISCO MANUEL DE MELÓ

y Otros; tan pequeña causa bastaba para la mayor desdicha,

14 De esta suerte, en brevísimos días se fué enflaque- ciendo el poder y reputación de las armas del Rey en toda la provincia: aquellos sucesos, apacibles á su libertad, consecutivamente iban aficionando los áni- mos de algunos que no rehusaban la sedición más de por el daño que temían : al mismo paso se aumentaba el descuello de los inquietos. Tanto poder tienen los buenos ó malos acontecimientos en las acciones hu- manas, que de ordinario parece que mudan el valor ó la naturaleza, mudando el fin.

15 Llegó la nueva de la muerte del conde de Santa Coloma y otros movimientos á la Corte en 12 de junio: fueron oídos todos con lástima y confusión; amenazaba el negocio todo el sosiego público; incluía terribles consecuencias; juzgábanse los catalanes por hombres dispuestos á su precipicio; la guerra dentro en España se reputaba por el más siniestro accidente de la monarquía: decían que con esto no se compa- raba nada de lo pasado; que no podría suceder caso alguno digno de que por él se perturbase la paz na- tural que España gozaba consigo, envidiada de otras naciones; que los catalanes, habiendo roto la piedra de su escándalo, ya no les faltaba que hacer más que negociar el perdón, y que éste no se les debía difi- cultar mucho, por no llevarles á mayores desespera- ciones. Otros decían que la Majestad ofendida pedía vivamente un castigo ejemplar; que si los príncipes no volviesen por las injurias hechas á sus ministros,

GUERRA DE CATALUÑA 6 1

no podrían vestir su misma púrpura sin zozobra; que aquel que disimula un gran maleficio en la república, parece que da consentimiento para otros mayores; que si los reyes hubiesen de contemporizar con los malos, ¿de qué suerte habían de coronarse de justi- cia?, ó que si sola ella era para los pequeños errores, entonces ¿cómo podrían ser buenos los poderosos?

1 6 Todavía los ministros superiores, donde la consi- deración se debe hallar más atenta, no desdeñaban el sufrimiento, dando lugar á que los malcontentos "volviesen en : mostraban ignorar lo más sensible de los sucesos, por que la piedad no pareciese indigna aun á los mismos perdonados; sentían cuánto la in- dustria suele ser más oficiosa que la fuerza, que ésta no se contradice en esotra. Hércules venció á Anteo más con alzarle de la tierra que con apretarle en sus brazos : allí obedeció al arte el poder.

17 Habían los catalanes ya desde los principios de sus movimientos enviado á la Corte á fray Bernar- dino de Manlléu, religioso descalzo, persona entre ellos de señalada virtud y reverencia: presentaron por sus manos un memorial é informaron de sus co- sas al Rey y al valido, donde con razones (escritas de alguna pluma menos cuerda de lo que el caso pedía) representaban sus quejas de tal suerte que más ofendían la claridad de su justicia que la expli- caban : informaban por la relación de varios casos de algunos escandalosos delitos, casi todos en compro- bación de la insolencia de los soldados, cosa que en la Corte no podía ignorarse. La otra parte contenía

62 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

el remedio: también (i) en ésta no representaban con felicidad su intención, porque la descubrían á las pri- meras razones; paraban todos sus arbitrios en que el Principado se aliviase de las armas que le oprimían, y esto parece que no estaba entonces en manos del Rey Católico, pues no era ya el autor de la guerra: volvían á prometer su defensa, y aquí debía ser toda la fuerza de sus negociaciones, porque los castellanos, cansados de la campaña de Salses, en aquel tiempo vendrían á acomodarse con que cada cual defendiese sus provincias. Nada tuvo efecto, ó fuese por flojedad de los que manejaban el negocio, ó por desconfianza de los que en él tenían parte; pero en medio de estas dudas (que en fin prevalecieron sin ajustamiento), cuantos las consideraban desde afuera juzgaban que los catalanes se darían por satisfechos con que se les aliviase parte del peso de los alojamientos; que se les quitasen de la provincia algunas personas de oficio militar, de quienes decían haber recibido malas obras. En esta forma escribían desde Barcelona á los confi- denteSj y aun afirman que fray Bernardino, desespe-

(l) Aquí y en otros pasajes, como se verá más adelante, Meló emplea también no por tampoco. Cervantes tiene en el Quijote va- rios ejemplos de esta irregularidad, admitida por algunos gramáti- cos: «Mirábale también la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos de ella.» Parte primera, capítulo XVII. « lambiéti los cautivos del Rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma.» Parte primera, capítulo XL. « También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles.» Parte segunda, capítulo XLIII,

GUERRA DK CATALUÑA 63

rando ya de otros fines, lo propuso y suplicó así al Rey Católico.

18 El Conde-Duque y los suyos sentían con gran di- ferencia el acomodamiento de las cosas : no parecién- dole decente convenir en la voluntad de hombres inquietos, y cuyo natural estaba inficionado de la des- obediencia, entendía que ellos aborrecían el servicio del Príncipe, y que por eso deseaban apartar de los sujetos donde el celo real se hallaba más seguro: ca- nonizaba en su mente cuantos ellos acusaban en sus demostraciones, y así era lo mismo (como sucede al viento con el árbol de Séneca) rempujarles con uno y otro vaivén de la calumnia que fortificarlos en la gra- cia y en la valía del Conde.

19 Lo primero á que debía mirarse después de la muerte del Santa Coloma era á poner en aquel lugar una persona tal que con su autoridad é industria pudiese reparar y tener las ruinas de la república; túvose entonces por conveniente volver el gobierno á la casa de los Cardonas, que poco antes ocupara el duque de Cardona, Don Enrique de Aragón. Era el Duque reverenciado en su nación, no sólo por la grandeza de su casa, mayor sin competencia en toda la provincia, mas también por las muchas virtudes que se hallaban en su persona: su gobierno pasado, celoso para el Rey y apacible para sus naturales, lo había de nuevo hecho amar entre todos. Injustamente espera la confianza de aquel que sin obras pretende el aplauso, ni es acción de ministro ó príncipe pru- dente dejarlo todo al amor de los subditos ó vasallos.

04 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

20 Algunos motivos de fácil desconfianza lo habían apartado del régimen de la república, cultivando en- tonces por manos de su desengaño sus cosas particu- lares : en este estado lo halló la orden real, por la que se le mandaba volviese á encargarse del gobierno de la provincia, y que tanto debía esforzarse á aquel peso cuanto era cierto que sólo sus hombros lo podían lle- var; que el Rey fiaba de su prudencia la salud uni- versal de aquella gente; que en las grandes borrascas se prueba el arte del famoso piloto; que escogiese los medios suficientes á que ni el Rey perdiese alguna parte del decoro debido á su majestad, ni los quejo- sos la esperanza de alcanzar perdón y sosiego.

21 Hubo de aceptar el Duque su peligroso oficio, apartando de las dificultades que la consideración le ofrecía, y procurando generosamente acudir con todas sus fuerzas á la ruina de su Patria, que ya sen- tía temblar á la violencia de sus afectos (los gentiles llamaban dulce el morir por ella) : miserable estado el de la república, cuyas riendas arrebatan los malos y los ignorantes; ésa camina al precipicio, y si alguna vez se escapa, ,jqué más despeño se le puede esperar que aquel mismo gobierno?

22 También (i) á los catalanes no les fué desagradable aquel expediente, porque viéndose en manos de su natural que les ministrase el azote ó quizá el escudo como algunos esperaban), para cualquier suceso ama- ban su compañía.

(i) Véase la nota de la página 62.

GUERRA DE CATALUÑA 65

23 Halló el Cardona las cosas públicas en sumo des- orden, porque muchos, juzgándose ya perdidos, no rehusaban añadir nuevos delitos á las primeras cul- pas; otros, casi desesperados de la satisfacción de sus quejas, se disponían á seguir los sediciosos en la ven- ganza común. Á todo atendía el Duque, y después de bien informado de sus observaciones, entendió pro- piamente que los fundamentos de la quietud consis- tían en la templanza del pueblo de Barcelona, que, ó ensoberbecido ó indignado, todavía instaba por con- tinuar su desconcierto. Con esto comenzó á prevenir castigos á los acusados por ellos, sin dar lugar á lar- gas averiguaciones; porque como los quejosos habían antes gastado toda la paciencia inútilmente, ahora lo pedían todo con inconsiderada ejecución.

24 Mientras las «osas en Barcelona parece se iban encaminando al reposo, continuaba el Principado en los primeros movimientos: los párrocos y predicado- res desde los pulpitos tal vez persuadían al pueblo su libertad y predicaban venganza; verdaderamente ellos juzgaban la causa por tal que les convenía hablar de aquella suerte, encendidos del celo de la honra de Dios. Las ciencias se estudian, la cordura no se lee en las cátedras; muchos hombres doctos caen fácil- mente en este error, sin considerar que la enmienda de los vicios, como obra, en fin, de suma caridad, pide orden y concierto : el pulpito, lugar dedicado á las verdades, así se ofende de la lisonja como de la imprudencia; de ordinario, aquel grano corresponde en gran cosecha sembrado en ánimos sencillos; miren

6

66 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

los labradores del Señor qué semilla escogen. De esta misma suerte, según se lee en las historias, comenza- ron las alteraciones pasadas en Cataluña en tiempo de Don Juan el Segundo, rey de Aragón, persuadidos ellos por las voces de fray Jiian Gálvez, hombre insig- nemente libre de aquellos tiempos.

Casi en estos días pronunció el obispo de Gero- na una notable sentencia de excomunión y anatema sobre los regimientos de Arce y Moles, declarívndoles por herejes sacramentarlos, y refiriendo en ella dos estupendos sacrilegios, uno en Río de Arenas y otro en Santa Coloma de Farnés; cosa ciertamente, ó du- dosa ó creída, digna siempre de lágrimas. Á vista de esta demostración, no hubo pueblo que no se incitase como religiosamente al castigo de aquellas escanda- losas y aborrecibles gentes. Este fué el más irreme- diable accidente que padecieron los negocios del Rey, porque muchos, en cuyos ánimos prevalecía aun en- tonces el temor de la majestad, no se excusaban de juntarse con los inquietos, después que vieron una por lo menos mezclada) la causa de Dios con sus propias pasiones; satisfacían su enojo y prohijaban su indignación al celo santo, ordenaban la venganza de sus agravios y lo ofrecían todo al desagravió de la fe. No se entienda que todos obraban con este mismo espíritu, porque ciertamente resplandecía en muchos la devoción y piedad cristiana. Alzaron banderas ne- gras por testimonio de su tristeza, en otras pintaban en sus estandartes á Cristo crucificado, con letras y jeroglíficos acomodados á su intento, y de esta vista

GUERRA DE CATALUÑA 6^

los catalanes cobraban aliento y disculpa, los caste- llanos temor y confusión,

26 Arce, con la infantería que llevaba junta y alguna otra que no pudo incorporarse con sus tropas, cami- naba á Rosellón con gran trabajo y peligro. Procura- ron introducirse en diferentes pueblos: los mayores los arrojaban, los pequeños se resistían; ni les valía la industria ni la cortesía, y menos la fuerza. Marchaban los reales dentro de España con la misma miseria y riesgo que si atravesasen los desiertos de la Arabia ó Libia.

27 En fin, rompiendo hacia Perpiñán por entre Cada- qués y el Portús, dejaron con temor á Palamós, y por la vía de Argeles y Elna llegó la infantería y algunos caballos á aquella gran villa, donde se encaminaban como á centro de sus armas. Allí fué mayor la dificul- tad, cuando esperaban más cierto el amparo. Manda- ba en Rosellón, ausentes los primeros cabos del ejér- cito, el marqués Xeli de la Reina, general de la arti- llería en la campaña pasada : gobernaba el castillo de Perpiñán Martín de los Arcos, aquél florentín y éste navarro, entrambos soldados de larga experiencia.

28 Habían recibido aviso de las tropas; y pareciendo inexcusable el recibirlas no menos para su reposo que para sosiego de la plaza, se comenzó á disponer aquel manejo por los medios que se juzgaron más á propósito.

29 Es Perpiñán lugar de menos que mediana grandeza entre los de España, fabricado de las ruinas de la antigua ciudad Ruscino, que dio nombre á todo Ro-

68 FRANCISCO MANUEL DE MEI.O

sellón. Perpeniammi le llaman historiadores moder- nos por la vecindad con los Pirineos, según se cree, de cuyas asperezas se aparta por distancia de tres leguas; pero yace en llanura, regada del río Tech, llamado de los geógrafos Thelis, que junto á Canet entra en el Mediterráneo. Es la villa cabeza de su condado, y de las más fuertes de España por benefi- cio de la guerra, principalmente el año de 1543. Fué empeñado por Juan el Segundo de Aragón á Luis XI de Francia, y restituido por Carlos VIH á Fernando el Católico, atento á los designios de la guerra de Ñapóles,

30 Pedían los cabos cuarteles en la villa capaces á su alojamiento: determinaban secretamente asegurarse de los paisanos por este medio; pero el magistrado, entendiendo (y no sin causa) que de todo lo obrado en Cataluña ellos habían de pagar la pena, procuró excusarse de recibir tanta gente hambrienta y escan- dalizada: defendíase con sus fueros y con orden par- ticular del conde de Santa Coloma para que ninguno se alojase de otra mano que la suya.

21 Volviéronse á apretar las pláticas, sin que el Xeli quisiese admitir excusa alguna; pero los naturales, ya con razones, ya con rumores de armas que prevenían, instaban en defenderse: no se puede dudar .que ellos lo pensaron con mucho brío ó con mucha ceguedad, viendo en lo eminente de su pueblo el mejor castillo de España, lleno de cabos, soldados y municiones, y junto á sus muros más infantería que ellos podían juntar. Pocas veces discurre la ira, y raras acierta la

GUERRA DE CATALUÑA

desesperación. No obstante, ellos cerraron las puer- tas, guarnecieron los puestos por donde podían ser acometidos, y armados oían las demandas y amena- zas de los reales, y respondían á ellas.

32 De esta suerte, cada cual, movido de sus intereses y todos del enojo, perseveraban en la discordia, sin topar otro medio de ajustamiento que la violencia. No hay caso más difícil de acomodar que aquel donde todos los contendientes tienen razón; porque como cada uno ama su sentimiento, ninguno quiere obli- garse del ajeno. Es la razón hija del entendimiento, ó antes es el mismo entender, y aunque en los hombres se halla tan poderoso el interés, más veces suelen dejarse de lo que desean que de lo que entienden; como si el juicio y la ambición no estuvieran sujetos á unos mismos descaminos.

33 Los reales, que ya estaban desesperados de conse- guir amigablemente el hospedaje, asaltaron de impro- viso una de las puertas de la villa, dicha la del Cam- po, con la infantería que se hallaba más cercana á ella: acudió á su defensa buena parte de los moradores, esforzándose el alboroto de tal suerte que más pare- cía escalada de plaza enemiga que no porfía ó inquie- tud entre españoles: hacía la noche mayor el espanto y aun el peUgro; porque vahéndose de sus sombras algunos de los naturales, ministraban con más segu- ridad su defensa y daño de sus contrarios.

34 Xeh, que desde el castillo estaba mirando la furiosa resolución de unos y otros, lleno de escándalo y des- pecho trató de favorecer á los suyos: mandó se dispa-

70 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

rase contra el lugar toda la artillería, juzgando cuer- damente que una vez puestas las cosas en manos de la fuerza no podría convenirles dejarla sin salir ven- cedores. Detúvole el gobernador Arcos, teniendo por cosa de gran riesgo romper tan severamente contra hombres que todavía eran vasallos de su Rey y le re- conocían por señor; pero el Xeli, tomando sobre todo el enojo de aquella majestad, hizo como se co- menzasen las baterías de cañones y morteros. Era en el primer cuarto de la noche cuando el castillo dio principio á su furor, y se continuó con tanta fuerza, que en poco tiempo arrojó sobre la miserable villa más de seiscientos cañonazos con gran cantidad de bombas: fué terrible el estrago, arruinóse la tercia paite del lugar, perecieron muchos inocentes: tales son de ordinario las sentencias de la indignación; pa- gan los no culpados, y los delincuentes quedan sin castigo. Esta tan extraña severidad despertó igual- mente la ira de los soldados y el temor de los mora- dores, con lo cual fácilmente aquéllos se hicieron dueños de ,1a mayor parte del pueblo, sin más pre- texto que el de su soberbia y codicia: fueron entradas á saco mil y quinientas casas, dando la noche no sólo ocasión, mas licencia á los insolentes para que cada uno obrase conforme su ambición ó su apetito. 35 Los moradores, ya desesperados de su remedio en la resistencia, acudieron á buscarle por vía del per- dón, valiéndose de la piedad cristiana, que, como tan naturat en los católicos, nunca la consideraban difi- cultosa. Vestido el obispo en sus vestiduras pontifi-

GUERRA DE CATALUÑA 71

cales, llevando en las manos la custodia del Señor, y acompañado de todo el clero y religiones, subió al castillo; salió á recibirlo Xeli y Ibs más oficiales es- pañoles, y después de algunas razones, en que todos mostraron más indignación que reverencia al divino Medianero de la concordia, el Xeli prometió tem- plarse, usando con aquel pueblo de la real clemencia de su dueño. 3" Detúvose por entonces el daño; mas porque la cau- sa estaba impresa en el corazón, cada instante volvía á brotar mil desórdenes : era grandísima la opresión de la gente y mucho mayor después, cuando tratán- dolos como vencidos no los diferenciaban de escla- vos: desarmaron á los naturales, apoderándose de su dominio militar y civil; alzaron horcas, formaron cuer- pos de guardia por toda la villa; obraban más de lo necesario á la seguridad, atropellaban afectadamente sus costumbres, quebrantaban sus fueros, sólo á fin de poner espanto en los ánimos de aquellos que así se mostraban amantes de su república.

37 Cada día reconocían más los perpiñaneses su escla- vitud, y daban voces acusando aquellos que habían escogido tan miserable remedio; quisieran antes haber acabado en su desesperación: ni quejarse ni sentir- se les era lícito, ni comunicar por letras sus dolores, porque los reales , informados de los otros sucesos contrarios, procuraban estorbar las correspondencias donde se les podía seguir aliento y esperanza.

38 Muchos de los moradores dejaron la Patria, y con mujeres é hijos se huían á la montaña, esperando me-

72 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

jor coyuntura para vengar sus agravios : llevados de esta pasión, salía á todas horas mucha cantidad de hombres y mujeres; y á la verdad, los castellan®s en los principios no se desagradaban de verlos dejar la villa en sus propias manos, juzgando que para cual- quier suceso les convenía el ser superiores en número á la gente natural. Á este fin, prim.ero disimulaban su fuga; pero después se vino á conocer el daño á tiem- po que ya no^podía evitarse, porque faltando la ma- yor parte de la gente popular que sirve al manejo de la república, faltaban juntamente con ella los útiles en que la suele emplear la necesidad común. Impen- sadamente vinieron á caer en continuas miserias: no había quien cortase leña, quien moliese trigo; el agua estaba quieta sin quien la trajinase; el ganado discu- rría suelto como sin dueño; las tiendas se veían cerra- das; los obradores de los oficiales, vacíos; crecía la falta de todo lo que se come y se viste.

39 Con esta ocasión comenzó el Xeli á sacar sus tro- pas á la campaña, que discurrían más como hombres llevados de la ambición que de la miseria: no había pueblo, casar ó granja por todo el país á que no visi- tase el robo ó el incendio; todo estaba cubierto de ruinas; los paisanos se veían escondidos por los bos- ques; las mujeres y niños, perdidos por las sendas; ninguno atinaba con el descanso, porque no había entonces ningún camino á la piedad ó á la justicia.

40 Llegó la información de estas miserias al Cardona, que infatigablemente se empleaba en el sosiego de Barcelona: entendió que las cosas de Rosellón pedían

GUERRA DE CATALUÑA 73

SU presencia, y las buenas señales de aquella ciuda4 le daban alguna confianza para poder dejarla. Los políticos disputan si conviene al Príncipe apartarse de la cabeza de su dominio por acudir al remedio de otro miembro; son diversos los pareceres, como lo han sido las causas : yo pienso que el negocio consis- te en entenderse bien el estado del Príncipe, juzgan- do que el pacífico puede sin daño acudir á cualquier parte donde lo pida la ocasión; mas que no lo debe hacer así el que gobernare un imperio turbulento, porque entonces el grande riesgo, aun contingente, descuenta la conveniencia. Los presentes trabajos de Carlos, Rey de Inglaterra, no hubieran sucedido si se conservara en Londres. 41 En fin, asentando el Duque su partida propuso lue- go, no sin industria, pedir á la Diputación y ciudad un diputado y un conseller por acompañados: pre- vino con destreza que con ministros de la provincia llevaba más segura su obediencia, y que ellos tam- bién, viendo convidarse con la autoridad que miraba al castigo, no podría dudar de que se deseaba satis- facer al Principado; y aun para los mismos era asaz conveniente mostrar cómo pretendía unir sus accio- nes á un espíritu acomodado á la justificación. Fuéle concedida la compañía de los dos magistrados, como lo pidió, y partiéndose á Perpiñán ya con poca salud fuese fruto de los años ó del gobierno), llegando allí en pocos días, se introdujo en los negocios de aquel Estado, tomando justificadas noticias de todos sus acontecimientos.

74 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

42 Sabía el Duque, como natural, el ánimo de sus patricios, y que por gente tenaz en las pasiones, guardaban vivo el odio concebido contra los cabos; entendía que el primer paso de la templanza era co- menzar castigando aquellos que el clamor público acusaba; no creía hallarlos inocentes ni tampoco juz- gaba su culpa igual al escándalo; pero también (i) no tenía en tanto su agravio cuanto la furia de una na- ción entera. De esta suerte dispuso sus acciones, en- caminando todo á la quietud pública.

43 Lo primero fué mandar prender al Arce y Moles, porque deseaba que la satisfacción se mostrase pron- ta y notoria: mandó que fuesen llevados á la cárcel común de los malhechores; hizo de la misma suerte se prendiesen algunos otros oficiales y soldados, y volvió á hacer platicables las querellas que el Santa Coloma había prohibido entre catalanes y castella- nos, por que cada uno entendiese podía temer y podía esperar.

44 Dio cuenta al Rey Católico de su deliberación, ha- lagando su enojo con la esperanza de recobrar su autoridad por medio de una cortísima violencia. De- cía que en apartar de los ojos de aquella gente la oca- sión de sus escándalos, consistía el modo de hacerlos olvidar todos: que á los dos cabos se les seguía poca injuria, porque remitiéndolos á la corte allá podría S. M. disponer su desagravio, ocupándolos en otras

(i) Véase la nota de la página 62.

GUERRA DE CATALUÑA 75

provincias : tras esto no olvidaba sus excesos, refi- riendo los casos así como los había entendido, 45 No se había hasta ese tiempo hecho entre los mi- nistros el verdadero juicio de estos movimientos, por- que la condición del Rey Católico, por oculta en sus operaciones, no daba alguna señal de su aprecio. El Conde-Duque, aconsejado de aquella altivez que siempre le habló al oído, si bien no dejaba de temer en su corazón, todavía no desmayaba en el semblante y palabras; antes, como si aun entonces dependiesen de su arbitrio los intereses de los catalanes, mostra- ba despreciar igualmente su arrepentimiento que su obstinación. Creció con esto el error en los superiores porque, como los más vivían observando su apetito engañados de la confianza exterior, no llegaban á penetrar las dudas del ánimo, mal persuadidos de la apariencia. Mucho servía también á la soberbia del Conde el notar algunas señales de humildad en los catalanes, porque aquellas demostraciones que suelen mover á clemencia los grandes espíritus, suelen tam- bién incitar los terribles á mayor venganza: conside- raba las diligencias de fray Bernardino con los reyes por alcanzar misericordia á su república; el cuidado con que la Diputación y ciudad despedían misiona- rios ó embajadores por dar satisfacción á su príncipe; su Protonotario, hombre fatal en la monarquía (i), también con intervención de algunos confidentes, le

(i) Se refiere á Don Jerónimo Villanueva, secretario de Esta- do y protonotario de Aragón.

76 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

aseguraba no menos su confusión y temor; finalmen- te, persuadido de su propio natural, se dejó entregar antes á la perdición que á la templanza. 46 Con este propósito se le ordenó al Cardona no procediese contra los presos (extrañándose la resolu- ción de cosa tan grande); que no diese por solo paso alguno en su castigo; antes que de lo que obra- se diese cuenta á la Junta que para expediente de aquellos negocios se mandaba formar en Aragón. No hallaron otro modo de reprenderle más decente á sus años y autoridad; pero el Duque, saliendo á reci- bir lo que se le recataba, entendió que el Rey se des- placía de su gobierno: vióse ceñido de obligaciones, unas que, como sujeto, le forzaban á consultar con otros, y otras que, como libre, pedían su ejecución: en estas contrariedades comenzó á afligirse con tan- tas congojas, que no hallando el espíritu desahogo alguno, comunicó sus pasiones á la salud, hasta que esforzándose el mal por medio de una calentura con- citada de la viva imaginación de su afrenta, en pocos días dejó, la vida y el cuidado de la república, que juntamente con su cuerpo enterró todas las esperan- zas de su remedio. Aman los hombres el mando como cosa divina, sin advertir el riesgo que se trae consi- go el gobernar á los otros hombres: no hay ninguno que por justificado deje de ser sospechoso al Prínci- pe ó al pueblo; que lo uno basta para perder la gran- de fortuna, y lo otro la buena fama. En menos de la tercera parte de un año nos lo enseña el ejemplar destos dos virreyes : el primero, por muy obediente á

GUERRA DE CATAI-UNA 77

SU señor, muerto á las manos de la plebe; el segundo, por muy amante de su república, muerto también al enojo de su Rey.

47 Fué su muerte del Cardona la última diligencia de la turbación, porque como su autoridad servía de freno á las demasías de unos y de columna al temor de otros, viéndose aquéllos sin qué temer y éstos sin qué esperar, los primeros reiteraron su soberbia, y los segundos estragaron su templanza de tal manera, que brevemente fueron en el Principado de una mis- ma calidad casi todos los ánimos: con que las cosas tomaban cada día peor camino, y la inquietud cobra- ba mayores fuerzas; tal suele ser de mayor peligro la segunda enfermedad que la primera.

48 Había el Principado algunos días antes expedido sus embajadores al Rey Católico, en representación de sus tres estamentos, iglesia, nobleza y pueblo, y por ellos nueve personas de sus órdenes y una en nom- bre de Barcelona; mas como siempre suceda que la indignación se irrite con los clamores del que pide clemencia, los ministros reales, abusando de aquel arrepentimiento, dieron señales de despreciarle : man- daron que los embajadores fuesen detenidos en Alca- lá de Henares, lugar puesto á seis leguas de la corte. Lo primero que deseaban era saber su ánimo de los enviados, porque el Conde y los suyos procuraban apartar de las noticias del Rey toda la justificación délos catalanes : quisieron amedrentarlos con aque- llas apariencias de enojo, porque cansados con la de- tención y molestia mudasen ú olvidasen las razones

78 FSANCISCO MANUEL DE MELÓ

que habían estudiado entre sus fieles patricios. Era el estilo común de sus papeles públicos y secretos unas vivísimas quejas del Conde y Protonotario: al principio dispusieron sin industria sus querellas, ha- blando siempre con desatenta libertad en las perso- nas de los dos ministros, y no obstante que el mayor estaba segurísimo en la gracia del Rey, y el segundo no menos fitme en la del primero, todavía aquellos celos naturales en el valimiento les hacía temer más de lo justo la eficacia con que los catalanes les adju- dicaban sus males: procuraban desacreditar sus cla- mores y apartarlos cuanto les fuese posible, y lo con- seguían con facilidad por el gran poder de los dos, y porque, como ellos eran los instrumentos ó sentidos de las acciones del Rey, jamás podían obrar cosa en su descrédito ni en conocimiento de aquella verdad que les fuese contraria.

49 Famosa lección pueden aquí tomar los príncipes para no dejarse poseer de ninguno: el que' entrega su voluntad y su albedrío á otro, éste más se puede lla- mar esclavo que señor; hace contra lo que no ha hecho su desventura; la suerte le hizo libre, y él se ofrece al cautiverio : la mayor miseria de un príncipe es aquella que le pone vendido á los pies de otro; ¡cuánto mayor debe ser esotra que le trae avasallado y preso al arbitrio de su propia hechura!

50 Pensaban los catalanes que escribían al Rey sus lástimas, y hablaban en aquel modo que la miseria halló paira, rogar á la grandeza: el dolor sensible no sufre elegancias ó decoros; á cualquier hora y por

GUERRA DE CATALUÑA 79

cualquier término se queja el dolorido. Decían con sencillez sus trabajos, y como cosa natural en los hombres, acudían con la mano y con el dedo á seña- lar la parte ofendida y la causa de la ofensa : escribie- ron á la Reina, al Príncipe y á los ministros superio- res : escribieron al mundo todo un papel impreso, á que llamaron Proclamación Católica (i); manifestaron á todas las gentes su razón y su justicia, llamando por cómplices en la ruina al Conde y su Protonotario, que indignados entonces por la publicidad de sus injurias, se esforzaban en desmentirlas, haciendo cómo ellas se disimulasen, y abultasen en su lugar las acciones del Principado en deservicio de su Rey; de tal suerte, que podemos decir que aquel propio camino que los catalanes habían buscado para alcanzar su remedio, los llevaba al precipicio. 51 Á este tiempo andaban miás vivas que nunca las

(i) Proclamación Católica á la Magestad Piadosa de Felipe el Grande los Concelleres y Consejo de Ciento de la Ciudad de Barce- lona. Barcelona Jaime Alatevad 1640.

Esta obra, que Torres Amat atribuye á fray Gaspar Sala, es la principal de las muchas que por entonces se publicaron en Cata- luña contra la privanza del Conde-Duque y el mal gobierno de Felipe IV. De ellas da noticia el bibliófilo Don Jaime Andréu en su Catálogo de mía colección de_ impresos referentes á Cataluña. (Siglos XVI, XVII, XVIII y xix.) Barcelona, 1902. Balaguer, en su Historia de Cataluña, tomo VII, pág. 489, atribuye la Procla- mación Católica á Diego Monfar y Sors, uno de los ciudadanos de Barcelona que posteriormente fueron entregados como rehe- nes á Luis XIII de Francia.

8o FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

negociaciones é inteligencias, estudio particular de aquel ministro. Pretendíase de parte del Rey que la provincia, con grandes muestras de humildad y re- verencia, suplicase el perdón públicamente: que con demostraciones de su error y como gente engañada entrase á pedir misericordia sobre su república: que se valiesen de la intercesión del Pontífice y de los príncipes amigos. Esto no era remitirles el castigo, sino asegurar su obediencia, por que lo pudiesen lle- var en tiempos más acomodados. Con esta satisfac- ción y algún servicio particular en materia de intere- ses, mostraba el Conde se inclinaría el Rey al acomo- damiento de las cosas; y lo primero que prometía en orden á la seguridad de la provincia, era poner la jus- ticia catalana en su primera autoridad y fuerza. Usa- ban los ministros católicos de esta cláusula en todas sus pláticas y papeles, porque previniendo el espan- to que causaría en el Principado ver entrar por sus puertas un poder grande, juzgando que se encamina- ba á constituir la nueva reputación de la justicia, no tuviesen lugar de temerlo. 5 2 Variaban los catalanes, porque aun sobre el caso del perdón, decían que pedirle confirmaba la culpa que ellos negaban; que el error particular de algunos no había de servir de mancha á la fidelidad de una nación: no obstante, se negociaba por diferentes ca- minos con los embajadores, de que celoso el Principa- do, les escribió de secreto reprehendiéndoles el haber admitido nuevas pláticas : volvía á instar pidiesen el alivio de aquellas armas y el castigo de los cabos: no

GUERRA DE CATALUÑA 8 I

les era ya tan molesto el peso como la consideración de que por medio de ellas se habían de obrar todas las venganzas: deseaban verlas apartar de para cualquier acontecimiento: mirábanlas con agüero, ó no podían verlas; así acontece al condenado, desviar los ojos del acero que sabe le ha de ministrar el suplicio.

53 A todas las sospechas del Rey para con la provin- cia, y á todos los temores de ésta para con el Rey, ayudaban mucho las cartas y negociaciones de algu- nas personas que residían en Madrid y Barcelona, que por sus intereses por ventura por su buen celo, deseosos de la concordia) daban unas veces señales de serenidad y otras de borrasca, según lo prometían los accidentes exteriores de uno y otro pueblo.

54 Entre los que tuvieron mayor parte en estos mane- jos, fué el maestre de campo Don José Sorribas, caba- llero catalán, hombre práctico y de industria. Llegó de Barcelona aquellos días como retirado y temeroso del furor de los suyos; hízose buen lugar en el aplau- so del Conde y Protonotario, juzgándole por sujeto asaz á propósito para sus designios, porque después de ser noticioso de las cosas, tenía parientes y ami- gos de autoridad en Barcelona. Con este pensamien- to le fiaban los secretos de más importancia en aquel negocio, en los cuales el Sorribas se acomodó de tal suerte, que recibiendo en la substancia de las co- sas, parece las aplicaba después según la parte á que convenían. Este fué el juicio que se hacía sobre su persona. No ofenda mi testimonio la integridad de aquel hombre: hablo como historiador, según las no-

6

82 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ticias de lo que he visto y oído. Á todo dio ocasión verle al principio de estos movimientos en gran con- fidencia con los ministros reales, y verle después por ellos mismos preso en la cárcel pública. No le acusa mi sentimiento, ni á otro ninguno, porque inmisterio- samente (i) refiero los casos como han sido, apunto lo que después ó entonces se discurrió sobre ellos, valiéndome algunas veces del juicio competente á mi instituto, y á que me dan motivo los mismos sucesos que voy escribiendo.

55 Eran los principios de agosto, y corrían entonces los negocios públicos de Cataluña en sumo silencio: aquellos que no miraban más que á la apariencia y serenidad del semblante, entendían que ellos esta- ban interiormente compuestos á satisfacción del Rey; otros, que con más atención examinaban las señales, temían que de aquel sosiego resultase alguna mayor turbación, como acontece en el otoño, que de las grandes calmas se arman horribles truenos: así de- terminaba la variedad de los juicios de los hombres, según el ánimo ó noticia de cada uno.

56 Fué casi en estos días nombrado por Virrey de Ca- taluña y sucesor de Cardona el obispo de Barcelona, Don García Gil Manrique, varón docto y templado, cuya persona no sirvió al remedio, y menos al daño. Pensóse profundamente esta elección del nuevo vi- rrey, porque los ministros reales, ya más temerosos

(i) Imnisterio saínente , sin misterio. Voz que no está en el Diccionario de la Academia.

GUERRA DE CATALUÑA 83

de lo que al principio, no se fiaban de la obediencia de los catalanes: por esto no se atrevían á aventurar á su furia un tal sujeto, cual deseaban para su en- mienda.

5 7 Ellos también seguían este mismo discurso, no de- jando de desvanecerse y gloriarse, habiendo recono- cido en esta acción el recelo de los ministros reales, y le juzgaban dichosísimo pronóstico de su libertad. Esta fué entre todas la causa más eficaz que los llevó á recibirlo alegres, y también, porque como no le temían, no había para qué aborrecerle.

58 Juró en Barcelona el obispo con las acostumbra- das ceremonias, y recibiendo la contingente dignidad, comenzó á asistir á su gobierno; pero, ó fuese que con cordura alcanzase la cortedad de su poder, ó que los mismos subditos, por que no se apropiase en el imperio, con algunas demostraciones de libertad, le acordasen los fines de sus antecesores, determinó i^e- ducirse á sólo su primer oficio de pastor, haciendo poco más en el de virrey que desear la templanza de su república.

CQ Perdidas andaban las cosas á este tiempo en toda la provincia, más que en los alborotos pasados : todos los movimientos de la política estaban torpes; mu- chos pedían justicia, algunos la deseaban; pero no era posible hallarse forma de ejecutarla, habiéndose per- dido entre la sinrazón y la violencia. Los jueces rea- les, escondidos unos y otros ausentes, aborrecibles todos; los ministros de Guerra y Hacienda amedren- tados y huidos; el Virrey temeroso, vivas las memo-

84 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

rias de las otras tragedias; los inquietos, pujantes y soberbios á la detención, paciencia ó estado del Rey, todo junto, formaba una tristísima confusión, tan es- pantosa á los hombres cuerdos, que ninguno pensa- ba en más que obrar de tal suerte que su nombre no fuese acordado ó público, porque el silencio y olvido, mudando de naturaleza, entonces era la más apeteci- da felicidad de los prudentes.

6o Corría en la corte del Rey Católico voz común que los catalanes habían recibido al obispo por goberna- dor sólo para excusarse de otro, que bien lo habían dado á entender teniéndolo aprisionado; quejábanse de que el atrevimiento de los sediciosos fuese tal, que sucesivamente osase á poner las manos ó las ofensas en tres hombres, que cada cual representaba la persona de su señor; juzgaban al obispo como preso, y no era sino que su prudencia era el mayor estorbo de su propio mando.

6i Tales quejas daban los católicos de parte del Rey, y los catalanes de la suya no disimulaban tampoco en proseguirlas: decían que en tiempo en que las cosas habían menester amor, poder é ingenio, les en- viaban para gobernarlos un hombre que para que- rerlos era extranjero, para castigarlos incapaz, y para regirlos falto de experiencia; que su condición, como su estado, le impedía cualquier venganza convenien- te, pues hasta aquella facultad acostumbrada que los reyes suelen alcanzar del Pontífice para que los ecle- siásticos puedan administrar la justicia punitiva, también ésta le faltaba, porque los ministros artifi-

GUERRA DE CATALUÑA 85

ciosamente se lo habían disimulado, sólo á fin de no poder dar satisfacción y castigo á los delitos de los soldados, como ya lo habían hecho en tiempo del Cardona. Cada día de una y de otra parte añadían nuevas quejas con tal arte ó con tanta razón, que apenas podremos dar licencia al juicio para que se intermeta (i) á apurar la verdad de una y otras. 62 En medio de estas negociaciones pareció conve- niente admitir la embajada de la provincia, porque no estaban ya las materias en aquel primer estado en que las informaciones suelen mudar la naturaleza de los negocios. Húbose, en fin, de cumplir con aquella ceremonia, y quitarles á los catalanes más una razón de su queja; pero habiéndose entendido por la boca de sus embajadores lo mismo que hasta entonces por señales y observaciones se conocía, se hizo púbHco que el ánimo de la Diputación no era otro que con- seguir su quietud por los propios medios que la había perdido: que lo que pedían y ofrecían era lo mismo que tanto antes habían propuesto en descrédito de los cabos del ejército; y para satisfacción de la coro- na ofendida, obligaban con esto á que se tuviese por cierto que en aquella mudanza de los ánimos catala- nes, ó en aquel fingido arrepentimiento del Principa- do, no había otra razón más de la conveniencia tem- poral. Probábanlo con que siendo después tantos los excesos con que de su parecer había obrado, preten-

(i) En la edición de 1808, entrometa. Intermeter no está en el Diccionario de la Academia.

86 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

dían hacer platicables todavía aquellas mismas cosas que antes no les fué posible conseguir: decían que aquel no quiere concordia y paz que propone parti- dos desiguales.

63 El Conde-Duque, si bien en su ánimo, ó con mayor enojo ó con mejor discurso, había determinado la guerra, por justificarse con su Rey y con España y el mundo en un negocio tan grande, hizo llamar y pre- venir en su aposento una gran Junta, que constó de los mayores ministros de España, de varios magistra- dos, dignidades y oficios; compúsose de algunos del Consejo de Estado y Guerra, y de otros de la lla- mada Junta de Ejecución, de consejeros del Real de Castilla, y de Aragón algunos.

64 Presentes ya todos, entonces el Conde-Duque in- trodujo su razonamiento, suficiente á influir su pro- pósito en otros ánimos más libres: habló poco y gra- ve, recatando ingeniosamente su sentimiento; gran artificio de los políticos (ya doctrina de Tiberio) dis- poner las resoluciones de tal suerte que ellos vengan á ser rogados con lo mismo que desean : hizo luego que su Protonotario leyese un papel formado por en- trambos: llamóle justificación real y descargo de la conciencia del Rey. Decía de la poca ocasión que de })arte de la Majestad Católica se había dado á los per- turbadores del bien y quietud del Principado : justifi- caba la causa de los alojamientos y cuarteles en Cata- luña: negaba que fuesen en forma de encontrar sus fueros: excusaba mucho de los delitos á los solda- dos: confundía sus sentencias é informaciones con

GUERRA DE CATALUÑA 87

Otros documentos de los catalanes : disculpaba los ex- cesos de la milicia como naturaleza de los ejércitos : satisfacía con nulidad comprobaba á los sacrilegios impuestos por los catalanes á los de Arce y Moles : apercibía y convidaba al castigo de lo averiguado : del caso de Perpiñán hablaba con ambigüedad : exageraba con exceso la clemencia y templanza de su Rey: seña- laba los cargos del Principado, diciendo que habían invadido las banderas de Su Majestad: que sacaron li- bres al diputado y otros presos que lo estaban por cri- men contra la corona: que habían quemado bárbara- mente á Monredón, ministro real y en servicio de su señor: que habían muerto al doctor Gabriel de Berrat, juez de su audiencia, sin culpa alguna : que de la misma suerte, amotinados y sediciosos, osaron á matar un virrey, y mataran á otro si no se anticipara la muerte : que perseguían todos los ministros fieles, sin haber hombre que por parte del Rey se ofreciese al peli- gro: que tenían impedida la justicia, sin que le fuese posible obrar como debía: que al Obispo, su nuevo gobernador, no obedecían : que, últimamente, trata- ban entre de fortificarse, sin saber contra quién lo hacían, sino contra su natural señor, en notable perjuicio de la fidelidad y pernicioso ejemplo de los otros reinos. 65 Tal fué la proposición del Conde á la Junta, donde, ya que no en voces y razones distintas, en los afectos se conocía el escándalo de los circunstantes; porque, ignorando algunos la gran arte de la disimulación, con las admiraciones exteriores aseguraban la ira. El, so-

88 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

bre todos templado y misterioso, aguardó los votos: casi todos hablaron sin diferencia, hasta que llegando el tiempo de votar á Don Iñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate, del Consejo de Estado de España, presidente de su Tribunal de Ordenes, hombre que por su autoridad y larguísima experiencia de nego- cios era el de que más dudaba, mirólo entonces el Conde con profunda atención, ó porque lo temía, ó porque deseaba avisarle con los ojos su sentimiento: escuchóle pronto; mas el de Oñate, fija la vista en sólo la razón, fué fama que dijo así: 66 «A un gran negocio, señores, somos llamados: yo por cierto, sobre setenta años de edad en que me hallo, y con pocos menos de experiencia, atreveréme á decir que ninguno de los accidentes pasados fueron de tanto peso como el que tratamos. Largos días ha que reposa en España la rebelión de vasallos : ya vine á creer en los aprietos presentes, que algunos han vivido templados, más por ignorar la desobediencia que por rehusarla; tal debe ser nuestro cuidado en aumentar esta su ignorancia. Yo no pretendo man- char la fidelidad española; mas si el discurso no me engaña, nación es ésta de quien estamos quejosos, ocasionada al precipicio: conozco su natural airado y vengativo, y por eso dispuesto á todos los efectos de la ira; véolos vecinos y deudos de nuestros mayores enemigos, y sin perturbarme del temor ó el odio, voy á temer un gran suceso, harto más lamentable á la experiencia que al discurso. ¡Oh! No hagamos de suerte que nuestro enojo les descubra algún camino

GUERRA DE CATALUÑA

que su osadía no ha pensado. Costumbre es de los afligidos abrazar cualquier medio que los excusa la calamidad presente, aunque los lleve á otros nuevos daños: el esclavo oprimido del látigo se despeña por la ventana; no mira que es mayor riesgo el precipicio que el azote; sólo atiende á escaparse de las coléricas manos del señor. ¿Qué seguridad tenemos, pregunto, de que estos hombres, amenazados de su Rey, no se arrojen por la rebeldía hasta caerse á los pies de su mayor émulo? Más pienso yo ha hecho Cataluña en salir del estado pacífico para el sedicioso, que hará en pasarse ahora de sediciosa á rebelde. No es la espuela aguda la que doma el caballo desbocado; la dócil mano del jinete lo templa y acomoda. Si de otros tiempos advertimos en los progresos de esta gente, todos nos informan de su valor y dureza; cali- dades que piden las armas. En los tiempos modernos amaron la paz como la deben amar todos los hombres á quien gobierna la razón : saboreáronse de la sereni- dad, y olvidados de las primeras glorias, empleaban todo su orgullo en las pendencias civiles, divididos en bandos y facciones. No habían perdido el valor, aunque lo habían estragado en efectos inútiles. He- rido el pedernal vomita fuego, y no herido lo disimu- la; empero en las mismas entrañas le deposita: la ocasión suele ser siempre instrumento de la natura- leza. Juzgad ahora, señores, si conviene volver á des- pertar esta dura nación, y amaestrarla contra nos- otros en el uso de la guerra, en que fué excelente. Carlos, nuestro invicto señor, juzgándolo así con los

90 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

holandeses, puso tan grande estudio en hacerles olvi- dar de las armas, como en inclinar los españoles á su ejercicio; dándoles gran enseñanza á los príncipes de que hay gentes que sirven más á su señor con lo que ignoran que con lo que ejercitan. Siento que es gran- de la causaron que provocan la indignación de nues- tro monarca, y que si hallásemos un castigo igual al crimen de los delincuentes, yo me dispusiera á se- guirle; empero si cualquiera pena cotejada con el delito parece inferior, entonces sólo la podrá igualar aquella clemencia que la puede vencer. Yo digo que la justicia es la virtud más propia en los buenos re- yes; pero hay casos en que al Príncipe le conviene perdonar sin razón, violentado de la contingencia del castigo. En la dignidad de rey y en el amor de padre no pueden entrar aquellos afectos comunes que lle- van los hombres á venganza; de tal suerte que si la culpa del vasallo ó del hijo puede permitir algún olvido y perdón, no se considera dificultad ninguna de parte de los ofendidos. Tan diferentes son los cas- tigos de la mano del odio ó del amor: aquél siempre pide sangre, éste no más de enmienda. Procedió Ca- taluña ciegamente, yo k) confieso : muestra ahora se- ñales de su dolor; justifícase con voces y papeles, con informaciones y embajadas; llama á la piedad del Pon- tífice por intercesión, las repúblicas por medianeras; escribe á sus reyes, llora á todo el mundo, pide jus- ticia contra los que han perturbado sus cosas, nóm- bralos, y limítase á este ó aquel medio; publícase por fiel y humilde postrada á los pies de su Señor; ¿qué

GUERRA DE CATALUÑA 9 1

le falta sino la dicha de que la creamos? No que estas demostraciones sean dignas de desprecio: díce- se que son vanas, y simulado su arrepentimiento; y (jqué sacamos nosotros de esa incredulidad? ^"De qué conveniencia nos podrá ser adelantar nuestra des- confianza á su malicia? No hay soplo que así encienda, la llama, como la desesperación del perdón da fuer- zas á la culpa. ^"Qué es en lo que reparáis? Piden á Su Majestad les aparte tres ó cuatro sujetos ocupados en la gobernación de las armas: poco es esto. Aquí no pretendo discurrir por sus deméritos ni por la justi- ficación de los quejosos; digo, empero, que es más fácil cosa pensar que puedan errar cuatro hombres que una provincia entera. Podéis decir que hay difi- cultad en el modo de sacarlos con buena opinión; no es grande el mal que tiene remedio : no hay ninguno de los acusados (si son como yo creo que son) que no ofrezca su reputación particular por el sosiego público : si ellos son buenos, así lo deben hacer; si lo dificultan ó impiden, no tenéis para qué estimarlos. Sabed, señores, que no hay miseria que se iguale á una guerra civil. Si fuésemos ciertos de que Cataluña se hubiese de humillar al primer crujido del azote, no dudo que también fuera conveniente dárselo á temer; mas si por ventura su ceguedad les hiciese proseguir su obstinación, y tomasen las armas en su propia de- fensa, ^sería cosa prudente exponerse la autoridad de nuestro monarca á la suerte de una ó de otra batalla con sus vasallos? ¿Sería buen ejemplar para los otros reinos cualquiera dicha de estos rebeldes? Y con más

92 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

peligro en esta corona, que se compone de tantas naciones diversas y distantes, las más dellas desafi- cionadas á la fortuna castellana. Apartemos el temor de la suerte : no pienso sino que entramos victorio- sos, que abrasamos, talamos y destruímos; ¿qué es lo que ganamos, sino montes desiertos, pueblos abrasa- dos y plazas echadas por tierra? ¿Esto se puede lla- mar ganar Cataluña? ¿Qué es esto sino cortarnos una mano con otra, y quedar España con una provincia menos? Y entretanto que gastamos el tiempo en vic- torias (así quiero llamar todos nuestros acontecimien- tos), ¿cómo nos será posible acudir á Flandes con dineros, á Italia con socorros, á las conquistas con flotas y á todo el Océano con armadas? Pues si esto faltase, ¿qué tal podría quedar nuestro partido, ex- puesto á la furia, á la industria y á la fortuna de nuestros contrarios? Forzosa por lo menos natural) cosa habría de ser el perder en las provincias exter- nas cuanto en las nuestras ganásemos; y entonces, ¿cómo lo podríamos llamar triunfo, habiendo de ser contrapesado de pérdidas infalibles? Miserable por cierto sería aquella guerra en que nosotros mismos fuésemos los vencedores y los vencidos. No hay fati- ga en el campo de que el labrador en su casa pací- fica no se repare. Este era el consuelo de los trabajos que la Monarquía padece en sus partes, gozar á nues- tra España con quietud. Los Países Bajos y Alemania (que también podemos llamar propia) oprimidos están de armas; Lombardía, afligida con su peso; Ñapóles y Sicilia, amenazados; la Borgoña, ni por desierta

GUERRA DE CATALUÑA 93

segura; Alsacia, más que nunca fatigada; unas y otras Indias, en continua infestación de enemigos; el Bra- sil, en manos de una guerra desesperada; las costas de España, visitadas de corsarios. <Qué otro lugar nos quedaba de descanso sino la España? Pues si ni este pequeño abrigo os queréis reservar entero á los ánimos cansados ó arrepentidos, ¿dónde habremos de hallar reposo y consuelo? ¿Dónde habrán nuestros hijos y descendientes de gozar el premio de lo que ahora trabájameos nosotros? ¡Á gran cosa, á peligrosa cosa por cierto se ofrece aquel espíritu que se encar- gare de esta novedad! Costoso edificio es este á que pretendéis abrir los cimientos, y cuya ruina podrá sepultar nuestra república. No quisiera ahora que mi ponderación os llevara el pensamiento á otros casos miserables; empero si la prudencia es lince, dadme licencia siquiera para pensarlo (no se cuente nora- buena, como referido), qué habría de ser de nosotros si al ejemplar de Cataluña conspirasen ó se armasen otras naciones, dándoles esta guerra que apetecéis, no sólo ocasión, sino conveniencia. ¡Ah, señores! Lle- no está el mundo de historias y las historias llenas de sucesos que nos encaminan á la templanza : ad- vertid que aquel que excesivamente sigue un afecto, necesita después de un exceso mayor para deshacer el primero. ¡Oh! No sea así que vuestra impaciencia os traiga á tal desdicha que vengáis á sufrir en algún tiempo mucho más de lo que no queréis tolerar aho- ra. Benigno Rey tenemos, y tan piadoso, que sólo ex- trañará los consejos de la ira, no los de la clemencia.

94 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

sólo porque casi no los conoce. Ninguno subió tan presto á la inmortalidad por la venganza como por el perdón, porque siendo en los hombres lo más difi- cultoso, así debe ser lo más estimable. ^-Llora Cata- luña? No la desesperemos. ¿Gimen los catalanes? Oigámosles. Este es el mayor artificio de los físicos, ayudar á la naturaleza con beneficios, por llevarla allí donde muestra inclinarse. Salga el Rey de su corte; acuda á los que le llaman y le han menester; ponga su autoridad y su persona en medio de los que le aman y le temen, y luego le amarán todos, sin dejar de temerle ninguno. Infórmese y castigue, con- suele y reprenda. Buen ejemplar hallará en su augus- to bisabuelo, cuando por moderar la inquietud de Flandes, con pompa indigna de César, mas con cora- zón de César, pasó á los Países, y acompañado de su solo valor entró en Gante amotinado y furioso, y lo redujo á obediencia sin otra fuerza que su vista. Sal- ga Su Majestad, vuelvo á decir; llegue á Aragón, pise Cataluña, muéstrese á sus vasallos, satisfágalos, míre- los y consuélelos; que más acaban y más fácilmente triunfan los ojos del Príncipe que los más poderosos ejércitos.» 57 Era tan grande la autoridad del Oñate, que, ayu- dada entonces de la suavidad de sus razones y efica- cia de los afectos con que las propuso, casi tuvo vueltos los ánimos de aquellos mismos que interior- mente sentían ó determinaban lo contrario. El Conde- Duque mostró algún desplacer de su razonamiento, y pudo moderarle, confiando en el otro voto, que

68

GUERRA DE CATALUÑA 95

esperaba habría de desvanecer todo lo dicho. Siguió- se al de Oñate el cardenal Don Gaspar de Borja y Velasco, presidente de Aragón, hombre de grande dignidad y fortuna, que pudiera hacer mayor si go- zara su felicidad independiente: habló, dicen que de esta manera:

«Si otro fuera el estado de nuestras cosas, yo, se- ñores, sería el primero que os pidiera clemencia; em- pero llegando los sucesos al extremo en que los ve- mos, parece ajeno de nuestro poder discurrir ó variar sobre la naturaleza del remedio; sino, entendiendo debe ser sólo éste, aplicarnos todos á disponerle con ejecución igual al peligro. Ya no es posible usar de más templanza, ni siempre el perdón se cuenta por vir- tud. ¿Quién duda que la real benignidad de nuestro Monarca, mal recibida del atrevimiento de los sedi- ciosos, en vez de reducir á la enmienda, haya esfor- zado á la osadía? No tengo que satisfaceros de que no me obliga á tanta severidad alguna pasión huma- na; antes, si fuera lícito dar entrada en mi ánimo á los afectos particulares, no hay en cosa que no me obligue á moderación; mas, ó sea que no hay res- peto comparado con la fidelidad, ó que verdadera- mente nuestra justicia pese mucho más que su queja, puedo decir sin temor que después de conocer unos y otros motivos y ambas justificaciones, nunca tuve por dudosa la culpa ó excusable el castigo. Terrible es en todas leyes la inobediencia; y de la misma suerte que el contagio no tiene otra cura sino el fue- go, no se halla á la infidelidad otro acomodamiento

96 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

que la muerte. Todas laS dignidades del mundo asien- tan sobre obediencia; no tiene otros cimientos el tro- no de los monarcas sino la misma permisión y con- formidad de los subditos. Pues ¿de qué suerte, decid- me, se podía hacer permaneciente el imperio, afir- mándose en hombres fáciles é inquietos.^ ¿Cómo podría administrar justicia y premio aquel rey que estuviese dependiente del enojo de sus vasallos? Mi- serable llamáramos al príncipe cuyos aciertos nece- sitasen de la aprobación del vulgo, que por natura- leza aborrece el profundo entender de los mayores. Reloj es la república, cuyas ruedas y volantes son los ministros de ella; el peso es quien la rige ó manda; de esta oficiosa concordia procede la medida de los días y cuenta de los tiempos : así del mando de los reyes y obediencia de los vasallos sale hermosamente medido y gobernado el mundo, y en habiéndose parado este ó aquel movimiento, ese es el desconcierto de la repúbUca. No tienen los reyes otro superior que la razón, y ésta no es menester que sea de todos; basta que sea suya. Aquél ignora el ser de las cosas que no comprende todas sus partes; y comúnmente en las materias de estado, que vistas á diferentes luces y en diversos aspectos, unas veces parecen justas y otras injustas. No es lícito al vulgo juzgar de las oca- siones supremas; conténtese con mirarlas; ni á la majestad es decente satisfacer á la ignorancia del pueblo; importantísima cosa fué siempre á los mo- narcas castigar agravios de la corona. Aquel vasallo se puede llamar idólatra que, despreciando la majes-

GUERRA DE CATALUÑA 97

tad de su Rey, adora en el poder de la unión; aquél le usurpa tanta parte de imperio cuanto ó le niega ó le duda de vasallaje. Vuelvo á decir que no sólo entiendo merecen estos hombres el castigo por los excesos que han hecho, sino que bastaba la misma razón de su disculpa para que los contásemos como delincuentes. Verdaderamente, señores, ése no es vasallo, criado ó amigo que os pretende obedecer, servir ó amar en oficio determinado; porque así como no hay caso en que el Príncipe pueda faltar á sus vasallos por verles miserables, no le hay también en que el subdito deba excusarse de servir al señor por verle afligido : entonces el imperio fuera mayorazgo de la Fortuna, no de la Naturaleza: sirviéramos los más dichosos, no los más dignos. Si preguntásemos al Príncipe su ánimo cerca del privilegio, responderá que pensó pagar el servicio hecho y asegurar el agra- decimiento para otros mayores. ¿Cuál podrá ser aho- ra el señor liberal con su vasallo, si llegare á enten- der le desobliga con el beneficio? Terrible y lamen- table cosa sea que, en medio de las fatigas comunes y cuando ninguno recata la misma sangre en obse- quio de la salud pública, estos hombres quieran atar sus acciones á la dudosa interpretación de sus per- gaminos; y que la grandeza de sus reyes haya de ser fundamento de su terquedad. Aman sobre todo sus intereses; tienen por ajena la causa de la Monarquía; aborrecen la gallardía española; no penetran hasta dónde está la necesidad ó conveniencia de nuestras guerras, y apropiándose en juzgar del ánimo de nues-

7

98 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Lro monarca, ellos consigo mismo quieren aprobar y reprobar sus mayores acuerdos; esto bastaba para ser grande culpa. Tras de esto, fortalecidos en la pie- dad de nuestro dueño, piensan máquinas asaz peli- grosas á la conservación de su Majestad, introducen tratos y partidos con su Rey, y pretendiendo capi- tular como con iguales, á un mismo tiempo y en una misma acción hacen deuda de la clemencia y justicia del atrevimiento, dándole á entender al mundo que se le debe de derecho la mayor abundancia á que llega la gracia del Príncipe : y porque la violencia de los casos no da lugar estos tiempos para que sean tratados como en aquéllos, sin que dejen espacio alguno al agradecimiento (porque es costumbre de los hombres no acordarse sino de lo postrero), todos sus ánimos ahora son ocupados de la queja, siendo cierto que la misma Naturaleza nos previene con ejemplos, pues el mismo sol una vez nos calienta y otras nos abrasa; el mismo aire ahora nos regala, ahora nos castiga. Pretendió el Principado que se le guardase la inmunidad de sus fueros, y se cumplió mientras lo quiso nuestro estado; hubo, en fin, de turbarse, habiendo mojado aquellas olas las más soberbias y remotas naciones. ¿Cuando el mundo se estremece, sólo los catalanes pretenden gozar de reposo? Ciertamente yo me persuado que este su crimen toca antes en inhumanidad que en desobe- diencia; no es menester valemos aquí de la razón de vasallos, bastando la de hombres. Con esto conoce- réis ahora que su culpa hace pequeña cualquier ven-

GUERRA DE CATALUÑA 99

ganza; y pues la guerra es remedio de las cosas sin remedio, ^"qué nos falta por hacer después que la clemencia, ni la amenaza, ni la industria han sido bas- tantes? Atento podemos considerar el mundo todo á nuestras acciones. ^Sería buena satisfacción para los extraños ver que los españoles que así han sabido superar á los otros, no tengan brío para moderarse á mismos? Decís que os teméis del ruin ejemplar de la futura desdicha, y ^no queréis temeros de ese mis- mo en la libertad presente? Si esta gente, roto tantas veces el freno de la obediencia, discurriese libre y sin castigo, esto fuera mostrarles á los otros cuál era el camino de la rebelión, por el cual no hubiera na- ción tan cobarde que no probase á repetir las ventu- rosas huellas. Si el error no tuviera otra pena que haber obrado mal, sólo los justos llegarían á temer las obras ruines; empero para que buenos y malos teman el deUto, ordenó la Providencia del Derecho que la pena siga á la culpa como infalible consecuen- cia; por eso el suplicio se ejecuta en lugar público, porque llegue el escarmiento donde llegó el escán- dalo. <Qué tales quedaran los ánimos de nuestros enemigos, habiendo visto Cataluña como plaza de nuestras injurias, robos, muertes é incendios, sin que de otra parte miren también los azotes y los casti- gos? De gran consuelo, sin duda, les habría de ser, si los consideran como flojedad; de gran ánimo, por cierto, si lo juzgan como cobardía. Yo lo entiendo así de estos mismos catalanes, que ellos jamás habrán esperado tanto de su furia como nuestra detención

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

les ha ofrecido. Aprendamos siquiera de ellos, que para acomodar sus cosas injustas es fama que se pre- vinieron primero de la potencia; tal debe ser nuestra resolución. Empuñe Su Majestad la espada, ó por ella su ejército. Así les oiga, si aun se sirve de oirles; así les responda, si aun se sirve de responderles. Vana es sin duda la majestad sin el poder; el que quiera ser estimado, muéstrese poderoso: salga nuestro Rey si conviene; empero salga acompañado de famosos escuadrones, de antiguos capitanes. No ha de salir el César sino para triunfar, ni ha de llevar la victoria dependiente del arrepentimiento ajeno: en mismo, en su justicia, en su poder ha de fundar la esperanza del vencimiento, no en la cortesía de sus enemigos : mande tocar sus cajas, enarbole sus banderas, y los que oyeron los clamores de los miserables, escuchen ahora los ecos de los clarines vengativos. Vean los españoles que tienen príncipe que así sabe volver por los afligidos; y las provincias de Europa, que tenemos Rey que no tarda más en abrazar las ocasio- nes de valor que lo que tardan ellas en ofrecérsele delante. > 69 Al silencio del Cardenal sucedió un lento y miste- rioso ruido entre los circunstantes; porque si bien los más, advertidos del semblante del valido, estaban dis- puestos á convenir con su sentimiento, todavía no aca- baban algunos de entregarse á sus razones, detenidos de su propio dictamen y acordados de la eñcacia del Oñate. Parecióle al Conde interponer su autoridad antes que se esforzase la duda, y en pocas razones dijo :

GUERRA DE CATALUÑA

70 «Que á él no le quedaba qué decir en aquella ma- teria; que sentir sí, mucho; porque aunque su vida fuese larguísima (que no podría ser, atropellada de tantos sentimientos), no acabaría de llorar ver en sus días una desdicha tan grande, de la cual no se ha- llaría en las historias ejemplar antiguo ni moderno que se ajustase con aquel caso tan desmerecido de parte del Rey y de sus ministros : que podría contar- se (mas que mejor era no contarse) como rarísimo á todo el mundo, que pocos hombres viles y desarma- dos perturbasen su república llena de varones y de nobleza, hacer cuerpo y amotinarse, poniendo las manos en lo más soberano de su gobierno natural, y obligasen después la gente escogida y atenta á imi- tar y favorecer sus desaciertos : que en los negocios de aquella calidad en otras partes suelen muchos nobles, ó á veces pocos, llevar tras la plebe; pero que aquí la nobleza había servido á la villanía; y que, en fin, se resolviesen á pretender capitular con su Rey, que tantas veces le despreciasen el perdón, for- zándole á derramar sangre de vasallos y poner nota en la antigua fidelidad de los suyos. Que una hora más de disimulación no era posible ni conveniente: que los cuidados de afuera obligaban á no dejar aque- lla obra imperfecta; antes ponerla en toda quietud y olvido, porque los intentos mayores del Monarca pu- diesen lograrse el año siguiente, pues con la altera- ción de aquella provincia se habían también alterado tantas diversiones provechosas que ablandes é Italia estaban apercibidas : que ya era tiempo de mostrarles

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

á los catalanes el camino de su perdición: que el Rey no debía castigar tanto aquella nación por remediar su culpa, cuanto por excusar con aquel espanto la ruina de otras: que á Dios llamaba por testigo de que á costa de su sangre propia tomara excusar el menor derramamiento ó venganza, que ya parecía inexcusable: que interiormente lloraba de que en su tiempo hubiese podido tanto la malicia que osase á á obscurecer las luces de la verdad y justificación del Rey, suya y de sus ministros. Que él esperaba en el suceso mostrase á los venideros de qué parte esta- ba la razón. Que esto así venía á tocar en desdicha más que en demérito, que era sólo lo que podía darle consuelo en aquella aflicción; que le parecía que el castigo se ordenase luego, y que sobre todo seguía el parecer de los más.» 71 No aguardaban los presentes otra diligencia ó dis- curso que el breve razonamiento del Conde, para ajustarse todos en un solo pensamiento, y de la mis- ma suerte que sucede debajo (i) la Equinoccial levan- tarse poderosos nublados en partes opuestas, hasta que de otro lugar comienza á soplar y prevalecer el viento que los humilla á todos, así la voz del Conde abatió las diferencias de éstos y aquéllos, recogiendo sus opiniones á su parecer solo, con indubitable aplau- so de los circunstantes.

Resolvieron que el Rey debía salir de Madrid con pretexto de hacer Cortes á la corona aragonesa: que

í^

(i) En la edición de iSoS, baw la.

GUERRA DE CATALUÑA IO3

se publicase quería dar consuelo y satisfacción á aque- llos vasallos, ayudando juntamente la restitución de la justicia y castigo de los perturbadores del bien de Cataluña: que como al Rey era indecente pedir lo que podía mandar, llevase delante su ejército, el más copioso que pudiese juntarse : que ajustadas las cosas del Principado por manos del temor, como espera- ban, se podía después emplear en las fronteras de Francia, cogiendo la ocasión que en la primavera se había perdido: que si los catalanes se pusiesen en defensa, no faltaría qué hacer en su daño y castigo, acabando de una vez con el orgullo y libertad de aquella nación: que estando formado el ejército, se le ordenase al gobernador de las armas de Rosellón tentase á los paisanos hasta descubrir sus intentos: que para que el Rey pudiese salir la primera vez, como convenía á su autoridad y al negocio que em- pezaba, llamase al punto las partes de ejército que se hallaban en las provincias de Guipúzcoa, Álava y tie- rra de Campos, reliquias de los soldados vencedores de Fuenterrabía : que se sacasen todos los tercios, compañías y capitanes de los presidios de España, particularmente de Portugal, Galicia y Aragón, con todos los oficiales entretenidos y personas de puesto : que se publicasen bandos para que los hombres que alguna vez hubiesen recibido sueldo real acudiesen á servir: que se despachasen decretos á los Consejos y Tribunales, no admitiesen memorial ninguno de sol- dado : que se hiciese lista de los que se hallaban en la corte, y fuesen echados violentamente por las jus-

104 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ticias en caso que ellos dudasen obedecer los bandos : que los seis mil hombres que se habían repartido á los señores de Portugal fuesen pedidos luego, y los trajesen indispensablemente: que de las milicias de Castilla, León, Andalucía, Extremadura, Granada y Murcia, se entresacasen las dos de cinco partes: que se llamasen de Navarra dos de los cuatro tercios en que se divide: que se pidiese gente voluntaria á Ara- gón y Valencia: que pasasen á España el tercio de Mallorca con su virrey y nobleza: que las levas de asientos hechas por todos los distritos tratasen de acabarlas con suma brevedad : que toda la caballería derrotada de Cataluña, y la que se hallaba en las pro- vincias, se juntase luego: que los jinetes de la costa fuesen también á incorporarse con ella : que las guar- dias viejas de Castilla se remontasen, y marchasen las que se habían excusado los años antes : que se avisase al capitán de los continuos (i) estuviese pronto, y los suyos, para campear: que la caballería de las órdenes militares, pedida para la guerra de Francia, se obli- gase á salir, usando para ello de cualquier medio : que la otra repartida á los Tribunales se les pidiese con vivísima instancia: que marchase alguna parte de la artillería que se hallaba en el castillo de Pamplona:

(i) Contimio. Cada uno de los guardias que en número de ciento velaban por la seguridad personal del Rey. «Otrosí man- damos que en el aposento que los continuos, hombres de armas, han de tener en nuestra Corte, y fuera de ella, se guarde de aquí adelante la orden siguiente...» Leyes de la Nueva Recopilación no comprendidas en la Novísima. Libro 3.°, título 15, ley 23.

GUERRA DE CATALUÑA IOS

que la que estaba en Segovia saliese también : que el marqués de las Navas diese las piezas que tenía en aquella villa, para juntarse con las de Segovia: que toda la gente de guerra, así infantes como caballos, entrase en Aragón y parte de Valencia, haciendo frente á Cataluña, acuartelada por las riberas del Ebro, hacia la mar: que se nombrase por plaza de armas general Zaragoza: que las galeras de España acudiesen á Vinaroz para dar calor al ejército, y los bergantines de Mallorca para servir al manejo de los víveres : que el tren y los oficiales de sueldo acudie- sen á Aragón á esperar la formación del ejército: que allí podría ir á tomar su gobierno la persona á quien el Rey lo encargase. 73 Esta fué la resolución de aquella gran Junta y de aquella gran cosa, medida casi por las mismas pasio- nes y respetos con que se trataban los negocios hu- mildes. Por infalible se puede contar la perdición del reino donde los negocios se han de acomodar al áni- mo del que manda, habiendo siempre el ánimo de acomodarse á ellos. Llaman traición á aquel- delito que se encamina al daño particular del Príncipe ó del Estado, y no llaman traidor á aquel hombre que por sus respetos descamina el Príncipe y pone el Estado á peligro.

FIN DEL SEGUNDO LIBRO

I

LIBRO TERCERO

Elección de general del ejército del Rey Católico. Examen de los sujetos suficientes. Junta de la generalidad en Barcelo- na.— Ventílase de la paz ó defensa. Lláraanse los títulos catalanes. Embajada y rehenes á Francia. Juicios de aquel reino. Capitulaciones y ajustamiento con el Cristianísimo. Rompe el Garay con hostilidad en Rosellón. Sucesos de sus armas. Redúcese Tortosa. Ocúpanla los reales. Entra en ella el marqués de los Vélez. Jura de virrey del Principado.

Resoluta (i) la guerra, lo que daba mayor cuidado á los ministros reales era la elección de persona que debía gobernar las armas, porque siendo la ocasión tan grande ó mayor que las antiguas de España, no alcanzó aquella suerte que las pasadas, en haber de concurrir con ella los famosos hombres de que su nación fué tan abundante: todavía se nombraban al- gunos sujetos dignos de gran confianza, particular- mente cuatro, que entre todos, según el discurso común, merecían sobre los más el cuidado de aquel gran negocio. Era el primero el Marqués Espinóla, en quien se hallaban muchas calidades de capitán; empero como aun entonces no se había perdido la esperanza de algún ajustamiento, pareció que por sus manos se

(i) En la edición de 1808, resuelta.

I08 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

dificultaba toda concordia, por ser el Marqués á los catalanes, desde la guerra de Salses, en todo extre- mo aborrecible. Créese que el mismo Espinóla, teme- roso de que la empresa parase en su poder, acordaba diestramente sus inhabilidades; otros daban en que no parecía conveniente que españoles fuesen casti- gados por el arbitrio de un extranjero; que el padre enmienda y disciplina sin injuria al hijo inquieto, no le manda corregir por el esclavo ó criado. Muchos salían á contradecir la elección del Espinóla, y nin- guno la deseaba menos que el Espinóla.

El Almirante de Castilla era, después de éste, aquel donde luego se encaminaban los ojos, y muchos le anteponían al primero. Era el Almirante hombre con principios de grande, y en sangre y ánimo asaz ilus- tre, amado sobre los más de su orden; había vencido tantas veces como peleado; fueron pocas sus victo- rias, porque lo fueron sus ocasiones; mas como la grandeza de los validos se desplace naturalmente de aquellos que por algún otro medio suben á la emi- nencia de la autoridad, no le pareció al Conde con- veniente darle nueva materia para añadir á su buena fama otros aplausos. Así, con algún honesto desvío, no fué dificultoso apartarle de la consideración de los que lo deseaban; y á la verdad, medida su suficiencia con el valor de la empresa, no eran iguales.

Creyeron algunos que le lisonjeaban en proponerle á Don Francisco de Acevedo y Zúñiga, Conde de Monterrey, que poco antes había gobernado á Ñapó- les con más dicha que providencia. Servía entonces

GUERRA DE CATALUÑA IO9

el cargo de Presidente de Italia, sobre consejero de Estado de España, en mediano aplauso de los políti- cos : era su primo y su cuñado dos veces el Conde; empero como no es cierto que la naturaleza ate siempre los ánimos de los hombres con los vínculos de la san- gre, trayéndoles á unas mismas inclinaciones, hacían en los dos, el uno muy severo, el otro muy festivo, antes disonancia que armonía. Era éste, según fama, el que menos adoraba la majestad de aquél: subido ya á gran estado, y sin hijos á quienes desease buenas correspondencias, así como no miraba á la esperanza, sólo atendía á gozar lo que había alcanzado de su fortuna. Tampoco el Conde-Duque quiso fiar al des- cuello y capricho del cuñado cosas tan grandes, por- que cuanto era más suyo, temía más que en los otros el yerro contingente; pretendía poner en aquel lugar un tal sujeto que siendo la elección sólo suya, fuesen los peligros ajenos. Con esto fué forzoso pasar con el discurso á buscar otro.

Hallábase á esta sazón en la corte el Marqués de los Vélez, adelantado mayor del reino de Murcia, hijo y nieto de ministros, biznieto de grandes capita- nes, hombre en quien la naturaleza anticipó la cor- dura á las experiencias; ornó la juventud con el con- sulado, siendo virrey tres veces, y tres general en Valencia, Aragón y Navarra, de cuyo gobierno mili- tar y civil aun no despedido asistía en la corte, repu- tado por digno de mayores empleos. No desayudaba al Marqués su fortuna, aunque naturalmente modes- to, porque también idolatraba aquella admirable es-

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

tatúa de la soberanía; pero con tales modos y afectos, que en los ojos del mundo pareciese su devoción más atenta al conservar que al crecer. Habíale ala- bado el Conde públicamente en otras ocasiones, y acordados de aquella alabanza, más que de sus méri- tos, acudieron todos con la memoria á su persona; este fué el primer motivo para nombrarle : después, viéndole bien recibido, fueron con ingenio arrimán- dole otras consideraciones de gran peso, que todas le hacían asaz á propósito para el mando; como era ser descendiente y heredero de la casa del comenda- dor mayor Don Luis de Requeséns, estimado por hijo en Cataluña; conservar en aquella provincia deudo, amistad y alianza con muchas casas ilustres, por el estado de Martorell, que poseía; haber gober- nado reinos muy parecidos en leyes y costumbres á los catalanes; y principalmente, la buena fama con que lo trataban las tres naciones "vecinas.

Ejecutóse lo propuesto, habiéndosele encargado el manejo de aquellos negocios con segundo título de Virrey de Aragón y general del ejército que en él se formase; y por acomodarle en sus conveniencias, le fué hecha merced de la plaza de mayordomo mayor del infante Don Fernando, con el puesto de capitán general del mar de Flandes, y una de las más grue- sas encomiendas de Castilla, sin el sueldo de mil y quinientos escudos cada mes.

Aceptólo con satisfacción el Vélez, porque se halla- ba igualmente engañado que los otros ministros en aquel negocio : no llegó jamás á creer que los cátala-

GUERRA DE CATALUÑA

nes se sustentasen en su entereza, y como juzgaba contingente la necesidad de las armas, no se excusó la alegría de habérselas confiado su señor; conside- rábase igual con la dicha de algunos, que sin lidiar triunfan. Esta imaginación le hizo ligero aquel peso, que poco después le cargó tanto, que le puso en aprieto de dejar la reputación ó el mando.

Buena ocasión nos daría este suceso para avisar á las ambiciones de algunos que procuran los puestos y lugares que no merecen, si el oficio de historiador fuese tanto moralizar como decir. La Historia acon- seja y reprende sin más razones que los mismos casos; aquí entra la enseñanza por el entendimiento, no por los oídos: note cada cual en las acciones aje- nas su aprovechamiento. Es la experiencia estudio de brutos : para el hombre cuerdo debe bastar el avi- so de lo que sucedió á otro; no es menester que le busque por el mismo daño. El Vélez, engañado de propio, pagó después, no sin injuria, la facilidad con que discurrió al principio. Ningún sabio debe asen- tar sus discursos sobre materias inciertas, pues por firmes que las considere, si profiriendo la esperanza de más dichosos fines camina á la felicidad, temblan- do ó mudándose después los cimientos de las cosas á la violencia de accidentes imperceptibles, viene á hallarse sepultado él y sus pensamientos entre las ruinas de su edificio.

Mientras en Castilla se procedía en consejos, tra- tados y expedientes, no descansaban también los catalanes en disponer lo necesario. Luego que faltó

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

el de Cardona á su gobierno, quisieron juntarse para dar forma á su república, porque si bien los imperios se conservan por aquellos mismos medios que se han han adquirido, no es así todavía en aquellos donde el movimiento común de las gentes se aparta de un cetro por seguir á otro; porque el furor y unión de los muchos, raras veces constante, siendo acomodado á la naturaleza del emprender, no alcanza la virtud del conservar : lo uno se puede conseguir con la fuer- za, y lo otro no se halla sino en la templanza.

Esta máxima de estado, siendo bien entendida por los catalanes, los obligó á poner luego las manos y entendimiento en buscar los modos de su conserva- ción. Pareció lo primero debían convocar general- mente sus estamentos, y los llamaron por aquella autoridad que les daba la ocasión, y alguna que ellos creían se les derivaba de sus propios oficios, en de- fecto de los lugartenientes de su príncipe. Llamaron por su antigua forma todos aquellos que tenían voto en la congregación, no olvidando, artificiosamente, los mismos de quienes esperaban no obedecerían por los intereses del Rey. Escribieron cartas al nuevo üuque de Cardona, á los Marqueses de Aytona y de los Vélez, al Conde de Santa Coloma, hijo del difun- to, y á todos cuantos señores castellanos y extranje- ros tenían en el Principado estados ó baronías; lla- maron á los obispos y prelados, á todos los ministros y tribunales, sin reservar al Santo Oficio: declaraban á todos el aprieto de su Patria, la común miseria de su república, su justificación, el enojo de su Rey y

GUERRA DE CATALANA I I 3

la indignación de sus ministros; decían de las pre- venciones, de Castilla, encaminadas á su destrucción; pedían les viniesen á aconsejar, ayudar y advertir.

Algunos de los llamados ofrecían sus excusas, te- merosos de hallarse en obra de tanto peligro; porque como en las monarquías es cierto que el bien y con- servación de cada cual se incluye naturalmente en el cuidado del Príncipe, aquel ofende su providencia que por solo, ó con sus iguales, ó por sus medios, pretende juntarse para tratar de su remedio.

Este mismo recelo de algunos partidarios obligó á la Diputación á reescribirlos usando todo el poder de madre y señora del estado político: quitóles la duda, satisfizo á su temor, dióles término y día señalado, y envolviendo amenazas entre lástimas, así como les aseguraba del peligro cuanto al enojo del Rey, pro- metía severos castigos á los desobedientes á su auto- ridad. Pudo esta diligencia vencer la cautela y temor en los más prudentes y respetuosos; así, faltando po- cos, formaron la congregación en su antigua forma.

Cierto podemos afirmar que su intención de los catalanes no fué otra que juntarse para discurrir so- bre los medios acomodados á su estado, porque ver- daderamente ellos amaban la persona del Rey Cató- lico; empero, aborrecidos y temerosos de sus dos mi- nistros, Conde y Protonotario, de tal suerte desea- ban el servicio del Rey, que si el Principado pudiese hallar venganza contra los dos, ó por lo menos quie- tud sin ellos, fácilmente se dispondría á vivir obe- diente; mas no con tal obligación y apremio que se

114 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

redujesen al gobierno pasado, habiendo de quedar sus cosas en poder de los dos acusados. Hacían estas consideraciones porque, pesado el odio que tenían al Conde y su Protonotario, con la afición que no ne- gaban al Rey, aquél era sin comparación superior á esotra y de fundamentos más fuertes, siendo cons- tante entre todos que por manos y consejo de aque- llos ministros habían recibido muchos agravios; mas por las del Príncipe ningún beneficio. Y como lo uno se fundaba en sus intereses y lo otro no era más de una obediencia á la virtuosa costumbre que nos obli- ga á amar á los mayores, ninguna vez se oponían en- tre sí las dos causas que no quedase victoriosa la segunda y ésta no llevase tras las acciones que estaban dedicadas ú la primera. Juntáronse, en fin, sus cortes en Barcelona, precediendo en todo el con- sistorio de la Diputación. 13 Es entre los catalanes Diputación general el supre- mo magistrado, que representa la unión y libertad pública, como ya entre los romanos sus cónsules an- tes del imperio, y después del imperio sus senadores ó conscriptos. En varias provincias de España se go- biernan á este modo; en algunas se llama cabildo, en otras cámara, y en otras ayuntamiento : esto mismo vienen á ser los esclavinos (i) en Flandes, en Holanda los burgomaestres y en Milán los senadores : lo más

(i) Esclavina, voz que no está en el Diccionario de la Acade- mia; viene de echevín, nombre que se daba á los regidores en algunos municipios de Francia y de Flandes.

GUERRA DE CATALUÑA I I 5

en Italia algo se desvía de esta forma (no hablo de las repúblicas). Asiste la Diputación general en Bar- celona, metrópoli del Principado : consta de tres diputados, como hemos dicho, que nombran cada año por elección común el día de San Andrés : es cada cual voz de su estado, y ellos tres, sagrado, mi- litar y real; y en cada uno concurren los votos de la gente de su orden, que escogiendo por suerte aque- llos que deben ser nombrados, van apurando sus nó- minas de los números mayores á los menores, hasta que aquellos pocos electos por la comunidad eligen aquel uno que los significa todos : sagrado es la igle- sia, militar la nobleza, real la plebe.

14 A estos tres se juntan otros tantos jueces, hombres de profesión jurisprudentes, cuya dignidad no como los diputados es anual, antes dura hasta otra pro- moción : asiste cada cual al diputado de su estamen- to, habiendo en los jueces también la misma dife- rencia de órdenes, si no en la calidad, en el oficio y negocios; porque, aunque juntos en la Diputación mandan en todo, todavía ellos por solos no se en- tremeten en más de las cosas de su estado.

15 Esta Diputación, llamada general, no sólo gobier- na en la ciudad superiormente, empero se extiende cuanto se dilatan sus provincias : todas las villas y ciudades tienen de esta suerte gobierno natural, que representa el cuerpo de sólo su pueblo, como la Di- putación representa el de toda la provincia : en unas los llaman cónsules, en otras procuradores, en otras jurados; mas en todas viene á ser igual su autoridad

I 1 6 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

y casi conforme su hábito, que se mejora ó humilla según el caudal de cada pueblo. Vístense ropas lar- gas, dichas gramallas coloradas, de paño ó seda, de extrañísima hechura; de ordinario son de damasco, sus orlas de terciopelo, y sobre ellas una faja de lo mismo; ésta viene á ser el propio hábito, porque sin él no pueden entrar en su magistrado, y con él se suplen la falta de la ropa. Usan la gorra y cuello es- pañol, y en sus acompañamientos públicos se sirven de muías más que de caballos, llevándolas pomposa- mente aderezadas : traen delante sus porteros y ma- ceres, como los ediles ó tribunos de los romanos, sig- nificando la gran autoridad de su oficio.

1 6 Todos los pueblos y su gobierno guardan entre la propia correspondencia con el magistrado de su provincia superior á toda ella, que éste tiene y guar- da con la Diputación general, donde todos se unen conformemente por sus procuradores. Este es el modo por que se gobiernan en sus cosas públicas, y por el m.ismo se distribuyen los servicios y contribu- ciones de todo el Principado, y se administran todas las rentas comunes, aquellas cuyos efectos se dispo- nen en propio beneficio de la provincia, sin interven- ción alguna del Príncipe.

17 Era á este tiempo diputado eclesiástico Pau Claris, canónigo de la iglesia de Urgel; militar, Francisco de Tamarit, caballero de Barcelona; real, Josef Miguel Quintana, ciudadano. Jueces, Jaime Ferrán, Rafael Antic y Rafael Cerda : los conselleres de Barcelona, Luis de Caldés Doncell, Antic Saleta y Morgades,

GUERRA DE CATALUÑA II7

Josef Massana, ciudadanos; Pedro Juan Girau y An- tonio Carreras, oficiales; y porque en muchas partes habremos de nombrarlos, entonces daremos razón de sus inclinaciones, según nuestra costumbre, cuando los acontecimientos nos den ocasión de hacer juicio de sus espíritus.

18 En los casos de suma importancia forman otro consejo que llaman Sabio : consta de cien personas diferentes, incluyendo en ellas todos los ministros, todos los estados y calidades de la república. Este es por mayor su gobierno natural^ de que me pareció debía dar esta breve noticia, por satisfacer la curio- sidad ó duda del que llegare á leer.

19 Juntos los catalanes en sus Cortes, entonces se co- menzó á tratar generalmente del miserable estado de su Patria, diciendo que sobre verse ofendida de un mal interior, que como veneno implacable abra- saba sus entrañas, la volvían á ver amenazada de otro mayor accidente, á cuyas manos sin falta acabaría la salud pública; que tanto era mayor el trabajo, cuan- tas más fuerzas añadía el primero. Descogían (i) otra vez las memorias de obligaciones y de lástimas pa- sadas; volvían á contar los robos, los incendios, los estupros y los adulterios : aquel parecía más celoso del bien público, que los afligía con la recordación de sus más horrendos sacrilegios y alevosías : habla- ron de su gran justificación, de la piedad de su cau- sa, del socorro que podían esperar de Dios, siendo su

(i) En la edición de i8o3, escogían.

Il8 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

desagravio su mayor motivo; no olvidaron la indus- tria con que los ministros contrarios de su quietud desviaban los remedios que en la clemencia de su Rey podían prometerse, y aun sobre la persona del mis- mo príncipe hacían juicio, diciendo : ¿qué les impor- taba fuese su corazón lleno de piedad, si no vivía con su propio espíritu, sino con aquel de los que amaba? Que la bondad en los príncipes, si no se ejercita, es como las riquezas del fondo del mar, que aunque es cierto que las hay, no aprovechan á ninguno: que las virtudes que están ahogadas de la omisión ó pereza, son como prisioneras del vicio, y antes son dignas de lástima que de loa: que el príncipe no cumple con poseer las buenas costumbres de hombre, si no las acompaña con el valor de príncipe: que aquel rey sin duda reprueba la elección que Dios hizo en su per- sona á la dignidad real, cuando pone su mismo oficio en manos de otro, pues al sumo poder tan fácil fuera hacer rey al valido como al señor, y él deshace en propio la obra de la sabiduría; en fin, que del na- tural de su monarca no había que esperar acción al- guna, cuando su bien estaba opuesto á la voluntad de sus favorecidos. 20 Por aquí caminaban á la mayor desesperación : alentábanse con lo que se prometían seguro en Fran- cia y aun en otras naciones; en esto que creían, ó mostraban creer, fundaban vanamente todas las es- peranzas de su remedio. Lleva el apetito de ordina- rio los hombres ^ grandes peligros, y aun no conten- to de llevarlos hacia el trance, también allí acostum-

GUERRA DE CATALUÑA II9

bra deslumhrarlos, haciéndolos creer fácilmente y obligándolos á usar de medios incapaces ó ilícitos : donde viene que yerran lo que podían enmendar quizá con el sufrimiento, porque el vivísimo deseo de salir del aprieto no da lugar á que examinen si son ó no son justos ó posibles los remedios y las esperan- zas que se les ofrecen delante.

21 De otra parte, les parecía la guerra inexcusable, según juzgaban por las deliberaciones del Rey, de que recibían continuados avisos : cada día llegaban nuevas de las grandes prevenciones que se hacían contra su provincia.

22 No se olvidaban también en la propuesta á los Es- tados de pedir se les buscasen algunos medios suñ- cientes para poder alcanzar la paz, que habían perdi- do, la restauración de la justicia, que se había estra- gado, el desenojo del Rey, que los amenazaba, la satisfacción de los pueblos quejosos, la seguridad de la mayor parte de los hombres, á quienes había toca- do la inquietud.

23 En estas y semejantes razones se incluía toda la propuesta de los catalanes en su congregación : du- raron las juntas muchos días, recusando algunos pa- receres y escogiendo otros, y después dejando estos escogidos, y volviendo á platicar los mismos que poco antes habían reprobado, ú otros introducidos nuevamente, porque todos los caminos por donde se salía el^discurso, paraban en confusión y desconsuelo.

24 Después, volviendo á juntarse á la última acción (cuando parece que ya los ánimos estaban firmes y

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

resolutos (i) en un pensamiento), comenzaron su nue- va plática, votando más regularmente que hasta en- tonces, desengañados de que por el modo de confe- rencia no podrían conseguir la resolución. Este es vicio común en los grandes concursos, donde siem- pre se hallan hombres que, ambiciosos del aplauso aún más que del acierto, ó con exquisitas palabras, misteriosas á los ignorantes, ó con demostraciones de afecto, persuaden ó turban la gente fácil, hasta traer algunos á la idolatría de sus vanidades.

25 Habíase discurrido indiferentemente en todos los circunstantes sobre la proposición de los diputados : la mayor parte de los votos, con poca variedad de razones, se inclinaba á la defensa de las armas. Si alguno añadía, no era sino circunstancias de dolor á la causa pública : si otro moderaba en algo el senti- miento anterior, en vano persuadía.

26 Llegó entonces la ocasión de hablar á monseñor Juan, obispo de Urgel, hombre que nació más feliz- mente de la virtud que de la naturaleza, letrado de opinión entre los suyos, práctico en los negocios de la corte romana, donde ocupó la plaza de auditor de Rota, y de presente la de canciller de Cataluña: inte- rrumpió el silencio, y (según de su boca le escucha- mos después) habló en este sentido :

27 «Por cierto, señores, compañeros y hermanos míos, yo no puedo negar que empiezo á hablaros lleno de espanto y desconsuelo, considerando que, siendo ya

(1) En la edición de iSoS, resueltos.

GUERRA DE CATALUÑA

de los Últimos votos en esta junta, habéis pasado por la razón sin que ninguno de vosotros la haya cono- cido. Violentamente me sacasteis de mi iglesia para que os acompañase en esta congregación : yo me lla- mara mil veces mal afortunado si mi resistencia me hubiese valido; tanto estimo ahora el servicio que puedo haceros hablándoos como se debe. Casi os estoy viendo todos cubiertos de la sombra de vues- tra pasión : esto me pone en temor de vuestro des- camino, y esto mismo me obliga á que os voces que os avisen del precipicio. Véome igual á vosotros en la naturaleza, superior á algunos en la fortuna, y á mis méritos primero : á aquellas obligaciones anti- guas de la sangre y de la Patria se añaden éstas del premio que entre vosotros he hallado contra el uso de los tiempos : no sabré determinarme en cuáles son mayores; por lo menos que todas son amables. Ya digo, señores, mi Patria afligida, mi estado exento de ficción, mi experiencia provecta de algunas observa- ciones, mi edad incapaz de toda esperanza y por eso más acomodada al desengaño, todo junto me hace cargo para que yo os sea constante compañero y con- sejero fiel. Veo que constantemente entendéis todos que para reparar las miserias é infortunios que hoy padecemos, originadas de la insolencia de los solda- dos forasteros, conviene tomar las armas en defensa de los naturales y de los famosos privilegios que nos han dejado nuestros antecesores. Primeramente yo no puedo negar que vuestra causa es justísima; con- fieso el peso que ha caído sobre nuestra república;

FRANCISCO MANUEL JOE MELÓ

también yo he oído muchas veces las lástimas y que- jas de nuestros patricios; también conozco la libertad de las legiones; pero ¿por qué razón no probaremos primero otros remedios más suaves y proporciona- dos que ese que determináis, tan violento, y de que podéis usar á cualquier hora? No es el cauterio ó la lanceta la primer cura de la apostema; antes que ésta instituyó la medicina los que llama madurativos, y muchos males rebeldes á la dureza del acero obe- decieron á la facilidad de los polvos. Pretendéis ven- gar vuestra Patria de la insolencia de los solda- dos, y ¿queréis poblarla de nuevo de otros tantos? ¿Quién os ha de vengar á vosotros de estos segun- dos? La soberbia de estas gentes no consiste en su nación, sino en su oficio; no son éstos insolentes por- que son castellanos (tales han sido ya romanos y griegos); muchos hay y de varias naciones, y todos se conforman en las costumbres licenciosas; luego no es mal fundado el recelo de que los mismos catalanes que habéis de ocupar en este ejercicio os salgan tan molestos á la república como los castellanos, que no podéis sufrir. Ya veréis ahora en vuestra necesidad vuestro peligro, pues no es tan suave el natural de los nuestros que no nos mucho que temer de su orgullo. Vamos á los extranjeros : ¿cuáles han de ser éstos? No hay en España nación qne no sea parcial, y apenas hay provincia en Europa donde no llegue ó el imperio ó el respeto del que tenemos por señor. Francia entre todas animará vuestra flaqueza; muchos días ha que triunfa : eso que á vosotros os puede

GUERRA DE CATALUÑA 1 23

alentar á me desanima. Si la fortuna no ha muda- do sus antiguas costumbres, ya la podemos contar en las horas de su declinación; pero yo no quiero va- lerme de este accidente; decidme, ¿qué certeza ten- dréis que aquellos contra quien ayer os armasteis se querrán armar hoy por vuestra defensa? Y cuando sea cierto que os ayuden, ¿con qué gravámenes os enviarán ese socorro? ¿Cuándo llegará? Y ¿cuál será? Y ¿qué podréis vosotros obrar sin él? La nación fran- cesa, así como ninguno le ha negado el valor, ¿deja de confesar su inconstancia? ¿Sería por ventura con- veniente que una vez empeñados en la guerra y de- clarados contra vuestro Rey os faltasen sus asisten- cias? Mirad bien á qué cosa os ofrecéis, y cómo por cuenta de vuestro juicio corre el peligro común; en vuestras voluntades están las de todo el pueblo: ¡oh!, no se corrompa su inocencia en vuestra pasión. Mas cuando todo suceda prósperamente, ¿qué es lo que determináis? Si pretendéis quedar libre república, claro está es imposible en medio de dos monarcas tan grandes, como se dice de aquel miserable pez que, deseando volar, ó le traga una ballena ó le des- pedaza un águila. Si pretendéis nuevo príncipe, ¿cuál hay entre vosotros más digno de imperio? Si le que- réis extraño, ¿por qué le esperáis propicio? Decís que la libertad de vuestros fueros os permite tomar las armas por defensa della; todavía á vista de una de- mostración tan contraria al uso de las gentes, ¿cómo os podréis excusar de ingratísimos, viendo que os queréis vengar de la misma magnificencia? Yo no me

124 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

atrevo á afirmar que os sea ilícito; empero pregunto si os es conveniente. Lícito es al ciudadano el pasear- se en la dorada carroza; pero si esa excusada pompa le trajese á un costoso empeño, no le excusaría la justificación de la imprudencia. Dos cosas son preci- samente necesarias al que emprende la guerra : la primera es conocerse, la segunda conocer á su con- trario. Cotejad ahora brevemente esta diferencia: quién somos, señores, y contra quién nos armamos. ¿Quién, como cada cual de los presentes, conoce el asiento de nuestra región, ocasionada por mar y tie- rra á invasiones que quizá para templarnos nos puso así naturaleza? ¿Quién mejor que vosotros ha tocado lo tenue de vuestros caudales? La moderación, no la prosperidad, nos hace ricos; vuestra prudencia son vuestras minas : ¿no veis hasta dónde se extienden los términos de nuestra república? ¿Dónde están los comercios? ¿Dónde los tratos y navegaciones? Estos son los nervios que manejan la potencia del imperio. ¿Hacia qué parte son vuestras conquistas? Ahora digo, lo pasado no nos hace más que envidia ó por ventura cargo de que lo olvidemos. ¿Cuáles son los famosos capitanes que han de gobernar vuestras huestes? No dudo yo que la sangre de los ilustres que nos acompañan rehusará cualquier peligro en obsequio de la Patria; empero es menester que sepáis que entre el valor y la ciencia hay grande despro- porción. ¿Cómo se llama el puerto en que asisten vuestras armadas para guardar vuestras costas? ¿En qué campañas se apacientan los briosos jinetes de

GUERRA DE CATALUÑA 125

que habéis de formar vuestros batallones? ^"Cuáles son entre vosotros los industriosos ingenieros que han de delinear vuestros fuertes? Pues si yo que soy un humilde é ignorante hombre, á sólo la luz de la razón hallo tan fallidos vuestros designios, ¿cuántas más faltas podrá descubrirles la consideración de los varones prácticos en la guerra, cuales debían ser aquellos que os aconsejasen? Mirad, señores, atenta- mente dónde os lleva vuestro enojo; y pues os habéis visto, volved ahora los ojos al que queréis tener por enemigo. Felipe IV se llama rey de las Españas, y le podremos llamar mayorazgo de las riquezas del mun- do; pocos son aquellos que le ignoran el nombre y la grandeza : ¿qué gentes se moverán contra vosotros á la muda voz de un despacho suyo? ¿Qué estudio le costará juntar sus fuerzas contra vuestro atrevimien- to? Á porfía se le ofrecerán los vasallos fieles para servir de instrumento á vuestro castigo; ¿qué desco- modidad se les seguirá á sus ejércitos en que saque de Flandes, Lombardía, Sicilia y Ñapóles algunos famosos tercios de soldados veteranos? ¿Con qué vo- luntad vendrán éstos á libertar y vengar sus herma- nos, oprimidos de nuestra furia? ¿Qué de capitanes pasearán hoy en su corte en pretensión de que les fíe alguna parte de vuestra ruina? Vosotros habéis de rogar á quien os defienda; él ha de ser rogado por los que quieren vengarle : las armadas de uno y otro mar poco trabajo les costará infestar vuestras costas; suyas son todas las fuerzas marítimas de Rosellón. Cuando otros tiempos tuvisteis famosas contiendas

126 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

con Don Juan el Segundo de Aragón, estaba enton- ces España repartida en muchos brazos; los más fuer- tes ayudaban á levantar el débil cuerpo de vuestra república; hallasteis un Don Enrique en Castilla, que os ayudó con socorros; un Don Pedro en Portugal, que se puso en vuestras manos; un Renato en Fran- cia, que también no os desdeñó de vasallos; y á todos ofrecisteis nueva servidumbre, que no os salía tan barato el auxilio; ahora está el juego del mundo y de la fortuna armado de otra suerte. Advertid que no perdáis de un solo lance la justa libertad que habéis gozado hasta ahora : un solo Rey es para la ofensa, y muchos os parecerá para el castigo. Mirad en qué paró una ligera inquietud de los vizcaínos el año de treinta y tres : antes estaban castigados que se entendiese en España la culpa. Volved hora la vista á los portugue- ses, que tenéis por hermanos, que fácilmente templa- ron su orgullo á vista de las armas de Mérida, año de treinta y siete. Ved los aragoneses, nuestros vecinos y amigos, cómo se humillan al precepto después que Don Alonso de Vargas les hizo besar el látigo : los va- lencianos se contentan con sólo el nombre de reino que poseen. Navarra, ni su vecindad y deudo con Francia, ni la antigua contienda de su derecho, contaminó su obediencia, ni la movió la guerra ni la alteró la fatiga. De todos los vasallos nosotros somos los que lleva- mos menos cargas, ó sea que nuestro apartamiento las desvíe ó que las modere la buena opinión en que estamos de briosos. Rey tenemos, señores; Rey y pa- dre, no sólo cristiano, sino católico por renombre ;

GUERRA DE CATALUÑA 127

cuanto es mayor nuestra justicia, así debe crecer nuestra confianza: representémosle postrados nues- tra miseria; hable sólo nuestra fidelidad : el vasallo ó el siervo que pide inmodestamente, ya lleva la ne- gación escrita en el descomedimiento. Informemos á nuestro Rey con una persona llena de verdad y celo, desnuda de todos respetos humanos; justifiquemos nuestra causa con Dios, con Su Majestad y con las gentes; este es el medio del sosiego, de la paz y de la enmienda: entonces podemos esperar el verdadero é infalible socorro del Omnipotente Señor, Rey de los reyes, amparo de los afligidos. Dios de los ejércitos. Yo, por lo menos, tomando su Divinidad por juez de mis acciones, protesto que siempre os hablaré en este sentido y con este sentimiento.»

28 Calló entonces el Obispo y acabó el llanto su ra- zonamiento. La eloruencia, ordinariamente superior á los ánimos, no dejó de hacer en los presentes algu- nos inferiores efectos : ninguno osó á retractarse, juzgándolo á delito; los más libres le escucharon con desprecio. Continuóse la materia, reiterándose todos en la opinón primera, hasta que hablando los diputa- dos generales Quintana, el real, en representación del pueblo, y Tamarit, el militar, en nombre de la nobleza, dijeron su parecer casi en una misma sen- tencia, difiriendo tan poco en las palabras como en los afectos.

29 Faltaba solamente por declararse el diputado Cla- ris, de superior autoridad entre los tres, no menos por su dignidad que por su espíritu atentísimo á las

128 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

cosas públicas. Era Claris hombre que, habiendo sido antes olvidado, deseaba de hacerse conocido, sin pe- sar mucho los medios que se le ofrecerían á la fama; aspiraba al mando, que no pudo conseguir antes de la inquietud; y después puso todo su mérito en la libertad, de la que se inculcaba por celoso. Aborrecía de otros tiempos su obispo, y aunque su sentimiento fuera igual, por sólo no convenir en su opinión mu- dara de ánimo. Había callado con suma observación hasta entonces, si bien las demostraciones informa- ban del fuego que guardaba en el pecho. Suspendióse gran espacio, y revolviendo la vista melancólicamen- te, pidió atención con los ojos, y habló así : 30 «Nobilísimo y afligidísimo concurso : Ni mis lágri- mas ni vuestro dolor dan lugar á que me dilate; mas aun así es la materia tan grave, que no podré ceñirla tan brevemente como deseo, pues el espíritu que mueve mi lengua, todo aquello que tardare en expli- carse, le parece que os debe de tiempo en la afanosa ejecución que os espera. Habéis oído atentos la plá- tica de ese docto prelado mío; ahora os suplico como particular ciudadano escuchéis mis razones, y como cabeza de vuestra junta os encargo examinéis la substancia de estas y aquellas palabras, que yo de mi opinión no tomará fuerzas en mi autoridad para persuadiros, sino en misma. No creo que este va- rón que escuchasteis siente con diferencia del conse- jo que os ofrece; no pienso yo tan impíamente, ni me ajustaré á entender que el mismo pastor es quien conduce las ovejas á la estación del lobo; antes ven-

GUERRA DE CATALUÑA 12$

go á persuadirme que los hombres criados á la leche de la servidumbre ignoran del todo aquella bizarría y libertad de ánimo de que necesita el verdadero repúblico. ¿Por ventura es más prudente ó más tem- plado que todos los que aquí estáis? No por cierto; la ventaja que nos lleva no es otra que haber perdi- do el sentimiento, de puro ejercitada la paciencia en otros oprobios; pues ¿cómo, nobilísimos catalanes, queréis vosotros regular vuestras acciones por la pauta de las humildades ó lisonjas de un hombre an- tiguo cortesano? Está Cataluña esclava de insolentes, nuestros pueblos como anfiteatros de sus espectácu- los, nuestras haciendas despojo de su ambición, nues- tros edificios materia de su ira; los caminos, ya segu- ros por la industria de nuestras justicias, ahora se hallan nuevamente infestados; las casas de los nobles les sirven de fáciles hosterías, sus techos de oro y preciosas pinturas arden lastimosamente en sus hoga- res; mas ¿cómo tratarán con reverencia los palacios los que no se desdeñan de ser incendiarios de los templos? Pues á vista de todas estas lástimas, ¿hay quien pretenda ahora persuadirnos espacios, nego- ciaciones y mansedumbres? Verdaderamente el que corrige el fuego con delicadas varas, antes le ayuda que le castiga. Divina xosa es la clemencia; pero en las materias de la honra de su casa, el mismo Cristo nos enseña á desceñirse el cordel contra sus enemigos hasta arrojarlos de ella. Dice que usemos de medios suaves; esto es sin duda acusar nuestra justificación. ¿Cuánto ha, señores, que padecemos? Desde el año de

9

130 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

veinte y seis está nuestra provincia sirviendo de cuar- tel de soldados : pensamos que el de treinta y dos con la presencia de nuestro príncipe se mejorasen las co- sas, y nos ha dejado en mayor confusión y tristeza; suspensa la república é imperfectas las Cortes. Ya los medios suaves se acabaron : largos días rogamos, lloramos y escribimos; pero ni los ruegos hallaron clemencia, ni las lágrimas consuelo, ni respuesta las letras. Romper las venas al primer latido de los pul- sos, no lo apruebo; con todo, mirad, señores, que el mucho disimular con los males es aumentar su mali- cia; lo que ahora quizá podéis atajar con una demos- tración generosa, no remediaréis después con mu- chos años de resistencia. Cuanto más se os encarece la piedad de vuestro príncipe, tanto debemos asegu- rarnos no castigará la defensa como delito. No por- que el águila es la soberana entre las aves dejó la naturaleza de armar de uñas y pico á los otros pájaros inferiores; yo creo que no para que la compitan, mas para que puedan conservarse: los hombres hicieron á los reyes, que no los reyes á los hombres; los hom- bres los hicieron hombres, porque si ellos mismos se hubieran hecho, más altamente se fabricaran; claro está, pues siendo ellos en fin hombres, hechos por ellos y para ellos, algunos olvidados de su principio y de su fin, les parece que con la púrpura se han re- vestido otra naturaleza. Yo no comprendo en esta generalidad todos los príncipes, ni propiamente nues- tro Rey; antes reconozco en su real persona virtudes dignas de amor y reverencia; pero séame lícito decir

GUERRA DE CATALUÑA I3I

que para el vasallo afligido viene á ser lo mismo que el gobierno se estrague por malicia ó ignorancia. Para nosotros, señores, tales son los efectos; aquí no disputamos de la causa. Pues si vemos que por los modos fáciles caminamos á nuestra perdición, mude- mos la vía. Ya no es menester ventilar si debemos defendernos (eso tiene determinado la furia del que viene á buscarnos), sino creer que no solamente es conveniencia temporal, más antes obligación en que la naturaleza nos ha puesto; los medios parece es ahora lo más difícil de hallarse. Entended, señores, que ninguno topa la perla en la superficie del mar; no faltéis vosotros de vuestra parte con la diligencia, que no faltará la fortuna de la suya con la dicha; sino, demos con el discurso una brevísima vuelta á los negocios del mundo, y á pocos pasos veréis cómo no nos podrán faltar amigos y auxiliares. Decidme, si es verdad que en toda España son comunes las fatigas de este imperio, ^xómo dudaremos que también sea común el desplacer de todas sus provincias? Una debe ser la primera que se queje, y una la primera que rompa los lazos de la esclavitud; á ésta seguirán las más : ¡oh, no os excuséis vosotros de la gloria de comenzar primero! Vizcaya y Portugal ya os han hecho señas; no es de creer callen ahora de satisfe- chos, sino de respetosos; también su redención está á cargo de vuestra osadía : Aragón, Valencia y Na- varra bien es verdad que disimulan las voces, mas no los suspiros. Lloran tácitamente su ruina; y ¿quién duda que cuando parece están más humildes estén

132 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

más cerca de la desesperación? Castilla, soberbia y miserable, no logra un pequeño triunfo sin largas opresiones; preguntad á sus moradores si viven en- vidiosos de la acción que tenemos á nuestra libertad y defensa. Pues si esta consideración os promete aplauso y alianza de los reinos de España, no tengo por más difícil la de los auxiliares." ¿Dudáis del am- paro de Francia, siendo cosa indubitable? Decid, ¿de qué parte consideráis la duda? El pueblo, inclinado á vivir exento, bien favorecerá la opinión que sigue. El Rey (cuya fortuna naturalmente se ofende con la grandeza de España), prosiguiendo la guerra comen- zada, ¿qué mayor felicidad se le puede entrar por sus puertas que hallar de par en par las de nuestra pro- vincia á la entrada de Castilla? Si de eso os queréis temer, os anticiparéis el peligro; que observar des- ordenadamente los accidentes venideros no es pru- dencia : bastará conocerlos para remediarlos, sin es- torbar con ese recelo las acciones convenientes. In- gleses, venecianos y genoveses sólo aman su interés en Castilla; búscanla como puente por donde pasan á sus repúblicas el oro y plata; si sus tesoros toma- sen otro camino, en ese mismo día habrían de cesar su amistad y alianza. Los atentísimos holandeses no habrán de aborrecer en nosotros el repetir las pisa- das por donde gloriosamente caminaron á su liber- tad, ni nos negarán tampoco las asistencias (si se las pedimos) suministradas estos días á otras naciones, pues introducida una vez la guerra dentro en Espa- ña, los socorros de Flandes habrían de ser más con-

GUERRA DE CATALUÑA 1 33

tingentes, lo que todo es favorable á sus designios. Notáis nuestra provincia de apretada entre España y Francia; eso es ser ingratos á la Naturaleza, á quien debéis la mar enfrente, que nos enriquece con puer- tos, la montaña á las espaldas, que nos asegura con asperezas, pues los dos lados que miran á las dos mayores potencias de Europa, con su oposición nos fortalecen. <Qué es lo que os falta, catalanes, sino la voluntad? (No sois vosotros descendientes de aque- llos famosos hombres que, después de haber sido obstáculo á la soberbia romana, fueron también azote á la felicidad de los africanos? <iNo guardáis todavía reliquias de aquella famosa sangre de vuestros ante- pasados, que vengaron las injurias del imperio orien- tal domando la Grecia? ¿Y de los mismos que des- pués, contra la ingratitud de los Paleólogos, en corto número os dilatasteis á dar leyes segunda vez á Ate- nas? ¿Quién os ha hecho otros? Yo no lo creo por cierto, sino que sois los mismos, y que no tarda- réis más en parecerlo que lo que tardare la fortu- na en dar justa ocasión á vuestro enojo. Pues ¿qué más justa la esperáis que redimir vuestra Patria? Fuisteis á vengar agravios de extranjeros, ¿y no se- réis para satisfaceros de los propios? Mirad los canto- nes de esguízaros, gente innoble, faltos de policía y de religión incierta, ¿cómo dejaran la sombra de la diadema imperial? Mirad cómo ahora solicitan ó com- pran su aplauso los príncipes mayores. Ved los báta- vos ó provincias unidas, sin la justificación de vues- tra causa, cómo la fortuna les ha dado la mano hasta

134 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

subirlos en su propio trono. Si no queréis creer nin- guno de estos ejemplares, y el temor por ventura os fuerza á que os imaginéis menos dichosos, revolved cualquier piedra de esta vuestra ciudad, que cada cual de ellas no se excusará de contaros la famosa resistencia que hizo al sitio de Don Juan el Segundo de Aragón, hasta que capitulando á nuestro arbitrio en'los ojos del mundo, él entró como vencido y nos- otros le recibimos como triunfantes. Si os detiene la grandeza del Rey Católico, acercaos á ella con la con- sideración, y la perderéis el temor; no hay estatua de metales preciosos á quien el barro no enflaquez- ca, ni bastan las fatales armas á Aquiles si pisa con planta desarmada. ^'Veis la potencia de vuestro Rey cuántos años ha que padece? Cierto podemos decir, á vista de sus ruinas, que mejor se medirá su gran- deza por lo que ha perdido que por lo que ha goza- do; tanto es lo que cada día se le va perdiendo de nuevo. Si queréis plazas, muchas os ofrecerá Flandes y Lombardía, apartadas ya de su obediencia. Si que- réis regiones, preguntadlo á unas y otras Indias. Si queréis armadas, el mar y fuego os darán razón de ellas. Si capitanes, responderá por ellos la muerte ó el desengaño. Algunos filósofos pensaron con Pitá- goras que las almas se pasaban de unos cuerpos á otros; más ciertamente lo pueden afirmar los políti- cos en las monarquías, donde parece que la felicidad que anima sus cuerpos, dejándolos cadáveres, se pasa á dar espíritu y aliento á otras olvidadas nacio- nes; tal podemos esperar nos suceda. Pero si además

GUERRA DE CATALUÑA I 35

de lo referido llegáis á temer la confusión que os puede dar la real presencia de vuestro príncipe, no dudo que tenéis razón; pero dudo que os causa: no sois vosotros de tanta estimación en los ojos de los que le aconsejan, que el Rey de España, por propio, altere la serenidad de su imperio por hace- ros guerra; yo me atrevo á afirmar que ya todos es- táis destinados al despojo de algún vasallo; no será mayor el instrumento. Éste es, en fin, señores, el ver- dadero juicio de nuestras cosas; si el estado de ellas os parece digno de nueva paciencia, el que se halla- re más abundante desta virtud reparta con los otros, no con razones artificiosas, sino con medios conve- nientes á la moderación de vuestro mal. Yo no soy de opinión que arméis vuestros naturales para que, siguiendo su enojo, representéis batallas contingen- tes; no digo que con demasías solicitéis la indignación del Rey; no digo que á Su Majestad neguéis el nom- bre de señor; empero digo que, tomando las armas briosamente, procuréis defender con ellas vuestra justísima libertad, vuestros honrados fueros; que guarnezcáis vuestras villas y ciudades, que fortifi- quéis lo flaco, que reparéis lo fuerte, que generosa- mente pidáis satisfacción de los delitos destos bárba- ros que nos oprimen; que alcancéis su apartamiento de nuestra región y el descanso de la Patria; y que si no lo alcanzárades (i), lo ejecutéis vosotros : este es mi parecer; ó que, si también hallareis dura esta

(i) En la edición de 1808, alcanzarais.

136 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

resolución, á ese punto tratemos todos juntos de desamparar y dejar de una vez la miserable pro- vincia á otros hombres dichosos. Y si á (como aquel que más tiernamente vive sintiendo vuestras lástimas) me tenéis por pesado compañero cuando con esta libertad llego á hablaros, ó si alguno le pa- rece que por más exento del peligro os llevo á él más fácilmente, digo, señores, que yo cedo de toda la acción que tengo á vuestro gobierno. Volved en- horabuena á los pies de vuestro príncipe, llorad allí, acrecentad con vuestra humildad la insolencia de los que os persiguen, y sea yo el primero acusado en sus tribunales; arrojad al fierísimo mar de su enojo este pernicioso Jonás; que si con mi muerte hubiere de cesar la tempestad y peligro de la Patria, yo propio, desde este lugar donde me pusisteis para mirar por el bien de la república, caminaré á la presencia del enojado Monarca arrastrando cadenas, porque sea de- lante de ella odiosísimo fiscal y acusador de mis pro- pias acciones. Muera yo, muera infamadamente, y respire y viva la afligida Cataluña.» 31 Apenas habían escuchado los congregados las últi- mas razones de Claris, cuando en común aplauso fué aclamada su opinión como salud de la Patria, dispo- niendo sus ánimos de manera que cada uno parecía haber recibido nuevos espíritus para emplear en su obsequio. Concilláronse, en ñn, los pareceres de todos y cuerdamente caminaron á infatigable paso tras de aquellas cosas convenientes al establecimiento de sus armas y resistencia de las enemigas.

GUERRA DE CATALUÑA 137

32 Nombraron sus plazas de armas, según las partes por donde podían ser acometidos, que fueron Cam- brils, Bellpuig, Granollers y Figueras; repartieron sus veguerías (i) en tercios distintos (es veguería en Ca- taluña lo que en lo más de España se suele llamar distrito, partido ó comarca); nombraron sus oficiales, dejando á la Diputación el militar dominio: alistaron gente capaz de aquel ejercicio : visitaron sus villas atentos á la fortificación: buscaron con desvelo y pre- mio los hombres prácticos en la guerra que tenían entre sí; pocos eran en número, porque el ocio de la larguísima paz en que se hallaban, así como les ha- bía quitado las esperanzas, les quitó el precio : otros hicieron llamar de nuevo desde las provincias donde asistían. El médico, que en salud es aborrecible, al tiempo de la enfermedad es agradable.

33 Con esto, juzgando que ellos por solos no eran capaces de resistir las desiguales fuerzas de tan gran- de monarca, miraron en su corazón por todo el mun- do qué príncipe les podía dar ayuda y consuelo, y después de haberle corrido con el discurso, no halla- ron otro que el cristianísimo Luis XIÍI, rey de Fran- cia, cognominado el Justo; su clemencia les prometía amparo, su poder defensa. Esta era la razón común; empero sobre ésta se alegraban interiormente en la consideración de que para las conveniencias del Es- tado de Francia fuesen tan propicios los accidentes

(i) Veguería es lo mismo que corregimiento en Castilla. (Nota de la edición de 1808.)

I3S FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

de España, que ningún juicio dejaría de abrazar sus intereses; que era preciso el echar mano de las tur- baciones del enemigo, como de materiales útilísimos para la serenidad propia. ¡Miserable condición, por cierto, de la Fortuna, que no tiene caudal para fabri- car gran imperio á un príncipe, sino con las ruinas de otro!

34 Así resolutos, eligieron entre todos á Francisco Vilaplana, caballero perpiñanés, práctico y conocido en las fronteras de Francia, para haber de pasar á aquella corte con su embajada al Cristianísimo (pocas otras calidades tenía de embajador; no buscaban en- tonces más de la fidelidad; ella lo suplía todo). Partió brevemente lleno de lastimosas cartas al Rey y la Reina, al Cardenal-Duque y otros ministros : en todas referían los catalanes su miseria, su razón y su pe- ligro.

35 Llegó en pocos días, festejólo el vulgo, que sin discurso ama y aborrece aquellas mismas cosas que ignora. Entre los políticos fué diverso el juicio con que se recibió aquella novedad : los ambiciosos de gloria ó de venganza, creyeron haber topado el hilo porque podían penetrar los laberintos de España á pesar de su arquitecto : prometíanse larguísimos intereses en la nueva guerra, considerando que allá de la felicidad y reputación en que estaban sus ar- mas, habrían de crecer sus triunfos por aquel medio. Los hombres llanos y civiles temían que por aquel alborozo se empeñase la Francia en otros sucesos, al tiempo que su fortuna los había regalado tanto, que

GUERRA DE CATALUÑA I 39

no sin gran honra se podían acomodar á la quietud. Los templados y medianos, ni deseaban más glorias ni las rehusaban tampoco; procuraban verlas seguras.

36 Los ministros del Rey, y sobre todos el Cardenal- Duque, juzgaron por cosa digna de príncipe justo y cristianísimo amparar uña nación cristiana y oprimi- da : no se les dificultó con la consideración de algu- nos que decían que á los reyes no es lícito ni conve- niente favorecer facciones ó sediciones de vasallos de otro príncipe, por la ruin correspondencia que podían hallar en sus ocasiones, y también por el mal ejemplo que forzosamente daban á sus descontentos, viéndo- los amparar los escándalos ó quejas de otros.

37 Á esto se respondía que la cortesía de los grandes no llega á quebrantar sus conveniencias; que el Prín- cipe no puede ser Uberal del bien de sus vasallos; que ninguno debe guardar igualdad á aquel que no se la guarda; que los pretextos de la inquietud pasada de Francia el año de treinta y cinco, fundaban todos en las negociaciones del Rey Católico y en la cautela de su valido; que el Rey Cristianísimo, en favorecer los catalanes no hacía otra cosa que reconvenir, ó desfor- zarse de los movimientos del Poitú, introducidos de los españoles; que no había disculpa con que satisfa- cer la posteridad, si estando la guerra tan sangrienta en ambas provincias, Francia olvidase la mayor oca- sión de sus mejoras; que de ordinario en los aconte- cimientos de la guerra, el que excusa el daño de su enemigo viene á pagar después con su ruina su incon- siderada confianza.

140 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

38 Por estos motivos y otros que le serían presentes al espíritu del Cardenal (por ventura no compren- sibles á nuestra cortedad), se dispuso á introducir su industria, las fuerzas de su reino y la autoridad de su Rey en el manejo de las cosas de Cataluña.

39 Al punto fueron enviados á Barcelona Mr. de Seri- ñan quien algunos papeles catalanes llaman de Serniá), mariscal de campo, y Mr. de Plesís Besanzon, sargento mayor de batalla; dos tales hombres cuales pedía el gran hecho para que fueron escogidos, y que así hacían proporción con aquel fin como con la elec- ción de quien los había nombrado.

40 Volvió Vilaplana, y los dos á su ciudad, donde fueron alegrísimamente recibidos. Tratóse luego de ajustar con brevedad su negociación en varias juntas que hacían la Diputación, la ciudad y los enviados : fué fácil el acomodamiento, porque como todos se encaminaban á una razón, ella misma vencía las difi- cultades. No se duda que en algunos podía hallarse parte de temor, y en otros de negocio; mas como es destreza de los políticos encubrir el miserable la des- confianza y el poderoso la soberbia, unos y otros lo dispusieron de suerte que ni la fe ni la prudencia pa- rece que padecían fuerza ó duda.

41 Ajustáronse, finalmente, en que el Principado haría el mayor esfuerzo posible por arrojar y resistir las armas castellanas; que el Rey Cristianísimo les soco- rrería en espacio de dos meses con dos mil caballos y seis mil infantes; que lo uno y lo otro sería pagado por cuenta de la generalidad; que el Rey sólo envia-

GUERRA DE CATALUÑA I4I

ría los cabos y oficiales que le fuesen pedidos, y no más; que mientras durase la resistencia de Cataluña, Su Majestad no mandaría invadir algunos lugares de catalanes como enemigos del Rey Católico, salvo aque- llos en que hubiese presidio y armas españolas; que el Principado pondría en manos del Rey Cristianí- simo nueve rehenes, tres de cada orden, y que no haría ajustamiento con su Rey sin intervención de Francia.

42 Con este breve tratado y larguísimas demostracio- nes de amistad, se partieron á París el Plesís y Seri- ñan, con la misma satisfacción que habían dejado; unos y otros llenos de diferentes esperanzas.

43 Ahora será conveniente dar razón de las armas y progresos tocantes al Rey CatóUco, bien que en orden del tiempo nos habemos adelantado alguna parte, por seguir las cosas de Cataluña sin intermisión de otros acontecimientos, porque más claramente se entien- dan unos y otros.

44 Asentada ya la guerra contra Cataluña, como he- mos dicho, fueron luego despachadas órdenes por el Rey Católico á todas las plazas marítimas del Princi- pado, avisando sus gobernadores de la resolución de su consejo, y encomendándoles grandemente las pre- venciones de la guerra que podían esperar cada día; y en particular se encargó este cuidado á Don Juan de Garay, gobernador de las armas del Rosellón, que en aquel tiempo se hallaba en Perpiñán, después de la muerte de Cardona. Es el Garay hombre que por la vía de las armas pudo juntar el mérito y la dicha;

142 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

comenzó por los pequeños puestos de la guerra, pasó por ellos con velocidad tan grande, que en algunos vino á mandar los mismos que poco antes había obe- decido : ama la industria sin aborrecer el trabajo, pre- sume de lo que obra, y tiene más dicha para que para los suyos. 45 A este tiempo había llegado á Zaragoza el Marqués de los Vélez, de donde ministraba sus negociaciones en Cataluña. Comenzó solicitando correspondencias en las plazas que todavía estaban en obediencia del Rey: encomendaba á sus gobernadores el vivísimo cuidado que le convenía de adelantar su partido. A los catalanes exhortaba al arrepentimiento, prome- tiéndoles perdón y conveniencias. Ayudaba mucho en estas diligencias la persona del baile general Don Luis de Monsuar, retirado de Tortosa, donde entre parientes y amigos y con algunas personas de reli- gión, había tratado el cobro y reducción de aquella ciudad. Vino oculto á Zaragoza, y dando buena razón de su industria, hizo cómo el magistrado en nombre de todos escribiese al Vélez, pidiéndole juntamente piedad y socorro. Estaban de secreto dispuestas las cosas de tal suerte, que aún no había salido la carta de la ciudad cuando sobre el puente de Ebro, que la baña, se hallaban dos mil infantes españoles y cuatro- cientos caballos, á cargo todo del maestre de campo Don Fernando Miguel de Tejada, soldado práctico y cuidadoso, que siguiendo con todo el orden del ma- gistrado, contra el aplauso del vulgo que ya le mira- ba como arrepentido, entró en Tortosa, causando des-

GUERRA DE CATALUÑA 1 43

iguales efectos (i) en los corazones de sus naturales, según era en ellos diferente la razón con que miraban sus movimientos. Muchos se retiraron medrosos ó aborrecidos, y aun ni de todos los que quedaron se podía hacer confianza.

46 Con esta observación trató Don Fernando de for- tificar la ciudad (que por su sitio y un castillo no muy antiguo, que todavía conserva, pareció fácil), por lo menos de suerte que quedase reparada á una inter- presa y motín. Pocos días después se descubrieron algunos cabezas de los sediciosos, y fueron condena- dos á muerte por la justicia hasta cinco ó seis hom- bres plebeyos, no sin lástima de todos.

47 Con la impensada entrega de Tortosa tomaron las cosas del Rey mejor semblante, no sólo por la impor- tancia de la plaza, de asaz utilidad á sus intereses, pues por ella se facilitaba el paso de Ebro á las armas católicas, mas también porque su reducción inducía á la esperanza de otras, y ponía en los catalanes gran duda y temor, viendo que ellos mismos se faltaban primero que su fortuna.

48 En Rosellón se movían las armas con más presteza, porque entendiendo Don Juan de Garay que los mo- radores de Illa (lugar mediano en el condado de la. Cerdaña, asaz vecino á Francia, á quien sirve de paso) tenían trato con vasallos del Rey Cristianísimo y determinaban ayudarse de ellos contra los españo- les, dándoles entrada en villa, quiso reconocer y

(i) En la edición de 1808, afectos.

144 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

castigar personalmente sus excesos, poniendo toda aquella frontera en mejor orden. Salió el Garay de Perpiñán á los últimos de septiembre con suficien- te número de infantería, algunos caballos y cuatro piezas de campaña. Llegó á Millas, hízose reconocer en aquel lugar sin resistencia; tomó las llaves de sus puertas á su propio dueño Don Felipe Asbert, deján- dole con temor y escándalo; llamó desde allí los cón- sules y baile ^e Illa; tardaron en obedecerle, temien- do con más razón de la severidad que se usaba con sus vecinos. Salió de Millas prontamente contra Illa en intención de embestirla y castigarla, abominando con palabras feas el hecho de sus moradores: no de- bía ofrecerlas al espanto, sino al remedio, porque á veces el caballo detenido en la carrera sale más pron- to al grito que al azote. Amaneció sobre el lugar, batióle sin efecto; pretendió romper una puerta por la furia de un petardo, nada salió como se esperaba; bien que Juan de Arce gobernaba aquella facción : defendiéronse briosamente los de adentro. Retiróse el Arce herido del golpe de una piedra, y el Garay, reconociendo en la resistencia de tan pequeño lugar la industria de Mr. de Aubiñí (de quien trataremos adelante), que la defendía con hasta seiscientos hombres franceses y catalanes, no quiso proseguir en la venganza por entonces, mirando ya en aquel estado más por la opinión que podía perder que por la plaza que juzgaba perdida: dejó el negocio para mejor tiempo, aunque no pensó diferirlo mucho, por no dar lugar á que se engrosase el enemigo. Con este

GUERRA DE CATALUÑA 1 45

pensamiento, ayudado también de una voz, que sin causa se esparció entre la gente, de que los franceses entraban por el Grao en el estado de Rosellón (algu- nos piensan que el mismo Don Juan hizo introducir esta voz para dar mejor pretexto á su retirada), vol- vióse, en fin, y haciendo alto en San Felíu, mandó reconocer los puestos acomodados á la entrada del enemigo. En este tiempo hizo venir de Perpiñán cua- tro cañones enteros y dos cuartos; aumentó sus tro- pas hasta el número de seis mil infantes y seiscientos caballos, y con los tercios de la guardia del Rey, que gobernaba el Arce y Don Felipe de Guevara, y el de Don Leonardo Moles, llenos de la mejor infantería que entonces tenía España en ningún ejército. Vol- vió segunda vez sobre Illa pocos días después de ha- berse levantado de ella, dispuso sus baterías, y la batió furiosamente. 49 Es Illa cercada de un casamuro antiguo, acomoda- do al modo de las primeras defensas. Continuóse por algunas horas la batería, y habiendo con poca resis- tencia abierto más de veinte varas de brecha (quie- ren así llamar los soldados á la rotura ó portillo que hace la artillería en las murallas), trató Don Juan de que el tercio gobernado por el Guevara embistiese al lugar, ganando la entrada; pero desórdenes no dig- nos de escritura lo dificultaron. Tardóse más en dis- poner el asalto de lo que tardaron los sitiados en acudir al reparo animosamente: los capitanes y sol- dados del tercio, suspensos con el desorden, no se determinaban á embestir: impaciente entonces el Ga- lo

146 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ray, dicen que bajó desde donde estaba mandando, y, poniéndose delante dellos, con las voces, y más con el ejemplo (que en tales casos es la voz más efi- caz y obedecida), los persuadía y ordenaba la esca- lada: moviéronse tardemente (i), como aquellos que no llevaba la voluntad: recibió Don Juan un mosque- tazo en la mano derecha y otro en el peto, de que cayó herido; bastante ocasión para descomponer gen- tes más osadas, cuanto y más aquellas, enfermas ya del miedo. Todo esto ayudaba á los contrarios, siendo cierto que no hay mayor socorro para unos que el temor de otros, pues á éstos se les añade de esfuerzo el vigor que huye del ánimo de aquéllos. Crecían las rociadas de mosquetería desde la plaza, con que á un mismo paso se aumentaba el daño y desfallecía la es- peranza. El Garay, empachado de los suyos, mostró querer apartarse del lugar, igualmente obligado del peligro y de la vergüenza : mandó tocar á recoger, y entonces fué fácilmente obedecido. Retiróse con pér- dida considerable á Perpiñán, melancólico y teme- roso de lo venidero. 50 Todavía los ministros del Rey Católico no se ex- cusaban de seguir alguna esperanza de concierto, y lo deseaban, sin reparar mucho en su calidad: pensa- ban que, puestos una vez los catalanes en sus manos, después enmendaría la fuerza cualquiera condición poco honrosa, á que la necesidad primero se acomo-

(i) Tardemente no está en el Diccionario. Es lo mismo que tardíamente.

GUERRA DE CATALUÑA I47

dase: intentaron much?.s cosas, algunas con poco fundamento, como suele el enfermo no examinar la virtud del remedio, creyendo que entre muchos to- pará alguno conveniente. Parecióle al Conde-Duque medio acomodado valerse de los poderes de la Igle- sia contra la dureza de los eclesiásticos, en cuyo es- tado, más que en ninguno, ardía el celo de la libertad de su Patria.

5 1 Llamó al Nuncio apostólico, residente en la corte, é intentó persuadirle pasase á Cataluña para que unas veces con su autoridad y otras valiéndose de los poderes pontificios, trabajase en la reducción de aquella gente. No fué posible conseguirlo, defendién- dose el Nuncio con que sin consentimiento del Pon- tífice no podía dejar su legacía y emplearse en nego- cios ajenos, para que no tenía jurisdicción: todavía, por convenir en parte con su capricho y mostrar el deseo de la paz y servicio del Rey Católico, temeroso quizá de la no bien pasada tragedia de su antecesor, vino en escribir á la provincia llamando benignamen- te al diputado Claris: envió la carta con su confesor, por si hallase algún medio de introducir la voluntad del Rey, lo ejecutase y dispusiese según su orden.

52 Llegó á Lérida el enviado, avisó de su comisión, respondiósele que remitiese las cartas y se detuviese en aquella ciudad: cumpliólo así, y en pocos días vol- vió á la corte sin haber negociado más que nuevas esperanzas á los catalanes, fundadas en el temor que ya se tenía de sus resoluciones, pues por tantos me- dios se solicitaba la concordia.

I ¿¡8 FRANCISCO MANUEL DE WELO

53 Este mismo juicio había hecho el Nuncio, y se lo representó al Conde cuando discurrían en el nego- cio; empero, vencido de su respeto, vino á aprobar en parte su opinión. Permítasenos ahora decir qué poco atentos proceden los ministros, de cuya pru- dencia fía la Iglesia su autoridad, cuando se inter- meten á esforzar sentimientos de príncipes, arrimán- dose á sus facciones. Raras veces los intereses polí- ticos siguen la razón, y entonces sería fuerza, si ella los ha de seguir, doblar la justicia á la parte más po- derosa, con escándalo del universo. Á la gran digni- dad pontifical y paternal sobre toda la tierra, al Vica- rio de Cristo, suma verdad, suma entereza, ^xómo le puede ser lícito negar su agasajo igualmente á alguna de las ovejas que le han sido entregadas en el rebaño espiritual?

54 No desmayó el Conde-Duque con este desengaño; antes por propio volvió á escribir y dar á entender al Principado que el Rey apartaría sus armas de la provincia si la ciudad de Barcelona se acomodase á dejar fabricar dos fuertes reales, uno en Monjuich y otro en la casa de la Inquisición; entrambos sitios acomodados á la defensa, pues era cierto que de la seguridad de aquel pueblo, como cabeza de su pro- vincia, pendía toda la quietud y conservación púbh- ca. Tampoco esta plática tuvo efecto, y antes los irritó de nuevo, porque esto de fortificarse los espa- ñoles fué siempre lo que más temían.

55 Prosiguió buscando otros caminos acomodados á sus pensamientos, é hizo como Don Pedro de Aragón,

GUERRA DE CATALUÑA 149

Marqués de Pobar (hijo segundo del Cardona, y que había acompañado á su padre en las primeras gue- rras contra Francia), con pretexto de haber sido lla- mado á las cortes de Cataluña, se fuese á Barcelona, publicando también acudía al desconsuelo y soledad de su madre viuda y de su Patria afligida. Corrió la posta más rico de industria que de prudencia; bien que llevó promesas para y los que quisiesen se- guirle.

56 Era la casa de Cardona (como hemos dicho) esti- mada sobre todas las del Principado; mas después de la muerte del Duque, y desde aquel punto que comenzó á resonar el nombre de libertad, fué desfa- lleciendo su autoridad de tal suerte, que la Duquesa hubo de retirarse en un convento, donde se hallaba al tiempo que llegó el Marqués su hijo.

57 Esta visita, por tantas razones sospechosa, fué en extremo desagradable á cuantos la consideraban, ó porque verdaderamente no estaban ya las cosas en estado de remedio, ó porque la industria del Pobar no alcanzó á conñarlos, que era el primer paso de aquel negocio. Ellos miraban sus acciones con suma observación, y pocos días después lo encerraron en prisión áspera, dándole á entender que con menor retiro no estaba seguro á la furia del pueblo, que ha- bía concebido mala opinión de su jornada y trazaba su muerte. Así dispusieron asegurarse de sus desig- nios; cosa á que los príncipes deben mirar mucho hallándose en tal estado, y trabajar por elegir un me- dio para que ni la credulidad ni la desconfianza les

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

pongan en peligro, abrazando ó despreciando cuantos le buscan.

58 Trabajaba continuamente el Vélez en acomodar las tropas que bajaban por los reinos de Valencia y Aragón : había enviado á Don Pedro Pablo Fernán- dez de Heredia, Gobernador de Aragón (es Goberna- dor en aquel reino casi presidente de Justicia), con muchos otros comisarios, para que recibiese el ma- yor grueso de gente que entraba por la villa de Mo- lina; empero el negocio que más ocupaba su ánimo era disponer los aragoneses á algún fin provechoso al servicio del Re^^, haciendo todo lo posible por apar- tarlos del sentimiento de los catalanes, sus vecinos y deudos : por otra parte los persuadía á que ellos tomasen la mano en el ajustamiento de sus cosas, como ya en tiempos pasados la ciudad de Zaragoza llegó á ser medianera entre su rey Don Juan el Se- gundo y el mismo Principado. No era otro su ñn que procurar obrasen los de Aragón de tal manera que pusiesen en desconfianza de su hermandad á los ca- talanes, de cuyas correspondencias se temía,

59 Ya los jurados de Zaragoza (supremo magistrado de aquella ciudad) habían comenzado á mover estas pláticas con el Rey, á que se les respondió de suerte que ellos descifraron de las palabras de la carta más amenazas que agradecimiento. Y á la verdad, los ara- goneses no aborrecían la libertad catalana, que disi- mulaban con cautela : el Vélez, que los miraba pro- fundamente, en lo poco que habían obrado reconocía lo poco que querían obrar; esto mismo le dispuso á

GUERRA DE CATALUÑA 151

que incitase segunda vez con mayores bríos lo trata- do cerca del acomodamiento, y platicándolo con al- gunos caballeros que tenían mano entre el gobierno de Zaragoza, no fué dificultoso acabar con los jura- dos y ciudadanos volver á la plática: también porque entendiendo los celos del Vélez cerca de su ánimo, no les parecía conveniente rehusar ni excusarse de aquellas cosas en que no les era costoso el empeño, pensando que así lo llevarían confiado y seguro de que les pidiese otras mayores. 60 A este fin trataron de enviar su embajada á Bar- celona con toda brevedad, antes que la guerra, que ya comenzaba á encenderse en Rosellón, abrasase aquella frontera y quedase suspe-iso lo tratado. Dis- púsose entre ellos si podría ó no ser conveniente enviar la persona del Jurado en Cap, que era á esta sazón Don Lupercio Contamina (es jurado en cap en Aragón la cabeza de su gobierno civil; oficio entre los aragoneses de asaz estimación, aunque anual): no pareció acomodado empeñar al primer paso la mayor autoridad de su república : fué elegido en su lugar Don Antonio Francés, caballero noble y suficiente. Partió á Barcelona por la posta; fué recibido no sin cortesía; negoció cercado siempre de asechanzas, por- que los catalanes, con algún escándalo del reposo de Aragón, á quien habían convidado, sospechaban mal de aquellos oficios con que nuevamente se les ofre- cían; y con mayor exceso cuando llegaron á enten- der que los aragoneses, como pretendientes á la primogenitura de la corona de Aragón (en que se

152 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

comprehende el Principado), intentaban ingerirse en aquellas negociaciones con algún otro derecho más que el de amistad; cosa insufrible á la entereza de los catalanes.

61 Fué escuchado Don Antonio en la Diputación, pre- sente el Sabio Consejo : dio sus cartas, habló con tem- planza, introduciendo sus razones con que su reino de Aragón, y en particular su ciudad de Zaragoza, les pedían como a hermanos y amigos tuviesen por bien admitirles por medianeros entre su razón y la queja de su Majestad Católica; que fiasen de su amor les haría descubrir un medio acomodado á la quietud y satisfacción; que á los intereses y castigos que se po- dían pretender de ambas partes se daría un expe- diente tal, que todos quedasen acomodados y pací- ficos.

62 Respondiéronle con grandes muestras de agra- decimiento, diciéndole que no se trataban bien las cosas de la paz entre el estruendo de la guerra; que no se compadecían bien oficios y ejércitos, mediane- ros y generales; que ellos deseaban la concordia más que ningunos; que el Rey apartase luego las armas con que les amenazaba, y mandase cesar las que fa- tigaban Rosellón, y entonces se conocería que allí se pretendía la quietud sencillamente, y no la me- jora con artificios; que desta suerte estaban pron- tos, no sólo para aceptar, sino para suplicar parti- dos á su Majestad Católica convenientes al bien público. Con esta resolución, llena de brío y cons- tancia, se volvió Don Antonio á Zaragoza, con cuya

GUERRA DE CATALUÑA I 53

venida se excusaron por entonces otros algunos me- dios que se habían prevenido, encaminados á este propósito.

63 Fundaban todas las resoluciones del Rey y sus mi- nistros sobre haberse entendido que la gente junta para la guerra llegaría á cincuenta mil hombres y seis mil caballos; no era excesivo el número, según habían sido copiosas las preparaciones. Sobre esta certeza, que después convenció de vana la experiencia, fabri- caban los ministros todo su discurso; tales salían las provisiones y acuerdos, como asentados sobre fun- damentos vanos.

64 Disponíasele al Vélez que todo el grueso se repar- tiese en tres partes: que la una entrase por la plaza Plana de Urgel, que era el país más acomodado á campear, haciendo frente á Lérida, y caminando á Balaguer y Urgel bajase por Monserrate hasta caer- se sobre Barcelona. Que la otra parte del ejército, pasando el Ebro en Tortosa, ocupase el Coll de Ba- laguer y allanase todos los lugares del campo de Tarragona, llevando siempre la mar por el lado dies- tro, donde podía ayudarse en la falta de víveres; que ganase á Martorell, que se fortificaba, y por las costas de Garraf bajase á Barcelona. Que el último trozo se quedase en Aragón, mirando á Cataluña, para acudir ó entrar, según el caso lo pidiese; y que éste sería llamado ejército real, y por eso más copio- so y de mejor gente, pues el Rey lo había de gober- nar por su propia persona. De la misma suerte se le ordenaba á Don Juan de Garay que con la gente de

154 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Rosellón se moviese contra Barcelona, para que todos juntos obrasen la expugnación de ella.

65 Fué así que el Garay había recibido las órdenes; . pero era de diferente parecer, habiendo escrito que

las fuerzas se uniesen todas; que juntas atravesasen la provincia, sin detenerse en sitiar plaza; que llega- sen á incorporarse con su trozo; que así ocupasen el Conflent (es el Conflent país fértil, no muy largo, contenido entre el Rosellón, Cerdaña y Ampurdán, casi corazón del Principado); que desde allí bajasen á socorrer y ser socorridos de las plazas marítimas; que el mayor esfuerzo se debía poner, no entre Ara- gón y Cataluña, donde no podía temerse cosa impor- tante, sino entre catalanes y franceses, por el peligro que había de que el Cristianísimo engrosase sus tro- pas, como ya hacía por aquella parte; que el invierno no era acomodado á sitios; que el ejército vagando por los lugares pequeños, se podía sustentar sin gas- to, sin peligro y sin trabajo.

66 No fué recibido este parecer de Don Juan; desdi- cha ordinaria en las grandes resoluciones de los prín- cipes, ó aconsejarse con personas extrañas de aquella profesión, ó no seguir las opiniones de los mismos á quienes confían las empresas. Respondiósele que, de- jando guarnecidas las plazas de gobierno, se embar- case en las galeras que allí se enviaban con toda la infantería que pudiese sacar; que en Castilla era es- timada en número de seis mil infantes: que con ellos y todo el tren que se hallaba en Perpiñán prevenido para la invasión de Francia, viniese á unirse con el

GUERRA DE CATALUÑA 155

ejército que había de marchar hacia Tarragona por junto á la mar, cuyo gobierno le estaba aguardando.

6/ Y porque el mando de las armas en Rosellón no quedase sin persona conveniente, se le ordenaba al Conde Jerónimo Rho, maestre de campo general del reino de Navarra, soldado más antiguo que grande, de nación milanés, que desde Zaragoza, donde asistía esperando su empleo, pasase á Vinaroz; y de allí, en las galeras que habían de traer al Garay, navegase á Rosellón con dos mil infantes bisónos que se manda- ban en su compañía para tripulación de aquellas pla- zas, entresacados de las levas prevenidas al ejército.

C8 Casi en estos días llegó de Madrid á Zaragoza, don- se juntaban los cabos españoles, Carlos Caraciolo, Marqués de Torrecusa, caballero napolitano, capitán práctico, aunque de más valor que prudencia: venía á servir el cargo de maestre de campo general del ejército llamado de la vanguardia; entendíase el de Lérida, porque por aquella parte se juzgaba la prime- ra entrada. Poco después vino Carlos María Caracio- lo, su hijo. Duque de San Jorge, mozo en quien res- plandecían grandes virtudes, dignas de mejor suerte: gozaba el San Jorge el gobierno de la caballería ligera; así diferenciaban unas de otras tropas, llamando de las Órdenes, con nombre y oficiales diferentes, aquella que constaba de los caballeros cruzados ó sus subs- titutos: ésta gobernaba por solo, sin dependencia del San Jorge, Don Alvaro de Quiñones, del Conse- jo de Guerra de España, hombre en quien los mu- chos años de servicio dejaron poco más de una gran

156 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

vanidad de haber servido mucho: ejercía en Rose- llón la tenencia general de aquella caballería; de allí bajó á Zaragoza por incorporarse en su nuevo oficio.

69 Llegó á este tiempo el Marqués Xeli de la Reina, general propietario de la artillería en la Alsacia, para que con aquel título se emplease en la guerra de Ca- taluña, donde habría de ser el segundo cabo en el trozo mandado por el Garay.

70 El de los Vélez se hedlaba dueño de todas las ar- mas, sin que hasta aquel punto se le diese otra auto- ridad para mandarlas que el título de virrey de Ara- gón: habíanle nombrado, como dijimos, en conside- ración de Cataluña; mas después los varios acciden- tes del negocio tenían á los ministros como dudosos en la satisfacción cerca de su ingenio en materia tan importante: prefiriéronle á otros por un discurso que todo se encaminaba á conveniencias de la quie- tud; pero ya desesperados de ella, deseaban hallar algún modo de introducir en aquel mando un suje- to de mayor experiencia en las armas; tan presto se traen el arrepentimiento como el peligro las eleccio- nes á quien guía el respeto.

71 Esforzábase esta confusión con que desde la corte se daba á entender por manos de personas prácticas en los negocios, unas veces que el Marqués de los Balbases venía á gobernar aquella guerra, otras que el Almirante de Castilla, á quien entonces se había dado el título de teniente real, á imitación del impe- rio; cosa hasta entonces no oída en España, y en que luego faltó, como la razón, el efecto della; no se al-

GUERRA DE CATALUÑA 1 57

canza con qué necesidad ó con qué industria. Tiem- po fué aquel de novedades, las más de poco crédito , á la esencia del mando. Algunos querían que otra vez se platicase la venida del Monterrey: cada cual incul- caba con su propio pregón la suficiencia del amigo, con que ningún ánimo desapasionado sabía afirmarse en nada, ni los hombres acababan de entender á cuya obediencia les dedicaban : de otra parte, las provisio- nes y despachos que venían de la corte se hallaban tan encontradas, ahora hablando en muchos ejérci- tos, ahora con diferentes generales, que apenas por entre las dudas se podía atinar con la resolución, y por eso caminaban más tardamente (i) las ejecuciones. 72 Gran daño, ó casi inevitable, que los expedientes de graves negocios no se traten con aquella claridad y llaneza que conviene, siquiera por quitarles la oca- sión del yerro á los que les tienen á su cargo. Dos son los modos de obedecer y servir á los reyes: unos que ciegamente se atan á cumplir la resolución; otros que la moderan y mudan según los accidentes : lo primero es más seguro para los siervos, lo segundo más provechoso para los señores. Yo juzgo por cosa impía que el ministro aventure á perder el negocio por obedecer irracionablemente á su orden, pudien- do remediarle con alterar en alguna circunstancia la resolución : nada tengo por firme para caminar al es- tablecimiento de la gracia, siendo cierto que muchos

(i) Tardamente, voz que no está ea el Diccionario de la Aca- demia.

158 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

príncipes habernos visto dejarse obligar por la ente- reza del vasallo, y algunos ofenderse por haber sido bien obedecidos; escoja el que navega el rumbo, se- gún le aconsejare su prudencia: no camine sin temor á ninguna parte, que cada uno puede llegar al puerto y al escollo.

73 Fatigábase elVélez con el embarazo de las órdenes, que cada día crecía; sobre todo le era de suma aflic- ción ver que se pasaba el tiempo sin fruto, y que pi- diendo al Rey vivamente la explicación de las cosas, se despachaban con mayor duda, cuando al mismo tiempo se le daba gran priesa porque formase los ejércitos, que de ninguna mano dependían menos. Obraba con espíritu amedrentado; así buscaba el modo de acabar las cosas, no el de acabarlas con per- fección; tropezábase de unas en otras, y á veces se caía en dificultades donde no había salida; como el que huyendo de la amenaza, se precipita: á paso igual se suben las altas cuestas; el que las atropella se rin- de antes de lo áspero.

74 Era la mejor parte del ejército aquellos tercios viejos que habían bajado de la Cantabria, y sus maestres de campo Don Fernando de Ribera, tenien- te coronel del regimiento de la guardia del Rey; Don Fernando Miguel, que ya se hallaba en Tortosa, y Don Diego de Toledo; los dos tercios de irlandeses y valones, sus maestres de campo Hugo Onelli, Conde de Tirón, y Felipe de Gante y Merode, Conde de Isinguien; y el tercio llamado de los hijosdalgo de Castilla, á cargo de Don Pedro Fernández Portoca-

GUERRA DE CATALUÑA 1 59

rrero, Conde de Montijo y Fuentidueña, á quienes seguían algunas tropas de gente suelta para efecto de reclutar los otros tercios, según pidiese su necesidad.

75 Es Fraga último pueblo de Aragón, puesto entre los Ilergites de Ptolomeo, y llamada de los antiguos Flavia; otros con más semejanza deducen el nombre de su aspereza. Riégala el río Cinca ó Cinga, que la divide de los celtíberos. Su vecindad á Lérida la hizo necesitar de fuerzas capaces á defensa y ofensa, por- que el enemigo se mostraba en aquella frontera de- masiadamente orgulloso : con esta ocasión envió el Vélez al Conde de Montijo y otro tercio de infantería portuguesa, su maestre de campo Pablo de Parada, para que guarneciesen la ciudad y su partido. Desea- ba el Vélez apartar de al Montijo, porque su esta- do y las vanas prerrogativas de su regimiento, incom- patible con los más, se lo hacían molesto. Juntóle también alguna parte de la caballería remontada en Aragón, con lo que por entonces pareció que estaba guarnecida en proporción á su peligro, y se dispuso aquel cuidado.

76 Los aragoneses, y entre ellos la gente vulgar, que no miraban la guerra sin despecho de alguna suerte, favorecían el partido de sus vecinos tácita- mente, y como les era posible; persuadían y ayuda- ban los soldados, conducidos casi todos con violen- cia, para que se escapasen y volviesen á sus tierras, con lo que conseguían, sin contar los intereses de los catalanes, para mismos gran conveniencia, alivian- do sus pueblos de tantos hospedajes y alojamientos.

1 6o _ FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

^1 No fué esto tan poco sensible que dejase de dar gran cuidado al Vélez; y mayor cuando le certifica- ban los cabos y oficiales del sueldo que de la misma suerte que llegaban las tropas se volvían, y que del número de gente señalada faltaba casi la tercera par- te. Los lugares de Castilla, obligados á la contribu- ción de los quintados, ofrecían sus quejas, diciendo que por allá no se guardaba la gente, pues en breves días volvían á sus pueblos los mismos á quien había tocado la suerte de acudir á la guerra; con que ellos jamás se podrían desobligar del número.

78 Pareció conveniente atajar este desorden con todo cuidado, y se despachó luego lapersona del Marqués de Torrecusa, maestre de campo general del ejército, á la villa de Alcañiz, donde, como más cerca á todos los cuarteles de él, pudiese atender al reparo de aquellos daños; también para que fuese ejecutando la formación de los tercios y regimientos que llegaban, porque hasta aquel tiempo nada tenía forma militar sino el ejército de Cantabria. Partió Torrecusa, y fué disponiendo las cosas conforme al estado en que se hallaban, dándole continuos avisos al Vélez, así de lo que obraba como de lo que entendía del enemigo; certificábase en que la gente que se hallaba en los cuarteles por ninguna diligencia llegaría al número prometido; que así convenía acomodar las disposicio nes y juicios. El Vélez lo avisaba al Rey, el Rey á los tribunales, ellos escribían al Vélez con sequedad y admiración.

79 Entonces los catalanes, habiendo reconocido la

GUERRA DE CATALUÑA l6l

grandeza y poder del Rey Católico, que ya se descu- bría por unas y otras fronteras, entendieron en repar- tir sus fuerzas acomodadamente, según parecía las llamaban los designios de su enemigo.

80 Habían ordenado mucho de antes á Don Guillen de Armengol, castellano de Portús, se recogiese á su fuerza, como hizo con buen número de infantería y víveres; con lo cual quedaban imposibilitadas para poder unirse [á] las armas católicas que se hallaban en Rosellón, estotras que pretendían invadir Cata- luña, ó bajar aquéllas á darse la mano con Rosas y Colibre.

8 1 Es el Portús antiguo castillo y lugar corto en los pasos llamados de los geógrafos Bergusios, situado en la cumbre de una gran serranía, dicha Coll de la Mazana, ramo de los Pirineos que, bajando desde el septentrión, corre al mar de Mediodía por entre los países del Ampurdán y Conflent, cuyas impenetrables fraguras sólo en aquel espacio consienten camino, pero tan dificultoso, que, defendido de pocos, como se ejecute con valor, se juzga inexpugnable. A una legua del mismo paso dicho Portús se halla la Bellaguarda, fortaleza edificada de los antiguos señores de Barce- lona para defensa de unas y otras provincias.

82 Los de Rosellón al mismo paso hacían sus corre- rías ó las estorbaban, acompañando la caballería del país con alguna francesa, que cada día se les entraba por Illa y otros puestos; con que los reales tenían poco lugar de hacer salidas, bien que las intentaban, no juzgando la campaña por segura.

n

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

83 En este tiempo, entendiendo la Diputación cómo la ciudad de Tortosa se había puesto en manos del Rey Católico y recibido sus armas contra el sentir universal del Principado, envió prontamente sobre ella al diputado real Miguel Juan Quintana, para que, juntando las gentes convecinas, ya por industria, ya por fuerza, tratase de su recuperación. Era Tortosa asaz conveniente á cualquier partido, por ser paso del Ebro: á aquéllos para defender entera su provin- cia, y á éstos para tener un puente y una puerta que les aseguraba la entrada en ella.

84 Introdujo el diputado sus negocios, despachó sus convocatorias; pero habiendo llegado tarde y poco apercibido, finalmente, por obrar en cosa de que no tenía experiencia, tan presto se desconfió del artifi- cio como del poder, siendo certificado en que los de adentro le armaban traición por consejo del Tejada, dándole muestras de quererle recibir pacífico, sólo á fin de haberle á las manos y entregarle á los minis- tros reales, que, oficiosos, les daban á entender era la suma fineza y obligación en que ponían (\ su prín- cipe.

85 Retiróse luego, y volvió poco después el Conseller en Cap de Barcelona Don Ramón Caldés, con grueso número de infantería y algunos caballos á orden de Josef Dardena : no les fué posible, ó no pensaron que les podría ser, embestir á Tortosa, espantados de su gran presidio; pero la corta fortificación pudiera dar osadía á otra gente más práctica, siquiera para em- prenderlo. Retiráronse á la sierra, desde donde ba-

GUERRA DE CATALUÑA- l6í

jaban hacia el Coll del Alba, distante de la ciudad media legua. De esta suerte la fatigaban con escara- muzas de día y armas (i) de noche, sin daño ni pro- vecho de ninguna parte.

86 Pocos días después intentaron con algunas com- pañías de gente suelta quemar de noche el puente por esotra parte del río; es de madera, fabricado so- bre barcas: prendió el fuego en algunas; pero siendo sentidos en la ciudad, salieron con gran valor y cui- dado á defendérselo. Obraban los catalanes como ignorando: no sabían hasta dónde el peligro se deja llevar de la suerte, ó dónde ésta se ha de trocar por aquél; desmayaron luego, pudiendo haber obrado mucho. En fin, se retiraron rechazados por la mos- quetería del presidio.

87 Los bergantines de Don Pedro de Santa Cilia, que en aquella sazón se hallaban en los Alfaques, avisa- dos por el estruendo de las rociadas, subieron por el río y llegaron á tiempo de poner mayor espanto á los contrarios: arrimáronse á la orilla opuesta á la ciu- dad, y desde allí hicieron apartar las mangas que ve- nían en socorro de los incendiarios.

88 Dio la embestida causa á la fortificación del puen- te, y trataron de recogerle por la parte de afuera den- tro de una media luna, defendida de traveses á un lado y otro, que venían á servir como de trinchera á ambos costados de la orilla, quedando por entonces reparada contra otro acometimiento.

(i) La edición de 1808, alarmas.

164 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

89 Tortosa, de quien hemos dicho y hablaremos ade- lante, es la primer ciudad y pueblo de Cataluña, y no siendo de las mayores de su provincia, goza el mayor obispado, porque se entra en mucha tierra de Aragón y Valencia (célebre ya con la persona de Adriano, pontífice): no pasa su vecindad de dos mil moradores, es fértil y antigua; dícese ser fabricada de las ruinas de otra más antigua población, nom- brada Iberia, y fué uno de los lugares llamados de los romanos Ilarcaones. No lejos le hacen espaldas los montes Idubedas, denominados así de Idubeda, hijo de Ibero. Después de varias vueltas y desvíos fenecen antes de mojarse en el Mediterráneo. El lado occidental de Tortosa se termina y extiende en la orilla del Ebro, famoso río de España, casi padre de sus aguas, como de su nombre: nace en las montañas de León, junto á las Asturias de Santillana, entre Reinosa y Aguilar de Campóo, donde dicen Fuenti- bre (que vale como Fuente de Ebro); sale, y bebién- dose las aguas de la provincia de Campos y los rei- nos de Navarra, Aragón y Castilla, se da á la mar en los Alfaques, distantes cuatro leguas de Tortosa, lle- vando siempre su corriente apartada por igual de los Pirineos.

go Deseaba el marqués de los Vélez llegar con las cosas á estado que le fuese posible salir de Zaragoza: era lo que por entonces le detenía más el despacho del tren y la artillería, para cuyo avío faltaban mu- chos géneros necesarios; porque como en España se hallase ya tan olvidado por mejor decir perdido)

GUERRA DE CATALUÑA 165

el modo de la guerra, no sirviese el antiguo, y del moderno no gozasen todavía la provechosa discipli- na, costaba mucho más trabajo y precio hallar aque- llas cosas pertenecientes al nuevo instituto militar, que en otras menores provincias acostumbradas á ejércitos. No había carros, y fué necesario fabricar unos y remediar otros: no había caballos, fué menes- ter comprar muías en gran cantidad: buscáronse en toda España, y aun de Francia fueron traídas algu- nas por Aragón y Navarra: faltaban condestables, minadores, petarderos y artilleros diestros: faltaba balería de todas suertes, tablazón, barcas, puentes, gnias, alquitrán, brea, salitre, canfora, azufre, azogue, mazas y confecciones sulfúreas; granadas, lanzas, bombas, morteros, yunques, hierro, plomo, acero, cobre, clavos, barras, vigas, escalas, zapas, palas, espuertas; en fin, todo género de maestranza compe- tente al gran manejo de la artillería. Lo uno se espe- raba de Flandes, Holanda, Inglaterra y Hamburgo, donde se había contratado: lo otro se buscaba en lo más apartado de España, y había menester largo tiempo para llegar: salir sin ello no era conveniente: el invierno ya entrado, los enemigos cuidadosos, prontos los auxiliares, marchando los socorros; todo lo consideraba el Marqués, y todo lo sentía más que lo remediaba; porque lo uno era propio, lo otro ajeno. 91 Llegó alguna parte de las cosas esperadas con la venida del Xeli; pero él, como extranjero ó poco activo, en todo procedía lentísimamente; con que al

l66 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Vélez se le añadían cada día los cuidados de otros: hizo, en fin, marchar la artillería la vuelta de Valen- cia, por donde el camino era más llano, aunque poco acomodado por su esterilidad: dividióla en dos tro- zos; el primero á cargo del teniente Arteaga; el se- gundo á orden de Hortelano, que ejercía el mismo oficio en el castillo de Pamplona: siguiólos el Xeli con los más oficiales de artillería. Sucedió que mar- chando por los páramos de Valencia, como la tierra estuviese ya humedecida de las primeras aguas, ha- llábase en partes pantanosa : faltaron tablones para explanar ciertos pasos; rindiéronse á la violencia del tirar algunos carromatos; no se hallaban entre ellos sobresalientes de pinas, llantas y ejes. Detúvose el tren mientras se acomodaron, y tardóse en reme- diarlo muchos días : perdióse el tiempo de la marcha, notable suma de dineros en los fletes y sueldos de los que servían en los bagajes: estimóse la pérdida en gran precio; la detención no fué de menor costa á los designios. Escribióse este suceso, casi indigno de historia, porque les sirva de enseñanza á minis- tros y cabos que tienen el mando de las armas; don- de se reconocerá fácilmente de cuánta importancia sea en la guerra la prevención aun de cosas tan pe- queñas. 92 Dentro de pocos días salió el Vélez de Zaragoza; era el 8 de octubre : había despachado antes de sa- lir todos los oficiales del ejército á sus tropas, que entre vivos y reformados hacían un copioso y lustro- so número.

GUERRA DE CATALUÑA 167

93 Goza el reino de Aragón, por antiguos fueros, al- gunos privilegios, que antes parecen acuerdos que gracias: es uno, que ausente de la ciudad de Zarago- za el virrey de Aragón, suceda inmediatamente en el mando universal el gobernador (de cuyo oficio habe- rnos dado breve noticia). Dejaba el Vélez grandes dependencias en el reino de cosas pertenecientes todavía al buen despacho del ejército, y «o dejaba de temer que, puesto el gobierno en mano de natu- ral, se procediese flojamente. Era el gobernador, sobre mozo y no muy experto, asaz interesado en sangre y amistad con la nobleza catalana; todo le fué presente al Vélez; y buscando modo de concertar la justicia y desconfianza del otro y suya, resolvió lle- varle, inventando alguna vana ocurrencia competen- te á su persona, para que su jornada se disculpase debajo de un honesto motivo; no quiso comunicarle su resolución sino casi en aquella hora en que había de partirse, por no dar lugar á su excusa; obrólo con estudio, y le salió como quería. Tócale al virrey nom- brar lugarteniente cuando no asiste el gobernador en la ciudad : dejó su poder al juez más antiguo de la Audiencia real; partióse con pequeña compañía y sin oficial alguno de la guerra ú otra persona parti- cular, más del maestre de campo Don Francisco Ma- nuel (i), á quien el Rey había enviado desde el ejér- cito de Cantabria para que le asistiese.

94 Visitó algunos cuarteles que se hallaban en el ca-

(i) Don Francisco Manuel de Meló, autor de esta obra.

1 68 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

mino de Alcañiz, como Samper, Calanda y otros : el primer tercio que le ofreció obediencia fué el de por- tugueses, su maestre de campo Don Simón Mascare- ñas, caballero del hábito de San Juan, mozo en quien se anticiparon los frutos á las flores, tan temprano capitán como soldado: fueron los portugueses los primeros á obedecerle, quizá no sin misterio, porque lo habían de ser también en despreciar su mando, como sucedió poco después.

95 No paró el Vélez por atender á ningún negocio, y en tres días llegó á Alcañiz, famosa villa de Aragón y uno de los antiguos pueblos edetanos, célebre en aquellas edades por vecino al campo donde por es- pañoles fué muerto el capitán Hamílcar. Yace en una eminencia, sirviéndole de espaldas el río Guadalupe, y frontero á las rayas de Cataluña y Valencia. Por merced de los reyes de Aragón le goza hoy la orden miUtar de Calatrava en Castilla : era Alcañiz lugar deputado para las Cortes convocadas á su corona, donde juntos residían esperándolas los ministros, así de aquel reino como de su consejo, que asiste junto al Rey.

q6 Halló el Vélez los negocios tocantes á las Cortes de tal suerte, como si verdaderamente el Rey las hubiese de celebrar por su persona; cosa en que por entonces no se pensaba, ni se atendía á más que entretener con aquella esperanza los ánimos de ara- goneses y valencianos; con esto, fué la primera dili- gencia del Marqués prorrogar el término de la con- vocación. Luego se comenzó á tratar en el ejército.

GUERRA DE CATALUÑA 1 69

disponiéndose una muestra general, para que con entereza se entendiese la calidad y cantidad de las fuerzas, y se usase de ellas según su conocimiento.

9; De pocos días llegado á Alcañiz, el Marqués reci- bió aviso y despachos reales, por donde se le encar- gaba el oficio de virrey, lugarteniente y capitán ge- neral del Principado de Cataluña. Fué éste el medio que se tomó para concertar diferencias y jurisdiccio- nes de otros cabos, que habían de concurrir en di- versos gobiernos, y era menester se uniesen todos debajo de un solo imperio. Ordenábale también el Rey que despachase aviso en su nombre á Barcelona de su nuevo oficio; no pareció decente escribir el Príncipe á los que le desobedecían, ni tampoco olvi- dar la posesión de su dominio.

g8 Á este mismo tiempo se dispuso que Don Fran- cisco Garraf, duque de Nochera, virrey entonces de Navarra, pasase luego á suceder al Vélez en Aragón y alojase en Fraga, donde asistía el Montijo, para hacer opósito á Lérida, entretanto que no se resol- vía la segunda forma que ya pretendían dar á la gue- rra, y que de Navarra bajasen los tercios del señor de AbHtas y Don Fausto Francisco de Lodosa, á cargo de Don Martín de Redín y Crúzate, gran prior de San Juan y maestre de campo general de aquel reino en ausencia del Rho, pasado á Rosellón; que el Vélez dejase en Aragón los mismos dos tercios que ya se estaban en Fraga para engrosar aquel tro- zo; que le acompañase la misma caballería que baja- ra desde Navarra poco antes, á cargo del comisario

170 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

general Octavio Márquez; que su perdona del Vélez con todas las tropas y tercios 'entrasen en Tortosa; que allí se jurase virrey del Principado; que alojase el ejército en los lugares vecinos, y pudiendo ser, en los inquietos; que todo se ejecutase con suma breve- dad, porque de ella dependían los buenos sucesos. 99 Recibió el Marqués la nueva dignidad con poca alegría, por sacrificarse á la obediencia real; tales son las dichas de los grandes, que luego comienzan perdiendo el cjuerer y el entender. Despachó al pun- to á Barcelona su pliego con cartas llenas de come- dimiento : todos juzgaron la diligencia por vana, y él más que ninguno, como mejor inTormado de los áni- mos; disculpábase con ser mandado; y así, continua- ba su obra en lo tocante al ejército con aquel exceso con que se aventaja el cuidado del dueño á los del siervo, loo Itntretanto el Rey CatóUco, avisado del Vélez des- de Aragón, y de Federico Colona, príncipe de Butera y condestable de Niípoles, que gobernaba en . Valen- cia, de cómo la salud pública de aquellos reinos pen- día de la fe con que se esperaba y creía la venida de Su Majestad á la función de sus Cortes, juzgó por conveniencia real fomentar la credulidad de aquellos vasallos, dando muestras más eficaces de partir. Á este fin se ordenó marchase su caballeriza á Zaragoza con la acostumbrada pompa y ceremonias; no había otro pensamiento que abonar con las deiuostraciones sus promesas; empero como faltaba el espíritu de la voluntad para moverlas (espíritu sin quien no saben

GUERRA DE CATALUÑA

regirse los poderosos), todo se obraba sin brío ni sazón; por esto, en un naismo tiempo y en unas mis- mas acciones se entendió fácilmente que todo había de parar en amagos.

1 01 Era plática entonces constante en todos los hom- bres de discurso que á la grandeza del Rey Católico no podía ser decente salir y empeñarse en un nego- cio tan grande, sin que las cosas mostrasen primero á qué parte se inclinaban; porque se podía contar, decían ellos, por miserable suceso en un príncipe llegar á ser testigo de sus propias injurias. Muchos casos no comprende el juicio humano, en los cuales obrándose contrariamente se topa con el acierto (este fué el uno); porque, según después lo mostraron los acontecimientos, se conoce que si el Rey Católico saliera en medio de todas las dudas, los negocios de aquellos reinos se acomodaran á su arbitrio.

102 Mientras esto se pasaba en Aragón, recibieron los catalanes aviso de que las tropas enemigas que esta- ban en Fraga, Tamarit y por toda la frontera en opo- sición á Lérida y Balaguer, se habían retirado la tie- rra adentro, juzgando de ahí los hombres fáciles que el Rey, persuadido de su razón, ó por ventura de su temor, disponía las cosas como se habían pedido en el tratado de la paz. Esta nueva, de gran gusto y honor á los principios, se desvaneció en breve; por- que volviendo á ser vistas las mismas tropas en la campaña, se entendió habían acudido á alguna orden particular; y fué la verdad de este suceso que, lla- madas á la muestra general, dejaron los cuarteles

172 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

con la guarnición necesaria. Esta es costumbre natu- ral en todos aquellos que no han pasado por grandes cosas, alegrarse ó entristecerse fácilmente con los movimientos de su contrario; no puede ser mayor la miseria que llegar una provincia á estado que su bien ó mal esté pendiente de la prosperidad ó fatiga de sus vecinos, y que aquel que pretende hacer la gue- rra á su enemigo, no fíe en otras fuerzas que en la flaqueza del contrario: no aconsejo se desprecie aque- lla observación; mas que no funde en sólo accidentes ajenos la confianza de cada uno.

103 Dispuestas las cosas según la ocasión, y dejando algunas á cargo de Don Vicencio Ram de Montoro, señor de Montoro, comisario general de la infantería de aquella frontera, hombre de asaz industria y bon- dad, se partió el de los Vélez á Aguasvivas (distante cuatro leguas de Alcañiz), pequeño lugar de Aragón, puesto á la falda de aquella montaña que le divide de Valencia; pequeño, mas famoso por el gran mila- gro que Dios obró en él reservando sobrenatural- mente la Sacrosanta Hostia de un incendio terrible que abrasó todo el templo, donde hoy se venera re- edificado, y conservándola pura y candida contra el orden natural por más de doscientos años.

104 En este lugar asistió el Vélez algunos días mien- tras que la infantería daba muestra, en lo que no se perdía instante, dándose despacho á dos tercios cada día sin reparar en el tiempo, que con todo rigor lo estorbaba; no bastaba con todo su diligencia para que en la corte se creyese que en aquel manejo se proce-

GUERRA DE CATALUÑA I 73

día con la actividad posible; antigua costumbre de los grandes, pensar que sus obras no deben respeto al tiempo, y que las ejecuciones son consecuencias de su arbitrio, en que jamás puede haber falta. Con esta desconfianza fué despachado á Aragón Don Je- rónimo de Fuenmayor, alcalde de corte de Vallado- lid, hombre agudo, para que, ofreciéndose al Vélez como enviado a ayudarle en el ministerio de reducir y castigar la gente que se huía del ejército, sirviese juntamente de despertador á su condición, que los que le enviaban allá juzgaban por un poco detenida, y también fuese informando al Conde-Duque de todo lo sucedido. Hízolo Don Jerónimo, y si bien quisiera haber hallado algún desconcierto ó descuido de que poder asirse, llegó á entender con experiencia que el monstruoso cuerpo de un ejército no puede mover- se con ligeros pasos. El Vélez conoció su comisión y aun su artificio, y no sin industria le metía en las mismas dificultades que quizá ya tenía vencidas, de- jándole luchar con las dudas con que había peleado. Fuenmayor, confuso entre los estruendos y violen- cias de cosas que jamás había pensado, por instantes iba trocando el celo con que allí era venido. Suma maldad es la de aquel que siente la inocencia de otro porque le excusa del mérito de la acusación, y fre- cuentísima en casi todos los que fiscalizan acciones ajenas : juzgan por inútil su severidad si no hallan materia de parecer justicieros, como el médico ó el piloto no se prueban sin dolor ó sin borrasca. 105 Ya el Marqués trataba de partirse, porque la mu-

174 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

cha tardanza de la respuesta de los catalanes, en su mismo espacio daba á entender la flojedad de su obediencia; llegó, en fin, al cabo de veintidós días. io6 Decían que habiendo hecho entre junta de esta- dos, hallaban ser cosa de gran peligro haber de en- trar el nuevo gobernador con armas, y de no menor el entrar sin ellas : que el Rey les había dado por su virrey al obispo : que parecería acción de poca auto- ridad rehusar sin causa su elección : que ellos no ha- bían pedido otro ni se excusaban de obedecerá aquél: que los rumores públicos no estaban todavía olvida- dos : que era mucho de temer en tiempos de inquie- tud mudar tantas veces de forma de gobierno : que se suplicase á Su Majestad lo quisiese mirar y man- dar detener algo más, porque entretanto tomarían las cosas mejor camino.

107 Intentaban con esto los catalanes detener algún espacio la furia de las armas, enseñándoles aquella distante esperanza de concordia para ganar tiempo y mejorar sus prevenciones, mientras que no llegase el desengaño.

108 Empero el Vélez, que ya no aguardaba su obsti- nación ó su aplauso, mandó marchar los tercios en buen orden, sucediéndose unos á otros, y al costado izquierdo la cal)allería : mandó que entrando en Va- lencia volviesen después sobre la una orilla del Ebro, y que sin pasarlo aguardasen su llegada á Tortosa, como luego se ejecutó, llevando la vanguardia el regimiento real que gobernaba el Ribera. Es privi- legio particular de aquellos regimientos ser los pri-

GUERRA DE CATALUÑA I 75

meros en todos los casos, contra el orden militar de los más ejércitos de España; pudo fundarse en que siempre se forman de la mejor gente.

109 Como primero en las marchas, lo fué también en las ocasiones. Caminaba Don Fernando de Ribera, su teniente coronel, por junto al río Algas, que en aquella parte divide Aragón de Cataluña, y se entra en Ebro junto al lugar dicho Fayo. Viéronle teme- rosos los catalanes de la otra parte, recelándose de la vecindad de su enemigo; comenzaron á juntarse en tal número que podían provocarlos, pero no resistir- los; bajaron á la orilla disparando á los soldados al- gunas rociadas de mosquetería, y mucho mayor ruido de injurias y feas palabras contra la persona del Rey y ministros. Menos ocasión era bastante para des- pertar la ira de aquellos que ya les oían coléricos; la codicia también concitaba como la queja; arrojáronse al agua muchos sin orden ni respeto á sus oficiales, y esguazando el río entraron en los lugares opuestos con poca dificultad : mataron, robaron y abrasaron gentes, casas y pueblos; escapó mal de las llamas la iglesia. Acudió Don Fernando á recoger los suyos, más con temor de lo venidero que escandalizado de lo sucedido: redújolos á estotra parte del río, [y] mar- chó á sus cuarteles, no sin alguna vanidad de que sus gentes fuesen las prinieras que hubiesen derra- mado sangre del enemigo en esta corta ocasión.

lio Siguieron á éste los otros tercios, y alojados todos según la cortedad del país, faltaba sólo la entrada del Marqués en Tortosa para dar principio á la gue-

176 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

rra. Esto mismo le llevaba por las cosas con gran de- seo de darles fin : salió de Aguasvivas y de Aragón, entró en Valencia por San Mateo, dio orden que le siguiese el tren que allí había hecho alto, se alojó en Morella, pasó á Triguera, y desde allí á UUdecona, primer lugar del Principado : detúvose en él pocos días, previniendo su entrada en Tortosa : vinieron á UUdecona el baile general, el obispo de Urgel y otros algunos caballeros de la devoción del Rey; y porque luego quería mostrar á los catalanes fieles é infieles el poder de su príncipe, determinó entrar acompaña- do de armas. Esperábanle en unos llanos que yacen entre aquel lugar y Tortosa el comisario general de la caballería ligera, Filangieri, con quinientos caba- llos, formados sus batallones : eran aquellas tropas las mejor montadas y gobernadas del ejército, y con su bizarría y ceremonias de la guerra hacían una agra- dable y temerosa vista, según los ojos de los que las miraban. Pasó el Vélez, y repartiéndose en varias formas militares todo aquel cuerpo de gente, ocupan- do vanguardia, retaguardia y costados, le llevaron en medio hasta junto al puente, donde lo aguardaba el magistrado de la ciudad (es de tres diputados de di- ferentes suertes) con los oficiales de su cabildo, y con toda aquella pompa á que se extiende la autori- dad de una pequeña república. 1 1 1 Recibiólos el Marqués á caballo y con gran demos- tración de alegría; habló uno de ellos brevemente, alabando la fidelidad de su ciudad, el amor y reve- rencia que en medio de los alborotos pasados habían

GUERRA DE CATAI UÑA I 77

conservado á su Rey; dijo de lo que ofrecían hacer y padecer por su causa; encomendó la templanza de parte de los soldados, y sobre todo pidió misericor- dia á su Patria, perturbada de algunos.

112 Á todo satisfizo el Vélez con gravedad y compa- sión; afectos que le costaban poco, siéndole natura- les. Agradecióles su ánimo, empeñóles la grandeza de su Rey para la satisfacción y. su diligencia para pro- curársela; trájoles á la memoria la sangre catalana con que se honraba; habló de la estimación del nuevo cargo de su Principado, y difiriendo lo más para su tiempo, hizo su entrada acompañado de los suyos, y atravesando el puente ocupó la ciudad. Eran muchas las gentes que concurrían á verle; bien que con dife- rentes corazones, porque unos le miraban como salud, otros como muerte. Caminó á la sede, donde le aguar- daban el cabildo eclesiástico y su obispo electo, fray Juan Bautista Campaña, general que había sido de la familia franciscana, á quien el Rey enviara antes de consagrado por que ayudase á la reducción de aquel pueblo.

1 1 3 Habíanse convocado, según costumbre de los cata- lanes, con edictos públicos los síndicos y procurado- res del Principado para el acto del juramento en Tor- tosa: acudieron solamente aquellos cuyos lugares estaban más expuestos al castigo de la desobedien- cia; y aun en ellos se conocía que no los trajera el amor, sino el miedo. Con éstos y algunos jueces na- turales, que desde la corte venían á este efecto, y con las personas del obispo de Urgel, prelado y ministro,

12

178 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

el baile general y el magistrado de Tortosa, hicieron cómo se representase todo el cuerpo y estados de la provincia, supliendo la regalía del Príncipe cualquier defecto ó nulidad que los ausentes repitiesen; y con las ceremonias usadas entre ellos, delante de notario y testigos juró el Vélez en manos del Urgel en la mis- ma forma que los virreyes pasados, prometiendo de guardar sus fueros, sin quebrantar ninguno, como en tiempos de la paz lo hacían sus antecesores. 114 La forma de aquel juramento había sido ventilada de muchos días antes; porque, siendo constante que el ánimo de los ministros reales y sus disposiciones parecía encontrado á lo que era fuerza prometerse, paraba toda esta duda en un escrúpulo vivo que el Vélez padecía con grande afecto, y como si sólo so- bre su conciencia cargase el peso de aquella cautela, varias veces lo trató y propuso á su confesor fray Gaspar Catalán, religioso de Santo .Domingo, varón de estimadas letras y virtudes en Aragón; en fin se halló modo decente para concertar aquellos puntos que parecían contrarios, jurando de guardar (como se ha dicho) sus libertades y privilegios al Principado mientras el Principado siguiese obediente las órde- nes de su Rey. Sobre esta cláusula, tácita ó expresa, asentó la forma del juramento sobredicho, con que el Vélez se dio por seguro, y los ministros de la provin- cia entonces por satisfechos.

FIN DEL TERCERO LIBRO

LIBRO CUARTO

Progresos de las armas mientras el Vélez asistía en Tortosa. Tomas de las villas y pasos de Cherta, Aldover y Tivenys. Primera forma del ejército en campaña. Gánase el Perelló.— Embestida y toma del Coll de Balaguer. Retírase el conde de Zavallá. Sitio de Cambríls. Razón del caso de los ren- didos.— Muerte del barón de Rocafort. Ocúpase el campo de Tarragona. Asalto de Villaseca.— Sitio del fuerte de Salou. Frente sobre Tarragona. Negociaciones conEspernán. Re- tirada del pendón y Conseller. Entrega de la ciudad. Suce- so de Portugal. Alojamiento del ejército.

Érales notoria á los catalanes la orden real de que el Marqués de los Vélez se jurase en Tortosa de vi- rrey del Principado, y juzgando que con todas sus fuerzas é industria debían obstar la celebración y jus- tificación de aquel acto, declarando su violencia, jun- táronse en consistorio la Diputación, Consejo Sabio y conselleres, donde resolvieron que la ciudad de Tortosa y todos los pueblos que siguiesen su parecer fuesen solemnemente segregados del Principado y reputados como extraños y enemigos, privando [á] los moradores de sus privilegios y unión de su república, inhabilitándolos para cualquier oficio de guerra ó paz. De esta suerte comenzaron á obrar, no tan solamen- te por castigo del apartamiento de Tortosa, sino tam-

1 8o FRANCISCO MANUEL DK MELÓ

bien para que con esta prevención se excusase el derecho que el Vélez podía alegar en su juramento, como si las grandes contiendas de príncipes ó nacio- nes pudiesen sujetarse á los términos legales, siendo cierto que los intereses del imperio pocas veces obe- decen sino á otro mayor.

No olvidaban por estas diligencias políticas otras que más prácticamente miraban á la defensa; antes con prontitud, por atajar los progresos de los inva- sores, ordenaron que el maestre de campo Don Ra- món de Guimerá, con el tercio de Montblanc, que gobernaba, fortificase la villa de Cherta y los pasos de Aldover, junto á Ebro, en el margen opuesto á Tortosa, con que se quitaba á los reales la comuni- cación por agua y tierra con los lugares de Aragón: y de la misma suerte fué enviado Don José de Biure y Margarit con el tercio de Villafranca para guardar el paso de Tivisa, que era el segundo puerto después del Coll de Balaguer, y que Don Juan Copons, caba- llero de San Juan, con el regimiento de la veguería de Tortosa guarneciese áTivenys, lugar casi enfrente de Cherta, del mismo lado de la ciudad y distante de ella dos leguas: que los tres se socorriesen en los casos de necesidad, á quienes habían de ayudar y seguir algunas compañías de los que llaman miquelets, á cargo de los capitanes Cabanas y Casillas. Eran entre ellos los miquelets al principio de la guerra la gente de mayor confianza y valor; bien que sus compañías no parecían más de una junta de hombres facinero- sos, sin otra disciplina militar que la dureza alcanza-

(iURKRA DE CATAr.UNA

da en los insultos, terribles por ellos á los ojos de los pacíficos: tomaron el nombre de miquelets en me- moria de su antiguo Miquelot de Prats, compañero y cómplice del Duque de Valentinois y sus hechos, hombre notable en aquellos tiempos de Alejandro VI y Don Fernando el Católico en la guerra de Ñapóles. Antes fueron llamados almogávares, que en antiguo lenguaje castellano ó mezcla de arábigo dice gente del campo, hombres todos prácticos en montes y cami- nos, y que profesaban conocer por señales ciertas, aunque bárbaros, el rastro de personas y animales.

Parecióles á los catalanes, en medio de todos los movimientos referidos, que el más cierto camino para asegurar la defensa de su república era acudir á Dios, á cuyo desagravio ofrecían sus peligros; y bien que fuese piedad ó artificio, ó todo junto, ellos mostra- ban que en sus cosas la honra de Cristo tenía el pri- mer lugar. Con esta voz se alentaban y prevenían á la venganza.

Son los catalanes, aunque de ánimo recio, gente inclinada al culto divino, y señaladamente entre todas las naciones de España, reverentes al Santísimo Sa- cramento del Altar. Sentían con celo cristiano sus ofensas : con este motivo, y también por hacer su causa más agradable á la cristiandad, previniendo ex- cusar el pregón de desleales, exageraban su dolor en declamaciones y papeles. Pretendieron hacerle más solemne y á este fin celebraron fiestas en todas las iglesias de su ciudad por desagravio y alabanza de Dios Sacramentado y ofendido: juzgaron por cosa muy

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

á propósito dar á entender al mundo que al mismo tiempo que las banderas del Rey Católico y sus armas les intimaban guerra, se ocupaban ellos en alabar y reverenciar los misterios d^ nuestra fe, porque cote- jándose entonces en el juicio público unas y otras ocupaciones, se conociese por la diferencia de los asuntos la mejor de las causas.

Proseguían en sus festividades, cuando el tiempo les trajo otra ocasión asaz útil á sus justificaciones. Llegó el día de San Andrés, el 30 de noviembre, en el cual, por uso antiguo, la ciudad de Barcelona muda y elige cada año los conselleres, de quienes se forma, como dijimos, su gobierno político. Muchos eran de opinión se disimulase aquella vez la nueva elección, atento á ios accidentes de la república, en- tre los cuales, como en el cuerpo enfermo, parecía cosa peligrosa introducir mudanzas y nuevos reme- dios: añadían que se debía prorrogar el año sucesivo á los mismos conselleres que acababan, de cuyos ánimos ya la Patria había hecho experiencia : que era un nuevo modo de tentación á la fortuna ó á la Pro- videncia, estando sus negocios conformes y bien aco- modados, desechar los instrumentos con que habían obrado felizmente, y buscar otros de cuya bondad no tenían más fiador que su confianza. Pero los más eran de parecer que en tiempo que tanto afectaban la en- tereza de sus estatutos y ordenanzas, por cuya liber- tad ofrecían la salud común, no habían de ser ellos mismos los que comenzasen á interrumpir sus buenos usos : que entonces les quedaba justa defensa á los

GUERRA DE CATALUÑA 1 83

castellanos, diciendo que la misma necesidad que les obligaba á mudar la forma de su gobierno los había forzado á ellos á que se la alterasen : que los ánimos de los naturales eran así en el servicio de la Patria, que no podría la suerte caer en ninguno que dejase de parecer el que espiraba: que los presentes esta- ban ya seguros, aunque no fuese tanto por su virtud como por lo que habían obrado: que era necesario eslabonar otros en aquella cadena de la unión, para hacerla más fuerte y dilatada: que los que nueva- mente entran en el combate sacan mayores alientos para emplear en la lid : que esos que seguían sus con- veniencias dependientes de las dignidades, por ven- tura aflojaban, ó con lo que ya poseían, ó por lo que no esperaban; como es cierto que al sol adoran más hombres en el oriente que en el ocaso. Esta voz, arrimándose al uso, que en ellos se convierte [en] na- turaleza, templó la consideración de los primeros; celebróse, en fin, la ceremonia sin alterar de su cos- tumbre antigua.

Fueron nombrados en suerte por nuevos conselle- res de Barcelona Juan Pedro Fontanella, Francisco Soler, Pedro Juan Rosel, Juan Francisco Ferrer, Pa- blo Salinas; el primero y tercero, ciudadanos; el se- gundo, caballero; el cuarto, mercader, y oficial el quinto: también en el Consejo de Ciento se acomo- daron algunos sujetos capaces según las materias presentes, con que la ciudad quedó satisfecha y go- zosa.

Hecha la elección, se vino á tocar una dificultad

1S4 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

grande, en que no habían reparado á los principios: era costumbre no introducirse los electos en el nue- vo mando sin la aprobación del Rey: parecía cosa impracticable, en m.edio de las discordias que se pa- decían, cumplir con aquella costumbre, en que se consideraba mucho más de vanidad que de justifica- ción: todavía resolvieron en enviar despachando su correo á la corte, de la misma suerte que lo hacían en los años de quietud; de este modo daban á enten- der que sólo se desviaban de la voluntad de su Rey en aquella parte tocante á la defensa natural, que hace lícito al esclavo detener el cuchillo con que el señor pretende herirle; pero que en lo más el Rey Católico era su príncipe y ellos sus v^asallos. Llegó el correo á Madrid, y su humillación, tampoco esperada de los castellanos, no dejó de renovar algunas espe- ranzas de remedio; confirmóseles en todo su propues- ta también en la forma antigua, y en pocos días vol- vió á Barcelona respondido.

No dejaban los cabos catalanes, fortificados en los lugares vecinos á Tortosa, de molestar toda aquella tierra con correrías y asaltos, impidiendo particular- mente la conducción de víveres á la ciudad, y el des- pacho de los correos que se encaminaban á diferentes partes de Aragón y Valencia; era esto lo que le daba más cuidado al Tejada, que gobernaba la plaza. Lle- gó el Vélez, y le propuso cómo se debía remediar aquel daño con prontitud antes que el enemigo se engrosase: pareció conveniente á los generales su advertimiento, y que el mismo gobernador de la pía-

GUERRA DE CATALUÑA 1 85

za se debía emplear en aquella primera facción, por la ventaja que tenía en sus noticias, también por ser Don Fernando uno de los maestres de campo más prácticos del ejército : con esto se satisfizo á la pre- tensión de Don Fernando de Ribera, que, como due- ño de las vanguardias, entendía ser el que primero fuese empleado.

Salió el Tejada de Tortosa al anochecer con mil y quinientos infantes escogidos de su tercio, y otros muchos aventureros ó voluntarios y doscientos ca- ballos, cuyos capitanes eran Don Antonio Salgado y Don Francisco de Ibarra; pasó el puente del Ebro, y en buena ordenanza, conducid' <s por el sargento ma- yor de Tortosa, José Cintis, i'.e nación catalán, mar- charon la vuelta de Cherta: jnovióse la gente con espacio, midiendo el paso, el tiempo y el camino (primera observación de los grandes soldados en las interpresas): llegaron los batidores á encontrarse con las centinelas del enemigo: tocóse arma en el cuer- po de guardia vecino al lugar de Aldover, distante de Cherta media legua, y reconocido el poder de [los] españole?, á quien hacía más horrible su temor y la confusión de la noche, desampararon unas y otras trincheras los catalanes, subiéndose á la eminencia que por parte de mano izquierda les cubre y ciñe la estrada. Eran bajas las fortificaciones en aquel paso, y sobre bajas, mal defendidas; no hubo dificultad en ganárselas; saltólas sin trabajo la infantería y con un poco más la caballería; tocábanse vivamente armas por toda la montaña: Don Fernando, juzgando ser ya

1 86 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

descubierto, mandó se marchase más aceleradamen- te, por no dar lugar [á] que el enemigo se previniese ó se escapase. Llegaron primero los catalanes que se retiraban de los puestos que no habían defendido, y haciendo creer á los de Cherta que todo el ejército contrario les embestía, por dar mejor disculpa á su miedo, acordaron de retirarse á gran priesa : hicie- ron fuegos (señal constituida entre ellos para avisar- se del peligro, y ordinaria en las retiradas): pasaron el río los más en barcos, con que se hallaban teme- rosos de aquel suceso. Llegó el Tejada sobre la villa á tiempo que el Guimerá, que la gobernaba, y casi todo el presidio se había retirado á esotra parte: constaba su defensa de trincheras cortas é informes, de algunas zanjas y árboles cortados esparcidos por la campaña; todo cosa de más confianza á los bisónos que de embarazo á los soldados diestros. Don Fer- nando, que ignoraba lo que los de adentro disponían, hizo tomar las avenidas, dobló allí su gente, dio orden de embestir á algunas mangas, abriólas á los lados, y metió la caballería en medio por atropellar la puerta, si acaso la abriesen [para] alguna salida; em- bistió el lugar, nunca murado, y entonces sin presi- dio; ganóle como le quiso ganar; perecieron muchos de los que su olvido ó su valor había dejado dentro; retiráronse algunos moradores á la iglesia, y fueron guardados en ella salvas las vidas; robóse la hacien- da sin reparar en lo sagrado, porque la furia de los soldados no obedeció á la religión en la codicia, como ya en la ira le había obedecido; parece que aun es-

GUERRA DE CATALUÑA 1 87

totro es más poderoso afecto en los hombres. Ardió brevemente gran parte de la villa; fué considera- ble el despojo. Era Cherta lugar rico, y sobre todos los de aquella ribera ameno y deleitable, bañado de las aguas de Ebro. Parecióle á Don Fernando pasar adelante, dejándole guarnecido, por ver si acaso to- paba al enemigo en la campaña; pero los soldados, más atentos á la pecorea que al son de las cajas y trompetas, siguieron pocos y en desorden; bajaron algunos catalanes á la orilla opuesta, y desde las ma- tas con que se cubrían daban cargas, con pequeño daño de los que las recibían. Volvióse á Cherta Don Fernando, donde halló ya quinientos valones que se le enviaban de socorro y habían de quedar de guar- nición; acomodólos, y sin esperar orden del Vélez, tocó á recoger y encaminó su marcha hacia Tortosa. 10 Era grande el enojo con que los catalanes miraban arder su pueblo: deseaban vengarse; y notando que la gente se había retirado, quisieron que el Guimerá pasase otra vez sobre Cherta: no le pareció conve- niente sin otra prevención, y era sin duda que la hubieran perdido y cobrado, si pasasen en el mismo día. Ordenó á Don Ramón de Aguaviva que con cien hombres de los miquelets atravesase la ribera y des- cubriese al enemigo, reconociendo el modo de guar- nición y fuerza del lugar: ejecutólo con valor y tan buen orden, que el capitán y los suyos se entraron en la villa por varias puertas que salían á la campa- ña, sin que fuese sentido de los valones, que, ocupa- dos todos en la rebusca de los despojos, no advertían

1 88 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

SU peligro. Ocuparon los miquelets algunas casas, desde donde cargando súbitamente sobre los del pre- sidio, mataron muchos: fué grande el espanto, y al- gunos se persuadían que era traición ó motín: toca- ron arma con notable estruendo; volvió á socorrer- los el Tejada, que iba marchando : salieron los valo- nes inadvertidamente á la campaña, donde ya se hallaban muchos de los catalanes que se retiraban, inferiores en número, aunque iguales en desorden. Entró en esto la caballería, y revolviéndose entre ellos con velocidad, jamás los dejó formar: embistié- ronse los infantes unos á otros con asaz valor: murió Don Ramón de Aguaviva pasado de dos balazos, ca- ballero ilustre catalán, y el primero que con su san- gre compró la defensa y libertad de la Patria. Los otros puestos en huida, pocos alcanzaron el río, casi todos fueron muertos, y algunos cayeron en prisión. II Á los clamores de Cherta acudió la mayor parte de los soldados vecinos del cargo de Margarit, pero en tiempo que no podían servir á la venganza ni al remedio: los moradores de aquella tierra, oprimidos de la impaciencia ordinaria, en que son iguales cuan- tos ven perder sus bienes sin poder remediarlo, sol- taron muchas razones contra los cabos catalanes: este escándalo y el temor de la causa de él los puso en cuidado de que podrían ser acometidos en sus mis- mas defensas: acudieron luego á engrosar la guarni- ción de Tivenys hasta dos mil hombres: sus mismas prevenciones servían de aviso á los cabos católicos, considerando también que los provinciales determi-

GUERRA DE CATALUÑA

liaban rehacerse, para que, saliendo el ejército de Tortosa, cargasen sobre ella y ofendiesen su reta- guardia. Dispúsose prontamente el remedio, y se ordenó que el maestre de campo Don Diego Guar- diola, teniente coronel del Gran Prior de Castilla, con su regimiento de la Mancha y algunas compañías de gente vieja y dos de caballos, sus capitanes Blas de Plaza y Don Ramón de Campo, obrase aquella inter- presa. Ejecutóse, mas no con tanto secreto que los catalanes no recibiesen aviso de algún confidente: parecióles dejar el lugar de poca importancia, y por su sitio, irreparable contra la fuerza que esperaban : retiráronse á Tivisa un día antes de acometerle el Guardiola; pero él, creyendo lo mismo para que fue- ra mandado, aunque no le faltaban algunas señales por donde podía entenderse la retirada, repartió su gente en dos trozos; eran dos los caminos de Tive- nys, y aun por junto al río mandó algunos caballos: tomó con su persona el camino real, formó su escua- drón antes de llegar á la villa, hasta que Don Carlos Buil, su sargento mayor, que gobernaba el segundo escuadrón, se asomó por unas colinas eminentes al lugar. Hizo señal de embestir, acometió, y ganó las trincheras desiertas; y Don Carlos, bajando por la cuesta, peleaba con la misma furia y estruendo como si verdaderamente el lugar se defendiese; no había otra resistencia que su propio antojo, porque no cre- yendo ó no esperando la retirada del enemigo, temían de la misma facilidad con que iban venciendo. Ocu- póse la villa, y se dejó de allí á pocos días.

190 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

12 Entretanto el Vélez trabajaba grandemente por introducir en el Principado la noticia de un edicto real que le fuera enviado impreso desde la corte, sólo á fin de hacerlo público, contra la industria de los que mandaban en Cataluña, por donde la gente ple- beya entrase en esperanzas del perdón y en temor del castigo.

13 Contenía que el Rey Católico, habiendo entendido que los pueblos del Principado, engañados y persua- didos de hombres inquietos, se habían congregado en deservicio de Su Majestad, por lo cual en Cataluña se experimentaban muchos daños costosos á la repú- blica, y que deseando como padre el buen efecto de la concordia, y certificado de la violencia con que habían sido llevados á aquel fin, quería dar castigo á los sediciosos, y á los más vasallos conservarlos en paz y justicia: que les ordenaba y mandaba que sién- doles notorio aquel bando se apartasen y segregasen luego, reduciéndose cada uno á su casa ó lugar, sin que obedeciesen más en aquella parte, ni en otra to- cante á su unión, á los magistrados, conselleres ó diputación, ó á otra alguna persona, á cuyo respeto pensasen estar obligados: que no acudiesen á sus mandados ó llamamientos: que de la misma suerte no pagasen imposición ó derecho alguno antiguo ni moderno, de que Su Majestad les había por relevados: que realmente perdonaba todo delito ó movimiento pasado: que prometía debajo de su palabra satisfa- cerlos de cualquier persona de que tuviesen justa queja, pública ó particular. Y que haciendo lo con-

GUERRA DE CATALUÑA I9I

tiaiio, biénd<jles notoria su voluutad y clemencia, luego los declaraba por traidores y rebeldes, dignos de su indignación y condenados á muerte corporal, confiscación de sus bienes, desolación de sus pue- blos, sin otra forma ni recurso más que el arbitrio de sus generales, y les intimaba guerra de fuego y sangre, como contra gente enemiga.

14 Este bando, introducido con industria en algunos lugares, no dejó de causar gran confusión, y más en aquellos que sólo amaban su conservación, sin otro respeto, y creían que el seguir á sus naturales era el mejor medio para vivir seguros. Algunos lugares ve- cinos á Tortosa, que miraban las armas más de cer- ca, temieron ser los primeros en los peligros: la villa de Orta y otros enviaron á dar su obediencia al Vé- lez, pidiéndole el perdón y excusándose de las cul- pas pasadas. Pudiera ser mayor el efecto de esta ne- gociación si los catalanes, con vivísimo cuidado, no se previnieran de tal suerte, que totalmente se aho- gó aquella voz del perdón que los españoles espar- cían, porque no tocase los oídos de la gente popular, inclinada á nove Jados, y sobre todo á las (¡ue se encaminan al reposo. Consiguiéronlo felizmente, por- que examinados después muchos de los rendidos,

. certificaban no haber jamás entendido tal perdón; antes todos, señales y ejemplos de impiedad y ven ganza.

15 Ellos también, no despreciando la astucia de los papeles, que algunas veces suele ser provechosa, hicieron publicar otro bando escrito en el ejército

192 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

católico, en que prometían que todo soldado que quisiese pasar á recibir [servicios del Principado, no siendo castellano, sería bien recibido y pagado ven- tajosamente; y que á los extranjeros que deseasen libertad y paso para sus provincias, se les daría de - bajo de la fe natural con la comodidad posible; cosa que en alguna manera fué dañosa, y lo pudiera ser mucho más si, como sucede en otros ejércitos, el real constase de mayor número de naciones extrañas.

iC) Después de esto se despacharon órdenes á todos los lugares de la ribera del Ebro porque estuviesen cuidadosos de acudir á defender los pasos donde podían ser acometidos; pero la gente vulgar, bárba- ramente confiada en la noticia de que el ejército real era corto para grandes empresas, despreciaban ó mos- traban despreciar sus avisos, lisonjeados de su pereza aún más que engañados de su ignorancia.

1; Entendía el Vélez entretanto en acomodar las cosas de la proveeduría del ejército : dábanle á en- tender hombres prácticos que aun después de ganado el CoU de Balaguer, les había de ser casi imposible la comunicación de Tortosa, porque no se podrían apro- char del manejo de los víveres sin gruesos convoyes ó guardias de gente, ¡Dorque los catalanes, acostum- brados aun en la paz á aquel modo de guerra, no dejarían de usarla en gran daño de las provisiones. Habíase encargado el oficio de proveedor general á Jerónimo de Ambes, hombre inteligente en varios negocios de Aragón; pero como hasta entonces estu- viese ignorante de la naturaleza de los ejércitos que

GUERRA DE CATALUÑA 1 93

no había tratado, no sabía determinarse en hacer las larguísimas prevenciones de que ellos necesitan, que todas penden de la providencia de uno ó de pocos oficiales. No se puede llamar práctico en una materia aquel que sólo la ha tratado en los libros ó en los dis- cursos : allí no se encuentran con los accidentes con- trarios, que á veces mudan la naturaleza á los nego- cios; una cosa es leer la guerra, otra mandarla : nin- gún juicio la comprendió aun dentro en las expe- riencias, cuanto más sin ellas: tampoco guardan entre regulada proporción las cosas grandes con las pe- queñas: el que es bueno para capitán, ni siempre sale bueno para gobernador; como el patrón de una cha- lupa no sería acomodado piloto de una nave : traba- josa ciencia aquella que se ha de adquirir á costa de las pérdidas de la república.

1 8 Habíase ofrecido Don Pedro de Santa Cilia para que con los bergantines de Mallorca, que gobernaba pocos menos de veinte, diese el avío necesario al ejército, pensando poderle ministrar los bastimentos desde Vinaroz y los Alfaques, principalmente el gra- no para sustento de la caballería; pero en esto se consideraban mayores dificultades por la natural con- tingencia de la navegación, y más propiamente en aquel tiempo, en que de ordinario cursan los levantes del todo contrarios para pasar de Valencia á Catalu- ña : después lo conocieron, cuando no podían reme- diarlo.

19 Faltaba sólo para salir á campaña la última mues- tra general, y se habían convocado los tercios á este

13

194 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

fin : desde los cuarteles donde se alojaban fueron traídos á la campaña de Tortosa, donde con trabajo grande se acomodaron mientras se pasaba la muestra: pasóse, y se hallaron veinte y tres mil infantes de servicio, tres mil y cien caballos, veinte y cuatro pie- zas, ochocientos carros del tren, dos mil muías que los tiraban, doscientos y cincuenta oficiales pertene- cientes al uso de la artillería. 20 La infantería constaba de nueve regimientos biso- ños, encargados á los mayores señores de Castilla, cuatro tercios más de gente quintada, uno de portu- gueses, otro de irlandeses, otro de valones, el regi- miento de la guardia del Rey, el tercio que llamaban de Castilla, el de la provincia de Guipúzcoa y el de los presidios de Portugal, con algunas compañías italianas en corto número. La caballería se repartía en dos partes : la de las órdenes militares de España (excepto las portuguesas) todas hacían un cuerpo, que'gobernaba el Quiñones, su comisario general Don Rodrigo de Herrera, en número de mil y doscientos caballos, con oficios aparte, todos caballeros de dife- rentes órdenes. En las elecciones de capitanes no entró todo aquel respeto que parece se debía á cosa tan grande : eran mozos algunos, y otros inferiores á la grandeza del puesto, bien que algunos suficien- tes. Concurrían también con la caballería los estan- dartes de sus órdenes, llevados, no por los clavarios, á quienes tocaban, sino por caballeros particulares : Don Juan Pardo de Figueroa fué encargado del de Santiago; los dos no advertimos : después, por consi-

GUERRA DE CATALUÑA 195

deraciones justas, se dejaron venerablemente deposi- tadas aquellas insignias en un convento de San Ber- nardo en Valencia, y los tres caballeros seguían la persona de su gobernador.

21 La otra caballería mandaba el San Jorge, y Filan- gieri : asistíale Juan de Terrasa, el año antes su comi- sario general, que entonces se hallaba sin ejercicio.

22 La veeduría general del ejército ocupaba Don Juan de Benavides : la contaduría Martín de Velasco : la pagaduría Don Antonio Ortiz, y por tesorero general Pedro de León, secretario del Rey, en cuya mano se entregaba todo el dinero del ejército, y allí se sepa- raba y salía dividido para los diferentes oficiales del sueldo que concurrían.

23 Pareció que con esto se hallaban vencidas las difi- cultades de aquella gran negociación, bien que la más poderosa se reconocía invencible : era la sazón del tiempo irrevocablemente desacomodada á la guerra que determinaban comenzar; pero fiando en la benig- nidad del cUma español, ó lo que es más cierto, pen- sando que su poder no hallaría resistencia, temían poco la campaña y rigores del invierno, porque espe- raban hallar agasajo en los pueblos y que la desco- modidad no duraría más que lo que el ejército tarda- se en llegar á Barcelona.

24 Dispuesta ya la salida del ejército, llegó aviso de cómo el enemigo, previniendo sus intentos, había zanjado algunos pasos angostos en el camino real del CoU, á fin de impedir el tránsito de la caballería y bagajes ; ordenó el Vélez que FeHpe Vandestraten,

196 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

sargento mayor de valones, uno de los soldados de más opinión del ejército, y Clemente Soriano, espa- ñol, en puesto y reputación nada inferior al primero, con doscientos gastadores, trescientos infantes y cin- cuenta caballos saliesen á reconocer los pasos, aco- modar las cortaduras y desviar los árboles, porque la caballería y tren no hallasen embarazo.

25 Salieron y ejecutaron cumplidamente su orden : bajaron á impedírselo algunas pequeñas tropas de gente suelta que el enemigo traía esparcida por la montaña: fueron poco considerables las escaramuzas, acabaron su obra, y se volvieron dando razón y fin de lo que se les había encargado.

26 Entendióse con su venida cómo en el Perelló, lu- gar pequeño, mas cerrado, puesto en la mitad del camino, se alojaban con alguna fuerza los catalanes, que no debía ser poca, pues ellos mostraban querer aguardar allí al primer ímpetu del ejército. Con esta noticia fué segunda vez enviado el Vandestraten con mayor poder de infantería y caballería, para que ga- nase los puestos convenientes al paso del ejército, que había de mantener hasta su llegada; y si la oca- sión fuese tal que sin perder su primer intento pu- diese inquietar al enemigo, lo procurase; que el ejér- cito seguía su marcha y le podía esperar consigo den- tro de dos días.

27 Vandestraten tomó su primer camino, y topando algunas tropas de caballos catalanes, los rebatió sin daño: eligió los puestos y ocupó una eminencia sui)e- rior al lugar y estrada que baja á Tortosa : mandó

GUERRA DE CATALUÑA 1 97

que algunos caballos é infaates se adelantasen á ganar otra colina que, aunque desviada, divisaba toda la campaña hasta el pie del Coll, por donde era fuerza pasasen descubiertos los socorros á Perelló; en fin, disponiéndolo todo como práctico, avisó al Vélez de lo que había dbrado.

28 Los catalanes, viendo ya las armas del Rey seño- reando sus tierras, puestas como padrones que deno- taban su posesión en los lugares altos, entraron en nuevo furor : despachaban correos á Barcelona, des- de donde salían órdenes, avisos y prevenciones á toda la provincia : no se descuidaba el Vandestraten de inquietarlos, sólo á fin de saber qué fuerza tenían; pero ellos cuerdamente se retiraban, tanto á su noti- cia como á su daño. Algunos caballos catalanes de los que salían á la ronda embistieron el cuerpo de guardia puesto en la colina; fué socorrido de los es- pañoles, y no se aventuraron otra vez, temerosos de su fuerza.

29 La guarnición del Perelló constaba de alguna gente colecticia de los lugares comarcanos, sin cabo de suficiencia, y ellos sin otra disciplina que su obstina- ción, más firme en unos que en otros : parte de ellos, esperando por instantes ser acometidos, se escaparon valiéndose de la noche : á éstos siguieron otros; toda- vía quedaron pocos, á quienes sin falta detuvo ó el temor ó ignorancia de la salida de los suyos.

30 Era el aviso del Vandestraten el último negocio que se esperaba para la sahda del ejército; recibióle el Vélez con satisfacción, y señalóle el día viernes

198 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

7 de diciembre del año de 1640;- día que por notable en el tiempo debe ser nombrado en todos siglos (cuya recordación será siempre lastimosa á los descendien- tes de Felipe), y año memorable de su imperio, vati- cinado de los pasados, temido de los presentes; fatal el año, fatal el mes y la semana. El sábado primero de diciembre perdió la corona de España el reino de Por- tugal, como diremos adelante; el viernes 7 de diciem- bre perdió el Principado de Cataluña, porque desde aquella hora que se usó del poder por instrumento de la justificación, se puso la justicia en manos de la fuerza, y quedó la sentencia á sólo el derecho de la fortuna. Notable ejemplar á los reyes para poder tem- plarse en sus afectos. Perdió Don Felipe el Cuarto antes de guerra ó batalla dos reinos en una semana.

31 Habíase pensado sobre si podría ser conveniente que desde Tortosa se repartiese el ejército en dos partes, llevando la una el camino del Coll, y la otra el de Tivisa, porque la marcha se hiciese más breve; pero cesó luego esta plática, entendiéndose que el enemigo estaba ventajosamente fortificado en el paso del Coll, y era más seguro embestirle con todo el grueso del ejército : de esta suerte, ajustándose en que la marcha siguiese el camino real de Barcelona, y recibiendo todos las órdenes del maestre de cam- po general, segvín lo que cada uno había de seguir, amaneció el viernes, día señalado, lluvioso y melan- cólico, como haciendo proporción con aquel fin á que servía de princiqio.

32 Comenzó á revolverse el ejército al eco de un ola-

GUERRA DE CATALUÑA 1 99

rín, que fué la señal propuesta: movióse y marcharon en esta manera: era el primero el Duque de San Jor- ge, á quien tocó la vanguardia de aquel día : llevaba delante, como es uso, sus tropas pequeñas, y éstas sus batidores : constaba su batallón de quinientos caballos, que se doblaban ó deshilaban (i) según se les ofrecía el camino: á poco trecho de esta caballe- ría siguió el regimiento de la guardia, su teniente coronel Don Fernando de Ribera : á éste el regimiento propio del Marqués de los Vélez, su teniente coronel Don Gonzalo Fajardo (ahora Conde de Castro) : des- pués el maestre de campo Martín de los Arcos, tras quien marchaba el regimiento del Conde de Oropesa, su teniente coronel Don Bernabé de Salazar : al Sa- lazar seguían dos tercios que olvidamos (cuéntese entre los más defectos de esta historia); y de reta- guardia el tercio de irlandeses, su maestre de campo el Conde de Tii-ón : de éstos se formaba la vanguar- dia del ejército, que propiamente gobernaba el To- rrecusa. 33 Seguía poco después, aunque en partes distintas, el segundo trozo, llamado batalla en estilo militar : era de la batalla el primer tercio el de Pedro de Le- saca: al de Lesaca seguía el regimiento del Duque de Medinaceli, su teniente coronel Don Martín de Azlor, y á éste el del Duque de Infantado, su teniente coro- nel Don íñigo de Mendoza: á Don Iñigo seguía el regimiento del Gran Prior de Castilla, su teniente

(i) En la edición de 1808, desfilaban.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

, coronel Don Diego Guardiola : tras de éste el del Marqués de Morata, su teniente coronel Don Luis Jerónino de Contreras : después del de Morata el del Duque de Pastrana, su teniente coronel Don Pe- dro de Cañaveral, á quien seguían los maestres de campo Don Alonso de Calatayud y Don Diego de Toledo, que llevaba la retaguardia de la batalla : gobernábala por su persona el Yélez, y marchaba en- tre ella, según la parte conveniente, con cien caba- llos continuos de la guarda de su persona, á cargo de Don Alonso Gaitán, capitán de lanzas españolas.

34 El costado derecho de la batalla guarnecía Don Alvaro de Quiñones con hasta seiscientos caballos de las órdenes, puestos también en aquella forma que el terreno les permitía : el siniestro con otros tantos cubría el comisario general de la caballería ligera, Filangieri.

35 Seguía la retaguardia á la batalla en la propia dis- tancia que ésta seguía á la vanguardia : en primer lugar marchaba el tercio de los presidios de Portu- gal, su maestre de campo Don Tomás Mesía de Ace- vedo : seguíale el de Don Fernando de Tejada; lue- go empezaba la artillería en este orden : de vanguar- dia, los mansfelts (i) y algunas otras piezas pequeñas de campaña : á éstos seguían los cuartos, á los cuar-

(i) Matifelts. No está en el Diccionario. Según Almirante (Diccionario Militar. MadriJ, 1809), era el mansfdic una pequeña pieza de artillería, asi llamada en el siglo xvii del nombre de su inventor, y que hacía fuego entre los escuadrones, ó como ahora decimos batallones, esto es, entre las unidades tácticas.

GUERRA DE CATALUÑA

tos los medios cañones, en medio los morteros : des- ta suerte se deshacía hacia la retaguardia, acabán- dose otra vez en los mansfelts. Tras de la artillería los carromatos, y tras ellos las municiones, según el uso de ellas. Lo último era el hospital y bagajes de particulares. Las compañías sueltas de italianos guar- necían los costados del tren, luego el tercio de valo- nes, su maestre de campo el de Isinguien, y de reta- guardia el de portugueses, su maestre de campo Don Simón Mascareñas.

26 Á los portugueses seguían otros quinientos ca- ballos de las órdenes, mandados por Don Rodri- go de Herrera, su comisario general, y á los la- dos de la artillería marchaban algunas compañías de caballos que le servían de batidores á una y otra parte.

37 Y aunque el estilo común de los ejércitos de Es- paña hace que con todos se reparta igualmente del honor y del peligro, pasando los de adelante atrás, y éstos al lugar de aquéllos, todavía fué forzoso alte- rar este uso con atención á la angostura de los cami- nos y copia del ejército, porque se juzgaba impracti- cable, y lo era, que aquel tercio que un día llegase postrero se adelantase á todos para marchar al si- guiente de vanguardia. Así, por obviar este daño, fué determinado que los tercios se remudasen, y suce- diesen unos á otros, conforme aquel estilo, en sus mismos trozos, hasta que haciendo frente de bande- ras, se alterase la forma de la marcha, y que desta suerte se podía repartir con todos de la confianza y

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

del reposo: sólo el regimiento de la guardia no se mudaba con ninguno.

38 Así salió el ejército de Tortosa, y no sólo podemos contar por infeliz agüero la terribilidad del día, como algunos observaron entonces, sino también el haber- se dispuesto las cosas en tal forma que el Vélez, dueño de la acción, saliendo de noche á la campaña, fué tan grande la confusión y obscuridad, que sin advertir en los fuegos del ejército ni en el camino an- chísimo, le erraron las guías, y se perdió el Marqués con los que le seguían antes de llegar á su cuartel, que alcanzó tarde y trabajosamente : á veces con es- tas señales nos suele avisar la Providencia porque nos desviemos del daño.

39 Marchóse orillas del Ebro por gozar de sus aguas y de la leña que ofrecía el bosque vecino: hizo alto la vanguardia en un llano dos leguas de Tortosa, y aun habiéndose apartado tanto, no pudo la retaguar- dia seguirle aquel día : alojó fuera de la muralla, y comenzó su marcha la otra mañana.

40 Pretendía el Vélez alojar del segundo tránsito en Perelló, dos leguas distantes de su primer cuartel: madrugó el Ribera prevenido de artillería é instru- mentos, llegó presto, y en sus espaldas los tercios de la vanguardia: salió el Vandestraten á recibirle con las noticias de lo que era el lugar, tardó poco el To- rrecusa, y reconociendo la campaña, mandó que la caballería ocupase el puesto que para había elegi- do el Vandestraten, y con la infantería que llegaba fué ciñendo la villa por todas partes, alojando los

GUERRA DE CATALUÑA 203

primeros tercios por esotra que miraba al país ene- migo,

41 Era el Perdió pequeño pueblo, pero murado, se- gún el antiguo uso de España: tenía dos puertas, y ésas guardadas de torres que las cubrían á caballero. Defendióse, llegó la artillería, y fué batido por casi un día entero, y resistiera otros si uno de los de aden- tro, temeroso por la vista de todo el ejército, que se hallaba ya junto, no se determinara á rendirse. Hizo llamada secretamente sin dar parte á los suyos : ne- goció la vida, y dio una puerta: fué entrado el lugar, y se hallaron solamente trece hombres, cosa digna de saberse, si es cierto que la ignorancia no se llevó la mayor parte de aquel hecho. Llegó el Vélez, y el lugar fué repartido á los que le seguían, más como cuartel que como despojo: el ejército alojó en cam- paña en torno de él, y aunque con gruesos cuerpos de guardia se estorbó la entrada á la multitud de la gente, ni por eso dejaron de pegarle fuego : ardieron muchas casas con tal violencia, que los cabos salieron arrojados de las llamas: todavía, por ser la villa cer- cada y en paso importante, pareció se debía guardar, y se dejó guarnecida de doscientos infantes y cin- cuenta caballos, á cargo de Don Pedro de la Barre- da, capitán en el tercio de los presidios de Portugal.

42 Dispúsose la marcha en demanda del Coll, que era lo que por entonces daba mayor cuidado. Las guías y gente del campo exageraban el sitio de áspero y la fortificación de invencible; en la aspereza decían me- nos, en la defensa más; pero lo que causaba mayor

204 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

duda era saberse que en todo el camino desde Pere- lló al Coll no se hallarían otras aguas que las de unas lagunas ó charcos encenegados y casi enjutos, que los catalanes, sin trabajo, podían sangrar ó cegar, con lo cual se hacía consumadamente estéril el camino. No temían sin razón los españoles; pero temían in- útilmente, porque ya en aquel tiempo el ejército no podía volver atrás, ni el remedio estaba en manos del recelo, sino de la industria. 43 Á este fin de imposibilitar el campo católico, in- tentaron los catalanes su ruina por otro más extraño medio, como pareció después en cartas del Conde de Zavallá, gobernador de las armas de aquella frontera : escribíalas á Metrola, que mandaba en el Coll, y le ordenaba envenenase las aguas de aquellos cenaga- les con ciertos polvos: enviábale el artífice y artificio, especificándole el modo de usarle con toda cautela y secreto. No me atreviera á escribir una resolución tan rara en el mundo, de que se hallan pocos ó ningún ejemplo en las historias, ni hiciera memoria de esta escandalosa novedad si con mis ojos no hubiera visto y leído los papeles que hablaban del caso repetida- mente. César, sobre los campos de Lérida, embargó el agua en la guerra contra Afranio y Petreyo, detú- vola y se la defendió; pero conservóla sana: venció- los con el arte y lícita industria; parece que ignora- ban los antiguos otro modo de matar hombres sino á hierro: nosotros ahora, más peritos en la malicia, fui- mos á revolver la naturaleza, haciendo practicables la pestífera calidad de algunas cosas que la Providcn-

GUERRA DE CATALUÑA 205

cia recató de nosotros, escondiéndolas en las entra- ñas de la tierra. Todavía no quiso Dios que este man- damiento se cumpliese, retardando su ejecución por sus secretos juicios ó porque prevenía á aquellas armas otro más notorio castigo.

44 Llegó el ejército á la campaña de las lagunas, y la gente, fatigada de la sequedad del camino, bebía con ansia y recelo porque temían lo que después vino á cer- tificarse; pero desengañados unos con el atrevimiento de otros, perdieron el temor en que se hallaban, y los soldados salieron de'la aflicción causada de la sed.

45 Dispusieron entonces la frente contra el Coll, re- partiendo sus cuarteles con respecto á las avenidas poco más de una legua distantes de las fortificacio- nes contrarias, y porque los cabos no tenían otro co- nocimiento del país más de aquella incierta noticia que ministraban los naturales temerosos é ignorantes. Pareció mandar reconocer la campaña sin empeño de las mayores personas; salió á reconocerle Don Diego de Bustillos, teniente de maestre de campo general, y en su guarda una compañía de caballos y algunos voluntarios. Á poco más de media legua tuvieron vista de los batidores del enemigo, que discurrían por la campaña á la misma diligencia. Mandó Don Diego se adelantasen los aventureros, hiciéronlo; pero esperando los batidores, dieron la carga, y sin recibirla, se retiraron, dejando muerto, de los reales, á José de Agramonte, soldado particular. Fué el pri- mero que dio la vida por su Rey en aquella guerra; no será justo dejar su nombre en olvido.

206 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

46 Baja desde el pie del Coll hacia la marina un valle ancho, que cuanto se acerca á la mar se allana y dilata, donde los antiguos fabricaron algunas torres para guarda de la costa y reparo de los ancones que allí forma la tierra: entendíase por las espías que los catalanes habían guarnecido las atalayas con inten- ción de mantenerlas para todo suceso. Juzgábase en ello por información de los naturales, y se creía mu- cho más de lo que debía temerse: con esta noticia, en habiéndose acuartelado el campo, mandó el To- rrecusa adelantar cuatrocientos infantes con orden de que ganasen ó quemasen las torres, y que des- pués se incorporasen con el ejército.

47 Llaman los catalanes Coll á todas aquellas eminen- cias que los castellanos llaman collado, con alguna semejanza de los latinos; es célebre entre los más de la provincia este llamado Coll de Balaguer, ó porque le atraviesa el camino que baja desde Balaguer, ó porque se deduce de unas montañas junto á aquella ciudad, y desde allí corriendo hacia el Ginestar y otros pueblos fronteros á Ebro contra el Mediodía, viene á caerse en el mar por esotra parte de Torto sa. Es la tierra áspera y llena de piedras, partida de algunos valles profundos á un lado y otro del camino, que quebrando en muchas partes, se halla siempre diíícil al paso de los caminantes : corre por la cima de un monte, á quien otro repecho que queda á la parte de Levante sirve de caballero: divídele un pre- cipicio de otra montañuela no superior, que se va levantando hacia el Poniente. Habemos anticipado

GUERRA DE CATALUÑA 207

SU descripción porque se entiendan mejor las dispo- siciones, las defensas y los acometimientos.

48 Llegó el San Jorge y su caballería, y poco después el Torrecusa y la vanguardia; paróse en descubrien- do el CoU por reconocer su fuerza y aquel terreno que no había visto jamás. Es observación precisa de ca- pitán prudente el descubrir y entender la tierra en que se ha de campear, á que los prácticos llaman ojo de la campaña, y se cuenta como virtud particular en algunos hombres.

49 Los catalanes buscaban su defensa como les era posible, mas no por aquellos caminos que descubrió el arte: habíanse prevenido de grandes cavas, que de alguna manera ayudasen su fortificación, muchos ár- boles cortados y acomodados en los pasos angostos: era su mayor fuerza la de una trinchera de piedra y alguna fajina en forma cuadrada á semejanza de fuer- te, pero sin ningún artificio, capaz de dos mil infan- tes, con que la tenían guarnecida. En la eminencia superior, algo á la trinchera y mucho al camino del mismo costado diestro, tenían una plataforma con dos cuartos de cañón, que descortinaba como través la ladera: en la cumbre opuesta á la mayor fortifica- ción fabricaron un reducto, que no se daba la mano con las más defensas, por estorbárselo el valle que divide ambos montes; también en él tenían alguna parte de su infantería. Sus cuarteles estaban puestos en la tierra que va cayéndose hacia el campo de Ta- rragona; de tal suerte, que desde el pie del CoU no podían ser vistos ni ofendidos: eran capaces de mu-

208 FRANCISCO MAKUEL DE MELÓ

che mayor número de gente, y sin duda, si los cata- lanes se fortificaran así como habían sabido elegir los puestos de la fortificación, fuera cosa asaz dificul- tosa poder ganarles el paso sin gran pérdida ó de- tención.

50 No tardó el maestre de campo general en haberlo reconocido todo, haciendo lo más por su propia per- sona, y habiéndolo considerado como convenía, juz- gando que allí el terror acabaría más que la fuerza, pues peleaban con gente bisoña, mandó adelantar las dos piezas que llevaba; y ordenando se formasen los escuadrones á la raíz del monte, ordenó que el tercio de Martín de los Arcos y el regimiento del Vélez marchasen abriendo camino todo lo que se pudiese junto al agua, porque ciñesen por aquella parte el Coll, que, como dijimos, se humilla en el mar, y prosiguiesen su camino hasta no poder pasar adelante, ó desembocar al campo de Tarragona. En- tendía que sólo aquella retirada le podía quedar li- bre al enemigo, si quisiese embarazarse en la defen- sa: luego mandó á Don Fernando de Ribera que con trescientos mosqueteros en tres mangas subiese á paso vagaroso por el camino ordinario, y que en habiéndose mejorado jugase la artillería (que por su calidad y distancia no podía ser de algún efecto), y que todos los escuadrones se pusiesen en orden de marchar y acometer á la primer seña.

51 Pensaban los catalanes, con poca noticia de la gue- rra, que su multitud, su reparo y aspereza del lugar los hacía inexpugnables: parecíales cortísimo el ejér-

GUERRA DE CATALUÑA 2O9

cito, de que hasta entonces no habían visto sino la menor parte: creció su confianza notando el pequeño número de los escuadrones reales: salieron algunos desde las trincheras mostrando despreciar su fuerza; sin embargo, marchaba Don Fernando, y se movían algo los que subían. Á este punto comenzó á dispa- rar la artillería del Torrecusa sin ningún peligro, pero con grande espanto de los contrarios : quisieron va- lerse de sus cañones, mas estaban los españoles muy al pie del monte y no hacían puntería, ni por"!;-.?, ofenderles sus balas, menos á las mangas que ,: : ui caban la escaramuza, porque se hallaban aás ccrcí que los escuadrones. Diéronse alguna? r- ciadas unos á otros; pero los castellanos, sóida ; experien- cia, subían no obstante la defensa r. . enemigo v algunas muertes de los suyos. Dio la segunda y ter - cera carga la artillería española, cuando después de media hora de escaramuzas poco importan"'^, ade- lantándose ya algunos pasos todo el cuerpo de la vanguardia, los catalanes desampararon las fortifica- ciones de una y otra parte, dejando todos las armas y muchos las vidas : avanzó el San Jorge lo posible con sus caballos, porque la infantería, fatigada de la cuesta y mxanejo de las armas, no podía aprovecharse de la fuga del enemigo para en más de ocupar los puestos, así como ellos los iban dejando : otros aten- dían con mayor prontitud al despojo de los aloja- mientos, en extremo regalados y llenos de toda vi- tualla. 52 Había el Conde de Zavallá recibido aquella maña-

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

na aviso del Metrola, gobernador del presidio, cómo el ejercito se determinaba en subir al CoU, y salió de CambrílSj donde asistía, á socorrerle con alguna in- fantería y una compañía de caballos, pero á tiempo que topó muchos de los que se iban retirando; reti- róse con ellos, participando tempranamente de aquel mismo temor, certificado de los suyos, que los espa- ñoles no paraban en cuanto vencían. Mandó todavía que sus caballos llegasen hasta descubrir al enemigo; mejoráronse á los cuarteles del Coll, cuando ya algu- nas tropas del San Jorge bajaban sobre ellos : duró poco la contienda, porque el poder era desigual: fué todo uno dar la carga, recibirla y tomar la vuelta. Escapáronse casi todos, por ser más prácticos en la tierra; la infantería se esparció por diferentes partes; salváronse cuantos dejaron el llano, y se subieron á la montaña, desde donde juntos hacían gran daño en los castellanos, que poco advertidamente se entrega- ban al saco : muchos pensaron retirarse sin peligro por la lengua del agua, y todos cayeron en manos de los tercios que marchaban por aquella parte; era esta la primer venganza de los soldados reales, tal fué el estrago: hallaban poca piedad los rendidos, y ni los muertos estaban seguros de la indignación de los vic- toriosos : son terribles los primeros golpes de la ira. Allí vengaba el uno la ausencia de su casa, el otro la violencia con que fué llevado á la guerra, aquél daba satisfacción al agravio, éste obedecía á su fcro cidad, los más servían á la furia, los menos al casti- go : fuera mayor el daño si se prosiguiera en su alean-

GUERRA DE CATALUÑA

ce: llegaban hambrientos y fatigados, y habiéndose hallado abundantes los cuarteles de todas provisio- nes, detúvolos el regalo; que no era la primer vez que estorbó las grandes victorias: entregáronse al vino y otras bebidas con desorden, y fué causa de que se detuviesen en su mayor ímpetu, venciéndose de su destemplanza los mismos que poco antes habían sido vencedores de la fuerza de su enemigo. Fué escan- daloso aquel modo de aplauso; pero permitido de los cabos, que en los yerros comunes viene á ser reme- dio la disimulación, pues no los puede ahogar el cas- tigo.

53 El Torrecusa, que por su persona acudía á todas las disposiciones, confiriendo consigo mismo las noti- cias que tenía de la fuerza del enemigo, y la facilidad con que le había postrado, entró en opinión de que no sería aquella su mayor defensa, y que sin falta podían tener adelante algún otro fuerte ó plaza, cau- sa á la voz común de su admirable fortificación. En esto andaba ocupado su discurso.

54 Hallábase el Vélez con la batalla y retaguardia del ejército, sin moverse del lugar en que había hecho la frente, ni lo determinaba antes de acabar con las torres de la marina, temiendo que apartándose co- rriese algún peligro la intantería que había bajado á rendirlas: con esta duda envió por el maestre de campo Don Francisco Manuel (i) á comunicar su in-

(i) Vuelve el autor á nombrarse aquí, y más adelante, dicien- do cómo interviene en los sucesos que describe.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

tentó al Torrecusa : hallólo antes de la subida del Coll, y como de aquel suceso pendía la resolución de su voto, no respondió sino después de todo aca- bado, siendo de parecer que el Vélez á toda priesa no quedase aquella noche desunido de su van- guardia. Fueron ganadas las torres casi á este tiem- po, de que avisado el Vélez, no aguardó la res- puesta de lo que preguntaba; antes mandó marcha- sen los tercios, y de esta suerte le alcanzó la nueva y el enviado. Promulgóse con alegría como primera victoria, y la cosa que más importaba acabar que todas las presentes: volvió luego á mandar al Torre- cusa no parase hasta bajar al campo de Tarragona: cumpliólo, y volviendo á marchar la vanguardia, hizo punta á una casa fuerte, llamada Hospitalet, que está junto al mar, donde hasta entonces había sido el alojamiento del Conde de Zavallá: llegáronse al pie de la muralla algunos caballos y gente suelta, á quien el vencimiento, ó quizá la embriaguez, habían dado más desorden que aliento: intentaron por fuer- za la entrada, bien que la miraban dificultosa por aquella vía; los de adentro pidieron las vidas, y se las concedieron. Eran poco más de sesenta hom- bres los de la guarnición: entró primero Don Fer- nando de Ribera, después el Vélez, á quien siguió el ejército: acuartelóse, haciendo frente al camino real, que mostraba querer seguir : hallóse el sitio acomo- dado y tan abundante de todas cosas necesarias para alojar un ejército, que se obligó á descansar en él, aunque por pocos días, de las largas marchas y

GUERRA DE CATALUÑA 213

armas (i) continuas con que se fatiga la gente in- experta. 55 Fué considerable el despojo del Hospitalet, midién- dose con su cortedad; pero hízolo más estimable ha- ber topado un soldado entre las ropas del Conde de Zavallá el libro en que se registraban las órdenes que recibía y daba para la guerra : por el cual se enten- dieron fácilmente muchas cosas de que no había no- ticia, y fueron de gran utilidad á los pensamientos del Vélez; particularmente alcanzándose por algunos despachos que la Diputación no .estaba segura en la fe de la ciudad de Tarragona, y que en ella se temían del ánimo y oficios de algunas personas conocida- mente afectas al partido real; cosa que entonces fué á los españoles de gran consideración, porque se ha- llaban faltos de noticias de lo que se pasaba entre sus enemigos. El libro contenía tantos secretos y tan pro- vechosos para el servicio del Rey Católico, que po- demos decir que en él se halló un retrato de los áni- mos de sus enemigos y un cofre de sus secretos: conociólo el Ribera de esta suerte, y recogiólo á su poder con destreza; demasiado político, pensó ganar gracia con el Conde-Duque enviándole aquel presen- te, por el cual, como el piloto en la carta, podía se- guir sin peligro la navegación de aquel negocio. Fué avisado el Vélez, y pidió el libro como general á quien verdaderamente tocaban aquellas observacio- nes; pero el Ribera, ó bien de vanidad ó desconfian-

(i) En la edición de 1808, alarmas.

214 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

za, se excusaba de entregárselo : instaba el Vclez en haberlo, y porfiaba el Ribera vanamente en su excusa: ¡caso raro que pudiese tanto la apariencia de una pequeña lisonja, que le encaminase á faltar á un hombre de sangre y de juicio en las obligaciones de subdito, de cuñado y de amigo!; que todas éstas quebrantaba Don Fernando en resistirse. Creció el enojo en el poderoso y la obstinación en el descon- tento, y llegóse cerca de un extraño suceso, por- que aquél pensaba obrarlo todo por hacerse obe- decer, y éste no rehusaba ninguna desesperación á trueco de no humillarse : quiso prenderlo el Vélez, y lo ordenó así; pero la industria de algún media- nero á quien uno escuchaba con amor y otro no sin respeto, pudo acomodarlo todo. El libro fué traído al Vélez, y de él se sacaron noticias importantes á la guerra. 56 Corrió al instante la nueva á Barcelona de todo lo sucedido en Coll y Hospitalet, y fué recibida con gran sentimiento y no menor temor, considerando la facilidad con que habían perdido la mayor defensa; entonces llegaron á entender que la multitud desor- denada por misma se enflaquece. Despacharon con gran prontitud correos á Mr. Espernan (de quien di- remos adelante), á cuyo cargo pusiera el Rey Cris- tianísimo las armas auxiliares de Cataluña; dábanle cuenta de cómo habían perdido los mejores pasos : pedíanle no dilatase su venida, porque por instantes se les aumentaba el peligro, que á los contrarios igualmente crecían fuerzas y reputación, y se abatían

GUERRA DE CATALUÑA 2l5

los ánimos de los naturales viéndolos comenzar vic- toriosos.

57 No se descuidó el francés, antes como hombre que verdaderamente deseaba acudir al remedio de aque- llas cosas que tenía á su cargo, tomó la posta, y de- jando orden á las tropas de que le siguiesen, entró en Barcelona, donde fué recibido con honra y alegría. Pocos días después llegaron hasta mil caballos de los suyos, dando razón de que á sus espaldas seguían los regimientos del duque de Anguien, del mismo Es- pernan y el de Seriñán : alentóse la ciudad con la pri- mera esperanza de socorro, y se comenzaron á eje- cutar las levas prevenidas en las cofradías (son allí cofradías lo que en Castilla gremios); de éstos se ha- bía de formar el tercio de la bandera de Santa Eula- lia, debajo del mando de su tercero conseller Pedro Juan Rosell.

58 Dejólo ajustado el Espernan, fiando más que debie- ra en las promesas de gente necesitada : refrescó su caballería y marchó á Tarragona, donde el ejército catóHco se encaminaba, y donde su desconfianza de los catalanes lo temía.

59 Descansó el Vélez junto al Hospitalet los días que tardó en subir y bajar el CoU su artillería: deseaba vivamente marchar la vuelta de Cambríls, primera plaza de armas de los catalanes, antes que ellos tuvie- sen tiempo de acomodarse á la resistencia. Era gran- de la fama que corría en el ejército católico de la multitud de gente que había acudido á su defensa; aunque en medio de estas informaciones no faltaban

2l6 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

algunos que sospechaban y querían hacer creer á los otros hallarían la plaza desierta: esta voz tomó fuer- zas en los ministros catalanes del partido del Rey, que sin otro motivo que lisonjear el poder católico, antes querían ocasionarle que ofrecerle una duda. 6o Había sacado el Vélez desde Aragón algunos reli- giosos capuchinos, de cuya autoridad pudiese ayu- darse, por ser su hábito grandemente venerado en Cataluña : pareció conveniente enviar uno de aque- llos varones á Cambríls, porque les amonestase el arrepentimiento y les comunicase el perdón: ofreció- se para este servicio fray Ambrosio: partió del ejér- cito y en su guarda una compañía de caballos, que dejándole á vista de las primeras trincheras, y á un trompeta para hacer llamada, según uso de la guerra, se volvió luego: entró fray Ambrosio y le recibieron con reverencia y cautela, contra la esperanza ó temor de los castellanos, que ya por su demora interpreta- ban alguna barbaridad; pero al día siguiente llegó el enviado sin daño ni provecho de su jornada: dijo que los cabos de aquel presidio se determinaban á morir por su libertad; es calidad del miedo crecer las can- tidades y disminuir las distancias de aquellas cosas que se temen. Dio con su información fray Ambro- sio bastante obediencia á esta costumbre: contó que el lugar tenía gran multitud de gente; que los de adentro subían su número á quince mil hombres; pero que el ruido ciue había escuchado no parecía de menor multitud. Poco después aportó una barca en la marina, escapada aquella mañana desde el muelle

GUERRA DE CATALUÑA 217

de Tarragona, y confirmó no menos la confusión que el temor de la ciudad y su campo: que en ella se re- cogía la riqueza de los lugares vecinos : que los soco- rros no habían llegado hasta entonces en número considerable, y que los ciudadanos no estaban des- aficionados al concierto.

6i El Vélez, confiriéndolo con otros avisos, halló ser conveniente dar vista por aquellas plazas con la ma- yor brevedad posible, por gozar también de la oca- sión de su duda; y aunque el campo se hallaba afli- gido por falta de víveres, no dando lugar el tiempo á su conducción por agua, todavía entendiendo que de cualquier suerte era una misma la necesidad, mandó marchar el ejército, habiendo primero conde- nado á muerte por los jueces catalanes que le seguían y su auditor general, nueve de los prisioneros, por dar cumplimiento al bando. Fueron ahorcados de las mismas almenas del Kospitalet, hasta entonces hos- pital de peregrinos, dedicado al descanso y clemen- cia de los miserables, y ahora lugar de suplicio y afrenta.

62 Ausente por la pérdida del CoU (con poca reputa- ción) el de Zavallá, gobernaba la plaza de armas de Cambríls Don Antonio de Armengol, Barón de Roca- fort : era cabo de la gente del campo de Tarragona, de que constaba el presidio, Jacinto Vilosa, y sargen- to mayor de la plaza Carlos Metrola y de Caldés; hombres todos de valor y fidelidad á su Patria. Estos tres mandaban, pero más podemos decir que obede- cían á la furia y desorden de los subditos; infeliz y

2l8 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

dificultoso gobierno aquel que se constituye sobre gente vil y bisoña, donde jamás la industria pudo hallar consonancia entre la multitud de sus voces y sentimientos.

63 Descubrióse el ejército a tiempo que los de la pla- za se daban priesa, unos por salir y por entrar otros, porque la misma fama del peligro á unos hacía temer y á otros osar. De esta suerte se hallaba casi toda la campaña cubierta de gente del campo que concurría al socorro, cuando improvisamente fué asaltada de quinientos caballos de los cruzados, con que su te- niente Don Alvaro llevaba aquel día la vanguardia,

64 Formó sus batallones, pensando que el enemigo le esperaba fuera de la fortificación por impedirle los puestos que pretendía ocupar; empero conociendo en su desorden la buena fortuna, dividió en tropillas los dos batallones de los lados, quedándose firme el de en medio : hizo señal de embestir, y se ejecutó con valor : los contrarios, inadvertidos de su daño, no sabían huir ni defenderse : deseaban la resistencia, mas no la concertaban. Fueron degollados hasta cua- trocientos hombres, no sin algún daño de los españo- les, porque algunos catalanes, amparados de los tron- cos de los árboles, podían, tirando cubiertos, ofender los caballos : murieron y salieron heridos algunos soldados de las tropas, entre ellos la persona de mas importancia, Don Miguel de Itúrbida, caballero nava- rro del orden de Santiago, capitán de caballos refor- mado.

65 Recibió el Tvlarqués este confuso aviso en medio de

GUERRA DE CATALUÑA 2I9

la marcha, y mandó que la vanguardia apresurase el paso por dar abrigo á la caballería; hízose, pero no de tal suerte que el ejército viniese en desorden, porque según las informaciones, cada instante se podía espe- rar el enemigo con su grueso, dando á este recelo más ocasión los bosques aún que los avisos.

66 Esto mismo les sucedía á los de la plaza, que vien- do crecer tanto el número de los sitiadores, y cono- ciendo por otra parte la desigualdad de sus fuerzas, sin llegar el socorro y artillería que esperaban, enten- diendo ser su perdición irren-iediable, enviaron un religioso carmelita descalzo, pidiéndole al General mandase suspender la hostilidad por espacio de cua- tro días, mientras daban aviso á Barcelona.

^1 No era todo temor en los sitiados, sino tentar al Vélez con la promesa, por ver si podían dilatar su peligro hasta ser socorridos como lo esperaban; mas él, reconociendo sus ruegos, respondió que si libre- mente entregasen la villa á las armas de su Rey, les valdría las vidas esta diligencia, y que si se resistían, prometía de pasarlos á todos al filo de la espada, y que él no aguardaba más por su reducción que lo que sus tropas tardasen en ponerse sobre la villa.

68 El Quiñones, después de haber con su caballería apartado de la muralla la gente que no pereció en la campaña, repartió sus cuerpos de guardia á la larga por las avenidas, y con lo restante de sus caballos ocupó los puestos importantes. Era el más convenien- te un convento de San Agustín, fundado al salir de la villa, frontero de la puerta principal, en parte don-

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

de las baterías podían ser provechosas á los sitiado- res : procuró hacerse dueño de él, encomendándolo á algunos de los suyos. Entraron como armados, acu- dieron prontamente á la defensa los frailes; hacen aquellos casos lícitas las armas á todos; pero también hacen igual el peligro : hirió de un pistoletazo un re- ligioso á un soldado, retiróse aquél y otro en su lu- gar vengó con la vida del que se defendía las heridas de su compañero : no paró allí la furia; mas ocasio- nada de la imprudencia, pasaron á mayor número las muertes, á mayor grado los escándalos; quedó, en fin, el convento en manos de los soldados.

69 Hallábase junto el ejército, y repartidos los cuar- teles y ataques contra la villa; comenzóse la batería con las piezas menores sin algún efecto, de que toma- ban ocasión los sitiados para defenderse con mayores bríos. Salió el Vélez, con pocos que le seguían, á ver una plataforma que batía la puerta principal de la plaza : era éste el lugar más empeñado con el enemi- go, y donde se reconocía hasta el pie de la muralla; mas habiéndose descubierto con demasiado despejo, cargaron á aquella parte las rociadas de la mosquete- ría contraria, de que súbitamente cayó el Marqués y su caballo herido por la frente de un balazo. Todos pensaron haber aquella hora perdido su general, juzgándole muerto : volvió presto el Vélez, y con sosiego digno de gran capitán subió en otro caballo, templando maravillosamente en su semblante el te- mor y la alegría.

70 Hallábase el ejército en esta sazón por todo extre-

GUERRA DE CATALUÑA

mo miserable y falto de vituallas; cosa que á los ge- nerales ponía en gran desconsuelo, porque la queja ó la lástima de los hambrientos no dejaba lugar seguro de sus voces : obedecían sin gana; no era tema ó des- agrado, porque con la larga abstinencia se iban pos- trando las fuerzas : acordóse mandar la caballería á refrescar por los lugares del campo, y fueron entra- dos Monroig, Alcover, la Selva y otros que se halla- ron abundantísimos de todos granos y bebidas. Reus, lugar mayor y más rico, se ofreció voluntario á la servidumbre por escaparse de la furia de los invaso- res : Valls y algunos más entrados á la montaña lo prometían también : fué todo de considerable alivio para la hambre del ejército; aunque este mismo reme- dio, usado desordenadamente, hubo de traer otro mayor daño, porque los soldados, sin respeto á nin- guna disciplina, dejaban sus puestos y aun sus armas y caminaban á buscar lo que veían gozar á los otros. Este descuido despertó la indignación con que los paisanos miraban el estrago de sus pueblos y hacien- das : salíanles á los caminos y hacían en ellos crueles presas : muchos se topaban cada día muertos por la campaña y algunos disformemente heridos. 71 Continuábase la batería de la plaza entretanto, y se mejoraban los aproches encargados á Don Fernan- do de Ribera y al Conde de Tirón; porque como los sitiados no tenían artillería gruesa con que detener al enemigo, ganábase fácilmente la tierra. Esto mis- mo hacía mayor el peligro de parte de los sitiadores, porque despreciando la defensa de la plaza se acer-

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

caban sin respeto á la mosquetería, con que los ter- cios cada instante recibían gran daño. Excusóles la facilidad de la empresa el trabajo de abrir trincheras; y así, como no había lugar reparado, no le había se- guro. Defendiéronse con valor algunos días; pero viendo que por horas se les acercaba el enemigo y que ya no podían excusarse del asalto, comenzó la gente popular á inquietarse; á que la obligaba tanto como el poder del ejército el descuido de Barcelona, donde sucedía lo que suele á veces con la naturale- za, que no sin providencia se descuida de enviar es- píritus á la parte del cuerpo ya mortificado. Así la Diputación, creyendo la pérdida de Cambríls, no dis- ponía su socorro por no desperdiciarle, previniéndolo á otra defensa. 72 Algunos catalanes piensan, y lo han escrito, haber dentro en la plaza hombre que, sobornado del miedo ó del interés, tuvo orden de arrojar gran cantidad de pólvora en un pozo, porque su imposibilidad los tra- jese más brevemente al concierto. Ellos, en fin, lo deseaban, perdida toda esperanza de otro remedio : pusiéronlo en plática, y llamaron por el cuartel del Ribera : respondióseles, y se entendió querían intro- ducir algún tratado: arrojaron poco después un papel abierto en que pedían tregua cuatro días, y se dispo- nían á escuchar cualquier justo acomodamiento. Re- cibió Don Fernando el aviso, remitióle al Vélez con la persona del maestre de campo Don Luis de Ribe- ra, porque le informase de todo lo sucedido : llegó Don Luis á tiempo que halló al General con casi

GUERRA DE CATALUÑA 223

todos los cabos del ejército en su estancia: propuso á lo que venía, poniendo el pliego en manos del Vé- lez, que ni atendió cuidadosamente á recibirle, ni mostró despreciarle; pero el Torrecusa, que se ha- llaba presente, hombre de natural veloz y colérico, mostró gran desplacer de la proposición y aun de la embajada, hablando contra todo con aspereza. No era aquel su ánimo del Vélez, antes interiormente deseaba escuchar los sitiados; mas detenido en ver que el Torrecusa, no español, se declaraba tanto con- tra el atrevimiento de los catalanes, paróse cuerda- mente pensando en cómo podría concertar aquellas contradicciones : hallábase á la mesa cuando llegó el aviso, mandó á Don Luis se volviese sin haberle res- pondido nada : platicó con los más, y encaminó el discurso á otras cosas.

73 No se divertía el Torrecusa; mas antes consideran- do profundamente el negocio, el estado en que se hallaban las armas del Rey y en la súbita resolución que había tomado en todo, vino á caer en gran silen- cio, y sin hablar, mirar ni oir á ninguno, se estuvo así un espacio, al cabo del cual, como si verdadera- mente saliera de un parasismo, levantóse en pie y dijo al Vélez :

74 «Que él conocía de su natural ser más acomodado á la obra que no al consejo : que le suplicaba se sir- viese antes de su corazón que de su discurso : que á veces procuraba huir de sus caprichos, pero que su mismo espíritu lo llevaba á encontrarse con exquisi- tas opiniones : que había hablado con poca conside-

224 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ración en lo que dijera : que el haberlo pensado des- pués le ponía en obligación de desdecirse por mis- mo, antes que el daño fuese irremediable : que ya se le estaba representando aquel ejército fatigado de la hambre, todas las esperanzas de su socorro puestas en los vientos, y ellos sin señales de compadecerse, según porfiaban : que el lugar se había defendido algunos días, y lo podía hacer otros tantos, siendo [así] que menos bastaban á caer su gente en desespe- ración : que el sitio de la miseria que el ejército pa- decía era más apretado que en el que se hallaba la plaza : que si aquella impaciencia les obligase á anti- cipar el asalto, forzosamente habrían de perder en él buena parte de gente principal, pues siendo la pri- mera acción de su valor se arrojaría toda al tempra- no peligro : que no sólo les daban el lugar los que se lo entregaban, mas que también de sus manos reci- bían las vidas que excusaban de perder : que por la misma razón que eran vasallos, no se debían apartar del perdón, antes concedérseles á todos tiempos: que lo contrario parecería buscar la ruina y no el reme- dio : que su parecer era se oyesen los que llamaban, y se les hiciese todo el favor posible, recibiendo la plaza.» 75 Dijo, y dejó á todos admirados, no menos de su mudanza, siendo cosa contra su condición, que del gran valor que mostrara en reducirse sólo á las voces de la razón, pudiéndose notar como caso raro en siglos donde se practican las obstinaciones como grandeza de ánimo; principalmente en los poderosos,

GUERRA DE CATALUÑA 225

cuyos errores parece que nacen ajenos de arrepenti- miento, como si la terquedad fuera mas decente á las púrpuras que la enmienda.

76 Escuchó el Vélez benignamente las palabras del Torrecusa, mas con gentil artiñcio no quiso seguirlas sin otras ponderaciones : mandó luego á todos los que podían votar dijesen lo que se les ofrecía. Fué común el aplauso en los circunstantes, y los que ha- blaron sólo engrandecieron el sentimiento del To- rrecusa. Mostró que lo pensaba algo más el Vélez, y resoluto en lo mismo de que nunca había dudado, ordenó al maestre de campo Don Francisco Manuel se fuese á ver con el Ribera, y advirtiéndole de su voluntad (sin llamarle más de permisión), entrambos ajustasen el negocio, rehusando todo lo posible el modo común de capitulaciones, que los reales juzga- ban por cosa indecente, pero que la plaza se recibie- se de cualquier suerte.

77 Había Don Fernando ajustado con los sitiados una suspensión de armas por dos horas, porque como el Marqués alojaba distante, era necesario todo aquel espacio para darle y recibir el aviso,^ Duraba todavía la suspensión cuando llegó Don Francisco con la nueva orden; antes que los catalanes recibiesen el primer desengaño, hicieron llamada los sitiadores y saUeron al pie de la muralla Don Fernando, Don Francisco, Don Luis de Ribera y Don Manuel de Aguiar, sargento mayor del regimiento de la guardia. Bajó de los sitiados el barón de Rocafort, Vilosa y Metrola, y cuando se comenzaba á introducir entre

15

226 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ellos la plática de las cosas, se tocó arma (i) impro- visamente en los cuarteles y villa : con esta ocasión, dejando el negocio imperfecto, se retiraron unos y otros con gran peligro de los de afuera, que pasaron á su ataque descubiertos á las bocas de los mosque- tes contrarios. Fué que como los irlandeses, por estar más cerca y haber recibido mayor daño de la plaza, deseasen que por sus cuarteles se hiciesen las llama- das y negociaciones, celosos de los españoles, ape- nas se había acabado precisamente el término de las dos horas, cuando ignorante ó disimulando el Conde de Tirón las pláticas del tratado, hizo romper la tre- gua contra los que en aquella seguridad se asomaban descuidados por la muralla. Entendió Don Fernando el suceso y avisó al irlandés, que no acababa de re- ducirse; pero, en fin, habiéndose detenido, volvió á salir elAguiar con muestras de gran valor á solicitar la segunda plática : continuóse la tregua y se volvió al tratado. Duró poco la negociación y sin otro papel ó ceremonia, como gente inexperta en aquel manejo, el Barón y los dos prometieron poner la plaza en ma- nos del Marqués de los Vélez en nombre del Rey Don Felipe, sin más partido ó concierto que esperar toda clemencia y benignidad, como se podían prometer de un general del Rey Católico, casi natural, de sangre ilustre y de ánimo pío. 78 Con este ajustamiento, que se quedó en la verdad de unos y en la esperanza de otros, se partió Don

(i) En la de 1808, se tocó ul arma.

GUERRA DE CATALUÑA 227

Francisco á dar razón al Vélez de lo sucedido, que - con mucho aplauso recibió la nueva, y aprobó todo lo que se había obrado, juzgándolo por conveniente al estado de las cosas, sin ofensa á la majestad del Rey y reputación de las armas.

79 Dejóse la entrega para el otro día, temiéndose que si luego se ejecutaba, podía causar gran turba- ción en el ejército, donde todos esperaban el saco, no con menos ira que ambición. Es uso de tales ca- sos poner el ejército en arma (i), porque estando fir- me cada uno en su puesto, no ocasión al tumulto: olvidóse ó disimuló el Torrecusa esta diligencia; qui- zá por entender que la ocasión no merecía ser tratada con los mismos respetos que las grandes. Mandó que solas dos compañías de caballos ciñesen la puerta por donde habían de salir los rendidos; pero des- pués de cerrada la media luna de la caballería, se comenzó á inquietar la gente y cargar allí con sumo desorden; en fin, se ejecutó la salida en presencia del Torrecusa y algunos maestres de campo.

80 Salían, y los soldados (gente que por su oficio pien- sa es obUgada al daño común) hacían excesos por desvalijar los catalanes: algunos lo sufirían, según la miseria en que se hallaban; otros eon entereza se defendían como les era lícito. Dio principio al lamen- table caso que escribimos la codicia é insolencia, an- tiguo origen de los mayores males : metióse por entre los caballos un soldado á quitarle á un rendido la

(i) En la edición de 1808, sobre las armas.

2 28 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

capa gascona con que venía cubierto, forcejó el ren- dido en defenderla, y el soldado porfió en quitárse- la : sacó un alfanje el catalán, hirió al soldado, qui- sieron los de la caballería castigar su atrevimiento dándole algunas cuchilladas, por lo cual, temerosos aquellos que lo miraban más de cerca, pensando que la muerte les aguardaba engañosamente, procuraron escaparse por todas partes, sin más tino que el débil movimiento que les ministraba el temor.. Otros sol- dados de la caballería que no habían sabido el prin- cipio de su alteración, sacaron las espadas, oponién- dose á la fuga de los que miserablemente huían del antojo á la muerte; esparcióse luego en el campo una maldita voz que clamaba traición repetidamente; de quien sin falta fué autor alguno de los heridos, por- que entre ellos tenía más apariencia de poder pen- sarse y temerse que no dentro de un ejército armado y vencedor. Todos gritaban traición, cada uno la es- peraba contra y no fiaba de otro ni se le acercaba sino cautelosamente; no se oían sino quejas, voces y llantos de los que sin razón se veían despedazar : no se miraban sino cabezas partidas, brazos rotos, entra- ñas palpitantes, todo el suelo era sangre, todo el aire clamores, lo que se escuchaba, ruido, lo que se ad- vertía, confusión: la lástima andaba mezclada con el furor; todos mataban, todos se compadecían, ningu- no sabía detenerse. Acudieron los cabos y oficiales al remedio, y aunque prontamente para la obligación, ya tan tarde para el daño, que yacían degollados en poco espacio de campaña casi en un instante más de

GUERRA DE CATALUÑA 229

setecientos hombres, dándoles un miserable espec- táculo á los ojos. Aumentó su turbación ver el ejér- cito puesto en arma; atónitos, se preguntaban unos á otros la causa y el orden con que habían de haberse: sosegóse la furia de la caballería, porque faltaron presto vidas en qué emplearse: pasó aquel obscuro nublado de desastres, y se mostró la razón, y tras ella el dolor y la afrenta de haberla perdido.

8 1 Salía el Vélez de su cuartel á caballo cuando reci bió la nueva del suceso, y aunque todos le dismi- nuían á fin de templar su desconsuelo, todavía habien- do oído el lamentable caso, y juzgando por la gran inquietud de todos su violencia, volvióse atrás y se retiró á su aposento, donde ninguno le vio aquel día sino los muy suyos. Lloró el suceso cristianamente; abominó el hecho con palabras de grandísimo dolor, diciendo que si viera delante de sus ojos despedazar dos hijos que tenía, no igualara aquel sentimiento; que ofreciera con gran constancia las inocentes vidas de sus hijuelos, á trueco de que no se derramase la sangre de aquellos miserables; palabras cierto dignas de un caballero católico, y que yo escribo con entera fe, habiéndolas oído de su boca, y me hallo obligado á escribirlas, por la gran diferencia con que algunos papeles (de los que se han hecho públicos) hablan de este caso.

82 No descansaba el Torrecusa y los maestres de cam- po de sosegar el ejército, trabajando lo posible por reducir la gente á orden militar: consiguióse tarde: enterráronse los muertos con gran diligencia, disi-

230 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

mulando su número, como si verdaderamente con ellos se enterrase el escándolo: apartaron de los ojos los lastimosos cadáveres: cubrieron los cuerpos y la sangre, mas no la memoria de un tal hecho. (Seme- jante lo' escribe en Jubiles nuestro Don Diego de Mendoza en la Guerra de Granada (i); parece que como nos dio la luz para escribir, nos suministra el ejem- plo.) Después se entendió en el saco, repartiéndose la villa por cuarteles á los tercios, según uso de la guerra. 83 Habíase tratado en junta particular de los jueces catalanes que seguían al ejército qué género de cas- tigo se daría á los comprendidos en el bando real impuesto al Principado; porque, según él, todos eran convencidos en crimen de traición 3^ rebelión, y por esto dignos de muerte, porque el tratado no les con- cedía más de la esperanza del perdón, que no obli- gaba al Rey cuando la piedad se contraviniese con la conveniencia: que ellos se habían entregado á dis- posición y arbitrio de los vencedores: que sus vi- das eran entonces dos veces de su señor, la una como vasallos, la otra como delincuentes. Determi- nóse que para poder satisfacer al castigo sin faltar á la clemencia, convenía una ejemplar demostración en las cabezas, ordenada al temor de los poderosos, en cuyas manos estaba el gobierno común; y que con los otros se podía usar misericordia, dándoles vida.

(i) Guerra de Granciila, por Don Diego de Mendoza. Lis- boa, 1627 : folio 29, vuelto.

GUERRA DE CATALUÑA 23 1

84 El Vélez no se atrevía á perdonar ni deseaba el castigo: parecióle más seguro, hallando dificultades en todo, dejar á la justicia que obrase; pero aquellos ministros, hombres de pequeña fortuna, ambiciosos de los frutos de su fidelidad, no descubrían otra sa- tisfacción sino la sangre de sus miserables patricios. Con este pensamiento y la libertad en que el Vélez los había dejado para que ejecutasen sin dependen- cia las materias de justicia, prendieron al punto los cabos y magistrados de la villa: eran el Rocafort, Vilosa y Metrola, con los jurados y baile : fulminó- seles el proceso aquella misma tarde, sin que se les diese noticia de sus cargos ó admitiese alguna de- fensa de ellos. Lo primero que entendieron, después de su temor, fué la sentencia de muerte, que se eje- cutó aquella noche , dándoles garrote en secreto : amanecieron colgados de las almenas de la plaza, y con ellos sus insignias militares y políticas, porque la pena no parase en sólo la persona, antes se exten- diese á la dignidad, amenazando de aquella suerte todos los que las ocupaban en deservicio de su Rey.

85 Miróse con gran espanto de todo el ejército, y se escuchó con excesivo enojo del Principado la muerte de los condenados. Entre los castellanos pensaban algunos se había hecho violencia á las palabras de su entrega, porque los catalanes verdaderamente, cre- yendo que negociaban con más liberalidad el per- dón, no le especificaron en el tratado : es fácil cosa de entender que ninguno había de concertar su muerte, por mayor que fuese el peligro. De este parecer eran

232 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

todos los que manejaron la entrega; pero sentían, mas no remediaban.

86 Con los más rendidos se usó diversamente, según los diferentes pueblos de que eran naturales : salie- ron libres los vecinos de los que habían recibido las armas católicas, condenando á galeras los moradores de las villas que seguían la voz del Principado.

87 También á la plaza no quedó sólo el castigo de las baterías y el saco; m.andóse arrasar la muralla; era grande la obra, pedía más largo tiempo de lo que el ejército podía detenerse; contentáronse de batir una cortina principal hasta ponerla por tierra, y volar con una mina la mayor torre.

88 Era Cambríls lugar de cuatrocientos vecinos, pues- to casi junto al agua, en medio de una vega fértil de viñas y olivares; y así por esto como por su ancón, capaz de embarcaciones pequeñas, rico y nombrado entre los del famoso campo de Tarragona, plaza de armas principal de toda aquella frontera, desde en-- tonces acá célebre por su estrago.

89 _ Alegrábanse en. demasía los hombres fáciles é in-

considerados con los buenos sucesos del ejército, y juzgaban la guerra por acabada brevemente, según el paso á que caminaban venciendo. No se puede llamar buena suerte aquella que sólo favorece los cortos empleos; antes entre los prudentes causa al- gún género de temor ver que la felicidad se encami- ne á cosas pequeñas; porque, según la experiencia muestra, de ordijiario se siguen grandes trabajos á las menores prosperidades. Así discurría el Vélez,

GUERRA DE CATALUÑA 233

casi temeroso de lo sucedido, cuando pensaba en el valor de las cosas que le faltaban por emprender.

go Hallábase junto á Tarragona, ciudad grande y for- tiíicada (según los avisos), socorrida con armas auxi- liares y cabos expertos : su ejército falto, particu- larmente de artillería conveniente para las baterías gruesas, pobrísimo de vituallas y casi cerrado el puerto que dejaba á las espaldas para ser socorrido. Ni el Garay y sus seis mil infantes, de que el Rey avisaba, ni las galeras para servicio del ejército ha- bían llegado : conocíalo y lo temía todo, porque de la falta, y aun de la tardanza, de cualquiera de estas cosas pendía el acierto y dichoso fin de aquella gue- rra, en que todo el mundo tenía los ojos, y de que España esperaba su bien y quietud.

gi Entendió su cuidado el Duque de San Jorge, á quien la edad y gallardía de espíritu incitaba á que busca- se una gran fama por medio de algún eminente suce- so; cosa contra todas las reglas de la prudencia, por- que á los famosos varones no será tan loable empren- der los casos arduos voluntariamente, cuanto el lle- var constantes aquellos en que los metió la fortuna.

g2 Había, como dijimos, entendido sus pensamientos del Vélez, y ofreció fácilmente ganarle á Tarragona . por interpresa la noche siguiente. Ni la había visto ni sabía de su defensa más de lo que le informaban: resolvióse temerario; mas aun así supo dar tales ra- zones, que juntas á la necesidad y á lo que se fiaba de su valor, hacían apariencia de posibilidad, en que el deseo suele acudir á los ánimos que dejan atrope-

234 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

liarse de fantasmas. Tanto dijo el Duque y con tal afecto, que el Vélez intentó enviarle : detúvose admi- rablemente, difiriéndolo hasta el otro día; pero tra- tándolo después con personas de su consejo, salió de aquella inclinación, y mandó que marchase el ejérci- to; y también sobre el camino que debía seguir se levantaron dudas. 93 Hacen el mar y tierra entre Cambríls y Tarragona un puerto asaz nombrado en toda la costa meridio- nal de España, dicho Salóu (famoso antiguamente por el hospedaje de la armada de Cneo Escipión, don- de la guardó y detuvo contra Aníbal). Allí, por con- veniencia de las galeras, que desde Barcelona á Vi- naroz no hallan otro abrigo acomodado, comenzó á fabricar Carlos V un fuerte pequeño de cuatro ba- luartes en la eminencia del puerto : llegó la obra casi á ponerse en defensa por la parte de la marina; pero en los dos caballeros que miran á la montaña, como cosa entonces menos necesaria, no igualó los más. En este estado la dejó aquel gran capitán y glorioso mo- narca, y lo conservó el descuido de las edades pací- ficas que sucedieron á su imperio, hasta que, abiertas (como en Roma, en España) las puertas de Jano, vol- vió otra vez la guerra á levantar su edificio por ma- nos de los catalanes con vivísimo cuidado de preve- nir la defensa de aquel puerto, más que ningún otro dispuesto á sus designios, y peligroso por invasión de armadas. Habíanle puesto de tal suerte, que pare- ció capaz de recibir y conservar presidio : esta era la noticia de sus fuerzas con que el ejército se hallaba,

GUERRA DE CATALUÑA 235

y si bien en lo más se habla siempre dudoso, todos creían que el fuerte se prevenía para la defensa.

94 Marco Antonio Gandolfo, teniente de maestre de campo general, ingeniero mayor del ejército, hombre de gran suficiencia en las fortificaciones, habiendo reconocido el fuerte, era de parecer no se embaraza- se el ejército en cosa de tan poca importancia, que á la vista de los escuadrones solamente esperaba se entregase : decía que no era conveniente, cuando sabían que Tarragona, plaza principal, hallaba corto el tiempo para sus preparaciones, se lo aumentasen ellos tardando muchos días en ir sobre ella: que esta tardanza vendría á ser el mayor socorro que le desea- ban sus amigos: que hecha la frente sobre la ciudad, cuando el fuerte se resistiese, se podía entonces en- viar alguna gente suelta á aquel servicio; cuanto y más que la costumbre de los ejércitos era postrar con la opinión todo lo que no podría defenderse.

Q5 Opúsose á su parecer el Torrecusa, ó porque en- tendiese lo contrario, como mostraba, ó porque natu- ralmente aborrecía al Marco Antonio, viéndole en suma estimación de soldado y mayor crédito cerca del Conde-Duque que ningún otro de su orden. Arri- mábase el Torrecusa á aquella máxima de la guerra, á su parecer indispensable, de no dejar plaza á las es- paldas : añadía que sobre ser plaza, era puerto capaz de recibir socorros dañosos al ejército, que no podía llegar á impedírselos de lejos : que si llegasen en aquella sazón las galeras de España y la gente que esperaban de Rosellón, se hallarían sin puerto en

236 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

que recogerlas : que el invierno riguroso no hacía fácil, sino imposible, la desembarcación en la marina: que entonces les sería forzoso volver atrás por ganar lo que habían despreciado primero.

96 El Vélez se inclinaba más al parecer del Gandolfo; mas viendo que su maestre de campo general lo im- pugnaba constante, mandó siguiesen su orden, y el ejército se fué á alojar en un llano que yace entre Salóu y Villaseca; ésta al septentrión y aquél á me- diodía, distantes uno del otro poco más de media le- gua. Era Villaseca lugar corto, mas cerrado, fortale- cido de una iglesia antigua y fuerte, eminente por su fábrica, no por su sitio, á todo el pueblo; con lo que se prevenía á la defensa, obligado de las órdenes de Tarragona.

97 Marchaba el Vélez la vuelta del puerto y villa, cuando en el camino recibió un pliego y mensajero de persona particular (cuyo nombre calla por ser ajeno de mi intención dañar á ninguno con esta es- critura, ofrecida solamente al aprovechamiento de todos). Dábale cuenta del estado de Barcelona, hacía juicio de los ánimos de sus moradores, avisaba y prevenía algunas cosas tocantes al partido real, pe- día moderación en la hostilidad de algunos lugares- La atención del Vélez en recibir la carta y las cau- telas con que fué agasajado el que la traía, hizo que de ella se esperasen mayores cosas de las que á la verdad contenía; si fueron otras, no llegaron entonces á nuestra noticia.

98 Continuóse la marcha, y el Torrecusa, con cuatro

GUERRA DE CATALUÑA 23?

tercios de la vanguardia, se puso sobre el fuerte, for- mando sus escuadrones al pie de la montaña, más dilatada que eminente, en que está fundado el casti- llo, y ocupando con el regimiento de la vanguardia el cuartel de la batería : compúsola de cuatro medios cañones, hizo cubrir la gente, repartió los cuerpos de guardia de caballería é infantería á las partes por donde podía bajar el socorro, y habiéndolo dispuesto con suma brevedad, comenzó á batir al primer cuarto de la noche.

99 La retaguardia, gobernada del Xeli, avanzó todo lo posible, y fué á amanecer sobre Villaseca : defendía- la monsieur de Santa Colomba, teniente de mariscal de campo, con trescientos naturales y algunos fran- ceses que le acompañaban : habíale enviado (i) el Espernan el día antes para reconocer la capacidad del sitio y defensas, por si fuese conveniente emba- razar allí al contrario cuando intentase Tarragona.

100 Batíale el Xeli furiosamente, como en oposición al Torrecusa, que había comenzado primero : continuá- ronse unas y otras baterías, hasta que casi en una hora misma Villaseca fué entrada por brecha y asalto con poca resistencia y menor daño del ejército, y Sa- lóu se entregó por monsieur de Aubiñí, que la defen- día. Fuera venido al mismo tiempo y servicio que el Santa Colomba á Villaseca : quedaron los dos prisio- neros y un cónsul de Tarragona, que se hallaba den- tro del castillo, y tratáronlos con gran diferencia, á

(i) En la edición de i8o8, convidado.

238 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

que su natural dio causa. Al Santa Colomba se guar- dó aquel respeto que en la guerra se debe á tales hombres, porque el imperio no contradice la urbani- dad, antes la engrandece. El Aubiñí fué llevado á pri- sión, retirándole con poca cortesía, después de haber hablado sin comedimiento á los generales en deman- da de su libertad, loi Enviara Espernan el día antes (no sin industria) un trompeta y carta al Torrecusa, en memoria del cono- cimiento que habían tenido desde la guerra de Sal- ses : fundaba así la razón el haberle escrito; preciá- base de tenerle por contrario (llega la vanidad de algunos á hacer gloria del odio, como la pudieran hacer de la amistad) : decíale que se hallaba defen- diendo aquella plaza, que deseaba entender el modo de hacer la guerra : que pareciéndole conveniente, podían asentar el cuartel y canje sin diferencia de catalanes y franceses, según el uso de las naciones políticas. Causó esta proposición gran cuidado en los ánimos de m.uchos : llamó el Vélez á consejo, y allí fué mayor la diferencia : después se redujeron todos al parecer del San Jorge : respondióse al Espernan que primero quisiese declarar por cuál razón se ha- llaba dentro de los reinos de España haciendo gue- rra, si como capitán del Rey Cristianísimo enemigo y quejoso del Católico, ó si como auxiliar de una na- ción rebelde á su señor natural. Á dos fines se enca- minaba esta respuesta : el primero á excusarse de diferir luego en materia de tanta importancia, en que la experiencia podía aconsejar mejor que el dis-

GUERRA DE CATALUÑA 239

curso : el segundo darle á conocer á Espernan que quien advertía la diferencia de los asuntos de la gue- rra, sabría no menos acomodarse á ellos en el modo de ella, según su resolución. Con esto pretendían también templar su orgullo, dándole á temer lo mis- mo que temían; aunque su intención era firmísima de conceder el cuartel, así como lo pedía el francés.

102 Tardó la respuesta de Espernan, porque igualmente esperaba le aconsejase el suceso para saberse deter- minar, y tomando esta ocasión el San Jorge, hombre aficionado á la nación y lengua francesa, introdujo su plática con el de Santa Colomba, diciéndole que extra- ñaba mucho que su general quisiese confundir las razones de aquella guerra, persuadiéndose que los españoles no distinguieran el tratamiento que se debe al contrario ó al rebelde: que no sabía con qué ocasión podía detenerse en la respuesta, siendo cierto que comenzándose las escaramuzas y reencuentros, había después la razón seguir á la furia, que ninguno en la venganza es prudente. Entendióle el Santa Colom- ba, y que su razonamiento se encaminaba á algún par- tido; ofrecióse á tratarlo si gozaba libertad : pareció que convenía, y fué enviado cortésmente y con mejo- res noticias del poder del ejército, que los franceses no juzgaban por tal, según las erradas informaciones de los catalanes, que ó no lo creían ó lo disimulaban.

103 Entretanto monsieur de San Pol, que gobernaba las armas en Lérida, entendió que para estorbar algu- na parte de los progresos del ejército en todo aquel distrito, sería conveniente hacer entrada en Aragón

240 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

y algunos lugares de la ribera que estaban á devoción del Rey Católico; y tratándolo con el magistrado, pa- reció se diese luego aviso á Don Juan Copons, para qvie con la gente de su cargo intentase al mismo tiem- po alguna facción en Tortosa ó en la villa de Orta, que también seguía el bando real. Juntó el San-Pol su gente en copioso número : constaba todo el grueso de siete tercios de los partidos de Tarraga, Agramunt, Pallas, Manresa y Cervera, con la gente de Lérida; sus maestres de campo el paher (i) en cap de la mis- ma ciudad, Don Luis de Peguera, Don José Pons de Mondar, Don Francisco de Villanueva, Don Miguel Gilbert, Don Pedro de Aymerich, Don Luis de Reja- dell. Con esta infantería y algunos pocos caballos sa- lieron á campaña, y discurriendo sobre qué lugar po- drían acometer, hallaron ser más acomodado á sus designios Tamarit de Litera, puesto en la ribera del Cinca, que los españoles habían hecho cuartel de los tercios de Navarra, á cargo del Señor de Ablitas; pero el San Pol, por evitar la prevención con que el contrario podía esperarle, mostró mover sus tropas á otra parte. Revolvió al anochecer, y enderezóse á Tamarit : llegó sin ser sentido, y escaló improvisa- mente el cuartel, que no pudo resistirse, ayudando la buena ocasión al más poderoso : murieron algunos de los navarros, y fueron prisioneros hasta ciento y cin- cuenta, de que avisados los de Fraga, acudieron á su socorro el conde de Montijo y el Parada; llegaron

(i) Nombre que tenían los regidores en Lérida.

GUERRA DE CATALUÑA 24 1

tarde, porque el San Pol, habiendo hecho su asalto, marchaba ya la vuelta de Lérida.

104 Es Lérida principal ciudad entre las de Cataluña, llamada de los geógrafos Ilerda (y Leyda bárbara- mente) : fué edificada de los antiquísimos sardones, pobladores de la Cerdaña, en la ribera del río dicho entonces Sicoris, y ahora de nosotros Segre, famoso en las historias romanas m.ás que por su caudal por las batallas que se dieron en sus campos, cuando los romanos dominaron en España, Escipión y Aníbal, César y Afranio. No bastaron tiempos ni el diferente ejercicio, trocando las armas por las letras de su uni- versidad, para que Lérida olvidase su belicoso prin- cipio, volviendo otra vez á ser presidio observantísi- mo de la disciplina militar.

105 El Copons con su tercio y algunas otras compañías de almogávares, ó miquelets, bajó sobre la villa de Orta, desesperado de que en Tortosa pudiese obrar cosa importante : sitióla y apretóla tanto, que los moradores, obUgados de la necesidad, pidieron tiem- po para entregarse : concedióselo el Copons, y ha- biéndose acabado el término, pidieron segundo y les fué dado : gastóse sin fruto una y otra tregua : terce- ra vez la intentaron los sitiados, esperando por ins- tantes el socorro de Tortosa; pero el Copons, como despechado de sus irresoluciones, embistió la villa y la ganó. Dicen que pudiera defenderse más, por ser bien cercada de muro y fortalecida de un castillo; pero que el mismo temor que sin otra ocasión obhgó sus moradores á entregarse á las armas católicas

1€

242 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

cuando las tenían vecinas, hizo como ahora se pos- trasen á su enemigo.

106 El gobernador de Tortosa, Diego de Medina, sol- dado de larga experiencia, trabajaba en tanto por so- correr la villa; temió al principio el peligro, así como miraba contra la amenaza del poder contrario; no obstante, envió quinientos infantes á cargo del sar- gento mayor Don Diego de Mendoza, y le mandó que con ellos se adelantase todo lo posible hasta so- correr la villa. Llegó Don Diego y la halló atacada por el enemigo : no quiso tentar la fortuna ni haber- le menester : volvióse otra vez, sin hacer más que darle aquella mayor circunstancia á la gloria del ca- talán, de ganar la plaza á vista del socorro. Con la pérdida de Orta y asalto de Tamarit creció la repu- tación á las armas provinciales, y las del Rey desfa- llecieron en el crédito que las ocasiones pasadas les habían dado.

107 Apenas el Vélez pudo acomodarlas cosas del fuer- te y puerto de Salóu, cuando mandó marchar el ejér- cito la vuelta de Tarragona en tal concierto como si la esperanza del tratado no estuviese asegurando todo acomodamiento. Diósele cargo al Duque de San Jor- ge que con mil caballos y cuatrocientos mosqueteros fuese á ganar los puestos sobre Tarragona, y le se- guían dos mil infantes para formarse en aquellas par- tes que eligiese. Prevínose el San Jorge, como hom- bre ambicioso de una gran fama : sintió después que los negocios se encaminasen por otra vía que las armas.

GUERRA DE CATALUÑA 243

108 Hallábase Espernan en la plaza afligido y engaña- do, porque mirando ya tan de cerca y tan poderoso al enemigo, no reconocía en los moradores verdadero ánimo de resistirle, ni tampoco medios para la resis- tencia. De los socorros prometidos por la Diputación, sólo había llegado el tercio dicho de Santa Eulalia, de ochocientos infantes bisónos : no se juntaba otra in- fantería, ni de los regimientos de Francia tenía segu- ras noticias. De otra parte, la ciudad, grande y sin defensa capaz, no prometía firme resistencia : el vul- go, dividido en bandos, sólo servía al temor; unos querían al Rey, otros la república; éstos y aquéllos se conformaban en disponer su daño. Hallábase Tarra- gona falta de forrajes y aun sin los víveres necesarios; falta de municiones, cosa que sobre todas se le repre- sentaba terrible á Espernan, por no ser visto jamás que una plaza comience á esperar sitio con menos caudal que otras cuando le acaban. Estas dificultades que reconocía cada hora, más que el horror del ejér- cito, le ponían en desesperación de la victoria. Háda- sele dificultoso el haber entrado en la ciudad; empero llegó á creer que no estaba obligado á la defensa de los mismos hombres que se desayudaban en ella: que ninguno debe hacer más por otro que él hace por mismo, ni esperar de él más de lo que sabe ayudarse. Esforzó su desconfianza la plática del monsieur de Santa Colomba, que con verdad y experiencia le in- formaba del poder contrario,, de la inclinación que hallara en sus cabos para el acomodamiento : pensó- lo, y halló no ser para despreciar el peligro. Otros

244 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

dicen que cotejándole con su instrucción secreta, juzgó ser éste el uno de los casos en que se le orde- naba la retirada : aficionóse al remedio y púsolo por obra.

109 Pretendía el Vélez que no sólo los franceses desam- parasen la ciudad, sino que el mismo Espernan tra- bajase lo posible por reducir el magistrado á que se entregase modestamente en manos del Rey : dábale á entender con destreza lo mismo que el Espernan estaba experimentando, que la gente más principal de Tarragona no afectaba á la defensa, y el pueblo la temía; pero Espernan, no obstante que lo enten- día, le excusó de aquel discurso; antes por cumplir la satisfacción de su ánimo, envió á proponer á los di- putados la resistencia. Despachó á Francisco de Vila- plana, teniente general de la caballería del país: de- cíales cómo había llegado á Tarragona, y que si bien los medios no eran acomodados á la defensa, que él ofrecía su vida por el bien del Principado: que la in- fantería era poca, que le socorriesen de alguna, y que haría desmontar la mitad de la caballería para guar- necer y defender su muralla, y con la otra parte sal- dría á campaña por inquietar el enemigo: que esto era lo más que podía hacer de su parte; que ellos dis- pusiesen de la suya de tal suerte que su voluntad no se malograse.

lio Pero los diputados, ó con más reconocimiento de sus pocas fuerzas, ó con mayor deseo de emplearlas en cosas útiles y posibles, ó también persuadidos de algunos aficionados secretamente al Rey, se fueron

GUERRA DE CATALUÑA 245

dilatando de tal suerte, que el Espernan descifró en su confusión su respuesta, juzgando que ellos no osa- ban á elegir su perdición, y antes se acomodaban á sufrirla. Resolvióse con esto y envió el Santa Colora- ba al ejército católico, que halló ya tendido hermosa- mente por la cima de un repecho opuesto á la me- jor frente de la ciudad, que mira al ocaso,

1 1 1 Hallábase el ejército en bellísima forma, y tal, que visto desde la plaza parecía más numeroso. El arte sirve útilmente á la fuerza: la caballería se alojaba en lo llano, la artillería en la batalla, la vanguardia ocu- pó el cuerno derecho, la retaguardia el izquierdo. El Vélez hizo su cuartel en una casa de campo, fábrica del Groso, genovés, junto á la marina. Así recibió al Santa Colomba, á quien escuchaba y respondía el San Jorge, y después de haberse ajustado en algunas du- das se resolvieron los dos, en el nombre y fe de sus generales.

112 Que el maestre de campo general monsieur Esper- nan desocupase la ciudad de Tari-agona de su persona y de las armas cristianísimas que se hallaban en ella. Que de la misma suerte retiraría todas las tropas de su cargo, así de caballería como de infantería, que en aquella sazón se hallasen entre Barcelona y Tarrago- na. Que su persona de Espernan no entrase en lugar fuerte ninguno del Principado, ni defendiese alguna plaza que le fuese encargada por la Diputación. Que haría todo lo posible por reducir al servicio del Rey Católico el tercer conseller de Barcelona, coronel del tercio de Santa Eulalia, y que su gente se incorpora-

246 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

se entre el ejército real. Que dispondría, mediante su autoridad y oficios, se entregase en manos del Marqués de los Vélez aquella venerable insignia y pendón que se hallaba dentro en la plaza. Que acon- sejase á la ciudad cómo por sus diputados viniese á solicitar la gracia del Rey, pidiendo perdón de sus yerros.

113 Algunos papeles que se han escrito en Cataluña y han llegado á mis manos, impresos y manuscritos, quieren que Espernan capitulase con el Vélez sin dar noticia al magistrado de lo que pretendía hacer; pero no parece creíble que un hombre cuerdo y extranje- ro concertase la reducción de una ciudad sin consen- timiento de sus ciudadanos.

114 Los naturales, atentos al peligo que les estaba es- perando, recibían sin hostilidad al ejército, no impi- diéndole el paso; cosa de que claramente se enten- dió que ellos aspiraban más al negocio que á la resis- tencia.

115 Volvió el Santa Colomba á la plaza, y aquella misma noche remitió el Espernan firmadas las capitulacio- nes por manos de monsieur de Boesac, general de su caballería. Recibióle el Vélez cortésmente, firmó lo capitulado con el francés, y á otro día se vieron en el campo español y comieron juntos unos y otros cabos castellanos y franceses.

116 No tardó la ciudad y cabildo eclesiástico en venir á humillarse á la majestad del Rey en la persona de su general: vino, y con aquella pompa y autoridad usada entre ellos á imitación de las repúblicas; pero

GUERRA DE CATALUÑA 247

el Vélez, notándolo atentamente, les mandó dar á entender antes de escucharles cómo aquella era oca- sión de toda humildad y reverencia; y que así se de- bían ofrecer delante su persona con la mayor postra- ción posible, y no en aquella forma. Cumplieron los diputados la orden impuesta, no dejando de temer c[ue topasen luego al primer paso de su congratula- ción efectos del enojo; empero juzgando por otra parte á buena suerte que sus castigos parasen en de- mostraciones vanas ó poco sensibles, obedecieron gustosamente, y entraron como les fué ordenado.

117 Recibiólos el Vélez á pie y descubierto poco espa- cio fuera de su cuartel: llegaron ellos de la misma suerte, y añadiendo algunas lágrimas y señales de temor, habló primero Don Antonio de Moneada, ca- nónigo de su iglesia, por el estado eclesiástico : luego los diputados casi dijeron todos unas mismas cosas, y llevaron la misma respuesta, con gravedad y ente- reza pronunciada. Decía que en nombre de su Majes- tad Católica recibía aquella ciudad en su obediencia, por estar seguro de que sus ánimos se arrepentían mucho de los errores pasados, y que habían de dar al mundo en finezas y en servicios grande satisfac- ción de sus culpas.

118 Mientras duraba esta ceremonia y las cortesías y convites del Espernan y los suyos, el conseller coro- nel, desesperado de remedio, se escapó de la ciudad, llevando consigo el pendón con que había entrado en ella: siguiéronle de los ñeles á la república los que quisieron seguirle; salió con facilidad y secreto.

248 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

119 Habíase ajustado que la entrega de la plaza se hi- ciese al otro día, 24 de diciembre: cumpliólo el Es- pernan, y envió luego a excusarse de la retirada de^ conseller y pendón en la forma que habían concer- tado; ordinarios peligros en que suelen hallarse todos los que prometen sobre acciones ajenas.

120 El Vélez todavía conservaba aquel engaño come^ ^ zado en la corte, procedido de las falsas inteligencias que había con catalanes; entendía (obligado á enten- derlo) de los avisos del Rey, que en Tarragona se hallaban solamente doscientos caballos: despachó el San Jorge para que contemporizase con las últimas ceremonias de Espernan, encargándole advirtiese cuidadosamente el número y bondad de su caballería, atento á lo venidero.

121 Habían los franceses sacado sus tropas á campaña por la parte que mira al camino de Barcelona, for- mándose en diez y siete batallones medianos, que entre todos hacían más de mil caballos; no fué sólo inbanidad, sino artificio para que entretanto la infan- tería catalana, que se retiraba, sus caballos y bagajes tuviesen tiempo de mejorarse en las marchas.

122 Despedido, en fin, el Espernan y vacía la ciudad de las armas francesas, se dispuso luego la entrada del Vélez, y se alojaron en ella cuatro tercios de in- fantería, repartiendo los más por los lugares conveci- nos. Entró el Marqués aquella tarde acompañado de toda la corte del ejército, el magistrado de Tarragona y otros nobles de la ciudad : caminó á la iglesia ma- yor, donde fué recibido con las pías ceremonias con

GUERRA DE CATALUríA 249

que la Iglesia se alegra en los triunfos de sus hijos: los demás tercios y caballería marcharon á sus cuar- teles. 123 Es Tarragona uno de los más antiguos pueblos de España, y que en ella ha dado mayor ocupación á las historias. Muchos autores la tienen por edificio de Túbal, llamándola Tarazoan, que en voz armenia y caldea (propias entonces) dicen significa ayuntamien- to de pastores, por comenzar su población en esa manera. Otros, deshaciendo algo en su antigüedad, quieren la fundase Taraco óTearco, príncipe de Etio- pía sobre Egipto, natural de los pueblos leucotíopes, el cual, venido á España, y después de retirado de Cádiz mañosamente por los fenices, pasó (i) en las riberas del Ebro, donde batalló con Terón, capitán de los ébricos españoles (que hoy son los cántabros), y fué por él vencido y arrojado. En la edad de roma- nos subió Tarragona en glorias y edificios. Antes de Cneyo Escipión se hallaba ya cercada de muros; pero de los Escipiones alcanzó su mayor lustre, haciéndola plaza de armas general contra los cartagineses. Reci- bió la fe católica cuando los primeros pueblos españo- les, por lo que su iglesia, sobre metrópoli en su pro- vincia, pretende con Toledo y Braga la primacía de las Españas. Edificóla su fundador en una eminencia que viene á caerse poco á poco en el mar, donde des- pués la tierra humilde se dilata en una aguda punta, y ayudada del muelle, forma abrigo, aunque corto, á los

(i) En la de iSoS, />asó ú ¡as rii/era! dd Ebro.

250 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

bajeles: la cuerda de los cerros que sube á septen- trión va siempre creciendo y levantándose hasta que se remata en algunas peñas, que del todo encubren la ciudad á los que la buscan por la parte oriental: el medio arco que describe de Poniente á Mediodía es más descubierto; pero no sin alguna defensa de anti- guas torres y baluartes modernos. El número de sus moradores con pocos pasaba de tres mil; sus calles angostas, sus fábricas demuestran más años que grandeza. Tal fué Tarragona hasta aquellos tiempos que comenzó la guerra, que es cuando la vimos; aho- ra será sólo ésta en el estado de sus principios.

124 Siguióse al buen suceso del Vélez en la reducción de la ciudad otro no míenos favorable á sus intentos. Amanecieron surtas las galeras de España y Genova en número [de] diez y siete: poco después, el mismo día, llegaron los bergantines de Mallorca, con que el ejército recibió alegría, porque de ambas flotas espe- raba ser socorrido con gente, municiones y la artille- ría prometida de Rosellón. Pero en breve se entendió que las galeras no traían más de la persona de Don Juan de Garay, conforme á las antiguas órdenes que se le habían enviado de la corte,

125 Gobernaba las de España Don García de Toledo» Marqués de Villafranca, y las de Genova Juanetín de Oria, hermano del Duque de Tursis, á orden del Vi- llafranca. Desembarcó Don Juan, y fué bien recibido del Vélez, que, aunque deseaba más su ejército, mos- tró estimar igualmente su persona veces vale más la de un capitán grande). Sólo el Torrecusa dio á en-

GUERRA DE CATALUÑA 25 1

tender le desplacía su venida; y mucho más viéndole solo y sin armas que gobernase, porque entonces temía que, ó se le diesen por compañero en el mane- jo de aquel ejército, ó que de sus tropas le separasen algunas con qué emplearle. Era tal la opinión del huésped, que ninguno lo esperaba ocioso; y verdade- ramente ello se fué disponiendo de tal suerte, ayuda- do de algunas calumnias de hombres entremetidos, que el Vélez se vio á peligro de perderlos á entram- bos, ó por lo menos en desesperación de aprovechar- se de los dos; cosa que deseaba, y de que supiera usar con destreza si la sequedad del Torrecusa y presunción del Garay le dieran algún espacio para hacerlo. 1 26 Excusábase Don Juan de no haber traído la infan- tería de Rosellón, diciendo que la guerra estaba por aquella parte tan viva, que más se hallaba en estado de ser socorrida qile de socorrer á ninguno: que las plazas eran muchas, y poca la gente para guarnecer- las: que los catalanes andaban en campaña y que las tropas del Ampurdán hacían cada día más fuerzas y venganzas en los países fieles. No le faltaban razones para poder excusarse de no venir armado; pero con ninguna satisfacía el haber venido; donde se enten- dió entonces que el Garay, temeroso de los progresos de Rosellón, tomó aquel motivo para dejar la provin- cia, juzgando que en el nuevo empleo de las armas prometidas aseguraba sus mejoras: que en Rosellón se peleaba con franceses, y en Cataluña con natu- rales bisónos y mal armados, de quienes no se podía

252 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

dudar la victoria, embistiéndoles tan copiosos ejér- citos.

127 Dispúsose luego la desembarcación de la artillería; eran seis cañones enteros y otras piezas necesarias, hasta el número de veinte, y los más pertrechos con- venientes á su cantidad. Tratábase también del des- pacho de los bergantines, porque hiciesen segunda provisión de grano á la caballería; pero en medio de este negocio y de las muchas observaciones en que por entonces inútilmente se ocupaban cerca de sus preferencias el Vélez y Villafranca, llegó un correo de Madrid, que dio principio á otras novedades.

123 Abriéronse los pliegos y con ellos las puertas á muchos y varios discursos, por la novedad que se hizo notoria, de la cual podremos decir vino después á depender buena parte de los sucesos que escri- bimos.

129 Avisaba el Rey Católico al Vélez cómo el reino de Portugal se había declarado en su desobediencia, se- parándose de su monarquía y entregándose á nue- vo rey: ordenábale muchas cosas sobre este caso, encomendándole detuviese todo lo posible su noticia, por no dar con ella más aliento á los catalanes y cau- sar alguna inquietud en los muchos portugueses que se hallaban sirviendo en aquel ejército. Empero por ser la cosa tan grande en Europa, de tanto cuidado á los príncipes de ella y de tales dependencias con mi historia, habré yo de contar lo sucedido en breve digresión, según mi costumbre.

1 30 Sesenta años había que la corona de Portugal ocu-

GUERRA DE CATALUÑA 253

paba las sienes de los reyes castellanos, con que no sólo consumaron su imperio en toda España, mas tuvieron entonces ocasión de ceñir con sus armas fácilmente el universo. Fué Don Felipe el Segundo, rey de Castilla, hijo de la emperatriz Doña Isabel, mujer de Carlos V; ella hija de Don Manuel, único deste nombre, rey de Portugal, cuya varonía extinta (por muerte de Don Sebastián) en el cardenal rey Don Enrique, su tío, pretendieron muchos príncipes la sucesión de la corona; y no sin derecho pretendía también el mismo reino heredarse á propio y nom- brar sucesor, como ya lo hiciera en otras ocasiones. Contendían, en fin, por mejor razón Catalina, Duque- sa de Braganza, hija entonces sola (muerta María, su mayor hermana, princesa de Parma) de Duarte, in- fante de Portugal, hijo de Don Manuel y hermano de la Emperatriz y del último rey cardenal; Duarte, bien que por su edad menor que el mismo rey su herma- no, por su sexo mejor que la Emperatriz su herma- na; Catalina, hija de Duarte; Felipe, hijo de Isabel. Vino el caso de valerse cada cual de la representa- ción de aquella persona de quien recibía la acción, como si verdaderamente concurriesen vivos, Duarte, varón, con Isabel, hembra (inferior en sexo, bien que superior en años); de tal suerte, que Catalina, por la gracia á que el derecho llama beneficio, quedaba re- presentando el Infante, su padre, y Felipe por la mis- ma ocasión enflaquecía su causa, significando la Em- peratriz su madre. Intentó luego Don Enrique, hom- bre santo y viejo, satisfacer la justicia de todos los

254 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

príncipes contenciosos, por excusar á su reino la nueva fatiga de una guerra, poniendo el negocio en términos de derecho común. Muchos le acusan esta resolución, y algunos la juzgan por la mayor de sus acciones; porque cuanto más fiaba de su justificación, pudo entregarse más confiadamente al sentimiento de otros juicios, teniendo por hecho indigno de rey católico y evangélico que aquellas cosas tan fáciles de acomodar por la razón con aplauso del mundo y paz de su conciencia, se hubiesen de poner en manos de la furia. Nombró jueces hombres tales que pudie- sen juzgar sobre tan grandes intereses. Murió antes de acabarlo Don Enrique; común infelicidad de Por- tugal y Castilla, á quienes dejó por herederos de la discordia. Mas Don Felipe, antes de la sentencia en los términos legales, ordenó se lo pleiteasen con ne- gociaciones el Duque de Osuna, Don Pedro Girón y Don Cristóbal de Mora, ya su favorecido; pero en su defecto, no despreciando la fuerza como el artificio, dispuso que también de otra parte mejorase sus res- petos Don Fernando Alvarez de Toledo, Duque de Alba, con treinta mil combatientes; y de las dos po- derosas manos que Don Felipe puso en este negocio, la una liberal y la otra fuerte, no se puede decir cuál fué más oficiosa contra la libertad del reino; tal el interés y tal el asombro opuesto á los ánimos, donde algunos resistiendo al temor no llegaron á alcanzar victoria de la codicia. Retiróse Doña Catalina de la pretensión, no desengañada, mas temerosa, guardan- do en su sangre y en la de sus hijos y nietos su pro-

GUERRA DE CATALUÑA 255

pía justicia y derecho anterior á la corona; y guar- dando también los portugueses, hasta los más obliga- dos al Rey Católico, en su corazón ó en su escrúpulo la memoria del arte y la violencia de aquel monarca, obedecida en aquella primera edad con la fuerza, y en la segunda de su hijo Don Felipe III, tolerada con la apacibilldad del gobierno; mas del todo á ellos insufrible en la de Don Felipe IV. Hallábase la no- bleza más que nunca oprimida y desestimada, carga- da la plebe, quejosa la Iglesia; era sobre todo aca- bado el tiempo de aquel castigo. Despertó la queja común las memorias pasadas, que ya parece dormían pesadamente en el sueño de sesenta años. Pretendió el Rey que la nobleza de Portugal saliese á servirle en el castigo de la libertad catalana, en que los por- tugueses reconocían hermandad, y en cuyas acciones, como á un clarísimo espejo, estaban concertando sus ánimos á un dichoso fin. Amenazaba Don Felipe por boca de dos ministros terribles que entonces mane- jaban los negocios de Portugal, con crimen de indig- nación aquel que no saliese á obedecerle: esta aspe- rísima administración de imperio, añadida á las pri- meras razones, dio motivo á algunos caballeros y pre- lados del reino, en corto número, para que se re- solviesen á comprar con sus vidas la libertad de la Patria, á imitación de algunos famosos griegos y romanos que no hicieron más, ni tan dichosamente. Concertáronlo, y se dispusieron á quitar y le quita- ron aquella corona á Don Felipe, que en el modo por- que dicen la trataba, hizo la mayor información con-

256 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

tra mismo, ofreciéndola á su propio dueño, que también en aceptarla sin temor de la contingencia manifestó al mundo su derecho. Era éste Don Juan, el segundo en el nombre de los duques de Braganza, octavo en el número de ellos, hijo de Teodosio Segun- do (i), duque séptimo y nieto de Catalina, la despoja- da princesa de Portugal, y el que fué saludado Rey legítimo de los portugueses en Lisboa á i.° de di- ciembre. A cuya voz humilló el Señor el poder con- trario de tal suerte, que sin defensa ó contradicción, el nuevo Rey se hizo obedecido en espacio de nueve días por todas sus gentes y provincias; y las muchas plazas marítimas que guardaban los puertos fueron puestas en sus manos por los mismos capitanes del Rey Católico que las defendían, movidos ellos (dicen algunos) de una fuerza interior que les hacía obedecer á su propia injuria : tal fué la princesa Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, que entonces goberna- ba el reino, cuyos despachos hicieron medio á la en- trega de las mayores fuerzas. 131 Con extrañeza y admiración fué recibido en el ejército este gran suceso de Portugal; y aun pare- ció más grande en la variedad y recato con que se trataba. Poco después se conoció en señales exterio- res, habiéndose preso por órdenes secretas algunas personas de aquella nación y alguna de estimación y partes que se hallaba en el ejército, cuya gracia

(1) La ¡iriinera edición, por error indudable dice Teodosio Primero,

GUERRA DE CATALUÑA 257

cerca de los que mandaban la pudo hacer más peli- grosa.

132 Muchos pensaban que este accidente podía resul- tar en beneficio de Cataluña, porque el Rey, por ven- gar el agravio recibido de portugueses, se había de acomodar á cualquiera honesto partido con el Princi- pado, aprovechándose de las armas empleadas en él para el otro castigo.

133 Algunos entendían diferentemente, temiendo que las asistencias y socorros de aquel ejército no podían ser cuales pedía la necesidad, porque divertido el poder del Rey Católico á otra parte, era forzoso fal- tar allí lo que se aplicase al nuevo ejército.

134 Con la misma diferencia juzgaban los catalanes (bien que para lo venidero todos lo tenían por conve- niente); tales había que desde luego lo estimaban como gran fortuna, pareciéndoles que ya el enojo del Rey se había de repartir entre ellos y la segunda desobediencia; y aun creían que la de Portugal lle- vase la mayor parte de la indignación, porque en los ojos del Rey Católico y de todos los monarcas del mundo, no parecería tan grande el delito de la sedi- ción como el de la competencia: que el suyo de ellos se podría rehusar era fundado en miseria; pero el de los portugueses en soberbia y altivez, donde inferían la templanza de su peligro.

135 También no faltaban otros que pensasen consistía en esta novedad su mayor daño, porque el Rey, de- seoso y aun necesitado de hacer la guerra á Portu- gal, debía poner todas sus fuerzas por acabar más

17

258 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

brevemente la de Cataluña, pues no era sano acuer- do abrir los cimientos á un tan costoso edificio sin haber dado fin á la primera obra. 1 36 Así discurrían las gentes de una y otra nación; y los que más temían más acertaban, enseñándoles después la experiencia cómo el temor discurre á ve- ces mejor que la esperanza.

FIN DEL CUARTO LIBRO

LIBRO QUINTO

Preparaciones del Principado.— Disposición del campo español. Instancias á Espernan Su vuelta á Francia. Piérdese Vi- llafranca y San Sadurní. IMartorell es embestido. Socórrole Barcelona. Juicios y consejos de españoles y catalanes. In- téntase la ciudad. Habla el Vélez á los suyos. Aclama la generalidad al Cristianísimo. Expugnación de Monjuich. El San Jorge pretende entrar las puertas. Muere en ellas, Atácanse las escaramuzas. El fuerte se defiende. Rómpense los escuadrones. Derrota del ejército. Su pérdida y mor- tandad.— Retírase el Yélez á Tarragona. Acaba su gobierno.

I Mientras el Yélez descansaba en Tarragona, ni bien amado como amigo, ni bien aborrecido como con- trario, seguía el Espernan su retirada, melancólico y poco seguro de todo el país, que le miraba con dolor y odio. Cargábanle comúnmente la culpa de la pérdi- da de Tarragona, diciendo que no estaba obligado al cumplimiento de lo prometido, porque no podía capi- tular en perjuicio del acuerdo entre el Rey Cristianí- simo y el Principado. Intentaban con esto impedir su retirada, y que por lo menos aguardase aviso del Rey para ejecutarla: á ninguna razón obedecía el francés, antes, como cada día crecía la confusión de las cosas públicas, así se afirmaba más en la resolución de cumplir lo capitulado con los españoles.

200 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Procuraba entonces la Diputación detener al ene- migo en Martorell, porque los pasos angostos y el río dificultoso le prometían más segura defensa : in- cansablemente solicitaban sus levas, que con suma brevedad se iban engrosando con la gente de Vich, Manresa, Ripoll, Granollers, Valles, Metaron, Áreas, San Celoní, Ilostalrich, Mataró, Cabrera, Bas y costa del mar.

Tal era el grueso de todas las gentes de que pre- tendían formar su ejército, y á este fin salió de Bar- celona el doctor Ferrán, ministro de su magistrado, que introducido en aquellos negocios, procuraba con celo de verdadero repúblico dar forma á la defensa, así por lo que tocaba á la fortificación como al cam- po; pero en ambas diligencias fué inútil su cuidado, conforme lo mostró la experiencia, dándonos ejemplo de que no basta sólo el celo en el varón si no se ayu- da de la industria y suficiencia (buen advertimiento para los príncipes). Era Ferrán oidor eclesiástico, ig- noraba totalmente la ciencia militar, y por más que su ánimo le inclinaba al servicio de la Patria, todavía no fué bastante su deseo para vencer la ignorancia; de suerte que el expediente se dilataba por aquel mismo instrumento que fué aplicado á la ejecución.

Crecían las fortificaciones al lento paso que llegaba la gente : era mayor su trabajo que su fruto, porque si bien había entre ellos algunas personas de media- nas noticias en aquel arte, todavía padecían la cos- tumbre de querer arbitrar todos sobre la profesión ajena, que los más ignoraban, entendiendo que la vo-

GUERRA DE CATALUÑA 201

luntad de acertar bastaba para guiarlos al acierto. Introdujéronse en el gobierno militar algunos hom- bres mozos, á quienes el ánimo ardiente del bien de su Fatria había hecho creer de más de lo que era justo, los cuales, interpuestos en las ejecuciones de los negocios, los sacaban de su estado competente hasta traerlos á su parecer. Es en los mancebos tan loable cosa el amar las ciencias, como será ¡)eligrosa el entender que las han conseguido, porque por lo primero se hacen capaces de alcanzar sabiduría, y con lo segundo se disponen á la presunción, que los lleva al temprano riesgo del mando, hasta acabar en él.

Varios avisos recibía la Diputación de los intentos del Vélez, y no cesaba de instar al Espernan que con su caballería y algunos infantes franceses, que ya se juntaban, entrase en el Fanadés (es una pequeña provincia que comprende algunos buenos lugares de aquel contorno), á que se había de seguir la catala- na, que ya marchaba, porque todos saliesen al opó- sito de los reales, que sin duda mostraban querer ocupar aquellos pasos. Era esta su misma intención del Vélez, reconocido ya de la necesidad del ejército, que apretado en Tarragona de los catalanes sueltos, que fatigaban la campaña por todas partes, no sabía cómo valerse ó resistirlos. Usó desordenadamente de la fertilidad de aquellos pueblos, y en brevísimos días se vino á hallar en la misma miseria con que entrara en ellos, sin otro remedio que buscar por las armas el sustento ordinario.

Ninguna diligencia fué bastante para que Espernan

262 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

mudase su intención, bien qué con sumo artificio pro- curaba no desesperar los catalanes que ya temía; pero cuanto sabían acomodar sus palabras, desmentían las acciones de tal suerte, que entendiendo la Diputación cómo se había retirado á la retaguardia de Martorell por no hallarse en aquel servicio, mandó salir de Barcelona su diputado eclesiástico, presidente de su consistorio, porque se desengañase del ánimo con que Espernan procedía. Llegó, y asistido del Ferrán y conseller tercero, asentaron que con la persona de monsieurde Plesís (capaz, según ellos entendían, de reducir al Espernan) se le ordenase imperiosamente que su caballería pasase luego al Panados, y que con la infantería guarneciese á Villafranca, que había de ser la que primero probase la furia del ejército cató- lico; pero con tal aviso, que si el enemigo la hubiese entrado primero que ellos, se excusase la escaramuza y se retirasen á Martorell, donde sin duda habían de ser de mayor efecto. Temían con razón perder cual- quier pequeña parte de su tierra, porque aun sin con- tar el precio y lástima de los pueblos, consideraban por el mayor daño la pérdida del aliento en los vasa- llos; ordinario accidente con que la gente inadvertida suele recibir las primeras desgracias de una república donde la guerra es extraña.

Con este ajustamiento le pareció al diputado que las cosas quedaban de suerte que ya podía excusarse su asistencia, cuando en su corte concurrían tantas que la pedían. Volvióse, y con su apartamiento vol- vieron también los negocios al mismo estado en que

GUERRA DE CATALUÑA 263

se hallaban antes; no se obraba nada de lo prometi- do, sino crecía la confusión y desorden.

8 Vino segunda vez, y esto mismo le puso en obliga- ción de no dejar aquel negocio sin acabar de entender el ánimo de Espernan : juntó al Plesís y Seriñán como para testigos de sus promesas, y nuevamente afirman ellos que prometió el francés seguir la fortuna del Principado y su servicio, con que le diesen licencia para dar aviso al Vélez, haciéndole notorias las cau- sas de su imposibilidad. Yo creo que él lo pensaba hacer así, previniéndose para cualquier suceso : pro- curaba dejar el Principado, y temía no poder hacer- lo : pretendía justificarse con su enemigo porque si la fortuna le trajese otra vez á sus manos, no perdiese por la palabra quebrantada la cortesía de los vence- dores : igualmente le asombraba el enojo de los natu- rales si una vez llegasen á desesperar de su compañía; así obraba dudoso, como entendía lleno de duda.

g Deseaban los catalanes que los caballos franceses entrasen á darse la mano á su teniente general Vila- plana, que con solas tres compañías de caballería ligera discurría por los lugares donde el ejército ca- tólico hacía frente, á fin de reconocer sus intentos. 10 Caso es este digno de gran consideración, particu- larmente para todos aquellos que, fundados en el favor de sus amigos, se aventuran á pretender cosas grandes. Aquí se ve que un hombre estimado por capitán, vasallo de un Rey Cristianísimo, justo y con empeños de la misma acción, no sólo se determinase á faltar en el mayor peligro de los que venía á defen-

204 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

der, sino que después de haber faltado por su res- peto ó por su discurso), los embarazase con nuevos prometimientos, pudiéndoles salir más costosa la se- gunda confianza que la primera quiebra. No es mi intención en lo que digo condenar el cumplimiento de la palabra que se ofreció; admiróme de que habiéndo- la ofrecido consintiese á los catalanes nueva esperan- za de su auxilio. Tiránicamente desterró la política de los estadistas á la llaneza y la verdad, haciendo que del engaño se formase ciencia. ¡Qué diremos de cosas tan grandes, sino contarlas como han sido!

11 El Vélez entretanto en Tarragona disponía su sali- da, con deseo de que no se dilatase : había ordenado que algunas tropas de gente discurriesen por los lugares de aquel partido, no sólo por ponerles en obe- diencia y orden, sino también para que los soldados imdiesen valerse de su saco y se socorriesen contra el hambre que generalmente los afligía.

1 2 Poco después, pareciendo que el ejército estaba ya capaz de moverse, nombró por gobernador de Tarra- gona al maestre de campo Don Fernando de Tejada, para que con su tercio y alguna caballería quedase asegurando aquella plaza tan á propósito á los inten- tf)s de unas y otras armas, y que los enfermos se pa- sasen á la villa de Constantí, porque la ciudad no re- cibiese algún contagio de su compañía.

1 3 Ninguna cosa pareció ni era más dificultosa de aco- modar que aquella misma sobre que se fundaban to- das las otras, como si fuese fácil : no se hallaba me- dio á la conducción de los víveres para alimento con-

'guerra de CATALUÑA 20!

tinuo del ejército : el país, arruinado y prevenido por sus naturales, había retirado hacia dentro de aque- llos pocos frutos que pudo escapar á las manos de sus mismos ofensores y defensores, porque la aml)ición ó desprecio en la guerra casi viene á ser igual entre enemigos y amigos.

14 Luego paraba la confianza en la buena compañía de las galeras y bergantines, y aquel cuidado que justamente se podía tener por seguro, cargando so- bre el Villafranca, su general. Es Don García de To- ledo hombre en quien se halla valor heredado y ad- quirido: camina á la grandeza por la singularidad, afectando muchas extrañezas ajenas de un sujeto nacido y criado para el mando : vive en él la pruden- cia como esclava del gusto, y es aun así de los ma- yores ingenios de España.

1 5 Deseaba el Vélez pedir le ayudase; empero creía que el Villafranca no tardaría más en desviársele que lo que tardase en entenderlo, porque á la verdad él, en su ánimo, tenía por cosa indigna haber de servir de instrumento á los aciertos de otro; ordinario vicio entre los hombres poderosos, de que el príncipe vie- ne á pagar la mayor parte de sus intereses.

16 Pretendióse que el Garay fuese el medianero, y no bastó todo su artificio para llevarle á ninguna conve- niencia : respondió con destreza y obró con industria.

1 7 Pero ya desengañados los cabos de que por la mar no podían ayudarse según convenía, pensaron que de Tarragona y de los pueblos que quedaban á las espaldas era cosa posible bastecer su ejército : no

266 FRANCISCO MANUEL DB MELÓ

dejaban de entender que los catalanes habían de pro- curar cortarles el paso; pero también esperaban que el ejército de Fraga, á orden del Nochera, obraría de tal suerte, que llamando á su oposición las fuer- zas provinciales, no podían ellos juntar en otra parte lo posible para estorbar sus convoyes, con lo que el campo habría de ser suficientemente socorrido.

1 8 Era la intención del Rey Católico (por lo menos lo daban así á entender sus ministros) invadir el Princi- pado con tres ejércitos a un mismo tiempo (cosa que si pudiese ejecutarse, sin duda postrara las fuerzas y estorbara la entrada de los auxiliares). Conforme á esta disposición salió el Nochera de Zaragoza y su maestre de campo general, el Prior de Navarra, á fin de que se diese forma en las rayas de Aragón al nuevo y prometido ejército; empero como por natural acha- que del gobierno español se siguió siempre un profun- dísimo olvido á las más vivas preparaciones, no duró más el cuidado de aquella acción que lo que fué ne- cesario para darla principio con asaz fatiga de Ara- gón y Navarra. No se le acudía con los efectos com- petentes á la ejecución : escribía el de Nochera é im- portunaba, y no era socorrido; antes se recibía la eficacia de sus avisos casi con escándalo, por ser cul- pa común en ministros desatentos reputar la provi- dencia de otros como cobardía.

1 9 De otra parte, desayudado el Nochera por algunas desconfianzas entre su persona y la del Prior (altivos ambos y ambos caprichosos), ninguno quiso ni supo convenir ó humillarse á la condición ó al mando aje-

GUERRA DE CATALUÑA 267

no : prosiguióse la competencia, poco después fué venganza, y luego desconcierto del servicio de su Rey; y sus tropas, de cuyos empleos por la diversión tanto dependía el ejército del Vélez, se estuvieron ociosas todos aquellos tiempos.

20 Salieron los reales de Tarragona, y se ordenó que la caballería se mejorase siempre cuanto le fuese po- sible hacia Yillafranca del Panadés. Ejecutólo intré- pidamente el San Jorge; hallábase en la plaza el teniente general Vilaplana con desigual poder : fué forzado á retirarse, y lo pudo hacer sin pérdida de fuerzas ni de opinión, por ser práctico en el país : al punto ocuparon los reales el paso, contentándose con haberle ganado, sin intentar por entonces otra cosa mientras no se juntaba todo el ejército.

21 Causó la retirada de Vilaplana grandísimo descon- suelo en Barcelona : entonces volvieron á llorar la impiedad del Espernan, que en tal peligro los había metido y dejado, teniendo por seguro, ó por las dis- culpas de Vilaplana ó porque verdaderamente les pareciese así, que habiéndola socorrido, la villa pu- diera resistirse.

22 Pero el francés, observante de las atenciones de los catalanes y no menos de los pasos del ejército católico, dispuso su última retirada y de todos sus cabos y tropas á Francia : contradecíansela con vivas razones los diputados, que su mismo dolor, cuando no su justicia, les estaba dictando.

23 No se detuvo Espernan á ningún oficio, antes pro- siguió su camino con tanta determinación, que dio

208 FRANCISCO ÍJAMUHL DE MEI.0

motivo á que se pensase, y aun escribiese, no era sólo el sencillo deseo de cumplir su palabra el que le llevaba tan resoluto. Volvió á Francia, donde exte- riormente fué no bien recibido; todavía ocupó luego su gobierno propietario de Leucata. Algunos se per- suadieron que mayor espíritu obraba su movimiento; yo no puedo escribir todo lo que he oído; por lo que se ve se juzgue : lean aquí atentísimos los que acon- sejan sus príncipes (i), que el caso no es de tan pe- queña doctrina; asaz de útil ofrece al advertimiento de los que mucho fían de otro.

24 Fué la salida de los franceses sentidísima en todo el Principado, é hizo cejar mucho en la afición con que los miraban como á sus libertadores. Entonces, viéndose ya asombrados de su enemigo, recurrían tal vez á culpar la primera resolución : otros lo juzgaban á infelicísimo pronóstico; y tales había que lo consi- deraban por último desengaño, creyendo que la des- confianza de su conservación llevaba primero aque- llos que primero la conocían.

25 Pero los hombres en que el valor ardía como ele- mento, sin otra materia de interés más que su propio celo, no desmayando con la ausencia de los socorros, decían que así les había de quedar mayor la gloria del triunfo, no habiendo de partir de su laurel con otras cabezas; que su nación, unida y sin la corres- pondencia de otras gentes, quedaría más fuerte y más segura, pues entre ellos ya no era tiempo se

(i) En la edición de 1S08, todos los que aconsejan sus principes.

GUERRA DE CATALUÑA 269

hallasen los ánimos diferentes ó indiferentes; de esta suerte alentaban á los temerosos.

26 Marchaba el Vélez en tanto al Panadés, donde ya la vanguardia había ganado Villafranca : ocupó en llegando con su grueso el lugar, capaz de poder reco- gerle todo. Era Villafranca pueblo de gran vecindad y de los más abundantes de España en su provincia. Aquel mismo día se ordenó que todos los caballos ligeros se adelantasen á ganar San Sadurní, distante poco más de una legua hacia Martorell, donde se sa- bía que el enemigo aguardaba con parte de la gente retirada de Villafranca y todo el poder que tenían junto para oponérsele.

27 Está San Sadurní puesto en una eminencia acomo- dada para defenderse, desde la cual hasta Martorell se siguen algunos valles hondísimos, que van siem- pre ceñidos de dos cordilleras de montes, que unos bajan de las serranías de Monserrate, y otros corren la tierra adentro, pasando poco distantes de Barce- lona.

28 El pueblo, siendo súbitamente asaltado, ni por eso dejó de resistirse, confiado en que por la vecindad del socorro no podía faltarle; pero la gran fuerza con que fué furiosamente embestido y luego entrado, no dejó ver la constancia de los que le defendían, ni la diUgencia de los que ya caminaban á juntarse con ellos.

29 Comenzaban desde allí todas sus fortificaciones de los catalanes, asentadas en sitios favorables á sus designios y al modo de guerra común á los hombres

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

rudos : pretendían con tropas de gente bisoña, pues- tas en aquellos lugares altos, libres á la furia de la caballería, defender todo el paso, que por larguísima distancia continuaba en aquella angostura; este fué su intento, y lo pudieran lograr á poner en ello más cuidado. La naturaleza convida con la defensa, el arte la perfecciona : la necesidad hace poco más que de- searla, y la estraga á veces : el temor no ayuda al acierto; quien teme no sabe; el que sabe tiene menos que temer: la guerra se ha reducido á términos de ciencia; el orden alcanza más que la fortaleza.

30 Detúvose el Vélez por discurrir con templanza en el modo de la empresa de Martorell, que como más propia (por ser suyo el lugar, como hemos dicho), de- seaba acertarla. Hallábase con buenas noticias del país enemigo, porque en su campo había muchos na- turales y otros no menos prácticos : todavía procuró haber algunos paisanos por cuya industria no sólo fuese avisado, sino guiado : mandó se buscasen, y le fueron traídos por las tropas de la caballería, de los cuales se entendió cumplidamente todo lo que desea- ba saber.

3 1 Había gobernado hasta aquel día las armas de los catalanes su oidor eclesiástico Ferrán, acompañado de Don Pedro Dcsbosch y Don Francisco Miguel, caba- llero de San Juan, en quienes (por más que se adorna- ban del celo y fidelidad) no se hallaban aquellas cali- dades suficientes al grande oficio que ejercían. Con este conocimiento fué llamado el diputado militar Francisco de Tamarit cuyo puesto tocaba el man-

GUERRA DE CATALUÑA 27 I

do de las armas naturales), que hasta entonces se hallaba ocupado en el Ampurdán, haciendo frente y resistencia á las tropas reales de Rosellón. Era el Taniarit hombre que juntamente llegó á enseñar la milicia á los suyos y aprenderla entre ellos; pero ya en opinión de capitán, porque los buenos sucesos anticipan á veces la gloria del aplauso, á que parece caminan otros y rodean por el merecimiento.

No menos los negocios del Ampurdán eran á este tiempo dignos de todo cuidado : no se atrevía el Tama- rit á dejarlos expuestos á la mejor suerte de sus ene- migos, ni tampoco pudo excusarse de acudir al aviso de su república. Dispuso y encargó la defensa de aquella provincia como le pareció más conveniente, y dejó en su guarnición á los maestres de campo Don Antón Casador, Don Dalmáu Alemany, Don Bernar- do Montpaláu, Don Juan Sanmenat y el vizconde de Joch, cuyos tercios, si bien no eran copiosos, parecía que por entonces podían hacer resistencia al contra- rio, que ya se hallaba con mayores pensamientos en la parte donde tenía las mayores fuerzas; y habiendo también ordenado á las compañías de caballos de En- rique Juan, el baile de Falsa y Manuel de Aux le si- guiesen, entró en Barcelona al mismo tiempo que le llamaba la necesidad y la desconfianza común. Cobró el pueblo nuevo aliento con su llegada, haciéndola aún más alegre haber entrado en aquellos días mon- sieur de Plesís y monsieur de Seriñán con un regi- miento de infantería francesa y trescientos caballos no comprendidos en las capitulaciones de Tarragona.

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

33 Consistía toda su esperanza de los catalanes en defender el paso de Martorell, juzgando ser aquella la verdadera defensa y fortificación de Barcelona: ha- bían perdido el Coll con facilidad, cosa entre ellos tenida por insuperable: esta consideración los lleva- ba más al propósito de aquella resistencia.

34 Procuraban dar satisfacción al Principado, cuyas fuerzas tenían juntas, siendo cierto que todos sus na- turales parece habían puesto los ojos en aquella ac- ción para acabar de creer ó desesperar en su defen- sa: lo á que mas se aplicaban era á intentar algún buen efecto por manos de la industria. Pareció con- veniente dar aviso al Margarit, que emboscado en las espesuras de Monserrate hacia la guerra en conti- nuos asaltos, para que en la mejor forma que el tiem- po y sus fuerzas diesen lugar se acercase á Tarrago- na y picase al ejército vivamente por las espaldas.

35 Recibió Don José la orden y recogió á toda la gente que le quiso seguir, y con algunos almogáva- res fué á tentar la fortuna con determinación de dar sobre los lugares que el ejército católico dejase con alguna guarnición: asegurábase en que la caballería tenía desocupado el campo de Tarragona, y así no le quedaba el negocio dificultoso.

36 Marchó, y crecía cada instante tanto en poder y pensamientos, que determinó ir á dar vista á la mis- ma ciudad de Tarragona; empero siendo informado de su gran presidio, revolvió por hacia la montaña á la villa de Constantí, distante de Tarragona una pe- queña legua. Es Constantí, lugar mediano, pero forta-

GUERRA DE CATALUÑA 273

lecido de un castillo de los que la antigüedad fundó con mayor arte: está eminente á todo su pueblo y á toda la campaña, desde donde se mira no menos fuerte que agradable: servía de hospital y cárcel á castellanos y catalanes: parecióle al Margarit esta empresa acomodada á sus fuerzas, pensando por ven- tura divertir con aquella acción la fuerza del ejército, como suele la leona dejar algunas veces la presa á los rugidos de los cautivos hijuelos: embistió la villa en el mc^ or descuido de la noche : ganaron las puer- tas con brío los catalanes, no poco defendidas de los soldados de la guarnición. Es celebrado entre los más el aliento de un Pedro de Torres, sargento catalán; nombrárnosle, contra costumbre, porque le hallamos nombrado de todos. Defendióse el castillo como pudo, y fué entrado con la primera luz de la mañana: murieron algunos castellanos en número como trein- ta: cobraron su libertad más de trescientos natura- les prisioneros; y sin duda pudiéramos contar éste por un dichoso suceso, si no obscureciera mucho de su gloria la crueldad con que fueron tratados los he- ridos y enfermos; porque habiéndose reconocido por los vencedores los hospitales, donde yacían hasta cuatrocientos soldados, defendidos solamente de la humanidad y religión, últimos privilegios de los mi- serables, fueron entrados furiosamente, y sin ningu- na piedad despezados y muertos : corrió la tristísima sangre por en medio de la sala en forma de arroyo, nadaban sobre ella brazos, piernas y cabezas; los cuerpos humanos, perdida su primera forma, paré- is

274 FRANCISCO MANUEL DE MEtO

cían monstruosos troncos de carne: al principio las quejas, lágrimas y voces formaron un horrible es- truendo, y el miedo y la confusión fueron para algu- nos tan crueles como para otros el acero : los lechos fabricados á la paz y descanso natural, se veían torpí- simamente bañados en sangre, y sucios con las en- trañas de sus dueños figuraban lastimosamente las bárbaras carnicerías de los gentiles. No pudo dete- nerse á ningún respeto el furor de los que vencían, porque parece es calidad de la victoria asentarse so- bre la mayor ruina: tampoco la venganza obedece á algún consejo de la piedad; hallábanse rabiosos los catalanes del suceso de Cambríls, y obraban de suer- te en Constantí, como si con aquella violencia en- mendasen la ya padecida. 37 Entendióse con brevedad en Tarragona la inter- presa de aquel lugar, y aun sin prevenir tan grande daño, mandó el Tejada salir la caballería é infantería que pudo la vuelta del enemigo; pero el Margarit,que no dejaba de temerse de los socorros de Tarragona, había puesto de reserva fuera de la villa al capitán Cabanas y su compañía (hombre entre ellos de bue- na opinión), con orden que escaramuzase con los so- corredores mientras se juntase la gente que se ocu- paba en el saco. Tocaron arma las centinelas del Cabanas que se habían adelantado por todas las avenidas, y su cuerpo de guardia se opuso con gran valor á las tropas contrarias: llegaron los reales, y atacándose entre unos y otros vivísimamente la con- tienda, pelearon hasta que, dispuestos ya en forma

GUERRA DE CATALUÑA 275

militar todos los catalanes, se resolvieron á dejar la villa, cuya conservación casi parecía imposible é inútil por la mucha vecindad del poder contrario.

38 No ignoraba el Vélez todas las prevenciones del enemigo, y así desde luego determinó servirse del artificio. Llamó á consejo casi á vista de Martorell, y por todos fué ajustado que los catalanes fuesen em- bestidos en sus fortificaciones, más [con] intención de medir sus fuerzas que de ganárselas: que si ellas fue- sen tales que diesen lugar á proseguir el asalto, no se perdiese coyuntura y se apretase lo posible por des- embarazar el paso; empero que hallando así fuerte la resistencia que el peligro pareciese mayor que el útil, se retirasen, y entreteniendo al contrario con escaramuzas, se enviase un trozo de ejército bien go- bernado, que subiendo la montaña á mano izquierda, bajase al collado dicho del Portell, desde donde se tomaba el enemigo de espaldas, y se pasaban de esotra parte del río Llobregat, con que los catalanes quedaban imposibilitados de la retirada ó socorro.

39 Era de pocos días antes entrado en el gobierno de aquellas armas el diputado militar Tamarit, que no despreciando el valor de los católicos (como aquel que lo había experimentado de cerca), luego que re- conoció su ejército, pidió nuevos socorros á Barce- lona, porque con las mudanzas de los cabos que entre los catalanes habían sucedido, se desbaratara buena cantidad de gente, faltando de una y otra casi la tercera parte.

40 Fué esta nueva escuchada en la ciudad con mucho

276 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

enojo y tristeza: oyen mal y creen peor los hombres pacíficos los aprietos de la guerra : acusa el civil de perezoso al soldado y al capitán que no vence según su antojo : ninguno acierta á medir la desigualdad que hay entre sus estados : el ocio de la guerra es terre- moto en la república; lo que es cbnfusióa en la ciu- dad es quietud del ejército: desdicha original, juz- gar de las acciones imperceptibles de la guerra el tribunal de los políticos, tan liberales en averiguar las calidades del peligro que ignoran; donde suele salir condenado á veces el valor y á veces la pruden- cia, como si Marte pesase en la balanza de Astrea, y entre la fortuna y la razón hubiese gran conformidad. 41 Quejáronse los catalanes, mas no se entorpecieron del afecto con que se quejaban : prevenían con todas diligencias posibles el socorrer al Tamarit : convocó- los y pidiólos la Diputación con imperio de señora y lágrimas de madre igualmente afligida que temerosa. Valióse la ciudad de todas sus parroquias, conven- tos, cofradías, gremios y universidades, porque aque- llos que se podían negar al mandamiento, no hallasen modo para excusarse del ruego : esforzáronse á dar ó cortar el brazo por salvación del cuerpo de su re- pública : todos se ofrecieron al remedio, sin reservar la sangre ó la hacienda. Obligación es del vasallo ó del repúblico acudir á su príncipe ó á su Patria afli- gida, de tal suerte, como si sólo por su cuenta estu- viese el remedio : fácilmente se pudiera reparar la ruina de un reino donde todos pensasen que el daño era solamente suyo; á lo contrario, se da á entender

GUERRA DE CATALUÑA 277

la ambición; certísimo es el peligro donde los intere- ses parecen de uno solo y el riesgo de todos.

42 Venció la diligencia de la ciudad el alboroto del pueblo, haciendo cómo marchase la gente de la mis- ma suerte que se juntaba : los clérigos y frailes des- de el altar y el coro pasaban á la campaña; niños, ancianos y enfermos, ninguno dejaba sosegar el celo de su defensa; cada cual medía sus fuerzas por su espíritu, no éste por aquéllas, como siempre. Juntá- ronse en brevísimo tiempo más de tres mil personas; pero con poca suficiencia para las armas, en extremo ajenas de su ejercicio,

43 Entretanto ios del ejército catóHco, dispuestas ya sus acciones según el orden que habían tomado, y desengañados de que por la frente del paso era tanta la resistencia que no había que proseguir por aque- lla parte, se dividió todo el grueso en dos trozos. Tomó la vanguardia por su cuenta el Torrecusa, á quien seguían seis mil infantes en los tercios de la guardia. Duque del Infantado (i), portugueses, valo- nes y el de los presidios de Portugal, y hasta qui- nientos caballos: dejó el camino real á mano izquier- da, y entrándose en las asperezas de aquellas serra- nías que suben creciendo desde el agua á la montaña, fué marchando y haciendo su camino en forma de arco por toda la tierra, que los catalanes pensaban se defendía por manos de la naturaleza.

44 El Vélez, entendiendo que su viaje habría de ser

(i) La edición de 1808 dice en los del Duqm.

45

278 FRANCISCO MANUEL DE MELo""

un poco más dilatado, y aquella suspensión podría ocasionarles alguna sospecha, mandó de nuevo ata- car diferentes escaramuzas en la frente con las trin- cheras y reductos, que se hallaban bien guarnecidos y eminentes en todos los pasos á propósito de la defensa en el camino real; mas, ó que fuese flojedad ó artificio de los castellanos, ninguna vez pretendie- ron arrimarse á las fortificaciones contrarias, que no fuesen rechazados con gran valor y destreza por los catalanes. Ocupóse todo aquel día en las escaramu- zas, y el segundo se tocaron muchas armas á la vi- lla por el costado siniestro, con que crecía en los embestidos cada hora el asombro, viéndose atacados por tres partes á un mismo tiempo.

Ya entonces se descubrían las tropas del Torre- cusa : tardó un poco más de lo que se pensaba, ha- biéndose detenido en quemar un burgo que se puso en resistencia, no sin algún daño de los reales, por ser de noche la contienda : llegó, en fin, sobre Mar- torell intempestivamente, y resonándoles á los sitia- dos los clarines contrarios por las espaldas, dieron su perdición por segura. Aquellas voces á un mismo paso servían de desmayo y aliento : unos aflojaban como perdidos, y otros se alentaban como vence- dores : apretáronse las escaramuzas y juego de la artillería con horrible estruendo, multiplicándose en los senos de los valles vecinos : crecía el horror y se desesperaba en la defensa de tal suerte, que el Seri- ñán, reconociendo el riesgo común, comenzó á intro- ducir la plática de salvación. Tuvieron su consejo el

GUERRA DE CATALUÑA 279

Tamarit y tercer conseller, á quienes asistían el Se- riñán y Don Josef Zacosta, y ordenaron que monsieur de Aubiñí saliese á reconocer el poder del Torrecusa, que era quien más les afligía; pero siendo informados prontamente de que el enemigo bajaba con todo su grueso acompañado de nuevas tropas de caballería y seis escuadrones, con los cuales igualaba, cuando no superase su número, resolvieron no exponer al último daño aquel pequeño ejército: que el postrero peligro no debía ser sino cuando se hubiese desbaratado toda la fuerza é industria : que Martorell no merecía ser el final teatro de sus desesperaciones : que el co- razón de la Patria eran aquellas armas : que de ellas se derivaba el aliento á todo el cuerpo de su repú- blica: que quiza en Barcelona los aguardaba la suerte próspera : que allá era la resistencia más segura, más cercanos los socorros, más ejecutiva la desesperación, mayor el pueblo, mayores las obligaciones : que nin- gún cuerdo dejaba de tomar de su fortuna aquella tregua con que le convidaba, porque entre el cuchi- llo y la garganta toparon muchos su remedio : que el entregarse á los peligros no es valor, sino torpeza del miedo que no deja solicitar su remedio al sumamen- te cobarde.

46 De estas razones persuadidos, mandaron se retira- sen los tercios en buen orden, y se temían de no po- der conseguirlo, porque se dificultaba tanto en el indomable furor de los suyos como en la pujanza y atrevimiento de los contrarios.

47 Los cabos españoles, reconociendo la mism.a razón

28o FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

que obligaba á retirarse los catalanes, apretaban con toda furia por no darles lugar á la salida; empero ellos, con mayor noticia del país, hicieron avanzar las tropas de su caballería, á cuyo abrigo salían los in- fantes. No era menos la resistencia en la frente, don- de el Vélez determinó de hacer dar el asalto después de la venida del Torrecusa. Habíanse acercado las mangas á sus fortificaciones por menos distancia que tiro de arcabuz, lo que habiendo reconocido mon- sieur de Senesé, á cuyo cargo estaba la artillería, con el de Balandón y otros que les seguían, dispusieron de tal suerte su manejo, que la infantería española se detuvo todo el tiempo que la catalana hubo me- nester para dejar el puesto y seguir la otra en su retirada.

48 Entonces fué entrado el lugar por las espaldas : satisfízose allí la venganza de unos de la resistencia de otros, como si fuese culpa la defensa: no perdo- naba la furia á edad ó sexo, á todos igualó la cruel- dad en una misma miseria. Costó la entrada de Mar- torell las vidas de algunos soldados y oficiales, y entre ellos fué más sentida la muerte de Don José de Sa- ravia, caballero del hábito de Santiago, teniente de maestre de campo general, y el hombre más práctico en papeles y despachos de un ejército que otro nin- guno. Faltaron de los catalanes más de dos mil hom- bres entre infantes y caballos ligeros. Por la misma razón que el Vélez esperaba de aquel lugar más obe- diencia, permitió que fuese allí mayor estrago.

49 No habían las tropas de su caballería del Torreen-

GUERRA DE CATALUÑA 28 1

sa acabado de bajar por el collado, cuando juzgando ya la victoria por suya, se aventuraron á divertirse y entrarse por los pueblos vecinos, porque el descui- do del contrario acrecienta las fuerzas y aun la dicha del que acomete. Algunas partidas de caballos suel- tos tomaron el camino de San Felíu con pretexto de cortar los socorros de Barcelona. 50 Eran de poco tiempo llegados á aquel paso todos aquellos con que la ciudad pudo acudir á su ejército: la gente bisoña y de profesión extraña descansaba sin tino de la fatiga de las armas : llegaron súbita- mente sus corredores y les dieron aviso del peligro en que se hallaban. Constaba el socorro de hombres los más de ellos eclesiásticos y otros algunos oficia- les y gente llana, que viéndose vecina á la muerte, no se acababa de disponer ni bien á la fuga ni bien á la resistencia : vueltos á su discurso por algún parti- cular aliento que les asistía, y acompañados de los infantes franceses, á quienes se arrimaron, consiguie- ron el ponerse en forma de esperar al enemigo. Co- braron una colina harto favorable á su defensa, y so- corridos también de una compañía de caballos del capitán Borrell, alcanzaron mayor confianza de la victoria. Llegaban las tropas con intención de embes- tirlos, convidadas de su primer desorden, y no obs- tante que ellos así pudieran defenderse, dejaron aquel sitio y poco á poco se subieron la montaña, donde sin la contingencia de la defensa alcanzaron mayor seguridad por la retirada, entrándose en los bosques: quedó el lugar en manos de los vencedores y sirvió-

282 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

les de cuartel asaz á propósito para su intento y des- canso.

5 1 Detúvose el Vélez un día todo (como llorando las ruinas de su Martorell), porque si bien deseaba pasar adelante, no le era posible por entonces : el ejército, sumamente fatigado de las marchas y escaramuzas pasadas, no se hallaba en la disposición y sosiego de que necesitan las gentes que han de comenzar el gran hecho de una batalla ó sitio.

52 Pareció se debía dejar allí el presidio conveniente para la defensa del paso del Congost, donde se habían de asegurar los víveres que bajasen de San Sadurní; y así, fué ordenado que el comisario general de caba- llería de las órdenes con quinientos caballos se que- dase guardándole, y que en Martorell se detuviesen dos tercios prontos para marchar hacia donde les fuese ordenado.

53 Con estas prevenciones salió el Vélez al día si- guiente, y ordenó de nuevo que su vanguardia en buena disposición avanzase todo lo posible hasta los lugares de Molíns de Rey, San P'elíu y Esplugas, don- de pretendía dar forma de batalla á su campo, según la acción en que asentase debía ser empleado. Man- dó adelantar sus escuadrones, según hemos refe- rido, y sin dificultad ninguna se hizo dueño de todos los pueblos y tierra de aquel contorno : no se topa- ba de parte del contrario defensa alguna, ni había batidores ó centinelas que procurasen descubrir sus movimientos : toda la tierra parecía triste y llena de silencio, de cuya quietud inferían los españoles el

GUERRA DE CATALUÑA 283

temor de sus contrarios; todo lo interpretaban dicho- samente : es costumbre del deseo errar siempre el juicio en las figuras de los sucesos prósperos.

54 Hallábase ya acuartelado el ejército en los pueblos vecinos á Barcelona, adonde habiendo llegado el Vélez, entendió no debía fiar una cosa tan grande de sólo su arbitrio : quiso justificarse con su ejército, obligado no menos de su modestia que de otros vi- vos pensamientos, que no le dejaban afirmar en nin- guna resolución, porque á la verdad su espíritu jamás le dio esperanza de la victoria. Temía interiormente, y procuró ayudarse de los hombros de muchos ó [de] sus esperanzas, para llevar el peso de la contingencia. Es esta la mayor usura de los políticos, obrar solos aquellas cosas de que se satisfacen, por no repartir la gloria del acierto con ninguno, y ayudarse de otros en aquellas que temen, por descargarse con ellos de la vergüenza que sigue á los ruines acontecimientos.

55 Llamó á consejo los primeros y segundos cabos de su campo y otras algunas personas cuya interven- ción podía ser provechosa para el acierto ó para la justificación : llamó á Don Luis Monsuar, baile gene- ral de Cataluña, hombre muy confidente á su Rey, como atrás habernos dicho, y en extremo práctico en todas las cosas públicas y particulares del Principa- do : hizo también llamar á Don Francisco Antonio de Alarcón, del Consejo Real de Castilla, á quien el Con- de-Duque había enviado, debajo de otros pretextos, como para fiscal de las acciones del Vélez. No había en el Alarcón parte ninguna suficiente para lo que se

284 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

trataba; empero mucha disposición para ser creído por su boca el gran desvelo con que el Vélez procu- raba los buenos sucesos: juntos entonces, dijo así:

«Que pues la buena fortuna, guiada de la justifica- ción del Rey, los había traído vencedores tan cerca del lugar donde los delitos pasados clamaban reli- giosamente por castigo, faltaba sólo discurrir en el modo más conveniente de la venganza, si así podían llamarse los efectos del justísimo enojo de su monar- ca : que ya habían conocido en muchas experiencias el poco valor de aquellas gentes miserables (en fin, como faltos de razón), pues en aquellos días fueron tantas las victorias cuantas las veces que se pusieron á vencerlos : que la espada de aquel ejército, ya pendiente sobre el cuello de Barcelona, estaba tam- bién destinada para castigo de otras provincias : que el tardar en el primer golpe era retardarse en la glo- ria del segundo triunfo : que allí no iban á más que á ensayarse para mayores cosas : que haberse con- tentado con pequeños hechos era deshojarse los co- piosos laureles que los aguardaban : que toda Espa- ña, toda Europa y todo el mundo estaba mirando atentísimamente sus sucesos : que ya era menester darles satisfacción á la esperanza de los amigos y á las dudas de los neutrales: que muchos en la ciudad, depositando la fe en el silencio ó temor, no espera- ban más que ver tremolar las banderas reales para levantar una gran voz en favor de España : que de la misma suerte los obstinados, por ventura que esta misma diligencia aguardasen para reducirse, dando

GUERRA DE CATALUÑA 285

así alguna disculpa á su mudanza: que esto no podía ser dudoso, pues donde la resistencia les convidaba con el sitio, ellos no habían atinado á defenderse, ni parece que lo solicitaban, según todo lo perdían sin pérdida.»

57 Templó luego con gran destreza el orgullo á que vanamente podían inducir sus razones, porque sin duda parece que en estos casos pende de la boca del caudillo el temor ó aliento de los subditos. Puso, no sin cuidado, antes las consideraciones apacibles, por dar á entender á los que escuchaban que su lengua le ministraba primero aquellos afectos que primero topaba en el corazón; ó fué también traerles última- mente á la memoria sus peligros, deseando que los tuviesen más cerca de los ojos, al tiempo que se de- terminasen : él no amaba ni elegía lo que alabó; antes sentía lo contrario; y añadió luego :

58 «Que ninguno debía arrojarse al precipicio por ver precipitado al que pasó delante : que no les obligase á torcer ó encubrir alguna parte de su sentimiento el haber entendido que su ánimo apetecía aquella em- presa: que midiesen atentamente las fuerzas del ejér- cito, y su disposición con la multitud de aquel pue- blo y obstinación de aquella ciudad: que tampoco tuviesen por infalibles las señales de recibir sus ar- mas y aclamar su nombre, porque en la astucia de los afligidos no hay promesa imposible ni segura : que si se les ofrecía otro modo más acomodado de cas- tigo que la batalla ó sitio, lo platicasen : que él sa- bía de su Rey que más deseaba el acierto que la ven-

286 FRANCISCO MANUEt DE MELÓ

ganza : que los alborotos presentes de España pe- dían atentísimo juicio cerca de los empleos de sus arm.as, porque muchas las ocasiones y uno el poder, era menester no ofrecerle á casos dudosos.»

59 Mandó luego que hablase públicamente el gober- nador de Monjuich, caballero catalán, que la noche antes, más obligado del temor que de la fidelidad, se pasó al ejército católico : informó en público de las cosas, particularmente de su castillo, y de otras de la ciudad, facilitándolas, como es uso en los que pre- tenden lisonjear y persuadir.

60 Callado éste, ordenó el Vélez se leyese pública- mente la carta de su Rey y las órdenes del Conde- Duque sobre el negocio de Barcelona; todo encami- nado á las prontas ejecuciones. Instaba el Conde en la expugnación, prometía el suceso, facilitaba los in- convenientes, y mostrábales el modo de la segura victoria; en fin, la disponía y juzgaba, sin otro funda- mento que su deseo vivo en cada palabra y letra.

Gi No hay juicio tan experto que antes de la expe- riencia comprenda el ser de las cosas; muchos ni aun después del estudio lo han conseguido. El favor de los príncipes puede hacer los hombres grandes, pero no cientes; algunos, fundados en aquella gracia del señor, como se ven superiores á los otros en la fortuna, piensan que lo son también á la misma for- tuna : el que subió ignorante al magistrado, ignoran- te caerá del magistrado; los hombres le aplauden y le engañan, la suerte los aborrece y escarmienta, ellos le suben sobre ella, y él se arroja desde allá después

GUERRA DE CATALUÑA 287

de subido. Erradamente suele mandarlo todo el que primero no mandó á pocos y obedeció á algunos; mas ¡qué erradamente dispone los ejércitos el que no ha manejado los ejércitos! Palabras estudiadas y bien compuestas no son más que sonido deleitable, sueño al príncipe que las escucha, poco después precipicio del principado: ninguno vence desde su retrete, bien que desde allí mande, contra la supersticiosa fe de un político : la guerra, animal indómito, jamás acabó de obedecer al azote, cuanto más al grito. Son testi gos los ojos de Europa de que en aquel célebre bu- fete, tan venerado de la adulación española, se han escrito muchas más sentencias de perdición que ins- trucciones de victorias. 62 Oían prontamente los del Consejo todas las razo- nes referidas del Vélez, y ninguno ignoraba ó desco- nocía los fines de cada cual : no hubo entre ellos hombre que seguramente entrase en aquella misma resolución, de que tampoco dudó ninguno, porque todos temían lo mismo que su mayor temía, y como menos poderosos, humillábanse más presto á la direc- ción de aquel que los mandaba. Sabían que Barcelo- na estaba en defensa, terraplenada su muralla, capaz toda de artillería, y con más de cien cañones aloja- dos en forma suficiente; llena de hombres desespe- rados, socorrida de soldados viejos, y no desampara- da de cabos expertos; suya la mar, los puestos im- portantes ocupados y defendidos; los vasallos fieles al Rey pocos y encubiertos; abundantísima la plaza de bastimentos. De otra parte, miraban su ejército

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

ya disminuido en infantería y caballería por la ham- bre, por la guerra y por la enfermedad, y principal- mente por las muchas guarniciones que iban dejando atrás; el enemigo á las espaldas con poder conside- rable de gente y en su país; el paso de Martorell poco seguro para la retirada; mucha gente bisoña, toda hambrienta; el manejo de las provisiones casi imposible; el mar no defendido, pocas galeras y mal armadas; en los cabos alguna desconformidad; los so- corros de Castilla, Aragón y Valencia lentos y apar- tados; todo los ponía en gran desconfianza. 63 El Garay pretendió á los principios se hiciese la guerra por Rosellón, como habemos dicho : todavía proseguía en su parecer, nunca se acomodó al sitio de Barcelona por aquella parte; consentíalo forzado ó respetoso. El Torrecusa juzgábalo ordinariamente : entendía que la empresa no era más de sitiar una ciudad grande, cuya defensa no podría ser larga. Xeli mostraba alguna dificultad en el sitio, creyendo que el poder no era proporcionado. El oidor Alarcón instaba porque se cumpliesen las órdenes reales. Los catalanes que seguían al ejército también incitaban por la recuperación de Barcelona, no mirando ni dis- curriendo más que sobre sus intereses. De los cabos menores, algunos eran de paiecerse dejase la ciudad (conforme al antiguo del Garay), y que el ejército va- gase por la provincia : que destruyese los campos y lugares cortos, sin detenerse en cosas de mucha di- lación y lidia: que el enemigo sin ejército capaz les dejaba libre el campo, donde se podían mantener, y

GUERRA DE CATALUÑA 289

dentro en los pueblos, apretarlos de tal suerte que los mismos naturales pidiesen sobre el castigo.

64 El Vélez no se desviaba mucho de esta opinión; pero el silencio de los tres cabos, Torrecusa, Garay y Xeli, le quitó osadía para resistirse á los manda- mientos del Rey. Fué resoluto por todos que el ejér- cito se mejorase hasta el lugar dicho Sans, media legua de Barcelona, que la ciudad se intentase, que se reconociese Monjuich como lugar principal de la expugnación, y que las fortificaciones de afuera lle- gasen á ser acometidas, porque con verdad se enten- diese su fuerza : que últimamente, manifestándose la justicia real con todas las gentes del mundo, segunda vez fuesen los catalanes convidados con el perdón, porque jamás se pensase que el Rey de su parte había faltado con alguna diligencia de padre ú oficio de señor piadoso.

65 Con esto marchó el ejército hasta el lugar señala- do, y se gastó todo aquel día en reconocer los pues- tos, avenidas y partes por donde la ciudad debía ser embestida. Encargóse de esta diligencia el Torrecu- sa con otros algunos oficiales en corto número. La grandeza del mando no desvía los riesgos, antes los soUcita. No se excusó jamás de ningún peligro por dar satisfacción á su cargo; y más á su opinión entre españoles, con quienes vivía siempre poco confiado.

66 Habíase últimamente entendido y propuesto la dis- posición de la empresa como les era posible, y en- tonces pareció conveniente enviar la carta propuesta á la ciudad; final protestación por la conciencia del

13

290 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Rey, y que había de ser excusa de los daños propin- cuos. Despachóse con un trompeta, según forma de la guerra. (j'j Contenía en nombre del Vélez, que hallándose con el ejército real sobre aquella ciudad, quería darse por obligado á advertirles que la orden de su Rey y sus propios designios eran sólo castigar los perturbado- res de la paz pública: que le recibiesen como á mi- nistro de justicia, y no como caudillo : que la cle- mencia católica, aunque ofendida de los excesos pa- sados, les ofrecía perdón y quietud, y estaba pronto á recibirlos como á hijos : que de esta suerte se po- dría remitir la saña de un ejército, que jamás suele parar en menos daños que ruina universal en hon- ras, vidas y haciendas : que abriesen los ojos y mi- rasen su peligro : que se compadecía como cristia- no, los amonestaba como amigo y los aconsejaba como natural é hijo de su provincia, y uno de los más interesados en su bien y conservación.

68 Acompañaba la carta del Vétez á otra del Rey es- crita con gentil artificio, porque encaminándose tam- bién al perdón, aunque firmada en aquellos últimos días, cuando ya no parecía decente, su data era muy anterior, mostrando haber sido escrita en aquel tiem- po en que las cosas merecían tratarse de otra suerte.

69 Era en estos días grandísima la turbación en la ciudad, afligida de los malos sucesos pasados y teme- rosa del poder y fortuna que la estaba amenazando : recurrían todos á Dios con ayunos, oraciones y abs- tinencias : las manos de los sacerdotes no dejaban las

GUERRA DE CATALUÑA 29 1

mañanas de obrar sacrificios apacibles al Señor, y las tardes no cesaban sus lenguas de persuadir al pueblo tristísimo la enmienda y penitencia de la vida.

70 Llegó en medio de estos desconsuelos comunes el pliego del Vélez, que les causó no pequeña novedad y mayor cuidado, cuando por aquella diligencia se conocía que sus contrarios no habían olvidado los ins- trumentos de la industria allí dentro de su mayor fuerza. Empezaron á temerse de nuevo de ellos y de mismos; tan cuidadosos contra el arte como contra la fuerza.

71 Juntáronse en Consejo, y leídas públicamente las cartas, hallaron que no tenían nada que prometerse de un ánimo que sólo procuraba endulzar los oídos ignorantes con palabras pías, por hallar mejor medio á la violencia y crueldad. Respondieron de común parecer que los progresos del ejército no daban lugar á que le esperasen en su favor, antes para desolación de la Patria : que no había modo de creer una fe de que las obras eran tan diferentes : que sus manos en las ocasiones pasadas se habían visto igualmente crueles en los que se entregaban y los que se defen- dían : que el que caminaba á la quietud no se acom- pañaba de estruendos y escándalos : que apartase de las armas y sería obedecido, porque entonces se conocería que lo negociaba el amor y no el miedo : que éste debía ser el primer paso de la concordia, y que habiendo de ser tal el medio de la paz, ^xómo po- dría dificultarlo siendo cristiano, amigo y natural?

72 Disponía el Vélez entretanto su ejercito como quien

292 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

no esperaba cosa de aquella diligencia; pero habien- do recibido el último desprecio en la respuesta de la ciudad, ordenó, con parecer de los cabos, que de todos los tercios se entresacasen dos mil mosqueteros á satisfacción de los que habían de mandarlos : que de éstos se formasen dos escuadrones volantes, de que se dio cargo al maestre de campo Don Fernando de Ribera y al Conde de Tirón, maestre de campo de irlandeses: que los dos subiesen la montaña de Mon- juich por ambos costados : que el primero le atacase por la parte izquierda, entre la campaña y fuerte de la eminencia, y el segundo por entre la ciudad y la montaña : que á estos escuadrones siguiesen ocho mil infantes, que se alojasen en forma de batalla por la falda del monte, mejorándose cuanto fuese necesario á los volantes: que el San Jorge con sus batallones ocu- pase la parte más llana de aquel costado para cubrir toda esta gente : que lo restante de la infantería se redujese á escuadrones de la forma que el terreno diese lugar; y que con este trozo se hiciese frente á la ciudad : que la caballería de las órdenes poblase un vállete que podría servir de avenida sobre el cuerno izquierdo, y desde allí procurase cortar la caballería enemiga si acaso se aventurase á salir contra los es- cuadrones : que el teniente Chavarría tomase con al- gunas piezas un puesto que se juzgaba acomodado para batir el fuerte : que el General y su corte se de- tuviese en el Hospitalet: que después de arrimados los volantes al fuerte, hiciesen todo lo posible por ganarle, socorriéndolos todos los tercios de la van-

GUERRA DE CATALUÑA 293

guardia : que el dueño y cabeza de esta acción fuese el Torrecusa, propio maestre de campo general del ejército : que el Garay gobernase como tal la otra parte de él, correspondiéndose y ayudándose unos á otros, conforme lo pedía la importancia del caso.

73 Igualmente desesperaron de la concordia los cata- lanes luego que recibieron la carta del Vélez : pare- cióles había llegado el último aprieto de su miseria : temieron el fin de aquel gran negocio, y aunque ya (según las cosas) parecía sin fruto, volvieron á llamar su consejo sabio, siquiera para perderse, si se per- diesen, como cuerdos. Juntáronse en número de dos- ciento votos; y entonces, más como en conferencia que consejo, habiendo exclamado primero (i) su pe- ligro, manifestaron los diputados la cortedad de sus fuerzas, la potencia contraria, la opresión de una gue- rra dilatada, el estrago de una venganza apetecida de tantos días, la intención de su enemigo y la justicia de su Patria.

74 Ministrábales entonces el dolor cuantas considera- ciones olvidaron al principio, resolviendo últimamen- te que la república se hallaba incapaz de defenderse por sus fuerzas solas : engañábales el espanto, porque en el estado presente ellos no podían sino entregarse ó defenderse. Oyéronse unos á otros con asaz confu- sión, mezclando las lágrimas del temor con las del enojo; en fin se conformaron.

(i) En la de iSoSdice: habiendo exclamado primero sobre su élitro.

294 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

75 Que ellos se hallaban en uno de los casos que las leyes ponen, en que á la república pueda ser lícito excusarse del imperio del señor natural y elegir otro, según los mismos fueros de la naturaleza: que el pre- texto del ejército era sólo la destrucción universal del Principado, abrasando sus campañas, arruinando sus pueblos, consumiendo sus tesoros, vituperando sus honores, y últimamente reduciendo la ilustre na- ción catalana á miserable esclavitud: que á fin de con- seguir su castigo, les convidaba el Rey con la hones- tidad de los partidos, disimulándose en todos el eno- jo que los movía, por lo cual, no sólo decíanles era lícito rehusar como violentísimo y tiránico el cetro de Felipe, sino que también debían nombrar y escoger un príncipe justo y grande á quien entregar la pro- tección de su Principado : que ninguno por virtud y por grandeza podía ser más dignamente dueño y am- paro de su nación que la Majestad Cristianísima de Luis Decimotercero del nombre. Rey de Francia, grande, justo y vecino, y á quien las razones antiguas de su origen, sin falta habían de inclinar á la estima- ción y agradecimiento de tales vasallos.

76 Habían precedido algunas pláticas del Plesís y Seri- ñán, que ingeniosamente mostraban la felicidad de la corona de Francia, haciéndolos entender que toda aquella quietud los guardaba á trueco de tan suave cosa, cual era entregarse á su imperio. Fué aquel día todo del temor, mas ni por eso dejó de tener su parte el interés, tocando los corazones de algunos: juzgaban éstos que con el nuevo señor, no sólo se

GUERRA DE CATALUÑA 295

aseguraban de la indignación del pasado, mas que también, sobre propicio, les había de ser oficioso, porque es costumbre de los que nuevamente suben al reinado honrar y engrandecer los instrumentos que los sirvieron al principio. '¡^ Otros pensaban que con la mudanza del dominio mudarían también de fortuna, igualando y excedien- do aquellos que no igualaban en el estado presente; como natural cosa en la rueda que vuelve y minis- tra la fortuna de los remos, al menor giro bajar la superficie con que miraba al cielo, y subir á su lugar la que tocaba al polvo.

78 Llevados de este general aplauso los catalanes, se levantó en el Consejo una voz común aclamando por conde de Barcelona á Luis el Justo, Rey de Francia, y detestando juntamente el nombre de Felipe: enton- ces, juntos los diputados, oidores y conselleres, hicie- ron escribir un papel de la justicia de su aclamación, convidando á la posteridad con las justificaciones de su hecho, calificado en famosas razones políticas y morales: escribieron juntos al Rey aclamado: avisaron al pueblo, que recibió el nuevo príncipe y gobierno fácil y alegre.

79 Dieron luego, como en posesión de su provincia, parte en las direcciones y acuerdos públicos á los cabos franceses con que se hallaban : nombraron tres para el gobierno universal de las armas : eran el Ta- marit, el Conseller en Cap de Barcelona y el Plesís» Formaron su consejo de guerra, donde llamaron al Seriñán, fray Don Miguel de Torrellas, Francisco

296 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Juan de Vergós y Jaime Damiá. En las estancias, ba- luartes y fortificaciones pusieron cabos franceses y catalanes, todos hombres de confianza cual se pre - tendía: la fuerza de Monjuich entregaron á monsieur de Aubiñí, y guarneciéronla con nueve compañías de gente miliciana, que todas constaban de hombres co- munes: á ésta se juntaban algunas de su mejor infan- tería del tercio de Santa Eulalia y el capitán Cabanas con hasta doscientos miquelets, y lo que entre todo venía á ser de mayor importancia, eran trescientos soldados viejos franceses, que se habían recogido para aquel efecto de diferentes tropas y tercios de los que entraron en el país.

80 Los franceses, hombres de valor y práctica, acu- dían sin perder punto al manejo y expedición de las varias ocurrencias y negocios, que cada instante eran de mayor peso y peligro: no cesaban de visitar las defensas, de amonestar la gente y animarla, de reci- bir y mandar órdenes á todo el país, de allanar dudas y conformar competencias. En fin, ellos, con gran dife- rencia de lo pasado, disponían las cosas como pro- piamente suyas; que en aquella parte no les engañó su esperanza á los catalanes.

81 Hallábase en Tarrasa el conseller tercero, y por aquellos pueblos retirada la mayor parte de la infan- tería que se escapó de Martorell, á quien se envia- ron órdenes que recogiendo toda su gente y convo- yando otra, bajase sobre Barcelona luego que tuviese noticia que el enemigo había asentado allí sus reales, porque no tuviese lugar de fortificarse seguro en nin-

GUERRA DE CATALUÑA 297

guna parte; aun ellos no pensaban de su furia de los españoles tanto, que temiesen la súbita embestida.

82 De la misma suerte se le ordenó al Margarit se fuese á Monserrate, y desde allí ocupase todos los pasos convenientes para estorbar los socorros del ejército real, y aun su misma retirada, si ellos se hubiesen en necesidad de seguirla.

83 Dispuestas así las cosas de una y otra parte, ama- neció el día sábado 26 de enero del nuevo año de 41, mostrándose sereno el cielo y claro el sol, quizá por darles ejemplo de quietud y mansedumbre al furor de los hombres.

84 A la seña de un clarín comenzó á moverse todo el ejército en aquella forma que se había ordenado por sus cabos: así tendido por toda la campaña, repre- sentaba á los ojos tan hermosa visión, cuanto lamen- table al discurso. Tremolaban los plumajes y tafeta- nes vistosam.ente, relucían en reflejos los petos en los escuadrones, oíanse mover las tropas de los caballos con destemplado rumor de las corazas; los carros y bagajes de la artillería, ordenados en hileras á seme- janza de calles, figuraban una caminante ciudad popu- losa; las cajas, pífanos, trompetas y clarines despe- dían todo el temor de los bisónos, dándole á cada uno nuevos bríos y alientos : el orden y reposo del movimiento del ejército aseguraba el buen suceso de su empresa; el coraje de los soldados prometía una gran victoria.

85 El Vélez en tanto, alegrísimo de ver sus gentes y la felicidad con que se hallaba ya cercano á la cosa

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

para que allí era venido, mandó hacer alto á los su- yos, y llamando para junto á su persona los que po- dían escucharle, dijo: 86 «Aunque la costumbre militar nos enseñe ser pro- vechosas las razones del caudillo antes del acometi- miento, yo no veo que ahora pueda ser necesario, porque ni la justificación de la causa que aquí os ha traído se puede olvidar á ninguno, ni tampoco hay * para qué acordaros, ¡oh españoles!, aquel excelente afecto de vuestro valor, que son las dos principales cosas que en tales casos se suelen traer á la memoria de los combatientes. De lo uno y otro son testigos vuestros ojos y vuestros corazones, aquéllos mirando la rebeldía contraria que os presenta esa miserable ciudad, y experimentando éstos los continuos impul- sos de vuestro celo. Yo por cierto tan ajeno me halla- ba ahora de persuadiros, que á no ser por respetar el uso de esta humana ceremonia de la guerra, excu- sara como desorden el deteneros aquí, creyendo que cada instante que os detengo en esta obra os estoy á deber de gloria y fama. Ni discurro por su des- aliento de los contrarios, que podéis medir por su delito, ni por la gran ventaja con que nos hallamos en todo á su partido, porque ya empecé á deciros que no han de ser mis palabras, sino vuestra razón, el móvil que arrebate los movimientos de vuestro espí- ritu; sólo os debo advertir que si la suerte no quisiese acomodarse á dispensarnos sin sangre la victoria, no os debe costar mucho cuidado á los que faltaréis el amparo de las prendas que dejéis en la vida; porque

GUERRA DE CATALUÑA 299

la piedad, la grandeza y la promesa de vuestro Rey os puede justamente aliviar este peso, que es todo lo que cabe en el poder de los hombres cerca de la co- rrespondencia con los que acaban. De oso á deci- ros que habré de ser compañero á los vivos y amigo á los muertos, y que si á costa de cualquier daño mío se pudiese excusar vuestro peligro, habré yo de ser el primero que me ofrezca á él por cada cual de vosotros.»

87 Ya las últimas palabras de este razonamiento se oían medio confundidas de las voces de los soldados, que en diferentes cláusulas sonaban por todas partes, clamando y pidiendo la vida de su Rey y de su gene- ral y el castigo de sus contrarios. Echaron casi todos los sombreros al aire en un mismo tiempo, señal co- mún de alegría y conformidad en los ejércitos, y vol- viendo á su primer movimiento, en breve espacio de tiempo llegaron á asomarse los batidores á vista de Barcelona por la Cruz Cubierta, que mira al portal de San Antonio.

88 La ciudad, habiéndolos reconocido, también co- menzó á crecer en ruido tal, tan furioso y melancólico, que bien informaba de la gran causa de que proce- día. Entonces el Tamarit, con los mariscales Plesís y Seriñán, que se hallaban reconociendo los puestos, viendo que los seguía mucha gente y que su tristeza revelaba la gran duda en que se hallaba su ánimo, juzgando ser conveniente darles algún aliento, hizo seña de querer hablarlos, y fué fama les dijo así:

89 «Si dudáis, valerosos catalanes, por la condición de

FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

la fortuna, yo creo tenéis razón; pero si mostráis te- mer las fuerzas que os amenazan, vano y ocioso es vuestro recelo: vecino está vuestro mayor enemigo: veislo allí, detrás de aquella montaña se esconde la ruina de vuestra Patria: veis, allí está el gran vaso de veneno que presto se pondrá en vuestras manos: escoged, señores, si lo queréis beber para morir infa- memente, ó si arrojarle haciéndole pedazos, en que consiste vuestra vida: todo se verá presto en vuestra elección, y de lo que estuviere por cuenta de Dios bien podemos contarnos por seguros que no correrá peligro. Volved, sobre vosotros, que este gigante es hueco, ó á lo menos estatua de bálago: muchas de sus tropas bisoñas, algunas desarmadas y todas opri- midas : ninguno pelea por amor; el que más hace, vie- ne; el que más desea se vuelve, hallando por dónde; el que más sabe no es obedecido: su Rey ausente, su general con pocas experiencias, sus cabos enemigos, hambriento todo el campo, manchado de pecados, y sus espíritus llenos de propósitos torpes, su justicia ninguna, y lo que es más, la suerte de aquel Rey can- sada de favorecerle. <Qué es lo que teméis, sino que no lleguen presto y que se os escape de las manos este triunfo? Por vosotros está la razón : hoy habéis de acabar el grande edificio de la libertad que habéis levantado: hoy se ha de dar la sentencia en que se publicará al mundo vuestra gloria ó vuestra infamia: á este día se dedicaron todos los aciertos que obras- teis hasta ahora; punto es éste en que se definirá á la posteridad vuestro nombre, ó por libertador ó fe-

GUERRA DE CATALUÑA 30I

mentido : aguardad y sufrid constantes los golpes del contrario, que no se os ha de dar barata la gloria de este dichoso día. Si os atemoriza el ver que han ven- cido hasta aquí, ésa es más cierta señal de su próxi- ma ruina. Si creéis á mis palabras, luego veréis mis acciones : yo no soy de los que procurarán reservarse para el premio; capitán quiero ser de los muertos, y si no os hago falta, yo quiero ser el primero que os falte : si no me hallareis entre vosotros, buscadme allá entre los enemigos. Una sola cosa os pido entra- ñablemente; que guardéis en esta ocasión la obser- vancia de las órdenes militares, y que más quiera cada cual ser cobarde en su puesto que valiente en el ajeno, porque de la consonancia de los constantes y los osados pende la armonía de la victoria. Con vosotros tenéis la fortuna de César; de César no, que es poco, pero del mayor Rey de los cristianos, del más venturoso de los vivientes: no es éste sólo el que os ha de defender. ¿Qué otra cosa ha querido mostraros el Cielo en la tan impensada nueva que hoy se os entró por las puertas del nuevo Rey de Portu- gal, sino que anda Dios juntando y fabricando prín- cipes por el mundo para defenderos con ellos? La majestad de un Rey justo os asiste; la hermandad de otro justificado se os ofrece; la inocencia de una jus- tísima república os ampara; el poder de un Dios so- bre todo justo os ha de valer, > 90 Acabó el diputado, á cuyas razones los cabos fran- ceses añadieron algunas palabras en abono del afecto de su Rey, prometiéndoles en su nombre socorro y

302 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

descanso. Respiró con esto la plebe del dolor que la oprimía, sin otra diligencia que haber creído sus afectos. 91 Luego los cabos ó gobernadores de las armas man- daron que la infantería de los tercios principales guarneciese toda la muralla; era en número suficien- te á mayores defensas. El regimiento del Seriñán ocupó las puertas, y con particularidad se le encargó la defensa de la media luna del portal de San Anto- nio, la de mayor riesgo. Los capitanes de caballos franceses y catalanes, M. de Fontarelles, M. de Bri- doirs, M. de Guidane, el de Sagé y el de la Talle, Don Josef Dardena, Don Josef de Pinos, Henrique Juan, Manuel de Aux y Borrellas, todos á orden del Seriñán, formaron sus batallones, haciendo frente al enemigo en aquel llano que yace junto á los caminos de Valdoncellas y el Crucero. Previniéronse las bate- rías en todo el círculo de la muralla: separóse á una parte alguna gente para el socorro del fuerte, y en otra las reservas con que se había de acudir á la misma ciudad. Facilitóse el modo de municionar la gente, empleando en este servicio la inútil: á otros se dio cuidado de retirar los muertos. Abriéronse los hospitales y casas de devoción. Algunos entendían en el regalo y esfuerzo de los otros, acariciándolos, como sucede al cazador regalar el lebrel por echarle á la presa. Algunos se ocupaban en incitar al vulgo con altos gritos; cuáles prometían premios al que se señalase en el valor y resistencia. En medio de éstos no faltaban muchos que temían y lloraban; en ñn,

GUERRA DE CATALUÑA 3O3

todos ocupados en la incerteza (i) del suceso, el que más le esperaba feliz no dejaba de mirarle contin- gente. Los templos, patentes al pueblo, aseguraban á todos misericordia.

92 Continuábase lentamente la marcha del ejército, y con más vivo paso el trozo de la vanguardia desti- nado á la expugnación de Monjuich; pero habiendo llegado á los molinos, hizo alto: el segundo trozo vol- viendo la frente á la ciudad estúvose, y á su mano izquierda la artillería y la caballería en sus puestos, señalados en la forma que atrás hemos escrito.

93 Subía la vanguardia al monte, donde habiéndose ya mejorado en alguna parte el primer batallón, que constaba de los dos escuadrones volantes, se dividió á los dos caminos que cada cual había de seguir: los otros de aquel mismo trozo, formando un solo cuerpo, pretendieron subir la eminencia; con asaz trabajo de los soldados lo podían conseguir espaciosamente.

94 Pero porque nos sea más fácil dar á entender la disposición de la embestida, describiré en este lugar la ciudad de Barcelona y su Monjuich con toda bre- vedad posible.

95 Barcelona, dicha de Ptolomeo Brachino, antigua cabeza de su condado y metrópoli ahora de toda la tierra llamada Cataluña, creen sus historiadores ser fundación de Hércules Líbico; bien que algunos, más atentos á la verdad que á la gloria, juzgan ser obra de Barcino, como su nombre parece lo da á entender.

(i) En la edición de 1808, incertidumbre.

304 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Frecuentáronla y la engrandecieron los cartagineses y romanos, que un tiempo la llamaron Favencia; no menos los godos, por la comodidad que ofrecía su puerto al comercio del África, Italia y España. Agro Laletano decían los antiguos á la campaña, donde yace tendida en una vega no muy dilitada, pero her- mosamente cubierta y abundante, que se compren- de entre los dos ríos Llobregat, que es el Robricato, á la parte del Poniente, y Besos, que fué el Bétulo, á la de Levante; y aunque no muy vecinos, sirven de fertilizar su tierra. Cíñenla en forma de arco más de medianamente corvo unas montañas, terminadas de una y otra punta en la mar, que puede servir de cuerda al arco de las serranías por la línea de su ho- rizonte, el cual cierra el arco de un extremo á otro hacia Mediodía. Sube desde el agua por la punta occidental, caminando al Septentrión, un promonto- rio que, después de parar en una mediana eminencia, va cayéndose de esotra parte en más dilatada cuesta; este es el monte llamado Monjuich, que algunos quie- ren signifique monte de Jove, en memoria de que los gentiles habían allí fabricado á su Júpiter aras y tem- plo. Otros le interpretan monte de los Judíos, por ser en algún tiempo cementerio de aquella gente; séase ésta ó aquél. Abriga á la ciudad por aquella parte de la fuerza de los vientos ponientes, y ayuda á su sani- dad, reparándola del vapor de ciertas lagunas que están de esotro lado de la montaña; pero cuanto sirve á la salud desordena su defensa. No sube mucho, pero levántase aquella altura que basta para quedar

GUERRA DE CATALUÑA 305

eminente á toda la ciudad, de la cual, apartado poco más de mil pasos, ofrece contra ella acomodada bate- ría. Guardó aquel sitio sin defensa alguna la confian- za ó la ignorancia de los pasados. Sólo habían fabri- cado en lo más alto una pequeña torre, que servía de atalaya al mar y puerto; pero recelosos ya de la po- tencia del Rey, que los amenazaba desde los prime- ros alborotos, entendieron en fortificar aquella parte dañosa notablemente. Comenzaron la fábrica por in- dustria de personas ignorantes ó difidentes; dispúsose tan grande, que pareció imposible de proseguir: pa- raron con la obra hasta que el temor del ejército des- pertó segunda vez su cuidado: redujeron la larga fortificación comenzada á un mediano fuerte en forma de cuadro, defendido de cuatro medios baluartes: cortaron lo que pudieron del monte en zanjas y cavas altas, y atravesáronle con algunas trincheras en las estancias convenientes : esta es Barcelona y Monjuich.

96 Eran las nueve del día cuando el escuadrón volan- te, gobernado por el Conde de Tirón, que subía por la colina opuesta á Castelldefels, atacó la primera escaramuza, aunque el Conde, con ánimo bizarro, pro- curaba más acercarse que ofender, ó defender de las muchas cargas de mosquetería con que ya le recibían los contrarios; todavía, reconociendo su daño y des- igualdad, ordenó á su gente pelease como le fuese posible.

97 Habían pensado los cabos católicos antes de la embestida, mucho menos de la fortificación de lo que hallaron después; este mismo yerro les sucederá siem-

20

306 FRANCISCO MAKUEt DE MELÓ

pre á los fáciles en persuadirse de informaciones del enemigo; era así común el peligro en todos; á pecho descubierto ó cureña rasa, según su estilo, se esta- ban firmes peleando con hombres cubiertos de sus defensas. La tierra propia comunica alientos contra el que pretende ganarla, y puesta delante da ánimo al más cobarde para defenderse. Esto quisieron decir los antiguos por las ficciones de su Anteo. El que no defiende su Patria, ó no es hombre ó no es hijo.

98 Murió de un mosquetazo por los pechos el Tirón, ilustrísimo irlandés y firmísimo catóHco, soldado de larga experiencia, con sentimiento y agüero de los que mandaba, juzgando por infeliz pronóstico la anti- cipada muerte de su cabo. Sucedía á este escuadrón el de portugueses, gobernado por Don Simón Masca- reñas: reparó diestramente en la duda ó espanto de los que no se mejoraban pudiendo hacerlo; y habien- do sabido que la causa era la muerte del maestre de campo, dejó su puesto y se pasó á gobernar el volante con bizarro' ejemplo.

99 No cesaban un punto las cargas de mosquetería por todas partes, si bien con menos daño en la que gobernaba el Ribera: era su camino más acomodado, porque se enderezaba por el fondo de una canal que entre mismo abre el monte, y va á fenecer en el frente de la antigua torre de la atalaya. Como pudo marchar cubierto, no fué sentido hasta que improvi- samente dio la carga sobre todos los que defendían lo alto de la colina.

100 Apenas había llegado á su nuevo lugar el Masca-

GUERRA DE CATALUÑA 307

reñas, cuando mandó avanzar el escuadrón, que aflo- jando por la muerte del Conde y muchos otros que de continuo caían en tierra, había perdido buenos pasos: ayudólos la ocasión, porque á este mismo tiempo se descubría ya otro escuadrón, que gobernaba el sar- gento mayor Don Diego de Cárdenas y Lusón, por su maestre de campo Martín de los Arcos, que de pocos días había muerto: alentáronse uno á otro, y prosiguieron la embestida con grande aliento. Era práctico el Cárdenas, y reconociendo el lugar, mandó mejorar algunas mangas de mosquetería, que, revol- viéndose sobre el costado derecho, daban la carga por las espaldas á los catalanes y defendían las trin- cheras de la colina, donde el Mascareñas llevaba el frente; pero ellos, conociendo su peligro, puestos en retirada, se fueron al abrigo de su fuerte, dejando los puestos, no sin considerable pérdida de los españo- les. Fué muerto el sargento mayor Cárdenas, que retiraron pasado de dos balazos, y el maestre de cam- po Don Simón, herido dichosamente en la cabeza: murieron otros capitanes y soldados, dejando á los suyos más gloria que utilidad, porque habiendo ga- nado con gran peligro y afán, hubieron de perderlo luego, retirándose fácilmente del puesto, loi Guarnecía la estancia de Santa Madrona y San Ferriol, por los catalanes, el capitán Gallert y Valen- cia con menos cuidado de lo que pedía la ocasión; re- cibieron los avisos (i) de su descuido por las mismas

(i) En la edición de l8o8, y asi recibieron.

308 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

bocas de los mosquetes contrarios. Comenzó á inquie- tarse la gente, ayudándoles para el susto el peligro y la novedad; pero los capitanes, haciendo por fuerza volver las caras á los suyos, mandaron darle la carga; no los dejó el temor obrar ni obedecer más que á su misma violencia; cumplieron los dos su obligación; mas ni su ejemplo ni las voces fueron bastantes á detenerlos. Viendo el Valencia su peligro, hizo como se retirasen con algún concierto, y dejándolos ya seguros, subió á pedir al Aubiñí les socorriese con alguna gente práctica, porque, mezclada con la suya, sirviese como de corazón al cuerpo de sus naturales.

102 En medio de esto, habiendo reconocido el Seriñán que las tropas del San Jorge se asentaban en aquel puesto, sólo á fin de embarazar todo el socorro y retirada de la gente de Monjuich, quiso ver si podía inquietarlo y moverlo, porque entonces le quedase más acomodada la empresa.

103 Ordenó al capitán Aux que con algunos caballos catalanes y franceses, al abrigo de una manga de mos- quetería, saliese á escaramuzar con el enemigo. Aco- modó el capitán sus infantes, arrimándolos sobre la margen opuesta á la caballería del San Jorge, donde, alteándose por aquella parte la tierra, le servía de trinchera. Eran continuas las cargas de los mampues- tos, cuyo daño provocaba más al San Jorge que no la osadía de los caballos que le convidaban á la escara- muza: mandó salir algunos de los suyos por entrete- nerlos; pero los catalanes advertidamente se retira- ban, dejando siempre firme la infantería, porque cada

GUERRA DE CATALUÑA 309

instante se reconocía más el daño de las tropas reales.

104 Entonces vino á entender el San Jorge que su salud consistía en desalojar de aquel sitio al enemi- go, y que con su caballería, aunque poca, bastaba para tenerle seguro si una vez se ganase. Avisó al Garay, que mandaba los escuadrones de la frente, porque le enviase doscientos mosqueteros para aquel servicio; pero él, en fin, hombre agudo, conociendo el suceso, se excusó de mandárselos, diciéndole que sufriese cuanto le fuese posible la carga del enemigo, porque si le arrojaba de aquel puesto, habría de ser forzoso ocuparlo al punto con sus tropas; lo que era sin duda de mayor peligro, pues cuanto se mejoraba, tanto se descubría más á las baterías de sus cañones.

105 No se acomodó el San Jorge á su sentimiento: vol- vió á mandar pedir á los escuadrones más cercanos se le enviase alguna infantería: llegó prontamente, y poniéndola en parte acomodada, empezaron á dar tan furiosas cargas al mampuesto contrario, que á pocas rociadas volvieron los catalanes las caras, reti- rándose hacia la muralla y media luna del portal de San Antonio. Pero apenas habían dejado el puesto, cuando el San Jorge, por no dar lugar á que le ocu- pasen con mayor poder, movió con los batallones de su vanguardia adelante, y pasó á formarlos en el sitio que el enemigo había perdido.

106 Viéndole ya tan empeñado el Seriñán, mandó le batiesen con la artillería: hízose con todo efecto, antes que él pensase en si podía retirarse. Tras de la

310 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

batería salieron por escaramuzar con las suyas algu- nas tropas de caballería francesa, dándole á entender que en ellas consistía todo su grueso, según el modo porque le acometían y se retiraban.

107 Era el San Jorge caballero mozo y de gran valor: procuraba engrandecer su nombre, mereciendo en los excesos de la bizarría el anticipado aplauso que ya gozaba entre españoles, que amaba en extremo: juzgó que la fortuna le había traído el mejor día: lle- vado de esta esperanza, no quiso ó no supo mirar la incertidumbre. Despachó luego un teniente con aviso al Quiñones, que gobernaba la de las Órdenes (y con sus caballos ocupaba lo más hondo del valle por cu- brir el cuerno izquierdo), para que viendo embestir sus tropas, á cuyo golpe sin duda el enemigo había de volver, le cortase, metiéndose con la cara á Mon- juich, y dándole el costado diestro á la ciudad.

108 Con esta diligencia, creyendo no faltaba otra para la victoria, mandó prevenir toda su gente para la em- bestida. Continuaba el Aux en inquietarle, cuando el San Jorge, recibiendo la carga, corrió á toda furia.

109 No cesaba el juego de la mosquetería de todas las defensas con más daño que horror, ni el de las baterías con más horror que daño : uno y otro bastante á de- tener á cuantos con menos aliento ó con más cordura veían aventurar sus vidas desesperadamente. Movié- ronse todos con el San Jorge; pero acompañóle sólo su batallón de corazas y el que gobernaba Filangieri: corrían con tanto ímpetu, que el desdichado Duque no tuvo lugar de advertir el poder de su contrario ni

GUERRA DE CATALUÑA 31I

la falta de los suyos : corri(3, en fin, como quien co- rría á la muerte, dando entre todos señaladas mues- tras de su gran aliento, lio Hallábanse en sus puestos los monsieures de la Halle y de Godenés con dos buenas compañías de caballos franceses, que, advirtiendo la ceguedad de los españoles y los pocos que ya seguían sus cabos, volvieron sobre ellos con gran destreza y valentía. Encendióse bravamente la escaramuza, al mismo paso que en los unos iba faltando la esperanza de la vida, y en los otros crecía la de [la] victoria.

111 El San Jorge, ya como perdido, viéndose seguir de pocos y entre todo el poder de su enemigo, procu- ró revolverse con ellos, y hacer con ellos la entrada por la puerta de la ciudad, creyendo que antes le so- correría el Quiñones, que por instantes aguardaba; pero él, que desde luego reconoció el peligro de su pensamiento, no se dispuso á remediar el daño por no entrar también á parte con él. Miraba desde su puesto la tragedia del otro : ellos dicen que la igno- raba; pero su templanza pareció aquel día excesiva cordura.

112 Prosiguió el San Jorge su desigual escaramuza has- ta llegarse á la mosquetería de los reductos de afue- ra, con que se defendía la puerta, y siendo conocido por el hábito (y más lo pudiera ser por el valor), tirá- ronle muchos y le acertaron cinco balas, de que cayó en tierra mortalmente herido. Cargaron á socorrerle hasta veinte soldados de los suyos, parientes y ami- gos, y algunos otros oficiales, señalándose entre ellos

312 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

el Filangieri, y recibiendo muchas heridas, todas mortales, aunque más dichosas.

113 Murieron noblemente sobre el cuerpo de su caudillo al golpe de espada los capitanes de caballos Don Mucio y Don Fadrique Espatafora y Don García Cavanillas. Los golpes, el estruendo, el humo, el clamor y sangre, mezclados confusamente, los vivas de los que triunfa- ban, los ayes de los que morían, todo formaba una cons- tante lástima de sus malogrados años y esperanzas.

114 Algunos que le seguían, llamados quizá del mismo peligro, viéndole ya perder la vida, se contentaron con escapar su cuerpo desangrado : rompieron furio- samente por entre los franceses, que, admirados ó coléricos, cargaban sobre los rendidos; tuvieron lugar entonces de retirarle lánguido y casi muerto, en cuya compañía pudo también escaparse el Filangieri.

115 Estaba á media ladera de la montaña el Torrecusa, cuando vio mover intrépidamente el hijo: no dejó de temer su resolución, pero alegróse interiormente de tenerle por compañero en la victoria que esperaba : alzó la voz, y arrebatado del afecto natural de padre, bien que distante, dicen que dijo: «¡Ea, Cario María, morir ó vencer; Dios y tu honra!»; palabras cierto dig- nas de im grande espíritu.

116 Subió después á las trincheras, donde por instan- tes recibía avisos de los malos sucesos, y los reme- diaba según le era posible. Hallábanse los tercios ocupada y ceñida (i) ya casi toda la eminencia, y los

(i) En la edición de 1808 dice ocupando y ciñmdo.

GUERRA DE CATALUÑA 313

que más perdían eran aquellos que más habían gana- do, porque cuanto llegaban á descubrirse más pres- to, daban más tiempo á los contrarios de emplear en ellos sus baterías. Caían cada instante por todos los escuadrones muchos hombres muertos: otros se reti- raban heridos: ya ninguno esperaba la hora de la vic- toria, sino la de la muerte; ni su consideración se ocu- paba en el modo de pelear con reputación, sino de escaparse con ella. Tal era el daño; en los grandes riesgos, pocos discursos abrazan la osadía.

1 1 7 No fué menor el espanto de los catalanes, viéndose en tan corto número, mal defendidos de una sola for- tificación ocupada en torno de las banderas enemi- gas. Dieron señales á la ciudad, según habían con- certado, pidiéndole socorros, porque de aquella mis- ma detención, que en los españoles era ya duda, se temían ellos, pensando que descansaban para volver al asalto con mayor brío. Hacían grandes humaredas de pólvora humedecida, según uso de la guerra; co- rrespondían los de la ciudad con otras no menos co- nocidas.

118 Mientras en Monjuich se combatía de esta suerte, los que hacían frente á Barcelona también procura- ban inquietarla con baterías de sus cañones y algu- nas mangas que sacaban cubiertas, según el terreno permitía, por desalojar al enemigo de la muralla.

1 19 Gobernaba la artillería en la ciudad el capitán Mon- far y Sorts, hombre práctico en este ministerio: no descansaba de trabajar en aquellas baterías, que me- jor podían ofender los escuadrones contrarios: em-

314 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

pleó algunas, todas en gran daño de los españoles, que reconociendo cada vez más la resistencia de la plaza y fuerte, á gran priesa desconfiaban del suceso.

1 20 Hallábase la ciudad más alentada, viendo que tan contra su temor el enemigo se detenía, añadiéndosele de ánimo y de esperanza todos los espacios de tiem- po que se veían perder. De esta suerte se peleaba con bravo aliento, y de esta suerte se esperaba el combate universal, ñrme cada uno en su puesto, cuando los cabos, advertidos de las señales de Mon- juich, comenzaron á mandar se entresacase gente de guarnición para el socorro del fuerte: no fué peque- ña duda entonces, porque cualquiera pretendía ser el primero, corriendo desordenadamente á aquella parte por donde había de salir el socorro. Venció la dili- gencia y autoridad del diputado y los que le seguían la dificultad en que les ponía su mismo efecto; y así, separando de todos cerca de dos mil mosqueteros, la gente más ágil, para que pudiese llegar con pronti- tud, se despachó el socorro á buen paso por el cami- no encubierto que va desde la ciudad al fuerte, al mismo tiempo que la gente conducida de la ribera desembarcaba al pie de su montaña y la subía.

121 Habían los reales, que combatían arriba, muchas veces acercado y retirado sus escuadrones, conforme la resistencia con que los recibían. Algunas veces, según era el aliento de los capitanes que gobernaban las escaramuzas, se juntaban tres y cuatro, y con in- útil gallardía corrían hasta tocar las mismas defensas y trincheras del enemigo; otros, oprimidos del es-

GUERRA DE CATALUÑA 315

panto y del riesgo, se retiraban. En estas ondas pare- ce que fluctuaba su fortuna de estas y aquellas ar- mas, ó por más alto modo, en estos visos mostraba la Providencia cómo á su disposición estaba el casti- go de unos y otros, pues con tanta diferencia los mo- vía, ahora pareciendo éstos los vencedores, y ahora mudando toda la apariencia del suceso por bien pe- queños accidentes. 122 En esta neutralidad llegó el Torrecusa, que enga- ñado entendía, después de ver mover al hijo, no le faltaba otra cosa que acabar con el fuerte para alzar el grito de la victoria. Y viendo los soldados con des- mayo y aun los otros cabos sin orgullo, dio voces, incitándolos al acometimiento. Persuadiéronse con la presencia y autoridad del que los mandaba, y se me- joraron hasta que por todos fué reconocido ser el asalto imposible por falta de escalas y otros instru- mentos con que el arte lo facilita. Hallábase en aque- lla parte del fuerte un artillero catalán, diestrísimo en su manejo, el cual, viendo que el enemigo se le acer- caba tanto, dio fuego á un pedrero grueso, alojado en uno de los flancos del fuerte, que defendía todo aquel lienzo donde los reales hacían la frente. Fué grandísimo el daño que recibió la vanguardia; empero ni por eso perdieron tierra los españoles, antes se acercaban cada vez más : con todo, viendo el Torre- cusa ya con experiencia cómo la escalada de aquella vez era imposible sin otras prevenciones, mandó con repetidos avisos al Marqués Xeli, general de la arti- llería, le enviase escalas en número bastante, porque

3l6 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

él no había de bajar, dejando el fuerte en manos del enemigo. Ordenábale también que no parase en las baterías de la ciudad, porque los socorros no subie- sen tan prontos; que todo vendría á estorbársele si los escuadrones de abajo hacían semblante de la em- bestida.

123 Continuábanse las cargas de una parte y de otra, aunque la pérdida de los catalanes, reparados de las trincheras y fuerte, era muy desigual á la de los rea- les todavía, como también lo eran sus fuerzas; y reco- nociendo que su deliberación procedía en embestir- los dentro de sus defensas, llegaron casi á desesperar del suceso; no faltando algunos, como es cierto, que ya entre platicasen las buenas condiciones de un partido: otros, menos advertidos, con lamentables quejas acusaban y maldecían su desdicha.

124 El Vélez, con diferente cuidado que el Torrecusa, se hallaba considerando y mirando lo que pasaba en todas partes, y sentía interiormente, como hombre cuerdo, que habiendo sido el mayor socorro en que. se fiaba la confidencia prometida, hasta aquel punto no se reconocía en la ciudad señal ninguna en favor del ejército; antes una común y firme voluntad á la resistencia.

125 Al sonido de las voces, que cada vez crecía con más desesperación en todos los que esperaban por instantes la muerte, salió á la plaza superior del fuer- te el sargento Ferrer, llevado de algún eficacísimo impulso, y con celo de verdadero patricio procuró entregar la vida por la defensa de su república. Era

GUERRA DE CATALUÑA 317

común en los catalanes la voz de que todo se perdía y que el enemigo los asaltaba, cuando Ferrer, impa- ciente, miraba á un lado y otro por reconocer la parte donde eran acometidos: topó antes con el semblante de la gente que marchaba de socorro, así de la ciu- dad como de la marina, que ya se hallaba más cerca del fuerte que los mismos escuadrones contrarios. Entonces con nuevo aliento levantó el grito publi- cando el socorro: volvió sobre la gente entre alegre y temerosa, multiplicando sus fuerzas y dilatando su espíritu de tal suerte, que ellos comenzaron á osar con tanto exceso como de antes habían temido. 126 Llegaron los nuevos soldados llenos de valor y envidia unos de otros : comenzaron á dar pesadas y continuas cargas á los reales, que á pocos pasos de su embestida conocían por el brío del segundo com- bate cómo se fundaba en nuevas fuerzas. Aumentá- banse las muertes y peligros por todas partes; en ninguna había lugar seguro : los valerosos eran los más desdichados (si podemos llamar ruin suerte aque- lla que dispone la gloria y la fama) : la osadía y cons- tancia eran continuas negaciones del peligro. El que procuraba adelantarse á los más, en un instante le retiraban en brazos del amigo ó del dichoso: quien pretendía aplauso por sus acciones, ellas mismas lo llevaban más ciertamente á la lástima (de esta suerte engañó á muchos la Fortuna en la mesa de Marte). Murieron lastimosamente Don Antonio y Don Diego Fajardo, entrambos sobrinos del Vélez, hijo el pri- mero de Don Gonzalo Fajardo, y nieto el segundo de

3l8 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

Don Luis Fajardo, general que fué en el mar Océano, iguales en edad tierna y anticipada desdicha. Otros caballeros y capitanes murieron en aquel día, de cu- yos nombres no podemos hacer cierta relación: aun en esto les siguió la desdicha, acabar sin esta cere- monia de la fama que se ofrece á la posteridad como en sacrificio.

127 Á la parte de San Ferriol se habían engrosado los reales, porque todos embistiesen á un mismo tiempo; pero como para acometer aquella estancia era fuerza descubrirse á las baterías de la ciudad, cuando llega- ron á ser descubiertos fueron bravamente batidos de las culebrinas, que aunque desviadas buen espacio, no dejaron de hacer tan grande efecto que los espa- ñoles no se atrevieron á pasar, con poca satisfacción del Ribera, que los mandaba.

128 Ningún desaliento ó retirada de los suyos bastaba para que el Torrecusa dejase de forzarlos, porque al mismo instante cobrasen lo que habían perdido. Mi- diendo el tiempo, quería alojar su gente en parte donde pudiese dar la escalada al mismo punto que llegasen los instrumentos, y así (i) no les faltase el día (circunstancia tan notable en las batallas); pero como el daño y mortandad era grande, ordenó que aquel escuadrón del costado izquierdo, que recibía lo más furioso de la batería contraria, se abrigase en unos olivares que estaban á un lado del mismo es- cuadrón.

(i) En la edición de 1^0^, porque no les faltare.

GUERRA DE CATALUÑA 319

129 Hallábase ya en aquel bosque de mampuesto el capitán Cabanas con su compañía, y pretendiendo entrar por esotra parte de él á desalojar los españo- les, fué reconocido su intento de una tropa de caba- llería real que tenía aquel llano, la cual, revolviendo por las espaldas de otro escuadrón, quiso cortar al Cabanas; pero también se lo estorbó la artillería de la muralla, que obligó á volver la tropa, y aun á reti- rarse del lugar en que antes estaba, no lográndose por entonces los intentos de éstos ó aquéllos.

1 30 Mientras duraba el combate en Monjuich y la bate- ría de la ciudad, que el Xeli continuaba con más fu- ria después de la orden del maestre de campo gene- ral, no cesaban los diputados y conselleres con toda la gente noble de visitar la muralla y los puestos de mayor importancia en vivísimo cuidado, animando á todos y prometiéndoles seguro el vencimiento.

131 Constaba su guarnición de los tercios de sus patri- cios, que gobernaban los maestres de campo Domin- go Moradell, Galcerán Dusay, Josef Navel. Los cabos y oficiales franceses con extraordinaria fatiga se ha- llaban en todos los sucesos, unos y otros nuevamente animados, viendo lo poco que obraban sus enemigos en tantas horas de trabajo. Este aliento de los cabos, deducido, como suele, á los soldados y gente inferior, brotaba felicísimamente en los ánimos populares; de suerte que en poco tiempo, con extraña diferencia, ellos en su corazón y en sus obras mostraban no te- mer el ejército. Habían notado la derrota de la caba- llería española, y aunque hasta entonces no se enten-

320 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

día cumplidamente su buen suceso, todavía la certeza de no haber perdido ninguna de sus tropas los había dado esperanza y alegría.

132 Eran las tres de la tarde, y se combatía en Mon- juich más duramente que hasta entonces, porque la ira de unos y otros con la contradicción se hallaba en aquel punto más encendida. Iban entrando sin cesar los soldados á las baterías del fuerte: el que una vez disparaba no lo podía volver á hacer de allí á largo espacio, por los muchos que concurrían á ocupar su puesto. Afírmase haber sido tales las rociadas de la mosquetería catalana, que mientras se manejaba, á quien la escuchó de lejos parecía un continuado so- nido, sin que entre uno y otro estruendo hubiese intermisión ó pausa perceptible á los oídos.

133 Confusos se hallaban los españoles, sin saber hasta entonces lo que habían de ganar por aquel peligro, porque ya los oficiales y soldados, llevados del recelo ó del desorden, igualmente dudaban y temían el fin de aquel negocio. Algunos lo daban ya á entender con las voces, acusando la disposición del que los traía á morir sin honra ni esperanza, como ya deseoso de que no escapase de aquel trance ninguno que pudiese acusar sus desaciertos. No dejaba de oir sus

^ quejas el Torrecusa, ni tampoco ignoraba su peligro; empero entendía que siéndole posible el estarse fir- me, sin duda los catalanes perderían el puesto, por ser inalterable costumbre de las batallas quedarse la victoria á la parte donde se halla la constancia con más actividad. Instaba con nuevas órdenes al

GUERRA DE CATALUÑA 32 1

Xeli le enviase instrumentos de escalar y cubrirse; por ventura, raro ó nunca visto descuido en un sol- dado grande, disponerse á la expugnación de una fuer- za sin querer usar ó prevenir ninguno de los medios para poder conseguirlo.

134 Había llegado ya aquella última hora que la divina Providencia decretara para castigo, no sólo del ejér- cito, mas de toda la monarquía de España, cuyas rui- nas allí se declararon. Así, dejando obrar las causas de su perdición, se fueron sucediendo unos á otros los acontecimientos de tal suerte, que aquel suceso en que todos vinieron á conformarse, ya parecía cosa antes necesaria que contingente. Pendía del menor desorden la última desesperación de los reales: no se hallaba entre ellos alguno que no desease interior- mente cualquiera ocasión honesta de escapar la vida.

135 Á este tiempo (podemos decir que arrebatado de superior fuerza), un ayudante catalán, cuyo nombre ignoramos y aun lo callan sus relaciones, á quien siguió el segundo Verge, sargento francés, comenzó á dar improvisas voces, convidando los suyos á la victoria del enemigo, y clamando (aun entonces no acontecida) la fuga de los españoles : acudieron á su clamor hasta cuarenta de los menos cuerdos que se hallaban en el fuerte, y sin otro discurso ó disciplina más que la obediencia de su ímpetu, se descolgaron de la muralla á la campaña por la misma parte donde los escuadrones tenían la frente. Llevábalos tan intré- pidos el furor, como los miraba temerosos el recelo de los reales, que sin esperar otro aviso ó espanto

21

322 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

más que la dudosa información de los ojos, averigua- da del temor, y creyendo bajaba sobre ellos todo el poder contrario, paloteando las picas y revolviendo los escuadrones entre (manifiesta señal de su rui- na), comenzaron á bajar corriendo hacia la falda de la montaña, alzando un espantoso bramido y queja uni- versal. Los que primero se desordenaron fueron los que estaban más al pie de la muralla enemiga (tan presto el mayor valor se corrompe en afrenta) : otros con ciego espanto cargaban sobre los otros de tro- pel, y llenos de furia rompían sus primeros escuadro- nes, y éstos á los otros, y de la misma suerte que sucede á un arroyo, que con el caudal de otras aguas que se le van entrando va cobrando cada vez mayo- res fuerzas para llevar delante cuanto se le opone, así el corriente de los que comenzaban á bajar atro- pellando y trayéndose los más vecinos, llegaba ya con dobladas fuerzas á los otros, por lo cual los que se hallaban más lejos llevaron el mayor golpe. Unos se caían, otros se embarazaban, cuáles atropellaban á éstos, y eran después hollados de otros. Algunas ve- ces en confusos y varios remolinos pensaban que iban adelante, y volvían atrás, ó lo caminaban siempre en un lugar mismo: todos lloraban; los gritos y clamores no tenían número ni fin: todos pedían sin saber lo que pedían: todos mandaban sin saber lo que manda- ban : los oficiales mayores, llenos de afán y vergüen- za, los incitaban á que se detuviesen; pero ninguno entonces conocía otra voz que la de su miedo ó anto- jo, que le hablaba al oído. Algún maestre de campo

GUERRA DE CATALUÑA 323

procuró detener los suyos, y con la espada en la mano, así como se hallaba, fué arrebatado del tor- bellino de gente; pero dejando el espíritu adonde la obligación, el cuerpo seguía el mismo descamino que llevaba la furia de los otros: ni el valor ni la autori- dad tenía fuerza; ningimo obedecía más que al deseo de escapar la vida.

1 36 Á este primer desconcierto esforzó luego la saña de los vencedores, arrojándose tras de los primeros algunos otros que hizo atrevidos la cobardía de los contrarios; tales con las espadas, tales con picas ó chuzos, algunos con hachas y alfanjes, no de otra suerte que los segadores por los campos, bajaban cor- tando los miserables castellanos. Mirábanse disformes cuchilladas, profundísimos golpes é inhumanas heri- das: los dichosos eran los que se morían primero; tal era el rigor y crueldad, que ni los muertos se escapa- ban; podía llamarse piadoso el que sólo atravesaba el corazón de su contrario. Algunos bárbaros, aunque advertidamente, no querían acabar de matarlos, por- que tuviese todavía en qué cebarse el furor de los que llegaban después : corría la sangre como río, y en otras partes se detenía como lago horrible á la vista, y peligroso aun á la vida de alguno que, escapado del hierro del contrario, vino á ahogarse en la sangre del amigo.

137 Los más, sin escoger otra senda que la que mira- ban más breve, se despeñaban por aquellas zanjas y ribazos, donde quedaron para siempre: otros, enlaza- dos en las zarzas y malezas, se prendían hasta llegar

324 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

el golpe: muchos, precipitados sobre sus propias ar- mas, morían castigados de su misma mano : las picas y mosquetes, cruzados y revueltos por toda la cam- paña, era el mayor embarazo de su fuga y ocasión de su caída y muerte.

138 No se niega que entre la multitud de los que ver- gonzosamente se retiraron se hallaron muchos hom- bres de valor, desdichada é inútilmente; algunos que murieron con gallardía por la reputación de sus ar- mas, y otros que lo desearon, por no perderla: singu- lar dicha y virtud han menester los hombres para salir con honra de los casos donde todos la pierden, porque el suceso común ahoga los famosos hechos de un particular; todavía esta razón no desobliga á los honrados, bien que los aflige.

139 El maestre de campo Don Gonzalo Fajardo salió herido considerablemente; con todo era su mayor riesgo la muerte del hijo único que dejaba en tie- rra. Don Luis Jerónimo de Contreras, Don Bernabé de Salazar y el Insingiiien, todos iguales en pues- to al Fajardo, sacaron más que ordinarias heridas, con otros muchos oficiales y caballeros, que no pre- tendemos nos sean acreedores de su gloria, si ella no pudo adquirirse en tan siniestro día para su nación.

1^0 Las banderas de Castilla, poco antes desplegadas al viento en señal de su victoria, andaban caídas y holladas de los pies de sus enemigos, donde muchos ni para trofeos y adornos del triunfo las alzaban; á tanta desestimación vieron reducirse. Las armas per-

GUERRA DE CATALUÑA 325

didas por toda la campaña eran ya en tanto número, que pudieron servir mejor entonces de defensa que en las manos de sus dueños, por la dificultad que causaban al camino: sólo la muerte y la venganza lisonjeada en la tragedia española parece se deleita- ban en aquella horrible representación.

141 Casi á este tiempo llegó al Torrecusa nueva de la muerte de su hijo y los suyos. Recibióla con impa- ciencia, y arrojando la insignia militar forcejaba por romper sus ropas; desigual demostración de lo que se prometía de su espíritu. Los hombres primero son hombres, primero la naturaleza acude á sus afectos, después se siguen esotros que canonizó la vanidad, llamándolos con diferentes nombres de gloria indig- na; como si al hombre le fuera más decente la insen- sibilidad que la lástima.

142 Llegábanle cada instante tristísimos avisos de la rota, de que también pudieron sus ojos y su peligro avisarlo, si las lágrimas diesen lugar á la vista y la pena al discurso. Desde aquel punto no quiso oir ni mandar, ni permitió que ninguno le viese: no era entonces la mayor falta la de quien mandase, porque en todo aquel día fué más dificultoso hallar quien obedeciese.

143 Los que estaban abajo con la frente á Barcelona miraban casi con igual asombro la suerte de sus com- pañeros : esperábanlos más constantes, no por temer menos el peligro, sino porque llegados ellos tuviesen entonces mejor disculpa á su retirada. Era ya sabi- da en el campo la pérdida del San Jorge, y en esta

320 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

noticia fundaba más su temor que en ningún otro accidente.

144 El Vélez á un mismo tiempo miraba perderse en muchas partes, y no recelaba menos la inconstancia de los suyos, que ya empezaban á moverse, que el desorden de los que bajaban rotos. El peligro no daba lugar al consejo ó ponderación espaciosa, y así informado de que el Torrecusa había dejado el man- do, llamó al Garay y le entregó la dirección de todo. No se puede llamar dicha, aunque suele ser ventura, ser escogido para remediar lo que ha errado otro, porque parece que se obliga el segundo á mayores aciertos, faltándole los medios proporcionados á la feUcidad; para esto son más los hombres dichosos que los prudentes.

145 Recibió el Garay su gobierno, y fué la primera dili- gencia ordenar que los escuadrones de la frente mar- chasen luego y á toda priesa hacia afuera, dando las espaldas al lugar de Sans, y que la caballería se opu- siese á la gente que bajaba en desorden, con ánimo de pasarla á cuchillo si no se detuviese; con lo cual se podría conseguir que, medrosos ellos de los mis- mos amigos, siquiera por beneficio del nuevo es- panto se parasen; que era lo que por entonces pre- tendía el que gobernaba, para poderlos dar aUento y forma.

14G Marchó el Vélez con su trozo llevando la artillería en medio, y el Garay saUó á recibir los tercios des- ordenados, que ni al respeto de su presencia ni al rigor de muchos oficiales que lo procuraban por cual-

GUERRA DE CATALUÑA 327

quier medio, acababan de detenerse y hallar entre los suyos aquel ánimo que habían perdido cerca de los enemigos; antes con voces de sumo desorden clamaban : «¡Retira, retira!» En fin, la diligencia del propio cansancio y fatiga, que no les permitía mayor movimiento, les fué cortando el paso ó las fuerzas, de suerte que ellos, sin saber cómo, unos se pai-aban, otros se caían por tierra.

147 Grande fuera el estrago si los catalanes prosiguie- ran el alcance; pero como habían salido sin otra pre- vención más de la furia, jamás sus pensamientos lle- garon á creer que podían conseguir otra cosa que la defensa. No hubo hombre práctico que, viendo arro- jar á los suyos, no los juzgase perdidos; esto los de- tuvo, y fué su mayor dicha de los que se retiraban y su mayor afrenta.

148 Estaba la ciudad con la vista pronta en todas las acciones del fuerte, y habiendo reconocido la retira- da de los escuadrones españoles, fué increíble el gozo y alegría que súbitamente se infundió en sus corazo- nes; en fin, como aquellos que en una hora desde la esclavitud se veían subir al imperio.

149 Alababan el nombre de Dios con festivos clamores, bendecían la Patria, ensalzaban el celo de los suyos, engrandecían últimamente la gloria de su nuevo prín- cipe, cuya soberana fortuna tan presto los había hecho gozar de la felicidad común de aquella mo- narquía.

150 El Garay, sin perder un punto en el manejo de su defensa, como hombre que verdaderamente ignoraba

328 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

la ocasión de su derrota, hizo echar bando que todos al instante acudiesen á sus banderas, ó por lo menos á cualquiera de las de sus tercios que conociesen; y ordenó que ellos tomasen la más breve forma posible de ponerse en escuadrón, porque vuelto á componer el ejército, pudiese respirar su espíritu. Consiguiólo, pero tarde, con fatiga increíble; y somos ciertos oír de su boca que fué tan grande aquel trabajo, tan di- fícil y tan provechoso, que en sola esta acción se había juzgado digno de gobernar un ejército. 151 Hecho esto, se juntaron los cabos, menos el Torre- cusa (que desde el punto que dijimos se excusó del mando, sin haber cosa que le obligase á la templan- za), y después de haber llorado entre todos la muer- te de los suyos, en primero lugar la lástima del San Jorge, discurrieron por los daños ya sensibles enton- ces al ejército, diciendo: <Que la gente se hallaba en sumo desaliento : que las provisiones faltaban : que la fama de la pérdida no dejaría lugar fiel en todo el país : que el poder no bastante á ganar un solo puesto cuando entero y orgulloso, mal llegaba á com- batir una ciudad después de roto y desmayado : que Barcelona había de ser socorrida por los paisanos y auxiliares: que al Duque de Luí se afirmaba estaban aguardando por instantes : que las galeras de Espa- ña se habían apartado : que Don Josef Margarit, se- gún las informaciones de algunos naturales, bajaba con la gente de la montaña á ocupar los pasos de Martorell y el Congost : que el ejército se hallaba con menos dos mil infantes y muchos caballos de

Guerra de cataluna 329

los con que había subido, entre muertos, heridos y derrotados : que también faltaban algunas personas de cabos, cuyos lugares debían ser ocupados con gran consideración : que se habían perdido en todas las compañías más de cuatro mil armas : que con és- tas más se hallaba el enemigo para poder resistirse : que ni el tiempo ni la fortuna ni el estrago daban lugar para que se consultase con el Rey su resolu- ción : que la salud pública de aquel ejército consistía en lo que se acertase y ejecutase antes del amane- cer : que lo más conveniente era volver á Tarragona con suma brevedad, porque los pasos no se embara- zasen, y primero que los de Barcelona saliesen á im- pedírselo con escaramuzas : que se debían anticipar á las noticias de su desgracia, porque llegasen sin ella á los lugares que dejaban á las espaldas, sin dar- les ocasión de que con su pérdida los tomasen otra vez, que les fuese necesario volver á ganarlos de nue- vo: que desde aquella plaza se podía dar aviso al Rey y esperar sus órdenes y socorros.»

152 Todo lo escuchaba el Vélez, suspenso en la con- sideración de su fortuna, haciendo en su ánimo firme propósito de no recibir por ella otra injuria. No hubo entre todos alguno que contraviniese el acuerdo, en todo ajustado á lo propuesto.

153 Ocupáronse aquella tarde los catalanes, ya vence- dores, en recoger los despojos de su triunfo, y entre ellos, como más insigne, llevaron á la ciudad once banderas españolas, siendo diez y nueve las perdidas del ejército, que poco después colgaron desde Ja casa

330 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

de SU diputación á vista de todo el pueblo, que las miraba con igual saña y alegría : llevaron notable can- tidad de todas armas, carros, bagajes y pabellones, que servirán á la posteridad como testigos de aquella gran pérdida de españoles.

154 No se descuidaron un punto de la guardia de su fuerte, ni quisieron pedir más halagos á su fortuna que la buena suerte de aquel día: guarneciéronle con nuevo y grueso presidio, habiendo recibido aquella noche más de cuatro mil infantes en los lugares con- vecinos, como si verdaderamente temiesen el segun- do asalto.

155 Estas dihgencias, que no pudieron hacerse sin gran ruido de toda la campaña, y alguna artillería que á espacios señalados disparaba la ciudad por tener su gente cuidadosa, servía aún más de temor al ejército que de prevención á los suyos, á quienes el deseo de la consumada victoria tenía alegres y puntuales orde- nadamente en sus estancias, todavía inciertos de lo que habían conseguido.

156 Descubrióse al amanecer el fuerte de Monjuich y sus trincheras, coronado de copiosa multitud de gen- te, que había subido á notar el estrago de los reales, de que todavía se hallaban señas recientes en la san- gre y cadáveres de sus enemigos. Pero los castella- nos, habiendo temido de su movimiento alguna de- terminación de las á que podía convidarles el buen semblante de la fortuna de sus contrarios, obede- ciendo á ella, comenzaron á moverse antes del día la vuelta de Tarragona, tan llenos de lástima y des-

GUERRA DE CATALUÑA 33 1

consuelo, como los catalanes se quedaban de honra y alegría.

157 Antes fué enterrado el San Jorge miserablemente en la campaña : expiró aquella noche , mezclando entre las palabras que ofrecía á Dios algunas que bien significaban el celo del servicio de su Rey. Acompañáronle muchos otros, cuyos cuerpos, espar- cidos por la tierra, asemejaban un horrible escuadrón asaz poderoso para vencer la vanidad de los vana- mente confiados.

158 La pérdida de los naturales fué desigual, bien que murieron algunos; porque como siempre pelearon dentro de sus reparos, no había tanto lugar de em- plearse en ellos las balas enemigas.

159 Marchó el infeliz ejército con tales pasos, que bien informaban del temeroso espíritu que lo movía: cami- nó en dos días desengañado lo que en veinte había pisado soberbio : atravesó los pasos con temor, pero sin resistencia: entró en Tarragona con lágrimas, fué recibido con desconsuelo, donde el Vélez, dando aviso al Rey Católico, pidió por merced lo que podía temer como castigo. Excusóse de aquel puesto, y lo excusó su Rey, mandando le sucediese Federico Co- lona, condestable de Ñapóles, príncipe de Butera, virrey entonces en Valencia, que poco tiempo des- pués representó su tragedia en el mismo teatro, per- diendo la vida sitiado por franceses y catalanes en Tarragona.

160 No pararon aquí los sucesos y ruinas de las armas del rey Don Felipe en Cataluña, reservadas quizá á

332 FRANCISCO MANUEL DE MELÓ

mayor escritor, así como ellas fueron mayores. Á me basta haber referido con verdad y llaneza, como testigo de vista, estos primeros casos (i), donde los príncipes pueden aprender á moderar sus afectos, y todo el mundo enseñanza para sus acontecimientos.

(i) El autor no escribió más que los sucesos del primer año de la guerra, la cual concluyó en 1652 con la toma de Barcelona por Don Juan de Austria.

FIN

LAPIDEM, QUEM REPROBAVERUNT EDIFICANTES

índice

Páginas. Párrafos.

Introducción v >

Advertencias Lxv »

Obras del autor Lxvii »

Portada de la primera edición Lxxni »

Dedicatoria al papa Inocencio X Lxxv >

Hablo á quien lee Lxxvii >

Guerra de Cataluña i »

LIBRO PRIMERO

Utilidad de la Historia i 2

El autor justifica su ánimo 2 3

Manifiesto á todos los de quienes se escribe 2 5

Guerra de España y Francia : ocasión de estos movimientos: pueblo español y fi-ancés piden

quietud 3 8

Derrota del príncipe Tomás de Saboya y buenos

sucesos de España 4 10

Guerra en la raya de Francia 5 12

Entra Valparaíso en la Gascuña. Retírase el cam- po español 5 13

Desampáranse los puestos ganados en Francia. . . 7 14

Prosigúese con interés la guerra en España 7 I5

Jomada de Leucata 7 16

Retíranse rotos los españoles 8 17

El príncipe de Conde sobre Fuenterrabía 8 18

Negocios de las monarquías « 8 19

334 ÍNDICE

Páginas. Párrafos.

El Marqués de Espinóla, general del Rey Católico. 9 21

Mr. de Espernan, gobernador de Leucata 9 22

La armada de Francia embiste á la Coruña : arriba

y sale el arzobispo de Burdeos segunda vez:

Oquendo intenta buscar al Sordis 10 23

Pueblos españoles oprimidos de ejércitos, y más

que todos, Cataluña 1 1 24

Estado y proposiciones de Cataluña 1 1 25

Motivos de desabrimiento entre los ministros del

Rey 12 26

Intervención en el mando al Santa Coloma 13 28

Servicio del Principado en Salses I4 30

Los catalanes esperan el premio de sus servicios :

descuido de los ministros reales y desconsuelo

de los catalanes 14 32

Guarniciones y cuarteles de Cataluña 16 34

Querellas continuas de naturales y soldados 17 37

Aborrecimiento de los catalanes al Santa, Coloma. 18 39

El Espinóla desatiende al útil de los catalanes. . . 18 40

Secreto del Espinóla 19 41

Ordena contribuciones 19 42

Quéjanse los pueblos y los satisface 20 43

Publican su enojo los catalanes 21 45

Desenvoltura escandalosa de los soldados 21 46

Deja el Espinóla el gobierno de las armas y le

sucede el Santa Coloma 22 49

Miseria común de la provincia y muerte de Don

Antonio Fluviá 24 52

Entra en nuevos cuidados el Santa Coloma 24 53

Monredón es despachado contra Famés: su muerte. 25 54

Incendio de Farnés 26 55

Los soldados del campo católico son tenidos por

herejes 27 56

Proposición del Santa Coloma al Rey 28 57

Respóndesele con artificio 28 59

índice 335

Pá^'mas. Párrafos.

Acude Tamarit á los daños en nombre de la re- pública 29 60

La ciudad hace el mismo oñcio 29 61

Prisión del diputado y consejeros 29 62

Siéntelo el Principado 30 63

Orden real 30 64

Llanto público .... 31 65

Enciéndese la ira 31 65

Descripción de Cataluña 33 69

Natural délos catalanes: origen de los bandole- ros: Narros y Cadells, bandos famosos 34 71

Hombres raros en esta vida inquieta 35 73

Hábito de los bandoleros 36 74

Felicidad de su provincia 37 76

Primer exceso público de los catalanes 38 78

Quiénes son los segadores 38 79

Entrada anticipada de algunos segadores en Bar- celona 39 80

Entra el grueso de los segadores 40 83

Estado de las cosas públicas. 41 85

Los castellanos se retiran del vulgo 42 87

Rompimiento común del pueblo 42 88

Ayudan las milicias al tumulto 43 89

Excúsase el Santa Coloma de salir de Barcelona. 44 90

Animo de los ministros catalanes 44 91

Pretende embarcarse el Santa Coloma y se le di- ficulta 45 93

Espectáculo de Barcelona 46 96

Segunda vez se embarca : sálvase e,l hijo 46 97

Es hallado muerto el Santa Colonia 47 98

La casa del de Villafranca es saqueada : extraño

suceso 48 ICO

Fué útil á la templanza 49 loi

Fortifícase la ciudad 51 105

Escribe la Diputación al Rey Católico 52 106

536

LIBRO SEGUNDO

Páginas. Párrafos.

Extiéndese la revolución á todo el Principado . 53 I Sublevación de Tortosa. Qué es oficio de baile general en Cataluña: prevención que éste hace:

el pueblo se la estorba 54 2

Son derrotadas las levas de bisónos 54 3

Escápase el Monsuar admirablemente 55 4

Qué es viafora 55 5

Gerona se recata y defiende 57 8

Retírase Filangieri á Aragón 58 10

Pérdida de Don Fernando Cherinos 58 11

Inhumanidad de los soldados 59 13

Viene á la Corte la nueva de los movimientos de Cataluña y muerte del Conde. Juicio de los po- líticos 60 15

Animo de los mayores ministros 61 16

Llega fray Bernardino Manlléu á la Corte con su memorial en nombre de la provincia, acomo- dándose con poco 61 17

Sentimiento del Conde-Duque 63 18

Cardona, segunda vez en el gobierno 64 20

Recíbele el Duque 64 21

El Cardona entiende dar satisfacción á la pro- vincia 65 23

El obispo de Gerona pronuncia sentencia contra

los soldados 66 25

Juan de Arce prosigue su marcha á Perpiñán. .. . 67 26

Descripción de Perpiñán 67 29

Intención de los cabos en dicha villa 68 30

Previénense los naturales á la oposición 68 31

Asaltan los reales las puertas de Perpiñán 69 33

Bate el Xcli la villa, entra el ejército y la da á saco. 69 34

Solicítase el perdón por medios católicos . 70 35

ÍNDICE 337

Páginís. Párrafos.

Estado miserable de los naturales 71 36

Muchos dejan la patria 71 38

Las tropas reales salen á la pecorea 72 39

Pide el Cardona ministros á la provincia para que

le acompañen 73 41

Prende el Cardona al Arce y á Moles 74 43

Entereza del Conde-Duque 75 45

Nueva orden al Cardona: su muerte 76 46

Embajadores del Principado 77 48

Justificación por papeles de los catalanes 78 50

Arbitrio del Conde-Duque 79 51

La Diputación reprehende á sus embajadores. ... 80 52

Manejos de Don José Sorribas y su prisión 81 54

El obispo de Barcelona es elegido virrey del Prin- cipado 82 56

Recíbenle los catalanes: el obispo no procede en

el ejercicio de virrey , 83 58

Voz de la corte católica 84 60

Voz de los catalanes 84 61

Recíbese la embajada de Cataluña, pero sin efecto. 85 62 Gran junta sobre los negocios de Cataluña en la

Corte 86 63

Propuesta que hace por escrito á la Junta el Con- de-Duque 86 64

Parecer del Conde de Oñate 88 66

Voto del cardenal Borja 95 68

Razonamiento del Conde-Duque loi 70

Resolución de la Junta 102 72

LIBRO TERCERO

Cuidado que daba la elección de general : cuáles eran los cuatro sujetos para este empleo : es pro- puesto el Marqués de Espinóla 107 i

El almirante de Castilla 108 2

338 ÍNDICE

Páginas. Párrafos.

El Conde de Monterre}' io8 3

Es elegido el Marqués de los Vélez 109 4

Intentan Cortes entre los catalanes y envían

cartas á los señores y prelados de la provincia. 112 9

Segunda vez los escribe la Diputación 113 il

Qué es en Cataluña Diputación general 114 13

Jueces de la Diputación 115 14

Gobierno particular de los pueblos y forma de

las gramallas 115 15

Gobierno en común por sus partes lió 16

Ministros de aquel año 116 17

Plática en común de la Junta. Juicio de los cata- lanes sobre el Rey Católico 117 19

Pide la Junta arbitrios y remedios 119 22

Forma regular de la última Junta 119 24

Razonamiento del obispo de Urgel 120 27

Parecer del diputado Claris 128 30

De común parecer, se ajusta la resistencia 136 31

Nombran plaza de armas 137 32

Discurren sobre elegir un príncipe auxiliar 137 33

Juicios varios en París 138 35

Cardenal-Duque y otros ministros franceses 139 36

Justifícanse los ministros del Rey Cristianísimo. . 139 37

Resuélvese la asistencia de Francia 140 38

Seriñán y Plessis vienen á Cataluña 140 39

Junta en Barcelona 140 40

Capitulación de franceses y catalanes 140 41

Sucesos de las armas del Rey Católico : encargo

hecho á Don Juan de Garay 141 44

Tortosa se reduce 142 45

El Tejadasefortificaycastigaáalgunos del pueblo. 143 46 Suceso del Garay en Illa: retírase, y la defiende

Mr. de Aubiñí 143 48

Qué es Illa: los castellanos no la entran: Garay

es herido : retírase segunda vez 145 49

ÍNDICE 339

Páginas. Párrafos.

El Conde-Duque procura que el Nuncio Apostó- lico pase á Cataluña 147 51

No tiene efecto esta pretensión 147 52

El Conde-Duque escribe á los catalanes 148 54

El Marqués de Pobar enviado á Barcelona 148 55

Prenden los catalanes al Pobar 149 57

Oficios del Vélez con los aragoneses 150 58

Zaragoza, en nombre de Aragón, despacha emba- jador al Principado 151 60

Propuesta de Aragón á Cataluña 152 61

Responde Cataluña á Aragón 152 62

Orden superior sobre los ejércitos 153 64

Parecer del Caray antes de formarse el ejército. . 154 65

Orden al Caray. 154 66

El Conde Rho va á sucederle 155 67

El Marqués de Torrecusa viene á su puesto: el Duque de San Jorge á la caballería, y Don Al- varo de Quiñones á la de las Ordenes 155 68

Xeli de la Reina va á la artillería 156 69

Variedad en los avisos y despachos 156 71

Ordenes encontradas 158 73

El trozo del ejército de Cantabria 158 74

Descripción de Fraga 159 75

Las levas se deshacen 160 77

•Torrecusa en los cuarteles 160 78

Los catalanes ocupan el Portús 161 80

Descripción del Portús 161 81

El diputado real viene á Tortosa 162 83

Retírase temeroso 162 84

Don Ramón Caldés sobre Tortosa 162 85

Queman el puerto de Tortosa 163 86

Socorro de los bergantines de Santa Cilia 163 87

Descripción de Tortosa y el Eljro 164 89

Marcha el tren de la artillería ; 165 91

Sale el Vélez de Zaragoza 166 92

340 ÍNDICE

I'Aginas. Párrafos.

Punto de Estado sobre el mando de Zaragoza. . . 167 93

Visita el Vélez los cuarteles 167 94

Descripción de Alcañiz 168 95

Llégale nuevo título al Vélez 169 97

El Vélez escribe á la Diputación de Barcelona . . . 170 99

Discurso de los ministros reales 171 loi

Engaño de los catalanes 171 102

Aguasvivas, famoso por su milagro 172 103

Don Jerónimo de Fuenmayor, enviado al Vélez. . 172 104

Responde el Principado al Vélez 174 106

Suceso del Ribera 175 109

Viaje del Vélez á Tortosa 175 1 10

Habla la ciudad de Tortosa 176 iii

Respuesta del Vélez: su entrada 177 112

Jura de virrey 177 113

LIBRO CUARTO

Procede la Diputación contra Tortosa 179 1

Repártense los cabos catalanes. Qué son los mi-

quelets 180 2

Fiestas en el Principado: su origen y útil 181 4

Duda en la elección de nuevos conselleres 182 5

Nuevos ministros de aquel año en Cataluña 183 6

Nueva esperanza de concordia 183 7

El Tejada sale contra Cherta: es descubierto del enemigo : el Guimerá se retira con su gente :

pasa adelante el Tejada sin efecto 185 9

Socorre el Tejada á Cherta. Muerte de Don Ra- món de Aguaviva 187 10

Sucesos de Tivenys 188 11

Bando real á los catalanes 190 13

Reducción de algunos lugares : los ministros cata- lanes encubren el bando 191 14

Bando del Principado 191 15

ÍNDICE 341

Páginas. Pánafos

Desprecio dañoso 192 16

Ruin disposición de provisiones 192 17

Dificultad en el manejo de abastecerse de víveres

los reales 193 18

Muestra general del ejército castellano 193 19

Oficiales del sueldo 195 22

Tiempo contrario de las armas 195 23

Vandestraten y Soriano salen á prevenir la marcha. 195 24

Segunda salida del Vandestraten 196 26

Elige y ocupa los puestos 196 27

Inquieta al enemigo. 197 28

Forma de la primera marcha del ejército y su van- guardia 198 32

Qué es á lo que se llama batalla. Lugar del gene- ral del ejército 199 33

Caballería á los lados 200 34

Retaguardia: forma de la artillería 200 35

Guarnición de la artillería 201 36

Ajustamiento sobre el honor de las vanguardias.. 201 37

Piérdese el Vélez á la salida de Tortosa 202 38

Ocasión primera de las armas 202 40

Caso extraño por la desigualdad 203 41

Veneno prevenido á las aguas 204 43

Reconócese la campaña : muerte del primer sol- dado del Rey 205 45

Descripción del CoU de Balagucr 206 47

Fortificaciones del CoU 207 49

Expugnación del Coll 208 50

Desampáranse los puestos 208 5 1

El Conde de Zavallá procura el socorro del Coll

sin efecto : los soldados reales se detienen 209 52

Gánanse las atalayas : el Vélez marcha. Hace alto

el ejército en el Hospitalet 211 54

Llaman los catalanes al Espernan 214 56

Entra el Espernan en Barcelona 215 57

342 ÍNDICE

Páginas. Párrafos.

Camina á Tarragona 215 58

Fray Ambrosio convida con el perdón á los de

Cambn'ls. Noticias del enemigo 216 60

Marcha el Vélez á Cambríls 217 61

Cabos de la plaza de armas de Cambn'ls 217 62

Muerte de la gente del campo 218 64

Orden del socorro y marcha 218 65

Embajada al Vélez 219 66

Respóndele. 219 67

Defienden los frailes el convento de San Agustín. 219 68

Peligro del Vélez 220 69

Hambre y desorden del ejército real 220 70

Plática de los soldados catalanes cerca de la en- trega de Cambríls 221 71

Los sitiados procuran introducir concierto 222 72

Caso extraño y loable 223 73

El Vélez dispone el tratado, y lo consiente 225 76

Peligros déla emulacióny ajustamiento déla plaza. 225 77

Suceso lastimoso de Cambríls 227 80

Acude el Vélez á la nueva del suceso 229 81

Acuerdo de los jueces provinciales 230 83

Muerte del Rocafort y otros oficiales 231 84

Descripción de Cambríls 232 88

Cuidados del general del ejército real 233 90

El San Jorge ofrece la interpresa de Tarragona . 233 92

Puerto y fuerte de Salóu 234 93

Parecer del Gandolfo 235 94

Parecer del Torrecusa 235 95

Villaseca y su posición 236

Aviso secreto al Vélez 236 97

Sitio de Salóu 236 98

Monsieur de Santa Colomba defiende á Villaseca. 237 99

Monsieur de Aubiñí prisionero 237 100

Diligencia y plática de Espernan. Responden con

ingenio los españoles 238 loi

ÍNDICE 343

Páginas. Párrafos.

Movimiento de las armas de San PoL 239 103

Descripción de Lérida 241 104

Pérdida de la villa de Orta 242 106

El San Jorge va á ganar los puestos 242 107

Estado de Tarragona 243 108

Espeman avisa á los diputados 244 109

Capitulación de Tarragona 245 1 12

Tarragona viene á obediencia 246 116

El Vélez la recibe 247 1 17

El coronel conseller se retii a 247 1 18

Tropas francesas 248 I2I

Descripción de Tarragona 249 123

Llegan las galeras y bergantines y Don Juan de

Garay 250 124

Oposición de los cabos de mar y tierra 250 125

Intención del Garay 251 126

Novedad importante á la guerra. 252 129

Negocio de Portugal 252 130

Juicios varios sobre Portugal 257 132

LIBRO QUINTO

Previenen los catalanes á Martorell 260 2

El doctor Ferrán pretende la defensa 260 3

Gobierno militar en los mozos, cosa de peligro . . 260 4

Continúa la Diputación los negocios de Espeman. 261 5 Nada consigue la Diputación : orden imperiosa á

Espeman 261 6

Diligencias vanas del diputado 262 7

El Tejada es nombrado gobernador de Tarragona. 264 12

El Vélez necesita de Villafranca y le teme 265 15

Discurso de los cabos 265 17

Inutilidad de la salida del ejército de Fraga 26o 18

Competencias entre el Nochera y el Prior de Na- varra 266 19

344 ÍNDICE

Pcigmas. Párrafos.

Nueva contradicción al Espernan 267 22

Aliento de algunos catalanes 268 25

Marcha el Vélez al Panadcs 269 26

Llega á San Sadurní 269 27

Resístese el lugar 269 28

Sus fortificaciones 269 29

Para el Vélez y discurre sobre la empresa 270 30

Llaman al diputado Tamarit 270 31

Tamarit deja el Rosellón y dispone la defensa común. Primer socorro de Francia en Barce- lona 271 32

Tamarit llama y ordena al Margarit para que se

acerque á Tarragona 272 34

Descripción de Constantí y lastimoso estrago en

los hospitales 272 36

Retirada de los catalanes 274 37

Pide socorro el Tamarit 275 39

Junta en breve el socorro para Martorell 277 42

Torrecusa se aparta con la vanguardia 277 43

El Vélez inquieta al enemigo 277 44

Plática de la retirada 278 45

Retíranse los catalanes 279 46

Entrada costosa de Martorell 280 48

El socorro de Barcelona: escaramuza con la caba- llería española 281 50

Detúvose el Vélez 282 51

Lnportante paso del Congost 282 52

Nueva orden en el ejército 282 53

Cuidados del Vélez 283 54

Plática del Vélez 284 56

Prosigue con otros medios 285 58

Declaración de algunas órdenes reales 28o 60

Consideraciones de los del Consejo 287 62

Opinión de los cabos 288 63

Duda del Vélez : resolución de los cabos 289 64

ÍNDICE 345

Páfiinas. Párrafos

Torrecusa reconoce los puestos 289 65

Ultima carta á Barcelona 290 67

Carta del Rey 290 68

Temor de Barcelona 290 69

Responde la ciudad 291 71

Órdenes á los escuadrones volantes. Orden de la embestida de Monjuich. Orden al cuerpo del

ejército 291 72

Resolución de la Junta catalana: es propuesto por

Rey el de Francia 294 75

Respetos de los catalanes 294 76

Rey Cristianísimo aclamado Conde de Barcelona. 295 7S

Orden de la defensa 295 79

Cuidado de los franceses en la defensa 296 80

Orden al conseller 296 81

Orden al Margarit '. 297 82

Estado del ejército real 297 84

Habla el Vélez á los suyos 298 86

Descubre el ejército á Barcelona 299 87

Tamarit habla al pueblo 299 89

Orden en la defensa de Barcelona 302 91

Paso del ejército 303 92

Descripción de Barcelona 303 95

El Conde de Tirón ataca la primera escaramuza. 305 96

Engaño de los reales 305 97

Muerte del Conde de Tirón: el maestre decampo

de los portugueses ocupa su puesto 306 98

Retírase herido Don Simón Mascareñas: muere el

Cárdenas 306 100

Seriñán se mueve contra el San Jorge 308 102

Orden á la caballería 308 103

El San Jorge intenta desalojar al enemigo 309 104

Seriñán ordena la escaramuza 309 106

El San Jorge dispone la embestida 310 107

Córtanle los caballos franceses 311 1 10

346 ÍNDICE

Fá;^»ÍMas. P.lrrafos

El Quiñones no le socorre 311 1 1 1

Cae el San Jorge herido de muerte 311 112

Muerte de muchos cabos 312 113

Retiran al San Jorge 312 114

Notables palabras del Torrecusa. ........ .. 312 115

Temor de los catalanes.. . . , 313 117

Socorre la ciudad á Monjuich 314 120

Desorden de los reales en la embestida 314 121

El Torrecusa alienta á los suyos y pide escalas. . . 315 122 El sargento Ferrer anima á los suyos cou el soco- rro que les viene. . . 316 125

Entra el socorro en Monjuich : muerte de muchos

caballeros y capitanes castellanos 317 126

El Torrecusa abriga á los suyos 31^5 128

Diligencia de los catalanes 319 130

Nuevo aliento en Barcelona 319 131

Monjuich se defiende 320 133

Rara ocasión del vencimiento : derrota del ejér- cito 321 135

Furor de los vencedores 323 136

Es herido el maestre de campo Fajardo 324 139

Recibe Torrecusa la nueva de la muerte del hijo. 325 141

Torrecusa deja el mando 325 142

El Garay recibe el mando de todo el ejército. .. 326 145

Paran de cansados los que se retiran 320 146

La ciudad reconoce la victoria 327 1 48

Su alegría 327 149

Discurso y plática de los cabos castellanos 328 151

Los catalanes se refuerzan 330 154

Nuevo temor del ejército 330 155

Entierran al San Jorge en la campaña 331 157

Retírase el ejército á Tarragona 331 159

.-^

£..,

Mello, Francisco Manuel de

Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña,

PLEASE DO NOT REMOVE CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET

UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY

^tf

•^ ^i- ^

■■

.

■■

■■ ■■■

5 1

1 1

íl ^/^-

i ,, '*•

i í

" .:^^ " í^- ^. ■^•