HISTORIA FÍSICA Y POLÍTICA DE CHILE TOMO SEGUNDO. HISTORIA. >ARIS. — EN LA IMPRENTA DE FA1N Y THUNOT, Calle Racine , 28 , cerca tlel Oileon. HISTORIA física y política DE CHILE SEGÚN DOCUMENTOS ADQUIRIDOS EN ESTA REPÚBLICA DURANTE DOCE AÑOS DE RESIDENCIA EN ELLA Y PUBLICADA BAJO LOS AUSPICIOS DEL SUPREMO GOBIERNO POR CLAUDIO GAY CIUDADANO CHILENO, INDIVIDUO DE VARIAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS NACIONALES Y ESTRANGERAS CABALLERO DE LA LEGIÓN DE HONOR. TOMO SEGUNDO. HISTORIA. PARÍS EN CASA DEL AUTOR. CHILE EN EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE SANTIAGO. MDCCCXLV ~ HISTORIA DE CHILE. CAPITULO PRIMERO. Lig-Lemu en Itata. — Marcha Pedro Balsa contra ese nuevo jefe , y sale derrotado. — Acude el gobernador en persona y destruye á Lig-Lemu que muere en la contienda. — Se traslada el gobernador á Santiago. — Aporta á Coquimbo Jerónimo de Castilla.— Llega á Santiago. — Rodrigo de Quiroga entra en el gobierno de Chile, prende á Villagra y le envia al Perú. (1564—1565.) Torva faz vuelve la fortuna á las armas de los Indios, pero ni por eso han de callar, pues menos dura lei es la muerte que el cautiverio , y de las cenizas de los hi- jos del sacudido pueblo otros nuevos adalides se levan- tan para hacer una guerra de perpetua duración, ó que, si á fin ha de llegar, con el sello de una gloriosa y absoluta independencia sea. Apenas con tiempo Pedro de Villagra para reparar que puede espaciarse por los campos de Concepción , libres ya de los batallones que en tan estremoso aprieto la tuvieron , cuando se le trae la noticia de que un muy considerable número de Cuijunclios (1), alas órdenes (1) Tribus cuyo oríjen se ha perdido en el trascurso del tiempo. 6 HISTORIA DE CHILE. del capitán Lig-Lemu , corrían arrasando las provincias de Itata y de Chillan , cuyos naturales se iban suble- vando también. Concurrió Pedro Balsa con cuarenta caballos al teatro de la insurrección , por mandato del gobernador , y comenzó a ejercitar en los campos un destemplado furor, ya que ni un solo hombre sobre quien descargarle topara en los primeros dias. Harto , sin duda , de devastación , y pareciéndole que con la nueva de su llegada todos los Indios habian huido aterrorizados de aquel pays, corríale con la mayor con- fianza acampando descuidado allí donde lugar mas con- veniente le pareciera : caro le hizo pagar ese descuido Lig-Lemu , que, echándose de interpresa contra él , le mató ocho soldados, y no mas porque con aceleramiento se retiró a la Concepción. Justo desagrado manifestó Pedro Villagra al enten- der el singular sesgo de semejante expedición , y tam- bién comprendió lo mucho que importaba el correjirle , primero porque con retardar el castigo contra los rebe- lados habia de subir en ellos la fuerza y la audacia , y segundo porque en tomando cuerpo la revuelta, pre- cisamente quedarían interceptadas las comunicaciones entre Concepción y Santiago ; mal verdaderamente grave para los Españoles. Aprestó, pues, ciento cincuenta soldados, y marchó en persona á vengar el descalabro que su capitán Pedro Balsa acababa de experimentar ; en llegando á Perquilabquem , descubrió el gobernador una estacada que Lig-Lemu habia levantado para colocar un nuevo cuerpo de tropas que de dia en dia estaba esperando : abatióla, y pasó inmediatamente á Qüechumahuida , en cuyo punto tenia su acampamento el jefe indio ; pero _ CAPÍTULO I. en el camino le salieron dos cuerpos de Itatas que fue- ron Votos sin mucho esfuerzo. Con ver Lig-Lemu la desbandada de aquellos cuerpos , ya no quiso esperar en posiciones al pendón castellano ; tuvo por mas con- veniente divertirle con mentidos y astutos movimientos, como si fuera su ánimo acometerle, cuando solo va- gueaba en amparo de los fujitivos , y conseguido á su satisfacción el objeto , rodeó de repente y ordenadamente la falda de un bosquecillo no muy poblado de matas, y pareció á retaguardia de los Castellanos , ya resuelto á resistirlos. No tardó en trabarse la refriega , y mal acabara para los conquistadores si el hado no pusiera en sus manos la intelijente y esforzada persona del mismo Lig-Lemu , que habia sostenido el combate con admirable tino, con bizarría sin par , y que vino á perecer precisamente cuando le llegaban tropas de refresco. Los Indios que , si con los recien llegados se cuenta, componían unos cuatro mil hombres , al ver la muerte de su caudillo se dejaron ir á un terrible desmayo , y puestos en la mas desmandada fuga prepararon á la caballería enemiga el medio de que con sus lanzas cubriera el campo de ca- dáveres. Trescientos fueron los Indios muertos , y dos- cientos (1) los prisioneros con que el gobernador se volvió á la Concepción. (1) En la real cédula de 11 de marzo de 1578 ya citada, se ponen 800 : — « Os hallasteis (dice de Juan Ruiz de León) con el gobernador, Pedro de Villagra, en desbaratar uu fuerte á los Indios en el reino de Belén (Per- quüabquem) y después en Quechomavida (Qüechumahuida), habiendo salido dos escuadrones contra el gobernador y su jente, los desbarataron matando trescientos, y prehendiendo ochocientos de dichos indios.» En nues- tros documentos se tilda de exajerado ese último número, y señalan el de doscientos prisioneros con referencia á varias memorias contemporáneas que, en verdad , no citan. 8 HISTORIA DE CHILE. Estos repetidos triunfos de los Españoles aseguraron por algún tiempo el sosiego de las colonias , cuyos mo- radores comenzaron afanosos el cultivo de los campos , el laboreo de las minas, y el gobernador, que de veras apetecía la prosperidad del pais, salió estimulando y removiendo la industria fabril con asentar en la ciudad de Osorno varios menestrales intelij entes que estable- ciendo telares en breve llegaron á producir paños exqui- sitos , y lienzos de mucha limpieza y finura ; pero bienes que precisamente habían de acrecentar la riqueza pú- blica , causa tenían que ser de nuevos males , pues la ambición , á trueque de alcanzar los primeros, con infa- tigable descaro suele preparar y realizar los últimos. Y en aquella época de licencia y de desorden , de indisciplina y de anarquía, cuando hasta la voluntad, la persona del soberano insultada en la persona de Fran- cisco Villagra llegó á ser, ¿podia el gobernador Pedro contar con respeto á una autoridad pálida , desvalida , pues no enseñaba otros títulos que el buen querer de su difunto hermano , contra quien tantos y tan podero- sos enemigos se habían alzado? ¿Se agradecerían ni los esfuerzos del gobernador Pedro, ni la fortuna de sus armas, ni eí zelo con que andaba por que el pais flore- ciera? Estaba este caudillo en la Concepción , y si mu- chos y buenos amigos le acompañaban , no era corto el número de descontentos que la intriga, la envidia y la impostura le habían hecho , formando una oposi- ción tenaz y descompuesta á cuantas reglas administra- tivas se proponía plantear la autoridad , porque los abu- sos eran ya escándalos, el extravio poco menos que motín. Con perseverante enerjía, continuó Villagra poniendo CAPÍTULO J. 9 freno á, cuantas demasías asomaban en las colonias ; pero como viera que los Indios no daban indicios de volver á la guerra , resolvió trasladarse á la capital del reino (1) , ya por apartarse de un lugar que mezqui- nas pasiones tenían tan trabajado , ya también en ánimo de examinar por sí mismo cual curso se habia dado en Santiago á todos los negocios civiles y militares durante el tiempo de su propio gobierno. El cabildo de la capital recibió esta noticia con mu- cho contento , é hizo que el alcalde ordinario Juai> de Cuevas, acompañado de un rejidor, fuese á Maipo á esperar á Pedro de Villagra, y acompañarle hasta su entrada en Santiago , que se verificó en medio de acla- maciones , celebrándola ademas con tres dias de fiestas y regocijos públicos, á contar del 3 de junio de 1564(2). Comenzó desde luego el gobernador el arreglo de la administración política con provisión de varios empleos que en ella resultaban vacantes , y fuele preciso usar de su inflexible enerjía para que el ramo de hacienda recobrara la debida regularidad , porque la indolencia ó la contemplación le tenían desamparado , andando en primeros contribuyentes caudales de mucho importe , cuando tantas y tan grandes atenciones se veian descu- biertas. Esta medida, aunque justa, trajo al gobernador tantos enemigos cuantos fueran los individuos que ella alcanzó , pero al cabo entró el tesoro en fondos, y con ellos la autoridad en obras de jeneral aprovechamiento , porque (1) Ahora que los Araucanos so mantienen con sosiego y en buen ca- mino, me dispongo á pasar á esa. (Carla del gobernador al cabildo de Santiago.) (2) Libros del cabildo. '■ 10 HISTORTA DE CHTT.E, como no parecían ya en el pais Indios de guerra, mientras que en Santiago se tomaron con nuevo empeño los trabajos de la catedral , de la casa del concejo , el laboreo de las minas, etc. , el activo Pedro de Yillagra encargaba á todos los correjidores de su gobernación que cada cual en su distrito concurriera estimulando , ya la industria, ya el comercio, según que la localidad lo permitiera. Así , en breve se vio un no esperado des- arrollo en la agricultura de la fértil Imperial ; Villarica respondiendo a su nombre con toda suerte de tesoros ; Valdivia sacando de la Madre de Dios abundante y ri- quísimo oro , y solicitando su cabildo que el rey le con- cediera el privilejio de asentar en su casco casa de mo- neda ; Osorno acrecentando el número de talleres , y enriqueciéndose también con su preciosa mina de Pon- zuelo. Mientras que con tantos bienes concurria la paz , gra- cias á una administración inteíijente y zelosa del bien común , un buque mercantil que del Perú venia trajo la noticia de que el licenciado Lope García de Castro llegaría en breve, ó habría llegado á aquel pais, para gobernarle en nombre del rey. Mucho lo celebraron, así el cabildo, como el gobernador, y no sin motivo, porque la real audiencia de Lima, ejerciendo el gobierno del Perú desde el fallecimiento del conde de Nieva, hombre empeñado en la prosperidad de Chile , habia desaten- dido enteramente cuantas súplicas y reclamaciones le dirijieran los cabildos de ese último reino , sin siquiera otorgarles el mas insignificante auxilio ni en armas , ni en mantenimientos , en mas de dos años de su absoluto mando. Con venir al poder García de Castro , de pre- sumir era el favor de su autoridad , y el gobernador y el CAPITULO T. 11 cabildo de Santiago salieron al instante demandándole por medio de Juan Godinez , que fue despachado á Lima para felicitar al nuevo presidente (1), é inclinarle á que viniese al socorro de Chile con algunas tropas y mu- niciones. Poco habia que este comisionado estaba en camino , y ya se esparció la voz de que, en efecto, recibido quedó en el Perú de presidente y capitán jeneral García de Castro, en 22 de setiembre de 1564; que desde luego mostró su desagrado á la real audiencia por «ha- berse mantenido tan olvidada de la suerte del reino de Chile, cuando tantas veces se tenia solicitado su am- paro ; que estaba acelerando el equipo y arreglo de un buen refuerzo de jente con destino á la defensa y con- servación de este tan combatido pais , y que también se le daría un nuevo gobernador, pero no se pronunciaba el nombre (2). Aunque Pedro de Villagra estaba resuelto á pasar todo el verano en Santiago, porque, como lo dice el cabildo de esa ciudad: «los Araucanos se mantenían » con sosiego en el término en que se los habia dejado , » con vista de aquella novedad se hizo mas necesaria su permanencia en la capital , para estar á mano de entre- gar el poder á quien en nombre de García de Castro saliese reclamándole. Semejantes voces nunca debieran adelantarse , por- que la autoridad se desvirtúa; en quien la ejerce suele entrar indiferencia cuando menos , y en los aclministra- (1) Presidente de la real audiencia ; no virey como algunos autores su- ponen. (2) Acaso corriera estas noticias el ilustre don Bartolomé Rodrigo Gon- zález de Marmolejo, que vino por entonces del Cuzco, ya consagrado para entrar en la silla episcopal de Santiago. 12 HISTORIA DE CHILE. dos de mala índole la audacia puede ir hasta la insolen- cia. No falló , en verdad , la entereza de Villagra , mas que se reconociera en vísperas de haber de rendir un bastón, que, atento á sus servicios y á su capacidad, en manos dignas estaba ; pero se suscitaron en Santiago acaloradas disputas de las cuales hubieran podido resul- tar poderosas banderías, y todo por solo querer acla- rar si García de Castro tenia ó no las competentes facultades para remover de motu propio un gobernador interino con otra interinidad menos poderosa , pues que la existente traía su oríjen de facultad real, mientras que la sucesora solamente habría de enseñar la voluntad de un simple presidente. Los partidarios de Villagra negaban con calor, y con calor afirmaban sus adversa- rios, que á mas pasaran unos con otros si cabildo y gobernador no atendieran á la conservación del orden con zelo y firmepropósito de escarmentar á quien alte- rarle pretendiera. Gracias á la buena armonía con que se correspondie- ron todas las autoridades , ni la tranquilidad sufrió que- branto , ni la justicia encontró trabas , pero la cuestión de gobierno siguió ajilándose con tenacidad , hasta que por fin se anunció desde Coquimbo el jeneral Jerónimo de Castilla, diciendo al cabildo de Santiago haber ar- ribado á aquel puerto con doscientos (1) soldados, con municiones, efectos, y órdenes del presidente del Perú. Ya parece ahí desconocida la autoridad de Pedro de Villagra, porque á ella debió dirijirse el general Casti- lla ; con todo , si acaso el hecho pudo no serle grato al gobernador , este se prestó sin mostrar queja al unánime (1) Trecientos pone Molina, otros autores van a mayor número; luego probaremos su error. CAPITULO I. 13 querer de los cabildantes, para decir con ellos á Cas- tilla: « Que no desembarcase la tropa, sino que en las » mismas naves la llevase al puerto de la Concepción a donde se reforzaría, y que en la entrada del verano » pasaría á esta ciudad su señoría á continuar la pacifi- » cacion de los Araucanos , los cuales cuando se vino á » la ciudad de Santiago los dejó sosegados y en buen * término como al presente están (1). » El ayuntamiento de Santiago , que estaba muy satis- fecho con el acertado gobernar de Villagra, creyó que sin duda Castilla seria el nuevo gobernador nom- brado , mas como este jefe se anunciara con tanto em- bozo , pensó traerle á una franca y debida declaración , por medio de aquella respuesta. Igual fue el sentir del gobernador Pedro. Castilla recibió aquella orden, y lejos de observarla se dio de nuevo á la vela, no para arrimar á Concep- ción , sino pasando á Valparaíso donde hizo tomar tierra á su jente ., y en cuanto la hubo abarracado , se dirijió otra vez al cabildo de la capital no menos embozada- mente que la primera. Se le reitera la orden ya seña- lada ; la desprecia ; toma su tropa, y parece con ella en Santiago. A un proceder que tanto se alejaba , no solo del or- den natural de las cosas, sí hasta de los principios de la cortesanía , ya no quiso contentarse el cabildo sino tomando por suya la cuestión gubernativa , y trayendo ásu seno la persona en quien residía la primera autoridad , tras lo cual salió diciendo : « Y requiérasele » (á Castilla) que si trae provisión sobre el gobierno, » pase solo al cabildo á manifestarla ; que si es de S. M. (1) Cabildo de Santiago. a HISTORIA DE CHILE. » ó de quien poder tuviese para ello, los cabildantes » están prontos á la obedecer , y que de no le retan y » hacen reo de culpa y cargo ante el rey. » No por ello se manifestó mas cortés el jeneral Casti- lla, antes renovando su insultante desprecio para con una corporación , digna en todo caso de mas fina cor- respondencia, se dirijió á la morada de Rodrigo de Quiroga, trájole al frente de la tropa venida del Perú, dióle el mando de ella (1) , y en seguida los dos jefes fueron á las casas consistoriales, donde notificaron al cabildo la provisión de García de Castro , por la cual resultaba nombrado el dicho Quiroga gobernador inte- rino y capitán jeneral del reino de Chile. Se dio cumplimiento y obediencia al despacho ; en el acto y sin réplica fue puesto en posesión del gobierno Rodrigo de Quiroga ; en el acto y sin dar causales fue preso Pedro de Yillagra (*2). Tal fue el desenlace de esa mal trabada comedia en que algunos de los actores desempeñaron un muy deslu- cido papel , y ni se concibe como Rodrigo de Quiroga , con tanta experiencia de gobierno , con lealtad tan dis- tinguida así en sus relaciones públicas , como en las que mantuvo durante la vida privada , se prestara esta vez (1) Y (lióle (á Quiroga) el mando de los doscientos españoles que trajo de socorro. {Cabildo de Santiago.) (2) Ni ese gobernador fue á mano armada á casa de Quiroga , como cuen- tan algunos ; ni hizo resistencia , ni puso por mediador á Alvarez de Luna , ni Quiroga le acusó cabeza de motín. Los hechos son tales como quedan re- latados, que así los guarda el libro 2o del cabildo, autoridad que vale por todas cuantas en contra pretendieran salir. Se lamentan los historiadores de que no se hayan dado razones con que cubrir un tan innoble proceder para un caudillo en nada inferior á su ilustre hermano ; ¿ qué razones dio don García Hurtado de Mendoza para la prisión de este?.... CAPITULO 1. 15 á un juego de tan villano desaire para la ilustre corpo- ración municipal de Santiago , porque no es de suponer que desprevenido le cojiera el nombramiento de go- bernador. Como quiera , preso el gobernador Pedro de Villagra, al momento fue trasladado á Valparaíso , se le puso en la capitana del mismo Castilla , y se le trasladó al Perú, á disposición del presidente García de Castro , sin que se sepa cual fin tuvo aquel laborioso y célebre caudillo que la calumnia perdió , y la arbitrariedad sacrificó in- clemente , porque si otra cosa le derribara del poder , natural era que sus enemigos hubieran pensado en pa- sarla á la posteridad en abono de su desleal conducta , y descrédito de un jefe que todas las ciudades de Chile amaron con entrañable sinceridad (1). Ni hay sino leer el tercer libro del cabildo de San- tiago , para ver que á ninguno de los precedentes go- bernadores se le prodigan tantos elojios como los que los concejales vierten en honra de Pedro de Villagra , de quien dice Pedro Figueroa « que las obras de este » procer merecian premios y no castigos. » Entró Pedro Villagra en el gobierno interino de Chile el dia 13 de junio de 1563 , por disposición testamentaria que en este dicho dia hizo su hermano el mariscal Fran- cisco, y entregó el gobierno á Rodrigo de Quiroga en ik de junio de 1565 , por orden de Lope García de Castro, presidente de la real audiencia del Perú. (1) Cuando Pedro de Villagra venció á Lig-Lemu ofició á todas las colonias di- ciéndoles que « con misa de acción de gracias, se las diesen á Dios de que con » muerte del jeneral Antuhuenu, la de Lig-Lemu , de sus mejores oficiales » y de multitud de soldados quedaba dominado el reino. » — A lo que res- pondieron todos los cabildos llenándole de bendiciones , de alabanzas á su valor, á su prudencia , á su constancia y zelo por el bien común y por la tranquilidad del país. ir 16 HISTORIA DE CHILE. Nació , como su hermano , en Colmenar de Arenas ; pasó al Perú , y de allí á Chile con don Pedro de Valdi- via, asistiendo á todas las empresas de ese famoso conquistador. Asentó vecindad en Santiago, fue factor oficial y real en esta ciudad , y maestre de campo jene- ral del reino , y en todos sus empleos se mostró muy zeloso de la justicia y de la igualdad. Conservó tenaz las ciudades Infantes, Angol y Concepción, contra la manifiesta oposición que sus respectivos cabildos levan- taron al considerarse sin fuerzas ni medios para resistir al alentado Antuhuenu, y al no menos audaz Antenucul, y como saliese con bien de su empeño, aquellos pueblos le agradecieron el que persistiera oponiéndose á la des- población. No se cree dejara descendencia (1), ni aun se dice que fuera casado ; pobre entró al desempeño de las fun- ciones de la primera dignidad ; pobre le sorprendió un hado adverso despeñándole del poder que con tanto acierto rejia ; acaso no esté de mas presumir que pere- ció entre el desprecio y la mas estrecha y desconsola- dora indijencia. (1) Con duda notan algunas memorias antiguas si el don Alvaro de Villagra, de quien hablamos en la nota 2 de la página (508 del 1. 1) seria ó no hijo de Pedro. Fúndanse en que parece en 1(599 una doña Josefa Pérez de Valenzuela y Vi- llagra , probando ser descendiente del Alvaro ; pero con eso no salimos de dudas. La existencia de Alvaro de Villagra conocida está, pero ¿fué ese Alvaro hijo de Francisco, ó hijo de Pedro? Él pasó, como se ha visto, por hijo del mariscal. Ib I CAPITULO II. Rodrigo deQuiroga se manifiesta opuesto á las disposiciones gubernativas que asentaran Jos Villagras. — El cabildo de Santiago las defiende. — La mitra en el venerable sacerdote Marmolejo. — Sus obras y su muerte. — El go- bernador en Concepción. — Ordena la conquista de Chiloe. — La real au- diencia en Chile. ( 1565—1567.) Ya dijimos que, el iíx de junio de 1565, entró don Ro- drigo de Quiroga en posesión del gobierno de Chile, con que le honró el licenciado Lope García de Castro , pre- sidente del Perú , y no hallamos causa por la cual el cabildo de Santiago no conservó , ni traslado del nom- bramiento que aquel gobernador notificó acompañado del jeneral Castilla, ni acordada de recibimiento y cere- monial de costumbre , como con todos los demás gober- nadores lo habia hecho. Attribuirlo á desquite de la in- decorosa conducta que en este lance observó Castilla , fuera hacer agravio á los concejales de la capital, todos ellos sugetos de probada nobleza é hidalguía. Es con todo cierto que entre esa ilustre corporación y aquel jefe , ya que no fuera caso de un absoluto desvío, cuyas consecuencias en daño común parecieran necesaria- mente, tampoco se armonizaron los pareceres, pues Quiroga quería dar por el suelo con cuantas disposicio- nes gubernativas salieron de la autoridad de los Villa- gras, y los miembros del concejo se empeñaban en man- tenerlas valederas. Tregua hubo para estos altercados con ocurrencias que, si bien pertenecen ala historia eclesiástica, en esta II. Historia. 2 18 HISTORIA DE CHILE. ■ merecen también una breve reseña, porque el personaje á quien conciernen sobrada influencia tuvo en la parte política, y es por lo mismo digno de recuerdo. En 1563 , se habían recibido en Santiago las bulas que Pió IV expidió en 17 de junio de 1561 , erijiendo en catedral la parroquia de Nuestra Señora de la Asun- ción de Santiago, capital de Chile, y poniendo en la silla episcopal al licenciado don Bartolomé Rodrigo González de Marmolejo. Este prelado , cuya consagra- ción se verificó en el Cuzco, tenia por gobernadores de su iglesia episcopal á los presbíteros don Agustin Cis- neros , y don Francisco Jiménez, y vuelto de aquella ciudad, y prevenido cuanto al ceremonial contempló ne- cesario , pasó á consagrar el templo de Nuestra Señora y tomar solemne y pública posesión de su silla (1). Preciso es que gozara el reino de mucho sosiego cuando notamos que el laborioso y caritativo Marmolejo sale inmediatamente de la capital, recorre todas las pro- vincias hasta la de Osorno , poniendo en ellas doctri- neros pertenecientes á diferentes órdenes relijiosas , logra de los Promaucaes la resolución de establecerse en pueblos, y les deja visitadores que atiendan á su instrucción, y los aparten délas suertes supersticiosas de sus adivinos ó sortílegos. Apenas empezara cuando acabó de pastorear es*e virtuoso prelado , rindiendo su espíritu á fines de 1565, y en los lli años de edad , ó vida, de constante y ejemplar caridad cristiana. Descendiente de padres nobles , avecindados en la ciudad de Carmona ( Andalucía ) , y ansioso de traer al gremio de la Iglesia las descarriadas tribus que las (1) En su lugar diremos el mudo y forma con que se solemnizo esta ce- remonia. CAPITULO 11. 19 armas castellanas descubrían en la América, pasó áeste pais siguiendo en las filas que corrieron sucesiva- mente bajo las órdenes de Diego Rosas, Pedro de Gan- día y licenciado Gasea. Tan señalada fue su virtud , que hasta los salvajes llegaron á respetarla recibiéndole en su campo como amigo , y oyéndole siempre con mani- fiesto respeto , mas que no siempre abrazaran las máxi- mas de paz y de fraternidad con que los convidara ; y de la misma libertad usó con los bandos de civil dis- cordia, de entre los cuales salió una vez herido, no por malquerer , sino por inadvertencia, y en la confu- sión de una enconada pelea que él quería evitar aun á costa de su propia vida. Pasó después á Chile con don Pedro de Valdivia, cuyas conquistas siguió con infatigable zelo en el des- empeño de sus funciones sacerdotales, y sin admitir nunca aquellos emolumentos de lícita asignación. Tuvo encomienda de indios , concedida por el rey, en Malga- malga , y las horas que su ministerio le dejaba libres , las empleaba en la educación cristiana de sus pobres jantes, como él decia, hablando de las de su encomienda, á quienes cuidaba se les diese abundante y sano alimento , y un trato conforme en todo con lo que enseña el evan- gelio. Socorrió dos veces á la ciudad Concepción con cre- cidas sumas , y dos veces recojió á los vecinos de ella manteniéndolos á sus expensas en las dos primeras despoblaciones , hasta que tomaron nuevo asiento. Gastó con el ejército mas de cien mil pesos, consumió no pocos en traer á Chile una yeguada de que proceden los tantos y tan famosos individuos de la especie que hoy posee aquel reino ; en fin , con su carácter conciliador, caritativo, cristiano, y no poco político , procuró grandes 20 HISTORIA DE CHILE. bienes á las colonias chilenas , y las preservó mas de una vez de males, que sin la mediación de ese santo sacerdote hubieran sido inevitables en aquella época de desacatos á la vez que de contemplaciones. La muerte de este varón esclarecido (1) en todas las ciudades fue llorada , pero con mayor razón en la capi- tal , aula, por decirlo así, donde diariamente se enseña- ban las virtudes del primer cura, primer vicario, y primer obispo que el pasto espiritual sirvió á los mo- radores de Santiago; y con sentido y público pesarla vio el gobernador Rodrigo deQuiroga, que se mantenia en esta ciudad, porque por ninguna parte daban seña los Indios de volver á turbar el sosiego en que Pedro de Vi- llagra habia dejado el pais. Yernos sin embargo que el 3 y el 29 de diciembre del expresado año pasó el gobernador revista de sus tro- pas (2), y que nombró de su teniente de gobernador y capitán jeneral del reino á Martin Ruiz de Gamboa, con facultad de permanecer en Santiago , y proveer ^ la vacante que de alguacil mayor resultaba en esta ciu- dad (3) ; de donde se infiere que debia ya tener resuelta su partida, aunque no se nos señala la fecha en que hubo de ejecutarla. Con todo debieron reformarse algu- nas de esas disposiciones, pues el 19 de abril de 1566 estaba en el correjimiento de la capital Juan de Esco- bedo , el gobernador en la ciudad Concepción , y Gam- boa en Valdivia. Habia proyectado Rodrigo de Quiroga la repoblación (1, Sucedióle en la silla episcopal á principios de 1567 el ilustrísimo señor don Fray Fernando de Barrionuevo , del orden seráfico ; fue natural de Gua- dañara", y en el poco tiempo que gobernó la Iglesia se adquirió opinión de santidad. (2-3) Libro k° del cabildo. CAPITULO II. 21 de la plaza de Arauco y ciudad de Cañete , cuya deter- minación movió una terrible resistencia en los ayunta- mientos de Santiago y Concepción, que alegaban dos cau- sas contra semejante empresa. La primera y mas fundada era que con ver los Araucanos como los Españoles vol- vían á establecerse en su suelo, se habían de irritar hasta punto de recojer nuevamente las armas , aunque por en- tonces no hubiese indicio ninguno de semejante querer ; y era la segunda, en Concepción , el no querer su cabildo desmembrar el vecindario , pues se habia visto en gran- des apuros , y no estaba por provocar otros ; y en San- tiago se decia que de tal empresa no dejarían de resultar pedidos de todo jénero, y ya estaban cansos sus habi- tantes de tantos y tan repetidos sacrificios , hechos en auxilio de las colonias del Sur. Hemos dicho que en Rodrigo de Quiroga pareció ma- nifiesta aversión contra todo cuanto hicieran los Villa- gras : estos habian abandonado Cañete y Arauco ; las observaciones de los dos cabildos citados podian ser sen- satas, acaso realizarse (y en efecto fue asi) , pero era preciso que en Cañete y en Arauco se asentara el gober- nador, por lo mismo que le resistían. Mandó , pues , á Santiago al licenciado Hernando de Villalobos, para que se encargase de la capitanía jeneral del reino en ausencia de Ruiz de Gamboa ; dio el mando de las armas (1) á don Miguel de Yelasco ; hizo á Lorenzo Bernal su maestre de campo , y habiendo recojido cuan- tos vecinos pudo hallar de los pertenecientes á la despo- blada Cañete , y no pocos veteranos que con la paz an- daban dispersos , ó dados á la ociosidad . la expedición (1 Jeneral de las armss dice el cabildo de Santiago. 252 HISTORIA DE CHILE. quedó determinada para el 13 de noviembre de 1566 (1). Que la paz debia parecer bien asentada lo prueba la resolución en que por entonces entraron los misioneros mercenarios , que á Chile vinieran con Pedro de Valdivia, quienes se constituyeron en comunidad, y cabeza del reino de Chile en la orden , no obstante que en Concep- ción existia convento déla misma desde 1563, á cuyos relijiosos encomendó misas en su testamento Francisco deVillagra. Los fundadores de este de Santiago fueron fray Antonio de Correa , fray Antonio Rondón , fray Bernabé Rodríguez , fray Juan Zamora , fray Antonio de Olmedo , fray Diego Jaime , y el lego Martin Velazquez , y todos ellos habian concurrido hasta entonces al campo de ba- talla para dar el socorro espiritual á los necesitados. Pa- recióles no quedaba mas que hacer sino retirarse al claustro , y sin embargo la paz llegaba á su término. Con mas de trescientos hombres pasó el Biobio Ro- drigo de Quiroga , llevando por todas partes una mano destructora que puso á los Indios en la mayor conster- nación , por lo mismo que no debian presumir que hosti- lidades tan arrebatadas se rompieran , toda vez que nin- guna causa las motivaba. Los campos quedaban asolados, los naturales se vieron en la precisión de huir el golpe de una inclemente cuchilla , y el desorden , y el terror, y los lamentos removieron de nuevo toda la Araucania, cuyos moradores ni sabían si pedir paz ó aceptar resuel- tos la guerra á que se los provocaba. (1) Figueroa y otros historiadores ponen en 1365 la reedificación de San Felipe de Arauco y de Cañete. Si acaso se quisiera dudar de la fecha que acabamos de poner siguiendo nuestros documentos, ninguna objeccion cabe contra la que el cabildo de Santiago señala así : — « Y estaba acuartelado al márjen del rio Biobio el 17 de noviembre de 1566. CAPITULO II. 23 El campo castellano llegó , pues , á Arauco ; comenzó desde luego la reedificación de esta plaza , que fue otra vez puesta á las órdenes del famoso Lorenzo Bernal ; y de aquí se trasladó á Tucapel , sobre cuyas ruinas alzó la ciudad de Cañete , estableciendo en ella á muchos de sus antiguos vecinos , con otros nuevos que recibieron terre- nos y solares para su asiento. El mando de esta colonia fue encomendado á don Miguel de Velasco. Al regreso de esta colonia para la plaza de San Felipe de Arauco , reparó el gobernador que el sitio llamado Quiapo (1) era de mucho interés para la correspondencia entre Arauco y Cañete , y por consiguiente se paró en él emprendiendo la construcción de un fortín. Aquí fue donde recibió Quiroga un oficio de su lugarteniente el licenciado Villalobos , en que le anunciaba que el cabildo de Santiago estaba sumamente sentido y muy descon- tento porque se le habia asegurado « que Su Señoría pen- » saba ir á la conquista y población de Chiloe. » El ayuntamiento de Santiago , y del mismo sentir eran todos los demás, no presumía ventajas en ganar tierra cuando ni fuerzas bastantes habia para guardar la que á fuerza de tanta sangre se habia adquirido ; pero fue mal hereditario entre los gobernadores el afán de extender los límites de su dominación , y de ese mal no ■ se habia de libertar Rodrigo de Quiroga ; solo que no conviniéndole romper abiertamente con la municipalidad de la capital del reino, hizo que se acercase á ella su lugarteniente, con esta misteriosa respuesta : « Que la hida á Chiloe » muestra hacerla solo por entretener la jente de guerra » con la esperanza de ella , y no para que en efecto se (1) Unos ponen Cuyapu , otros Queipa y Quipeo como Molina. n HISTORIA DE CHILE. «haga tan 'perjudicial empresa; que por esto mandó á » Martin Ruiz de Gamboa que fuese con dos ó tres amigos » solamente á Valdivia , á solo hacer muestra de que se ¿hiba á hacer la dicha jornada (1). » No pasó el ayuntamiento por el solapado contenido de semejante despacho , y menos el astuto rejidor An- tonio Tarabajano , quien salió diciendo , ante el mismo Villalobos , cuan poca fe le inspiraban las palabras del gobernador, y que los concejales no debían alzar la se- sión sin dejar acordada la respuesta que cumpliera dar á Quiroga , no por un mero papel , sino por medio de una diputación que presentándose ante la primera au- toridad , supiese traerla al voto público. Todos los capi- tulares entraron gustosos en ese parecer, y fue acuerdo del mismo dia : « Que no se hiciese la mencionada em- » presa , añadiéndole nuevos gravámenes á esta ciudad, » que como capital del reino recahian sobre ella los reparos » délos asedios, repoblaciones, mantenciones y recupera- » ciones de los establecimientos australes. Que por re- « parar estas cosas, han gastado los vecinos de ella muy - grandes sumas de pesos de oro de sus haciendas, en el » sustento y allanamiento del reino ; y gastan cada dia , » por lo que están al presente muy empeñados , y de » manera que en otra urj encía no tenían con que servir » á S. M. Ni la hacienda real tenia con que hacerlo , » pues por el mismo motivo está tan empeñada que ya >. no oedia dar socorro en manera alguna ; y que así , » con la nueva población se ponía á peligro todo el >; reino. Por tanto que el diputado (2) pida con todo » calor, no consienta hir al jeneral Gamboa á la dicha (1) Acuerdo del cabildo del 24 de enero de 1567. (2 El rejidor Tarabajano. sacra CAPITULO II. 25 a jornada, ni sacar para ellajente alguna de este reino. » De esa manera se hablaba en Santiago mientras que en Quiapo escribia el gobernador las órdenes necesarias para que Ruiz de Gamboa pasase desde Valdivia á la conquista de Chiloe, mientras que ya corría la flecha en los cuatro Butalmapus , y mientras que los Araucanos del interior cumplieron la elección de su nuevo toqui Pilla- taru, que se supone próximo pariente del célebre Lau- taro : así la embajada de Tarabajano quedó sin efecto. Como lo habia previsto el cabildo de la capital , los Araucanos no podían mantenerse quietos viendo otra vez á su enemigo establecido en -su patria , y menos cuando ese enemigo caminaba destruyendo campos y arrasando una tierra , cuyos habitantes , aunque no rendidos , permanecían ya habia mas de dos años inofensivos y sosegados. A las voces de nuevo alzamiento , que no le sonaron bien al gobernador, salió desde Quiapo Pedro Cortés de Monroy , con unas setenta á ochenta lanzas que habían de guerrillear, no haciendo frente á crecidas masas si acaso con ellas dieran , sino dando de maloca ó sorpresa sobre partidas sueltas. Monroy fue en sus correrías con extremado rigor , y queriendo aplacarle , mas de una délas parcialidades contiguas á los establecimientos espa- ñoles le pedían la perpetuación de la paz , pero era inútil contar con ella pues que Pillataru tenia ya en Qui- laco (1) tres mil soldados, de cuya instrucción para el manejo de las armas cuidaba el toqui con actividad y esmero. No tardó mucho el jen eral araucano en salir del pa- (1) Limaco sin duda se quiere decir. 26 HISTORIA DE CHILE. ludoso lugar que sirvió de punto de reunión á sus sol- dados, pero nuevos estos en el arte de la guerra, se con- tentó con irles acostumbrando á ella por medio de re- pentinos avances contra las posesiones españolas , que causaban no pocos daños y solian quedar sin castigo , porque en una desbandada de anticipado concierto cu- bría á los conquistadores el verdadero puesto que las armas indias ocupaban. Ya por fin entrando el toqui en la resolución de dar abiertamente contra la ciudad de Cañete , declaró sus posiciones en el cerro de Rucupillan, cuya elevación mide mas de trescientos pies castellanos , teniendo los costados de norte y poniente como cortados á nivel, y dando á los de oriente y mediodía una fuerte palizada. Pillataru quería probar si los Españoles osarian venir á ofenderle , porque en defensa tan bien escojida pro- bable era que sus soldados mantuviesen el choque con mucha mas resolución y confianza que si por primera vez se los pusiera en campo raso. La noticia de este acontecimiento enfureció al gober- nador Quiroga , porque de ningún modo quisiera él que semejante asomo de guerra llegara ó tomar incre- mento , en triste abono del vaticinio de los cabildos de Concepción y de Santiago ; así es que inmediatamente mandó que el maestre de campo Miguel de Velasco, con buen número de tropas y algunos auxiliares , y con la partida que mandaba Pedro Cortés , pasase a atacar á los Araucanos , hasta desalojarlos de sus posiciones y deshacerlos. Estos jefes llegaron al pie del cerro de Rucupillan al romper el dia, en uno de los primeros de mayo de 1567, é intimaron la rendición al toqui ; pero aun- BH CAPITULO II. 27 que hubo de cojerle desprevenido su enemigo, con ufanía respondió no querer acomodarse sino con una guerra á muerte , y los Españoles comenzaron á repe- char la cuesta , por la parte que conducía á la esta- cada del mediodía Velasco , y Cortés por la oriental con su columna y la de los auxiliares. En ambos costados respondió Pillataru al choque con entendida disposición, y sus soldados defendieron la trinchera como si en la guerra muchos años de ejercicio tuvieran ; pero al cabo de dos horas de ensayo saltaron sus adversarios la esta- cada, comenzó la pelea con encarnizamiento, entró en el ala que llevaba Cortés y en las masas indias una ruidosa confusión , queriendo aquella cerrar paso , y estas des- pejarle, y en fin, en tanto que Velasco cantaba la victoria en la cúspide de la montaña y centro del campo arau- cano, este con su toqui la descendía declarándose en reti- rada, seguida algún tiempo de las armas de Pedro Cortés. Pillataru perdió doscientos hombres , y de los ven- cedores no se señala número, aunque se dice salieron con muchos heridos , y sobretodo en la división auxiliar ; de cualquier modo no estuvo en este triunfo el fin de la guerra á que los Araucanos fueron esta vez llamados, y mientras que los dos bandos se desafian en reencuen- tros y escaramuzas de no mas importe que el acreditarse de bien hallados en una recíproca hostilidad , volvamos la vista á la empresa de Ruiz de Gamboa. Con las órdenes que del gobernador recibiera este cau- dillo en los primeros dias del mes de enero de 1567 , co- jió en Valdivia unos ochenta y cinco Españoles , se le unieron otros pocos en Osorno , á su paso para Chiloe en principios de febrero (1). De Osorno partió para la parte (1) Los autores suponen la conquista de Chiloe en 1566, pero mal admi- 28 HISTORIA DE CHILE. jurisdiccional del cacique de Carelmapu, situada sobre la ribera del golfo de Ghiloe , cuyos moradores , así como su jefe, le recibieron con prendas de suma complacencia, hija sin duda de su índole pacífica y hospitalaria. De suerte que no fue llegar, ver y vencer la obra del jeneral español en aquella tierra, como así se ha sentado en varias historias, sino llegar, ver y fundar , con consentimiento y ayuda de los inocentes pescadores que la habitaban , y que salieron ofreciendo á sus huéspedes sus haberes , todas sus piraguas , á favor de las cuales recorrieron los Españoles la mayor parte del golfo. Ruiz de Gamboa bautizó el pais con el nombre de Pro- vincia de la Nueva Galicia , en recuerdo del gobernador Quiroga , oriundo de Galicia de España , y fundó la ciu- dad dicha San Antonio de Castro , ó sea Castro simple- mente , como algunos pretenden , obsequio sin duda dirijido al presidente del Perú ; llamando también al rio que la baña el Gamboa , cuyo cognomento se perpetua. De sesenta á setenta mil almas se supone fue la pobla- ción entonces descubierta , y la distribuyó en diferentes encomiendas el jeneral Gamboa , dando á los Españoles que en la isla quisieron asentar vecindad un crecido número de brazos para cultivar los terrenos que á cada uno le fueron señalados. Mientras continuaban los traba- jos de fábrica y demás , llegó aviso de Quiroga en que mandaba que Gamboa se trasladase á San Felipe de Arauco , dejando el mando de la expedición en quien le tiéramos semejante fecha cuando dice el cabildo de Santiago : « Y el 24 de enero » de este nuevo año de 67 aun estaba en Valdivia este ejército. » También se pretende que Ruiz Gamboa fue á Chiloe con solos 60 Españoles; ese nú- mero y mas parece que dejó á su maestre de campo Alonso Benites, vecino de Valdivia , cuando, regresando á Quiapo, le encargó el mando de la nueva conquista. CAPULLO ti. 29 pareciere mas á propósito ; y este mando recayó en el maestre de campo Benites , que quedó con todos los Es- pañoles , menos una escolta de diez ó doce caballos, con que Gamboa entró en Arauco. No se detuvo en esta plaza. Rodrigo de Quiroga , que en ella se mantenía, haciendo frente á las continuas pro- vocaciones de los Araucanos , habia recibido aviso de la llegada de una real audiencia á Concepción , encargada del réjimen civil y militar del reino , y acompañado de Gamboa pasó á aquella ciudad para desnudarse de un poder en el que luego le veremos por la expresa voluntad del rey Felipe II. CAPITULO III. Ministros togados de la real audiencia. — Rodrigo de Quiroga entrega el gobierno al supremo tribunal. — Providencia intimatoria del tribunal gobernador. — Responde el toqui con la expugnación de Quiapo. — La audiencia pide fuerzas para hacer la guerra. — Martin Ruiz de Gamboa jeneral en jefe. — Él ulmén Nahuelbuta. — Prosperidad de las colonias meridionales. (1567.) Por cédula de Felipe II, fechada en la Granja el 27 de agosto de 1565, se mandó establecer en el reino de Chile real audiencia , que habia de residir en la ciudad Concepción , no por mas derecho ni causa , sino el de rayar aquel pueblo con el Araucano , cuyo belicoso aliento presumió atajar la corte de España fiando á la pluma el problema que hasta entonces seguía resol- viendo la espada. Mucho ganara con esta medida el reino de Chile si á la toga no se la desviase del templo en que se pesan los derechos y los desvíos del hombre , según pactos de la sociedad á que pertenece ; pero ar- mar esa toga y traerla á que disponga y soberana- mente ordene las batallas en un pais nuevo , en un pais desconocido del todo , fue un desacierto fatal. Y de ese desacierto ningún cargo hay que hacer á Felipe II , ni tampoco á sus consejeros ; estos, como aquel , vinieron á la resolución citada con la mejor fe , con verdadero sentimiento del bien , con miras de una acrisolada piedad en favor de los Indios , como en favor de sus conquistadores. Desde que Valdivia se estableció en Chile , la envidia , la cobardía , la ambición , todas CAPITULO Iií. 31 las pasiones en fin se desataron con calumnias, y aquel desventurado gobernador y sus sucesores sirvieron de blanco á la embozada iniquidad que los pintaba cuales no fueron nunca, cual ninguno de ellos quisiera parecer, y que todos dieran gustosos mil vidas que hubieran te- . nido, antes que reconocerse en el retrato que sus émulos enseñaban en la corte de Felipe. Eran tiranos, eran am- biciosos, eran estafadores, eran ineptos, apar que injus- tos , y si la guerra no tenia término , pobre disculpa el atribuirla alexajerado ardor de los Araucanos, cuando la causa real era , á mas de la mala dirección que se le daba, el grande interés que en su perpetuación recojian así los go- bernadores , como algunos de los capitanes sus favoritos. Esas y otras imposturas penetraban muy á menudo hasta el mismo trono; hallaron por fin oidos, y no se dio con mejor remedio , sino el que vimos en la cédula citada anteriormente. Los ministros nombrados para hacer parte del su- premo tribunal , con entera independencia del semejante establecido en el Perú, fueron Diego Nuñez de Peralta, decano ; los licenciados Egas Venegas y Juan Torres de Vera, oidores, y para fiscal el jurisconsulto Navia, á quienes felicitó en Coquimbo el 12 de mayo el rejidor de Santiago, JuanGodinez, en nombre de su ayuntamiento, acompañándolos hasta Concepción , en cuya ciudad se les dio entrada solemne con toda la tropa tendida, cam- paneo, salvas, aclamaciones , paseando el sello real en un hermoso caballo blanco ricamente enjaezado (1). Acabada la ceremonia de posesión y asiento , entró don Rodrigo de Quiroga deponiendo en manos de la (1) La ciudad compró el caballo á Francisco Gudiel en trescientos cuarenta pesos. La ceremonia ocurrió el 13 de agosto de 1567. m HISTORIA DE CHILE. audiencia la gobernación de Chile , y quedó aquella so- berana en la administración política y civil , soberana en el gobierno militar. Es de notar que este acontecimiento , si causa de loco contento fue para los Españoles, con tan grande ó mayor deporte le celebraron los Araucanos, porque Pillataru comprendió muy distintamente cuan bien se le servia desarmando al gobernador Quiroga , cuya es- pada en tantas ocasiones se habia ilustrado. Así es que el entendido toqui, sin detenerse asomó en el estado de Arauco, con numerosos cuerpos, de los cuales algunos pasaron corriendo hasta los establecimientos españoles , y en ademan de querer atacar la ciudad de Cañete. Saludo semejante no fue muy del gusto del tribunal gobernador , pero encargado de una misión puramente conciliadora , supuso desde luego que á su voz la tem- pestad se disiparía , y salió con un acuerdo en que se ordenaba , se hiciese saber a los Araucanos se hallaba establecida la audiencia para afianzar el cumplimiento de las leyes , que depusiesen las armas , y concurriesen á Concepción expresando sus quejas , pues serian oidos y despachados con benignidad. Pasó á notificar á Pilla- taru ese auto tan peregrino el escribano de cámara An- tonio de Quevedo , pero el toqui, que sin duda no entendía de leyes , ó quiso hacer como que no las entendía , cojió al escribano , le trajo entre filas hasta la fortaleza de Quiapo , que fue abandonada de la guarnición española, tras una muy corta defensa , porque reconoció á tiempo que no se podia sostener , y se refujió en Cañete ; y en cuanto Pillataru se mirara en posesión de la plaza , hizo entender a Quevedo que con lo visto podia volverse, y responder á la real audiencia. ■s m CAPÍTULO III. 33 Bien podía Pillataru reir impunemente de una me- dida tan fuera de propósito , y mas cuando la audiencia llevó el desacuerdo hasta punto de quedar sin jente ar- mada , y sin capitanes de servicio , desde que Rodrigo de Quiroga le entregó el bastón ; pero á vista del peligro en que se reconoció en cuanto tuvo noticia de la altivez del toqui, y de sus resultas, ofició á todas las ciudades en demanda de fuerzas con que hacer frente al enemigo , exijiendo de la de Santiago soldados, armas, caballos y municiones, y facultando á su cabildo para que por sí mismo nombrase capitán del cuerpo de jente que man- dar debia , cuyo capitán le daba la real audiencia por aceptado. Acaso estuvieran las colonias del Sur en disposición de responder debidamente á la demanda de la real audien- cia , que entra en Concepción ondeando el estandarte de una paz eterna y verdadera , para salir, al cabo de cuatro dias de ejercicio en el poder , con un jeneral apellida- mientoálas armas. Pero en Santiago no habia ya ele- mentos de ningún jénero para que su cabildo viniese á nuevos sacrificios. Compuesto entonces su vecindario de ancianos, de inválidos, de hombres en fin que las bata- llas arruinaron con algún miembro de menos ; el tesoro sin un maravedí ; los particulares empeñados en sumas cuantiosas, tomadas para hacer frente á los continuos pedidos, ó ya para mantener en sus propias moradas hoy todo un pueblo que el enemigo ahuyenta de sus hogares , mañana uno, dos, ó mas destacamentos de tropas dispersas y fujitivas , que en la capital se amparan , como hicieron últimamente les capitanes Balsa y Zurita, y amen de esto, sacrificios sobre sacrificios para tantas necesidades como enseñaron las repetidas repoblaciones. De suerte II. Historia. q M HISTORIA DE CHILE. 1 que, mientras con el tesón, con la inimitable constan- cia de los conquistadores parecían florecer y salir de entre ruinas aquellas colonias que con mayor furor per- seguían y asolaban los terribles Araucanos , la capital de Chile era la que fallecía , la que se atrasaba , la que sentía una dolorosa indijencia , y á la que sin embargo se re- curría como si hubieran de ser inagotables sus tesoros. Así , cuando el cabildo de Santiago tomó noticia de la orden en que la real audiencia le reclamaba un contin- jente de hombres, y los recursos á su equipo y armamento necesarios, en cada uno de los concejales se pintó el mas acerbo dolor, y con lágrimas habrían respondido todos ellos á la suprema autoridad si delante la vieran. ¿ Como hacer en efecto ? Todo , todo absolutamente fal- taba menos un acrisolado patriotismo , menos una volun- tad leal y desprendida ; pero con eso no se contenta nunca el que pide , y fue menester resolverse al sacrificio. Hízose junta general para que cada vecino concurriera ofreciendo á la patria aquello que su civismo y su jene- rosidad le aconsejasen, porque era caso de dejar al arbitrio individual lo que de autoridad no se podia ni debia ya pretender, y el acto entre aquellos antiguos y mutilados guerreros vistió un semblante de un sublime patético. Este ofrece el solo hijo que le queda, aunque no cuenta todavia en la edad viril , pero recuerda con sentimiento la imposibilidad de vestirle y armarle ; aquel , no teniendo hijos , responde que se empeñará con quien le fie para equipar dos, tres, ó mas soldados ; estotro, acaso sin cré- dito entre los pocos usureros que eran los vampiros de cada colonia, olvidando años y achaques, se pone en la lista de la milicia por tener parte en el patriótico esfuerzo á que se le conjura en nombre del rey ; quien brinda con CAPITULO III. 35 armas ; quien se obliga á presentar caballos de cuyo costo responde con todas sus propiedades ; y al fin es el resultado la formación de una partida de cincuenta á cin- cuenta y cinco plazas, jóvenes de catorce á quince años mas de la mitad, y el resto hombres de sesenta para arriba. Terminada así la junta , el cabildo se puso de acuer- do (1) para referir al tribunal gobernador las causas que le habían traído al sensible extremo de no poder contri- buir en aquella circunstancia con recursos de acción y provecho, aunque haciendo , como él dijo, la última po- tencia por servir á V. A.; y una vez descargado de ese deber, comenzó , con el zelo de que siempre dio tan cum- plido testimonio , el arreglo y organización de los solda- dos alistados para la nueva campaña. Esta obra no debió ser muy fácil. El refuerzo se le pide con urjencia ; en un solo dia se le prometen los vecinos , y con todo no vemos que se realize ni mueva hasta el 22 de setiembre , en cuya mañana , por voto unánime de los cabildantes , y en virtud de la real provisión de la audiencia , se expidió título de capitán de aquella gente que iba á salir para Concepción , al rejidor Juan Godinez. La audiencia entretanto habia nombrado jeneral en jefe de las armas á Martin Ruiz de Gamboa, maestre de campo a Lorenzo Bernal , y á Pedro Cortés le hizo capi- tán de partidarios. Esos son los jefes de que se hace mé- (1) El 29 de agosto de 1567. Con los documentos justificativos irá la interesante comunicación que en este dia enviaron los concejales de Santiago á la real au- diencia. Es una breve reseña de lo ocurrido en Chile desde la llegada de Pedro Valdivia hasta la fecha citada. Mas de 400,000 pesos de oro han gastado ya en la guerra los vecinos de Santiago, sin contar manutenciones, ni hacer mérito de los ordinarios tributos. En esa comunicación se ha de ver también con cuanta verdad hemos marchado en el relato de los hechos que se apartan, con no poca frecuencia, del común decir de los historiadores que nos han precedido. 36 HISTORIA DE CHILE. rito en todas las historias , y ninguna de ellas habla de Godinez. ¿ Llegaría á Concepción , cuando ya aquellos capitanes habían marchado contra el toqui ? ¿ Se negaría el tribunal gobernador á reconocer valedero el nombra- miento de capitán que en su rejidor hizo el cabildo de Santiago , no obstante haberla ordenado él mismo ? Po- sible es también que las colonias meridionales concurrie- ran con algunos auxilios , y se dispusiera la expedición encomendada á Gamboa , antes que las fuerzas de San- tiago llegaran á disposición de la audiencia. Es lo cierto que la real audiencia presumió en peligro la ciudad de Cañete, desde que Pillataru se apoderara de Quiapo , en cuya fortaleza se mantenía (1) , y Ruiz Gamboa fue man- ^ dado con cien Españoles y doscientos auxiliares con que reforzar la guarnición de aquella ciudad , y defenderla de los ataques enemigos. Siguió el jefe español por el camino de Puren , y los Indios amigos iban bajo la conducta del ulmén Nahuel- buta , en cuya aljaba no se veía sino una sola flecha , sin que arma de ningún otro jénero pareciera en manos de aquel original caudillo. Semejante desprevención no le gustó á Ruiz Gamboa ; llegó á presumir que el ulmén no iba de buena voluntad á la guerra , y asi se lo dio á entender con palabras, aunque medidas, de imponente gravedad ; pero confuso y corrido hubo de quedar ante todos los que le seguían , oyendo como Nahuelbuta le respondió en tono muy familiar y de la mas admirable (1) Se dice que Pillataru fue á acamparse a dos leguas de Cañete , y que en su posición le atacaron los Españoles. Es un error. El toqui se queda en Quiapo con toda su jente metida en la plaza y en las barracas que en derredor de ella habia levantado Quiroga para su campo. Los Indios no usaron nunca de barra- cas ni de tiendas de campaña, y las que quemó Ruiz Gamboa no pudieron ser sino las de Quiapo. aa *» CAPITULO III. 57 simplicidad : « Yo no acostumbro á pelear sino con las armas que quito al enemigo : le entro siempre con una flecha , y luego echo mano de las que él tiene. » En cuanto Gamboa llegara á Cañete, ya le pareció mengua de su fama el haber de quedar encerrado espe- rando á que el toqui quisiera , ó no , venir á provocarle , y por lo mismo volvió á salir con su tropa, resuelto á des- alojar de Quiapo á los Araucanos , que le esperaron con ánimo sereno y decidido. Nahuelbuta tuvo encargo de atacar al enemigo por la parte que mira al Lebu , mientras que los Castellanos sostenían el frente del centro, ó corte del arroyo Pilpilco, y empezó la función en los dos bandos con un esfuerzo desesperado. El arrojo del ulmén auxiliar en breve vino á hacerse asombro de los Españoles , no menos que de los Araucanos ; diestro en el tiro, suelto cual ninguno en los avances, y sobre todo entero y despejado para pelear y ordenar como si ajustes tuviera para que le respetara la muerte , tan pronto se le distinguía lidiando rodeado de enemigos , como libre de ellos y á la cabeza de sus subditos alentándolos. Briosos se mostraban también los soldados de Gamboa , pero mas de tres horas de acalo- rado empeño se contaban , y todavía no daban los Arau- canos indicio ninguno de desaliento, antes atendían á los ataques enemigos con maestría y con imponderable re- solución. El jeneral castellano debió reconocer la imposibilidad de desalojar al toqui , á no ser á expensas de la plaza que él quería restaurar, y resolvió por lo mismo comprar el triunfo con la ruina de aquella , sobre la cual comenzó á despachar gran número de alcancías que de prevención llevaba. Pronto prendió el alquitrán , así las barracas, como 38 HISTORIA DE CHILE. la estacada, y aunque los Araucanos corrían con dilijencia á sufocar el fuego, tal intensidad llegó á tomar, que, des- pavoridas las masas, y ya sin saber punto fijo en que sus- tentarse , se declararon en desbarate , en el cual perdieron unos doscientos hombres y varios prisioneros. Nadie se- ñala la pérdida que debieron sufrir los vencedores, quie- nes se retiraron á Cañete , dejando que Pedro Cortés corriera aquella comarca merodeando, y descomponiendo los cuerpos sueltos que los Araucanos pudieran formar de nuevo. Con aquella victoria, y los buenos resultados de las correrías de Cortés, que mientras Pillataru rehacía y ordenaba sus filas en el corazón de los montes, sobre desbaratar varias partidas rebeldes, logró apresar un número considerable de familias , la real audiencia se acordó de que su misión no era sino el asentar una paz estable , y con ella volvió á convidar á los estados le- vantados, ofreciéndoles la restitución de las familias prisioneras, y eterno olvido de los últimos aconteci- mientos. Hartas veces habia dicho el pueblo araucano que depender de los extranjeros era una ignominia , y morir combatiéndolos una gloria de envidiable adquisi- ción ; así es que ni responder siquiera quisieron á este segundo llamamiento del tribunal gobernador ; hemos dicho mal , respondieron las tribus existentes desde en- tre Catiraiquen , á Santa Juana , y el Tabolebu hasta la costa, con un alzamiento jeneral, que llevó á las filas de Pillataru gran número de brazos. Y es de advertir sin embargo , -que mientras mas car- gada y amenazadora se mantiene la tempestad en derre- dor de donde ha fijado su asiento la real audiencia , las ciudades de arriba imperial , Villarica , y Osorno , á Ül ■n ^ CAPITULO III. 39 beneficio de un sosiego que nadie parece querer inter- rumpir, crecen en vecindario, doblan en riqueza, en- sanchan su comercio, y la industria fabril toma en aquella última colonia un admirable desarrollo ; verdad es que nunca con mayor conato , ni con tanto fruto , se habían laboreado las* minas de labadero , porque en los conquistadores, como en los Indios, habian penetrado profundamente las amonestaciones y consejos del pia- doso prelado Marmolejo , y las tribus entraban en vida social, cristiana y laboriosa, constituyéndose en pueblos con una docilidad sin ejemplo hasta entonces. CAPITULO IV Don Melchor de Sarabia, presidente y gobernador del reino. — 0u salida de Santiago yendo á Concepción. — Concejo ó junta de oficiales generales. — Pillataru en Mariguenu. - Atácanle los Españoles. — Son estos derro- tados. — Vuelve don Melchor de Sarabia á Concepción harto avergonzado de su derrota. (1568.) Aunque de indómita y belicosa índole , los Indios no siempre se levantaban por el solo afán de hacer armas contra los Españoles; ocasiones hubo, en efecto, en que estos provocaban las revueltas por el incorregible empeño de extender su dominación, ó de recobrar lo que sus enemigos les habían quitado ; y ocasiones hubo también en que fue motivo de levantamientos el duro proceder de algunos orgullosos encomenderos , y el su- persticioso sentir de otros cuya imperiosa voluntad que- ría convertir en ascetas hombres á quienes nada, ó muy poco, se les tenia dicho de una nueva relijion , entera- mente en pugna con la que ellos aprendieron en el libro de la naturaleza. Los Indios de paz podían aunarse muy bien con la observancia de las fiestas, porque la holganza prove- chosa la encontramos todos ; pero que sin arraigada fe, y resuelta vocación para la penitencia , hoy se hagan al palo, el viernes al ayuno, la cuaresma ala vijilia, y los domingos á ver en los templos, con devoción y com- postura, oficios que no entendían , solo pudieron creerlo los hombres de aquella época tan intolerante y visiona- ria , como rica fue en proezas. S39G 3* CAPÍTULO IV a Y contra la eficacia de esas medidas, que entonces salían únicamente de la voluntad particular, pero que mas tarde se convirtieron en ley del poder espiritual y del temporal , nada mas á propósito que la relajación misma de los conquistadores (1) , cuyos vicios y torpe- zas acaso se ostentaran mas descosidos que los que re- prendían á los infieles. , Es verdad que ninguno de los ramos de la pública administración podia robustecerse en el continuo vaivén de aquella exterminadora lucha, y el de la justicia era el mas impotente de todos ellos , pues tenia que cerrar los ojos para no ver los crímenes , ó mejor , verlos y tolerarlos á trueque de no descabalar los pocos brazos que servían de sosten á la conquista. Los ministros del Evangelio, que en sus principios seguían las banderas , ya en calidad de capellanes, ya en la de misioneros , á este tiempo ó por causa de achaques, de ancianidad, de cansancio, ó de todas esas cosas cojidos, se retiraban á las poblaciones mejor defendidas , en las cuales levan- taban conventos para vivir en comunidad y quietud , quedando por lo mismo los campos de Indios de paz, y las encomiendas sin pastores, sin directores zelosos. Así, los naturales, aunque gran parte de ellos bautiza- dos ya , volvieron insensiblemente y sin estorbo á sus groseras , y tal vez asquerosas costumbres; así, los mis- mos Españoles, faltos de la palabra espiritual, sin juez ni ley por delante que á raya tuviera las pasiones, no tardaron en familiarizarse con el libertinaje , y en vida común con los Indios , trabajo costara el adivinar por (1) Ya veremos pronto excepciones, que aquí no entendemos decir sino de las masas, y de una inmoral soldadesca contra la cual alzó la voz un ilustre pre- lado de quien hemos de hablar luego. MB A2 HISTORIA DE CHILE. los hechos, cual de las dos familias servia mejor al Pillan de los Araucanos. Contra males de trascendencia tanta, remedio medi- taba la real audiencia, mas para que el remedio fuera eficaz, era menester acabar la guerra, y lejos de aca- barse daba muestras de mayor ensanche. También Fe- lipe II, sin enmienda de los informes que le movieron á sentar en Chile el supremo tribunal , y deseando que este marchase lleno y ordenado al fin de su tan im- portante cuanto esclarecida misión , vino en otorgarla presidencia y gobierno del reino (1) al licenciado don Melchor Bravo de Sarabia, natural de Soria, y decano de la audiencia de Lima. Con recibo del real despacho se puso ese personaje en camino para Chile , y aportó á Co- quimbo sin accidente ninguno, é instruido de su llegada, el cabildo de Santiago dispuso que su alcalde Juan Jofre pasara inmediatamente á felicitarle; mas como se le anunciara en seguida que el nuevo gobernador pensaba trasladarse á la capital , visitando de paso la tierra, fue acuerdo del 5 de agosto el nombramiento de alférez real á Jerónimo González « para que salga con el estan- » darte y el cabildo á recibirle, » sin que tampoco tuviera efecto esta disposición , pues vemos que es el alcalde Francisco Riberos quien fue al encuentro de Bravo de Sarabia. Entró este en Santiago el 16 del propio mes (2), pre- sentó su despacho al cuerpo municipal « con facultad de » repartir los Indios que se hubiesen de encomendar, » y quedó reconocido y proclamado con el triple carácter de (1) Real cédula despachada en Madrid el 25 de setiembre de 1567. (2 Erraron, pues, los autores suponiendo que el presidente Sarabia desem- barcó en Concepción el 15 de abril. 3S W CAPITULO IV. 43 gobernador del reino , capitán jeneral , y presidente de la real audiencia. Hasta el 24 de setiembre permaneció el presidente en Santiago mejorando algunas disposiciones administrati- vas , tras lo cual se puso en camino para Concepción , yendo hasta Maipo acompañado del alcalde Juan Jofre y de un rejidor ; los cuales , al despedirse , le dejaron una corta escolta sacada de Santiago para resguardo del supremo jefe hasta su entrada en aquella ciudad, donde de nuevo se hizo recibir con los tres mencionados títulos. Esa travesía desde Coquimbo á Santiago y de San- tiago á Concepción de mucha utilidad fue para el pais. El equitativo é intelijente Sarabia tuvo en ella la ocasión de notar cuan grande era el desconcierto de la naciente sociedad, y cuantos los males que la aflijian por lo mismo que tan embriagada la tenian ya los vicios. Así es que sin perder instante ordenó al licenciado Egas Venegas una visita jeneral por todo el reino , con cargo de asentar medidas uniformes y comunes : — Io para la pronta , y por ningún título escusada , satisfacción del quinto real ; — 2o para el pago semanal, y abono, de atrasos en los sesmos , que á los Indios se les fuera en deber ; — 3o para señalar de una manera estable cual servicio ha- bían de hacer los Indios encomendados , y cual salario los encomenderos debían abonarles ; — h° para distin- guir las atribuciones de los encomenderos , como los de- rechos de los encomendados , y hacer que estos fueran tratados con suavidad y moderación ; — 5o para obligar que cada encomendero se procurase á sus expensas , por lo menos un sacerdote encargado de la educación cristiana de la familia encomendada ; — 6o enfin , para poner en lili HISTORIA DE CHILE. cada partido un protector de Indios , el cual los habia de defender , y traerlos en recurso á la real justicia , hasta quedar vengados los agravios que se les hubieren hecho. De estas acertadas disposiciones con lucimiento salió Egas Venegas , corrijiendo escándalos y abusos , y asen- tando medidas de tal severidad , que como por encanto parecía renacer el arreglo de las costumbres y el mejor estar de los Indios, en todos los establecimientos sumi- sos á la ley castellana. Entre tanto no se mantuvo ocioso el presidente , antes con auxilio de personas de saber y de probidad, puso em- peño en la pacificación de las tribus revueltas entre los ríos Maule y Biobio, la logró, y con las mismas máximas de prudencia y de paz se dirijió por medio de ulmenes convidando á las parcialidades de los sub-andinos y lla- nos de Angol á la provincia de Ghiloe , para ver satis- fecho , y en breve , como todas ellas depusieron sin exi- jencias las armas. Quedaban , empero , los estados de Arauco , Tucapel y Catyray, de cuyos estados que no quisieron escuchar proposiciones , salió el toqui Pillataru con seis mil guer- reros, apostándose en la memorable Mariguenu, ó cuesta de Villagra , y desafiando, por decirlo así, al gobierno de Concepción. Contra insulto tal de nada servian las palabras; era preciso acudir á las armas , y esto es lo que determinó el presidente Sarabia , guardando de jeneral á Ruiz de Gamboa , de maestre de campo á Miguel de Velasco ; pero como quisiera él mismo presenciar las operaciones de esta campaña , y también dirijirla, declaró por gober- nador interino de la Concepción á Lorenzo Bernal. 39HH =P? CAPITULO IV. Puesto , pues , en marcha con doscientos sesenta Es- pañoles, y quinientos auxiliares , y como le esperaran ya cuatro lanchas en las aguas del Biobio , á su desemboque en el mar, le atravesó con toda su jente sin tropiezo, y siguió pacífica y ordenadamente hasta asentar su real en Colcura, á falda setentrional de la cuesta sobre cuya cús- pide se mantenía Pillataru. Allegada la noche hizo el presidente que se formase un como consejo de guerra , para concertar el modo y medios con que acometer al enemigo , pero con la inca- lificable premisa en que se asentaba , no una consulta de pareceres dejados en absoluta independencia, sino la marcada resolución de la autoridad suprema, contra cuyo entender muy pocos son los hombres que se anuncian , porque pocos son los que, en el desagrado de quien tanto puede , incurrir voluntariamente quieran. En efecto , abrió el presidente la junta de jenerales proponiendo muy resuelto que convenia empezar por el reconocimiento del campo enemigo y sus trincheras, con sesenta hombres al mando del maestre de campo Miguel de Velasco , y á opinión tan anticipada , sin gran temple de alma , sin un exquisito zelo por el bien común , no resiste nadie. Así es que la lisonja aplaudió , la cobar- día aprobó , pero la firme convicción de una inevitable ruina inspiró á Yelasco, no obstante haber adherido al parecer, un astuto rodeo , deslizando la expresión de que pudiera ser, en aquellas circunstancias , de sumo pro- vecho el dictamen del capitán Pedro Cortés con quien no se habia contado , siendo el mejor conocedor de las entradas y salidas del campo que los Araucanos ocu- paban. A Sarabia no le gustó la propuesta, pero por no pasar 46 HISTORIA DE CHILE. plaza de temerario, mandó venir á la junta á Cortés , y consultado este partidario sobre asunto ya resuelto , res- pondió con admirable tino : — « Le seria muy satisfacto- rio ser del número de los sesenta hombres destinados al reconocimiento, » solo que llamado con imperio por el pre- sidente á pronunciar un voto positivo, manifestó sin dis- fraz la inutilidad, como el grave riesgo, de ir á reconocer un punto que todos los Españoles tenian visto y medido, bien á su costa. — «O ir todos contra el toqui , exclamó Cortés , ó contarnos por perdidos si las fuerzas marchan divididas. » Pagó Bravo de Sarabia la llaneza con denuestos , mas como leyera en los semblantes de todos cuantos á su pri- mer dictamen habian suscrito que las razones de Cortés ellos también las reconocian , ya que no tuvieran valor para expresarlas, determinó que fueran al reconoci- miento ciento veinte Españoles y trescientos auxiliares , en lugar de ser sesenta ; que con eso se hacia mayor el desatino. . En efecto , con el primer albor del dia comenzó á su- bir el cerro aquella jente conducida por Miguel de Velasco, y llevando la retaguardia el jeneral Ruiz de Gamboa , sin que Pillataru diese muestra de querer estorbarlo ; mas en cuanto viera que los Españoles torcían el último cara- col que á la cumbre llevaba , cargó con tan furioso ím- petu , con tan crecido número de soldados , que aquellos se vieron envueltos, gravemente ofendidos , y en la im- posibilidad de ofender, sino con arma blanca, de la cual echaron mano para ver de salir de la horrible confusión. Aumentóse esta en breve , porque desbocado el caballo de Miguel de Yelasco , saltó al centro del campo enemigo con su jinete , y como Pillataru lo notara , recargó con CAPITULO IV. kl un numeroso cuerpo sobre la vanguardia enemiga, y acaso lograra deshacerla si tan á punto no corriera Pedro Cortés para mandarla , y si para mayor asombro del toqui no apareciera de nuevo en cabeza de filas el maes- tre de campo , arrebatado de entre los Araucanos por un valiente militar cuyo nombre ha perdido la historia. Con todo , ni el arresto de los Españoles , igualmente que el de sus auxiliares ; ni la presencia de ánimo de los jefes Velasco y Cortés ; ni la temeridad de Francisco Her- nández Rondón penetrando mas de cien pasos el campo araucano , del que arrancó un Español que allí tenia pri- sionero , nada bastó á contener el vigoroso empuje de los Indios , y fue preciso declararse en retirada , con la sen- sible pérdida de cuarenta y cuatro Españoles y cien auxi- liares que tendidos quedaron en el pecho de aquel hadado é imponente cerro (1). Llegaron los fujitivos al cuartel general para referir al gobernador el lamentoso éxito de sus descabelladas dis- posiciones , y sacarle al rostro indicios de pesar, de hor- ror, de confusión y de espanto , comenzando sin duda á comprender que cabe mucha intonsía en materia de ar- mas , aun cuando uno sea muy lince en la de las letras. Así, entre desesperado y corrido alzó su campo, tras- ladándose á orillas del Vergara , en cuyo punto remitió el mando á Martin Ruiz de Gamboa , ordenándole pasase inmediatamente á Arauco , y trasladase su guarnición de cuarenta hombres , que mandaba Gaspar de la Barrera , á la ciudad de Cañete. Gamboa marchó al descargo de esta misión en acelerada jornada, doblando los cerros (1) No se concibe porqué no pensarían los Españoles en guardar esa tan ven- tajosa posición con un forlin en la cresta. Haciéndolo, hubieran ahorrado mucha sangre, y su línea de fortificaciones tuviera comunicación mas segura. /i8 líISTORiA DE CHILE. de San Jerónimo , y llegando á Arauco sin obstáculo ; pero al paso con el presidio de aquella plaza para Cañete, le salieron unos seiscientos Araucanos , que si bien fue- ron rotos, y no mal escarmentados, todavia fue á costa de ocho Castellanos que en la pelea murieron. Sin la costumbre que tienen los Indios de celebrar sus triunfos sobre el campo de batalla , entregándose por mu- chos dias á un loco deporte , á excesos y borracheras , y juegos que los suelen traer á un enajenamiento de ánimo torpe é insensible , ó mejor , si los Indios no durmieran tanto sobre sus laureles , perdiendo en la inacción las re- sultas del triunfo , no cumpliera Gamboa tan á su satis- facción el encargo que el gobernador le encomendó esta vez. Pero está Pillataru en medio de bailes y de comi- litonas , y el jeneral español tiene tiempo para poner la corta guarnición de Arauco en Cañete , para volver al Vergara en donde le esperaba -el presidente , y , en fin , para marchar en compañía de este hasta Concepción , en donde entró Sarabia no poco escocido , reflexionando cuanto desmerecería su nombre en la opinión pública, con conocimiento de su tan insigne, cuan funesta, bisoñada. . w CAPITULO V. Obispado de la ciudad Imperial. — La fortaleza de Arauco arrasada. — Pilla- taru en Quiapo. — Expedición de Gamboa á las tierras de Pelantaru. — Es- fuerzos del presidente en favor de la adminisítracion de la justicia. — Sus disposiciones lejislativas. — Marcha el gobernador á los Infantes. -~ Vuelve a Concepción. — Muere el ilustre Barrionuevo. (1569.) Corrían las armas castellanas por entre triunfos y der- rotas , pero entre tanto el reino de Chile se iba haciendo cada vez mas grande, cada vez mas ilustre. Ya tiene en su centro el supremo tribunal de justicia ; su capital se envanece considerándose ennoblecida con una mitra cuya modestia, simplicidad y virtudes recuerdan los hermosos tiempos de la Iglesia católica , y para mayor lustre , viene ahora Felipe II asentando en la Imperial otra silla epis- copal , destinada al ilustrísimo y reverendísimo fray An- tonio de San Miguel , del orden seráfico , y guardián del convento de la ciudad del Cuzco, según bula que, á presentación del rey de España , expidió el papa Pió V el 30 de diciembre 1567. Este sabio y zeloso prelado confirió poder al licenciado don Agustín de Cisneros para que rijiera su iglesia , mientras su consagración , que ocurrió en Lima el 9 de fe- brero de 1569 por ante el ilustrísimo arzobispo de aquella capital doctor don Jerónimo Loaiza ; mas no parece que viniera á su silla hasta en mayo de 1571 (1). (1) ¿Fue esta la primera silla episcopal de Chile, ó la de Santiago? Tal es la cuestión que todos los historiadores han ajitado, y que ninguno ha resuelto II. Historia. h s 50 HISTORIA DE CHILE. Las rentas decimales del obispado de Santiago, á cuya jurisdicion pertenecían entonces todas las iglesias del reino , apenas si llegaban á ocho mil pesos ; pero con aquella novedad no solamente hubo que mirar el modo de compartir dicha renta entre los dos prelados , sino también el de señalar los límites del respectivo do- minio espiritual. Promovióse esta cuestión ante la real audiencia que la resolvió incontinenti, poniendo el 19 de enero de 1569 á don Agustín de Gisneros en pose- sión (1) de la tierra que media entre el rio Maule y Chiloe, declarada diócesis de la Imperial; y diócesis del obispado de Santiago desde el dicho Maule hasta Copiapo. En esto se andaba cuando llegó aviso de nuevos mo- vimientos del toqui en dirección de Cañete \ y Melchor Bravo de Sarabia hizo que Ruiz de Gamboa y Miguel de Velasco con ciento veinte Españoles, y otros tantos auxi- liares, pasasen á protejer aquella ciudad. Pillataru gastó mas tiempo que era menester en arrasar la abandonada plaza de Arauco , y como sus espías le dijeran que en con acierto. Es constante que el obispo San Miguel no vino á su iglesia hasta en 1571 ; constante que en virtud de la referida bula de 1567 erijió la parro- quia de la Imperial en catedral, con título de santa iglesia del señor arcángel San Miguel; constante también que esa iglesia no se vio completa hasta el Io de abril de 1574 , en cuyo dia se le dieron todas cuantas dignidades cor- responden al cabildo episcopal. Argüir con que la mitra de la Imperial ya la tenia otorgada Pió IV por bula de 22 de abril de 1563, también en favor del re- ferido San Miguel , no prueba primacía , ni aun nominal , puesto que la bula de Pió IV en favor del obispo de Santiago, el célebre Rodrigo de Marmolejo, es de 27 de junio de 1561. Que San Miguel asistiera al concilio provincial cele- brado en Lima en 2 de marzo de 1567, y que en él se le llame obispo de la Imperial , no concluye tampoco por los que le quieren poner primer obispo de Chile. Era obispo nombrado desde 1563 , pero no obispo en ejercicio en su diócesi. (i) En la parroquia de San Pedro de la ciudad Concepción ocurrió esta ceremonia. "•" 1 CAPÍTULO V. 51 Cañete había fuerza y una muy esmerada vijilancia , se acuarteló sobre las ruinas de Quiapo , dejando algunos cuerpos sueltos para correr las cercanías y evitar así una interpresa. A tres dias después de apostado en aquel punto , pa- reció la columna de Gamboa , que se descolgaba por el camino de Puren , y el jeneral español , descubriendo el campo enemigo , hizo alto como determinado á retroce- der , teniendo por insuficientes las fuerzas que man- daba, para con enemigo tan numeroso y regularmente defendido. Los capitanes Pedro Cortés y Juan Ruiz de León , que en la irresolución de su jefe creyeron leer la idea que le dominaba , se adelantaron á decirle que el no presentar batalla á Pillataru , y huirle , habia de acar- rear consecuencias muy fatales , que el toqui araucano saldría picando la retaguardia y corriéndola hasta Cañete, pues á tanto se le autorizaba en dándole la señal de que se le temía ; y como también Yelasco exprimiera el mismo parecer, Gamboa resolvió el ataque , y la columna castellana continuó su marcha de cara á los Indios. No se engañaron Cortés ni León. Tan lejos estaba el toqui de querer valerse de sus trincheras para medir su brazo con un enemigo , digno en su loca presunción de! mas alto desprecio , desde que en la cuesta de Mari- guenu le corriera , que con toda su jente se echó fuera del atrincheramiento, y loque mas es, flanqueando sus haces en opuesta derrota y simulado apresuramiento , como si se pensara en una desbaratada fuga. Con mo- vimiento semejante bien creyó Ruiz de Gamboa que al primer ímpetu quedarían necesariamente rotas las masas araucanas, y por consiguiente cargó mas lijero que de- HISTORIA DE CHILE. biera, pues á una voz de Pillataru toda su jente descor- rió coir maravilloso arte un perfecto círculo dentro del cual se encontraron los Españoles. Gamboa, que reco- noció el peligro, en dilijencia acudió también con el remedio formando los suyos en cuadro, y comenzando a jugar con los arcabuces que no erraban tiro, y aclara- ban las líneas del arrestado enemigo ; pero este no cedía, ya que viera que en dos horas de tenaz empeño ni aun había podido decentar las filas españolas, cuando de las suyas traia tendidos el plomo mas de trescientos ca- dáveres. . r r Ya en fin , abrió Pillataru el cerco , y se retiro a sus trincheras, quedando el campo español en su lugar, donde se mantuvo todo el dia , por si los Araucanos pen- sasen en volver a la carga ; y como estos no parecieran dispuestos á segunda prueba, ni Gamboa tuviera por cuerdo el ir á atacarlos al fuerte , los Españoles alzaron su real al dia siguiente encaminándose á Cañete. Gamboa se mantenía en aquella colonia, esperando que el toqui viniera contra ella , que con esta declarada intención salió del cerro de Vinagra, y la propia voz corría entre los Indios por espías que ambos bandos traían en acción; pero Pillataru no asomaba: algunas partidas insignificantes corrían los contornos del esta- blecimiento español , cubriendo con mentido rumbo los movimientos del ejército indio ; y dilatando así las ope- raciones, la plaza consumía los víveres, y si llegaba á efec- tuarse el asedio, tanto y mas daño que el enemigo pu- diera acarrear la falta de mantenimientos. No quiso Gamboa verse en semejante apuro. Resuelto á vituallar á la colonia de manera que de nada careciera aunque por algún tiempo llegara á verse cerrada, tomó cien Capítulo v. 53 soldados y algunos auxiliares , y se dirijió de noche en línea de Puren contra las tierras de un rico y joven ca- pitán ó ulmén llamado Pelantaru (1). Llevado por bue- nos guias , el caudillo español llegó muy de madrugada á la jurisdicion del ulmén , y no tardó en recojer buena provisión de víveres ; mas cuando quiso volver con la presa , le cayeron encima mas de seis mil Araucanos que el toqui tenia encubiertos en las faldas de los inmedia- tos montes , y se travo al instante una desesperada re- friega. Gamboa , que sin duda hubo de recordar el buen éxito de la acción de Quiapo, oponiendo al cerco del ene- migo un cuadro impenetrable , entró esta vez en el pro- propio sistema, cojiendo dentro la preciosa provisión de alimentos que habia hecho, con empeño de salvarla y salvarse. Mientras le tenían cerrado con fuerzas res- petables , á pie firme y con descargas ejecutadas oportu- namente , contenia el empuje de sus enemigos ; mas en cuanto estos dejaban desguarnecido un punto cual- quiera, el cuadro español marchaba ordenado y siempre en busca de una retirada honrosa. Así es que gastó mu- chas horas, ya peleando con esfuerzos de un valor in- comparable , ya avanzando en busca de su salvación , con la cual contaba si á doblar aquella terrible abra llegara. Hubo aquel dia muy poco orden en los Indios, y aunque con impavidez dieran repetidas veces contra el cuadro castellano , como nunca se ejecutara en masa, la arcabucería española derribaba y barría á los atrevi- dos grupos que se arrojaban al peligro , y el estrago acabó con imponer un completo desmayo á los Indios , (1) Y no Pillataru como dicen los historiadores, suponiendo que el jeneral Gamboa fue á saquear las posesiones del toqui. — Pelantaru , ó Pelantaro, el mismo que mató al gobernador Oñez y Loyola, siendo ya toqui. 5/i HISTORIA DE CHILE. dejando á los Españoles libre paso para Cañete, en donde entraron con rico botín, ya que con siete hombres menos (1). Mientras que así repon ian las armas castellanas el descrédito á que las trajo en la cuesta de Yillagra la impericia del gobernador, este trabajaba sin descanso con la audiencia para que la administración de la justicia entrara en un pie equitativo y beneficioso. Desde luego fue medida muy importante el quitar , así á los correji- mientos, como á las justicias ordinarias, la necia facul- tad de seguir y sustanciar en materias civiles , como en las criminales, sin informe, cuenta, ni apelación á supe- rior , á no ser cuestión capital en crimen , y de enorme cuantía en civil. Bravo de Sarabia, hombre, sobre sa- bio , de una rectitud austera, de un amor al bien común que tuvo muy pocos modelos, dio por tierra con aquella peligrosa prerogativa, mandando que de las sentencias del inferior pudieran las partes apelar al superior , y conminando con graves penas á cualquiera juez que no admitiese lisa y llanamente todo j enero de apelaciones siempre que en tiempo hábil parecieran. De paso volvió á recomendar que los encomenderos se portasen con los Indios con humanidad y nobleza (2) , guardándose (1) Las memorias de aquel tiempo y muchas de las historias publicadas , llaman á esta retirada de Gamboa la bella retirada equivalente á uua famosa victoria. Consta, en efecto, en expediente seguido por Ñuño Hernández ante el oidor y doctor Peralta , que Pillatavu perdió en esa acción seiscientos In- dios, y los Españoles siete hombres, declarándolo así Diego Cabral , Julián Carrillo, Agustín Romero, Juan Negrete, y Juan Gómez , que se hallaron en esta expedición bajo las órdenes de Ruiz de Gamboa. Que la pérdida de los Araucanos debió ser considerable, las consecuencias parecen acreditarlo, pues el toqui tardó mucho tiempo en volver á romper las hostilidades. (2) Sentia en alivio de los conquistados lo mismo que Felipe II, quien, por real cédula de este mismo año, dada en Galapagará 22 de marzo, encomendaba á la real audiencia de Concepción cuidase del buen trato y educación de los " CAPITULO V. 55 sobre todo de defraudarles sus salarios y sesmos, por- que la menor falta en ello les costaría una multa quin- tupla á la cantidad defraudada. Hubo también nuevas reglas para los tambos, y transportes de unos á otros , con aranceles en que se se- ñalaban los derechos fijos según que los pesos fueran , y como deseara dar al pais lustre y fuerza, y no le viera todavía con los suficientes elementos para dar salida á sus miras , ofició á Ruiz Gamboa diciéndole que si pre- sumía poderse defender Cañete con su propia guarni- ción y la arrimada de la plaza de Arauco , pasase inme- diatamente á los Infantes , en cuyo punto se encontraría él para dar nuevas órdenes. En efecto , salió el gobernador de Concepción para los Infantes , y no tardó en llegar á este punto el jeneral Gamboa con la misma tropa que llevado. había en so- corro de Cañete , y sin perder instante marchó para el Perú el maestre de campo Miguel de Velasco , con carta del presidente Bravo de Sarabia en la cual pedia al vi- rey (1) un regular socorro de hombres y de dinero, para traer á la obediencia las tribus de la rebelde Araucania, que le parecía fácil y natural : en igual error se estre- llaron todos los gobernadores. Tras esto , Lorenzo Bernal fue nombrado maestre de campo , y como los Araucanos no enseñaran guerra en ninguno de los puntos , volvióse Sarabia á Concepción desde donde comenzó á despachar diferentes embajadas, llamando todos los estados y tribus á una paz que había de ser (decía) leal, duradera, honrosa, y de mucho provecho Indios, fundando para este fin monasterios inmediatos á las encomiendas, y aun fuera de ellas, á expensas del real erario en este caso , y del real erario y del encomendero en aquel. (1) Éralo entonces don Francisco de Toledo. 56 HISTORIA DE CHILE. para ambos partidos. ¿ Como traducían los Indios estas rei- teradas amonestaciones? Suponiéndolas hijas del miedo , de la poquísima confianza que los Españoles tenian en la duración de su conquista , y por consiguiente solian pro- ducir un resultado enteramente contrario al que se bus- caba. No fue por cierto esta vez así , porque Pillataru cayó gravemente enfermo , y ya que los estados arau- canos no respondieran al convite del presidente de la real audiencia, tampoco por entonces desplegaron su soberbio y ensangrentado pendón. Apenas tuvo tiempo el cabildo de Santiago para cele- brar contento la nueva aurora de paz que comenzó á lucir con la desaparición del toqui araucano , después de los reveses de Quiapo y del valle de Pelantaru , porque vino la muerte arrebatando de la silla episcopal al venerable y muy ilustre Barrionuevo ; calamidad que lloraron los cristianos, y también los Indios amigos , porque si aquel santo obispo fue para los primeros un consejero piadoso, un director lleno de zelo y de intelijencia , con los se- gundos hizo en muchas ocasiones oficio de un verdadero padre, dispensándoles á manos llenas lo mismo los bienes temporales que los espirituales. - CAPITULO VL Temblor de tierra. — Hechos de Bravo de Sarabia por el bien público. — Llegada del ilustrísimo San Miguel de Avendaño á la Imperial. — Pillataru muere, y Alonso Diaz declarado toqui. — El obispo de la Imperial comienza la visita de su diócesi. — Don fray Diego de Medellin llamado á la silla episcopal de Santiago» ( 1570—1574.) Con el establecimiento de la real audiencia en Concep- ción, con las entendidas disposiciones del presidente Sa- ravia para que la justicia no fuera parcial ni arbitraria, aquella ciudad comenzó á prosperar en población y en riqueza, de una manera admirable. Callan las ar- mas; quedan los caminos limpios, expeditos, y de todas partes del reino concurren á Concepción gran nú- mero de colonos que exponen sus derechos ante el su- premo tribunal , ó le dan queja de agravios causados por jueces injustos, y tal vez prevaricadores ; pero si paz hay sin previo ajuste , si como por instinto los bandos beli- gerantes han depuesto el exterminador acero de que hasta aquí los hemos visto armados , dijérase que solo fuera para que la naturaleza hiciera también un impor- tante papel en el cruento drama á que el reino de Chile servia de teatro. Esa Concepción , en cuyo centro se mira una como corte del naciente imperio castellano; esa ciudad de cuya posición topográfica se prometen los habitantes ventura y tesoros , gracias al arrimo de un mar majes- tuoso y despejado cuyas aguas se intiman con las que 58 HISTORIA DE CHILE. vomita el soberbio Biobio ; esa Concepción , salida con ufanía y brillo de entre las cenizas que por señal le deja- ran las armas de la Araucania, el 8 de febrero (1), la hunde una violenta concusión de la tierra, y sus cimientos los barre al instante la braveza de las olas que como de propósito envia un piélago enfurecido, ya que el terrible sacudimiento le echa fuera de barrera con es- pantosa elevación. Dia triste y tremendo , conocido con el nombre de miércoles de Ceniza, en el cual, a las nueve de la mañana , ya cubrían las aguas del mar el espacio de lo que media hora antes era una ciudad rica y florente, pero, para mayor asombro, sin que la catástrofe hiciera apenas víctimas (2) , aunque de verdad ha de atribuirse á la hora en que ocurrió , y al espantoso bramido que de las entrañas de la tierra salió de antemano anunciando el terremoto , como si fuera de providencia para que los vivientes tuvieran tiempo de buscar en los desiertos campos la salvación de sus vidas. Cinco meses continuos se mantuvo la tierrra oscilante y el mar en desborde ; el curso de los rios estaba ata- (1) El h ponen muchos historiadores , pero contra su decir tenemos el do- cumento del voto que escribieron todos los moradores de Concepción en pú- blico cabildo en 8 de julio de 1570, en él cual se lee : — « Y que en esta ciudad » de la Concepción por sus divinos é inescrutables juicios sucedió (la catástrofe) » el miércoles de Ceniza de este presente año de 1570, á los ocho dias del mes » de febrero, a las nueve horas del dia, etc. » El voto fue tomar por intercesor y custodio de aquella ciudad un santo sacado á la suerte de entre todos los que celebra la Iglesia en el año. Salió, pues, la Natividad de la Vírjen, quedó por consiguiente resuelto alzarle una ermita en la calle de la Loma, á la cual habian do concurrir, descalzos en solemne procesión , autoridades civiles, militares y eclesiásticas, comunidades y vecinos, todos los años, el jueves siguiente al miér- coles de Ceniza, lo cual se siguió ejecutando constantemente. (2) Dice Herrera que perecieron muchísimos hombres. En el documento de que habla la prece dente nota se lee : — « Y que Dios por su infinita miseri- » cordia, de la cual no se olvida el dia de su furor, fue servido que casi ninguna » persona muriese, etc. » ¡ V» CAPITULO VI. 59 jado ; los campos inundados , y hasta las montañas ame- nazadas de un nuevo diluvio , sintiendo todo el reino de Chile un perenne vaivén, un traque tronitoso subterráneo, como si el suelo estuviera quebrantando todas las ma- terias para luego volarse en pavesas. La iglesia catedral de Santiago se habia concluido el 6 de noviembre de 1568, merced á la jenerosidad de los ha- bitantes , que respondieron con largueza al don á que el cabildo los llamó por medio de Juan Jofre, después de haber consumido en ella mas de veinte y cinco mil pesos de fondos públicos, y este terremoto la hundió tam- bién (i). Cesó por fin la espantosa oscilación ; el mar recojió sus aguas , los rios entraron en sus ordinarios límites , y como quietas y apartadas de los establecimientos espa- ñoles se mantenían las tribus araucanas , aquellos co- menzaron á reparar sus pérdidas con el zelo y la activi- dad que en todas las ocasiones probaron. La real audiencia, así como el cabildo de Concepción, á cuyo frente se hallaban los alcaldes Gómez de Lagos y'Diego Diaz, como el correjidor Alonso de Alvarado, como el vicario jeneral y gobernador eclesiástico el pia- doso fray Fernando Romero, todos, en fin, apelaron á la jenerosidad de los moradores de las demás ciudades , para que concurrieran á remediar, como mejor lo en- tendiese cada uno, la terrible desgracia que cupo á Con- (1) Con vista de estas ocurrencias mas de uno de los arrogantes conquis- tadores llegó á creerse en pais gobernado por espíritus malignos, y por causa tan natural en sí, cuanto natural su recuerdo, pues cada vez que los Indios veian el afán con que los Españoles fundaban casas, templos, y otros edificios, solían decirles : «Trabajo perdido ; el Nuyun vendrá y os enterrará. » —Y como casi á la letra se cumplió la profecía , algunos de los Españoles supersticiosos no cesaban de decir : Bien sabían esto los Indios, y bien claw nos lo de- cían. 00 HISTORIA DE CHILE. cepcion , y como la caridad fuese aun mas allá de lo que era de esperar, salváronse muchas familias del rigor de la miseria , y volvió- á renacer la colonia fundando por cuarta vez sus moradas y sus templos. A beneficio del público sosiego , y con el constante zelo del presidente Bravo de Sarabia , la posición de los Indios de paz iba ya muy mejorada, y las leyes man- tenían un saludable imperio en todos los departamen- tos ; porque los grandes abusos, los escándalos, y tal vez demasías que solian producir alzamientos y sangrientas guerras, solo entre algunos de los encomenderos se veian, y como el presidente, ó sea Egas Venegas en su nom- bre , habia puesto un protector de Indios en cada enco- mienda , ni la codicia ni la barbarie podian ejercerse impunemente. Bueno es decirlo de paso : sea que el tri- bunal supremo formase empeño en que luciera la justi- cia pura y sin mancha, porque de esta circunstancia pa- recía depender su honra y su estabilidad , sea que los Españoles vieran mas inmediata en aquel la persona de su rey, que no en los gobernadores precedentes, cuya carrera y elevación podian valorar ellos mismos, como compañeros de armas, es lo cierto que el respeto y temor á la audiencia fue señalado y jeneral, cuando de los correjidores y justicias de los demás gobiernos no faltó quien descaradamente se burlara. Así se iba reformando y morijerando aquella naciente sociedad en la parte política, cuando para mayor fortuna suya le llegó el ilustrísimo pastor San Miguel de Aven- daño que la habia de enseñar la verdad cristiana des- nuda de toda superstición. En principios del mes de mayo de 1571 , entró en la ciudad Imperial aquel vir- tuoso varón , ya consagrado , y el dia primero que se Vf CAPITULO Ví. 61 presentó en su iglesia , ocupó el pulpito para decir á sus feligreses no otra cosa sino que los Indios eran herma- nos en Jesucristo, que como á tales hermanos habían de tratarlos , y que el causarles el mas leve daño , ora en sus personas, ora en los intereses debidos y señala- dos al servicio personal que prestaban , culpa era de la que Dios tomada estrecha y severa cuenta. Como renovara esa doctrina visitando las encomien- das del distrito de la Imperial , al paso que en cada una de ellas dejaba un sacerdote para doctrinero , sucedió que allegado á la propiedad del capitán Pedro Olmo de Aguilera , señor de diez á doce mil Indios , este , ó por mucha devoción , ó por algún remordimiento de su con- ciencia , ya que declarara no haber defraudado ni un solo maravedí á ninguno de sus encomendados , ofreció al obispo levantar siete iglesias en las parcialidades de su encomienda , y un hospital con cien camas , para cuidar en él los enfermos , comprometiéndose al efecto con escritura pública, otorgada ante el notario de la Imperial Juan Rodríguez (i). Yolvió el obispo á la Imperial y tomó por cuenta suya el enseñar á los niños la doctrina cristiana , que se la es- plicaba todas las tardes en la iglesia con la mayor pa- ciencia y dulzura ; mas viendo cuanta necesidad habia de un hospital donde recojer á los Españoles meneste- rosos y á los indíjenas cuando sus achaques ó enferme- dades no les permitiesen ganar el sustento con el tra- (1) Eficaces fueron las palabras de este sabio prelado, pues que habiéndole oido predicar el capitán Diego Nieto Ortiz de Gaete, vecino de Osorno , de- clara voluntariamente ser detentador de mas de veinte y siete mil pesos de jornales debidos á sus Indios; dispone que cuatro sacerdotes de arreglada vida se encarguen de toda su hacienda y restituyan lo que en deuda resultare, y muere con pesar de su conducta. Véase la pág. 432 del tomo primero. 62 HISTORIA DE CHILE. bajo, compró á sus expensas (1) un solar propio de los relijiosos de la Merced , y la fábrica se levantó con ayuda de los colonos. Ya que no hay duda que los Indios no fueran nunca fieles en sus promesas , ni que prefirieran todos ellos la muerte á una vergonzosa servidumbre , todavia se ve que no una vez , sino muchas , quebrantaron las leyes del agradecimiento mas por ajenas sujestiones de la presunción resentida , que por resuelto y propio querer. Es prueba de esta verdad la encomienda de Lebquetal, perteneciente al honrado Hernán Pérez. Cuidaba este sujeto de sus Indios con un amor, con un esmero , tal como si todos ellos fueran hijos suyos. Tan pronto se le veia á la cabecera de la cama de los que estaban enfermos, como enseñando á estos á leer, á aquellos la doctrina , á los demás allá las obligaciones de sus respectivos cargos ; y los Indios por su parte pú- blicamente bendecían á la suerte que tal encomendero , ó señor , les habia deparado. A esta venturosa y pacífica encomienda llegó por des- gracia el mestizo Alonso Diaz (2), sedujo á los Indios , y (1) Costó dos carneros y diez ovejas , y es preciso que en aquel tiempo fue- ran de mucho precio aquellas reses, pues que visitando el provincial de la or- den el convento de la Imperial, no solo aprobó la venta que sus subditos ha- bían hecho al obispo, sino que la dio por muy ventajosa. (2) Dice Molina que Diaz contaba ya diez años entre los Indios de guerra, donde se habia hecho distinguir por su valor y por su habilidad. — ¿ En qué batallas se le ve distinguiéndose? Muchas hubo en diez años y ninguna le cuenta. Ni contarle podia. Este joven nunca antes de ahora habia estado con los Indios. Pretendió en Concepción entrar al servicio de las armas, pero con condición de que desde luego se le diera el alferazgo. El presidente Bravo de Sarabia no hubo de ver causas bastantes para admitir la condición , y como viera Alonso Diaz desestimada su demanda , resolvió vengarse pasando al par- tido contrarió. Tal es la causa que produjo el levantamiento de Lebquetal , y aunque no fueran satisfactorias para los Indios las resultas, Diaz logró en ellas el hacha de toqui, como lo veremos después. CAPITULO VI. 63 todos ellos le siguieron caminando contra Concepción en la creencia que habían de aniquilarla sin mas de llegar á sus puertas. Dieron en ocasión en que Miguel de Velasco acababa de arribar con doscientos soldados , y provisión de mu- niciones , con que le despachó al instante el virey del Perú don Francisco de Toledo , y el presidente Sarabia hizo que Lorenzo Bernal al frente de ciento cincuenta Españoles y doscientos auxiliares diese contra los in- surj entes hasta castigar cumplidamente su arrojo. Alonso Diaz , muchacho de exajerado arresto , bien hubiera ahorrado á Bernal el trabajo de anclar el ca- mino , y alas cercas de la Concepción se allegara , apesar del inesperado incidente ; pero algunos de los veteranos que le seguían lograron reducirle a que retrocediese para tomar posiciones favorables en la punta de la cadena de muelas que suben hasta Gualqui , en cuyo lugar se apostó , en efecto , acudiendo al campo armadas todas las mujeres y familias de los sublevados. Bernal no res- petó la ventaja del enemigo , antes suponiéndole nuevo en armas y no poco embarazado con tanta mujer como consigo tenia, se puso á subir la montaña con la firme persuasión de que en un cerrar y abrir de ojos habia de desalojarle ; pero Diaz y cuantos le seguían acreditaron que no habían enarbolado el pendón para huir cobarde- mente, sino resueltos á mostrar que estaba en manos harto capaces para defenderle. Así la función fue larga y extremamente reñida , y si por la superioridad de las armas logró por fin Bernal romper las masas indias , desbaratarlas , y ahuyentarlas despavoridas , dejando en el campo mas de doscientos cincuenta cadáveres, y cerca de doscientos prisioneros , todavía fue menester comen- ;n]F" I ■ 64. HISTORIA DÉ CHILE. zar nueva refriega con las mujeres , que , unidas , y lla- mando cobardes á sus maridos porque huian , con in- dignación y despecho hicieron frente á los Castellanos ; muriendo muchas de ellas en la rabiosa pelea , y las res- tantes , que fueron hechas prisioneras , se dieron muerte ellas mismas por la noche , siéndoles esto mas dulce y mas digno, que el haber de vivir sumisas á sus aborre- cidos vencedores. Tal fin tuvo la primera prueba de Alonso Diaz , vol- viéndose Lorenzo Bernal á Concepción con los doscien- tos prisioneros , y sin mas pérdida que cinco Españoles y doce auxiliares. El presidente Bravo de Sarabia no podia recordar sin sumo sentimiento que causa habia sido él mismo de la derrota de Mariguenu , y resultas de esta el abandono de la plaza de Arauco. Pensaba continuamente en medios con. que recobrar este punto , y con el nuevo refuerzo que acababa de recibir, y con el feliz éxito de la expe- dición de Bernal , ya le pareció ocasión oportuna para levantar y repoblar aquel fuerte ; por tanto cojió los dos- cientos soldados del Perú, y unos ochenta veteranos mas , con algunos auxiliares , y rompió marcha por la costa , llegando á Arauco sin contratiempo , comenzando desde luego la reedificación de la plaza sobre sus anti- guas ruinas. Ya en esto habia fallecido el toqui Pillataru, y los Araucanos todavía se mantenían sosegados ; mas en cuanto supieran que los Españoles reponian otra vez el establecimiento arruinado , tuviéronlo por una provo- cación, y la flecha comenzó á correr todas las tribus (1). (1) Empeño en levantar fuertes, empeño en desmembrarlas fuerzas, y em- peño en provocar. Pensar asentarse en pais enemigo, cuando ni de hartas armas CAPÍTULO VI. 65 Sin embargo , tiempo se dio para que los Españoles aca- baran con su empeño, quedando Arauco con buen pre- sidio, y rico almacén de municiones de boca y guerra regresando en seguida el gobernador á Concepción por el mismo camino de la costa. El desertor Alonso Diaz se había rehecho del que branto que le hizo sufrir Bernal, y corría arrasando los campos de Villarica, al paso que también ponía en armas todos los Indios de aquel pais. Con noticia los cuatro Butalmapus del atrevimiento y de la actividad de aquel joven , y acaso esperando que con distinguirle traerían á su causa gran parte de la jeneracion de procedencia mixta, le declararon toqui en junta jeneral de proceres habida á consecuencia de la repoblación de Arauco. Gregorio Bastidas , comandante jeneral de Villarica comenzó á reconocerse mal seguro en presencia del atrevido Painenancu (1) , y acudió pidiendo socorro al presidente Sarabia para poder hacer armas contra el enemigo que tanto le hostigaba. Unos ochenta hombres le mandó el gobernador con el capitán Lozano Arias y con esta jente , y con la que á sus órdenes tenia Bastidls comenzaron las operaciones contra el nuevo toqui que se vio precisado á abandonar aquella tierra, castigado en vanos reencuentros, y abandonado alcabo por gran parte de los Indios de las inmediaciones de Villarica quienes convidados con el perdón doblaron de nuevo la cerviz al yugo extranjero. Ese mal empezar de las armas araucanas hizo presu- se dispone para mantener en la defensiva el conquistado, no parece concuerde sin dificultad la entrara, porque había quedado indefensa. 4SS™:r Diaz' en cuantos"p° *» "* ~ -— ■ II. Historia. k 66 HISTORIA DE CHILE. mir que la guerra no tomaría por entonces gran fuerza, y el fervoroso obispo de la Imperial , que paz apetecia y paz predicaba, aprovechó las circunstancias comenzando la visita de toda su diócesis hasta llegar á Ghiloe , en cuyo tránsito cuentan los autores que administró el sa- cramento de la confirmación á muchísimas personas , y que dejó distribuidos en todas las parcialidades un gran numero de conversores evanjélicos (1). Vacante estaba todavia la silla episcopal de Santiago , para la cual tenia presentado Felipe II al señor don fray Diego deMedellin , del orden seráfico , y natural de la ciudad de su sobrenombre en Estremadura (2) , cuya propuesta estimó S. S. Pió Y, por su bula de 18 de junio de 1574. El obispo de la Imperial fue el consagrante del R. P. Me- dellin. Es de esta época también el importante ensayo á que se aventuró el nauta Juan Fernandez, mrchando mar adentro en busca de aires jenerales con que abreviar la navegación desde el Perú á Chile, en cuyo viaje se gastaban seis ó mas meses por llevar los bajeles cos- teando. En este ensayo descubrió Fernandez las dos islas (1) Estimulados también por este caritativo prelado, los cabildos y relijíosos de las ciudades de Valdivia y Osorno emprendieron la espiritual conquista délos Indios, llevándola con fortuna por los valles orientales de los Andes hasta la laguna de Nahuel-Huapi, y por la costa hasta el rio Tolten, entrando en la relijion todas las tribus llanislas, y costinas. (2) Así lo dice el ilustrisimo don Manuel de Alday, pero el padre Diego Rosales le supone natural de la ciudad de Lima. En contra de este aserto no tenemos prueba, solo nos repugna, aunque no es cosa imposible, que en aquella época, y á semejante edad, se le diera áMedellin la mitra, no obstante su saber y su ejemplar virtud. Lima fue fundada en 1535 ; naciera, si se quiere, en el mismo año el ilustre Medellin, vendría á tener 36 á 37 años cuando le nombró obispo Felipe II; repetimos que eso no fuera ni imposible ni nuevo; pero este pre- lado falleció en 1593 á la edad, dicen , de 64 años : ¿ como hacer para casar esas fechas ? CAPÍTULO VI. 67 que con su propio nombre guarda la República Chilena, y pasó desde el Callao á Chile en solos treinta dias (1) ; pero á tan singular servicio se le respondió con una muy seria acusación de brujería, de la que quiso la fortuna que los señores inquisidores de Lima le absolvieran, en cuanto llegaran á oir como el entendido piloto se proponía ha- cer que todos los marineros, aunque fueran santos, sa- lieran tan brujos como él mismo , sin mas que querer seguir igual rumbo con sus naves , poniéndose á unas cuatrocientas leguas aparte de la costa. Mucho conviniera que de ese decretar del tribunal tremendo tomaran luzia superstición y la ignorancia, y que en los resultados hubiera mas que la libertad del diestro y mal pagado Juan Fernandez , pero los hombres no se curan fácilmente en materia de creencias , y no tarda- remos en ver como hasta la misma autoridad política entra también, con la mejor fe del mundo , interviniendo en negocios de brujerías y hechizos, con tanto zelo y ardor cual pudiera hacerlo el mas escrupuloso inquisi- dor. Cuando por solo este motivo fuera, gran bien le re- sultara al reino de Chile; si se le hubiese dejado la real audiencia, cuyos ministros, igualmente que su presi- dente , dieron hartas prendas de ilustración y de tole- rancia, en el corto período que los hemos visto en ejer- cicio de sus funciones. De otro modo lo dispuso el rey de España. Ya hemos dicho cuales causas motivaran el estbleci- miento del supremo tribunal en Chile ; otras, y precisa- mente serian de distinta naturaleza , dieron márjen átr es reales cédulas, que casi se suceden una á otra, y que (1) Hoy se suele hacer ese mismo viaje en diez y seis á diez y oeho dias ron ventos continuos y favorables, y en ocho el de Chile al Callao. ' 68 HISTORIA DE CHILE. todas ellas prueban por lo menos demasiada lijereza de parte del gobierno español. En 13 de junio de 1573 , dice Felipe II en el bosque de Segovia, que el licenciado Gonzalo Calderón pase al reino de Chile en calidad de juez de apelaciones (1) de las justicias ordinarias, y teniente jeneral , con residen- cia en Santiago y tres mil pesos de sueldo pagaderos por el erario. El 5 de agosto del mismo año , nombra en ban Lo- renzo el Real á don Rodrigo de Quiroga para gober- nador del reino de Chile y su capitán jeneral (2) , con asignación de cinco mil pesos de su real hacienda. ^ En fin , con fecha 26 del precitado mes y ano dijo el rey á la real audiencia : « Que por causas cumplide- » ras á su real servicio la tiene quitada del reino de » Chile, i agregados sus miembros á la real audiencia » de Lima. » ' , De todas esas disposiciones ninguna noticia tuvo el supremo tribunal de la Concepción hasta el 8 de no- viembre de 1574, que desde Lima se las comunicó el primer nombrado, licenciado Gonzalo Calderón. Veremos en el próximo capítulo el cumplimiento de (1) « Con instrucción que de los pleitos que hallare apelados á la real au- » diencia , si esta no hubiere dado sentencia en vista , los fenezca , mas los que » tuvieren esta primer sentencia, i los que él sentenciare, se envíen aquellos i >, conceda de estos apelación á la real audiencia de Lima , que está autorizada ,> nara admitir y fenecer cuantas causas vayan de Chile apeladas á ella. » p ( Cabildo de Santiago. ) (SO «A vos el capitán Rodrigo deQuiroga del orden de Santiago, residente en » las provincias de Chile, sabed : que por algunas causas cumplideras á nuestro » real servicio habernos acordado de quitar la nuestra audiencia que al pre- sente reside en la ciudad de la Concepción, de esas provincias. Y que >, vos seáis nuestro gobernador y capitán jeneral de las mismas provmaas » de Chile. >» , (Traslado del cabildo de Santiago.) ; CAPITULO Ví. 69 esas reales órdenes , pero debemos aquí decir que las funciones que á Calderón se le encomiendan , dejando de sus fallos recurso para la real audiencia de Lima , fueron muy perjudiciales á Chile ; complicóse con ellas y se hizo mas gravosa la administración de la justicia, porque Chile ganaba mucho con tener en su propio suelo un tribunal que feneciera todas las cuestiones de dere- cho ú agravio , pero apartar de aquel tribunal la justicia ordinaria por medio de una como segunda instancia , no podía suceder sino lo que sucedió , orijinar crecidos gas- tos hasta el dia en que, con mejor consejo, fue abolido ese tal juzgado. CAPÍTULO Vil, Rodrigo de Quiroga llamado al gobierno de Chile. — Juan Jofré corregidor de Santiago. — Calderón en el desempeño de su juzgado. — Hechiceros. — Convento de monjas en Santiago. - El gobernador se dispone á ir en persona contra los Indios. (1575—1577.) Entró ese año con un recurso ala real audiencia, que- jándose Nicolás Nonclares , vecino de Santiago , de que el ayuntamiento de esta ciudad habia nombrado para nuevos alcaldes dos sujetos demasiado jóvenes , y por la sola razón de ser encomenderos (1), cuando otros vecinos dignos y de edad conveniente habia en la ca- pital , mas que no tuvieran encomienda. El tribunal re- solvió conforme á lo que en la materia habia asentado la corte en 25 de abril de 1554 , á petición de Jerónimo de Alderete ; esto es , que los cargos concejiles se provean en los vecinos , siendo tales los que tengan casa abierta ó poblada, aunque no posean encomienda. La real audiencia mandó, pues, que un alcalde saliese de entre los encomenderos , y el otro de entre vecinos de casa poblada, siendo este oríjen para distinguir á esos dos jueces con el nombre de alcalde de vecinos el uno, y alcalde de moradores el otro (2). ■ Como recibiera Rodrigo de Quiroga el real nombra- miento que le llamaba de nuevo al gobierno de Chile , (1) Llamábanse Marcos Veas, y Alonso deCórdova. (2) En 1589 se declaró de primer voto al de vecinos, y de segundo al de moradores. CAPÍTULO VII. con expresión de llegar su dominio hasta el estrecho austral de Magallanes inclusive , se presentó este jeneral al cabildo de Santiago en fecha 26 de enero de 1575 (1), y en el mismo dia quedó la voluntad real obedecida y cumplimentada. Se encargó Quiroga del mando justamente cuando e audaz Painenancu corría de nuevo por ambas márjenes del Biobio , causando no pocos daños en los estableci- mientos españoles, é importándole muy poco las salidas que hacia Miguel de Yelasco desde Arauco , con el es- cuadrón que le habia confiado el presidente Bravo de Sarabia. , Quiroga, ansioso de apagar cuanto antes esa nueva llama, salió el Io de febrero no solo con nombrar maestre de campo á Ruiz Gamboa , y sárjente mayor á Gómez de Lagos, sí también haciendo que en aquel mismo dia marchasen contra el toqui con cuanta jente se pudo recojer en Santiago ; yendo ademas el segundo encargado de representarle ante la real audiencia y el cabildo de Concepción , pidiéndoles obediencia y cum- plimiento á la real cédula en que se le tenia encomen- dado el gobierno. Painenancu , que tuvo aviso de este movimiento , no quiso verse entre dos fuegos , antes se retiró al centro del estado de Arauco , esperando recojer en él nuevas fuerzas. El 15 del dicho febrero ya estaba Gamboa en Talcamavida, y Gómez Lagos cumpliendo su encargo en la Concepción , donde fue declarado Quiroga goberna- dor , capitán jeneral del reino , y presidente de la real audiencia (2). (1) Rojas se equivoca diciendo que Quiroga fue recibido en junio. (2) No iba á tanto la expresión de la voluntad soberana , mas en eso se ve el 72 HISTORIA DE CHILE. I El nuevo gobernador nombró también á Juan Jofré cor- rejidor de Santiago , justicia mayor y su lugarteniente, no obstante que se deja ver en la capital harto afanado en la reforma de las leyes correspondientes á las minas y á su laboreo , enviando á todas ellas nuevos visitadores , que habían de mirar ante todas cosas por que á los Indios no se les defraudasen ni sus derechos , ni sus jornales. Llegó en aquellos dias una noticia que llenó de con- tento á todas las colonias , como que era el mismo rey el que hablaba en estos términos : « Hemos dado la co- » misión al capitán Juan de Losada para que de los » nuestros reinos de las provincias de Gartajena y Tierra » Firme envié cierta cantidad de jente de socorro para » ei allanamiento de los naturales de las provincias de » Chile (1). » Y sin duda ninguna hubo de tener efecto la disposi- ción , aunque no vemos en que fecha , ni cuantas plazas tuvo el refuerzo, porque el cabildo de Santiago solo asienta que « llegó la jente con el jeneral Losada, y en » su compañía Hernando Alvarez de Bahamonde (2). No vemos por esto que en empresa alguna entrara el gobernador, antes parece presidiendo el cabildo el dia desinterés del insigne majistrado Melchor Bravo de Sarabia, bajo cuya gober- nación vio Chile verdad en la ley, equidad y orden. Resbaló en el arte de las armas, pero ¡ cuanto bien no hizo en el de gobierno!.... Zelo, solicitud pa- ternal por el bienestar común, sin que hubiera preferencias, pues tanto valie- ron para él los Indios como los Españoles, y por lo mismo nunca se le torció la vara de la justicia. Llorada fue su ausencia, y también él lloró el no poder dar á Chile tanta gloria, tanto lustre cual su alma ambicionaba, y cumpliera si Felipe II hubiese resuelto en favor de sus repetidos ruegos, (1) Real cédula de 23 de octubre de 1573. (2) Cabildo de Santiago. — Quiroga hace de 300 hombres este refuerzo; el abate Molina le lleva á 2000 ; muy subido nos parece este número que á ser cierto fuera mas sonado, y no dejara de traslucirse en las operaciones mili- tares. ; CAPITULO VII. 73 25 de mayo de 1575, declarando recibido y recono- cido en calidad de teniente jeneral y juez de apelaciones de todas las justicias del reino , y con recurso de sus fallos para la real audiencia de Lima , al licenciado Gon- zález Calderón. De esta providencia se publicó bando , y despachó en el propio dia un traslado en legal forma para todas las ciudades del reino , á fin de que surtiese los convenien- tes efectos ; y con noticia de acontecimiento semejante la real audiencia cerró su tribunal en el 8 ó 9 de junio inmediato, remitiendo todos los procesos en su poder existentes al juzgado del referido Calderón (1), marchando los majistrados para Lima, desde cuyo punto se trasladó á España el digno y sabio presidente don Melchor Bravo de Sarabia. En el estado no parecía todavía causa ninguna de inquietud, porque el zelo de las autoridades, el de los predicadores evanjélicos , y también el de algunos enco- ' menderos que , ó por inspiración de una conciencia no- ble , ó por particular provecho , anhelaban la instruc- ción y conversión de los Indios, habia cumplido una prodijiosa metamorfosis en todas las tribus trayéndolas á la creencia, aunque fuera tibia y falsa, de la ley cris- tiana , y solo persistían fuera de ella, y fuera de trato y relaciones con los Españoles, las parcialidades del Lab- quemmapu ó Butalmapu llamado de la costa, centro del indómito Araucano propiamente dicho. (1) « Enviado de la corte, dice Molina, con el título de visitador, el cual » suprimió el tribunal de la real audiencia no por otro motivo que por ahorrar » gastos al real erario. » Ni Calderón tuvo título de visitador, ni él suprimió la real audiencia, sino el rey, y no expresa las causas que para hacerlo tuvo, como ha debido notarse en la real cédula á este particular referente. 7^ HISTORIA DE CHILE. Con todo , desmanes y crímenes no pocos se cometían, y mas entre los Indios de paz , que no acertaban á rom- per enteramente con sus sortílegos , ni por consiguiente con costumbres de una , aunque bárbara , constante es- cuela, y de tradición inmemorial. De ese fatal y deplo- rable camino con la instrucción se les hubiera podido apartar, pero se prefirió siempre la violencia, que nunca hace prosélitos , porque como en los Indios , también en sus conquistadores lucia gran dosis de fanatismo y de superstición , y el gobernador Rodrigo de Quiroga acu- dió para correjir aquellos males , nombrando al capi- tán Alonso de Góngora juez de comisión que habia de recorrer todo el pais castigando severamente á los hechiceros. Este capitán salió de Santiago á los últimos del mes de octubre de 1575 , y nadie nos cuenta cual éxito tuvo su misión , ni el lugar en que le cojió la muerte ; pero no debió limpiar la tierra de los terribles jemos que en- tonces la infestaran , porque en 23 de enero de 1576 , vuelve el gobernador con nuevo nombramiento al pro- pio asunto , en favor del capitán Pedro de Leisperberg , vecino de Santiago (1) , como si los Indios necesitaran de mucho mas que de medidas de esta especie para dar contra sus opresores toda vez que fuera coyuntura favo- rable. En tanto que Leisperberg recorre las reducciones, con (1) He aquí este curioso documento : — « Por cuanto el capitán Alonso de » Góngora, que nombré por capitán i juez de comisión para el castigo de los » hechiceros de los Indios, es fallecido de esta presente vida, i conviene proveer » otra persona que vaya á hacer dicho castigo. Porque es cierto que en la pro- » vincia de Promaucaes, i en todos los términos de esta ciudad de Santiago, hai » muchos Indios é Indias brujos que matan con hechizos á muchas criaturas, » é Indios é Indias que venden los hechizos públicamente , causa de lasdismi- » nucion de los naturales, é conviene proveer de remedio á este gran daño, CAPITULO VII. 75 un tan ejecutorio hacer que hasta el mismo Santo Oficio debiera envidiar, el gobernador presidia en Santiago los cabildos secular y eclesiástico, viéndose ya al frente de este el ilustrísimo obispo don fray Diego de Me- dellin. Tratábase en ellos , y en presencia de lo mas noble y caracterizado del vecindario de la capital , de la instalación, ó sea fundación, del primer monasterio de monjas que en Santiago se iba á sentar bajo el nombre de la pura y limpia Concepción , y regla de San Agustín. Las fundadoras, que fueron siete (1), recibieron el hábito en aquel mismo dia de mano del prelado Medellin , y se recluyeron en seguida en su convento sito á distancia de dos cuadras al sur de la plaza. El cabildo de San- tiago se constituyó patrono de ese monasterio , del cual cuidó con exquisita solicitud. Pocos dias después (el 12 de octubre de 1577) fue nombrado alcalde de aguas Pedro Martin, porque atento el gobernador á cuanto en bien común pudiera resultar, y como notara que la ciudad solia escasear de aguas en el estío por la mala dirección que se daba á las que mi- nistra el Mapocho , acudió á este remedio con aquel juez encargado de distribuirlas por tanda rigorosa, con re- tribución, por el trabajo, de dos fanegas de grano que cada hacendado quedó en la obligación de pagar anualmente. Ya habia algunos meses que se había tra- tado esta misma cuestión entre el juez de apelaciones Calderón , y la municipalidad de Santiago , examinando » i confiando esta preservación de vos el capitán Pedro de Leisperberg, ve- » ciño de esta ciudad , os nombro para capitán y juez de esta interesante " amisión. » ( Cabildo de Santiago. ) (1) Dona Francisca Tervin de Guzman ; doña Isabel de los Angeles ; doña Je- rónima de Atensio Villavicencio ; Ana de la Concepción ; Isabel Zúñiga ; doña Beatriz de Mendoza; y doña Ana de Cáceres. 76 HISTORIA DE CHILE. la utilidad y conveniencia de traer á la capital el copioso surtidero de Apoquindo ó Apoquimbo y Tabalagua, cuyo pensamiento se realizó después con buenísimos resul- tados, aunque por vicisitudes, que no son de este lugar, pasó en lo sucesivo. Ya empezaba en este tiempo á surtir su efecto natural la misión del capitán Leisperberg , y ni solamente los Promaucaes dieron señas de querer vengar la violencia con que se les atropellaba en sus sin duda inmorales cos- tumbres , sino que los Pehuenches asomaron también á los valles de Chillan , y Painenancu en las inmediacio- nes de Arauco. Fue, pues, preciso pensar con lijereza en preparativos con que hacer frente á la guerra , y como , para dicha de los Españoles, llegara en la ocasión con nuevo refuerzo de jente (1), el gobernador, que hubo de presumir de mucha gravedad este inesperado alzamiento, reunió cuantas fuerzas hallara á mano , y dispuso ir en persona al castigo de los provocadores , dejando el gobierno en su ya nombrado lugarteniente el capitán Juan Jofré. (1) No se hace mención tampoco ni del número de la jente , ni de quien la mandaba , pero sí que vino el refuerzo del Perú. ; CAPITULO VIII. Pasa Quiroga á Concepción. — Sale contra los Araucanos, y los persigue y acosa en todas direcciones. — Llega A Osorno y regresa á Concepción. — Sale de esta capital para Santiago. — Martin Ruiz de Gamboa en Chillan. — Azoca en reemplazo de Calderón. — Muere el gobernador. (1577-1580.) En los primeros dias del mes de enero , salió Rodrigo de Quiroga de la ciudad de Santiago para castigar á los rebeldes. Acompañáronle hasta Maipo uno de los alcaldes de la capital y un rejidor ; pero el gobernador no hubo de asentar campo hasta orillas del Perqui- lavquen, desde el cual, y fecha del 17 del referido enero, dice al cabildo : « Voy con el ejército de S. M. á la » guerra y pacificación de los Indios rebelados de este » reino , y estoy hoy en el real , en el campo de S. M. , » én el asiento de Perquilavquen (1). » De este punto se dirijió á la Concepción , con ánimo de pasar el Biobio por la parte de la costa, para arri- marse después á la plaza de San Felipe de Arauco ; mas apenas habia entrado en aquella ciudad cuando se le anunció que con una división del ejército del toqui , estaba el capitán Gayancura en el valle de Guaclaba , con orden de atacar al fuerte de Angol y á la ciudad de los Infantes. Mientras Quiroga atravesaba las aguas del Biobio, resuelto á cojer en sus mismas posiciones á Cayancura , el atrevido Painenancu cruzaba también el (1) Cabildo de Santiago. 78 HISTORIA DE CHILE. mismo rio en dirección opuesta , y con apresurada mar- cha; presumiendo expugnar de interpresa la ciudad Concepción , pero se estrelló , como la vez primera , en las armas de Lorenzo Bernal, y se retiró maltratado con- tra Yillarica para que igualmente le escarmentara su gobernador Rodrigo de Bastidas. Quiroga , por su parte , logró cojer á Gayancura en el citado valle, pero aquí la resistencia de los Araucanos fue terrible , y á no salir herido su jefe , puede ser que no quedara de los Españoles el triunfo. Aquel aconte- cimiento descompuso los ánimos de la irritada milicia que parecia dispuesta á sacrificarse antes que ceder , y que viendo á su jeneral en la imposibilidad de guiarla, cumplió una no mal ordenada retirada hastaesconderse en los fragosos montes de Nahuelbuta , en los cuales la respetó el gobernador. Reprimido de esa manera el provocativo ardor de los Araucanos , comenzó Rodrigo de Quiroga á hostilizarlos por la parte de Arauco y Cañete, cuyas guarniciones reforzó de paso , y marchó talando los campos indios hasta plantear su real en Puren , muy cerca de los pan- tanos de Rumaco , porque ningún cuerpo enemigo salió á disputarle el paso. Presupuso el gobernador que los Araucanos no vol- verían en algún tiempo al campo de batalla , y si cruel é implacable se mostrara siempre con los Indios que se le rebelaban , piensa esta vez en la dura suerte que algu- nos de los encomenderos vuelven á imponer á sus en- comendados , y corre á la visita de todas las colonias australes , amenazando hasta con pena capital á quien quiera que un ápice se aparte de las ordenanzas que rijen el buen trato y humana correspondencia que con VJ CAPITULO VIII. 79 los Indios se ha de tener. En esta visita aumenta el nú- mero de doctrineros y de conversores; hace que se construyan nuevas iglesias , y algunas á expensas de dueños de encomiendas que le parecieron merecedores de esta como especie de multa, en expiación de sus abusos , y finalmente ordena la fundación de algunas aldeas , para que las tribus indias se habitúen á la vida social y política. En Valvidia sus disposiciones fueron tan justas cuanto interesantes para el comercio , arreglando los tratos y cambios con ordenanzas que si por una parte atajaban el fraude y la usura , por otra procuraban á los merca- deres que arrimaran al puerto todas cuantas franquicias pudieran desear , y el obligado servicio de ser socorridos con cuanto necesitaren sin que bajo ningún pretexto se pudiese logrear con ellos. Pasó en seguida a Osorno para ver por sí mismo , á mas de su excelente fábrica de paños y de linos , la fa- mosísima mina , Mamada de Ponzuelo, de oro tan obrizo que á petición de Francisco Castañeda hubo que ligar la pesa con seis quilates menos que el que se extraia de los demás números,, para que el comercio corriera igual, como que los numularios comenzaban a no querer sino el oro de Ponzuelo. No salió el gobernador de esta ciu- dad sin haber determinado medios de impulso para las fábricas, y también ordenó se emprendiese la cultura del cáñamo , del que pronto empezó á utilizarse la ma- rina en el consumo de cardaje , velamen , etc. Desde Osorno retornó Rodrigo de Quiroga á la Con- cepción , y no es fácil descubrir si los Araucanos le sa- lieron ó no al encuentro ; se advierte por lo menos que con enemigos contaba, « siguiendo sus marchas sin des- T 80 HISTORIA DE CHILE. » cuido y acuartelándose con cuidado , sabemos por el » mismo gobernador que tenia su real en el llano de An- » dalican , término y jurisdicion de la Concepción , donde » está alojado el campo y ejército de S. M. , á 8 dias del » mes de marzo de 1578 (1). Poco tiempo se mantuvo en ese campamento. Paine- nancu no quiso mostrarse , y por consiguiente tomó el gobernador sus cuarteles de invierno en la Concepción , dándose desde luego á todo cuanto le pareció convenir para que esta colonia prosperara, y también dispen- sando no pocas encomiendas á militares beneméritos, que para esto y repartimiento de tierras le tenia autori- zado en forma el rey Felipe. Gracias á la presencia del gobernador, y también al reposo en que le dejaron por entonces los Indios , tomó la ciudad Concepción un vuelo inesperado , porque como por encanto se iban cubriendo los solares, desapare- ciendo las ruinas , robusteciéndose el comercio , y lo que mas es aumentándose el vecindario ; pero contra tantos y tan consoladores bienes para los conquistadores, vino á salir la intrepidez del pirata inglés Francisco Drake ; quien franqueando el estrecho , ni en la mar halló bastante para saciar su codicia, ni tampoco en la tierra, con haber saqueado en el Perú el puerto del Callao , en Chile el de Valparaíso. Sí que acudió el virey don Francisco de Toledo con las naves Nuestra Señora de la Esperanza, y la San Francisco, bajo la con- ducta, esta del capitán Juan de Villalobos , y aquella, que hacia de capitana , á las órdenes de don Pedro Sar- miento, ambos encargados de esperar la vuelta del pirata y de castigar su criminal osadía, pero ninguno fue el resultado (i) Cabildo de Santiago. W CAPÍTULO VIII. 81 de esta empresa , como por tal no se cuente el paso de Sarmiento á España, ni resultado debiera prometerse el virey, cuando, dejándose ver Drake el 6 de setiembre de 1578 , las naves que en su persecución se envían no sa- lieron del Callao hasta el 11 de octubre de 1579. Ello es que el atrevido Drake desapareció de aquellos mares después de haber insultado y ofendido á los Españoles hasta saciedad. A Rodrigo de Quiroga ya le pesaba el ocio en la Con- cepción , y como le pareciera , no sin fundamento , que si, en la precedente visita hecha á las ciudades del sur, habia descubierto mas de un abuso en la administración pública , y correjido no pequeños males de los que nunca se suele dar cuenta á la suprema autoridad , abusos y males aflijirian también á los moradores de los otros puntos del reino , resolvió por lo mismo recorrer atenta y detenidamente todo el trecho del pais que le tenia apartado de la capital. Salió , pues , de Concepción á los últimos de enero de 1579 , y se puso á pasear toda la extensión de tierra que ciñen los riosBiobio, Claro, é Itata, reconociendo vegas y valles , montes y colinas por si tal vez permitie- ran las circunstancias el asiento de nuevas poblaciones. Cuando se viera sobre las márjenes del rio Chillan , que con tanta frecuencia bajaban á visitar los serranos Pehuenches, ante un suelo en que la vejetacion se ostentaba tan rica y lozana , no pudo resistir al deseo de plantar en aquella hermosa vega una gran colonia en plaza fortificada, que habia de servir también como de cuartel constante y jeneral para el ejército de operaciones. Lleno de esta idea entró en Santiago, y el 18 de II. Historia. (i 82 HISTORIA DE CHILE. marzo de 1579 (1) ya decretó la fundación de la ciudad de Chillan. Salió inmediatamente contra el proyecto el cabildo de la Concepción , y no tan solo acusando derechos juris- dicionales que á nada conducian, sino presumiendo gran desmejora para su porvenir , si acaso no le si- guiera también una considerable rebaja en su asentado vecindario ; pero Quiroga no quiso hacer cuenta de tales alegatos , antes mandó á Martin Ruiz de Gamboa , á quien ya había dado el título de mariscal , y ejercía en- tonces en calidad de maestre de campo , que con una crecida columna pasase á fundar colonia en Chillan; cuya orden fue obedecida sin ninguna demora, saliendo la ciudad San Bartolomé, entre los rios Chillan y Nuble, á los 36° ti' de latitud austral. A poco tiempo después de la salida de Ruiz de Gam- boa para Chillan , cayó enfermo Rodrigo de Quiroga , (1) Figueroa supone esta fundación en 1579 ; Rojas , que dice haberla pre- senciado, la lleva á 1580. Acaso contará el primero desde que se comenzó, y el segundo desde que se concluyó. Nuestra duda no para en esa insignificante dis- crepancia, sino en si hemos de decir fundación ó repoblación. En don Mi- guel de Olivares , natural de Chillan , y en documentos y papeles de aquel tiempo se habla de un convento ú hospicio de la ciudad de Chillan bajo el nombre de San Ildefonso, erijido en los años de 1565 , y pues se dice de la ciudad de Chillan parecenos que no pudo ser fundación la de Gamboa. ¿ No pondría esta colonia don Pedro Valdivia cuando en su famosa expedición de 1546 corrió triunfante desde Santiago todos los llanos hasta el rio Itata? Y si ni colonia, ni ciudad, ni siquiera un fuerte se puso en aquel parage hasta que Quiroga lo ordenó, ¿ á que esas tantas irrupciones de los Pehuenches y Puelches en las vegas de Chillan? ¿ Porqué saquear y arrasar la provincia de Chillan esos mismos indios, motivando la expedición de Balsa y del gobernador Pedro de Villagra en 1564, en lo cual convienen todos los historiadores ? No es posible que los Indios vinieran á saquear á los Indios, y si tal hubiera ocurrido, los Itatatinos y los Chillanes, saqueados y maltratados, no hicieran causa común como la hicieron , alistándose en las banderas de Lig-Lemu. Estamos en que* una colonia, ó por lo menos una plaza , hubo en Chillan antes que la San Bar- tolomé de Gamboa, mas que esta se alzara en distinto casco. CAPÍTULO VIII. 83 y aunque cada día se agravaban sus dolencias , no fue posible apartarle del despacho de los negocios públicos, antes hizo que se le viniera á dar cuenta de ellos al lecho en que yacía postrado, por parecerle que el bien co- mún se había de resentir demasiado , si por sí propio no le cuidaba. Llegó en esto á la capital el doctor Lope de Azoca con el competente título para relevar de su cargo de teniente jeneral y juez de apelaciones al licen- ciado Gonzalo de Calderón, cuyas funciones debieron fenecer el 10 de junio de 1579, como que solo hasta esa fecha suena en los libros del cabildo; pero pare- cen con mayor latitud las facultades de Azoca que las que se le concedieron á Calderón, diciéndose aquel gobernador en ausencias y enfermedades del pro- pietario. Con todo, si recibido en el reino fue en su expresa calidad de teniente jeneral y juez de apelaciones, no del otro título condicional hubo de hacer caso alguno Rodrigo de Quiroga , antes exije que Azoca, como todos los demás funcionarios públicos , concurra á su morada , al lecho en que lenta y progresivamente va consumiendo la vida , y desde el cual continua rijiendo la máquina gu- bernativa con entera independencia. El cabildo de San- tiago harto insistió por que su querido gobernador se descargara de tan penosa tarea, ó que por lo menos la aliviara encargando la dirección de los negocios de poca monta asegunda persona, que la enfermedad con el descanso pudiera llegar á corrijirse ; mas va- nas fueron siempre las representaciones de esta natura- leza, y así vemos que hasta para la elección de los concejales que debían servir en el año de 1580 , fue preciso celebrar junta en la morada del ya desahuciado Sil HISTORIA DE CHILE. gobernador (1) , cuya vida tuvo fin en la mañana del 26 de febrero , llenando de dolor y de sentimiento á todos los Españoles. Que á la muerte de ese ilustre caudillo con lágrimas respondieran todos los hombres honrados de las colo- nias chilenas, no hicieron con eso sino pagar una muy corta parte de la gran deuda á que en cuarenta años de una carrera activa y laboriosa los habia obligado aquel conquistador, tres veces alcalde de Santiago, dos su correjidor, tres gobernador interino, y una propietario con real nombramiento. Hombre desinteresado, próvido, amante del bien jeneral, militar entendido y valeroso, igual en su vida pública como en la privada, acreedor por cierto á tan- tas honras como de sus conciudadanos y del mismo rey obtuvo , aunque nos pesa el que resbalara , por lo me- . nos en connivencia del irregular proceder del jeneral Castilla, y el que, grande é hidalgo como se mostró en todas sus cosas , no hiciera que el resentimiento de las ofensas que de los Yillagras presumiera haber recibido, con ellos desde luego y para siempre se enterrara. Nació el célebre Rodrigo de Quiroga en Ponferrada ; vino á Ghilde con Pedro de Valdivia, conquistó á Chi- be , y pasa , como su esposa doña Inés de Suarez , por fundador (2) del convento de Nuestra Señora de las (1) « Estando en presencia i en las casas del muy ilustre señor Rodrigo de » Quiroga , caballero del orden de Santiago, gobernador i capitán jeneral en » este reino por S. M. : nombradamente el ilustre señor doctor Lope de Azoca , » teniente de gobernador, i capitán jeneral de este reino, por S. M. ; i el capi- » tan Andrés Yvañez de Varroeta , correjidor ; y los capitanes Alonso Alvarez » Verrio i Alonso Ortiz Zuñiga, alcaldes ordinarios de esta ciudad, etc. » (acuerdo del cabildo, Io de enero de 1580.) (2) Como que á sus expensas se hizo el edificio, y no paró hasta verle poblado con cuantos elementos eran necesarios para perpetuar la regla con dote suficiente en lo temporal y en lo espiritual. CAPITULO VIH. 85 Mercedes , en cuya iglesia yacían sus restos , y se re- cordaba su memoria con una misa cantada y responso, todos los sábados , y la festividad de la Virgen ; tributo de gratitud que en ley habían constituido las venerables relijiosas de aquel monasterio para que nunca pereciera el nombre de sus bienhechores. CAPITULO IX. Marlin Ruiz de Gamboa gobernador. — Pasa á Osorno. — El doctor Azoca pretende apoderarse del gobierno de Chile. — Destiérrale Gamboa. — Don Alonso de Sotomayor nombrado gobernador. — Expedición naval al estrecho. (1580—1583.) Con fecha 7 de febrero de 1577, habia hecho Rodrigo de Quiroga su disposición testamentaria , en el campo de Perquilavquen , llamando para que le sucediera en el gobierno , si á fallecer llegase , á su yerno Martin Ruiz de Gamboa , en virtud de expresa facultad que para ello le tenia concedida el rey por real cédula de 28 ele octubre de 1573. Conocía el cabildo de San- tiago aquella disposición , con cuyo motivo se apre- suró á oficiar al mariscal Gamboa, por conducto de uno de sus rejidores, noticiándole la sensible difun- cion del gobernador, é invitándole de paso para que se trasladase á la capital á fin de prestar el jura- mento de ley, ser reconocido y proclamado en la calidad que por llamamiento de su suegro le corres- pondía. De mucho contento fue para los Araucanos la muerte de Rodrigo de Quiroga , y sin duda tuvieron aviso de ella antes que Gamboa , puesto que ya parecen armados en los contornos de Chillan unos, en los campos de Arauco otros; por cuyo motivo tiene que responder el nuevo gobernador á la comunicación del cabildo con poderes para que el doctor Azoca y Juan Hurtado sean CAPITULO IX. 87 en su nombre recibidos, y en su ausencia gobiernen las ciudades del reino (1). Esos apoderados parecieron en cabildo de 8 de marzo de 1580 exhibiendo el competente poder, y pidiendo efecto de la voluntad que en él se expresaba ; lo cual tuvo lugar con el reconocimiento unánime de Martin Ruiz de Gamboa por capitán jeneral y gobernador del reino de Chile , en las personas de sus representantes. Gamboa comenzó, pues, su gobierno teniendo que dar cara á un enemigo , sino numeroso , sobradamente atrevido para mantenerle en constante alerta, causarle daños, y traerle al retortero. Tal cual defendida ya la ciudad de Chillan , y dejando en ella una respetable guarnición , se echó el gobernador á correr tras los dife- rentes cuerpos indios que infestaban las vegas del Nuble y del Chillan, y se refugiaban siempre, y casi sin descala- bro, en los espesos bosques con que lindan ; de suerte que reconociendo cuan inútilmente gastara el tiempo con un enemigo que parecía jugar de burlas para reir á sus an- chas de las armas conquistadoras y fastidiarlas, y te- niendo noticia de que en los establecimientos de arriba cometían los soldados de Painenancu no pocos excesos , marchó con su columna á los Infantes de Angol Algunos cuerpos sueltos se dejaron ver en aquella tierra , pero tampoco se les pudo dar alcance , revol- viéndose varios de ellos para la cordillera , y otros como en dirección de Puren , sin que en estos ni en aquellos (1) « Atento á no poder irme á recibir personalmente por estar muy ocupado » en las cosas de la guerra , y de mi ausencia podria redundar alguna novedad » entre los Indios que están desasosegados por tener nueva de la muerte del » señor gobernador, i hallarme yo en este valle de Chillan con el campo y ejér » cito que en nombre de S. M. conmigo tengo. » (Gamboa al cabildo, el Io de marzo de 1580.) 88 HISTORIA DE CHILE. I pareciera ir el toqui. Gamboa se mantuvo pocos dias en los Infantes, aunque con fecha 7 de julio firmó en aquel punto una orden por medio de la cual facultaba al doctor Azoca para que diese á persona digna la vara de alguacil mayor de la ciudad de Santiago. Desde Angol salió para los estados de Arauco , arra- sando en sus marchas todo cuanto hallaba de pertenencia de los Indios de guerra, que otro tanto cumplían ya también los Araucanos en los establecimientos españoles desde el Nuelas hasta Garampangue, pero siempre en cuerpos volantes y como de escapada. Gamboa pasó por la plaza de San Felipe, y sin detenerse fue a sentar su real en Cañete , desesperado viendo que con tanto hos- tilizar de los Indios, sobre no querer ellos empeñarse en función seria , ni siquiera indicios del hacer de su toqui le presentaban. A pocos dias de haber llegado á Cañete ya vino á descubrir que Painenancu no estaba lejos del campo castellano , y que comunicaba desde diferentes atalayas , con todos los cuerpos sueltos por medio de luminarias en la noche , y de ahumadas durante el dia. Distribuyó, por consiguiente, sus fuerzas en varias par- tidas á cargo de comandantes entendidos, que habían de recorrer la tierra en opuesto rumbo hasta ver si lograban hacer que los Araucanos se recojieran en un solo punto, ó vinieran con su jefe á una batalla formal. Painenancu no por esto cambió su sistema, antes hubo de holgarse mucho en viendo esa disposición de su enemigo , y pasó orden á los cabos de todos sus cuerpos volantes para que divertieran á los partidarios españoles, no entrando contra ellos sino cuando parecieren favorables las cir- cunstancias , pero que cuidaran principalmente de ame- nazar varios puntos á la vez. Puntual cumplimiento CAPÍTULO IX. 89 dieron los Indios á este ordenar de su jeneral, y asi, no las batallas, sino las escaramuzas se sucedían unas á otras, ora venciendo este bando, ora vencido, sin que de semejante guerrear sacaran los Españoles otro fruto que un enojoso cansancio, y también la pérdida de muchos soldados, mas que con igual ó mayor quebranto salieran sus contrarios, que estos al cabo lograron por mucho tiempo su fin , viviendo á expensas de los esta- blecimientos extranjeros, con lo que los robaban en sus avances ó acometidas, ya nocturnas, ya tal vez ejecu- tadas en mitad del dia con una audacia sumamente ar- riesgada (1). Como ningún resultado satisfactorio saliera de este modo de entretener una guerra que parecía hacerse in- terminable , por lo mismo que no se lograba escarmentar á los enemigos, recojió Gamboa todas las partidas que andaban en persecución de los Araucanos, y con ellas, y con las fuerzas que en Cañete tenia, se encaminó á los paludosos marjales de Lumaco, asentando en ellos su campo para ver si se descubría el toqui ; pues este era todo su afán, presumiendo que si lograba derrotar, ó dar muerte á Painenancu, en breve depondrían todos sus subditos las armas. Painenancu sin embargo no pareció, y el gobernador despechado se puso de nuevo en movi- miento, siguiendo el camino de los llanos, hasta la Im- perial; de aquí pasó á Villarica, y fue inmediatamente con su campo á la ciudad de Osorno. De esta expedición resultó la planta de un fuerte en (1) Dice Rojas que algunos de los partidarios españoles fueron derrotados por los nacionales. No vemos en parte ninguna que en esta ocasión se cum- plieran empeños de donde pudiera salir propiamente la palabra derrota. Se ju- garon muchas escaramuzas con suerte variable, y siempre sin importancia. 90 HISTORIA DE CHILE. ■ Quinchilca, destinado á relacionar las ciudades de Osorno y Yaldivia con la de Castro de la Nueva Galicia, cuyo fuerte hubo de quedar con suficiente presidio y á las órdenes de Bernardino de Quiroga (1) , dando tras esto el go- bernador una descorrida por los mismos puntos ya regis- trados, sin tropezar con Painenancu , sin poder enfrenar el arrojo de los cuerpos volantes que continuaban sa- queando los establecimientos españoles. Algún tiempo permaneció Gamboa en la plaza de Arauco , pero íbase á cerrar el otoño y determinó tomar cuarteles de invierno en Concepción ; y apenas habia entrado en esta ciu- dad cuando le llegó la noticia de que el toqui tenia su campo en la márjen meridional del Biobio. Es de presumir que hubiera respondido Gamboa á ese insultante desafío , no obstante la estación , si ocurren- cias de suma gravedad no le apartaran del teatro de la guerra. El doctor Azoca hubo de hallarse muy bien con el gobierno que en nombre del mariscal ejercia después de un año , pero sin duda le dolia también el recuerdo de que en regresando Gamboa á la capital, tendría que desnudarse de la suprema autoridad , y para evitar un tan desagradable expediente, no vio medio tan llano como el salir diciéndose gobernador de hecho y de dere- cho , con mejor todavia que el que pudiera enseñar su poderdante. No tardaron en dar cuenta á Gamboa de esta peregrina salida del doctor, contra la cual tenia aquel mas de una arma , que si no fuese bastante el oponer la real cédula en virtud de la cual su suegro le habia nombrado , y esto equivalía á nombramiento del mismo Felipe II , to- (1) Eso es lo que prueba doña Melchora Saez de Mena y Quiroga relatando los méritos en que funda su pretensión á una encomienda. CAPÍTULO IX. 91 davia acababa de recibir provisión del virey don Fran- cisco de Toledo , en la que , y fecha 26 de abril de 1581, le nombra gobernador interino y capitán jeneral del reino de Chile. Así es que con una escojida escolta salió el mariscal de Concepción , camino de la capital , cuyo concejo vino á recibirle á Maipo para entrar con él en Santiago el 22 de junio del referido año. Ruiz de Gamboa hubiera podido imponer silencio a las pretensiones de Azoca, con solo usar de la fuerza que á sus órdenes tenia , pero condüjose con esmerada y laudable prudencia, no apelando á la disposición de su antecesor , ni descendiendo á cuestionar el derecho con que obrara, no tomando en cuenta la acordada for- mal del cabildo presidido por el mismo Azoca el 8 de marzo del año precedente, de la cual resultaba recibido y declarado gobernador , sino requiriendo al doctor y al ayuntamiento con el despacho del virey , para que se le diera obediencia y cumplimiento. El cabildo desempeñó este deber el mismo día en que llegó á Santiago con el mariscal , el 22 de junio , pero Azoca siguió disputando sus pretensiones. Seguro es que si Azoca disponer pudiera esta vez de alguna fuerza armada, inevitable fuera la guerra civil en Chile ; pero sin mas elementos de resistencia que su ca- rácter irritable é indómito, se contentó con turbar du- rante unos cuantos dias el curso de la administración con ruidosas protestas , y tal vez descompuestas declamacio- nes, hasta que perdiendo Gamboa la paciencia le despa- chó desterrado al Perú , y tras él , uno de los alcaldes de Santiago (1) con cargo de informar, primero al virey, y (1) No se da el nombre del alcalde á quien cupo esa comisión determinada en acuerdo de 22 de julio de 1581. 92 HISTORIA DE CHILE» después al rey de España, de las causas que habían mo- tivado el destierro de aquel juez. Descartado de ese competidor , fue preciso pensar en poner sujeto que diera curso á todas las causas pendien- tes , y acaso por evitar gastos á los litigantes , dispuso que , compartido el reino en las diócesis de la Imperial y de Santiago , esa misma distribución jurisdicional tu- viese también la justicia , administrándola en Concepción el capitán Alonso de Alvarado , y en Santiago el licen- ciado Diego de ñivas, ambos con título de tenientes go- bernadores. Los Indios de la jurisdicion de la capital parece que seguían en sus costumbres, á pesar del zelo con que Leisperberg desempeñara la comisión que le encomendó el difunto Quiroga , aunque por otra parte bien pudiera ser causa distinta la que quiere perseguir Ruiz Gamboa, como que con distintas palabras la explica nombrando el 1/j. de octubre un juez de comisión , « que pase á » evitar los daños que los Indios se hacen , i especial- » mente que se cele el de la borrachera , el cual es muy » pernicioso i nutritivo de grandes pecados, porque » por experiencia se ha visto que en las borracheras ido- » latran , i los que de ellos son cristianos apostatan i » adoran las vacas , fomentan riñas , i se yeren i ma- » tan, etc. , etc. (1) » También comenzó el gobernador á reformar la tasa de Santillana , y con mejoras de administración saliera, á no tener aviso de que los Indios causaban terribles es- tragos en casi todos los establecimientos meridionales, cuya noticia le obligó á dejar la capital á fines de año , pareciendo con su campo en los Infantes de Angol el (1) Cabildo de Santiago. CAPITULO ÍX. 93 13 de febrero de 1582 , no sin haber sufrido insultos del toqui que le solia ir flanqueando las marchas , y tal vez apretándole la retaguardia. Painenancu hubo de probar ventajas en andar de guerrilla despachando sus fuerzas en distintas direcciones, y con este sistema trajo al gobernador tan enredado entre aquella ciudad y Villarica que raro era el dia en que no so escaramucearan Indios y Españoles, sin que en siete y mas meses (1) se hiciese otra cosa que gastar tiempo , y los males seguir en aumento. Ya que las armas castellanas no se señalaran este año con hechos dignos de nota , fecundo fue por otra parte en acontecimientos harto fatales para los conquistado- res (2). Hemos dado cuenta de las dos naves que el virey del Perú despachó, en 1579, á caza del pirata Drake , é importa conocer el resultado de esta expedición. Con Pedro Sarmiento de Gamboa, comandante jene- ral de aquellos bajeles, salieron del Callao para el es- trecho los padres fray Antonio de Quadramiro y fray Gristoval de Mérida , y después de haber corrido las cos- tas de Chile y otros mares, aportaron en Cádiz, dirijién- dose incontinenti á la corte. Presentaron , el jeneral y los relijiosos reunidos, á Felipe II, una detallada rela- ción del viaje que acababan de hacer, la planta del reino de Chile y de sus islas , y una memoria en la que , des- pués de mencionados los estragos que Drake había come- (1) El 15 de setiembre todavía estaba Gamboa en Villarica. {Cabildo de Santiago.) (2) Los ilustrísimos obispos de las ciudades de Santiago y de la Imperial, Me- dellin, y San Miguel, fueron convocados por el metropolitano para el tercer con- cilio provincial ocurrido en Lima. Con la ausencia de aquellos virtuosos varones, los doctrineros, y no poca parte del bajo clero, se dieron á una vida mundana, codiciosa y relajada, que corrompió la sociedad, y produjo excesos y desórdenes sin cuento. n HISTORIA DE CHILE. tido, se acusaban los medios de que conviniera echar mano , para cerrar el estrecho á la piratería y por con- siguiente mantener los establecimientos españoles de aque- llas rejiones al abrigo de sus avances y asechanzas. Contento entró Felipe en las miras que se le acaba- ban de proponer, y por tanto mandó que su consejo determinase sin demora una conveniente expedición, haciendo un llamamiento al público en demanda de po- bladores ó colonos voluntarios para las ciudades que de nueva planta se habían de levantar á tiro del estre- cho , y que ambas habían de ser plazas de armas. Mientras el gobierno apretaba el avío de la empresa , S. M. atendió á la provisión del personal no solo para el mando de la armada , sí también para la goberna- ción de Chile, que interinamente desempeñaba Gamboa ; y con este motivo expidió patentes de gobernador y ca- pitán jeneral de Chile á don Alonso de Sotomayor ; de superintendente de las proyectadas poblaciones, á Pedro Sarmiento , de almirante á Diego Flores de Val des , y por último á ios padres Quadramiro y Mérida , con las fa- cultades de comisarios jenerales de Indios, solamente dispensadas hasta entonces á fray Francisco de Guzman, y se les concedió también la de colectar misión , y fundar conventos para la conversión de los Indios. Yeintey tres navios aparejados se vieron bien pronto en la bahía de Cádiz (1) , teniendo á su bordo tres mil qui- nientos hombres , gran número de familias de noble na- cimiento, y amas, seiscientos veteranos de Flandes, des- tinados al servicio del nuevo gobernador don Alonso. (1) En Sevilla dice Córdova, y que contra muestras de una terrible tempestad el duque de Medina Sidonia hizo dar vela para ver naufragar al instante cinco naves. CAPITULO IX. 95 Dióse vela en los principios de 1582, teniendo orden el almirante de dejar á Sotomayor y á su jente en Valdi- via , y volver después al estrecho para fundar los pue- blos proyectados ; pero como si contra esta útil empresa se revolviera la naturaleza entera , en cuanto penetrara el alta mar, ó tuvo que chocar contra vientos contrarios , ó si otros tomaban las naves en rumbo favorable, solo era para barloarlas con violento choque , para descon- certarles todo el aparejo , en fin para arremolinarlas tal vez formando de repente un ruidoso torbellino que pa- recía querer botarlas todas á una por sobre el promi- nente olaje que desgajaba con furia el soberbio y em- bravecido piélago. Con todo , esos no eran sino asomos del proceloso y trájico fin á que marchaba la empresa , dos veces empeñada en penetrar el estrecho magallá- nico, dos veces desarbolada, sacudida, sumida gran parte en el profundo seno, y arrojada la restante al Brasil en medio de borrascas de un tremendo destemple. Asi , con pérdida de mas de la mitad de las naos, y por consecuencia de la jente y enseres que en ellas iban , Valdés dio vuelta á España , y Sotomayor se dirijió á Chile por via de Buenos Aires. Por lo que hace á Pedro Sarmiento , acometió por tercera vez el paso del estre- cho con dos navios y tres fragatas, y con la fortuna de vencerle llegando á Chile á principios de febrero de 1583, y en compañía de los relijiosos Quadramiro y Mérida. En cuanto tomó tierra comenzó la fundación de un pueblo sobre la costa y continente chileno , dándole nombre de Jesús, y concluido y guarnecido de ciento cincuenta sol- dados, pasó á levantar en una hermosa vega la Cesárea Magallánica , ó ciudad de San Felipe , distante de Jesús unas veinte leguas. - 96 HISTORIA DE CHILE. Quadramiro y Mérida , con no alcanzar á ver en aquellos parajes pueblo de ninguna especie, tomaron una escolta y penetraron por los montes hasta dar en nu- merosas tribus indias recojidas bajo tiendas , de cuyas jentes parece fueron muy bien recibidos y agasajados. De aquí hubieron de echarse á correr las llanuras que llevan á tierra de los Huiliches y Cuneos, quienes, como por cosa nueva, les dijeron que los Huiricas (Españoles) estaban en guerra con los Araucanos (1). En comprobación de semejantes sucesos nada nota el libro del cabildo hasta en acuerdo de 6 de junio de 1583, en el cual se dio cuenta de un oficio de la real audiencia de la ciudad de la Plata, fechado en 15 de abril ante- rior , por el cual se le previene á la justicia y rejimiento de Santiago , « se advierta el reino contra la armada in- » glesa que estaba en Santa Catalina para pasar á poblar » en el mar del Sur , cuando llegó la nuestra al Rio Ja- » neiro para ir á poblar el estrecho magallánico. Y que el » gobernador que viene para Chile habiendo salido de » Buenos Aires , se estaba previniendo en Santa Fe con » los setecientos hombres que traia de socorro para pa- » sar luego Chile. (1) Todas las memorias antiguas concuerdan en los hechos que acabamos de relatar, pero ninguna de ellas nos da luz para verlo que fue de los relijiosos citados, ni de los pobladores de Jesús y San Felipe. Unos pretenden que pere- cieron en manos de piratas ingleses, otros que los degollaron los Indios, otros que murieron de hambre y de frió ; Córdova asienta que el 6 de enero de 1587, Tomas Candish, habiendo pasado el estrecho con tres naves, y corriendo la costa, llegó á descubrir la ciudad Cesárea llena de cadáveres y con algunos edificios todavía en pie, pero sin mas persona viviente que la de Tomas Fernandez, que el Inglés tomó á bordo , y depuso en el puerto de Quintero. Todavía hay quien supone no haber tenido principio las referidas poblaciones; es por lo menos cierto que infructuosas, tanto como dispendiosas, han sido las investigaciones que al efecto se han hecho, y nos inclinamosá creer que solo en proyecto que- daran las famosas Césares. W CAPÍTULO IX. 97 Con esta novedad se puso el ayuntamiento de la capi- tal en busca de medios que respondiesen debidamente á la tropa que con el nuevo jefe venia , no menos que á las provocaciones que de los Ingleses debia esperar el reino si á franquear el estrecho llegaran ; llamando de paso para que con su autoridad concurriera á esa doble tarea el correjidor de Santiago Lorenzo Berna! , que gobernaba en ausencia de Gamboa (1). Este caudillo se mantenía en el teatro de la guerra sin lograr acabarla, sin concluir tampoco un hecho de armas con que dar nombre al período de su gobernación, porque Painenancu huia de formales empeños , y con sus correrías tenia fastidiados á todos los Españoles ; mas en cuanto aquel supiera que el rey le habia relevado del gobierno , si acaso viera en esa determinación rejia un desaire á su persona , un desprecio de los singulares méritos que en la conquista habia consignado , ello es que despachó para Santiago á su hermano don Andrés , con nombramiento de lugarteniente de gobernador , y encargo de entregar por él á Sotomayor , ó á su apode- rado, el gobierno de Chile, en cuanto á ello se le re- quiriera. Gamboa en seguida hubo de trasladarse á la Imperial, con orden á todas las plazas de guerra de que solo man- tuvieran una vigorosa defensiva , hasta que el nuevo jefe guiara á su manera los negocios de la guerra. (1) « Que el correjidor don Lorenzo Bernal del Mercado mande que se siem- » bre mucha cantidad de comida en esta ciudad i en todos los correjimientos » de este reino , para proveimiento de la jente de guerra que viene. Que así » mismo mande juntar y domar cuantos potros se pudiere, i se hagan celadas, » sillas y demás arneses. Y que contra los Ingleses se vele con centinela en to- » dos los puertos de mar y sus costas. » (Acuerdo de 6 de junio de 1583.) II. Historia. 7 98 HISTORIA DE CHILE. Mientras el cargo de gobernador, no jugó con fortuna la espada del caracterizado Gamboa , cuya noble pro-je- me tuvo asiento en las inmediaciones de Durango en Vizcaya. Señalado fue sin embargo su valor en las mayores y mas ruidosas batallas de la Araucania, y siempre ocupando puestos importantes. Servicios eminentes prestó á la causa del rey , y vino al cabo á pagárselos este con- cediéndole el título de mariscal , empleo en aquella época de los mas preeminentes en la milicia, y empleo que de antemano le habia dado su suegro Rodrigo de Quiroga. Él hizo la conquista deChiloe ; durante su gobierno fue lo que siempre habia sido, hombre sencillo, franco, amigo leal , y recto juez, por cuyas prendas se le correspondió siempre con la estima universal , que ni tampoco le falló cuando apartado del supremo poder descendió á la vida privada , retirándose de la escena militar y política para ni en una, ni en otra, volver á figurar. ■ CAPITULO X. Sotomayor en el gobierno. - Construcción de nuevos fuerte- a«> l Villarica. - Sublevación de los Indios. - Bat 11 eüid 7,1 rv conducido á Cañete y ajusticiado. ~ A1°nS0 Diaz (1583—1584.) Por todo el reino de Chile vocea la fama los grandes hechos que ya tiene acabados el gobernador don Alonso de Sotomayor, con treinta y siete años de edad, y son los veinte y dos gastados en servicio del rey, comenzán- dole en calidad de soldado voluntario en las banderas que el duque de Alba llevó á Flandes. Ha asistido á cien batallas; á la prisión de los condes de Ayamor de Horno, y del jeneral Genlis ; á poco no se apodera de la persona del príncipe de Oranje; muchas y muy glo- riosas cicatrices trae en prueba de su valor; la corte le na confiado misiones de la mayor honra é importancia • le ha pagado con empleos y dignidades de la mas alzada categoría, y no es mucho que el rey le mande ahora á gobernar uno de los mas ricos y hermosos países de la America del sur. Tanto y mucho mas iba de lengua en lengua por to- das las colonias antes de que el nuevo gobernador lle- gara á pisar eI sueIo chileno . as, eg que ^ ayuntam.ento de Santiago hubo de reconocer en el nombre de este gran personaje algo de mas superior y respetable , que en cuantos hasta entonces habían rejido los destinos del país, el tribunal de la real audiencia incluso : pero no adelantemos los hechos. 100 HISTORIA DE CHILE. Salió de España , como hemos visto , don Alonso de Sotomayor con seiscientos hombres que habian de con- tinuar la conquista de la Araucaria; pero es opinión que solos cuatrocientos sacara en bien de los terribles tem- porales con que la sacudió en el viaje una mar irritada , y con los cuales allegó á la ciudad de Mendoza el 28 de junio de 1583 después de no pocos trabajos. Al cabildo de esta ciudad presentó Sotomayor sus patentes, y que- daron obedecidas y cumplimentadas acto continuo , de- clarándosele gobernador y capitán jeneral del reino de Chile. Tras esta dilijencia hizo extender el competente poder para que Diego García de Gáceres, vecino de la ciudad de San Juan , pasase á la capital, y en ella se hi- ciese reconocer con aquellos títulos, en su nombre y du- rante su ausencia; lo cual tuvo efecto el dia 18 de julio siguiente (1). Los cabildantes no quisieron que el nuevo jefe del estado los cojiera desprevenidos. El siguiente dia 19 se reunieron en consejo para determinar el modo y forma con que se habia de celebrar la entrada de Sotomayor en Santiago , y fue resolución unánime : « Que se haga ,, un arco triunfal por donde entre , de adobes i madera, ,, blanqueado i pintado, y puestas en él las armas de S. M. , » las de la ciudad, i las del nuevo gobernador. Que se „ compre un buen caballo, si se hallare blanco , i cor- » respondiente silla en que* haga la entrada. Que se haga Cn Se»un Olivares y otros que le han copiado, no fue Gáceres el reconocido, sinoquehubo seis: Lorenzo Bernal, Alonso Reinoso, Gaspar deVergara, Pedro de Leisperberg, Pedro Alvares y Diego García de Maldonado... lo» cuales go- bernaron bien hasta que llegó su poderdante. -Aser así no probara de muy diestro en el arte de gobernar el señor don Alonso, pero nosotros nos atenemos á esto : «Y precedido el juramento que hizo (Cáceres) en anima de su parte, fue » recibido Üe gobernador i capitán jeneral propietario.» _• [Acuerdo del cabildo de Santiago, 18 de julio.) •f CAPITULO X. 101 » un palio de diez i seis varas del damasco mejor que se » hallare, con cuatro cordones de cuatro borlas, con sus » goteras de terciopelo del mismo color. » Esa prelusión pinta bastantemente el entusiasmo con que había de ser acojida la persona de Sotomayor, en cuyas manos se creyó sin duda la exterminadora es- pada que había de domar de una vez y para siempre la injénita fiereza de la libre é inmortal Araucania ; mas para que á efecto fuera con forma de mas explícita y de mayor solemnidad , quiso el cabildo que con él concur- rieran á un mismo fin todas las autoridades de la capital. Por fenecidas se dieron naturalmente las que hasta en- tonces ejercieran con nombramiento del gobernador Gamboa, y preciso es que Sotomayor no pusiera en su apoderado Gáceres la facultad de proveer á vacaturas de indispensable resulta, puesto que con fecha 23 del pro- pio julio sale el cabildo poniendo nuevamente de corre- jidor y teniente jeneral de Santiago y su jurisdicion á Lorenzo Bernal, que acababa de salir del mismo em- pleo , con la llegada y recibimiento de aquel apoderado. Sotomayor , hecho desde niño á las fatigas que con la milicia suelen andar siempre, no quiso respetar la nieve que cubría las cordilleras , antes pasó por cima de ella trasladándose al valle de Aconcagua (1) , en cuyo punto, y dia 17 de setiembre , nombró por protector jeneral de los Indios del reino á su hermano don Luis que le acompañaba ; este dio poder , con traslado del nombra- miento , á Agustín Briseño , cuya persona se dio á reco- nocer en aquella calidad ante el cabildo de Santiago , el 20 del mismo mes. (1) Su tropa quedó en Mendoza , y no vino á Santiago hasta el enero si- guiente, mas no nota el cabildo qué número de plazas componía. 102 HISTORIA DE CHILE. Ya habían salido al encuentro del gobernador el al- calde de primer voto Gaspar de la Barrera , y uno de los rejidores, y aquel entró en Santiago dos dias después, es decir, el 22 de setiembre (1), pasando á caballo el arco triunfal que se alzó a inmediaciones de la plaza mayor, y conducido bajo el palio á la catedral, en donde se entonó un Te Deum, concluido el cual se le acompañó hasta su morada con igual solemnidad. No se ha vuelto á repetir este ejemplo. Dos dias después (el 2!i de setiembre ) diputó el go- bernador al rejidor Pedro de Leisperberg para Lima, con cuenta á la real audiencia de su llegada á Chile , y también detalles de las tristes ocurrencias que probado habia en el viaje la armada conducida desde España á las órdenes del almirante Valdés. El gobernador comenzó su gobierno con nuevas orde- nanzas relativas al beneficio de las minas de Ghuapa , del Espíritu Santo y de Quillota , porque este apego al oro (2) pecado fue en que con intento mas ó menos pro- (1) Hay autores que pretenden no haber entrado Sotomayor en Santiago hasta el mes de diciembre, otros ponen su entrada en 23 de noviembre; nos- otros seguimos al cabildo de Santiago, que es la autoridad fehaciente. En los que notan el 23 de noviembre no hay sino falta de antecedentes. Sotomayor se negó en entrando en Santiago á renovar ante el cabildo la ceremonia que ya habia despachado su representante Cáceres, pero es cierto que ese mismo Sotomayor presidiendo el cabildo en 23 de noviembre para recibirse juez de residencia de todos los gobernadores pasados dijoá los capitulares : « Que por » cuanto hasta ahora no está recibido personalmente de gobernador en este ca- » bildo, por haberlo sido por su procurador, ni tampoco haber hecho la soletn- » nidaddel juramento por su persona, que ahora les pide ser recibido de nuevo, » que se le tome el juramento ; i todo se lo cumplieron, etc. » {Acuerdo del 23 de noviembre 1583.) (2) Rara era la moneda que circulaba en Chile á este tiempo, y en esto ha- bia mucha ganancia para los mercaderes, en grave perjuicio del público que perdía en dar su oro á peso. El cabildo de Santiago, apeteciendo correjir el mal, pidió al rey, por medio de su apoderado Juan Corella deArdaz, le permi- tiese abrir casa de moneda : en su lugar veremos el resultado. m CAPITULO X. 103 nunciado cayeron todos los conquistadores; solo que esta vez se hace mas chocante , por lo mismo que , así de contento Painenancu de la llegada de Sotomayor , como los cabildantes de Santiago , formaba al propio tiempo el asedio de las ciudades Valdivia y Villarica , y se sabia esto en la capital de una manera auténtica. Siendo, pues, preciso marchar con presteza a la de- fensa de aquellos establecimientos, Sotomayor dio el mando de las armas , con título de coronel , á su hermano don Luis , á quien acompañó Francisco de Ocampo en calidad de sarjento mayor , y estos dos cabos salieron de la capital con doscientos Españoles y número mas crecido de auxiliares ; pero preciso es que la guerra se aparentase con demasiada gravedad , pues que don Luis se para á levantar sobre el Maule los fortines Duro y Butagar , y otro en el cerro de Quellu en el distrito de Cauquenes. Del cabildo de Santiago no se saca tampoco suficiente luz con que distinguir si era ó no grande entonces el aprieto de las ciudades meridionales; se contenta con decir que en 25 de octubre de 1583 «ha leido cuatro » cartas de ios cabildos de las ciudades de Osorno , la » Imperial , Yaldivia y Villarica , en que le dan parte » de la guerra y del estado en que al presente está la » tierra. » Con igual fecha proveyó también el goberna- dor la vacante del desterrado doctor Azoca , en el licen- ciado Diego de Rivas, y debió de durarle muy poco el empleo , pues parece el mismo Azoca repuesto en sus funciones, y presidiendo el cabildo de Santiago, en 6 de diciembre del dicho año; pero volvamos á las opera- ciones militares. Bien servido el toqui de sus espías supo con tiempo m HISTORIA DE CHILE. que venían los Españoles en socorro de las ciudades si- tiadas , y no sintió poco la novedad , porque parecióle que con pocos dias mas que se le hubiera dejado tran- quilo, inevitable fuera la rendición de los sitiados, escasos ya de municiones ; como quiera, por si con la columna conquistadora marchase también el nuevo go- bernador, le pareció ser de su propia persona el cargo de saludarle saliéndole al camino. Con este arrojado intento tomó dos mil soldados de entre los que circuían la ciudad Villarica, y con lijera marcha pasó á Quebrada- Honda ó Paso-Hondo en término de Quinel , en cuyo punto se apostó distribuyendo su jente en diferentes celadas. Descuidado entró por aquel estrecho el coronel don Luis, pero resuelto y animoso respondió á la carga que en cerco le dieron los Araucanos , los cuales fueron rotos alcabo de media hora sin considerable pérdida de uno ni de otro bando, y con gran rabia de Painenancu, de cuyas palabras y arrojo no hicieron esta vez gran caso sus indisciplinadas tropas. El toqui logró por fin reunir los bandos desmandados y caminó por atajos á ganar la vanguardia española hasta apostarse en un cerro , siempre cuidadoso de cubrir las fuerzas indias que'andaban en la expugnación de Valdivia y Villarica. Los Españoles le volvieron á sacudir en aquella posición, aunque ya con mayor coste , saliendo ensangrentados ambos partidos, sin que por ello escarmentara Painenancu, que volvió á carearse con su enemigo á vista de Villarica ; solo que como los sitiados reconocieran la columna que venia en su auxilio , ejecutaron una vigorosa salida , y cojidos entre dos fuegos se declararon en desordenada fuga los Araucanos , perdiendo entonces mas soldados que w CAPÍTULO X. 105 les habían costado las dos funciones precedentes. Encargada la persecución de estos desbandados cuer- pos á los capitanes partidarios Tiburcio de Heredia(l), y Antonio de Galleguillos , que comenzaron desde luego arrasando los campos, y llevándolo todo á sangre y fuego en la tierra enemiga , don Luis corrió sus marchas á Valdivia , cuyos sitiadores se habían retirado en virtud de aviso que al intento les comunicó el toqui en cuanto" se vio vencido. Con esta jente y con la que libró de Villarica , salió de nuevo Painenancu contra los partidarios, mas habíase empeñado contra él una desleal estrella, y no obstante el valor, el arrojo con que se ponia allí donde mayor riesgo pareciera , como Heredia , también Galleguillos logró derrotarle , mas que cara compraran la victoria los capitanes castellanos , pues ellos mismos lo llegaron á confesar. Tales fueron ios resultados de esta campaña, y no hay ciertamente causa para ponderar la importancia de tantas victorias , que no seria mucha cuando con vista de la relación que de ellas y del estado del pais enemigo se le hizo al gobernador, este despacha, en febrero de 1584 , para Angol , una columna de ciento setenta Espa- ñoles al mando de Lorenzo Bernal , mientras él por su parte entra en preparativos para conducir al teatro de la guerra nuevas fuerzas. Por ausencia de Bernal entró en el correjimiento de Santiago el capitán Juan Vázquez de Acuña, y para visi- tador jeneral de las provincias setentrionales , y juez de residencia de todas las justicias, salió nombrado (1) Venido con Sotomayor, y también distinguido en las campañas de Flandes. 106 HISTORIA DE CHILE. Gregorio Sánchez , siendo también entonces la des- titución del mayordomo del hospital , que no se nom- bra , y que parece habia distraído gran parte de los caudales destinados á la asistencia y cuidado de los enfermos. Sotomayor activaba la empresa que lo grave de las circunstancias le aconsejaba tomar á su propia cuenta y riesgo, porque Painenancu, sobre asomar con ejército rehecho, y acaso mas granado que nunca, pues sale con un vice-toquí llamado Ghipimo, y este con un segundo de nombre Mayerebe, todavia tiene en su auxilio los Pehuenches y Puelches que andaban ya arrasando los campos de Chillan. En Santiago, sinembargo, no debia haber abundancia de tropas , ni tampoco los trenes y bagajes correspondientes á la expedición meditada, pues á mas de hacerse en la ciudad y su distrito levas , em- bargos, y llamamientos, para que vinieran á serviciq voluntario los que de él estaban exentos, como así lo ejecutaron varios vecinos, entre los cuales cuenta el rejidor perpetuo Gristoval de Aranda y Valdivia, y aun- que el cabildo dice en fecha 17 de agosto de 1584 : « Que, multa de veinte pesos, en toda la jurisdicion todos » los encomenderos tengan, como es costumbre, en sus 9 pueblos camas y mantenimientos para el ejército » que va , » todavia no parece tal ejército hasta el 14 de noviembre siguiente , en cuyo dia da parte el goberna- dor de que marcha para Chillan , y tiene su real en la ribera del rio Maule. Iba de maestre de campo con Sotomayor el capitán García Ramón , que también se habia señalado en las guerras de Flandes, y á quien esta vez dio el goberna- dor la orden de seguir con la caballería en marchas CAPÍTULO X. 107 dobles al socorro de San Bartolomé de Chillan , que los Pehuenches tenían muy estrechada. Ramón descargó su comisión con actividad y fortuna, libertando la colonia española del brazo enemigo, justamente cuando ya ca- recía de medios de defensa y de mantenimientos, siendo los Indios vigorosamente rechazados contra los montes, después de dejar algunos muertos y algunas docenas de prisioneros. Llegó Sotomayor á Chillan , y aunque to- davía no hubiera desnudado su espada contra los Arau- canos, le pareció de mucha utilidad el estrenarse en la guerra con el impío y bárbaro sistema de G. Hurtado de Mendoza, y así ordenó que los prisioneros fueran inme- diatamente despachados á su pais con las manos y las narices de menos : este era el medio mas eficaz para que los naturales volaran en masa contra su sanguinario é inclemente opresor. Y así fue. Apenas pasara algunos días de descanso el campo español en Chillan , y mien- tras levantaba , en los Magues , cerca de Canuco , el fortín llamado San Fabián , cuando Sotomayor tuvo que moverse en línea délos Infantes de Angol, en cuyo punto supo que la comarca de Puren , la de Ninico , las vegas de San Miguel, y hacia Maytenrehue y Catyray, todo estaba en armas, aunque, para desgracia de los Indios, iban estos en cuerpos cuyos caudillos cada uno de ellos obraba con absoluta independencia, sin plan ni combi- nación alguna. Despachó el gobernador dos destaca- mentos de ciento cincuenta hombres, al mando del maestre de campo el uno , y habia de ir contra la su- blevación de Catyray y tierras inmediatas, siendo jefe del otro el sarjento mayor, destinado al castigo de los Purenes. Pronto lograron estos jefes la dispersión de aquellos desordenados cuerpos , ejecutando en los pri- I 108 HISTORIA DE CHILE. sioneros el atroz castigo que de orden del gobernador se cumplió en Chillan, y á mas incendiando todas las chozas y campos que en aquellos parajes encontraron abando- nados. Painenancu por su parte andaba impaciente en espera de refuerzos que los Pehuenches y Puelches le habian prometido, pero desgraciado en todas sus em- presas, se reconocía sin prestijio, quería adquirirle por medio de alguna acción sonada, y aunque sin desam- parar el lugar á que habian de concurrir aquellos auxi- liares, mientras que llegaban, dispuso que su vice toqui Ghipimo pasara á fortificarse en la nombrada cuesta de Mariguenu , y en ella se mantuviese , hasta que él con los serranos fuera á reforzarle. Con noticia de este nuevo campo , cuyas fuerzas no se señalan , salió otra vez de Angol el maestre de campo á la cabeza de doscientos Españoles , y anduvo tan siji- loso y advertido en la jornada, que Ghipimo fue sorpren- dido , roto y despojado de todos sus víveres , con no poca pérdida de hombres : un dia mas y acaso fuera otra la suerte de las armas araucanas, porque á dis- tancia de seis ó siete leguas de la cuesta estaba ya con su ejército Painenancu, cuando los Castellanos des- trozaban á su descuidado vice toqui , y cantaban por primera vez un triunfo sobre la cumbre del formidoloso cerro. Acabado este hecho, García Ramón regresó al cuartel jeneral de Angol, en el cual también estaba ya el coronel don Luis de Sotomayor ; de suerte que hecho inmediata- mente un alarde de las tropas reunidas, se encontró el gobernador con setecientas plazas de ambas armas, y un cuerpo de cuatrocientos auxiliares, de cuyas fuerzas sacó trescientos hombres para el teniente jeneral doctor W CAPÍTULO X. 109 Azoca, encargado de guardar los establecimientos de aquel distrito , y Sotomayor con el resto caminó contra los campos de Puren. No se detuvo muchos dias en estos parajes , porque como no diera con habitantes , ni tam- poco con objetos en que descargar la ira que el nombre araucano le despertaba , se entró por la parcialidad de Licura, con ánimo de trasladarse á Cañete (1). Con esmerada precaución le seguía las huellas Paine- nancu , en cuya compañía iba ya el mulato Eustaquio , esclavo del capitán Martin de Avendaño , y mozo de sin- gular arresto ; pero ni uno ni otro querían acometer á los Españoles sino á revuelta de los montes, y con este intento ganaron la delantera , emboscándose en lo mas fragoso del camino , casi á vista de las vegas del Nuelas. La columna castellana llegó á la celada enemiga , sin muestra siquiera del mal día que se le iba á dar, y pasó gran parte de ella llevando su frente el gobernador en persona ; mas asaltada con brioso ímpetu la retaguardia mandada por don Luis , se empeñó al instante una es- pantosa refriega que trajo al campo la jente del goberna- dor ; y confundidos Españoles y Araucanos, ambos partidos parecían resueltos á sellar aquella jornada con un exterminio mutuo y completo. Painenancu desespe- rado corría las líneas con hechos que todos admiraban, y que los suyos trataban de imitar ; los primeros y mas famosos capitanes españoles comenzaron desde luego á dudar de la fortuna, y por no desairarla trabajaban con despechado aliento ; la muerte se revuelve furiosa en (1) Dicen varios escritores que al paso de Sotomayor por Puren, reforzó la guarnición de esta plaza, pero ¿ cuando se habia reedificado ? ¿ Quien hizo esta reedificación? ¿Fue don Luis de Sotomayor mientras corrió aquellos estados? Si de esto no hay prueba, necesario es suponer que aquello no piulo tener efecto, y así fue; luego veremos esa plaza alzada y guarnecida. 110 HISTORIA DE CHILE. uno y otro bando ; gritos de venganza arranca entre los ensangrentados combatientes, hasta que al cabo de cinco horas de destrozo recíproco, logra penetrar un cuerpo de caballería al ala india que guiaba el vice toqui Chi- pimo , se desunen las masas , Painenancu corre á orde- narlas y contenerlas, la confusión crece, y aun segundo empuje de los Castellanos logra el alférez Juan Martin rendir al toqui (1) , con lo cual huyen despavoridos los Indios, y causa en ellos un horroroso estrago la columna española. Esta reñida función, que tanto dio que hacer á los Es- pañoles, la sostuvo Painenancu, no con ochocientos soldados, como se ha dicho, sino con mas de dos mil , y harto arrojo fue el ponerse con ese número y arma blanca, contra mas de setecientos cincuenta hombres que llevaba Sotomayor entre arcabuceros y caballería. Gomo quiera, el desertor Alonso Diaz , conducido a la ciudad de Cañete y recibidos los auxilios de la relijion , como él mismo lo hubo de solicitar, pagó con su vida las tantas que á los Españoles había quitado durante su toquiato (2), y mucho mas hiciera ese intrépido jefe si favorecido tal cual vez de la fortuna, con una ó dos se- ñaladas victorias hubiera podido granjearse entre los Araucanos mas fe, y mayor prestijio : esa falta es la que descompuso todas sus operaciones militares. El gobernador dejó sus heridos en Cañete , tomó al- gunos caballos de los que esta ciudad guarnecían , dio (1) Otros quieren que Juan Martin descubriera al toqui escondido en un co- liú ó cañaveral, llamado también en el pais colegual ¡ tenemos por mas probable lo que á este respecto nos dicen nuestros manuscritos. (2) Fue ajusticiado, dice Olivares, á los once años de su deserción. No dispu- tamos la cuenta, la notamos solamente porque según Molina no serian once sino veinte y uno. Véase la nota del capítulo VI , t. 2 , pág. 62. •f CAPITULO X. lil el mando de la plaza á Alonso de Reinoso , y marchó á sentar su real en los confines de Arauco , en donde se le vio con fecha 20 de diciembre de 1584 (1). (1) Algunos historiadores ponen todos esos acontecimientos un año mas adelante. Volvemos á repetir que nos ajustamos á las fechas del cabildo de Santiago, autoridad contra la cual todo argumento fuera excusado. ■ CAPITULO XI. Cayuncura toqui. — Solomayor á Carampangue. — Combate favorable desde luego á los Indios, y rotos estos en el segundo empeño. — Turuquilla ven- cido. — Camina el gobernador á Santiago. — Varias ventajas de los Arauca- nos, — Triunfo de Ramón. — Noncunahuel toqui. — Abandono de Arauco. — Mucre Noncunahuel. (1585.) Con el completo triunfo que sacó Sótomayor de las ar- mas del desgraciado Alonso Diaz , creyó poder gozar un largo descanso en su acampamento , pero fuera casuali- dad , descuido , ó intención resuelta de alguno de los In- dios que á servicio de los Españoles andaban , ello es que á pocos dias de asentado el real castellano en los confines de Arauco, las llamas prendieron con furia en la plaza de aquel mismo nombre, y se hizo preciso atender á una pronta y activa reparación. En cuanto se consiguió esta , el gobernador dispuso que quedara man- dándola su maestre de campo García Ramón , y él con su ejército se trasladó á Puren , sobre cuyos escombros levantó nuevo fuerte, ó sea una nueva provocación al invencible pueblo de aquel sublevado pais, cuando mas necesario era el cuidado en conservar, dejando para me- jor ocasión el de adelantar la conquista, aumentando poco á poco los establecimientos. Si dilijentes andaban los Españoles en su obra , tam- poco los Araucanos perdían tiempo ; con noticia de la muerte de su toqui , por quien no manifestaron un gran sentimiento, en breve corrió la flecha todas las tribus, y cuando el gobernador don Alonso suponía que en la im- ■k vr CAPÍTULO XI. 113 posibilidad de formar tropas estaba la Araucania, salió esta con su toqui Gayamcura , y una división de cinco mil hombres, dispuestos á pasar desde Gatyray al asedio de San Felipe. Sotomayor dejóuna buena partida de gente en Puren á las órdenes del capitán Francisco de Fernandez , para que concluyera el fuerte, y le guardara, y con la res- tante se fue á la defensa de Arauco , acampando á una legua de esa plaza , sobre la márjen del rio Carampan- gue. No tardó en llegar Gayamcura al valle, pero como se le dijera que el real castellano estaba á orilla del rio , mudó de propósito, presumiendo ser de mejor consejo atacar de interpresa cuerpo acuerpo al gobernador, que no circunvalar el fuerte para verse al instante cojido entre dos fuegos. En este sentir despachó de espía al Yanacona Andrés , desertor, que habia servido muchos años al capitán Fernando Alvarez de Toledo , el cual tuvo la audacia de presentarse de nuevo á su señor con fmjidas señales de arrepentimiento, y suplicando le recojiera á su servicio. Logró lo que demandaba, y tuvo por lo mismo ocasión de reconocer el campamento es- pañol dividido en tres líneas , y sin otra defensa que la natural del Garampangue con la cual estaba cubierta la retaguardia. Entrada la noche, el traidor Andrés tomó el caballo de su amo, y se echó á escape para dar cuenta á Gayamcura de su misión , y en consecuencia el toqui dispuso su jente en tres trozos unoá su mando, y otros dos alas órdenes de Lonconahuel y Antuleubu, para que cada cual atacase al mismo tiempo á una de las líneas enemigas. La fuga de Andrés dio en que entender al gobernador, y por lo que ocurrir pudiera tomó también medidas de vijílancia , doblando guardias 9 corriendo 11. Historia. 8 f lili HISTORIA DE CHILE. avanzadas, y manteniendo en el campo una constante alerta. Bien fue menester precaución semejante, y mejor es decir no bastante , pues acometidos los Españoles á media noche por las divisiones araucanas, cuando aquellos quisieron contener el choque , ya Cayamcura se habia llevado de calle los Indios auxiliares del goberna- dor, y penetraba en las filas castellanas con irresistible violencia. Con todo , la claridad de la luna permitiendo hacer tiro , jugaron los armas del rey su artillería de campaña, y sus arcabuces con mucho acierto, y al cabo de media hora pusieron respeto á los Araucanos , quienes con su toqui retrocedieron hasta verse fuera de alcance , resueltos todavia á una nueva refriega en cuanto pare- ciera el alba. Esto es lo que ejecutaron con indecible esfuerzo, así como comenzara á rayar el dia , penetrando á pecho descubierto por entre el plomo de los enemigos para forzarlos á pelear al arma blanca , y aunque multi- tud de víctimas les costara él temerario arrojo, en sangre española se cebaban también , con grande esperanza del vencimiento ; esperanza que de repente destruyó el maes- tre de campo y gobernador de Arauco , García Ramón , que acudió al campo de batalla con el presidio de su mando , en cuanto el tiroteo le anunció la contienda , y este refuerzo vino á resolverla en terrible daño de los Indios que fueron largo trecho acuchillados de la ca- ballería (1). (l)En esta batalla perecieron el mulato Eustaquio que en el ejército de Cayam- cura hacia de sarjento mayor , un hermano de Cayamcura , y los jenerales Antuleubu y Lonconahuel. Nadie cuenta el número de los muertos de una y otra parte. Al otorgar don Alonso de Sotomayor una encomienda á Ñuño Hernández que se halló en esta jornada, dice « batalla de mucho estrago » de una y otra parte. » — Esto mismo repite también el gobernador Onez de Loyola, en instrumento de igual merced á favor de Francisco Viuza, uno de i WT _. CAPÍTULO XI. 115 Tras este costoso y no menos señalado triunfo, García Ramón volvió con su jente á guarnecer Aráuco y el gobernador marchó á las vegas de Talcamavida que ya las hostilizaba el cacique Turuquilla, y en una escaramuza que con los indios de este jefe jugaron los Españoles, fue herido y preso el mestizo Jerónimo Her- nández, y en seguida ahorcado por orden de Sotomayor para que en él escarmentaran otros desertores. Ahuyen- tado Turuquilla, revolvió la columna castellana para Angol , en cuyo punto se reforzó con la tropa del licen- ciado Azoca, y penetrando después la parcialidad de Catyray, vmo á plantar campo en Tabolebu. Sobre ella cayó otra vez en este punto el soberbio Cayamcura , para verse, sino tan castigado como en Garampangue por lo menos obligado á guarecerse de nuevo en los montes dejando en manos de su enemigo otra palma mas. Sotomayor corrió después su campo hasta el emboque del Tabolebu en el Biobio, y con su obstinada pasión por las plazas fuertes, que no podían menos de consu- mirle las fuerzas necesarias para las operaciones mili- tares, de un golpe alzó á la parte occidental del Biobio el fortín llamado la Trinidad, en Gatyray el Espíritu Sanio, al norte de Garamahuida , cerca de los montes de Nahuel- buta el San Jerómino, en Yumbel el San Felipe de Austria y ala confluencia del Quaqueó Huaque con dicho Biobio la plaza dedicada al santo árbol de la Cruz. \2TJi p IIar°n T K°t0may0r- P°r l0 ÜemaS' l0S historiadores pretenden que García Ramón se habla reunido al gobernador en el real antes queCayam Inno'i ^ ^ ÍnfCrÍr' POr Pero cste ba los v í eCe;XaJrd°' P°rque C0ncurrir a ^ntes de Angol con cien amnoco'Ji" °S f3S/eSPUes salir «»n quinientos, no parece probable, ni tampoco atmamos donde pudo el toqui reclutar tal número, po mucho «ue la especie caballar prosperara ya entonces. l H. Historia. n 130 HISTORIA DE CHILE. ron dando cuenta al gobernador de lo ocurrido con los Indios, y que cortado tenían el paso, resolución fue de atacarlos de lleno según la escabrosidad del terreno lo permitiera; pero en cuanto los oficiales que con Sotomayor iban oyeran esa, en su sentir, locura del jefe, todos ellos salieron oponiéndose al ataque, ya acusando lo escarpado y difícil del terreno, ya ponderando fuerzas enemigas que el sueño, ó el poco deseo de pelear, abultaban sobre manera , ya en fin , sacando en reliquia la persona misma del gobernador, que (decian los aduladores) no debia exponerse á una continjencia para que por un valor te- merario llegase á quedar el reino en la orfandad, y todos los Españoles perdidos. Fueran esas razones , ú otras, ello es cierto que Soto- mayor no quiso pasar adelante , ni medirse con Cade- guala (1), antes se volvió á Angolen demanda de nuevas fuerzas con que oponerse á. las atrevidas empresas del toqui araucano. Por una victoria tomó el toqui esta retirada del jefe de las armas españolas, y victoria fue , en efecto, porque nada tan desastroso en armas como dejar ver á su ene- migo que son las suyas dignas de respeto, si no cuadra decir de miedo. Ello es que Gadeguala lleno de orgullo y de soberbia se volvió ásu campo de Puren, é inmediata- mente mandó un parlamento a García Ramón, partici- pándole que el gobernador le habia temido , que bien es- carmentado tuvo necesidad de volverse por el mismo ca- mino que traia para favorecer á los sitiados, y, en una (1) Quiere Molina que Sotomayor atacara á Cadeguala, que perdiera muchos Españoles, que en fin el toqui araucano tuviera ademas la gloria de montar el nd mo caballo del gobernador ; no dice como fue para quedar este desmon acto, también es lástima que nuestros materiales, ni otros h.stor.adores no hablen de semejante hecho. No hubo ataque, he ahí la verdad. CAPÍTULO XII. 131 palabra, que no debiendo estos contar ya con auxilio de mnguna especie , los llamaba á partido para que aban- donasen el fuerte, del cual se los dejaría salir con libertad y todo jénero de seguridades , ó si les agradara entrar á servicio de las armas araucanas, en ellas hallarían no so- lamente honrosa acojida, sí también los empleos que á cada cual correspondiera según méritos. Dase por su- puesto que Cadaguala amenazab acón la severidad de las armas, caso de que ninguna de sus propuestas resul- tase aceptada. En García Ramón el valor iba hasta la mas temeraria exajeracion, á paso que la política apenas si tuvo jamas entrada en el pecho de aquel guerrero ; de manera que trajo la suerte dos caracteres harto iguales para que los acontecimientos corrieran con mas velocidad que de es^ perar parecía ; porque respondiendo el jefe castellano al emisario del toqui con un muy insultante desprecio y lleno Gadeguala de ufanía con la retirada á que acababa de obligar al gobernador, en cuanto se le comunicó la arrojada y descortés respuesta del mariscal de campo se arrimó en persona á las murallas, y comenzó á cxor- tar á los sitiados, ofreciéndoles cargos, honores y re compensas (1), si en término de veinte y cuatro horas pasaban á sus filas, de paso que á García Ramón le prodigaba mil injurias retándole á combate singular No rehusó Ramón ese reto, y como quedara apla- zado para la mañana del siguiente dia, en el campo parecieron ambos adversarios, trayendo cada cual de ellos cuarenta caballos de escolta, y de jefe de los Espa- Jlf,Seif de a,gUn0S histo»adores, el soldado Juan Tapia hubo de pasarse en esta ocasión á los Araucanos, confiado en las palabras del toqui, y le dieron un grado en aquella milicia ¡ no se dice cual grado. m HISTORIA DE CHILE. ñoles el capitán Francisco de Hernández. Puestos estos dos destacamentos á media distancia , dejando entre ellos campo bastante para que los dos jefes midieran en toda anchura y libertad sus armas, salió Gadeguala mon- tado en un arrogante potro, y armado de una enorme pica y á recibirle corrió impávido el maestre de campo. Gomo , al cruzar de los dos caballeros, el lanzazo que el toqui dirijiera contra Ramón pasara en vago por uno de los costados, un revés de la espada del Castellano cruzo la cara del caudillo araucano, cayendo inmediatamente en tierra , y aunque con aliento se levantó hasta en ade- man de querer montar de nuevo, no fue sino el último respiro de su malograda vida, que acabó al instante con pasmo y desaliento de todos los suyos, que se retiraron en silencio , para no volver á pensar en la continuación del cerco, sin traer con ellos un nuevo toqui. Es este lugar oportuno para decir que gran parte del asiento definitivo de las primeras colonias conquista- doras, á sucesos como el anterior se debieron, ó si no se quiere que de igual naturaleza fueran , semejantes y los mismos eran en resultados: hablamos de esa fatal desgracia que parece seguir a todos los jefes supremos de la Araucania, que mueren cuando mas fe comienzan á inspirar á sus pueblos, cuando mas necesitan estos de guia y de ejemplos de denuedo y bizarría. " Parece increible que habitantes de suyo indómitos, de suyo también audaces, y sobradamente belicosos, solo desánimo, solo disgusto y sentimiento sienten en cuanto llegan á ver que se les arrebata el hombre que los manda y conduce; sin que ningún subalterno entre en el acto á reemplazar el cargo vacante, sin que capitán , ni cacique, ni ulmén, por muy caracterizado que sea , vr CAPITULO XII. 133 ose aventurarse á dirijir las masas cuando estas llegan á quedarse sin cabeza. Bien es cierto que en semejante conducta no se ve sino una muy señalada muestra de la índole independiente que al pueblo araucano distingue. Amor al pais, amor también á sus usos , culto exajerado si se quiere por cuanto á su vida y costumbres concierne ; pero nada de ponerse bajo órdenes de quien no haya merecido la venia popular, nada de obediencia á persona que las mayorías no traigan autorizada con el cargo de la común defensa (1). De ahí nace sin duda el que ese pueblo , ya que hoy harto disminuido en comparación de lo que le halló la conquista de los Españoles , y aunque en contacto con naciones civilizadas, fiel y relijiosamente corre con sus tradiciones, con sus costumbres, con la escasez de sus necesidades, y hasta con el propio instinto de arrogante é independiente, como se presentó ante los Valdivias y Villagras ; acaso no sea digno de nota , ni tampoco parezca haber influido demasiado en el jenio de esos hombres que extendieron su nombre por todo el orbe, el que algo hayan ensanchado el cultivo de sus campos, el que á comerciar bajen los fronterizos con los pueblos cultos, ni tampoco el que con el uso de los caballos hayan salido de la vida monótona y sedentaria en que los halló el pendón de Castilla. (1) Y ¡ que" sistema tan provechoso !... Salgan de él, y como nos lo enseñan los demás pueblos, un atrevido, un hombre cualquiera que con ambición de mandar se sienta , en breve corromperá las masas , en breve levantará un pendón , y por consiguiente en breve abrirá en su patria una guerra que la arruine y destruya, y en la cual perezcan sus mejores hijos. En los Arau- canos si acaso sale un motin entre tribu y tribu , ó entre un pueblo con otro, será, no para diciar leyes al vencido , solo para entrar en posesión de familias de que lleguen á escasear, ó que les parezcan de buena y lejítima per- tenencia. ■ 134 HISTORIA DE CHILE. Como quiera, en volviendo á la fatal suerte que puso fin á los días del toqui Gadeguala , vemos que cinco mil y mas Araucanos se desalientan y huyen voluntariamente de delante del fuerte de Puren, internándose en los mon- tes para que los jefes de las tribus entreguen el hacha su- prema en manos dignas de llevarla. Supo Sotomayor este accidente y, ya se ha dicho cien veces , en este gobernador que por otra parte no careció de prendas dignas de alabanza, una sola y única idea lu- cia... ¡ alzar fuertes!... como si empeñado estuviera en que cada dia surjieran nuevos apuros , nuevos sucesos que ponían en grave compromiso á las armas de su mando. Es verdad que no se contentó por entonces con esas solas disposiciones ; abrigado en el silencio que pare- cieron guardar los Araucanos, se puso con gran apego a reparar los estragos que el incendio había causado en Angol y también enmendó el gobierno civil con medidas severas, porque casi habían caido en desuso ya todas cuantas dejaran en vigor los antecedentes gobernadores, y como la autoridad iba tanto tiempo entretenida con los negocios de la guerra, una completa desmoralización penetró en casi todas las colonias, también en la milicia, y por decirlo de una vez, hasta en los mismos encargados de propagar la palabra evanjélica. En Santiago siquiera, ya que muchos sacrificios tuvie- ron que sufrir sus moradores, como que era el pueblo con que contaban todos los mandarines, ora para repo- ner sus reveses , ora para llevar á cabo sus caprichos en mas de una ocasión desacertados , todavía quiso la for- tuna que parecieran hombres rectos á par que de entera voluntad , sobre todo en la municipalidad , y por consi- CAPITULO XII. 135 guíente las costumbres no llegaron á resentirse hasta el escándalo , como en otros puntos , ni hubo tampoco que deplorar esa relajación de algunos malos sacerdotes, cuyo ejemplo llegó áser como una epidemia para masas igno- rantes, aunque muy inclinadas á no vivir sino conforme es la vida de los que corren con el cargo de instruirlas. Sí que tuvo que luchar, y no poco, el concejo de San- tiago , con una manada de usureros y trapisondistas por una parte, y con no pocos encomenderos que abusaban á cara descubierta del mas santo de los respetos , el res- peto al semejante ; verdad es que en el sentir de ciertos hombres no eran los Indios encomendados sus semejantes, sino viles instrumentos solo traídos para que sudaran ese oro apetecido con tanta ansia , y buscado á expensas de víctimas humanas. Así es que el cabildo , ya se viera en su seno con el jefe del estado, ya con su lugar- teniente , ó ya solo , en todo caso supo hacer que la ley fuera acatada ; que para el desvalido hubiera amparo , y para el criminal castigo , sino cual la justicia le pidiera, aquel por lo menos que mas se aunara con las necesi- dades de una época en la cual no siempre podia hablar con libertad el majistrado. Esa independencia con que parecía obrar el ayunta- miento de Santiago , no carga solamente con lo que en estos nuestros días se entiende por de atribuciones juris- dicionales y concejiles. Los capitulares salieron mas de una vez contra las mismas disposiciones de los goberna- dores supremos , como ya lo hemos visto : si no siempre, ni nunca, si se quiere , lograran enfrenar pretensiones ó demasías del poder , eso consistió en que no hubo en los concejales otra fuerza que la de su resuelto querer, disponiendo de las armas aquellos mismos contra 136 HISTORIA DE CHILE, quienes sin recelo ninguno hubieran descargado el peso de una severa justicia, a verse con brazos capaces de sustentarla. En esta misma ley incurriera también Sotomayor , á quien el cabildo de Santiago representaba con toda enerjía lo incongruente , lo perjudicial , lo absurdo de su sistema de fortificaciones , cuando no servian sino para irritar mas y mas al pueblo araucano ; cuando con- sumían hombres y caudales quedando desoladas, por decirlo así, las demás colonias, y cuando, en fin, ningún socorro venia de España, ninguno del Perú, ninguno , porque ninguno era de esperar en la excén- trica posición en que á Sotomayor se le habia colocado en Chile , dejándole absoluto , independiente del virey de Lima , como lo veremos en breve. Con todo Sotomayor despreciaba semejantes observa- ciones , é iba adelante con su plan , por la sola razón que así era su sentir , y á su sentir servian de apoyo las ar- mas que mandaba. No tardaron los Araucanos en llamarle denuevo á la guerra , pero para cansarle , para irritarle , pareciendo siempre, y á una , en distintas direcciones , ya que en cuerpos sueltos , y que nunca querían esperar el combate. Gomo que era su misión el divertir al enemigo , desorien- tarle y entretenerle, causarle daños en sus propias posesiones cuantas veces lo permitiera la ocasión , y todo con el objeto de que con mayor seguridad y conve- niencia pudieran ajustarse los caciques indios en la elección de nuevo toqui , organización de tropas y acopio de toda suerte de pertrechos para la guerra. En estas correrías , pues otro nombre no merecen , no hubo fruto ninguno para las armas castellanas ; talaban •r CAPITULO XII. 137 campos, incendiaban , mataban tal cualindio desman- dado , tal vez indefenso y aun inocente , ya teniendo que correr á las inmediaciones de Puren , ya hacia Villarica, tal vez haber de regresar contra los llanos de Angol , pero, como queda dicho, siempre sin fruto, siempre sin lograr alcance á los cuerpos sueltos con que los Arau- canos corrían el pais , porque estaban estos bien servi- dos, y llevaban á las tropas de Sotomayor rendidas y desesperadas, sin dejarles nunca la satisfacción de la venganza. De suerte que el gobernador, canso ya de la inutili- dad de su empeño , y presumiendo por otra parte que á no presentar el enemigo mayores fuerzas , era imposible que la guerra pudiera llegar á tomar un carácter grave , resolvió volverse á los Infantes de Angol , en ánimo de reparar enteramente aquella colonia , hasta dejarla abri- gada contra cualquier ataque imprevisto, y hecho, tomar aquel jiro que las circunstancias le aconsejaban , ya volviendo á seguir la conquista , ya retirándose á la capital para dar curso á los negocios de la administración civil del reino , que buena necesidad había de esta im- portante medida, sobre todo en materia de justicia casi muda, ó cuando menos desentendida y abandonada después de dos y mas años que la guerra vino á ser una necesidad , y la atención primera y única del jefe del estado. CAPITULO X11L Tratos de paz con algunas tribus indias. — Huenualca toqui. - Engaño de Cadepinque. — Muerte del cacique Hueputaun. — Destemplanza de los Españoles. — Un refuerzo del Perú. — Huechuntureu y su hermana. — El gobernador en la capital. — Desafío de Huechuntureu y Cade- piagáe. ( 1587.) El 16 de febrero de este año hubo de llegará Angol la noticia del desembarque que el pirata inglés Tomas Candish cumplió el 6 de enero del propio año en las de- siertas ciudades cesáreas, ó de los Césares (1), según afir- man varios autores, y cuyo pirata se hizo á la vela en el puerto de Plimouth, el 21 de julio de 1586. Se pretende , pues, que el corsario inglés, una vez pa- sado el estrecho de Magallanes, recojió en la costa al es- pañol llamado Tomas Hernández , arrimó á Valparaíso , entró en Quintero , y que en este puerto desembarcó al Hernández para que le pusiera en relaciones inmediatas con el pais, pero que no volvió á ver á semejante emisa- rio, sino que Alonso Molina, con los milicianos numeris- tas de Santiago , le hizo alejarse de aquel punto y con pérdida de algunos , hombres de la tripulación , aunque la resarciera con presas que después cumplió en el mar, entre otras la nao de Filipinas. Hemos dicho acerca de esto lo que nos ha parecido mas probable, y no hay pues razón para nuevas suposiciones ; sí nos choca ver que So- tomayor no tomó en este caso el menor empeño en ir al (í) Véase lo que decimos respecto á este particular en el capítulo IX, por lo demás tomamos las fechas de los asientos del cabildo de Santiago. CAPÍTULO XIII. 139 amparo de los puertos de la costa, por si el pirata quisiera acometer alguno de ellos; es posible que estu- vieran con regular defensa , ya que no se les envió socorro ninguno. Sí que algunos dias después ya vemos como el gober- nador sale délos Infantes de Angol, y marcha en direc- ción de Puren, corriéndose después y sucesivamente á las ciudades Imperial, Valdivia, Osorno, Villarica, cayendo en seguida sobre orillas del rio Tolten para asen- tar nuevas fortificaciones , cuyos vestijios aun hoy dia parecen visibles. Malo era el estado de los indios de la parte de Villa- rica y toda su comarca, porque á mas de los desastres de la guerra, el hambre los tenia en aquel año doblemente an- gustiados, y no resistieron á las armas castellanas, antes hubieron de capitular momentáneamente con ellas, y va- rias tribus subandinas siguieron el propio ejemplo , que en ello no hacían sino ganar tiempo para romper paces siempre que así conviniese á sus miras. Y si parte y gran parte pudo tener la escasez de ali- mentos entre los Araucanos para venir á paz con los Es- pañoles , todavía tuvieron algunos caciques la orden del nuevo toqui Huenualca , jefe de Purenes y de Arauca- nos, para tomar esta espera con el enemigo, en tanto que él por su parte pudiera salir con las necesarias fuer- zas : entre aquellos caciques que rindieron obediencia al gobernador, cuenta como mas famoso el capitán de los subandinos llamado Huechuntureu. ' Siá tal aprieto llegaron los Araucanos con la falta de víveres, en otro no menos grande se encontraban los Españoles, sobre todo los de los fuertes de Trinidad y Espíritu Santo, que no solamente carecían de municiones uo HISTORIA DE CHILE. de boca, sí también de vestuario, yendo el soldado hasta perder paciencia y respeto á sus jefes, que se vieron en la inmediata necesidad de abandonar aquellas plazas , antes que el enemigo llegara á cercarlas haciendo indis- pensable la rendición. Ya apuntamos en el precedente capítulo que al gober- nador se le habian concedido facultades omnímodas, que ni de sus operaciones, ni de su conducta habia de res- ponder á la autoridad del virey , y este fue entonces un mal muy grave para Chile , porque en ese independiente desvío délas dos autoridades españolas mas inmediatas, vino anacer, sino enemistad, por lo menos una muy desdeñosa tibieza, y el Perú, que era el único punto áque Chile podia recurrir para remedio de sus males , el Perú decimos no quería mandar socorros de ninguna especie á las armas castellanas que continuaban le conquista de Valdivia. He ahí porqué la escasez de tropas que seguian ya en este caso al gobernador Sotomayor, he ahí también por- qué el soldado se veia sin vestuario , y tal vez sin pan. Como quiera no tardó el rey de España en enmendar ese fatal yerro volviendo á poner el gobierno de Chile bajo la dependencia del virey de Lima (1). Sotomayor asentó por fin el gobierno en la Imperial , porque supuso que con las paces ofrecidas por algunas tribus hambrientas, ó traidas á este caso para que mas se (1) « Que aunque entonces se tuvo por conveniente sacar su gobierno d( >. la dependencia que hasta entonces habia tenido al virey del Perú , despue¡ » con lo que de experiencia se ha visto ha parecido que conviene á mi servicio ,, i para el buen gobierno i pacificación de esas provincias que el gobernadoi ,, que de ellas fuese esté sujeto á dicho virey, i que guarde y cumpla sus fl ,, denes, i que le avise de ludo lo que fuere de consideración. .» (11 de enen de 1589.) (Cabildo de Santiago.) W CAPITULO XIII. Ifti durmieran los Españoles , la guerra no seria posible en algunos meses ; pero el toqui Huenualca pensó de dis- tinta manera, y salió á campaña contra los establecimien- tos españoles donde cumplió daños inmensos durante el resto del invierno , y á punta de la primavera , ya pare- ció sitiando el fortin de Guadaba. Con aviso que de esta occurencia dio el maestre de campo al gobernador, fue disposición de este que saliese Ramón de Puren con cuantas fuerzas tuviera dispo- nibles , no dejando en el recinto sino los hombres que bastaran para sustentar un ataque imprevisto , en tanto que volvieran á favorecerlos ; y como así se ejecutara , llegó García Ramón á verse frente del toqui, obligán- dole á levantar el cerco de Guadaba cuya guarnición estaba ya en la mayor estrechez y casi resuelta á capi- tular. A seguir con atención los acontecimientos, no parece sino que Huenualca abandonara este lance con la firme persuasión de asegurarse mejor la victoria. Habían cojido sus tropas casi á inmediación del fuerte al soldado Val- verde, y se le llevaron prisionero los Indios en travesía de montes y veredas conocidas solamente de ellos, mientras que García Ramón regresaba por otro rumbo á la plaza de Puren. Apenas habia entrado en ella cuando un Indio de paz llamado Cadepinque se le acerca y dice , que el toqui araucano estaba en las vegas de San Miguel , con muy pocos soldados y dado á bailes y á borracheras en cele- bridad de la atroz muerte que el capitán Piurume aca- baba de dar al soldado Valverde ; y se expresó aquel In- dio con tanta minuciosidad , con tan ajustados detalles, con acento, en fin, tan natural y sencillo, que el maestre 142 HISTORIA DE CHILE. de campo ni recelar siquiera quiso de que podia ser, y era, un ardid para guiarle á una celada. Salió por consiguiente con cuarenta caballos de los del fuerte, y el indio Gadepinque que había de acompañar á los Españoles ofreció y trajo bajo sus órdenes otros cua- renta ó cincuenta Indios de los llamados de paz, aunque bien sabian ellos lo que habian de hacer en llegando el caso de obrar. Españoles é Indios llegaron al sitio designado , y en verdad que en él estaba Huenualca, pero entendido de antemano con el cacique de paz, y ya con aviso de la jente que á las manos se le venia con todas las demás circunstancias al intento convenientes. Ramón, sin des- confiar de la buena suerte que allí le habia guiado , hace un alto , y con veinte hombres , que manda echar pie a tierra para penetrar donde el toqui estaba , comienza á subir un empinado otero , creyendo iba á cojer despre- venido al enemigo ; pero en breve perdió semejante ilu- sión , porque el mismo Gadepinque le mató uno de los Españoles casi á sus pies , le cojió las armas , y dio la señal de ataque. Pasmado quedó un instante el maestre de campo reco- nociendo la traición , solo que como nunca dio entrada al miedo , puesto al frente de los suyos comenzó á reti- rarse hacia donde habia dejado los otros veinte soldados y los caballos de los que le seguían , teniendo sin embargo que resistir á nubes de piedras y de flechas con que le hostilizaban el toqui y el cacique traidor. Seiscientos Araucanos le acosaban por todas partes, ya cortándole el paso, ya acometiéndole de costado, y en estas alternativas de despechada defensa, una flecha llegó á hincarle en el lagrimal, que le saltó el ojo; y con CAPÍTULO XIII. 143 todo cada vez mas sereno , cada vez mas animoso , logró llegar á donde estaban los caballos, y desde entonces tomó otro jiro la resistencia, aunque siempre desventa- josa para los Españoles , y siempre en la necesidad de irse retirando sin poder entrar de lleno á la ofensiva , porque los Indios los perseguían desde puntos elevados é inaccesibles á la caballería. Por fin lograron salir de aquel peligroso lance los Es- pañoles , aunque dejando en el campo siete muertos, y cada uno de los que volvieron á la plaza de Puren con graves y no pocas heridas ; así es que García Ramón ardia en deseos de ver un momento en que poder vengar aquella perfidia de Gadepinque , pero con los deseos tuvo que contentarse por entonces , porque ese cacique no menos que el toqui pasaron á recojerse á sus ordinarias guaridas , y hasta la jente perteneciente á la parcialidad del traidor se había retirado á los montes de Nahuel- buta. . Con todo no tardó en tener suelta la ira, porque como también las parcialidades de la parte de Villarica y Tolten, sobre todo aquellas que poco antes habían brindado con paz , le jugaron al gobernador algunas pa- sadas de infidelidad , este dio orden al maestre de campo que descargase todo el rigor de la guerra en los estados de Puren , Angol y Catyray, mientras que él por su parte arrasaba los de las parcialidades arriba mencionadas. A fuego y á sangre entraron ambos jefes en aquellas sierras, no respetando mujeres, niños, ancianos, ni muchos de los Indios de paz , y como en esta venganza que un despreciable é innoble resentimiento rejia , vi- niera á caer prisionero el cacique Hueputaun , jefe de mucha consideración en las tribus de Tolten y de Villa- 1M HISTORIA DE CHILE. rica, en él descargó Sotomayor su furia haciéndole sufrir una muerte atroz. Y ¿ cual fue el fruto de violencias tan reprensibles? Sí que en Angol y en Tolten hubo algunas rendiciones , pero eran forzadas , eran falsas , y no tardaron por lo mismo en hacer parte común con las demás tribus que en los montes de Nahuelbuta se habian refujiado , para salir en breve mas fuertes y mas furiosos que nunca á la guerra. Es verdaderamente de reparar que los gober- nadores que con mayor encono se cebaron en los Indios del pueblo araucano , esos mismos gobernadores son los que mas tuvieron que trabajar en la guerra , y los que menos adelantaron en ella, poniendo el pais (enten- demos las colonias) en el mayor quebranto, en conflictos harto fundados, y á pique de perderse. Pero así ha suce- dido y así sucederá siempre : de todos los pueblos es la pasión de la venganza , cultos, ó en el estado de la sim- ple naturaleza ; es de ley , si se nos permite la palabra, el que todo hombre apetezca vengar un daño recibido , luego mas vehemente ha de ser ese deseo de satisfacer su pasión , cuanto mas cruel y terrible sea el daño que se le haya causado. Así, al notar las parcialidades de los montes de Puren y los refujiados en los de Nahuelbuta el furor con que á los de Yillarica, Tolten, Angol y otras se les tenia, consideraron la ocasión favorable para servirse de ellas con fruto y pronto enviaron emisarios convidándolas con que se arrasarían desde luego todos los fuertes que los Españoles habian levantado sobre aquellas riberas , siempre que concurriesen resueltas á la guerra. Las parcialidades refugiadas tenian nombrado su jefe llamado íluechuntureu , hombre de un arrojo sin par y Wt CAPÍTULO XIII. 145 con dotes muy á propósito para la milicia, porque á lo severo y justo, reunía una táctica y un jenio organizador nada común. Todo estaba preparado para echarse á la guerra, y solo se esperaba que las tribus de Tolten y de Villarica concurrieran como lo habían prometido, cuando una mujer despechada, vertiendo lágrimas de indigna- ción y de ira, se pone á recorrer los estados clamando venganza, y su elocuencia, y su llanto, y sus gracias y su varonil arrojo, logran remover en todos los corazones un insensato delirio , que ya no se puede llamar odio , contra el nombre español , y todos, jóvenes y ancianos , todos se alistan, todos se ponen á las órdenes de la he- roína araucana.... hermana del jefe que acabamos de nombrar, Huechuntureu . . . esposa del desgraciado Hue- putaun á quien Sotomayor quitó la vida con inclemencia tanta. Esta nueva calamidad que estaba ya para caer sobre los Españoles como un torrente impetuoso que nada en su curso respeta, debió suspender su estragopor uno de aquellos incidentes raros entre los Indios, decimos raros porque constantemente los hemos visto bien servidos de sus espías, perfectamente orientados acerca de todos los movimientos de sus enemigos, y en esta ocasión quiso la fatalidad que sus correos les participaran noti- cias muy abultadas de un refuerzo que al puerto de la Concepción acababa de arribar por orden del virey del Perú, don Fernando de Torres y Portugal, conde de Villardonpardo (1). (1) Hay autores que retardan de un año mas este refuerzo y suponen que veman mandándole los capitanes Castillejo y Peñalosa. Nada de esto nos dicen nuestros manuscritos, y, por consiguiente, tampoco tenemos derecho para re- sistir á los historiadores que nos han precedido ; solo sí notamos que aquellos dos capitanes estaban en Chile después de muchos años, que seguían en esta 11. Historia- jn U6 HISTORIA DE CHILE, Para los Españoles estas nuevas fuerzas, que no pasa- ban en todo- de unos doscientos hombres, eran preciosas en aquel entonces ; así es que celebraron aquel arribo con demostraciones exajeradas , mientras que los Arau- canos , ya prevenidos para saltar a la guerra , se que- daron como cortados aprehendiendo miles y miles de enemigos de refresco para acabar de traerlos al detes- table yugo de la servidumbre. Huechuntureu y su hermana esperaron, pues, á que las fuerzas enemigas comenzaran á desarrollarse , porque en esos dos jefes de par iba lo arrestado con lo pru- dente. No fue tan cuerdo el gobernador : apenas viera en sus banderas ese corto número de hombres llegados del Perú, cuando ya hubo de creerse señor de la Arau- caria toda, y comenzó á correr la tierra según costum- bre, es decir, talando campos, quemando y dando muerte á cuanto con nombre de Indio pareciera. En tal caso ya comprendió el jefe de los Purenes y Nahuelbutas cuanto se le habian aumentado las noti- cias corridas de lengua en lengua, y cuan poco debia de tenerle oculto el insignificante refuerzo ; solo que con todo de salir á la guerra fue con el firme propósito de no comenzarla á campo abierto, sino con celadas y sorpre- sas hasta gastar parte de las fuerzas enemigas , y poder después medirse con ellas cara a cara. Eso es lo que siguió puntualmente. En llegando el go- bernador á correr las inmediaciones de Nahuelbuta, Huechuntureu no le dejaba dar un paso con bien , guer- conquista , que con Sotomayor vendrán luego desde Santiago ; y no comprende- mos como pudo ser que pasaran al Perú, ni como que el virey de Lima les entregara el refuerzo, cuando no resulta hasta ahora que comisionados fueran á pedirle. CAPITULO XIII. 147 rillas aquí , cuerpos sueltos allá , una sorpresa en esta parte , un ataque imprevisto en la otra , y siempre cau- sándole pérdidas , y siempre quitándole bagajes y trenes, sin ofrecerle ocasión alguna en que poder desquitarse. Cual seria el hacer del entendido Araucano inferirse debe sin mas que considerar que Sotomayor avergonzado , y canso ya de tantas incomodidades que no le traían sino pérdidas, y el jeneral desaliento en sus filas, abandonó el juego con el enemigo , y se retiró á Angol , poniéndose inmediatamente á fortificar mas y mas el recinto de Gua- daba , temiendo no sin fundamento que los Indios pen- sarían en sitiarle, y esa obra concluida, dejó el mando de la plaza al capitán Cristoval de Arana. Del resto de sus tropas tampoco quiso mas para continuar hostilizando ; debió comprender la inutilidad de semejantes operaciones cuando con tan cortas fuer- zas se iba contra todo un pueblo en armas, y como qui- siera, ante todas cosas, la perpetuación de los estable- cimientos ó fortines , que en esto fundaba él su mayor - gloria , en cada uno de ellos fue encerrando por partes la gente de su columna; y dejando el mando á su maestre de campo , partió para Concepción , resuelto a pasar después á jSantiago , en busca de nuevas tropas , y de nuevos recursos para volver á la guerra. Sigamos, sinembargo, las operaciones de la guerra, y luego nos traerán ellas mismas al examen de las de So- tomayor. Huechuntureu no respetó las intemperies de la esta- ción , antes viéndose ya sin enemigos en campaña , co- menzó á pensar seriamente en el modo de irlos desalo- jando de sus establecimientos , y caminó en primer línea contra Guadaba. El capitán Arana , que mandaba esta m HISTORIA DE CHILE. plazca , noticia anticipada tuvo de esta determinación dei jeneral indio , y por consecuencia se aprestó para reci- birle con cuan la resolución convenia, porque la fortifi- cación se hallaba ya bastante bien defendida, y no mal provistade víveres y municiones. Llegaron los Araucanos á vista del fuerte, y cuando se disponían á ponerle cerco le pareció al jefe español deber impedírselo, y echó fuera del recinto toda su gente, marchando á la cabeza de ella decido á rechazar al si- tiador ; determinación loca que dio margen á una acalo- rada refriega en que los Castellanos fueron acuchillados casi hasta delante de las mismas bocas de fuego que defendían el fortín , y que costó la vida al mismo Arana, á los oficiales Juan Rubio y Pedro Calderón (1) , y toda la guarnición pereciera , si por fortuna no se refujiaran con presteza tanta dentro del mismo fuerte. Esta vez también Huechuntureu incurrió en falta, pues que , en lugar de poner cerco á la plaza , y con mas seguridad después del triunfo que acababa de conseguir, se^retira á los montes con toda su jente y con el cuerpo , ó la cabeza, del capitán Arana, para celebrar la victoria con bailes y embriagueces, y perder en tanto todos los frutos que de sus hechos de armas debieran resultar , si con mejor consejo se apartaran aquellos inocentes salva- jes de sus asquerosas costumbres. Pero mientras que así perdía el tiempo ese cuerpo de guerreros con su jefe á la cabeza, el toqui Huanualca , (1) Olivares atribuye este ataque y la muerte del capitán Arana á la heroína Yanequeu ; ella dice que mandó las armas, ella quien arruinó á los Españoles, y ella en fin la que continuó después ei asedio de esta plaza de Guadaba. Nuestros documentos traen en efecto que Yanequeu sitió á Guadaba , y aco- metió vigorosos ataques y asaltos contra el fuerte, pero eso sucedemucho mas tarde, es decir en el año que comenzará con el capítulo siguiente. W CAPITULO XIII. 149 detenido algún tiempo en lo mas recóndito de los bosques á causa de una aguda enfermedad , pasa contra la plaza de Pureny la asedia,, decidido á vengar en aquel sitio la muerte de su intrépido antecesor Cadeguala. Los prime- ros ataques con valor los resistieron los Españoles , pero al cabo considerando el maestre de campo que víveres y municiones comenzaban á escasear, que socorro ninguno tenían que esperar por entonces , y que luchar contra tantos enemigos era dar lugar á una ruina completa para toda la guarnición, hizo al romper del dia que esta tomase las armas , para ver de romper el cerco y abandonar el fortín al enemigo. En cuanto se puso al frente de los ba- tallones araucanos , los hizo entender como él y sus soldados venderían muy caras sus vidas , si se intentase cortarles el paso , y que lo que convenia era se diesen por pagados y satisfechos con el fortín y los enseres que en él quedaban. Sin reparo aceptó el toqui el partido, de- jando que los Castellanos caminasen para Angol, mien- tras que sus Indios arrasaban la fortaleza ; porque en los Indios la satisfacción de un completo triunfo se asentaba desde que lograban convertir en escombros cualquier establecimiento que de abrigo pudiese servir á sus opre- sores ; y si no vieran en su territorio ni colonias , ni for- tines, nunca tomara la guerra el jeneral rebato , el encar- nizado encono con que aquellos hombres se arrojaban á las armas. Mientras esas occurrencias acontecían , en Santiago se hallaba Sotomayor procurándose cuantos recursos podía haber á mano para atender á la conquista de la Arauca- ria , pero grande fue su sorpresa , no menos grande su sentimiento, cuando recibió á la vez la noticia de la muerte del capitán Arana en Guadaba, y el abandono de Puren. 150 HISTORIA DE CHILE. No se veía aun con las fuerzas necesarias á sus fines ; salir de la capital sin recojer otras que esperaba de las diferentes colonias costaneras, tampoco lo tenia por acer- tado, pero era de todas maneras indispensable el tomar una medida que de algún alivio pudiera servir á los establecimientos fronterizos, y por tanto hizo que su hermano don Luis pasase á las parcialidades revueltas y contra el toqui, con la jente ya prevenida en Santiago, toda ella de caballería , y en número de algunas ciento ochenta lanzas (1). Don Luis salió pues de la capital y pasó el Biobio por Talcamavida , para entrar después por Millapoa , á Ta- bolebu y Catiray cuyos paises fueron entregados á todos los horrores de la guerra ; pero , preciso es decirlo , pocas ó ninguna de las expediciones del pendón castellano tan atrevidas como esta, ninguna tampoco donde los hombres hubieran de desafiar mas abiertamente á las intempe- ries y á los malos pasos del camino, teniendo que marchar á cada instante, ora por barrizales intransi- tables, ora por torrenteras, ora por derrumbaderos, ora en fin cargados de lluvias que con destemple y ventisca parecían salir diariamente para interceptarles paso. Los ríos fuera de madre, las arroyadas hechas ya ríos, los valles inundados y sobre eso un frió, una reciura insuportables , á no ser para naturalezas de bronce. Ya por fin vencieron aquellos audaces y roblizos con- quistadores todos esos inconvenientes , y se pusieron en medio de los montes de Nahuelbuta, en busca del capitán (1) Don Luis salió de Santiago hacia mediados del invierno; y el gobernador parece todavía en la capital en setiembre, como consta de los acuerdos del ca- bildo del 5 y del 22 de setiembre. •f CAPITULO XIII. 151 Quechuntureu (1) , que tenia hecho también un como palenque ó estacada para defensa del cuerpo de guerreros que á sus órdenes llevaba. Como los Españoles recono- cieran la posición enemiga , pronto fue parecer de ata- carla , porque todos ellos iban hechos una fieras al cabo de tantas incomodidades sufridas, y que anhelaban vengar en el enemigo causante de todas ellas. Así, el aco- metimiento fue terrible , y con igual despecho salió la resistencia, porque cruzándose los dos bandos en un muy estrecho terreno , hasta el uso de la lanza se hizo impo- sible , y se hubo de recurrir en la pelea al puñal, como dice el vulgo , pues esa fue el arma con que se disputó aquel dia la victoria. Muchas horas costó el saberse cual de los dos bandos la había de cantar, hasta que por fin lograron los Españoles dar muerte al caudillo araucano y sucedió lo que en casos tales sucedía siempre , el desaliento de las filas indias, y tras el desaliento la fuga. Esta batalla costó mucha sangre á los dos partidos , pero en el de don Luis, si mal no fuera el gran número de heridos que sacara de la función, los muertos no hubieron de pasar de nueve, entre los cuales solo se trae el nombre de un Francisco de Talavera. Tras esa sangrienta función pasó don Luis á Puren , para atacar al esforzado y prudente Huechuntureu , pero como este jefe tuviera fuerzas mucho mas numerosas que el desgraciado Quechuntureu, como el caudillo caste- llano recordara también que muchos de los suyos no es- taban todavia en posición de sustentar un nuevo lance con el brío necesario , hubo en principios sus recelos , y dos ó (1) No confundir ese nombre con el de Huechuntureu; es otro capitán, que este último tenia por su segundo. 152 HISTORIA DE CHILE. tres dias se pasaron sin que resolución ninguna se tomara ni de parte de los Españoles , ni tampoco de los Arauca- nos. Cosa rara ! ambos bandos se respetaban esta vez !... Sin embargo , fue preciso venir á las manos y el com- bate se presentó con igual saña que el de que acabamos de dar cuenta , solo que la fortuna se habia declarado por don Luis, y en breve le trajo prisionero al jen eral Huechuntureu, dando así fin á la batalla, porque azorados se echaron por los montes los batallones indios , que- dando el campo español dueño de un jefe terrible , y digno por sus prendas de mas ventura. Y en principio la tuvo mucho mas grande que prome- térsela debiera, porque habiendo ofrecido á su vencedor que si con la vida se le dejaba , á paz habia de traer las tribus ó parcialidades sujetas á sus órdenes , con hidalgo porte entró don Luis en la propuesta , y siguió con su ilustre prisionero hasta acamparse en el valle deMulchen, desde donde con mayor facilidad se podía dar cumpli- miento á los tratos con que Huechuntureu convidaba, y tratos que realizó con señalada honradez y relijiosidad, en cuanto estuvo de su parte. Gomo quiera, habíale vuelto la espalda la fortuna á ese jefe con traerle á manos de los Españoles , y era pre- ciso que mal acabara ya su carrera. Lleno de amor propio, de delicadeza, de respeto, si se quiere, no á los Españoles, porque por ellos nada hiciera, sino al empeño de su palabra, preciso le fue, en cumplimiento de ella, entrar en relaciones de transición y paz con el cacique Cadepinque , aquel cacique que engañó á Ramón. Bien aceptara ese indio el volver á paces con los Españoles, una vez que la voz y los esfuerzos de Huechuntureu habían logrado que muchas de las parcialidades fronte- Vf CAPÍTULO XIII. 153 rizas depusieran sus armas , pero por una parte su trai- ción le parecía imperdonable , por otra temia que García Ramón no era capaz de perdonar , y por consiguiente se negó de un modo muy arrogante y resuelto á toda com- posición con los enemigos de su pais. Resentido Huechuntureu de un tan marcado desprecio , y porque el caudillo español no viera en la negativa de Cadepinque , ó un convenio secreto entre esos dos jefes , ó el muy poco valer de las promesas del primero, aunque prendas traia ya soltadas para prueba, no pudo contenerse , y desafió al capique. [ Desventurado !... en el campo quedó al instante ten- dido y exánime , cuando al campo corrió, muy confiado de salir con bien del combate, porque en el manejo de las armas y en destreza á ninguno de sus compañeros cedia él, y menos al cacique Cadepinque, que el hado quiso protejer esta vez, para que la guerra volviese de nuevo con sus tremendos y lamentosos estragos. CAPITULO XIV. Yanequeu, heroína chilena. — Sus hechos. — El gobernador sale de Santiago, y reconoce la necesidad de desalojar algunos fuertes. — Vuélvese á Santiago. — Yanequeu sitia la plaza levantada en Puchangui. — Valerosa defensa del capitán Castañeda. ( 1588. ) Ya hemos visto que con fortuna pareció don Luis en los campos de su enemigo , y triunfo grande fue el aca- bar con dos jefes de valor y de crédito , al paso que los esfuerzos del uno de ellos habían hecho callar á las armas araucanas en varias parcialidades; pero queda por delante el toqui, queda también la famosa Yanequeu, que á la cabeza de algunos serranos de Puren, de Nahuel- buta, de Arauco y Tucapel , cae inclemente sobre todos los establecimientos Españoles , y venga la muerte de su esposo con uno arrojo y una suerte sin par. De tal manera corre la fama de esa heroína por toda la Araucania, que con mas renombre que el toqui, y con mejor acierto, todo lo mueve, todo lo alarma, todo en fin lo atrae y seduce, resuelta á no dejar las armas hasta haber dado fin de los asesinos de su marido , que asesi- nos los llamaba ella en su loca desesperación. Con la rendición instantánea de las parcialidades que su difunto hermano Huechuntureu trajera á los Espa- ñoles, pudieron respirar algunos dias Yillarica y los fuertes de Tolten, hasta entonces casi incomunicados, y con pocas esperanzas de escapar de manos de tantos enemigos ; pero ya se ha dicho , ese alivio fue suma- wr CAPÍTULO XIV. 155 mente corto , pues Yanequeu por una parte, y Huanualca por otra, todo lo pusieron en breve muy estrechado , y rara era la partida de Españoles que cruzar un camino pudiera sin experimentar desgracias. Don Luis puso en conocimiento de su hermano Soto- mayor el estado inquieto y turbulento del país , los pro- gresos que la insurrección hacia , la falta de hombres con que contenerla, y también el sumo descontento de muchas de las guarniciones , que si por una parte se veian á pesar suyo acorraladas en los fuertes, por otra carecían casi todas ellas de medios de defensa. Ese descontento en la tropa encerrada en los fortines tenia otro motivo mas fuerte todavía que los que acaba- mos de exponer. El soldado gusta mucho mas de corre- rías quede presidios, y esto por la sencilla razón de que en estos no halla sino ocio y fastidio sin provecho, mientras que con salir á campo enemigo puede mero- dear , puede en fin dar suelta á todas sus pasiones , que no suelen ser tal vez muy ajustadas. Todos esos males, graves eran sin duda, pero y ¿ como remediarlos? El gobernador en Santiago iba muy á duras penas recojiendo algunas fuerzas , pero insignificantes, porque el ayuntamiento de la capital (y de este sentir eran los de las demás colonias) resistía , no á los sacri- ficios á que diariamente se le llamara, sino al mal empleo de esos sacrificios por seguir tenaz en un sistema equivocado , en un sistema provocativo para el pueblo enemigo , en un sistema , en fin , que no pensaba sino en levantar encierros donde poner los brazos que debían servir para la protección y defensa común. Se acababa de recibir el socorro que voluntariamente habia enviado el virey del Perú, y ya estaban esas fuerzas 156 HISTORIA DE CHILE. Hfc. perdidas, por decirlo así, en la cadenas de fuertes, muy útiles sin duda , á poder disponer de un cuerpo de mil ó dos mil hombres para tener constantemente abierta la comunicación apetecida, mas muy perjudiciales por lo mismo que se carecía de las fuerzas volantes que abri- gados del enemigo los pudieran mantener. Por otra parte era de mucho atractivo para Sotomayor la absoluta independencia de la autoridad que se le habia entregado ; quería guardarla intacta , y en ese sentir se figuró que, con humillarse al virey de Lima so- licitando su amparo , su gobierno no dejaría de desme- recer, si acaso no debiera contarse la demanda por un principio de sumisión que él no bajaría en manera ninguna á rendir á nadie. Y con todo preciso era tomar un partido decisivo en obsequio de los partes con que su hermano don Luis le llamaba á un pronto remedio ; y á fin de acelerarle salió prometiendo á los cabildantes que no iba esta vez en ánimo de aumentar el número de las fortalezas, antes bien resuelto á desalojar aquellas que pareciesen menos guardadas y de mayor riesgo, yendo en seguida á cas- tigar á los cuerpos indios que en tantos apuros tenian á los establecimientos españoles. Bajo de este concepto no tardaron en reunirse cerca de otros doscientos hombres, sobre los que don Luis habia conducido á los montes de Nahuelbuta, y el go- bernador salió de la capital. En cuanto llegó al paso del Biobio , sin duda para dar á los concejales de Santiagc una prueba de lo que les habia prometido, ó porque quisiera sino aumentar sus fuerzas para dar con mayoi seguridad en las armas enemigas , sacó las guarniciones délas fortalezas Trinidad y Espíritu Santo, y siguió de- wr CAPÍTULO XIV 157 recho hacia la del rio Puchangui, á cuyo punto mandó que concurriera su hermano Luis. No anda ciertamente averiguado si desde esa plaza pasara don Luis directamente á alguno de los puertos para ir después camino de España, pero como quiera allí ñie donde el gobernador le encargó ya la misión de pasar á la corte en solicitud de fuerzas con que acabar la conquista de la Araucania. Es lástima que á la historia le falte el texto de la de- manda con que Sotomayor debió llegar al trono de Gas- tilla, porque fuera irrecusable testimonio de que en aquel gobernador, con tanto de honrado cuanto de valiente , á par iba también una exajerada presunción de sí mismo, y un muy limitado conocimiento del mucho valer del pueblo contra quien hacia armas ; pero todo eso se deja suponer en la propia respuesta que el rey hace a aquella solicitud, respuesta que en ningún otro lugar dijera mejor que en este con las siguientes palabras : « Habiendo visto lo que me habéis escrito muy aten- | tamente con don Luis de Sotomayor, vuestro hermano, » acerca del estado en que estaba la guerra que hacéis » á los rebeldes de las provincias, y la brevedad con que » prometéis acabarla socorriéndoos con gente de estos » reinos , he acordado que se os envié , y que sean los » seiscientos hombres que pedis , y que los lleve el dicho » don Luis , vuestro hermano (i). » Ya se ve si, con seiscientos hombres , con brevedad se prometía acabar la guerra. . . era imposible que un So- tomayor soltase esa prenda seguro de salir con su em- peño, era imposible que á tanto pudiera comprometerse de una vez, quien tanto vio y palpó lo que los Arauca- (1) Asientos del cabildo de Santiago. 158 HISTORIA DE CHILE. nos podían; pero sea, y en favor suyo hablamos, sea ese un medio de conseguir siquiera elementos con que poder sustentar la lucha , cuando mucho indecisa , para no incurrir en terribles responsabilidades, tras las cuales fuera inevitablemente el descrédito. Ya diremos luego en su lugar cual suerte corrió ese socorro que el rey de España otorgó á don Luis Soto- mayor; ahora entremos en el hilo de las operaciones militares. Mientras á esa disposición descendía el gobernador, la infatigable Yanequeu se habia corrido hacia las colo- nias australes , causando mil perjuicios á los Españoles, y matando á cuantos por delante encontraba; hasta que por último dando con una partida que de Osorno venia para Villarica , logró apresarla y con las cabezas de todos los desgraciados hizo esa mujer que sus emi- sarios corrieran la flecha por todos los ángulos de los cuatro Butalmapus, dando así un nuevo aliento, y nuevo estímulo á los pueblos para que confiados tomasen las armas. Cayó en seguida en un fortín que los Castellanos te- nían en el valle de Andalepe ó Andalepu, á unas siete leguas de Yillarica , pero como tuviera noticia de que el gobernador venia en persecución suya, no quiso realizar el asedio , y se retiró á los montes esperando á ver los movimientos de sus contrarios. En valde concurrieron estos al teatro de la guerra , porque Indio ninguno se les presentó delante en muchos dias gastados inútilmente en recorrer los alrededores , y por consiguiente fue preciso pensar en reforzar de nuevo, y mejor que nunca, las ciudades australes , porque si por entonces no daba la cara el enemigo, harto se sabia que wr CAPITULO XIV. era muy de temer, y que tras tantos daños como llevaba hechos en los establecimientos españoles , otros no me- nos terribles volvería á descargar. Con esa necesidad de reforzar las guarniciones volvió Sotomayor á verse sin jente para seguir hostilizando al pais , así resolvió quedarse otra vez á la defensiva , y el Io de abril de este año en la ciudad Imperial entró , donde no tuvo poco que hacer con la desmandada ad- ministración civil, hasta que al fin de dicho mes, ó primeros de mayo , pareció con su jente ó escolta en Angol. En grandes apuros debió él considerar á las colonias y establecimientos fronterizos , no obstante las nuevas fuerzas con que acababa de dotarlos , puesto que en la triste necesidad se mira de recurrir de nuevo á la capital del reino en demanda de soldados y de caballos, y consta de los asientos del cabildo que en Santiago entró otra vez el gobernador el 2 de junio de 1588 (i). Ni apetecían otra cosa los Araucanos, así es que la primera que salió en esta ocasión contra los conquista- dores , fue la implacable Yanequeu, la cual marchó in- mediatamente desde la parte austral al cerco de la plaza de Puchangui. Formalizado el asedio , desde luego comenzó con asaltos y avances de una audacia sin igual , y siempre á la cabeza de sus tropas ; pero defendía la plaza el oficial don Manuel Castañeda, y con acierto y con valor re- chazaba á sus enemigos: tenia también por fortuna abundancia de mantenimientos y de municiones, y por tanto sin recelo entró en una tenaz resistencia, causando (1) Donde haciendo reclutas de tropa y caballos de remonta se mantuvo todo el año. [Cabildo de Santiago.) 160 HISTORIA DE CHILE. cada dia no pocos descalabros en las filas de la osada heroína. Empeño formó también esta en no apartarse de aquel campo sin haber rendido á su terrible enemigo, y los dias, y las semanas, y los meses se pasaban también sin adelantar paso , como sin que auxilio pareciera para los sitiados. Ni era caso tampoco de esperar en socorro ; las fuerzas castellanas estaban todas ellas aisladas, conde- nadas á defender el punto especial en que se las tenia divididas , y sobrado sabia Yanequeu que libre y suelta- mente podia continuar el asedio, porque no habia medio de venir á estorbárselo. El solo mal para ella estribaba en los mismos sitiados, en el mas ó menos tiempo que estos pudiesen sustentarse dentro del recinto. Del aprieto de esta plaza noticia llegó en breve á Sq- tomayor, que ya estaba en la capital de Chile ; pero no le quedaba medio ninguno con que concurrir al socorro de los sitiados. Sobrado se afanaba él por que se le mi- nistraran hombres , caballos y fondos, ó enseres con que equiparlos, sobrado abogaba en favor de los estableci- mientos oprimidos, y casi dejados á merced de los Indios; mas ¿ qué podia responder un pueblo de donde conti- nuamente se estaban sacando brazos y dinero y mante- nimientos, yendo el civismo de sus moradores hasta privar á sus familias del pan que alargaban á cuenta de que á las tropas no les faltase el obligado sustento , ni á las armas su acción? Admira, en efecto, cuanto desprendimiento, cuanto zeloy cuanta abnegación en los habitantes de la capital, y bien lo reconoció Sotomayor: veia por sí propio la impo- sibilidad de recojer los auxilios necesarios , y tenia que sufrir con resignación los funestos resultados de su wr CAPITULO XIV. 161 sistema , si acaso no fuera de condenar también su ter- quedad en mantenerse con el virey del Perú como si enteramente fuera extraño á la causa de Chile, cuando, por fin y postre , uno y otro gobierno dependían de un mismo monarca. De suerte que entre las veces que las colonias de Chile llegaron á reconocerse en posición demasiado inestable y aventurada , esta ha de contar también , y no porque en las armas enemigas hubiera mayor, ni acaso tanto empeño , como en los dias de un Caupolican y de un Lautaro , ni tampoco porque el gobernador guiara las castellanas sin tino , sin el necesario valor ; nada de eso : el mal estaba en el aislamiento á que se veia reducido el pais ; en los grandes esfuerzos con que habia contribuido creyendo llegar á poner fin á una guerra cada vez mas irritada á fuerza de provocaciones; en fin, en la lejanía de la metrópoli , que en el supuesto de ayudar á la conquista , como sin duda lo hiciera , entre el darle noticia del estado peligroso de las colonias , y el arribo de los auxilios que ella quisiese otorgar, mediaba un trascurso de tiempo poco menos que desesperado. Así, el desaliento estaba en todos los corazones , y si acaso no llegó á desmentirse el valor de que los Caste- llanos dieron en aquella memorable época tan repetidas pruebas, ese valor, decimos, solo estaba en los hombres puestos delante del peligro, porque sabían que de valor era preciso usar, ó rendir sino sus vidas en manos de enemigos implacables. Tal fue la conducta que observaron los subditos del capitán Castañeda, continuamente acometidos por las masas de Yanequeu, continuamente arrestados en S3lidas temerarias , con empeño de que la heroína chilena le- {J. Historia. 11 162 HISTORIA DE CHILE. yantara el sitio, y los dejara respirar algún tiempo. Con todo, ello es que , sin embargo del número , de los varios meses de un cerco sumamente apretado , resistieron las fuerzas de Castañeda hasta punto de fas- tidiar á Yanequeu, que por no haber de luchar también con el rigor de la estación fria, abandonó el campo; yendo á plantar sus armas en un recojido valle no muy distante de Villarica, aunque sobrado seguro y defen- dido para poder esperar hasta que a sus miras convi- niera el abrir nuevamente la campaña (1). (1) No damos en parte que nuestra confianza pudiera merecer con el nombre de Guepotan, ni con oirás particularidades que algunos historiadores refieren á cuenta de esa su singular mujer; seguimos las operaciones conforme nos las enseñan nuestros documentos. Ovalle cree que Yanequeu debió ir á sitiar, no la fortaleza de Puchanquí , sino la de Andelepe, pero en este punto Olivares le corrije. Como quiera , ni un solo apunte se vuelve á ver que de la heroína chilena dé noticia ; es presumible que á la cabeza de sus guerreros siguiera , que sino en grandes empresas, por lo menos en algunas excursiones contra los establecimientosespañoles se entretendría, y acaso fuera su fin tan desgraciado como el que les cupo á miles de sus compatriotas con la terrible peste que desde la ciudad Imperial corrió casi todo el reino. Feliz en armas, envanecida con ios laureles que en ellas habia recojido , y lo que mas es , mujer ofendida , que la mujer rara vez perdona los ultrajes ,¿ como dejara ella de seguir casti- gando a sus enemigos á no impedírselo una causa grave ? •f CAPÍTULO XV, Quintuhuenu electo toqui. - Se piden auxilios al virey del Perú. —Respuesta que este dá al cabildo de Santiago. - Destitución de Azoca.— Marcha Soto- mayor contra Quintuhuenu. — Batalla de la cuesta de Villagra. — Incendio de Arauco. — Colocólo el joven. ( 1589—1590. ) No jugaba con fortuna la presunción del gobernador Sotomayor, aunque no le faltaban prendas sobre que fundarla, porque si de recursos materiales pudiera echar mano para descorrer el vasto campo en que se paseaba su imajinacion, rejistrando conceptos tal vez aventurados, los mas de ellos irrealizables , posible es que durante su gobierno . no domado , eso no , pero con freno se hubiera visto el ardimiento del pueblo araucano, no obstante nacer con el instinto de una absoluta independencia puesta á precio de vivir libre, ó de buscar gloriosa muerte, corriendo al exterminio de quien pretenda oprimirle. Y en esta ocasión todo parecía concurrir para que ei gobernador castellano desesperara de su causa , sin po- der culpar á nadie del desastroso aspecto que los nego- cios de la guerra iban enseñando ; él , y solamente él , vino á colocarse en el mas arriesgado extremo á que las armas pueden llegar cuando se marcha con imprudente confianza por medio de un pais rebelde , lleno de orgullo, de brazos , de naturales defensas ; y eso con fuerzas casi insignificantes, pues, ya que los Españoles cumplieran 164 HISTORIA DE CHILE. durante aquella memorable conquista hechos de sin par valor, ya que armados fueran con gran ventaja sobre su enemigo , cuenta se ha de hacer también del arrojo que este mostró constantemente, cuenta, y mucha, del nú- mero con que entraba en las batallas. No es menester tal. Sotomayor asegura al rey de Es- paña , por medio de su hermano don Luis , que con seis- cientos Españoles que S. M. le otorgue, acabada quedará la conquista del inmortal pueblo ; Sotomayor no ve la necesidad de mendigar socorros al virey del Perú, esto fuera una declaración como de vencido ; y no se mira en semejante caso , ni menos quiere parecer en dependencia de una autoridad extraña para él ; Sotomayor está en la capital de Chile predicando una nueva leva para ir con- tra los Indios que aprietan con obstinado empeño las ciudades meridionales , sin llevar á la cabeza un toqui , es verdad , pero al cabo matando colonos, arrasando es- tablecimientos, y teniendo en completa ajitacion á po- blaciones enteras. Vamos á ver los resultados. El cabildo de Santiago no puede concurrir con los deseos de su gobernador, y esto por causas que escusa- mos de repetir, puesto que ya se expusieron en el capí- tulo precedente; á Santiago llega la noticia de que reu- nidos los cuatro Butalmapus, el hacha del toquiato acababa de ser puesta, por unanimidad , en manos del valiente Quintulmenu, enemigo encarnizado de los Cas- tellanos, aunque en esta parte bastara con decir Arau- cano. A Santiago llega igualmente la noticia de que don Luis Sotomayor, aportado en Portobelo con los seis- cientos soldados que le otorgó Felipe II, no puede ya avanzar á Chile , sin o que era voluntad del monarca pa- sase aquella jente en persecución de algunos piratas wr CAPÍTULO XV. 165 dispuestos á apresar en los mares los galeones de Amé- rica al cumplir estos su regreso. Semejantes ocurrencias enseñaron á Sotomayor un camino , el camino cuyo tránsito mas repugnaba , cual fue el de acudir al virey del Perú con demanda de auxi- lios por medio de su maestre de campo García Ramón. Y si bienes resultaron para los Españoles de semejante resolución, que no se le atribuyan al gobernador don Alonso , sino al cabildo de Santiago cuyos miembros sa- lieron comisionando á Jerónimo de Benavides para que pasara á pedir el amparo del virey , por medio de soli- citud escrita en fecha 14 de julio del año en que andamos, y es de presumir que la demanda del primero una con- secuencia forzosa de la del segundo fuera, mas que su parte queramos hacer á las circunstancias ; á tal por lo menos nos inclina el contexto de la carta con que favo- reció el virey á dicho cabildo , según resulta de sus asien- tos (1). (1) Hay manuscritos, y también impresos, en los cuales se asienta que e! virey despreció esas demandas; pues oigamos al virey. « Recibí vuestra carta del \l\ de julio y veo muy bien el contento que, se- ñores, os habrá dado mi venida á estos reinos. Pues está tan entendido en todos ellos el amor y gran voluntad que tengo á ese que no fue la menor causa de aceptar yo este cargo, por tener yo mas aparejo de acudir á las necesidades que se me representan de esa tierra y ciudad y para que esto se conozca he querido enviar antes de entrar en la ciudad de los Reyes ese navio de armada con la persona del almirante Hernando Lamero; lleva 200 soldados muy es- cojidos, y todos bien vestidos y armados y socorridos. Lleva orden de desem- barcar en Concepción , porque estando en aquel paraje alcanzando tan buena parte del verano pueda entrar el señor gobernador en el estado de Arauco y poblar en él, porque esto es lo que quiere y manda S. M. » Y deseo tanto el buen suceso de las cosas de ese reino que seguramente podéis creer que tengo de atender á ellas con mas voluntad y vera?» que á las de este del Perú, con jente , armas y ropa. De !o cual no se lleva ahora mas poí- no haber llegado los navios en que se aguarda ; en otro navio irá con ella el 166 HISTORIA DE CHILE. ■ ^ Como quiera, elementos para sustentar la guerra había en el reino, y en juego supo ponerlos el gobernador desde que comprendió que peligraban su fortuna y cré- dito si no removía activo todos cuantos medios parecie- ran de algún provecho. Desde luego crecido era ya el número de Españoles que sin oficio ni beneficio corrían el pais , particularmente las provincias mas sosegadas , y todos ellos sin obligaciones ni dependencias ; habia también una multitud de reformados , muchos forzosos , otros voluntarios , y todos ó casi todos fuera del poder militar, porque en aquella época, ni este, ni el civil pu- dieron enseñar en las Américas un brazo respetable , sino que obligados ambos á mil culpables condes- cendencias á trueque de economizar instrumentos de apoyo contra el enemigo común, en el mas completo desprecio se hundieron , con grave daño de la causa que querían hacer valer, y escandalosa relajación de las cos- tumbres. Posible es , sin embargo , que en la primera de esas dos clases mas de un hombre fuera indigno de formar en las filas de la milicia ; pero en la segunda no cabe seme- jante suposición, porque se componía de oficiales de mucha honra, de probado aliento, de vida muy arre- glada, solo que apasionados ciegamente los unos por esta ó aquella administración ; desatendidos los servicios de los otros por tal ó cual otra, según que el reino cam- biaba de autoridades , cosa que sucedía con no poca fre- capitan Jerónimo Bénavides; y como yo tongo tanta noticia de las rosas de por allá, para mí no hay guerra de importancia en Chile si no es de Andalicán hasta Puren por Arauco ; y esto es lo que se ha de allanar y poblar; y para ello acudiré yo ron !a voluntad y cuidado que digo, y así se lo escribo al señor go- bernador >• (Cabildo de Santiago). WT CAPITULO XV. 167 cuencia , como ya se ha debido advertir, así se renovaban también las listas de los agraciados como las de los despe- didos , listas que de ordinario venían á aumentar los re- sentidos, abandonando voluntariamente un servicio que no consideraban obligatorio sino para con personas de su propio y particular agrado. Señalamos este hecho no con otro fin sino con el de probar que don Alonso anduvo político y acertado , tomándole por un recurso de mucho importe para salir del conflicto en que las circunstancias le habían colocado por no querer dar á la guerra la des- embarazada acción que ella requería. Sirvióse, pues, de ajentes entendidos que supieron atraerse gran número de mercenarios , y sobre todo el de descontentos que valían mucho mas para el servicio, ya por estar habituados á aquella guerra de exterminio y de privaciones , ya por tener un muy exacto conoci- miento del pais , como igualmente de los hábitos del ene- migo ; llevándolos á las filas , á los unos con la promesa de considerables recompensas en cuanto rendir pudiera la tierra que se conquistara, á los otros con adelantar su carrera por medio de empleos y graduaciones , y la op- ción también á las encomiendas que de nuevo se hubie- sen de distribuir. En esta entendida tarea gastó don Alonso gran parte del invierno, contando con salir á campaña en cuanto se mejorara de estación , y también con sacudir de lleno á las masas rebeldes, .siempre que con algún auxilio de Lima llegara á reforzarse el que á costa de tanto afán , y de compromisos no pequeños, se estaba formando él mismo en Santiago. Los Araucanos por su parte también iban adelantando mucho en su empeño de limpiar la tierra ahuyentando á 168 HISTORIA DE CHILE. ■ ift i sus aborrecidos opresores , que ó muy estrechados en los fuertes se mantenían , ó precisados á huir de ellos, sobre todo desde que el infatigable Quintuhuenu entró ejer- ciendo las funciones de toqui , porque auxiliado de los cuatro Butalmapus , y no viendo delante un cuerpo de tropas que contra sus empresas saliera, todo lo corda im- punemente , todo lo llenaba de espanto ; y ya por último vino á dar contra el fortin español , levantado en la fa- mosa cuesta de Mariguenu , cuya guarnición fue pasada á cuchillo tras una vigorosa resistencia , y el toqui se quedó con sus huestes en aquella montaña , en la espe- ranza de que su enemigo vendría buscándole para vengar la sangre que le acababa de arrebatar. Eso es lo que sucediera á no salir impidiéndolo un no pequeño contratiempo con la nave que el virey don G. H. de Mendoza despachó para Chile, que sobre verse obligada a perder un tiempo muy precioso en la absoluta calma que la cojió en alta mar, todavía fue á desembar- car en Concepción una tropa , tan maltratada y escasa de salud, que el gobernador creyó imposible llevarla á la guerra sin esperar á que reparara sus fuerzas. Mientras esta forzosa tregua de las armas castellanas, preciso es que el comisionado del cabildo de Santiago , Jerónimo de Benavides, volviera igualmente al reino con algún nuevo socorro del virey, como así lo ofrecía este en su carta á los concejales , puesto que parece en fecha 12 de octubre (1) de este propio año, recibiéndose de alguacil mayor en la capital de Chile. En la administración de la justicia también hubo re- forma personal , porque el doctor Lope de Azoca comenzó de nuevo á mostrarse muy amante de la, suprema autori- (i) Cabildo de Santiago. CAPÍTULO XV. Í69 dad , no obstante lo que esa pasión le costara en tiempo del mariscal Gamboa , y por consiguiente el gobernador don Alonso , que tampoco quiso á su lado personas que aspiraran á despojarle del poder, salió destituyéndole en 24 de julio (4) , poniendo en su lugar al licenciado Pe- dro de Vízcara. Gomo quiera, á mediados de setiembre pudo ya Soto- mayor salir de Santiago , encaminándose contra el atre- vido Quintuhuenu que sin haber abandonado la placeta de la cuesta de Villagra, seguía tendiendo correrías que á veces allegaban hasta inmediaciones de Concepción , con cuerpos puestos á las inmediatas órdenes de denoda- dos jefes , y todos ellos jóvenes , entre los cuales con- taba el hijo del astuto y venerable Colocólo. Las armas castellanas llevaban en sus filas unas seis- cientas plazas (2) entre ellas ciento treinta reformados, de los cuales tomó veinte el gobernador para escolta de su propia persona , distribuyendo las fuerzas restantes entre los capitanes Yrarrazabal , Ruiz , Guzman , Jofré , Rodolfo, Cortés, Quiroz, Ulloa, Galleguillos y Avendaño, con reserva , para su maestre de campo , de la famosa (1) Cabildo de Santiago. (2) Ovalle y Molina suponen mil y ademas el número competente de auxi- liares. ¿ A qué abultar los hechos de esa manera? Es positivo que don G. Hurtado de Mendoza envió un refuerzo de 200 hombres con Lamero, ó Romero como otros le llaman ; presumimos que Benavides volviera ¡ambien con otro refuerzo, démosle oíros 200, aunque nada dice el cabildo de Santiago; serian pues seiscientas plazas las que á su disposición tenia Sotomayor. A tomar en cuenta el número con que le llevan aquellos dos historiadores, tenia también auxiliares , y ni con esos auxiliares , ni con ios mil soldados se atrevió el go- bernador á salir de la capital sabiendo que el enemigo hostilizaba todos los establecimientos españoles, que le degollaba guarniciones enteras, y le ponia '- conquista á pique de perderse Ni un tal porte cuadraba con el probado arresto de Soto sentido si ejerce sin pasión. mayor, ni se aviene tampoco con lo que discierne un mediano 170 HISTORIA DE CHILE. compañía de los otros ciento y diez reformados, que se empeñaron en formar cuerpo á parte, á fin de asegurar mejor el buen éxito de sus esfuerzos. Las jornadas no debieron ser muy aceleradas, aunque aceleradas parecia pedirlas la gravedad de los negocios, pues es constante que el cabildo de Santiago solo rejis- tra dos partes del gobernador, uno del 11, y otro del 23 de octubre , en los cuales dice : « Estoy de marcha para Arauco , y llevo en mi compañía al vecino de San Juan , Ruiz de León, » sin siquiera notar el lugar que sus reales ocupaban en esas dichas fechas. Sábese sí que en habiendo pasado el Biobio, el camino de la costa siguieron los Castellanos hasta acampar en Colcura, al pie de la famosa cuesta que tanta sangre española llevaba ya bebida. Grande fue la sorpresa de Sotomayor en reparando que Quintuhuenu no solamente le esperaba defendido en el fuerte cuya guarnición habia pasado á cuchillo , sino que, como se le dejara tranquilo durante tanto tiempo, con una terrible estacada de corpulentos troncos tenia cojido todo el ámbito de la mesa , y dentro de ella cuatro mil guerreros dispuestos en orden de batalla ; pero adelan- tados los Españoles hasta semejante punto , no era po- sible retirarse sin probar fortuna. Al amanecer del dia siguiente comenzaron las armas del rey el repecho del cerro Mariguenu, llevando la van- guardia el mismo Sotomayor con su escolta de los veinte reformados; seguíale después García Ramón con la compañía de la propia clase , y con otra compañía de cien hombres iba el sarjento mayor, marchando los de- mas capitanes, cada cual con su pelotón de jenteporde- recha é izquierda de la cuesta , con orden de atacar al wr CAPITULO XV. 171 enemigo en todas direcciones hasta penetrar las trin- cheras. Quintuhuenu despachó un cuerpo de sus tropas para que impidiesen la subida de los Castellanos hasta la cumbre, y por consiguiente pronto se trabó á medio pecho del cerro una función reñidísima y sangrienta; pero por último rompió el gobernador las filas araucanas, y los Castellanos llegaron á verse al pie de la estacada donde la batalla vino á hacerse jeneral. Dilijente y bravo corría Quintuhuenu las líneas ex- hortando á los suyos, y convidándolos con la victoria en que se aseguraba para siempre la libertad del pais ; y no menos bravo , no menos activo, se mostraba Soto- mayor apechugando por entre lanzas - tiera , ni quien le le\anió , ni en donde ; y con todo el fuerte de La Cruz se nota eu los asientos cabildantes. 220 HISTORIA DE CHILE. naturaleza , ya fuera por tierra, ya por mar ; y precisa- mente debió ser semejante medida á fin de evitar los pro* gresos que pudiera hacer el pirata Ricardo , si desgra- ciadamente se le unian los hijos del pais ; pero á poco que se reflexione , por tierra cae ese supuesto , y para ello no hay sino comparar fechas con un hecho harto curioso. El pirata inglés Hawkins habia hallado en una de las naves que apresó á los Españoles, un crucifijo de un tamaño natural, y se decia que le hizo mil pedazos con demostra- ciones de escarnio, arrojando poco á poco á la mar todos los trozos de la imájen. El virey don G. H. de Mendoza, sabedor de un tal atentado , se aparejó para vengarle con la solemne ceremonia de encomendar la empresa al santo Cristo déla ciudad de Burgos (Castilla la Vieja), con no menos fama de milagroso en estos nuestros dias entre los Castellanos, que la que en aquella época gozaba (1)1 Con noticia de la prisión de aquel pirata por el alen- tado don Alonso de Sotomayor, con noticia igualmente del voto hecho por el virey en favor del santo Cristo de Burgos, la ciudad de Santiago salió en procesión de desagravios al Cristo que el Inglés arrojó al agua , con advocación al de Burgos , y dicen los concejales en su libro : « Que con fecha 8 de julio de 1594, presentó ante » ellos una petición el comendador de Nuestra Señora de » Mercedes , pidiendo se le haga merced que pueda salir » tres pies á la calle para una capilla que quieren hacei » de la advocación del santo Cristo de Burgos. » No hallamos , pues , en que fundar esa severa medida del gobernador de Chile. (1) Desde entonces se conserva en la iglesia de San Agustín de Lima uc crucifijo del mismo tamaño y dimensiones que el existente en Burgos, y to- cado á este , que estuvo también en poder de los agustinos, y hoy dia se hall! en una capilla de la catedral. wr CAPITULO XIX. 221 Y todavía salta mas la intención del gobernador en querer asentar en el pais una irresistible dictadura , sin causas que la autorizen , pues que vemos que sin atender á remediar los males con que el toqui araucano agobia los pueblos españoles sitos en el pais rebelde , sin existir ya el pirata inglés , ni señas tampoco de desacatos de ninguna especie á la autoridad suprema, don Martin vuelve desde el llamado fuerte de la Cruz á Concepción , y con fecha 10 de julio comunica órdenes al sarjento mayor Miguel de Olavarría , para que sin réplica, mira- mientos, ni consideraciones, cumpla en Santiago una gran leva de hombres , de armas y de caballos para la campaña del verano siguiente Cual fuera el contexto de esas órdenes , cuales las fa- cultades que al sarjento mayor se le dieran , eso es lo que confesamos, y con no poco sentimiento, no poder seña- lar ; solo sí consta que de dolor, de indignación y de lá- grimas llenaron la capital del reino de Chile , la ciudad que desprendida, extremadamente jenerosa, se adelantó siempre á socorrer las necesidades del estado, quitándose sus moradores de la boca el pan que para sus familias necesitaran, por que el soldado no careceria de sus- tento (1). (1) « Que atento á los grandes daños que esta ciudad recibe con los aperci- » oimientos que se hacen á algunas personas muy pobres para llevarlas á la » guerra ; así por ser casados y cargados de hijos, y estar ocupados en sus gran- » jerías con que se sustentan ; y algunos oficiales que sustentan la república » que sin ellos perecería. Y las derramas que se han echado i se echan en esta » ciudad y su jurisdicción, sin embargo de las reales provisiones que están des- » pacludas por la real audiencia de los Reyes, que mandan no se echen. » Por todo lo cual esta ciudad, vecinos, y moradores, y estantes, y habi- » tantes de ella y su jurisdicción están muy aflijidos , y claman sobre ello en » las plazas. y los predicadores en los pulpitos y las mujeres en » las calles, cargadas con sus hijos, lloran y piden d Dios justicia por » ello, por los daños que reciben. Y para remedio de todo esto conviene hacer 222 HISTORIA DE CHILE. Como quiera , en Concepción permaneció el goberna- dor, esperando el fruto que sus órdenes rindieran en la capital , y atendiendo entretanto á la administración civil con cuantas reformas le pareció conducentes á su sistema de gobierno , y luego salió con el pensamiento de que muy conveniente seria un fuerte en el puerto de Valpa- raíso , cuya ejecución encomendó también al concejo de Santiago , sin decirle de qué recursos podría echar mano. Ese concejo se enteró de la dicha orden en el celebrado el 17 de setiembre, de que se habla en la precedente nota. Infiérase, pues , cual seria entonces el estado de Chile con la guerra empeñada, sus puertos robados; el gober- nador en la inacción; las leyes fundamentales atrope- lladas por el jefe supremo, y la fuerza militar arrancando violentamente hombres, caballos, recursos, y los pocos brazos que los producían con su diario sudor (1). » probanzas y averiguaciones de los dichos daños y clamores, y que sea infor- » inado de ello el sárjenlo mayor de este reino, como y porqué está en nom- » bre de S. S. el gobe nador de este reino haciendo el dicho apercibimiento y » demás referido, y no remediándolo se ocurra á S. S. el señor gobernador, » con los dichos recaudos á pedir remedio de los dichos daños, y para que de- » negado de allí se ocurra á do hubiere lugar de derecho. » Y para hacer los dichos recaudos y papeles, y que informe, á su señoría, lo » cometen á don Francisco de Ziiñiga , rejidor y fie! ejecutor de esta ciudad, al » cual se leda poder, é instrucción en forma; el cual, que presente está, lo aceptó, » y lo firmaron. » ( Cabildo e Santiago, 17 de setiembre de 1504.) ¿Enseñó nunca esa ilustre corporación un documento de qú-já lan lasti- mosa ni tan grave contra las demasías del poder supremo ? ¿Serian esas de- masías inicuas cuando á mas del pueblo, contra ellas se levanta la voz en la cá- tedra del Espíritu Santo? (1) A conocimiento de la real audiencia de Lima debió llevar el cabildo de Santiago esas demasías de don Martin Oñcz, pues que con fecha 2G de abril de 2595 despachó provisión prohibiendo á los gobernadores que en el reino de Chile fueren y se sucedieren el sacar vecinos de las capitales para la guerra por medio de apremios y de violencias. WT CAPITULO XX. Hostiliza el gobernador á los indios Catirayes. — Avanza á Puren. — Fortifica el lago Lumaco. — Relijiosos agustinos en Chile. — Oríjcn peregrino de su convento. — Asedio de Lumaco y de Puren. - Pedro Cortés á la defensa de los sitiados. — El gobernador derriba esos dos-fuer les. — Alcabala, (1595—1596.) Ardiendo en ira habia puesto al gobernador el común entender de los Araucanos para salir á quebrantar las cadenas con que atarlos querían los conquistadores, como si no estuviera en el orden legal de la naturaleza el resistir á quien daña , y defender lo que se trae de he- rencia para sustento y conservación propria. Así, resolvió conducir la guerra sin templanza desde que en su poder tuviera los elementos que se prometió de ím rigor tan injusto cuanto fue implacable, porque ni Jquiso oir las quejas con que el ayuntamiento de la capi- tal le buscó por medio de su rejidor Zúñiga, ni pensó tampoco en salir á enjugar las lágrimas de tantas desam- paradas familias, cuando menos con palabras de consuelo y de una atención hidalga, que no fuera esto parecer dé- bil, aun cuando la imperiosa ley de la salud pública le obligara á usar de aquel inexorable tesón. Y no obstante arrastrar con niños, por decirlo así, con casados, con viudos, con hombres que las circuns- tancias, la edad y la ley tenían exentos del militar ser- vicio , escasísimo fue el número de brazos que entró en sus banderas , si descontamos el de los auxiliares que en esta ocasión se puso en dos mil , como que se llamaron á 22a HISTORIA DE CHILE. la guerra las varias parcialidades declaradas libres de todo jénero de tributos, en pago de quedar sujetas á servir en la milicia siempre que se las emplazara, por- que de Españoles solo cuatrocientos se hallaron reunidos, y para eso con mas de doscientos setenta se mantenia don Martin Oñez en la Concepción. El dia 2 de enero de 1595 salió de aquella ciudad con los indicados dos mil cuatrocientos hombres entre auxi- liares y Castellanos ; pasó el Biobio en las dos barcas de los fuertes Jesús y Chibicura; visitó su fundación de Millacoya , y fue á acamparse entre los Catirayes , habi- tantes que llevaban ya cumplidas ocho sumisiones, y otros tantos alzamientos, como que solo ofrecían paces, cuando se hallaban sin recursos para alimentar la guerra. Así, don Martin arrasó todos sus campos, y dejó el pais lleno de lástimas, que al cabo no podian conducir sino á irritar mas y mas la indignación de las tribus para que en su dia se echaran en busca de tremendas represalias. Paillamacu y Pelantaru se habían recojidocontodasu gente en el centro de los montes , dejando libre campo al gobernador para que á sus anchas talase todo cuanto por delante encontrara , porque , ya se ha dicho , era el to- qui hombre muy cauto , y antes de entrar en funciones decisivas quería asegurarse de que sus soldados cumpli- rían puntualmente el deber de tales , sin que el arresto de sus enemigos los sobrecojiera , ni llegara á debilitar su injénito valor. Por los barrizales inmediatos á Puren cruzaban ya las armas castellanas , cuando los batidores lograron reparar la huella de muchas jentes que hacia un repecho se en- caminaba , y el gobernador se puso á seguirla hasta lle- gar á descubrir una vallejada , en cuyo centro un escua- VT CAPITULO XX. 225 dron de Indios á las órdenes de dos mulatos desertores de los Españoles, que parece pensaban tender una celada á la tropa de don Martin. Cargaron los soldados del rey, y fueron rotos al instante los Indios , quedando prisio- neros los dos desertores, y otros tres capitanes, que como aquellos fueron pasados por las armas (1). Revolvió el gobernador en seguida hasta acampar sobre las ruinas de Puren , y desde allí convidó nueva- mente con la paz á Paillamacu , pero se habia descubierto demasiado para hacer creer á los Indios que nada sino su ventura deseaba , y por tanto indignado rechazó el toqui toda propuesta de acomodamiento , diciendo que no se habia de pensar en lo sucesivo sino en el extermi- nio total de uno de los dos pueblos , la Araucania para los Españoles sin uno siquiera de todos sus hijos , ó la Araucania para sus hijos, sin nombre ni reliquia de Español. Por una insignificante bravata tuvo el caudillo castellano la respuesta, y presumiendo abatir el orgullo del toqui y de sus huestes con nuevas provocaciones, levantó el arrui- nado fortín de Puren ; a las márgenes del lago Lumaco alzó otro con lo cual pensó privarlos de aquella su ordinaria guarida ; envió á la guarnición de Guadaba un trozo de auxiliares para refuerzo de su guarnición ; volvióse hos- tilizando para los estados de Tucapel y de Arauco , cuya plaza trajo de nuevo al cerro de Colocólo , erijiéndola en ciudad dedicada á San Ildefonso , y fortificando la cuesta para que, con esta defensa, y la del castillo que la domi- c (1) Al gobernador atribuyen los historiadores esa derrota de los Indios, pero si gloria se desprende de ella ¿ porqué robársela injustamente al capitán Pedro Gutiérrez de Mier ? Este fue con su compañía quien atacó y venció á los Indios este quien prendió á los mulatos, como así resulta de certificación del mismo gobernador al interesado , y á Francisco de Buesa, sarjento de su compañía. ii ti.™ 4 r II. Historia. 15 22(3 HISTORIA DE CHILE. naba , se mantuviese al abrigo de los ataques del pueblo araucano. Ese fue el resultado de aquella campaña , re- gresando el gobernador á Concepción, donde puso á toda su jente en cuarteles de invierno (1). Otras fueron las ocupaciones de las autoridades de Santiago en tanto que el gobernador hostilizaba el pais de los Araucanos. El rey habia ordenado al virey del Perú, y de paso al R. P. provincial de ermitaños de San Agustín de la provincia de Lima , que con toda dilijencia se mandasen á Chile algunos PP. de la orden (2) , para que en este reino se estendiera la fe católica. Por consecuencia , en 13 de enero de 1595 pasaron al puerto del Callao , con dirección á Chile, los PP. Fr. Francisco de Hervas, lector ; el predicador Fr. Francisco Diaz , y Fr. Cristoval de Vera en calidad de vice-provincial , á quien siguieron, con fecha 16 del siguiente febrero , Fr. Agustín Carrillo, Fr. Juan Vascones, Fr. Pedro Picón , y el lego Fr. Gas- par de Pernia , que todos ellos tomaron puerto en el de (1) Molina le lleva á la provincia de Cuyo, y por consiguiente adelanta dos años las operaciones militares; otros le trasladan á Angol, y es porque también confunden los hechos, ya lo veremos. (2) En las ideas de la época quedan disculpadas esas tantas reales cédulas con que Felipe II apremiaba á sus vireyes y demás autoridades para que se en- viasen soldados espirituales á las nuevas conquistas. No dudamos que menester habia de ellos, pero ¿como no pensar que de mayor necesidad serian las bayo- netas? Y sin embargo no hemos visto que el rey saliera diciendo ni á su re- presentante en el Perú , ni á los que en otros puntos de la América tenia : Vayan hombres, y vayan armas y demás útiles de guerra allí donde se carezca de esos elementos para domar la resistencia de los pueblos descubiertos, ó que lleguen á descubrirse. Sí que trabajaron con admirable constancia los predica- dores del evangelio; sí que hicieron muchos prosélitos en las tribus, y que gran parte hay que atribuirles en el afianzamiento de varias de las conquistas hechas en el suelo americano; pero mas rápidas hubieran sido aquellas con- quistas si Felipe II se mostrase tan solícito por la gloria del pendón de sus armas , como se mostró por el acrecentamiento de las comunidades reli- giosas. wr CAPITULO XX. Valparaíso , de donde pasaron á Santiago , siendo reci- bidos en esta ciudad con gran pompa, y no poco con- tentamiento , hacia últimos del mes de abril. El cabildo salió ofreciendo á esos relijiosos , dos ó tres dias después de su arribo á la capital , un solar en la calle dicha la Cañada , y al instante comenzaron los ci- mientos de su primer convento , con una harto reducida capilla , en la cual celebraron los divinos misterios du- rante algún tiempo ; pero como se reconociera la estre- chez del local , para tantas jentes como concurrían á los oficios ; como también cojiera bastante aparte de un cre- cido vecindario que , a pesar de su devoción , sentía la incomodidad de haber de asistir a un paraje tan distante de sus moradas ; á remediar este inconveniente se puso en breve el P. vice-provincial , obteniendo del capitán Francisco de Riberos, y de su esposa doña Catalina, la donación graciosa de la parte de casa y sitio á ellos per- teneciente, á inmediaciones de la plaza mayor, sitio y casa destinada por Dios mismo para vivienda de los hijos de San Agustín , que por este motivo la cedieron sus dueños (1). Esos primeros hijos de San Agustín no quedaron ocio- sos en la capital , antes marcharon á poner casa en otros (1) Apoyamos en la historia que todos los historiadores relatan , y que mi- ramos en parte como fabulosa : hela aquí. ^ Muchos años antes de que los Chilenos, ó sea Españoles avecindados en San- tiago de Chile , pensaran en relijiosos de la orden de San Agustín , se dejaba ver en una de las salas de la casa de Riberos un como Nazareno con su túnica de mangas muy anchas , y muy largas, en todo parecidas á las de los hábitos de los PP. agustinos; y el dia en que llegó á Santiago a noticia de que el rey les enviaba relijiosos de la dicha orden , se presentó en el corral de aquella casa el mismo San Agustín en cuerpo y alma, pero con la particularidad de que sobre el alar del tejado de aquel edificio, y mientras permaneció visible la per- sona del santo, una gran bandada de cuervos, pájaros que no existen en aquella 228 HISTORIA DE CHILE. diferentes puntos ; el P. Fr. Agustín Carrillo pasó á fun- dar convento en Concepción ; Herbas (otros dicen Picón) á la Imperial ; y Diaz á Valdivia , de suerte que á bene- ficio de muchas limosnas , á beneficio también de unos dos mil pesos que debieron esos relijiosos á la jenerosidad de don Pedro Leisperberg , pudieron solicitar y obtener que suvice-provincia se trasformase en provincia indepen- diente de la del Perú, con la venia del jeneral de la orden el P. Alejandro Senense (1). Todavia hubo otro suceso para la iglesia , á muy poco tiempo después , pero por desgracia para Santiago fue de muy poca duración. Con la noticia del fallecimiento del ilustrísimo y vir- tuoso Medellin , el rey presentó , para que ocupara la silla episcopal de Santiago, al R. P. Fr. Marcos Robledo, comisario de los primeros relijiosos franciscos que en Chile penetraron ; mas como este varón pasara á mejor vida aun sin noticia de semejante presentación , la mitra vino á recaer en Fr. Pedro de Azagua, de la propia or- den , y que residía en la provincia de Santa Fe del nuevo reino de Granada; pocos días le conservó la iglesia, pues vino á dejarla huérfana, pagando su natural tributo sin haber tenido el necesario tiempo para consagrarse. comarca, se mantuvo perenne en el tejado Desapareció el santo, desapare- cieron los cuervos, y el P. Vera, vicc-provincial de la orden, comprendió que aquella debia ser su casa, cuya posesión le fue dada en 13 de mayo de 1595, para que trasformándola en convento pudiese salir del reducido y pobre alber- gue de la calle de la Cañada. (1) Esa es la verdad , por mas que los escritores la hayan querido desfigurar acusando á los agustinos de Chile de inobedientes, y de revoltosos; quien quiera ver que hubo conformidad entre la provincia de Chile y la del Perú para esa indicada segregación de poderes, lea la patente expedida en Ñapóles en 1599 por el mismo jeneral, y la cláusula que comienza con estas palabras, Frater sllexander Senensis, ordinis heremitarum Sancti sJuguslini, etc. wr CAPITULO XX, 229 Pero volviendo nuestra atención a las armas , recor- ramos los sucesos á ellas relativos. Hemos dejado al gobernador con su jente en la ciudad Concepción , después de haber alzado los fuertes de Lumaco y Paren , para enfrenar el belicoso ardor de aquel pueblo indómito. Pues esos fuertes tiene ase- diados ya Paillamacu, cuando apenas si don Martin había comenzado á descansar en sus cuarteles de in- vierno, porque el toqui, con Pelantaru y Millacalquin , concurrió dilijente á destruir la irritante enseña que los Castellanos acababan de enarbolar en medio de la tierra rebelde. Fosos , trincheras , estacadas , hasta chozas levantó el jeneral araucano ante aquellos fuertes , estas para abrigo de sus tropas contra los rigores de un muy recio invierno, y aquellas para cortar la acción de la caballería, caso de que contra sus esperanzas amaneciese un dia cojido de fuerzas españolas que á la defensa de ambas guarnicio- nes pudieran acudir. Dos meses, y mas, de asedio habían trascurrido antes que á noticias de don Martin llegara el riesgo en que estaban los soldados de Puren y de Lu- maco , porque el toqui buen cuidado tuvo de cerrar las comunicaciones de la frontera con varios cuerpos saca- dos del grueso de cinco mil (1) hombres que trajo al sitio. Exasperado el gobernador en sabiendo un aconteci- miento de tanto importe , y sin reparar en la estación , sin hacer cuenta de que ella por sí sola pudiera consu- (1) En la mitad le deja Figueroa , acaso porque no contó sino con los que quedaron manteniendo el asedio, pues efectivamcn.e ese fue poco mas ó menos su número; mas algo ha de valer también el de los cuerpos volantes conque interceptó las comunicaciones. 230 HISTORIA DE CHILE. mir las fuerzas que á sus órdenes tenia entonces , si ex- puestas á su inclemencia las sacara , á Puren quiso di- rijirse inmediatamente , y con su intento saliera , á no oponérsele los primeros , y mas acreditados capitanes , exponiendo que tal resolución era de inevitable muerte para toda la tropa , y esto sin esperanza ninguna de que llegase á favorecer a los sitiados. Con todo, preciso fue ceder a parte de la exijencia. « Dejar de favorecer á esas dos guarniciones que el enemigo tiene en tanta estrechez, eso no lo toleraré yo nunca , dijo el gobernador ; forzoso es cerrar los ojos, atropellar riesgos, y ver como sacar con honra el pendón nacional. » Y en un consejo de guerra se resolvió que ciento treinta Españoles con seis- cientos auxiliares se pusiesen en camino para socorro de los cerrados en los fuertes de Lumaco y PurenG El cabo á cuyas órdenes se puso esa jente no podía ser otro que el alentado Pedro Cortés , porque para él se re- servaron siempre las empresas mas difíciles, mientras que las ricas prebendas de la milicia no solían caer á veces, sino en los menos meritorios ; y Cortés marchó lleno de contento , pues por cosas de muy poca monta tenia él las lluvias, las riadas, los atolladeros, los fríos y otros mil estorbos con que vino aquel invierno ponién- dolo todo intransitable , como si de concierto obrara con el toqui Paillamacu. Cuantas penalidades y disgustos hu- biera de vencer en aquella peligrosa jornada de suponer son sin mas que reparar que catorce dias puso desde Concepción hasta Puren , y eso marchando casi dia y noche, porque menos mal veía él para sí, y para su jente, en la fatiga, que no en un descanso donde no había de encontrar sino fríos yhumedades en que perder la salud. ^T CAPITULO XX. 231 Cuando se le dijo ai toqui que Pedro Cortés se acer- caba á la defensa de las guarniciones sitiadas (1) , harto sintió el suceso , pues seguramente contaba con la ren- dición de ambos fuertes que carecian ya de toda suerte de abastecimientos , y aunque el número de soldados que aquel acreditado caudillo llevaba no fuera de respetar, en la persona de su jefe veia el toqui lo mucho que ellos sabrían hacer empeñados en función , y por consi- guiente se retiró á los montes sin aguardar á que se le hostigara. Cortés entró en los fuertes , y desde ellos avisó al go- bernador la suerte de haberlos salvado del poder arau- cano, pidiéndole de paso instrucciones. El mismo don Martin en persona se las llevó , yendo con cuanta gente le había quedado , para echarse de nuevo en persecución del toqui , porque habia formado empeño en castigarle ; pero el toqui tenia también su plan de campaña, su em- peño de sacar el pais libre del yugo extranjero , y sabia cuando convenia la retirada , cuando el ataque ; pues aparte Caupolican y Lautaro , ningún otro soldado pro- dujo la Araucania , ni mas sagaz , ni mas cauto, ni mas celoso de la independencia de su patria. A depender de sí propio el refrescar la vida quitando á su ancianía unos veinte años , posible que con su sistema de guerra no solamente de la Araucania expulsara á los Españoles , sino de todo el suelo chileno , como presumió hacerlo el atrevido criado del gobernador Pedro de Valdivia. Don Martin debió reformar muy mucho la opinión con (1) Molina asienta que el toqui tomó á Lumaco; que Puren solo estuvo sitiado diez dias , y eso por los vice-toquís Pelantaru y Millacalquin ; ¿ porque no vendría á ayudarlos con su jente Paillamacu ? ¿tan satisfecho le dejaron los laureles de Lumaco? HISTORIA DE CHILE. que vino al gobierno de Chile, relativamente á los natu- rales del pais belijerante ; no que desconfiara de ven- cerlos con las armas, esto de ninguna manera, sino que comenzó á creer que infructuosas serian siempre con ellos las negociaciones de paz , y que rigor, y no con- templaciones , era el remedio saludable contra aquellas soberbias y osadas masas ; pero con todo v no hubo de tener por suficientes las fuerzas que hasta Puren le fue- ron acompañando, ni las que allí tenia Pedro Cortés, para romper hostilizando aquellos estados ; puede ser que presumiera nuevos peligros para los presidios de Paren y de Lumaco ; lo cierto es que por esta ó aquella causa él desalojó los tales fuertes , los demolió , lo cual casi le acusa de sobrada lijereza en el pensamiento que á la resolución de fundarlos le llevara , y entró ta- lando el pais en busca de Paillamacu sin lograr verle , sin dar con uno de sus soldados : de modo que harto de inútiles y molestas correrías , á los Infantes de Angol (1) fue á sentar sus reales , para entender en negocios de administración civil y política , ya que ninguno parecía en que se hubieran de ocupar las armas. Las leyes relativas á las minas y su beneficio se re- sentían de la severidad con que don Martin Oñez de Loyola habia dictado las demás correspondientes á la administración , y por tanto comenzaban á producir frutos de lisonjera esperanza ; solo que como eran tan grandes los fondos que las armas consumían , todavía no sacaban el pais de su notoria y casi jeneral po- breza; diremos mas, ni siquiera se pudo contar con aquel ramo para aliviarla en algo, á no ser que contemos el insignificante ahorro de tal ó cual donativo para (1) Véase la nota 1 de la pajina 226. mr CAPITULO XX. 233 sustento y equipo de las tropas , en los casos de grandes apuros. Hubo quintos, hubo sesmos, hubo otras cien adealas forzosas, impuestas sobre los rendimientos de las minas, por ciertos gobernadores de Chile , pero todos ellos su- pieron respetar los demás productos de la agricultura y de la industria, porque harto gravamen tenían sobre sí con el azote de la guerra por una parte , con las exijen- cias de la autoridad por otra , mas que saliera palián- dolas colocándose entre el civismo y la libre voluntad de cada uno de los ciudadanos. El gobernador Loyola en- tendió de otra manera muy distinta la cuestión. Ya le vimos apelando por medio de Olavarria en la ciudad de Santiago, no al acendrado patriotismo de su cabildo, no á la noble jenerosidad de sus administrados , sino á la mas desatada violencia, á penas las mas severas, para que se le rindieran hombres y caudales ; y ahora desde los Infantes , creyendo sin duda que las minas , que el comercio y tráfico de las colonias, que el sudor de los labradores, y el de los jornaleros, todo en oro se ha con- vertido , acuerda imponer la real alcabala con cargo de un dos por ciento , que si moderado á primera vista , exorbitante y sobradamente desacertado fue , pues removió en todo el pais un grito de indignación , y de dolor. No escasearon las reclamaciones, y á mas, acaso, hu- bieran pasado algunas ciudades á no reparar que de las discordias no podia menos de surjir un gran provecho para los enemigos , y prudentes mantuvieron el respeto que al jefe supremo habían jurado , aunque partes hubo donde entre autoridades y concejos se notó un fatal des- vío, yendo el de Santiago hasta ebvar al Perú una muy 234 HISTORIA DE CHILE. sentida queja de las vejaciones que se le hacia experi- mentar al reino ; exponiendo ademas la escasez de me- dios en que se encontraba, y la urjencia con que se de- bía atender ár socorrerle, asegurando que si así no se cumplia sin demora , por perdido se podia contar el fruto de medio siglo de guerras y de sacrificios de sumo importe. ! CAPITULO XXI. Planes del gobernador. — Pasa á la Imperial. — Emprende la visita de otras colonias, y le siguen los jesuítas misioneros. — Regresa el gobernador á la Imperial. — Su muerte y la de cuantos Españoles le acompañaban. (1596—1598.) Armados se paseaban en los montes de Puren Pailla- macu y sus jenerales, pero las tribus de las parcialidades mas meridionales tranquilas se mantenian en sus hogares sin dar muestra de que intento de rebelarse abrigaran ; lo cual fue de buen agüero para el gobernador, pues llegó á presumir que de buenas , ó de malas , razón habia de hacer entender al toqui , y como este no quisiera dar frente á los Españoles , entró don Martin en el jigan- tesco proyecto de utilizar sus soldados en el reconoci- miento de todo aquel continente espaciado hasta la Tierra de Fuego y mar del Norte , puesto que en buen estado parecia la parte de conquista que llegaba al canal de Chiloe: levantó, pues, el correspondiente plan, y le despachó á la corte de España dándole por cosa hecha. Como de antemano conviniera visitar y examinar cui- dadosamente todos los establecimientos meridionales ; tantear con tino y cautela el espíritu de las parcialidades pacíficas ; ver de traer los Purenes á paz , y si tenaces la despreciaran, descargar sobre ellos todo el rigor de la guerra hasta inutilizarlos , para que no pudieran levan- tarla , por lo menos en algunos meses ; con cuatrocientos 236 HISTORIA DE CHILE. Españoles y mas de mil setecientos auxiliares se apartó en principios de diciembre de 1596 de los Infantes de Angol, y vino á plantar sus reales en Quinel. La fortuna concurrió esta vez para favorecer los pla- nes del gobernador procurándole medies con que entrar á ejecutarlos. El vireinato del Perú estaba en manos de don Luis de Yelasco desde el 24 de julio de 1596, y con conocimiento este jefe de los tantos males, y estrecheces tantas, que el cabildo de Santiago relatara en su justa queja, inmediata- mente armó y equipó unos setecientos Españoles, y á las órdenes del caudillo don Gabriel de Castilla los puso para que los pasara á Chile sin demora, como en efecto ocur- rió , desembarcando en Valparaíso , y trasladándose en seguida á Santiago. Pocos dias descansó esta tropa en la capital , porque toda ella se puso en marcha para el cuartel jeneral del gobernador, que no cabia de gozo en cuanto tuvo noti- cia de un auxilio de tanto valor, y no menor oportuni- dad, yendo hasta creerse ya señor de toda la Araucania , y descubridor de tierras que ningún otro hasta entonces habia rejistrado. Algo era de hacer, en efecto, con un cuerpo de mas de mil y cien Españoles, que á ese número iba con los recien llegados , y ademas el de auxiliares , cuyo valor nunca supo desmerecer del que alimentan los hijos de aquel país. Así , en cuanto don Gabriel de Castilla se presentó con aquel precioso socorro en el real de Quinel , la mi- tad de sus fuerzas fueron despachadas para la provincia de Cuyo, con orden de atravesar la cordillera camino de Aconcagua, hasta la ciudad de Mendoza, donde proveyén- *wr CAPITULO XXI. 237 dose de lo que menester hubiera , seguiría marchando hacia el oriente , para fundar en la calzada que guia á Buenos Aires un establecimiento ; como en efecto se ve- rificó sobre el sitio que llaman de los Venados, dándole el nombre de San Luis de Loyola, en memoria de la casa del mismo gobernador (1). Este salió con el resto del ejército en busca de Pailla- macu (12 de enero de 1597) contra la parcialidad de Puren , resuelto á rendirla, ó, caso de resistencia, arra- sarla, y pasó el Biobio por el fuerte de Jesús, entrando luego por Gatiray con un furor que nada quiso respetar, y eso que no llegó á dar con enemigos armados ; mas cuando llegó á Puren ya le presentó Pelantaru una muy bien sostenida función , donde ambos bandos se causaron graves pérdidas, sin que ninguno pudiese cantar victoria, porque el vice-toqui se entró voluntariamente en los bos- ques de Nahuelbuta , y el gobernador no parece que in- tentó penetrarlos. Siguió algunos dias corriendo aquel pais rebelde, pero sin fruto, porque ni el toqui, ni sus segundos, volvieron á dar la cara , antes se comenzó á extender la voz , y su designio tuvo , de que esos jefes habían licenciado sus tropas por falta de bastimentos para mantenerlas en pie. Esas voces que tan perfectamente decían con el es- tado de la tierra y el completo desaparecimiento del enemigo, las tuvo don Martin por un muy dichoso re- sultado de aquella campaña , como que ningún otro ha- bía rendido ella, y por tanto determinó trasladarseá la mperia 1 para pasar el invierno, y ver de paso si al- (1) Nada se sabe de esta ciudad, ni qué cabildo se le dio, ni el jefe que la pobló , ni los vecinos que desde luego se domiciliaron en ella. 238 HISTORIA DE CHILE. gima reforma pediría la administración económica de sus dependencias, y de las de otros establecimientos, como la guerra le dejase tiempo para ello. Justicia es decir que el sistema de gobierno de don Martin , duro, arbitrario, y tal vez apoyado en demasías, porque límites tuvieron sus atribuciones como las de los demás gobernadores, mas que él se atreviera á saltarlos, todavía hubiera podido ser de provecho para el reino de Chile , en la hipótesis de que los Araucanos se man- tuvieran tranquillos, para que libre el gobernador de los cuidados de la guerra , á la parte administrativa se diera enteramente, poniendo todas las colonias bajo un pie de perfecta consonancia. La prueba de esto la vemos en las ciudades de Villarica , Valdivia y Osorno , que mante- niéndose apartadas del ruido de las armas alcanzaron un auje maravilloso en los tres ramos mas importantes de comercio , agricultura y mineraje ; sus poblaciones siguieron , por lo mismo, un muy singular acrecenta- miento , y raro era el vecino de aquellas dichosas colo- nias que no se viera en esta época con un pasar decente, por lo menos, pero había gran número de ellos muy acaudalados. Entre la Imperial , Villarica , lago de Lumaco y Pu- ren , anduvo vagando el gobernador todo el año de 1597 ; los dos primeros puntos sirviéndole de descanso de las correrías harto frecuentes que cumplía en los dos últimos , siempre ansioso de tropezar con Paillamacu , ó con alguno de sus jenerales ; pero vanos fueron sus esfuerzos, y vano su infatigable zelo por acabar lo que era inacabable , la dominación de la Araucania. Estaba dispuesto que el toqui no habia de medir sus fuerzas con el caudillo español, en tanto que este siguiera wr CAPITULO XXI. 239 acompañado de la imponente columna que le seguía, compuesta de Castellanos y de auxiliares ; y decimos que estaba dispuesto , porque el entendido toqui entre esos mismos auxiliares tuvo constantemente varios servidores fieles que sabian comunicar los movimientos del gober- nador, y cuanto en sus filas ocurría , con gritos de en- tendida significación para los que manejan la clave, como sucede con los signos del telégrafo , al paso que insignificantes parecían á los que no estaban en el se- creto. Gomo ningún enemigo pareciera en las tierras de que mas recelo se podia tener ; como ya iba el gobernador disgustándose de tanto veredear, con molestia también de toda su jente, porque en marchas y contramar- chas es donde se gasta el soldado ; entró en la resolu- ción de atreguar las hostilidades que hacia á un pais tranquilo en apariencia , y se puso á recorrer las ciu- dades de Villarica , Imperial , Valdivia y Osorno , dete- niéndose en cada una de ellas bastante tiempo; pues mas fue esta una expedición relijiosa , que no militar. Del buen éxito con que salieran de sus misiones los jóvenes jesuítas Aguilera y Vega, dedujo el P. Luis Val- divia consecuencias de gran ventaja, continuando el cul- tivo espiritual entre los Indios , y por consiguiente en persona marchó él mismo desde Santiago á Concepción, y desde esta ciudad al cuartel jeneral del gobernador, con el cual seguía , acompañado también de Aguilera , y del hermano Telena (1). Todo el tiempo que la co- cí) Gabriel de Vega regresó de orden de Valdivia á Santiago , para que leyese un curso de artes, dice la memoria donde tomamos estas noticias, añadiendo con la mayor sencillez del mundo , que el P. Luis de Valdivia con- sideró inútil por entonces la cooperación de aquel subdito suyo, porque en veinte y dos horas aprendió él (Valdivia) los distintos idiomas de las tribus ¿k] 240 HISTORIA DE CHILE. lurnna española quedaba de descanso en una de aquellas ciudades, los misioneros lo pasaban confesando, bauti- zando y predicando, así á los Indios, como á los Españoles, y si algún crédito se ha de dar á los escritos de la época, en los siete meses que el gobernador hubo de pasar re- corriendo las indicadas poblaciones, mas de setenta mil almas entraron en la fe cristiana. Don Martin Oñez de Loyola vino á la Imperial con la entrada del verano de 1598 , pero los jesuítas misio- neros no debieron quedar con él , aun suponiendo que á la Imperial volviesen con la columna, pues parecen de nuevo en su colejio de Santiago, con mejor fortuna que la que tuvo el malhadado gobernador (1). En el curso de los sucesos que vamos á narrar muy discordes anduvieron los historiadores, y si algunos con- ciertan, solo ha sido porque se copiaron sucesivamente, sin querer detenerse en el examen de hechos de tanta gravedad ; hechos que precisamente debieron ser el re- sultado de una muy meditada conjuración , y hechos, en fin, que en sus propias circunstancias envuelven no poco de hiperbólico , para resolverse á no dejarlos correr con tanta lijereza. Se supone que en paz estaban los estados Araucanos cuando el gobernador volvió á la ciudad Imperial , y se supone también que Paillamacu según unos, y Pelantaru indias de Chile , y por tanto podia suplir con ventaja á Vega en la predicación evanjélica. (1) Dice el autor de la memoria de que hablamos en la precedente nota, que se confiesa jesuíta, y que por lo mismo merece fe : « Viendo los padres misioneros » que ya los Indios fraguaban el alzamiento jeneral, por el descontento que co- » menzaron á ver en ellos se retiraron hasta ver en que paraba aquel nublado, » á su colejio de Santiago, antes que viniese el azote que amenazaba á todo el » reino de un alzamiento jeneral ó rebelión de toda la tierra, como sucedió en » este año de 1598.... etc., etc. » T CAPÍTULO XXI. 241 según otros, con solos doscientos hombres sorprendieron á don Martin Oñez de Loyola escoltado de sesenta oficiales reformados, es decir de sesenta hombres de los mas aguer- ridos, de los mas alentados y diestros de que podia hacer alarde el pendón castellano. Entre los muchos manuscritos de que vamos haciendo uso para señalar los acontecimientos de la sonada con- quista que en la Araucania presumieron cumplir los Es- pañoles, uno hay donde se arguye contra esa pretendida paz , y se modifica la interpresa de tal manera que al menos, si fe absoluta no merecieren las noticias, mucho se avienen con lo que la prudencia puede sin escrúpulo tomar por verisímil , á falta de testimonios sobre que fundar lo verdadero. Entremos, pues, en la narración del suceso, y apre- cíele cada cual á su modo. Estando (el gobernador) en la ciudad Imperial re- cibió cartas de su esposa doña Beatriz Coya , y de su pa- riente el R. P. Fray Ignacio de Loyola , del orden se- ráfico , relijioso muy recomendable por sus talentos y virtudes , que por aquellos tiempos fue electo obispo del Paraguay. El contenido de las cartas se reducía á signi- ficarle que convenia mucho pasase luego á la Concep- ción , y con buena escolta , porque los Araucanos y Pu- renes estaban alzados. El P. Loyola le prevenía que le esperaba en Angol (1) y que mirase como venia por- que Ancanamon y Pelantaru hacían junta en Puren para asaltarle en el camino , y lo mismo le avisó de oficio el (1) Confirma otro de nuestros manuscritos ese decir, añadiendo que se le lla- maba á don Martin á la tal colonia, para cortar serias desavenencias entre su correjidor y el cabildo , pidiendo el primero la rigorosa observancia de dis- posiciones gubernativas, que aquel cabildo, como el de Santiago y otros, resis- tían como contrarias al bien común. II. Historia. 16 gtó HISTORIA DE CHILE. capitán comandante de la ciudad de Angol , con decla- ración que tomó á Indios fieles y amigos. Los caciques Imperiales de Boroa y Maquegua , don Juan Inaitharo, y don Diego Vaycopillan , cristianos viejos y buenos va- sallos del rey, le avisaron lo mismo al jefe, pidiéndole que suspendiese el viaje por entonces, que el capitán de amigos don Melchor Naguelhuri (Espaldas de Tigre) era efectivamente traidor, y tenia sus intelijencias con An- canamon y Pelantaru, á quienes habia avisado cuando fue de correo. No hubo modo de disuadir al jefe de su viaje , por lo mismo resolvió hacerle luego á la lijera y marchó para Angol, distante de la Imperial veinte y cinco leguas, con ánimo de llegar en el mismo dia , y dejar burlados á los Araucanos caso que intentasen alguna novedad. Salió escoltado con seiscientos soldados y tropas de Indios im- periales , pero tenaz en su idea confiada, los hizo volver atrás , pareciéndole estar seguro quedando solo en su compañía sesenta oficiales reformados , con su familia , su capellán y tres relijiosos de San Francisco, que fueron el R. Fr. Juan de Tovar , provincial de esta provincia que andaba de visita , su secretario el P. Fr. Miguel Rovillo , y el hermano Fr. Melchor de Artiaga. Salieron de la Imperial el año de 1598, dia 21 de no- viembre , en que escribimos este tan lamentable y trájico suceso , y no pudiendo vencer la jornada hasta Angol , alojaron en un ameno valle de Guralaba (Guvalabquen escriben otros). Con la noticia que el capitán correo Naguelhuri dio á Ancanamon y Pelantaru , de estar de partida el señor Loyola para Angol , se adelantaron con quinientos (1) infantes para ser menos sentidos , y em- (1) Doscientos dice Molina y la mayor parte de los historiadores. No es crei- WT CAPITULO XXI. 243 boscados en varias partes vieron pasar al jefe con toda su comitiva , siguiéronle la retaguardia y alcance hasta la noche, y apartados en corta distancia de los pabello- nes observaron que todo estaba en profundo silencio, sin espiar guardias, ni centinelas, y ante todas cosas rodea- ron los caballos y bagajes , dirijiéndolos por extravíos á Puren. Al romper el amanecer, divididos en cuatro colum- nas asaltaron de improviso por los cuatro costados los pabellones, y hallándolos dormidos los recordaron á mazadas y lanzadas, gritando con furor ¡lape, lape! ( ¡ mueran , mueran !) sin darles siquiera lugar para to- mar las armas. El jefe Loyola fue el primero y el último que recordó los avisos pasados y se defendió valerosamente con su espada , hasta que pidiendo favor al rey, le conocieron por la voz, y cayendo todos sobre él le quitaron la vida. De los ciento y cincuenta hombres que eran con los relijiosos y criados, solo escaparon con vida tres muy mal heridos : dos Indios del servicio , y el clérigo capellán , don Bar- tolomé Pérez , criollo de Valdivia , á quien llevaron cau- tivo á Puren con todo el botin y despojos de ropas, armas y equipajes , y el casco de la cabeza del desgra- ciado gobernador para celebrar la victoria á su bárbara usanza. A ese lamentable fin vino el gobernador don Martin , arrastrando en pos suyo la vida de tantos oficiales be- neméritos , y todo porque , con alcanzar la autoridad ble que con tan poca gente se aventuraran á tanto los Araucanos ¡ que , si probaron siempre de alentados, nunca desconocieron tampoco lo mucho que sus enemigos sabian ejecutar, sobre todo en los lances de extremado riesgo. 244 HISTORIA DE CHILE. suprema de un reino , perdió lo que de circunspecto y precavido tuvo mientras sirvió sumiso á voluntades ajenas. La historia le ha prodigado toda suerte de alabanzas, y prendas se vieron en él dignas , en verdad , de in- cienso , por lo que hace al hombre privado ; pero hay que atender al hombre público , y este no le vemos nos- otros con toda la limpieza que es de desear, para que fuéramos á incurrir también en debilidades bajo todos conceptos reprensibles. Harto dicen contra la administración del malhadado don Martin Oñez de Loyola, el examen que de ella pasaá hacer un comisionado del virey del Perú don García Hur- tado de Mendoza ; lo poco satisfecho que de la tal misión debió volver el comisionado , cuando el virey se pone contra el contexto de sus sagradas promesas al cabildo de Santiago , y no obstante el grande interés que al reino de Chile manifestó siempre, de todo jénero de re- cursos le priva, acaso contemplando que para robustecer la tiranía habian de servir, y no para otra cosa ; la pro- visión de la real audiencia, y en fin , ese grito lamentoso que en las calles de la capital y en los pulpitos suena , pi- diendo freno contra prevaricaciones de un poder que la fatalidad hubo de engreír para que marchara á su propia ruina por entre excesos que habian de castigar un dia sus enemigos , ó sus mismos partidarios. Su desventurada esposa , que noticia de esa trájica muerte del gobernador tuvo en la ciudad Concepción donde se hallaba después de algunos meses, con el mayor desconsuelo se apartó presurosa de aquella tierra de luto para ella, como para otras muchas familias, y á la corte de Madrid se dirijió acompañada de una hija que wr CAPITULO XXI. 245 el rey Felipe III (1) casó con don Juan Henriquez de Borja, heredero de la casa de Gandía, declarándola mar- quesa de Oropesa , con dotación también de la enco- mienda de Indios del príncipe don Diego Sayri-Tupac que el mismo don Martin Oñez de Loyola prendió en los Andes , y decapitó en el Cuzco por orden del virey don Francisco de Toledo (2). (1) Sucedió á Felipe II el 13 de Setiembre de ese mismo año de 1598. (2) 30,000 hombres pusieron los Araucanos en armas y en solas Z¡8 horas á contar de la muerte del gobernador, mataron á todos los Españoles que es- taban fuera de las plazas fuertes, y pusieron cerco á las ciudades de Osorno, Valdivia, Villarica, Imperial, Cañete, Angol, Coya, y Arauco, quemando ade- mas las de Concepción y Chillan.— Véase Molina, y eso mismo asientan la mayor parle de los historiadores. Verdad es que el alzamiento de los Butalmapus fue jeneral tras el fin del jefe Loyola, pero ni produjo tantos guerreros, ni tan rápidos fueron los sucesos; cada uno de ellos merece particular recuerdo , porque con reveses mezclados de laureles premió la fortuna el esfuerzo que ambos bandos hicieron en aquella memorable época, con algo de semejante á la que trajo la muerte del goberna- dor Valdivia, aunque entonces hubo en las filas castellanas armas para sustentar lo ganado , y ahora vienen á perderlo no obstante el heroico valor con que lo defendieron algunos capitanes. CAPITULO XXII. Don Pedro de Vízcara gobernador interino. — Alzamiento de los Araucanos. Vízcara sigue con ventura los negocios de la guerra. — A los seis meses de gobierno , tiene que poner el mando en manos de don Francisco Quiñones , nombrado por el virey del Perú. (1598—1599.) En gran consternación puso la muerte del gobernador á todas las colonias, porque de suyo se dejaban entender las terribles consecuencias que semejante acontecimiento habia de rendir, y no ciertamente por la pérdida, aunque sensible, del hombre, sino de su nombre. Comunicó esa infausta novedad al cabildo de Santiago , el de la Con- cepción, pidiendo que saliese sin demora la capital á remediar del mejor modo posible los males que eran de temer ; día de luto fue verdaderamente para San- tiago aquel en que se llegó á difundir semejante no- ticia , porque en su recinto existían todas, ó casi todas, las familias de los valientes reformados victimas del fu- ror araucano , por una incalificable imprudencia. El cabildo de la capital , que en los casos de riesgo siempre supo vencer imposibles, y cumplir sacrificios de admirable heroicidad , inmediatamente salió llamando para el gobierno interino del reino al licenciado don Pedro de Vízcara , que á pesar de su avanzada edad no solo le aceptó , sino que con la intención de reclamarle le hubo de sorprender el nombramiento de los cabil- dantes (1). (1) Y le obligaron (á don Pedro) á encargarse del gobierno, dice Molina, WT CAPITULO XXII. 247 Tras el juramento , y demás ceremonias al caso con- cernientes , Vízcara puso en la lugartenencia de su go- bernación , y capitanía general , á Francisco Jofré ; hizo su maestre de campo á Pedro Paez Castillejo, y sarjento mayor á Luis de las Cuevas , siendo muy pocos los dias que se perdieron en la capital para equipar y rejimentar la mayor parte de los vecinos de la colonia y su jurisdic- ción , aptos para el servicio, y á cuyos gastos se atendió con unos catorce mil pesos que el nuevo gobernador tomó de las arcas reales. También los Araucanos dieron en esta ocasión prueba de grandísima actividad. En Puren celebraron los jefes y caciques el triunfo de la muerte de Loyola , y desde allí se despacharon emisarios para todos los Butalmapus , con restos del cuerpo de la víctima , para excitar al je- neral alzamiento, que se cumplió en todas las tribus sitas y los vecinos de Santiago resolvieron de común acuerdo dejar el pais , y reti- rarse al Perú. Ni hubo necesidad de obligar, ni alma nacida pensó en retirarse, antes fue caso de ofrecerse voluntariamente á la defensa contra el común peligro. « Pedro de Vizcara gobernador y capitán jeneral y justicia mayor de este » reino y provincias de Chile por el rey N. S., etc.— Por cuanto por la muerte » del gobernador de este reino, don Martin García Oñez y Loyola mi antecesor, » conforme á derecho, y á los títulos del rey N. S. que tengo de tugarte' » niente de gobernador y capitán jeneral de este reino , yo sucedí en el dicho » gobierno, y en todas las facultades, provisiones y cédulas reales, yprivile- » jios en todas materias de gobierno concedidas y pertenecientes al dicho go- » bernador Loyola. Demás de que no obstante yo ser necesario, el cabildo, » justicia y rejimiento de la ciudad de Santiago, como cabeza de este reino, » luego como se entendió en la muerte de dicho gobernador, me nombró » por tal gobernador, y capitán jeneral de este reino , é yo , para mas abun- » dancia, lo acepté é hice el juramento entre tanto que por S. M. otra cosa » se provea, etc. , etc. » Ese documento, del cual volveremos á hablar para apoyo de los hechos que siguen , se dio en Concepción con fecha 8 de febrero de 1599 , y copia íntegra existia en la ejecutoria de la familia de los Cuevas y Oyarzun, que con regi- miento perpetuo se ha conocido en la ciudad de Santiago , y con otros cargos harto honoríficos. 248 HISTORIA DE CHILE. entre los 35° hasta los 40° de latitud austral , tomando las armas aun los mismos que contaban ya muchos años de paz con los Españoles , y que en su fe se habían incor- porado. Este repentino y universal alzamiento , por tierra hubiera podido dar al instante con todas las colonias españolas , si le utilizaran los jefes con mas re- gularidad, y no tanta pasión ; pero en su loco deporte abrazaron á la vez diferentes empresas, cuando mas convenia ir cumpliéndolas por su orden correspondiente, y por tanto , dieron con obstáculos que hubieran podido serles fatales. Estudiemos los hechos. El gobernador emprende su jornada desde Santiago para Concepción , con cerca de cuatrocientos voluntarios españoles , y hacia el 22 (1) de diciembre de 1598 ; pero en la ciudad de Chillan encuentra á Pelantaru , que la tenia cercada. No esperaron batalla los Indios , porque recelosos de ser cojidos entre dos fuegos abandonaron el sitio, y las armas castellanas pudieron continuar sus mar- chas. En las cercanías de Concepción dio Vízcara con los batallones del mismo toqui, que sin tener bloqueada la ciudad , á vista de cuanto ella pudiera hacer estaban ; mas tampoco quiso Paillamacu medirse con su enemigo, que penetró en aquella colonia causando á sus autoridades y moradores un gozo y un entusiasmo indecibles. El gobernador contó desde luego con el civismo de los vecinos de Concepción y convidóles, por lo mismo, á que tomaran parte directa en la defensa de tantos estableci- mientos amenazados de los Indios. No fue vano el apelli- (1) Con igual fecha despachó el cabildo de Santiago dos de sus rejidores para el Perú, el uno á fin de que solicitase auxilios del virey, y le enterase verbalmente de los riesgos que el reino corria ; para Buenos Aires otro , que habia de hacer igual solicitud al gobernador de aquel pais. Ya veremos luego cual fue el éxito de esa importante comisión. wr CAPÍTULO XXII. 2/l9 damiento , y si no de gran monta el número de hombres que aquella ciudad puso en las filas del rey, bastó por lo menos para reformarlas , quitando el arcabuz de manos de ciertos habitantes de Santiago, llenos de amor al pais , sí , que por defenderle se armaron , pero que ni su edad , ni sus fuerzas permitían se diesen á las fatigas de la guerra. En este arreglo andaba Vízcara, y también en la provisión de varios cargos de importe, así para go- bierno , como para guerra , cuando pareció en Puchacay el cacique Huenucura (1) con dos mil soldados y ánimo de hostilizar las colonias situadas al setentrion del Bio- bio, y tener en continua alarma á la ciudad Concepción ; de suerte que, no siendo acertado quedar con el enemigo á la espalda, tuvo el gobernador que suspender las ope- raciones que iba ya á cumplir para las ciudades de ar- riba, mandando á su maestre de campo Paez del Casti- llejo, que inmediatamente saliese contra Huenucura hasta ver de obligarle á repasar el Biobio. El jefe araucano tenia mas valor que experiencia. Como llegara á su noticia que los Españoles iban á ata- carle, al encuentro se adelantó con la temeraria presun- ción de que nadie habia de resistir al poder de sus armas, y esto era lo que mas deseaba el entendido Castillejo , que con apariencias de temeroso y desalentado , se quedó esperando á su contrario, en posición ventajosa , y en cuanto este le acometiera se trabó la función con tan acertadas disposiciones que al cabo de una hora , poco mas ó menos, los batallones indios quedaron com- pletamente deshechos, dejando en el campo multitud de muertos , y no pocos prisioneros. (1) Otros ponen Paillaturu^ no vemos este nombre en nuestros docu- mentos. r 250 HISTORIA DE CHILE. No por eso quedó el pais libre de enemigos. Apenas entrado en Concepción el maestre de campo , con los trofeos arrebatados á Huenucura , cuando de orden del toqui Paillamacu , con dos mil hombres vino Lancote- gua (1) resuelto á bloquear a Concepción , y puso su primer campo en Gualqui , tierra extremamente do- blada é inmediata al Biobio. Contra este jefe envió el gobernador á su sarjento mayor Luis de las Cuevas que llevó en su compañía ciento y sesenta lanzas , para volver tan airoso del empeño , como del suyo acabara de salir Castillejo, pues derrotó las huestes indias recha- zando á sus guaridas á cuantos de la acción salieron con vida (2). Ocurrían estos sucesos á los últimos del mes de enero de 1599 y en ellos, ó cuando mas, del Io al 2 de febrero ya pudieron los Españoles entrar en mejores esperanzas, y su nuevo gobernador dar á su plan de guerra un campo mucho mas extenso, porque aportó á Concepción un refuerzo (3) del virey del Perú , que no podia llegar (1) Hijo del caudillo que pereció en el fuerte de Jesús á manos de Riba- deneira según unos , y de Guajardo según otros. (2) Aunque no cuentan los historiadores ese hecho no se puede dudar de él, puesto que consta en la relación de méritos del mismo Cuevas, justificada en juicio contradictorio por testimonio del capitán don Rodrigo de Arana que se halló presente, de Juan Pérez de Caceres, id., y de don Gabriel Vallejo , el cual concluye diciendo : « Y que fue una victoria de las buenas y de impor- » tancia , con que respiraron los de la Concepción, pues se les hizo á los ene- » migos repasar el Biobio , con los 160 soldados susodichos , siendo el enemigo » de 2000. a (3) De un refuerzo, venido también del Perú, hablan todos los historiadores, del refuerzo que trajo Castilla con un nuevo gobernador, mas de este nada di- cen , y sin embargo oigamos como se explica Vízcara en Concepción con fecha 8 del dicho febrero : « Y confiando de la capacidad de la persona, y ser caballero notorio, del » sarjento mayor, Luis de las Cuevas, como le doy comisión para que en el » navio que está surto en este puerto de la Concepción , de que es maestre CAPITULO XXII. 251 con mejor oportunidad para que las armas castellanas combatieran la terrible tormenta que de las cenizas del desventurado Loyola vino á levantarse. Tiempo era , en efecto , de concurrir á sufocar el in- cendio, porque Paillamacu, que por su parte llevaba ya expugnados los fuertes de Puchanquí y de Santa Cruz , en sabiendo las sucesivas derrotas de sus otros jenerales por las tropas de Concepción, lleno de ira quiso él mismo acercarse á bloquear esta ciudad ; arrasando de ante- mano Jesús y Chibicura para dejar mas expedito el paso del Biobio. Vízcara marchó sin detenerse con quinientos hom- bres á la defensa de aquellos dos fuertes , ya sitiados por un cuerpo de dos mil Indios á las órdenes de Pai- llamacu, pero ya no era el airado, sino el circunspecto toqui, pues reconociendo que á mas de venir fuerzas res- petables contra sus armas , por algo habia de contar el hacer de las dos guarniciones sitiadas , desde el ins- tante en que comenzara el combate, tuvo por mas cuerdo no esperar al gobernador, y se retiró con sus huestes hacia la confluencia del Lecudahnu con el Ta- bolebu. » Diego Saez de Loisa, para hacer su viaje á la ciudad de Valdivia, se embarque » y lleve en él las municiones que le he mandado entregar suficientes para las » ciudades de las fronteras de arriba , del socorro á tiempo que la semana » próxima pasada envió á este reino el señor virey del Perú don Luis » de Velasco y llegaron á este puerto. Para que se vayan entregando á los » capitanes de guerra, y oficiales reales de cada ciudad conforme á la instruc- » cion que se lleva , tornando recaudos del recibo, y trayendo certificación de » cada ciudad socorrida del estado en que estaban las cosas de la guerra cuando » murió el dicho gobernador, y las municiones, artillería, y presidio, que habia » en cada frontera de las ciudades Imperial, Valdivia, Villarica y Osorno. Y que » del socorro de dinero que estas ciudades enviaren , dé aviso á los capitanes y » correjidor de Infantes de Angol , para que salga escolta de la dicha ciudad » á encontrarse con la que viniere con él , y con el dicho socorro , para que » llegue con regularidad. » 252 HISTORIA DE CHILE. De todos modos , sus frutos recojió el toqui de esta empresa, porque don Pedro de Vízcara, que llegó á probar, en los pocos dias de su mando, ser tan inteli- jente en armas , como lo había sido en letras , com- prendió con razón que en el estado en que entonces se hallaba el pais, aquellas dos fortalezas no podían menos de venir á ser presa del arrogante enemigo, y por consi- guiente despachó sus guarniciones para socorro de Santa Cruz de Coya , á cuyo punto se trasladó él mismo , en cuanto hubo hecho lo propio con los presidios de Tu- capel y de Lebu , trayéndolos en refuerzo de las armas encargadas de guardar la ciudad de Cañete, y la de Arauco. En llegando á Santa Cruz de Coya , mandó un des- tacamento para Guadaba y Angol , con orden de que si estas guarniciones conceptuaran no poder sustentarse en sus puestos, á la ciudad de los Infantes se traslada- sen , haciendo pasar aviso á la Imperial , Villarica , Val- divia y Osorno, que socorridas serian en breve por mar desde la ciudad Concepción , porque a este punto se re- tiró Vízcara, huyendo de la estación rigurosa, y dejando ya las armas Araucanas concentradas en los marjales de Puren. Tales fueron los sucesos de las armas tras la muerte del gobernador Loyola , y ya se ve si el licenciado Pe- dro de Vízcara fue sobradamente dichoso, puesto que se retira á invernar á Concepción, habiéndose hecho respe- tar del pueblo indómito , cuando mas enardecido y entu- siasmado salió desafiando á sus opresores. Contaba Vízcara con la entrada de la próxima prima- vera para marchar resuelta y agresoramente contra los batallones de Paillamacu , acampados en Puren , pero el CAPITULO XXII. 253 18 de mayo de este propio año de 1599, aportó en Con- cepción don Gabriel de Castilla que de orden del virey del Perú conducía, para defensa del reino de Chile, y en virtud de la demanda que á este efecto le hizo el comi- sionado del cabildo de Santiago , un refuerzo de qui- nientos veteranos, y el gobernador nombrado don Fran- cisco de Quiñones. Para que mayor pareciera la ventura de los Espa- ñoles, en Santiago de Chile estaba ya desde el 25 de abril , otro socorro de hombres con que respondió el go- bernador de Buenos Aires don Diego Valdes de Lavanda, por medio de su primo don Francisco Rodríguez. De suerte que Vízcara tuvo que entregar el bastón , cuando elementos habia para recojer laureles , toda vez que á las fuerzas las guiara la prudencia ; y con la gloria de dejar todas las colonias españolas defendidas y en poder de los Españoles, se retiró a Santiago para volver al desempeño de su cargo ó sacerdocio judicial (1) , juntamente con la interinidad del administrativo , como se verá en breve. (1) Se le supone despoblador de las ciudades de Santa Cruz de Coya y de los Infantes de Angol. Ni aun tal pensamiento tuvo nunca , como ya nos lo han dicho los hechos, pero á mas, no hay sino oirle á él mismo en el documento de que ya hicimos mérito. « Y el resto de dicha jente y soldados , por la necesidad que de ella hay » para fortalecer las ciudades fronteras de Angol , Chillan , Santa Cruz de » Coya, y esta de la Concepción, contra las cuales los enemigos naturales » amenazan, y acometen cada dia con furia y potencia, se traigan donde re- » sidiere yo, ó mi teniente de capitán jeneral Francisco Jofré , y para otros » efectos necesarios para el buen expediente de la guerra , antes que el ene- » migo pueda prevalecer, no obtante haber traído todo lo necesario y posi- » ble de la ciudad de Santiago, sin los que estoy esperando, estantes, y habi- » tantes y útiles parala guerra. » Por último lu^go veremos que ese hecho, si censura merece , sobre el sucesor en el gobierno del señor Vízcara ha de recaer, y no sobre este. K CAPITULO XXIII Gobierno de don Francisco de Quiñones. — Función de Yumbel. — Crueldades ejecutadas en los Indios. — Despoblaciones de algunas colonias. — Pasa el gobernador á la Imperial asediada. — Sitian también los Indios á Valdivia, Villarica y Osorno. — Vuelta del toqui á los campos de Chillan , después de ganada Valdivia. — Vence Quiñones al toqui en dos encuentros , y regresa á Concepción. ( 1599.) Don Francisco de Quiñones, hijo del reino de León , y alcalde ordinario de la ciudad de los Reyes , tomó las riendas del gobierno de Chile desde que aportó en la ciudad Concepción , aunque su recibimiento en la ca- pital parece no hubo de ocurrir sino por comisión . hacia mediados de junio del año en que estamos , á tiempo mismo que su antecesor el licenciado Vízcara, fue reco- nocido en calidad de teniente jeneral y gobernador inte- rino de Santiago y su jurisdicción , por mandamiento expreso del referido Quiñones. Este sujeto gozaba en Lima no solamente de esas serviles consideraciones, que parecen culto debido á las riquezas, sino que como se hubiese conducido en los cargos de república con una rectitud , y una severidad tal cual exajerada , como habia mostrado en ocasiones peligrosas, tremendas á veces, un ánimo poco común , y sobre todo , un arresto poco menos que irresistible , vino á llamar la atención pública sobre su propia per- sona , y de ella se solia servir la autoridad superior siempre que llegaba á verse amenazada, ó desconocida ; cosa harto frecuente en aquella época de licencia , de CAPÍTULO XXIII. 255 crímenes , de fanatismo , y de extravíos sobrado repug- nantes. Ahí están los títulos que le valieron á Quiñones el gobierno del reino de Chile , y aunque insignificantes parezcan á primera vista , no los enseñara tan honro- sos, ni tan meritorios, mas de uno de los que en ese tan supremo puesto llegaron á ver las que un dia se llamaron Américas Españolas. Sirvió mucho á la elevación de don Francisco de Qui- ñones , el lijero discurrir del virey del Perú , que con noticia de la jeneral sublevación de los Indios de Chile, en virtud de la muerte dada al tan incrédulo , cuanto malhadado Loyola, y sabedor también del mando á que de ley había venido el licenciado Pedro de Víz- cara , vino á suponer perdido el reino de Chile por mil razones, de entre las cuales las dos mas ponderantes eran : Io que un letrado no podia ser buen militar ; 2o que en un hombre de setenta y mas años como con- taba Vízcara, muerta la facultad física , y muerta la fa- cultad intelectual habian de estar ; contra cuyo desatino toda observación fuera escusada , porque el solo sentido común ha de suponer tanto y mas de lo que nosotros quisiéramos decir sobre el particular. Sin embargo , sean los hechos por sí mismos los que nos den la medida del valer de esos dos caracteres tan distintos que notamos entre la sesuda prudencia de don Pedro de Vízcara , y la arrebatada índole del ilustre al- calde de Lima que vino á sucederle. No admite duda que el pueblo araucano de dia en dia acrecentaba sus fuerzas ; de dia en dia se hacia mas tre- mendo ; y de dia en dia ponia mas en riesgo las colonias castellanas ; todas esas son consecuencias naturales del 'ék i — 256 HISTORIA DE CHILE. triunfo , ó mejor, de los repetidos triunfos con que la fortuna favorece á un bando, como es consecuencia tam- bién que el bando vencido desaliente y comience á recelar de sus propias fuerzas. Como quiera , no hay que olvidar que Quiñones viene á poner sobre las fuerzas de su antecesor, el refuerzo de quinientas plazas que con él vienen del Perú , otro muy regular socorro de Buenos Aires acuartelado ya en San- tiago, y aunque ningún historiador deje señalado el nú- mero preciso de Españoles con que el nuevo gobernador va á salir á la guerra , sin incurrir en nota de exajera- dores bien podemos llevarle hasta mil dos, ó mil trescien- tos hombres ; número de no poco importe en aquel tiempo, atendida la ventaja del arma que iba á la defensa y sosten de sus usurpaciones. Pero ese número , mayor ó menor como él fuese , en nada , ó por lo menos en muy poco hubo de tenerle Pai- llamacu, que estaba á la sazón en Puren, y que en cuanto se le dijera el arribo del nuevo gobernador, llevó el atre- vimiento hasta punto de presumir la toma de Concep- ción , con gobernador, habitantes y soldados que dentro de ella habia. Seis mil Indios mandaba entonces el toqui', dio la ter- cera parte á su vice toqui Millacalquin , y con Pelan- taru (1) (el otro vice toqui) , y los cuatro mil hombres, en camino de Concepción se puso, resuelto á sitiar esta ciudad. (1) Dice Olivares que Millacalquin fue esta vez al cerco de los Infantes de Angol; así lo asientan también nuestros manuscritos; pero en que Pelantaru marchara entonces contra la ciudad de Coya, como pone ese historiador, es- tamos discordes ; este vice-toqui vino acompañando á su jefe , y en la acción de Yumbel se halló. Garcia piensa que Pelantaru pasara á Tucapel; también se equivoca. VT CAPÍTULO XXIII. 257 En cuanto el nuevo gobernador supo ese movimiento del enemigo, de la Concepción salió con su jente, mar- chando al encuentro del toqui, viniéndose á encontrar los dos caudillos en los llanos de Yumbel. Con motivado y recíproco respeto hubieron de mirarse ambos bandos, porque no desatentados, ni iracundos, se acometen esta vez , aunque de esa manera solían de ordinario romper en todas sus funciones, antes se advierte que el castellano ordena sus filas con esmerada precaución, cerrándolas alas con toda su caballería y montando seis cañones al frente de los infantes, mientras que el toqui por su parte cuadra también las líneas araucanas en igual orden , oponiendo, por decirlo así, peones contra peones, y ca- ballería contra caballería. Faltábanle las bocas de fuego, y grandes destrozos le hacían estas desde que comenzó el combate, con encarnizamiento sí, pero conducido de ambas partes con disciplina, con presencia de ánimo, y con admirable tino. A mas de tres cuartos de hora de desigual lucha (decimos desigual porque la artillería española la tenia constantemente en esa línea, con ter- rible estrago de los Araucanos), vino á comprender el toqui un muy mal éxito para sus tropas, caso de conti- nuar en la pelea con el orden que hasta entonces ob- servó, y por tanto presuroso anduvo dando cuantas disposiciones convenían , para que su caballería arran- case impávida contra la castellana, facilitando así á los batallones una embestida impetuosa hasta penetrar el centro de los piqueros y de los arcabuceros, obligándolos al juego del arma blanca. ^ Esa tan osada resolución cara le costó al toqui , y si cierto es que con ejecutarla en grande aprieto puso á las armas del gobernador, en el último trance, puesto M. Historia, 17 258 HISTORIA DE CHILE. que al cabo de dos horas de un combate atroz , sostenido brazo á brazo, y alimentado con innumerables víctimas, acaso perecieran todos los Españoles en una pavorosa des- bandada , ó tuvieran que rendirse a sus enemigos, á no salir Quiñones poniendo á retaguardia un escuadrón con orden terminante de quitar la vida á todo soldado , ó pe- lotón , que señal diese de quererse pronunciar en reti- rada ; esa resolución , decimos , le fue muy desastrosa á Paillamacu , que al cabo vino á verse con la flor de sus guerreros derrotada, y en la necesidad de abandonar el campo, para que el nuevo gobernador comenzara desde luego á dar suelta á lo que mas lucia en su carácter, á un implacable , y ya bárbaro rigor (1). Y, si se quiere, sea disculpa de esa irritante venganza, el exceso de la ira que debió sentir don Francisco de Qui- ñones á vista de tantos Españoles beneméritos como en aquel campo rindieron sus vidas, defendiendo el honor del pabellón ; pero ¿ hay igual disculpa para dejarle cor- rer las tierras de Puchanqui , Millapoa , Tabolebu y Cati- ray, con ese inclemente furor, que no solo se ceba en los campos talándolos y reduciéndolos á cenizas, sino que á cuchillo pasa cuantos habitantes logra tropezar en aquella como batida militar, sin distinción de edad , ni tampoco de sexo?... (1) Hizo degollar sobre el campo de batalla á todos los prisioneros, á todos los heridos , y por mas que queramos trasportarnos mentalmente á las cos- tumbres de la época, por mas que los que en el relato de esta historia de los sucesos de Chile nos precedieron, supongan estos hechos justas y debidas re- presalias contra un enemigo feroz , impío y sanguinario, nunca podemos dar con razones que á tan común parecer nos inclinen; y esto por la simple causa de que no podemos menos de ver aquí un pueblo, sobre ofendido é insultado, en el tosco vivir déla salvaje naturaleza; allí una nación con pretensiones de culta , y lo que mas es, educada en un dogma cuyo símbolo principal parece ser la caridad para con el prójimo. CAPÍTULO xxm. 259 Verdad es que para llevar la irritación del cuerpo so- cial hasta el último extremo, no hay como castigarle y en este punto por camino derecho marchó el nuevo go- bernador, que si á fuerza de crueldades logró infundir algún terror en las perseguidas tribus , de corta dura fue y también de estímulo para que las fuerzas de una milicia que él contaba poco menos que arrollada , ro- busta y ardorosa pareciera de nuevo en distintas di- recciones, poniéndole en la necesidad de reforzar in- mediatamente la guarnición de Santa Cruz de Coya y pasar á la lijera á Concepción en demanda de ele- mentos con que acudir al auxilio de las ciudades ame- nazadas. Con mucha celeridad tuvo que andar el gobernador en esta cmdad para llevar á efecto parte de las disposiciones que el estado de las cosas de la guerra hizo necesarias, porque pronto vino á reconocer que en manos del Araucano caerían necesariamente las poblaciones de Ca- ñete y de Arauco, estrechadas ambas ya, y por tanto aconsejando la inmediata medida de ir á ampararlas; y cuando esto no fuese factible', salvar por lo menos á sus habitantes favoreciendo la despoblación : en este último parecer se puso Quiñones, sin duda porque mas debia au- narse con lo crítico de las circunstancias. La medida vino á tener efecto casi en sentido inverso antes que el gobernador presumía , y también sin su in- tervención , porque los colonos y la guarnición de Ca- ñete en la que estaban los presidios de Tucapel y de í*bu, viéndoseíin bastimentos, y gravemente amena- zados, se resolvieron á romper el cerco abandonando al enenugo la plaza , y retirándose á Arauco ; á ese mismo punto, y en los propios días fue á abrigarse también la 260 HISTORIA DE CHILE, población de Santa Cruz de Coya, descendiendo los montes de San Jerónimo, y tomando á su paso el destacamento que guarnecía el fuerte de ese nombre. Semejantes hechos bien merecen el nombre de triunfos para las armas araucanas, las cuales ninguna otra cosa pedian sino el que de su suelo desaparecieran los Espa- ñoles, y con ellos hasta el último vestijio de su domi- nación. Probaban también que el alzamiento indio de cada vez se ostentaba con mayor robustez , y que ese pueblo heroico cebo en que saciar su venganza iba bus- cando ; pero contra tan tremenda llama , si acaso débil fuera el remedio que en sus armas pudiera considerar el go- bernador, muy eficaz, muy ejecutivo hubo deverle en la so- berana virtud de su destemplada é injénita inclemencia. Por lo mismo , y como los sucesos salieron obligándole á modificar sus proyectos, relativos á la despoblación de Cañete y de Arauco ; como por segura viera la subsisten- cia de esta última plaza; ya que en su centro habían entrado las fuerzas de las que atrás dejamos señaladas; á marchas forzadas caminó desde Concepción , por las mismas parcialidades de Tabolebu, Catiray, Puchanqui Puren y Lumaco, hasta la Imperial, pasándolas con igual furia que la que le vimos tras la sangrienta acción de los llanos de Yumbel. Asediada tenian los Indios la ciudad Imperial, pero no quisieron estorbar la entrada al gobernador, que fue recibido de aquellos moradores con muestras de indeci- ble júbilo , y mas cuanto que se reconocían deudores de su salvación a este inesperado arribo de don Fran- cisco , justamente cuando serios recelos de que no habian de ser socorridos se divulgaban ya en el centro de la ciudad, donde los Araucanos hacian correr noticias wr CAPITULO XXIII. 261 muy adecuadas para que el desaliento se asentara en to- dos los corazones. ¿Gomo no desesperar, en efecto, sabiendo de un modo indudable que , sobre verse cerrados de un tan crecido número de enemigos, en el propio aprieto se encontraban Valdivia , Osorno, Villarica, y otros diferen- tes establecimientos? Hay que decir aquí que cuando el virey del Perú pasó al gobernador de Chile la orden de proclamar por rey de España á Felipe III en consecuencia del fallecimiento del IIo del mismo nombre, su padre , decíale también la salida del coronel don Francisco Ocampo con un so- corro de 200 hombres ; y este socorro en defensa de Valdivia y demás colonias habia de ir, como así se lo manifestó á sus cabildos el gobernador Quiñones desde que entró en la Imperial, cuyo asedio levantaron los Arau- canos voluntariamente. Empero de otro modo lo determinó la fortuna. Quiñones no podia abandonar la ciudad Imperial á las consecuen- cias de un nuevo cerco, inevitable desde el instante que él , con sus fuerzas, se ausentara de esa colonia ; los ví- veres en ella andaban ya muy escasos , también las mu- niciones de guerra ; y el gobernador tuvo menester de gastar muchos dias para remediar en lo posible esas dos tan terribles necesidades de existencia ; por otra parte el prometido refuerzo del virey no parecía , disponer de tropas que fueran á suplirle no se podia ; porque las llegadas con don Francisco andaban corriendo los pa- gos de la Imperial en busca de mantenimientos , que no estaban abundantes, pues asolados dejaban los Indios el campo ; y en este intervalo Villarica , y Osorno , y Val- divia , en poder del arrogante enemigo habían de caer. 262 HISTORIA DE CHILE. Pasma verdaderamente la actividad de ese pueblo in- dómito en aquella época que parece escojida por alguna divinidad infernal para que solo lástimas , solo horrores y muertes , se cumplan con despechada saña entre dos partidos a cual mas feroz ya, y no es de menos asombro el inaudito esfuerzo, el infatigable empeño con que corre el bando castellano para apagar esa tea voraz que va á consumir la obra de medio siglo de heroicidades , en descrédito del orgulloso pendón que acaso llegara á echar hondas y duraderas raices en el riñon de la Araucania , si mas político , si mas sagaz , y mas templado , fuera desde luego su porte. Paillamacu , su astuto consejero Ancanamon , y su vice-toquí Pelantaru , son los jefes que sitian las ciu- dades Valdivia, Osorno , y Yillarica (1) ; y ese mismo toqui cuenta con traer después la ciudad Imperial á tan fatal suerte , pero quitando de allí las armas del gober- nador por medio de operaciones de bien entendida es- tratejía. No vendrá á atacarle á aquel recinto , no , antes se correrá como el rayo á la provincia de Chillan , llevándolo todo á fuego y sangre , y poniendo en apre- tado cerco la ciudad San Bartolomé de Gamboa con un cuerpo de dos mil soldados, aunque otros sueltos han de registrar presurosos los contornos : ante semejante nove- dad ya no podia mantenerse ocioso el jefe castellano, que (l) En poco tuvieron siempre los Araucanos el oro, y en poco ó nada le tienen hoy dia, pero de todos modos cierto es que solamente de Valdivia sacaron en esta ocasión mas de un millón de pesos de entre la casa de moneda y particu- lares. Esa riqueza caeria en manos de sus ajentes Españoles algunos , mestizos otros extranjeros varios, que todos sirvieron al toqui con zelo para tener parte en el rico botin. Hicieron también 500 prisioneros de ambos sexos, de todas edades y diferentes naciones ; y aguantaron con la artillería y las armas y mu- niciones encontradas en aquellas colonias; pero particularisemos los hechos de cada una de ellas. WT CAPITULO XXIII. 263 asilo habia presumido también Paillamacu, ó mejor, eso fue lo que hubo de adivinar su entendido y astuto consejero. El k de noviembre de 1599 pereciera irremisible- mente la colonia de Valdivia , si sus moradores no se hubieran mantenido alerta y resueltos á una defensa des- esperada. En cuanto se vieran al romper el dia , cerca- dos de enemigos, comenzaron á cumplir salidas de tan increíble arrojo que forzaban á los cuerpos indios mas allá de lo que era de suponer, y hasta les solían tomar víveres y prisioneros. Alentados con sucesos sino de suma importancia , con la suficiente para poderse pro- meter los en que fundaban ellos su sosiego , y la con- servación de sus bienes , ya se atrevieron á un golpe de mano , arriesgado si se quiere , pero con probabilidades de infalible, porque con informes de escrupulosa exac- titud fueron á dar durante la noche en un campamento de familias enemigas ; y sobrecogidos los Indios, y emba- razados también entre los ayes y lamentos de sus mu- jeres é hijos llenos de espanto , en manos de los Valdi- vianos dejaron todos cuantos bastimentos tenían , y la mayor parte del mujeriego con muchos niños de pecho que fueron conducidos á la colonia. Como de todas estas escaramuzas , que no otro nom- bre merecen , y que frecuentes fueron en los primeros días del asedio , salieran los Españoles triunfantes , casi con desprecio comenzaron á mirar á su enemigo , y el exquisito zelo que desde luego mostraron para tantear sus fuerzas, vino, por fin , á convertirse en el mas reprensi- ble descuido, en medio de un pueblo que harto ponderaba su arrojo en el solo hecho de presentarse impávido á la boca de los cañones sin mas que una macana en la mano, ó cuando mucho una lanza. 264 HISTORIA DE CHILE. Ya no era menester pasar las noches desvelados en la ciudadela ; no merecía semejante sacrificio un enemigo que todos los dias se dejaba correr ; cada cual podia re- tirarse á su casa, confiando la seguridad pública, si acaso no su defensa, á la vijilancia de cuatro hombres, que ha- bían de mantenerse en la plaza , en forma de cuerpo ó guardia de prevención, como quien dice. Los Araucanos bien sabían lo que dentro de muros pasaba , que no les faltaban amigos , y no les convenia sacar á los Españoles de su loca confianza , antes seguían con su natural sagacidad los planes de seducción á que desde luego recurrieron , so capa de tal cual desaliento para mayor ceguedad de sus opresores, y día se señaló en el cual la plaza habría de ser invadida : entre tanto ningún ataque serio, ningún movimiento que verdaderos temores pudiera inspirar. Con todo , á oidos del sarjento mayor (1) llegaron los manejos de los Araucanos y de sus ajentes , y en noticia del gobernador de la plaza (2) los puso ; pero este hubo de tomar por cuento lo que la rea- lidad le habia de enseñar bien á pesar suyo , y para fatal desgracia de todos los colonos. Volvió de rechazo el sarjento mayor insistiendo por que inmediatamente se tomasen providencias no sola- mente para resistir al enemigo el dia dado , puesto que se sabia lo era el 24 de noviembre, sino contra los que en la conjuración resultaren comprendidos siendo casi todos los criados de los Españoles, según así lo afir- maba el que en servicio del mismo sarjento mayor andaba; pero el gobernador respondió con insultante destemplanza á ese nuevo aviso, labrando desde en- (1) No vemos su nombre en parte ninguna, y es de sentir. (2) Tampoco se nombra. ■»T CAPITULO XXIII. 265 tonces la ruina de toda la ciudad, con causa para que los colonos se pronunciaran en dos bandos , mas numeroso el de la primera autoridad porque siempre tuvo esta muchos aduladores, pero mas feliz el que se declaró por el sarjento mayor, pues que al fin , de una muerte cierta , ó de una eterna servidumbre , mas dolorosa que la misma muerte , vino á salvarse. Fue fortuna para este el hallarse en el puerto los navios de Ballano, Yillaroel, y Diego de Rojas, á los cuales pasó sus familias con el mayor sijilo, sin que llegase á notarlo el gobernador, sirviéndose de canoas y lanchuelas que bajaban el rio hasta poner la jente en las naves. De este mismo medio usó con su familia el precavido sarjento mayor, pero tanto su persona , como las de los que de su mismo pensar eran , al frente del peligro esperaron armados la llegada del alba del 2/t. Mientras en esta faena se entretenían todos cuantos Españoles creyeron en el peligro que corrian, unos cincuenta Indios entre infantes y caballos, penetraron sijilosamente en la plaza, apoderándose al instante de los cuatro vijilantes puestos en ella , y tras esta dili- gencia en las iglesias comenzaron á tocar á fuego los criados traidores, sacando con esto de sus casas á los moradores que caían indefensos en manos de cuerpos Indios apostados á todas las puertas, y en todas las bocas calles (1). Dos horas cuando mas pusieron en atar á todos los crédulos que con vida quisieron guardar los Araucanos, porque á mas de cuatrocientos se la qui- en Según Molina cuatro mil Indios de ambas armas penetraron en la ciudad ; Olivares pone cinco mil , dos de infantería , y tres de caballería ; nuestros documentos no fijan número , pero de suyo se deja inferir que debió ser crecido. 266 HISTORIA DE CHILE. taron , respetando la de otras tantas mujeres que hicieron esclavas, cuarenta y dos niñas, y algunos niños (1); pero el sarjento mayor y los de su partido , como pre- venidos esperaban al enemigo , con él entraron en una reñida pelea digna de fin mas venturoso , porque ya que su suerte con bien sacó á muchos de ellos del inútil y arrestado empeño que pusieron por salvar la colonia de manos de masas tan numerosas , de sentir es que arro- jándose al rio , unos á caballo (2) , otros en algunos botecillos que de prevención se tenian para atravesar hasta las tres naves españolas, muy pocos fueron los que al lado de sus familias (3) pudieron llegar, porque en las aguas quedaron ahogados. El 5 de diciembre, es decir, once dias después de esa terrible desgracia, entró en el puerto de Valdidia el coronel Francisco Ocampo con el socorro de 220 (h) Españoles , para no ver sino ruinas , con la pesadumbre de haber perdido dos hijos puestos al cuidado de una (1) Particular mención se hace del capitán Rodrigo de las Cuevas que á ruego de su criado no solamente se le perdono la vida, sino que se le dejó vivir con su esposa. Esa misma gracia cayó, á instancias también de sus respectivos criados, á los padres de los recien nacidos doña Ana de Almonacid y don Pedro de So- tomayor, conducidos ambos á una misma parcialidad , y cuando esos niños al- canzaron la edad, de consentimiento desús padres, y también de sus señores, ce- lebraron su matrimonio , con promesa de validarle según la iglesia , en cuanto ocasión se presentase, como en efecto se la procuró el jesuíta misionero Pedro Agustín Barraza ; y de ese enlace proceden los Sotomayor de la Concepción que hasta el dia todos han respondido dignamente á la honra y lustre de su nacimiento. (2) De ese número fue el sarjento mayor que echándose montado al rio para alcanzar el barco en que pensaba bogar hasta alcanzar las naves, su caballo se ahogó, y con él se sumerjió en las aguas, á vista de su desgraciada familia. (3) No sabemos cual causa pudo hacer que Villaroel pasase con su buque y las familias que en él se refujiaron al Perú, mientras que Ballano y Diego de Rojas fueron con los suyos á Valparaíso. (4) 300 le da Molina ; Olivares 200. vr CAPÍTULO XXIII. 267 cuñada por fallecimiento de su esposa, algunos dias antes de su salida para el Perú ; por fin , un antiguo criado suyo oyó los ruegos de este desventurado padre , y no paró hasta lograr la libertad de los dos niños pa- sándolos á bordo , tras lo cual Ocampo se encaminó hacia la ciudad de Osorno. He ahí cuanto corresponde al cerco y ruina de una de las mas ricas colonias chilenas, perdida por la culpable neglijencia de su gobernador de plaza , y perdida mien- tras que don Francisco de Quiñones se afana corriendo los campos de la Imperial en busca de provisiones con que poner á sus colonos , y guarnición , con elementos que faciliten una resistencia sostenida , si nuevo asedio le pusieran los enemigos. Pero casi con la noticia de esa irreparable pérdida , vino á recibir el gobernador la de que el toqui, con algunos dos mil hombres (1) se hallaba arrasando la provincia de Chillan (que eso mismo anun- ciamos ya mas atrás), y que San Bartolomé de Gamboa no podría resistir muchos dias al ímpetu de las armas araucanas. Ante un hacer tan acelerado y que con tanto des- crédito asomaba para las banderas del rey, ya no pudo contenerse el nuevo gobernador, antes se puso en mar- cha caminando dia y noche al encuentro del toqui , y atravesó el rio Biobio por su confluencia con el Yer- bara ; pero pronto supo el toqui este movimiento , y no sstaba en ánimo de verse cojido entre dos fuegos, que lo importante á sus fines iba en sacar al gobernador de la Imperial. Como quiera , muchos eran los bastimentos (1) Pelantaru pasó con el resto de las tropas que tomaron á Valdivia , en efuerzo de los Indios que sitiaban á Villarica ; ó lo mas probable para revolver ' :on ella á la Imperial en cuanto se ausentara el gobernador, 268 HISTORIA DE CHILE. que Paillamacu recojió en los campos de Chillan , y á su pais se empeñó en trasladarlos ; resolución que estuvo á pique de costarle muy cara , porque revolviendo con su jen te , y no mal servido esta vez de sus espías el gober- nador, poco tuvo este que inclinarse para ponerse de- lante de los Araucanos en las islas de Taboy, llamadas después Tavon, situadas al oriente de Yumbel , y distantes de esta plaza cosa de seis leguas. No le supo bien á Paillamacu este inesperado en- cuentro , pero forzoso le fue aceptar el combate á que se le trajo sin siquiera darle el tiempo necesario para escojer posiciones , porque en ese acometimiento esfor- zado y repentino fundó el impávido Quiñones un triunfo mas completo, y mas fecundo en resultados de lo que vino á salir ; pues los Araucanos supieron resistir el em- puje de los Castellanos en mas de cuatro horas que tardó en llegar la noche para que con las tinieblas desapare- ciera el toqui, pasara el rio Laja, y se encaminara acor- tar el Biobio, burlando de esa manera las esperanzas del campo del rey. Con todo , dilijente anduvo también Quiñones para salir en persecución de su enemigo, que. merced al carguío del rico botin recojido en Chillan , se dejó al- canzar al mismo paso del Biobio, y cargado de los Españoles con indecible furia, vino á perder mucha mas jente que en Taboy, y lo que es mas, todo el combo} que llevaba (1) ; aunque á costa de mucha sangre com- praron los Españoles esos leves triunfos. Tras esas dos funciones el gobernador pasó á la ciuda( Concepción para dejar en ella sus muchos heridos, y re (1) Consistente no solamente en víveres, sino también en mucho ganado d cerda, y no pocos de carga y de labor. WT CAPITULO XXIII. 269 poner algunos pertrechos de guerra , inutilizados ó perdi- dos en sus precedentes excursiones ; mas ningún descanso pudo dar á parte de sus tropas , porque con él hubo de entrar en aquella colonia el parte de que cuatro mil In- dios sitiaban la plaza de Arauco , y diez mil (1) la ciu- dad Imperial. La empresa de libertar á Arauco, á Pedro Paez Casti- llejo se la confió el gobernador, que con trescientos cin- cuenta Españoles, fue á pasar el Biobio casi á orillas del mar, llegando sin obstáculo al valle de Chibilinco, cami- nando después toda la noche hasta márjenes del rio Carampangue , para con la luz del dia romper las líneas sitiadoras, como así lo verificó sin grande esfuerzo, in- ternándose en seguida en la ciudad sitiada. Allí se detuvo unos cuantos dias cumpliendo todos ellos varias salidas de ningún importe, porque los Indios solían retirarse hu- yendo siempre el empeño de una acción seria, para luego volver delante de la plaza , seguros de que mas ó menos tarde la falta de municiones vendria á ser su mas pode- roso auxiliar. Si esa ú otra causa llegó á aconsejar el abandono de aquella colonia , cosa es que no se puede asegurar ; re- sulta sí que Paez Castillejo salió de ella con toda su jente , con los colonos y las guarniciones allí cerradas desde la despoblación de Cañete y otros puntos atrás mencionados, y pasó por entre los sitiadores sin resisten- (1) Seguimos el decir de todos los historiadores, y con tanta mas razón, cuanto que así cuentan también nuestros manuscritos; pero no obsta eslo para que reconozcamos, como reconocerá también el lector, que no se trata aquí de los guerreros que siguen al toqui y á sus subalternos; son en su mayor número masas desorganizadas, masas que remueve el general le- vantamiento, y menos terribles, con ser tan numerosas, que mil ó dos mil soldados de los que van con Paillamacu , ó con Pelantaru. Los hechos lo jus- tificarán. 270 HISTORIA DE CHILE. cia, mas que gran parte de estos le siguieran observando hasta verle del otro lado del Biobio, y camino de Concep- ción , mientras que el resto se puso á demoler los edificios de la ciudad desamparada. Es resumen de cuanto en el presente capítulo queda dicho que en siete meses de operaciones entre los dos bandos belijerantes , jefe del araucano el sesudo Pai- llamacu , y del castellano el gobernador don Francisco de Quiñones , siete establecimientos han perdido los Es- pañoles, los seis voluntariamente abandonados, cuales son Cañete, Tucapel , Lebu, Santa Cruz de Coya, San Jerónimo y Arauco ; y la ciudad de Valdivia arrasada , y la Imperial cerrada por numerosas huestes, y Villarica y Osorno sin esperanza de salvación. Apenas si á princi- pios de este año de 1599 cuentan las filas araucanas seis mil guerreros, y afines del mismo ya presentan cerca de treinta mil combatientes , mas que poco aguerridas pa- rezcan las dos terceras partes de ellos. De tan lastimosos sucesos , de esa sangre que á tor- rentes ha corrido en "Valdivia , ¿ cabe culpa contra el go- bernador don Francisco de Quiñones? y ¿qué se le pudiera argüir á un jefe entendido , á un jefe de un valor probado en cien ocasiones, y que si tal vez midió sus fuerzas con las del caudillo araucano , siempre fue para recojer laureles , obligándole por lo menos á una prudente retirada ? No , no ; ese incendio tan terrible que así se descuelga en todas ó casi todas las colonias de la parte fronteriza de la Araucania, la imprevisión de Loyola le encendió ; era preciso que cumpliera sus es- tragos , solo que la gravedad de estos , de la conducta mas ó menos prudente del jefe de las armas castellanas dependía , y ahí parece estribar un cargo no poco ter- ^*" CAPITULO XXIII. 271 rible contra Quiñones , que en lugar de usar de una jenerosa y debida benignidad , para con los Indios iner- mes por lo menos , sus campos tala , sus vidas corta in- clemente , y es causa de que la irritación por todos los ángulos del pais insumiso pregone el grito de una ven- ganza , que ya no se ha de ver satisfecha hasta llegar al total exterminio de las armas invasoras. CAPITULO XXIV. El gobernador don Francisco pide al virey del Perú un sucesor para el gobierno de Chile. — Asedio de la Imperial y su defensa. — Pasa Quiñones á socor- rerla. — Vence á Millacalquin vice toqui. —Despuebla la colonia Imperial , y la de los Infantes.— Regresa á Concepción. ( 1600.) En el pecho del gobernador Quiñones no cabe desa- liento , pero ¿ cual nombre hemos de dar al hastío , por decirlo así , con que mira en Concepción los asuntos de gobierno , y particularmente los que dicen relación con la guerra? No hay duda que la situación era , sobre apu- rada, doblemente dolorosa, viendo la rapidez con que se venia á la extrema necesidad ( queremos admitirla por tal ) de despoblar tantos establecimientos , y casi sin es- peranza de poder sustentar los pocos que restaban levan- tados en el suelo araucano. Quiñones debia sentir sobremanera que tales aconte- cimientos se cumplieran durante su mando, como si un hado adverso saliera expresamente para dar por tierra con las esperanzas que en ese hombre activo y ardidoso se habían puesto , y como si de intento á esa dignidad se le trajera para que en ella se desvirtuara el gran re- nombre ganado en Lima luchando contra riesgos que no todos los hombres acometen con fortuna, y raro es el que de ellos sale triunfante. Si á cubierto creyera él entonces su caballeroso pun- donor con entregar el mando de las armas, y el gobierno interino de Chile , en manos de uno de sus subalternos , CAPÍTULO XXIV. 273 no por eso dejaba de resentir un amargo pesar al ver malogrado el fruto de sus trabajos. Viendo, pues, que la conquista peligraba , puesto que los Araucanos pro- gresaban, al paso que los Españoles perdían terreno, y que las poblaciones fundadas en muchos años , á costa de tanta sangre , desaparecían como si no hubiesen exis- tido, el jeneral Quiñones, ya, por otra parte, en edad avanzada, pensó en pedir su retiro al virey, que se lo concedió. Pero antes de ir a disfrutarlo, aun tuvo una nueva desgracia, en la cual continuó dando pruebas de celo y de conocimientos militares. Después que Paillamacu , arrogante con la ruina de Valdivia, habia encargado á su vicetoquí Millacalquin del sitio de la Imperial ; después que el maestre de campo Castillejo hubo despoblado aquella colonia llevándose en salvo á sus vecinos, y á los de Cañete, que se ha- bían acogido á ella, el ambicioso jefe araucano no quiso que su teniente tuviese la gloria de apoderarse solo de la Imperial, y fué á incorporarse con él, junción que compuso el número de diez mil sitiadores. Los infelices sitiados ya no tenían víveres , y, lo que mas es, ya habían apurado los inmundos recursos á que apelan los valientes en tales casos , á saber , caballos , perros, gatos y hasta el cuero del calzado; y hacían salidas desesperadas por medio de sus numerosos enemi- gos, naturalmente soberbios, y, en aquel instante, er- guidos con sus recientes triunfos. Paillamacu se los recordaba sin cesar, con el fin de mantener su ardor, prometiéndoles nuevas victorias. Claro estaba que en las salidas que hacían , los Españoles perecían ; pero tal vez preferían morir á manos de los Araucanos, que de exte- nuación y desfallecimiento. A lo menos , excitaban el II. Historia. 18 T¡h HISTORIA DE CHILE, calor de la vida hasta el último suspiro. En esta deplorable situación , y sin esperanza de ser socorridos á tiempo , no les quedaba ya mas recurso que rendirse por medio de la mejor capitulación que les fuese posible alcanzar de sus enemigos. En efecto, se resignaron , y, reunidos en el ayuntamiento , vecinos y militares , resolvieron , después de una larga y dolorosa deliberación , entregarse á los Araucanos. A penas habían tomado esta resolución extrema , cuando , de repente , ven entrar en la sala una mujer, una señora española en traje militar, espada en mano, ademan varonil, heroico, jesto entre desdeñoso y airado. Conocida como una heroína, tal vez sin igual en las his- torias, doña Inés de Aguilera (este era su nombre), que los sitiados habían visto mil veces sobre el muro comba- tir al lado de su marido y de sus hijos, muertos, al fin, delante de sus mismos ojos, y rechazar briosamente á los Araucanos, causó, con su presencia, una suspen- sión jeneral en la asamblea. Viéndolos enmudecidos, doña Inés pregunta de que se trata y se lo dicen. « Así lo habia oído yo , respondió ella con aire repo- sado y majestuoso; pero no lo habia querido creer. No, no habia querido creer que militares españoles, que pa- dres cristianos , que maridos hombres de honor, por lo menos , sino amantes de sus esposas, tuviesen la insigne cobardía de entregar á sus propios hijos por esclavos á los que son sus esclavos ; y á sus esposas por muebles de sus serrallos y pasto de su brutal lascivia. No , no habia querido creer que los defensores y propagadores de la fe, después de haber derramado su sangre por ella, consintiesen en ir á olvidarla, tal vez, en medio de un bárbaro jentilisimo, y en una indigna esclavitud, TT CAPÍTULO XXIV. 275 sin acordarse que Dios no abandona nunca á los suyos; que para corazones donde reina la verdadera fe, no hay nunca casos tan extremos, puesto que cuando lle- gan á faltar remedios humanos en las desdichas, queda el recurso supremo á la misericordia divina. ¡ Avergon- zaos de vuestra pusilánime determinación , y que los que no tengan ánimo ó fuerzas para seguirme, vayan á pos- trarse delante de nuestra soberana protectora Vírjen de las Nieves, pidiéndole humildemente perdón de haber desconfiado de la divina providencia , é implorando su especial amparo, mientras que yo y los que quieran ser conmigo , vamos á combatir nuestros feroces ene- migos ! » Esto dicho, la asamblea quedó como electrizada, y al punto un grito jeneral proclamó por gobernadora á doña Inés de Aguilera, la cual aceptó con magnanimidad la responsabilidad de tan peligrosa misión , y salió triun- fante del ayuntamiento, seguida de los valientes; mien- tras que los ancianos y niños iban con sus mujeres y madres á invocar el amparo de nuestra Señora de las Nieves , imájen venerada y preciosa que el obispo San Miguel habia dado á su catedral , en donde , á fuerza de ruegos, la habia dejado al pasar al obispado de Quito. Claro está que en honor mismo de la verdad de los hechos, y de la perseverancia poderosa que da la fe á corazones bastante inocentes para no tener que hacer alarde de una tan inútil como triste incredulidad, nos guardaremos de querer insinuar, ni de creer nosotros, que la Vírjen hubo de trastornar las leyes de la natura- leza para protejer á los sitiados de la Imperial; lo que se comprende muy fácilmente es, que los infelices, lie- w 276 HISTORIA DE CHILE. nos de confianza en su intercesión , se mantuvieron sobre esta última áncora de la esperanza con ánimo y fuerzas para descubrir humanamente algún remedio á sus des- dichas, según el proverbio : A Dios rogando y con el mazo dando. Sobre todo, en semejantes casos, todos los hombres, sin distinción de prácticas y creencias, se acojen al poder supremo y reconocen su propia miseria. Gomo lo hemos dicho ya , todos los animales domés- ticos y hasta las badanas y atorros de los muebles ha- bían servido de sustento á los sitiados , y las salidas que habían hecho estos para prolongar la vida solo por al- gunas horas , habían sido causa para los mas de una pronta muerte. Sin embargo , en este instante de fervor y de fe viva, Francisco Galdamez ejecuta una, sale so- lamente con cincuenta hombres, pasa, y vuelve no solo con yerbas, sino también con legumbres y aves; pero de repente, se ve asaltado por un cuerpo de 2,000 ene- migos , y noobstante , Galdamez entra sano y salvo en la plaza, sin haber perdido un solo hombre. ¿Como sucedió este milagro? — Helo aquí. Galdamez, viéndose alcanzado, dio frente continuamente, y continuó su re- tirada en columna, por frente y fondo; la intelijencia militar de los Araucanos completó el milagro ; porque , maravillados estos de la injeniosa y sencilla evolución de los Españoles , se quedaron embelesados mirándola , y, por decirlo así, estudiándola, hasta dejarlos llegar ilesos bajo la protección de la plaza. ¡ Juzgúese cual debió de ser la alegría de los sitiados ! Recuperadas sus fuerzas , fueron á postrarse con acciones de gracias , y nuevo fervor, á los pies de nuestra Se- ñora de las Nieves. Pero, al salir del templo, otra mayor CAPITULO XXIV. 277 angustia los acongoja : se sienten arder de sed, y no tienen ni una gota de agua • porque los Araucanos les han cortado la del rio de las Damas, de que bebian. Este último mal era sin remedio humano, ó, á lo menos, así lo creian ; y se ponen á buscar como locos una fuente ó arroyo, sin mas razón que la esperanza de que la Pro- videncia les enviarla agua de un modo ó de otro , y así fué : sea que nunca hubiesen notado que una cisterna muy profunda, en donde nunca habían mirado, fuese un pozo manantial, ó que la lluvia la hubiese abaste- cido, sin que ellos parasen la atención en ello, se halla- ron con la descubierta preciosa de que podia suministrar- les agua en suficiente medida. Asi recuperados de sus mayores necesidades , con las fuerzas, sintieron mayores esperanzas, y surjieron en sus espíritus nuevas inspiraciones para trabajar en bus- car medios eficaces de salvación; porque los recursos que poseían tan milagrosamente no podían durar mu- cho , y lo mas racional era pedir socorro , cosa imposible por tierra, al paso que por mar no tenían el mas mínimo transporte. La consecuencia de esta reflexión fué la re- solución de construir un barco, sin pararse en dificulta- des , ni saber si tendrían ó no materiales suficientes y pro- pios para esta construcción. Puestas las manos á la obra , este proyecto se ejecutó en pocos dias, y, gracias á este tesón admirable, se vieron poseedores de un transporte. Mas , cosa particular, ni una sola vez les había pasado por el pensamiento que carecían de lo mas esencial para completar el barco , á saber , alquitrán ó brea para ca- renarlo. Al hacer esta reflexión , se hallaron como si se les hubieran roto los brazos , y ya iban á desesperanzar, cuando, de repente, uno de los concurrentes pensó que 278 HISTORIA DE CHILE. podrían suplir esta falta con la pez de los cueros de vino. Con esta feliz ocurrencia renace la esperanza, y todos, cada uno por su lado , van en busca de cueros viejos de vino, cuando uno de ellos halla dos de dichos cueros llenos de un alquitrán muy puro. Es mas fácil el hacerse juicio de la sorpresa y del jú- bilo que causó esta felicísima descubierta que el pintar- los. Con esta excesiva abundancia de brea que la fervo- rosa piedad de aquel tiempo hizo mirar como un presente del cielo, el barco se halló muy pronto carenado, y no que- daba mas que hacer que botarlo al agua, montarlo y dar la vela en busca de socorro para la plaza. En efecto, una noche , con el mayor sijilo , lo hecharon al Capten , y co- misionaron á don Bernardino Quiroga para que, con dos Españoles y tres Indios, fuese en él á exponer la extre- midad en que se hallaba la Imperial. Pero todo esto no pudo hacerse tan sijilosamente que no llegase bastante pronto á conocimiento de Pailla- macu, y á penas este lo supo, destacó á su vicetoquí Millacalquin con tres mil hombres para ir á guardar el paso en Yumbel y oponerse á la llegada del socorro. Causa verdaderamente sorpresa el ver el acierto y pericia militares de estos guerreros araucanos, que im- ponen admiración, no solo por su intrepidez, sino tam- bién por sus miras estratéjicas. Como, sin duda alguna, lo había pensado Paillamacu, el enviado de la Imperial habia arribado felizmente á la Concepción , y el gober- nador Quiñones se habia puesto inmediatamente en marcha, probablemente con fuerzas suficientes, en aten- ción á que en Yumbel batió á Millacalquin con sus tres mil hombres, bien que este vicetoquí defendiese el paso con tesón, y solo cediese al fuego de la artillería. No WT ■H CAPITULO XXIV. 279 dándose por vencido, Millacalquin se rehizo, y, reple- gado sobre el rio Tabón , presentó segunda vez la ba- talla al jeneral español, pero de nuevo fué deshecho y batido. De suerte que Quiñones llegó, sin mas estorbo, sobre Paillamacu, el cual, por prueba de que las fuer- zas españolas que le venian encima eran imponentes, levantó apresuradamente el sitio. El momento de la entrada del libertador en la plaza, y las sensaciones profundas de consuelo y de gozo que debieron experimentar los infelices sitiados, son cosas que no se podrian describir tan bien como, la imajina- cion las concibe. Doña Inés de Aguilera recibió del go- bernador un verdadero y bien merecido homenaje de admiración y de respeto por sus virtudes heroicas , á las cuales la Imperial, dejando á parte los favores particu- lares de la Providencia , debia el haberse mantenido hasta la llegada del socorro (1). Bien que hayamos leido en algunas noticias de los acontecimientos de aquel tiempo , que Quiñones se man- tuvo en la Imperial hasta la llegada de un barco, que vino en abril , para transportar los habitantes de la plaza á la Concepción , la razón , y otras noticias mas fidedig- nas nos inclinan á creer mas bien lo que García dice , á saber, que habiendo resuelto la evacuación de la co- lonia, el jeneral español se puso de nuevo, y 'sin de- mora, como era natural, en marcha, ordenando sus tropas de modo, que llevaban bien custodiados á los habitantes, y en medio de ellos, á la ilustre doña Inés de (1) No se comprende el error de Molina que da por sentado que doña Inés de Aguilera no había aguardado por el socorro, y que, aprovechándose de una ocasión, se habia salvado por mar con el obispo, y algunos habitantes. «Es tan falso, dice García, que el obispo habia muerto, y no habia entonces obispo. » 280 HISTORIA DE CHILE. Aguilera, á la cual el rey recompensó con una pensión anual de dos mil pesos (1). ¡ Qué cuadro tan admirable y tan tierno representan estos desgraciados, salvados tan milagrosamente, en medio de sus libertadores, llorando, por una parte, la pérdida de su colonia y de sus bienes; y, por otra, sus- pirando de gozo de verse en salvo ; levantando los ojos llenos de lágrimas de reconocimiento al rostro de la ado- rada Vírjen á cuyo amparo se acojieron en los dias pa- sados de terror y de angustias , y á la cual llevan en el medio, con todos los ornatos de la catedral y hasta el libro becerro ó protocolo de esta iglesia ! ¡ Qué marcha tan triunfal ! ¡ Jamas historia ha presentado un cuadro tan magnífico, ni tan propio á conmover, y llenar de sentimientos heroicos y relijiosos cualesquiera corazón capaz de abrigarlos ! Así llegaron á la Concepción; así acabó la Imperial, y esta es la verdad de los hechos. Las diferencias que se pueden hallar en algunos escritos , diferencias que la his- toria desdeña, son puro efecto, en parte, de copias de- fectuosas, y, en parte, de confusión de los acontecimien- tos que han sucedido en diferentes colonias con cir- cunstancias muy parecidas, y que ha sido muy fácil confundir. El gobernador Quiñones concluyó también aquí su gobierno. Cansado de servir, y tal vez, por los ajes y la debilidad de fuerzas que acarrea la vejez, dejó el mando, después de haberlo desempeñado quince meses con ho- (1) Bascuñan intenta, al parecer, ajar los laureles de esta ilustrísima Es- pañola, acusándola de haber dado muerte á un eclesiástico y á una India. Su- poniendo que el hecho sea cierto y digno de la historia, la jenerala de la Im- perial pensó, sin duda, que hacia justicia. wr CAPITULO XXIY. 281 ñor. Los Chilenos han conservado una larga memoria de los nobles y jenerosos sentimientos de que estaba ador- nado este jeneral, y de los cuales aun dio una magnífica prueba al despedirse, mandando distribuir á las viudas de los valientes que habían muerto bajo su mando, la crecida cantidad de 20,000 pesos, que con este objeto había pedido á su cuñado , el arzobispo de Lima , santo Toribio Magravejo. é CAPITULO XXV. Nuevas calamidades con la llegada de un pirata holandés al mar del Sur. — Saqueo de Castro. — Van Noort desembarca en la Mocha y después apresa algunos barcos en Valparaíso. ( 1600.) Mientras sucedían las desgracias que acabamos de ver, aun habia otras para colmo de padecimiento de los habitantes de Chile , y fueron las que vamos á referir. El almirante holandés Van Noort , que habia entrado por el estrecho de Magallanes con dos navios y un yate , se apareció por febrero en el mar del Sur. Por de pronto , una fuerte tempestad dispersó estos buques y les impidió de operar reunidos ; pero no por eso cau- saron menos males. Una de las naves, mandada por un capitán llamado Jacobo Machis, arribó al puerto de La- vapié , no lejos de Arauco , y el comandante , engañado por la actitud pacífica de los Indios, saltó imprudente- mente en tierra. Mal le advino , porque los naturales aprovecharon de la primera ocasión, y cuando mas des- cuidados estaban los Holandeses , mataron á veinte y tres de ellos, no salvándose los demás sino porque, rece- losos , se habían quedado en las lanchas. García se formaliza sin razón , á nuestro parecer, por- que Molina, al referir este hecho, añade : « Quizá por- que les parecieron Españoles. » — Bien podría ser que los Chilenos aborreciesen á todos los estranjeros, como lo asegura García; pero no seria extraño que en este odio universal , hubiese alguna particularidad contra los CAPITULO XXV. 28S que habían sido y eran sus agresores. Con todo eso , la conjetura de Molina nos parece poco reflexionada , en atención á que los Indios tienen buen ojo y buen oído, y verdaderamente no podían confundir los rostros y traje holandeses con los españoles , ni la lengua neer- landesa con la castellana. De todos modos , el comandante Machis quedó entre los muertos , y el mando del buque recayó en su teniente y sobrino Baltasar Cardes. Este quiso , al parecer, que la pena del mal que habían hecho los Indios á su tío y á sus marineros cargase sobre otras cabezas inocentí- simas de él. En efecto , Cardes fondeó (17 de abril) en Chiloe, y parlamentó con el gobernador, Ruiz de Pliego, bajo pretexto de comerciar y hacer víveres. Pliego le dejó saltar en tierra con tanta mas confianza , cuanto era este gobernador de un natural blando y bondadoso, y desconocía, por otra parte, hasta los menos ofensivos Bstratajemas de guerra. Así fué , que al punto experi- mentó la fatal consecuencia de su ciega confianza ; por- gue á penas hubo desembarcado, el pirata holandés hizo dar muerte al infeliz gobernador, y á nueve Espa- lóles mas , que le quisieron defender, ni mas ni menos jue si fueran los Indios que habían asesinado á su tio. — No satisfecho con esto , tomó por auxiliares á los na- turales, temiendo que otros Españoles viniesen á vengar a muerte de sus hermanos ; saqueó la Ciudad de Castro ; I cuando hubieron ejecutado algunos raptos de mujeres, 5e fortificaron en la casa de un particular llamado Mar- ín Uribe. Esta atroz conducta de Europeos contra Europeos , ¡P se deberían considerar allí como hijos de un mismo suelo , no podia menos de despertar un noble resentí- 284 HISTORIA DE CHILE. miento en el corazón de los Españoles, y así sucedió. Favorecidos por la noche y por el conocimiento del ter- reno , estos últimos se rehicieron , atacaron á los Holan- deses y les mataron dos hombres; hirieron á su capitán arrancándole la bandera, y rescataron á sus pobres mu- jeres ; y, por complemento de satisfacción , sobrevino el coronel Ocampo, el cual sorprendió al pirata y le forzó á reembarcarse precipitadamente , con pérdida y muerte de treinta Holandeses y de trescientos auxiliares. Entretanto, Van Noort, que habia anclado el 21 de marzo en la isla de Mocha , echó en tierra , para explo- rar, á un marinero llamado Juan Glaesz , condenado por insubordinación á ser abandonado én tierra extraña, con promesa de indultarle si volvía salvo , y dándole , para atraerse los habitantes , navajillas , espejuelos y otras niñerías de tráfico. Glaesz fué muy bien recibido y tratado por los Indios , los cuales cedían un carnero por una azada , y una ó dos gallinas por una navaja ; y tanto los embelesó , que dos caciques fueron á bordo y pasaron allí la noche sin querer volver á tierra. Al día siguiente , los Holandeses desembarcaron con ellos, para ver sus poblaciones , que se componían de unas cin- cuenta chozas de paja , largas y estrechas con una en- trada en el medio; pero los Indios no les permitieron entraren ellas ni hablar con sus mujeres, las cuales, á una seña, iban á hincarse de rodillas delante de sus maridos. Por lo demás , los Indios se mostraron hospi- talarios, los convidaron á sentarse, y les dieron de re- frescar con chicha , que era su licor de regalo. El 2/j. , Van Noort salió para la isla de Santa María , y, el 26, apresó en sus aguas una nave que, al verle, había largado la vela. Esta era el Buen Jesús , en comí- CAPITULO XXV. 285 sion para dar aviso de la llegada de velas extranjeras por el estrecho, y que justamente fretaba con un car- gamento de tocino y de harina para proveer á la Concep- ción y á otras plazas marítimas. En Yalparaiso , el corsario apresó algunos barcos es- pañoles , y otros fueron echados á pique. Sin embargo no saqueó los apresados , contentándose con quitarles algunas provisiones de que carecia él mismo. El Io de abril , llegó á la embocadura del rio Guaseo, en cuya costa echó á tierra al capitán del Buen Jesús , y á la mayor parte de su tripulación. Desde entonces , no se oyó hablar mas de él , sin duda , porque avistó las velas enviadas en su persecución por el virey, al mando de su sobrino don Juan de Velasco. Con el tiempo, se supo que habia tomado el rumbo por Filipinas , en donde habia sido muy maltratado por navios españoles ; pero el hecho es que Van Noort entró con el suyo (el Mauricio) en Roterdan , el 26 de agosto de 1601 (1). Este episodio se encuadra maravillosamente en la guerra de Chile , como prueba de que era superfluo ser Americano , jentil y tener que convertirse para estar expuesto á invasiones ; y, de paso , como prueba también de que la humanidad y la crueldad , lo mismo que todas tas demás virtudes y vicios , no tienen fronteras ni país natal , sino que se hallan naturalizadas en todas las na- ciones, sin que estas tengan nada que envidiarse unas á otras , ni echarse en cara sobre este particular. (1) Ulloa , y Jorge Juan, viaje á la América meridional. CAPITULO XXVI. Gobierno interino de García Ramón. ( 1600. ) García Ramón , antiguo maestre de campo, se hallaba en Lima siguiendo una solicitud, cuando el virey le nombró para pasar de gobernador interino á Chile ; pero lejos de prestar á este jeneral los auxilios necesarios para restablecer la superioridad de las armas españolas, y rescatar lo perdido , el virey nada le concedió , y le mandó salir con urjencia para su destino (1). — 1 nuevo gobernador no tuvo mas que obedecer, y se em- barcó en el Callao para Valparaíso , á donde arribó fe- lizmente el 26 de agosto de 1600. Entretanto, Paillamacu y Pelantaru habían recorrióle vencedores las provincias de Itata y Chillan hasta el ñ{ Maule. García Ramón entró con fortuna en campaña, I logró , aunque á mucha costa, libertar á estas provincias, y despejar el camino de la capital á la ciudad de la Con. cepcion á donde regresó para refrescar sus columnas' reforzarlas, y volver, sin pérdida de tiempo, á perseguí] los dos jefes araucanos. Pero estos se habían divididí de concierto, y mientras Villarica y Osorno se veían ame nazadas por Paillamacu , y clamaban que se las socor (1) Pero García , refiriéndose á Bojas, asegura que García Ramón recibii tropas de Buenos Aires ; y Molina dice que le llegó un rejimiento de vete- ranos, que le condujo de Lisboa don Francisco Ovalle, padre del historiado de este nombre. Tal es la opinión jeneral. ■irr CAPITULO XXVI. 287 riese, Pelantaru habia pasado el Biobio para echarse sobre la provincia de Chillan. De modo que el goberna- dor, no pudiendo dividir sus fuerzas , se hallaba en la imposibilidad de atender á los dos puntos amenazados. Sin embargo ., aun supo García Ramón sacar bastante partido de los pocos recursos que tenia para contener á los jefes araucanos , y lo que es mas , forzarlos á ale- jarse de las márjenes del Biobio. Era mucho , sin duda, el no perder terreno ; pero no era bastante para lo que se pedia y necesitaba. Al cabo de seis meses de mando , tuvo que cederlo al maestre de campo don Alonso de Rivera , enviado como gobernador en propiedad ; siendo de notar, dice Molina , que García Ramón , pre- cisamente porque conocía lo peligroso de la situación , no habia aspirado á mas que á mantener sin nuevas pér- didas lo que existia. El nombramiento del nuevo gobernador nos da oca- sión de notar que no era extraño que la corte juzgase á los jefes españoles de Chile con cierta severidad, puesto que el mismo virey del Perú estaba persuadido de que la guerra se eternizaba por el solo interés de los gober- nadores y otros jefes del ejército. En efecto , llevado de esta persuasión , el virey habia pedido al rey un gober- nador español , no solo de pericia y conocimientos mili- tares , sino también desinteresado , á fin que no tuviese mas miras que las determinar la conquista , y este fué el motivo por el cual don Alonso de Rivera obtuvo el mando de Chile con fuerzas, hasta entonces, no vistas, y con grandes recursos para pagarlas; puesto que el rey le prometió quinientos Españoles , y , por de pronto , le en- cargó de transmitir al virey del Perú la orden de darle trescientos. Desde este momento , quería S. M. que su 288 HISTORIA DE CHILE. ejército de Chile se compusiese de dos mil hombres, con sueldo señalado, y pagado por el real erario, desde el grado de jeneral hasta el de soldado, con el fin de aliviar á los habitantes de Chile de las enormes contribuciones de guerra con que se hallaban agobiados. i ^r CAPÍTULO XXVII. Acontecimientos y operaciones militares, bajo el gobierno del maestre de campo don Alonso de Rivera. — Ruina de Villarica. C 1601.) Era muy cierto que los infelices habitantes de Chile estaban ya casi en la imposibilidad de soportar por mas tiempo las cargas de la guerra; y la providencia del rey, en el hecho de mandar pagar los sueldos de su ejército por el erario, fué una verdadera providencia para ellos. A este interesante y feliz resultado , se anadia otro que lo fué no menos, á saber, que el soldado, hasta entonces desmoralizado por la necesidad, y por el robo á que acudía para su remedio , volvió á encerrarse en los lí- mites estrechos de la disciplina, y ya no dio mas motivos de queja , en este particular. Al despachar de gobernador de Chile á don Alonso de Rivera con tan poderosos medios de terminar la guerra que asolaba aquel reino, el rey pensó y esperó que sus esfuerzos serian muy luego coronados de un feliz éxito. Rivera pensaba y esperaba lo mismo, y asi se lo pro- metió al monarca. Con estas esperanzas y promesas, se embarcó en San Lucar de Barrameda y llegó felizmente á Lima. En vista de las órdenes que le llevaba, el virey puso al punto á su disposición los 300 hombres, dos transportes , y el dinero para las pagas ; y, sin mas tar- danza, el nuevogobernadordeChileseembarcó, yarrivó al puerto de la Concepción, por febrero de 1601 (1). (1) García. U. Historia. f 9 290 HISTORIA DE CHILE. En aquella época, Villarica y Osorno, solas colonias australes que les quedaban á los Españoles , se hallaban sitiadas por los Araucanos. La primera, mandada por el corregidor don Rodrigo Bastidas , estaba estrechada por el vicetoquí Millacalquin y sus habitantes hacían los mismos prodigios de resistencia que los lectores han admirado , sin duda alguna , en otras partes. Muriendo de hambre, cadáveres galvanizados, mas bien que hombres en vida, sus defensores, dirijidos por el valiente capitán Bastidas, habían resuelto enterrarse bajo los escombros de la plaza antes que rendirse ; y , no pudiendo contar con que les llegase socorro , hacían salidas portentosas en busca de yerbas para sustentarse. Así se iban muriendo todos de una manera ó de otra. En la segunda, mandada por el maestre de campo don Fer- nando de Figueroa, sus habitantes no se señalaron con menos arrogancia y dieron igualmente pruebas no equí- vocas de grande valor y de una firme perseverancia. En este estado se hallaba Chile , cuando llegó el gober- nador Rivera , y sus primeras atenciones fueron los so- corros urgentes que reclamaban estas plazas. En efecto , despachó incontinenti al maestre de campo Gómez Ro- mero y al capitán Francisco Hernando Ortiz , con setenta hombres , y orden de reforzarse con tropas auxiliares en Chiloe. Al dar cumplimiento á su encargo , supo Romero que en la ciénega de Perpalen , había un campo ene- migo muy bien atrincherado, y fortificado con una buena palizada. Sin duda , este campo debia de ser una especie de cuartel jeneral, desde donde los Indios hacían incursiones , y por lo tanto , muy interesante el des- truirlo, puesto que Romero, no obstante la urjencia dé acudir á Villarica, se empeñó en tomar la ciénega, ope- wr CAPÍTULO XXVII. 291 ración que le costó tres dias de ataques y de repulsas. Enfin, venció todos los obstáculos, y los enemigos dis- persos, huyendo por todos lados, dejaron muchísimos muertos, en parte ahogados en la ciénega. Pero estos tres dias perdidos eran de llorar para los desdichados de Villarica. Y con todo eso, ¡ cosa increí- ble I Romero se va de allí á Castro, y se contenta con en- viar cincuenta hombres al mando de Ortiz á Osorno. Llega Ortiz á Osorno, y Paillamacu , bajo pretexto de temer este refuerzo , levanta momentáneamente el sitio; pero en realidad, para reforzarse él mismo, como luego severa. Enfin, don Fernando de Figueroa destaca á Ortiz al socorro de Villarica ; pero ya era tarde. En Mari- quina, este capitán supo que Villarica ya no existia. Millacalquin no habia dejado un instante de descanso á los infelices defensores, los cuales, no pudiendo ya, por su corto número, defender el cuerpo de la plaza, se habían retirado á un baluarte, en donde Bastidas, con solos diez á doce hombres que le quedaban, se ha- bia defendido hasta que Millacalquin, poniendo fuego al baluarte, los habia forzado á salir, y aun estos valientes habían tenido bastantes ánimos para morir con las armas en la mano. Este fué el fin de Villarica, sucedido en octubre de 1601, y al cabo de dos años y once meses de sitio. Aquí, los Indios no hallaron mas vivientes que algunas mujeres, algunos niños y el pobre presbítero Andrés Viveros que martirizaron con lenta é injeniosa crueldad. CAPITULO XXVÍIL Sucesos que preceden á la evacuación de Osorno. — Llegada de Ocampo con un refuerzo de tropas. — Su salida para Chiloe. — Es atacado y muerto por los Araucanos. ( 1601.) Ortiz volvió con esta tristísima nueva á Osorno. En este momento , los Indios de encomienda de la provincia de Cuneo se conjuraban con los de guerra, bajo el mando de Ligcoy, valiente jefe, atrincherado con mil de los suyos entre un canal de mar y una ciénega intran- sitable para caballos, y aun dificilísima para la infan- tería por lo profundo del agua que llegaba á la cintura. Noobstante estos obstáculos, Figueroa resolvió tomar esta posición y castigar á Ligcoy. En efecto , sale de la plaza, llega á vista de los enemigos, y manda preparar cuatro piraguas, prefiriendo arriesgarse por el canal, que atravesar la ciénega , en cuyo paso habría perdido mucha gente. Por otra parte, el canal presentaba la facilidad de ser atravesado sin mucha resistencia, pro- tejiendo el desembarco el fuego de una división. Así se verificó ; las cuatro piraguas abordaron á la parte de los enemigos , los soldados que las montaban saltaron en tierra , se formaron y los contuvieron con su fuego , mientras se les incorporaban las otras divisiones. Esta operación concluida, Figueroa se halló con otra dificultad mayor que vencer, á saber: al pié de un risco, WT CAPITULO XXVIII. 293 que no daba acceso si no era por la ciénega , que habia querido evitar, y por algunos senderos de tierra firme, defendidos con estacas puntiagudas y entrecruzadas , en manera de caballos de frisa; pero la empresa estaba de- masiado adelantada para que fuese posible el retroceder sin haber conseguido su fin , con escarmiento de Ligcoy y de los suyos. Con todo , tuvo el jefe español mucho que hacer para abrirse paso mandando que los auxiliares lo despejasen arrancando las estacas; pero enfin, lo consiguió arrojando al enemigo á la ciénega , en donde aun hizo este una larga, aunque infructuosa defensa, y de donde se retiró con orden á un fuerte que tenia , pro- tejido por una escarpada roca. Cuanto mas les costaba á los Españoles el forzar los Araucanos á rendirse, tanto mas les acrecentaba el ansia de alcanzar esta victoria ; los bizarros Araucanos no eran del mismo parecer, y probaron en este caso , como en otros muchos , que eran tan impertérritos en la defensa como denodados en el ataque; en todo el dia, las tropas españolas no pudieron hacer el menor progreso. Sin embargo, como á la valentía reunían el tino militar, sus enemigos, que sabían , sin duda , no poder esperar por socorro , desalojaron por la noche para retirarse por la ciénega ; pero la oscuridad de las tinieblas dio lugar, antes que lo ejecutasen completamente, ala claridad del dia, y fueron vistos. Inmediatamente, Figueroa les destacó a Ortiz con los auxiliares , y este capitán pudo hacer algunos prisioneros , entre los cuales se halló, por su desgracia , el jefe Ligcoy, digno por su valor he- roico de mejor suerte , y á quien mandó Figueroa dar una cruel muerte. ¡ Errores fatales! ¡ Ceguedad funesta! puesto que no era de esperar, ni cabia en razón , que 294 HISTORIA DE CHILE. los mas bárbaros y los mas quejosos diesen los primeros ejemplos de humanidad. No bien hubo regresado á Osorno su comandante, cuando recibió partedel de Tarpellada , que lo era Ro- drigo de Rojas , de que iba á ser envestido por grandes fuerzas. Sin tomar descanso , Figueroa salió de nuevo á su socorro , y tan felizmente, que al paso, salvó al capi- tán Gaspar de Tierra , que venia á explorar las provin- cias de Galle Calle y Quinchilca , y que , sineste acaso, habría calcio en la ruina de Villarica , á donde se dirijia. El fuerte de Tarpellada fué evacuado , y Figueroa con- centró todas las fuerzas de su distrito para resistir, no á una nueva conjuración , sino á la trama perpetua é inter- minable de conjuraciones que no habían cesado de ur- dir los Araucanos desde la muerte de Loyola. I Qué movimiento! ¡qué multitud de hechos heroicos y de héroes de una y otra parte ! Apenas si el ánimo del lector puede discernir de qué lado se inclina la ba- lanza del sentimiento interesado que se experimenta siempre en favor ó en contra de uno de dos partidos. Es una particularidad de la historia de Chile , sin parangón en las demás historias. Por un lado el tesón y la perse- verancia de los Españoles , sus padecimientos y sus grandes desgracias. Por otro, los esfuerzos incesantes, el arrojo y la bizarría de aquellos brillantes Araucanos , que en una nación culta hubiesen tenido estatuas y láminas de bronce. Porque no podemos menos de adop- tar la pintura que hacen del carácter y de las virtudes privadas de los naturales los misioneros, los cuales los han visto y tratado en el estado natural de un ánimo tranquilo y no en las furibundas iras de la guerra; no es dable que corazones tan heroicos y esforzados como los CAPITULO XXVIII. 295 de los Araucanos no albergasen sentimientos nobles y magnánimos. Figueroa , no pudiendo ignorar que toda la comarca estaba sublevada , y que á Paillamacu , el cual , bien que intrépido , y capaz de sobrellevar las fatigas de la guerra, se hallaba sin embargo ya muy entrado en años, se le había juntado Pelantaru , otro caudillo no menos formidable , tomó medidas para poder resistirles , y, en caso necesario , para ir á buscarlos sin esperar á que le atacasen. La que le pareció mas urjente fué la construc- ción de una ciudadela , y él mismo , en persona , coo- peró á ella con sus propias manos ; ejemplo que dio tal impulso á los trabajadores , que en poco tiempo quedó la plaza fortificada con este poderoso resguardo ; porque una ciudadela en el recinto de una plaza es tan venta- josa, que puede haber casos en que baste á salvarla plaza , y á preservar de los efectos de un mal éxito. La segunda medida que tomó fué el alojar cómoda- mente y con seguridad á las clarisas de Santa Isabel en la casa del capitán Ortiz, el cual la cedió gusto- sísimo , consintiendo que se hiciese en una parte de ella, puesto que ofrecía suficiente capacidad, un oratorio para el servicio divino. Estas clarisas, ó franciscanas, llama- das de Osorno, habían sido fundadas en el año 1573, según el abate Olivares , por tres señoras de esta ciu- dad , con el título de Beaterío, y el obispo de la Imperial, san Miguel , las habia reducido á clausura bajo la regla de Santa Clara. Entretanto , se presentaron un dia al gobernador unos Indios de paz , que llegaban con el parte de que al norte del Rio Bueno quedaban acampadas tropas espa- ñolas , detenidas por la dificultad de pasar el rio. Bien 296 HJSTORIA DE CHILE. que los mensajeros no pudiesen decir otra cosa mas acerca de estas tropas , Figueroa supuso que venían á reforzar su guarnición , y envió con urjencia al capitán Ortiz , acompañado de su hijo , para que facilitasen á dichas tropas el paso del Rio Bueno, paso arriesgado, y para cuyo servicio no había mas que cuatro muy peque- ñas canoas. Marcharon incontinenti los dos Ortiz , padre é hijo, y hallaron que las tropas anunciadas venían man- dadas por el coronel Ocampo , el cual , habiendo llegado demasiado tarde al socorro de Villarica , venia ahora á reforzar la guarnición de Osorno. A primera vista , parece incomprensible como habia tardado tanto Ocampo en aparecer ; pero , dejando á parte que la multitud y rapidez de los acontecimientos hacen olvidar el corto período de tiempo en que suce- den, Ocampo habia marchado con precauciones, y por rodeos áridos y escabrosos, ignorando si hallada ene- migos y en qué número. Por esta razón, cuando llegaron á Riobueno, sus tropas estaban exhaustas de fuerzas por cansancio, y por una larga privación de alimentos; y la venida de Ortiz fué para ellos un verdadera socorro del cielo , puesto que les traían buenas provisiones y en abundancia. Sin embargo , solo tomaron una suficiente refacción , y el descanso necesario , y luego se pusieron en marcha para Osorno. Sorprendidos los Araucanos al ver llegar inopinada- mente este refuerzo, pensaron en. reservarse para mejor ocasión , y dieron muestras de renunciar á sus proyectos belicosos ; pero Figueroa, sin fiarse en estas apariencias, y con aviso, por otra parte, de que mas que nunca pensaban en atacarlo , resolvió ir á buscarlos , y. los sor- wr CAPITULO XXVIII. 297 prendió cuando menos lo esperaban , derrotándolos completamente y quitándoles numerosas cabezas de ganado, con lo cual los creyó escarmentados para mucho tiempo ; pero esta persuasión le fué fatal. Calculando que los víveres , con el aumento de bocas que Ocampo había traido, iban muy pronto á ser escasos, y que las mujeres y criaturas padecían inútilmente, pensó Figueroa, en atención á que era c orta ladistancia, en destacar al coronel Ocampo con cien hombres , bajo las órdenes inmediatas de los capitanes Peraza, Rodrigo y Pedro Ortiz , á Chiloe , en busca de víveres , caballos de bagajes para trasladarlas allí, y aun mas tropa, si la habia. Esta funesta resolución fué puesta en ejecución sobre la marcha. Ocampo salió de la plaza con sus capi- tanes y sus cien hombres , y mientras que no estuvieron demasiado lejos de su protección , ya fuese para volverse á ella ó ser socorridos por ella, viajaron sin el menor estorbo , bien que sin descuidar las precauciones mili- tares con que se debe andar por país enemigo. ¿Pero de qué podian servir las precauciones mejor combinadas , en semejante caso , con enemigos tan sa- gaces y tan resueltos como los Araucanos ? En efecto , de nada ó de poco ; y así fué que en la primera montaña que tuvieron que atravesar , se vieron de repente ata- cados por fuerzas casi decuplas , y , desde este momento no tuvieron mas descanso. En la imposibilidad de retro- gradar , de hacer alto para descansar, ni de tomar ali- mento , tuvieron que batirse continuamente para abrirse paso , hasta que en uno de estos incesantes encuentros , fueron completamente derrotados con pérdidas dolorosas, tanto que el coronel Ocampo quedó muerto en él. No parecía sino que los Indios se habían mantenido apos- 298 HISTORIA DE CHILE. tados para seguirlos y vengarse de la última sorpresa que Figueroa les habia ocasionado. Pues aun , estos infelices , como si de antemano hu- biesen previsto este caso aciago, y se hubiesen dado punto de reunión , se rehicieron a la orilla de un rio , y en pocas horas se atrincheraron. Los Indios los cercaron y por la noche les daban continuos asaltos ; pero viendo que eran sin fruto, determinaron dejarlos morir de hambre ; recurso infalible ciertamente , si, por su lado, los pobres sitiados, con esta previsión, no hubiesen ellos tomado una resolución. Esta fué que el capitán Peraza, reconocido unánimemente por jefe, dispuso construir una piragua; y una noche en que los Indios, según su máxima , habían parecido alejarse para caer de improviso sobre ellos, transportó en ella á la otra orilla toda su gente , en muchos viajes. Al amanecer, viendo los Indios que los Españoles se habían salvado , se pusieron á perseguirlos y , al fin , los alcanzaron. Pero ya los Españoles se hallaban animados por una de estas inspiraciones que solo vienen de arriba á los ánimos heroicos , y fué , que creyeron ser instru- mentos de un milagro, visto que era realmente milagroso el que no hubiesen sido despedazados por los Indios. Reputándose invencibles con esta inspiración, rechazaron valientemente á los Araucanos , y llegaron , sin cesar de defenderse , á Carelmapu , pueblo de Indios amigos y aun de muchos moradores Españoles , y á donde , por complemento de consuelo , acababa justamente de llegar don Francisco Hernández con un refuerzo de cien hom- bres para Osorno. El corregidor de Castro, á cuyo partido pertenecía Carelmapu, aprestó con el mayor celo todo lo que el CAPÍTULO XXVIII. 299 bizarro Peraza le pidió , y lo puso inmediatamente en estado de volverse en compañía de Hernández. Dejé- mosles ponerse en marcha, y mientras llegan , veamos lo que sucedió, durante su ausencia , en Osorno. CAPITULO XXIX. Prosiguen los sucesos de Osorno antes déla evacuación de esta colonia. — Su incendio. — La religiosa doña Gregoria Ramírez y el Indio Huentemagu. (1601.) Don Fernando de-Figueroa tenia demasiadamente las cualidades de un brillante militar de acción para que no hubiese alguna vez cierto apresuramiento en sus re- soluciones. Así es que, confiado en el desconcierto en que habia dejado, con la última sorpresa, a los Arau- canos, no supo prever que podían atacarle mas pronto. Por desgracia , sucedió todo lo contrario. Sin duda las plazas y fuertes de las colonias españo- las , sobre cuyas fortificaciones nada vemos en los his- toriadores contemporáneos, no eran de la resistencia que las nuestras tienen en el día , y tanto menos, cuanto sus muros no arriesgaban que los Araucanos abriesen brechas en ellos ; pero aun debían presentar algunos obstáculos , sino obras exteriores , tales como fosos , y puente levadizo , para que el enemigo no llegase de pronto y de pié llano á la capital de la plaza. Sea lo que fuere acerca de esto , las disposiciones militares de noche eran regulares en Osorno : las tropas acuarteladas en la ciudadela; guardias, centinelas, y patrullas; y si en la vijilancia hubo descuido , es probable que no ha sido por culpa del jefe que mandaba. Sobre todo, en tales casos , siempre ha sido imposible el averiguar la verdad. Una noche pues (21 de mayo 1601), en medio de una CAPÍTULO XXIX. 301 tempestad horrorosa , y cuando los Españoles menos lo esperaban, se ven de repente arder las casas de Osorno ; los enemigos habían entrado en la plaza , gracias, probablemente, á la estrepitosa borrasca. Despertándose despavoridos , los habitantes , amena- zados por las llamas, salen aterrados á las calles; las madres llevando ásus hijos en los brazos, los maridos á sus mujeres, los hermanos a sus hermanas, y suscla- mores aumentan el bramido de la tempestad y forman un verdadero caos. Era justamente lo que los Araucanos se habían propuesto : saqueo, raptos de mujeres y prisio- neros ; bien que Paillamacu hubiese recomendado mucho á los suyos que lo ejecutasen sin desunirse y con las mayores precauciones. Sin embargo , los enemigos, car- gados de botin , y embarazados con mujeres y prisione- neros , que se apresuraban á poner en seguro , no podían mantenerse en estado de batirse. A los gritos del tumulto , las tropas de la ciudadela habían tomado las armas; pero , en sorpresas nocturnas, cuando se ignoran los proyectos y las fuerzas de los ene- migos, siempre hay alguna indecisión. Noobstante, las llamas pusieron de manifiesto el desorden en que se hallaban los Indios; los soldados españoles salieron á ellos y los forzaron á abandonar la presa que habían hecho , y la mayor parte de los prisioneros ; pero no lo ejecutaron sin una grande resistencia de los Araucanos que , al retirarse , aun se llevaronalgunas mujeres des- pués de haber muerto a muchos Españoles , y , entre ellos , por mayor desgracia , al mismo maestre de campo don Fernando de Figueroa. Al día siguiente , llegó Peraza con Hernández , los hombres , víveres y bagajes que habían ido á buscar á 302 HISTORIA DE CHILE. Castro, desde donde regresaron sin el menor encuentro ni estorbo. Aquí tiene lugar una particularidad concerniente á la índole de los Araucanos ; porque, por mas que se diga que una golondrina no hace verano , también es muy cierto que rara vez se ve un ejemplo de vicio ó de vir- tud sin imitadores. Entre las mujeres que los Araucanos se llevaron de esta terrible sorpresa , se hallaba una religiosa de Santa Isabel (doña Gregoria Ramírez), de quien se prendó de amor sensible el Indio Huentemagu , en manos de quien cayó. Decimos de amor sensible , porque al punto en que este Araucano , hombre de bien y de corazón , vio que sus insinuaciones ofendían a su cautiva, se encerró en los límites del afecto el mas rendido y respetuoso. En una palabra, pudo mas para con él la virtud de la monja que su peregrina hermosura. Confesemos que Escipion , aunque por otros motivos, no fué mas contenido ni continente. Por su parte , la religiosa , cuya principal esperanza de conservarse pura se fundaba en la protección de Dios, no pudo menos de notar con admiración , y aun con una sensación de reconocimiento , la sumisión del que ella temía , con probabilidad , seria su tirano , y el cual , en realidad , era su esclavo. En efecto , Huente- magu desvivía por hacer llevadera y aun agradable su situación a doña Gregoria Ramírez : pero viendo que esta señora estaba siempre triste, bien que le tratase á él con dulzura , en recompensa de sus nobles procedi- mientos ; viendo , sobretodo , un dia , lágrimas en sus ojos, resolvió restituirla á la libertad y á su convento, aunque él hubiese de morir de pesar. ¿En donde, en wr CAPITULO XXIX. 303 qué hombre culto , civilizado , noble ó plebeyo , se ha- llará un rasgo mas hermoso de magnanimidad y de bondad de corazón ? Al formar esta noble resolución , Huentemagu corría algunos riesgos; porque en este instante, el resenti- miento de Paillamacu y de los Araucanos, en jeneral , contra los Españoles no tenia límites, y Huentemagu podia comprometerse gravemente. Por lo mismo , resolvió eje- cutar su proyecto con maña , sin que nadie lo supiese. Con este fin , se concertó con un enviado de Peraza (que iba á proponer algunos canjes y rescates ) , y entre ellos quedó concertado que se la robaría ; y así fué. De modo, que , en la opinión de todos, Huentemagu habia tenido la desgracia de perderla con otra mujer que poseía ya bau- tizada, y que quiso dejar ir con doña Gregoria á su con- vento. Este último rasgo pone enteramente á descubierto la sensibilidad de Huentemagu ; no pudiendo él vivir al lado de su ídolo , quiso que una persona suya le recordase á ella. CAPITULO XXX, Estado miserable de Osorno. — Los habitantes la abandonan y se trasladan con mucho trabajo á Chiloe. — Salida de las monjas clarisas para Santiago. ( 1602.) El coronel Ocainpo había muerto en el camino de Chiloe, y también, sin duda alguna, los capitanes Or- tiz, padre é hijo, puesto que hemos visto Peraza, que iba con ellos , proclamado jefe después de la derrota en la que quedó muerto Ocampo. Por consiguiente, Peraza manda ahora en Osorno , á no ser que sea Hernández , que vino con él de Castro. Nada de esto ignoraban los Araucanos , y lejos de en- tibiar su ardor la venida de los refuerzos , al contrario , cobraban nuevos bríos con la certeza de que cuantos mas hombres hay , mas pronto se acaban los víveres. El caso pues , para ellos , era estrenar á los Españoles de modo que no pudiesen procurárselos , al paso que consumiesen los que tenían , sin dejar , por eso , de continuar las hos- tilidades , cuando hubiese buena ocasión para ello. Vuelven , en efecto, los Araucanos á poner un cerco mas estrecho á la plaza, y á renovar tentativas de sor- presa y de asalto. Continuamente rechazados , otras tan- tas veces vuelven á la carga. De una y otra parte se notan rasgos de valor admirables. Entre los Españoles, se ad- mira aquí , como hemos admirado en la imperial , a una heroína española , la cual se llama justamente como la otra , es decir doña Inés. Pero esta es doña Inés de Ba- "*^ CAPÍTULO XXX. 305 zan , hermosa mujer que se bate con un denuedo varonil, mas que varonil, extremado , entre su marido el capitán Bazan y su hijo ; otra semejanza con doña Inés de Agui- lera, con la diferencia de que esta experimenta el dolor, que no tuvo la otra, de ver caer muertos delante de sus ojos á su marido y á sus hijos. Mientras tanto , el tiempo dura , y ¡os víveres no. Ya los sitiados empiezan á padecer, con angustia, escasez de ellos , y ya preven que se verán en crueles extremi- dades. De aquí, junta en consejo ó ayuntamiento, de vecinos y militares, y deliberación de enviar de nuevo á Castro á buscar provisiones. El arrojado Peraza se ofrece para esta arriesgada empresa, sin pensar en lo que había padecido , y en los peligros que habia corrido el año an- terior, en otra semejante. Ignoramos si los sitiadores le dejan pasar ó si se abre paso, ó si burla la vijilancia del enemigo. El hecho importante para la historia es que salió, esta. segunda vez, el dia 20 de enero de 1602. La fecha una vez establecida, no hay para que dudar, en atención á que estas fechas no han podido menos de exis- tir y conservarse especialmente en las actas y archivos de los cabildos, conservadores natos de estos preciosos documentos. Y en este punto , queremos aprovechar de la ocasión de pagar un tributo de admiración á estos cabildos , y á sus miembros , cuyo valor y virtudes cívicos han debido contribuir poderosamente á los buenos éxitos , cuando los habia, y padecer otrotanto, cuando eran malos. Porque es un error muy grande el creer que el ánimo y la firmeza que se ejercen en una poltrona ó silla no me- recen elojios porque no se practican á la boca de un canon. Es, al contrario, mucho mas fácil, á nuestro H. Historia. 20 306 HISTORIA DE CHILE. parecer , adquirir el ardor del valor por el movimiento y el calor mismo de la acción , que reflexionando fría- mente en un consejo , y aguardando con ánimo imper- turbable consecuencias, tal vez funestas é inevitables, de una determinación valiente y resuelta á toda costa. ¿ Cuantos elojios deben merecer los cabildos chilenos ? ¿Qué rasgos de enerjía, de paciencia , de resolución y de jenerosidad no debieron haber tenido en tan largos años de duras pruebas , por las cuales han tenido que pasar ? Volviendo á la nueva expedición de Peraza , salió , como hemos dicho , con propósito de traer á la plaza nuevos elementos de existencia y resistencia , y de par- ticipar con mas seguridad al gobernador la imposibilidad de conservar la colonia. ¡ Cosa extraña ! Peraza fué y volvió muy en breve sin haber experimentado contratiempo alguno. El parte que habia enviado al gobernador había llegado á manos de este jefe superior, como lo probaron las órdenes que fueron transmitidas, á pocos dias de allí, á Hernández para que evacuase la colonia , y condujese sus morado- res á Ghiloe, con el fin de fundar con ellos las de san Antonio de Galbuco , y de San Miguel de Garelmapú (1). Hernández dio cumplimiento a estas órdenes. Por oc- tubre de 1602 , salió de Osorno , llevándose á sus habi- tantes que lloraban , inconsolables , la pérdida de una patria, en donde dejaban sus bienes y el porvenir de sus hijos , adquiridos con tanto trabajo , y en medio de crueles zozobras y peligros. Si querían recuperarlos, tenian que empezar de nuevo á trabajar. Esta fué la (1) García. wr CAPÍTULO XXX, 307 al cabo de un sitio de mas de cuatro suerte de Osorno años (i). El viaje á Chiloe fué funesto para muchos de ellos. Por mas que hizo Hernández, militar experimentado, para confortarlos y asistirles , tuvo el cruel sentimiento de que se le muriesen en el camino sobre veinte perso- nas, de flaqueza ó por males que no estaba en su mano remediar. Luego que llegó á los nuevos establecimientos con sus interesantísimos colonos , Hernández envió con toda comodidad, y el decoro posible, las relijiosas de Santa Isabel á Castro , y dio parte á don Alonso de Ri- vera de haber cumplido en todo sus órdenes. En vista de este parte , el gobernador despachó un transporte á Castro para trasladar las relijiosas á Val- paraíso ; desde donde , por noviembre (2) de 1603, pasa- ron á la capital. Allí , con limosnas y donativos , fun- daron el convento de Santa Clara , á cuya edificación contribuyeron jenerosamente el virey del Perú, y las personas de distinción de Lima. (1) Carvallo, (2) Pérez García , refiriéndose al lib. 7o del cabildo , libro que empieza dicho ano, y en el cual se halla el acuerdo de esta corporación, diciendo que era muy justo socorrerlas, y concediéndoles cinco cuadras de la plaza con el cos- tado de la iglesia á la Cañada. CAPITULO XXXL Suerte deplorable de los prisioneros españoles. La relación verídica y circunstanciada de los mas de los hechos que componen esta historia no puede menos de hacerla tristísima. Pero esta es la historia, la cual, según el P. Ovalle, no tiene, en este particular, así como en otros muchos puntos, nada que se le semeje en las demás historias. Hablando de los infelices cautivos que se llevaron los Araucanos de las arruinadas colonias españolas, dos consideraciones angustian el corazón , á saber ; que amos la víspera, ó por decirlo así, se velan esclavos al día si- guiente; y que teniendo por principal objeto esta larga y sangrienta lucha el convertir paganos al cristianismo, los cristianos que la sostenían corrían el mayor riesgo de ver alterada su fe por el roce con las prácticas y cos- tumbres del paganismo , durante muchos años de cau- tiverio. Acerca de la primera de estas dos reflexiones , el mismo Ovalle confiesa que los Indios eran desapiadados para con sus cautivos , no pudiendo olvidar que los Es- pañoles habian invadido su país, dando muerte á mu- chos de los que habian querido defenderlo ; se habian apoderado de sus tierras y bienes , y los habian sujetado á servidumbre á ellos mismos. No era pues de esperar que los tratasen bien, ni siquiera humanamente, y así sucedía que los dejaban morir de hambre, los agobiaban WT CAPITULO XXXI. 309 de trabajo en labores domésticos y del campo , y los de- jaban ir desnudos. En esto , sin embargo , hacían dife- rencia entre los hombres y las mujeres ; á los hombres los despojaban , engalanándose ellos mismos con sus vestidos , y muy particularmente con los uniformes mi- litares. A las mujeres , se los dejaban ; pero como no podían durarles mucho , sobre todo atendiendo á las ocupaciones serviles que les daban , las pobres señoras se veian muy luego obligadas á vestirse como las indias mismas. Peor aun que esto era el calzado; porque una vez usado el que llevaban , tenían que andar con los pies desnudos. El lecho se reducía á pellejos de animales que tendían en el suelo ; y el alimento á harina de maiz tostada y algunas yerbas; y no podia ser de otro modo, visto el desprecio con que los Indios miraban las como- didades de la vida. Era una dolorosa miseria para las pobres Españolas , y no es muy de extrañar que haya habido heroínas entre ellas, que quisiesen huir á toda costa tan lastimosa suerte. Pero aun padecían mayores angustias cuando se veian ocupadas en los servicios mas bajos, ya fuese en lo interior, ya en los campos. Estas infelices, en estos casos, se sentían fallecer de opresión al considerar que jamas volverían á gozar del bienestar y conveniencias en que habían sido criadas. El quehacer que mas las lastimaba era el moler maiz sobre una piedra á fuerza de brazos. Ovalle dice que ha visto él mismo algunas que habían vuelto mancas de cautiverio , por este ejerci- cio. Es verdad que añade, por otro lado, hablando del valor y de la constancia de estas cautivas , que se acuerda haber visto una de ellas , ya muy vieja , que volvió tan fresca y tan gorda como si viniese de un lugar de con- 310 HISTORIA DE CHILE. veniencias y regalos. Esto prueba perfectamente el poder del hábito sobre la naturaleza, y cuan sin razón nos creemos mas débiles de lo que somos. Solo así se puede comprender como han podido sobreponerse á tantos trabajos. Pero lo que se comprende menos fácilmente , ó, por mejor decir, lo que no se puede imajinar sin sentirse angustiado, es el profundo dolor que debia des- pedazar sus entrañas maternales al ver á sus hijos, en la mas tierna edad, sujetos á las mismas miserias , con la particularidad de los castigos bárbaros que Íes daban sus amos , bajo el menor pretexto , ó cuando no acertaban á obedecer por falta de fuerzas ó de intelijencia. Eche- mos un velo sobre estos pobres corazones de madres para no aflijir por mas tiempo los de los lectores que saben que el corazón de una madre es uno de los mayores, sino el mayor prodijio de la creación. En cuanto á los hombres adultos, claro está que ade- mas de estos trabajos, tenían que estar dispuestos á morir cuando menos lo esperasen, en atención á que un fútil pretexto bastaba, ó una borrachera en la cual sus amos entonaban sus atroces cánticos , recordaban sus hazañas , y por consiguiente su resentimiento y motivos de odio contra los Españoles. En estos casos , la ven- ganza, ciega por sí y ciega de embriaguez , inmolaba sin piedad á los prisioneros, traidos allí mismo muchas veces de antemano con este objeto. Mas es de toda justicia añadir y notar, que en muchos de estos casos , se han visto caciques y otros personajes de entre ellos, interceder con autoridad, afeando estos hechos, y salvando á los que iban á ser víctimas de ellos. Sobre el segundo particular concerniente al riesgo que WT CAPÍTULO XXXI. 311 corrían estos propagadores de la fe, de ver su propia fe , sino alterada sustancialmente , á lo menos entorpecida por desuso de prácticas relijiosas, y por el contacto con hábitos jentiles, la consideración mas asombrosa para el notable resultado final que termina este capítulo, es, que la virtud la mas acendrada solo podía por algún tiempo preservar intacto el honor de las mujeres espa- ñolas , y que., al fin , tuvieron que ser mujeres de sus amos, Lo mas admirable , continua Ovalle, es que en una muy larga esclavitud, no se ha conocido un solo após- tata. Es cuanto se puede decir por la gloria de la fe ca- tólica, y en honra de la firmeza española ; porque este he- cho es tanto mas digno de ser notado que los prisioneros eran tan numerosos, que no habia labrador que no tu- viese, alómenos, uno. Por otro lado , también hay que decir en honra de los Araucanos y atenuación del título de bárbaros con que han sido calificados, que si se apropiaron mujeres espa- ñolas, estas no eran casadas , y que no han separado ni una sola, de las que se hallaban en este caso, del lado de su marido (1). A los mozos solteros españoles, les permitieron, según Molina , casarse con jóvenes araucanas , de cuyos en- laces han nacido principalmente los Chilenos de natu- raleza mixta, que fueron, con el tiempo, los mayores enemigos de los Españoles. No debemos omitir tampoco otra particularidad, en favor de los Araucanos. Esta particularidad, que es una de las que mas interesan para sacar consecuencias mo- (1) Molina. 312 HISTORIA DE CHILE, rales de la historia , y formarse un juicio de la verdad probable, en medio de contradicciones, ha sido, que muchos Españoles, y lo que es mas, algunos de mucho mérito , han preferido quedarse con ellos á ser canjea- dos ; como lo han hecho Bascuñan y Rojas. wr CAPÍTULO XXXII. Llegan de España los 500 soldados prometidos por el monarca. — Plazas res- tauradas. — Acierto del gobernador Rivera. — Cesación de su mando y causas que la ocasionaron. ( 1603.) Los lectores han debido ver con extrañeza que un militar de renombre como Rivera no pareciese en per- sona, en ninguna parte, y en tan largo tiempo , mientras los Araucanos hacían los estragos referidos en las colo- nias españolas. Pero luego se reflexiona que Rivera, conociendo á los Araucanos, su táctica, su arrojo, y la nulidad, contra ellos, de la ventaja de las armas de fuego, se estaba , no en la inacción , sino atendiendo á otros ramos de su gobierno, por imposibilidad de moverse activamente. Era este gobernador demasiado experi- mentado para ignorar que toda plaza que no es socorrida eficazmente y á tiempo, tiene que rendirse. Esto era tanto mas probable en las colonias españolas, cuanto á la imposibilidad de socorrerlas eficazmente , se juntaba la circunstancia de tener un cortísimo número de defen- sores diezmados por el hambre y los trabajos de muchos años de sitio. Rivera ansiaba con tanto mas ardor por hallarse en estado de poner remedio á tantos males, que yaveia á los colonos muy desanimados, y dando mani- fiestos indicios de no hallarse muy lejanos de emigrar ; y tuvo mucho que hacer para infundirles nuevas espe- ranzas. En efecto , en el instante en que le llegaron por Bue- 314 HISTORIA DE CHILE. nos Aires los quinientos hombres que esperaba , lo que sucedió en noviembre, se puso á su frente y marchó sobre Arauco , restableció la colonia , y reconstruyó el fuerte de Santa Margarita en Lebu. En presencia de las fuerzas que tenia, los Araucanos se refujiaron á los montes, por manera que no habia hallado ni uno en los llanos. Levantó , en seguida, la plaza de Tucapel , y dos fuer- tes; uno en Paycabi, y otro junto á la Imperial , después de lo cual, invadió como un torrente las tierras enemigas, aunque inútilmente , porque los Araucanos las habían asolado al retirarse , para no dejarle recursos ; táctica dolorosa pero sublime , de hombres de corazón resueltos á todo trance , que ha seguido igualmente algún jeneral moderno, á quien muchos han atribuido la honra de esta invención , sin fundamento. Sin embargo, la expedición no fué del todo infruc- tuosa, puesto que, ademas de la reconstrucción de las plazas, Rivera consiguió que algunas parcialidades pi- diesen paz , bien que algunas lo hiciesen pérfidamente, con el solo objeto de servir de espías á los Indios guer- reros. Con esto , regresó á Concepción para tomar sus cuarteles de invierno. Apenas lo permitió la estación, entró de nuevo en campaña , marchó á Yumbel , levantó la plaza de San Felipe de Austria; la de Buena Espe- ranza, en Guilquilemu, y mandó sembrar todo el distrito de trigo y de cebada para el ejército. Trasladándose de aquí á la isla de la Laja , ordenó la reedificación de la plaza del Nacimiento , en la parciali- dad de Santa Fe , á la orilla meridional del Biobio ; atra- vesó este rio por Negrete , recorrió toda la comarca su- bandina , y dio vuelta por los distritos de Quechereguas y Puren , ejerciendo actos de vigor y de conquistador j *rr CAPITULO XXXIL 315 con tan feliz éxito , que muchísimos Indios se sometie- ron. Como era de razón, Rivera los acojió muy bien* pero bajo la condición de que irian á establecerse con proximidad á las colonias españolas , y se alistarían para servir como tropas regladas, con sueldo señalado. Es muy de notar que estas condiciones fueron espon- táneamente aceptadas por estos naturales , los cuales se mantuvieron fieles, transmitiendo á sus descen- dientes esta fidelidad, como lo han probado todos los que vivían en las lagunillas de San Pedro de Coluera, Santa Juana, Talcamahuida , San Gristoval y Santa Fe. De donde se sigue evidentemente que la conducta militar sola no basta para someter, por mas que un jeneral crea haber conquistado. Vencer no es someter ; la fuerza vence , pero para someter se necesita, sin dejar de apoyarse en la fuerza, con- sultar la índole, y sobre todo, el interés de los ven- cidos. En esta misma época , murió el célebre Paillamacu , cargado de años y de laureles, y le dieron los Arauca- nos por sucesor á Huenencura. Este tomó posición en las montañas de Nahuelbuta, aguardando por una buena ocasión para caer de improviso sobre los Españoles. Con este aviso , Rivera hizo algunas demostraciones para que se dejase ver ; pero no pudo conseguirlo ; de suerte que le pareció probable no se hallase con ánimo ni en estado de emprender grandes cosas , y lo sintió , porque los asuntos del gobierno le llamaban con urjencia á la capital. Don Alonso de Rivera, digno del puesto que ocupaba, reunía la previsión y la prudencia á su aptitud militar, y sabia por experiencia que los recursos mas seguros 316 HISTORIA DE CHILE. serian los que él se proporcionase dando fomento á la agricultura , al comercio y á la cria de animales , auxi- liares del hombre en sus trabajos. Así fué , que luego que quedaron restablecidas las plazas de San Jerónimo , Tri- nidad y Espíritu Santo, que puso, con sus distritos, á los órdenes del famoso Cortés (1), regresó á la Concep- ción para pasar inmediatamente de allí á Santiago , como lo verificó el dia 6 de mayo (2). Siendo el carácter y los conocimientos de este gober- nador los que constituyen un hombre verdaderamente capaz y de un gran mérito , Rivera tenia la convicción de que los Araucanos no permanecerían por mucho tiempo en la inacción , y que los medios que tenia á su disposición serian muy insuficientes para hacer frente por todas partes á los acontecimientos de una guerra , á la cual era muy difícil poner fin sin grandes y poderosos recursos. Con esta íntima persuasión , reunió en consejo el ayuntamiento , el dia 6 de agosto , presidiendo él mis- mo , para deliberar sobre diferentes puntos concer- nientes á la situación verdaderamente precaria de las cosas del reino ; y de su acuerdo salió que se despachase un enviado al virey con un parte circunstanciado del estado de cosas, y una exposición prudencial de lo que se necesitaba para mejorarla. Esta misión , que fué encargada al maestre de campo don Pedro Cortés , llamado á Santiago (3) con este ob- jeto, debió de ser dirijida al virey Yelasco , puesto que (1) Este Cortés, según Carvallo, tan hábil con la pluma, como terrible con la espada, era pariente del vencedor de Méjico, y mereció el renombre de César Chileno. En su estado de servicios se leian ciento y diez y nueve batallas. (2) Actas del cabildo de Santiago. (3) Acuerdos del cabildo. *rr CAPITULO XXXII. 317 su sucesor don Gaspar de Zuñiga llegó el 18 de enero del año siguiente. Llenado este esencial deber , el gobernador fué á ver por sí mismo en qué estado se hallaban las provincias septentrionales; estableció, conforme á las facultades que el rey mismo le habia dado , una torada de ocho mil reses en Calentoa, para abastecer de carne el dis- trito y las plazas de guerra ; y fundó fábricas de paños y cobertores en Melipilla, para no tener que pedir estos jéneros al Perú. Entretanto , llegó la respuesta del virey , por la que no poclia hacer mas que referirse á los recursos que vinie- sen de España, y, en su vista, Rivera hizo una repre- sentación él mismo al monarca, exponiendo la situación crítica en que se hallaba; la insuficiencia de la anualidad que le enviaba el virey, así como también la de las tropas de que disponía , y concluyendo con tomar bajo su res- ponsabilidad la sumisión de todos los Indios, si S. M. dignaba enviarle mil buenos soldados (1). Puesta á cubierto su responsabilidad sobre estos puntos esenciales, el infatigable Rivera regresó á la Concepción, no para descansar, sino para entrar de nuevo en cam- paña , y en efecto , hizo una fructuosa , atrayendo á la paz muchas parcialidades de Tucapel y de Arauco. Esta rápida correría, la ejecutó entrando por el territorio de Buena Esperanza, desde donde fué á atravesar el rio de la Laja por Garipichun. De aquí, marchó á Santa Fe; pasó el Biobio por la plaza del Nacimiento ; penetró en el territorio subandino , recorriéndolo por todas partes; dio la vuelta por Catiray para bajar al estado de Arauco (1) Figueroadice : mil soldados de Europa, y en total dos mil. 518 HISTORIA DE CHILE, por el norte de San Jerónimo , y atravesando segunda vez el Biobio á dos leguas mas arriba de su desemboca- dura en el mar, regresó á la Concepción. En este paseo militar, no solo tuvo la satisfacción de reducir á la paz las parcialidades arriba dichas, sino que estableció la plaza de San Pedro en donde hoy existe , y un fuerte en el cerro de Ghepe, dedicado á nuestra Señora de Ale, con el fin de protejer el paso del Biobio , cerca de su desem- boque en el mar. Pero en lo que mas este gobernador de Chile dio muestras de ser hombre de capacidad, de juicio y de saber, fué en la súplica dirijida al padre visitador de la provincia de la compañía de Jesús para que le enviase misioneros que ayudasen con el celo y amor de la hu- manidad, que en las cuatro partes del mundo, en los puestos mas arriesgados, la relijion cristiana está siempre pronta á poner como centinelas avanzadas para protejer á los desgraciados y ablandar á hombres de hierro , privados de la simple razón natural ; para que ayudasen y supliesen , decíamos, con sus armas divinas , á la insuficiencia de las duras necesidades del arte de la guerra. En efecto, el padre visitador despachó á la ciudad de la Concepción á los PP. Gabriel de Vega , y Francisco Villegas, los cuales eran tanto mas aptos para llenar tan digno y alto ministerio , cuanto hablaban corriente- mente el idioma de los naturales, conocían su carácter, sus inclinaciones, sus pasiones y sus debilidades. El gobernador llevaba en sus expediciones á los dos padres, y Dios sabe los males de que preservaron a ambas partes belijerantes, y los beneficios que una y otra les han debido. r> mrc CAPITULO XXXII. 319 Porque no hay para que disimularlo , los Españoles , dejando á parte la fe , que es el patrimonio el mas feliz de la naturaleza española, los Españoles tenían tanta necesidad como los Indios de sanias palabras que mode- rasen los desórdenes de su vida ; desórdenes que se co- municaban de los hombres á las mujeres , por manera que la disolución de las costumbres era tan jeneral como lastimosa. Los padres misioneros establecían su pulpito, por decirlo así , en los campamentos y en los cuerpos de guardia, en donde oían y muchas veces veian cosas que la caridad cristiana podía sola dejarles ver y oir sin repug- nancia. Al fin , su celo y perseverancia tuvieron digna y merecida recompensa : gracias á sus sermones , á su suave doctrina , á sus fáciles lecciones y á una dulzura de trato con la que los Indios quedaban confusos , muy luego las lenguas se sintieron anudadas, y las costumbres purificadas de inmundicia , en cuanto era posible y exi- gible; porque en la guerra, los hombres mas moderados y racionales caen alguna vez , sin pensarlo , en casos de relajamiento. Por otro lado, los padres llenaban el primer objeto de sus misiones, y lograban frutos de bendición en la con- versión de los Indios. Ovalle dice que no hacían nin- guna expedición sin convertir á muchos de ellos , y que aun de moribundos obtenían que muriesen de muerte ejemplar con todos los sacramentos , como lo harían los mas fervorosos cristianos. Realmente Rivera poseía todas las cualidades reque- ridas para completar la grande obra de la conquista , y le habría dado , sin duda alguna , un grande impulso , si un acontecimiento , en parte fútil , y en parte grave , á la vez serio y risueño , no hubiese surjido de su propio ■■ 320 HISTORIA DE CHILE. corazón para estorbarlo : en una palabra , puesto que es forzoso decirlo, por mas que le pese á la historia, Rivera se enamoró. El objeto ele sus deseos era digno de él; Inés de Córdova. hija ele la heroína Inés de Aguilera, era digna de un trono. Los dos amantes calcularon con desmayo la inmensidad de la distancia que hay de Chile á la corte de España, y lo que tardaría la licencia del rey . indispensable para que se casasen en regla : ¡ im- posible el diferir por tanto tiempo el momento deseado ! En efecto, se casaron sin licencia; y como el virey del Perú no estaba sumamente satisfecho de Rivera, por- que cada dia le molestaba pidiéndole recursos para con- tinuar la guerra, recursos que no tenia ó no podia darle, el virey dio parte de este enlace, que hubiera podido quedar ignorado : y sin duda . este parte se re- sentía del mal humor de su autor ; de suerte que la res- puesta fué quitar el gobierno á Rivera, bien ciue, en recompensa de sus servicios , el rey le dio el de la pro- vincia ele Tucuman. Fuera de los acontecimientos referidos, no hubo ningún otro en su gobierno . si no es la muerte del obispo de Santiago, don Francisco Pedro de Azuaga, cuya silla episcopal fué ocupada, en 1601 . por el P. Fr. Juan Pérez de Espinosa, fundador del semina- rio del Ángel de la Guarda: el cual tuvo que encargarse al mismo tiempo del obispado de la Concepción , por promoción de su obispo , don Francisco Reginaldo de ' Lizarraga. al de Tucuman. Ahora , el 2 de febrero 1604 , llegó de teniente y juez de apelaciones el licenciado Fernando Talaverano Ga- llegos (1J , que hará, muy luego figura en esta historia ; y (Ij Cabildo. CAPÍTULO XXXII. 321 el 9 de agosto , el primer veedor del ejército don Fran- cisco de Villaseñor y Acuña; empleo que no habia existido hasta entonces, porque hasta entonces los gobernadores habían hecho todos los presupuestos del ejército. II. Historia. 21 CAPITULO XXXIII. Segundo gobierno del maestre de campo don Alonso García Ramón. —Su reci- bimiento. — Preparativos. — Fuerzas imponentes de que disponía. ( 1605.) Como se refiere al fin del precedente capítulo, descon- tento el marques de Salinas, virey del Perú, del celo mas marcial que cortesano del gobernador Rivera , dio parte á la corte del matrimonio que este había contraído sin real licencia. Ciertamente habia habido algún apresura- miento en este acto , por no decir descuido de la disci- plina , sobre cuyo punto un jefe debe ser inflexible y ejemplar; pero enfin, habia sabido mantenerla tan bien Rivera con respecto á los grandes fines del real servicio, que verdaderamente merecía , por la naturaleza de la infracción que habia cometido, que se le perdonase esta sabrosa pecadilla. Pero no fué así ; y en vista de este acontecimiento , re- cibió el cabildo de Santiago dos cartas , el 3 de febrero, una del virey, y otra de don Alonso García Ramón (1), en la cual este último rogaba al ayuntamiento le apres- tase caballos y sillas para su jente, con el bien enten- dido que todo el importe seria reintegrado. Enfin , el 21 de marzo , entregó Rivera el mando á su sucesor, y marchó para Tucuman , cuyo gobierno le habia dado el rey, en recompensa de sus buenos servi- (l) García. WT CAPÍTULO XXXIII. 323 cios; y es de notar, que al atravesar la cordillera, en- contró los mil soldados que él mismo habia pedido para terminar la conquista de Chile , los cuales venían de la Plata en donde habían desembarcado. La entrega del mando, esta vez, se habia hecho en la Concepción, á donde García Ramón habia llegado directamente, con tropa fresca, no queriendo perder tiempo en Santiago, con el fin de aprovechar del buen tiempo, y entrar desde luego en campaña. Por esta razón, suplió alas formali- dades y ceremonial acostumbrados , remitiendo su nom- bramiento al cabildo , para que mandase tomar asiento de él en sus actas. El mérito de García Ramón era tan conocido , que la relación de sus servicios , tanto en Europa como en Chile, enviada por el virey al ayuntamiento de Santiago, llenó dos planas de letra muy menuda de su libro de asiento. Juzgúese qué esperanzas no debia infundir la venida de este jeneral, que trae doscientos hombres aguerridos, armas y municiones ; á los cuales vienen á juntarse otros doscientos cincuenta, capitaneados de Méjico por el ca- pitán Villaroel; sin contar los mil que le vinieron de España, mandados por don Antonio de Mosquera; se- senta, conducidos por el capitán Rodríguez del Manzano y Ovalle, y, enfin, ciento y cincuenta mas, bajo las órdenes de Martínez de Zabala , componiendo estas fuer- zas un total de mas de tres mil hombres , buenos solda- dos, y bien pagados, circunstancia esencial para que no dejasen de ser buenos por ningún motivo. Porque, al situado , se le añadió una consignación de ciento y cuarenta mil ducados de las arcas reales. Así como lo hemos dicho, con tantos medios, con su celo y experiencia, García Ramón prometía una era m HISTORIA DE CHILE. nueva al reino de Chile. Este jeneral, ante todas cosas, nombró por teniente jeneral á don Fernando Talabe- rano, por maestro de campo á Nuñez de Pineda, y por sarjento mayor á don Antonio de Nájera. Envió de visitador de Santiago y de la Serena á don Luis del Peso ; y de la provincia de Cuyo , á don Alonso de Cór- dova ; y tomadas estas providencias , se fué á pasar el Biobio para desafiar, por decirlo así, á los enemigos ; pero Huenencura no creyó oportuno el presentarse por en- tonces. De suerte que el gobernador tuvo que contentarse con talar sus campos, y la satisfacción de atraer al de- ber y á sus banderas un buen capitán, llamado Juan Sánchez, que las habia abandonado mucho tiempo hacia. En San Felipe de Arauco, plaza que puso en un estado respetable para imponer á Huenencura, decretó con fecha del 7 de mayo, que todos los encomenderos, ve- cinos y moradores de las ciudades despobladas: Santa- Cruz de Coya, Arauco, Cañete, Infantes, Imperial, Villarica , Valdivia y Osorno , volviesen á tomar po- sesión de sus colonias y bienes respectivos, puesto que este era el principal objeto de los grandes sacrificios hechos por el rey para la conquista de Chile. El 23 de mayo , García Ramón marchó para Santiago, y el i ¡i de julio, fué recibido con pompa y bajo de dosel á la puerta de la ciudad inmediata al convento de Santo Domingo; y luego que prestó juramento, le llevaron como en triunfo á su palacio. Tales eran las esperanzas que los capitulares de San- tiago fundaban en él , que dieron en su honra fiestas magníficas; y al jeneral Mosquera, que habia llevado los mil hombres, no teniendo mejor medio de mostrarle CAPITULO XXX1IÍ. 325 su reconocimiento , le hicieron presente de una rica ca- dena de oro. En una palabra , la única falta que podia notarse en esta abundancia de elementos de buen éxito eran caba- llos, y muy luego llegaron mil y quinientos de Tucuman para remontar completamente la tropa de caballería. «Me marcho , decia García Ramón, un dia (el 5 de diciembre) , me marcho , decia él, lleno de confianza, para ir á some- ter de una vez á los rebeldes de Arauco , Tucapel y de- más estados de la Imperial. » Salió , en efecto , y en Rancagua (el 11), se halló con su patente de gobernador en propiedad , que remitió á Santiago , nombrando por sus apoderados al alcalde Je- rónimo Benavides; al contador Azocar, y á Gregorio Serrano, para que se formalizase su recibimiento ; y con- tinuó su viaje á la Concepción , á donde llegó por año nuevo de 1606, hallándose con un ejército tal que no se ha visto ni antes ni después en Chile. Sin ambargo , antes de entrar en campaña, quiso usar de bondad y de política , y despachó al desertor recupe- rado Juan Sánchez , de quien hemos hablado , y que había hecho grandes servicios á los Araucanos , para que llevase propuestas de paz á Huenencura , pintándole las fuerzas formidables que le amenazaban ; y , mientras tanto , tomó algunas providencias económicas y de fo- mento , en favor de la fábrica de paños de Melipilla , de un establecimiento de jarcia en Quillata, y del acre- centamiento de la torada de Calentoa , debida á su an- tecesor Rivera. Escribió á la corte , y pidió en favor de estos establecimientos la encomienda de Indios del valle de Aconcagua para don Alonso de Sotomayor, enco- mienda que redituaba 5000 pesos anuales ; y , enfin , 326 HISTORIA DE CHILE. recompensas para los beneméritos oficiales del ejército de Chile (1). Todo cuanto pidió este gobernador , le fué concedido por el monarca : fuerzas, sueldos , pertrechos y gracias ; mas, cosa tan inesperada como dolorosa, todos estos aprestos é infinitos recursos se estrellaron contra los in- trépidos pechos de los gallardos Araucanos, y abrieron paso á sus lanzas y macanas ; estas , estas eran las causas de la eterna duración de la guerra , la táctica y el valor de estos hombres invencibles (2). No ha habido pueblo ni nación que haya presentado mas motivos que los Chi- lenos para alimentar una curiosidad intelijente, aun li- mitándose á lo que da que pensar la serie de partes de oficio , ó diario de operaciones militares de que se com- pone , en sustancia hasta aquí , la historia de la con- quista. El número de sus guerreros en verdad ilustres , ilustres por hechos asombrosos , sin mezcla alguna de so- fisma , parece increíble ; y su táctica , lo repetimos , era la de Follard ; la de los mariscales de Luxemburgo y de Villars, y otros célebres autores sobre el arte de la guerra. Mientras que todos los Americanos septentrio- (1) En la real cédula de organización del ejército de Chile el rey mandaba que el soldado gozase de ocho pesos mensuales; que no pagase mas que la cuarta parte del valor de su subsistencia, y que lo restante quedase á cargo del erario , y , enfin , que en el coste del vestuario , no se le agravase con de- recho real ni arbitrario, por mas que lo autorizase la costumbre. — Que al ca- pitán reformado se le atribuyesen ochenta pesos mensuales ; á los subalternos, cuarenta, y veinte y cinco á los sarjentos ; y que, por fin de cada año, pasasen al Perú doce beneméritos para ser premiados con correjimientos de distrito , en aquel vireinato, y servir de estímulo á sus compañeros del ejército de Chile. — Cabildo. (2) Si bien nos acordamos, hemos visto esta táctica y este arrojo citados en los comentarios de Polibio del caballero de Follard , como prueba de la infali- bilidad del tratado de táctica que este oficia I jeneral francés escribió en dichos comentarios. WT CAPITULO XXXIII. 327 nales adoptaban las armas de fuego , los Chilenos , y , en particular, los Araucanos despreciaban estas armas y se burlaban de ellas, arrojándose con rapidez y abor- dando al enemigo al arma blanca , sin aguardar que los afusilasen desde lejos impunemente. Al punto en que se hicieron con caballos , quitándoselos á sus enemi- gos, se sirvieron de estos animales, cuya existencia igno- raban, con ventaja, é imajinaron justamente lo que Aní- bal puso en práctica en Italia, por la primera vez desde que hubo guerra entre los hombres, á saber, el trans- portar la infantería en ancas de la caballería , para que llegase mas pronto y descansada á donde se necesitaba. Si á estas consideraciones añadimos la consideración de no menor importancia , del valor y de la experiencia de los Españoles , veremos que desde el gran Ciro hasta ellos no ha habido historia militar mas fértil en grandes acciones , que la de los Araucanos. Porque , en efecto , sus enemigos eran los vencedores de la Europa. El mismo dia en que fundaban una plaza en Chile , ganaban una ruidosa batalla en Europa , y ponían en peligro á la ca- pital de la civilización ; y lo que los Españoles no han podido hacer, ningún ejército lo hubiera hecho, en iguales circunstancias. CAPITULO XXXIV. Indecisión aparente del gobernador en restablecer las colonias. — Apología de esta indecisión. — Desgraciados sucesos que la justifican. 1606.) Huenencura desechó con desden las proposiciones de paz que le habia llevado el capitán Juan Sánchez de parte del gobernador. Con esta respuesta, García Ramón entró en campaña, pasó el Biobio, y se puso á talar y quemar las tierras enemigas para provocar el coraje de Huenencura. Mientras tanto, Ayllavilu, otro jefe temible, que man- daba 6,000 hombres y un gran número de auxiliares, se apoderó del fuerte reedificado junto á la Imperial por orden de Rivera , y pasó á cuchillo su guarnición que era de ciento y cincuenta hombres. Desde allí, el caudillo araucano marchó sobre Arauco , y le puso sitio bajo la dirección del Español (1) , el cual habia abandonado sus banderas , por resentimientos contra el gobernador Gar- cía Ramón. Al punto en que lo supo, el gobernador acudió para castigar á Ayllavilu; pero lejos de temerle, Ayllavilu le salió al encuentro con resolución , y le atacó en la cuesta de Villagra. Deshecho en este punto por las fuerzas de Gar- cía Ramón , Ayllavilu se rehizo , y presentó segunda ba- (1) Este Español, cuyo nombre propio no hallamos, no debe confundirse con Juan Sánchez, que volvió á sus banderas, como hemos visto, al paso que este Español murió, como se verá, sin volverá ellas, *"T CAPÍTULO XXXIV. 329 talla en las llanuras de Turaquilla, en donde, si el Es- pañol, que tenia arrojo y conocimientos militares, hubiese olvidado su resentimiento personal para dar toda su atención al éxito de la jornada, mal lo hubieran pa- sado los Españoles. Por fortuna, obcecado de rencor contra García Ramón , se precipitó ciego en la pelea , buscándole para medirse cuerpo á cuerpo con él , y fué muerto por el capitán Galleguillos. Vencido el ejército araucano , el gobernador dejó el mando de sus tropas al maestre de campo Lisperjer , y regresó á la Concepción , sin haber repoblado colonias ni hecho nada si no fué mucho ruido (1). El 2/t de setiembre se puso de nuevo á la cabeza del ejército, llevando en su compañía un gran número de antiguos moradores de colonias despobladas , y , esta vez , no era creíble que semejante demostración quedase sin efecto. Sin embargo , así sucedió. García Ramón pasó con sus colonos muy cerca de las ruinas de 'Coya y de Angol , que quedaban á su mano izquierda ; entró en el valle de Tucapel sin repoblar la ciudad de Cañete; penetró por Puren , taló , asoló , y se limitó á establecer su cuartel general en Roroa cerca de las ruinas de la Imperial. Hay cosas incomprensibles , que saltan á los ojos del mas distraído lector, y que es inútil el explicar, porque realmente no es dable. Hemos visto un bando para que los antiguos colonos se preparasen para ir á repoblar sus antiguas colonias, y tomar nueva posesión de sus respec- tivos bienes. Hemos visto que este interesante objeto era el principal de la conquista. Ahora , en este mismo (1) García, 330 HISTORIA DE CHILE. instante , vemos á García Ramón decidido á llevar á debido efecto estas medidas , puesto que le acompañan muchísimas familias. Y, sin embargo, ni la Imperial re- puebla. ¿Qué podemos decir áesto? ¿Cual podiaserla causa de esta inacción con respecto al principal objeto aparente de la expedición ? Esta causa era indecisión , y, lo que es mas , indeci- sión fundada ; fundada en el conocimiento y experiencia que tenia García Ramón del jenio militar de los Arau- canos; fundada en su resolución de defenderse hasta morir , resolución clara por el desden con que Huenen- cura había deshechado sus proposiciones de paz ; y por consiguiente, fundada en la certidumbre de que no bien habrían entrado los antiguos colonos en el goce y pose- sión de sus respectivas moradas , que de nuevo se hu- bieran visto sitiados por los Indios, y de nuevo expuestos á horribles calamidades. En vano, el ejército español era numeroso , fuerte , y bien organizado ; porque luego, muy luego hubiera cesado de contar con estas ventajas, y aun de existir, como en efecto desapareció , sin haber tenido que subdividirse , para protejer colonias lejanas una de otra. ¿Y qué hubiera sucedido, si hubiera tenido que hacerlo?... Pero tal es la desgracia de los que mandan y gobier- nan. En casos críticos , tienen que disimular sus moti- vos, porque la crítica no entra en ellos ni los comprende. Tal era el caso de García Ramón. Lisperjer, encargado del mando , hostilizó las parcia- lidades de Tucapel haciendo muchos estragos, y redujo á la paz 50,600 indíjenos de los estados de Arauco y Tucapel. Es verdad que esta misma paz la habían obte- nido del gobernador Rivera , y la acababan de violar. *rr CAPÍTULO XXXIV. 331 Por lo mismo , García Ramón les impuso la condición de que tendrían que emigrar al norte del rio Itata ; con- dición que les pareció dura y que quisieron considerar, antes de aceptarla. Así se quedaron terjiversando sin resolverse. Conforme á las órdenes que tenia, Lisperjer levantó , en la márjen occidental del Biobio, la plaza de Monterey, en obsequio del virey del Perú, en el territorio de Millapo. El objeto de esta plaza era tener en respeto á los Indios de Taboleu y de Gatiray. Este mismo maestre de campo marchó á Tucapel con el fin de levantar la co- lonia de Cañete. En esta expedición maltrató y persiguió cruelmente á los naturales, que no tardaron en ven- garse no menos cruelmente, como era de esperar. El ejército español se hallaba dividido en tres divi- siones ; una al mando del maestre de campo Pineda ; otra al de don Diego de Sarabia; y la tercera se la habia reservado el mismo capitán jeneral (1). Pineda recibió orden de marchar con la suya para levantar un fuerte en Chichaco. Sarabia fué mandado para establecerse entre este fuerte y el de Boroa, levantado por Lisperjer, y defendido por trescientos hombres ; y mantener la co- municación entre ellos. El gobernador se dirijió con su división á la frontera, y el 8 de enero de 1607, estableció su cuartel jeneral en un punto que él mismo llamó : El estero de Madrid (2). Por su lado , Huenencura observaba todos estos movi- mientos , y aguardaba por la suya , que no tardó en pre- sentarse. Así como lo hemos dicho , el fuerte de Boroa estaba á la orilla del Kepe, y tenia trescientos hombres (1) García. (2) Cabildo. 332 HISTORIA DE CHILE. de guarnición. Lisperjer, que lo mandaba, hacia batidas por los contornos, mientras que García Ramón se inter- naba hasta la comarca subandina por el rio Taboy. Dispuesto así el teatro de la guerra y las diversas si- tuaciones de sus actores , veamos si lo que ha sucedido no justifica plenamente la indecisión de García Ramón ; indecisión que los hechos convierten , sin la menor vio- lencia, en una sabia previsión. Solo tenemos que añadir ai cuadro precedente que la sublevación de los Indios de Misqui , confederados con los de Tomeco , Quinel y Guambali, bajo su capitán, que se llamaba justamente Misqui, era, en este mismo instante, una declaración manifiesta de que todos se dejarian exterminar antes que rendirse. En efecto , mientras García Ramón operaba sobre las subandinas; mientras Lisperjer hacia incursiones desde su fuerte de Boroa, talando y asolando el distrito; los Araucanos sorprendieron la plaza de San Fabián , in- cendiándola ; degollaron su guarnición y habitantes que formaban un total de liOO almas, y la saquearon. Con estas dolorosas nuevas, García Ramón vuela de las márjenes del Biobio á las de la Laja ; tala, asuela , y mata á cuantos Indios pueden herir sus armas , sin excep- ción ni de edad ni de sexo ; y después de haber así ven- gado á las víctimas de San Fabián, regresa ala Concep- ción. Pero apenas habia llegado , cuando recibió aviso de que Ayllavilu, con sus impertérritos Araucanos, habia destrozado, en Chichaco, á Nuñez de Pineda, con muerte de muchos buenos oficiales , de los cuales fué uno el capi- tán Villaroel. Corre de nuevo García Ramón á tomar venganza de Ayllavilu; pero en lugar de este caudillo, se halla con WT CAPITULO XXXTY. 333 el parte de que Huenencura estrecha la plaza de Boroa , cuyo jefe Lisperjer y una parte de sus defensores ya no existían. He aquí este caso notable, bajo diferentes as- pectos, y para cuya narración escojemos los datos de Carvallo , por la razón , plausible á nuestro parecer, de que ha sido mas fácil ignorarlos que imajinarlos. Un dia Lisperjer creyó oportuno hacer provisión de carbón , y salió él mismo á caballo , solo por pasatiempo, con los trabajadores encargados de esta faena. Traba- jaban pues los soldados , hacían carbón , y su coman- dante los miraba trabajar, cuando , de repente , aparece Huenencura con tres mil hombres , los sorprende y los degüella á todos, á todos menos á Lisperjer, el cual defiende su vida con coraje , hasta que viéndose al punto de caer en manos de los enemigos , prefiere arrojarse al Kepe , en cuyas aguas se ahoga. Este ha sido el hecho , y poco importa que Lisperger hubiese salido para recibir un convoy (1) , con 150 ó 160 hombres. Lo importante para la historia es que su- cedió por neglijencia en tomar precauciones militares las mas rudimentales en semejantes casos, y que de este hecho , resultó la evacuación forzosa de la plaza. En efecto , Huenencura le dio , en seguida , tres asal- tos , y aunque en todos fué rechazado por el comandante Gil de Negrete (2) , ya era tiempo que le viniese á este algún socorro, porque ya no podían mas sus tropas, que habían quedado muy reducidas por la pérdida de los que habían muerto en la sorpresa exterior. Al fin , llegó por fortuna á tiempo el gobernador, es decir, á tiempo (3) Como lo dice Molina, al paso que Pérez García es de parecer que Lisper- jer habia , sin duda , salido para hacer alguna correría , puesto que no se vuelve á hablar de semejante convoy. (2) A quien Molina puso el sobrenombre de Egidio. m HISTORIA DE CHILE. para salvar las vidas á estos valientes. En cuanto á la plaza, todo lo que se podía hacer era demoler las fortifi- caciones, y así lo ordenó García Ramón. Por lo demás, no es cierto , como lo asegura Molina , que en Ghichaco y aquí todos los Españoles hubiesen sido muertos ó pri- sioneros. Por prueba de que no fué así , en el mes de abril siguiente , Sarabia fué comisionado por el gober- nador y por él cabildo , para ser su apoderado en Lima ; y en cuanto á Pineda, claro está que no murió, puesto que él mismo dio parte de estas pérdidas. En este supuesto , cierto y averiguado, no es probable que estos dos comandantes hayan esquivado solos la muerte ; y esto prueba cuan numerosas son las exajera- ciones que se le escapan á la historia. WT CAPITULO XXXV. Sensación dolorosa causada por estas pérdidas. —Misión secreta del P. Luis de Valdivia. — Su viaje á España. — Nueva reorganización del ejército. ( 1606—1607. ) El mas respetable ejército de los Españoles en Chile habia sido casi enteramente destruido en pocos dias. El gobernador lo veia con tanta mas amargura , cuanto lo havia previsto. El cabildo se hallaba consternado. Las esperanzas de la corte de España estaban frustradas. Los sacrificios hechos para conseguir el resultado contrario habían sido sin fruto. El cabildo da disposiciones para la seguridad de la capital. El gobernador muestra su previ- sión de nuevos desastres por las órdenes que da á los en- comenderos. En efecto , los capitulares de Santiago se constituyen en cabildo abierto ; llaman para tomar parte en sus de- liberaciones á los capitanes de mas experiencia , y acuer- dan : « que para seguridad de la ciudad y su territorio , se haga una requisición de armas y caballos ; que los correjidores vijilen los Indios de sus respectivos partidos, y desde luego , les hagan entregar las armas que tengan en su poder (1). » El gobernador, por su lado, recomienda á los enco- menderos den buen trato á sus Indios ; que no los alqui- len como acémilas para las faenas de minas , con per- juicio de sus mismos intereses , puesto que los mineros (l) Cabildo. 336 HISTORIA DE CHILE. los miran como bestias, y los matan á fuerza de trabajo, no yéndoles nada en que mueran ó vivan ; que esta pers- pectiva era irritante para los demás Indios, los cuales no podían menos de mirar con horror la suerte que les cabria , en semejante caso ; y con el mismo horror á los autores de ella. Entre tanto , por los informes que habían ido ala corte de todo lo acaecido, el virey recibió órdenes para que indagase las verdaderas causas de la resistencia de los Araucanos y de la prolongación de la guerra. Presuroso de cumplirlas, el conde de Monterey, conociendo la sabiduría y las virtudes del P. Luis de Valdivia, funda- dor del primer colejio de la compañía de Jesús en el Perú, le llamó y le confió este secreto. El P. Luis, que había ya sido misionero en Chile y sabia hablar el idioma de los naturales, se ofreció gustoso para ir á llenar esta misión , y se puso sin la menor tardanza en camino para la Concepción. Lo primero que hizo aquí el P. Luis de Valdivia fué tomar señas, bajo pretexto de poder conducirse con mas acierto en la nueva misión apostólica que iba á emprender tratando mucho con militares, y sonsacándoles su ver- dadero parecer acerca del carácter y cualidades de los naturales de Chile. Después de haberse formado así él mismo una opinión , ó por mejor decir, confirmádose en la que tenia ya desde largo tiempo , dio parte al gober- nador de la misión que iba á predicar, con el fin de coo- perar con las armas espirituales al objeto de la guerra. García Ramón le mostró un profundo reconocimiento, y le confesó con la mas sincera convicción , que tenia mas confianza en sus armas espirituales que en un buen ejército. *r capítulo xxxv. 337 Marchó con esto el P. luis de Valdivia, ostensible- mente, para catequizar y convertir como misionero i los Indios ; y, en realidad, para llenar nna grande mi- sión política , de la cual , a sn parecer, debia de resultar a pacificación del reino, ó guerra eterna hasta el ex- terminio total de los Araucanos ó délos Espa oles Su primera estación fué Colcura. De aquí, pasó á Pen- quienhue; - á Quedico; _ á Quiapo; - Tucapel • _ Lebuhencoya, y , enfin, á Cayocupil; y, en todas partes fue recibido con amor, y oído con la mas suave docili- dad por los naturales , que le conocían y le saludaban con los mas cordiales parabienes y bienvenidas. Todo lo que les decia les parecía bien , fácil y gustoso , y se mostraban tan dispuestos, decia el mismo Valdivia á ponerse en paz con el rey de los cielos , como con el de España. Es un hecho, contra el que no hay comentarios posi- bles que no se estrellen ; y, á menos de negarlo , nna de dos o la consecuencia era clara, evidente, ó indiscutible. Volvió gozoso, por mas que digan , el padre jesuíta al Perú, y contó con la mayor alegría estas buenas noticias al virey, proponiéndole un medio infalible de pacifica- ción. Sin duda, este medio le pareció plausible al vírey pero no teniendo por conveniente el adoptarlo bajo su responsabilidad, y persuadido de que el monarca lo probana, juzgó que no podría hallar mas digno emba- jador para el caso que el mismo P. Luis de Valdivia y le despachó con pliegos para la corte. El padre jesuíta salió para España, pasando por Pa- namá, á fines de 160G, y, al cabo de una larga, aun- que feliz navegación , arribó á España, fué sin demora ala corte, y expuso al monarca que las causas de ladu- lí. Historia. os* 338 HISTORIA. DE CHILE. ración de la guerra eran : « Io Los horrores que se co- metían en ella; 2o las divisiones que los mismos jefes españoles suscitaban entre los Indios ; 3o el maltrato que los encomenderos daban á los de sus encomiendas-, y k° el ínteres que tenían los comandantes del ejército en continuar la guerra; interés que consistía en el botín, y en el gran número de esclavos que adquirían. » ^ Notemos aquí que todos los que han escrito , ó mas bien, han tomado apuntes sóbrelos acontecimientos de aquel tiempo , son de contrario parecer. Pérez García , Carvallo, Figueroa, y otros muchos opinan diferente- mente; así como también atribuyen á los naturales un carácter y defectos, á los cuales los jesuítas y misione- ros presentan un cuadro de calidades opuestas. A quien hemos de creer? — No sentenciemos; pongamos solo una reflexión , y es : que los jesuítas trataban a los In- dios en su estado natural de razón y de tranquilidad de espíritu, y no les inspiraban rencores; y que los milita- res no se veian con ellos si no era con las armas en la mano , y en medio de tempestades de odios , pasiones y venganzas. De todos modos, el P. Luís de Yaldivia concluyó re- presentando al monarca, que « tales eran los motivos que habia para buscar, en conspiraciones supuestas, pre- textos para eternizar la guerra ; y que si S. M. dignaba mandar que su real hacienda costease todos los años el viaje de los jesuítas necesarios en las casas de conver- sión ( que él mismo se encargaba de establecer ) , man- dando , por otro lado , que cesasen las hostilidades , y se mantuviesen las fuerzas españolas en la defensiva , él res- pondería de la pacificación del reino sin tirar un tiro, y sin agotar las arcas reales. wr CAPÍTULO XXXV. 339 A su tiempo veremos los efectos de esta proposición. Mientras tanto , la corte no se habia dado por vencida. Al paso que el rey habia manifestado desear conocer la causa de cuanto sucedía , S. M. no aprobaba el que un jeneral de ciencia y experiencia como lo era García Ramón hubiese abandonado , sin graves motivos , plazas erijidas en país enemigo, con desaire de las armas es- pañolas , y después de haber costado al erario sumas cuantiosas. Estas reflexiones del monarca emanaban, sin duda alguna, de que no habían llegado á sus reales manos los descargos de García Ramón , el cual , siempre que habia tenido que evacuar una plaza, habia infor- mado á la corte de las causas que le habían impelido á ello, causas que serian permanentes por las* continuas infracciones de los Indios á la fe jurada. Recientemente aun, el 11 de enero de 1607, habia dado parte al rey de que los mil soldados que le habían llegado de España eran de una complexión tan apocada , que los que no morían de pesar, se pasaban á los Indios para sustraerse á las fatigas de la guerra , y que, vístala nulidad de di- chos soldados, suplicaba á S. M. le enviase otros mil que mereciesen este nombre. Era tan cierto que el gobernador García Ramón habia obrado así , que el virey, á la sazón don Juan de Men- doza y Luna, marques de Montesclaros , recibió orden para que los establecimientos existentes en Chile fuesen conservados ; y que para ello , enviase 20,000 pesos con el fin de que los habitantes de Monterey, Arauco y Ca- ñete se surtiesen de simientes , ganados é instrumentos de labor de las tierras ; exijiendo que se les facilitase el pago con plazos cómodos. Ademas de esto , quiso S. M. que del Perú pasasen inmediatamente 500 buenos sol- 340 HISTORIA DE CHILE. dados á Chile , y, al año siguiente otros tantos; y, enfin, que debiendo estar la línea del Biobio defendida en lo sucesivo por 2,000 hombres bien armados, concedía 292,279 pesos anuales para soldarlos (1). Por consiguiente, García Ramón era injustamente ta- chado. La historia es un tribunal en donde los hombres toman arbitrariamente asiento para juzgar á otros hom- bres , y la historia debe á García Ramón una grande pajina. La diferencia , ó , por mejor decir, la oposición de otros pareceres al suyo , no arguye nada , de Ínterin no se aclare la competencia del uno y de los otros. Por prueba de esta importante verdad, no hay mas que ver lo que pensaban los militares españoles de Chile , y lo que pensaban los misioneros acerca de los naturales. Imposible el ponerlos de acuerdo ; pero no tan imposible el escojer entre los dos pareceres , apelando á la razón y al conocimiento de la historia. Los Romanos emplea- ron , con formidables fuerzas y lej iones , doscientos años en la conquista de España ; los Godos otro tanto. Llega- ron los Árabes , y en dos años , con fuerzas numérica- mente inferiores, hicieron la misma conquista. Claro está : los primeros y los segundos trajeron desastres y calamidades á los vencidos; los Árabes les trajeron bienes inmensos , y que nunca habían conocido. (1) Pérez García, ▼*" CAPITULO XXXVI; Primera crecida del rio Mapocho. —Segundo establecimiento de audiencia. real ( 1609.) A fines de 1607, el cabildo de Santiago había recibido un pliego en que el rey pedia le informase , en atención á que su real ánimo era el establecer de nuevo la real audiencia, de si convendría extender la jurisdicción de este tribunal sobre el Tucuman y el Paraguay. En junio de 1608, recibió el nuevo arreglo del ejér- cito , firmado por el virey con fecha del 24 de marzo de este año (1) , y al cual se habia dado enteramente cumplimiento por octubre. Reforzado con hombres y dinero , el gobernador tomó para sí una columna de 1,500 infantes ; otra de ca- ballería de 490 , y una compañía , para su guardia , de llO oficiales reformados. Con lo restante de sus tropas , organizó dos campos volantes , uno mandado por su maestre de campo , que debia protejer las colonias de la costa , y hacer correrías por los estados de Arauco , Tucapel y Puren ; — y el otro , se lo reservó para hacer ' batidas en los llanos. Dadas estas disposiciones, marchó, el 10 del mismo mes de octubre, para la hacienda de Cán- tico , y allí se estuvo hasta el 18 de noviembre en que volvió á la Concepción (2). (1) García. (2) Cabildo, 3/l2 HISTORIA DE CHILE. Hay en los asientos del cabildo, por un lado, ciertas reticencias; y, por otro, algunas indirectas que dan pena por la situación moral , aun mas que por la militar, del interesante García Ramón. En efecto, el ayunta- miento sabe y asienta que este gobernador pasó en la hacienda de Cancico desde el 10 de octubre hasta el 18 de noviembre ; y este mismo cabildo ignora si en principios de 1609 hizo algo y si Huenencura se mantuvo inofen- sivo (1). El hecho es que el desafortunado García Ramón , que realmente lo era, á penas habia organizado el ejér- cito, tuvo que dejar el mando á su maestre de campo para trasladarse á la capital , en donde un desastre nuevo venia á juntarse á los pasados desastres: el Mapocho habia salido de madre , el tercer dia de pascua de Pen- tecostés, tan inopinadamente, y con tanta furia, que no dio lugar á precaver sus efectos invasores contra casas y bienes , ni aun a precaverse las personas mismas , puesto que hubo 120 víctimas de esta inundación, y 20,000 cabezas de ganado sumerjidas. A esta calamidad pública, se siguió la carestía de granos , por la escasez, que fué tal , que faltaban los ne- cesarios para la sementera. A esta segunda calamidad , la de la hambre, y, finalmente, estas calamidades se terminaron por una plaga de langostas que devoraban los frutos de la tierra , y las frutas de las huertas. En estas lastimosas circunstancias, García Ramón mostró la prenda mas brillante del que ocupa un puesto elevado, el desinterés , cualidad noble que debe imponer silencio á la infinidad de detractores , de quienes , por justa é inatacable que sea , ninguna conducta está segura. (1) García» CAPITULO XXXVI. 34S Después de haber dado un noble ejemplo de simpatía por los inundados y hambrientos, el gobernador reunió los vecinos pudientes de Santiago en la catedral con el cabildo, bajo la presidencia del obispo diocesano, y tal fué el impulso que dio á la deliberación con la pintura de las calamidades que aflijian a la humanidad , que todos los presentes se ofrecieron á contribuir, cada uno en proporción con sus facultades , á aliviarlas ; y que nadie pensó en hacer un acta de él ; de nadie se dudó ; todos fueron creídos bajo su palabra. Con esto, se trajeron granos y comestibles á toda costa; y para evitar en lo sucesivo las crecidas del Mapocho, el gobernador proyectó contener sus aguas con un muelle , el cual fué construido bajo la dirección del maestre de campo don Juan Quiroga , y del capitán Gines de Gillo, agrimensor jeneral de Chile. En los vestijios que aun se ven de esta importantísima obra , se nota y se admira la solidez que ha tenido. En este punto , recibió el cabildo la noticia de que los majistrados de la audiencia que se iba á establecer de nuevo en Chile habían llegado á Lima, y, acordó se hiciesen los preparativos necesarios para recibirlos con la pompa y ostentación correspondientes. En acuerdo del 26 de junio , los capitulares diputaron al alcalde Alonso de Córdova , y al regidor Diego Godoy, para ir á recibirlos á Valparaíso. No obstante, otra reunión del mismo cabildo, el dia 7 de agosto siguiente, deja ver cierto descontento de la venida y restablecimiento de la real audiencia. A esta reunión, fueron convocados todos los prelados de la ciudad y sus moradores , porque se trataba de la aboli- ción del servicio personal de los Indios , proyectada por 3M HISTORIA DE CHILE. dicha real audiencia , y que no era muy del gusto de los capitulares, en atención á que dicha abolición habia causado ya desastres en el Perú; y, en efecto, resultó de la deliberación el acuerdo de que se solicitase de todos los tribunales la continuación del servicio personal , para cuya solicitud dieron amplio poder al capitán Gregorio Sánchez. A fines de agosto , salió el gobernador de la Concep- ción para ir en persona á recibir en Santiago la real audiencia, cuyos miembros hicieron una solemne en- trada, el dia 8 de setiembre, con el real sello, por me- dio de las tropas de línea y milicianas, con don Luis Merlo de la Fuente por presidente; don Fernando Ta- laverano , don Juan Casal y don Gabriel de Alada por oidores; los cuales, de ínterin llegaba un fiscal, dieron este cargo á don Fernando Manchado ó Machado. El carácter de justicia y de integridad del presidente Merlo de la Fuente fué el mismo en los demás magis- trados de este tribunal, y esta tradición se mantuvo entera en todos sus sucesores hasta la cesación de la audiencia. Pero Molina no está en lo cierto, cuando ase- gura que el cabildo se alegró con la venida de este tri- bunal, sin el cual se habia pasado durante treinta y cuatro años, trascurridos desde que habia sido suprimido el que se habia establecido en la Concepción. Es muy posible que no hubiese mas motivo para el descontento del cabildo que la supresión proyectada del servicio personal de los Indios; y, en este caso, no ha debido de ser duradero , puesto que el rey no aprobó por entonces dicha supresión. CAPITULO XXXVII. Batalla de Lumaco. - Muerte del gobernador García Ramón, (1609—1610.) Enfin, vemos que Huenencura, aunque ya viejo, aun tenia la actividad de un guerrero araucano. Aprovechán- dose de la ausencia del gobernador, ausencia que no había creído tan larga, el caudillo pasó el Biobio con dos mil caballos (1), y saqueó algunas estancias espa- ñolas. Pero en medio de su expedición, supo que el go- bernador se acercaba con fuerzas, y no juzgó oportuno aguardarle , contentándose con enviarle á decir por un prisionero español á quien dio libertad : « Que no se figurase que le huia ; porque, lejos de eso, le iba á esperar en Puren. » El gobernador había salido, el Io de noviembre, con nuevos reclutas voluntarios; una compañía de caballe- ría de la ciudad, y una del batallón de infantería del rey. Estos milicianos no solo gozaban del fuero militar, sino también del mismo sueldo que la tropa de línea, mien- tras estaban en campaña. Con estas fuerzas y las que se le reunieron en la frontera , el ejército español constaba de ochocientos hombres suyos y ochocientos auxiliares. El gobernador pasó el Biobio. Huenencura, que se hallaba atrincherado en la ciénega de Lumaco, le salió ai (1) Esta versión, que es de Pérez García, nos parece menos probable que los gruesos de tropa (por decir columnas volantes) con que dice Carvallo que Huenencura pasó el Biobio en esta coyuntura. Eran demasiados caballos, 346 HISTORIA DE CHILE, encuentro con seis mil hombres, y le ofreció batalla. Estando ya los dos ejércitos en posición sobre el des- agüe del lago , y prontos á embestirse , sale de repente al frente un capitán araucano , llamado Palicheu , solo, montado en un brioso caballo, y después de haber jes- ticulado largo rato , haciendo pruebas de mucha fuerza de brazo y destreza en el manejo de la macana, con- cluyó retando al gobernador García Ramón , en persona, á singular combate. Ál oirle, uno de los auxiliares, cuyo nombre ha quedado malamente en el olvido , salió es- pontáneamente á sostener el reto por el gobernador; y, si Palicheu era valiente y esforzado, su competidor des- conocido no lo era menos, ó, por mejor decir, lo fué mucho mas, puesto que á pocos lances y encuentros le aterró y le cortó la cabeza. Por este leve é indiferente episodio, se ve que los Araucanos no necesitaban leer historias, y hacerse imi- tadores de tiempos caballerescos, pues naturalmente se sentían estas nobles aunque locas inspiraciones. El fin del reto de Palicheu fué el principio de la ba- talla, batalla mas que reñida, que hubo de ser fatal para los Españoles, puesto que ya la primera línea fluctuaba; ya cedia , ya iba á echarse atrás y desordenar, proba- blemente, la segunda, cuando el gobernador arranca heroicamente, se pone á su frente, la lleva de nuevo á la carga y fija la suerte de la jornada. Desde este mismo punto se decide la victoria por él, y los enemigos huyen en completa derrota, dejando una infinidad de muertos. El gobernador persiguió mientras pudo la retirada. Pero ya García Ramón se hallaba cansado y falto de salud , y luego que replegó el ejército , tuvo que volverse wr CAPÍTULO XXXVII. 347 á la Concepción , lleno de satisfacción, sin duda, pero conociendo que sus fuerzas le abandonaban. Por una coincidencia particular, su digno competidor Huenencura estaba en el mismo caso ; y este ilustre caudillo, que le habia dado tanto que hacer, y que aun desde la cama , en que murió á pocos clias , meditaba y ordenaba sorpresas contra los Españoles , confesaba que García Ramón era un grande hombre , y un hombre de bien. A pesar de su estado de debilidad , al oir que los Butal- mapus habían nombrado por sucesor de Huenencura á Ayllavilu II , que fué uno de los mas bizarros jefes arau- canos (1) , García Ramón proyectaba ir á medirse con él , tan pronto como viniese la estación de salir á cam- paña ; pero su enfermedad se agravó , y falleció el 19 de julio de 1610, lleno de amargura al oir que Ayllavilu habia estrenado su mando con la muerte de los capi- tanes Arraya y Antonio Sánchez, degollados, con sus compañías , en una salida que habían hecho de la plaza de Angol (2). (1) Don Basilio de Rojas , y Molina. (2) No solo era García Ramón un militar ilustre, sino también hombre inte- resante por sus prendas. Militar al salir de la niñez, se habia hallado en la guerra de Granada ; en el combate naval de Navarrino ; en Túnez, con don Juan de Austria; en la jornada de los Querquenes, en Flandes, y, [con el príncipe de Parma, en Burganele. En Maestricht, habia mandado la retaguardia del ejército. En el sitio de la misma plaza, habia subido el primero al asalto, habia entrado dentro de ella, y habia arrebatado las banderas á los enemigos.' De aquí, salió con dos heridas , y con cuatro escudos mas que el príncipe le añadió á ocho que ya tenia. Habia servido en Sicilia , y de allí , habia pasado á España, con licencia del virey MarcoAntonio Colona. En fin, habia pasado á Chile, en donde sirvió diez años de sárjenlo major, y de maestre de campo. Después habia sido correjidor muy estimado de Arica. También habia mandado un buque de la escuadra de Beltran de la Cueva contra el pirata Ricardo Hawkins. Habia servido los correjimientos de Potosí , Charcas y la Paz; y, de maestre de campo en el Callao , habia pasado de gobernador á Chile. okS HISTORIA DE CíiíLE. García Ramón fué umversalmente llorado no solo por los Españoles sino también por sus enemigos ; de los pri- meros, por sus excelentes cualidades; y de los segundos por la humanidad de sus sentimientos , en particular, á favor de los prisioneros indios. Es bastante , ciertamente , para honrar la memoria de un hombre estimable ; pero los Españoles le debian mas que sentir su muerte por sus excelentes cualidades. Lo repetimos, García Ramón era, no solo un militar de ciencia y de experiencia , sino también un hombre polí- tico que meditaba mucho , y resolvia difíciles problemas morales, con mucha previsión, como la experiencia lo ha demostrado. La mayor fatalidad en la posición de este jeneral , fué que sabia por instinto que seria mal juzgado, por una parte ; y , por otra , que no podia sacrificar su convencimiento á opiniones apasionadas, erróneas é in- teresadas , tal vez , sin comprometer la conciencia de su deber y su responsabilidad. La crítica es mas jenerál que la ciencia ; tiene una inmensa mayoría , y seria go- zar de demasiadas ventajas si tuviese todo lo demás. No es dudoso que en la ejecución de represalias contra los Araucanos , García Ramón sacrificaba su razón y su humanidad á una arraigada y funesta máxima , por la cual , el partido que cede es perdido y se muestra cobarde. Tal no era su opinión sobre este punto ; porque sabia que el partido agresor , siempre el mas fuerte , es muy dueño , si quiere , de hacerse regulador del sistema de guerra ; y que , muchas veces , las mas crueles represa- lias son antes bien dictadas por exceso de previsiones pusilánimes que por energía y firmeza. ^»r CAPITULO XXXVIII, Mando interino del oidor decano de la audiencia (1). — Buenos sucesos bajo su mando. 1610.) Extraño caso es el que aquí nos presenta la historia : un togado pacífico mas feliz que un guerrero afamado , en operaciones militares y acciones de guerra. A García Ramón sucedió, en el mando interino, el oidor presidente de la audiencia don Luis Merlo de la Fuente, reconocido como gobernador del reino el 16 de agosto de este año. Este majistrado habia sido escojido, — en virtud de su grande capacidad , de su ilustración y de su carácter, — por el virey del Perú, para fundar de nuevo el tribunal de la audiencia real de Santiago ; de suerte que era Merlo de la Fuente el primero entre los hombres de alto mérito que componían dicho tribunal , cuyas atribuciones y actos políticos hubieran debido ob- tener una conmemoración especial de parte de los que tomaron asiento de los acontecimientos históricos del país. Lejos de eso , solo vemos que algunos , — - como Pérez García y Rojas, —se paran en notar únicamente , que la real cédula del restablecimiento de la audiencia de Santiago estaba mal redactada, puesto que dice, — al señalarle esta capital por residencia , — « donde estaba (1) Una real cédula, de San Lorenzo á 2 de setiembre 1607, autorizábalos gobernadores de Chile á dejar el interinato del gobierno á los presidentes de la audiencia de Santiago. Así aparece de los hechos, y asi interpretó Molina esta real cédula. Sin embargo, el cabildo opinaba que esta concesión habia sido particular , y no jenerai para todos los gobernadores. 350 HISTORIA DE CHILE. antes, » siendo así que antes residía en la Concepción. Es reparo poco digno de la historia , y , realmente, habia materia para decir mucho mas. En efecto, el sabio tribunal de Santiago de Chile no era solo un templo de la justicia , sino también un senado, en donde se trataban las mas arduas cuestiones de go- bierno , y de donde salían los informes los mas luminosos para el rey y sus reales consejos sobre cuanto perte- necía al bien del estado y a los progresos de la con- quista. Ciertamente, en todo otro caso, y si este tribunal hubiese estado solamente encargado de la administra- ción de la justicia civil y criminal , habría sido inútil, y aun algo extraño , el darle por presidente un jeneral , un gobernador militar y político que nada tenia que ver en sentencias jurídicas. Así es que los oidores de esta real audiencia, cuyos informes eran calificados de sabios en la corte , gozaban de la mayor y mas merecida consi- deración ; y , muy a menudo , tenían que llenar , aun in- dividualmente, misiones políticas de difícil cumplimiento. El primer paso del tribunal de Santiago , en su nueva carrera , y aun antes de haber tomado asiento en su es- trado, fué la supresión del servicio personal, ó servidum- bre de los Indios de encomienda, contra cuya supresión representó el cabildo. Por consiguiente, es visible que no solamente tenia que llenar la obligación , bastante penosa ya , de aclarar puntos de derecho muy confusos y complicados para administrar la justicia entre los colo- nos , sino también que velar para su conservación , y la prosperidad jeneral del reino ; y no solo llenó siempre el primero de estos deberes con una inflexible rectitud , citada como proverbial en España mismo , sino que cumplió el segundo con tanto tino , que las cosas del CAPÍTULO XXXVIII. 351 reino habrían tenido otro jiro , si algunos de los informes de su real audiencia no se hubiesen estrellado contra obs- táculos insuperables. Con esto, sorprende mucho menos la felicidad de corta duración , — puesto que no duró mas que seis meses, — del gobierno de Merlo de la Fuente. El primer acto de este gobernador fué reunir el vecin- dario en concejo, pidiéndole voluntarios para la guerra, ensalzando la honra de servir á la patria con las armas en la mano , y el deber que tenia cada ciudadano de pagarle esta deuda sagrada. Pero su elocuencia produjo poco efecto en el auditorio , y hubo de ape- lar al interés material para conseguir algunos alista- mientos. Justamente, acababa de llegar otra real cédula atrasada, puesto que su fecha era de 26 de mayo de 1608 , en la cual el rey decretaba por esclavos á todos los Indios (de mas de diez años los hombres, y de mas de nueve y medio las mujeres) , que en el término de dos meses de su pu- blicación no se acojiesen á la paz. Después de haberla mandado publicar en Santiago por público bando , que se echó el 20 de agosto , Merlo la mandó publiar en los mismos términos , en las ciudades de la Serena, Con- cepción , Chillan , y en los fuertes de Arauco , Lebu , Angol , Paycavi y demás poblaciones. No satisfecho con esto, envió mensajeros á todos los cantones ó Butalma- pus, para que dijesen á los Indios que, pasados los dos meses de plazo , quedarían sometidos al rigor de la ley , si no se acojian á la paz , y que, acojiéndose á ella, se- rian favorecidos y protejidos en nombre del rey. Todo esto lo hacia el gobernador no solo para que los Indios no pdiesen alegar ignorancia , sino también para obrar 352 HISTORIA DE CHILE. él mismo , cuando llegase el caso , según los principios mas rigurosos de equidad y de justicia. Porque Merlo de la Fuente sabia que tenia una carga muy pesada sobre sus hombros, contando, como contaba, muy poco con la sumisión de los Araucanos. Sin em- bargo , salió á la cabeza de sus tropas para el fuerte de Paycavi, en donde se aseguró con satisfacción de que sus órdenes para la publicación y propagación de la real cédula habían sido debidamente ejecutadas. Pero, no obstante , aun creyó que era conveniente el dar un paso mas, y lo hizo, enviando á Ayllavilu un mensaje indivi- dual , en el cual la decia : « La paz que el monarca os ofrece benignamente, vosotros mismos la habéis pedido muchas veces , y otras tantas la habéis violado , después de haberos aprovechado de la confianza quo teníamos en ella para ponernos ase- chanzas. En el instante que os ha parecido útil y prove- choso violarla , lo habéis ejecutado de una manera atroz, con hechos horribles , renegando á vuestro Dios , profa- nando sus templos, saqueándolos, y llevándooslas vasos sagrados. Tales son los crímenes que han apurado la longanimidad de la justicia del soberano. » Pero en vuestras manos está el desarmarla: deponed las armas con resolución de no volver á tomarlas, y seréis libres, bajo las condiciones las mas suaves. » A este mensaje noble, digno y franco, Merlo de la Fuente recibió una respuesta altanera de parte de. Ayllavilu. Con todo eso, aguardó á que el plazo de los dos meses concedidos á los Indios para reflexionar se cumpliese , antes de entrar en campaña. Pero este tér- mino habiéndose pasado sin obtener el resultado deseado, se puso en marcha, con ochocientos Españoles y no- •wr CAPITULO XXXVIII. 353 vecientos auxiliares, sin dejar traslucir sus intentos ni á donde se dirijia, con lo cual puso fin al descon- tento taciturno de sus oficiales , que ya le tachaban de lentitud. El foco de la insurrección se hallaba en este instante en el estado de Arauco, y las fuerzas españolas entraron en él ; pero los Araucanos no las esperaron. De Arauco, pasó el gobernador á Tucapel , y, desde Lebu , destacó algunas columnas mandadas por Nuñez de Pineda y otros jefes , con el fin de hacer sentir el peso de la guerra á los que no querían paz. Estas columnas operaron con acierto , y regresaron con botin , caballos y prisioneros , entre los cuales había veinte capitanes araucanos. Otra expedición bajo el mismo plan , mandada por Miguel de Silva , tuvo la misma feliz suerte. Pero nada de esto pudo arredrar al intrépido Ayllavilu, el cual , atrincherado en la ciénega de Lumaco, esperaba con firmeza y confianza la ocasión de vengarse y resar- cirse de sus pérdidas. El valiente Ayllavilu no tuvo que esperar largo tiempo. Luego que Merlo hubo organizado su caballería, y recibido un refuerzo que esperaba de Yumbel, marchó de Lebu sobre los Araucanos, á pesar de que algunos le pintaron con exajeracion las fuerzas enemigas, y las posiciones ventajosas que ocupaban. Ya lo sabia yo, —respondió el jeneral jurisconsulto, —ya sabia yo que la posición que ocupa Ayllavilu pasa por inexpugnable; pero razón de mas para que yo le .arroje de ella. Si el terreno es malo para nuestros ca- ballos, tampoco debe de ser bueno para los suyos, y, por este lado, tenemos la ventaja de que para nuestras balas no hay tierra mala. ¡ Ea , señores ! concluyó el digno gobernador, ¡ probemos á Ayllavilu y á cuantos II. Historia. 23 HISTORIA DE CHILE. vengan tras él , que no hay lago inexpugnable para las armas españolas. » Y, dicho esto , marcha , llega y entra en la ciénega. La vanguardia la mandaba Pineda ; el gobernador mismo llevaba el centro, y puso la retaguardia bajo las órdenes del sarjento mayor Silva. Viéndole entrar con tanta valentía por la ciénega, Ayllavilu le creyó perdido, y destacó una columna aguer- rida para que fuese a disputarle el paso ; pero Pineda la rechazó y avanzó con sus tropas. Sorprendido de esto , el jefe araucano rebajó algo de la confianza que tenia en su posición y envió otra columna mas fuerte contra los Españoles, los cuales le hicieron volver las espaldas, como lo habían hecho con la primera. Entonces , Aylla- vilu soltó , por decirlo así , los diques á todas sus fuerzas, y una nube de Indios se arrojó al encuentro de Merlo. La batalla habia empezado al amanecer y duró hasta medio dia con grandes vicisitudes de parte y de otra. Muchas veces estuvieron á pique de perderla los Españoles ; pero enfin vencieron, aunque, según algunos, su victoria fué cosa milagrosa. Las pérdidas de parte y de otra no se han podido calcular, bien que los Araucanos dejaron mil muertos y muchos prisioneros, entre los cuales, algunos jefes, que el gobernador se vio en la triste necesidad de mandar matar. En efecto , las cabezas de los capitanes Sánchez y Arraya, degollados par Aylla- vilu en Tolpan , se veian en lo alto de un roble , y allí mismo mandó poner Merlo las de los jefes araucanos. Aquí dieron fin las operaciones militares de este ilustre gobernador, que tuvo las dos glorias de serlo por las letras y por las armas. A pocos dias de allí , estando en Puren , recibió aviso de que un nuevo gobernador *rr CAPÍTULO XXXVIII. 355 nombrado por el virey al interinato de Chile, habia llegado á Valparaíso , y regresó á Santiago para entre- garle el mando, dejando á su ejército unq, larga me- moria de sus aciertos militares , memoria que aun dura en su esclarecida descendencia , tanto en Chile como en el Perú. — CAPITULO XXXI X. Gobierno interino de don Juan de Xara-Quemada. — Grandes conocimientos y capacidad que tenia. — Sabiduría de sus actos políticos, administrativos y militares. (1611.) El gobierno de don Juan de Xara-Quemada , dejando á parte el fomento que este sabio gobernador dio á los ramos administrativos, á la agricultura, á la industria y al comercio , según se verá , presenta un modelo de conducta política, de donde surjieron tal vez proyec- tos posteriores de pacificación , como lo veremos á su tiempo. El virey del Perú habia recibido parte de la muerte de García Ramón , y habia nombrado al interinato del gobierno de Chile á don Juan de Xara-Quemada, hom- bre del mayor mérito (1), del que habia dado brillantes pruebas en puestos eminentes que habia ocupado ; caba- llero del hábito de Santiago , y destinado ya para ir de presidente de la real audienica. Xara-Quemada fué reci- bido de gobernador el 15 de enero , y dos dias después de presidente. Es cosa muy digna de notarse que sus primeros pasos en el gobierno hayan sido dados en favor de los Indios de encomienda. Gomo lo acabamos de recordar, ya la real audiencia, al tomar posesión, y aun antes de haber tomado posesión , habia manifestado la misma tendencia, encontrando obstáculo para la ejecución desús proyectos, (1) Natural de Canarias. wi- CAPITULO XXXIX. 357 en las representaciones del cabildo. Ahora sucede lo mismo. A penas entra en la presidencia Xara-Quemada, la real audiencia reproduce nuevas instancias (prueba evidente de que este tribunal era un grande cuerpo po- lítico), para que se suprima el servicio personal de los Indios , y al punto , el cabildo se reúne para deliberar de nuevo sobre este particular, y acuerda que se envié con nuevas súplicas al rey para que dicho servicio no se suprima, á F. Francisco Paveros, con F. Diego de Ur- bina por acompañado. Sin decidir esta tan debatida cuestión , que por esto mismo aparece ser interesantísima, no se puede menos de advertir con mucha atención que , viendo sus inten- tos á favor de los Indios estorbados, por de pronto, con la representación del cabildo al monarca , Xara-Que- mada halló medio de aliviarlos en su suerte, dismi- nuyendo los emolumentos que estos infelices pagaban á su protector, ó mas bien, tirano que los estrujaba, llamado Luis Pavón. En efecto , redujo estos emolumen- tos , que eran de mil y doscientos pesos , á novecientos, y muy luego tuvo la grande satisfacción de quitarles enteramente esta carga , aprovechándose del noble des- interés del capitán Pérez de la Cuadra , el cual se ofre- ció á desempeñar gratuitamente el empleo de protector de los Indios. Esta medida tan justa y tan política , no impidió á este gobernador de atender á la parte militar de sus cui- dados : á los siete dias de haber tomado el mando , se puso en marcha para la frontera, y tuvo ocasión de mostrarse tan celoso y sabio administrador, como sagaz y justo en política, dos cualidades que, lejos de contra- decirse en un hombre de estado , forman una feliz unión. 358 HISTORIA DE CHILE. Esta ocasión fué que notó falta de caballos entre los Españoles , al paso que los Indios tenian muchos. Asom- brado de un hecho casi increíble , preguntó la causa , la indagó y descubrió que esta causa era la baja codicia de los tenedores de paradas ó estancias, los cuales sacrifi- caban á su interés propio el jeneral, y, en particular, el del ejército , criando muías cuyo comercio les era muy ventajoso en el Perú, en lugar de caballos. Indignado de este abuso , lo cortó de raiz imponiendo grandes multas á los tenedores que infrinjiesen lo que estaba mandado, que era mantener cien yeguas para caballos y no para producir muías. En fin , salió el 17 de febrero para la frontera , en donde dio pruebas de la misma capacidad en miras militares. Estableció su cuartel jeneral sobre Rio-Claro , entre el de la Laja y el de Yumbel. Desde allí , se fué á visitar las plazas y fuertes , y vio con una rapidez y seguridad, dignas de un jeneral consumado, que el Biobo estando bien guardado, no habia que temer correrías de Araucanos. Dio las órdenes mas eficaces para que nada faltase en punto á defensa y vijilancia, sin pensar, por su parte, á lo que parece, que fuese útil ni necesario el ir á inquietarlos con vejaciones sin fin y resultado provechoso. Así se pasó el verano en la mas serena paz , por mas que los que escribieron las cosas de aquel tiempo se figuren que no es posible que haya sido así , y se manifiesten sorprendidos de no haber hallado bajo este gobierno correrías, saqueo, sangre y fuego. ¿ Y porque las habia de haber , estando el Biobio guar- dado con puestos militares suficientes, y dejando los Indios en paz , sin ofenderlos ni irritarlos inútilmente 1 De todos modos , tal pareció ser el objeto que se pro- puso Xara-Quemadá , y entre la infinidad de planes y ▼*- CAPITULO XXXIX. 359 proyectos que se han ensayado , como se verá , en este solo se vio razón clara, y probabilidad de éxito de- mostrada. Mientras tanto , el gobernador no perdía el tiempo en la inacción , y su ejército fué el mejor asistido que se haya visto , pues tal era su cuidado solícito por el sol- dado, que, el dia de paga, la presenciaba él mismo, para observar y ver si se hacía con justicia é integri- dad (1). En su tiempo , las fábricas de paños y tejidos para la tropa recibieron un grande impulso , y tierras inmensas fueron labradas y sembradas, y todo esto, en beneficio de la tropa. Enfin regresó á invernar en la Concepción. Xara-Quemada tenia una de estas cabezas poderosas dotadas por la naturaleza con profusa liberalidad : á todo estaba : jurídico , político , administrativo y hasta ecle- siástico : todas las materias posibles las trataba y las ventilaba con la misma prontitud y lucidez. Los curatos en Chile se daban por elección. Los clérigos seculares presentaban tres pretendientes ; los reglares , uno solo. El gobernador tenia, entre sus atribuciones, la de pro- veer á los curatos, y claro era que los reglares no pre- sentando sino un candidado, el gobernador tenia que aceptarlo. Xara-Quemada vio en este modo de proce- der, irregularidad é injusticia, y se puso á consultar antecedentes y reales ordenes, y halló, en efecto, que las habia para que los curatos se diesen por oposición y al mas .merecedor, presentando los conventos tres examinados , lo mismo que los seculares. Inmedia- tamente , les dio cumplimiento y las puso para siempre en vigor. (1) Figueroa, m 360 HISTORIA DE CHILE. Al momento de volver á entrar en campaña por octu- bre, notó que tenia poca fuerza efectiva ; envió á San- tiago á pedir una compañía de linea, y luego que le vino, marchó sobre Arauco. Allí, supo que Ayllavilu II hacia correrías y cometía robos en las poblaciones espa- ñolas; y, tan hábil en guerra como en paz, Xara-Que- mada proyectó cortarle la retirada , y lo consiguió con una marcha rápida y bien concertada. Al volverse con su presa, el caudillo araucano se vio cortado; pero es verdad que no se amedrentó. Lejos de eso se mantuvo firme y se batió como se batían los Araucanos, es decir, como un león. Pero fué muerto (1), y sus tropas, vién- dose sin cabeza, se desbandaron , corriendo para salvarse al Biobio, en donde muchos se ahogaron. Era un grande hombre Xara-Quemada, lo repetimos; pocos herederos han heredado una gloria tan merecida, tan bien adquirida , tan real y verdadera como la que han heredado sus descendientes que existen y honran al reino de Chile. Si en lugar de haber gobernado quince meses, hubiese mandado quince años, ¿quien sabe los bienes que habrían resultado para España, para Chile, y para los pobres Indios? Pero, por desgracia, no mandó mas que quince meses : el 28 de marzo 1612, entregó el mando á su sucesor. (1) García." ■^r CAPITULO XL. Segundo gobierno del maestre de campo don Alonso de Rivera. — Regreso del Padre Luis de Valdivia con órdenes del rey. — Sucesos de su sistema de pacificación. (1612.) Ya hemos visto los motivos que el P. Valdivia pre- sentó á Felipe III para pedir a este monarca adoptase un sistema defensivo de guerra , añadiendo que él mismo se encargaba de la pacificación de los Araucanos , si S. M. se dignaba mandar que las arcas reales costeasen , cada año , el viaje de un número suficiente de misioneros de la orden para las casas de conversión de Chile. Admirado el rey de la proposición , concedió á Valdivia todo cuanto este quiso , tanto mas gustoso con sus planes , cuanto llenaban sus mas vivos deseos , á saber ; la paci- ficación de los Indios sin sangre ni crueldades. En con- secuencia , nombró al mismo Valdivia visitador jeneral del obispado de la Imperial, que se hallaba vacante; y, á petición suya, mandó volver de gobernador á Chile á don Alonso de Rivera que estaba en Tucuman , con la advertencia de que se sometiese á la voluntad é inten- ciones del padre jesuita , en todo cuanto este intentase con respecto á la pacificación del reino. Como condición esencial de la paz proyectada, Valdi- via pidió al rey, en favor de los Indios, un indulto jene- ral por todo lo pasado, y el rey se lo concedió con la misma facilidad. No satisfecho aun con todo esto , y á fin de santificar, 362 HISTORIA DE CHILE. en cierto modo, su plan y su misión, el padre Valdivia quiso y obtuvo que el papa y toda la cristiandad se inte- resasen en su éxito ; el papa, que era entonces Paulo V, concedió , á petición del rey, induljencias porque se ro- gase por la paz, y los fieles rogaban, en efecto, con ple- garias, procesiones y novenas. Armado con tan exorbitantes poderes, Valdivia, de vuelta á Chile y á la ciudad de la Concepción , en 1612 , empezó su carrera, y si nadie, especialmente los milita- res, si nadie tenia confianza en la eficacia de su sistema , ninguno , ni aun el mismo gobernador, podía coartar sus facultades. Emprendió, pues, su obra grandiosa po- niendo en libertad á muchos Araucanos principales que se hallaban desterrados en el Perú; y, á su llegada á la Concepción en marzo, á otros prisioneros, de los cua- les era uno Turilipe, jeneral de la caballería araucana, para que llevasen á los suyos pruebas de las buenas no- ticias que les traia. Estas demostraciones persuadieron á los Indios, y desde luego manifestaron desear que el misionero de paz fuese en persona á verse con ellos ; pero no todos mos- traron esta docilidad , y se mantuvieron sublevados mu- chos que lo estaban. Entre tanto , los Araucanos nombraron por jeneral á Ancanamun justamente cuando don Alonso de Rivera llegó á Santiago, el dia 28 de marzo. Rivera, al punto en que supo la llegada de Valdivia á la Concepción , fué á reunirse con él, pero ya Valdivia habia salido para Arauco , con designio de dar satisfacción á los Indios. En Arauco , tuvo noticias de que el sarjento mayor Alonso de Cáceres y Saavedra, que se hallaba en Lebú, acababa justamente de maltratar á algunos caciques prisioneros, wr~ CAPITULO XL. y al punto le envió orden de cesar toda hostilidad , con- formándose á la voluntad real. Al mismo tiempo, envió mensajes á los caciques sublevados, y atrajo á la paz á lo menos seiscientos , con mas de tres mil mujeres y niños. Los primeros efectos de su sistema no pararon aquí ; pues en este mismo momento, 13 de junio 1612, vi- nieron á verle cinco caciques de Gatiray, primer par- cialidad guerrera, á cuya cabeza se hallaba Guayqui- milla (1) , que querían , en nombre de otros muchos , satisfacerse y oir de su propia boca el perdón jeneral de todo lo pasado, con la condición esencial de exención de servidumbre personal. Para mejor persuadirles y convencerles de la verdad del hecho y de las disposiciones benéficas del rey, el padre Valvidia se puso en marcha , con estos cinco caci- ques, sin mas escolta que dos soldados, que le servían de asistentes para su servicio, y un intérprete, que el monarca habia exijido que llevase siempre consigo , bien que hablase él mismo corrientemente el idioma de los naturales. En vano el comandante de Arauco quiso oponerse á esta resolución del jesuita, por precipitada y muy arriesgada; porque Valvidia, persuadido de que no se podian hacer grandes cosas sin grandes resoluciones, y aconsejado por dos maestres de campo, tres capitanes y los capellanes de los fuertes, quiso mas exponer su vida por Dios , por el rey y por la paz , que comprometerla por un temor, que sus intenciones , y la responsabilidad que los caciques embajadores tomaban sobre sí de su vida , alejaba de su pensamiento. (1) En una carta original que hemos visto en los archivos de Lima encon- tramos Llancamilia y en otros manuscritos Guayquimilla ; el primero quiere decir Piedra de oro y el segundo Lanza de oro. HISTERIA DE CHILE. Partió , pues , el P. Valdivia con ellos , y en efecto , antes de llegar á Catiray, vio venir á su encuentro otros ocho caciques guerreros (1), sin armas y todos con un ramo de canelo en la mano , los cuales se habian adelantado, ansiosos de verle y de oirle, y para tener la honra de formar su escolta hasta Namcu donde se ha- llaban de asamblea todos los Indios inmediatos á la frontera (2). Este hecho histórico no deja duda acerca de la firme persuasión , en que estaba el jesuita , de que su sistema era el único que pudiese alcanzar los grandes fines de la pacificación de los Indios; ni tampoco, tal vez, del éxito, si Dios y mil circunstancias inevitables, y extrañas á este mismo sistema, no lo hubiesen hecho abortar. Al entrar el P. Luis de Valdivia en el congreso de ancianos y caciques guerreros , todos se levantaron con profundo respeto , y vueltos á sentar, el cacique Guay- quimilla abrió la sesión proponiendo : Io Que, ante todas cosas, la asamblea tributase gracias al P. Valdivia por sus buenos oficios, y por el favor que le hacia, confiando en ella; y que se le manifestase el contento grande y jeneral que causaba su venida. 2o Que se le diesen pruebas de la fe ciega , y entera confianza con que la asamblea aceptaría sus propuestas ; fe y confianza que , á la verdad , no reinaban en la multitud del pueblo , el cual atribuia á puro estrata- jema de los Españoles todo lo que les decian. 3o Y que , enfin , depusiese todo recelo tocante á la (1) Los cuales se echaron en sus brazos, dándole mil parabienes, y mani- festando el sumo gozo que tenían en verle. Ovalle. (2) En los archivos de Lima se hallan varias cartas del mismo Valdivia en las cuales este célebre misionero-gobernador describe de un modo muy minu- cioso el recibimiento que le hicieron y el parlamento que se siguió poco después. CAPITULO XL. 365 inviolabilidad de su persona, bien que la asamblea es- tuviese convencida, por la presencia misma de su reve- rencia en medio de ella, de que el grande ánimo del P. Luis de Valdivia no era susceptible de albergar una debilidad. A esta noble moción del cacique orador, el jesuíta respondió dando gracias de la buena opinión que de él tenían , y aceptándola, puesto que en este caso, no hacia mas que cumplir con los deberes que le imponían la re- lijion y las órdenes de su rey*, deberes que no le per- mitían de reparar en peligros , aunque realmente los hu- biese , cosa lejana de él , como ellos mismos lo habían visto en otras muchas ocasiones en que se trataba del bien de la paz y de sus almas ; que en cuanto á la verdad de su misión y á la sinceridad de los bondadosos deseos del rey, ya las hostilidades estaban suspendidas, por man- dado del mismo gobernador , que tenia orden de con- formarse con todo lo que él , P. Valdivia, juzgase con- veniente para llegar al fin supremo de la paz ; y que , por consiguiente , ya podían , cuando gustasen , y lo mas pronto seria lo mejor, ir á verse ellos mismos con el gobernador, para oir de su boca la confirmación de cuanto les había dicho. Los caciques y ancianos oyeron con muchísima aten- ción y con muestras de adhesión las palabras de Valdivia ; pero, al cabo de una corta deliberación, resolvieron que, no obstante se hallaban muy dispuestos por sí mismos, á admitir sus proposiciones, y á ejecutarlo que les decia , opinaban que las circunstancias exijian que obrasen con acuerdo jeneral de todos los caciques guerreros; y que, para obtenerlo, seria muy conve- niente que su reverencia se trasladase con ellos á ¡a 366 HISTORIA DE CHILE. parcialidad de Ñamcú , en donde se hallaban reunidos todos los toquis , capitanejos y caciques. En el estado de progresos en que se hallaba la nego- ciación , no habia posibilidad de negarse á ello , y el P. Luis no titubeó un solo instante. La prontitud y el regocijo visible con que dio una respuesta afirmativa á la proposición produjo una sensación jeneral y agra- dable en la asamblea. Puestos, al dia siguiente, en mar- cha , caminaron otros dos , por caminos remotos é igno- rados, sin que los Indios que acompañaban al jesuíta, y de cuando en cuando le miraban al descuido para co- lejir por su semblante lo que pasaba en su interior, no- tasen en su rostro el menor gesto de alteración. Llega- ron , pues, y le presentaron en la asamblea jeneral de toquis, capitanejos y caciques, en donde lehabian pre- parado asiento en alto , mientras que los miembros de la junta se sentaban en el suelo , según su costumbre. El primer rumor de la entrada y del recibimiento una vez aquietado , y esperando ya todos en silencio, se levantó Guayquimilla y pronunció un discurso prepara- torio de hora y media , en el cual recomendó con airo- sas figuras de retórica la persona del padre jesuita á la asamblea pidiéndole atención y respeto hacia él , y con- fianza en cuanto les dijese. Después de Guayquimilla, habló el toqui jeneral, asegurando que ya la asamblea se hallaba preparada á ello , y penetrada de los mismos sentimientos del preo- pinante por la persona y las virtudes del R. Luis de Valdivia, cuya presencia les colmaba de honra y de alegría. Penetrado de la importancia y de la dignidad de su misión, y aprovechándose del ascendiente que creyó ^r CAPÍTULO XL. 367 tener en la junta , Valdivia se mantuvo sentado , dando á entender por señas que iba á hablar ; y, al cabo de un rato de silencio grave é imponente , dijo : « Toquis , capitanejos y caciques que componéis esta respetable junta , no os sorprendáis ni ofendáis de ver que os hablo en esta postura , contra vuestros usos y cos- tumbres , pues os hablo , y os traigo el mayor bien de cuantos la providencia puede conceder á los hombres , — la paz , — en nombre de Dios , rey de los cielos y de la tierra , y del mas grande monarca que haya en toda ella. » Viendo que la asamblea habia oido sin sorpresa , y aun con algunas muestras de humilde admiración este exordio, el P. Valdivia expuso los principios los mas suaves y justos que debían de guiar la conciencia de un cristiano en los menores tratos , y la fe que estaba obli- gado á guardar en el cumplimiento de su palabra , so pena de no faltar á ella impunemente , aunque lograse engañar á los hombres ; « porque, añadió el padre jesuita con ardor y vehemencia, aun en este caso de poder burlarse de los tribunales y de la justicia de los hombres, tiene que comparecer delante del tribunal supremo, que es el de Dios , á quien nada se oculta , y que ve lo que encierra en sus mas escondidos ardides la mas astuta conciencia, castigando con rigor y sin misericordia el mayor de los delitos , cual es la mala fe , y el abuso de la confianza del prójimo. » Hizo aquí una pausa Valdivia, como para tomar aliento ; pero , en realidad , para dar tiempo al auditorio de meditar este punto esencial de entera confianza en sus palabras. Al fin , repuso : « Si esto, pues, sucede á cualquiera hombre, por infi- 368 HISTORIA DE CHILE. delidad a su palabra , en casos muy comunes en la vida, ¡ juzgad de lo que le sucedería á un rey de la tierra , que, en nombre del rey de los cielos, engañase á una nación de corazones nobles y valerosos , como lo sois vosotros! » Y aprovechando de la sensación profunda y mani- fiesta que esta última reflexión acababa de producir en ellos, continuó, sacando y exhibiendo las reales cédulas que traia : « Pues aquí tenéis esta real palabra de un gran mo- narca; aquí, sus proposiciones de paz con todas las ventajas que encierra; aquí, mis poderes para ejecutar sus órdenes, y aquí, enfin , su voluntad de que nadie, ni aun el mismo gobernador, pueda impedir sus bené- ficos efectos. ¡ Miradlas ! veréis que no están escritas con plumas, como lasque usan los Españoles, sino impre- sas, como los libros « ¡ De rodillas ! — continuó este hombre increíble con un irresistible arrojo , — ¡de rodillas ! esta es la postura humilde en que debéis verlas, y oir su contenido. Aquí tenéis un intérprete, de cuya fidelidad no os podrá quedar duda. » En efecto , una satisfacción jeneral se manifestó cuando hubieron oido la traducción del intérprete. Pero ya eran las nueve de ración. la noche , y se difirió la delibe- *rr CAPITULO XLL Continúan los progressos del P, Luis de Valdivia en su intento. 1612. Al dia siguiente , al amanecer, el jesuíta les dijo misa, y en seguida les explicó los misterios del santo sacrificio, con cuya explicación quedaron maravillados. Entraron luego después en consejo , y el P. Luis hizo un breve y claro resumen de lo tratado el dia anterior para dar nuevo pábulo á una buena deliberación. « Ya podréis , hermanos mios , — les dijo , — vivir pacíficos y con quietud en vuestras casas , seguros de que ningún Español llegue aellas, ni exija de vosotros el menor servicio personal. Nosotros solos, los padres de la Concepción, vendremos, cuando lo permitáis , para instruiros en los principios de la religión cristiana; por- que esto es lo mas esencial , lo que mas desea el rey , y lo que mantendrá para siempre la paz entre nosotros. » Pero, al mismo tiempo, es preciso que advirtáis, que así como los Españoles se guardarán de pasar la frontera, y de intentar turbar esta paz, también vosotros deberéis respetar la línea divisoria de los dos países , línea que quedará marcada por el curso del Biobio, no pasándola bajo pretexto alguno para ir á hacer mal á los Españoles. » Y vosotros , añadió Valdivia hablando directamente á los Indios guerreros, vosotros , que sois los que rompéis esta paz, decidme, ¿cuales son los frutos que sacáis de II. Historia. 24 370 HISTORIA DE CHILE. la guerra? Helos aquí ; los frutos que sacáis de vuestras continuas revoluciones, son muerte, cautiverio, ham- bre, pérdida de vuestros bienes y ganados; incendio de vuestras casas; ruina de vuestros hijos, aflicción y lá- grimas de vuestras mujeres, y por fin , destierro de vues- tra patria : tales son los efectos de la guerra. A fin de ahorraros todos estos males y de conservaros el goce de vuestra libertad, de vuestros bienes, hijos y mujeres, me expuse á los contratiempos y riesgos de una nave- gación de tres mil leguas , para ir á decir al rey cuan desgraciados erais con los malos tratamientos y vexacio- nes que padecíais, y para suplicará S. M. me autorizase á libertaros de ellos. Me lo otorgó el rey, y volvi á des- hacer estas mismas tres mil leguas para ejecutar mis planes y cumplir su real voluntad. Creo que estos son motivos muy suficientes para que me creáis , y fiéis en mi palabra. Al punto en que salteen tierra, quise venir á verme con vosotros, contra el parecer de todos, porque todos me decían que erais falsos y traidores; pero yo, que os conozco mejor que nadie , y que sé sois hombres de juicio y de gobierno , bien que estéis siempre prontos á combatir por vuestra libertad , vine , me metí sin recelo entre vuestras lanzas, y me entregué sin la menor des- confianza á vuestra lealtad. Si me hubiese engañado, si hubiese alguno entre vosotros que se sintiese la tenta- ción de desmentir esta confianza, no os figuréis que yo le pidiera gracia; al contrario, le abriría mi pecho y le pondría manifiesto el corazón para que me hiriese ; se- guro de que muriendo por cumplir la misión de salvar vuestras almas, iria la mía en derechura á gozar de la presencia de su Dios. » No hubo acabado de pronunciar estas últimas pala- CAPITULO XLI. 371 bras el padre Luis, cuando levantándose de repente el toqui jeneral de Garampangue, respondió : « No hay lanza, Padre mió, capaz de llegar á tu pe- cho , sin haber atravesado antes el mió. Nos has he- cho justicia al fiarte á nosotros; pues no somos tan bár- baros , ni tan faltos de entendimiento , ni tan traidores como suponen. No, no desconocemos el bien que el rey nos hace , ó quiere hacernos con la paz que por tu minis- terio nos ofrece; y todos estamos reconocidos por él, al rey, al gobernador y á tí. En prueba de ello te dicen todos , por mi boca, que si la paz ha de ser como la pin- tas, todos quieren, y todos queremos esta paz. Digo que yo persuadiré á todos los ausentes y salgo garante de ello , de que la paz conviene , y de que todos debemos desearla, si la paz nos trae los bienes y favores que. tú dices ; vuelvo á decirlo , porque la que hasta ahora se nos ha ofrecido , se ha reducido á falacias , á un puro pretexto para hacernos esclavos , y servirse de nuestros bienes, y de nuestros cuerpos. Una paz semejante no la queremos, y le preferiremos siempre la guerra. Sobre todo , padre mió , si bien lo reflexionamos , dándonos el rey nuestras propias tierras y nuestra libertad, nada nos da que no nos pertenezca de derecho , y que no debamos defender, á toda costa, con nuestros brazos. Sin em- bargo , y puesto que , sin acudir á las armas , podremos gozar de estos bienes, venga esa paz tal y como nos la prometes; y haremos ver á los Españoles, que nos re- putan por disimulados é inconstantes en nuestros deseos, que antes faltará la luz del sol , y antes faltarán flores en los campos, que nosotros faltemos á la palabra que haya- mos dado, y al pacto que hayamos hecho. Antes que los Españoles viniesen, vivíamos en paz, y nos multipli- 372 HISTORIA DE CHILE. cábamos en términos que no cabíamos en los campos. Después que ellos han venido con su paz, siempre he- mos estado como en guerra ; nos hemos disminuido , he- mos perdido nuestras haciendas, y hemos padecido males increibles hasta que la exasperación nos ha impelido á rechazar la fuerza con la fuerza. Henos aquí prontos á dejar las armas; no solo no pasaremos la línea, sino que castigaremos con rigor á todos cuantos se atrevan á entrar en tierra de Españoles. Daremos, ademas, paso libre á los correos y á toda comunicación hasta Chiloe , y enfin, abrazaremos la religión de Jesucristo. » Tal fué el feliz resultado de la deliberación , resultado debido al tesón relijioso y á la buena fe del P. Valdi- via. Al salir de la sesión , los caciques se daban las ma- nos y el parabién, y resolvieron acompañar al R. je- suíta á la ciudad de la Concepción para que los presentase al gobernador. Así lo hicieron y Valdivia hizo la entrada mas triunfal y mas gloriosa que conquistador alguno haya jamás hecho. El gobernador y los principales ha- bitantes de la Concepción ensalzaban este triunfo ; y el primero declaró que Valdivia habia dado mas lustre á su gobierno , pacíficamente y en un dia, que el que le hubieran dado muchos años de guerra hecha con el mas feliz éxito. En prueba de esta verdad , le rogó que en adelante , se sirviese ordenar como si él mismo fuese gobernador, puesto que estaba mas seguro de sus luces y de su acierto , que de los suyos propios. Pero en medio de esta aprobación jeneral se halla- ban descontentos. Estos eran algunos antiguos mili- tares que presumían conocer á los Indios mejor que el P. Luis de Valdivia. CAPITULO XLIL Prosigue la misma interesante materia. — » Perspectiva lisongera de paz. Fatales acontecimientos. (1612.) Ancanamun , Pelantaru y Uñobilu, caciques de Puren, se mostraban desconfiados ; pero aun tuvieron deseo de cerciorarse de la verdad , y enviaron al ulmén de Ca- rampangue á la Concepción con este objeto. A fin de sa- tisfacerle mas completamente , el gobernador y el misio- nero , de común acuerdo , despacharon con este ulmén al alférez Silvestre Melendez, oficial de tino y que ha- blaba con facilidad la lengua chilena, para que llevase pruebas evidentes de la verdad á Ancanamun , que era el mas poderoso entre los caciques , leyéndole las reales cédulas de pacificación. Marchó Melendez , llegó á Puren , fué muy bien aco- jido de Ancanamun , y le dejó tan satisfecho con la exhi- bición de las pruebas que llevaba, que el poderoso ca- cique le dio guias para que fuese á la Imperial, y las propagase á los que las ignoraban ó dudaban de ellas. El enviado español halló la misma acojida en la Im- perial , con la sola diferencia de que aquí , los naturales, después de la lectura de Melendez , quisieron que un cautivo español que tenían les tradujese segunda vez las reales cédulas. Pero luego que Quesada, así se llamaba el cautivo, les hubo confirmado en la verdad , ellos mismos le acompañaron á Osorno , dispuestos á corroborar sus — 374 HISTORIA DE CHILE. aserciones, manifestándose convencidos de su sinceridad. Entretanto, Ancanamun habia reflexionado, y re- suelto enviar á la Concepción al ulmén Guaycamilla á suplicar al P. L. de Valdivia que viniese en persona á Paicavi , á fin de confirmar todo lo que le habia dicho Melendez , tocante á las reales cédulas. El gobernador y el P. jesuita, gustosos con este nuevo mensaje, respondieron que iban á ponerse en marcha para satisfacerle. Salieron , en efecto , y llegaron á Pai- cavi, en donde luego recibieron aviso de la venida próxima de Ancanamun , el cual les prevenía que no llevaría mas escolta que su comitiva. Así lo cumplió el jefe araucano. Pero hizo mas ; por- que no solo llegó con solas cuarenta personas , sino que trajo consigo á los principales prisioneros españoles que tenia, y los remitió con gracioso ademan á la disposición del gobernador español. Este rasgo de magnanimidad llenó de sorpresa á los oficiales españoles , los cuales no se cansaban de admirar la hermosa presencia de Anca- namun que , ya en edad avanzada, se mostraba, no obs- tante, tan gallardo como si estuviese aun en todo su vigor viril. Su estatura era heroica, y en su estructura , aparentaba ser un verdadero Hércules. El gobernador y el P. Luis de Valdivia, que habian salido á su encuentro con todo el estado mayor, le reci- bieron con agasajo y ostentación , y le acompañaron á su alojamiento en medio de salvas de artillería , dándole el gobernador la derecha. Ancanamun, visiblemente lisonjeado y agradecido á la honrosa acogida que le ha- dan , manifestó desde luego deseo de hablar de los pre- liminares de la paz , objeto de su reunión. Entraron en deliberación , y convinieron : « Io En que los Españoles CAPITULO XLII. 375 abandonarían las plazas de Paicavi y Angol ; 2o que el Biobio seria frontera inviolable entre Indios y Espa- ñoles ; 3o que los prisioneros serian recíprocamente resti- tuidos á su respectiva nación , y lí° que los misioneros serian bien recibidos en los Butalmapus ; con el fin de predicar, catequizar y convertir á los naturales que qui- siesen oirles y convertirse al cristianismo, » Estos preli- minares debían de ser ratificados en asamblea jeneral de caciques, y Ancanamun tomó sobre sí el irlos á buscar en persona , y conducirlos al cuartel jeneral español. Tal era la perspectiva de buen éxito. Partió Ancana- mun despidiéndose cordialmente del jeneral Rivera , de sus oficiales y de Valdivia , prometiéndoles que ningún ulmén resistiría á su persuasión ; y así fué. Ya Ancanamun habia recorrido muchos distritos ; ya muchos caciques habían ido á Paicavi , á donde llega- ron á pié , procesionalmente con ramos floridos de ca- nelo en la mano , símbolo de paz ; ya habían llegado los misioneros enviados por el provincial ; ya la paz es- taba enfin asegurada , cuando el hado suscitó un im- pedimento contra el cual se estrellaron todas las volun- tades. Helo aquí. Tenia Ancanamun entre sus mujeres una española, llamada María de Junquera , que , aprovechándose de su ansencia , se fugó de su casa con una hija , y dos Indias, instruidas por ella en los principios de la relijion cris- tiana. Una de estas se habia llevado también á un hijo que tenia de Ancanamun, al cual este amaba tierna- mente. Todas estas fujitivas , cuya huida les habia sido sujerida y proporcionada por un seductor, se acojieron justamente á Paicavi, mientras su amo propagaba los beneficios de la paz. 376 HISTORIA DE CHILE. Este es el hecho. Juzgúese cual debió de ser la sen- sación del poderoso cacique , cuando de vuelta á su casa, aunque algunos dicen que supo la noticia en camino , se halló con el desorden ocasionado por este acontecimiento. Ciertamente, el hombre mas civilizado y prudente ha- bría tenido mucho trabajo en contenerse, en semejante caso. Pues no. Lejos de entregarse al arrebato de un resentimiento muy natural, excusable, calculó ida- mente que los Españoles no podían tener la menor parte en su desgracia. En consecuencia , llamó al ulmén de Hicura , Utaflame , particularmente estimado y querido del P. Valdivia , y le encargó fuese á pedir le resti- tuyesen sus mujeres y sus hijos. Los tres misioneros que el provincial había enviado fueron : Oracio Vecchio, Italiano, primo del papa Alejan- dro VII; Martin de Aranda, chileno, y Diego de Mon- talban , mejicano , los cuales habían llegado á Paicavi , cuando se presentó Utaflame , acompañado de algunos Indios. Apenas le vio Valdivia, corrió á él. Utaflame se echó en sus brazos, y el jesuíta le recibió en ellos con la misma efusión de sentimientos, pidiéndole nuevas. « Malas , le respondió. Óyeme : Ya sabes que con tu trato suave , y tus dulces palabras , has podido conmigo lo que no han podido todos los gobernadores de Chile con todo su poderío ; porque contra todos me he batido, y á todos les he hecho el mayor mal que he podido. Tú solo has sabido amansar mi índole feroz. ¿Sabes porqué? Porque creo en tí, y en cuanto me dices; puesto que me has devuelto mi hijo, cautivo entre Españoles. ¡ Que Dios te bendiga por la paz y los bienes que nos traes ! Los aceptamos con agradecimiento. Pero de poco nos servirá, si Ancanamun los desecha ; y temo que si no le resti- CAPÍTULO XLIT. 377 tuís sus mujeres é hijos, no los aceptará jamas. » Confuso quedó Valdivia , aunque por sí mismo hu- biera querido en el instante devolver á Ancanamun sus prendas ; pero no podia , solo , tomar esta resolución , y se contentó con eludir la demanda por de pronto , sin prometer en lo futuro (1) ; y lo mas pasmoso es, que á pesar de este grave acontecimiento , no dudó en enviar los tres jesuítas con Utaflame, en despecho de Rivera, que quería oponerse á esta determinación tan impru- dente. Es verdad que Utaflame respondió de ellos , y se los llevó á Ilicura, en donde los alojó en su propia casa. Con la respuesta que le llevó el ulmén , Ancanamun insistió, pidiendo que ya que no le devolviesen las es- pañolas, no podían razonablemente negarle las arau- canas, y su propio hijo. Perplejo el gobernador con esta juiciosa representa- ción , no le pareció que podia resolver por sí mismo , y la sometió á una junta de clérigos y de jurisconsultos. En esta junta , hubo diversos pareceres acerca de la re- solución que convenia tomar, aunque todos estaban unánimes en que la relijion y la justicia protejian á las fujitivas. El caso era arduo. Si Ancanamun se volvía contra la paz ,' ya se podia renunciar á ella mientras él viviese ; pero , por otro lado , era muy de temer que res- tituirle las fujitivas seria enviarlas á morir, á lo menos una que se había amancebado con el que les había ayudado á fugarse. En consecuencia, fué resuelto «que se podia devolver á Ancanamun una sola mujer india, bajo la condición que se casaría con ella lejítimamente en presencia de la Iglesia. » (1) Valdivia opinó siempre que se se debían devolver. Molina, 378 HISTORIA DE CHILE, Esta funesta resolución mató todas las esperanzas, cuando era tan fácil, á nuestro parecer, sin grandes inspiraciones de política , y con solo un poco de despejo, de reflexión, de buena fe, sobretodo, salvar la pazcón provecho de la relijion , que sirvió de motivo para errar ciegamente. Que Rivera, poniéndose, por un instante, en lugar de Ancanamun, le hubiese mandado á decir, sin consultar con nadie si no es con el P. Valdivia, « que la relijion y su deber le impedían de complacerle , por mas que reconociese cuan justo y razonable era lo que pedia ; que fuese él mismo , en persona , á verse con las fujitivas, y que si estas querían volverse voluntaria- mente con él , nadie lo estorbaría ; » y la paz no habría sido comprometida, y este aciago caso se hubiese conver- vertido en un feliz acontecimiento. Porque Ancanamun , el sensato y magnánimo Ancanamun habría ido ; habría sido magníficamente recibido y agasajado, y, templado su enojo con esta prueba evidente de que los Españoles eran inocentes , se habría sentido dispuesto á la indul- jencia; habría hallado sus Indias y su proprio hijo bau- tizados, como realmente lo estaban. Estas mujeres le hubiesen dicho que al huir, no habían tenido mas mo- tivo que el deseo de ser cristianas ; que se hiciese cris- tiano él , y que con el mayor gusto le seguirían , puesto que le amaban. ¿Quien sabe los bienes que habrían re- sultado de este suceso bien aprovechado? (1) Pero en lugar de eso, ¿qué hicieron los adversarios de la paz? — Alabar á Dios que lo había permitido. No hay mas que oir á Pérez García , sobre este particular : « Fortuna ha (1) « Hízose una oración en nuestro colejio , y en otras partes , porque diese Dios buena salida á un negocio come este, de que sepodia seguir tanto mal ó tanto bien. » Ovalle. CAPITULO XLII. 379 sido, dice él, para Ancanamun el tener un pretexto honrado de hacer lo que no hubiera dejado de hacer en todo caso. » Romper la paz , quiere decir García. Semejantes juicios apagan el sentimiento, y el lector enjuga las lágrimas que no había cesado de verter por las desgracias de Chile, ¿ Qué sucedió, en efecto? —Que Ancanamun, indig- nado, mandó dar muerte á los tres jesuitas Vecchio, Aranda y Montalban, que estaban en Ilicura. Estos mártires fueron sacrificados el dia lü de diciembre, á las nueve de la mañana (1). El sentimiento que causó este funesto acontecimiento fué jeneral ; pero lo mas extraño ha sido que no solo los militares , sino también los capitulares de San- tiago, el vecindario, y, según las memorias del ca- bildo , el jeneral mismo, lo achacaban á la guerra defensiva , y clamaban contra sus lamentables efectos. Nadie tuvo la sinceridad de reconocer la gravedad del motivo de resentimiento lejítimo que se le habia dado á Ancanamun. En consecuencia , hubo reunión de capitulares, y se acordó con el jeneral Rivera despa- char á la corte al maestrede campo Cortés , con el P. Losa, franciscano, por acompañado , para que pidiesen la cesación de la guerra defensiva. Estos enviados nada consiguieron. El rey insistió en que se mantuviese, lo que no impidió á S. M. de recompensar á Cortés de sus brillantes servicios, declarándole benemérito de la pa- tria, y concediéndole 2,000 pesos de renta (2). (1) Olivares. (2) Cortés murió á su regreso en Panamá , en la temprana edad de 55 años, dejando descendientes en Chile. Pérez García. CAPITULO XLIIL Consecuencias de los acontecimientos referidos en el capítulo anterior. — Situación crítica de Rivera y del ejército por las órdenes que tenían de man- tenerse en la defensiva. — Desavenencia del obispo de Santiago con la real audiencia. ( 1613—1614.) Cortés y el P. Losa no podían estar de vuelta en todo el año, por mas éxito que tuviesen. Mientras tanto, el gobernador se hallaba sumamente perplejo con los cla- mores de los que se quejaban de tener las manos atadas , por un lado ; y, por otro, con la autoridad del P. Luis de Valdivia, que exijia se respetasen las órdenes del rey. A todo esto , la muerte de los misioneros de Ilicura ha- bía sido para los Indios la señal de correr á las armas. Ancanamun y Pelantaru rompieron con ardor las hosti- lidades, en términos que Rivera creyó que su responsa- bilidad no le permitía mantenerse impasible por mas tiempo. Salió á campaña, y al impulso, por decirlo así, de sus Españoles que ardían en deseos de venganza, se dejó caer sobre Ilicura, quemando , talando y matando con tanto furor , que los Araucanos no hallaron asilo, ni aun en los montes ; porque allí mismo fueron persegui- dos y degollados todos los que no se rindieron. Pero Valdivia acudió á la audiencia pidiéndole favor y ayuda contra estas infracciones atroces á las órdenes del so- berano, y la audiencia intervino, en efecto, para que cesasen ; de suerte que Rivera se vio forzado á resignarse y á regresar á la Concepción , después de haber repartido CAPITULO XLIII. 381 entre las guarniciones de las plazas de la linea doscien- tos cincuenta hombres que le habían venido del Perú; y organizado la caballería en columnas volantes para oponerse á las agresiones de Ancanamun. Las plazas del Biobio las mandó trasladar á la orilla opuesta. La de San Francisco de Borja fué puesta en Negrete. Otra, en la junción del Guasque con el Biobio , y dos mas en la confluencia de este rio con él de la Laja. Una de estas dos estaba dedicada á Nuestra Señora de Ale , y la otra á San Rosendo. En Gurihuillin y Talcamahuida , había otras dos. La de San Felipe de Austria, en Virguenu, quedó poblada , y se reforzaron las guarniciones de las de Santa Lucía y Buena- Esperanza. De este modo, la línea se hallaba coronada de plazas , y vijilada por pa- trullas de caballería, pero no aun suficientemente, puesto que el famoso Loncothegua la forzó muchas veces bur- lándose del campo volante. Regularmente , este caudillo , tan intrépido como los mas de sus predecesores, ejecutaba sus correrías de noche sin que nadie supiese á donde dirijia sus fuerzas. Pasaba , por ejemplo , por Santa Lucía y San Felipe , daba un golpe de mano , y se volvía con el botín á la otra orilla. Guando el aviso llegaba al campo volante ya era tarde , puesto que los soldados españoles no podían pasar el Biobio. Gon esto , crecía el resentimiento de los militares , y aun el del cabildo de Santiago , resentimiento que se au- mentó con la misión del licenciado Hernando Manchado, encargado de fijar el tributo que debían pagar los Indios de encomienda. Ya, por una real cédula (1), el rey habia mandado á los encomenderos que no ejerciesen veja- (1) 8 de diciembre 1610. 382 HISTORIA DE CHILE, ciones contra ellos, ni los oprimiesen con insoportable servidumbre. Estos Indios eran una recompensa de los servicios militares de los encomenderos, en atención á que les pagaban un tributo anual, pero no porque fuesen sus esclavos. Noobstante , los interesados viciaron esta regalía, y no solo redujeron sus contribuyentes á un verdadero estado de servidumbre, sino también á sus mujeres y á sus hijos. Ahora, para llenar debidamente su encargo, Man- chado pidió á cada encomendero una lista de los que po- seía, y con estas listas, fijó el tributo que debían pa- garles, y los declaró libres para que fuesen a trabajar en donde y como pudiesen. De aquí, nuevo descontento, como se ha visto , y nuevas reclamaciones. Estos des- contentos y estas reclamaciones prueban que los Indios se quejaban con razón, y que los de guerra, en vista de la suerte que tenían los de paz, tenían grandes mo- tivos para no fiarse en ella. De todas estas ilaciones na- turales , resultan los bienes que meditaba el padre Val- divia , y el motivo de oposición que sus planes hallaban ; y resulta, enfin , por último corolario y claridad lumi- nosa de la historia, que la pintura que nos han transmi- tido los misioneros del carácter y calidades de aquellos naturales, era, por lo menos, mas desinteresada y menos apasionada que la que nos han dejado los militares, sus enemigos. Volviendo á los hechos , la discordia hacia de las suyas por todas partes en Chile , en aquel momento , y hasta el jefe de la Iglesia se hallaba en guerra contra los mi- nistros de la justicia. Por fortuna, bien que este suceso fuese escandaloso, no era menos, ó, por mejor decir, era aun mucho mas pueril y ridículo. El obispo de San- CAPITULO XLIII. 383 tiago, Pérez Espinosa, pretendía preceder en las pro- cesiones á los oidores de la audiencia ; y estos sostenían que debían ir en las procesiones delante de su ilustrísima. Este era el grave motivo de la ruidosa contienda eclesiás- tico-jurídica. De esta contienda surjió un recurso de ambas partes á la corte, y á este recurso el rey respondió , el 3 de di- ciembre de 1611 , que su voluntad era que el obispo si- guiese, con un solo paje de cola, al sacerdote oficiante, y que la audiencia fuese detras del obispo. Si su majestad se hubiese limitado á cortar la cuestión en su sencillez natural, probablemente el negocio habria quedado con- cluido ; pero , por desgracia , fué de su real agrado aña- dir : « que no solo al obispo , sino también á todos los demás sacerdotes, se les diese agua bendita antes que al rejente y oidores. » De aqui, nuevo escándalo harto mas serio, puesto que, por no verse humillados, el presidente y oidores, en lugar de entrar en la iglesia , se quedaban á la puerta , esperando su turno para ir á tomar agua bendita. Es preciso confesar que S. S. de la real audiencia de Santiago apelaban á un triste recurso , y daban márjen á lejítima censura. El sabio obispo, que lo era real- mente en cánones y sagrada teolojía , lo era mucho me- nos en política urbana , y los censuró agria y abierta- mente. Los majistrados se defendieron con la misma poca destreza , y de altercación en altercación , el pre- lado, en uno de sus arrebatos de celo por la fe , envió el librito de la buena crianza al presidente y oidores. Viendo en este hecho un atentado á la majestad de la justicia , la audiencia mandó intimar por un alcalde ordinario orden de arresto al obispo. Al ir á ejecutar 38ft HISTORIA DE CHILE. este mandato, el alcalde se hincó de rodillas delante del prelado, diciendo que lo cumplía, leyéndolo, pero que no lo ejecutaría ; pero su señoría ilustrísima ahorró esta molestia al alcalde saliendo al punto de la ciudad , y retirándose á un bosque , que llamaron desde entonces la Quebrada del Obispo , desde donde fulminó entredicho contra la ciudad de Santiago. El efecto fué el que se podia esperar ; el pueblo, esen- cialmente católico cristiano, creyó que la tierra se ibaá hundir bajo sus pies, y se puso á clamar por que le de- volviesen su pastor. El tumulto fué creciendo , y el tri- bunal , alarmado , envió súplica al obispo para que tu- viese á bien restituirse á su palacio. Aprovechándose de esta ventaja , su señoría respondió que muy ciertamente lo haría, pero bajo la condición , sine qua non , que uno de los oidores iría á pié á buscarle , mientras que los demás señores de la audiencia lo esperarían en el arra- bal igualmente desmontados. No hubo remedio. Por el bien de la paz , el tribunal tuvo que someterse á estas condiciones, esperando que así tendría fin este triste debate. Pero se engañaron el presidente y oidores ; porque , á pocos dias de allí , y bajo pretexto de visita á la provincia de Cuyo, el obispo tomó el camino de Buenos Aires y se embarcó para Es- paña, En el momento en que llegó el obispo de Santiago á la corte , ya el rey sabia todo lo que había pasado, y no solo no quiso darle audiencia, sino que mandó que nadie le diese oidos, intimándole que su real voluntad era que regresase á su silla episcopal , desde donde podría exponer sus motivos de queja. Pues aun no cedió el santo prelado, En lugar de vol- ——————— CAPÍTULO XLIII. 385 verse á Santiago de Chile, se fué á Sevilla, y allí, se metió fraile de San Francisco. Al morir, legó 60,000 pesos, que se había llevado de su obispado, para obras pías- pero la catedral de Santiago puso oposición á la ejecución de este testamento , y, al cabo de un largo pleito, el supremo consejo de Indias la declaró lejítima heredera de su obispo. Sorprende el que S. M. no haya forzado el prelado á obedecer ; pero sin duda pensó el rey que Espinosa en lo sucesivo seria malquisto en Santiago ; y no proveyó á su episcopado, porque le pareció conveniente dejar dormir por algún tiempo este escandaloso episodio. II. Historia. 25 CAPITULO XLIV. Cuidados administrativos de don Alonso de Rivera. — Otros corsarios holan- deses en el mar del Sur. — Descubierta del estrecho de Lemaire. ( 1615—1616.) Reducido á la inacción , el gobernador Rivera fomen- taba la agricultura y el comercio. La cria de ganados se acrecentó mucho por su cuidado. En las dehesas del rey, habia veinte mil yeguas ; en las estancias de Caten- toa, catorce mil vacas, y en los pagos de Buena -Espe- ranza , veinte mil ovejas. Se labraban y sembraban muchos terrenos incultos. En su tiempo , una medida mayor de trigo no valia mas que ocho reales. Una vaca costaba otro tanto; un carnero dos reales , y uno y me- dio una oveja. Las fábricas de Quillota y Melipilla esta- ban perfectamente dirijidas y producían muchos jéne- ros. De suerte que el soldado se vestía , se alimentaba y también se procuraba comodidades sin aumento de gas- tos. El cuidado y el celo de este gobernador procuraron muchas economías al erario. Su buena política retrajo del hábito indecoroso de traficar á muchos jefes del ejército ; y no solo precavía las deserciones, sino que continuamente se le presentaban voluntarios. Mientras que Rivera daba su atención á la economía CAPÍTULO XLIV. 387 política, por su lado, y el padre Valdivia á su sistema de pacificación , por el suyo , llegaron corsarios holan- deses al mar del Sur. Pérez García habla de dos; uno, que él llama Jorje Spilbergen, por abril 1615; y otro, al cual pone por nombre Jacobo Lemaire. Este último fué el mismo Lemaire, quien, el 25 de enero 1616, descubrió el estrecho que lleva su nombre y que separa la isla de los Estados del continente ame- ricano, casi en frente de la boca este del estrecho de Magallanes. De Spilbergen, García se contenta con decir, refirién- dose á Rojas, que el 13 de julio (1615) , derrotó con sus seis naves, en la costa del Perú, ocho que el virey había enviado contra él. Por otra parte, Carvallo no habla nada de Lemaire, y refiere la invasión deSpilbergen, cuya relación confronta en parte con la que se lee en la Gronolojía histórica del América. He aquí su tenor. Spilbergen entró por el estrecho de Magallanes y se dejó ver en el mar del Sur con sus naves, por mayo de 1615. Los habitantes de la isla de la Mocha le hicieron señas para que arribase, pero receloso, echó el áncora á media legua de distancia. El jefe de los indios fué á bordo con uno de sus hijos, y llevó provisiones. Como era la única cosa que quería Spilbergen , se largó luego que las tuvo. El 29, los Holandeses fueron á anclar en frente á Santa María, y mientras que, por un lado, no quisieron aceptar, por desconfianza, un convite, que ofrecían al- gunos Españoles á los oficiales de marina; por otro, desembarcaron tres compañías, y un cuerpo de marinos que incendiaron algunas casas, y se llevaron quinientos 388 HISTORIA DE CHILE. carneros, trigo, cebada, habas, y gallinas, con todo lo cual se hicieron á la mar. El Io de junio, pusieron la proa á Lima, y, de paso, Spilbergen echó algunos hombres á tierra en la Con- cepción, en donde puso fuego á algunas casas. De allí, fué de arribada á Quintero para hacer leña y aguada, lo cual hecho , se dirijió a la costa del Perú. El virey envió contra él una escuadra de ocho buques, mandada por el almirante Alvarez del Pulgar y por el jeneral Rodrigo de Mendoza. Las dos escuadras se en- contraron y se embistieron el 17 de junio, y la fortuna se declaró por la holandesa. La almiranta española fué echada á pique , y Spilbergen capturó un patache , y desmanteló las otras seis naves que se retiraron muy maltratadas. Dueños del mar del Sur, los piratas fondearon en el Callao por espacio de ocho dias. De allí se fueron á Paita , y después de haber ejercido muchas piraterías , volvieron por Filipinas á Holanda, a donde llegaron en 1617 (1). (1) Así lo dice Rojas ; pero Ulloa y Jorge Juan aseguran que en Filipinas don Juan Ronquillo deshizo completamente este pirata. CAPITULO XLV. Nuevos sucesos de la guerra defensiva. — Muerte de don Alonso de Rivera. Elojio de este jeneral. (16Í7.) El padre Valdivia llevaba adelante su sistema con el mas laudable tesón, y luchando animosamente, no solo contra la situación crítica de su causa, sino también con- tra sus detractores , en cuya sistemática oposición la his- toria descubre, con pena, interés y pasión ; al paso que Valdivia habia dado , y daba sin cesar, pruebas del mas noble desinterés. Sus fines estaban en su corazón , y su interés , en el éxito de sus penosas faenas. A pesar de la irritación, que crecía, de los Indios de guerra, el padre Luis se aventuraba continuamente é iba á ver los Indios de paz , que se echaban en sus brazos , y que él estre- chaba contra su corazón con la ternura de un verdadero padre. ¿Gomo no habían de creer en él, viendo el poco caso que hacia déla vida, exponiéndola continuamente á los mayores riesgos por el buen suceso de la paz? Sí , creían en él los ludios, pero en él sólo, porque así se lo aconsejaba su instinto. Así es que los de guerra violaban continuamente la frontera , burlándonse con tanto arte como arrojo, de fuertes, del campo volante y de patrullas. Pero en una de estas agresiones, cayó Pelantaru en manos de un valiente y vijilante capitán , llamado Gines de Lillo. Este pues, prevenido de que Pelantaru proyectaba una expedición ó sorpresa, le dejó 390 HISTORIA DE CHILE. pasar, le sorprendió él mismo, le hizo prisionero, y per- siguió á los suyos, que, como sabemos, se desbandaban al punto en que perdian á su jefe, hasta un monte en donde los cercó por una pronta maniobra. Sin duda era corto el número de estos fujitivos, puesto que Lilío les hizo dar muerte á todos y enterrarlos para ocultar el hecho. Todo esto con tanta priesa y con tal sijilo, que ni el mismo padre Luis de Valdivia lo supo. Justamente en esta época , llegó de España otro je- suíta, el padre Luis Sobrino, con nuevas órdenes de la corte para mantener la guerra defensiva. Los enemigos de Valdivia creían que Sobrino había ido á la corte en- viado por el padre Luis, con el fin de contrarrestar los informes que llegaban al monarca contra dicho sistema ; pero aunque así fuese, no solo Valdivia habría usado de un derecho respetable, sino que aun hubiera llenado un deber. El hecho es, que, ademas de estas nuevas órdenes que prohibían la guerra ofensiva, el jesuíta So- brino traia un testimonio del desagrado de S. M. contra el gobernador, jefes y oficiales del ejército de Chile que desaprobaban el sistema de pacificación últimamente adoptado ; y este testimonio aumentó el odio y el encono contra el padre Luis de Valdivia , y el propósito de hacer cuanto fuese posible por desmentirle, bajo pretexto de derecho natural de defensa y de celo por el servicio. De suerte que los lectores tienen ya todos los datos necesa- rios para resolver el problema de la perpetuidad de la guerra de Chile, problema , que se reduce á saber porqué en tantos años, con tantos esfuerzos de parte de los me- jores militares de aquel tiempo, y con tantos sacrificios, duró y no se acabó. En cuanto á don Alonso de Rivera, sin entrarnos en lo n CAPITULO XLV. 391 íntimo de su conciencia, de que, por mas que digan , no dio el menor indicio acerca del sistema de guerra, reci- bió la reprensión del monarca con un amargo senti- miento, la enfermo y disgustado , su mal se agravó, y falleció el dia 9 de marzo en la ciudad de la Concep- ción (1) , causando universal sentimiento con su muerte. El único consuelo que tuvo en sus últimos instantes fué el saber que los padres hospitalarios de San Juan de Dios, que él habia pedido al virey del Perú, príncipe de Esquilache, para que viniesen á encargarse de los hospitales de Chile que se hallaban muy descuidados, acababan de llegar con su superior Fray Gabriel de Molina. En efecto, la orden de entrega á estos relijiosos, del hospital de la Concepción se dio el mismo dia 9 de marzo, por el cabildo , que aun quiso reservarse el título de pa- trón ; y la entrega se efectuó el 18 de abril. Gran for- tuna fué la llegada de estos interesantísimos padres para los pobres enfermos : en cuarenta y siete años de su asistencia, se contó el número increíble de veinte y siete mil doscientas treinta curas en ambos sexos. Los hospitales de Chile habian sido fundados por el gobernador Valdivia. En 1555, habia fundado en la ca- pital el de Nuestra Señora del Socorro. Dos años después (1) Don Alonso de Rivera era de Ubeda, en Jaén. Era un brillante oficial , que se habia distinguido en las guerras de Flandes, y que últimamente habia mandado dos veces en Tucuman y otras dos en Chile, dando pruebas de gran saber y de estar dotado de bellas prendas. De la ilustre Chilena (hija de la heroína de la Imperial) , con la cual se habia casado, como se ha dicho, dejó un hijo y dos hijas; el primero era capitán de su ejército; una de sus hijas se entró relijiosa en el monasterio de Agustinas, y la otra se casó con el pre- sidente de Guadalajara, don Juan de Canseco. El mayor elojio del carácter de Rivera es que dejó á sus hijos pobres, no obstante las ocasiones, grandes y fre- cuentes, que habia tenido de enriquecerse. Ovalle. 392 HiSTOKIA DE CHILE. de la muerte del fundador, fueron asignados á este hos- pital una estancia en Chada, una encomienda en la provincia de Maule, y la facultad de enviar á cada mina de oro un Indio para que tomase de este metal todo cuanto pudiese cargar por sí solo y llevar sobre sí. Este hospital estaba al cargo del ayuntamiento, el cual nom- braba cada año dos administradores. Los enfermos eran entonces muy bien asistidos; pero las cosas, en este punto , se habían alterado. El hospital de la Concepción estaba administrado de modo que ya era tiempo que los religiosos de San Juan de Dios llegasen , y su venida , con las reformas que se siguieron , puso de manifiesto cosas muy poco dignas. Por eso no les faltaron á estos padres enemigos y calumniado- res absurdos ; pero la opinión hizo justicia, y su conducta ejemplar triunfó de ellos. CAPITULO XLVí. Gobierno interino del licenciado Hernando Talaberano. — Protección que da á la guerra defensiva. (1617.] Es de notar que así como la muerte del gran Huenen- cura coincidió con la del gobernador de Chile García Ramón, lo mismo ahora, sucede la de Ancanamun cuando fallece don Alonso de Rivera. Los Butalmapus nombraron por sucesor de Ancanamun á Loncothegua , cuando el cabildo de Santiago entregó el mando á Her- nando Talaberano , nombrado en el testamento de Ri- vera (1). Pero Loncothegua renunció al mando , y este recayó en el toqui Lientur, el cual escojió por su teniente jeneral á Levipillan. Al instante en que fué revestido del supremo po- der , Lientur dio tales pruebas de aptitud militar y de actividad , pasando y repasando el Biobio con sorpre- sas invisibles, imperceptibles, hasta que habia dado el golpe, que los Españoles le pusieron el sobrenombre de Duende. Con la noticia de estas invasiones, Talaberano salió de Santiago y viajó con tanto apresuramiento , que el Io de abril pasó por Rancagua; el 12 entró en Yumbel, (1) Aun insiste, ó parece insistir el cabildo en que los gobernadores no tenían este derecho, puesto que se lee en su acta del 16 de marzo : « Cuyo nombramiento (el de Talaberano por Ribera) no seria enteramente lejítimo pues le auxilió con una real provisión la real audiencia. » 394 HISTORIA DE CHILE, y el dia 10 de julio, ya estaba en la Concepción, en donde por primer acto de su gobierno se declaró par- tidario del sistema de pacificación del P. Luis de Val- divia , y manifestó altamente que entendía que todos lo respetasen, aunque no fuese mas que por hallarse en reales órdenes , bajo severas penas. De esta manera , puso término á clamores que, á otros inconvenientes, juntaban el de ser ridículos pues eran inútiles. Viéndose bien apoyado, Valdivia cobró aliento, y continuó sus jestiones de pacificación pidiendo al go- bernador la libertad de los prisioneros hechos por su pre- decesor. Talaberano la concedió , y el P. Luis los envió con nuevas amonestaciones á los Indios de guerra. Pero es de notar que estos prisioneros, al volver á los suyos, iban muy bien vestidos y con aire y semblantes, no de esclavos que salen de cadenas, sino de hombres libres que habian viajado por su gusto. Esta novedad agradó muchísimo á los demás Indios, los cuales deseaban con ansia verse con tan buen gobernador, pero no se atre- vían á salir á la frontera. Súpolo Talaberano, y al punto les envió un mensaje tan halagüeño de promesas y se- guridad, con tal que se avistasen de buena fe con el P. Valdivia, que los Indios ya iban á salir, cuando una nueva sorpresa de Lientur imposibilitó este feliz proyecto. Esta sorpresa fué ejecutada con tal tino táctico y tal determinación que ya estaba completamente ejecutada cuando hubo noticia de ella. A Lientur, jeneral en jefe, se habia juntado otro Lientur, cacique de Cayeguemo, el cual, de amigo de los Españoles, se habia cambiado en enemigo por resenti- miento de haber perdido una hermosa dama que le ha- bian quitado. Reunidos estos dos Lientur, dieron el golpe CAPÍTULO XLVI. 395 de mano de que hablamos, arriesgándose hasta Chillan, y volviéndose con la presa de nada menos que cuatro- cientos caballos, con los cuales se retiraron por el Bo- quete de Silla- Velluda. En este tiempo, ya un nuevo gobernador, nombrado por el príncipe de Esquiladle, estaba para llegar, y Tala- berano dejó las cosas en tal estado por no tener el dis- gusto de entablar lo que él no podría concluir, y lo que otro desharía tal vez, no aprobándolo (1). Solo había mandado diez meses. (1) Talaberano dejó memoria y descendencia en Chile; una de dos hijas que tuvo fué la mujer de Vega Bazan, presidente que fué de la audiencia de Pa- namá. Ovalle. — CAPITULO XLVII. Gobierno de don Lope de Ulloa y Lemus. — Su oposición al sistema de Val- divia. — Este ilustre jesuíta se retira á España. — Muerte de Ulloa. ( 1618—1620.) Ulloa fondeó en la Concepción , bien que le espera- sen en Valparaíso. Según Rojas , debió de hacerlo así , porque , sin duda , traia tropas y pertrechos. Esta su- posición es plausible , puesto que sea lástima que los compiladores de la época, lo mas del tiempo, tengan que atenerse á suposiciones. Por fortuna importa poco que Ulloa haya fondeado en una ó en otra parte. El hecho es que el cabildo de la Concepción le recibió y reconoció por gobernador y presidente , el dia 12 de enero. No es demás el notar que Nuñez de Pineda continuaba en el empleo de maestre de campo , y que el sarjento mayor era Fernandez de Rebolledo. Estos dos oficiales superiores guardaban y vijilaban la frontera. Ulloa la fué á visitar por sí mismo , se aseguró del buen estado de defensa , y de allí se fué á Santiago , a donde llegó por abril. En su recibimiento , hubo , según el cabildo mismo lo confiesa , algunas circunstancias delicadas que no le parece conviene expresar ; circuns- pección muy digna y loable en los capitulares de San- tiago. Pero estas circunstancias delicadas Carvallo nos las cuenta, en sustancia, así. El gobernador Lope de Ulloa , capitán de los jentiles- CAPITULO XLVIT. 397 hombres lanzas del Perú , era un jeneral de mérito só- lido, un hombre de mucho juicio y aun de grande pre- visión y sagacidad, pero sumamente puntilloso, en honra, decian sus apasionados, de su representación, y de ningún modo por futilidad personal. Así debia de ser, admitido una vez el mérito incontestable de Ulloa. De todos modos , al entrar en la capital , pre- tendió que le recibiesen bajo de palio. Si se hubiese limitado á esto su dignidad , tal vez no se le hubiese to- mado muy á mal ; pero no fué así , puesto que declaró entendía que en los casos en que los oidores de la au- diencia debian ponerse en pié , él se mantendría en su asiento. Este rasgo , no se le pudieron perdonar los togados españoles , los cuales , en todos tiempos , han mirado con ceño desdeñoso, — real ó afectado, — el uniforme militar, bajo la máxima de Cicerón : « Cedant arma íogce. » Enviaron informes á la corte contra su presidente Ulloa , y á su tiempo , este gobernador recibió orden superior de conformarse á los usos y costumbres de sus predecesores. Sin embargo, Ulloa era naturalmente bondadoso y conciliaba, cuanto era posible, las exijencias de sus deberes con las urbanas y sociales, y cuando vio el ca- bildo opuesto á la supresión del servicio personal de los Indios , como perjudicial , dejó á su arbitrio el nombrar dos apoderados que ventilasen este asunto para dar sa- tisfacción al virey. El 18 de setiembre, el gobernader estaba de vuelta en la Concepción a donde le llamaban las continuas é impunes correrías de Lientur sobre el territorio español. Pero, antes de entrar en los detalles inevitables de HISTORIA DE CHILE. hechos militares, no podemos menos de advertir una cosa digna de ser notada , y es , que , ni la guerra ni los contratiempos, ni las desgracias mismas mas lastimosas, impedían , cuando lo ocasión lo permitía, los regocijos, los carteles, torneos, sortijas, cañas, y corridas de toros. Todo esto tuvo lugar con ostentación y júbilo en San- tiago y en la Concepción, para celebrar, por mandado del rey , la festividad de Nuestra Señora de la Concep- ción. Ya sabido es que en la parte relijiosa de estas fes- tividades los principales papeles pertenecen á los ca- bildos, eclesiástico y secular, y a las corporaciones relijiosas , y jamas todos se esmeraron tanto por solem- nizar un dia santo , como en esta coyuntura. "Volviendo al estado de la guerra, la corte empezaba ya á tener menos esperanzas en el buen éxito del sistema del P. Luis de Valdivia , vistos sus pocos efectos , y los informes contrarios que le iban de Chile, y se acordó de que si Ulloa era excesivamente puntilloso, por un lado , también era, por otro, un militar de grandes conoci- mientos y capacidad. En consecuencia, el rey le envió carta blanca, y plenas facultades para que obrase según su conciencia y ciencia militar, adoptando, según le pa- reciese, la guerra defensiva ó la ofensiva, con prefe- rencia, en cuanto posible fuese, de la primera, á fin de evitar efusión de sangre ; puesto que el mayor deseo del católico monarca era reducir á los Indios al seno de la Iglesia. Ulloa se mostró digno de esta eminente confianza y quiso corresponder á ella formándose juicio por sí mismo de la verdad , sin fiarse en informes interesados ó apa- sionados. Oyó , sin embargo, cuanto unos y otros le de- cían ; y, de opiniones diversas, formó poco apoco la suya. M CAPÍTULO XLVII. 399 Antes de adoptar medidas extremas, y conformándose al deseo piadoso del rey en favor de los Araucanos, pasó á Santiago con el solo objeto de consultar con militares retirados, que debían ser, á su parecer, desinteresados; y con su antecesor Hernando Talaberano. ¡ Cosa extraña ! Este mismo Talaberano que había sostenido con tanta autoridad al P. Luis de Valdivia , sostiene ahora, « que jamas se conseguiría someter á los Indios, sino por una guerra de exterminación. » Francamente , creemos el hecho apócrifo , aunque no tendría nada de extraño que Talaberano pensase ahora así, y en lo pasado de otro modo. Sea como fuese, el gobernador concluyó sus exámenes de opiniones, oyendo muy particularmente y con la mayor atención al mismo P. Valdivia, sin tomarse la libertad de interrumpirle una sola vez ; y creyéndose bastante bien informado , volvió á la Concepción. Pero aquí, aun no quiso obrar precipitadamente, y concedió al P. Luis la libertad de Pelantaru que el padre le pidió. Marchó Pelantaru muy engalanado, y en aparien- cia muy reconocido ; pero á pocos dias de su vuelta en- tre los suyos , el mismo Pelantaru atacó con Lientur la frontera. Es verdad que en lina reunión de guerreros , en donde Pelantaru parecía dispuesto á quedar fiel á su palabra , le emborracharon , y que , seducido , se dejó llevar tras de Lientur. De todos modos fué con él , y este hecho le pareció á Ulloa suficiente para no temporizar en adelante , y usar de la libertad que tenia de optar, según su conciencia , entre la ofensiva y la defensiva. En vano Valdivia le hizo reflexiones , Ulloa persistió en su determinación y marchó con arranque sobre Puren, ta- lando, quemando y haciendo prisioneros, los cuales 400 HISTORIA DE CHILE. fueron repartidos entre los oficiales que se habían dis- tinguido. Puesto el ejército en cuarteles de invierno , regresó el gobernador á la Concepción. Viéndose sin poder, y afli- jido del mal éxito de su empresa, cuyos fines habian sos- tenido su magnánimo corazón en medio de grandes tribulaciones, el P. Valdivia se retiró y se embarcó para España. Ya volvía la primavera, ya Ulloa pensaba en salir á campaña, cuando, inopinadamente, un ataque de gota, mal de que adolecía , le arrebató. Este gobernador murió el 8 de. diciembre de 1620, en la Concepción. CAPITULO XLVIIÍ. El P. Valdivia. La historia debe al P. Luis de Valdivia una mención muy especial, y no puede dejarle irse como un fugado, cuando era, y lo será para la posteridad, un grande hom- bre , un hombre de bien , un bienhechor de sus seme- jantes ardiendo en caridad cristiana, y tan arrojado pacíficamente (lo que es serlo mucho mas) , como el mas intrépido guerrero , cuando se trataba de los fines de su santa y heroica misión. El P. Luis de Valdivia (1) era maestro de novicios en el colejio de Lima cuando Felipe II envió de España ocho jesuítas para fundar el de Chile. Reflexionando el provincial de Lima, Sebastian Parricio, que los suyos serian mas aptos para ello , por conocer la lengua y las costumbres de los Indios, guardó consigo los que llega- ban de la Península, y envió en su lugar otros tantos de los suyos, con el vice provincial Baltasar Pinas, y el P. Luis de Valdivia por rector, en atención á su sabi- duría y á sus grandes calidades. Estos fundadores del colejio de jesuítas de Chile se embarcaron en el Callao, el dia 2 de febrero 1593, con viento próspero y mar bonanza ; pero muy luego sobre- vino una borrasca, y tuvieron que arribar á Coquimbo , en donde el P. Valdivia aprovechó el tiempo y la cir- cunstancia, operando una multitud de conversiones, y (1) Pariente muy cercano del conquistador de este nombre. Ovalle. II. HiSTOr.r.\. 26 402 HISTORIA DE CHILE. bendiciendo al cielo por haberles enviado la feliz tem- pestad que las había occasionado. El 12 de abril siguiente, llegaron á Santiago, y sin to- mar el menor descanso el activo rector se puso a recojer donativos y limosnas para la erección del colejio máximo, y de un grandioso templo, declarando fundadores á cuantos contribuyeron á esta obra. Entre estos, se halla- ron el capitán Andrés de Torquemada y don Agustin Briseño , el cual tomó el habito , y perdió la calidad de fundador en este hecho , según decia el agudo Valdivia , no habiendo podido llenar enteramente las condiciones del auto de fundación. Pero esto era un puro fmjimiento piadoso para dejar lugar á otro fundador, que podia presentarse, para concluir sus edificios. Esta interesante ocupación no le impedia de predicar no solo á los Indios sino también á los Españoles , que tal vez podian sacar algún provecho de sus sermones. En 1597 , estando ya sus construcciones muy adelan- tadas , marchó de misión á la Concepción , á la Imperial y á Valdivia, tomando en todas partes su alojamiento en los hospitales, y predicando con frutos de bendición. En Osorno, estando el hospital lejos de la ciudad, acceptó el hospedaje que le ofreció un noble cuidadano en su casa. Este caballero , prendado de la virtud y del ardor del P. Valdivia , y oyéndole expresar con cuanta ansia deseaba propagar la fe, fundando colejios ó casas de conversión , le hizo donación de la suya para que hiciese de ella lo que le pareciese. Aceptó el P. Luis, y ya iba a mandar poner manos á la obra para convertirla en colejio , cuando repentina- mente tuvo que restituirse al colejio máximo. Hasta la ruina y despoblación de las colonias, este CAPÍTULO XLV1IÍ. lliVÓ misionero ejerció su ministerio en cuanto se lo permi- tieron los acontecimientos de la guerra y las situaciones de los ejércitos , operando conversiones , y dánse á co- nocer á los Indios por un ánjel de caridad y por un apóstol de verdad. Pero después de la pérdida de las colonias, pareciéndole al provincial que ya nada le que- daba quehacer al P. Luis en Chile, y que seria mas útil en Lima , le mandó volver al Perú á rejentear su anti- gua cátedra de teoloji'a. Tal era su mérito , que en todas partes hacia falta , y en donde no se hallaba se le echaba de menos. Hemos visto posteriormente su celo y su saber en la ardua empresa de la pacificación del reino de Chile. Ha habido pocos hombres en el mundo capaces de su arrojo frío y reflexionado. A toda costa, aunque le fuese en ello la vida, el P. Luis de Valdivia quería, y lo probó, conseguir el fin mas alto que se podía soñaren el estado en que estaba la guerra de Chile , visto , sobre todo , el resentimiento de los Araucanos , su jenio guerrero , su aptitud militar, su táctica irresistible y su sagacidad estratéjica. Es increible que las pruebas que ha hecho entonces este jesuíta no hayan subyugado todos los co- razones y todos los entendimientos. Pero razón, entendimiento, todas las facultades no- bles del alma se ocultan y huyen del contacto de pa- siones que no lo son. La mas lejana posteridad admi- rará al P, Valdivia , su noble y elevada intelijencia , y la magnanimidad de su anchuroso corazón , puestos en evidencia por los sucesos posteriores y por la intermi- nable resistencia de los bizarros Araucanos. Así pensaba probablemente también el rey de España, puesto que le recibió con las mas lisonjeras pruebas de m HISTORIA DE CHILE. bondad , y le colmó de consideración queriendo nom- brarle al supremo consejo de Indias. Pero Valdivia no tenia ambición. Para él le bastaba su alma y lo estricta- mente necesario al sustento de su cuerpo ; y lo mismo que al salir para Chile con poderes del rey para la pacifi- cación , habia dado gracias á S. M. por el obispado de Santiago , que el monarca le propuso ; así ahora se las dio por el cargo de consejero de Indias , sin aceptar ni antes ni después. Preguntándole pues el rey lo que quería : « Nada mas , señor, respondió él , que algún dinero para libros , y licencia para ir á terminar mis dias en mi colejio de Valladolid. » Así fué, y allí murió por el año 1642. CAPITULO XLIX. Gobierno interino del oidor don Cristoval de la Cerda. (1621.) Una de las grandes fatalidades de las cosas de Chile era la corta duración de los gobiernos. A penas tenia tiempo un gobernador para enterarse del estado de los asuntos del reino, cuando ya otro venia á ocupar su lugar, y no tenia para que pensar en formar planes cuya ejecución no estaba reservada para él. No hay mas que ver lo corto de algunos capítulos de los que prece- den , conteniendo cada uno los acontecimientos de un gobierno , no siendo justo el confundirlos , ni conve- niente el poner en parangón á los gobernadores, los cuales tenían y tuvieron todos su respectivo mérito. Don Cristoval de la Cerda fué reconocido gobernador del reino el 13 de diciembre, después de la muerte de Ulloa , como solo oidor que quedaba en la real audiencia por muerte de todos los demás , y por la ausencia de su colega Machado que se hallaba en Lima con negocios urjentes. Hubo en esta ocasión una de estas particula- ridades notables que solo se ven en la interesantísima historia de Chile, historia que, como lo dice Ovalle, no tiene su semejante entre las demás historias ; y fué que , por si no era lejüimo su nombramiento , la Cerda se con- firmó asimismo en el mando. Mientras que el cabildo sol© habia dudado de la lejitimidad de estos nombramientos, no habia nada que extrañar, porque los capitulares 406 HISTORIA DE CHILE. eran verdaderos padres de la patria, y su celo en man- tener en toda su integridad su poder y autoridad, como tales , era muy laudable , y no puede menos de honrarlos altamente á los ojos de la posteridad. Pero aquí , no es el cabildo sino toda la real audiencia, representada por uno solo de sus majistrados , la que duda ; y, por otro lado, se reconoce á sí misma bastante poder político y ejecutivo para quitarse á sí misma dudas , confirmán- dose en la verdad de la cosa dudosa. Esta contradicción de insuficencia implícitamente reconocida, y de poder ejecutivo , podía surjir de que , si era indudable que el capitán jeneral fuese presidente de la audiencia , no lo era tanto que el presidente de la audiencia fuese capitán jeneral ; y que, tal vez , la real cédula en favor de García Ramón no estaba bastante explícita en este particular. De todos modos , este gobernador dio principio á su mando ocasionando al cabildo una pesadumbre , ó , á lo menos, un gran disgusto, con suprimir el servicio per- sonal de los Indios, llevando á debido efecto, por medio de público bando , la tasa , hecha por el virey, de lo que habían de pagar por año (1). Una y otra providencia se empezaron á ejecutar el dia k de marzo, en un vecino de Santiago llamado don Fernando de Irrazabal , y al pa- recer, no con jeneral disgusto, puesto que el obispo Villareal exhortaba á que este cobro se hiciese con mucha compasión , añadiendo que mas valdría no hacerlo en (1) Este acto del virey, acto que encerraba 73 artículos , fué confirmado muy luego por una real cédula de 17 de julio 1622. Según la tasa susodicha , todos los Indios, desde los últimos limites del Perú hasta el canal de Chiloe, debían pagar solamente 8 pesos y k reales al año : 6 para el comendador respectivo, 1 1/2 al cura párroco, medio al corregidor, y otro medio al protector. Los del archipiélago de Chiloe no tenian que pagar mas que 7 1/2 ; y los de la provincia de Cuyo, 8. (León, Mercedes reales.) CAPITULO XLIX. 407 manera alguna. Quiroga dice también que seria el único medio de tenerlos contentos , puesto que aunque no les costase mas que ocho reales al año la contribución de pecho, les parecería violenta. Como se ve , era un conflicto en el cual seria teme- rario el querer decidir á tres siglos y tres mil leguas de distancia. Al recibir su nombramiento , la Cerda tuvo dos cartas ; una , del cabildo de la Concepción , y la otra , del maestre de campo Pineda , el cual le daba parte de que Lientur y Catillanca de Puren habían forzado la línea y cau- sado desastres en Yumbel. Con esta noticia, el nuevo gobernador interino cerró la puerta de la audiencia , y marchó á la guerra el dia 15 de enero , llevando todas las tropas que habia en la capital y á muchos de sus valerosos vecinos ; y con celeridad , puesto que el 19 llegó á Teño el 30 á Maule, y el 12 de febrero á Yumbel, según las noticias que tuvo de su marcha el cabildo. Los Araucanos habian entrado y operado con tal rapidez , que no podian los Españoles figurarse que for- masen un cuerpo de ejército, sino mas bien una cua- drilla de salteadores , y con esta persuasión , salió desta- cado el capitán Juan Alonso con su compañía para que les diese alcance antes que pasasen el Biobio. Corre el capitán Alonso , llega á dar vista al rio cuando ya los Araucanos estaban á la otra orilla , y lo pasa él mismo con sus soldados. Pero en aquel mismo instante , los Araucanos hicieron alto y volvieron sobre sus persegui- dores con tanto ímpetu , que Jos Españoles, sorprendidos y sin formación , fueron batidos y quedaron todos allá ó muertos ó prisioneros. Con estos sucesos, los jefes araucanos se daban por 408 HISTORIA DE CHILE. invencibles , y, según Molina , Lientur se reputaba el favorito predilecto de la fortuna. Lo cierto era que los moradores españoles estaban consternados viendo cuan incesantes eran estas noticias desastrosas. En efecto, miércoles santo, el correjidor entró en el cabildo con una carta , fecha el 22 de marzo , anunciando la pérdida del fuerte de Nicolguenu , con muerte de catorce soldados españoles y doce auxiliares que servían la artillería ; y añadiendo que había aun que temer nuevas y mayores desgracias por falta de fuerzas para resistir á los Araucanos. Con esto, y con la bandera que flotaba desplegada en Santiago pidiendo reclutas, la ciudad y el cabildo mismo se hallaban en grande apuro, por la imposibilidad en que estaban de enviar refuerzos á la frontera. En cuanto al gobernador, es preciso confesar que hacia todo lo que era humanamente posible con los cortos recursos de que podía disponer, manteniendo una vigilancia continua sobre la línea, mientras que suplía la falta de soldados con fortificaciones. Al norte del rio de la Laja , y al sudeste de Yumbel , con una legua de distancia intermedia, mandó erijir el fuerte de San Gristoval. Pero si estas fortificaciones protejian á los defensores que estaban dentro del recinto, no impedían á los Indios de burlarse de ellos por otros lados , como lo hacia Lientur muy á su salvo. Esta reflexión nos recuerda que el P. Luis de Valdivia acababa de retirarse de Chile en vista de la orden del rey para tomar la ofensiva , ó mantener la defensiva , según pareciese conveniente. ¿Porqué se mantiene la Cerda en la defensiva , puesto que tanto anhelaban por castigar á los Indios? La facultad amplia que el rey _ CAPITULO XL1X. Zl09 habia dado á Lope de Ulloa , este debia haberla transmi- tido á su sucesor, sin jénero de duda. ¿Porqué la Cerda no se sirve de ella ? Una de dos ; ó por falta de fuerzas , ó porque opinaba por la defensiva ; y esta ha sido siempre la opinión del tribunal de Santiago , en jeneral , y de algunos de sus miembros esclarecidos, en particular. Volvamos á los hechos. El gobernador, después de haber asegurado la defensa de la frontera , salió de Yumbel para la plaza de Buena Esperanza, porque un desastroso incendio la redujo á cenizas. ¿ Cual de estas dos plazas fué reducida á ceni- zas? Porque es imposible colejirlo claramente de la confusión lastimosa de los apuntes de aquel tiempo. Sin duda la de Yumbel , puesto que la hizo reedificar sin demora porque su distrito estaba expuesto á continuas correrías de los guerreros de Puren. Bien que Carvallo solo hable de este acontecimiento , no puede dudarse de que haya sucedido , por la razón que ya en otra ocasión hemos dado , á saber, que es mucho mas fácil ignorar un hecho que inventarlo, sobretodo cuando no ofrece motivo de interés. En resumen , Pérez García asienta que este goberna- dor, presidente de la audiencia, se mantuvo sobre la defensiva, permaneciendo personalmente ya en la Con- cepción ya en los fuertes , hasta el 7 de abril que bajó á invernar á Santiago , de donde no volvió á salir. En noviembre , llegó á la Concepción un gobernador nom- brado por el príncipe de Esquilache, y por consiguiente, la Cerda pasó siete meses en Santiago muy tranquilo, bien que en todo este tiempo los Araucanos no cesasen de amenazar la frontera ; porque estaba seguro que se hallaba bien defendida. De donde se sigue evidente- IliO HISTORIA DE CHILE. mente que no era tan imposible el conseguir este fin , ni se necesitaban tantas fuerzas para ello. La historia es una abeja laboriosa que , voltejeando en medio de los hombres y de sus acciones, solo se fija en los que le dan jugos para su obra, la cual es un conjunto de conse- cuencias morales, de reglas y de principios de conducta. El hecho de una permanencia pacífica de siete meses en Santiago , sabiendo que el Biobio estaba bien guardado , es un argumento poderoso del cual el gobierno del ilustre Xara-Quemada habia sido ya un ejemplo mas largo de que el sistema del P. Luis de Valdivia , sin el evento aciago de las mujeres de Áncanamün , hubiera producido bienes infinitos. La historia lo aclarará. Pero es cosa muy de notar que estos dos ejemplos han sido dados por dos presidentes de la celebérrima au- diencia de Santiago , hombres eminentísimos en sabidu- ría y prendas personales. Y que no se nos diga que el elojio que hace Ovalle de la Cerda pueda ser debido á los sentimientos religiosos de este gobernador ; porque es preciso hacer justicia al autor que citamos , el cual no deja ningún gobernador sin alabanzas, según su mérito ; y aun cuando la piedad de la Cerda fuese á sus ojos un motivo mas para ensalzarle , no iria tan desca- minado, pues no nos parece que principios relijiosos puedan ser malos consejeros en ningún caso. «Aunque natural de Méjico, dice Ovalle,— en sus- tancia , — era este gobernador oriundo de la casa de la Cerda, tan conocida por su lustre en España. Su injenio y su memoria eran portentosos, y ya en las primeras escuelas en donde habia cursado , habia prometido ser, ■ — con sus prodijiosos adelantos, —el gran ministro de la real audiencia, y consejero de la cnancillería de Santiago CAPÍTULO XLIX. 411 de Chile. A su sabiduría reunia un don de jentes uni- versal ; su nobleza brillaba en su afable cortesía llena de benignidad con cuantos tenían que hablarle y tratarle, por ínfima que fuese su condición. Los soldados le idola- traban, y todos se hubieran hecho matar por él, en el instante que les hubiese dado la señal de batirse. No diré nada de su piedad , — continua Ovalle ,— por no ofender su modestia. Solo diré que jamás se le ha visto á la derecha de un sacerdote , por mozo y poco elevado que fuese en dignidad ; á todos les daba su derecha. En una palabra , don Gristoval de la Cerda era un hombre muy eminente. » CAPITULO L. Gobierno de don Pedro Osores (1) de Ulloa.— Se mantiene en la defensiva. — Desórdenes de este gobierno.— Agresiones de los Araucanos.— Otros pi- ratas holandeses.— Muerte del gobernador. (1621.) Este gobernador llegó á la Concepción y fué recono- cido de capitán jeneral por el cabildo de esta ciudad el dia 5 de noviembre. Su edad avanzada no inspiró muy felices pronósticos , y tal vez el virey príncipe de Esqui- ladle no le habia dado el mando de Chile , sino porque se hallaba de gobernador en Guancabelica. Don Pedro de Osores se mantuvo en la frontera todo el verano hasta el Io de abril en que marchó para la ca- pital. El cabildo de Santiago le envió una diputación á Maipú , y le recibió con la ostentación acostumbrada el 22 del mismo mes. El 27, quedó reconocido por presi- dente de la real audiencia. Sus primeros pasos en el mando fueron desacertados, puesto que en lugar de empleados experimentados puso á otros que no tenían el mas mínimo conocimiento de la guerra ni de las cosas de Chile ; y el cabildo mismo ma- nifestó esta opinión , diciendo que la corta duración de los empleos , y muy particularmente la del mando supe- rior, eran grandes escollos para el buen acierto de los gobernadores. Estaban tan penetrados de esta verdad los capitulares , que en 20 de noviembre de 1621 acordaron (1) Algunos escriben Sores, y debe de ser un yerro. Pérez García escribe Osores, que nos parece mas español. Sin embargo, Ovalle dice Sorez. CAPITULO L. M3 pedir al rey se sirviese prolongar la duración de los go- biernos. Notemos , sin embargo , que era cosa muy difícil para el monarca conceder lo que le pedian , pues que los trá- mites regulares eran que á un gobernador muerto suce- diese un interino , mientras que el rey mismo nombraba uno en propiedad ; porque el autorizar al virey del Perú para que hiciese estos nombramientos ofrecía ó podia ofre- cer grandes inconvenientes. Realmente hasta entonces el mal de la corta duración del mando habia sido inevitable, pues todos los gobernadores habían muerto , excepto la primera vez que lo dejó don Alonso de Rivera por haberse casado sin real licencia. El nuevo gobernador recibió tres reales cédulas : la primera anunciando la muerte de Felipe III , y sus fune- rales , hechos el 31 de marzo 1621 ; la segunda, promul- gando el advenimiento de Felipe IV, á la edad de diez y seis años (1) ; y en la tercera pedia el presidente del consejo real un donativo y un empréstito. Gomo en cir- cunstancias críticas siempre las esperanzas renacen con las novedades de esta naturaleza , el advenimiento de Felipe IV causó una cierta sensación de contento , que produjo una especie de distracción en medio del desaso- siego jeneral. Lo cierto es que siempre hay cosas nuevas en estas grandes mudanzas. Hasta entonces , el príncipe de Esquilache habia des- cuidado enteramente de dar cumplimiento á la real orden que imponía á los vireyes del Perú el deber de recom- pensar en cada año doce beneméritos oficiales del ejér- (1) Este fué el primer monarca que concedió á los Genoveses el transporte de negros esclavos á la América para alivio de los Indios, fcegun el abate Raynal, entraron allí nueve millones de estos, desde entonces hasta sus dias. — Inuiz. HISTORIA DE CHILE. cito de Chile, y, á solicitud del cabildo de Santiago, el nuevo monarca renovó dicha real orden corroborándola con particular encargo. Este hecho prueba que los capi- tulares no solo protejian á sus administrados naturales , sino también á los militares. Los protectores de los pobres indios , siempre maltra- tados, recibieron el título de protectores fiscales para estimularlos á llenar con mas celo sus honoríficos empleos. Pero con cosas buenas hubo una que probó muy mal , y esta fué el nombramiento de maestre de campo que el gobernador Osores hizo en su cuñado don Fran- cisco de Alba y Norueña , contra reales órdenes que pro- hibían á los gobernadores y al mismo virey del Perú el dar empleos en sus familias. . Volviendo á los Araucanos , Lientur , por sí mismo ó por sus capitanes , hacia correrías , y para ejecutarlas con probabilidad de éxito , se ponia en atalaya sobre los al- tos desde donde descubría los movimientos de los Espa- ñoles , y daba señal á los suyos para que ejecutasen lo que él había mandado. En oposición á esta táctica , el gobernador usó de la misma , mandando construir sobre el cerro de Negrete un fortín con el nombre de Atalaya , desde el cual se descubrían igualmente los movimientos del enemigo , que no podía pasar el Biobio sin ser visto. Este cerro era tanto mas ventajoso cuanto tenia un rico manantial de agua. Pero de nada sirvió esto , y si hemos de dar crédito á los apuntes de Carvallo , no era nada de extrañar ; por- que , por un lado , los jefes y oficiales españoles se halla- ban muy descontentos con la guerra defensiva ; por otro, miraban con hastío la indolencia del gobernador, y con odio la de su cuñado y maestre de campo , el cual no CAPITULO L. M5 pensaba mas que en enriquecerse , aprovechándose de cuanto le venia á las manos. El ejército estaba mal ves- tido y mal pagado, y los soldados padecian hambre, mientras que él enviaba miles de pesos al Potosí , y se apropiaba las ovejas de los pagos de Buena Esperanza. Las consecuencias fatales de esta conducta fueron la des- moralización del ejército , la indisciplina y la insubordi- nación ; y con esto , era inútil contar con el valor de las tropas. Los soldados tenían que robar para vivir , y se hicieron , por decirlo así , á cara descubierta salteadores. Todo el obispado de la Concepción les temia como si fuesen enemigos, porque los jefes y capitanes nada podian. Gomo para formar contraste , mientras el ejército es- pañol se desorganizaba, el aracuano se arreglaba, y habia alcanzado ya á un alto grado de orden y de disci- plina. Por eso , y por lo que hemos visto ya de las agre- siones de Lientur, parece muy extraño que no haya habido acciones de guerra. Molina se contenta con decir que no cesó la guerra contra los Lienturanos. Pérez García dice que así lo cree , y que nota con sentimiento, por los muchos certificados, cédulas y testimonios en punto á informes de hidalguía y méritos de nobles pa- tricios , cuan lijeramente se han escrito las cosas de este gobierno. Quiroga dice también que todo iba mal ; que el ejército estaba desnudo y abandonado , y que el reino se hallaba en la mas crítica situación. Cuando todos se veian mas desanimados lució súbita- mente un rayo de esperanza con un despacho de Madrid del 21 de octubre , en que el rey anunciaba la vuelta de don Yñigo de Ayala á Chile con una escuadra en que llevaba trescientos buenos soldados y todos los pertrechos mmmm HISTORIA DE CHILE. necesarios. En efecto, Ayalahabia salido con todos estos preciosos recursos de San Lucar de Barrameda, y habia navegado felizmente hasta el estrecho de Magallanes ; pero á penas habia entrado en él sobrevino una tan fu- riosa tempestad que se perdió la escuadra , y nunca se oyó hablar mas de Ayala. Solo se salvó la almiranta man- dada por Francisco Mandrugano , el cual habiendo per- dido de vista la capitana , que era Nuestra Señora del Juncal, se dejó ir viento atrás á Buenos Aires, en donde desembarcó con su jente, la cual condujo por tierra á Chile. Lo mas portentoso, en medio de tantas adversidades, era que clamaban por poder hacer la guerra ofensiva. Hace algunos dias, hemos visto á don Gristoval déla Cerda temeroso de malos acontecimientos por falta de fuerzas, y ahora, vemos al cabildo de Santiago apro- vecharse de la circunstancia de un nuevo virey, el marques de Guadalcazar, que llegó áLima á principios de 1623, para pedir con nuevas instancias al rey autorizase la guerra ofensiva ; alegando que la defensiva desmora- lizaba al ejercito español , al paso que el Araucano se organizaba ; representado que los enemigos , ingreidos y soberbios , acometían á las estancias españolas , incen- diaban , mataban y robaban impunemente ; y que no se podia ya decir que mataban solo á los que podían matarlos , puesto que habían dado á jesuítas pacíficos é indefensos una muerte cruelísima ; por lo cual estaba visto que era urjentísimo el contenerlos con una guerra incesante á sangre y fuego , antes que los extranjeros tuviesen la idea de ir á apoderarse del puerto de Val- divia. Que el cabildo de Santiago opinase par la guerra CAPÍTULO L. kí ofensiva, no había que extrañarlo; pero que supusiese que los Araucanos habían dado muerte á los tres jesuítas de Ilicura sin motivo , y aun sin grandes motivos de irri- tación y de resentimiento, nos parece menos conforme á la verdad de los acontecimientos. Igualmente aparece contrario á un buen raciocinio la consecuencia que teme de invasión extranjera en el reino. Según hemos visto en una circunstancia de piratería de Holandeses, la opinión , si hemos de dar crédito á Pérez Gartia , era que los Chilenos aborrecían igualmente á todos los extran- jeros. Si esta opinión no estaba bien fundada , era á lo menos muy cierto que si hubiesen querido ó pensado en ello , habían tenido ocasiones de coligarse con ellos y no lo habían hecho. Por consiguiente, era mucho mas probable que la idea de hacer conquistas en Chile les viniese , al fin , á otras naciones en vista de la falta de habitantes chilenos y españoles, puesto que estos se des- truían reciprocamente con una guerra de exterminación. ¿Qué era la población de Españoles desde los confines del Perú hasta el Biobio , es decir en una extensión de doscientas cuarenta leguas que con su anchura formaba ocho mil y tantas cuadradas ? Qué era la de los Araucanos y demás Indios en las cien leguas (1) que les quedaban desde el Biobio hasta el mar de Chiloe? ¿Y qué había de suceder destruyéndose continuamente á sangre y fuego Araucanos y Españoles? Una dedos; ó trasladar toda España á Chile , ó hacer lugar á otras naciones. En efecto, si los Indios hubiesen querido, ahora mismo, en este instante, es decir á principios de 1624, vuelven á la mar del Sur los Holandeses, con la sola di- (1) Muy cerca de ellas. II. HiSTORU, 27 ¡liS HISTORIA DE CHILE. ferencia de que esta vez vienen del mar del Norte , y los habrían acojido. Pero antes, nótese que el año de 1623 se acaba de pasar sin acciones de guerra , á lo menos no las vemos en ninguna parte ; y la defensiva bastaba para que las hubiese si los Araucanos pasaban el Biobio ; y sin embargo el ejército español estaba desmoralizado , sin disciplina , desnudo y hambriento , por un lado ; y, por otro, los guerreros araucanos perfectamente organizados, briosos y emprendedores. Realmente , es una verdadera niebla de contradicciones. Vengamos a los Holandeses. En la ocasión presente, estos traían nada menos que una escuadra y una armada. De la escuadra, solo el cabildo de Santiago habla de ella. La armada fué avistada el 2 de febrero. Estaba mandada por un Jacobo Eremit Cherje, y se componía de once navios de línea y dos pataches. Llevaba mil seiscientos treinta y siete hombres de desembarco (1) y doscientas no- venta y cuatro piezas de artillería. El primero que la descubrió , dice Pérez García refiriéndose á Quiroga , fué un vaquero que la vio pasar por en frente de la costa de San Antonio. Sin embargo, nadie sabe, puesto que nadie lo dice , en qué pasó el tiempo hasta el 8 de mayo que fondeó en el Callao con designio de ir á saquear á Lima. Con esto , el pobre ganadero , que había tenido muy buenos ojos, y que había corrido á dar parte al gobernador de su descubierta , fué acusado de alarmista revolucionario, y ahorcado sin misericordia, crueldad mas que dudosa, increíble , bien que lo aseguren Carvallo y Quiroga. (1) Pérez García. — Carvallo dice: con 10,037 hombres de desembarco y añade que la escuadra holandesa (sin hablar de armada) había salido de Ams- terdam el 29 de avril 1623, y había entrado por el cabo de Hornos. CAPÍTULO L. 419 Sin embargo , la escuadra ó armada , ó uno y otro junto, era muy cierta, y si en el tiempo dicho hasta el 8 de mayo , nadie la habia visto , era porque se había ido á la isla de Juan Fernandez á refrescar su gente. Según Carvallo, cuando se fué al Callao, ancló en la isla de San Lorenzo con el proyecto de ir á apoderarse de Lima ; pero era un proyecto insensato para sus pocas fuerzas, y así se estrelló. Pérez García dice que Eremit murió de despecho. Lo cierto es que murió el 2 de junio, dejando el mando al vice almirante Ghen Puighen Scaffmann. Este, mas prudente, se limitó á un bloqueo que duró cinco meses ; se fué después á Guayaquil , in- cendió la ciudad, pirateó y, enfin, se volvió á Europa por el cabo de Hornos. Por otro lado , Pérez García habla de una escuadra de cuatro navios; pero ignora quien la mandaba ni lo que hizo hasta junio que fondeó en el puerto del Papudo. El correjidor de Santiago, Florean Girón, corrió con las milicias á protejer el puerto de Yalparaiso. Es de notar que, durante la ausencia de estas, la real audiencia nom- bró un capitán de guerra , Pedro Lisperger, para que con los vecinos guardase la cuidad. Enfin , el gobernador, que ya lo era en propiedad , murió, cargado de años y de ajes, en la Concepción, el dia 18 de setiembre (1), dejando el interinato á su cuñado Norueña. Ovalle, que siempre dice lo bueno, y parece querer ignorar lo malo , dice que Osores era muy caritativo y limosnero ; pero algunos, como Quiroga y aun Olivares, no lo quieren creer. (I) Carvallo dice el 11. CAPITULO LI. Interinato ilel maestre de campo don Francisco de Alba y Norueña. — Sucé- dele don Luis Fernandez de Córdova y Arce. — Esperanzas que inspira.— Llegan refuerzos á Valparaíso. — Orden y declaración de guerra ofensiva. ( 1625—1628. ) Reconocido por el cabildo de la Concepción en 19 de setiembre , Norueña lo fué por procuración , el 2 de no- viembre, en el de Santiago, y no pretendió que la real audiencia le reconociese por presidente. Realmente repugna el dar cumplimiento al rigoroso deber que impone la historia al que se encarga de escri- birla, cuando hay que transmitirá la posteridad parti- cularidades personales, que importaría muy poco ignorar, y que no son dignas de su atención. Del gobierno interino de Norueña y de sus actos nadie habla si no es Carvallo, y lo hace con una vehemen- cia que realmente anuncia certeza de datos, según los cuales , este gobernador interino no habia aguardado á que el proprietario muriese para serlo , puesto que en vida y en virtud de sus ajes, habia obtenido este que el rey le concediese la gracia de nombrarse un sucesor, cosa difícil de creer. De todos modos , don Francisco de Alba solo se mostró hábil en atesorar y enriquecerse, y de ninguna manera en contener á los Indios que no ce- saban de insultar la frontera. Todo lo que hizo fué esta- blecer algunas baterías que defendiesen á la Concepción, y comisionar al oidor Machado para que fuese á Valpa- raíso, y otros puntos del distrito de la capital, con el CAPITULO A21 mismo objeto. Por lo demás , al entregar el mando á su sucesor , al cabo de ocho meses de interinato , dejó el obispado de la Concepción en tan lamentoso estado, que nopudiendo ya acudir á sus necesidades el de Santiago, hubo de enviar á comprar granos á todo coste al Perú. El nuevo gobernador, don Luis Fernandez de Cór- dova y Arce, fondeó en la Concepción el dia 29 de mayo de 1625. Era este gobernador jeneral de la armada de Filipinas y del puerto del Callao, señor de la villa del Carpió y XXIVo de su nombre. El mismo dia en que des- embarcó fué reconocido por el cabildo déla Concepción. Según Molina , traia refuerzos para el ejército y orden para tomar la ofensiva contra los Araucanos. Pero esto, dice Pérez García, no puede ser, puesto que dicha or- den, fecha en Madrid, á 13 de abril 1625, no llegó á Chile sino en enero de 1626. De todos modos su venida fué reputada de buen agüero , y dio grandes esperanzas de salir del atolladero en que todo se hallaba en Chile, esperanzas que no podían menos de ser bien fundadas, atendiendo á la grande reputación militar y otras bri- llantes circunstancias de este ilustre gobernador. Por eso, sin duda alguna, nadie pensó en criticar su nombra- miento , bien que fuese sobrino del virey del Perú , que le habia nombrado; y en efecto, empezó refrenando abusos en las administraciones, y desórdenes en el ejér- cito, sobretodo, el vicio que tenían los soldados de jugar sus prendas de vestuario. La caballería se vio remontada en pocos dias. En este tiempo , Lientur habia dejado el mando , no , como parece creerlo García, porque viese venir la guerra ofensiva, puesto que, según este mismo recopila- dor, la ofensiva no habia venido sino por vejez y por re- 422 HISTORIA DE CHILE. sentimiento natural de sus grandes fatigas , como se lo parece á Molina. Putapichion Joreu fué electo unáni- memente y con mucho aplauso su sucesor, por todos los Butalmapus ; pero era la estación de grandes lluvias poco propia á la guerra, y el gobernador español pudo per- manecer en la Concepción hasta la primavera, que salió con su maestre de campo don Alonso de Górdova y Figueroa , -— primo suyo , — y con el sarjento mayor Rebolledo , para ir á inspeccionar las plazas y fuertes asegurándose de su buen estado de defensa. Era cuanto podia hacer por entonces , debiendo mantenerse en la defensiva, y empezó por la de San Felipe de Arauco, pasando el Biobio el 7 de setiembre , y dejando en ella á su maestre de campo. De allí regresó á la frontera , y puso en la de San Felipe de Austria al sarjento mayor Rebolledo. Repartió la tropa entre los diferentes fuertes, y tomadas estas medidas de precaución , marchó para Santiago. En Rancagua, encontró al alcalde Francisco Rodrí- guez de Ovalle , el cual habia venido con un rejidor , en nombre del cabildo, á recibirle y acompañarle á la casa de campo preparada ya para esta recepción , y en la cual permaneció hasta el 21 de diciembre que continuó su marcha á Santiago, en donde fué inmediatamente reconocido gobernador y; capitán general por el cabildo, y, al dia siguiente , presidente de la audiencia. Llega, por fin , el 25 de enero 1626 , la tan deseada orden para la guerra agresiva. Grande alegría y satis- facción sobretodo, de parte del cabildo, alegría y sa- tisfacción respetables, en atención á que, si los capitu- lares padecían alguna ilusión en sus esperanzas , era claro que no se engañaban por capricho , si no es por con- CAPITULO Lí. 423 vencimiento , bien ó mal fundado , que nacía de un modo de sentir natural y sincero. Prueba de esta verdad ha sido la serie de solicitudes incesantes hechas á la corte , en el espacio de trece años , para conseguirlo. Hela , pues, aquí esta real cédula , fecha en Madrid , á 13 de abril del año anterior , autorizando fuego y sangre , y la esclavitud de los Indios. ¡ Albricias ! García dice que la guerra defensiva habia hecho mucho mal á los cristia- nos y poco bien á la conversión de los Indios , y añade que Olivares piensa también que ha sido perjudicial á unos y otros. Respetando la opinión personal de este re- copilador de hechos, corremos á asegurarnos de lo con- cerniente á la de Olivares , y vemos en una misión que hizo el P. rector de Santiago en el districto de Arauco , con los P P. Oracio Vechi y Martin de Aranda : Que en medio de cien caciques y una infinidad de In- dios pasó lo siguente. Expone el P. rector el objeto de su misión , asegu- rando que él y los demás misioneros no se arriesgan por conquistar oro y tierras, sino por conquistar almas para el cielo. Habla en seguida de la dicha que trae consigo la fe; de la suavidad de los preceptos evanjélicos; de las maravillas de los misterios de la relijion cristiana , y de la dulce tranquilidad de los espíritus justos. Leván- tase en pié el toqui de Peguenche , reducción principal de Arauco, y en nombre de todos los demás , responde : « No te canses en predicar ; déjanos seguir nuestros usos y creencias. No estamos ahora para mudar de re- ligión , puesto que estamos en guerra con los de Puren y de la Imperial que son enemigos de los Españoles , y nuestros, ala verdad. Seria una vergüenza que, cuando tenemos lanzas y macanas en las manos, las dejásemos m HISTORIA DE CHILE. para tomar un rosario , como si fuésemos mujeres ó vie- jos caducos. Déjanos nuestra pluralidad de mujeres con las cuales damos soldados á la patria para que la defien- dan , y honren nuestras canas, cuando seamos viejos. Déjanos , en fin , concluir la guerra y después hablare- mos de eso. a Pero todos no fueron del parecer de este toqui. Otro de la parcialidad de Arauco se levantó con otros treinta, y fué á ofrecer obediencia y regalos al rector, dicién- dole que él y sus compañeros le oirían de muy buena gana , dándole infinitas gracias de las miras con que venia ; que ya podia empezar á bautizar niños , puesto que las cosas que le decía del cielo le parecían cosa de maravilla. Oyendo esto Levipangui , que era el que había ha- blado antes, tomó á parte al P. Aranda , y le dijo en confidencia : « Bien me parece lo que nos decís ; pero sabe que es- tamos recelosos de que vosotros los padres hagáis como hacían los curas, quitándonos los hijos para pajes y las mujeres para ser criadas. Si no lo hacéis, bien venidos. Ya podéis empezar á hacer cristianos. » En efecto , empezaron los PP. su misión con frutos de bendición. Obligado el rector á volverse á su colejio de Santiago , se quedaron Aranda y Vechi , haciendo gran cosecha de almas en este punto de Arauco , que era el mas poblado. De allí, pasaron á la isla de Santa María, y, si hubiésemos de copiar las conversiones y casos prodijiosos de buena voluntad y fervor de los In- dios , casos contenidos en las cartas de los misioneros á su rector, serian necesarios volúmenes. Pero esta mate- ria es historia á parte. Volvamos á nuestro tratado, CAPITULO LI. 425 El 27 de febrero , sale el gobernador de Santiago , pasa por Yumbel, y llega á la Concepción el 20 de abril. Desde aquí, intima paz ó esclavitud á los Araucanos, intimación á la cual dan por respuesta aquellos valien- tes: ¡guerra, guerra! Era cosa sabida y nadie extrañó la respuesta. Pero lo que sucedió entonces muy digno de notarse fué que los Indios amigos , siempre constantes y fieles durante la defensiva, se declararon enemigos con el solo anuncio de la ofensiva. Este acontecimiento , bien reflexionado , era la verdadera solución del problema ; pero , lejos de estudiarlo , lo miraron los mas como una prueba del odioso carácter de los Indios ; y con semejantes racioci- nios no hay que esperar en saludables resoluciones. Hasta el concienzudo Quiroga habla de este hecho con cierta lijereza desdeñosa. Según este autor, hubo entre los Indios de paz algunos de distinción que proyectaron desertar llevándose á otros seducidos ; — y es de ad- vertir que servían con sueldo , como auxiliares. — Sú- polo el gobernador , y mandó prender á los principales motores , de los cuales cinco fueron condenados á muerte, y marcharon al patíbulo con la mayor entereza. El 15 de setiembre , el gobernador marchó á la plaza de Buena Esperanza; pero mientras no le llegasen re- fuerzos, no podia ir á buscar á Putapichion. Así sucedió que el 15 de diciembre, se volvió ala Concepción. Esta ciudad fué declarada residencia del gobernador ; — la plaza de Arauco , la del maestre de campo , — y la de Yumbel, la del sarjento mayor. El gobernador dio em- pleos á los criollos , y se granjeó el buen afecto de los ha- bitantes. El 27 de enero , entró en Valparaíso la Trinidad con 426 HISTORIA DE CHILE. refuerzos y pertrechos que no podían ser de mucha importancia, pues cabían en un solo transporte. El ca- bildo de Santiago envió víveres y orden al comandante para que fuese á desembarcar á la Concepción ; pero , ó no la recibió ó se desentendió de ella , puesto que los soldados quehabia traído se hallaban el 18 de febrero en Melipilla de marcha para Santiago. Lo mas extraño en- tonces, fué que nunca se supo si habían retrocedido para dar cumplimiento a la citada orden , ó si habían conti- nuado por tierra. Lo único cierto ha sido que el capitán jeneral , que los esperaba con impaciencia para entrar en campaña, se hallaba aun en la Concepción , en los días 12 de marzo , — 30 de abril , —h de junio , — 13 de agosto, — 3 de octubre , — y 13 de diciembre. Mientras tanto , Putapichion se mantenía en la inac- ción , esperando , sin duda alguna , los efectos de la guerra ofensiva. A principios de enero, salió Córdova de la Concepción con su ejército, y el 15 del mismo mes estableció su cuartel general en Yumbel , cerca de San Felipe de Austria. Su llegada allí dio la señal de las hostilidades. El maestre de campo Córdova y Figueroa salió sijilosa- mente de Arauco con cuatrocientos Españoles y ciento y cincuenta auxiliares, llevando en ancas víveres para cinco dias, con dirección á Tucapel. Allí, dividió sus "fuerzas en correrías , hizo ciento y quince prisioneros de diferentes edades y sexos, y antecojió cuatrocientos ca- ballos con algunas cabezas de ganado. Algunos intré- pidos Tucapeles quisieron oponer una loca é inútil re- sistencia, y ocho quedaron muertos. Los habitantes en jeneral habian huido á los montes con lo que habían podido llevar. CAPITULO LI. kn A esto se redujo por esta vez la guerra ofensiva , pues no parece que el Gobernador haya pasado el Biobio , ni que haya habido novedad alguna durante el verano, en la plaza de Buena Esperanza. El 20 de marzo, ya estaba Córdova en marcha para ir á invernar en Santiago , en donde permaneció hasta el 3 de octubre , en que las nuevas que recibió de Putapi- chion le obligaron á volver á la frontera. Hasta ahora , la ofensiva no ha podido ocasionar mu- chos desastres á los Araucanos; pero no podemos olvidar que durante los últimos cuatro años de defensiva, no obstante quejas y lamentos , no hemos visto acciones de guerra ni encuentros. CAPITULO LIL uela guerra ofensiva. — Valentía de Putapichioiic— Ataque de Chillan y muerte de su correjidor. — Batalla de las Cangrejeras. ( 1629. ) Era Putapichion un gallardo mozo de Tomeco y de la encomienda de Trujillo ; el cual, de amigo de los Espa- ñoles,—Dios sabe porque, — se habia vuelto enemigo. Este, pues, amenazado, quiso probar cuan poco caso ha- cia de amenazas , empezando él mismo la campaña con un golpe ruidoso contra la plaza del Nacimiento. Si- tuada á la orilla austral del Biobio , ademas de su si- tuación inaccesible por un lado , — tenia esta plaza una buena guarnición y cuatro pedreros. Pero en nada de esto se paró el joven guerrero. Llega este con tropas veteranas de caballería, les manda echar pié á tierra, y á pesar de una verdadera tempestad de tiros y cañonazos , en un arranque , se aloja en el foso y se pone á cubierto del fuego de la de- fensa. El viento soplaba en aquel instante favorable á sus intentos, que eran nada menos que incendiar las casas , que á la verdad tenían techos de paja , y con flechas inflamadas , y no con disparatados tizones arro- jados con hondas, lo llevó á efecto. Todas las casas ardieron menos dos, que se hallaron al abrigo del viento, y un baluarte , en donde las valientes tropas españolas resolvieron enterrarse antes que rendirse. Sin embargo , su situación era de las mas críticas por CAPITULO til. 429 hallarse entre las llamas por detras , y Jos enemigos por delante. Bien lo veia Putapichion, y contando por ase- gurada la victoria, se arroja á la cabeza de los suyos al asalto ; pero tan sostenido fué el fuego de los defensores, y tan mortal para los Araucanos, que por mas que hizo el jefe , sus tropas se desordenaron y se retiraron dejando muchos muertos. Y con todo eso , estas tropas desordenadas , según el mismo autor , llevaban hombres y mujeres cautives ; ca- ballos y ganado; particularidad que cita también Molina. Hay en todo esto una contradicción manifiesta; pero por fortuna , la verdad , que es lo que se busca , se halla en el resultado final , contando por demasías detalles difíciles de conciliar ; y esta verdad es que Putapichion , amenazado , es quien ataca sin amenazar ; y que los amenazadores se defienden con toda su valentía, sí, pero con trabajo. Esto es lo que se saca en limpio de los datos mismos de Figueroa, en el cual notamos cierta exactitud militar que nos aconseja le demos particular crédito. Pues este mismo escritor dice, á consecuencia del ataque ele la plaza del Nacimiento , que lejos de haberse desanimado , Putapichion volvió muy luego á pasar el Biobio con su trozo de veteranos determinados, y fué á infestar el hermoso valle de Quinel , hecho que otro escritor bien informado corrobora, añadiendo que lo ejecutó sin mirar en la proximidad de la plaza de San Felipe y burlándose, al contrario, de ella y de la celeridad con que el sarjento mayor intentó cortarle la retirada. Si fuese cierto , como lo asegura Carvallo , que Puta- pichion mandaba en esta ocasión mil quinientos caballos, no habría hecho una grande hazaña. Lo que se conjetura con cierta probabilidad es que los seiscientos Españoles km HISTORIA DE CHILE. que había en Yumbel , sorprendidos por de pronto , se rehicieron y rechazaron al enemigo , como lo dice Pérez García refiriéndose á Rojas. El sarjento mayor Rebolledo, cuya vijilancia no parecía muy propia á tranquilizar los ánimos, quiso tomar una especie de desquite de este último atentado de los Araucanos , pasando el Biobio y ejecutando con algún éxito una correría en la que conquistó algunos caballos y ganados ; pero no eran estas correrías lo que se entendía por guerra ofensiva, dirijida con tesón y vigor á su último fin que era la paz; lejos de eso, estos actos parciales de encono ocasionaban represalias seguras. Lo que se necesitaba era operar en masa , y no se comprende como ni porqué el gobernador, que en k de diciembre se aprestaba para la campaña de verano de 1629 , se mantuvo todo este tiempo en la Concepción, en donde se hallaba el 11 de enero , el 7 y 20 de febrero, y 8 de marzo. Sin duda, como lo dice Carvallo, se ocupaba en actos de gobierno , proveyendo á empleos vacantes , reformando oficiales , poniendo orden y mé- todo de distribuciones y abastecimientos, pidiendo y obteniendo que un ministro de la audiencia pasase cada año á la Concepción para tomar cuentas y residencia, restableciendo la fábrica de paños de Q dilata y tomando otras muchas medidas útiles. Ademas de esto, tenia desavenencias con la audiencia , que provenían de cier- tas exijencias de sus ministros : estos querían que se les honrase con el saludo de banderas cuando pasasen delante de ellas , y el gobernador lo prohibió , con entera aprobación del rey. El fiscal de la audiencia recurrió en una ocasión al monarca con queja de que en un caso dado no se habia podido proceder contra el secre- CAPITULO LII. 431 tario del gobernador, — Pedro Valiente de la Barra,— porque nadie se atrevía á declarar contra él, y el rey habia mandado que el gobernador mismo le castigase si era culpable. El gobernador dio un correjimiento en Santiago á don Diego González Montero , y la audiencia formó oposición á ello. Estos debates entre las primeras autoridades eran fatales, y, por desgracia, tomaron tanto incremento, que el gobernador pensó que provenían deque los SS. de la audiencia, hallándose lejos de su presidente, que lo era él, olvidaban que lo era, y representó al rey sobre este particular, pidiendo que la real audiencia se trasladase á la Concepción con el fin de poder presidirla mas á menudo. Parece ser que el monarca halló bastante bien fundada la suposición del gobernador de Chile, puesto que S. M. mandó al virey del Perú informase sobre lo ocurrido , y sus causas. Sea lo que fuere acerca de la ausencia del capitán ge- neral del teatro de la guerra, Pérez García opina que esta ausencia, que él llama inacción , dio márjen á Pu- tapichion para que osase emprender las jornadas de Chillan y de las Cangrejeras, en las cuales batió á los Españoles. Olivares, Figueroay Molina cuentan estas dos acciones de guerra diez años antes que hayan sucedido , en 1619, bajo el gobierno de Lope de Ulloa y Lemus; pero Pérez García prueba que estos autores se engañan , alegando un dato irrecusable, á saber, que Bascuñan , hecho prisionero en una de ellas , habia sentado plaza en 1625, de edad de diez y seis años, y que, por consi- guiente, tenia diez en 1619, y no podia ser capitán ni prisionero á esta edad. En efecto, Bascuñan mismo confirma este hecho, y se halla de acuerdo con el cabildo de Santiago y con el rey, los cuales concuerdan 432 HISTORIA DE CHILE. con Rojas , Quiroga y Tesillo (1). Oigamos á Bascuñan. El dia 10 de abril 1629 , se echó el enemigo sobre la comarca de Chillan , no con proyectos serios, sino para saquear y hacer mal con un golpe de mano. El correjidor de esta frontera le salió al encuentro; pero desgraciada- mente, desmintió en esta circunstancia el valor y la experiencia que realmente tenia, no queriendo seguir pareceres diferentes del suyo. Porque á una legua de la ciudad le advirtieron que iba á hacer un largo rodeo que daría lugar al enemigo á tomar una posición ven- tajosa en la cordillera; mientras podia, por un atajo fácil , venir á las manos con él , con probabilidad de buen éxito. Enfin, no lo hizo, siguió su dictamen solo, y cuando dio vista á los Araucanos , ya estos habían ga- nado un paso montuoso , y se habían situado sobre un barranco casi intransitable. Y es de advertir que cuando llegó el correjidor, habia dejado atrás buen número de los suyos, que por cansancio de los caballos no habían podido seguirle ; segunda fatalidad, porque los Españoles eran ciento , tropa valiente y escogida ; y los Araucanos no pasaban de ochenta , con lo cual , si hubiese evitado el rodeo y los hubiese alcanzado teniendo sus tropas frescas, los habría derrotado sin dificultad. Llega pues el valiente correjidor al barranco , quiere atravesarlo con intrepidez , y al primer paso que da lo derriban del ca- ballo ; dos hijos suyos corren á socorrerle , y tienen la misma suerte, lo mismo que cuatro buenos soldados, que no quisieron abandonarlos. Los demás, viéndose sin jefe, y conociendo que no habia allí valentía posible sino solo temeridad inútil , se retiraron. Estaba yo entonces, continua Bascuñan, en el tercio (1) Bascuñan; — Rojas; — Real cédula de mayo 1629; — Cabildo, Tesillo. CAPÍTULO LII. 438 de San Felipe de Austria , en una compañía de infantería española. Supimos este mal suceso aquella misma noche, y el sarjento mayor Rebolledo determinó ir á cortar al enemigo la sola retirada que tenia. Se ejecutó el movi- miento bastante á tiempo ; pero se ejecutó mal : la embos- ada fué mal entendida , y por de pronto se nos escapa- ron tres corredores de los enemigos , que hubiéramos podido cojer y que nos dejaron solo sus caballos , arro- jándose al rio Puchangue, sola escapada que tenían, puesto que por un lado del paso se hallaba la montaña escarpada de la cordillera nevada ; y, por otro, barrancos imposibles de atravesar. Si nos hubiésemos dividido por trozos en el contorno del valle, disposición que no ofrecía riesgo alguno , pues á la menor señal nos hubiéramos concentrado sin dificultad, no se nos hubieran escapado. El resultado fué que, advertidos, los demás se nos esca- paron igualmente tan ufanos que , á pocos dias , ejecu- taron nuevos proyectos contra nuestro tercio de San Felipe de Austria. » El 1 5 de mayo siguiente, mas de ochocientos enemigos, después de haber saqueado y destruido muchas estancias, vinieron á atacar nuestro tercio. Las lágrimas me vienen á los ojos al recordar esta desgracia y la pérdida de tantos compañeros, considerando, sobretodo, que sucedió por falta de gobierno y de buen consejo. En aquel tiempo, lo sé por experiencia, los consejos de los ancianos, hombres de ciencia y experiencia , eran poco oidos y menos apre- ciados : « es pensar muy á lo viejo, » decían los que eran aconsejados sin lisonja. Así le sucedió á mi padre el maestre de campo jeneral Alvaro Nuñez de Pineda con el gobernador don Luis Fernandez de Córdova, el cual , con la noticia de la muerte del correjidor de Chillan y II. Historia. 9% m HISTORIA DE CHILE. de sus dos hijos , habia venido con prisa de la Concep- ción , y se habia alojado en casa de mi padre , que se hallaba retirado en el país, al cabo de servicios largos , de algunas dichas, y de muchos trabajos, con una pierna y un ojo de menos, y, sobretodo, muy pobre. «Sé por experiencia, dijo mi padre al capitán jeneral, previendo el ataque de los Araucanos del 15 de mayo ; sé por expe- riencia que los enemigos volverán á la carga con fuerzas respetables contra el tercio de San Felipe de Austria ; por- que saben, tan bien como nosotros, las pocas fuerzas que tenemos; y seria bueno mantenerse apercibido. » « Piensa V. muy á lo viejo , señor de Pineda, » respon- dió el gobernador. Es verdad que este refrán de adula- dores palaciegos se le escapó por distracción, pues repa- rando en la persona del anciano maestre de campo, y en las trazas visibles de sus buenos servicios, añadió luego : « No descuidaré el aviso. Ya las medidas están tomadas para el resguardo de la frontera. » Esto dijo ; pero no por eso dejó de volverse á la Concepción muy ajeno de pensar en lo que iba á suceder. »En efecto, los ochocientos Araucanos, después de haber hecho grandes estragos, matando, talando y saqueando, nos aguardaron en el desfiladero de un estero , llamado de las Cangrejeras. El sarjento mayor, al ver el atentado de los enemigos, destacó caballería á reconocer por donde se retiraban. La gente que salió del tercio serian unos setenta hombres. Diri- jiéronse pues al citado desfiladero , en el cual nos aguardaban los Araucanos, sabiendo perfectamente que toda nuestra fuerza se reducía á doscientos hombres mal avenidos y peor disciplinados. Al embocar, un acci- dente fortuito fué como un presajio de lo que nos iba á CAPÍTULO til. (i35 suceder; un arcabuz se disparó casualmente y mató á un soldado que estaba delante. No sé porque no me mató á mí , pues me hallaba á su lado codo con codo. i Los Indios se habían formado en columnas separadas por alguna distancia. Nuestra caballería cargó la pri- mera , que era de unos doscientos hombres ; pero per- dimos diez muertos y cinco prisioneros, y los demás tuvieron que retirarse á una loma rasa para aguardar por la infantería que iba bajo mi mando. Me llegó el parte de lo sucedido, puse la infantería que pude á caballo y llegué con cuanta celeridad me fué posible. En las tres compa- ñías de infantería no habia ochenta soldados, los cuales, con los de caballería , componían un total de poco mas de ciento y sesenta ; al paso que los enemigos eran ya en- tonces mas de rail, habiéndose concentrado. Me situé en la loma , á donde se habia retirado nuestra caballería, y vi desde luego que algunos trozos de los enemigos echaban pie á tierra para venir á atacarnos. Bajé de mi caballo, me puse á la cabeza de la vanguardia, como capitán mas antiguo, é interpolando las picas con los arcabuces, marché en este orden contra el enemigo, según el buen consejo del maestre de campo Pineda, que me habia dicho muchas veces cuan bien le habia resultado siempre el atacar á los Indios resolutamente, sin darles tiempo á contar ó calcular nuestras fuerzas. Y á f e que habríamos salido mejor librados, si en esta ocasión me hubiesen creído , y hubiésemos cargado á la vez infan- tería y caballería, con lo cual nos hubiéramos hecho dueños de la posición. » Iba pues yo á ejecutar esta carga , cuando , de re- pente , llega un capitán de caballería lijera con orden de que me detenga, y forme en redondo mi infantería. Le ^_— 436 HISTORIA DE CHILE. respondí que era una lástima perder tiempo, y que nuestra salvación consistía en la rapidez de nuestros movimientos; pero á esto me respondió, que la temeri- dad producía rara vez buenos efectos , y que sobretodo no hacia mas que cumplir con las órdenes que le habían dado. Obedecí, y mientras yo ejecutaba la evolución mandada, sucedió lo que yo con razón temia, á saber, que el enemigo no aguardó á que mi infantería con- cluyese el movimiento, y la atacó en media luna, con la in- fantería en el centro, y la caballería en las alas. Por mayor desgracia, el tiempo nos era contrario : la lluvia apagaba nuestro fuego , y muy luego fuimos envueltos por nuestros numerosos enemigos , habiendo sido abandonados por nuestra caballería. ¿Qué podíamos ochenta contra mil? Así es que nuestros capitanes y soldados , por mas que se defendían valerosamente, caían muertos á lanzadas ó eran exterminados por las terribles macanas de los Araucanos. En cuanto á mí , herido en la muñeca de una lanzada, quedé en la imposibilidad de conti- nuar defendiendo mi vida. De un golpe de macana me derribaron, me atravesaron el peto con una lanzada, pero esta arma defensiva que yo llevaba era buena y no me mataron. Enfin , perdí el sentido , y cuando volví en mí , me vi cautivo. » De esta acción Putapichion llevó treinta cautivos , los cuales fueron repartidos entre sus provincias, y desti- nados á ser sacrificados sucesivamente en fiestas na- cionales. Ademas , perecieron en ella noventa y cinco Españoles, y, á su consecuencia, se perdieron también doscientos Indios amigos, como lo decía amargamente el rey al año siguiente (1). (1) Rea! cédula de 20 de setiembre 1630. CAPITULO LIÍ. hSl Sin embargo, Putapichion hubiera podido hacer mas, en esta ocasión, y, según Molina, si hubiera querido se hubiera apoderado de la plaza. Pero Putapichion no pensó mas que en gozarse en su triunfo. En las juntas de los suyos se alababa de haber dado muerte en Chillan y las Cangrejeras á ciento y cincuenta Españoles, des- truyendo treinta estancias , y conquistando dos mil caballos; y para eternizar estos hechos, proyectaba sa- crificar el prisionero que le habia tocado á su Pillan , en acción de gracias , y con su sangre, hacer que los toquis picasen escudos de la nación. Córdova, que esperaba de un instante ai otro un sucesor, y no queriendo entregarle tan desairado el bastón , salió de la Concepción y, el 1 de octubre, esta- bleció su cuartel jeneral junto al fuerte de San Luis. Re- suelto á invadir los tres Butalmapus , el marítimo , el de los llanos y el subandino , envió al maestre de campo al primero con mil y doscientos Españoles y auxiliares; el sarjento mayor al de la falda de la cordillera, y guardó el de los llanos para sí mismo. Figueroa corrió por Tucapel hasta el Cauten y ruinas de la Imperial ; mató treinta va- lerosos que se le opusieron ; hizo doscientos prisioneros de ambos sexos, cojió setecientas cabezas de ganado vacuno y mil caballos, bien que Molina diga, sin razón , que fueron siete mil caballos y cien bueyes. Pero la mayor parte de esto se perdió al regreso en una tormenta que duró veinte horas , y que dejó á los Españoles yertos , en términos que tuvieron mucho trabajo en volver salvos á Arauco. Rebolledo salió, no dicen con qué fuerza, de San Felipe de Austria, y recorrió desde la plaza del Naci- miento por Colue , Charcienco y Quechereguas. Según ¿38 HISTORIA DE CHILE. Molina, no hizo nada, porque los Araucanos se retiraron á los montes. Según Quiroga, volvió con buena presa de ganado y caballos. El gobernador salió de San Luis con mil doscientos Españoles y auxiliares , recorrió Angol y Puren ; pasó el Cauten , y saqueó la fértil comarca de Maquegua. Satis- fecho con esto , y con mucho botín , se volvía sin pensar en que, en el camino , tendría que pelear y tal vez per- derlo. En efecto, Putapichion salió á su encuentro para quitárselo; lo encontró en Quillin y le presentó la ba- talla con tres mil Araucanos. En el primer choque, desordenó á los Españoles, por manera que los oficiales tuvieron grande dificultad en rehacerlos; pero por último lo consiguieron y la acción se restableció. Sin embargo , fortuna fué para ellos el tener artillería muy bien servida, pues esta arma hizo estragos en las filas enemigas , lo cual visto por Putapichion , dio la señal de retirada , y se retiró, llevándose prisioneros, y parte del botin que ar- rancó á los Españoles, á los cuales no tuvo inconveniente en dejarles cantar victoria. El 3 de noviembre ya estas tropas se hallaban acuarte- ladas en su fuerte de San Luis , y el gobernador, airoso con esta victoria, regresó á la Concepción, en donde entregó el mando á su sucesor el dia 23 de diciembre, después de cuatro años y medio de mando. De Chile pasó á Canarias con el mismo empleo en propiedad. CAPITULO LIIL Gobierno de don Francisco Laso de la Vega.— Refuerzos que trae.— Su política. —Batalla indecisa del paso de don García, ó de Picolhué (1). ( 1630.) Estaba don Francisco Laso de la Vega en la corte cuando Felipe IV le nombró de gobernador de Chile. Pero es de advertir que ya los cortesanos hacian aprecio del valor de los Araucanos, y los reputaban no como á Indios bárbaros, sino como á fuertes enemigos de la corona de España. Por eso el rey puso las miras en Laso, cuyo renombre militar se fundaba en largos y brillantes servicios hechos en los Paises Bajos, considerándole ademas bajo otros respetos, pues estaba dotado de prendas las mas recomendables. Bien que creyese que debia de haber mucha exajeracion en lo que se contaba de los guerreros araucanos , pues no se le podia figurar que pudiese hallarse en la nación la mas numerosa se- mejante conjunto de héroes incomparables en arrojo y pasiones nobles , don Francisco Laso de la Vega pidió al rey hombres y todo lo que se necesitaba para sobrepo- nerse á una tan tenaz y valerosa resistencia , y el mo- narca se lo concedió todo , mandando al conde de Chin- chón, nombrado justamente virey del Perú, le diese todo cuanto necesitase , haciendo levas en su vireinato para su ejército. Llegaron á Lima los dos personajes ; pero el virey (i) Tesillo solo escribe Picoloé, _ Zl40 HISTORIA DE CHILE. tardó un año entero , bajo de diferentes pretextos ó mo- tivos verdaderos de dificultad , en aprontar todo lo que le pedia el nuevo gobernador de Chile. Enfin , puso á su disposición tropa, armas y dinero , estimulado con las desgraciadas nuevas que le vinieron de los desastres de Chillan y de las Cangrejeras; y el 12 de noviembre se verificó el embarco de don Francisco Laso , caballero del hábito de Santiago, con quinientos hombres, armas, pertrechos y dinero en tres bajeles, llevándose ade- mas algunos Indios principales que se hallaban cau- tivos en el Perú, con el fin de darles libertad y atraerse las voluntades de los demás. Navegaron prósperamente hasta reconocer la isla de Mocha; pero al bajar á la Concepción , experimentaron un temporal tan recio y peligroso , que ya los pilotos pensaban en tomar puerto en la isla de Santa María. Si hubiera sido á tiempo, este pensamiento habría sido acer- tado ; pero ya era tan tarde que quedaron ensenados en la misma bahía , sin poder tomar puerto , ni hacerse á la mar. Ya las cabezas se hallaban perdidas; ya no se oian mas que suspiros y lágrimas , implorando cada cual á su modo el poder de Dios , cuando de repente saltó el viento; se continuó la navegación sin mas zozobra, y, el 23 de diciembre , entró don Francisco Laso en la Concepción. Este gobernador, militar ilustrado y de grandes cali- dades (1) , fué reconocido el mismo dia por el cabildo de la Concepción , como capitán jeneral , en propiedad , del reino de Chile. El 5 de enero, el cabildo de Santiago envió dos diputados á cumplimentarle con la mas expre- siva satisfacción de su llegada ; porque durante el año (1) Natural délas montañas de Santander. (Pérez García.) CAPÍTULO Lili. m que Laso habia pasado en Lima luchando con inconve- nientes , habia estado en correspondencia con el cabildo de la capital, que le informaba de cuanto sucedía en la guerra y en el reino. Y, á este propósito, no puede menos de notarse con admiración , y aun con cierto sen- timiento afectuoso de apego hacia aquellos cabildantes, el solícito é incesante cuidado con que miraban y vijila- ban las cosas del país. Ciertamente , en todas partes , el cuerpo municipal es el protector natural de todos sus administrados ; pero habia en este un no sé que de íntimo y de paternal que le hace extraordinariamente intere- sante. Bien que , tal vez , la historia no tenga lugar de relatar ciertas cosas, que se dan por supuestas siendo reglas jenerales , no puede menos de tomar una parte muy interesada en las mas mínimas concernientes á la guerra de Chile. En este instante en que don Francisco Laso de la Vega llega á la Concepción , tiene que dar un disgusto al cabildo de Santiago , después de haber estado en perfecta correlación con él durante un año por escrito. El motivo de este disgusto interior de familia , digámoslo así puesto que así era, fué que el cabildo le habia pedido le mandase ó le trajese doscientos arcabuces que nece- sitaba, y el gobernador le habia traído cuatrocientos, á saber : doscientos arcabuces y ciento y ochenta mos- quetes ; los primeros á 35 pesos y los segundos á Zj.0 , precio muy superior al que pensaba el cabildo , que en otras ocasiones habia pagado los arcabuces 12 pesos so- lamente; por manera que la siíma total ascendía á 14,500 pesos, y no teniéndola el cabildo, hubo de ex- ponérselo al capitán jeneral, suplicándole, tomase las armas á su cargo para el ejército. Pero esto no le impi- dió de despachar al punto para la Concepción 2,634 442 HISTORIA DE CHILE. cabezas de ganado, de 4,000 que el nuevo gober- nador le habia pedido , y a cuenta de este número ; ni dé comprar el hermoso caballo de un particular llamado Juan de Cuevas; silla, dosel y otros ricos aprestos de funciones para recibirle. Pero volvamos á la guerra. El principio del año y el del gobierno de Laso de la Vega coincidieron exactamente. Los Araucanos estaban soberbios , y el amor á su patria y á la libertad , según las pruebas que daban de este amor, no ha tenido otro igual en el mundo , desde que estas dos palabras han hecho palpitar los corazones de los hombres. Ya no pen- saban en tener que defenderse, y, amenazados hace algunos meses, como se ha visto, con guerra ofensiva si no aceptaban la paz , que desdeñaron , respondiendo : ¡la guerra! ¡la guerra! ahora, ya piensan y proyectan nada menos que marchar sobre Santiago , y , de ante- mano , hacen una repartición entre ellos de bienes y de cautivos. Laso pasa revista á sus tropas, manifiesta la satisfacción que le causa su porte y su marcial resolu- ción , anima á los habitantes , y todos en rededor de él recobran esperanzas y vigor. Sin embargo , emplea en primer lugar la política , an- tes de servirse de las armas ; porque aun no puede creer ni la mitad de lo que le dicen del valor y táctica de los Araucanos. Envia á los Indios que habia traido del Perú y á otros prisioneros que habia en la Concepción en li- bertad , para que lleven propuestas de paz á los Butal- mapus , y otras particulares á Putapichion , diciéndoles que, si aceptaban , el Io de febrero se hallada en la plaza del Nacimiento para celebrar los preliminares de ella. Al enviar estos prisioneros libres, el gobernador los colmó de agasajos y de regalos. CAPÍTULO Lili. m Pero , antes de pasar adelante en la materia , no debe- mos omitir la noble política de Laso con su predecesor , que habia sido , es preciso confesarlo , sino descuidado , desgraciado. Era un papel difícil el del capitán jeneral entrante , en este punto , porque si habia hechos ciertos, ya se sabe que el vulgo es ignorante y los abulta , sin entrar en cuenta con hazares y circunstancias imprevisi- bles. De todos modos, don Luis de Górdova dejó en Chile, que aun no lo ha olvidado , renombre de grande y de desinteresado ; y su sucesor, aconsejándose con él , le honró con tales miramientos y pruebas de una grande consideración , que don Luis se quedó muy airoso. Mientras llegaba la respuesta de los jefes araucanos , el gobernador, penetrado de la fuerza moral que dan las esperanzas que vienen de arriba , y de la debilidad de las fuerzas humanas, despachó correos á todas las ciudades con cartas para los prelados reglares y seculares , para que hiciesen rogativas por la paz, y, si la dura necesidad lo pedia , por la victoria de las armas españolas. Igualmente escribió á todos los gobernadores y justicias para que se mostrasen severos en punto á costumbres y moralidad pública , pues donde no hay moralidad no puede haber virtudes patrióticas , sin las cuales todos los esfuerzos en guerra son nulos. Realmente don Francisco Laso de la Vega se mostraba digno en todo del alto puesto que ocupaba , y de la con- fianza que inspiraba al ejército y á los habitantes de Chile. Pero los Araucanos , lejos de aceptar la paz , se manifestaron prontos á entrar en campaña ; y lo mas particular fué , según aviso que recibió el gobernador el 18 de enero, que los Indios á quienes habian devuelto la libertad eran los mas revoltosos instigadores de la lililí HISTORIA DE CHILE. guerra. En vista de este aviso que vino por la frontera de San Felipe , envió Laso orden al maestre de campo Cór- dova, cuya residencia, como se sabe, eraArauco, para que, si veia venir el enemigo, le saliese al encuentro bien concentrado sin dividir sus fuerzas ; pero que si el ene- migo se retiraba sin haber hecho mal y sin mengua de las armas españolas , no formase empeño en seguirle, pues no convenia correr hazares , á menos que hubiese nece- sidad urgente de exponerse á ellos. Górdova, entre otros cuidados, uno que le moles- taba particularmente era el ver comprometido á Re- multa, Indio amigo, que estaba con treinta hombres en los altos de Quedico para asegurar el paso , y , el 21 de enero , destacó al capitán Juan de Morales , que mandaba Indios auxiliares , para que con los que tuviese y treinta Españoles fuese á retirar á Remulta. El 24, oye el maes- tre de campo tocar alarma, y envía algunos Indios á la descubierta hasta el Juego de la Chueca, que distaba una legua ; mientras él , con cuatrocientos Españoles, in- fantes y caballos, se pone en movimiento. Marcha, en efecto , Górdova delante con la caballería , seguido de la infantería al mando de don Antonio de Avendaño , que ejercía funciones de maestre de campo del tercio , y , á pocos pasos , recibe parte de que los indios de su descu- bierta habían venido á las manos con los Araucanos, y pedían socorro. Acelera su marcha , llega al Juego de la Chueca, y halla á sus Indios amigos cantando victoria y alzando en las puntas de las picas dos cabezas que ha- bían cortado á los enemigos. Vio ademas entre ellos un mestizo , llamado Lázaro Ambrosio , el cual dijo pasaba á los cristianos, siéndolo él mismo ; pero dejó dudas acerca de la verdad sobre si había pasado ó si no había podido CAPITULO Lili. 445 escaparse; porque, ademas de ser mestizo, se habia criado y vivido entre los enemigos (1). No notamos estas particularidades sino porque este mestizo ganó la con- fianza del gobernador y le engañó en la primera ocasión que tuvo para hacerlo. Entretanto , este mestizo , que era hombre entendido y de valor, aconsejó á Górdova-Figueroa que no prosi- guiese , pues Putapichion tenia tres mil caballos y dos mil infantes , resuelto á dar batalla , y á tomar posición en Millarapué , distante de dos leguas. Era el caso para el maestre de campo de tener presente lo que le habia escrito el capitán jeneral : « Si el enemigo no ha hecho mal, y si no hay mengua para nuestras armas, no es necesario querer darle alcance, exponiéndose á bazares imprevisibles. » Pero es una enfermedad humana el tener miedo de seguir un buen consejo , cuando , sobre- todo , este acto se semeja á obediencia ; el maestre de campo quiso mas complacer á sus capitanes , que mani- festaban tener buena voluntad de batirse , y prosiguió hasta Millarapué. Sin embargo el enemigo se acababa de retirar, y los Españoles no hallaron allí mas que un mes- tizo lengua , que los Araucanos habian cojido , colgado de un árbol Viendo esto , Górdova-Figueroa envió delante al te- niente Antonio Gómez con treinta arcabuceros españoles y el teniente Rengel de Indios amigos con doscientos caballos , para que sirviesen de vanguardia, destacando batidores por todos lados , pero con advertencia de no (1) Figueroa asegura que este mestizo habia sido dos veces traidor á su patria. O se engaña, ó Tesillo padece error. Con todo, es mas probable que el primero estuviese mal informado, puesto que el mestizo dice que pasa á los cristianos por ser cristiano. km HISTORIA DE CHILE. pasar mas allá del paso de don García ni ellos ni los descubridores. Marchan de vanguardia Gómez y Rangel, llegan al paso de don García , que es un desfiladero for- zoso de la montaña; pero, en. lugar de obedecer ha- ciendo alto , obran con el maestre de campo como este obraba en el mismo instante con el capitán jeneral , y pasan adelante , prueba evidente del achaque humano de que hablábamos. Al salir del desfiladero , descubrie- ron el enemigo avanzando en batalla ; pero ya no podían retirarse sin mengua. Llega en esto Córdova-Figueroa al paso de don García , ve claramente las consecuencias de la desobediencia ; pero el mal estaba hecho , y ya no podia retirar su vanguardia del otro lado sin mengua y sin peligro. Lo que le quedaba que hacer era disponerse al ataque , y así lo hizo , mandando á los Indios monta- dos echar pié á tierra , y que formasen con sus lanzas entre los tiradores españoles de las compañías de don Gines de Lillo y de don Alonso Bernal , las solas de in- fantería que hubiesen llegado con tres de caballería man- dadas por los capitanes Adaro , Rodríguez y Muñoz. La demás infantería había quedado atrás , y muy pronto se conoció la falta que hacia. Todo esto lo veía el enemigo , que ya sabia por otra parte contra qué fuerzas iba á batirse, y, aprovechán- dose con destreza de la circunstancia, atacó á los Espa- ñoles resolutamente. Defendiéronse estos con denuedo , como de costumbre , y muy luego vieron á la infantería del enemigo ceder. La española arremete á ella con nue- vos brios , se adelanta y se separa del orden de batalla ; mas la araucana , que no habia hecho mas que un movi- vimiento simulado, vuelve, conversa sobre el ala izquieda española , mientras que la caballería corta á la infantería CAPITULO Lili, hhl que habia avanzado, y la degüella con sus capitanes y ofi- ciales. En esto , los Indios amigos empiezan á titubear y ya muchos vuelven á montar sus caballos (1). Adviér- tenlo los Araucanos y cargan sobre la caballería española que se ve obligada á retirarse por el paso , justamente al tiempo en que Avendaño y Carmona entraban en él con alguna infantería de la que habia quedado atrás. ¿Qué habia de suceder? Lo que sucedió : esta caballería, que no se retira , como dice Tesillo , sino que huye (2), atro- pella á la infantería de Carmona y Avendaño , y no deja nada que hacer, por decirlo así , á los enemigos. Sin embargo , aun hubo batalla ; los Araucanos de una parte, y los Españoles de la otra se batieron hasta no poder mas , y se separaron , dejando los Españoles cua- renta muertos y cautivos ; entre ellos los capitanes Aven- daño, Carmona, Lillo, Bernal , Tellez, y Morales, el cual , después de haber retirado a Remulta , acababa de incorporarse bastante á tiempo para morir. Los Araucanos también dejaron muchos muertos (3) , y cantaron victoria. Realmente , la victoria hubiera sido suya, si se hubiesen aventurado á pasar el desfiladero; pero no lo hicieron , y por eso , sin duda , también los Españoles la cantaron. Con el parte de este suceso , salió don Francisco Laso de la ciudad para Arauco , pasó el Biobio , y supo , antes de llegar á la plaza , que ya el maestre de campo se ha- (1) Al maestre de campo le mataron el suyo , y con gran riesgo hubo de montar otro. (Figuezoa.) Estaba tan fuera de sí el maestre de campo, dice este autor, que mandó dar muerte á algunos de los Indios amigos que iban á huir. (2) En tropel y confusión, dice Figueroa. (3j Según Figueroa, la batalla duró casi 6 horas. Los Araucanos perdieron 700 hombres, y los Españoles 200. El maestre de campo recibió dos heridas, y no hubo casi un Español que no tuviese alguna. m HISTORIA D£ CHILE. liaba de vuelta en ella. Interiormente descontento , no pudiendo desentenderse de que liabia habido desobe- diencia manifiesta á sus órdenes , tuvo la buena y diestra política de hallar excusa á esta falta. El mal estaba he- cho sin remedio, aunque le era muy sensible el ver la ejecución de un plan de campaña , que preparaba sobre Puren , imposibilitada por entonces. Sin embargo , se contentó con formar un consejo de deliberación, del cual resultó que lo mas oportuno era volver á la Concepción, y así se efectuó. Este fué el resultado de la batalla llamada , por otro nombre, dePicolhué, y contada por todos los escritores poco mas ó menos en los mismos términos. Solo Molina parece haber tenido datos erróneos. En cuanto á Pérez García, refiriéndose á Olivares, atribuye la victoria deci- didamente á los Españoles, bien que, por otra parte y en sustancia, sus datos sean conformes con los que se han visto en esta narración. CAPITULO LIV. Continuación del Gobierno de Laso. - Pasa el Biobio y acampa sobre la cié- nega de Lumaco. — Putapichion no se presenta.— Vuelve el gobernador á pasar el Biobio y se acuartela en San Felipe de Yutnbel. —Pasa Putapichion la frontera y ataca á San Bartolomé de Gamboa.— Sale el gobernador enfermo de San Felipe en su persecución.— Batalla de los Robles.— Pasa el gober- nador á Santiago. — Buenas providencias de gobierno. - Levanta tropas y vuelve á campaña. ( 1630.) Reflexionando el gobernador que seria oportuno ma- nifestar de algún modo á Putapichion que no le temia , á pesar de su arrogancia, marchó a la plaza de Buena Esperanza, tomó allí setecientos Españoles y cuatrocien- tos auxiliares ; pasó el Biobio y estableció su cuartel je- neral á la entrada de los pantanos de Lumaco, mandando hacer algunas batidas para atraer al jefe araucano , mas inútilmente : Putapichion no se mostró. Después de al- gunas demostraciones , en las que hizo algunos prisione- ros , mandó plegar las tiendas , volvió á pasar el Biobio y. fué á acuartelarse en San Felipe de Yumbel , y no en Buena Esperanza , como cree Olivares. Allí estaba obser- vando , encargando la vijilancia , y recibiendo promesas de que era imposible que Putapichion pudiese pasar por sorpresa , y cuidando de su salud , que estaba muy que- brantada. El que mas le aseguró , de todos los coman- dantes , que nunca los Araucanos lograrían sorprenderle, fué el sarjento mayor Rebolledo , y justamente la suerte se empeñó en desmentir su previsión , como luego se verá. II. Historia. .« 29 HISTORIA DE CHILE. Putapichion no había parecido porque tenia tanta sa- gacidad como valor ; sabia que el gobernador tenia mala salud , que los pantanos eran mal sanos; veia que el in- vierno se acercaba , y le daría mejores ocasiones. Ade- mas , calculaba el valiente Putapichion que con caballos cansados no se pueden hacer largas correrías ni brillan- tes cargas. Enfin , sabia que por mas vijilantes que estu- viesen , no le seria muy difícil pasar el Biobio , y así sucedió. Tales eran los verdaderos motivos de la ausen- cia del jefe araucano , y no miedo , como lo piensa Te- sillo. Que la ciénega de Lumaco fuese una especie de Rochela para los Indios , es muy creíble ; pero que se fundasen en lo difícil de tomarla para creerse invencibles, como se le figura al mismo Tesillo , esto no es probable ni discutible, puesto que en todas partes arrostraban alas armas españolas, y que los pantanos de Lumaco no esta- ban en todas partes. Los cálculos de Puntapichion tenían tan buenos datos, que un dia, sin que se supiese como ni por donde, invadió la frontera y cayó de golpe sobre San Bartolomé de Gam- boa , á tiempo que el gobernador se hallaba enfermo en la plaza de San Felipe. No obstante el malísimo estado de su salud , al oir que Putapichion causaba estragos horribles en las estancias , Laso se presentó á caballo al frente de sus soldados , que eran cuatrocientos Españo- les , infantería y caballería , y cien auxiliares. En el momento mismo de dirijirse al punto atacado , recibió un nuevo parte de que el enemigo se retiraba con buena presa. Con este aviso , mandó que sus hombres montados pusiesen un infante en ancas , y él mismo díó el ejemplo. De este modo aceleraron de tal manera el movimiento , que en pocas horas anduvieron ocho le- CAPÍTULO LIV. 451 guas ! pero los caballos quedaron derengados , y fué pre- ciso darles descanso. Por consiguiente, hubieron de acampar aquella noche. Al amanecer el dia siguiente , el jeneral quiso conti- nuar su marcha en la misma forma que la víspera , aun- que contra el parecer de los mas acreditados capitanes. A las cuatro de la tarde estaban los Españoles á un tiro de arcabuz de los enemigos, que los veían , sin que ellos los viesen , puesto que estaban emboscados. Ya los caballos estaban rendidos , y los hombres tal vez mas que los animales , habiendo pasado dos dias crueles de fatiga sin comer. Este sitio se llamaba el de los Robles , y estaba á orillas del Itata. Allí acamparon los Españoles. Establecido el alojamiento , la infantería entró en él , y la caballería se mantuvo en las avenidas , como puestos avanzados. Don Francisco Laso se dejó caer de su caballo mas bien que se apeó, y se echó sobre la yerba procurando mitigar con la humedad la calentura que le abrasaba. Los soldados salieron de su formación y arrimaron las armas. Todo esto lo veian los Araucanos desde su emboscada. Súbitamente, hallándose los soldados descansando y sin armas, los oficiales muy descuidados, y, enfin, cuando menos se esperaba, cargan á escape los Arau- canos con ímpetu irresistible , sin haber sido vistos ni sentidos ; cargan , decíamos, la caballería española que guardaba las entradas del campamento, la desordenan, y esta misma caballería atropella la infantería española. Es mas fácil el figurarse que el pintarían espantosa con- fusión como la que produjo esta sorpresa. Los Araucanos arremetían y mataban con furor. Los gritos se podían oir del cielo. Don Francisco Laso los oyó, pero cuando 452 HISTORIA. DE CHILE. le quedaba solo el tiempo necesario para montar á ca- ballo, espada en mano, y sin ninguna arma defensiva. Por fortuna, tenia una buena este jeneral en su intrépido corazón. Ayudado de sus capitanes reformados , que se le reunieron al instante, hizo prodigios de valor, invo- cando á Santiago, y gritando con brío ¡Viva España! Esta lucha cruel duró mas de una hora , sin que los sol- dados reconociesen á sus jefes ni guardasen manera alguna de formación ; sin orden , sin disciplina ; enfin , en una horrorosa confusión. Por fin, la noche cierra, y la termina. Putapichion habia perdido la mitad de su jente y se retira ; pero no se creyó oportuno seguirle la retirada; ademas de que la falta de claridad lo impedia, los Españoles contaban cuarenta muertos y un gran número de heridos. Figueroa es mas serio en esta relación , contando na- turalmente que Putapichion se retiró con calma y ma- jestad, porque estaba herido, y llevándose bagajes y prisioneros. Harto denuedo tuvieron los Españoles , y no se comprende como quedó ni uno solo con vida, puesto que no pudieron tirar un tiro , y que la sorpresa fué tan repentina que Putapichion , según Pérez García con re- ferencia á Olivares , le quitó al jeneral su capa de grana. Si hubiese podido ser, como lo dice este mismo último autor, que el gobernador pudo formar sus tropas y cargar en orden , seria otra cosa ; pero esta aserción es contraria á los demás detalles, y es difícil admitirla. Enfin , Pérez García asienta que esta batalla fué decisiva en favor de los Españoles , y se funda en que el mismo jeneral dice refiriéndose á ella, en carta del 1/j. Je setiembre al cabildo : « La batalla que se ganó el lli de mayo, con escarmiento del enemigo , y para castigo de su orgullo. CAPITULO L1V. /i55 Así lo asentó el cabildo en su libro , añadiendo que esta batalla fué el total rescate del reino. Ya habia entrado el invierno poniendo tregua en la guerra con lluvias , con crecidas de rios y aun con inun- daciones , especialmente por el anchuroso Biobio , que parece entonces una especie de mar, y el gobernador pensó en volver á la Concepción para poner orden en los asuntos civiles del estado. El que de estos llamaba mas su atención era el desánimo de los dueños de las estan- cias que, temiendo perderlas cuando menos lo esperasen, las tenian en un total abandono, por una parte; y, por otra, muchos carecian de recursos ; porque habian hecho adelantos cuantiosos al ejército , sin que las arcas del gobierno hubiesen pagado su importe. Así se enjendra- ban los males recíprocamente en Chile unos á otros. Don Francisco Laso buscaba remedio á estos males; y para hallarlo , procuraba asesorarse con buenos consejos, especialmente consultando con el cabildo de la Concep- ción. Con esta buena política lo reunió un dia en concejo del mayor número de personas de todas partes de las fronteras, y expuso con la mayor claridad las causas de las dolencias públicas, entre las cuales indicó con una sorpresa digna de un gran político , el desmayo de los moradores y hacendados, que descuidaban la cultura de las tierras, y la cria de ganados. « Si lo hacen por falta de iriedios, dijo el gobernador, yo salgo garante que el real erario abonará todos los atrasos, y desde luego, estoy pronto á cubrir por mí mismo, en cuanto me lo per- mitan mis facultades , los mas urjentes. » En efecto, pagó por de pronto mas de cien mil pesos, res- pondió por el gobierno de lo demás ; satisfizo, dio ánimos, y con su prudencia restableció los mas arduos negocios. ksk HISTORIA DE CHILE. Pero aun quedaba un objeto digno de mayor aten- ción , que era la estancia de ganados de Catentoa , la cual , aunque propiedad del estado , ó tal vez por causa de eso , se hallaba completamente abandonada. El mo- desto don Francisco Laso declaró que lo que se habia de hacer para remedio de este mal era imitar al gran go- bernador don Alonso de Rivera, que la habia fundado, perpetuando en esta restauración su memoria , por tan- tos títulos inmortal. En virtud de esta sabia y noble resolución , y una vez calculado el consumo anual de la tropa, consumo que era de ocho mil vacas, Laso mandó poner treinta mil en dicha estancia , cuyo producto ase- guraba para siempre esta parte del sustento del sol- dado. Habiendo llenado estas grandes atenciones, el gober- nador pensó en bajar á la ciudad de Santiago con el fin de darse á reconocer por presidente de aquella real au- diencia ; y el 23 de julio , llegó á ella. Ya sabido es que el patriótico y cortés cabildo de Santiago se esmeró en prepararle un magnífico recibimiento para el cual habia comprado, como ya hemos dicho, un magnifico ca- ballo, silla , dosel , palio y otros objetos de ostentación. Para ir á recibirle á Maipú y llevarle á la casa de campo, comisionó á don Luis de Gontreras y á un rejidor. Reconocido el mismo dia en el cabildo por capitán je- neral gobernador, lo fué, al dia siguiente en la real au- diencia por presidente. Diéronle magníficas funciones , tanto mas cuanto este gobernador obtenía sufrajios uni- versales , y en particular el afecto , y aun el reconoci- miento del cabildo , el cual se hizo un punto de honor en tomar y pagar las armas que Laso le habia traído del Perú , deseando congraciarse con este ilustre montañés. CAPITULO LIV. m Es verdad que el político don Francisco de Laso , creyendo que era muy esencial vivir en armonía con todas las ju- risdicciones , sin lo cual es imposible gobernar con acierto y granjearse voluntades , había escrito una carta al ca- bildo de Santiago , del tenor siguiente , con fecha del ik de setiembre 1630 : « He llegado al puerto de Paita el 28 de octubre 1628, y para aprovechar tiempo , y obtener socorros , fui á Lima por tierra. Hasta mediados de febrero 1629 , el virey, conde de Chinchón, no pudo facilitármelos, y aun eran poquísimos ; de suerte que queriendo embarcarme el 20 de abril , me aconsejaron , — y creo que con ra- zón , — que lo difiriese hasta la primavera. Estas fueron las causas de mi demora , y de no haber venido antes del 23 de diciembre que llegué , a reunir mis débiles es- fuerzos á los grandes de las demás autoridades del reino de Chile , para trabajar por su bien y prosperidad. » A mi llegada , pasé revista al ejército que constaba de solo mil y doscientos hombres viejos, estropiados y mal armados , porque las armas estaban en muy mal estado. Puse en ello el remedio que pude , y fui á bus- car al enemigo á Puren. No habiéndose presentado , me volví á Yumbel , en donde me mantuve vigilando la frontera , hasta que tuve la ocasión de ganar la batalla del lli de mayo, en que los enemigos han debido que- dar escarmentados, y su orgullo castigado. El invierno vino, — las lluvias son copiosas , — los ríos crecen , y mar- cho para Santiago. » En la capital , el gobernador levantó dos compañías de infantería y una de caballería para llevarlas á la frontera desde donde le avisaban Córdova-Figueroa y Rebolledo que el enemigo meditaba atacarla con un 456 HISTORIA DE CHILE. cuerpo de ejército de siete á ocho mil hombres. En vista de estas noticias, el cabildo de Santiago se esmeró en poner á la disposición del jeneral todas las fuerzas que pudo reunir. Sin embargo , Laso hubiera querido , y aun preten- dió en esta ocasión , que a estas levas se juntasen algu- nos caballeros vecinos, pareciéndole cosa extraña que los hijos lejítimos del reino se excusasen de defen- derlo; pero parece que habia cédulas reales en su favor, las cuales, aunque no estaban muy claras, le hicie- ron conformarse con ellas antes que dar lugar á inter- pretaciones contradictorias y á debates interminables. En esto, llegó á Santiago , en principios de octubre , don Fernando de Bustamante Villegas, militar de gran crédito y experiencia en aquella guerra, el cual confirmó que , por dos Indios cristianos que se ha- bían fugado de los Araucanos, se sabían los aprestos formidables que Putapichion y Keunpuantú hacían para atacar la frontera y acabar con los presidios. Con esta mala noticia, los ánimos volvieron á apocarse , temiendo nuevas calamidades, y viendo que el enemigo tenia mas ardor que nunca para la guerra. El gobernador reunió en su misma casa una junta á la cual asistieron los oidores y el fiscal de la audiencia, el cabildo de la ciudad y algunos antiguos capitanes ; y expuestos los puntos acerca de los cuales debían delibe- rar, resolvieron que se juntasen hombres y caballos para aumentar las fuerzas españolas. A consecuencia de esta deliberación , fueron nombrados dos diputados del ca- bildo para que nombrasen los que con menos perjuicios pudiesen ir á campaña aquel verano, y nombraron unos cincuenta, de los cuales veinte representaron ex- CAPÍTULO L1V. 457 poniendo imposibilidad, y los cincuenta quedaron en treinta. Pero, aunque este corto número parezca ridiculo, es indecible el valor moral , y aun real y físico que la pre- sencia de estos vecinos y moradores en el ejército da á los soldados. Por fin, Laso consiguió reunir unos ciento y ochenta hombres en las tres compañías con los voluntarios mon- tados , y los despachó en principio de noviembre para la Concepción, á donde se dirijió él mismo, el dia 5 de di- cho mes. En la Concepción , habia dejado al maestre de campo Córdova Figueroa , y en lugar de este , habia quedado con las mismas funciones en el estado de Arauco don Fernando de Zea. Rebolledo habia permanecido en San Felipe. En la frontera habia 1,300 Españoles y 600 auxi- liares con sueldo (1). (1) Carvallo. Tesillo dice que Zea, natural de Cordova, era un rayo de la guerra y ya experimentado en esta. CAPITULO LV. Forma Laso nuevo concepto de los Indios y confiesa se había engañado. — Sale de nuevo á campaña. — Putapichion , con Queupuantu por teniente ó vicetoquí y siete á ocho mil hombres, ataca la frontera. — Batalla de la Al- barrada. ( 1630—1631 Don Francisco Laso conocía ahora cuanto se había en- gañado no queriendo creer que los Araucanos fuesen tan valerosos , y lo confesaba reconociendo , con noble modestia, que eran mas que valientes, heroicos, incom- parables. Santiago Tesillo , dice Figueroa, ha omitido este hecho notable, que lejos de ser indecoroso para su señor, le honra, al contrario ; ademas de que la historia debe ser de una verdad inflexible , sin lo cual no seria historia. Marcha pues el gobernador para la frontera el 5 de noviembre conduciendo con la mayor suavidad y dulzura á los voluntarios de Santiago. A su llegada, supo el nombramiento que Putapichion habia hecho de teniente jeneral en Queupuantu (1) , y que habia persuadido al anciano extoquí Lientur que se juntase á ellos. Halló en Arauco al maestre de campo muy perplejo con los auxi- liares que estaban poco firmes, no por espíritu de rebelión sino por el temor que les causaban las grandes fuerzas que llevaban los Araucanos , á los cuales pensaban , en efecto , en pasarse para salvar la vida. En este mismo tiempo , vino á presentarse al goberna- (1) García. — Keupuantü; Carvallo. — Querepoante; Tesillo. CAPÍTULO LV. 459 dor el Indio Catimala, uno de los confederados, con un prisionero mal herido que con otros cuatro había venido por la noche de espía , y queriendo llevarse un caballo que estaba á la puerta del casino de Catimala, habían sido oídos y perseguidos , quedando este prisionero. El go- bernador le hizo preguntas , y el Indio , aunque herido y preso, respondió con firmeza, que los suyos estaban acampados á seis leguas de allí , y que todos los Es- pañoles del reino no eran bastantes para resistir á siete ú ocho mil valientes bien organizados , y mandados por Putapichion y Queupuantu. Con estas noticias y "con la infidelidad que se temía de parte de los Indios auxiliares , el gobernador mismo se vio por un instante perplejo; pero luego su claro ingenio le sujirió un pensamiento que puso al punto en ejecución y fué, que acordó destacar trescientos de estos auxiliares con cien Españoles al mando de un bizarro oficial , el teniente Estevan de la Muela , contra Ilicura, de donde era toqui Keupuantú. En efecto , el 20 de diciembre , marcha Muela y vuelve con cincuenta caba- llos y veinte prisioneros, éntrelos cuales se hallaban jus- tamente tres mujeres y dos hijos de Keupuantú, que por mas seguridad las habia dejado en el monte. Es preciso confesar que si los pobres Indios auxiliares no habían sido calumniados , se habían muy pronto con- vertido , puesto que en esta expedición con Muela , la cual duró ocho dias, se portaron bizarramente. Es ver- dad que el general Laso tenia don de atracción no solo con su afable bondad sino con el celo manifiesto é ince- sante con que miraba y asistía al soldado , auxiliar como español , en todas sus necesidades. Continuamente pa- saba revistas para asegurarse del buen trato, armamento um HISTORIA DE CHILE. y vestuario , y reprendía á los capitanes cuando hallaba la menor falta. Iba en persona á las fraguas y armerías ; á los cuarteles y á los ranchos , y viendo que las raciones de pan se daban en grano y que los soldados tenían que molerlo á fuerza de brazos en una piedra, mandó y ob- tuvo que se las diesen en harina , por medio de una contrata hecha en la Concepción , con lo cual quedaron desterradas estas piedras , y el soldado aliviado de una infinita molestia. Las casas y edificios de las plazas de la frontera , que tenían techo de paja , ya en este instante , gracias al cuidado y al ojo ejercitado y celoso del señor don Francisco Laso de la Yega, se hallaban bajo de un buen tejado y al abrigo de fáciles incendios. El gobernador estaba acuartelado en Arauco con ochenta Españoles y quinientos auxiliares. Putapichion, Queupuantu y Lientur estaban en marcha sobre dicha plaza; pero el viejo extoquí se separó porque oyó cantar á ciertos pájaros , y ladrar á zorras , cosa que tuvo á malísimo agüero (1). Putapichion, que no creia en agüe- ros , continuó su marcha con sus cinco mil hombres , infantería y caballería, y estableció su cuartel jeneral á una legua de la plaza de Arauco. Laso habia mandado á Rebolledo , que estaba en San Felipe , le enviase los cien soldados de caballería que tenia bajo sus órdenes, ó que se los condujese él mismo, si gustaba de incorporársele, y dejándolo á su arbitrio. El valiente, aunque desgraciado, Rebolledo prefirió venir él mismo con los cien caballos. El gobernador , teniendo ya sus fuerzas reunidas, pasó revista y se halló con ochocientos Españoles y quinientos auxiliares. ■(1) Pérez García, refiriéndose á Molina. CAPITULO LV. llM El día 13 de enero (1) del año entrante 1631, decidido á salir á campo raso , bien que hubiese muchos pareceres de que mas valia esperar al enemigo en la plaza , el ca- pitán jeneral puso en orden sus negocios temporales, confesó y comulgó, y su ejemplo fué seguido por sus oficiales y por la mayor parte del ejército , teniendo alli ocho relijiosos y clérigos seculares. Entre los pri- meros se hallaba Fr. Francisco Laso de la Vega, so- brino del gobernador. La víspera por la noche (2), habia habido alarma ; algunas avanzadas de los enemigos habian llegado hasta la misma plaza , y Laso habia te- nido la inútil temeridad de salir en persona con alguna tropa. Algunas horas después , habian empezado á arder las casas de los contornos , y la oscuridad de la noche dio lugar á una claridad lastimosa. Un poco antes de amanecer, el gobernador mandó que se pusiesen en marcha las tropas auxiliares con escarapela blanca para distinguirlas de los enemigos (3). Formaban estas una gran guardia que muy luego en- contró á la enemiga , de cuyo encuentro se siguió una pequeña acción en la cual murieron cuatro Araucanos , y se aprisionaron dos , que dieron muy útiles señas. Los Indios auxiliares tuvieron algunos heridos por su parte , y como de común acuerdo , cada partido se replegó á su campo. Pero ya entonces , el mismo jeneral marchaba á la ca- beza de sus tropas , exhortándolas alegremente , y llegó al mismo sitio en donde la gran guardia de amigos acá- (1) Pérez García. — Tesillo y Carvallo dicen el 11. (2) Figueroa dice : « Aquella misma noche; » pero en punto á fechas, enco- jemos á Pérez García. (3) Figueroa. 462 HISTORIA DE CHILE. baba de batirse. Allí , hizo alto en una loma de suave declivio, llamada la loma de Petaco (1) , y dispuso el orden de batalla, mandando, en primer lugar, que los Indios amigos echasen pié atierra, y formasen entre los Espa- ñoles. El sarjento mayor mandaba la derecha, com- puesta de infantería; el maestre de campo Zea, la izquierda, formada de caballería, y el comisario jeneral don Alonso Villanueva mandaba la reserva, toda de gente escojida. El sol subía al horizonte , no muy radioso aquel dia , cuando el ejército español vio venir el enemigo con ade- man reposado y airoso, ó, mas bien, sereno y alegre, como si los Araucanos fuesen á una fiesta. Se componían sus filas de dos mil infantes y seis mil caballos (2) con lanzas de cuarenta palmos , unidos de modo que parecían alamedas móviles , y sacudiendo graciosamente las plumas que adornaban sus cabezas , al compás de sus instrumentos bélicos. Llegan y despliegan , Qeupuantú con la caballería á la derecha ; Putapichion , á la izquierda con la infantería. Este jeneral harenga á sus tropas , recordándoles las vic- torias que habían conseguido sus padres contra los Españoles ; casi cien años de noble resistencia , y glorias tales como las de Chillan y Cangrejeras. Keupuantú se manifiesta impaciente y quiere entrar en acción. « Démosle gusto , » dijo Laso observándole. Y Zea arranca con la caballería contra la infantería araucana ; pero esta la recibe en la punta de sus lanzas , y la caba- (1) Tesillo. (2) Figueroa olvida, — puesto que no lo ignora,— que Lientur se ha separado con dos rail hombres, y que las fuerzas araucanas quedaron reducidas á cinco mil. CAPITULO LV. 463 Hería Española vuelve la espalda. Si Putapichion hubiese aprovechado este instante, la victoria era suya, dicen todos los escritores de aquel tiempo. Irritado Laso con- tra su caballería , denuesta su retirada y la anima á dar nueva carga; porque el fuego de la mosquetería, bien que les hiciese estragos , lo despreciaban los Araucanos, que pateaban por arrojarse á ella ; pero Putapichion los contenia. Vuelve en esto la caballería española á la carga y rompe las filas (1) enemigas. Pero parece ser que en este punto Putapichion quedó gravemente herido , al mismo tiempo que su caballo , cayendo los dos á tierra , y esta fué la principal causa de la derrota. De todos modos, huyéronlos Indios, por mas que hizo Keupuantúpor contenerlos, y huyeron de manera que los infantes, muchos á lo menos , corrían tan lijeros como los mismos caballos , asiéndose á sus colas. El gobernador siguió la retirada por el espacio de dos leguas , hasta que juzgó seria conveniente dejar tomar aliento á sus soldados. Murieron en esta acción dos mil enemigos, aunque algunos han reducido su pérdida á 1200. Los prisioneros fueron seiscientos. Los caballos que se les quitaron, de tres á cuatro mil. De ios Españoles, solo dos murieron y cuatro auxiliares ; y de unos y otros hubo muy pocos heridos. El jeneral ordenó la vuelta á Arauco , á donde llegaron bastante á tiempo para cantar un Te Deum , en acción de gracias por tan feliz y brillante victoria. Laso dio gracias jene- rales á su valiente ejército, en nombre del rey, y algunas en particular ; después de lo cual , convidó á comer á todos los oficiales. (1) Carvallo dice que esta caballería fué rechazada dos veces; pero es el solo. mix HISTORIA DE CHILE. Desde el dia en que se ganó esta batalla , Chile re- nació á la esperanza. Desde entonces se multiplicaron los buenos sucesos. Los Indios habían perdido su orgullo, y sus armas su prestijio , y en la misma proporción se habia aumentado la fuerza moral del ejército español. Esta la acrecentaba Laso dando premios y recompensas á los que los habían merecido, en lo cual no se podia en- gañar, puesto que habia juzgado por sus proprios ojos. Ademas, el gobernador envió parte al cabildo de San- tiago en una carta detallada de este suceso , por medio de don Fernando de Bustamante , al cual el cabildo dio en albricias doscientos cincuenta pesos de su caja , y los oidores de la audiencia, trescientos, acordando ademas que se hiciese un presente de reconocimiento al gober- nador, enviándole un caballo de batalla, que fué el de Jusepe León, el mas lucido caballo de todo el reino, que costó trescientos sesenta pesos ; y asentando que en la batalla de la Albarrada, ejecutó la providencia divina el castigo de los enemigos sin pérdida de un hombre. Esta victoria fue celebrada en todas las ciudades de Chile, con regocijos y fiestas públicas. CAPITULO LVI. Sentimiento de Laso de la Vega de no haberse aprovechado de la victoria de la Albarrada.— Putapichion, herido, medita volverá campaña.— Sale el go- bernador de san Felipe á Quilicura. — Destaca Rebolledo con tropas liasia el Caulen.— Maloca desordenada é insubordinaciou de sus capitanes.— Felices resultados que tiene.— Pasa el gobernadora la Concepción.— Providencias civiles y militares.— Va á Santiago.— Tiene un asunto de competencia con la real audiencia.— Sentencia la de Lima en favor del gobernador. ( 1631.) Al empezar este capitulo, no podemos menos de adop- tar y exponer las reflexiones sensatas que hace Carvallo hablando de la alegría con que se celebraba el exterminio de los Araucanos. Si los Indios, dice él, hubiesen ganado la batalla de la Albarrada , toda la provincia de la Concepción hubiera corrido peligro, estando sin fuerzas para resistirles. Si el gobernador español los hubiese perseguido después de la victoria, sin dejarles descanso (1), tal vez los habría sometido, á lo menos por mucho tiempo, aunque á costa de crueldades, que , en resumidas cuentas , eran contrarias al fin á donde todas las miras se encaminaban, á saber ; á aumentar el número de los vasallos de la corona de España. Los mil y tantos de ellos (2) ó cerca de dos mil que acababan de ser exterminados eran per- (1) Carvallo olvida que los que persiguen se cansan como los perseguidos , y tienen también necesidad de descanso. (2) Según Tesillo, los Araucanos mismos contaban haber perdido, con los heridos que murieron después, dos mil cuatrocientos hombres ; y añade este autor que Laso manifestó un tardío sentimiento por haber dejado imperfecto el suceso, no persiguiéndolos. 11. Historia. 30 466 HISTORIA DE CHILE. didos para ella, y no eran estas las intenciones del monarca. Ademas de esto , al paso que los Españoles mataban á los Araucanos, estos mataban á los Españoles, y por una y otra parte , cada triunfo ó victoria era un caso lastimoso, una pérdida tan sensible como irrepara- ble. Este habia sido ya el grande error de Valdivia , que pensó mas en matar que en someter, sin reflexionar que países desiertos ninguna utilidad le podían traer al rey ni al Estado. Sin embargo , las acciones de gracias fueron entona- das en Lima por este suceso , como l-o habían sido en Chile. Los prisioneros , en jeneral , fueron repartidos en diversos presidios, y solo se reservaron en depósito los principales para canjearlos , llegado el caso. El jeneral Laso salió de nuevo y muy pronto á campaña , reflexio- nando , aunque talvez algo tarde , que la victoria pasada seria de ningún provecho si no la aprovechaba. En efecto, Putapichion , aunque herido y reducido á la inacción en Calpin, mientras sus heridas no estuviesen cicatrizadas, no dejaba por eso de pensar en salir luego á pedir á Laso el desquite de la Albarrada , y ya formaban los Indios nuevas asambleas con este objeto. Tales fueron las noti- cias que trajo el valiente Chanque, capitán de auxiliares, al gobernador que se hallaba en San Felipe, y que mandó sobre la marcha orden al maestre de campo Zea para que el 20 de enero se hallase en Negrete sobre el Biobio con las fuerzas de Arauco. Chanque, que habia estado ocho días en su descubierta, habia traído doce prisioneros mas, y decia haber dejado algunos muertos. Reunido con Zea y las fuerzas de Arauco , salió el gobernador , con mil doscientos Españoles y auxiliares, para marchar sobre la provincia de Quilicura? en donde CAPÍTULO LVI. 467 se hallaba Putapichion , esperando con impaciencia el momento de volver á campaña. Porque era Putapi- chion un guerrero no solo de corazón , sino también de una grande cabeza, que lejos de desanimarse con adver- sos sucesos, sacaba útiles lecciones de ellos. ¡Heroica constancia , — exclama Figueroa , — la de este jefe , y la de su nación ! Habiendo llegado á Velimavida , mandó que el sar- jento mayor Rebolledo se adelantase con toda la caba- llería y los auxiliares á Quilicura, mientras él se dirijia hacia el rio Coypú , en cuyo punto proyectaba aguardar el resultado de su expedición. Marchó Rebolledo resuelto á avanzar con los auxiliares hasta el Cauten , dando orden al capitán mas antiguo de los Españoles, á quien quedaba naturalmente el mando en su ausencia, para que siguiese con la demás tropa sus huellas hasta el mismo rio déla Imperial, donde le aguardaría. Adelántase Rebolledo , y á penas lo pierden de vista los capitanes y soldados que seguían á distancia , empie- zan á cavilar y á vociferar que el sarjento mayor Rebolledo habia dado esta traza á su expedición para hacer la maloca solo con sus auxiliares , y aprovecharse solo de ella. Sin decidir si esta sospecha era verosímil por habér- sela infundido, tal vez, otras experiencias de semejantes casos, los capitanes , incitados por resentimiento ó por codicia , marcharon con paso tan redoblado , que no tardaron en incorporarse con Rebolledo sobre el Cau- ten ; y allí , sin orden ni permiso , resolvieron pasarlo. Rebolledo trató de hacerles guardar el buen orden de la disciplina ya con autoridad, ya en términos de persuasión, pero perdió el tiempo , y se lavó las manos , dejándoles obrar tan locamente como les pareciese. 468 HISTORIA DE CHILE. Pasan estos revoltosos con arrebato á la otra parte del Canten , y bien que desordenados, volvieron no obstante con ciento y cincuenta prisioneros. Este feliz resultado agrió á Rebolledo, el cual juzgó que no por eso la falta de disciplina era menos digna de castigo; y de vuelta áCoypú donde los aguardaba el gobernador , le dio parte de este acontecimiento. Laso mandó al instante procesar á los capitanes por desobediencia , y aunque en virtud de no sé qué razones con que se justificaron, fuesen absueltos, les mandó quitar los prisioneros que habían hecho y depo- sitarlos en el fuerte del Nacimiento. Realmente hay culpas ó faltas felices, al paso que hay buenas acciones desgraciadas. Este rasgo de indisci- plina produjo, por lo menos, el buen efecto de poner de manifiesto el acrecentamiento de la fuerza moral del ejército español. Así lo pensó Laso, y se alegró tal vez; y así mandando poner los prisioneros en el fuerte mas cercano al enemigo , mostró que los creía muy del caso para persuadir á los de su nación que el objeto de la guerra no era la crueldad inútil, sino reducirlos al gre- mio de los Españoles. Con estas mismas miras, envió al instante una India cautiva á decirles que estaba muy dispuesto á entregarlos, si querían obedecer y reconocer por su lejítimo príncipe al rey de España ; y no fueron pocos los que aceptaron esta paz por amor de sus hijos. Si todas las expediciones tuvieran estos venturosos resultados, no habría mas que desear ; pero seria pre- ciso, para conseguirlos, que se buscasen sin pensar en intereses particulares De todos modos , ya empezaba á ver Laso que con enemigos como los Araucanos, el único medio de conquista era colonizar, no como lo habían hecho sus predecesores, sino con poblaciones numerosas. CAPÍTULO LVI, 469 Ya llegaba el mes de abril , y el gobernador determinó pasar á la Concepción para arreglar otros asuntos que no eran de guerra , y despachar un enviado á la corte con parte del estado de las cosas de Chile , verdadero Flandes americano, en donde todos se sacrificaban, con raras excepciones , por su rey y su patria. Para eso, envió de procurador á don Francisco de Avendaño , dán- dole una buena ayuda de costa de las cajas del ejército, á la que contribuyeron también las ciudades del reino. Pero este procurador hizo como todos los procuradores que iban á España; no volvió. De Madrid, fué de gober- nador á Tucuman. Por mayo, se ocupó el gobernador con la mayor aten- ción en la distribución del situado, que el virey le acababa de enviar en un navio , dando particular cuidado á la asistencia del soldado, á su calzado y á su vestuario , tan descuidados hasta entonces , que no parecían soldados españoles. Hizo un reglamento severo para cortar el vicio de jugar las prendas de vestuario , haciendo responsable de su observancia y de la cuenta y razón de cuanto se les abonaba á los individuos de sus respectivas compañías , á los capitanes de ellas. Después de esto , dio el jeneral su tiempo á la restau- ración de las plazas y edificios de la frontera. Como ya lo hemos dicho , á los techos de paja habían sido susti- tuidos buenos tejados, para hacer mas difíciles los in- cendios por parte de los Indios. En la estancia de Buena Esperanza junto al rio de la Laja, morada de gober- nadores verdaderamente militares , mandó construir una casa decente para ellos , y un fuerte para soldados, pero un fuerte que merecía este nombre. Habiéndose conten- tado sus predecesores con vivir, en la Concepción por lllO HISTORIA DE CHILE. ejemplo , en casas que parecían mas bien ruinas , mandó hacer, y se ejecutó en el espacio de dos años, sin molestar la real hacienda ni tocar en el situado , casas de un exterior imponente y regio , aplicando á esta atención encomiendas y pensiones vacantes. Evacuados estos asuntos, marchó Laso para Santiago, á donde llegó á principios de junio y fué recibido con la mas espléndida ostentación. El cabildo eclesiástico por su lado , y á su cabeza el obispo don Francisco Salcedo de pontifical , cantaron un nuevo Te Deum en honra del que este santo prelado calificaba con el título de restau- rador. Sin embargo , siempre con una idea fija en la cabeza, en medio de otras muchas, don Francisco Laso de la Vega volvía continuamente á ella. Ciertamente se mani- festó muy reconocido á las demostraciones de conside- ración y de confianza con que todas las autoridades le honraban ; pero esto no le impidió de llenar lo que él pensaba ser esencialemente su deber. Acerca de algunos bandos que había mandado publicar el año anterior sobre las obligaciones de la guerra, halló que habia habido una culpable desobediencia, á lo menos, en el defecto de lentitud, y se manifestó muy descontento. Habia habido individuos que abiertamente habían desconocido su auto- ridad , ó por mejor decir, la de la ley, negándose á ser- vir. Tuvo Laso conocimiento de estas faltas y de los que las habían cometido , y mandó arrestarlos. Este acto in- fundió y esparció ya dudas sobre si era apariencia ó rea- lidad lo que mostraba ser bondadoso ; pero Laso quiso pasar adelante , sin mirar en los inconvenientes perso- nales que podrían resultar de su firmeza. Este hecho , al parecer indiferente y de poca con se- CAPITULO LVI. 471 cuencia, se hizo grave porque ministros de la audiencia, que gozaban de grande influjo, tomaron cartas en la defensa de los acusados , y fué esta circunstancia una razón mayor para que el capitán jeneral , gobernador y presidente, se empeñase en mantener toda su autoridad dignamente. Es verdad que ignoraba Laso, acostumbrado como estaba á la regularidad y formalidad de proce- deres, que los gobernadores de Chile eran los mas fácil- mente é impunemente calumniados de cuantos han sido acusados en falso desde que hay gobernadores en el mundo. Las habladurías, y aun los suposiciones menti- rosas de que fulano ó mengano han dicho tal ó cual cosa del gobernador, no podían , á su parecer, alcanzar á una autoridad que con sus acciones desmentía las habladu- rías y falsas acusaciones. Aquí sucedió que entre los arrestados había un ciudadano principal de grande pa- rentela , y esto ponia la cosa en bastante mal estado. Con todo, no faltaban hombres de seso y bien in- tencionados que, si bien veian que Laso de la Vega obraba un poco militarmente en este asunto , pensaron que era fácil y justo el poner fin á desavenencias, ins- truyéndole acerca de ciertas particularidades concer- nientes á la sociedad de la capital. Llevadas de este buen deseo , algunas personas de consideración pidieron al gobernador mandase poner en libertad al preso , in- sinuándole que ciertas cosas graves en otras partes, no eran allí ni siquiera serias. Gustosísimo se prestó Laso á esta condescendencia, al punto en que vio que no había en el asunto mas que una falta de formalidad habitual. El habitante salió de su arresto ; pero el mal estaba hecho, es decir la ofensa recibida, y el amor propio ajado , tanto mas , cuanto el jeneral , por respeto á la ley 472 HISTORIA DE CHILE. y al buen ejemplo , exigió que él ó sus deudos diesen fianza , y lejos de querer conformarse con esta condición, el ciudadano de Santiago y sus parientes apelaron á la audiencia pidiendo aclaración del motivo del arresto ; por lo cual, el asunto dejeneró en competencia entre autori- dades y jurisdicciones diversas. Y lo peor fué que Laso, mas militar que otra cosa, quiso vencer de golpe ; y que los oidores, mas acostumbrados á los trámites lentos de procedimientos jurídicos , manifestaron poseer una grande dosis de madurez y sangre fria. En efecto , los culpados alegaron , en disculpa de su desobediencia, una real cédula de 1612, que los dispen- saba del servicio. La audiencia decía que la materia era de resorte suyo. Laso sostenía que á él solo pertenecía el juzgarla. Traslado al virey. El conde de Chinchón pre- senta el punto á la decisión de la audiencia de Lima, que juzga la causa en favor de la autoridad militar, y, en efecto , el rey mismo confirmó posteriormente este juicio. Don Francisco Laso usó jenerosamente de esta sen- tencia, no volviendo á hablar mas del asunto, con lo cual sometió mas corazones que si hubiese usado de su de- recho y hubiese operado reformas. Pero hizo mas, como si nada hubiese pasado, dio un dia magnífico de campo á los principales de Santiago, entre los cuales se hallaban los culpables, y muchos detractores suyos. CAPITULO LVÍI. Continua malo de sus heridas Putapiehion. — Qeupuantu elejido toqui. — Su sorpresa , su valentía, y su muerte. — Sana Putapiehion y vuelve á campaña.— Sucesos déla correría que los Españoles hicieron hacia el Cauten y la Imperial. (1631— 1G32.) Tardaba el gran Putapiehion en curar de sus heri- das (1) , y los Butalmapus le dieron por sucesor á Qeu- puantu, que hemos visto mandando una de las alas del ejército araucano en la batalla de la Albarrada. En este instante , hallamos á Qeupuantu alojado en un profundo valle , rodeado de bosques , en el cual había construido una habitación ó casina con cuatro puertas para que fuese mas difícil sorprenderle. Pero antes de irle á buscar allí, veamos qué hacían los Españoles de la frontera , mien- tras el jeneral Laso se hallaba en Santiago ocupado du- rante el invierno. Esta estación , aquel año , fué sumamente benigna , y el maestre de campo don Francisco de Zea aprovechó de esta circunstancia feliz para hacer continuas correrías en país enemigo, especialmente en llicura y en Puren , como depósitos y puntos de reunión de los Araucanos. Qeupuantu, que era caviloso , ó previsor, pensaba pro- bablemente que el gobernador español no le dejaría des- canso, y que tal vez maquinaria algo contra su solo in- dividuo ; y, en efecto , no se engañaba el nuevo toqui ; (1) Pérez García da á entender que Putapiehion ha muerto, diciendo que los Butaimapus tenían el sentimiento de haberlo perdido. — Era un error, como se verá. *m\ klk HISTORIA DE CHILE. porque realmente Laso hacia cuanto podía para empeñar, hasta con dádivas , los Indios amigos de Arauco para que se le entregasen muerto ó vivo. Con este fin , destacó sobre Ilicura cien Españoles y trescientos auxiliares con el mayor sijilo , y encargo muy especial de guardar buen orden. Llegan á la salida de unos bosques que rodeaban el valle en donde moraba Qeupuantú, sin haber sido descubiertos, un poco antes de la mañana, é inmediatamente forman dos emboscadas con dos trozos , mientras el tercero ataca la casina de Qeupuantú. Pero este, que, aun durmiendo, no dejaba de la mano su lanza, salió por la puerta opuesta al ataque y se entró en el monte como una visión. Los Españoles se retiraron para ver si saldría , y en efecto volvió con unos cincuenta hombres armados con lanzas y adargas. Una de las dos emboscadas los atacó con denuedo; pero ellos se defendieron con no menos , hasta que Qeupuantú se vio herido, y ejitonces se volvieron á internar en el monte dejando algunos muertos. Imajinando los Espa- ñoles que tai vez creería que no había mas emboscada que la que le acababa de atacar, y que si esta se alejaba , tal vez volvería , se retirazon con muestras de marcharse desanimados de poderle cojer. Cae Qeupuantú en el en- gaño , ó bien sale resuelto á vengarse ; sale, decíamos , mas airoso que la primera vez, y con mas jente, denos- tando y llamando á combate á los Españoles. Era ya día claro á la sazón , y descúbrese de repente la segunda emboscada tan oportunamente, que no le deja tregua ni lugar para volverse á ocultar. No le que- daba ya al jefe araucano mas recurso que su brazo y su lanza, y, es preciso confesarlo, uno y otro eran formi- CAPITULO LVII. 475 dables. A pesar de su inferioridad numérica, pelea y resiste con firmeza. Caen los suyos junto á él , y continua peleando , nombrándose con altivez, y gritando con voz espantosa : « Yo soy Qeupuantú el que ha dado muerte á tantos de los vuestros ; » ( porque parece que es esta de- claración á la faz del enemigo la mayor prueba para ellos de valentía ) « quisiera exterminar á todos los Españoles y tener mil vidas para perderlas todas por la patria y por la libertad (1) ! » Oyendo esto Loncomilla, hijo de Catimalá coman- dante de los auxiliares , se arroja á él lanza en ristre , y empezó entre ellos una singular y atroz batalla. Fuertes, violentos , feroces y diestros á la par , se tiran botes tre- mendos de lanza y los paran largo tiempo sin herirse, hasta que se les rompen las hastas. Entonces , como de común acuerdo , alzan con sus brazos poderosos en alto sus macanas que caen par algunos instantes en vago, y hacen temblar la tierra. Enfin , se declara la suerte por Loncomilla , y de un golpe acertado aterra á su contra- rio, haciéndole la cabeza mil pedazos (2). Murió el ter- rible Qeupuantú con veinte y tres heridas que habia recibido en aquella madrugada. Pero no por eso se retiraron ni se acobardaron los suyos; lejos de eso , continuaron batiéndose como fieras , y todos murieron, menos doce que fueron rodeados y prisioneros. (1) ¿No es tan heroico esto como el ahora nazco , pues que así muero de Epaminondas? — Figueroa. (2) Tcsillo, que cuenta poco mas ó menos este suceso en los mismos térmi- nos, varia la conclusión, diciendo que Loncomilla, después de rota su lanza, hirió á Qeupuantú en la cabeza con un alfanje que tenia ceñido. Sin duda este autor es una autoridad ; pero la narración de Figueroa, y otros que la cuentan como él , nos ha parecido mas conforme á los usos araucanos.— Pérez García contesta este combate singular, aunque confiesa que Loncomilla mató á Qeu- puantú. 476 HISTORIA DE CHILE. El nombre de Laso fué ensalzado á lo mas alto en esta ocasión. Ya se pensaba que los Indios de llicura, des- animados para siempre , pedirían la paz y se retirarían á la Imperial. Vanos cálculos. Los Indios de llicura se reunieron para hacer honras fúnebres pomposas, á su manera, al ilustre jeneral que habían perdido ; y después de haberlo llorado , le buscaron un vengador, nombrando en una junta plcnaria para sucederle en el mando, aun pariente suyo, el cual se llamaba justamente Loncomilla, como el Indio auxiliar que había dado muerte áQcupuantú. El nuevo toqui se disponía ya para entrar en campaña, y por primera providencia quería cortar la comunicación á los Españoles con Arauco ; pero Zea que lo supo, fué con los mismos cuatrocientos hombres, sorprendió com- pletamente á Loncomilla, que no tenia consigo mas que cincuenta hombres con los cuales se defendió hasta mo- rir, y desbarató tocios sus planes, volviéndose con pri- sioneros, ganado y caballos. Mientras tanto , por la parte de San Felipe, Rebolledo tenia la misma feliz suerte , y aun mas feliz , puesto que, ademas de su éxito en muchas correrías , tuvo la ventaja mucho mas apreciable , de atraer á la paz los célebres Pehuenches, y lo que mas es, por auxiliares con sueldo, haciéndoles opimas promesas. En cuanto á promesas, dice Carvallo , Rebolledo era tan liberal cuando rajaba y cortaba en paño ajeno, como apretado en lo que le interesaba personalmente. Estos Pehuenches , que Tesillo llama Veliches y que califica de ingratos , eran muy valientes y no menos san- guinarios, y si se redujesen sin restricción interior, se- rian muy útiles; pero el mismo autor añade que siempre era preciso estar mirándoles á la cara para ver de des- CAPÍTULO LVII. 477 cubrir lo que tenían en el pensamiento. De todos modos, ninguna de las grandes ventajas conseguidas por los Es- pañoles antes del invierno, ni durante esta estación, en la cual se les cojieron mas de seiscientos prisioneros, mil caballo?, y muchas cabezas de ganado ; ninguna de las correcciones crueles que creían haber dado á los Araucanos, bastó para enfriar su ardor belicoso, su amor á la patria y á su independencia. Mientras que los Espa- ñoles creían lo contrario, los Araucanos proyectaban darles nuevas pruebas de que era tiempo perdido todo cuanto se hacia por someterlos. En efecto, cuando menos lo aguardaba, recibió parte Laso de que hacían llamamiento jeneral de sus provin- cias para un poderoso esfuerzo que querían intentar, mandados por Putapichion, el cual , después de haberse consumido mucho tiempo de impaciencia, se veia ya en estado de volver á las armas , sin recordar en ninguna manera lo que acababa de padecer. Tesillo , con grande sorpresa nuestra, opina que Putapichion, en punto á valor y á consejo , tenia muy poco de ambas cosas. Sin duda , este autor no estaba enterado de ¡os antecedentes de Putapichion , é ignoraba , cosa imposible , Chillan , las Cangrejeras y la capa de grana de su jeneral. Eníln , informado el gobernador de que este jefe arau- cano tenia sus fuerzas reunidas , salió á buscarle él mis- mo de la frontera de San Felipe , á principios de enero 1632 , con mil y ochocientos hombres entre Españoles y auxiliares, y se fué á acuartelar en Curalava. Una vez allí, mandó al sargento mayor Rebolledo con caballería á correr por Piepocura , con orden de replegarse á él en Quiliin, donde le aguardaría. Apenas el gobernador había tenido tiempo para alo- 478 HISTORIA DE CHILE. jarse en Quillin , cuando ya Rebolledo estaba allí de vuelta de su correría con trescientos prisioneros y seis mil cabezas de ganado. Esto pareció tan inaudito , que algunos capitanes viejos decían á Laso que era esta presa un verdadero triunfo, y que merecía la pena de no exponerse á perderlo , en el supuesto de que los enemigos vendrían a recobrarlo á toda costa. Laso fué de parecer contrario, respondió que si con presas semejantes se contentaban , la guerra de Chile seria eterna ; que no habia levantado el campo para venir á apoderarse de un vil botin y de algunos esclavos, sino para servir al rey y al estado batiendo á los Araucanos ; que semejantes pa- receres podrían serles muy perjudiciales para su honra y reputación , puesto que dejarían creer servían mas por ínteres propio que por el honor militar y gloria de las armas españolas, y que, enfin , si esta presa habia de aumentar el rencor de los enemigos y hacerles venir mas pronto alas manos con su ejército, esta seria su mayor utilidad. « Seamos dignos de nuestros antiguos Españo- les , que han hecho cosas mas grandes que nosotros , concluyó el gobernador, dando fin glorioso á esta guerra, y eterna memoria a nuestro nombre. » Dicho y hecho, don Francisco Laso fué á Repocura, donde se habia ejecutado la fructuosa maloca , y los ca- ciques de la provincia le enviaron á suplicar tratase bien á los prisioneros. La respuesta fué , que no solo pensaba tratarlos bien , sino que estaba muy dispuesto á resti- tuirlos , si aceptaban la paz ; y, en efecto , la aceptaron. El jeneral permaneció tres días en aquel amenísimo valle, regalando á su ejército con carnes, frutas y legumbres. Al cabo de estos tres dias , marchó para la Imperial , lugar de tristes y dolorosas memorias. Hallándose á CAPÍTULO LVII. Ü79 orillas del Cauten , á media legua de esta antigua plaza de milagros de valentía y de padecimientos, mandó que se hiciesen agresiones para irritar al enemigo , que- mando casas y saqueándolas ; pero ni un solo enemigo se mostró. Lejos de eso , el gobernador no vio mas que mensajeros con súplicas para que pusiese fin á los estragos que cometían los Españoles. Tras de los mensajeros le vinieron muchos caciques que recibió con la mayor cortesía y agasajo , pregun- tándoles porque no se acojian á la paz á fin de ahorrarse aquellos estragos de la guerra. La respuesta fué que lo harían de muy buena gana si los Españoles estuviesen siempre allí para protegerlos ; pero que luego que se mar- chasen , vendrían los guerreros de Ilicura y de Puren á castigarlos por haber estado en relación de amistad con sus enemigos. Esto se pasaba la víspera de Navidad. Al dia siguiente, marcharon los caciques muy pagados del recibimiento que les había hecho el gobernador, y este canjeó el mismo dia muchos prisioneros. Con esta ocasión , supo que los enemigos se hallaban con mil y quinientos hombres á la otra parte del Cauten y que aguardaban por refuerzos. Sobre la marcha, el jeneral mandó pasar el rio á Zea con mil caballos, llevando en ancas alguna infantería para dispersarlos. Pasó Zea ; pero el enemigo se retiró apresuradamente , y el maestre de campo mandó á sus tropas talar y saquear. Con esto vinieron á implorarle con regalos y ofertas, pidiéndole ne les hiciese tanto mal. Sin embargo, no era la intención del gobernador destruir y arruinar. Lo que quería era imponer. Por eso se vé que si con una mano manejaba la espada , con la 480 HISTORIA DE CHILE. otra concedía jenerosamente todo cuanto le pedían , bajo la sola condición de la paz. Por desgracia, aunque pro- gresaba, lo hacia, por decirlo así, paso á paso y lenta- mente. Pero esta era la naturaleza de los Araucanos. Por donde quiera que marchase el ejército español , se veian enemigos sin poder venir á cabo de ellos, por mas que se hacia , hasta que un dia Catimalá imaginó un ardid que vamos á referir. Formaba él con los auxiliares la vanguardia, y con mucha destreza marchó de manera que luego se halló á retaguardia, con el fin de que el enemigo no le viese por de pronto. Entretanto, dijo al jeneral que era precisóle permitiese simular un ataque contra la verdadera reta- guardia española, la cual simularía una defensa, y que él se retiraría como rechazado á ponerse bajo la protec- ción de los enemigos. Lo permitió Laso, y Catimalá ejecutó su maniobra con el mayor éxito. Al punto en que habiéndose retirado lo bastante, vio venir á su socorro los Araucanos, que lo creyeron suyo, los atacó, mató á veinte é hizo once prisioneros. Por otro lado , mientras el gobernador hacia esta cam- paña con tan felices resultados, los Indios de llicura, mandados por el caudillo Huenucalquin , que había sido nombrado á la muerte de Loncomilla, se arrojaron im- petuosamente sobre el territorio de Arauco, incendiaron la parcialidad de Carampangui y capturaron mujeres indias de los de paz. Catimalá que lo supo, corrió, con el beneplácito del gobernador, y sostenido por Zea con alguna caballería, para ir á vengarse y á rescatar las mujeres de Arauco. Los de llicura conocían el carácter de Catimalá, y seguros estaban que vendría á sorpren- derlos, si podía. En consecuencia, pusieron centinelas CAPÍTULO LVII. m sobre todas las alturas de Paren para no serlo ; pero la caballería española operó con tanta celeridad, que aunque las centinelas que vieron venir á los Españoles, dieron parte al instante, cuando los de Ilicura se hallaron formados para resistir, ya Zea estaba de vuelta con cin- cuenta prisioneros. El conjunto de operaciones arriba relatadas compu- sieron lo que se llamó ¡a campaña de la imperial, cam- paña fructuosa en sucesos venturosos para las armas españolas, y en la cual se cogieron un total de quinientos prisioneros, doce mil cabezas de ganado, mil caballos; se dio muerte á ciento y setenta enemigos ; fueron resca- tados muchos Españoles cautivos, y reducidas á la paz sesenta familias con sus jefes. Pero todo esto no procuró ni paz, ni descanso para el ejército español. Parece cosa increíble, pero así fué. De regreso de esta campaña, don Francisco Laso repartió sus fuerzas entre las plazas de San Felipe de Austria y Arauco, y él se retiró ala de Buena Esperanza , llamada también estancia del rey. Estas disposiciones ya tomadas , y la tropa estando con descanso en sus cuarteles , los Araucanos de Puren y de Ilicura empezaron de nuevo á inquietar la frontera , y siempre se llevaban algo; hombres, ganados ó caballos. El gobernador empezaba á convencerse de que por los medios empleados hasta entonces no era probable poder someter á estos intrépidos enemigos , los cuales, ademas de su arrojo, tenían en su favor la naturaleza del país que los protegía. Muchas veces había entrado en consejo con el maestre de campo y el sárjenlo mayor para haber de dar traza de someterlos, ó á lo menos de reducirlos á la inacción. Pero era una cuestión sobre la cual no se hallaban de acuerdo nunca, puesto que Zea -y Rebolledo 11. Historia. 31 482 HISTORIA DE CHILE. eran de parecer de que, para conseguirlo, lo mas conve- niente seria invadir su territorio continuamente con par- tidas volantes durante el invierno , y cortarles los víveres por el verano; y que Laso no opinaba lo mismo. Sin embargo en esta ocasión , que era oportuna , puesto que ya estaban en el mes de abril, dejó al maestre decampo seguir su idea y marchar contra Ilicura. Marchó Zea con designio de sorprender al enemigo; pero este, que estaba sobre aviso ,habia puesto escuchas y centinelas por todas partes, y la marcha de los Españoles fué descubierta. Mataron estos ocho centinelas y luego finjieron retirarse, dejando una emboscada de trescientos auxiliares y cien Españoles. Los de Ilicura cayeron en ella y perdieron ochenta hombres muertos , y ciento y veinte prisioneros con algunos caballos. Verdaderamente son cosas, no diremos precisamente increíbles, pero sí incalculables : los Españoles mataban y aprisionaban tantos Araucanos, cogían tantos caballos y ganados , que ni de hombres ni de estos animales debía de quedar uno en las tierras de los Indios. CAPITULO LVIII. Exageraciones de algunos historiadores. - Preparativos de Huenucalquin. - \ale á buscar Laso. - Operaciones de la campaña. - Socorro de tropa á fucuman para someter ios Indios sublevados. - Vuelve el gobernadora Santiago. - Sucesos de Rebolledo en San Felipe, y de Zea por Arauco. - ¡\ueva campaña hecha por el gobernador.- Su éxito. ( 1632—1634.) Digámoslo , aunque nos pese , La historia se resiente muchas veces de cierta exajeracion muy loable porque procede de sentimientos nobles y jenerosos. No diremos que hay en los datos de don Santiago Tesillo ausencia de verdad, puesto que otros autores, y entre ellos Fi- gueroa, concuerdan con él , aunque parece que muchas veces se fundan en sus mismas aserciones ; pero lo cierto es que, según las actas del cabildo de Santiago, el gober- nador había salido de allí tan alarmado con lospartesque le habían venido de los aprestos formidables de Huenu- calquin, que habiéndose puesto en marcha el 18 de no- viembre, el n ya estaba en Teño, el 7 de diciembre en Yumbel y el 25 de enero del año entrante 1632 , en la Concepción. Pero luego vio que le habían abultado mucho , mu- chísimo las fuerzas de Huenucalquin, y noobstante, aunque el virey del Perú le había enviado un refuerzo de doscientos cuarenta hombres con pertrechos, aun ha- bía pedido refuerzos á Santiago, refuerzos que el ca- bildo, asesorado con la audiencia, no habia creído posible enviarle, en atención á que estaban amena- 484 HISTORIA DE CHILE. zados de una nueva invasión de corsarios, y que ya los hombres que la ciudad tenia á su disposición no eran de- masiados para vijilar mil y quinientos Indios y dos mil negros , — enemigos domésticos, —que habia en ella. Estas son particularidades que aclaran mucho la ver- dadera importancia de los hechos, y, francamente, no pueden menos los lectores de estar reconocidos á estas rectificaciones de los cabildos, puesto que por ellas pue- den formarse juicios mas exactos de verdad , sin admi- rar menos los interesantes servicios hechos á la causa por ilustres militares. Igualmente, vemos que , el 17 y 23 de octubre del año anterior, el cabildo de Santiago ha hecho una especie de ley suntuaria , compuesta de catorce artícu- los , arreglando los trajes y otros gastos excesivos que acarreaba un lujo desenfrenado ; particularidad digna de notarse en cuanto contrasta de una manera casi cho- cante con los apuros y apocamiento en que clecian se hallaban aquellos vecinos ; y esta ley , creemos haberla visto atribuida al gobernador don Francisco Laso y á sus miras lejislativas , para las cuales tenia la misma ap- titud que para las grandes operaciones militares, sin que Tesillo haga mención del cabildo. Enfin , el cabildo dice que desengañada S. S. de que no habia mucho que temer de las amenazas de los Indios, se habia mantenido en la Concepción , sin salir á campaña hasta el 26 de abril , y que el 5 de junio ya se hallaba invernando en Santiago. Estas contradicciones son crueles, puesto que sabemos, sin que pueda quedarnos jénero de duda, que Laso es- taba por Natividades en la Imperial ; que envió a la otra parte del Gauten á Zea contra Putapichion; que CAPITULO LVIII. 485 hizo rescates , atrajo Indios á la paz , y se cogieron en esta campaña gran número de prisioneros , con presas de ganados y caballos. ¿A quien creer en tales casos? — A todos, salvo una ligera sustracción en la suma de exajeraciones. Porque cada cual cuenta su historia, y no podemos desconocer que Tesillo servia de cerca con el gobernador , á quien tenia un apego , que , tal vez , no le permitia de ver sus cosas si no es con anteojos de aumento. Otros autores, sin dejar de ser justos, y aun también entusiastas para con don Francisco Laso de la Vega, con- fiesan que era este gobernador mas rígido que concilia- dor, y mas militar que político. Ciertamente habia tenido grandísimas dificultades que vencer, y obstáculos que su- perar para poner las cosasde laguerraen el esíadoen que estaban en aquel entonces ; pero también habia sido par- ticularmente atendido por el conde de Chinchón , y ayu- dado por los cabildos de Chile. Bien que Laso se hubiese portado como buen caballero cuando la audiencia de Lima sentenció en su favor sobre la oposición de compe- tencia entre él y la de Santiago de Chile, hubiera podido evitar estos choques teniendo presente que los cabildos hacian mucho mas de lo que les era buenamente posible con el mas admirable celo ; que la real audiencia repre- sentaba muy de cerca la autoridad real , y que los veci- nos de Santiago , lo mismo que los habitantes de otras ciudades , no habían dejado de pagar la deuda grande de un ciudadano á su patria, sirviéndola con vida y bie- nes. ¿De qué importancia eran algunas excepciones, poquísimas, para fundar en una infracción muy du- dosa , si se atiende á la real céduda de 1612 en favor de los vecinos de Santiago , un asunto gravísimo de estado? 486 HISTORIA DE CHILE. — De ninguna , y realmente Laso lo hubiera evitado , si á su noble enerjía militar, hubiese querido añadir un poco de sangre fria política. En primero de marzo , el cabildo de Santiago habia acordado conceder armas, pólvora y municiones, — al fiado por un año, — á los procuradores que le habían enviado con este fin las ciudades de Cuyo, Mendoza y San Juan , para defenderse, — si llegaba el caso, — contra los Indios de la Riojay de Tucuman, que estaban sublevados. En la misma época, sin duda alguna, el virey conde de Chinchón habia pedido á Laso enviase, — noobstante sus propias necesidades , — un socorro de tropa á don Felipe Alburnoz, gobernador de Tucuman, para someter á estos mismos Indios que eran los Calchiaques. Laso cumplió con esta orden enviando al correjidor de Men- doza, don Juan Aldaro, con un escuadrón á Tucuman. Pero cuando lo hizo , se hallaba en la plaza de Buena Esperanza , como lo dice Carvallo ; y sin embargo , se- gún Tesillo, una de las grandes atenciones que llamaban ahora el capitán jeneral á la capital, era el dar cumpli- miento á esta misma orden del virey. Ciertamente, el punto donde estaba Laso entonces importa bastante poco al fundamento de la historia ; pero por otro lado , anuncia cierta composición en el plan del relato , que puede , tal vez, causar alguna confusión en el orden de los hechos ; bien que en esta circunstancia no la haya. En efecto , el escuadrón que fué al socorro de Tu- cuman produjo el resultado que se pedia , cooperando eficazmente á la sumisión de los Calchiaques , en la que tuvo gran parte el jeneral don Jerónimo Luis de de Ca- brera, no solo con su persona sino también con sus bienes. CAPITULO LVIII. 487 Estos Indios, después de sometidos, fueron tras- feridos á Buenos Aires , en donde se fundó con ellos la población de los Quilines. Parece , entre tanto , que mientras el gobernador es- taba en Santiago, Putapichion y Huenucalquin conti- nuaban pasando y repasando el Biobio, mal que le pesase al sarjento mayor Rebolledo ; el primero por la frontera de San Felipe, y el segundo por la de Arauco. Era un modo muy particular de hallarse aterrados. Picado Re- bolledo de estas burlas , pasó el Biobio con una columna lijera por la plaza del Nacimiento, y en Puren , entró en la ciénega , á cuyas orillas vio las balsas de los enemi- gos. Con esta descubierta aguardó la noche , pasó el lago con su tropa , y al amanecer cayó sobre las casinas en las cuales cautivó unos cien hombres y mujeres, y dejó á otros muertos. Después de lo cual quemó las habita- ciones y cuanto tenian los indios, que quedaron tan ate- morizados , dice Carvallo , que durante mucho tiempo no se atrevieron á asomarse á la frontera. Sin embargo , uno de los prisioneros que Zea había hecho en llicura le dio parte de que en los montes de Puren habia un lugar muy oculto , guardado por muchas centinelas avanzadas, y que servia de punto de reunión á aquellos Indios guerreros. Este prisionero delator de los suyos quería gozar pacíficamente en el seno de su fa- milia , cautiva también , de la paz que le ofrecían , y se aventuró á servir de guia á los Españoles eri esta expe- dición. El maestre de campo destacó al teniente Muela con cuatrocientos auxiliares y doscientos Españoles. Con Muela iba también un capitán de auxiliares llamado Phe- lerengel. Marcharon sijilosamente y llegaron cerca del sitio indicado , en donde habia una parte de los Arauca- 488 HISTORIA DE CHILE. nos resueltos á marchar contra Arauco. Se echaron de repente y por sorpresa los Españoles sobre ellos , mata- ron unos setenta é hicieron cien prisioneros. Espárcese esta noticia , tocan al arma los Indios, salen los setecientos y siguen á Muela , que ya se retiraba con orden. Le pasan á vanguardia , se sitúan ventajosamente y empiezan una acción contra los Españoles. Por des- gracia , aquel dia , llovía copiosamente y las armas de fuego les eran de muy poca utilidad , por no decir de ninguna. Por consiguiente, tuvieron que batirse al arma blanca ; pero aun conservaban ventaja, y el enemigo se hacia ya atrás ; mas fué para volver á la carga con mas ímpetu á fin de romper las filas españolas, intento que no consiguió, porque los Españoles, se mantuvieron firmes como rocas. Retroceden segunda vez los Araucanos con el mismo designio , y los Españoles, que por lo malo del terreno no podían tenerse en pié , ni hombres ni caballos, empezaron á retirarse. Pican los Indios la retaguardia y cargan en diferentes puntos hasta cinco veces, cuando ya á los Españoles se les caian las armas de las manos por el frío que les cortaba la respiración ; de suerte que treinta Españoles murieron en esta ocasión , y otros mu- chos después, á consecuencia de las fatigas y de la incle- mencia de los seis dias que habiadurado esta expedición, escrita por este tenor de la misma mano del maestre de campo Zea (1). Al mes de julio siguiente, destacó Zea otra columna de cuatrocientos Españoles y cien auxiliares sobre Puren , y esta columna volvió á los catorce dias con ochenta y siete prisioneros y trescientos caballos, habiendo muerto á (1) Figueroa, cuya narración adoptamos, añade que ya los combatientes no se daban cuartel. CAPITULO LVIII. 489 muchos enemigos, de los cuales, por esta parte, ya no se vio ninguno hasta en el mes de agosto (1). Es decir que por ninguna parte habia ya que temerlos, pues por San Felipe, Rebolledo los habia arrojado á la Imperial. Y con todo eso, Tesillo, que pone el hecho de Ilicura en el mes de julio , dice : « que no habia que- dado que hacer á las armas españolas hasta el de agosto. » ¡ Qué ceguedad! Mientras tanto , don Francisco Laso de la Vega lle- naba sus deberes de presidente de la real audiencia de Santiago ; y como ya estaba en el tercer año de su go- bierno , conocia mejor la naturaleza de los hombres y las cosas del reino de Chile. Justo con todos los que pedían justicia , mezclaba con ella una particular benevolencia hacia los hijos del país, y empezó á ser mas querido ; por- que hasta entonces , este ilustre gobernador habia inspi- rado mas respeto que sentimientos de afecto, por la razón de que era mas imponente que llano, sintiéndose siem- pre revestido de la severidad que dan al exterior cuida- dos abstractos y serios. La autoridad que le daba sobre los ánimos su acierto en operaciones militares, nadie re- cordaba la hubiese gozado ninguno de sus predecesores. A 16 de noviembre , se fué de Santiago á Yumbel , sin que se hubiese sabido la causa de esta marcha repen- tina. Sin ninguna duda, dice Pérez García, tuvo aviso secreto de algunas de las correrías felices de Huenucal- quin , de que habla tanto Molina ; pero, sea lo que fuere, todo el mes de diciembre lo pasó en paz , bien que ocu- pado en preparativos para salir á campaña. Según Gar- (1) Tesillo.— Estos prisioneros contradicen á Figueroa. ¿ A quien creer? Francamente y en conciencia, á este. Vemos demasiada exaltación en Tesillo, y algunas veces, poca sinceridad. 490 HISTORI4 DE CHILE. cía , reunió mil y quinientos hombres, pasó el Biobio en busca de Huenucalquin ; no le halló , y se contentó con hacer trescientos prisioneros en Repocura. El 26 de abril 1633, ya se hallaba de vuelta en la Concepción, en donde se mantuvo hasta el 23 de junio , en que las cre- cidas de los rios habiéndolos hecho invadeables , volvió á invernar en Santiago. El 29 de julio , llegó á esta capi- tal ; visitó el partido de Aconcagua el dia 20 de octubre ; volvió á salir para la Concepción el 17 de diciembre, y llegó á esta ciudad á la entrada del año 163/i. Así se pasó el verano de 1633 , según García ; pero Tesillo es algo mas explícito. Según él, el gobernador, habiendo salido á campaña á principios de enero, y des- pués de haber concentrado sus fuerzas en Negrete , mar- chó sobre el rio Coypú , á orillas del cual se acuarteló. Desde allí dio orden á Rebolledo para que marchase con toda la caballería contra Pellaguen , confinante á Puren, y tan tenaz en la resistencia como esta. Rebolledo tuvo poco ó nada que hacer en esta marcha , por la razón de que los enemigos estaban ocultos en los montes. Algunos temerarios hubo que quisieron oponérsele y perdieron la vida en la demanda ; otros fueron cogidos , y con estos y algunas familias , se incorporó con el jeneral en Coypú. A su vez , Laso marchó con todas sus fuerzas á Puren, con el solo fin de molestar á los Araucanos cortándoles los víveres, que es lo que mas sienten. Sin embargo, no se mostraron en masa, sino por pequeños destacamentos diseminados por todo el terreno que ocupaba el ejército español. A fuerza de ser molestados , algunos se acojie- ron á la paz, y entre estos, uno fué un principal cacique llamado Guayquimilla , con setenta personas de su fami- CAPITULO LVIIÍ. 491 lia y allegados. A pocos dias, se creyó ó se supo que esta acojida á la paz no era sincera y sí fmjida, y el gobernador mandó prender á Guayquimilla, el cual vi- vió y murió en una cárcel con muestras de cristiano. Pensando en retirarse, no quedándole nada que hacer allí al ejército , el jeneral mandó disponer, el dia mismo de la salida, una emboscada de cuatrocientos Españoles y auxiliares al mando del capitán Vázquez de Arenas , en la cual cayeron los enemigos dejando algunos muer- tos y muchos prisioneros. Es increíble cuan fácilmente caian los Araucanos en emboscadas, por mas que esto les había sucedido tan frecuentemente. Es una particula- ridad que ensalza , mas que otra alguna , el valor arro- jado de estos intrépidos guerreros. El gobernador mandó dar muerte á estos infelices prisioneros (1). (1) Tesillo. — Bien habíamos pensado, dando crédito á Flgueroa cuando nos aseguró que ya no se daba cuartel. Lo mas increíble es que Tesillo aplaude esta acción de Laso, diciendo que se debia hacer lo mismo con todos. CAPITULO LDL Nuevas sorpresas ele los Indios.— Pntapicliion se prepara á salir con grandes fuerzas á campaña. — Vale al encuentro Laso; pero no le espera el jefe araucano. — Dispersa este sus fuerzas. — Causas de las malocas y correrías por parte de los jefes españoles. — Diferentes correrías y sucesos de Laso hasta que regresa á la Concepción. (1634.) El gobernador se retiró para la Concepción, y apenas había vuelto las espaldas , cuando los pobres Indios sa- lieron de los montes para ver si les había quedado algo y para levantar otras habitaciones, puesto que todas las que tenían estaban abrasadas. Se hallaban ocupados en esta faena con una perseverancia admirable , y en medio de ella se vieron de nuevo asaltados por setecien- tos Españoles y auxiliares que el gobernador echó sobre ellos , desde que supo que habían salido de los montes. Esta nueva expedición regresó al cabo de nueve diascon ochenta prisioneros y trescientos caballos. ¿No seria tal vez esta expedición la repetición de otra? — No. Nos hemos asegurado bien de ello, real- mente cansados de asentar las mismas acciones y los mismos resultados por todos lados, sin fin ni objeto posi- bles. Pues aun, el gobernador volvió atrás, antes de verificar su regreso á la Concepción , con la noticia de que Putapichion se preparaba á salir con nuevas y mayo- res fuerzas á campaña. Salió aun otra vez de San Felipe, y tomó posición sobre el rio de la Laja; pero Putapichion, lejos de presentarse, dispersó su ejército. Para asegu- CAPITULO LiX. /l9S rarse mas del hecho y experimentar ía fidelidad de los de Puren que últimamente se habían acojido á la paz, los envió mezclados con auxiliares experimentados á Pu- ren mismo , y surtieron tan bien , que á los siete dias , volvieron con cuarenta y cinco prisioneros mas, los cua- les confirmaron la noticia de la dispersión de las fuerzas de Putapichion. Con esto Laso se retiró tranquilo á la Concepción. Allí, su espíritu activo se ejercitó en obras de utilidad. La falta de un almacén de pólvora y las continjencias desgraciadas á que esta falta podia dar lugar, llenaron su atención , y mandó construir una casamata para este objeto. Tras de esto, hizo un arsenal de artillería que no existia ; un cuerpo de guardia y una sala de armas , que podia competir con las mejores de Europa. Estas cons- trucciones militares ocasionaban necesariamente las de otras casas para empleados , y contribuían á hermosear la ciudad que, como ya hemos dicho , era no solo capi- tal de las plazas de la frontera, sino también puerto de mar, y merecía poseer la real audiencia, dice Tcsillo, el cual parece persuadido que ha sido una equivocación el tenor de la real cédula que la hizo restablecer en San- tiago, á donde necesariamente los gobernadores tienen que ir para presidirla ; cosa irregular que carece de fun- damento, y causa graves inconvenientes. Estaba pues el gobernador por abril en la Concepción con pocos ánimos para bajar á Santiago por causa de su salud delicada ; pero por esto mismo , la Concepción no le era muy favorable , puesto que el invierno aquí es mas riguroso con lluvias y vientos del norte. Sin em- bargo , tanto hicieron la audiencia y el cabildo rogán- dole fuese, que al fin , se resolvió áir. Y este es el caso DH m HISTORIA DE CHILE. de decir que hay grandes inconvenientes en este viaje, puesto que la ausencia del jefe del ejército puede acar- rear graves resultados. Esta ausencia tiene lugar justa- mente durante la distribución de los situados , y no es difícil comprender que estas distribuciones serian mucho mas satisfactorias para todos los interesados en jeneral, pero particularmente para los mas humildes , si la pri- mera autoridad estuviese á la vista. En esto se distinguió mucho un gobernador interino , ministro de la audiencia, Merlo de la Fuente, y no menos su sucesor el ilustre Xara Quemada. Laso hubiera querido imitar á estos brillantes modelos, y hubiera querido que los otros cabos del ejér- cito tuviesen la misma noble ambición; pero parece que, lejos de tenerla, tenían otra tal vez diametralmente opuesta, é increible en militares de tanto honor. Laso quiso poner remedio á este abuso de la baja codicia; pero el mal estaba demasiado arraigado. Sin embargo mitigó sus malos efectos , mandando por bandos que entrasen víveres todos los que quisiesen , con tal que en pago recibiesen dinero y no jéneros de tráfico. Pero hubiera sido preciso para la exacta ejecución de sus órdenes que se hallase en todas partes , por la razón de que los jefes y capitanes eran los que las infrinjian mas fácilmente , y con mas ventajas , en los fuertes y plazas de la frontera, sin temor de comprometer su honra ni estimación. Una de las cosas que infundía mas desprecio á los Indios por los Españoles era el conocimiento que tenían de su codicia , codicia que era el móvil principal del ardor con que ejecutaban malocas , saqueos y hacían prisioneros de ambos sexos. Estaban persuadidos los Araucanos de que los maestres de campo, sarjentos CAPITULO LIX. 495 mayores y capitanes no querían guerra con ellos si no era por estos fines, y que el jefe de cada correría y sa- queo se aprovechaba solo de la presa ó del botin que hacia, con el objeto de comerciar fuera del reino. Por esto se ve cuan acertado iba el P. Luis de Valdivia en sus principios ó motivos , y en sus fines ; y el estar de acuerdo con él, como lo hacen Tesilloyotros, en los pri- meros condenando los segundos, no lleva camino, ni esto se llama raciocinar, sino hablar con pasión , jénero de yerro que puede ocasionar tantos males, y los oca- sionó , sin duda alguna , como la ciega codicia de enri- quecerse. Por fin, la real audiencia, el cabildo y los vecinos de Santiago tuvieron el regocijo de ver llegar al ilustre Laso, á la entrada del invierno de 163Í. Desde allí , sin dejar de dar mucha atención á los asuntos civiles, no descuidaba los militares. Putapichion se hallaba enton- ces retirado del otro lado del Gauten , á la falda de la cordillera, en comunicación con Antiguenu , otro cacique de renombre que tenia bastantes hombres bajo su mando. Esta posición la habia escojido Putapichion como inacce- sible por lo estrecho y difícil de las gargantas montuosas que conducían á ella. El gobernador le tenia muchas ganas á Putapichion. Realmente, no podia olvidar Laso que este valiente Araucano , de quien Tesillo habla con tanto desden , le habia quitado en cierta ocasión su capa de grana. Gomo decíamos, le tenia ganas y meditaba su ruina. Con la noticia de la posición que ocupaba Pu- tapichion, envió orden al sarjento mayor Rebolledo, desde Santiago, para que le fuese á desalojar, si po- dia. Rebolledo obedeció; pero cerca del Biobio, lo descubrieron las centinelas araucanas desde las alturas 496 HISTORIA DE CHILE. del Nacimiento , y creyó deber retirarse á San Felipe. Animados con esta retirada los enemigos, treinta (1) temerarios de entre ellos tuvieron el arrojo de adelan- tarse hasta los potreros españoles para llevarse caballos; pero Rebolledo, ya prevenido de su audaz proyecto, había mandado al capitán Domingo Parra de una com- pañía de auxiliares de San Cristóval , que fuese con sus soldados y algunos arcabuceros , todos montados, á cor- tarles la retirada. Ejecutó muy bien Parra esta orden , y encontró á los treinta valientes Araucanos cerca de las orillas del ítata. Bien que las fuerzas españolas fuesen muy superiores, los indios las arrostraron, y se batieron quedando todos ó muertos ó prisioneros sin que se sal- vase mas que uno solo que corrió á llevar esta noticia á los suyos. Los Españoles y auxiliares tuvieron algunos heridos. Muchísimo se holgó Laso con ella cuando la recibió por su lado. Muy luego salió de Santiago para la Con- cepción , en donde se halló con cincuenta caciques de la Imperial que venían á pedirle paz , movidos del temor de ser maltratados aquel verano, dice Tesillo, el cual añade : « porque por bien , no es posible se consiga cosa loable de su natural. » — Semejante ceguedad es increí- ble en un hombre de mérito que ha llenado pajinas, ele- gantemente escritas, de rasgos de resistencia heroicos, al paso que en los cuatro últimos años de defensiva no se vé apenas uno ; increíble en un hombre que confiesa que la codicia es el gran móvil de malocas y correrías , y que el uso que hacen del botin los que las mandan los hace despreciables á los ojos de los mismos Araucanos. (1) Carvallo dice dos, que salieron á su encuentro, al parecer, con el solo objeto de hacerse matar, probando cuan poco se les daba de morir. CAPÍTULO LIX. 497 Pero dejemos reflexiones inútiles cuando tenemos de- trás de nosotros un rastro de pruebas eternas de que no hay para que leer seriamente los recopiladores de aquel tiempo. Exceptuando Figueroa,— bien que algunas veces caiga en contradicciones bastante singulares, — y ex- ceptuando á los jesuítas, con particularidad á O valle, todos los demás ó faltan de sinceridad , ó de consecuen- cia. Es materia imposible el sacar en limpio qué querían ó qué pensaban algunos de ellos. ¿Porqué, — dice Fi- gueroa,—no quería la paz Putapichion? — Porque pre- fería la guerra á la esclavitud. Salió pues Laso en los primeros días de enero de 1634, de la frontera de San Felipe, y, al mismo tiempo , salió Rebolledo de Arauco para marchar por las cimas de San Jerónimo á Puren , para incorporarse con el jeneraí. Alonso Villanueva Soberal , que había remplazado á Rebolledo en San Felipe, de sarjento mayor, como Rebolledo habia remplazado al maestre de campo Zea en Arauco , tuvo la misma orden. Estas fuerzas se diri- jian sobre Puren con intención de asolar enteramente la provincia, y no dejar hombre vivo (1). El plan era que las fuerzas de Arauco y las de San Felipe llegasen de golpe á Puren el mismo dia para empezar sus opera- ciones simultáneamente en diferentes puntos. Rebolledo debia operar á la falda de Utanlevo , y Villanueva en la misma ciénega, replegándose después uno y otro á la casa vieja de Puren. En cuanto á Laso , este escojió para sí caminos desu- sados, y escondidos , tan llenos de pantanos y de obstá- (1) Los ardides son los mejores medios y los mas eficaces para la conversión y quietud de estos rebeldes, quitándoles hijos, mujeres y poniéndolos á ellos mismos bajo el yugo tremendo de la esclavitud.— Tesillo. mm ^98 HISTORIA DE CHILE. culos, que temió no llegar á tiempo á Puren. En esta marcha, él mismo ayudaba á los trabajadores á allanar las dificultades casi insuperables de la ruta, animando á sus soldados no solo con la voz sino también con su ejem- plo. Es de advertir que el gobernador había mandado pasar todos los prisioneros á cuchillo , se entiende los de armas tomar. Apesar de todas estas medidas y precauciones, el resultado no llenó enteramente las esperanzas de Laso, por la razón de que los descubridores del trozo de Arauco se encontraron con batidores araucanos. De suerte que fué preciso batirse, dando la alarma estos últimos. Sin embargo , aun se hicieron sobre cincuenta cautivos, y se dio muerte a treinta y cuatro combatientes. Incorporado Laso con todas sus fuerzas en la casa vieja de Puren, en aquel dia y en el siguiente, los Es- pañoles abrasaron todas las legumbres y productos de aquel ameno y delicioso territorio , transfiriendo los apo- sentos de un punto á otro luego que asolaban el primero. Durante esta operación , vinieron al campo español muchos Indios y mujeres , los primeros con mensajes , y las mujeres para hacer súplicas al gobernador por el buen trato de los prisioneros. En vista de que algunos pedían la paz , rogando que suspendiesen los Españoles el asuelo de sus tierras , Laso mandó suspender la eje- cución por tres días. A este propósito , Tesillo suelta una tirada que real- mente no nos atrevemos á calificar por temor de llamarla implícitamente odiosa. Según este autor, la virtud mili- tar de Laso , — - fidelidad á sus promesas , — era ociosa con estos rebeldes, en quienes no había fidelidad, y era cosa dura que España guardase su palabra con ellos , CAPÍTULO LIX. 499 sin que ellos la guardasen nunca con España, llamán- dolos por último monstruos, é hijos de la ambición. Viendo el gobernador, al cabo de los tres dias de sus- pensión , que los mensajeros de paz no volvían , mandó continuar el asuelo aun con mas rigor que antes , si era posible. Los Araucanos miraban desde lejos , reunidos en grupos, la ruina de su hermoso suelo cuyas cosechas aquel año hubieran sido abundantísimas en exceso, y tanto mas , cuanto después que habían hecho las siem- bras, sus habitantes habían disminuido considerable- mente en número, por los muchos que las armas espa- ñolas habían muerto y llevado á cautiverio , sin contar otros, que con este temor se habían expatriado ó mudado de morada. Mientras tanto , un cacique de Puren , llamado Lianca, que era uno de los que habían venido con propuestas de paz , hacia cuanto podía para que los suyos se acojieran á ella ; pero el venerable Lianca perdía el tiempo. Según decia este, sus paisanos no la aceptaban porque preferían morir á ser esclavos, y que por eso debían reunirse allí en el mes de marzo , con el fin de preparar la venganza de sus ultrajes ó perder con gloria la vida. Sin embargo, Lianca consiguió volver con algunos otros á presencia del gobernador, y les arengó él mismo diciéndoles : « Decís que el amor de la libertad os impele á la guerra , tanto como la memoria de las agresiones y ul- trajes que han venido á hacernos los Españoles. Eso seria bueno si los que están hoy aquí fueran los que han venido con Almagro, que rechasásteis valerosos; ó los que vinieron con Valdivia , al cual habéis resistido , así como también á algunos de sus sucesores. Pero después , os habéis acojido á la paz, y reconocido por vuestro señor 500 HISTORIA DE CHILE. al rey de España ; y desde este punto somos rebeldes y por eso nos tratan como á tales. Hace cuatro años que os sustentáis con yerbas del campo , porque vuestras cosechas os faltan , quemándolas y talándolas continua- mente los Españoles. De modo que todo cuanto hacéis por la libertad os convierte en esclavos de esta libertad* Reconoced , al fin , al rey y á la razón. Lastimaos de vos- otros mismos y de vuestros hijos y mujeres, que necesa- riamente caerán en manos de los Españoles , ó morirán de hambre en los montes. Esto os lo digo por vuestro bien ; en cuanto á mi , estoy resuelto á apartarme para siempre de vuestros levantamientos. » Así habló el sesudo Lianca y su discurso pareció , al principio , haber persuadido á los demás Indios. Pero se halló allí justamente un mestizo , del nombre de Chica- guala, que habia bajado de la imperial, y que aun habia hablado el dia antes con el gobernador. Este mestizo frustró el buen efecto de las persuasiones de Lianca , in- citando á los otros á la guerra , y marchándose con la mayor parte de ellos. Lianca y algunos otros se acojieron á la paz , rogándole levantase en Puren , y poblase un fuerte de Españoles para protejerlos. Laso formó consejo para deliberar sobre este punto , y resultó que accedió á la súplica de Lianca y de los otros. No podemos menos de notar aquí una de estas contra- dicciones increíbles que quitan la voluntad de dar impor- tancia alguna á las opiniones de los escritores de aquel tiempo. Según Tesillo, « este consejo de levantar y poblar un fuerte en Puren , era sospechoso , puesto que tuviese por objeto la paz ; porque un proyecto de paz entre los que ganaban honra y riquezas en la guerra , no podía menos de serlo. Bien que no esté siempre en manos de los CAPITULO LIX. 501 hombres el asegurar la paz \ cree dicho autor que mas de una vez ha estado en manos de algunos el excusar los desastres de la guerra. Es cierto que el fin á donde se encamina la guerra , es la paz ; pero si esto se entiende y se hace en todas partes, no sucedía lo mismo en Chile , porque allí , de la guerra surtían para muchos los bienes y conveniencias de la vida. » Volviendo al asuelo de Puren, Laso lo mandó continuar durante todo el mes de enero; pero mientras tanto algunos Indios de paz le vinieron á dar parte de que los de guerra proyectaban echarse sobre Acauco. Laso envió á Rengel , capitán de auxiliares , con doscientos de estos y cien Españoles, á atajarlos. Marchó Rengel , y al paso por Ilicura, destrozaron algunas casinas y aprisionaron unas treinta personas con dos caciques. Después de esto, continuaron sobre Arauco, pero no hallaron allí ene- migos. En principios de febrero , levantaron el campo los Españoles y se pusieron en retirada. El primer dia , se notó la falta de un Indio ianacona , cristiano , y todos creyeron que sin duda alguna le habia cojido el enemigo. Ya lamentaban su desgraciada suerte, cuando hé aqui que llega Gurinamon, cacique de Puren, montado en un magnífico caballo y armado con brillantes armas de Europa (1), con otros cuatro, y con el Indio cristiano que se habia echado de menos en el ejército. Llega Gu- rinamon al jeneral, que le recibió con mucha cortesía, y le presentó el Indio ianacona, diciendo á Laso, que lo habia hallado dormido en un monte, y se lo traia por afecto á su persona , y noobstante los graves daños que les habia causado en sus tierras. (1) Quitadas á los Españoles, dice Figueroa. 502 HISTORIA DE CHILE. Este Curinamon deseaba la paz , y lo mas particular es que la deseaba contraía voluntad de su mismo padre. Para que la paz fuese duradera , decia él á Laso , seria preciso levantar las antiguas ciudades españolas, y poblarlas con Españoles menos codiciosos y sanguinarios que los antiguos. Trayendo entre nosotros muchos Espa- ñoles, conseguiréis mas fácilmente la paz porque muchos la desean. Tras de esto, Curinamon, que vio los ojos de envidia con que los oficiales miraban las hermosas y lucientes armas que llevaba, y que muchos le pidieron con pro- posiciones en apariencia ventajosas, las dio al capitán Miguel de la Lastra, de cuyas manos pasaron posterior- mente á las del marqués de Vaides. Entre otras cosas raras y notables de esta campaña, hubo una plaga de arañas, cuya mordedura, según varios autores, daba la muerte á los soldados con síntomas de rabia, y muchos murieron así; y esta fué una de las causas para apresurar la salida de Puren , en donde , por otra parte, se habia conseguido el objeto , puesto que los Indios de allí estaban resueltos á retirarse á la Imperial , y aun mas allá. En Ilicura , sucedía lo mismo , y ya esta provincia quedaba casi totalmente abandonada. En la retirada , á cada etapa se veian venir Indios á pedir la paz, movidos por el amor á sus hijos y mujeres cautivos; y muchos sin esto , ya cansados de padecer otros males , hacían lo mismo. Todo el mes de febrero , lo pasó Laso en San Felipe , hasta que pareciéndole oportuno el ir á ver lo que ha- cían los enemigos de la costa , fué y dio orden al maestre de campo Rebolledo que saliese con cuatrocientos Espa- ñoles, infantería y caballería , llevando consigo á Áterica CAPITULO LX. Laso en la Concepción.— Recibe parte de una nueva tentativa de Putapichion. —Va á esperarle sobre el rio de la Laja. - Retírase el jefe araucano.— Laso enfermo. — Pasa convaleciente por mar á Santiago. — Real cédula en favor de los Indios de encomienda. — Liga de Putapichion con Antiguenu y Pu- chiñanco.— Sorpresa malograda.— Acción de guerra. — Retíranse Espa- ñoles y Araucanos. — Nombran estos por toqui á Curanteo. — Muerte de este. — Sucédele otro Curimilla. ( 1634.) Desde la Concepción , á donde se retiró á fines de marzo , el gobernador informó al rey del estado en que se hallaba la guerra de Chile, exponiéndole que se nece- sitaban dos mil buenos soldados para darle pronto fin. Durante la cuaresma, no hubo un solo parte de agre- sión de los Indios ; pero la víspera de Pascua, llegó uno de Villanueva anunciando que Putapichion venia contra él con fuerzas imponentes. Laso le mandó en respuesta tomar posición en la Laja , á donde llegaría él mismo muy pronto , y le cumplió su palabra juntándose con él muy luego en dicho punto. Bien que las fuerzas que tenia allí fuesen muy inferio- res á las que se suponían al enemigo , ya no habia lugar para pedir mas á Arauco, y se resolvió á esperarlo. Entre- tanto un auxiliar, llamado Mavida , activo y sagaz , que habia ido con veinte de los suyos á la descubierta, vio á orillas del Biobio los corredores de Putapichion en mayor número que los que él mandaba. En vista de ello, envió corriendo á pedir al gobernador un refuerzo de treinta , que le fueron destacados sobre la marcha y r CAPÍTULO LX. 505 con los cuales entró en acción con los del enemigo , lo batió y le hizo algunos prisioneros , entre los cuales se hallaba un hijo del célebre Ancanamun , que el lector ha conocido. Uno de los que se salvaron dio parte á Putapi- chion de lo que acababa de suceder, y viendo este que su marcha estaba descubierta , se retiró desde allí mismo. Villanueva, que lo supo , le fué al alcance hasta Pella- guen ; se encontró con un trozo de Araucanos, mató á treinta y aprisionó cincuenta , de los cuales era uno un cierto Puelentaru, que gozaba de una grande reputación militar. Pero aquí se acabó, porque el gobernador cayó gravemente enfermo y tuvo que retirarse á la Concep- ción por abril, en donde luchó entre la muerte y la vida, hasta el mes de agosto en que felizmente se hallaba en estado de buena convalecencia. Entonces, los médicos y los asuntos del estado exigieron que mudase de clima y salió para Santiago por mar hasta Valpa- raíso. Pero aquí, debemos de notar que si este viaje por mar era bueno para su salud , primer objeto sin duda alguna, tenia por otra parte Laso que dar cumpli- miento á una real cédula que habia recibido aquel año, cédula que el maltrato cruel que daban los encomenderos á sus Indios habia arrancado con cólera de manos del monarca, que exijia su cumplimiento con premura. Parece , en efecto , que el remedio era demasiado tar- dío ; que los abusos hechos con los Indios de paz estaban muy inveterados , sin que se viese provecho , cosa muy de notar, para los que cometían estos abusos. Ademas , no era fácil conciliar todo lo que mandaba la real cédula con los intereses públicos , y Laso se hallaba muy per- plejo. Sin embargo , animado de su celo y buenas inten- 506 HISTORIA DE CHILE. dones , no solo tomó consejo de la real Audiencia y del cabildo, sino también de cuantos estaban en estado, por sus luces y conocimientos , de aclarar la cuestión. Pero tal fué la diversidad de pareceres que le dieron , que después de haberlos tomado , se halló mas confuso que antes ; por donde se verá cuan difícil era el poner de acuerdo las miras ó las pasiones de los diferentes intere- sados. Por fin , concluyó el gobernador dando cumplimiento á dicha real cédula, es decir, dejando libertada los In- dios ; descargándolos del servicio personal , y de parte de los gravámenes de las tasas que pagaban , sin que esto surtiese mejor efecto en lo futuro , que lo habian surtido medidas análogas en lo pasado. Mientras Laso llenaba estos deberes en la capital, los comandantes de los fuertes hacían el suyo. Por setiem- bre, el maestre de campo y el sarjento mayor marcha- ron á Cauten, donde toma su fuente el rio de este nombre, que, como se sabe, es el de la Imperial. Putapichíon se hallaba á la sazón entre este rio y la sierra ó cordillera Nevada , combinado con Antiguenu , cacique rico y de renombre , y los dos mandaban fuerzas respetables. Marchó el ejército español contra ellos y apresó tres corredores , por los cuales se supo que un desertor auxiliar, llamado Pichiñanco , soldado de experiencia y de valor, se habia juntado con ellos. Estos jefes debian tener una asamblea al dia siguiente , cinco de octubre , con todos los de Pubinco en Curalab , con cuyo objeto se habian de reunir aquella misma noche en Elol. Con estos datos , los comandantes españoles resolvie- ron sorprenderlos, y para ejecutarlo, Rebolledo corrió CAPITULO LX. 507 á Cauten con sus tropas , mientras Villanueva con las suyas caia de improviso sobre Elol. Hecha esta combina- ción de movimientos , se separaron los dos jefes espa- ñoles; pero Villanueva, antes de llegar al punto de reunión de los Indios, tropezó con una casina en donde habia treinta de estos y tuvo que hacer ruido batiéndose con ellos, porque opusieron una resistencia furiosa. De manera que el plan de sorpresa quedó desconcertado , y se limitó Yillanuevaá los resultados ordinarios de algunos muertos y prisioneros. Desde entonces, ya no le quedaba que hacer en este punto y se fué á incorporar con Rebolledo, con el cual hizo su junción muy á tiempo , puesto que este maestre de campo, habiendo destacado algunas partidas que- dándose con una reserva, se habia visto atacado con vigor por los Araucanos, los cuales recibían refuerzo casi al mismo tiempo que le llegaba á Rebolledo el del sarjento mayor Villanueva. Los Araucanos cargaron de nuevo ; pero fueron rechazados , bien que se hallasen mandados, — á lo menos así lo pensaron los Espa- ñoles, — por el mismo Putapichion que fué aun herido en esta acción. Sea como quiera, si los Araucanos se retiraron, los Españoles hicieron lo mismo, bien que con ciento y cincuenta prisioneros y dejando solo tres muertos. Es cosa muy de notar que el autor que acabamos de citar y que no se halló en esta expedición porque estaba en Santiago con Laso, dice que supo estos detalles por cartas de Rebolledo y Villanueva , cartas tan discor- dantes que le habia sido imposible, por de pronto, el formarse un juicio probable del hecho. Pero que esto no era de extrañar, puesto que estas disonancias eran muy 508 HISTORIA DE CHILE. frecuentes entre los diferentes comandantes del ejército de Chile , tan frecuentes como sus rivalidades y discor- dias. En este instante , recibió aviso el gobernador de que los Butalmapus habían nombrado por toqui jeneral á Curanteo , y con esta noticia reunió el cabildo para pedirle caballos de remonta, que él se obligaba á pa- gar muy en breve. El cabildo se los aprontó , y al punto el jeneral los envió á la frontera, quedándose él aun en la capital , en donde , el Io de enero de 1635 , fué convidado por los capitulares á presidir la elección de nuevos alcaldes. Muy luego después , recibió parte del maestre de campo con el relato de su nuevo encuentro con los Araucanos, en el cual habia perdido la vida el nuevo toqui Curanteo. Con esto, Laso se quedó todo el año en Santiago sin pasar á la frontera. CAPITULO LXÍ. Reúnense los Araucanos en Peileguen con proyectos hostiles. — Sorpréndeles el maestre de campo. — Hace prisioneros, y atrae algunos Indios á la paz. — Un destacamento enemigo se lleva muchos caballos de Curilebo. — Persí- gnenle los Españoles y rescatan los caballos. — Sale el capitán Mejorada de Castro hasta Osorno.— Castiga aquellos Indios matando á ciento, y se retira sin pérdida. — Entra el invierno. — Los Indios de Tima quitan caballos á los Españoles.— Siguen las correrías. — Proyecto de repoblar á Valdivia. — Dilaciones. — Vuelve Laso á la Concepción, á donde llega el 15 de enero 1630. (1635.) No habia desengaño posible para los Araucanos por la resolución firme é irrevocable que habían formado de morir todos antes que rendirse. Por otro lado , tampoco habia desengaño posible para los Españoles, por la resolución firme é irrevocable de los hombres de guerra que mandaban , de eternizarla por su propia honra y provecho. Estos son los dos puntos esenciales que la historia ha tenido hasta ahora que aclarar , y que quedan tan mani- fiestos y patentes, que los lectores no pueden en concien- cia conservar la menor duda acerca de ellos y de la con- secuencia moral que se sigue. A la entrada del año de i 635 , habia discordia entre los Araucanos , introducida entre ellos por maña y des- treza del maestre de campo Rebolledo. Sin embargo , aun supieron concertarse, dándose punto de reunión en Pellaguen para caer sobre Arauco. Recibió aviso de este proyecto Rebolledo, y con mucha cautela y silencio se echó de improviso, con una columna tijera , 510 HISTORIA DE CHILE. sobre ellos , los sorprendió , y aprisionó cincuenta indi- viduos y á un cacique. Algunos otros se acojieron á la paz , y uno de ellos fué el cacique de la parcialidad , llamado Guarapil , con toda su familia. El maestre de campo regresó con quietud á Arauco. Con todo eso , de allí á pocos dias , un destacamento de enemigos sorprendió con éxito a los auxiliares de Gu- rilebo , y se llevaron un buen número de caballos. Toca- ron generala, se formaron los soldados Españoles, los persiguieron, los alcanzaron en Puren, cojieron á cinco de ellos y rescataron los caballos. Estos cinco prisione- ros contaron que los suyos se preparaban á atacar la reducción del general auxiliar Catimalá con quinientas lanzas ; y Rebolledo volvió á salir para Galcoymo , y con emboscadas consiguió cojer á doce corredores enemigos, los cuales confirmaron la noticia de que cerca de allí habia reunidos ochocientos combatientes araucanos. La noche se acercaba , y Rebolledo temió que los enemigos recibiesen nuevos refuerzos, para el dia siguiente , te- niendo , por otro lado , un mal terreno que podría serle desventajoso. En consecuencia, se retiró en buen orden con todas sus fuerzas bien concentradas a tierra llana , destacando al Indio auxiliar Marinau á los altos de Puren para que desde allí vijilase los movimientos del enemigo. Este auxiliar dio parte al maestre de campo de que en efecto sabia con certeza que mil caballos iban á cargar el campo español , y Rebolledo creyó deber retirarse á Arauco , á donde tuvo el buen éxito de llegar sin ser atacado. En la isla principal de Ghiloe, habia , en Castro, unos cien soldados de caballería, y en la de Galbuco, unos setenta de infantería , con las miras unos y otros , mas CAPÍTULO LXI. 511 bien de vijilar los Indios de paz y la seguridad de los moradores españoles , que para hacer correrías entre los guerreros vecinos de Osorno. El gobernador tenia moti- vos recientes de queja contra estos , y envió orden al capitán Sánchez Mejorada, que era gobernador allí, para que saliese con sus fuerzas á castigarlos. Salió Pedro Mejorada, y llegó hasta Osorno, apesar de una grande resistencia , dando muerte á ciento de los enemigos y retirándose él luego sin pérdida notable. Entretanto , llegaba el invierno , ya estaban a fines de marzo , y queriendo aprovechar el poco tiempo que que- daba, Laso envió órdenes para que el ejército hiciese una campaña. Salieron el maestre de campo y el sárjente mayor, el primero contra Pellaguen ; y el segundo contra Utamlevo. Después de haber cautivado ciento y cincuenta individuos , con muerte de otros veinte , se reunieron en el estero de Lumaco, reconocieron Puren y la Ciénega, y no hallaron á nadie en toda la provincia , con lo cual se retiraron á sus cuarteles' de invierno , que se anunció tan riguroso , que en los meses de mayo y junio ni una partida lijera pudo salir á campaña. Pero al parecer , los rigores del invierno no arredraban tanto á los Araucanos como á los Españoles , puesto que algunos de Tirua , que eran los mas cercanos por la parte de la costa , llega- ron á Arauco y hasta el fuerte de Goícura , y se lleva- ron de una reducción de Indios amigos hasta cincuenta caballos. Picado Rebolledo, salió, á pesar de las incle- mencias del cielo, hasta Tirua mismo, pasando el rio en balsas con una partida lijera, y tanto se internó, que tuvo tiempo el enemigo para reunir quinientos comba- tientes. Con todo, Rebolledo se mantuvo firme, y los Españoles se batieron con tanto ánimo , que mataron á 512 HISTORIA DE CHILE. treinta de los enemigos , y cojieron trece con mas de cien mujeres y niños. Por parte de San Felipe , Villanueva destacó alguna jente con un ayudante, y un Indio prisionero por guia, para que fuese á destruir algunos ranchos enemigos que habia por encima de Puren. Llegaron los Españoles y hallando los ranchos despoblados, continuaron su mar- cha hasta Cauten , en donde cojieron cuarenta mucha- chos , y mataron á veinte Indios, pero tuvieron que reti- rarse apresuradamente porque los enemigos se pusieron en su alcance. En Malloco , se atrincheraron en un des- filadero, en el cual se defendieron tan bien, que los enemigos se retiraron desanimados, dejando á los Españoles volver en salvo á sus cuarteles. En estos detalles de que abunda con demasiado exceso el gobierno de don Francisco Laso de la Vega, hay, ademas del fastidio de la similitud idéntica de aconteci- mientos , similitud por la cual mas de una vez creerá el lector ver el mismo repetido por inadvertencia; hay, de- cíamos , ademas de esto , la poca sinceridad de las narra- ciones, poca sinceridad tan manifiesta, que el lector mismo, sin querer, ve claramente lo que el escritor omite con mal acertada intención. Llega por fin la primavera, y á primeros de octubre, sale el ejército á campaña ; pero la estación bella se mos- tró tan horrorosa , que sus inclemencias de viento y tor- rentes de lluvia eran peores que las del invierno. Con los mayores trabajos, llegaron los Españoles al rio de Goypú , infinitamente poco caudaloso en todos tiempos, pero tan soberbio en esta ocasión , que detuvo al ejército muchos dias sin que lo pudiese pasar. Duraban estas in- temperies , y , en lugar de disminuir, parecían cada dia CAPÍTULO LXÍ. 513 mas enfurecidas, en términos que los soldados y hasta los mismos jefes se hallaban abatidos y de mal talante. Sin embargo , los jefes la tomaron por punto de honor, y resolvieron el paso del rio con balsas improvisadas, y lo ejecutaron con pérdida de algunos ahogados, españoles y auxiliares. En Puvinco , distribuyeron las tropas en columnas para correrías, y estas llegaron hasta el rio Tabón, matando enemigos, aprisionando hasta ciento y veinte individuos, y llevándose muchos caballos y armas ofensivas y defensivas. Esta jornada fué llamada la de Mongon, por compara- ción de la detención é inconvenientes que experimentó en ella el ejército á los que experimentan los navegantes al pasar el promontorio que hay desde Guayaquil al Ca- llao, por corrientes y vientos contrarios. De resultas de esta jornada hubo entre los oficiales y soldados tantos cuentos y chismes sobre el ánimo y desánimo que tales y cuales habían mostrado en estos dias adversos, que realmente se podía decir que era un puro influjo del clima este estado de enemistad, y mas bien naturaleza que mal hábito contraído por el ejercicio de la envidia. En este mismo año, recibió ei virey, conde de Chin- chón , reales órdenes concernientes á la repoblación de Valdivia, como también las hvbh recibido el mismo go- bernador de Chile. Acerca de la ejecución de este proyecto, estas dos primeras cabezas de gobierno no estaban enteramente acordes. El conde, que no conocía cuan importantes serian las fortificaciones de esta plaza, reputaba superfluo el gasto que se haría para levantar- las ; y Laso , que conocía la importancia de dichas forti- ficaciones, pugnaba por que se levantasen noobstante que ocasionasen gastos, y buscaba medios y arbitrios II. Historia. 33 5U HISTORIA DE CHILE. para conseguir el fin, que le parecía muy interesante. Tan larga fué la dilación causada por estos debates, que hubo lugar a que llegase nueva orden perentoria para que dicho proyecto se ejecutase. Tuvo que resolverse el virey, y despachó un navio á Valdivia , y al capitán de ingenieros y cosmógrafo mayor don Francisco de Quiros , con or- den de sondar, demarcar y trazar, y, hecho esto, de pasar á la Concepción á fin de comunicar sus planes al gobernador. Dio Quiros debido cumplimiento á esta or- den , y después regresó al Perú para dar parte al virey de los resultados de su operación. El conde, que había buscado sin fruto empresarios que quisiesen encargarse, mediante gracias y favores, de esta costosa obra, remitió su ejecución al gobernador de Chile para que la hiciese por los medios que las reales cédulas expresaban. Este modo de dar cumplimiento á las reales cédulas era diferirlo de nuevo, puesto que no expresaban los medios que debian emplearse en la ejecución de las obras pedi- das; y, tal vez, dar lugar á que en España reflexiona- sen mas sobre la materia de que se trataba. Tesillo dice, que acerca de esb, ha presentado alguna vez ciertas consideraciones k don Francisco Laso, el cual mantuvo con entereza , y aun con alguna severi- dad, la excelencia de su opinión. Si es cierto, dice este escritor, que un enemigo europeo puede entrar sin grandes dificultades en Valdivia, también lo es que no ignorará el arte militar lo bastante para fortificarse en dicho punto , sin probabilidad de conservarlo , y, lo que mas es, sin utilidad, aun cuando lo lograse. Y pro- siguiendo en la materia , el mismo autor opina que no habia que temer que los Indios fuesen mas inclinados á otros extranjeros que á los Españoles, como lo habian CAPÍTULO LXI. 515 manifestado con sus actos hostiles contra los piratas ho- landeses que habían llegado al mar del Sur en 1600. Como, en efecto, esta demostración queda ya hecha de muy atrás, los lectores deben estar bastante entera- dos para formarse juicio por sí mismos de la importancia de la cuestión. En esto, el gobernador recibió aviso de que los Arau- canos se preparaban de nuevo á la guerra, y habían nombrado por general al intrépido Gurimilla, y con esta noticia, salió Laso con la tropa que pudo juntar, el 22 de diciembre para la Concepción, á donde llegó el 15 de enero de 1636, y de donde muy pronto se puso en cam- paña. CAPITULO LXIL Sale el gobernador de Arauco con fuerzas, ün prisionero auxiliar descubre su marcha al enemigo, y vuélvese á la plaza.— Sale de ella segunda vez para las tierras de Marinao. No le aguardan los enemigos. — Las fronteras que- dan casi enteramente libres de ellos por sus emigraciones hacia el Cauten. — Resolución de levantar dos poblaciones ; una á orillas del Coypú , y otra en Angol.— Va el gobernador á reconocer para levantar planes, y se vuelve á la Concepción sin haberlos ejecutado. ( 1636.) Después de algunos dias de sosiego , el gobernador proyectó una expedición á Pelulcura , provincia confi- nante á la Imperial, y llegó á ella con la espada desen- vainada causando espanto á los enemigos. Gomo habia reservas de dinero para pagar espías, Rebolledo, que era muy liberal de lo que nada le costaba , no las habia escaseado. Por este lado , si los enemigos eran numero- sos , tenian mucha menos aptitud militar por falta de ejercicio y experiencia. La víspera de Navidad , el go- bernador dejó la frontera de San Felipe al cargo de Villanueva con doscientos hombres , y salió con las de- mas fuerzas para Arauco (1). Para la segura ejecución de sus planes , creia Laso que habia que temer un incon- veniente , el cual era la fuga de un auxiliar, llamado Cuero, que acababa de pasar al enemigo , y probable- mente no habria dejado de enterarle de los preparativos (1) Tesillo. — Por esta citación, se ve el poco fundamento de unos ó de otros,— sino de todos, — de los escritores de la época: según García, llega Laso á la Concepción el dia 15 de enero 1636; - según Tesillo , sale de San Felipe el 24 de diciembre 1C35.— d A quién creer ?— Por fortuna, esto im- porta poco. CAPÍTULO LXII. 517 de los Españoles para irle á buscar ; pero noobstante , salió de Arauco con tropas españolas y auxiliares que componian una fuerza efectiva de mil y quinientos hom- bres. El enemigo no estaba lejos de allí y sus batidores no tardaron en encontrarse con las descubiertas españo- las , á las que hicieron algún mal matándoles algunos auxiliares , y cojiendo prisionero á uno. Este fué causa de que esta leve circunstancia se hizo grave , diciendo todo lo que sabia de las intenciones y marcha de los Españoles; y, en efecto, los Araucanos, después de haberle degollado, esparcieron la alarma entre sus guer- reros. Este malhadado azar obligó á Laso á volverse á Arauco con el fin de adquirir nuevas antes de empren- der su expedición. Para eso, destacó cien auxiliares con treinta tiradores españoles que fueron á la descubierta y cautivaron en Galcoymo á cinco mujeres y dos Indios , por los cuales supieron que el desertor Güero habia cau- sado mucho cuidado á los suyos anunciándoles la proyec- tada invasión de Pelulcura , bien que les pareciese in- verosímil. Con estas señas y otras , Laso envió por delante al teniente de auxiliares Munzibay con tres- cientos y ochenta de sus soldados y algunos tiradores españoles, y orden de ocupar todos los pasos y veredas ; y él mismo le siguió muy de cerca yéndose á alojar en las tierras de Marinao cerca de Paicavi. Munzibay habia dividido su jente en columnas, de las cuales Longo de Gue , hijo del jeneral Gatimalá , mandaba una de sesenta hombres. Este encontró, el martes 22 de enero á media noche , á diez enemigos no lejos del estero de Juan Agustín, y cojió á dos, por los cuales supo que los 518 HISTORIA DE CHILE. Araucanos se hallaban reunidos en el Manzano , á dos leguas de allí. Longo de Gue pasó este aviso al goberna- dor, y simultáneamente al teniente Munzibay, que estaba apostado en el estero de Claroa con el resto de su tropa. Pero el enemigo, ya prevenido por sus ocho ba- tidores , se habia concentrado con todas sus fuerzas una legua mas atrás. El teniente Munzibay lo siguió con cautela hasta Copaybo , punto en donde se juntan los caminos de Retomo y Galcoymo , y lo alcanzó en un desfiladero donde se habia atrincherado , con toda su caballería desmontada que ascendía á trescientos hom- bres. Munzibay siguió este ejemplo, y con sus tiradores, consiguió desalojarlo , matándole treinta y nueve hom- bres, y poniéndole en huida declarada. En esta huida, los Araucanos dejaron muchas armas y caballos. El co- mandante de los auxiliares envió incontinenti parte del hecho al gobernador por medio de uno de sus soldados llamado Quenterlu. — «¿Cuantos son los muertos? le preguntó el gobernador? — No tuve tiempo mas que para matarlos , sin pensar en contarlos, » respondió Quen- terlu. Si el gobernador se hubiese detenido tres dias mas en Arauco, sin duda alguna hubiese encontrado el ene- migo resuelto á esperarle , en atención á que tenia dos mil guerreros de Galcoymo, Relomo, Pellaguen, Tima, Repocura , la Imperial , Cauten , y Tolten , puntos que habia atravesado la flecha mensajera de la guerra , des- pedida por Marinao y por su hermano Gurinamon. Pero ahora , ya Laso se halla desesperanzado de ver la cara al enemigo, y noobstante, siente tanto ver inutili- zados sus preparativos de campaña, que aun quiere hacer una nueva tentativa para atraerlo. Con este fin , simula CAPÍTULO LXII. 519 una retirada con gran ruido de tambores y clarines , ti- ros, y llamas de incendio, y hace alto cerca de Lebu á orillas de un riachuelo. Desde allí , envia á Rebolledo con mil caballos , Españoles y auxiliares , contra Pelul- cura , quedándose él con la infantería. Cada soldado de los de Rebolledo llevaba en grupa víveres para los dias que podia durar la expedición. «Y aquella primera noche (dice Tesillo, en substan- cia) , nos emboscamos en parte segura para la caballería, teniendo á espaldas un estero sin nombre , pero el cual, desde entonces fué llamado el estero de las Truchas, por la infinita abundancia que habia de ellas. Gomo capitán de caballos, me hallaba presente, y puedo asegurarlo ; habia tantas, que obstruian el estero , y los Indios las pescaban con las mantas. » Desde la emboscada , destacó Rebolledo cien auxi- liares para ocupar todas las avenidas , y estos cojieron á cinco de los enemigos de la reunión de Relomo, que andaban reconociendo. A orillas del rio Tirua, nuestras descubiertas avistaron seis corredores ; pero no les tiraron por no hacer ruido , cuidado que fué inútil porque en este mismo lance , se pasó al enemigo un ne- gro , trompeta de la compañía de don Tomas Ovalle. Sin embargo, avanzó Rebolledo dejando los caballos de refresco á la orilla del rio con treinta hombres. La tropa lo pasó casi á nado. Los Indios auxiliares , que iban de vanguardia , á penas se vieron á la otra orilla , desaparecieron á rienda suelta sin que nadie supiese quien habia mandado este movimiento desordenado. » El país, aunque montuoso , ofrecia veredas de buen piso , mas tan estrechas , que los soldados tenian que desfilar uno á uno, En algunas partes, hubieron de subir 520 HISTORIA DE CHILE. y bajar por peligrosos precipicios. Ha sido caso verdade- ramente increíble y milagroso que en esta marcha el enemigo tuviese poquísimas fuerzas , porque lo teníamos ya sobre la retaguardia sin poderle hacer frente , y con solos cien hombres hubiera podido degollar fácilmente seiscientos que allí íbamos. * Los auxiliares , á lo que pareció luego , habían cor- rido hasta Pelulcura. Rebolledo , con algunos reforma- dos, había esperado por los Españoles, y los capitanes üra y Cavaleta, que iban de vanguardia, se le incorpo- raron , así como también Ovalle y Herrera , que manda- ban el centro ; los primeros , á las cinco de la tarde , y estos , dos horas después. El capitán Juan Vázquez de Arenas y yo llegamos mas tarde con la retaguardia, por- que nuestros caballos ya no podían mas de cansancio. » Aquella noche la pasamos sobre las armas, y tuvimos que rechazar al enemigo , ya reforzado , por tres veces. Al amanecer, nos pusimos en marcha ; pero luego hici- mos alto con gran temor de que muchísimas huellas de caballería que notamos de repente , y que indicaban que los caballos se habían dirijidoá nuestras fronteras, fuesen de enemigos. Sin embargo , continuó la marcha , aunque con alguna zozobra , y á pocho trecho , avistamos á nuestros auxiliares, los cuales habían cogido en Pelul- cura sesenta mujeres y niños con tres caciques. Era ruin producto de una expedición tan premeditada y tan pe- nosa ; pero aun se consiguió que los Indios de Tirua , de Calcoymo y de Relomo se fuesen retirando y emigrando hacia el Gauten. » Por todos estos infinitos detalles , invariables , inevi- tables y continuamente repetidos, vemos que las fronte- ras se hallaban ya libres de enemigos , y que si los Es- CAPÍTULO LXII. 521 , pañoles querían guerra , tendrían que irla á buscar bastante lejos. La primera consecuencia de esta situación era que ellos ocupasen los lugares dejados por los Arau- canos , so pena de haber derramado sangre para fabri- car desiertos , y realmente este resultado no merecía la pena. Parece que Laso hizo la misma reflexión, puesto que dio parte al virey de este pensamiento , sujerido ya muy de antemano por el mismo conde de Chinchón al gobernador Laso. Porque es preciso confesar que este virey atendía con mucho celo á las cosas de Chile. En su tiempo y vireinato jamás se oyó la menor queja de olvido. Los beneméritos no tenían ni aun necesidad de solicitar recompensas exponiendo sus servicios ; el virey los sabia y premiaba cuando menos los interesa- dos lo esperaban. Es verdad que en gran parte esto era debido al celo del mismo Laso , que no perdía nin- guna ocasión de recomendarlos, manteniéndose él mismo en la mas atenta armonía con el virey, como hubieran debido hacerlo todos los gobernadores. El estar mal con los vireyes del Perú era calcular muy mal los intereses del reino de Chile. Sobretodo , el conde de Chinchón , sabido es, ha dejado un renombre glorioso , no solo en el Perú y en Chile, sino también en todas las Américas. Por fin , determinó don Francisco Laso levantar una po- blación a orillas del Coypu , y otra en Angol. Se hallaba, por marzo de este año, en la estancia del Rey proyectando una nueva expedición antes que el in- vierno volviese á paralizar todos sus movimientos. Su primer objeto era el reconocer el sitio en donde se debia trazar la nueva población á orillas del rio Coypú , y marchó con las fuerzas de Arauco y de San Felipe, reu- nidas en el Nacimiento, á Angol, en donde se alojó. Sus 522 HISTORIA DE CHILE. primeras disposiciones fueron, como era natural, ocupar las veredas y caminos por donde podian venir enemigos, y mandó que se diese este encargo á don Antonio de Novoa y á clon Domingo de la Parra con docientos cin- cuenta auxiliares y algunos tiradores españoles. Estos capitanes salieron á reconocer, y se alojaron junto al estero de Caraupe. A tiro de mosquete de ellos se hallaban en aquella noche los enemigos ; pero sin que ni unos ni otros lo supiesen. Al amanecer, los capitanes españoles se pusieron en marcha y llegaron á donde habían acampado y dejado rastros olvidando caballos y arreos. Es verdad que no eran mas que trescientos , mandados por Curinamon , y sin mas proyecto que ir á ver si podian robar caballos en las fronteras. Tras de Novoa y Parra, marchaba á cierta distancia el mismo gobernador, y oyendo este acontecimiento , lo achacó á descuido ele los comandantes ; pero estos dieron por excusa lejítima , que un auxiliar se les habia huido , y era , sin duda alguna , quien los habia descu- bierto al enemigo. El ejército continuó su marcha á Goypú. Allí , hubo pareceres diversos sobre la conveniencia y los inconve- nientes de aquel sitio para una población. Al cabo de disputas, no se hizo nada, y dieron los Españoles la vuelta para la frontera. A fines de abril , ya estaba Laso en la Concepción , en donde habia dado cita para en el 8 de mayo, al maestre de campo y al sarjento mayor. ¿ En donde ha visto Molina que en la campaña de este verano, el arrojado Curimilla se hubiese atrevido á poner sitio á la plaza de Arauco? No lo vemos en nin- CAPITULO LXIII. Continuación del capítulo anterior.— Junta militar en la Concepción, en la cual nada se resuelve. — Pasa Laso á Santiago. — Consulta con la Audiencia y merece su aprobación. — Junta, después, en el cabildo. — -Vuelve el gober- nador por octubre á la frontera. Prisión de Naucopillan. ( 1636.) Llega el dia 8 de mayo , dia de la cita dada por Laso en la Concepción al maestre de campo y al sarjento mayor , y llegan Rebolledo y Villanueva. Forma el go- bernador consejo con ellos; con los capitanes mas anti- guos y con el veedor jeneral, proponiendo por discusión el proyecto de poblaciones en Goypú y Angol. Discútese este proyecto largamente ; unos opinan por Goypú ; otros por Yumbel ; los mas son de parecer que el mas conve- niente sitio es Angol. Por fin , queda Laso tan irresoluto como lo estaba antes , y pasa á Santiago para consultar sobre la materia á la real Audiencia y á los cabildos. Era lo mejor que podia hacer el gobernador , puesto que para las poblaciones proyectadas necesitaba nuevas levas y moradores , y un consejo de guerra no podia darle ni las unas ni los otros. Por fortuna, el proyecto parecia satisfactorio a todos , y, por su lado , el virey lo fomentaba por todos los medios que podia, juntando refuerzos para ir á apoyarlo á Chile , é invitando mora- dores de Lima á ir á poblar los nuevos establecimientos. Marcha Laso para la capital , llega felizmente , y , el 28 de agosto, entra en el cabildo, acompañado de un oidor y por el fiscal de la audiencia. En esta sesión , leyó Laso un manifiesto escrito , que ya en una junta prepa- CAPÍTULO LXIII. 525 ratoria que habia tenido con los ministros del mismo tribunal en su propia casa, habia merecido la aprobación de estos. Este manifiesto contenia la exposición de las operaciones militares , cuyos felices resultados durante los siete años de su gobierno eran debidos, — decía Laso humildemente, — mas bien á la Providencia que habia mirado por los Españoles de Chile, que á sus mé- ritos personales. He pensado , — continuaba el gober- nador en su escrito, — que lo que nos queda que hacer es progresar, ocupando terreno y poblando, acerca de lo cual he sometido ya mis proyectos á S. M. y al virey conde de Chinchón, que los han honrado con su aproba- ción. Debo de añadir que mi mayor gozo , en este inte- resante asunto , es el verme apoyado por los altos pare- ceres de los señores ministros de la real Audiencia, cuyo profundo saber y celo por el servicio del rey y del Estado , son el mas cierto y seguro salvoconducto para alcanzar , en todo , un fin dichoso. Otros, sin duda alguna, mas capaces que yo, ten- drán la buena suerte de fijar la paz en este desgraciado suelo ; y lo que ha sucedido durante mi mando dá in- dicios de que así será. Este mismo parecer tienen los sabios ministros del alto tribunal , que tan de cerca re- presenta la autoridad del rey. Para la guerra , señores , se necesitan guerreros ; y ninguno me ha llegado de España, por la razón de que la guerra del continente la puso en la dura necesidad de no enviármelos. Las fuerzas que espero del Perú serán tan cortas , que de poco auxilio nos servirán ; y , con esta previsión , he traído en mis equipajes una caja bien provista para pagar liberalmente á cuantos quieran alistarse para servir á su patria. ¡ Apresurémonos , se- 526 HISTORIA DE CHILE. ñores; el tiempo pasa, vuela y no volverá! Es cosa muy extraña que habiendo en este país tantos hombres mozos y robustos que no tienen oficio ni beneficio , y de los cuales muchos se hacen salteadores, ninguno se presente para ir á ser valiente con los valientes , en frente del enemigo, lejos del cual no hay valentía. Este es el punto acerca del cual llamo la atención de V. S., pidiéndoles empleen su celo y justicia en descubrirlos y entregárme- los, pues así lo exigen el servicio, las ordenes del rey y el deber mismo de Y. S. Con los nobles vecinos de esta ciudad, obraremos con la atención que merecen ; bien que estemos auto- rizados para hacer apercibimientos, no los haremos, puesto que estamos muy convencidos que de antes ten- dremos que moderar su ardor, que excitarlo. Muy seguro estoy de que tan principales vasallos no pueden menos de estar ansiosos de conservar el esmalte de sus blasones en todo su esplendor , yendo á pelear por la causa que tan valientemente han sostenido sus mayores , los cuales se los han dejado. A V. S. , señores, les toca el recordar este deber al que lo olvidase, si es posible que alguno de ellos se hallase en este caso; lo cual es mas que dudoso. Porque si se goza con derecho nobleza here- dada , no hay nobleza verdadera si no se adquiere con hechos personales. A estas palabras del gobernador, respondió el ca- bildo como le correspondía, con la mas digna expresión de reconocimiento. Reconocemos, dijo el orador, reconocemos con el mayor gozo, que Chile debe su salvación, —después de Dios , — á los siete años del inmortal gobierno de V. S. , y nuestro profundo reconocimiento ha pasado ya los CAPITULO LXIII, 527 mares para ¡ponerse á los pies del monarca que nos ha enviado en V. S. , como gobernador^ un instrumento de la Providencia. Reconocemos con V. S. que lo que nos queda que hacer es progresar y colonizar , y que para ello se nece- sitan soldadosy moradores. Todos los vecinos de Santiago saben esto mismo , y todos se hallan dispuestos á llenar su deber respectivo , no solo por obligación , sino por afecto y admiración hacia el jeneral don Francisco Laso de la Vega, que los tiene tan llenos de entusiasmo como de gratitud. La mayor dicha de todo el reino de Chile seria de llegar al fin de nuestros males por manos de quien tan eficaces remedios ha sabido ponerles, que con razón le podemos y debemos llamar nuestro restaurador. En consecuencia , V. S. puede ver y calcular hasta donde alcanzarán la buena voluntad y los cortísimos me- dios de ios cuatrocientos vecinos escasos que componen esta población. Mucha razón tiene V. S. en pensar y en esperar que los nobles habitantes no necesitarán de apercibimientos para cumplir con lo que S. M. les ha mandado ; pero ya V. S. conoce que por mas que quieran aprestarse, las imposibilidades superan mucho á la buena determinación , y demuestran que si no se buscan otros medios , todos estos , si realmente los hay , serian muy insuficientes. Por lo demás, la antigua lealtad de estos vecinos, las enormes contribuciones con que han asistido á los gastos de la guerra, la sangre que ellos mismos y sus antepasados han derramado, todo esto, puesto en la consideración ele Y. S. , le dejará sin la menor duda de que si no fuesen necesarios aquí para defender sus pro- pios hogares y protejer á sus hijos y familias contra 528 HISTORIA DE CHILE. enemigos domésticos, cuyo número es muy crecido, arderían por marchar á la victoria , infalible á las ór- denes de V. S. Estas son puras reflexiones que proponemos á V. S. Vea si son justas. Disponga como guste y como puede de todos nosotros , que todos estamos prontos á seguirle y obedecerle. Es preciso confesar que en nuestra época, que se pre- cia tanto de diestra y de discreta , no se hallaría mejor orador militar, ni mejores oradores municipales. ¡Honor y gloria á Laso y á los capitulares de Santiago! Lo que la historia siente es no haber tenido respuesta de la Audiencia. Muy digna de leerse hubiera sido, si hemos de juzgar por el manifiesto y respuesta que preceden. Por fin, el gobernador consiguió solos cincuenta hombres con sueldo , y con ellos y algunos pocos mon- tados , salió , á fines de octubre , para la frontera á marchas forzadas , persuadido de que los socorros del Perú debían haber llegado ya á la Concepción. Mientras tanto , Rebolledo habia atraído algunos na- turales de Tirua , Pellaguen , Galcoymo y Relomo á la paz. Otros se habían ido hacia la Imperial á reunirse con Putapichion , al cual se habían juntado Ánteguenu y Chicaguala. En Repocura , quedaban aun enemigos. El socorro del Perú no llegaba, y Laso quería hacer algunas correrías. Sin embargo las emprendió y las ejecutó con felicidad , rescatando algunos cautivos ya li- bertados , ya por canjes. A fines de noviembre se retiró á las fronteras , y en esta misma época , llegaron los re- fuerzos del Perú con aviso del conde de Chinchón de que otros se iban á poner en marcha. " CAPÍTULO LX1II. 529 En esto , se huyó un Indio de paz al enemigo y oca- sionó, divulgando los proyectos de los Españoles, una reunión de guerreros. Estos, en número de trescientos caballos mandados por Naucopillan , valiente guerrero y cacique de Puvinco, llegaron á nuestras fronteras. Villanueva envió á Parra con doscientos auxiliares y cin- cuenta Españoles á la otra parte del Biobio. Pasó el capitán Parra y dio con los enemigos en un paso estrecho que llaman la Angostura, en el punto en que acababan de pasar para retirarse , sin haber hecho nada. Por con- siguiente, no se hallaban reunidos ni en orden de ba- talla; de suerte que Parra los atacó con mucha ventaja. No obstante , Naucopillan hizo frente con denuedo , y se mantuvo firme hasta que quedó gravemente herido , y prisionero con veinte y tres de los suyos. Los demás se dispersaron, unos por el rio y otros á los montes, aban- donando armas y caballos. Este encuentro , que fué uno de los mas felices del tiempo de Laso, sucedió el dia doce de diciembre. Laso se alegró tanto mas con el buen éxito, cuanto Naucopillan era su enemigo muy perso- nal. Este prisionero le llevaron al fuerte de Buena Esperanza, y el gobernador fué allá muy luego para co- nocerle. ¡Cosa rara! Naucopillan ,' viéndose en pre- sencia del gobernador, se echó á sus pies. Laso le levantó, abrazándole con la mayor bondad, y diciéndole : « Advierte con qué facilidad la suerte hace mudar de modo de pensar según las situaciones. » 11. lilSTORIA. 34 CAPITULO LXIV. Resolución de poblar en Angol.— Dase principio á la obra. -Sus progressos. _ Cae de nuevo enfermo el gobernador. — Se restablece y forma otros proyectos.— Salteadores á las puertas de la Concepción.— Son descubiertos, cojidos , muertos y descuartizados. - Cojen los Indios cinco prisioneros de la plaza de Angol. - Muerte de estos. — Castigo frustrado. — Chicaguala. — Muerte de Naucopilían. — Incendio de Angol. — Su reedificación. — Regresa Laso á la Concepción y á Santiago. ( 1637.) El gobierno de Laso no deja un momento de descanso ni á la historia ni á sus lectores : guerra continua , guerra por todos lados; de modo que no hay posibilidad de mezclar con los acontecimientos militares , otros de no menor interés, y cuyo relato es forzoso diferir para cuando haya tiempo y lugar. La captura de Naucopilían y los proyectos del gober- nador le hicieron perder , tal vez , mucho tiempo en la frontera , de modo que no pudo salir hasta primeros de enero á realizar sus planes de colonización. Para fijarse con mas probabilidad de acierto en lo concerniente á la ejecución de estos planes, don Francisco Laso tomó con- sejo de todos los auxiliares, capitanes y capitanejos de las fronteras , los cuales unánimente opinaron que Angol era preferible á Goypú para establecer la nueva colonia. Es de advertir que el prisionero Naucopilían fué el que produjo las razones mas convincentes para ello, razones que decidieron al gobernador á escojer Angol. En cuanto á los pareceres españoles, que también Laso quiso oír, todos eran diverjentes, según los intereses ó pasiones de ■ CAPÍTULO LXIV. 531 cada uno. El astuto Rebolledo , sin adoptar explícita- mente un sitio de preferencia á otro, indicó solo que cuanto mas cerca estuviesedel enemigo, mas conveniente seria. El sarjento mayor Villanueva se mostró mas sin- cero y mas desapasionado, demostrando las ventajas de Angol. Eníin, este fué el lugar señalado para la proyec- tada población , lugar que distaba veinte leguas de la Concepción, y doce de la plaza de San Felipe, detrás de tres rios que son el de la Laja , el rio Claro y el Bio- bio. En consecuencia, se incorporó el gobernador con las fuerzas de Arauco en Negrete , y las llevó á acuarte- larse en Angol. Se dio principio con ardor á la obra , y en pocos dias , se vieron levantados cuatro frentes del recinto, encer- rando una capacidad cuadrada de mil seiscientos pies. Muy luego , se hallaron construidos los cuarteles y alojamientos de la guarnición , y todas las mujeres , con cuantos' muebles , haberes y utensilios habia en San Felipe, fueron trasladadas á la nueva ciudad (i). Esta actividad fué tanto mas oportuna, cuanto Laso cayó otra vez enfermo y tuvo que volverse á la Concepción. Re- bolledo pasó á Arauco , y Villanueva quedó en Angol encargado de la continuación de las obras, con sete- cientos setenta hombres, infantería y caballería. Las razones principales que habia habido para tras- fenr la plaza de San Felipe á Angol eran que ya no ha- bía enemigos en Puren, ni en otras provincias vecinas ya desiertas, y que, en caso de guerra, hubiera sido preciso ir á buscarlos muy lejos , con inconvenientes in- *ü ¿ ^ zt'n -sr ei sobernador i La cmad * sm *■* 532 HISTORIA DE CHILE. finitos para el éxito de cualquiera empresa. El invierno se pasó en paz , circunstancia feliz que permitió el pro- seguir con tesón y sin interrupción en las construc- ciones. Pero no bien hubo venido el buen tiempo, que ya Villanueva empezó á hacer correrías por los contor- nos de la reciente colonia. Entretanto , se restablecía el gobernador y ya se sen- tía bastante bueno para salir á campaña. Sus intentos ahora eran de ir hacia la Imperial para ponerse en si- tuación próxima á los enemigos , que todos se habían retirado allí, y pensar en repoblar la antigua ciudad, cuyo restablecimiento, como sabemos, ofrecía por grande dificultad, la de socorrerla, en caso necesario, por tierra. Naucopillan , que no se mostraba excesivamente resentido de la pérdida de su libertad, insinuaba cosas muy buenas para conseguir la pacificación de Puvinco , su tierra, y parecía incomodarse mucho con algunas tentativas de robos de caballos hechas por los suyos en las cercanías de la nueva colonia, bajo la conducta de un Iparquili , amigo y vecino suyo , que por su ausencia gozaba de la popularidad que él habia te- nido. Naucopillan que , á pesar de su indiferencia afectada , suspiraba interiormente por verse libre , sentía tanto mas los atentados de Iparquili , que todos eran en perjuicio suyo , y le enviaba continuamente una de sus mujeres, ya de edad avanzada , para rogarle no hiciese cosas inútiles, y que podrían acarrearle malas consecuencias. En este punto , para hacer un poco de diversión á las cosas de la guerra , se vieron en torno á la Concepción asesinatos frecuentes y robos á mano armada , sin saber quien los cometía , y casi á la puertas de la ciudad. No CAPITULO LXIV. 533 solo los Españoles avecindados , sino también los via- jantes , los mismos Indios y los negros eran víctimas de los facinerosos ocultos que infestaban la comarca , sin que se les pudiese hallar en ninguna parte. En vano don Francisco Laso, sumamente irritado con esta novedad, estimulaba á las justicias , y mandaba él mismo hacer militarmente diligencias para descubrirlos ; todo esto fué infructuoso por mucho tiempo , y todos creían que los bandoleros que cometían estos crímenes debían de ser Indios de paz que se ocultaban en alguna parte montuosa sin tener morada fija. Por fin, la providencia se encargó ella misma de entregarlos. Un día, en medio del camino real junto á una ciénega, que llamaban la cieneguilla, á dos leguas de la Concepción , los facinerosos asaltaron á muchos pa- sajeros , de los cuales algunos quedaron muertos y otros tuvieron la buena suerte de salvarse. Estos últimos, aco- jiéndose á la Concepción, declararon que los salteadores no eran nada menos que verdaderos Indios guerreros que se ocultaban en los montes. Enciéndese de nuevo en có- lera el gobernador y envía tropas á hacer incesantes ba- tidas en todas las espesuras. Las batidas quedaron bur- ladas , y se recurrió á las trampas y emboscadas hasta que en una de ellas cayó un Lepiguala, el cual declaró que el jefe de la banda era un antiguo desertor del ejér- cito español , Indio bautizado llamado Cuero. Y es de notar que este facineroso , después de haber desertado, se habia arrepentido , y habia sido perdonado. Con esta noticia , va Laso en persona á buscarle , y se amaña tan bien , que muy pronto le prende con todos los suyos, y los manda llevar á la Concepción , en donde fueron arcabuceados, descuartizados, y sus cuartos puestos 534 HISTORIA DE CHILE. en cruces en los caminos para escarmiento de otros. A penas, el gobernador había tenido tiempo para se- renarse, después de haber hecho justicia, cuando le vino un mayor motivo de sentimiento. Habían salido de Angol algunos soldados para ir á buscar al fuerte del Naci- miento víveres , y dos se destacaron para sacar algunos caballos de la isla de Diego Díaz, situada enmedio del Biobio. Estos dos valientes tardaron en volver, y la es- colta se retiró á Angol sin esperarlos. Bien que los dos atardados hubiesen podido aguardar por otros que de- bían pasar aquel día del Nacimiento á Angol, se pusie- ron en camino para volver, y fueron atacados y cojidos por Iparquili, que, no contento con ellos, fué á buscar otros tres que quedaban guardando los caballos en la isla de Diego Diaz, y se fué muy ufano con cinco prisioneros. Grande dolor le causó á Laso esta noticia , temiendo la suerte que tendrían los cinco infelices. En efecto, los Indios les dieron muerte en Puvinco , partiéndoles las cabezas con sus macanas. El gobernador mandó inme- diatamente que á toda costa fuesen castigados, y salie- ron los jefes de la frontera, llevando á Naucopillan por guia con otro su amigo prisionero como él el mismo dia, llamado Pichipil. Solo es preciso advertir que este último tenia su familia consigo y, por esta razón sin duda, habia dado pruebas de lealtad ; de manera que en la ocasión presente, mereció bastante confianza para que se le encargase del mando de una de las correrías. Pero Pichipil , después de haber extraviado , de intento , su partida , se pasó al enemigo. Esta fatalidad frustró del éxito , y los Españoles se dieron por dichosos en salir sin pérdidas. CAPITULO LXIV. 535 Poco satisfecho con este resultado, Laso mandó reunir el ejército á principios de febrero, se le incorporo en Tol- pan, y se fué á alojar en Curalab. Desde allí, envió por delante quinientos auxiliares y cien tiradores españoles hasta Quillin, y en el rio de este nombre, aprisionaron á cinco de los Indios de guerra; pero no contentos con esto , los auxiliares se adelantaron dos leguas mas y co- jieron á otros diez. El alarma dada por los que se esca- paron al ver las tropas españolas, atrajo sobre ellas fuerzas superiores de los enemigos , por manera que Re- bolledo tuvo que correr con mil y quinientos caballos á socorrerlas , en vista de lo cual , los enemigos se retiraron. Laso marchó entonces en persona á Elol , en donde se alojó , y aquella misma noche , perdió á un Indio amigo llamado Murcullanca , en quien tenia mucha con- fianza , el cual aprovechó de la ocasión para volverse a los suyos. Esta fuga causó mucha pena al gobernador; pero al dia siguiente , debió de haber quedado satisfecho con la muerte de Murcullanca , el cual habia tenido la osadía deponerse inmediatamente y sin tomar descanso, á la cabeza de una partida para ir á quitar caballos á los Españoles. ¿ Qué desengaños mayores querían estos, si realmente los hubiesen buscado con sinceridad y buena fe ? En aquel mismo instante, Putapichion, Anteguenú y Repocura habian reconocido por superior á Ghicáguala, mestizo de Indio y de Española , pero Española de cali- dad, que habia preferido casarse con un Araucano á su libertad entre los suyos. Este Ghicáguala la echaba de arrogante , y prometía que muy pronto los Españoles se arrepentirían de los males que causaban á la tierra de Puvinco. Laso lo sabia y tomaba las mayores precau- 536 HISTORIA DE CHILE. ciones para que no tuviese lugar á sorprender el mas mí- nimo destacamento , y mas de una vez tuvo la impru- dencia de reconocer por sí mismo el horizonte, afin de descubrirsi había enemigos ; imprudencia muy frecuente en grandes capitanes, por mas que, cuando se hallan de sangre fría, confiesen que es una temeridad inútil el com- prometer la salvación de un ejército, comprometiendo ellos su vida. Picado contra Iparquili, Naucopillan era su mas acér- rimo enemigo , y daba al jeneral español las señas y los consejos mas oportunos para que le atajase los pasos. Es de advertir que Iparquili ocasionaba á Naucopillan justos motivos de resentimiento , portándose en sus propiedades como si fueran las de un enemigo , hasta impeler á los propios hijos del prisionero á que quitasen á su padre las mujeres que habia dejado en su casa. Este rasgo de per- versidad dio al traste con la sangre fría de Naucopillan, el cual en esta ocasión se puso rabioso de celos. Tesillo dice que tal vez , si se le hubiese dado libertad en aquel instante , habría hecho mas daño á los suyos que los Es- pañoles mismos ; pero que aconsejaron á Laso no se fiase en él ni en la cólera que manifestaba contra Iparquili. Trasladado enfermo á la Concepción , tuvo un tabar- dillo en el cuerpo de guardia donde estaba preso. Yién- dolo seriamente enfermo, el mismo Tesillo se lo llevó á su posada , prodigándole remedios y cuidado ; pero su hora habia llegado. Al verse fallecer , dice Tesillo , me manifestó querer morir como cristiano , y que le daría sumo consuelo con traerle algunos relijiosos de San Fran- cisco. Asilo hice. Naucopillan fué bautizado, recibió todos las sacramentos, y murió realmente de muerte ejemplar. Volviendo á Puvinco , don Francisco Laso habia CAPITULO LX1V. 537 llegado al río Tabón, y aquel dia, cayeron en algunas emboscadas doce guerreros, por los cuales supo que Pu- tapichion y Cbicaguala tenían tres mil lanzas para entrar en campaña. Con este aviso , permaneció el gobernador tres dias sobre el rio Tabón ; pero los enemigos no pa- recían y dio la señal de retirada á las fronteras por Lu- maco. El ejército siguió este movimiento con mucho con- tento , hallándose suficientemente vengado de las agre- siones de Iparquili. Pero Laso tuvo entonces el mayor de los sentimientos que habia experimentado , y fué que en Tornacura , recibió parte de que la nueva plaza de Angol se habia quemado , toda menos las murallas , con cuanto contenia dentro, como prendas de ropa , muebles, utensilios , alhajas , en fin , todo , todo , sin que quedase nada á losintereseadosen esta fatal desgracia. Este acon- tecimiento lo tuvo el ejército á muy mal agüero; pero lo cierto es que era un mal acontecimiento , que causó una verdadera aflicción al capitán jeneral ; porque era impo- sible el ponerle remedio hasta la primavera , y el invierno empezaba entonces. Sin embargo , quiso Laso que se pusiese mano á la obra de la reedificación incontinenti. Pero antes, mandó formar causa al alférez Juan Izquierdo que habia que- dado de comandante , y que fué condenado á muerte. Sa- tisfecho con que los demás viesen la pena que tocaba al olvido de una grande responsabilidad , Laso le indultó, y luego se puso á dar á los soldados ejemplo de celo y actividad , cooperando él mismo á la restauración de lo perdido por el incendio, ya acompañando en persona alas escoltas, ya vijilandoen las construcciones. En esta ocasión , los auxiliares de Arauco se mostraron abrumados de fatigas , y en efecto , las habían tenido 538 HISTORIA DE CHILE. grandes y muchas en la última expedición , por lo cual Laso les dejó ir á descansar en sus cuarteles. Cuando se volvió el gobernador á la Concepción, ya la reedificación estaba casi acabada. Por el mes de julio, pasó de allí á Santiago , en el momento en que una en- fermedad epidémica aflijia á sus habitantes , acobar- dados por este azote y por una segunda crecida del Mocho que los amenazaba con otra inundación. Mientras la campaña por tierra , otros piratas holan- deses se presentaron de nuevo para hacer alianza con los Araucanos contra los Españoles; pero la escuadra que traian fué dispersada por los vientos. Uno de sus barcos envió una lancha armada á la isla de Mocha ; los natu- rales se apoderaron de ella y mataron á los Holandeses que la montaban. Otro bajel tuvo la misma suerte en la islita de Talca cerca de Santa María. En vista de estos acontecimientos , claro estaba que los Chilenos consideraban á todos los extranjeros , poco mas ó menos , como enemigos. Pero volviendo á los Araucanos , causa sorpresa el que el intrépido Putapi- chion se haya mantenido en la inacción , y que Chica- guala se haya limitado á proferir fanfarronadas. Lo cierto es que las mas de las correrías las habia mandado Laso para mantener á los soldados vijilantes y alerta; y lo mas particular, que durante el amago de los piratas holandeses por mar, los Araucanos elijieron por toqui jeneral á Lincopichion (i). (1) Es verdad que García padece también ciertas equivocaciones, que tal vez pueden proceder de malas copias; porque la llegada de los socorros del Perú, y la edificación de Angol las da en 1638, en lugar que, como se acaba de ver, Tesillo, testigo ocular y presente á todo, pone eslos hechos en 1637. FIN DEL TOMO SEGUNDO. ÍNDICE DEL TOMO SEGUNDO Capitulo I. — Lig-Lemu en Itata. — Marcha Pedro Balsa contra ese nuevo jefe, y sale derrotado. — Acude el gobernador en persona y destruye á Lig-Lemu que muere en la contienda. — Se traslada el gobernador á Santiago. — Aporta á Coquimbo Jerónimo de Castilla. — Llega á San- tiago. — Rodrigo de Quiroga entra en el gobierno de Chile, prende á Villagra y le envía al Perú Capitulo II. — Rodrigo de Quiroga se manifiesta opuesto á las disposicio- nes gubernativas que asentaron los Vülagras. — El cabildo de Santiago las defiende. — La mitra en el venerable sacerdote Marmolejo. — Sus obras y su muerte. — El gobernador en Concepción. — Ordena la con- quista de Chiloe. — La real Audiencia en Chile Capitulo III. ^Ministros togados de la real Audiencia. — Rodrigo de Quiroga entrega el gobierno al supremo tribunal. — Providencia inti- matoria del tribunal gobernador. — Responde el toqui con la expug- nación de Quiapo. — La Audiencia pide fuerzas para hacer la guerra. — Martin Ruiz de Gamboa jeneral en jefe. — El ulmén Nahuelbuta. — Prosperidad de las colonias meridionales Capitulo IV. —Don Melchor de Sarabia, presidente y gobernador del reino. — Su salida de Santiago yendo á Concepción.— Concejo ó junta de oficiales generales. — Pillataru en Maiiguenu. — ' Atácanle los Espa- ñoles. — Son estos derrotados. — Vuelve don Melchor de Sarabia á Concepción harto avergonzado de su derrota Capitulo V. — Obispado de la ciudad Imperial. — La fortaleza de Arauco arrasada. — Pillataru en Quiapo. — Expedición de Gamboa á las tierras de Pelantaru.- Esfuerzos del presidente en favor de la administración de la justicia. — Sus disposiciones legislativas — Marcha el gobernador á los Infantes.— Vuelve á Concepción.— Muere el ilustre Barrionuevo. . Capitulo VI. — Temblor de tierra. — Hechos de Bravo de Sarabia por el bien público. — Llegada del ilustrísimo San Miguel de Avendaño á la Imperial. — Pillataru muere, y Alonso Diaz declarado toqui.— El obispo de la Imperial comienza la visita de su diócesis. — Don fray Diego de Me- dellin llamado á la silla episcopal de Santiago Capitulo VII. — Rodrigo de Quiroga llamado al gobierno de Chile. — Juan Jofré correjídor de Santiago, — Calderón en el desempeño de su 17 40 /j9 57 5/jO ÍNDICE. Úg. juzgado. — Hechiceros. — Convento de monjas en Santiago.— El gober- nador se dispone á ir en persona contra los Indios 70 Capitulo VIII— Pasa Quiroga á Concepción. — Sale contra los Arauca- nos, y los persigue y acosa en todas direcciones. — Llega á Osorno y regresa á Concepción. — Sale de esta capital para Santiago. — Martin Ruiz de Gamboa en Chillan. — Azoca en reemplazo de Calderón. — Muere el gobernador 77 Capitulo IX. — Martin Ruiz de Gamboa gobernador. ~ Pasa á Osorno. — El doctor Azoco pretende apoderarse del gobierno de Chile. — Des- cérrale Gamboa. — Don Alonso de Sotomayor nombrado gobernador. — Expedición naval al estrecho 86 Capitulo X. — Sotomayor en el gobierno.— Construcción de nuevos fuer- tes. — Asedio de Villarica. — Sublevación de los Indios. — Batalla reñida. — Alonso Diaz conducido á Cañete y ajusticiado 99 Capitulo XI. — Cayuncura toqui. — Sotomayor á Carampangue. — Com- üate favorable desde luego á los Indios, y rotos estos en el segundo empeño. - Turuquilla vencido. — Camina el gobernador á Santiago. — Varias ventajas de los Araucanos. — Triunfo de Ramón. — Noncu- nahuel toqui. — Abandono de Arauco. — Muere Noncunahucl 112 Capitulo XII. — El jefe Pilquetegua ahorcado. — Cadeguala en Angol. — El gobernador salva esta colonia. — Cadeguala impide el paso de Puren al gobernador. — Desafío entre Cadeguala y García Ramón. — El gober- nador sigue con tenacidad su sistema de fortificaciones. — Fastidiado de la guerra regresa á la capital. \2k Capitulo XIII. — Tratos de paz con algunas tribus indias. — Huenualca » toqui. — Engaño de Cadepinque. — Muerte del cacique Hueputaun. — Destemplanza de los Españoles.— Un refuerzo del Perú.— Huechuntu- reu y su hermana. — El gobernador en la capital. — Desafio de Hue- chuntureu y Cadepinque 138 Capitulo XIV. — Yanequeu, heroína chilena. — Sus hechos. — El gober- nador sale de Santiago, y reconoce la necesidad de desalojar algunos fuertes. — Vuélvese á Santiago. — Yanequeu sitia la plaza levantada en Puchangui. —Valerosa defensa del capitán Castañeda 154 Capitulo XV. — Quintuhuenu electo toqui. — Se piden auxilios al virey del Perú. — Respuesta que este da al cabildo de Santiago. — Destitu- ción de Azoca. — Marcha Sotomayor contra Quintuhuenu. — Batalla de la cuesta de Villagra.— Incendio de Arauco. — Colocólo el joven. ... 163 Capitulo XVI. — Paillaeco toqui. — Carácter de Sotomayor. — Vence al toqui. — Asedian los Indios á la Imperial. — Las viruelas. — Se traslada Sotomayor á Santiago. — Pasa al Perú, y se encuentra desposeído de su autoridad 179 Capitulo XVII. — La mitra de la Imperial en don Agustín de Cisneros. — Don Martin García Oñez de Loyola, gobernador de Chile. - El toqui Paillamacu. — Trátase de paz con el gobernador. — Su porte respecto ú lo perteneciente á cosas de gobierno 193 ÍNDICE. 541 Capitulo XVIII. — Llega» los jesuítas á Chile. — Como fueron recibidos en Coquimbo , y después en Santiago 205 Capitulo XIX.— Pasa el gobernador contra el vicetoquí Pelantaru. — Funda dos fuertes. — Paz con algunas parcialidades. — Santa Cruz de Coya. — Los jesuítas en los estados de Arauco. — El toqui en los pan- tanos de Lumaco. — Asedio del fuerte de Jesús. — Reformas gubernati- vas de don Martin. — El pirata Ricardo Hawkins. — Acuerdo del ca- bildo de Santiago de 17 de setiembre de 1594 210 Capitulo XX.— Hostiliza el gobernador á los Indios Catirayes. — Avanzaá Puren. — Fortifica el lago Lumaco. — Relijiosos agustinos en Chile. — Oríjen peregrino de su convento. — Asedio de Lumaco y de Puren. — Pedro Cortés á la defensa de los sitiados. — El gobernador derriba esos dos fuertes. — Alcabala 223 Capitulo XXI. — Planes del gobernador. — Pasa á la Imperial. — Em- prende la visita de otras colonias, y le siguen los jesuítas misioneros. — Regresa el gobernador á la Imperial.— Su muerte y la de cuantos Es- pañoles le acompañaban 235 Capitulo XXII. — Don Pedro de Vízcara gobernador interino. ■— Alza- miento de los Araucanos. — Vízcara sigue con ventura los negocios de la guerra. — A los seis meses de gobierno, tiene que poner el mando en manos de don Francisco Quiñones nombrado por el virey del Perú. 2/¡6 Capitulo XXIII. — Gobierno de don Francisco de Quiñones. — Función de Yumbel. — Crueldades ejecutadas en los Indios. — Despoblaciones de algunas colonias.— Pasa el gobernador á la Imperial asediada. — Sitian también los Indios á Valdivia, Villarica y Osorno. — Vuelta del toqui á los campos de Chillan, después de ganada Valdivia. — Vence Quiñones al toqui en dos encuentros , y regresa á Concepción 254 Capitulo XXIV. — El gobernador don Francisco pide al virey del Perú un sucesor para el gobierno de Chile. — Asedio de la Imperial y su de- fensa. — Pasa Quiñones á socorrerla. — Vence á Millacalquin vicetoquí. — Despuebla la colonia Imperial, y la de los Infantes.— Regresa á Con- cepción 272 Capitulo XXV.— Nuevas calamidades con la llegada de un pirata holandés al mar del Sur. — Saqueo de Castro. — Van Noort desembarca en la Mocha y después apresa algunos barcos en Valparaíso 282 Capitulo XXVI. — Gobierno interino de García Ramón 286 Capitulo XXVII. — Acontecimientos y operaciones militares bajo el go- bierno del maestre de campo don Alonso de Rivera. — Ruina de Villarica. 289 Capitulo XXVIII. — Sucesos que preceden á la evacuación de Osorno. — Llegada de Ocampo con un refuerzo de tropas. — Su salida para Chi- loe. — Es atacado y muerto por los Araucanos 292 Capitulo XXIX. — Prosiguen los sucesos de Osorno antes de la evacua- ción de esta colonia.— Su incendio. —La religiosa doña Gregoria Ra- mírez y el Indio Huentemagu „ 300 Capitulo XXX. — Estado miserable de Osorno. — Los habitantes la 542 ÍNDICE. Pag. abandonan y se trasladan con mucho trabajo á Ghiloe. — Salida de las monjas clarisas para Santiago 30i Capitulo XXXI. — Suerte deplorable de los prisioneros españoles 308 Capitulo XXXII. — Llegan de España los 500 soldados prometidos por el monarca. — Plazas restauradas. — Acierto del gobernador Rivera. — Cesación de su mando y causas que la ocasionaron 313 Capitulo XXXIII. — Segundo gobierno del maestre de campo don Alonso García Ramón. — Su recibimiento. — Preparativos. — Fuerzas impo- nentes de que disponía 322 Capitulo XXXIV. — Indecisión aparente del gobernador en restablecer las colonias.— Apología de esta indecisión. — Desgraciados sucesos que ¡a justifican 328 Capitulo XXXV. — Sensación dolorosa causada por estas pérdidas. — Mi- sión secreta del P. Luis de Valdivia.— Su viaje á España. — Nueva reorganización del ejército 335 Capitulo XXXVI. — Primera crecida del rio Mapocho. — Segundo esta- blecimiento de la real Audiencia 341 Capitulo XXXVII. — Batalla de Lumaco. — Muerte del gobernador García Ramón 345 Capitulo XXXVIII. — Mando interino del oidor decano de la Audiencia. — Buenos sucesos bajo su mando 349 Capitulo XXXIX. — Gobierno interino de don Juan de Xara-Quemada. — Grandes conocimientos y capacidad que tenia. — Sabiduría de sus actos políticos, administrativos y militares 356 Capitulo XL. — Segundo gobierno del maestre de campo don Alonso de Rivera. — Regreso del Padre Luis de Valdivia con órdenes del rey. — Sucesos de su sistema de pacificación 361 Capitulo XLI. — Continúan los progressos del P. Luis de Valdivia en su intento. 369 Capitulo XLíl. — Prosigue la misma interesante materia. — Perspectiva lisonjera de paz. — Fatales acontecimientos 373 Capitulo XLIII. — Consecuencias de los acontecimientos referidos en el capítulo anterior. — Situación crítica de Rivera y del ejército por las órdenes que tenían de mantenerse en la defensiva. — Desavenencia del obispo de Santiago con la real Audiencia 380 Capitulo XLIV. — Cuidados administrativos de don Alonso de Rivera. — Otros corsarios holandeses en el mar del Sur. — Descubierta del estre- cho de Lemaire 386 Capitulo XLV. — Nuevos sucesos de la guerra defensiva. — Muerte de don Alonso de Rivera. — Elojio de este jeneral .' . 389 Capitulo XLVI. — Gobierno interino del licenciado Hernando Talaberano. — Protección que da á la guerra defensiva 392 Capitulo XLVII. — Gobierno de don Lope de Ulloa y Lemus. — Su opo- sición al sistema de Valdivia. — Este ilustre jesuíta se retira á España. — Muerte de ülloa. 396 ÍNDICE. 5/|.3 Pág. Capitulo XLVIII. — El P. Valdivia 401 Capitulo XLIX. — Gobierno interino del oidor don Cristoval de la Cerda. 405 Capitulo L. — Gobierno de don Pedro Osores de ülloa. — Se mantiene en la defensiva. — Desórdenes de este gobierno. — Agresiones de los Araucanos.— Otros piratas holandeses. — Muerte del gobernador. . . 412 Capitulo LI. — Interinato del maestre de campo don Francisco de Alba y Norueña. — Sucédele don Luis Fernandez de Cordóva y Arce. — Espe- ranzas que inspira. — Llegan refuerzos á Valparaíso. — Orden y decla- ración de guerra ofensiva 420 Capitulo LII. — Prosigue la guerra ofensiva. — Valentía de Putapichion. — Ataque de Chillan y muerte de su correjidor. — Batalla de las Cangre- jeras. „ 428 Capitulo LUÍ. — Gobierno de don Francisco Laso de la Vega. — Refuerzos que trae. — Su política. — Batalla indecisa del paso de don García, ó de Picolhué 439 Capitulo LIV. — Continuación del Gobierno de Laso. — Pasa el Biobio y acampa sobre la ciénega de Lumaco. — Putapichion no se presenta.— Vuelve el gobernador á pasar el Biobio y se acuartela en San Felipe de Yumbel. — Pasa Putapichion la frontera y ataca á San Bartolomé de Gamboa.— Sale el gobernador enfermo de San Felipe en su persecución. — Batalla de los Robles. — Pasa el gobernador á Santiago. — Buenas providencias de gobierno. - Levanta tropas y vuelve á campaña. . . . 449 Capitulo LV. — Forma Laso nuevo concepto de los Indios y confiesa se habia engañado.— Sale de nuevo á campaña. — Putapichion, con Qucupuantu por teniente ó vicetoquí y siete á ocho mil hombres, ataca la frontera. — Batalla de laAlbarrada 458 Capitulo LVI. — Sentimiento de Laso de la Vega de no haberse aprove- chado de la victoria de la Albarrada.— Putapichion, herido, medita volver á campaña.— Sale el gobernador de San Felipe á Quilicura.— Destaca Rebolledo con tropas hasta el Cauten.— Maloca desordenada é insubordinación de sus capitanes. — Felices resultados que tiene. — Pasa el gobernador á la Concepción. — Providencias civiles y militares. — Va á Santiago. — Tiene un asunto de competencia con la real Audiencia. — Sentencia la de Lima en favor deL gobernador 465 Capitulo LVII. — Continua malo de sus heridas Putapichion. — Qeu- puantu elejido toqui. — Su sorpresa, su valentía, y su muerte. — Sana Putapichion y vuelve acampana. — Sucesos de la correría que los Españoles hicieron hacia el Cauten y ¡a Imperial 473 Capitulo LVIII. — Exajeraciones de algunos historiadores,- Preparativos de Huenucalquin. — Vale á buscar Laso. — Operaciones de la cam- paña. — Socorro de tropa á Tucuman para someterá los Indios suble- vados. — Vuelve el gobernador á Santiago. — Sucesos de Rebolledo en San Felipe , y de Zea por Arauco. — Nueva campaña hecha por el gobernador. — Su éxito. 483 m índice. Pag. 504 Capitulo LIX. - Nuevas sorpresas de los Indios. - Putapichion se pre- para a salir con grandes fuerzas á campaña.- Vale al encuentro Laso- pero no le espera el jefe araucano. - Dispersa este sus fuerzas. - Causas de las malocas y correrías por parte de los jefes españoles. - Diferentes correrías y sucesos de Laso hasta que regresa á la Concepción. 492 Capitulo LX.-Laso en la Concepción.- Recibe parte de una nueva ten- taüva de Putapichion. - Va á esperarle sobre el rio de la Laja. - Retí- rase el jefe araucano. - Laso enfermo.- Pasa convaleciente por mará bantiago.-Real cédula en favor de los Indios de encomienda.-Liga de Putapichion con Antigueno y Puchiñanco. - Sorpresa malograda. - Accmn de guerra.-Retiranse Españoles y Araucanos.-Nombran estos . por toqui á Curanteo. - Muerte de este. - Sucédele otro Curimilla. . Capitulo LXI. — Reúnense los Araucanos en Pelleguen con proyectos hostiles. -Sorpréndelos el maestre de campo. — Hace prisioneros y atrae algunos Indios á la paz. - Un destacamento enemigo se lleva muchos caballos de Curilebo.-Persiguenle los Españoles y rescatan los caballos.-Sale el capitán Mejorada de Castro hasta Osorno.- Castiga aquellos Indios matando á ciento , y se retira sin pérdida. — Entra el invierno.— Los Indios de Tirua quitan caballos á los Españoles. — Si- guen las correrías. — Proyecto de repoblar á Valdivia. —Dilaciones. — Vuelve Laso á la Concepción Capitulo LXIL— Sale el gobernador con fuerzas.— Un prisionero auxiliar descubre su marcha al enemigo, y vuélvese á la plaza. — Sale de ella se- gunda vez para las tierras de Marinao.-No le aguardan los enemigos. —Las fronteras quedan casi enteramente libres de ellos por sus emigra- ciones hacia el Cauten. — Resolución de levantar dos poblaciones • una á orillas del Coypú , y otra en Angol. — Va el gobernador á reconocer para levantar planes , y se vuelve á la Concepción sin haberlos eje- cutado 509 Capitulo LXIII. — Continuación del capitulo anterior— Junta militar en la Concepción , en la cual nada se resuelve. — Pasa Laso á Santiago. — Consulta con la Audiencia y merece su aprobacion.-Junta, después, en el cabildo.— Vuelve el gobernador por octubre á la frontera. — Prisión de Naucopillan Capitulo LXIV. — Resolución de poblar en Angol.— Dase principio á la obra. - Sus progressos. — Cae de nuevo enfermo el gobernador.— Se restablece y forma otros proyectos. — Salteadores á las puertas de la Concepción. - Son descubiertos, cojidos, muertos y descuartizados.— — Cejen los Indios cinco prisioneros de la plaza de Angol. — Muerte de estos.— Castigo frustrado.— Chicaguala.— Muerte de Naucopillan.— Incendio de Angol. - Su reedificación.- Regresa Laso á la Concepción y á Santiago 516 524 530 FIN DEL ÍNDICE DEL TOMO SEGUNDO. _ g^H