> vi

#*

V.f

f^

1 i

iM

1 'IJFV

"T: -

^^m^^s^s^i^^s^^i^

£m

'

^"r*1?^^^!*!^ ^1^ ^Eaf5KSSEre2£&2&¡5

» -

HISTORIA 1

FÍSICA y POLÍTICA

DE CHILE.

HISTORIA 1

TOMO SEXTO,

.

casT¿5SS3SZSSlfl^

PARÍS.— EN LA IMPRENTA DE E. THUNOT Y <?

calle Racine, 26, cerca del Otleon,

HISTORIA

física y política

DE CHILE

SEGÚN DOCUMENTOS ADQUIRIDOS EN ESTA REPÚBLICA DURANTE DOCE AÑOS DE RESIDENCIA EN ELLA

T PUBLICADA

BAJO LOS AUSPICIOS DEL SUPREMO GOBIERNO

POR CLAUDIO GAY

CIUDADANO CHILENO,

INDIVIDUO DE VARIAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS NACIONALES Y ESTKANJEKAS CABALLERO DE LA LEGIÓN DE HONOR.

HISTORIA.

TOMO SEXTO.

PARÍS

EN CASA DEL AUTOR, CHILE

K¡V EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE SANTIAGO-

MDCCCLIV

HISTORIA

DE CHILE.

CAPITULO XXXIfí.

Estado de los ejércitos y de la provincia de Concepción cuando O'Higgins fué elevado al poder militar.— Reformas que hace este jefe. Liberalidad del plenipotenciario Cienfuegos con los prisioneros de Carrera. Su vuelta á Talca.— Tendencias sediciosas de ios partidarios de los Carreras y disposicio- nes del gobierno con este motivo.— Principio de federación en la provincia de Concepción y su fin.— O'Higgins es nombrado intendente de la provincia.— Desea separar á los hermanos Carreras del teatro de la guerra. Síntomas de mala intelijencia entre O'Higgins y Carrera y principio de los dos partidos á que estos dieron nombre.

El teatro de la guerra fué constantemente , desde la invasión de Pareja, la provincia de Concepción en grave daño del país y de sus habitantes, Estenuados de fatiga los patriotas por los temporales, las continuas marchas y la falta frecuente de víveres y caballos, no es de estra- ñar que la mayor parte de ellos olvidasen sus deberes y fácilmente se entregasen á la indisciplina, que es el síntoma mas significativo de la próxima ruina de un ejér- cito. El de que tratamos se componía , como antes he- mos visto , de elementos completamente heterojéneos : habia en él pocos veteranos y muchos milicianos, los cua- les como soldados temporeros, no podian tener ni el en- tusiasmo, ni la resignación , ni la disciplina de aquellos,

íSSSEEffíacClCSSaCSSZÉÍ

t; <■

O HISTORIA DE CHILE.

y de aquí la demoralizacion en las filas , la violación de las leyes en administraciones que estaban exhaustas de recursos y el desorden en todo (1).

No era mucho mejor la disciplina de los realistas. Entre estos habia también muchos nacionales, que como de costumbre eran poco á propósito para la guerra. A pe- sar del entusiasmo que el clero y los frailes franciscanos procuraban inspirarles, no era grande el fervor que te- nían por su causa, y en todos sus actos manifestaban una secreta tendencia á la deserción. Para remediar tan grave desorden y evitar en lo posible toda seducción , Sánchez, lurgo que se levantó el estado de sitio, empleó parte de sus tropas en cortas espediciones militares, enviándolas por destacamentos contra el enemigo y con- siguiendo de este modo que tuviesen una vida ajitada y aventurera, que es lo que da el ser á un ejército y forma el alma del soldado. De estas guerrillas se hicieron notables las de Lantaño, Elorriaga, Urréjola , Barañao , Paulo Asenjo, Castilla y otras por su audacia y su actividad en perseguirlos convoyes de los patriotas y atacarlos hasta en sus atrincheramientos. Tal fué el oríjen de las nume- rosas escaramuzas, que á la larga despertaron en el cora- zón de ambos partidos una pasión violenta de odio y de animosidad, causa de todas las guerras de represalia que produjeron la ruina del país.

Lo mas sensible en semejante lucha era que la devas-

(1) O'Higgins decia ai gobierno en una comunicación oficial : « Las tropas de estas divisiones se hallan desnudas, mal pagadas y con créditos pendientes á su favor, de que resulta á primera vista un aspecto poco satisfactorio. Ví- veres ningunos, caballos para entrar en la acción menos, etc. » En carta par- ticular escrita á su amigo el vicario castrense don Casimiro Albano, se espresaba en estos términos: « V. conoce la situación lamentable en que se encuentra nuestra fuerza armada , que no me atrevo á llamar ejército, porque nada veo en su material y moral que merezca este nombre. »

CAPITULO XXXIII. I

tacion de esta provincia desgraciada se consumaba al- ternativamente por dos ejércitos compuestos en su mayor parte de soldados que habían nacido en ella , que mu- chos habian estado unidos con los lazos de la amistad y algunos lo estaban con los vínculos del parentesco. Por parte délos realistas, preciso es confesarlo, el deseo de venganza no era ni tan profundo ni tan jeneral : habia en ellos mas reserva, mas moderación , porque estando pro- vistos de lo necesario , obraban solo contra el enemigo, nunca contra la propiedad , á menos que las circunstan- cias lo exijiesen : les dominaba ademas una influencia esencialmente relijiosa y estaban mandados por oficia- les entendidos y bien disciplinados. No sucedia lo mismo por parte de Carrera , á quien la junta gubernativa , sea por impotencia, por inercia ó quizá por cálculo, habia casi abandonado á sus propios recursos, obligándole de este modo á hacer continuos pedidos á los habitantes de la comarca , ya llenos de ansiedad y de desconfianza en el porvenir. Porque á pesar del cuidado queponiaen la elección de las personas encargadas de ejecutar sus ór- denes, á pesar del rigor que desplegaba en ciertas oca- siones contra los autores de algunas exacciones , quiso la fatalidad que los mismos oficiales que merecieron su confianza abusaron de su posición y contribuyeron con su sed de riquezas á agravar los males de la guerra , y á sumerjir la provincia en un estado tan deplorable, que tenia que pedir víveres á Valparaíso la que habia pro- visto antes á esta ciudad de grandes depósitos. Todo esto contribuyó poderosamente á enajenar las voluntades del país, á aumentar el número de los enemigos de la patria, y hasta á producir numerosas defecciones entre los que Rosas habia sometido por el ascendiente de su jenio y

í

%z$jéé£M

O HISTORIA DE CHILE.

que movidos de un sentimiento de verdadero patriotismo se habían unido al partido de la revolución.

Tal era el estado de las cosas cuando O'Higgins tomó el mando del ejército. Su misión era escabrosa, difícil, pero no superior á sus fuerzas. Poseía en alto grado lo que es muy necesario en una revolución , el sentimiento del propio deber ; y reuniendo las dos cualidades que cons- tituyen la fuerza de un soldado , es decir, el valor que emprende y la voluntad que persevera, no debia serle difícil ganar las simpatías de un ejército que tantas oca- siones habia tenido de apreciar su intrepidez y su sangre fria, y de desarrollar en él el espíritu de cuerpo, esta gran virtud guerrera que el desorden habia estinguido casi del todo. Natural y vecino de la provincia de Concepción , donde era dueño de vastas propiedades, tenia también derecho á la estimación de sus conciudadanos, porque estos estaban acostumbrados á vivir en su sociedad y á apre- ciar su carácter jeneroso y desinteresado, de que tenia dadas repetidas pruebas ya renunciando su sueldo , ya haciendo donativos de gruesas sumas de dinero, ya mermando considerablemente el numeroso ganado de sus haciendas para dar de comer á los soldados y para proporcionarles caballos.

Tan brillantes cualidades unidas á un ardiente patrio- tismo y á la firmeza de principios , no dejaban notar la falta de esperiencia que en mucho mayor grado que él poseía su antecesor, quien en cambio carecía de aquella bravura atrevida que en último resultado es la que distingue al verdadero jeneral, sobre todo en guer- ras de tan escasa importancia.

Como la junta le habia revestido de plenos poderes ^ lo primero que hizo fué dar nueva organización al ejér-

&* -m***&miwmRw

CAPULLO XXXILT.

9

cito y nombrar jefes con quienes pudiese contar. Dio el mando del cuerpo de dragones y del de húsares de la victoria á Rafael Anguita , el de granaderos á Enrique Campinos, puso la guardia nacional á las órdenes del capi- tán don José María Benaventey reformó en gran parte el plan de don Miguel Carrera. Semejante política era quizá necesaria para hacer odioso este jeneral á los ojos del sol- dado como se le habia hecho ya á los del público , á lo que contribuyó mucho el curaCienfuegos, quien no se con- tentó con desaprobar por su parte la organización del ejército , sino que hasta mandó poner en libertad á mas de doscientas personas entre hombres y mujeres que la justa severidad de Carrera tenia detenidas en las prisio- nes ó en los pontones de Talcahuano, en Tumbes y en la isla de la Quinquina.

Esta gran liberalidad del plenipotenciario que visi- blemente aspiraba á la reputación de clemente, no me- reció la aprobación de todos los patriotas, porque entre los prisioneros se contaban muchos criminales y de estos algunos tan infames que habían conspirado á favor de ambos partidos, por lo cual eran mas culpables y mas te- mibles. En su natural sencillez, el buen padre, como le llamaba Carrera, creia que bastaba un simple juramento de fidelidad para atraerlos, sin reflexionar que seme- jantes ligaduras son superfluas entre hombres honrados, y completamente inútiles cuando se trata de perjuros que han dado pruebas de infidelidad. OHiggins, que co- nocía mejor el corazón humano, era uno de los descon- tentos : quería una amnistía , pero no tan jeneral y tan completa, porque opinaba que la jenerosidad llevada al esceso es siempre funesta á las revoluciones. En esta ocasión como en otras muchas, conoció que á pesar de la

rag*T"irg¿á3

^!^Mg|

10

HISTORIA DE CHILE.

influencia de Cienfuegosen una provincia en que era muy querido y estimado, sus inconsecuencias podrían ser per- judiciales al restablecimiento del orden y determinó ale- jarlo de allí. So pretesto de una conspiración de Carrera y de que su voto era necesario en la junta , le hizo partir el 6 de febrero para Penco viejo y el 10 para Talca es- coltado por un destacamento de ochenta soldados , pri- vándose así de un ausiliar sumamente precioso que con los medios que le daba su santo ministerio hubiera podido separar la causa realista de la causa relijiosa, estrecha- mente ligadas y confundidas en la mente de aquellos buenos campesinos.

Luego que O'Higgins quedó de único jefe en Concep- ción continuó sus reformas, procurando dar nueva orga- nización á su pequeño ejército. Aunque mas reservado que Cienfuegos en atacar los actos y proyectos de Car- rera, no usaba menos que aquel la segur siempre que podia hacerlo sin comprometer á las claras su delicadeza. Los partidarios de Carrera , que aun eran muchos , no veian con indiferencia estos actos de hostilidad. Si la proclama de la junta no les habia agradado, menos podia ser de su gusto la del nuevo jeneral , quien con maligna intención insertó en ella algunos pasajes de la del virey del Perú á los Chilenos, en que los dos hermanos mayores eran tratados de jóvenes caprichosos, lijerosy licenciosos, y acusados como autores de la ruina de la provincia. Llenos de indignación murmuraban contra el nuevo estado de cosas, y el acto de deponer Carrera su poder lo consideraban , no como la desorganización de su partido, sino como una simple necesidad del momento que habia de desaparecer bien pronto. Empezaban á olvidar por otra parte ellos y muchos de sus soldados el carácter turbu-

t&£3SE££aaGSE

™— "-

CAPÍTULO XXXIII.

11

lento de su jeneral , y confiaban en poder sublevar con el tiempo á fuerza de celo y de actividad el ejército y hacer una la suerte de este y la de su verdadero jefe para abrirle así el camino, imponérselo segunda vez y que apareciese á sus ojos con la aureola y el prestijio de una víctima. Con objeto de cortar este funesto resultado y quizá una guerra civil, la mayor de todas las calamidades en aque- llas circunstancias, se hicieron las reformas, destituyendo á ciertos oficiales, destinando otros á Talca con el pre- testo de que organizasen un cuerpo de reserva , y favo- reciendo de todas maneras á los enemigos de Carrera , especialmente á los que por su audacia ó por sus resen- timientos eran los mas á propósito para menoscabar su reputación. Entre los últimos se contaban algunos mili- tares y no pocos paisanos que habían sido perseguidos por realistas ó por contrarios á su partido, y otros como Miguel Zañartu, el presbítero Isidoro Pineda, Fernando Urizar, Antonio Mendiburu, y Santiago Fernandez, que siempre desaprobaron la severidad que desplegó contra sus conciudadanos y la tolerancia que tenia con los es- cesos de sus soldados. Como las personas citadas per- tenecían á las primeras clases de la sociedad y las conocía mucho O'Higgins, formaron desde luego su principal cír- culo y no tardaron en ser sus mas íntimos consejeros. Otro motivo de temor para el Gobierno era una junta que habia en Concepción nombrada por los vecinos, é igual casi á la de Santiago en la naturaleza é importancia de sus atribuciones. No fué otro el oríjen de semejante junta que los antiguos zelos ambiciosos, de que ya he- mos hablado, que la provincia de Concepción tenia de la de Santiago y que la arrastraban por instinto á ser inde- pendiente de esta en administración y en política. La

^«tícg

12

HISTORIA Dli CtlILE.

junta de Talca do podia ver con indiferencia el principio de un federalismo que con razón consideraba como un elemento de gran desorden, y e propuso disolverla, no valiéndose de amenazas ni mucho menos de violencias que la hubieran colocado en un grave conflicto, sino ganando con habilidad algunos de sus miembros y ofreciéndoles empleos á la par honoríficos y lucrativos. Con este sistema y separando algunos de sus miembros esta asamblea llegó á disolverse por misma, reemplazándola el Go- bierno con una intendencia igual en todo y por todo á la que existia en la época del sistema colonial. Como era de razón, O'Higgins fué nombrado intendente.

A pesar de tantas reformas restaba todavía una cosa que hacer y era alejar todo lo posible á los hermanos Carrera del teatro de la guerra, donde su presencia era un foco perenne de desorden y de conspiración. Juan José habia marchado en los mismos dias que Cienfuegos llevándose siete mil pesos de sueldos atrasados, pero los otros dos continuaban en medio de unos soldados insu- bordinados, siempre dispuestos á la rebelión y que aban- donaban sus banderas con un atrevimiento que el temor al castigo no era bastante á contener. La junta no cesaba de hablar de esto á O'Higgins, manifestándole que era necesaria la marcha de los dos hermanos Carrera para restablecer el orden, que les hiciese saber estas medidas garantizándoles la conservación de sus títulos y asegu- rándoles que irian al estranjero encargados de misiones de alta importancia, y que en caso de resistencia emplease ¡a fuerza. Como lo que se quería era un destierro y no era regular que Carrera quisiese pasar por esta humi- llación, rehusó lo mismo que sus hermanos la misión que se les ofrecia, prometiendo retirarse á su hacienda de San

^&&mm^:*'

g¡á&<

CAPITULO xxxur.

13

Miguel tan pronto como rindiese sus cuentas y terminase el inventario de los útiles y pertrechos de que era res- ponsable, pues tenia grande interés en ponerse á cubierto y hacer ver á sus enemigos que los gastos habían sido muy módicos y muy inferiores á lo que debieran. En este intervalo su posición respecto á O'Higgins fué la de simple amigo , pero la amistad era en ambos apa- rente, porque al uno le hacia traición un vivo sentimiento de amargura y al otro ese espíritu de temor y descon- fianza que caracteriza á los jefes revolucionarios elevados repentinamente al poder, y que les inclina siempre á pensar mal y á suponer torcida intención en sus adversa- rios. El antagonismo, como era consiguiente, no tardó en manifestarse á las claras. Reducido en un principio á meras impresiones de la rivalidad y del amor propio, sin que el desacuerdo llegase al corazón, tomó bien pronto la impetuosidad del odio y la venganza y acabó por producir los dos partidos de Carreristas y O'IIiggi- nistas que las circunstancias agitaron de una manera tan dolorosa y que el tiempo, los adelantos y la paz no han estinguido del todo en el país.

\%M&m,

CAPITULO XXXIV.

Posición de los dos ejércitos.— Miguel Carrera propone inútilmente la toma de Arauco. Llegada á Chile del brigadier don Gabino Gainza y de un refuerzo do tropas.— Parte para Chillan y después para Quinchamali. O'Higginsse ve rodeado de realistas por todas partes.— Principio desgraciado de su mando. Miguel y Luis Carrera se diríjen á Santiago con varios amigos y son hechos prisioneros por los soldados de don Clemente Lantaño. Toma de Talca por Elorriaga.— Muerte del coronel don Carlos Ispano.

Las disensiones entre los oficiales jenerales del ejér- cito de los patriotas y la indisciplina y deserción de sus soldados, estimulaban el entusiasmo de los realistas y les infundían confianza para emprender continuas espedi- ciones, que mandaban oficiales celosos, entendidos y va- lientes. Los misioneros franciscanos por su parte no perdonaban medio , según costumbre , para que fermen- tase el sentimiento relijioso que conduce á la exaltación, y ya en el confesonario, ya en el pulpito y á veces hasta en proclamas , se aprovechaban de la ignorancia supers- ticiosa del pueblo y apelaban á su fidelidad como á un principio de derecho natural, divino y humano (1). Su acción no se limitaba á la ciudad de Chillan, sino que recorrían una gran parte de la provincia y hasta se ar- riesgaban á penetrar en las poblaciones indias para in- teresar la barbarie en su causa y servirse de ella como fuerza brutal contra un país ya medio arruinado , impru-

(1) El confesonario y pulpito de los misioneros eran bandera de engan- che, etc. Documentos de la historia manuscrita de Martínez. Véanse tam- bién los documentos sobre la guerra de la independencia por el reverendo padre frai don Juan Ramón, guardián del colegio de Chillan , en que estos mi- sioneros de paz relatan detalladamente con una satisfacción particular lodo lo que hicieron en favor del ejército real.

CAPITULO XXXIV.

15

ciencia que ya hemos desaprobado y que lamentamos mucho verla cometida por una clase de la sociedad que tiene por guia los mas puros sentimientos humanitarios, y que mejor que ninguna otra deberia conocer los in- convenientes que llevaba consigo el despertar la codicia feroz de estos salvajes.

De su mediación se valia Sánchez para enviar sus correos y mantener una correspondencia mas ó menos espedita y siempre muy espuesta , porque las cartas te- nían que atravesar un vasto territorio habitado por tribus de diferentes bandos , frecuentemente en no muy buena armonía y por lo regular enemigas de los españoles. Así es que la posesión de Arauco era para él de la mayor importancia, pues por de pronto le aseguraba un punto de comunicación con las autoridades de su partido , y mas tarde un sitio de desembarco para las tropas que habia pedido y que esperaba con grande an- siedad. Porque á pesar de que hasta entonces se habia sostenido con honor y con una cierta satisfacción, no dejaba de conocer que en el aislamiento y abandono en que se hallaba desde la pérdida de Talcahuano, no podría resistir mucho tiempo á los patriotas, si no re- cibía pronto los ausilios que sin cesar reclamaba á Val- divia, Ghiloe y sobre todo á Lima, centro principal de todas las operaciones de lámar del Sur.

Don José Miguel Carrera conocía muy bien la situación embarazosa de Sánchez y las ventajas que podía sacar de la ocupación de Arauco. Su primer pensamiento fué, pues, reconquistar esta plaza, y al efecto comisiono á Urizar, quien, como ya hemos visto, solo llegó hasta el rio Garampangue, que no pudo pasar. Este contratiempo no le detuvo. Sabiendo que ademas de la fuerza del

i

^sfímmagsaasss^^SSSBí^J^

16

HISTORIA Dli C1IIL¡:«

enemigo, mucho mas numerosa de lo que pensaba, tenia que combatir á los habitantes de todo el país que for- maban causa común en su resentimiento por tantas exac- ciones como habían sufrido , creyó indispensable ir en persona con todas las tropas de Concepción , acampadas de su orden con este objeto en el cerro de Chepe. La junta gubernativa, que era la que debia suministrar todo lo necesario para esta espedicion , se hizo sorda al principio á las proposiciones de Carrera , y acabó por desecharlas so pretesto de que Sánchez podia aprove- char su ausencia corriéndose hacia el norte y apode- rándose de la capital , en la que habia pocas tropas, mu- chos realistas y frios ó mentidos patriotas. Carrera tuvo, pues, que desistir de su proyecto ó por lo menos aplazarlo para época mas favorable, considerando siempre esta conquista como preliminar indispensable de sus futuros triunfos. Desgraciadamente la desunión que por esta época trabajaba á los dos poderes y poco después la precisión en que se vio de dimitir el mando paralizaron todos sus esfuerzos y los hicieron completamente inútiles, sin que se aprovechase de ellos su succesor, quien mas conocedor que la junta , estaba en el caso de calcular su gran importancia. Pero á O'Higgins le preocupaba de- masiado en estos momentos su nueva posición para que pensase en semejante conquista cuando tenia que atra- vesar todas las tempestades que suscita un partido ven- cido, que cuenta con una gruesa fuerza y gran prestijio; y aunque sabia que Carrera tenia muchos enemigos en Concepción , hasta el punto que una noche le salvó de los puñales que le asestaban viles asesinos (1), y por mas que se hubiese reducido mucho el número de sus

(1) Conversación con el señor O'Higgins.

^ím^wmm^smmimi' * ***

partidarios, todavía había entre estos algunos de ca- rácter inquieto y que escitados por la presencia de sus jefes ó quizá por sus conversaciones y sus consejos , se propasaban á algunos actos de insubordinación poco tranquilizadores para su porvenir y para el del ejército. Sabían ademas que á ciertos cuerpos de este ejército se les estaba continuamente hablando en favor de Carrera, que la deserción se favorecía de mil maneras y que solo se esperaba ganar algunos batallones para marchar sobre Santiago y deponer la junta gubernativa reemplazándola con un nuevo poder. Todo esto contribuía á que la po- sición de O'Higgins fuese tan difícil como equívoca y á que gastase el tiempo en desbaratar estas peligrosas in- trigas, contentándose con hacer algunas reformas útiles á su partido y dejando á un lado la conquista de Arauco, cuyas ventajas no desconocía, y á la que fué impulsado por la junta gubernativa, la cual se decidió al fin cuando supo que iban á llegar tropas realistas á las costas de Chile.

Estas tropas, procedentes unas de Chiloe y otras del Callao, desembarcaron en efecto á fines de enero de 181/j. Las primeras que llegaron se componían de setecientos milicianos á las órdenes del coronel Montoya, y las demás apenas contaban ciento veinticinco hombres, si bien todos soldados escojidos pertenecientes en sus cuatro quintas partes al rejimiento real de Lima, con dos piezas de campaña. En los buques que condujeron las últimas tropas iban ademas oficiales y personas de mérito , tales como don Matías de la Fuente, don José Antonio Rodrí- guez, auditor de guerra, y otros. Iban también don Ga- vino Gainza, brigadier de los ejércitos reales y coronel del rejimiento de infantería del infante don Carlos, á

VI. Historia, 2

í

^&m^Msi=^SúS2^TS^^^l^

Bti

18

HISTORIA DE CHILE.

m

quien Abascal enviaba á Chile á tomar el mando en jefe del ejército de operaciones , en reemplazo de Sánchez , que era de edad muy avanzada y tenia una educación vulgar y escasos talentos militares. Esta fué una falta del virey, quien debió ser mas justo con este oficial , despreciando los dichos de los envidiosos y los ambicio- sos y reflexionando que si Sánchez carecía en efecto de las cualidades necesarias para mandar un ejército por insignificante que fuese , tenia dadas pruebas de activi- dad, se habia sostenido con honra en la difícil posición en que le colocó la muerte de Pareja, y reunia sobre todo á la gran ventaja de conocer bien el país, el instinto de adivinar con frecuencia el mérito de las personas que asociaba á su suerte.

Gainza estuvo pocos dias en Arauco , adonde fué á unírsele el coronel don Luis de Urréjola, quien le infor- mó del estado de apuro en que se hallaban los patriotas, y sus desavenencias, y le manifestó la necesidad de ata- car áMackenna, que de Quirihue habia ido á fortificarse á la hacienda de Membrillar, situada á las inmediaciones en la parte baja del punto en que se unen los rios Nuble é ltata. El 8 de febrero partieron juntos yendo á pasar el rio Biobio por la pequeña plaza de Santa Juana. Lle- gado que hubieron á Rere incorporó la caballería de Elorriaga á las tropas que llevaba, las dirijió hacia la parte de Membrillar, no dejando en Rere mas que cien hombres al mando de Castilla, y se volvió á Chillan sin mas objeto que darse á reconocer por jeneral en jefe del ejército y capitán jeneral del reino. Tres dias después fué á Quinchamali á reunirse al ejército y combinar con los oficiales superiores un ataque contra Mackenna, forti- ficado apocas leguas de su campamento.

CAPITULO XXXIV.

Alasazon el ejército de O'Higgins, á quien Mackenna no cesaba de pedir ausilio, se hallaba rodeado de un cor- don de tropas realistas unidas íntimamente por nume- rosas guerrillas que estaban siempre en campaña. Así es que en San Pedro, que solo está separado de Concepción por el Biobio, se hallaba el valiente Quintanilla á la ca- beza de cien soldados y sostenido por los de Golcura y Arauco ; Talcamavida y Santa Juana eran el punto de reunión de estas guerrillas mitad chilenas mitad indias, que tan intrépidas en el ataque como lijeras en la retirada, no temían llegar hasta las avanzadas de los patriotas, á las que no cesaban de hostigar y de incomodar. En Rere estaban las tropas de Castilla y en Chillan los setecientos hombres que Gainza habia dejado al mando del coronel Berganza, después de haber dado orden de aumentar las fortificaciones de otros tres castillos y de cinco trinche- ras. Por último el grueso del ejército estaba acampado en Quinchamali pronto á marchar al punto que fuese nece- sario. Para completar mas esta especie de bloqueo, bien que no entrase en la intención del jeneral en jefe, las dos fragatas la Sebastiana y el Potrillo que habían con- ducido las tropas á Arauco, se colocaron en la emboca- dura de la bahía de Talcahuano con intención de apode- rarse de los buques que llevaban víveres á la plaza y la abastecían, ó de ausiliar las operaciones del ejército de tierra. Entre Gainza y estos buques mediaba una corres- pondencia mui seguida por medio de las guerrillas que mandaban Lantaño y Barañao.

En medio de tantos elementos de temor y de peligro, O'Higgins, para sostener y mejorar la moral de sus tro- pas, creyó conveniente tomar la ofensiva y atacar algunos de estos destacamentos. Desgraciadamente la fatalidad

i

¡avirTTtfrTáSgaSgaBr^S^:

20

HISTORIA DE CIIILK.

persiguió desde el principio todas sus empresas. Quín- tanilla le cojió los cuatrocientos caballos que Carrera ha- bía puesto en la hacienda de Hualpen y cuando quiso atacarle en San Pedro, se vio obligado á renunciar a esta empresa y á retroceder á consecuencia de la insubor- dinación de los granaderos probablemente sobrescitados con la presencia de don Juan José Carrera : por lo menos es lo cierto que este jeneral se habia introducido con inten- cioneshostiles en medio de sus soldados, por lo cual O'Hig- ginsle dirigió durasy severas reconvenciones (1). Otraes- pedicion, que al mando del capitán don Juan Calderón tuvo el encargo de sorprender á un corto número de soldados y marinos que bajaron á hacer aguada en la isla de la Quinquina , fué completamente derrotada ; y pocos dias después estos mismos marinos desembarcados en Coelemu, se apoderaron de un convoy de víveres destinado á Concepción y que felizmente pudo recuperar en parte el teniente Freiré atacándolos con ochenta dragones. En- fin una tercera espedicion mandada por el coronel demili- ciasdon Fernando Urizar contra la guarnición de Rere compuesta en parte de milicianos , fué todavía mas des- graciada, porque el comandante de esta guarnición, que era el joven Castilla, la batió completamente, haciéndola retroceder hasta Concepción con pérdida de buen número de soldados , de los dos cañones que llevaba y de casi todas las armas y bagajes.

Cuando se verificaba esta última derrota, es decir, el ¡i de marzo de 1814, un acontecimiento en estremo dolo- roso vino á contristar el ánimo de casi todos los hombres de ambos partidos.

No pudiendo don José Miguel Carrera soportar los insuí-

(i) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPITULO XXXIV.

tos de algunos oficiales subalternos que no habían olvidado la severidad tenida con ellos, y viendo por otra parte que siéndole poco favorable el espíritu del soldado le era punto menos que imposible encadenar los sucesos á su gusto, decidió salir de la provincia y dirijirse hacia San- tiago para de allí ir ásu hacienda, como lo había prome- tido. Al efecto pidió una escolta á O'Higgins, por quien se le facilitaron inmediatamente veinticinco hombres, y el 2 de marzo de 1 81 k se puso en camino en compañía de su hermano don Luis, de don Estanislao Portales, don Juan Moría, don Rafael Freiré, don Servandoydon Manuel Jor- dán y otros muchos mi litares y paisanos ; por manera que la comitiva se componía de unas cien personas. Llegados á Penco se alojaron en los molinos de Pedro lNogueira^y allí supieron que el enemigo, noticioso de su viaje á San- tiago , se habia colocado en la banda sur del rio Itata para detenerlos luego que lo pasasen. Hubiera sido grande imprudencia continuar la marcha, y resolvieron enviar espías para asegurarse del estado de los caminos. En este intermedio volvió á Concepción con don Luis y algunos amigos, pero solo á pasar la noche, porque á las tres de la mañana estaban ya de vuelta en su alojamiento, aunque con intención de retirarse al día siguiente á la chacra de don Pedro José Benavente, ó quizá de volver á Concepción aprovechando el permiso que O'Higgins habia dado á su hermano don Luis : pero la fatalidad no le dio tiempo.

En efecto, una división enemiga mandada por don Cle- mente Lantaño y fuerte de quinientos hombres y dos piezas de campaña, habia sido destacada por Gainza para impedir el paso á las tropas de O'Higgins, que según avi- sos debían ponerse muy pronto en marcha para reunirse

2*2

HISTORIA DE CHILE,

con las de Mackenna. A su llegada á Coelemu supo Lan- taño que estas tropas no estaban aun en disposición de salir de Concepción , pero que Carrera se dirijia sobre Santiago acompañado de algunos soldados solamente y de buen número de personas. Su primer pensamiento fué salir á su encuentro, y al efecto dispuso que Barañao, que mandaba la caballería, tomase el camino de la costa mientras que él iba por el camino real , creyendo que de esta manera no se le escaparían. Don Lorenzo Reyes oyó decir á uno en Rafael que no habían salido aun de Penco, y aunque la persona que dio la noticia no le ofre- cía grandes garantías, no titubeó en comunicarla á su co- mandante, aconsejándole al propio tiempo que marcha- sen á esta plaza á sorprender la comitiva (i). Lantaño no tenia orden de su jeneral para semejante espedicion , y esto le hizo dudar un momento , pero al fin penetrado de su grande importancia se decidió, y se puso en marcha con don Lorenzo Reyes y cien hombres casi todos chilotes. Habiendo salido por la tarde llegaron antes de amane- cer á las alturas de Penco, y allí se prepararon para el ataqu?, sin esperar la ceremonia de la absolución que quería echarles el capellán, como era costumbre en se- mejantes casos. Lantaño marchó sobre el fuerte mien- tras Reyes se dirijia al campamento de Carrera, después de haber encargado á sus soldados el mayor silencio y sobre todo que no disparasen un solo tiro. Esta orden fué puntualmente ejecutada , y ya llegaban á las casas cuando casualmente se descargó un fusil. Esta fué la se- ñal de ataque, y una descarga jeneral puso en movi- miento álos patriotas, quienes en la imposibilidad de de- fenderse, y medio dormidos, procuraban salvarse ú ocul-

(ll Conversación con don Lorenzo Reyes.

CAriTULO XXXIV.

tarse en cualquiera parte adonde la casualidad les condu- jese. Felizmente la Providencia salvó la vida de estos hon- rados chilenos. Solo perecieron el alférez don José Igna- cio Manzano y algunos soldados; pero el mayor número, inclusos los dos Carreras, fueron arrestados, y vijilados muy de cerca hasta el momento en que Lantaño, deses- peranzado de hacer nada contra el fuerte, á pesar de ha- ber ido Reyes en su socorro, se presentó á ellos y les mandó partir para Rafael, adonde muy luego fué P. Ascenjo á buscarles de parte de Gainza para presentarlos á este jefe y pocob dias después para llevarlos á Chillan, donde les pusieron grillos y los encerraron en calabozos como si fuesen grandes asesinos. Y sin embargo, la fortuna, que mucho tiempo atrás era tan contraria á estos ilustres pa- triotas, hubiera podido en esta circunstancia favorecerles algo, si los cincuenta infantes de la patria que desertaron el dia antes con armas y bagajes dirijiéndose sobre San- tiago, no hubieran precipitado su marcha ; pues cuando este desgraciado suceso se hallaban ya á las inmediacio- nes de Rafael, donde el coronel Pía, que habia quedado con el resto de las tropas de la división Lantaño, vino á batirlos y dispersarlos (1).

Una serie no interrumpida de tan continuos reveses en ocasión en que parecía que las tropas querían ins- pirarse de la enerjía y de la bravura de su nuevo jefe, habia de producir necesariamente honda impresión en el patriotismo de O' Higgins y hacerle temer por su porvenir y su responsabilidad; y eso que, como vamos á verlo, no conocia aun todas las desgracias que la suerte tenia reservadas para los principios de su mando.

A consecuencia de la nueva organización dada al

(1) Conversación coii don Lorenzo Reyes.

i

imnnrgi,ñrXE3SasrS^ ÜEí

HISTORIA DE CHILE.

ejército, los individuos de la junta decidieron volver á Santiago é hicieron que les acompañasen cuarenta dra- gones, dejando solo doscientos diez hombres á Spano, que quedó de gobernador de Talca. Indudablemente en el estado en que se hallaba la sociedad , y sobre todo la sociedad española, acostumbrada á ver á sus autoridades rodeadasde toda clase de prestijio, era conveniente que estos encargados del poder hiciesen violencia á sus ideas democráticas y se presentasen con un aparato que diera fuerza é importancia á su autoridad ; pero también pu- dieron considerar que era grande imprudencia dejar una guarnición tan reducida en una ciudad indefensa y ro- deada de numerosas guerrillas que llegaban á Cauquenes, Linares y hasta la ribera del rio Maule. Bajo este punto de vista debieran ser menos escrupulosos en la etiqueta, y renunciar á una escolta que en último resultado no servia mas que para satisfacer una vanidad frivola y de ningún modo para su seguridad personal. El mismo Spano no pudo menos de quejarse, porque rebajados los noventa fusileros que iba á enviar á Mackenna para escoltar los diferentes efectos que este jeneral le pedia con instancia , solo le quedaban algunos reclutas, desarmados, ines- pertos y con cuyo valor no podia contarse, y ciento veinte veteranos, á saber, veinte fusileros, treinta lanceros y setenta artilleros con solo tres cañones. Tan corta fuerza no bastaba para conservar una ciudad que era en cierto modo el punto de unión de Concepción y Santiago, y depósito ademas de considerables valores en víveres y pertrechos de guerra (1).

Con efecto , no tardaron los realistas en atacarla. El convoy para Mackenna salió el 2 de marzo, casi al mismo

(1) Mas de 800,000 pesos según el diario de Can era importaban estos efectos,

CAPÍTULO XXXIV,

25

tiempo que la Junta para Santiago , y á los dos dias se presentó á las siete de la mañana un parlamentario de Elor- riaga á intimar la rendición. Spano, que era español de nacimiento pero chileno de corazón, le respondió con una negativa bien razonada. No tenia la presunción de poder defender la ciudad , pero esperaba tener tiempo de batirse en retirada y salvar una gran parte de los efectos, contando para ello con que el enemigo estaba aun bastante lejos , puesto que ningún aviso le daba en contrario el destacamento que habia enviado de observa- ción á las márjenes de Maule al mando de don Francisco Gaona y don Rafael Mata Linares. Desgraciadamente este destacamento, por la culpable apatía de sus jefes que tuvieron la cobardía de ponerse en salvo sin dirijirse sobre Talca, fué sorprendido, y Spano no lo llegó á saber hasta que la retirada se hizo imposible. Entonces, como militar de honor, no pensó mas que en entusiasmar la entereza de sus compañeros y escitarles á una vigorosa defensa. Escojió para punto de resistencia la plaza mayor, cuyas cuatro esquinas , como en todas las poblaciones de América construidas á manera de tablero de damas, están atravesadas por dos calles cada una, que van á concluir en el término de la ciudad , formando ángulo recto. En tres de estas esquinas colocó los tres cañones enfilando las calles ; y faltándole cañón para la otra, tuvo que levantar en ella una barricada con adobes , tra- bajo largo, fatigoso y que apenas comenzado se vio atacado repentinamente por todas las tropas combinadas de Elorriaga y de Olates. La resistencia fué indudable- mente vigorosa, casi heroica : todos se batían á la de- sesperada : los jefes especialmente, que, en medio de tan- tos enemigos, disputaban la posesión de la plaza, mas por

í

mrmrwn sa.?ygS¿3^ s*£fe:

¿«€^!

26

HISTORIA DE CHILE.

n

conservar su honra que con la esperanza de salvarla, anunciaron su resolución de morir antes que rendirse. Una de las primeras víctimas, que bien pudieran llamarse mártires de la libertad , fué el intrépido teniente de ar- tillería don Marcos Gamero; y Chile tuvo el dolor de verle sucumbir á manos de uno de sus hijos, que el es- travío habia llevado á las filas de los realistas. Poco después cupo la misma suerte á otros oficiales , con- tándose en este número el gobernador, el valiente Spano, á quien se encontró acribillado de heridas al pié de la bandera que tuvo la gloria de defender hasta el último instante de su vida. Y tal fué la suerte de este puñado de soldados, que no teniendo jefes, escaseándoles las municiones y viéndose rodeados no solo de una gran masa de enemigos, sino de buen número de jentes del país que desde lo alto de sus casas tenían la iniquidad de tirarles, fuerza les fué entregarse á discreción del jefe que habia conseguido tan fácil victoria. Los pocos que pudieron salvarse fueron á reunirse al pequeño desta- camento que don Rafael Rascuñan llevaba para socorrer á Talca (1).

Este Rascuñan era el que mandaba la escolta de los víveres y municiones destinados al ejército ausi- liar del Membrillar. Llegaba apenas al paso del Maule

(1) Hablando de esta pérdida con don Miguel Infante me dijo queMackenna tuvo la culpa de ella, porque este oficial superior pidió con repetición víveres á la junta, suplicándola los mandase escollar por los cuatrocientos hombres que habia en Talca, á ¡o que la junta no quiso acceder persuadida de que un jeneral debe mantener espeditas sus comunicaciones y porque la prudencia aconsejaba no desguarnecer una plaza que era el depósito jeneral de víveres, armas, etc., del ejército. Spano, que por estarenfermo no desempeñaba las fun- ciones de ministro déla guerra, participaba de este misino parecer, y sin em- bargo apenas marchó la junta, se desprendió de una paite de sus soldados para complacer á Mackenna, que renovaba en aquellos momentos sus instan-

»*i*&*iséBe¿?+44

ISá&i

CAPULLO XXXIV.

27

al sur del Barco, cuando se le presentó el coronel don Fe- liciano Letelier con una orden de Spano para replegarse sobre Talca. La orden la recibió á eso de las tres de la tarde debiendo haberla recibido sobre las nueve de la mañana, y este retardo, ocasionado por los rodeos que dio Letelier, fué causa de que llegase tarde á Talca para tomar parte en la defensa. Ignoraba que la ciudad estu- viese en poder del enemigo, pero por precaución y para protejer las cargas que habia mandado retroceder hacia la parte de Santiago á las órdenes del alférez Rivera, acampó en las alturas del Larqui á corta distancia de Talca. Su destacamento, compuesto de setenta hom- bres, no tardó en ser atacado por ciento cincuenta sol- dados de Elorriaga embriagados aun con el humo de la victoria. Bajo todos conceptos la suerte protejia á estos, y sin embargo fueron batidos y dispersados, y Bascuñan pudo retirarse sin ser molestado á la pequeña villa de Gurico, que abandonó muy luego replegándose sobre San Fernando.

I

■OMB

Ed32??SS»^ M&SÍ

CAPITULO XXXV.

Estado de los dos ejércitos de los patriotas.— Mackenna atrincherado en el Membrillar solicita de O'Hig^ins que se le reúna.— Salida de O'Higgins de Concepción después de haber nombrado una junta. Su llegada á la Florida. Combate del alto de Quilo.— Gainza ataca á Mackenna en el Membrillar y es completamente batido.— El teniente coronel don Manuel Blanco de Encalada sale de Santiago con una espedicion á reconquistar á Talca.— Mala disposición de sus tropas, que son vencidas por Olates en Cancha- rayada.

Si Gainza hubiese estado á la altura de su misión, es indudable que aprovechando el ardimiento y la con- fianza que los cortos triunfos conseguidos inspiraron á sus soldados, y teniendo como tenia concentradas en cierto modo sus tropas en un mismo punto, habría ata- cado con ventaja al ejército chileno , bastante relajado en la disciplina, batido sucesivamente sus dos divisiones y causádole pérdidas sensibles , acaso una derrota ; y entonces echando sus restos hasta mas allá de Santiago, hubiera podido hacerse dueño de esta capital, objeto de sus deseos y último término de su espedicion. La visita que le hizo en Arauco el coronel don Luis Urréjola no tuvo mas objeto que proponei le este plan de campaña , pensamiento que no podia fallar , y que aprobaron la mayor parte de sus oficiales, especialmente los que tenían un conocimiento exacto de los hombres, las cosas y las lo- calidades. Pero su grande indecisión hizo que este plan solo se siguiese á medias, pues llegado que hubo al sitio en que debia obrar, se contentó con desbandar parte de sus tropas en guerrillas, las cuales consiguieron , es ver- dad, algunos buenos resultados ; pero perdió la ocasión

S¿¿!3S£S££^QE£

^ -

que se le presentaba de acabar la guerra por medio de uno de esos golpes de mano que se proporcionan pocas veces y que un buen jeneral no debe desapro- vechar nunca (1

Las dos divisiones patriotas se encontraban efectiva- mente en una posición bien poco tranquilizadora, sobre todo la de Mackenna, que colocada frente al campo ene- migo, tenia que resistir, si se le atacaba, con fuerzas muy inferiores en hombres y en verdaderos soldados. As/ es que después de la pequeña acción deCuchacucha, ocur- rida el 22 de febrero y que no tuvo consecuencias de nin- guna especie, su primer cuidado fué aprovechar los acci- dentes del terreno para hacer fortificaciones, reparar, dán- doles mas estén sion, los reductos construidos en tiempo de don Juan José Carrera en esta localidad y en Membrillar, aumentarlos, y colocar en ellos sus cinco cañones y sus dos culebrinas de á ocho. Pero lo que mas le preocupaba era que no acababa de llegar la división de OTIiggins que pedia sin cesar en su ausilio. En todas sus comu- nicaciones, así oficiales como particulares, le daba parte de su falsa posición, de sus temores y del riesgo que cor- ría, invocando tan pronto su amistad, tan pronto su pa- triotismo, concluyendo por hacerle responsable de lo que pudiera sucederle (2). Parece que en un consejo de guerra, celebrado cuando se supo la pérdida de Talca, algunos oficiales del ejército ausiliar propusieron que se abandonase esta posición para dirijirse por la costa del

(1) Declaro ante Dios y los hombres que el señor Gainza pudo haber con- cluido la guerra en dos meses si hubiese atacado á O'Higgins ó á Mackenna antes que aquel se aceicase.— Declaración de don José Amonio Rodríguez en la causa contra Gainza.

(2) Véanse algunas de sus cartas en la memoria de don Diego Benavente , p. 143.

h&MZBSSFS* ÍjM

if

30

HISTORIA DE CHILE.

!f

lado de Santiago, proposición que mas adelante fué re- producida muchas veces y siempre rechazada por creerla contraria á su deber.

O'Higgins conocía perfectamente el embarazo de Mac- kenna, pero consideraba su propia posición frente á frente de don José Miguel y don Luis Carrera, y abrigaba la convicción íntima de que no debia separarse de Con- cepción mientras permaneciesen allí los dos hermanos, que eran en su concepto un peligro vivo y permanente para la tranquilidad del país. No se puso pues en camino hasta que se marcharon, habiendo antes hecho renun- cia de su título de intendente de la provincia en favor de una junta conpuesta de don Santiago Fernandez, don Diego Benavente y don Juan de Luna , á quienes dejó trecientos hombres para la defensa de la ciudad y lle- vando seiscientos consigo. Su marcha fué tan lenta como penosa. Muchos soldados de caballería estaban desmon- tados desde la derrota de Hualpen, y los víveres eran tan escasos que los soldados se mantenían con uvas, que me- rodeaban en los campos inmediatos. En Curapalihue la casualidad le llevó ante un respetable anciano dueño de siete vacas que tenia en un monte, las que mandó llevar inmediatamente para ofrecérselas. O'Higgins no tenia dinero que ofrecerle, si bien el anciano se hubiera ne- gado á recibirlo ; pero le dio un recibo que el caritativo patriota no tomó sino á fuerza de instancias y que no pre- sentó nunca, pues el móvil de su benéfico desprendimiento no era otro que el mas puro y desinteresado patriotismo (1).

Llegados á la Florida , O'Higgins vacilaba entre se- guir el camino del Roble ó el de Ranquil, pero al fin se decidió por el último por ser el mas corto y el que mejor

(l) Conversación con O'Higgins.

¡03BBB2FÍ!

CAPITULO XXXV.

llenaba su objeto ; pero hizo correr la voz en la población de que marcharía por el primero, esperando de este modo engañar á los espías del enemigo. Su partida se verificó por la noche, habiendo hecho salir poco antes una guer- rilla de veinticinco hombres con orden de tomar el camino del Roble, de tirar de cuando en cuando algunos tiros y de reunírsele por la retaguardia. Contra lo que temía, no fué molestado en su marcha, pero al llegar al pié de los cerros de Ranquil quedó sorprendido de encontrar en el sitio llamado Quilo una división de cuatrocientos realis- tas, que Gainza, ignorando la dirección de los patriotas, habia mandado colocar allí por consejo de su ayudante jeneral don Pedro Tavira y del teniente coronel don Pe- dro Asenjo encargados de hacer un reconocimiento. Esta división, al maneto del valiente Barañao, estaba acampada en las alturas que debían atravesar los soldados de O'Hig- gíns, y colocada de manera que dominaba todas las sali- das y defendía todos los pasos. Gracias á esta ventaja, Barañao contaba con poder detener algunas horas por lo menos al enemigo, y dar tiempo á que Gainza, acampado á distancia de tres leguas solamente, fuese en su ayuda para atacarle con fuerzas mas considerables, dispersarlo, si fuese posible, y marchar inmediatamente sobre la di- visión Mackenna. O'Higgins comprendió perfectamente este plan y se apresuró á desbaratarlo, decidiéndose á dar cuanto antes un ataque sin arredrarle la ventajosa posición de su adversario. Al efecto hizo marchar dos compañías, una mandada por don Juan Bargas y la otra por el capitán de granaderos Correa, con orden de atacar al enemigo por los flancos, mientras él se dirijia hacia el centro sostenido por la artillería. Las dos compañías, aprovechando la espesura de los bosques ana. tanto

fe

í

'■iSSS^VSSS^

JTCi.

32

HISTORIA DE CHILE.

abundan en aquellos montes, pudieron llegar sin ser vis- tas á muy corta distancia del campamento, y casi al mis- mo tiempo hicieron fuego por hileras, lo que obligó á O'Higgins á redoblar el paso y cargar á la bayoneta. Ejecutaron esta carga la segunda columna de los ausilia- resy principalmente los granaderos, llevando ásu cabeza al coronel don Rafael Sota y al comandante don En- rique Campino, animados ambos de tal entusiasmo, que los realistas fueron inmediatamente arrollados y en se- guida perseguidos por los dragones de Anguita y los húsares de la gran guardia de don María Benavente que hasta entonces habían sido destinados á sostener la de- recha (1).

Hecho dueño de las alturas , O'Higgins consideró conveniente pasar en ellas la noche, y al efecto mandó venir la reserva que habia quedado en la falda del cerro á las órdenes de don Francisco Calderón, y dispuso que se levantasen las tiendas en el sitio mismo que el enemigo acababa de abandonar. Como tenia convenido con Mackenna no alejarse mas de tres ó cuatro leguas, hizo disparar tres cañonazos para anunciarle su llegada, y esta especie de saludo se lo devolvió aquel con otro de nueve, que en el esceso de la alegría mandó tirar en ho- nor suyo. Al dia siguiente fué á la hacienda de Baso, esperando alcanzar los soldados de Barañao que habían pasado allí la noche, y envió un correo á Mackenna pre- viniéndole que estuviese pronto para un ataque que muy luego pensaba dar á Gainza; pero forzado este á ceder al movimiento de su adversario se habia decidido á atacar á Mackenna llevando todas sus tropas y hasta la

(1) Estos detalles, que varían algo de los que da don Diego Benavente, me han sido suministrados por el mismo don Bernardo O'Higgins.

CAPÍTULO XXXV.

33

guerrilla de Lantaño que hizo ir de Quirihue (1). El ataque lo dio el mismo dia, es decir, el 20 de marzo, no habiendo empezado hasta las cuatro de la tarde porque en vez de pasar el Itata por el vado de las Matas, como debiera hacerlo no obstante que este vado estaba al alcance del cañón enemigo, lo pasó por el alto en su confluencia con Nubles, para lo que tuvo que dar un gran rodeo, con lo cual lo único que consiguió fué fati- gar las tropas y presentarlas en desorden y precipita- damente al frente del enemigo (2). Su fuerza era muy superior á la de Mackenna, pero en cambio tenia este la ventaja de la posición y de las fortificaciones, que es- taban en muy buen estado de defensa; y sin embargo este jeneral empezó mal por la imprudencia del oficial encargado de llevar á punto seguro los ganados del ejér- cito, pues habiendo avanzado demasiado, contra lo dis- puesto por su jefe, estuvo á punto de ser cercado y hecho prisionero con todos sus soldados. Parece también que el flanco izquierdo, mandado por el coronel Alcázar, estuvo un momento envuelto por dos destacamentos de vanguardia que habían sido empujados hasta allí, el estandarte desplegado y que el enemigo se hallaba' ya en la trinchera cuando fué rechazado á la desbandada por el comandante en jefe, que le cargó á la bayoneta á la cabeza de cincuenta hombres y le hizo retroceder hasta su división (3). Desde entonces la acción se hizo jeneral. Los jenerales de Gainza, al frente de todo su ejército, avanzaron ante las trincheras con objeto de cercarlas^ para dirijirse en seguida sobre los puntos que mas fácil

(1) Conversación con don Clemente Lantaño.

(2) Carta del coronel ürrejola y autos del consejo de guerra contra el bri- gadier don Gabino Gainza. '

(3) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

VI. Historia. 3

í

;! i'!-;

aKsnaüfS

HISTORIA DE CHILE.

presentaban el asalto. Pero en todas partes encontraban una firme y bien sostenida resistencia ; y después de tres á cuatro horas de un combate, en que perdieron mucha gente ametrallada de frente y de costado por siete cañones y setecientos fusileros bien atrincherados, se vieron en la necesidad de batirse en retirada, dejando en el campo buen número de muertos, de fusiles y otras armas, y en las quebradas vecinas casi toda su artillería, que pudieron recuperar al dia siguiente. En esta ac- ción , sin disputa una de las mas empeñadas entre las que se habían dado desde el principio de la guerra, todo el mundo se mostró digno de la causa que defendía, por- que les realistas fueron tan impetuosos en el ataque como ardientes los patriotas en la defensa ; pero las pérdidas de estos fueron, gracias á su posición, poco menos que insignificantes, pues solo tuvieron siete muertos, diez y ocho heridos y seis contusos, mientras que los realistas dejaron en el campo de batalla setenta y siete muertos, á cuyo número hay que agregar los que se llevaron, como hacían siempre que tenían tiempo para ello. Si la patria hubiese tenido recompensas que dar, el cuerpo de oficia- les casi en su totalidad hubiera aspirado á ellas, tanto fué loque se distinguió en esta ocasión ; todos los Tejimientos, todas las compañías llenaron sus deberes con un celo que rayó en heroicidad. Entre los jefes que mas sobresalieron merecen una lágrima de dolor el intrépido comandante de la compañía de milicianos de Rancagua don Agustín Armanza y el capitán don Claudio José de Cáceres, muertos pocos dias después de resultas de sus heridas ; y no deben pasarse en silencio los nombres de don José Joaquín Guzman, Balcarce, Alcázar, Las Heras, don Ni- colás García, don José Manuel Borgoño, don Manuel Zor-

S3ES^£ESES

CAPÍTULO XXXV,

35

rilla, etc., y sobre todos el héroe de esta victoria, el va- liente Mackenna, quien durante el combate fué como el lazo que unia los diferentes cuerpos, corriendo tan pronto á una parte tan pronto á otra para llevar el auxilio adonde era necesario, celo que le espuso mucho y que no cesó de desplegar hasta el fin de la acción á pesar de una herida de bala, afortunadamente muy lijera, que recibió en el cuello en el momento de ir á reforzar con los cincuenta hombres del destacamento de Balcarce el punto avan- zado del grande reducto, muy comprometido por lo brusco del ataque.

Hubiera sido indudablemente mucho mas completa esta victoria, conseguida sobre un enemigo tres veces superior en número, si Mackenna, aprovechando el des- orden que reinaba entre los realistas que huian en com- pleta derrota incomodados por un diluvio de balas, hu- biese podido perseguirlos con la caballería. Pero' por desgracia el enemigo le había cojido pocos dias antes la mayor parte de los caballos, y los que le quedaban eran tan pocos que no quiso esponerlos, con tanta mas razón cuanto que ignoraba absolutamente la importancia del buen éxito que habia conseguido. Prueba de ello es que temiendo en la noche misma un nuevo ataque, á las dos de la mañana repitió á O'Higgins sus apre- miantes instancias, suplicándole por amor de Dios que no retardase un solo instante el reunírsele, pues se prometía de este modo poner de una vez término á las calamidades de la patria (1).

(1) Hemos oido decir á don Lorenzo Reyes, que militaba en las filas de los real.stas, que el proyecto de Cañiza era en efecto intentar al dia siguiente un segundo ataque antes de que llegasen las tropas de O'Higgins; pero que el ma estado del terreno á consecuencia de la fuerte lluvia de la noche anterior se lo impidió. De un manuscrito de un oficial realista citado por don Diego Bena-

£

*'

^s^msÉ^^^iM

HISTORIA DE CHILE.

O'Higgins habia dado en varias ocasiones pruebas repetidas de audacia y de resolución ; pero es necesario confesar que esta vez desmintió completamente su ca- rácter y se condujo con culpable inercia. ¿ Cómo en efecto pudo permanecer simple espectador y por decirlo así las armas descansadas en una acción en que su presencia, atendido el número de sus soldados , hubiera sido tan útil y tan decisiva para completar la victoria ? Verdad es que la acción terminó pronto y tuvo lugar al anochecer y en momentos en que la fuga de los vencidos era pro- tejida por la oscuridad y por una copiosa lluvia; pero sin embargo , el deber del jeneral en jefe era acudir instantáneamente al sitio en que se oia un sostenido fuego de cañón , y esto es lo que no hizo, permaneciendo con una especie de indiferencia hasta que el día siguiente 21 mandó pasar el rio Itata á sus primeras avanzadas y puso en movimiento el 23 toda la división reuniéndose con Mackenna, que era lo que este y todos sus compañeros mas deseaban.

Pocos dias después, esta magnifica victoria, tan á pro- pósito para restablecer la moral del soldado, quedó neutra- lizada por un revés en estremo sensible. La junta guberna- tiva fué recibida en Santiago con una alegría que formaba un contraste bien singular por cierto, con la conspiración que gran número de Chilenos auxiliados por algunos na- turales de Buenos-Aires, tramaban en aquellos momentos. Ignorante de esta conspiración y deseosa de reconquistar

vente, aparece por contrario que Gainza pasó esa noche acompañado de su edecán Tirapegui bajo un espino con inminente riesgo de caer prisionero ó de finalizar su existencia en aquella noche; que algunos jefes y oficiales con los soldados que voluntariamente quisieron seguirlos llegaron desordenadamente á la hacienda de Cucha-Cucha y que con el mismo desorden se verificó la reti- rada al cuartel jeneral de Chillan , en donde á los tres dias aun no se habia incorporado el total déla fuerza atacadora.

capitulo xxxv. al

á Talca, cuya pérdida se ocultó al público durante mu- chos dias , dispuso á toda prisa formar una división capaz de llevar á cabo esta empresa. Pero el dia después de su llegada estalló la revolución y la junta fué reemplazada por un director, que siguió la misma idea y puso al frente de esta división al teniente coronel don Manuel Blanco Encalada, joven muy honrado y valiente, que movido por su amor á la patria y á la libertad , habia abandonado la marina española en la que empezó su carrera militar (1). El efectivo de esta división era de seiscientos setenta fusileros, setenta artilleros con cuatro piezas y setecientos milicianos de caballería, mil cua- trocientos cuarenta hombres en todo , estando com- prendidos en este número los soldados que Bascuñan llevó á San Fernando después de la pequeña acción de las alturas de Larqui y acababa de incorporar á los del teniente coronel don Fernando Márquez de la Plata á su llegada á dicha ciudad.

Esta pequeña columna, destacada en los momentos en que acababan de reunirse las dos divisiones O'Higgins y Mackenna, hubiera sido suficiente para conseguir el objeto del gobierno , si todos los soldados de que se com- ponia hubiesen sido dignos de su comandante ; pero des- graciadamente habia en ella muchos reclutas, pocos ve- teranos casi todos desertores y por lo tanto de escasa confianza, y buen número de jóvenes sacados de las pro- vincias del centro y del norte de la república, las cuales, lejos de ser como las del sur cuna de hombres valientes y sufridos , soldados en cierto modo de nacimiento , no

(1) He oído docir á don Miguel Infantes que la intención de la junta era poner á la cabeza de aquella división á don Santiago Carrera , militar arjentino y de toda confianza.

■b&KTfEfi*:

38

HISTORIA DE CHILE.

presentan por el contrarío mas que ciudadanos tímidos, pacíficos, poco aptos para la guerra y de consiguiente muy tardos en aprender el manejo de las armas. Con tales elementos iba á reconquistar don Manuel Blanco la villa de Talca, teniendo que habérselas con un enemigo muy inferior ciertamente en número , pero muy superior en ardor é intelijencia militar.

El 14 de marzo estaba reunida toda la división en San Fernando y salia en dos columnas, mandada una por teniente coronel don José Soto que debia acampar á orillas del rio Tinguiririca, y la otra por el de igual graduación Bascuñan , encargado de avanzar hasta la hacienda de Chimbarongo y esperar allí al jeneral en jefe. Esta orden no fué por desgracia cumplimentada, y una desobediencia á todas luces injustificable, fué el preludio de una insu- bordinación que necesariamente habia de ser funesta á la espedicion. Llegados en efecto al lugar elejido para cam- pamento, don Enrique Larenas, comandante de caballería de milicias, pretendió que debia continuarse la marcha y acampar mas cerca de Curico ; promovióse de aquí un fuerte altercado entre él y Bascuñan , quien en su cua- lidad de jefe y como tal responsable del cumplimiento de las órdenes del jeneral, se opuso formalmente al proyecto de Larenas ; pero este , de carácter díscolo y revoltoso , sembró la discordia en el cuerpo de oficiales, los sublevó contra su jefe y forzó en cierta manera á este á tener un consejo de guerra , en el cual , como era de presumir, obtuvo su parecer gran mayoría. La división, pues, con- tinuó su marcha y fué á acampar á Curico. El enemigo se encontraba en las inmediaciones , pero se le suponía del otro lado del Lontue y á bastante distancia, cuando á eso de la una de la madrugada algunos disparos de

CAPITULO XXXV.

39

los centinelas pusieron á todo el mundo en movimiento. Creyeron al principio que se trataba de un ataque en regla , y con este temor ordenaron los oficiales una re- tirada sobre el cerro de Curico que domina la ciudad, y en seguida emprendieron la marcha, pero seguidos solamente de un corto número de soldados , porque los demás prefirieron continuar sus desórdenes y sus orjias en la ciudad , de la que no salieron hasta que el enemigo les obligó á hacerlo. En tales circunstancias llegó el jeneral en jefe , quien irritado en gran manera por una desobediencia que nada podia justificar, repren- dió severamente á la mayor parte de los oficiales, con especialidad á los que con su indisciplina habían com- prometido temerariamente la suerte de la columna, y des- pués viendo que no quedaba mas remedio, considerada la fuerza del enemigo, que una retirada, fué á reunirse á la segunda columna, y con ella se dirijió por el lado de San Fernando, siempre en medio de algunos desórdenes que llegaban muchas veces hasta los escesos de la in- moralidad.

Otro jeneral hubiera titubeado en continuar la cam- paña con soldados cuya indisciplina no ofrecía garantías de ninguna especie, pero don Manuel Blanco era dema- siado pundonoroso para renunciar á su misión por di- fícil y desagradable que fuera; y tres dias después vol- vió á emprender el camino de Talca con la esperanza de que á la vista del enemigo cesarían los desórdenes de sus soldados. A los dos dias, es decir el 21 de marzo, su pequeño ejército llegaba á Curico y su vanguardia sufría el fuego del enemigo, apostado del otro lado del rio Lontué para disputarle el paso. Algunas guerrillas bas- taron para dispersarlo y hacerle retroceder primero hasta

5L

1 ;:...

B

HISTORIA DE CHILE.

Jas casas de la hacienda de Quecheregua y después hasta mas allá del estero de Rioclaro. El joven alférez don José Gregorio Allendes fué el que lo desalojó des- pués de un lijero combate, en que las pérdidas de ambas partes fueron insignificantes ; y como el camino quedó espedito , el ejército continuaba con toda seguridad su marcha cuando un parlamentario del jefe enemigo, don Ángel Calvo, vino á quejarse al jeneral chileno de la bar- barie del oficial don Ramón Gormaz , por cuyo mandato habían cortado las orejas á los últimos prisioneros, y á amenazarle con observar por su parte la misma con- ducta con los que cayesen en sus manos, si se repetia se- mejante esceso. Todo esto no era masque un pretesto para ponerse en comunicación con este jeneral é inti- midarle, abultando la fuerza de la división y hasta pro- poniéndole en nombre de su jefe un combate entre am- bas partes en el terreno que elijiese. No era posible que un hombre de las ideas caballerescas de don Manuel Blanco se hiciese sordo á tal provocación, y al aceptarla designó el llano de Quecheregua como el sitio mas con- veniente para llevarla á efecto. El jeneral Blanco trasladó á él inmediatamente su pequeño ejército y estuvo una gran parte del dia esperando con impaciencia la llegada del enemigo provocador ; hasta por la tarde no se apercibió de que su campeón, burlándose de lo que hay mas sagrado en el honor militar, se había valido de una astucia para ganar á Talca sin ser inquietado. A vista de esto no le quedaba mas esperanza que la de habérselas con él en dicha ciudad, á la que se dirijió al dia si- guiente, lleno de justa cólera por tan villana perfidia. Llegó cerca de Pilarco, en donde pensaba permanecer á la espectativa, pero la insubordinación de los soldados,

LfSSfc»»**^ 4**^ÍÍÍÉ^K"

CAPÍTULO XXXV.

a

y aun mas la de los oficiales, no le permitió seguir en esta idea. Con efecto, unos patriotas escapados de Talca, les hicieron creer en su orgullosa presunción que bastaba su presencia delante de esta ciudad para desalojar al enemigo y ocuparla, de lo que era buena prueba, según ellos , una gran polvareda que señalaban y que preten- dían ser levantada por los realistas que empezaban á salir. Con esta engañosa esperanza los oficiales comprometie- ron á su comandante á continuar una espedicion que por otra parte lisonjeaba muy particularmente los ins- tintos de honor y de gloria de este jefe. Prosiguiendo pues la marcha se encontró bien pronto ante las puertas de ¡a ciudad y se colocó en batalla en los arrabales del norte. No habiendo querido rendirse Calvo, mandó que jugase la artillería y destacó diversas guerrillas para atacar al enemigo por diferentes puntos. Una de las guer- rillas, la del alférez don Florentino Palacios , se apoderó de la torre del convento de San Agustín , distante solo tres cuadras de la plaza, y por medio de un bien soste- nido fuego obligó al enemigo á encerrarse en la misma plaza para defenderse al abrigo de las trincheras. En este momento la ventaja estaba toda de parte de los patrio- tas, y es de presumir de su impetuoso ardimiento que se hubiesen hecho dueños de la ciudad , si la llegada de un cuerpo auxiliar que suponían ser realistas escapados de Talca, no hubiera obligado á don Manuel Blanco á batirse en retirada y á tomar posición en Cancharayada para defenderse en caso de necesidad. El mismo que le dio la noticia de la aproximación de estos auxiliares, le entregó un oficio de don Bernardo O'Higgins, en que le mandaba estar solo á la defensiva, observar al ene- migo de Talca y entretenerle en esta posición ó perse-

¡fif^á^s

¿2

HISTORIA DE CHILE.

guirlo si se movia hacia el sur ; en una palabra, que se limitase á una diversión para impedir la reunión de tro- pas en el rio Maule. Este oficio le confirmó en la idea de retirarse sobre Gancharayada, pero con la llegada de los doscientos hombres que el valiente Lantaño llevó áOlates, este no le dio tiempo para hacer una retirada formal. El mismo dia que llegaron y sin dejarles descansar, los incorporó á la guarnición y marchó en seguida á perse- guir las tropas de Blanco. Lantaño con sus doscientos hombres protejidos por dos piezas de á cuatro estaba en el centro, teniendo á su izquierda al jeneral en jefe con la caballería y una compañía de infantería, y ásu derecha á don Leandro Castillo con ochenta hombres de diferentes armas. En este orden avanzaron los realistas á paso re- gular y sin tirar un tiro, á pesar de que eran metralla- dos por los patriotas. Cuando llegaron á estar á corta distancia empezaron á disparar por hileras siempre avanzando, y á jugar los dos cañones, cuyos fuegos obli- cuos causaron desde luego algún estrago y produjeron gran confusión en las filas. Al punto queOlates se aper- cibió de este desorden , mandó cargar á la bayoneta, y á los pocos minutos los patriotas estaban en la mas com- pleta derrota á pesar de los esfuerzos de los oficiales Pi- carte, Aldunate, Allende, etc., y sobre todo del coman- dante en jefe, quien estuvo constantemente espuesto al fuego del enemigo, y no hubieran conseguido escaparse á no ser por el socorro que les prestó el joven teniente de milicias don José Romo. En este desgraciado encuentro la pérdida de los realistas fué insignificante , no así la de los patriotas que fué puede decirse completa : arti- llería, bagajes , municiones, todo por su indisciplina y falta de esperiencia, cayó en poder de aquellos. La in-

*■'* **..**.

CAPITULO XXXV.

43

fantería que al principio del combate bajó á los hondu- ras del rio Claro fué hecha prisionera casi toda, y solo se salvaron unos cuantos milicianos de caballería, pero en desorden tal que únicamente pudo reunirse un corto número de ellos.

i '

¡Si

CAPITULO XXXVÍ,

Decide O'Higgins atacar al enemigo en Chillan , pero desiste de este propósito a! saber sus movimientos hacia el norte. Le sigue con objeto de pasar el rio Maule antes que él.— En Achihueno quiere atacarle por sorpresa , pero el incendio de veinte y dos cargas de pólvora se lo impide. Su mala posi- ción al llegar al vado de Duado por la pérdida de la división Blanco y su estratajema para parar el deQueri. Acciones de Huajardo, Rioclaro y Quechereguas. Llegada de un refuerzo de hombres al mando de don San- tiago Carrera.— Salida de Mackcnna y Balcarce para Santiago.— Los rea- listas se apoderan de Talcahuano y Concepción , quedando dueños de toda Sa provincia.

La reunión de las dos divisiones, y mas que todo el entusiasmo de los soldados de resultas de la victoria del Membrillar, colocaban á O'Higgins en escelente posición para volver á tomar la ofensiva y atacar inmediatamente al enemigo en sus fortificaciones de Chillan. Aunque el número de sus soldados no era grande, pues que apenas tenia mil cuatrocientos veteranos, ciento cuarenta artilleros y algunos milicianos de caballería, tropa irregular que no merecía mucha confianza, sin embargo, protejido por veinte y dos cañones de todos calibres se decidió á seguir este plan, confiando en que la división del teniente co- ronel Blanco , que esperaba se le reuniese muy pronto , contribuida á sus triunfos por medio de alguna diversión en el ejército realista. Antes de ponerse en marcha envió muchos espías para conocer la posición del enemigo y sus proyectos futuros , y al mismo tiempo despachó al capitán don Venancio Escanilla para que se avistase con el jeneral en jefe y en primer lugar le afease la brutal é injusta severidad que usaba con los dos ilustres prisio- neros don José Miguel y don Luis Carrera, amenazan-

CAPITULO XXXVI.

dolé con usar de represalias en caso de no dar oídos á esta reclamación, y ademas sondease bien sus intenciones para mejor combinar el plan de ataque. Por este medio supo que Gainza se consideraba bastante fuerte para marchar sobre Santiago, donde creia ser apoyado por un número considerable de realistas decididos y por todas aquellas personas, muchas desgraciadamente, que no teniendo opinión fija, estaban á ver venir el éxito de una batalla decisiva para afiliarse al partido vencedor como quien coje una tabla de salvación. Esta noticia, que mu- chos espías confirmaron , varió el plan de O'Higgins , decidiéndole á tomar el mismo camino para batir á su antagonista antes que llegase á aquella capital. Los dos ejércitos se dirijieron , pues , al norte simultánea- mente, siguiendo una linea casi paralela, y á veces á tan corta distancia, que en Achihuano O'Higgins pensó atacar á su adversario, lo que fué discutido y aprobado en un consejo de guerra. El ataque debia tener lugar muy de mañana y por sorpresa, gracias á un bosque espesísimo que separaba á los dos ejércitos.

A las tres de la madrugada todo el mundo estaba en pié y pronto á ponerse en marcha, cuando de repente se oyó en el campamento una esplosion espantosa que in- trodujo gran desorden en las filas. Creyóse al principio que seria algún ataque del enemigo, pero se supo muy luego que se habia prendido fuego á veinte y ocho cargas de pólvora, habiendo dado la feliz casualidad de no haber sido heridas ninguna de las personas que se hallaban á las inmediaciones del punto donde ocurrió la catástrofe. Nunca pudo saberse con certeza la causa de este acci- dente , pero todas las presunciones están porque fué efecto de uno de los mil recursos que el injenio de don

46

HISTORIA DE CHILE.

;ki ^

Vicente Benavides inventaba en los momentos de peli- gro (1); por lo menos no cabe duda de que este oficial subalterno, á quien veremos figurar como gran cam- peón del ejército real en el período de su agonía, estaba entre los prisioneros del Membrillar con grillos en los pies, y que en medio de la gran confusión que se pro- dujo logró escaparse , evitando así la muerte que por tránsfuga merecía.

De resultas de este accidente, forzoso fué á O'Higgins renunciar al ataque y procurar adelantarse al enemigo acelerando el paso, lo cual fué causa desgraciadamente de muchas exacciones y desórdenes , consecuencia ordi- naria de la rapidez de los movimientos. La ventaja en aquellos momentos estaba de parte del que primero lle- gase al Maule, porque ese lo pasaría sin dificultad y disputaría el paso al otro, pues este rio era el obstáculo mas difícil que habia que vencer por el encajonamiento y rápido curso de sus aguas y porque tiene pocos puntos vadeables. O'Eiggins ignoraba á la sazón la derrota de la división de Blanco encargada de observar y tener en jaque la de Olates en Talca, pero cuando se la dijeron al llegar cerca de Linares, y le fué confirmada de viva voz la noticia por dos prisioneros y por un guaso, co- noció que su posición habia cambiado completamente, que era muy crítica y que no le quedaba mas recurso que acelerar todo lo posible la marcha para sorprender un

(1) He oido decir á una persona que el fuego prendió al aproximarse una muía ya cargada de unos palos encendidos, y del mismo modo esplica el suceso el señor Barras en sus interesantes estudios históricos sobre don Vicente Be- navides. Yo sin embargo, sigo la opinión de don Bernardo O Higgins y de otros muchos oficiales testigos presenciales del suceso, porque no puedo creer que haya nadie tan imprudente que encienda lumbre junto á un depósito de pólvora.

CAPÍTULO XXXVI.

47

vado, dirijiéndose al efecto hacia el de Duado, á cuyas inmediaciones fué á acampar.

Gomo lo temia, una división enemiga, mandada por el tránsfuga don Ángel Calvo, estaba del otro lado y le dis- putó vivamente el paso, lo que le colocó entre dos fuegos con fuerzas muy inferiores en hombres (1) y en caballos. Viéndose en posición tan embarazosa reunió en consejo de guerra á sus oficiales para discutir el plan que conve- nia seguir, y sin esperar que se concluyese, pero después de haber manifestado que su parecer era hacer frente á Gainza, tomó cuatrocientos hombres y dos piezas de ar- tillería, y se dirijió contra aquel sin mas objeto que en- tretenerle con pequeñas escaramuzas, y dar tiempo á sus soldados de hacer trincheras que le sirviesen de de- fensa (2).

A su vuelta se encontró con que todos los oficiales eran de contrario parecer al suyo y que estaban completamente decididos á forzar el paso, á pesar de la ventajosa posi- ción del enemigo (3). Este hubiera sido el partido mas prudente y probablemente el que mas convenia á los patriotas si el ejército de Gainza hubiere estado á mayor distancia; pero hallándose tan cerca era imposible que en el desorden, siempre inevitable al pasar un rio de tan difícil acceso y en presencia del ejército enemigo, dejara de haber numerosas pérdidas, equivalentes quizá auna

(1) Los dos partidos reclaman el mismo derecho sobre la inferioridad nu- mérica de sus tropas.

(2) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

(3) Refiero este hecho tal como lo he ventilado con el mismo don Bernardo O'Higgins; pero según el diario manuscrito del capitán don Nicolás García, que asistió al consejo, y la memoria de don Diego Benavente exactamente conforme con dicho diario, parece que no hubo mas oficial que opinase por el paso del rio que Balcarce y que lodos los demás participaron del dictamen de O'Hig- gins, es decir, fueron de parecer que debia hacerse frente al ataque de Gainza.

i

háSm**EM¡F%?_$ifSg

hs

HISTORIA DE CHILE.

', "."'/:■

'•'fiv-:

derrota, y entonces quedaba muy comprometida la suerte de Santiago; porque desembarazado el camino de esta capital hubieran sido necesarios esfuerzos inauditos para contener á un enemigo, que sabia perfectamente la desunión que aquejaba al partido chileno y el espíritu contrarevolucionario que animaba á algunos realistas inquietos y turbulentos de aquella capital. Por lo demás la retaguardia acababa de tener una escaramuza con la división Lantaño y algunas otras tropas mandadas por Elorriaga, lo cual daba á entender que se preparaba una acción jeneral. Por todos estos motivos creyó O'Higgins que no debia conformarse con la determinación del con- sejo de guerra, y usando de las atribuciones que como jeneral en jefe le correspondían por las ordenanzas, declaró que insistía en su primera resolución y que es- taba decidido á hacer frente á su adversario, pues que la necesidad lo exijia; añadiendo que las acciones de guerra mas brillantes son debidas casi siempre á golpes deses- perados (1). Tal era su intención, que empezó á poner en práctica haciendo todos los preparativos necesarios, cuando le anunciaron con gran sorpresa suya, que Gainza con todas sus tropas se desviaba del lado del oeste para ir á ganar el vado de Bobadilla. Ignorando sin duda que Calvo se encontraba sobre el de Duado, por el cuidado que habia tenido O'Higgins de cortarle sus comunica- ciones, habia determinado dirijirse cuanto antes sobre este vado para unirse á las tropas de Oíate y combinar así sus esfuerzos con objeto impedir el paso del ejército patriota. Desgraciadamente para él la orden que habia dado del campo de Longavi á este coronel no se habia ejecutado, habiéndose contentado con enviarle al coronel

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPITULO XXXVÍ.

Lantaño que se le unió en Yerba buena , y apostar sobre el rio al comandante Calvo, que solo á medias llenó los deseos del jeneral realista (1).

La retirada del ejército realista fué para los jefes de los patriotas un golpe de fortuna que celebraron con entusiasmo, bien que este duró poco, porque no les fué difícil penetrar los designios de Gainza, y comprender que su posición era muy comprometida si llegaba á rea- lizarlos. En este conflicto O'Higgins creyó conveniente prevenir á todo trance esta resistencia y verificar cuanto antes el paso, cada vez mas difícil : al efecto buscó hom- bres prácticos en el terreno, que mediante una buena recompensa le enseñasen otro vado, y dos campesinos que se le proporcionó prometieron conducirle á uno poco distante de su campamento. A él partió inmediatamente con las debidas precauciones y á favor de la noche. No conociendo la posición del enemigo, por lo cual había enviado al catalán Molina á que picase su retaguardia, y no atreviéndose á tentar un golpe de fortuna en una acción en regla, porque para esto era necesario, como él decia, batirse como tigres, creyó debia contentarse con pasar lo mas pronto posible y con mucho silencio el vado que le habían indicado, antes de que pudiera oponérsele obstáculo. Para obtener este resultado necesitaba engañar á los soldados de Calvo é inspirarles confianza , y esto hizo dejando cuarenta hombres en el campamento con orden de encender fuegos en toda su estension , de dar voces de cuando en cuando como centinelas avanzados y de no desampararlo hasta la llegada del destacamento de Molina, con el cual se incorporarían para ir á unirse

(1) Véanse los autos del consejo de guerra contra el brigadier don Gabino Gainza.

VI. Historia. A

■'

i

Z&SZW&L

50

HISTORIA DE CHILE.

;>h'

mi

m:

.,

E^B

¡éllir '

¿¿_i

1:

;.; .

■::í;ÍJ|í'S

al grueso del ejército. Con esta hábil estratajema consi- guió O'Higgins llegar sin ser molestado al vado llamado de Queri (1), unas tres leguas de su punto de partida.

Aunque á la sazón no era todavía completamente de noche, dio orden, sin perder momento, al intrépido sar- jento mayor don Enrique Campino, que merecia toda su confianza por las pruebas de valor que dio en la refriega de Quilo, de atravesar el rio á la cabeza de doscientos dra- gones, que debían llevar otros tantos granaderos á la grupa (2). Esta especie de vanguardia tenia por objeto cubrir los alrededores, hacer frente á las guerrillas que pudieran presentarse, contenerlas ó dispersarlas, y pro- tejer de esta manera el resto del ejército, que necesitaba estar completamente espedito para poder pasar el rio. El vado no dejaba de ser profundo, pues á los infantes les llegaba el agua á la cintura, y era tan incómodo para el paso de los bagajes, compuestos de treinta y seis car- retas y algunos furgones y sobre todo para el de ios veinte cañones, que los soldados y hasta los oficiales, tuvieron que empujar las ruedas ; pero á pesar de tan escesiva fatiga, el entusiasmo fué jeneral y no decayó un punto, presajio favorable de futuros sucesos (3).

Serian las nueve de la mañana cuando todos estos in- fatigables patriotas habían franqueado el rio, con gran contentamiento de los oficiales que habían participado de las fatigas del soldado, y sobre todo de O'Higgins, que

(1) A este vado se le han dado muchos nombres. O'Higgins le llama délos Alarcones y en su parte , de Qu. ñones. Don Nicolás Diaz y don Antonio Be- navente !e designan por el vado de Alarcones ó del fuerte, y otros amores por el de Andarivel. Nosotros aceptamos el nombre que le dan los realistas , por- que es el mas antiguo y por el que se le conoce mas.

(2) O'Higgins. El manuscrito de don Nicolás García y don Diego Benavenle solo hacen subir esta cifra á cincuenta.

(3) Véase el parte de O'Higgins en el Monitor araucano, tomo 2°, número 33.

CAPÍTULO XXXVI,

sabia apreciar mejor que nadie las dificultades y el peligro de su posición. Casi en el mismo momento lo pasaba Gainza por Bobadilla con tal desorden, que algu- nos cortos destacamentos hubieran bastado para derro- tarle ó al menos para apoderarse de toda su artillería : desgraciadamente la pérdida de la división Blanco y el mal estado de la caballería, no permitían á O'Higgins dar este golpe de mano sin comprometer temerariamente su ejército, cifrando por el contrario la salvación de la patria en pasar pronto el rio, objeto de todos sus pensa- mientos y de toda su ambición. Realizadas sus miras, solo pensó en dirijirse al norte para interponerse entre Gainza y la capital, y reunirse al refuerzo que el go- bierno babia prometido enviarle al mando de don San- tiago Carrera, En los montes de Guajardo fué atacado al amanecer por una gruesa partida de caballería que Gainza , sorprendido altamente al saber el paso de los patriotas, destacó al mando de Olates y Lantaño. Te- nían estos orden de hostigar á los patriotas y contener en lo posible la rapidez de su marcha, para dar tiempo á al- canzarlos y batirlos : la escaramuza no tuvo consecuen- cias, pues fué muy reducido el número de heridos y mas aun el de muertos; y aunque Lantaño logró apoderarse de un cañón de las avanzadas, una partida, enviada en ausilio de estas, lo recobró bien pronto. Algo mas seria fué la escaramuza que al dia siguiente tuvo lugar á orillas del rio Claro, defendido por otras dos partidas á las órdenes de Calvo y Oíate, á quienes Gainza habia des- tacado para apoderarse, si era posible, deQuecheregua, posición que sus tenientes le habían hecho creer era en estremo ventajosa. Pero gracias á la pericia de los artille- ros y sobre todo del capitán don Nicolás García y del te-

•~

i

$¿m

■;■..:■■■'■>■,:

»■■;■;■ .-.i

■;;■;■

*<K

W:

f;

I!

52

HISTORIA DE CHILE.

niente don José Manuel Borgoño, el enemigo tuvo que re- pasar al sur del rio, y fué perseguido por la caballería de don José María Benavente. Así pudo el ejército franquear este riachuelo, ycontinuar sin tropiezo la marcha sobre Quecheregua, adonde llegó á eso de las cinco de la tarde. Las casas de esta hacienda, situadas en una llanura cerca del camino real y á corta distancia del rio Lontue, fueron para los patriotas un punto importante de defensa, porque abrieron en las paredes troneras en que coloca- ron los cañones, construyeron trincheras con grandes lios de charqui y grasa, derribaron las paredes inmediatas de que pudiera utilizarse el enemigo, y los milicianos de Aconcagua quemaron grandes montones de leña que habia á poca distancia de las casas y que podían servir al enemigo de abrigo. Gracias á estos preparativos, Gainza quedó completamente desconcertado cuando al dia siguiente 8 de abril vino á atacar con todo su ejér- cito á los patriotas, á quienes suponía simplemente acampados : á pesar de la firmeza de sus soldados y no obstante su presencia de ánimo en el peligro , le fué forzoso retirarse del otro lado del rio Claro , después de haber sufrido durante gran parte del dia un fuego mortífero de estas fortificaciones improvisadas. Sin em- bargo de este contratiempo , Gainza se presentó se- gunda vez , y simulando querer pasar el rio Lontue y marchar sobre Santiago , creyó con esta estratagema atraer á los patriotas y sacarlos de sus fuertes posiciones para combatir á campo raso; pero O'Higgins, que habia conocido su verdadero intento, le dejó pasar con en- tera libertad, y saliendo después al frente de la caballería atacó la retaguardia, que hubiera perecido toda, á no ser por el refuerzo que inmediatamente envió el jeneral rea-

CAPITULO XXXVI.

lista en su socorro. Entonces se empeñó una acción casi jeneral, aunque poco animada, que duró casi todo el dia, y que no dio mas resultado que hacer esperimentar un nuevo revés al ejército real. En este momento llegó el re- fuerzo de los cuatrocientos hombres (1) enviados de San- tiago á las órdenes de don Santiago Carrera. Aunque estos no tomaron parte en el combate por haber llegado tarde, contribuyeron á su resultado, porque al ver el enemigo una gran polvareda que se iba acercando y al oir los vi- vas entusiastas que daban los patriotas á los recien lle- gados, creyó que el número de soldados era mayor, y bajo la impresión de esta creencia se apresuró á batirse en retirada, y á guarecerse en el lado opuesto de Rio-claro, donde pasó la noche. Al dia siguiente, en vista del nú- mero de desertores y de la falta de tiendas en una época en que por las continuas lluvias eran absolutamente ne- cesarias para los soldados, sobre todo para los de Lima que constantemente se quejaban del mal tiempo, Gainza reunió un consejo de guerra, en el que se resolvió reti- rarse á Talca, á pasar allí el invierno. O'Higgins perma- neció en Quecheregua bastante contrariado con la mar- cha del coronel Balcarce, quien en un momento de mal humor determinó separarse del ejército, como así lo hizo, dejando el mando de los ausiliares de Buenos- Aires á su valiente sarjento mayor don Juan Gregorio de las Heras (2). En la misma época Mackenna se diri-

(1) Los documentos dicen cíenlo cincuenta.

(2) Según el diario de don Nicolás García y la memoria de don Diego Bena- vente, Balcarce habia opinado muchas veces que el ejército debia retirarse del lado de Santiago , parecer en que insistió después de la acción de Queche- regua, habiéndose decidido á abandonar el ejército por el poco caso que se hacia de sus consejos. Según el diario de Carrera, el director Lastra no era afecto á este coronel.

1

54

HISTORIA DE CHILE.

Vi-

I

jia también sobre Santiago para conferenciar con el di- rector sobre las necesidades del ejército, tanto mas apre- miantes, cuanto que acababa de recibirse la triste noticia de la pérdida de Concepción y de Talcahuano , que ha- bían caido en poder de los realistas.

Estas dos ciudades, únicos puntos de la provincia de Concepción que estaban en poder del gobierno , fueron con efecto tomadas á mediados del mes de abril. El in- tendente militar don Matías de la Fuente fué el encar- gado por Sánchez de hacer esta conquista. A la cabeza de trescientos hombres de la guarnición de Chillan, de las partidas de los Angeles á las órdenes de Pando, de las de San Pedro y Arauco mandadas por Quintanilla, y de las milicias déla Laja, Tucapel, Rere, etc., mil hom- bres en todo sobre poco mas ó menos, se presentó el U de abril delante de Concepción, guarnecida por unos doscientos hombres y esos en mal estado de salud y muy fatigados de resultas de lo que les molestaban las guerril- las de Quintanilla, etc. , y los barcos que cruzaban delante de la bahía de Talcahuano. El teniente de granaderos don Juan Manuel Correa salió de observación con veinte fusileros montados, encontró las primeras avanzadas en Palomares, y después de una refriega en que cinco solda- dos suyos se pasaron al enemigo, se vio precisado á re- plegarse sobre Agua negra, donde estaba don Diego Be- navente con cuarenta fusileros y una pieza volante de ar- tillería; en el mismo momento se dejó ver todo el grueso del ejército que avanzaba con objeto de reunirse á las tropas de San Pedro y de Rere acabadas de llegar, y juntas ocuparon todas las alturas de Concepción, adonde habian ido á refujiarse Benavente y Correa. Aunque la ciudad no estaba fortificada, el puñado de valientes que

CAPÍTULO -XXXVI.

la defendía resistió por espacio de muchos dias los repe- tidos ataques de los realistas, los desalojó de las calles de que se habían apoderado, y hasta tuvo arrojo bastante, á pesar de la inferioridad del número, para hacer algunas salidas, en las que desgraciadamente no estuvo la ventaja de su parte, y en una de los cuales murió el valiente co- mandante don Juan Manuel Vidaurre. Precisados al fin á concentrarse en la plaza que fortificaron con algunos cañones, estaban decididos á defenderse con el denuedo que les inspiraba su mala posición, cuando vieron que el enemigo se situaba en los techos de las casas que domi- naban la misma plaza. Entonces ya no les quedó mas recurso que rendirse, pero lo hicieron con todos los ho- nores de la guerra, habiendo estipulado que saldrían con tambor á la cabeza. Tal fué al menos la cláusula espresa de su capitulación ; y sin embargo apenas se rindieron, la ciega pasión de los partidos se sobrepuso á la majestad del honor y de la justicia, y los nobles defensores de la patria fueron encerrados en unas especies de prisiones sumamente sucias é incómodas en que se vieron faltos de todo y dominados por el triste presentimiento de que los enviarían á las casamatas de Lima.

Dado este afortunado golpe de mano, don Matías de la Fuente, hombre emprendedor y no falto de talento, proyectó apoderarse de Santiago , elijiendo el pequeño puerto de San Antonio para punto de desembarco. Al efecto suplicó al auditor de guerra don José Antonio Rodríguez apoyase esta espedicion , pidiendo á Gainza un refuerzo de doscientos hombres , con lo cual y con que se conti- nuase hostilizando á O'Higgins de manera que no saliese del sur, creia no necesitar mas para llevar á cabo su plan. Rodríguez escribió con efecto á Gainza, pero en

i

\B&*%*%jBl

56

HISTORIA DE CHILE.

vez de hablarle en favor de esta espedicion , lo hizo des- aprobándola y aconsejándole por el contrario que en- viase la fragata inglesa á llevar víveres á Ghiloe, con orden de conducir á la vuelta los cuatrocientos hombres disciplinados allí existentes, porque « lo de Santiago , decia , es cosa hecha para la primavera (1). »

(1) Según el proceso de Gainza en Santiago, el mismo Rodríguez le hacia un cargo de no haber seguido las indicaciones de don Matías de la Fuente res- pecto de esta espedicion ; pero de una carta presentada por aquel brigadier resulta efectivamente la oposición de Rodríguez»

¿¿¿.

,SW<

•KA

CAPITULO XXXVII

Preparativos de la junta para separar del ejército á los hermanos Carrera. Revolución del 7 de marzo y concentración del poder en una sola persona. El coronel don Francisco de la Lastra, gobernador de Valparaíso, es nombrado director supremo de la íepública.— Don Antonio José de Irisarri desempeña interinamente esta alta dignidad, y manifiesta en sus actos la mayor enerjía, sobre todo contra los españoles no naturalizados en Chile. Recepción de Lastra y formación de un ministerio y de un senado consultivo. Recom- pensas concedidas á los antiguos miembros de la junta.

Hemos visto que la junta gubernativa abandonó por el mes de octubre á Santiago para dirijirse á Talca y hacer de esta ciudad el centro principal de sus opera- ciones. Su objeto ostensible era aproximarse al teatro de la guerra para combinar nuevos planes de ataque contra Chillan y someter cuanto antes la provincia de Concepción, cuyos habitantes, de resultas de escesos cometidos en su daño , se habían separado del partido de los patriotas y unídose al de los realistas. Penetrada de todo lo que tuvo de enérjico la revolución francesa, quiso imitar á los antiguos representantes ó comisarios de ejército , y á su ejemplo colocarse en medio del cam- pamento para animar á los soldados con su patriotismo, vijilarlos mas de cerca y poner remedio, en lo posible, á los desórdenes, consecuencia inevitable de tantas circunstancias imprevistas. Así es que Cienfuegos se dirijió hacia Concepción , donde se hallaba el cuartel jeneral , y don Miguel Infante hacia el ejército ausi- liar en los momentos en que se habia dado el mando de este al coronel Mackenna. Pero el principal objeto de estas visitas, hay que confesarlo, era captarse la voluntad

:'á

%¿

58

HISTORIA DE CHILE.

ih I1'

i'oO-C?' .

I i

'^1 '1*

del ejército para que fuese indiferente á la medida de rigor, ya acordada, de separarlo de los hermanos Carrera, y ponerlo á las órdenes de otros comandantes. Tal era en efecto todo el pensamiento , puede decirse , de la junta, que recelaba mucho del prestijio de aquellos jefes, persuadida, como lo estaba, de que acabarían por abusar de él como elemento de fuerza para arribar al despotismo militar, cada vez mas codiciado por don Mi- guel Carrera.

Sin duda era de temer que el decreto mandando á los hermanos Carrera de abandonar un ejército que habían creado, y en medio del cual habían vivido desde su for- mación , suscitase debates acalorados, reviviese las ene- mistades desgraciadamente muy comunes en momentos de rejeneracion social en que tantos intereses se ponen en juego, y produjese en fin un conflicto peligroso por las resistencias combinadas que podían encontrarse en los diferentes batallones y entre los oficiales completa- mente unidos á aquellos jefes por convicción ó por re- conocimiento. Pero en su hábil previsión, acertó la junta á preparar los ánimos, aunque valiéndose á veces de medios que no todos pueden aprobarse , tales como fa- vorecer en lo posible á los enemigos particulares de Car- rera, anular la sentencia dada contra los que en 1811, 12 y 13 conspiraron contra ellos, y con el objeto de atraerse el partido del clero, influyente siempre, manda- ron devolver inmediatamente á los relijiosos de la reco- lección de predicadores el convento de la Chimba, de que á principios de 1812 se les desposeyó para desti- narlo á cuartel de artillería. Esto y los artículos que se publicaron en los dos únicos periódicos que existían en- tonces y que dependían absolutamente del gobierno,

CAriTULO XXXVII.

59

fué mas que suficiente para que la separación se verifi- case sin ruido y casi sin oposición. Pocos dias después se dirijieron circulares á todas las municipalidades para hacer saber al pueblo el cambio hecho y obtener su aprobación. Fué este un medio de legalizar el acto de severidad ejercido , á pesar de que como hecho consu- mado, no habia materia sobre que discutir (1).

Después de este acontecimiento, los miembros de la junta consideraron conveniente no permanecer mas tiempo en Talca, y á fines de febrero de IMli se restituyeron á Santiago, acompañados de una fuerte escolta que tomaron de la guarnición de Talca, lo cual, como antes hemos visto, contribuyó mucho á la pérdida de esta ciudad y á la muerte del valiente coronel Spano. Supieron la noticia de este desgraciado suceso en el momento en que pasa- ban el rio Maypu ; y sin desconcertarse, y disimulando en lo posible su inquietud, dieron al punto las órdenes necesarias para reunir todas las milicias de Rancagua, continuando en seguida la marcha con objeto de llegar aquella misma tarde á Santiago. Su entrada se verificó al ruido de las aclamaciones de un pueblo entusiasmado. Durante dos dias fueron obsequiados con festejos, lo que absorbió en parte sus pensamientos y distrajo sus justos temores ; pero en el instante que lo ocurrido en Talca se divulgó por el público , una ajitacion súbita succedió á las demostraciones de alegría , despertó las pasiones de

(1) Y enterados de todo dijeron que daban á V. E. las mas espresivas gracias por la bondad con que ha querido sujetar al examen de los pueblos sus rectas providencias, no obstante bailarse revestido de la suprema autoridad para mandar y disponer cuanto convenga á la felicidad del Estado, etc. Oficio del cabildo de Rancagua. Otras muchas municipalidades contestaron asi- mismo felicitando al gobierno por su severa medida, pero no faltaron algunas que mas reservadas dejaron entrever en sus respuestas que su adhesión era mas forzada que voluntaria.

í

60

HISTORIA DE CHILE.

O:

'■m:

■:-'/'

los descontentos y ambiciosos, dio lugar á censuras y luego después á que se celebrase un cabildo abierto, al que fueron llamados el comandante de artillería don Manuel Blanco y el de infantería, don José Antonio Co- tapos, para saber de ellos si harían uso de las armas contra el pueblo. La contestación de estos honrados militares fué conforme con los deseos de los miembros de la municipalidad , motores principales de este pro- nunciamiento; y entonces la revolución estalló con toda su fuerza y se hizo casi jeneral. En seguida todo el ca- bildo y muchas personas que le acompañaron, se diri- jieron al palacio, en donde los jefes militares fueron llamados otra vez, y obligaron á los miembros de la junta á hacer dimisión. Don José Tgnacio Gienfuegos y don Agustín de Izaguirre se resignaron con calma á la vo- luntad de esta reunión casi espontánea, y depositaron in- mediatamente sus bastones sobre la mesa ; pero don José Miguel Infante, apoyado en sus derechos y en su con- ciencia, se opuso con grande enerjía, y si al fin cedió, no fué tanto por debilidad, como porque no pudo con- vencer á sus colegas de que variasen de resolución. Ob- tenido este resultado, se acordó reunir en aquellos críticos momentos todos los poderes en una sola persona que fuese militar, y don Mariano Vidal, natural de Buenos- Aires, que se hizo el orador del pueblo, propuso, con arreglo á las instrucciones que había recibido, y sin duda por influjo de don Antonio Irisarri, al coronel don Fran- cisco de la Lastra, gobernadora la sazón de Valparaíso. Tenia demasiado interés la municipalidad en un cam- bio de gobierno que aspiraba á restablecer la autoridad á la altura de su ambición, para no acojer este pensa- miento y apoyarlo con toda su influencia. Recordando

CAPÍTULO xxxvir.

que casi habia representado al principio de la revolución el papel de soberano , papel de que en cierto modo se la habia despojado con el advenimiento al poder de los Carrera , y viéndose con disgusto reducida á una corpo- ración meramente administrativa, sancionó con su voto el nombramiento que se le proponía, y don Francisco de la Lastra fué reconocido por director supremo de la repú- blica. Mientras este llegaba se encargó interinamente don Antonio José de Irisarri del gobierno del país y don Santiago Carrera del mando jeneral de las armas de la capital.

Así acabó el 7 de marzo de 18U una junta que en todo el tiempo de su mando estuvo entregada á un temor y á una ajitacion desusados. Sus individuos, preciso es con- fesarlo, carecían de la aptitud necesaria para dominar los acontecimientos, y atender á todas las necesidades que el estado de guerra traia consigo. Mas inclinados por instinto y por educación á constituir que á resistir ni conquistar, no teniendo ya que luchar con el carácter dominante de los Carreras, y persuadidos de que con O'Higgins, á quien solo las circunstancias habian hecho soldado , el espíritu militar no se sobrepondría nunca al espíritu republicano que fué lo que siempre temieron con los Carreras , se apresuraron á regresar á la capital para ocuparse en trabajos de organización, pero sin des- cuidar la vijilancia del ejército , al que debía volver don José Miguel Infante. Obrando de este modo en confor- midad con sus instintos y sus buenas intenciones, espe- raban estos dignos patriotas que la revolución tomaría el carácter de orden y dignidad que la nación , especial- mente las provincias del Sur, reclamaban por tantos motivos, y que podría reunir en seguida y muy pronto

u*

»

HISTORIA DE CHILE.

el congreso, en que las circunstancias no habían permi- tido pensar hasta entonces. Si paramos la considera- ción en lo que estos respetables ciudadanos hicieron en favor de la patria, nos convenceremos de que á ser mas propicia la época, hubieran sin duda llevado á cabo acertadas innovaciones en su país ; lo cual es de creer si no por que tuviesen un verdadero talento administra- tivo , á lo menos por sus virtudes , su buen sentido y su- ardiente patriotismo. A parte de lo que hicieron para desvaratar los manejos del enemigo interior y de los descontentos, no perdieron de vista, en cuanto se lo permitía su posición, las necesidades del ejército y el bien estar del soldado, por lo menos desde que O'Higgins fué nombrado jeneral en jefe; simplificaron las oficinas del tesoro en lo relativo á las pagas de los militares; uniformaron las mismas pagas en todos los cuerpos; suprimieron los descuentos, cargando al tesoro los gastos de hospital , etc. ; pusieron bajo su dirección la escuela militar, conservándole el nombre de jóvenes granaderos; y mandaron que todos los habitantes de Santiago com- prendidos en la edad de quince á cuarenta y nueve años, fuesen rejimentados por barrios como milicianos, te- niendo por jefe principal al prefecto del barrio respec- tivo, etc. Ademas de esto, dedicaron toda su atención á las diferentes administraciones militares, lo cual no les impedia descender, cuando lo requería el caso , á los mas menudos detalles de los asuntos puramente muni- cipales; cuidaron activamente de la policía, creando un superintendente director, al que todos los demás ajentes estaban subordinados; establecieron nuevos cementerios que evitasen una vez para siempre los inconvenientes de enterrar los cadáveres en las iglesias ó sus inmedia-

CAPULLO XXXVIÍ.

ciones; desplegaron gran vijilancia con motivo de las enfermedades que de un modo alarmante se propagaban en algunas comarcas ; y procuraron el remedio á los nu- merosos abusos que se cometían en las exacciones de proratas , tan difíciles por desgracia de evitar en mo- mentos de revolución , en que todo es confusión é irre- gularidad. Pero lo que les preocupó principalmente, como á todos los buenos patriotas , fué el deseo de que progresase la instrucción pública , que consideraban con razón la mas segura base para fundar la libertad y la felicidad de todo un pueblo ; y con este objeto multipli- caron las escuelas primarías, en las que estaban al lado uno de otro el hijo del rico y el hijo del pueblo para de esta manera inculcar desde temprano en el ánimo del primero el espíritu de igualdad y de democracia que la nueva sociedad exijia, y en el del segundo el sentimiento de honor y dignidad de que había estado privado tanto tiempo. Por el mismo motivo y para instruir al pueblo en los deberes que tenia que llenar en una sociedad, en ¡a que bien pronto iba á tomar parte por medio del voto, mandaron componer un catecismo patriótico que se les hizo aprender á los soldados, á los criados, y sobre todo á los estudiantes, los cuales tenían orden de recitarlo, una vez á la semana por lo menos , en la plaza mayor, acom- pañados de algunas personas condecoradas : procuraron también dar importancia á cuanto podia hacerles amar la revolución y exaltar su patriotismo , asociando en al- gunos casos las ceremonias relijiosas, siempre mas se- ductoras para la masa de la nación, y muy convenientes para lisonjear el amor propio del clero. Porque aun cuando todo su pensamiento, especialmente el de In- fante , estaba reducido á seguir los principios de la revo-

*«#

$m

64

HISTORIA DE CHILE.

i

lucion francesa, temerosos sin embargo de pasar por filósofos, tenían cuidado de defenderse de esto en sus escritos, y hasta muchas veces reclamaban de buena fe el apoyo de los relijiosos, principalmente en todo lo que tenia relación con la enseñanza pública, servicio que desempeñaban admirablemente, pues á mas de una ins- trucción, que no era común en el país, ejercían mayor influencia para hacer penetrar en el espíritu de sus jó- venes educandos el principio moral, en que consiste la felicidad de una nación.

Mas á pesar de su buena voluntad para introducir en los diversos ramos de la administración las mejoras que su patriotismo les inspiraba, el estado del país y la pre- sencia de un enemigo bastante poderoso que ganaba cada dia mas terreno, exijian del gobierno medidas muy vi- gorosas , razón por la cual se creyó conveniente concen- trar todos los poderes en una sola persona, escojiendo un militar acostumbrado á la disciplina y á los peligros y siempre mucho mas respetado por el ejército, verdadero defensor de una libertad naciente. Bajo este punto de vista, es necesario decirlo , la nueva política que aca- baba de prevalecer en Buenos-Aires comunicó toda su influencia á la de Chile (1). Un mes hacia solamente que aquella república, intimidada por algunos reveses, habia creado un supremo director, que fué el ciudadano

ú '■

!»•

(1) No puede negarse que Buenos-Aires influjo mucho activa y moralmente en los asuntos de Chile. Abundando en hombres de gran talento que estaban á la cabeza de la revolución, era imposible que dejasen de influir con su ejem- plo en Chile, con tanta mas facilidad, cuanto que en este país habia un número muy crecido de arjentinos, los cuales unos vhian como simples particulares, y otros desempeñaban empleos muy elevados, como el de comandante jeneral de las armas que veremos muy luego en manos de don Santiago Carrera, el de tesorero de la misma ciudad ocupado por don Hipólito Villegas, el de jefe de estado mayor que desempeñaba Balcarce , etc., etc.

CAPÍTULO XXXVII. 65

don Gervasio Antonio de Posadas, cuando los habitantes de Santiago se apresuraron á imitar este nuevo sistema de gobierno, para dar mas poder á su nuevo jefe, y colocarle en situación de que pudiese sacarlos de la mala posición en que el país se hallaba. Porque independientemente de los progresos de la invasión , los adictos de los Car- rera se presentaban siempre como partido muy activo de oposición ; y aunque solo se daban á conocer por actos misteriosos y confusos, prueba evidente de su debilidad, no por eso eran menos temibles, porque podían unir su resistencia á la de los demás descontentos, y quizá aso- ciarse un buen número de españoles, que se sabia esta- ban siempre prontos á lanzarse á todo movimiento que pudiera comprometer la tranquilidad del país. Desgracia- damente no era Lastra el hombre que las circunstancias reclamaban , porque era débil, indeciso, y lo que iba á representar era el principio de enerjía. Su influencia personal valia ademas poco ; no tenia mas antecedentes que su mucha probidad , y como apenas había figurado en los partidos políticos, su papel había sido el de un hombre conciliador, mas bien que el de un hombre de acción. Sus amigos, que le elevaron á esta alta dignidad, no hubieran previsto todas las dificultades que induda- blemente se le iban á suscitar, si don Antonio José de Iri- sarri, que contribuyó mucho á su nombramiento, quizá con la intención de hacer un director solo en el nombre, no hubiese estado allí para tomar una gran parte en su administración, con mucha satisfacción de los verdaderos patriotas, que conocían sus talentos, y sobre todo su ca- rácter firme y enérjico. Este noble estranjero (1) poseía en efecto todas las cualidades que en aquel momento

(1) Don Antonio José Irisarri era natural de Guatemala.

VI. Historia. 5

i

i

*áj6s¡f

^l

66

HISTORIA DE CHILE.

necesitaba el país. Lleno de convicción y de entusiasmo por las ideas republicanas , persuadido de que la revolu- ción no llegaría á sus últimas consecuencias sino po- niendo en juego todos los recursos de la actividad y de la enerjía, no temia tomar bajo su sola responsabilidad las medidas mas severas para conseguir este objeto; así en los pocos dias que gobernó interinamente el país, fijó principalmente su atención en los españoles no naturali- zados en Chile y los colocó en la impotencia de hacer daño á la revolución. Principió por separar de todas las administraciones á los que habia empleados en ellas y por alejar de la capital á algunos y confinarlos en las ciudades del norte : respecto de los que quedaban en Santiago, procuró aislarlos en cuanto pudo, pro- hibiéndoles toda reunión de mas de dos personas, les obligó á retirarse á sus casas antes de las nueve de la noche, y les mandó entregar sin dilación al comandante de la ciudad todas las armas y caballos que tuviesen , bajo pena de fuertes multas, inclusa la pérdida total de bienes , y de ser espulsados del país. Para mejor ase- gurar el cumplimiento de sus disposiciones, prometió la libertad á todo esclavo y doscientos pesos á todo criado libre, que probase haber contravenido á ellas su señor ó amo.

Con estos actos de rigor allanó Irisarri una porción de dificultades al que iba á tomar muy pronto las riendas del estado, y consiguió intimidar no solo á los españoles, sino á todos los demás enemigos que por la ambición de unos y por las tendencias turbulentas de otros, iban ne- cesariamente á brotar contra la nueva administración. Para mejor vijilar á estos últimos, publicó asimismo un bando mandando que los vecinos tuviesen alumbra-

CAPÍTULO XXXV1J.

das las fachadas de sus casas durante la noche, y hasta prohibió á todos los habitantes salir de la ciudad , ni aun para ir á sus chacras, sin permiso espreso del go- bierno. Suspendiendo de esta manera la libertad del mo- vimiento faltaba al principio de la revolución, pero esto era necesario para la tranquilidad de la capital, en mo- mentos sobre todo en que se habia apoderado un terror pánico de sus habitantes, hasta el punto que muchos se marcharon como si el enemigo estuviese á las puertas, á pesar de las seguridades que daba el gobierno, y de los bandos que mas adelante se publicaron, amenazando con los mas severos castigos á todo el que tuviese la audacia y la mala intención de esparcir rumores falsos sobre de- sorganización del ejército, refuerzos llegados á los realis- tas, y tantas otras falsedades, que el miedo acojia y la imajinacion exajeraba.

Después de haber dado fuerza á todo lo que era del dominio de la policía gubernamental y municipal , Iri- sarri se ocupó del ejército, que por su estado precario merecía llamar igualmente toda su atención. Su primer cuidado fué poner un freno á la inclinación que tenían ios soldados á desertar de sus rejimientos, y al efecto publicó un bando, mandando que todo desertor volviese á sus banderas ó se presentase al comandante de su can- ton, y amenazando con pena de muerte al que pasados quince dias no hubiese obedecido ; en seguida empezó á reunir un buen número de soldados para enviarlos, al mando del comandante don Manuel Blanco, á reconquis- tar la ciudad de Talca, de que acababan de apoderarse los realistas. Este cuerpo de ejército, que tan desgra- ciado hemos visto en Cancharayada no tanto por cobar- día como por indisciplina, se componía, casi en su tota-

V

f

HISTORIA DE CHILE.

lídad, de mulatos, y se le conocía con el nombre de Infantes. A pesar del progreso de las ideas, la revolución no los habia igualado todavía á los demás soldados , pero en esta época se procuró realzarlos un poco, conce- diendo á sus oficiales el tratamiento de don, tratamiento que gozaba el último artesano español establecido en Chile, por el solo mérito de haber nacido en España.

Tal fué la activa y enérjica conducta de Irisarri á su entrada en el poder, conducta que demostraba que si este digno patriota habia contribuido poderosamente á derribar la antigua Junta, su talento variado era capaz de cumplir los deberes que tácitamente se habia impuesto, y comunicar al país el aliento que necesitaba para ase- gurar la vida y el porvenir de la revolución. Desgracia- damente su poder duró solo cinco dias. El 10 de marzo entregó Lastra el gobierno de Valparaíso á don Fran- cisco Forma y salió para Santiago con trescientos infantes y catorce cañones. Su llegada se verificó el 11 por la tarde, pero la recepción como director supremo fué el 1 ¡x en presencia de una junta plena de corporaciones, nombrada para presidir á la instalación del nuevo jefe y al juramento de costumbre que este debia prestar. Termi- nada la ceremonia, se ocupó de nombrar un ministerio, ó secretarios de Estado , y la Junta propuso tres personas de incontestable virtud, que el director se apresuró á elejir. Estas tres personas fueron el licenciado don José María Villareal , encargado del departamento del inte- rior ó del gobierno , el sarjento mayor de la plaza don Andrés Nicolás de Orgera, del de la guerra, y don Juan José Chavarria, del de hacienda. Ademas de estos nom- bramientos, el director hizo ver la necesidad de que hu- biera un intendente de provincia que le reemplazara in-

CAPITULO XXXVII.

69

terinamente en casos de ausencia, enfermedad ó muerte, y que independientemente de sus atribuciones como jefe de la provincia , tuviese bajo su dependencia todos los asuntos contenciosos en cualquiera de los ramos de jus- ticia, hacienda y guerra. Esta dignidad, una de las mas elevadas del estado, se confirió, á propuesta del director, á don José Antonio de Irisarri , dándole un asesor que desempeñase al mismo tiempo las funciones de auditor de guerra, lo cual no solo aprobaron las personas pre- sentes , sino que mereció el asentimiento de la opinión pública, llena de solicitud por un hombre que tan buenas pruebas había dado de capacidad (1). En la misma sesión se nombró un individuo de cada una de las cor- poraciones principales para redactar un reglamento pro- visional sobre los límites del nuevo poder. Este regla- mento, que quedó terminado el 15 de marzo y se publicó el 18 en el Monitor araucano, daba al director las mas amplias facultades, puesto que todo entraba en sus atri- buciones, salvo los tratados de paz y de guerra y el esta- blecimiento de nuevas contribuciones públicas y jene- rales. Su dignidad era la de capitán jeneral , y sus insignias una banda de color encarnado con flecara de oro. Aunque su duración se fijaba en diez y ocho meses, podría ser reelejido ó reemplazado, por decisión del senado unido á la municipalidad. Esta última corporación habia reco- brado desde la caida de los Carreras una parte de su antigua influencia , y quiso esta vez tener participación con su voto en un acto de tan alta importancia.

Hechos estos nombramientos y dado el reglamento,

(1) El sueldo que en aquellas circunstancias disfrutaron estos altos funcio- narios fué 4000 pesos el director, 2000 el intendente y 1500 cada ministro ó secretario de Estado.

íffa>*.

fe*

70

HISTORIA DE CHILE,

;

m

todo lo cual constituía en cierto modo la totalidad del poder ejecutivo, debiera haberse pensado en un cuerpo deliberante que se ocupara de los negocios en jeneral, y se dedicase á hacer desaparecer las inmensas lagunas que existían en todos los ramos de la administración. Fatigados los hombres sensatos del estado de incerti- dumbre en que se hallaban , lo deseaban así con ansia ; pero el país estaba de tal manera ajitado y la provincia de Concepción en tal imposibilidad de nombrar sus man- datarios, que la junta anterior se vio en la necesidad de despedir hasta época mas favorable á los diputados que estaban en Santiago. Así se esplica el estado de aban- dono en que se encontraban los diferentes ramos de la administración, entregados á sus propios recursos y casi sin intervención ; por lo cual se nombró provisionalmente, siguiendo el ejemplo de Buenos-Aires, un senado con- sultivo, compuesto de siete personas elejidas por el direc- tor, entre veinte y una que le propuso la junta de corpo- raciones. Estos senadores , cuyo título era puramente honorífico, fueron nombrados por dos años para ser re- novados por mitad, debiendo salir los mas antiguos (1). En aquellos momentos de guerra, en que la ajitacion era un obstáculo para todo" movimiento regular, no podían funcionar los resortes de su ministerio con la faci- lidad é independencia que hubieran querido, ademas, que la cámara de que formaban parte tenia solo voto consul- tivo, circunstancia que les privaba casi absolutamente de la iniciativa ; pero como sus miembros eran personajes muy respetables, de los primeros talentos y buenos pa-

(1) Estos senadores fueron el chantre de la catedral de Santiago don José Antonio de Errazuris, presidente, don José Ignacio Cienfuegos , don Camilo Henriquez, don Miguel Infante, don Manuel Salas, don Francisco Ramón Vi- cuña y don Gabriel Tocornal , encargado de las funciones de secretario.

CAPITULO XXXVII.

71

triotas, Lastra recurrió muchas veces á sus luces y á sus consejos, aun cuando Irisarri era en cierto modo su guia natural y el alma de su administración (1).

Después de deponer en manos de su lejítimo poseedor el título interino de jefe supremo de la república, Iri- sarri no quiso en efecto abdicar completamente el papel que se habia impuesto de rejuvenecer el entusiasmo de los patriotas por medio de la enerjía y de la fuerza. Prevalido de su título de intendente de la provincia y de comandante de la guardia cívica que este cuerpo le dio, ejerció su acción sobre lo civil y sobre un gran número de militares, y especialmente contra todo indi- viduo capaz de suscitar el menor embarazo en los nego- cios del estado; así es que siguió tomando medidas muy rigorosas contra todo miliciano que contravenia al regla- mento, secuestró los bienes de algunos chilenos de ele- vada categoría, convictos de haber obrado contra la revolución, y por otra parte contribuyó á que se recom- pensase dignamente el desprendimiento de los miembros de la antigua junta que no habían querido recibir sueldo, dándoles destinos, que aceptaron como premio de su adhesión al nuevo sistema y de su ninguna ambición por conservar las altas dignidades, de que habían sido sepa- rados. Ademas de senador, fué nombrado Gienfuegos

(1) Este senado tenia muy buenas intenciones y era muy capaz, por la esperien- cia de sus individuos, de hacer cosas útiles al país; pero los sucesos del 23 de julio vinieron á derribarle en los momentos en que iba á poner en ejecución el proyecto ya discutido y aprobado para atender á las necesidades del tesoro. Consistía este proyecto en amonedar la plata de los particulares sin exijirles ninguu derecho, para aumentar el numerario; en echar mano de los capitales de las temporalidades, escepiuando las aplicadas á los establecimientos piadosos y públicos, en disminuir el número de empleados civiles y militares inútiles, y en suspender la dotación de los curas, percibiendo estos provisionalmente los antiguos derechos.

HISTORIA DE CHILE.

canónigo de la catedral de Santiago, en reemplazo de don Vicente Larrain que había muerto, y don Miguel Infante administrador jeneral de tabacos : al teniente coronel don Joaquín de Echeverría, que estuvo á la cabeza del go- bierno mientras la junta permaneció en Talca, se le con- firió la intendencia jeneral del ejército, destinado á partir á las órdenes de don Manuel Blanco ; siendo muy es- traño que entre todos estos nombramientos no se vea por ninguna parte el nombre de Eyzaguirre, lo cual debe esplicarse con que se habría retirado por gusto ó por necesitar el reposo de la vida privada , ó quizá para de- dicarse á especulaciones mercantiles , porque es impo- sible que á un hombre que había llenado tan honrosamente su penoso y difícil deber, se le tratase con ingratitud, ni aun con indiferencia, por el nuevo gobierno.

CAPITULO XXXVIII

Tratado de Lircay entre el gobierno y el comandante del ejército realista, el brigadier don Gavino Gainza.

Si la confianza que tenia Irisarri en su enerjía y en sus proyectos hubiera penetrado en las diferentes clases de la sociedad , probablemente la revolución con esta fuerza moral hubiera adquirido superioridad y manifes- tádose bien pronto vigorosa y emprendedora. Gracias á los donativos solícitos y jenerosos de los patriotas, dona- tivos que continuaban con bastante regularidad no obstante el malestar que á todos aquejaba , las tropas estaban algo mejor pagadas, mejor mantenidas y sobre todo provistas de gran número de caballos, que la libe- ralidad nacional les había suministrado. Lastra , por su parte, sin aparentar que le dominase la voluntad atrevida de Irisarri, procuraba segundar sus miras y sus resolu- ciones ; y el buen acuerdo de ambos ofrecía al país un porvenir de gloria, cuando un suceso inesperado vino á desviarles de su verdadero camino, y á arrojarlos á un carril que retrasó muchos años la independencia del país.

En el puerto de Valparaíso habia dos buques de guerra, uno ingles, laPhcebe, y otro de los Estados Unidos, el Es- sec. Como estaban en guerra estos dos países se desafiaron los comodoros, y no tardaron en dirijirse al centro de la gran bahía, sitio elejido por campo de batalla. Gracias á los largos cañones de la Phoebe, cuyos disparos alcan- zaban á mucha mayor distancia , el Essec quedó muy

**

74

HISTORIA DE CHILE.

#::;

luego fuera de combate, y su comandante tuvo que ren- dirse al comodoro ingles James Hillyar, quien poco des- pués se alejó de las costas de Chile dirijiéndose al Perú (1). Como su principal objeto se reducía á protejer el comercio de su nación con América, lo cual era una consecuencia de la alianza inglesa y española, se pre- sentó ásu llegada al Callao al virey Abascal, para incli- narle á poner término á las calamidades de la guerra, y tomar medidas con el gobierno de Chile ; proposición que aceptó con gusto el virey, quizá porque temia encontrar dificultades para pacificar esta república sobre todo en los momentos en que mas llamaba su atención el alto Perú, muy agitado por los montoneros de Arenales, Cárdenas, Umaña, etc. Para mas facilitar la realización del proyecto, suplicó al comodoro se encargase él mismo de llevar las bases de la paz (2), y aceptada esta misión por Hillyar, mandó este al punto aparejar para dirijirse á Chile. A mediados de abril llegó á Valparaíso, que no hizo mas que atravesar, y siguió inmediatamente á Santiago, donde fué recibido con todas las consideracionas debidas á un mensajero de paz. Lastra, en cuya casa se pre- sentó al día siguiente, aceptó con entusiasmo el pensa- miento de Abascal, y convocó en seguida el senado para discutir ante esta respetable asamblea , las bases sobre que había de descansar la negociación. Ya fuese efecto del cansancio de la guerra , ó mas bien de la viva im- presión que les habia hecho el pánico jeneral de los ha-

(1) La mayor parte de los marinos que componían la tripulación del Essec se alistaron en ¡a compañía de artillería de Valparaíso.

(2) El virey en su carta á Gainza afecta creer que su posición era ventajosa, lo cual, dice, le permitía mostrarse jeneroso, pero probablemente su convicción entraba en la clase de esas convicciones simuladas, que hace valer un jefe hábil para reducir á los hombres á su deber.

CAPITULO XXXVIII.

75

bitantes de Santiago á consecuencia de la toma de Talca, y de los progresos en la península de los ejércitos españoles apoyados por la Inglaterra contra la Francia , todos los miembros de aquella asamblea se manifestaron tan dis- puestos como Lastra á acojer las proposiciones del virey ; pero no sucedió lo mismo cuando se supieron las condi- ciones, que eran volver á lo pasado, borrando completa- mente todas las ventajas políticas obtenidas desde el prin- cipio de la revolución, salvo lo que estuviese conforme con las ideas de la constitución española de 1812. Entonces, todos por unanimidad rechazaron las proposiciones, ale- gando con razón que estaban en posición de sostener la lucha y de dar leyes, mas bien que de recibirlas. Hillyar, sin perder la esperanza de un arreglo, les hizo comprender que por sus instrucciones particulares estaba facultado para correjir y modificar las proposiciones, lo que hizo en efecto en términos que el senado adoptó sin dificultad, á pesar de que algunos artículos eran poco honrosos para Chile, pues que sin ser precisamente gobernados por Es- paña había que volver á los tiempos pasados, estinguir el fuego patriótico que una lucha encarnizada había encen- dido en el corazón de muchos indiferentes, y lo que era peor para tantas personas adheridas por convicción al espíritu revolucionario, tomar otra vez las insignias españolas, renegando así del principio de independencia chilena.

Chile no conocía aun en aquella época de inesperiencia todos los resortes secretos y mañosos que pone en juego la diplomacia en las grandes cuestiones internacionales. Era la primera vez que se sometía un tratado á un cuerpo político, y no era fácil hallar hombres bastante hábiles para desempeñar tan alta y delicada misión. Con todo , se tomó por base la firmeza , el buen sentido y la con-

m

76

HISTORIA DE CHILE.

■;,;::

ís '■'■

fn

viccion que da una causa justa, y bajo este punto de vista nadie ofrecía mayores garantías que don Ber- nardo O'Higgins y don Juan Mackenna, hombres ambos de convicciones , conocedores de la posición y de las necesidades de los dos ejércitos y semi-ingleses ademas de on'jen , lo cual podia ser de grande influencia en las decisiones que tomase el comodoro Hillyar. Decidida esta elección, se resolvió agregar en calidad de asesor á don Juan Zudañes, abogado hábil é instruido , y muy capaz, por la clase de sus estudios, de comprender bien este género de tratados y de redactarlos sin ambigüedades. Hechos estos nombramientos , Hillyar se trasladó al campamento de los patriotas, desde donde dirijió un oficio á Gainza, en el que, con inclusión de los que tenia del virrey, le informaba de su comisión y de lo que debia hacer para llegar aun resultado justo y honroso, reco- mendándole sobre todo la mayor prudencia y que se conformase exactamente con los artículos que le indicaba. Cuatro dias después, es decir, el 27 de abril, creyó conveniente Hillyar pasar al campamento de los realistas para discutir las bases del tratado, que Gainza leyó con atención y que dijo no le era posible admitir porque muchos de sus artículos eran contrarios á sus instruccio- nes : sin embargo aceptó una entrevista con los plenipo- tenciarios, dilatándola hasta el 3 de mayo con objeto de dar tiempo á que llegase el auditor de guerra don José Antonio Rodríguez, que estaba en Chillan instruyendo la causa de los prisioneros hechos en Concepción, y con quien quería consultar. Aunque Rodríguez no sabia para qué se le llamaba , apresuró de tal manera su viaje que el 2 estaba en Talca, y se quedó admirado cuando al llegar supo lo que había, y mucho mas aun de que ya se hu-

CAPITULO xxxvnr.

77

biese verificado una gran entrevista entre los plenipo- tenciarios en un rancho construido espresamente á orillas del rio Lircay á dos leguas de los campamentos de los dos ejércitos. Sin manifestar su sorpresa pidió para en- terarse las instrucciones del virey, los poderes de Hillyar y las bases del tratado propuestas por el gobierno chi- leno, que no le parecieron aceptables : por lo demás per- suadido de que el gobierno pedia mucho para obtener algo, se decidió que se reunirían el dia siguiente 3 para discutir juntos los artículos del tratado, y llegar por un medio honroso al fin que se proponía el virey, que era poner término á la guerra, y que el país volviese á la dependencia del rey de España, mediante algunas conce- siones. Al dia siguiente estos oficiales, transformados en plenipotenciarios, se trasladaron á las orillas del rio Lircay, sitio elejido por punto de reunión, acompañado cada partido de veinticinco hombres, los patriotas mandados por el teniente Freiré y los realistas por Calvo. Rodríguez, que permaneció solo en el rancho, tuvo que sostener casi todo el dia una fuerte discusión con Mackenna y Zudoñes, mientras que O'Higgins y Gainza hablaban en un sitio separado de la causa que ensangrentaba en aquel mo- mento el suelo de las dos Áméricas, dignas, por confesión del mismo Gainza , de mejor suerte. El espíritu liberal que reveló en esta conversación hasta cierto punto pri- vada, dejó tan admirado á O'Higgins que por el pronto dudó de la franqueza de su lenguaje, especialmente cuando le oyó decir que el rey Fernando estaba perdido para siempre , que la junta de España, tan patriota y tan republicana como la suya, procuraría siempre favo- recer á la América y su causa, y que para ser conse- cuente con sus principios, le concedería el número de

ten.

■;■ };

H

-.1;

I

r^*áyfe:

78

HISTORIA DE CHILE,

diputados consignado en la ley, lo cual le proporcionaría inmensa influencia en la cámara, porque en razón á la gran población del nuevo mundo, los americanos ten- drían una fuerte mayoría (1). Pero la gran prueba de su liberalismo fué la parte que tomó en una discusión que Rodríguez sostuvo con Mackenna sobre el modo con que los pueblos pueden ser libres, pues dio la razón al segundo á pesar de las tendencias revolucionarias de sus opiniones y del empeño con que mutuamente defendieron ambos así sus ideas como sus exijencias (2).

Tal fué el principio de los debates que iban á decidir la suerte del país. Babia en los patriotas firmeza, acuerdo completo y para con Hillyar, cierta influencia de ideas por un lado y de oríjen por otro ; en los realistas al contrario la fe en su causa era bien poca, al menos por lo que hacia á Gainza, su posición incierta, y reinaba sobre todo entre los dos miembros una disidencia bastante pronunciada para impulsarlos á obrar involuntariamente contra los intereses de su partido. Con estas ventajas fué fácil á O'Higgins y á Mackenna obrar con arreglo á las miras del jobierno , sostener con enerjía sus proposiciones y hacer aceptar uno á uno y casi sin modificación los artículos del proyecto del tratado que se les habia enviado.

Por este tratado retrogradaba Chile al 2 de diciembre de 18H, es decir, á la época en que el país, separado provisionalmente de España, se habia nombrado una junta para gobernarse según las necesidades del mo- mento, y siempre en nombre de Fernando Vil. Esta junta debia ser reconocida á su tiempo por la rejencia de España, y proceder nuevamente según el espíritu y con-

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

(2) Actas manuscritas del proceso del brigadier Gainza.

capítulo xxxvm.

79

forme á los reglamentos que se formularon cuando su instalación. Se dijo asimismo que se enviarían diputados á España para tomar parte en la sanción de la consti- tución de las corles ; que se conservaría la libertad de comercio; que las tropas nacionales, nombre que había sustituido al de tropas realistas, abandonarían, en el tér- mino de un mes á mas tardar, la provincia de Concepción y de Valdivia, dejando todos los cañones y la mayor parte de los fusiles, etc. ; que la de Ghiloe continuaría, como antes, sujeta al virreinato del Perú ; que á todos los prisioneros sin escepcion se les pondría en libertad; que Chile contribuiría á España en proporción á sus re- cursos ; que se devolverían todos los bienes apresados ó secuestrados desde 18 de febrero de 1810, pagando ademas treinta mil pesos para los gastos hechos por el ejército nacional ; que para asegurar la buena fe de este tratado se darían reciprocamente á título de rehenes tres personas de elevada posición, una de las cuales debía ser O'Higgins; y en fin que desde que se firmase el tratado los ejércitos habían de conservar una posición tal, que las tropas nacionales no pudiesen pasar al norte del Maule ni las chilenas al sur del Lontue.

Todos estos artículos, que formaban la base del tra- tado que no faltaba ya mas que firmar, eran de tal na- turaleza que no podían contentar á ningún partido. Si verdaderamente fueron discutidos y aceptados de buena fe, no se comprende como O'Higgins primero y el go- bierno y el senado después, autores de las instrucciones y compuestos uno y otro de hombres tan patriotas y tan decididos por la revolución , pudieron aceptar proposi- ciones tan humillantes como la de volver á someter el país á la dominación del rey de España ; porque esto

80

HISTORIA DE CHILE,

1

:■,<■: |f

■:■•■•.. v

i

era dar un mentís á todo lo que hasta entonces habían llamado su convicción , contradecía todos sus actos y hacia ondear de nuevo la bandera en los edificios de que la habían arrancado con tantas imprecaciones, y en los cuales habían jurado muchas veces la independencia completa y absoluta de su patria. Solo una posición com- pletamente desesperada era la que podia haberlos colo- cado en tan dura y vergonzosa necesidad ; y estaban lejos de encontrarse en semejante caso, pues entonces mismo esperanzas temerarias les habían hecho creer que podia fundarse su nacionalidad fácilmente y sin sacrificios. Los realistas por su parte, tenían aun mas motivos para re- chazar el tratado , porque no podían abandonar sin gran disgusto y hasta sin oposición, una provincia que habían conquistado con tanta dificultad, y que en poder de los patriotas tenia que duplicar necesariamente su fuerza y asegurar su porvenir en caso de nuevas guerras. Don José Antonio Rodríguez, hombre de comprensión fácil y segura , conocía mejor que Gainza la gran desventaja de este abandono y en jeneral de la mayor parte de los artículos del tratado. Calculando que en aquellos mo- mentos de ira la diplomacia seria impotente para modi- ficar y aun para aclarar la situación, quería simplemente preliminares y no un tratado formal. No pudiendo con- seguirlos, trató de que al menos se modificasen algunos artículos, y solicitó con instancia otras muchas con- cesiones á que daba grande importancia, por ejemplo que se jurase inmediatamente la constitución española, con lo cual quedaban admitidos de derecho todos los empleados pasados y futuros de la rejencia y por con- siguiente la nueva real Audiencia, el obispo de Santiago don José Rodríguez , etc. : quería también que la plaza

CAPITULO XXXVIII,

81

de Valdivia quedase, como la de Ghiloe, bajo la depen- dencia del virey ; que el comercio no fuese libre mas que con las naciones que no estuviesen en guerra con el Perú ; que los oficiales realistas que permaneciesen en Chile conservasen sus grados y sueldos hasta la decisión de la Rejencia ; que los gastos ocasionados en la espe- dicion realista se pagasen por Chile; que se reuniese en Chillan una asamblea de electores de cada cantón de la provincia de Concepción para nombrar un gobernador dependiente del de Santiago; en fin pedia tantas modi- ficaciones y algunas de un modo tan exijente, que O'Higgins en un momento de vivacidad dijo que cansa- ban tal número de pretensiones, que no habría, tratado, y que la guerra volvería á emprenderse con actividad para decidir de la suerte de la patria. Su impaciencia pro- venia sobre todo de la obstinación de Rodríguez en no querer abandonar la provincia de Concepción, por lo menos antes de la contestación del virey, opinión de que participaba Gainza y de que procuró convencer á O'Higgins, diciéndole que los des podían gobernar pro- visionalmente el país con independencia uno de otro, encargándose él de toda la parte comprendida al norte' del Maule y aquel de la del sur (1). Pero las instrucciones que tema O'Higgins no le permitieron aceptar semejante arreglo. Siendo la condición esencial del tratado que los realistas abandonasen la provincia de Concepción, no podía discutir ningún otro articulo sin que se resolviese este previamente ; y la manera resuelta con que se abordó esta cuestión, hizo comprender muy luego á Gainza que nada tenia que esperar por esta parte ; y sea por debi- lidad, ó mas bien por su propensión á las ideas liberales,

(l) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

Vi. Historia, a

ESE

82

HISTORIA DE CHILE.

pasó por todo lo que querían los plenipotenciarios chi- lenos con corta diferencia , y fueron aceptados casi todos los artículos, inclusos los que tenian algunas enmiendas, hechas, según se dijo, maliciosamente y en su perjuicio por el abogado y consejero Zudañes.

El 3 de mayo de 1814 á las once de la noche termi- naron definitivamente las discusiones y se firmó el tratado por todos los plenipotenciarios, á escepcion de don José Antonio Rodríguez, quien para quedar á cubierto en caso que el virey no aprobase lo hecho , pretestó carecer de autorización (1). Inmediatamente después, todos vol- vieron á sus campamentos, los patriotas contentos de haber conseguido todo lo que podían razonablemente pedir con arreglo á sus instrucciones, y los realistas rece- losos de lo que habían acordado: Gainza especialmente, sobre quien recaía toda la responsabilidad de este asun- to, no podía disimular, cuando iba en el carruaje que le conducía á Talca, la grande inquietud que le atormen- taba, inquietud queaumentaba Rodríguez, manifestándole sus grandes temores de que el virey desaprobase el tra- tado, añadiendo que un consejo de guerra pudiera muy bien ser el premio de la precipitación en firmarlo, por- que él habia hecho cuanto estaba de su parte para retar- dar la firma , hasta hacer numerosas enmiendas en la copia que se le encargó , creyendo que por lo avanzado de la noche se dejaría para el día siguiente el sacar otra copia y firmar (2).

(1) Según Gainza, esta escepcion se hizo sin intención alguna y solo por in- diferencia y porque en ello no h ibia ninguna falsedad. Autos manuscritos del proceso contra el brigadier Gainza.

(2) Sacándolo en limpio con varias enmendaturas de intento para que lo avanzado de la noche no diese tiempo á sacar otros y no se firmasen. Autos manuscritos contra el brigadier Gainza.

CAPÍTULO XXXVIJI.

83

Al día siguiente, después de una noche de mal estar y de ajitacion, Gainza llamó á su casa á Rodríguez para discutir nuevamente los diferentes artículos de este des- gradado tratado. La discusión por parte del último fué acalorada y á veces hasta bastante dura , especialmente cuando Gainza, vacilante aun, resistía la medida que le aconsejaba, que era no salir de la provincia y conservar todas las ventajas que Ja suerte de las armas le había pro- porcionado. Para esto le decia que era preciso revisar el tratado, exijir nuevas condiciones, protestar y volver a comenzar la guerra en caso de negativa. Semejantes exigencias colocaban á Gainza en la mas dura posición pues de atenderlas tenia que pasar por hombre capri- choso, inconstante, de mala quizá; sin embargo este fue el partido que tomó á instancias de otros muchos oficiales superiores, que fueron llamados á tomar parte en esta importante discusión. Rodríguez quedó encargado de redactar la protesta y de enviarla por un sárjente de Valdivia, pero como hombre hábil partió inmediata- mente para Chillan, sin esperar los resultados de un paso que tenia que producir necesariamente nuevos v serios debates. J

O'Higgins, en efecto, no era hombre que habia de de- tenerse mucho tiempo en pensar sobre una cuestión de honor, especialmente si estaba resuelta y firmada. Sin res- ponder á la protesta, mandó que su ejército tomase las armas, y ya se habia puesto en movimiento para ir á sos- tener su firma con la punta de la espada, cuando un ayuda de campo de Gainza se presentó á preguntarle los motivos de su conducta. La contestación no era difícil y Gainza supo bien pronto no ser otros que una conse- cuencia de su poca lealtad en volver á cuestionar sobre un

f**

¡h f?.

Sil I1IST0RU DE CHILE.

tratado hecho de una manera tan solemne, lo que le obligaba á enviarle un segundo ayuda de campo para avisarle que sus oficiales estaban decididos á reconocerlo y aceptarlo. Se vio pues obligado á ceder á su repu- gnancia, por la gran dificultad que halló en salir de Talca con todas sus tropas para ir á fortificarse al sur del rio Maule, como habia convenido con Rodríguez, el cual tuvo tiempo de ver los preparativos de esta partida y casi todas las muías cargadas y prontas para ponerse en marcha (1).

Probablemente en este tratado cada partido reservó para el secreto de su buena fe ó de su astucia. Sin embargo, cuesta trabajo atacar la lealtad de O'Higgins, cuya franqueza era la admiración del partido contrario y le captó su amistad y toda su confianza, hasta el punto que cuando el gobierno se negó á enviarle en rehenes con los que debían ir á Lima, Rodríguez fué de este parecer porque puede , escribía , con su prudencia y sus talentos hacer grandes servicios á Chile entonces tan fuertemente ajilado (2). En cuanto á Gainza, no hay duda que su política consistia en el arte del disimulo y la bellaquería, Buena prueba de ello es su conducta y sobre todo lo que se desprende del proceso que con mo- tivo del tratado se le formó mas adelante por un consejo

(í) En este momento no llegaban á mil hombres los que tenia Gainza, y si O'Higgins, que tenia mas y estaba provisto (legran número de caballos, le hu- biere atacado antes de pasar el Maule, le hubiera batido, y derrotado com- pletamente. Conversación con el coronel Lantaño.

(2) Seria mejor que el señor O'Higgins se quedase, porque procede de buena fe ; es el único que puede con su prudencia y talento calmar los espíritus, im- pedir desórdenes y hacer que este suelo vuelva á su antigua abundancia; yo estoy que vale masía palabra de este jefe que todos los rehenes que nos puedan dar. Carta de Rodríguez á Gainza. En el proceso de este último hay muchos pasajes que prueban la gran confianza que inspiraba O'Higgins, confianza , es preciso confesarlo, que no tenían en Mackeuna ni en Zudañes.

CAPÍTULO XXXVIII.

85

de guerra (1); y sin embargo fué este un secreto que no reveló á nadie , ni aun al mismo Rodríguez su con- sejero íntimo, lo cual esplica la censura de que fué ob- jeto por parte de casi todos los oficiales, censura que Rodríguez elevó muy pronto á la altura de una conspi- ración, cuando á su llegada á Chillan esplicó á su manera el espíritu del tratado, dándole los coloridos mas peli- grosos para los intereses del rey. Todos los oficiales, en efecto, y especialmente don Luis Urréjola, don Francisco Sánchez, el intendente don José Berganza, á quien se le hizo ir de Concepción, y el intendente del ejército don Matías de la Fuente, á quien también se le llamó, se ma- nifestaron desde entonces muy fríos con Gainza. En una reunión que hubo á su arribo á Chillan, llegaron á de- cirle que no se obedecería jamas el tratado, y desde en- tonces hubo una especie de enemistad entre estos jefes, que necesariamente tenia que redundar en daño del ejército. Por parte de los patriotas no fué menos patente el descontento. Por mas que el gobierno procuró mos- trar satisfacción, y por mas que las salvas de artillería y los repiques de campanas llamaban al pueblo á rego- cijos públicos, el espíritu nacional no pudo suscribir de buen grado á la idea de volver á tomar las insignias de la autoridad real : compañías enteras de soldados no teman escrúpulo en entrar en la ciudad con su gorra tricolor, otros colocaban en las colas de sus caballos las escarapelas españolas que les dieron : por último en Talca quemaron en una plaza pública una caja de las

(1) Que jamas pensó dejar la provincia de Concepción y que antes tiró á adormecer a, enemigo con el tratado ; no atreviéndose a descubrirá di pra que este no trascendiese su intención. Autos manuscritos contra el bg d-er Gamza. Rodríguez en su satisfacción pública dice también que e se C0l vento era enteramente contrario á las instrucciones del virey, cíe hg * 60

«ar

86

HISTORIA DE CIIILE.

'

mismas escarapelas que acababan de recibir (1). Era esta una manifestación bien sincera de repugnancia á volver al antiguo réjimen, repugnancia de que partici- paban los empleados superiores y que infundió alientos á la oposición , siempre dispuesta á sobrescitar el des- contento.

En este conflicto de opiniones contrarias, el gobierno, sostenido por la municipalidad , que en un momento de entusiasmo había concedido el título de rejidor per- petuo al comodoro ingles don Jaime Hillyar, escribió con instancia á O'Higgins para que ejecutase é hiciese ejecutar las cláusulas del tratado, lo que este jeneral hizo con todo el celo que le infundía la convicción de las ventajas que de aquel esperaba (2). Ya habia sumi- nistrado á Gainza los caballos y ínulas necesarias para facilitar á sus tropas el paso del rio Maule , y después mantuvo con él una correspondencia muy seguida, siempre con la esperanza de verle partir para Lima, objeto de todos sus pensamientos y deseos. Para mejor llegar á este término, puso á su lado en calidad de interme- diario una comisión de dos personas, don Miguel Za- ñartu y el antiguo cura de Valdivia don Isidoro Pineda, que tenían orden de apoyar con empeño las justas pre- tensiones de su gobierno y hacerle abandonar, con ar- reglo á los términos del tratado , las playas de Chile ; lo que siempre estaba prometiendo Gainza con tales aires de franqueza que O'Higgins fué durante muchos

(1) Diario de don Manuel Salas.

(2) Sin duda el gobierno y la municipalidad entraron de buena fe en este tratado, pero solo lo admitieron con la segunda intención de que el tiempo, las circunstancias, y sobre todo el corto número de oficiales y soldados realistas, harían que la revolución marchase tranquilamente á su objeto sin que nada pu- diera impedirlo; que era lo que preferían los sentimientos humanitarios de ?s\os patriotas.

CAPITULO XXXVIII.

87

meses juguete de sus hábiles promesas. La confianza de este llegó hasta pedir barcos al gobierno para el trans- porte de las tropas de Gainza, quien le habia hecho creer que su permanencia en la provincia consistía en que no acababan de llegar los buques de Lima que de- bían llevarlo. Al fin conoció que las escusas de Gainza no tenían mas objeto que ganar tiempo para recibir órdenes de Abascal , y después en su correspondencia con Lastra le estrechaba fuertemente á que velase por las necesidades del ejército, hiciese nuevas levas, se proporcionase armas en abundancia, como cureñas, obuses, fusiles, pidiéndolas á Buenos-Aires, donde las habia de sobra, y por último que habia bastantes motivos de deslealtad para declararle legalmente la guerra.

-£t¿

CAPITULO XXXIX

Prisión de don José Miguel y don Luis Carrera en Chillan. Consiguen esca- parse y se presentan á O'Higgins en Talca. Salen para la hacienda de San Miguel, desde donde escriben al director. Alarma que este suceso causa á las autoridades de la capital. Rigor con que se les trata. Se deciden á atravesar las cordilleras y se ven detenidos por un temporal de nieve. Don José Miguel Carrera no halla mas medio de salvación que arrojarse decidida- mente á una revolución.— Su grande actividad.— Prisión de su hermano don Luis.— Resuelto á poner en ejecución su plan de ataque, convoca á sus afilia- dos para el 22 de julio. —La revolución se verifica el 23 alas tres de la mañana.

Aunque era patente la mala fe de los realistas en la eje- cución del tratado de Lircay, se dio sin embargo cumpli- miento á lo prevenido en todos los artículos que podian aplicarse sin inspirar temores ni ofrecer ventajas. Así es que hubo una tregua jeneral ; el ejército nacional se re- tiró al sur del Maule y abandonó la ciudad de Talca al de la patria, que fué á ocuparla en parte como estaba convenido , y se pusieron en libertad los prisioneros de guerra, pudiendo cada uno volver á su casa ó á su cuerpo respectivo. Sin embargo de que esta cláusula debia ser jeneral , fueron injustamente esceptuados los prisioneros de la Quinquina y don José Miguel y don Luis Carrera. En un convenio secreto se habia pactado que estos dos célebres jefes irían á Lima, y después se pensó enviarlos á Valparaíso y embarcarlos en el buque del comodoro Hillyar que iba á hacerse á la vela para Rio-Janeiro (1).

Los hermanos Carrera, hechos prisioneros en Penco

(l) Habia acordado con Gainza que se llevase á los Carreras á Lima , y pa- reciéndole después indecoroso , resolvió enviarlos á Valparaíso y costearlos para que los llevase el Ingles á Rio-Janeiro. Diario manuscrito de don Manuel Salas,

CAPÍTULO XXXIX.

89

como ya hemos dicho, habían sido llevados á Rafael y después á Quinchamali, donde estaba el campamento realista. El jeneral Gainza los mandó llamar inmediata- mente para interrogarles, pero como era una hora avanzada de la noche, los despidió muy luego dándoles . para que se alojasen una mala tienda de campaña (1). Los pocos dias que estuvieron en el campamento fueron dias de angustia para estos infortunados patriotas, pues se vieron hechos el escarnio de una soldadesca sin educa- ción, que se propasaba á veces á actos de insolencia por instigación del ayudante don Santiago Tirapegui, her- mano del que Carrera mandó ahorcar en Concepción. El alférez Queto, encargado de su custodia, no cesaba tampoco de atormentarlos con la dureza de su servicio, no concediéndoles lo que pedían sino con las mas humi- llantes condiciones, y recordándoles á cada momento que habia orden de hacerles fuego si los patriotas acampados en el Membrillar intentaban una sola vez pasar el rio; como si no supiesen que el espíritu de animosidad que dominaba á los jefes de ejército era bastante á inspi- rarles los mas serios temores.

Por las conversaciones que los Carreras habían tenido con Gainza sabían muy bien que se les enviaría á las pri- siones de Lima, donde se encontraban ya tantos pa- triotas ; pero se quiso antes someterlos á una especie de juicio, y al efecto los llevaron á Chillan escoltados por don Antonio Ruines. El viaje lo hicieron unos y otros con mucha comodidad, y tal libertad les concedieron que creyeron un momento podrían escaparse ; pero conforme

(1) Verdad es que el ejército realista no gozaba grandes comodidades á juzgar por el aposento del jeneral en jefe, cuyos muebles estaban reducidos á una mesa pequeña y mala, dos petacas que servían de sillas y un pedazo de corteza de sandila para cantlelero. Diario de Carrera.

HISTORIA DE CHILE.

■• -

%.

se iban acercando á la ciudad se vieron rodeados de una multitud de personas á caballo que salieron á su en- cuentro, no tanto por curiosidad, como para renovar los insultos que se les habían prodigado en el campamento enemigo. Carrera solo respondía con miradas de des- precio ; pero cuando distinguió entre la multitud al co- ronel don Francisco Sánchez, el mismo que en tiempos mas felices estuvo en su mano haber batido y hecho huir, no fué dueño de contener la indignación , y á sus insolen- cias contestó con palabras no menos duras ; lo cual pudo poner en peligro su vida y la de sus compañeros, porque en aquel momento el número de curiosos se habia aumen- tado considerablemente. Habia entre ellos gran número de soldados, mujeres y muchachos, todos con la curio- sidad de ver la cara de los hombres que la política interesa- da y astuta de los frailes franciscanos habia ofrecido á su odio y á su desprecio. En la ciudad fué aun mayor el jentío. Todos los habitantes se apostaron en los puntos por donde habían de pasar, embaranzando las calles, escalando las paredes, coronando los techos de las casas y los mas impacientándose de no poder conocerlos en medio de tantos guasos como les rodeaban y que iban vestidos como ellos. Se desquitaban dando gritos apasio- nados de viva el rey y gritando aun con mas fuerza mueran los Carreras, que muchas personas repetían con calor y á veces con mucha animosidad para instigar á los mas insolentes y audaces á que les lanzasen tierra , cas- caras de sandia y hasta guijarros.

Así fué como en medio de tantos ultrajes, insultóse injurias llegaron á Chillan estos nobles patriotas. Inme- diatamente les llevaron á casa del comandante jeneral don José Berganza para tomarles las declaraciones que

m

CAPÍTULO XXXIX.

91

Gainza habia encargado. Habiendo pedido don José Mi- guel Carrera se le pusiese en la misma prisión que á su hermano, Berganza se lo prometió con mucha amabilidad, anunciándole sin embargo que no pudiendo colocarlos en el mismo cuarto, solo les separaría una pared de poquí- simo espesor, y los llevaron inmediatamente escoltados por una compañía de infantería al mando del coronel Pinnel. Para colmo de humillación, media hora después fué el verdugo á tratarles como á grandes criminales y á ponerles grillos en los pies : nueva afrenta que tuvieron que soportar aquellos dos nobles corazones, conmovidos todavía por su dolorosa separación. Pero lo que no pudo contener la irritación de don Miguel Carrera fué ver al verdugo á las órdenes de don Domingo Luco, hermano del comandante de los voluntarios, á quien mientras su per- manencia en España, habia hecho notables servicios. Por una de aquellas penosas impresiones que predisponen á una pronta cólera, le preguntó si era aquel el modo de tratar á los prisioneros de guerra, y si procedían de orden del jeneral, preguntas á que su antiguo favorecido con- testó con impertinencias que arrancaron á don Miguel Carrera espresiones fuertes y acaloradas , efecto de un sentimiento mas que del amor propio ofendido , de una injusticia tan brutal (1). Los realistas se habían propuesto efectivamente humillar todo lo posible á estos dos adver- sarios, y usar con ellos una severidad, que muy bien sa- bían que era vedada por las leyes de la guerra : así cuando O'Higgins comisionó al capitán Escanilla para saber de Gainza si era cierto lo que consideraba imposible, este con una doblez poco digna de un jeneral, le respondió que co- nocía muy bien cual era su deber, y los miramientos debi-

(1) Diario de don Miguel Carrera.

92

HISTORIA DE CHILE.

!

;

¿á

~¿0l

*v.;'-|::> -

dos á la desgracia para permitirse semejante demasía (1). La presencia en Chillan de estos nobles atletas de la libertad chilena incomodaba necesariamente á las auto- ridades por la responsabilidad que llevaba consigo. Pro- bablemente contribuyó esto á apresurar la sentencia que habia que dar antes de enviarlos á Lima, y en efecto á los ocho dias de haber llegado estaban ya en presencia de sus jueces. El coronel don José Ballesteros fué nombrado fiscal , cargo que desempeñó con todos los sentimientos de un verdadero caballero. Don José Miguel Carrera se resistió al principio á responder á sus preguntas, porque no per- teneciendo ya al ejército y viajando como simple particu- lar, pretendía que no habia habido derecho para arres- tarle; pero desarmado bien pronto por el buen proceder de su juez, se sometió á sus exijencias y respondió con una calma desusada. El interrogatorio duró nueve dias, y en todo este tiempo no se desmintieron un solo instante las consideraciones del fiscal , como tampoco las de los acusados. El cargo principal que se hizo á don José Miguel Carrera fué el tono agrio y arrogante de su correspon- dencia, acusándole sobre todo por su respuesta de 6 de mayo de 1813 á Pareja, la del 10 de agosto á Sánchez, su oficio al virey del Perú, etc. Se le hizo igualmente un cargo por la tenacidad con que habia perseguido. á los realistas, y sobre todo por que en diferentes veces habia mandado ahorcar á diez y nueve personas en Concepción acusadas de conspiración. Carrera contestó satisfacto- riamente á todas estas reconvenciones que consideraba otros tantos elojios : bien quena defenderse él mismo, pero en la imposibilidad de hacerlo, elijió por defensor al capitán don Juan de Dios Campillo, de guarnición en

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPÍTULO XXXIX.

93

Chillan. Campillo se mostró igualmente digno de esta elección. Desempeñó como Ballesteros su delicado come- tido no solo como hombre justificado y convencido, sino con el celo de una verdadera amistad. Su simpatía hacia don José Miguel le ocasionó muchas represiones severas de sus jefes, y un día faltó poco para que le destituyeran, así como al oficia! que mandaba la guardia, al primero por haberle enviado unos dulces y al segundo por ha- bérselos dejado entrar.

Tal era la posición de los hermanos Carrera con arre- glo á las instrucciones dadas contra ellos, y cuyos resul- tados esperaban tranquilos. Encerrados entre tanto en unos cuartos sucios, pequeños y oscuros, sometidos á una inspección continua de sus cadenas, casi desprovistos de ropa porque Gainza mandó vender la que tenían cuando los arrestaron, alimentándose con víveres bas- tante comunes y muchas veces insuficientes, pasaban los dias de la manera mas triste, inquieta y en ocasiones de- sesperante, sobre todo cuando pensando en su patria la comparaban con su posición y no veían su salvación mas que en los azares de la guerra : porque á este ser quimérico habían confiado toda su esperanza desde que separados del ejército, del que sin razón se creían siem- pre únicas y formidables columnas, sabían que estaba mandado por jefes que en su animosidad se atrevían á tachar de ineptos. Y lo que empeoraba su posición era que ignorando completamente los triunfos que pudieran conseguir los patriotas, conocían sus reveses, porque estos se celebraban con regocijos públicos al son de cam- panas y salvas de artillería. Por este medio llegó á su noticia en el campamento de Gainza la pérdida de Talca, y en las prisiones de Chillan la derrota de Cancha-rayada

I

HISTORIA DE CHILE.

y la toma de Concepción y de Talcahuano, que un año antes habia conquistado á la cabeza de su vanguardia. No es difícil calcular las inquietudes que sembró en su noble corazón la nueva de tantos desastres.

Pero la Providencia no podia ser mucho tiempo indi- ferente á los sufrimientos de estos mártires de la li- bertad.

Con arreglo al tratado de Lircay fueron puestos en libertad, como ya hemos dicho, los prisioneros de guerra á escepcion de los dos hermanos Carrera, á quienes se quería desterrar del país para que no pudiesen conspi- rar. Sin embargo, el gobernador Urréjola, por un senti- miento de pudor ó de remordimiento, se mostró con ellos desde este momento mucho mas humano. Se les quitaron los grillos, se permitió entrar víveres de todas clases y sin rejistro en sus prisiones, pudieron comunicar con ellos á todas las horas del dia sus antiguos compañeros de infortunio, los oficiales del ejército real y los habitan- tes de Chillan, y se llevó la jenerosidad á dejarles salir bajo su palabra á visitar á sus bienhechoras la esposa del intendente y su hija, para darles gracias por tantos favores como les habían dispensado en su desgracia.

Indudablemente que la liberalidad del gobernador bien merecía que Carrera le estuviese reconocido y que cumpliera relijiosamente su palabra de honor; pero ¿ podia verdaderamente un patriota como él santificar su palabra cuando creía á su país en peligro y enteramente estinguido por el tratado de Lircay el espíritu jenerador de la revolución? Porque para él el límite de esta revolu- ción no era otro que su última evolución, es decir, la independencia absoluta del país : detener su marcha y poner condiciones ó circunscribir la esfera de su acción

CAPÍTULO XXXIX.

95

era rebajarla y hacerla impotente, y no era esto lo que la nación había jurado tantas veces. Desde entonces, con- siderándose, como siempre, la Providencia de la revolu- ción, pensó seriamente en el proyecto de escaparse, que premeditaba hacia mucho tiempo.

Para realizarlo vinieron en su ayuda patriotas y rea- listas : se le ofreció una cantidad de dinero, que Carrera en su previsora jenerosidad destinó en parte á facilitar el regreso de los prisioneros, que, en número de mas de trescientos, se hallaban sin recursos de ninguna especie : después no pensó mas que en los preparativos de la fuga, la cual se verificó el 42 de mayo, gracias á un pa- riente de don Clemente Lantaño , don José Riquelme. En este dia de temor y de emociones, los hermanos Carrera , para engañar mejor la vijilancia que se ejercía con ellos, hicieron una visita al gobernador y á las demás autoridades, y por la tarde fueron á casa de Ri- quelme, donde se hallaban reunidos muchos patriotas, finjiendo estarlo para una diversión. Una noche oscura y lluviosa contribuía á favorecer sus designios y á ase- gurarles la soledad de los caminos. Se aprovecharon con éxito de esta circunstancia, y luego que oscureció se des- pidieron de sus compañeros de infortunio y marcharon á buscar ó á conquistar un nuevo destino. La esposa del intendente, iniciada en todo el proyecto, dio la misma noche un baile al mayor jeneral y á los jefes principales del ejército.

Los hermanos Carrera solo iban acompañados en su fuga del teniente don Manuel Gordon, un sárjenlo, un soldado y un guia, que en un momento de turbación los abandonó en medio de los campos, donde se encontra- ron estraviados. Con dificultad y pagando una gruesa

j

sar

L"oO'°<í

■:M:

«I- :

F-s ■'■■

96

niSTORIA DE CHILE.

suma , pudieron proporcionarse otro que á pesar de su mala reputación , los condujo sanos y salvos á Talca, adonde llegaron el ik por la noche. O'Higgins, en cuya casa se presentaron primero, quedó muy sorprendido y contrariado con tal visita , pero no recordando mas en aquel momento que su antigua amistad, los recibió con afecto, les obligó á alojarse en su casa, y sea por temor ó por benevolencia , les habló de la animosidad que les tenían muchos de sus oficiales y del peligro que corrían, peligro que les confirmó al día siguiente el mayor jeneral don Francisco Calderón, aconsejándoles que no saliesen á la calle. Semejante consejo no podía seguirlo el alma orgullosa de don Miguel Carrera, y con tal indiferencia lo recibió que á las pocas horas se les vio correr de casa en casa, ansiosos como estaban de visitar algunos de sus antiguos amigos. Por la noche supieron que su presencia en el ejército había despertado temores, por lo cual las tropas estaban sobre las armas y los oficiales en los cuarteles. Para no aumentar la alarma se pusieron en camino el dia siguiente para Santiago, pasando por su hacienda de San Miguel cerca de Melipilla, desde donde dieron parte de su llegada al director.

Lastra tuvo noticia de su próxima llegada por un correo que le despachó O'Higgins. Sin perder tiempo mandó llamar á Irisarri para decidir con él la suerte de los dos personajes, á quienes consideraba los principales y acaso únicos perturbadores de la tranquilidad pública. Hacia algún tiempo que la posición de Lastra era tan penosa como delicada. Blanco constante de un partido fuerte de carreristas, de ambiciosos y de descontentos tenia que vio- lentar su carácter débil é indeciso para tenerlos á raya, lo cual le contrariaba mucho.

CAPÍTULO XXXIX.

No pudiendo contar casi con nadie ; ni con los mode- rados que le tachaban de violento, ni mucho menos con los exaltados que al contrario le censuraban de muy tími- do e indeciso, seguía á ciegas la política de Irisarri por cuyas inspiraciones obraba. Por consecuencia de esta resolución empezó á desplegar una enerjia, que por lo momo que era contraria á su carácter, no podia ser duradera, ni por lo tanto producir grandes resultados Decreto la proscripción de don Juan José Carrera ó por lo menos le obligó á salir del país é ir á habitar á Mendoza, así como al cónsul Poinsett, quien se habia hecho intolerable por su carácter revoltoso y enredador Al comandante don Enrique Campino lo separó del ba- tallón de granaderos y lo encerró en un castillo, después de haberle seguido una causa, en que fué condenado por conspirador : tomó en fin ciertas medidas, tanto mas me- ritorias, cuanto que coincidían con la grande inercia que en aquellos momentos aquejaba á la municipalidad la cual, renegando en cierto modo de su pasado, no procu- raba ni escitar ni contemporizar con sus actos ó sus per- secuciones. .

En medio de este conflicto de temor y de chismes supo Lastra la llegada de los Carreras á las cercanías de San- tiago. Conocía demasiado el carácter emprendedor y seductor de estos revolucionarios para que no le preo- cupase fuertemente su llegada, y para no tomar inme- diatamente las mas rigorosas medidas con objeto de hacerles frente. Desde aquel momento, en efecto, á los Carreras se les persiguió sin descanso : una fuerte com- pañía de soldados fué á la hacienda á sorprenderlos y llevarlos á Santiago ; se procuró sobornar á sus criados- su padre fué arrestado en su casa con guardias que es- piaban su correspondencia y las personas que iban á

VI. Historia. ~

'..Y

J

■11

«

i

f\.

Jmzí0^

Wm ' ■■

"íi;|H

'M!':s,¡

verle. La hábil actividad de los Carreras consiguió burlar todas estas medidas, todas estas persecuciones, tan pronto retirados en casa de algunos amigos, tan pronto ocultos en los bosques , donde pasaban las noches : pero fatigados al fin de esta vida errante, que no les con- venia sino mientras pudiera ser provechosa á la patria, se decidieron á atravesar las cordilleras para ir á reu- nirse con su hermano don Juan José y su íntimo amigo Poinsett. La ruta que tomaron fué la de Planchón (1), ruta muy poco frecuentada é inmediata á donde estaba el ejército, lo cual debió necesariamente despertar las sospechas y los temores del gobierno : así es que Lastra por un lado y O'Higgins por otro, pusieron en juego todos los recursos de su poder para apoderarse de sus personas. Se enviaron hombres á todos los puntos por donde pudieran pasar, y se publicaron en las provincias inmediatas bandos escesivamente severos contra el que les diese albergue ú ocultase, á quien se amenazaba hasta con pena de muerte, y prometiendo por el contrario una buena recompensa al que los entregase (2). Pero las

(1) Cuando se lee con atención el diario de Carrera resulta en cierto modo el convencimiento de que obraron de buena fe en esta ^'^' »n^¡ bargo, i por qué elijieron un camino tan solitario, tan malo y tan inmediato ai eférci o ? Poi otra íarte ellos sabian muy bien que lo que el gobierno quena era que se alejasen de Chile, y que estaba pronto a hacer los sacrificios nefa- rios para que pasasen una vida cómoda y digna de la pos.con que hab.an ocu- pado Proposiciones en este sentido se les hicieron antes de que se completase la revolución , y no las admitieron so pretorio de que eran un lazo para aPo-

^Tto 'estaépoca se publicaron circulares en que se decia que el padre de los Carreras desaprobaba completamente la conducta de sus hijos y con espe- cialidad la de don José Miguel. Aunque se ha contestado procurando proba la sedad de semejantes aserciones, aparece de numerosos *«™W£¿£ ,g„acio de la Carrera no estaba muy satisfecho de sus hijos y que distaba mucho de aprobar sus actos, si bien no se valia de las espresiones que se a e- vLron a imputarle.- Archivos del gobierno.- Véanse también ios documentos que el 5 de mayo de 1815 Ossorio pasó al oidor don Félix Francisco Bazo y Berri para el proceso contra los autores de la revolución.

CAPÍTULO XXXIX,

99

medidas de gran rigor escitan siempre las pasiones y muchas veces arrastran á determinaciones atrevidas- y esto fué lo que sucedió con los Carreras, á quienes' la fatalidad obligó á detenerse en medio de una fuerte tempestad y de grandes montones de nieve que obs- truían todos los pasos de las cordilleras. Precisados á retroceder para volver á verse acosados por todos lados, y no encontrando salvación mas que en una revolu- ción inmediata, se arrojaron á ella con el odio de lo pa- sado y la cólera del presente. El carácter natural de don José Miguel Carrera se desplegó con toda su acti- vidad y toda su vehemencia. Dominado por una inquie- tud y ajitacion febriles, no descansaba un solo mo- mento. Iba continuamente de San Miguel á Santiago de Santiago á la hacienda del Espejo, sin pensar ma¡ que en llevar á buen término su proyecto de venganza y de ambición ; por lo demás, no era un rival á quien tenia que combatir, sino un perseguidor, un verdadero enemigo, y con esta idea hubiera empleado sin duda los mas duros medios, si su corazón humano no se lo im- pidiera; porque es necesario hacerle la justicia de que si algunas veces fué muy severo con los enemigos de la patria, dio siempre pruebas de gran jenerosidad con sus rivales.

La indignación que había producido el tratado de Lircay favorecía muy particularmente los proyectos hos- tiles de los Carreras. Aun no habia podido comprenderse que patriotas como O'Higgins y Mackenna hubiesen fir- mado ciertos artículos ; y aunque estos eran defendidos por los republicanos mas avanzados, por los mismos que habían hecho la revolución y contribuido poderosa- mente por medio de sus periódicos á hacer execrable el

100

HISTORIA DE CIIÍLE.

¡:;,,f:

i ■■ i. 1

¡■■¡■. '..'¿

I

gobierno español , costaba trabajo encontrar la menor ventaja, y solo se veia una astucia y una doblez que se sabia eran contrarias á las intenciones de los plenipoten- ciarios. En esta coyuntura habían manifestado su des- contento algunos personajes; y el pueblo bajo, que se deja llevar de las primeras impresiones mas que de una opinión que no tiene, reflejaba este descontento con actos insultantes á la vez al gobierno de Chile y á su nuevo monarca. Escarnecían, sobre todo, las insignias de la dignidad real, ponían las escarapelas en las colas de los caballos, colgaron y quemaron la bandera en sitios públicos é insultaban en las mismas calles á los realistas europeos y hasta á los del país. Los soldados , á quienes se les repartieron gorras, quitándoles los chacos para no darles escarapelas , insignia demasiado visible de su nueva condición , no temían salir á la calle con gorras tricolores. En fin, la ajitacion trabajaba á todas las clases de la sociedad desde la mas alta á la mas baja, y no era difícil á Carrera, con el prestijio que aun conservaba , aprovechar este descontento.

En sus numerosos viajes á Santiago reunía á sus amigos decididos en conciliábulos que se celebraban unas veces en casa de don Pedro Villar, otras en la de don Manuel Muñoz y otras en la de algún amigo. Algunas veces para desorientar mejor á la policía, tenían lugar las reuniones en el campo, en sitios apartados, en las recogidas, en el conventillo, en el llano de Portales, y allí, á pesar de lo molesto de la estación, discutían sus proyectos y los me- dios con que contaban para ejecutarlos. Lastra, sabedor de todos estos manejos, no podia oponerles mas que su debilidad y su mal humor : abandonado de lrisarri, que

al fin había conseguido se le admitiese la dimisión del

CAPÍTULO XXXIX.

101

empleo de intendente (1), de! ministro de la guerra Or- jera que también se había separado del gobierno , lo mismo que otros muchos empleados superiores : quería también dejar sus altas funciones para retirarse cuanto antes á la vida privada, ó para representar un papel mas secundario. «Aseguro á V., escribía el 10 de junio á O'Higgins, que me hallo aburrido con este empleo que aborrezco y detesto. Mañana mismo pienso citar á las cor- poraciones para que procedan á la elección de diputados, y aun para que traten de nombrar otro en mi lugar.' Esto no es para hombres de bien y de honor, sino para granjearse el descrédito y perder la reputación. »

Cuanto mayor era el desaliento y enojo del gobierno, mas se aumentaba el partido revolucionario, y se hacia mas audaz.' Para elevarlo á esta altura no temía Carrera ni obrar ni esponerse : sus amigos le hallaban siempre en las reuniones que él animaba con su talento, tan pronto serio tan pronto chistoso ; pero hasta allí la revo- lución no contaba casi con mas punto de apoyo que algu- nos simples paisanos, hombres en jeneral de poca acción. y á propósito solamente para asegurar al dia siguiente lo que el hombre de espada ha consumado la víspera. Era pues necesario darle otro jiro, y hacer venir la fuerza del ejército, ó por lo menos las tropas que estaban de guarnición en Santiago. La cosa no era muy difícil, visto el jérmen de fermentación y de insubordinación que ha- bía; cuanto mas que Arenas le aseguró que contase con

(1) Quejóse de ser desatendidas sus instancias sobre perseguir á los Carreras por haber Lastra ordenado al comandante de artillería ligarte no entregase cuatro mil cariuchos que aquel habia librado al cuartel de San Diego el 23 dia de la junta de corporaciones, por crterle espuesto á una sorpresa de los Car- reras.- D.ario manuscrito de don Manuel Salas. La juma de corporaciones de que aquí se habla, era relativa á convocatorias para ehjir diputados, lo que impidieron los sucesos del 23 de julio.

102

HISTORIA DE CHILE.

'

11! 1

el cuartel de artillería, lo que aseguraba el éxito. Ademas muchos oficiales del ejército del sur, como don Diego Be- navente, don Pedro Villar y don Miguel Pinto formaban parte de las reuniones, y gracias á sus esfuerzos se con- siguió introducir en ellas á don Toribio Rivera , don Eugenio Cabrera, etc. , conquista muy importante para Carrera, porque todos estos oficiales pertenecían á la guarnición de Santiago, que debía decidir de la suerte de la empresa. Desgraciadamente este Cabrera, oficial de artillería , fué arrestado de orden del gobierno el dia mismo en que el complot debia estallar, y al siguiente, 9 de julio , cupo igual suerte á don Luis Carrera en la casa de Gameros (1).

Después de este suceso manifestó don José Miguel Car- rera la mayor impaciencia de poner por obra él proyecto, escitado primero por un sentimiento fraternal y ademas por las muchas personas comprometidas, sobre todo, los oficiales del ejército del sur, á quienes apremiaba el de- creto que acababa de publicarse, y por el cual debían incorporarse inmediatamente á sus cuerpos. Se decidió pues que la revolución entrase en su esfera de acción , y se señaló para esto el 22 de julio.

Todos los que habían de tomar parte en el movimiento se reunieron este dia en Santiago, para arreglar los por- menores y distribuir los papeles, á los que aún no los te- nían. Según lo prometido , Arenas debia entregar el cuartel de artillería, el alférez Toledo el de granaderos y el teniente don Toribio Rivera el de dragones. Este úl-

(1) En esta época fué cuando el gobierno, queriendo sujetarle á un consejo de guerra, pidió antecedentes sobre la conducta de los tres hermanos Carre- ras, y cuando Mackenna escribió la fulminante memoria que se imprimió mas tarde en el Duende, número 15, periódico ademas enteramente contrario á aquellos.

CAPÍTULO XXXIX,

103

timo se comprometió á revolucionar su batallón, de acuerdo con su hermano don Juan de Dios, que lo man- daba. Don Miguel Ureta fué el encargado de apoderarse del cuartel de granaderos, mientras que la toma del de ar- tillería, que era de la mayor importancia, se confió al in- trépido don Julián Uribe, hombre que las circunstancias habían hecho sacerdote, pero á quien la naturaleza había hecho disputador é indignamente revolucionario. A su actividad se debió en efecto, y á su decisión, que la revo- lución se llevase á cabo sin tropiezos, y casi sin tu- multo (1). Después de haberse apoderado del cuartel de artillería, envió cañones á la plaza para enfilarlos en las bocas calles, sostenidos por algunos soldados y milicia- nos, que él mandaba, y que habían ido de San Miguel con don Luis Carrera. Asegurado este punto, se trató de arrestar á las principales autoridades. Lastra fué cojido y conducido provisionalmente al cuerpo de guardia. Se apoderaron asimismo de Irisarri y Mackenna, del co- mandante ligarte, de Picarte, etc. En cuanto á don Luis, que continuaba detenido en el cuartel de los voluntarios, Carrera dio orden, al punto que llegó (2), de ponerlo en libertad ; pero habiéndose negado á cumplirla el coman- dante Plata, y queriendo evitar la efusión de sangre, hizo que Lastra firmara la orden, y entonces se ejecutó.

Tal fué esta revolución , que comenzada el 23 á las tres de la mañana, estaba casi concluida á las cinco. En aquella época , semejante clase de trastornos , que des- graciadamente se repitieron con frecuencia, se hacían sin dificultad , y casi siempre sin efusión de sangre : para

(lj Todo se ejecutó completamente : la actividad y la decisión de Uribe lo allanaba todo. Diario manuscrito de don Miguel Carrera.

(2) Se encontraba algo enfermo en su casa, por manera que no fué á la plaza hasta que la revolución estuvo casi terminada.

¿««

Mm

104

HISTORIA DE CHILE,

esto no había mas que ganar la artillería, ya á fuerza de dinero, ya por medio de la audacia ó por sorpresa; y colocando los cañones en las bocas calles de la plaza para asegurar este punto, la revolución podía decirse que estaba acabada : en cuanto al populacho, que toma siempre una parte tan activa en estos movimientos anar- quistas , algunos reales que se les arrojasen , bastaban para que prorrumpiese en los gritos mas estrepitosos en favor del nuevo orden de cosas, y para conducirlo al ca- bildo, como los carneros de que hablan los antiguos, á fin de que tuviese lugar una de esas pobladas que legalizaban á los ojos de los interesados tan violentos trastornos. Tal es, pues, la marcha que se ha seguido la mayor parte de las veces para consumar las perpetuas revoluciones, que, hasta hoy mismo, oprimen á la mayor parte de las repúblicas de América.

CAPITULO XL.

Formación de una nueva junta.— Ti abajos de organización militar que em- prende. — Oposición que encuentra en las municipalidades de Santiago y Talca, y en el gobierno de Valparaíso. Consejo de guerra en el ejército del sur, en que se decide no obedecerla. Arresto del teniente coronel don Diego Benavente, encargado de una misión de Carrera cerca de O'Higgins y Gainza. Llegada de Ossorio á la provincia de Concepción. A petición de los cabildos de Santiago y Talca marcha O'Higgins sobre Santiago. A la cabeza de su vanguardia ataca la división de don Luis Carrera, y es comple- tamente batido. De resullas de este revés se reconcilian los dos jefes pa- triotas,, y se unen para combatir al enemigo común.

Consumada la revolución , era necesario nombrar un poder capaz de representar su pensamiento, consolidar su triunfo y darle una organización vigorosa, duradera y á prueba de lo que pudiera sobrevenir. La empresa no era difícil. Don José Miguel Carrera tenia derecho , como jefe de la revolución, á sus beneficios, y era dema- siado ambicioso de gloria y de honores para no preten- der la mejor parte , y aspirar á elevarse sin contrapeso, sobre todos los demás. Su carácter, sus instintos, el es- tado mismo del país le arrastraban á la dictadura, es de- cir, á un gobierno militar y casi absoluto. Esto era mas conforme á su carácter independiente, pródigo y empren- dedor ; pero era precisamente el sistema que habia com- batido y derrocado, y tenia que pasar por caprichoso é inconsecuente para poder racionalmente adoptarlo : se decidió pues á organizar una junta provisional, parecida á la de 1811, encargada de gobernar el país hasta la de- cisión del nuevo congreso, que se iba á nombrar.

Las dos personas que Carrera elijió por colegas fue- ron el presbítero don Julián Uribe y el teniente coronel

106

HISTORIA DE CIIILE.

'

don Manuel Muñoz y Ursua, hombres ambos activos, de- cididos y ligados hacia mucho tiempo á su suerte. Aunque este nombramiento era cosa decidida y enteramente re- suelta, sin embargo, para halagar el amor propio del pueblo y hacerle creer que tenia parte en la elección se presentaron en la plaza mayor, convertida de mucho Lempo atrás en foro del pueblo, unos cuantos ajenies que no tardaron en verse rodeados de todos aquellos hom- bres, a quienes una ociosidad sediciosa tenia constante- mente en movimiento, y allí hicieron que se proclamase el advenimiento de la nueva Junta, y que se nombrasen los nuembros que habían de componerla. El coronel don Rafael de la Sota, el capitán don Antonio Bascu- nan (1) y el licenciado don Carlos Rodríguez, fueron los encargados de esta misión como diputados de la asamblea.

Con semejante artificio el nuevo gobierno adquiría mas fuerza, mas autoridad, y su nombramiento quedaba en algún modo legalizado por el principio electivo por lo menos á los ojos de los habitantes de las provincias poco iniciados en jeneral en esta clase de intrigas.

Instalada la Junta, aparecieron muchas proclamas al ejército y al pueblo, dirijidas á justificar la violencia de la revolución y á calmar los ánimos, haciendo esperar dias mas bonancibles. Se despacharon correos, portadores de estas proclamas ó manifiestos, á las municipalidades de las provincias, para participarles de un modo solemne la instalación de la Junta y solicitar su apoyo; y en seguida con objeto de hacer frente á las exijencias del momento

(1) Este Bascuñan era el mismo militar que con el capitán don José Antonio

¡SE?. t oT v á alguna ajitacion en Coquimbo' ,,ab¡endo ^ ™™*

afosueltos el 10 de jumo por un consejo de guerra que presidió Mackcnna.

CAriTULO XL.

se nombraron dos secretarios de Estado, que fueron don Carlos Rodríguez, hombre activo, resuelto y capaz en caso de necesidad de dirijir un movimiento, y el doctor don Bernardo Vera, por el contrario, nimio, sutil, mas partidario de la libertad filosófica que de la libertad po- lítica, y poco á propósito por lo tanto para momentos de audacia y de peligro ; así es que su ministerio duró pocos días, habiendo sido reemplazado por don Manuel Rodrí- guez, digno émulo de su hermano, por su carácter atre- vido y emprendedor.

Organizado el poder, se trató de dar vida, aunque no fuese mas que provisionalmente, á los diversos ramos de la administración , que yacían en la inacción : el de ta guerra, sobre todo, necesitaba un pronto arreglo, porque los soldados no pasaban de seiscientos en los cuarteles con solo doscientos fusiles buenos , el erario tenia mil pesos nada mas, las tropas estaban desnudas y sin pa- gas, el armamento destruido enteramente, la artillería abandonada, los cuarteles inmundos y destruidos, la subordinación por los suelos y todo al igual (1).

Por exajerada que sea esta crítica de Carrera, no fal- tan grandes motivos para vituperar ía indiferencia con que el gobierno caido habia mirado las precauciones contra los intentos pérfidos de Gainza. O'Higgins, á pesar de su leal credulidad, llegó al fin á convencerse de los torcidos designios de su adversario , al saber sus numerosas exacciones" frente á frente de los patriotas de Concepción , y el cuidado que ponía en mantener su corto ejército á costa de la provincia. En una carta á Lastra le manifestaba sus temores , y le instaba fuerte- mente á que tomase medidas, y aun á que declarase

(1) Diario manuscrito de don Miguel Carrera,

r^éy

108

HISTORIA DE CHILE,

.'¿II

la guerra á aquel pérfido, para lo que tantos motivos le daban derecho, y todo en caso, que se ocupase activa- mente del ejército, que se hallaba escaso en hombres y en material. -Esta era en efecto la necesidad mas apre- miante del momento, á que iba á poner pronto remedio el carácter activo y osado de Carrera.

Lo primero que hizo fué disponer nuevas levas , atrayéndose con buenos modos los numerosos desertores" que vivían en completa libertad en los campos y en la ciudad misma, á pesar de las severas amenazas con que se les habia conminado en diferentes decretos. Mandó hacer cuatro mil vestuarios, cuya pronta conclusión viji- laba una comisión; procuró dar grande impulso á la fábrica de armas, que estaba desgraciadamente en un estado muy precario por falta de operarios intelijentes y hábiles ; y temiendo no poder proporcionarse los fusiles que necesitaba por el pronto, siguió los consejos que daba O'Higginsá Lastra, y pidió mil á Buenos-Aires que estaba mas en disposición de facilitarlos, y por otra parte mu- cho mas tranquila desde la toma importante que acababa de verificarse de Montevideo y de todas sus fortifica- ciones (1). Su amigo Poinsett, que se hallaba entonces en aquella ciudad, tuvo encargo de unir su actividad y sus buenos oficios á los del diputado Infante, para obtener este importante socorro del director Posadas.

No puede negarse : el jenio organizador de Carrera le hacia muy superior á los demás jefes del ejército, sobre todo en momentos de peligro. Fuese efecto de su talento ó de su actividad, era siempre el hombre de

(i; Tal vez la anticipó ia guerra en Chile, que impidió el envío de víveres clandestinamente ó que iban á Lima, y de allí a aquella plaza. Diario manuscrito de don Manuel Salas.

CAPITULO xr.

recursos, por mas que lo nieguen sus enemigos, cualidad debida también á una voluntad de hierro, que era una de sus principales virtudes. En esta circunstancia unos cuantos días le bastaron para poner la administración de la guerra en estado de hacer frente á todo lo que pu- diera ocurrir.

Por desgracia no era muy escrupuloso en los medios de procurarse dinero, sobre todo, tratándose de perso- nas reputadas de enemigas de la causa americana. No se habia olvidado todavía lo que hizo con el mismo objeto en otro tiempo, y se hablaba en alta voz de todas las exacciones realizadas cuando fué comandante en la provincia de Concepción, diciendo que si no las hubiera autorizado, hubiera castigado á los culpables. De todo esto y de haber lastimado algunos intereses nacieron elementos de oposición que tomaron muy luego un jiro pretencioso y amenazador.

Los primeros síntomas de esta oposición partieron de la municipalidad de Santiago, compuesta de personas adictas al gobierno de Lastra y temerosas de perder su influencia, que querían conservar. Pero no era esto lo que realmente inquietaba á Carrera. A pesar de la im- portancia de aquella corporación, que gozaba desde época muy remota un prestijio paternal, y que desde el prin- cipio de la revolución habia representado un papel en los principales acontecimientos, sabia muy bien que fluc- tuando aun sus individuos entre el estupor y el miedo, no se atreverían á atacarle abiertamente, bastando un poco de enerjía para paralizar sus manejos. Pero no sucedía lo mismo con el ejército, á cuya cabeza estaba un jeneral de mucha reputación, que disfrutaba á la vez la confianza del país y del soldado. El gobernador de Valparaíso don

I

I

MO

HISTORIA DE CHILE.

,-:it(í

■n

I M

'.i -i <■■ ■■

y

í 1

¡"Ni¡

'; j,;|¡

Francisco Formas había rehusado abiertamente ceder su puesto al coronel don Javier Videla, nombrado en su reemplazo, y fué necesario un motín popular para que se marchara (1). En Santiago algunos oficiales perma- necieron fieles á su partido, y valiéndose de oscuras in- trigas procuraron atizar la discordia en el corazón de los soldados que acababan de abandonarles ; pero el peli- gro principal estaba en Talca, en el centro del ejército y en la persona de O'Higgins.

Dos dias después de la revolución, envió Carrera al teniente coronel don Diego Benavente, iniciado en los mas secretos pensamientos, non pliegos para aquel jene- ral y para Gainza. En los dnijidos al primero le exortaba a que mandase reconocer al nuevo gobierno por el ejér- cito, suplicándole se sometiese y uniera sus esfuerzos para combatir al enemigo común ; y en los enviados al segundo exijia de Gainza que cumpliese el tratado, em- barcándose lo mas pronto posible con sus tropas para Lima, ó bien que lo rompiese y comenzara de nuevo la guerra, para lo cual estaba muy dispuesto.

O'Higgins recibió estos despachos con una calma mas aparente que real. Convocó al punto el cuerpo de oficia- les para discutir la respuesta que había de dar á Carrera A escepcion de alguno que otro, todos estuvieron por la negativa, lo cual convenia perfectamente con las inten- ciones de O'Higgins, poco satisfecho de esta revolución y decidido ya á organizar una resistencia, que en cartas1 apremiantes le aconsejaban algunos amigos de Santiago, lodavia en este consejo se decidió, casi contra la volun- tad de su jefe, que se exijieran de Benavente los despa-

nolecitnís'hoJr T *" ^ m°mem°S en qUG ¡ba á enviar u" ™erpo de novecientos hombris al mando de don Luis Carrera.

-*

CAPITULO XL.

111

chos para Gainza, lo que no pudieron conseguir sino pol- la fuerza y amenazándole con arrestarle hasta nueva orden, á pesar de la inviolabilidad que su misión le daba. Pero ¿ qué circunstancias podian ser mas propicias á la pasión humana para dejarse arrastrar en su pendiente de injusticia y deslealtad?

El cabildo de Talca quiso también tomar parte en esta resistencia, con tanto mas empeño cuanto que la mayor parte de sus miembros pertenecían al partido de Cruz, es decir al partido realista, y se ofrecieron á facilitar los fondos necesarios para marchar inmediatamente sobre Santiago. Esta proposición fué sostenida con mas calor aun en una segunda reunión, á que asistió O'Higgins ; y bajo la promesa que este hizo de conformarse con un deseo que estaba en perfecto acuerdo con sus miras, se dio la orden de los preparativos. Antes puso á todos los oficiales partidarios de Carrera en la imposibilidad de hacerle daño , y al efecto á unos los arrestó en sus casas y envió á los otros al campo, siendo del número de los últimos el comandante de húsares don José María Benavcnte, á quien suplicó O'Higgins escribiese á Car- rera para ver el modo de terminar de una manera pací- fica este principio de guerra civil.

Por justas que fuesen las proposiciones hechas por O'Higgins á Carrera, pues dejaba al pueblo de Santiago que decidiese de su elección para el poder supremo, sin embargo, tenia casi seguridad de que no las aceptaría ; y en este convencimiento puso en movimiento la vanguardia de su pequeño ejército , con ánimo de obtener por las armas, lo que no creia poder conseguir por la persuasión.

Mientras pasaba todo esto , Carrera hacia también sus preparativos para conjurar la tempestad. Rodeado de per-

é>

'/■■:- ' ■':'.

K?

2L

i',\;-

112

HISTORIA DE CHILE.

sonas activas y enérjicas, eficazmente segundado por sus colegas no menos que él comprometidos, tomaba medidas hábiles y enérjicas, y se desembarazaba á toda prisa de todos esos nobles chilenos considerados la vís- pera como verdaderos atletas de las libertades chilenas, y convertidos al dia siguiente en facciosos, enemigos de la tranquilidad pública ; porque tal es la suerte de los grandes patriotas cuando ideas opuestas, miras diferentes, y á veces la ambición y el interés los dominan, arrastrán- dolos á las facciones, siempre funestas al país y á la causa que defienden. Así don Joaquin Larrain, don Fran- cisco Vicuña, don José Santiago Pérez, don Antonio y don Juan de Dios Urrutia fueron confinados á unas haciendas al norte de Santiago, mientras que el brigadier Mackenna, don Antonio José Irisarri , don Pablo Vargas, don José Antonio y don Domingo Huici , don Fernando Urizar y don Francisco Formas eran enviados á Mendoza, reco- mendados al gobernador don José de San Martin, quien los recibió con los mas urbanos y jenerosos miramien- tos (1). Mas adelante alcanzó el decreto de proscripción al teniente coronel arjentino don Santiago Carrera, que estaba mezclado en todo lo favorable á los enemigos de los Carreras, y hasta se disolvió el cabildo y el tribunal de apelación, y se nombraron personas adictas al nuevo gobierno.

Pero lo que sobre todo llamó la atención de la Junta una vez desembarazada de estos temibles enemigos, fué el ejército y su material. Para subvenir á sus numerosas necesidades, se revolvió establecer un departamento mi- litar, independiente de la secretaría de guerra , que bajo

(1 j Lastra había procedido de ¡a misma manera cuanJo desterró á don Juan José Carrera á Mendoza, y mandó darle un pasaporte muy honorífico y una carta muy fina para San Martin, que acogió con distinción su noble recomen- dado. Diario manuscrito de don Manuel Salas.

CAPÍTULO XL.

la inspección de la Junta se ocupase esclusivamente de todos los detalles relativos á los diferentes cuerpos y al material de almacenaje , fábrica y armas. Se renovaron los bandos contra desertores y contra los detentadores de armas del Estado, y se dio nuevo impulso al recluta- miento, publicando proclamas en que se halagaba á los militares, y se les presentaba un porvenir de gloria y de bienestar. O'Higgins por su parte ofrecía veinte y cinco pesos de recompensa á cada soldado y ademas una me- dalla de plata : la medalla para los oficiales era de oro. Tal era el estado de los dos ejércitos cuando se pu- sieron en marcha para batirse. No puede decirse que se trataba de una disputa personal en que las pretensiones de los dos jefes fuesen una doble usurpación, porque si pudiera hacerse este cargo á Carrera , á pesar de la pretendida legalización de un voto público, no así á O'Higgins que obraba impelido , no por interés parti- cular, sino por instigaciones de las municipalidades de Concepción y Talca , y pedia con arreglo al principio constitucional, una elección no armada, sino enteramente libre y sin influencia alguna, que era precisamente lo que resistía Carrera, temiendo con razón al partido poderoso de los Larraines. De todos modos, este había hecho cuanto estaba de su parte para establecer entre ellos una ar- monía honrosa y conforme con su interés, asegurándole que continuaría de jeneral en jefe del ejército, y que estaba pronto á enviarle tropas para que estuviese pre- parado en todo evento contra el virey. Viendo que estas proposiciones no eran aceptadas, juzgó conveniente para evitar si era posible la efusión de sangre, convocar al pueblo de Santiago á fin de nombrar dos diputados que le llevasen palabras de paz y de persuasión. Des-

VI. Historia. o

*#.

n

tfcfe ■.-:

íx

:

Uh

HISTORIA DE CHILE.

graciadamente y como sucede siempre, los ajitadores de los partidos en esta clase de reuniones desplegaron su actividad para atraerse esos espíritus débiles, indife- rentes, que carecen de opiniones fijas, y hacerles votar dos diputados, cuyos hombres indicaron, don Juan José Ghavarria y don Silvestre Lazo, siendo los presentados por el gobierno , don Antonio Hermida y don Ambrosio Rodríguez. De aquí resultaron discusiones acaloradas, impertinentes, que casi tomaron proporciones de tumulto, y obligaron al gobierno á intervenir, mandando que los que quisieren votar á los dos primeros se presentasen al Cabildo, mientras que los otros serian recibidos en la sala del gobierno. Inútil precaución , que demostró una vez mas, cuan superior es el espíritu de intriga y de cabala al de la razón y la justicia en esta clase de elecciones ; porque en este dia la audacia de unos y otros llegó á tal punto, y fué tan escandalosa su avilantez, que el go- bierno se vio obligado á enviar soldados, sino para man- tener el orden , al menos para impedir los escesos. Por lo demás ¿qué podian hacer unos diputados sin influencia alguna contra una política de pasión y de rivalidad?

No pudiendo, pues, entenderse los dos partidos, la guerra civil iba á estallar.

El 8 de julio el capitán don Nicolás García y el alférez don Felipe Henriquez salieron de Talca con cuatro piezas deartillería; y los dias siguientes la primera di visión, fuerte de seiscientos hombres, emprendió la marcha al mando de don Enrique Larenas, seguida muy de cerca por otra de cuatrocientos setenta, al de don Juan Rafael Rascuñan. O'Higgins se puso en camino el 12 y continuó su marcha hasta Maypu , adonde llegó el 2/u En este intermedio recibió los diputados del gobierno Hermida y Rodríguez ;

CAPÍTULO XL.

115

pero el modo de discurrir de estos era tan rencoroso, había en él tanto odio , tanta animosidad y tan poco es- píritu de conciliación , tan necesario en aquellos mo- mentos, que los diputados fueron despedidos sin la mas mínima esperanza de acomodamiento , lo cual obligó á Carrera á tomar sus precauciones para recibir vigorosa- mente á su poderoso enemigo. Cuando supo que O'Higgins marchaba sobre Santiago, envió al teniente don Gregorio Mende con noventa hombres á reforzar las tropas del co- ronel don Rafael Eugenio Muñoz, que desde el 3 de julio estaba en la parte de San Fernando reuniendo las mili- cias de los alrededores. Poco después salió de Santiago la segunda división mandada por don Luis Carrera, á la que siguieron al dia siguiente doscientos fusileros á las ór- denes del teniente coronel don Diego Benavente, el mismo que O'Higgins tuvo prisionero algunos dias y puso luego en libertad. En fin una tercera división, compuesta de doscientos milicianos mandados por el coronel don José María Portus, de buen número de soldados del Tejimiento « de los pardos y de ochenta fusileros montados, que se reunieron en esta tarde de los muchos veteranos dis- persos y retirados que abrigaba la capital por el des- greño á que se habia reducido el servicio, » se hallaba pronta para obrar á la primera señal (1 ).

Mientras O'Higgins estuvo al sur del Maypu conservó Carrera alguna esperanza de acomodamiento, pero luego que pasó este rio , los azares de una batalla iban á decidir de la suerte de los dos partidos.

El 26 de julio pasó el Maypu la vanguardia de O'Hig- gins , compuesta de cuatrocientos infantes , doscientos caballos y cuatro piezas de artillería : las demás tropas

(1) Diario manuscrito de don José Miguel Carrera.

'*#

-;i

!

m

mi

4:

';?'■

.!|H

?!

1

,:f! '■I

1

116

HISTORIA DE CHILE.

habían quedado unas en Rancaguay otras en la hacienda del hospital. Su intención era evitar todo encuentro y marchar en seguida sobre Santiago, donde esperaba en- contrar un fuerte partido en su favor; pero atacada su vanguardia por un pequeño cuerpo de caballería, se vio obligado á aceptar el combate , ó á lo menos á mandar que sus infantes marchasen sobre la división de su ad- versario , mandada por don Luis Carrera, repartiendo solo á razón de diez cartuchos por plaza con objeto de comprometerlos á que cargasen á la bayoneta. Esto su- cedía a eso del medio dia con corta diferencia. Don José Miguel Carrera se hallaba aun en Santiago cuando sobre las dos recibió un mensajero de su hermano don Luis, dándole parte de lo que pasaba, y sin pérdida de momento mandó que la tercera división fuese al sitio del combate, que era la acequia de Ochogavia, y le tomó la delan- tera con la caballería de Aconcagua, mandada por don José María Portus. Todavía llegó bastante á tiempo para que esta caballería tomase parte en la acción y contri- buyese á hacer mas completa esta pequeña victoria , persiguiendo á los fujitivos , de ios cuales un buen nú- mero pudo escaparse protejidos por la oscuridad de la noche. Al dia siguiente se contaban veinte y seis muer- tos, treinta y siete heridos, mas de cuatrocientos prisio- neros inclusos trece oficiales, y dos cañones. O'Higgins tuvo su caballo fuera de combate, y si pudo escapar, lo debió á la jenerosidad del capitán Barnachea, que le proveyó de otro (1).

(1) En una conversación que tuve con O'Higgins sobre este encuentro, me dijo que hizo marchar sus soldados sobre las trincheras que los soldados de Carrera habian levantado para fortificarse , dándoles solo diez cartuchos para obligarles á cargar á la bayoneta 5 y que encontrando las tropas un gran foso, cosa que él no había previsto, se vieron obligadas á retroceder, después de haber perdido cien hombres y dos cañones que tuvieron tiempo de clavar.

CAPULLO XL.

La proximidad del sitio en que se verificó la lucha, puso en conmoción á Santiago. Los diferentes partidos, especialmente el de O'Higgins, esperando con ansiedad los resultados de un combate que iba á decidir de su suerte, se ajitaban de todos lados, tan pronto se subían á la cima del cerro de Santa Lucía para observar mejor el conjunto del movimiento de la ciudad, tan pronto iban á las diferentes plazas á llevar la esperanza ó el sobre- salto. Desgraciadamente para ellos, el vocal don Julián Uribe se habia encargado de la policía de la ciudad ; y aunque la naturaleza de su profesión le obligaba á domi- nar sus pasiones, y á pesar de que habia sido nombrado hacia poco vicario jeneral del ejército (1), no temió dar rienda ásu carácter violento, á veces cruel, y tomar las medidas mas rigorosas con sus adversarios. So pretesto de que se tramaba una rebelión, mandó poner grillos á los oficiales prisioneros, aumentando así la angustia de estos valientes patriotas en los momentos en que el par- tido carrerista aturdía la ciudad poniendo en movi- miento todas las campanas de las iglesias, y se entregaba á regocijos tumultuosos al resplandor de una ilumina- ción casi jeneral.

Después de esta derrota se retiró O'Higgins del otro lado del Maypu con sus cortos restos , á los cuales no tardaron en reunirse las tropas que habían quedado atrás. El número de estas era bastante considerable para poder intentar una segunda acción , á pesar de los pocos la- zos que las unían, gracias á los grandes esfuerzos de los partidarios de los Carreras. Pero su misión era de-

(1) Antes de conferirle esta dignidad el gobierno tuvo escrúpulo y pre- guntó á don Bernardo Vera si las leyes eclesiásticas se oponían á ello \ y este patriota, como doctor en teología y cánones, eonLestó que , en una memoria en que citaba numerosos ejemplos.

I

I

8

-'«■£>

118

HISTORIA DE CIIILE.

5

fender al gobierno caído, ó al menos combatir al usur- pador, y se disponía á renovar el ataque, cuando la no- ticia de la llegada de Ossorio á la provincia de Concepción y la intimación que el capitán Pasquel le llevó de ren- dirse inmediatamente, exaltó sus vivos sentimientos de republicano, y le decidió á posponer toda rivalidad de par- tido al interés de la patria. Sabiendo en efecto que Abas- cal, lejos de ratificar el tratado de Lircay , enviaba por el contrario una fuerte espedicion para dominar el país por el triunfo de una batalla ó por las amenazas , creyó conveniente avistarse lo mas pronto posible con su anta- gonista , y comisionó con este objeto á don Estanislao Portales. Desgraciadamente seguía en la idea de que se disolviese la junta y se dejase al pueblo que nombrara un gobierno provisional ; cosa que no podía aceptar Car- rera, creyendo con razón que una reunión popular, siempre apasionada y tumultuosa, no podía en aquellos momentos de peligro y de inquietud desempeñar tan de- licada misión. Sin embargo que O'Higgins había man- dado avanzar á las divisiones que habían quedado atrás, con intención de atacarle segunda vez con todas sus fuerzas, consintió que el padre Arce, que se le habia ofre- cido á servir de intermediario, fuese á verle para obtener un pronto acomodamiento ; y gracias á este relijioso los dos jenerales se reunieron al dia siguiente en los calle- jones de Tango para discutir juntos sus pretensiones y exijencias. En esta reunión O'Higgins, siempre fiel á su pensamiento, pretendió que los miembros de la junta re- nunciasen su cargo , ó por lo menos que el vocal Uribe fuese reemplazado por Pineda como representante de la provincia de Concepción ; pero cuando vio que Carrera persistía en que continuase el gobierno tal cual el pueblo

CAPITULO XL.

lo había nombrado , se contentó con escribir al mismo Uribe, esperando obtener de él por la persuasión una renuncia, á que Carrera no se hubiera opuesto. Vana es- peranza, que le demostró la firme resolución de los indi- viduos de la Junta de conservar su poder, lo cual sin em- bargo no obstó para que fuese al dia siguiente á Santiago, acompañado de don Isidro Pineda, don Casimiro Albano, don Pedro Nolasco Astorga y don Ramón Freiré con el objeto de poner término á tan lamentable conflicto : y en efecto se verificó con tal prontitud su acuerdo y fué tan completo, que pocas horas después se les veia pasear juntos por las calles, con gran satisfacción de los verda- deros patriotas. Una proclama firmada por los dos rivales dio á conocer su unión á las demás ciudades, y las dis- posiciones que iban á tomar para combatir al nuevo ene- migo. O'Higgins fué quien tuvo el pensamiento de este manifiesto, como habia dado antes el mas bello ejemplo de abnegación, sacrificando á la salvación de la patria, su amor propio y su dignidad.

y

CAPITULO XLI.

Vuelve Gainza á Chillan. Adversarios que allí encuentra de resultas del tratado que habia hecho. Subterfujios de que se vale para no salir de la provincia á pesar de lo pactado. El vircy Abascal se niega á firmar el tra- tado, y envia una espedicion á las órdenes de don Mariano Ossorio. A su llegada á Chillan intima la rendición á los patriotas por el parlamentario Pasquel. Al saber la llegada de esta espedicion , los patriotas olvidan sus diferencias, y se reconcilian para oponerse al nuevo enemigo.— Actividad que desplega don José Miguel Carrera en la organización de su ejército.— Salida de las primeras tropas para Rancagua, punto elejido para la resistencia. Las tropas de Ossorio se ponen en marcha y pasan el rio Cachapual por el vado de Cortés. Acción de Rancagua y derrota completa de los patriotas. Alboroto y huida de los habitantes de Santiago al otro lado de las cordilleras. Don José Miguel Carrera reúne en la capital toda la plata posible, así la- brada como acuñada, para organizar un nuevo ejército en el norte.— Su de- cepción.— Batalla de la ladera de los Papeles, en que pierde la mayor parte del tesoro. Atraviesa las cordilleras con los restos del ejército, en dirección Mendoza.

Después del tratado de Lircay, Gainza, como ya hemos visto, abandonó Talca al jeneral chileno, y se dirigió á Chillan, donde debia reunirse todo el ejército real. Ro- dríguez, que le precedió mas de una semana, habia preparado la opinión contra él y contra el tratado que habia firmado, el cual calificaba de muy humillante para el rey y para el ejército. Escitando de este modo el des- contento, despertaba la ambición de los partidarios de Sánchez que hubieran querido esplotar en favor de su jefe ; pero no era esta la intención de Rodríguez ni de algunos oficiales superiores. Su censura á Gainza no tenia mas objeto que protestar contra el tratado, para quedar á cubierto si lo desaprobaba el virey del Perú.

Gainza, que sabia estas intrigas, dudó un momento si continuar la marcha á Chillan ó volver á Concepción,

CAPÍTULO XLI.

121

donde esperaba tener menos enemigos y envidiosos que combatir; al fin siguiendo el parecer de algunos amigos, que habia enviado delante, se decidió por su primera re- solución, y habiendo entrado, á los pocos dias en aquella ciudad, reunió sin dilación en su casa muchos oficiales para interpelar á las personas que habían calumniado el tratado, y saber sus intenciones. El único que tomó la palabra fué el auditor de guerra, quien procuró demos- trar los inconvenientes del tratado, del que Gainza le hacia también responsable, por no haber dado señal nin- guna de desaprobación cuando se discutía (1). Por lo demás, le fué fácil demostrar que el mal se habia exaje- rado mucho, y dejó entrever, aunque sin revelarlo com- pletamente, que su conducta mas era efecto de astucia y previsión, que de verdadera intención de ejecutar las diferentes cláusulas del tratado, especialmente la que le obligaba á sacar el ejército de la provincia (2).

Y en efecto Gainza se instaló en su cuartel jeneral, como si no hubiese de salir de él en mucho tiempo, á despecho de las cartas que no cesaba de escribirle O'Hig- gins, recordándole su obligación de embarcarse para el Perú, á las que contestaba con evasivas, pretestando tan pronto lo crudo de la estación y la abundancia de llu- vias, tan pronto la falta de buques, con lo cual ganaba

ñ

(1) La noche que llegamos á Chillan se presentaron ante el señor jeneral va- rios oficiales, entre ellos el señor auditor Rodríguez; y tengo presente que hablando este sobre los tratados, le reconvino el señor Gainza diciéndole porque cuando estaba á solas con él no le habia reconvenido, hecho seña ó tirado de la casaca en cualquiera de los capítulos, habiéndole llamado para este fin; á lo que no contestó y se concluyó la junta. Declaración del coronel don Ildefonso Elorriaga en el proceso de Gainza.

(2) Jamás pensó ni aun por sueños desamparar la provincia, como así lo tiene repetido en varios lugares de su confesión, y lo acreditan repetidos he- chos, circunstancias y documentos constantes. Proceso de Gainza.

}'

^

HISTORIA DE CHILE.

tiempo para poner en conocimiento del virey su posición, y recibir respuesta de lo que debia hacer. Pero la as- tucia no era tan solapada, que pudiese engañar ni aun á los mas escasos talentos, porque él continuaba gober- nando la provincia como jefe independiente y absoluto, espedía autos de buen gobierno, remataba diezmos, enviaba guerrillas para conseguir ganados y caballos, hacia nuevos reclutas que eran instruidos y disciplinados lo mismo que en tiempo de guerra, y se proporcionaba dinero dirijiéndose á los patriotas, á quienes hacia exacciones al igual de un enemigo ; y mientras pasaba todo esto, mantenía con O'Higgins una correspondencia seguida y amistosa, hasta el punto de pedirle su protec- ción contra los complots de algunos malintencionados (1).

De esta manera pudo permanecer en la provincia sin que le inquietasen los patriotas, á quienes O'Higgins procuraba inclinar en sus proclamas en favor de Gainza, ocupados por otra parte de disputas de odio y riva- lidad, á despecho de los rehenes que se habían dado.

El 13 de agosto contestó el virey á los despachos de Gainza, desaprobando todos los artículos del tratado, y reconviniéndole por el abuso de haberse escedido en demasía de sus instrucciones. En castigo de esta falta le destituyó del cargo de jeneral en jefe del ejército, y le mandó comparecer ante un consejo de guerra , reem- plazándole con el coronel de artillería don Mariano Ossorio.

Este Ossorio, que pertenecía á una familia ilustre, á la casa del conde de Altamira de España, era un militar

(1) Gainza previno á O'Higgins que no dispersase sus tropas porque Calvo y Elorriaga trataban de revolucionar, lo que trataba de evitar. Diario manus- crito de don Manuel Salas.

CAPITULO XLÍ.

123

bastante distinguido y de cierta enerjía. Empezó su car- rera en la guerra contra Napoleón, habiendo asistido al primer asalto de Zaragoza, de gloriosa memoria, y tam- bién al segundo, en cuya época era ya sarjento mayor. A principios de 1812 fué destinado á Lima, donde en calidad de comandante de artillería prestó grandes ser- vicios á este cuerpo , contribuyendo á su disciplina y nueva organización ; y cuando se trató de la espedicion de Chile, Abascal le puso á su cabeza por recomenda- ción muy eficaz del comercio, dándole muchas compañías del Tejimiento de Talavera recien llegado á Lima, un cuadro de oficiales para formar un escuadrón de carabi- neros, y todo lo necesario en material y en dinero para el mejor éxito de la empresa.

Habiendo llegado Ossorio á Talcahuano el 12 de agosto de 1814, marchó inmediatamente á Chillan á to- mar el mando del ejército , que Gainza en su crédula esperanza confiaba conservar. Su permanencia en esta ciudad fué muy corta, y la aprovechó en discutir el plan de campaña, tomar los informes que podia necesitar y formar el escuadrón de usares de milicia, cuyo mando dio al valiente Barañao. El 28 de agosto se puso en mo- vimiento su vanguardia, en la que la caballería iba á las órdenes de Elorriaga y la infantería á las de Carballo, llevando cuatro cañones de campaña. En los dias succe- sivos salió del cuartel jeneral el resto del ejército, com- puesto en su totalidad de cuatro mil nuevecientos setenta y dos hombres, dividido en tres divisiones que marchaban con el intervalo de un dia. Todas las tropas observaron el mejor orden y disciplina, escepto el batallón de Talavera, que al llegar á San Carlos se sublevó contra su coman- dante Maroto , sublevación que pudo tener serios resul-

11

12& HISTORIA DE CHILE.

tados, porque los que la promovieron eran procedentes de lo mas malo que había en España, pero que fué pronto sofocada por el mayor Morgado y el capitán Margueli, dando á los amotinados una parte de su paga, única causa de aquel principio de insubordinación.

Antes de salir de Chillan, es decir el 20 de agosto, comi- sionó Osorio al capitán don Antonio Pasquel para que en calidad de parlamentario llevase á los jefes patriotas la orden de rendirse y someterse al rey Fernando VII. Esta orden estaba concebida en términos tan severos para los chilenos, como insultantes para los que gobernaban el país. Era un conjunto de baladronadas, amenazas, anuncio de desgracias á los que no le obedeciesen, etc., que O'Higgins recibió con calma é indignación, pero que impresionó vivamente el alma poco sufrida de don José Miguel Carrera. Este, sin aguardar su completa reconci- liación con aquel, hizo que le contestase el 29 del mismo mes por la junta , de una manera comedida y adecuada, que contrastaba con el gran sentimiento de cólera que revelaba en sus actos, pues en aquellos momentos mandó arrestar y poner grillos al parlamentario Pasquel, so pre- testo de que se había fugado el coronel Hurtado, uno de los rehenes de los realistas.

Como el volver á empezar las hostilidades era una consecuencia casi indispensable de la respuesta y de la prisión que acabamos de referir , los dos jefes, según ya hemos dicho , se apresuraron á reconciliarse ; y aunque esta reconciliación no fué tan sincera como hubiera sido de desear, lo bastante para el peligro del momento, pues reunió los dos ejércitos bajo la única bandera que les conveníanla de la independencia. Desgraciadamente la inacción de estos dos ejércitos, y quizá también la inercia

CAPITULO XLI.

125

de Lastra habían comprometido en gran manera la dis- ciplina y las obligaciones del soldado. Las deserciones eran numerosas , se habia tenido poco esmero con las armas, y el corto número de reclutas hechos estaban muy descuidados. Se necesitaba todo el jenio creador de don José Miguel Carrera para dar á la reunión de estos soldados el título pomposo de ejército de la patria.

Sin cuidarse de la legalidad de sus actos, no conside- rando en aquel momento mas que el peligro del país, lo cual le daba ciertamente plena y completa libertad, Car- rera tomó inmediatamente y como tenia de costumbre, las mas prontas y enérjicas medidas para poder tentar fortuna, ó al menos oponer alguna resistencia á su formidable ene- migo. Se ocupó, pues, nuevamente de reunir los deser- tores dispersos en los diferentes pueblos de la provincia, amenazando con pena de muerte al que no se presen- tase , y prometiendo una recompensa de veinte y cinco pesos al denunciador; envió á lllapel al capitán don J. Prieto con encargo de reclutar en las inmediaciones nuevos conscriptos , y persuadido de que el número que se obtuviese de estos no seria suficiente para las necesi- dades del momento , decretó el alistamiento en masa de todos los esclavos del país desde la edad de trece años, prometiéndoles la libertad tan pronto como estuviesen filiados y ofreciendo á los propietarios una indemniza- ción, que apreciada legalmente, seria satisfecha con la media paga de aquellos que al efecto se les descontaría, oferta de no gran valor en unos momentos en que los soldados estaban poco y mal pagados y que hubiera pro- ducido resultados escasísimos á no haberse amenazado en el mismo decreto con la pérdida del esclavo, de la mitad de los bienes y dos años de destierro al amo que

I

126

HISTORIA DE CHILE.

lo ocultase. Por lo demás, el patriotismo chileno se apre- suró en esta ocasión, como en tantas otras, á segundar esta orden urjente. Algunos ciudadanos jenerosos ofre- cieron gratuitamente al país los pocos esclavos que po- seían, y muy pronto pudo formarse un nuevo Tejimiento, al que se le dio el nombre de Ingenuos de la Patria.

Aunque la creación de los nuevos Tejimientos y la or- ganización del ejército absorvia casi todo el tiempo á don José Miguel Carrera, su actividad febril no le permitía dejar de atender á cuanto pudiera dar fuerza y confianza á su partido. Santiago continuaba siendo la población en que la revolución tenia mayor número de enemigos. Para que estos no pudiesen hacerle daño, envió unos á los pueblos del norte, confinó otros á sus hacien- das, é hizo que en un dia mismo pasasen al otro lado de las cordilleras catorce relijiosos , recomendándolos de una manera particular al gobernador de Cuyo, á fin de que les impidiese volverse, y advirtiéndole que le enviada muchos mas, Igual rigor exijió del gobernador de Val- paraíso cuando supo que se habían visto dos barcos en la costa de Topocalma, pues le escribió que no dejase ni un cuchillo en manos de los realistas, y que enviase los mas osados al interior del país (1), para impedirles que volvieran. En todas estas medidas era apoyado efi- cazmente por sus dos colegas, que inspirados por su ac- tividad y enerjía obraban con no menos dilijencia, espe- cialmente Uribe , quien por su carácter duro y severo era el ejecutor de las órdenes y pensamientos de Carrera, con tal exaltación á veces, que contrariaba los sentimientos

(1) Para conducir con segundad á los espatriados y desterrados se estableció una posta de partidas militares hasta el pié de la cordillera, y en verdad, si la cordillera hubiese estado abierta , habría quedado Chile libre de esta clase de enemigos. Diario manuscrito de don José Miguel Carrera.

Üífíi

•^*

CAPITULO XLI.

127

jenerosos y benévolos de este jeneral. Pero lo que le preocupaba mucho desde que se instaló la junta era el estado lastimoso de la hacienda. Ya hemos visto que el tesoro no tenia mas que mil pesos en sus cajas , re- curso del todo insignificante para tantos gastos de pri- mera necesidad : era pues preciso un remedio eficaz y pronto. Siguiendo la costumbre de entonces, se acordó un empréstito forzoso que habían de pagar mas principal- mente los europeos y chilenos adictos al partido realista, se echó mano de cierta cantidad de plata labrada de las iglesias, y se amenazó con una multa de mil pesos á todo el que siendo deudor al tesoro, no entregase el im- porte de su débito en el término de tres dias. Con esta arbitraria enerjía que justificaban la indignación del go- bierno y las incesantes necesidades de la situación, se fortaleció la autoridad , el tesoro tuvo muy pronto en sus cajas un millón de pesos y los soldados, mejor pagados, mejor vestidos y mejor equipados, pudieron marchar contentos y alegres al encuentro del nuevo enemigo.

El 9 de setiembre salieron de Santiago las primeras tropas, mandadas por el sarjento mayor don Francisco Elizalde , á reunirse á las de O'Higgins acampadas en Maypu. Estas tropas conocidas con el nombre de auxi- liares, formaron la base del batallón número 3.

Desde el 5 de setiembre estaba O'Higgins de vuelta en su campamento, ocupado afanosamente en disciplinar sus soldados y en proporcionarles todo lo que les hacia falta en armas y equipo. Como su pequeño cuerpo debia formar la primera división del ejército que iba á com- batir á Ossorio , envió á hacer un reconocimiento al in- trépido capitán don Ramón Freiré , quien á la cabeza de solos cincuenta dragones, no temió pasar el Cachapual

i:¡'S

I tt

,■ .>

128

HISTORIA DE CHILE,

y llevar sus investigaciones y su audacia hasta la ciudad de san Fernando, que tuvo que abandonar al instante por la llegada de un cuerpo de realistas. Se replegó en- tonces sobre Rancagua, adonde se reunió con ciento cin- cuenta milicianos enviados por Carrera á las órdenes del teniente coronel don Bernardo Cuevas á hacer también un reconocimiento. Estas dos compañías formaban en cierto modo la vanguardia de la división O'Higgins, que seguía acampada en Maypu, pero que se puso en movimiento pocos dias después ; por manera que el 20 ya estaba toda esta división en Rancagua y las tropas ocupadas en cons- truir trincheras.

El mismo día salió de Santiago el coronel Portus con mil doscientos milicianos de caballería, y al siguiente la segunda división mandada por don Juan José Carrera, fuerte de setecientos sesenta granaderos y cuarenta y cuatro infantes de Concepción. Antes se habían hecho correr proclamas muy violentas contra los realistas, contra los chilenos infieles que se habían pasado al enemigo, y sobre todo contra Ossorio, á quien se puso fuera de la ley por traidor al rey y á la patria, y se pregonó su cabeza. Fundóse esta medida en querer Ossorio que se observara la constitución de las cortes tiempo hacia abo- lida por el rey, según resultaba de las gacetas reciente- mente recibidas, y que se le enviaron. Pero Ossorio solo veia en todo esto un pretesto para atacar con mas du- reza su persona ; y sin cuidarse de semejantes amenazas, continuó su marcha bajo la protección de nuestra señora' del Rosario, á quien había tomado en Talca por patrona del ejército.

A su llegada á la Requinoa, una noticia mucho mas importante vino á colocarle en el mayor embarazo.

CAPÍTULO XLI.

129

De resultas de la toma de Montevideo por los patriotas, Pezuela no podia seguir en la provincia de Salta, tanto mas cuanto que acababa de saber la derrota y muerte del valiente Blanco en Santa Cruz de la Sierra, las pér- didas que había tenido el comandante Barra en Valle- Grande , el abandono de la Laguna por el teniente co- ronel Valle y el gran número de partidas de guasos que se estaba formando en los alrededores. Todo esto le obligó á abandonar á Salta el 3 de agosto, y á replegarse sobre Sinpacha, desde donde escribió al virey, pidién- dole prontos auxilios en hombres y en armamento.

Seis dias antes de recibirse el parte de Pezuela, Abascal había enviado á Chile la espedicion de Ossorio, lo que le colocó en la imposibilidad de suministrar al jeneral del Perú los ausilios que le reclamaba ; pero interesado vivamente en la conservación del vireinato, sobre todo en momentos en que el Cuzco acababa de sublevarse casi en masa por instigaciones del gran patriota Ángulo, reunió el 30 de setiembre un consejo de guerra, en que se resolvió escribir á Ossorio que enviase á Arica el cuerpo de Talavera y el de Chiloe, si sus armas habían triunfado en Chile , y autorizándole si el estado de la guerra no era tan satisfactorio como se creia, para cele- brar con los patriotas un convenio, que permitiese dis- poner de todas las tropas contra el alto Perú (1).

Esta determinación, que se comunicó á Ossorio con prontitud y por triplicado (2), le colocó en una posición

aue LvH hTr' ^ * ^^ "^^ de reSUltaS de a,gunas conversaciones en 1 r elH9^ocon Ruedas, «secretario de Ossorio, se ve confirmado

Jenira? Gamba. ° ^ ^''^ "' " C°nC°rd,a Y en IaS Mem°rias del

ni!i Jf "rábaSG ,a Suerte de las or^"« que hasta por triplicado se habian

pasado á Ossorio en conformidad de lo resuelto en junta de guerra para activar

sus operaciones, y que en cualquier estado tratase con los insurjentes la negó-

VI. Historia. 9

V

i

V ' H -

I iM

Üf ":;:¡

Mi.

HISTORIA DE CHILE.

tan crítica como embarazosa. No queriendo tomar sobre toda la responsabilidad de sus actos, convocó un con- sejo de guerra , en el que hizo ver á sus compañeros de armas que una retirada seria muy peligrosa para el ejér- cito, y que su posición era demasiado buena para no in- tentar una batalla decisiva , cuyo feliz éxito lo aseguraba la discordia que habia entre los dos partidos. Pacificado el país y dominadas todas las facciones, seria mas fácil socorrer al Perú, enviándole las tropas que entonces casi para nada se necesitarían. Admitida esta idea por la je- neralidad de los oficiales, Ossorio dio las órdenes de marcha y el 50 de setiembre todo el ejército se puso en movimiento , aprovechando la noche para pasar con menos resistencia el rio Cachapual , en cuyas márjenes estaba acampado parte del ejército chileno. Pocos dias antes habia propuesto á O'Higgins conservarle el título de brigadier y nombrarle intendente de la provincia de Concepción si se pasaba á los realistas , propuesta que fué recibida con desprecio é indignación.

Aunque don José Miguel Carrera mandó obstruir las acequias para que vertiesen las aguas en el rio y hubiese menos vados, estos los habia en muchos punios ^porque la estación no favorecia sus intentos. Ossorio elijió el de Cortés cómo uno de los mas fáciles de pasar, y dividió su ejército en tres columnas que marchaban á muy corta distancia una de otra, para disminuir los inconvenientes de ir separadas, y que descansaban de cuando en cuando. Como habian salido á las nueve de la noche y la Pie- quinoa apenas dista dos leguas del paso del rio , llegaron

dación mas decorosa que pudiese alcanzar, para volar al socorro del jeneral Pezuela y de sus valientes y beneméritas tropas. Relación del gobierno dei marqués de la Concordia.

CAPÍTULO XLI.

131

temprano, y al rayar el alba lo vadearon sin obstáculo, pues la vanguardia, compuesta de seiscientos cincuenta caballos, habia desalojado para entonces los veinte hom- bres-, única fuerza que guardaba aquel paso.

En cuanto O'Higgins supo que el enemigo intentaba pasar el rio por el vado de Cortés, encargado á la viji- lancia de don José Miguel Carrera, destacó una compañía de dragones mandada por el capitán don Rafael Anguita, la cual llegó tarde y tuvo que replegarse. También O'Hig- gins se vio obligado á atrincherarse detras de las tapias, desde donde no cesó de incomodar al enemigo durante su paso. Mas de una hora estuvo en esta posición aguar- dando que le llegasen refuerzos; pero viendo que todo el ejército realista estaba ya al norte del rio, que una parte de él batía su derecha, y que la otra intentaba cor- tarle la retirada, dando rodeos para interponerse entre él y Rancagua, mandó marchar sobre la ciudad, adonde se habia retirado con casi toda su división don Juan José Carrera, esperando se le reuniese muy pronto la de don José Miguel, con arreglo á lo que habían con- venido.

Esta ciudad situada á unas cuantas cuadras del rio y construida en medio de una vasta llanura, la escojió O'Higgins, contra el parecer de don José Miguel Carrera, para punto de resistencia. Como nada habia hecho la naturaleza para su defensa, la fortificó á toda prisa, pero muy lijeramente por falta de materiales y por el' poco tiempo que hubo para trabajar. Reducíase la fortificación á unas simples trincheras construidas con adobes á una cuadra de la plaza y á la entrada de las tres calles mas inmediatas. Los puntos de acceso estaban completamente abiertos, y por lo tanto le fué fácil á Ossorio apoderarse

i

■Cí

■':V.fc

HISTORIA DK CHILE.

de ellos y rodear la ciudad, bloqueando á los patriotas y privándoles de todo socorro. Para que su situación fuese mas apurada, se cortó la única acequia que provee de agua ala ciudad, por manera que los soldados en número de mil setecientos próximamente y los habitantes, se en- contraron privados de tan indispensable artículo.

Tal era el estado de las cosas cuando principió el combate , el mas sangriento y obstinado de cuantos se habían visto hasta entonces (1). Durante treinta y tres horas la acción se sostuvo sin tregua ni descanso y con un arrojo por una y otra parte digno de mejor causa, pues los patriotas demostraron en la defensa una obsti- nación igual á la impetuosidad de los que les atacaban. Fortificados en la plaza , colocados en las casas y en sus techos hacían pagar cara la atrevida bravura de los rea- listas, dirijidos por oficiales valientes, acostumbrados al fuego y siempre prontos á lanzar sus tropas á calles rectas y estrechas , lo cual les causó grandes pérdidas , especialmente en el batallón de Talavera, del que no quedó mas que la sesta compañía mandada por San- bruno , y en el del real de Lima. Muchas tentativas hi- cieron, y otras tantas fueron rechazadas por los cañones de los patriotas colocados en la bocacalle de San Fran- cisco y á una cuadra de la plaza , hasta que viendo la

(1) El ejército chileno, comprendida la división de don José Miguel Car- rera, etc., se componía de catorce jefes, doscientos doce oficiales, tres mil cuatrocientos doce artilleros y fusileros y dos mil quinientos sesenta y cuatro milicianos de caballería , en todo seis mil doscientos y dos hombres; pero en jeneral los soldados no tenían disciplina y muchos eran nuevos, procedían de las clases inferiores de la sociedad y estaban sin armas. El ejército realista no ascendía mas que á cuatro mil novecientos setenta y dos hombres, pero casi todos buenos soldados, algunos de los cuales habían hecho la campaña contra Napoleón ; y aunque es verdad que tenia algunos milicianos, podia contarse con ellos, porque pertenecían á una raza de hombres habituados á estar constan- temente con las armas en la mano, por su proximidad á los indios araucanas»

-JW"-

CAPITULO XLí.

imposibilidad de tomar al descubierto las trincheras, abrieron troneras en las casas , y á su abrigo pudieron aproximarse á distancia de una cuadra, donde construye- ron parapetos valiéndose de grandes lios de charqui y otros objetos que pudieron encontrar. Puestos así á cu- bierto, aunque no lo bastante para preservarse del fuego de fusil que les hacían desde los techos de las casas, incendiaron las de los alrededores, lo cual puso á los patriotas en una posición muy crítica si bien no deses- perada ; porque animados por la enerjía de sus jefes se batían con tanto valor como decisión, de tal manera que sabiendo que se aproximaban refuerzos, hicieron una salida sobre diferentes puntos, con tan buen resultado que hubo un momento en que Ossorio pensó batirse en retirada y desistir del ataque, lo que empezó á hacer en efecto, y hubiera continuado sin la resistencia de al- gunos oficiales (1).

Si en este momento de vacilación se hubiera presen- tado con la tercera división don Miguel Carrera, es pro- bable que hubiese decidido la suerte del combate, decla- rando la victoria en favor de los patriotas ; pero situado como siempre y sin duda por su mala estrella, á una distancia bastante grande del campo de batalla, se con- tentó con enviar á las órdenes de su hermano don Luis, dos cañones y unas cuantas compañías mandadas por los dos hermanos Benavente, sin mas objeto que el de pro- tejer la retirada de los sitiados, cuando lo que el jefe de estos le pedia era auxilio para añadir el último íloron á aquel principio de victoria. Al llegar por el lado del norte, donde estaban acampados la caballería de Elor-

(1) Oficio de O'Higgins al gobierno de Buenos-Aires. Este oficio manuscrito me lo dio el mismo O'Higgins y lo conservo. Ignoro si se ha impreso.

m

HISTORIA DE CHILE.

:

ra iiu

r.Í

riaga, Quintanilla y Lantaño y los batallones de van- guardia de Carballo , aquel lijero refuerzo fué en cierto modo detenido, estrechado por tan gran número de ene- migos y obligado á retroceder sin haber conseguido ningún resultado serio (1). Desde este momento comenzó de nuevo el combate con mas vigor y obstinación. Los Talaveranos, aunque muy mermados , al mando del im- prudente Maroto y de San Bruno, y las compañías del Real de Lima, al del coronel Velasco, se presentaron de- lante de la calle de San Francisco, marcharon por ella en columna, y á pesar de las pérdidas enormes que su- frían y de las observaciones de Velasco, avanzaron hasta delante de la iglesia, donde fueron recibidos y disper- sados por los cañones de la plaza , dejando sembradas las calles de los mejores soldados muertos ó heridos. Los realistas, pues, se iban á ver segunda vez en grave com- promiso, cuando el intrépido Barañao da una carga á la cabeza de su escuadrón, se aproxima á las trincheras , manda echar pié á tierra á sus húsares , y aunque des- graciadamente herido en una pierna, les infunde ánimo para ir hasta cerca de la plaza, donde se le reúnen las tropas de Velasco y de Maroto, ansiosas de segundar los esfuerzos de aquel valiente comandante. Entonces se empeña una lucha tenacísima necesariamente muy des- ventajosa para los patriotas, que estaban muertos de fa- tiga y muy mermados con el gran número de muertos. Faltos así de municiones como de víveres, devorados por la sed, teniendo por todo refujio la plaza, y no res- tando á su denuedo mas que una débil é inútil esperanza,

(1) Según el manifiesto de don José Miguel Carrera y la memoria de don Diego Benavente.ia retirada se hizo en la creencia de que los sitiados se habían rendido , porque no se oia mas que los repiques de campanas de las iglesias y ai un solo tiro.

CAPITULO XL!

aquellos nobles restos no quisieron ni rendirse ni par- lamentar, y prefirieron abrirse paso sable en mano, marchando sobre el centro del enemigo. Para poner en ejecución tan temerario proyecto , elijieron la calle del norte que va á parar á la Alameda , precisamente el punto mejor resguardado y en que estaba casi toda la caballería , que, medio estupefacta de tanta audacia, se quedó un momento como petrificada en su puesto, con- vencida por otra parte de que era imposible que pu- diesen escapar los patriotas. Pero fuese prodijio del valor, fuese poder de la desesperación, algunos de estos bravos consiguieron hacerse paso , y arrastraron tras buen número de los suyos, aprovechando la confusión introducida en la refriega por un gran número de muías que iban delante y que levantaban un polvo que no per- mitía ver á los combatientes y confundía unos con otros. De los primeros que intentaron este atrevido golpe de mano fué el intrépido O'Higgins, verdadero héroe de esta admirable si bien desgraciada resistencia, en la cual le alcanzó la gloria de pagar su tributo de sangre, reci- biendo una herida, que felizmente no fué de gravedad. Don Juan José Carrera pudo escaparse en la primera salida, y desde la víspera se había reunido con su her- mano don José Miguel (1).

Tal fué el resultado de esta batalla, una de las mas desgraciadas y mas notables de las de la independencia, pero también una de las mas gloriosas, así para el jefe como para el puñado de valientes que tan bien supieron

(1) Los sitiados se condujeron con un denuedo admirable. Los oficiales Ovalle y Yañez quedaron apoderados del asta de bandera para no rendirla mientras tuviesen vida. El capitán don José Ignacio Ibieta , rotas las dos pier- nas, puesto de rodillas y con sable en mano, guardaba el paso de una trinchera hasta su muerte, etc. Véase la memoria de Benavente , página 193.

r^

Ka

í

II

HISTORIA DE CHILE.

defenderse á pesar de su inferioridad numérica (1). Por- que la gloria no la da solamente un resultado satisfactorio, sino que á veces también ciñe con corona de laurel la frente de los bravos, á quienes niega el destino la palma de la victoria; bajo este punto de vista mereciéndola bien aquellos intrépidos guerreros. Mas adelante , como su- cede de ordinario, los partidos, siempre llenos de pasión, se acusaron echándose recíprocamente en cara la culpa de esta catástrofe, y hoy mismo es muy difícil averiguar la verdad : tan vivo está aun el espíritu de animosidad en el corazón del país. Sea que se consulten los numerosos documentos, ya impresos ya manuscritos, que existen relativos á este drama, sea que este drama se discuta con los testigos oculares y hasta con los que tomaron gran parte en él, siempre queda duda entre el pro y el contra, por mas que la relación se haga muy concienzudamente y con aquel aire de buena fe que casi infunde respeto (2). Pero ¿ quién es el hombre de partido que en la exaltación de sus ideas, en las que suele tener cabida el odio, no es arrastrado involuntariamente á poner una fuerte dosis de exajeracion en sus convicciones, sobre todo cuando así halaga su amor propio, asegura sus intereses y hace daño ásu enemigo?

(1) Según el parte, acaso exajerado, de Ossorio al virey del Perú, la pérdida de los patriotas fué de cuatrocientos y dos muertos , doscientos noventa y dos heridos y ochocientos ochenta y ocho prisioneros. La de los realistas estuvo reducida á ciento y once de los primeros, de los cuales uno solo era oficial, y ciento y trece de los segundos, inclusos siete oficiales. Véase el parte de Ossorio en la gaceta del gobierno de Lima correspondiente al 7 de noviembre de 1814 y la gaceta de Chile viva el rey del 5 de diciembre de 1814.

(2) Un joven anglo-americano que se encontraba entonces en Chile, y que ha publicado en Boston un diario del tiempo que permaneció en este país por los años 1817, 18 y 19, dice hablando de la inacción de don José Miguel Carrera, á pesar de lo partidario que es de este gran patriota : Their conduct on this occasion is inexplicable and is not attempled lo be juslified even by their friends, página 13.

CAPITULO XLI.

137

Lo que mas ha dado márjen á las recriminaciones, es el plan de defensa de los dos jefes principales. Don José Miguel Carrera quiso esperar al enemigo en la angostura de Payne, formada por la inmediación de dos ramales, el uno de la cordillera alta y el otro de la costa, que habia fortificado. Aunque O'Higgins no desconocía las ventajas de esta posición, le encontraba sin embargo el grande inconveniente de que habia en los ramales unos bajos muy fáciles de pasar al ejército enemigo, sino con la ar- tillería de grueso calibre, al menos con las piezas de cam- paña, lo cual le permitía moverse y colocarse á retaguar- dia, en cuyo caso las fortificaciones eran inútiles y el ejér- cito tenia que tomar una grande estension muy perjudicial por la inferioridad del número. Por este motivo propuso la ciudad de Rancagua para punto central y de reunión, y las orillas del Gachapual para sitio de asiento y de de- fensa, plan que se adoptó, aunque á disgusto de Carrera, y que según los partidarios de este fué la causa de la pér- dida de Chile ; acusación que el historiador imparcial no puede admitir, así como tampoco la que los adversarios de don José Miguel Carrera hacen á este de haber per- manecido mero espectador de la acción , cuando por el número de sus soldados, á los que se habia reunido una gran parte de la caballería de Portus derrotada á los pri- meros cañonazos, pudo decidir del éxito de la batalla. A decir verdad, nos inclinamos á creer que este cargo es un poco mas fundado, porque la caballería de milicianos de Elorriaga, Lantaño y Quintanilla no hubiera podido resistir, á pesar del arrojo de sus jefes, ámil doscientos hombres que tenia don José Miguel Carrera, sostenidos por siete piezas que mandaba su hermano don Luis y por buena caballería, á cuya cabeza estaban los dos hermanos

II I

*i.

ÜC

i^f

138

HISTORIA DE CHILE.

Benavente. Probablemente hubiera sido fácil á esta divi- sión atacar con buen éxito por varios puntos á los sitia- dores, ó quizá arrollar el cuerpo de milicias y llevar so- corros á los soldados de O'Higgins, que empezaban á estar faltos de todo ; y entonces no es difícil calcular de que lado se hubiera declarado la victoria, cuando un corto resto resistió tan valerosamente al ejército entero de Os- sorio, que estaba lleno de inquietud y timidez. Pero la Pro- videncia lo dispuso de otra manera, sin duda para probar en mejores tiempos el patriotismo de los indiferentes.

Con la pérdida de la batalla de Rancagua y todo el material de armas y municiones que en ella habia, Chile volvió á la dominación de España y á verse privada, por algún tiempo al menos, de muchos miles de patriotas; pues hombres y mujeres se apresuraron á pasar las cordi- lleras y llevar su esperanza al seno de una república mas feliz, puesto que habia conseguido rechazar hasta mas allá del desaguadero á los soldados de Pezuela, únicos con quienes tenia que pelear en aquellos momentos. No pudiendo organizar una resistencia en la angostura, como quería, á causa de los infinitos fujitivos que abandonaban sus cuerpos, Carrera se dirijió á Santiago, donde perma- neció hasta el h de octubre para que el pueblo saquease las administraciones del fisco, tales como la del tabaco, en que habia mas de doscientos mil pesos, la de víveres, fá- brica de armas, etc. (1), y para tomar el dinero que habia en tesorería y casa de moneda, exijir algunas contribuciones y apoderarse de todas las alhajas de las iglesias. Con este

dinero se prometía organizar en el norte un nuevo ejército

(1) Por consecuencia de esta licencia , se cometieron desórdenes que Carrera procuró remediar, castigando rigorosamente á los culpables y armando á los habitantes para que cuidasen del orden. Véase su manifiesto, página 59.

CAPITULO XLI.

139

con que poder algún dia atacar á Ossorio en la capital, que no pudiendo ya defender, la dejó bajo la dirección del coronel don Eugenio Muñoz para devolverla á aquel. Su colega Uribe fué mas lejos aun en la destrucción de las administraciones del fisco, pues dio repetidas órdenes al gobernador de Yalparaiso para que quemase todos estos establecimientos, y aun todos los barcos que no pu- dieran llevarse á Coquimbo. Política singular, que auto- rizaba al vencedor á poner en contribución al país y á despojar á los patriotas de una parte de sus bienes.

En la noche del k de octubre, Carrera salió de Santiago no obstante los avisos de O'Higgins (1), después de ha- ber dado con su actividad acostumbrada las órdenes ne- cesarias para sus proyectos futuros. El 5 llegó á Santa Rosa de los Andes , donde esperaba se le reuniese la guarnición de Valparaíso mandada por Bascuñan, á quien habia prevenido que pasase á Quillota después de em- barcar todas las armas y municiones para Coquimbo. El espíritu de partido, que siempre persigue con furor los corazones nobles hasta en las mayores adversidades, vino á detener todos sus planes y á suscitarle nuevas dificul- tades. Blanco de la mala voluntad de los amigos de O'Higgins, desconocido por los auxiliares de Buenos-

(1) Después de la pérdida de Rancagua, don José Miguel Carrera volvió á Santiago con mil quinientos hombres próximamente, y á muy poco llegó O'Hig- gins con otros ciento cincuenta, nobles restos de su resistencia en aquel punto. A pocas horas de su llegada fué á casa de Carrera á asegurarle que la victoria de los realistas en Rancagua estaba muy lejos de ser completa, y que sus tropas reunidas á los cuatrocientos hombres de Valparaíso, otros tantos auxiliares de Buenos-Aires, que continuaban comprendidos en la provincia de Aconcagua, y ¡os muchos milicianos que se podían" levantar, eran mas que suficientes para intentar una nueva resistencia en el rio Maypu. Carrera contestó que lo pen- saría, y con efecto celebró un consejo de guerra á que no fué llamado O'Hig- gins, en que se resolvió retirarse al norte para organizar un nuevo ejército ; y así se hizo, á pesar de que O'Higgins predijo que se desertaría una gran parte de las tropas, como sucedió. Conversación con don Bernardo O'Higgins.

9*m

¡re?s

'MM

140

HISTORIA DE CHILE.

Aires que estaban de guarnición en Aconcagua, aban- donado por un gran número de desertores y por los sol- dados de Bascuñan, que se rebelaron en cuanto él salió de Valparaíso , y finalmente perseguido por la caballería de Elorriaga , se vio en la necesidad de renunciar á su proyecto de ir al norte, y solo procuró salvar el tesoro que llevaba, y que ascendía á mas de un millón de pesos. Desgraciadamente estos débiles restos fueron alcanzados por Elorriaga en la ladera de los papeles, y tuvieron que hacer frente á un enemigo, que llevaba una fuerza lo me- nos cuatro veces mayor que la suya (1). Este fué su úl- timo combate, en el que se perdió la mayor parte del tesoro sacado de Santiago , es decir, diez y nueve cargas y media de plata, sin contar lo que robaron los granaderos encargados de la custodia de otras cargas que tomaron el camino de los patos. Después de tantas defecciones, Car- rera no pensó mas que en atravesar las cordilleras, y el 13 de octubre pasó la frontera de Chile, de esta patria que quiso elevar á la altura de su majestuoso pensamiento, y que su desgraciada suerte no le permitió rever. Fué acom- pañado de multitud de personas, que como él no llevaban en su huida mas que su patriotismo, sus esperanzas y su valor.

(1) Según ü'Higgins, el batallón de auxiliares de Buenos-Aires á las órdenes de su bizarro comandante las Heras, fué casi el único que sostuvo esta retirada, hostigada por la caballería de Elorriaga, en razón al estado de desmoralización en que se hallaban las pocas tropas que iban en ella. Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPITULO XLIÍ.

Gobierno del coronel don Mariano Casorio.— Su entrada y su buena recepción en la capital.— Distribución que da á su ejército. Su deslealtad con los patriotas emigrados. Los manda arrestar y envia unos á Lima y otros á la isla de Juan Fernandez, donde pasan una vida llena de privaciones y disgustos. Rehabilitación de algunos realistas. Envió de un refuerzo de tropas á Pezuela, que le imposibilita hacer una espedicion contra Mendoza.— Consejo de guerra permanente. Instalación de la nueva real audiencia. Organi- zación de muchos tribunales políticos. Escasez de dinero y fuertes con- tribuciones impuestas para proporcionarlo. Restablecimiento del antiguo orden de cosas en la administración.

La tenaz resistencia que hizo Rancagua al ejército de Ossorio produjo en el corazón de sus soldados grande exasperación de venganza y resentimiento. Los restos del batallón de Talavera, sobre todo, se hicieron, por sus escesos, dignos de las épocas mas bárbaras, cosa que no admiró ciertamente á los que conocian el oríjen de este Tejimiento. Formado con lo mas malo y mas indolente que había en España, sacados de los presidios la mayor parte de sus individuos para enviarlos inmediatamente á América, y queriendo después de la acción vengarse de las pérdidas enormes que habían sufrido ; en el momento que se hicieron dueños de la ciudad, se entregaron al pillaje , á la violación y al asesinato , no respetando nada, ni aun las iglesias, á las que muchas familias se refujiaron, mucho menos las casas que habían servido de prisión y de hospital, las que cometieron la atrocidad de quemar (1). Venganza odiosa, que el estado de desór-

(1) Parece que el saqueo de la ciudad duró Iresdias y que las alhajas de los particulares y de las iglesias se vendieron casi por nada. Dicen que la quema de las prisiones provisionales se verificó el tercer dia, y que Carballo, que quedó de gobernador de la ciudad, mandó poner en la plaza á la espectacion pública las rejas de las casas todavía con el pellejo de las manos de las desgraciadas víctimas, con objeto de vituperar la conducta de sus compañeros de armas,

Uc2

HISTORIA DE CHILE.

*'??£■.

den y de convulsión en que se halla siempre un ejército al concluirse una batalla, no alcanza de modo alguno á disculpar.

Conmovido Ossorio hasta derramar lágrimas, ala vista de tantos cadáveres (1), solo pudo poner un débil remedio á tanta crueldad. Deseando salir cuanto antes de aquel lugar de muerte y destrucción , envió al dia siguiente de la acción una partida de su caballería á las órdenes de Elorriaga, á perseguir los fujitivos ; y tres dias después se puso en marcha, dejando una guarnición en Rancagua y á su cabeza un hombre muy humano , el coronel don Juan Nepomuceno Carbaílo.

El 9 de octubre de 1814 llegó á las puertas de San- tiago precedido de la primera división, que mandaba el coronel don José Ballesteros. Los majistrados , las pri- meras autoridades, el pueblo todo en fin, se puso en mo- vimiento para hacerle un recibimiento brillante , y sa- ludar en él y en el ejército la victoria y la restauración. Para los españoles la guerra de Chile no era una guerra civil , siempre muy parca con los jenerales en sus triun- fos, porque cada victoria es un verdadero desastre (2), sino mas bien una guerra de conquista, en que se mira en el adversario un enemigo á quien debe destruirse en medio de los festejos y de los gritos de alegría de la nación. Miles de banderas de los colores españoles on- deaban en todas las casas, las calles estaban adornadas con arcos de triunfo, y las señoras, elegantemente ves- tidas, echaban á manos llenas ramos, coronas de flores y hasta dinero á oficiales y soldados , á quienes acompa- ñaba un populacho, que aturdía con sus gritos de alegría

(1) Conversación con don Ignacio de Arangua.

(2) Quia liaec victoria cladi similior erat. Val. Max.

CAPITULO XLII.

U3

en loor del rey, de Ossorio y de su valiente ejército. Bien se notaba en algunos semblantes cierta mezcla de temor, de asombro y aun de pena ; pero el número de estos era muy corto, y todos los que componian la comitiva y todos los que se hallaban á su paso dieron pruebas de la mas franca adhesión.

Verdad es que la mayor parte de los patriotas , jente que pertenecía casi todaá la primera clase de la sociedad, andaban huidos por los campos , ó habían emigrado al otro lado de las cordilleras, y que otros poco ó nada com- prometidos, indecisos en su nueva posición é inquietos sobre su porvenir, les siguieron ; por manera que real- mente no habían quedado en la ciudad mas que las jentes de la clase media, los europeos, los chilenos adictos á la monarquía y ligados á estos por comunes intereses, y todos aquellos indiferentes que esperan los resultados de una batalla para arrimarse al partido vencedor.

Esta clase de personas fué la que salió á recibir á Ossorio y le acompañó en su tránsito, primero á la iglesia para asistir al Te Deum que se cantó en celebridad del triunfo, y después á la chacra de don Teodoro Sánchez en la Cañadilla, donde estuvo alojado algunos dias, mien- tras se le arregló la casa del conde de la Conquista. Tanto se habia estendido la voz de que el palacio estaba mi- nado, que no consideró prudente habitarlo, al menos por el pronto.

Ya en el corto tiempo que estuvo en Rancagua habia dado parte al virey de su importante victoria, que también comunicó á Pezuela, cuya posición era cada dia mas crítica. Uno y otro la celebraron mucho, Abascal princi- palmente, que cuando recibió las banderas cojidas á los patriotas renovó los festejos con mas entusiasmo aun ,

▼-

m

HISTORIA DE CHILE.

dándoles un carácter civil y relijioso. Esta vez la reli- jion, como ellos la entendían, tenia derecho á ello, por- que habiendo puesto el ejército bajo la protección de nuestra Señora del Rosario , á esta Vírjen era á quien debían presentárselos trofeos, como lo pidió Ossorio y así se hizo. Con el oficial encargado de esta honrosa misión envió el virey el nombramiento de brigadier y el de capitán jeneral de Chile al jefe del ejército espedido - nario, nombramientos que el rey aprobó, aunque solo con el sueldo de brigadier.

Lo primero de que cuidó Ossorio fué de ocupar lns principales puntos del país conquistado. El infatigable Elorriaga, de vuelta de su espedicion contra los Carreras, á quienes habia obligado á pasar las cordilleras, fué des- tinado con parte de su caballería á Coquimbo, que aun no estaba completamente sometido ; el coronel don Juan Ballesteros, que no habia hecho mas que atravesar la ca- pital, obtuvo el gobierno de Quillota hasta Illapel ; por último el puerto de Valparaíso se confió á un marino, el capitán de fragata Villegas.

Tomadas estas medidas de precaución, se ocupó de los emigrados que por su edad avanzada ó porque no consideraban sus compromisos tan grandes que les obli- gasen á huir del país, se habían contentado con alejarse de la capital para volver á ella mas adelante, cuando la efervescencia del momento hubiese producido todos sus funestos efectos. Una infinidad de estos patriotas estaban ocultos en las haciendas , esperando con ansia el mo- mento de reunirse á sus familias, cuando Ossorio, ó su segundo Pisana, vinieron á sacarles de su molesto retiro con proclamas que respiraban buena intención, olvido, clemencia y humanidad, invitándoles á presentarse á

W

CAPÍTULO XLII.

U5

aquellos jefes, que no tardaron en hacerles arrepentir de la confianza con que acojieron sus promesas. Y en efecto, poco después de haber regresado á sus casas, un gran número de estos respetables chilenos, cuya mayor parte eran de edad muy avanzada, fueron arrestados, y á pocos dias enviados unos á las prisiones del país , otros á las casamatas de Lima y cuarenta y dos á la isla de Juan Fernandez embarcados en un buque pequeño, La Sebas- tiana, donde durante los tres dias que estuvo en la bahía no recibieron mas recursos que los que les suministró la caridad de un español , don Pablo Gasanova. Mas de dos años estuvieron en aquella isla atormentados con privaciones de todo jénero y con las vejaciones continuas de sus gobernadores , personas jeneralmente mal edu- cadas y sin instrucción, hasta tal punto que uno de los últimos no sabia casi leer (1).

No cabe duda que entre estos mártires de la libertad habia algunos, que aunque incapaces de grandes cosas porque les faltaba enerjía y audacia, podían hacer som- bra á Ossorio con sus talentos , su elevada posición y la naturaleza de las instituciones que estaban llamados á fundar ; pero estos eran en número muy corto y todos los demás ni eran hombres de acción, ni apasionados, ni pensaban mas que en el bien de su país, hombres ar- rastrados á la revolución por la fatalidad y el estado crí- tico de España, y que habían emigrado por la debilidad y timidez que constituía su carácter. Estos patriotas no exijian de la revolución mas que algunas mejoras que nada tenían que ver con la independencia ; y sin embargo todos fueron lanzados al ostracismo y encerrados en pri-

(1) El Chileno consolado en los presidio?, por don Juan Egaña. Obra escrila en jeneral con bastante exajeracion.

VI. Historia. 10

$•.

I

146

HISTORIA DE CHILE

siones, ó desterrados á islas adonde fué á reunírseles buen número de desgraciados patriotas de Concepción , que habían estado presos desde la pérdida de esta ciu- dad, á pesar del convenio celebrado antes de rendirse con el intendente don Matías de la Fuente, jefe de la espedicion , y no obstante que debieron ser puestos en libertad con arreglo á una cláusula del tratado de Gainza. Habia pues una mala fe que en todos se presentaba á la vez bajo el patronato de pérfidos manifiestos y de la re- lijion santa (1 ).

La tarde misma en que el ejército llegó á Santiago, don Ignacio de Arangua, con algunos soldados de caba- llería, fué á buscar al obispo Rodríguez, retirado hacia tiempo en Colina. Al dia siguiente se presentó el pre- lado á Ossorio, y desde aquel momento fué uno de sus con- sejeros mas íntimos. Confianza bien merecida, porque era aquel personaje un chileno de mucho talento, adicto apasionado á la monarquía y sumamente útil por el gran conocimiento que tenia del país. Como su fe en la reli- jion era aun mas robusta, aprovechó su influencia para que se revocasen las leyes revolucionarias de 1811 y 1812 sobre la dotación de los curas, y se devolviesen á estos sus antiguos privilejios y beneficios con arreglo á lo mandado en el concilio de Trento. Introdujo en el clero algunas innovaciones que fueron de la aprobación del jefe del estado , porque tenia encargo de apoyarse en la relijion , procurar que esta penetrase mas que

(1) Este sentimiento de deslealtad era muy común en aquella época en los jenerales españoles. No hay ninguna historia de las diferentes repúblicas his- pano-americanas que no cite á este propósito numerosos ejemplos. El mismo Fernando VII no hacia escrúpulo en faltar á su palabra , como lo prueba el gran número de personas presas cuando volvió á España, no obstante que sus proclamas respiraban por todas partes libertad, y se hacian en ellas promesas de pas y de union„

M

CAPÍTULO XLir.

147

nunca en las diferentes clases de la sociedad y preparar os ánimos á recibir otra vez, primero la inquisición res- ab ecida por el rey de España, y después los jesuítas res- tablecidos por la corte de Roma.

Mientras que el obispo de Santiago se ocupaba de su clero, Ossorio pensaba en derribar las instituciones ci- viles relijiosasy militares que emanaban del gobierno revolucionario. Para conseguirlo necesitaba asociarse á los miembros del cabildo, que eran los personajes mas influyentes y mejor reputados en el país, y que formaban una corporación toda paternal, á la que babian con- sultado en todos tiempos los presidentes. Como por otra parte había contribuido mucho á la elección de los al- caldes y rejidores recientemente nombrados, podía con- tar con su celo para realizar á sus deseos. *

Probablemente se contaría con la influencia del ca- bildo en el que era rejidor el hijo de Figueroa, para rehabilitar la memoria de los que habían sufrido ultrajes mfamantes por sus opiniones, ó pagado con la cabeza su fidelidad a la monarquía. Entre estos se contaban don Romualdo Antonio de Esponda, don José Antonio Ezeisa y e famoso don Tomás Figueroa, cuyas cenizas iueron trasladadas con gran pompa á la catedral, acom- pañándolas el cabildo civil y eclesiástico, el cuerpo

Ípiíír Y t<>daS l0S C°rporaciones reliÍiosas de la

•ir*

S¿8 HISTORIA DE CHILE.

Con este acto de justicia esperaba el jefe del estado dar mas prestijio al gobierno español y hacer odioso el sis- tema republicano, que palpitaba siempre en el corazón de la nación, á pesar de los desórdenes cometidos en sis nombre, y no obstante el empeño que habia en exa- jerar sus escesos. El espíritu sedicioso tomaba propor- ciones tan libres , que se permitían correr los rumores mas estraños sobre una próxima espedicion de tropas de Buenos- Aires á Chile, y sobre la parte activa que iba á tomar Inglaterra en la independencia de aquellas co- marcas ; lo cual acontecía precisamente cuando los dos países seguían activa correspondencia para un tratado de comercio, ó al menos para conservar entre sus comu- nicaciones habituales, asunto en que, sin saber porque, tomó la iniciativa el gobierno de Buenos-Aires de resultas de la declaración de guerra que le hizo el jeneral de Chile, y que no quiso de ninguna manera aceptar. Por el con- trario, aumentó los destacamentos en las cordilleras para vigilar mejor sus pasos, envió á Mendoza y á Buenos- Aires muchos espías para observar las disposiciones del gobierno y la conducta de la multitud de emigrados que se habían refujiado allí (1), y hasta pensó en hacer una espedicion para atacar al gobernador San Martin y po- nerse en comunicación, por un lado con Pezuela acampado en el alto Perú, y por el otro con Morillo, de quien se decía, aunque sin fundamento, que iba á desembarcar

los honores reales al ruido de los tambores, cornetas y cañones. Concluida esta ceremonia pasó á colocarse delante del palacio y todas las tropas desfilaron por delante de él.— El rey mandó igualmente que Figueroa le hiciese una pe- tición de gracia y de merced. Gaceta del gobierno de Chile número 104.

(1) Ossorio tenia un tacto muy particular para saber lo que hacían los ene- migos de su rey ; su sistema de espionage estaba establecido admirablemente y alcanzaba á gran distancia.— Conversación en el Cuzco con don José Ruedas, «x-secretario de Ossorio.

CAPITULO XLII.

muy pronto en las playas de Buenos-Aires. La esped don, de que ya se hablaba en el campamento de Pezuela, no se verificó, porque Ossorio tenia que desprenderse de sus mejores tropas para enviarlas á aquel, como en efecto se las envió en número de setecientos setenta y siete entre Talaveras y Chilotes, que se embarcaron muy luego para Arica y formaron mas adelante el segundo batallón de Talavera á las órdenes de don José de Ballesteros (1).

La marcha de estas tropas dejó en el ejército un vacío que el jeneral debia sentir necesariamente, en momentos sobre todo, en que los espíritus estaban secretamente aji- lados por la prisión y destierro de tantos respetables ciu- dadanos.

Aunque se formó en Santiago el batallón de distingui- dos voluntarios de la concordia chileno-española, que al cabo de algunos meses hacia el servicio con tanta perfec- ción como las tropas veteranas, y aunque el ejército se encontraba reorganizado y reforzado con nuevos mili- cianos ó voluntarios, sin embargo, estaban estos tan mal pagados y tan poco considerados comparativamente con las tropas españolas , que no podia inspirar gran con- fianza su fidelidad, ó por lo menos debia temerse que de- sertarían (2). Ossorio comprendía su posición , y para

(1) Revista de la guerra de la independencia de Chile por Ballesteros y me- morias del jeneral Camba sobre las guerras del Perú. Mas tarde, cuando supo que Ricafort habia llegado de Colombia á Lima con tropas de Estremadura , volvió á pensar en la espedicion contra Mendoza y pidió algunas de estas tropas á Abascal, quien le respondió que no podia continuar en Chile y que Maree del Pont acababa de llegar para reemplazarle.— Conversación con Ruedas, ex- secretario de Ossorio.

(2) Un subteniente de Talavera tenia 55 pesos mensuales y un coronel chi- leno de voluntarios 50, y sin embargo este y sus compañeros, independiente- mente de los azares de la guerra , comprometían ademas sus bienes, su posi- ción y con frecuencia sus familias, contra las cuales se veian muchas veces

precisados á batirse. Véase la carta de don Cayetano Requena , capellaa mayor de la escuadra de Chile, á un sacerdote del Perú.

rx

%

150

HISTOBIA DE CHILE.

mejorarla consideró siempre al país en estado de guerra, sujetándolo á la vijilancia casi esclusiva de un consejo de oficiales, cuyo presidente era el severo Maroto ; polí- tica poco hábil que llevaba la sospecha á todas partes y á todas las cosas, y que hubiera vuelto á abrir tarde ó temprano la carrera de las luchas civiles, si los socorros estranjeros no las hubiesen hecho abortar.

Poco tiempo antes, es decir, el 16 de marzo de 1815 se restableció la real audiencia con algunos de sus anti- guos individuos (1). La instalación se hizo, como de eos- tumbre, en medio de grandes fiestas civiles, relijiosas y militares. Cualquiera hubiese creído, atendida la natura- leza de sus atribuciones, que iba á cesar el poder arbi- trariodel soldado, y que todas las causas civiles seguirían su curso ordinario conociendo de su última instancia aquel supremo Tribunal. Sin embargo no sucedió así. En vir- tud de la especie de estado de sitio que pesaba sobre el país, Ossorio siguió gobernando á la manera y bajo la influencia del principio militar. Era á veces tan absoluto, que la instalación de la real audiencia parecía no tener mas objeto que obedecer las órdenes del rey y servirse de ella para legalizar sus actos. Con efecto, le suspendió im- plícitamente el derecho de iniciativa, lo mismo que á los alcaldes, y sujetó los ladrones á un consejo de guerra, tri- bunal monstruoso que por la severidad de su disciplina está siempre dispuesto á imponer el máximum de la pena, como que no atiende mas que al hecho y prescinde ab- solutamente de sus causas y de la parte moral (2).

(1) Esta real audiencia estaba compuesta del rejente interino don José San- tiago Concha y de los oidores don José Antonio Aldunale, don Félix Basso y Barri y don José Antonio Rodríguez. Este, como menos anciano, se encardó interinamente de la fiscalía.

(2) Y á fin que las causas de los ladrones y salteadores pillados infraganti no

CAPITULO XLII.

Independientemente de este consejo de guerra, habia otros muchos tribunales secundarios, cuya principal mi- sión era desbaratar los cálculos de los patriotas, oponer la acción de una policía secreta á sus complots y combi- narla de manera que alcanzase la vijilancia á todo el país y hasta á los emigrados. Estos tribunales, tan se- veros como injustos , por simples sospechas llenaron de chilenos las prisiones, donde, mezclados con presos de to- das clases, se entregaron inocentemente á conversaciones llenas de esperanza, fundada, como puede calcularse, en una revolución, único medio que encontraban para salir de sus tristes calabozos. Pero si sus palabras eran ofensivas en algo á las nuevas autoridades y á la bandera que re- presentaban, no podia decirse lo mismo de sus acciones, atendida su ninguna intelijencia , su falta de antece- dentes y la nulidad de su posición social. Urréjola, co- mandante de armas de Santiago, lo sabia perfectamente bien, y así es que no hacia caso de los chismes que le llevaban, contentándose con participárselos á Ossorio, quien mas asustadizo y responsable tomó de aquí pié para una vijilancia particular, confiándola á los jefes de la policía de seguridad, el comandante Morgado y el ca- pitán San Bruno. Esto era lo mismo que dar pábulo ó apresurar un motin, en vez de dilatarlo ó hacerlo impo- sible ; porque aquellos oficiales , blanco, por la natu- raleza de sus funciones , de los odios del populacho, aprovecharon la ocasión para que pensasen aquellos des- graciados presos en una verdadera revolución, hacién- doles creer, por media del sarjento Villalobos y de los

padezcan atraso y sean pronto y ejemplarmente castigados, se manda formar en la capital un consejo de guerra permanente, al que serán remitidos los reos con sus sumarias respectivas , etc. Gaceta del gobierno de Chile, tomo Io, nú- mero ¿(9, página 455.

152

HISTORIA DE CHILE.

■:-.:

í£;

soldados que custodiaban la prisión, que el público, los dragones y hasta muchos soldados de Talavera, cansados del gobierno de Ossorio, no esperaban mas que un mo- mento favorable para levantar la cabeza é insurreccio- narse. Estas insinuaciones bien estudiadas, influyeron tanto en la débil intelijencia de aquellos patriotas, que inmediatamente se establecieron relaciones entre ellos y sobre todo con Villalobos, principal ájente de tan mons- truosa intriga, con el único objeto de combinar un plan de insurrección en favor de la república. Gracias á los di- lijentes pasos de los pérfidos Talaveras, creyeron haber conseguido lo que deseaban, cuando en medio de la no- che y en el momento en que iban á empezar á obrar, in- vadió sus habitaciones una compañía de Talavera con Morgado y San Bruno al frente, que fueron bastante viles para mandar sacrificará casi todas estas víctimas desgra- ciadas de la iniquidad. En aquel momento estaba toda la guarnición sobre las armas, unos cercando el cuartel de dragones de los que se sospechaba que estuviesen en connivencia con los revolucionarios, y otros en la plaza para marchar adonde estallase cualquier movimiento. Ossorio mismo recorrió durante la noche diferentes puntos de la ciudad , lo cual pudiera dar márjen á creer que la rebelión era mucho mas seria de lo que los autores dicen , por lo menos en concepto del capitán je- neral.

Las medidas que tomó Ossorio para proporcionarse dinero no fueron ni menos injustas ni menos terribles. Guando entró en Santiago se halló con que los jefes pa- triotas habían dejado completamente vacías las cajas del gobierno, casa de moneda, dirección de tabacos y de- mas tesorerías, lo cual le imposibilitó dar cantidad al-

CAPÍTULO XLIÍ.

guna á sus soldados que reclamaban con violencia sus atrasos, ni cubrir sus primeras atenciones. Verdad es que las tropas que persiguieron los restos de Carrera se ha- bían apoderado de muchas cargas de dinero por valor de 125,389 pesos, pero una buena parte se entregó en la casa de la moneda por via de fondo para la compra de pastas y su amonedación , y lo poco que quedó no alcanzaba á satisfacer las mas apremiantes necesi- dades.

Para remediar tanta penuria comenzó por imponer fuertes contribuciones á cuantos habían tomado parte ac- tiva en la revolución, y abrir una suscripción voluntaria, que fué una segunda contribución para los mismos, por- que el negarse á ella ó no inscribirse al instante, hubiera pasado por una confesión tácita de patriotismo. En se- guida decretó un empréstito forzoso de 152,000 pesos pagadero por los habitantes acomodados de Santiago colectivamente , que se hizo estensivo á todos los habi- tantes de la república, escepto los de Concepción, Co- quimbo, Huasco y Copiapó : por manera que patriotas y realistas estaban comprendidos en él. Poco después esta- bleció nuevos impuestos sobre los que ya pagaban el oro, la plata, el cobre y los ramos de balanza y tajama- res, sin esceptuar la carne muerta, los efectos estanca- dos, etc., etc.; y no bastando todo esto impuso una con- tribución de 21,000 pesos mensuales á las personas pu- dientes de Santiago y de 22,000 á las de las provin- cias (1).

Aunque la mayor parte de estos impuestos alcanzaba

(l) Ossorio pidió una contribución mensual de 83,000 pesos, pero la comi- sión no pudo recaudar mas que 43, 000, inclusos los donativos del clero secular y regular y monasterios de relijiosas. Bando y archivos de la tesorería de San- tiago.

154

HISTORIA DE CIIILE,

á todas las clases de la sociedad incluso el clero , y se hizo á los empleados una rebaja proporcional en sus sueldos con arreglo al real decreto de Io de enero de 1810, no es difícil calcular que los pagarían princi- palmente los patriotas y cuantos pasaban por sospecho- sos de la menor tendencia á las ideas subversivas. Para con estos toda espoliacion era lícita. Se cometía una á cada momento, exijiéndoles , tan pronto contribu- ciones mensuales , tan pronto sumas que tenían que pagar sin dilación, si no querían que les enviasen á sus casas en calidad de plantones unos cuantos insolentes Talaveras mantenidos y alojados á su gusto. No eran mejor tratados los emigrados, porque ya que no podia sacárseles dinero , se secuestraban sus muebles y pro- piedades, se vendían en almoneda pública sus haciendas y se amenazaba con las mas terribles penas al que te- niendo en depósito algo que los perteneciera, no lo de- clarase inmediatamente al tribunal de secuestro estable- cido para todas estas exacciones (1).

Lo mismo se hacia en las provincias con los patriotas : se les secuestraba sus muebles, sus propiedades y hasta los objetos de su comercio , que se vendían al que mas daba por ellos, y á veces á precios escesivamente bajos, porque la mayor parte de las personas que podían comprarlos se retraían movidos de ese sentimiento de . delicadeza, que habla siempre al corazón en semejantes circunstancias (2).

Ossorio gobernó el país un año próximamente. La ta-

(1) Archivos de la tesorería de Santiago.

(2) Siguióse el recibir y reducir á dinero una crecida porción de cobre, efectos comerciales y barras de plata que el coronel don Ildefonso Elorriaga y otros comisionados estrajeron por igual motivo á los vecinos de Coquimbo, Copiapu y el Guaseo, etc. Archivos de la tesorería de Santiago.

CAPÍTULO XLII.

rea que tuvo que desempeñar en este tiempo fué tan ingrata como variada. No se redujo solamente á velar por la tranquilidad pública , desconcertar los complots de los patriotas y atender á los muchos gastos de un ejército numeroso y en pié de guerra, en un país arrui- nado enteramente, tanto por infinitas espoliaciones, como por faltarle hacia muchos años toda industria agrícola y comercial ; sino que tuvo que restablecer las institucio- nes antiguas , y modificar las que dimanaban del poder revolucionario, ó abolirías completamente. Repuso la an- tigua universidad de San Felipe á espensas del Instituto ; hizo mejoras en el tribunal de Comercio en lo relativo á concursos de acreedores de los fallidos ó de los que mueren dejando créditos procedentes de materias comer- ciales ; restableció de orden del rey la fiesta del paseo del estandarte real , al que concurrían los europeos con pistolas en las pistoleras, mientras que estas las llevaban vacías los chilenos , con arreglo á un decreto en que se les prohibió llevar é introducir toda clase de armas. Pero lo que mas le ocupó fué la policía política y civil del reino, y especialmente la de la capital , porque inde- pendientemente del bando de buen gobierno calcado so- bre el de 1780 que mandó publicar, instaló muchos tri- bunales compuestos de las personas mas afectas á la monarquía, que entendían en las diferentes comisiones que se les encargaban con todo el celo propio de su po- sición precaria y poco segura.

A pesar de las violencias, muy difíciles de evitar por cierto cuando tan grave es la responsabilidad que pesa sobre el que en tiempos tempestuosos está á la cabeza de un país mal organizado, justo es decir que Ossorio, duro mas por sistema y por necesidad que por inclinación, ja-

156

HISTORIA DE CHILE.

mas se manifestó sanguinario, antes bien algunas veces agasajador y jeneroso con ciertos patriotas (i). En todo acontecimiento notable, por ejemplo, el dia que juró la nueva real audiencia, el de la apertura de la academia de San Felipe, y el del aniversario de la batalla de Ran- cagua, concedió amnistía á muchos de los que se halla- ban presos ó relegados en sus haciendas, y es probable que su severidad dimanase solamente de órdenes que recibiera del virey Abascal, pues asi lo hace creer el haber solicitado del rey gracia para aquellas nobles víctimas al mismo tiempo que le dio parte de su arresto, demanda que reiteró cuando los diputados nombrados don Luis Urréjola y don Juan Manuel Elizalde partieron para Es- paña. Al despedirse del cabildo, cuando fué reemplazado por Marco del Pont, dijo en su oficio « que sin confundir al inocente con el culpado, habia estendido á todos el ejercicio de su beneficencia, y si algunos lloran aun la ausencia de sus hogares y familias, ha sido reglado por una orden superior, de cuya observancia no me ha sido posible prescindir, etc. (2). » Debe también tomarse en cuenta en defensa suya, la influencia que ciertos oficiales de Talavera ejercían sobre sus actos y las provocaciones de los realistas , jeneralmente europeos é interesados en el alejamiento de los patriotas y de los sospechosos de tales, para conseguir mejor los empleos que solicitaban. Influencia que hubiera sido mucho mas peligrosa á no haberla neutralizado la del asesor don José Joaquin Rodríguez Zorrilla , chileno de nacimiento y oidor que habia sido de la audiencia de Quito.

(1) Ossorio no fué nunca sanguinario, quizá porque le faltó tiempo. Con- versación con don Manuel Salas.

(2) Oficio de despedida de Osorio al M. I. Cabildo de Santiago. Gaceta del gobierno de Chile , tomo 2o, número 9.

CAPITULO XLII.

Su separación de la presidencia de Chile fué por otra parte una calamidad para España, porque el rey tenia en él un militar intelijente, probo y muy laborioso. Desde que llegó á Santiago quiso conocer por mismo los principales resortes de la administración , y de esto se ocupó asiduamente y con grande actividad, trabajando muchas veces hasta las dos de la madrugada, pues hasta horas tan avanzadas consagraba su intelijencia á las mas importantes cuestiones. A las seis de la mañana estaba casi siempre levantado y leyendo en su gabinete los despachos, á los cuales ponia las notas que estimaba conveniente. Después del desayuno, que era alas nueve, despachaba succesivamente con su secretario, el auditor de servicio y su asesor ; y este trabajo, que duraba hasta las tres, hora en que comia , volvia á empezar á las seis para concluir á las ocho. Dotado de un carácter muy me- tódico, hasta para sus asuntos particulares (1), distribuía su tiempo de la manera mas á propósito para aprove- charlo mejor. Por lo regular, después de las comidas , que eran estraordinariamente abundantes , se entregaba á ejercicios que exijiesen mucho movimiento , al juego de pelota sobre todo, en que era muy diestro á pesar de su grosura. En definitiva, aunque dejó en Chile un nombre bastante odioso, la posteridad apreciará las dificultades que encontró en un país tan removido por las pasiones y en las órdenes que tuvo que cumplir. A haber conocido España en aquella época sus verdaderos intereses, no hu- biera de seguro pensado en reconquistar este país con

(1) Cuando recibía la paga, la distribuía en distintos cajones de su mesa según la naturaleza de sus gastos. La mayor parte de las veces él mismo guardaba su ropa en los baúles y cómodas. Era muy aficionado á animales, de los que tenia de muchas especies y él les enseñaba en los ratos desocupados. Conversación* en el Cuzco con su secretario Ruedas y después con don Ignacio de Arangua,

I

V**

158

HISTORIA DE CHILE.

|

las armas y con todo el aparato de la esclavitud, sino diplomática y comercialmente. Si en vez de combatir las ideas del siglo, hubiera procurado por el contrario estu- diarlas y dinjirlas, pasaría por jeneroso y las mas amis- tosas relaciones, favorables en todo al comercio español hubieran continuado intactas; pero en una reconquista militar, el jeneral encargado de llevarla á cabo no puede apreciar ni discutir los actos de su gobierno, siendo para el una obligación de honor y un deber absoluto obedecer sus ordenes. Si durante su administración cometió algu- nas arbitrariedades, debe acusarse de ellas mas bien á las instrucciones particulares que recibía y á los mil em- barazos suscitados por los enemigos de una causa que tenia la misión de defender, y á la cual le arrastraban sus profundas convicciones. Lo repito : es imposible que en tales circunstancias y en medio de tantos ajitadores, pueda un funcionario gobernar con toda la calma que sena de apetecer, y con la prudencia que la moral enseña y las leyes exijen. Por lo demás, con semejantes arbitra- riedades, lo que hizo algunas veces fué trabajar, á pesar suyo , en favor de la independencia , porque de sus re- sultas desertaban de su partido los militares chilenos las- timados en su honor y su amor propio. Ossorio, como casi todos los jenerales españoles recien llegados á Amé- rica, tenia gran prevención contra las tropas chilenas y contra las guerrillas de milicianos poco ó nada discipli- nados, que carecían del brillante continente de los solda- dos europeos y de su precisión en los movimientos. Por esto se le notó cierta especie de desden ó indiferencia cuando empezó á tratarlos ;, aunque muy luego hizo jus- ticia á la bizarría é intelijencia del soldado chileno. Su prevención, aumentada con las severas instrucciones de

1

fN»

CAPITULO XLII.

159

Abascal , no fué menor contra los oficiales, á algunos de los cuales separó de sus cuerpos sin darles á veces los ascensos, doble falta que le producía la animosidad de unos hombres adictos enteramente á su causa, y le pri- vaba de sus consejos, mucho mas útiles que los de los europeos en todo lo que era astucia, sorpresa y embos- cada.

CAPITULO XLIII.

i

Llegada á Chile del brigadier don Casimiro Marco del Pont. Primeras im- presiones favorables que produjo.— Se deja influir por los ultra realistas y renueva las exacciones con mas violencia que Ossorio. Ordenes severas contra los patriotas.— Construcción de las fortalezas de Santa Lucía.— Tri- bunal de vijilancia bajo la presidencia de San Bruno.— Rigor de este tribunal en Santiago y en las provincias, no solo con los patriotas , sino también con los militares y los ladrones. Muerte de Traslaviña y sus compañeros.— San Bruno se hace muy odioso á la población. Indulto del rey, eludido por Marco.— Aparición de una escuadrilla de Buenos-Aires en el mar del Sur. Marco dedica toda su atención al ejército.— Pide un nuevo emprés- tito de 400,000 pesos.— Su jenerosidad.— Sus intenciones probables.

El 25 de diciembre de 1815 llegó Marco del Pont á la chacra de don Pedro Prado y Xaraquemada, adonde in- mediatamente pasó á verle el brigadier Ossorio, acompa- ñado de algunos oficiales. Aquella no fué mas que una visita de bien venida, porque al dia siguiente volvió con la Audiencia, y todas las corporaciones civiles y milita- res á cumplimentarle como capitán jeneral y presidente de la Real Audiencia , entregarle el bastón , símbolo de sus nuevas atribuciones, recibirle el juramento de fideli- dad y acompañarle á la catedral, á asistir al Te Deum y dar gracias como era costumbre en semejantes casos. Por la tarde hubo gran comida en palacio, iluminación por la noche en toda la ciudad y festejos de todo jénero, que continuaron el dia siguiente, destinado á recibir las principales corporaciones.

Don Francisco Marco del Pont, brigadier del ejército de España, hizo la campaña contra Napoleón y fué hecho prisionero en el sitio de Zaragoza. Llevado á Francia , consiguió la gracia de que le permitiesen estar algún

CAPITULO XLI1I.

161

tiempo en Valencey y después de la restauración volvió á Madrid, donde obtuvo á poco el puesto que venia á ocu- par en Chile. Este nombramiento se hizo contra el pa- recer del Consejo de Indias, que deseaba continuase Os- sorio , primero porque quería que al frente de un país tan fuertemente ajitado, hubiese un militar esperimen- tado y valiente, y ademas porque era opuesto á esa polí- tica de desconfianza que renovaba á cada paso los go- biernos efímeros del Nuevo Mundo, y los arrastraba á perturbaciones administrativas y á una inercia que detenia todo progreso civilizador (1). Pero el padre de Marco tenia por sus bienes de fortuna una posición que le daba gran crédito en la corte, y el rey accedió á sus deseos, á pesar de la confianza que le inspiraba y el interés con que aten- día á su Consejo de Indias, recientemente restablecido (2).

El viaje del nuevo presidente se verificó por Panamá á fines de 1815. A su paso por Lima fué á visitar las banderas cojidas á los patriotas de Rancagua , y á su llegada habló de esta visita al ejército , manifestándole el gran placer que habia tenido de ver aquellos trofeos de su valor, y la esperanza que abrigaba de que conquis- tase otros, si las circunstancias lo exijian. En una pro- clama que en el mismo dia dirijió á los habitantes, in- vocaba los beneficios de una unión estrecha y sincera, y prometia ocuparse sin descanso de las necesidades del país y de protejer la agricultura, el comercio y la indus- tria, sin olvidar las artes y las ciencias, oríjen primitivo de una civilización elevada.

Estas palabras no podían ser mas seductoras para los

(1) Carta del consejo de Indias de 7 de febrero de 1816. Archivos del Perú.

(2) Por real decreto de 2 de junio de 1814 se restableció el consejo supremo de Indias con las atribuciones que tenia en 12 de mayo de 1808. Se componía

tres togados y dos de capa y espada , entre

del presidente y cinco ministros

los que habia algunos americanos

VI. Historia.

di

162

HISTORIA DE CHILE.

que estaban bajo la presión de las disposiciones arbitra- rias de don Mariano Ossorio, y para un país que había sido tan cruelmente asolado á la par por el ejército de los realistas y por el de los patriotas. Habiendo arrebatado las guerras miles de brazos á la agricultura, é impuesto grandes trabas al comercio del Perú , la mayor miseria reinaba por todas partes , en la ciudad como en los campos, y el pueblo, cansado de este malestar, no podía menos de recibir con satisfacción las palabras de paz y benevolencia de un funcionario que en nada habia con- tribuido á tantas calamidades.

Por otra parte es necesario decir que las primeras im- presiones que produjo Marco fueron muy favorables, y que contentaron á todas las clases de la sociedad. Ves- tido siempre de una manera conveniente, con frecuencia elegante hasta prestarse algunas veces al ridículo , ha- biendo amueblado con gran lujo sus habitaciones, en las que sobresalía la limpieza, lo cual dicho sea de paso, con- tribuyó mucho á jeneralizar esa especie de placer domes- tico entonces poco común en Chile, y verdadero indicio de la dignidad de la persona, reunía en su casa siempre que podía, las personas de distinción , tenia constantemente á su mesa algún canónigo, algún individuo de la Audien- cia y también á personas contajiadas de patriotismo, esperando por este medio llegar á una reconciliación , objeto principal de sus deseos. Su solicitud no olvidaba al pueblo bajo : visitaba los conventos , los colejios , los hospitales, las casas de caridad, y para dar á todo el. mundo una gran prueba de sus buenas intenciones, anunció en la Gaceta que destinaría todos los miércoles desde las diez de la mañana á las dos de la tarde, á re- cibir cuantas personas tuvieren que darle alguna queja

51

CAPITULO XLIII.

163

ó hacerle alguna petición, sin perjuicio de las audiencias particulares que pudieran necesitar los habitantes (1).

Tal fué el principio de la carrera política del nuevo presidente , principio que parecía indicar que iba á olvi- darse la severidad de Ossorio, y á restablecerse el orden legal en las diferentes administraciones. Desgraciada- mente los caracteres débiles se dejan arrastrar á la vio- lencia á poco que se les contraríe, y si se hallan en posi- ción un tanto difícil , les domina una enerjía apasionada, cuyos arranques son fecundos en errores y en atentados.

Marco del Pont, cuando llegó á Chile, tuvo necesidad de aconsejarse de algunas personas para poder gobernar el país con método, y á satisfacción de sus administrados. Una de estas personas fué el franciscano Martínez, español muy decidido por su rey , de una piedad inta- chable y hombre de gran esperiencia é instrucción, hasta el punto de que cuando Ossorio recibió orden del rey de escribir la historia de los sucesos ocurridos desde los primeros dias de la revolución, le encargó este trabajo. Si Marco no hubiese escuchado mas consejos que los de este buen padre y los de otras personas tan virtuosas como él, es probable que hubiese continuado su gobierno tan bien como lo comenzó ; pero influido desgraciada- mente por algunos realistas apasionados, y por los oficia- les superiores del batallón de Talavera , olvidó bien pronto sus principios de moderación y se echó en bra- zos del partido del rigor, que se le hizo creer era el único fuerte y conveniente en las circunstancias. Verdad es que el elemento revolucionario, siempre alerta y siempre fe- cundo en recursos, contribuyó mucho al carácter in-

(1) Esto solo algunos dias se llevó á efecto. Los sucesos no tardaron en obli- garle a trabajos mucho mas importantes para los intereses de su gobierno.

"

*S*

164

HISTORIA DE CHILE.

quieto, desconfiado y hostil que conservó todo el tiempo de su administración.

Lo primero que hizo, contra todo principio de justicia y sin temor á herir el sentimiento nacional, fué favorecer á todos los oficiales españoles en perjuicio de los oficiales chilenos, inclusos los que estaban fuertemente com- prometidos tanto en sus personas como en sus propie- dades. « Ya no hubo chileno con empleo ni representa- ción; todos son separados y sustituidos por españoles europeos ; hasta los escritos y memoriales se encabezaban con lo de natural de España y se quedaba seguro de buen éxito. Los subdelegados americanos y los coman- dantes militares en todos los partidos , desde Gopiapó a Chiloe, fueron quitados : el mando del batallón de Con- cepción se arranca al antiguo teniente coronel Boa y se da al sanguinario Campillo : el de dragones se le quita al coronel Santa María y se entrega á Morgado : del de Chillan se despoja á Lantaño para darlo á Alejandro : del de Valdivia á Gárballo para poner á Piguero. Todos los dias habia ascensos militares, y no se dio ejemplo que un americano participase de aquella prodigalidad. Cam- pillo, que salió de España subteniente de milicias y llegó á Chile con el grado de capitán , en menos de tres meses se vio teniente coronel de ejército y comandante : Alejan- dro, de teniente ayudante se viste de coronel y obtiene una comandancia: Piguero, capitán, es hecho coronel comandante : todos los oficiales de Talavera subieron en razón de lo que bajaban los del país ; hasta los sarjen- tos, cabos y soldados se transformaron repentinamente en oficiales, etc. (1) »

(1) Carta de don Cayetano Requena , capellán mayor de la escuadra de Chile, á un sacerdote del Perú.

í*?**

CAPITULO XLIII.

165

Tras este acto de grande injusticia, cometió otro de opresión respecto á la contribución mensual de 21,074 pesos que Ossorio impuso á los habitantes de Santiago, y que no se pagaba hacia muchos meses por el estado de apuro en que se encontraban las principales familias sobre que mas particularmente pesaba. Sin consideración á tan justo motivo, dispuso Marco no solo que se satisficiese lo atrasado , sino que en lo succesivo cada familia pagase con regularidad la parte que se le hubiese impuesto en un plazo muy corto , bajo pena de enviar á su casa una guardia de cuatro Talaveranos, que había de mantener, alojar y pagar á razón de cuatro reales diarios cada uno.

Esto pasaba el 9 de enero, es decir, á las dos semanas de llegar á Santiago. Pocos dias después se tomaron me- didas aun mucho mas severas, no solo contra las propie- dades, sino también contra las personas. El muy célebre San Bruno, cuyo nombre aterrorizaba y á quien ya se le tachaba de sanguinario, estaba en cierto modo á la cabeza de este sistema preventivo establecido por Ossorio, y aprovechaba su influencia con el presidente para dar rienda á sus instintos de ira y de maldad. No conociendo mas medios que los violentos para salvar el trono, y que- riendo herir y aturdir á la vez al partido de la revolución, indujo á Marco á que mandase bajo las mas severas pe- nas que ningún habitante de Santiago pudiese andar á caballo ni en coche por las noches, ni llevar poncho ó capa sino arrollada sobre el hombro, ni salir de la ciudad sin permiso espreso, y que todos los que estuviesen en sus haciendas ó en sus chacras volviesen á sus domicilios, no dándoles mas plazo que tres dias para la ejecución de esta orden. Pena aun mas severa, pues era la de muerte, se impuso á todo el que se atreviese á sobornar los mili-

166

HISTORIA DE CHILE.

tares y á aquellos en cuyas casas se encontrasen armas de cualquiera clase ó condición, como escopetas, fusiles, pistolas, bastones con estoque, etc. Una contravención de esta especie llevaba al culpable á la horca con pér- dida de todos sus bienes, de los que se entregaba una parte al delator. La misma pena se decretó contra los jueces que dieran pruebas de debilidad en sus senten- cias.

Una vez en este sendero de amenazas y espoliaciones era difícil á Marco volver á la moderación , la que , al decir de los que le rodeaban, hubiera debilitado y hecho infecundo el sistema proclamado por los españoles ultra- realistas y por el mayor número de los oficiales de Tala- vera, tan interesados en que fuese mas severo aun. No se reflexionaba que la libertad cuando es tan brutalmente ofendida, brota prosélitos capaces de defenderla con todo el ardor de una facción audaz y comprometida ; y esto fué lo que sucedió en las provincias y especialmente en la capital, foco de la instrucción y del verdadero patrio- tismo, donde la oposición hizo progresos tanto mayores cuanto que trabajando en la obscuridad tenia que estar necesariamente mejor combinada y ser mas terrible. Unos exaltados llamados don Miguel y don Pedro Segovia y don Marcelo Nuñez, en uno de aquellos momentos de exasperación en que falta la prudencia, contestaron una noche Patria al quien vive de la patrulla de los Talaveras mandada por el teniente don Manuel Pizarro, quien los llevó al tribunal de vijilancia, por el que fueron condena- dos á veinte dias de trabajos públicos.

Por esta época se trató de hacer del pequeño cerro de Santa Lucia una especie de capitolio, y se principiaron las dos fortalezas que todavía se conservan y que mas pa-

capítulo xliii.

recen un castillo de esclavitud y destrucción, que un mo- numento de defensa; porque dominando á la ciudad en casi toda su ostensión, quedaba esta á merced del primer insensato. Los gastos que ocasionaron eran muy supe- riores á los recursos de una tesorería siempre empeñada, y para ocurrir á ellos se emplearon nuevas medidas de rigor y se abrieron suscripciones voluntarias tan comunes y tan productivas en países de fe firme ó de resignación miedosa y forzada. Ademas se obligó á todos los peones de la ciudad y de los alrededores á que fuesen á trabajar en ellas, y si se resistían ó se escapaban, los llevaban por la fuerza , no dándoles entonces el jornal y tratándolos como presidarios. También se destinaron á trabajar allí á todos los contraventores á las órdenes y disposiciones, aun cuando fuesen personas decentes, y no bastando aun esto, se envió á los criados de las casas, habiendo sido uno de los primeros el del presidente, quien quiso por este medio dar ejemplo de patriotismo y cooperación.

La iniciativa para este aumento de rigor con todo lo que se rozaba con los hombres y las opiniones vencidas en Rancagua, no partió de Marco sino de San Bruno, quien al frente de la alta policía desempeñaba su des- uno con un celo que retrataba su carácter severo y des- confiado. Era presidente de un tribunal de vijilancia y seguridad pública, especie de justicia política destinada es- clusivamente á vijilar con incansable actividad todo cuanto pudiese comprometer la causa del rey, y que tenia por lo tanto un poder tan amplio como arbitrario. Compuesto de un presidente de la clase militar, cuatro vocales, un asesor letrado y un secretario, funcionó con el rigor de un tribunal revolucionario, porque su desconfianza y su suspicacia alcanzaba á todas las clases déla sociedad. Así

"

-^

168

HISTORIA DE CHILE.

pues impuso á los hacendados la obligación de vijilar sus peones é inquilinos y las personas estrañas que pa- sasen por sus haciendas, ó inorasen en ellas; exijió de los vecinos que les entregasen las cartas que recibieran del bando contrario, y que denunciasen las reuniones de personas sospechosas y á todo el que hablase en favor de la revolución ó contra el gobierno ó sus disposiciones ; en una palabra personas y cosas entraban en el dominio de su vijilancia y su poder, que no conocía límites, abar- caba toda clase de delitos y se estendia hasta imponer la pena de muerte, bien que en este caso la causa iba en consulta al superior gobierno, quien examinaba la sen- tencia y daba su sanción á la pena, que era siempre eje- cutada con prontitud y militarmente.

Con los desmanes de este tribunal, que tenia repre- sentantes en todas las ciudades grandes escepto Concep- ción y al que servia de complemento el de infidencia creado para juzgar á los sospechosos , la restauración tomó un carácter represivo, que sobrepujó con mucho el rigor ejercido hasta entonces, llegando hasta los escesos del crimen. Porque desde este momento se levantaron cuatro horcas en la plaza mayor, y á los pocos días la li- bertad contaba tres mártires, que fueron Salinas, Rega- lado Hernández el joven y Traslaviña, yerno del coronel Portus (1). Otras muchas víctimas fueron destinadas á esta especie de ignominia y si se les conmutó la pena de muerte en destierro perpetuo, fué en celebridad de la

(1) A Ventura Lagunas se le condenó solo á destierro á Juan Fernandez, aten- dida su edad que apenas llegaba á diez y seis años , pero le tuvieron á la ver- güenza al pié de uno de los patíbulos, mientras ahorcaban á sus compañeros üe infortunio. La principal acusación que se hizo á estos fué por espías y por- que se ocupaban de sobornar por cuenta de San Martin. El sarjento La Roza los vendió después de haber sido su cómplice.— Gacela del rey.

CAPITULO XLUI.

noticia que recibió el presidente de la toma de Carta- gena, noticia que llenó de alegría á los realistas, y se festejó un dia entero con regocijos públicos y ceremo- nias relijiosas.

El tribunal de vijilancia no era menos activo ni severo en las provincias, pero debe decirse en elojio de su jefe, que alcanzaba lo mismo al ladrón que al patriota, y hasta al soldado, á quien se le castigaba con el mayor rigor por el mas pequeño delito. Un soldado fué fusilado en Santiago por robo á un oficial, y otro en la Serena por haber robado en una tienda. A la misma pena fueron sentenciados seis soldados del batallón de Chillan por sospechas de un robo, tres de ellos, y los otros tres por insubordinación cometida de resultas de las pesquisas hechas para averiguarlo ; pero esta vez la piedad chilena se conmovió altamente, y pidió gracia en nombre de los servicios prestados por aquellos militares á la causa real. La misma gracia solicitaron con instancia los dos obispos de Chile que á la sazón se hallaban en Santiago, y habiéndoles sido fácilmente concedida , fueron ellos mis- mos anunciarla á los seis condenados, que estaban ya en capilla en el cuartel de dragones. Cuando se repasan las gacetas del gobierno de esta época, admira la solicitud con que todos se interesaron en la suerte de aquellos mi- litares y el número de cartas de gracias que recibió el presidente en esta ocasión, tanto de Santiago como de las provincias, no faltando ni aun de Sánchez, el cual se creyó comprometido á dar este paso , porque aquellos soldados habían sido en algún modo formados por él y pertenecían, eran sus espresiones, auna ciudad quehabia dado tan grandes pruebas de fidelidad á la buena causa.

Si San Bruno hubiese estado encargado únicamente

170

HISTORIA DE CHILE.

de la policía municipal y de la persecución de los ladro- nes y salteadores de caminos, es probable que sus servi- cios le hubieran valido en el país no solo un nombre in- tachable, sino el título de escelente alcalde é intendente de policía, porque era muy activo y escesivamente ce- loso en el desempeño de su destino, cuidaba muy particu- larmente de la limpieza de la ciudad , ramo entonces des- cuidadísimo, y era el azote de los criminales y el terror de la clase sospechosa y temible de la sociedad (1). Pero desgraciadamente para él , encargado de la alta policía política , y teniendo que habérselas con una multitud de personas, á quienes el espíritu revolucionario ponia en con- tinuo movimiento, se vio en la necesidad de prescindir de toda consideración y obrar con rigor y firmeza, lo mismo contra los sospechosos, que contra los que contravenían á las disposiciones del presidente. Mas tarde, cuando la ajitacion fué mas apasionada , exajerándose el peligro , exajeró también los medios de espionaje y por conse- cuencia los de persecución, siguiéndose de aquí chismes diarios, persecuciones rencorosas que alcanzaron á todas los edades y á todos los rangos , sin perdonar los em- pleados chilenos reputados por grandes realistas (2), las mujeres y los niños, á quienes no les valia ni su debilidad ni su impotencia. Por todas estas persecuciones, por to- dos estos atropellos, tan injustos como arbitrarios y hu- millantes (3), San Bruno se hizo odioso á la jeneralidad

(1) Conversación con don José Ruedas, secretario de Ossorio.

(2) De este número fué don José Antonio Rodríguez, á quien hemos visto de auditor de guerra y consejero de Gainza cuando el famoso tratado, y fiscal á la sazón de la real audiencia de Santiago. A pesar de todos sus antecedentes, no inspiraba á Marco la menor confianza, y escribió al ministerio de Indias para que le destituyesen por insurjente.

(3) Sucedió muchas veces que cuando sus satélites prendían á uno, le hacían ¡bajar hasta abajo los pantalones para que les sirviesen d grillos Precaución que tomaban , según decían, para evitar la evasión , de la que habia varios ejemplares.

CAFITULO XLI1I.

171

de los habitantes de Santiago, y especialmente á las fa- milias que tenían algún tormento ó alguna iniquidad que echarle en cara; y sin embargo, ¿en medio de tanta agi- tación, de tanto complot, puede un jefe de policía mar- char tranquilo por las vias legales y cumplir con calma los inflexibles deberes que su cargo le impone ? San Bruno tenia una fe viva en su causa ; todo el que no pensaba como él , era un enemigo de la relijion, cuyas fiestas ob- servaba con fervor casi fanático, de su rey, y de la so- ciedad : era necesario colocarle en la imposibilidad de obrar y de hacer daño, y para conseguirlo se valia délos medios mas prontos y rigorosos, lo que no hubiera hecho sin duda á estar el país algo mas tranquilo, y su partido menos rodeado de enemigos. ¿En qué historia civil no se hallan numerosos ejemplos de esos perniciosos caracteres, que la debilidad humana renueva y probablemente con- tinuará renovando, á despecho de los progresos de la moral y de la severidad de la historia, que no cesa de ligar sus nombres á la picota de la infamia?

Otro motivo muy fundado de queja contra Marco fué su resistencia á cumplir la orden del rey, que mandaba poner en libertad á los patriotas desterrados en Juan Fernandez y devolverles sus bienes hacia mucho tiempo secuestrados.

Hemos visto que cuando Ossorío tomó medidas de precaución con las personas influyentes de la capital que podían comprometer los intereses del Trono , enviando los menos sospechosos á sus haciendas y á la isla de Juan Fernandez , suplicó al mismo tiempo al rey perdonase á estas víctimas de un compromiso irreflexivo. El monarca escuchó esta súplica, y una real cédula de indulto jene- ral firmada el 12 de febrero de 1816, llegó á principios

172

HISTORIA DE CHILE.

de setiembre á manos del presidente , quien la mandó inmediatamente publicar. Era de creer que tantas fa- milias desoladas no tardarían en volver á ver en su seno estas nobles víctimas, que jemian hacia cerca de un año en las playas borrascosas de la isla de Juan Fernan- dez. La cédula real era tan esplícita, tan clara, que no habia lugar á temer que Marco encontrase medios de eludirla ; y sin embargo los encontró en el pretesto de que las circunstancias eran demasiado críticas para poner en libertad á tantos patriotas. No obstante, permitió volver á todos aquellos que atendida su escasa influencia habían sido desterrados al interior de Chile, y á seis de ios que se hallaban en Juan Fernandez, mandando que los demás continuasen hasta nueva orden en aquel lugar de angustia y privaciones, sobre todo desde que un incendio horroroso consumió la mayor parte de sus cabanas y al- gunas de sus provisiones. Los bienes se devolvieron á sus familias, pero en tal estado de decadencia y abandono que muchas, en la imposibilidad de pagar los impuestos con que estaban gravados, prefirieron venderlos á precios escesivamente bajos (!).

La conducta de Marco era efecto del riesgo que corría Chile , amenazado no solo por los enemigos de dentro, sino por los de fuera. Muchos de los emigrados chilenos llegados á Buenos-Aires, instigados por un miembro de la Junta, el clérigo don Julián Uribe, resolvieron armar buques en corso con el doble objeto de ir á dar libertad á los prisioneros chilenos de la isla de Juan Fernandez,

(l) Para formar idea de lo que sufrieron los prisioneros en la isla de Juan Fernandez véase la obra de don Juan Egaña, titulada El Chileno consolado en el pres'dio. Esta narración, como todo loque es fruto de un recuerdo penoso se res.ente un poco de la irritación que aqueja al alma después de grandes pa- decimientos.

CAPÍTULO XL1II.

173

é inquietar al comercio español en el mar del sur. Arma- ron, pues, cuatro buques, gracias á algunos armadores y á la jenerosidad del gobierno , que no tardaron en ha- cerse ala vela para su destino, bajo la dirección del intré- pido Brown. Desgraciadamente fueron tan fuertes las tempestades al doblar el cabo Horn y tan constantes, que el que montaba don Julián Uribe zozobró, y perecieron todos sus tripulantes, que eran la mayor parte chilenos.

De resultas de este funesto accidente, la flotilla quedó reducida á tres barcos pequeños, que se reunieron en la isla de la Mocha. Sin desesperar del buen resultado, re- solvió Brown marchar directamente al Callao , y á su llegada atacó de noche con sus botes á los buques del surjidero y cañoneó la población con gran sorpresa de la marina peruana, que no teniendo preparadas las lan- chas cañoneras, no pudo salvar las embarcaciones que allíhabia, y que cayeron en poder de los patriotas. Desde entonces la flotilla arjentino-chilena , aumentada con otros barcos , recorrió toda la estension de la costa del Pacífico, sin que le arredrase la que el comercio de Lima armó contra ella, la cual no bastó á impedir que tuviese en alarma á los comerciantes y armadores del Perú y Chile. De los chilenos que tomaron parte en estas correrías, so- bresalió entre todos el joven capitán Freiré, cuya con- ducta y denuedo merecieron repetidas veces los elojios de su intrépido comandante.

Tanta audacia llenó de espanto á Marco del Pont y le colocó en la necesidad de multiplicar los medios de hacer frente al nuevo peligro que le amenazaba. Ocupado á la sazón de la policía municipal , para la que quería hacer un nuevo reglamento , encomendó este trabajo á un oidor, y se dedicó esclusivamente á vijilar con ahinco los enemigos de su causa y hacer mejoras en el ejército,

17/i

HISTORIA DE CUILE.

dándole nueva organización y aumentándolo por medio de numerosos reclutamientos (1). Con esta idea fomentó en el norte un nuevo cuerpo de milicia, encargado de observar el paso de las cordilleras y la grande estension de la costa ; en el sur, especialmente en la subdelega- clon de los Anjeles, alistó á los jóvenes en el cuerpo de dragones de la frontera, á las órdenes del coronel don José Mar/a Arriegada, prometiéndoles vestirles, pagarles con puntualidad y recomendar al rey su fidelidad para que fuese recompensada : en fin en la costa de Valpa- raíso dobló los destacamentos y puso las fortificaciones en buen estado de resistencia. Por lo demás, gracias á su actividad y celo, no pasó mucho tiempo sin que el ejército estuviese en un estado satisfactorio. Bastante bien pa- gado, bien vestido y bien disciplinado, se hallaba cons- tantemente en pié de guerra, circunstancia por la cual á la menor falta, el soldado quedaba sujeto á un consejo de guerra siempre dispuesto á imponer castigos severos. Esto se verificaba sobre todo con los desertores, á quienes tan pronto como eran cojidos se les imponía la pena de muerte, lo mismo que á los que les habían albergado ; y para colmo de dureza, se obligaba al propio tiempo al pueblo de donde eran naturales, á que presentasen inme- diatamente su reemplazo.

Pero para obtener estos 'esultados la actividad sola no bastaba ; era necesario dinero, sin el cual nada es po- sible hacer, y desgraciadamente el país se encontraba en estado tan angustioso, que las imposiciones disminuían to- dos los dias en sus productos, no obstante que se aumen- taron considerablemente por decretos de 5 de febrero y 9

(1) Estos reclutamientos se hicieron sin gran dificultad á pesar de que la política era completamente hostil á Chile, pues no se concedía ninguna ventaja á los oficiales chilenos, cuya mayor parte fueron reemplazados por oficiales españoles.

m*

CAPITULO XLIII.

175

de noviembre, y no alcanzaban ni con mucho para las necesidades ordinarias de las administraciones. Fué pues necesario recurrir aun nuevo empréstito, cuya suma se elevó esta vez á 400,000 pesos, que se repartió entre to- das las personas acomodadas, sin esceptuar los militares queá la sazón no estaban en activo servicio. Para hacer la distribución en proporción á las fortunas, se dividió el empréstito en billetes de 50, 100 y 800 pesos, de los que cada uno habia de tomar cierto número y satisfacer' su importe en el término de un mes, bajo pena de pagar el doble y perder el derecho al reembolso. Se amenazó con igual pena al que tomase un número de billetes inferior al que le correspondía con arreglo á sus medios, disposi- ción muy injusta en aquellos momentos de animosidad y rencor , y que necesariamente habia de dar pábulo á la arbitrariedad y á todo lo que son capaces de suscitar los odios de partido (1).

Verdad es que en todos estos pedidos de dinero, Marco se suscribía siempre el primero, y á veces por cantidades bastante considerables. La jenerosidad de que dio prue- bas en todas estas circunstancias, no fué inferior á la que se le atribuía jeneralmente, y que á cada momento de- mostraba por actos nada dudosos (2). Jamas tomó su paga hasta que la habían cobrado todos los empleados, quedándose sin ella si faltaba dinero ; daba continuas limosnas á los pobres avergonzados y á las casas de ca- ridad , sin perjuicio de las muestras de munificencia que dejaba en estas cuando iba á visitarlas; no aceptó las

(1) Declara que el billete menor de 50 pesos corresponde á aquellos cuyo caudal no pase de 4000 pesos, debiendo los que tengan de ahí adelante gra- duar lo que deben entregar á proporción del dos por ciento de su principal, tomando los billetes que correspondan , sin considerar el mayor de 800 pesos como un término para los ricos. Gaceta del gobierno, tomo 1, numero 9&, página 453.

(2) Conversación con don Ignacio de Arangua,

176

HISTORIA. DE CEIILE.

veinte onzas que la universidad daba á los nuevos pre- sidentes por derechos de protectorado, sino á condición de repartirlas á los pobres de los diferentes establecimien- tos; y llevó la delicadeza hasta el punto de no admitir los platos de dulce que las relijiosas acostumbraban enviar á los presidentes en ciertas ocasiones , sin que aquellas consiguiesen hacerle desistir de su propósito, á pesar de las vivas instancias que no escaseó el amor propio ofen- dido (1). En cuanto á sus deberes administrativos, procu- raba llenarlos lo mejor que le permitía el estado apa- sionado del país. En los momentos de alguna calma se ocupaba con celo de la policía de la ciudad, para la que publicó un estenso reglamento ; mejoró el paseo del Ta- jamar ó de la Alameda, construyó ó por lo menos reparó el teatro ó coliseo, impulsó con grande ahinco el canal de Maypu, cuyos trabajos había emprendido Ossorio ; en fin ejerció gran vijilancia con los establecimientos de diver- sión y de comestibles, especialmente las panaderías, para las que dio diferentes reglamentos, viéndose por primera vez hacerse las provisiones en puestos públicos para evitar los perjuicios que los espendedores hacían á los dueños, y para que los compradores pudiesen elejir lo que mas les agradase. Con el objeto de asegurarse por mismo de si sus órdenes eran bien ejecutadas, visitaba con frecuencia y por la mañana muy temprano, las panaderías é imponía pe- nas mas ó menos fuertes á los dueños contraventores (2). Todo induce á creer que Marco llegó á Chile con muy buenas intenciones y que hubiera hecho mucho en bene- ficio del país á estar este en su estado normal y no tan

(1) Conversación con don Ignacio de Arangua.

(2) En una de estas visitas hizo pagar por la primera vez á los panaderos, niya mercancía estaba falta ó era de mala calidad, una multa de 25 pesos, con- fiscando el pan y enviándolo al hospital de mujeres y á la cárcel. Gaceta del gobierno, número 46.

CAPÍTULO XLIII.

177

minado por las ideas revolucionarias, y no teniendo ni el talento, ni laenerjía, ni la esperiencia que se necesi- taba para gobernarlo en semejante fermentación, fácil- mente se dejó arrastrar á una política de temor y sus- picacia, que le condujo muy luego á la violencia, y por consecuencia á la fatalidad. No era bastante convertir en leyes y en principio este sistema organizado de descon- fianza y de espionaje ; era necesario que la equidad miti- gase algún tanto sus violentos decretos para ponerse en lo posible al abrigo de los odios que suscita la injusticia, y que imposibilitaban la buena armonía que deseaba el rey. Porque en todas sus cédulas, en todas sus órdenes decia : « los que no perturban con sus discursos tenidos en pú- blico ni con sus acciones el orden, se les deje gozar de la libertad civil y seguridad individual en que deben per- manecer, y espera que la moderación y justicia de su go- bierno enmendará mas bien que el terror los escesos de imajinacion y aquellos que provienen de la falta de una instrucción sólida y de un buen juicio, que es el oríjen del estravío de muchos. » Mandaba asimismo « escusar el arresto de aquellos de quien prudentemente se espere que no puedan alterar la tranquilidad y orden público, y poner en libertad á los de estas circunstancias que se hallen actualmente arrestados. » Por lo demás ¿qué ga- naba con no seguir las órdenes del rey y con proceder siempre con severidad? Despertar las pasiones de los par- tidos, y hacer descontentos que acabando por dejarse arrastrar de su desesperación, se enconaban, se multi- plicaban, y si algún tiempo permanecían encubiertos era solo con objeto de poder censurar con mas acritud y prepararse mejor para presentarse en el momento dado, bien armados y completamente decididos.

VI. Historia. 12

±*Xf*CZJt

CAPITULO XL1V.

%

San Martin, gobernador de Mendoza, recibe á los emigrados. Don José Mi- guel Carrera tiene altercados con él y es enviado á Buenos-Aires, donde sabe el desafío de su hermano don Luis con Mackenna. Su salida para los Estados- Unidos.— O'Higgins va á Buenos-Aires á hablar al director sobre una espe- dicion contra el gobierno de Chile. Vuelve á Mendoza satisfecho, y em- pieza á organizar y disciplinar un cuerpo de ejército á las órdenes de San Martin. Táctica de este para operar una diversión en el ejército de los rea- listas, mayor que el suyo.— Celebra en el fuerte de San Carlos una junta con los Indios para que le permitan el paso del ejército por su territorio. Don Manuel Rodríguez va á Chile á ajilar las provincias. Salen Freiré para Planchón y Cabot para Coquimbo. San Martin se pone en movimiento, dividiendo su ejército en tres partes. Marco del Pont cree al fin en la es- pedicion de San Martin , y toma las mas vigorosas medidas. Pregona las cabezas de don Manuel Rodríguez y de Neira.— Bando mandando presenta!1 todas las caballerías existentes en el sur hasta Maule.

Mientras que Marco del Pont se dedicaba á trabajos de organización , de espionaje y de resistencia, los cor- tos restos de Rancagua llegaban á Mendoza bajo los auspicios de dos jefes, en quienes el espíritu de rivalidad iba á dejenerar en sentimiento de odio , y á separarlos para siempre. Esta provincia estaba gobernada en aquel momento por un militar, destinado á llenar el mundo de un alto y merecido renombre. Este militar era don José de San Martin.

Nació en 1778 en Yapeyu en las misiones del Para- guay. Su padre, gobernador en una de estas misiones, le llevó muy joven á España y lo puso en el colejio de no- bles de Madrid, de donde salió siendo ya oficial, y pasó muy luego á edecán del marqués de la Solana, con quien se hallaba cuando este jeneral fué asesinado en una re- volución popular de Cádiz.

w*v

HHH

CAPÍTULO XLIV,

179

Esta revolución ocurrió el mismo año en que la Pe- nínsula se sublevó contra la usurpación del trono de Es- paña por Napoleón , y uno de los primeros deberes de San Martin fué abrazar la bandera de la resistencia. Se encontró en las primeras batallas, asistió á la de Bailen, en que tomó una parte muy activa como ayuda de campo del jeneral Coupigny , acompañó en el mismo con- cepto al marqués de la Romana, de quien se separó para ir á formar parte de un cuerpo agregado al ejército in- glés , y á la edad de treinta y tres años llegó al grado de teniente coronel , grado que recibió en los campos de batalla, cuando los primeros gritos de la independencia americana vinieron á despertar en él los sentimientos de libertad, que la naturaleza mas que la educación le había inspirado. Entonces se separó del ejército español , pasó á Inglaterra con un pasaporte que le proporcionó un jeneral inglés, sir Charles Stuart, y á fines de 1811 se embarcó para Buenos-Aires, merced á la recomendación de lord Mac-Duíf que le facilitó pasaje en la fragata Jorge Canning.

A su llegada encontró el país en guerra, y tal como sus instintos militares podían desear. Gracias á sus talentos, á su reputación y algo también á la recomendación de don Garlos de Alvear, pudo entrar muy luego en el ser- vicio del ejército, y poco después en el sitio de Monte- video , se comportó con una admirable serenidad en una bajada que los sitiados hicieron á la isla de San Lorenzo, que estaba encargado de defender. Pero para aprovechar preferentemente su esperiencia y sobre todo sus grandes conocimientos, se le destinó á la organización de los cuerpos regulares entonces poco conocidos de aquellos soldados errantes é indisciplinados , trabajo para el cual tenia un

iMrorlJt

180

HISTORIA DE CHILE.

n

talento admirable. En esta época creó el rejimiento de granaderos de caballería, célebre y fiel compañero de sus victorias y conquistas.

Estaba de gobernador de la provincia de Cuyo, de que era capital Mendoza, cuando el triunfo de los realistas en Chile hizo refluir por aquella parte los millares de familias que por sus grandes compromisos no se consi- deraban seguras si quedaban á merced del vencedor. San Martin, como autoridad previsora, reunió cuantiosos víveres y gran número de muías y caballos con destino á aquellos nobles emigrados, entre los que habia muchas mujeres, ancianos y niños, todos estenuados de la fatiga consiguiente á haber atravesado, la mayor parte á pié, las inmensas cordilleras cubiertas entonces con su capa de invierno y surcadas de los caminos mas horrorosos, en que á cada paso, á cada momento encontraban un precipicio, un peligro. Para atender á sus primeras ne- cesidades fué él mismo á su encuentro, volviendo en se- guida con algunos jefes para entusiasmar la benevolencia de los habitantes encargados de albergarlos.

Desgraciadamente los padecimientos lejos de estinguir los odios de partido, los aumentan las mas veces, y esto fué lo que sucedió á los dos jefes chilenos , demasiado irritados uno contra otro para que no se despertasen en sus corazones los sentimientos de rencor, en que muy pronto tomaron parte los emigrados , tanto civiles como militares. Desde entonces los dos partidos , carrerista y o'higginista, que estallaron en Chile, revivieron con to- dos los resentimientos propios de su posición. Cada uno de ellos quiso dar el mando del ejército al que personi- ficaba sus opiniones, y faltó poco para que antes de llegar á Mendoza disputasen la elección con las armas. En

CAPÍTULO XL1V.

medio de sus acaloradas discusiones no era difícil sin embargo, preveer cual de los dos seria el preferido. O'Higgins llegaba con la aureola de gloria que habia conquistado con su admirable defensa en el sitio de Ran- cagua : Carrera, por el contrario, iba cargado con todo el peso de sus desastres, y ademas le eran contrarios la mayor parte de los oficiales superiores y casi todos los arjentinos , que tan activa parte habían tomado desde el principio en la revolución chilena.

Pero el enemigo mas temible que tuvo que combatir Carrera fué el gobernador de Mendoza , el jeneral San Martin. Muy prevenido de antemano contra él, primero por informes de Mackenna é Irrisarri, á quienes Carrera habia desterrado á aquel punto de resultas de la última revolución, y después por los mismos arjentinos, San Martin trabajó cuanto pudo para humillar á este ilustre chileno, y hacerle perder el poco crédito que le quedaba en una parte del ejército. Verdad es que Carrera, que no podia vivir sino moviéndose y mezclándose en todo, tenia la pretensión de que á la Junta gubernativa de que era presidente, se le tratase como á un gobierno reconocido por el de Buenos-Aires, y en su consecuencia exijia la consideración y los honores debidos á su rango. Como si un gobierno nacido de una revolución local y por lo tanto desprovisto de la fuerza moral, única que da dere- cho al respeto, pudiera en momentos de angustia y aisla- miento, solicitar que se le trate de igual á igual por un gobierno amigo , sobre todo cuando los partidos están muy divididos y les falta mayoría. Porque á pesar de la alianza íntima que existia entre Chile y Buenos-Aires, y precisamente por consecuencia de esta alianza, fundada en intereses de alta trascendencia, era justo que el go-

182

HISTORIA DE CHILE.

bierno de Buenos-Aires, que iba á pagar todos los gastos de entretenimiento y manutención del nuevo ejército, in- terviniese en su organización y obrase por convicciones propias. Ademas, Carrera, muy querido de los jóvenes, tenia muy escaso partido entre las personas sensatas que íe echaban en cara su carácter turbulento, sin conocer la importancia de los caracteres de esta especie en mo- mentos de gran sacudimiento social. La relación que hi- cieron á San Martin de todo lo que habían hecho los hermanos Carrera, aumentó su prevención contra ellos y le decidió á perseguirlos mas que nunca.

Y sin embargo en aquellos momentos soñaba Carrera con la reconquista de Chile, atacando el país por el norte. Persuadido de que podría poner en ajitacion la provin- cia de Coquimbo, capaz, decía, de pasión y de entusiasmo por el principio de la revolución, pretendía continuar á la cabeza de su ejército y reclamaba solo algunos cortos auxilios para poner por obra su gran proyecto de inva- sión. Era la suya una idea feliz que hubiera podido pro- ducir buenos resultados, porque gozando aun mucho prestijio, hubiera servido de centro á todos los descon- tentos, llevado la alarma al ejército realista y prote- jido algún gran golpe de mano. Pero San Martin , que veia en él un rival, se opuso á este plan de campaña, procurando por todos los medios posibles sacrificarlo á O'Higgins, cuya bizarría empezaba á conocer, y á quien consideraba mas susceptible de someterse á sus proyectos futuros. Su conducta respecto á Carrera fué pública- mente hostil, lo que dio márjen á fuertes discusiones, y de sus resultas, á un descontento que se manifestó bien pronto por actos de amenaza é insubordinación. Los ofi- ciales del partido de Carrera no quisieron en efecto so-

CAPÍTULO XLIV.

185

meterse á las órdenes de San Martin ; los mismos solda- dos á quienes se propuso si querían formar parte del ejército arjentino-chileno , permanecieron firmes en su adhesión á Carrera, y se negaron á abandonar la ban- dera de su jeneral. Estas señales de oposición disgus- taron sensiblemente á San Martin, hombre firme y de resolución, y le decidieron á separar del ejército los ofi- ciales mas obstinados y enviarlos á Buenos-Aires en com- pañía de don José Miguel y don Juan José Carrera, del teniente coronel Benavente y del capitán Jordán. Fueron estos escoltados por una compañía de treinta dragones á las órdenes del teniente coronel don Agustín López, los cuales iban á espensas de don José Miguel Carrera, por- que se le suponía poseedor de una parte del tesoro llevado de Chile, á pesar de que antes de entrar en Mendoza las severas visitas de aduana que se hicieron con un fin que casi llegó á confesarse, demostraron que semejante tesoro no existia mas que en la imajinacion de los enemigos de aquel patriota. Los demás emigrados, unos entraron á servir en el ejército arjentino, otros quedaron en Men- doza ó se establecieron en sus cercanías , y otros fueron á fijarse á Buenos-Aires, donde tuvieron que dedicarse á trabajos mecánicos para ganar la subsistencia. Uno de ellos, don Manuel Gandarilla, tan conocido por la fogo- sidad y el mérito de sus escritos, estableció una imprenta, y á él debió el país la publicación de la historia de esta comarca por el doctor Funes , cuya impresión continuó su amigo Benavente. Muchos , cansados de una vida á que no estaban acostumbrados, y escitados por la necesi- dad que sentían de batirse por la libertad, armaron algu- nos buques en corso y fueron á recorrer el mar del Sur á las órdenes del intrépido Brown, cuyas proezas hemos referido ya.

184

L»ir^fea»\/35*é

HISTORIA DE CHILE.

Tal era la posición de la mayor parte de aquellos je- nerosos patriotas que la suerte había arrojado á tan lejano país ; y todavía si en su destierro hubiesen visto brillar la alianza firme y santa, efecto casi siempre de la co- munidad de opiniones é ideas y de la fraternidad de la desgracia, es probable que hubieran soportado con pa- ciencia su infortunio ; pero lejos de esto, esperimentaron desde los primeros dias, según hemos visto, todas las miserias de la ambición, de la envidia y hasta del en- cono : y desde aquel momento uno de los dos partidos tuvo que ser sacrificado al otro.

Pocos dias después de haber llegado á Mendoza don José Miguel Carrera, este jeneral , persuadido de que su autoridad seria reconocida por el director don Gervasio Antonio Posadas, le envió dos diputados, que fueron los coroneles don Luis Carrera y Benavente. La fatalidad quiso que Mackenna se encontrase entonces en aquella capital, y al verse él y don Luis Carrera se despertó en el corazón de estos dos valientes oficiales el antiguo es- píritu de animosidad, que no podia estinguirse mas que con sangre. Ya en Talca primero, y mas tarde en Men- doza, había habido entre ellos choques que por las cir- cunstancias no tuvieron consecuencias; pero en Buenos- Aires, donde no les sujetaban los miramientos que en otras partes, pudieron soltar las riendas á su rencor, y la suerte fué contraría á Mackenna. Después de muchos pistoletazos disparados por uno y otro, una bala de don Luis Carrera hizo pedazos la pistola y rompió las arterias de la gar- ganta del amigo antiguo, de quien el espíritu de partido lo había separado hacia tiempo (1).

De resultas de este duelo, verificado según todos

fl) Véase para los detalles el Araucano, número 183.

CAPÍTULO XLIV.

185

los principios de honor y lealtad, por mas que en- tonces y después la pasión lo haya comentado dándole un carácter de felonía, don Luis Carrera fué preso, y en la prisión se hallaba cuando llegó su hermano Miguel á Buenos- Aires. Aunque con mucha dificultad y á costa de muchos pasos, consiguió este que le pusieran en libertad, pero el rigor usado con una persona de tan alta categoría y la especie de infamia de que se le acusaba, le hicieron presentir las contrariedades que debia espe- rar de un gobierno que se manifestaba tan hostil hacia un allegado suyo. Sin embargo, preocupado siempre con su espedicion á la provincia de Coquimbo de que es- peraba los mejores resultados , habló de ella al director Alvear, que habia succedido á Posadas, y solicitó que interpusiese su cooperación, añadiendo algunos auxiliares álossoldadoschilenosdequepodiadisponer. Estademanda la repitió mas adelante al coronel mayor Alvarez, á quien una revolución popular elevó interinamente al poder, pero ni una ni otra fué atendida, si bien contestada la última de una manera muy atenta. Cansado de una vida que se la hacían insoportable, pues se trató de dester- rarlo á Santa Fe y le tuvieron preso unos cuantos días por lijeras sospechas de una intriga, creyó conveniente aban- donar el país y marchar á los Estados-Unidos, á fin de preparar desde allí una espedicion contra las autoridades realistas de Chile; y en noviembre de 1815 se embarcó para tentar de nuevo los favores de la fortuna. Con el ob- jeto de legalizar su misión, pidió autorización á los demás miembros del gobierno chileno y permiso al director de Buenos-Aires (1).

(1) Resolví de acuerdo con los oíros vocales del gobierno chileno pasar á los Estados-Unidos de Norte-América, y habiendo instruido al nuevo director de

186

HISTORIA DE CHILE,

IB''

Desembarazado O'Higgins de su terrible antagonista, pudo dedicarse con calma á trabajos estratégicos para re- cobrar un país perdido por la desunión y el desacuerdo, y que el jeneral San Martin pensaba reconquistar para gloria suya y de su nación. Luego que llegó á Mendoza envió al director Posadas una relación muy detallada de la batalla de Rancagua, suplicándole apoyase sus futuros proyectos. Sin esperar la respuesta, fué á Buenos-Aires á hablar con él, y le halló en un grande apuro con mo- tivo de los rumores que corrían de la próxima espedi- cion de Morillo contra aquella república. Obligado Po- sadas poco tiempo después á renunciar la dictadura, su sobrino el jeneral Alvear no fué mas favorable que él á los proyectos de O'Higgins , ocupado como estaba en poner el país en estado de defensa contra el ejército de Pezuela, entonces victorioso en el alto Perú , y también porque se inclinaba mas á Carrera, á causa sin duda de que se manifestaba enemigo de San Martin. Pero no su- cedió lo mismo con Alvarez. En aquellos momentos no tenia que temer el país la espedicion de Morillo que habia desembarcado en las costas de Venezuela, pero estaba amenazado por dos ejércitos, que obrando en combinación podían poner en grave riesgo la república. Uno de ellos era el de Pezuela, que venia triunfante del norte, y el otro el de Ossorio, que debía atravesar las cordilleras y caer sobre Mendoza con soldados valientes, bien disciplinados y victoriosos.

En tal conflicto, Alvarez oyó las proposiciones de O'Higgins para una espedicion, cuyas ventajas habia

los objetos patrióticos de esta determinación , me fué otorgada la licencia con recomendaciones para el presidente de aquella república. Manifiesto de don Jobé Miguel Carrera , página 27,

CAPITULO XLIV.

187

demostrado en artículos que él y su amigo Villegas escri- bieron en el Censor de Buenos-Aires, y le prometió ocu- parse activamente del asunto. Un dia le manifestó deseo de seguir el plan de Carrera, enviando quinientos hom- bres á Coquimbo, lo que no aprobó O'Higgins, creyendo, no sin falta de razón, que su objeto era exijir contribu- ciones en el país para reunir fondos de que carecía y de que tenia gran necesidad (1). En vista de esta desapro- bación, Alvarez no pensó mas que en levantar un ejército de alguna importancia en Mendoza, y comprometió á O'Higgins á que fuese allá al instante á ayudar á San Martin en su organización. La empresa no era fácil, por- que falto Alvarez de hombres y dinero, abandonó á San Martin á sus propios recursos y le colocó en la necesidad de poner en contribución á todos los habitantes de la pro- vincia de Mendoza, ricos y pobres, de lo que sin embargo no manifestaron queja aquellas desgraciadas poblaciones, tan arraigado estaba en sus corazones el prestijio de su jefe. O'Higgins trabajó sin descanso, y casi se debió tanto á su infatigable celo como al del jeneral en jefe, el que este ejército fuese levantado, disciplinado y en parte pagado por él, gracias á 12,000 pesos que un tal Lavigne envió á Mendoza, y á 10,000 que Rosas había dejado en esta ciudad. Ambas cantidades, y algunos empréstitos que pudo realizar ayudado por sus amigos, contribuyeron á que fuese menos miserable la suerte de sus soldados.

El ejército se componía de tres mil novecientos sesenta hombres distribuidos de la manera siguiente.

El batallón número 7, mandado por el teniente coronel Conde, y compuesto de esclavos de la provincia, con ofi- ciales sacados del batallón número 8.

^1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

188

HISTORIA DE CHILE.

¡

El batallón número 8, compuesto casi en su totalidad de negros, á las órdenes del teniente coronel Rodríguez.

El batallón número 14 , que se completó, al mando del teniente coronel Las Heras.

El batallón de cazadores número 1 , á las órdenes de Alvarado.

Los granaderos de caballería de San Martin con el valiente Zapiola á su cabeza.

En fin una brigada de artillería, mandada por el te- niente coronel Plaza.

Estas tropas, reunidas en un campamento á dos ó tres leguas al norte de la ciudad, fueron instruidas y discipli- nadas con el mayor esmero, y al cabo de algunos meses maniobraban con la precisión de veteranos y estaban en disposición de emprender la campaña. Sin embargo, su número era muy inferior al del ejército realista, compuesto de cinco mil hombres, sin contar los milicianos que eran muchos, y tenían ademas que atravesar toda la estension de las cordilleras, montañas de las mas elevadas del globo, con un terreno sumamente desigual , cubiertas de nieve en algunos puntos, sin mas caminos que unos malos senderos rodeados de horribles precipicios, cortados por muchos y muy profundos torrentes, y tan fáciles de de- fender que bastan unos cuantos soldados para detener todo un ejército. Todas estas dificultades que se presen- taban á cada paso, y en medio de las cuales tenia que pasar un gran material de guerra, cañones, muchas car- gas, etc., hubieran sido capaces de desanimar al ejército mas osado, si el amor á la libertad y á la patria no le hubiese infundido un gran sentimiento de fanatismo.

San Martin no se hacia ilusiones sobre las desventajas de su posición, y sin embargo continuó sus preparativos

wm

CAPÍTULO XL1V.

189

con el ardor de quien está convencido de sus resultados. Persuadido, como decia el gran Federico, dequeeljene- ral debe cubrirse con la piel del león ó con la piel de la zorra según su posición respecto al enemigo, y viendo que á las dificultades que tenia que vencer se agregaba la inferioridad del número , se decidió á emplear la as- tucia en su plan de campaña, y á valerse de ella para atacar por varios puntos el ejército de Marco y burlar en lo posible sus cálculos y su vijilancia. Maravillosa- mente organizado para este jénero de guerra, puso en ejecución toda suerte de estratajemas que su talento inventor le sujeria, haciendo entrar en sus combina- ciones una multitud de realistas establecidos en Men- doza, que sin conocerlo, esparcían las mas falsas noticias entre sus parientes y las comunicaban á las autori- dades (1). Desconcertados por este medio los proyectos de Marco, hizo correr la voz por todas partes y entre los oficiales mismos, de que iba á atravesar las cordilleras por el paso del Planchón situado casi en frente de Gurrico; y para dar mas visos de certeza á esta resolución en la que fundaba todo su porvenir, convocó en el fuerte de San Garlos una gran junta de indios con objeto de pe- dirles permiso para pasar por su territorio, conociendo que estas poblaciones de carácter tan novelero, no deja- rían de divulgar el proyecto, sobre todo si se les encar- gaba el secreto. Los indios se avinieron á celebrar la junta, y San Martin envió mucho vino, aguardiente y otras cosas'como vestidos, sombreros, bridas, espuelas, cuentas de vidrio, etc., y marchó allá de gran ceremonia á tratar

(1) He oído contar muchas veces al jeneral San Martin las mil estratajemas de que se valió en estas circunstancias. Las referia con gusto, porque eran en efeclo muy entretenidas.

V

e*

190

HISTORIA DE CHILE.

del paso con los caciques ya reunidos. Las conferencias m fueron largas ni ofrecieron dificultades : al segundo día obtuvo San Martin el consentimiento por la casi una- mmidad de los caciques; y dejándolos entregados á sus orjias habituales, se fué á Córdova á ponerse de acuerdo con el coronel don Juan Martin de Pueyrredon, que del ejercito del norte pasaba á Buenos-Aires llamado á de- sempeñar el cargo de director supremo de la repú- blica (1). r

Mientras este viaje, O'Higgms, como segundo jeneral quedo en el campamento ocupado en introducir en su' ejercito ese espíritu de orden y disciplina que le inspiraba San Martin, y que miraba con razón como la primera virtud del soldado. Gracias á su vijilancia y al celo de los oficiales superiores, tales como don Joaquin Prieto don Juan de Dios Vial Santelices, Pereira, etc. y gra- cias sobre todo al tacto y grande habilidad del jeneral en jefe, el ejército admiró muy pronto por su conti- nente, siendo muy superior á cuantos se habían visto hasta entonces y digno por todos conceptos de arrostrar los peligros y dificultades á que estaba destinado. Por lo de- más, la esperanza de ver pronto su país, sus familias v parientes llenaba de entusiasmo el corazón de estos sol- dados chilenos , que componían casi la mitad de los dife- rentes cuerpos del ejército, y les hubiera hecho correr todos los riesgos y soportar toda especie de privaciones para conseguir lo que tanto anhelaban hacia mas de dos anos. Así es que aguardaban con impaciencia el momento

0) Por esta época, dice un documento impreso en Buenos-Aires San

de Gran |ogla que se componía de personas influyentes y de rango cuvo oh jebera o.ue ios destinos se diesen a personas de su partido y consoXt

CAPITULO XLIV.

191

de la partida, volviendo sin cesar é involuntariamente la vista al sur, persuadidos de que allí estaba la ruta que habia de restituirlos á su país.

San Martin, en efecto, habia guardado un completo se- creto sobre su plan de campaña. Al principio nadie mas que O'Higgins tuvo de él conocimiento y mas tarde al- gunos oficiales superiores y especialmente el injeniero Alvarez Gondarco, encargado de reconocer el estado de los caminos y de llegar hasta Santiago, protejido con el carácter de parlamentario para poder desempeñar mejor su cometido (1). En fin, en el mes de diciembre de 1816 se verificaron los primeros movimientos, poniéndose en marcha don Manuel Rodríguez para ir á sublevar las provincias del sur y llamar hacia aquel punto las tropas de Marco. Don Manuel Rodríguez, de profesión abogado, á quien ya hemos visto capitán de ejército agregado al estado mayor de la plaza en 1812 y después secretario de la última junta, era un joven de grande actividad y de muchos recursos. Con una fisonomía agradable, un modo de producirse persuasivo, lleno de atractivo y agu- deza, con conocimientos militares poco comunes, llamó desde el principio la atención de San Martin, quien lo llevó á su ejército á pesar de la estrecha amistad que lo unia con los hermanos Carrera , y de que poco tiempo antes lo habia enviado desterrado á la punta de San Luis. No eran en verdad aquellos momentos críticos á propósito para que San Martin pensase en rencores ; ni un político hábil como él, deja de aprovechar cuanto la casualidad pone en sus manos proceda de donde quiera. Convencido de las escelentes cualidades de don Manuel Rodríguez, lo envió á Chile para que sirviese de mtet-

(1) Conversación con el capitán jeneral San Martin.

***

192

HISTORIA DE CHILE.

mediario entre él y los pocos patriotas que podían dar noticias exactas del estado moral y físico del ejército realista, y para ajitar el país levantando montoneras y poniéndose á la cabeza de hombres que solo podían per- severar y ser dirijidos á fuerza de un gran prestijio de valor personal.

A poco de haber partido Rodríguez, envió San Martin otras muchas personas, como el comandante de las mili- cias don Antonio Merino de Quirihue, hombre que pro- porcionaba grande influencia á su partido por sus vir- tudes y su gran jenerosidad (1), y dos valientes oficiales encargados de contribuir á distraer el ejército realista, el comandante Gabot, que se dirijió á Coquimbo con una división de ciento cincuentahombres, y el intrépido Freiré, que con igual número de soldados poco mas ó menos fué por el Planchón á la provincia de Talca, donde en com- binación con los montoneros de Rodríguez debía intro- ducir la perturbación en los diferentes cuerpos de los realistas, y preparar á San Martin una conquista menos problemática y mas fácil.

Por este tiempo el congreso arjentino reunido en San- tiago de Tucuman proclamó la independencia, separán- dose para siempre de España, su antigua madrastra. Comunicada el acta de este suceso á Mendoza y al campamento, se celebró con grandes funciones civiles y militares, en que todo el mundo tomó parte con alegría y entusiasmo. A los dos días envió San Martin una copia del acta á Marco , intimándole la orden de evacuar el país si no quería ser arrojado por la fuerza. Por el propio

(1) En lodo ei tiempo que sirvió no quiso jamas recibir el sueldo, y en campaña nunca pidió ni un pedazo de pan á los hacendados, pues tenia siempre cuidado de llevar víveres consigo. Los pobres del país le contaban entre sus mejores amigos, y mucho tiempo después de morir le lloraban y sentían.

*****

CAPÍTULO XLTV.

193

tiempo remitió á los realistas de Santiago unas cartas que mal su grado escribieron sus parientes y amigos residentes en Mendoza y que les fueron dictadas, dán- doles noticias muy aproximadas á la verdad de sus proyec- tos. Hizo esto San Martin persuadido de que las mismas personas se apresurarían á enviar otras cartas para decir que habían sido violentados á escribir los anteriores, y que el plan era todo lo contrario ; lo cual indudablemente se creería. Con estos repetidos ardides tan hábiles y tan variados que el talento de San Martin sabia encontrar, la invasión del ejército patriota estaba envuelta en una infinidad de dudas , que descarriaron la razón de Marco y le indujeron á cometer las mas graves faltas, pues di- vidió su ejército y lo desparramó en una grande esten- sion de territorio , lo que le dejaba con una fuerza par- cial solamente.

Instruido San Martin por sus espías y por el mismo Rodríguez, que atravesó muchas veces las cordilleras para enterarse mejor del estado del país, de las buenas proporciones que tenia para emprender la invasión , se decidió á ponerse en movimiento haciendo de su ejército tres divisiones. La primera marchó de vanguardia á las órdenes del brigadier Soler, pues aunque se había deci- dido conceder este honor á O'Higgins, se le dio el mando del centro que era el cuerpo principal del ejército. San Martin con la tercera división ó cuerpo de reserva quedó para acudir al punto que necesitase auxilio. Los bagajes iban confiados á quinientos milicianos mandados por Beltran, hombre valiente y activo, á quien la naturaleza habia hecho guerrero y las circunstancias relijioso (1).

(1) Hizo las guerras de Chile y el Perú y llegó á teniente coronel , pero luego que terminaron volvió á su profesión primera.

VI. Historia. 13

ȣr

«*

194

HISTORIA DE CHILE.

El 1 5 de enero de \ 81 7 fué el día en que el ejército empren- dió la marcha con tanta impaciencia como resolución. Al llegar al medio de la cordillera recibió San Martin un oficio del director Pueyrredon, en que le manifestaba te- mores por la suerte de Buenos-Aires, muy comprometida por las tropas realistas, victoriosas no solo en su país, sino en casi todo el continente, en Méjico, Venezuela, etc., añadiéndole con grandes instancias que en atención al corto número de tropas que tenia Bellegrano en el Tucu- man, se volviese á pocas dudas que ofreciera la victoria sobre los realistas de Chile.

Este oficio llenó de inquietud al jeneral en jefe, no poco atormentado con las mil dificultades que encontraba para pasar las cordilleras, y mandó llamar á O'fliggins para discutir con él lo que convenia hacer (1). El caso era grave sin duda, pero con soldados tan admirablemente disciplinados y tan valientes, con oficiales que eran la flor de la juventud de Buenos-Aires (2), no se podia de nin- guna manera renunciará laespedicion y retroceder. Esto hubiera sido destruir un ejército que tanto prometía; porque, como le decia O'Higgins, á quien la impaciencia por partir tenia hacia tiempo triste y disgustado , si los chilenos estaban tan entusiasmados y decididos, no era mas que por la esperanza de volver al seno de sus fa- milias , al lado de sus padres, de sus mujeres é hijos , esperanza que una vez perdida produciría una deserción grande y continuada. Eran demasiado fundados los te- mores de O'Higgins para que San Martin no los tomase en consideración : cargó pues sobre la responsabilidad

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

(2) And is said to be officered by ihe ílower of the Buenos-Ayrean youtto. Braekenridge voyage to South America t t. II , p. 105.

CAPITULO XLIV.

195

de esta campaña y continuó la marcha por medio de aquellas ásperas montañas y por alturas en que un aire sumamente enrarecido produce la enfermedad conocida en el país con el nombre de puna ó soroche , que es un verdadero mareo con horrorosos síntomas de desmade- jamiento, vómitos y dolores de cabeza. Era verdadera- mente admirable ver marchar aquellos pobres soldados sin quejarse, al lado de tantos precipicios y por caminos sumamente estrechos y quebrados, por donde tenían que pasar ocho mil nuevecientos cincuenta y nueve caballos y cerca de dos mil muías cargadas de cañones, cureñas, bagajes y otros efectos, que muchas veces habia que des- cargar y llevar á hombro. Solo el que ha visto estas ve- redas, hoy mucho mas practicables que entonces por las relaciones entre las dos repúblicas y el activo comercio que hacen mutuamente, puede formar idea de las penali- dades inauditas que tuvieron que arrostrar aquellos di- gnos defensores de la nacionalidad chilena.

¿ Qué hacia Marco mientras que todos estos pre- parativos amenazaban la autoridad de su señor en Chile?

Principió por quemar en la plaza por mano del ver- dugo, y á presencia de los militares, etc., el acta de la independencia de Buenos-Aires que le remitió San Martin , diciendo con ironía que era lo único que este jeneral podía enviar contra Chile ; pues á pesar de las cartas de los realistas de Mendoza , no quería creer en una espedicion que calificaba de imposible ó por lo me- nos de muy temeraria, y de consiguiente mas favorable á su partido que capaz de infundirle cuidado. Así es que hacia mofa de los liberales, invitándoles con palabras be- névolas á que fuesen á unirse con sus compatriotas, pro-

m¿rT*íi

Í96

HISTORIA DE CHILE.

m

la

metiéndoles seguridad y protección en el viaje, ó á ha- bitar el punto que juzgasen mas adecuado a sus ideas de libertad ; pero les amenazaba con las mas severas penas si permaneciendo en su país intrigaban lo mas mínimo. Para dar fuerza á sus amenazas renovó todos los ban- dos de alta policía siempre á disposición de los caprichos de San Bruno.

Entre tanto , el joven Rodríguez , que habia llegado hacia poco á Chile, llevaba el espanto á las subdelegacio- nes mas inmediatas á la capital. Lleno de confianza en su misión y en el prestijio de su palabra , no temia pre- sentarse en las haciendas y hablar á los empleados y peones, que con grande entusiasmo atraia á su partido. Así es que muy pronto se levantaron muchas montone- ras, de las cuales dos se hicieron notables, la de Neira, hombre fogoso, arrojado, aunque de malos antecedentes, la otra al contrario, capitaneada por un jefe tan distin- guido por su probidad como por su riqueza, el hacen- dado Salas, á quien el amor vehemente á su patria com- prometió en esta empresa. Estas montoneras, raras veces juntas, casi siempre separadas, esplotaban con una au- dacia que rayaba en temeridad, todo el país comprendido entre el Maypu y el Maule, y llegaban hasta Chillan. No contentas con molestar á las tropas realistas, ponían en contribución á los enemigos de la patria, se llevaban las cajas del fisco de los pueblos pequeños y no temían pe- netrar en la capital para ponerse en comunicación con los de su partido. Sus hazañas infundieron un terror tal en la sociedad , que Marco pregonó sus cabezas y pro- metió un indulto absoluto al que los esterminase, aun cuando este fuera el mayor facineroso, amenazando con pena de muerte á todo el que sabiendo su paradero no lo

CAPÍTULO XLIV.

participase á la justicia mas inmediata (1). Amenazas terribles sin duda, pero que no bastaron á impedir que estos nobles campeones continuasen su obra, y allanasen algunas de las mil dificultades que San Martin tenia que encontrar en su espedicion (2).

Este gran número de montoneras despertó al fin á Marco de la indiferencia con que miraba la espedicion de San Martin, anunciada continuamente por los realistas desde el 15 de octubre. Poco esperimentado en la es- tratejía militar y no entendiendo mucho de ardides de guerra, llegó á creer que el jefe patriota iba á poner en ejecución el plan que tan hábilmente habia divulgado ; y para detener su marcha envió á Curico, tan luego como recibió las primeras noticias de la espedicion, doscientos hombres con orden de situarse en los desfiladeros de las montañas en el momento que se les avisase , mientras que él marcharía con el grueso del ejército por el camino de Aconcagua para ir á atacar á San Martin antes de su partida fS), féíé plan lo ideó el padre Martínez, francis-

(1) Todos aquellos que sabiendo el paradero de los espresados don José Mi- guel Neiva y don José Manuel Rodríguez y demás su comitiva, no dieren pronto aviso, sufrirán pena de muerte. Por el contrario los que les entreguen vivos ó muertos, después de ser indultados de cualquier delito, aunque sean los mas atroces, se les gratificará ademas con 1000 pesos, etc. Gaceta del go- bierno, tomo 2°, número 96, página 453.

(2) Se cuentan de esta época numerosos rasgos de audacia, de don Manuel Rodríguez especialmente, que á haber ocurrido en tiempos remotos en que todo se exajeraba , su nombre hubiera servido para una de esas leyendas po- pulares que las baladas ó las epopeyas fabulosas de entonces nos han conservado tan cuidadosamente. No citaré mas que uno de los muchos que he oido contar al escelente jeneral don Santiago Aldunate. Sabedor un dia Rodríguez de que el comandante de la guarnición de San Fernando daba un baile, apostó á que se presentaría en él se presentó en efecto, y después de tomar ponche con aquel jefe que habia puesto precio á su cabeza, se volvió muy tranquilo con sus com- pañeros, que le esperaban llenos de ansiedad por su imprudencia. Otras mu- chas aventuras pudiera referir de este celoso patriota, que prueban tanta audacia como presencia de ánimo.

(3) Torrente, Historia de la revolución americana, tomo 2*, p:'sgina 233.

"W

m

*m*1r™±>

198

HISTORIA DE CHILE.

£

cano muy versado en las cosas de Chile, quien también fué á Gurico y á las montañas á enviar espías por todos lados, y hasta á Mendoza mismo para conocer á fondo la posición y las fuerzas del enemigo. Por los espías supo las dificultades que ofrecía el paso de las cordilleras cuyo camino estaba cubierto de nieve , la inferioridad numérica del ejército patriota y el corto número de tro- pas que guarnecía el fuerte de San Rafael sobre el ca- mino de Mendoza.

Contento con estas noticias que facilitaban sus combi- naciones, las comunicó al presidente, y le envió al mismo tiempo los espías que se las habían llevado; pero habién- dose esparcido por entonces la voz de que una fuerte es- pedicion marítima iba á partir de Buen os- Aires para ata- car á Concepción , se resolvió en un consejo de guerra abandonar el plan de campaña proyectado y seguir otro que consistía en desparramar el ejército á lo largo de las cordilleras en una estension de cerca de doscientas leguas, acantonando los diferentes batallones en los principales pueblos. El de Chillan fué apostado en Curico y Talca; el de Concepción, en Concepción ; la caballería de Ba- rañao en San Fernando, donde se atrincheraron las calles con adobes, y otra en Rancagua; al camino del portillo se enviaron algunas compañías : las demás tropas que- daron en Santiago, escepto mil hombres que fueron de vanguardia á Aconcagua. Unos cuantos dias antes, el sar- jento mayor de Talavera don Miguel Marqueli habia ido á las cordilleras de Aconcagua con varias compañías á observar á los patriotas ; y habiendo avanzado hasta lle- gar á corta distancia de Uspallata, tuvo que retroceder á la Guardia, después de haber tenido en Picheuta con don Enrique Martínez, oficial de la división Las Heras,

CAríruLO xliv.

199

unas pequeñas escaramuzas, en que le tocó la mejor parte.

Por aquí se ve que Marco era no ya el instrumento, sino el juguete de San Martin , puesto que habia dispersado sus tropas que era lo que este quería, y alo que aspiraba el activo Rodríguez, cuyas guerrillas aumentaban todos los días, por lo mismo que eran abusivas y peligrosas las medidas de rigor adoptadas (1). No solo renovó y amplió los bandos severos de 1814 y 1815, sino que estableció consejos de guerra permanentes en las principales ciu- dades y cubrió las provincias inmediatas con una red de soldados, cuyos jefes en defecto de consejos de guerra te- nían derecho de vida y muerte sobre todo individuo acu- sado del mas leve delito. En un nuevo bando de 22 de enero mandó que todos los caballos, muías y caballerías menores de los distritos comprendidos entre Talca y la capital, se enviasen al gobierno, sin permitir que nadie reservase uno solo : rigor que sintieron mucho los chile- nos y especialmente las jentes del campo , incapaces de andar á pié la mas corta distancia. Desde aquel mo- mento la insurrección atrajo á todas las clases, á los jor- naleros (2), como á las jentes del campo , y la libertad defendida por estos hombres vigorosos y de acción, pudo predecir el dia en que habia de plantar para siempre su bandera de nacionalidad.

(1) Véase su bando de 7 de enero de 1817, etc.

(2) En la capital los artesanos se entregaban á actos de burla é insubordi- nación á vista de los empleados del gobierno. En la gaceta viva el rey corres- pondiente al 17 de enero, en un período en que se hablaba de España, el im- presor puso madre malhechora en vez de bienhechora, y en donde dec.a el inmoral Rodríguez sustituyó el inmortal Rodríguez , etc. Aunque fué condenado á seis meses de presidio con destino á los trabajos de las fort.fica- ciones de Santa Lucia, no fué esto obstáculo para que otros imitasen su ejemplo, cuando la ocasión se presentaba.

I

■=*

J

BbtTZAffliP «5*

CAPITULO XLV.

no n , T PaSa ,aS cordiIleras- " Batalla de Chacabuco ganada

por los patnotas. - El capitán Velazquez lleva la noticia a Santiago! y 7- funde el terror entre los realistas. -Emigración de estos— Gran de orden que la emigración produce en el camino y en Valparaíso. - Hecho pr Lio- nero Marco, es llevado á Santiago. P

Dejamos al jeneral San Martin en la cima de las altas cordilleras, luchando con las mil dificultades que le ofre- cían los caminos, para luchar en seguida con los ene- migos de la libertad chilena, refujiada un momento en Mendoza y sus inmediaciones, y que con el auxilio de sus valientes soldados iba á restituir á su país natal.

La ruta que seguía era la de los Patos, que por ser la peor y la menos frecuentada , confiaba encontrarla poco ó nada defendida : por la otra ruta envió una pe- queña división compuesta del batallón número 11 , treinta granaderos de caballería y dos piezas de montaña al mando de las Heras. Tenia orden este coronel de ir á Santa Rosa á esperar nuevas órdenes; pero al llegar á la Guar- dia encontró un destacamento de realistas que quiso dis- putarle el paso, y el mayor don Enrique Martínez , en- cargado de atacarle, lo hizo con tal impetuosidad, que bastó hora y media para arrollar esta avanzada y derro- tarla hasta tal punto que muy pocos pudieron escapar. No fueron estas las únicas primicias del ejército de los Andes, pues en el mismo dia y casi en el mismo momento, el mayor de injenieros don Antonio Arcos, encargado de' ocupar y poner en estado de defensa el punto de las Achupallas que dominaba una parte del valle de Putaendo,

CAPULLO XLV.

tuvo también un encuentro con el comandante de San Felipe que quiso detenerle en su marcha, y aunque el joven teniente Lavalle no tenia á su disposición mas que veinte y cinco granaderos de caballería , no titubeó en atacarle, y le batió y dispersó hasta mas allá del refe- rido valle, que entonces estaba casi todo en poder de los patriotas.

Estas pequeñas acciones por insignificantes que fuesen, inspiraban confianza al soldado, familiarizaban con el ruido de las armas á los que á ellas habían asistido y aumentaban el amor propio del ejército, ya un tanto or- gulloso de haber atravesado las elevadas cordilleras. Porque el soldado se envanece lo mismo por haber so- brellevado las fatigas, que por haber corrido peligros.

Con la ocupación del valle de Putaendo, el paso de las cordilleras estaba vencido , y al ejército patriota no le quedaba ya mas que hacer que medir sus fuerzas con las del realista, que era precisamente lo que demandaba con impaciencia. En cuanto esta ocupación llegó á conoci- miento de San Martin, que fué al dia siguiente de la acción , mandó que acelerase el paso la vanguardia del jeneral Soler, el cual el dia 6 habia subido ya su ar- tillería é ido á acampar á San Andrés, después de enviar á las Coymas una parte de su división á las órdenes de Necochea, mientras otra mandada por Millan iba á ocu- par el pequeño pueblo de San Antonio.

Las tropas enemigas, atrincheradas en el pequeño cerro de las Coymas, esperaron á pié firme la división Necochea, que siendo muy inferior á aquellas, retrocedió para atraer al llano á los realistas. Gracias á este ardid de guerra, que produjo el efecto deseado, la acción, que no tardó en empeñarse , fué ventajosa á los patriotas ; y

»

202

HISTORIA DE CHILE.

no obstante que al frente del enemigo estaba el valiente coronel de injenieros don Miguel María de Atero, fué re- chazado hasta el otro lado del rio (1).

Otra vez libres el campo y la llanura de Curimon, San Martin mandó avanzar á todo el ejército , el cual pasó el rio por un puente que se construyó al efecto y fué á acam- par á la falda del cerro de Aconcagua, monte muy ele- vado que cortaba el camino de Santiago, uniendo las altas cordilleras con las de la costa. El coronel las Heras, situado en Santa Rosa, se reunió al comandante Millan, que había llegado la víspera con objeto de reconocer la posición del enemigo ; por manera que el 11 todo el ejér- cito, menos la artillería en su mayor parte y alguna re- serva de caballería , estaba al pié de la montaña que iba á presenciar una de las batallas mas memorables de la república.

Los realistas se habían forticado al pié de la misma mon- taña por la parte sur y su número, como que su ejército estaba diseminado, era inferior al de los patriotas. Marco dio orden á las tropas del sur para que á toda prisa mar- chasen sobre Santiago , pero la caballería que se hallaba mas inmediata fué la única que pudo llegar hasta Cha- cabuco la víspera de la batalla y tomar parte en la ac- ción. El comandante en jefe, que era Maroto, coronel de Talavera, tampoco llegó hasta la víspera (tan trastornada estaba la cabeza del jefe), y apenas tuvo tiempo para formar una idea de la disposición del terreno. Tenia orden de no arriesgar ningún combate si su fuerza numérica

(1) Como sucede ordinariamente, en el parte que dio Ateros de esta acción, dijo que habia sido completamente favorable á los realistas, y que los patriotas habían tenido cincuenta y dos muertos y un número mucho mayor de heridos. El paso del rio lo esplicaba diciendo que lo creyó prudente, y que ademas se resolvió en un consejo de guerra.

CAPITULO XLV.

era inferior á la de los patriotas , y replegarse sobre el camino de Santiago, mientras no se le reuniesen las de- mas tropas que debían llegar del sur.

Sea que, como dice el padre José Javier Guzman (1), le engañase el coronel Cacho, que después de hacer un reconocimiento le aseguró que los patriotas no pa- saban de mil, sea que se viese forzado á aceptar la batalla , como pretenden otros autores ; lo cierto es que Maroto hizo inmediatamente sus preparativos, y el 12 de febrero por la mañana temprano envió á la cima de la montaña, por donde debia pasar el ejército de los Andes, un destacamento de doscientos hombres con orden de de- fender á todo trance este punto, y no abandonarlo sino después de haber perdido la mitad de su jente : él con todo el resto del ejército se situó al pié de la misma montaña á corta distancia de las casas de la hacienda.

Tal era la colocación de los realistas cuando San Martin fué á acampar á la parte opuesta de la misma montaña, con ánimo de no dar la batalla hasta que le lle- gasen la artillería y algunas otras tropas. Sin embargo, sabedor de que los realistas esperaban refuerzos, se de- cidió á atacar y comenzó por desalojar á los doscientos hombres que estaban en la cima, lo que llevaron á cabo con intelijencia y arrojo los brigadieres O'Higgins y Soler, acometiéndoles de frente el primero, mientras el otro les amenazaba por el flanco y dificultaba su retirada. Calcu- lando San Martin que la dispersión de estos realistas, á quienes O'Higgins perseguía con encarnizamiento , causaría confusión en el ejército enemigo , y aprove- chando momentos tan propicios para la victoria, mandó que los escuadrones 1 , 2 y 3 á las órdenes del coronel

(1) El Chileno instruido, tomo V, pajina 417.

"*■

e*

HISTORIA DE CHILE.

Zapiola marchasen inmediatamente á hostigarlos ó en- tretenerlos mientras llegaban los batallones 7 y 8. Esto obligó al enemigo á replegarse sobre una posición muy ventajosa; pero los dos batallones, animados por O'Hig- gins y sus dos coroneles Cramer y Conde, les atacaron en columna cerrada, y empeñaron una acción sumamente sangrienta, que había empezado hacia mas de una hora cuando el batallón número 7, con el valiente coronel Cramer á la cabeza , dio una carga á la bayoneta que desordenó al enemigo y lo derrotó. En esta brillante carga fué particularmente auxiliado por los escuadrones del co- ronel Zapiola á las órdenes de Melian y Medina, y por las columnas del brigadier Soler, que después de haber comprometido algún tanto el éxito por lo mucho que se detuvieron en los sitios sumamente escarpados que tu- vieron que atravesar, se presentaron de improviso para añadir el último florón á la victoria. El postrer esfuerzo que los realistas hicieron en las viñas déla hacienda, no fué en cierto modo mas que una simple medida de de- fensa personal , que cedió muy pronto á la carga impe- tuosa de Nicochea, puesto á la cabeza de su cuarto es- cuadrón. Tal fué el fin de esta batalla que tan bello triunfo preparó á la libertad chilena, y en la cual se distinguieron por su grande arrojo Cramer (1) , Las Heras , Conde , Zapiola, Melian, Medina, Salvadores, Zorrilla, etc., etc., el presbítero don José de Oro y el reverendo padre fray José Antonio Bausa, de quienes pocos dias después

(1) Cramer tomó una parte muy activa en la batalla de Chacabuco. Fué él quien dio esta carga asombrosa, á que O'Higgins no quiso decidirse por sus instrucciones particulares. Conversación con don Miguel Infantes. Brayer en su manifiesto atribuye también la mejor parte á este coronel, y añade que de resultas de los multiplicados elojios que recibía de sus compañeros de armas, San Martin le miró mal desde aquel momento y resolvió alejarlo del ejército , So que no tardó en suceder.

CAPITULO XLV.

hizo mención honorífica el gobierno, pero sobre todos el intrépido O'Higgins, cuyo arrojo le llevó á adelantarse mas de lo que debia y contra las instrucciones de San Mar- tin. Esta importante victoria dio por resultado cojer la artillería, el parque y todo el bagaje, la bandera del Te- jimiento de Chiloe y sobre seiscientos prisioneros inclu- sos treinta y dos oficiales de los que muchos eran de dis- tinción, habiendo habido otros tantos muertos. Entre estos últimos se contaron el mayor Margueli, que avanzó hasta cerca de Uspallata, y el coronel Elloreaga, á quien el peligro de los realistas le sacó á toda prisa de Co- quimbo, donde era gobernador civil y militar. Chileno de nacimiento, activo y de un arrojo indisputable, abrazó muy pronto y por convicción el partido realista , que de- fendió hasta su muerte con un valor notable y digno de mejor causa.

El mismo dia de la acción, el capitán don José Velaz- quez llevó á Santiago la noticia; y los realistas, que tres dias antes habian firmado una acta que Marco publicó en la gaceta, ofreciendo sus haciendas y hasta sus vidas en defensa de la autoridad real y contra los proyectos revolucionarios del ejército de los patriotas, se llenaron de espanto. Ellos fueron , como de costumbre, los prime- ros á esparcir la alarma en la ciudad, á llenar de con- fusión los ánimos apocados, y á dar la señal de huir, que tomó al instante grandes proporciones entre las jentes de su partido, á pesar de que las menos fáciles de intimi- dación y dispuestas á tentar otra vez los azares de una batalla, divulgaron por todas las calles al ruido de las campanas de las iglesias falsos rumores de un glorioso desquite. La acción hubiera sido con efecto un mero cho- que, y de ninguna manera una derrota, á haber tenido

1

f

''iT'íj

i

|¡i:'l

'*Lá*?*M

206

HISTORIA DE CHILE,

arrojo el capitán jeneral y á no faltarle talentos militares. Las tropas que se mandaron ir á marchas forzadas del sur, donde estaban torpemente diseminadas, ascendían á cua- tro mil hombres próximamente, estaban muy bien discipli- nadas y no carecían del valor necesario para hacer frente al ejército victorioso, si no en la ciudad en estremo aji- tada por los descontentos que eran muy temibles, al me- nos en campo raso , y ademas tenían el deseo de ven- ganza que suele acompañar á una derrota. Esta fué la opinión que algunos oficiales superiores, como Barañao, Bernedo, Lantaño, etc. , emitieron con calor en un consejo de guerra, convencidos de que la fortuna no favorece á los militares mas que cuando estos tienen bastante audacia para confiar en ella ; pero otros muchos por el contrario fueron de parecer que debían marchar á las provincias meridionales , que vivían aun bajo la impresión de las ideas españolas. Así se pensaba hacer, cuando la llegada de los fugitivos , que exajeraron mucho el número de muertos y la fuerza del ejército patriota, aumentó el de- sorden y produjo tal pánico en la ciudad , que todos los realistas, hombres, mujeres y niños mezclados con mi- litares de todas graduaciones, se dieron prisa á emigrar, muchos ápié, y tomaron el camino de Valparaíso los unos atronando con sus gritos y lamentos y los otros en com- pleta indisciplina, siendo tal el desorden de los soldados, que se entregaron á toda clase de escesos, tiraron las ar- mas, abandonaron los cañones en número de 16, y aca- baron por apoderarse del tesoro que iba confiado á don Ignacio Arangua (1).

(1) Algunos autores hacen subir este tesoro á 300,000 pesos, añadiendo que fué saqueado en el camino cerca de la montaña de Prado y que los oficiales tomaron parte en el saqueo. A consecuencia de una conversación que tuve sobre

CAPITULO XLV.

207

En Valparaíso fué mucho mayor el desorden , al en- contrarse los emigrados con que no tenían todos los alo- jamientos que necesitaban. Precisados los soldados á quedarse en la ciudad , saquearon las tiendas y el gran número de equipajes que habia quedado en la playa , pusieron fuego á varias bodegas y en la fiebre de su furor y de su indisciplina hasta cometieron algunos asesinatos. En cuanto á Marco del Pont , su destino fué aun mas desgraciado, pues aunque huyó la misma noche en que tuvo noticia de la derrota, fuese efecto de la debilidad de su carácter afeminado ó de haber seguido el consejo de su compañero don Prudencio Lascano, tomó luego que se separó de la artillería caminos estraviados en medio de los campos de San Francisco del Monte, que le condujeron á sitios desconocidos. Al llegar á las ta- blas le alcanzaron el capitán Aldao y don Francisco Ra- mírez , quienes lo llevaron á Santiago con las personas de su comitiva y los pusieron á todos en las habitaciones altas de la aduana para que esperasen allí lo que se resol- viese acerca de su suerte. Momentos después de su sa- lida, el palacio habia sido saqueado y robados sus ricos muebles por el populacho que está siempre á merced de todas las revoluciones y de todos los desórdenes.

el particular con don Ignacio Ar;ngua encargado de este dinero, escribí lo si- guiente : «Pocos dias antes de la batalla propuse que todo el dinero existente en las cajas se llevara á Valparaíso; Marco no quiso entonces, pero después de la acción accedió á ello, dándome esta comisión. Me puse en camino á las dos de la mañana, escoltarlo por una compañía de caballería que mandaba el capitán Magallar. Apenas habían llegado las muías al final del callejón de la Merced , un poco mas allá de la chacra de Loyola, los soldados, en unión con algunos peones, se apoderaron de las cajas. Yo me habia detenido á ayudar á arreglar una muía, y al ver aquello me volví por un camino estraviado y fuíá depositar en una chacra los cajones de dicha muía , que contenían (iZj,000 pesos próxima- mente. De ellos solo se encontraron 34,000 cuando al dia siguiente se envió la carga al gobierno. El total de lo que llevaba Arangua podia. valuarse en ■164,000 pesos.»

CAPITULO XLVf.

Entrada de San Martin en Santiago. Es nombrado director de la república, y habiendo renunciado, recae la elección en O'Higgins. Estado del país cuando este se puso al frente del gobierno. Son ejecutados el mayor San Bruno y el sárjenlo Villalobos. Regreso de los patriotas prisioneros en Juan Fernandez.— Proyectos de una marina chilena.— Vuelve de los Estados- Unidos don José Miguel Carrera , y es mal recibido de Pueyrredon y de San Martin , que se encontraba en Buenos-Aires. Politica de O'Higgins con los realistas y con los carreristas. - Los tejedores y los anti-arjen- tinos. Medidas contra los realistas. Escuela militar. Talcahuano es el único punto en que no ondea la bandera de la libertad. Supresión de la nobleza y de todos sus blasones. O'Higgins sale para el ejército del sur.

La victoria de Chacabuco fué de un resultado in- menso para la independencia americana. Con ella re- cobró Chile su primer cimiento de libertad y América entera, dominada entonces casi toda por las tropas es- pañolas , vio en su porvenir un gran rayo de esperanza.

San Martin, el héroe de tan magnífica campaña, cuyo plan había sido bien concebido y bien ejecutado, mar- chó sin detenerse á Santiago, alentado con la noticia del pánico que tenia aterrados á sus habitantes, y que supo por los patriotas que salieron á su encuentro para dár- sela. Quizá hizo mal en no destacar sobre Valparaíso una parte de su ejército , la división Soler por ejemplo que apenas habia entrado en acción y recojer los mu- chos soldados que huian con armas y bagajes y que podían haber ido á reforzar el ejército del sur. Este fué el primer pensamiento de O'Higgins, quien se brindó á dirijir la espedicion , persuadido como estaba de que el espíritu impetuoso que infunde la victoria, hace capaz al soldado de las mas grandes cosas. Pero sea que San

CAPITULO XLVI.

209

Martin considerase el triunfo conseguido como uno de los resultados mas satisfactorios por el momento, sea que no quisiese arriesgar nada á la casualidad, prefirió ir á tomar posesión de la capital, en la que entró el 13 de febrero á la cabeza de su ejército. Desde la salida de Marco del Pont mandaba en Santiago don Manuel Ruiz Tagle, quien se encargó de esta penosa comisión para tener á raya á los mal intencionados é impedir el pillaje, Pero luego que llegó la vanguardia patriota, su jefe So- ler tomó el mando y con la severidad militar que le dis- tinguía publicó al dia siguiente una proclama para cal- mar la inquietud de los habitantes, asegurándoles que la guerra era solo contra los enemigos de la patria, amena- zando á estos con la pena de muerte que se ejecutaría sin dilación, á poco que trabajasen en favor del rey, y con penas muy severas á los curas que predicasen contra la independencia, y ofreciendo recompensas á los delato- res. Dispuso ademas que por la noche después del ca- ñonazo de Santa Lucia nadie saliese á la calle y mucho menos los soldados, á quienes se les prohibió severamente que se permitiesen el menor insulto.

San Martin no dejó mucho tiempo á Soler en Santiago, pues al dia siguiente le mandó marchar contra los fuji- tivos, mientras él se ocupaba de las tropas y convocaba las personas influyentes de la ciudad para nombrar un director. En el estado en que se encontraba el país, era imposible imitar enteramente á las provincias de Buenos- Aires, que aunque en completa anarquía y separadas por actos de insubordinación unas de otras, habían reunido un congreso en Tucuman para legalizar tan importante elección. Tampoco podia exijirse que los vencedores de Ghacabuco se abstuvieran de influir en el nombra-

VI. Historia.

14

«*

>sbbb

210

HISTORIA DE CHILEo

miento, especialmente cuando una parte del país estaba bajo la dominación española y cuando todo hacia creer que el virey, mas desembarazado con los triunfus de sus fenerales en el alto Perú, no dejaría de enviar contra ellos otra división. Todo lo tenia previsto el gobierno de- Buenos-Aires, y sobre ello habia dado instrucciones par- ticulares á San Martin ; así es que cuando este fué nom- brado por unanimidad y espontáneamente jefe de la re- pública por los habitantes de Santiago reunidos bajo la presidencia de don Manuel Ruiz Tagle, hizo ver con una negativa dos veces reiterada, que su gobierno no quería de ninguna manera tomar una parte tan eficaz en la or- ganización y en los destinos de la república. Pero contri- buyó á que en su lugar se nombrase á O'Higgins , no precisamente porque así se hubiese decidido en el con- sejo de Buenos- Aires, sino porque veia en él un militar valiente, de probidad, de firmeza y muy conocido por sus buenos antecedentes (1). Inmediatamente después, se nombró un ministerio compuesto de tres personas, que fueron don José Ignacio Zenteno para el departamento de la guerra, don Miguel Zañartu para el del interior y ne- gocios estranjeros y don Hipólito Villegas para el de ha- cienda. El nombramiento de este último se hizo algún tiempo después que los otros, y en el entretanto le susti- tuyó interinamente Zañartu. En cuanto al mando de las armas, San Martin tuvo cuidado de reservarlo para sí.

Al tomar O'Higgins las riendas del gobierno no desco- nocía la gravedad de su misión. Yeia que la fortuna desbarataba hacia algún tiempo todos los cálculos de los Americanos y contrariaba sus jenerosos esfuerzos. Mé- jico, con la actividad y severidad del virey Apodaca efi-

(4) Véase la carta de don Juan Florencio Terrada en los documentos de Asensio.

CAPÍTULO XLVÍ.

211

cazmente apoyado por el arzobispo don Pedro Fonte y el rejente de la Real Audiencia don Miguel Bataller, se encontraba casi todo sometido á España. El inexorable Morillo se habia apoderado de Caracas, Santa Fe y otros paises. Montevideo estaba en poder de los Portugueses y el alto Perú enteramente dominado por Laserna, quien á la cabeza de cinco mil soldados bien instruidos, habia avanzado hasta Juipuz con intención de ir á atacar á Mendoza de acuerdo con Marco del Pont , lo cual no se verificó felizmente, gracias á los sucesos de Chile.

Si á estos elementos de zozobra y desaliento se añade por una parte la pacificación de España y el regreso de Fernando VII que permitia enviar numerosas tropas aguerridas á todos los puntos de América, y por otra el estado miserable del país , sin comercio , sin industria , casi sin brazos con que cultivar la tierra y esplotar las minas, medio arruinadas las fortunas con tantas exac- ciones como alternativamente hacían los jefes patriotas y los jefes realistas, se conocerá cuan difícil era en medio de tantos peligros y tamaño desorden que un director se contuviese estrictamente dentro de los límites de sus de- beres y no sobrepusiese alguna vez su voluntad á las pres- cripciones de la ley ó de las costumbres. Esto habian he- cho Carrera, Ossorio, Marco del Pont, y esto harán siem- pre los encargados de reparar los graves desórdenes de las revoluciones, especialmente en paises que no estén bien constituidos.

Lo primero que O'Higgins hizo al subir al poder fué pagar los cantidades tomadas á préstamo en Mendoza para la espedicion, decretar una recompensa á las viudas y madres de los soldados muertos en Chacabuco y enviar á la república de Buenos-Aires á Marco del Pont y á los

212

HISTORIA DE CHILE.

oficiales hechos prisioneros tanto en la batalla como ew el camino de Valparaíso. Solo dos perecieron ignomi- niosamente en el suplicio por los asesinatos que come- tieron en la cárcel de Santiago en presos políticos sedu- cidos porMoyano y Concha. Fueron el sarjento Villalobos y el mayor San Bruno, el primero por haber tomado la iniciativa en esta mortandad y el otro por haber acep- tado la responsabilidad de ella. Habian sido ademas los autores principales de todas las persecuciones injustas y crueles con que el gobierno real aílijia al pueblo ; por ío cual no es estraño que su muerte no escitase la menor compasión. Algunas otras venganzas se cometieron tam- bién, no muy conformes á los principios de justicia, y que solo eran efecto del sentimiento patriótico que se exalta con la victoria y se inflama con el recuerdo de las des- gracias pasadas.

Pero lo que mas que todo preocupaba á O'Higgins era la suerte de los infelices patriotas que estaban en las prisiones de Juan Fernandez , aun prescindiendo de ios incesantes clamores de tantas familias como le insta- ban para que fuese á poner en libertad aquellos nobles presos; pero desgraciadamente no habia ningún barco en el puerto de Valparaíso, y para que entrase alguno mandó poner la bandera española. Gon este ardid no tardó el bric Águila en aproximarse á la costa y echar el ancla en el puerto, verificado lo cual, se apoderaron de él los soldados ocultos en el fondo de la lancha pre- parada para ir á hacerle la visita.

Gon este barco armado en guerra y tripulado por no- venta marineros de todas naciones al mando del joven oficial irlandés don Raimundo Morris, entonces al servicio del ejército de los Andes, pudo la patria ir á libertar los.

■■*

CAPITULO XLVI.

213

presos de Juan Fernandez, antes que los buques de guerra españoles que estaban á los órdenes del virey, fuesen á buscarlos para llevarlos al Callao. Temiendo encontrar resistencia en la guarnición , compuesta de ciento cin- cuenta hombres, O'Higgins embarcó un prisionero de dis- tinción, el coronel Cacho, para que arreglase este asunto con el gobernador de la isla, ofreciéndole toda clase de garantías para su libertad y la de sus soldados. Cacho bajó á tierra solo y no le costó gran trabajo convencer al gobernador de lo que debia hacer : á fines de marzo to- dos aquellos ilustres personajes estaban de vuelta en su patria y al lado de sus familias.

La dificultad que habia encontrado O'Higgins para llenar un deber tan sagrado y el temor de una próxima espedicion del virey, le dio á conocer que Chile no seria verdaderamente libre mientras no fuese dueño del mar del Sur. Esta convicción, de que participaba San Martin, le sujirió la idea de formar una escuadra ; y al efecto convocó las personas influyentes de Santiago para darles parte de sus proyectos, demostrarles la necesidad de su realización y apelar á su jenerosidad con objeto de ob- tener un préstamo, empeñando su palabra de que seria reintegrado en cuanto el tesoro se hallase en mejor po- sición. Desgraciadamente las numerosas espoliaciones de que habían sido víctimas enfriaron esta vez su patrio- tismo, tanto mas cuanto que creían imposible que la es- cuadra pudiera equiparse, puesto que en tiempo del rey jamas pudo Chile sostener un solo buque de guerra. Se negaron, pues, á todo préstamo (1).

Esta negativa no detuvo á O'Higgins. Convencido de la necesidad de tener marina y firme con la perseverancia

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

2U

HISTORIA DE CHILE.

i

que le caracterizaba , respondió que toda observación era inútil y que necesitaba el préstamo. Como de cos- tumbre, este recayó mas particularmente sobre los realis- tas, y á los pocos dias habia reunidos 200,000 pesos, que se enviaron á los Estados-Unidos para la construc- ción de algunos buques. Casi al mismo tiempo salió para Inglaterra don José Antonio Alvarez Condarco, encargado de dar á conocer el estado del país é interesar á los espe- culadores en el proyecto.

Pero las miras de San Martin y O'Higgins no se limi- taban á tener una marina con que guardar las costas. En sus conversaciones hablaban con frecuencia de la posi- bilidad de una espedicion contra el Perú, una vez dueños de Chile, con cierto número de buques, y de ir á conquis- tar á aquel arsenal de hombres, armas y municiones la independencia que deseaban : el principal objeto del viaje de San Martin á Buenos-Aires fué combinar con el director Pueyrredon esta espedicion naval ya muy medi- tada (1).

Si hubiese podido desaparecer en aquel momento el espíritu de discordia que la rivalidad de los jefes habia producido y verificarse la reconciliación de los partidos, nada mas conveniente para este proyecto que la llegada de don Miguel Carrera á las aguas de la Plata. Mientras estuvo en los Estados-Unidos, adonde por toda recomen- dación casi no habia llevado mas que su nombre, su ta- lento y su actividad , tuvo relaciones frecuentes con el gobierno de Washington y especialmente con el ministro Monroe y algunos diputados. Todos estuvieron de acuerdo en que Chile y América entera no serian verdaderamente independientes hasta que no fuesen dueños de la mar del

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPÍTULO XLVI.

215

Sur; pero que para esto era necesario que todas las re- públicas cooperasen ala formación de una escuadra. Ala influencia moral que el gobierno de los Estados Unidos ejercía en la independencia de todas estas repúblicas y á la convicción que el lenguaje seductor de Carrera llevaba á los ánimos se debió al cabo de catorce meses el poder reunir por cuenta esclusiva de Chile, á pesar de sus es- casos recursos, una escuadrilla de cinco buques armados en guerra y tripulados por gran número de hombres, oficiales y operarios con un material de todas clases. Su intención era entrar con los cinco buques en Maldonado ó á lo mas en Montevideo, donde suponía de gobernador á Artigas, con objeto de refrescar los víveres, armar un transporte con trescientos ó cuatrocientos hombres, ad- quirir noticias del estado de Chile, ponerse de acuerdo, si era posible, acerca de sus operaciones con el director de Buenos-Aires, y continuar su viaje á Chiloe y Valdivia, pueblos que no podían oponerle resistencia y en que ha- bía una masa de hombres á proposito para formar una fuerte división con que atacar á Marco ó bien continuar á Guayaquil a apoderarse de su arsenal, ponerse en comu- nicación con Quito y en combinación con las fuerzas de San Martin allanar los obstáculos que ofrecía Lima á la independencia de las repúblicas (1).

Tal era sobre poco mas ó menos el plan de campaña ideado por don Miguel Carrera antes de volver á su país. Desgraciadamente su carácter un tanto fogoso le atrajo algunas enemistades entre los pasageros del buque Clifton , en que iba embarcado. Fué necesario que ar- mase las tropas para contener á los marinos sublevados, y mediaron acaloradas disputas entre él y el capitán del

(1) Carta dcll5 de octubre de 1817 de don José Miguel Carrera á Madariaga.

W

216

SfcaKF'SSÉ'

HISTORIA DE CHILE.

buque llamado Davey, del cual no pudo conseguir que desistiese de ir á Buenos-Aires, gobernado á la sazón por •sus implacables enemigos. Precisado á verse con Pueyr- redon tuvo con él entrevistas frecuentes. Carrera le ofre- cía ayudarle con su esperiencia y sus ausiliares, y Pueyr- redon procuraba entretenerle con subterfugios artificiosos, porque en aquel momento aun no se sabia en Buenos- Aires la victoria de Chacabuco; pero luego que de ella se tuvo noticia , cesó la política misteriosa del director, quien le renovó la orden, que ya le habia dado, de que se volviese á los Estados-Unidos con el carácter de di- putado de Buenos-Aires. No queriendo obedecer, buscó todos los medios de contrariar sus planes, atizó la dis- cordia en la escuadrilla, valiéndose de varias personas, especialmente de Lavaisse, oficial francés que habia for- mado parte de la espedicion , y acabó por poner preso á él, á su hermano don Juan José, á los hermanos Bena- vente y otros. Solo don Luis Carrera pudo, protejido por un amigo, eludir este golpe de despotismo.

Por entonces llegó San Martin á Buenos-Aires, donde entró en medio de un pueblo entusiasmado con su admi- rable victoria. A pocos dias fué á ver á don Miguel Car- rera, arrestado en el cuartel de Terrada, y desde las primeras palabras se despertó en los dos el odio que en- jendra la política. Desde aquel momento puede decirse que quedó decretada la perdición de Carrera, pues se decidió que partiese á la fuerza á los Estados-Unidos , lo cual equivalía á un ostracismo poco menos que para toda su vida. Un buque que iba á darse á la vela para aquel país recibió orden de llevarlo ; pero en el intermedio pudo don José Miguel burlar la vijilancia de sus guar- dias y salvarse en un bote que lo condujo á Montevideo,

CAPITULO XLVI.

217

donde fué perfectamente recibido por el jeneral portu- gués Lecor.

Esta política de pasión con venia perfectamente á O'Higgins, porque opinaba que Chile no podia pacificarse sin destruir á la vez el partido realista y el de los car- reristas : declaró pues guerra sin descanso á estos dos partidos sin olvidarse de los indiferentes, permitiendo que en el periódico del gobierno se publicasen artículos un tanto fuertes contra los llamados tejedores.

Entre estos tejedores, siempre dispuestos á abrazar un partido cualquiera , habia algunos que por el instinto de su instabilidad y sin opiíron marcada , se unian á una autoridad mientras se conservaba en el mando, y cuando caia se pasaban á otra, sin cuidarse del porvenir del país, imitando en esto el papel de los cortesanos; pero los habia también que dotados de verdadero patriotismo, estaban unidos á los realistas , mas para sacar provecho de su política que para servir su causa. En este número se contaban el conde de Quinta-Alegre, don Manuel Manso, don Manuel RuizTagle, don Domingo Eizaguirre, don José María Tocornal y otros muchos, que no teniendo mas delito que haber permanecido en su país, era poco hábil y aun peligroso ofenderles , atendida su elevada posición, porque podian hacerse hostiles á una autoridad tan arbitrariamente establecida y que empezaba ya á tener enemigos hasta entre los intachables carreristas. Al go- bierno existente se le consideraba como producto del de Buenos-Aires, y el espíritu de nacionalidad, tan fuerte- mente exaltado entre los chilenos, no podia soportar lo que con injusticia llamaban una humiliacion, pues pretendían, probablemente con segunda intención , que Chile iba á estar pronto bajo la dominación de Buenos-Aires, como

s

^tf*^:

218

HISTORIA DE CHILE.

¡i

si un país tan patriota y tan bien defendido por un largo desierto y por inmensas montañas inaccesibles, pudiese ser presa de una nación de orden tan segundario.

O'Higgins oia con calma todas estas murmuraciones interesadas, y aguardaba mejor ocasión para hacer sentir su vara de hierro. Entre tanto se ocupaba de los espa- ñoles y de los realistas, á quienes quería poner en posi- ción de que no pudiesen hacer daño á la última evolución de la libertad. Aprovechándose de los decretos suma- mente severos fulminados por Marco contra los patrio- tas, quiso á su vez aplicarlos á los realistas; y se vio una comisión , en plena república y bajo la bandera de la libertad , dictando las medidas preventivas mas des- póticas para escudriñar la conducta y hasta la conciencia de los habitantes. Se renovó con todos sus abusos una junta calificadora para obligar á los españoles, á los chilenos y hasta á los curas á que justificasen su patrio- tismo ; se prohibió á toda persona sospechosa de realista que tuviese relaciones frecuentes con las de su partido ; se mandó que estas se retirasen á sus casas al toque de la retreta y que los militares se presentasen inmediata- mente bajo pena de la vida al ministro Zenteno; enfin hasta se exijió el certificado de calificación del tribunal de infidencia establecido en tiempo del rey : por manera que el gobierno y la policía estaban iniciados en todos los antecedentes de cuantos podían hacer daño á sus principios.

Estas medidas, indudablemente muy severas y que al parecer demostraban debilidad en el gobierno, eran hijas del estado de incertidumbre en que se encontraba el país. A pesar de la victoria de Ghacabuco , aparentemente tan decisiva, Chile no podia contar con su independencia :

CAPITULO XLVI.

219

tenia buen cuidado, es cierto, de dar publicidad á los grandes resultados obtenidos por los patriotas de las otras repúblicas, exajerándolos de una manera que me- rece disculpa, pero también se conocían perfectamente los riesgos que amenazaban , y O'Higgins ponía todos los medios de hacerles frente, no solo valiéndose de ar- tículos de periódicos, sino debilitando en lo posible al partido realista y reclutando nuevas tropas, para las que contaba ya con oficiales educados con severidad y método en una escuela militar.

Esta escuela, fundada en tiempo del gobierno revolu- cionario y disuelta por Ossorio, se restableció bajo una nueva base, teniendo de director al mayor de injenieros Arcos y de segundo á don Jorge Beauchef, militar fran- cés, á quien los sucesos de 1815 llevaron á Nueva York, de donde en seguida pasó á Chile á emplear sus conoci- mientos y su valor en la conquista de su libertad.

Con estos dos intelijentes militares la escuela, que se esta- bleció en el convento de San Agustín , estuvo muy pronto en disposición de recibir unamultitud de jóvenes de buenas familias, á quienes el entusiasmo de la independencia y el espíritu de la época los decidieron por el arte militar. Beauchef, como ayudante mayor, era en cierto modo el alma del establecimiento. Amante de su profesión, for- mado en la escuela de Napoleón y conociendo que el país tenia una necesidad imperiosa de buenos oficiales, se de- dicó al desempeño de sus deberes con un afán , que le valió muchas veces los elojios de sus jefes. Severo á la par que justo y amable, era el amigo de todos aquellos jóvenes, que ejecutaban sus órdenes con mucha compla- cencia , por mas que no estaban acostumbrados á seme- jante jénero de vida. Habituado á la disciplina exijia de

220

HISTORIA DE CHILE,

sus discípulos actividad, exactitud, aseo; y para acos- tumbrarlos á la fatiga los llevaba con frecuencia á dar largos paseos militares con armas y con sacos á la espalda. Los buenos padres Agustinos que estaban habituados ai silencio y la quietud, se admiraban de que les despertase todos los dias temprano el sonido del tambor y el ruido de los sables y fusiles (1). En el mismo edificio había ademas una escuela para cabos y sarjentos.

O'Higgins veia con particular satisfacción los progre- sos de la escuela , para la que nada economizaba. Las necesidades del país eran en aquellos momentos esclusi- vamente militares, y era indispensable por consiguiente crear verdaderos oficiales, sin reparar en gastos ni en las escaseces del tesoro. Para esto había los empréstitos voluntarios ó forzados que eran en cierto modo el estado normal del sistema rentístico de la época, y tenia á su disposición las fortunas de los realistas, de las que por derecho de represalia se podia echar mano sin escrúpulo, en justa indemnización de lo que su partido había hecho contra los patriotas, como se tenia cuidado de decir en los decretos. Un ejército en ademan amenazador, refor- zado con gran número de füjitivos, se hallaba acampado en el país y era necesario espulsarlo, mucho mas cuando su campamento estaba reducido á la pequeña villa de Talcahuano. Porque si se esceptua este puerto, la libertad habia conquistado todos sus derechos y su bandera on- deaba en todas las ciudades de la república. En el norte,

(1) Para dar impulso á esta escuela suprimió el gobierno los cadetes de los Tejimientos, por manera que en lo succesivo no podia haber en el ejército otros oficiales que los procedentes de ella. El número de alumnos fué al principio de ciento, pero muy luego se aumentaron cincuenta. Habia pues ciento de pago y cincuenta que mantenía el gobierno, debiendo ser estos hijos de mili lares, etc., Diez becas estaban reservadas para cuyanos.

CAPÍTULO XLVI.

221

la espedicion de Cabot, que San Martin habia enviado del campamento de Mendoza, no hizo mas que presentarse y espulsar los pocos realistas de Coquimbo, batirlos en los campos de Barrasa y dispersarlos completamente, des- pués de apoderarse de muchas armas y municiones. Casi al propio tiempo el comandante Freiré, enviado de van- guardia del ejército para engañar al enemigo , operar una diversión en sus Tejimientos y hostigar sus avanza- das, se apoderó de la ciudad de Talca, detuvo buen nú- mero de fujitivos que se dirijian á Concepción y se in- corpor ócon el título de teniente coronel á la división Las Heras, destacada contra Ordoñez pocos dias después de la victoria de Chacabuco.

Aunque el valiente Las Heras llevaba su batallón nú- mero 11 y alguna caballería para protejerle, y sin em- bargo de que en el camino se reforzó con la pequeña co- lumna de tropas formada por Freiré con el nombre de batallón de canarios (1), sin embargo, la seguridad de que el nuevo virey Pezuela enviada otra espedicion contra Chile , movió á O'Higgins á concentrar en el sur una buena división para espulsar cuanto antes los últimos restos realistas y á ir en persona á activar las operaciones y tomar el mando del ejército. Antes de su salida adoptó una medida violenta, que atacaba es verdad los intereses de una clase de la sociedad, pero que en cambio debía consolidar poderosamente el principio revolucionario. Abolió todos los títulos de nobleza , en los que veia un obstáculo para la igualdad de condiciones que reclama un gobierno verdaderamente republicano.

(1) Esle batallón, vestido de lienzo blanco con cuello y vueltas amarillos por falta de paño, se le conoció mas tarde con el nombre de Carampangue por la admirable acción que sostuvo á ovillas de este rio.

2-22

HISTORIA DE CHILE.

En Chile habia dos clases de nobleza : una era la lla- mada de Encomienda, nacida de la conquista y espresion del sistema feudal que invadió todas las naciones de Europa , pero que en América fué siempre templado por el interés que en ello tenia el rey. Consistía en dar á los conquistadores y mas adelante á los que probaban des- cender de ellos ó que sus antepasados habían hecho al- gún gran servicio, cierto número de indios que poseian durante su vida, y que muchas veces pasaban á sus hijos para revertir ó volver después á la corona. Se ve pues que esta nobleza era puramente un donativo, un verdadero beneficio sin privilejios ni distinciones de clase, á no ser en tiempo de guerra ó cuando se sublevaban los indios, pues entonces tenían obligación los nobles de ponerse á la cabeza, no de sus vasallos como ellos decían, sino de sus feudos. Esta clase de nobleza, llamada Encomienda de una ó de dos vidas, era una esclavitud injusta y al propio tiempo peligrosa por la proximidad de los Araucanos. Duró mas de dos siglos, hasta el gobierno de don Am- brosio O'Higgins, quien siendo presidente la abolió de- finitivamente por su decreto de lllapel en una visita que hizo en el norte de Chile.

La otra nobleza era por el contrario esclusivamente honorífica, pues no tenia atribuciones políticas de nin- guna especie ni poder alguno como corporación. Sus rentas consistían en un mayorazgo que el agraciado tenia obligación de fundar en el momento de su recepción, ya sobre sus propiedades, ya sobre propiedades ó empleos comprados. Por insignificante que fuese al principio el reino ó audiencia de Chile, no por eso dejaba de tener en su seno hombres del mas elevado nacimiento, algunos grandes de España y otras muchas personas , sino no-

CAriTULO XLVI.

223

bles, muy distinguidas, y que por lo tanto podían aspirar á esta dignidad, pagándola. Este era también el medio usado jeneralmente en aquella época en todos los estados europeos para crear nuevos títulos de nobleza : fortuna cuando este espíritu de vanidad no daba por resultado favorecer viles propensiones de los gobiernos y se convertía por el contrario en beneficio del país y de las personas que aspiraban á este honor; que fué precisamente lo que sucedió en Chile, porque el di- nero de los títulos se empleó casi todo en fundar la mayor parte de las ciudades y pueblos que existen hoy en la re- pública y que concentraron á sus habitantes, entonces diseminados á grandes distancias en los campos, donde no alcanzándoles los beneficios civilizadores de la relijion y de la instrucción, vivían en una rústica ignorancia que los hacia casi inferiores á los esclavos (1).

Por aquí se ve que los títulos de estos chilenos, algunos de los cuales solo habían sido aceptados á fuerza de ins- tancias de los presidentes Manso y Ortiz de Rosas y mu- chos por pura filantropía, no podían ofuscar mas que á los envidiosos que no toleran nada superior á ellos. Pero también es necesario confesar que estos títulos y las armas colocadas encima de las puertas de las casas, guardaban tan poca armonía con las ideas de la época y eran tan contrarias al espíritu de la revolución, que no es de admirar que O'Higgins se considerase obligado á abolidos, como así lo hizo por decreto de 22 de marzo de 1817. Por un singular capricho de los sucesos, com- pletó instintivamente la obra de su padre, pues si este con-

fl) Informes de las visitas de los obispos de Santiago y de Concepción sobre el estado miserable de los campesinos que viven dispersos tn eslos dos obis^ pados, á mediados del siglo 17.

224

^^r^ya:i*

HISTORIA DE CHILE.

servó la nobleza honorífica, él obró con firmeza, á despe- cho de las murmuraciones de las personas influyentes que se vieron heridas en lo que mas apreciaban, es decir, en la privación de sus escudos de armas que tanto lisonjea- ban su amor propio, dándoles á veces una alta idea de su pretendido mérito y de su superioridad sobre los demás.

Tomada esta medida de alta importancia en las re- formas sociales y después de haber introducido mejo- ras en las diferentes administraciones, restableciendo los tribunales, organizando las municipalidades, etc. , O'Hig- gins decidió su viaje ; pero para emprenderlo era necesario que le reemplazase una persona de mérito, y tuvo el poco tacto de nombrar un natural de Buenos-Aires, el coronel don Hilarión de la Quintana, que aunque pariente de San Martin habia de herir necesariamente la susceptibili- dad nacional de los Chilenos y dar pábulo á la envidia y á la crítica. El descontento del amor propio lastimado fué tan jeneral , que O'Higgins no debió despreciarlo , antes bien ceder á las exijencias de un partido por mas que las de esta clase sean muchas veces injustas ; pero esto hubiera sido manifestar debilidad , y ni su carácter ni la severidad que quería imprimir á su administración se lo consentían : se hizo pues sordo á las murmuraciones de los quejosos, y el 15 de abril se puso en marcha acom- pañado del ministro de la guerra Zenteno.

Aunque su intención era dirijirse cuanto antes al sur, donde las Heras habia tenido un encuentro ventajoso el 5 del mismo mes en los campos de Gurapaligue (1), sin

(1} Luego que Ordoñez supo la aproximación de Las Heras, no pudiendo refrenar su carácter guerrero, salió á su encuentro á detener su marcha y á batirlo. Para esta espedicion tuvo que tomar todos los soldados de la Quinquina que custodiaban los presos políticos, y al verse estos libres de sus guardianes, construyeron balsas y á los ocho dias, es decir el 12 de abril, consiguieron salvarse en número de doscientos lo menos en las aguas del Tomé.

■^

CAPITULO XLVI.

embargo se detenia en todos los pueblos por donde pa- saba á revistar los Tejimientos de milicias que estaban en disposición de poderse mobilizar al primer aviso, y á examinar el estado de las municipalidades recientemente organizadas. En Talca, donde se hallaba el 24, decretó un empréstito estraordinario de 600,000 pesos, cuya tercera parte debían pagar los habitantes de los pueblos del norte de Santiago desde Melipilla hasta Gopiapó , pero suspendió su cobro á consecuencia de la contribu- ción mensual y jeneral que exijió su sustituto en el go- bierno don Hilarión de la Quintana.

f.;í

VI. Historia.

J5

CAPÍTULO XLVÍL

Los fujitivos de Chacabuco van á Lima, y Pe2uela los envía á Talcahuano. Ordoñez ataca á Las Heras en Gavilán y es batido. Llega O'Higgins al campamento de los patriotas. Establece su cuartel de invierno en Concep- ción.— Toma de Nacimiento por Cienfuegos y Urrutia. Acción de Caram- pangue y toma de Arauco por Freiré. Institución de la lejion de mérito.— Declaración de la independencia. Se establece un tribunal de alta policía unido á la intendencia. Don Hilarión de la Quintana renuncia el supremo poder que ejercía interinamente, de resultas del descontento que escita en la capital. Nombramiento de una junta, cuyos poderes se reasumen á poco tiempo en una sola persona. Trabajos de esta junta.

Mientras que O'Higgins estaba en marcha para unirse con Las Heras, Ordoñez, que seguía arrinconado en Tal- cahuano, recibió un refuerzo de tropas procedentes de los restos del ejército de Marco.

Estas tropas, embarcadas, como ya hemos dicho, en desorden y á toda prisa en los buques hallados en el puerto de Valparaíso , iban á Talcahuano á disposición de Ordoñez; pero habiendo manifestado los capitanes que el agua y los víveres eran en corta cantidad para tanta jente, forzoso les fué tomar el rumbo de los vien- tos favorables y dirijirse al norte para desembarcar en sitio donde pudiesen proveerse de todo lo que les hacia falta.

El primer puerto que vieron fué el de Coquimbo, que suponían en poder de los realistas, y como ademas el número de soldados embarcados era suficiente para ven- cer cualquiera resistencia en caso de necesidad, echaron muchas lanchas al agua para acercarse á la costa. Avan- zaban con completa confianza, cuando en medio del tu- multo y alarma de los habitantes de Coquimbo, le ocurrió

».;

CAPÍTULO XLVII.

227

ai padre dominico Llamas, de Buenos-Aires, tirar un cañonazo á las embarcaciones que se aproximaban y á esta feliz inspiración se debió que la alarma cundiese al enemigo , que se alejó á toda vela de aquellas aguas.

Entonces el brigadier Olaguer Filiu, que por ser el oficial de mas graduación habia tomado el mando en la retirada, dispuso ir al puerto del Huasco. Aunque sabia que estaba muy poco habitado, creyó prudente que ba- jasen á tierra doscientos soldados á las órdenes de Ma- roto, y gracias á este alarde de fuerza, pudieron hacer tranquilos la aguada necesaria y apoderarse de muchos carneros para el consumo del viaje.

Si el delirio no se hubiese apoderado de las cabezas de estos fujitivos, es probable que una vez provistos de todo lo necesario, se hubieran hecho á la vela en direc- ción al sur, para reunirse á Ordoñez, organizar con todas estas tropas reunidas la resistencia, y quizá tomar la ofensiva en razón á su número y á los muchos partida- rios con que contaban en la provincia. Esta fué la opi- nión de algunos oficiales, pero en consejo de guerra se decidió lo contrario, resolviéndose tomar el rumbo del Callao.

El virey Pezuela los recibió con todo el desden que merecía su vergonzosa huida : no solo no les permitió aproximarse á Lima, sino que mandó preparar inmedia- tamente barcos para reembarcarlos y enviarlos al puerto de Talcahuano, que era el que ellos debieron haber ele- jido por punto de retirada.

Eran estos soldados los que habían llegado á Talca- huano en número de mil seiscientos, inclusos los que se incorporaron en el Callao. Con la reunión de estas tropas y las que Sánchez habia llevado de Chillan, Ordoñez con-

228

PISTO ría de chile.

r-'

taba con dos mil seiscientos veteranos próximamente, y era demasiado valiente y atrevido para no intentar un golpe de mano contra los patriotas.

Un mes antes, esto es, el 5 de abril, hubo un pequeño encuentro entre una fuerte vanguardia de Ordoñez man- dada por el mayor Campillo, y las avanzadas de Las Heras ; y aunque las ventajas obtenidas por los patriotas, que quedaron dueños del campo, no fueron muy grandes, dieron sin embargo por resultado hacer desguarnecer la isla de la Quinquina y facilitar la evasión de los muchos patriotas que estaban allí presos (1), Por lo demás, esto solo fué el preludio de un combate mucho mas impor- tante que tuvo lugar muy poco después.

Era el 5 de mayo. Las Heras estaba acampado en las alturas del cerro del Gabilan, en frente del pequeño cerro de Chepe. Ordoñez cargó sobre él con todo el ímpetu del primer ataque ; pero habiendo sido rechazado, se rehizo en un sitio no muy distante y cargó segunda vez con los cazadores que iban á la cabeza de las colum- nas , mientras dos piezas colocadas en la cima del cerro de Chepe, metrallaban á la infantería. No fué mas feliz este segundo ataque, gracias á una admirable carga de los granaderos de caballería, que sable en mano cayeron sobre los cazadores enemigos , y los batieron hasta el pié del referido cerro , bajo el fuego de sus ca- ñones. Entonces Freiré, que succesivamente había ido de la Merced á la Alameda á hacer frente á las diversas maniobras del enemigo, se coloca á toda prisa en el lado en que la artillería causaba mas daño , mata con una de

(1) No parece sino que O'Higgins tenia la habilidad de saber engañar á su adversario escribiendo planes finjidos á sus amigos en la persuasión de que esta» cartas irían á pasar á manos de algún realista, que fué lo que esta vez sucedió wn Ordoñez.

CAPÍTULO XLV1I.

229

sus pistolas al artillero que iba á hacerle fuego , se apo- dera de las dos piezas y pone en completa derrota pri- mero á los artilleros que las servían y después á la mayor parte del ejército enemigo á quien batió en retirada sobre Talcahuano. El resto, temiendo ser cortado por el batallón de granaderos que mandaba el impetuoso teniente don Manuel Medina , se retiró por el mismo lado , perseguido por los granaderos de caballería, por los tiraderos que habían hecho frente á las nueve lanchas cañoneras y por muchas compañías á las órdenes del sarjento mayor don Enrique Martínez. El comandante don Cirilo Correa, á quien O'Higgins envió inmediatamente con la división número 7, alcanzó á tomar parte en el perseguimiento (I).

O'Higgins llegó poco después y dio la enhorabuena al valiente Las Heras por la acción, que fué muy favo- rable á la patria, pues se cojieron tres cañones, doscien- tos tres fusiles, muchas municiones, etc. Habiendo to- mado el mando del ejército , fué á acampar delante de Talcahuano con ánimo de intentar un asalto ; pero des- graciadamente lo avanzado de la estación y los muchos temporales deshechos le obligaron á retroceder á Con- cepción para establecer allí sus cuarteles de invierno.

Aprovechó este tiempo de descanso en instruir y dis- ciplinar con todo el esmero que exijia el peligro de la patria, á una parte del ejército que verdaderamente no habia aprendido á batirse mas que el dia de la batalla. De cuando en cuando se ponían en marcha muchas com- pañías, tanto para batir á los realistas, como para acos- tumbrarse á la disciplina y á la fatiga. £1 enemigo ocu-

(1) Según algunos autores realistas, el coronel Morgado fué el que tuvo la culpa de esta derrota, porque estuvo inmóvil con la caballería sin hacerla, síantobrar.

^^JVMP'S!*

230

HISTORIA DE CHILE»

paba toda la línea sur del Biobio y era necesario desalo- jarle y quitarle las dos fortalezas de Nacimiento y de Arauco , muy importantes ambas para tener á raya á los indios. Al capitán don José Cien fuegos, que habia dejado á Las Heras en Maule para ir á tomar el mando de los Angeles ya ocupado por el capitán Urrutia, se le encargó I-a toma de Nacimiento, y el 14 de mayo se presentó á su frente con la firme resolución de hacerse dueño de ella. El capitán Urrutia, con veinte y cinco hombres de van- guardia , se puso en camino por la noche y llegó sin ser apercibido á los alrededores del pueblo, que bloqueó para impedir la entrada de los caballos en el fuerte. Mientras la acción , don Domingo Urrutia , confiado en el mucho polvo que habia, tomó ocho soldados y prometió apo- derarse del fuerte dirijiéndose á la puerta, aunque es- taba defendida por tres cañones. Sus amigos quisieron disuadirle, pero él escuchando solo el instinto del de- nuedo , marcha con sus valientes compañeros y recibe casi á quema ropa una descarga de metralla, que le mata tres soldados, hiere otros muchos y le obliga á retroceder con un brazo fracturado, que fué necesario amputarle. Suceso triste para este puñado de hombres que tenían la mayor confianza en el arrojo de su capitán, pero que no les hizo desistir del ataque, antes bien con- tinuaron el bloqueo del fuerte hostigando á los realistas desde el alto de las casas en que se habían apostado. El combate duró así todo el dia, continuó por la noche aunque menos vivo, y al siguiente los sitiados, no pu- diendo proveerse de agua, se vieron en la necesidad de rendirse.

Después de este triunfo, corto pero bastante intere- sante, porque de sus resultas tuvo que retirarse también

CAPÍTULO XLVli.

la guarnición de la plaza de Santa Juana, dejando toda la línea del Biobio en poder de los patriotas, Gienfuegos marchó sobre Arauco á reunirse á Freiré, encargado de tomar esta plaza.

Encontráronse cerca de Colcura en momentos en que una lluvia, que caía á torrentes, hacia fatigosa su marcha aunque no la detuvo. Guando Freiré llegó al rio Caram- pangue encontró al enemigo atrincherado en la márjen opuesta. Este rio profundo, bastante ancho y sin ningún vado, le ofrecía grandes dificultades para pasarlo, pero no de tal magnitud que arredrasen á un guerrero como él ; y poniendo en juego un ardid, dejó una compañía al mando del capitán de las milicias de Talca don Fran- cisco Espejo con orden de engañar al enemigo, hacién- dole creer que los patriotas continuaban en el mismo sitio, para lo cual favorecía mucho la obscuridad de la noche. Tomadas sus disposiciones , se va un poco mas arriba con los demás soldados, hace que monte un in- fante á la grupa de cada granadero de caballería , y dando el primero el ejemplo de audacia, se arroja al rio que atraviesa á nado y se encuentra á muy poco en posi- ción de hacer frente al enemigo, que le ataca con furia, pero á quien él rechaza y derrota completamente, ma- tándole unos treinta hombres. Su pérdida fué sobre la mitad de este número, la mayor parte ahogados al pasar el rio , entre otros su asistente y el oficial don Vicente Muñoz (1).

Dueño del campo de batalla y no teniendo nadie á quien batir, Freiré se fué á Arauco, que encontró corn- il) He oido decir á don Rafael Freiré que al pasar el rio , su hermano don Ramón por salvar un infante cayó del caballo y la corriente le llevó adonde estaba el enemigo ; pero que le valió un soldado, que no conociéndole, le dejó que se marchara.

MMP.rEdt

232

HISTORIA DE CHILE.

pletamente abandonado por los realistas, porque unos se habían embarcado para Talcahuano y los otros, bajo la dirección de Pinuel, babian marchado en compañía de gran número de indios por el lado de Tubul. Reposaban estos tranquilamente en la noche del 31 de mayo, cuando Freiré fué á sorprenderles, y á hacerles sentir una pér- dida mucho mayor que la del dia antes en Carampangue. Pinuel fué herido mortalmente , pero pudo embarcarse para Talcahuano, donde murió : sus compañeros se sal- varon por tierra de indios y se dirijieron por el lado de Nacimiento. En cuanto á Freiré, volvió al cuartel jene- ral , adonde le llamaban los mas importantes asuntos , dejando al capitán Cienfuegos de comandante de esta plaza (1).

Mientras la provincia de Concepción y la frontera eran teatro de una multitud de pequeños encuentros ó esca- ramuzas, útiles porque se habituaba el soldado á la dis- ciplina y á la fatiga, O'Higgins se ocupaba en crear una distinción que patentizase á la nación la bizarría y los al- tos hechos de los conquistadores de la libertad chilena. Por lo mismo que habia abolido la nobleza hereditaria, en la que la casualidad constituia todo el mérito de sus individuos, quiso reemplazarla con otra personal, cuyo objeto fuese recompensar no solo el valor, sino también el talento ; y aquí el oríjen de la lejion de mérito que se instituyó por decreto de 19 de junio de 1817, y á la cual podían aspirar todos los que hubiesen hecho al-

(1) Algún tiempo después los indios, con pretesto de hacer la paz, propu- sieron á Cienfuegos que fuese á tratar con ellos, y apenas llegó lo mataron á él y á todos sus soldados y milicianos, escepto unos cuantos que llevaron la noticia á Arauco : á algunas personas les dejaron que se salvasen y á don Luis Rios que se escondiera. Esto obligó á hacer otra espedicion, que también mandó Freiré, quien apoderado segunda vez de Arauco, tuvo á los pocos dias otra cd Tubul.

CAPITULO XLVII.

gun servicio al país, fuesen paisanos ó militares, perte- neciesen á la clase alta ó á la de los plebeyos (1).

No cabe duda en que una distinción para todo hombre de mérito es una recompensa digna de las grandes na- ciones, porque el honor es el principio de todo lo grande que se hace en el mundo ; y remunerar este honor con una cruz, una cinta, es economizar los fondos del tesoro público y escitar una jenerosa emulación en todas las clases de la sociedad. Pero ¿ se encontraba Chile en el caso de crear semejante institución ? De ninguna ma- nera ; y no porque estuviese rejido por un sistema repu- blicano, pues en los mismos Estados-Unidos, á pesar de que la orden de Gincinato fué en algún modo sofocada en su cuna, la democracia á medida que se hacia rica usurpaba títulos y blasones que ha conservado con gran vanidad. Pero en Chile la población era tan corta y el gobierno tan popular y en relaciones tan íntimas de amistad y parentesco con la masa de los habitantes, que no podía menos de haber desde un principio numerosos abusos , bastantes para desprestigiar la institución y je- neralizarla hasta el punto que perdiese todo su mérito, especialmente luego que dejasen de pagarse las pen- siones con que se dotó. Esto fué lo que sucedió en efecto, y desde entonces cayó esta distinción para no volver á levantarse.

Otro acto de grande importancia siguió al de la crea- ción de la lejion de mérito : la declaración de la inde-

(1) Se componía de grandes oficiales con 1,000 pesos de pensión, oficiales con 500, suboficiales con 250. Gozaban un fuero particular en virtud del cual si cometían algún delito, solo podian ser juzgados por sus iguales. El principal objeto de la institución era abrir un camino glorioso á las acciones brillantes, á los grandes talentos y á las altas virtudes. Véase el decreto del gobierno pu- blicado en aquella época.

234

HISTORIA DE CHILE.

pendencia, tan vivamente deseada por los buenos patrio- tas del país.

La República chilena existia de hecho , pero no había sido sancionada por una de esas declaraciones solemnes que se dirijen como testimonio de fidelidad á todas las potencias del globo, y que dan derecho á un reconoci- miento público, ó por lo menos á relaciones políticas, sobre todo de parte de aquellos países que han estado ligados por algún tiempo con relaciones comerciales, garantidas por una neutralidad públicamente reconocida. Ya Buenos-Aires había llenado este deber y proclamado en una acta legal su separación completa y absoluta de España, acta que O'Higgins mandó publicar en el ejér- cito acampado á la sazón cerca de Mendoza, en medio de fiestas de toda especie , fiestas que se repitieron el diadel aniversario en todos los pueblos de la república.

Chile no podía ser indiferente á un ejemplo dado por Buenos-Aires que habia sido acojido con tanto jú- bilo. Aunque su posición no era igual á la de esta repú- blica, la cual desde el principio de la revolución no vio mas á los realistas sino es en sus fronteras , podia sin embargo en medio de sus triunfos militares aspirar á esta manifestación. Una revolución no es mas que un movimiento político que tiene sus leyes con las cuales se aprecia al cabo de algún tiempo su causa final , y no era difícil predecir en vista de los progresos que hacia la libertad en el espíritu de los chilenos, el momento en que todos los realistas serian espulsados de Chile. Esto permi- tía adelantar la época de la proclamación de la indepen- dencia, por mas que el estado de guerra que aun duraba, presentase dudosos los resultados de la lucha y fuese por consiguiente una razón mayor para retraer á los gobier-

CAPITULO XLVII.

235

nos de su reconocimiento. Sin embargo , como grandes atenciones habían impedido hasta entonces la reunión de un congreso, no obstante que muchos patriotas la recla- maban sin cesar, el gobierno quiso que el pueblo entero legalizase la declaración, ó que al menos manifestase su voluntad ; y los rejistros que se abrieron en todas las municipalidades dieron á conocer bien pronto su glo- riosa aprobación por el gran número de firmas con que se cubrieron. Ya entonces no encontró O'Higgins impe- dimento para la declaración y el Io de enero de 1818 la firmó con todos sus ministros. El dia de la proclamación debia ser un dia demasiado memorable para no honrarlo con algún gran recuerdo, y se elijió el 12 de febrero, aniversario de la victoria de Ghacabuco. En este dia se promulgó el acta de la independencia en todos los pue- blos de la república , y se celebró con fuegos , ilumina- ciones y otros festejos dignos de tan glorioso suceso.

Esto se hacia en el sur : en el norte, es decir en San- tiago, las administraciones no eran menos exijentes, porque se necesitaba rehacerlo todo, crearlo todo, y por desgracia el hombre que se hallaba interinamente á la cabeza del gobierno no podia satisfacer el carácter chi- leno, demasiado nacional para no considerarse humillado de que gobernase el país un hijo de Buenos- Aires.

Por una reunión de circunstancias independientes de la voluntad de la nación, Chile, como ya hemos visto, no tenia influencia ninguna en Buenos-Aires, ni en las ideas ni en el jiro de los negocios. Y no porque no hubiese con- tribuido en .cuanto pudo á la libertad de su vecina y á su ilustración, puesto que en aquel momento mismo el me- jor periódico que se publicaba en la república, el Cen- sor, lo redactaba el célebre don Camilo Enriquez , y el

1^—

236

HISTORIA DE CHILE.

ejército de Tucuman contaba una multitud de soldados chilenos, que por cierto estaban diseminados en todos sus batallones, cuando por consideración á un aliado tan ín- timo debían haberse reunido en un solo cuerpo con el título de tropas auxiliares. No se hizo así sea por indife- rencia ó por motivos políticos, y sus servicios pasaban desapercibidos, mientras que en Chile desde que em- pezó la revolución, una multitud de naturales de Buenos- Aires, de mucho mérito es verdad, ocuparon siempre empleos superiores y con mas razón en aquel momento, en que su título de libertadores les daba un ascendiente mucho mayor, aunque susceptible al propio tiempo de despertar mas que nunca los antiguos zelos. Así don Hi- larión de la Quintana, apoyado solamente por muy corto número de personas , tuvo desde el principio enemigos muy tenaces, entre ellos todos los que no veian bas- tante liberal al gobierno, y especialmente los partidarios de Carrera, de quien era entonces representante el joven Rodríguez. El espíritu de oposición que manifestaban estas personas hirió la susceptibilidad del delegado, y por un decreto fechado el 7 de agosto de 1817, mandó pren- der á muchas so pretesto de que conspiraban (1).

Lo que también perjudicaba mucho á la administra- ción de Quintana era que tenia que proveer á las necesi- dades del momento. Las rentas continuaban en la mayor decadencia ; ni el comercio, ni la agricultura, ni las mi- nas hacían progresos sensibles ; y en tales circunstancias era muy difícil no recurrir á empréstitos forzosos, requi- siciones arbitrarias y exacciones de todo jénero. Resta-

(1) Cuando fué separado del gobierno don Hilarión de la Quintana, la junta que le reemplazó, no encontrando otro motivo para el arresto de estos celosos liberales que una medida de precaución , los mandó poner en libertad.

CAPÍTULO XLVII.

237

bleció los impuestos de 13 de mayo de 1815 , 5 de fe- brero y 2 de noviembre de 1816 establecidos por Ossorio y Marco, y tras el empréstito de 400,000 pesos vinieron las contribuciones mensuales , los secuestros á los emi- grados y la orden de que todo el que tuviese dinero ó efectos pertenecientes á estos , lo declarase. Habiendo llegado á Coquimbo uno de los buques de don Miguel Carrera cargado de fusiles y otras armas, se abrió una suscripción para comprarlas, y como siempre sucedía, todos los tachados de realismo, ya por prudencia ya por fuerza se presentaron los primeros, maldiciendo por su- puesto al autor de la suscripción. Quintana no perdonaba medio para proporcionarse recursos, empleando como acontece siempre en circunstancias semejantes la arbi- trariedad, la pasión, la violencia : y se le acusó entonces de que parte del dinero lo enviaba al gobierno de Buenos- Aires , acusación que produjo gran efecto, porque nada hay mas crédulo que el descontento halagado (1).

Pues a pesar de todas estas recriminaciones, y de la justa irritación que produjo la recepción del enviado es- traordinario de Buenos- Aires , el teniente coronel don Tomas Guido, que fué presentado á Quintana por San Martin y sus oficiales superiores, de manera que esta gran representación nacional no se pasaba casi mas que con arjentinos, Quintana seguia tenaz en su puesto hacién- dose sordo á todas estas murmuraciones, y no cedió á las exijencias de la opinión pública sino instado por los consejos de San Martin, que hacia poco estaba de vuelta de Buenos-Aires. Pocos dias antes, queriendo desemba-

(1) En todos los casos procuraba dar al comercio chileno una dirección que favoreciese al de Buenos- Aires, como se ve en los decretos de 9 de mayo de 1817, 14 de junio y 6 de setiembre. Muchas veces procedía contra lo prevenido en los reglamentos del comercio del país.

JVMP'ZlJt

238

HISTORIA DE CHILE.

razar la capitanía jeneral de los asuntos relativos á robos (1) y asesinatos que hasta entonces habían sido del resorte de la policía militar, nombró un intendente mayor de la alta policía y seguridad pública, al cual su- bordinó todos los funcionarios de la república : medida alguna vez arbitraria, pero siempre útil en momentos de gran perturbación social. Don Mateo Arnaldo Hcevel, uno de los prisioneros de Juan Fernandez, fué el agraciado con este empleo , que desempeñó con todo el celo que exijia su importancia. Habia visto mucho en Europa y en los Estados-Unidos y creía que su misión estaba limitada á procurar el bienestar jeneral , cuidar de la salubridad de la ciudad y protejer los intereses del individuo desde su cuna hasta el sepulcro. Pero no era esta la mira única de sus severos jefes. Al concentrar en una sola per- sona todas las atribuciones de la vijilancia, quisieron que ejerciese una policía mas bien política que munici- pal y que no solamente fuese guardián del orden , sino también centinela avanzado contra los ataques incesantes de los enemigos del Estado. Se necesitaba pues para este empleo una persona mas severa y mas decidida por el partido dominante, y á los tres meses fué reemplazado Hoevel por don Francisco de Borja Fontecilla.

Por la renuncia que hizo don Hilarión de la Quintana del cargo de director interino, nombró O'Higgins una junta para que le representase durante su ausencia. Esta junta se componía de tres escelentes patriotas, don José Manuel Astorga, don Francisco Antonio Pérez y don Luis

(1) Los robos en aquellos momentos de perturbación eran tan frecuentes y tan atrevidos que don Hilarión de la Quintana publicó un bando, en que se castigaba con pena de muerte el que robase por valor de mas de 4 pesos, y con doscientos azotes y seis años de cárcel al que robase menos. Formulario de policía número 2.

►>?

■^

CAPITULO XLVII.

239

de la Cruz , el cual fué sustituido mientras llegaba por don Anselmo Cruz.

Por el respeto que inspiraba esta junta, y mas prin- cipalmente porque habian nacido en Chile sus individuos, era mucho mas á propósito para gobernar ; pero tenia que atender á tantos y tan diferentes asuntos, era en algunos tan difícil la unanimidad de pareceres, que a los pocos meses conocieron la necesidad de reasumir la autoridad en una sola mano, y á propuesta suya reunió O'Higgins los poderes de todos los miembros de la junta en don Luis Cruz (1).

En medio de tanta perturbación, de tan repetidos cambios, no era posible que la sociedad progresase. La civilización necesita calma, y en el país todo era tempes- tad y guerra. Sin embargo habia tanto que hacer , los gobiernos de Ossorio y Marco habian desorganizado de tal manera las administraciones para doblegarse á las exijencias de la monarquía, que fué necesario borrar todo lo que pudiera ser un recuerdo de la época de la sumisión. Se restablecieron, pues, los tribunales en sus- titución de la Real Audiencia, cuyos oidores habian emi- grado á Lima; se restableció asimismo el Instituto, de- volviéndole el carácter militar, y se aumentaron mucho los libros de la biblioteca, gracias á la jenerosidad de San Martin y á la de un polaco, don Antonio Bellina Fliupeski, quien ofreció ciento cincuenta volúmenes que tenia en Buenos-Aires (2). En la moneda, que llevaba el emblema

(1) Según don Diego Benavente, esta junta no participaba completamente de la política de O'Higgins; y como Cruz le era mas adicto lo conservó solo , haciendo de manera que los demás se lo propusieran así. Véase el Araucano, número 185.

(2) Cuando San Martin salió para Buenos-Aires, O'Higgins le envió con un oficial 10,000 pesos para los gastos del viaje ; pero él no los aceptó, suplicando al director que emplease esta suma en formar una biblioteca. Conversación con don Bernardo O'Higgins.

no

HISTORIA DE CHILE.

!

de la monarquía, se estampó la columna de la libertad que conservó mucho tiempo, y queriendo el gobierno mani- festarse reconocido á los jefes arjentinos, les envió fuer- tes sumas, que todos recibieron escepto San Martin , el cual tuvo la jenerosidad de distribuir su parte entre los oficiales del ejército. Poco después aceptó la chacra del prófugo Beltran , que el cabildo compró al fisco, y cuyo importe se colocó por orden de O'Higgins sobre los fon- dos de un establecimiento público como era el Instituto. Pero lo que mas que nada preocupó al gobierno fué el estado de la Hacienda y los medios á que era necesario apelar para cubrir el gran déficit, medios que necesaria- mente tenían que disgustar á los mas decididos patriotas. Las rentas estaban subordinadas á tantos sucesos, que no podia contarse ni con la mitad de sus productos ; á lo que habia que agregar el contrabando, muy jeneralizado en- tonces á pesar de la severidad de los reglamentos, y el cul- tivo clandestino del tabaco, ramo en que consistía uno de los principales recursos del fisco. Tenia pues el gobierno una necesidad imperiosa de arreglar y organizar esta importante parte de la administración, pero desgracia- damente el estado del país no le dejaba tiempo ni le pro- porcionaba los medios de hacerlo. Era preciso ante todo velar por la salvación de la patria muy amenazada por el virey del Perú, y don Luis Cruz contribuyó mucho á propagar el entusiasmo y el valor entre la juventud de Santiago. Aumentó y mejoró las fortificaciones de Valpa- raíso, alistó á todos los jóvenes de la capital en diferentes cuerpos de milicia, que eran instruidos y disciplinados con el mayor esmero , como igualmente las milicias de las provincias; en fin, gracias á su actividad, los dos mil hombres de que entonces constaba el ejército chileno, estaban perfectamente alimentados, vestidos y equipados.

CAPITULO XLVÍÍl

Ordoñez fortifica á Talcahuano.- El teniente jencral Brayer llega á Chile y es nombrado mayor jeneral.— Marcha luego al ejército de O'Higgins.— Asalto de Talcahuano funesto para los patriotas. O'Higgins se retira con su ejér- cito y se reúne al de San Marlin. Llega una nueva espedicion enviada por el virey del Perú á las órdenes de Ossorio.— Se le incorporan las tropas de Ordoñez. Sale para el norte. Primo Rivera llega hasta Curico con su división de vanguardia y repasa el rio Lontue al aproximarse el ejército de San Martin.— Escaramuza entre Freiré y Primo Rivera en Queche- regua. Los dos ejércitos, en marcha para Talca, acampan en Cancha- rayada.— Derrota del ejército patriota.— El coronel Las Heras salva el ala derecha del ejército. Su brillante retirada. Honorífico recibimiento de esta división en el campamento de Maypu.

O'Higgins cometió una grave falta en no atacar for- malmente á Talcahuano en cuanto se incorporó al ejér- cito. Entonces esta ciudad, aunque defendida por la na- turaleza, tenia lados débiles que se prestaban aun asalto fácil. Cualquiera menos irresoluto que él hubiera apro- vechado esta ventaja, sin dar tiempo al enemigo á hacer en su recinto todas las obras de defensa y seguridad que un hombre como Ordoñez era capaz de llevar á cabo (1).

Ordoñez en efecto, aprovechando esta inacción y el regreso á Concepción del ejército enemigo, se dedicó con la actividad febril y la intelijencia que le caracterizaba, á fortificar los puntos que podian ser atacados ; y para dar mayor impulso á las obras mandó que trabajasen en

(1) At the time we arrived (2/1 de agosto de 1817) Talcahuano was, compara- tively speaking, unfortified, and from that time to the day of theattack, almost every man, woman and child were impressed to work on the fortifications.— Wilh one thousand determined troops, the place would easily have been taken; and to have made their attack just at the time that the last of their works of defence were complete and in order, is perfectly inexplicable, and has been the theme of wonder to us all. Journal of a residence in Chili, pajinas 42 y 43.

VI. Historia.

10

f.

•a»*<g-r

2/i2

HISTORIA DE CHILE.

ellas todos los habitantes de la ciudad, hombres, mujeres y niños ; por manera que á los pocos meses la plaza quedó rodeada de fosos y empalizadas, y las alturas coronadas de baterías suficientes á contener con ventaja el asalto de los patriotas, que iba á dirijir un jeneral francés.

Este jeneral era don Miguel Brayer, teniente jeneral de Napoleón, á quien los sucesos de 1815 y sus opiniones avanzadas desterraron de Francia , habiéndose retirado á los Estados-Unidos, esta nueva patria de la libertad. Buscando á poco tiempo un clima mas favorable á sus heridas, fué á Buenos-Aires, y de allí pasó á Chile sin mas objeto que emplear en la conquista de su indepen- dencia las cortas fuerzas que le quedaban. Se hablaba mucho por entonces de una nueva espedicion del virey del Perú contra Chile, y como se ignoraba á qué punto se dirijiria, San Martin formó un campamento en la ha- cienda de las Tablas cerca de Valparaíso , para batir al enemigo si desembarcaba en estos parajes, y al propio tiempo para instruir y disciplinar los nuevos reclutas que habia en el ejército. El jeneral Brayer fué al campamento á hacer una visita al jeneral en jefe : su clase, su bella fisonomía, noble y militar á la vez, y sus antecedentes le habian valido una acojida distinguida de numerosas personas, y San Martin lo admitió en el ejército, nom- brándolo mayor jeneral de su división. Muchos oficiales de San Martin aspiraban á este empleo, para el que de- cían reunir mas méritos que el agraciado; y esto produjo murmuraciones envidiosas. Por otra parte el nuevo jefe tenia que entrar, por la naturaleza de sus funciones, en todos los detalles administrativos de los Tejimientos; y deseando hacer este trabajo con la severidad que habia aprendido en el ejército francés, introdujo reformas que

CAPITULO XLVIIÍ.

243

pugnaban con las preocupaciones y á veces con los inte- reses de muchos oficiales, y que por lo tanto eran criti- cadas en tono poco respetuoso. El mismo San Martin , incomodado por la familiaridad con que le trataba su subordinado , no tardó en entrar en el número de los descontentos, y le envió con el mismo destino á la divi- sión O'Higgins.

No fué mas afortunado Brayer en su nueva posición , pues tampoco agradaron sus reformas á sus nuevos ofi- ciales. Quizá habia en ellas ideas demasiado europeas , poco convenientes acaso en un país , en que la manera de vivir del soldado y casi también la de batirse, era muy distinta. Sin consultar mas que su celo y su vivo amor á las armas, quería instantáneamente imprimir al ejér- cito el continente guerrero, que solo el tiempo es capaz de dar; al efecto pasaba revista con mucha frecuencia, cuidaba con gran escrupulosidad de la disciplina y sobre todo del bienestar de los soldados , que se hallaban á merced de administradores bastante interesados.

Pasada la estación de las lluvias, O'Higgins se dispuso á preparar un asalto á Talcahuano, último asilo del trono en el Chile central. El jeneral Brayer fué el encargado, como mayor jeneral, de hacer un reconocimiento para elejir el campamento del ejército, compuesto de unos mil quinientos hombres, y este se puso en marcha al dia si- guiente para ir á ocuparlo. Su distancia á Talcahuano era de un tiro de cañón de á veinte y cuatro, que no podia sin embargo hacerle daño ; pero su flanco izquierdo, en- frente de la bahía de San Vicente, estaba mas amenazado por las chalupas cañoneras y un bric, el Potrillo, que estacionaban en ella ; lo que obligó al comandante Bor- goño á colocar en la costa algunas piezas de á cuatro que

%h

HISTORIA DE CHILE.

con unos cuantos tiros bien dirijidos, alejaron para no volver á aparecer estos elementos de inquietud. Quedó, pues, el ejército dueño del campo, y ya no se pensó mas que en disponer un ataque bien ordenado. Con objeto de engañar al enemigo iba todas las noches una compañía de cazadores á causar alarmas falsos, lo cual duró hasta el 6 de diciembre, dia señalado para el asalto, y muy á propósito , porque el viento norte que soplaba no per- mitía la salida de la Yenganza y el Potrillo, únicos buques de que los realistas podian disponer en caso de fuga.

Con arreglo al plan adoptado, una parte del ejército al mando de Las lleras, debia ir porla derecha á atacar el Moro, que era el punto mejor fortificado y el mas im- portante ; otra parte, mandada por Conde, debia dirijir el ataque por el lado de^la bahía de San Vicente, y ade- mas por el del campo santo : por último la caballería, á los órdenes de Freiré, debia esperar la toma del puente levadizo para echar abajo las puertas y entrar en la ciudad. Beauchef, que de ayuda de campo del jeneral Brayer había pasado de mayor al rejimiento número 1 de resultas de una revolución contra su comandante Ri- veras, era el encargado de la primera columna que de- bia atacar el Moro, y por consiguiente la que tenia que dar prueba de gran valor, porque la victoria dependía de la toma de aquel punto y del puente levadizo. Al con- ferirle tan peligrosa comisión se le dio una prueba de la confianza que inspiraba su denuedo y su sangre fria.

Pero los incidentes tan comunes en las combinaciones de un ataque, se ofrecieron esta vez de mil maneras, em- pezando porque algunas compañías se retrasaron en pre- sentarse en sus puestos. Tenian orden de estar prontas antes de las dos de la mañana para emprender la marcha?

CAPÍTULO XLVI1Í.

245

y á las tres la columna encargada del ataque del Moro solo habia reunido tres compañías : mas aunque faltaba la 4a del Tejimiento número 3 , el comandante se puso en movimiento, aguijoneado por el deseo de distinguirse en su primer mando , y de demostrar que era digno de la buena opinión que se tenia de él. A la mitad del camino una bala de veinte y cuatro disparada sin objeto y como se hacia casi todas las noches, les hizo creer que estaban descubiertos; pero no por eso dejaron de seguir adelante y llegaron al borde del primer foso , habiendo recibido una descarga de unos doscientos fusiles que pusieron una veintena de hombres fuera de combate. Beauchef , para dar ejemplo, se arrojó en el foso, y seguido de gran parte de su columna fué el primero que empezó á esca- lar los muros , en cuya operación se ayudaban los unos á los otros, y en seguida á derribar la estacada para pe- netrar en lo mas alto del Moro, que mandaba don Cle- mente Lantaño. Se ocupaba en la demolición con el afán impetuoso que hace desaparecer toda resistencia, cuando algunos realistas en medio de la confusión en que un ataque tan imprevisto les habia puesto , fueron por allí casualmente é hicieron una descarga á quema-ropa so- bre aquel puñado de valientes, de la que murieron mu- chos, entre otros el capitán Yidela del undécimo. El mayor Beauchef fué gravemente herido en la espalda y solo le quedaron fuerzas para animar á sus bravos com- pañeros, que muy luego penetraron en la trinchera y se hicieron dueños de ella, auxiliados por el capitán don José María de la Cruz, que fué uno de los primeros que entraron, y por los granaderos que acababan de reunir- seles. Desgraciadamente el comandante de estos grana- deros no estaba enterado, como Beauchef, de que aun

*Mr'z:jt

246

HISTORIA DE CHILE.

habia que vencer otro foso para llegar al puente levadizo ; y cuando se encontró con un obstáculo que ignoraba, y con que era necesario nuevo esfuerzo de audacia para superarlo, se turbó algún tanto y vaciló, circunstancia que aprovecharon los realistas para tomar la ofensiva. En el mismo momento el valiente Ordoñez , que desde que empezó el asalto se habia hallado en los sitios de mas peligro, tomó el mando de este punto tan comprometido, y con su terrible habilidad consiguió al cabo de dos horas de un combate tenaz, dispersar los patriotas y metrallar- los mientras se retiraban en buen orden á su campa- mento. El ataque de Conde sobre el flanco izquierdo no fué mas feliz, como tampoco el de las lanchas enviadas á la bahía de San Vicente á las órdenes de Manning , no obstante que se apoderaron de un lanchon con una pieza de á diez y ocho , cuyos soldados fueron pasados á cu- chillo.

Tal fué el resultado de este ataque, en el que los pa- triotas llevaron al principio toda la ventaja, hasta el punto de levar anclas los oficiales de la Marina real y enviar marinos á los buques estranjeros embargados, para ayu- darles á hacer lo mismo con las suyas y recibir los fujiti- vos que creyeron no tardarían en presentarse (1). Unos y otros se batieron con valor admirable ; y si con razón los patriotas atribuyeron principalmente su desgracia ai retraso de una hora con que las primeras columnas em- pezaron el movimiento, es necesario confesar también que contribuyeron mucho á ella el talento y el arrojo de Or- doñez. Aunque hacia tiempo que los sitiadores finjian ataques , este intrépido coronel no se ocupaba de ellos

(1) Journal of a residence in Chili , p. 37. Su autor se hallaba en uno de los buques de comercio norte-americanos embargados por disposición de Ordoñez.

*>?1

CAPITULO XLVUÍ,

247

gran cosa, porque sabia que eran poco temibles mientras durase la luna ; pero luego que faltó esta no se acostó mas, y hacia dos noches que las pasaba levantado cuando con su instinto militar adivinó que era formal el que se daba en aquel momento. Comunicó entonces varias ór- denes á su secretario Rueda , con quien estaba hablando, para que las llevase al teniente de artillería Ballona y al capitán de injenieros Alvarez, y montando á caballo, recorrió toda la línea para reanimar con sus palabras y su sangre fria el entusiasmo de los soldados. En el tiempo que duró la acción pasaba de una batería á otra, encargan- do en todas á los artilleros que dirijiesenbien la puntería, indicándola él mismo ya por uno ya por otro lado, y es- tando con gran calma en medio de las balas que llovían de todas partes (1).

A pesar de este contratiempo , en que perdieron los patriotas sobre unos trecientos hombres y otros tantos los realistas, O'Higgins pensaba en renovar el ataque por el lado de San Vicente, cuando le avisó su subdelegado de Santiago don Luis Cruz, que una fuerte espedicion en- viada por el virey Pezuela, se estaba haciendo á la vela y que probablemente se dirijiria á San Antonio. Esta noti- cia, que no le cojió de sorpresa porque todos los días la estaba esperando, le decidió á marchar cuanto antes al lado de San Martin con objeto de reunir su ejército con el de este ; y á los pocos dias , después de inutilizar las fortificaciones, etc. , que habia construido, salió acompa- ñado de los habitantes comprometidos, abandonando la ciudad de Concepción á todos los escesos del desorden. La espedicion enemiga llegó en efecto á las costas de Chile y desembarcó en Talcahuano á los pocos dias de la

(1) Conversación con don José Bueclas,

II'"''. ■'

■9

¿W'ttjt

248

HISTORIA DE CHILE.

1

; ¡3

1

«i '

' 'M

■lv]

salida de O'Higgins. Se componía de tres mil quinientos hombres perfectamente provistos de todo, con una paga adelantada y embarcados á bordo de nueve buques de grandes dimensiones que escoltaba una fragata. El mando de este ejército debió darse sin disputa á Ordoñez, que pa- saba con razón por uno de los mejores oficiales de la Amé- rica del sur y que habia dado tan brillantes pruebas de valor é idoneidad, sosteniéndose con escasas tropas en una plaza débilmente fortificada ; pero Pezuela quería protejer á Ossorio, con quien habia casado una hija, y ademas el consulado de Lima, que pagaba gran parte de los gastos de la espedicion , lo prefería , no tanto por sus antece- dentes, como porque se estaba en la intelijencia de que habia dejado buena memoria en Santiago, que su nom- bre era allí muy popular y que nadie conocía mejor que él los asuntos del país. Estos fueron los motivos que tuvo Pezuela para nombrarle jefe de la espedicion, y el li de diciembre de 1817 le dio sus instrucciones reducidas á que obrase rápidamente contra el ejército sitiador, y si era batido como debia suponerse, se reembarcase con el suyo sin pérdida de momento, bajando á la costa de San Antonio para echarse repentinamente sobre Santiago , y destruir las tropas que allí hubiese (1). El 9 de di- ciembre este ejército salió del Callao, llevando consigo los fondos necesarios para subsistir en los primeros meses de la campaña. Para indemnizar á Ordoñez del desaire, Pezuela le envió el nombramiento de brigadier, ofrecién- dole el de capitán jeneral de Chile si las circunstancias permitían á Ossorio atravesar las cordilleras y llevar la guerra al centro de la República arjentina : sin embargo, Ordoñez concibió resentimiento por Ossorio, y empezó á

(1) Manifiesto de don Joaquín de la Peauela, p. 97.

CAPÍTULO XLVI1I. 249

estar con él en mala intelijencia , lo cual habia de re- dundar necesariamente en perjuicio de la espedicion.

Como la mitad casi de las tropas que llevaba Ossorio no estaban fogueadas, porque eran soldados recien reclu- tados en los alrededores de Arequipa, luego que desem- barcó, se dedicó á darles alguna idea de disciplina y del manejo del arma; y mientras tanto andaban por todas partes hombres del país y soldados buscando caballos para montar la caballería. Habían dejado tan pocos los patriotas que no pudieron encontrar los necesarios , lo cual no fué obstáculo para que marchasen en persecución de los patriotas, á quienes según lo que habia escrito Ordoñez á Pezuela, se les debia indefectiblemente batir y dispersar. Sin embargo, la intención de Ossorio no era pasar el Maule desde luego, sino solo tener esta línea y establecerse en los pueblos inmediatos, con objeto de aca- bar de disciplinar sus tropas y hacer nuevos reclutas para no tener una fuerza numérica inferior á la de los patriotas. Ordoñez, por el contrario, dispuesto siempre á obrar y ansioso de llegar á las manos con un ejército al que creía haber humillado, opinaba que era necesario ir adelante, pasar el rio y disputar la posesión del país en las inmediaciones mismas de la capital. Primo Rivera participaba de esta opinión , como también otros muchos oficiales , por lo que se decidió pasar el rio y el 3 de marzo quedó acantonado todo el ejército en la ciudad de Talca. Este ejército se componía de cuatro mil seiscientos cincuenta hombres, ademas de ciento cincuenta artilleros con doce cañones de corto calibre.

Pezuela cometió la falta de confiar el mando de la divi- sión á Ossorio, y este la de dejarse guiar de los consejos de hombres temerarios, pues como jeneral responsable

**** ~j*W r^^

250

HISTORIA DE CHILE.

debió conducirse con prudencia y aguardar en Concep- ción los dos mil hombres de buenas tropas que se espe- raban muy pronto. Porque si los realistas estaban an- siosos de llegar á las manos con los patriotas, estos no lo deseaban menos, y así lo demostraban sus movimientos.

Las dos divisiones de su ejército , fuertes en todo de nueve mil hombres próximamente con treinta cañones y dos obuses , reunidas en San Fernando como San Martin lo había dispuesto, se pusieron en marcha el \2> para salir al encuentro de estos temerarios. Guando el 14 por la tarde llegaron al rio de Teño, supieron por las descu- biertas que el enemigo estaba en Curico y por consi- guiente á dos leguas de su campamento, lo que obligó á San Martin á tener gran vijilancia, pues esperaba que se le daria la batalla al dia siguiente ; pero los realistas que formaban la división de vanguardia, mandados por Primo Rivera, repasaron el rio Lontue aquella noche y fueron á ocupar las casas de Quecheregua. Al ver San Martin frustradas sus esperanzas siguió la marcha y acampó en el mismo rio , pero no por el lado del norte como lo había hecho siempre , sino por el del sur contra todas las reglas de la táctica , pues quedó situado entre el rio y el enemigo. Continuó la misma esquisita vijilan- cia del dia anterior, y al siguiente se dio á Freiré, recien nombrado coronel , el encargo de pasar el Lontue para observar la posición del enemigo y dispersar las guer- rillas que se presentasen.

El mucho polvo que esta vanguardia levantaba hizo creer á Primo Rivera que tenia delante á todo el ejército, y en la imposibilidad de retirarse , se atrincheró en las casas con sus cuatrocientos infantes y las dos piezas de campaña que tenia, y mandó que la caballería se corriese

CAPÍTULO XLV1U.

251

hacia el sur para ponerse en salvo en caso de algún ac- cidente, mientras él sostenía el ataque. Esta caballería, disminuida en los dias anteriores en unos cuarenta hom- bres entre muertos y prisioneros, se componía de dos escuadrones, uno de lanceros y otro de dragones. Estos, mandados porMorgado, se hallaban al norte de las casas de Quecheregua, de manera que para reunirse á los lanceros que estaban al sur, se vieron precisados á abrirse paso por la caballería de Freiré que había empeñado ya la acción con Rivera y hasta exijia que se rindiese. Lle- gados á los lanceros, Morgado les exorta á que se reúnan á él para ir á libertar á sus compañeros, y no pudiendo conseguirlo por la cobardía de su comandante , va con su escuadrón al sitio del combate, divide sus dragones en varios grupos y les manda que carguen á la caba- llería de Freiré, la cual á su vez les carga á ellos con gran impetuosidad. Desgraciadamente su división era tan corta que tuvo que batirse en retirada , perseguido principal- mente por don Tadeo Isla, que en esta ocasión se con- dujo con tanto denuedo como serenidad , hasta el punto de que restableció el orden en un momento en que todo lo creyeron perdido. Freiré, que sostuvo todo el tiempo que le fué posible estos diferentes ataques con la espe- ranza de recibir los socorros que habia pedido, faltó poco para que le cojiesen , debiendo su salvación á la lijereza de su caballo, que saltó con gran destreza una tapia que le separaba del camino (1). Al volver al campamento encontró cerca del Lontue al jeneral O'Higgins, que á

(1) Perdió su gorra en que llevaba una carta de San Martin para O'Higgins; pero no es cierto lo que dice Torrente de que Morgado le cojió por los ca- bellos, quedándose en las manos con una mecha de pelo. Morgado era muy grueso, muy mal jinete é incapaz de semejante acción : ademas intimidado por un gran riesgo que acababa de correr, se conservaba á alguna distancia.

MM^..rZdt

252

HISTORIA DE CHILE.

la cabeza de un escuadrón de lanceros avanzaba al ga- lope para ir en su socorro , pero era inútil : el enemigo estaba demasiado lejos y en marcha para Parga y en seguida para Camarico, donde se hallaba acampado el grueso del ejército. Desde entonces los dragones , hasta allí mal vistos por los lanceros de Lima porque no iban bien vestidos , fueron apreciados como merecían , y en verdad que jeneralmente hablando eran mucho mas te- mibles que estos , pues en medio de su bonito uniforme les faltaba arrojo y no sabían montar ni manejar el ca- ballo (1).

Después de esta escaramuza, que no tuvo importancia ninguna, los dos ejércitos se dirijieron á Talca, siguiendo los realistas el camino ordinario, y replegándose los pa- triotas un poco hacia el este , con lo que dieron un rodeo que necesariamente fatigó mas á los soldados. El objeto de San Martin era ir por un camino mas llano y mas ancho para poder desplegar sus masas en caso nece- sario (2). Esta fué la causa de que no llegase á Lircay hasta el 19, poco después de haber salido el ejército ene- migo. Con la esperanza de picar la retaguardia y der-

(1) Cuando esta división de vanguardia llegó a Pilarco, donde estaba acam- pado el ejército, Ossorio, con toda la oficialidad y las músicas de los rejimientos, pasó revista al cuerpo de dragones que tanto se habia distinguido. Después de arengar á estos valientes militares y abrazar al capitán Isla, mandó que todos los oficiales desfilasen por delante de ellos y en seguida las músicas, que no cesaron de tocar mientras duró la revista.

(2) Tal es la opinión del bizarro jeneral Las Heras, á quien soy deudor de una preciosa relación de esta campaña en que tomó tanta parte : en otras notas encuentro que fué para cojer al enemigo por detrás y ganar primero el rio Maule con objeto de impedirle que pasase en el caso de una victoria; lo cual está conforme con lo que dice Torrente sobre los espías sorprendidos á los patriotas que enteraron á Ossorio del plan de San Martin. Estos espías, ó mas bien , estos guasos tiradores, porque su oficio era incomodar á los rea- listas, fueron cojidos en número de nueve, y fusilados todos menos uno, tan cobarde que por salvar la vida dio las noticias que le exijieron.

CAPITULO XLV1H.

253

rotar la caballería , lo que hubiera colocado á los espa- ñoles en posición muy apurada en caso de una derrota, San Martin destacó todos los escuadrones á las órdenes de Balcarce : desgraciadamente se dio la carga con toda la caballería desplegada de frente, sin conocer el terreno, y según dicen sin la inteligencia necesaria , y fué á es- trellarse ante la fuerte resistencia de Olarria, quien cargó á su vez á la caballería patriota medio desordenada y la dispersó, como igualmente al escuadrón de cazadores que cubría la retaguardia al mando de Freiré. Este entonces con los lanceros de reserva de Bueras volvió á tomar la ofensiva y persiguió parte de los realistas hasta las calles de Talca mas allá de la línea enemiga ; de lo cual resultó una nueva refriega jeneral entre la caballería de ambos ejércitos, que hubiera sido fatal para la de los patriotas á pesar de su superioridad numérica , si la brigada de artillería del teniente coronel don Manuel Blanco Enca- lada, perfectamente dirijida, no hubiese acudido á soste- nerla y protejer la retirada. El campamento estaba en Cancharayada á muy corta distancia del enemigo , que ya tenia formada su línea apoyando la derecha en las casas de los arrabales de Talca y la izquierda en el Bio-

Claro (1).

La posición de los realistas era en estos momentos su- mamente crítica. Con un número de soldados muy infe- rior al de los patriotas, bisónos muchos de ellos como ya hemos dicho, solo un golpe de mano podia salvarles en tan apurado trance , y felizmente para ellos tenían un

(1) Aparece no solo del manifiesto de Brayer, aunque sospechoso por ha- berlo dictado la malevolencia , sino del dicho de muchos testigos oculares, que SanMartin dejó escapar una ocasión escelente para destruir el ejército enemigo, cuando en este dia le permitió pasar sin obstáculo por sitios en que le hubiera sido facilísimo destrozarlo.

A^r^M^^**

254

HISTORIA DE CHILE.

hombre capaz bajo todos conceptos de ejecutarlo ; este hombre era Ordoñez.

Aunque continuaba su desvío con Ossorio, á quien no podia perdonar que le hubiese quitado el mando del ejér- cito, y á pesar de que no tenia obligación de seguirle ni de esponerse á los riesgos de la guerra, puesto que como intendente de la provincia de Concepción su residencia debia ser en la capital de esta, sin embargo, sea que le moviese su adhesión á te, causa realista , sea que le agui- jonease el deseo de gloria y de emociones , se reunió á él para ayudarle con su denuedo y sus talentos. En el consejo de guerra que se celebró por la noche, hizo ver que tenían contra dos grandes enemigos, el ejército patriota , superior al suyo bajo todos conceptos, y el rio Maule, imposible de pasar á un ejército derrotado. En vista de esto propuso un golpe de audacia, reducido á ir inmediatamente á atacar al enemigo, aprovechando la oscuridad de la noche para ocultar mejor su plan y su in- ferioridad.

Este proyecto no mereció la aprobación de Ossorio , que como hombre prudente é instruido , no opinaba por- que se fiase nada á la casualidad, sino que quería de- berlo todo al cálculo. Sin embargo, habiéndose adherido á él Baeza y muchos oficiales, se decidió á adoptarlo ; y poniendo el ejército á disposición de Ordoñez , dio este en seguida las órdenes para los preparativos, por ma- nera que á las ocho todo estaba dispuesto para intentar un golpe de fortuna.

En este instante el ejército patriota, que habia llegado mucho mas tarde al campamento, se ocupaba en un cam- bio de posición , dirijido por el teniente coronel de inje- nieros don Antonio Arcos, que ya habia situado la pri-

CAPITULO XLVIII.

255

mera línea detrás de un sanjon , formando un ángulo recto con la segunda (1). « Como se retardase algo el movimiento de esta y el flanco de la primera se hallase en descubierto por no haberse aun situado los puntos avan- zados, el coronel del batallón número 11 don Juan Gre- gorio de las Heras, lo hizo presente al señor coronel don Hilarión de la Quintana que la mandaba en jefe, lo que le fué contestado que el estado mayor lo determinaría. En- tonces el coronel Las Heras, por seguridad de su cuerpo, ordenó que la !f compañía al mando del capitán don Antonio Dehesa pasase á sitiar á poco mas de una cuadra en flanco, haciendo avanzar de ella un piquete con treinta hombres y los centinelas correspondientes. Como al cuarto de hora de establecido este puesto avanzado , ya se sin- tieron tiros y muy luego un fuego de fusil bien soste- nido; y al momento el parte como se habia pedido que seiscientos cazadores atacaban observándose á su reta- guardia dos columnas de infantería. En el momento se puso el ejército sobre las armas : la cuarta compañía apagó los fuegos de golpe y se retiró precipitadamente á ocupar su puesto. El enemigo, no encontrando á quien dirijirse, se encaminó al puesto adonde por la tarde habia visto á nuestro ejército, y al pasar por el frente de la primera línea tuvo que sufrir tres descargas cerradas de los tres batallones que la componían y que les causó la pérdida de mas de trecientos hombres (2). »

A pesar de esta pérdida, la posición de los realistas

(1) Parece que este cambio de posición lo dispuso el jeneral en jefe de re- sultas de haber sabido las intenciones de Ordoñez por un espía que se cojió. Véase el Progreso, número 1696.

(2) Debo estas noticias y las siguientes al valiente jeneral Las Heras, que, como es sabido, salvó una gran parte del ejército patriota y contribuyó por este medio mas que eadie , á la victoria de Maypu.

aseara

256

HISTORIA DE CHILE.

era tan desesperada que continuaron atacando la segunda línea con tal ímpetu y celeridad que desconcertó á los patriotas. Habiéndose encontrado con el batallón nú- mero 3 que formaba el centro de esta segunda línea, con- siguieron dispersarle y abrirse paso para llegar al cuartel jeneral, que estaba casi en la altura de un pequeño cerro con todo el parque, los hospitales, la intendencia , muchas piezas de artillería , en fin todo el bagaje del ejército que subia á mas de dos mil cargas de muías. Dueños de todo empezaron á metrallar desde la altura en que estaban á los batallones números 8 y 3, que mez- clados con la caballería se retiraban ya en desorden por el camino por donde habían ido, y auxiliados por las de- mas columnas y sobre todo por Ordoñez, que no cesaba de inspirará todos ánimo con su presencia, llevaban á los otros batallones tal terror, que pocas horas bastaron para dispersar este brillante ejército lleno de vida, de valor y de patriotismo, perfectamente instruido y disciplinado y provisto de cuanto podia necesitar.

Sin embargo, la división del ala derecha, gracias á la buena fortuna que nunca falta en los azares de una ba- talla, no sufrió ninguna pérdida. Esta división se com- ponía del batallón número 11 ; déla artillería de don Manuel Blanco con doce piezas, aunque ya sin municiones por haberlas gastado todas durante el dia; de parte del batallón número 2, que formaba el ala derecha de la línea cortada y rehecha por el mayor Rondissoni ; del batallón de cazadores de los Andes, que se encon- traba en el ala izquierda de la misma línea y que por equivocación fué recibido á tiros, y de algunas otras tro- pas hasta el número de tres mil quinientos hombres, todos de infantería. Por ausencia de Quintana , jefe de

CAPITULO XLVIII.

257

esta división, se dio el mando de ella por los jefes de los cuerpos al que le correspondía por su graduación y anti- güedad, el coronel don Juan Gregorio de las Heras, quien con el auxilio de la grande prudencia y habilidad del bravo comandante de la artillería don Manuel Blanco, tomó al punto las mas prudentes medidas para salvar tan precio sos restos. Era media noche y se necesitaba no ser aper- cibidos : al efecto la retirada se hizo con el mayor silencio y en columna cerrada. A pesar de estas precauciones les siguió de cerca un escuadrón, y tuvieron que tomar posi- ción en los barrancos del lado derecho de Lircay, lo que obligó á aquel á retirarse. La columna continuó la marcha toda la noche, algo en desorden , llegó de dia á Pilarco y á las nueve á Camarico, donde descansó una hora. Los soldados desertores y cansados durante la noche subieron á quinientos ; pero como á medida que avanzaba la co- lumna encontraba dispersos que se la reunían, quedó compensado el número de hombres perdidos con el de incorporados, y el efectivo permaneció siempre poco mas ó menos el mismo. No fué poca fortuna que encontraron algunas muías estraviadas cargadas de municiones de los cañones que tenían, lo cual se tuvo por buen agüero para el porvenir.

Siguiendo la marcha con toda la celeridad que permi- tía el estado de abatimiento en que se encontraban, lle- garon el 20 al rio Lontue, que la infantería pasó sin difi- cultad, pero no así los doce cañones, cuyos caballos iban sumamente cansados, y los hombres que los montaban desmoralizados casi por la fatiga y el hambre. Sin em- bargo, el intrépido comandante, tomando á punto de honor no perder una sola de dichas piezas, animaba de todos modos á sus valientes artilleros. No desdeñando

ti

VI. Historia.

17

258

HISTORIA DE CHILE.

hacer el papel de simple soldado, se puso á ayudar á sus bravos compañeros en la faena material, y al cabo de doce horas de un trabajo muy penoso, casi todo dentro del agua, tuvo la suerte de ver toda su artillería del otro lado del rio y en disposición de poder continuar la mar- cha. El 21 llegaron casi todas las tropas á Curico , que dejaron á la izquierda para dirijirse á Chimbarongo , enviando al capitán Dehesa á recojer ó inutilizar las ar- mas que se decía haber en la plaza. El encuentro de unos bueyes pertenecientes al Estado, llenó de júbilo á aque- llos pobres desgraciados que hacia muchos dias esperi- mentaban una hambre cruel, y sin embargo renunciaron á ellos cuando les hizo ver el coronel Blanco que los ca- ballos de la artillería estaban sumamente cansados. Por lo demás, el peor camino estaba andado , se hallaban hasta cierto punto en país amigo y no podían faltar los víveres, como así sucedió en efecto.

Durante esta difícil retirada , en la que no habia ni balas de cañón , ni caballería , Las Heras despachó de- lante dos oficiales á que hiciesen presente al jeneral en jefe su posición y el número de tropas que habia podido conservar á la patria. San Martin acantonado en San Fer- nando para recojer los fujitivos y reorganizar su ejército, le envió inmediatamente al teniente coronel don Alberto Dalbe para felicitarle por su admirable retirada y para encargarle eficacísimamente que avanzase á marchas do- bles y evitase una acción á todo trance. En este momento se hallaba Las Heras en Chimbarongo , y al saber la próxima salida de San Martin para Santiago, se decidió á dejar el mando al comandante del batallón número 7 don Pedro Conde, y marchar á avistarse con su jeneral para suplicarle que no partiese sin presentarse antes á su

CAPITULO XLVIIT.

259

columna. Fué esta una escelente idea que produjo el mejor efecto en aquellos valientes soldados, ya muy preo- cupados por la suerte de su jeneral, cuya sola vista bas- taba para inspirarles entera confianza en su porvenir. Después de haber dirijido algunas palabras sumamente satisfactorias á aquellos nobles restos de un ejército poco antes tan floreciente, y' con especialidad al valiente co- ronel Blanco, en quien veia al oficial de Las Heras que mas habia contribuido á este resultado , regresó á San Fernando en la seguridad de que la división no podía correr ya ningún peligro. Con efecto , en este momento se hallaba defendida por un cuerpo de caballería man- dado por el teniente coronel Bueras y el mayor Medina, á quien Las Heras encontró de observación cerca del rio Tinguiririca y le mandó retirar bajo su responsabi- lidad.

Así fué como á fuerza de desvelos, de prudencia y ha- bilidad pudo la división de Las Heras llegar á Maypu en- grosada con los dispersos y desertores que se pudieron reunir. En el camino se dieron órdenes muy convenientes para resistir al enemigo ó retrasarle en su marcha. Se quitaron del paso los caballos, en cuanto esto fué posible ; se destruyeron los caminos , vertiendo los aguas de las grandes acequias; se inutilizaron los víveres y armas que no pudieron llevarse ; y en Rancagua , no encon- trando muías, cargaron los soldados con las municiones, llevando cada uno la mayor cantidad que pudo : muni- ciones que debían servir para la batalla que el país iba á dar como último esfuerzo de su patriotismo.

Con tan admirable conducta y tan buenos resultados no es estraño que San Martin quisiese recibir la co- lumna con todos los honores de que era digna. Un cuarto

W

260

HISTORIA DE CHILE.

de legua antes del campamento que se le había destinad-© se adelantó á cumplimentarla acompañado de sus prin- cipales oficiales, y cuando aquellos nobles soldados lle- garon al campamento, fueron recibidos por los demás cuerpos en orden de batalla, presentándoles las armas y haciendo la artillería una salva de veinte y un cañona- zos. Al mismo tiempo se hizo otra salva igual en el cerro de Santa Lucia y hubo un repique jeneral de todas las campanas de las iglesias. El jeneral Balcarce, que había ido á los llanos de Rancagua á tomar el mando de esta divi- sión, se abstuvo de hacerlo como era justo, dejando que continuase con su mando su verdadero jefe, el valiente é ilustre don Gregorio de las Heras, principal jefe de esta admirable retirada. El coronel don Manuel Blanco se hallaba en aquel momento en Santiago, ocupado en orga- nizar la artillería para el ejército que se pensaba ya man- dar contra los vencedores.

CAPITULO XLIX

La noticia de lo ocurrido en Cancharayada llega á Santiago y sumerje á los patriotas en la mayor consternación. Don Manuel Rodríguez reanima los espíritus abatidos y les infunde esperanzas. Una asamblea celebrada en casa del director, le asocia al gobierno de don Luis de la Cruz.— Armamento del pueblo y creación del Tejimiento de húsares de la muerte. San Martin y O'Higgins llegan á Santiago y toman medidas muy activas contra el ejército lie Ossorio. Zeloso este de Ordoñez descuida la persecución de los pa- triotas y les da tiempo de rehacerse.— Batalla y victoria decisiva de Maypu, ganada por San Martin.— Regreso de este jeneral y de O'Higgins á Santiago, donde son recibidos con delirantes demostraciones de alegría.— San Martin marcha á Buenos-Aires.— Cambio en el ministerio. El ministro de ha- cienda Infante introduce reformas en su departamento.— Nombramiento de una junta de hacienda.— Se establece la navegación de cabotaje.— Irisarri, ministro del interior, se ocupa también de algunas mejoras. Los princi- pales prisioneros de Maypu son llevados á la punta de San Luis y los soldados al interior de la república. Se forma la alameda de la Cañada. Proyecto de erijir una iglesia y una pirámide en el campo de batalla de Maypu.

La noticia de la derrota de Cancharayada se supo á las treinta y seis horas en Santiago , siendo portador de ella el teniente Samaniego, quien anduvo ochenta leguas en tan corto espacio de tiempo. De tal magnitud pareció el suceso , tan improbable , que nadie quería creerlo ; mas al dia siguiente lo confirmó el teniente coronel Arcos, y tras él una multitud de oficiales , á quienes el miedo persiguió hasta la capital, y les hacia abultar las pérdi- das y los peligros. Un delirante terror se apoderó de los habitantes , que temerosos y perplejos , ocultaron unos cuanto poseían de algún valor, marcharon otros á sus ha- ciendas y no faltó quien atravesase las altas cordilleras, como único medio de ponerse en salvo. Gran número de familias se condenó de nuevo al destierro, emprendiendo

a

262

HISTORIA DE CHILE.

¡

\ m

m IH

IH IIH

M

el camino de Mendoza, y á ello les movió la imprudente medida tomada por el director don Luis de la Cruz de enviar á dicho punto los caudales del Tesoro.

Mientras la ciudad se hallaba en tan espantoso con- flicto, comentando de mil maneras diferentes el suceso, la Providencia le envió un joven , el mas á propósito en aquellas circunstancias y el que mejor que nadie podía confundir á los medrosos y reanimar á los habitantes. Este joven era don Manuel Rodríguez, el mismo que con su enerjía , su talento y su actividad , tan perfectamente supo preparar la victoria de Chacabuco.

Llegó el 23 á Santiago en los momentos en que los cañones de San Luis y los repiques de campanas anun- ciaban la llegada de San Martin á San Fernando con parte de su ejército , y sin detenerse se fué á la plaza , donde habia un inmenso jentío, impaciente por saber nuevos detalles de tan grande peripecia. No tardó en rodearle la multitud y sus numerosos amigos, y á todos íes echó en cara su exajerada inquietud , les demostró que lo ocurrido en Gancharayada no habia sido de nin- guna manera una derrota, sino una simple sorpresa con poquísimas pérdidas que fácilmente podían reemplazarse por las guarniciones de Santiago y Valparaíso, y después de animarles con el fuego de su patriotismo, les hizo jurar que defenderían el país y su bandera hasta derramar la última gota de sangre.

Mientras esta escena de entusiasmo pasaba en la plaza, estaban reunidos en palacio para tomar las enérjicas medidas que reclamaban las circunstancias , todas las corporaciones, los militares, el cabildo y otras muchas personas. Creyendo esta junta que un solo jefe en el po- der no podia bastar para tantas atenciones, resolvió nom-

CAPÍTULO XLIX.

brar al coronel don Manuel Rodríguez en calidad de ad- junto del director delegado don Luis de la Cruz.

Ya fuese este nombramiento una intriga del bando carrerista,, como se ha querido decir, ya un acto espon- táneo que es lo mas probable, en atención á que en se- mejantes circunstancias desaparecen los partidos ante el interés nacional, lo cierto es que desde aquel momento todo cambió completamente, pues el pánico desapareció y renacieron las esperanzas. En cuanto don Manuel Rodríguez se vio revestido con el carácter de miembro del poder ejecutivo, mandó que los caudales públicos que iban ya caminando para Mendoza, volviesen á Santiago, contuvo la emigración, armó al pueblo con las armas y municiones que habia en la maestranza y levantó un cuerpo de voluntarios, á que puso el nombre de húsares de la muerte, dándole sus lúgubres insignias y sus in- flexibles estatutos. Hizo esto para comprometer su ar- rojo, así como les prometió en un bando darles, lo mismo que á todos los militares, gratificaciones proporcionadas á los recursos del Tesoro, y especialmente las haciendas secuestradas á los realistas. Con estas medidas logró ins- pirar jeneral confianza y aliento , y reanimar el espíritu público hasta el grado de exaltación que en aquellos mo- mentos era necesario para salvar la patria.

Otra vez al dia siguiente %k de marzo por la mañana, los cañonazos y repiques de campanas renovaron la ajitacion en el pueblo. Era que llegaban á la capital O'Higgins y San Martin, los cuales iban á infundir con- fianza á la población y organizar la resistencia. En la misma mañana que llegaron estos dos jenerales, convo- caron una reunión de las corporaciones y de personas notables para darles una idea exacta de cuanto habia

2611

HISTORIA DE CHILE.

ocurrido y de los elementos con que podían contar para contrarrestar un triunfo, debido esclusivamente á una sorpresa. Rodríguez asistió á esta reunión, pero se abstuvo de tomar en ella una parte muy activa. Bien hubiera querido O'Higgins utilizar su capacidad, pero esta empezaba á hacerle sombra, y buscó por el contra- rio los medios de quitar á este intrépido chileno la in- fluencia que le elevaba á la altura de un rival temible : sin embargo aparentando querer recompensar sus servi- cios, le nombró comandante del cuerpo de húsares de la muerte que habia creado. A don Luis de la Cruz lo en- vió al norte á que organizase la defensa para el caso de algún revés, precaución que se tomó asimismo en Val- paraíso, adonde fué el capitán Miller con orden de em- barcarse en el Lautaro y apoderarse de cuantos buques hubiese en la bahía.

Aunque los médicos aconsejaban á O'Higgins un ab- soluto reposo para que pudiera curarse de la grave he- rida que recibió en la sorpresa de Cancharayada y que le producía mucha calentura y grandes dolores, el peligro de la patria por un lado, y por otro la inmensa responsa- bilidad que pesaba sobre él, le hizo superior á sus pade- cimientos, y casi todos los dias dictaba en su despacho numerosos decretos, que firmaba con estampilla porque la herida le impedia hacerlo con la mano. Entre tanto San Martin pasaba parte del tiempo en el campamento que había levantado á una legua de Santiago, ocupado en instruir y disciplinar los nuevos reclutas y en reforzar el ejército con los soldados dispersos y con la guarnición de Valparaíso que mandó ir allí. Al concurso, pues, de estos tres grandes patriotas, eficazmente secundados por el entusiasmo , la jenerosidad y los auxilios de todo jé-

CAPITULO XL1X.

ñero de los habitantes, debió la patria al cabo de pocos dias , un ejército casi tan numeroso y tan bien equipado como el anterior, y capaz de hacer frente al peligro que tan de cerca le habia amenazado y que la ineptitud de Ossorio no supo aprovechar.

Este jeneral debia saber que un ejército victorioso es siempre arrojado y está lleno de confianza, mientras que los soldados que son vencidos se ven abatidos y desani- mados, huyen en gran desorden, y la mayor parte de las veces quedan á discreción del que acierta á perseguirlos con actividad y rapidez. Ordoñez , para quien era una necesidad continua la actividad y el combate , quiso pro- ceder con arreglo á este principio, y se presentó á Ossorio para comprometerle á la persecución ; pero solo pudo conseguir algunos cuantos caballos con orden de no pa- sar de Quecheregua. Consecuencia de esta falta fué que la división de Las Heras, engrosada con gran número de soldados dispersos , quedase intacta y pudiese formar en cierto modo el núcleo del ejército de Maypu.

Háse esplicado la conducta de Ossorio en esta ocasión con los zelos que tenia de Ordoñez , militar de mas repu- tación que él , á quien no queria permitir que completase una victoria que reservaba para sí. Con este pensamiento pretestó que las tropas necesitaban descansar y volvió á Talca, donde se pasaron tres dias en grandes fiestas, con sentimiento de los oficiales entendidos , que sabían apreciar las consecuencias de tanta inacción. Al fin al cuarto dia se puso en movimiento el ejército para ir á reunirse en el siguiente á la avanzada de Ordoñez , que permanecía en Quecheregua , y de allí continuar directa- mente sobre Santiago. Al llegar cerca de la Requinua, una partida de realistas fué atacada y batida por el ca-

ssra

266

HISTORIA DE CHILE.

pitan de granaderos de caballería Cascaravilía, y esta escaramuza con la retaguardia infundió ánimo á los unos y dio algo en que pensar á los otros. Continuaron sin embargo la marcha y á corta distancia del Maypu deja- ron el camino real para pasar este rio por el vado de Lonquen, y penetrar en la gran llanura por la hacienda de la calera. Esto acontecía el 3 de abril, es decir, quince días después de la derrota de Cancharayada , tiempo empleado por los patriotas, como ya hemos visto, en rehacerse y proveerse de lo que necesitaban, y cuyo ejér- cito estaba acampado desde el 2 en la hacienda del Es- pejo, y sitio llamado de las tres acequias. O'Higgins, á pesar de los padecimientos de su herida, no pudo resistir al deseo de tomar parte en una batalla, que debía decidir de la suerte de la patria, y que había de darse siendo él el jefe del ejército. Mandó que marchase á las órdenes de don Joaquín Prieto la división de reserva de Santiago, compuesta de veteranos, milicianos y algunos inválidos; vio desfilar á los jóvenes alumnos de la escuela militar, que aunque apenas podían con el fusil, participaban del jeneral entusiasmo, y en seguida subió en un cabriolé para ir á ocupar su puesto en medio de sus valientes tropas. Al llegar al campamento, hizo que le montasen á caballo para acompañar al jeneral en jefe en la revista que pasó, y animar á los soldados con su presencia. Había llegado el momento de obrar y de conocer los movimientos del enemigo. San Martin tenia dada orden al coronel Freiré de que avanzase hasta la calera con un escuadrón de cazadores á caballo, y este coronel, con su impetuosidad acostumbrada, no dejó descansar al ene- migo ni de día ni de noche, hasta que el 5 por la mañana faltándole municiones, regresó con sus tiradores al cam-

CAPITULO XL1X.

267

pamento para informar al jeneral del resultado de su comisión.

Inmediatamente partió el teniente coronel don José Melian á continuar la observación con el segundo escua- drón de granaderos de caballería, llevando orden de provocar al enemigo con guerrillas de tiradores para detener su marcha , y dar parte al jeneral cada cinco mi- nutos de cuanto pasase y pudiera observar. A una media legua de distancia, vio Melian jente en una pequeña altura, y habiendo enviado á reconocerla, resultó que eran granaderos á caballo pertenecientes á la vanguar- dia. Sin enterarse de su número, les cargó Melian, y á la mitad del cerro fué recibido con una descarga de me- tralla de dos obuses, correspondientes á una batería de cuatro cañones que el enemigo tenia situada en aquel punto, protejida por una columna de infantería y sobre cincuenta caballos. La descarga hizo retroceder a los patriotas, quienes en su retirada se encontraron mez- clados con los lanceros realistas, lo cual dio lugar á una pequeña escaramuza , en que tuvieron los segundos diez y seis muertos y solo tres los primeros con nueve heridos.

Al ruido del cañón, el jeneral Balcarce marchó inme- diatamente en auxilio de los granaderos, con cuatro piezas de artillería, mandadas por el sarjento friayor Borgoño. Llegó cuando aquellos iban en retirada , y no restán- dole nada que hacer, envió á Melian á que ocupase una pequeña altura que habia cerca y se volvió con San Martin. Conociendo este que lo que Ossorio quería era volver su ala derecha para amenazar la capital y Val- paraíso y cortarle toda comunicación y toda retirada, ordenó al punto un cambio de dirección sobre la derecha

i

268

HISTORIA DE CHILE,

con objeto tener en frente al enemigo y atacarle en seguida.

La infantería se puso toda á las órdenes del brigadier Balcarce, mandando Las Heras la derecha, la izquierda Alvarado y la reserva Quintana. La caballería de la dere- cha, compuesta de granaderos, la mandaba don Matías Zapiola, y la de la izquierda , que la formaban los escua- drones de la escolta y los cazadores de los Andes, el in- trépido Freiré. La artillería quedó dividida en dos bri- gadas principales, la de Borgoño protejida por la división Alvarado, y la de Blanco por la de Las Heras.

Tal fué la distribución que se hizo del ejército patriota para una lucha que amenazaba ser formidable, porque los chilenos estaban sedientos de venganza y los españoles envalentonados con su último triunfo. Después de algunas descargas de canon de la batería Blanco, que tomó una parte tan brillante en aquella batalla, los batallones mar- charon sobre el enemigo en columna cerrada y arma al brazo, sin detenerse ni contestar al fuego mortífero que les hacian. Los escuadrones de granaderos de Zapiola que los protejian, fueron cargados por la caballería realista; pero como tropa escojida que era, resistieron con firmeza el choque, y en seguida persiguieron á su vez á los que les habian atacado , hasta un pequeño cerro, en que los metrallaron horriblemente la infantería y artillería ene- migas. Obligados á retroceder en algún desorden, se detuvieron el tiempo absolutamente preciso para reha- cerse, y reforzados con la segunda compañía de Melian, que marchó á la carrera á reunírseles, volvieron á tomar la ofensiva, cargaron á la caballería enemiga con un ímpetu heroico, la arrollaron y la dispersaron en com- pleto desorden.

CAPÍTULO XL1X.

La infantería durante esta lucha se batió con las me- jores tropas mandadas por el intrépido Ordoñez y pro- tejidas por una columna de caballería. Borgoño, que acababa de llegar á la pequeña altura ocupada por el enemigo, viéndose en escelente posición para metrallarlo, lo hizo con tal acierto , que dispersó toda la caballería ; pero como la carga de los soldados de Ordoñez, reforza- dos con el famoso batallón de Burgos y el de Arequipa, fué tan impetuosa y tan bien sostenida, la línea patriota cedió un poco, y el batallón de los infantes ó 8 , enga- ñado por un cerrito, llegó á quema ropa sobre el enemigo y recibiendo una descarga muy viva que le hizo perder la mitad de su jente, estuvo un momento derrotado. San Martin, que lo apercibió, envió inmediatamente la reserva de Quintana, compuesta de los batallones 1 y 3 de Chile y 7 de los Andes, mandados por Bivera, López, Conde y el comandante Thomson. Estas tropas, que avanzaron á todo escape para sostener la línea , reanimar con su presencia á los soldados é inspirarles nuevos bríos, car- garon con un ímpetu tan estraordinario que cortaron en dos el batallón de Burgos, y cayendo sobre el de Arequipa que estaba en la retaguardia, le batieron y dispersaron completamente. Desde aquel momento todo fué ya con- fusión y desorden en el campo realista. El jeneral en jefe, derribado del caballo por una bala de cañón de los artilleros de Blanco que cayó á su lado , no hizo mas que volver á montar y emprender la fuga, seguido de unos cuantos oficiales y de algunos soldados de caballería, que pudieron escapar en este gran drama. De los sol- dados de infantería , unos , como los del batallón de Are- quipa , se rindieron haciendo protestas de patriotismo , otros , no pudiendo evitar la persecución , se apoderaron

j

270

HISTORU DE CíULE.

de las casas de la hacienda, donde ya se habían salvado los restos del batallón de Burgos , y en ellas , como los romanos en el Monte Sacro , dándoles bríos la desespe- ración, sostuvieron por espacio de algunas horas con tanta honra como denuedo, un segundo combate casi tan em- peñado y tan sangriento como el primero. El batallón número 1 de Coquimbo cometió la imprudencia de ade- lantarse á un callejón que conducía á un patio , donde los realistas habían colocado los dos cañones que les que- daban, y perdió inútilmente muchos soldados por el fuego mortífero que le hicieron. Fué una falta atacar de frente y en sitio estrecho á tropas ya vencidas que en su de- sesperación estaban furiosas, y cuya resistencia ni podia ser larga ni dar cuidado alguno. En efecto, envueltos por todos lados , próximos á faltarles todo , no tardaron en rendirse estos cortos restos así como sus nobles jefes Primo Rivera, Latorre y el intrépido Ordoñez, digno sin duda de mejor fortuna, quien, lleno de noble cólera, prefirió romper su espada á entregarla. Igual suerte cupo á los numerosos fujitivos, á quienes los guasos persiguie- ron en todas direcciones ; por manera que un ejército brillante , compuesto de muchos y escojidos batallones , que habían resistido con bizarría los impetuosos ataques de los franceses en España , se vio completamente des- hecho en pocas horas, quedando en poder de los patriotas todo su material, armas, cañones y bagaje.

Tal fué la sangrienta batalla que selló definitivamente la independencia chilena y ejerció una influencia in- mensa en los destinos de América. La bizarría , la au- dacia, la decisión de que los dos ejércitos dieron pruebas en esta terrible lucha , son superiores á todo encareci- miento. Unos y otros se batieron con todo el valor que

CAPÍTULO XLIX. 271

infunde el amor propio y con un conocimiento militar que los patriotas adquirieron en poco tiempo, gracias á algunos oficiales estranjeros y á la penetración chilena. Si hubieran de citarse los nombres de cuantos patriotas se distinguieron , seria necesario hacer mención de casi todos los combatientes, desde el jeneral en jefe hasta el último guaso. Estos, cuyo entusiasmo supo aprovechar Rodríguez , enseñándoles por medio de la disciplina, el valor reglado del veterano , se presentaron en gran nú- mero, y fueron muy útiles para cojer una infinidad de fujitivos , á los que persiguieron con grande encarniza- miento, usando muchas veces de sus lazos para apode- rarse de ellos. (Véase el plan de la batalla en el atlas.)

A las nueve de la noche entraron O'Higgins y San Martin en Santiago en medio de las entusiastas aclama- ciones de un pueblo , que del terror del pánico , habia pasado al delirio de la alegría. Pasados pocos dias, San Martin , dejando el mando del ejército á Balcarce, em- prendió de nuevo el camino de Buenos-Aires , no en busca de nuevas coronas que su modestia rehusaba, sino para discutir y combinar con el director Pueyrredon , el plan que meditaba hacia tiempo, de llevar la guerra al corazón mismo del Perú, y conquistar la libertad, plan- tando su bandera en las torres del Callao.

A los pocos dias de haber salido San Martin , envió O'Higgins al coronel Zapiola con doscientos cincuenta granaderos de caballería á perseguir los fujitivos y ocu- par la provincia de Concepción. No anduvo acertado en mirar con indiferencia estos cortos restos , pero persua- dido como estaba de que no volverían á reorganizarse jamas, se dedicó esclusivamente á la creación de la ma- rina, que tan útil habia de ser para el último esfuerzo de

272

HISTORIA DE CHILE.

la independencia chilena, y á mejorar algunos ramos de la administración pública de Chile. Aunque el ministerio se componía de hombres respetables y adictos á su per- sona y á su política, Villegas presentó su dimisión porque necesitaba descansar, y Zañartu fué á representar al gobierno en Buenos-Aires. Por el carácter activo é inteli- gente del último y el odio profundo que tenia a los Car- reras , era mucho mas útil en este país , ajitado entonces por las facciones de Alvear, Artigas y aun de Carrera, que se hallaba retirado en Montevideo. Fué reemplazado en el ministerio del interior por don Antonio José de Irisarri, no menos activo, intelijente, ni menos enemigo que él de los Carreras. A don José Miguel Infante se confirió el ministerio de hacienda.

Era este sin disputa el ministerio mas importante , y el que mas reformas necesitaba. Con la paralización del comercio, de la agricultura y de las minas, las ventas eran nulas de mucho tiempo atrás , por lo que y teniendo que atender á los gastos estraordinarios de la guerra , tanto el gobierno realista como el patriota se habían va- lido de toda clase de medios para adquirir el dinero que necesitaban ; de modo que patriotas y realistas alterna- tivamente habían sufrido exacciones en estremo onero- sas, ya con el nombre de donativos , ya con el de em- préstitos forzosos, ya de secuestros, todo ejecutado de una manera muy irregular y muchas veces perjudicial á los intereses del fisco. Para remediar en lo posible este mal, é introducir orden en los importantes trabajos de este ministerio, nombró O'Higgins una junta de ha- cienda encargada de examinar las cuentas desde la en- trada en el país del ejército libertador, de proponer un plan de reforma capaz de evitar los abusos y la dilapi-

CAPITULO XLTX.

273

dación de los caudales públicos, y de procurar la mayor economía, disminuyendo los empleados hasta donde esto fuese dable. El mismo dia que nombró la junta, dio un decreto, mandando que los empleados de hacienda exi- jiesen con firmeza , y en caso necesario con rigor, todos los atrasos, tanto de contribuciones, como de empréstitos y donativos.

En un tiempo en que había que mantener un ejército de cerca de nueve mil hombres, y cuando nuevas crisis financieras ponían á cada momento en conflicto al go- bierno y paralizaban su acción, era muy difícil organizar de repente el sistema de impuestos, empresa en todas épocas delicada, y nivelarlos de manera que bastasen á cubrir los numerosos gastos que exijia así el sei vicio mi- litar como el civil, mucho mas tratándose de crear una escuadra. El patriotismo salia de cuando en cuando al encuentro de las necesidades públicas , ya espontánea- mente, ya escitado por proclamas así del gobierno como de las municipalidades ; pero los donativos iban siempre en disminución , porque la jenerosidad es como la pro- digalidad , que se agota por falta de medios , y el go- bierno se veia precisado á valerse de la violencia, á echar mano de esos despojos injustos que consistían en sacar fuertes sumas á los adictos al realismo y en quitar á los emigrados sus propiedades y sus bienes , amena- zando con las penas mas severas al que los tuviese en su poder y no los declarase á una de las comisiones esta- blecidas en las principales ciudades de la república, y recompensando con la cuarta parte de su valor á los denunciadores. Esto, como se ve, era volver á los in- justos decretos que dieron á título de represalia todos los gobiernos mas ó menos severos según sus pasiones

18

VI. Historia.

274

HISTORIA DE CHILE,

y sus apuros , sistema que siguió aun por mucho tiempo y no obstante que el gobierno adoptó medidas muy condu- centes al orden de las rentas; pues prohibió que fuesen soldados los mineros para que cesase el abandono de las minas por falta de trabajadores , estableció la nave- gación de cabotaje , este activo ájente de cambio y de circulación desconocido hasta entonces en Chile, protejió en fin el comercio esterior concediendo mas libertad al que se hacia en grande escala , aunque cometiendo al propio tiempo la falta de renovar el mezquino é impolítico decreto que prohibía á los estranjeros el tráfico al por menor. No era posible que á pesar de todas estas medi- das, las rentas públicas alcanzasen en mucho tiempo para cubrir las necesidades del servicio y todos los gastos que tan crecido número de soldados ocasionaba. Fué pues necesario recurrir á otros medios, como el de imponer nuevas contribuciones, aumentar la dei papel sellado , apelar á las exacciones, por repugnantes que fuesen, y no bastando aun todo esto, pedir á Buenos-Aires un emprés- tito de quinientos mil pesos, lo cual se hizo por conducto- de San Martin. Las dos repúblicas se hallaban tan estre- chamente unidas en ideas y en intereses, estaba tan ligado el porvenir de ambas, que el empréstito podia conside- rarse como un empréstito interior.

Don Antonio José de Irisarri , que habrá entrado en el ministerio del interior , no podia quedarse atrás de su compañero, ni ser indiferente á los adelantos que recla- maba el país. Por sus talentos, su actividad y la espe- riencia que tenia de los negocios adquirida con la prác- tica , el estudio y los viajes , era quizá la persona mas á propósito, sino para inventar los medios de satisfacer la sspectacion pública, al menos para activar lo que la opi-

*

;

CAPITULO XLIX.

nion demandaba en el interés jeneral. Con efecto, puso en juego todas las intelijencias, renovando la sociedad de amigos de Chile, de que había sido secretario y uno de los mas activos promovedores de sus tareas, para que discutiese y presentase al gobierno proyectos practicables para la prosperidad y adelantos del país, que fué el ob- jeto de su fundación. « La agricultura, decían los estatu- tos, el comercio, la minería , las artes y los oficios, son materias sobre que la sociedad debe emplear sus tareas, ya notando los obstáculos que se oponen á su perfección, ya proponiendo los medios de sus mejoras. » Pero la so- ciedad no se ocupaba solo del bienestar material , sino que vijilaba las escuelas y fomentaba la instrucción pri- maria y secundaria, habiendo contribuido al restableci- miento del instituto suprimido por Ossorio, y reorgani- zado la biblioteca que se abrió al público bajo la dirección del apreciable don Manuel Salas.

Como en la victoria de Maypu hicieron los patriotas muchos prisioneros, algunos de los cuales eran oficiales superiores de gran mérito, el virey del Perú envió á Chile á don Félix de Olavarriague y Blanco para tratar de un canje con los que tenían los realistas. El comandante ame- ricano del Ontario don J. Biddle , que era el que había provocado el canje, fué el encargado de llevar la proposi- ción y acompañar á Santiago al comisionado. Se presentó este con ademanes impropios de quien iba á tratar con un jefe del estado , y de aquí que nada resultase de las entrevistas , y que los nobles prisioneros fuesen llevados poco tiempo después á las provincias de la república ar- gentina, donde les esperaba una terrible catástrofe. Los soldados, etc., fueron distribuidos en el interior del país y ocupados en trabajos públicos ó en las haciendas, cuyos

276

HISTORIA DE CHILE.

dueños se obligaban á tratarlos con todos los miramien- tos debidos. Los que quedaron en Santiago estaban á las órdenes del gobierno y de la municipalidad , y se les utilizó en concluir el canal de Maypu y en la policía de la población, principalmente en limpiar la Cañada y con- vertirla de depósito de inmundicias que era, en la ala- meda que es hoy el adorno de la capital y uno de los paseos mas bonitos de América. Se pensó ademas en destinarlos á los trabajos de una iglesia que en momen- tos de peligro y de fe viva hizo voto de edificar el pueblo de Santiago á Nuestra Señora del Carmen , jurada pa- trona del ejercito en el santuario de la catedral con asis- tencia de todas las corporaciones. Hubo también el pen- samiento de levantar al lado de la iglesia, que empezó á construirse con el producto de numerosos donativos , y en la parte mas elevada, una pirámide de treinta pies de elevación , coronada con una Fama , en cuyo clarín se leyese este mote : Gloria inmortal á los héroes de Maypu, vencedores de los vencedores de Bailen, Pero todo no pasó de un proyecto que quedó en la cartera del ministro para ser solo una prueba mas de que si á aquellos nobles pa- triotas les animaban escelentes intenciones de dar á sus brillantes hechos el prestijio que merecían , dificultades de todo jénero eran muy superiores á su buena voluntad» Constantes sin embargo en su deseo y en el firme pro- pósito de satisfacer el voto jeneral, aplazaron su rea- lización para ocuparse esclusivamente en asuntos peren- torios y urjentes.

>?i

CAPÍTULO L.

Cabildo abierto para legalizar un gobierno.— El periodismo toma nuevo jiro.— Arresto de don Manuel Rodríguez. Comisión para preparar un proyecto de constitución. La que se publica es en todo conforme con los deseos de O'Higgins, lo cual le decide á proceder con gran severidad contra los ene- migos del gobierno. Arresto de don Juan José y don Luis Carrera. En la cárcel de Mendoza conspiran contra el intendente. Condenados á muerte, son ejecutados. Don Manuel Rodríguez recibe orden de seguir al

| batallón de los cazadores que va de guarnición á Quillota. Al llegar á Tiltil muere á manos del oficial Navarro, el cual es arrestado por disposición del gobierno.— Muerte de los hermanos Prieto de Taica.

Habia sido tan completa y decisiva para el porvenir de la república la victoria de Maypu , que la opinión pú- blica , sin inquietarse por los esfuerzos que aun pudieran hacer los realistas , se ocupó esclusivamente de la consti- tución que necesitaba el estado y del nombramiento legal de un director. Para realizar este deseo, se procuró ha- lagar el amor propio de los individuos de la municipa- lidad, ansiosos siempre de influir en los negocios, y se dispuso un cabildo abierto, arena candente de las pa- siones y de los partidos , para que las personas de todos los rangos y de todas opiniones fuesen á depositar su voto y su aprobación.

La tendencia de los patriotas á tener un gobierno le- galmente constituido produjo en el periodismo una re- volución que lo elevó á la altura de representar su ver- dadero papel de defensor de las leyes y de los derechos de la sociedad.

Hasta allí habia estado la prensa bajo el patronato opresor del poder, limitándose á enseñar al pueblo chileno

wmm

V*

278

HISTORIA DE CHILE.

sus derechos contra las pretensiones de España , ó bien á narrar simplemente sin crítica y sin comentarios, los actos del gobierno y los hechos del ejército : desde en- tonces los periódicos descendieron á la arena de la dis- cusión y se proclamaron los atletas del principio de li- bertad , que pretendían defender contra la arbitrariedad y contra todo proyecto de ambición. En esta época apa- recieron casi al mismo tiempo , publicados por particu- lares y no por el gobierno como habia sucedido hasta entonces, El Argos, El Sol, El Duende, El Chileno y El Juguete, unos para sostener el gobierno provisional con facultades casi absolutas, los otros para predicar en favor de la libertad, discutir las bases de la constitución, que habia de satisfacer legalmente las exijencias de la socie- dad, y velar en fin para que tantos y tan jenerosos sa- crificios no se convirtiesen en provecho de un déspota ó de un ambicioso. De aquí en adelante vamos á ver al raciocinio y al talento tomar parte en las discusiones políticas, primero de un modo tímido, embarazoso, des- pués con la enerjía y el valor que muchas veces aseguran el triunfo y siempre influyen en la opinión pública.

No puede decirse que O'Higgins diese pruebas posi- tivas de ser ambicioso en los primeros años de la revo- lución. Si aceptó el mando del ejército á la caida de los hermanos Carreras, no fué sino después de haberlo rehusado diferentes veces y luego que se convenció de que así convenia al bien de la patria : si mas tarde mar- chó contra don José Miguel Carrera cuando este se in- surreccionó contra Lastra, fué porque vio en su conducta un acto de grande injusticia y un peligro para el país, á mas de que como jefe del ejército no podia hacerse sordo á las instancias de algunas municipalidades que

.CAPITULO L.

imploraban el auxilio de su espada para combatir un poder que era considerado como producto de una insur- rección y de una usurpación. Pero no puede decirse lo mismo cuando en Mendoza , después de la derrota de Rancagua, llegó á ser la base en que descansaba el por- venir de su país y la suerte de multitud de emigrados. Viéndose a la cabeza de la emigración , comprometidos todo su crédito y toda su fama en la conquista de ese porvenir con el que estaba asociado el gobierno de Buenos- Aires, y orgulloso por la parte de gloria que como se- gundo jeneral de la espedicion le cupo en la memorable batalla de Chacabuco , que podia considerarse el prólogo del acta de la independencia que muy pronto iba á pro- clamar : todo esto unido á su nacimiento , á su fortuna y á un verdadero valor militar, contribuyó mucho á ha- cerle concebir la ilusión de que nadie era mas digno que él de ocupar el primer puesto del estado. Imbuido en esta idea, de que participaba el mayor número de las personas sensatas, se creyó el hombre de la Providencia, el destinado á sostener la infancia del gobierno definitivo que se preparaba y á asegurar su pubertad contra las facciones de dentro y los enemigos de fuera.

Escepto don Miguel José Carrera , que se hallaba ais- lado en un país lejano, siendo el blanco de los tiros de un director, á quien el interés personal tenia estrechamente ligado con el de Chile , no habia mas que don Manuel Rodríguez que pudiese disputar á O'Higgins el poder r sino por sus antecedentes, que de ninguna manera ad- mitían comparación con los de este , por su actividad ai menos, su arrojo, sus talentos, su popularidad y aun sus servicios, que O'Higgins mismo no hubiera podido negar sin ingratitud. Desde el principio se le consideró como

■«?

*X*rr+'

280

HISTORIA DE CHILE.

un rival futuro y muy temible, se buscó por lo tanto un motivo para deshacerse de él, y este motivo no tardó en presentarse.

Hacia tiempo que los liberales estaban disgustados con que las atribuciones de O'Higgins fuesen tan ilimitadas, como que no había ni decreto , ni acta ni reglamento que las definiese. Para regularizar estas atribuciones, los concurrentes al cabildo abierto pidieron que se instalase un congreso constituyente con objeto, decían, de que cesara la dictadura provisional y se ocupase en organizar los poderes públicos, etc. La municipalidad quería, como hemos dicho, volver á representar su papel paternal, é intervenir en las administraciones fiscales ; y para de- fender sus intereses envió una numerosa diputación á O'Higgins, que este recibió muy mal, y cuyas preten- siones escesivas y sediciosas castigó con el destierro, pena que solo se ejecutó en la apariencia por la categoría de las personas en que recayó. Como la reunión había oca- sionado algún tumulto, fomentado especialmente por don Manuel Rodríguez, promovedor principal de aquella, el gobierno aprovechó esta circunstancia para arrestarle y ponerle en el cuartel de San Pablo bajo la vijilancia de los cazadores de los Andes.

Aunque triunfó el gobierno, no dejó de conocer O'Hig- gins por lo ocurrido en el cabildo abierto, que le era imposible continuar resistiendo á las exijencias de la opi- nión pública , tan terminantemente pronunciada , y se decidió á dar una forma mas legal á la autoridad admi- nistrativa , si bien con intención de convertir este cambio en provecho suyo.

El 8 de mayo de 1818 anunció que ignorándose ab- solutamente el número de habitantes que habia en las

CAPITULO L.

diferentes subdelegaciones , se iba á formar el censo , y que luego que esta operación estuviese terminada y libre de enemigos, la provincia de Concepción convocaría un congreso para discutir el acta constitucional. En el entre- tanto nombró una comisión de cinco personas influyentes por su saber y virtud para que preparase un proyecto de constitución adaptable al país, porque no se consideraba en este caso el publicado en 1813 por don Juan Egaña, hombre laborioso y erudito, pero sistemático, y cuya obra participa mas de la complicación de un reglamento de policía, que de la sencillez de un código constitucional. Fueron nombrados para componer esta comisión don José Ignacio Gienfuegos, don Francisco Antonio Pérez, don Lorenzo José de Villalon, don José María de Rojas y don José María de Villareal , adictos de corazón casi todos á la persona del director y dispuestos , fuese de buena fe ó por debilidad, á secundar sus miras y servir á sus intereses. De esta influencia del director se resentía la constitución provisional que presentaron el 8 de agosto, y que dando á la autoridad del jefe del estado una estension exajerada, fué el jérmen de un vivo des- contento. En ella se reconocía á un director interino nombrado por escaso número de habitantes de Santiago, sin precisar la época en que habia de reunirse una asam- blea mas legal que le diese su sanción. En ella los cuer- pos políticos no eran una garantía de los intereses del pueblo , porque en las atribuciones del director entraba el nombramiento de los miembros del senado, única cá- mara encargada de examinar sus actos, con participa- ción en los negocios públicos y facultada para limitar, añadir y enmendar la ley fundamental sin necesidad de escitacion de nadie : disposición acertadísima , porque

* "

w4xy/y^

282

HISTORIA DE CHILE.

una constitución , sobre todo cuando se hace en época poco bonancible , tiene que ser necesariamente muy im- perfecta y debe dejar la puerta abierta para admitir las mejoras que la esperiencia acredite y enmendar los er- rores que rara vez se escapan en la teoría. En ella en fin se daba al director un poder mucho mayor y poco menos que legal. Publicada esta constitución en toda la repú- blica, y sometida á la aprobación por escrito de sus habitantes, fué aceptada casi por unanimidad, á pesar de sus vicios y defectos : tan fatigado estaba el pueblo con la infinidad de vicisitudes porque habia pasado, y tanta era su necesidad de tener un gobierno firme y consti- tuido para salir de la incertidumbre , y no [verse mas á merced del flujo y reflujo de gobernantes y gober- nados.

Revestido O'Higgins de un poder que por su regula- ridad, digámoslo así, casi le daba los privilejios de una dictadura, se dejó arrastrar á cometer violencias impro- pias de su nueva posición. Debió conocer que de jefe de partido habia pasado á jefe del estado , y que en este concepto su deber era procurar la reconciliación, no po- nerla obstáculos. Por desgracia sus consejeros le aturdie- ron con que los partidos no se ligan á los principios, ni á las ideas, ni menos á las fórmulas, sino á intereses ó á personas ; que la oposición llegada á ser una oposición facciosa, á la que se seguirían todos los horrores de una guerra civil ; y que era necesario evitar esto á todo trance, obrando con enerjía contra los enemigos del poder. Un artículo de la constitución le abría camino para seguir esta línea de conducta , y lo aprovechó , especialmente contra los partidarios de don José Miguel Carrera, que desde entonces fueron perseguidos sin tregua ni

CAPITULO L.

descanso , siendo las primeras víctimas los dos her- manos.

Cansados don Juan José y don Luis Carrera de la vida de club que hacían en Buenos-Aires en compañía d< otros chilenos y de naturales del país, resolvieron volver á Chile con la esperanza de poder reanimar su partido , como imprudentemente se lo habian hecho creer las cartas de algunos amigos. Con esta idea emprendió la marcha el don Luis en los primeros dias de mayo, yendo con él Cárdenas, comerciante chileno, de quien se supuso criado. Habiendo encontrado en el camino al correo, cometieron la temeridad de cortar la balija ; y aunque arreglaron lo mejor que les fué posible la corta- dura por donde sacaron los papeles que podían intere- sarles, lo conoció el maestro de postas de San Juan y á los pocos dias fué arrestado Cárdenas. Casi al mismo tiempo lo fué también don Luis Carrera que habia continuado la marcha á Mendoza , donde se proponía esperar á su amigo, y donde le conocieron varias per- sonas que al momento le delataron á Luzuriaga , gober- nador de la provincia.

Luzuriaga, enemigo inexorable de los hermanos Car- rera, no tardó en estar enterado de los proyectos ideados y discutidos en el club de Buenos-Aires contra el poder de O'Higgins. Supo igualmente por Cárdenas que don Juan José debia estar en camino con los mismos proyec- tos y que pasaría muy pronto á San Luis , disfrazado también de criado. Para arrestarle escribió sin pérdida de momento al gobernador Dupui, instándole á que in- mediatamente practicase las mas activas dilijencias á fin de no dejar escapar tan buena presa, una de las mas im- portantes para el sosiego del partido de O'Higgins. La

384

HISTORIA DE CHILE.

persona portadora de esta carta, que estaba instruida de todo lo que se tramaba porque habia asistido al interro- gatorio de Cárdenas, recibió orden de quedarse con Dupui para ayudarle con la fuerza que llevaba y con sus conse- jos, y partió al día siguiente con algunos soldados, diri- giéndose á la posta de la barranca, punto por donde tenia que pasar precisamente la víctima.

Don Juan José no tardó en efecto en llegar á las casas de esta posta. Supo en el camino la triste suerte de su hermano don Luis , lo que le tenia casi decidido á re- troceder á Buenos-Aires , abrumado con el peso de las mil inquietudes que semejante noticia le inspiraba, cuanto mas que su viaje se habia verificado hasta allí bajo los mas tristes auspicios. Al dia siguiente de su salida de Buenos-Aires se encontró cara á cara en un sitio casi desierto con uno que siempre le había tenido malísima intención : diferentes veces se vio precisado á des- viarse del camino y marchar por los campos, para no pasar por sitios habitados : y hasta el cielo parece que quiso aumentar sus riesgos y sus infortunios, enviándole una noche una tempestad espantosa, en ocasión en que habiéndose adelantado su compañero, se encontraron él y el postillón estraviados en los campos. La noche que pasaron fué terrible, y tanto que de sus resultas murió el postillón, cuya salud no era muy robusta.

En medio de todas estas peripecias llegaron don Juan José y su compañero Alvarez á la posta de la barranca, donde fueron detenidos y llevados con buena escolla ante el gobernador de San Luis , el famoso Dupui , hombre cruel , intratable y no menos ansioso que Luzuriaga de ver enteramente destruida la familia Carrera, que con- sideraba como el único obstáculo capaz de hacer sombra

CAPITULO L.

á O'Higgins, el protejido de Pueyrredon , su amigo y jefe. De conformidad con sus instrucciones dispuso que á su noble prisionero y á Alvarez los llevasen á Mendoza, donde apenas llegaron, los mandó Luzuriaga ala misma cárcel en que estaba don Luis, dando la bárbara orden de que les pusiesen grillos y de que estuvieran con en- tera separación los dos hermanos.

Sabedores San Martin y O'Higgins de este suceso creyeron prudente no dejar pasar las cordilleras á sus temibles rivales, y comunicaron orden á Luzuriaga para que permaneciesen en Mendoza, donde era mas fácil de- terminar acerca de su suerte. Le mandaron al propio tiempo que instruyese una sumaria, cuyos resultados te- nían que ser necesariamente muy funestos , porque se dejaba á los presos aislados, sin apoyo, rodeados de ene- migos y sujetos al fallo de unos hombres de quienes de- bían temerlo todo, como que se hallaban bajo la influencia inmediata del intendente. Así lo comprendieron desde luego los partidarios de las víctimas que se preparaban, y así lo comprendió también don José Miguel que seguía retirado en Montevideo, quien se propuso no perdonar nada para salvar la vida de sus dos hermanos, de cuya desgracia se creia el principal autor. Dejando que su alma flotase en el mar de sus inquietudes, queriendo con- seguir á todo trance su objeto , daba á su imajinacion todas las torturas imajinables para encontrar los medios. Tan pronto se decidía á marchar á Santa-Fe, donde es- peraba poder reunir bastantes partidarios para dar un gran golpe de mano : tan pronto escribía á su esposa doña Javiera residente en Buenos- Aires, que se personase en Mendoza y pusiese enjuego su influencia, su prestijio y su jenio inventor para proporcionarles la fuga. Des-

«*

i

i

286

HISTORIA DE CHILE.

pues, temiendo que no se siguiesen sus consejos, escribía también á la esposa de don Juan José, doña Ana María Cotapos, que estaba en Santiago , diciéndole : « Es pre- ciso libertar á nuestros presos, mis recursos son para mas tarde. Pide permiso para visitar á tu marido en Men- doza; vente trayendo 4000 pesos para comprar por el precio que puedas un oficial de los de guardia , que los porteños se compran como carneros, y hazlo jugar. Trae agua fuerte y sierras para cortar las chavetas de los gri- llos. Muñoz Ursua puede dirijirte en la empresa. Padre debe proporcionarte el dinero : ningún sacrificio es grande cuando se trata de la salvación de dos hijos. Yo puedo recompensarle muy pronto sus pérdidas. En el sagrado sijilo , en la actividad y en una hábil dirección consiste el logro de nuestro plan. Hazte en este paso mas digna y mas amable de lo que eres. Imita á la heroica madama de Lavalette. Si escapan , ocúltense en los bos- ques de Chile , ó vénganse á Montevideo , según con- venga, etc. (1). »

Ademas de estos recursos violentos que á don José Miguel Carrera le sujeria su casi estraviada imajinacion, toda la familia se decidió á emplear medios suaves y lejítimos , sino para conseguir el mismo objeto , al me- nos para aliviar los padecimientos de los presos y obtener una sentencia moderada é imparcial. Doña Javiera pi- dió que el juicio se celebrase en Buenos- Aires , donde contaba con algunos amigos, mientras que su apoderado don Manuel Araoz alegaba que según el derecho de jentes ninguna nación puede retener á un estranjero que no tiene mas que quejas de su país, pretendiendo por esta razón que el gobierno de Buenos-Aires estaba en el caso

(1) Carta de don José Miguel Carrera de 26 de diciembre de 1817.

CAPÍTULO L.

287

de ponerle en libertad. Para mas obligarlos á este acto de justicia ó de induljencia, pidió que se les enviase á un país lejano, ofreciendo en su nombre y en el de una multitud de amigos suyos, toda especie de garantías de no volver á poner jamas los pies en Chile ni en la repú- blica arjentina. Por último don José Miguel Carrera, de- jando á un lado todo sentimiento de amor propio, se di- rijió directamente al congreso de Buenos-Aires, solicitando que por lo menos se detuviese una causa, en que resaltaba la parcialidad de una venganza política, y cuyos jueces por masque procedieran de buena fe en la apreciación de los hechos, tenian que obrar influidos por la pasión de los partidos y el odio que profesaban á toda la familia. Pero fueron ineficaces todas estas reclamaciones, por mas que estaban hechas con la calma de la prudencia y de la moderación y respiraban puro patriotismo y muchas ve- ces sensibilidad : los dos patriotas debian sufrir la ley del mas fuerte y ser inmolados á las exijencias del sosiego público, como todavía dicen algunos parciales de O'Hig-

gins.

Es verdad que desde que entraron en la cárcel de Men- doza, su causa se complicó mucho y de una manera muy grave. A fuerza de pensar en su triste posición, don Luis Carrera acabó por sobornar á algunos milicianos que por las circunstancias fueron de guardia á la cárcel , y tramó con ellos no solo un proyecto para escaparse , lo cual no podia considerarse gran crimen, sino una conspiración, cuyo objeto era nada menos que derribar el gobierno de la provincia, apoderarse de todas las autoridades, de los fondos públicos y de algunas personas de distinción, nombrar un intendente y empleados de su partido, le- vantar cierto número de tropas y marchar á Chile á re-

288

HISTORIA DE CHILE.

volucionarlo en favor de su hermano don José Miguel. Este plan, obra, como hemos dicho, de don Luis Carrera, y al que no se adhirió su hermano don Juan José sino después de vacilar mucho y siempre con repugnancia, fué delatado en el momento mismo en que los conjurados, milicianos casi todos y de baja graduación , iban á em- pezar á ejecutarlo. El que mas contribuyó á que pudiesen comunicarse los dos hermanos, fué el que por una im- prudencia dio márjen á la denuncia, que puso en con- moción á toda la ciudad, porque muchos de sus princi- pales habitantes estaban comprendidos en la lista de los proscritos. El intendente Luzuriaga , uno de los mas amenazados, aprovechó esta grave circunstancia para acelerar la causa. Deseaba mucho desembarazarse de estos altos personajes ; pero no quería tomar sobre toda la responsabilidad de lo que iba á resultar, y pidió instrucciones á su gobierno de lo que debia hacer después de la condena , solicitando al propio tiempo se trasla- dase el tribunal á otro punto, vista la sorpresa de Can- charayada, cuya noticia acababa de llegará Mendoza. Temía , no sin falta de razón , que el infortunio de los dos ilustres patriotas conmoviese el corazón de los muchos emigrados que aquella catástrofe llevaría necesariamente á la ciudad , y que los pusiesen en libertad por medio de un golpe de mano. No estaba menos inquieto el cabildo con semejantes huéspedes en Mendoza. Sus individuos no pretendían ciertamente que se les matase, pero que- rían ahorrar á la ciudad los motines que la presencia de estos jefes pudiera suscitar en los emigrados que se es- peraban , á quienes suponían sumamente descontentos con su derrota, y dominados por la ciega pasión del es- píritu de partido. Movidos por estos temores pidieron

W

CAPITULO L.

289

igualmente por conducto del procurador síndico, que se trasladase á otro punto el tribunal, ó que se abreviase la conclusión de la causa. Para resolver esta petición, hecha ya espontáneamente ya por instigación de los enemigos de Carrera, no creyó necesario el intendente Luzuriaga esperar la respuesta del director Pueyrredon, y nombró una comisión de tres lejistas para reveer el proceso y pronunciar la sentencia. Sobre ser los proce- dimientos á todas luces ilegales, fué uno de los nombrados el famoso Monteagudo, hombre de talento, inhumano, sin pudor, y enemigo encarnizado de los Carreras. Montea- gudo podia decirse que por su posición era el juez único de los presos , tanto mas cuanto que no pudiendo dar su voto otro de los nombrados , no se le reemplazó. A la enemistad de este juez apasionado é inhumano se confió, pues, la vida de los dos ilustres patriotas, y pocas horas le bastaron para examinar las piezas del proceso y pro- nunciar la terrible sentencia de muerte, que ni aun por tratarse de un crimen político admitía justificación. Por- que el proyecto de conspiración que era el cargo prin- cipal , no empezó á ejecutarse , y aparecía mas bien parto de una cabeza trastornada por los padecimientos morales y debilitada por los físicos , que una combinación pre- parada con tino y capaz de producir resultados. Pero sucede con frecuencia en las guerras de partido que los mas leves motivos bastan para deshacerse de un rival , y puede decirse que en este caso se encuentra el proceso formado á don Luis y don Juan José Carrera. El inten- dente Luzuriaga se dio prisa á aprobar una sentencia que encubría sus intenciones violentas, y mandó que se eje- cutase en seguida, sin conceder á sus nobles víctimas ni aun el tiempo de recojimiento que ordinariamente ne-

VI. Historia. 19

I

290

HISTORIA DE CHILE.

cesita el alma para pasar á la eternidad. El mismo día 8 de abril de 1818 fueron sacados á las cinco de la tarde de su prisión y llevados al lugar del martirio. Marcharon con serenidad y grandeza de ánimo , apoyados el uno en el otro para que penetrase mejor en sus corazones el sentimiento de su profundo amor fraternal. Llegados al sitio de la ejecución no quisieron que les vendasen los ojos, se abrazaron estrechamente, y casi en el mismo momento recibieron una muerte, que hoy mismo reprueba la jeneralidad de sus compatriotas. Tres dias después de esta terrible catástrofe, cediendo San Martin á las instan- cias de la esposa y algunos amigos de don Juan José Car- rera , escribió algunas líneas en favor de estos patriotas á O'Higgins, quien atendió la recomendación enviando- inmediatamente un correo á Luzuriaga para que suspen- diese todo procedimiento. La gloriosa victoria de Maypu movió á ambos este acto de induljencia, inútil por desgra- cia, merced á la prisa con que Luzuriaga mandó ejecutar el fallo de la comisión. Personas de todos los partidos han creído que el correo se espidió sabiendo que llegaría tarde : sea de esto lo que quiera , lo cierto es que nadie lo agradeció, y que antes por el contrario fué un nuevo motivo de queja y de odio para los partidarios de los Carreras (1).

Otro personaje, víctima igualmente en esta época de violencia y tempestad, fué el valiente don Manuel Rodrí- guez, á quien hemos visto en 1816 contribuyendo á la victoria de Chacabuco con la gran diversión que fomentó

(1) Los detalles de este grave proceso pueden verse, aunque con alguna des- confianza, en las memorias de don José Miguel Carrera impresas en Montevi- deo, en las del gobierno de Buenos-Aires publicadas en esta ciudad y en San- tiago y en la multitud de legajos que obran en los archivos del ministerio delí imerior de Chile*

CAPITULO L.

291

en el ejército enemigo; en 1817 reanimando el espíritu militar del ejército , muy desmoralizado entonces con lo ocurrido en Cancharayada , y tomando una parte muy activa en la victoria decisiva de Maypu por el crecido número de guasos ó jentes del campo que á su voz má- jica corrieron á reunirse bajo las banderas del ejército en el momento, en fin, mas crítico para la patria, aso- ciándose al gobierno de Cruz é inspirándole fuerza, ac- tividad y audacia. Su talento de verdadero tribuno tenia necesariamente que hacer sombra á O'Higgins, porque la plaza de director habia llegado á ser para este una especie de señorío que quería perpetuar en su persona: así por lo menos lo daban á entender todas sus acciones, encaminadas á realizar esta ilusión, pues con el manto de la salud pública tomaba las mas terribles medidas contra sus enemigos personales , que los confundía en uno con los de la patria.

Haría un mes que don Manuel Rodríguez se hallaba preso en el cuartel de San Pablo, cuando el batallón de cazadores que estaba acuartelado en él, recibió orden de cambiar de guarnición y partir para Quillota. Se mandó á don Manuel Rodríguez que le siguiese , siempre bajo la salvaguardia de dos oficiales, el capitán Zuloaga y el teniente Navarro , quienes aunque tenían orden de visi- tarlo muy severamente, le guardaban muchas conside- raciones , especialmente Navarro , que puso en él toda su confianza , hasta el punto de permitirle salir de la prisión por las noches é ir á visitar á sus parientes y amigos. Esto pasaba mientras el distinguido preso estuvo en el cuartel de San Pablo ; pero cuentan que en cuanto salió para Quillota , Navarro, que continuó encargado de su custodia, se hizo mas descontentadizo, mas severo y

**

HISTORIA DE CHILE.

muy receloso. Rodríguez se apercibió de esto y íe pre- guntó el motivo de semejante cambio. Navarro, algo tur- bado, le respondió que se equivocaba y que nada tenia; pero al llegar cerca de Polpayco, la compañía encargada de escoltarlo alcanzó al batallón , y el capitán don José Benavente de Concepción , quien , á lo que parece, sabia k) que se meditaba, se acercó á ellos y ofreció un cigarro de papel á Navarro y otro á Rodríguez, haciendo señas á este para que leyese unas palabras que había escrito en el mismo cigarro, y que estaban reducidas á advertirle del peligro que corría. Navarro observó las señas, se apo- deró del cigarro , leyó lo que en él estaba escrito y echó á Benavente una mirada de cólera , reconviniéndole por- que quería perderle. Sin embargo, como eran muy ami- gos, Navarro no habló á nadie de lo ocurrido y el batallón continuó la marcha hasta cerca de Tiltil , adonde iba á pernoctar. En este sitio y después de un paseo que dieron juntos Rodriguez y Navarro, este disparó á aquel á quema ropa un pistoletazo , que le dio en el cuello y le derribó del caballo. A poco llegaron un sárjente y un cabo que los habían seguido á corta distancia , y lo acabaron de matar con las bayonetas.

La noticia de este suceso se divulgó al dia siguiente por la capital, pero nadie quería creerla, porque nadie consideraba posible monstruosidad semejante. Un amigo de Rodriguez fué inmediatamente al sitio de la catás- trofe, pero no pudiendo averiguar nada con certeza, re- gresó á Santiago , y al otro dia volvió á salir con otros muchos patriotas no menos impacientes que él por saber la realidad. Convencidos desgraciadamente de ella se- fueron á Santiago, donde se esparció la mayor conster- nación. La opinión pública vio en esta muerte un verda-

CAPÍTULO L.

293

clero asesinato y acusó como autor de él al director. Los partidarios de O'Higgins, por el contrario, quisieron hacer creer que fué un acto de propia defensa, aunque algo exajerado, del oficial responsable, que decia haberle alacado Rodríguez en el momento de emprender la fuga para salvarse. Navarro fué efectivamente arrestado bajo la inculpación de haber sido severo en demasía en el cumplimiento de sus deberes, pero su arresto no fué de larga duración, pues á los dos meses volvió á la provincia de Cuyo, donde se hallaban ya en toda seguridad el sár- jente y el cabo que habían contribuido al homicidio. Por lo demás, este sistema de terror nacido en la lojia lauta- rina, que O'Higgins aprendió en Buenos-Aires y seguía con la esperanza de ahorrar á su país las guerras civi- les que le amenazaban, no se contentó con estas ilustres víctimas. Todo aquel á quien se le probaba tener ideas subversivas, era rigorosamente castigado, y el castigo con- sistía en la pena de muerte si el delincuente habia pasado á vías de hecho. Así sucedió con los hermanos Prieto de Talca y algunos otros que por entonces pagaron con la vidala estúpida revolución que tramaron contra el poder establecido. Pero si es verdad que en todas estas circuns- tancias se condujo O'Higgins con escesiva severidad, es necesario también no perder de vista que las épocas de revolución son épocas de violencia y arbitrariedad , y que las leyes enmudecen cuando los partidos luchan con las armas y las pasiones se envenenan. Es sin duda una desgracia que así suceda, pero tal es la condición hu- mana : para cumplir la naturaleza su magnífica misión tiene sus dias de tempestad, de rayos y de terremotos. No puede negarse ciertamente que O'Higgins estaba animado de gran patriotismo : en todas ocasiones, en sus

- *P

294

HISTORIA DE CHILE.

actos públicos como en sus actos privados, manifestaba siempre desinterés , vacilación casi cuantas veces tenia que usar de la violencia , y sobre todo un vivo deseo de que su país estuviese á la altura de las naciones indepen- dientes y libres de los escesos de la anarquía. Por des- gracia este deseo era en él interesado, se había conver- tido en una pasión, en un verdadero fanatismo ; y sabido es que el fanatismo no raciocina y es siempre implacable. Sin la pretensión oficiosa de cubrir con un velo las gra- ves faltas cometidas por O'Higgins, estamos sin em- bargo persuadidos de que cuando dos partidos poderosos obran dominados por la ambición, esta pasión de las in- trigas y de las ajitaciones, no queda mas medio que la dictadura para restablecer la tranquilidad y poner á los habitantes al abrigo de la anarquía. Cosa terrible es para el vencido sufrir la ley del mas fuerte, en vez de estar su- jeto á la de la justicia; pero así ha sucedido en todas épo- cas y en todas partes y así sucederá probablemente en mucho tiempo. Son tan temibles y peligrosos los trastor- nos de la sociedad, que ha llegado á ser máxima de una exactitud reconocida, que la necesidad justifica las mas veces la violación de las leyes políticas.

CAPITULO

Ossorio lleva á Concepción la noticia de su derrota.— Se sitúa en Talcahuano para reunir los fujilivosy defenderse Las fortificaciones de la Quinquina son destruidas por los mismos que las estaban construyendo. Alarma que la derrota de Maypu produce en el Perú y Nueva Granada. San Martin es considerado en Buenos-Aires como el jenio de la revolución. Los patriotas no saben aprovecharse de su victoria. Zapiola persigue á los fujitivos sin gran resultado. Ossorio vuelve á Lima cumpliendo las instrucciones de Pezuela y con arreglo á lo determinado en un consejo de guerra. Deja de jefe del ejército á don Juan Francisco Sánchez.

La noticia de la sorpresa de Cancharayada colmó de alegría á los realistas de Concepción. Creían que Chile iba a volver á la dominación del rey de España, y la lle- gada de los cañones cojidos en la acción y enviados á Talcahuano, sirvió de motivo para celebrar el suceso con grandes regocijos públicos. Algunos ingleses, recien lle- gados de Valparaiso, opinaban que el gobierno tenia aun fuerza bastante para defenderse en Chile con gran pro- babilidad de buen éxito ; pero la victoria de Cancha- rayada habia sido tan completa é inesperada y tal la dis- persión de las patriotas, que les parecía poco menos que imposible que estos reorganizasen su ejército. Y eran tan positivas las noticias que diariamente se succedian y tan propias para confirmar esta confianza, que el gobernador Sánchez detuvo un buque ballenero que iba salir para Inglaterra, con objeto de que llevase al embajador es- pañol en Londres la noticia de la toma de Chile y de la entrada triunfante de los realistas en Santiago (1).

Estaban entregados al alborozo y á las ilusiones,

(i) Journal of a residence in Chiü, p, 71 y 72,

■■*

296

h~+x¿* rr+*

HISTORIA DE CHILE.

cuando por uno de esos grandes cambios de la fortuna, supieron los resultados de la batalla de Maypu y la des- trucción completa del ejército real. No podia caberles la menor duda en la noticia porque la dio el mismo Osso- rio, que muerto de cansancio llegó el 13 de abril, esto es, siete dias después de la acción, acompañado de Rodil, sus ayudantes de campo y catorce soldados de los seis- cientos ó setecientos que tenia al dejar el campo de batalla. Los demás habían sido dispersados, cojidos ó acuchillados en la huida, unos en los campos, y otros al pasar los ríos , especialmente el Maule á las inmedia- ciones de Bilbao , donde se quedaron mas de la mitad.

La noticia llenó de espanto á los realistas, y sobre todo á los que estaban mas comprometidos por su conducta con los patriotas. Los que habitaban en el interior se die- ron prisa á refujiarse en el puerto de Talcahuano, único asilo con que podían contar ; y al cabo de pocos dias todas las casas y los ranchos mas malos estaban ocupa- dos por multitud de familias, habiendo tenido que acam- par muchas en las calles. Tanto temían la venganza de sus enemigos que no les arredraba la estación del in- vierno, muy lluviosa siempre en aquellos países (1).

En este gran conflicto, Ossorio no halló otro recurso que establecerse en Talcahuano. La resistencia que en esta población habia hecho Ordoñez por espacio de mu- chos meses á toda la división O'Higgins le inspiraba la confianza de que también él podría sostenerse , por lo menos hasta que llegaran refuerzos de Lima y dos mil hombres de buenas tropas que debían embarcarse en

(1) And hundreds of men and women, who nave been used to ease and comfort are now obliged to pass both day and night in the open streets. In truth they are very wretched. Journal of a residence in Chili , p. 75.

CAPITULO LI.

297

Cádiz en todo el mes de mayo. Con esta idea dispuso que se replegasen sobre Talcahuano todas las fuerzas que desde su marcha á Santiago estaban escalonadas como guarniciones y como reserva en las diferentes ciudades : fuerzas á que se incorporaron una multitud de fujitivos de Maypu, que habiendo escapado de las lanzas y de los lazos de las jentes del campo, se presentaron, unos solos y otros en pequeños grupos; por manera que al mes, contaba Ossorio con mil doscientos hombres para la re- sistencia.

Estas tropas se ocupaban , parte en recorrer el inte- rior de la provincia con objeto de hacer nuevos reclutas, lo que conseguían cojiendo a la fuerza todos los jóvenes capaces de llevar las armas y llevándolos escoltados al campamento, y parte en reparar las fortificaciones anti- guas y construir otras nuevas. Se trató de levantar algu- nas en la isla de la Quinquina para protejer mejor la bahía de Concepción y defender su estrecho paso ; pero apenas comenzadas las obras se sublevaron los trabaja- dores y las destruyeron, habiéndose salvado en las lan- chas de la fragata Esmeralda que tenían á su disposición.

La derrota de Maypu puso al virey Pezuela en grande compromiso á pesar de que entonces estaban victorio- sas casi todas sus tropas y los patriotas relegados en el Tucuman se hallaban estrechados por Laserna, que solo aguardaba algún corto refuerzo en material para atacar- los. Una correspondencia muy seguida que tuvo con Morillo , jeneral en jefe del ejército de Venezuela , y con Samano , virey de Nueva-Granada , revela que le asaltaban mil pensamientos todos desconsoladores. Les escribía cartas sobre cartas manifestándoles su inquie- tud por encontrarse sin tropas, sin armas y amenazado

298

±¿A&"rYm+á

HISTORIA DE CHILE.

por un enemigo sumamente activo, que en cierto modo habia improvisado una marina capaz de hacerle dueño del mar del Sur. Su reclamación de armas y municiones era de tal manera apremiante , que al dia siguiente de recibirla despachó Samano un correo á Cartajena para que el bric Andaluz fuese á Cuba con pliegos en que enteraba al capitán jeneral de lo grave que consideraba la posición de Pezuela y le pedia lo que á él no le era posible facilitar por no tenerlo. Asimismo dio orden para que el batallón de Numancia, fuerte de mil doscientos hombres de buenas tropas , marchase á socorrer la ca- pital del Perú.

Pezuela, al propio tiempo que apelaba á la fidelidad de Samano y de Morillo, atendía á la defensa del país con toda la actividad de que era capaz. Convencido de la necesidad de una reserva numerosa para conjurar el peligro, la creó, poniéndola á las órdenes del brigadier Rocafort y situándola en Arequipa contra el parecer del jeneral en jefe Laserna, que quería se colocase en Puno. Hubiera sido un error seguir el dictamen de Laserna, por- que Puno estaba mucho mas distante de la costa amena- zada y en esta tenia que haber siempre algunas tropas, como que al efecto se destacó un batallón de ochocientos infantes y un escuadrón de ciento ochenta caballos que alternaba con el depósito de Arequipa. En Lima, que era el punto por el que mas habia que temer , reunió Pezuela todos los batallones acampados en los alrededores, y ade- mas toda la milicia, que ocupaba en continuos ejercicios. Tal fué su afán por instruirla pronto, que se esparcieron voces de una nueva espedicion contra Chile, lo cual bastó para que desertasen muchos nacionales, no obstante las protestas reiteradas de las autoridades superiores, asegu-

f**1

CAPITULO LI.

299

rando que todo era mera precaución de defensa. Si á estos temores se agrega que las ideas revolucionarias empezaban á manifestarse por actos esteriores, y que un dia faltó poco para que triunfasen (1), se verá que la victoria de Maypu dio un golpe terrible á la causa espa- ñola y que sus efectos se dejaron sentir no solo en el Perú, sino en toda la estension de la América meridional do- minada por la monarquía (2).

Lo mismo sucedía á los patriotas , y especialmente á la república de Buenos-Aires , que aunque mandaba en todo su territorio desde el principio de la revolución, te- nia sus fronteras fuertemente atacadas al norte por las tropas de Laserna y al este por las brasileñas, dueñas en- tonces de Montevideo : en el interior, la discordia traba- jaba á los jefes y se ganaban las provincias, lo que pare- cía anunciar que la anarquía no estaba lejos. Así es que la victoria de Maypu produjo en los verdaderos patriotas un entusiasmo febril por San Martin, de que participó el pueblo, manifestando una alegría tanto mayor cuanto que formaba contraste con el abatimiento en que lo habia su- merjido pocos dias antes la sorpresa de Cancharayada. Todos se felicitaban por este gran acontecimiento y en todas partes se oia decir al fin somos independientes y que San Martin era el jenio de la revolución (3).

Pero aunque la victoria de Maypu influyó mucho en la independencia americana, todavía O'Higgins y Balcarce,

(1) En Lima y el Callao hubo en el mes de julio una conspiración, que fué sofocada el mismo dia en que debia estallar. Veinte personas fueron presas y juzgadas militarmente. Archivos de Lima.

(2) Correspondencia del virey Pezuela que existe en los archivos de Lima.

(3) There was a general and almost universal exclamation : "Al last we are independent," while San Martin was hailed as the genius of the revolu- tion. The reports on the present state of the uniled provinces of South Ame- rica by MM. Rodney and Graham , p. 215.

+r

•W

*i

V:

300

±¿k*p t**

HISTORIA DE CHILE.

succesor de San Martin en el tiempo que duró su viaje á Buenos-Aires, no supieron sacar de ella todo el partido á que se prestaba para destruir de un golpe cuantos re- cursos podian encontrar los restos de Maypu en la pro- vincia de Concepción. En vez de perseguirlos con una fuerte división que les imposibilitara reorganizarse, se limitaron á enviar, como ya hemos visto, á Zapiola con doscientos cincuenta hombres solamente; y aunque es verdad que de sus resultas Caxaramilla en el Parral y Rodríguez en Quirihue obtuvieron alguna ventaja, fué esta muy corta y muy insignificante para que pudieran sentirse sus consecuencias. Así es que las tropas de Za- piola tuvieron que irse á cuarteles de invierno á Talca, mas como un pequeño destacamento de observación, que como cuerpo dispuesto á tomar la ofensiva.

El jefe que de este modo tuvo en espectativa á los soldados de Zapiola fué el coronel Lantaño, que desde la sorpresa de Cancharayada mandaba en Chillan y es- taba al cuidado de los heridos enviados allí. Estos heri- dos fueron trasportados á Talcahuano después de la acción de Maypu, y Lantaño quedó á la cabeza de los milicia- nos, cuyo número aumentaban las exortaciones llenas de ternura de los padres franciscanos, siempre firmes en su adhesión á la causa de su rey. Así sucedió que cuando pasados dos meses volvió Caxaramilla á atacarlos, encon- tró una resistencia mucho mayor aun, que le obligó á batirse en retirada con gran confusión y muy espuestos á ser él y todos los suyos cojidos (1).

Desde que principiaron las guerras de la independen- cia se habia manifestado dispuesta la provincia de Con-

(1) Véase la interesante memoria de don Diego Barros sobre V. Bcnavides, pajina 5.

CAPITULO LT.

301

cepcíon á sostener la causa realista, notándose mas esta tendencia en la clase baja (1); pero en lo que se des- plegó una política hábil, aunque contraria á las leyes de la humanidad y aun á las de la guerra, fué en compro- meter en esta causa á la raza india , que se hallaba en una neutralidad espectante, dispuesta á caer en caso ne- cesario sobre el vencedor débil , si las circunstancias lo permitían. Esta alianza con un gobierno que tan abusi- vamente les habia hecho sentir su superioridad, tenia so oríjen en la grande influencia que sobre ellos ejercian los capitanes de amigos , que Sánchez tuvo la habili- dad de atraer á su partido. Contando con esta fuerza brutal tan fácil de sublevar como difícil de contener, Sánchez , en su calidad de intendente interino de la pro- vincia de Concepción, marchó á la Florida, para donde convocó á muchos capitanes de amigos con orden de que llevasen cierto número de indios de alta posición. Mas de doscientos de estos se presentaron mandados por Bur- gos , llevando á su cabeza los caciques Calbulevu de Collico, Dumacan de Bureu, Antineu de Rinaico, Coli- man de Santa Bárbara, etc. Este último era el principal de todos, hombre de mucho tesón, de gran discernimiento, honrado, probo y de carácter conciliador y pacífico. Era hombre de paz (2) y se habia captado el respeto no solo de los Pehuenches, sino también de los chilenos y hasta de los Mulluches, á pesar de que no estaban bajo su in- fluencia. Sánchez empleó mil medios para atraerse este cacique, pero todos inútiles, porque decia que repugnaba

(1) Journal of a residence in Chili.

(2) Los Indios tienen jefes militares y jefes de consejo y de paz. Estos no se baten nunca, antes por el contrario procuran evitar las guerras y conciliar los- ánimos. Lo espigaremos en la Etnografía araucana, que ha de publicarse imi-y pronto.

P"

**

¿-t+wy**

302

HISTORIA DE CHILE.

á su corazón el derramamiento de sangre. Sin embargo, se decidió al fin y arrastró consigo una multitud de in- dios, dispuestos á poner á disposición de la monarquía su salvaje brutalidad (1).

Independientemente de estos indios, con cuyo valor se podia contar, los soldados enviados al interior de la provincia en busca de reclutas, reunieron algunos, por manera que en agosto contaba el pequeño ejército de Ossorio con dos mil doscientos y seis hombres. Es verdad que muchos eran completamente nuevos en el arte de la guerra é incapaces de hacer bien ningún movimiento en una formación , pero no les faltaba intelijencia y tenían un instinto eminentemente guerrero, por lo que los ve- teranos les enseñaron pronto y les pusieron en estado de defender su puesto. Por lo demás, toda la ambición de Ossorio en aquel momento se cifraba en sostenerse en Talcahuano mientras recibía contestación del virey Pezuela. Con las fortificaciones hechas por Ordoñez y las que él había construido, no temia ningún ataque por tierra ; pero no estaba tan seguro si se le atacaba por mar, y todo le hacia creer que esto se verificaría muy pronto. Así se lo tenia anunciado al virey ; y este envió el 23 de junio un buque, la Presidenta, con armas y tropas y orden de ir sobre la costa á fin de « llamar la atención de los patriotas y alejar sus pensamientos de espedicion sobre este vireinato, » y pasar después á Tal- cahuano para prevenir á Ossorio «que no aventurase las armas del rey de su mando, embarcándose en el último caso con sus tropas y cuanto pertenece al rey y auxilio deemigrados en los buques de guerra y en los mercantes surtos en aquel puerto con dirección al Callao (2). »

(1) Conversación con don Domingo Salvo, célebre capitán de amigo.

(2) Plan de defensa de Lima después de la batalla de Maypu. Archivos de Lima.

CAPÍTULO Lí.

Con esta orden, y con las noticias de una ^próxima espedicion marítima contra Talcahuano , que si se veri- ficaba ponia al ejército en una posición muy crítica y en la imposibilidad de salvarse, Ossorio convocó el 25 de agosto de 1818 una junta de guerra compuesta de todos los oficiales superiores de mar y tierra, en la que después de leer las instrucciones últimamente recibidas del virey Pezuela y manifestar los peligros que corría el ejército en Talcahuano, «reclamó muy eficazmente la considera- ción de la junta, pidiendo le ilustrara sobre el partido que en circunstancias tan difíciles convendría adoptar para conciliar el mejor servicio del rey, exijiendo voto particular y por escrito á cada vocal ; y habiéndose antes discutido madura y reflexivamente sobre los puntos que abraza esta materia, resultó la unanimidad de considerar indispensable y reunir las fuerzas marítimas sobre las costas del Perú y por pluralidad la evacuación parcial de esta provincia (1). »

Determinada la salida, Ossorio nombró comandante jeneral del ejército que quedaba en la provincia, al coro- nel don Juan Francisco Sánchez , digno de esta distin- ción por su laudable conducta en el tiempo que Carrera tuvo sitiado á Chillan , y lo dio á reconocer en una pro- clama dirijida á los soldados y á los habitantes de la pro- vincia. En las instrucciones que le dejó por escrito le en- cargaba muy particularmente que conservase la amistad de los indios , y que les hiciere pomposas promesas de

(1) Documentos sobre la junta de guerra de Talcahuano. El jeneral Camba opina que Ossorio no debió abandonar á Talcahuano y dice que muchos oficiales fueron de este parecer. Tengo una copia íntegra del acta de la junta de guerra, sacada del orijinal que existe en los archivos de Lima, y veo en ella que se votó por unanimidad la evacuación de Chile, dejando solo un corto número de tropas.

*-

▲dft^'Z1-**

30i

HISTORIA DE CHILE.

Í

la

l

A*

r

vestidos, adornos y otros regalos para tenerlos siempre bien dispuestos en favor de su causa.

Pezuela tenia prevenido á Ossorio que embarcase las tropas disponibles, pues creia con razón sobrada que la conservación del Perú era mucho mas importante que la de Chile ;. pero encargándole al mismo tiempo que dejara algunas en la provincia para que hiciesen la guerra de partidas sueltas y sostuviesen la moral de los indios. Visto el número de soldados que tenia á sus órdenes, dejó en Chile los batallones de Concepción y de Valdivia, los dragones de la Frontera y de Chillan, etc., en todo mil seiscientos diez y ocho hombres, inclusos cuarenta y cua- tro artilleros, y llevó consigo setecientos veinte y nueve, á saber, ciento noventa y seis infantes del batallón de Burgos, ciento cuarenta y cinco del de Arequipa, ciento ochenta y tres Infantes, cincuenta y tres artilleros, veinte y cinco zapadores , veinte guardias de honor y ciento siete dragones de Arequipa. Le acompañaron ademas treinta empleados, setenta y ocho paisanos de todas eda- des y doscientas cincuenta y cuatro mujeres, por manera que incluyendo los marineros, ascendía el total á mil se- tecientas doce personas, que se embarcaron en ocho bu- ques de guerra y mercantes y se dieron á la vela el 8 de setiembre de 1818 (1).

Luego que Sánchez quedó de jefe único en la provincia de Concepción se dedicó con toda la actividad de que era capaz, á conservar su influencia sobre los indios y á instruir á los reclutas que pudo proporcionarse. Su pe- queño ejército se encontraba diseminado por toda la pro- vincia : en Talcahuano habia la mayor parte del batallón de Concepción ; en Concepción estaba el de Valdivia ;

(1) Archivos de Lima.

CAPITULO LI.

en Chillan el escuadrón de dragones de la Frontera, el de Chillan , una compañía de Concepción y dos guerrillas ; en la Florida los milicianos de la Florida, Rere y la infan- tería de los Angeles , con un destacamento de dragones de la Frontera, otro de infantería de Valdivia y dos pie- zas de montaña; por último, en los Angeles los escua- drones primero y segundo de milicias de la Laja. Él permaneció en Concepción para recibir las tropas que se esperaban de Cádiz y que empezaban á llegar, y para protejer á Talcahuano , cuyas fortificaciones cometió Ossorio el desacierto de derribarlas en su mayor parte, con la esperanza de poder defender aquella plaza, al menos contra los ataques por tierra , ya que no le fuese posible hacerlo contra los de mar que eran precisamente los que temia, pues por los espías estaba enterado del celo y actividad que desplegaba el gobierno en orga- nizar una escuadra.

VI. Historia.

wi *m

*mpo?*

CAPITULO LIL

O'Higgins se dedica con actividad á la creación de una escuadra.— Dificultades con que tropieza. Proteje á los corsarios.— La IVindhan ataca sin éxito á la Esmeralda y el Pezuela. Muerte de su comandante O'Brien. El buque San Miguel es apresado.— O'Higgins va á Valparaíso á activar el ar- mamento de una pequeña escuadra.— Visita la escuela de marina.— Buques de que se compone la marina chilena.— Sale de Cádiz una espedicion militar contra Chile. Rebelión en la Trinidad, de cuyas resultas este buque se dirije á Buenos-Aires. El gobierno anuncia ¡inmediatamente á O'Higgins este suceso, y le revela los secretos de la espedicion. Parte para el sur una división mandada por el capitán de navio don Manuel Blanco Encalada.— En la isla de Santa María sabe que ha llegado á Talcahuano la fragata Reina María Isabel. La ataca y se apodera de ella. Vuelve á la isla de Santa María y apresa otros buques del convoy. Entusiasmo que produce este triunfo en Valparaíso y Santiago. Fiestas y ovaciones al comandante don Manuel Blanco.

Crear una escuadra nacional fué desde que princi- piaron las guerras de la independencia , una necesidad reconocida por todos los hombres políticos del país , de Carrera como de San Martin, O'Higgins, etc. El último especialmente la consideraba cuestión de vida ó muerte para la naciente república, porque veia que era preciso mudar el teatro de la guerra y llevarlo al Perú, fácil de ser invadido y único país de la América del sur en que España dominaba con todo su poder y casi sin oposición. Penetrado de esta idea y persuadido de que una es- cuadra seria el lazo que uniese los patriotas de los dos países, empleó toda su intelijencia , su prestijio y su ac- tividad en organizaría , y á los pocos meses se vio Chile á la cabeza de una marina militar que iba á dar dias de gloria ala historia de la independencia americana y par- ticularmente al jenio que la habia creado.

CAPITULO LIL

La empresa no era fácil , sin embargo. Nunca Chile habia tenido un solo buque : su marina mercante se en- contraba en el estado mas miserable : y el país estaba falto de marineros, de oficiales y de recursos. El dinero enviado á los Estados-Unidos y á Londres para la com- pra de la escuadra, reunido con los donativos de los pa- triotas y el secuestro de los bienes de los realistas, no era suficiente á prometer grandes resultados. Verdad es que O'Higgins con política muy hábil empezó las hostilidades marítimas por incursiones de barcos pequeños armados en corso. En Valparaíso y Coquimbo se alistaron en estos barcos una multitud de marineros jóvenes pero valientes y audaces, que llevaron el espanto á toda la costa, avan- zando hasta mas allá de Guayaquil , bloqueando en sus propios puertos á los buques peruanos y volviendo con presas que escitaban la codicia de otros marineros y les inducía á nuevos armamentos. O'Higgins se complacía en este estímulo, no solo porque era un medio de herir en el corazón al enemigo, destruyendo su comercio y promo- viendo el descontento de los comerciantes con su ruina, sino porque veia en él una escuela práctica escelente para formar buenos marineros y hasta oficiales de ma- rina , tan necesarios en la escuadra que su patriotismo estaba organizando.

El primer buque que sirvió en cierto modo de núcleo de esta escuadra fué el Águila , al que ya hemos visto tomado por sorpresa á Valparaíso, conocido mas ade- lante con el nombre de Pueyrredon y en seguida por el de Windhan , buque de ochocientas toneladas, de la com- pañía de las Indias, que Alvarez Condarco envió á Chile y que el gobierno compró muy caro la víspera de la ba- talla de Maypu. Los comerciantes estranjeros pagaron la

±*H*sy+<

■■;■

303

HISTORIA DE CHILE.

1

j

mitad de su costo, pero cuando O'Higgins supo que so intención era armarlo en corso para especular con él , se empeñó en devolverles la cantidad que habían entre- gado, y le dio un destino enteramente militar.

Como hacia tiempo que los dos buques de guerra españoles la Esmeralda y el Pezuela bloqueaban el puerto de Valparaíso , O'Higgins proyectó atacarlos con el buque recientemente adquirido y en pocos dias quedó este equipado y armado (1). El capitán O'Brien, que, procedente de la marina real de Inglaterra, había entrado al servicio de los patriotas y asistido al com- bate entre la fragata inglesa Phcebe y la de los Es- tados Unidos Essec, tomó el mando del Águila y en muy poco tiempo se alistaron trescientos cincuenta hombres , de los cuales unos ciento eran estranjeros y los demás chilenos, la mayor parte sin esperiencia del mar, pero tan llenos de buena voluntad que algunos que fueron desechados, se tiraron á nado para alcanzar al buque é ir en la espedicion. Los oficiales se sacaron también de estranjeros de todas naciones especialmente ingleses, que en jeneral no entendían el español , circunstancia que dificultaba mucho el que se comprendieran bien las órde- nes en el buque. A pesar de estos inconvenientes, la fra- gata se hizo á la vela en la noche del domingo 26 de abril, y el dia siguiente á las siete de la mañana estaba á la vista de la Esmeralda. Creyendo el comandante de esta, Coig , que era el buque de guerra inglés con quien había hablado otras veces, se puso en facha á esperarlo y ío mismo hizo el bric Pezuela, que se hallaba á corta dis-

(1) Don Antonio García Reyes dice que el Pueyrredon acompañaba al Windhan. Véase la muy interesante memoria que ha publicado sobre la pri- mera escuadra nacional de Cliile.

CAPITULO LIT.

lancia; pero en cuanto vio que izaba el pabellón chileno, conoció su equivocación, y casi á quema ropa le disparó una andanada. O'Brien contestó con otra y al propio tiempo mandó el abordaje, que se verificó dando él mismo el ejemplo, pues fué uno de los primeros que saltaron sobre el puente enemigo con solos veinticinco hombres. Su audacia y decisión , protejidas por la infantería de Miller, que desde la Lautaro no cesaba de hacer fuego, infundieron tal terror en los realistas que se bajaron pre- cipitadamente al entrepuente ; por manera que O'Brien era ya dueño del buque y habia bajado la bandera , cuando las dos embarcaciones que no estaban bien amar- radas , las separó un golpe de mar. El segundo de la Lautaro don Jorge Argent Turner, en vez de aproxi- marse en seguida á la Esmeralda, se contentó con enviar á ella diez y ocho hombres en unos botes y él marchó sobre el Pezuela, al que obligó á bajar el pabellón. Esto fué una desgracia para la espedicion, porque en cuanto los realistas de la Esmeralda la vieron desamarrada de la Lautaro, y se enteraron del corto número de enemi- gos que habían quedado en su buque, se echaron sobre los patriotas, mataron al bizarro O'Brien y á muchos de sus valientes compañeros, arrojándose al mar los restantes para ganar los botes que no habían llegado á tiempo. Al punto que el capitán Turner se apercibió de este cambio de la fortuna abandonó el Pezuela y dirijiéndose sobre la Esmeralda que acababa de recobrar la libertad , la des- trozó hasta incendiarle la cámara y la obligó á ponerse en salvo, lo mismo que al Pezuela, sin que pudiese perse- guirlos por la gran inferioridad de su marcha. Tal' fué el resultado del primer combate naval digno de este nombre, dado por los patriotas, resultado completamente

j*É£prs?+

310

HISTORIA DE CHILE.

nulo y hasta puede decirse desgraciado , por la pérdida del valiente O'Brien, que tenia dadas pruebas repetidas de arrojo y de capacidad. Quizá deba recaer sobre Turner por su un tanto cuanto de apatía en el mando, la responsabilidad de todo, al menos el público le inculpó por ello sin embozo, y sus esplicaciones , apoyadas en el testimonio de los oficiales que iban á bordo, no bas- taron á cambiar completamente la opinión (1).

Lo que disminuyó algo el descontento fué el haber sido apresado de vuelta del puerto el bergantín San Mi- guel, que de Concepción iba á Lima. Entre los muchos pasajeros que llevaba habia personas de alta posición social , como los comerciantes don Pedro Nicolás Cha- pitea, y don Rafael Beltran , el teniente coronel don Ma- tías Aras y otros. Ademas conducía algún dinero y mer- cancías por valor de unos 30,000 pesos, todo lo que se repartió á la tripulación con el objeto de entusiasmarla y despertar la codicia de otros marineros , que se desea- ban adquirir para la escuadra que se preparaba.

Tan persuadido estaba O'Higgins de la necesidad ab- soluta de dominar el mar, que no perdonó ningún sacri- ficio para formar la escuadra. Con objeto de poder di- rijir mejor su organización y acelerar su armamento, resolvió ir á presenciarlo todo ; pero antes quiso regula- rizar en Santiago cuanto tuviese relación con el ejército á fin de ponerlo en mejor pié. Habia creado el cuerpo de dragones de la patria, que con un escuadrón de la escolta directorial , fué al ejército del sur, el cuerpo de la guardia nacional y el batallón de marina : y habia disci- plinado las milicias de infantería y caballería de toda la república, principalmente la infantería de Rancagua y

(1) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

CAPITULO LH.

311

Aconcagua. Para que nada faltase á estas tropas y al ejército en jeneral, formó un reglamento de la provee- duría y otro para la maestranza, con el único objeto de que se trabajasen separadamente y en una oficina espe- cial , cuantos útiles y aprestos militares necesitasen los ejércitos de la Nación , bajo la dirección de un superira- tendente con jurisdicción civil y criminal en todas las personas empleadas en dicha oficina. Estableció ademas una junta de secuestro, compuesta de personas de gran probidad ; y para que desapareciese cuanto pudiera re- cordar el nombre español, con el que eran conocidos los que no tenían en su sangre mezcla de la indíjena, pro- hibió que en toda clase de informaciones judiciales, sea por via de prueba en causas criminales, de limpieza de sangre, en proclamas de casamientos, en las partidas de bautismo, entierro, etc., se titulase nadie español, sino chileno, nombre que también debía darse en lo succesivo á los indios.

Concluidos estos y otros trabajos de organización ad- ministrativa y eclesiástica, se puso en camino con don Ignacio Zenteno, secretario de estado, y el 2 de setiembre llegó á Valparaíso. Lo primero que hizo fué visitar la especie de escuela de marina que habia mandado abrir para los jóvenes dedicados á esta carrera , y de la que debían salir á oficiales de la escuadra chilena. Contaba ya esta con muchos buques, cuya organización estaba confiada á la intelijencia de un marino lleno de entusiasmo y buenos deseos, de don Manuel Blanco Encalada, te- niente coronel de artillería, alférez de fragata que habia sido en la marina española y vuelto á su primitiva car- rera, á la que muy pronto iba á dar lustre con resul- tados de la mayor importancia. Con el zelo y la grande

W

1

312

á&*J^fcdÉ*F-GJ7-r

HISTORIA DE CHILE.

actividad de este joven que contaba apenas veinte y seis años, y con el auxilio de don Juan Higginson, oficial inglés, la escuadra, aunque en jeneral armada con cañones de forma poco regular, presentó muy luego un aspecto un tanto halagüeño. Ademas del Pueyrredon y la Lautaro había los buques siguientes i Cumber latid , de la compañía de las Indias , de mil trescientas toneladas y sesenta y cuatro cañones, enviado de Londres por Alvarez Gandarco perfectamente equipado, y comprado por el gobierno en 140,000 pesos. Se le bautizó con el nombre de San Martin en memoria del ilustre guerrero á quien Chile debia en parte su libertad, y el dia de la ceremonia O'Higgins embarcó en él trecientos hombres y muchachos sacados de las cárceles de Santiago y. Val- paraíso ó cojidos en las calles, todos bastante despejados para que al cabo de algún tiempo llegasen á ser mari- neros tan diestros como intrépidos.

La Cliacabuco, corbeta comprada por los coquimbanos que la armaron en corso, de quienes el gobierno la ad- quirió por el mismo precio que les habia costado, es decir, 30,000 pesos , después de gastar en ella diez mil mas, confirió su mando á don Manuel Blanco. Primer buque que mandó este futuro almirante.

El Araucano, procedente de los Estados- Unidos, bien armado y equipado bajo la dirección de don Miguel Car- rera, y mandado por don Carlos Woster, quien lo vendió en 30,000 pesos, y continuó mandándolo hasta la espe- dicion de Talcahuano, época en que pasó á la Lautaro y fué reemplazado por el capitán don Raimundo Moris.

Por último el Lucia, bergantín de guerra inglés per- fectamente armado y equipado, que Guise compró en Buenos-Aires , y á instancias de O'Higgins cedió al go-

CAPITULO til.

bierno chileno en 63,000 pesos. Este baque, que cambió su nombre por el de Galvarino, no llegó á Valparaíso hasta fines de octubre.

Para comprar estos buques fué necesario apelar al patriotismo de los chilenos, aguijonear su jenerosidad nunca desmentida , restablecer el sistema de donativos tan usado ya, imponer nuevas contribuciones y levantar empréstitos. No fueron menores las dificultades para te- ner las tripulaciones necesarias : se echó mano de todos los pescadores de la costa y de todos los marineros de los buques corsarios, no dejando en ellos mas que los precisos para la custodia de las embarcaciones ; pero esto no bastaba ni con mucho. La jeneralidad de los jóvenes no se habia embarcado jamás y un marino no se improvisa como se improvisa un valiente : hubo pues que invitar á los marineros estranjeros ofreciéndoles para atraerlos mas sueldo y ventajas, lo cual suscitó la envidia de los del país y fué motivo de discordia. Como los oficiales de la Lautaro eran casi todos estranjeros, especialmente ingleses que no hablaban la lengua del país, no podía menos de resultar confusión en las maniobras ; y al ver tales elementos de desorden, muchos dudaban que diese resultados la naciente escuadra, creada en medio de tan- tas contrariedades y á costa de tantos sacrificios. Sin em- bargo, se estaba en vísperas de un ataque que preparaba una nueva espedicion compuesta de veteranos del antiguo ejército de España, embarcada recientemente en el puerto de Cádiz contra Chile.

En el primer mando de Ossorio vimos que se enviaron á la corte dos comisionados, don Luis Urréjola y don Juan Manuel Elizalde , para que informasen al gobierno de lo que pasaba y sirviesen en cierto modo de interine-

31

HISTORIA DE CHILE.

diarios con las autoridades chilenas. Como conocían per- fectamente el estado del país, sobre todo Urréjola, que habia hecho toda ¡a campaña de la primera revolución , no cesaron de hablar de lo muy útil que seria á la con- servación de la dominación española el enviar una fuerte escuadra á la república chilena. Poco después Pezuela, no pudiendo conseguir los soldados que tanto necesitaba^ ni de Morillo ni del virey de Nueva Granada, se dírijió á Abadía, cónsul de la compañía de Filipinas en Lima, para que por la mediación de su hermano que tenia gran va- limiento y era el arbitro de los ejércitos que se destinaban á América, se organizase una espedicion en España. Este era un negocio que debía reportar grandes utilidades á estos dos personajes; y aquí acaso el motivo de que lo activase el que residía en España, con tanta mas pro- babilidad de buen éxito , cuanto que por entonces los comisionados chilenos solicitaban con instancia el envío de una escuadra, que, según ellos, daría el último golpe á las ideas liberales del país. Habiendo caido en desgracia Abadía, su succesor el jeneral O'Donell fué el encargado de su organización (1).

Esta espedicion, que salió de Cádiz el 21 de mayo, se componía del Tejimiento de Cantabria con poco mas de mil seiscientas plazas , un escuadrón de dragones con ciento veinte, una compañía de zapadores con otras tan- tas y cincuenta artilleros , que formaban un cuerpo de dos mil hombres próximamente (2) . Estaban á las ór-

(1) En mis notas, que escribí en una conversación con O'Higgins, en- cuentro que esta espedicion salió de España bajo la influencia de las lojias ma- sónicas adictas al sistema liberal de América ; sin embargo, como muy pronto veremos, jamas se puso en juego nada que ni directa ni indirectamente favore- ciese este sistema, si se esceptua el interés muy secundario que tomó Loriga por Miller, porque los dos eran fracmasones.

(2) Según noticias del oficial de Cantabria don Saturnino García.

CAPÍTULO LII.

315

denes del teniente coronel don Fausto del Oyó y se em- barcaron en catorce fragatas , parte de guerra y parte mercantes , mandadas por el capitán de navio Castillo. En Tenerife, donde se detuvieron á refrescar la tropa, renovar el agua y tomar víveres, los comandantes fueron recibidos con magníficos festejos, y se dio en la Alameda un gran baile, al que concurrieron muchos de la espedi- cion. Por un motivo insignificante , el primer ayudante del segundo batallón, Bandaran, no quiso dar permiso para que saltase á tierra un sarjento primero , negativa en que insistió a pesar de las súplicas de los demás sar- jentos; y esto ocasionó un disgusto que pasó á vias de insubordinación en cuanto la fragata Trinidad , que mon- taban , se hizo á la vela. Si los oficiales entonces , en vez de usar de severidad con los descontentos, hubieran pro- curado paliar el mal efecto de una injusticia siempre pe- ligrosa en un ejército, la insubordinación no hubiera es- tallado probablemente en rebelión ; pero no sucedió así, y el sarjento, por vengarse, sublevó su compañía y fueron muertos todos los oficiales, escepto Bringas, Soler y otro. Este incidente favoreció mucho á los patriotas, pues fué oríjen de la pérdida casi total de la espedicion española. Imposibilitados los jefes revelados de seguir el convoy, no hallaron otro recurso á su crimen que entregarse al gobierno de Buenos-Aires, y dieron orden al que habia tomado el mando del buque, complicado también en los asesinatos, para que dirijiese la proa al rio la Plata. Pa- sadas algunas semanas, entró \a, Trinidad en las aguas de Buenos-Aires, y un domingo se presentaron á las autori- dades los sublevados con la bandera nacional á la cabeza, que llevaba don Remigio Martínez, jefe principal de la rebelión. El brigadier jefe de estado mayor jeneral don

zé*mf../3:*'

oi6

HISTORIA DE CHILE.

José Rondeau los recibió muy bien , les felicitó en una arenga por el acto de justicia que habían hecho y que mejor pudiera llamarse de felonía, y conservó á los sar- gentos el grado de oficiales que á mismos se habían dado.

O'Higgins se hallaba entonces en Valparaíso, entu- siasmando la jente de la pequeña escuadra que don Manuel Blanco había logrado organizar. Guando supo este su- ceso por las comunicaciones que sin perder momento le dirigió el gobierno de Buenos-Aires, activó cuanto pudo el armamento de algunos buques, con ánimo de salir al encuentro de los de la espedicion, antes de que entrasen en el puerto de Chile. En la fragata Trinidad se halló una copia de todas las señales de la espedicion, ruta que las embarcaciones debían seguir y sitio en que habían de reunirse, lo cual junto con las noticias que dieron los ofi- ciales y marineros de la fragata, colocaron al comandante de la escuadra chilena en la mejor posición para dar un ataque.

Gracias á la grande actividad de O'Higgins y de Blanco no tardaron en estar prontos, el O'Higgins de cincuenta y seis cañones , su capitán Wilkinson , la Lau- taro de cuarenta y cuatro, capitán Worster, elChacabuco, de veinte, capitán Díaz, el Araucano de diez y seis, capitán Morris, y elPueyrredon, también de diez y seis, que debía reunírseles inmediatamente ; en todo cinco buques con ciento cincuenta y dos malos cañones y de todos calibres y una tripulación de mil doscientos seis hombres, entre marineros y soldados. El joven don Manuel Blanco fué nombrado capitán de navio y comandante de esta pri- mera división , formada con los elementos mas hetero- jéneos y trabajada por el espíritu de rivalidad y de amor

CAPITULO LIT.

317

propio á que daba pábulo el de nacionalidad ; porque entre los oficiales los habia ingleses, anglo-americanos , arjentinos, algunos franceses y pocos chilenos, fuera de los jóvenes salidos de la escuela naval , tan mal organizada , que se embarcaron en calidad de guardias marinas. Si á todos estos inconvenientes se agrega el que tenían los oficiales de no hablar la lengua del país y mandar en in- glés las maniobras á una tripulación compuesta de jóve- nes chilenos, cuya mayor parte habían sido embarcados por fuerza, se conocerá hasta qué punto era difícil la mi- sión de Blanco, misión que solo él era capaz de llevar á buen término, tanto por su capacidad y su entusiasmo, como por la amenidad de carácter que poseía en el mas alto grado.

La escuadra se hizo á la mar el 9 de octubre de 1818 en presencia de todo el pueblo de Valparaíso, que acudió á dar con sus vivas el último adiós á una espedicion de que tenia una opinión malísima. Escepto O'Higgins y algunos de los que le rodeaban, todo el mundo descon- fiaba del feliz éxito de una campaña inaugurada con tantos elementos de discordia , y emprendida con gran número de estranjeros jeneral mente poco entusiasmados por el patriotismo, único aguijón que en semejantes cir- cunstancias es capaz de producir grandes cosas. Al dia siguiente el comandante Blanco, en cumplimiento de las órdenes que habia recibido, abrió las instrucciones re- servadas que le dieron, en las que se le mandaba diri- jirse á la isla de la Mocha á esperar la fragata María Isabel y los demás buques, que no debían tardar en llegar allí, según se sabia por la Trinidad. En el camino ocupó en hacer maniobras á los jóvenes chilenos, cuya mayor parte navegando por la primera vez, estaban muy marea-

Jt«

Éna

V/ -

\r*

í/ \

m

_

318

HISTORIA DE CHILE.

dos, pero que « muy pronto descubrieron las cualidades que constituyen un buen soldado ó marinero, pues eran subordinados , y pronto probaron que eran valientes. »» Aunque las instrucciones .ordenaban' al comandante marchar directamente sobre la isla de la Mocha, persua- dido Blanco de que por la obligación que tenia de ganar la alta mar, los buques enemigos podrían escapársele di- rijiéndose á Lima, creyó conveniente cruzar antes el der- rotero que este debía seguir, motivo por el cual se fué á la isla de Santa-María donde llegó el 26 del propio mes. Por un ballenero inglés que encontró, supo que la María Isabel se hallaba en Talcahuano, lo que le con- firmaron cinco soldados españoles que habia en Santa María, y que engañados por la bandera española que llevaban los buques chilenos, se presentaron á bordo á informar al comandante y entregarle un pliego, por el cual se enteró don Manuel Blanco de las disposiciones que debían tomarse para entrar en la bahía de Tal- cahuano, donde la Reina Isabel los esperaba. Supo ade- mas por los mismos soldados, que habían entrado ya en esta bahía cuatro buques y que después de dejar en tierra las tropas que conducían , se habían dirijido á Lima, no obstante los deseos de Sánchez de que se que- dase en ella la fragata San Fernando.

Contento con esta noticia, mandó don Manuel Blanco que pasase á su buque el capitán de la Lautaro, y des- pués de manifestarle su plan que mereció su aprobación, como también la del capitán de la San Martin , dio orden de que todo estuviese pronto para la partida, faltando en aquel momento dos buques, la Chacabuco , á la que un golpe de viento habia separado de la división, y la arau- cano enviada de observación. Impaciente por dar un día

CAPITULO LIT.

de gloria á esta naciente escuadra, no quiso esperarlos á pesar de la falsa noticia de que estaban con la Isabel otros cuatro buques ; y poniéndose en marcha llegaron á las ocho de la noche delante de la isla de la Quinquina, donde pernoctaron. Al dia siguiente 28 de octubre en- traron en la bahía con pabellón inglés, contestando al cañonazo que disparó la Maña Isabel para afirmar su bandera española ; y cuando iban avanzando y estaban ya á corta distancia, les tiraron otros cuatro cañonazos, á que solo respondieron cambiando el pabellón inglés por el nacional , y poniendo inmediatamente la proa á la fragata, lo que fué una señal de terror para sus tri- pulantes. Estos después de disparar contra los patriotas toda la andanada cortaron los cables y echaron la fra- gata á la costa no obstante el fuego de fusil y de cañón de la San Martin , y se escaparon en botes ó á nado , por manera que cuando llegaron los oficiales de la escuadra al buque barado no encontraron mas que se- tenta hombres, cinco pasajeros y el joven don Antonio Frias , sobrino del ministro de Indias , embarcado por mal sujeto y que fué sin embargo el único que hizo al- guna resistencia á la cabeza del pequeño número de sol- dados que quedó á bordo.

La toma de la fragata María Isabel fué saludada con grandes esclamaciones de alegría en los dos buques. Arrojada á la costa era sin embargo muy dudoso poder salvarla, cuanto mas que Sánchez no tardaría en presen- tarse á disputarla con la fuerte guarnición de Concepción, á que se habían agregado las tropas desembarcadas de la misma fragata. Con objeto de hacer frente á este ata- que, envió á tierra el comandante Blanco ciento cin- cuenta soldados de marina y algunas piezas, con orden

320

HISTORIA DE CHILE,

de ocuparla cortadura, paso sumamente estrecho para entrar en la pequeña población de Talcahuano, pero de- fendido por muy poca jente , y de detener á Sánchez, que no tardó en llegar con tres compañías de Cantabria, un escuadrón de milicias de caballería de la Laja y el de dragones cazadores que marchaba á pié de vanguardia. Este escuadrón llegó á la cortadura antes que los patrio- tas , lo que dio motivo á una pequeña escaramuza , que obligó á estos, por la inferioridad de su número, á vol- verse á bordo.

Según el comandante Blanco lo habia previsto , los realistas hicieron por la noche una tentativa para abordar la fragata encallada ; pero habiendo sido rechazados vi- gorosamente, se limitaron á hacer fuego de fusil y á dis- parar los cañones del fuerte de San Agustín contra la San Mariin y la Lautaro, sin tocar á la María Isabel, per- suadidos de que no podrían sacarla los patriotas del sitio en que estaba. Con efecto, el tiempo no favorecía nada esta operación. Reinó toda la noche un viento norte con algunos chubascos que empujaba la fragata mas hacia la costa que á la bahía, lo cual unido á una fuerte marea que estaba subiendo , hubiera quitado toda esperanza á aquellos nobles soldados llenos de fatiga, en medio del fuego de las tropas de Sánchez colocadas en la playa y al abrigo de las casas, si por la mañana no hubiese cam- biado providencialmente el viento al sur. Dejando inme- diatamente las armas, soldados y marineros se pusieron á trabajar en la maniobra, y con su actividad y su en- tusiasmo el capitán Wilkinson logró levantar á la Maña Isabel, y luego esta empezó á navegar por la bahía, con admiración de los realistas y á los mil gritos de alegría de los patriotas , satisfechos del buen resultado de sus

CAPÍTULO LH.

321

primeros ensayos y de haberlo obtenido sin grandes pér- didas. Estas fueron casi insignificantes, y de los oficia- les, solo el mayor Miller, á quien hicieron prisionero, cor- rió algún riesgo por ser estranjero, pero le salvaron Lo- riga y don Saturnino García , habiendo sido canjeado en seguida por el teniente Frias cojido á bordo.

Aunque de grande importancia la toma de la María Isabel, no fué el único resultado de esta primera cam- paña. Por las instrucciones que se le dieron y por pape- les muy importantes dejados á bordo con culpable negli- jencia, supo don Manuel Blanco que los demás buques del convoy debían tocar en la isla de Santa María antes de ir á Talcahuano. Con la idea de apoderarse de ellos uno á uno, dio inmediatamente la señal de partida, y el Io de noviembre toda la escuadra, aumentada con la Galvarino que habia llegado hacia poco , fondeó entre dicha isla y el continente. Por si algún buque se dirijia directamente á Talcahuano, envió á la Cliacabuco , que acababa de reunirse, á que cruzase delante de su bahía.

Gracias á estas precauciones y á la hábil prudencia del jefe de la escuadra, todos los buques del convoy cayeron uno tras otro en los lazos de los patriotas, apo- derándose estos succesivamente de las fragatas Magda- lena y Dolores y Carlota , con cuantas personas iban en ellos, á quienes trataron con los mismos miramientos que á huéspedes que fuesen á avecindarse á una ciudad. Poco antes de llegar al cabo de Hornos invadió el escor- buto á estas embarcaciones haciendo muchas víctimas, y cuando cayeron en poder de los patriotas continuaba la enfermedad sus grandes estragos, hasta el punto que habia muchos soldados y marineros en el estado mas de- plorable tendidos en el puente.

VI. Historia. 21

322

HISTORIA DE CHILE.

Aunque las tres fragatas no eran todas las que se aguardaban, el comandante don Manuel Blanco Enca- jada determinó volver á Valparaíso , dejando en aquel apostadero la Cliacahuco, la cual á los pocos dias se apo- deró de dos buques de los tres que restaba cojer, pues el otro siguió la ruta directa á Lima.

Así acabó esta famosa espedicion, formada con tanta algazara y destruida con tanta habilidad. Casi todos sus buques pasaron á formar parte de la escuadra chilena, y de los dos mil hombres embarcados, doscientos cin- cuenta fueron en la Truádad á Buenos-Aires, quinientos llegaron á su destino y desembarcaron en Talcahuano, las tropas chilenas cojieron setecientos próximamente y los restantes murieron del escorbuto ó arribaron á Lima en la fragata Especulación.

Si nos detenemos á considerar las consecuencias morales y materiales de esta campaña para el porvenir del país , veremos que por sus resultados casi puede compararse con la victoria de Maypu. En esta San Martin destruyó un. ejército que podía aun reponerse ; en aquella Blanco puede decirse que acabó con la marina real, ó que por lo me- nos la imposibilitó para batirse. El uno preparó la inde- pendencia chilena; el otro la llevó á cabo, preparando la del Perú con el dominio del mar del Sur, que conquistó para la libertad. Guando mas adelante hable la historia de estos dos personajes, á quienes las circunstancias ele- varon al rango de héroes, por grandes elojios que tri- bute á San Martin, no podrá menos de colocar á su lado al almirante Blanco por la alta importancia de sus trofeos. Reflexiónese con efecto cual era el estado del país en esta época y lo que hubiera sucedido sin el feliz resul- tado de la espedicion de Blanco. Se quería dominar los

CAPÍTULO LII.

323

mares, lo cual era de absoluta necesidad, y Pezuela, que estaba perfectamente enterado de cuantos prepara- tivos marítimos hacia O'Higgins, valiéndose de todos los medios para tener espías en Chile y hasta en los buques de guerra estranjeros, organizaba al propio tiempo una marina pagada en parte por el comercio de Lima, y con- siguió tener aprestadas tres fragatas y un bergantín de la marina real, con mas una fragata mercante armada en guerra , para salir al encuentro de la espedicion (1). Ademas de estos buques y de los que tenia en el puerto del Callao, pensaba aprestar otros muchos, pues estaba reves- tido por el gobierno español de amplias facultades para ha- cer semejantes gastos, siendo esto tan cierto, como que se le reprendió mas tarde por no haber comprado los dos que se presentaron de venta en la costa y fueron cedidos al gobierno chileno. Si á estos buques hubiera agregado la fragata María Isabel, una de las mejores que por enton- ces arribaron á aquellos mares , y algunos trasportes de la espedicion que conducían un numeroso material de ma- rina, es muy probable, que ya que no podía impedir los proyectos, hubiera al menos intimidado al gobierno chi- leno, ¿y quién sabe si se hubiera entonces pensado en una espedicion, que era el sueño de O'Higgins, como de todo buen patriota? Con los mil quinientos hombres de muy buenas tropas, agregados al ejército ya bastante nume- roso de Sánchez , este hubiera operado probablemente una fuerte diversión en el ejército chileno, y paralizado sus proyectos. Tal era el temor de las personas reflexivas, temor que adquiría las proporciones del espanto cuando consideraban los muchos elementos de discordia y diso- lución que encerraba la escuadra, y que solo un hombre

(1) Archivos de Lima.

32a

HISTORIA DE CHILE.

de un espíritu tan eminentemente conciliador como ío era su comandante, pudo dominar. Así fué que la noticia de! triunfo llenó de entusiasmo el corazón de los habitantes de Valparaíso, cuando mas atormentados estaban con las pulsaciones de una sorda inquietud, y que se prodigaron ovaciones de todo jénero á nuestro joven comandante, ovaciones que se renovaron con mucho mayor alborozo aun, en la capital de la república, adonde le llamaron su deber y las instancias del director. En los ocho ó nueve diasque se detuvo, recibió las mas honoríficas felicitacio- nes, y fué obsequiado con fiestas muy variadas, que ani- maban el delirio de la alegría y el sentimiento del orgullo ; porque esta vez era á un chileno, ó por lo menos á un hijo de chileno, á quien la independencia era deudora del glorioso florón que iba á añadir á su corona.

CAPITULO Lili.

¡Simpatías de la Europa en favor de la libertad americana.— Lord Cochrane va á batirse como vice-almirante por la libertad chilena. Es muy bien recibido en Valparaíso. A la cabeza de una división de la escuadra chilena marcha sobre el Perú. Ataca sin resultado á \a Esmeralda. Salva unos prisioneros que habia en la isla de San Lorenzo. Arma en estas islas dos brulotes y un bergantín de esplosion que tampoco dieron resultados. á hacer pro- visión de víveres al puerto de Huacho. En este se le incorpora Blanco , á quien envia á bloquear el Callao con los principales buques. Se hace de nuevo á la vela y esplora los puertos de Supe, Huarmey, Huambacho y Payta. Desmanes que se cometen en las iglesias de esta ciudad y castigo de los culpables. Blanco, falto de víveres, vuelve á Valparaíso. Murmuraciones que esto produce. Se le juzga por un consejo de guerra , y es absuelto por completa unanimidad. Regreso de Cochrane á Valparaíso. Escasos re- sultados de esta primera espedicioiu

Hacia tiempo que la independencia americana no era una cuestión debatida solo en los campos de batalla. Los nombres de los ilustres combatientes, y sus jenerosos esfuerzos para conquistar su libertad, habian llamado la atención de los verdaderos liberales de Europa, des- pertado su entusiasmo y escitado sus simpatías. Publi- caciones de todo jénero proclamaban el heroísmo de aquellos valientes y ventilaban las mas importantes cues- tiones sobre sus derechos y su brillante porvenir, ense- ñándoles al propio tiempo la ciencia de la discusión po- lítica y la de las instituciones administrativas , de que tenían muy escasas ideas.

Otra de las grandes ventajas de estas publicaciones fué dar á conocer en Europa la tendencia de la revolu- ción, la clase de su guerra y los hermosos países que iban á utilizarla. Gracias á esta publicidad , una multitud de militares jóvenes, que se vieron lanzados á una vida tran-

326

HISTORIA DE CHILE.

1 ":•'■'.:. ' íí'Á

quila, enteramente contraria á sus hábitos , cuando ios cañones de Waterloo anunciaron la paz jeneral al mundo entero, se presentaron en las nuevas repúblicas á ofre- cerles su sangre y sus espadas. De todas partes acudieron estos denodados guerreros, unos en busca de emociones y aventuras, impulsados otros por su afición ala guerra, ansiosos muchos de hacer fortuna , y movidos todos de un amor profundo á la libertad ; verificándose su partida después de algún gran banquete, en medio de los aplau- sos de todos los hombres de corazón y á despecho de la Santa Alianza, interesada en el reinado de la esclavitud, ó del síalu quo.

Entre los esclarecidos aventureros que consagraron su vida y sus conocimientos á la conquista de la indepen- dencia americana, merece figurar en primera línea un valiente marino, muy conocido de antemano por su arrojo y su saber : este marino era lord Cochrane, hijo primo- jénito del conde de Dundonald.

Dotado por la naturaleza de la inteligencia y de todas las cualidades que constituyen un hombre de mar; va- liente , intrépido , emprendedor y decidido, apasionado ademas por todo lo que era libertad, á pesar de que estas ideas, que tuvo desde la infancia, le valieron el anatema de su gobierno, se habia distinguido en su carrera desde una edad, en que la mayor parte de los hombres apenas se han fijado en la que han elejido. Repuesto en sus títulos y empleos por el gobierno de Guillermo i V, fué nombrado sucesivamente conde de Dundonald, caballero de la or- den del Baño, miembro de la cámara de los comunes, etc. ; pero no eran los honores lo que satisfacía á una alma de su temple. Teniendo todos los defectos de sus cualidades, es decir, siendo pródigo en toda clase de gastos, jugador,

CAPITULO Lili.

su afición al dinero rayaba á veces en el escándalo, y no se sabia si esta pasión era menor que la que tenia por la libertad y las aventuras. Una ocasión se le presentó bien pronto para poder satisfacerlas todas á la vez.

Alvarez Jonte se encontraba en Inglaterra espatriado de Buenos-Aires de resultas de una revolución. O'Hig- gins, que apreciaba mucho á este gran patriota, se dirijió á él suplicándole se asociase á Gondarco, enviado chi- leno en busca de oficiales de marina capaces de mandar los buques de la escuadra, que su jenio yactividad esta- ban organizando. Alvarez, que sabia perfectamente que las intenciones de Cochrane eran tomar partido por la independencia americana, le hizo proposiciones en favor de Chile. Aceptadas por Cochrane , se tomó el tiempo absolutamente preciso para prepararse, y en el mes de agosto se puso en camino con su familia y muchos ofi- ciales amigos suyos.

El 9 de noviembre del mismo año llegó á Valparaíso, y fué recibido con el mayor entusiasmo. Sus títulos, sus altos hechos, el prestijio de su nombre, todo contribuyó á que fuese sumamente obsequiado, escepto por algunos oficiales de marina, que temían se disminuyera su influen- cia y seles perjudicara en su porvenir. También se creyó que el capitán de navio Blanco, cubierto todavía con sus brillantesy lejítimos trofeos, no querría someterse al nuevo comandante; sin embargo su jeneroso patriotismo no ti- tubeó un momento en tener á dicha asociar su espada á la de quien la fama proclamaba como uno de los primeros marinos de la época. Con este ejemplo de admirable ab- negación y adhesión firme á tan buena causa, quitó don Manuel Blanco todo motivo de desavenencia y arrastró á todos ala sumisión. Lord Cochrane fué, pues, saludado

I

328

HISTORIA DE CHILE.

vice-almirante de la república, y su pabellón se enarboló en la fragata Reina María Isabel, á que el senado dio el nombre de O'Higgins, dedicándola al ilustre director; el héroe de las primeras campañas marítimas fué nom- brado contra-almirante.

En la primera espedicion , la contabilidad de la es- cuadra se había resentido algo de la precipitación con que se organizó, y de que en lo único que se pensó fué en ir á batir los últimos restos del ejército realista, des- cuidando lo que exijia la administración, así en lo' rela- tivo á las personas como á las cosas. De resultas del poco esmero y de la irregularidad que esto ocasionó en el servicio , se cometieron muchos abusos que redundaron en daño de la tripulación ; y á pesar de las fuertes sumas entregadas por el gobierno, quedaba un déficit, que había suscitado ciertas palabras faltas de subordina- ción entre algunos marineros. Para remediar estos in- convenientes, se encargó Cochrane de la parte activa y militar de la espedicion que estaba próxima á marchar sobre las costas del Perú, y nombró á don Roberto Forster, uno de los oficiales que habían ido con él, ca- pitán de escuadra encargado de todo el material del ejér- cito y de administrar el depósito de víveres , vestuario y proyectiles. Hizo ademas algunos cambios en el personal de la escuadra, dando el mando de la Lautaro á Guise, el de la Chacabuco á Cárter en reemplazo del capitán Diaz, escelente oficial de artillería reclamado por el gobierno primero para quedar de secretario del contra-almirante Blanco y después para servir en el ejército de tierra, y el de la VHiggins, en que iba el vice-almirante, á Forster; Wilkinson quedó en el San Martin. Pero lo que costó mas trabajo y tropiezos fué organi-

CAPÍTULO Lili.

zar la tripulación. Con lo que en la primera espedicion habia ocurrido, los marineros se resistían á continuar : su compromiso estaba terminado y no querían reengan- charse, pero si se prestaban á ello era á fuerza de dinero y poniendo grandes dificultades. Entonces , como en otras muchas ocasiones , fué necesario todo el jenio , la paciencia, y mas que nada, la firme voluntad de O'Hig- gins para conseguir algún resultado ; y bajo este punto de vista, estoy seguro que la nación tendrá siempre en cuenta los jenerosos esfuerzos que hizo en esta época para elevar al país á tan alto grado de poder. Venciendo los mil obstáculos de todo jénero que encontró al paso, con- siguió reunir los marineros necesarios, y el \!\ de enero de 1819 la primera división , compuesta de un navio y tres fragatas con ciento setenta y cuatro cañones, salió de Valparaíso á llevar la perturbación al Perú. Solo se quedó atrás el capitán Diaz por no tenerlo todo prepa- rado, y esperaba emprender la marcha al día siguiente para ir á incorporarse con la escuadra , cuando la tripu- lación se sublevó casi en masa, hasta el punto de hacer temer las mas sensibles resultas.

El contra-almirante Blanco, que habia quedado en Val- paraíso aguardando las fragatas Horacio y Curiado que se esperaban de los Estados-Unidos, pasó á bordo del buque sublevado, á pesar de los vivos presentimientos de sus amigos, y sobre todo de don Luis Cruz. No mi- rando mas que su deber y su valor , se colocó sobre el puente, mandó formar á todos los marineros y soldados, y con palabras enérjicas y con castigos llevados hasta la severidad de sortear una victima que luego su induljencia perdonó, todo volvió á entrar en orden , y el buque se dio á la vela para ir á reunirse con los demás.

:jjfr

330

IIISTOííIA DE CHILE.

Lord Cochrane no se dirijió en línea recta al país ob- jeto de la espedicion. « La escuadra no estaba en estado de combate, ni por el orden y policía interior de los bu- ques, ni por la calidad de la jente en la mayor parte forzada, bisoña y viciosa; de consiguiente era preciso tomarse considerable tiempo para arreglar los unos é instruir y reducir á disciplina á los otros, antes de bus- car la oportunidad de hacer valer el honor del pabellón. » Dirijiéndose al oeste , se colocó en la línea que siguen los buques que hacen viaje á España, donde esperaba poder capturar algunos, y especialmente el San Antonio, que no debia tardar en salir del Callao con un cargamento de sumas considerables.

Después de navegar cerca de un mes, llegó el 10 de febrero á las Hormigas, punto señalado para la reunión de la escuadra. Por entonces se aguardaban en los ma- res del sur dos buques de guerra norte-americanos, la Macedonia y el Juan Ádams. Aprovechando esta circuns- tancia para engañar al enemigo con una estratajema , mandó pintar la O'Higgins y la Lautaro al estilo de los buques de guerra de los Estados Unidos, y resolvió acer- carse con bandera de la misma nación á la Esmeralda y la Venganza para batirlas, y apoderarse de ellas ó echar- las á pique. Se propuso verificar la sorpresa el 23 de fe- brero, que como martes de carnaval era de suponer que muchos marineros y soldados irían á Lima á las diver- siones acostumbradas en semejante dia. Desgraciada- mente una neblina muy espesa fué causa el 21 de alguna confusión en las maniobras : aumentó el 22, y á ella si- guió una ráfaga de viento que separó la Lautaro en oca- sión en que su comandante estaba en el buque almirante, no habiendo vuelto á parecer hasta cuatro dias después.

CAPITULO Lili.

En los mismos momentos y habiendo aclarado un poco la neblina, el San Martin dio caza á un buque de Ghiloe, cuyo capitán le disparó algunos cañonazos, cosa que sin tió mucho el almirante , porque quería aproximarse al enemigo sin ser apercibido y atacarle por sorpresa. A pesar de estos contratiempos, los buques déla escuadra avanzaban á la bahía del Callao , cuando nuevos y muy repetidos cañonazos les hicieron creer á cada uno de ellos que uno de los otros por lo menos, había empeñado el combate , y estuvieron en esta persuasión hasta que en un momento de claridad descubrieron una lancha ca- ñonera perdida , que tuvieron tiempo de cojer, y por la cual supieron que los cañonazos se tiraban por hallarse en el puerto el virey Pezuela revistando la escuadra y las fortalezas. Poruña rara casualidad, el buque Maypu, en que daban un paseo por la bahía y un poco mas afuera, el virey y muchas personas de distinción, avistó uno de los de la escuadra chilena, que todos creyeron embarcación española, procedente de España. Ansioso el virey y los que íe acompañaban de saber noticias de Europa, manifestaron deseo al teniente de navio don Francisco Sevilla, coman- dante del buque, de ir á su encuentro ; pero este oficial les hizo presente el artículo de la ordenanza, que le prohibía, llevando á bordo á la primera autoridad del país , reco- nocer ninguna embarcación ; y esta exactitud en el cumpli- miento de sus deberes libertó de la prisión á Pezuela y un gran número de oficiales y empleados superiores, porque ya el buque chileno dirijia la proa para dar caza al Maypu. Aunque Cochrane estaba seguro de que el enemigo no ignoraba su estancia en los mares del Callao, su alma guerrera no podia contentarse con un simple bloqueo, ni con permanecer en una inacción que le hubiera cansado

332

HISTORIA DE CHILE.

í>;

muy pronto. Impaciente ademas por conocer al adver- sario con quien tenia que luchar, y á los soldados que habían de participar de sus empresas, se decidió á atacar la escuadra enemiga, colocada en masa en el fondo de la bahía, al abrigo de mas de trescientas bocas de fuego. Con esta idea hizo señal al San Martin de virar en vuelta de guerra, y se puso en marcha, seguido solamente de la Lautaro, que iba muy cerca de él. Al llegar á tiro de ca- ñón de la Esmeralda , esta, sin hacer caso del pabellón americano, le disparó toda una andanada, haciendo lo mismo los demás buques ; y aunque en la Lautaro no hubo mas que un muerto y cuatro heridos, fué por des- gracia uno de ellos el capitán Guise. Su segundo, que tomó el mando del buque, lo dirijió tan desacertadamente que Cochrane le vio con gran pesar retirarse bien pronto del sitio del combate, lo que no le impidió sin embargo echar una pequeña ancla delante de la Esmeralda, y responder con los débiles fuegos de su fragata á los de su formidable enemigo. Por fortuna, estos, así los dispa- rados desde los buques como los de los fuertes, estuvie- ron tan mal dirijidos, y nutridos con tal impericia, que el intrépido comandante pudo desafiar por espacio de dos horas esta terrible artillería , y volver sosegadamente á incorporarse á su escuadra, sin haber tenido mas que dos heridos, y muy satisfecho « de la prontitud, alegría y bravura de todos los oficiales, soldados y marineros, habiendo escedido sus mejores espectaciones. »

El bloqueo declarado el 9 de marzo habia empezado de hecho, pues á la entrada de la bahía estacionaba una división , lo que le proporcionaba hacer algunos presas, aunque no siempre con estricta sujeción á las leyes ma- rítimas de las naciones. La Lautaro y la Chacabuco se

CAPÍTULO Lili.

destinaron á la persecución de buques, mientras la O'Hig- gins y el San Marlin fueron á apoderarse de la isla de San Lorenzo para destruir el establecimiento de señales le- vantado allí por los realistas. En aquella tierra de deso- lación, encontraron veinte y cinco prisioneros chilenos y arjentinos , lo que produjo particular satisfacción en los patriotas, al propio tiempo que se llenaron de indigna- ción contra el virey porque los tenia en la mas deplorable miseria, haciéndoles trabajar con grillos, como si fuesen condenados á galeras. Esto dio márjen á que Cochrane escribiese al virey afeándole una conducta tan contraria á las leyes de la humanidad como de la guerra, á lo que aquel le contestó citando los escesos cometidos con los prisioneros realistas confinados en las Bruscas en la re- pública arjentina ; por manera que esta correspondencia no condujo á nada, y menos al canje de prisioneros, cues- tión humanitaria de que también se trató en ella.

Las discusiones por escrito no convenian al carácter activo y emprendedor de lord Cochrane. Sus instintos guerreros le arrastraban á cosas mas dignas de su alta reputación ; y no siéndole posible batir la escuadra ene- miga que estaba en el fondo de una bahía defendida por tantos cañones, tomó la resolución de incendiarla por el sistema de los brulotes, que tan buenos resultados le habían dado. La brutalidad usada con él por el enemigo tirándole bala roja, le sujirió esta violenta idea, y para ejecutarla aprovechó dos malos buques apresados por la Chacabuco. El mayor Miller, hombre activo é intelijente, fué el en- cargado de la operación, tanto mas peligrosa, cuanto que tenia que valerse de hombres poco diestros por ignorancia é inesperiencia , cuya torpeza pagó bien , pues la esplo- sion de un cañón le quemó toda la cara , é hirió á siete

33/l

HISTORIA Dfi CHILE.

artilleros que trabajaban á sus órdenes. A este accidente, que tanto contrariaba el buen éxito de la empresa, se anadia la dificultad de tenerla oculta; y así fué que cuando se quiso poner en ejecución y lanzar los brulotes, estaban tan mal tomadas las medidas por el enemigo, que el uno se fué á pique y el otro no consiguió nada. Quizá fueron la causa de este mal resultado la poca actividad de los bu- ques en seguir á la O'Higgins, único que marchó detrás de los dos brulotes y el bergantín de esplosion, y el poco viento que cada vez disminuía mas : lo cierto es que el enemigo quedó muy orgulloso y se decido mas tarde á intentar un ataque con lanchas cañoneras que armó al in- tento. Veinte y ocho de estas y un pailebot con un cañón jiratorio de veinte y cuatro, se presentaron efectivamente á los pocos dias, aprovechando una calma completa, y durante una hora entera estuvieron cañoneando los buques sin causarles la menor pérdida. Gracias á la calma pu- dieron refujiarse bajo los cañones de los fuertes con pér- dida de una de ellas y con algunas averias.

Mas de dos meses eran ya transcurridos desde la salida de la espedicion de Valparaíso , y los víveres empezaban á faltar. Aunque había cojido quinientos barriles de harina en un buque norte-americano, que los llevaba por cuenta de la compañía de Filipinas, esto no era suficiente; y para proporcionarse los demás artículos decidió Cochrane ir á visitar los puertos del norte , no dejando mas que la Chacabuco para que cruzase delante de la bahía del Callao. Es necesario confesar que la esperanza de al- guna buena presa, sueño constante del noble lord, entró por algo en esta escursion , emprendida antes de lo que debiera. Sea de esto lo que fuere á fines de marzo se encontraba en la bahía de Huacho , haciendo

CAPITULO Lili.

aguada. El capitán Mora, que bajó á tierra á protejer los marineros encargados de esta operación, quedó muy sa- tisfecho de los habitantes de este pequeño puerto, á quienes encontró dispuestos á venderles cuanto podían necesitar. El sentimiento del patriotismo hacia ya progresos en aquellos pacíficos contornos , como lo hacia también en Lima, donde las proclamas de O'Higgins, San Martin y Gochrane andaban de casa en casa, y hasta algunas veces se veian fijadas á las puertas de las iglesias y de los monumentos públicos con gran pesar de los españoles, inclinados por su interés al sosten del vireinato.

La buena intelijencia de los Chilenos con los Peruanos tuvo lugar el 30 de marzo , pero el 31 nadie se presentó en la plaza y menos en la playa. Indudablemente se habia dado orden prohibiendo toda comunicación, y esto chocó tanto mas al vice-almirante cuanto que tenia permiso para hacer la aguada y las compras que necesitase, lo que se habia verificado tranquila y sosegadamente. Para que si guardaba un absoluto silencio no se inter- pretase por impotencia, escribió á Salinas, gobernador de Huaura, de quien dependía Huacho, preguntándole el motivo de semejante alejamiento , y amenazándole con marchar sobre la ciudad si las cosas continuaban en e! mismo estado. La respuesta fué bastante presuntuosa, y Forster recibió orden de marchar sobre Huaura, adonde llegó por la tarde, bastando su presencia para disper- sar los quinientos milicianos que el gobernador habia reunido.

Mientras estaban en Huacho haciendo provisión de víveres y saqueando las casas de los realistas, para lo que, á su modo de ver, el incidente ocurrido les daba pleno de- recho, el contra-almirante Blanco se incorporó á la es-

336

HISTORIA DE CHILE.

cuadra, llevando consigo el Galvarino y el Pueyrredon, y llegando á tiempo de hacer cesar el saqueo, cosa que no habia hecho Cochrane. Como eran de poca importancia las nuevas empresas que se iban á acometer, el vice- almirante consideró inútil este refuerzo y conservando la O'fíigginsye] Galvarino, despachó el San Martin, la Lautaro y el Pueyrredon á que se reuniesen con la Chacabuco para bloquear, al mando del contra-almirante Blanco, la en- trada de la bahía del Callao y todas sus inmediaciones. Las dos divisiones, pues, se separaron, dirijiéndosc al sur la de Blanco y al norte la de Cochrane, quien se proponía dar caza á los buques mercantes, y sobre todo apoderarse de las considerables sumas, que según noti- cias , iban á embarcarse en diferentes puertos para Es- paña. En todos los puntos en que Cochrane desembarcó, fué recibido por los habitantes, pero especialmente por los cholos y los indios, mas como libertador, que como enemigo. No solo le presentaban los víveres que pedia, sino también leña, frutas y hasta muías y caballos, que fueron muy útiles , pues montados los soldados pudieron internarse bastante en el país y hacer presas de alguna consideración. Las que se verificaron en los puertos de Supe, Huarmey, Huambacho y Payta fueron mucho mas importantes, tanto en dinero como en efectos; y si es verdad que en el último hubo que deplorar algunos de- sórdenes y algunas iglesias saqueadas, también lo es que los marineros ingleses, autores de tamaños escesos, su- frieron un rigoroso castigo de azotes delante de las igle- sias mismas que habían profanado, y en presencia de un público atónito de tan ruda justicia, cuando vivían en la creencia de que los patriotas eran crueles , inhu- manos y sin ninguna relijion. Ademas de estas penas

CAPITULO Lili.

corporales y de la restitución exacta de todos los objetos robados, Cochrane entregó mil pesos al eclesiástico mas respetable de la ciudad con destino á la reparación de las iglesias citadas.

En cuanto supo el virey Pezuela que el enemigo se encontraba en la costa del norte, envió á ella quinientos infantes á las órdenes del teniente coronel don Rafael Gevallos Escalera, y doscientos caballos á las del de la misma clase don Andrés García Gamba. Estas tropas, que salieron de Lima el 3 de abril , arribaron á los di- ferentes puertos de Huaco y Huaura cuando ya habían salido los patriotas, y Camba, que avanzó hasta Supe, supo á su llegada el embarque de ciento cincuenta negros esclavos, cojidos con otros varios objetos en las haciendas inmediatas, y principalmente en la de don Manuel García, enemigo declarado de los principios revolucionarios. Convencido Gevallos de que nada podía hacer, se volvió á Lima, dejando en Huaura una corta guarnición, y al teniente coronel don Mariano Cucabon , de comandante de toda la costa del norte.

A su vuelta de Payta desembarcó otra vez Cochrane en Supe, á cargar sus buques de azúcar y otros artículos que creia encontrar ; pero habiéndole presentado fuerte resistencia las tropas de Cucabon , con las que no con- taba, tuvo que reembarcarse para el Callao á reunirse con la otra división de la escuadra. No hallándola allí, fué á buscarla á los demás puertos , en los que tampoco la halló, y entonces se dirijió á Valparaíso, adonde había llegado hacia poco tiempo.

El contra-almirante Blanco, que estaba con cuatro bu- ques á la entrada de la bahía del Callao, escaseándole los víveres, estimó conveniente en interés de la tripula-

VI. Historia. 22

.

niSXORIA DE CHILE.

cion, ir á varios puntos de la costa para buscarlos, y no habiendo podido desembarcar, se dirijió á Valparaíso con aprobación de sus oficiales. Su llegada dio márjen á muchas murmuraciones, porque decían que era una falta de disciplina haber levantado el bloqueo , pues si nece- sitaba víveres podía habérselos proporcionado en los puertos inmediatos, como había hecho Cochrane. Espe- cialmente el periódico el Teléyrafo le atacó un poco apasionadamente , y como encontrase eco en la opinión pública, el célebre comandante se justificó ante sus con- ciudadanos en un escrito , en que hizo ver claramente y con documentos auténticos, la dificultad que habia en- contrado en esa especie de indagaciones. Esto no obstante, se le sujetó, á petición suya, á un consejo de guerra, que presidió Cochrane, y por completa unanimidad fué aprobada su conducta. El gobierno en este asunto quiso ser consecuente con el sistema de rijidez que proclamaba, y que se proponía poner en práctica contra todo empleado del estado , por medio del tribunal de residencia estable- cido bajo la dirección de un senador, don Francisco An- tonio Pérez, y dos ministros de la cámara de justicia, don Lorenzo José de Yillalon y don Ignacio Godoy..

Así terminó la primera espedicion, que duró seis meses próximamente. Sin duda los resultados no correspon- dieron á las esperanzas concebidas en tan buena escua- dra, y que mandaba un almirante, no menos célebre por sus conocimientos, que por su intrepidez y mucha esperiencia; sin embargo, « á falta de victorias ó adqui- siciones terrestres, ajó el prestijio del antiguo poder, dio la señal de alarma al pueblo peruano y encadenó al enemigo en su propio territorio, impidiéndole salir del recinto del Perú á perturbar la marcha de la nacionalidad

fi??

CAPITULO Lili.

en las colonias vecinas (1). » También sembró algunos principios de libertad entre los peruanos, y especialmente entre los indios ; lo que inquietó al virey y le obligó á situar tropas en varios puntos de la costa, disminuyendo el campamento de Lima , y á mandar al comandante de los cazadores de Cantabria don Joaquin Bolivar que hi- ciese uso de las armas para comprimir el espíritu sedi- cioso que se iba estendiendo mucho en aquellos. Las presas no dejaron de tener alguna importancia, pues con- sistieron en un buque el Monlezuma, y oíros ocho ó diez de varios tamaños, algunas lanchas cañoneras y gran cantidad de víveres, efectos y dineros, valuado todo en unos quinientos mil pesos.

(1) Don Antonio García Reyes. Memoria sobre la primera escuadra nacional , p. 36.

CAPITULO LIV.

El ejército realista va á Talcahuano con los empleados y habitantes de Con- cepción. — También abandonan esta ciudad las monjas trinitarias.— Bal- earce toma el mando del ejército y marcha contra Sánchez. Pasan los realistas el rio Biobio cerca de Nacimiento. Se apodera Balcarce de esta plaza, y vuelve á Santiago. Sánchez se dirije á Valdivia, y deja algunas tropas en Angol al mando de Benavides. Digresión sobre este célebre jefe, La provincia de Concepción mas realista que patriota. Dispersión de las familias en ¡as orillas del Biobio. Benavides ataca á Bivero en Santa Juana y se apodera de esta plaza. Asesinato dtl plenipotenciario Torres y de los prisioneros de Santa Juana. Mal estado de la gran llanura de la Laja y de los Alíjeles.— Freiré sale de Concepción para ir á atacar á Bena» vides. Este va á los Anjeles, é intima á Alcázar la orden de rendirse.— Regresa á Curali, donde es completamente derrotado por Freiré. Este le persigue hasta Arauco y vuelve á Concepción , donde se dedica á reformas administrativas. Benavides se repone de su derrota y lleva la desolación al llano de la Laja. Llega Carrero , es apresada la fragata Dolores y son asesinados su comandante y parte de la tripulación.— La montonera deSeguel es completamente destruida y muerto su jefe.— Brillante resistencia de don Manuel Quintana al ataque de Bocardo contra Yumbel.— Escaramuza en el Avellano. Benavides rehace sus fuerzas y se prepara á nuevos ataques. Campamento de las monjas trinitarias en Curapalihue.

La pérdida de la fragata María Isabel y de los tras- portes que conducían la mayor parte de los dos mil hom- bres embarcados en Cádiz para Chile, colocó á Sánchez en una posición sumamente crítica. Dueños del mar los patriotas, se encontró aislado en la provincia, sin espe- ranza de socorro de ninguna especie y en la imposibi- lidad de resistir á las tropas de mar y tierra que no tar- darían en atacarle. En este conflicto , cuya principal causa era la partida de Ossorio, Sánchez reunió un con- sejo de guerra para discutir lo que convenia hacer, siendo su opinión que se abandonase á Talcahuano, opi- nión en que persistió no obstante el parecer contrario de algunos oficiales. Se decidió pues, retirarse á los Anjeles

CAPÍTULO LÍV.

para estar mas cerca de la tierra de los indios, y poder con mas facilidad marchar á Valdivia, si las circunstan- cias lo exijian. Como muchos soldados de los reciente- mente llegados de España estaban enfermos y alojados en casas particulares , se dio orden á los médicos de la armada para que llevasen á San Pedro y sus alrededores los que no estuviesen en estado de resistir el viaje : los demás fueron incorporados en los diferentes batallones ó escuadrones, según el arma a que pertenecían.

El iíx de noviembre de 1818 salió Sánchez de Concep- ción con todos los soldados , empleados y muchas fa- milias, en junto, unas dos mil quinientas personas, de ellas mil seiscientos militares próximamente, inclusa la compañía de fusileros formada con los marineros de la María Isabel. Iban también todas las monjas trinitarias, cuyo viaje se debió principalmente á los consejos del canónigo Usueta, provisor familiar de la Santa Inquisi- ción , á pesar de la gran consternación que produjo en las pocas jentes que se quedaron , quienes aseguraban que sus personas serian siempre respetadas y su con- vento protejido por todos los partidos, como habia suce- dido hasta entonces , no obstante que los de los frailes hubiesen servido de cuarteles ó de prisiones militares. En consideración a ser bastante grande la distancia que se- para á Concepción de los Anjeles, el intendente Cavaña puso á su disposición nueve barcas, de manera que parte del viaje lo pudieron hacer por agua á la vista de otros muchos bateles en que iban frailes y eclesiásticos, y ade- mas de cierto número de soldados que seguían por las dos orillas (1).

(1) Para atender á los gastos del ejército se impuso á los propietarios una contribución de un décimo de sus bueyes, caballos y muías. Journey of a- residence in Chili.

HISTORIA DE CHILE.

Como la caravana se componía de mucha jente, la marcha era lenta y aveces penosa, lo cual desesperaba á los soldados escitándoles á desertar. El mal cundió á los oficiales, que viendo su causa poco menos que perdida, se pasaban al enemigo y entraban en sus filas. Loriega, jefe de estado mayor, quiso poner término á esta plaga, usando penas severas. Algunos desertores que se cojie- ron, fueron condenados á muerte infamante y llevados con música á la plaza de los Anjeles, donde se les fusiló por la espalda. A pesar de las súplicas de Sánchez, el consejo de guerra, y especialmente don Fausto del Hoyos y Loriega, permanecieron inflexibles, y aplicaron con todo rigor el código militar español, sumamente severo con los desertores, sobre todo en presencia del enemigo.

Al salir Ossorio de Talcahuano dejó muy recomendado á Sánchez que asociase á su causa la barbarie de los in- dios, cosa que le era tanto mas fácil, cuanto que loshabia tratado mucho , y ademas tenia en su mano el medio de comprometerlos, valiéndose de los capitanes de amigos, siempre fieles á la monarquía española. Ya hemos visto que un dia reunió en la Florida buen número de caci- ques, que le prometieron su salvaje y sanguinario apoyo. Vueltos estos caciques á sus casas, los llamó Sánchez en cuanto llegó á los Anjeles, celebró con ellos una reunión, y les hizo prometer fidelidad al rey y odio implacable á los patriotas. Todos los caciques presentes ofrecieron un continjente de hombres mas ó menos considerable, dis- tinguiéndose Choyquian, cuya oferta se elevó al increíble guarismo de cuatro mil , con mas quinientos caballos. Algunos capitanes de amigos fueron ademas á buscar á los caciques que habían permanecido indiferentes al lla- mamiento de Sánchez, con orden de advertir á los indios

CAPITULO LIV.

que todos los realistas iban á pasar el Biobio, y que no quedarían en la provincia mas que patriotas, á quienes era necesario tratar como á enemigos. El capitán don Miguel Salazar, á quien no hay que confundir con el va- liente mayor Salazar , comandante de Nacimiento , fué comisionado con don Domingo Salvo para entenderse con los caciques de Longuimay, Hueñiri, Milialem, el mulato de Collico, etc., etc., y llegó hasta decirles, inspirado sin duda por un horrible y salvaje rencor, que era ne- cesario hacer una carnicería sin perdonar á nadie , ni mujeres ni niños. El último de los caciques citados, que mas adelante hizo un gran papel en üahuehue , indig- nado con tan feroz barbarie, le respondió que entre ellos no habia cómplices para tamaños delitos , y que cualesquiera que fuesen las circunstancias, la vida de las mujeres y de los niños estada segura (1). Con esta res- puesta demostró que muchas veces los pueblos salvajes conocen las leyes de la humanidad mejor que los que se llaman civilizados.

En la misma época poco mas ó menos , el gobierno chileno, saliendo de la indiferencia con que habia mirado los restos de Maypu, envió a la provincia de Concepción un cuerpo de ejército suficiente para atajar los progresos del nuevo enemigo y espulsarlo completamente de la república (2). A Balcarce, como jefe superior del ejér- cito, se le confirió el mando de esta espedicion, compuesta del batallón número 1 de Chile, del número 1 de Co- quimbo, del de Carampangue, de los cazadores de los

(1) Conversación con don Domingo Salvo de Santa Bárbara. I (2) These were tlie effeets of what still appears lo me, the unnecessary and impardonable delay of the palriots, in thcir preparations to take possession of the province. Journal of a residmee in Chili (Concepción y los Anjelcs) 1817,18, 19, pag. 195.

'U&\

344

HISTOBIA DE CHILE.

Andes y granaderos de caballería de San Martin y de una brigada de artillería, formando un total de tres á cua- tro mil hombres. El coronel Freiré, nombrado intendente de la provincia, fué enviado delante, y como de ordinario le acontecía, á él le tocó dar el primer golpe al enemigo. Al llegar al Parral, donde se encontraba el valiente Za- piola , se puso á la cabeza del ejército y marchó sobre Chillan, ocupado alternativamente por el coronel patriota Zapiola y el coronel realista Lantaño. En aquel momento era este el que se hallaba allí, pero al aproximarse Freiré salió en dirección á los Anjeles, llevando detrás los pa- triotas hasta Quilmo.

Con arreglo á las órdenes que tenia del gobierno, Freiré no persiguió al enemigo, y permaneció en Chillan hasta la llegada de Balcarce, á quien entregó el mando de sus tropas. Entonces se dirijió por Yumbei á Concepción, de- fendida por unos cuarenta merodeadores. Para reani- mar el estado moral de esta ciudad, é inspirar á sus ha- bitantes la confianza que la política española les habia hecho perder, publicó muchas proclamas , ofreciendo amnistía completa á todo el que, comprometido ó no, hubiese emigrado de su casa, ofrecimiento que ya habia hecho el teniente coronel don Manuel González. Merced á ellas y á sus esfuerzos, todos los que estaban ocultos en los bosques de las inmediaciones para eludir la orden de los jefes realistas que les mandaba retirarse á Arauco bajo pena de ser tratados como enemigos, volvieron á sus domicilios ó propiedades, y la ciudad recobró la se- guridad y animación que tanta falta le hacia. Al poco tiempo, cerca de cuatro mil emigrados, casi todos man- tenidos por el gobierno en Santiago, salieron á sus es- pensas para Concepción,

CAPITULO LIV.

345

Balcarce no se detuvo mucho tiempo en Chillan : de- jando á Alcázar para que protejiese la retaguardia del ejército y cuidase de la montonera de Gabriel Palma, se dirijió á los Anjeles. Una fuerte avanzada que destacó contra Lantaño, alcanzó á este jefe en el salto de la Laja, y algunos tiroteos bastaron para desalojar todas sus tro- pas y las que estaban defendiendo el paso. Desemba- razado Balcarce de este obstáculo, llegó sin ningún otro á los Anjeles, de donde pocos dias antes había salido el enemigo , es decir, el 17 de enero de 1819.

Según algunos oficiales intelijentes y prácticos, Bal- carce tuvo una ocasión magnífica para destruir completa- mente la división acampada en el salto de la Laja, como los mismos se lo hicieron conocer, y como se lo asegu- raron los espías ; pero por una singular apatía, poco fre- cuente en aquel jeneral, la dejó quieta y que pudiese reunirse á la del jeneral en jefe la misma noche que salió de los Anjeles entre la Candelaria y Santa-Fe. Otro error cometió Balcarce, y fué el de instalarse en los Anjeles y no perseguir con actividad al enemigo, que iba en re- tirada y que tenia delante un rio muy ancho y muy pro- fundo que necesariamente habia de detenerle. No faltó quien creyese ver en esta conducta uno de tantos motivos políticos censurados á O'Higgins, que era prolongar la guerra para distraer la atención de los habitantes de Santiago , y fijarla en ella , contrariando los movimientos regulares de los poderes políticos. Sea como quiera, Balcarce perdió muchos dias en los Anjeles, y se contentó con enviar contra los fujitivos al coronel Escalada con una partida de sus granaderos. El mayor Viel, ala cabeza de unos cuarenta de estos, no tardó en picar la reta- guardia enemiga, que huia en algún desorden, abando-

HISTORIA DE CHILE.

nando en el camino bagajes, efectos y carretas. Desgra- ciadamente no llevaba Viel infantería, y cuando al llegar cerca del rio se encontró con que tenia que bajar una colina bastante elevada y cubierta de árboles, temió una emboscada y creyó prudente contener su arrojo, y esperar á que llegase la infantería, que ya había pedido muchas veces. Desde la altura estuvo viendo con el mayor des- pecho atravesar las barcas llenas de soldados, que tan fácil le hubiera sido detener y capturar. Así pasó todo aquel dia atormentado por la ira y la impaciencia , pues hasta el siguiente no llegó Al varado con sus cazadores, los cuales con una parte de los jinetes, se precipitaron pié á tierra , á la parte baja de la colina y llevaron el terror á todas aquellas familias, ya muy impresionadas con los escesos de todo jénero que habia cometido una soldadesca indisciplinada. En medio de una gran con- fusión, á la que habia precedido el robo de bagajes, equi- pajes, etc., se veian las mujeres tirarse al rio, algunas con un niño y hasta con dos en los brazos , y hacer es- fuerzos inauditos para ganar la otra orilla, ó por lo menos alguna de las islas que aquel forma, y donde á pesar de que se guarecían detras de los árboles, les alcanzaban las balas de cañón y de fusil que se cruzaban de los dos ejércitos. El joven don Eustaquio Bruix, hijo del almi- rante francés y hermano del comandante de una com- pañía de granaderos que se distinguió admirablemente en esta refriega, deseoso de socorrer á estas familias desoladas, fué herido en el bajo vientre por una bala de cañón que le puso fuera de combate , habiendo muerto á las pocas horas en la cama de su bizarro amigo don Jorje Beauchef.

Luego que los realistas pasaron el rio Biobio, marchó

CAPULLO L1V.

contra ellos Balcarce, dirijiéndose por el lado del rio Hualqui, sobre el que construyó unas balsas. Con la idea de sorprender al enemigo, se puso en marcha por la noche en medio del mayor desorden, si bien no ocurrieron ac- cidentes ni obstáculos. Era Sánchez demasiado débil para que quisiese medir sus armas con las de su antagonista ; mas sin embargo , en un consejo de guerra se resolvió marchar contra él, para aprovechar al menos la ventaja que se tiene siempre delante de un enemigo ocupado en el paso de un rio caudaloso. Algunas tropas enviadas por la noche de vanguardia al mando de Lafuente, tuvieron que sostener al llegar á Tubunlevu algunos tiroteos con una avanzada de realistas, que aquel no esperaba encon- trar allí. Con esta equivocación creyó Sánchez que ya no era posible sorprender el ejército de Balcarce y resolvió abandonar á Nacimiento y retirarse á tierra de indios, á pesar de la viva oposición de Gavaña , don Fausto del Hoyos, Bobadilla, etc. Su partida, que tuvo lugar el SO de enero de 1819, fué con tal precipitación, que quedó abandonada una cantidad muy considerable de objetos que iban á ser presa de los indios y de las llamas. Feliz- mente el capitán Bruix llegó á tiempo de contener el incendio y salvar a la patria una gran cantidad de víveres, trigo, azúcar, herramientas, mas de ciento treinta y seis mil marcos de tabaco de Saña y otros diferentes objetos, de los que se distribuyeron algunos al ejército.

Con la toma de Nacimiento y la retirada de los rea- listas sobre Valdivia, quedó libre del todo la provincia de Concepción , y en su consecuencia terminada completa- mente la campaña del sur. Balcarce , el héroe de esta fácil campaña, fué llamado á Santiago, para donde mar- chó llevando consigo los granaderos de caballería y los

348

H1ST0BIA DE CHILE.

cazadores de los Andes (1), por manera que no quedó en la provincia mas que la infantería, esto es, los batallones de Carampangue, el número 1 de Coquimbo y el número 1 de Chile, que pasaron á las órdenes inmediatas del in- tendente don Ramón Freiré. Estas tropas, con mas un escuadrón de escolta, era toda la fuerza destinada á hacer frente á la furiosa tempestad que la barbarie iba á le- vantar contra aquella desgraciada provincia.

Aunque los emisarios enviados á los indios por Sánchez habían producido todo el efecto deseado, consiguiendo con sus astutos manejos ajitarlos y atraerlos á su partido, sin embargo, no podía aquel contar mucho con la fide- lidad de unos salvajes, dispuestos siempre á la traición y á caer sobre los débiles. No pocas veces habia sido ya víctima de su perfidia, y tres días después de su salida de Nacimiento le robaron en el camino de este pueblo á Angol, y al pasar el rio, todo el ganado consistente en mil doscientos bueyes y vacas y doce mil carneros. Al llegar al último pueblo citado fué aun mas difícil su po- sición con los indios, porque al verse estos amenazados por el ejército patriota no querían comprometerse mas. Con este intento y apoyados por una multitud de caciques que acudieron á toda prisa, persistieron en su resolución, á pesar de los simulacros de violencia desplegados á su vista; y si al fin cedieron á la palabra influyente de los capitanes de amigos, no fué sin exijir un fuerte rescate, y ademas una partida de cien soldados que les protejiese y defendiese contra los patriotas (2). A petición suya se dio el mando de estos soldados á don Vicente Benavides,

(1) Muchos de estos granaderos, no queriendo volver á la república arjen- Una adonde sabían que los iban á llevar, desertaron y fueron á incorporarse á las montoneras enemigas de Prieto.

(2) Conversación con el oficia! del ejército realista don Saturnino Garda.

CAPÍTULO LIV.

hombre cruel y sanguinario, que por el gran papel que representó en los últimos dias del poder español, merece nos ocupemos de él (1).

Don Vicente Benavides nació en el departamento de Itata : su familia era pobre y su padre ejerció mucho tiempo el vil empleo de carcelero de Quirihue. Su posi- ción en la infancia fué poco honorífica, hasta que entró de criado en la administración de tabacos, destino de confianza porque era el encargado de llevar los caudales á Concepción, y que ademas le dejaba tiempo para de- dicarse á algunos estudios, y aprender á leer y escribir, cosa que hacia muy mal. Se hallaba desempeñándolo cuando las primeras guerras de la independencia vinie- ron á despertar sus instintos guerreros y le arrastraron á alistarse en el ejército de los patriotas : al poco tiempo era una de las trescientas personas que á las órdenes de Alcázar fueron en socorro de Buenos-Aires. Cuando estas tropas volvieron á Chile , Benavides desertó, pasándose al ejército de Ossorio con el grado de sarjento que habia ganado en su campaña.

Sea que quisiese enmendar sus anteriores opiniones , ó que las nuevas que adoptó fuesen mas á propósito para inflamar sus malas pasiones , lo cierto es que desde que llegó al campo enemigo se señaló con actos de audacia, que no tardaron en hacerle distinguir. En el sitio del Membrillar fué uno de los que tuvieron bastante ar-

(1) Don Diego Barros ha publicado una escelente memoria sobre la vida y campañas de este hombre funestamente célebre. Lo que vamos á decir llenará algunos pequeños vacíos que en ella se notan y contribuirá á que se le conozca mejor, pues será un compendio de las numerosas notas que hemos tomado de su correspondencia y de lo que hemos oido á personas competentes, tales como el señor Castil'on su prolector, su esposa doña Teresa Terrer, á quien en 1839 tuvimos ocasión de ver en Concepción , y otras muchas que formaron parte de sus montoneras.

350

HISTORIA DE CHILE.

ir

rojo para penetrar en una trinchera, en la que se defen- dió con valentía hasta que cayó prisionero. Llevado con el ejército, supo sacar partido de su triste posición, po- niendo fuego cerca de Achihueno á un parque de muni- ciones ; y aprovechando la confusión que el incendio pro- dujo , consiguió salvarse, á pesar de los grillos que le habían puesto, para ir á revelar á Ossorio el plan de O'Higgins, que era atacarle por la noche. En el sitio de Rancagua su conducta no fué ni menos hábil ni menos vigorosa : siempre en medio del fuego, se portó con dis- tinción y conquistó el grado de oficial á despecho de las preocupaciones. Decidido entonces mas que nunca por la causa real, fué destinado de guarnición tan pronto á San Pedro, tan pronto á Arauco, alternando en los dife- rentes puestos de esta línea para ejercer su perniciosa influencia en el ánimo de los indios, cuyos rapaces y des- tructores instintos halagaba.

Cuando O'Higgins sitió á Talcahuano, Benavides con- tinuaba por el lado de Arauco , penetrando con mucha frecuencia entre los indios, que habia sabido ganar, y volviendo con ellos á llevar la inquietud al campo de los patriotas ; pero luego que regresó Ossorio, siendo casi inútil su presencia en aquellos puntos , fué á ponerse á disposición de este jeneral para formar parte del ejército destinado á marchar sobre Santiago. Se halló en la acción de Cancharayada y en la gran batalla de Maypu, en la que le fué adversa la fortuna. Hecho prisionero con su hermano don Timoteo, á los pocos dias fueron condena- dos ambos á ser ahorcados por haberse pasado con ar- mas y bagaje al ejército enemigo. La sentencia se hu- biera sin duda ejecutado, á no ser por las instancias del señor Castillon y don Salvador Andrada para con el va-

~

CAPITULO LTV.

líente coronel Las Heras, y de este para con San Martin, de cuyas resultas se les conmutó la pena de muerte en la de presidio. Estaban en el consulado, donde se halla- ban asimismo los demás oficiales hechos prisioneros en Maypu; y Ordoñez, que conocia la crítica posición de los hermanos Benavides, se acercó al don Vicente y le dio á escondidas un vale de cinco mil pesos , diciéndole que si esta suma podia salvarle de los peligros á que estaba espuesto por alguna otra revelación, podia hacer uso de ella cerca de la persona que le indicó.

Los hermanos Benavides pasaron olvidados algún tiempo y trabajando en las obras de la ciudad , ocupa- ción poco adecuada ciertamente al carácter de capitán que el don Vicente había ganado en sus diferentes cam- pañas. No se quejaron de esta falta de consideración, contentos con haber encontrado guardianes accesibles á sus penalidades, y dispuestos á dispensarles alguna be- nevolencia. Un dia que no trabajaban , acertó á pasar por su lado don Hilarión de la Quintana, director subde- legado á la sazón por O'Higgins, y admirándole su ocio- sidad, preguntó sus nombres. Cuando oyó pronunciar los de los hermanos Benavides no pudo contener un grao movimiento de cólera, y reprendió agriamente á los ce- ladores, diciéndoles que aquellos habían sido condenados á la horca y que no merecían ninguna especie de mira- mientos. No satisfecho con esta reprensión, mandó que los trasladasen á los cuarteles de los dragones al lado del palacio, de donde á los pocos días fué á sacarlos el teniente don Ventura Ruiz para llevarles durante la noche al llano de Maypu con una escolta. En el camino com- prendió Benavides su posición, y dirijiéndose al teniente le hizo las ofertas para que estaba autorizado por Or-

352

HISTORIA DE CHILE.

donez ; pero nada pudo conseguir, porque Ruiz , como hombre de honor, le respondió que no lo hada aunque le ofreciese cien mil pesos. Los dos miserables se vieron pues condenados á sufrir su suerte.

Llegados á eso de las dos de la mañana mas allá del conventillo , Ruiz les anunció su penosa misión , que era fusilarlos, y les mandó ponerse de rodillas y que descu- briesen el pecho. Después que pasó el tiempo necesario para que se encomendasen á Dios, se les acercaron cua- tro soldados, y casi á quema ropa dispararon dos tiros á cada uno. Sea que se hubiesen caido las balas de los fu- siles dirijidos contra don Vicente, ó que pasasen sin to- carle, lo cierto es que quedó salvo y solo con la camisa un poco quemada. Entonces con la misma presencia de ánimo que conservó hasta en el momento en que se verifica el suceso mas grande de nuestra vida, se tiró al suelo al mismo tiempo que cayó su hermano, y tan bien supo finjir que estaba muerto, que el teniente dio á sus soldados la orden de que montasen á caballo, partiendo con ellos per- suadido de que dejaba en el campo dos cadáveres. Uno de los soldados, al pasar al lado de don Vicente, le dio un fuerte sablazo en el cuello, diciendo que lo hacia para que no reviviese aquel asesino. Tan grande era la emo- ción que le ajitaba en aquel momento que casi no sintió dolor alguno , y no levantó la cabeza hasta que supuso que todos habrían marchado. Al levantarla vio que se le acercaba otro soldado y se creyó vendido; pero este, que no iba mas que en busca de un zapato que había dejado olvidado, volvió á subir á caballo y no tardó en incorpo- rarse con sus compañeros, que regresaban á Santiago. Luego que don Vicente Benavides se quedó solo, vendó como pudo su grande herida, y se dirijió hacia donde

CAPITULO L1V.

estaba una luz, que veia á corta distancia. Al pasar cerca de un corral de ovejas, el guarda tuvo miedo de él, pero serenado- muy pronto acudió á sus voces y escuchó , compasivo, la relación que le hizo de un encuentro, al ir en busca de caballos, con unos salteadores que habían matado á su hermano, habiéndose él escapado por un gran milagro, después de recibir la herida que le señalaba. Era esta historia tanto mas verosímil , cuanto que hacia algún tiempo estaba el campo infestado de bandidos; por manera que las personas que la escucharon creyeron lo mejor llevar á Benavides á casa del juez, como lo hicieron no obstante la viva oposición de aquel, temeroso de que le conocieran. Sobre no haber sucedido asi, encontró en el juez una persona muy caritativa, que le suministró los primeros auxilios y le dio hombres para que le acompa- ñasen á Santiago.

Aquí se presentó una nueva y no menor dificultad. Benavides sabia muy bien que su mujer vivía en una de las tres casas del señor Real, pero no en cual, y temia los inconvenientes de preguntar por ella. Una feliz ca- sualidad vino en su auxilio , pues precisamente la pri- mera á que se dirijió era la que buscaba. Al oír su voz y al ver ensangrentada su cara y el poncho que le habían prestado, su mujer dio un grito, que su marido sofocó al instante con una mirada de intelijencía. Los que le acom- pañaron regresaron á sus casas , y cuando volvieron al día siguiente, les anunciaron su muerte, cosa que no les chocó : tan profunda era á su parecer la herida.

El riesgo que había corrido Benavides, lejos de aco- bardarle le dio por el contrario una fuerza y una enerjía , que solo ellas pudieron sostenerle en medio de tan ter- rible drama. Así continuó mientras el peligro estuvo pre- vi. Historia. ¿o

I

35k

historia m Cflltlf.

j5

tes fuerzas empezaron a faltarle y ^ y

racter tan alarmante *»™^ de toda confianza, un médico. Se neceataUn per^ ^^ ^

, se encontraron el pnmeio e / un ciru;¡ano

convento de San Erante y el s D ^ ^ ^

francés, don Juan Chamore ,q .,oscuidados

prisionero en la bataUa de Mapu^rac

L todo jénero que el « tamo J^J*^ com^.

personaje muy afecto a «M^!^¿ entender qUe la Lando a Benav «j , u .*££ aconse

causa española estaba comí palriotas, en el

jWole que ^*£^1LS«-^ Be" q„e podía P^ta^ "^irtarce. el señor Casti-

"avides qac no sab,a com , pre * » - ^ ^ ^ e„

Uontom6 a su Jj*¿%, Aunque le

efecto, y este Jenf,°JueUra¡dor, ofreció proporcm- inspirabapocaconfianza aque Urja ^ degeos> ^ narle ocasiondeque se 1 -mple MmeHte_ ^ ^ diendo que le recomenda ra «y era que

cesitaban todos estos sec «^ ¡ñ fujuivo, y Benavidesse presen ase a ^San ch ^

en seguida fuese esp.a de Ba o Merino

Santiago su ^^ arriero, y asi fueron que,o llevó -«f^^ridesdeióásu mujer, que

en el ejército de los reahstas.

CAPÍTULO LIV.

Tal es la estraordinaria historia de Benavides. A las instancias de los indios que tan bien sabia ganar y ajuar, debió que Sánchez le nombrase jefe de las pocas tropas que dejó con ellos (1). No puede dudarse de su buena fe hacia la patria cuando se incorporó en el ejército de los realistas, pues en muchas cartas de Balcarce he visto que este jeneral se felicitaba de tenerlo consigo y de los ser- vicios que le prestaba (2). Quizá sus intenciones eran las mismas á la salida de Sánchez, y solo cuando se vio á la cabeza de cierto número de tropas , su amor pro- pio por un lado y su ambición por otra , le hicieron olvidar sus promesas y le lanzaron de lleno en la guerra de partidas. Inspirado entonces por el recuerdo de las humillaciones y padecimientos que había sufrido, se pro- puso dejar huellas indelebles de su ira, y se decidió á continuar las guerras de la revolución, mas por satisfacer una venganza que por defender una opinión.

Aparte de esto, la guerra que iba á emprender era fácil y ofrecía probabilidades de buen éxito, porque es- peraba sacar partido de esa población flotante , que está siempre dispuesta á irse del lado del que favorece sus instintos y sus pasiones. Ademas , el espíritu de la pro- vincia no se inclinaba de ninguna manera á la revolu- ción , pues sus habitantes no estaban aun animados de las ideas de libertad é independencia que ajitaban á los

(1) Don Diego Barros dice en su muy interesante Estudio que Balcarce envió a Benavides á Angol. Creo que esto es una equivocación , porque de mis notas que tomado de noticias dadas por Lantaño, don Saturnino García etc ' resulta que Benavides se hallaba ya con Sánchez, á quien procuraba engañar en favor de la pairia, y que el mismo Sánchez fué quien le dejó en Angol „ara que revolucionase á los indios y reuniese los desertores.

(2) Esto no obstante, según una conversación que tuve sobre la materia con el cap.tan jeneral Freiré, parece que cuando Balcarce pasó el Nacimiento qui^o Hacerle caer en una emboscada , lo que supo á tiempo por un espía

356

HISTORIA DE CHILE.

pueblos del norte. Apegados á sus costumbres , domi- nados por la influencia del clero, sin conocer de la revo- lución mas que lo malo, es decir, la destrucción y la vio- lencia, no querían abandonar su pasado para lanzarse en un porvenir completamente desconocido y que ademas no se presentaba halagüeño. Esceptuando los emigrados que llevó O'Higgins á Santiago y que estaban ya de vuelta, la provincia solo podia contar con escaso número de patriotas, de los cuales pocos eran hombres de acción, y muchas jentes tímidas que gritaban muy alto en cier- tas circunstancias, pero cuyos gritos no tenían eco en sus corazones. Un joven norte-americano , que hacia tres años vivía en la provincia con motivo de un pleito sobre un buque mercante, dijo en su diario, que nunca conoció un verdadero patriota ( 1 ) , y lo que prueba bien el apego que tenían á su rey, ó mas bien á sus costumbres, es la prontitud con que se sacaban nuevas levas, aun después de un desastre»

Hemos visto que cuando Sánchez salió de Talcahuano, todos los realistas de esta ciudad y de Concepción aban- donaron sus casas para seguir al ejército^ Los del interior de la provincia hicieron lo mismo, continuando con él hasta que pasó el Biobio cerca de Nacimiento. Entonces, como la intención de Sánchez era ir á Valdivia, solo algunas familias le siguieron , dirijiéndose las demás á diferentes puntos, mas ó menos próximos á sus propie- dades. Unas marcharon á Árauco que estaba en poder del rey, y las de San Carlos y Duqueco, parte fueron á acampar á Pile bajo la dirección de Burgos, y parte al llano de Bergara cerca de la junta de Mulchen con Bureu,

(1) Biít exccpt llirough tlie grates of a prison , or upon some distant hcight 1 bad never yet seen a professed palriot. Journal oía residence in Cliili, p. 223»

CAPITULO LIV.

bajo la de don Pedro Sánchez. Por último, las de Santa Bárbara y sus alrededores se establecieron en Quilapalo, que se convirtió pronto en una población bastante consi- derable, pues habia cerca de setecientas familias desde Quilaco hasta Huinquen , residencia del famoso cacique Coliman. Bocardo , antiguo alférez real y después coronel de las milicias, estaba entonces en Santa Barbara con motivo de un asunto de ganados que le pertenecían como diezmero. Su reputación de hombro arrojado é intelijente le valió ser nombrado jefe de osla grande población, á la que supo inspirar sus fuegos y su enerjía. En la per- suasión do que podría ser atacado, se dedicó inmediata- mente á levantar un cuerpo de milicianos, que sacó de los habitantes de Quilapalo y Pile, á los cuales armó lo mejor que le fué posible, instruyéndolos y disciplinándo- los con el eficaz auxilio del teniente coronel Elizondo.

De estos diferentes campamentos donde habia tomado también asiento la barbarie, era de donde salían de tiempo en tiempo las numerosas montoneras, compuestas prin- cipalmente de indios , que llevaban el hierro y el fuego á todos los rincones de aquella desgraciada provincia, presa hacia muchos años de todos los horrores de las facciones enconadas. Benavides se ocupaba á la sazón en reunir los fujitivos que habían abandonado la ban- dera de Sánchez , y que se apresuraban á acojerse á la suya , en la persuasión de que iban á satisfacer el gusto aventurero que les dominaba. Mandó se le reuniese la infantería que Sánchez dejó en Tucapel , y que don Elias Fuente habia ido á buscar de orden de don Juan Millan , comandante de Arauco ; y si á estas tropas se agregan los reclutas que hizo en los alrededores de esta plaza, cojiendo hasta los jóvenes de corta edad , veremos que

358

HISTORIA DE CHILE.

no tardó en encontrarse en posibilidad de entrar en cam- paña. Así lo hizo en efecto en febrero de 1819, presen- tándose á atacar con cuatrocientos hombres al teniente don José Antonio Riveros, que habia ido á apoderarse de Santa Juana, plaza situada al sur del rio Biobio y por consiguiente dentro de los límites que los realistas esperaban conservar.

Las tropas de Riveros eran muy inferiores á las de Benavides, pues apenas llegaban á ciento diez hombres, inclusos sesenta milicianos ; pero á pesar de esta inferio- ridad numérica y de los consejos que le dieron de que no pasase el rio y se quedase en Talcamavida , quiso como hombre de honor cumplir su deber, y dio la orden de pasar. La fortuna no secundó desgraciadamente sus je- nerosos esfuerzos. Atacado por todas las fuerzas de Be- navides, les opuso una resistencia, honrosa sí, pero insuficiente para que pudiera durar mucho tiempo. Abru- mado por el número, tuvo el dolor de ver á sus compa- ñeros, los unos desapiadadamente asesinados, y los otros, entre los cuales se hallaba él , precisados á rendirse pri- sioneros. De los ciento diez hombres , solo treinta y seis milicianos pudieron salvarse, atravesando el rio á nado.

Este primer triunfo, aunque corto, colmó de alegría al jefe realista y quiso aprovecharlo para reunirse con su mujer, que estaba en poder de los patriotas. La acción se verificó el 21 de febrero, y el 23 escribió al intendente Freiré, proponiéndole el canje de oficiales y soldados, y el de su mujer por Riveros. Freiré aceptó las proposi- ciones, pero no se dio gran prisa á ejecutarlas con mucho disgusto del jefe realista, quien se las renovó el 15 de marzo, diciéndole que le enviase su mujer viva, en- ferma ó muerta, y que no lo demorase un solo instante,

CAPITULO L1V.

pues no le era posible contener mas tiempo á los indios, que conforme á sus costumbres , reclamaban los prisio- neros para tenar un dia de contento y regocijo haciendo en ellos una carnicería.

Esta advertencia era una amenaza, y una amenaza tanto mas temible cuanto que el que la hacia, tenia dadas buenas pruebas de su mal corazón. Para contenerle, le envió Freiré al teniente don Eugenio Torres con un oficio, anunciándole que su mujer estaba en Talcamavida en poder de don Ramón Novoa, encargado de hacer el canje con Ri veros. No se apresuró menos Benavides á enviar á este , esperando que la misma barca en que iba llevaría al objeto tan deseado ; pero fuese desconfianza ú otro motivo, retuvo consigo al plenipotenciario Torres, lo que incomodó tanto á Novoa, que devolvió la barca vacía. De sus resultas mediaron entre ellos cartas que embrollaron el negocio, al que quizá no fué estraño un amor impru- dente , y acabaron para neutralizar los deseos de Freiré, que eran de enviar esta mujer á su marido. Este se pro- puso entonces vengarse de una conducta , que calificaba de tan altamente ofensiva para su honra , como desleal atendida su prontitud en cumplir por su parte las condi- ciones. En el furor que le dominaba mandó llamar al joven Torres , á quien había tratado bien hasta entonces, le sentó á su mesa, y después de comer dio orden de que le llevasen al rancho donde estaban los prisioneros de Riveros. A poco entró en el rancho una tropa de indios hambrientos de odio y de carnicería , y al ruido de sus salvajes imprecaciones asesinaron á lanzadas á estas víc- timas desgraciadas de la barbarie (1). Y sin embargo no

(1) Sigo la versión de un jefe de montoneras de Benavides, pero según el parle de Freiré fueron los soldados los que los mataron á sablazos. Gaceta ministerial , tomo 1 , número 93.

360

HISTORIA DE CHILE.

habían pasado muchos dias, el 30, le envió Freiré á sa mujer, y supo al regreso del correo esta espantosa ma- tanza, de la que se disculpó Benavides, escribiéndole que para salvar la vida habia tenido que ceder á las exi- gencias inquietas é imperiosas de los indios (1).

Mientras Benavides cometía estos actos de barbarie, los jefes acampados en las orillas meridionales del Biobio se entregaban á otros no menos crueles y salvajes. A la cabeza de sus bandas de indios, recorrían la estensa lla- nura de la Laja, y lo llevaban todo á sangre y fuego. Especialmente las bandas de don Miguel Rivas y don Pedro Sánchez se distinguieron por su audacia y activi- dad. En menos de once dias saquearon casi enteramente aquel vasto territorio, robaron los ganados, incendiaron los cortijos y ranchos, y asesinaron cuantos hombres , mujeres y niños encontraron , sin perdonar mas que á los menores de nueve años, á los cuales llevaron cauti- vos á su campamento (2). La guarnición de los Anjeles era á la sazón muy corta y Thompson, á quien Balcarce habia dejado de comandante mientras Alcázar estuviese en Chillan, no se atrevía á salir de su fortaleza desde la pérdida casi completa de los cincuenta hombres que en- vió por la parte de Negrete á las órdenes del capitán don Ramón Romero , y si ocho ó diez dias después se decidió á protejer unos voluntarios que impacientes sa- lieron de los Anjeles, fué para ser testigo de una segunda derrota.

La mala posición de Thompson no consistía tanto en ser corta la guarnición , como en que le faltaban caba- llos. Muchas veces los habia pedido al intendente Freiré,

(1) Carta de Benavides al intendente don Ramón Freiré, fecha h de abril.

(2) Conversación con el teniente coronel don Manuel Riquelme.

CAPITULO LIV.

pero mal podía este darle lo que no tenia y era difícil adquirir en una provincia tan arruinada por las revolu- ciones. Por eso los realistas y los indios, que los tenían en abundancia, estendian impunemente sus correrías hasta los cantones mas lejanos de provincia, y se aproxi- maron el dia 25 á los Anjeles en número de mil, á poner fuego á las casas. Felizmente no se quemaron mas que dos , y eso que con el viento norte estuvo muy espuesto á que se propagase el incendio á todo un barrio , y es- pecialmente al fuerte , que distaba muy poco. Thompson mandó salir algunos soldados al mando de don Ma- riano Prieto, y su presencia bastó para que emprendiese la fuga una multitud, á la que solo envalentonaba el valor del salvaje, la astucia, ó la superioridad numérica.

A pesar de esta pequeña ventaja, la guarnición no es- taba de ninguna manera segura en su fortaleza. Los in- dios , á semejanza de los antiguos Partos , no tienen á deshonra el huir. Su sistema es vencer á golpe seguro, y jamas comprometer su suerte en una batalla, si no se ven en la necesidad de aceptarla. Esto que en tropas regla- das y disciplinadas, disminuiría muchísimo la confianza del soldado, aumentando la del enemigo, es para ellos un acto de prudencia , consagrado por la costumbre. Así pues, apenas se habían retirado, volvieron en mayor nú- mero y con mas animación aun , y en este estado de cosas se acordó abandonar , sable en mano , una fortaleza que no era posible defender. Señalado el í 0 de marzo para la salida, se hacían con actividad los preparativos, cuando todos los realistas é indios se retiraron por la parte de Santa- Fe al ver que se les aproximaba Alcázar, quien habiendo salido de Yumbel con algunos refuer- zos, iba á tomar el mando del ejército.

362

HISTORIA DE CHILE.

Guando Freiré conoció toda la importancia de estas montoneras cada vez mas numerosas y osadas, al mando de los arrojados jefes Burgos , Bocardo , Zapata , Ci- priano Palma, Pincheira, los hermanos Sánchez, etc., creyó de su deber marchar á aquellos lugares de deso- lación, sobre todo para vengar la muerte de los desgra- ciados prisioneros, y de su plenipotenciario Torres, que Benavides le habiaparticipado. Sabedor de que este ase- sino se encontraba en Talcamavida , se dirijió allá con setecientos soldados y milicianos, y llegó á los dos días de su salida de Concepción. Benavides no tuvo valor bas- tante para esperarle y se retiró á Gomero , de donde también salió , huyendo de los soldados del intendente que iban en su persecución. Así recorrió todas las cer- can/as de San Crisloval , Rere, Yumbel y Tanaguillin, evitando encontrarse con su enemigo y acabando por abandonar completamente estos sitios para dirijirse sobre los Anjeles, donde tuvo la fatuidad de pretender que ca- pitulase la guarnición (1). La carta que el 21 de abril escribió con este objeto al comandante, era tan imperti- nente como ridicula. En ella le concedía una hora para entregarse, haciéndole responsable de los males que so- breviniesen si se resistía, le contaba como de costumbre mil cuentos sobre la destrucción del ejército de Freiré, y anadia : « Ya no existe mas que sus reliquias, víctimas dispersas que cubren mi corazón de sentimiento y llanto. »

Una carta sentimental escrita por un hombre que tenia el asesinato por principio , merecía una respuesta entre seria y festiva. Alcázar le contestó en efecto « que las armas de la patria no se rendían , que tenia harta pól-

(1) Al decir de algunas personas consultadas sobre este hecho, no fué fa- tuidad sino un ardid de que se valió para retirarse sin que le persiguieran.

CAPITULO LIV.

vora y balas y buenas tropas , y que le esperaba á la mesa. » Benavides levantó al punto el campo y su reta- guardia, perseguida hasta Duqueco, pagó con algunos muertos la intimación de su jefe.

Con la salida de Freiré de Concepción quedó esta ciudad sin tropas y abierta á la primera incursión del enemigo. Benavides creyó que podría penetrar en ella, y con este objeto marchó á su antiguo campamento de Curali , donde estaban los soldados que escaparon de Santa Juana cuando el capitán Quintana tomó esta plaza.

Luego que Freiré lo supo , mandó que sus tropas pa- sasen á Santa Juana. Pasaron con efecto cincuenta in- fantes á las órdenes de Lctelier y hubo algunas escara- muzas entre don Manuel Jourdan y el capitán Arias ; pero no era esto lo que Freiré queria, sino una batalla en regla que decidiese la suerte de su partido, y esta ba- talla la fué á buscar al mismo campamento enemigo.

Curali dista unas dos leguas de Santa Juana, y se halla situado en el fondo de un valle , cuyas montañas están cubiertas de bosques vírjenes muy espesos. La naturaleza se había encargado de fortificar este punto , y los jefes se habían limitado á cortar algunos árboles para obstruir las estrechas sendas con sus troncos. Las lluvias conti- nuas habían dificultado aun mas el paso por estas sendas, y sin embargo Freiré no titubeó un instante en lanzarse á estos peligrosos desfiladeros : tal era su deseo de avis- tarse con su enemigo. Al dia siguiente de llegar, dividió sus setecientos hombres en dos columnas, y reservándose el mando de la una , dio al valiente coronel Merinos el de la otra, compuesta casi toda de caballería, pertene- ciente en su mayor parte á la milicia de Quirihue , y muy pocos infantes. El Io de mayo de 1819 las dos co-

¡

HISTORIA DE CHILE»

lumnas emprendieron la marcha por dos caminos dife- rentes , habiendo tenido la desgracia de que una lluvia que caia á torrentes les obligase á entrar y salir de Santa Juana muchas veces, por manera que hasta las dos de Sa tarde no pudieron avanzar definitivamente , y eso venciendo mil dificultades. Merino, á la cabeza de su ca- ballería, llegó primero. Teniendo que dar un gran rodeo para evitar los caminos que estaban obstruidos con los troncos de los árboles, y sumamente molestado por una luvia continua , no pudo llegar hasta una hora antes de la noche ; pero aun le quedó tiempo para caer sobre el enemigo ya en fuga declarada, perseguirlo y acuchillarlo á todo su sabor, hasta que la obscuridad y el agua que no cesaba, vino á favorecer la huida del uno é inutilizar el ardor del otro. Precisado á renunciar á su sangrienta persecución , se dirijió al campamento enemigo, donde se hallaba ya Freiré con su columna.

El encuentro de Gurali se consideró como una victoria, porque en él quedó destruida la montonera mas nume- rosa y la que mandaba un hombre que tenia cierto pres- tijio, y que engrosaba su pequeño ejército con una pron- titud espantosa. De los seiscientos ó setecientos hombres que tenia Benavides, apenas escaparon ciento , y los de- mas fueron muertos , cojidos ó dispersados : de estos unos se incorporaron á otras guerrillas y otros hicieron su sumisión ala patria. Pocos dias después, los tenientes de Freiré, Victoriano, Riquelme, etc., añadieron nuevos trofeos á esta victoria , y él mismo queriendo perseguir al enemigo hasta sus últimos atrincheramientos, es decir, hasta Arauco, punto á que se habia retirado con una vein- tena de personas , dio orden al capitán del buque Arau- cano de ir á colocarse delante de esta plaza con bandera

CAPITULO L1V.

española, mientras él siguió sus huellas sin descanso, y le alcanzó en Garampangue , adonde había ido con la guarnición de Arauco á disputar este paso. El coronel Merino fué el encargado de pasar el primero el rio, y á la cabeza de sus cazadores no tardó en dispersar aquellos frájiles restos, matar siete ú ocho y obligar á los res- tantes árefujiarse en Tubul, donde habia gran número de familias.

Era importante conservar la pequeña plaza de Arauco, no tanto por sus fortificaciones, como por su posición , que dominaba á todos los indios de la costa. Pero para esto se necesitaban tropas en bastante número, y tan no las tenia Freiré , que en cuanto regresó á Concepción se vio obligado á levantar algunas milicias. Ademas, la plaza de Arauco, enteramente desierta como estaba , no podia suministrar nada ni en víveres ni en vestuario, y por otra parte esperaba que el enemigo no podría reha- cerse en algún tiempo : todo lo cual le indujo á dedi- carse esclusivamente á reformas administrativas , tan necesarias en una provincia que carecía desde largo tiempo de toda clase de organización. Pero bien pronto supo por esperiencia que un jefe como Benavides puede muy bien ser batido, pero vencido nunca , pues al poco tiempo se presentó á la cabeza de un nuevo ejército pro- tejido por numerosas guerrillas , que Alcázar contenia con dificultad y muchas veces con grandes pérdidas , como le sucedió el Io de octubre al gobernador de Chi- llan don Pedro Nolasco de Victoriano.

A pesar, pues, de la victoria de Curali, que pareció en un principio tan decisiva, la provincia de Concepción no recobró la tranquilidad ; pero la mayor desgracia de sus habitantes fué que desde la salida de Sánchez, la guerra

kJfi .

HISTORIA DE CflILE.

iba tomando cada dia un carácter mas salvaje. No tenia nada de lea! ni de regular : las partidas, compuestas en jeneral de hombres sin corazón y sin ley , recorrían la provincia en todas direcciones y llevaban á todas partes la desolación y el esterminio, pues á los realistas les ser- via muchas veces de estímulo el fanatismo, este principio deenerjía, y á los indios la barbarie, este principio de destrucción. Aunque Alcázar con su grande actividad hizo perseguir estas guerrillas, ellas, consecuentes á su táctica de no aceptar la batalla, conseguían evitarla con frecuencia. Sin embargo, en el mes de octubre se atre- vieron á marchar sobre los Anjeles llevando la intención de acabar con la ciudad y con la fortaleza , pero don Isaac Thompson, que el 29 salió á su encuentro con dos- cientos hombres y algunos milicianos, los derrotó fácil- mente, porque hacían las espediciones sin regla ni com- binación alguna. Esto mismo sucedió á la de Vicente Elizondo atacada el 20 de setiembre en los Quilmos por los capitanes don Pedro José Riquelme y don José Lave y á cuantas intentaron alguna acción ó se vieron en la necesidad de aceptarla.

Estos reveses no desanimaban á Benavides. Con los milicianos que disciplinaba Bocardo , y con los vaga- mundos y aventureros que no faltaban en abundancia, sus montoneras se rehacían tan pronto como eran dispersa- das. Su posición se mejoraba ademas con la esperanza de recibir algunos refuerzos de Lima, según se lo ofrecía Pezuela en un oficio en que le confirmó el nombramiento de comandante de las tropas que operaban en Chile. Benavides con su tacto acostumbrado tenia buen cuidado de propalar, exajerándolas , las promesas del virey. A su cuñado Ferrer le escribió que del 20 al 26 de se-

CAPÍTULO L1V.

tiembre desembarcaría una espedicion en San Antonio para marchar sobre Santiago y que irían á reunirse con él los Valdivianos y los Chilotes : á Zapata le habia di- cho antes, encargándole que lo divulgase , que habían salido de Lima en veinte y un buques y catorce lanchas cañoneras, siete mil ochocientos ochenta y cinco hom- bres : á otros por último les aseguraba que se habían em- barcado de España ocho mil hombres para Chile, y doce mil para Buenos-Aires. A fin de que se diese crédito á estas noticias repartía gacetas de Lima , en que se anun- ciaban algunas de ellas.

Lo que daba algún viso de verdad á sus noticias era que con efecto recibió unos cortos socorros de Lima y que se le reunió yendo de Ghiloe, el teniente coronel Carrero, hombre muy activo y diestro , de que fué buena prueba el golpe atrevido que dio pocos dias después de su de- sembarque.

Hacia tiempo que deseaba Benavides un barco para poder estar en comunicación con las provincias del sur dominadas por su partido, y con Lima, depósito jeneral del material de guerra. En los momentos de llegar Car- rero, una fragata mercante La Dolores ancló en la bahía de Talcahuano, y resolvieron apoderarse de ella por sorpresa. Al efecto marchó Carrero á aquella ciudad, dis- frazado así él como los que le acompañaban, y aprove- chando una noche oscura, avanzó osadamente á la fra- gata, se apoderó de ella, de los trece marineros que la tripulaban y del capitán, y levando anclas salió de la bahía el buque para Arauco , de donde partió pocos dias después para Chiloe á las órdenes del mismo Carrero en busca de algunos socorros.

Benavides, como tenia de costumbre, obligó á los ma-

868

HISTORIA DE CHILE.

rineros á que tomasen las armas en favor de su partido, habiendo sido cruelmente asesinados los que se resistieron á seguirle, entre los que se contaba el capitán don Agustin Borne , pariente del director O'Higgins. En honor á la verdad debo decir sin embargo, que desde San Pedro se le hicieron proposiciones á Freiré el 11 de setiembre para el canje de estos marineros con igual número de sol- dados, y el de Borne con la familia de Sánchez de Chile, y que por no haberse verificado tuvieron lugar los asesinatos.

Mientras los realistas que estaban por la parte de Arauco se entregaban á estos actos de vandalismo, los del llano de la Laja continuaban sus estragos , y de tiempo en tiempo hasta se atrevían á querer atacar á Alcázar en sus atrin- cheramientos. La montonera de don Juan de Dios Seguel, compuesta de doscientos hombres próximamente, era la que manifestaba mas ardor y confianza , pues atravesó la Laja muchas veces y se dejó ver en los alrededores de Tucapel. Un dia que estaba acampada cerca del vado de Guramilahue, se propuso Alcázar atacarla, y el 19 de noviembre por la noche salió de los Alíjeles por un ca- mino desierto para llegar sin ser apercibido. El ataque lo dio en el momento en que el enemigo iba á emprender la fuga, circunstancia que introdujo la confusión en sus filas y que fué causa de que los cazadores pudiesen acu- chillarlo á su sabor : pocos escaparon y los que tuvieron tiempo de atravesar el rio, cayeron en manos del capitán Florez, apostado por Alcázar en el otro lado, de suerte que la montanera pereció casi entera, incluso su coman- dante el famoso Seguel.

Otro hecho de armas de esta época, de mucha menos consecuencia , pero mucho mas honroso para las de los patriotas , fué la magnífica defensa que hizo en Yumbel

CAPITULO L1V.

el valiente capitán don Manuel Quintana. Después de la derrota de la montonera de Seguel, Bocardo quiso vengar la muerte de este jefe , haciendo una espedicion mucho mas importante. En diciembre de 1819 salió de Quila- Palo con doscientos soldados y cien indios mandados por Grandon , á los que incorporó en San Carlos las tropas de Zapata y los indios de Burgos. Con este pequeño ejér- cito en que habría unos mil hombres, á saber, trescientos españoles armados con fusiles al mando de Elizondo y Zapata , y setecientos indios con lanzas al de Burgos y Sánchez , se dirijió por el lado de los Anjeles, donde solo tuvo que sufrir algunos tiroteos, y después pasando por el salto de la Laja, fué á presentarse delante de Yumbel. No habia en aquel momento en esta plaza mas que cua- renta cazadores reclutas, veinte artilleros y treinta y tres infantes del batallón de Carampangue, pues de las demás tropas, los cazadores habian pasado á Chillan y los in- fantes á Concepción. Era una fuerza demasiado corta para hacer frente á un enemigo tan numeroso, y mandado por el arrojado Bocardo ; pero los que han conocido á don Manuel Quintana no se admirarán ciertamente de que este oficial osase medir sus armas con las de aquel y resistiese con intrepidez todos sus ataques. El incendio de una parte de la ciudad le obligó desde el principio á refujiarse al cerro que hoy lleva su nombre, y mandó al joven don Manuel Bulnes que á la cabeza de catorce caza- dores cargase á mas de cien realistas é indios, que su- bían por el lado de la ciudad. Estos huyeron por de pronto, pero no tardaron en volver con unos cien infantes de refuerzo, y cargaron al joven Bulnes, á quien ya casi tocaba con la lanza Marilhuan , cuando uno de sus sol- dados disparó con tal acierto al cacique, que le rompió

VI. Historia. 24

-~&¿

HISTORIA Dfí CHILE.

el brazo derecho , salvando así á la patria un militar des- tinado á darla tantos dias de gloria.

Bulnes continuó dueño de la angostura, defendién- dola con valor y firmeza á la cabeza del corto número de sus soldados, de los que solo su asistente quedó fuera de combate. Al mismo tiempo Quintana sostenía con enerjía admirable desde ía cumbre del cerro, los numerosos ataques de Zapata contra la artillería, é inutilizaba los estraordinarios esfuerzos de los demás jefes (1). Estos diferentes ataques duraron cerca de cinco horas, sin que el cansancio debilitase la firmeza de los sitiados ni el valor de los sitiadores, y si al cabo estos se retiraron , fué porque vieron que á los patriotas les lle- gaba un refuerzo de sesenta hombres del número 1 de Chile, y doscientos milicianos, los cuales tomaron posi- ción en el cerro de Parra á corta distancia del de Quin- tana, que no abandonaron hasta después de haberse mar- chado los realistas.

Esta pequeña acción , mas gloriosa , como ya hemos dicho, por la brillante resistencia que hizo un puñado de patriotas, que por sus resultados, solo costó á la patria tres muertos y cinco heridos, mientras que los realistas perdieron mas de sesenta hombres. Quintana, el héroe de esta acción, dejó á los recien llegados en el cerro que habia sido teatro de la resistencia y se ocupó de construir en el de la Centinela una especie de reducto, temeroso de que Bocardo volviese á atacarle. Pero el resultado de su tentativa habia sido demasiado humillante para que quisiese volver á emprenderla en el mismo sitio

(1) Don Manuel Quintana me lia hablado muchas veces de esta acción con una animación estraordinaria. Sus ojos echaban fuego, accionaba con gran vi- veza, y su manera de hablar, inagotable como siempre, daba á la narración un carácter lleno de convicción y de entusiasmo.

CAPITULO LIV.

y prefirió repetirla contra los Anjeles defendido por Al- cazar. Al llegar al Avellano encontró unos patriotas que auxiliados por los indios de Santa-Fe, quisieron impedirle el paso. El famoso Sánchez , algo atolondrado con el aguardiente que habia bebido por la mañana, cargó sobre los patriotas con una impetuosidad digna de mejor causa, y se encontró en medio de los indios de Santa-Fe que no conoció , los cuales le echaron el lazo y lo llevaron á la plaza de los Anjeles, donde fuá ahorcado. El cacique Marilhuan quedó herido, y lo mismo el intrépido Zapata, á quien le mataron el caballo salvándose á favor de unas cercas. Los patriotas tuvieron que lamentar al valiente Marihuala, cacique de Santa- Fe.

No fué mas afortunado Benavides en sus escursiones. En un ataque que dio á San Pedro fué rechazado con el mayor vigor y pagó cara su temeraria empresa. En todas partes eran las guerrillas rechazadas y batidas, pero no vencidas. Todo se reducía á escaramuzas que no deci- dían nada, y cuyos resultados, aunque sensibles para los realistas, no podían de ninguna manera desconcertar á hombres de su temple. Todas sus pérdidas quedaban reparadas al cabo de pocos meses, pues, como nunca les faltaban indios que se les uniesen , sus guerrillas se pre- sentaban nuevamente con arrojo y decisión. Esperaban ademas que Valdivia les enviaría algunos refuerzos , sobre todo luego que llegasen las tropas que llevaba Sánchez á aquella ciudad.

Estas tropas llegaron en efecto después de haber pa- sado penas infinitas. Desde su salida de Angol , donde hemos visto que los indios hicieron fuerte resistencia á su paso , su marcha no fué menos penosa , especial- mente al atravesar la cordillera de la costa, cuyos ca-

372

HISTORIA. DE CHILE.

minos, muy escabrosos y muy estrechos , estaban obs- truidos con numerosos troncos de árboles y llenos de un barro resbaladizo que álos caballos les llegaba á los pe- chos. Estos caminos fueron los que atravesaron las fami- lias de los emigrados y las delicadas monjas trinitarias, que muchas veces tuvieron que ir á pié detras del ejér- cito, alentadas solamente por su vivo fervor, por el canto del trisajio que tenían aun fuerza bastante para entonar, y por la presencia de un crucifijo grande que alternando llevaba una de ellas, escepto cuando el mal estado del camino hacia temer una caida, que entonces se confiaba á un criado.

Después de cinco dias de marcha tan difícil, el ejército y los emigrados llegaron á Tucapel , donde descansaron algún tiempo. Las monjas no quisieron continuar ade- lante, y se instalaron en la orilla septentrional del rio Levu , en el sitio llamado Curapalihue. Muchos emigrados siguieron su ejemplo, no atreviéndose á ir mas lejos en una tierra tan inhospitalaria y tan peligrosa por la clase del terreno*. En una revista que paso el comisario don José Mar/a Gasmuri aparecieron mil sesenta y cuatro entre soldados y jefes , por manera que desde la ante- rior, pasada en Nacimiento, los desertores y estraviados apenas llegaban á cincuenta y cuatro (1). Pero cuando el 8 de marzo emprendieron de nuevo el camino, los trabajos que volvieron á empezar y las dificultades de

(1) La clasificación de estos mil sesenta y cuatro hombres era la siguiente s ocho comandantes y deinas jefes de superior graduación , veinte y un capi- tanes, treinta y cinco tenientes, treinta y un subtenientes, ochenta y siete sár- jenlos, ciento cuarenta y dos cabos, cuarenta tambores ysetecienios noventa y cinco soldados. De los cincuenta y cuatro hombres que fallaban, veinte eran soldados de Cantabria, ocho artilleros, nueve zapadores y diez y sieie cazadores y dragones. Notas dadas por don Sa 'urnino García, oficial de la espediciofi.

*r*B?m

CAPITULO L1V.

obtener de los indios el permiso del paso, todo introdujo el desaliento en el ejército, y promovió la deserción hasta el punto que al llegar á Valdivia á mediados de abril de 1819, no quedaban mas que ochocientos hombres , nú- mero sin embargo bastante para reforzar á Benavides, á quien se le consideraba en aquellas circunstancias el único capaz de dirijir la guerra de esterminio, que había promovido la desesperación.

CAPITULO LV.

Dificultades que encuentra O'Hlggins para organizar una segunda espedicion.- Establecimiento de un depósito de comercio en Valparaíso.- La nueva es- pedición parte contra el Perú.- Proyecto de incendiar la escuadra enemiga y mal resultado de los cohetes á la congreve y del brulote.- El capitán Guise se apodera de Pisco. - Muerte del teniente coronel Charles— Lord Cochrane entra en el rio Guayaquil á atacar la fragata Prueba y captura la Águila y la Begona.- Regreso de la escuadra hacia Valparaíso y resolución del almi- rante de ir á reconocer el puerto de Valdivia. - Se presenta en él con pa- bellón español y se apodera de una chalupa con algunos marineros y del Potrillo. - Decidido lord Cochrane á atacar la plaza , en busca del in- tendente para hablarle de este proyecto y Freiré le doscientos cincuenta hombres. - Ataque de los diferentes fuertes por Beauchef, que se apodera de ellos.- Valdivia en poder de los patriotas.- Lord Cochrane se hace á la vela para Chiloe y ataca el fuerte de Aguy.- Mal resultado de este ataque - Vuelve Cochrane á Valdivia y después á Valparaíso. - Batalla del Toro ga- nada por Beauchef.

Si O'Higgins se vio en la necesidad de descuidar al- gún tanto el ejército del sur y casi abandonarlos jefes á sus propios recursos, fué porque él se encontraba en una posición muy crítica. Se trataba en aquel momento de una espedicion española de veinte mil hombres que de- bía salir de Cádiz para apoderarse de la república arjen- tina en el mes de agosto ó setiembre, y esto unido á las convulsiones de algunos pueblos de dicha república, obligó á San Martin á marchar al lado de su gobierno^ dirijiendo allá el batallón de cazadores de infantería, el rejimiento de cazadores á caballo de su escolta , tres es- cuadrones de granaderos y medio batallón de artillería. Sabíase igualmente que estaban destinados dos navios de línea y una fragata á reforzar la escuadra del mar del sur.

Como el imperio de los mares era el principio invariable

CAPITULO LV.

del director, se dedicó á un nuevo armamento contra el Perú , ocupando todo su tiempo y toda su atención en prevenir los malos efectos de semejante refuerzo. Si para la primera espedicion hubo que vencer dificultades inau- ditas, no se presentaban ni menores ni menos graves para la segunda , por la especie de desmoralización que habia cundido en la armada, compuesta , como sucede en toda lejion estranjera, de una multitud de hombres mercenarios, sin lazos que los uniesen, sin principios, y dispuestos siempre á la insubordinación. Aunque se les daban todas las presas casi por entero, bastaba que se les debiera algunos meses de sueldo para que estuviesen descontentos, sobrescitados, y desertaran al fin ; lo cual hacian con tal desfachatez, que en poco tiempo queda- ron algunos buques, no ya sin un solo soldado ni mari- nero, pero ni aun con contramaestres y oficiales.

En medio de tanto desorden , O'Higgins se mostró como siempre, lleno de confianza, de jenio y de actividad. Confió en su crédito como en un principio, y es necesario decirlo, gracias á esta confianza en mismo y al patrio- tismo de sus conciudadanos, venció también esta vez su difícil posición. Para conseguirlo promovió, como de eos- tumbre, suscripciones voluntarias , levantando emprésti- tos, y creó ciertos impuestos obligatorios hasta para las cla- ses mas privilejiadas, como los estranjerosy el clero. La medida con respecto á este era tan contraria al espíritu de la nación, mucho mas cuando hacia poco tiempo que se habian rebajado los réditos de censos y capellanías, que el decreto se redactó con gran timidez, y para llevarlo á ejecución se consultó antes á lejistas entendidos, y el ca- nónigo Cienfuegos publicó un escrito demostrando que no era contrario á los derechos y cánones de la iglesia. En

376

HISTORIA DE CHILE.

lo concerniente á los estranjeros O'Higgins dejó sin efecto la imposición, luego que vio su jenerosidad estre- mada en tomar parte en el empréstito, cuanto mas que deseaba ardientemente fomentar el tráfico esterior, verda- dero elemento de civilización y bienestar, á cuyo efecto mejoró notablemente el reglamento del comercio libre de 1813. Estableció en Valparaíso un depósito de mer- caderías , el primero que hubo en el mar del Sur, po- niendo en él almacenes de franquicia para suspender los derechos onerosos de aduana y fomentar el tráfico internacional que preveía para época muy cercana, aten- dido el estado de la guerra. Rebajó ademas considera- blemente los derechos de aduana y abolió los de la es- traccion del numerario, que eran el tres por ciento para el oro y el cinco para la plata. Por último introdujo una multitud de mejoras en cuanto tenia relación con el co- mercio , preparando así por medio de un sistema cada vez menos restrictivo, la alta influencia que ha alcanzado el puerto de Valparaíso, depósito jeneral hoy de todo el comercio del mar del sur.

El objeto de la nueva espedicion que se preparaba contra el Perú debía ser, según la opinión de lord Co- chrane, incendiar los buques anclados en la bahía del Callao al abrigo de los fuegos de sus fuertes. Al efecto encargó á Goldsack que construyese, bajo la dirección del teniente coronel Charles, algunas bombas y gran número de cohetes á la Congreve, y destinó los dos buques mercantes recientemente apresados, la Victoria y la Je- rezana, á que sirviesen primero de transportes y luego de brulotes para completar los efectos de dichos cohetes. Este trabajo duró tres meses próximamente , y eH 2 de setiembre de 1819 la escuadra estuvo lista para hacerse

CAPITULO LV.

á la vela. Se componía de la O'Higgins, el San Martin, la Lautaro, el Galvarino, etc. , los dos transportes brulotes y la Independencia , fragata de veinte y ocho cañones recien llegada de los Estados-Unidos, formando un total de siete buques de guerra armados con doscientos treinta y dos cañones y montados por gran número de marineros y muchos soldados, entre otros, los cuatrocientos hombres del batallón de marina que O'Higgins habia organizado últimamente y que mandaban el teniente coronel Charles y el mayor Miller.

La escuadra arribó á Coquimbo para tomar mas tro- pas, y de allí siguió inmediatamente al Callao, adonde llegó el 28 de setiembre. Por una de esas inspiraciones propias de guerreros de corazón, propuso lord Cochrane al virey, con objeto, según decia, de salvar las propie- dades particulares , un desafío regular, es decir, que un combate singular entre igual número de buques monta- dos por igual número de hombres y cañones, decidiese la suerte de las dos flotas. El virey, que no quería perder su superioridad , contestó que lo que se le proponía no estaba en uso y que tenia que cumplir otros deberes mas que el de satisfacer su amor propio. En vista de esta res- puesta , lord Cochrane llamó á los comandantes de los buques, les dio sus instrucciones, y « en la noche del Io de octubre, dice García Reyes, tres balsas dirijidas por el teniente coronel Charles , el mayor Miller y el ca- pitán Hind , partieron en busca de la línea enemiga, re- molcadas por los bergantines Galvarino, Araucano y Pueyr- redon. Charles y Hind debían dirijir los cohetes, Miller las bombas. El San Martin, la O'Higgins y el Lautaro, buques fuertes y de gruesa artillería, recibieron orden de cargar por el costado opuesto á las balsas, aprovechán-

HISTORIA DE CHILE.

dose de la confusión que habia de producir el ataque de estas últimas, y la Independencia debia voltejear por la bahía para aprender los buques enemigos que intentasen escapar. Por desgracia, una combinación tan bien con- certada se frustró de todo punto. Los cohetes en que se tenia puesta la principal confianza fallaron casi comple- tamente : unos reventaban á mitad de su carrera , otros caian al agua, ó bien jirando por el aire, tomaban una dirección enteramente opuesta á la que se les quería dar. El viento faltó también y dejó sin movimiento la escua- dra; de manera que después de haber pasado una noche entera bajo el fuego destructor de las baterías, los ber- gantines y las balsas se retiraron á la línea de bloqueo con el pesar de haber perdido al activo y valiente joven don Tomas Bayllie, teniente del Galvarino, con veinte hombres mas, y de haberse inutilizado por entonces el capitán Hind, en cuya balsa reventaron una porción de cohetes con gran daño de la jente que la servia. »

En las noches succesivas se siguieron lanzando muchí- simos cohetes, que aunque mejor confeccionados no die- ron resultados mayores. De cada seis, uno todo lo mas, tomaba la dirección que se quería, los otros seguian la contraria ó reventaban antes de llegar, con asombro de los oficiales acostumbrados á ver esta clase de proyectiles. Lord Gochrane, sobre todo, estaba desesperado con un in- cidente que no sabia esplicarse ; mas sin embargo continuó los disparos y el dia 5 intentó ademas el ensayo de un brulote , que confió á Morgell , oficial entendido y de re- solución. La brisa, sin ser fuerte, era bastante para que marcharan el brulote á toda vela y los bergantines que llevaban al sitio del combate las lanchas en que iban los bomberos y coheteros, cubiertos con sus preserva-vidas

CAPITULO LV.

hechos de hoja de lata. Desgraciadamente cuando todo se preparaba como quería el almirante , la brisa faltó de repente y una calma completa puso el brulote á merced de los tiros de cañón de la fortaleza y de los buques es- pañoles. En esta difícil posición no le quedó á Morgell otro partido que pasarse á su embarcación, pero después de haber prendido fuego al brulote , que no tardó en saltar, aunque á tan larga distancia de la escuadra enemiga, que no causó el menor daño á ninguno de sus buques. Fué este un motivo de gran sentimiento para lord Co- chrane , que tenia mucha fe en en los resultados de estas máquinas, hechas con tanta dificultad y tantos gastos en momentos en que el gobierno necesitaba hacer esfuerzos inauditos para proporcionarse dinero. Queriendo saber la causa de la irregularidad de los cohetes abrió algunos, y no fué poca su sorpresa al encontrar en ellos trapos, tierra , aserraduras y astillas , lo cual y la mala cons- trucción de las cajas no solo los hacia inútiles sino muy espuestos para los coheteros. Entonces recordó que el go- bierno, por economizar el jornal de los trabajadores, habia ocupado en la confección de los cohetes prisioneros españoles, los cuales tuvieron sagacidad bastante para introducir en ellos cuerpos estraños, capaces de impedir el efecto que se buscaba.

Si la primera espedicion habia terminado sin grandes resultados, la segunda los prometía menores aun, á juzgar por los malos auspicios con que comenzaba la campaña. No parecía sino que todo conspiraba contra esta espe- dicion. El 6 de octubre, el Araucano, que cruzaba á la entrada de la bahía , hizo señal de verse á lo lejos un buque sospechoso. Lord Gochrane fué al punto á reco- nocerlo, y faltándole esta vez su gran perspicacia de

tm

380

HISTORIA DE CII1LE,

marino , lo tomó por un ballenero norte-americano y le dejó continuar tranquilo su marcha, cuando era la Prueba, uno de los tres buques de guerra que España enviaba al mar del Sur.

Y sin embargo lord Cochrane tenia conocimiento de la salida de estos buques, que pusieron en cuidado al gobierno chileno y le decidieron á precipitar la espedi- cion para batir la flota enemiga antes de su arribada. Todos los dias estaba esperando verlos llegar, y en la confianza de encontrarlos en algún puerto de la costa, se alejó del Callao, donde se convenció que nada podia' con- seguir ni aun con la astucia. El 7 de octubre se hizo á la vela para Arica con toda la escuadra, y después de tres semanas de una navegación contrariada, por fuertes corrientes, por vientos opuestos, y por la marcha suma- mente pesada de algunos de sus buques , cambió de re- solución y adoptó otro plan. Dividió la escuadra en dos partes, destinando al norte la una cuyo mando se reservó, compuesta de la O'Higgins, el San Martin, el Araucano y el Pueyrredon, y enviando la otra formada con la Lau- taro, el Galvarino y el transporte Jerezana , á que fuese á atacar á Pisco para proporcionarse víveres y sobre todo aguardiente, que lo hay en abundancia en aquellos con- tornos y de fama muy merecida.

El capitán Guise, comandante de estaespedicion, llegó á Pisco en la mañana del 7 de noviembre, no habiéndole permitido los vientos entrar de noche, como hubiera deseado. Los habitantes tenían pedidas tropas al virey, y la guarnición, á las órdenes del teniente jeneral Gon- zález, se componía en aquel momento de mas de la mitad de las tropas patriotas, á saber, seiscientos infantes, ciento cincuenta caballos y cuatro piezas de campaña.

it-Csti

CAPÍTULO IV.

381

En cuanto divisaron la flota patriota tomaron posición los diferentes cuerpos. La artillería de campaña, sos- tenida por la caballería, ocupaba á la izquierda una altu- rita, que domina la entrada del pueblo, en cuya plaza se hallaba formada la infantería ; y su ala derecha es- taba defendida por un fuerte construido en la costa.

«El teniente coronel Charles, dice Miller, con veinte y cinco hombres desfiló al frente por la derecha para reconocer la izquierda del enemigo , mientras que el mayor Miller con el resto de los marinos adelantaba sobre el pueblo. El capitán Hind con una partida de coheteros, formada de marineros, llamaba al mismo tiempo la aten- ción del fuerte. Los españoles hacían un fuego horroroso, tanto con la artillería de campaña y del fuerte, como con la infantería colocada detras de las tapias, en los tejados de las casas y en la torre de la iglesia. La columna pa- triota avanzó sin tirar un tiro, y en el mayor silencio, conservando la serenidad y la firmeza de unos veteranos, á pesar de la pérdida que sufrían á cada paso. El silen- cio, la rapidez y el buen orden con que avanzaban , in- fundió un terror pánico á sus enemigos , que huyeron cuando se acercaron a quince varas de sus bayonetas, y fueron completamente batidos. »

Entre los oficiales que se distinguieron en esta acción se citan los capitanes don Manuel Orquiza y Guitica, los tenientes Rivera y Carón y el contador de la Lautaro el señor Soyer. Pero el ejército tuvo que deplorará su te- niente coronel Charles, oficial de gran mérito , que en tiempo del Imperio hizo con distinción las guerras de casi toda la Europa desde Portugal hasta Rusia, y que hacia muchos meses se había dedicado, con el corazón de un valiente, á la conquista americana. Murió á las pocas

382

HISTORIA DE CHILE.

horas de haberle llevado á bordo de la Lautaro en com- pañía de su noble amigo el mayor Miller, acribillado como él á balazos que mas de un mes tuvieron su vida en gran peligro.

Dueño el capitán Guise de la ciudad de Pisco , em- barcó los víveres que necesitaba y gran cantidad de aguardiente , después de inutilizar de este líquido por valor de mas de doscientos mil pesos. En seguida mar- chó á reunirse con la otra división que encontró en Sana cuando el comandante iba á partir en busca de la Prueba, cuya arribada supo en tierra, así corno la suerte que habia cabido á los otros dos buques , de los cuales el uno, el Alejandro, tuvo por su mal estado que volverse á España antes de llegar á la línea , y el otro , el San Telmo, naufragó al doblar el cabo de Hornos. No que- daba, pues, de esta espedicion, mas que la Prueba man- dada por el capitán de navio don Meliton Pérez del Ca- mino, que no cayó en poder de la escuadra patriota por un azar de la fortuna. Esta fragata fué la que lord Co- chrane se decidió á ir á buscar con toda su escuadra, escepto el San Martin y la Independencia, que volvieron á Valparaíso al mando del contra-almirante Blanco con los enfermos atacados de una especie de calentura cere- bral llamada chavalongo. Desgraciadamente se supo en Piura que la Prueba, después de desembarcar los cañones para calar lo menos posible, se hallaba refujiada bajo las fortalezas de Guayaquil, por manera que las esperanzas de lord Cochrane hubieran quedado esta vez fallidas como lo quedaron en el Callao, á no haber apresado dos buques mercantes de ochocientas toneladas, la Águila y la Becjoña , los cuales recompensaron algo sus activos y audaces esfuerzos. Cada uno de ellos estaba armado con

veinte cañones, y su cargamento consistía en tablazón, vigas y otras clases de madera , de que precisamente tenia necesidad la escuadra en aquel momento.

La imposibilidad en que se encontraba lord Cochrane de atacar un enemigo retirado bajo la protección de sus imponentes fortalezas, le decidió á volver con toda la es- cuadra á Valparaíso. Estarse quieto, en la inacción, con- tentarse con un simple bloqueo, no era para su carácter, propio para las grandes acciones y no para las que piden paciencia é impasibilidad ; y á mediados de diciembre se puso en marcha, dejando el Galvarino y el Pueyrredon á que cruzasen por aquellas aguas. Guando navegaba, su alma, vivamente impresionada por los malos resulta- dos de su segunda espedicion , acojia con pena la idea de volver á un puerto en que habia enemigos muy malé- volos. En este conflicto y puesto que su antagonista era tan tímido que no quería medir sus armas con él, resol- vió hacer un reconocimiento sobre Valdivia y tentar, si la ocasión se presentaba, uno de esos grandes golpes de mano, que sus numerosos recursos tenían siempre á su disposición. Dejó, pues, ir á los otros buques al puerto convenido y él se dirijió en la O'Higgins por el lado de las formidables fortificaciones de Valdivia , de manera que el 18 de enero de 1820 se presentó delante de esta plaza con pabellón español. A la señal que hizo pidiendo práctico, se le acercó una barca con cuatro marineros y un oficial llamado Monasteiro. Fué esta gran fortuna para él, que en aquel momento solo deseaba adquirir noticias sobre la moral de la guarnición y el estado de las fortalezas, noticias que le suministraron con bastantes detalles especialmente el cabo de la embarcación. Con estos hombres marchó á Concepción, persuadido de que

¡H1MM

I

1

384

HISTORIA DE CHILE

Freiré era un militar demasiado valiente y entusiasta para no secundar el golpe de mano que meditaba. Al empren- der ia marcha quiso su buena estrella que se presentase para entrar en la bahía de Valdivia el buque de guerra el Potrillo, que en 1813 cometió un capitán estranjero la felonía de entregar á la escuadra realista. Inmediata- mente la O'Higginsdmjio á él la proa, y después de per- seguirlo tres horas, logró capturarlo. Su cargamento consistía en armas, municiones y veinte mil pesos que llevaba para las diferentes guarniciones.

En la corta travesía de Valdivia á Concepción , Co- chrane no pensó sino en la empresa que habia ideado, y en laque insistía mas y mas, en vista de las noticias dadas por los prisioneros. Sin embargo, las dificultades y los peligros eran muchos y grandes, pues según la opinión jeneral, aunque bastante exajerada, la bahía era tan inespugnable como la de Gibraltar. La entrada, aun- que corta, se hallaba defendida por una línea de forti- ficaciones que parecían desafiar la audacia y la osadía. Al norte estaba la imponente fortaleza de Niebla que de- fendía completamente la entrada, siguiendo la del Piojo, que con el fuerte de Mansera en la isla de este nombre situada casi en medio de la bahía , amenazaba con todos sus cañones á cualquier buque que se atreviera á penetrar en la embocadura del rio. Al sur, las fortificaciones eran aun en mayor número y estaban mejor acondicionadas. Habia primeramente la Aguada del Inglés y San Carlos y entre las dos una batería levantada por Lantaño : venia en seguida la de Amargos enfrente de Niebla y por con- siguiente destinada á obrar sobre el mismo punto : á corta distancia se hallaba la no menos temible de Choro- camayo , y por último se llegaba al fuerte principal, al

CAPITULO LV.

Corral , grande é imponente fortaleza que dominaba el punto mismo que servia de puerto á los buques. Todos estos trabajos se habían ejecutado por sabios injenieros con estricta sujeción á las reglas mas severas del arte. En jeneral las fortalezas secundarias no tenían fuegos de flanco ni casamatas, pues solo estaban construidas, como puntos de defensas, para favorecer un golpe de audacia y sostener la moral del soldado. El Corral por el contrario tenia todos losadherentes de un fuerte de gran resistencia y ofrecía una defensa mas bien pasiva que activa y vigo- rosa. Si después de todos estos trabajos debidos al injenio del hombre paramos la consideración en el terreno que es sumamente accidentado , rodeado de numerosos precipi- cíos,con sendas escesivamente ásperas, tortuosas, estre- chas hasta el punto de no poder pasar por ellas mas que una persona y raras veces dos de frente, abiertas en las rocas ó en los impenetrables bosques vírjenes que cubren todo el contorno desde las alturas hasta la orilla del mar : si reflexionamos ademas en la grande estension y en las condiciones de esta bahía, resguardada de todos los vientos y con capacidad bastante para la mejor flota del globo ; no nos admiraremos de que España, con unaprevision que alcanzaba muy lejos, hiciese de ella la llave del mar del sur, y gastase sumas verdaderamente estraordinarias para ponerla al abrigo de los mas vigorosos ataques.

Semejante empresa solo un hombre del temple de Co- chrane podía concebirla. Es necesario decir también que el amor propio entró por mucho en su resolución. Sus dos espediciones anteriores no habían correspondido lo que él se prometió, ni á lo que se esperaba de él. No es que otro marino hubiese sido mas afortunado en sus combinaciones, sino que la opinión pública juzga por los

VI. Historia. 25

I

386

HISTORIA Dti CHILE.

resultados y no tiene en cuenta los mil incidentes que ocurren muchas veces en los azares de la guerra, espe- cialmente si el adversario no se atreve por timidez á salir de sus fortalezas. Cochrane tenia también envidiosos y enemigos, los cuales no se descuidaban en poner en duda su reputación de valiente y entendido, que como siempre sucede, la distancia habia, por decirlo así, duplicado. Necesitaba, pues, emprender algo que le diese nombradla para eerrar la boca á sus detractores , y resolvió atacar á Valdivia. En los resultados de esta empresa abrigaba gran confianza , « pues por lo mismo que parece una lo- cura, decia al mayor Miller, es necesario intentarla, puesto que los españoles difícilmente nos creerán re- sueltos á ejecutarla, aun después que la hubiésemos prin- cipiado. V. verá, anadia, que un ataque atrevido y des- pués una poca de perseverancia nos darán un triunfo completo. Las operaciones que no espera el enemigo son casi seguras cuando se ejecutan bien, cualquiera que sea la resistencia, y la victoria justifica la empresa de la im- putación de temeraria (1). »

En cuanto llegó á Talcahuano fué a cumplimentarle el intendente y al muy poco tiempo le dijo cuales eran sus intenciones, manifestándole su plan de ataque. Cual- quiera hubiera retrocedido quizá al ver tanta audacia , pero Freiré era del temple de Cochrane , su fibra guer- rera vibraba siempre que se trataba de alguna grande empresa, y á pesar de los escasos recursos con que con- taba, le prometió, no los trescientos hombres que lepedia^ pero doscientos cincuenta escojidos entre sus mejores tropas. Para el mando de esta fuerza le propuso un ofi- cial que él solo valia casi tanto como los doscientos ein-

(1) Memorias del jeneral Milier, tomo I, pajina 211.

CAPITULO LV.

387

cuenta hombres : este oficial era Beauchef, soldado de Napoleón , ya muy conocido en Chile por actos de ver- dadera intrepidez. Cochrane aceptó la proposición y le inició al punto en todos los detalles de sus proyectos, encargándole el secreto hasta para con el gobierno y su- plicándole que en el mas corto plazo posible reuniese los soldados, que Beauchef elijió en los batallones números i y 3 que estaban de guarnición en Concepción y Talca- huano. Entre estos soldados se encontraban los grana- deros que tenían fama de escelentes militares , así como todos los que componían los dos espresados batallones. Todo estuvo pronto el 27 de enero, y al dia siguiente salió la O'Higgins del puerto de Talcahuano con dos pe- queños transportes , la goleta Montezuma y el bergantín Intrépido. La impaciencia de Cochrane era tal que se dio á la vela con viento contrario, en la confianza de poder salir de la bahía convoyándolos ; pero por la noche, una calma repentina detuvo la marcha de la O'Higgins, y á eso de las cuatro de la mañana se retiró á descansar el almirante, dejando el cuidado del buque á su segundo. Este por desgracia , en contravención á las órdenes que habia recibido, fué también á acostarse confiando la di- rección del buque á un guardia marina, joven inesperto que en un momento de fuerte neblina no vio la tierra y dejó ir la fragata sobre una grande roca de la isla de la Quinquina que hizo estremecer todo el buque con gran sobresalto de cuantos iban en él. Cochrane fué el primero que se presentó sobre el puente, y gracias á su serenidad y á su presencia de ánimo, el buque no tardó en estar fuera de riesgo ; pero con tales averías que se notaron en plena mar, que la bodega se habia llenado de cinco pies de agua , lo cual y el mal estado de las bombas dio algún

388

IIIST0R1A CÍÍ1LE.

cuidado á la tripulación, y el almirante mismo no estaba muy tranquilo. Para remediar la necesidad del momento» tuvo que trabajar como un obrero, mandó subir sobre el puente todos los accesorios de la bomba , arreglarlos , ponerlos en estado de que sirvieran y continuar el viaje. A fuerza de dardia y noche ala bomba pudo conseguirse que la fragata se mantuviera sobre el agua y que llegase á diez leguas al sur de Valdivia , donde todas las tropas de la O'Higcjins pasaron á los transportes, por el temor de que fuese reconocida la fragata y llamase la atención del' enemigo.

Al dia siguiente 3 de febrero los dos transportes , lle- vando á su bordo ocultas en los entrepuentes una gran parte de las tropas, se aproximaron con pabellones espa- ñoles al fuerte del Inglés. Después de algunas contesta- ciones en que los patriotas no llevaron otro objeto que cojer algunos marineros, el fuerte, mejor inspirado, hizo fuego sobre el Intrépido y de un cañonazo le derribó siete hombres , dos de los cuales cayeron muertos. Esto abrevió toda esplicacion y el noble lord mandó inmedia- tamente el desembarco , que se efectuó sin grandes en - torpecimientos , gracias al fuego muy vivo que hadara Tos soldados de Miller y á un cañón jiratorio de diez y ocho, que iba en la goleta y que barrió la playa, en la que se presentaron sesenta ó setenta hombres a las órde- nes de Iriarte para impedir el desembarco. El mayor Miller, como jefe de los marineros, bajó el primero en medio de la metralla, que no le ocasionó sin embargo ningún mal , y el mayor Beauchef el último. Este, en cuanto saltó á tierra, ordenó sus tropas y marchó derecho sobre la Aguada, precedido de ocho marineros al mando del intrépido Vidal y llevando á su lado el cabo es-

CAPITULO LV.

pañol cojido cuando la primera visita de Gochrane, que se habia brindado á servir de guia. El camino por donde fueron era espantoso, hasta el punto que en ciertos pasos habia que agarrarse con las manos ; y sin embargo nadie se presentó á defenderlo, cuando bastaba un cortísimo número de soldados para detener un ejército entero. Al llegar á una esplanada , Beauchef se paró , pidió nuevas esplicaciones á su guia , y en el momento en que iba á continuar la marcha fueron atacados los suyos por piezas de á veinte y cuatro que llenaron de inquieta sorpresa á aquellos soldados nada acostumbrados al ruido formi- dable de la artillería. Beauchef los tranquilizó mandán- doles hacer fuego sobre los artilleros y marchar dere- chos á las empalizadas , que franquearon á pesar de su altura, encontrándose á los pocos minutos confundidos con el enemigo. Los dos granaderos que primero llega- ron al alto de los parapetos fueron heridos por las espa- das de dos oficiales, que mas valientes que sus compa- ñeros no huyeron como estos , pero pagaron con la vida un arrojo digno de mejor suerte. Estos dos oficiales eran Lafuente y el alférez Peña, secretario del comandante, joven de grandes recursos, muy instruido y que prometía mucho.

Apoderado déla Aguada, Beauchef marchó inmediata- mente sobre el fuerte de San Garlos, que le era muy im- portante tomar, porque le ponia en comunicación con lord Gochrane. Los primeros tiros cojieron tan de im- proviso á los realistas, que creyeron que eran de sus com- pañeros que los tiraban por equivocación , y llenos de cólera les reprendían ; pero cuando se apercibieron de la suya, se apresuraron á salvarse poseídos de temor y so- bresalto , unos por tierra y otros por mar , estos en la

390

HISTORIA I>E CHILE.

embarcación del comandante don Fausto del Hoyos. Los patriotas tiraron entonces sobre estos últimos i dirijiendo los tiros por donde se oia el ruido, causa por la cual cor- rió algún riesgo el almirante, que seguía en una embar- cación á corta distancia de la costa la marcha de sus in- trépidos soldados.

La rapidez del movimiento de este pequeño cuerpo de ejército llenó de la mayor confusión á los realistas. Su confianza en el alcance de las baterías y en la escabrosi- dad de los caminos por los que se comunicaban unas con otras era tal, que, conforme Cochranelo previo, no habían tomado ninguna disposición de defensa. A la pri- mera señal de alarma salieron á toda prisa de Valdivia Bobadilla, don Fausto del Hoyos y Lantaño, el primero para el fuerte de Niebla con la caballería desmontada y los dos últimos para el castillo del Corral. Estos avanza- ron hasta el fuerte de San Carlos, desde el cual envió Lan- taño al capitán don Fermín Quintero para que mandase las tropas destinadas á impedir el desembarque; pero por el estado de abandono en que se hallaban los solda- dos, estas órdenes no fueron cumplidas, y Quintero per- maneció en la Aguada, donde se atrincheraron los solda- dos y de donde no tardaron en ser echados. Por manera que á medida que los patriotas avanzaban, huian los rea- listas, pasando de San Carlos á Amargos , de Amargos á Chorocamayo y finalmente al castillo del Corral, que era una fortaleza muy grande , perfectamente rodeada de fosos y en la que los menos amedrentados esperaban poderse sostener. Vana esperanza. Beauchef, para evitar que se organizasen y recobrasen , los persiguió ponién- doles la espada al pecho y con una rapidez tal que pa- triotas y realistas entraron en desorden en estaciudadela,

CAPITULO LV.

una de las mas fuertes de la América del sur , armada con veinte cañones de á veinte y cuatro. Así terminó en pocas horas una de los campañas mas notables por la ce- leridad de la marcha y la importancia de los puntos to- mados. A las nueve de la noche se apoderó Beauchef del fuerte de la Aguada , á las nueve y media del de San Carlos, á las diez y cuarto entró en el de Amargos, á las once y cuarto en el de Chorocamayo , por último , á la una de la madrugada llegó al Corral , no habiendo em- pleado en todo esto mas tiempo que el que cualquiera necesitaría para andar el mismo camino á pié. Los rea- listas casi no opusieron ninguna resistencia : sobreco- jidos al ver tanta audacia, solo pensaron en huir, los unos por mar apoderándose de las embarcaciones amar- radas en la ribera, otros por. tierra internándose en los espesos bosques de la ensenada de San Juan. Los que no pudieron salvarse de ninguno de los dos modos, fueron sacrificados en el Corral mismo ó hechos prisioneros, contándose en el número de los últimos muchos oficia- íes, entre ellos el segundo comandante de la plaza , te- niente coronel don Fausto del Hoyos , á quien por una feliz casualidad el secretario del almirante don Benedicto Bené pudo arrancar de manos de unos soldados que que- rían asesinarle, á pesar de que estaba hacia algún tiempo bajo la salvaguardia del honor militar y era merecedor por lo tanto de todo respeto.

Cuando Cochrane supo la toma del Corral no pudo estar mas tiempo sin satisfacer una necesidad de su co- razón que era ir inmediatamente á abrazar y dar la en- horabuena á los jefes que con tal acierto habían ejecu- tado sus órdenes y contribuido con tanto valor al buen éxito de sus admirables é injeniosas combinaciones. Nada

392

HISTORIA DE CIIILE.

con efecto había sido obra de la casualidad, sino que todo estuvo previsto y dicho antes con el instinto de un jeneral consumado. Al rayar el dia se embarcó en la goleta y dando orden al bric que la siguiese, ambos buques no tardaron en forzar el paso de Niebla, que estaba aun en poder del enemigo. De las diversas balas de cañón que les tiraron, dos tocaron al Intrépido, pero sin causarle grandes averías, lo que acabó de desmoralizar comple- tamente los soldados y escitarlos á la deserción con un afán tan jeneral, especialmente luego que vieron que los dos buques embarcaban tropas para ir á atacarles, que á las pocas horas no quedó nadie. Santalla mismo, que con un fuerte destacamento bajaba por el rio en muchas barcas, no se atrevió á seguir adelante en el momento que por una embarcación que encontró con fujitivos, supo la suerte que habia cabido á las fortalezas, y retrocedió á Valdivia. Luego que llegó, sus soldados y los de Bo- badilla se entregaron á todos los desórdenes de la insu- bordinación y casi de un motin. Unidos al pueblo bajo, devastaron los almacenes del rey, en los que habia por valor de mas de doscientos mil francos de azúcar y otros efectos recientemente comprados á un buque francés, saquearon las casas de ciertos particulares reputados por patriotas, asesinaron á Lapetegui , uno de los personajes mas influyentes de la ciudad, y cometieron en fin tales escesos que el español Marcelle, á instancias de la seño- rita Guardia , envió un parlamentario á lord Cochrane para que inmediatamente fuese á Valdivia á hacer cesar las horrorosas dilapidaciones á que estaba entregada la ciudad.

Cochrane se ocupaba en aquel momento en embarcar en botes cierto número de soldados para perseguir los

CAPITULO LV.

fujitivos hasta Valdivia. En vista de lo que le dijo el par- lamentario despachó cien hombres á las órdenes del mayor Beauchef, y como la marea estaba subiendo, á las tres horas desembarcó este oficial en aquella ciudad, que en- contró devastada casi del todo. Sin embargo , gracias á algunos oficiales bastante enérjicos para contener á los perturbadores, quedó intacto un almacén de la tesorería , precisamente el en que habia una veintena de cajones con plata de las iglesias de la provincia de Concepción y entre ella algunos copones de oro incrustados de pie- dras preciosas , así como también una gran cantidad de mercaderías que los realistas no tuvieron tiempo de lle- varse. Todos estos objetos fueron colocados en lugar se- guro, inventariados y confiados á una guardia. Al dia siguiente llegó el almirante con el mayor Miller, y lo pri- mero que hizo fué nombrar un gobernador civil que aten- diese á la seguridad de la ciudad. Don Vicente Gómez, que tenia dadas repetidas pruebas de patriotismo y saber, fué el elejido para este cargo con gran satisfacción de las personas sensatas, que esperaban mucho de su enerjía é influencia. Se pusieron á su disposición algunas tropas para el servicio de la policía y para inspirar confianza á las familias meticulosas que ignorantes del objeto de la revolución, habían marchado á los bosques, huyendo de la persecución de los liberales. Unos cuantos dias de tranquilidad y una proclama de Gochrane bastaron para vencer todas estas preocupaciones y para que volviesen á sus hogares las familias que la política española habia conseguido estraviar.

Los resultados de esta campaña tuvieron una impor- tancia inmensa , y sobre todo fueron muy gloriosos para el jeneral que concibió el plan y para los intelijentes ofi-

I

1 1

•JBC

394

HISTORIA DE CHILE

cíales que tan bien supieron ejecutarlo. Con efecto , en pocas horas cayó en poder de un puñado de soldados una línea de fortalezas que se consideraban inexpugna- bles, y que hubieran podido servir de asilo desesperado á los últimos restos del ejército español. En las fortalezas se encontraron ciento veinte cañones de bronce en buen estado, ochocientos cuarenta barriles de pólvora, ciento setenta mil cartuchos, diez mil balas de cañón casi todas de bronce , y una cantidad inmensa de provisiones de guerra y boca. Se halló igualmente el buque la Dolores, que con arreglo á las órdenes de Benavides tuvo Carrero el arrojo de quitar en el puerto de Talcahuano. Todo esto era mucho mas de lo que necesitaba el noble lord para que su corazón se entusiasmase y se escitara su ardiente ambición. Por lo que supo en Valdivia no le quedó la menor duda de que todos los restos del ejército realista se habían retirado á Chiloe, única provincia que quedaba en poder de la monarquía, y su belicosa imagi- nación le sujirió el plan de ir á desalojarlos de este último rincón , atacando las fortificaciones de San Carlos. Era esta una empresa mucho mas atrevida que Beauchef de- saprobó altamente, porque su pequeño ejército contaba cuarenta hombres menos entre muertos y heridos, y por- que atendido el arrojo del gobernador Quintanilla, pre- veía una resistencia muy distinta de la que acababan de esperimentar. Cochrane cerró los oídos á estas ob- servaciones. La fortuna le era propicia, prefirió cansarla á dejar de seguirla y resolvió hacer la espedicion.

A esta nueva campaña no llevó Cochrane mas que ciento sesenta hombres, sin contar los marineros, pues tuvo que dejar algunos en Valdivia. Contra las esperanzas y deseos de Beauchef, que había solicitado el mando de

CAPITULO LV.

estas tropas, lo obtuvo el mayor Millcr, quien recibió inmediatamente laórdende embarcarlas en la Montezuma y la Dolores, únicos buques que se hallaban en estado de hacerse á la mar ; pues el Intrépido, que era muy viejo y estaba muy malo , habia sido arrojado sobre un banco de arena contra el que se estrelló, y \&0'Higgins tenia en reparación casi toda su quilla. La partida tuvo lugar el 13 de febrero, y el 17 al ponerse el sol echaron el ancla en una pequeña ensenada de la bahía de Huechucucuy. Inmediatamente se presentó á impedir el desembarco una avanzada de sesenta infantes, treinta caballos y una pieza de campaña ; pero una embarcación enviada un poco delante la distrajo y pudo desembarcar el mayor Miller con algunas tropas, que obligaron á huir al enemigo, cojiéndole la pieza de campaña, única que tenia. Enton- ces las demás tropas bajaron á tierra sin dificultad, y en número de setenta se dirijieron contra el fuerte Aguy situado al este de la península de Lacuy , enfrente de San Carlos, y por mar á menos de tres leguas de esta capital. El camino que siguieron era malo y mal tra- zado, lo cual unido ala obscuridad de la noche fué causa de que avanzasen muy poco y que al fin se descarriasen. Tuvieron que esperar el dia para saber donde estaban, y cuando al amanecer vieron que no se encontraban lejos del pequeño fuerte de la Corona, lo atacaron y se hicieron dueños de él sin dificultad. Pero no sucedió lo mismo cuando llegaron al de Aguy, situado en la cima de una pequeña colina avanzada por el lado del mar haciendo la figura de un pilón de azúcar, por manera que se ha- llaba rodeado de numerosos precipicios y rocas escarpa- das, en medio de las cuales habían abierto un camino estrecho, pendiente y formando s s, por consiguiente de

fe

396

HISTORIA DE CIIILE.

muy difícil acceso. Ademas de estas defensas naturales, tenia el fuerte doce cañones de á diez y ocho y una guar- nición de quinientos hombres entre veteranos , artilleros y milicianos, todos ellos fanatizados, ya por una adhesión sincera á la monarquía , ya por la presencia de algunos relijiosos que con un crucifijo en una mano y una lanza en la otra, esplotaban la ciega fidelidad de tantas vícti- mas. Y á pesar de todas las ventajas que les ofrecía la fuerza numérica y la posición , los patriotas no titubea- ron en atacar y se precipitaron con el ardor que infunde una victoria recientemente ganada. Circunscrito el com- bate á un punto en que era imposible la fuga, fué tenaz y obstinado. Por una y otra parte se sostuvo con el mayor encarnizamiento , animados los patriotas con la bravura de su jefe el mayor Miller , y los realistas con lo fuerte de su posición , con las exortaciones de los relijiosos y sobre todo con la obligación en que se creían de batirse como hombres desesperados. Desgraciadamente para los patriotas, de sesenta que acometieron el asalto que- daron desde el principio treinta y ocho fuera de com- bate, entre ellos el intrépido Miller. El capitán Erescano, que tomó el mando , bien sabia conservarles su primer ardor, pero el número de muertos y heridos era tan grande comparativamente con la guarnición , que fué necesario ceder y abandonar una posición imposible de conservar. Antes de batirse en retirada clavaron algunos cañones, inutilizaron las cureñas y reunieron los heridos que pudieron salvar felizmente, á pesar de que iban por caminos malísimos y que gruesos destacamentos les per- siguieron mas de dos leguas así por tierra como por mar, habiendo tenido que hacer frente al ataque (i).

(l) Sigo ¡a versión de Miller y no la de Ballesteros.

CAPÍTULO LV.

397

Lord Cochrane hizo mal en llevar á Miller con prefe- rencia á Beauchef , porque sus recientes heridas no le permitían dar á sus movimientos toda la actividad y enerjía de que era capaz en sana salud y porque no cono- ciendo aun bastante la lengua del país, no podia hacerse entender tan bien como se necesitaba. Beauchef reunía ademas la ventaja de ser muy conocido y estimado de los soldados , cuya mayor parte eran de su rejimiento y le habían dado repetidas pruebas de la gran confianza que les inspiraba. No es esto decir que hubiese conseguido mejores resultados que Miller, porque según veremos en seguida , los Chilotes no eran hombres que se dejaban echar tan fácilmente de sus atrincheramientos , y acaso también lord Cochrane quiso darle una muestra de alta estima, mandándole que se quedase en el Corral, porque en atención al número de enemigos que rodeaba este puesto , lo consideraba sumamente importante y digno de un jefe entendido y valiente.

Beauchef no quedó en efecto mas que con noventa sol- dados, cuando los españoles retirados á los Llanos tenían mas de quinientos. Aunque contristado por no haber po- dido seguir la última espedicion, tomó con empeño la ta- rea de organizar algo su pequeña guarnición , ya que no podia contar con los que componían las tripulaciones, es- pecie de marineros sin disciplina militar, procedentes de todos los países del globo. Se hallaba ocupado en estos trabajos, cuando supo por el gobernador Gómez que los fujitivos de los Llanos, en número de quinientos, se prepa- raban á atacarle. La cosa era seria , porque sabia muy bien que muchas veces tras una derrota vergonzosa, el remordimiento y la humillación misma infunden aliento al vencido y le arrastran á actos de valor y desespera-

398

HISTORIA DE CHILE.

;'?:■:

cion á la vez, para vengar la afrenta. En tan difícil posi- ción, recurrió á la astucia. Hizo creer que iba á salir á su encuentro con igual número de soldados , y al efecto mandó llevar cinco bueyes á Pichi para matarlos y te- nerlos á disposición de su tropa. Esta orden fué perfec- tamente ejecutada y obtuvo el resultado que se prometió su autor, es decir, que los españoles, asustados de sus in- tentos, se dirijieron al sur y pasaron el rio Bueno de Thumao echando á pique ó quemando en seguida las barcas de que se habían servido.

Esta retirada la supo Beauchef muy pronto por los espías que el gobernador Gómez tenia en los Llanos, y le contentó estraordinariamente, porque su posición era difícil y se hubiera hecho en estremo peligrosa á tener otros jefes el ejército español ; pues Montoya á su total ineptitud reunía el ser muy anciano y Bobadilla, antiguo guardia de corps, usaba de mucha dureza con el soldado sin tener ningún talento militar que compensase su gran severidad. No era mucho mayor el talento de Sevalla, hombre muy detestado de los demás oficiales , especial- mente García y Narvaez, á quienes había tratado de trai- dores. Por último, los oficiales en jeneral eran incapaces de sostener la reputación adquirida por sus soldados en las guerras de la independencia española , y á su gran incapacidad debió España la pérdida de la plaza de Val- divia , indudablemente la mejor fortificada de todas las de la América del sur.

Lord Cochrane regresó al Corral á los ocho dias de su partida , y casi sin detenerse partió para Valdivia con Beauchef, á quien pensaba dejar de gobernador militar de la provincia. Un funesto pensamiento le asaltó, el de destruir las fortificaciones del puerto , en razón á que

CAPITULO LV.

servían de refujio á los buques españoles y eran inútiles ala patria. Felizmente Beauchef le recordó que esto pon- dría á los chilenos á merced de los numerosos indios do- miciliados en los alrededores , y de Benavides, que no dejaría de irá ajitarlos contra ellos. Gochrane compren- dió toda la fuerza de esta observación y respondió que dejaría al gobierno el cuidado de disponer de ellas, con- tentándose con embarcar todo lo perteneciente al fisco, sin dejar ningún recurso á la provincia , ni mas que mil pesos que puso en poder de Beauchef con la promesa de enviarle mayores sumas luego que llegase á Valpa- raíso. De vuelta al Corral dio sus disposiciones para ter- minar la reparación de la O'Higgins, y embarcándose en la Montezuma se hizo á la vela para Talcahuano y de allí para Valparaíso, adonde llegó el 7 de marzo de 1820. Luego que Beauchef quedó solo en Val Jivia se dedicó con minucioso cuidado á organizar su tropa aumentada con algunos desertores del país , á reparar el hospital para que estuviesen con mas comodidad los enfermos, y en fin á hacer todo lo que de él dependía en beneficio de sus soldados, á quienes tanto quería y de quienes era tan estimado. Desgraciadamente, su buena voluntad no bas- taba para todo. La ciudad se hallaba en un estado mise- rable de resultas del saqueo que había sufrido, los alrede- dores , llenos de bosques , no producían casi nada , y ademas en una semana quedaron gastados en su totali- dad los mil pesos que le dejó Gochrane. En este conflicto y siguiendo los consejos del gobernador Gómez , tomó la resolución de dejar unos cuantos soldados en Valdivia y partir con doscientos á los Llanos , donde esperaba que podrían estar mejor asistidos. Un correo que despachó á aquel punto anunciando su partida, predispuso perfecta»

hoo

HISTORIA DE CHILE.

mente á todos sus habitantes. Un rico propietario , lla- mado Manriquez, le llevó doscientos caballos para que montasen sus soldados poco habituados á las marchas; los indios le ofrecieron vacas, verduras, etc. , y ayudaron á los soldados á pasar el rio Bueno por medio de sus pi- raguas; en fin en Osorno encontró el fuerte muy cómodo para alojar en él los soldados, y todos los habitantes se disputaban la honra de alojar en sus casas á los oficia- les. Nombrados Manriquez y don Diego Reyes, dos esce- lentes patriotas , el primero gobernador de los Llanos y el segundo de Osorno, la provincia recobró su tranquili- dad habitual y los víveres se llevaban en abundancia al cuartel con un simple recibo del ayudante , visado por el comandante.

Beauchef pensaba continuar de guarnición en esta ciudad hasta recibir las nuevas órdenes que esperaba del gobierno , cuando el gobernador don Diego Reyes le anunció con referencia á unos indios, que los fujitivos de Valdivia, retirados al rio Maullin, se disponían á ata- carle.

Estos fujitivos se habían retirado á Daglipulli cuando abandonaron á Valdivia, pero en un desorden tal que el capitán ayudante Narvaez , joven instruido , intrigante y ambicioso, resolvió reorganizarlos, separando á los co- mandantes que no eran á propósito paralas circunstancias del momento. García y casi todos los demás oficiales apro- baron esta determinación, y Lantaño, Alejandro, etc., y el mismo Santalla fueron separados del servicio á pesar de sus protestas : solo Bobadilla conservó el mando de la caballería , mientras que Narvaez recibió interinamente el de la infantería. Con esta se formó un solo batallón dividido en cuatro compañías, á saber, una de setenta

CAPITULO LV.

401

y cuatro granaderos , otra de ochenta y cinco cazadores y las dos restantes de cuarenta fusileros cada una.

Reorganizadas así las tropas, se dirijieron sobre Osorno. Al pasar el rio Bueno en Tumao encontraron al gober- nador Montoya, á quien los oficiales separados hicieron mil reclamaciones aunque sin conseguir nada, por ma- nera que pocos dias después la infantería continuó su camino á las órdenes de Narvaez, quedando la caballería de observación sobre el rio.

Al llegar al rio Rahue del otro lado de Osorno, las tropas, por uno de aquellos impulsos que Narvaez sabia imprimirles, pidieron con grandes gritos repasarlo é ir á batir los patriotas. Advertido Montoya de esta reso- lución , retrocedió , habló con Narvaez sobre lo que pen- saba hacer, adoptó su plan de campaña , y dándole su bendición , le dijo que obrase con arreglo á sus inspira- ciones.

Narvaez se dispuso á marchar sobre Valdivia espe- rando medir sus armas con las de los patriotas que ha- bían quedado en aquella ciudad. Los espías exaltaban su viva imajinacion diciéndole que el número de los pa- triotas era muy inferior al de los realistas, y en esta per- suasión se puso en marcha y repasó el rio Rahue, cuando Bobadilla, acompañado del cura Pavón, llegó á toda prisa con sus cincuenta caballos repartiendo la nueva de que el mayor Beauchef avanzaba con todas sus tropas. Con- sultado Montoya sobre lo que convenia hacer, contestó que era necesario dirijirse sobre Ghiloe, lo que aprobaron la mayor parte de los oficiales, que estaban completamente desmoralizados, y todo el ejército se puso al punto en marcha esperando ocultar en aquella isla la confusión de su vergüenza. Debían saber sin embargo que Quintanilla

VI. H.STORIA.

I

hO-2

HISTORIA DU CHILE.

no era hombre que jugaba con el honor militar, y así se los demostró saliéndoles al encuentro para impedir que pasasen adelante. Su entrevista se verificó en Carel- mapu , y allí poseído aun de entusiasmo por la bella de- fensa hecha en el fuerte de Agui cuando lo atacó Cochrane^ les afeó su afrenta y cobardía , asegurándoles que por ningún motivo entrarían en Ghiloe, porque no quería po- nerles en contacto con sus valientes soldados, para que no los contaminasen de su pusilanimidad. En medio de estas reconvenciones animadas, hubo esplieaciones sobre todo lo ocurrido en la reorganización del batallón, en especial por parte de Santalla, quien se quejó amargamente de su separación , llevando la inconveniencia hasta acusar de traidores á Narvaez, García, etc. Á pesar de estor Quintanilla procuró ponerlos de acuerdo, y Santalla in- gresó de nuevo en el ejército, el cual provisto de arma- mento y víveres se volvió por mismo camino para ir a reconquistar los fuertes de Valdivia.

Estas eran las tropas que los indios anunciaron á don Diego Reyes, noticia que confirmó al dia siguiente el cacique Railefí", añadiendo haberle asegurado sus moce- tones, que se componían de un escuadrón , dos piezas de montaña y un total con la infantería de unos cuatrocientos- hombres, todos perfectamente armados y equipados y muy decididos á batirse» Deseaba Beauchef salirles al encuentro, pero no tenia mas que doscientos hombres que oponerles, y todavía, pasada una revista, quedaron redu- cidos á ciento cuarenta, rebajados los enfermos y los que por su flojedad eran incapaces de soportar la fatiga. No se encontraban en mejor disposición los oficiales, que sobre ser pocos, algunos se finjieron enfermos para no ir %u la espedicion, impresionados con la consternación que-

ÍHE3?

CAPÍTULO LV.

reinaba en la ciudad , en la que habia muchos patriotas comprometidos ; por manera que el comandante no pudo contar verdaderamente mas que con cuatro, que fueron el ayudante don Dionisio Bergara, don José Labe, don Pedro Alemparte y don José María Garballo.

A pesar de la inferioridad del número , Beauchef se decidió á marchar contra el enemigo. El patriota don Diego Reyes le facilitó los bueyes necesarios para la ma- nutención de los soldados y los caballos para que mon- tasen , y don Juan Anjel Agüero se brindó á servirle de guia, sin cuidarse de los riesgos que iba á correr. La partida tuvo lugar el 3 de marzo de 1820, y á los tres dias la vanguardia , compuesta de cincuenta granaderos á las órdenes del valiente Labe, se encontró con la de los realistas. Al punto Beauchef manda desmontar á sus tro- pas , les habla con la enerjía que le caracterizaba, toma un fusil , y poniéndose á la cabeza, vuela en socorro de su vanguardia que ya se replegaba, aunque con orden y tranquilamente. El enemigo ocupaba una posición ven- tajosa : los cazadores estaban á derecha é izquierda del camino ocultos en los bosques, los granaderos delante del rio Toro, dos compañías de fusileros detras de un corral protejidos por las estacas de este, en fin, las dos piezas de campaña en una altura con la caballería á retaguardia. Su esperanza de vencer era tal, que Narvaez quiso avanzar temiendo que los patriotas huyesen luego que recono- cieran sus fuerzas, pero Bobadilla prefirió conservar la ventaja de la posición, lo cual no impidió que Beauchef atacase á paso de carga y á los gritos atronadores de viva la patria. El combate no tardó en hacerse jeneral, de todas partes se oía un fuego sostenido, pero en seguida los patriotas cargaron á la bayoneta con tal vigor que

A

m

HISTORIA DE CHILE.

obligaron al enemigo á retirarse del otro lado del n> Toro, lo dispersaron en todos sentidos y le obligaron á emprender la fuga abandonándolo todo en el campo. El intrépido Labe, que lo persiguió hasta Amancay con veinte soldados montados en caballos que se le cojieron, ase- guró á Beauchef que asimismo los perseguía, que los fujitivos apenas llegaban á unos treinta, y que todos los demás se habían salvado en los bosques inmediatos. Va- rios destacamentos enviados á estos bosques, cojieron muchos soldados, por manera que ia victoria fué casi completa. Se contaron cuarenta muertos, y catorce ofi- ciales y trescientos sesenta y nueve soldados prisioneros, de los cuale& sesenta y nueve fueron cojidos en los bos- ques al día siguiente por el capitán Alemparte. La patria tuvo que llorar la pérdida de cuarenta hombres, de ellos once muertos y veinte y nueve heridos de mas ó menos gravedad.

La victoria del Toro fué de grande importancia así bajo el punto de vista material como moral , pues echó para siempre de la provincia de Valdivia á los españoles, separó del partido de estos un número considerable de caciques y colocó á Benavides en una posición muy crí- tica, limitado casi á sus propios recursos, pues no podia recibirlos por mar y mucho menos por tierra. Por otra parte, los numerosos patriotas de la provincia temblaban ya por su porvenir, persuadidos de que el mal resultado de la espedicion de Cochrane y las pocas tropas que este había dejado en Valdivia pondrían la provincia en el mayor peligro : así sucedió que la vuelta de Beauchef á Osorno fué celebrada con las mas vivas aclamaciones, yendo á verle y á cumplimentarle todos los patriotas. Guando al dia siguiente continuó la marcha con su divi—

CAPITULO LV.

«ion para Valdivia, le acompañaron hasta cierta distancia de la ciudad , no faltando algunos que llegaron al paso de Tumao, donde habia gran número de indios y de jentes de los Llanos para felicitarle y ayudar á los soldados á pasar el rio Bueno. Los prisioneros se confiaron á jentes del campo armadas con lanzas , que los llevaron á Pichi , donde habia unas embarcaciones enviadas á petición de Beauchef por el capitán de fragata don Roberto Foster, que los condujo á la isla de Mansera.

Este capitán Foster acababa de llegar en el Indepen- diente convoyando un transporte con víveres, algún ves- tuario y un poco de dinero. Conducía ademas doscientos ladrones que el gobierno puso á disposición de Beauchef para que ingresasen en el ejército, si lo creia conveniente. La guarnición se habia aumentado entonces con algunos desertores españoles, muchos voluntarios y también mu- chos hijos de' familia que entraron de cadetes hasta nueva orden. Beauchef incorporó á sus soldados los doscientos ladrones, encomendando su vijilancia á hombres de con- fianza, formó con todos un batallón y nombró empleados para el servicio militar, dando así á la guarnición una organización y una disciplina tales como su jenio militar le hacia concebir.

t*

"X>1

3

.Va

'

CAPITULO LVÍ.

Victorias de los patriotas, incompletas como siempre. Freiré marcha á Satf- tiago, dejando en su lugar á don Juan de Dios Rivera.— Benavides áTalca- huano, lo saquea y se lleva á Arauco algunas embarcaciones, en una de las cuales marcha Pico á Lima.— Regreso de este jefe con algunos socorros.— Derrota del escuadrón de Viel en Rere y del de O'Carrol en Pangal.— Ase- sinato de este comandante.— Acción de Tarpellanca y asesinato de Alcázar, don Gaspar Ruiz y los oficiales del batallón de Coquimbo.— Freiré se retira á Talcahuano y Benavides ocupa á Concepción. Organización de la pro- vincia.— Estado desesperado de Freiré, que le obliga á atacar á Benavides.— Victoria que aquel consigue en Concepción y derrota completa de este. Pico incendia las ciudades de la frontera.— á atacar á Prieto en Chillan y es derrotado. - Muerte de Zapata é influencia que ejerce en el ánimo de los indios.

Si las armas de la patria conseguían algunos grandes resultados en la provincia de Valdivia, en las de Concepción permanecían casi en la inacción. Colocado el enemigo al sur del Biobio, rodeado de bosques sumamente espe- sos y protejido por las numerosas poblaciones de indios que las mas veces tomaban parte en sus escursiones, po- día sustraerse sin grandes esfuerzos á la persecución de los patriotas y evitar los combates, ó por lo menos hacer que las victorias de aquellos fuesen de poca importancia é incompletas.

Con la toma de Valdivia y la ocupación de su provin- cia, cualquiera hubiese creído que se resentiría de esta pérdida la moral de los realistas y que se limitarían á la defensiva, esperando época mas favorable para volver á emprender esos combates solapados , que no eran otra cosa que una guerra de esterminio y destrucción. Sin embargo, apenas se veian vencidos en un punto, se reha- cían en otro , aprovechando la fidelidad dilijente de las

CAPITULO LVr.

familias refujiadas al sur del Biobio y especialmente por el lado de Quilapalo, verdadero cuartel jeneral de sus es- pediciones y centro de una grande actividad. Muchas veces salió Alcázar de su acantonamiento de los Anjeles á batir sus desastrosas guerrillas , pero sus salidas no producían mas resultado que fatigar las tropas ó caer en alguna emboscada, que con frecuencia le ocasionaba pér- didas efectivas. Si alguna vez le favorecía un tanto la fortuna, no tardaba en ser detenido por los obstáculos que sin cesar estaban inventando aquellos hombres de recursos.

Freiré por su parte no podía enviar refuerzos á Alca- zar. Con los doscientos cincuenta hombres que dio á Gochrane para la afortunada espedicion de Valdivia, su ejército quedó en el mayor apuro, falto absolutamente de todo, sin que sus vivas reclamaciones al gobierno pro- dujesen apenas resultado, razón por la cual se decidió á ir en persona á Santiago, dejando de intendente al co- ronel don Juan de Dios Rivera, hombre valiente, conci- liador, pero mucho menos emprendedor y temible que su succesor.

En el momento que partió Freiré , las partidas que hacia algún tiempo estaban como adormecidas , desper- taron mas audaces. Las de Zapata acampadas en Gua- ligueico , tierra del cacique Marilhuan , amenazaron á Nacimiento, las de Ferrebúy Macareno llevaron el hierro y el fuego á Rere y sus inmediaciones, y Renavides se dirijió el 12 de mayo á Talcahuano, que tomó y saqueó á favor de la obscuridad de la noche. Unas cuantas embar- caciones que habia en el puerto, le sirvieron para tras- portar á Arauco los efectos robados y algunas tropas : él regresó con las restantes por el camino por donde habia

ilOS

HISTORIA DE CHILE.

ido, burlando la actividad que al dia siguiente desplegó Rivera para perseguirle.

Aunque la posición del ejército de Benavides era en- tonces bastante satisfactoria, sin embargo, tenia necesi- dad este jefe de ponerse en comunicación con el virey del Perú para obtener los socorros que le faltaban. Con este objeto propuso á don Juan Manuel Pico que mar- chase al Callao en una de las embarcaciones cojidas en Talcahuano, y este oficial se decidió, lleno de confianza y resolución, á emprender un viaje largo, peligroso, que tuvo la suerte de llevar á cabo con buen éxito. A los po- cos meses regresó con el nombramiento de teniente co- ronel de los dragones de la frontera en un gran buque cargado de víveres, efectos y armas, siendo portador del despacho de coronel de infantería para el jefe del ejér- cito , de gran número de medallas de oro y plata para recompensar los hechos meritorios y de muchos nombra- mientos en blanco para completar los cuadros ó llenar los vacíos del ejército. Pezuela se propuso protejer las montoneras, esperando así llamar sobre aquel punto la atención del gobierno chileno y distraer las tropas que se organizaban é instruían con destino á la tercera espe- dicion contra el Perú.

Con semejantes auxilios no tardaron en aumentarse las montoneras de Benavides y elevarse la cifra de su ejér- cito á dos mil hombres, todos aguijoneados por la per- fidia y la envidia, y capaces por consiguiente de audacia y resolución para todo. El número de los patriotas era al contrario muy escaso. Absorbida completamente la atención de O'Higgins en su grande espedicion contra el Perú, sacrificó en cierto modo á su política la pro- vincia de Concepción , despreciando al enemigo que no

CAPITULO l.VÍ.

409

la dejaba quieta y la devastaba , y descuidando con esta falsa idea el ejército , que Freiré tuvo que diseminar en diferentes puntos de la provincia para contener las mon- toneras y protejer la seguridad de los habitantes.

Con esta dispersión no podia haber unidad en el mando del ejército ni regularidad en sus movimientos. Cada pe- queña división, insuficiente para resistir gran número de tropas, marchaba al combate sin ardor y sin fe, de manera que al primer choque los soldados echaban á correr, lo que producía un doble efecto moral bien diferente , pues llevaba el desaliento á los patriotas y el entusiasmo á los realistas. Estos tenían ademas la ventaja de que forma- ban una asociación de intereses individuales, lo cual fa- vorecía sus empresas, lo que hay que agregar que su imajinacion estaba exaltada por el fanatismo relijioso que los curas sabían inspirarles. Antes de ir al combate les obligaban á confesarse y comulgar, y muchas veces á hacer una devota rogativa á la madre sacratísima de las Mercedes , patrona venerada de sus inicuas espediciones. Después de esta ceremonia de profanación fué cuando Pico ; enviado de vanguardia por Benavides, se decidió á atacar los patriotas retirados en Pilco para cortar sus comunicaciones con las divisiones del sur. En una carta que escribió el 8 de setiembre al capitán don Julián Hermosilla le decía que su madre la vírjen de la Merced había llevado los enemigos á aquel sitio para ponerlos á su disposición ; pero hasta el 18 no salió de Santa Juana con quinientos hombres en dirección á Yumbel. El co- mandante don Benjamín Viel se encontraba en esta plaza con un escuadrón de granaderos á caballo. A pesar de su grande inferioridad , osó desafiar la fuerza enemiga y oponerle un puñado de valientes, que no pudo resistir

&.

I

fllO

HISTORIA DE CDILE.

largo tiempo sus numerosos ataques. Rodeados por todas partes de infinidad de soldados y de indios, no tardaron en ser acuchillados, cojidos ó precisados á emprender la fuga. Del número de los últimos fué el comandante , quien marchó inmediatamente á reunirse al escuadrón de O'Carrol.

Si en vez de arriesgar un combate, se hubiese reunido Viel á este jefe, como la prudencia aconsejaba, es pro- bable que las dos pequeñas divisiones hubieran podido resistir á Pico , y acaso con ventaja , porque si bien in- feriores en número , no lo eran en la disciplina , la cual duplica la fuerza de un ejército ordenado. Desgraciada- mente no sucedió así. Viel comprometió con su animosa impaciencia su escuadrón é involuntariamente el de O'Car- rol , á quien también atacó Pico. La acción tuvo lugar en el vado del Pangal del rio de la Laja, no siendo menos vigorosa ni encarnizada que la anterior, y si los soldados de Pico consiguieron vencer, lo debieron menos á su valor que á la fortuna de ocupar una posición ventajosa, pues el viento llevaba un humo muy espeso al lado donde estaban los patriotas. El desgraciado O'Carrol tuvo la fatalidad de caer prisionero en esta refriega. Cojido por un indio con el lazo, fué muerto á los pocos mo- mentos, según la bárbara costumbre de aquellos defen- sores de la relijion y del rey.

Estos dos cortos triunfos reanimaron mas y mas el valor de los realistas, ya muy alentado con la posición recíproca de ambos ejércitos. Inmediatamente que los supo Benavides, salió de su campamento y marchó á combinar con Pico una nueva campaña. Toda la estensa llanura de la Laja era suya, escepto la ciudad de los Anjeles ocupada por Alcázar con algunos milicianos y

CAPITULO LVI.

doscientos cincuenta soldados del batallón de Coquimbo, tropas indudablemente valientes y de mucha resistencia, pero en muy corto número para oponerse á un enemigo que disponía de cerca de tres mil hombres. Benavides fué de este parecer y creyó que estaba en el caso de em- prender un ataque, valiéndose de la astucia. Al efecto mandó escribir una carta supuesta de Freiré á Alcázar, manifestándole la necesidad de que abandonase los An- jeles lo mas pronto posible, y fuese á reunirse a él (1). La carta llegó á su destino y la firma de Freiré estaba contrahecha con tal perfección, que solo don Gaspar Ruiz dudó de su autenticidad. A pesar de las observaciones de este se decidió la salida, y un número considerable de familias comprometidas quisieron ir en la retirada. Al llegar á orillas de la Laja frente por frente de la isla de Tarpellanca, acudió una mujer á prevenir á Alcázar que Benavides estaba en Rio-Claro y marchaba á su en- cuentro. Ya lo habían pasado muchos soldados, pero Alcázar les hizo volver y se estaba fortificando en dicha isla con los aparejos de las muías , los efectos y equi- pajes de los emigrados, etc., cuando se presentaron los realistas y empezaron á tirar sobre los diferentes grupos. Siguióse por una y otra parte un fuego de fusilería que duró desde las dos de la tarde hasta el anochecer, hora en que un comerciante, don José Antonio Pando, se pasó á Benavides y le dijo que las municiones de los patriotas tocaban á su fin. La perfidia, consejera inseparable de este hombre sanguinario, le inspiró el proyecto de apo- derarse por estratajema de aquella corta división y en- tregarla á

ferocidad de sus salvajes subordinados. Un

(1) Esle hecho me lo conló don José María González y me lo ha confirmado el teniente coronel don Manuel Riquelmc, de los Alíjeles.

412

HISTORIA DE CHILE.

tal Felipe Lavandero fué de parlamentario á proponer condiciones de paz, que Alcázar no podia rehusar en su mala posición. Este comisionó por su parte al capitán Ríos y se convino que partiría en libertad , que los ofi- ciales quedarían prisioneros de guerra, que los soldados ingresarían en el ejército realista y por último que se res- petaría la vida y los intereses de los emigrados y de los indios. Por la noche, habiendo manifestado Ríos que sospechaba mala fe en Renavides, propuso Alcázar á don Gaspar Ruiz abrirse camino con la espada para dirijirse por el lado de Concepción ; pero le objetaron que esto seria sacrificar mucha jente y el gran número de mujeres y niños que seguía al ejército, con lo cual renunció á su proyecto y esperó con inquietud los resultados de la ca- pitulación. Al dia siguiente por la mañana, pasó Renavides á Tarpellanca con unas quince personas, y al apearse del caballo dio la mano á Alcázar, asegurándole sus buenas intenciones. Después de algunas palabras corteses, mandó que los prisioneros pasasen el rio la Laja por el lado en que sus tropas estaban formadas en batalla. Solo que- daron en la isla al cuidado de los indios, que no tardaron en degollarlos, los enfermos y los heridos : todos los demás siguieron el ejército realista , que se dirijió hacia el oeste. A su paso por Rio- Claro, los indios separaron al cacique Huilcan de Angol , y lo sacrificaron á su cruel furor, haciendo en seguida lo mismo con todos los indios de Santa-Fe aliados de los patriotas. Tal fué el preludio de la matanza que aquellos hombres bárbaros preparaban para santificar sus atroces doctrinas. Cuando llegaron á San Cristoval, los oficiales fueron rodeados por una fila de sesenta infantes y toda ia caballería en número de mas de seiscientos hombres, que tuvieron orden de no desen-

CAPÍTULO LVf. M3

sillar los caballos en toda la noche. Porque esta noche era la víspera de uno de esos dias de tempestad que desafian atrozmente á todo sentimiento humanitario. Al dia siguiente, con efecto, fueron fusilados todos los ofi- ciales, reservando para los dos jefes Alcázar y don Gas- par Ruiz, una muerte mas cruel, pero al mismo tiempo mas gloriosa. Entregados á los salvajes que formaban parte del ejército realista, fueron hechos pedazos á lanza- das en medio de otros indios que los tenían en cierto modo acorralados. Así perecieron estos dos nobles patrio- tas, mas á propósito por su edad y antecedentes á ins- pirar respeto, que á provocar el insulto y todavía menos á merecerlo. Uno de los oficiales, el capitán Arcos, no queriendo morir á manos de estos salvajes, sacó un cu- chillo del pecho, y con el coraje de la desesperación, se atravesó el corazón en presencia de sus compañeros (1). Así murieron casi todos los oficiales del batallón de Coquimbo, nobles militares que hablan dado repetidas pruebas de su conducta digna y jenerosa, así en el campo de batalla como después de victorias á mucha costa con- seguidas. Los soldados ingresaron en las filas realistas y se vieron precisados á volver sus armas contra una pa- tria que tan bien habían servido y á la que tantos deseos tenían de defender. Por lo que hace á los emigrados, aunque su opinión en jeneral era puramente pasiva, esto

(1) Cuando Alcázar salió de los Anjeles quisieron seguirle muchas familias y don Tomás García tenia ya cargadas con sus efectos las tres únicas carretas que se encontraron; pero aquel las reclamó pira llevar las municiones, etc. Con las seguridades que dio Alcázar de volver pronto, muchas familias se quedaron y fueron degolladas después de la acción de Tarpellanca , no perdonando los indios mas que á las mujeres y á los niños, que se llevaron prisioneros. Algunas familias se escaparon escondiéndose en los bosques, donde pasaron seis dias sin mas alimento que pangue y dihueííes. Conversación con e! teniente coronel don Manuel Riquelmc.

!■

(4:

Vf

k\k

HISTORIA DE CHILE.

no les preservó del furor de aquellos turbaros. « En el mismo dia, dice un alférez realista, hizo juntar Bena- vides todos los paisanos que tenían algún compromiso, y allí cerca de la casa en que estaba alojado, los hizo desaparecer. Esto lo estuve yo presenciando sentado so- bre mi montura (1). »

Mientras se cometían estos asesinatos , marchaba el coronel Freiré en socorro de Alcázar, colocado en gran riesgo con las derrotas de Rere y del Pangal. El 27 de setiembre salió de Talcahuano , y á muy corta distancia de Concepción encontró al mayor Thomson , que por una feliz casualidad había podido fugarse de la isla de Tarpellanca arrastrado por las aguas del rio de la Laja. Con este encuentro y con las noticias que le dio aquel oficial , Freiré consideró ya inútil su viaje , por lo que se atrincheró detras de las colinas y fortificaciones de Tal- cahuano , pues el estado de estrema debilidad en que se encontraba su ejército, solo le permitía estar á la defen- siva. Al dia siguiente 28 salió de Concepción con todos sus soldados y gran número de familias y fué á refujiarse al pequeño puerto de Talcahuano , perfectamente seguro por la clase y disposición de sus fortificaciones , y á los pocos días , es decir , el 2 de octubre , tomó posesión Benavides de aquella capital , muy orgulloso con que los patriotas se hubiesen visto precisados á retirarse á un puerto , que , como en tiempo de Ordoñez , iba á ser la protección del débil. Tuvo la buena precaución de enviar

(1) Don Agustín de Aldea. La inocencia vindicada, p. 15.

Es necesario decir que de resultas de la espantosa carnicería que hizo Dupui, gobernador de San Luis, en los prisioneros de Chacabuco y Maypu, el virey, en su justa colera, mandó á Benavides que no diese cuartel á nadie y que usase esta atroz represalia. En una conversación que tuve acerca del particular con don Ramón Freiré, me aseguró este ilustre jeneral que Benavides hizo mérito de esta orden cuando se le juzgó.

CAPITULO LVÍ»

lili

todos los indios á Puren bajo la dirección de Marilhuan para poner un término á sus latrocinios.

Casi toda la provincia de Concepción se hallaba así bajóla dependencia del partido realista, que á fuerza de escesos sobrevivía á todas sus derrotas Benavides, que era su jefe legal, quiso organizaría según el antiguo ré- jimen, haciendo que se nombrasen alcaldes y rejidores. Para paliar algún tanto sus crímenes, hizo alarde de pro- tejer á los patriotas que se habían quedado, permitiéndoles marchar sin trabas á Talca y Santiago ó pasar á Talca- huano, y en un bando publicado el 12 de octubre ame- nazó castigar severamente y á su arbitrio, al que Íes- insultase, pues decía que habia concedido á todos su perdón : lo cual no fué obstáculo para que á los dos días escribiese al capitán Hermosilla que atormentase bien á los enemigos, en la seguridad de que el virey premiaría sus servicios. Tampoco tuvo reparo en prevenir pocos días después á los subdelegados, que obligasen á las personas sospechosas y á los antiguos jueces á vivir en las capitales de los departamentos á fin de vijilarlos me- jor , y que secuestrasen los bienes de los emigrados que en el término de tres dias no regresasen á sus casas 6 haciendas.

Tomadas estas medidas de policía , se dedicó Benavi- des á aumentar su ejército con nuevos reclutas y á orga- nizar la milicia provincial , haciendo ingresar en los dife- rentes cuerpos á todos los habitantes de los pueblos y del campo desde la edad de doce años hasta la de la vejez. En Concepción renovó la institución del rejimiento de la Concordia , tomando también por base el mismo principio de la edad, y como prueba de la importancia quedaba á este rejimiento, se reservó el título de coronel

I

HP

HISTORIA Dli CIIILE.

del mismo. Para armar un número tan considerable de milicianos, mandó recojer por causa de utilidad pública todo el hierro que hubiese en poder de los comerciantes, disponiendo para el caso en que este no bastase, que se echara mano del que se encontrara en las casas , sin es- ceptuar las rejas de las ventanas. Los herreros de la pro- vincia fueron los encargados de recibir el hierro y de hacer inmediatamente picas , lanzas y otros instrumentos de guerra.

Otra de las cosas que preocuparon á Benavides en su efímera administración, fué el tesoro. Como debia espe- rarlo , encontró las cajas vacías , emigradas ó comple- tamente arruinadas las principales familias y la provin- cia en un estado de desolación tal, que los campos estaban casi incultos y las habitaciones en jeneral incendiadas. En este estado de cosas, dio Benavides un mentís á sus bandos protectores , haciendo uso del sistema de secues- tros de que alternativamente eran víctimas las familias de los dos partidos. Para apoderarse cuanto antes de los bienes secuestrados, nombró una comisión de tres perso- nas, que fueron don Juan Antonio Rodríguez, el padre fray Isidro Vázquez y su cuñado don Pedro Ferrer ; mas no siendo suficiente todo esto para las necesidades á que tenia que atender, levantó un empréstito por cuya cuenta recibía plata labrada á razón de siete pesos el marco y estancó todo el vino y aguardiente de la provincia, obli- gando á los propietarios á que declarasen , bajo pena de una fuerte multa, la cantidad que poseían de estos líqui- dos y á venderlos al fisco por doce reales la arroba de vino y tres pesos la de aguardiente.

Un gobierno nacido de una revolución es siempre en sus principios un gobierno de abusos y violencias, mucho

CAPÍTULO LVÍ.

hll

mas si el jefe del partido triunfante tiene la conciencia de su endeblez y su impopularidad. El héroe de Tarpellanca, colocándose en el puesto de jefe interino de Chile bajo el modesto título de intendente de la provincia de Concep- ción , tenia necesidad , para sostenerse, de emplear los medios mas ríjidos y arbitrarios. Aunque hizo que se nombrasen alcaldes y rejidores así en Concepción como en las diferentes ciudades de la provincia , reunió y con- fundió en su persona todos los poderes políticos , el poder lejislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial, que- riendo sujetarlo todo á su inspección. En una cosa hay que hacerle justicia, si es que la merece tan monstruosa severidad , en que en todos tiempos y lugares se mostró siempre inexorable con los ladrones, á quienes perseguía sin descanso y á los que mandó muchas veces que se los presentasen, á pesar de que por las ordenanzas com- petía á los subdelegados proceder contra ellos. En estos casos él mismo marcaba el jénero de muerte que merecía el ladrón según su delito , ya el fusilamiento , ya la horca. Muchos oficiales fueron sacrificados á esta severa justi- cia, y á los pocos dias de llegar á Concepción mandó pa- sar por las armas en la plaza diez soldados que habían intentado desertarse y ahorcar á dos del batallón de Coquimbo por mala conducta. Las ejecuciones se veri- ficaron presenciándolas toda la guarnición (1).

Mientras Benavides procuraba organizar un gobierno á su manera, en la confianza de que no tardaría en fun- cionar en Santiago como se lo tenia prometido al vírey del Perú respondiéndole de ello con su cabeza, Freiré , retirado al abrigo de las fortificaciones de Talcahuano ,

(1) Archivos de Concepción y manuscritos de Benavides que obran en poder.

VJ. Historia. 27

AI8

HISTORIA DE CHILE.

%

II

5

L.

',

redoblaba sus vivas instancias para que se le enviase al- gún socorro ; pero en el estado deplorable á que habia quedado reducido el tesoro con la tercera espedicion de! Perú, O'Higgins apenas contaba con medios para faci- litárselo. Todo lo que estuvo en su posibilidad en vista de lo que le manifestó una comisión encargada de ha- cerle ver los peligros de la posición de Freiré, y los que corría Santiago si Benavides llevaba allá sus soldados, fué reunir en la ribera norte del rio Nuble é Itata una parte de la milicia de San Fernando y Talca al mando de don Joaquin Prieto, y dar orden para que se le incorporase la que el mayor Viel pudo levantar é instruir en el par- tido de Gauquenes. Estas tropas hubieran sido muy in- suficientes sin duda para contener á los realistas, si me- jor inspirado Benavides se hubiese dirijido sobre San- tiago , pero afortunadamente para el país, la Providencia velaba sobre su salvación, y quitándole esta idea, le lanzó á guerras de escaramuzas , en las que por lo jeneral lle- vaban la ventaja los patriotas. En una de estas escara- muzas, deploró la patria la pérdida del valiente catalán Molina, sárjente mayor del ejército, muerto en una san- grienta carga que dio al enemigo.

A pesar de todo, la posición de Freiré se hacia cada vez mas y mas difícil y arriesgada : los socorros eran casi insignificantes y los víveres disminuían considerable- mente, lo que llenaba al soldado de desesperación, esta hija del sufrimiento. Aunque la desproporción de los dos ejércitos era muy desventajosa para los patriotas, estos deseaban sin embargo un combate decisivo, que de una manera ú otra los sacase de su posición. Freiré estaba animado del mismo deseo, y la ocasión de satisfacerlo se presentó al fin.

A

CAPÍTULO LVI.

419

El 25 de noviembre se observó en los realistas un mo- vimiento de tropas en dirección á San Vicente. A poco destacaron una compañía , que al alcance de los fuegos de fusil de los patriotas , tomó posición en el cerro del Morro. Freiré mandó salir la caballería fuera del portón, y apenas se habia formado, la de los realistas, en número de seiscientos próximamente , ocupó el Pajonal y meda- ños de la puntilla. Estaba á pocas cuadras de distancia y se manifestaba indiferente á las bajas que le hacia el fuego de algunas baterías, cuando la impaciencia de Freiré le decidió á atacar. Aunque podia disponer de buen número de caballos , sin embargo , poseído de ese valor personal que electriza cuanto le rodea, tornasolo ochenta cazadores y los intrépidos indios de Angol y puesto á su cabeza carga á gran galope sobre la caballe- ría, que corta por diferentes sitios. Entonces se apodera el terror de las filas enemigas, la caballería toda desor- denada emprende la fuga y es perseguida mas de una legua por los patriotas, que matan ciento cincuenta sol- dados con mas algunos oficiales, y hacen treinta prisio- neros. Los patriotas solo tuvieron siete heridos y tres muertos, entre estos el teniente coronel don Enrique Larenas , de Concepción , á quien la fogosidad de su caballo llevó á las filas enemigas, donde fué acuchillado.

Este resultado, que hubiera sido mucho mas completo á no tener que dejar la persecución por el mal estado de los caballos, reanimó á los patriotas entregados hacia muchos meses al mayor desaliento. Freiré, con su jenio militar, vio en él el preludio de una victoria decisiva , y ordenó inmediatamente los preparativos para atacar al enemigo en su atrincheramiento. Sus tropas eran muy inferiores en número á las de Benavides, que tenia de

'■■':

■I

aso

HISTORIA DE CHILE.

setecientos á ochocientos infantes y sobre quinientos ca- ballos, pero esperaba compensar tamaña desventaja con la bravura de sus soldados y el convencimiento de su su- perioridad militar. Por desgracia un tiempo horroroso no le permitió salir del campamento en el siguiente día domingo, pero al otro se puso en camino muy de mañana con la mayor parte de la guarnición , y á mitad del día llegó al cerro del corral , de donde pasó al de Chepe á observar la posición y fuerza del enemigo. Cuatro ca- ñones que puso en el cerro últimamente citado , obliga- ron á la infantería y parte de la caballería ocultasen el Pajonal , á mudar la posición y situarse cerca de la Alameda bajo los fuegos de cuatro piezas volantes colo- cadas en el cerro de Gavilán.

« Luego que el enemigo, dice Freiré, observóla marcha de nuestra infantería que con dos piezas de artillería de campaña la emprendió por el Malecón, se dirijió á impe- dirla con un vivo fuego de toda su infantería, y por sus cos- tados la caballería avanzando con intrepidez entre tanto su artillería obraba contra la nuestra que pasaba por el camino entre el Pajonal y cerro de Chepe. Esta oposición fué vencida luego que nuestra caballería pudo pasar por los flancos de la infantería que marchaba por el estrecho camino del Malecón, á cuyo efecto destiné al comandante Cruz con los cazadores de la escolta y los indios de Angol para que cargase por la derecha al enemigo y al sarjento mayor Acosta por la izquierda con los dragones de la patria , y en seguida el teniente coronel Barnachea con el escuadrón de Plaza, nuevamente creado, y el sar- jento mayor Manzano con la milicia de esta ciudad y Rere. Estos movimientos se hicieron tan oportuna y rá- pidamente que lo obligaron á huir con precipitación. »

CAPÍTULO LVI.

m

La carga fué tan jeneral y tan bien dirijida con la infantería en el centro y la caballería á los flancos, que casi toda la infantería enemiga cayó muerta ó hecha pri- sionera, contándose en esta clase todo el batallón nú- mero 1 cojido en Tarpellanca, pues solo el gritar Coquimbo bastaba para contener el brazo de sus paisanos. Muchos españoles aprovecharon este grito de salvación para con- servar una vida, que en aquellos momentos de exaltación y de delirio no hubiera quizá perdonado la venganza. La caballería pudo salvarse en parte por la Mochita, Caracol , Nonquen y Palomares, perseguida por los pa- triotas , que la acuchillaron á su sabor. El comandante Cruz avanzó hasta Hualqui con la esperanza de alcanzar á Benavides , que se habia dirijido por este lado ; pero habiendo llegado desgraciadamente cuando acababa do pasar el rio con unas treinta personas , tuvo que dejarle marchar con toda seguridad por la parte de Arauco. No le sucedió lo mismo á su mujer, que tomó por la del Biobio en dirección á San Pedro. No encontrando em- barcación, el instinto del miedo la hizo arrojarse al rio, y sin saber cómo, se halló en un pequeño bajo á poca distancia de la costa en compañía de muchas personas. Estaban con el agua á la cintura cuando llegaron los soldados y empezaron á tirarles, pero ellas para evitar las balas se sumerjian hasta la cabeza. Muchas fueron víctimas del furor de los soldados, pero al fin triunfó el sentimiento humanitario, y la caridad completó su victo- ria, ayudando á aquellas desgraciadas jentes á pasar el rio. La mujer de Benavides fué una de las que se salvaron de una muerte que por algún tiempo creyó inevitable. Muchos soldados que no la conocían , se la disputaban , pero ella prefirió al que la habia cuidado y salvado , y

I

HP

im

HISTORIA DE CHILE.

por la tarde pudo escaparse marchando á casa de un amigo. A los pocos dias su marido pasó disfrazado el Biobio en frente de San Pedro, esponiendo atrevidamente su vida por ir á buscar á su mujer, que llevó por la parte de Arauco (i).

Esta victoria fué sumamente ventajosa á la patria, que solo tuvo un capitán, dos sarjentos, un tambor y ocho soldados muertos y veinte y seis heridos, mientras que el ejército de los realistas quedó destruido casi entera- mente con pérdida completa de armas y bagajes. A los dos dias supo Freiré el complemento de esta victoria con la relación que le hizo el teniente coronel don Pedro Ramón de Arriaga de la ventajosa acción que acababa de sostener con el intrépido Zapata. En efecto, sabedor de que este jefe se preparaba para ir á atacarle en San Garlos, fué á esperarle en una emboscada, cerca de la capilla de Cocharca, con sus dos escuadrones de grana- deros y cazadores , y al pasar el enemigo cayó de im- proviso sobre él y lo derrotó completamente, matándole ó hiriéndole cerca de doscientos hombres.

Zapata después de esta derrota se retiró á Tucapel , casi en el mismo momento en que el cacique pehuenche Toreano fué á esta plaza con objeto de ver á Benavides, á quien quería conocer. A poco llegaron también Pico y Bocardo con casi toda la caballería derrotada en Con- cepción y mas de cuatrocientos hombres de tropas de refresco que estuvieron en Santa Juana mientras la ac- ción, y que Benavides habia dado á Pico para que fuese á incendiar las ciudades de la frontera, Talcamavida, Nacimiento, los Anjeles, etc., etc., comisión que desem-

(1) Cuando esta señora me contaba el suceso, temblaba cíe espanto. Tanta era la influencia que ejercía en sus nervios la emoción de su recuerdo

CAPITULO LVT.

peñó con toda la ira del amor propio burlado. Cuando dichos jefes entraron en Tucapel habían destruido nueve ciudades ó villas, y la presencia de Toreano les inspiró la idea de una junta de los demás caciques, para tratar de lo que les convenia hacer en adelante. Muchos res- pondieron á la invitación de Toreano , especialmente Zapata, que tenia grande influencia sobre ellos, y después de algunas discusiones decidieron reunírseles con todos sus indios conas. Cerca de dos mil de estos se trasla- daron en efecto á Tucapel armados y montados, que con los setecientos caballos de que próximamente podia dis- poner Pico, se hallaron en posición de ir á atacar á Chi- llan , para que sufriese la misma suerte que las demás ciudades. Pero Zapata, que tenia en dicha ciudad una casa y algunos parientes, no queriendo esponerlos á los horrores del incendio , se opuso al proyecto y entonces se contentaron con ir á apoderarse de cerca de mil ca- ballos que pastaban en el Bajo y en Guambali.

Prieto, que mandaba la segunda división acantonada en dicha ciudad , salió al punto para hacer frente a este poderoso enemigo. Después de muchas marchas y contra marchas se decidió á tomar la ofensiva y atacar con su caballería dividida en dos partes, una compuesta de los milicianos de San Fernando, Talca, etc., á las órdenes de don Domingo Torres, y la otra de los cazadores, hú- sares y algunos milicianos á las de don José María Boi!» Las dos cargaron en esta disposición cada una á su vez sobre la caballería enemiga, que las rechazó con ímpetu , pero sin hacerlos perder el orden y la regularidad de los movimientos. Entonces se limitaron á tirotearse para poder tomar aliento, y en seguida volvieron á empezar las cargas , en una de las cuales la fortuna favoreció á

I

am

un

HISTORIA DE CHILE.

los patriotas con la muerte de Zapata , quien recibió un balazo en la cabeza. Desde aquel momento reinó la mayor confusión en el ejército enemigo, especialmente entre los indios, que estimaban estraordinariamente al intrépido cabecilla. Ya no se pensó mas que en la retirada á pesar del refuerzo que les llevó Hermosilla, y Pico tuvo que seguir el torrente é ir á ocultar su nueva humillación á los países de los Araucanos.

Este nuevo triunfo , sin tener la importancia que el de Concepción , contribuyó á desmoralizar algún tanto el partido realista y á calmar la justa inquietud que cau- saba la prosperidad siempre en aumento de los enemigos de la patria. La muerte de Zapata , sobre todo, se consi- deró como el mas bello trofeo , porque ella sola valia una victoria. Aunque de condición humilde, pues fué peón de Uréjola en Cucha-Cucha, se hizo siempre notable por su valor y jenerosidad. Tenia muy buen carácter y era muy estimado , especialmente de los indios , que le con- sideraban mas que á los otros jefes, porque le veian va- liente, justiciero y siempre á la cabeza de su escuadrón. Así sucedió, que después de su muerte los indios casi se manifestaron indiferentes con los realistas. La mayor parte de ellos se mantuvieron en completa neutralidad y aun algunos se pasaron á los patriotas , abandonando un partido que les ofrecía mas ventajas , pues la crueldad y el robo , estos dos grandes estímulos del salvaje , eran escitados de un lado y prohibidos totalmente del otro. Zapata perdió la vida por esceso de valor. Habiendo avanzado cerca del estero para llegar á las manos con un oficial patriota , le dispararon dos soldados y la casuali- dad quiso que le acertase uno de ellos. Reclinado sobre el caballo, marchó adonde estaban los indios, muchos de los

CAPITULO LVI.

cuales acudieron á su defensa, pero perseguidos por los patriotas, estos le echaron el lazo, y derribándolo al suelo, lo llevaron arrastrando y lo pasaron de esta manera por el estero de Bollen y después por el rio de Chillan. Prieto, que le vio en tal estado y que aun daba señales de vida, mandó que le llevasen con mas humanidad á la plaza de Chillan , pero el hermano del capitán Riquelme, que se habia encargado de esta funesta misión , continuó arras- trándolo hasta dicho sitio, al que llegó casi cadáver. Este acto de barbarie, que desdice siempre del honor militar, fué efecto indudablemente del carácter brutal é inhu- mano que de algún tiempo atrás habia tomado la guerra.

fe

E

\

CAPITULO LV1L

O'Higgins medita una tercera espediclon contra el Perú. Dificultades que encuentra por la falta de dinero y la anarquía de Buenos-Aires. Síntomas de mala intelijencia entre ei gobierno y lord Cochrane.— Pide este el mando de la espedicion y O'Higgins se lo da á San Martin.— Reunidas las tropas, se embarcan en presencia de miles de personas que acuden de todas partes á victorearlas.— Llegan á Pisco, donde fija San Martin su cuartel jeneral.— El virey Pezuela toma disposiciones para hacer frente al enemigo. Sabe con gran disgusto la revolución de España y la dispersión de las tropas desti- nadas á Buenos-Aires.— Trata de entablar con San Marlin preliminares de paz. Reunión en Miraflores de los plenipotenciarios, que no produce re- sultado ninguno.— San Martin destaca una división á las órdenes de Arenales para revolucionar el interior del país. Derrota de Quimper en Nasca. Deja San Martin á Pisco y establece su campamento en Ancón. Cochrane bloquea el puerto del Callao.— Ataca la fragata Esmeralda y se apodera de ella.— Sabe San Martin esta importante noticia casi al mismo tiempo que la revolución de Guayaquil.— Marcha al valle de Haura á protejer la revolu- ción de Huanuco é interceptar las comunicaciones del norte con Lima.— Valdés va á atacar á Reyes y es rechazado por Brandsen. Don Clemente Lantaño es hecho prisionero en Huares con la guarnición. El batallón de Numancia se subleva y se pasa á los patriotas. El país se pronuncia mas y mas por la libertad. Arenales, después de revolucionar diferentes pro- vincias, llega al cerro de Pasco, donde ataca al brigadier O'Neilly y lo der- rota completamente Suerte desgraciada de los indios que abrazaron su partido.

Las reconvenciones que el ejército del sur dirijia al gobierno de Santiago por el estado precario en que le tenia, eran sin duda alguna sinceras, espontáneas, pero bajo ningún concepto merecidas. Cometió , es verdad , O'Higgins una falta en mirar con demasiada indife- rencia y casi con desprecio los últimos restos del ejército de Ossorio y en fiarse demasiado de la pericia y gran mérito militar de don Ramón Freiré , confianza que no siempre admiten las circunstancias, y que esta vez colocó aquella brillante división en una posición tan lastimosa

CAPITULO LVII.

como comprometida. Es necesario confesar por otra parte, que la inteligencia y actividad suma del director no podian bastar a todo, especialmente en momentos en que el país estaba lanzado alas mas vastas empresas, porque el Perú con sus numerosos recursos se presen- taba siempre como el gran poder opresor de su libertad, el verdadero nudo gordiano que era preciso cortar, no con simples espediciones marítimas ya que las dos pri- meras habian producido escasos resultados, sino con una verdadera invasión terrestre, invasión cuyos enor- mes gastos muy difícilmente podría soportar el estado del país. A fuerza de empréstitos y de donativos repeti- dos tantas veces, y mas que todo, con las enormes exac- ciones hechas por el espíritu violento y apasionado de los partidos alternativamente a patriotas y realistas , á exal- tados y moderados , las fortunas estaban enteramente arruinadas, la agricultura y el comercio eran casi nulos, y el país, en otro tiempo tan rico y floreciente, habia lle- gado á un estado de miseria tal , que solo la virtud repu- blicana podia soportarlo y la esperanza de un porvenir mas lisonjero.

Otra desgracia que aumentó considerablemente la in- tranquilidad del gobierno, y que hubiera paralizado sus jenerosos esfuerzos, á ser posible que le faltase el valor y la confianza , fué el estado de anarquía en que cayó por entonces la república de Buenos-Aires. Mientras Pueyr- redon estuvo en el poder, un solo pensamiento, una sola política dirijió las dos repúblicas, hubo comunidad de intereses entre los jefes , y en esta buena coyuntura se proyectó, discutió y aprobó la invasión del Perú. Cuando á principios de 1819 pasó Irisarriá Buenos- Aires, se de- batió de nuevo esta cuestión de un modo mucho mas for-

428

HISTORIA DE CHILE.

mal por parte del gobierno arjentino, pues que por medio de un contrato se comprometió á suministrar para los gastos de la invasión lo que antes tenia prometido, es decir , trescientos mil pesos. Pero á poco tiempo, aque- llas hermosas provincias lanzadas por la anarquía en grandes revoluciones, se separaron unas de otras, ame- nazando hacerse completamente independientes si no se tomaba por base déla constitución el sistema federativo. Los confederados , que en un principio no tuvieron sé- quito, lo adquirieron poderoso con las censuras dirijidas á Pueyrredon , atribuyéndole que quería protejer una monarquía constitucional con el príncipe de Luca á su cabeza, antiguo heredero del reino de Etruria. Los en- viados de Buenos-Aires en Paris don José Valentín Gómez y don Mariano Gutiérrez Moreno , así como don José Iri- sarri , enviado de Chile en Londres, y también Rivadavia estuvieron encargados de hacer entrar á su gobierno en esta nueva combinación política, ideada por la Francia y aceptada, según aseguraban, por Pueyrredon. Por lo menos los federalistas le acusaron de ello seriamente, acusación que tomó la suficiente consistencia para obli- garle á renunciar la dirección de los negocios, que se encomendó al jeneral don José Rondeau. Desde entonces las guerras civiles en que tomó una parte muy" activa don José Miguel Carrera , ocuparon toda la atención de los facciosos. El país quedó entregado á sus violentas pasiones y no tardaron en seguirse los apuros financieros que paralizaron la marcha del gobierno, y le impidieron cumplir sus obligaciones relativamente al contrato cele- brado entre Irisarri y el ministro de estado don Gregorio Tagle.

Por consecuencia de estos incidentes, O'Higgins se vio

•y¡§.r: <<*> %

CAPITULO LVII.

429

reducido otra vez á sus propios recursos , casi entera- mente agotados con las dos espediciones anteriores. Fuéle pues necesario apelar de nuevo al patriotismo de los ha- bitantes, acelerar la venta de los bienes secuestrados y valerse de su crédito para con los comerciantes ingleses y americanos , que se apresuraron á contribuir para la tercera espedicion según sus facultades, porque no veian en esta guerra mas que un negocio de comercio, es decir la esplotacion de un país sumamente rico para numero- sas esportaciones. Y todavía, ademas de estos mil obs- táculos, la discordia se apoderó del personal de la ma- rina. Como ya hemos dicho , la tripulación en su mayor parte desde el marinero hasta el jefe, se componía de estranjeros, j entes que por lo jeneral no miran mas que su interés , y carecen completamente del espíritu de na- cionalidad, único susceptible de grandes cosas. Cual- quiera hubiese creido que eran unos nuevos condottieri de Italia ó mercenarios de la antigua Cartago , dispues- tos siempre á sublevarse y prontos á irse con el que les pagara mejor. Felizmente el jefe que les mandaba, les im- ponía con su nombre y les inspiraba respeto y obediencia con el prestijio de su valor y de su arrojo. Lord Cochrane, en efecto, pudo introducir la disciplina en un conjunto tan heterojéneo de marineros, y aun ligarlos por medio * de la especie de patronato que se atribuyó sobre ellos y mas que todo por los lazos de interés común , móvil único de sus acciones. Respecto á esto, es necesario decir que el célebre marino favorecía de una manera particular á toda su tripulación, y que su celo le arras- traba algunas veces á pretensiones bastante inju tas. Porque se ofreció á los marinos entregarles una parte muy crecida de las presas para que se repartiese en pro-

430

IIISTOUIA Dli CHILE.

porción á la categoría de cada uno, solicitaba cosas one- rosísimas, por ejemplo que los ciento veinte cañones de bronce cojidos en Valdivia se vendiesen para distribuir su producto, como si aquellos no hubiesen sido cojidos en el país mismo y no fueran de hecho una propiedad chilena, accidentalmente en manos de una facción ó de un enemigo. Una cosa que reclamaba igualmente y á veces con un aire de reconvención ofensivo alas autoridades, era los sueldos atrasados de sus subordinados y ciertas presas que pretendía pertenecerles, queriendo que en esta mate- ria rijiese la lejislacion de la marina inglesa y no la déla española , que era sin embargo la que estaba en plena observancia en el país (1). Indudablemente el gobierno no podía retardar el pago de los sueldos corrientes y atra- sados á aquellos marineros, cuya mayor parte estaban atacados de una comezón de actividad que á veces no era inferior á su mala fe ; pero los jefes, por lo menos, debían tener en consideración el estado de angustia en que momentáneamente se encontraba el país de resultas de los sacrificios verdaderamente inmensos que acaba- ban de hacer los habitantes, contribuyendo cada uno con la parte que se le repartió para armar y equipar la tercera espedicion. También debieran apreciar mejor el respetable carácter de O'Higgins, que no deseaba mas que satisfacer esta deuda, estando muy lejos de su inten- ción retardar su pago, y mucho menos apelar al desin- terés de los marinos. Hoy causarían grande admiración las duras palabras que lord Cochrane usaba con las au- toridades en semejantes ocasiones, exajerando estraordi- nariamente el estado lastimoso de los soldados y aun de

(1) Véase la ingresante memoria de don Amonio García Reyes sobre la pri- mera escuadra nacional , pajina 59, eic.

CAPITULO LVII.

!\U

los oficiales, si no se supiese que un desengaño vino á contrariar en aquel momento sus bellas aspiraciones á ser jefe único de mar y tierra en esta grande espedicion.

El país que se iba en efecto á rejenerar, era el Perú, este antiguo imperio de los incas de esclarecida y notable memoria , cuyos habitantes solo esperaban un libertador para someterse inmediatamente á su autoridad. El dic- tado de libertador era seductor en demasía para no des- pertar nuevas ideas ambiciosas en la imajinacion de Go- chrane, haciéndole quizá soñar con el título de protector, convirtiendo en provecho suyo los resultados de la espe- dicion. Gochrane tenia todas las cualidades del hombre del destino : el prestijio que deslumhra y fascina, el jenio que prevee y la audacia que consigue. Hombre de Plutarco, acaso hubiera podido representar el papel de Sforza, si otro militar no menos entendido y ambicioso, no le hubiera detenido en su brillante carrera. Este mi- litar fué el jen eral San Martin.

Para toda persona reflexiva, San Martin era el héroe que convenia á tamaña empresa y el único merecedor de ponerse á su frente. Americano de nacimiento, profesaba la misma relijion que los que iba á libertar, tenia sus mismas costumbres, sus mismos hábitos y gozaba de mu- cha reputación, no solo como jeneral, sino como hombre de gran prudencia y muy entendido. Ademas, él fué quien meditó con O'Higgins la invasión, aun antes de la restauración de Chile, no habiendo cesado desde entonces de prepararse para ella y de hacer los mas laudables esfuerzos para conducirla á buen término. La invitación misma hecha á Gochrane para que pasase á América, no tuvo mas objeto que el que cooperase á esta grande obra, i y hubiera sido razonable dejarle toda la gloria cuando

432

HISTORIA DE CHILE.

su cooperación estaba remunerada con recompensas pe- cuniarias muy considerables? Sin embargo, esto fué lo que pretendió Cochrane, y lo que no consiguió de O'Hig- gins, á pesar de haberle amenazado formalmente con dejar el mando de la escuadra.

Estas amenazas eran sin duda muy embarazosas en momentos en que la espedicion estaba ya pronta para darse á la vela. El gobierno procuraba contemporizar por todos medios con la ridicula pretencion del almirante y satisfacer sus deseos, aunque sin prescindir un solo instante del deber de dar el mando de la espedicion al jeneral San Martin. Pero la envidia y los zelos habían penetrado en el corazón de los dos rivales, en el de Cochrane sobre todo, que mucho mas irritado , dirijia diariamente reconvenciones al gobierno, ya por la poca confianza que se tenia en él , puesto que se le ocultaban ciertos detalles de la espedicion, ya sobre sus instruc- ciones, etc. , etc., y todo esto en un lenguaje tan impropio de un subordinado , que O'Higgins, perdiendo al fin la paciencia, pensó en el capitán Guise para ponerle al frente de la escuadra, si se veia en la necesidad de separar á Cochrane , medida sin duda violenta y que fué oríjen de mil contestaciones no menos desagradables.

Tantas y de tan diversa naturaleza fueron las contra- riedades que tuvo que vencer O'Higgins para organizar la espedicion, una de las mas grandes y difíciles, y que llenó de admiración á todo el mundo, hasta á sus enemi- gos mas encarnizados. La espedicion se componía de ocho buques de guerra, que formaban casi toda la escua- dra chilena, y diez y seis transportes. Las tropas no lle- gaban á cuatro mil quinientos hombres, incluso el ba- tallón número 2 de Chile que debia tomarse en el puerto

CAPITULO LVIÍ.

de Coquimbo, pero llevaban un depósito de armas y efectos de guerra para armar y equipar un ejército de quince mil soldados. Porque se esperaba mucho de las ideas de libertad que empezaban á cundir por todas las ciudades de América y que debían acabar por ganar el ejército realista, compuesto de pocos españoles y de muchos criollos, que tarde ó temprano habían de pasar adonde estaban sus paisanos.

Las tropas espedicionarias acampadas en Rancagua, Quillota, etc., emprendieron la marcha y se dirijieron á Valparaíso , donde salieron á esperarlos sus parientes y amigos y una multitud de curiosos que deseaban ver el gran movimiento del puerto y presenciar la salida de una flotilla que nunca la habia tenido igual el país. San Martin era, como le correspondía de justicia, el jefe de mar y tierra de la espedicion, y por consiguiente Co- chrane iba á sus órdenes. Para mejor obrar de común acuerdo debieran embarcarse ambos en el mismo buque, pero no estando muy bien avenidos, prefirieron ir sepa- rados, y el primero se embarcó en el navio San Martin y el segundo en la fragata O'Higgim, destinada á mar- char de vanguardia.

Las tropas reunidas en Valparaíso empezaron á em- barcarse en los diferentes buques el 19 de agosto de 1820. El embarque lo verificaron al sonido de sus mú- sicas y de los repiques de campanas , en presencia del director y de sus principales ministros, que habían ido á activar la espedicion , y en medio de los mil aplausos del populacho que ocupaba en masa todo lo largo de la playa y las alturas de las colinas. El 20 por la tarde, estando ya todo el mundo á bordo , se hizo la señal de partir, y á poco rato se vio surcada la bahía de Valpa-

VI. Historia. 28

hU

ÍIISTOIIM DE CHILE.

raiso por el gran número de buques que llevaban el des- tino de casi toda la América meridional. Durante la navegación, dos ó tres buques se separaron momentá- neamente del convoy, pero en jeneral hubo el mayor orden, y el 7 de setiembre casi todos se hallaban en la bahía de Pararca cerca de Pisco, á cincuenta leguas sur de Lima. Al dia siguiente el bizarro coronel Las Heras, jefe de estado mayor, bajó á tierra con tres batallones, cincuenta caballos y dos piezas de campaña, protejidc* por algunos cañonazos de la Moniezuma , que bastaron para dispersar un cuerpo de caballería que se presentó á oponerse al desembarque. Estas tropas llegaron por la tarde á Pisco, que abandonaron los sesenta hombres á& su guarnición, después de devastarlo completamente. Las demás desembarcaron en los dias siguientes y también. se dirijieron sobre Pisco, para de allí desparramarse por los alrededores con el objeto de proporcionarse víveres, ganado y sobre todo negros , pues habia el proyecto de alistarlos en el ejército con la promesa de darles la liber- tad cuando concluyese la campaña. Desgraciadamente e! retraso de algunos buques en que iban caballos,, hizo qu& no pudieran utilizarlos, de lo que resultó que la lentitud con que las tropas se movían de un punto á otro, unido i la esquisita prudencia de San Martin, dio tiempo á los propietarios para internar los esclavos y ponerlos en sitio- seguro. Sin embargo, aun pudo adquirirse un número bas- tante regular, pues solo de la hacienda de Caucato se to- maron quinientos que se empezaron á instruir y disciplinar. También seapoderaron de bastantes carnerosy ganado va- cuno, mas de treinta mil arrobas de azúcar, mucho aguar- diente y otros varios objetos útiles para la espedicion (1).

(1) Véase el diario militar de la espedicion, publicado en la gaceta estraosv- «linaria de Chile, y su estrado en las memorias de Miller.

CAPITULO LVJL

435

En cuanto Pezuela supo la llegada de San Martin, tomó las mas prontas medidas para hacer frente á este temible enemigo. Su posición entonces era mucho mas ventajosa, porque aprovechándose de la anarquía que trabajaba á la república arjentina, de cuyas resultas se había dispersado el ejército de Tucuman , retiró sus tropas en número de siete mil hombres de las provincias de Salta y Jujuy, las llevó al alto Perú y estableció el cuartel jeneral en Puno. Ramírez, que habia reemplazado á Laserna en el mando de estas tropas, recibió orden de dejar á Olañeta con su vanguardia en Tupiza , despachar á toda prisa á Valdés sobre Lima con parte de su división é ir á incorporarse con la otra al ejército de reserva, que estaba con Rica- fort en Arequipa. En seguida reunió en Lima los mili- cianos que habia despachado á sus casas por no serle ya necesarios después de los sucesos de Rueños-Aires ; nom- bró comandante jeneral de la costa al coronel de milicias Quimper; envió de vanguardia á Lurin al brigadier O'Reilly, á quien solo dio un escuadrón de dragones del Perú y otro de milicianos de Carabaillo, cuando debiera haberle puesto á la cabeza de una fuerte división ; y dedicó en fin su atención á este serio asunto , en el que quiso tomar parte el consulado, proponiendo, aunque en vano, tripular por su cuenta las tres fragatas fondeadas en la bahía, la Venganza, la Esmeralda y la Prueba, enviadas á buscar á Arequipa (1).

Se hallaba ocupado el virey en estos preparativos de

(1) Según don José Ballesteros se componía entonces el ejército real ó pe- ruano de veinte y tres mil hombres , á saber :

En el Callao y Lima, siete mil ochocientos quince.

En Pisco , Cañetes y Chancas , setecientos.

En el alto Pera , seis mil.

En Arequipa, Trujillo , Guayaquil, Guammga, Cuzco y Jauja, ocho mil cuatrocientos ochenta y cinco.

£36

II1ST01UA DE CniEE.

defensa, cuando una nueva sumamente importante víno; á aumentarle las dificultades.

Se supo la gran revolución ocurrida en España, en la- que habiendo triunfado el partido liberal, la constitución de 1812 estaba otra vez proclamada en todo el reino. A pesar de la impaciencia de muchos para que se jurase en el país esta constitución, cuyo dogma era una monar- quía completamente democrática, el virey Pezuela no se resolvió á hacerlo, porque veía en ello una pendiente mas, á que pudieran ser arrastrados ciertos oficiales es- pañoles, no poco imbuidos en los principios revolucio- narios. Por otra parte, no siendo* oficial la noticia, no- debia tomar sobre la responsabilidad de un acto de tan trascendentales consecuencias ; pero cuando á mediados de setiembre se le comunicó la orden , no estuvo en su mano diferir su cumplimiento, y el dia 17 se proclamó con gran ceremonia la nueva ley fundamental en todos los pueblos del vireinato.

Pezuela conocía en efecto, que la política española iba á perder considerablemente en esta especie de re- forma. Suposición, un momento mejorada con la anarquía de las provincias de Buenos-Aires, tenia que resentirse de las mil disensiones que necesariamente habían de- nacer en el ánimo de los peruanos y de los españoles. Supo también una noticia sumamente trascendental para el porvenir de los realistas del Perú. El grande ejército- reunido cerca de Cádiz para marchar á la reconquista de Buenos-Aires al mando del conde del Abisbal , ha- biendo manifestado con repetición su mucha repugnancia á embarcarse para América, sobre todo cuando veia y sentía los horrorosos estragos que la fiebre amarilla es- taba haciendo en Cádiz, se sublevó enarbolando la ban-

u* *~ *«*

CAPITULO LV1I.

w

dora de la libertad y reuniéndose á los soldados de Riego. Este suceso era ventajosísimo á los patriotas , porque en caso de llegar estas tropas , se verían acosadas en todos los puntos de la América meridional, en el sur por estas mismas tropas, en el norte por los ejércitos entonces brillantes de Morillo y de Calzada y en el centro por el del Perú reforzado con el de Chiloe. Pezuela comprendía perfectamente su situación , y sin duda para salir de ella de la manera mas honrosa posible , procuró entablar negociaciones con el jeneral patriota, proponiéndole por medio de don Cleto Escudero preliminares de paz , si lo juzgaba conveniente.

San Martin recibió el mensaje á pocos dias de su de- sembarque y respondió al virey asegurándole de sus sim- patías para que cesasen cuanto antes los horrores de la guerra. Accediendo á los deseos de su adversario, nom- bró dos plenipotenciarios, don Tomas Guido y don Juan García del Rio , los que con instrucciones por escrito marcharon á Miraflores , á donde no tardaron en llegar los dos de Pezuela , que fueron el doctor don Hipólito Unanue y el conde de Villar de Fuentes , ambos perua- nos, que habiendo in fundido por esta razón alguna des- confianza á los ánimos suspicaces , se les agregó á poco el teniente de navio don Dionisio Capaz.

En las cuestiones de opinión y en las que se ventilan grandes intereses , mil dificultades salen casi siempre al paso de las pretensiones y aun á veces de la buena fe misma de los encargados de discutirlas. La primera reu- nión de los plenipotenciarias en Miraflores hizo entrever desde luego la imposibilidad de que se entendieran. Que- rían los realistas que los patriotas jurasen la constitución , lo cual equivalía á un reconocimiento tácito del poder

m

HISTORIA DE CHILE.

español sobre América , que era precisamente á lo que se oponían con razón los plenipotenciarios patriotas. Es- tos por el contrario establecían como condición sitie qua non de los preliminares , el reconocimiento completo de la independencia, no solo de Chile sino de Buenos- Aires, porque en aquel entonces la alianza arjentino-chilena era tan estrecha y eficaz, que envolvía la mas absoluta soli- daridad , escluyendo la acción aislada de una de las dos potencias en un punto de tamaño interés. Con semejantes pretensiones , la primera sesión no dio ningún resultado, y lo mismo sucedió en las siguientes , á pesar de que el virey fué en persona á ver á los diputados patriotas , con la esperanza de concluir un asunto que tanto le importaba llevar ábuen término. El congreso se encontró en la ne- cesidad de cerrar sus puertas y las hostilidades, suspen- didas por ocho dias, volvieron á empezar sus espantosas operaciones , enviando San Martin partidas á los alrede- dores para que protejiesen las deserciones ó inquietasen las avanzadas del enemigo. Pero antes publicó varias proclamas , una á sus soldados diciéndoles que no iba como conquistador sino como libertador, y que castigaría con la muerte ú otras penas severas al que robase ó in- sultase á los habitantes ó derramase una gota de sangre después del combate , otra á los habitantes haciéndoles ver lo absurdo que era tener el gobierno á dos mil le- guas de distancia y asegurándoles que iba á poner tér- mino á su angustia y humillación ; por último , otras á los propietarios, prometiéndoles que lo que tomase el ejército les seria pagado mas adelante bajo recibo é ins- tando á los emigrados á que volviesen á sus casas, en la seguridad de que nada les sucedería , á pesar de sus opi- niones avanzadas.

CAPITULO LV11.

439

:-,-

Antes de que el ejército libertador saliese de Valpa- raíso, el intrépido Vidal partió para el Perú en una mala embarcación, con objeto deajitar las poblaciones en favor de la independencia y de repartir numerosas proclamas en que se iniciaba al pueblo en todos los beneficios de aquella. Ya cuando las primeras espediciones de Co- chrane se procuró jeneralizar estas ideas y atraer parti- darios, que con el tiempo fuesen otros tantos auxiliares. San Martin sabia muy bien que esto habia producido buenos resultados, y que muchos habitantes y aun jefes americanos , solo esperaban una ocasión para acreditar con actos y con las armas, sus simpatías á la conquista de la independencia. En esta persuasión envió al interior del país una división que protejiese á los que tuvieran bastante valor para pronunciarse, dando el mando de ella al coronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales.

Estese encontraba en lea encargado de batir á Quim- per, que se habia refujiado allí con la guarnición de Pisco, no habiendo sido posible alcanzarle hasta Nasca, donde él y los suyos fueron completamente derrotados con pér- dida de los bagajes, municiones, gran número de mu- las, la bandera, etc., y muchos soldados que se rindie- ron á los patriotas , ademas de dos compañías que se pasaron antes. Dejando en lea un destacamento de cin- cuenta cazadores á las órdenes del teniente coronel Ber- mudez y del capitán don Luis Aldao con buen número de oficiales y muchas armas para levantar tropas, tomó Are- nales el camino de Huamanga con mil doscientos hombres próximamente y dos piezas, fuerza sumamente corta para lanzarse en medio de un país enemigo. Con objeto de protejer su salida y evitar que la vanguardia de O'Reilíy marchase en su seguimiento, San Martin fué á atacar á

i5é

%

ü

llflO

HISTORIA DE CHILE.

este jefe realista, pera solo aparentemente, pues en se- guida volvió á su cuartel jeneral , y el 25 de setiembre su ejército se hizo á la vela , yendo a desembarcar á los pocos dias á Ancón , pequeño puerto á seis leguas de Lima.

Al pasar por delante de la bahía del Callao , el vice- almirante se quedó en aquellas aguas para bloquear el puerto con la O'Higgins, la Lautaro, la Independencia y el Arauco. El estado de inercia necesaria para esta operación , no podia de ninguna manera convenir al ca- rácter activo é impetuoso de un guerrero, cuya exaltación adquiría tanto impulso á la vista del enemigo. Su viva imajinacion le hizo comprender que podia atacar con algún éxito la fragata Esmeralda, por mas que estaba bajo los fuegos de las formidables fortalezas del puerto , ro- deada de cinco buques de guerra de diferentes portes, de otros tres mercantes bien armados y de veinte lanchas cañoneras, y por mas que el puerto estuviese separado de la bahía por una cadena que solo ofrecía un paso es- trecho para la entrada de las embarcaciones. Concertado el plan con San Martin é instruidos de sus detalles los oficiales, estos prepararon por medio de ejercicios á los doscientos cuarenta hombres que se necesitaban para su ejecución y que se prestaron de buena voluntad á ella. El mismo dia del ataque se trasladaron los doscientos cua- renta hombres á la O'Higgins, y los demás buques reci- bieron orden de salir de la bahía á las órdenes del capi- tán Forster. Fué esta una escelente idea del almirante, para que los jefes enemigos creyesen que la escuadra de bloqueo se alejaba de la bahía y relajasen la severidad del servicio.

Luego que todo estuvo preparado, lord Cochrane di-

CAriTULO LVIf.

llkl

rijió una alocución enérjica á los que iban á tomar parte en la arriesgada espedicion, pidiéndoles una hora de valor para el feliz éxito de la empresa , y ofreciéndoles en premio el importe de los buques que se apresasen. Esto sucedía el 5 de noviembre , y á eso de las once de la noche soldados y marineros se embarcaron en trece botes y se dirijieron á la Esmeralda , los unos á las órdenes del capitán Guise y los otros á las del de la misma clase Erosbic. Al pasar cerca de dos fragatas de guerra estranjeras, UHiperion, inglesa, y UMacedonia, de los Estados-Unidos , que momentáneamente estaban ancladas en el puerto, los centinelas dieron el quien vive de costumbre, pero sin alarmar mucho á los buques ene- migos. La espedicion, pues, llegó á media noche á la primera lancha cañonera sin el menor accidente y en seguida á la Esmeralda , que tomó inmediatamente por asalto. Lord Cochrane á estribor y el capitán Guise á babor fueron de los primeros que saltaron sobre el puente, y en el alborozo que les causó su heroico encuentro , se dieron un fuerte apretón de manos , como una protesta viva , por desgracia poco duradera , contra su enemistad pasada. Les siguieron sus valientes compañeros que al punto atacaron al enemigo , el cual tuvo que refujiarse á la popa y rendirse después de un combate encarnizado, ó tirarse al mar para salvarse. Entonces la noticia de haber sido apresada la fragata se esparció por toda la bahía, no obstante los repetidos gritos de Viva el rey que los patriotas hacían resonar por todas partes con arreglo á las órdenes de Cochrane , y los demás buques que no habia sido posible atacar, empezaron á disparar cañonazos sobre ella , los que unidos á los de la formi- dable artillería de las fortalezas, produjeron la escena

m

HISTORIA DE CHILE.

mas espantosa de cuantas habían visto la mayor parte de los presentes. En medio de ella, mandó Guise cortar los cables con que estaba amarrada la fragata, Grosbic desplegó las velas del bauprés, etc. , y á poco rato veían los españoles á su principal buque de guerra alejarse del puerto para ir á aumentar el número de los de la escuadra enemiga. Durante la marcha, observó Cochrane que los buques de guerra estranjeros se alejaban de sus sitios para evitar las balas de cañón de las fortalezas , y que en lo alto de los palos mayores tenían unos fa- roles dispuestos de la misma manera. Conociendo que estas eran señales convenidas con los realistas para estar al abrigo de sus fuegos, mandó al punto ponerlos en la fragata , y desconcertado el enemigo con esta injeniosa estratajema, la Esmeralda pudo llegar á sitio seguro con grande aplauso de sus valientes y orgullosos marinos.

El apresamiento de la Esmeralda es con efecto una de las acciones mas brillantes de Cochrane. Lo mismo que sucedió en la toma de Valdivia, todo estuvo previsto y calculado de antemano , y menos el ataque de los demás buques que tuvo lugar por circunstancias particulares, todo sucedió absolutamente conforme lo había predicho. El gobierno dio á la fragata el nombre de Valdivia, en memoria de la grande empresa que tuvo tan feliz éxito y de la que fué también el héroe Cochrane. Estaba en muy buen estado, armada con cuarenta y cuatro cañones y perfectamente provista de todo lo necesario, así en provisiones de boca como en material. Según un estado que se encontró entre los papeles de á bordo, su tripula- ción , comprendidos marineros y soldados , se componía de trescientos veinte hombres, pero solo se hicieron ciento setenta y tres prisioneros : los ciento cincuenta y siete

CAPITULO LVU.

/i 43

restantes fueron muertos ó heridos, ó se salvaron tirán- dose al mar. El comandante don Luis Coig entró en el número de los prisioneros , habiendo sido herido de una bala de canon lanzada de una lancha española. Los chi- lenos no tuvieron mas que once muertos y treinta heridos, entre estos el vice-almirante.

Lord Cochrane no quiso quedarse con los heridos es- pañoles. Por medio de un parlamentario solicitó que los recibiesen en tierra, y el mismo dia desembarcaron aquellos desgraciados, que se vieron en medio de un pueblo atónito con lo que acababa de pasar. La guarni- ción sobre todo estaba sumamente ajitada. Acusaba de deslealtad á los buques neutrales, y en un momento de exasperación fueron asesinados un oficial y varios mari- neros de la Macedonia que habían bajado á tierra en busca de provisiones. Algunos oficiales no espresaban menos, aunque con mas reserva, su cólera contra las tripulaciones estranjeras, á las cuales atribuían igualmente una buena parte de un suceso, cuyas consecuencias conocían per- fectamente. Porque mejor que nadie veian que la marina española iba á ser echada para siempre del mar del Sur, y que no tardarían en caer también en poder de los pa- triotas las dos fragatas que les quedaban , la Prueba y la Venganza, entonces en la costa sur del país (1). A los pocos dias el pailebot A ranzazu, de siete cañones, tuvo que rendirse al Araucano, á pesar de la vigorosa resis- tencia que hizo.

San Martin esperaba con grande ansiedad los resul-

(!) Estos dos buques habían idoá buscar ochocientos hombres de Canterac venidos del alto Perú y embarcados en los puertos intermedios. Después que desembarcaron estas tropas en Cerro-Azul cerca de Cañete , huyendo de Co- chrane, se hicieron á la vela para el norte, tocaron en Panamá, San Blas y Acapulco y acabaron por rendirse á los patriotas.

hhii

HISTORIA DE CHILE,

tados del ataque, que supo al día siguiente por el Arau- cano, buque destinado á servir de correo para tener á los demás en comunicación constante. Por una singular y feliz casualidad supo casi al mismo tiempo la revolución de Guayaquil en favor de las ideas americanas, fomen- tada por el teniente coronel don Gregorio Escovedo, á quien nombraron presidente del gobierno provisional que se estableció , y en seguida la de Huanuco en el interior del Perú (1). No tenia la segunda tanta impor- tancia como la primera, porque era mas civil que militar, razón por la cual se resolvió ir á protejer los jenerosos esfuerzos de aquellos patriotas. Después de algunas es- curcones á los alrededores de Ancón y Capacavana y de enviar al mayor Reyes á que se apoderase de Ghancay, el jeneral en jefe embarcó todas sus tropas, que al dia siguiente 9 de noviembre desembarcaron en Huacho, puerto del valle de Haura á veinte y ocho leguas norte de Lima , para ir á acampar á dicho valle , con lo que quedó interceptada toda comunicación entre Lima y las grandes poblaciones del norte.

^ En cuanto el virey supo la salida de Ancón de los pa- triotas y la ocupación de Chancay por un corto destaca- mento á las órdenes de Reyes, mandó á don Gregorio Valdés, recien llegado del campamento jeneral de Azna- puquio á dos leguas al norte de Lima, que marchase contra dicho destacamento y le echase de su posición. Valdés, que habia dado grandes pruebas de valor é in-

(1) Llevada á cabo esta revolución por la guarnición y los habitantes de con- suno sin derramar una sola gota de sangre, Guayaquil ejerció grande inlluencia en los destinos de las repúblicas americanas, porque aparte de privar de sus maderas, cacao, etc., al comercio de Lima, puso en continua comunicación de intereses á los numerosos patriólas de Quilo, que jemian bajo el yugo de su presidente Aimerich.

CAPÍTULO LVII.

AA5

telijencia mientras estuvo en el alto Perú, tomó un escua- drón de dragones de la Union , otro del Perú y el ba- tallón de Numancia, y marchó á Chancay, que encontró desierto. Los patriotas se habían retirado hacia el norte, yendo delante la infantería y la caballería detras para protejerla. Como se hallaban á no gran distancia, Valdés avanzó sobre ellos con el escuadrón de la Union , y cuando ya creia alcanzar la caballería, compuesta sola- mente de treinta y seis cazadores , estos , que estaban mandados por el valiente Bransden, volvieron caras y cargaron al enemigo, al que acuchillaron hasta el final de un largo callejón en que estaban los dragones del Perú, que asi mismo fueron acuchillados y hubieran sido completamente deshechos, á no llegar á tiempo de con- tener á la vez vencedores y vencidos una compañía de cazadores de Numancia. Gracias á esta magnífica carga r pudo la infantería de Reyes llegar con toda seguridad á Supe , donde habia gran número de tropas , y Valdés , que aun quería cargarles con los dragones del Perú , se volvió á Chancay, pasando de allí á Chancaillo.

No eran bien conocidas las intenciones de este coro- nel, cuya división se habia reforzado con los batallones de Arequipa, segundo del Infante y dos piezas de arti- llería. Se sabia solamente que pensaba ir á Sayan, diez le- guas al este de Huaura, para interponerse entre la división de Alvarez, que estaba en la sierra, y las demás tropas que se encontraban padeciendo las enfermedades endé- micas en aquellos valles. Con objeto de espiar sus mo- vimientos destacó San Martin al coronel Alvarado, mien- tras el de igual clase don Enrique Campino fué áHuaras con el número 5 de Chile á atacar la guarnición, que tuvo la fortuna de que cayese toda entera en su poder,.

1

m

HISTORIA DE CHILE.

Entre los prisioneros había sesenta soldados de Burgos y del infante don Carlos, dos oficiales y el célebre don Clemente Lantaño , que por haber manifestado alguna tendencia á las ideas liberales Pezuela había mandado á aquel pueblo. Con motivo de enfermedad del subdelegado coronel de milicias, estaba encargado accidentalmente del mando de las tropas.

Lejos de conformarse el virey con el plan de Valdés, que era marchar á Sayan, lo que probablemente hubiera sido muy ventajoso para los realistas, le mandó reple- garse sobre Chancaillo. Alvarado fué en su seguimiento, llevando de vanguardia al teniente don Pascual Prin- gúeles con veinte y cinco granaderos á caballo, los cuales se vieron atacados por sorpresa y cayeron en manos de los soldados de Valdés, lo que no impidió que Alvarado continuase su marcha y alcanzase la división de aquel coronel en Tecuán : pero fuese por cansancio ó porque considerase insuficientes los setecientos caballos que lle- vaba, no juzgó oportuno atacarla, y marchó á acampar á Retes, dos leguas de Chancay, mientras los realistas se dirijieron á la hacienda de Basurto, de donde no salieron hasta el primero de diciembre para Lima.

Hasta entonces habia tenido en gran cuidado á Valdés lo llano del terreno por que caminaba, conociendo que podía ser atacado con desventaja por la caballería ene- miga, mucho mas fuerte que la de su división, la cual consistía principalmente en infantería. Por esta razón habia conservado sus tropas reunidas, sin consentir que nadie se separase ; pero luego que salió de Basurto y se en- contró en un terreno muy desigual, tomó la delantera con- toda la caballería, reforzada con un escuadrón de drago- nes al mando de Landázuri , para llegar cuanto antes á

CAPITULO LVII.

hhl

los alfafares de Trapiche-viejo, con el doble objeto de dar de comer á los caballos, que se morían de hambre, y pre- parar el alojamiento del batallón de Numancia , que iba en retaguardia.

Este batallón, que llegó con Morillo á Venezuela, habia sido diezmado de tal manera con las guerras y las enfer- medades, que estaba enteramente renovado. No le com- ponían sino poquísimos españoles y solo zambos , mu- latos é indios de la provincia de Barinas. Después de la batalla de Maypu, el virey Samano se lo envió á Pezuela accediendo alas vivas instancias de este, y entonces con- taba mil doscientos hombres bien armados y perfecta- mente disciplinados. Al llegar á Lima después de haber sufrido fatigas y privaciones inauditas, se manifestó en él el descontento con numerosas deserciones que tenían la tendencia de pasarse al enemigo. Los mismos oficiales daban muestras de igual inclinación , pues el 28 de no- viembre tres se habían incorporado ya al ejército de Al- varado ; lo cual debiera haber llamado la atención de? Valdés, que era sabedor de sus proyectos. Pero el des- tino de América lo dispuso de otro modo. Abandonado este batallón á mismo, y siendo liberales casi todos su& oficiales y realistas muy pocos , aprovechó un momento de descanso al pié de la cuesta de Huachos para insur- reccionarse , apoderarse del coronel y del corto número de oficiales que se mantuvieron fieles y marchar por el lado en que estaba el campamento de Alvarado , en unión con un escuadrón de granaderos, que habia ido á protejer su sublevación. El estado miserable en que se encon- traba , tanto por la fatiga como por la falta de víveres y vestuario , obligó á Alvarado á pedir dos buques que lo llevasen donde estaba San Martin , quien lo recibió con el

hhS

HISTORIA DE CHILE.

I

M

■■

\

\?*i

mayor gusto, porque vio aumentado su ejército con ocho- cientos hombres de muy buenas tropas y perfectamente armados y disciplinados. Como prenda de su gran satis- facción conservó al batallón el nombre que tenia, aña- diéndole el dictado de fiel á la patria. Lo declaró el ba- tallón mas antiguo del ejército libertador, y en prueba de la confianza que le inspiraba su bravura , le confió la bandera del ejército. El teniente coronel graduado don Tomas Heres, jefe principal de la sublevación del bata- llón, fué nombrado su coronel efectivo, encargándole al propio tiempo que propusiera las recompensas á que considerase acreedores á sus individuos.

Ocurrió este feliz suceso el 3 de diciembre de 1820. La víspera se presentaron á San Martin en Supe veinte y dos oficiales y ochenta y cinco soldados y sarjentos prisioneros depositados hacia mucho tiempo en las casa- matas de Lima, que le envió Pezuela en canje de los once militares cojidos cuando la revolución de Guayaquil y de otros oficiales. A los cinco dias un nuevo suceso llenó de entusiasmo el campamento de los patriotas. Treinta y ocho oficiales y muchos cadetes se escaparon de Lima y fueron á reunirse á ellos llenos de buena voluntad para defender su causa. Uno de estos cadetes era Salaverri , joven de doce años fugado de la casa de su padre , que manifestó en esta ocasión la gran firmeza de carácter de que mas adelante dio tan repetidas pruebas.

El interior del país no estaba mas al abrigo de la in- fluencia que ejercía en las ideas peruanas la presencia del ejército libertador en la costa. Si los síntomas de de- fección se manifestaron en los soldados y milicianos cuando las primeras espediciones de lord Cochrane , ahora alcanzaban á los oficiales, muchos de los cuales

CAPÍTULO LVII.

solo esperaban la aproximación de los patriotas para pa- sarse. Por otra parte, el clero del Perú y especialmente el de Lima , no tenia ni con mucho la influencia que el de Chile en la conciencia del pueblo. El lujo, la ociosidad y el sensualismo en que vivian los altos personajes y algunos curas de aquella gran capital, habia echado el jérmen de la desmoralización en el corazón del pueblo, inspirán- dole cierta especie de indiferencia por todo lo que el clero le recomendaba : lo cual ocurría precisamente en mo- mentos en que los oficiales españoles adictos por convic- ción al partido liberal de España, acababan de proclamar con grande entusiasmo la constitución de 1812, que decían era la verdadera base de un buen gobierno. En todas partes se hablaba de nuevas conquistas hechas por las nuevas ideas, no solo entre los peruanos sino también entre los españoles mismos , estos con la espe- ranza de que así se reconciliaría España con sus colo- nias, y aquellos con la seguridad de que conseguirían la independencia. En el número de los últimos entraban personas de mucha influencia, y hasta oficiales supe- riores, que como los jenerales Lámar y Llano en Lima , los coroneles Gamarra en Tupiza, Lavin en Arequipa, etc. , empezaron á conspirar, no habiendo fracasado sus planes sino porque se encontraron aislados.

Un personaje que también contribuyó mucho á pro- pagar las ideas de independencia en el interior del país, fué el coronel Arenales, á quien hemos visto salir de lea el 21 de octubre para su arriesgada y audaz espedicion. Desde Huamanga, adonde llegó á los diez dias-escoltado por tres ó cuatro mil campesinos que salieron á su en- cuentro , se dirijo á Huancavelica y después á Jauja , punto en que se encontró con los milicianos de la compa-

V!. HíSTORIA. 29

um

Zl50

HISTOIUA DE CUILE.

nía de Cárdenas al mando del brigadier é intendente de la provincia don José Montenedro. Arenales no tuvo que cargar mas que una vez para derrotar esta compañía in- disciplinada y continuar su marcha por el lado de Supe, en que se encontraban las fuerzas de San Martin.

Al llegar á Tarma el 23 de noviembre, supo que el bri- gadier O'Reilly, á la cabeza de cerca de mil hombres cor- respondientes al rejimiento de la Victoria, antes Talavera, y otros, de ciento ochenta dragones y lanceros de Lima y cerca de doscientos milicianos de los alrededores con algu- nas piezas de campaña, habia salido en dirección al cerro de Pasco para disputarle su paso. El caso era esta vez mu- cho mas serio, porque los patriotas, sobre ser inferiores en número, estaban muy cansados, no obstante que con los caballos cojidos en Jauja hubo los bastantes para la infantería, y tenían muchos reclutas, con los que se podia contar poco porque apenas estaban disciplinados. Sin embargo, Arenales no temió atacar á su antagonista. Al llegar el 5 de diciembre á Pasco, mandó acampar la di- visión para darle algún descanso y para observar al ene- migo, que encontró desplegado en batalla detras de un hondo barranco, apoyando su derecha en un terreno pantanoso y su izquierda en un pequeño lago. Al dia si- guiente á eso de las nueve cuando estaba cayendo una gran nevada, fué á atacarle á pesar de su ventajosa posi- ción, rodeando el lago y amenazando el flanco el bi- zarro teniente coronel don Santiago Aldunate, mientras el número 11, á las órdenes del no menos bizarro Deza, atacaba de frente con tal intrepidez, que puede decirse que los realistas fueron completamente vencidos en la pri- mera carga. Quedaron en el campo un oficial y cincuenta y tres soldados, habiendo sido hechos prisioneros casi to-

CAPITULO LVH.

dos los demás. En el número de estos entraron el co- ronel don Manuel Sánchez , jefe de infantería , y el te- niente coronel Santa Cruz, que hacia mucho tiempo de- seaba pasar á las filas de la patria, en las que desde aquel momento prestó sus servicios con el mayor celo. No te- niendo ya Arenales enemigos que combatir por el pronto, tomó el camino de Supe, pero antes de llegar á este punto recibió orden de repasar las cordilleras , y cuando ya la habia ejecutado, la revocó San Martin mandándole retro- ceder, por manera que renovó inútilmente á sus desgra- ciados soldados las mil fatigas y miserias que tantas veces habían sufrido. Pocos dias antes, es decir el 30 de no- viembre, los indios de Guamanga, Guancavelicay Jauja, que al pasar Arenales se declararon en favor de la inde- pendencia , fueron atacados cerca de Huancayo por Ri- cafort con unos batallones que llevaba de Arequipa y otros que marcharon del Cuzco á Andahuailas, y fueron batidos y destrozados , á pesar de su número y de su resistencia. El batallón chilote de Castro, que formaba parte de esta espedicion , se portó como siempre con una valentía digna de mejor causa , y facilitó á la caballería el que pudiese perseguir con encarnizamiento á los des- graciados indios, que murieron á millares (1). Bermudez y Aldao, que se habían quedado en Jauja con trescientos infantes y cien caballos para protejerlos, se vieron en la necesidad de huir por la parte de la sierra , llegando á Pasco pocos dias después de la salida de Alvarez.

(1) Por este y otros motivos se quejaba San Martin á Pezuela de la barbarie de sus soldados para con los habitantes que no tenían mas crimen que ser li- berales, amenazándole con observar la misma conducía si no ponia el oportuno remedio. En una proclama á los españoles les dijo que se veria forzado por la ley del talion á poner fuera de la ley á todo español que se cojiese y man- darle fusilar inmediatamente, si tal barbarie continuaba. Gaceta ministerial estraordinaria de 17 de enero de 1821.

. vá':Í

CAPITULO LYIÍI

Los habitantes de Lima presentan á Pezuela una esposicion , apoyada por el cabildo, pidiéndole que capitule con San Martin. Indignación que esto causa á los españoles.— San Martin se relira á Haura. Pezuela abdica el vireinato y le reemplaza Laserna. Llega un plenipotenciario español en- cargado de tratar con los patriotas. Negociaciones de Puchanca , que no producen resultado. Motín de los oficiales de la escuadra. Espedicion de Miller al sur del Perú.— Toma de Arica.— Victoria de Mirave.— Miller regresa á Pisco. Laserna abandona á Lima. Entrada del ejército liber- tador en esta capital Pérdida del San Martin y del Pueyrredon.— San Martin envia á Santiago las banderas chilenas cojidas en Rancagua. Pro- clamación de la independencia del Perú. Cochrane se apodera de los bu- ques enemigos fondeados en el puerto del Callao. Acaloradas contesta- ciones entre San Martin y Cochrane. Laserna se aprovecha de ellas para enviar una espedicion contra Lima. Lámar entrega á San Mariin la forta- leza del Callao. Las fragatas Prueba y Venganza se rinden á las autori- dades peruanas.— Cochrane las reclama, y como no se le entreguen, regresa á Chile con la escuadra. Administración de San Martin.— Derrota delje- neral don Domingo Tristan en lea. Entrevista de San Martin y Bolivar en Guayaquil con motivo de la incorporación de esta provincia á Colombia. Torre Tagle, delegado de San Martin en Lima, destierra á Monteagudo. Apertura de un congreso. San Martin depone el poder en manos de los representantes y se vuelve á Chile.

Hasta aquí las guerras del Perú habían estado redu- cidas á lijeros encuentros , simples escaramuzas sin mas objeto que apoderarse de los ganados, víveres, etc. , etc. , y propagar las ideas revolucionarias : no obstante, era fácil conocer cuanto progresaban estas ideas en la nación y preveer las terribles consecuencias que iban á tener muy pronto para el ejército realista. La desmoralización empezaba á cundir lo mismo en las ciudades que en el campo , la deserción era cada dia mayor, á pesar de las avanzadas apostadas para contenerla, y las tropas espa- ñolas, acosadas en cierto modo en la capital , estaban en

CAPITULO LV11I.

A53

vísperas de poner á San Martin en el caso de representar en tierra el mismo papel que Cochrane representaba hacia tiempo en el mar.

Los limeños no se hacían ilusiones acerca de su posi- ción. Desde que Chile se enseñoreó del océano Pacífico, conocieron que su capital caería tarde ó temprano en poder de los patriotas, capaces en aquella época de ha- cerles sufrir, en caso de una resistencia formal, todos los horrores de la toma de una ciudad por asalto. Para evitar este desastre firmaron muchos habitantes, así paisanos como militares , una esposicion dirijida al virey, supli- cándole hiciese una capitulación honrosa con el jeneral San Martin , esposicion que fué presentada á aquella autoridad eH6 de diciembre de 1820 con varias obser- vaciones del ayuntamiento , el cual se ofrecía á tomar parte en las nuevas negociaciones.

En cuanto corrió por la ciudad la noticia de lo que pasaba, una multitud de españoles y muchos militares muy apegados á sus intereses, se manifestaron indigna- dos , y los oficiales de la Concordia pidieron por escrito que se destituyese á los de su rejimiento que habían fir- mado la esposicion , protestando que estaban prontos á sacrificar sus vidas y sus fortunas en sosten de la bandera que habían jurado defender.

Pezuela no accedió á lo que querían ni los unos ni los otros, por mas que estuviese muy inclinado á capitular, porque en su aislamiento no hallaba otro medio de salir con alguna ventaja de su mala posición. Con la revolu- ción de Guayaquil y la muy reciente de Trujillo , todo el norte habia caido en poder de los patriotas y estaban cortadas sus comunicaciones con Quito, único país de que podía recibir algún socorro , pues nada tenia que

; f.

khíx

HISTORIA DE CHILE.

esperar de España, que se hallaba sin recursos y entre- gada á un partido que en medio de su triunfo había pro- clamado tácitamente la independencia americana , en el hecho de confesar que su reconquista era imposible. Dominado por la inquietud de su posición y deseando á toda costa defender a Lima y los grandes intereses de su» paisanos , desoyó los consejos de un partido militar que quería ir á atacar directamente á San Martin, ó bien aban- donar la capital y retirarse á las ciudades del interior. Los que esto le propusieron , pertenecían á un partido de oposición que de algún tiempo atrás trabajaba en favor del brigadier Laserna. Había conseguido este par- tido que se formase una junta directiva de guerra que ponía la voluntad del virey á merced de una mayoría sospechosa, y queriendo aquel disminuir su poder, la redujo á simplemente consultiva á pesar de las vivas re- clamaciones de los interesados , con lo cual la oposición se hizo mas audaz, mas obstinada, ganó á casi todos los oficiales del ejército acampado en Aznapuquio y acabó por la caida de Pezuela.

Cuanto mas prestijio perdia el partido realista con estos sucesos, tanto mas ganaba el de la revolución con la ha- bilidad de su jeneral. La táctica de San Martin era mas bien táctica de astucia y prudencia, que de provocación. Siendo su ejército, materialmente considerado, inferior al del virey, esperaba que fuese superior á fuerza de tiempo y de paciencia , porque veía con que afán se apre- suraban ciertos pueblos á aceptar su bandera y confiaba en apoderarse poco á poco del país entero , ya por la suerte de las armas, ya por la traición. Por eso continuó- la guerra de corrupción y de escaramuzas, contentándose con llevar la alarma á las avanzadas enemigas y protejer

CAPITULO LVIII.

los desertores. Un dia sin embargo, viéndose amenazado por una fuerte división de Valdés tuvo que abandonar su campamento de Retes é ir á fortificarse sobre el rio de Haura, decidido á aceptar el combate. Aunque en la escaramuza que trabó la vanguardia enemiga con el capitán Raulet cupo la mejor parte á este valiente patriota, Valdés continuaba su marcha, cuando el virey Pezuela, teme- roso de que San Martin por medio de una diversión y valiéndose de sus buques se dirijiese sobre Ancón y de allí sobre Lima, le mandó retroceder á su campamento de Anapuquio. Esta contraorden la censuraron mucho los oficiales intelijentes del ejército realista, porque te- nían grandes esperanzas en aquella espedicion, y contri- buyó no poco á acelerar la caida del virey, que tuvo lugar á los ocho dias. Con efecto, el 29 de enero de 1821 se vio obligado Pezuela á renunciar su cargo y salió de Lima para retirarse á una casa de campo de la Magdalena ; poniéndose Laserna á la cabeza del vireinato, tan moral como materialmente mutilado. A los pocos dias habría caido en poder de San Martin la fortaleza del Callao , para lo cual se habia puesto de acuerdo con algunos ofi- ciales que pudo ganar.

Por entonces llegaron á diferentes puntos de América comisionados españoles encargados de llevar proposi- ciones de paz. El partido liberal , triunfante en aquella época en España , creyó que no era con las armas con. lo que se debia atacar las nuevas repúblicas , sino coa la diplomacia ; y siguiendo este sistema , muy en ar- monía por otra parte con sus ideas y con las exijencias del siglo , envió al Perú dos personas muy entendidas para que condujesen á buen término tan importante ne- gociación. Una de ellas murió al atravesar el istmo de

'

L*0

1

¿56

HISTORIA DE CHILE.

Panamá y la otra, el capitán de fragata don Manuel Abren, llegó á Lima, pasando antes por el campamento de San Martin, donde fué recibido con mucho interés. Sus ideas sumamente favorables á las libertades americanas, su descuidado modo de vestir y su pocotacto para los asuntos diplomáticos , le hicieron mirar desde el principio con una desconfianza, de que participó igualmente Laserna. Sin embargo, como este tenia que dar curso á la misión de Abreu , comunicó á San Martin los deseos de su go- bierno de abrir nuevas negociaciones. San Martin aceptó la proposición de Laserna, y por una y otra parte se nom- braron plenipotenciarios para discutir las bases. Los de los realistas fueron don Manuel Llano y don José María Galdiano , á los que naturalmente debe agregarse don Manuel Abreu r y los de los patriotas los mismos que la otra vez , es decir, García del Rio y don Tomas Guido recien llegados de Guayaquil, adonde habían ido comi- sionados para cumplimentar á Escovedo, jefe principal del levantamiento de aquella ciudad. La reunión tuvo lugar en Punchanca, hacienda á cinco leguas norte de Lima. Como sucedió la vez primera , estas reuniones no die- ron ningún resultado. Por espacio de veinte dias se estu- vieron haciendo esfuerzos por una y otra parte para que prevaleciesen ideas que no podían ser aceptadas de nin- guna manera , y aun se dijo que unos y otros procedie- ron con doblez para ganar tiempo y prolongar el armis- ticio, que empezó con los preliminares. La dificultad de llegar á un acomodamiento hizo que los dos jefes se cita- sen para conferenciar, yendo acompañado San Martin de Las Heras y otros oficiales superiores y Laserna de su segundo el jeneral Lámar y de los brigadieres Ganterac y Monet.

i* *~ uHu

CAPITULO LVI1I.

La entrevista tuvo lugar el 23 de mayo de 1821. Pre- cedieron á las primeras conferencias las mayores demos- traciones de amistad y comidas en que hubo brindis que manifestaban las mejores intenciones. San Martin pro- puso un sistema de gobierno muy conforme con sus opi- niones particulares, que consistía en poner al frente del Perú un rey independiente sacado de la familia real de España, con una constitución, cuyas bases fuesen publi- cadas provisionalmente por una junta gubernativa com- puesta de tres personas , la primera nombrada por el mismo San Martin , la segunda por Laserna y la tercera por los peruanos , junta que desempeñaría el poder eje- cutivo hasta la llegada del príncipe.

Atendidos los progresos déla revolución, estas propo- siciones convenían admirablemente á Laserna, como con- venían á España, que tenia que contentarse con conservar en América una influencia puramente comercial. Los ple- nipotenciarios lo creyeron así, y también el virey, mas apenas volvió este á su palacio, propuso una nueva com- binación, que fué firmar un armisticio de diez y seis me- ses, en cuyo tiempo irían él y San Martin á España á tratar del asunto directamente con su majestad , conser- vando en el entretanto los patriotas el norte del Perú, que gobernarían á su manera , y los realistas todo el sur, es decir, desde el rio Chancay hasta el desierto de Atacama. San Martin no podía aceptar estas proposiciones y las rechazó para no volver á ocuparse de la materia, termi- nando así el armisticio, que habia durado cincuenta y dos dias , y volviendo á tomar las hostilidades su impulso homicida.

Antes de estas negociaciones juzgó conveniente San Martin enviar al sur al teniente coronel Miller con quinien-

m

HISTORIA DE CHILE.

MI

4. i

.,

tos infantes y cien caballos bajo el mando discrecional de lord Cochrane. Dueño absoluto de laparte norte de Lima, le importaba ocupar asimismo el sur para revolucionarlo é impedir las comunicaciones de Laserna con estas pro- vincias, y aun con Ramírez acampado en Arequipa. Lord Cochrane era entonces el blanco de una gran insubordi- nación de algunos de sus oficiales, especialmente de los que en Valparaíso sufrieron los rigores de su autoridad, y de la desavenencia que produjo resultó un espíritu de contrariedad , sobre todo por parte del capitán Guise. Mandaba este la fregata Valdivia, y sus oficiales, para halagarle y sin duda también para mortificar el amor propio del almirante, pidieron por escrito que se mudase el nombre á dicho buque , nombre que , como hemos dicho, se le dio en memoria del glorioso hecho de ar- mas de lord Cochrane. Este, agraviado de un proceder tan malévolo, reconvino vivamente al capitán Guise, á quien sujetó á un consejo de guerra juntamente con los oficiales que habían firmado la petición, y todos fueron condenados, los unosá ser espulsados de la escuadra y los otros á pasar á otros buques. A los pocos dias quiso Cochrane atacar las embarcaciones del puerto y encargó esta operación al capitán Guise, quien para obedecer exijió por condición que habían de acompañarle todos los oficiales sentenciados ; lo cual fué causa de nuevas contestaciones y de que Guise abandonase su buque, de- jándolo á las órdenes de su segundo. La misma escena se repitió al dia siguiente á bordo del Galvarino, cuyo comandante John Tooker Spry dio igualmente su dimi- sión; y los dos capitanes, acompañados de casi todos los oficiales de la Valdivia y otros muchos, se presentaron áSan Martin, quien, contra lo que exijian los reglamen-

CAPÍTULO LVI1I.

tos de la disciplina militar, los acojió sin manifestar nin- guna señal de disgusto. Muy al contrario, admitió á su servicio al capitán Spry nombrándole ayudante naval y se interesó con el vice-almirante para que los demás volviesen á la escuadra , cosa á que aquel no quiso acce- der sino con ciertas condiciones que no fueron admitidas, de cuyas resultas Guise se separó definitivamente de la marina chilena. En medio de todas estas contrariedades preparó lord Cochrane su espedicion, la cual se hizo al fin á la vela y fué á fondear á la bahía de Pisco.

La salida de esta espedicion y su arribada á Pisco la supo Laserna casi al mismo tiempo. Con objeto de con- tener la invasión y obligar á Miller á que se reembar- case, envió al teniente coronel Camba con tropas sufi- cientes para tomar la ofensiva. Al llegar á mediados de abril el jeneral realista á Chincha-alto , encontró el país desolado por las. fiebres endémicas. Aunque su campa- mento estaba inmediato al de los patriotas , las enferme- dades hacían tantos estragos en ambos , que ni los unos ni los otros se atrevieron á atacar. La epidemia no per- donó á los jefes , y viéndose estos en cama é imposibili- tados de tomar disposición alguna, tuvieron que reti- rarse, volviendo los realistas al norte, y los patriotas, llamados á bordo por Cochrane , los llevó á Arica.

Esta ciudad, una de las principales del Perú , tiene un puerto muy importante, pero cuya entrada es suma- mente difícil. Lord Cochrane envió un parlamentario al gobernador para intimarle la rendición , y habiendo re- cibido una respuesta negativa, mandó que saltase en tierra cierto número de tropas , orden que estas no pu- dieron ejecutar á pesar de los peligros á que se espusie- ron. Entonces el almirante dispuso que se trasbordasen

¿a

1

^

¡r

á ' ' IKil

\*»T+

460

HISTORIA DE CHILE.

al Aranzazu y que fuesen á desembarcar al pequeño puerto de Sama, distante diez leguas de Arica. Con efecto, marcharon inmediatamente á las órdenes del mayor Soler, y cuando llegaron á la ciudad, á la que te- nían en inquietud los cañones de San Martin , las tropas y muchos habitantes habían huido en dirección á Tacna. Sabedor Ramírez de este desembarco , dio orden para que muchas compañías de las que estaban acampadas en las diferentes ciudades de su jurisdicción militar, se pu- siesen en marcha. Pero en vez de enviar el batallón del centro , que era el que estaba mas inmediato al enemigo y se componía de buenos soldados, mandó al teniente coronel don Cayetano Ameller, de guarnición en Oruro, que fuese á Tacna con la fuerza disponible de Gerona, advirtiéndole que se le incorporarían en aquel punto dos- cientos cincuenta hombres de Puno á las órdenes de Rivero. Al propio tiempo dispuso que su subinspector el coronel Las Heras saliese de Arequipa con dos compañías y algunos caballos, todo con el objeto de reunirse á las pequeñas divisiones ya en marcha, para poder obrar de concierto.

La distancia á que iban estas diferentes divisiones era bastante para que Miller tuviese tiempo de atacarlas una á una y batirlas en detal. Hallábase este jefe en Tacna con doscientos setenta hombres y dos compañías deser- tadas de las filas enemigas, que fueron para Cochrane la base de un nuevo rejimiento, á que dio el nombre de pri- mer independiente de Tacna. Para detener al coronel Las Heras se trasladó á Buena-vista, y con la noticia que recibió allí de haber contramarchado el enemigo sobre Ticapampa, continuó su ruta á Mirave, esperando llegar á tiempo de batirlo antes de que se reuniera con las tro-

BSB

CAPITULO LVIII.

pas de Puno y de Oruro. El camino por donde iba estaba tan desierto y era tan poco frecuentado, que después de mil dificultades se encontró enfrente de los realistas cuando menos lo esperaba. Se trabó un combate que du- rante la noche no dio resultados, pero que al rayar el dia se renovó con mas encarnizamiento, habiendo sido vencidos los realistas, que perdieron doscientos cincuenta y cuatro hombres, de los cuales noventa y seis quedaron muertos en el campo, y los demás fueron hechos prisio- neros y casi todos heridos. Las Heras se vio forzado aceptar la batalla antes que se le incorporasen las tropas de Rivero, que llegaron cuando ya estaba todo concluido. Después de esta victoria, útil aunque no de gran impor- tancia para la moral del ejército, Miller llevó su cuartel jeneral á Moquegua, que los realistas acababan de aban- donar. Desde allí enviaba á diferentes puntos pequeños destacamentos, que alguna vez mandó él mismo en per- sona, para molestar al enemigo ó protejer su deserción. El plan que le dióCochrane fué que atacase á Ramírez en Arequipa para marchar de allí al Cuzco, y correrse por detras del ejército de Laserna , acampado en el hermoso valle de Jauja ó escalonado en el camino de Guancavelica á Lima. Pero no podia ejecutarlo sin los mil hombres pe- didos con tantas instancias y el armamento preciso para armar las jentes del campo , que estaban perfectamente dispuestas en favor de la independencia. El espíritu en je- neral era en efecto muy bueno, pero las personas acomo- dadas no se atrevían á declararse, inciertas del porvenir y sin ninguna garantía que les protejiese en el caso de un revés. Todos estos motivos impidieron que se realizase la espedicion , con gran sentimiento de lord Gochrane, que veia en ella la destrucción completa del ejército enemigo.

:dft

¿62

HISTORIA DE CHILE»

A pesar de las pérdidas que sucesivamente esperi- mentaron los realistas en todas estas escaramuzas, Las Heras se presentó el k de junio delante de Tacna con ochocientos hombres de refuerzo para cortar la retirada á los patriotas. Miller consideró prudente retirarse sobre lio, pero á los pocos dias volvió á Tacna , donde por una carta interceptada que Ramírez escribía á Las Heras, supo el armisticio firmado por San Martin y Laserna. Esta noticia, que no tardó en saber oficialmente, le obligó á suspender todo movimiento hostil hasta el 15 de julio, dia en que el armisticio debia concluir. Renunció pues á emprender nuevas escursiones y se dirijió á Arica, sa- liendo de Tacna con gran sentimiento de las personas comprometidas, y dejando en los hospitales los enfermos, que recomendó á los sentimientos humanitarios de su adversario. Se componía entonces su ejército de nueve- cientos hombres bien equipados y un corto número de montaneros, pero las enfermedades endémicas en aquellos contornos le eran tan perjudiciales, que temiendo verse comprometido con un enemigo mucho mas numeroso, juzgó prudente abandonarlos cuanto antes é ir á buscar un país mas sano. En Arica le costó mucho trabajo pro- porcionarse los buques necesarios para embarcar sus tropas y los emigrados cuyos compromisos no les per- mitían quedarse á merced de la jenerosidad de los rea- listas. Su primera idea fué marchar á Quilca y de allí á Arequipa , que estaba completamente desguarnecido con la espedicion de Tacna , pero el viento no le permitió desembarcar y se fué á Pisco , adonde llegó el Io de agosto. Las lijeras contestaciones que mediaron entre él y el comandante Santailla no tuvieron grandes resultados, pero llamaron la atención á los realistas del sur y con las

E&SJ

CAPITULO LVIII.

correrías de Arenales al interior de las cordilleras com- pletaron el pensamiento de San Martin, que era estrechar mas y mas los límites del ejército realista , muy ame- nazado por otra parte con las defecciones y con las ma- nifestaciones liberales de la opinión pública.

Los visibles progresos de los patriotas así en la costa como en el interior del país, eran en efecto un indicio seguro de que los realistas no podrían sostener mucho tiempo su posición. Laserna lo conocía muy bien y hacia mucho tiempo que no veia otro recurso que abandonar á Lima y retirarse á las cordilleras. Desde los primeros dias de su mando pensó en esta retirada, que no pudo efectuar hasta seis meses después, habiéndoselo impe- dido primero las negociaciones de Panchanca y luego los numerosos intereses que su partida iba á poner en re- volución. Por otra parte, le era imposible continuar en una capital en la que se hallaba en pugna con el cabildo, que á toda costa quería un arreglo con San Martin, y con el pueblo, que estaba absolutamente falto de todo. Ha- ciéndose, pues, sordo á los instancias de los españoles, que veian amenazadas sus fortunas, escribió su resolu- ción á San Martin, recomendándole cerca de mil sol- dados que dejaba en los hospitales , al propio tiempo que le pedia su protección para los habitantes de Lima, y el 6 de julio se puso en marcha con todo su ejército. Quedó de gobernador civil y político de la ciudad el marqués de Monte-Mira, con algunas compañías del rejimiento de la Concordia para conservar la tranquilidad y tener los habitantes al abrigo del populacho.

La salida de los realistas de la capital del Perú pro- dujo gran sensación en los patriotas, porque vieron en ella la próxima terminación de sus fatigas y sufrimientos.

1

ti

1

kStl HISTORIA DE CHILE.

El 7 de julio fué á tomar posesión de Lima un destaca- mento de caballería , y el 8 hizo su entrada el ejército entero para ir en seguida á acampar á la legua en el camino del Callao. El mismo dia tuvo San Martin una entrevista con lord Cochrane á bordo del buque almirante, y hasta el siguiente por la noche no entró en Lima, ha- ciéndolo de incógnito para evitar, como tenia de costum- bre, la recepción oficial de las autoridades. No así lord Cochrane, que entró el 17, de dia, montado en un her- moso caballo que le envió el cabildo y en medio de un inmenso concurso, que acudía á conocer al célebre héroe del mar del Sur. Disfrutaba con gran curiosidad los fes- tejos que se hicieron en esta ocasión , cuando le anunciaron la pérdida del navio San Martin , arrojado á la costa con un considerable cargamento de trigo, artículo sumamente útil en aquellos momentos de hambre. A los pocos dias la escuadra perdió también el Pueyrredon , primer bric de la flota chilena, al que el tiempo habia inutilizado completamente.

Una de las primeras cosas que hizo San Martin fué enviar á Chile las cuatro banderas chilenas cojidas en el sitio de Rancagua, yendo á buscarlas á la iglesia de Santo Domingo el comandante Borgoño. También convocó una reunión de las personas notables para deliberar sobre la forma de gobierno mas conveniente al país. Esta reu- nión se verificó el 14 de julio de 1821, y al dia siguiente dichas personas , presididas por el arzobispo de Lima , proclamaron la independencia del Perú, aceptando pro- visionalmente como su protector al jeneral de la espedí - cion libertadora. Debiendo ser de gran fiesta el dia de la proclamación oficial y juramento de costumbre, se señaló para esta ceremonia el 28 del mismo mes.

CAPÍTULO LVIIT,

465

El dictado de protector dado á San Martin no podia ser otro que el de dictador, porque es imposible que un jefe conquistador puesto á la cabeza de un ejército, deje de obrar bajo el punto de vista de sus ideas y de su vo- luntad : afortunadamente el que reasumió tanto poder era un verdadero militar, franco y de entereza. El ejemplo de las repúblicas vecinas , cuyo estado de anarquía era á su modo de entender efecto de haber instalado con demasiada precipitación el congreso, le hizo comprender que igual precipitación seria muy peligrosa para el por- venir del país y que valia mas esperar la conclusión de la guerra y la espulsion completa del enemigo. Por lo demás, al encargarse del poder civil y militar, prometió dimitirlo al. punto que las circunstancias lo permitiesen para que los peruanos se organizasen como tuvieran por conveniente y elijiesen el jefe que les ofreciera toda clase de garantías. Entre tanto, para revestir de mas fuerza y legalidad sus actos, se rodeó de un ministerio compuesto de tres personas, que fueron don Bernardo Monteagudo para el departamento de guerra y marina, don Hipólito Unanue para el de hacienda y don Juan García del Rio para el de todo lo relativo á lo interior y estertor. Don Juan Gregorio de Las Heras obtuvo el nombramiento de jeneral en jefe del ejército.

Pocos dias antes de la instalación de este gobierno, el Callao, que seguía bloqueado por mar y tierra, fué teatro de uno de esos acontecimientos que el jenio y actividad de lord Cochrane sabían preparar y aprovechar tan per- fectamente. Desde el apresamiento de la Esmeralda, to- dos los buques españoles estaban reunidos en el fondo de la bahía y rodeados de un cordón de cadenas para que nin- gún otro buque pudiese entrar donde se hallaban ellos.

VI. HISTORIA.

30

166

HÍSTORU DE CHILE.

Habiendo observado lord Cochrane una abertura en esta especie de cadena , mandó al punto al capitán Grosbic que penetrase por ella con ocho botes mandados por otros tantos oficiales, y aquel cumplió tan bien las órdenes é instrucciones de su jefe , que secundado por la bravura de dichos oficiales, especialmente Morgell y Simpson, to- dos los buques que se hallaban al abrigo del fuerte, fue- ron apresados ó quemados. Esta brillante acción dio el último golpe á la marina española, que no volvió á apa- recer mas en la costa , asi como fué la última gloria de la escuadra chilena, porque desde entonces bajó de la elevada altura á que había llegado, para entregarse á in- trigas y maquinaciones indignas de los héroes de esta magnífica espedicion (1).

Los buenos resultados que obtuvieron en tierra los pa- triotas, no fueron ni en menor número ni menos impor- tantes que los conseguidos en el mar. Cuando el virey salió de Lima, sus tropas estaban tan endebles y enfer- mizas, que ademas de haber dejado mil soldados en los hospitales , otros muchos se quedaron en el camino , lo que unido á las numerosas deserciones y á los prisioneros hechos por la caballería patriota que constantemente fué picando la retaguardia , disminuyó de tal manera el ejér- cito realista , que cuando se reunió en Jauja con las tro- pas de Ganterac y Garratalá apenas contaba Lasernacon cuatro mil hombres, número bien reducido para hacer frente á un enemigo lleno de fuerza y vigor, alentado con sus triunfos y con la opinión pública que le era com- pletamente favorable.

Si la discordia no hubiese fermentado en aquellos mo- mentos en el corazón de los dos jefes patriotas , proba-

(1) Memoria de don Antonio Reyes , pajina 80.

CAPÍTULO I.VflI.

blemente los españoles, que se encontraban en la impo- tencia de resistir mas tiempo á la inminencia del peligro, se hubieran rendido, porque en su posición aun podian exijir una capitulación honrosa. Pero las cuestiones per- sonales que seguían preocupando á los marinos de la escuadra, traían ajilados los ánimos, y el almirante no se contentaba ya con pedir los atrasos de los sueldos , sino que reclamaba las recompensas ofrecidas y el valor de la Esmeralda , que verdaderamente correspondía de dere- cho á la tripulación, ó por lo menos se le tenia prometido en una proclama de las autoridades chilenas que también firmó Gochrane.

San Martin se hallaba muy distante de negar las recom- pensas ofrecidas; pero ¿podia realizarlas después de tantos gastos, en medio de tantas atenciones y cuando el tesoro estaba tan empeñado y desorganizado ? Sin em- bargo , para contentar al vice-almirante dio un decreto reconociendo las sumas reclamadas y prometiendo pa- garlas sucesivamente con el veinte por ciento de la renta de aduanas, que seria lo primero que se separase. Cier- tamente que estas proposiciones eran muy razonables y que podia contarse con su realización : sin embargo Go- chrane no quiso admitirlas, pretestando que estaban su- bordinadas á los azares de la guerra; de lo cual se siguieron nuevas contestaciones que llegaron á envene- narse hasta tal punto, que el partido español las aprove- chó. Sordos manejos empezaron á ajitarse en la ciudad y á exaltar á las personas influyentes, en quienes el senti- miento realista estaba encarnado cual verdadero princi- pio de fe y de convicción. Porque es necesario decirlo : el Perú como vireinato, gozaba una gran prosperidad. La nobleza que abundaba en Lima, pueblo alegre y acostum-

468

HISTORIA DE CÍIIÍ.E,

brado á los placeres, no tenia ni quejas, ni agravios, ni malesefectivosque sublevasen las pasiones nacionales para correr á un porvenir desconocido, que de seguro habiade disminuir su fortuna y rebajar su alta posición. Tampoco la clase media estaba dispuesta á la revolución , porque vi- vía dichosa con las prodigalidades de los grandes y los ricos, y participaba de los placeres que con sus diarios re- gocijos ofrecía la capital. Aparte pues de algunos des- contentos y ambiciosos , no hubo mas que el populacho, esta clase flotante de la sociedad , que se lanzase resuel- tamente al movimiento, y aun ese menos por interés que por la novedad. San Martin procuró halagarlo con me- didas que le eran muy ventajosas, amenazó á los espa- ñoles con todo el rigor de las leyes y .hasta desterró al arzobispo de Lima y mas tarde al obispo de Guamanga; pero todo esto no bastaba para refrenar las pasiones, y en tal estado se supo que un ejército de tres mil infantes y nuevecientos caballos á las órdenes de Ganterac, marchaba sobre Lima , atraído probablemente por las noticias que tenia Laserna del desacuerdo entre ios dos jefes patriotas.

Sin duda que San Martin podia esperar tranquilo ai enemigo. No obstante , para mas seguridad mandó pre- parar las embarcaciones de la escuadra á fin de que le sirviesen de tabla de salvación si le era adversa la for- tuna, y embarcar en un buque de transporte una gran cantidad de dinero perteneciente en una pequeña parte al tesoro y el resto á particulares comprometidos. En cuanto supo esto lord Cochrane , sin cuidarse de las aten- ciones apremiantes del ejército , dio orden de que le lle- vasen el dinero á su bordo y no quiso devolver masque el que correspondía á los particulares.

Aparte de la irregularidad culpable de semejante con-

"JUÉC

CAPITULO LVII1.

ducta, este proceder era injurioso en sumo grado á San Martin y aun al gobierno chileno , que por sus jenerosos esfuerzos y por el sin número de sacrificios que la espedi- cion le habia costado, bien merecía todos los miramientos y consideraciones de un hombre tan inteligente y distin- guido como lord Gochrane. ¿Cual país, por mas favore- cido que sea de la fortuna, ve en medio de una guerra desoladora, funcionar su administración con la regulara dad necesaria para atender puntualmente á todos los gastos? Mucho menos puede esperarse esto de uno colo- cado en la posición de Chile , en el cual la guerra llegó á ser una especulación mercantil con la obligación res- pecto á los marineros , no solo de pagarles sus sueldos, sino de darles grandes premios y una parte en las pre- sas. En el primer momento San Martin no pudo contener su indignación ni dejar de manifestarla con palabras se- veras, que fueron causa de nuevas y vivas contestaciones; pero viendo que el enemigo se acercaba, prefirió con- temporizar para no comprometer el porvenir del país.

Canterac se hallaba en efecto á corta distancia de Lima. Su ejército era bastante imponente , pero lo era mucho mas el de los patriotas , el cual se encontraba lleno de confianza y vigor. San Martin debió atacarle , y todos los inteligentes, y lord Gochrane el primero, creye- ron que iba á hacerlo al verle tomar posición en Mirones. Pero vana esperanza. El ejército español pasó á su vista sin que le molestase en lo mas mínimo , y fué á encer- rarse en la fortaleza del Callao, muy dichoso de haber escapado tan bien en su imprudente espedicion. A los po- cos dias salió en dirección al norte para no encontrarse con el ejército de San Martin y pasar el Rimac por Boca- negra. El jeneral en jefe del ejército , el valiente La&

II'

470

HISTORIA DE CHILE.

Heras, recibió la comisión de perseguirle , pero con or- den de solo picar su retaguardia, sin comprometerse en una batalla formal. Fiel San Martina su política de pru- dencia, esperaba conseguir con el tiempo lo que no po- dían asegurarle los azares de la guerra. Las Heras fué detras del enemigo hasta la hacienda de los Caballeros, nueve leguas de Lima ; pero cansado de hacer un papel que su denuedo no le permitía soportar mas tiempo , se volvió dejando á Miller el cuidado de continuar la perse- cución con ochocientos infantes, ciento veinte y cinco caballos y quinientos montaneros que puso á sus órdenes. Las instrucciones que recibió fueron igualmente de no aceptar ningún combate , pero molestar al enemigo, empeñar escaramuzas y sobre todo protejer las deser- ciones , llaga del ejército realista , á pesar de las medidas sumamente rigorosas adoptadas para reprimirlas, hasta emplear muchas veces la pena de muerte como medio de terror. En una de estas escursiones á las cordilleras se encontró el cadáver de don Francisco Sánchez, persona muy conocida en Chile por su brillante resistencia en el sitio de Chillan. No pudiendo soportar las fatigas del viaje ni los rigores del aire que se respira en las cordilleras , acababa de espirar en una de las malas chozas que hay en el camino.

Se ha censurado á San Martin el que no se aprovechase de las dificultades que tuvo Canterac para entrar y salir del Callao, dificultades que antes y después le obligaron á dar rodeos para ejecutar sus movimientos. Lo probable es que los patriotas, que eran en mucho mayor número, hubieran podido destruir la división de Canterac y ter- minar una lucha, cuyos resultados, sin ser dudosos, po- dían retardarse aun largo tiempo; pero San Martin,

C A TÍTULO LVII1.

hombre conocedor éintelijente, veia elevarse delante de él un enemigo, que le llamaba la atención casi tanto como el ejército de Laserna. Las acaloradas contestaciones que tuvo con lord Gochrane sacaron á plaza una cuestión del mayor interés. El vice-almirante, contra la profesión de fe del director O'Higgins, queria apoderarse de la forta- leza del Callao y enarbolar en ella, por un tiempo dado, la bandera de Chile : San Martin, por el contrario, que no consideraba el ejército chileno mas que como una fuerza meramente protectora, queria ponerla desde luego bajo la dependencia inmediata del gobierno peruano provisionalmente establecido ; y de esta doble pretensión nació una lucha de intrigas , deque fué blanco el jeneral Lámar.

Este jeneral continuaba de gobernador de dicha plaza como segundo jefe del Perú. Nacido en el país y habiendo perdido la confianza de muchos oficiales, principalmente por ciertos consejos que dio contrarios á los intereses del país cuando las reuniones de la junta consultiva de guerra, de que fué uno de los miembros mas celosos, Laserna se vio en la necesidad de conservarlo para no despertar la susceptibilidad nacional. Aunque no se habia manifestado ostensiblemente adicto al partido liberal, no era difícil conocer sus inclinaciones , y San Martin y Co- chrane empezaron á trabajar cada uno por su lado , para conquistar esta alta influencia. Como debia esperarse, Lámar se decidió por quien representaba su nación , y las puertas de la fortaleza se abrieron á San Martin ,. el cual envió á su amigo el coronel Guido para que to- mase posesión de ella. A los pocos dias, lord Cochrane, viéndose burlado en sus esperanzas, se alejó de la costa con su escuadra en busca de las fragatas Prueba y Ven-

ur

HISTORIA DE CHILE.

ganza, y San Martin, luego que se quedó solo, se dedicó esclavamente á consolidar su gobierno y organizar los diferentes ramos de la administración.

Según ya hemos visto, apenas era posible dar á cada uno de ellos el mecanismo y regularidad que exilian. En los momentos solemnes de perturbación social, hay que andar á tientas y muy poco á poco para poner en eje- cución las ideas nuevas. Las reformas demasiado preci- pitadas son jeneralmente muy peligrosas para el porvenir de las naciones, y en tales circunstancias el hombre pru- dente y discreto debe contentarse con conservar la tran- quilidad, y no pensar en leyes orgánicas sino después de un maduro examen, y luego que la razón y el discerni- miento hayan estinguido las pasiones inherentes á las grandes crisis. Cuando el 12 de febrero llegó San Mar- tin á Huara, publicó un reglamento provisional para esta- blecer en los puntos ocupados por los patriotas un go- bierno adecuado á las ideas que quería que prevaleciesen. Como era de razón, cambió las principales autoridades y ademas hizo algunas reformas, que mas afectaban á los nombres de las cosas que á las cosas mismas. El tí- tulo de subdelegado lo sustituyó por el de gobernador con iguales atribuciones poco mas ó menos que las que aquel tenia. Estableció un tribunal de apelaciones para entender en los negocios de la real audiencia, menos las causas de mayor cuantía, es decir las que pasaban de quince mil pesos, cuyo conocimiento reservó á tribunales especiales que se crearían en el Perú. Para ser conse- cuente con sus principios liberales, abolió la esclavitud en favor de los hijos que naciesen en losuccesivo, decretó la libertad de imprenta y casi al mismo tiempo creó una or- den militar con el título de Lejion del Sol para recompon-

CAPITULO LVHI.

sar el mérito así militar como civil en todas las clases de la sociedad, inclusas las señoras. Una idea que siempre tenia fija San Martin en su imajinacion era que se necesi- taban dijes para contentar la vanidad de los grandes , y quiso hacer de la condecoración el símbolo de una aris- tocracia hereditaria, conservando sin embargo los altos títulos de Castilla, á cuyos poseedores autorizó para que pudieran poner sus emblemas sobre las puertas de sus casas juntamente con el del sol , escudo de armas de la nueva orden.

Pero á lo que mas se dedicó fué á consolidar , modifi- car y cambiar lo que las circunstancias y la precipitación no habían hecho mas que bosquejar. La administración de la guerra sobre todo le ocupaba una gran parte del dia. Sumamente rigoroso en la visualidad y disciplina de sus soldados, quería que fuesen en lo posible hombres intelijentes y capaces de figurar con ventaja al lado de los veteranos del ejército. La lejion peruana de la guar- dia, formada en cuanto llegó á Lima, se presentó á poco tiempo tan brillante por el aseo y elegancia de sus diferentes uniformes, como por la precisión de sus evo- luciones, siendo sus jefes Brandsen, Miller y Arenales. San Martin nombró jeneral comandante de esta lejion al marques de Torre-Tagle, y es necesario decir que come- tió un desacierto en elejir para cargos de esta especie personas muy respetables sin duda por su fortuna y su rango , pero poco á propósito para cuidar de la instruc- ción de sus batallones y sobre todo para ponerse á su ca- beza en momentos de dar una carga al enemigo. En esto como en otras cosas, se ve que San Martin conocía por instinto las estravagancias del corazón humano. Para él la habilidad era su arma de batalla, y colmando de ho-

IIISTOIUA DE CHILE.

ñores los altos personajes de otras épocas, esperaba fo- mentar mas y mas la defección y conseguir así la caida del partido realista en el Perú.

Sin embargo, San Martin podia disponer entonces de mil hombres lo menos contra un ejército debilitado pol- las enfermedades , las deserciones y la desmoralización. Ademas, aunque el interior del país estaba en poder de los realistas, los indios civilizados se sublevaban por todas partes y sus sublevaciones producían en el enemigo un estrago que le perjudicaba mucho, porque lo dividia y le quitaba la unidad de acción. En algunas ciudades se tramaban también grandes conspiraciones, y no hacia mucho tiempo que Lavin , enviado de Arequipa al Cuzco por una felonía que hizo, había cometido otras, que al fin pagó con su cabeza. Con no menos constancia se maquinaban iguales conspiraciones en el alto Perú , por manera que el ejército realista, inquietado por todas partes, hubiera tenido que rendirse, á haber sabido San Martin aprove- char su posición. Pero dominado siempre por su política de prudencia y defección , prefirió dejar obrar al tiempo, y contra su costumbre, permitió que los oficiales viviesen una vida ociosa, lo cual unido á haber puesto en el ejército cierto número de jefes, que no tenían mas títulos que su rango y su fortuna , acabó por viciar sus buenas dis- posiciones (1 ). Así sucedió que al poco tiempo el jeneral Tristan , uno de los agraciados , fué destrozado en lea por una división de Canterac, y ademas de la pérdida de cuatro cañones y gran número de caballos, tuvo que de- plorar la patria la de mas de mil hombres, que pasaron á engrosar las filas realistas y mas de tres mil fusiles que les vinieron muy bien á estos. El número de muertos fué

(1) Véanse las memorias del jrneral Miller.

CAPITULO I.VIII.

considerable y hubo también muchos heridos que que- daron en poder del enemigo, contándose entre ellos el valiente y amable teniente coronel Aldunate (1).

Esta derrota la sintieron estraordinariamente los pa- triotas. San Martin procuró atenuar sus consecuencias publicando muchas proclamas, en que hablaba del estado miserable del ejército realista y de la imposibilidad de que resistiese mucho tiempo. Anunció á la vez la gran victoria de Pichincha, que aseguró para siempre la in- dependencia de Colombia , y á poco la noticia de haber perdido España las dos únicas fragatas que le quedaban, la Prueba y la Venganza. Estas se rindieron á los ajentes del Perú en Guayaquil, con gran sentimiento de lord Cochrane, que pretendía corresponder de derecho á Chile. La manera con que las reclamó á San Martin produjo nuevas y fuertes contestaciones, que determinaron al vice- almirante á abandonar el Perú y dirijirse á Valparaíso.

La provincia de Guayaquil, que se habia declarado independiente, fué también un motivo de contestaciones éntrelas repúblicas peruana y colombiana. O'Higgins, á quien Guayaquil pidió protección , quería hacerla una ciudad libre como Hamburgo, y ya tenia bastante adelan- tado su proyecto , cuando la victoria de Pichincha y la consolidación de la república de Colombia despertó la ambición de Bolívar, y fué reclamada como parte inte- grante de la audiencia de Quito en lo relativo á la admi- nistración de justicia. El Perú alegaba por su parte que

(1) De resultas de esta derrota , y para evitar la influencia tanto moral como material de los españoles establecidos en Lima , espulsó Monteagudo á mas de seiscientos, obligando á unos a embarcarse en buques ingleses y enviando los demás hasta el número de quinientos en otros, en que sufrieron considerable- mente, tanto por el carácter brutal de los oficiales, como por ir muy apiñados y darles poco alimento. Felizmente la jenerosidad chilena les hizo olvidar bien pronto los padecimientos de los cuarenta días de navegación que tuvieron.

&

I

HÉÍa»';

¿70

HISTORIA Di; CHILE.

le pertenecía de derecho porque en todos tiempos de- pendió en lo militar de su vireinato, y del debate entablado entre las dos repúblicas resultó la necesidad de una en- trevista de los dos jefes en el mismo Guayaquil. San Martin y Bolívar marcharon pues á esta ciudad, donde estaba de presidente el célebre poeta natural del país, doctor don J.-J. de Olmedo. Las discusiones no fueron largas ni empeñadas en atención á que cuando Bolívar llegó el l/l de julio de 1822, declaró la provincia de Guayaquil parte integrante de la república de Colombia. Viendo San Martin que la cuestión estaba resuelta de hecho, se reembarcó á los dos dias de su llegada, es decir el 28 de agosto, y se hizo á la vela para el Callao.

Durante su ausencia, el marques de Torre-Tagle, que habia quedado encargado del poder protectoral como delegado, obligó á Monteagudo á que renunciase el ministerio, de resultas de una conmoción popular, á que el mismo Torre-Tagle no fué del todo estraño. Le hizo salir inmediatamente para el Callao y muy poco después lo desterró á Guayaquil. Los habitantes en je- neral se alegraron mucho de verse libres de un hombre de talento sí, pero duro, cruel, audaz, revoltoso, mas á propósito para ajitar que para consolidar, y que de buena gana hubiera tomado por norma de su conducta los actos de la mas salvaje demagojia de la revolución francesa. Le acusaban ademas de los mas atentatorios delitos contra la propiedad de los habitantes, pues oprimía á los unos, perseguía á los otros y todos los dias formaba listas de proscritos, en las que la cualidad de español era el medio y la riqueza el fin. Así fué que jamas estuvo de acuerdo con su colega Unanue, hombre no menos intelijente y muy instruido , pero débil , moderado y contrario al sis-

ZMáOE

CAPITULO LVIII.

477

tema de espionaje introducido lo mismo en los sitios pú- blicos que en los privados.

San Martin, que habia unido Monteagudo á su suerte y que lo necesitaba para instrumento de los actos de rigor y violencia, de que, mal que le pese, no puede prescindir un jefe de partido, quedó poco satisfecho con su destierro y con la manera con que se le trató. No le fué dado con- tener su mal humor y vituperó encolerizado la medida, como vituperó también la precipitación que hubo para convocar un congreso, cuya reunión tuvo lugar el 20 de setiembre , un mes después de su regreso de Guayaquil. Previendo las discordias que iban á suscitarse en el país y la ingratitud con que al cabo le tratarían los habitantes de Lima, se decidió á retirarse para conservar intacta la gloria de su triunfo. En su cualidad de protector del Perú se presentó á presidir la Asamblea, dirijió algunas palabras á los representantes de la nación y depositó sobre la mesa las insignias de la soberanía. A los pocos minutos salió del congreso y fué á vivir á una casa de campo de la Magdalena inmediata á la que habitó Pezuela cuando abdicó el vireinato. Una comisión se le presentó á poco llevándole dos decretos, en uno de los cuales le espresaba su gratitud la nación y en el otro le nombraba jeneralí- simo del ejército del Perú. San Martin aceptó el primero, rehusó el segundo y por la noche se embarcó para Chile, dirijiendo á los habitantes una proclama llena de buen sentido, de patriotismo y dignidad. Torre-Tagle continuó desempeñando provisionalmente el alto poder del estado por desgracia del país, que necesitaba mas que nada de un hombre de armas , de un militar que contase sobre todo con el ejército , y aquel jeneral era en él demasiado nuevo para tener gran confianza en su apoyo.

up

CAPITULO LIX.

O'Higgins se prepara para organizar una segunda espedicion contra el Perú Introduce mejoras en el sistema de hacienda. - Estado del país respecto á las repúblicas confinantes. - Auxilios que suministra á la de Buenos-Aires para hacer frente á las tentativas de don José Miguel Carrera. - Digresión sobre este jeneral. Quiere dedicarse al comercio, pero no lo consigue Polémica entre él y los jefes del gobierno de Pueyrredon. - Abandona á Montevideo y va á ajitar las provincias en favor del sistema federal.- Caida de Pueyrredon. Apoyo momentáneo que Sarratea da á Carrera Este levanta un pequeño ejército chileno con la intención de ir á reconquistar la autoridad en su país. - Su influencia en las guerras anárquicas déla repú- blica arjentina. - Abandonado por la victoria se ve en la precisión de refu- tarse entre los indios de las Pampas.- Marcha á San Juan— Le atacan las tropas de Mendoza y es completamente derrotado. unos oficiales suyos le venden y Jo llevan preso á Mendoza. - Es condenado á muerte y fusilado juntamente con Alvarez.— Su carácter revolucionario.

La espedicion del Perú estaba rodeada de numerosos peligros. Aparte las vicisitudes de la guerra, habia que sobrellevar los climas abrasadores de la costa, atravesar grandes desiertos de arena, y lo peor de todo, resistir las enfermedades endémicas que se padecen en todos los valles y que no perdonan ni aún á los mismos indíje- nas, arrebatando todos los años ó debilitando de una ma- nera cruel al que comete la imprudencia de ir á ellos en ciertas épocas.

Para hacer frente á tantas eventualidades y cubrir en lo posible las bajasen los diferentes cuadros del ejército, no cesaba O'Higgins de hacer nuevos reclutamientos con el doble objeto de preparar otra espedicion , suscep- tible en todo caso de ir á completar los resultados de la primera. Se ocupaba al propio tiempo en introducir gran- des reformas en los diversos ramos de la administración

CAPITULO L1X.

y en arreglar el sistema de hacienda de modo que hubiese ¡os fondos necesarios para no tener que recurrir á mas empréstitos, ni á ninguno de los otros medios que hasta entonces habían proporcionado recursos al tesoro. La guerra del Perú fué siempre para él el objeto principal de la cuestión que se debatía en toda la América. Consi- derándola como la que había de conquistar definitiva- mente la libertad de Chile y consolidar su independencia, su pensamiento estaba fijo allí con perjuicio del ejército del sur, que de sus resultas cayó en una especie de mal- estar, capaz de poner en peligro la provincia de Con- cepción. Verdad es que entonces gozaba Chile en el interior del país, y aun mas en el esterior, de una consi- deración muy elevada. Su iniciativa en la guerra del Perú y la importancia de su espedicion á pesar de haber sido improvisada ó poco menos , la habían hecho, sino la arbitra, la potencia tutelar de la mayor parte de las re- públicas nacientes. La junta gubernativa de Méjico en- vió al diputado Stuart para que pidiese á O'Higginslos socorros que el estado precario del partido liberal nece- sitaba desde la sensible derrota de Guadalajara, y aquel, gracias al crédito que gozaba con los comerciantes ingle- ses establecidos en Valparaíso, le proporcionó armas , municiones y otros muchos objetos. Ademas le prometió auxiliarla de una manera mas conforme á sus deseos en cuanto concluyese la guerra del Perú , anunciándola que acaso entonces podría garantizar el empréstito de un mi- llón de pesos que la junta quería levantar en Inglaterra y que no tuvo lugar por haber tomado á Méjico los libe- rales.

No fué Méjico el único país que recurrió á Chile. Tam- bién lo hizo Colombia, y O' Higgins satisfizo sus deseos

48G

HISTORIA DE CHILE.

suministrándole una gran cantidad de municiones de to- das clases, lo cual mejoró estraordinariamente la condi- ción del país para continuar la guerra y conseguir triun- fos, que la gloriosa victoria de Pichincha aumentó y consolidó para siempre. Enfin , Buenos-Aires mismo se vio en la necesidad de recurrir á su aliada para pedirle no solo dinero sino soldados. O'Higgins, no obstante su pe- nuria y sus incesantes atenciones, envió cuarenta mil pe- sos al ejército de Belgrano y una división á Buenos-Aires de cerca de quinientos hombres , casi todos chilenos he- chos prisioneros en la batalla de Maypu que estaban al servicio de la patria. Aunque muy resueltos estos anti- guos realistas á defender la nueva bandera que habían abrazado , el gobierno no se atrevia á fiarse de ellos y menos á enviarlos á la frontera , en donde aun se movia mucho el partido realista, y aprovechó la ocasión para alejarlos de Chile. Poco tiempo después y á petición del gobernador de Mendoza, otra división, compuesta de dos- cientos granaderos de la guardia y cien cazadores de la escolta directorial , marchó á las órdenes del teniente coronel Astorga á defender aquella provincia contra las facciones liberales, y especialmente contra la montanera de don José Miguel Carrera, que estaba entonces muy pu- jante. Estas tropas acamparon en las cordilleras para ponerse en movimiento al primer aviso , y al propio tiempo con el objeto de estar á la mira de las audaces tentativas de Carrera para penetrar en Chile, donde aun contaba con numerosos amigos.

Este célebre jeneral, á quien vimos escaparse el 21 de abril de 1817 de un buque de Buenos-Aires en que se encontraba prisionero, se refujió á Montevideo, donde ni él estaba bien con los brasileños ni los brasile-

~imt t ■mt

CAPÍTULO LIX.

ños con él. La fortuna le trató por entonces con escesivo rigor. Toda su familia andaba dispersa y casi sin apoyo : su mujer y sus hijos aislados en Buenos-Aires eran el blanco de las vejaciones del gobierno ; sns hermanos pre- sos en Mendoza ; sus hermanas abandonadas ; su padre, que se habia quedado en Santiago , atormentado por las mil angustias de su aislamiento y sus disgustos y con el continuo temor de que le espropiasen de lo que le que- daba y de que acaso le espulsasen de su país; él en fin perseguido por enemigos poderosos , teniendo que vivir refujiado en una ciudad, donde apenas gozaba crédito y en vísperas de faltarle todo, porque pocos dias antes de su fuga mandó Pueyrredon quitarle mil quinientos pesos, único recurso que le quedaba para atender á sus necesi- dades y á las de algunos amigos fieles.

En tal conflicto y haciendo violencia á sus inclinacio- nes, se decidió á abandonar la política para entregarse al comercio, con la esperanza de hallar en esta nueva carrera la independencia que en vano habia buscado en otra parte. El tráfico de maderas le pareció bastante lu- crativo y se resolvió á emprenderlo como último recurso, para lo cual pidió á Buenos-Aires á su amigo Manson un buque de doscientas á trescientas toneladas, pedido que igualmente hizo á su corresponsal en los Estados-Unidos Henry Didier , participando á uno y otro sus proyectos mercantiles y que su ánimo era trasladarse bien á la costa norte del Brasil ó al Paraguay , donde confiaba obtener un permiso de paso. Desgraciadamente, el olvido es un compañero casi inseparable de la desgracia. Sus amigos secundando su triste destino, no correspondieron á lo que esperaba de ellos y le abandonaron á su malestar y á su desesperación. Al propio tiempo supo la muerte de

VI. Historia. 31

'-fc

182

HISTORIA DE CHILE.

sus dos hermanos asesinados , decia , mas bien que sen- tenciados , por los alguaciles de Pueyrredon. Su alma ardiente llegó al último grado de la amargura y le arras- tró auna venganza inexorable. No pudiendo hacer guerra á sus enemigos con las armas, se la hizo con la pluma, y aprovechando los restos de una grande imprenta que llevó de los Estados-Unidos para enriquecer con ella á su país, publicó algunos escritos que fueron contestados con no menos acrimonia por las gacetas ministeriales, á que se siguió una polémica violenta y apasionada , en la cual los dos partidos se acusaron mutuamente de felonía, echando en cara á Carrera los satélites de Pueyrredon su correspondencia con el embajador español en Rio Ja- neiro para entregar el país al rey de España , y Carrera echando en cara á Pueyrredon y á todos los jefes de la famosa Lojia, el proyecto de cederlo al príncipe de Luca ó á cualquier otro, para enterrar el principio republicano bajo el pedestal de una monarquía. Algunas espresio- nes inconsideradas que se deslizaron en estas recrimi- naciones y ataques , envenenaron mas y mas el debate. De político se convirtió en personal , y Pueyrredon se vio en la necesidad de recurrir á su aliado el empe- rador del Brasil para que su gobernador Lecor rom- piese la pluma de Carrera y las de sus compañeros y les cerrase la imprenta que ellos mismos dirijian, por no haber encontrado un cajista bastante atrevido que lo hiciese.

Viendo don José Miguel Carrera que con esta nueva hostilidad no podia contestar á los ataques incesantes que contra él divulgaban en el público los periódicos de Buenos- Aires y aun los de Chile, su vehemencia le hizo tomar la resolución de ir á ajitar las provincias y fomentar las

CAPÍTULO LIX.

guerras civiles con el proyecto de servirse de ellas para destruir el poder de sus dos grandes antagonistas, el de Pueyrredon primero y el de O'Higgins después. Por en- tonces la discordia fermentaba en el interior del país. La provincia de Santa- Fe habia dado la primera señal de rebelión y otras muchas manifestaban ciertas ten- dencias á seguir su ejemplo. Persuadido Carrera de que bastaría su presencia para decidirlas y atraerlas, salió furtivamente de Montevideo y corrió á poner su in- telijencia y su espada á disposición del que quisiese con- sumar esta gran revolución. El sistema federal, que era la bandera levantada por la oposición , se avenía perfec- tamente con su carácter activo y aventurero, y lo adoptó como medio de guerra jeneral y conveniente á las pro- vincias que quería revolucionar. Llevaba siempre con- sigo su pequeña imprenta, y desde los mas oscuros rin- cones de la república empezó á lanzar las proclamas mas incendiarias, manifiestos contra la centralización y hasta folletos que él mismo escribía ó hacia escribir en el Hurón, la Gaceta y otros periódicos, de los que algunas veces enviaba ejemplares gratis á las provincias. En ellos ata- caba con violencia los actos del gobierno y los manejos pérfidos y antinacionales de la gran Lojia, de esta especie de club mucho mas poderoso que los clubs ordinarios, porque contaba con todas las autoridades superiores del estado , incluso el director, y podía obrar á la vez que legalmente en las tinieblas. Por estos medios y otros de que se valieron los jefes con quienes se habia unido, la administración de Pueyrredon fué batida en brecha en todas sus ramificaciones, el descontento penetró por todas partes, se sublevaron las provincias y Buenos-Aires no tardó en seguir su ejemplo, de cuyas resultas cayó el

HISTORIA DE CHILE,

director, que tuvo que ir á implorar á su vez la hospíía* iidad del gobernador de Montevideo.

Luego que salió Pueyrredon , la dirección de la repú- blica vino á ser una ciudadela que todos los jefes ambi- ciosos quisieron asaltar para apropiársela. Los directores se succedieron con una rapidez pasmosa. Rondeau, Ser- ratea, Balcarcel, Dorrego, Soler, etc., se apoderaron á su vez de la silla de la presidencia para cederla al cabo de unas cuantas semanas á sus antagonistas, sin haber podido dejar el mas mínimo recuerdo glorioso de su admi- nistración. Siendo impotente la guerra civil que loshabia elevado, para imprimirles la fuerza moral que es la que da solidez á todo gobierno, los directores tuvieron para sos- tenerse que continuar las intrigas y manejos, único dique que podian oponer á sus audaces adversarios.

En medio de este flujo y reflujo, esperaba obtener don José Miguel Carrera los socorros necesarios para ir á promover en Chile las mismas metamorfosis, á que tanto contribuyó en la república arjentina. Cada nuevo director le prometía su cooperación , pero fuese impotencia ó razones de estado que les obligase á la reserva y la inac- ción , solo Sarratea le cumplió la oferta , declarándose completamente hostil al gobierno de O'Higgins, permi- tiéndole levantar tropas, defendiéndole de sus detrac- tores y hasta espulsando de Buenos-Aires al ministro chi- leno Zañartu , á pesar de la inviolabilidad de su persona y de las vivas representaciones del cabildo de la capital.

Esta fué indudablemente la época de mayor prospe- ridad que tuvo don José Miguel Carrera , la que parecía prometerle un porvenir mas afortunado, porque en poco tiempo se encontró á la cabeza de una pequeña división de seiscientos cuarenta hombres, no estranjeros á su pa-

CAPITULO LIX.

tria, sino verdaderos chilenos, que Sarratea le permitió sacar de los diferentes Tejimientos y cuyo núcleo lo com- ponían principalmente los chilenos realistas cojidos en la batalla de Maypu , que O'Higgins envió á Pueyrredon. Por otra parte , el batallón número 1 que habia hecho las campañas de Chile y vuelto á la república arjentina, acababa de sublevarse en San Juan y de él esperaba poder alistar un buen número de soldados en su bandera. Por último sus amigos y partidarios de Chile se prepa- raban á coadyuvar á su empresa, y ya iban á alzar el grito cuando el gobierno lo supo por revelación de un conjurado á tiempo de poder tomar la initiativa contra ellos , arrestar algunos y entregarlos al tribunal , por el que fueron confinados unos al interior de la república y desterrados otros á paises lejanos, principalmente á la costa del Choco, donde se alistaron en el ejército de Bo- lívar, no habiendo faltado quien como Vijil, etc., llegasen á los grados superiores de la milicia.

El alma ardiente de Carrera no se intimidó por este contratiempo. Sin perder nunca la esperanza, sin renun- ciar jamás á su empresa, confiando en su destino y cada vez mas dominado de ese vivo sentimiento de odio que frecuentemente forma los héroes, prosiguió su misión con la prodijiosa actividad que exijia la grande estension del terreno , nuevo teatro de sus hechos. Tan pronto en una provincia , tan pronto en otra, fomentaba en todas partes la rebelión , favorecía á los ambiciosos y contribuía á levantar como por encanto ejércitos, que un soplo bas- taba para dispersar ó destruir.

Desgraciadamente olvidó en medio de algunos gran- des triunfos, la prudencia y destreza que las desgracias pasadas debieran tener fijas siempre en su memoria. La

HISTORIA DE CHILE.

influencia que supo conquistar entre sus compañeros , llegó á darle prestijio sobre ellos. En cualquiera parte en que se presentaba ponia el peso decisivo de su volun- tad y su talento en la balanza del destino del país , pero debia saber también que como estranjero estaba en el caso de contentarse con un papel un tanto secundario, y esto fué lo que su fogosa imajinacion no le permitió com- prender, habituado á que todo se doblegase á sus miras y á su voluntad. Jefe de partido mas bien que jeneral, y enemigo del reposo lo mismo en tiempo de paz que en el de guerra , tenia necesidad de estar en continuo movi- miento, que era precisamente lo que no querian sus com- pañeros, los cuales cansados de la vida bulliciosa y aji- tada, aspiraban á consolidar sus triunfos por medio de negociaciones. De aquí el que frecuentemente se le viese pasarse al bando de los descontentos , y asociar su pe- queña división á las montoneras enemigas del director que los azares de un combate elevaban á la presidencia, malquistándose poco á poco con todos sus amigos y con el mismo Sarratea, no mucho antes su poderoso protec- tor, y viéndose en fin en la necesidad de refujiarse entre los indios de las Pampas. Con ellos hacia una vida casi salvaje, vistiéndose muchas veces de una manera fantás- tica como los héroes aventureros , cosa que les gustaba mucho , y no tardó en cautivar su afecto , entusiasmar su barbarie, marchar á su cabeza y tener la fatalidad de ser cómplice, aunque indirectamente, de las matanzas, vio- laciones y sacrilejios que aquellos hombres feroces come- tían en las ciudades conquistadas, crímenes que á pesar de todos sus esfuerzos no le era dado impedir. Esta fué indu- dablemente una de las faltas mas graves que le desapro- baron las personas de todos los partidos y que no puede

CAPITULO LIX.

justificarse ni aun con el estado de exaltación producido por tantas desgracias. Desde entonces su estrella solo brilló con una luz lívida. Abandonado de los pocos jefes que podían ayudarle en sus proyectos , anduvo errante por las vastas Pampas sin renunciar á la esperanza ni dejar de ajitarse, creyendo siempre en la posibilidad de reconquistar la soberanía de su país ejercida por su ene- migo don Bernardo O'Higgins. No pudiendo penetrar por las cordilleras inmediatas á Mendoza por hallarse acampadas en ellas las tropas chilenas, se fué con sus ilu- siones por el lado de San Juan con ánimo de entrar por la provincia de Coquimbo , donde contaba con buen nú- mero de partidarios. Pero antes quiso tentar de nuevo la fortuna , yendo á reunirse con las montoneras enemi- gas de Buenos-Aires. Continuaba en la persuasión de que por esta capital , es decir por la influencia y protec- ción de sus jefes , podría conseguir su objeto ; pero des- graciadamente para él empezó su nueva campaña con grandes reveses , lo que hizo su posición mas y mas crí- tica. Esto unido á la ingratitud de todos los directores r á quienes habia ayudado á elevar con su espada, le deci- dió á renunciar á los auxilios estranjeros y á marchar so- bre San Juan con los pocos soldados , casi todos chilenos, que se mantenían fieles á su persona. El país que tenia que atravesar, era vasto y estaba lleno de peligros. Lo franqueó no obstante sin accidentes, pero al llegar cerca de San Juan y sitio llamado el Medaño , se vio detenido por una corta división mandada por el coronel Gutiér- rez , que habia destacado el gobernador de Mendoza. Don José Miguel Carrera no se encontraba en estado de poder hacer frente á un enemigo muy superior á él , cuanto mas que su reducido ejército estaba medio desmoralizad© ,

m

.

488

HISTORIA DE CflILE.

sumamente cansado y muy mal montado. Pero no po- día volver atrás y huir sin emprender algo. Aceptó pues la batalla y dio al punto las órdenes para tomar la ini- ciativa y para que la caballería se lanzase sobre el ene- migo, que la esperó á pié firme en una posición escelente y la obligó á que se retirase. Los soldados de Carrera volvieron muchas veces á la carga, pero otras tantas fue- ron rechazados por los de Gutiérrez, que cargándoles á su vez acabaron por derrotarlos completamente. Esta fué la última acción que dio don José Miguel Carrera y la que cortó para siempre el vuelo tempestuoso que le trazó su carácter inconstante , ambicioso y turbulento. Obli- gado á huir con el resto de su división , tuvo el dolor de verse vendido en medio de la noche por algunos de sus oficiales , cansados sin duda de la vida aventurera y de emociones que llevaban hacia mucho tiempo. Se apode- raron de él á pesar de la resistencia que hizo , y lo con- dujeron con las manos atadas á su implacable enemigo el gobernador Gutiérrez, quien al punto lo encerró en una prisión con don José María Benavente, este digno compañero de sus infortunios , ei coronel Alvarez y otros muchos oficiales que permanecieron fieles á su causa. Entró en ¡a prisión el 21 de setiembre de 182] y á los dos dias un consejo de guerra le condenó á muerte, cosa que no le cojió de sorpresa. Lo único que sentía era no estrechar su corazón con el de su desgraciada familia, y hasta tuvo el sentimiento de que no le permitiesen hablar con la suegra de su hermano don Juan José á la sazón en Mendoza, bajo el falso pretesto de que estaba en cama. Resignado pues con su desgraciada suerte, marchó al dia siguiente 24 de setiembre al lugar de la ejecución con paso firme, sin que le conmoviesen las impresiones de la multitud

que se agolpaba á su paso, y orgulloso por otra parte con un pasado que consagró á la felicidad de su patria y que tantas circunstancias habían arrastrado á la violencia y á la reacción. Fué fusilado con su amigo Alvarez en el mismo sitio en que sus dos hermanos recibieron la muerte , y para mengua de sus enemigos , su cabeza fué espuesta á la vergüenza pública. A don José María Be- navente, este amigo cuya fidelidad rayaba en entusiasmo, lo condenaron también á la pena capital, pero no la su- frió por las vivas instancias de un hermano que tenia establecido en Mendoza : á los demás oficiales los dise- minaron en diferentes puntos de la república y en Chile. Tal fué el destino del ilustre chileno que ocupará sin duda algún dia la intelijente perspicacia de los historia- dores. Hoy están todavía los partidos bajo la influencia de las pasiones y del amor propio ofendido, y no pueden juzgarle convenientemente y á satisfacción de todo el mundo. Sin embargo, es innegable que prestó grandes servicios á la independencia , trazando á la revolución una marcha mas segura y mucho mejor pronunciada, entusiasmando á la juventud para que se alistase en sus lejiones y dando al ejército una organización de que dis- taba mucho antes de que él regresase á su patria. A su prodijiosa actividad, á su carácter laborioso y á su jenio sumamente fecundo en espedientes, debió también po- der neutralizar los malos efectos de su aislamiento y pro- porcionarse recursos , por medios es cierto algunas ve- ces violentos que la calma de hoy desaprobará quizá, pero que las circunstancias de entonces hacían inevitables. Porque en aquel nuevo período de vida y de creación , era imposible proceder con regularidad, sin pasiones y sin escesos, cuando habia que producir un completo de-

490

HISTORIA DE CHILE.

sarrollo, y un país que era español convertirlo en ame- ricano.

Es condición inherente á toda revolución social , ser exajerada é impaciente en su principio, inquieta é impe- tuosa en su marcha. Basta una chispa de oposición para comunicar el incendio á toda la sociedad fuertemente conmovida entonces, si no impide su propagación el jefe de ella, obrando con el vigor de un déspota y el celo de un innovador que quiere despertar un pueblo al nombre de libertad. La naturaleza, es necesario confesarlo, habia formado admirablemente á Carrera para destruir añejas preocupaciones. Era de carácter franco, dócil, decidido, muy seductor y persuasivo cuando se replegaba en mismo, capaz de atraerse los hombres y de hacer grandes cosas, porque comprendía el patriotismo en la grandeza de ánimo y no en la mezquindad y no contemporizaba con los enemigos del principio revolucionario para evitar que se enervase su fuerza. Pero si era muy á propósito para meter el hacha en una sociedad mal organizada y para minar sus viejos cimientos, no lo era para restablecerla y reconstruirla. Turbulento como todo revolucionario, pero mas por naturaleza que por egoísmo ; enemigo del reposo y de trabajar en un gabinete ; dominado siempre por el esceso de sus cualidades, lo que le hacia un tanto inconstante, á veces caprichoso y hasta obstinado; no queriendo sufrir el predominio de nadie fuese quien fuese, no buscaba en cierto modo en la revolución mas que el movimiento, no los principios, demostrando con esto que tenia todas las cualidades de un jefe de partido, pocas de un hombre de estado. Así es que en su partido repre- sentaba la fogosidad y la actividad, lo que le dio un gran ascendiente entre la juventud, ávida siempre de movi-

CAPÍTULO LIX.

miento y de emociones, mientras que las personas de edad mas avanzada no tardaron en desaprobar su tur- bulencia, porque para ellas, al contrario que para los jóvenes, el espíritu revolucionario debia estar casi todo en el alma y muy poco en el cuerpo. Las mismas personas veian en O'Higgins un atleta de la libertad del país no menos apasionado y vehemente, pero de mas calma, mas reflexivo , que obraba con conocimiento y con cálculo. Veian también claramente que Carrera con su entusiasmo en el corazón y en la cabeza, era capaz para sublevar las masas, pero no para gobernarlas; porque siendo la pri- mera condición del que aspire á elevarse al poder y sos- tenerse en él , tener una cabeza y un corazón fríos, con- sideraban el entusiasmo la virtud de los que ejecutan y la calma y la sangre fria la de los que dirijen, y bajo este último punto de vista la naturaleza fué muy avara con Carrera. Por lo demás, lo repito, á las edades venideras, y á ellas solas, incumbe la tarea de discutir los actos de este jenio de la revolución y de apreciarlos del modo que la historia tiene derecho á exijir. Los móviles de las ac- ciones humanas se ocultan en profundidades tan obscuras, son tan parciales los escritos contemporáneos é influidos por tantas opiniones y tantos intereses diversos, que se necesita gran número de años y la reunión de muchas cartas confidenciales dictadas sin objeto determinado, para esclarecer los mas sencillos sucesos de épocas muy modernas.

*¿J*

CAPITULO LX.

Benavtdes se apodera de todos los buques estranjeros que tocan en la isla de Santa María , y alista los marineros en sus batallones.— Uno de estos buques va á Chiloe en busca de refuerzos, y á su regreso conduce al capitán Seno- sain. - Deserción de las tropas en los dos ejércitos. - Junta de Concepción para vijilar á los espías de Benavides. - Este marcha al norte y es perseguido por Prieto - Victoria de la Vega de Saldia.— Dispersión de los realistas.— Política de los patriotas para destruir los restos del enemigo. Sumisión de Bocardo y de casi todas las familias establecidas en Quilapalo. Toma de Arauco.— Prieto marcha contra los indios de la costa. Benavides , redu- cido al último estremo, se embarca para el Perú , y lo arrestan en Topacalma. Llevado á Santiago es condenado á una muerte ignominiosa. Picarte, que queda de comandante de la Araucania, consigue que regresen á Con- cepción las monjas trinitarias.— Rebelión de las tropas de Valdivia , y muerte del coronel Letelier.— O'Higgins envia á aquel punto al coronel Beauchef.— Castigo de los culpables. Espedicion de Beauchef contra Palacio y su montonera. Este jefe es cojido y condenado á muerte.

Hemos dicho en el capítulo anterior que dedicado O'Higgins esclusivamente á la espedicion del Perú, había descuidado el ejército del sur, causa por la cual se en- contraba este en una posición sumamente crítica y muy amenazado por los realistas. En efecto , Benavides se manifestaba cada dia mas audaz. Con su prodijiosa ac- tividad, y con los actos de vandalismo, que los jefes de partido pretenden siempre justificar con que la necesidad les obliga á ellos, se levantó del estado deplorable á que lo redujeron la derrota de Concepción y la de Pico en Chillan. Desde que se verificó la última, se hallaba refu- jiado en Arauco, poniendo en juego todos los recursos que su posición sujeria á la imajinacion fecunda de un hombre como él. Los indios de la costa, y aun algunos del interior, continuaban siéndole afectos, pero esto no

CAPITULO LX.

Z|93

era bastante, porque necesitaba ademas tropas discipli- nadas con que emprender y sostener un combate, cosa que no sabían hacer aquellos bárbaros, útiles solo para completar una victoria. En la imposibilidad de reclutarlas en número suficiente , se propuso apoderarse de cuantos buques que se aproximasen á la costa, para armarlos en corso contra todos los que navegaran en los mares del sur con otra bandera que no fuese la española.

Por entonces el comercio de los Estados-Unidos y de Inglaterra tomaba mucha estension en estas nuevas y ricas comarcas. En la pesca de la ballena había grande actividad, y los barcos que la hacían , por la naturaleza misma de su industria , tenían necesidad de acercarse á las costas , y muchas veces de entrar en las bahías. Asi fué que el primer buque que conquistó Benavides en su nueva carrera, fué un ballenero, el Hero, que vino á anclar en la isla de Santa María , al que siguieron poco después la Ersilia, el Occéano, la Luisa, la Perseverancia y otros, y luego algunos de ellos armados y montados por hom- bres de confianza, fueron á ejercer la piratería en toda la estension del Occéano. Los marineros de las tripulaciones de estos buques ingresaron en los Tejimientos que formó, y para que el terror les impidiese fugarse, mandó fusilar á un capitán , y á cuantos marineros manifestaron la me- nor tendencia á la deserción.

Los buques apresados no suministraron á Benavides soldados solamente. En uno de ellos, el Occéano, se en- contraron mas de quince mil armas, entre fusiles, terce- rolas, sables, etc., con las que hubo bastantes para armar los nuevos reclutas y para formar un repuesto. Con este motivo despachó un buque á Chiloe para participar al gobernador Quintanilla sus presas, y pedirle hombres y

ZDJÍ

^L

49/l

HISTORIA DE CHILE,

í

municiones; buque que regresó á los dos meses, condu- ciendo un escelente refuerzo al mando del capitán Seno- sain, dos cañones y la cantidad de municiones pedida.

Por estos medios, tan ilícitos como inhumanos, con- siguió Benavides organizar un nuevo ejército, que al poco tiempo contaba cerca de tres mil hombres bien equipados, de ellos mil doscientos jinetes entre húsares y dragones! el rejimiento de los últimos muy reciente y formado con el mayor esmero. Estas tropas, repartidas en los dife- rentes puntos de la provincia y de la frontera, renovaban de cuando en cuando las guerras de destrucción , que constituían entonces todo el código de sus actos ; siéndoles esto, por lo demás, tanto mas fácil cuando que la división de Prieto, única que pudiera hacerles frente, se encon- traba sin caballos, y falta casi de todo, así de víveres como de vestuario, lo que era causa de deserciones, algunas de las cuales se verificaban con armas y ba- gajes. Ciertamente que no era menor la deserción entre los realistas, con la circunstancia, que no concurría en los patriotas, de que se les desertaban también muchos oficiales, especialmente desde que se publicó el bando de indulto de 30 de diciembre de 1820 ; pero esto no podia en ninguna manera compensar las pérdidas que tenia el ejército del sur, porque, cercado en cierto modo por todos lados, no podia proporcionarse lo que necesi- taba para su subsistencia.

Así las cosas, Freiré, cuya división era la que estaba mas descuidada, se decidió á ir á Santiago para obtener de viva voz lo que no había podido conseguir por una correspon- dencia muy seguida. Al marchar recomendó mucho á Prieto , á quien dejó de intendente subdelegado, que pu- siese en juego todos los recursos de su astucia para de-

CAPÍTULO LX.

495

sunir a los jefes enemigos, y para atraerlos con prome- sas de honra y de provecho. Precisamente era la política que estaba siguiendo con buen éxito este digno briga- dier, hombre sumamente humanitario, pues habia hecho caer en emboscada á Turra, uno de los jefes de Pincheira, con algunos de su montonera , y en el mes de marzo se hallaba ya en tratos con el mismo Pincheira, quien ofre- ció rendirse , después de haber pedido permiso para ir á vengarse de losPehuenches, y quitarles el ganado va- cuno y lanar que le habían robado. Estos preliminares de negociaciones los paralizó desgraciadamente Bocardo, nombrándole capitán efectivo de su montonera, nombra- miento que le halagó lo bastante para romper toda rela- ción con Prieto , sin que le detuviese el que muchos de los suyos se habian pasado ya á los patriotas, y trabaja- ban fuertemente para inquietarle. También el capitán de los dragones don Juan Bautista Espinosa, jefe de los Hui- liches, habia conseguido que volviesen gran número de familias, soldados, toda la reducción de Trilalevu y ademas los dos padres franciscanos don Marcos Rodríguez y don Patricio Araneda, personajes de gran fama y que inme- diatamente fueron destinados , el primero con el capitán don Francisco Bulnes á Trilalevu, para avivar desde el pulpito el espíritu patriótico en aquella comarca, y el segundo para destruir la poca influencia que les quedaba á los realistas en la credulidad de los habitantes de la parte sur del Biobio.

No procedía Benavides con menos intelijencia y acti- vidad. Aparte sus numerosas montoneras, organizó un sistema de espionaje que se estendia á toda la provincia y alcanzaba á la ciudad de Concepción , donde funcionaba con grande actividad. Sabido esto por Prieto mandó que

y

';

;\!Íií

'<:v-,'v

&S3

496

HISTORIA DE CHILE.

todos los ajentes secretos fuesen vijilados por una junta, encargada ademas de velar por la tranquilidad de la ciudad , y de cuidar que los inspectores de barrio cum- pliesen con exactitud sus deberes. Las honradas perso- nas que la componían, los señores Barnachea, Novoa y Bilimelis, sentenciaban todas las causas de espionaje é infidencia, y bastaba el informe de la intendencia, apro- bado por el jefe, para ejecutar el fallo.

El año 1821 pasó en estos manejos , y en pequeñas escaramuzas, todas de poca importancia, en que tan pronto era el uno como el otro partido el vencedor. Al fin Benavides , fiado en la superioridad numérica de su ejército, se decidió á intentar una empresa en grande, que fué nada menos que marchar directamente sobre la capital, desguarnecida ó poco menos de tropas regulares, desde la espedicion del Perú. El momento elejido era bastante favorable al proyecto para no dar grave inquie- tud á Prieto, y forzarle á no moverse de Chillan y á re- nunciar á su viaje á la Florida, donde debía tener una entrevista con el comandante de armas de Concepción, el coronel Bivera. Escribió inmediatamente áeste, pi- diéndole sus mejores tropas de infantería y caballería y los indios de Benancio acampados en Yumbel , y esperó á pié firme á Benavides , que no tardó en presentarse á la cabeza de mil hombres , protejidos por dos cañones. Aunque los soldados que tenia para hacerlo frente apenas eran seiscientos, no temió salir de la ciudad á provocar un combate , que esperaba fuese decisivo ; pero después de unos cuantos tiroteos , Benavides levantó el campo y se dirijió al norte. Ya habia pasado el Nuble , cuando la división patriota empezó á picarle la retaguardia , lo cual le obligó á repasar el rio ; y marchando siempre en

■■

CAPITULO LX.

su persecución, á pesar de la obscuridad déla noche y de una lluvia continua, fué á acampar á la hacienda de Coto con la esperanza de alcanzar pronto á su antago- nista, que huia hacia Tucapel. Al llegar el dia siguiente á orillas del rio Chillan, supo por sus espías que las tro- pas enemigas se hallaban acampadas á corta distancia, en un sitio llamado la Vega de Saldia. Sin pérdida de tiempo reunió los oficiales superiores, les dio las órdenes para los preparativos, y á las dos de la mañana se puso en movimiento , marchando la caballería sobre los flancos de la infantería y apoyando á esta dos piezas. Desgra- ciadamente no se le ocultó al enemigo la aproximación de los patriotas , y levantando el campo echó á huir. Iba á pasar el pequeño rio de Chillan cuando los húsares, destacados por el jeneral á todo escape, llegaron á tiempo de impedir el paso que los realistas quisieron forzar. Entonces se empeñó una pequeña acción , que los húsa- res no pudieron sostener largo tiempo por su reducido número : pero reforzados muy luego con las partidas de Arteaga, y sobre todo con los cazadores del intrépido don Manuel Bulnes , dieron reunidos vigorosas cargas que introdujeron la confusión en las filas de los realistas, acabando por derrotarlos completamente , con el auxilio de los demás escuadrones y del batallón número 3 , que llegó todavía á tiempo de tomar parte en esta gloriosa victoria. Por una de esas casualidades, tan raras en se- mejantes circunstancias , la patria no tuvo que deplorar la pérdida de un solo hombre , mientras que el enemigo contó mas de doscientos muertos entre matados y aho- gados , entrando en este número los famosos Rojas y Elizondo. Los prisioneros, entre los cuales se hallaban diez y siete ingleses de los presos por Benavides, ascendieron

VI. Historia. 32

m¡:\

#

'¡«■■i', :'■'■

T

'^

HISTORIA DE CHILE.

á muchos mas, porque los fujitivos fueron perseguidos hasta la orilla de la Laja. Los que pudieron salvarse, se dirijieron á las cordilleras con Hermosilla y Pin- que no estaban ya en buena armonía, ó bien en busca de los indios, los unos con Pico y Carrero, y los otros, aunque muy pocos, con Benavides hacia Arauco. Algunos se presentaron á los patriotas y abra- zaron su causa, contándose entre ellos Neira, don José Antonio Sepúlveda, Peña, etc. Gomo estos conservaban prestijio entre los realistas , el primero fué á Santa Juana á promover la deserción de los cazadores , que protejian unos cuantos soldados apostados en las inmediaciones, y los demás á los alrededores de Arauco , centro principal de todas las combinaciones de Benavides.

Este sistema de guerra , que consistía en favorecer la deserción de los realistas y ganar los jefes de las monto- neras , no tardó en ser la política de Prieto , como lo era ya la del intendente Freiré. Salvas algunas escepciones, el partido contrario se componía de chilenos, y era un de- ber de los oficiales superiores conservar la vida á sus desgraciados paisanos, á quienes una fidelidad mal en- tendida los comprometía á continuar defendiendo la ban- dera española. Con esta humanitaria intención organizó Prieto dos pequeñas divisiones , y las envió á someter por medio de la persuasión los últimos restos de las montoneras. Una de ellas, fuerte de doscientos hombres, la puso al mando del capitán don Manuel Bulnes, que en la última refriega habia dado brillantes pruebas de valor y de pericia , y la otra, poco menos que insignifi- cante , al de don Clemente Lantaño.

Este , á quien hemos visto caer en poder de los patrio- tas en Huaras y dedicarse desde entonces con celo á la

CAPÍTULO LX.

499

defensa de su país, estaba de comandante de la fron- tera , para cuyo destino fué nombrado en reemplazo de don Santiago Urrutia. Su valor bien conocido y sus relevantes hechos mientras sirvió en el partido del rey, le habían conquistado en este cierta superioridad, y con ella algunas simpatías entre los soldados. Esto unido á que estaba emparentado con algunos jefes realistas , le hacían muy á propósito para llenar las miras del go- bierno en sus humanitarios proyectos de seducción. Luego que llegó á Valparaíso lo enviaron á Chiloe á que ganase al gobernador Quintanilla, su compadre, lo que á haberse conseguido hubiera ahorrado las espediciones contra una provincia guerrera y muy adicta á su rey ; pero desgraciadamente Quintanilla, hombre honrado y de fe, lo recibió como á enemigo, obligándole á que se volviera, sin permitir que desembarcara, y mucho menos oir las proposiciones de paz que iba encargado de llevarle. Este desgraciado principio de sus negociaciones no le impidió ofrecerse á entablarlas con otras personas, que le cons- taba ser menos incorruptibles que Quintanilla. Una de las que mas importaba ganar era el famoso Bocardo , compañero suyo de la infancia , natural como él de la provincia de Concepción y jefe de la numerosa pobla- ción de emigrados de Quilapalo, cuya mayor parte, can- sados de la vida miserable que tenían , nada ansiaban mas que volver á sus antiguos hogares. El jeneral Prieto daba gran valor a la defección de este jefe , y el princi- pal objeto de la espedicion de don Clemente Lantaño fué conseguirla. En sus negociaciones le protejia el coman- dante Bulnes , el cual si bien tenia orden de proceder igualmente con política y moderación, estaba autorizado en caso de resistencia obstinada, para emplear los medios

m

*mm

500

HISTORIA DE CHILE.

'¿*H

mas rigorosos con objeto de obtener una sumisión com- pleta. Su carácter bien conocido de militar valiente, jus- tificado y leal, le hacia muy á propósito para el desem- peño de esta doble misión , por lo que Prieto le elijió con preferencia, habiendo demostrado desde sus primeros pasos que era digno de ella.

Después de recorrer la estensa llanura de la Laja, Bulnes fué á Nacimiento con su división muy aumen- tada , y de allí salió el 22 de marzo para ir á disper- sar en Mulchen un gran número de indios enteramente hostiles á la patria. Hallábase don Clemente Lantaño en las orillas del rio Biobio en tratos con Bocardo dispuesto completamente á rendirse, y Bulnes, que lo supo, fué allá á unir su poderosa influencia en esta ventajosa negocia- ción. A los esfuerzos combinados de estos dos respetables chilenos, la patria debió muy pronto poder contar aquel jefe realista entre sus hijos y en el número de sus defen- sores.

La defección de Bocardo produjo un efecto escelente. En primer lugar aumentó la desmoralización en el par- tido realista, y ademas fué causa de que la numerosa colonia de chilenos establecida en Quilapalo desde la retirada de don Francisco Sánchez , abandonase este lu- gar de destierro y volviese á sus casas, con la seguridad de que todos serian mirados benévolamente y con indul- gencia por el gobierno. Entre los nuevos pasados habia muchos oficiales, soldados, curas, frailes y monjas. Hubo sin embargo algunos tan reacios que no quisieron ren- dirse, y marcharon á refujiarse á Piule, adonde fueron á atacarles los soldados de Bulnes , viéndose precisados los unos á ganar las cordilleras, y los otros á reunirse á Pico, que estaba del otro lado de Puren.

CAPITULO LX.

501

Con esto la guerra quedó circunscrita al país araucano, y sus habitantes hechos el juguete de los dos partidos, especialmente de los realistas, que no contaban mas que con este débil recurso para sustraerse á la persecución activa é incesante de los patriotas. La influencia que ejer- cían en ellos los capitanes de amigos, afectos en jeneral al principio monárquico , y la no menor de los jefes eu- ropeos, que les habían inspirado un odio terrible contra los chilenos, tenia convertidas estas poblaciones en ene- migos muy peligrosos , á quienes era necesario atraer, mas con la astucia que con las armas. La política de Bulnes, que fué la que Freiré y Prieto le recomendaron, consistió en introducir la perturbación en todas estas tribus, y en procurar desunirlas y armar unas contra otras para someterlas á fuerza de cansancio y de arruinar su país. Hacia mucho tiempo que la patria contaba á su ser- vicio al famoso Benancio Coyquepan , cacique de Malal , al que siguieron los caciques Ligenpi , Coliman, Cadin, Melipan , Paillaleb, Paylahuala y otros muchísimos. Ofi- ciales tan valientes como Ybañez, Salazar, etc. , los lle- vaban en sus correrías para perseguir sin descanso á los caciques Colqueman, Maripil, Catrileu, Levilhuan , y especialmente al famoso y temible Marilhuan , enemigo declarado de Benancio, á quien siempre estaba desa- fiando, ya directamente ya por conducto del intendente Freiré (1), al que escribió muchas veces ofreciéndole una sumisión en que estaba muy lejos de pensar. Freiré pro- curaba sostener correspondencia con los indios realistas

.i,;;,

(1) En 23 de diciembre de 1822 le escribió que comprometiese á Benancio y á Ligenpi á reunir todos los indios, y anadia : « Aunque es de tanta opi- nión eso es lo que yo solicito, pelear con un valiente como él y Ligenpi; aunque su campo de ellos es muy crecido, el mió es corto, pero gente aguer- rida. »

502

HISTORIA DE CHILE.

para introducir en ellos la desconfianza y fomentar la desunión. Por este medio y con el auxilio de la poderosa espada de Bulnes , secundado por sus valientes oficiales, esperaba acabar con tantas rebeliones organizadas y des- truir los últimos restos de los soldados y oficiales euro- peos.

Mientras eran perseguidos los fujitivos de la vega de Saldia , el brigadier Prieto comunicó una orden al co- mandante de armas de Concepción para que hiciese una espedicion contra Arauco, y lo tomase. El coronel Rivero reunió al punto doscientos hombres al mando de Quin- tana y Ríos , y los envió por mar en un bergantín mer- cante el Brujo, fondeado á la sazón en Talcahuano. En- contraron dificultades para el desembarque, por la mucha mar y porque algunas partidas de enemigos se presen- taron á atacarles , pero una vez vencidas , marcharon á Arauco, que encontraron casi desierto é incendiado. A los dos dias llegó Benavides á las inmediaciones , acompa- ñado solamente de algunos soldados y oficiales. Obli- gado á continuar su ruta, apostrofó al pasar al centinela, diciéndole que muy pronto habría noticias suyas ; y en efecto volvió al cabo de una semana á la cabeza de una fuerte indiada con objeto de apoderarse de los caballos, y hacer alguna tentativa para tomar la plaza. Pero Rios, fortificado en el cerro de Colocólo, resistió perfectamente todos sus ataques ; y viéndose Benavides en la imposi- bilidad de realizar su proyecto, se fué á Tucapel á con- vocar los indios con el fin de marchar otra vez sobre Arauco, punto que consideraba el de mayor importancia para sus operaciones futuras. Gracias á la habilidad que tenia para atraerlos, pudo reunir bastantes, con los que sitió al comandante Rios, le estrechó por todos lados, y

CAPÍTULO LX.

probablemente le hubiera obligado á rendirse á discre- ción , si la llegada de un buque mandado por el capitán Robinson, no le hubiera sacado de una posición tan difícil y peligrosa.

Como Arauco habia estado casi siempre en poder de los realistas , la perniciosa influencia de estos se dejaba sentir en el alma crédula y vivamente interesada de los indios; razón por la cual, á pesar de las ventajas con- seguidas por Rios , era de temer que la presencia de Benavides en aquellos parajes , y sus recursos tan inje- niosos como oportunos, hiciesen algún nuevo daño á la república. Para poner término á este temor, se decidió el brigadier Prieto á ir á aquellos sitios á castigar á los indios, perseguirlos hasta Tucapel de la costa y reunirse con la división de Buhes por Ilicura ó Pangueco. Su división se componia de mil hombres próximamente, á saber, el rejimiento de los cazadores de caballería, el batallón número 3 , doscientos hombres del número 1 y cuatro piezas de montaña del número Z¡.

Esta espedicion salió de Concepción en diciembre de 1821 y no tardó en llegar á Arauco, donde se detuvo algunos dias para poner esta plaza en buen estado de defensa, yendo en seguida en socorro de Rios, que es- taba temiendo ser atacado por fuerzas muy superiores á las suyas. En el camino supo Prieto que los indios y mon- toneras estaban reunidos en un llano, y en disposición de batirse. Su primer pensamiento fué sorprenderlos, y al efecto sus tropas marchaban al través de los bosques durante la noche, cuando al amanecer fueron ellas las sorprendidas, atacándolas en masa el enemigo en un mo- mento en que la división no estaba preparada para hacer frente. Dos tenientes coroneles que seguian el ejército

■;-.;..

m

Lolt

504

HISTORIA DE CHILE.

sin mando, Viel y Beauchef, se colocaron al punto, el primero en la artillería y el segundo en el número 3, y gracias á algunas cargas, á algunos tiros de cañón bien dirijidos por el mayor Picarte y al fuego de los infantes, pudo contenerse aquella masa de indios y perseguirlos en seguida con intrepidez , á pesar de los peligros que ofrecía la configuración del terreno. El coronel Viel, sobre todo, corrió un gran riesgo entonces, pero mucho mayor pocos dias después, cuando le engañaron unos indios, que con pretesto de negociar la paz, quisieron llevarle del otro lado del rio Levu. Una mera casualidad hizo que en el momento de ir á pasarlo , retrocediese.

La división volvió á emprender la marcha, y venciendo muchas dificultades y sosteniendo algunas pequeñas es- caramuzas, fué á acampar á los llanos inmediatos á Tu- capel, que estaban cubiertos de una yerba muy seca. Los indios, con su destreza acostumbrada, pusieron fuego á la yerba, y á no ser por la presencia de ánimo del jeneral en jefe , que cortó el incendio mandando hacer fosos á toda prisa , su división lo hubiera pasado muy mal y acaso hubiese sido completamente derrotada. A través del espeso humo que se levantó , se veia á la masa de in- dios que avanzaba en orden y se preparaba para caer sobre los soldados , esperando solo un momento de gran confusión ; pero los fosos no solo contuvieron el fuego, sino también á los indios, los cuales fueron desapiadada- mente metrallados y derrotados completamente. Sin em- bargo , viendo Prieto que no podia obtener grandes re- sultados y que empezaban á escasearle los víveres , dio orden de retroceder á Concepción , y á su paso por Arauco dejó á Picarte de comandante de esta plaza y de toda la costa.

CAPÍTULO LX.

Benavides, que se retiró al Rosal, se vio hecho el blanco de casi todo su partido. Uno de sus mayores ene- migos era Carrero, á quien poco tiempo antes habia que- rido fusilar, y á quien perdonó la vida por la eficaz reco- mendación de su prima, que le quería mucho y con quien iba á casarse. Desde sus últimas derrotas, Carrero, en- tonces en Puren con Marilhuan, marchó a Tucapel para poder mejor desacreditarle en el concepto de los suyos y deshacerse de él , y gracias á un ardid de Rios, arreció la desavenencia entre ambos con todo el odio de la fe- lonía. Carrero le acusaba de que estaba de acuerdo con los patriotas , y para probarlo suplantó cartas de Rios, que, conforme á los deseos de este , cayeron en poder de los realistas. La credulidad de los indios, esplotada por la ambición de Carrero, dio el último golpe á la autoridad de Benavides , y si gracias ásu previsor talento consiguió desarmar la cólera y escapar á los tiros de aquellos (1), no dejó de conocer que su presencia en aquel país, al cual por otra parte consideraba perdido para siempre, no po- dia durar mucho tiempo sin esponerse á los mayores riesgos. A cada momento descubría nuevos lazos tendidos por su enemigo Carrero, ó nuevas defecciones de sus sol- dados, que se pasaban á los patriotas. Las familias emi- gradas respondían al llamamiento afectuoso de estos y abandonaban el destierro para volver á sus antiguos ho- gares. Un dia, yendo el alférez Arevalo a Tubul á con- tener la salida de estas familias y llevarlas al campa- mento del Rosal , lo sedujo con todos sus soldados don

(1) Entre los lienzos cojidos en los buques, habia uno en que estaban pintados unos soldados y unos turcos; y cuando los indios se acercaron á Benavides les dijo que los engañaban , que muy pronto iban á llegar muchas tropas que le enviaba el rey, y enseñándoles la pintura les hizo creer que era aquel el uni- forme que llevaban y^l que debían darles á ellos.

:B£'

■W— - **}&-'■

506

niSTORIA DE CHILE,

Dionisio Aguayo , y esta pequeña división retrocedió, no para ponerse á las órdenes de Benavides , sino para ata- carle y batirle, debiendo este á la casualidad el haber podido fugarse. Todo esto unido á la animosidad de los oficiales europeos y á la que le tenían los indios que le acusaban de tantas desgracias, le decidió á separarse de este teatro de discordia y á llevar su actividad y celo á un país mejor. En vez de ir á Chiloe, cuyo camino no ofrecía dificultad á pesar de que un buque estaba blo- queando el puerto de San Carlos , dirijió sus miras al Callao, prometiéndose poder incorporarse al ejército de Laserna, que estaba acampado en el interior de las cor- dilleras. No teniendo ningún buque á su disposición, por- que los que quedaban de los cojidos á los estranjeros habían sido quemados en Tubul inmediatamente después de la pérdida de Arauco , se confió á su buena estrella, y se embarcó en una chalupa que había mandado arre- glar, esperando tener la misma feliz suerte que tuvo en Pico cuando hizo otro viaje en iguales circunstancias. Iban en su compañía su mujer , don Nicolás Artiga , su secretario , el alférez don José María J.aramillo, tres sol- dados y el jenovés don Mateo Martelli, que hacia de pi- loto. Aunque no grande la comitiva, la embarcación era tan pequeña, que á los pocos dias , al llegar á la altura deTopocalma, empezaron á escasear los comestibles y á faltar completamente el agua. En tal conflicto, resol- vieron acercarse á la costa para proveerse de los artícu- los de primera necesidad. El soldado González fué en- viado solo, yendo en una balsa hecha con los pellejos que servían para el agua. Llevaba orden de examinar la localidad y preparar los ánimos con el único objeto que les llevaba allí; pero sea que no le gustase la vida de

CAPITULO LX.

aventurero, sea que estuviese ganado por algunos de los que iban á bordo, como todo induce á creerlo á pesar de la dificultad que tenían para tramar un complot , lo cierto es que en cuanto saltó á tierra, fué á declarar que Bena- vides estaba en la embarcación , manifestando al propio tiempo la posibilidad de apoderarse de él.

El terror que este jefe realista había infundido en todo el país, reunió bien pronto en los alrededores muchos hacendados, dispuestos á intentar este gran golpe de mano. De acuerdo con González, estuvieron escondidas todas estas personasen las inmediaciones de la playa, y no salieron hasta que al llegar la víctima á la primera casa , cayeron sobre ella y la sujetaron. Benavides no pudo hacer ningún jénero de resistencia, á pesar de que conocía su posición y la desgraciada suerte que le espe- raba. Atado de pies y manos, lo llevaron á Santiago en compañía de sus subalternos, y á los pocos dias fué en- tregado ala justicia. Convicto de los crímenes mas atro- ces que las leyes de la guerra ni justifican ni toleran , fué condenado á la pena de horca , y la sentencia se ejecutó el 23 de enero de 1822 en la gran plaza de la indepen- dencia. Para intimidar á las numerosas montoneras que tenían infestada la Araucania, su cabeza y miembros se pusieron á la espectacion pública en los sitios en que habia cometido sus mayores crímenes, es decir, en Con- cepción, Santa Juana, Tarpellanca, etc., y su cuerpo, reducido á cenizas , fué arrojado al viento en el llano de Portales. Tal fué el destino de este hombre , que de sim- ple criado llegó á representar el poder real en los estre- chos límites de su territorio , acabando con una muerte degradante, de que la casualidad le habia salvado muchas veces después de mil peripecias de una vida ajitada y

¿I i

oü£

508

HISTORIA DE CU1LE.

siempre rodeada de peligros. Su edad era entonces de cuarenta y cuatro años.

Después de la salida de Prieto, Picarte, que habia que- dado de único comandante de Arauco y toda la costa, se ocupó en poner en ejecución, lo mejor que pudo, las ins- trucciones de su jeneral, reducidas á fomentar la desu- nión entre los indios y favorecer el regreso de los dester- rados á sus hogares. Sobre todo le preocupó mucho la suerte de las monjas trinitarias , é hizo los mayores es- fuerzos para reducirlas á que volviesen á Concepción , cuyos habitantes las llamaban con el mayor ahinco.

Hacia cuatro años que faltaban de esta ciudad. Salie- ron con Sánchez cuando este huyó á Valdivia, y no pu- diendo llegar al término de su viaje, tuvieron que volver por el lado del rio Levu y esperar allí su nuevo destino. Eran treinta con doce criadas y construyeron una gran cabana, en la que y al final de un largo corredor estaba una hospedería servida por cinco hermanos que se ha- bían quedado con ellas. Tenían ademas un provisor y hubo cuatro familias bastante afectuosas para vivir en su sociedad y hacerles mas llevadero su triste aislamiento y el peligro continuo en que estaban , á pesar de las re- comendaciones de Benavides y de que en un principio se les puso una guardia de dos oficiales, un cabo y cua- tro soldados chilotes. Su posición era tan penosa como desgraciada. Aunque tenían hecho voto de no salir del convento, se veian en la necesidad de faltar á él para ir ya á misa, á laque asistían la mayor parte de las veces tapadas, ya á las chozas de los indios, únicos que po- dían suministrarles víveres en cambio de objetos que pedían prestados á sus vecinos, pues Benavides las aban- donó á sus propios recursos , que eran cada dia mas esca-

CAPITULO LX.

sos y difíciles. Afortunadamente no faltaron personas caritativas de Lima que hiciesen para ellas una cuesta- ción , cuyo producto de setecientos pesos lo empleó e! comisionado de la misma don Pablo Hurtado en comprar zapatos, ropa para su uso, añil, chaquiras y otros objetos propios para escitar el deseo de los indios, que eran los que les suministraban algunos víveres En este estado de miseria vivieron estas desgraciadas víctimas de las órde- nes de Sánchez , cambiando de localidad con bastante frecuencia según los caprichos de Benavides , ó según el temor de que volviesen á Concepción, ó que se las lleva- sen los patriotas de Rios. Últimamente vivían al sur del rio Levu y sitio llamado Mansanal del Rosal ; pero des- pués de la fuga de Benavides , Carrero las estableció en Pehuen , desde donde empezaron á corresponderse con Picarte , reclamándole su protección y pidiéndole que favoreciese su regreso. Carrero mismo , á impulsos de su conciencia alarmada, habló en su favor á los caciques, haciéndoles comprender que puesto que no prestaban ninguna utilidad en aquellos contornos valia mas dejar- las ir á Arauco. Al fin Picarte consiguió apoderarse de ellas y quitarlas del medio de los Araucanos para lle- varlas con todos los miramientos debidos á su edad y á su santa misión. Los habitantes de Concepción salieron en tropel á la orilla del Biobio á recibirlas y acompañarlas á la ciudad , á la que llegaron en procesión y en medio del regocijo jeneral de la población entera.

A poco tiempo se hizo otra buena conquista para la república, que fué la sumisión de Carrero , el cual se pasó á los patriotas , arrastrando tras otras muchas personas, dispuestas como él á volver sus armas contra el partido que abandonaron. El cura Ferebu ? á pesar

:;:•.;

510

HISTORIA DE CHILE

de los consejos y esfuerzos de Carrero, no podia olvidar la muerte violenta de su hermano, para pasarse al partido de los que llamaba sus asesinos. Persistió , como otros muchos adversarios , en hacer la guerra á su país, y con- forme á los deseos del chilote Melchor Mansilla, se puso á la cabeza de los cortos restos de la división de la costa, con la firme resolución de sostener hasta el último mo- mento la causa de su rey.

Cuando el ejército caminaba á Arauco corrieron entre las tropas rumores de revolución en la provincia de Val- divia, rumores cuya verosimilitud se negó, pero que fueron confirmados en Concepción por un oficio del gobierno, reclamando al coronel Beauchef para que fuese á reparar los malos resultados de aquella.

Beauchef, como hemos visto, había sido el pacificador de la provincia de Valdivia, primero con su magnífica victoria del Toro y después poniendo orden en los diversos ramos de la administración , así civiles como militares. A él se debió ademas la sumisión de los indios de las tribus de Maquegua, Boroa y sobre todo de Pitufquen, cuyo cacique Calfulevu tenia gran reputación por la gor- dura y singular deformidad de su cuerpo, signo para ellos de sus relaciones con sus dioses, y verdadero ideal de su gran Machi. También se apoderó del famoso mi- sionero Barela, relijioso muy influyente entre los indios, así como en la gran montonera organizada por Palacio' tan perfectamente que por ella se comunicaban los ejér- citos de Benavides y Quintanilla.

A pesar de tan importantes servicios que demostraban, no solo valor y talento militar sino mucho tacto, el go- bierno le reemplazó con el teniente coronel Letelier, por- que este pertenecía al cuerpo de injenieros y la impor-

CAPITULO LX.

tancia de la plaza y sus fortificaciones exijian un oficial de su clase. Beauchef obedeció con cierto despecho á las órdenes del director, y aunque sus intereses le llamaban entonces á Santiago, para donde pudo encaminarse in- mediatamente , cedió á las instancias de su succesor y se quedó algún tiempo para enterarle de todo lo relativo á sus deberes y organizar en los llanos algunas compa- ñías de milicianos con que hacer frente á las amenazas de Quintanilla, de quien se sabia por una carta inter- ceptada , que iba á invadir la provincia. El capitán Isla se habia aproximado ya á las haciendas de Osorno y qui- tado gran número de bueyes, que pudieron recobrarse, gracias á las dilijencias que se hicieron para perseguirle.

Desgraciadamente los buenos oficios de Beauchef para con Letelier no pudieron ponerle al abrigo de las justas recriminaciones que le dirijian tanto los habitantes como los militares á causa de su mal modo de proceder en todo, sujerido por el capricho de una mujer con quien vivia. Beauchef le hizo varias reflexiones y le contaba cuanto oia, pero viéndole cada vez mas sumiso á la voluntad imperiosa de aquella mujer, creyó que no debia insistir en sus observaciones, y se embarcó en un buque estran- jero que le llevó á Valparaíso.

Luego que Letelier se quedó solo en Valdivia, no tardó en ser odiado por todos sus habitantes. Tanto como Beau- chef era querido de las tropas, tanto era detestado el nuevo gobernador, y á tal punto subió el odio, que en un momento de terrible ira los sarjentos le asesinaron en una revolución , así como á los oficiales que quisieron defenderle. Este crimen atroz, cometido en Osorno, era el que Beauchef tenia encargo de averiguar y castigar.

La empresa no se presentaba muy fácil, porque los sar-

u;

1

512

HISTORIA DE CHILE.

jentos autores de la revolución se habían nombrado á mismos oficiales, y era de absoluta necesidad proceder con ellos mas política que militarmente. O'Higgins al echar mano de Beauchef supo muy bien lo que hizo. Había tenido muchas ocasiones de apreciar su valor, su lealtad y su bello carácter, por lo que era el ídolo de sus soldados. Las comunicaciones de Valdivia estaban contestes en que toda la guarnición había tomado parte en el motin , por lo cual era de suponer que sostendría como hecho con- sumado los cambios verificados. Felizmente el goberna- dor que los sublevados nombraron, don Jaime Guarda, perteneciente á las primeras familias del país, honrado si bien ambicioso de gloria, consiguió, á pesar de su ca- rácter débil, conservar la tranquilidad de la provincia, prometiendo á todos los oficiales que se les conservarían sus grados; y para que los soldados no se sublevasen, cosa que querían hacer á cada momento, reunió una junta, la cual acordó levantar un empréstito de cuatro mil onzas en plata de chafalonía, con que se acuñaron pesos de una cuarta parte menos del valor legal, lo que desaprobó el gobierno. Con la promesa de Guarda, que este tuvo la candidez de creer, todo entró en orden. Las administra- ciones siguieron su marcha ordinaria, los soldados de- sempeñaron exactamente sus deberes, y cuando Beauchef llegó, los principales jefes del motin fueron á visitarle como lo hubieran hecho si fuesen oficiales nombrados legalmente. Beauchef procuró recibirlos de modo que no infundiese la menor sospecha sobre sus intenciones. Les hizo algunas reconvenciones por todo lo que habia pasado, pero añadiendo que esperaba lavarían esta sen- sible mancha con su buena conducta en Chiloe, adonde iba á llevarlos para conquistar este último rincón del

CAPITULO LX.

513

poder español. Contando con la grande influencia que ejercía en sus antiguos soldados, arrestó, antes de desem- barcar, á dos de los principales jefes, Silva y Rubio, que estaban dispuestos á rebelarse contra él, y pocos dias después de llegar á Valdivia hizo lo mismo con los demás. A los principales los sentenció el consejo de guerra á ser fusilados, y á los otros los envió á Valparaíso á disposi- ción del gobierno.

Gon estas útiles medidas, la guarnición de Valdivia quedó casi limpia de todos los oficiales asesinos, que fue- ron reemplazados por los que Beauchef llevó, los cuales bien pronto hicieron entraren orden á algunos revoltosos, que aun se atrevían á levantar la cabeza. Con objeto de ocupar á los soldados, Beauchef proyectó una espedieion contra Palacio, jefe de la montonera que tenia en movi- miento todas las tribus del norte de Valdivia,, y el 15 de diciembre de 1822 se puso en marcha con quinientos infantes y cincuenta caballos. A medida que penetraba en la tierra de los indios , se le presentaban los caciques á hacer su sumisión franca ó simulada. Hubo muchos encuentros de poca importancia, pero al llegar á Donguil le llevaron al famoso Caleufu , cacique de reputación , ájente indispensable de los proyectos de Palacio, para quien fué grandísima pérdida. El mismo Palacio no tardó en ser víctima de su confianza en estos indios. En cuanto Beauchef se hizo dueño del Malal , de Boroa y de todo lo que allí habia, envió á buscar por un machi al. cacique Melalican y le ofreció devolverle sus mujeres, hijos y propiedades si le entregaba á Palacio. Aceptada la proposición , este jefe fué entregado quince dias des- pués á la justicia, que le condenó á muerte, juntamente con algunos de sus cómplices. Así acabó esta montonera^

VI. HtSTORSA. 33

514

HISTORIA DE CHILE.

que por mucho tiempo habia ejercido sus estragos en ios alrededores de Valdivia y servido de comunicación entre los ejércitos de Benavides y Quintanilla. Desde entonces pudieron establecerse las comunicaciones entre Valdivia y Concepción, y los indios, sometidos casi todos, solo se manifestaron hostiles en las inmediaciones de Puren , donde les animaba la presencia de Pico, Ascensio, Seno- sain y otros jefes.

CAPITULO LXI

Espíritu de oposición á la administración ilegal de O'Higglns. Descontento contra el ministerio de don José Antonio Rodríguez y obstinación de aquel en conservarlo.— Desavenencias entre los ministros Rodríguez y Zenteno.— Es nombrado este gobernador de Valparaíso, quedando aquel de jefe casi único de todos los ministerios. Exijencia del pueblo para la reunión de un congreso y manejos del gobierno á fin de que saliese nombrado á su gusto. Instalación del congreso y censura que escita el nombramiento del su- plente don Agustin de Aldea.— Los miembros del congreso traspasan sus atribuciones y promulgan una constitución favorable al gobierno. Los habitantes protestan contra esta constitución. El jeneral Freiré vuelve á Concepción, donde organiza una asamblea pronta á obrar. La provincia de Coquimbo sigue su ejemplo y toma la iniciativa armada.— Don J.M. Irar- razabal marcha sobre Santiago á la cabeza de algunos milicianos.— Los ha- bitantes de dicha ciudad se reúnen en cabildo abierto.— OrHiggins, sin mas que presentarse en los diferentes cuarteles, recobra el amor de sus soldados, que estaban medio sublevados, y marcha á la plaza. Instado por sus amigos para que fuese al consulado, donde se hallaba reunido el pueblo, se decide á ir, y después de algunas contestaciones, abdica el poder. Parte para Valparaíso y llega al mismo tiempo que Freiré, quien le manda arrestar para sujetarlo á un juicio de residencia. A los seis meses sale para Lima. Digresión sobre su administración.

Mientras el furor de las guerras del sur tuvo ocupados los ánimos de las principales familias de Santiago, \& autoridad de O'Higgins fué respetada, y sus actos, re- cibidos sin ponerles obstáculos ni casi censurarlos, pre- pararon al país los elementos de una prosperidad, sino inmediata, al menos segura. Porque no es al dia si- guiente de una revolución social, que ataca todos los intereses y ajita las pasiones, cuando un país puede reponerse y volver á su estado normal , especialmente si está aun en su infancia política y es del todo estraño á nuestras revoluciones y á las combinaciones que las dirijen. Las personas interesadas en el orden lo com-

i¿&9Plto£3

516

HISTORIA DE CHILE.

i

prendieron muy bien y esperaron ; pero los que teniao que vengar ultrajes ó satisfacer una ambición , aprove- charon la calma que había en el teatro de la guerra , para minar el poder existente y revivir los antiguos par- tidos, recordando actos de sensible severidad y descor- riendo el velo á concusiones que desgraciadamente ha- bían sido de demasiado bulto , y bastante públicas para que pudiesen ser mas tiempo toleradas.

Por otra parte, en el estado de continua crisis en que se encontraba el país, O'Higgins se creia el jenio provi- dencial de su destino, y el único capaz de organizado y dirijirlo. Los seis años que llevaba en el poder sin una oposición formal, le habían hecho concebir de mismo una opinión, confirmada por otra parte por los grandes é incontestables servicios que habia hecho á la indepen- dencia, y por el talento de que habia dado pruebas, no solo comojeneral valiente y decidido , sino también como ad- ministrador intelijente, laborioso y animado de las me- jores intenciones. En este convencimiento y movido del deseo de los adelantos de su patria, llevó en su conducta de los seis años la mira de conservar el poder , susti- tuyendo alguna vez su voluntad á la autoridad de las leves, que creia del todo impotente para la situación y para el nuevo estado constitutivo del país , y haciendo que todo convirjiese á él como eje central de una admi- nistración, que estaba muy mal organizada, y cuya dirección quería asegurar por largo tiempo para sí.

Esta manera de proceder no podia convenir de ma- nera alguna á un pueblo entregado todavía á los partidos, y que habiendo conquistado la independencia política, le restaba conquistar la independencia civil, último término de toda revolución. A poco que O'Higgins

V^.

CAPITULO LXT.

hubiese reflexionado en que la desconfianza es compañera inseparable de la libertad cuando esta es naciente y aún mal entendida, seguramente que no hubiera seguido se- mejante conducta, y que se hubiera doblegado á las ne- cesidades del momento. Por desgracia estaba muy pagado de sus servicios y de que era muy necesario en el poder* y creyendo posible fijar la opinión y dirijirla, se hizo sordo á los consejos de sus amigos, despreció las murmuraciones de verdaderos patriotas, á quienes de ninguna manera podia confundir con sus enemigos los carreristas, y usurpó mas y mas é instintivamente la soberanía , en la persua- sión de que obraba en el círculo de sus atribuciones, al menos según el espíritu de la constitución de 4 818, hecha para él y conservada á despecho de casi todo el mundo.

Habia pasado la época en que el pueblo era todo adhe- sión y amor al que le gobernaba. Discutidos los princi- pios de libertad, como ya hemos dicho, en los papeles públicos, en los campamentos, en las plazas; proclama- dos algunas veces desde el pulpito ; cada habitante era un partidario de la causa pública y defensor acérrimo de cuanto podia interesar á la nación. Así fué que cuando se oyeron gritos contra el poder ilegal del dictador y contra la arbitrariedad de sus actos, el pueblo se aso- ció á ellos, creyendo como los promovedores, en una próxima era de los cesares , y pidiendo en alta voz y con vehemencia la abolición de la constitución de 1818, ó al menos que se modificara de modo que fuese la espre- sion de un derecho legal , establecido por la voluntad de todos.

Se encontraba entonces el gobierno bajo la influencia activa del ministerio de Hacienda, y este ministerio lo desempeñaba don José Antonio Rodríguez , hom-

m

i

:3£

518

HISTORIA DE CHILE.

bre de un talento reconocido y positivo, que habia re- presentado gran papel en el partido realista, ya como principal consejero de Gainza en el famoso tratado de Lircay, ya como fiscal de la real audiencia, etc., du- rante el mando de Marco. Aunque aceptó lealmente la revolución , estaba tachado de realismo, y esto le atrajo algunos enemigos hasta entre los partidarios mismos del gobierno.

CTHiggins tenia demasiada confianza en el poder de ía revolución para formar juicio bajo este punto de vista de los hombres de talento de su país. Ademas, ¿no habia hecho Rodríguez algunos servicios á los patriotas, aun á riesgo de su persona en tiempo de la administra- ción de Marco (1), y no era de suponer por lo tanto que jamas habia abdicado su cualidad de verdadero chileno, y que solo un estravio le lanzó al partido contrario ? Sea lo que quiera, al cabo de algunos meses , O'Higgins es- taba tan contento de su elección , que de interino que era, lo nombró propietario, y Rodríguez no tardó en ser su amigo íntimo y el consejero de su mayor confianza.

Desgraciadamente Rodríguez , al lado de sus buenas cualidades de hombre laborioso y entendido , tenia un carácter terco é independiente, y ademas una afición al dinero que le metió con algunos amigos suyos en un laberinto de especulaciones ilegales , de que no tardó en enterarse el público, y por lo que fué objeto de grandes y justas murmuraciones. Quizá las disidencias que á los pocos meses estallaron entre él y el ministro

(1) «Marco formó un sumario secreto de mi conducta con oficiales de Tala- vera, y con él informó al rey por triplicado de mi insurjencia y venalidad ; pasó también un tanto á Abascal , pero felizmente fué arrojado al mar con toda la correspondencia cuando el buque cayó prisionero de la escuadrilla de Buenos- Aires cjue bloqueaba el Callao.» Rodríguez , Satisfacción pública, pajina 71.

CAPÍTULO LXI.

Zenteno tuvieron su principal oríjen en estas inmorales especulaciones , disidencias que de tal modo agravaron su posición que O'Higgins se vio obligado á separarle del ministerio, al menos momentáneamente, diciendo que tenia necesidad de enviarle á Lima á arreglar cier- tos asuntos relativos á la marina chilena, y á la guerra que continuaba en aquel país. Esto no fué mas. que un pretesto para engañar á Zenteno , porque á los pocos meses nombró á este gobernador de Valparaíso, y Ro- dríguez volvió á su ministerio, encargándose ademas del de la guerra, con lo que llegó á ser el eje principal de la administración de O'Higgins.

Fué este un acto de doblez escandaloso. Todo el mundo se indignó, y el nombre de Rodríguez se hizo aun mas odioso á las poblaciones y al ejército. En todas partes se oia el clamor de una oposición amenazadora contra la administración presente , y las quejas recaían sobre el director, cada vez mas obstinado en sostener á su mi- nistro, dando así pábulo á la maledicencia, que le acu- saba de solidaridad en los manejos de aquel. Con este motivo se dirijieron nuevos ataques á la legalidad de su poder , se le acriminó por el rigor que habia usado en ciertas circunstancias, y se exijió la pronta convocación de un congreso para salir , decían , del estado de incer- tidumbre en que se hallaban de resultas de todas sus arbitrariedades.

El ataque estaba fundado esta vez en razón. No eran solo los carreristas los que pedían reformas y la reunión de un congreso, sino los partidarios mismos de O'Hig- gins, deseosos como los demás de ver establecido en su país un verdadero gobierno representativo con todas sus garantías de libertad é intervención, y basado en la so-

520

niSTOIUA DE CHILE.

beranía del pueblo, única capaz de consolidar la inde- pendencia, y organizar con acierto y moralizar las admi- nistraciones fiscales, que habían estado mucho tiempo á merced de los hombres y de las cosas.

En estas serias demostraciones vio O'Higgins que su autoridad empezaba á decaer, y conoció que si no cedia á los votos de la nación , acabaría por perderla. Ademas, ' le contentaba mucho dividir el peso y la responsabilidad de su gobierno con una asamblea de hombres patriotas y probos, y para satisfacer este deseo, que era el de todos los partidos, publicó un manifiesto el 7 de mayo de 1822, en que convocaba una convención preparatoria en orden á la creación y organización de una corte de represen- tantes, haciendo notar que entonces que el país estaba lleno de gloria y de triunfos « era necesario aplicar re- medios á males envejecidos, pesar y aumentar nuestros recursos, consolidar el crédito, reformar nuestros códigos acomodándolos á los progresos de la ciencia social y al estado de la civilización del país ; circunscribir útilmente la autoridad dentro de ciertos y seguros límites, que sean otras tantas garantías de los derechos civiles, y den al poder público todas las facilidades de hacer el bien , sin poder dañar jamás. » En seguida, no teniendo la nación ninguna ley sobre el modo de constituir la asamblea, y estando legalmente disuelto el senado por ausencia y re- nuncia de la mayor parte de sus individuos, se consideró autorizado para disponer la forma de la elección. En su consecuencia dio un decreto mandando que las munici- palidades de las capitales ó partidos de las provincias, y en su defecto los tenientes gobernadores , reuniesen los principales habitantes para elejir por cada una un dipu- tado, que había de ser precisamente oriundo ó vecino

CAPITULO I.XT.

del partido, tener mas de veinte y cinco años y poseer una propiedad cualquiera, inmueble ó industrial. Las mismas municipalidades debían conferir «á los electos poderes suficientes , no solo para entender en la organi- zación de la corte de representantes, sino también para consultar y resolver en orden á las mejoras y providen- cias, cuyas iniciativas les presentará el gobierno. »

Desgraciadamente O'Higgins, al propio tiempo que reconocía la necesidad de una asamblea que satisficiese la espectativa de la nación y lo que esta tenia derecho á esperar de ella, trabajaba, sino para eludir el principio, al menos para violarlo.

Persuadido siempre de los peligros que surjirian si abandonaba el poder en unos momentos en que la grande ajitacion de los partidos podia arrastrarlos á una guerra civil , procuró por medio de torcidos manejos , por des- gracia muy comunes en todos los países y en semejantes circunstancias, dirijir las elecciones en utilidad de la administración existente, repartiendo circulares en que se designaban las personas que quería se nombrasen. Los gobernadores y los miembros de las municipalidades, deseando cumplir por simpatía ó por deber las órdenes del director, su jefe ó su amigo, emplearon su no corta influencia en el nombramiento de los diputados , y casi todas las personas recomendadas fueron elejidas, con gran escándalo de los enemigos del gobierno y de las jentes sensatas, bastante sencillas en aquella época para creer en la posibilidad de una elección espontánea y sin in- fluencia. A pesar de esto, la oposición no se movió y per- maneció muda, esperando la apertura del congreso á fin de presentarse robusta y atacar los primeros trabajos de una asamblea, que llevaba consigo el jérmen de una gran

522

HISTORIA DE CHILE.

debilidad, tanto por la irregularidad de su oríjen, como por la escasez de conocimientos de los diputados para alimentarla y defenderla.

La apertura se verificó el 23 de julio de 1822 con gran ceremonia y al ruido de las campanas y de las salvas de artillería. O'Higgins, ocupando la presidencia, abrió la sesión con un discurso, en que escitó á los diputados á llenar con celo y exactitud su misión tan difícil como importante, manifestando al propio tiempo la esperanza que abrigaba de ver desaparecer ante su esperiencia y la armonía de sus trabajos, el espíritu de pasión que tanto habia perjudicado al primer congreso. En seguida hizo que se nombrasen un presidente y un vice-presidente, que fueron don Francisco Ruiz Tagle y don Casimiro Albano, y entregando al primero una memoria, marchó á su palacio acompañado de algunos diputados, á esperar los resultados de lo que en ella proponía.

En la memoria hacia dejación O'Higgins de sus títulos de director, y suplicaba al presidente que la Cámara nombrase otro para entrar de una vez en las vias de regu- laridad , que el estado del país y las circunstancias no habían permitido hasta entonces. Como todo el mundo esperaba, la asamblea se apresuró á devolverle sus in- signias , con gran satisfacción de los habitantes , á pesar de que el partido de la oposición atacó este nombramiento, avanzando hasta decir que aquella no tenia derecho para hacerlo, y que ademas la dimisión de O'Higgins habia sido una finjida modestia para engañar á sus conciuda- danos y afianzar su poder.

A estar el país bien constituido, y funcionando las di- ferentes máquinas de las principales administraciones con arreglo á los principios legalmente establecidos y á las

CAPITULO LXI.

leyes escritas, sin duda que semejante renuncia hubiera sido ilegal, y la asamblea, como convención solamente preparatoria, á todas luces incompetente para aceptarla, y mucho mas para hacer una reelección. Pero las cir- cunstancias eran tan precarias, tan irregulares, la época lo era de una infancia tan turbulenta , que O'Higgins depositando sus insignias en manos del presidente, creyó ver en la asamblea, si no la espresion de la voluntad del pueblo, al menos la del cuerpo municipal, órgano del mismo pueblo y tenido desde la conquista por el verda- dero tutor de sus intereses. Partiendo de este principio, que hoy, en que todo marcha con método gracias á las leyes orgánicas trabajosamente elaboradas, no tendría un solo partidario, la asamblea se creyó autorizada para abordar y discutir las cuestiones mas graves y de mayor importancia, por manera que de provisional que era, se elevó al rango de lejisladora y acabó siendo constituyente con asentimiento de casi todos los diputados. Solo dos ó tres protestaron contra este abuso y estuvieron firmes en su convicción , á pesar de los discursos que se pro- nunciaron por hombres de talento , y especialmente por el célebre don Camilo Enriquez, alma de la revolución chilena y ahora uno de los mas celosos promovedores de tamaña usurpación.

Pero si acerca de este punto hubo casi unanimidad en la asamblea, no sucedió lo mismo con ciertas personas, que solo veian en todo esto el deseo de O'Higgins de aprovechar aquel cuerpo , compuesto de muchos amigos y protejidos suyos, para legalizar sus actos y perpetuar su presidencia á espensas de la soberanía nacional. La oposición, pues, levantó la cabeza, se presentó en actitud amenazadora y esperó un pretesto para lanzarse á la

E>;f:MTJ*^!

524

HISTORIA DE CHILE.

arena. Este pretesto , como sucede siempre , no tardó en ofrecerse.

Entre los suplentes de los diputados que por ausencia ó renuncia faltaban del congreso, vio el público con cierta repugnancia el nombre de don Agustín de Aldea, antiguo realista, oficial en otro tiempo de Benavides y acusado de muchos desmanes, entre otros, de hat)er tenido parte en el incendio de los Anjeles, de cuyo distrito era pre- cisamente representante. Aunque habia abjurado hacia mucho tiempo sus pasados errores, y demostrado ó que- rido demostrar en un escrito, su inocencia en el incendio de los Anjeles y el amor patrio que le dominaba así por inclinación como por principios, el parentesco inmediato que le unia con el ministro Rodríguez le hizo aun mas odioso y atrajo sobre la asamblea un descrédito que no tardó en revelarse en ataques apasionados y significativos. Esto no obstó para que continuase infrinjiendo su man- dato y votando leyes orgánicas y hasta fundamentales, pues promulgó una constitución que no hubo tiempo ni de meditar ni de discutir.

Esta constitución fué , como se esperaba , completa- mente favorable al gobierno y en particular á O'Higgins, que estaba elejido por seis años con una próroga de cuatro, decretada por el mismo congreso. Este se compo- nía de diputados, cuya elección era de tres grados : en el primero el nombramiento se hacia directamente por los gobernadores y municipalidades, en el segundo á la suerte en la proporción de uno por cada mil almas, y en el tercero en escrutinio secreto por los electores que de- signase la suerte. Con esta combinación, fruto de las vijilias de don Camilo Enriquez y algunos amigos suyos, el gobierno tenia casi asegurada la elección de los dipu-

CAPITULO LXl.

tados por medio de la poderosa influencia de los gober- nadores y alcaldes encargados de nombrar los primeros electores. A mayor abundamiento, para que el congreso no pudiese ser arrastrado por las facciones y pasarse á la oposición , se le puso el contrapeso de un senado com- puesto de siete diputados, elejidos en asamblea perma- nente con el nombre de corte de representantes , varios jenerales , el obispo , los ministros y otros muchos fun- cionarios identificados con la causa del director y por consiguiente dispuestos siempre á sostenerle.

Aunque con motivo de esta constitución se dio una amnistía que alcanzaba á casi todos los presos políticos y la ley fundamental recibió la sanción del pueblo, pues tuvo buen cuidado el gobierno de depositarla en las mu- nicipalidades para someterla á la aprobación jeneral, pareció tan incompatible con las ideas que se tenían de la soberanía del pueblo, que unas sencillas observaciones bastaron para despertar las pasiones y propagar el in- cendio por todo el país. Santiago tomó, como de costum- bre , la iniciativa del levantamiento , pero mientras que en aquella ciudad solo se oian murmuraciones, la pro- vincia de Concepción se preparaba á obrar, dispuesta á echar por tierra la nueva constitución y el poder arbi- trario que la había inspirado.

Por entonces llegó á esta provincia el intendente Freiré de vuelta de un viaje que habia hecho á Santiago , en busca de recursos para su ejército, que se encontraba de mucho tiempo atrás desprovisto de todo. Antes de em- prender este viaje no estaba ya en muy buenas relaciones con el ministro Rodríguez, y en el tiempo que se detuvo en la capital , su desvío se impregnó de todo el odio que tenia á aquel el público , siempre dispuesto á creer sus

E

-.IB&Wbrg

526

HISTORIA DE CHILE.

dilapidaciones. Por otra parte, fué testigo del descon- tento contra O'Higgins por la obstinación en conservar á su ministro, lo cual unido á la arbitrariedad de sus úl- timos actos, le hizo entrever la próxima caida del direc- tor y acaso despertó su ambición , ambición que cierta- mente no tenia antes de su partida. Sea de esto lo que quiera , decidido , á su llegada á Concepción , á tomar parte activa en el gran pronunciamiento proyectado, provocó una asamblea popular que en representación de toda la provincia legalizase los actos subversivos que meditaba, y el 8 de diciembre de 1822 ésta asamblea, completamente constituida, celebró su primera sesión bajo la presidencia de don Estevan Manzano (1).

Para darle cierto aire de justicia y legalidad se levantó una acta de la instalación , que se envió al director , echándole en cara el estado de miseria en que se encon- traba la provincia de Concepción , y mas particularmente el ejército, que habia sufrido toda clase de privaciones aunque siempre al frente de un enemigo, al que por mo- tivos culpables se habia tenido cuidado de dejar esca- par. Se le censuraba ademas por el vicio de que adole- cía el nombramiento de los diputados, hecho con objeto de perpetuar su mando , razón por la cual era ilegal y nula la asamblea ; y se concluía suplicándole que la di- solviese y se nombrase otra, fundada en elecciones en que presidiera la libertad y la moralidad.

El brigadier Freiré , instigador principal de esta cru- zada, procedió como político hábil y respetuoso. Al dia siguiente hizo su sumisión á la asamblea y le envió todos

(l) Se componía de don Estevan Manzano, don Francisco de Binimelis, don Pedro José de Zañartu , fray Pablo Rivas, don Julián Xarpa, don José Salvador Palma, don Félix A. Vázquez de Novoa, don Fernando Figueroa , don Gre- gorio Moreno, don Juan Castellón y don Pedro José del Rio , secretario.

■&¿

CArÍTULO LXI.

527

sus despachos civiles y militares que los individuos de aquella le devolvieron , « reservándonos, decian , al co- nocimiento de los grandes asuntos políticos que han mo- tivado nuestra reunión, la facultad de nombrar el que debe sustituir á V. S. en el poder judiciario y mando de la hacienda cuando haya de ausentarse de esta capital por asuntos de guerra , y la de decidir en toda clase de asuntos que en grado de apelación se eleven á esta asam- blea (1). » A los pocos dias le autorizaron para hacer un empréstito en víveres y dinero , recomendándole que lo exijiese de los enemigos de la independencia y de los de la causa actual. Esto fué comenzar el ataque por exac- ciones á los amigos y partidarios de Q'Iliggins, y conti- nuar la aciaga política de la época, oríjen de tantos y tan sensibles ejemplos de represalias que llevaron la de- solación á todos los partidos, á los realistas como a los liberales de todos los matices, que contribuyeron poderosamente á sumerjir las provincias en el estado de miseria en que se hallaban, y que no aprovecharon ni para la consolidación de ningún partido ni para el por- venir del país.

En cuanto O'Higgins supo por los diferentes correos que desde Chillan le envió don Ramón Lantaño, la forma- ción de la nueva asamblea y las hostiles intenciones que manifestaba contra su autoridad, escribió al presidente, espresándole su sorpresa por semejante conducta, cuyos motivos ignoraba. Tan lejos se hallaba de pensar en un proyecto de insurrección , que tres dias después , es de- cir, el 30 de diciembre, le propuso el nombramiento por una y otra parte de plenipotenciarios para que se enten-

(1) Contestación de la asamblea al mariscal don Ramón Freiré. Archivos de Concepción.

:]2&JMN&&31

528

HISTORIA DE CHILE.

diesen, y cesara el motivo de sus disensiones. Al propio tiempo se quejaba de que el capitán Boscorgue habia empezado las hostilidades apoderándose en la ribera norte del Maule del oficial Callejas y de varios útiles de guerra, queja que no fué atendida, porque el mismo Callejas fué el que, faltando á sus deberes, provocó la medida con sus intrigas. En cuanto á la proposición de los plenipo- tenciarios , fué aceptada y se señaló para su reunión el 22 de enero de 18*23 , pero no en Talca como habia re- suelto O'Higgins, sino en la isla de Duao en el rio Maule. Los del director fueron don José Gregorio Argomedo, don Salvador de laCavareda y don José Mana Astorga : los de Concepción los individuos de la asamblea don Es- tevan Manzano, don Pedro José de Zañartu y don Pedro José del Rio.

A pesar de todos estos preliminares de avenencia, la asamblea de Concepción se preparaba para oponer una resistencia firme y decidida á cualquiera fuerza que qui^ siese atacarla, ó bien para tomar la iniciativa de la agresión. Con este objeto aumentó Freiré las compa- ñías de dragones de la frontera con otro escuadrón que denominó dragones de la libertad, y para seguir una marcha regular, sometió el nombramiento de ios oficiales á la aprobación de la junta. Estas tropas fueron destaca- das con algunas otras á las riberas del rio Maule á fin de impedir el paso á las de O'Higgins y auxiliar á los sub- delegados, encargados de vijilar las personas influyentes del contorno , que pudieran entrar en comunicación con ellas, y de enviarlas inmediatamente á Concepción. Así se practicó muy luego con el teniente gobernador del partido de Cauquenes don J. Antonio Fernandez, á quien se le sorprendió en correspondencia con el sarjento mayor

CAPÍTULO LXÍ.

don J. M. Boyle, y después con el cura de Chanco don Baltasar Hernández , acusado del mismo delito. A los dos y á otros muchos los hicieron ir á Concepción, donde estuvieron bajo la vijilancia de la alta policía. A los pocos días fué destituido el gobernador de Talcahuano don José de la Cruz por considerársele poco partidario del movimiento, y por haber dejado marchar á un marinero del buque Galvarino , que fiel al gobierno bloqueaba en aquel momento el puerto, para no dejar salir de la bahía ninguna embarcación.

Pero lo que principalmente preocupaba á la asamblea era que las demás provincias entrasen en la liga , é hi- ciesen causa común con ella. Amalgamando sus miras particulares con los intereses comunes, esperaba con razón aumentar su fuerza moral é imprimir mucha mas enerjía á sus actos : con este objeto se dirijió á algunos amigos de la provincia de Coquimbo y á Beauchef , co- mandante de las tropas de Valdivia , y habiendo sido favorables las contestaciones de todos , se decidió á obrar, porque en aquel momento , de parlamentaria que era la revolución habia tomado un carácter completamente ac- tivo. La provincia de Coquimbo, sobre todo, empezó á levantar compañías de milicianos para enviarlos á don José María Irarrazabal , nombrado por su elevada posi- ción y bizarría jefe del ejército de operaciones ; escri- bieron á todas las subdelegaciones para reunir un con- greso en la capital de la provincia ; mantuvieron por tierra una correspondencia seguida con la asamblea de Concep- ción, y enviaron muchos diputados á Mendoza para con- trabalancear la influencia de Zañartu, á la sazón en esta ciudad y en vísperas de obtener un cuerpo demuchosmiles de soldados para ir en socorro de O'Higgins, á quien Gu-

VI. Historia. 34

^

530

HISTORIA DE CHILF.

tierrez creía hecho el blanco de una gran facción realista» Todo, pues, conspiraba contra O'Higgins : el espíritu de novedad ó la poco firme adhesión de los unos, la in- fidelidad y también la ingratitud de los otros ; y sin em- bargo no era esto todo lo que la suerte le reservaba. La llegada del almirante Gochrane á Valparaíso le puso en el mayor conflicto, pues tuvo que saldar, en momentos en que estaba casi vacío el tesoro, los muchos atrasos de los marineros, tropas compuestas por lo jeneral de estran- jeros mercenarios , dispuestas á todo para hacerse justi- cia. Lord Gochrane, que como su jefe estaba en la obliga- ción de protejerles, reclamó primero estos atrasos de una manera conveniente aunque un tanto apremiante, pero no tardó en exijirlos en tono altanero é imperioso, lo cual contribuyó algo á un motin militar en Valparaíso , que O'Higgins en persona fué á apaciguar, y que apaciguó en efecto , entregando una cantidad á buena cuenta. En medio de estas penosas ocupaciones sobrevino el terrible terremoto del 22 de noviembre , que destruyó la mayor parte de la ciudad y ocasionó un crecido número de muertos. El director escapó milagrosamente de este hor- roroso peligro, y la fuerte impresión que sufrió su alma le produjo padecimientos morales y físicos que le obli- garon á volver á Santiago , donde le esperaban nuevas contrariedades. Porque entonces fué cuando supo la bien organizada insurrección de Concepción , habiendo sido su primer pensamiento enviar tropas á las orillas del Maule para defender enéticamente su política y su auto- ridad. A los pocos dias supo también la llegada de San Martin á Valparaíso, cuya presencia, estando allí lord Cochrane, su terrible antagonista en Lima, podía tener graves inconvenientes , y aun dar márjen á serias recri- minaciones por parte de los chilenos de la oposición,

g-a»^r&M^

CAPÍTULO LXÍ.

531

echándole en cara la parte que habia tomado en favor del Perú con perjuicio de Chile.

O'Higgins recibió á Cochrane á su regreso del Perú con todos los miramientos debidos á su rango, á sus bellas cualidades y á los importantes servicios que habia prestado á Chile y á la independencia americana. Fuera de algunos altercados que tuvo con él con motivo de los atrasos de la escuadra y de haber usado medios ilegales para procurarse recursos con que pagar sus ma- rineros, su buena amistad no se habia resfriado, y con- tinuaba entre los dos la misma simpatía y la misma ar- monía que antes. Pero no fué lo mismo cuando Cochrane supo en su hacienda de Quintero la honorífica recepción que el director hizo á su adversario , á quien miraba muy culpable contra Chile : desde aquel momento se declaró enemigo suyo , y pidió diferentes veces su separación de la marina, que le fué concedida al fin.

Esto le aumentó su irritación contra O'Higgins y le indujo á trabajar sordamente en favor de la insurrec- ción ; por lo menos no cabe duda que un inglés llamado don Ricardo Casey, capitán de corbeta enviado á Co- quimbo con proclamas y despachos de la asamblea de Concepción , tuvo con él largas conferencias á su paso por Valparaíso , lo que motivó una correspondencia muy seguida con el jeneral Freiré; pero no pasó de aquí, porque el 22 de enero partió para el Brasil , adonde le llamó el emperador para utilizar su denuedo y su gran capacidad, confiándole el mando de su escuadra (1). Casi al mismo tiempo se alejó San Martin de Chile para reti- rarse á la república de Buenos-Aires, de donde pasó muy luego á Europa. Antes de despedirse de O'Higgins le

(lj La independencia chilena debe mucho á la bizarría de lord Cochrane y al acierto que Uno en destruir la marina española. Pero justo es decir también

iSBfrí?

532

HISTORIA DE CHILE.

instó mucho, aunque sin fruto, para que separase á Ro- dríguez del ministerio, lo que probablemente hubiera calmado los ánimos. Cuando lo hizo mas adelante fué á instancias de los amigos del mismo Rodríguez, pero des- graciadamente tan tarde que su caida no ejerció la menor influencia en los sucesos que sobrevinieron después.

La dimisión tuvo en efecto lugar el 7 de enero, cuando la revolución, por un concurso de estrañas disposiciones, había hecho rapidísimos y muy considerables progresos. Por todas partes manifestaciones, algunas de ellas ar- madas, sostenían los principios de la insurrección y pre- paraban nuevas conquistas á la asamblea del sur. Su propaganda se estendia á las demás provincias, y con sus intrigas las tropas con que contaba O'Higgins em- pezaban á sublevarse contra él, inclusas algunas de las que estaban en las orillas del Maule. Lo mismo sucedió con las enviadas contra don Miguel de Irarrazabal, quien marchaba á la cabeza de sus milicianos y de los que le envió la asamblea de Coquimbo. Antes de llegar al cerro de las Vacas se le pasaron, en momentos en que lo temia todo de la inesperiencia de sus soldados y de la poca fijeza de sus opiniones.

Reforzada la pequeña división con estos cazadores, menos los oficiales que se les detuvo como prisioneros, continuó la marcha atravesando las subdelegaciones que muchas veces salieron á su encuentro y aumentaron con algunos nuevos reclutas. Al llegar Irarrazabal á San Fe- lipe se hallaba en disposición de ir á tomar parte en el movimiento que fermentaba en Santiago y realizar sus

que el mismo resultado se hubiera obtenido con mucho menos gasto si la llegada de este célebre marino no hubiese detenido la espedicion que el contra-almi- rante Blanco preparaba contra la escuadra peruana , que hubiera encontrado dispersada por toda la costa en puertos secundarios en Arica, etc., y en estado de no poder luchar contra él.

^w»ra^aWTia^g"^TD^»trgg

CAPITULO LXI,

533

esperanzas por medio de un golpe de mano, de que era muy capaz ; sin embargo prefirió detenerse en aquella ciudad, y esperar la decisión del cabildo de Santiago para seguir una marcha que, con los sucesos del 28 de enero de 1823, llegó á ser completamente inútil.

En este dia se decidieron á obrar los principales jefes de la oposición, temerosos de que la insurrección se des- viase del carril por donde se la quería llevar. Supieron que Freiré había tomado una parte muy activa en el movimiento, y sospechando en él miras ambiciosas, qui- sieron evitar la intervención militar de un jeneral que, contra los intereses de la democracia, querría convertir la revolución en su provecho. Por eso adelantaron ei movimiento y promovieron la ajitacion del pueblo, esta máquina que está siempre á disposición de los audaces (1). En un conciliábulo celebrado la noche antes en casa del intendente, se tomaron las medidas necesarias, y se acordó el plan de ataque , y por la mañana aparecieron las mu- rallas de la ciudad llenas de pasquines, llamando á los ciudadanos á un cabildo abierto para salir del estado de ajitacion en que se encontraba la sociedad. La reunión fué tan imponente por su número, como por las personas que la componían. Veíanse en ella hombres de todas opiniones, carreristas, ultra-liberales y hasta o'higgi- nistas, á quienes inquietaba el estado del país y el temor de una guerra civil. Los jefes de las tropas de guarnición en Santiago entraron también en el complot ; por lo menos prometieron dar orden á los soldados de no hacer armas contra el pueblo, habiendo ofrecido obedecer todos los

(1) O Higgins reunió pocos dias antes en su palacio muchas personas nota- bles de la ciudad con objeto de terminar pacíficamente todas estas disidencias, y es probable que lo hubiera logrado si el temor de ver llegar á Freiré á la cabeza de sus tropas no hubiese movido á los jefes de la oposición á nombrar una junta. Conversación con O'Higghis.

\Q&'~MGtt$»i

534

HISTORIA DE CHILE.

oficiales de guardia, escepto algunos afectos al director, á los que por este motivo se les arrestó.

Noticioso O'Higgins de esta orden por el capitán Ca- ballero, que estaba de guardia en el palacio, se llenó de irritación , y á pié y sin vestir , se fué al cuartel del es- cuadrón de guias de la guardia de honor, y allí interpe- lando ásu comandante el teniente coronel Merlo, este por toda respuesta le presentó el papel que acababa de re- cibir, en que se le mandaba no disparar contra el pueblo y permanecer neutral en este importante debate. Poco sa- tisfecho el director con semejante escusa, tomó el papel , lo hizo mil pedazos, degradó al comandante arrancán- dole las charreteras y le reemplazó con el teniente coro- nel don Agustín López , que fué recibido con entusiasmo y á los gritos de viva O'Higgins (1).

Apaciguado este semi-motin, O'Higgins volvió al pa- lacio, se puso sus insignias, montó á caballo, y acompa- ñado de sus ayudantes de campo , se dirijió por el lado del convento de San Agustín , donde estaba el cuartel de los granaderos de la guardia de honor, también insur- reccionados por su comandante el coronel don Luis Pe- reira. Al llegar á media cuadra del cuartel , un centinela avanzado le pidió el quien vive y le mandó hacer alto; O'Higgins sin acobardarse corre hacia él , le pregunta si ignora quien es y continuando su marcha se presenta delante de la plazuela de San Agustín , donde se halla- ban reunidos y sobre las armas un centenar de grana- deros. Los oficiales que estaban á la cabeza de estas tro- pas fueron apostrofados por el director , y como Merlo, contestaron con medias palabras, que aquel oyó con la mayor indignación, calificándolos de traidores : en se»

(l) He oido decir, aunque no puedo asegurarlo, que O'Higgins repartió dinero á los soldados, antes de salir del cuarie!.

scrvr raMr:

CAPITULO LXI.

guida destituyéndoles de sus grados, dio el mando de la compañía al sarjento primero, y entró con ella en el patio del cuartel, en el que estaba reunido todo el batallón con mil doscientos hombres. Inmediatamente salió á su encuentro Pereira, quien no menos turbado que los de- mas, procuró escusar su modo de proceder con el estado de ajitacion en que se hallaba la ciudad , y el no haberle dado parte de todo lo que habia hecho , con la falta de tiempo. Mientras daba estas esplicaciones, los soldados, como si hubiesen sido electrizados por un movimiento espontáneo de intelijencia y de respeto , prorumpieron en gritos de exaltación en honor de O'Higgins, y se pu- sieron á sus órdenes , lo que también hizo Pereira todo avergonzado por su derrota. Los oficiales que habían sido arrestados por precaución , entre ellos el sarjento mayor don Manuel Riquelme , fueron á ocupar inmedia- tamente sus puestos en el batallón, el cual se dirijió á la plaza de la independencia , donde no tardó en reunírsele el escuadrón de Guias.

Aunque O'Higgins era dueño de la fuerza armada, no se atrevió á atacar al cabildo abierto y disolverlo. Entre- gado á todos los resentimientos de la irritación y de la có- lera, se paseaba en medio de sus soldados, á quienes tenia motivos para considerar como su guardia pretoriana , y se negó tenazmente á presentarse en la asamblea popular, sin embargo de que fué llamado á ella muchas veces y que á ruegos de la misma, le escribió Rodríguez, uno de los autores principales de todas sus desgracias , que no resistiese mas tiempo porque se esponia á algún suceso desagradable. Renovada esta súplica por Cruz y otros amigos , cedió al fin y marchó allá con su escuadrón de guias , que dejó en la plazuela de la Compañía. Su alma en aquel momento estaba entregada á todas las iras del

3H&S3I

HISTORIA DE CHILE.

amor propio ofendido, y sin embargo pasó tranquilo y sin decir nada por medio del pueblo para ir á tomar asiento en el lugar que le correspondía. Después de algunos ins- tantes de silencio dijo con tono firme pero sin arrogancia , que aunque victorioso de las tropas un momento escarria- das, no quería aprovecharse de su victoria para dispersar una asamblea, producto de una simple facción, y que por el contrario, cansado de una dirección que de mucha tiempo atrás le molestaba , se adelantaría á sus deseos, abdicando el poder ante el congreso que iba á convocar muy pronto. Esto es lo que yo debo hacer, añadió con tono de superioridad , porque cuando la nación me en- tregó estas insignias, no fué para que pasasen á manos de unos cuantos habitantes de Santiago, sin autoridad y sin mandato. Al oir estas palabras quiso hablar don Agustín Eizaguirre, pero no permitiéndoselo apenas su conmoción, se encargó de contestar don José Miguel In- fante, quien lo hizo con la fogosidad democrática que el amor á la libertad le inspiraba en semejantes casos. Prin- cipió elojiando las buenas cualidades del director así como sus eminentes servicios , y habló en seguida de la nece- sidad de un congreso nombrado por el pueblo directa- mente y sin influencias de ninguna especie, puesto que el que funcionaba era ilegal á todas luces, y poco conve- niente al país la constitución que se habia permitido pro- mulgar. En cuanto á la reunión presente , procuró de- mostrar su legalidad con el gran número de personas notables que la componían, autorizadas por esta circuns- tancia para tomar las medidas que juzgasen oportunas contra la autoridad del director.

Guardaba O'Higgins un silencio convulsivo mientras se pronunciaba este discurso ; pero al oir que se le ame- nazaba , no pudo contener su ardiente susceptibilidad , é

-.. '&u¡:ig:'.i£r*zute>

CAPÍTULO LXI

537

interrumpió al orador, declarando con enerjía y nobleza que no reconocia por pueblo á una reunión en que no estaba ni la milésima parte de la nación. El calor con que pronunció estas palabras intimidaron á Infante de tal modo que se quedó turbado ; pero salió en su ayuda don Fernando Errazurris , uno de los mayores adversarios de la constitución, y contestó con tanta serenidad como enerjía haciendo ver la necesidad de una abdicación. Después dirijiéndose al pueblo , le preguntó su parecer , y todo el mundo contestó con entusiasmo que sí.

La sala resonaba con las voces de todos los asistentes. En medio de este gran tumulto, no pudiendo conseguir O'Higgins que le oyesen, se levantó de su asiento, se adelantó al pueblo con semblante muy animado , y des- cubriendo el pecho dijo que si se deseaba su vida , estaba pronto á darla , pues no temia perderla en aquel mo- mento mas que en los numerosos combates á que habia asistido. Añadió que deseoso de dejar una dignidad que tanto le fatigaba, hacia renuncia de ella para evitar si era posible con su abnegación hecha en momentos en que aun disponia de las tropas , una guerra civil , fruto ine- vitable de esta clase de cambios. Acercándose en seguida á la mesa , depositó en ella la faja y el bastón con ade- manes que no indicaban de ninguna manera despecho , y á las voces de viva O'Higgins (1).

No podia menos de conmover un hombre que llevaba á tal punto el desinterés por evitar á su patria los horro- res de una guerra civil. Todo se hizo con una moderación y un decoro tan glorioso para el jefe que abdicaba , como

(1) Mientras hablaba se oyó un cañonazo, lo cual le intimidó mucho, porque la artillería estaba contra él. A poco recibió una carta y pidió permiso para pasar á leerla á un gabinete inmediato. Aunque su contenido era insignificante, le hizo tal impresión, que volvió á entrar en la sala manso como un cordero. Conversación con don Miguel Infante.

¡fc» -"«SPEi^S^Sk^

538

HISTORIA DE CHILE.

!

para el pueblo que exijia este sacrificio. Los que estaban mas inmediatos á él, fuese por deber ó por deferencia, le preguntaron en alta voz qué clase de gobierno iba á establecer ; á lo cual contestó que de ninguna manera quería mezclarse en tan importante asunto , pero que puesto que existia de hecho una junta, podría conti- nuar (1). Entonces todo el mundo proclamó con entu- siasmo los nombres de don Agustín Eizaguirre, don José Miguel Infante y don Fernando Errazuris, personas las tres, de principios, de miras muy liberales y como el diamante inatacables por ninguno de sus lados.

Tal fué el resultado de esta sesión , oríjen quizá de to- das las funestas revoluciones de que tan repetidos ejem- plos daban las demás repúblicas, y de que Chile ha podido librarse al cabo de algunos años, por un favor es- cepcional de la Providencia. Desembarazado O'Higgins de sus ocupaciones del dia, volvió al palacio acompa- ñado de casi todas las personas , que lejos de censurar sus cualidades ni su administración , no cesaban de elo- jiarle en alta voz , llamándole el padre de la patria. Es cierto que muchas de estas personas eran amigos suyos, á quienes el poder de las circunstancias habia arrastrado á la reunión , y otras muchas indiferentes, que no tenían ninguna queja de él. Por la noche fué la Junta á visitar á O'Higgins, y habiéndola hecho esperar un momento, se escusó con haber estado al lado de su hermana, que repentinamente se habia puesto enferma. Tenia esta se- ñora una alma muy sensible, y no pudiendo conservar la serenidad en una peripecia tan inesperada , fué atacada de violentas convulsiones nerviosas, que obligaron á O'Higgins á detenerse algunos dias en Santiago, en cuyo tiempo recibió de todo el mundo, y especialmente del

(i) Conversación con don Bernardo O'Higgins.

- - Mrrrrnr

CAPITULO LXT.

539

cabildo , numerosas pruebas de afecto y liberalidad. Pú- sose al fin en camino, y fué á esperar á Valparaíso el re- sultado de lo que había pretendido , que era ponerse á la cabeza de cinco mil hombres , y con ellos ir al Perú á dar el último golpe al poder español , y añadir un nuevo y brillante florón de gloria á la corona de su amada patria. La junta le dio de escolta una com- pañía de ciento cincuenta hombres de su antigua guar- dia, compañía que conservó en Valparaíso durante su permanencia en casa del gobernador Zenteno, y que le hacia los mismos honores que en sus mas prósperos tiempos.

Mientras pasaba todo esto en Santiago, el jeneral Freiré preparaba en Concepción una espedicion militar contra el director, para el caso en que no abdicase el po- der. Escribió á Beauchef , que mandaba en Valdivia, que fuese á reunirse á él con todas sus tropas ; y este teniente coronel recibió á los pocos dias una orden de O'Higgins para que marchase á Valparaíso, lo cual le puso en un grande compromiso. Su deber como subdito del director y jefe completamente independiente de la autoridad de Freiré, era cumplir lo que aquel mandaba , y así lo exi- jia su honor y las leyes de la disciplina á que era tan su- miso; pero sabedor por Wilkinson, capitán del buque enviado por O'Higgins, que muchas provincias se ha- bían declarado contra su gobierno al que tachaban de arbitrario y déspota , reunió los oficiales y los miembros del cabildo , y les manifestó su intención de ir á reunirse con Freiré , que le parecía el mas fuerte para impedir una guerra civil. Aprobado el pensamiento por los con- currentes ala reunión, dispuestos á defender sus dere- chos como ciudadanos, de la misma manera que los habian defendido como militares , embarcó sus tropas y

540

HISTORIA DE CHILE.

ademas una brigada de artillería con cuatro piezas, de- jando en Valdivia trescientos hombres que allí habia de la guardia de honor, lo primero porque la plaza no podia quedar desguarnecida y lo segundo porque los oficiales de esta fuerza no le inspiraban gran confianza de que fuesen adictos al movimiento (1).

En cuanto las tropas de Beauchef llegaron á Concep- ción, donde fueron recibidas con salvas de artillería, Freiré, que no esperaba mas que este refuerzo para em- prender la marcha, envió por tierra toda la caballería al mando del coronel Puga , y él se embarcó, con la infan- tería y la artillería, para Valparaíso. Cuando llegó,, quedó sorprendido al saber lo que habia pasado , y que O'Higgins estaba en casa del gobernador. Ignorando la opinión reinante en la ciudad y las intenciones de las tro- pas que en ella habia, dispuso que desembarcase un buen número de las suyas al mando de Tupper y Giménez, con orden de formar en batalla en la plaza y de no responder á ninguna pregunta que les hiciesen. En seguida previno á Beauchef que fuese á relevar con sus granaderos la guardia de O'Higgins , y él marchó á acampar al Almen- dral con su estado mayor y sus tropas. Aunque era muy desagradable la comisión confiada á Beauchef, la cum- plió sin embargo por deber y quedó muy admirado al oír de boca de O'Higgins la aprobación de su conducta* con la cual, le dijo, se habría evitado quizá la guerra civiL Después de conversar un rato, le preguntó O'Higgins si quería acompañarle, pues iba con el gobernador á ver á Freiré, á lo que accedió sin dificultad Beauchef, y los tres se dirijieron á caballo á la tienda en que estaba aquel jeneral. O'Higgins quiso entrar en esplicaciones sobre la revolución , pero Freiré le suplicó que olvidase lo pa-

(t) Memorias manuscritas de Beauchef.

B— WWffCTi»^

CAPÍTULO LXI.

541

sado, y solo hablaron de cosas insignificantes (1). A los pocos dias le arrestó este jeneral en su casa y lo sometió á un tribunal de residencia, que era precisamente lo que habia solicitado O'Higgins, persuadido de que nadie po- dría echarle en cara el acto mas insignificante de infide- lidad. Con efecto, seis meses después quedó enteramente libre, y abandonó á principios de julio su querido país, por el que tanto habia hecho con la mira de elevarlo al rango de nación , y que como Carrera no habia de vol- ver á ver, á pesar de los vivos deseos que siempre tuvo de regresar de simple ciudadano para trabajar por su prosperidad que fué el sueño de toda su vida. El jeneral Freiré, elevado ya al poder, le dio al partir un pasa- porte sumamente honorífico , que venia á ser una carta de eficacísima recomendación para los gobiernos amigos de Chile , en que se decia que su ausencia seria solo por dos años , debiendo volver pasado este tiempo á un país « que le cuenta entre sus hijos distinguidos, y cuyas glo- rias están tan estrechamente enlazadas con su nombre, que las pajinas mas brillantes de la historia de Chile son el monumento consagrado á la memoria del mérito de V. E. i Embarcado en la corbeta inglesa Flis, marchó á la ciudad que iba á ser su última residencia , Lima , lle- vando por toda fortuna los productos eventuales de la hacienda de la Cantera , completamente arruinada con las guerras de la independencia. Por dicha suya , encon- tró en el Perú otra hacienda , la de Montalvan , que le habia regalado aquel gobierno en prueba de reconoci- miento por los grandes servicios que prestó á su inde- pendencia.

Así acabó la administración de este ilustre chileno que por la elevada posición que tuvo, suscitó necesaria-

(1) Memoria manuscrita de Beauchcf.

542

HISTORIA DE CHILE.

mente muchas envidias y ambiciones. O'Higgins cometió sin duda faltas, ¿ pero quién es el que en su puesto no las comete? Antes, pues, de juzgar al hombre, es necesario juzgar las circunstancias en que obró y las influencias de todo jénero que le movieron á obrar. Querer condenar algunos actos arbitrarios á que son arrastrados los depositarios del poder cuando prefieren lo útil á lo justo es querer desconocer los principios de las grandes revo- luciones sociales, que son la enerjía, la audacia y alguna vez hasta el despotismo y la tiranía, á despecho de todas nuestras bellas teorías que la calma establece, y cuya inoportunidad, ya que no su falsedad, demuestra fre- cuentemente la esperiencia. La moderación no puede in- vocarse sino cuando la tempestad ha pasado, la tranqui- lidad se ha restablecido del todo y la ira de la discordia es impotente para arrastrarnos á las guerras civiles companeras inevitables de la debilidad de los gobiernos' Por lo demás, cuando O'Higgins fué elevado sin opo- sición alguna á la suprema majistratura, nadie habia mas digno que él de tan alto puesto, porque nadie habia mas valiente, ni mas probo, ni mas patriota, y sus títulos eran también los mas esclarecidos y lejítimos. Desde el primer grito de independencia fué uno de los jefes in- fluyentes de la revolución. En todas las batallas se dis- tinguió por cualidades, que en una época en que le fal- taba aun la madurez de la esperiencia y los conocimientos teóricos, le valieron el nombramiento de jeneral en jefe del ejército, cargo que desempeñó algunas veces con gloria, siempre con honra. En Mendoza tomó una parte muy activa en la creación é instrucción del ejército li- bertador, y cuando San Martin, por motivos de gran prudencia, se lo asoció como segundo, el tiempo no tardó en justificar el acierto de la elección. Y si volvemos la

. .... _;*L.

CMMTULO LXI.

543

vista al estado en que se encontraba Chile cuando se encargó de rejenerarlo, veremos que la tarea que aco- metió era de las mas penosas é ingratas, y que al aceptar su ruda responsabilidad , lo hizo solamente movido por un vivo sentimiento de patriotismo y por la ambición , bien honrosa por cierto, de conquistar el título de bien- hechor de su país.

Con efecto, desde la invasión de Pareja los partidos estaban dominados por el odio y la venganza, y no habia seguridad ni para las cosas ni para las personas. Im- puestos forzosos, contribuciones estraordinarias, y lo que es mas, despojos considerables de todo jénero, se suc- cedian con la misma rapidez que los acontecimientos, aca- bando por llevar la desolación al seno de las familias é introducir la perturbación mas espantosa, así en sus pro- piedades como en sus rentas. Porque con la falta de brazos , las minas estaban casi abandonadas , y la agri- cultura, esta riqueza natural é importantísima de Chile, se hallaba en un decaimiento tal que apenas producía para las primeras necesidades de la vida.

En medio de tantas calamidades, tuvo que tomar O'Higgins enérjicas medidas para neutralizar las pasiones que escitaron los sucesos y las circunstancias, y vijilar la madurez progresiva de la libertad y la ardiente lucha de todas las fuerzas que se desplegan en su infancia y que , convertidas en elementos de anarquía , hubieran favore- cido las ideas subversivas de los enemigos interiores , ó bien exaltado desacordadamente á los verdaderos libera- les, convirtiendo su celo en fanatismo. Tenia ademas una necesidad constante de inspirar, exaltar y por otra parte afirmar una nación joven , que acababa de salir de las mantillas , y que no se habia recobrado aun de la sor- presa de su conquista. Porque á pesar de todos sus triun-

-SJE^^S^SK^

5M

HISTORIA DE CHILE.

fos, la independencia chilena distaba mucho de estar completamente asegurada. El virey del Perú dominaba con todo su poder una gran parte de la América del sur, y la provincia de Concepción, siempre á merced de los restos de Maypu , organizados en bandas de monto- neras , necesitaba una división numerosa que detuviese sus invasiones y pusiese coto á sus escesos. Y sin em- bargo, en medio de todos estos motivos de inquietud y de todas estas escaseces, equipó O'Higgins la brillante escuadra que barrió de buques españoles el mar Pacífico, lo dominó con todo su poder, y aseguró para siempre la independencia de Chile con el aislamiento completo de su obstinado enemigo. Puede decirse que la gloria de esta escuadra fué tan grande por sus resultados, como por haberla creado haciéndola salir de la nada. Sin disputa fué esta época la en que el jenio de O'Higgins brilló con la bella aureola que sus mismos enemigos no han podido rehusarle jamás, pues en cierto modo improvisó la es- cuadra , y esto se hizo en momentos en que la hacienda estaba en completo desorden , muy empeñadas las prin- cipales rentas, agotados los bolsillos de los particulares, reinando el desaliento por todas partes y siendo los re- cursos en hombres y en materiales casi nulos.

A vista de esto , ¿ podrá esperarse que las libertades civiles, siempre asustadizas y exijentes, marchasen á la par de las libertades políticas? Si estas piden audacia, enerjía y aun violencia, aquellas, por el contrario, exijen la calma prolongada necesaria para los trabajos elevados del entendimiento, y ademas un caudal de conocimientos, muy raros en aquella época entre los chilenos. Por otra parte, el país acababa de salir del estado de servidumbre á que lo habia reducido la política torcida y misteriosa de España, y no podia, sin un verdadero peligro, lanzarse

riM3£23

capítulo i.xr.

de lleno en un sistema de libertad , porque careciendo del arte y de la discreción que se necesitan para dirijirlo, se esponia á ser el juguete de las pasiones y de los am- biciosos. O'Higgins lo comprendió así perfectamente, y á riesgo de desmentir su pasado , procuró restrinjir estas libertades con objeto de dar tiempo á que se formase y madurase la opinión pública, y á que los principales chi- lenos adquiriesen instrucción é ideas antes de ser ciuda- danos y lejisladores. Este fué también probablemente el motivo que tuvieron , primero los senadores y luego los diputados, para no separarse mucho de esta manera de pensar, para no seguir mas inspiraciones que las del momento, y para no ocuparse sino de ensayos que natural- mente debían ser imperfectos, y muy llenos de parcia- lidad, como todo lo que se hace sin la influencia del ver- dadero mérito.

Es necesario decirlo : en aquella época y después que Rodríguez fué separado del ministerio, esta política era quizá la que mas convenia á Chile, porque asegurado del desinterés y buenas intenciones de O'Higgins, lo que ya es de grande importancia para un estado nuevo que exije siempre el sacrificio del interés privado en aras del interés público, la tranquilidad hubiera ganado mucho con el go- bierno de aquel por ilegal que fuese, lo cual bien merecía transijir dos ó tres años mas con su ambiciosa y honrada vanidad. El país estaba demasiado ajitado todavía para no seguir el gran principio político de que todo lo que es necesario es lejítimo, principio que desgraciadamente no quisieron comprender los habitantes, unos por espí- ritu de oposición , otros porque se dejaban llevar de los demás, y muchos, y estos eran los verdaderos liberales, temerosos de ver encadenada á una dictadura perpetua su libertad conquistada á tan caro precio. Y si en este punto

VI. Historia. 35

^g&o^Bgea

546

HISTORIA DE CHILE.

las apariencias justificaban su conducta, sobre todo, cuando los miembros del congreso cometían abusos de poder, traspasando mas y mas cada dia sus atribuciones, es necesario también no olvidarse que en ello tenia mucha parte la inesperiencia y el candor de unos hombres que estaban persuadidos, como se lo aseguraba su oráculo don Camilo Enriquez, de que su elección era nacional y la constitución que dieron representativa, desde que esta recibió la sanción de todo el país con el gran número de firmas aprobándola, que de todas las ciudades y pue- blos llegaron al gobierno.

Esta constitución , sometida con efecto á la aproba- ción del pueblo , al que se llamó á dar por escrito su voto, fué aprobada casi por unanimidad, lo cual sin embargo no prueba que estuviese esenta de defectos ni de vicios. Por el contrario, tenia muchos, pero es nece- sario no perder de vista que ninguna obra humana ca- rece de imperfecciones y lagunas , mucho mas si se emprende por via de ensayo y en momentos en que la exaltación de los ánimos los lleva á destruir mas bien que á edificar. Es necesario conocer también que las cons- tituciones tienen que ser necesariamente transitorias y basadas, no en las de otros paises, por mas que los principios en que se funden sean los mismos, sino en los hábitos , costumbres y necesidades de aquel para que se hacen , y que solo el tiempo y la esperiencia pueden for- marlas de una manera, sino perfecta, al menos razona- ble. Guando se reflexiona en los numerosos ensayos hechos en este punto por Inglaterra , Francia y los Esta- dos-Unidos, y en el tiempo que han empleado en la ela- boración de las imperfectas que hoy rijen en estos paises, hay que confesar la impotencia del hombre para producir una obra esenta de toda interpretación contradictoria, y

,„ ^tfes^gr^T^arngg

CAPITULO LXI.

547

cuan necia presunción hubiese sido la de los chilenos, si en aquella época de infancia, hubieran tenido la preten- sión de hacer una mejor que los demás.

Esto no es decir que quiera escusar las faltas de O'Higgins. Por mucho respecto que me merezca este hombre , que tanto hizo por Chile, no puedo menos de desaprobar ciertos actos muy significativos de venganza y animosidad, que no fué bastante á saciar la muerte misma de sus enemigos políticos. Me refiero á las mez- quinas sumas que se pagaron cuando la ejecución de las víctimas de los acontecimientos, pero de ninguna manera á la muerte de Rodríguez, en la que verdaderamente no puede precisarse lo que ocurrió, y menos aun á la de los hermanos Carrera , respecto de los cuales se ha cues- tionado muchas veces si su sentencia fué legal ó un ase- sinato jurídico. Todo lo que el proceso arroja de es que la conspiración se descubrió en fragranté delito , y que fué castigada con arreglo á las leyes, escesivamente rigorosas por desgracia en tales casos. Reflexiónese, antes de juzgar los hechos, en el estado de eferves- cencia febril que dominaba los ánimos en aquellos mo- mentos de lucha política, y en la especie de delirio que les arrastraba á todo sacrificio, sin que ningún rigor les detuviese ni hiciese volver atrás. Reflexiónese bien sobre todo , en que cuando la patria está en convulsión , algu- nas gotas de sangre para apaciguarla , son siempre muy dolorosas, especialmente si se vierten con pasión y la justicia procede con rigor escesivo, pero que ahorran al pueblo los funestos horrores de la guerra civil; en tal caso la humanidad , habituada á semejantes calamidades y á nuestras pasiones, pasa indiferente y sin detenerse, y continúa su misión , que es avanzar y jamas retroceder.

Triste y espantoso es confesar esto , y que los grandes

5Z|8

HISTORIA DE CHILE.

pensamientos sociales no pueden llegar á sus últimas evo- luciones sino entre los escesos de la brutalidad y los des- tellos déla razón; pero lo mismo sucede con las revolu- ciones cuando están dominadas por teorías absolutas, las cuales no podrían dejarse guiar por la moderación sin perder su virilidad y su fecundidad. Por mas que la his- toria rejistre todos estos estravíos del corazón humano, no por eso dejan de ser víctimas de ellos las jeneraciones que se succeden. Compadezcamos, pues, las debilidades y miserias de nuestras pasiones, echemos un velo so- bre los errores de O'Higgins, y aun sobre sus faltas, mientras dimanen de la necesidad del momento y de inesperiencia, y no pensemos mas que en sus buenas obras, que en último resultado son las que interesan á la jeneralidad de la nación.

Bajo este punto de vista es necesario confesar que Chile debe una buena parte de su gloria y de su independencia á este ilustre chileno. En el curso de esta historia hemos visto con qué celo, con qué desinterés y con qué actividad trabajó, poniendo en juego todos los recursos intelectua- les y materiales con que le favorecieron la naturaleza y el destino. Acabadas las guerras, y aun en medio de ellas, no olvidó nunca la suerte interior del país, y pro- curó por todos los medios rejenerar la sociedad , prote- jiendo la instrucción, este motor principal de la felicidad pública. Con este objeto destinó fuertes sumas en medio desús apuros, á dar mas estension á las enseñanzas del instituto, y á mandar comprar en Inglaterra con destino al mismo establecimiento, instrumentos de física y química, á fin de introducir el estudio de estas ciencias tan útiles á la industria, y que eran completamente desconocidas en Chile. Para las clases inferiores hizo ir de Lima al pro- fesor Thomson , con objeto de que propagase en el país

jmK***a*rw^*z*mmr*i&*m8&K

CAPITULO LXI.

la enseñanza mutua , entonces muy en voga en toda la Europay que aquel estimable inglés acababa de introducir en América. Para moralizar aún mas la instrucción , hizo penetrar en ella el espíritu relijioso, valiéndose de eclesiásticos virtuosos, y por entonces, es decir en 1821, restableció en su silla al señor Rodríguez , cuya primera entrada en la iglesia catedral fué celebrada con aclama- ción y aplausos de los ciudadanos de todas clases y de todas opiniones.

De resultas del abandono en que se hallaba la policía de las mujeres de clase inferior, muchas se habían hecho per- versas, corrompidas é indignas del progreso moral que debia tener la nueva sociedad. Para remediar estos vi- cios creó una casa de corrección , en que no solo esta- ban privadas de su libertad y apartadas de los sitios de desorden, sino que se habituaban al trabajo. Al efecto puso á la cabeza de esta casa un suizo muy intelijente, que les enseñaba, ó les obligaba á hacer , una infinidad de cosas , que el público compraba, y cuyo producto era en beneficio de las detenidas. De la misma manera, para que no estuviesen ociosos los prisioneros españoles, se les ocupó en una multitud de trabajos públicos y par- ticulares. Mas de mil de estos antiguos soldados fueron empleados en el canal de Maypu, principiado hacia mu- cho tiempo y terminado al fin con gran utilidad de aquella vasta llanura casi estéril hasta entonces, debiéndose á él el pequeño pueblo que con tanto acierto supo dirijir y gobernar el gran patriota don Domingo Eizaguirre, el cual tuvo la feliz idea de ponerle el nombre de San Ber- nardo , en memoria de su ilustre fundador. La alameda, este hermoso paseo , que no tiene igual en América, fué también dibujado bajo su inspiración y hecho por los mismos prisioneros, como igualmente muchos monu-

550

HISTORIA DE CHILE.

mentos provinciales con que hoy Chile se honra y enva-

nece.

Ocioso seria ciertamente recapitular aquí todo lo que O'Higgins hizo en favor de su país : inútil hablar de lo que trabajó para la reunión de un congreso americano ; del banco de rescate que estableció en Huasco con grande utilidad de la casa de moneda de Santiago ; de las medi- das que tomó para destruir el mucho contrabando que hacían los ingleses y los americanos ; de los útiles esta- blecimientos de comercio que creó , y que tanto han contribuido á la prosperidad del país , dando á Valpa- raíso la perspectiva de llegar á ser mas tarde el depósito principal de la mar del sur. Procuró igualmente entablar relaciones amistosas con las diferentes naciones, cuya amistad podia ser útil á Chile. Al efecto envió un minis- tro á los Estados-Unidos y otro á que negociase en In- glaterra un empréstito, que desgraciadamente no fué de grandes resultados para la felicidad pública , y cuya pri- mera remesa de ochenta mil onzas que llegó en los últi- mos dias de su mando , acaso contribuyó mucho á su caida. El mismo ministro llevó la misión de promover la independencia de Chile, muy amenazada por la in- fluencia de la Santa Alianza, cuyos individuos reunidos en congreso en Aix-la-Chapelle , se hubieran declarado decididamente contra América , si Inglaterra por un lado y los Estados-Unidos por otro, no se hubiesen opuesto con todas sus fuerzas á este acto de injusticia internacional. Por último fué á Roma el canónigo Cien- fuegos á reanudar los lazos que deben unir á la iglesia cristiana con el jefe de la iglesia universal , y neutralizar al mismo tiempo las intrigas de España, bastante pode- rosas para haber conseguido inclinar de su lado esta grande influencia. Mientras Cienfuegos negociaba sobre

mmsí^

CAPITULO LXI.

551

el destino de la iglesia chilena y sobre sus pretensiones al concordato americano, hecho en otro tiempo en favor del rey de España, los publicistas de Santiago empeza- ron á discutir cuestiones de la mas alta importancia. Se escribió sobre la tolerancia relijiosa, sobre ciertos abusos de los curas, y sobre la reforma de los conventos de frai- les de diversas congregaciones : cuestiones que nunca habia habido atrevimiento bastante para abordar y de- masiado nuevas para haber sido apreciadas y sostenidas.

Pero en lo que mas brilló el gobierno de O'Higgins fué como poder militar , y bajo este punto de vista y el de los resultados de sus grandes empresas, este poder llegó á ser el preponderante, á consecuencia de algunas grandes crisis de las repúblicas hispano-americanas. Diputados de Méjico y de Colombia fueron en momentos de apuro á solicitar su protección. Buenos-Aires t que lo había hecho todo por Chile , le debió también algunos auxi- lios, y elevados personajes de Europa, sabedores de sus buenos servicios, no cesaron de alentarle en sus cartas y por medio de escritos. Por entonces, diferentes gobier- nos , cuyos países disfrutaban completa tranquilidad , deseando tener relaciones amistosas y comerciales con Chile , favorecieron , sino oficial al menos secretamente, el comercio de sus subditos; y el rey de Suecia, adelan- tándose á las intenciones de la nación francesa, entonces sometida á los protocolos de la Santa Alianza, le ofreció encargarse á sus espensas de la instrucción de una docena de jóvenes chilenos, que siguiesen los cursos de mine- ralojia para que mas tarde pudieran sus ricos países aprovechar tan útiles conocimientos.

Todo pues, favoreció los deseos y buenas intenciones de O'Higgins. Desgraciadamente la civilización no con- siente ni la monotonía , ni una marcha jeométrica y

552

HISTORIA. DE CHILE.

acompasada : avanza por el contrario á saltos y prefiere ante de todo el movimiento y la variedad. Precisado O'Higgins á obedecer á esta ley de nuestros adelantos, lo hizo sin murmurar, sin segunda intención , y con re- signación igual á la que tuvo en otro tiempo para some- terse á la autoridad de don José Miguel Carrera. Y es que en él , el sentimiento del honor despertado por el peligro de la patria , le conducía á toda clase de abne- gación. Dirijió seis años la república , tiempo dema- siado largo para momentos de ilusión , en que la con- quista de la independencia hacia creer á los chilenos en un verdadero Edén, y fué necesario sacrificarlo á sus sueños con la esperanza de encontrar mejor guia, á pesar de las bellas cualidades que le caracterizaban. A este respecto, todos los estranjeros residentes entonces en Chile hicieron de él los mayores elojios , y el jeneral Miller le llama en sus memorias « uno de los hombres mas grandes que ha producido la revolución de la Amé- rica del sur, » añadiendo que « su valor , integridad , patriotismo, desinterés y su capacidad, merecen los mayores elojios. »

FIN DEL TOMO SEXTO.

-ii/teV . /*,

¿Mi^üF

índice

DEL TOMO SEXTO

Capitulo XXXIII. Estado de los ejércitos y de la provincia de Concep- ción cuando O'Higgins fué elevado al poder militar. Reformas que hace este jefe. Liberalidad del plenipotenciario Cienfuegos con los prisioneros de Carrera. Su vuelta á Talca. Tendencias sediciosas de los partidarios de los Carreras y disposiciones del gobierno con este mo- tivo.— Principio de federación en la provincia de Concepción y su fin.— O'Higgins es nombrado intendente de la provincia.— Desea separar á los hermanos Carreras del teatro de la guerra. Síntomas de mala in- telijencia entre O'Higgins y Carrera y principio de los dos partidos á que estos dieron nombre 5

Capitulo XXXIV. Posición de los dos ejércitos. Don Miguel Carrera propone inútilmente la toma de Arauco.— Llegada á Chile del brigadier don Gabino Gainza y de un refuerzo de tropas. Parte para Chillan y después para Quinchamali.— O'Higgins se ve rodeado de realistas por todas partes.— Principio desgraciado de su mando. Don Miguel y don Luis Carrera se dirijen áSantiago con varios amigos y son hechos prisio- neros por los soldados de don Clemente Lantaño. Toma de Talca por Elorriaga. Muerte del coronel don Carlos Ispano 14

Capitulo XXXV. Estado de los dos ejércitos de los patriotas. Mackenna, atrincherado en el Membrillar, solicita de O'Higgins que se le reúna. Salida de O'Higgins de Concepción después de haber nombrado una junta.— Su llegada á la Florida.— Combate del alto de Quilo. Gainza ataca á Mackenna en el Membrillar y es completamente batido. El teniente coronel don Manuel Blanco de Encalada sale de Santiago con una espedicion á reconquistar á Talca. Mala disposición de sus tropas, que son vencidas por Olates en Cancharayada 28

Capitulo XXXVI.— Decide O'Higgins atacar al enemigo en Chillan , pero desiste de este propósito al saber sus movimientos hacia el norte. Le sigue con objeto de pasar el rio Maule antes que él.— En Achihueno quiere atacarle por sorpresa , pero el incendio de veinte y dos cargas de pólvora se lo impide. Su mala posición al llegar al vado de Duado por la pérdida de la división Blanco y su estratajema para pasar el de Queri. Acciones de Huajardo, Rioclaro y Quechereguas. Llegada de un refuerzo de hombres al mando de don Santiago Carrera.— Salida de Mackenna y Balcarce para Santiago. Los realistas se apoderan de Talcahuano y Concepción , quedando dueños de toda la provincia. . . [\l%

Capitulo XXXVII. Preparativos de la junta para separar del ejército á los hermanos Carrera. Revolución del 7 de marzo y concentración del poder en una sola persona. El coronel don Francisco de la Lastra ^

554

ÍNDICE.

Paj.

57

73

88

gobernador de Valparaíso , es nombrado director supremo de la repú- blica.— Don Antonio José de Irisarri desempeña interinamente esta alta dignidad , y manifiesta en sus actos la mayor enerjía , sobre todo contra los españoles no naturalizados en Chile. Recepción de Lastra y for- mación de un ministerio y de un senado consultivo. Recompensas concedidas á los antiguos miembros de la junta

Capitulo XXXVIII.— Tratado de Lircay entre el gobierno y el coman- dante del ejército realista, el brigadier don Gavino Gainza

Capitulo XXXIX. Prisión de don José Miguel y don Luis Carrera en Chillan. Consiguen escaparse y se presentan á O'Higgins en Talca.— Salen para la hacienda de San Miguel, desde donde escriben al director. Alarma que este suceso causa á las autoridades de la capital. Rigor con que se les trata. Se deciden á atravesar las cordilleras y se ven detenidos por un temporal de nieve.— Don José Miguel Carrera no halla mas medio de salvación que arrojarse decididamente á una revolución. Su grande actividad. Prisión de su hermano don Luis. Resuello á poner en ejecución su plan de ataque, convoca á sus afiliados para el 22 de julio.— La revolución se verifica el 23 á las tres de la mañana.

Capitulo XL.— Formación de una nueva junta. Trabajos de organiza- ción militar que emprende. Oposición que encuentra en !as munici- palidades de Santiago y Talca, y en el gobierno de Valparaíso. —Con- sejo de guerra en el ejército del sur, en que se decide no obedecerla. Arresto del teniente coronel don Diego Benavente, encargado de una misión de Carrera cerca de OHiggins y Gainza. Llegada de Ossorio á la provincia de Concepción. A petición de los cabildos de Santiago y Taka marcha O'Higgins sobre Santiago. A la cabeza de su van- guardia ataca la división de don Luis Carrera, y es completamente ba- tido.— De resultas de este revés se reconcilian los dos jefes patriotas, y se unen para combatir al enemigo común 105

Capitulo XLL— Vuelve Gainza á Chillan.— Adversarios que allí encuentra de resultas del tratado que habia hecho. Subterfujios de que se vale para no salir de la provincia á pesar de lo pactado. El virey Abascal se niega á firmar el tratado, y envia una espedicion á las órdenes de don Mariano Ossorio. A su llegada á Chillan , intima la rendición á los patriotas por el parlamentario Pasquel. Al saber la llegada de esta espedicion , los patriotas olvidan sus diferencias , y se reconcilian para oponerse al nuevo enemigo.— Actividad que desplega don José Miguel Carrera en la organización de su ejército. Salida de las primeras tropas para Rancagua, punto elejido para la resistencia. Las tropas de Ossorio se ponen en marcha y pasan el rio Cachapual por el vado de Cortés. Acción de Rancagua y derrota completa de los patriotas. Alboroto y huida de los habitantes de Santiago al otro lado de las cor- dilleras. — Don José Miguel Carrera reúne en la capital toda la plata posible, así labrada como acuñada, para organizar un nuevo ejército en el norte.— Su decepción. Batalla de la ladera de los Papeles, en que pierde la mayor parte del tesoro. Atraviesa las cordilleras con los restos del ejército, en dirección á Mendoza 12ff

Capitulo XLII. Gobierno del coronel dun Mariano 0>sorio. Su entrada y buena recepción en la capital. Distribución que da á su ejército. Su dcslealtad con los patriotas emigrados. Los manda arrestar y envia unos á Lima y otros á la isla de Juan Fernandez, donde pasan una vida llena de privaciones y disgustos.— Rehabilitación de al- gunos realistas. Envío de un refuerzo de tropas á Pezuela , que le

£MK3ff:

ÍNDICE.

555

Pa.j

imposibilita hacer una espedicion contra Mendoza. Consejo de guerra permanente. Instalación de la nueva real audiencia.— Organización de muchos tribunales políticos. Escasez de dinero y fuertes contri- buciones impuestas para proporcionarlo.— Restablecimiento del antiguo

orden de cosas en la administración 141

Capitulo XL1II. Llegada á Chile del brigadier don Casimiro Marco del Pont.— Primeras impresiones favorables que produjo. Se deja influir por los ultra realistas y renueva las exacciones con mas violencia que Ossorio. Ordenes severas contra los patriotas.— Construcción de las fortalezas de Santa Lucía. Tribunal de vijilancia bajo la presidencia de San Bruno. Rigor de este tribunal en Santiago y en las provincias, no solo con los patriotas , sino también con los militares y los ladrones. Muerte de Traslaviña y sus compañeros. San Bruno se hace muy odioso á la población. Indulto del rey, eludido por Marco. Apa- rición de una escuadrilla de Buenos-Aires en el mar del Sur. Marco dedica toda su atención al ejército. Pide un nuevo empréstito de

600,000 pesos. Su jenerosidad.— Sus intenciones probables 160

Capitulo XL1V. San Martin, gobernador de Mendoza, recibe á los emi- grados. — Don José Miguel Carrera tiene altercados con él y es enviado á Buenos-Aires, donde sabe el desafío de su hermano don Luis con Mac- kenna. Su salida para los Estados-Unidos.— O'Higgins va á Buenos- Aires á hablar al director sobre una espedicion contra el gobierno de Chile. Vuelve á Mendoza satisfecho, y empieza á organizar y disci- plinar un cuerpo de ejército á las órdenes de San Martin. Táctica de este para operar una diversión en e! ejército de los realistas, mayor que el suyo. Celebra en el fuerte de San Carlos una junta con los Indios para que le permitan el paso del ejército por su territorio.— Don Manuel Rodríguez va á Chile á ajilar las provincias.— Salen Freiré para el Plan- chón y Cabot para Coquimbo. San Martin se pone en movimiento, dividiendo su ejército en tres partes. Marco del Pont cree al fin en la espedicion de San Martin, y toma las mas vigorosas medidas.— Pregona las cabezas de don Manuel Rodríguez y de Neira. Bando mandando presentar todas las caballerías existentes en el sur hasta Maule. 178 Capitulo XLV. El ejercito de San Martin pasa las cordilleras. Batalla de Chacabuco ganada por los patriotas. El capitán Velazquez lleva la noticia á Santiago, y difunde el terror entre los realistas. Emigración de estos. Gran desorden que la emigración produce en el camino y en Valparaíso. Hecho prisionero Marco, es llevado á Santiago. . . 200 Capitulo XLVI. Entrada de San Martin en Santiago. Es nombrado director de la república, y habiendo renunciado, recae la elección en O'Higgins.— Estado del país cuando este se puso al frente del gobierno. Son ejecutados el mayor San Bruno y el sarp.nto Villalobos. Re- greso de los patriotas prisioneros en Juan Fernandez. Proyectos de una marina chilena.— Vuelve de los Estados-Unidos don José Miguel Carrera , y es mal recibido de Pueyrredon y de San Martin , que se encontraba en Buenos-Aires. Política de O'Higgins con los realistas y con los carreristas.— Los Tejedores y los Anti-arjentinos.— Medidas contra los realistas.— Escuela militar. Talcahuano es el único punto en que no ondea la bandera de la libertad. Supresión de la nobleza y de todos sus blasones. O'Higgins sale para el ejército del sur. . 208 Capitulo XLVIL— Los fujitivos de Chacabuco van á Lima, y Pezuela los cnvia á Talcahuano. Ordoñez ataca á Las Heras en Gavilán y es ba- lido— Llega O'Higgins al campamento de los patriotas. Establece

556

ÍNDICE.

su cuartel de invierno en Concepción.— Toma de Nacimiento por Cien- fuegos y Urrutia.— Acción de Carampangue y toma de Arauco por Freiré.

Institución de la lejion de mérito. Declaración de la independencia.

Se establece un tribunal de alta policía unido á la intendencia. Don Hilarión de la Quintana renuncia el supremo poder que ejercía in- terinamente, de resultas del descontento que escita en la capital. Nombramiento de una junta , cuyos poderes se reasumen á poco tiempo en una sola persona. Trabajos de esta junta 226

Capitulo XLVIII. Ordoñez fortifica á Talcahuano. El teniente jeneral Brayer llega á Chile y es nombrado mayor jeneral. Marcha luego al ejército de O'Higgins.— Asalto de Talcahuano funesto para los patriotas.

O'Higgins se retira con su ejército y se reúne al de San Martin. Llega una nueva espedicion enviada por el virey del Perú á las órdenes de Ossorio. Se le incorporan las tropas de Ordoñez. Sale para el norte. Primo Rivera llega hasta Curico con su división de vanguardia y repasa el rio Lontue al aproximarse el ejército de San Martin. Es- caramuza entre Freiré y Primo Rivera en Quecheregua. Los dos ejér- citos, en marcha para Talca, acampan en Cancharayada. Derrota del ejército patriota. El coronel Las Heras salva el ala derecha del ejército. Su brillante retirada.— Honorífico recibimiento de esta di- visión en el campamento de Maypu 24fc

Capitulo XLIX.— La noticia de lo ocurrido en Cancharayada llega á San- tiago y sumerje á los patriotas en la mayor consternación. Don Ma- nuel Rodríguez reanima los espíritus abatidos y les infunde esperanzas.

Una asamblea celebrada en casa del director, le asocia al gobierno de don Luis de la Cruz. Armamento del pueblo y creación del Tejimiento de húsares de la muerte. San Martin y O'Higgins llegan á Santiago y toman medidas muy activas contra el ejército de Ossorio. Zeloso este de Ordoñez descuida la persecución de los patriotas y les da tiempo de rehacerse. Batalla y victoria decisiva de Maypu , ganada por San Martin. Regreso de este jeneral y de O'Higgins á Santiago, donde son recibidos con delirantes demostraciones de alegría.— San Martin marcha á Buenos-Aires.— Cambio en el ministerio. El ministro de hacienda Infante introduce reformas en su departamento. Nombramiento de una junta de hacienda. Se establece la navegación de cabotaje. Irisarri, ministro del interior, se ocupa también de algunas mejoras.— Los principales prisioneros de Maypu son llevados á la punta de San Luis y los soldados al interior de la república. Se forma la alameda de la Cañada. Proyecto de erijir una iglesia y una pirámide en el campo de batalla de Maypu 261

Capitulo L.— Cabildo abierto para legalizar un gobierno.— El periodismo toma nuevo jiro. Arresto de don Manuel Rodríguez.— Comisión para preparar un proyecto de constitución. La que se publica es en todo conforme con los deseos de O'Higgins, lo cual le decide á proceder con gran severidad contra los enemigos del gobierno. Arresto de don Juan José y don Luis Carrera.— En la cárcel de Mendoza conspiran contra el intendente. Condenados á muerte, son ejecutados. Don Manuel Rodríguez recibe orden de seguir al batallón de los cazadores que va de guarnición á Quillota. Al llegar á Tiltil muere á manos del oficial Navarro, el cual es arrestado por disposición del gobierno.— Muerte de los hermanos Prieto de Talca 271

Capitulo LI.— Ossorio lleva á Concepción la noticia de su derrota.— Se sitúa en Talcahuano para reunir los fujilivos y defenderse. Las forti-

'■. IR

L\D1CE.

íicaciones de la Quinquina son destruidas por los mismos que las estaban construyendo. Alarma que la denota de Maypu produce en el Perú y Nueva Granada. San Martin es considerado en Buenos-Aires como el jenio de la revolución. Los patriotas no saben aprovecharse de su vic- toria. — Zapiola persigue á los fujitivos sin gran resultado. Ossorio vuelve á Lima cumpliendo las instrucciones de Pezuela y con arreglo á lo determinado en un consejo de guerra. Deja de jefe del ejército á don Juan Francisco Sánchez 295

Capitulo LII. O'Higgins se dedica con actividad á la creación de una escuadra.— Dificultades con que tropuza. Proteje á los corsarios.— La fVindhan ataca sin éxito á la Esmeralda y el Pezuela. Muerte de su comandante O'Brien. El buque San Miguel es apresado. O'Higgins va á Valparaíso á activar el armamento de una pequeña es- cuadra. — Visita la escuela de marina.— Buques de que se compone la marina chilena. Sale de Cádiz una espedicion militar contra Chile. Rebelión en la Trinidad , de cuyas resultas este buque se dirije á Buenos- Aires. El gobierno anuncia inmediatamente á O'Higgins este suceso, y le revela los secretos de la espedicion. Parte para el sur una divi- sión mandada por el capitán de navio don Manuel Blanco Encalada.— En la isla de Santa María sabe que ha llegado á Talcahuano la fragata Reina María Isabel. La ataca y se apodera de ella. Vuelve á la isla de Santa María y apresa otros buques del convoy. Entusiasmo que pro- duce este triunfo en Valparaíso y Santiago. Fiestas y ovaciones al comandante don Manuel Blanco 306

Capitulo LIIL— Simpatías de la Europa en favor de la libertad americana.

Lord Cochrane va á batirse como vice-almirante por la libertad chi- lena.— Es muy bien recibido en Valparaíso. A la cabeza de una divi- sión de la escuadra chilena marcha sobre el Perú. Ataca sin resultado á la Esmeralda. Salva unos prisioneros que habia en la isla de San Lorenzo. Arma en estas islas dos brulotes y un bergantín de esplosion que tampoco dieron resultados. á hacer provisión de víveres al puerto de Huacho. En este se le incorpora Blanco , á quien envia á bloquear el Callao con los principales buques. Se hace de nuevo ala vela y esplora los puertos de Supe , Huarmey, Huambacho y Payta. Desmanes que se cometen en las iglesias de esta ciudad y castigo de los culpables. Blanco, falto de víveres, vuelve á Valparaíso.— Murmura- ciones que esto produce. Se le juzga por un consejo de guerra , y es absuelto por completa unanimidad. Regreso de Cochrane á Valpa- raíso. — Escasos resultados de esta primera espedicion 325

Capitulo LIV. El ejército realista sale de Talcahuano con los empleados y habitantes de Concepción. También abandonan esta ciudad las monjas trinitarias.— Balcarce toma el mando del ejército y marcha contra Sánchez. Pasan los realistas el rio Biobio cerca de Nacimiento. Se apodera Balcarce de esta plaza, y vuelve á Santiago. Sánchez se dirije á Valdivia, y deja algunas tropas en Angol al mando de Benavides. Digresión sobre este célebre jefe.— La provincia de Concepción mas realista que patriota.— Dispersión de las familias en las orillas del Biobio.

Benavides ataca á Rivero en Santa Juana y se apodera de esta plaza. Asesinato del plenipotenciario Torres y de los prisioneros de Santa Juana. Mal estado de la gran llanura de la Laja y de los Anjeles. Freiré sale de Concepción para ir á atacar á Benavides. Este va á los Anjeles, é intima á Alcázar la orden de rendirse.— Regresa á Curali, donde es completamente derrotado por Freiré. Este le persigue hasta

558

ÍNDICE.

Pfcj.

i

Arauco y vuelve á Concepción, donde se dedica á reformas administra- tivas.— Benavides se repone de su derrota y lleva la desolación al llano de la Laja. Llega Carrero, es apresada la fragata Dolores y son ase- sinados su comandante y parte de la tripulación.— La montonera de Se- guel es completamente destruida y muerto su jefe. Brillante resistencia de don Manuel Quintana al ataque de Bocardo contra Yumbel. Escara- muza en el Avellano. Benavides rehace sus fuerzas y se prepara á nuevos ataques. Campamento de las monjas trinitarias en Curapalihue. . . 340

Capitulo LV. Dificultades que encuentra O'Higgins para organizar una segunda espedicion. Establecimiento de un depósito de comercio en Valparaíso.— La nueva espedicion parte contra el Perú.— Proyecto de incendiar la escuadra enemiga y mal resultado de los cohetes á la con- grevey del brulote. El capitán Guise se apodera de Pisco. Muerte del teniente coronel Charles.— Lord Cochrane entra en el rio Guayaquil á atacar la fragata Prueba y captura la águila y la Begoña.— Regreso de la escuadra hacia Valparaíso y resolución del almirante de ir á reco- nocer el puerto de Valdivia. Se presenta en él con pabellón español y se apodera de una chalupa con algunos marineros y del Potrillo. Decidido lord Cochrane á atacar la plaza , en busca del intendente para hablarle de este proyecto y Freiré le doscientos cincuenta hom- bres. — Ataque de los diferentes fuertes por Beauchef , que se apodera de ellos Valdivia en poder de los patriotas.— Lord Cochrane se hace á la vela para Chiloe y ataca el fuerte de Aguy. Mal resultado de este ataque. Vuelve Cochrane á Valdivia y después á Valparaíso. Batalla del Toro ganada por Beauchef 374

Capitulo LVl. Victorias de los patriotas, incompletas como siempre. Freiré marcha á Santiago, dejando en su lu«ar á don Juan deDios Rivera.

Benavides á Talcahuano, lo saquea y se lleva á Arauco algunas em- barcaciones, en una de las cuales marcha Pico á Lima. Regreso de este jefe con algunos socorros.— Derrota del escuadrón de Viel en Piere y del de O'Carrol en Pangal.— Asesinato de este comandante. Acción de Tarpellanca y asesinato de Alcázar, don Gaspar Ruiz y los oficiales del batallón de Coquimbo.— Freiré se retira á Talcahuano y Benavides ocupa á Concepción.— Organización de la provincia. Estado desesperado de Freiré, que le obliga á atacar á Benavides.— Victoria que aquel con- sigue en Concepción y derrota completa de este. Pico incendia las ciudades de la frontera.— á atacar á Prieto en Chillan y es derrotado.

Muerte de Zapata é influencia que ejerce en el ánimo de los indios. 406 Capitulo LVIL— O'Higgins medita una tercera espedicion contra el Perú.

Dificultades que encuentra por la falta de dinero y la anarquía de

Buenos-Aires. Síntomas de mala intelijencia entre el gobierno y lord Cochrane. Pide este el mando de la espedicion y O'Higgins se lo da á San Martin.— Reunidas las tropas, se embarcan en presencia de miles de personas que acuden de todas partes á victorearlas. Llegan á Pisco, donde fija San Martin su cuartel jeneral.— El virey Pezuela toma disposiciones para hacer frente al enemigo.— Sabe con gran disgusto la revolución de España y la dispersión de las tropas destinadas á Buenos- Aires— Trata de entablar con San Martin preliminares de paz. Reu- nión en Miraflorcs de los plenipotenciarios, que no produce resultado ninguno.— San Martin deslaca una división á las órdenes de Arenales para revolucionar el interior del país.— Derrota de Quimper en Nasca. Deja San Martin á Pisco y establece su campamento en Ancón. Co- chrane bloquea el puerto del Callao.— Ataca la fragata Esmeralda y se

£H£E3£<:

INDICE.

559

páj

apodera de ella. Sabe San Martin esta importante noticia casi al mismo tiempo que la revolución de Guayaquil. ■— Marcha al valle de Haura á protejer la revolución de Huanuco é interceptar las comunicaciones del norte con Lima. Valdés va á atacar á Reyes y es rechazado por Brandsen.— Don Clemente Lanlaño es hecho prisionero en Huares con la guarnición. El batallón de Numancia se subleva y se pasa á los patriotas.— El país se pronuncia mas y mas por la libertad. Arenales, después de revolucionar diferentes provincias, llega al cerro de Pasco, donde ataca al brigadier O'Neilly y lo derrota completamente Suerte

desgraciada de los indios que abrazaron su partido £26

Capitulo LVIII. Los habitantes de Lima presentan á Pezuela una es- posicion, apoyada por el cabildo, pidiéndole que capitule con San Martin. Indignación que esto causa á los españoles. San Martin se retira á Haura. Pezuela abdica el vireinato y le reemplaza Laserna. Llega un plenipotenciario español encargado de tratar con los patriotas.

Negociaciones de Puchanca, que no producen resultado. Molin de los oficiales de la escuadra. Espedicion de Miller al sur del Perú. Toma de Arica. Victoria de Mirave. Miller regresa á Pisco.— La- serna abandona á Lima.— Entrada del ejército libertador en esta capital.

Pérdida del San Martin y del Pueyrredon. San Martin envia á Santiago las banderas chilenas cojidas en Rancagua. Proclamación de la independencia del Perú. Cochrane se apodera de los buques enemigos fondeados en el puerto del Callao. Acaloradas contesta- ciones entre San Martin y Cochrane. Laserna se aprovecha de ellas para enviar una espedicion contra Lima. Lámar entrega á San Martin la fortaleza del Callao. Las fragatas Prueba y Venganza se rinden á las autoridades peruanas. Cochrane las reclama, y como no se le entreguen, regresa á Chile con la escuadra. Administración de San Martin. Derrota del jeneral don Domingo Tristan en lea.— Entrevista de San Martin y Bolívar en Guayaquil con motivo de la incorporación de esta provincia á Colombia.— Torre Tagle, delegado de San Martin en Lima, destierra á Monteagudo.— Apertura de un congreso. San Martin depone el poder en manos de los representantes y se vuelve á Chile. 452

Capitulo LIX. O'Higgins se prepara para organizar uua segunda espe- dicion contra el Perú. Introduce mejoras en el sistema de hacienda.— Estado del país respecto á las repúblicas confinantes. Auxilios que suministra á la de Buenos-Aires para hacer frente á las tentativas de don José Miguel Carrera.— Digresión sobre este jeneral. Quiere de- dicarse al comercio , pero no lo consigue. Polémica entre él y los jefes del gobierno de Pueyrredon. Abandona á Montevideo y va á ajitar las provincias en favor del sistema federal.— Caida de Pueyrredon.

Apoyo momentáneo que Sarratea da á Carrera. Este levanta un pequeño ejército chileno con intención de ir á reconquistar la auto- ridad en su país. Su influencia en las guerras anárquicas de la repú- blica arjentina. Abandonado por la victoria se ve en la precisión de refujiarse entre los indios de las Pampas. Marcha á San Juan. Le atacan las tropas de Mendoza y es completamente derrotado. Unos ofi- ciales suyos le venden y lo llevan preso á Mendoza. Es condenado á muerte y fusilado juntamente con Alvarez.— Su carácter revolucionario. 478

Capitulo LX.. Benavides se apodera de todos los buques estranjeros que tocan en la isla de Santa María , y alista los marineros en sus bata- llones.— Uno de estos buques va á Chiloe en busca de refuerzos, y á su regreso conduce al capitán Senosain. Deserción de las tropas en

íl

560

ÍNDICE.

los dos ejércitos. Junta de Concepción para vijilar á los espías de Be- navides. Este marcha al norte y es perseguido por Prieto Victoria de la Vega de Saldia. Dispersión de los realistas. Política de los patriotas para destruir los restos del enemigo. Sumisión de Bocardo y de casi todas las familias establecidas en Quilapalo. Toma de Arauco. Prieto marcha contra los indios de la costa. Benavides, reducido al último estremo, se embarca para el Perú, y lo arrestan en Topacalma. Llevado á Santiago es condenado á una muerte ignomi- niosa. — Picarte, que queda de comandante de la Arau jan.a, consigue que regresen á Concepción las monjas trinitarias. Rebelión de las tropas de Valdivia, y muerte del coronel Letelier. O'Higgins envia á aquel punto al coronel Beauchef. Castigo de los culpables. Espe- dicion de Beauchef contra Palacio y su montonera. Este jefe es cojido y condenado á muerte.

492

Capitulo LXI. Espíritu de oposición contra la administración ilegal de O'Higgins.— Descontento contra el ministerio de don José Antonio Rodríguez y obstinación de aquel en conservarlo.— Desavenencias entre los ministros Rodríguez y Zenteno.— Es nombrado este gobernador de Valparaíso, quedando aquel de jefe casi único de todos los ministerios.— Exijencia del pueblo para la reunión de un congreso y manejos del gobierno para que saliese nombrado á su gusto.— Instalación del con- greso y censura que escita el nombramiento d«l suplente don Agustín de Aldea. Los miembros del congreso traspasan sus atribuciones y promulgan una constitución favorable al gobierno. Los habitantes protestan contra esta constitución.— El jeneral Freiré vuelve á Concep- ción, donde organiza una asamblea pronta á obrar. La provincia de Coquimbo sigue su ejemplo y tómala iniciativa armada.— Don J. M.Irar- razabal marcha sobre Santiago á la cabeza de algunos milicianos. Los habitantes de dicha ciudad se reúnen en cabildo abierto. O'Higgins, sin mas que presentarse en los diferentes cuarteles, recobra el amor de sus soldados que estaban medio sublevados y marcha á-la plaza.— Ins- tado por sus amigos para que fuese al consulado , donde se hallaba

reunido el pueblo, se decide á ir, y después de algunas contestaciones, abdica el poder.- Parte para Valparaíso y llega al mismo tiempo que Freiré , quien le manda arrestar para sujetarlo á un tribunal de resi- dencia.— A los seis meses sale para Lima. - Digresión sobre su admi- nistración »

FIN DEL ÍNDICE.

PARÍS.- EN LA IMPRENTA DE E. THÜNOT Y C>,

Calle Racine, 26, cerca del Odeon.

: JtjcüHSrS"

£

ÍJtS»?

e«S*S^;

i

'^■.^fc^

QK

ÍT>¿i

V' ,/\

*éé P